~je Y. t.:.!1 s u su puesto impl~ci~~_;-_' él VTi9.ri , ,~,t;.,.Ym!_S9J11l.iºidad de co m u n ic aci ón -¡deal-{idealen Kommu nikationsgemeinschait) ent r e -los hablantes . A partir de ahí, la no rm a fundaru cri-iaLdeJa .bleaserá, pues, elre~
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RA CIONALIDAD y RAZO NABI LIDAD
Con todo. l~_~?:ciona~idad.. ética sigu e p lanteada en un mismo marco "traii scén d en úll. G l eg'o com e~nt no va "'a' ·p ·-d -' ·- · -~l ~ · ", o roEIe rr;as ' ,,-. ,"º,_ .~.r:--r~~º ~eL I?f?L~~Lt:n i,~Il] a los (.P--;" __-••_] qu~.g~n era _su ap licabilidad dados lc)s íonnalidad ' lid " y"'~"-" "". SIgn ·d "os .(e ". ,,_,mera. ·1'·· . - ti DIversa 1 ad nece51 ,ad- qu~)a,.car~lC~,er~zan . La viabilidad real de sus preceptos y la pr evis ión de los efectos y consecu en cias que generaría el s eguimiento de éstos' es algo que le es tá prácticamente vedado a la r-az , transcendental. zon , Po : otra parte, ~o todas las normas que se cree o se di ce que h an SIdo tomadas en nombre de la zón. ' y aun . las .que verda d cram cn te satisficieranrala exige n cia r acio n a l de universalidad p u d li br del r i , e en i · malídad euna de ser acusadas a su vez de «irraClon a 1 a )} u na vez com p b d · , ro a as sus con secu en c~~s . ~~!..5!~.c!~. que. lo _ étiCQ .sólo atañ e a la d eci s~Y..,!1? a ,su s .e.f~..ct9:;. Rigurosamente, de'sde un ~ ' perspectiva racíorialista, es taba en lo cierto P en la moral de cada d ía do nde se uedeser ~ro mente ba-sta
pefOd-e-~na·com un i dad , de comunicació n -ideal com o Ideá'y valor regulad ores. de la acción (Apel, La transíormacion, vol. II, 149 SS .; Estudios , 78 ss.).
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Debemos u sar también de modo «r azon able» la razón , en at enció n a las cond ici ones y result ad os de s u aplicaci ón . E n es te se n tido, el racionali smo puede re coger de una ética racionaImente~él}~ rigu rosa , pero «razonablemen te » m ás adaptable a lávida cual es la ética a ristotéli ca , la enseñanza -d e U1'fa-ñl~ón pruden cial, en alguno de su s element~," para el us ó'gcnerál de la ra zQ!!. Sólo as í p uede ésta crear s us propi os a n tí do to s a n te lo q ue se n a u n uso suyo extre mo e in co nsecu ente . Pa ra un mundo que cada vez m ás tiene que enfrentarse a las co n secuenci as de la acción y d ar cuenta de la res po nsabilidad co n que actúa , el p rincipio de la racionalidad de la ac ción no pu ed e desentenders e de la exige ncia a ñad ida de una razonabilidad en el obrar. Una actitu d razonable co nsis te en aquella dispos ición a gu:i í: 1
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d~\I!~e en tr e. u na .. parte irrac"lOl}aI
y ot ra..racJo~al. Pero es ta UI!I_JIl.a n o es uniforme en su ac tividad . Se co m pone"de o tras dos .,garl es . Cua ndo tra ta de .las cC?sas segú n s us p riñCiplos necesari osse activa"'s u ' funci ~n «c ie n tffica» tepistem onik onv. Cu ando ]0 h~ce . segú n su s m anifesta ciones con ti ngen tes está ejerci endo u na funció n «razo nad ora» . Ambas son racionales.igu alm ente: p ero la primera proced e P!?..r den.'!!.st rt~CI~n y la segun da lo h ace por deliberació n , co m o ocu rre s iem p re en el juicio moral. «Delibe rar y razo nar son lo m ismo », escri be Arist ót eles. Pe ro el' ra zonam iento no es s iem pre u na deli be ració n (lb:! 139 'a;- 13}:~ La razó n-pura tien e pues q ue hacerse «razo nable .. en todo momento que la demostración no baste. Hay que ca lcular y sopesar -deliber a r; bouleyo-:--: así s u cede en el di s cu rs o d e la ética , dond e se debe n baraj ar normas y estudiar s u modo de aplicaci ón . Dis tinguíamos en otro apa rtado la fun ció n de Ja deliberación en el momento de elegir una norm a de cond uc ta (1, 4 ). En el libro tercero de la Nicont áquea q u ed a dicho d e un m od o irre pro cha ble. No obstante, en el libro sexto se pasa a defini r lo que es una «bue na deliberaci ón .. (eu boulto v co m o actividad espec ffica de aquella razón «razo nab le». Por lo pronto, deliberar im plica ya una cierta in vestigación (u leíu ), pero no se reduce a ella (ib., 1142 b). Es preci so averiguar, por co n s igu ie nte , s u en tera n at urale za . N o es ci e ncia , c o m o avan zába m o s ; mas ta m p oco ac ier to o bu en tin o , ni men os aún mera opinión. La d ivis ión platóni ca entre ci encia y opin ión (Rep úb lica , 476 a-480 a) r esulta es t re c h a p ara Ari stó teles. La b u en a d eli b eraci ón n o p ert ene ce ni a lo p r imero ni a lo seg u n do , s in o a aq ue lla parte del alma que n o es epistem e, pero no por ello d eja de ser lógos . «Es evidente -c-a flr m a-;
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d is t in gu irá entre lo «raci o na l »
(1ógon JY.:lo~:~Fpedf~a...méJg e ·.It~ó~d!lr »~(logi.~lt~ kÓll) (Et. M e., 1139 a). 1:.1 al ma, de buen ini cio se
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q ue la buena del iberación es una especie de r ectitud (orth átes) qu e no es pro pia de la cie ncia ni de la opini ón» (ib ., 1142 b, 10). E llo qu iere deci r que no es posible, la euboulía ~~p_ razon am ient o: llis!~"!~!.!t.~ I3=l-única"~fac~ltaq .ql!.e ayuda a hacer rect o s nues tra vo luntad y l!~~~) entend im ien to . Ahora b ien, esa «rectitu d » que es el buen de liberar no viene dad a con el uso p uro racional sino co n el uso pa rticu la r razonador ---calcu lador, sopesan te- d e la m isma razón,
Para expr esa r un co ncep to análogo a l de Arist óteles [os es to icos hablªrorul~_uon~go rl y los meA~~I~~s 45UJ.lJ.¡;l recta ratio. Mas q uien p rotmbte'=' men te as ienta de u na vez toda la carga m o ral q ue t ie ne, aú n hoy. el térm ino «r az o na b le» es Joh n Locke, co n el us o del substan tivo reasonablene ss :'" Eñt"s te s u byac e . lo mi sm o qu e e n e l fil ó s o fo gr ieg o, u na cp nf.~psiQn.l!r1Rlis ta de la na tu ra le za , pero, sobre una mentaIra á""d d igñificadora de l ho m bre u e reaccio na an teeI ~fiia l nso d é ']ar az6i:17 V.g. , en la gu erra y enanat l smo:·"Por· es¿-h-~Y
í.ido.
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cima de ella (ib , 1020) ~~_~gfl__!, U::._ c~::mtr..~to....-qu~_es p ar~il:_u!a,~'p~ _~L~n~lls1asmo ,Ctb ., IV, 19, § 3, . 1036) dél q ue hacen gala lo~Jal!á!~~..9~' De nde se .plasm a--inej()r. porque se eje rce de modo más "vi able e influyente, eS¡l, razón que CUITlpI e con s u oficio es en la provinc ia " ~e1a-élíc a (ib., n, 21 , § 52, 392 -393) (G6yard -Fáore,ToJTn Locke , 98 ss. ). E n ninguna otra esfera debe la razón ac tu ar con tanta prudencia y ci rcunspección como en és ta . Sól() la raz ón , que descubr e la s leye~ r ales - ya" s{qué ' so n el pTaCery'd ~dolor,- el vicio y hi ' vlrtud-c-, Ptlcdc. tam bié l1 cletermina~ ~?~~.~!á el bien y. dónde 'el ma l,' cómo haccrs e -ql gn~o Y..SÓ,!Eü ser libre:'T os 'juicios cons truid os sobre dichos conceptos eviden ciarán a fortiori su c~rácter razonabl; - su reasonableness-, porque al tiempo que prohíban tale s o cuales accion es , es tablecerán , sin embargo , un sist ema de r ecompensas (pr em ios y casti gos ) que hagan m enos atractivo el p lacer que se es pe rar ía de la transgresi ón de las n ormas de conducta (ib., 117-118). Y así sucede de h echo ta nto con la s ley es mor ales cuanto con la s civiles. No han faltado reediciones posteriores de es~e conce pt o introducido por Locke y lu ego u sado por Hutcheson (Illus trati ons , 127 ~12 8). Respetando su liter alidad, se ha h ablado en nuestra ép oca de la dicotomía entre las id eas d e «ration ality » y «reaso nablen ess» , para indicar, r espectivamente , el m étodo propio de una dilucidación d e m ed ios y el d e u na evalu ación d e fi n es de la a cción (Richard s , A Theory , 75 ss.). Su bs t an cialmente no di ce nada que sea nuevo tras las apre ci acio nes h echas ya por Web er y la Escuela de Fr ankfurt, al distinguir de u na parte la razón técn ica o de «fínes» y de otra la razón prá ctica o de «valores », Más innovadora r esulta la sep araci ón , en la f119soft a política d e John RawlS': eIÍt~~..!:!g",prj!!gp io «ration al» y un principio «r~(L5onable ~~ de la coopedféión"Interpér sorial propiafde la "dem ocr a cia r' El 100
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momento de.Io.e racíonalade ñnelos té~nli n os , d e ra cfc n alida d o universalidad en elección-perso~ n al de c ad a cooperante. As egurada's" l ásccndicíon es de la elección, el momento «r azonab le» define los _t érminos deequ iiát ívídad eñ- -el -p roce-somismo de 'co operación, Lo que ahoras é a se gura s on la s con dí c jonesdel acuerdo, 'd e-m an er a' que éste sea verdaderanienté' rñútuo y recíproco (Rawls.-exanti an cons truc tivism ;;: S28-S33 )." S in el primer principio el acu erdo democrático no pose ería motivaciones racionales; pero sin el segun d o sería m eram ente estraté gico. Ambos están presentes a la vez en el pro ceso dcmocr átícot détóma (if "deéisiones. Sii"-embargo:~ñ c)'pueden oc ultar naturaleza moral. N o tanto po rque lcfa zón a bl é presupon ga lO' racional, cuanto porqu e éste, en la justicia y sus p ersonas , term in a por su bor d in ars e a aq uél (ib., 530) . Se ha visto en esta dualidad un par d e t érminos ét icos inconciliables entre sí - u n iversalidad y autonomía- , so p ena de que se an admitidos juntos de una sola vez , como hiciera Kant en su imperativo ca tegóri co (Mugue rza , «Entre el liberalismo ... »). Con todo, nocs .facíl apay9?!!ax.Ja id ea deuna raz.~t:J-.g~e p"f!::~ !a moral exi ge no _S?~~.~ni versalídad. sino verse, a s í misma y m odularse en la p~r.sp ecth{¡l 'd e la r azonabilidad o buen «ofi cio », di rí a Lo-cke, (lé·Sí íñ isma ~ - ' " .'.'- '-...,~-. ,"~~ ..-. ., -Un co m p rom i so~c6n est a id ea d e una r azón de uso razonable es el que se empezaría a con traer al in ten tar apurar la resp ue s ta a la p reg u nta de ¿qué es ser racional en la ética? Ser racional en la ética no consiste en la vo luntad ¿esei" 4 t lid oñ al -e-ü- itsúl d iscijJlina ,'AqUí ·hemos ¿omenzad()a~-ve;- qu e es nuestro querer el que dep ende de nuest ra razón y no al r evés , Continuamos so steniendo este teorema que nos imp ide , ahora, h a ce r extensiv a la racion alidad de la ét ic a a un mero voluntarismo, po r lo demás irracional si se-
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guimos ad m itiendo d e consu no q ue la razón es la facultad que perm ite un ive rsa liza r n ues tra experiencia y conferirle un idad sistemá tica (11, 3). Una "raciona lidad de la prax is guarda re lación coné l 'c umplimien to de do s -ttposde reglaseri este género de acci ón. Pero a ntes de expo nerlas d ebe mos recordar lo que a l resp ecto de las reglas concluye John Searle en s u ya cl ásico Speech acts . Pues es a partir de a hí de donde sugeri mos que ser racional en la ética atañe a una doble es trategia . Est e filóso fo, habiendo d eclarado s u deuda con la teoría de los ..actos llocucionarios » d e John Austin , describe .e n J o s actosde lenguaje dos .tipos fu nd amen tal es de reglas (ib ., 33-42) . Por u na pa rte, las reglas no rm a tiva s (regulative mies) so n aque llas q ue regulan formas de comportam iento ya pre cxiste n tes a la norma o independien tes de ,ella . En las reglas de la cortesía , por eje mplo, se presup óh én ciertas for mas d e com porta m ie n to in terpersonal ajen as a las reglas mismas. El hecho es qu e 1a'5- reglas no rma tivas "ric están en la base d e la formació n de u n co mpo rt am ien to , sino que lo n ormaliza n (ib ., 34 ). De otro la do , las reglas cons titu tivas (cons titut íve m ies) , que poseen asim ismo un a función norma tiva. so n aque llas q ue ante todo crean o defin en nuevas fonnas d e co mpo rta m ien to. Las reglas de u n juego de competición, por ejemplo, no só lo normalizan el juego, sino qu e esta blecen la po sibilidad mi sma de est e juego. Jugar al ajedrez es un a ac tividad constituida , sin más, por el uso de unas d et erm ina das regla s: el co mpo rt amien to que éstas regu lan no existiría si no fuera es tri cta mente por ella s. Pero una co rtesía, sin embargo, podrí a da rse si n la existencia de u na s ..reglas de la co rtesía », por eje mplo en algu ien d e manera s soc iables y d elica das. Las reg las co nstit utivas sí están en la , base de la form ación d e un co mpor tam ien to: "ha m arca d o un gol», «ha resuelto bien la ec ua ción» o "ha cu mplido su promesa », se re fieren a ac tos in s-
tit uido s por d iferen tes regla s const itu tivas (ib., 36). Así, si .las reglas no rmat ivas suelen p resentar una estructü~~de j lÜCiO': iIñ."j':enit.lvo (;haz-~si y, entoncesx »), las cons tit u tivas adopta n po r lo genera l la forma d e"una~propósició n-descrifHiVa;tal cual «X resulta y:--o' bien «X y en~ ta 'sillí'Mióh s •. Tañloi énaquetl áS-es tán aP9y'adas por sanciones y és tas no. - ~ . ~ ........... - Searle hace esta clasificación sobre la hipótesi s de una filosofía del lenguaj e q ue a fir ma qu e ha blar una len gu a eq ui va le a ej ec u ta r üñOsactosconforme a reglas Inherentes al habla . Por dond e rriuchas reglas cons titutivas de comportamiento sería n reg la s su byace n te s a l mi smo a c to d el di sc u rso (ib., 54 ss. ). No obsta nt e, vamos a extra pola r es ta división d e las reglas al co ntexto de u n discurso de la ética, a fin de fijar qu é es lo racion al en es te contexto. Al m ismo tiempo ret o ma mos, a es tos efectos, los tér m inos d e la dis tinció n rawlsi ana en tre lo ra ciona l y lo razona ble. ~ ~:""~~~!2.J.!<;!. .l!n Ja ética exigirí a sa t isfacer p rimera men te un a condición necesaria . És ta es cu mplir con u na 'sola regla constitutiva "del sistem a ra ciona l de nOI:m a';:' el q ue toda s ellas tengañ~por co nd ició n la lliít ersalidad d eld tscurso. De forma que todos los sujeto s im plicad os h an d e po der entend er y q uerer los p redicados d e este discurso por mor de su no co ntra díc toried ad. Est a reg la ..instituye . lo qu e es u n d iscurso ético ra ci onal, pero no regula' más qu e su mera fo rmalidad : no lo «normaliza» tot alm ente. Debe acud irse a o tro t ipo de regulación añadida para q ue la raciona lidad a lca nce tam bién a l co n te nid o y a los medi os y co nsec uencias de la aplicabilidad del di scurso. No es sufici en te co n tener u n código homogén eo d e normas de ac uerdo co n cierta regla. Hay que preve r en es te códig o un cierto tipo de au tor-reg u lac ió n, d e fo r ma q ue o tras r e gl a s no s d iga n cuá nd o y có mo aplicar sus no rma s , y, aca so , cómo
resulta
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sac ar el m ejor partido d e ellas . Eso mi smo equivale a la demand a d e «ra zo na bilid ad » para un di scurso ético. Ser en tera ment e racional en la étic a exigiría, por co ñ'Sfgu ient e, satisface r asim ismo u na co nd ición de sufici encia . A sa ber: cum plir con ci ert as reglas normativas para la a plicació n y opt imi za ció n de u n códi go d e no rmas pree xistente y dcclarado «racion al» en primera insta ncia . En el esquem a del racionali smo ka nti ano estas reglas so n al menos y esencialmente dos. La qu e exige o po ne po r co nd ición qu e un a no rma o código de normas resp ete en tod a ocasió n a l hombre co mo fin en sí mi smo (regla d e la hu manidad) y la que cond iciona cua lquier norma en el respeto , sin excepc ión, de la hu m ana di gnidad ( regla d e la autonomta d e la volu n tad) (Villa ca ñas , Rac íonol ídad , 3 12 ss .). Es tas reglas normativas y aqu ella regla constit utiva de la ra cionalid ad ética se enci erran en la formulación kantiana del im pera tivo ca tegórico de la moralidad (IV, 4). La regla qu e as egu ra la u n iversalid ad , co nd ición necesa r ia para ser r aci onal, ha sido retomada y puest a en p rimer plano de importa nci a por las modernas teorías p ro cedimental es de la ética : Lorenzen y la esc uela de Erl angen , Rawls. Ha bermas , Apel. En todo ca so , es una regla que basta ella m isma para fijar la cond ición necesaria d e la raciona lid a d prá ct ic a . S egura m ente no se pueda a firma r lo mi smo d e las reglas de la huma nidad y de la au to no m ía pa ra decir q ue «basta n», a su vez, pa ra fijar la cond ición su ficiente de la ét ica ra ci onal co mo ética as imismo «ra zonable ». A este respec to ex iste n muchas men o s co incidencias en la filo so fía m ora l con te m po ránea. Lo s autores se d ivraéñ-úquí segú n una d ivers id ad de , re sp uestas en un aba n ico que osci la d esde el formalismo racion ali sta hast a el consecuen cialis m o extremo. Una d e las principales tareas de la ética actual co nsiste precisa mente en su m in ist rar y di~~ cutir nu estras lla mad as «cond iciones de sufícícri104
cía » para una racionalidad _práctica. Sin em ba rgo, gran parte-d e todos estos autores as u me ímpl ítica o explíc itam en te la regla "deláautonom ta de volunta d , d e sd e u na u o tra pers pec tiva rilo s6fica, como esencial en . una argu men taci ó n ética . Por lo dem ás, y a l mis mo objeto qu e lo a n terior, p rá ct ica mente ninguno _~~ e ll~ se propone nega r la regla d e la)I~!,!]
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CAPíT ULO
III
E L JUI CIO MORAL 1.
La razón práctica
LA MORAL CO MO RAZÓ N PRÁCTICA
Un hombre a ca ba d e se r co n trata d o por una empresa co mo directo r d e s us servicios d e info rmática. El pu esto ex ige u na men talidad lógica y se pued e decir que nue stro personaj e ha ce del ra zona r s u p rofes ió n . Pero un día se le ex ige q u e re ali ce un es tud io in form áti co ex ha ustivo d e la empresa en cue stión a l objeto de reduci r drásticamente su plantilla la bo ra l. De sú bito , el esqu ematis mo ló gico d e este prota go ni sta se ve a fectado po r un ac ucian te dil em a práct ico. Pued e li mi ta rse a decir si a s u encargo, co n lo qu e asegu ra su pro pia posici ón y se sacud e posi bles co mpetido res d e enci ma, o bien p ued e to ma r un in terés en re cha zar la me ncionada d emand a, d e ac ue rd o con lo qu e co ns idera u na acci ó n hiri ente para él y para s us compa ñe ros . El sujeto de este caso ha teni do q ue pa sa r de un orden de razona m iento a ot ro. Ha debido pron un ciarse m ed ia nt e un juicio sus ci tad o po r el in terés p rá ct ico . Tien e que seguir razonand o, com o exige su trabajo mi sm o, pero en esta oca sión por la vía y de sd e los requi sitos de una razón «práctic a ». Ciertament e hem os visto hast a ahora el encaje de la m orali dad sobre la razó n. Pero a ntes de pasar a ver 106
el tipo de actividad con que se ex presa aq u é lla (III , 2) conviene que repa remos algo más en el t ipo de fa cultad sobre el que el hech o m oral se as ienta. Tend rem os, pues, que dilucidar aquel determ in ado ~ so de la ra zó n q u e se ri ge. por ~« propó s ito s " , a l Cftrtir --d e Ari s tóteles, o por un «interés prá ct ico », co m o d irá Kant. An te nos ot ros es tá este u so evid e nte. de u n lado , y de toda s u posició n , po r o tra parte, de una razón ~ue j u~ga desde la pe rs pectiva de lo que debe ser, emás de hacerlo 'desdeI á vis ió n de lo que-reconocidamente es . Es la ra zó n q ue ;i~.fImd e no sólo por med io del co noc im ien to efec tlvo o deductivo d e las cosas , s in o aho ra y ante ~.~o po r la vo lu ntad. ~sª- ~~ I~ca: --Para nues tra- vid a d e acción co n lo s d e-má s y co n no sotros m ism o s no es su fic ie nte el d ispo ner de u na razón que juzgue so b re hec ho s e m píricos y leyes ló gic a s. Con ella so la , en el terreno do nd e se ba raja al go más que hechos e in feren ci as -e n la vida d e la praxis-e, podríamos llega r a co ncl usio nes em píricas o lógic a m ente co r rectas a part ir de premisa s que d esde otro punto d e vist a serían in correctas . Así , podría a rg u m en tarse: «Todo lo qu e se hac e e n no mb re d e la co m u n ida d es justo », «Sa cco y Vanzett i fu eron condenad os en nombre d e la co m u n idad », lu ego «La co ndena de Sacco y Vanzetti fu e justa ». La co ncl us ió n es correct a , pero la p remi sa de la q ue d eri va p ued e demo s trarse q ue no o bedece a n ingu na afi rmación ci ent íficam en te aceptable, y ni siquiera pa ra muc hos s e r ía mora lm ent e pla u si b le . De a h í qu e la prime ra pre m isa deba se r d iscutida d esd e la ra zó n p ráct ic a , y só lo , segú n al gu nos a u to res, d esd e est e tipo de ra zón. s..lkra tes. no s mues tr a ya , con s u vid a y d o ctrina , que hay u n ejercicio práctico ad emás d e tcoré.tico de la razón, y que la vid a ciudada na depende .Ée1 prime ro. Un personaje tea tral desu cóntemporá neo Ari stó fanes , Lisíst ra ta, nos co nve nce así -
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mi smo de ello cuando propone acabar con la gue rra mediante una estr ategia muy p art icular : que todas las mujeres so metan a su s maridos gu erreros a una abstinenci a s exu al. Al margen de la lógica y contra toda expe rien ci a, una propuesta de la razón práctica consigue d etener la escalad a bélica ante la qu e permanecía sab ia , pero inerme, la razón te órica. Sin embargo, en la filosofía de Sóc r ates , como seg uramente en el juicio d e Lisístrata, hay todavía una de pende ncjª de los p riI1Qp ios de la p ra~}s_ r esect o ' de lo s d e la theoria , pues la virtud, s eg ú n aqu élj.se.ad e conocí m ien t o. H a d e se r Ari st óteles quien r ompa con este supuesto y aquella dependencia: la acció n en tre los d emás ti en e sus propios principios y ésos su propia manera de ser razonados. La acción moral y política remite, en fin, a la razón práctica. El Estagirita di stingue dos clases de actividades humanas (enérgiai): aq uellas cu yo re su ltado está "en lo s propios acto s (prakt ón ) y a quellas otras cuyó término está m ás allá de és tos. E n el primer caso incluye la pr(lXis y la poiesís ; en el SeKl.!!!~to se inscribe la l.€Gl!né: Sólo en las' primeras decimos que el obj etivo está en la ac tivida d en sí misma. Mas de entre lo s tres órdenes de actividades únicamente lo s e.~! os del~'p!"a?'.i,s , Ias ",,:ccio nes » (práxeis ), están sup'~di~aaos a la razó n"práctica. E n su Psicología' se anti cipa 'o ástante de ello, Hay un intelecto teó ric o y otro práctico (no ús praktikós). Éste es « • •• aquel que razona por mor de alg o , pues preci samente por el objetivo se diferencia del intele ct o teórico» (ib., 433 a 13). ¿Cu áles son los fin es u obj etivos de la facultad en cuestión? Son los objetos todos de la voluntad. Por eso la virtud ét ica en donde m ejo r se refleja el intelecto "pr áctico es .Ia prudencia o phró-'" nesis :'pJ¡.ronim os ·o pl.}l.4~i¡;: es el hombre sabio en "Iífi sen tído, pues, práctico. Sophós éfeI sa biod e-íñ='""" dale más bien reorétféá: el h om br e in iciado en la in strucción. . C
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No es de extrañ ar la divi sión qu e aparecerá en
la Níco m áqu ea, donde 1!"i~tº!~les distjng,~""e~~e_l~.. eusynesis, o buen ente nd imient o y la m en cionada.. l2hróne'iis. La primera se refiere al iu icio «inteligente)); pero un JUICIO ver a eramen te práctIco es
eT"Qüeda pasó a la segu nd a, Ambas son, ~n. efecto , dos cualidades que no pertenec en al dOmInIO de lo universal y ne cesario , donde procede act uar d e modo es tr ict amente cien tí fico . De otra p arte , eso no qui ere decir que corr esp on da n a u n com p ortamiento d e mera ( opin ión »: l~s dos son susceptibles de ser gu iadas por una recta deliberación. Lo que ocurre ' es que, deentréáriib ás" aquella qu e po see una fu nci ón normativa para la praxis es la prudencia, " ... pues su fin es lo que se d ebe hacer o n o " (Et. N ic. 1143 a) . El buen ente n dim iento , en cambio, s610 se ha li m it a do a juzgar de modo inteligen te , no todavía práctico (loe. cit.). Algo antes, en el m ismo libro VI de la Nicomáquea, apar ece otra fundamental di visión, ésta sí de r econocida fortun a, Si en la Psicología veíamos al no ús escind ido entr e lo teó rico y lo p ráCtI...c o, ah ora esa es p ecIalización COIllpete a la dzano la o p ensamiento, la par te más «r eflexiva » del lógos. Por así de cir, su nivel intelectual por antonomasia , ya que el no ús o in t electo era s u p arte más «Intuitiva». Pues bien , a este lógos dianoetikón le puede incumbir u na reflexión productiva (poetik és dian oías), lo mismo que una refle xión teórica (theoretikés diano tas) o u na reflexión práctica (praktik és dianoias¡ / (ib ., 1140 a). Ello quiere decir que 1 ?J.~1"tekc t u a l pu~de adoptar también un punto de.,YIsta práctico. No sólo es un ór gano para' Iáciericia y las activid ades productivas: elpensamíen to . ti en e.. igualmente una función para la praxis moral o civil. Y la prudencia, en particular, va' a' 's er la: virtud .propia d e estaespecializaci ón. De modo qii eIo "racio n a l práctico» (lógoi praktikés) se id entificará a menudo con tal clase de virtud (ib., 1140 a 4, 1140 b 2 1). Por 109
lo dem ás, 1 ~~9 1?- práct ic a se di stingue de la teó ri caen qu e su activid ad no es demostrativa. Islno deliberativa . Y d e és ta y de la razón productiva a la vez, en que, co rno ya se h a dicho , su ejer ci ci o se ciñe a la praxis (loe, c ít .), Ocu paría a qu í m uch o es paci o en u merar los autores que después de Aristó teles se ha n refer ido a es te tipo d e ra zó n . A cam bio d e una monta ña de datos baste record ar que la tematizaci ón de una ra tio prac tica reaparece p rinci palmente co n Tomás de Aqu in o . Ést e reconoce en ella u n poder d e causaci ón (sed esiam causativa ) que no posee la 'rasío spe c ulat iva (S wmna . 11-11 , q . 83). S in embargo. aunque d iferen tes. no se tra ta de dos razones se paradas, En bu en a m edida sí lo es taban para Arist ótel es al postula r u n «m o d o de ser » (éxis) para cada es pecie de razón . Ahora van a a b ri r, es cie rt o , dos órdenes de vida tan d ist intos para los medieva les como la «ac t iva» y la «co n tem pla tiva •. Pero n o se d ará entre estos tipos d e vida la contraposició n q ue se prese nta de raíz, en la Escolás tica, en tre la razó n -en general- y la fe rel igiosa. No obs ta n te, a partir del Rena ci m ien to y del im pacto científico sob re la filo s o fía, se p ro pi ci ará u n a d ivis ió n d e p ri ncipios pa ra lo teórico y pa ra lo práctico -desa sistí do , és te , d e un co nocim iento cierto-- com o s in duda no se ha b ía vis to a ntes. Piénsese, en este sen tid o. en la necesid ad planteada por Descart es. a la espera d e una ética m etódica , d e tener que su m in istrar una «mora l provisional». O en la resolución de Spi noza de escr ib ir u na ética more geometrico . Lo prá ctico ten ía su pro pio ca mp o; pero n o estaba nada cla ro pa ra fom entar q ué clase de «cu ltivo »: ¿ev ide ncias l ógicas>. ¿elemen tos se n sib les? ¿artícu los de fe? E n el origen d el p roblema estaba s u prop ia crisis d e re lac ión con lo teórico, Y a sí , h asta las puertas del t'!!ltl!.m o , que luiere superar 1) la op osición entre tlumria y praxis y) la confuslOn de priricijilos en ésta, tod avía unos m ismos au tores 110
«ilustrados» , com o Wolff y Hume, soste ndrán conce p tos har to di spares de Razón para el uso de la filosofía m oral. La se paración en tre lo teórico y 10 práctico , en detrim en to , pues, d e este ú ltim o, parecía un hecho tan co ns u mado que el prop io Kant , cn 1793, no repa raría en es fuerzos para desmentir el d icho «Lo que es correcto en teoría. no sirve para la prá ctica » (Kant , Teoría y práctica ). S in em bargo, es ta la bor ya hab ía em pezado an tes, cuando él m is mo recupera el concepto de razón práctica. EL PRIMADO DE LA RAZÓN PRÁCTICA
La filoso fía alemana a n te rio r a Kan t di st ingu e bás icamente en tre las facu lta des d e l cntendímíento (Verstand ) y de la vo luntad (Wille). Pero aquél in "im d uce una nueva di stin ci ón den tro de la facultad su pe ri or del conocimiento: la ~azó ~' pura. íreine Verm m ft ) es la fac ultad de los pñ ncíp lo s. mientras que el elltelldlflllellfo tóeSéle-lasreglar - - Ah o ra bi en', h ay'~un a 'razón ieórica o tea rét ica (theoretische Vemunft) y u-ña-ra iónpráctica (praktische Yernunit}, ex pres ión, esta, utilizada o ca s ional mente - practical reason - POl- el empi ris mo in glés co n tempo r á neo a nu es t r o a u to r, pe r o q u e , co rno decía mos. fo rma part e a nte todo de la trad ición a risto té lica y escolástica. La ra zó n teÓrica su, m in istra los pri ncj p ios a Priori, de la experic nd ... , del conoci m ien to teorétic o qu e ap nq u e de or ige n se ns lble ..se rige por «ideas rep" lat i\laS-»--.do-Ta-rezó n La ra zó n práctica faci lita , en co nt raste , los - pr iricl p ios. t Igua lrrien tec priori, del co nocim iento p ráctic o; es deci r, d e la voluntad, regid a a hora po r : ideas constitlltivas»- procedentes dc la m ism a ra 7.?)n pu ra . Con lo qu e ésrn-pasft-·~ r-leg i.dadora --=h se r capaz de «d ar co nstitu ci ón » a través d e princip io s - únicamente en el terre no d e lo prá ctic o (Ka nt, K,U. , Ak. V, 174).
pura-
111
NO se trat a , co n todo, d~~os tipos difere n tes d e razón s inQ de u na soJa .;;6; f)uflHiJOO--SP liSO dí ferentementc. De este m odo qu ed a di lui d a la fro nteí'a en tre la «teoría» y la «p rác tica », a l d epend er am bas de u na mi s m a facu ltad . E n el uso teó rico de la razón, para empeza r, no s a pl ica m os a l á m bito señ'Sible déJ· cohotim ien to y co ncluimos qu e todo Ji; que no puedeser «co no ci do .. -que no ti ene en su orige n d a tos d e una in tui ci ón sen sib le- só lo p u ede ser «pen sado ». Pero en el u so práctico de la razón pura , por el que nos referi mos es tric tamen te a ese ám b ito de lo suprasensible o m era m ente pensado, llega m os a la concl us ió n de que aquello que pod ía sólo ser pensado en la razón teó rica puede a s imis m o se r "?lfi n n ado en la razón prá cti ca : in clu so ser a firmado como «h echo» (Tatsache), cu al ocu rre pa rt icu la rmente co n la pu ra idea suprase nsible de libert ad (Freiheit) (ib., 468 ). La lib ert ad , en efecto, es el ú n ico objeto co rrespon d ie¡:;'ié ...- u na idea de la razó n pu ra que no es una «cosa d e fe» (res [idei) sino u n tip o pecu liar de h echo o res [act í (loc. cit. ). Y deci mos «pecu lia r » po r q u e n o es u n h ec h o pe ne tra b le po r nues tr os sentidos , s ino que se establece a través d e los ac to s de determinaci ón d e nu estra vo lu n tad. No es así, tampoco , un a bstracto [actum ratíonís , ~bertad es el h ech o fu n d amen t a l d e la m o r a . ,,-E ll o gu arda en el ton do relación con lo qu e ya se afirmaba en la primera Critica . Esto es. la di vers idad d e co m pe te ncia s. pa ra el co nocimiento teórico y el práct ico. entre conocer lo que es (was da ist) y representam o s lo que debe ser (was dase ín solñ . respe ctivam ente (K. r. V. -B , Ak. 111, 421). Cua n do es te deb er se r se pon e en mar ch a. m ed ian te nuestra volu nta d sujeta a una ley, se infi ere in mediata mente qu e ello ha sido pos ible por el hecho preceden te d e nuestra libe rt ad . Gracias, pues, a es ta afi rmaci ón d e lo su prasensib le en lo p rác tico se h ace posib le el paso o suce112
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _hn...
