Pasado y presente de los Negros en Buenos Aires
Buenos Aires, octubre de 1997 JUAN CARLOS CORIA
CAPÍTULO 1 ANTECEDENTES HISTÓRICOS Etimológicamente la palabra esclavitud deviene de sclavus y significa sujeción sujeción por la cual se ve sometida una persona a otra, a un trabajo o a una obligación. Por su parte esclavo es la persona que por estar bajo el dominio de otra carece de libertad. Desde el punto de vista del derecho esclavitud es una institución que coloca al hombre en situación de cosa, en cuanto le niega personalidad jurídica y lo considera susceptible de apropiación. La esclavitud se remonta al origen de los tiempos, cuando el hombre, que era la parte fuerte de la sociedad, sometió a la mujer, que era la parte débil, obligándola no solo a l servicio sexual, sino también a la realización de las tareas más penosas, especialmente las relacionadas con la agricultura. La humanidad vivía en continuas luchas de las pequeñas agrupaciones, necesitadas para subs subsis istir tir de los los ataq ataque uess de los los veci vecinos nos,, defe defend nder er el terr territitor orio, io, la aldea aldea o las fuen fuente tess de aprovisionamiento. Los derrotados tomados prisioneros eran utilizados a veces en alimento ritual o normal, o como fuerzas de trabajo. Cada enemigo derrotado, incorporado como mano de obra significaba un hombre más que se podía agregar a la l uchas o a la búsqueda de subsistencia. En esta segunda instancia, el esclavo tomó sobre sus hombros la pesada carga que recaía sobre la mujer. Con posterioridad el derrotado dejó de ser objeto de comida ritual o necesaria, para pasar a ser mano de obra distribuida entre los vencedores. Con esa mano de obra esclava fue posible ampliar las áreas sembradas, recolectar frutos, semillas, reunir más alimento y almacenarlo. También fue utilizado como animal de carga, para el transporte de mercaderías o materiales para las construcciones, como es el caso de los pueblos sometidos por los egipcios y utilizados en la construcción construcción de las pirámides. pirámides. Adquirió Adquirió de esta manera un valor distinto distinto e hizo que se valorara valorara más a un enemigo derrotado, pero vivo, que a un enemigo derrotado muerto. Se lo conservó de la misma manera que se conservaron a los animales domésticos, pasando a ser servus, o sea, sirviente, dependiente del propietario, y por ello carente de derechos. Esta características iniciales, o sea, la guerra o lucha tribal, han caracterizado a la esclavitud. En este período de la evolución humana la esclavitud se ejercía sin hacer distingos de color de piel. Las instituciones instituciones jurídicas jurídicas anteriores anteriores al Imperio Imperio Romano Romano han dejado disposiciones disposiciones al respecto, respecto, legislando la propiedad, el trato, el derecho a la venta o a la vida del esclavo. Así, Aristóteles justificó la esclavitud como natural y necesaria, y en la mayoría de los filósofos griego griegoss se encuen encuentra tran n razone razoness muy variad variadas as para para explic explicarl arla a y justif justifica icarla rla,, llegán llegándos dose e a considerar como un progreso, pues desplazó a la antropofagia como sistema social. En la India, Egipto, Babilonia, Asiria, Persia, Roma y Grecia, como en el resto de los pueblos contemporáneos, se practicó la esclavitud, no sie ndo excepción la practicada entre los lo s miembros de un mismo pueblo. Hubo en sus ordenamientos sociales una íntima simbiosis entre trabajo, producción y esclavitud, no concibiéndose el uno sin el otro. En Atenas adquirió tal importancia que Foustel de Coulanges estimó que por cada ciudadano libre había cinco esclavos (La Ciudad Antigua). Por la Biblia es posible enterarse que el rey Salomón tenía 70.000 esclavos para conducir materiales; 80.000 para labrar las montañas, auxiliados por 300.000 esclavos que realizaban diversas tareas. En la misma fuente se asegura que el Templo de Jerusalén demandó la fuerza de 53.000 esclavos. En la época de la República Romana había 40.000 esclavos que no dejaron de aumentar, superando con largueza a los hombres libres. En pleno auge del Imperio Romano los esclavos eran eran esti estima mado doss en 135. 135.00 000. 0.00 000, 0, sobr sobre e un tota totall de 20.0 20.000. 00.00 000 0 de homb hombre ress libr libres es.. Esa Esa desproporción hizo tambalear en más de una ocasión la paz interior del vasto imperio. Los romanos, consideraron esclavo al que estaba sujeto al gentil, contra la sujeción natural. En España, la Ley de las Siete Partidas, establece que son siervos aquellos sobre los que se ejerce el señorío, agregando que la servidumbre se estableció entre las gentes que eran naturalmente libres, al someterse voluntariamente al señorío.
Documentos históricos muy variados existentes en reservorios portugueses demuestran que la esclavitud y la trata de negros son anteriores al descubrimiento de América. Apoyando lo anterior, anterior, está la Bula del Papa Nicolás Vº, en 1445, a favor del rey portugués Alfonso V, V, autorizándolo a reducir a servitud perpetua a sarracenos y paganos. El cierre de las tradicionales rutas marítimas o terrestres entre Europa y el Extremo Oriente a consecuencia de la caída del Imperio de Bizancio, impulsó a Portugal y España a la búsqueda de caminos alternativos, para volver a suministrar perlas, jo yas, perfumes, telas y especias. Portugal se concentró casi exclusivamente a tratar de circunnavegar el litoral atlántico del continente africano, hasta llegar a doblar el extremo sud. Entretanto fue conociendo diversas franj franjas as cost coster eras as,, cono conoci cien endo do nuev nuevos os prod produc ucto toss y toma tomand ndo o en condi condici ción ón de escl esclav avos os a pobladores negros. Estos esclavos inicialmente, por ser un número reducido, fueron destinados al servicio doméstico de altos funcionarios y pronto pasaron a ser adquiridos por algunos miembros de la nobleza española, también para servicio personal. A partir del Tratado de Tardecillas, Tardecillas, 7 de junio de 1494, la costa africana quedó para exclusividad de los portugueses y por ello, el resto de las naciones europeas fueron excluidas de ella. Esto significó la exclusividad del comercio, primero y de la trata de negros después. La dinámica de los hechos consecuentes con el descubrimiento de América hicieron que negros africanos en condición de esclavos pasaran al nuevo continente. Primero lo hicieron para reemplazar a la población nativa que desapareció de manera muy rápida, al no estar preparada para soportar los sistemas de trabajo esclavista, y las enfermedades europeas portadas por los blancos. Posteriormente fue introducida mano de obra esclava para poner en funcionamiento el aparato comercial y extractivo que los españoles implantaron en el Nuevo Continente. Antes de la llegada de los europeos al Nuevo Continente, existió la esclavitud entre l os antiguos mexicanos, como resultado de la guerra, las penas por crímenes, existiendo la antropofagia ritual practicada con los esclavos, pero en general el trato del vencido esclavizado fue benigno y tolerante. Los incas también practicaron la esclavitud. Las Las alega alegaci cion ones es de Fray Fray Barto Bartolo lomé mé de las las Casa Casass en favo favorr de los los indio indios, s, sirvi sirvió ó como como desencadenante para impulsar la importación de negros esclavos. Es por ello que los negros quedaran quedaran sujetos a la tierra americana americana en un destino muy cruel y sin remedio: la esclavitud esclavitud sin rendición. La lectura atenta a estas alegaciones, permite comprender que ellas no son para reemplazar a los indios muertos. Con la trata de negros o esclavos de otro origen que no fuera africano, no se intentó fundamentalmente encontrar el remedio para alivio de los restos subsistentes de la población americana, sino dar a los nuevos ocupantes elementos humanos, para ser ocupados como mano de obra, que les permitieran poner en marcha la economía in cipiente. Las diferencias se impusieron desde el principio. No hubo para la negritud esclavizada jueces visitadores ni leyes protectoras como las que se dictaron para el indio. Por el contrario, se los consideraba naturalmente como delincuentes y en el trato que se les otorgó en la mayoría de las regiones de América fueron los azotes, la horca o el cepo, para las más mínimas transgresiones o faltas. Tampoco apreciaba la ley al negro en general, que prohibía abrir procesos para el castigo de sus motines o sediciones. En tales casos se evitarían gastos de tiempo y papeleo, procediéndos procediéndose e a la ejecución sumaria sumaria de sus jefes y reduciendo reduciendo al resto de la esclavatura esclavatura a un trato aun más cruel que la misma muerte. Fue así que los negros entraron en América Insular y Central y estuvieron presentes en numerosos hechos relevantes, como fue el descubrimiento del Mar del Sud por Balboa o la conquista de México por Cortés. Entre el descubrimiento de América y la implantación del sistema de trata de negros en 1528, la introdu introducci cción ón de negros negros esclav esclavos os de origen origen africa africano no se realiz realizó ó por medio medio de operac operacion iones es comerciales que no respondían a una organización entre el Estado español y otro Estado proveedor, sino entre comerciantes particulares de España y proveedores particulares de la misma misma nación nación o de otras. otras. Por ello tiene la caract caracterí erísti stica ca de un comerc comercio io anárqu anárquico ico y no sistemático y regular. De todas maneras, el comercio de negros o la trata de negros africanos, sirvió para dinamizar el proceso de la formación del capitalismo moderno en su etapa de capitalismo industrial. Son ejempl ejemplos os clás clásic icos os de esta esta inte interv rven enci ción ón,, los capit capitale aless apor aporta tado doss a Jame Jamess Watt Watt para para la construcción de su máquina a vapor, pues los aportantes habían obtenido beneficios en el
comercio de esclavos negros, como también son de este origen, los capitales que intervinieron en el tendido del ferrocarril del oeste inglés. Por todo lo anterior, África se convirtió en el terreno de cacería del hombre negro por el hombre blanco. De todas maneras, ninguna de las naciones europeas que intervinieron directa o indirectamente en las costas africanas, especialmente Inglaterra y Francia, para reunir cantidades de hombres, mujeres y niños, destinados a la esclavatura, lo realizaron a cambio de la instalación de plantas industriales o mejoras en los sistemas de cultivo. Introdujeron armas de fuego, pólvora, bebidas alcohólicas, etc., contribuyendo en no poca medida a la destrucción sistemática de las culturas autóctonas en determinadas regiones. En España predominó el concepto de la Bula papal que permitía la esclavitud de los adversarios infieles adversus infidelem, que aceptaba y permitía el sometimiento de la esclavitud a los opositor opositores es que no profes profesara aran n la religió religión n católic católica, a, apostó apostólic lica, a, romana romana.. Esta Esta calific calificaci ación ón encuadraba perfectamente para las luchas militares de las etapas finales de la reconquista de España, cuando los enemigos u opositores eran los árabes, moros o berberiscos musulmanes. También tuvo vigencia en lo referente a América en los primeros momentos de la ocupación insular y sectores continentales, pues los indios americanos no eran católicos, pero dejó de tener validez cuando el Papa Pablo II, los declaró racionales, o sea, con calidad humana y por ello en condiciones de incorporarlos a la grey cristiana por medio del bautismo. Se sentó el principio fundamental de que entre cristianos no debe haber cautiverio bélico. Con ello se sustituyó la esclavitud derivada de la guerra, por la compra-venta. Se argumentó respecto a los negros africanos que se traen de Guinea, Cabo Verde y otras provincias y Ríos y pasan por tales sin escrúpulos en España y en las Indias. Se los compraba de buena fe porque ellos se venden por su voluntad o tienen tantas guerras entre sí, en que se cautivan unos a otros, y a estos cautivos los venden después a los portugueses, que nos los traen que ellos llaman pombeyros o tangomangos. Una de las deficiencias que manifestó España durante el tiempo del comercio y trata de negros, fue que careció casi por completo de abastecimientos propios y directos de mano de obra esclava, esclava, dependiendo dependiendo por ello de italianos, italianos, portugueses, portugueses, franceses, franceses, holandeses holandeses e ingleses, ingleses, de manera directa o indirecta, para hacer llegar a sus posesiones americanas la mano de obra necesaria y reclamada. Esta particularidad, agregada a otras circunstancias, ha de convertirse en el principal causante de las introducciones ilícitas o contrabando. Ello no impidió el embarque de negros esclavos en los buques mercantes y de guerra que partiendo de puertos españoles, teóricamente Sevilla, realizaban el periplo atlántico. En realidad, partían oficialmente de Sevilla, cumpliendo los requisitos formales dispuestos por la Casa de Contratación, pero no viajaban viajab an directamente a América. Antes tocaba los puertos de Santo Tomé Tomé o Cabo Verde en la costa litoral africana de Guinea y San Pablo de Loanda en Angola, todas posesiones portuguesas. El español apreciaba al negro de Angola y de Guinea por su proverbial mansedumbre, su robusta y fuerte contextura física, todo ello unido a la aplicación al trabajo, lo que lo convertía en el obrero ideal de las explotaciones mineras. Esas regiones fueron desde donde se abasteció en mayor escala el comercio negrero. Los de Angola eran conducidos a una bahía llamada Cabilda, a través del río Zaire, por sobas, nombre que se daba a los sujetos a los sujetos africanos o no, ávidos de hacer negocios, y portugueses cazadores de hombres y mujeres negros. Las conocidas estadísticas del tráfico negrero aseguran que entre 1575 y 1591, la extracción de negros angoleños, para ser esclavizados superó los 52.000 individuos. Estimaciones de distinto origen dan una cifra imprecisa de 427.562 negros esclavos introducidos legalmente, legalmente, siendo imposible determinar determinar lo ilegal, la cantidad de buques utilizados utilizados en el tráfico tráfico negrero, la cantidad de licencias libradas por la Corona, como también la cantidad de merma sufrida por la carga en general y en cada viaje en particular. Todo ello permitiría tener una idea aproximada de la verdadera importancia del comercio antes de la trata, como también conocer más detalladamente las condiciones de los viajes y de los sufrimientos padecidos. En líne líneas as gener general ales es es posi posibl ble e decir decir que que en los siglo sigloss XVI XVI y XVII XVII,, exist existier ieron on tres tres ruta rutass tradicionales para la introducción de negros en la América hispana. Tenían como polos de atracción o concentración, los puertos de Cartagena, Veracruz Veracruz y Buenos Aires. Cartag Cartagena ena era el centro centro negrer negrero o por excele excelencia ncia y consec consecuen uentem tement ente e el distri distribuid buidor or más
importante, ya que de allí salían los negros para el Caribe, Panamá, Nueva Granada y Lima. Veracruz era el otro puerto que le seguía en importancia, pues a él llegaban los destinados a abastecer los requerimientos de negros esclavos en las minas o haciendas. Buenos Aires Aires a su vez, era la entrada para la ruta hacia las regiones del interior hasta alcanzar alcanzar Chile, el Alto Perú y Asunción del Paraguay. Esta importancia estratégica estaba debilitada por las facilidades facilidades para el contrabando contrabando que brindaban brindaban la cercanías cercanías de las posesiones portuguesas portuguesas en Brasil y la permeabilidad del litoral fluvial al coincidir en la desembocadura los ríos Paraná y Uruguay, Uruguay, formando un delta con intrincadas vías navegables. Esto último lo convirtió en el lugar casi ideal de las introducciones clandestinas de mercaderías europeas y de negros esclavos. Con las primeras se atendían la demandas de las poblaciones del interior, que debían soportar el aislamiento general de la región del Plata en relación a las rutas rutas marina marinass encami encaminad nadas as a las zonas zonas ecuato ecuatoria riales les,, y el aislam aislamien iento to impues impuesto to por las restricciones sobre comercio internacional. Además Potosí se convirtió con sus explotaciones mineras, en una constante demanda de mano de obra. En la introducción de mercaderías y esclavos hacia Potosí, estuvieron interesados comerciantes radicados en Córdoba, que se especializaron en la entrada de negros angoleños. Esa demanda de mano de obra negra para utilizarlos utilizarlos en los laboreos laboreos mineros o en actividades actividades agrícolas (azúcar) despertó el interés de particulares en la compra de negros como inversión, pues podían alquilarlos, obteniendo una renta mensual. Entre 1492 y 1789 en América hispana no existió un cuerpo legal que estuviera referido a la condic condición ión del negro negro esclav esclavo. o. Existi Existiero eron n dispos disposicio iciones nes aislad aisladas, as, Reales Reales Órdene Órdeness o Reales Reales Cédulas referidas, pero sin estructurar un cuerpo l egal orgánico. Lo que ha sido llamado el Código Negrero o Código Negro de 1789, tiene como antecedentes legal el promulgado por Luis XV, rey de Francia, en 1724. El 31 de mayo de 1789 es la fecha en que se dictó el correspondiente a la monarquía española, que contiene muchas similitudes en el francés. Para el siglo XVIII a medida que aumentaban las demandas de mano de obra esclava, para destinarla a la producción de las plantaciones de azúcar, algodón y otros vegetales, se produjo una disminución de las ideas morales, anteponiéndose el interés por mayores y mejores logros económicos a los conceptos éticos que respetaban la vida y los derechos humanos, agravando si era posible, la miseria material en que se obligaba a vivir a hombres y mujeres de la esclavitud negra.
BLANCOS, NEGROS, INDIOS Y MESTIZOS La pretensión de la corona española de mantener las distintas razas que poblaban sus reinos en el más puro aislamiento para p ara evitar las mezclas y cruzas, fracasó de manera rotunda en América. Aquí los españoles procrearon hijos con ind ias y con negras, sin límite ni medida, llegando a ser Asunción del Paraguay llamado el Paraíso de Mahoma, por la cantidad de mujeres que cada europeo tenía a su disposición. Otro índice elocuente de este mestizaje es el testamento de Irala, donde reconoce como legítimas a la hijas concebidas en varias mujeres nativas. Ese mestizaje ha dado lugar a un ordenamiento de acuerdo a quienes lo hicieron. Por ello el hijo de blanco con negra se llamó mulato; al de blanco con mulata, tercerón; al del blanco con tercerona, cuarterón; al del blanco con cuarterona, quinterón; al del blanco con quinterona, salto atrás; al del negro con india, zambo; al de negro con zamba, zambo prieto si predominaba el color oscuro en la piel. Cuando en la sucesión de generaciones aparecía un hijo con la piel mucho más oscura que la de los padres se lo llamó salto atrás. La sangre mezclada fue un gravísimo inconveniente de índole social y política porque incapacitaba para el goce y ejercicio de ciertos y determinados derechos. Llegando a poner límites y castigos para el uso de determinadas vestimentas a hombres y a mujeres o la prohibición extrema de impedir el entierro en ataúdes, pues estos estaban reservados para lo s blancos. Para otros los nombres fueron: de español con india, mestiza ; de español con mestiza, castiza; de español con castiza, español . De español con negra, mulato, de español con mulata, morisco; de español con morisca, albino; de español con albina, negro marcha atrás. Indio con mestiza, mestiza, coyote; negro con india, lobo; lobo con india, zambaigo, indio con zambaiga, albazarrado; indio con albazarrada, chamizo; indio con chamiza, cambujo; indio con cambuja, negro marcha atrás con pelo liso.
De la mezcla de europeo e india nació el mestizo; del español y la mestiza, la cuarterona; de europeo y cuarterona, la ochavona; de europeo y ochavona, la puchüela, enteramente blanca. Algunos nombres sobrepasan los enunciados como son el mulato morisco, que es el resultado del blanco con la mulata blanca. El mulato morisco solía ser rubio de ojos celestes y podía mimetizarse con el criollo euromestizo o como español, dándose casos de ser aceptado por el grupo social principal como tal. Por su parte el mulato prieto era el hijo de negro con mulata parda. Por lo oscuro de su piel se los confundía con negros africanos. Los pardos o zambos, dadas las variaciones en la coloración de la piel se los llamó cochos, chinos, cambujos, loros o jorochos. Otros grupos resultantes de las infinitas mezclas recibieron los nombres de mestizo prieto, que se podía confundir con el mulato; el mestizo pardo, llamado coyote en México, era el resultado del mestizo blanco con la mulata parda. Son muchas las denominaciones que se dieron a la infinita mezcla del mestizaje en América entre blanco, indio, negro y los mestizos resultantes.
LUGARES DE ORIGEN Y REUNIÓN Para Diego L. Molinari el origen de la mayoría de los negros esclavos introducidos en el Río de la Plata, responde a la denominación genérica de la región comprendida entre el Senegal y el Congo, pero estudios posteriores, han permitido un mejor conocimiento y por ello es posible afirmar que casi la mitad de los negros introducidos por la vía legal en el puerto de Buenos Aires, provenían de Brasil y el resto del continente africano. En las referidas estimaciones es imposible contabilizar la cantidad, procedencia y condiciones reunidas por los contingentes ingresados por la vía ilegal del contrabando. De los posibles de contabilizar por existir documentación fehaciente, los originados en África, p rovenían mayoritariamente de la franja costera atlántica y el resto, más o menos entre el 38-40% lo eran del interior continental y de la costa índica. En líneas generales es posible afirmar que los africanos esclavizados provenían en el primer caso de regiones como Congo, Guinea alta y baja, Luanda, Camerún y Gambia, recibiendo nombres diferentes, al pertenecer a distintos pueblos como fueron los bantúes, benguelas, luandos y congos, que a su vez eran divididos en naciones, como Volo, Mandinga, Revolo, Camundá, Yumbé, Aschanti, Mina, etc., llamadas como pertenecientes a la casta de Angola, mientras otras eran llamados de la casta de Madagascar , por provenir de esa isla y pertenecer a la raza bantú. Los idiomas que hablan en este amplio territorio se pueden agrupar en dos grandes divisiones: las lenguas sudanesas y las bantúes. Resulta imposible determinar con certeza el origen de los negros esclavizados entrados por Buenos Aires, al no existir un registro minucioso, ni en la documentación de las empresas o compañías que realizaron la captación en la costa africana, ni en los documentos oficiales d onde se registró el ingreso, pero por diversos métodos investigativos, ha sido posible comprobar que muchos negros eran provenientes del interior y de regiones tan alejadas de los puertos de embarque atlánticos como Sudán o de pequeños enclaves interiores. De todas maneras, los negros esclavizados, primero lo fueron sobre la estrecha faja costera, pero a medida que el negocio aumentó, lo fueron de regiones situadas en el interior, variando la distancia de los conglomerados demográficos, pues al agotarse la provisión se fue adentrando cada vez más en el interior del continente, utilizando para ello a cazadores nativos y la complicidad de los reyes regionales, sobornados con diversos materiales que iban desde bebidas alcohólicas, armas, abalorios, tapices o telas muy variadas y coloridas. Los reyezuelos africanos vendían a sus súbditos, fueran prisioneros de guerra o condenados a la esclavitud por deudas o delitos. Los negociantes tenían la tarea de recogerlos y reunirlos para luego disponer el posterior embarque. El precio originario fue ínfimo en relación al pagado en cualquier puerto de Brasil o en el interior donde estaban establecidas las plantaciones azucareras. Las monedas corrientes usadas para las transacciones fueron las cauríes, consistentes en una cáscara de un molusco que adquirió un gran valor como moneda en tierra africana. Después con el desarrollo e importancia del tabaco, éste lo reemplazó como moneda. Tres fardos de tabaco ordinario constituían el precio de un negro. Ese esclavo, comprado por ese precio se vendía en los puertos de Brasil en 150.000 reis y triplicaba ese valor en las plantaciones más alejadas o en las más necesitadas de mano de obra. El elemento exportable lo constituían los huassas, gegé, nagó, y el bantú. Este último en el sur del continente africano.
El huassa, se distinguía por ser de religión mahometana, por influencia de los negreros árabes. Era casi siempre un negro altivo, económico, aseado y guerrero, ya que provenía de las tribus guerreras de la región del Níger. Los gegé, eran fetichistas; los joruba, también conocido como nagó, correspondían a los grupos más importantes de la costa durante los siglos XVI y XVII. En la estadística posible de confeccionar con la documentación existente en el Archivo General de la Nación, respecto a los negros entrados desde Brasil entre 1742 y 1806, la cifra es de casi 12.500 negros esclavos, quedando de lado, como se ha indicado la cantidad introducida por la vía ilegal del contrabando. Lo más interesante de esta documentación es la comprobación de los lugares de embarque, que no siempre son el lugar de origen. De todas maneras es posible mencionar Senegal, Gambia, Mayumba, Angola, Mozambique, Cabo de Buena Esperanza y otros lugares no especificados. La simple mención de esos lugares demuestra el amplio abanico de provisión, ya que no hay puertos exclusivos y aparentemente no hubo restricciones para realizar el comercio negrero, salvo las emergentes de los conflictos internacionales. Por lo tanto, al mismo tiempo que es imposible precisar los orígenes, es posible intuir que lo fueron de cualquier lugar. Eso último se ha de ver más adelante cuando se trate el tema de las sociedades de negros que existieron en Buenos Aires.
