Revista MUY. Enero 1995 . por Jorge Alcalde . pp 46 a 55 ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------AUTOPISTAS DE LA INFORMACION Por el imperio de los cables Cuentan que en 1884, ocho años después de que Graham Bell patentase el teléfono, un gr anjero californiano se acercó a una oficina telefóni ca para enviar un mensaje a su proveedor. Ni corto ni perezoso, emborronó un pedazo de papel blanco con unas cuan tas frases y luego se empeñó en introducirlo en el aparato. Por supuesto, no obtuvo respuesta alguna y se dedi có a denostar a diestro y sinies tro a ese inútil artilug io de Bell. Anécdotas como ésta podrían contarso por cientos sobre los primeros y asus tadizos espectadores de televisión o sobre los pioneros en el uso del ordenador. Ahora vuelve a suceder lo mismo. Un nuevo concepto tecnológico corre de bo ca en boca, sirve de argumento para conferencias y cursos universitarios y asalt a impunemente las páginas de los periódicos sin que muchos sepan a ciencia cierta de qué se trata. Son las llamadas autopistas de la información, una gigantesca red mun dial de datos que integra el teléfono, el ordenador, la televisión, el vídeo, etc., y que está destinada a cambiar el panorama global de las comunicaciones en pocos años. Y, como ocurriera con sus pr edecesores, la sociedad ha empezado a lanzar sus preguntas: ¿cómo funciona esto? ¿Realmente lo necesito? ¿Va a ayudarme a vivir mejor? Lo primero que hay que hacer para comprender el complicado mundo de las superautopistas es distinguir entre lo que son hoy y lo que serán el día de mañana. Ha sta ahora, el término autopista de la información sólo puede aplicarse a las grandes r edes de datos que conectan millones de ordenadores repartidos por todo el mundo a través del teléfono. La idea de enganchar varios ordenadores entre sí para que puedan compartir la información que atesoran en su interior es casi tan antigua como la propia inf ormática. Desde el momento en que estas máquinas se instalaron definitivamente en el mundo de la ciencia, muchos investigadores se mostraron deseosos de conocer al instante en qué estaban trabajando sus colegas de especialidad. Si un ingeniero de Córdoba, por ejemplo, quiere saber qué se cuece en el MIT de Massachusetts tiene do s posibilidades: o espera pacientemente a que le manden docenas de libros por co rreo o se introduce desde su computadora en la base de datos de la institución nor teamericana. Sin embargo, la primera experiencia a gran escala nació a paso militar. En el año 1969, varios científicos del Departamento de Defensa de los Estados Unidos c rearon una pequeña red de computadoras que permitía transferir informaciones secreta s. Aquel invento rudimentario se llamó Arpanet y su progresivo crecimiento convenc ió a la comunidad informática de que pronto podrían encadenarse todas las computadoras del planeta. La propuesta ya estaba lanzada al aire y solamente faltaba dotarla de la tecnología suficiente. Desde la década de los setenta, los avances técnicos han ido sucediéndose en d os sentidos. Por un lado, no ha dejado de crecer la capacidad de las computadora s para almacenar datos. Por otro, tras la aparición de la fibra óptica, se abrió un nu evo camino para el mundo de las telecomunicaciones: un mismo soporte podría transp ortar información digitali zada, imágenes, sonidos y textos, Pero, fuera de la comunidad científica, casi nadie hacía caso a esta vertiginosa sucesión de inventos que servían a los investigadores p ara enviar sus trabajos del uno al otro confín. Hasta que llegó a la Casa Blanca BilI Clinton y, con él, su vicepresidente Al Gore, y a ambos se les ocurrió dar un impulso definitivo a esa nueva tecnología aún sin concretar. Pen saron que, en lugar de artículos científicos o debates interminables entre investiga dores, las redes informáticas podrían usarse como medios de comunicación comerciales. En un hábil golpe de marketing, decidieron llamar a este invento autopistas de la
información y revolucionaron a medio mundo. El impulso publicitario permitió que en pocos años se multiplicara progresiv amente el número de personas que conectaban su computadora a una de estas redes. E l crecimiento fue tal que no tardó en crearse una auténtica tela de araña compuesta po r más de 25.000 caminos informáticos que hoy unen entre sí cerca de 30 millones de com putadoras en todo el planeta. Su nombre es Internet y, posiblemente, mientras us ted esté leyendo estas líneas el número de abonados habrá vuelto a crecer. Internet es la red de redes y sus aplicaciones todavía no conocen límite. Pa ra engancharse a ella sólo hacen falta una computadora personal, un módem (una pequeña caja metálica que convierte la señal telefónica en texto electrónico) y una línea de teléfo no. Los usos más comunes son sorprendentes. Para empezar, un abonado puede env iar correo electrónico es decir. mensajes escritos en la pantalla de la computadora a cualquier persona de los cinco continentes conectada a la red. Así, desde Buenos Aires se puede mantener una ágil conversación a través del monitor con