si ón de la razó n teor ética a la razón práctica, au nqu e u na única razó n a u to ra , siem pre , de idea s y p ri n cipio s a prio ri de la exp er ie n cia , es d eci r, no derivados de la se ns ib ilidad . Pa ra la id ea m is m a d e libert ad es te paso se p la n tea co m o una exige n cia n ecesaria , no hi potética o arbitraria, desd e el mom ento en que la volu nta d se sujeta a una ley, o ]0 que es lo mi smo, es cap az de det ermi nars e sólo po r la razó n . El us o teóric o d e la.raz ón m ostraba la li ~ bcr tad en fa"n to q ue id ea que se p ued e pen sar sii1' contra dicción co n o tro s concep tos (i b., 308 ss .). Es, por así d ec ir, un cO IlS~P.t? . ~ e ga~ ivo>t. Aho ra b ien, el u so p ráct ico de la m is m a fa cu ltad , p ues to qu e in ci d e eñ e l co n t ro l de la vo lu n tad e in sta u ra la m oralidad , pued e ya señalar nos el objeto co rrespond iente a aqu ella id ea o co ncep to negat ivo , a l q ue ha d ad o realidad práctica a través d el h ech o m o ra l. La r azón práct ica m u es tr a la libertad en ta n to h e cho que se p u ede co nocer y dem o s trar - au nque bien sólo prácticament e, no por las vías propias d el con oci m ien to teo rético (K.p. v. , Ak. V, 3· 5)-. Esta idea de la libertad q ue la razó n teórica inte íige y ~la""l"ázón prácti ca -realiza será la -b ase, en suma , d e todos lo s co n cep tos d e l conoci m ie n to p ráctico (K.U. , Ak. V, 175-176). Hay "u na suces ión d e la razón tc6rica a la razó n práctica, pe r o n o al revés. Y n i m u cho menos es te paso cons iste en ti na eq ui paración de la p rimera a la segu nda. Se t rota de dos usos de la razón irreductibles el un o al otro en cu alqui era de los se nt idos. Una eq u iparación , as í, d e la razó n p ráctica todavía a la razó n teórica eq u ivald r ía . sin m ás, a repon er otra ve z la razón dogmá tic a. Con lo que si bien hemo s de ad m iti r q ue n o existe u n di vo r cio entre teo ría y p rá ctica, po rq ue la razón en am bas es la mi sm a, hem os de ac epta r ta m b ién, pese a lo anterior, que no es posible ni una co nvertib ilida d n i u n libre trán sito del di scurso teórico al d iscurs o p r áctico, y viceversa. La razón tie ne u n uso dife113
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r en te y especí fico e n am bas fo rm as d el co n oci m iento (Martfnez Ma rzoa , Releer a Kan t. 101). H a y, d e es te m odo, un «a bi sm o infranquea bl e » (K. V.. loc. cit.) e ntre d ich os d iscursos , a b is m o sólo sor te a ble en la su cesión, hecha posib le con la m oralidad . d e u n a id ea teo r éü ca d e la libertad a la efectiva realid ad p rá c tica de es ta idea. La razón sólo p uede es tar relacio nada co n 5t,1 obj eto'de dos m ane ra s. O s im p le m e nte determinandolo . lo que cons tituye el u so teorético d e la ra zón, o 'b len hacíendolo real. que e n es to cons iste su u so práct ico (K. r.V.-B. Ak. IIl . 8; 371). E n este últim o ca so só lo se juzga lo q ue ..d ebe ser» , no lo que « CS» , que ya fue o bje to del di scu rso teorético. Por do nde es vá lido admit ir. e n fin, q ue el uso práctico d e la ra zón «um plfa .. el u so teorético d e la misma. Ahora bi en: lo que ja m á s es ad m isible - segú n el esqu ema d ad o POI' Kant-e, es que a conti nu ació n identificáramos est e nuevo u so amplificativo de lo racional co n un m ero einc re men to .. del uso puram ente teórico o determinativo . La razón práctica no a ñade nada m ás a la razó n teórica , sino que la am plia e n u na es fera e n que los objetos ya n o s e det e rmin a n : se realizan. Y as í ocurre con la libertad y todos los o bje tivos relaci onados con ella . Pa se m os ahora a o tra co ns ideraci ón : ve remos po r qué 1<}..,J:azón p rá ct ica tie ne un prim ado sobrjf" la razó n teórica. Ka nt lo argu me n ta a pa rtir d e la idea de un int eres (Jllleresse ) d e la ra zón p u ra en c ua lq uiera de su s m odos. Dícese e n la primera Crítica que «d e he c ho, la ra z ón posee un solo in te rés » (K.r. V. ·B , Ak. Hl , 440 ) y ése es la «posib le pe r fección del co noci m ie nt o » tloc. cit .). Todos los pri l1 ci p ios d erivados de es te in te ré s pu ed en ser lla m adOs «m á xim as» d e la razón, q u e n o .s o n pri ncipios cons t itutivos d e u n obj eto, sino pri~cipios regulad or es d el co no ci m ie n to d e es te ob je to. Sin emba r go , a pa r tir de es te hech o, el de u nas m áxim as subjet iva s d e la ra zón qu e se in teres a por re gu lar el [ [4
co noci mien to, va a te n e r lu gar la «se pa ración d e di stintos m odos de pensam iento » (ih .). El interés de la razón por el co nocim ien to teó r¡co:'< << ¿Qué pu edo sa be r?» ) o r igina la razón te áríca , c uyo á m b ito de a pli cació n es la es fera de los concé p tos ae'la ' Na tur a leza . Cu a ndo el in teré s a pu n ta - s in deja r de se r el ú nico interés d e una única ra -' zón- ha cia la vo luntad , o co noci m ien to prác tico , s urge la razón práctica (<<¿Qué de bo hace r ?»). con s u esfera de pe nsamiento limitad a a los conce ptos ~~ Li be r tad. S i el _in te r és s e d irige a l conocí m iento eórico y practico a la vez , la facu ltad cognoscitivacorresporid léii te es el juicio , que se pregu n ta "'¿QLié pue d oes¡Jérar? » e n el ámbito pro pio d el se n tim ien to (ib ., 522). Todas es tas tres fac ultad es o modos d e pensamiento de la razó n pura tien en co ncep tos, principios y hasta di sposicione s mentales (Ven llogell des Gemii..ssen ) p ropi os y ex el usivos d e cada u na d e ellas. A pe sar d e e s to, es posible u na unidad sis temática (si stematisch e Einheit) de las tres formas de pensar gra cias. precisa me n te, al predominio o primado del inte rés préctico sobre el in terés especulativo o teór ico . 0 , e n defi n itiva, gra cias a la primad a de la razón práctica - 3 q ue da origen tal in terés- so bre el resto d e las fac u ltades . Por consiguien te , el nexo de la razó n pura se e nc uentra e n nuestra vida rnorar:-veafuos po r qu é. - - E l interés pr-áctico , desde luego, pe ro ta mbié n la idea de un fin defi n itivo (oberste Zweck) de tod as las cosas , son dos ele ment os q ue encon tramos e n u no y otro cabo , p or a sí d ecir, de la vida m o ral. Con r es pect o a l segun d o ca be añad ir que sólo es n u estra ra zón práctica la qu e n os p uede conve n ce r de su corrcccíó n, pues tal idea es u n a idea imposib le a través d e la razón teórica , la c ual se a p lica únicam ente a los con ceptos de la natu raleza . Así, e n efecto, un fin d efin ~üyp es una id ea que «es tá en perfecto acuer a o con los princípl os'Tnor ales de la [ [5
raz ón» (ib ., 530). Es d eci r, en rfecta co nsecuencia con nuestro obrar moral. que permite el" su puesto, sin co n trad icció n co n sus p rincip ios , de un fin s u prem o d e tod a s la s cosas. Lu ego la p,I ~6 n práctica es la única facultad ca p az de relacionar el co'noC1m ¡en to con nuestro sup rem o interés (hochstes Interesse ), que co ns iste justa m ent e en ori entarnos según aquel fin s u pre mo. Y en d ich a relació n estriba también su mérito . Esta clase de interés es igu alm en te otro indemostrable su puesto, pero es u n supuesto «abs olu tam ente necesa rio para los' fines m ás esenciales de la ra zón» (loe. cit. ). La teleología m oral es, en su m a, lo que con fiere la m encio nada «u n idad siste m ática» a est a fa cultad b aj o la p r im a cí a de aqu el «fin ú lt imo », o , lo q ue es 10 m ism o , por mor de la razó n práct ica . El sabe r filosó fico consigue co n ello organ izarse en un s istema -en u na arquitectón ica , dirá también Kant- y por lo tanto presentarse como cie nc ia. Si hay, pues, un to do articu lado y no un m ero «agre gado de co nocím iente s » e n nu est r o s a ber, es po rqu e la r a zó n práctica y sólo ella - la m oralidad- le h a d ad o u na un idad baj o la id ea de un único fin que es a la vez s u in te rés p ri m or dia l. Para la filosofía crít ica se r á un s u p u es to in a d misi b le, r e p et im o s , d esd e cu alquier otra forma de pensamiento que n o sea el d e la razón práctica (ib., 538·539). Aclaremos algo más es ta id ea d e una razón que po se e carácter teleológico -m oral; es deci r, en la qu e el cariz práctic o d e su interés s u byacente p r edom ina sobre la di m en si ón es p ec u lativa o t eor ética d e este in terés. Todo m odo d e pensa r (toda «facultad del espí t-itu») , se d ic e en la segu n da Crit ica , pued e atribui rse un inter és, esto es , un pri ncipio subjetivo que encierra la cond ici ón para favorecer el ej erc icio mismo del m odo de p ensar -y so la m ente para fomen ta r es te ejercicio-. Mas como 1<;1 ra zón es la fac ultad de lo s p ri ncipios, se puede afirmar; en co n secue nci a, qu e ella mi sm a " d eterm i n~ 116
el int erés 4 e todos los pod eres d el espíritu y el suyo rm srno - (K.p. v. , Ak. V,T t gy.-r:a-rii ron7 irn ú iia p ala. bra ,es interesada, y s us dos fu ndamen tal es in ter eses , co inciden tes con s us d os esenciales m odo s d e pensar, son de tipo transcen den tal: 1) «El conocimiento del objet o hasta los pr incipios a priori más eleva dos» (ib., 120 ); 2) «La det erminaci ón d e la voluntad , con res pe cto al últ imo y más co m p leto fln » (loe. cit.). Ambos in tereses corresponden, respectivam ente, a la razón teórica y a la razón práctica. En es ta ú ltima ci interés vuelve a ide ntificarse con el fin últ imo, inc o nd icio nado , al que apela ba n las últimas páginas de la Critica de la razón pura. La cues tión es tá ahora en ver có m o se relacionan es tos dos in tereses transcendentales. Baste reca rdar lo man ten id o ta m b ién en la pri mera Critica: en todo aq uello que no p ued e decidir la experiencia sensible m anda el in terés práctico (K.r. V.-B , Ak. 111, 329-330) Y en cualquier caso es es te interés el q ue r ige , por ser el único que es tá ligado a u n fin últim o d e todas las cos as (es up er ior idad de la filo so fía moral»: ib., 543 ). La segu nd a Critica r atifica que hay u n pri ma do d el in te rés práctic o so bre el teórico y que ello o be dece a un moti vo proven iente de la moralid ad . Pues sólo en es te á mbito se descubre el fin incondicionado de todo que es el interés global de la razón: • . .. todo inter és es, en ú lt imo t érmino . p ráctico , y el in terés m ismo de la razó n es pecu lativa es cond icion ado y sólo en el u so práctico es tá com pleto» (K .p.V. , Ak. V, 121). El p ri mado d e la r azón prá ctica tien e, p ues, un fu ndam ento : el carácter teleológico-moral de la razón. Est e carácte r de la razó n se pone d e nuevo al descub ierto co n la tercera Critica , al analizarse la conexión en tre las vertientes su bjetiva y objetiva de la filosofía transcendental. Dich o nexo tien e su justificación en la re alización de un fin final o in condici o n ado (Endzweck ) en el m und o . Tal fin no h ay ni ngún se r de la Natu r aleza que lo enc arne en sí 117
m ismo: todos los fin es na turales son condicio nados (K. V ., Ak. V, 426) . Pero s i dirigi mos la mirad a a l ámbito d e la Libertad verem os que la s ituación es ' muy otra. Aquí, ciertamente, la felicidad tampoco pued e se r fin fin a l, porque entraña ría s iempre un fin co ndici onado. Sin embargo . la voluntad buena - la moralida d: querer b ajo leyes de la razón- sí se nos ap a rece en es te ámbito como u n fin definitivo para el hombre: « • .. una bue na vol un tad (ei» gUler Wil/e) es lo ú nico que pued e da r a s u existencia u n va lor a bsoluto. y, con re lación a ella . a la existencia del m u ndo un fin final» íib. , 443 ). El fin inco nd icionado del hom br e es únicamente su fin moral. No e n lo que él recibe o go za , sino e n lo q ue él hace (y no co mo m iembro de la Na tu ra leza , sin o e n su Li bertad ), est á n, pues , el va lo r y el fi n total es del hombre, así com o lo ú nico qu e h ace posib le pensa r - n o «co n ocer» e m p fricament e-, sin co n tradicción , u n fi n in co ndicion ado e n el m u n d o co n el cu al poder hacer coincidir nues tro fin to ta l moral. Pero ya entramos, a todo es to, e n un asunto que no com pe te directamen te a n uest ra in vestiga ción, el de la teología é tica (Ethikotheologie), donde Kant argumenta e n favo r de la existencia d e Dios a poyá ndose tan sólo e n la razó n práctica (ib ., 450-45 1, 455). Co nclúyese de la e xposició n d e la filosofía crítica d e Kant que la ra zó n pura no es u na facultad vacía y d es a rrai gada d e la co tid ia neida d del h om bre. Mien tra s hagamos po sible aqu í la existe ncia d e u na blle"a volu ntad, de la vida m oral por el uso de la ra zón mi sma, la «facu ltad de los p rincipios.. te ndrá una un idad siste m ática y un fin final que la justifica rá n m ás allá de su es tricto y neutral ejerc icio raciocln antc (Cor t ina , «R a z ón pura ... .., 181 ss. ). y puesto que s u fin y su in te rés so n , a la post re , morales, de cimos q ue la ra z ón prác t ica - la mism a que los ha descubierto-e- tiene u n p ri m ado sobre la ra7.6n es pec u la tiva . Si el filóso fo pensara lo contrario y vies e en la perfecci ón lógica del co nocimiento el II B
s upre m o int er és de la razón. el concepto de filosofía no pasaría d e se r un mero «co nce pto esc o la r » (nu r ein Sc1w lbegrifl). Pe ro cuand o se mantiene e n lo p rimero y ha ce de su sabe r la «cie ncia de la relación d e tod os los conocim ie nt os co n los fine s esenci ale s de la razón humana .. -en tre los c uales despu n ta el fin su prem o m oral-, es tamos ya a nte una filoso ffa d e «co nce pto cos mopolita .. (Weltbegriff) y fre nt e a u n filósofo m ás afín co n su insosla yable arquetipo m oral (K.r. V.-B , Ak. IIl , 542-543 ). Sólo Ka nt y Rou sscau se d ife re ncia n , e n es te pun to, del resto de filósofos de la Ilustración. Hasta aqu í, pu es , la primacía de la ra zón práctica sobre la ra zó n teórica, u na facultad , es ta , «• •• que no puede fK}I' sí cond uci m os a nuest ro fin y se ve neces itada de ayuda .. (K.p. V., Ak. V, 146). Pero a u na sa bid un a lim itada le corresponderá, en com pens ación , el beneficio de otra sa b idu ría que no s abre al campo ilim itado de lo suprascn siblc y de su realización en la moralidad, Es el sa be r que se ident ifica con la razó n prácti ca , la ún ica que co nsigue la in telección y la afirmaci ón prác tica de lo transce nden te, im po si bles , ambas cosas, en los lím ites del sa be r teó rico (Zub iri, Cinco lecciones , 101-102). Po r lo de m ás. y para acaba r, Kant se sentirá de es ta mi sma «despro po rc ionada propo rc i ón.. de los us os de la razón, q ue concede primacía a la razón prác tica , pa ra expresar del m od o m ás d ecidido su con fian za e n la razón como ta rea legisladora del mundo: como Acti vidad con tra la pasi vidad y como Ordenación contra el caos. Es ta ex pres ió n a que n os referimos se e nc ue n tra s uperla tiva m e nte co nte n id a e n dos co nc ep tos exclu sivos de la razón práct ica : el d e ley moral y la idea d e u na n ecesidad prác tic a d e Dios co m o ú lti mo s up u esto d e la m o r ali d ad . Así, a l co n cl u ir n uest ro a utor, e n la Crítica de la razón práctica , que h ay dos co sas que le llenan de re speto y admiraci6 n, «el cielo estrellado sobre mt y la ley moral en mil> (K.p. V., op, c ít., 161) - dos cos as , dice , «en lo 119
tra n scen de n te fuera de mi h o ri zonte »- . es fáci l ve r q ue sól o podía c o n t in uar refirié n d o se a la mi sma razón practica, esto es, a u n fa ro m ás POM len te en la o s cu r idad qu e la r a zó n t eó ri ca co n
todo su resp landor. T EORf A y PRAX IS SEGÚN H ABERM AS
La di sti nción en tr e un uso teorético y un u s o práctico d e la razón , com o h emos visto, n o sig u iflca , para Kan t, u na d ivisió n d e la expe rie n cia entre la teoría y la p raxis. E n este a u tor, así com o en o tro s ilustrad os, am bos d om inios es tán sujetos a la ra zón . Si aparecen di sociados entre s i no deja de se r una co ntrad icción para el hombre qu e puede o pe rar e n cualquier ca m po d e fo rma reflexiva y que debe además hacerl o así para alca nzar su liberación como p ersona . Uno de los últim os escritos d e Ka nt, ya m en cionado , se preo cupa d e dejar b ie n cl a ro qu e en la mo ral. la pol íti ca y el derech o no hay u na m ed ida p ara la teoría y otra p ara la praxis. Si la felicidad n o co ntiene m ás qu e aquello qu e la n aturaleza, y con ella n uestr a razón teórica , nos dan, la mora lid ad , en cambi o , co n ti en e ú n ic amente lo qu e el h ombre se d a a s í mi smo p or la libertad y el u so . p rá ctico de la razó n (Ka nt, Teoría y práctica , 9 ss.). La m oral basa da en esta fa cu ltad , no en el apetito se ns ible que s u byace a to das las re presen ta cio nes del pri ncipio de feli cid ad , co nsi gu e s uperar cualquier co ntradicción entre la s m áximas d e la vo luntad e impide, po r co nsig u ie nt e, qu e la m oral se d es t ru ya fi n alme nte a sí m isma íib; 2 1). Qu e la ética fu n damentad a en la razón - u n a ética d el deber- tien e esta capacidad d e au tocon siste ncia que no tien e cu ando hunde su s prin cipios en la facu ltad in feri or de d esear, es algo qu e pu ede adm iti r cu alq uier se r r acion al y que go za , entret an to , de un 120
consentimi en to general. Fren te a u na ética , p ues, de las inclinaciones , d ice Ka n t: «Tod o cobra un car iz m uy di s ti nt o tratándose d e la id ea d el d eber, cuya transgres ión. aun sin tomar en cu ent a las desve n tajas que se s igu en d e ella, ac tú a in m ed ia tam en te sobre el á n im o to rn a ndo al h om br e en reprobable y punib le a nte sus p ro pios ojos» (ib ., 24). Co n es ta reflexión, a l alcance d e todos. ten emo s la p r u eb a , en co ncl u sión , d e qu e todo cu an to en la moral es correcto para la teo ría ta m bién tien e qu e ser válido p ara la práctic a (loe. cit.). E n su libr o Teoría y p rax is el filóso fo socia l Jürge n Habermas reconoce po r ad elan tad o es ta u ni dad de a m bas fa cetas en el raci onali smo de las Lu ces y lu ego en la primera Filoso fía d e la His toria . Ésa fue la é poca en que lo teór ico se orie n ta ba a lo p rá ct ico - a la lu cha por la e ma nci pación ci vil y a la expu lsión intelect u al d el dogmat ismo por la crftica- , pe ro en q ue , a su vez, la praxis atendía a los p rincipios asentados desd e la teorfa . La razón, en todo caso, loma part ido : se abre a la decisión , no sólo a l conoci mi ento. Es , d ice Ha bermas, una «ra zón d eci dida » (dezidiene Ven Hm{t ) y as í lo ob servam os des de Ka nt hasta Marx tib., 291 ss.). Sin emb argo , la filo so fía d e la s cien ci a s em p ír ic o -a nalít ica s, desde e l p ositivismo h asta los d ifer en tes s uceso r es d e Popp er y d el Círc u lo d e V iena, va ro m p iendo pa ula tina mente co n la un id ad teórico. práctica de la ra zó n ilus trada : se sepa ran los hech o s de los va lo r es , el co no ci m ien to del in te rés p ráctic o , la s r ec omendaci on e s técn ica s d e la s orientaciones d e cond ucta . La razón , en defi nitiva , se habrá d isoci ado de la decis ión (Entscheidung ), q ue q uedará a l alb u r de co nductas o preferen cia s n o s o met ida s a razo na m ie nto. Sob r e es te estado d el con oc im ien to , co nver ti do ta n to m ás en poder té cn ic o qu e en la ci enci a q u e se p retende, to d a cu es tión p rácti ca ap ar ece co rno cu es tión ideol ógica o no susceptib le de ver dad . 12 1
No obstante, pu ede advertirse que la crítica de viejo s y nu evos posi tivista s a la ideología y a todo. atisbo de "razó n d eci dida» en la teorfa es ell a misma una c rí tic a no exent a de d ecisión y, en sum a, d e ide ología . El he cho es qu e de sd e la prop ia racionalidad tecnoló gica y en nombre de una esen cial, para ella , «lib ertad de va lores» - la, neutralidad respecto de todo valor-c-, se contradice la presunta indiferencia de esta razón te orética fre~,te a cu alquier sis tem a previo de va lores: .«~a nO~lOn de r aci ona li d ad qu e ell a impo n e decididament e - ar gum enta Hab ermas-e- implica más bien , al fin y al cabo, toda una organización de la socie dad en la qu e u na tecnología indep en di zada dicta a la s zonas usurpadas de la praxis, en nombre de la libe rt ad d e valores, ta m b ié n u n s ist ema d e valores, o se a, su propio sistem a » (ib. , 302-303). La racionalización que exige modernamente la elim inación de los elemento s norm at ivos del pr oceso d e la ar gumentación cien tí fica , es d ecir, qu e se p ara entre teo ría y praxis, desem boca en últim o término en u na ra ci on aliz ación que se co ns tituye a sí m isma en siste ma de ele m en tos normativos. En la asép tica toma de partido en favo r de la racionalidad forma.l (forma/e Rationolitat) se oculta, pues, un n uevo ü po de racion alidad «substancial » (ib., 303, 307-308). Nada, por una parte , cons ig ue avalar la id ea de una división tajant e en tre el c ono ci m ie n to del mundo y su transformación en un sentido p ráct ico , a un qu e ambas cosas pertenezcan a ámbitos de la racionalidad diferentes en tre sí. Ni, por otra, la as imilación de la razó n práctica a la r a zón te órica, como si de un con t in uo de la razón a ho ra se trat ase (ib., 308). Sin embargo, la racionalidad formal o tecnoló gica incu rre en es tas do s formas de autosugesti ón . Podr ía verse una excep ción de todo ello en la crítica positivist a d e Popper a la ideología . Ciertamente este au tor no comparte el sis te ma norm ativo o «ideo ló gico" im plícito en los ab iertos par122
t idarios d e la racional idad tecnológica. Por 10 pronto , pues, se sit u aría en tr e los h erederos de la Ilus tración, si no fuera, añade Habermas, porque a su crítica le agrega la «res ignada reserva de que el racionalismo só lo puede justificarse como conces ión de fe) (loe. cit .). Sobr e este sup u esto no ser ía po sible ob ligar racionalmente a nadie a que apoyara su s d ecisio n es en argumentos exp líc it os ; n i tam p oco, al fin y al cabo, nad ie podría servirse de ellos para justificar consistentemente su propia racionalidad o cu alquiera de su s opciones racionales . La actitud racional requ er irí a en ton ce s un a deci sión al r especto de sí misma e-u n «ti po d e fe», dice Popper-o S egún Hab ermas, el autor d e La so ci edad abierta y sus ene m igos ex t r ap ola a la p r a xis sus conclusio ne s acerca del método para la teoría. Sigue sien do, el suyo, un r acionali smo r edu cido , en la línea d el positivismo an terior (ib., 309 ). Aho ra bien, si en verd ad ex istiese u na conexión, como presume Pop per, y en base a la «actitud" racional, entre el ca non de la teoría y la s consecuencias de ésta para el mundo de la pra xis, un positivismo consec uente "ya no podría se p ar ar por más tiempo del concep to de racion alidad el interés de la razón en la em ancip ación » (ib. , 310). E s d ecir, ya no seguiría separando, a priori, en tre razón y decisión, cu al sostiene to davía Pop per al poner la dualidad conocim ie nto/c iega fe. Contrariam en te, Habermas defiende que ambas es tán unidas, porque dicha co nexión es inher ente a la d iscusión racional como tal: «en toda discusió n racional opera de manera Ind estructi ble el in terés en el progreso de la r efle xión hacia la madurez» (ib ., 312; McCarthy, La Teo ría Crítica, cap . 1). La discu sión a ctual sobre la razón p ráctica debe r ecu perar la conver genc ia ilu strada de razón y d ecisión , en la di mens ión , pues , de un nuevo concep to p osp o s it ivis ta d e «racionalidad ampliada» 123
(wnfassender Rationalitat) . De lo contrari o , si ahogam os los pr in cipios d e la praxis en lo s de la r acio- . nalidad fo rmal o tecn oló gica , haremos verdad la s p al ab ras de Sc he lli n g al defi ni r la razón como una «locura r egulada » o las de Machado, en el Ju an de Mairena, al decir que el hombre h a h echo de la «creencia en la ra zón », y n o de la razón m isma, el di st in ti vo de su especie. 2.
Estructura del juicio moral
E L JUICIO PRÁCTICO
Dos personas discuten so bre la corrección o in corrección de que alg u ien m u es tre en público y h a st a con orgullo su condi ci ón de h om os exual. Una d e ella s co ncluye: «La h omosexualidad es un hecho socialmente normal». La otra termina: «Con todo, és te es u n h echo in acep table ». Pe ro ambos ju icios se di stin guen en que uno es d e n atural eza moral y el otro no . El p r imero es m eramente d escriptivo y en es te sentido es análogo a la proposición «Al m or ir los hombr es sufren». El segundo, en cambio , en traña una norma, es de tipo p r escriptivo, com o cuando decimos: «Los hombr es n o deben su frir al m orir». Es --correct o o n o- u n ju icio de naturaleza moral. La actividad de la razón pr ác tica se ejerce y expresa en la forma del ju icio moral. H abl amos de «ju icio moral» tanto para referirnos a la capacidad de la mente que prod uce de te rminados ac tos como para significar la tradu cción de es tos actos en proposiciones o enunciados que h acen alus ión a nuestra vid a moral. De m anera qu e Kant hablará, resp ectivam ent e, de la facultad del juicio en general (Urteilskraft ) y de los juicios o p ro po sicion es (Urteilen) producidos p or aqué lla , en particu lar. Con la razón pe nsamos según p rin cipios, p ero pensar es 124
esencialmen te juzgar (urteilen), es decir, estab lecer una rela ción válida objetivamente entre conceptos o conocimientos , validez que para el sistema de la filosofía tran scenden tal reposa en la «manera de reI ducir conocim ientos da d os a la u nidad objetiva de apercepcí ón» (Kr.v'-B, Ak. IU, 114). Sin esta n ecesaria u n idad (notwendigen Einheit) en la diversidad de las representaciones , b ajo las condiciones, pues de principios previos a la experiencia -de la «apercepci óne-c-, no hay posibilidad de formar enu nciados con la partícula «es», lu ego de formar ju ici os, luego d e pensar. Y lo m ismo vale para el pensar práctico de la moral : "En efecto, la cópula designa la relación de las re prese n tac iones con la apercepción originaria y la necesaria unidad de las m ismas, aunque el juicio mismo sea empírico y, por tanto, co n tmgente, como, por ejemplo: "Los cue rp os son p esados"» (loe. cit .). Ciertamente no habrí a jui cio si n una capacidad (Vennogen) d e la mente que no s p redispusiera a él. Pero no es ta n to u n a «fac u ltad» - así la d e conocer o la de quer er- cuanto una «función» (Funktion ). En la primera Crítica (Analítica , § 19-20) se nos recu erda que es una función lógica , eq uivalente al acto del entendimiento (Han dlu ng des Verstandes) - fa cu ltad , es ta sí , del conocer- por medio del cu al decí amos antes que r educimos co n ocim ientos dados a una unidad (i b., 115). El jui ci o es un ac to del ente ndimiento; pero es que todos los actos d el entendimiento puede n convertirse en suma, en juicios, por cuanto esta fa cuItad , al sar, que es lo suyo prop io, no h ay ocasión en que no t en ga que red ucir conocimientos dados a una u n idad, lo cu al es la funció n lógica d el juicio : «Segú n esto , todos lo s con ceptos son fu nciones de u nidad entre nuestras representaciones» (ib ., 86). Pensar, pues, es esen ci alm ente juzgar. De modo que el en tendim iento todo p u ed e represen tarse com o juicio (loc. cit. ). ./
pen-
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Ent endida de u na forma más am plia, la función del ju icio es la de «subsumir bajo reglas» (ib ., 131), . o, lo que es lo m is mo , d istinguir si algo cae o no bajo u na reg la determinada . Ahora sí, en esta nu eva ace pción de su act ividad , pu ede separarse la función del juicio respecto de la fac ultad del ente nd imien to. S i ésta , en un sentido est ric to, es la que produce reglas del pensar; el primero es el que nos permite deci r si un caso particular dado encaja en u na de estas regla s pro duci d a s por el ente nd im ien to. Po r s u parte . y a nálogame nt e, la tercera Crítica nos d ice q ue el juici o. en ge neral. es la »[acu ltad de pen sar lo particular como contenido etl lo un iversal» (K V. . Ak. V. 179). donde . 10 u niversa l» pu ede ser u na regla. pero también un principio o una ley, co mo ocurre co n una volu ntad guiada por la razón práctica. Una diferencia añad ida a la anterior es que el entendimiento. o pensar por reglas . no requiere la de streza del juicio , que co ns iste en pensar mediante el co rrecto empleo de las reglas segú n cada ocasión. En el en ten dim iento basta sólo tener las _~~,- E_n_ eL JUicIO, sabér usarlas . Lo primero se puede enseñar y ha sta un a men e osea pued e a prenderlo. Pero de nada sirve al juez co no cer muchas leyes si no sabe después aplica rla s bien. El juic io, pu es . no puede ser enseñado: es u n talento demasiado peculiar para llegar a ser «adquirido». En cuanto a él só lo ca be ejercita r/o (K.r.V.-B, Ak. IlI, 132). Así llega mos a la consideración del juicio práctico (praktische Urteilskraft ) estud iado por Kan~ e.n I~ segunda Critica. S i el ju icio teórico d ebe decldl.r SI un objeto sensible cae o no bajo las reglas teóncas de la ra zón , el juicio práctico d ebe resolver si u na acción es u n caso o no de las reglas práctica s d e la m isma ra zón pura . Es decir, de las leyes - pues se trata de la razón ¡Jura- que determina rá n ahora la volu ntad a priori del co nocim iento d e su obj eto. Éstas son las leyes de la libert ad, mi entra s qu e el parangón del juicio teórico se enc uentra en las leyes de 126
la na turaleza . Lo que cu en ta, en fin, es que por med io del juicio práctico {( ... lo que se ha d icho en la regla u n iversal men te (in abs tracto) es aplicado in concreto a un a acción" (K.p. V., Ak. V, 67). S in esta [u nc ión . sencilla men te , no consegu iríamos d eci r nun ca si un a acc ión está «bien" o «ma l". es dec ir. a qué clase de obj eto mora l co rrespondería. Aho ra bien , no tard a en s urgir el sigu ien te pro blema a la hora de plan tea r la mencionada aplicació n de la regla a una ac ció n en part icular. De un a parte la s a cciones juzgada s por el ju icio práctico deben se r po sibles . es deci r. tienen qu e es ta r obviamente «co rno caso en el m u ndo sens ible » (ib.• 68) . Pero , po r o tra pa rt e. si bien estas acciones so n e mpíricas. no p ueden por m eno s que caer; as im ismo . bajo una regla práctica d e la ra zón pura. pu es to qu e so n ac cio nes m orales . dond e la vol unt ad que las guía se rige sólo por una ley no cond icio nada se ns ibleme n te . De lo que se trata. desd e luego. es de qu e ca da acción recoja in concreto lo que está legislado in abstracto. Mas, sin embargo, acaba mos d e ver qu e llevar a té r m ino es ta ope ración, enc om endada a l juicio prácti co , parece poco men os qu e a bs urdo: ¡colocar bajo leyes de la na tu ra leza lo qu e pertenece sólo a las leyes de la libertad! Ahí es tá la di ficult ad añadida co n qu e ha de trabajar el juicio p rá ctico. Había , en el jui cio teórico. u na apoyatura sensible para la ley qu e se trataba de aplicar a casos igua lm ent e sensibles. No obst a n te. teni end o q ue co n ta r el juici o prá ctic o co n caso s a nálogo s - n u es t ro c o m po r ta m ie n to se re a li za «e n es t e m un do e-c-, pa ra e llos no se p revé n ingu na reg la q ue pueda con tra starse po r sí m ism a con la ex per iencia (loe. cit .). Pa ra qu e sean verdadera s accio ne s m ora les, la s regla s de aplicación de lo un iversa l d e la ley a lo par ticular d e la acción de berán ser así: m and ar po r su «forma », no por su «materia». Lueg o en ellas no hay cor respondencia algu na co n la sensibilidad. 127
¿Hab rá el juicio m or al de supe d itars e a lo que di spongan las leyes de lo posible en la naturaleza ? ¿Ha de olvida rse más bien de ellas y gu ia rs e por algu na cla se de in tu ición in telectu al? ¿Pu ed e. en defin itiva . aplicar lo abstract o a lo co ncreto sometido a algún ti po d e regulación? Pued e y debe es to últ im o. s i no queremos d eja r el pe n samiento a la der iva d e lo s sentid os o d el m is t icismo. La r a zón pura no es om ni pote nte: co n la cr ít ica kantiana se la apercibe, p re cisam ente, de su s tajan tes limites'. No debe dar por conocim ien to válido todo lo que es capaz de pen sa r en su libre vuelo. y es ta mi sma pruden cia hab rá qu e adoptarla ta m b ién a la hora d e hacer ac tu a r a s u aliado, el juicio práctico, e n todos lo s casos o acciones qu e se le plantean a una moral. La con sid er a ci ón clave qu e nos ayuda a com p re n der mejo r la activid ad del ju icio práctico, y a verla, efectivamen te, como r egu lada , es que cuando juzgamos b aj o una ley prá ctica acciones posibl es moralmente, en rigor no nos proponemos averiguar si esas acciones so n o no «posib les en la na tu raleza >. pues ésa era ya , p reci samen te, la mi s ión del juicio teórico . Lo que nos propone mos es la aplicación de la s leyes d e la libertad en el ca m po de las leyes de la na tural eza para saber tan sólo si en ésta son posibles objet o s m o rales (acciones) que co rrespondan a aquellas leyes d e la libertad . Por donde si la intuición no es imprescin di ble ni po sib le en es ta aplicación , como 10 era en el juicio teór ic o , ni la ley p ráctica tampoco no s sirve por sí m isma (los objetos moral es son su prasen sibles), lo que se rá menester, para el buen u so del juicio prácti co , es co ns idera r algu na regla que s in te ner que depender de la se nsibilid ad pued a valer, con todo, p ara orient arnos en el m u nd o propio de la sensibi-
lidad .
Esa regla es: utilizar com o tipo del juicio (Typus der ílrteiískraít) , par a la ap licación de la ley moral a acciones concr etas , las leyes de la naturale za segú n
su [orn.w, no según su materia (la na tura leza, así, fim !lallter spectata ). Esto es, que el ju icio práctico se apliq ue a lo concreto de la acción no toma ndo de lo co ncre to , y pa ra s u pro p ia r egul aci ón , m ás q u e aquell o q ue pued a pensar el entendimient o por s í r:tlSmo , no aque llo q ue nos pod ría a po rt ar la sensibi~1~a4 , en c u~'o caso ya n o p rocedería ha bla r d e u n J UIC iO préc rico. Para la moralidad el juicio no se a~ya en nada más que en la facultad del entendim ien to qu e le da la regla tipo de su actividad: una l ~y d e la na t u ra leza tomada ú nica m e n te e n s u IOn/la . ~ n .defin itiva , es ta reflexión descansa en el de.~cuhl1ml cn to de un elemen to co m ún - la universa íídad de I ~ ley, es decir, su «fo r ma»- en tre dos cosas tan d ispares co m o la moral. p re scrita por la ra z61~ , ~ los hechos natu rales, co noc ido s por el en.t e~ dInl l,ent o en su le gal idad . G racias a esta cOl. ncl~C~CIa o a~a l ogía (,defend ida ya en la primera form ulación del unperauvo categórico, en Gru ndle?u.ll?) pll ed ~ en unciarse como s igue la regla tipo de l JUI CIO prá cti co: «Pregú ntate a ti m ism o si la acción qu e le propones, a s uponer que debiera acontece r segú n u na ley de la nat ura leza, de la cual tú mi smo fu eras una parte, podrías cons iderarla como posible por tu volu nta d » (ib .. 69). Se~ú n es ta regla . juzga todo aquel qu e se in te resa, stn más, por sabe r si una acció n va a ser moralme~ t ~ ,p osible: «b u en a» o «mala ». Debe afrontar la p?sIblh dad de ';In objeto m oral en la naturaleza se gun las leyes u nivers ales de és ta, no s in antes haber em pezad o por reconocer a la vo luntad las s uyas" .Conforme con es to , si una máxim a de acción s';l rg lda de .es ta volu n ta d no pued e ser correspon dída con m~g,,!na acci,!>n empírica , según leyes que da el entendimiento , el ju icio p rá ct ico d ebe declarar que aquella acción no puede caer ta m poco co m o c aso d e una ley práctica de la voluntad y por lo ta nto que es una acción moralmente imposib le: «Si la m áxim a de la acción no es d e tal Ind olc que sos 129
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tenga la prueb a co n la forma de una ley de la natur al eza en ge ner al, es impo sib le m or almente . Así juzga has ta el en tendim iento m ás vul gar» (ib., 69 - . 70; Grundlegung, Ak. IV, 421 ; Mulholland, «Kan t», 100 SS.; Sc h noor; Kants , 62 ss.).
JUICIOS FÁCTICOS Y J UICIOS NORMATIVOS
En pá gin as a nte riores no s hemos refer id o a la co nciencia y a la razón de u n s ujeto age nte co m o co ndiciones pa ra que le pueda ser a tr ibuida una re sponsabilid ad mora l sob re s us actos. Pero sin el conc u rso d el ju icio, y de los co ns iguien tes ju ici os o propos icio n es, a m bas facultades, esenciales pa ra la ética. no podrían tener u n a ex presión, ni por lo ta n to llega r plenament e a ejercerse. Med iante el juicio. pues , co nseguimos hacer de la ética tanto un mundo o b je t ivo de prop o si ciones como u n m undo subjetivo d e creencias o co nvicci ones asoci ada s a es tas p ro posiciones. E n I acques el fatalista , de Did erot , el p rotagonista m u es tra u n e ntend im iento ta n a bs o rb ido por el entorn o y el d estino q ue apenas d a o ca s ió n a q ue s urja en él c:l ju icio. Critllo. en cam b io. es presen tado en El Criticón d e G raciá n co mo ejem p lo d e p ersona co n ju ici o. . Todo juicio se a r ticula co n en u nc iad os donde algu ien afi rma o ni ega a lgo de algu ien o de a lgo . Hay en és tos, cuando m en o s, un suj.e to que juzga '! un objeto q ue es juzgado por medio d e un p redicado. A es te r espect o , con un ju ici o pod em o s expresar grados muy di versos de com plejidad se~án tica. Así, en u nciad os com o «Creo que es prefenble b en efi ciar a a lgu ie n que p erjudicarl o », «Nu es tra soci edad conviene que s iem pr e h ay que ben efici ar a los n ecesit ados o al menos n o perjudicarlos» , o, sim plem en te , «Pe rju d icar es malo» , im pli ca n juici os con diversidad a la vez d e sujetos, objetos y 130
pred ica dos. Por otra parte, la moderna filo sofía del lengu aje r econoce , co n Austin y Searle, en sus teor ías sobre el illocu tionary ael y los speech-acts, respe ctiva men te , que el orden mis mo de las propos icio nes perten ece ya, en m uchos casos, al orden d e los ac tos. En los ejem p los citados, a los de la m oralidad . No se p re cisa d ecir, co n los Salm os, «He cre íd o, y por eso he habla do » pa ra indica r qu e la palabra es d e por s í un acto : por la fe, en es te caso. Basta co n d ecir te jHa blo!» para ejecu ta r a lgo a la vez que se em ite un en unciado. . No oc u rre así con el d iscu rso cien tífico o q ue versa ord inariamen te so b re la rea lidad . Aqu í lo s en u nciados son bá s icamen te . s i n o ún icam en te descriptivos. No incitan a la acción n i mucho m enos son ellos m ismos a cci ón . Parece como s i las ex pres io nes «Fu m ar pe rju dica a la sa lu d » y «Fun:ar perju dica a la buena imagen » n o tuvieran q ue diferir más que en su p redicado. Pero algo nos in d ica q ue son esen ci almen te di ferentes en cuanto que juicios : uno d escribe un h echo, el ot ro pr oscribe una acción. No hay, en és te , ape nas significación descriptiva : se lim it a a d a r u na n orm a . Los juicios m o rales ha cen tam bién lo mi smo . Ém ile Du r kh eim d istinguió, en 191 J, en tre «ju ici os de re alidad» tjugements de réalité ) y «ju icios d e va lor.. tjugements de valeur). És tos no d icen . co m o aquéllos, lo que las cos as so n , s ino lo q u e valen: «Ru bens es m i pin tor favorito » es d e otra índole q ue decir «Rubens fue un p intor flamenco ». Juicio de valor es tod o aq uel q ue «e n u nci a una estim ación ». Siem p re se re fieren a una re al ldad sui generis, la d e lo s valores, algo que admitimos implícit am ent e siem p re que queremos justipreci ar una cos a o hablam os sobre gus tos o aspiraciones en gene ral. Es és t a una r ealid a d «a fir mad a» d e es te mod o , pero qu e además puede ser «demostrada » a poyánd onos en r azones de or d en im p er so n al. Cie r ta mente los valores co rresponden a un a est im ación, 131
s
es decir, a un es tad o interior del sujeto , pero co m o se refieren a lo b ueno y d eseabl e podemos decir que poseen , con todo, u na cierta objetividad ( Durk~ hei m , Soc iologie, § 111). El origen de los valo res está, pa ra es te autor, en la vida soc ia l to m a d a en s u ..ve rdad er a n a turaleza • . Esto es, no a través de s us fo rmas a parent es, s ino de su s ideales colectivos . El ser socia l se su bordina y redu ce a es te ser psíquico que vinc u la , por medio de idea les, a tod a la col ec tiv idad . As í adq u iere n lo s va lo res su mencionada «objetividad ». Pertenecen a la esfera sup erior d e los ideales col ectivo s, y eso cuenta , para su co noci m iento , por enci m a del hec ho d e tener q ue expresa rse po r la vía individual y su bjet iva . La clave d e es ta inter pre tación de Durkheim es tá. com o se ve . en su so c ío íogismo moral y, por extensión , dc los va lo res . El valo r, s eg ú n ella . es r ecibido p o r ca d a u n o co mo ..co s a . de p a r te d e la socieda d. En co n cl u s ió n, pues, juici os de valor y de realidad . au nque tenga n una fun ció n d iferen te , es tá n co nstituidos por una m ism a objeti vidad y perten ecen a u na sola facultad de juzga r; Una distinción m ás fre cu ent e hoyes la que se es ta blece entre juicios fácticos y juicios normativos. Con los pri m eros describi m os la r ealidad. Con los otr o s prescribi m o s a lgunos co m p o r tam ien tos en ella. El len gu aje de la cienci a , por eje mplo, se se rvirí a de aquéllos; el de la m o ral . valga el caso, de es tos últimos. Sin em bargo, aunque la ética . part icula rmente. se co nstru ya sobre proposiciones normativas. ella m is m a co m p art e el em entos propios de los juicios fáctico s. El asunto cs es pe ci almente n otorio en los siste mas m orales d e corte naturalist a , es decir, que basa n las normas en hech os. Po r otro lad o , e n lo s s is te m as de ti po p r es cript ivi sta el pla no de los juicios normativos, sobre los que ta les sistemas se asi en tan, aparece mucho más d istanci a d o respecto del plano d e lo s juicios fáct icos . 132
Pero au n así. s u d ivorc io no es absolu to . H echo .Y nor ma p ueden y deben ser d isti ngu id os , m as no separados hasta el p un to d e creer que el len gu aje de las norm a s es indiferente al m u ndo de los hechos y viceversa. q ue és te repele un d isc urso norma tivo . E n la ci en ci a no to d o es ..d escripción ». Del m is mo m od o , cn la ét ica n o tod o es «val orac i ón». Una pr escr ipció n d e u n co m por ta m ien to mor al es un avance dc hechos y en ciert a ma nera -en u n n ivel a bs tracto- ya es una descripci ón de ac on te cim ientos. Bien puede ser qu e un imperativo d e ju sti cia, por ejemplo , es té, en u na oca s ión d ada, co ntrad ich o por los hech os de la realid ad . No ob st ante, ello no impid e q ue esta cl a se d e ju ic io siga va lie n do como ta l im perativo , desde luego ; ni tam poco que co n é l es temos en u ncia ndo u n co m po r ta m ien to sus ceptib le to davía de hacers e realidad. 'Ioulrnin a firm a qu e ambas cla ses d e ju icios o pr opos ici o n es. ..ci en tí ficos » y ..m o r a les », dis tan m ucho d c se r inco rregibles d e por sí. Pa ra em pezar, la fro n tera en tre lo verd adero y lo falso no es la mi sma en todos los d iscursos q ue tratan sob r-e los h ec hos. Ahora b ien , y en ri gor, és to s com pa r te n c o ~ el d i s ~ul:so d e la éti ca u na mi sma aspi ració n a la im p arcial idad y universa lid ad del ju ici o : no se confor ma n co n la mer a «op ini ón» . Es ta ca r acterística es común a ambos (Toulmin. El pu esto, 145). Pero tampoco hay que ol vida¡' sus fu nd amenta les d.ivergen cias. E n el d iscurso cle ntffico la a nt icipació n de hech os fu tu ros se basa en la predicción . Por co ns igu ien te . la teo ría no tien e esencialmen te en co men da do m odificar la experiencia qu e ella reI~:a. En el d iscu rso moral, en ca m b io . la a n ticipa. cla n de co m po rt am ien tos pró xim os gira en to mo a nues tra disposición an te ellos. Es claro aquí, pues, que la teo r-ía s í sc propone modi ficar la expe r iencia que ~efie re (ib., 148). Incl uso p uede alterar expenencras que ya han ocurrido antes. (o qu e toda vía es menos propio de l lenguaje cie n tí fico . 133
Mi concep ción d e un acto de l q ue únic amen te d espués d e co m etido he podido to mar conciencia d e qu e fu e to ta lm ente inco rr ecto , no s610 es d ifer en te, en id ea . a hora res pecto de an tes , sin o qu e es ta d iferenci a alca nza tamb ién, en lo m oral , al acto en s i m is m o . E n lo cie n tífic o . el terrem oto de Lisb oa segu irá s ie ndo pa ra n osot ro s un so lo fenóm eno en el tie m po . a u nq ue lo in terpretemos hoy con m edida s di fere nte s a la s d e ayer. E n contra ste, el ju icio m o ral a ltera la s exper iencia s que es tán implicad as e n él. En eso es tá su se ntido y tambié n s u di ferenci a en re lación con u n juicio ci entífico (i b., 149 ). E L CONTENIDO DE LOS JUICIOS M ORALES
Aceptemos, lato sensu, que los juicios se dividen en fácticos ( << El agua es un líq uid o s ) y de valor (e No m e a trae el agu a ", «Se r ecomienda no bañarse..). Estos ú ltimos, a d iferencia de lo s primeros, en ci er ra n s iem pr e un a e stimación. Si n e mba rgo, es obvio qu e no todas las estimaciones so n de índole «m oral» (Frankena, Ética, 14-15). Por s u contenido , pues, los juicios de valo r pued en em pe za r a ser clasifica dos en valorat ivos morales, s i la es ti mació n se refi ere a propiedades no ex istenciales, y en va lorativos no m orales , si h ace mención de propiedades existenciales. Por a ñad idura, ta nto és tos co mo lo s otros so n s uscep tibles de co m part ir u na mi s ma clasificación atend iendo a hora a su [orma. Así, habrá juicios d e va lor que descri b an c ua lid ad es , tan to en un sentido moral (ev tvtr es b ueno ») co m o am oral (vl.eer es muy pesa do »). So n juicios valor ativos d e tipo enunciativo . Otros, en ca m b io, incluyen una compa r ac ión de cualidades, soste n ib le ta mbién tanto en un m o d o m o r a l ( << Má s vale vivir que est a r m uer to ») co m o amor al {eE s m ás cóm od o el t ren 134
que el au tocar» ). Am bos pued en se r lla m ados juicio s valorativos d e ti po preferenc ial. Por ú ltimo , la es timac ió n es capaz d e adopt ar la form a d e una pr escri pc ión de cualidades y con d uc tas, as im is mo m o ral (<< ¡Hay q ue vivir! ») y no m o ral (eOejen d e fu rnar »). Son los juicios val orarivos de t ipo preceptivo o norma tivos en un sentido estricto . Pod em os concl u ir, por lo ta nto, que en cua nto a s u fo r m a lóg ic a la s propo s ici o n e s est im a t ivas o «j u ici os d e valor» no pued en se r di vid id o s en «m oral es» y «a m oral es », una di stinción q ue su rge ú nicamente a l atend er a su conten ido literal. En e fecto , ta n preceptivo , por ejemplo, es d ecir «Ordene s u vida » com o «Ord en e s u escritorio »: en la est r u c tu r a d e es tos enunc ia dos n o pued e a p reciarse su relación co n la moralidad. Pero sí podemos a dve rt ir, en su significación, que uno refi ere cl aramente u na propiedad no exis te n cial (el «or d en » d e una vida) y otro una cu alidad exist en cia l o fáctica (u n escritorio visibl em ente ord enado). Es d ecir, que sólo una de esta s propos iciones es ti mativas es moral . En los juicios valo rativos m orales lo es timativo en el p redicado p redom ina co n m ucho sobre lo fác tico. Se trat a de los juicios q ue represe ntan , por así d eci r, la forma «fuert e» de la es timación o va loració n , co mo se ve al compara r las propos icio nes «El d in ero es import ante pa ra la felic idad » y «El d inero es impo rtan te para crea r u n n egoci o ».