TRAVESÍA En los primeros tiempos del comercio de negros, los barcos de carga utilizados eran de unas doscientas toneladas, pero los adelantos técnicos permitieron aumentar la capacidad de transporte. No corrieron igual suerte las comodidades para la tripulación, así se tratase de oficialidad o marinería. Consecuentemente, las instalaciones para los negros esclavizados siguieron siendo precarias y muy malas. Lo eran al grado de que los barcos dedicados a la trata de negros eran llamados tumbeiros, que significa enterratorios. Una vez que estaban reunidos en tierra, cerca del lugar del embarque y después de haber concertado con los vendedores los precios y las cantidades, se los marcaba con un hierro al rojo, para demostrar que eran propiedad del negrero o de la compañía negrera. A los hombres se les aplicaba la marca en la espalda a la altura de los omóplatos y a las mujeres en las nalgas. Esas marcas eran confeccionadas con letras que individualizaban claramente al propietario, o medallas. El Duque de York, de la Compañía de Reales Aventureros, dispuso que a los esclavos comprados por su compañía se los marcara con una D y una Y. Esta operación causaba terror entre hombres y mujeres, dando lugar a suicidios, huidas, amotinamientos, etc. Era la primera etapa del terror que los acompañará en la travesía, el desembarco y a muchos el resto de su vida. Terminado el marcaje se los trasladaba en grupos pequeños hasta el barco, con el uso de botes del mismo u otros que alquilaban. Al subir se los volvía a contar, manteniendo a la tripulación alerta y armada para prevenir motines o huidas. Su alojamiento era en las bodegas y el de la tripulación en la cubierta, pero tanto esclavos como tripulantes carecían de baños, duchas u otras instalaciones sanitarias de la misma manera que ambos sectores carecían de privacidad. El espacio físico que se les destinaba era de seis pies de largo por dieciséis pulgadas de ancho, el espacio que hoy abarca un cajón para muertos, de condición humilde. La altura entre las distintas bateas donde viajaban los esclavos los esclavos no superaba los dos metros. Los esclavos viajaban engrillados en la bodega de los barcos en cuyos pisos superpuestos sólo podían estar acostados o sentados teniendo menos espacio en su encierro que el que tienen en sus tumbas. El relato dejado por un franciscano italiano que viajó muchas veces en barcos negreros informa que los hombres eran apilados al fondo de la cala, encadenados para que no se sublevasen y matasen a todos los blancos de a bordo. Se reservaba a las mujeres al segundo entrepuente. Las mujeres encintas eran reunidas en la cabina de popa. A los niños se los amontonaba en el primer entrepuente como sardinas en barril. Si querían dormir caían unos sobre otros. Para satisfacer sus necesidades había sentinas, pero como temían perder su lugar, se aliviaban donde se encontraban, sobre todos los hombres cruelmente amontonados de manera que el hedor y el calor llegaban a ser intolerables. La promiscuidad, el hedor, la falta de aire y luz, la mala alimentación, todo esto creaba el
ambiente favorable para el estallido de epidemias y la propagación de toda clase de enfermedades, la pero de las cuales fue, sin embargo, la nostalgia. El relato anterior indica que para evitar la propagación de la enfermedades se mataba a los enfermos. Se los encadenaba o engrillaba a los hombres de a dos. Uno de la muñeca y del tobillo derecho con otro de muñeca y del tobillo izquierdo. Las mujeres y los niños quedaban en situación de restringida libertad para recorrer el barco. Las mujeres fueron siempre consideradas como el botín obligado o el premio cotidiano de los hombres blancos, llevados muchas veces por la leyenda de la insaciable capacidad sexual que las animaba. Todos, hombres, mujeres y niños eran obligados a permanecer a bordo con la menor cantidad posible de ropa, por el intenso calor de la zona equinoccial que era atravesada antes de llegar al continente americano. Esa situación de desnudez para los cuerpos tirados sobre las tablas sin cepillar, movidos por el oleaje, causaba muchas heridas en los codos, dejando los huesos al descubierto. Estas condiciones imperaron tanto cuando la carga totalizaba 200 cuerpos, como cuando su número era de 700. Las dificultades para realizar la evacuación normal de los detritus humanos, sumadas a los vómitos, sangre, pus y otras sustancias producidas por las heridas en estado de descomposición, más el sudor humano, mal ventilado, daban al ambiente de las distintas plataformas en que se alineaban, una característica de opresión, desánimo y abandono espiritual y material que llevaba a muchos esclavos a enfermarse de tristeza, al mismo tiempo que eran caldo de cultivo para el desarrollo de enfermedades incubadas en los organismos desde antes de su captura, causando la aparición de la viruela. Dadas las muy malas condiciones higiénicas reinantes, cuando aparecía algún enfermo de viruela, para evitar contagios mortales, se procedía a sacarlo del lugar donde estaba encadenado o engrillado y arrojarlo al mar por la borda. Estado sanitario de las cargas humanas distaba de ser bueno. Se puede estimar que la cuarta o quinta parte de las mismas ya estaba afectada de alguna enfermedad o presentaba defectos físicos. Por los malos tratos recibidos durante la captura era normal encontrar manos a las que les faltaban uno o dos dedos, y por los castigos anteriores, no era raro los miembros quebrados y mal soldados, como también cicatrices en el cuero cabelludo o el cercenamiento de alguna oreja. Abundaban los tuertos, bizcos, rengos. En las mujeres abundaban las lesiones oculares, golpes lacerantes en todo el cuerpo. Entre la s enfermedades más comunes estaban, como se ha dicho, la viruela, la fiebre amarilla, sarna, tiña, dengue, melanuria, amebas, variadas formas de disentería bacilar, los parásitos intestinales de la anquilostomiasis, dermatosis tropical, elefantiasis, fiebres (calenturas) muy diversas, mal gálico o bubas (sífilis), mal de Luanda, escorbuto, tisis, hidropesía, gota, parótidas, lepra, disentería, gota coral, epilepsia, diarrea, oftalmía y sirigonza. La viruela y la disentería fueron las enfermedades que más víctimas causaron. Para mantener el control de la carga humana se apeló al terror, dando castigos excesivos con látigos confeccionados con cueros de elefante o hipopótamo, con nudos en las puntas. Tenían nueve ramales y por ello eran llamados gatos de nueve colas. El alimento se distribuía dos veces al día. La primera a media mañana, consistente en arroz, mijo o harina de maíz cocidos y a veces se la acompañaba con pedazos de carne (charqui o tasajo). Se complementaba con ñames, mandioca o plátanos. La bebida era distribuida en cazos, uno por persona. Por la tarde, antes de anochecer, se repetía la operación. Para tratar de compensar las horas de quietud forzada que tenían que soportar y que producía calambres en los grandes miembros, y el abandono espiritual y físico llamado banzo, se aprovechaba la salida a cubierta para permitirles bailar y cantar al son de tambores u otros instrumentos africanos, al mismo tiempo que se los incitaba a bailar con grandes saltos, tratando de activar la circulación sanguínea, pero como estaban engrillados o encadenados, esos ejercicios producían heridas de muy difícil cicatrización por la ausencia de medicamentos adecuados. Estas acciones diarias eran llamadas las danzas de los esclavos. Si faltaban instrumentos adecuados se utilizaba alguna marmita puesta boca abajo, no faltando el violín o la gaita.
Durante el tiempo de canto y danza la marinería debía estar atenta para evitar suicidios, amotinamientos o revueltas que producían pérdidas humanas en la marinería y la esclavatura. Mientras los esclavos eran sacados a cubierta para comer y danzar, algunos marineros bajaban a realizar una limpieza ligera, en los lugares donde permanecían encadenados, para dejarlos de nuevo, en condiciones más o menos higiénicas. A pesar de las precauciones que se tomaban, todas las mañanas había que arrojar al mar los cuerpos de los muertos acaecidos durante la noche, causado por algunas de las enfermedades mencionadas. Durante la travesía los suicidios eran cotidianos, las tentativas de huida muy frecuentes, especialmente en el puerto de embarque. A lo largo del tiempo que duró el comercio y la trata de negros, se produjeron amotinamientos que costaron muchas víctimas. Respecto a la posibilidad de un alzamiento en alta mar las oportunidades disminuían, pues los esclavos no estaban en condiciones de dominar y gobernar una embarcación, pero se registraron estos hechos, que terminaron casi siempre con la muerte de blancos, negros y la pérdida de la nave. Si bien los precios variaban de continuo, por múltiples razones, los siguientes pueden servir para dar una idea de las ganancias obtenidas en este tráfico infame: un esclavo comprado en Angola por 22.000 reales se podía vender en Brasil en 80.000. A esa cantidad hay que agregar lo pagado por los importadores del Río de la Plata y lo obtenido finalmente en las ventas realizadas en Buenos Aires, a los particulares. Los mencionados padecimientos sufridos durante los viajes de travesía pueden ser ejemplificados con la siguiente información: El buque San José, cargado en Quiloa con 349 negros, llegó a Buenos Aires con 127 vivos. Significa una pérdida del 36%; el María cargado en Mozambique con 267 esclavos, arribó con 89; Nuestra Señora de la Estrella salida con 90 esclavos de un puerto de Brasil, llegó con 66; Joaquín inició su viaje en Mozambique con 301 negros y llegó a Montevideo con 30.
ARRIBADA La verdadera importación de negros por Buenos Aires se inició con las operaciones comerciales realizadas por el Obispo Victoria del Tucumán, en 1595, continuando de manera esporádica en años sucesivos. Se sabe que entre ese año y 1600 ingresaron oficialmente 1095 negros y en los tres años siguientes 3291. Desde entonces y hasta 1605 llegaron y fueron internados, bajo el control de las autoridades españolas 1628. Esto significa que en el término de un decenio son más o menos 6000 los negros esclavos ingresado por la vía de la legalidad. Quedan sin registrar los ingresados por contrabando. El fin del viaje marítimo no significó siempre el fin del traslado, pues muchos esclavos fueron vendidos para otras plazas que no eran los puertos de arribada. La llegada del buque negrero, casi siempre era anunciado por el olor a materia descompuesta que se desprendía de él y que el viento llevaba, sirviendo de heraldo. Cuando el buque fondeaba recibía la visita, que era también control de las autoridades, para verificar que los documentos coincidían con el contenido del buque, anticipándose a maniobras de contrabando. Entre los funcionarios que también subían a bordo estaba el médico, quien verificaba el estado de salud de la carga humana y dictaminaba si procedía a la internación en cuarentena o se podían bajar los esclavos a tierra firme. Corresponde hacer notar al respecto que cuando se creó el Protomedicato en Buenos Aires, durante la administración de Juan José de Vértiz en 1779, una de las primeras medidas fue regular el ejercicio de la medicina, pues quienes se titulaban médicos, no lo eran, pero sí charlatanes, barberos, boticarios y sangradores. A ello hay que agregar, para tener una idea muy somera sobre el estado sanitario de la ciudad de Buenos Aires, durante el período hispano y buena parte del independiente, la mala calidad del agua consumida pues provenía de las capas subterráneas o el río y era muy mal tratada en cuanto a las condiciones de hacerla potable. Era común encontrar en las calles o en los huecos o baldíos animales muertos, infinitos desperdicios, restos de innumerables materiales que al descomponerse atraían, junto con los pantanos a moscos, perros sueltos, algunos rabiosos o muy peligrosos por la agresividad constante, mosquitos y ratas, como también los enterramientos muy superficiales realizados en los jardines de las iglesias. Todo ello conspiraba para que fuera posible la propagación de enfermedades introducidas con los negros esclavos,
especialmente la viruela, que constituyó una amenaza constante, o escarlatina, descripta como fiebre pútrida con llagas a la garganta, a la que hay que agregar la sirigonza, que era así llamada la diarrea de los negros bozales. Por consiguiente, las inspecciones debieron ser muy malas desde el punto de vista profesional. La decisión de mantener el buque y su carga en cuarentena, por la posibilidad de propagar enfermedades como la viruela, significaba para los cargadores y despachantes navales tiempo perdido con el aumento de los riesgos de mayor mortandad. Se dio el caso en más de una oportunidad de plagas transmitidas por esclavos, con los consiguientes reclamos de autoridades y pobladores, que se pueden consultar en las páginas del extinguido Cabildo. Un caso típico del mal estado de salud de la carga de negros esclavos son el arribo del buque Amphitrite y algún otro, que dieron lugar a un largo trámite administrativo para permitir el desembarco de los negros, pues de los 500 embarcados, más de 300 estaban afectados de calenturas, tiña, viruela y otras enfermedades epidémicas. También se dieron casos en que las autoridades exigieron el estricto pago de los derechos de internación a bordo, desatendiendo los reclamos de desembarco y atención de los negros, para poder alimentarlos y brindarles mejor atención médica, al mismo tiempo que se aceleraba el proceso de venta y con el barco desocupado, poder recibir la carga de retorno. Por su parte las autoridades temían el contagio y dispusieron que a los negros se los alojase en extramuros del lado sur. El cuidado que los esclavistas y las autoridades tenían con respecto a los negros que morían después del desembarco, debió ser muy poco, pues en más de una oportunidad se hicieron sentir las quejas y reclamos referidos a los cadáveres de negros abandonados en los huecos de la ciudad o arrastrados por las calles. La operación de desembarque se realizaba desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde, o sea en las horas del sol. Si en ese tiempo no se habían podido desembarcar a todos, se procedía a cerrar las escotillas, para evitar huidas o desembarcos clandestinos, se ponían guardias a bordo, a la espera del día siguiente. De acuerdo a la documentación posible de consultar en el Archivo General de la Nación, es relativamente poco el contrabando encontrado a bordo de los buques negreros, pero por otros documentos, también ubicables en el mismo repositorio, es posible comprobar la complicidad de las autoridades hispanas para facilitar el contrabando. Una de las maniobras favoritas en este sentido era cargar el barco con la mitad de su capacidad con esclavos, aduciendo razones de humanidad, y la otra mitad con mercaderías, no declaradas, para su desembarco clandestino en horas de la noche o en la extensa costa que va desde el Delta hasta Samborombón. Para esto se procedía primero a la descarga de las mercaderías en pequeñas cantidades, en lugares ya establecidos en la costa. Allí lo recibían gauchos que luego trasladaban lo recibido a almacenes preparados al efecto en quintas cercanas a Buenos Aires y cubrían los bultos con parvas de paja, preparadas exprofeso. En estas maniobras delictivas tomaban participación desde los gobernadores hasta los gauchos de la campaña que eran necesitados para el acarreo. Una vez que el barco estaba libre de mercaderías se acercaba al puerto de Buenos Aires y hacía su entrada oficial. Las autoridades entonces no tenían nada que objetar, concentrando su labor al tema de los negros. De las cifras y estadísticas posibles de contabilizar de acuerdo a la documentación del Archivo General de la Nación, además de ser parcial e incompleta (Ver Molinari y Studer), presenta la constante de que ella no es lo totalmente veraz que se desea, pues comparando las arribadas al puerto de Buenos Aires con las salidas consignadas en Sevilla, por ejemplo, se comprueba una notable discrepancia, siendo lo arribado nada más que algo menos del 20% de lo salido. Esta proporción también se comprueba en el Registro Estadístico de Trelles. Puede argumentarse que muchos buques se desviaron del destino original y dejaron su carga humana en otros puertos americanos, o que la mortandad fue muy superior a lo calculado. Sin embargo los principales trabajos realizados en España, utilizando la documentación allí reunida sobre esclavatura, descontando las pérdidas por asaltos en las rutas, los hundimientos, las muertes registradas de los esclavos y otras causales de disminución de ingresos, da una constante entre el 25 y el 28%, como promedio. Estos porcentajes coinciden con estudios realizados respecto a la introducción de negros en el Caribe Insular y en Estados Unidos. Hay también casi una coincidencia total respecto a los sexos: 2/3 hombres, 1/3 mujeres.
Respecto a los niños no llegaron a superar el 12% del total de cada embarque, y como consecuencia del total importado. Existe también casi perfecta coincidencia en lo referente a los precios pagados por los esclavos en América Sajona y América Española, en determinados períodos coincidentes, haciendo al mismo tiempo la equivalencia en el poder adquisitivo de la moneda. Todo ello hace pensar que la importación de negros por el puerto de Buenos Aires, fue la tapadera de un importantísimo comercio clandestino de mercaderías acompañadas de mano de obra esclava. Por su propia naturaleza, lo clandestino, es imposible de rastrear y reconstruir en series de cifras confiables. Por lo anterior, cuando se trata el tema del ingreso de negros por el puerto de Buenos Aires durante el período hispano, debe asociarse al ingreso clandestino de mercaderías, pues ambos términos de esta ecuación portuaria están íntimamente ligados entre sí, no pudiendo decirse cual de ellos se realizó para beneficio del otro. Tienen la misma interrelación que en la región caribeña y en los Estados esclavistas de Estados Unidos ya que existió entre las plantaciones de algodón, tabaco, azúcar e índigo, pues no pudieron existir sin el negro esclavo introducido, carece de explicación y justificación sin aquellas. Para Buenos Aires esclavos y comercio ilícito son las dos caras de una misma moneda, como lo son esclavo y plantación de azúcar o algodón o tabaco, para el Caribe y el Hemisferio Norte. PALMEO Cuando se desembarcaba a los negros se los conducía a determinados lugares para su concentración, casi siempre plazas públicas, o lugares abiertos, para una mejor vigilancia. Cuando se había terminado el arribo se producía el palmeo, que era una operación para medirlos en altura y luego por descarte, poder establecer que cantidad de cabezas de negros habían entrado y que cantidad de piezas de Indias había, para pagar sobre esta última cantidad de derechos de internación. El palmeo deriva de palmo o cuarta, que es una medida española determinada por la distancia entre la punta del pulgar y la punta del meñique en una mano abierta, del hombre adulto. Era de unos 21 centímetros. Para palmar a los negros se los medía con una varilla de madera, sobre la que se habían marcado las palmas o cuartos, las medias palmas o medios cuartos y los cuartos de palma o cuarto de cuarto. En general se acepta como válida la clasificación hecha por Molinari respecto a los negros cuando dice que se les llamaba cabeza de negro o cabeza de esclavo, a todo individuo de cualquier edad, sexo y condición; pieza de India, para todo hombre o mujer desde quince hasta los veinticinco o treinta años, robusto, sin taras ni defectos y con todos sus dientes; un cuarto, media pieza o cuatro quintos de pieza, correspondían a los que por edad, estatura y salud no llegaban a llenar las anteriores condiciones; tres piezas de Indias, constituían una tonelada de negros. Un negro bozal era el recién llegado de África, sin haber estado en otra parte del continente; ladino se llamaba al que ya tenía un año de esclavitud en América hispana. Finalmente negro de asta, o cabeza de esclavo el que llegaba a la medida llamada asta; muleque era el negro bozal de siete a diez años; mulecón, el negro bozal de diez a quince o dieciocho años. A los muy pequeños se los llamó mulequilla o mulequillo. La determinación de estas diferenciaciones necesitó la intervención de expertos en el tema. Estos registros pueden servir para tener una idea de la cantidad y calidad de los negros introducidos, pero pierden importancia, pues los ingresos ilegales impidieron la constatación del palmeo. Una vez medidos se los agrupaba separándolos por sexo, considerando los defectos físicos o enfermedades que se podían detectar, para fijar un valor estimativo que los abarcara a todos los integrantes de cada grupo. El ideal del negro esclavo era el mayor de quince y menos de treinta años, sano, robusto con la dentadura completa y en buen estado, que llegaba a una altura de 7/4, o sea 1,67 metros como mínimo. Sobre ese tipo ideal de negro se pagaban los derechos de internación sin protestas, pues era posible obtener un buen precio de venta y con ello una apreciable ganancia. Por ello no hay que dejarse llevar por las declaraciones sobre defectos y enfermedades de los negros arribados (que las hubo y en cantidades no despreciables), en primer lugar, porque de ser ciertos, no hubieran sido embarcados en el puerto de origen y en caso de enfermedades contraídas en el traslado, estaban consideradas en el margen de pérdida
(25 a 28%), y por ello era un riesgo calculado, como lo eran los suicidios, las fugas o muertes por causas muy variadas. Los defectos y las enfermedades existieron, pero no en la cantidad exagerada que las declaraciones existentes que los repositorios de todo el mundo muestran. Deben ser tomadas como maniobras de los esclavistas introductores para reducir el número de cabezas de Indias sobre el número de cabezas de esclavos y con ello pagar menos derechos, abaratando el costo real.