un ciudadano d e Pekín. Cada uno de los 30 millones de internautas, como llaman a los usuarios de la red, puede tener su propia dirección electrónica. Otro de sus usos más sencillos es el de los llamados grupos de notirias o newsgroups. Consisten en direcciones electrónicas donde cada cual deja sus mensaje s sobre un tema determinado. Existen miles de newsgroups en Internet y versan so bre asuntos tan dispares como la cultura precolombina, la relatividad o la prens a del cora zón. Todo aquel que entre en uno de estos foros tendrá acceso a los pens amientos, investigaciones, chismes o aportaciones de millonos de personas intere sadas por el mismo tema. Internet ofrece también la posibilidad de acceder a bases de datos multime dia. Esto supone que usted mismo podría entrar en la Biblioteca del Congreso de lo s Eh. UU. o en los fondos documentales del Museo del Louvre de París y grabar en s u PC documentos, biografías, gráficos o fotografías de la Gioconda. También hay servicio s actualizados sobre temas del momento, como los Campeonatos del Mundo de Atleti smo o la Conferencia sobre Población de El Cairo. Junto a estas tres aplicaciones básicas, hay una infinita serie de posibil idades, desde compartir videojuegos y recibir asistencia médica a distancia, hasta solicitar catálogos de un comercio en Canadá y realizar un pedido; en pocos días tend rá la mercancía en su propia casa. Internet es la primera, y por el momento la única, autopista de la informa ción existente, Los últimos datos hablan de que cuenta con casi 30 millones de abona dos en todo el mundo. Para acceder a ella hay dos opciones: tomar contacto con u na empresa suministradora de servicios que lo enganchará a la red previo pago de u na cuota mensual o conectarse directamente a un nodo central (punto de la red do nde se concentra, procesa y distribuye la información). Esta segunda posi bilidad resulta, no obstante, más cara y requiere de un alto nivel de conocimiento s informáticos. Hasta aquí, lo que hoy en día se entiende por autopista de la información, que es casi lo mismo que decir Internet. Sin embargo, no es más que un caminito vecin al si tenemos en cuenta lo que nos depara el futuro. La aparición de la fibra óptica ha abierto nuevos horizontes en el panorama de las redes de datos. Gracias a ella podremos recibir la información requerida en la televisión por cable de nuestra casa, y la oferta se ampliará con películas, docum entales, videojuegos de mayor calidad o transmisiones en directo. Ante tal perspectiva, las grandes multinacionales de la comunicación han a filado sus garras y han comenzado a situar sus intereses en todo aquello que sue ne a red, fibra óptica o telecomunicaciones. Los anuncios visionarios de un futuro en el que recibiremos todo lo que queramos a través del televisor se suceden a la misma velocidad a la que las compañías se funden, refunden y confunden. A finales de 1993 saltó a todos los medios de comunicación la noticia de que Bell Atlantic, una de las empresas de teléfonos más importantes de los EE. UU. había
obtenido el primer operador de televisión por cable del país: TCI. El matrimonio ent re la televisión y el teléfono era premonitorio: caminamos irremediablemente hacia un futuro en el que ambas tecnologías se complem enten para crear la gran tela de araña global. Al grito de sálvese quien pueda, se han sucedido las estrategias empresari ales. Parece ser que ninguna compañía podrá afrontar por sí sola este nuevo reto tecnológi co, así que se contraen matrimonios antes impensables. IBM y Apple, antaño enemigos, hoy se han juntado en un mismo provecto con Motorola. Pioneer ha lanzado un ata que a tres bandas para dominar el mercado de chips interactivos junto a Kodak, e l de sistemas láser junto a NEC, y el de videojuegos junto a Sega. En todas estas macrofusiones parece haber un denominador común: si el espíri tu de las redes de datos como Internet es el intercambio de informaciones, el de las futuras autopistas de fibra óptica será el ocio. Cuando se hayan tendido los mi les de kilómetros de cable necesarios las nuevas empresas recién surgidas asaltarán nu estras casas para ofrecernos miles de películas, cientos de videojuegos, docenas d e comercios interactivos y canales de televisión de todo el mundo. Con sólo conectar nuestro aparato receptor dotado de los consiguientes cod ificadores, podremos hacer zapping por una programación planetaria que elegiremos a nuestro gusto. El llamado vídeo bajo demanda permite que escojamos nosotros mism os la película que queremos ver, y un provecto de AT&T y Sega quiere que dos ciuda danos de dos países distintos puedan jugar a la vez en el mismo videojuego. El futuro promete ser apasionante, pero todo dependerá de que las compañías pr ivadas sean capaces de aportar la infraestructura necesaria, es decir, de llevar a cada hogar un cable de fibra óptica, un decodificador o un módem. En los EE. UU. todos piensan que eso es coser y cantar. Esperemos que tengan razón y que las autént icas autopistas de la información conecten a medio mundo en el siglo XXI.