A decir verd ad , esta d ist in ci ón n o es s iem pre clara y co nv incente. ¿Cóm o di scernir el grado de lo es tim ativo y d e lo fáct ico en los juici os «Ja im e no trabaja co mo deb e », «Es mejor un go bie rno co n di ez ministro s que con veinte » y «Estu d ia par a tu prop io provecho »? Por la forma di sti ngui m os, respectiva mente, en tre u n juicio enu n ciativo , u no p referen cial y otro p re cep ti vo. Pero por el contenido no n os es fácil d escubrir s i en tre to do s es tos juici os va lorativos h ay algu n o claram ente <:moral» o decí135
d idam en te «am oral». ¿Có mo d ist in gu ir, en defi n itiva, u n juici o moral de o tro que no lo es? Hem os desc a rtado el crite rio de la forma ; el del co nten ido,' o grad o d e esti maci ó n inclu id o e n e l predicad o, ofr ece, segú n acab a mos d e ver, ci ertos repa ro s . Ta mpoco sería válido za njar la cuest ión afi rmando vag a m ente qu e los ju icios va lorativos de clase m ora l son aqu ellos que se refieren a valores o ideales de la p erson a y de la sociedad . E n este caso, ¿có mo ca lifica r el en unciado «Cad a tra bajado r ha de tener s u co n tr a to de trab aj o »? Entonces podem os p r egu ntamos si. m ás allá de su mera forma o de su es tri cto signi fica do, los juicios morales no se di stin guen acaso de lo s d emás por su es pecífica [unción o finalidad. A este in terrogan te contes tó en bu ena medid a Aristó teles. E n el libro 1 de la Ética Nicomáquea se afi r ma qu e la ét ica es aqu el tip o de di s curso que tien e por to do objeto trat ar sobre las cosas qu e so n u n fin en sí m ismas y q ue es to es lo q ue lla m am os ..lo b uen o y lo mejor», el bien (Et. Níc., 1094 a) . Las propos iciones de la ética so n aq uellas que prescriben, en una palabra, lo que debe hacerse y lo qu e d eb e evitarse en la vida d el hombre y de la ci u da d. Su fu n ció n , pues, es excl us iva men te norm ativa (ib.. 1094 b , 5). Es así que los fines a los q ue se refieren incluyen ya los fines de todas las otras ciencias o di scu rs os; de m odo que su bien consti tuye, sin más , el ( b ien del hombre» (tanth r ópi non. agathon , lococit.) . Éste, po r otra par te , n o se id en tifi ca co n ning una clase de bien particular. De lo co ntrario no merecerla se r lla m ado lo bueno (agathón) en un se ntido s u perla t ivo o válido co m o b ie n general d el hombre y de su ciu dad . Sin embargo , esto m ismo - no prescribir ningún bien particular- hace que el discurso de la ética y de cada uno de sus en u nciad os posca una n aturaleza lógica problemática. Ciertamente, las cosa s de las que aquéllos tr atan « .. . presentan ta ntas diferen -
cias y des~aci?nes (por no referirse a bienes partículares , a ñ adi rnos nosotros] . q u e pa r ecen ex is tir sól~ ~or co nve nción (uómos) y no po r na turaleza íphysís )» (1094 b , 17). Y es q ue la ética, co m o ya a va nzá ba mos, no es demostra tiva , a la manera de las cie ncias. cxacta s, sino deliberativa (1, 4 ), lo que sa lva a s u ~1~CUrsO de caer, en el otro extre m o, baj o I~ mera opini ón .d e las cosas. Es por ello que los j ui C lO S moral es exig e n el emp ico d el ju ici o (gnó me) , es to es, de u na facu lta d que nos permita re flexio nar re ctamente confo rme a un bien (ib., 1143 a , 20). Dicha facultad -casi lo mi sm o qu e Kant di rá much o des pués- no la apren de uno de los d emás , s ino que cada .cua l la .adqUlere co n la expe riencia y po r eso es p ro p ia de ciertas edade s d e la vid a . S in ella para em pez ar, no exist iría la virt ud ética fundamen tal de la prudencia (ib. , 1143 a, 30). Lo qu e aquí im por ta , en co nclusi ón , es de staca r e~a es p ecificid ad a largada por Aristóteles a los juiClOS morales en razó n de s u fin alidad normativa , así co;n0 de su derivación de la facu ltad del iu icío, especia lm en te necesa r ia para deliberar sobre la s cosas prácticas. Los
JUI CIOS IMP ERATIVOS
-:
Todavía nos queda una cuestión po r con tes ta r: ent re ~ os tr es ti po s d e juici os va lorativos que h eIT~OS Vist o , .¿,:u ? 1 de ellos rep resen ta con más prop iedad un JU IC IO m oral? E n cu an to a s u conten ido acabamos de ver que Arist ó teles lo id entifica co n una n orm a d e conduc ta res pe cto al b ien in condicionado. Aho ra bien , y segú n nuestra clasificac ió n e~a norma pued e adoptar b ásicamente tres formas di sti ntas .de juicio -c-een unc iativa» , «pre ferencia l», «prece p n vas-c-, que a su vez, y en ú ltim o término, en t ra ña tres formas bien di fer entes de conce bir la fu erza obligant e de la s norm as . y esta fue r za es
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n ad a menos que la b a se en d onde se ap oya cualquier m oral que se quier a realizab le . Así , la éti-. ca n o se pregunta t anto qu é es correcto o just o, cuanto por qu é debo hacer u n a cos a u ot ra . La respu es ta a la n ueva cu es tió n está en correspondencia con el tipo de justificaci ón eleg ido para el hech o d e la m o ralidad y su d iscurso en gene r al. No van a deci r lo mi smo, en este punto clave, un p artidario de l so ciologi smo moral y un fu ndamcnta lista r eli gioso; o un em o tivista co nven cid o y u n d efen so r de la ley del m áxim o b ienest ar p ara todos. Desde la posición que venimos haciendo nu estra, la d e la ética com o un ejercicio cons ecuente de la p ura razón, la form a prop ia de un juicio mor al se descubre a través, pues, de la justificación r ac ionalista d el he cho m oral. Incluso en el dom in io d e lo p rác tico, y a p esar del p arecer de lo s escépticos, la razón exige, según Ka nt, cu mplir con las co n diciones de objetividad y certeza a la s qu e se rinde igu almente la te oría. Un juici o mor al no puede, entonces, es tar basado en la mera opini ón. A la h ora d e establecer el canon d e la r azón pur a, dice el m ism o autor que en lo s ju ici os d e és ta debe mand ar el principio de la plena certeza (v óllige Gewiss· heit ), 5 0 pena de que re n unciemos a la objetividad del con ocimie n to para cualq u ie r clase de juicio. «O b ien h ay que sab er -c-a ñade-c-, o bi en h ay que r enu n ciar a todo ju icio » (K. r.V.-B, Ak. III , 53 3). Este sabe r de plena certeza para que u n juicio ten ga sentid o no puede ap oyarse, por ot ra parte, en fun damentos em pír icos , sin o , a priori, de la experiencia, el ú n ico sa ber que es siem p r e universal y n ecesario, y por lo tanto ga rantía d e plena certeza . Los juici os d e la moralidad d eb en también hacer ga la d e esta misma condición d e cer teza, « .. . ya que no podem os arriesgar n os a llevar a cabo una acción basándonos en la mera o pinión de qu e es tá perm itida, sino que tenemos q ue saberlo» (loe. cit. ). Co n todo, cu an d o el «ten er por verdad» o certeza 138
no se a co mpleto desde el punto de vista t eórico, h abl aremos d e creencia d esde el punto d e vista práctico y en ge n er a l. Pe ro sin olvidar qu e un a convicción su bjetiv a com o és ta só lo es a dmis ible p ara este punto de vista y que adem á s n o d eb e con fu ndi rse con ningún fr uto de la libre op inión o de la mer a persuas ión. En este se n ti do , aun entr e la creen ci a m oral y la pragmática (p. e ., la del m éd ico o el m ecánico que ap uestan p or de termi n ado d iagnó stico), sien d o a m bas cr ee nci as «práct icas» r esulta se r la p ri mera supe ri or en mucho a la segu nda, pu es sabem os que nadie más que otro ti ene acces o al con oci m ie n to d e las co n diciones para h acer alg o moralmente bueno. H a sta en la creencia m oral hay, as í, una certeza (e absolu ta y suficie nte para todo s», ya q ue no h ay d iferen ci as de «habilidad» ) que no se d a en otra cla se de creencias (ib ., 533 -53 4 ). Dicho p ara em pezar, la certeza de un juicio moral r equiere que éste mande necesariam en te sobre la voluntad de todo ser racional. No ob stante, h ay que a ñ a d ir la siguien te reflex ió n: p ues to que el hombre, además de racion al, posee nec esidades e inclinaciones sensib les, es obvio que no puede di sfrutar de u na voluntad santa. Lejos de es to , la p asió n se di sp uta con la razón el dominio del querer. Pa ra que se d irijan e in terven gan so bre una volu ntad tal, los juici os morales deben mandar n ecesar iam en te p ara todos bajo la form a, p ues, de un imperativ o (Imperativ) y sólo b ajo ella (K.p. V., Ak. V, 32). En camb io , los juici os valoratívos de forma en unciativa y prefe r en cial n o tienen, po r 10 dicho, fuerza impositiva sobre la vol un tad : de claran estimaciones, sin más. Pero ta mpoco todos lo s juicios preceptivos, com o cab r ía co nclu ir, so n obli gantes en grado iguaL Sólo obliga rán a la volun ta d aquello s ju ici os preceptivos que adopten una fó rmula r ealmente imperativa; no la s normas que se limiten a descubrir una con du cta id eal (<< Es justo el que 139
respeta la lcy») o a r ecomendarla (<
Aris tóteles h asta Parfit. con todo el lla mado consecuencialismo ético d e por medio, no genera otro tipo de preceptos que lo s descritos por Ka nt de es te m odo, com o mandatos de una voluntad no incondi cionad a (ib., 416). Res pecto de los imp erat ivo s categórico s, por eje m p lo si d igo ahora «Obra a l margen de t odo egoísmo", sól o cabe recordar que he mos d ich o rep re: en tan U1?a ~c9i6 n necesaria por si misma; luego el upo de principio con el que coinciden es siempre apodíctico-p ráctico. Es claro, por demás, que lo s preceptos de esta clase no se refieren a un objeto o "materia» de la voluntad (la propia felici dad , la admiració n ajena, etc. ), sino a la forma con que ella se conduce, prescindiendo de cuál sea el trasunto ~el querer y sus resultados. Po r donde es te imperanvo p u ed e llamarse «imperativo de la moralidad" (Imperatív der Sittlichkeit, loe. cit .). De acuerdo con esta d istin ción de los imp erati vos según los principios con que se identifican, se ded uce que cada una de la s tres clases res ultan tes de m andatos va a m a ndar sobre nuestra voluntad de un modo difer ente a como lo hagan las otras d.os. En una p alabra , que a cada forma de imperau ve corresponde u n grado di ferente de obligación. Para el hipo tético "problemático" es menor que pa ra el hipot ét ico «asertórico», y a su vez la obligatoried ad de ambos es inferior la del imperativo categórico. Son, r espect ivament e, im pe rativos que ac túan simple me n te como "reglas de la habilidad » (así, s i digo: "Sé digno como un gran hombre») : o bien en tanto que «consejos d e la prudencia» ("Sé di gn o y obtendrás sosíego»}; o bien ya como «leyes de la moralidad» (Gesetze der Sittlichkeit) (así, a l decir nada má s que «Sé di gn o »). Según estas fun ciones, lo s imperativos de la acción pu ed en den om inarse a sim ism o , y p or el m ismo orden, im per at ivo s ora técnicos, o r a pragm áticas o ya propiamente imperativos morales (ib., 4 16-4 17). 141
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11 ~ "
Para que un juicio sea propiamente moral y se refi era a una voluntad incondicionada tiene que adoptar la forma, seg ún Kant, de un imperativo ca- . tegórico (Iv, 4). Sólo esta clase de proposiciones s umi nistra u na regla precisa y objetiva - u n iversal y n ece saria - d e ob lig aci ó n, a lgo que no pu eden ofrecer los juicios valorativos de m era estimación (eenunciativos» y «preferenciales») n i tampoco los ju icios preceptivos pero no categóric os. No es juicio moral el que nos dicta obrar de cierto modo para obtener cierto resultado, sino el que nos dicta una obra exigible por sí mi sma , sin poner condiciones a la voluntad. Los ju icios mo rales com o imperativos categóricos no encier ran el ca rá cter d e una proposición «analítica », p res ente en cambio en los prec eptos hipotéticos. En éstos - los llamado s por Kant «imperativos de la habílldad --c-, basta conocer el contenido del objeto de la voluntad para inferir, a renglón seguido y por «a ná lisis» de aquél , la acción de te rm inad a q ue nos ha de co nd uci r a d icho fin (eSi no quieres ser criticado no prom etas en falso », o "Si q uieres ser feli z, sé moderado »). En los «lmperativos de la moralidad» o categóricos no hacem os ta l presuposición, pu esto qu e ma nd an la ac ción por sí m isma y no por su s resultados . Encierran, pu es, el cará cter d e una p roposición «sint ét íca ». Si d ig o , a hora, «No d ebo p rom eter nada en falso », estoy uniendo aquí do s cosas diferentes, una ac ción determinada y mi voluntad , sin presuponer en la p rimera ni ngú n elemento m ateri al - u n fin u obj etivo- de la seg u n da, como hacía an tes. Además, realizo esta unión o síntesis entre do s co ncep tos d e una manera necesaria ; p ues ya hemas dicho qu e cualquier norm a categórica manda de forma incondicional la voluntad. Ningún mandato ca tegór ico se infiere, pues, d e datos anteriores a la razón. Luego un juicio moral como el descrito 142
ha sta ahora es , ciertamente, sintét ico , pero a priori siem pre de toda información de la exp eriencia sensible (ib., 420; K.p.V., Ak. V, 31). 3.
El escepticismo m ora l
LA CUESTIÓN DEL « ES» Y EL ('DEBE »
Tom emos en considera ción los sigui entes ju icios mora les : «Tolera la ven gan za : la mayoría lo ad mite »; «Dime la verdad sob re mi enfermedad; lo necesito»; «La muerte es inevitable. Afrontémosla con naturalidad y resigna ci ón ». Todos es to s preceptos ti enen u n ele m en to común. Infieren una prescripción moral de la des cripción de un hecho físico, social o psi cológico..En no po cas ocasiones operamos ca si desapercibidamente de este modo. Adoptamos talo cual actitud moral porque es «na tural», «así lo ha ce todo el mundo ) y en definitiva po rque la «realidad) nos lo avala con sus hechos. ¿Pero es es to correcto ? Hume se ab sti ene d e d ecir que sí. En la ética de este au tor empirist ase nos advierte por primera vez del vacío que media en tre , Jas prem isas fác t icas de la moral y las conclusiones valorativas. S us intérpretes admiten generalmente que con esta observación se inv alida, en efec to , la derivación de un juicio prescript ivo {ePuedes bañart e desnudo sin ningún son rojo »), de un juicio descriptivo ( (En est a playa la gente se baña des nuda»). La r az ón práctica reconoce el obstáculo lógico - po r lo m enos- para pod er efectuar este paso. Así , cuand o admitimos que Dios ha puesto a nuestra di spo si ción los bienes de la naturaleza, ¿por qu é nunca decimos que la de strucción del ro ble centenario por u n rayo es «inmoral» y en ca m bio aplicamos este calificativo para el talador furt ivo d el bosqu e? Véase qu e el h echo es casi el mismo, pero q ue nuest ra acti tud ante sim ilar es 143
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efectos fís icos es not oria y co n tradictoriamente d isti nta en amb os casos. ¿Qu é es lo que hay entre. la caída d el árbol por el golpe de un hacha y nuestra su bsiguie n te condena moral com o act o clandes tino y reprobab le? Kant tomará nota tambi én del vacío qu e ex iste si m plemente en tre un h echo se ns ib le y un juicio mo r al al afirmar; en su t ípica del juic io mora l (I II , 2 ) , q ue la mor ali d ad s ólo p uede tom a r de la natu raleza, co m o «pr ototipo » de la acción , la universalidad o «form a l) de sus leyes: A r a íz de la men cionada ob servació n , el pri mer gran crítico d e la fu ndam entaci ón de lo s juicios morale s resulta ser David Hume . E n un ya célebre párra fo p ara la hist ori a de la ética (el llamado isought passage) es te filó sofo advierte co n sorp resa que en todos lo s siste m as moral es por él conocid os las proposici ones que éstos encierran n o están con ect ad as con la cópula ordinaria «es » o «n o es )}, sino con u n debe (ough t) o no debe (ou gh t no t) , «Este cam bi o - sigu e- es imper ceptible, pe ro r esu lta, s in embargo, de la mayor impor ta n cia» (Tratado, 689-6 90 ). La importanci a rad ica en 10 s igu iente . Al de ci r que algo ..debe se r » como p re cep tua m os, h acemos una nueva clase de a fir m ació n d istin ta de pro clamar qu e algo «es » com o describi mos. En cuanto hablamos d el primer m odo nos hem os d e d isponer, p u es, al igu al que en cualq u ier ot ro cas o, a ajus ta rl a a obs ervación y exp licació n (that it shou ld be obse rved and explained). Pero al m ismo ti empo e inevitab lem ente - y ah í es tá su d ebi lidad - vamo s a te ner que d ar razó n, p ara afron ta r dicha prueba, de algo que «parece absolut am ente inconceb ible»: cómo es posible que esta nueva clase de afirmac ión se deduzca (can be a deduct íon ) de otras afirmaciones, dado lo que hemos di cho , totalmen te diferentes. Los m oralistas no caen en la cu enta de es ta circu ns t ancia, por lo qu e h abrá que to m arse en ad elan te esta precaución : estar alert as sobre el problem a de una de ducción ae 144
los juicio s con la clave debe a partir de lo s que se co nstruyen con la partícula es . De hacerlo así sub vertirí amos, po r lo demás, todos lo s s iste m as corri ent es d e m o rali dad, p u es la d is tin ci ón , h a sta a h ora , en tre bueno y malo, vir tud y vic io, n o es nada que dicte la razón ni, m enos aún , que se colija d e un a observ aci ón de h echos (ib. , 69 0; Mu gucrza, La razón, 74 ss.) . .. No h ay n inguna consiste n cia en la ex tracción de un tipo d e enun ciado s obre val ores en gener al de otro que versa m eramente sob re r elacion es entre obj etos. Ambos correspon den a n iveles ló gicos diferentes; u nos describen, di cen lo qu e es, y otros es timan valor ativamente o , en la moral ya, prescri: ben: d ice n lo que debe ser." Por 10 tan to , que at ri buyamos a u n ac to o carácter m oral una deter minada cualidad n at ur al n o nos au to rizará ta m po co a que tomemos pi e en ellos para prescribi r nuevo s ac tos o caracteres a nálog os . Por ejemplo , pasar d e la afirm ac ió n «Franc isc o de Sal es fu e un crist ia n o lleno de simpa tía co n los dem ás» , a la qu e d icta a con tin u ación «Im itemos el mod elo de este santo varón» , es al go que, por lo pronto, carece de todo fundamento ló gico. Es u n p aso for m almente in co rrecto, puesto que en la conclu sió n se in troduce u n ele mento -el debe- que no es tá en n ingun a premi sa estruct ur ada con es . En este sentido se inter p one u n abismo en el ascens o por dichos n ivel es del di sc urso . La cr ít ica o «gu illotin a de Hum e», al decir de Ma x Black, inaugura lo que en la ét ica co nte m p or án ea se conoce como la cuest ión del es-debe. (Hudson, The l s-Ought Question) y rep resenta, más en general, la pr im era incursión en el análi sis del len gu aje m is mo de la moral com o tarea p ropia d e la étic a , ahor a ya «Meta étic a » (Bilbeny, El discu rso , 11, 1). Con aqu el pensador se toma co n ciencia de qu e ni ngún ju icio preceptivo puede pas ar por descriptivo: «Ma ta r es conde nable» n o implica, hic et 145
nune, qu e el homici dio sea reprobado. y , a su vez, nos permite repa ra r que de n ingu na proposición d escriptiva puede desprenderse un juicio prescriptivo: «Todos od ia mos a los co mu n istas» no implica la no rma «Los co mu n istas d eben ser rec hazados» . Ahora b ien, la p regunt a que gravita so b re es te pla nt ea mi en to no pu ed e ser otra que la qu e se dirige a la validez definitiva de los juicios morales. Si éstos , pa ra un emp irista, no se fu ndament an en una razón a priori de la experiencia, pe ro tampoco' en los en u nciad os que remi ten a esta últi ma . ¿de qu é manera es posible, en tonces, el di scurso de la moral ? ¿Deberemos p rescind ir de norrnas tan poco d em o stra bles co mo No dev ue lvas mal por bien o Respeta cualquier raza dist inta de la tuya , por o tra parte ta n útil es y aceptad as? Veamos lo que res ponde el mi smo autor. Tra s haber criticad o la ded ucción del es al debe no es d escabellad o p ensa r q ue s610 q uedan d o s Fundamentaciones posibles d e la ét ic a . f or u na parte afirmar que sus juicio s se jus ti fica n por u na lóg ic a pro pia y particular d e los «debe re s». Po r otra , asegu ra ndo una correcta d ed ucci ón. en t érminos «ci ent ífico s », de lo fáct ico haci a lo prescriptivo. Pero ni la justificaci ón deontologista casa ría demasiado co n el punto de vista de la experiencia ni la naturalista mi sma no es nada claro qu e sea la que p ropugn a Hu me co n su empi rismo crít ico. Efectiva mente, no ad op ta n inguna de las do s posicio nes. La suya es la qu e se expone junto a l párrafo del Treatise of Hu man Nature a l qu e hacíamos a lusió n. Si nos disponemos, d ice, a averiguar en qu é co nsis te un acto vicio so , por eje mplo -en tre otros m uchos de signi ficació n mora l-e, no hall a remo s, se mire co mo se mi re . ningu na cuestió n de hec ho trnatter of [act) q ue respo nd a en él a la idea de vi- ~ cí o. sino só lo , bajo estos térm inos, algunos fenómenos psíquicos. Vicio, mientras ta nto, es u n concepto qu e se apartará de la línea de tod os los co n146
cep tos qu e pu edan ha cer re ferencia a u n h echo . Mas si d ir igimos a hora la re flexió n hacia nues tr o propio pec ho encon traremos aqu í a lojado incuest ionablemente un sen tim ie n to d e desaprobación. Es es to lo ún ico que da se nt ido a qu e ca lifiq uemos u na acción como «vicio sa». Lo b ueno y lo malo son , pu es, lo que me rece, respect ivamente, nuestra aprobación o nuestra repulsa y no son na da más que eso. Luego u n juici o moral descansa, ci erta mente, en u na «cues tió n de he cho », pero que está sie m p re e n nosotros en ca lid a d d e sen tim ie n to lfeelin g), nunca en la forma de o bjeto natural de n uestro conoci m ie n to. Cuando habla el d iscurso mora l, q uien habla . en el fondo , es n ue stra natura· íeza, en la cua l arraiga tod a la gama d e sentim ie ntos ha cia a ctos o caracte res qu e son, en sí mismos, neutros. Vicio y virtud , malo y bu eno, no son , pu es, c ua lida des o prop ied ad es d e lo s o bj e t os , si no, como se n tim ien tos, di sp osiciones en nosotros mismos o «percepciones en la mente » tperceptions in the mind ) (Tratado, 688-689). La reflexión dedicada por H ume a d istinguir entre los juicios co n «es» y los juicio s con ..debe» ha tenido bá sica m ente dos interpretaciones. Los p rimero s autore s partida rios d e la ética co mo análisis del lenguaje moral -desd e el intuicionismo de Pri ch ard has ta el prescripti vis mo de Hare- mant ienen que el fil ó so fo ha que rido decla rar con aquélla la imposibilidad de ded ucir lógic amente juicios p rescript ivos a part ir de proposiciones descrip tivas. Posteri orm en te, y no lejos d e este mi smo á mbito a nalítico, otra int erpret ación sus te n ta qu e la s usod icha re flexión no ha ce sino reclamar un a conexi6 n lógic a correcta -hast a ent o nc es preteri da- en tre los enuncia do s d e hecho y los de valor o d e alca nce norm ati vo (H ud so n, The l s -Ought Question , 259-26 1). Sin em barg o, esta posición se reparte entre do s actitudes. Una entie nde que el deb e d e u n juicio 147
moral es definible en términos de «es querido». Las normas morales son ante t od o una información so bre los se ntimientos de qu ien las apoya. És a es, pues, la lectura emotiv ísta sobre Hume como filóso fo moral (Flew, «(The in terpret at ion of Hume »). Ot ros creen, en cambio, que la partícula «debe» es inferible de l es querido m ismo. H e aquí ah ora la in terpretación deontologica según la cual el paso de «es» a "debe » no es rech azab le desde un punto de , vista l ógico, pu es si bien es te pasaje no es de orden d e d u cti v o~ s í lo es de t ipo in du ct ivo : la n o r ma (debe) se ju stifi ca por el h ech o (es) de que rer que se cumpla algo . Así, Macl ruyre, en répl ica a Har e (The Language, 1), conviene que es razonable inferi r normas de jui cio s de hecho si antes p artimos de la observación del interés cornún - u n "querer» co lec tiv o- para tod a sociedad. Las proposiciones con debe se ju stificarí an só lo si se es tablecieran en in ter és de to dos y para un lar go plazo de tiempo. El razonamiento es el s iguiente. Decir que tal acción "de be» o n o real iza rse equivale a afirm a r que existe una r egla que previamente así lo dispone. No se d a rí a ésta si no ex is tiera a l mismo tiem po un consenso so bre n uestros intereses comunes. Lu ego una prescripción puede inferirse de la descripción de ta les intereses (Maclntyr e, "Hume on "Is" a nd "Ought?»). Los intérpre tes de l is-ought passage co inciden no obstante e n observar q ue l a exposición de Hume no es ad litteram sufici entemente clara: no propugna ninguna lógica para sus tit u ir la falt a de lógica que es tá den u n ci an d o . MacIntyre sostiene in clus o que es un autor «notablemen te in co h erente» (Historia de la Ética, 170). Pero eso n o quita que la crítica p ro tagonizada po r H ume sea demoledora en relación con el curso an te rior de la ética. Pues ya ningún juicio pr áctico descansa en pr inci p ios, sean leyes naturales o de la razón, sin o mera-' mente en sentimientos, lo mismo que to do juicio 148
teórico descansaba segú n él en p u ras creencias. También , por últ imo, es común aceptar que la ética de H u m e plantea, más que intenta «resolver» ex presamen te, el problema de la fundamentación del discurso moral (Hudson, La [ilosoíta moral, 251). EL ESCE PTICISM O DEL J UICIO MORAL
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La crít ica h umeana de la ética in cl u ye as imi sm o el rechazo d e la filoso fía moral de ot r o empirista co mo Locke, para qu ien sí existía la posi bilid ad de demostración de los principio s de la mo ra l. Con Hume , igu al que más ta r d e con Marx, Nietzsche y Witt gen stein , la ética parece habe r llega do a su fin, pues ya n o r esid e en n ing uno d e estos «principios» , sean inmanentes o tran scen dente s a la ra zón huma na . En realidad, nues tro a u t or p iensa al hilo de la meditación in icia da por otros filó sofos empiristas británi co s, principalmente Shaftes bury y H utcheson. Éstos soste n ían igual m en te que las distinciones o preferencias morales no se realizan por medio de la razón y, por consiguien te, que no p u ed en llega r a se r d e m o str ad a s . Pero Hum e lleva esta co nvicción h a ci a un extrem o paral el o al de la reforma newtoniana de la ciencia, un esp ej o p a r a no p ocos pe nsadores de la época. Él q u ier e evitar ta m bi én hipót esis innecesarias y acude en contrapartida a la bus ca de lo «simple y natura l». lo mi smo en el entendimiento qu e en la guía de la voluntad . Es la n a tur al eza , y nada más que ella, la que nos d eter m ina necesariamente a realiza r ju icios morales, " ... exactamente igual q u e a r e s p ir a r y a senti r». N o es tá en n uestra m ano prohib irnos enjuiciar t a lo cu al co nducta de lo s h ombres. Ci er tam ent e se r enueva a quí el escepticism o con que co ncluía la teor ía del co n ocimi ento de es te 149
autor: los juicios de hech o son la exp res ión de una creencia. El escepticismo ético dice a hora que los juicios de valor no se apoyan en nada m ás objetivo qu e u n simpl e y natural sentim iento del sujeto. Po r m edio de tales juicios afirma estric ta men te lo qu e aprueba o d esaprueba en su interior. Pe ro, con todo, ya se ve qu e este escepticismo no es absoluto. Hu m e lo «m od era » en virtud de la confianza qu e sigue m an ifes tando en la naturale za como soport e, y orientación de nuestra andadura en el mundo: Por eso, añade, el que se per mita acusarle de destruct or de todo juicio de l conoci m ien to y de la volu nt ad estará d ando puñetazos en el air e. Para el discu rso de la moral el filóso fo se apresura a admitir un fundam en to , al m enos, en el sentir humano, « • . . una facultad que ya de antemano ha implantado la naturaleza en la mente y convertido en algo inso slayable» (Tratado, 3 1 5~316) . Mientras tanto la raz ón sólo advierte la s m is m as relaciones de he cho en lo s actos de la cult u ra qu e en los d e la n aturaleza. Es incapaz d e decir d ónde está el bien o el mal. Percibe conductas, caract eres, pasiones, pero no el vicio o la virtud. El sentimien to es lo único que da origen a id ea s se m eja n tes: "Tener el sent im ien to de la virtud n o consis te sino en sen tir u na sat isfac ci ón d et erminada al cont em pla r un carácter. Es el sentimiento mi smo lo qu e constituye nuestra alabanz a o admiraci ón» (lb ., 692 ). La evidencia d e qu e la razón no puede suministrar tal es conceptos es que ante hech os sim ilares re sponde arbitraria y artificiosam ente de distinto modo: decl ara «ince sto», por ejemplo, determ in adas relaciones sexua les en tre los humano s, pero no las mismas en otras especies. Una razón capaz d e d ist inguir entre lo bueno y lo malo deb e presuponer, así, qu e éstos se presentan con independencia de ella. Pero entonces ya no es la verdadera a utoridad en la m ateria: un argu m ento a [crt íorí en favor del escé ptico que ju zga de 150
la manera más simple y natural. La razón so la, po r cont ra, no puede más qu e poner la moral a la Intemp erie, s u m ié n d ola en la antedicha paradoja. Pues cuand o conc ed em os, co n el racionalist a, que la moralidad cons iste en la adecuación de las acciones a la norma de la razón, con testam os, al ser requeridos sobre ello , qu e la razón es aqu ello que examina , precisamente, la moralidad de las acciones. ¿Y no es ést a una curiosa forma de pensar? (Hume, An Enqu iry , 129). Tras esta última denuncia de la circularidad de sus argumentos la razón p rá ctica ha sido desp la zada por Hume d e la éti ca. Ante la razón no es peo r preferir la destrucción del mundo que cualquier ra sguño en mi meñique. El motivo es que en el juicio moral la razón no puede m ás que ser indiferente fre n te a lo s he chos. Só lo el senti m ie nto , que no lo es , pre feriría ace rt adamen te sufri r lo segund o. ¿Cuál es en tonc es el papel re se rvad o a la razón en la étic a? La ra zón indiferente se ocupa sólo de relacionar ideas re sultantes de imp resiones d e las co sas. És te es también su papel en los juicios mora les, a cuya justificación em otiva , en úl timo término, no afecta en nada. En el ámbito moral la razón in forma r á en conc reto sobre los m edios a utiliza r para alc anz ar un fin o nos d isuade de que rerlo tan pronto muest ra su inasequibilidad (ib., 1). Pero carec e de capacid ad para fijar este fin y obligamos a él, fun ción reservada al sen timien to. En resu m en, y t al co mo dice Bertrand Ru ssell en su Historia de la filosofía occidental, Hume «parali za todos lo s esfuerzos para d emostrar qu e un tipo d e acción es mejor qu e otro ». A partir de él ya no se puede «demostrar»: hay qu e m ostrarlo, señal ando lo qu e sentimos en cada momento. La tarea de la razón en la p ra xis no es , p ue s, sele cciona r ni prescribir nada: no puede orientar la volun tad ni obligarla . Meno s aún podrá sup ri mir nu estros afe ctos (Hume, Tratado , 614 ~615). Se limita a ser un ins -~ 151
tru m ento de ellos, para cu ando, apoyados en sentimi en tos, p ro n u ncia m os asertos so bre lo qu e es tá b ien y lo que está mal. No hay pr imada de la razón sobre los a fec tos; o d icho de otra manera, d e la razó n so bre la pasión. Mu y a l co ntrar io: «La razón es, y sólo debe ser, esclava de las pa siones (slave o{ the pass ions), y no puede pretender otro ofi cio que el de servid as y obedecerlas » (ib. . 617) . Kant , pu esto so bre avi so por Hu me, se a pli cará . en dem o strar que un juicio moral pue de se r ta mb ién univers a l y necesario , para lo q ue recordará - fo r m u lá n d o lo d e nu e vo , p ero s in «in ve n ta r» n ada nuevo- q ue la razón sí tien e un lu ga r reserva do en la pra xis. Est a redescubiert a facultad , y no el sentim ien to , es preci samente lo ú nic o que ímpedird (n u nca lo que podría facilitarlo, en la opinión del autor escocés) que yo pueda preferir algún dí a la mu ert e de los o tr os al m ás su perfluo d año sobre mi pers ona . Para Hum e, en co n t ras te, mientras qu e el juicio moral arraigu e en los se n tim ien tos de ca da u no, y ésos s ean par ecidos pa ra tod os , estar á a segurada la p ervivcncia d e la m o rali da d . Has ta a hora los se n tim ien tos básicos de s im pa tí a y utilid ad , p u estos en n o sotros por la n atura leza , ha n permitid o u n ciert o orden y co ntin uidad de las costum bres. Po r donde huelga te ner que reformar, pe se a todo , el co ntenido de la moral vivida. Pero amén d el co n serva du ris m o s oci a l que ello clara-. mente implica, los in terroga n tes a biert os tras esta co ncl us ión no so n menos grand es pa ra la filosofía m ism a . En efecto, y as í lo reconoce MacIn ty r e (Historia , 171), no q ued a nada cla ro cómo se pro -l d ucen lo s sen tim ien tos en el ho m b r e, ni es tampoc o fácil ac allar la d uda s obre s u pres un ta in mutabilid ad, lo mism o qu e so bre la nunca d isc uti da human nat ure que los a lbe rga . A tod o es to , la proximidad d e la crítica empir ista d e Hume con la racionali st a de Kant pu ede ci fra rse en ciertos puntos. En primer lu gar el au tor 152
esco cés h a pu esto co n su escep ticismo el dedo en la llaga del racio na lis m o dogmático . La razón n? es s u ficie n te pa ra defen der a la razón: el entend ím ien to por sí solo se autod es truye (Trat~do, Conclusión) . Kant ti ene q ue a prestarse des pues a ~uJ?O ner varios «intereses » y u na ..tel eolog ía» practi ca adheridos a es ta facult a d del puro enten dim ien to. Por otro lado Hu me reconoc e en es ta parte de su obra fundamental que n i s iq u iera su escepticismo ha pod ido renu nci ar al u so d e .la reílexion para: poder d esa rrol larlo. Más aún, a firm a que ésta s iempre in flu ye en noso tros y es co nven ient e en tod o caso ejercerla. 4.