CARIMBA Esta palabra es de origen portugués y designa al hierro utilizado para marcar los esclavos, tanto en la operación de embarque en África, como en el d esembarque en las posesiones americanas. Fue llamado de esta manera en la mayoría de los países latinoamericanos, con excepción de Cuba y Bolivia, donde se lo llamó calimba y en Perú donde el nombre fue carimbo. Tenían la misma función que las marcas aplicadas al ganado, pues servían para demostrar la propiedad del introductor legal. Casi siempre tenían signos o letras que identificaban al propietario y son posibles de encontrar en legajos del Archivo General de la Nación referidos a compras de esclavos, sirviendo también para el control de las caravanas de escla vos que partían para el control de las caravanas de esclavos que partían de Buenos Aires al interior, pues su ausencia denunciaba el ingreso irregular. La operación de marcar o carimbar a los esclavos se realizaba a continuación del palmeo y volvía a ser otro episodio terrorífico para los esclavos. Se la aplicaba en el pecho o los omóplatos en los hombres y en los glúteos a las mujeres, casi siempre cerca de la anterior marca aplicada al embarcar. Dio lugar a más de una escena de rebeldía o intentos de fuga masivos, a pesar de encontrarse encadenados y en tierras extrañas. Se siguió practicando esta bárbara costumbre en Buenos Aires hasta que el ministro Gálvez la suprimió por R. O. del 4 de noviembre de 1784. Una vez terminada esta etapa, se concentraba a los negros en determinados lugares, casi siempre en la plaza de la Aduana, para proceder a su venta particular o en almoneda. Es casi imposible determinar el precio promedio de un negro o un negra, pues el mismo dependía de múltiples factores, de quienes lo compraban y del destino que se les daba. Lo que es posible determinar con más precisión, es quienes eran los adquirentes, pudiendo decirse que salvo los carentes de dinero o los marginados por ley, todos podían comprarlos. Es así como aparecen en los documentos del A.G.N. funcionarios reales, del Cabildo, tenderos, almaceneros, quinteros, hacendados, sacerdotes o directivos de órdenes religiosas afincadas en Buenos Aires o en el interior, familias tradicionales, pulperos, propietarios de tahonas, etc. TRATO En lo que respecta al trato dado a los esclavos en la sociedad del Río de la Plata, hay que hacer la salvedad que salvo excepciones anómalas, el trato dispensado por los patrones de esclavos fue benigno. Muchos de ellos fueron adquiridos para el servicio doméstico y por ello debieron vivir en ambientes familiares, donde la violencia no era lo cotidiano a pesar de la autoridad paterna sin límites que regían en aquel entonces. Al no existir casi indios dispuestos a conchabarse en el servicio doméstico y la ausencia total de los blancos europeos para esos menesteres, hizo que el negro llenara la demanda de servicio. El europeo comerciante de medianos recursos, necesitaba para su atención personal y de su casa, por lo menos cuatro o cinco criados, en el caso de ser soltero. Si era casado y con dos o tres hijos, ese número se multiplicaba por dos o tres, dependiendo del nivel social y del giro comercial alcanzado. Además de los blancos e indios, el tercer elemento étnico lo constituyó el africano. Comenzó a llegar en cantidades apreciables para principios del siglo XVII y formó la mano de obra del personal doméstico y del artesano manual. Su valor comercial era grande y su propiedad significaba riqueza, fuente de ingresos y status social. Los esclavos vivían la vida de sus amos, a quienes servían fielmente; se ganaron la benevolencia y eran tratados con suavidad. En la ciudad de Buenos Aires no se conocieron las crueldades que en otras regiones hicieron odiosa la esclavitud doméstica o laboral. Se los distinguía con diferentes nombres, según hablaran o no el castellano. A los primeros se los llamó negros ladinos y a los segundos negros bozales. Los negros tenían bastante libertad y aparte de sus tareas específicas no era raro que se
dedicaran a producir diferentes artesanías cuya renta, en muchos casos, representaba buena parte de los ingresos familiares. Cuando el blanco bautizaba a los esclavos, además del nombre cristiano, le daba su propio apellido, como se ha dicho antes y esta costumbre se extendió incluyendo a pardos y morenos. El negro esclavo era utilizado por el propietario blanco en todos los oficios manuales que el español se resistía a desempeñar. Unas veces lo hacían en talleres, por jornales que percibían de sus amos, y otras trabajaban directamente bajo la dirección de éstos. Sus mujeres mientras tanto, atendían las tareas domésticas y colaboraban en aquellas faenas caseras, que representó un verdadero ahorro en la economía familiar. Una tarea reservada, casi con exclusividad a las negras, fue la de hacer de amas de leche de los hijos de la familia a la que pertenecían, atendiendo a esos hijos ajenos con afecto y dedicación como si se tratara de hijos propios. Contra lo que pudiera esperarse, dado el número relativamente considerable que alcanzó a haber, los africanos no se multiplicaron mucho entre sí. Cuando aumentó el número de los negros, fueron autorizados a reunirse en naciones, que designaba a su jefe o rey y celebraban reuniones de baile y canto, acompañando a ceremonias típicas de sus lejanos orígenes, donde por transculturación mezclaron el culto ancestral con el catolicismo imperante en la sociedad de los blancos. El buen trato dado a los negros, no significó en ningún momento la equiparación con el blanco. Nada pudo vencer el prejuicio que separaba a esos elementos étnicos. El español se mostró reacio para admitirlos, a pesar de no ser esquivo para cohabitar ilegalmente con las mestizas, cuya escala de colores fue una de las preocupaciones constantes de la sociedad en el período español. La separación fue siempre bien marcada, en talleres, oficios, escuelas, orfelinatos u hospitales, pues se temía que los vicios reales o imaginarios de los negros, pudieran propagarse entre los blancos. Un ejemplo de estos últimos prejuicios fue lo acaecido en la segunda mitad del siglo XVIII en el convento de Capuchinas, donde casi se amotinaron las monjas por haber sido admitida una persona que fue señalada como mulata. El escándalo trascendió los muros del convento y se desparramó por la ciudad, creando bandos enfrentados y causando la intervención de las autoridades eclesiásticas y civiles sin llegar a poner fin a la cuestión, que terminó cuando se produjo la muerte de la mujer en cuestión. A ello hay que agregar el desprecio que el blanco tuvo para todo lo vinculado y relacionado con el negro, al grado de dar nombres distintivos para las graduaciones de mezclas étnicas pues el concepto de inferioridad racial referido al negro africano y sus descendientes americanos, penetró profundamente en el vocabulario popular, al grado que mulato, fue el desprecio más generalizado y agraviante, pues encerraba connotaciones despreciativas para las condiciones morales de las personas. Los esclavos, únicos negros que llegaron al Río de la Plata, se consideraban piezas de comercio y figuraban en inventarios y tasaciones apenas en lugar diferente al del ganado, posiblemente debido al alto precio que significaban. Uno de los principales contrabandos ejercidos en los siglos XVII y XVIII fue el de los negros, que enriqueció a no pocos comerciantes porteños. La importancia del comercio negrero fue tal, que la corona española otorgó permisos especiales para recompensar o premiar actuaciones durante las in vasiones inglesas. El viento del norte, cuando soplaba, traía del Retiro el olor de los negros que estaban concentrados en el asiento, por lo que en 1793 se ordenó cambiar de ubicación al mismo, para evitar a la población el hedor y las miasmas. El comercio negrero era aceptado por todos y los obispos no fueron una excepción, pues participaban activamente en el mismo. La llegada de negros a Buenos Aires se remonta a la época de Pancalto, ya que a bordo de sus naves había dos negros llamados Macián y Vivencio, que tras mucho papeleo fueron rematados el 30 de diciembre de 1539. Los relatos de viajeros en el período español, demuestran su sorpresa por el trato benigno dispensado a los esclavos y ni uno solo que manifieste haber sabido o presenciado castigos físicos brutales. Concolorcorvo, que tan atento y crítico observador se manifestó, no ha dejado expresiones en contra del trato social y personal recibido por los esclavos en la región del Plata, por lo benigno. Respecto a los viajeros extranjeros su sorpresa es muy manifiesta al no encontrar la expoliación,
la venganza sanguinaria ni los castigos excesivos. Los buenos tratos que predominaron no ocultan ocasionales excesos con apaleamientos o castigos en el cepo, que patrones muy rigurosos aplicaron a sus esclavos, de la misma manera que no es posible ocultar algunas mañas o comportamientos antisociales de algunos esclavos, ya fueran hombres o mujeres. Sin embargo, la condición de castas, imponía numerosas limitaciones tanto en la ropa, como en las joyas, peinados, calzado, relaciones sociales, ya que eran el último estamento social. Por ello no ha de sorprender encontrar en los documentos del A.G.N. limitaciones que nos resultan ridículas, para nuestros conceptos, pero tuvieron plena vigencia y observancia en el momento histórico respectivo. Se prohibió por ejemplo, la introducción de negros esclavos que estuvieran casados, sin la mujer y los hijos, cuando la realidad práctica demostró que la formación de los contingentes embarcados se realizó por la astucia, el engaño y la coacción, sin interesar la familia del embarcado. También se prohibió que las mulatas o las negras se vistan con orlas ni perlas, seda ni mantos; los hombres tenían prohibido portar armas de fuego o blancas, aún cuando fueran acompañantes de blancos; de la misma manera se prohibió que los negros, hombres o mujeres, andar solos de noche por las calles, pero era conocida la costumbre de empresarios blancos de armar grupos llamados teatrales, casi siempre con varias mujeres blancas o de color, para actuar de noche y hacerlas ejercer la prostitución. También se prohibió el trabajo de los negros los domingos y fiestas de guardar, con la obligación de oír misa, para que aprendieran la doctrina cristiana. Otra prohibición muy común era el amancebamiento entre negros, mulatos, zambos o entre miembros de las distintas castas aludidas en otra parte de este trabajo. Se aceptaba la cohabitación previo casamiento religioso. Sin embargo, no siempre el blanco observó las reglas de la religión cristiana respecto a los negros fallecidos, pues son numerosas las quejas de los vecinos respecto a los cadáveres de esclavos que se encontraban tirados en los huecos, o arrastrándolos por las calles, para abandonarlos luego insepultos, esperando que fueran devorados por los perros o los cerdos sueltos, como lo eran los fetos o recién nacidos abandonados en zaguanes o baldíos. Son ya clásicos los relatos respecto a la negrita que acompañaba a la señora o señorita de la casa al templo, portando la alfombra donde se arrodillaba o la llamada negrita del coscorrón, que era la mulatita que cebaba mate, atendía las órdenes o caprichos del ama y siempre estaba cerca y disponible para recibir el coscorrón o el tirón de mechas, con que se descargaban los nervios o las frustraciones. OCUPACIONES Y OFICIOS Además de la compra para el servicio doméstico, muchos esclavos fueron adquiridos para que aprendieran un oficio y trabajaran fuera de la casa por un salario o retribución que acordaba el patrón. Este dinero era una forma de solventar las necesidades de la casa respectiva. Hubo así carpinteros, violinistas, herreros que hacían esas funciones. Algo parecido hicieron muchas negras y mulatas especializadas en pastelitos, pan, tortas y empanadas. Esta actividades se difundieron mucho entre los esclavos manumitidos, lo mismo que las lavanderas en el río o las planchadoras en sus ranchos o en las casas de los amos. Donde se destacó la mujer africana fue como ama de leche, y en el cuidado y crianza de los bebés y de l os niños, por el afecto demostrado, el cuidado manifiesto y la suavidad de los métodos de enseñanza de las buenas costumbres y obediencia debida a los mayores. No debe olvidarse el múltiple papel de la mujer en la sociedad africana, donde su función matriarcal, sirvió para dar cohesión a la familia, si bien hay que señalar la promiscuidad manifiesta en sus relaciones sexuales, pues no buscaba maridos ni padres para sus hijos. Sólo quería descendencia, tal vez llevada por el ancestro de la familia numerosa de la que era centro. Es posible decir sin exageración que salvo las ocupaciones negadas por la ley (sacerdote o funcionario estatal o municipal), el resto del amplio espectro del trabajo fue desempeñado por los negros y negras. Además de la ocupaciones domésticas, se los ocupó en el cuidado de las caballadas, bueyes y arrias de mulas, corte de leña, cuidado y conducción de carretas. Las autoridades cabildantes fueron siempre muy remisas para permitir la agrupación en gremios a negros, mulatos o mestizos de las distintas castas, como fue el caso de los zapateros. Por su parte los utilizaron en muy variadas ocupaciones como el zanjeo de las calles, para desagotar los pantanos que se
formaban en las épocas de lluvia, combatir las hormigas, los perros y las ratas que amenazaban de continuo a la población; retirar de los huecos los cadáveres y también fueron ocupados como pregoneros, faroleros, serenos y hasta verdugos. Hubo esclavos que fueron comprados exprofeso para hacerles aprender un oficio y luego emplearlos como mano de obra experta y lograr el aporte de dinero para mantener la casa del amo. También hubo panaderos, alarifes, veleros, peluqueros, marineros, ladrilleros, proveedores de agua del río, pescadores y vendedores de pescado, matarifes y carniceros a domicilio y muchos otros oficios. En las quintas y campos fueron empleados en la preparación de los sembrados, siembras, cosechas, yerras, amansamiento de los caballos, conducción de tropillas o arreos vacunos, de la misma manera en que fueron utilizados para la caza de animales cimarrones, marcaje o castración, llegando muchos de ellos a ser muy gauchos y por ello, respetados y considerados dentro de la comunidad campestre. También hubo guitarristas y cantores. Como curiosidad es posible anotar que a fines del siglo XVIII, los negros Roque y Tadeo fueron muy populares entre la gente adinerada de Buenos Aires por dedicarse a alquilar coches y carruajes de paseo.
COMERCIO Y TRATA EN EL RÍO DE LA PLATA A manera de síntesis y para hacer comprensible la maraña de altibajos registrados en el comercio y la trata de negros en el Río de la Plata, se acompaña el siguiente cuadro esquemático: Primera época: - Asiento otorgado a Enrique Ehinger y a Jerónimo Sayller, entre 1518 y 1532. - Asientos parciales celebrados con varios contratistas en los años 1541, 1561, 1571 y 1586. - Contrato o asiento celebrado con Pedro Gómez Reynel entre 1595 y 1601. Segunda época o período portugués: - Asiento otorgado a Juan Rodríguez Coutinho, y a su hermano González Váez Coutinho, entre los años 1601-1603. - Renovación del asiento al segundo de los nombrados, en los años 1604-1609. - Asiento a favor de Martín Cuello o Coelho, en el año 1609. Como se comprobó que el titular era otro, se procedió a rescindir el contrato respectivo. - Entre 1609 y 1615 se realizó la trata de negros de manera directa, por parte de la corona española. - Asiento a nombre de Antonio Rodrígues Delvas, quien inicia la internación de negros al interior del territorio. - Asiento a nombre de Diego de Pereira en el año 1617. - Asiento a nombre de Manuel Rodríguez Lamego que se inició en 1623 y terminó en 1631. - Asiento parcial a favor de Nicolás Salvago, quien había comprado 1500 licencias libradas a nombre del arzobispo de Toledo, en el año 1631. - Asiento que duraría entre 1631 y 1640, pero que fue declarado anulado al estallar la revolución en Portugal. Tercer período: - Entre 1640 y 1651 se interrumpió la trata. - Entre 1651 y 1662 se volvió a la administración directa. Cuarto período o la transición: - Duró entre 1662 y se prolongó hasta 1684. Durante el mismo se otorgaron asientos a genoveses, portugueses, al Consulado de Sevilla, y a varios asentistas de distintas nacionalidades. Quinto período u holandés: - Se extendió entre 1685 y 1687, siendo anulado al fallecer el titular del mismo Baltasar Coymans. Sexto período o segunda transición: - Entre 1687 y 1689 se realizó la trata de manera directa. Entre 1689 y 1701 se sucedieron asientos a varios titulares, con complicaciones diplomáticas y guerreras que dificultaron la provisión de negros hasta que en - 1696 se celebró asiento con la Compañía Real de Guinea o Compañía de Cacheu, que eran de
nacionalidad portuguesa. Duró hasta 1701. Séptimo período o asiento francés: - Tiene como duración los años 1702-1713 y el titular del asiento de negros fue la Real Compañía de Guinea de Francia. Octavo período o asiento inglés: El titular de este asiento fue Su Majestad Británica, quien l o transfirió a la South Sea Company, la duración del mismo fue entre 1713 y 1744. Noveno período. Se extiende entre 1744 y el Reglamento del Libre Comercio en 1778. Décimo período: - Comprende desde 1778 hasta 1824. También para simplificar y hacer más comprensible el problema del comercio y trata de negros, por medio de algunas cifras se da un panorama general de los distintos períodos señalados. Los negros estuvieron presentes en el Río de la Plata a bordo de los primeros buques hispanos que surcaron sus aguas. Posiblemente los primeros correspondan al embarque que hizo Diego García en la expedición de Juan Díaz de Solís. También estuvieron presentes con Caboto, Pedro de Mendoza, Juan Ortiz de Zárate, etc. Como se ha señalado reiteradamente es imposible determinar con exactitud, pese a la abundancia documental, cuántos negros entraron por Buenos Aires en total (vía legal y contrabando), como lo prueban los excesos cometidos por el obispo Vitoria cuando exportó a Brasil y trajo de retorno mercaderías europeas y negros esclavos, aduciendo que era mano de obra reclamada en el noroeste. Reafirman lo anterior las cartas de Hernando Arias de Saavedra al rey comentándole el contrabando realizado, la existencia de bandas de comerciantes porteños especializados en el ingreso ilegal y sus denodados trabajos para terminar con esas malas prácticas. Una estimación de los negros entrados por Buenos Aires entre 1588 y 1597 indica que nada más que el 17% corresponde al ingreso de negros por la vía legal. Confirma lo anterior la manifestación siguiente: Es imposible calcular el número de negros introducidos clandestinamente, pero el número de los apresados era tan grande, que obliga a pensar que si para los tratantes era notable la merma, la introducción furtiva debió ser cuantiosa para cubrir esas pérdidas. Cálculos realizados sobre el ingreso de negros esclavos desde las costas de Brasil entre 1606 y 1655, dan un total estimado de 26.650, que en realidad es mayor, por las deficiencias que presentan los documentos existentes en el A.G.N. y además por la pauta anterior. Por todo ello es posible calcular que el número correcto de negros esclavos ingresado llegó a superar los 160.000, correspondiendo una estimación de casi 135.000 a los ingresados de contrabando. El contrabando realizado en tal gran escala fue facilitado por una larga serie de factores como era el delta que forman el río Paraná con el Uruguay; la cercanía de las posiciones portuguesas; las posibilidades de desembarcar los negros a lo largo de la accesible costa bonaerense; la carencia de medios militares y navales, para combatir los desembarcos clandestinos; la práctica de permitir el ingreso de buques de arribada forzosa y la complicidad deshonesta de los funcionarios reales y cabildantes. La arribadas forzosas eran permitidas por razones de práctica marítima y de humanidad. Los buques que se presentaban ante la rada del puerto y solicitaban permiso para entrar y descargar, aduciendo falta de agua, comida, enfermos, averías graves ocurridas en la navegación o en el enfrentamiento con buques que los atacaron, como otros mil artilugios pícaros, aprovechaban para entrar parte del cargamento por la vía legal y parte por la ilegal, recurriendo a la complicidad administrativa. Este contrabando tenía doble vía, pues para salir del puerto y navegar a otros puertos realizaban las cargas clandestinas de los buques. Los productos que predominaron en Buenos Aires hasta mediados del siglo pasado, fueron los llamados frutos de la tierra, como eran los cueros vacunos, yegüerizos, sebos, grasas animales, pieles de animales salvajes, plumas de avestruz, crin, astas y al principio pequeñas cantidades de tasajo o cecina, destinada a alimentar a la marinería embarcada, pero que luego adquirió mayores volúmenes cuando el tasajo se convirtió en parte obligada de la comida de la población esclava en la mayoría de las plantaciones de azúcar, tabaco, añil, algodón, arroz y otras manifestaciones agrícolas. Como no siempre había
disponibilidad de cueros prontos para el embarque, se procedía a equilibrar el ingreso (legal o ilegal) con dinero o metales preciosos, amonedados o en barras, provenientes de las minas del Alto Perú. Todo ello contribuyó a fortalecer la vida comercial de esta parte del continente que se encontraba muy alejada de las vías normales, al mismo tiempo que muy aislada por las reiteradas paralizaciones del comercio por la guerras internacionales que España mantuvo contra Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra, al mismo tiempo que la declinación económica, política y militar acusada por el reino, después de Felipe II, adquiría niveles cada vez más altos, colocándola a merced de las naciones que lograban muy buenos niveles de desarrollo manufacturero y fabril, impulsando y consolidando las políticas internacionales de expansión y engrandecimiento. El asiento francés o de la Real Compañía de Guinea, se distinguió de los anteriores, por esta mejor organizado administrativamente en tierra, para recepción y venta de los negros esclavos. Durante su tiempo de acción es que se inició la concentración de negros en el lugar llamado El Retiro y que corresponde al actual emplazamiento del edificio Cavannagh, frente a la Plaza San Martín. Durante el tiempo que duró este asiento (1702-1714), oficialmente se registró el ingreso de 3475 cabezas de negros, equivalente a 2802 - 5/6 piezas de Indias, sobre las que se debió pagar aranceles de ingreso. La literatura internacional referida a la trata de negros, especialmente la emanada de investigaciones realizadas en los repositorios, españoles, portugueses, franceses, británicos y norteamericanos, dan como promedio y resumen constante las siguientes proporciones en lo referido a los ingreso legales y por ello contabilizados: 2/3 de hombres, 1/3 de mujeres y entre el 3-5% de niños muy menores. También, como resumen y promedio las pérdidas en las cargas oscilaban entre el 25 y el 30%, debido a múltiples razones, datos ya suministrados anteriormente, salvo los casos de hundimientos, pues entonces la pérdida era total. De las licencias o permisos de importación se cumplieron entre el 55 y el 58%. Entre el ingreso legal y el ilegal existió la siguiente proporción: 20-25% para el primero y 80-75%, para el segundo. En cuanto a la ganancia dejada por las operaciones del comercio o la trata de negros, es casi imposible establecer una cifra confiable, pero el piso rondaba el 180% de beneficios y el techo podía llegar a 300%, habiendo operaciones muy bien documentadas, donde se superó con largueza este techo. Por lo anterior es posible sostener que el verdadero ingreso de negros esclavos en el período que corresponde al asiento francés supera por mucho la cantidad de 20.000 cabezas de negros. Respecto a la introducción clandestina de mercaderías es posible indicar que en Buenos Aires existió la Pandilla del Barranco, dedicada casi exclusivamente a la introducción de contrabando. Utilizando poderosos catalejos, avistaban desde la barranca del río el ingreso de los buques y disponían de inmediato las partidas de gauchos para que se apostaran en la costa desde el actual Berazategui hasta la Ensenada de Samborombón, para recibir cantidades parciales de mercaderías que se llevaban de inmediato a ranchos o casas de campo, para ocultarlas y en caso de no haber construcciones, se las tapaba con parvas de paja. Muy rápido se producía luego el traslado de las cargas parciales recibidas hasta concentrarlas en quintas ubicadas en la zona de San Isidro, donde se procedía a separar lo destinado al mercado porteño y lo destinado al interior. El ingreso en la ciudad era lento, nocturno y para satisfacer la demanda de uno o dos comerciantes, pues muchos animales o carretas cargados marchando de noche llamaban la atención de las autoridades. Las mercaderías destinadas al interior se distribuían en arrias o caravanas de carretas que se desplazaban por distintos caminos a Santa Fe, Córdoba y Mendoza, para seguir más allá, si había demandas confirmadas. Por su parte el asiento inglés significó el desplazamiento de Francia en el comercio hispano con sus posesiones americanas y un fortalecimiento político, económico y militar de Inglaterra. Sus fluctuaciones han sido muy bien estudiadas y detalladas por la señora de Studer, por lo que se remite al lector a su obra. Una estimación de la cantidad de negros introducidos por la vía legal por la compañía inglesa a lo largo de los años que duró el asiento, posibles de contabilizar utilizando la documentación disponible en el A.G.N. entre 1722 y 1738, es de 7072 hombres, 3048 mujeres y 32 niños, totalizando 10.513, pero otra estimación posible de realizar utilizando otras fuentes informativas (españolas e inglesas) elevan esa cantidad a casi el doble.
Siguiendo el patrón referido antes, sobre el porcentaje de introducción total, tomando en cuenta la cifra legal, para estimar el contrabando y luego arribar al total de la posible introducción. Es posible entonces que sobre esas cifras totales legales, lo introducido po r contrabando ascendiera a algo más de 200.000 cabezas de esclavos (no piezas de Indias). Una estimación moderada de la cantidad de negros esclavos ingresados por la región del Plata desde la refundación realizada por Garay hasta 1813, de la cifra de 2.358.520, ingresos. Como se ha indicado antes, la mayoría de ella se distribuyó en las regiones del interior, siendo absorbida por dos focos principales, como eran Chile, con sus minas de cobre y el Alto Perú, con sus minas de plata. Por ello no ha de sorprender que en las cifras de los censos practicados antes de 1810, la cantidad de negros esclavos existentes en Buenos Aires resulte casi ínfima en proporción a la introducciones, que se verán más adelante. Para fines del siglo XVIII el comercio negrero estaba amparado y legislado por dos R. O. (1791 y 1798), y podían practicarlo españoles y extranjeros. La diferencia más notable era que los españoles podían introducir junto a los negros mercaderías variadas, mientras los extranjeros no podían hacerlo. Ambos tenían ciertas franquicias, como la de no pagar impuestos en el primer ingreso. El reclutamiento de la mano de obra esclava quedaba liberado a los puertos africanos y brasileños, pero a partir de 1800, se concentró en los primeros, realizando el tráfico únicamente en buques españoles, para evitar el contrabando que se hacía desde Brasil. Entre los elementos permitidos al ingreso, además de los negros, figuraban cristal de roca, goma, ébano, especias, marfil, máquinas para ingenios y algunas otras cosas. En el Río de la Plata, el puerto de Montevideo concentró la preferencia para el arribo de los buques de ultramar, por ser puerto de aguas profundas para la época. De allí podían o no traer los negros a Buenos Aires, venderlos en pública subasta y luego distribuirlos. Posiblemente la diferencia que resulta entre los ingresos legales comprobados y las estimaciones de los ingresos de contrabando, se deba a la deficiente anotación realizada en los documentos que hoy son posibles de consultar, respondiendo a modalidades contables de la época que resultan inaccesibles para notros que las desconocemos. De este ingreso, sea correcto o estimativo, una parte importante se destinaba a satisfacer las demandas de mano de obra del interior, como se ha señalado antes, absorbiendo Chile y el Alto Perú casi el 70% del mismo. Esas internaciones de negros esclavos a la provincias del interior o regiones vecinas, implicaron un doble contrabando. El primero consistió en acompañar a los negros con verdaderos convoyes cargados de mercadería que con el pretexto de llevar bastimentos, transportaban cuchillos, géneros, variadas telas multicolores aptas para la confección de ropa, espejos, abalorios, herramientas, ponchos y estribos fabricados en Manchester que desplazaban del mercado regional lo producido por las manifestaciones locales a las que superaban en calidad y baratura. De retorno traían frutos de la tierra, pero muy especialmente plata y oro, amonedado o en pasta, oculta en las bolas de sebo vacuno. Esta extracción ilegal motivó los continuos reclamos del Virreinato de Lima que veía drenar hacia el sud sus riquezas minerales. A pesar de los altibajos y períodos de suspensión, la trama comercial urdida desde Buenos Aires, para comerciar legal o ilegal, quedó intacta y se perfeccionó, después del cese del asiento inglés. Un ejemplo de la trama comercial urdida fue que el fletador de un buque que pudiera transportar 300 negros, al venderlos obtenía $75.000. Pero por la capacidad de carga de su buque, sólo podía retornar con $20.000, en frutos de la tierra, quedándose un remanente de $55.000, para futuros viajes. De esta manera, además del intercambio de negros por frutos, se multiplicaban las oportunidades de contrabando tanto en el ingreso como en el retorno.