Baches en la autopista Recientemente, Nueva York fue sede de una reunión muy poco habitual. Durante una s emana se dieron cita en la Gran Manzana cientos de piratas informáticos de todo el mundo. Allí estudiaron su situación legal, los instrumentos más eficaces para su trab ajo y el futuro que les espera. Incluso intentaron introducirse en la red informát ica del subte de la capital para controlarlo desde la habitación de un hotel. La reunión puso de manifiesto que la comunidad de piratas cibernéticos, los llamados hackers, está viviendo un tiempo de vacas gordas. Y no es extraño, porque s i antes podían copiar, distribuir y rehacer programas a su gusto, ahora, con la ll egada de las autopistas de la información, pueden tener acceso a millones de compu tadoras donde consumar sus robos. Internet, la red de redes, ha permitido a muchos románticos empezar a soñar con un macromundo democrático donde cualquiera tiene acceso a todo con su computad ora y su módem. La idea, sin embargo, no deja de ser una utopía. Cada vez son más las empresas hambrientas de beneficios que utilizan la red para sus propósitos comerci ales y que, por lo tanto, quieren mantener en secreto sus operaciones, transacci ones y negocios vía computadora. La idea es muy simple. Cuando no existían las redes como Internet, los piratas de la propiedad intelectual fotocopiaban libros, co piaban programas de computadora y grababan discos para venderlos en el mercado d e segunda mano. Ahora, una simple operación informática al alcance de cualquiera pue de hacer transmitir a millones de computadoras la información pirateada que antes costaba varios días copiar. Las soluciones a este problema no parecen fáciles. Por un lado, los amante s de la cibercultura defienden su idea romántica de que, dentro de Internet, la in formación es de todos y debe circular libremente sin que a nadie se le impida el a cceso a ella. Por otro, algunos gobiernos, como el de los EE. UU., han comenzado a poner el grito en el cielo ante la idea de que exista un espacio informático qu
e supere todas las fronteras sin control legal alguno. Para los defensores de un a garantía legislativa, la amenaza no está sólo en que unos cuantos hackers puedan aca bar con la propiedad intelectual de medio mundo, sino en que la red puede ser us ada impunemente por traficantes de droga, terroristas o conspiradores. Un tercer club se ha añadido a la disputa: el de los defensores del derech o a la intimidad. Los mensajes electrónicos, igual que las cartas, deben estar pro tegidos por un sistema que garantice que sólo van a leerlos sus destinatarios. Muc hos llevan complejos sistemas de encriptación que aseguran su inviolabilidad. Por supuesto, los gobiernos tampoco se alegran con este fenómeno: si tiene n potestad para vigilar lo que cualquier ciudadano introduce en su país por la adu ana, también deben tenerla para abrir los inaccesibles buzones electrónicos. En fin, que el lío está servido, y no parece fácil conciliar tantos intereses contrapuestos: las empresas que quieren mantener sus derechos de propiedad, los ciudadanos que predican el libre acceso a la información, los gobiernos que preten den asegurar su parcela de control sobre las transacciones realizadas en un país y los celosos de la intimidad. En cualquier caso, quien primero ha abierto fuego en esta guerra fría ha sido la administración Clinton, que acabado proponer al Congr eso una polémica ley con la que se pretende que todos las computadoras, teléfonos y módems que salgan de fábrica lleven incorporado un dispositivo que permita a la poli cía pinchar en cualquier momento las operaciones que se hagan desde ellos. El apa rato en cuestión se llama Clipper Chip, y sería como una llave maestra que abre toda s las puertas. Cada mensaje puede ir codificado de manera que nadie pueda leerlo, salvo su destinatario y la policía, única entidad que posee el código de cada Clipper Chip. Como era de suponer, muchos ciudadanos e instituciones han mostrado su c ontrariedad ante tal ley. Algunas de ellas, como la Electronic Frontier Fundatio n, fundación americana que defiende la inviolabilidad del mensaje electrónico, han o rganizado duras campañas para proveer a los usuarios de códigos secretos inaccesible s incluso para el gobierno. Su fundador, John Perry Barlow, ha llegado a declara r públicamente: Tendrán acceso a mi computadora cuando me quiten su llave privada de mis fríos dedos muertos . Sin necesidad de llegar a extremos tan dramáticos, parece que la idea del Clipper Chip no ha gustado mucho a nadie, aunque la legislación sigue su curso y y a se prepara un cuerpo de policía especializado en asaltar códigos informáticos. Serán l os primeros patrulleros de las nuevas autopistas de la información.