La falacia naturalista
LA CRíTICA DE MaDRE AL NATURAI.l SMO ÉTICO
Tod o juicio moral con tiene un p ~·edicado: «Dar a l qu e no tiene es bu eno ». Los pre dicad os morales se en u ncian de a cuerdo co n unos referen tes q ue s u ele n ser p ropi ed ades a tr ib u idas a car acteres o accione s. ¿Por q ué dar al que no ti en~ es «bu en o ..? Unos d irá n porq u e cu m p le la p rop ied ad d e ser bien vis to po r todos; o tros porq u e se aj us ta a una limpieza de corazón, o porq ue hace más lleva deras y sa tis factori as las relaciones en tre I?s hom bres; etcéter a. Con todo, podríamos co n t in u a r con otra pregunta: «Da r al que no tiene es pnl,eba de u na ac titud ge ne raliza da (o de b uen corazo n , o ,d e benevolencia , etc. ), de acuerdo, ¿pe ro es eso aun verdaderamente bueno?.. Ésta es la pregunta qu e se hacía el filósofo George Moore a princip ios del siglo xx, pese a que Sóc~tes y otros auto res venían contes tá ndo la desde hacía m uc hos s iglos , e incluso de sd e áng u los lo su fici en temente diferentes co mo para dar el catálogo de respuestas po r agotad o. Sin em ba rgo , Moore todavía 153
contesta a la pregu nt a por lo bu eno d e un m odo original e innovador. Cualquier pred icado ético, viene a decimos su Principia Bthica , no es equivale n te ni reduci ble a ningu na propiedad na tura l, sea d e cosas, co nductas o cara cteres de las perso nas . De suponer lo co ntrario, en n uestra defin ición de «bueno » y afines co me terfamos un a falacia na turalis ta (naturalistic phallacy, ib., 1, § 12· 14). Esto es , u tilízarta mos u n argumento aparente pa ra sos tener qué términos no étic os o naturales so n verdadera men te pred icados «mora les». Cua ndo decim os qu e lo bu eno es lo que da placer, por ejem plo, es ta mos incurriendo en d icha fa lacia, po rq ue g.nfu nd jrnos un---pred.icado no ~ cO!!....Qtro de tip o natural, referido , éste, a una propiedad pe rceptible empírica me nte. Así, es fala z concluir de la pro posición «Lo q ue bu scamos todos sie m pre es el placer » el juicio «Lo bueno es el placer», u na afirmación, po r lo dic ho, sólo pretendidam ente ét ica (Wam oc k, Ethícs , 11; H udson, La filoso(la moral, IU). Para Moore las pro piedades a que se refieren los verdad eros térmi nos o predicados ético s -ero· pezando po r el d e «bueno », good- no ha n de asociarse con ninguna clase d e p ropiedad natu ra l. Por dond e, y en la lin ea de lo sugerido por Hume, un juicio moral no pu ed e reducirse simplemente a un juicio fáctico , porque los do s remiten a cualidades muy diferen tes. Al pas ar de en u nciados d escriptivos a prescript ivos co metemos un error de a rgu me ntació n: la falacia d e un d iscu rso «ético » con vocablos , en realid ad , natu rali st a s . Hu me no s había p uesto so b re aviso en torno a la d istinci ón ent re ambos planos del d iscu rs o. Pero es a hora Moore quien decididam ente de<.::Jara iJ:ljl,l_st ifi ca ble_e Lpasº._ ~tel lengua je q~l':$§ » 'állenguaje del «d ebe» o, en términos ge nerales, de lo bueno. Resp ecto a este último término la ética no había- conseguido salir de su error. Hacía con él lo m ismo que, por ejemplo , con el con154
ce pto d e «amarillo », A la ho ra de d efin irl o no s lim itamos a describir sus eq uivalentes físicos. Pero co n decir que «amarillo » se re fiere a ciertas vibraciones de la lu z sobre un ojo no rma l no agotamos su definición. La percepción de lo amarillo no est á suficien te men te reflejada en esta explica ción física. Co n el co ncep to de «b ueno» ha oc urrido algo a nálogo: to das la s cosas que son buena s también tienen «a lgo más » que escapa a cual quier d efin ició n s uya en t ér-mino s físicos. Cuando un n úmero d em asiado elevad o de filó sofos, a l d eci r d e Moore , pasa por alto es ta peculi a rid ad de los co ncep tos de la ética incu rre en la m en cionada fal acia naturalista . Sin embargo , añade , es un hec ho q ue la as pi ración d e la ética consi ste en descubrir cuáles son es tas otras propiedades qu e pertenecen a lo q ue cons ide ramos bu eno (Principia, 48). En realidad, los té rminos éticos , como «bueno» y tra s suyo «justo», «hon ra do . o «correcto », se refieren en última instancia a cua lidades no naturales, es d ecir, simples e irreductibles. Po r lo tanto , se trata d e conce ptos no analizabl es - no pueden di. vidirse en otros- y por esto mi smo indefin ibles . Contrariamente, los predicados no étic os (ecornbus tible », «es fér ico», etc.). pu est o qu e se re fieren a propiedades na tu rales, pueden descomponerse en otros y, en est e sentido , ser defi n ibles. _Bueno.. designa un a cualidad simple que lo es de muchas cosas a la vez y, al mismo tiempo , se dice, segú n se ha a p u n tad o , d e muc has manera s. Pe ro lo qu e importa es re tener su co nd ición resu lta nte de índeíin ib ílidad y que a pesar d e ello , y justa mente gra cias a ello , es posi bl e el d iscurso d e la ética . De otra forma éste seria u n lenguaje aná logo al de todas la s ciencias que tratan de d escribir la reali d ad natu ral. En este caso, al aceptar una defin ibili da d d e «bueno» (el deíinitismo ético, en palabras de Frankena) estamos admitiendo ea ipso un a concepción na turalis ta impro pia de la ética. Pues ya hem os dí155
cho qu e el argumento na turalista elu de afrontar la innegable es pe ci fici dad no natural de los predicados morales. En la co ncepción n aturalista la ética se di suelve al fin y al cabo en el d iscurso de la psicolog ía o de la socíologta/ Es. no obstante. u n error ¡general con siderar q ue el tema de la ética está «lim itad o a la co nd uc ta huma n a » thu man condu ct; ib., 84 ). Fo rm a parte de la mi s ma fal acia nat uraI listai.a qu í la ciencia prop uesta no es la é tica , s ino la' física . E n cualquiera de los casos en que sostengamos que «b ue no» s ign ificaplacente ro , vital. q uerido , d ul ce , esta b le u otros «objetos del mu rid o » (obje cl of th e world ), la teoría qu e d efiend e que «bueno » sígnijica alguno d e ellos no dejará de ser una teoría na turali sta (loe. cit .). Las opcio nes a lte rna tivas a l n o naturalismo é tico que defiende Moorc son, p ue s, o· bIe n el na tl.l.ralismo que ident ifica «b ueno .. con a lgo d efini ble, o bien la prese nta ción d el mismo t érmino como un nombre decid ida ment e falto de__s ign i fi c~do , En el primer ca so suc u m bimos en la fa lacia naturalista . En la segunda opción a posta m ospo r un a actitud a moral. Sin embargo, es evi dente, p ens ando en es te úl tim o caso, q ue cotid ian am en te nos servim os d e palabras co n un cla ro sentido mora l: las que se re fieren a lo que está bien o está mal en nuestra co nducta co n ind epcnden~ d e lo que d ic ta n al respecto las leyes ju ríd icas'J..!:-,1 no naturalism o con cibe, en co nsecue ncia, que «bueno » no se re duce , en efec to , a n in gu na propiedad natura l; aunque no po r ello - y para evitar el a bs u rd o de la ética- deja rá d e h ace r me nci ó n a u na determinada cua lidad : a u n objeto único an te nuestra mente. Al ser este objeto sim ple, «bueno» d ebe ser in an ali za ble x.. 1~Jui ci os~n s t ru ~ (h~.li.S..Q.!1_~_pr~_9jcad o serán SIempre de oroen sin té tico. Los t érm in os moral es " fio~sop-- á naii 7.abfcs:soon-oci ones simp le¿ (si m ple not íons) no identifi cables con otras. Pero aun as í se refieren a a lgo y aportan algu na clase de Infor-
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macron (ib ., 106). Vem o s que, pe s e a s u cr ílica , Moore co m pa r te todavía con el naturalis mo ét ico 1) la idea d e qu e los ju icios éticos expresan propiedades y 2) que al producirse com o enu nciados son t a n s usc e p ti b les co mo lo s otros d e s o p o r ta r la prueba d e su validez. at-ªq ue de es te filós ofo al .n a turalls mo.ét ico se .r 4fC princfpalmente.a. Ia te olog ía mora l, que id cn tif 2 le- n oci ón de b ie n co n la d e un m ed io Pia ra al canzar.Ia vid a eterna, y as im ism o a l uti litan s mo de corteh edonísta. que asoci a el mi smo concep to co n el d e pla cent 'Cent rándon os cn este último , cabe recordar qu e John Stuart Mili pa rtía del s up uesto de qu e en la «na tu ral eza hu m a na » no hay nada que sea deseado por sí mi smo excepto la felicidad en tan to que p lacer. Eso m ismo es lo q ue pe rmite co ncl u ir, co m o c riterio de la m o ralida d , que lo «bu en o» signifi ca s iempre aq uello que produce placer (El utilitarismo , 96).~~ is t~u~n es te argu men to del u tilitarismo clásico u n a premi sa de co nte n ido psicol ógico-nat u ralis ta (<< Sólo el p lacer es deseado co mo fin ..) d e la que, no obstan te , se hace deriva r sin lógica a lguna u na a firmaci ón va lorativa (..Só lo el placer es bueno»). «Bue no » no esta ba en ninguna premisa a nterior a esta categó rica estimació n . Mientras ta nto, he aquí el más obvio ejem plo de la fala cia na tu ralis ta, cons isten te en identifica r lo «bJf"no » con lo':>¿fl"s eado. ¿Pero en virtud d e qué argumen to ha cem os co incid ir lo ..deseablcw.con lo deseado ?.--Ni s iq u iera el recu rs o a la ex pe r iencia nos lor;c,:í~ ite mantener. E l p a so q ue se h a d ad o va m u cho más allá y está falto ta m bién de to da lógica : la d edu c,<;:i.Q I1~d f:; . up. :
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CRÍTICAS AL INTUl CIONISMO DE MOORE
George Moore y su s seguidores (David Ross, Art h ur Prichard) son considerados adeptos del intuicionismo ético. Según esta concepci ón, las p ropiedades a las qu e remite cada término moral no pueden ser percibidas em píri cam ente ni ta mpoco deducidas po r vía racional al margen de la experiencia. En realidad, tales cualidades se nos imponen sin que tengamos nec esidad de prueba alguna ' para creer qu e ello es as í: son, pues, propiedades por sí mismas evide ntes en nuestra consciencia. La observación o la d em ostración no nos permitirían tener tan buen co nocimiento de ellas como el que no s sumin istra po r su parte la intuición. Platón fue también en su filosofía moral un no naturalista , aunque habrá q ue es pera r a Moore para declarar a «bu eno» indefinible. En el Filebo , en cambio, Sócrates defiende fr ente a Protarco la pos ibilidad de la exp resión del bien en sus justos términos filosóficos ! El hec ho es que este nu evo no naturalismo invoca para la vida moral un tipo de intuición intelectual. Tardamos apenas nada en sa ber a qu é nos esta mos refiriendo cuando decimos que «robar es malo» o que «respetar al prójimo es bueno». In tu imos aquí una cualidad qu e re basa el co nocim iento meram en t e sensible o d ed u cti vo . Este proceder no es exclus ivo , sin em barg o , d el conocimiento moral. A veces, por ejemplo, in tuimos de forma análoga un he cho ocu rrido en el pasado o el estado de ánimo de una persona cercana a nosotros: sin poseer m ás datos sobre estos objetos tenemas de ello s una evidencia. Hay que des tacar, por lo pronto, la importancia de Moore como analista del significado de los juicios morales .l Después de lo s Principia Eth ica , la llam ada étic a analítica se irá articulando básicamente sobre una u otra t eoría d el significado del lenguaje moral. Ya he mos dicho que para el no na158
tu ralis mo defini do en aque l lib ro el pun to de apoyo de su concepción es la teoría intuicion ísta del conte n ido de los enunciados. Para los empiristas lógicos y los neonaturalistas se enco n trará , por otra parte, en u na teoría verificacionista del m ismo. En cuanto a los au tores emotivistas y prescriptivistas, por último, la clave para sos tener que los t érmin os éticos n o d e si g na n ya propiedades d e n inguna cla se (naturales o no naturales), sino sólo actitudes y mandatos, respectivamente, está, ah ora , en la ac ep tación de u na teoría caus alista de su significa d o: el len guaj e moral se li m it a a «dínamizar» nuest ra conducta. En cualquier caso, y con su in dagación acerca de la indeñnibilidad de «bueno», Moore representa prácticament e el in icio de la moderna filosofia moral analítica . Según ésta, el hecho mora l es ante todo u n hecho de lenguaje -c-com o hubiera dicho Monsieur Jourdain, el personaje de Moliere que s úbitam en te descubre que habla «en prosa»-, y la ética , consiguient emente, es aquello que asume la tarea de anali zar este len guaje.] Ahora bi en, el ínt u ic ion ism o d el que venimos habla ndo, con ser para muchos harto discutible, es también bastante difícil d e refu t ar. Respecto a l fondo de la doctrina, ¿cómo rec hazar por medio de demostración algo que la excl u ye exp resamente? Resp ecto a la forma, no qu eremos dejar sin citar estas certeras palabras de MacIntyre: «Quizá se efectúen más as evera ciones injustificadas e injustificables en Principia Ethica que en cualquier otro lib ro de filoso fía moral, pero se efectúan con una certidumbre acompañada por b ue nos modales -c-au nque levement e intimidatoria-c- que un desacuerdo parece casi u na falta de cortesía» (Historia , 24 1). Hay que estar rec onocidos, en efecto, con este fino in tel ec tual d el grupo modernista de Bloomsbury. '...Pero quizás uno de los principales defectos que aún podrían imputársele es el no ha ber abandonado la convicción d e que los juicios morales, pese a tener
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r ef erentes «n o n a tu r a les », se cons tr u yen to davía m ed iante té rminos en cie r ta manera de scriptivos. Las pr op osici o nes con «buen o», "ju sto» , «encomiab le», etc., se for mulan, al igual que los juici os con «blanco », «cu adrado». «hirvien te» , etc. , en el seno de u n mism o y ú n ico len gu aj e po r el que decimos generalmente alg o so bre algo . Eludir la vertiente de una forma u otra descriptiv a del h abla es in tentar casi lo im posible. Por lo demás, al go te n drán que d escri bi r los pre d icados mo ral es si se los re laciona al m enos, como hace Moor e, con un a «p ropiedad » (propertie), por m ás que ést a se a declarada ,<00 natural ». Y en es te cas o, ¿no es taría m os cometi endo de n uevo la llamada falac ia naturalis ta ? Volvi endo a MacI l).tyre.LJ:~s te observa otros p untos por donde resuÜ-aría vulner able la doctrina de Moore. En pr imer lugar el intu ici onismo nos in capacit a para r econocer q ué es bueno y qu é no lo es. Ka nt es también un n o n at urali sta, per o suministra al m enos la ide n tificació n del bien moral con una forma d e actividad de nuestras fa cuI'tade!'i su p erio r es (Historia, 243) . Lo que h ace Moore , quisiéramos añadir, es extremar p rim ero la interpreta ci ón hedonista d e Mill para después a bs te ne rse de d ar un criteri o firme, aunque fu ese formalis ta , de la ap rehensió n d e lo «bueno» . Pero , en r ealidad, el r azo na m iento de Mill (si el placer es lo dese ado, lo deseable es el placer) no pretendía tanto asen tarse en una d educción lógica cu an to en una sencilla afir maci ón d el s ent ido com ú n: s i acep tamos que el placer es lo deseado, se rí a absurdo no admitir a con tinu ación que lo deseable es el placer. El p la cer actúa p ues aquí m ás a título d e u n crit er io , entre otros posibles, p ara con oc er lo bueno , que de u n a defi nició n est ri cta q u e ago te la idea d e bueno. El in tuicion ism o d e Moore no nos ofr ece a cam b io ningún criterio pa ra so ste n er algo parecido a es ta idea. Por otra parte, y com o observa el mis mo MacIntyre (lo c. cit .), tam poc o s e a rg u ~
m en ta su ficientemen te el paso de la .intuición de lóbueno a la realización práctica d e act os con es ta propiedad. En ot ras palabras, no qued a claro por qué llam ar a algo «bueno» pr oporciona un motivo p ara ob ra r de una manera m ás bien qu e de ot ra. IE I intuicionismo se dedica m ás a su m in istr ar u na teoría de la justi ficac ió n d e los juicios mor al es que a ofre cer un fundamento para la acción moral. E n último término no nos es pecific a lo que resulta capital para ésta: sa ber por qué y cómo es tamos obligados a h a cer lo .q u e hemo s estipulado qu e es "b uen o ). Si ya es d ifícil, por no de cir milagroso , llega r a u n a cuerdo entr e d os perso nas sobre lo que es b ueno según su intuición, tanto más em ba r a zos o r esulta después r ecomendar que se siga la intuición venced ora . Estos dos problemas .pr áctí cos acab an po r ale jar a la ét ica in tu icio n is ta de una m or al r ealm en te vivid a . Moor e, sin em b arg o , consigue con su ética el m érito de haber abi erto el fuego para una crítica exige n te del discu rs o mi smo d e la m oralidad. No podía encontrarse u n ini cio más acertado qu e tomar el término «bueno» como obj eto ce ntr al de la cr ít ica. Por eso hay qu e r esaltar que au n sien do di ferentes en lo s u bs tancia l, el intu icionism o pro puesto por est e autor es com parable al formalismo racionalista de Ka n t en cu anto a su d emolición d el n aturalismo ét ico , un presupuest o de m uch os sistemas morales por el qu e se asociab an lo s ju ici os normativos a una u otra forma de juicios de hecho. Moore ya admite este p arangó n his tórico en las primeras página s de los Princi pia Bth ica: «Me h e esforzado en escr ibir los Prolegómenos a cu alquier ét ica fu tura qu e p retenda presentars e como cie ncia » (ib ., 3 1). Desde lu ego, la fundamentación de l no natu ralismo va a ser m uy d istin ta en ambos. P-ª!.~!p~n sador racion alis ta el bien es aú n obj et ívable en una definición; ...p_..ara el Intuicionista ya-n o lo es. Pe ro en __ ._,_._ ..
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otro sentido la cr ít ic a del primero es si se qu iere más radical : aunque definible, «bu eno» no r emit e ni siqu ier a a una «p ro pied ad sim ple»; com o toda- : vía admite Moore . Para Kant, valer ya no tiene nada qu e ver con ser , sino con deber ser.
SEGUNDA PARTE
LA OBLIGATORIEDAD MORAL
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C APíTULO IV
LA OB LIGATORIEDAD MORAL 1.
El conflicto entre el d es e o y el d eb e r
E L TEMA DEL DESEO EN LA ÉTICA
Al estudiar la ele cción moral decíamos que ésta se basa en la deliberación y la voluntad; pero que a su vez este querer puede determinarse bi en por la razón, bien por las causas qu e ponemos bajo el nombre del deseo (1, 4). Está por ver, pues, el papel d el de seo en la moralidad. Esto es: si hay prin cipio s en nuestra acción moral que no provengan de la racionalidad, com o hemos visto h asta ahora. Bertrand Russell cree qu e el des eo es la mente d e la conducta llamada moral (Por qué no soy cris tiano, 74 -76) . E n otro extremo Kant afirma que la voluntad racional pe r te nece a la mi sma «facultad apetit iva » que los d eseos más irracionales (Anthropoiogie, § 73 -74). Es ob vio que todo 10 que compete al sentir y al apet ecer, en particu lar, se encuentra en n osotr os y está presente, de uno u otro modo, en nuestra co nducta moral. Pero es eviden te también que tendemos a lgunas veces a contrarrestar -c-ean u larla . es más que d udoso- esta presencia m ediante el aliento del «sentido moral» o, análogamen te, p o r el llamado d e la concie nci a m oral. Aceptamos, así, que nuestras decisiones en esta esfera de la ac ción no sufren una coacción psíquica absol uta, sino relativa, como se r ecog e en la con16 S
traposición kantiana entre una «volun tad r acion al»
y una (misma) vol un tad «pa tológica men te afe ctada », La pri m e ra e s la con fir mación de que la . fuer za contrar re stad ora s o bre lo s sen ti d os y lo s
ap etitos es m uc ha s veces posibl e. Para no po cas persona s se gu iría s ien d o repugnante ceder ell as mi smas a la ocas ión de un frau de legal, d e un robo perfecto o del aniqu ila mi ento impune de todos sus más acérri mos ene m igos co n sólo pulsar un botón secre to , y au nque todo ello es tuvie ra en el m ás vivo d e sus d eseo s. Po r más ve hementes q ue és tos sean , el plantea m iento d el d ile m a en tre el deseo y el deber no tarda en a parecer ante cua lqu ier sujeto m e_~ d iana m en te ca paz de razo nar. r-: En la antigüedad cl ásica surge ya es ta contra' posición. Dem óc ri to escribía que «ser bueno significa no hacer nada que est é mal y también no quere r hacer nada que es té m al» (Fragmenta Moralia , 109). Este no quere r del filósofo, junto con el querer puro que introduce la tragedia (el joven Edipo, Ant ígena , Orestes) a nu ncia n el pa so del mundo homérico, el de la ltjbris y la moral hero ica, al m undo socrático del nómos y d e la ética ciu dad ana. Poco a poco el mero deseo se ha id o hacien d o obje to de la cult ura has ta se r observado desde la ó rb it a de lo que hoy llamaríamos el «de be r ». Platón llega a d istingu ir entre deseos necesarios e inn ecesarios o superfluos desde el punto de vista d e la ed ucación del polites (República, 85 9 a ). Incluso hay d eseos que forman pa rt e excl us iva d e la na tu ral eza del a lma (Philebo, 34 a-35 a ). Pero lo que es más destacab le es la tajante d ualidad platónica entre el de seo y la r a zón (República, 4 39 a ss.) , d e la r ga influencia posterior. La versi ó n a ristotélica es m á s m odulada . El deseo (epühymla) es un a cl as e d e apetito o tendencia n atural (ó rexis ) (Psí cologia, 433 a). Claro es que el primero p ue de llegar a se r co m p u ls ivo y vio len t o - la cupiditas m edieval- , pero el se166
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gu n do (appe tit u s) es nada m enos que co ns u bs tancial a l en tendim ie nto práct ic o, p ue s to que es lo ú n ic o q ue lo m u eve. Qu ien n o está di spu esto a serv irs e d e es te a pe ti to par a el bien qu e la razón ha e leg id o es «co m o u n es q ue le to ». Ed ucar es d esvela r este ape tito p ara r egula rl o seg ú n la razó n o enten d im ie n to práct ic o . H ay que r ec haza r, po r lo tanto , el d eseo in continente y la con fu sión d el b ien con el o bjeto d e aquél. el pla cer (El. Nic ., X) . Deseo y p lacer d eben s er m oder ado s , co m o e n se ña también s u contemporáneo Ari stó fanes , por b oca del in cau to Estreps íades en la comed ia Úl S nubes . Ahora bi en , la gran diferencia co n Platón , en est e p un to , se e nc u en t ra en la a ce ptaci ó n del p lacer co m o parte d el b ie n pe rfecto (eudaimonta) y del «d es eo» , en tanto que apet ito , co m o elem en to , también, de la a cción qu e co n d u ce a este bien (i b., VI·VII ). Recu ér d es e q ue para Aristót el es la elección , el pri ncipio de la acció n . es «d es eo d eliberado » (órexi s bouleítíke); po r constgu le n te, n o mera epi th ym ía, p ero tampo co 16gos pu ro (ib., III! b). Ni s iqu ie ra la ve r dad , objeto co m ú n a l entendi miento t eó r ico y a l e ntendimi ento prá ct ic o , p u ed e co nocerse al m a rgen d el orexís orthen, el r ecto des eo en el alma de qui en se ac erc a a la ver da d (ib ., 1139 a). El Estagirita in tegra y equ ilibra la fu nci ó n d el d eseo co n la de la ra zón en la ética. El bien no es el pla cer, pero tampoco , concluye, elegimos ningún acto qu e sea con trar io a este o bjeto del deseo . No es tá d emasiado lejos el id eal propugn ad o por Ru sse ll, men cionado al principio : to da co nd ucta n ace d el d e se o, p ero deb e ser gu ia da p o r e l c o n ocim iento cie n tífico. E picuro, poco despu és de Arist óteles, ide n tifica el bi en con el pla cer (hedon é). Es un au tor, pues, hedonista; p ero a pesar de ello p ropu gna as im ism o la moderación en lo s placeres. És tos no son ne ces ari amen te los de tipo físic o: el vocablo gr ieg o in d ica «gozo» en un se nt ido a m plio, 167
pa ra co n tr a po nerl o a l dolo r (dlgos ), la a fl icci ó n ' (rype) y el es fu er zo fa tigos o (p onos) . Tratado d e
cierto modo, el objeto del deseo no es in com patible co n la m oralid ad: «No es pos ible vivir p lacent era mente -dicen su s Máx imas (V}- s in vivir sens ata, ho nes ta y jus ta m en te; n i vivir sensata , hon es ta y ju sta m ente, sin vivir pla centeramente » (Ética , 105). Con todo , hay placeres que no so n ni naturales ni n ecesari os - p. e., los provocados por el halago-e, m ien tras que otros r evisten a mbas cu alid ades: así, los que elim in an el dolor (ib, l l S). Pervive todavfa en Epicuro el ideal socrático del hombre bien temperado , eú kratos , an te el desa fío y la presión de la akra s ía o incontine ncia . Pero co n Zenón d e Cit io y el estoici s m o se re p la ntea not abl em ente este id eal (Di ógenes. Vid as , 11, 7 ss .). La co ntinenci a ya no es m á s la b u en a mezcla d e la s di sposi ci o n es d el alm a , en t r e las qu e s e in cl uy e el deseo d e placer. És te n o es n i u n med io n i u n fin para el sab io (sophós ), que s6 10 en la vir tu d p u ed e en co n t ra r el b ien y la feli ci da d . Des eo y placer, ju n to co n te mor y dolo r, so n la s c uatr o pasion es ele men tales qu e p ertu rb a n el a lma y nos a lejan , en cu a lq u ier grad o, de la vida b u ena . Ésta e xige una s e ren id a d de á n im o q u e co ns is te p r eci samente e n la im perturbab ili d ad (apdtheia ) o a usen cia de tod a pas ió n . E l éthos ha t enid o que r omper, a d iferenci a de la s escu el a s a n teriores, co n la s expe ri encias del deseo y del pla ce r, ca li fica dos hast a el tardío Cic eró n como «pasio nes.. (Tusculana e, IV, 6). Spin oza. q ue se propo ne as im ism o el id eal d el sab io , r ec ha za s in embargo la n oci ó n ri gori s ta q ue s ob re el «a pet ito » se ha b ía id o de sarrollan do en la filo so fía medieval. Reco rd emo s que para To m ás de Aqu ino aquél esta ba vinc u lad o t otalmen te a la vida d el alma y no se le pod ía ident ific ar co n lo q ue h oy lla m amos «deseo » (Su m ma , 1, q . 80, a. 1; 81, a . 2 ). Y no m u y lej os d e es ta po sici ón , 168
Descart es y Lock e co nciben el des eo con p ar eci do sello ne gativo - u na «agitaci ó n» de l es p íri tu, pa ssion de l'dme-; pe ro a hora ya , a d iferencia d e la Es co lá stica, co m o a lgo q u e pa r t ici p a del a lm a . Mas para el cita do Sp in o za el d eseo (cu piditas ) es e l «a fec t o» principa l d e l h o m b r e : e s d e ci r, la forma co n qu e e n él se pres enta el «co n a to» del ser. Spinoza piensa q u e el aument o d el afecto favorece el d es eo y lo llamamos «alegr ía» . Su d isminu ci ón d eprime en co nsec ue nci a el d es eo y d e ello resulta la «tri s teza». El b ien m o ral co ns ist irá e n el co n oci m ien to d el a fe cto d e la a legría y el mal e n el de la tr is teza : «El co no ci m ien to d el bi en \ y el mal n o es o tr a co sa q ue el a fecto de la a legría o el de la l ri ~ te z a en cu an to que so m os co nscien __ \_ les d e él» (É ftca. 275 ). _ _ _ Ah ora b ien , se a la experiencia de la al egría o d e su con tra rio , un afecto pu ed e s iemp re r evestir dos se n tidos. Es cier tamen te «pas ió n» cu an d o n osotros n o s o mo s su cau sa . Pero cua nd o es el h ombre m is m o quie n re p resenta es La ca us a pasa a ser ya u na «a cci ó n » (i b. , 183 ). Po r to d o lo cu a l el esq u e m a s p ino zia n o s upo ne tin a gr a n a p o rtación para la filo so fía moral oc upada en el tem a d el deseo: los a fec to s, empeza ndo por és te, no son s iem pre algo dado y «aca bad o », po r así deci r. Lejo s de ello , pued en deven ir de pa sión a acción . Así acontec e co n el de seo y de esta mane ra pued e est e afecto entrar ple namente a formar parte d e la vida m oral. A s u vez es to constitu ye un p reanuncio de lo qu e será u no d e los d ist int ivos de la Ilus traci ón: la é tica q u e iden tific a el bi en co n lo q u e es ú t il para la reali zación d e n uest ros deseos. E n efec to , bas tan te a n tes qu e los filósofos u tili ta ris tas d el s iglo XVIII, S pinoza esta blece la s igu iente Definición (ib ; 268 ): «E n ti en d o po r bu eno 10 que sa b em os co n ce rt eza que nos es ú til ». ún; claro es tá, p ara el aum en to de n uestro afecto del d eseo en acti va al egrí a , no en pasiva trist eza . 169
)
Lo cie rto es que el tema del deseo entra en el pe nsa m ien to m oral co ntem po rá neo de la mano del u tilitarismo. Com o se ve en una de su s interpr etaciones más poli tiza das, la teoría d e la public choice (Bucha n an . Hayek y o tro s) , se tra ta de establecer u na filosofía del bi en y d e la di strib ución de lo s b ien es de ac ue rd o co n una ps icol ogí a socia l ce ntrada en el juego de in ter eses. Pero lo que s ubyace en ella es u na incon m ovible concepción del ho mbre en tanto que suje to deseante . Idea lo su ficien temente exten d ida en la filosofía d el s iglo xx co m o para s itu a r e n el á m b ito d e lo neorrom án tíco a l pensamien to q ue ve en el deseo el ger men del ..fracaso » (Sartre, Lé tre, 429 ss. ) o el origen d el «m a lestar de la cultura» (Frcu d , El malestar, 75 ss. ). DISCUSiÓN DEL EGOls MO ÉTICO
Hemos di cho que el e p icureísm o se define por u na ética d el deseo y el est oicism o por u na filoso fía moral del deber, aspe ctos, a m bos -eeudaí monta y arété- , que en ca m b io aparecía n equ ili b ra dos en la propuesta «clá sica» d e Aristóteles. Con todo , ni la ética del deber se reduce al estoicismo ni la del d eseo a la doc tri na de Epicuro . El deseo p uede dirigirse, efectivamente, a la obte nció n del placer, co m o pro p ug n a n es te ú lti mo a utor y el hed o nis m o en general. Pero también a ot ro tipo de expe r ie ncias para las qu e la hedo n é o nuest ro t érmino ..placer» resu lta n expres io nes estrec has. Si Zorba el Gri ego representa el deseo del plac er sen sible, lo s personajes de Goethe y Sc hiller en ca rn a n a m en u d o e l p la ce r in t el e ct u al y e l triun fo moral, respectiva men te . De la mi sma maner a qu e los de Pro ust exa ltan el placer de 'Vivir y lo s de T homas Mann el goce esté tico. Po r su ~arte, e n Sc o tt Fit zge ra ld ce le bra n lo s fa sto s d e una «b uena p osición» soci al, y en Pav csc , m uy diferen170
temen te. persiguen la difícil a m istad com p leta. El deseo busca pl aceres tan adj etiva dos y hasta experiencias ta n poco ho mologab les al «placer» -corno r etrata la literatu ra y observa la psicologí a en n uest ro tiempo- que diffcilrnente podemos poner las conce pcio nes m orales o r ien ta d a s hacia el d eseo bajo la especie de un pa trón ge neral que seria el h edo nism o é tico. El hed onism o ético forma pa rt e de una de estas concepciones. Pero el supu es to que co m par ten to d as ellas es el egoísmo ético. ex presab le en el pr incipio de que toda acción o no ac ción m ora l debe r edundar en beneficio de la p ropia satis facción del protagonis ta . El deseo que o r ienta sus ac t ividades p u ede dirigirse o no , en los a ctos morales, a una m eta de placer. Mas en cualquier caso n o h a de cont radeci r, en s us objet ivos y co n se cu en cias, el hecho incontroverti ble del amor h acia u no mismo. Así se exp resa el principio del eg o ísm o ético, tanto en la versión hedonista co m o en sus di gnos parientes - ét icas del «am o r propio » o del «egoísm o raci o na l»- d e com ú n ascenden te en el lib er ali s m o cap ita lista. Es fáci l ded uci r que es te proto tipo moral entraña a su vez u n presu puest o ps ico lógic o o q ue se formu la com o tal : la co nd ucta humana pe rsigue «por natu ral eza » el placer o el provecho prop ios. El p ensami ento, dice Locke. es «sim p lem en te de esta m anera »; pe rcibe por nat uraleza la idea de pl acer y a pa rt ir de ahí co ncl u im os q ue las cosas son «b u en as o m ala s sola m en te en r efe r e nci a a l placer o al dolo r » (Ensayo , 342 ). De admiti r, pues, que lo «des eado» es el p lac er u o tro tipo de provecho no hay más que un paso para postular que lo «d esea b le» es u na co sa u otra . E l a rg u ment o d e u so general apela más al se ntid o co m ú n qu e a la lóg ica: no es ra zo n a ble querer lo co nt rar io de lo que desea mos. Bertrand Ru ssell y el ne opos it ivism o del Círcu lo de Viena son un claro ejem plo de supeditación de la 17 1
ética al ego ísmo psicol ógico. Emparent ado con ambos, Ayer so st iene lapidariamente qu e la ética no es más que «u n de partamento de la Psicología y de la Sociolog ía . (Uengua tge , 146). Lo m ismo q ue s us a ncestros Ho b bes y Loc ke, es pe cialment e el p rimero , cree que el d iscurso de la ética equival e a u na mera transposición del lenguaje sob re la re a lidad natural. Pero las crític as no se han hecho espera r. Recuérdese la denu ncia pla n teada po r Moore contra el na tu ra lismo ético (11 1, 4). Ésa es qui zá la crítica funda men ta l: d e la apetici ón del place r no se puede co ncl uir acto seg uido su deseabilid ad. En el extremo opuesto de la crítica el psicoanalis ta Jacq ues Lacan a trib uye a l naturalis mo é tico -ahora e n clave psi co lo g ista - pa reci da arb itrar ie d a d . Uhom me de p íaísír, nos dic e, busca en el placer algo que no co incide es tric ta men te co n la sa tisfac ci6n natur al (Le Sem inaire, 12 ss .). Es m ucho lo q ue cad a uno aña d e aquí de su parte. La cuestión, según se ve, es que do nd e pret ende haber pu est o la psicolog ía po r fundam ento, el egoísmo ét ic o ha pu es to más bien la s ubjetivida d persona l que d eclara «desea ble » esto o aq uello. Aun en el caso de un a verdadera ..satisfacci 6n natu ra l. com o t érm ínc del dese o, la ética qu e co nfunde lo deseable co n lo deseado seg uiría siendo subjetivista . Pues un hech o natu ra l en sí no no s d a regla objetiva alguna para la acc ión, so pena qu e nos dirij amos a él con una dcclaración de preferencia : «Lo bueno es, de preferencia, lo q ue condu ce a l provecho o al placer ». En cuyo caso no no s libramos to talmen te del su bjet ivis mo: placer y provecho n o so n lo s m ismos pa ra to dos (Kant, K.p. V., Ak. V, 22 SS . ; Anth ropologie, Ak. VII , 130). Hay todavía o tra crítica pos ible al egoísmo ético en razón de su depend encia del egoísmo psicológico . Si ate ndemos a la misma psic ología ca be reco rd ar que no siempre la experiencia nos dice qu e b uscamos cl ben eficio propio: de terminad os ac tos desinteresa dos y el alt ru ismo en general se han ido 172
s uced iendo a lo larg o de la hist oria humana . Los «hechos », p ues . que otro s a ducen para ata ca rla pueden ser u tili zados también para ava la r la pos ibi lidad de una ética no ego ísta . Concent ré monos a hora en la corriente más extend ida d el ego ísmo ético, aquella que agrupa las d iferentes versiones del hedonism o. Este co mporta u n p rimer red uccionismo, el de lo bu eno a lo deseable, comú n, por lo dem ás, a tod o egoí smo ético. El problema vuelve a estar aquí en saber si lo «deseable» es lo d ign o de ser d eseado o bien lo deseado m ismo , es decir, lo qu e de hecho se desea . Si es esto último, apoyándonos en el egoísm o psicológico descri to, sucede qu e tan pronto caemos en u na tauto logía , si la no rma tiene un sen tido débil ( ..Qu iero aq uello que d eseo »), co mo incurrimos en u na co ntrad icción , si la norm a de procurar lo deseado se fo rmula en u n sen tido fuerte '( «Debem os hacer lo que desea mos »). Pue s en tonc es lo que haríamos ya no es tanto lo d eseado cua nto lo debido . Por otra parte. el hedo n ismo a ñad e u n n uevo reduccion is mo a l egoísmo é tico: la id en t ifica ci ón d e lo desea ble co n el placer . Moore dic e ta mbién qu e éste no está a utor izado para ser p re sen tado co m o lo ú nico bue no en sí mi sm o, puesto que desc a rta o tros posibies objetos d e nu estros deseos y preferen cias (Principia, 163). Por último , nos encon tra mos a nte la redu cción mi sma del placer a lo agradable, desconsid era nd o po r lo ge ner a l la [ru iti o int el ectua l, a r tíst ic a o a caus a d e la s rela ci one s soci a les, y e n d es p ropo rci onada confusión d el pla cer co n el bienest ar y la segu ridad mate rial es , moneda co rrien te, con hon ro sas excepcio nes - M ili a la ca beza-. ent re los diversos utilitarism os. Por añadidura . reducir ..bueno» a ..agradable. es a lgo relativamente factible en el lenguaje no mo ral. «Hoy hace u n tiempo muy bueno » es co nvert ible en (l id. m uy agra dable», Pero en el d iscurso ético esto es problem át ico , incluso en el lenguaj e hedo ni sta , 173
donde se presenta de forma más evidente la contrad ic ci ó n . Pu es, en efecto, s i en el en unciado «Es bueno procurarse el placer deseado, a unque cueste» sus tit u im os «b ue no» por «agr ada ble» resu lta una pura con tradicción: u na acción no pued e se r a la vez costosa y agradable. Por todo ello. el ego ísmo ético. inclu ido el hed on ism o, ha sido criticado, en síntes is, por su d ificultad para tra ducirs e en una regla u n iversa L Los u tilita ris tas, desde Benth arn, han re plicado a es ta objeció n argumenta nd o que la m oral de la propia felicidad no tien e por qué es tar en contrad icción co n una regla u n ivers a l d e la moralidad. ¿Qué inconveni en te habria para que el beneficio públi co no co inci d iera ta m bié n con el beneficio pri vado ? Buscar la p ropia felicid ad no excluye procurar al m ismo t iempo la de los demás. Sin embargo, es en esta autodefensa a {ortiori , con visos de cierta consistencia lógica, donde el egoísmo ético pone al descubierto su debilidad esencial. En la teoría, es con tradictorio Que el pri ncipio egoísta se presente a la vez co mo pri ncipio altruista. Como paliativo, el egoísmo práctico ape la a la virtud de la "pru dencia .. o a la cláusul a de «res po ns abilidad» ante las co nsecuencias por a plicar aquel prin cipio . En la práctica , una universalidad de hecho de l citado pri ncip io, en calidad de norma pretendidamente com partida JX>r todos, significa rla, de suyo, no sólo dar po r supues ta una armonía de la especie hum an a, hoy JX>r hoy re mota , sino una contra dicció n con el princip io altrui sta que de hecho , ta m bién, otros co m part en co m o norma qu e vale pa ra todos. Los móviles e intereses de la humani dad no son hast a tal pun to - po r ahora- idénticos en todos sus individuos. L A ÉTICA DEL DEBER
La é tica d el d es eo , o eg o ís m o é tic o , adopta un p u nto de vista interesado , no imparcial, en el 174
p lanteamien to de la acción mora l. Un punto d e vista, por lo co n tr ari o , desin te resado o im pa rci al n o pu ede incluir u na pr ima cía del d es eo e n la o rie n tación de la volu n tad . s in o que ha ten id o que adap tarse a u na co nci enci a y un a razó n q ue , e n la moral, se c o nc ib e n s ie m p re , in th es í o in hy pothesí, co m o fu nci ones obligan l es so bre la volu ntad (IV, 2). Sén eca y Kant re presen tan u n extre mo de esta co nc epció n. Pero ni siq uiera los a u tores que partici pan del egoísm o ético . en el o tro extrem o, pu ed en evita r la pa radoja de e ncon trarse co m pa r t ie nd o esta m isma concepción: seguir el deseo com o princi pio ya es u na form a de obligarse a ha cer a lgo de cierto modo . En cualq uier ca so , la ética elige una acción para descartar el res to d e acciones posibles, por lo que, con mayor o men or fuerm y agrado, se ha im puesto u na form a u otra de sujeción (. Actúa con forme a tus deseos »). Es co ncebible una moral sin «sanció n », pero no to tal mente s in "obligaci ón», a pesar de lo es tipulad o por Gu ya u: Bsquis se d'une moraíe sans obligatio n ni sanction (18 85). El que sigue una norma de libertad se ha co locado también bajo una ex ige ncia (así, el personaje de Sai nt-Preux , en Ú1 Nouvelle H élofse). Y au n el más contrario al respe to a la norma conoce o intuye, a su manera, lo que es es ta r sujeto a ella. H a y, p o r co ns ig u ie n t e, un a te nd enci a d e la ética, el deo ntologismo, que co ncibe abierta m ente el deber co m o ú n ico móvil de la acción mo ral, d e manera que lo bueno pa ra ella no es tr ib a en el co nte n ido del d eseo , sino en la forma debida q ue éste presen ta. Lo s esto icos, Ka n t y los ex istenci al ista s p ert en ecen , en t re o tros , a es ta opini ón so bre el mo do de det erminar; a fin d e cuen tas , la vo lu nta d. Por otra parte, en el co mportami ento de lo s pueblos primitivos existen ya f órm ulas que exp resan el p r edomin io d e 10 «de b ido» fr e n te a lo ego ís ta o m era mente impul sivo (L évi- Str au ss. El pensa175
rnent , IV). La «co m pos tura» frente a las necesidad es na tural es y d e re lación soc ia l, fijad a al final d e la Ed ad Medi a en lo s a m b ientes co rtesanos, pre parará a su vez el ca mino d e la cívílíte (E lias , El proceso , 11), y d e ah í, por depuración racional , co mo p iensa Ka n t (K.r. V.- B, Ak. Hl, 489-490 ), la vía de la ética que postu la u na id ea d el deber, la cual ya no tien e su jus tificaci ón ú lti ma en la na tural eza , como pensa ba n los a n tiguos esto icos, s ino en la cultura de la razón. No se pued e d ecir que los gri egos co nocieran el co ncepto de «de be r», Cicerón , en De [inibus , introduce el términ o officiw n para señala r lo m ás parecid o a él: la fun ción que podemos exigir a cada u no en un momen to dad o. Pero inmedia tamente se nos presen ta el proble ma d el posib le co n tlic to en tre «d eberes»: entre el b ien moral íhonestum} y el n o moral (utile), ¿cuál d eb e preval ecer? Cicerón , s igu ien do a Pa n ec io y los es to icos . en tie nde qu e el bien es único y no m últiple. co mo a tribuye a los per tpat éticos. No tend ría sentido, p ues, h ablar de un «b ien su pre mo» , al es tilo de Arist ó teles. Así que lo útil y lo recto u «ho nesto » no p ued en ser se parados (DeIs deures, 11, 9-10). Con tod o , no es la ut ililas causa de la honestas . Ésta ti en e sus fuent es en las vir tu des morales. Sí , en cambio , h ay que añadir que lo recto es siem p re cau sa de lo útil y que éste no tien e otra causa que lo re ct o . Lo bue no moral es bu eno siem pre , en cua lqu ier se ntido, y no hay otra clase de bondad: •... qu e todo lo que es hones to es ú til y q ue n ad a es út il que n o sea ho nes to (. .. nec utile quicquam, quod non honestum) » íib.• 1II, 11). No pued e h aber, así, con flic to de debe re s si tod os consiste n en ajusta rs e a lo correcto m oral. Cuando . no obs ta n te, el dil ema se p resenta entre gra dos de utilidad para una mi sma re ctitud del act o , Cicerón sug iere una regla universal que parte d e la «ra zón n atu ral »: que la u tilidad particular coincida con la utilidad para todos (ib ., IlI, 19-26), 176
La ratio d ispue sta p o r la n atu ra le za es a s imi sm o el cri terio pa ra la ét ica del d eber, seg ún el esto icis mo d e Sén eca. El princi pal ataque se d irige a hora a Epic uro . S ó lo e s fe li z el sab io v irtuo so, rec to ; aquel que gracias a su razón y posterior fo r taleza e n la vi rtu d ha co nsegui d o libra r se (apátheia ) de pasiones como la tris teza (Llares , 111. 29-30) . Mu y a di ferencia , pues, de los hed on istas, el filósofo co ncluye: «Lo q ue im po rta al sab io no es la consecu ci ó n del fin , s ino h a cerl o tod o rect amente (recte [acere)» (ib., 32). No se b usca lo bueno o recto (honestum , también) por nada que n o sea él mi smo. Lo rec to se hace po r d eber. De m ud o qu e si al gu ien nos p regunta qué se ob tiene por h aber hecho algo correcto habremos de co ntesta r: «Ha berlo hech o; nada más que esto se te pro met e .. (Quod ceris ; nihíl tibi extra promittitu r} (Dels beneiicis, IV, l . 3). Pa ra S énec a . el va lo r de los act o s buen os está, en fin , en ellos mi sm os. Llegamos a ellos co n el concurso d e la razó n na tura l y muy singu la rmente , desp ués --otros estoicos latinos no in sistirá n ta n to en ello-, por la fu erza de la vo luntad , que se im pon e co mo offíciu m o d ebe r ajusta r la acci ón a lo d ict aminado p or la ratio (ib., IV, 9, 3). Su di gno s uc es o r, a ño s m ediant e, h a s i d o Kant: en la fa culta d d e la ra zó n prá ctica es tá tod a la fu ente d e d et erminaci ó n d e la volu nt a d , co n la fo rma . pues, d el deber (das Pflich t) . Si no se o rienta ra en este se n tido, n uest ro q uere r seria «p ato lógfco », a fir m ará repetid as veces. Es te fu ert e adjetivo se ju s tifica po r la di visió n es tab lec ida entre la «m a teria» y la «forma .. d el querer: p atológ ica es aquella vo lu ntad que se ri n de a n tes a s u o bjeto que a s u ac titu d o for ma de d ecidirse. Al d esvia rs e d e es ta co n dic ió n se h a b rá a fec t a d o - se rá un querer inferior o p asivo- por las llam ada s «incl inaci ones ». Una voluntad mo ral , co ntraria men te, es activa y a u tó n om a . E so s atrib u tos só lo proced en d e la a tenci ó n h a cia su for m a , lo que nos
re-
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p resta la ra zón, y e! cons igu iente m óvil de actu a r por d eber. E l re sto d e si s te mas éticos r ecomiendan, a simismo, y de u n m odo ti otro, actua r «po r deber-•. Si n e m b argo , es ta expr e s ió n s ig n ific a si e m pre , para Kant, ac tu ar en con form idad, s í, con lo d ebido; .p ero ade más - lo qu e es m ás im por tan te en la moral-e-por respeto mismo a lo debido (Grundlegung , Ak. IV, 397-398). Es d eci r, sin de jarse llevar por ot r o s e nt im ie n to q u e ést e , e l r esp eto - el único- que fund a la razón . H ay qu ehacerIo de : bido sólo por deber; si n que en tre en juego .en es ta: causa . n ingún otro m óvi l oculto o decla~
se
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también 19J 1,ace por r esp eto a la ley. Pues lo mismo que Rousseau piensa Kant qu e la r azón práctica no tiene su fin en la propia felicidad, actuante com o objeto de cada «inclinación». Para es t o hubiera bastado con la intelige ncia de los instinto s, y la n aturaleza , de otra parte, no no s habría dado aquella facultad superior d e pensar. Ada mSmith, en cambio , so stiene que el obj etivo de la razón es la bueiia vid a. (Teorfa , 137). Para los autores utilitari stas, \ como este último, y los adscritos a la «ética material » en su mayor ía , la calidad moral de una acci ón. se juzga en último término por sus consecuencias. Incluso p a r a los utílitaristas de la norm a , puesto que la «bu ena norma» sigue esta nd o para ellos en función de estas consec u e nci as. Pero segú n Kant dicha calidad se cifra antes en la actitud de la vo lu n tad - la c ual ha d e ser una «bu ena volu ntad» , gutes Wille- , que h abrá actuado sólo por deber y no por espe r ar es to o aquello de su actu ación, es d ecir, por inclinación. Max Brod se permitió rompe r la promesa hecha a su a m igo Franz Kafka co n la publi cación de El proceso y otros manuscritos: éste fu e un gran tri bu to a la li te rat ura pero u n flaco servicio a la ética . El deber, en conclusión, es la necesidad de actuar por resp eto a la ley (Pflicht ist die Notwendig-
k ei t eine r Ha ndlu n g au s Achtu ng [ürs Gese tz) (Grundle gung, Ak. IV, 400). Esta «necesidad» no es otra que la impues ta por la razón a la voluntad a
priori del objeto de és ta. «Ley» , por lo demás, se re fiere es tr icta mente a la m áxima eleg ida, pero que val e r igurosamen te para todos: ley moral. Otr a cosa es , recon oce Kant con realism o , que la acción por deber pued a tener tambi én un móvil oculto en la inclina ción (ib., 406 -407 ), co mo apunta ra ya La Rochefoucauld en sus m áxim as y com o sos pecha de si mi smo el buen ju ez Cla men ce, en La chute de Camu s. Pe r o es o hem os dicho ya que nos es tá privado conocerlo con ce rteza (1, 3; II , 1). Lo impor179
t an te, con to do , es tomar nota de un concepto d~" " d eb er que no se d"edu ce ñ¡-d~p::e-~of"de-=ñ·i,~n -bten»o realídád-ailtenor al hecho de la volu ntad: es es ta mi s m a , dete rmi nada po r la r a zón: la " qu e crea una necesidad d e a ctuar que llamam os «d eber ». Es ta neces idad la ha puesto, p ue s, la sola voluntad autónoma del sujeto. No es extra ño, así, que en una o b ra post erior. la Critica de la ra zón pr áctica , el a u to r se d irija a la id ea del deber no sólo para re cordar que form a parte de la «ley fu ndamen tal de la razón pura prácti ca » (Desc ripción de los principios, § 7), sino para d edicarle un elogio co ntinu ad o , a pesar del alto coste que el deber representa . És te se opone, por definición , a los goces de la vida, a los movimientos del corazón e in clu so , s i proced e a veces, a la mera confo rmidad con el deber. Debe r, re petimos , es la obligación de a ctuar por la obligaci ón ' mi sma creada por la r azón: «por deb er» y sólo eso. El precepto de una acci ón oc urrida por respeto al deber ti ene, d e es te modo, un carácter «sagrad o » (K.p. v. Ak. V, 85-8 6) Y r eviste toda «m ajestad» (Eh nvü rdigkei t): «La majestad del d eber no t ien e nada que ver co n el goce de la vida; tiene aquélla su ley propia y también su trib unal pro pio, y por m ucho que se quis iese sac u dirlas junta s para mezcla rlas y darlas, por decirlo así, com o m ed ica mentos a l alma en fer ma, pron to se se paran, s in embargo, po r s í mi smas » (ib .• 89) . Sobra d eci r qu e estas pa labras y una ética d el deseo, ética «m ate r ia l », al decir d e Ka nt , se repe len mutu amente (Ross . Kant s Bthical Theory, 84-85) .