PERÍODO DE COMERCIO LIBRE Al terminarse el período del comercio o trata de negros con la finalización del asiento inglés, se inició el período final que podemos llamar de librecambio, pues predominó durante el mismo el criterio liberal que primero se introdujo en la política española con la administración borbónica y luego continuó acentuándose con la política de los primeros gobiernos nacionales para culminar en 1824 con la terminación del ingreso de negros esclavos y consolidad la abolición de la esclavitud. Este largo período puede caracterizarse como de continuas guerras internacionales, en las que
España estuvo involucrada de manera directa, culminando con las guerras napoleónicas. Con posterioridad a 1810, la apertura liberal iniciada, se acentuó respecto a los hechos de los esclavos, con las declaraciones de la Asamblea del Año XIII, para culminar en 1824 con la firma del tratado de paz y comercio con Gran Bretaña, quien reconoció nuestra independencia, al mismo tiempo que impuso algunas condiciones como nación más favorecida y la terminación del comercio esclavista. Para 1813, nada más que Dinamarca, Gran Bretaña, Estados Unidos, Suiza y Argentina, habían dispuesto la abolición de la trata de negros. Posteriormente lo hicieron Holanda, España y Portugal, de manera parcial. Luego, tras un corto período de tiempo, Francia, España y Portugal ahora de manera total. De las naciones americanas la última en establecer el cese de la trata de negros y de la esclavitud en su territorio fue Brasil. La continua dependencia que tenía España respecto al comercio y trata de negros y al comercio en general con sus posesiones americanas y asiáticas, impulsó a Carlos III a promulgar El Reglamento del Comercio Libre el 12 de octubre de 1778. A partir de entonces quedaron habilitados los principales puertos de España y con ellos podían comerciar Buenos Aires y Montevideo. Para hacerlo debían cumplir requisitos, aparentemente muy estrictos, que quedaron desvirtuados en la práctica, ante la cercanía de medios materiales y humanos para complementarlos. Este panorama se complicó por los ataques que sufrían las naves españolas en los viajes desde y hacia la metrópoli, por buques corsarios y las diferencias surgidas entre Francia e Inglaterra al participar la primera de manera muy efectiva en la guerra de la Independencia de Estados Unidos y en la que se vio envuelta la corona española. Entre el fin del asiento inglés (1742) y la creación del virreinato del Río de la Plata (1777), es casi imposible determinar la cantidad de negros esclavos ingresados por la vía legal en el puerto de Buenos Aires y mucho menos hacerlo en lo referente al contrabando, pero en esa treintena de años, se estima que ingresaron en total algo menos de 15.000 negros, siendo algo menos de 3.000 los que lo hicieron de acuerdo a las disposiciones vigentes. El Tratado de San Ildefonso, 1777, determinó que la Colonia del Sacramento y las Misiones Orientales quedaran en poder de España, pasando a poder de Portugal Santa Catalina y Río Grande del Sud. Esto puso fin a una larga guerra fronteriza íntimamente vinculada con el contrabando, pero no significó el fin de este último. La corona española trató de suplantar el ingreso de negros esclavos realizado por la compañía inglesa South Sea Company, titular del asiento inglés, utilizando el otorgamiento de licencias a particulares. Esto dio lugar a nuevos excesos de favoritismos y engaños, que a la postre resultaron imposibles de corregir, al mismo tiempo que servían para ocultar negocios ilícitos, realizados al amparo de los privilegios que daban los favoritismos cortesanos. Por ello y las consecuencias de la guerras internacionales que afectaron al Plata, la mayoría de los virreyes de Buenos Aires debieron intervenir de manera muy activa en la introducción de negros, ya fuera para hacer coincidir el ingreso de ellos realizado por negociantes particulares, con las disposiciones que regían el comercio negrero, en materia de bandera de los buques, nacionalidad de las oficialidad y marinería, origen de la mano de obra y retorno embarcado. Así el virrey Vértiz permitió la llegada de buques de arribada, de nacionalidad portuguesa, que cargaban mercaderías muy variadas y negros, para impedir que el desembarco se realizara en Río Grande y luego se hiciera el ingreso clandestino de ambas cosas, por tierra. Para fines de 1780 la cantidad de licencias otorgadas por la corona española se pierde en los innumerables trámites administrativos de la corte, pero es posible estimar que de ellas tuvieron principio de ejecución por un promedio de 4.800 negros esclavos por año. Pero esa cifra no se cumplió en su totalidad, en parte por las dificultadas que tenía la navegación, afectada por actos de guerra y en parte por las restricciones impuestas por las autoridades portuguesas de Brasil, para sacar negros destinados a Buenos Aires, llegando a ser el cálculo estimado como correcto, en base a las anotaciones documentales, de 1.320 la cantidad de negros sacados de ese territorio; 300 de ellos fueron destinados a la explotación de añil, cultivo muy característico de las provincias del noroeste argentino que aun prospera en algunas zonas catamarqueñas. Para poder cubrir los importes correspondientes a las entradas de negros esclavos, las autoridades autorizaron cargar las naves en los viajes de retorno con carnes, sebos, lanas, tejidos variados, cordobanes, etc., la mayoría productos de las regiones del interior, que tuvieron con ello un impulso en sus alicaídas actividades económicas. Esa cantidad de negros ingresados por la vía
marítima desde puertos de Brasil, se complementó con ingresos legales realizados por la vía terrestre, estimándose en otra cifra cercana, lo ingresado. Quedan siempre sin poder contabilizar ni estimar la cantidad de negros esclavos y mercaderías europeas ingresadas por vía clandestina, pero siguiendo el patrón antes mencionado, no es descabellado suponer que lo hicieron algo más de 12.580. En el año 1782, la cantidad de permisos de ingreso e internación, sumaron 15.172 negros esclavos, tanto a mercaderes porteños como a portugueses, destacándose entre los primeros nombres como los de Manuel de Basabilbaso, Baltasar de Arandia, Diego Cantero y Tomás Antonio Romero. El último de los nombrados, uno de los comerciantes porteños que mayor empeño y desarrollo alcanzó en materia de comercio exterior, incluyendo a los negros (se estima que él solo importó por la vía legal y por el puerto de Buenos Aires, más de 25.000 negros esclavos, triplicando por la vía del contrabando esa cifra) y al contrabando, protagonizó varios episodios que han quedado en el historial económico nacional al intentar cargar los barcos, en los viajes de regreso con los llamados frutos del país (cueros, sebos, tasajo, crines, plumas de avestruz, etc., todos productos posibles de extraer de la pampa húmeda). Esto dio lugar a complicados y largos pleitos en los que intervinieron además de Romero, los otros comerciantes interesados en este tráfico y los hacendados que tenían por esa vía, asegura la salida de sus productos primarios. Entre quienes lo apoyaron en sus demandas figuran los nombres de José Martínez de Hoz, Jaime Alcina y Verjez, Diego Agüero, Ángel Izquierdo y e l ya mencionado Azcuénaga. El ingreso de negros tenía planteado un problema de salud no resuelto de manera satisfactoria, a pesar de los recaudos guardados, pues el mal estado en que arribaban, (sarna, escorbuto, distintas manifestaciones de sífilis o fiebres africanas) hacía que los negros apestaran despidiendo de su cuerpo un fétido y pestilencial olor, por lo que el Cabildo insistía en sus disposiciones para que el lugar de concentración de negros estuviera alejado del centro urbano. Paralelamente afligía a las autoridades las continuas y notorias transgresiones del contrabando, tanto por vía marítima como terrestre, como ha quedado expresado en las comunicaciones del virrey Loreto al ministro Gálvez en el año 1785. Por las dificultades que entorpecían la provisión de mano de obra de origen africano en un intento de corregirlas, la corona española concedió a la Real Compañía de Filipinas (R. O. del 2/6/1787) el comercio en general, incluyendo los negros, en el trayecto que unía las Filipinas, pasando por el Cabo de Hornos, Perú, Buenos Aires y Cabo de Buena Esperanza. Este intento terminó en fracaso, en parte por lo descabellado de la empresa; carecerse de fuentes directas de aprovisionamiento de mano de obra esclava, dependiendo de la gran plaza que era Brasil; las continuas guerras internacionales que cortaban los caminos del mar ocasionando muy fuertes pérdidas; la inexperiencia empresarial en materia de comercio de negros y a la importancia de ingreso clandestino que podía poner negros en las plazas que los necesitaban a precios muy inferiores a los que podía hacerlo la Real Compañía. Ya se ha indicado antes que es casi imposible determinar con precisión el precio promedio de los negros, por las razones expuestas, pero si es posible dar una cifra tentativa respecto a los derechos pagados a las arcas por cada negro ingresado. Esa cantidad oscila en los $ 65, dependiendo en más o en menos del estado de salud, edad, necesidades del mercado, etc. También es posible indicar como cifra tentativa que el costo promedio de cada negro puesto en Buenos Aires por la vía legal, pagando los derechos correspondientes, absorbiendo las pérdidas por muertes, en $ 160. Por lo tanto, el importe pagado por cada negro en el lugar de embarque (Brasil o África) debió ser muy inferior. Para resumir, entre el cese del asiento inglés y la Semana de Mayo, las estimaciones de negros ingresados por la vía legal, por el puerto de Buenos Aires, ronda los 170.000 y el ingreso ilegal los 800.000. Estas cifras se acercan al millón de negros esclavos. La enorme mayoría de ellos fue absorbida por las plazas del interior, además de los llevados al Alto Perú, Perú y Chile, como es posible de comprobar en los diversos trabajos investigativos realizados sobre regiones como Córdoba, Tucumán y Catamarca y también posible de corroborar en los análisis de los testamentos o legajos realizados a obras pías o los justiprecios de herencias, donde junto a los bienes materiales aparecen negros. Muchas veces los valores de estos superan con creces a los bienes inmuebles, revelando la importancia que tenían en la economía familiar los trabajos realizados por los negros.
NEGROS EN LOS CENSOS ESPAÑOLES Como se ha señalado de manera muy reiterada, es imposible determinar con precisión la cantidad total de negros esclavos ingresados al actual territorio argentino, por el muy activo contrabando realizado. De acuerdo a lo indicado por Torre Revello, el primer ingreso legal de negros provenientes de Brasil data de 1588. Se ha estimado que entre 1781 y 1806 ingresaron por la vía legal al puerto de Buenos Aires 24.756 cabezas de negros, discrepando esta cifra con las anotadas antes. El primer ceso, que en realidad es un empadronamiento general de la población realizado en 1726 y referido a la campaña de Buenos Aires, da una población total de 2.538 habitantes de los que 330 son llamados de las castas. De ellas, las dos terceras partes son esclavos y el tercio restante asalariados, haciendo sospechar esta condición que comprendía a indios. Para 1730, el padre Chome de una estimación de la población negra en Buenos Aires de unos 20.000, o sea la mitad y el padre Cattáneo para una fecha muy cercana, daba una población total de 16.000, de los que las tres cuartas partes eran negros esclavos o miembros de castas. Recién en 1738 hay una estimación más correcta de la población porteña ya que se da la cifra de 4.436 como total. A ello hay que restar 455, comprendidos como mulatos, pardos, indios, negros libres, mestizos y negros esclavos. Para 1744 la población porteña ascendía a 10.056 personas, siendo de ellas negros y castas 1.988. Por su parte la campaña tenía 6.055 habitantes, incluyendo 1.101 como negros o castas. Otro viajero prestigioso como el padre Charlevoix, estimaba que cuando visitó a Buenos Aires, para mediados del siglo XVIII, la población de la ciudad estaba integrada por unas 16.000 personas. Su cálculo era más exagerado que las indicaciones anteriores respecto a esclavos y castas, pues consideró que las 3/4 partes de esa población eran mestizos, negros y mulatos. La primera estimación literaria sobre la población la dio el siempre recurrido Concolorcorvo (Alonso Carrió de la Vandera), que para 1770 estimó un total de 22.207 habitantes, de los que calculaba como negros y sus castas a 11.975, o sea, prácticamente la mitad de la población. Las fuentes censales posibles de consultar no son lo suficientemente confiables como para ser tomadas como exactas. Hay que aceptarlas como aproximación epocal, lo que obliga a un reciclaje o reinterpretación de los datos consignados. El censo de 1778 dio la cantidad de 24.083 habitantes para la ciudad, de los cuales 7.986 eran esclavos o integrantes de castas. La campaña, para la misma fecha, tenía 12.926 pobladores y de ellos, esclavos y castas eran 3.138. Hecha la salvedad anterior, hay que tomar como punto de partida al censo de 1806, que si bien tiene fines militares, es lo suficientemente bueno para dar una idea muy general. Además fue completado al año siguiente, pero se han perdido los documentos correspondientes a varias secciones y por ello las cifras posible de obtener, si bien son aproximadas, no son totales ni confiables, de acuerdo a los criterios censales que rigen en la actualidad. De todas maneras la cifra de 26.163 habitantes permiten apreciar la importancia del núcleo urbano concentrado en Buenos Aires. De esa cifra es posible estimar que la cuarta parte, o sea 6.541 eran esclavos o pertenecían a las castas de negros. Para 1810, de acuerdo a las estimaciones de Trelles y de Ravignani, la población puede ser estimada en 42.872 personas, de las que la parte de esclavos o castas, ascendía a algo más de 12.384. Un buen resumen de la población porteña entre 1810 y 1827 lo dan las siguientes cifras: 1810: 42.872; 1815: 48.446; 1822: 54.140 y 1827: 58.593. En ellas es posible anotar una declinación de la raza negra y sus mezclas, motivada por muchas circunstancias, entre las que se pueden anotar: menor número de mujeres en relación a los hombres de origen africano; la sensible merma en las cantidades de negros esclavos a partir de 1812, la incorporación de los hombres a las fuerzas militares a partir de 1806, menor nivel de fertilidad de la mujer negra en proporción a la blanca; mayor porcentaje de mortalidad infantil entre los negros o sus castas y finalmente una mayor permisividad de convivencia de negras, mulatas o zambas con blancos, disminuyendo de manera insensible pero firme la continuación de la raza negra. En todas las mediciones estadísticas de la población porteña se nota una mayor concentración en la zona que podemos llamar céntrica, que era donde se asentaban los domicilios particulares
de las familias y los negocios más importantes. Paralelamente a ello se nota la mayor cantidad de esclavos por familia, pudiendo establecerse un promedio de 3-4 por casa propietario, pero haciendo la salvedad que ese promedio declina a medida que se avanza en el tiempo. Las deficiencias en el relevamiento, por omisión de información o cambios en las designaciones de hechos sociales problematizan el análisis de los padrones censales, pero a pesar de ello es posible determinar que la raza blanca, o la población blanca en los últimos años del gobierno español y en los primeros gobiernos patrios, representó un piso del 70% quedando el restante 30% para los negros, indios y diversidad de castas. Pero aquí también es necesario hacer notar que a medida que los censos son realizados en la segunda o tercera década del siglo pasado el porcentaje del 70% es superado con largueza, llegando a ser muy próximo al 90% en el censo levantado en plena época rosista de la década de 1830. Un análisis más o menos pormenorizado de los censos posibles de consultar, además de los negros o castas afectados como personal doméstico de las distintas familias, permite conocer la existencia de negros afectados como peones a pequeños talleres artesanales, como es el caso de Antonio Molina, maestro zapatero que tenía ocho esclavos trabajando en su taller o el del gremio de los sombreros donde se registraron 32 esclavos bajo un mismo patrón; o en la actividad de la construcción donde pardos y negros se hacían cargo de levantar paredes, revocar y techar o reparar y construir aljibes. Los esclavos también estaban presentes en las actividades de herrería, panadería, siendo algunos maestros de pala muy reputados por la calidad lograda en los panes diarios. Su reputación hizo que en todos los cuarteles se encuentren maestros de pala, que fueron desplazando de a poco la costumbre de amasar el pan diario en cada casa. Así, los 21 principales panaderos concentraban 247 esclavos, habiendo dueños que tenían más de 30 a su servicio. En la ciudad y la campaña predominó la población masculina negra, sobre la femenina y en lo referente a la relación sexual de la mujer negra, desechando el mito de la fogosidad insaciable con que se la ha adornado durante décadas, es posible decir que mantuvo relaciones con los hombres de su misma raza o con hombres de otras razas, casi siempre ilegítimas, pero que dieron lugar al nacimiento de un importante sector de población parda que se fue nucleando de manera paulatina en los sectores de barrios más pobres de la ciudad, como fueron Monserrat, San Telmo y San Cristóbal, llamados los dos primeros el Barrio del Tambor y el Barrio del Mondongo, por ser el instrumento y la comida más popular en ellos. Se sabe la existencia de propietarios de negras y mulatas que las obligaban a ejercer la prostitución, de la misma manera que otros propietarios las obligaban a fabricar velas, tortas o empanadas, pues de esta manera producían ingresos que servían para mantener a la familia blanca. Las negras a las que se atribuían la particularidad del baile del Santo y por ello poseídas de espíritus o bajo el dominio de un brujo, se las calificaba como ardientes, imposibles de satisfacer sexualmente y por ello muy proclives a la cohabitación y propensas para hacerse embarazar por blancos, logrando que sus hijos dejaran de tener colores de piel oscura, escapando de esa manera a las divisiones de clases existentes, pero esencialmente dejando de ser castas en generaciones sucesivas. La liquidación de la esclavitud en el actual territorio argentino se inició oficialmente con el decreto del 15 de mayo de 1812, que en su artículo 1º prohibió de manera absoluta la introducción de esclavos en el territorio de las Provincias Unidas. Esta disposición se robusteció con el decreto del 2 de febrero de 1813 al declarar libres a todos los negros nacidos después de la fecha de la instalación de la Asamblea Constituyente, el 31 de enero de 1813. Esta libertad se amplió con el decreto de dos días después al disponer la libertad de los esclavos que se introduzcan por el solo hechos de pisar territorio de las Provincias Unidas. (Quedó suspendido en sus efectos por decreto del 29 de diciembre de 1813). De acuerdo al documento hallado por Ernesto Celesia, ya para 1802, había por lo menos una casa de tango, situada en la parroquia de la Concepción. Para fines de la década tercera del siglo pasado existieron en Buenos Aires las siguientes sociedades de negros: Cubumba (1823), con sede en la calle Chile, cuartel 20; Bangala (1825), con sede en el mismo cuartel, pero en la calle Méjico y otra sede en la calle Chile; Moros (1825), con sede en la calle Chile, cuartel 20; Rubolo (1826) en el mismo cuartel, calle Independencia;
Angola (1827) con sede en el mismo cuartel 20 y local en la calle Independencia; Mina (1821) del cuartel 25, calle Méjico. El objeto de estas sociedades era reunir fondos para cooperar en la moral e industrias de sus miembros. Las funciones o reuniones públicas de l os negros, como sus bailes fueron preocupación constante de las autoridades, prohibiéndose sus danzas en las calles (1/2/1822) o su asistencia a los juegos prohibidos (12/6/1822). Un paraje denominado Tambo era el preferido por esta agrupaciones y como los excesos eran continuados, se dispuso que se efectuase un registro de todos los esclavos, quienes en adelante deberían munirse de una papeleta de sus amos, visada por la policía (27/11/1822). Los negros no cejaban en su empeño de bailar y se dispuso que tuviesen, los sorprendidos danzando, la pena de un mes de trabajos públicos (3/9/1824). Se concluyó por prohibir terminantemente los candombes, salvo que los bailes no ofendiesen la moral pública (27/6/1825). Muchas otras naciones de negros fueron organizando sus sociedades que debían regirse por el reglamento policial del 30/11/1821; los Cabúndas, los Minas, (20/6/1823); los Rubolo (19/9/1825), los Quisama (22/9/1826), los Hombé (22/5/1827), los Bamba (8/4/1834), los Hambuero (22/1/1836). Esos nombres responden a los orígenes africanos, que como se ha dicho eran Congo, Angola, África del Sur, África Oriental y en muchos casos desconocidos, por las largar peregrinaciones realizadas antes de ser embarcados. El citado Reglamento de Policía y la papeleta del patrón para poder concurrir a los bailes coinciden con la boleta de conchavo y el Estatuto del peón que regían para la campaña, que fueron características de la época rivadaviana. También para los primeros años de las décadas iniciales del siglo pasado, es posible reunir información respecto a las vinculaciones matrimoniales entre esclavos y sus castas.