Visita a la aldea global Gabriel Celaya, que por supuesto no conocía Internet, dijo que la poesía es un arma cargada de futuro. Ahora, un romántico empresario estadounidense llamado Howard Jo nas ha decidido aplicar a las autopistas de la información el bello aforismo del p oeta español. Consciente de que el cable es un soporte capaz de saltarse cualquier barrera política, ha creado un gran banco de datos conectado a la red donde se re ciben todas las obras literarias censuradas en cualquier país del mundo. Se llama Red de la Libertad Digital y ya cuenta con más de 25.000 ensayos, novelas y poemas de escritores perseguidos en su país de origen. Igual que Jonas, otros muchos cibernautas piensan que Internet puede ser utilizada como un arma para cambiar el mundo del mismo modo que el satélite y el fax sirvieron para socavar los cimientos del muro de Berlín. PeaceNet es una organ ización no gubernamental enganchada a la red, y otras, como Amnistía Internacional, ya tienen direcciones electrónicas propias.
Parece ser que el nuevo mundo conectado va sentando las bases de una tam bién nueva sociedad, y ésta, como todas, tiene sus luces y sus sombras. A través de In ternet, por ejemplo, se acentuarán las diferencias entre hombre y mujer, que en es te caso correrán a favor de las mujeres. Al menos eso opinan algunos psicólogos que advierten quç, aunque la red está creada por hombres y para hombres, son las mujeres las que le sacarán mejor partido. Deborah Tannen, profesora de la Universidad de Georgetown, resume esta idea con una frase muy simple: Los hombres quieren forzar al ordenador para que se rinda. Las mujeres simplemente trabajan con él . Otras aplicaciones de la red son, sin embargo, menos halagüeñas. A través de l os cientos de kilómetros de cable que ya se han tendido comienzan a saltar algunas chispas. Desde Internet, por ejemplo, se puede tener acceso a coloquios subidos de tono, relatos eróticos, fotografías explícitas e incluso películas X completas. Si s e pretende que la autopista sea un macroespacio liberal, esto no debería ofender a nadie. Pero este tipo de productos choca con la pretensión de los educadores de l levar la red hasta las escuelas, ya que no hay ningún medio técnico que permita cens urar unas imágenes en unos cuantos ordenadores concretos. Mientras los informáticos buscan solución al problema, algunos grupos de exa ltados defensores de la castidad ya han tomado la palabra: no es raro abrir un p rograma erótico vía Internet y encontrarse con un mensaje en grandes letras de este tipo: Te quemarás en el Infierno . ¿Es eso un ataque contra la libre elección de cada uno ? Otros problemas son menos encendidos. La red ha sido considerada como el mayor exponente de la libertad de prensa. Cualquiera puede convertirse en perio dista y enviar a millones de hogares su crónica, noticia o comentario. Pero, al no existir editores, empresarios, directores o socios, ¿quién se responsabiliza de la veracidad de esos contenidos? Los primeros casos de injurias ya han empezado a e mitirse. Una mentira sobre cualquier persona o entidad puede correr por millones de hogares en un segundo y ¡nadie responde legalmente de ella! Igualmente preocupados están los puristas del lenguaje. Y es que en la sup erautopista no puede decirse que impere el buen estilo, Es cierto que, según mucho s sociólógos, el correo electrónico ha servido para rescatar el viejo placer de escrib ir a un amigo, antes desterrado por el teléfono. Pero la calidad literaria no es l a principal virtud de estos mensajes. La mayoría de ellos se hacen precipitadament e, llenos de faltas de ortografía o utilizando convencionalismos tecnológicos como E MO (en mi opinión) o MDMS (miembro del mismo sexo). Eso sin contar, por supuesto, con que el lenguaje universal es el inglés, de