LA ÉTICA KANTI ANA Y LA SENSIBILIDAD
Kant , al igu al q ue lo s an t ig uos estoicos, h ace p r eval ecer la vir tud - la pr áctica con t in u a da d el deber, en este caso- sobre la aspiración a la felici180
dad . S in em bargo, el formalism o ét ic o kantiano desca rt a la feli cid ad a un de los efectos mi s m os de seg u ir la vir t u d , co m o se r eco ge en la m o ral estoica . Ma rco Aurelio, po r ejemplo , cree qu e la rectitud de los ac tos n os ac erca, por d emás, a u n ord en s u per ior de felicidad . Nada de es to encontrarnos e n e l fil ó sofo a le má n, qui e n ext re m a la a u to nom ía d e la voluntad r aci onal respec to d e los móviles y de las consecu encias sens ibles del ob ra r; que una mayoría de autores asocia n a la idea de felicida d . Ello se debe a que la bue na voluntad d el hombre moral obedece al puro im perativo d e la razó n , m ientras que para la St oa ---co n la d isconfo rm idad d e Séneca- la recti tud del sab io p rovi en e, en ú ltimo t érmino. del conocim iento de la necesi d ad n atu ral : la s pa siones ya eran, pa r a Zen6 n , «co nt ra naturaleza » (R eich, Kan t) . ¿E n qu é lu gar queda la se nsi b ilidad en la ética del debe r ka ntiana? Ciertamente ape nas oc u pa es pacio en ella. Otra vez reaparece el esque ma transc end ental qu e divide lo se ns ib le y lo inteligible. Una facu lta d ape titiva o de Desear -y la voluntad pe rten ece a ella- que se pusiera bajo el mand o de lo primero (eapetito se nsible ..), es decir, de la facu ltad d e la in tuició n sensible, ordenarla la volun ta d por inclinaciones. Regida , en cambio, por la facultad intelectiva o de Pensar ordena por un elemento superior - más «activo », men os «recep tivo s-e- del co nocer, com o es el Enten dimiento , en co n traste con la Se ns ibilid ad. Hay, pues , un desear de ord en también supe r ior y és te es el q ue se rige por la razón, ac tividad suprema del pe nsar, y sólo se rige por ella. Justamente por h aber eludido lo «sens ible» en su d eterm ina ció n pue de el desear d e la volunta d - ahora ya «In te ligib le» o racional- r eclama rse de u n a ética del debe r. De m odo qu e deber y sensibilidad son incom patibles. P er o son radicalment e «incom pa tible s » en cu an to a la determinación de la voluntad, momento 181
inicial y d eci s orio d el qu er er con cali ficati vo d e «mo r al». Es o qu iere d ecir que n o se descar tan otras posibles funcio nes de los sentidos en la moral. Por lo pronto, cabe en ésta un sentimiento (Gefühl) , si b ien el ú n ic o aquí ad m isible: el s ent im iento de respeto (Achtung) al deber, o se ntimiento de la moral ante sí misma. Kant matiza que no se tr ata de un afecto "oscuro» o re cib id o p or influjo, sino de un «sentimiento producido espontáneamente por un con cep to d e la razón [el de b er] y, por co n s ig uiente, e sp e cí fi ca m en t e d if ere nte de t o dos los d e la prime ra especi e, lo s cuales p ueden r eferi r s e a una in clinación o a u n temo r " (Grundlegung, Ak. IV, 401 n). El respeto moral es u n sentim iento que sigue a la razón; no le antecede, n i menos le abre paso, como sosti enen autores em p iri stas (K.p .v., Ak. V, 38-39 , 85; G ómez Caffa ren a , «Respeto y u topía », 259 ss .: Krueger, Ph ilosoph íe, 220 ss .). En un sentido más general, la sensibilidad est á presen te de modo ím p ltt ico en la ética kantiana bajo dos formas de ne ga tividad. La primera, como conjunto d e móviles y d e p rincipios que h ay que neg ar explícitam en te para afirmar y dem ostr ar los pr in cip io s de la razón y el móvil del deber subsiguiente. La segunda, como supuesto real que da origen (no «fundamento» ) a la existencia m ism a d e es ta rigurosa ética formal y deontológica. Si se habla de un de ber racional es porque conocemos de masiad o bien haci a dónde nos lleva nuestro deseo sensible (No es la luz lo qu e me atrae; es la sombra lo que me empuja). El mar de fo ndo de las inclinaciones - es peci alm en te de las pasiones co n tra la d ignidad- «em puja» al albedrío a d ecidirse po r la alternativa de la ley moral. Pero t am b ién la fa cultad de la intuición sens ib le está presente en la ética de un modo p osit ivo . Só lo la exper iencia se ns ible enseñ a por s í mi sma y para toda acción dónde está el objeto d e nuestros de seos y qué medios h em os 182
de di sponer para alcan zarlo (v.g., el placer) (Die Metaph ysik der Sítten, Ak. VI, 2 15-2 16). También, claro está , nos en seña a p r edeci r las consecuencias sen sibles de la acción. En ta l se ntido no renunció Kant a hacer u n a «Apo logía de la sensibi lidad» (Anthropologie, Ak. VII, 143 ss.). Mas para la ac ción moral, en part icular, cuya dependencia de lo sensib le es nula, es te elem ento está supues to y ace ptado en tanto que no sea él quien determine el princi pio moral. E l afec to d e una madr e por s u hijo o la deuda de un artista h acia su mecenas no so n «obj etab les» s i t ale s sentimientos n o se h an puesto como fundamen to de la buena vo luntad d e uno h acia otro , fundamento que reside sólo en el imperativo racional de , por eje m p lo, desvelarse por la salud del pequeño o lleva r con el segu ndo una r elación no fraudul enta. Nin gú n sentimiento ha de ser n egado si la nor ma de la ac ción en la qu e participa se erige , no obstante, sobre un fund amento racional. Así lo afirma explíci tam ente el cuarto y ú ltimo teore m a de la ética -el d e la autonomía- en la se gu n da Critica . Yo puedo inclu ir un sentim ien to de felicidad en la guía de m i con du ct a si esta guía se ri ge antes por el imperativo racional de querer tam b ién la felicid ad d e los de más, dejando, así, de regirse por la mera «inclinaci ón» (K:p .V., Ak. V, 34 35). En el fundamento o justificaci ón de la ac ción sólo pued e estar la «formal} del querer, su r aciona lidad; pero una vez cu m p lid o esto, en el objeto de la m isma ac ción nada im p ide que se conserve la «m a te r ia » in icial del q uerer, la sensi bilidad. Por donde su negación en la ética no es total, sino en relación es tr ictam en te con el prin cipio de és ta. He cha es t a precisión, la sensibilidad tien e reservado un papel su bsi d iario, pero no menos contr ibu tivo, en lo que Kant llama «me to dología de la razón p ura práctica». Esto es, en el modo d e pr oporcionar la entrada de u na objetividad ética en la subjet ividad y án im o de cada uno. Pues
da d tiene qu e tener tanto m ayo r fuerza en el corazó n humano cuan to con m ás pureza se exponga » íib., 156). Para lleva r a cabo es te paso no sólo hay que p ro curar h acer una natural ocupación d el cond ucirse mediante el ju icio bajo leyes mora les : decidi endo con for me a ellas y. sie m pre, por ca us a de ellas (por «d eber»}, Tam b ién resulta im presci ndi b le p ara la m etodología é t ic a ex pe r im e n t a r u n interés cierto tein gew isses l nteresse ) hacia la s acciones étic as en sí mi smas. ¿Cóm o es esto posi ble y válid o en el raci onalism o kantiano? Kant responde a ell o con la afirmación de qu e la cu ltu ra derivada d e a qu el primer ejerc ici o d el m étodo m oral -el juici o moral soste n id o- tiene qu e producir, en la razó n mi s m a , es ta clase d e interés. Más aú n . la ra7.6n práctica tom a rá u n cariñ o po r sus objetos superior al de la razó n teórica o co noci m ien to cie ntífico POI- lo s suyos, « . •. por que s6 10 en ta l orden de co sas [en la rectit ud m o ral] pu ed e hallarse b ien la razón co n su facu ltad de deter mina r a priori, segú n p rincipio s. lo que deba ac o ntecer» (ib .• 159· 160). E n cu alqu ie r caso , nosotros acaba mos po r amar (w ir gew innen endlich das lieb ) tod o aquello q u e nos hace sentir el am p lio uso de nu estr as fa culta d es su pe ri ores d e conocim ien to . Y aquello qu e m ás fomenta este u so es. indudablemen te, dicha recti tud moral (loe. cit .). De nu evo aqu í la sup remací a kantiana d e la práctica sobre la teoría. La se ns ib ilidad , aunq ue la d e o r ige n racion al. tien e gan ado un pues to propio en el desarrollo m o-ral de la pe rs ona (Tugendhat, Problemas , 99 ss .). E n cuanto al placer de los se ntidos externos, en particular (te ma d el libro segundo de su Antropología ), represe nta pa ra Kan t u na expe rienci a de nul o valo r en el fu ndam ento de la ética (Teorema I de la Critica de la razón prácti ca ) y d e dudosa cred ib ilid ad - po r a m b igu a- incluso para una m o ral eg oís ta. Pues és ta es capa z d e d esaprobar objeto s agradables (el qu e n o s procura. po r ejem p lo. una «a le grí a 184
a ma rga s) y de a probar, al m ism o tiem po. objetos de. sagradables (como el que nos ocas ionarla un ..d ulce dolor ») (Anthropoíogie, Ak. VII, 237 ss.). Para m antene r viva, de otro lado, la faculta d sensible, el maxin/mu d e u na se nsación agradable d ebe ser dec idida . mente re h usado. Además de no dar pri nci pio ét ico alguno, la sa tisfacción absoluta de los sen tidos no conviene ni s iquiera al hed o n is ta más obst inado. Pa ra es te ú ltimo la justificaci ón de tal reserva v.encida a s er, ~egún Kant . s im p lemen te p ragm áttca . No se .reh usa ~l p lacer por segu ir un propósito de abstenci ón est OICO (Sustine el abst íne ), s ino - si. gu ien do m á s bie n u n «refi nad o propós ito ep icúreo ».- pa ru te ner en perspectiva siem p re un goce crecreare. ; E~t a econo m ía - agrega- co n el cap ital de tu senü m íen to vita l te hará re almen te m á s rico con el ap lazamiento del goce, aun cu and o a l tér mino de tu vida debas haber re nu nciado en gr a n part e al uso d el mism o » íib. , t 65).
2.
La obligatoriedad moral
O BLIGACIÓ N EN UN S ENTIDO MO RAL
Hay ~ na di versidad de deb eres que a m en udo se co ntr adi cen co n nuestros deseo s. Los deb eres mom ies ? e ver:acidad , ? e fid elid ad a las promesas o de be neficencia , por eJ.em plo, difícilmente pu ed en pon ~ rs e s ie m pre b a jo el p r i n ci p io d el a mor a sí mi sm o . E n La república , Plató n sostiene va r ias veces que sólo el ho m br e justo pued e se r feliz . El ti. r ano ha sa cr ificad o su debe r de ser justo a s u deseo de se r podero so , lu ego no puede ser feliz. El deber d~ jus ti ci a ~e no s p resenta a q uí co mo independ iente también d el principio de un a mor p ro p io . . La Incompatibilidad en tre deb er y deseo se en. tiende m ejor cuan do se admite que tod o deb er moral comport a en su s propios términos una fun ción 185
de obligatoriedad para la acción q ue de scribe. En' una palabr a : q ue tod o deber obliga a la acción que formula . El deber de justicia, por eje mplo, traba o liga nues tra vo lu ntad - o bligaci ó n es ob-ligatioh ast a hacerla co rresponder a su máxima med ia nte el desarrollo de una decis ió n: d e u n a acción just a . Sentirse o estar o bligado por un deber es lo mi s m o qu e sent irse «tra bado» o «ligado» por u n ac to futuro determinado. S in em bargo , hay que añadir in m ed iatamente que esta atadura que com porta todo deber m oral no exp resa m ás que la oportunidad de hacer o no hacer una ac ción d e un cierto modo - po r deber- , sin q ue nada n i nadi e, fuera de nosotros mi smos, nos d etermine a ello. En la obligación moral no se ex presa u na n ecesidad p roveniente d e la natur aleza o de la sociedad (co acción ). La necesidad q ue co nstituye tod o d ebe r (IV. 1) y, co n él. toda obligación moral, es , por lo pro n to . en se n tido figurado; puesto que «tener que» hacer lo correcto y evita r lo inc o r recto n o eq uivale a «es t a r forzado » a ello. Puedo. e n r ealid ad . actuar d e m odo diferent e a co mo mi deber di s pone, au nque es ta di sposición se acompañe d e una obligato r iedad. La n ecesidad m o ral, a diferencia d e la «n a tu ra }", m ás claramente , puede dejar de cumplirse. dado que se in scri be en la libertad de la voluntad. Po r eso mi sm o la primera puede dar pa so a una ob ligación y la segunda no . Lo que se da por necesidad es tr icta no «obliga » a nada. Decir lo con trar io serí a tautoló gico . Só lo «ob liga» lo q ue pu ed e dejar d e cumplirse alguna vez . Al ha be r pe rd ido la vista , d igo que ten go la necesidad de dej ar de pintar; lo mismo que al am enaz árse me d~ m uerte in med ia ta. Pero és a no es un a n ece s ida d m oral, com o la q ue se es tab lec e cu an do m e libro a dar lo mejor de m í m ismo en m i p in.t ura. Po~que sólo e.n casos co mo és te es posible y tiene se n tido tr aducir necesidad por ob ligación. La n ecesidad moral tiene 186
así que exp resarse co n un imper at ivo lib rem ente dado por nosotros. La neces idad no moral, a l re chazar u n se ntido de obligatoriedad, no pu ede, en cam b io, presentarse en nosotros co n la forma de un imperativo . Se nos presenta . tou t el coup, co mo una imposici ón. Es ta n ecesid ad no moral n os d etermina impositi vamen te y po r eso decimos q ue excl uye el poder ha blar en un sen tido ge n uino - ligándo la a la voluntad- de la «obligatoriedad » d e una acción. Si he prometido no volver a p isar la casa de alguien. pero un estado de sonambul ismo o tener que recoger en ella a un en fermo grave me fuerza a ello , se d ifu mi na entonces la pe rspecti va de se n tirme obliga d o ante mi promesa, porque no he pod ido hurtarme a la n ecesidad interpuest a en m i libre n-a yec to . La obliga ción moral n o se corres po nde co n ningu na in terposición de este t ip o . Creer, p or lo c.ont rario, que d epende de una necesid ad imposiuva es un abs u rd o en lo s propios término s. Más a ú n : u na obliga ci ón moral se d efine p or h aberla ex cl u id o expresamente . La úni ca n ecesi dad qu e nos «obliga» es aquella que encontramos tan s610 en el d eber moral; y no a pesar. s ino por causa , ju stamente. de estar en n uestra m ano poderla que brantar. Pero no sólo la determinació n impositiva, se a por necesi da d na tural o coacción social, imp id e dar se ntido a la obligatori edad mo ral. La ignora nci a , lo mi smo que la fa lta d e la libert ad del querer ta m b ién no s lo pr iva. No p ue de haber exis tido obligación en se ntido moral para aquel poblador solí ta rio d e la montaña , sin m edi os d e in fo rmación a su alcance, que es ahora acusado de de serción en un país en p ie de guerra. Si la ignorancia es in evitable, com o prácticamente en este caso , se a nu la la ob ligaci ón étic a . Ahora bi en , si es evitab le, la p ers ona sigu e es tan do bajo el requerimien to de actuar d e un modo y no de otro. Si este mi smo ro b in só n 187
ha huido en las vísperas de la movili zación, precísam en te para de sentenderse de una in m inente llam ada a las armas , pued e acus arse en su co nciencia d e h aber faltad o a la obli gación , impuesta por u n deber moral, de co ntr ib u ir lo m is m o q ue todos a la defensa. Desde u na perspec tiva d iferente ya a la ética del deb er. algunos autores -c-casu ís tas y u tili taristas, principalmente- p iensan q ue además de la ign orancia y de una posible falt a d e libertad ~ay otros m otivos que no s eximen de obrar por íntim a obligación. És tos so n, ge nera lm ente. la s «b uen as consecu encias » qu e se derivarían de eludir lo que sab ía m os d e a nte mano que era nuestra ne cesidad moral. Para segu ir co n el ejem p lo : s i e n lu ga r d e poner m e lib remente a di sposici ón de lo s míos en caso de gu erra, deci do, sin m ayo re s p erj uici os colec tivo s, permanecer a l cu id ad o d e va rios niños que me soli ci tan . Desd e cua lq u ier punto de vista la s cuest io nes que primeramente se suscitan ante el .co.ncepto de una obligato ri edad m o ra l son el conocm uento de lo que p ueda ser nuestra obligación y, a su ve z, el fundam ento en que rad ica ésta . ¿Es s u raíz verdaderam en te autónoma o "heteró nom a », depe ndiente de al go ajeno a la propia razón d el s ujeto? Sabemos dó nde ha s ido pu est a n uestra obligación -en la razón o fu era de ella- ¿p or n uestros p ropios m edi os, o gracias , en cambio, a las leyes y las costu m b re s? P roc u r a r e m o s res p o n der a todo ell o e n lo que q ue da d e este capítulo IV. Con estas dos cuestio nes está im plicada también la cue s tión clave y decisiv~ para la vida moral m isma , fonn ula ble en los t érm inos de por qué se ha d e se gu ir del conocimiento de la obligación d e u n acto la realización , en co n secuenc ia , de tal clase d e ac to . ¿Por qué hacer lo que «ten em os que » hacer ? La filoso fía moral remite en es te caso a la moral vivida p ara responder que esto se d a así d e h ech o, p u esto que obli gación im p lica ya neces id ad d e 188
cierta clas e. S in em ba rgo , la mi sma ex pe r ie ncia m o ral n os mues tra que no siempre, n i much o men os, que sa bemos lo que «tenemos q ue » ha cer lo hacem os fin almen te. «Pe ns ar» y «r ealiz ar » la obligación moral se prese ntan , es ciert o, en u na acció n co n tin uada, p ero d escubrimos ya. cuand o se la ha faltado . que ambos pasos no cons tit uyen , en rigor, el m~smo acto. La ética reconoce en to nces, por 10 co ~ u~ - y pro nto tam bién id en tificaremos a lguna p o si c i ón a l resp ecto-e , qu e el d eb er m ismo no «pone» , ciert amen te, el hacer, pero s í lo exige. Las di versas posicio nes éti cas girarán al rededor de la n a turaleza co nced id a a esta «exige n cia ». Por lo ta nto , a l ser obligarse y cu m plir lo obligado actos di s t in to s, au n qu e ge neralmen te simultáneos p or exigencia de l primero al segund o, hem os de a dm itir que en. la posi ble ren uncia. por parte de algui en. de lo debido que la m oral pre gona , ésta no tiene a continuación más recursos ni fin es di suasorios que la pura desaprobación a n te la fa lta man ifes tada . Verbigracia : «r iéndome en s u m isma car a», d ice Kant , fre n te a l q ue m e está min ti endo (K.p. v. , Ak. V, 35). O retirándole m i amistad , nada menos. Pero no es tá en la tarea de la ética in tervenir aquí con fines y medios policia les : hasta ta nto no alca nza su o rden obliga nte. La ética no tiene capacida d pa ra forzar a nadie a su obligación. Pues ella se refiere, en fin , a la moralidad del deber, qu e atañe sólo a la volun tad . y no a su Ils ícid ad -p. e.• en la res istencia de hecho al debe r- , en donde lógicamente la razón y la co ncie ncia se han de ver im potentes . An tes d e pas ar a cons iderar la o bj et ividad de u n a o bligator iedad ética, y al hilo de lo anterior, procede h a ce r u na brev e m ención del cas uísm o mora l. Se trata de u na doctrina que parte d el su puesto d e qu e n o siem pre es cla ra o via ble la aplicación de una obligación de esta clase . Por lo que, se gú n sea el caso, habrá q ue so rtear a veces este escollo y el de un s ubsigu ien te con flicto entre debe189
res mediante el seguim iento de excepcio nes, previa acla ració n, a la reg la del d eber, s in po r ello, no o bstante, ha ber tenido que d ejar de ser éticos en nues t ra ac tuación. Este criterio d e ev iden te com p lejidad ha s ido a m pa rado his tóricamen te por la teología moral de los jesuitas. La ética, segú n ella , no es como el d erecho. Nos pide decidir en cada ocasión la fo rma y la oportu ni dad misma de ap licar la no rm a d e co nd u ct a , ca s u is m o que no a fec taría tanto a las no rmas d el derecho. In icia lm en te se pret end ió su pera r co n esta clá usu la la tensión ex istente entre los r ígidos principios escolásticos y las s ituac iones co ncr etas, cada vez más necesitadas d e u n tra to «h uma n is ta » por imperativo d e la é poc a . S in embarg o , el n ue vo métod o co nd ujo a un fo rmulism o del d eb er su pe r io r a l criticado, pues las normas y sus excep ciones se multiplicaban hasta el número de los casos. No se hi zo esper ar la d ur a crític a de Pascal en sus car tas, Les Provinciales (1656), acu sa ndo al casu ismo de «a bom in able doctrin a d e la probabili dad » (Oeuv res, 942-943) que relativiza el vigo r y el rigor propio s de u na ética. Más b en igno, pero no m e n os r et icente , Kant ad ucía que aq uélla no es ta n to una cie ncia --co mo pre tende- que enseñe a enc on trar a lgo , «cu an to u n ejercicio por el cual se aprende cómo la verdad d ebe ser buscada» (Tugendleh re, Ak. VI, 41 1). Ya hab ía dicho a ntes es te autor que para saber cu ánd o un caso cae o no d en tr o d e la norma que n o s o b liga es m enes ter tan só lo aplicar nuestra fac u ltad d el juicio (III , 2). Parecidamente es ta función la hab ía reserva do Aristóteles a la «recta equ itatividad » (Et. N íc ., libro VI) q ue permite lleva r a lo co ncreto la u nivers alidad de la norma . Así es qu e el exa men particu la r d e cad a caso , exame n que un mundo ca da vez m ás dúct il e in fo rmado n os demanda , pa ra pon er lo co ncr eto al mi sm o tiempo en rela ción co n lo que el d eb er n os 190
d icta h acer, es alg o q ue n o ex ig iría d esde o t ras p ers pectivas de la ética , ha cer d e ca da m om ento d e la d elibe ra ci ón mora l u n a sesió n de barroca cas uís tica.
CA RÁCTER OBJETIVO DE LA OBLIGACiÓN MORAL
El . racionalismo ético kant iano, postula n te d e u n p ri mad o d el deber sobre la astuci a , extien de la r.;tzon pu ra has ta la volu ntad que pre cede a la accU;Sn. De esa autonomía (respecto de otros móviles e m tereses) de la vo lu nta d, por obra d e la razó n , ex trae Kant <:1 fundamen to mi s m o de la ob ligació n m oral. Nece sidad qu e al m is m o tiempo co nocem os en la forma de im perativos de la razón , qu e son todas. las máximas o r eglas qu e se da una vol un ta d racio nal . Es t.ar moralmente obligado equ ivale a tene r la nccesl d~d, objeti vam ente, pu es, justificada , de actuar alguien de una man er a det er m inada, y qu e otros, en base a la mi sma jus tifica ción -racional , com.o . hemos d ic ho - , s e 10 pued a n mor al men te ex rgrr; Ahora bien , los huma nos , po r sens ibles además de racionales, no albergamos u na relació n de co ncordancia «necesa ria .. en tr e las m áximas de la volu ntad y la au to nom ía de la razó n . Ha ría fa lta para ello t e~er una volu n ta d in con ta m in ada de egoísmo y pulslones: una volun tad santa . Puesto que no es a~f, en los humanos aquella relación de co ncordanera se presen ta co mo «co n ti ngen te », y es por ello qu e sólo los que p ued en deja r de ser raciona les en su ~~isión se a plican el conc ep to de deber para su d eci si ón . As í: «La d epe nd enci a d e u na vo lu n ta d que no es a bsolu ta men te buen a respect o del p rinc íp IO de la au to nomía es la obligación (die Verbindli~hkeit) l> (Gnmdlegung, Ak. IV, 439; Sande rmann , Moral , 6 1 ss .) . A p a r ti r d e a h í la o bligació n SIen ta la «n ec es id ad obje tiva » (ohjektive Not wen-
n,le
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digkeit) de la acción, y es ta necesida d de la acción, p or de más objetiva (procede de la r azón ), es a lo que llamamos «deber» (loc. cit.) . Una obligación ~e fu n damento raci on al es ob jetiva porque al eludir otros principios - los de la sensib ilidad en general- adquiere inmediatamente validez universal. Lo que me obligo a h acer p or la razón vale también para los otros seres racionales: «... es propiamente un "querer" que vale para todo ser ra cion al b ajo la condición que en él la razón sea práctica sin Im p edim en tos » (Kant, ib., 449). Ot ra cosa es , añade sutilmente Kant, cómo y por qué (o en punto a qué «interés») otorg~ren:?s más va lor a esta co nducta moral - la obligación por fundamento racional, luego uni7'ers~l y «objetiva»- que a cu alquier otra determinación que se pr ecie igualmente de ser moral. P~ro aquí la étic.a deb e reconocer tam bién su limitación, pues a la CItada cuestión ( .. . no podríamos darle ninguna respuesta satisfactoria» (ib., 450). La razón no p~ede decir cuál es el motivo por el que tomamos un ínterés por ella misma . De dónde vie ne, pues, que la ley m oral obligue, más allá de la razón que nos explica la obligación en sí m isma, es algo que no acertamos a comprender: llegar íam os sólo a acertar su comprensible incomprensibilidad (ib. , 463). Ésta es la conclusión, al menos , de la obra en que Kant descr ib e el fundamento de la ét ica. Que al h om br e le resulta imposible explic arse có mo y por qué le interesa, a fin de cuentas, la m oralidad. La respuesta a este enigma se contiene en la se gunda Critica. No será, cier ta mente , la pro pi ~ r azó n la que se justifique o se ofrezca a sí nlls~a como m óvil y modalidad ú ltimos de nuestra pleitesía ante u n a vida, co n la ley moral al frente, que lleve su signo. Tampoc o hasta tal grado d e viciosidad alcanza el racionalism o kantia n o . S in emb argo, sí es ella medio p ara descubrirnos por qué y cómo nos obligamos a la moralidad. La razón, en 192
su uso práctico - en la ley moral que todo hombre medianamente racional tiene a su alcance-, es u n h ech o de conocimiento que nos descubre (y sól o él puede hacerlo ) su pr opia co ndición en la libertad (Freiheit), ya que no tien e sentido obli garse m oral mente a algo sin d isp on er antes de la capacidad de elegir h acerl o . De forma que" ... la libertad es sin d uda la ratio essendi de la ley moral, pero la ley m oral es la ratio cognoscendi de la lib er tad » (Kp. v., Ak. V, 4). Sólo después de obligarme descubro que soy libre, pero sólo gracias a que soy libre he podido obligarme . La misma Crítica de la razón práctica completa la id ea de «o bligación moral» int r oducid a en la Fundamentación. Pa ra ello recurrirá Kant a dos argumentos: la explicación de di ch a idea desde u n punto de vista lógico-n or m a tivo - la esencial- y la explicación dentro de u n or den psicológico-descriptivo . La p rimera se enc uentra en la exposición del cuarto y último teorema de la razón práctica (el de su autonomía) . Si lim it o - escr ibe- el contenido de m i m áxim a de acción a la forma de u na ley, actuando , en suma, n o p or inclin ación, sino por de term inación racional, p ro porciono con ello un a universalidad a la regla que me ha guiado: lo que he qu er id o p uede n quer erl o todos. P ues b ien , de la universalidad m isma de la máxima limit ada a ley se deriva su obligatoriedad para la vo luntad : {( ... y de esa limitación, no de la adi ción de un impu lso exterior, p udo só lo surgir lue go el concepto de la obliga-
ción» (ib., 35). J un to con esa argumentación somete la explicació n de có mo surge este concepto a la d escripción , ahora , d e la dinámica de la volunta d moral. Es ta descripción tiene dos momentos . El primero se refiere a la obligación co m o exigencia ob jeti va de concordancia en tre la volu n tad y la ley práctica o moral. Y ello se explica del siguiente modo . La relación de la volu ntad con un a ley p ráctica es inne193
gab lemente la de una dependencia de aquélla con és ta, dependen ci a a la que llam aremos ju stamente «obligació n». Tal rel ación es , sin emb argo , sól o admisible en se res r aci onales hu manos , pues u n ser racional puro lógicam ente no mostraría ni nguna depen denci a: su voluntad coincid iría siem p r e con la ley pr áctica . Pero és te no es el caso del h ombre , que llega a es ta concordancia desd e u na relación de cont ingencia en tre la acción volu ntaria y su ley práct ica . Por lo tant o, en nosotros, la re laci ón de obligación ha d e encerrar ad emás en su concepto u na exigencia o compulsión (Notigung) d e la volu n tad para ac tuar fina lmente según la ley mora l, no a causa de o tro s acechantes m otivos y por muy a disgus to que la acci ón se ejecute. Esa compulsión del querer hacia la ley -c-eun a coacción interior (i n nerer Zwang ), au n que int electu ale-c- ya no es, pues, p or 10 expuesto , como cualqu ier exigencia arbitraria para actuar de un m odo o de o tro (ib ., 32). El seg un do m om ento - descrit o ya fuer a de la Teo re mática- se r efiere a la ob ligación como exigencia subjetiva que a través de la intención o actitu d interior (Gesinnung) t iene el sujeto moral de conducir su volunta d a la m isma «concordancia» con la ley pr áctica. Ello se cumple siempre que ac tuamos no sólo en confor midad con ella - h a st a aqu í la concordancia se ria aparente-e, sino por ín timo y as umid o respeto a ella . El respeto (Achtung) a la ley moral es la única determinación posible d e una vol untad moral, y ésa en el fon do ex igencia subjet iva es otra d e las causas que nos p er miten h ablar de u n a o bligaci ón mor al. «El con cept o del deber exige, pues, a la acció n objetivamente la concordancia con la ley, pero a la m áxim a d e la acción, subjetivamente , el respeto h acia la ley, como el único m odo de deter minación de la voluntad por la ley" (ib., 81) (IV, 1). . «Deber» y «obligación » son en cualquier caso las ú n icas d enominacion es que h em os de dar a la 194
relación de la vo luntad con una ley práctica d e la razón (i b., 82). H emos ex p lic ado el cómo y por qué de esa relaci ón ; p ero de qu ién y para quién surge , la raíz y el se n ti do últim os de la ca usalidad d e la obligación y el deber, son, d ice Ka nt, del hombr e m is mo y específicamen te para s u persona lidad (Pers ónlichke it) . La ética d el d eb er kan tiana no es una ética d e la «razón raciocinante ») , p or as í d ecir, sin o de la razón personal, prod uc to y product ora a la vez d e la p erson alidad , el éthos sin el cu al no tiene se ntido ningun a ética (11 , 2). La p erson alid ad eleva al h ombr e por encima de sí m ism o - de su mundo p asivo e irracional- , enlazá ndolo con u n orden de cosas que sólo el ente ndimiento puede pensar. Es to es, co n las cosas b aj o una ley d e lib ertad o naturalez a moral, «todo de tod os los fin es » (ib., 86 -87 ). Toda la objeti vid ad que p or sus causas hem os atrib u ido h asta ahora a la ob ligator iedad moral co n cluye, p ues, en esta su ( raíz» (Wu rzel) u «origen» (Ursprung ) q u e es la cu lt u r a de la p ersona . Ahora bien , és ta no es u n a insta ncia amoral, ni siqu iera p re-moral, sino plen amente é ti ca, p orque la p ers on ali d a d - a ñ a d e in me diatamente- no es más qu e la li bert ad m isma , 'en su sentid o negativo de «independencia d el mecani sm o de toda la n atur al eza » y positivo de «facultad de un se r qu e es tá someti do a leyes puras p r áct ica s p eculiar es, es decir, dadas p or su propia razón» (ib. , 87 ). Véa se, p ues, que la «raíz» de l de be r c o incid e, com o decíamos an t er-ior mente , con el fundamento en p ri n cip io a él atri b u id o : la libertad. La ética del deber es una ética de la razón «personal» fun dada en la libertad. Es cierto, co mo se pod ría repro char, qu e el raci o n alis m o ético que estamos d es cribiend o imprime a la moral u n se llo rigorista. Pero en es ta su expresió n más severa el deber no tiene tan to que ver co n el gratuit o «escrúpulo», inca p a z d e dar obligación obje tiva , cuanto co n la p osib ilidad r a zo195
nada del heroísmo, ya que no de la sab iduría y d e la santidad, inalcanzables para lo s sere s no p u r a mente racionales. Hero ísm o , máximo alcance posible de una perso na lidad mo ra l, fue, po r ejemplo, la re sistencia del general Vasile Milea, bajo amenaza de muerte, a d isparar so b re la población civil en los hecho s de Rumanía de 1989. O lo que manifiestan, pasando a la ficción, tantos personaj es de la obra dramática de Schiller, desd e Don Carlos hasta Guillermo Tell (recuérdese su monólogo en la cárcel sobre la libertad), incluyendo la Lui sa Miller d e C ábalas y amor, que se re siste , en su d eli cadeza , a obedece r la fuerza ex terior. Con t odo, claro está, una ética del deber no implica necesariamente u n rigorismo heroico. A di ar io , por ejem plo, se nos habrá p resentado a n tes la alt ern ativa en tre algo tan común co m o decir la verdad y algo tan fr ecuen te como deci r u na m entira. O BLIGACIÓN MORAL Y OBLIGACIÓN JURÍDICA
Un ejecutivo, por eje m plo, ha de despedir, por impo sición reglamentaria, a un viejo amigo suyo de la emp res a do nde trabaja. Pero decid e no hacerlo , por considerarl o irrespetuoso con éste. No se ha cometido, baj o es to s té r minos, n inguna falta «moral», pero sí una falta a la obligación «legal». Pero veam os otro caso . Los dirigentes de u n partid o prometen reducir los gasto s en armamento si aquél ga na la s elecciones parlamentarias. Finalm ente accede al gobiern o y, lejos d e lo dicho, se aúna con la industria de gu erra para incrementar el gasto en cuestión. No hay ahora u na falta legal o ju rí di ca , sino clarame nte moral: los po líticos han defraudad o a sus elec tores mediante el incumplim ien t o de u n a pro m e sa . P uede haber, p u es , u n co nflicto innegable entre la obligación de t ipo legal y la de tipo m oral, como ya se expresa en el drama 196
de Antfgo na entre la lea ltad al rey y el respeto ha cia el hermano. O en el in terrogante que se le presenta a Sócrates, en el primer lib ro de La repú blica: sabemos que la s armas qu e hemos prometido devo lver van a se r usadas co ntra la legalidad , ¿qué ha cer en est e caso? ¿Son radicalmente di sti ntas, como parece aquí, ambas clases d e obligatoriedad para la voluntad? No obstante, a poco que reparem os en ello salta n a la vist a los rasgos p ri meram en te «en común» del de ber, según dic hos do s tipos de constricción. Por su forma, la obligaci ón ética y la ju ríd ic a se pretenden justificables objetivamente, más allá d e toda arbitrarie dad. Con ello aspiran igu alm en te a la u n iversalidad y necesidad d el deber: lo obligado es exigible y lo es para to do s. Asimismo , ro mper la obligación es calific a do en ambos órdenes como una falta, con u na imput ación de culpa a su autor y la subsiguiente sanción. De otro lad o, en lo relat ivo a su función también so n similares las dos clases de obligación . Ambas existen , por lo pronto, para pautar nu estra co nducta global. A la vez están concebidas como u na especi e de necesidad no natural que apela en últi mo término a la conciencia y a la respo nsabilid a d personales . Acep tan , justamente, qu e la necesidad nat ural es uno de los factores, si no el único, que im pide su cumplimien to no r mal. Por último, el tipo de coerci ón no na tural que rep resen tan la s convierte de su yo en obliga. ció n violable. No hay que cu mplir la ley mora l o la ley civil «inexorablemente»: está en n uestra posibilidad desobedecerl as. Kant tu vo en su favor la d istinción entre los verbos sallen , deber en sentido subjetivo, y müssen , deber objetivo, que se recoge en la lengua alemana , para r econocer d iferencias s u bstanciales, fi nal m en te, entre la obli gatoriedad moral y la de tipo legal. En la Meto dología d e la razón práctica, al final de la segu nda Crítica, se opone tajantemente la le197
gali dad (Legalitiit ) d e una acción a la m o ra lidad (Mo ralitiit) de u n ac to , que compe te ú nicam e n te a su actit u d -Gesinmmg- . o «m á xim a » por la cual se ha p r o n u n ci a d o la voluntad (K.p . V., Ak . V, 15 1). Por eso, dice re petidas veces , la mora lidad de una acción se m id e por la co inci denci a d e s u m áxima co n u na ley, e n tanto qu e la legalidad de la misma se r ige por la co ncord a ncia, ahora, entre acci ón y ley, inde pe nd iente m e n te de la act it ud in t erior (Sande rm ann , Die Mora l, 235 ss.) . Si una acción no ha s ido im peli da por ese fac tor inter n o todo lo más que podemos decir de ella es que h a r evestido legal idad -cu m p le con la «let ra » de la Icy - , pero no moralidad, que exige tener en nosotros p re se nte el «espü-it u » (Geist) de la ley. Po r eso , también, lo que s ucede e n n uestro in te rior cuando prescind imos de ese m óvil, en una palabra, del respeto a la ley -c-eaparece r inevitablemente en nuestros propios ojos co m o in digno s s-c-, no tiene ocas ió n d e ocurrir cu a n do faltamos a la mera legali dad, e n el se nt ido des c rit o . E n es o , e n la pres enci a consta nte de un «tri b una l ín timo » pa ra el agente, se di feren cia tambié n la acción mora l de la so lamente legal (i b., \ 52). Sobre di cha di s tinción p od em os ya co n trapo n er, análog a mente, la ob lig ació n ética y la obliga ción ju r íd ica, dependien te , és ta , de cód igos p os itivo s o «e xte rnos» de legis la ci ón . Cua nd o est amos obligados por una ley positiva sólo nos exigim os la co nfo rmidad ex terio r con ella, s in tener e n cuenta la aprobación y adhe sión in teriores, los únicos fac tore s qu e cuentan, en ca m b io , para la obligatoried ad moral. En és ta , por otra p arte. la o bligación la h a esta b leci d o el s uje to m is mo : no le vie ne im puesta . Ha d e s upo ne r una libertad d e la vol u ntad y só lo eso, que no se precisa en otra dimens ió n del deber (Kan t, Die Metaphysik der Sítten , Ak. VI, 2 1822 1). Asim is mo, la oblig ación m o ral implic a de beres ge ne r ales y soste n idos en el ti empo, mien tr as 198
q ue los de beres d e la leg is laci ón posit iva son pa rt íc ula res . de cu m plimi e nto co rto y no requ ieren, por otra parte, po sesión de ..virtud » (Tugend ) en su formulación y cu mp lim ie n to. Es te rasgo último es sólo po sible en la obligación moral, do nd e el t ipo d e suj ec ión es , co mo se ha dicho ya. intelectua l. s in a parato fís ico, yeso es algo privativo de la es fera m o ral (Tugendlehre , Ak. Vl, 41 2). Así, el cu mplim ien to d e u n d eber legal co ntra la prop ia voluntad no hace pe rder el m enor va lor a n ue s tra sujeci ó n d ebida al Derech o . Pero cum plir u n deber moral con tra la íntima intención de hacerl o - ad her ir m e a un a causa ecolog ista pa ra pe rj ud icar a l e m pres a r io q ue com p ite co nm igo-qu itarla todo va lor a la acció n realizada, de la que no se podría predicar ni nguna clase de virtud .