CAPÍTULO 2 ASIMILACIÓN DE LOS NEGROS A LA SOCIEDAD DE LOS BLANCOS Se ha visto en las páginas precedentes que el negro africano esclavizado, en general, fue incorporado a la sociedad de los blancos como mano de obra. En el Río de la Plata corrió la misma suerte, aun cuando hay que agregar que el trato recibido sin llegar a ser excelente fue mucho más benigno que el existente en otras regiones de América, existiendo testimonios reiterados de la benevolencia con que eran tratados los esclavos (hombres y mujeres) afectados a tareas domésticas. Los negros esclavos que desde su lugar de origen fueron trasladados a nuestro continente, incorporaron, por el fenómeno o proceso de transculturación, a sus fiestas, ceremonias religiosas o danzas nativas elementos musicales o coreográficos de la cultura del blanco, influenciando a su vez en muchos bailes, especialmente en el fandango. La celebración de bailes públicos en determinadas conmemoraciones dieron lugar en España y América a la repulsa y condena de las autoridades especialmente de la religiosas. Por ello, Felipe V, a poco de subir al trono prohibió los bailes carnavalescos en público, relegándolos al interior de las casas. En Buenos Aires era tal la difusión de los bailes públicos que en 1746 el obispo de Buenos Aires lanzó un edicto prohibiendo la concurrencia a dichas reuniones danzantes, bajo la pena de excomunión. Entre los considerandos de esta disposición obispal, figura el baile mirando un sexo a otro muy de propósito teniendo las doncellas y casadas artificiosos movimientos del cuerpo, encendiendo el ardor de la concupiscencia. Esa disposición fue ratificada por el Cabildo de Buenos Aires en 1753, al tratar de terminar los bailes públicos, velando por la moderación de los particulares, relegando los minuets y contradanzas al interior de las casas particulares. Los que debían desterrarse eran los bailes del fandango, que eran en los que intervenían los negros y las capas más bajas de la sociedad. Los bailes criollos practicados en la época hispana como el pericón, el cielito y la media caña, además de tener un origen común, fueron el origen de maneras o variantes de ordenación, ejecución o selección de figuras que se independizaron con posterioridad. La primera mención de la media caña, data de la pieza teatral llamada Las bodas de Chivico y Panchita, en 1823. Dentro de la legislación española derivada de la Ley de las Siete Partidas, había algunas disposiciones que permitían la libertad de los esclavos, como eran los casos en que el dueño era padrino de uno o más hijos del esclavo; por casamiento con persona libre, teniendo el permiso del propietario o amo, la negra obligada a ser prostituta por el propietario, adquiría la condición de libre. Pero en Buenos Aires estos casos fueron desconocidos o excepcionales, pues
predominó la manumisión sobre la libertad por cualquiera de sus causales. En ocasión de los hechos militares de 1806 y 1807, se prometió la libertad a los negros que voluntariamente intervinieron en los hechos de guerra, pero pasados los mismos, nada más que 22 fueron agraciados, insaculados entre 688 esclavos que participaron. Posteriormente otros 48 fueron libertados al haberse aportado dinero por parte de algunos oficiales, para su manumisión. El Cabildo coetáneamente, prometió libertad a los negros que quedaran lisiados o impedidos, pagándoles una pensión mensual, pero eso también quedó en promesa. Entre 1776 y 1810 las libertades otorgadas a los negros esclavos, por manumisión, redondean un promedio de 44 por año, lo que hace un total estimado de 1.496. La manumisión en la realidad de los hechos, o por lo menos en la mayoría de ellos, era una compra de la libertad acordada entre el amo y el esclavo, por una suma de dinero. Este era obtenido por el esclavo en las actividades que desarrollaba cuando el patrón lo alquilaba o le permitía el ejercicio de algún oficio o actividad redituada. Del ingreso obtenido trabajando, tenía la obligación de entregar diariamente una suma fija al patrón, pudiendo quedarse con el resto. Ese importe acumulado formaba con el tiempo el monto pactado. Para 1810, casi la cuarta parte de la población negra era libre, siendo imposible dar una cifra correcta, por faltar la documentación correspondiente a algunos cuarteles, por haberse perdido durante años. Esa resistencia de los amos a dar libertad a sus esclavos, radicaba en el simple hecho de que habían invertido dinero en adquirirlos y por ello se negaban o resistían a perder esa inversión. Se comprueba de manera indirecta esa circunstancia en el hecho de que los menores de edad y los adultos de hasta 40 años eran los que predominaban entre la población negra y las llamadas castas, mientras los liberados eran mayores de 40 años. Esto significa que los amos o patrones intentaban retener la mano de obra en las edades de mayor productividad o rendimiento de las ocupaciones. El haber adquirido la libertad, no significó en ningún momento, el admitir igualdad jurídica con el blanco libre. Persistían las restricciones impuestas a los esclavos y las castas, como eran la de portar armas, vestir determinadas ropas confeccionadas con sedas o encajes; adornarse con perlas o joyas, circular por las calles de la zona urbana después de la puesta del sol, pretender ocupar cargos militares, eclesiásticos o civiles; ingresar a las escuelas y las otras casas de estudios superiores, reservados a los blancos. De la misma manera, tenían negado el acceso al grado de maestro en los gremios artesanales. Cuando se permitió el casamiento de hombres blancos con mujeres de las castas, el virrey Sobremonte se opuso a ello y nunca se promulgó ese permiso. El precio de los negros esclavos varió de continuo, pues como la arribada era muy irregular, la demanda aumentaba o disminuía de acuerdo a la cantidad de negros existentes en plaza, de la misma manera que aumentaba o no el precio, si la demanda era específica, respecto a alguna especialidad como ser músico, talabartero, lomillero o maestro de pala. Los más solicitados casi siempre fueron los llamados negros ladinos que tenían alguna habilidad artesanal o manufacturera, debiendo reunir también otros requisitos como juventud, salud y haber superado la enfermedad de la viruela. El criterio respecto a los negros y su situación en la sociedad de los blancos fue variando con los años. Del concepto de exclusión y sometimiento se pasó al concepto de respetarlos y entregarles algunos derechos hasta que en 1813 se sancionó la libertad de vientres, pero a poco se fue regresando a conceptos restrictivos, no tan severos como los iniciales de la época española, pero lejos de la libertad del ciudadano. Los hijos de las mujeres esclavas eran libertos y debían permanecer en la casa del amo hasta que se casaban o llegaban a los 20 años, los varones y a los 16 años las mujeres, que eran los límites para adquirir la mayoría de edad. En esos años en que permanecían en la casa del amo tenían la obligación de servirle, sin recibir salario hasta los 15 años. A partir de esa edad, debían entregar al amo $ 1 al mes hasta que eran libres. Ese dinero lo obtenían trabajando por su cuenta o alquilados por el amo. Ese pago mensual se depositaba en la policía, quienes tenían la obligación de custodiarla y entregarla al llegar a la mayoría de edad. En el tiempo entre los 15 años y la mayoría de edad, los libertos podían acceder anticipadamente a la libertad, mediante la compra de la misma. Perduró como resabio esclavista, la disposición de que los hijos de las esclavas no podían ser separados de sus madres hasta los dos años de edad. Luego podían ser vendidos como pieza separada. Esa
situación de virtual esclavatura perduró después de 1813, como aparece en el análisis del censo de 1827. Para ese año nada más que 16 de los casi 300 hijos de negros y castas eran libres, a pesar de la disposiciones datadas en 1813. Las sucesivas legislaciones contradictorias que se fueron sancionando a partir de 1813, dieron como resultado fáctico la persistencia de la esclavitud disimulada con pretextos legales, llegándose en 1824 a prohibir la compra-venta de sirvientes domésticos que eran introducidos y a pesar de que ese acto se consideró legalmente como un acto de piratería por el gobierno de Las Heras. Otra forma solapada de vender esclavos consistió en sacar fuera del territorio nacional a negras embarazadas, para poder vender a los hijos que daban a luz, a pesar de esta prohibida esta práctica aberrante. Se puede decir que si bien a partir de 1813 se sancionó la terminación de la esclavatura en el territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, su puesta en práctica fue paulatina y progresiva, con algunos retrocesos agraviantes, como fue la práctica de vender a los esclavos varones aptos para el servicio de las armas, tomados por los buques que operaban durante la guerra contra Brasil, al Estado para que sirvieran en las fuerzas armadas por cuatro años. Luego de ello quedaban libres, si sobrevivían a los combates. Los otros esclavos tomados por esos buques, ingresaban como libertos y podían ser alquilados por un peso mensual por el Estado a sus patrones. Se desvirtuó así la disposición que establecía la libertad de los esclavos que ingresaran al territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, lo que no impedía que fueran comprados y vendidos como esclavos desvirtuando de esta manera todas las disposiciones al respecto, manteniendo el tráfico bajo otros nombres ficticios. La continua demanda de mano de o bra barata hizo que en 1831, Rosas admitiera la venta de los servidores domésticos traídos por los viajeros, pero dos años más tarde derogó esta disposición, siendo reemplazada por una ley que cubría el comercio de esclavos con ropajes legales. Además Rosas tenía esclavos de su propiedad ocupados en varios de sus campos. La firma del tratado con Inglaterra acentuó nominalmente la terminación del comercio esclavista, pero fue necesario firmar en 1840, con la misma nación, un tratado antiesclavista, que quedó como un meritorio propósito y no como una realidad, ya que en 1853 se vendieron esclavos tomados por un corsario en la zona patagónica. Al ingresar al territorio de la Confederación fueron declarados libertos e incorporados al ejército. La Constitución de 1853 abolió la condición de esclavos al manifestar que los pocos que había quedaban libres desde el momento de su jura. Como el Estado de Buenos Aires no lo hizo hasta 1861, continuó la esclavitud, a pesar de que la Constitución del Estado de Buenos Aires prohibió el comercio de esclavos. El llamado auge en cuanto el número y la respetabilidad social de la raza africana en Buenos Aires, corresponde al período rosista que los amparó y les fomentó las reuniones bailables, al mismo tiempo que los utilizó en maniobras políticas. Es a partir de la batalla de Caseros que se inicia el declinar numérico y social de los hombres y mujeres de color, ya que para 1850 se estimaba que el 40% de la población porteña era negra o derivada de ella. Sin embargo las cifras censales de 1887 señalan una violenta y acentuada merma en la población africana, al grado de no significar ni siquiera el 2%. Esa declinación en general, desde la época hispana hasta principios del siglo presente, respondió a una suma de factores entre los que es posible destacar como las más importantes a la terminación de la introducción masiva de negritud; alta tasa de mortalidad en ella, por razones de higiene, alimentación, etc.; la incidencia de las guerras de la Independencia, civiles y contra Brasil y Francisco Solano López; un progresivo aumento de la inmigración blanca europea y, finalmente la tendencia a blanquear a los hijos que manifestaron las mujeres de color al aceptar formar pareja estable o no, con hombres blancos y de esta manera lograr la equiparación social de los hijos permitiendo su acceso a sectores que estaban vedados a las personas de origen africano o indio, por ser provenientes de la esclavatura o las castas. Esta suma de factores están corroborados en la comparación de las cifras correspondientes a la población blanca y negra o de color, entre 1856-60 y 1871-1875, en la provincia de Buenos Aires, pues mientras los blancos se multiplicaron por 2,22%, los negros o de color se redujeron en proporción de 448 a 155, o sea, 2,9%, que es casi la relación inversa. A lo anterior hay que agregar la agravación de la situación laboral, alimentaria, sanitaria y social
del negro, mulato o pardo que quedaba en condición de libre, acompañando de manera paralela a la situación de la población aborigen, también en disminución y de relegación social, en una sociedad regida por el blanco. Perdía la protección de la casa patronal y quedaba liberado a las inseguridades de la sociedad liberal, que si bien le daba una libertad nominal, no la compensaba con protección sanitaria, educacional ni le proporcionaba trabajo con una remuneración que le permitiera solventar las necesidades mínimas del vivir cotidiano. Por ello no es aventurado decir que la libertad del negro esclavo y de sus descendientes, no le otorgó el pleno goce de los derechos civiles, sino muy por el contrario adentrarse en los vericuetos del nominal sometimiento social. Si antes estaba vendido, en libertad debía someterse a las contingencias y rigores de la pobreza. Después de la mal llamada guerra del Paraguay, que en realidad fue contra su gobernante, Solano López, aparecieron en las calles de Buenos Aires lisiados de los combates pidiendo limosna y amparo en los asilos para menesterosos, entre los que se encontraban algunos negros que se dedicaban a vender mazamorra, cuyos nombres no han trascendido o que por el contrario han sido rescatados del olvido al retratarlos la revista Caras y Caretas. Para principios del siglo actual, la comunidad de gente de color, o sea, descendientes de esclavos africanos dio lugar a que el periodista Juan José Soiza Reilly, publicara una nota llamada Gente de Color , donde llama a los pocos sobrevivientes Sol que se apaga, en parte por la reducida cantidad de personas que aún subsisten en la sociedad de aquellos momentos. Destaca la publicación de un periódico literario llamado La Ortiga, dirigido por el señor Terreros que circula con profusión en los hogares de la raza etíope, al mismo tiempo destaca el funcionamiento de una antigua sociedad mutual llamada La Protectora, que protege ampliamente a todos sus asociados.
NEGROS, MULATOS Y TRIGUEÑOS Trigueño, de acuerdo al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es de color del trigo, entre moreno y rubio. La definición anterior apunta a una mezcla de colores, que en el caso de los negros, debemos considerar como una mezcla de etnias o castas, de acuerdo a la calificación imperante durante gran parte de nuestro pasado histórico. Una buena indicación sobre los distintos tonos de piel que han resultado de las sucesivas mezclas que se realizaron en América entre blancos, indios, negros y luego entre sus descendientes, es que llegan a totalizar 103 diferentes tipos humanos. Las mezclas entre español e indias han dado 23 colores de piel distintas. Las mezclas entre españoles y negra 21. Entre negros e indias 14. Los considerados mestizos secundarios, o sea, los entrecruzamientos sanguíneos entre los descendientes de las anteriores mezclas 45. Es muy posible que muchas de estas divisiones hayan dado colores de piel que fluctuaron entre las pieles de los padres respectivos, de acuerdo al grado de mezcla anterior de cada uno de ellos y por eso la adopción el término trigueño, para separar las evidencias manifiestas en los llamados mulatos, zambos, cholos, chinos, castizo cuatrialbo, coyote, coyote mestizo, chamizo, barnizo, puchuelo, tresalbo, torna atrás, tente en el aire, galfarro, salto atrás, zamabayo, lobo, cambujo, jarocho, gíbaro, ahí te estás, barcino, etc., etc. Muchos de ellos imposibles de determinar a simple vista en qué proporción están mezcladas las sangres de sus progenitores, pero si posibles de ver en las tonalidades que van desde la piel del blanco rubio hasta la del negro azabache o la del americano amarronado. De todas maneras y sin entrar en mayores detalles, sobre las mezclas que se realizaron entre las distintas razas troncales y sus descendientes, es posible afirmar que en América en general y en Argentina en especial, trigueño, es la persona que tiene rasgos africanos o de los aborígenes americanos, o sea, que presentan rasgos de mezclas étnicas, manifestadas a ojos vistas por el color de piel que puede variar aun entre un hermano y otro, siendo ambos hijos de los mismos progenitores, pues la ley de Juan G. Mendel se puede presentar atávicamente en cada uno de los hijos de manera distinta.. Lo importante es que en los estudios demográficos posibles de consultar, sobre la población de Buenos Aires en especial y de la Argentina en general, a medida que van disminuyendo las poblaciones indígena y la africana, va creciendo la población considerada trigueña, en forma muy paralela y ajustada al crecimiento de la población blanca. Lo anterior es posible de confirmar
comparando la población blanca y negra para mediados del siglo pasado. Así para 1860 la población negra era poco menos del 10%, pero una generación más tarde, 1875, había decrecido hasta representar nada más que el 0,8%. Esto a su vez tiene su correlato, en las proporciones de negros muertos. Para la primera fecha eran el 15,3% y para la segunda la disminución señala el 5,0%.
CAPÍTULO 3 APORTES DE LOS NEGROS EN LAS FUERZAS ARMADAS Antes de entrar en este tema, es necesario decir que en las Guerras de la Independencia Americana, y en las luchas civiles de cada una de las naciones que se formaron al terminar el dominio español, los negros, los indios y sus descendientes, considerados castas, fueron reclutados para luchar en todos los bandos que se enfrentaron, por algo más de medio siglo. Por ello pelearon negros contra negros, indios contra indios, de la misma manera que lo hicieron contra el blanco dominador. Por ello es que desde muy remota época durante el dominio español el indio americano y el negro esclavo, junto a sus descendientes, fueron incorporados a las fuerzas militares en calidad de auxiliares, que para la época referida era la equivalencia de peones, pues sobre ellos recaían las más pesadas y rudas tareas. Inicialmente las fuerzas militares tuvieron la misión de garantizar la integridad y la vida de los centros urbanos donde se asentaban la administración y el comercio. Luego debieron agregar la tarea de mantener las rutas que unían esos centros poblados. Principalmente la defensa se constituyó con cuerpos integrados por los vecinos considerados aptos para el servicio de las armas. Así permaneció la situación hasta el último tercio del siglo XVIII. Para esta última fecha, se hicieron llegar tropas veteranas en las guerras europeas, pero cuyo arribo dependía de la situación de paz o guerra en que se encontraba la metrópoli española. Por ello y poder suplir las momentáneas falencias se determinó la existencia de las llamadas unidades fijas. Para 1664, la guarnición de Buenos Aires tenía 395 plazas. De ellas 77 estaban formadas por mulatos y negros. En 1570, una Real Orden disponía la obligación de organizar a la población civil para que acudiera en defensa del territorio. Por ello el sistema se acercaba bastante al servicio militar obligatorio. En 1607, se dispuso la formación de cuerpos milicianos que ayudaran militarmente a levantar atalayas a lo largo de las costas del Río de la Plata, lo mismo que sobre la desembocadura del Riachuelo. Esas atalayas debían servir para mantener una vigilancia sobre las aguas del río para avistar y prevenir la presencia de naves enemigas, dado que la ausencia de barcos para patrullar el río era afligente. Esos efectivos milicianos fueron escasos y muy mal armados, por lo que su tarea, además de inútil resultó cansadora, desalentadora y desgastante. Se trató de mitigar esta deficiencias del medio castrense, trayendo de España 200 soldados veteranos con su correspondiente munición, armas y uniformes, de acuerdo a los solicitado por el gobernados Pedro E. Dávila. Sobre la base de esa cantidad de veteranos se formaron las tres primeras compañías a sueldo, para completar el aspecto defensivo, agregando las milicias vecinales. En 1663 la cantidad de hombres veteranos y a sueldo se elevó a 300 y once años más tarde había para defender a Buenos Aires y su región circunvecina los 300 veteranos mencionados, una compañía de milicias de caballería y otra de infantería, ambas armadas con lanzas y adargas, se agregó una guardia de caballería para custodia del gobernados. Complementaban este plantes militar formado por blancos, tres compañías de indios, negros y mulatos. Estos cuerpos tenían como armas lanzas y desjerreteadores. Para 1680 con el objeto de culminar la expulsión de los portugueses de Colonia del Sacramento, se formaron cinco compañías de caballería y seis de infantería, con un total de 850 plazas. Sobre esa cifra, los criollos o gauchos podían llegar a integrar el 50%, siempre que no tuvieran en sus venas sangre africana ni india, o sea que no fueran mulatos o mestizos (castas). Para 1705 tenía Buenos Aires una fuerza militar de 821 veteranos, 600 milicianos y 300 negros, indios y mulatos. Para 1765, durante el gobierno de Ceballos había en Buenos Aires, un batallón de voluntarios de españoles residentes en Buenos Aires que llegaban a ser en total 800 hombres. Un regimiento provincial de caballería, que sumaban 1.200 hombres. A ellos, que eran blancos, se agregaban 300 pardos, un cuerpo de indios ladinos a pie y a caballo que llegaban a las 300 piezas. No llegando a superar los 450, de acuerdo a la información suministrada por
Torre Revello. Paralelamente se formó un cuerpo de hombres para atender las urgencias de la frontera interior que llegó a tener en el mismo tiempo de Ceballos 2.000 plazas. Sobre la relación étnica de este grupo militarizado hay muchas versiones, pues si bien se habla casi siempre de gauchos, se dejan de lado las mezclas de sangres que había o podía haber en cada uno de ellos. En la época de gobierno de Vértiz, 1771, los veteranos eran en total 2.500, divididos en varios regimientos que llevaban el nombre de su región de origen (Mallorca, Cataluña, etc.). Para ese entonces las fuerzas veteranas españolas se habían refundido con las llamadas fijas. A esas cifras anteriores hay que agregar 651 que correspondían a los dragones, artilleros y maestranza, pero el mantenimiento de estos cuadros (veteranos, milicianos o auxiliares) no era fácil de obtener. El elemento criollo era muy proclive a la deserción llevándose todo lo posible. A ello hay que agregar que el llamado elemento veterano de origen español no siempre era el mejor, ya que en el enganche realizado se alistaba a vagos, confinados a galeras y desertores. Desde la iniciación de la ocupación territorial hasta la primera invasión inglesa, no hay en la documentación posible de consultar en el A.G.N. una estimación parcial o total de la cantidad de negros y sus descendientes que prestaron servicios como auxiliares (no combatientes que tenían la misión de acarrear y acercar bagajes, municiones o retirar heridos) o como soldados de combate, que no los hubo. Esa ausencia se repite en la abundante bibliografía histórica y literaria, editada hasta la fecha. Abundan sí nombres aislados de protagonistas de actos repudiables o heroicos, pero no pasan de ser menciones anecdóticas. Ello da para pensar que el número de negros alistados como auxiliares, si bien ha de haber sido considerable, por el gran número de ellos, su merma por muerte en acciones de combate, no ha de haber sido considerable, ya que ni en los libros de las iglesias o parroquias, como tampoco en los libros de cementerios aparecen anotaciones que hagan pensar de manera contraria. Lo mismo ocurre respecto a los hechos acaecidos durante la primera invasión inglesa de 1806. Lo rápido y sorpresivo de la acción sumada a la escasez de fuerzas para oponerse y la inercia diligencial, hicieron que la cantidad de bajas fueran relativamente escasa. Todo lo contrario corresponde anotar respecto a la segunda invasión de 1807. Hubo tiempo de prepararse para una segunda eventualidad. A las compañías de Pardos y Morenos, existentes desde 1801, con oficialidad blanca, que era la norma vigente en la época, se agregó el cuerpo de voluntarios indios, pardos y morenos, que ten ía 898 plazas. Se estima como cierta la cantidad de 7.882 soldados intervinientes en la segunda invasión y que la principal acción de guerra tuvo lugar el 7 de julio de 1807. Los hombres de color asistidos en los Hospitales de los Betlemitas, de la Residencia, de San Francisco y de San Miguel (en total cuatro hospitales), para el 19 de julio eran 18 negros heridos y 8 pardos en la misma condición. Tres días más tarde esas cifras eran de 24 negros y 9 pardos heridos. Esto da un total de 59 hombres heridos en el combate. En cuanto a los muertos contabilizados después del combate de la fecha precitada, sumaban 35. Si hacemos una relación porcentual entre heridos y muertos entre la población de color que luchó en Buenos Aires hemos de ver que no da para hacer recaer el peso de la responsabilidad de la reconquista en los hombros y las espaldas de los heridos y muertos de esos hombres de color. Considero como mucho más acertadas y ajustadas a la realidad de lo ocurrido las palabras del teniente general Whitelocke cuando decía: que la clase de fuego al cual estuvieron expuestas la tropas fue en extremo violento. Metralla en las esquinas de todas las calles, fuego de fusil, granadas de mano, ladrillos y piedras desde los techos de todas las casas, cada dueño de casa defendiendo con sus esclavos su morada, cada una de estas era una fortaleza, y tal vez no sería mucho decir que toda la población masculina de Buenos Aires estaba empleada en la defensa.