manera que ya puede ir olvidándose de enviar algún texto en perfecto español si quiere que se lo lea medio mundo. En definitiva, es posible que debamos abandonar nuestra vena poética o que tengamos que educar a nuestros hijos para que decidan por sí mismos lo que se pue de ver y no lo que no. Probablemente estemos obligados a cambiar nuestra actitud ante las injusticias, las minorías y las críticas ofensivas, y los hombres habrán de revisar su forma de manejar un ordenador si quieren tener éxito en la red. Pero lo que es cierto es que, al parecer, las superautopistas van a cambiar el mundo co mo nunca antes lo había hecho otra tecnología. Estamos a un paso de la gran aldea gl obal que muchos habían ya enterrado. La red aumentará las diferencias entre Norte y Sur
Everette Dennis es director del Freedom Forum Media Studies Center de Nu eva York, una institución que se dedica a estudiar el impacto de las nuevas tecnol ogías de la comunicación. Le hemos pedido su opinión sobre el mundo de las superautopi stas, que, según sus palabras, serán la mayor revolución del siglo, porque van a unir al telégrafo, el teléfono, la televisión y los ordenadores en un solo matrimonio inter activo. -¿Qué empresas podrán afrontar esta revolución con éxito? Hasta ahora nadie lo sabe. Y la pregunta que hoy en día todos nos hacemos e s si ganarán las empresas informáticas o las de TV. Probablemente surja un nuevo con
cepto empresarial, cuyas características aún desconocemos, que nutre de contenido a las grandes redes. Otro problema es la legislación. ¿ Qué debería regularse ante la llegada de las a utopistas? Primero hay que garantizar el libre acceso a los datos. Segundo, habría que hacer una especie de código de circulación para que nadie use la red para hacer daño a los demás. Por último, hay que asegurar el secreto de los mensajes privados. Habrá q ue diseñar un modelo legislativo que reúna las tres exigencias. Además, tendremos que ser cuidadosos con las peculiaridades de cada país. Por ejemplo, como no hay liber tad de expresión en todas las naciones, ¿qué pasaría si mandáramos ciertos mensajes a países totalitarios? Las leyes sobre telecomunicaciones son distintas y la titularidad de las emisiones también. La verdad es que no será fácil contentar a todo el mundo, p ero hay que esforzarse y renunciar a ciertas opiniones personales por el bien de la comunidad. ~ Cree que corremos el riesgo de dirigirnos hacia una sociedad estandariz ada en la que el inglés sea el idioma preponderante y el american way of life el e stilo de vida general? No, porque van a surgir empresas importantes en otros países, como Bertelsm ann en Alemania, Sony en Japón o Murdoch en Gran Bretaña, que llevarán la cultura de s us naciones al mercado global. Cada Estado diseñará sus estrategias según sus peculiar idades. Yo creo que las nuevas tecnologías pueden ser orientadas hacia las distint as culturas y diseñarse en diferentes lenguas. Sin embargo, seguro que hay alguna amenaza, algún aspecto negativo que se d ebe corregir. Soy optimista y pienso que las superautopistas resolverán por sí solas los pe queños inconvenientes que se vayan produciendo. El principal de ellos será el contro l de la red. Si sólo unas pocas empresas dominan esta tecnología y no permiten el ac ceso al resto, puede haber graves insuficiencias. Otra amenaza es, por supuesto, la posible intromisión en la privacidad de las comunicaciones y, quién sabe!, la te ntación de acceder a nuevas formas electrónicas para controlar la vida de los ciudad anos. Por último, el uso de las nuevas tecnologías puede aumentar el abismo entre ri cos y pobres. La red aumentará las diferencias entre el Norte y el Sur si a las di stancias económicas, culturales o políticas se les añade la posesión de una buena parte de la infraestructura.