3.
Las r egl as morales
E STRUCTURA DE LAS REG LAS MORAL ES
Es evid ente que para expre sar la o bliga toriedad de det er minada s ac cio nes no podem os servirnos de p ro pos iciones d escriptiva s, s ino prescrtpti vas. Po r lo tanto, formul aremos, como d ecíamos a n tes (111, 2), ju icio s preceptivos m ás qu e prefere nciales o m era men te enu nciativos. La fo r m a prop ia y m ás generalizada de aquellas p ropos iciones son las reglas , e nu ncia dos que nos dicen có m o hay que procede r dentro de un d et erminado á m b ito de a cción hu m a na. Su misión es, pues. regular la cond ucta en virtu d, est ricta mente, de un u so del lengu aje e n el que se ha primado su fu nción directiva por e nci m a de su finalidad indica tiva (Ross, l.ágica, 4 1 ss.). H a st a la fi losofía d e l s ig lo XVII, .. reg la » es aquel prece pt o que se jus tifica po r su pertenen cia a un «m éto do » gene ralme n te del con ocimien to . Pero con la Ilustración es un p recepto qu e in vo lu 199
cra también la direcci6n de la vida práctica, y así se em p ieza a hablar - com o hará Kant- del u s o de reglas prácticas p ara la ética, aunqu e nos p arezca u n a exp r esi6n u n tanto redundante. Hoy, en definitiva , un ob servador de la moral tiene en cue n ta s ob re todo la s reglas seguidas en una a ccí ón fijándo se en su rendimiento, claro es tá , pero también en su formaci ón. posibilidad de conflicto con o tras r egla s , y en un aspecto aparentemente m enos «práctico» co m o e s su fundamen tación. Otros elemen tos sin duda relacionados co n ell a s, como su s motivaciones psico16gicas y sociales o sus últimas co n secu en ci as en el mundo de (os h ech os , escapan inevitablemente del dominio d el filósofo moral, que no ti en e p or qué ser a la vez psicólogo , soci ólog o y físico: su objeto es la voluntad y su tema la s r eglas mismas que ella se da. No podríamos decir que un acto - u n a acci ó n o su omisión- e s «a d m is ib le ) o quizá «rechazable» sin que lo pusiéramos al mis mo tie m p o en r el ación con una regla de con du cta que for m u le sobre aquél un jui cio. M ed iant e ella pronu nciamo s nuestra ac ti t u d ant e el acon tecimiento: si digo «estoy de acuerdo en que este r o bo no merece ser co nd en ad o » admito la regla «El robo , a ve ce s, no ha de ser reprobable». El p sicólogo lean Piaget escribe que «toda moral consiste en un siste ma de reglas y la esencia de cu a lqu ier moralidad hay qu e buscarla en el respe to qu e el individuo adqu ie r e h aci a estas r egla s » (E l criterio m oral, 9). Así está, d e h ech o, a ceptado. Ahora bien, la di scus ión su rg e «sólo cu an d o se trata de explicar cómo llega la conciencia a l r esp eto por esta s r eglas» (loc. cit .). Es ahí donde tiene que intervenir el filó sofo moral, exp lican do no tanto cóm o se originan o en qué vendrán a resultar, cu anto en qué se fu ndamentan aquellos preceptos. Por otra p arte, «regla" , en sen tid o moral , no es cu alqu ier precepto, sino aquel que expre sa un im200
p erativo o mandamiento p ara la vol u n tad . De ah í h abremos de d is ti ngu ir, primero, ent re precepto s co m o simples «instrucciones", o que nos indican sólo qué hay que hacer: «Ases óre se por el más sa bio p a ra s a li r bien d e un mal trago», «Bajen la vo z para oír al profesor », «Obedezcan la ley, si no qui eren buscars e problemas» . Y en tr e p r eceptos, en seg u n d o lugar, que verdaderamente nos mandan lo que hay que hacer, o puramente ya presc ripciones , donde la r egla moral cobra todo su s entid o directivo: «Asesóres e s iem p re por el más s a b io» , «Bajen la vo z en resp eto al profe sor», «Obedezcan la ley democr ática». Para refer ir no s a un pr ec ep to consid erado desde este último punto de vista utilizamos, por lo com ú n, el mencionado término d e regla, p ero también análogamente lo s de «no rma», «ma n dat o », «im p er ati vo », «ley» o los mi smos vocablo s de «precepto» y «pr escripción», si bi en en cada con texto se r esal tan unos en detri m ento de otro s. Es de notar, por otro lado, q ue algu n as aparentes prescripcio nes - en que consi sten las re glas morales- son en r ealidad instrucciones, preceptos qu e «ind ic an », pero no «m a nd an ) ni r egu lan directivam ente. "Da la razón a todos, si qui er es manten erte» y «La ley natural ex ige obrar m o de radam en t e » no tiene n esta última fu erza obligante, aunque lo p arezca. Generalm ente las instrucciones nos indican qué protoco lo de acción hemos de se guir p ara obtener un fin d et erminado, puesto m á s allá de la acción es tipu la da . Y esta a cción - m ed iado ra- por ell as re co mendad a es lo que Kant ni ega de raíz - com o acción, pues, no in condicionada- qu e pu ed a s er co n sider ad a nunca «rnoral» , por m ás que s us avaladores afirmen lo co n tr ar io . Las reglas jurídicas com par ten con las morales su apoyo en preceptos al go más que orientativos d e la volu ntad . También las normas del-Derecho son prescripciones; luego el ser u n m andato para la \ro-
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luntad no es un at ri buto excl us ivo d e las reglas m o rales. Aquí, d e nuevo, como al tratar el te m a d e la obliga toriedad, h abremos de preguntarnos qué distin gue una regla d e la ética de otra del Derecho, ya que comparte además con éstas su universalidad y tr a ns m is ibilid ad . La r espuesta co rre en paralel o con 10 dicho antes (IV, 2). Se trata, en la ét ica , d e prece ptos cuya fuerza prescriptiva es inte rna al sujeto , sin que requ iera aparato ffsico co ncu r re n te . Pu eden ser infr ingid os, pu es, sin temor a u n a pe nalización fís ica co m o la prev ista a nte los delitos. Ahora bien , la falta contra la norma moral ge ne ra u na concie ncia de cu lpa q ue no p ro voca , po r su part e, la trans gres ió n legal. Otro d e lo s rasgos más di stintivos de la legisla ción m oral sobre la ju rí dica es su mayo r capacidad para just ifica r en térm inos absolutos una conduc ta vo lu n ta ri a . luego también para reprobarla. De hech o, nu estra a ctit ud a nte la ley positiva, pa ra d esobedecerla o hacerla respetar, se s irve a menudo del recurs o a la ética , m ien tra s q ue n uestra ac titud ante ésta es mucho menos fre cuen te - y plau sible-e- que esgri ma a rgumentos jurí d icos. Claro es que esta capacidad autojus tifica toria de la ética , trad uci da ne gat iva mente en la impreci sión y la flexib ilid ad de su s normas, a lgo que inten ta a toda costa evit ar el juris ta, sume no po cas veces al agente o al a na lista de la moral en u n mar d e d ud as - p. e., cu m pli r la p romes a o ev itar el mal a otros que eso co m po rta ría- antes de optar por u na regla det ermin ad a . Ésta s í es una clara caract erísti ca d e un conju n to d e normas morales. El «co n fl icto en tr e normas » es casi lo prop io d e su a p licación , y co nt ra el dilem a m oral res ult an te no hay o tro recu rso a «med ios .. -siendo eso exclus ivo de la s reglas morales- que volver a ab r ir el su mano y juzgar de nuevo, de vuelt a a la propia in s titu ción de la ét ica (W. S innot-Armstrong, Moral Dilemmas , 37·39). 202
S OB RE EL ORIGEN DE lAS REGLAS M ORALES
Las re glas m or ales ti enen tras s uyo u na génesis cultu ral y un m ás o menos amplio co n senso ac tual sobre s u uso y s u s ign ificado . TIenen, en ot ras palabras. u n origen socia l. Aunque, claro es tá, la decisión por la que seguim os una regla, y est a regla y n o otr as, así co m o el ínt imo asentimien to so b re nu es tra elec ció n -« razón » y «con ciencia» m or a les , p ues- , son algo qu e sólo depende del in divid uo , a quien la éti ca pone pre ci sam en t e el reto de ac tu a r bajo su ú nica y perso n a l responsabilidad . En todo caso la ac ción moral es in sepa rable de la preexist encia de u nas regla s, fruto de la cult ura, por las que n os d ecidimos, s e ten ga () no una clara noción de ella s sie m p r e q u e actuamos. Podemos tener u n firme y asu m ido com prom iso por la justi cia , la veracidad o en el co mbate contra la u sura po r ejem plo , pe ro 135 máximas de di st ribución irnpa rci al, decir s iem pre la verdad o rep robar el p résta m o a un alto interés, y de sde lue go la si tuación h istórica qu e d io y da ocasión a ellas, n o son un p rodu ct o ex n ihílo d e nu estra imag i n ació n . E l «co nten ido» en reg las de cad a vo lu n tad in divid ual, ya q ue no su «fo rmas de dete rm inaci ón -la decisión de aquella s reglas-e, es inexp licable s in acu d ir a s u origen ú ltimamente cu ltural, co m o cos tu m br es, co n vencion es () normas que perten ecen a la vid a socia l y q ue sólo excepcionalmente derivan de una fu ndación individual : de u n profeta (Jesús y su «nu evo manda míento »}, u n m oralis ta (Heg ue s ía s. que pr ed ica ba la indiferenc ia a bsoluta) o u n filó so fo m oral (N ietzsc he y su postulado de una «volun tad d e poder»). Ha sta in cluso cuando las re glas so n formuladas por los filóso fos es, en el com ú n de los casos, para autori zar las regla s implíci tas del gru po o la socied ad a la que perten ecen . Así. en el tomismo pervive el feuda lis m o teocrático, en el marxismo subyace la ide olog ía del partido obrero y 203
en el u tilita ris mo palpitan los in tereses d el indivtdu a lism o burgués . E l ka n t is mo, para el p rop io Marx . no sería más q ue el siste ma jaleado r de es tos m ismos in tereses ent re la tímida y pri m iti va burguesía del Báltico (La ídeologia, vo l. I, 27 1 ss.) . Las regla s eteó r ica s« p ropuesta s por los pensado res para la práctica obed ece n, en cualqu ier caso, según otro so ciólogo como L évy-Bruhl, a las reglas «prá cticas » verdaderamen te as u midas en su entorno so cial (lA mora/e, n, 3). Los pe nsa dores utilita ristas ha n recurrido a la antropo log ía socia l para e xplica r el o rigen de las reglas mo ra les . Citaremos algu nas conclusiones saca das al h ilo de s u arg u me n tación causal. p ues. en to rn o a la formación d e dic has reglas: l} No exis tiría n p recep tos d e orden mora l si habitásemos en un m u nd o id eal. sin dolor, ca res tía ni co nflictos sociales . Ta les r eglas se dirigen sie m p re a ev it a r aquello qu e es tam os dem asiado tentados a cometer y a l pro pi o ti empo a p r ocu rar a qu ello que ca si n u nca estamo s inc linados a hacer. Forman parte esenci al d e la s pauta s gene rales de co nduc ta q ue condu cen a una sociedad product iva y pacífica . 2) No exist iría n regl as moral es si no co ntribuyera n a eco no m iza r nu estra co nd ucta. Cuando la d ecisión por una regla no pued e ser to mad a median te u n p roceso estricta men te lógico o mec ánico. se recurre a la deliberación m oral para d eci dir «ra zo n ablement e - la regla más apropiada al caso. La re flexión ética evita en estos casos permanecer inactivo o bi en actua r a ciega s o injustificada men te. por lo q ue las reglas que nos propone segu ir son de innega ble ut ilidad. 3) No habrfa normas mora les si no fue ra nec esa rio. además d el siste ma d el Derecho. un sis te ma de normas que co ntro le la acció n co n la a pro bació n in terior d el agen te. Las reglas morales son respetadas y obedecidas a ntes y d uran te m ás tie mpo que la s de tipo legal o jurídico. Por otra parte , no neces itan, com o ésta s, de un Es tado o 204
unas ins tituc iones visibles q ue las am paren y no s obligu en a su cu m pli mie nto. Aho ra bien . casi todos los filósofos mo ra les han sos ten ido - por lo menos de pala bra - qu e las re glas de la ética no tienen por qu é co incid ir necesaria ment e con las regl a s de la m oral preestablecida. La an t ropolog ía so cial sirve a m enudo , ci erta men te. para explicar el «origen» de las normas morales : pero este punto de vist a no es ha sta tal extremo dom inante, en la m ayo ría de las do ctrinas . co mo pa ra in tentar da r ta m bién la clave del «fundemento » mi smo de dichas normas. Calicles , en el Gorgia s de Plató n. recha za ya es te , po r a sf deci r. an trop ologismo d e la ética -que ex plicarla s u ra· zó n de ser po r la m era cultu ra reci bida- al ridiculiza r, fre nt e a Sócra tes , la co nvenció n co m o recurso mo ra l de los cré d ulos : só lo en la posesión de la fu erza hay que ver el origen d e la justici a . Sin ir tan lejos , los m ás criticas filó sofos mora les d e la modernidad , desde Kant y Mili hast a Ha bermas y Tugendhat, m ención hecha de Niet zsche y Mo ore, han sos ten ido tambi én explícita mente que la ética su pe ra o se opo ne a la co stumb re y la convenció n. Un a d e la s m á s a udaces excepci o nes d e es ta . co ncepci ón extrac ult u ra l d e la normatividad ética co n tin úa siend o el psicoanáli sis. Tan só lo una fra se encierra la idea de Freu d a l res pecto: «De donde era el Ello, ha de deven ir el Yo... (Wo Es wa r, 5011 Ich werden ; Introd ucci á, vol. H, 268). El yo. efecrívamente , se enfren ta al ello. instanci a de las pulsiones (die Triebe) en el psiquismo , mediant e el d esarrollo de su propio «pri nci pio de realid ad .... Sin emba rgo, es ta a cc ión no tiene por finalidad a nular al ello. Pues la co nci enci a moral y la s re glas d e la co nd uct a -el «su per-yo __ a qu e cond uce. en fin. el interés por la real idad rep resent ado en el yo, no so n más que un ardid de la Au toconservaci6 n del suje to para evitar su Au todestrucción bajo u n desar rollo espo n t án eo d e aqu ella s pulsiones d el ello 205
(eprí ncipio d e placer» y «pri nci pio d e muerte»}, La cult ura del yo permite, así, qu e la instancia primordial con tra la q ue se levantara, la na tu raleza del ello , siga, en el fo ndo, o bje tivamente int act a . El d eber, para Fre ud. tiene la función de a lejarn os ca utel a rmen te d el objeto del deseo - m uert e d el pa dre, posesión de la m adre- para que co n tin úe una ve? más el deseo (Laca n, Le Scminaire, 90-92). Po r lo con tra rio, el deseo ac abaría co n el deseo y el sujeto en te ro. El yo , q ue protege en u n prim er m o mento n uestro int erés por la realid ad , protege tambi én, medi ante su desdobla m ien to en la ley mo ral (super-yo) , nuestro in terés por la su perv ivenci a . Emanada del Realitdtsprin zip , la cultu ra reprime a la natu ra leza , o be decien te al Gen ítalpr ímat, sólo para evita r qu e todo lo natu ra l se aca bara a u todestruyendo. Sin embargo, esta cultu ra es siemp re e inapclablcmente reflejo del orden cultu ra l pat erno, donde ca da generación extrae los modelos d e cens u ra ---el super-yo esencialm en te «ético»- q ue asegu ra rá n su propia su pervivenci a. La cult u ra es, co mo la na turaleza , idént ica a sí mi sma. aunque sólo esta última sea la identidad originaria. La ley moral - ley de la sociedad paterna-e- cumple en este esquema tin a fu nción a ná loga a la asignada e n el Antigu o Testamento a la ley de Dios padre: so b revivir en la tierra y multip lica rs e en ella (Deuteronom io , ca pítulos 4-8). Wo Es war, soll lch werden: q ue el yo, pues. a través de la ley moral (super-yo) , vuelve al ello o ley natural - ley ta n invariable como aquélla-e, LA D ISTI NC iÓN
E.'ITRE «MÁXIMAS " Y « LE YES»
Calicles, a n tes citad o, se había dado co mo regla de actuaci ó n la domina ci ón sob re los demás. Pero el mismo Pla tón ha ce qu e Sócrates - a hora en el Cárm ides- elija u na regla más general y menos 206
particula r q ue aquélla , cua nd o renunci a, en favo r d e la sabiduría , a dejars e llevar po r su pasión por el joven Cármides. Calicles y Sócrates actúan siguiendo ambo s una reg la , aunq ue dis tin ta en cada ejemplo. En el Peer Gynt de lbsen el d ilema en tre dos reglas que en tra ña n a su vez dos princi pios distin tos se presen ta, de b ue n principio , en el m ismo perso naje: el im perativo in teri or qu e le exige desa fiarse a sí m ismo y el aut ocornpla cicn te dictado del «Ya es tás bien com o está s». Parece . así, q ue e n e l conj u n to d e la s regla s mora les hay un as qu e poseen más fu era prescriptiva que otras por ser de validez más ge neral. No es lo mismo d eci r «Respeta a mi a nci a na abue la . qu e deci r «Res pe ta a la gen te de edad ». y a u n qu e a fir m ar «Res pe ta a los ho mbres en genera l... Tod as es ta s no rmas so n mandatos, reglas di rect ivas - no me ra m en te in d ic a t iva s- para la volunt ad , pero no se pu ede compa rar el alcance universal d e la últim a citada con la va lidez re strict iva de la pri mera . Un principio im plíci to en todo s los siste mas mo ra les - y «explíci to . e n buena part e de la filoso fía moral- es que la fue r La obligante de las reg ia s d e la ac ci ó n corre paralela , e n último té rmino, co n su ca pa cid ad d e extens ión a un máx imo d e congé neres . La fo rm ulaci ón más ta xa tiva de es te su p uesto se debe a Ka nt , qu e ya en su p rimer libro ded icado a la ética di stingue entre normas qu e son m eras máximas (M ax i men) y no rmas qu e so n leyes (Cesetzen ), porq ue sólo en éstas se cu mple u n «p rinc ipio o bjet ivo d el que rer» (Gr undlegung, Ak. IV, 40 0.4 0 1). E st a d ivis ión se a rgu m e n t a desde e l c omi en zo de la obra siguiente (en la Deíi nic íon de los «pri nci pios p rá cr íco s») y da pi e, en la misma, a l en unciado d el te rcer y penúlt imo teo rema d e la ética, el del fo n nalism o de toda ley mo ra l (K.p.V., Ak. V, 27). Las «m áximas» , a l ser su bjetivas -se r-ige n por el obj eto o «materia » de la voluntad indiví207
dual- , co nstituyen m a nda to s con d icio nados , lu ego de obligaci ón relativa. Por lo contrario, la s «leyes", qu e so n objetivas - pu es se corresponden con una d eter minación racional de la voluntad, es decir, con la «forma» y no la materia del querer- , darán imperativos in condici onad o s (para h a cer algo moral no h ay que p oner el deseo o el interés condicionales al frente) , y, por 10 tanto, imponiéndose por sí mismas, nos situarán ya ante una obligació n necesaria desde un punto de vis ta m oral. . La máxima es va ledera, obviamente, para la volu n tad del mismo sujeto singular que la for mula ; más aún, toda ley, en ta nto que juici o moral, tuvo que empezar exis tiendo en la s u b jetividad d el agente: en es te sent ido - a m plio- n o deja de sign ificar tamb ién una «m áxima». Ahora bien, ésta, por ser un mandato condicional d e obediencia relativa, es sólo vigente para el sujeto que la sigue; en co nsecuencia, toda ley, por mandar, en camb io. incondicionalmente, ya no es en se n tido estricto una máxima: ha pasado a ser «vale dera para la voluntad de todo ser racional» (ib, 19-21) . Es te atributo de ley lo tiene, por ejemp lo , la «máxima" qu e es, en primera in stan ci a , «No es to lerable la venganza». Pr onto veremos, en efecto, que esta p roposició n moral reúne las condiciones form al es de universalidad y n ecesida d de una ley práctica (Schnoor, Karüs, 124 ss.). Sin embargo , «[ev» ya n o p uede ser "Yo tol ero la venganza» , aunque se ge neralice gramaticalmente es ta máxima en un «Es to lerable la ve nganza». Un a nális is de d ic ho juici o me m ostrará que no reúne la s condicio nes a n te dichas, luego que no es val eder o para la vol untad de todo ser racional. Será, pues, una m áxima que se queda sólo en mera máxima . El término moral «máxima», to davía usado p or Kant, proviene de la expresión propositio maxima de los escolás ticos , eq uivalente a proposición indemostrable por sí misma. No obs tante , no es h asta la cu l208
tura del Barroco. con Pascal, La Bruyere y las céle bres Maximes (1678) de La Rochefoucauld que máxima adquiere el sentido moral conservado lu ego hasta Goethe y la literatura aforístic a del ta rdorromanti cismo. Kant no estaba lejos de este ambiente literario en que los moralistas describ ían o sa tirizaban, más que prescribían, la s formas regulares de conducta - Jos caracteres- de la nobleza, los cortesanos y lo s propios hommes de lettres. Escri be La Rochefoucauld, por ejemplo, qu e «El amor a la justicia n o es más, en la m ayorfa de los hombr es, que el temor de padecer la inj us ticia » (§ 78). O b ien : "La hipocresía es el homen aj e que el vicio rind e a la virtud" (§ 2 18). Pero Kant advierte que tras la sut ileza de m áxi mas co mo éstas, fruto de la observación, n o hay una clara y sistemática cons ideración de las reglas o principios prác ticos. Por lo cual p ro pone ace ptar como tales sólo aquellas m áximas que bajo criterios d e racionalidad p u ed en va ler ta mbién como leyes. Y con ello parece querer contradecir a la vez al propio La Roche foucauld cuando és te escribía: «Nunca ten em os bastante fuerza para seg uir toda nuestra razón » (§ 42). Una r egla o «principi o práctico» es aque l ju icio que declara cómo corresponde se r el obrar d e u na persona. Mas cuando la fu en te de determinación de la volu ntad que nos lleva a tal o cual acción es la razón a priori de la experiencia, y n o la sensibilidad, h em os de representarnos es tos principios o reglas co mo mandamientos (juicios «imperatívos ») y además, si son p rincipios dir igidos a la acción moral, en concreto. n os los hem os de representar co m o mandamientos que obligan incondicionalmente a la vo lu ntad (juicios imperativos «categórícos» ). Só lo los principi os prácticos de es ta índole - r a ci o n a les- determinarán, p ues, inmediata m ente nuestro querer. Y sólo ellos, tam bién , tienen además va lor «objetivo» o d e ley, d ado que la racionalidad ha p uesto consigo la doble característica 209
de «neces idad» y «u n iversalidad» que acompañ a a toda ley. Tal es car ac ter ísticas han sido apreci adas ya al d escri bi r la for ma qu e tie ne n di chos p rln cip io s d e d ete r mi n a r inmedia ta m ente la volu n t~d (Mar tí nez Mar zoa , Releer a Kant , 105 ss.). Un pn nci p io práct ico o teóric o entresacado , en cam b io . de la expe riencia sens ible, no podría da r luga r, se gú n la filo s o ffa tra nsce nden ta l de Ka n t, a u na ve rdadera ley: «ley.. y ..experie nci a » so n concep tos qu e tienen n ota s excl uyentes en tre sí (K.r.V.-A , Ak. IV, 144; K.r. V.~B , Ak. HI, 184). Po r eso se recogerá en la segu nda Crítica que la s m áximas de la ra zón so n las únicas capaces d e deven ir leyes (K.p. V., Ak. V, 2 0~ 2 1) y en la tercera Crít ica, a nálogamente, se es ~ cri bi rá que: «Sol am en te en lo práct ico puede la razó n ser legi sladora » (K. U., Ak. V, t 74) . Si se admite q ue la vo lu ntad puede es tar dcterminada por la razó n, co m o po stula Ka nt , en ton ces los pr in ci p ios p rá ctic os para una volu n tad deben se r as im ismo leyes. Pero si no se admite aquella posib ilidad , todo p rincip io práctico se limita rá a u na máxima, Este tipo de regla s o princip ios ha d e contentarse co n decir al suje to có m o quiere obrar: p. c., la co nven iencia del s uici d io para evitar el dolor o la elim in aci ón d e armament o para ev itar m ayo res costes . Las leyes, q ue nos ob ligan in condiciona lm en te. d icen a l agente en ca m b io có m o debe obrar: p. c. , la reg la de no dar un final arbitr ario a nuestra vi~a o la de su pr im ir todo armam ento por se r co ntrar io a la pa z. Co nfo rme a esto , sólo pued e hab la rse de u n ver da dero deb er cu a nd o n os o bl igamos a a ctu ar por puro respe to a es te tipo de princi pi~~ p rá cticos objetivo s , sin mezcla de lo q ue h a p refijado ante.s n uestro quere r su bje tivo (la cosa a obten er o a cvtta r). La acci ón por deber es, pues, aque lla en que la vo lu n tad ha sid o obligad a sólo por re spet o a la ley, n o a la m áxima subje tiva de la acción (IV. 2). Una vez más h ay qu e entende r por «ley» en la ética ka n ti ana la ley m oral, principio práctico di ct ad o por la 2 10
razón a prio ri de la exp erie nc ia -es decir, a l m a rge n d e cu a lqu ier objeto p artic u la r del d eseo-, y po r el cu a l, merced a es te dob legami en to d e la me ra su bjetividad por la objeti vid ad, det erm ina m os in med ia ta mente la volu ntad. Una máxi ma su bjetiva p ue de s er una ley objctiva , y revesti r, p ues. m oralidad, si co incide co n los t érm inos d e esa mi sma ley. V.g., mi p re ten s ión de no engaña r o la repugn anci a a mata r se ada pta n al p r in cipio «es m alo en ga ñar » y «es ma lo m a ta r », respectiva mente, siend o n ada más qu e es to lo que las h a rá vá lida s tam b ién objet iva mente. Per o en o tros muchos casos la contrad icción entre m áxima y ley es harto eviden te, co sa q ue o cu rre s ie m p re que la voluntad ya no se h a det erm inado por los princi pios d e la ra zón, sino por las incl inaciones d e la se ns ibilidad. Es, desde est e punto de vista, impo sib le co nc ilia r la máxima s ubjetiva d e ve nganza sobre la s ofensas, por ejemplo, co n la ley ---o e rn á xima », si se q uiere , a hor a ya na da subjetiva , por se r no con trad ictoria o racional-e- d e no actuar en n ingú n ca so vengativa men te. La máxima de la venga nza es u n pri nci p io que se co n trad ice: pro cura u n os efectos (esca la da d e vio lencia) co n trar ios a los buscados (a nular la violencia m ed ia nte otra d e nu estra ma no). Luego a lgu na s má ximas su bjetivas son inco m pa tibles con un en u nciad o co n valo r de ley y, en fin , con la moralidad . Eso no ocur re as í con las máxim as q ue no se destruyen a sí mi s mas a poco q ue p ro bemos s u cons is tencia. Só lo ésas pod rán ser una ley o regla legíti m a para la mo ra l. La s re glas éticas como regla s racionales no ha n d e ha cer su poner q ue la moral d e ella s res ult a n te sea ter r en o p er pe tuamen te a bonado p a ra el fr ío cálcu lo lógico o el p uro lu cim ien to intele ct ual . La ética kantiana no es, en este se n ti do . una m ural del ordenador, más propia, p or otra parte, de las doctrinas uti litario-co ns ecuencialistas ap oya d as en la lógica estrat égica de la theory of games , Las re glas 2 11
morales pertene cen a aquel co nju nto de reglas .q ue no es suficiente con a prendérselas de memona o saberlas d ed ucir lógica m ente de una seri e de Informaciones d adas, pa ra poder finalm ente formular1las y a plica rlas bien. Han empezado por ser ma s que se d a el s ujeto en funci ón d e s u expe r rencia y de u na cierta opo rtunidad q~e se le present a p ara poder ap lic arla. E n es te sen.udo ~on como las reg las elemen tales del cálculo ar itm ético , de la urbanid ad o d e la utilizaci ón d e la vo z en el can to oper íst ico . Es imposible asim ilarlas si~ ha?er des~ rrollad o antes , a u n q ue b ajo o tros cr tter ros o S in apen as te nerlos, aquello - tal acti~i~ad o tal ~tra q u e ellas m is m as tra tan de m o di fica r medi ante , a ho ra, la sujeció n a p ri ncipio s. Pes e a que puede parecer lo co ntrar io, el ni ño no pued e llegar .a entender la regla d e suma r nú mero s d e tr es d ígit os o d e u tilizar el cu ch illo del pe scado s i ant es n o ha practicado la su m a d e u no y do s .dígitos Y,. la puesta a la m esa s irvién dose d e un cuc h illo com un . Del m is mo m odo , no podemo s fo r m u la r una r egla mora l ni se r capaces de usarl a si an tes no h e m o s s id o i ntroducido s en un te r r en o donde te nga se n tid o d eci r --<:o n m ayo r o m en or justificación. eso se ve r á después- que hay ac tos «mejor es » que o tros y que « deb~~os~ h acer aqu éllos y no és tos. Las r eg las de ut ili za ci ón d e u n o rd en ador o de con d ucción de un aero plan o n o p ermiten ll e ga r a e lla s p or es te m ismo. p ro cedi mi ento: h ay qu e cono cerlas t oda s y bien, d esd.e un principio, p ara pode r leva n ta r el v~elo o a pllcar u n pro grama . No so n , pues, m áximas co m o las regla s a n tes ci t ad a s . in clui d a s la s m o r al es , que em peza r o n p o r ser~o t a m b ién: « ~áx i mas •• e n s e n t ido gen er a l , y S In co n t ra d icc ió n c o n 10 pr escrito por Kant . son aqu ellas «r eglas cuya correcta a p li caci ón forma pa r te d el a r te que ellas diri gen » ( Po la n yi, Perso nal Know ledge , 3 1 ss.) . y no h ay que olvid ar que por m u y leyes qu e se an ,
m?X
2 12
I~s no rm as ",10ra les o bedecen tambi én a es ta pa r -
tícular d escripci ón . Las re glas éticas son dictad as para la m o ral. pe ro este d ictado es pa rte ya de la moral.
4.