(H.N.A. Vol. IV, 2a sec., pág. 470, Bs. As., 1938). Pero ha de ser después de 1810 en que la población de color ha de tener abiertas las puertas para ingresar a las fuerzas armadas. Conviene aclarar que lo hizo por tres condicionantes insoslayables en sus respectivos momentos históricos. Lo hizo por compulsión, por voluntad, y por tener otro destino que lo sacara de la esclavatura. La documentación histórica del período hispano indica reiteradamente la decisión voluntaria de negros esclavos para servir en las fuerzas armadas. Al respecto conviene aclarar que el negro
esclavo fue propiedad del blanco y por ello estaba carente de la libertad de decidir sobre su vida personal. Esa indicación de voluntad para ingresar, se refiere, sin mencionarla, a la voluntad patronal para permitirla, no a la del esclavo. Por ello, cuando revistaban como auxiliares y luego como soldados de combate, dependieron de la voluntad del patrón. El Estado, y en caso especial de Buenos Aires hasta 1810, el Cabildo dispuso que los propietarios de esclavos los facilitaran en calidad de cedidos o prestados, para ser luego reintegrados a sus respectivos dueños, cuando el evento militar hubiera cesado. En ese panorama general, existió la excepción formada por negros libertos que solicitaron a la autoridades la incorporación a las tropas. Esas excepciones figuran en las listas de revistas de los cuerpos formados en la tropa con hombres de color, a partir de 1806 en adelante. Si bien hasta 1806 la incorporación de esclavos, o gente de color, a las fuerzas armadas fue esporádica y temporaria, a partir de 1810 ha de transformarse en sistemática y sin término real de finalización. Continuando el espíritu de estricto control demográfico de la época hispana, reflejado de manera muy reiterada en las actas del Extinguido Cabildo de Buenos Aires y que podemos simplificar con dos palabras vagos y mal entretenidos. Bajo esta designación genérica se incluyó a todos aquellos que no tenían trabajo ni domicilio conocido, sin distingo de etnia. Por ello gauchos, indios, negros y la infinita gama de castas que buscó refugio en la libertad de la pampa, al ser apresados, fueron emitidos a servir en los fortines de la frontera interior. A partir de 1810 ese destino varió, pues se los envió a engrosar los ejércitos que marcharon y combatieron en el Alto Perú, Paraguay y la Banda Oriental. No hay una estadística confiable sobre la cantidad de hombres descendientes de manera directa o indirecta de África, en los ejércitos que posibilitaron la Independencia entre los años que van de 1810 a 1823, pero ha de haber sido considerable, considerando que la población de color formó un tercio de la población que existió, si bien presentó indicios de decrecer. Por ello no es de sorprender que en la batalla de Sipe-Sipe, fueran liquidados casi por completo dos regimientos de negros (algo más de 1.000 hombres). Esa muerte masiva se ha de reiterar con los negros reclutados para el Ejército de los Andes que estuvieron en campaña entre 1816 y 1823, combatiendo en Chile, Perú y Ecuador, de manera que de los 2.000 soldados negros que iniciaron el cruce de los Andes, fueron repatriados en la segunda fecha indicada, 143 soldados de color. Esa merma se explica al saber que en la batalla de Maipú, los negros enganchados provenían de los cañaverales tucumanos, muy hábiles en el manejo del machete para cortar la planta. Recibieron la orden de cargar a las tropas realistas provistas de armas de fuego. Lo hicieron blandiendo los machetes y al grito de: querré achucha, Tomá Pachuca. Rompieron las filas de los soldados veteranos y sembraron el terror por la furia puesta en cortar cabezas de españoles. Murieron más del 86% en el combate, pero se ganó la primera batalla decisiva de la campaña de Chile. Con el mismo ímpetu siguieron combatiendo los otros negros en el resto de la campaña libertadora. Fue costumbre complementar regimientos o batallones de blancos con cuerpos de negros. Pasada la contingencia esa fuerza negra fue separada y absorbida por cuerpos de negros ya existentes, como el llamado Regimiento de Castas que incluía indios, negros y castas. Los sobrevivientes de la Guerra de la Independencia, blancos y negros no fueron dejados para que vivieran la vida civil. Se los asimiló casi de inmediato para integrar el ejército que intervino en la Guerra con el Imperio de Brasil. Cuando esta guerra terminó, los sobrevivientes fueron absorbidos por las guerras civiles entre unitarios y militares. Las memorias dejadas por Paz, La Madrid, Ferré y otros protagonistas de este gran desencuentro nacional, tienen alusiones y referencias reiteradas sobre el desempeño de negros, veteranos de las guerras antes mencionadas. Rosas los reunió para formar el Batallón Provincial y el Batallón Restaurador. A pesar de las precariedades y de los peligros reales que amenazaban a la Nación que luchaba por formarse, los propietarios de esclavos no cesaron en sus argucias y artimañas para no tener deterioros en sus patrimonios. Todo esclavo que ingresaba al ejército, significaba una merma en los ingresos que obtenía con el trabajo que hacía para la familia o el alquiler que dejaban de percibir. Por eso es posible encontrar en la documentación del A.G.N., numerosas notas solicitando excepción respecto a los negros que se poseían, pues de su trabajo vivía la familia propietaria. Otras notas son para procurar la devolución del esclavo por haber vencido el tiempo de cesión o
préstamo. No faltan las contracaras de esta solicitudes, pues hay denuncias sobre propietarios que niegan tener esclavos, pues los mantenían casi totalmente encerrados en sus domicilios, haciéndoles producir artesanías menores que luego se vendían entre el vecindario urbano. Otros propietarios más prácticos enviaron a sus esclavos a trabajar en las estancias, logrando de esta manera mano de obra y soslayar la obligación de perder una parte de su propiedad. En la batalla de Caseros se enfrentaron muchos negros, pues estaban alistados en ambos bandos y con posterioridad tanto el Estado de Buenos Aires como la Confederación Argentina contaron con hombres de color que nuevamente resultaron adversarios en Cepeda y Pavón. Terminada la guerra civil y lograda la unidad nacional, los veteranos salvados de las guerras anteriores, fueron alistados para luchar en la Guerra de la Triple Alianza. En esta guerra, nuevamente, los negros debieron enfrentarse, pues eran parte de los ejércitos. En ella se agregó a la ferocidad y miseria de la guerra, la avaricia de algunos sectores del Brasil, que intentaban robar a los prisioneros, para remitirlos como esclavos a sus facendas o venderlos como tales en el mercado clandestino que existía en el interior agrario. De esas intentonas de secuestros, debían cuidarse los blancos y los negros argentinos y uruguayos, como consta en los documentos publicados en el Archivo Mitre, ts. V y VI. El fin de esta guerra, salvo episodios muy aislados, da término al via crucis del negro en las fuerzas armadas. En años posteriores y ya en plena paz, iniciando la Nación el camino del progreso material, era común y hasta normal, encontrar en las calles de Buenos Aires a viejos negros que mendigaban la ayuda pública para poder subsistir, o vendían mazamorra, pan casero, pasteles o empanada hechas por sus mujeres negras. Eran hombres que presentaban viejas cicatrices faciales, impedimentos locomotrices o estaban físicamente tan disminuidos o destruidos que no podían realizar ni siquiera la tranquila tarea de vigilancia nocturna. Su número ha de haber sido despreciable, pues las autoridades municipales dispusieron la inauguración para 1867 del Asilo de Inválidos para recoger a los veteranos de nuestras guerras. Estaba ubicado en la esquina de las calles Salta y Caseros. Se incluyen a continuación algunas biografías de negros que se destacaron en su paso por las fuerzas armadas argentinas. BAD ÍA, GREGORIO BARBARÍN, MANUEL MACEDONIO BARCALA, LORENZO BATALLÓN o NEGRO BATALLÓN CAMPANA, JOS É CIPRIANO CABRERA, NICOL ÁS GAYOSO, FERMÍN FALUCHO IBÁÑEZ, ANDRÉS IRRAZABAL, PABLO LEDESMA, CARMEN MALDONES, ESTANISLAO MALDONES, ESTANISLAO (H) MANSILLA, FELIPE MORALES, JOS É MARÍA NARBONA, JOSÉ PATIÑO, JUAN PESOA, INOCENCIO SOSA, AGUST ÍN SOSA, DOMINGO TENORIO, JOSEFA THOMPSON, CASILDO THOMPSON, CASILDO G. VIDELA, ANTONIO
APORTES DE LOS NEGROS A LA RELIGIÓN En las páginas anteriores se ha hecho referencias a la actitud adoptada por la sociedad negra, ante el predominio de la sociedad blanca en materia de religión. Por la diversidad de sus
orígenes, ya que los negros traídos como esclavos provenían de distintas regiones africanas, traían como herencia cultural diversos comportamientos sociales y distintas creencias religiosas. No es aventurado decir que en general los hombres y mujeres llegados al Plata como esclavos eran politeístas, de la misma manera que algunas de sus parcialidades traían también como herencia cultural, el culto a los muertos, o sea, los antepasados familiares. Por sobre esa diversidad de creencias religiosas politeístas, también existe en África la creencia de un dios único, incorpóreo, etéreo, distante, dueño del cielo, la tierra y de las cosas materiales. Estas características hacen que ese dios no tenga morada material, o sea, no tenga templo específico. Entre él y los seres humanos, existen infinidad de intermediarios, que reciben distintos nombres, de acuerdo a las parcialidades y a las especificaciones que dominan. A estos intermediarios se recurre, al mismo tiempo que se los venera dentro de determinados ritos, propios característicos de cada uno de ellos, que se manifiestan materialmente con íconos, músicas, ofrendas, colores, plegarias, etc., de manera que conformen un mundo cerrado y aparte. A diferencia del dios monoteico antes indicado, estos intermediarios o dioses menores, están cerca de las criaturas humanas y acuden a ellas cuando son convocados de manera correcta por medio de la música, el canto y el baile, que forman en conjunto, el rito convocatorio. Además, para mejor servir a los convocantes, tiene la particularidad de poder encarnarse en personas vivas, para, por su intermedio, dar a conocer su voluntad o la respuesta para la que fueron convocados. Este mundo que era parte esencial de la cultura negra, debió someterse y convivir en la cultura blanca a la que fue incrustado. No debe extrañar entonces que los negros intentaran obtener de las autoridades civiles y religiosas, autorizaciones para realizar sus ritos religiosos que aparecían a los ojos y oídos de los blancos, como bailes, músicas y cantos que no tenían más objeto que la distracción y esparcimiento de esa población negra esclavizada. En realidad eran ritos religiosos en los que se convocaba a los distintos dioses, como se ha indicado antes. Paralelamente, la esclavatura estaba obligada a observar y practicar la religión cristiana de los blancos. Es entonces que vuelve a parecer el fenómeno de la transculturación entre ambos mundos religiosos. Es pues que aparecieron en la sociedad española en tierra americana, las agrupaciones negras que afloraron bajo la forma de cofradías. En ellas, muchas prácticas rituales católicas, se usaron para disimular ritos africanos, y bajo el signo de la cruz se ampararon dioses africanos, que por estar ocultos a los ojos vigilantes de los sacerdotes, pudieron sobrevivir y recibir el culto que sus seguidores les ofrecían. Como se ha indicado en páginas anteriores, la primera cofradía, de la que se tiene probanza documental data de 1772, organizada en la iglesia de La Piedad. Los objetivos de las cofradías fueron varios, como por ejemplo, la reunión de dinero, para la compra de materiales necesarios para la confección de tambores. Posteriormente esta recolección de dinero fue derivada para la adquisición de propiedades inmuebles donde tuvieron su sede esas cofradías, o la ayuda solidaria, para los miembros más menesterosos, como se ha de ver más adelante. Esas cofradías estuvieron siempre bajo la supervisión de las autoridades eclesiásticas que mantuvieron una celosa desconfianza respecto a los verdaderos fines de ellas, pues desconfiaron sobre la posibilidad de coronar un rey, de acuerdo a las tradiciones africanas que sabían latentes, o a la posible compra de armas para un levantamiento. Por esto último, se asociaron al control eclesiástico, las autoridades policiales, manifestadas de manera muy clara, en las disposiciones sancionadas en la época rivadaviana y de las que ya se han dado cuenta en páginas anteriores. De todas maneras estas cofradías sirvieron para que la población negra pudiera luchar por algunos de los derechos reconocidos por la Iglesia, como fueron las misas por el alma de los difuntos, no siempre celebradas por los sacerdotes que habían cobrado de manera previa, o el entierro en lugares consagrados y por los que ya se había pagado. De todas maneras, bajo el control eclesiástico o el policial, las cofradías no podían hacer uso de sus bienes por motus propio, ya que necesitaban la aprobación previa de esas autoridades. Estas autoridades debían ser y fueron siempre personas de piel y convicciones de blancos. Además, posteriormente, entre los propios miembros de la cofradía (algunas no todas), surgieron rivalidades por la propiedad de los locales adquiridos con los fondos comunitarios, como ha quedado documentado en largos y turbios procesos judiciales de la segunda mitad del siglo pasado. A todo ello hay que agregar que la Iglesia, ha sido en la época de la dominación hispana, parte insoslayable del aparato dominante de todas las partes integrantes del Estado.
Por ello, la importancia de la Iglesia en el sometimiento social de los negros, al inculcarles obediencia, pasividad y acatamiento a las órdenes de los amos, ya que en el Cielo estaba la verdadera recompensa por las miserias soportadas en la vida terrenal. La transculturación a que se ha hecho reiterada referencia en esta páginas, conspiró en numerosas ocasiones para impedir el mantenimiento de la pureza tradicional de la cultura africana, en parte por la inferioridad de la raza negra respecto a la blanca en lo político y social y en parte, a que los ritos cristianos permitían, con ciertas modificaciones superficiales, continuar con el culto ancestral adaptado a las nuevas circunstancias que rodeaban a la esclavatura. Lo anterior no niega la sinceridad de muchos negros y negras respecto a la creencia católica impuesta al principio por compulsión, y posteriormente practicada por convicción. Pero entre los negros que seguían fieles a la herencia ancestral y los católicos sinceros, quedó un amplio margen para la vida de los brujos, doctores, manos santas, santones, curadores, poseídos e intermediarios, que vivieron protegidos por los negros, que hicieron de ello un culto laico, como una burla a las autoridades, para seguir favoreciendo las prácticas intermedias entre el diablismo y la transmisión de energía que es natural entre los humanos. Por ello es que siempre o casi siempre, existieron entre los negros, desde tiradora/es de cartas hasta sanadores de males de amores. San Telmo, fue el barrio que concentró el mayor número de ellos y sus figuras oscilaron entre canciones provectos hasta jóvenes núbiles a quienes se les atribuía el raro privilegio de dar en su cuerpo, alojamiento del espíritu de determinados dioses capaces de bendecir o maldecir, curar, enfermar o hasta matar físicamente, de acuerdo a las circunstancias del recurrente o del estado del espíritu anidado. En nuestros días, esos agentes se han difundido y han dejado de ser patrimonio de los negros, pues la, adivinación, imposición de manos, etc., ha dejado de ser restringido a ciertos espíritus para convertirse en pingüe negocio y por ello, cualquiera puede aducir que está en condiciones de adivinar, sanar, aconsejar u orientar. Es posible citar, siguiendo la tradición de algunos viejos conocedores a la negra Mercedes, moradora de San Telmo; a Teresa, otra negra mágica, de Monserrat, como ejemplos del pasado y a Julia o Marga, en nuestro presente. Entre la superficie que indicaba un sumiso acatamiento a las directivas de la religión católica, y la masa de la esclavatura, que era la realidad cotidiana, mediaron estados intermedios que permitieron dos resultados disímiles, cuando no opue stos entre sí. Por un lado la aceptación de los bailes que las agrupaciones de negros celebraban, con el pretexto de distracción y sociabilidad. En muchos de ellos se mantenían imágenes cristianas, rodeadas de velas, mientras a pocos pasos se desarrollaban ritos africanos, celebrados con tambores, bailes y canciones. Eran estos tambores tocados sin cesar hasta altas horas de la madrugada lo que molestaba a los vecinos blancos e inquietaban a las autoridades, pues estaban marginadas en la comprensión de las danzas y de los cantos, ya que ignoraban el significado de las figuras coreográficas y el sentido de las palabras, pues no conocían los lenguajes respectivos. No debe olvidarse que en Buenos Aires existieron cerca de medio centenar de naciones africanas. Cada una de ellas con su tradición o herencia cultural. En la documentación posible de consultar -como se ha indicado en páginas anteriores- las intervenciones represivas o suspensiones de los permisos para celebrar los bailes (candombes), estaban basadas mayoritariamente en el ruido monocorde y molesto de los tambores, a los que se agregaban los gritos de los danzarines y concurrentes. Estas manifestaciones fueron tomadas como expresiones de reyertas (que las hubo, a no dudarlo), pero que distaban de serlo en la realidad fáctica, pues eran cantos religiosos en la mayoría de los casos. La ignorancia de las autoridades hizo que los negros pudieran practicar su religión bajo la cobertura de bailes sociales. Esta situación se prolongó hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, en que el poder de convocatoria de los negros declinó, de la misma manera que declinó su importancia demográfica. Un buen ejemplo de esta ignorancia es que todos los relatos de los bailes de negros están referidos a lo externo de los mismo, como lo hacen López, Wilde, García, de María y muchos otros de larga enumeración. Mencionan de manera puntual el grupo musical, la ropa de los músicos, de los bailarines, de los que dirigían los bailes, de la coreografía, de la sencillez o complicación de la misma deteniéndose en detalles de los colores utilizados, si los bailarines portaban o no instrumentos musicales, etc., pero no entran a detallar y mucho menos a estudiar
y especificar la significación ritual de los tambores usados, lo mismo que las ropas y la coreografía, pues el todo de cada baile es una actitud ritual que correspondía a cada Dios intermediario invocado u homenajeado. La culminación de esta cobertura seudo católica se tiene en la época de Rosas, donde ante la presencia del gobernador de Buenos Aires, de su hija, de la parte más importante de la sociedad porteña, los negros bailaban sus candombes. Esos bailes nominalmente eran en honor del poder civil, social y militar encarnado en Rosas, pero en realidad eran invocaciones u honores de algún dios africano. Otra forma de soslayar el control y las cortapisas por parte de las autoridades eclesiásticas y policiales fue la veneración de determinados santos cristianos como San Benito, San Baltasar, o las distintas vírgenes morenas o negras. La celebración o veneración de San Benito, a quien popularmente se le llamó el Moro o el Negro , por lo oscuro de su piel. Había nacido en Sanfratello, Sicilia, Italia, en 1526. Falleció en la ciudad de Palermo, Italia, en 1589. Provenía de una familia etíope, convertida en esclava y llevada a ese país. Este santo de la esclavatura es honrado y venerado en la Capilla de San Roque y para mediados del siglo XIX, funcionaba una sociedad de negros que se llamaba San Benito. Organizaba desfiles por las calles porteñas, luciendo sus integrantes fastuosos y curiosos trajes. La misma sociedad, u otras, se presentaban en los carnavales, desfilando con imágenes alusivas y cantando letras donde el nombre del santo era el centro de las rimas. Esta devoción porteña se extendió al Paraguay y al Brasil. En este último país se lo considera como sanador de varias enfermedades, especialmente la viruela. San Baltasar , el otro santo venerado por los negros de Buenos Aires. Es uno de los famosos Reyes Magos que guiados por la estrella encontraron el camino a Belén, donde homenajearon a Cristo recién nacido en el pesebre. Además de los citados santos, se venera la imagen de la Virgen de Monserrat, la de Polonia, llamada Reina o Inmaculada de África. En Los Toldos, provincia de Buenos Aires, se venera una virgen morena, que se halla en el Monasterio de los Benedictinos. Las fiestas católicas de Navidad y Reyes, dio oportunidad para que las comunidades negras se manifestaran como fervientes devotos y creyentes. Para ambas ocasiones elegían a un negro, para que actuara como rey por un día, rodeado de un fastuoso cortejo, que lo acompañaba el Pesebre, para allí rendir culto y homenaje, dentro del rito cristiano. Pero esas manifestaciones estaban rodeadas de música, canto y baile, para ayudar y reglar la marcha de los feligreses, contoneando las imágenes engalanadas con flores y velas encendidas. Todo el conjunto estaba enmarcado en la música que provenía de los tambores y de los otros instrumentos musicales que eran parte de la tradición cultural africana. Las ropas para estas ocasiones eran un dechado de policromía y de ingenio por la combinación de colores, que a pesar de los contrastes, resultaba singularmente atrayente y grato a la vista y al gusto de los blancos espectadores. También se aprovechaban esas ocasiones para tener una fiesta gastronómica con pasteles, empanadas y platos típicos de cada nación africana. La fiesta de Reyes, se realizaba, como se ha dicho, con la invocación de Baltasar, pero el pesebre del Niño Jesús, al que también se veneraba, daba lugar aun verdadero torneo de buen gusto para su presentación con todos los implementos tradicionales que iban desde los animales propios del lugar, hasta la sencillez y pobreza del mismo. Al lugar elegido para su emplazamiento concurrían las distintas naciones con sus instrumentos musicales, sus músicas, bailes y trajes tradicionales y distintivos, para rendir pleitesía al rey recién nacido. Toda la ceremonia, a pesar del protocolo cristiano, se desarrollaba en medio de una desbordante alegría a la que contribuían las donaciones o contribuciones en forma de monedas, que los blancos dejaban en los platillos para dicho propósito. Ambas fiestas no son africanas sino católicas, y fueron aprovechadas por los africanos para manifestar, dentro de los cánones permitidos, sus cantos, bailes y músicas rituales, venerando de manera indirecta a sus dioses, recatando el acerbo cultural heredado de la tierra lejana y perdida. En cuanto a los pesebres en las casas de familia, permitían desarrollar la veta imaginativa y creadora de blancos y de negros, ya que su instalación, de las galerías del segundo patio, permitían agregar una nota de distinción entre las familias más calificadas de la sociedad
porteña. Algunas de ellas llegaron a tener una verdadera tradición de pesebres destacados no tanto por la riqueza de sus piezas, sino por el buen gusto y la belleza expuesta. En esto contribuían los negros y negras de la familia que en una labor lenta pero sin descansos, hacían del pesebre uno de los objetos de tarea encomendada por los amos. En numerosos documentos correspondientes a ingresos de mercaderías europeas, se encuentran registros de Niños Jesús, estrellas, o pesebres, estos últimos de manufactura alemana. El adorno y la ambientación corría por cuenta de los sirvientes esclavos, controlados por las señoras de la casa, que muchas veces recurrían al consejo de sacerdotes, para lograr un acabado i deal. Las fiestas de Navidad y Reyes, permitían a las familias blancas reunir amistades y realizar saraos, que tenían como centro focal los pesebres preparados de manera muy minuciosa y detallada por las negras y negros que servían en la respectivas familias. El fino observador que fue Alcides d'Orbigny, describe una de estas concentraciones vistas por él en su visita a Montevideo, pero comete el mismo error de otros, ya apuntados: se queda en la superficie de lo visto sin penetrar en la naturaleza de lo realizado por los negros. Así dice que ha visto simulacros guerreros, de trabajos agrícolas y otros muy lascivos. No comprendió que esos mal llamados simulacros eran manifestaciones verdaderas de danzas, músicas y cantos que correspondían a ritos africanos, posiblemente morigerados por efecto de la transculturación. En lo referente a la coreografía lasciva, donde coincide con las referencias ya antes señaladas en este trabajo, es de hacer notar que toda la coreografía negra, es con la pareja separada, donde el hombre y la mujer tienen su propia coreografía, si bien coordinada para integrar la armonía. Mal pueden entonces, si danzan separados sin contactos corporales, dar ideas de lasciva. Posiblemente lo observo por este distinguido viajero, hayan correspondido a danzas de iniciación sexual de varones y mujeres adolescentes, rodeados por los mayores que, además de acompañar a la iniciación , hacían de patrocinadores. Otro santo venerado por los negros y que tenía el mismo origen africano fue San Martín de Porres, descendiente de africanos, nacido en Lima, Perú. Se sabe que Fray Martín y Santa Rosa de Lima, terciaria dominica, se conocie ron y trataron algunas veces. La única virgen de este origen en la parte sud de América, conocida y venerada por los negros es La Aparecida, en el Brasil, que tiene sus adeptos en Paraguay y Argentina, pero no goza de adhesión masiva. En la mayoría, por no decir en todas las ciudades, donde hubo concentración de mano de obra negra, casi siempre nucleada en las iglesias respectivas, hubo culto a San Benito, a San Baltasar y a las vírgenes negras. Todos esos santos y santas tienen la particularidad de ser parte de los ritos y la fe católica y además tener el color de piel oscuro, prieto, de ébano o sencillamente negra. A pesar de la diversidad de agrupaciones étnicas que se registró en la mano de obra esclava de origen africano, la cantidad de santos o santas católicos no fue demasiado notorio y hasta puede decirse que existió en relación proporcionalmente inversa, ya que al casi medio centenar de naciones africanas, corresponde menos de media docena de santos católicos. Lo anterior no pretende negar la firme y fiel creencia de los negros en la religión Católica, Apostólica y Romana. Muy por el contrario, el mantenimiento de santuarios, capillas, iglesias, ermitas u oratorios por la comunidad negra lo confirman a diario. Claro ejemplo de ello es la acreditada y famosa Capilla de los Negros de Chascomús. Es de construcción muy humilde, casi un rancho, con muy pocos elementos para recibir a los feligreses, pero visitada a diario por la población del lugar y de numerosos peregrinos que acuden a ella en búsqueda de apoyo espiritual y socorro material. Su interior está siempre iluminado por la luz dada por las velas que siempre dejan encendidas los visitantes. A nivel de creencias del pueblo llano, la cultura negra ha dejado su impronta por intermedio de creencias como la del lobizón. Si se tratase de una séptima hija mujer, la transformación será en bruja. Este embrujo o maldición desaparece con las primeras luces del sol. Otra superstición de origen africano es la de los negros del agua. Son seres que desde la profundidad de las aguas nadan, emergen y vuelven a sumergirse. En realidad a esta superstición habría que llamarla los negros del río. Esta creencia tiene su paralelo en el llamado negro de la laguna, que vive y aparece en las lagunas, mientras el anterior es propio de las corrientes de agua. Una tercera superstición es la del negrito del pastoreo. Consiste en la creencia de la aparición de
un negrito que ayuda a encontrar a los animales extraviados, pertenecientes a una majada o a un rodeo. La cuarta creencia posible de mencionar es la de la rondacatonga, que en realidad es un juego infantil.
APORTES DE LOS NEGROS AL MUTUALISMO Otra forma de agrupación usada por los negros han sido las asociaciones mutuales, a partir de 1850 en que se conoce la existencia de la Sociedad del Carmen y de Socorros Mutuos. Posiblemente con anterioridad a la misma, existieran otras agrupaciones que ayudaban a los más menesterosos de la población negra o sus descendientes, pues ya antes, en estas mismas páginas se ha indicado, que uno de los objetivos buscados en la realización de los bailes era la de reunir dinero, destinado a la compra de objetos de culto y a la ayuda de los necesitados, al amparo de los enfermos abandonados o al entierro y celebración de misas. Si existieron esas asociaciones o agrupaciones mutuales o de ayuda social, no hay probanza documental, pero se sabe de manera muy fehaciente que ese tipo de ayuda se prestó. Lo mismo corresponde anotar respecto al recate de esclavos o la compra de la libertad de los mismos. Esta organización de ayuda mutual indica la separación entre los negros esclavos y las autoridades que, como se ha indicado, los controlaban. Es de alguna manera un signo aperturista, hacia el pleno dominio civil de cada negro y de la sociedad de color en su conjunto. Le siguieron cronológicamente La Sociedad de la Unión y de Socorros Mutuos (1855) y la Sociedad Protectora Brasileña. Coinciden casi perfectamente con la creación en Buenos Aires, de otras instituciones que son correspondientes a los grupos inmigrantes desde España (1857). Todas ellas trataron de brindar a sus asociados la mayor cantidad de beneficios que iban desde la atención médica gratuita, hasta el rezo de misas, después de la muerte, pero no siempre se pudo cumplir con estos objetivos por complicaciones y dificultades financieras. En las mismas se notó un cambio general en la conducción societaria. Mientras en las anteriores cofradías, a los díscolos, incumplidores o delincuentes, se los expulsaba o entregaba a las autoridades policiales, en estas sociedades mutuales, se procedió a la aplicación de multas pecuniarias. Se intentaba con este nuevo procedimiento mantener y acrecentar el número de afiliados o adherentes y al mismo tiempo aumentar los ingresos, que no eran muy suculentos, pues las cuotas de contribución eran casi siempre muy exiguas por el bajo nivel económico de la población de color. Hay que agregar que en el seno de algunas de ellas surgieron diferencias de criterios respecto a la conducción societaria que dieron como resultado la ruptura y por consiguiente, la aparición de sociedades paralelas, pero de menor enjundia en cuanto al número de socios y al capital reunido. Todo esto último redundó negativamente en los beneficios otorgados a la masa societaria. Entre 1860 y casi finales del siglo XIX, funcionaron las dos sociedades que más importancia adquirieron. Ellas se llamaron la Protectora y la Fraternal. Esta última, ya mencionada sin entrar en detalles en páginas anteriores, fue fundada por un hombre de múltiples actividades ya que fue músico y llegó al rango de capitán. Su nombre fue Casildo Thompson. (Está incluido en la nómina de militares). Además de la ayuda social, esta sociedad estableció una escuela primaria para los niños y niñas de color, en momentos en que la educación primaria argentina adolecía de graves restricciones. Más tarde, siempre inspirado en sus ideas altruistas, abrió Thompson una Academia de música que se prolongó por más de una década. El fin de esta sociedad, si bien no puede ser establecido de manera fehaciente, se atribuye a problemas económicos. La posta de la obra mutual fue recogida y prolongada en Buenos Aires por la sociedad llamada La Protectora. Su vida se prolongó entre 1877 y 1936. Fueron 59 años de intensa lucha por ampliar las bases económicas, ya que las societarias eran muy difíciles de incrementar por el declive demográfico de los negros en la Argentina. Los beneficios brindados por esta sociedad, fueron mayoritariamente de atención a la salud de sus asociados, ya que entre remedios y médicos se sumaron los mayores gastos. Los médicos atendían de manera gratuita al paciente, pero recibían sus emolumentos mensuales. Los enfermos podían acudir a un dispensario bien surtido, pero no lo suficientemente diversificado como para atender todas las enfermedades que presentaban quienes acudían al mismo. Además de lo anterior, cuando la enfermedad o el accidente impedía trabajar, el asociado recibía una ayuda monetaria, para atender las necesidades más urgentes. A partir de 1883, se construyó en el cementerio de la Recoleta un
mausoleo, donde se daba sepultura gratuita a los fallecidos. También sus miembros disponían de una biblioteca general, consistente en revistas, libros y algunas publicaciones técnicas. El equilibrio económico, la igualdad en el trato, la ausencia de luchas intestinas y la continua búsqueda de ayudas para agregar, hicieron que esta sociedad contara con el apoyo de la mayor parte de la población de color, fuera o no afiliada. Este prestigio ha quedado expresado en las páginas del diario de Mitre, La Nación, en algunas notas publicadas en el año del Centenario. A medida que la población negra fue decreciendo, la sociedad La Protectora, fue permitiendo el ingreso de blancos entre sus asociados y es muy posible que para la década de 1930, que marca su desaparición, los asociados de color fueran una minoría, al grado de que la sociedad desapareció sin pena ni gloria. También es muy posible atribuir esta pálida y anodina salida de escena social, al proceso de intensa transculturación, por el cual los negros, debilitados en número, hayan perdido el control de la misma, al ceder lugar y control a la infiltración blanca.