El impe rativo categórico
FORMULACIÓN DEL IMPERATIVO CATEGÓRICO
liemos ~icho que Ka n t em p ieza por di s tin gu ir en tre «m áximas » y «leyes • . Pero in m ed ia ta m e nte d esp ués, ta mbién en la Defi nición d e los pri ncipios de la razón práctica, asigna el va lor pa ra las primeras de "im pe ra t ivos h ipotéticos » (hypothet ische Im p~raliven ) y pa ra las ot ras de «im pe ra tivos categó r rco s » (kategortschen Imperat íverú, sin pos ibilid ad a lgu na de in terpolación en tr e sí (K.p. V. Ak. V 20) U II , ~ . ' . El mandato qu e contempla u na necesid ad co n di cio nad a o «hipot ética » d e actuar (..hoy po r ti (s i) »,' a ñana por mf . ) es ciert amen te u n precepto p r écneo y no carece d e principio . Pero no tiene la con. sistencia racio na l y la fuerza obligante que poseen lo s manda to s q.ue se correspon d en con u n a ley. d o nde la n ecesi d a d d e a ctua r ( vhoy por ti », s in má s ) se presenta in condici onada o «categó rica » (loe. cit .). T?da ley.es un imperativo ca tegó ri co y todos estos im pcrat ívos so n una ley. Por lo demás, cuan do decimos que tod a ley moral es un imper ati vo categórico no evoca m os un co nc epto ext ra ído de la vid a m ilita r, s ino de la lógica vige nt e en ti emp os d e Kan t. ..Ca tegóric o . era la expresió n d e u n h ec ho afirmativo; «hipoté tico» , la d e un hecho co ndicionado , como «S i sube la tem pe ratu ra, se fund irán los hielos •. El térm ino, pues, quería den ot ar en aq uel en to nces el carácte r no h ip o té tic o , ple n a mente afi rma tivo, ta m bién, del deber m oral, cu yos mandatos o «leyes », en co nsecu en cia, «h an de de213
term in ar su fic ientemen te la voluntad com o volu ntad (Willen ais Willen ), inclu so antes d e que yo pregunte si ten go la facultad necesaria para un ~fecto ap et ecido o qué ten go que h acer para pro~~clr ese efecto) (loe. cit .). Un a ley m oral n o «(categonca» en este se n tido n o es tal ley m oral (Paton, The Categoricol; Sch n oor, Kants ). . . , . La obedie ncia moral categónca es inco n di cionada mi en tras que la obe diencia m ili tar «ca teg ór ica ,,'- p ara continuar co n el sín:i1- es )~stamente u n caso prototíp ico d e ob edi en cIa condlclOnada: ~l reglamento , al jefe, a m i inter és p or no pasar el fin de se mana en el calabozo. S610 el deb er moral .su pera en rigor al deb er castrense, p ero .es precisam en te su opuesto en relaci ón con la lib ert ad . E n un im p er ati vo m ilitar - o civil, o religioso-r- l~ volun tad se h a plegado a su objeto: evttar; por ejemplo, un arresto o una amonestación. Pero cuand,o se tr ata de un imperativo verdaderamente categor ico la acción no se r ealiza por el fin antepuesto a la voluntad o el resultado prev ist o en esta acción: no se hace propter iinem, Bajo es te tipo de precepto la acción es n ecesa ria por sí m isma, o lo que es lo mismo: la volun tad no h a es tado con di cionada a su objeto. «Si qu ieres que te respeten, sé ecuánime» , es u n imperativo que se diri ge a una volunt~~, la de ser ec uánime, condicionada a la r espet ab IlIdad en primer término b usca d? «Sé ecuán.ime») , e~ cam b io , d ispo ne una acc.ió n necesarra por s i m isma donde la voluntad n o discurre tr as el objeto qu'e ella mi sma p uede h ab er i~ici.a l~ent~ ~is~ puesto, sino de ac uerdo co n un principio pr áct ico racional o «ley». y ésa no es otra q ue u n a voluntad incon dicionada respecto de cu alqu ier fin an te rior a su deci sión por ley o , también, por elmpe rativo cate g ór ico» . El imperativo categóric o for m ula , p or lo ta nto, la ley moral (das Sittengesetz) o «ley fu n darrl;en tal de la razón pu ra práctica» , y és ta, por ser raci on al , 2 14
es una ley un iversal. La formul aci ón dada p or Kant en la Crítica es la siguiente: "Obra de tal modo que la máxima de tu vo luntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universa l» (ib. , 30; Grundlegung, Ak. IV, 421 ss .). Veamos a h ora s us elementos. 1) «Obra de tal modo ... »: la ética se diri ge a los actos y a la actitud (emodo») con que éstos se desarrollan . 2) «Que la máxima de tu voluntad ... »: lu ego no trata d e la ac ción en un sent ido físico o psicológico, s in o yendo a parar a la norma qu e la di rige, a través, claro, de la voluntad. La ética trata d e la manera de «queret-» hacer o n o hacer algo segú n una con sig n a . 3) "Pueda valer siempre, al mismo tiempo ... )): p ero es ta consigna o máxima de be plega rse a un criter io de valor objetivo, no subjetivo. No es cuestió n , para ser mo ral o correc to en u n a ct o , p regu n tarme có mo «qu ier o» yo que sea mi n orma de actuación, m i máxima, si n o q ué vale és t a p o r sí mism a, al m ar gen de m i pr edi spos ici ón an te ella, p ara qu e p ueda querer, a hora, h acer esto o lo otro. De lo con trario, nuestra acción pert enecería a u na veleidad. El querer moral - la vol untad- es un cri terio de la acción, pero no de su máx ima, qu e exige precisamente oponerse al juego de p referenci as . 4) "Como principio de una legislación universal»: to da máxima o reg la práctica posee u n "principio» por el que ella dice algo, pero val e objetivamente sólo aq uella cuyo princi pio es extensible a todos (ailgemeinen). Act úa, en fin , d e modo que tu máx im a ten ga va lo r d e ley , y que va lga no p or lo que tú «qui eras» de ella , sino por lo que ella valga de su yo . Con el imperativo categórico el criterio de legitimid a d en la é tic a ha pasad o del p ri m it ivo querer m ismo al ya más razonado poder qu erer. El quid, sin em barg o, de la cu es tión, está en los tér minos «legislaci ón univers al. (allgem einen Gesetzgebung) como prueb a del valor objetivo de una norma. Que ésta valga en sí por se r «extensible a to215
dos » no q uiere decir que la pauta de su valor es té puesta en el consenso obtenido en tom o a ella . Esta pauta de la «u niversalidad» la pone únicam en te la racionalidad con que ha de ser formulada la norma . La prueba d e la m o ra lidad de un ac to , es d ecir, d e la dem ostración de su validez universal, es tá en la capacidad de resis ten cia a la co ntrad icc ió n que po sc a la norma que lo ha in spirado (Singer; Generalization ; Doore, «Cc n trad lction»). Y esa cualidad de u na m á xima es lo que h ará de ella un a ley (Martfnez Murzoa. Releer a Kant, 105 ss.). Es ta no contradicci ón que la moralid ad pers igu e se ha de entender an te lodo en su sen tido lógico o formal: la no rma d e hacerce deo «a tod a costa» no es ética porque de segu irse por tod o el mundo desaparecería la noción de propiedad. No obs tante, no es a veces su ficiente-o no procede- u tilizar este criterio. Así, una regla que se co n tradijera, ahora, co n las reg las más generales o «u nivers ales» d e la naturaleza (p. e., la d el su icid io: acabaría desa pa re cien d o la es pe cie) , no sería ta mpoco una re gla ética. Véase a este respecto lo que d ecíamos acerca de la lla mada «típ ica del jui cio » (In, 2). y en últ imo t érmino, cua ndo ya no sea pos ible asirse ni a la lógica ni a los principios más ge ne rales de la naturaleza para det erminar la con sistencia, lu ego la u niv ersalidad d e un a m áxima, habrá que razonar si esa co ns ign a qu e m e di spon go a se gu ir va ld r ía ell a mi s ma co m o un nuevo o h a s ta a hora desconocido p rincipio ge neral de la na turaleza . Si as í p uedo ad m itirlo act u aré, en este caso, como si (als ob) la ley moral pud iera se r razon ab lemente precurs ora d e u na ley n a tu ral. Y ése se rá ta m b ién u n criterio racional -s610 a fa lta d e lo s otro s d os- para d eci r q ue mi acci ó n puede ser igu almen te querida por los demás (K.p. V., Al. V, 44 ; Patzig, Hechos , 147 ss.). La supos ició n, en ca mb io , de o tros criterio s qu e estos referidos, en su ma , a la no con tradictoriedad d e la máxima, co m o prueba d e su validez univer2 16
sal, sería la p uerta fal sa por la que haría m os entrar en los prin~ipios racional es de la acció n principios d e otr o origen , que ya n o t ie nen sentido - e n el m o m en to, a l m en os , d e s u fu ndam enta ci ón- en u na ética regid a por el en te ndim ien to a ctivo y co n s ec u en te . Esto s o tr os cr iter ios a lter n at ivos d e la u n.ivers alida d . com o los basados, por ejemplo, en la Idea de «ac uerd o por co nsens o» , de «adecuación de la ética a la homeost asis natural» o de «sujeció n a las leye s d e la Pro vid en cia » - cr iterios no fund ados en principios de la razó n a priori- , n o ti en en en ver da d , tal va lidez ge n eral, p ues fu er a d el alcance d e la n orma h abrían qued ado a qu í lo s no co n sens u a n tes , los no pert en eci entes a u n med io hom~ostát~co o lo s n o creyentes. Y es q ue e n la co nsideraci ón de la va lid ez de u n a acción por imperativo categó rico no pued en entrar aquellos co ncep tos q ue pe rtenecen a otro momento de la ética el d e la llamada por Kant dialéc tica d e la ra z ón práct ica : los co rrespo ndien tes a los fin es m ed ios y co nsecuenci as d e la acción . A ellos s ólo co m pete ate nde r cua nd o previamente la volu ntad , just o en el m omen to clave de la m o ral, se ha determ inado por ideas in dep endientes d e la experi en cia. En resum en , la universalidad de la a cción, co mo piedra d e. toque d e s u va li dez, se juega en el inst ante rm smo d e la decisión de un a volu n tad que se de bat e en tre la ra zó n y o tro s p rincipios. Y se ga na , por así decir, desde aq uel m omento en que hayam os adop tado el único criterio de la no contmdictoriedad para nuestro pr in cip io de l obrar. Con su reducci ón de la n ormativa ética a l en unci a do d el «im perati vo ca tegóric o » Kant iden tifica u n a n~ rma moral genu ina , cualq u iera q ue sea s u con tem d o , sólo co n la form a de un impe rativo d e la razón práct ica para todos los seres dotados de la m isma razón práctica. El e ntend im ien to activo y con secue n te es el sole arbiter de la m oralidad, que co nc ede a la facultad d e pensar un a superioridad 2 17
- en orden a su mayor «ac tivídad v-> sobre las fa cu ltades li gad as a l se n tir, qu e sólo n os co ne ctan con un mundo in sub stanci al de «fenó meno s ». El hombre, en contraste, se cualifica al ser pensante y ac t ivo : u n a volu n ta d raz onable. E s t o, p o r otra parte, no es decir nad a esencial ment~ n uevo en ,la trad ició n intelectual y m oral de Occidente. Segun ella , desde el p rofetismo bíblico y el racion alism o gri ego h as ta hoy, todo forma parte d e u n or?en natural. excep to las acciones de lo s sere~ racionales. lo ú nico ca paz de sob reponers e a aq uel, y ello graci as a la fac u ltad refl exi va de estos seres. Lu ego u na ética d e la razón p ráctica (e l hombre «acto r» fren te al s im p le ees pcc tador» ) sólo pu ed e apare ce r «in co m pr en s ib le» para la tr ad ición de Orien~e y m eramente «inad m istble » pa ra los q ue , a u n liga d os a la n uestra , p riman no obstant e los derechos de 10 se nsible o «natu ral» sob re los derechos d e lo r efl exivo : o d e un o r d e n recib ido , si se q u ier e , fre nte a u n orde n nu evo (Ku hlmann , Ref7exive). La explícatío kantiana de u n Horno rasionab íiís co loc a al agen te m ora l, defin ido por el uso consecuen te de la razón , en u n plano m uy di stin to del q ue le reservan los s ist emas que part~~ de la exp íícatio na tu ra l (la Hu ma n nature em piris ta) o puramen te religiosa (el Ho rno Dei creatura segú n la teología moral). Éste es ahora el plan o , hecho justamente posib le por la u ni vers ali d ad de la ley moral (p r imera fórmula del imperati vo categórico) , d el ho m b re mereci damente (in ell sí m is mo , por s er autor de d ic ha ley (segunda fórmu la ) (H , 2), y, ú lt im amente, del ho m b re com o ser autónomo, po r d epender su acción tan sólo d e esta ley pu est a por la r azón (te r cera fórmula ) (V, 1) . En e s~e s entid o , cualqu ier ejem plo a imitar, o ley a segu ir en la ac~ ci ón de un h ombre, h an d e ser Ju zgados antes en SI mismos, para ver s i se ad a ptan a un imp er a ti vo como el propuest o y sabe r si son d ignos d e ser tenid os co mo principios morale s. Kant d ic e n ad a 218
menos : «El mi smo Santo del Evangeli o tiene que ser com p ar ad o ante todo co n n u estro id eal de la per fecció n moral , antes d e que le r econo zcamos co m o lo que es » (Gn m dlegung, Ak. IV, 408). «Un íversali dad ». «hu m an idad » y «a u to no m ía » s on tres en u nciados sucesivos de es te mi smo y único pri nci p io o ley - pri n cipio univers al y necesario- de la ra zó n pura en su uso práctico, ley que lla m a m os, po r s u referencia a la vol u ntad que det erm in a , imperat ivo categórico, y por la forma resultant e d e es ta vo lu ntad , ley moral. (Por o tra parte, recuérd es e q u e la es tructu ra ló gica d e es te impe ra ti vo , que toda re gla moral d eb e pose er, corres po nde a la de un juicio «sin tético a priori..) (Hl , 2) . Es cier to q ue el razo nam ien to q ue Kan t n o s p ropone con su impera tivo ca tegó rico n o d eja d e ser a veces poco claro y hasta du ro d e segu ir, s i b ien ambas d ificu lta des - r a zón n o formaliza blc y co nd ucta a co ntracorrien te de lo ape tecid o- co nst ituyen lo pro pio de u na ét ica. Per o es al m en os un razon am iento , y ad em ás pl a nteado d esde la m á xima exigen cia fo r mal y «m a te r ia l . (la pe rs o na nu nca tomada como m edio). Un im pe rat ivo categó r ico d ist a m u cho d e s er un good [udgemen t , co m o piensan todos aquellos - p. e., los au tores in tuicion is tas- que creen que la re flexió n m o ra l no pertenece a la razón práctica (Donagan , «Co ns is tency», 292-293). Se trata s iem pre de un juicio y un manda to a rg u mentables so bre pri ncipios racionales y d e aplicac ió n má xim amen te general, lo que en la frecuen te s it uació n de un co n flicto en tre no rmas, o d e una norma q ue ha sid o p uest a en cuestión, el recurso a la citada for mulación todavía no result a nada desestimable para n osotros. Y s i au n así se presentaran dificultades en la decisión, és tas provendrían más de u n a imperfec ci ón corre gib le en el proceso de l razonamiento que de una falta de consisten cia de la regla misma propuesta pa ra es te proceso (ib., 309). 219
EL PROBLEM A DE LA JUSTIFICACIÓN DE L IMPERATIVO CATEGÓRICO
La exposición del imperativo categór ico pertene ce al núcleo de la ét ica kantiana. Ésta se p ropone estu diar los principios de la buena volu n tad que manifiestan de hecho muchas personas en determinados actos. No se «inven ta », pues, ninguna moral. Con el mencionado imperativo esta clase de vo luntad, unida ya a principios (p or se r leyes sus máximas de acción), no es otra cosa, en fin , que la misma razón práctica . La expli cación está en qu e para d erivar a cci ones de leyes se precisa inevitab le mente dicha facultad de r a zonar (Grundlegung, Ak. IV, 41 2). Asimismo, si es la r azón lo que en la ética determina , segú n vemos, a la volu n tad - h asta el punto de confundirse, sólo en la moralidad, a m b os t érminos-e-. en ton ces la acción querida será t enida a la vez por el sujeto co m o objetivament e y también subje t ivam ente n ec esaria. Ésa es la a cción buena que se cor respond e co n toda bu ena vol untad y sólo con ell a. Com o es cribe Kant : «... la voluntad es una facultad de no .~leg;ir _l1:ad~JI!§.s__qu~ lo "qtle-la l~~.2!i::Jn ~~penqi.~Í1temente ~d~_.la)t:Isli~~~i~~:~0~2se_,C:9mo prácti ca men t e ne c::.~ ~.Üo , . es ª-~E1!~_bu~n.9 (a ls gm»>- (loc.cit~nWiIhams , The Concept, I-JI). De todas m aneras, con la form ulación , ún ica mente, de la ley moral (a la que Kant dedica toda su p rimera obra sob re la ética, la Fundamentación) no se ag ota todo el núcleo de la nueva interpretación kantiana de la ét ica . Hay que pasar a es tudiar (como hará efectivamente la se gu n d a Críti ca) la posibilidad y el modo d e justificación del principio hasta ahora sólo «expuesto ». Por lo pronto, h ay qu e recordar lo dicho acer ca d e la obligatoriedad m oral: que nos es desconocido el in ter és por el que obedecemos la ley moral en lu gar de r enunciar sistem áticamente a ella (IV, 2). La 220
mi s:na con clu sión vale para la pregunta ¿cómo es posible o. se «justifica» el imperativo cat egó r ic o de la morahdad?, qu e es la mi sma cuestión planteada ac erc a de nuestro «in te ré s » por obed ecer la ley mora~. También la justificació n de la ley moral en sí mi sma está fuera de nuest ro alca n ce : nos es imposi ble explic ar con indudable cert eza por qué un he cho de razón influye sobre los hech os del mundo. Así con cluye al menos la Funda mentación de la metajis ica de las costumbres (Grundlegung, Ak. IV, 461) , co n el ag r ava n te , para mayor perplej idad nuestra, de ten er en la otra man o el dato de la s leyes físicas, la s cu a les sí poseen esa justifica ci ón que les fa lta a las leye s morales (cf. K.r.v'-B, Ak.III, 107 ss.). Kant intenta sali r al paso de es ta in terferencia en s ~ estu dio de los principios de la étic a, haciendo seg un ; en la l1a~ada «Anal ítica » de los principios de la razón pr áctica, el tema de la deduc ción inmedi atamente después de la mera definición de tales p rincipios (K.p. V., Ak. V, 42 ss.) . La deduc ción t~a.nsce ~ de:ltal, sea dicho a un tiempo, es la operacien principal d el «método tran scen de n tal » del co nocimiento. «Deducir», en sentido kantiano, es dar ~a prt~eba -o «j u stificació n», en el mi smo len gu aje jurfdi co-procesalc., d e la validez d e un conoci mi ento mediante la demostración, en suma, de los car acter es d e necesidad y uni versalidad d e lo s princip io s o leyes de los cuales d epende es te conocim ten to. És tos son, se gún la [ilosofia transcendental en su conju nto , los caracteres que pone en el co nocimiento la id ealidad del sujeto, por ciertas for m as del entendimiento y de la sensibilidad que no d.epe~den, en su origen, del con ten ido de la exper tencia . Pe r o lo qu e importa ahora en el ( conocimiento práctico) - en la ética- es sa ber s i también es posible demostrar para su s leyes -c-par a la ley moral- unos sem ejantes caract er es de modo que al final p od am os declararlo tan v álido co m o 221
eran el conocim ie n to teóri co y sus propia s leyes. E n u na pa lab ra , habr á q ue deducir o «ju sti fic ar.» los prin cipi os o leyes d e la ra zón en su uso pr áctico s ig u ie ndo el m is mo mé to d o trans cend ental. Qu eda, por lo tan to , d escartad a desde un principio la posibilidad de inducir las regla s morales, sea respecto de la exper ienci a , se a de un esquema m etaffs ico no tra nscende ntal d e la natu ra leza o del hombre , co mo el su m in istrado por Aristóteles. E n el conoc im ien to teó rico , los princi pios eran deduci dos a través de las categorías tra nsc en dentales del ent en d imiento, pe ro a pa rt ir, sin embargo , de n uestr a perc e pción fenoménica d e la realidad se n sib le . Esta pe rcepció n co ns ti tuye , así, n uestro h ilo d e co n tacto co n la re alidad ajena al yo y nos im pid e ca er en el pu ro sol ips is m o idealista. Sól o d espu és d e es t e co n tact o se ns ib le la idealidad transcenden tal hará posible que la pasiva sen sib ilidad se estructure y unifique en forma activa de experiencia (AlIison, Kant 's, 174-1 85). Co n todo , el proceso de es ta deducci 6n no es aplicable en ~l ~o na ci m ien to m o ral, porq ue aquí, en el u so practIco de la razón , l) no hay en el origen p ercepc i6n fenoménica que va lga (¿dónde sentimos lo ..bueno », lo «jus to» o lo «desh onesto- P) , y 2) es só lo, en camb io , la moralidad co m o u n hecho de la razón pura (1, 2) lo que cuenta. Recu érdese que todavía para el u so teórico d e la razó n la re p rese ntación de un ob jeto (sens ible) podía se r causa de la volu ntad . Pero en el u s o pr áct ica o m o r al oc u r re m u y d e o tro m od o : s ie m p re la vo lu n ta d - u n a «b ue na volu ntad» - es , al revés, causa d e la repre sentaci ó n d e su s objetos (u na «b uen a ac ci ón » en esta o aquella circu ns tanci a) (tb., 44). Po r eso 4.ecí
_q~j e!?¿en~j1?le _como~u ca usa. Sólo exi ste, por lo
pronto, posibilidad "de ju stificaci6n pa ra las leyes de la cie ncia, puesto qu e ellas sí es tán unid as a u n [ac-
/ 1011 . Pero en los p rincip ios de la ética no se ve cóm o es posible la «deducció n transcenden tal» q ue de be partir del dato se ns ible. El imperativo , por eje m p lo , de no acusar en falso no p ued e ven ir justifi cado por ni ngún hecho em píric o que se corresponda co n «algu ien no es tá a cusa nd o en fa lso» . ¿Dó nde, s in ir má s a llá , p ued e descubrirse al h ombre «li b re» o «j usto» ? Pese a todo, no deja mos de not a r ta m b ién q ue es tos p rincip ios no de ducidos tra nscendenta lmente sig uen siendo formulados y respetados por la ra zón: a u n injustifica da po r el sujeto transcend en ta l, la moral sta terma. «Así pues -debe rec o nocer Ka nt- , la rea lidad objet iva de la ley m ora l no pu ed e se r d emo strada por n inguna deducci6n, por nin gún es fue:zo de la raz6n teó rica [ ... ] Sin em bargo, se ma ntiene finne so bre s í m isma » tíb., 47). La ex p licación de esta conservada es tabilidad de las leye s prácticas sobre un va cío de jus tifica ción teór ica r adica en la práctica m is ma , cuyos a rgu men tos - no todo lo claros que querríamos, di c ho se a de paso- viene n a s us tit u ir los que va na mente h abía m os in ten tado encontrar en el terren o de la t~oría. Lo~.p_rjl]!=:i.pios .. prácticos, la «ley_rou:: ral ~->-_Ct~Jlªm~!e no sou...cJf¿dlKil¿J_ de_Ila.cJa y no .es tán.!j us tifiY\d.º-s » so bre n!.ng!!na otra plat afo r m a que.no sea , en fin, fa.razórz .prdctica: es d ecir, so bre' sí mi ~mos . Más aú n , y al contrario , lo s p r incipios práct ic os so n ellos m ismos pri ncipio s d e ded ucció n no deducid os, p ues la ley m o ra l, en una pa labr a , es lo q ue nos permiti rá d ed ucir la libertad . La moralidad es lo ú ni co que dedu ce la libert ad y la libert ad es todo lo q ue h ab rá deducid o la m ora lidad . «S610 », p ero «n a da m enos » que la lib er tad es lo qu e la ética n os h abrá permitido descu bri r. La ley moral no es «deducíbl e » de n ad a s in o deduciente d e algo : de la lib er tad , la cu al no corro-
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cercm os d e o tro mo do que a tr avés del uso práctico de la ra zón en la lla mada «moral». La libertad que la razón teórica s im plemen te «ad m itía » como posi ble - se permi tía po r lo menos «pe ns arla», sin co ntradic ci ón , co mo «la ca paci d a d de in ici ar por s í mismo (van Selbst ) un estad o », K.r. V. ·B, .A ~. III , 363- , a hora la razó n práct ica , nues tra ac tívidad y capacidad mor ales, puede ya «d em os tr a r » c~ mo necesa ria d educié ndola ( ejus ti fic ándo la », S I s e qui ere) d e sus p ro pios pri ncipios (Alliso~, op. cit. , 3 14 ss .}. Po r co ns ig u ien te, la razón pra ctl~ a n os pe rmite. en un grado más alto, co nocer la libertad (no sólo «pensa rla» en abstracto) , ya que ella ha tomado realidad práctica co n la ley m o ral , de do nde se va a deduc ir; De modo que: «La ley moral es, en realidad , u na ley d e la causalidad por la libert~d » (ein Gesetz der Cau salit iil du rch Freiheit ) (loc. ca. ~. He aquí, en to nce s, la a utopos ícíón de la m oralidad. que de sus propios principios deduce su fund:mento o po sibilidad de ser en la libertad" Tama na conclusión la de u n fundan te (la libertad) conocido po r un fu ndado (la moralidad) que es , parad ójicamente, deduciente d e aquél, es im posible de ser rechazada co mo no sea rechaza ndo también la idea de que el pensar tiene algo que decir en la práctica con independencia de 10 que dispone en la teoría . De adm iti rla tendremos que consen tir la tautología de una moral que se autoju stifica co mo razón práctica y se au to fu ndamenta - por deducirse, h.em?~ dicho , de sus propios principios- com o puro indi cio de la libertad (Moritz, «Die Probleme »). L A RA1z RACIO NAL DE L IMPERATIVO CATEGÓ RICO
Kant da por supuesta la moralidad. :roda ~o qu.e correspon de hacer al filósofo es enun~tar y J? stlh car sus princip ios, demostrando su u,nIver?alId ad y n ecesid ad , de l mi smo modo que el cientí fico natu224
Tal formula y exp lica los principios de la física so b re h echos preexis ten tes. La «capaci dad mo r al » tmoralísch e Anlage) es, segú n s u Antropolog ía , un a cua lida d natu ra l ca racte rís tic a de la es pecie h u . mana, por la qu e e n d efinitiva el hombre pu ede «ob ra r respe cto d e s í y de los demás co n arreglo al princi pio d e la liberta d bajo ley es »: es d eci r, co n a rreg lo a u n imperati vo categórico (Ant h ropologie, Ak. VII, 324) (1, 2). No se po ne en d ud a esta capa ci dad asociada a la es pecie y que nos permiti r á decir, con segu r id ad , que «Ias buenas pers on as existe n ... A pro p ósito d e es te hecho eviden te funda ran s u é ~ ic a , a dem ás d e Kant, au to res t an di s t int o s y d ista ntes co m o Plató n y en nuestro tiempo Ag ncs HeIler (er. Hell e r; General Ethics, 175-176 ). El im perati vo ca tegór ico es el princip io p ráctic o má s co ns isten te co n la ev id e ncia d e qu e a ctu a l" «m o ra lm en te » es actuar d e acuerdo co n un P I"C cep to que vale para todos, o, en o tras palabras. de ac u erdo co n la razón . Mediante tal im pe ra t ivo co n. s~gu i m os determinar la vol unt ad segú n u na exigen. cm. en luga r de brindarla a l capricho, al escrúpulo o a la fuerza a rbitraria de un d eber no a sumido . Es ta exigen ci a cs la de universalidad y necesidad pa ra la nor-ma -cualqu iera q ue tomemos- d e la vo luntad . De m od o que podemos ya decir que no es ni ngún deber particu lar preexistente el que nos d.leta cuál ha d e ser n uestro im pe rativo ca teg ór ico, s illa que es este m ismo imperativo - la n o r ma , cua lqu iera , univers al y ne cesaria d e la vo luntadel que es tablece por su cuenta cuál ha de se r n ues u-o deber ante u n caso particu lar. No habría sido posib le traslada r tam bién la «revolució n cope r nícana » a la filosofía mo ra l (el paso de la ética «material" a u na ética [orma l) si tod o el ace n to del nu evo imperativo categórico no se hubiera hech o recaer en la razón o raíz intelectual de la decisió n m ora l, an tes que en su raíz ps ico lógica . Puesto qu e podría pensarse que el centro de gra veda d del 225
im pe rativo en cuestión se halla en la volun tad; y sin em bargo no es as í. No es el «que rer» e? sí m ismo, cual hech o b ru to ps icológico, el determinante. para Kant, de u na re gla ética genu ina. Vamos a exp lica rlo aclarando do s cu es tiones relati vas a la volu n tad . E n primer lugar, y co mo pu ntua liza de nuevo la Antropología , con el imperativo categórico n o exp resa mos ninguna cons igna del tipo «querer es po?er» (ich kann, wenn ich wili) que subsu m e la capacidad de obrar y su idoneid ad moral a una tan en érgica como opaca di sposici ón psicológica (Anthropologte, Ak. VH, 147). Por o tra p art e, deberla reconocerse que traducir el im pe rati vo categ ó ric o al lenguaje llano de un «quere r es poder» - paralelo al taI~bién fáustlco «conocer es pod ers -e- supone una considerable tautol ogía . Ciertamente, en el mandato d e u n a volu ntad racional, que es d ich o imperativo, lo que se «quiere . ha cer es ya lo que se debe hacer, y lo qu e se «debe» ha cer es también lo que se puede hacer. ¿Por qué? Se nci lla me nte porqu e «la razón no ~andará nunca lo imposible . (ib., 148) ¿Cómo hab n a de se r de otro m odo, s i prec isa mente nos hemos plegado a la razón, la llamada facultad cog noscitiva su pe rior, como gu ía de nuestra voluntad? Lueg~ es u n~ ta utología decir ..querer es pod er »: en la ética ra cional lo pri mero es ya lo segundo. El peso ?el im pe rativ? .se decanta así hacia la ra zón, no hacia el hech o sohto de quere r: En es te últ imo caso (equ ere r es poder ») la norrna m oral apuntaría ta n sólo a un a posibili dad subjet iva, el quere r m ismo. E n .Ia fonnulació.n ka ntiana del im pera tivo, recordat on o de u n prevro «po d er qu e rer » (l a vo lu nta d ceñ id a a la .r a zó n) , se apunta, en cam b io, a lo qu e es para el sujeto un a neces idad p rá ctica. En se gu nd o lugar, refiriéndonos tambi~~ a la in co r r ecci ón de a sim ilar la n orma d e la ética al d ictado d e u n voluntarismo, no se puede o lvidar que en el trasfondo de u na ética racional como la propu est a es tá la pr esu posición de que la volu n tad 226
humana es a nte to d o im p erfecta , es decir, ta n pronto aliada de lo cu erdo como de lo desati nado. (A este respecto, Ku rt Baier cree que la pregunta ini ci al de la ética n o d eb iera ser «¿Po r q ué so m os moral es?», sino «¿Por qué somos inrn o rales ?». The Moral Point o{ View . J, 4 .) Si no fuera a sí, no te nd ría sen tido formular la id oneidad de una ética d e la vo lu ntad «p er fec ta» o racional. Apreciamos la m ús ica d e Moza rt ju sta mente po r s u contraste co n el ru ido o la mala música . Lo m is m o cabe decir de u na ética de la volu n ta d ra c io nal: tiene sen tido justa men te porque la volu ntad es m uchas vec es irra ci o nal. El vo lun tar ism o pone en pri mer té nn in o sólo la volu ntad y u na vo lu n tad ...en tera ». La ética del imperativo ca tegóric o pone a l mi sm o tiem po la vo lu ntad y la razón , aceptan do de la primera só lo su parte raciona l. No se pued e d eci r, en rigor, que sea una ética volu n tarista {Teic hner; Die l ntell íg íble, 29-40 ). Yeso lo da, como ven im os d iciendo , el hecho de una volunta d oscil ante en tre las dos dimensione s. sen sible e in t eli gible, qu e se rev u el ven en nuestra hum ana condici ón. No som os sólo cuerp o ni sólo inteligencia. Lo sensible y lo su prase ns ible ac túan a la vez en nosotros, ca da uno co n sus leye s: leyes, en ú ltima in stanci a , de la «n at u raleza» y d e la «libert ad • • respecti vament e. De a hí que proced a pensar la ley m oral - la ley d e la Iibe rta dnecesaria men te como un imperativo o ma ndato cons triñen te sob re la vo luntad. «Resu lta d e aq u í -escribe Ka nt- q ue aunq ue, p or otra pa r te , m e co nozca ta m bi é n como p erteneci en t e al m un d o se ns ible , hab ré de conocer me, co m o in teligenci a , so metido a la ley del mundo inteligibl e, esto es, de la razón, que en la idea de la libert ad en cierra la ley del m ism o y, por tanto , d e la a u tonomía de la vo luntad; por cons ig uien te, la s leyes del m u n do intc ligible habré de considera rlas pa ra mí com o imperativos, y las accio nes con fo rme a este pr inci pio com o d eb eres » (Grundlegung, Ak. IV, 45 3-454) . 227
E n cu an to se res sens ibles, la ley moral, que p ro viene de n ues tr o ser in teli gible, no pued e sino d irigirse, y a h í est á to do su se n ti do , a una vo luntad qu e se deja por o tra pa rt e afect ar po r las leyes natu ra les. O en otra s palabras, el imperativo de la volu n tad racio na l p resu po ne u na «vo lu n tad pa tológica» que será toda la fu nció n d e la ética m a nten er a raya . La raíz inteligente de la decisi ón m o ral prevalece sob re la ra íz volitiva o dcseante de es te ac to . Esto es : la acci ón se ha hech o por puro respe to a l princi p io d e la m o ralid ad (la [on na d el qu erer que es tipula el imperativo categó r ico ), no en previsión de u n fi n o in te rés p ues to d e an te mano en la as í «afec tada» volu n tad (1a materia del querer en q ue hast a Ka nt se suele justifica r la ética). Aqu ello qu e debe hacerse ha d e d eterminarse, pues, por normas que se a n vá lida s índepend íenteme nte de los efe cto s y las co nsecue ncias resu lta ntes d e su aplica ción, normas que co nocemos bajo la especie d e «im pe rativo categóric o -o Tó m ese el ejem p lo, entre otro s m uc hos literarios, d e Jean Valjcan. en Los miserables de Vic tor H ugo . Un hom bre co n pod er y reputación d ecide rev ela r su verd ad era id entidad, au n al precio de ir a pr es id io, a ntes d e ver q u e un in ocente es procesa d o inj u s ta m ent e p or lo s d elit o s que e n otro tie m po él mi smo com et ió. En la vida real, seguramen te en casos la m ayoría m enos se veros, se actúa de u n m od o parec ido s iem pre qu e lo hacemos con indepen denc ia de to do lo que no conc ierna a nues tra capaci dad d e ju icio consecuente. Y esa au to nom ía es la ética , CRtrl CAS AL IMPERATIVO CATEGÓRICO
Muy pron to se han ido sucediendo las criticas contra el r igo ris m o ético de Kant, se m ejan te al retratado po r lb scn en el protagonista d e su Brand . 228
¿ Por qu é ayu dar es p ontáneame nte a u n ami go n o I,l a d e ser propia m ente «m o r al », s e p r egu nta Sch iller e n el poema «Es crúpu lo d e co ncie nci a »? De hecho, y como no podría ser de otro modo, cas i to do s los a taq u es se han di ri gido a l fo r maIism o con que s e conc ib e el im p erativo ca tegórico: «el frío d eber es el últi m o h ueso a ú n no d iger ido q ue qued a en el estómago », escr ib irá Hegel (Lecciones, 44 6) . Ta les a ta qu es tom an por p unto d e a poy o un viejo o renovado telcologls rno met afís ico y las últi mas verdades, en o tro fla nco , sobre la psi colog fa y las ci encias socia les . Desde un punto de vist a kan tiano ca bría devolverles la rép lica reco rd ando s im p lemen te lo argument ado co ntra las ét icas ema tertales» en los cuatro teo remas qu e enc a bezan la Críti ca de la raZó l l práctica . Se trat a , e n fi n , d e d os figuras generales d e la ética irreduc tib les en tre sí. Sc hiller (vid. tamb ién el fina l de De la gracia y la dignidad) y Schopenhauer (El mundo , Ap.: El [undame nto, 11 ) se excla man ambos del carácte r' escllIpuloso (u n «hecho hi pe rfísico », di rá el segu ndo) del imperativo categórico q ue d a paso a la nueva perspe ctiva form ali s ta . Má s d ist a nte, Hegel re cha za rá es te fo rm a li smo por ab stracto ( Feno me noíogta , VI C; Fundamento s , § 129-14 1). Lo m is m o arguye m á s ta rd e la fenomenolo gía , es p ecia lm e n te co n Sc heler y .su Ética. Desde Mili (Utilitarismo , caps. 1, 5), el u tilitarismo co nv iene ad emás que d e ta l abs tracción se hace im posib le deriva r normas dotada s de con creció n . Así, por eje mplo , en S idgwi ck (The Methods, Ap. ). Broad (Five Types, V ) y Rawls (Teoría de la iu stícia , § 40 ). Parecid a vagu edad es re proch ada en pe nsadores de lo «viviente »: Bergson (Les deu x ,m u~ces ,. 86 ss.), Lévy-Bru hl (La mo rale, I1, 3) y Lacan (L'Éth ique, 93 ss. ). No faltar á tam poco la objeció n a l for malism o por su r everso to davfa "materia l»: co m~) filoso fía del in d ividu ali sm o burgués, en Marx (La ideologta, loe. cit .), o del, ascetism o p Ia tó229
n ico-cristi a no , en Nietzsche (Más al/á, § 4, 188; El crepú sculo , «Los cuatro grandes errores»). Por otra par te , lo s p re cu rso res positi vistas de la filo sofía mora l a nal ítica. con Ayer (Llengua tge, IV, VI) Y el Círculo d e Viena a l fre n te , d ecl a rarán sin m á s como falso u n im pera tivo ét ico cuyos en u nciados no puedan jamás ver ifica rse en los hechos. El m andato kanti ano exp resaría , así, só lo el sen timien to o la actitud de la person a qu e lo form ula: «Sé pacífico » co rres po nd e en realid ad a «Deseo que seas pacífico ». Sin emha rgo , hay otro ord en d e críticas , no meno s co n tu nde n tes, que se d irige tan to más a la ar· gumentacion seg uid a po r Kant que al formalismo ético de ella resultante. Lo que se d iscute a hora es, cen tra lmen te , el paso de un a máxima a ley en virtu d de la un iversalidad d e s u en u nci ad o , Vea mos a lgu nas d e est as crít ica s. 1) Kant afirma qu e la s má ximas s u bje tivas se a u todest ruyen po rque se contradicen en sí mism a s. Pero no advierte q ue si todas las máximas existe ntes fue se n objetivas ...éstas no tend rían nada q ue re gular, ¡na d ie pro metería ya en falso !, ¡nadie ro baría ya! La reflexión se d ebe a Fra n z Brc nt an o en El ori gen del conocimiento moral (§ 13). 2) Tod o s pued en pcnnitirse pensa r, sigu ie ndo al mi sm o Kant, que s u p ro pia máxima es ya d e va lidez u niv ersal. El criteri o im persona l de objeti vidad d e la no rma no qu eda suflcie n teme n tc defin ido co n la invocación a s u «genera lidad» (Allgemein heit}. Hace falta re forzar el criteri o de ri gu ro sa un íversalizab ílidad , y hacerlo no para aplicar la norrna a cualquier situación qu e se p resente, sino únicamente ante un gru po de situacio nes anál ogas (Hare, The Language, 1, 2). 3) El va lo r o bjetivo de una má xim a es u na cond ic ió n «neces aria» para s u moralid ad , pero todavía no sufic iente ( Fra nke na. Ética , 4 2 ). Kan t a d m ite , en cambio , qu e sí lo es , d esde el mome nto en qu e no rec on oce ninguna po sible excepció n a la máxima 230
obj etiva . por má s ra zo na ble q ue sea es ta excepción: no se pued e po r u na vez d ejar d e decir la verd ad au nqu e el ~o perjud ica ra a lo m ás qu eri do po r no so tros . Un ejemplo com o el que sigu e mos traría , para algu nos, la insufici encia , a veces , de una máxima no .con tradicto ria u objetiva co m o gara n tía d e su validez mora l. En 1987 la Audi encia de Barce~~na d ecidi ó absolver a u na mujer, mad re de fa~I ha, ac~sada por s u marido de eje rce r la prosti tución. El juez to mó en cue n ta que fue lleva da a ella por la ineptitud laboral y el a lcoho lismo de s u cónyuge, así como po r las ac uc iantes neces ida des de s~s hijo s.. ~arecc , pues, qu e la excepción a la m áxrm a o bj etiva ( << N.o c.o nsen lir ]a prost itución por ate n ta r co ntra la dí gn idad ») fue te n ida en es te caso po r más valedera qu e la regla mi s ma . El cri ter io d e «sufici encia », pu es, para la m ora lidad, no esta ría resuelto ,co n el imperativo ca tegórico , qu e no s d ice con clandad que no hay q ue men tir, por eje m plo , pero con escasa p recisión que no hay que men tir nz ~t~ca. Se neces ita algo más para la ética q ue adm itir q ue n ues tras no rmas so n uni vers ales, yeso es sa ber cuá n d o po d em os ad m iti r ta mb ié n una norm a me no s un iversal q ue la prop ues ta (Fran-
kcna. i b.• 44-46).
4) El pu nto débi l d e la u niversa lida d de la má xima mora l resid e en qu e el criterio que la fija es p~rs()nal. En efecto, el poder que rer que lo que estoy dispu esto a hacer valga también para todos los de más, seg~n refiere explíci ta men te la p rimera fó rmu la del Impera tivo ca tegórico , no está claro si se t ra ta d e u na co nd ic ió n ve rd a d e ra men te fo r mal como par~ce ~ i~poner Kant, o si a lude a un p rcsupuesto psicológico o a caso ap un ta a u na ca pa cidad téc n ica de o brar a l a lca nce d e tod os. El problem a es tá en la d ificultad de imaginar qu é pued o q uerer yo qu e pu eda quererlo también no só lo o tro, sino todos los o tro s. El intuicion ist a David Ross afirma que desde un pu nto d e vista lógico es ab surdo pre23 1
gu n ta rse s i los dem ás querrían lo q ue yo .q uiero ... porq ue no a ñade nad a nuevo a la pregu n ta s obre qué qu iero yo . Ahora b ien, de sde u n punto d e vist a psicológico sí sería a d m isib le fo rmula rs e la cuesti ón de la pluralidad, porq ue és ta correspo nde a la act itud del ..es pec tad o r im parc ial » prop ia d e la ética (Ross, Kant's , 33 -35). Este a taque a fecta, s in em b argo , al n úcl eo lógic o del imperati vo ca tegó ri co , pues to q ue po n e e n en t r edic ho el cri ter io m is m o de la un iversalidad que lo defin e. Pod rí a m u y b ien ser qu e lo qu e uno ad m ite que "pue d e que rer» (Ia va lidez del m atri m o n io entre homosexu ales, la Revol ució n Perman ent e o el m undo bajo u na Secta) no fuera ad m is ible po r o tros en a ras a u na idént ica exige nci a de unive rsalidad d el querer. Inevitablem en te, segú n los in tui cio n istas, el poder querer que d a se ntido al im pe rat ivo categó ric o es u n cri terio m era m en te p sicol ógico y d epen de tan sólo del punto d e vista pa r ti cu la r. Ante eso se h a argüido q ue m ejo r hu b iera s ido formu la r tal im pera tivo en sen tido negativo , pa ra d eci m os al m en os co n segu r id ad q ue las m áx imas que no podem os q uerer se rán las m áximas prop ia mente in m o rales (Franke na. loe. cit .). Si n em ba rgo, no se nos oculta qu e de pen d er ía mo s nuevamen te de la persp ecti va perso nal. 5) Aunqu e ac e ptáramo s la p ru eb a d ad a p or Ka nt p ara hace r de u na nor m a u na ley m o ra] - la pru e ba d e s u un ivers alidad- o la pregu n ta q ue se p uede fo r m u la r a ho ra es: ¿de dó nde se extra~ la nonlla o m á xima en co n s id eració n ? La cuestión está relacion ad a , co m o se ve, co n el prob lema an terior del punto d e vista part icular de la étic a fo rmalis ta . Kant . a es te r espec to , no su m in istra da to crít ico a lguno acer ca d el con te n id o de u n a a cti tud mo r a l, que es d e d o n de p a r e cen irra d iar t o d a s nu es tr as máx im as d e acció n . El a b solutis mo del có mo de la étic a es tarí a acom pañado , así, de la incóg n it a sobr e su qué ín ti m o : su s orígenes y objeti232
vo s exp r esa d os en u n p r evi o p arec e r pe rs o n a l com o punto de pa rt id a de la tarea mora]. Por este m ot ivo MacI ntyre no d ud a en acusarlo de co nservad uri smo (Historia , 192·1 93 ). CATE GORICID AD DE LA RAZÚ I'\ PRÁcnCA
El im perativo categórico co m o p rin ci p io o ley funda ment al d e la m orali dad no es ni todo lo rig uroso qu e pen sa ba Kan t ni todo lo flexi ble q ue agradaría a sus cr ít icos qu e fu era . Pero ante el su p uesto de qu e el ho m bre es tá cap aci tado para p en sar co nsecuen teme n te es , hoy por hoy, uno d e los p rinci pio s étic os más con vincen tes por s u ada ptació n y co ns istencia co n este s upues to d e la racionalid ad. Al m enos , co m o r ec on o cía Ro ss , es a d m is ib le d esd e el punto de vis ta psicológico , y en es te sentido pued e ser también la norrn a kan tia na u na de las más eficie n te s para el o b ra r no in st rume nta l. ~~ando desaproba mos la crueldad o el m ezqu ino servi lism o no podem os aspirar a hacerlo en nom bre de un cri te rio más «u niversal» to davía que el d e la incondicio nalidad de un principio de la ra zón o de l pe ns ar consecuente, como mejo r o peor es ta tuye el impe rativo categórico de Kant. Su autor puede legñ imamen te ser a cu sad o d e in flexi bilidad (y mu ch o s gus tar ía n añad ir lo que dijo Da nton de Robespi erre: «Es in ca pa z de fre ír un huc vo »), pero sólo s i se le conced e, a la vez, qu e la ética no consiste en elegir en tre una in clinación y o tra incli nación, sino entre u na íncl ínac íon y el deber . Lo que su byace en es ta conclusión ha a travesado co m o un h ilo co nd uc tor tod os los períodos de l pensam iento de dic ho au tor. el hom bre es u n se r m ixto, sensi ble y racional, y úni camente es te último rasgo le da el es tatuto de agente y no de m ero espectador en la vida. Si se p resen ta n, por o tra pa rt e, posibles deberes en confl icto, «sólo » (aunque n o se rá mu ch as veces nada fácil), habrá qu e 233
decidir por e l deber m ás incondicion al frente a los a fec tos o los intereses egoístas. Si ha cemos una excepción a ello, nuestro obr ar puede ser más be ne ficioso p ara nue stros intereses o nu es tros afectos, pe ro nunca será beneficioso pa ra la cred ib ilidad m oral de la norma gen era l rech azada. En todo caso no será un obrar «ético». Es ta co ncepción de la regla ú n ica y form a l -c-u n «mon is mo dc on to lógi co» , si ca be- fue en s u o rigen m uy propia y adecu ad a para u n tiempo de cris is, como resultó ser el final de l An tiguo Régimen . No obstan te . y dado precisam ente su formalis m o , ha sido s us cep tib le d e se r a plicada pa rt icu larmen te en toda época post erio r de crisis de la «ra zón común» o del sent im iento que nos une. Es m ás, cier tament e, lo q u e n o s perm ite pe n sa rlo as í qu e lo q ue nos impide hacerlo . Por ejemplo: para nuestra época presen te de pé rd ida d el sen t ido de pe rt enen cia comu n itaria y, por lo ta n to . de los deberes de a ltruism o y solidar id ad . Con todo, u na de las p rin cipales objeciones que se la nzan con tra el im perativo categórico es su fa lta ju stamen te d e «raciona lid ad » en el contexto actua l de la información y de la fonn a lizaci6n exigidas en u na to ma d e decisión ..ética . o «po lít ica» . Pero ya hem os d icho que la razó n práct ica em piez a a ac tua r do nd e y cu a ndo la razón co m p u te r iza da ya no pued e h acerlo ; y s in embargo actú a s in ten er que abando na r el respeto a la forma lógica del razo na r. Por otra part e, ca be añad ir que en el paso d e un a máxima a ley la nec es idad d e poseer un bu en nú me ro d e d a tos para co ncluir la n o co n tr adictorie dad de la se gunda es a lgo q u e el en u nciado de l imper ativo categórico s ien ta tamb ién p o r s í mi smo. La razón práctica qu e está en la ha se d e es te im perativo es siem p re , pues, una razó n autocorrectora. Otro gru po de crít icas (Brandt, Teoría. 46) . dudo.. sas también d e la ra iga m bre m oderna del im p erat ivo ca tegórico, apu nta al carácter de m ero d isfraz 234
d e d icho i.m perativo sobre la vieja «re gla de oro » de la huma.n~dad: «N? hagas a otro lo qu e no quisieras qu e te hicieran a u» . Eso dice Tobías a su hijo en el Antiguo Jestarnento y m uc has madres sensatas lo r epiten todavía hoy a los suyos, so bre tod o cuando u n h erman o perjud ica a ot ro . Bern ard S ha w pensó b~en es verdad , q ue la reg la d eberla rezar, en camb~o: «No ha ?"as a los demás lo q ue te gusta ría qu e te h icieran a tl. Puede ser que sus gu stos sean d iferente s ». Mas, ironías aparte, lo qu e hace Kant con su i m ~rativo e:' propiamen te invertir aquella regla del sentído co m un y de la a ncia na sabidu ría . El yo es lo que prevalece en la d ivisa trad icional , que viene a sig nifica r: «Lo que quieras para ti. qui érelo ta mbién pa.ra los demás ». El todos , en con tras te , es lo que pn~1a en la regla ~an tiana de la ética, equivalen te a deCI r: ,«Lo qu.e qUle~ para tod os, quiérelo para ti tambIen ~ (~emer; Vieia y nueva ética, 79 ss.; D'Aviau , Traces bibliques , 1, 1-2). La d ificultad s igue es tand o en sa ber qué cosa pued en q uerer todos pa ra qu e ta m bién pue da q uererla yo . Pero seguramente el p ro blema se rt a mayor si prescind iéramos de es ta incóm od a pregun ta. .Mien tras t a nt o , sin el es fu erzo por la va lidez universal de las reglas m oral es no habríamos conseg u id o ir más allá. en nu estro s a ctos libres, de la lla mad a concienc ia escéptica () acaso de u n a «m ala conc ien cia» . M uy d istin ta m en te, y aun que pueda desagradar la ex presió n , la ética su pone la actividad d e una conciencia legisladora. ÉSta no existiría a s u vez, s i el pensar al que pert enece no fuera co n sec~en t e t ~ mb i én en lo p ráct ico y no pe rs iguiera la va,hdez u n ~versa l ~e la s r eglas q ue dará pa so a la ética . Un «Im p er ativo categórico », u na «m oral categórica» apelan . en efe cto , a es te tipo de conciencia y. de pensa~~ento en general qu e reh úye lo h ípo te... neo o .cond lclOnado -j us to lo que im pid e s u «uníversalidad s-c- de los p rincipios con qu e afro nta mos la vid a práct ica . 235
La con d ucta m oral es categórica o se tr ata de otra clase de conduct a, tan acep tada o aceptable, de sd e otros s upuestos, co m o se quiera . Té ngase siempr e en cue n ta que aquí «cate gó ric o» no quícre decir, cu a l est am os inclinados a p en sar, «co ucluyen tc» o «ter m inante" (lo tajante , tam b ién , de la d isciplina milit ar). Antes b ien, in di ca sencillam en te Jo afirmativo e incon d ici o nado fre n te a lo d ub itati vo y con dicionado . Esta categori cidad de los co ncep tos pr ácticos se encuentr a r ecogid a, por lo demá s, en los gr andes ideales étic os d e la hum a ni dad . Asim is m o , es tá p resente en cada acto de la vida real en que, co m o Ulises, la exigenci a del que lleva él su juicio le salva d e actuar por alic or ta concesión: al cruel capr ich o de Polifemo , a la s vanas promesas de Cal ipso , a l pel igroso m anj ar de l paí s de lo s lo tófagos.
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C APí TULO V
LO BUE NO MORAL 1.