APORTES DE LOS NEGROS A LA MÚSICA Dejando de lado, la influencia del negro en el tango y la música ciudadana, que se verá aparte, en otras manifestaciones musicales es posible encontrar la presencia del negro y de su música. Ya desde la época del dominio hispano, fueron numerosas la manifestaciones sobre la facilidad que tenían los negros para ejecutar algunos instrumentos de origen blanco como eran el violín, la guitarra y posteriormente el piano. Es posible que los primeros negros músicos en los dos primeros instrumentos referidos, hayan sido iniciados por los sacerdotes, especialmente por los jesuitas, que tan meritoria labor desarrollaron en este sentido en las Misiones Jesuitas. Lafuente Machain, en sus libros sobre Buenos Aires, recata algunos testimonios de esa actividad musical de los negros, a los que es posible agregar que muchos amos, alquilaban a los negros esclavos, para que dieran lecciones en los domicilios de quienes deseaban estudiar. Esa influencia religiosa se ha manifestado en los músicos negros tecladistas u organistas, en varias iglesias porteñas y en algunas capitales del interior. Además de esa actividad sacra, animaban las fiestas familiares. De los nombres rescatables es posible mencionar a Roque Rivero. Fue pianista y compositor. Tuvo un momento de gran auge social hasta que en 1837, en razón de sus ideas políticas, emigró a Montevideo. Allí compuso acompañado por su hijo Demetrio, música para obras de teatro, al mismo tiempo que ejercía el periodismo publicando en las páginas de El Talismán. En 1843 se trasladó junto a toda su familia a Río de Janeiro, donde falleció. De sus composiciones musicales se recuerdan su Colección de Canciones dedicadas al 25 de Mayo, que fueron para canto y piano, le siguieron Marcha de Lavalle y la Cautiva, teniendo como fuente inspiradora la obra de Echeverría. Su composición Libertad fue editada en París en 1839 por Adolfo D'Astrel. Se da en este músico, la misma circunstancia ya apuntada respecto a varios negros citados, se desconoce la fecha de nacimiento y muerte, como los lugares en que acontecieron estos eventos. Otro de los nombres rescatables entre los músicos negros, es el de Remigio Navarro. Había nacido en Buenos Aires en 1795 y estudió con el maestro Juan Antonio Picassarri. Como en el caso de Rivero, escribió música para obras de teatro en la década de 1820, llegando a ocupar el cargo de director de la orquesta del Teatro Argentino. Su fama se extendió a Montevideo, donde fue llamado para actuar como pianista en el teatro de la ciudad. Le corresponde la distinción de haber estrenado en Buenos Aires el primer vals de Strauss que fue escuchado por el público porteño. Entre sus obras, hay que mencionar un minuet publicado por Bacle en 1829. Variaciones para Piano, 1831, y numerosas canciones populares que fueron editadas por Antonio Wilde. Otro nombre que corresponde mencionar es el de Federico Espinosa. Nació en Buenos Aires en 1830 y falleció en la misma ciudad en 1872. Se distinguió como pianista y compositor. Sus contemporáneos lo llamaron el Strauss Argentino por la cantidad, calidad y difusión alcanzada por sus valses, polcas, bailecitos y otra piezas de menor identidad musical. Recibió numerosos elogios de la prensa porteña y fue distinguido por varios músicos que visitaron la ciudad, al conocer la calidad de sus composiciones. Hay que agregar a los nombres ya mencionados el de Manuel Gustavo Posadas. Era de origen porteño, con un color de piel muy oscuro. Nació en Buenos Aires en 1841 y murió en la misma ciudad en 1897. Fue violinista y también pe riodista, ya que colaboró de manera desinteresada en
varias hojas de la colectividad negra. Estudió música con el maestro Pedro Ripari, en la Escuela de Música de la Provincia de Buenos Aires. Su popularidad se debe a sus actuaciones en varios teatros ejecutando obras propias y ajenas. Una continuación, pero superando el nivel musical, corresponde a su hijo Manuel Posadas. Fue también de piel oscura y porteño, por haber nacido en Buenos Aires el año 1860. Obtuvo una beca para estudiar en Bruselas a donde se trasladó en 1890. Fue violinista del Teatro de las Galerías de esa ciudad. A su regreso actuó en el Teatro Coliseum, con gran suceso de público y de crítica. Para acrecentar sus ingresos dio clases particulares y por ello fue maestro de Juan José Castro. Quedan todavía otros nombres de aquellos que se distinguieron en la composición y ejecución musical, fuera ya de la llamada música negra, al haber incursionado con éxito en la música de la mayoría demográfica. Esos nombres son Tiburcio Silbarrios, Alejandro Vilela, Casildo Thompson, Casildo Gervasio Thompson y Remigio Rivarola. Los Thompson ya han sido mencionados, especialmente el primero, por su actuación militar y la fundación de La Fraternal. A esa labor may que agregar la de compositor de obras musicales. El segundo, hijo del anterior, también fue músico. Estudió en el Conservatorio Musical de la Provincia de Buenos Aires, llegando, ya recibido, a obtener varios premios por sus composiciones musicales de carácter religioso. Hay que agregar a esta reseña a Zenón Rolón. Nació en Buenos Aires el 23 de junio de 1856. Realizó estudios con Alfredo Quiroga, destacado organista de los templos de San Ignacio y La Merced, que completó por medio de una beca del Estado para estudiar con el maestro Mabellini, en Italia, en 1872. Allí se vinculó con otros músicos argentinos y europeos. Al regresar dio a conocer su Marcha Fúnebre en homenaje a San Martín, que fue ejecutada en la ceremonia de desembarco de sus restos, cuando se los repatrió en 1880. Dos años después fue distinguido por su marcha La Argentina, compuesta para la inauguración de la Exposición Continental realizada en la ciudad capital. También en el mismo año intervino en un concierto ofrecido en el Teatro Colón, junto a otros músicos de renombre como fueron Francisco Hargreaves, Arturo Beruti, Miguel Rojas y Luis Bernasconi, ejecutando obras de autores nativos, sobre temas nacionales. Este concierto fue el primero que se efectuó con esas características. Fue pianista sin continuidad en los teatros Colón y Rivadavia. Su afán de propagar la música lo llevó a instalar en 1884 una imprenta que dio a conocer piezas musicales de los mejores autores de su tiempo. Sus condiciones musicales hicieron que se le designara profesor de música en las escuelas primarias, en 1887. Hasta la fecha de su fallecimiento en 1902, dio a conocer numerosas composiciones escolares, que se cantaron en todas las escuelas de la República. Fue convocado en varias oportunidades para acompañar a músicos y cantantes europeos que visitaron Buenos Aires. También compuso música para obras teatrales, siendo el músico preferido de varios autores de este género. Su nombre figura entre los fundadores del Club Social, entidad que nucleó a la gente de color de su tiempo. De su extensa producción musical se pueden mencionar Himno al Sol de Julio, Oda Sinfónica, Himno a Sarmiento, Marcha a Falucho, complementado con versos de Rafael Obligado, dejando de lado más de 800 composiciones de menor jerarquía. Toda su obra recoge la influencia europea recibida en los años en que estuvo estudiando. Por ello no es exponente de la música local de su tiempo y de su clase social. Otro contemporáneo del anterior fue Antonio Restano (no confundir con su homónimo Antonio, pues era italiano). Nació en Buenos Aires en 1860 y falleció en la misma ciudad en 1928. Perteneció a una familia de ascendencia africana y musical ya que su padre y su abuelo fueron músicos. En el seno familiar aprendió los rudimentos musicales que perfeccionó con los maestros Rolandone, Rolón y Stringelli. Entre 1881 y 1885 estudió en Italia, logrando ocupar los primeros puestos en cada especialización emprendida. El último año estrenó en Turín su ópera Un Milioncino, con gran éxito de la crítica especializada. Regresó por una corta estadía en Buenos Aires, para regresar a Italia y estrenar otras óperas, logrando la misma repercusión que con la primera. Regresó para fincarse en Buenos Aires en 1897. Se dedicó a la enseñanza, fundando el Instituto Musical Webe. Ha dejado una cantata llamada Al Calvario. Además, son de su autoría el Himno al Centenario y muchas composiciones para violín, piano y guitarra. Para cerrar la lista de esta breve síntesis de nombres hay que indicar a Miguel Rojas. Provenía de un hogar de gente de color y nació en San Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires, en 1845.
Desde joven manifestó una clara inclinación por la música por lo que realizó los estudios preparatorios. Su nombre figura como cofundador de la sociedad promúsica Los Negros, acompañado por jóvenes de la sociedad de su tiempo. Esta sociedad ofrecía dos conciertos semanales a cargo de la orquesta dirigida por Rojas. También se distinguió como director de la comparsa carnavalesca que la gente de su tiempo llamó de los negros pintados o del tizón, pues la mayoría de sus componentes eran jóvenes blancos que se pintaban la cara. Esa comparsa, además de los instrumentos musicales de aire, contaba con un gran conjunto percusivo formado por la casi totalidad de tambores usados por los negros desde la época hispana. Con ello se rescataba uno de los filones más acentuados de la tradición musical africana. En 1869, Rojas estrenó en el Teatro de la Victoria, y en el local de la sociedad Los Negros, dos zarzuelas de su autoría llamadas respectivamente El Pasaporte y Los Dos Padres. Con ello se adelantó a Hargreaves, a quien se considera como el primer autor argentino de obras de teatro. Se distinguió como compositor musical para obras de teatro. El diario La Tribuna hizo el comentario de la primera en términos muy elogiosos, al mismo tiempo que aseguraba ser la primera composición de su género, original de un hijo del país. Son muchas las composiciones que dejó antes de fallecer en su pueblo natal en 1904, entre las que se pueden mencionar la música para el drama Chaquira Lied, de Rafael Barreda, Marcha Fúnebre a la Memoria de Adolfo Alsina, Himno Oficial a Rivadavia, Ave María y Recuerdos del Carnaval. Es de hacer notar que en esta generación de músicos negros, por acción de la transculturación y la declinación demográfica de la población negra, fueron expresión de las corrientes europeas predominantes en sus respectivos tiempos, con muy poco aporte cultural de sus orígenes africanos. Al mismo tiempo debieron enfrentar la influencia de los músicos europeos, especialmente italianos, que abrieron por doquier las ya clásicas Academias de enseñanza musical donde se daban lecciones de solfeo y piano a los jóvenes, por unos pocos pesos semanales. Por ello esta influencia penetró en muchos hogares de la pequeña clase media y en otros estamentos sociales de mejor situación económica. Entonces no es de extrañar que de manera insensible pero irreversible, los músicos negros fueran dejando los lugares céntricos, para refugiarse en los barrios de la misma manera que debieron abandonar los teatros céntricos, para asentarse en los barrios y dentro de ellos en los bares, cafés, fondas y cafetines.
APORTES DE LOS NEGROS A LA PAYADA Entre el candombe y el tango se reconocen etapas o períodos. Uno de ellos es el de la payada. Siguiendo la definición tradicional consiste en el canto del payador, y de la competencia o contrapunto de dos o más payadores. Payador por su parte ha sido definido como el cantor popular que acompañado de guitarra, y generalmente en contrapunto con otro, improvisa sobre temas variados. En este último caso se habla de payada de contrapunto. Se establece en el confrontamiento entre los cantores-payadores una competencia poético musical, en la que ambos tratan de superarse logrando de esa manera el apoyo y la adhesión popular. Para Leopoldo Lugones, la payada es el certamen improvisado por los trovadores errantes. El tema, como el de las églogas de Virgilio o de Teócrito, tiene un fondo filosófico que se desarrolla por p reguntas y respuestas. El buen payador inventaba también el acompañamiento recital de sus canciones. En esta actividad artística y musical, también hay herencia aborigen, ya que el payador no fue originalmente urbano sino, rural. Basta para comprobarlo releer las observaciones de los varios viajeros de la época hispana, como también las cartas de Hernandarias al rey de España, donde dice haber erradicado a los que estaban todo el día sin hacer tareas de provecho y se pasaban todo el tiempo tomando mate y cantando con la guitarra en la mano, solos o en grupos. Por ello, el payador es un personaje muy típico del Río de la Plata y ha dado lugar al nacimiento literario de un personaje como Santos Vega. La parábola de este poema es la payada con el diablo y la muerte final del cantor-payador. Puede ser tomada como el significado de la inevitable muerte de este canto y su confrontamiento lírico y musical, por la acción del progreso material, que implicó de manera directa el ingreso al nivel de vida de nuevas formas, al mismo tiempo que señala la desaparición física del gaucho cantor, con toda la herencia cultural del negro y del indio sublimadas en el mestizo que es el gaucho. Además, de la payada de Santos Vega, ha quedado en las páginas de la literatura nacional la de Martín Fierro y el negro. La derrota de este, también puede ser tomada como un signo premonitorio del destino final de la raza negra, en una
civilización de blancos: su derrota cultural y su desaparición física. A la influencia o herencia aborigen, mencionada antes, por ser la payada original un fenómeno cultural agrario y rural, hay que agregar la influencia de los negros con sus confrontaciones tamboriles -a los que hacen alusión las fuentes hispanas, ya enunciadas- por el sonido monocorde durante horas. Es lo que Néstor Ortiz Oderigo llama los diálogos organográficos, que terminaban cuando un contrincante dejaba fuera de combate al contendiente. No es fortuito que ante la poca penetración de los negros en la literatura que podemos llamar blanca, expresada en la novela y el periodismo, sus mejores creadores literarios, volcados en la veta poética hayan logrado destacarse en la poesía payadoresca, a la que se debe agregar la colaboración periodística en prosa, pero en este caso como seudópodo, reafirmando sus valores payadorescos. Los libros publicados que llevan el nombre de payadores son para reafirmar sus condiciones de contendores versales y no como prosistas probados. Otra particularidad hay que hacer notar respecto a todos los payadores en general, y a los de color, en especial. Es la de haber incursionado en alguna etapa de su trayectoria, como compositores de música o letristas en el tango, en la época en que éste era semiurbano y semirural, por estar en la etapa de definición desde la payada, la milonga y el tango ciudadano. Ello indica que los payadores de la campaña, o sea, desde los pueblos de la campaña, se fueron acercando, cuando no afincando, en las grandes urbes como fueron Santa Fe, Córdoba, Rosario y Buenos Aires. Sin pretender hacer una lista totalizadora se dan a continuación breves biografías de los más destacados payadores que tienen raigambre africana: ACOSTA GARCÍA, LUIS ACOSTA GARCÍA, Luis Nació en la ciudad de Dorrego, Buenos Aires, en 1897 y desde joven trabajó en tareas rurales, desempeñándose como boyero para llegar luego, ya crecido, a tropero. Su vida errante lo acercó a muchos circos que recorrían los pueblos provincianos, en los que actuó como guitarrero, cantor y payador. Su fama lo acercó a Buenos Aires donde actuó por largas temporadas en el ya desaparecido Parque Goal. Allí se entreveró con los mejores de su tiempo, especialmente Evaristo Barrios, con quien sostuvo contrapuntos que provocaron entusiasmo y hasta rivalidades entre el público concurrente. Durante los años en que se presentó en los circos trashumantes colaboró en los periódicos locales de varias localidades en notas que se han perdido o son de muy difícil ubicación, al no existir colecciones completas de esas publicaciones, Junto al payador Juan B. Fulginiti, formó pareja para presentarse en numerosas localidades del interior realizando giras extensas. Una buena parte de sus payadas fueron recopiladas y publicadas por Francisco N. Blanco, en fecha imposible de precisar, pero que fueron recatadas del olvido por el recitador Fernando Ochoa. Acosta García falleció en 1935. Es también el autor de la letra del tango Dios te salve m'hijo, al cual pusieron música Agustín Magaldi y Pedro Noda. ALFARO, ANDRÉS
ALFARO, Andrés De este payador de color se desconocen lugar y fecha de nacimiento y de muerte. De su trayectoria se sabe por la memorias de algunos de sus contemporáneos, que fue actor y animador como recitador y payador en Cuyo y en Montevideo. Es en este lugar donde contribuyó junto a Pablo Vázquez a la colecta para ayudar a un Asilo Nocturno de Menores. También se sabe que tuvo un vida trashumana con muy breves períodos de radicación, pues prefería la vida de los circos y las presentaciones en cafés y cafetines a la vida ordenada y quieta. BARRERA, RAMÓN
BARRERA, Ramón Sus contemporáneos lo definieron como gaucho moreno, para indicar su ascendencia africana. Se sabe que nació c. 1840 en un pueblo del sud bonaerense, no especificado. Su oficio era el de resero y el de guitarrero. En esta última actividad se especializó en acompañar payadores, distinguiéndose por la improvisación acertada en los contrapuntos. Pasó luego a ser payador y guitarrero, capitalizando la fama obtenida en la primera etapa de su actividad artística. Los pueblos del interior fueron sus escenarios entre 1870 y 1900, teniendo como epicentro el
contrapunto celebrado en Dolores, con Suárez, otro payador también de origen africano que se cruzó en su camino. Este encuentro se repitió en Ayacucho, pueblo de tradición gaucha por ser el único que es mencionado en el Martín Fierro. Su fama pueblerina lo fue acercando a Buenos Aires, ya que en contrapunto, que significó para su contrincante Puanes, reconocer la derrota al grado de romper la guitarra a golpes contra el piso. Desde entonces se pierde la pista de su actividad y por ello se ignora el lugar, la fecha y las circunstancias de su fallecimiento. CAGIANO, ANTONIO A.
CAGIANO, Antonio A. Nativo del barrio de Monserrat en 1881, heredó el acerbo cultural de sus ascendientes negros y la cultura popular de la barriada. Como muchos otros payadores se inició actuando en circos, en este caso el Anselmi, para ampliar su popularidad presentándose en pulperías, almacenes y parques de diversión, que abundaban en Buenos Aires a principio del siglo XX. Información suministrada por Ismael Moya, lo sitúa actuando en 1902 en el Almacén La Media Luna, recogiendo el aplauso y la adhesión del público que se amontonaba todos los días para verlo y oírlo. En esos momentos brillaban con luz propia Ezeiza y Cazón entre los primeros, por lo que su popularidad no fue un hecho ocasional, sino un merecido lugar ganado a fuerza de creatividad. De allí pasó a actuar en el Parque Goal que representó en su tiempo la catedral y la consagración de la payada y de otras manifestaciones populares, como el tango ciudadano que se abría paso sin vacilaciones, compartiendo el escenario con la poesía y la música gauchesca. De allí incursionó en las radios porteñas que estaban haciendo sus primeras armas. En 1907 payó con Higinio Cazón en el circo Raffeto. Fue un encuentro fortuito que se formalizó en contrapunto por pedido del público asistente, teniendo como escenario la representación de Juan Moreira. Tuvo la oportunidad de contender con los mejores payadores contrapuntistas de su época. Recorrió todos los caminos y visitó todos los centros poblados, de la misma manera en que fue llamado para actuar en todas las radios que había en su época de esplendor. La edad y los cambios en los gustos populares le impusieron un retiro prolongado, ya que falleció en 1955.
MARTÍN: sobre este payador moreno es más lo que se ignora que lo que se sabe de su vida. Así por ejemplo se sabe que era conocido por el apodo de Matilibimbe y que sostuvo una payada con el payador Agapito, posiblemente bajo la carpa de un circo. El resto de su actividad se desvanece en la ignorancia de hechos probatorios. RAMÍREZ: Con este payador moreno se repite la circunstancia ya dicha en el caso anterior, es más lo que se ignora que lo que se sabe. Se lo ubica como afincado en la zona de Dolores, Buenos Aires, donde trabajaba en tareas rurales, las que dejaba para celebrar payadas en los partidos cercanos. Así se menciona la payada con el manco Baigorria, ya citado antes, en el ex partido de El Vecino, hoy General Guido. Quedan otros nombres para incluir en esta lista somera, como Pancho Luna de quien se hablaba en la época rivadaviana o Valentín Ferreyra, de la zona de 9 de Julio, Buenos Aires, para el filo de la federalización de Buenos Aires, pero la enorme ausencia de datos creibles y comprobables, hace que se dejen sin mencionar. Una curiosidad posible de apuntar, es la referida al homenaje popular brindado a los negros de la ciudad de Buenos Aires. Se estima que sus calles, plazas y parques están adornados y embellecidos por unas 2.000 estatuas u obras de arte. De ese número sólo tres corresponden a negros. Uno es el recordatorio de la esclavitud, otro el de Falucho y el tercero de Gabino Ezeiza. Una variante en la poética popular la constituyen los versos de los pregoneros. Esta actividad es muy antigua data, conociéndose su actividad en las ciudades griegas y romanas, pero fue en la Edad Media, donde tuvieron un apogeo inusitado. En la época del dominio español el pregonero callejero, adquirió los perfiles de la actual publicidad televisiva, pues al mismo tiempo que mostrar la mercadería, decían en palabras muy directas las virtudes y el precio de los pregonado. Por ello, en las viejas crónicas virreinales se encuentran menciones de pregones de todo aquello que podía ser consumido por la población, ya fuera la carne, como el agua traída del río, el pan, la leche o la mazamorra, y también profesiones como la de hormiguero, jardinero,
trenzador, frutero, pocero, etc. Han quedado reflejados en las litografías de Bacle o en los cuadros de Vidal o de Pellegrini, haciendo el pregón y vendiendo al menudeo. Por las noches esos pregoneros de mercaderías eran reemplazados por los pregones de los serenos, que además de dar las condiciones climatológicas, daban con la afirmación de Sereno, la tranquilidad para seguir durmiendo o descansando. Con el correr del tiempo y el avance material, fueron reemplazados los pregones por los carteles, pues ya el nivel de alfabetismo hacía posible la lectura de los mismo. Quedaron como resabio los negros y negras que vendían y pregonaban por las calles la mazamorra, las tortas y los pasteles, intentando reunir el dinero necesario para el cotidiano vivir. Estos a su vez fueron desapareciendo por sucesión biológica y adelantos técnicos.
APORTES DE LOS NEGROS A LA LITERATURA Además de las ya referidas tenidas contrapuntísticas entre Santos Vega con el diablo y Martín Fierro con el negro, existe una tradición poética donde el negro o sus cosas, son el centro temático. Es posible mencionar El Negrito, del Cancionero popular cuyano; la poesía publicada en el periódico El Gaucho, de Buenos Aires en 1830; otra publicación del mismo año y lugar aparecía en el periódico-revista La Negrita; el llamado tango de la sociedad de Los Negros Azúcares, propagado en los carnavales porteños de 1876 y los celebrados versos de Héctor Pedro Blomberg titulados La Mulata del Restaurador , o los de Luis Cané conocidos como Romances de la Niña Negra . A pesar de esta tradición y de conocerse la existencia de periodistas negros en los diarios o periódicos porteños, como también la existencia de muchos tipógrafos, de esta ascendencia, no se conocen obras de literatura cuyos autores sean de raíz africana. Se sabe de la existencia de numerosos directores de periódico pueblerinos que tuvieron ese origen, pero ninguno ha trascendido a las páginas de la historia literaria argentina. Ni el padre Furlong en su meritoria obra sobre el Transplante Cultural, Ricardo Rojas o Rafael Arrieta, en sus respectivas historias de la literatura argentina registran la producción correspondiente a escritores de ascendencia africana. A pesar del indicado vacío de nombres, es posible indicar que el periodismo para la comunidad de color, fue bastante numeroso, pero no siempre exponente de buena calidad literaria o separado de rencillas internas o equidistante del liberalismo antirosista predominante desde Caseros hasta hace muy pocos años de nuestro siglo presente. De esos periódicos es posible mencionar a La Raza Africana, El Proletariado, La Igualdad, El Tambor, El Candombero, El Porvenir, La Crónica, El Unionista, El Aspirante, El Obrero, La Perla, La Broma, La Juventud, y algún otro que escapa a esta enunciación panorámica. Este vacío tiene su correlato en las manifestaciones que corresponden a la arquitectura, pintura, escultura, grabado y platería. Es de hacer notar que la iniciación de estas actividades recayó en las enseñanzas impartidas por varias ordenes religiosas, especialmente la jesuítica que dieron músicos, tallistas y otros artistas entre indios, pero no entre negros. Se sabe, por intermedio de memorias, relatos de viajeros, pintores y censos demográficos, la existencia de plateros en el Buenos Aires que existió hasta casi el fin del siglo XIX, pero ninguno de ellos ha quedado en la memoria de los tiempos, como autores de grandes o delicadas piezas. A pesar de esta omisión, son conocidas las colecciones de platería donde mates, bombillas, cabos de cuchillos, rastras y adornos de aperos o sillas de montar, son las obras de finos plateros, la mayoría de piel color prieto, cuyos nombres sólo tienen el eco merecido entre los entendidos y no en el gran público. Son muy pocos los escritores negros que han trascendido en la literatura nacional. Uno de ellos fue Horacio Mendizal. Nació en Buenos Aires en 1847 y murió en la misma ciudad, víctima de la fiebre amarilla en 1871. En 1856 dio a conocer su primer producción poética bajo el nombre de Primeros Versos, para repetir la aventura literaria en 1869, con Horas de Meditación. Su cultura universal y muy influenciada por poetas europeos ha quedado reflejada en el segundo libro mencionado ya que en el mismo hay versos en francés y en italiano. Su estilo es una mezcla de romanticismo, nacionalismo y populismo porteño. Después de su muerte hay un gran vacío en la producción literaria, aun cuando hay que reconocer la existencia de numerosos poetas de color, dedicados al periodismo, pero sin llegar a alcanzar altos niveles. Su producción poética se encauzó preferentemente en las publicaciones de la comunidad negra y muy esporádicamente en los periódicos blancos. Merecen figurar como
los más destacados Manuel Posadas, ya mencionado como periodista y músico; Gabino Ezeiza, incluido entre los payadores, pero también periodista y poeta; Froilán Bello, quien ha trascendido más como fundador de la revista El Eco Artístico, que como periodista de valer. La excepción femenina está constituida por Edelvina Rodríguez. Se repite en ella, aquello ya anotado, se desconoce más que lo que se conoce. Su nombre es mencionado p or Ricardo Rojas y Joaquín Castellano, como poetisa que daba a conocer sus versos en almanaques, revistas, hojas sueltas y folletos de conjunto. Para vivir debía ocuparse como lavandera y planchadora en el barrio de San Cristóbal, pues además de sus propias necesidades debía atender las de su madre, ya muy anciana y enferma, que estaba postrada en cama. Pero de la misma manera que aparece su nombre en las mencionadas fuentes, desaparecen sus otros rasgos biográficos, hasta desconocer la fecha de su deceso.
APORTES DE LOS NEGROS AL TANGO Todos los historiadores y especialistas serios en la historia del tango (Gobello, Bevilaqua, Carretero, Ferré) coinciden en reconocer a los negros una parte importante en las etapas iniciales de la formación musical de esta música ciudadana. Del tradicional candombre se pasó a la habanera, para luego llegar al tango americano, sin olvidar al fandango, luego al tango argentino y desembocar más tarde en la milonga y finalmente en el tango. Esta sucesión de etapas superadoras tiene su tiempo cronológico desde la época hispana, pero para hablar de tango hay que llegar al último cuarto del siglo XIX. Ya en la época rivadaviana en los teatros porteños se hacían representaciones teatrales con números de bailes, presentando parejas de negros bailarines de tangos negros. En realidad se trataba de bailes negros adaptados al público blanco de aquel entonces. Pero en las afueras, el pobrerío, hacía una verdadera transculturación entre la música europea, la música negra y la nueva sensibilidad que iba naciendo en el proceso de asimilación mutua y recíproca de fuentes tan separadas y hasta opuestas. El negro aportó el ritmo de sus tambores, la coreografía de la pareja separada y el criollo (gaucho), el tiempo musical de sus canciones. Posiblemente en los primeros tiempos hayan predominado los aportes negros, por ser más vigorosos y esto no es una mera suposición, ya que el fandango y la habanera, a pesar de tener sus raíces africanoides, sufrieron en el Plata modificaciones y adaptaciones a la realidad sociológica y antropológica, de la población que abarcaba a la raza negra, la aborigen, la infinita variación de las castas y los blancos. Ese fino y al mismo tiempo sutil y largo ensamble musical y coreográfico hizo su aparición de manera más evidente en los carnavales, con posterioridad a la batalla de Caseros, donde los negos fueron dejando de lado de manera casi imperceptible el baile tradicional, como fue el candombe, para ir incorporando nuevos ritmos que tenían y tuvieron apoyo y buena repercusión entre el público. Esta es la etapa de la gestación de la milonga donde confluyen de manera casi imperceptible, pero de consecuencias posteriores, la música del folclore, la música negra y la música europea por intermedio de la habanera. Aun sin compartir de manera total, las opiniones de Rossi o de Lynch, hay que tener en cuenta sus palabras por ser testigo uno y estudioso el otro, de la realidad social. Ambos coinciden en que la milonga es una innovación creadora de toda la música popular que se escuchaba hasta 1860-1870, agragándose, a decir del primero, el repentinismo creador y orillero rioplantense. Esto es refrendado por el segundo, al decir que la milonga es el baile de los integrantes del chusmaje, pobrerío y compadraje del suburbio capitalino. La gran innovación consistió en integrar la pareja de bailarines suelta, danzando abrazada, pero como el ritmo era demasiado vivaz y solo apto para expertos bailarines, se hizo necesario relantizar, o sea, bajar la velocidad, para que de esta manera los ineptos, inexpertos (hay que considerar la cantidad de hombres solos inmigrantes que necesitaban un rato de solaz y esparcimiento), pudieran ingresar al baile, cubriendo las figuras mínimas de la coreografía elemental. Esta necesidad de adaptación dio lugar a la aparición del tango americano, que luego fue llamado tango argentino y más adelante sencillamente tango. En este nuevo baile se combinaron partes de la coreografía del candombe, donde existió la creación de pasos por parte del hombre y de la mujer para configurar un todo armónico, más los pasos de la música europea de salón. Esa suma dio lugar a una simbiosis coreográfica donde
también estuvo presente la herencia de los bailes negros, hasta que fuera desplazada o superada con el tiempo y la creación repentista de cada uno y todos los bailarines. Este proceso de adaptación paulatina se llevó a cabo en los lugares más diversos, como fueron los ranchos de las chinas cuarteleras, las academias, los patios de tierra de las pulperías o los salones enladrillados de los almacenes barriales. En todos ellos era posible encontrar al chinetaje, los lunfas, la soldadesca, los carreritos y de manera cada vez más frecuente a los niños bien, que para rematar la noche, atiborrachos de alcohol, sexo y baile, patoteaban por las calles porteñas. Todavía no había desaparecido el negro, o su influencia, pero como sombra supérstite, no como figura de primer plano. También es posible rastrear la influencia negra en el tango, buscando el origen y la aplicación de esta palabra. Para Ortiz Oderigo es la corrupción de la palabra yoruba Shangó. Con ella se designa al dios del trueno y las tempestades en la mitología nigeriana. También es el dueño de los membranófonos. Ellos fueron los marcadores iniciales del ritmo desde donde derivó el tango actual. Por su parte Carretero, ha rastreado la palabra tango y ha encontrado 23 acepciones, pero mayoritariamente indicadoras de baile, l ugar de baile, practicado en lugar cerrado. Todo ello encierra la idea de un baile popular, celebrado dentro de determinadas pautas culturales.
MISCELÁNEAS El proceso de auge, declinación y casi desaparición total dentro de la sociedad blanca, del grupo étnico de origen africano, bien puede ser visto por intermedio del fenómeno social de sus carnavales candomberos. Se iniciaron tibiamente -como ya se ha dicho y repetido- en la época del dominio hispano, para prolongarse de manera soterrada hasta la época rosista, donde conocieron un momento de esplendor. Después de la batalla de Caseros tuvieron su verdadera época de oro, al ser el centro de atracción principal de los carnavales porteños. En ellos predominó el coro polifónico de sus tambores, marcando el ritmo y la cadencia de la coreografía de la pareja suelta. Su lugares de concentración, preparación y espera, eran los ya clásicos barrios del Tambor y del Mondongo (Monserrat y San Telmo), para aflorar en un deslumbre de ritmo, color y ondulación gestual en varias plazas, como las de la Concepción o Santa Lucía, para concentrarse finalmente en un corto sector de la calle del Buen Orden (actual Bernardo de Irigoyen). En esos carnavales candomberos, volvieron a aflorar las herencias culturales, con sus ritos y ofrendas, no ya en estado puro, sino transculturizado. Pero aun así, manteniendo el núcleo esencial del africanismo vivo y palpable. Lo era en las manos que machacaban los cueros o las maderas, como lo eran en los pies descalzos que hacían los pasos ya establecidos por la tradición ritual, a los que se agregaban variantes, muy propias del proceso de retro influjo con la sociedad blanca en la que debían convivir. Las descripciones dejadas por Ortiz Oderigo y otros antropólogos, como también a observadores profanos como Arredondo, los Bates, Quesada y varios más, respecto a las vestimentas usada y al orden de sus desfiles, corresponden a lo ya indicado antes, cuando hacen apreciaciones superficiales, al detenerse en lo externo de ese tipo de expresión cultural. Se menciona con insistencia la presencia del rey de los negros encabezando el desfile, cuando se sabe del cuidado y celo puesto por las autoridades eclesiásticas y policiales en evitar una coronación, por muy temporaria que fuera. Esto durante la época española, que siguió existiendo, bajo otras formas de control y vigilancia, después de 1810. Los ritmos marcados por cada uno de los tambores y por todos en su conjunto, eran ritmos de danzas religiosas y sagradas, ocultas a los ojos y oídos blancos, pero vivos y vigentes para los negros. Ese vigor palpitante es lo que conquistó a la población porteña. En esa música y en esos bailes había vida apreciable. Por ello atraparon la atención, el aprecio y el aplauso general, pero fue indirectamente la causa de su final, pasando por su desvirtuación total. Los niños bien, los patoteros nocturnos, los que podían comprar instrumentos musicales, ropas y afeites, pero no tenía el aprecio ni el aplauso del público, se plegaron tibiamente al principio al carnaval candombero, para luego separarse y formar sus propias agrupaciones. Para ellos, fue otra forma de farra, de diversión, pues desconocían y no les interesaba conocer, la naturaleza, la esencia cultural de la música ni de la danza. Se oscurecieron el rostro, se vistieron con las ropas cuyos colores eran más chocantes a la vista del observador, y danzaron
por las calles imitando la coreografía del negro danzarín. El público apreció las diferencias y por eso los llamó los negros del hollín o los negros del carbón. Fueron varias las agrupaciones de estas características y sus nombres que aun pueden rescatarse son La Estrella del Norte, Los Negros, La Estrella del Sur, Los Negros Esclavos y Los Negros de Mozambique. No tardaron en surgir envidias y rivalidades entre ellas, desnaturalizando aun más la herencia cultural y ritual del candombe. No solamente tergiversaron la música y la danza, sino que también lo hicieron con las ropas y la lengua africana, formando en conjunto, un candombe de chacota. Con ello se puede marcar el fin cultural de la comunidad negra en la sociedad blanca de Buenos Aires. A pesar del desgaste cultural y social que afectó a la comunidad de o rigen africano, su influencia penetró también en el idioma de los argentinos. En su trabajo Eurindia, Ricardo Rojas, indicó que para 1924, las palabras tongo, zambo, candombe, maní, zamba, batuque, quilombo, bochinche, bambula, chimango, y algunas otras son de raíz africana. Para la época en que escribió Rojas eran palabras marginadas del Diccionario de la Real Academia, pero hoy incorporadas como argentinismos o americanismos. En el lunfardo hay dos expresiones referidas de manera directa al negro africano. Una de ellas es Tío/a: negro viejo. Persona innominada. Trato respetuoso o irrespetuoso, según la intención. Reemplazo de don o doña. El otro es Tía/o Misiringanga: Hombre de raza negra, Negro Viejo. Ambas hacen referencia a las personas de ascendencia africana, ya gastadas por la edad o las enfermedades, lo que permite comprender que esos términos del lunfardo, fueron incorporados o asimilados cuando la raza africana en tierras del Plata, estaba en su etapa de plena declinación demográfica y física. Otros rastros de la cultura africana se perciben en la sociedad blanca, cuando rastreando documentación histórica, se encuentran testimonios en los que se manifiesta que las mejores nodrizas de los niños blancos confiados a sus cuidados, fueron las mujeres africanas, esclavas o no. Hay también el rasgo distintivo de esta raza, como fue la fidelidad observada de por vida a sus propietarios o patrones. El libro de Bioy, titulado Antes del Novecientos, indica la existencia en su casa paterna de una doméstica de origen africano, para la que el peor castigo era anunciarle, la liberación o manumisión. Significaba para ella lanzarla al mundo inhóspito, sin la protección de la familia a la que se sentía pertenecer. Como este ejemplo es posible rastrear numerosos casos de fidelidad por parte de los criados. Un destacado personaje de ascendencia africana fue Tomás B. Platero. Nació en Buenos Aires en 1857 de padre africano. Tomás logró superar los prejuicios sociales y se recibió de escribano en 1882. En La Plata, la nueva capital provincial, abrió su estudio y por muchos años ejerció su profesión liberal logrando, por su corrección y limpieza de procederes, ganar el respeto y la amistad de los principales personajes de la política provincial y nacional que fueron sus contemporáneos, de los que se mantuvo equidistante, rehuyendo siempre cargos públicos de la administración o electivos. Fue cofundador del Colegio de Escribanos de La Plata. Falleció en esta ciudad en 1925. La nota simpática y distintiva la constituyeron los negros empleados en las reparticiones públicas, como fueron la Casa de Gobierno y el Congreso Nacional. Corresponde agregar, para cerrar esta parte concerniente a la población negra en la segunda mitad del siglo XIX, que además de la disminución demográfica causada por las razones antes expuestas, la población negra debió enfrentar el influjo de la inmigración masiva, especialmente europea que llegó a Buenos Aires a partir de la década de 1870 en adelante. Muchos de estos inmigrantes no tenían oficio ni ocupación determinada, y por ello era mano de obra no calificada, pero dispuesta para hacer cualquier clase de trabajo, con tal de ganar un ingreso que permitiera solventar las necesidades mínimas del sustento cotidiano. Así es que no tuvieron remilgos para hacer las tareas más humildes y despreciadas por la población blanca asentada. Ello causó un desplazamiento de la mano de obra negra en sus ocupaciones habituales y tradicionales como las de escobero, aguatero, barrendero, pintor, etc. Se repitió el mismo fenómeno que debió enfrentar la mano de obra blanca nativa ante el flujo inmigratorio, que expresó José Hernández en su Martín Fierro, cuando introdujo en sus versos la presencia del extranjero, o los comentarios de los periódicos o libros de quienes, como Mayol de Senillosa, Federico M.
Quintana o Wilde, mencionan a los extranjeros mal entrazados y de aspecto no edificante, haciendo de mandaderos, pintores, albañiles u otras ocupaciones, que eran las tareas más rudimentarias de la mano de obra criolla afincada en el centro urbano. Esto ha quedado graficado en las manidas fotografías de las lavanderas a la orilla del río (ver Archivo Gráfico de la Nación), donde aparecen mujeres blancas y negras, arrodilladas en las toscas fregando las prendas. Este fenómeno de enfrentamiento entre los negros y los extranjeros inmigrados, se ha dado en todas las latitudes y en todos los tiempos, cuando hay inmigración masiva, como ocurre en nuestros días, en ciertos países europeos ante la llegada de personas y familias provenientes de antiguas colonias (Francia, España e Italia), ocupando lugares de trabajo de los nativos capitalinos. Por eso hay que rechazar las afirmaciones de algunos escritores estadounidenses, cuando presentan el caso del desplazamiento de la mano de obra negra en el Buenos Aires de fines del siglo XIX, como consecuencia de la discriminación racial. En realidad, esos escritores han trasladado a la Argentina, los problemas raciales que ellos tienen en su país, por traslación mecánica. Si hubieran tenido una concepción universal del fenómeno de la mano de obra en países semi capitalistas, como eran la mayoría de las repúblicas sudamericanas, no hubieran cometido ese error conceptual, que desmerece la muy buena labor investigativa. A ese enfrentamiento laboral hay que agregar el habitacional, ya que los salarios de los inmigrantes eran muy bajos y por ello debieron recurrir a tratar de ubicarse en las construcciones baratas. Las únicas en esa situación, eran los conventillos. En ellos debieron convivir los negros, los inmigrantes y los criollos que formaban en conjunto, la mano de obra peor pagada. No debe verse en esa convivencia y los problemas que surgen de ella, como fueron las rivalidades, envidias, resquemores y hasta condenas éticas, un problema de discriminación racial. Debieron convivir en el conventillo porque no tenían dinero para ocupar otro medio habitacional mejor. En páginas anteriores me he referido a que los negros usaban la cobertura de la religión católica, para continuar practicando la propia, posiblemente modificada, transculturizada, pero vigente en la esencia. Pero la desaparición física del negro de la sociedad porteña, no significó su erradicación total, pues han sido rescatados del olvido, (por ejemplo, y para no abundar en las citas), en páginas literarias como las dejadas por Vicente Martínez Cuitiño en El Café de los Inmortales , al recordar el voceador de Caras y Caretas o al personal doméstico en la casa y familia de Victoria Ocampo, cuando los nombra afectuosamente en El Archipiélago, cuando dice que la planchadora, el cocinero, el jardinero y los hijos de ellos, formaron parte de su infancia. Corroborando esta opinión de que hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, pervivieron en el substractun negro prácticas originales con la misma fuerza que en los ritos originales africanos, es el hallazgo arqueológico realizado a orillas del lago de Palermo (1988), cerca de donde estuvo enclavada la casa de Rosas, de un muñeco vudú. Presentaba los signos de doble maleficio, pues tenía el cuello encerrado con una astilla de hueso, atravesando el cuerpo. Más recientemente, en la excavación que se realiza en lo que fuera la casa de María Josefa Ezcurra, sita en la actual calle Alsina 455, que está a la vista del público, se ha encontrado piezas de cerámica que demuestran la artesanía africana, pero de producción reciente (c. 1830), de la misma manera que cuchillos de hueso y otros artefactos, con señales de ser el producto de artesanos africanos. Antes de estos hallazgos, para 1928, se encontraron en Santa Fe, piezas de cerámicas que fueron destruidas o perdidas en depósitos. Esas piezas correspondieron a ritos funerarios de origen africano. Se repitió en este último caso, lo reiteradamente señalado en estas páginas. La ignorancia del blanco respecto a la cultura negra hizo que las piezas se perdieran, de la misma manera que se han perdido muchas partes esenciales de las culturas (tradiciones, ritos, leyendas, historias de tradición oral, etc.), negras. Un intento de reivindicar esa cultura casi totalmente perdida, es la Canción del Barrio de Monserrat, presentada ante la Junta de Estudios Históricos, aun cuando adolezca de la exageración de llamarlo Barrio del Mondongo, por el consumo de esta achura, pues es sabido que la misma, además de ser regalada por los matarifes a todos los pobres, sin d istingo de color, tenía también sus adeptos en San Telmo. Estos habitantes eran llamados del Barrio del Mondongo, del Tambor o del Candombe.
Aun cuando no tuvieran vinculación directa con la población negra o sus descendientes, en Buenos Aires, en la década de 1960, se conocieron locales nocturnos que tenían nombres africanos. En una rápida revisión se pueden mencionar a África, una boite (local nocturno), que funcionaba en dependencias del Hotel Alvear, el Mau Mau, nombre que se da a los individuos de la tribu kibuyum de Kenya, para terminar la cita con Bwana, nombre de otra tribu africana. La contracara popular de la población de ascendencia africana, es el personaje popularmente llamado El Negro Raúl, descrito como hijo de un organista eclesiástico, con todas las características faciales del negro africano. Fue el bufón de los niños bien, quienes lo usaron para las cachadas y objeto de las bromas pesadas que solían hacer, como enviarlo a Mar del Plata en un cajón, transportado por el ferrocarril. Otro ejemplo de esta contracara fueron dos negros, cuyos nombres no se han registrado en la periodística ni en la cita de los memoriosos, usados por una importante tienda porteña para visitar los domicilios de los clientes morosos. Eran altos, de buen desarrollo físico, exponentes de la ascendencia africana y cumplían sus trabajos vestidos con un uniforme rojo, que llevaba en la espalda el nombre de la tienda, en amarillo, para que resaltara. Su misión consistía en tocar el timbre de los morosos y decir en voz alta que venían a cobrar en nombre de la tienda que los empleaba. Su presencia y su acción fue más que suficiente para que los deudores morosos acudieran presurosos a normalizar el saldo de sus cuentas. Al mismo tiempo ponían sobre aviso a los otros deudores, de una posible y oportuna visita. Los chicos del barrio los acompañaban en su trabajo riendo y tomando a burla la presencia de los negros cobradores. Este método fue tan eficaz, que los negros se quedaron pronto sin trabajo. Una reciente información sobre los Mendigos y Pobreza en Buenos Aires, ha demostrado después de casi tres años de intensa búsqueda e investigación, que del total calculado, de las personas que han hecho de la calle su domicilio, unos 10.000, menos de media docena tienen ascendencia africana. Este dato confirma indirectamente y por la vía menos agraciada, la casi total desaparición de la raza africana en nuestra sociedad.
CAPÍTULO 4
TIEMPO ACTUAL La comunidad de hombres y mujeres de origen africano, de acuerdo a fuentes estadísticas, en la actualidad, en todo el país, asciende de manera estimada a unos 286.000. Esta cifra no coincide si se toman los ingresos en base a las nacionalidades declaradas, pues muchos han ingresado, de acuerdo al país colonizador, ya que el proceso descolonizador es reciente. Al mismo tiempo hay que hacer la separación entre aquellos que son originarios de las regiones consideradas como proveedoras de esclavos en el época de comercio o trata de esclavos. No es posible hacer un recuento perfecto, uniendo a los nacidos en Egipto, con los nacidos en Angola, por ejemplo, ya que los primeros casi no han contribuido a la cantidad de esclavos africanos ingresados, mientras que los segundos lo han hecho en cifras de miles. A ello hay que agregar la circunstancia del proceso de blanqueamiento ocurrido desde la segunda mitad del siglo pasado hasta nuestros días, en parte, por la falta de hombres y en parte por el deseo de las mujeres de que sus hijos dejaran de ser considerados por ciertos sectores de la sociedad blanca, como ciudadanos de segunda, por el color subido u oscuro de la piel. También hay que considerar la relegación a lugares secundarios de la sociedad, para todos aquellos considerados como integrantes de las castas, consideración que ha perdurado con fuertes connotaciones hasta la segunda y tercera década del siglo XX, reverdecida en la designación de cabecita negra, desde la década de 1940 en adelante. De todas maneras, las entrevistas mantenidas con africanos de distintos orígenes, permiten comprobar que, salvo casos muy excepcionales, ingresaron a la Argentina sin ningún inconveniente ni traba, salvo los ingresados como polizontes en buques de banderas europeas, que por regirse con las leyes de los respectivos países tenían la obligación de devolverlos al lugar de donde habían subido a los barcos. Por ser la Argentina de fronteras abiertas y por ello, un país de recepción casi indiscriminado, esos inmigrantes, lograron ubicarse, muchas veces precariamente, pero subsistieron, trabajando muy duro, obteniendo documentación, no siendo escasos los casos de negros africanos que se nacionalizaron. Superando la etapa de la población negra esclava y su descendencia, los nuevos negros