Autonomía y heteronom ía
A UTO NOMí A COMO PR INCIPIO DE LA MOR ALIDAD
Recurriremos a un nuevo eje mplo. Una m ujer ges ta n te descubr e, mediante u na prueba di agnóstica, que el h ijo que es pe ra es un deficiente m en ta l. Se le presenta el d ile ma de inter rumpir o n o su emb ar a zo. Su médico le inst ruye que, s i lo d ese a , puede abortar s in impedimentos clínicos de ni n guna clase. Pero u n s acerdote p retende co nven ccrla p ara qu e apa r t e decid idamen te esta p osi b ilidad. La m ujer p erma n ece per pleja an te la d ive rsidad d e criterio de la s fu entes cons ultadas . Reli gión , cien cia y hasta legalidad civil (si d emora dem as ia d o su decisión , in fr in gir á el p laz o lega l para ab ortar ) Ic ofrecen, cada una por su la do, criterios encontrados so bre la lici tud m oral del p ro pó sit o de im pedi r aq ue l nacimien to . Pu es bi en , s i ella obrase en conformidad co n cualqu iera d e estas fuen tes, pero sin haber r eflexi onado a n tes, a s u propio y pe rs onal criterio, sobre la convenien cia de su acció n, tendríamos que decir qu e ha decidido según u n a voluntad heterónoma. Lit eral m ente, segú n una ley o d isp osi ción aje nas . Si, por lo contrario, cualqu iera qu e h aya sido su opción, ha a tendid o previa men te a lo que di sponen su razón y su conciencia, es ta m ujer h ab r á d ecidido segú n un 237
querer autónomo, es decir, se gún una volu ntad no predet erminada por disposiciones diferen tes a las de su «pr op ia ley» o auton om ía (H aworth, Autonomy ; Dworkín, The Theory, 34 ss .). Kant es el filósofo qu e h a declarado con mayor énfasis y rigor la id ent ificación de un ob rar moral con la co nd ición de una au tonomía de la voluntad (die Autonomie des Willens ), lo qu e sumin istra a la m o r al el rasgo fundam ental e inalienable de s u autono mía (Autonomie) , se gún nos r ecu erda el te r cer en u n ci ado d el m ismo imperativo categ ór ico (IV, 4). La clave d e esta, a primera vist a, «majestuosa» autonomía moral del h om bre - y hay qu e añadir: com o ser racíonal-c-, r esid e, pu es, en la conces ión de este atributo de indep end encia de la volu n tad respecto de todo lo q ue no es su propia deter mi nación. Ahora bien, el que se po stule u n a «autonomía de la voluntad» no quiere d ecir, en la formu lación kantiana, que se prive a ésta y a la moral, en suma, de un pr incipio que las fundam ente como verdaderamente autónomas. No se tr ata de presen tar la ética au tónom a cual el result ado de u n místico querer autoafirmativo, to davía presente en el ultraliberalismc (Wolff, In De{ense, 14,4 1), o de un gratuito quer er al buen alb ur, como vemos en lo s personajes de Gide. La autonomía de la voluntad es rasgo o propiedad de l qu ere r qu e, a su vez, se constituye en principio (Grundlage) suyo. Es pr incipio porque coincide con la determinación de la voluntad según su for ma de elegir, no según la m ateria de su elección. Esto último es 10 que daría a la voluntad su «obj eto» . Aqu ello, en cambio , significa su estric to repliegue a la racionalidad de la decisión, es decir, a su valor de u niversalid ad y necesidad. Cuando es, por cons igui ente, la «a ctitud» mism a del qu erer, y no su objeto conducente, lo único que d ecide la elección de un acto, se cu m p le al mismo tiempo el principio de una autonomía de la voluntad. 238
Se ve, a todo esto , que este princip io coincid e con el principio supremo de la moralidad: el que se formula con el «Imperativo categórico» que dar á a la moral su única ley . «Ley morah y «au ton om ía mor~~ ~()~-,""p-ª_....a de q rlo de Un<.L~z, el -i1"lism o . -y único-:- prin cip ie de la moraltdad.T á autonomía··d e-li ·voluntad y IavolüñThCl s omet id a a leyes morale s son u n o y lo m ismo: el mismo y único principio o regla fu n damental de la moralida d . Con lo qu e s e pu ed e decir tamb ién que la autonomía de la voluntad y la libertad de obrar son lo mismo. Más aún: que esa autonomía significa el acto libre por excelencia -c-elibera do » y a su vez «Iíberadot- e-c-. Y ello es así por que es un a cto puramen t e racional; in d ep en di ente , e n la r a íz d e la deci sión, d e to d o móv il sensible (el «objeto» d e su d ecisión). Dedúcese con ell o q u e el hombre es autor autónomo -c-valga aquí la r edund ancia- d e la ley moral, n o en tanto q u e m ero individuo, o que individuo agraciado con la facu lt a d de respon d er muy distintamente ante un mismo estímulo, sino en tanto que r epresen tan te de la r a zó n común, de la qu e es d e p o s it a ri a -c-co m o s u más ex c elente atribu to esp iritualtod a la h umanidad. El hombre moral está sujeto a su propia legislación - p or la raz ón-c-, p ero esta su «propia legi slaci ó n » es, no se olv ide, una legislación universal (allgemeine Gesetzgebu ng), por la in d ep en d en ci a d e que es cap a z la razón respect o de la sensibilidad en gen eraL Hecha esta con sider aci ón de la u nidad d e la a utonomía con la universalidad de la ley moral, podem os ya r ep ro du cir lo s t ér m in os con que Kant traduce el princip io de la a utonomía d e la vo luntad en la forma específica de una regla para la acción moral: actu a r bajo la idea d e la voluntad de tod o ser racíona] co mo volun tad legisladora univers al (die Idee des Willen s jedes vernün{tigen Wesen s als eínes allgemein gesetzgebenden Willens) (Grundlegung, 239
Ak. I V, 43 1). Así re za el tercer e nu nci ad o d el ..im pe rati vo cate gó rico », qu e pa sa a ser in m edi a tamen te la vers ió n d e la ley mo ra l segú n u na regla de la au ton omía de la vo lu n ta d . El s uje to raciona l es capaz de u na «volu nta d leg is la dora uni ve r sal », lu ego d e moralidad , y a l mis mo t ie m po d e a utonomía m o ral . ¿Có m o se aplica es ta últim a , en tan to qu e pri ncip io y regla que es de la acción? La res pues ta corresponde de nu evo a l mi smo Ka n t: "Segú n es te p rinci pio, son rec hazadas todas las máximas que no puedan co nco rd ar co n la legislació n un iversal propia de la voluntad » (loe. cit.). Ya má s no se pu ede decir de la ley mo ral. sino ha ber hec ho explíci to ese su ca rácter d e principio o regla de la autonomía , en la que, e n último térm ino , viene ella mi s ma a co nsist ir. Lo último qu e cor respon de recordar, en relación con u n fun damen to de la mora l, es, pues, que la volu ntad ciertame nte som etida aq uí a ley, lo está sin embargo " ...como legí sl ándosc a sí pro pia » (als selbstgesetzgebend ) (loe. c ít.), es deci r, en co nd icio nes siempre de autolegisladora o au tónom a. Hu elga deci r, co n todo, que a mén d e s u explícita co nd ició n de u n ivers alidad, u na vo lu nta d ta l exige la co nd ici ó n im pl íc it a -s u p ues ta e n la primera co ndi ció n- de q ue el pri me r o bligad o por la ley qu e ella prod uce sea , a fin de cuentas . el propio sujeto legislado r (i b., 440 ). Al pro pio tiempo, só lo gra ci as a su a u tonom ía es te sujeto podrá hace r po sible y creí ble el d iscu rso so bre los valo res moral es, empezandc po r el valo r fu nd a me nta l, Intrí nseco a todo ser raci ona l, de la d ignidad (Würde) d e la persona hu ma na . És te es, por así deci r, el valor de valores. El ho mb re no tiene «p recio» . sino «d ign idad» . Eso m ismo recoge Sén eca en su carta LXXI a Lucilio , a l tener qu e referirse a lo s bienes materiales: His pretium quidem erit aiíouod, ceteru m d ígn ítas mm erit (Lletres , Il , 69). Pero en Ka nt la afirmaci ón de la d ígni tas es co ext ensiva al uso de la ra cionalidad 240
p rá ct ic a , más qu e a l logr o d e u na ví r t us , co m o q uiere el es toicis mo, acorde co n u n co nocim ien to de 10 natura l. Posee d ignidad todo a que l "ser racional qu e no obedece más ley q ue aquella que a la ve z se o to rg a él m is m o » (Grnndlegnng, op . c ír., 434). Es u n valor que se co rrespo nde, pu es , co n el princip io d e una auto no mía d e la volu n ta d. La ley moral co m prende asim ismo , y com o colo fón, u na au to no m ía de la volu ntad , con lo que el fu nd am ent o de la ética vie ne a se r este princip io de aut onotnta del que rer, lla mado a hora ..principio supremo de la morali dad ». El impera tivo categó rico , q ue he mos tra tado en el ca pít ulo an te rior, no o rd ena finalme nte n i más ni meno s q ue esta mi sma a ntoncnnía , En térmi no s p rác t ico s , el lo s u pone : elegir só lo d e form a qu e las nor mas a u tod ictad as d e la propia ele cci ón estén a la vez incl ui das, en el ac to m ismo del querer; en un a legisla ción u n iversal (pOI' la racionalidad acom pañan te - claro es- en es le querer personal) (ib. , 440). Una o bra posteri or; la seg u nd a Crític a, insis te en qu e este princip io d e au to nom ía de la vo lu n tad es el lÍnico principio de tod a legis la ción mo ra l y d e todo tipo d e debere s confo rme co n ella (K.p. v. , Ak. V, 33). Sólo u na volun tad a u tolegislad ora -en las co nd iciones a n ted ichas- es ca paz de fu nda r obligación pa ra el sujeto qu e la ejerce (IV, 2). El po rq ué de ello es ta n sencillo co mo impenetrable po r o tro conocim ie n to de las cosas que no sea la experiencia mora l mi sma . La ex plicaci ó n es: pues t o qu e la au to nomía e n cuestión es la pro pia libertad (die Preiheit }. No otra cosa pod ríam os decir que es un a vo lu n tad qu e se ri ge 1) con independencia de s u objeto o «materia », y 2) q ue se p resenta , por co nsigu ien te , co mo au tolegisladora, en virt ud de ac o gerse só lo a la ..forma » o ra cio nalidad de la ley. Muy di stinta mente, e n la volu ntad het eró noma, no a u tol eg tsladora, ya no es posible fu ndar ni ngu na ob ligaci ón, pu es es el «objeto d e u n d eseo» (das Objek t einer Begierde), no la 24 1
libe rt ad, lo q ue establece su condición de posi bilid ad. Un q uerer m ovido desde es te fo ndo no podría su m inistrar normas verdadera m en te ob ligantes, en un s en t id o moral , p ar a el s uje to (loe. cit .). Con todo , no se crea que es el deber, corno algunos p r es u m e n e n la int e rpre t a ci ó n d e Ka n t , y a h o r a m ism o n o s o tro s p od ríam o s fi g ura rno s , lo q u e constit uye de por sí una vo lu n tad au tó n oma. sino. co mo acaba mos de referi r. la libertad . y sólo ella. S i p ri mero id entificába mos la razón p rá ct ica co n un a voluntad a utónoma, ah ora iden tificamos la voluntad au tónoma con la libert ad, co n lo que unimos del (mico m odo pos ible, a través de la volu n tad autolegl sladora , el principio de la m o ralidad . el im p erativo d e la razón práctica, co n la que es tod a su condición de posibilidad, la libertad. La co ncepción de u na autonom ía d e la volu ntad co ns u m a la se p a r ació n entr e el se r (d e la n a turale za o d e la cu lt u ra ) y el deber ser a qu e apu n ta una mora l d e la raz.ón práctica . Una razón práct ic a, e m per o, no «su bs ta ncial ista» , como en Aristóteles y la meta física es p ecula tiva; ni «instrum enta l», cual aparece en el u tilit a r ismo con te mporá n eo ; s i n o procedimen ta l , fij ad a s ó lo e n la forma o proce dimi en to del p en s a r, a fin d e qu e su s p rincipi os sean vá li do s en u n sen ti do unive rsa l. Con d icha separaci ó n la ética se independi za en su raíz de doctri nas o normativas d e cua lq ui er sig no m a terial: cien tíficas, política s, meta fís ica s o reli gios as. Al mi s m o t iempo, la ética da razó n de u na moral aut ónoma sólo co n fu nda mento en el eje rcicio co n s is ten te d el ra zonar. És te s í p uede ad m itir lu ego , p ero ya com o «objeto » de la mora lid ad , todos aqu ellos elementos materiales de la cu ltura q ue se a dap te n al r eq u is it o de la un iversa lid ad. El em en tos q ue tuvieron q ue d es carta rse, en prin cipio . co m o fu ndam ento o raíz d e la m ora Iid ad . Segu ir pe n sa n d o , p es e a tod o , la a u to n o mía de la vo lu n tad co mo u n a lib érri ma y go zo sa 242
«em a ncip ació n» d e cu a lq u ie r con d icio nan te del q u erer. no sería , d e acuerdo con lo explicado , m á s q ue un cr as o er r or. Aq uí n o se ha o fr ecid o una teo r ía negat iva o só lo «em a nc lp ac io n lsta . d e d ich a a uton omía, porq u e tan pronto co mo u n a mor al d e la ra zón práctica p ro ced im ental. en lo s s u pues tos kantianos, ti en e qu e conc eder espo n taneid a d o ind epen d en ci a al qu erer, s ujeta por lo ~ ism o a és te - po r la libertad- al canon im p erati vo, la ley m oral, q u e ha p erm itido el des cu brim ie nt o de nuestra auto no mía y d e n ues tra libcrtad . E n la independ en ci a d e la volu n tad m o ral de toda o tra s ue r te d e leyes , pasa a d ep enderse, n ad a m ás, pero na da menos, d e la propia ley moral q ue ha h echo p osi bl e d ic h a inde p en d enci a . De este mod o la a u to n o m ía d e la vo lu nta d h a p od ido reh u ir tan to la heteronom ía c ua nto la pu r a a zarosidad o indeterm inación del qu ere r. H a st a a q uí h em o s ex p li c ado la a u t o n o m ía co mo «pro pied ad » d e la voluntad que a la ve z es principio y regla de u n querer moral. S in embargo , ese co ncepto fun da mental del conocim ien to p rá ctico lo es ta m b ién, en b uena med ida , d el co nocimi en to teorético de la persona . Pu es la a uton omía d e la vol un ta d se trad uce en es te o tro plan o del di scurso del hombre co m o aquel estado d el in d ivid uo por el q ue és te co ns igue desplegar todas s us «dí sposicio nes » o a p tit udes (Anlagell ) d el ps iqu is mo en sólidas capacidades o «facul tad es » (Vennógen) del co nocer en gene ra l. E n la oc a sió n , a sí, d e la a uto no m ía m o ral, se pone de manifi es to q ue es tas fac ult ades so n prop ía m en te «pod eres» , posibilidades de acción . Las fa cult ad es ma n ifestad as co n la au tonom ía m o ra l van a permi tir que el hom bre sea, a la postre. un ser activo más que re cep tivo en tre lo s o tros seres (Anthropologie. § 7; Kau lbach , Das Príneip í . Eso es, que obre co n es po n ta neidad fren te a la natu raleza y a toda im pos ici ón de sus co ngéne res. 243
, LA CRíTICA DE SCHELER A KANT
El a u ton om ism o ético de Kant se remon ta hasta los orígenes de la filosofía moral (Reich . Kant ). Sócrates y las lla m adas «escuelas socráticas » a bogaban por el descu br im iento en uno y po r uno m ismo de todos los pri ncipios m orales. Mientras que los sofis tas se propo ní an apa rtar a éstos de los pr incipios natural es , co n la consiguiente situació n de escepticism o para la ética de entonces, Sócrates cree qu e el hombre pue de bu scar p or sí m ism o la verdad a través del arte mayéutica (Teeleto, Men án) , En la ética éste conduce, tras el proceso de diálogo ad extra y ad intra que lleva en sí, a tomar por única ley de la volu ntad el principio, pues, d el r azona m iento o pura reflexión. El hombre moral sólo de pende de la razón y ésta es algo que só lo depende de él. También en los an tiguos cí nicos , antes in cluso que lo s es toicos , vem os alg u n os trazos de lo que será d es p u é s d oct rina d e la a uto nomía mo r a l. Valga, siquiera, la refer en cia que n os da Di ógen es Laer cio (Vidas , VI ) de Antístenes y de Diógenes d e Sínopc, al que Platón tildaba de ser «un Sócrates enloquecido». El modelo cínico, bies kynikós , nom bre im puesto por sus prop ios detractores, ensalza la enkrate ía o autodomin io como princip al excelencia del car ácter. E l enkratés - op u es to as í al que padece okras ía o incon ti ne n cia- recoge en su co nduct a los id eales, por otra parte, de la autárkeia (en nu estro len gu aje, «autosu ficiencia» de u n o mism o) y de la apáthe ía, o impasib ili dad fre n te a los estímulo s de la sensibilidad . E l a u t oc on trol propugnad o p o r estos filós o fos s ocráticos margina le s huelga d ecir que requiere esfuerzo (pónos) y firmeza (kartería ): po r eso toma como m odelo a l h éroe Hc racles. Pero só lo de quien posee esta virtud de la fu er za so bre u n o m ismo podr á d ecir se que es «ciudadano del mundo » (kosm opo lités ) o in divid u o cuyo es ta tuto m or al es vá lido en todo luga r. 244
La ética for m alista d e Kan t, coronada con la afirmación d e la a u tonom ía com o principi o y va lor de la volu ntad , sign ifica, en o tro tiempo y contex to , el m is mo a legato en p r o de un au todominio d el querer. Pero j u sta men te p or centrar es te a tributo e n la volu ntad, y sólo en ella , va a recibir por parte de Max Scheler, m ás ta rde, una de las m ás a for tunadas críticas a su concepción de la a u tonomía y, po r ende , de la ética for malista. Para el personalismo é tico d e Scheler la autonom ía moral debe prcd icars c de l age nte en tod a su actividad espiri tu al. De otro modo, com o hici era Kan t, se ría caer en un a p ob r e vers ión subje tivis ta de la auton omía: aquell a que id entifica a ésta sólo con el q uerer; y con la forma sólo del querer; H e a qu í, muy b r evemen te , el hilo d e la argu mentación contenida e n su Ética (t 916 ). Kant , dice Scheler, establece la a uton omía en ta n to que predicado de la razón « . •. s iéndol o solamente - a ñad ede la persona como de la incógn it a qu e participa de u na act ividad r aci onal» (ib. , 1, 30 1). Queda ne ga da la au tonom ía como p re dicado de la person a e n cuanto tal. Eso es de bido a que el autor de la Crítica no ha tenido e n cuenta qu e h ay, e n r eali dad , d os modalidades de a utonomía m oral. Por u n lado és ta existe e n la intuición com o sentimiento in te n cional de los valores hum a nos en general (Wertge[ühl). Con esta intuición peculiar el espíritu reconoce, aprecia y pr efiere tal o c ual va lor en p articula r. Por otro la do h a y una autonomía d el querer mi smo . Si ella fa ltara tend r ía mos que h abla r d e una volun ta d for zada . E l caso es que para que haya a u té n tica aut onomía de la persona, con el consiguiente «relieve mor-al » (ib; 302) de és ta, di ce Scheler, d eberán r eunirse a mbas clases de experiencia. N o h ay p lena autonom ía con el solo ac to del «querer» considerado por Ka nt, sino con to dos los act os concernientes al esp írit u , empezando por aqu ella in tuición de los valores que pertenece a lo 245
em ocion a l del espír itu (das Emotiona le des Ge ístes ). Pron to , sin em ba rgo , aparece lo más di stint ivo d el planteamien to del asu n to. Scheler afirm a que una buena acci ón n o es necesar iamente una acción autónom a de qu ien pa rticu la rmen te la ha llevad o a ca bo. Podemos, en efec to, preferir u n acto bueno sin a u tonom ía , por nuestra part e, en la intui ción de este acto (p. e. , com o pro puesto a nosotros por la tradici ón) y, n o obst ante , no por ello d ejará de . se r bueno dicho acto. Lo ú nico qu e no habrá hab id o es «re lieve moral . o a u to nom ía p le na de la persona ejecutante , au nque todo acto moral sea , en gen eral, provenie nte de «la» perso na (lo c. cit.). Co mo se ve, la d iscrepa n cia co n Kant es man ifies ta. N ues tro a u to r d e a hora recoge, sin d u da , la huella n ietzschea na de la im portanci a co ncedida a la cultura y a los «va lo res.. en la ética, hasta el p u nt o que él qu errá hacer d e la su ya una ét ica material de los valores . La conducta moral, pi ens a co n form e con ello, p ued e ser h eredada , aprendida d e o tro, y co n to d o s eg u ir sie n d o bue na e n sí m isma . Ka n t negaba expresamen te esta p osibil id ad : ni s iq u ier a la imi ta c ió n , s in más, del a ct o bue no me recía ll a ma rse act o bu eno . E s lo que Sc heler llama e l «giro su bjetivls ta » d e la é tica emprend ido p o r s u ante pas ado a le m á n. Un q uerer a u tó nom o ha de poder ser co m patible , en ca m bio , con u na in tuició n no au tó noma de lo bueno . De o tro modo: ¿cómo p od r ían se r bue nos a q u ellos ac tos reali zados po r em u la ci ón>, ¿có m o se r ía pos ible la trans m isió n d e la cu lt ura m o r al? El filó sofo esc r ibe en to nces: «No te n d r ía sen ti do poner co mo co ndi ci ó n de toda con d uc ta buena q u e nos es impu tab le el s eg u ir la in tu ic ión propi a al enju iciar c a da uno de lo s p r oyecto s par ti c u lares d e nuest r a volu n ta d , p ues to que po demos llegar a la in tu ició n d e que otra persona, co n ar reglo a s u esencia ind ivid ual, es mora lm ente m ejor y su p er ior a nosotro s mi smos» (i1J., 308 ). 246
E n el concepto kantian o de autonomía se excluye, según Sch eler, toda «educación e in strucci ón m Ol~· les », e incl us o - lo qu e seria más elevad~ ~l «segu rm iento del ejem plo puro y bueno o frecido i ntuítívamente po r la persona bue~a » (ib., 309~. Nue st ro autor admite, en contraste , una Idea de la m isma como partlcipan te en u na comu~~ad de val~res, donde los.va lores son esenc ias a pn on co n una jerarquía propia y qu e se propone n a sí mi sm as (selbstgegebene ) a o.te una intuic ión emocional (WertgefiihI) del hombre d ispuesta ad hoc pa ra ello . De m od o qu e todos los valores lo son, al fin , de la persona (Persomve rte). En el esquema de Scheler la plena autonomía ind ividual , el relieve mora l de la persona, se logra cua ndo ade más de la autonom ía del «quere r» se da una auto nom fa del «intu ir» esos valores objeti vos. Pero mientras se co nserve al menos la primera, aunque esta segunda se dé sin explícita autonomía, ind irectament.e a tra vés de la imita ció n de otro capta dor, podrá segu ir hablándose t ) d e una acción m oral y has~a 2) de una genérica «a utonom ía de la persona»: SI no pensamos,.en este caso, en la figu ra de l agente no ~u tó nomo, smo en la del modelo personal que ha seguido . La a utonom ía s iem pre es predicado de la pe rsona, n unca de una sola de sus facu ltades. El form alism o de Kant no hubiera ad m itid o , po r s u p a rte, ningu na a u ton o m.ía r:'0ra l s i e.s e m ism o esq uem a sc heleriano d el " in tuir» lo h.ubléramos aplicado al «razonar• . Pero eso,. repe t lln~s, habría sid o aú n , segú n Sc hel er y su ética ma terial de los valores , r ecaer en el su bjet ivism o mora l, que im plica el n au fragio de la cu lt ura co m o he red a d (Go ma , «Sc heler» , 296 ss. ).
L A HETERO NOMfA MORAL
H ct eronomía (Heteronomie) moral es pa ra Ka nt el va lor de u na voluntad cond icionad a a su obje to 247
• - al revés de lo ocu rr ido con la autonomía mo ral (Grundle gung, Ak. IV, 441)- . Ell o quiere decir que la volun ta d , seg ún sea la nat u ra leza de s u objeto - fís ico o m ent al - , ha te n id o que ob ed ecer u na «ley o tra » (ley na tu ral o s up rasen sib le, res pe ct ivam en te) q ue la ley mo ral qu e nos hací a hab la r; en cam bio , del valo r de una autonomía de la volu n ta d , y. co n ella. d e la moralid ad : «Dond equ iera que u n o bjet o de la volu nt ad se pone por fund amento pa ra prescri b ir a la vo luntad la reg la que la determina. es esta regla hctero no m ía » (i b., 444). En la het eronomla el pri ncipio de determina ció n del q ue rer res ide en la materia de su má xima (el «objet o» del q uerer) . En la autonomía el mi sm o principio lo sum inistra ú nicamente la [orma de la máxi ma. es d eci r. su carácte r racional. con la in mediata va lidez ge neral que ello supone. Dam os, pues. el va lor de autonomía a una decisión m oral cu an do ésta es el resultado d e una autodeterminaci ón de la volu n ta d. Aquello qu e se h ace valer aquí es la volun ta d en si mi sm a , sin re la ción con su objeto, lo que seria califica do, por lo co ntrario, como u na heter onomía de la d eci sión moral. Una m oral heteró noma es aquella , pues, cuyo principio n o radica en el qu erer mi s m o . As í, p o r ejem p lo , el e u de m o nism o , el hed o n ismo, el u tilita rismo, el pos it ivism o o la teo logía m o ra l, no re presenta n una moral a ut ónom a porque sus princip ios coinci den con lo q ue es tá , de a n temano, al t érmi no del querer -el cielo, el biene s ta r, la sa bidu ría, etc.- , no co n el tipo del quere r m ismo, y m ás explíci ta m en te co n el q ue rer no cond icionado a su término . Ka nt est a blece d os cl ases d e prin cipios qu e pu ed en dar o r igen a u na vo luntad h eter ó n om a . Lo s hay empíricos. o d er ivados de un p rin cipio gen eral d e felicidad; y racionales, proveniente s del p rin cipio general de asp iración del querer a la perfección . Es tos últimos su elen per ten ecer a la on to logía y a la teo logía . Los primeros, a la psicología de los se n 248
tidos y d el se ntim ien to m oral. Tod os, s in embargo, tienen su origen fuera de la vo lu ntad, son «doctrinales» (LehrbegrifTe), por lo que no podremos más que cons truir im perativos h ipotéticos sobre ellos: haz ta l co sa si quieres tal o tra. Conducen, en fin , a una vo lu n ta d co nd ici o nada a s u o bjeto . E n este caso: «La volu n tad no se otorga a si m is ma la ley, s in o q ue es un im pulso extra ño el q ue le da la ley por m edio d e una naturaleza d el s ujeto , aco rde co n la recep tividad d el mi s m o . (loe. cit .). Esta het erono m ía de la volunta d es la fuente de todos los p rinci pios falsos tundchten Prinzip ien ) de la moralidad q ue referíamos a n te s. Cu ando, as í, la form a de l qu erer (Fonn des Wollens ) no es fun damento de la deci sió n m o ral. sino q ue ésta se ha basad o en p rin cip ios extraíd os d el objet o m ism o de la vo lu ntad, no pued e man ten ers e, según la het ero nom ía revela da co n ello, qu e estos principios y aquella d eci s ión sean propiament e moral es . La m oral no puede co nceb irs e, sin h acer burla d e su propia ley, co mo el med io para la satisfac ció n de u n fin ex traño a ella . sea p ues to por la Natu raleza (v.g., el in st into , el se ntimiento) o la Cultura (v.g., el deseo . el interés). Si és tas. a través de principios, se pon en en lugar d e la ley moral, la deci sión resulta nt e no es a utónoma n i m oral s iq uiera. Pa ra qu e haya ta l cosa es p re ciso u na au todete rminació n de la volu n ta d , con el co ns iguiente va lo r de a u tono m ía atr ibuible a és ta. Así concl uye la teo remát ica d e la razón p ráctica en la segu nda Crítica, cuyo cuart o teorema recu erd a que la het eron o rnfa del quere r -exp resada en principios doctri nales-« no fun d a obligación m o ral a lguna. El p rin ci p io único d e la m oral idad es la autonomía qu e se ex presa con la ley moral, u n princi pio n o m at er ial. for ma l. vacío d e «d oc trin a» cua lqu iera. S in embargo , só lo él nos obliga en sentido ético . Si una n orma , una d ecis ión valen para to dos , t ienen ya ident idad y fuer za ob ligante moral. No es aque llo 249
que la elec ció n r efie re lo que nos dice de su m oralidad, sin o la valid ez gene ral qu e aco m pañ a a dich a elección. Ún icamente ella n os h abla de su m oralid ad y del valor de "au tonom ía " de la voluntad que se ha pronunciado con ella (K. p .V., Ak. V, 33 ). «Felicidad " y «Perfecció n », como quier en las éticas heterónomas, no son el fun damento de la m oral: es ésta , a la inversa , el ú nico fundamento de aquéllas. Éste es el cor olario d e la ética autonomi sta de Kant, que desp ega así a la ética de los p rincipios dados al margen de una det erminaci ón racional de la pro pia volu nt ad. Estos principios eran los m an tenidos en su ti em po po r el em piri sm o, de una par te, y el racionalismo d ogmático, flan queado p or la teología m oral, de otra parte. P~ ro aún h oy la cieI~~ia y la r eligión, principalmen te, SIgu en dan do ocasron a la het ero nom ía de la vo lu ntad, con todos sus consiguien tes «p rincipios falsos de la m oralidad », como dir ía Kant. Bien es verdad que ya hubo u n am ago de cr ítica a la h eteronomfa científica en la den uncia de Hume hacia los juicio s con «deb e» der ivad os ina dvert idamente de ju icios con «es" (JII , 3). Incluso un te ólog o m oral, Tomá s de Aqu in o , había p en s ado, m ucho antes , que no puede haber en la ética una h eteronom ía re ligiosa com pleta: el con ocimien to de la r eli gión n o es esen cial en la justificación m oral (Summa , I-II, q . 93, a. 2). Pablo de Tars o s os tiene algo análogo: «E n efecto, cuan d o los paganos que no tie n en ley cumplen por incli nación de la nat u raleza los precepto s de la Ley, ellos, sin ten er ley-son ley para ellos m ism os; así demuestra n que las obras de la Ley están escrit as en s us corazones» (Rm., 2: 14-15) . Sin embar go , tanto la ley religiosa com o la ley científica reemplazan a menu do en la ét ic a la función d e la ley m o ral. 0, en ot r os té rmin os, frecuen te m ent e de rivamos las reglas morales de pr incipios de fe o d e p r in cipios d e la ex perie ncia. Ello abre paso a la s d iferentes teorías instituciona les de la 250
justificación moral. Se trata de t od as aquellas doctr inas éticas qu e ex traen el fu ndamento de la mor al de in stituciones co m o la s mencion adas -cien cia . re lig i ón-c-, au nque tam bién de otr as ordenacion e s c ultu rale s: cos t um bres , có dig o s de gru p o , op ini ón púb lica, legislaciones ju rídicas . Conceden, pu es, a la moral un p ri ncip io het erón omo . Algu nos fil óso fo s h an admitido es te tipo d e just ifica ción in stitu ci on al y h eterónom a d e la morali dad. Desca r tes y Hegel, por ejemplo , creen que s iem pre que ex ista u n conflic to entre la opinión priva d a y la op in ión públic a, és ta de be p reval ecer sobre aquéll a . La car tes ia n a morale par pr ov ísio n. (Disc urso , III), co n su llamada prolo gal a o b se r va r, en cualqu ier caso, la s leyes, cos tum b r es y re ligión d el prop io p aís, es quizás el m ás r esuelt o hom enaje qu e un p ensador h aya rendido a la h et er on o m fa m o r al. Pe ro u n a justific a ci ón d e ta l guisa no es consisten te a la lu z de la argu mentación . Volvamos ahora a la ciencia y a la r eligión. Sin ir m ás lejos: ¿cóm o justificar racionalmente u n a m oral sob re la ley de un Jeh ová que gusta d e la vengan za y d el sacrificio de los suyos? , ¿cómo ju stificar im p era tivos de r espeto y amor; po r otra p ar te, sobre los p ostulad os de la ct ologfa de Loren z, qu e ad m ite «p or naturaleza » la agresividad? Ni ló gica n i p sicológicamente la s normas derivadas de una y otra leg isla ción serían p ara no so tros d em asiado convincentes. No se da autonomía de la volu ntad si no es m ed ian te una deci sión p or ar gumentación r acional. Por eso lo s ataques más du ros contra la ética auton om ista h an proven ido de los autores re ligi osos, que a nteponen las verdad es de fe a lo s juicios d e r a zó n , o , en ot ra s p a lab r a s, la «teonom fa » a la ética . El agustinism o, la Escolástica y el calvinis m o son capít ulos h istór icos que exp resan la r en ovada hostil idad de la teo logía m ora l h acia la ética d e la autodet erminaci ón racional. Mien tras tan to , y p ese al in d ud able r espeto que a veces in fun den sus p r e251
ce ptos práctico s, la mural re ligi osa - cu an do n o religionista-.-: marca en la voluntad una impronta de h ctcro n orn ía como apenas la m oral más «cie n tífica » que se p reciara llegaría a de jar grabado. Esto se deb e, a nuestro juicio, a dos motivos funda mental es. E n primer lu gar, en la hctcronom fa reli giosa no es po si b le atender a co n traarg u mentacíón alguna a la h o r a d e p r o p o ner y defe n der n or mas para la mo ral. Ante el d ogma o la cre encia de fe, actu antes en principios prácticos d e ord en moral, un a p orte cu ando menos de inform ació n , a fin de re ct ificar tal es principios , es al go que es tá desauto rizado ya de ante m a no. A la in versa , en la he teron omfa cie n tífica los princip ios son susceptibles de cambio po r mor de la in for mación. En segundo lu gar, el grad o de h eter onomía mayor que obs ervamos en la moral r eligios a se cu m ple al mandar és ta sobre la vo lun ta d acudien do a u n determinante so b rena tu ral. Co n forme con éste , d ic h a m oral no s d ice aq ue llo qu e debemos h acer, lo que constriñe más a la voluntad que aquélla que por sí misma , como por ejemplo la moral «cienuflca» , só lo nos puede d ecir lo que es predictib le o «natural» que, hagamos. E n u na pala bra, la heteron om ía religiosa supedita más nuestra voluntad, p orqu e a difer enci a de la het eronom ía experimenta l sól o ella n os h ace se ntir ob ligados por algo. Re par emos ah ora en la h etero n om ía científica. La tesis de «segu ir la naturaleza» no es d emasiad o más consistente que la de segu ir la ley de lo so brenatu ral: en tiéndase que hablamos del pl ano de la co nducta ética y só lo de éste. El dicta do de h acer lo natural lleva segu r amente a la destru cción de todos los que lo aplican. Filósofos empiristas, como 1I0bb es y Mill, reconocen .que hemos de superar el estado de nat uraleza, don de n i siquiera la co m p asi ón es u n se n timiento ga rantizado. Escribe MilI en Nat ure and the Utility of Religion (1874): «Incluso el amor por el "o r de n " que se co ns idera co mo u na 252
con secuen cia de los hechos de la Naturaleza, es, en r eal id ad , una co n tradicció n de ellos . Todo lo que la gen te acostum br a a conden ar co rno "desorde n" , y sus consecu en cias, so n preci sa mente una im agen d e los cam inos d e la Naturaleza. E n injustici a, en ruina y en m uerte, la Ana rq uía y el Reino del Terror son superados p or el huracán y la peste » (MilI , Tres ens ayo s , 74-75). Por la m isma época, la filosofía próxima al darw inismo adm ite que n o hay que segui r las leyes de la n aturaleza sin hacer distinción en t re sus objeto s. De lo q u e se trata, di ce Spencer en The Data of Ethics , es d e seleccionar aque llas leyes que expresen la tend en cia más evolutiva (vid . A System, IX, 10 ss. ). Ah ora bien, si h em os de mod erar la he teron omfa experimenta l de la volunta d seg ú n órdenes de leyes qu e se im p ongan so bre otras , va m os a te ner que enfrentarnos con algu nos problemas in solubles . Así, s i la natu raleza to m a muchas d irecci ones, ¿có m o ad ivinar, desde un buen pr in cipio, cuál de ellas es la m ejor, la más «evo lu tiva»? Los criterios para seleccio na rla son varios y divergentes , atendiend o in clu so al es tricto enfoque cie ntífico de la elección . Un os , p or ejemplo, tr ata rí an de pr o m over al h o m b r e de men te creativa, mien tras que otros lo preferirían con u n a in t eli g en ci a m e r a m en t e adap tativa. E nto nces , cuando decirnos qu e h ay qu e desarr ollar u na tendencia n atu r al co n preferen ci a a ot ras, ¿no estamos ya actuando a l margen de las premisas experim entales, d onde es abs urdo es perar ver tendenci as «ide a les»? , Un a u tor célebre p or su defensa de la h et ero nomía m ora l de s ig no cien tí fico es el p si có lo go co n ducris ta Skinner. Sus propuestas concluyen en u na teorí a de la ed u ca ció n y, a p esar suyo , d e la «mo ral», p or cierto duramen te criticadas por su co mpatri ot a el li n gü is t a Noam Chomsky (vi d: Chomsky «A rev iew» ). Pued e tom arse co mo referencia su n ovela u tópica Walden Two (194 8) - r e253
• cons ideración , a su vez, de la New Atlantis d e Baco n- , pero para nuestro m en est er es m ás ú t il referirnos a Ciencia y conducta humanas (195 3), uno de sus tratados más sobresalientes y co m prometidos con la ética. La cie nc ia, nos d ice, cond uce in evitab lemen te a u n mod elo p r áct ico d e co ndu cta. lIemos de es ta r preparad os p ara adop tarlo, pe ro pocos es tá n di spuestos a imitar, en es te sen tid o , el ejem p lo d e Darwin y Copérnico. Con todo , d ebem os reco nocer, des de u n punt o de vista científico, que n uestra cond u cta está dete r mi na da y regid a por leyes na tu ral es (Ciencia , 38) . Si algu ie n nos espeta, sin embargo, que n o menos determ in a n tes son en la vida p ráct ica los «ju ici os de valo r », nos corresponde aclararle que ya hay teo rías cien tíficas que vie ne n a d efend er lo m is mo qu e tra d ic io nalmen te se defie nd e en las doct rinas morale s. Lo qu e oc u rre es qu e ésta s no han de mos trado h asta a hor a cas i n inguna ca paci dad para produci r los ca m bios qu e p ro ponen (ib ., 39-40). Con los modelo s d e vida s usten tados d e s d e la ci e n cia n o va a p a s ar lo m ismo . El viejo m a nd ato am a a tu prójimo, por ejemplo , puede ser mucho más creíble y operante si lo tra d uci m os cien tífi camente por 1) «Ia a probaci ó n d e tu prój imo es algo pos it ivamente re fo rza n te p a r a t i», y 2 ) «a m a r a tu p r ój im o m erece la a p robaci ó n d el gru p o de l que fo r m a s p arte » (ib., 45 1). Vemo s, p ues, que lo verdade ram ente deci sori o para un modelo de co nd ucta es u n m ed io a m b ien te s oc ia l res pe t u oso co n la ci en ci a . E l «hom bre interio r lib re » es una en tele qu ia precient ífica . No el in d ivid uo , sino el m ed io cult ural cie ntífi co , en co ncreto, va a ser el agen te de la expulsión en nosotros de prej uicios tales co m o la libe rtad y la d ignidad (ib., 469-470 ). Co n todo es o, s610 hab ría u na cosa esencial que objetarle a Skin ne r: s i la cult u ra cien tí fica , y no la p u ra na tu raleza , es lo que d et er mi n a y tra n s forma a l h o mbre , ¿no es acaso el h ombre el qu e h a d et erm inado y trans for-
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mado a nte s a la cu ltura con una fo rm a tal? La hete ro nomfa , a l igual q ue en la ética evolucion ista anterior, conduce aq u í a la misma aporía d e u na co ndu cta «cien tífica » sobre u n supues to extracien tfflco o «m oral». Apu nta ndo a es ta apo ría , a l fin al d e la ci tada ob ra se d ic e exp r es iva m en te : «Pe ro tam b ién las cu ltu ras camb ian o perecen , y n o d ehemo s olvida r qu e h an sid o crea das por la acci ón ind ividu al y que sob rev iven s ólo d eb ido a la cond ucta de los individuos » (i b., 470). Desde cualqu ier pers pectiva h et eró nom a de la ética es m uy d ifíci l explicarse, p ara po ner u n caso, u na conducta como la segu ida por la jov en Alcesti s, seg ú n el d r a m a d e Eurtp id es co n el mismo nombre . Ella es la única h ija que pe se a las p res iones de Medea y sus otro s hermanos no participa en el ases inato de Peltas, su pa dr e. Tam b ién es la esp osa que p or am or a su ma rido y a sus hi jo s se ofrece a dar su vid a a ca m bio d e la de aqu él. Alcestis actú a po r el más puro am o r d esinteresad o . Pla tón d irá de ella , en El banquete, q ue represen ta la esencia di vina del am or. Claro es que un obrar a u tónomo no sign ificará siempre una acción h ero ica co m o ésta. Pero deci r si mplemente la verd a d , aun cua ndo ello nos perjud ica , y actu a r co n u n r ec to sen tido de la jus tic ia, au nque no es perem os de ello el prem io o el castigo d e u n Juez s uprem o, so n acci ones, en tr e o tras q ue lla m am o s co r recta m ente morales , que di suelven la más leve sospech a sob re la auto nomía d e la volunta d , dada u na ca p acida d medi a de ra zonam ien to y ar bit r io. Incluso al margen de lo qu e di sponga un a ética de la autodeterminación racional, un valor de autonomía para la volu ntad queda manifestado también en la experiencia cotid ia na a través d e co nd uctas tan va riadas com o la revis ión generacio na l de los jóve nes, la a u to defensa de los grup os s oci ales m ás oprim idos o el h istórico com ba te de m uchos homb res de cien cia y de letras contra el do gma y la su-
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pe rstici ón . Po r lo de más, es mucho más común todavía el hech o de q ue tendem os a ntes a estimar y a declara r como propiamen te moral la conducta realiza da a pesar de los obs táculos físicos o ideológicos int e rpu es to s a la vo lu n tad, q ue a ha cerlo sob re aquella qu e - incluso con igua les o sup eriores b uena s co nsecue ncias- se ha real izado sigu ie nd o la pend ient e d el sen tim ien to , del d eseo o del in terés ego ísta, que co nd ucen a la volu ntad d irec ta mente y sin traba s hacia su o bjeto.
2.
Lo b ueno m ora l
En el d ra ma Julio César, de Shak espe are, Bru to se diri ge a la m ult itud para ju stificar el asesinato de César. Sc escu da en las virt udes repub licanas y consigue la ad hesión de l pu eblo. Pero a co n tinuación ha bla el viejo amigo del dictador, Marco Antonio, y logra con su di scu rs o funerario exaltar a l gentío contra Bru to. ¿Có mo es posible qu e un m ismo espectador; a nte una mi s ma acción -el asesinato de César- e idé n ticas ci rc u nsta nc ias se a ca paz d e cambia r tan rad ical men te de opin ión? Lo qu e nos sug iere esta mu tación es, po r lo menos, qu e existe n di fere ntes mane ras de concebir lo que est á bien y lo que está ma l, y qu e esto depende sólo de la pers pectiva mo ral ado p tada en nu estra o pinión.
V ARI ED AD ES DE 1.0 BUENO M ORAL
Hemo s tra tado co n a n terioridad so bre la s reglas morales y la a utonom ía d e la volu ntad qu e a lgu n as d e ellas pres upo nen (V, 1). Pero ni n guna norma ét ica se es ta blec e sin que se acompañe, a su vez, de algu na idea de lo bu eno en lazada con nu estra acci ón sometid a a nor m a, para darle co ntenido o «sen tido » de acción de algu ien y para algo. 256
El ..bien » o lo bu en o m ora l, sin m ás , es u na cua.lid ad a tri b uida a nuestra vo lu n tad, a nuestra acción en general, o a l objeto , en pa r ticula r, de esta a cción , cua ndo co ns id era mos en cualqu ier cas o q ue se ajus ta n a lo «d eseable» o «de bido » desde u n pu nto de vista moral. Esta a firmac i ón ad m ite im pl ícitamen te que ha y un doble sen tid o d e lo bu en o. En efecto , po demos hablar d e a lgo bu eno en un se n tid o mora l. Pero ta m bié n co mo a lgo q ue no t iene na d a qu e ver con la moral. Si digo ..lleva un a b uena vida » n o representa lo m ismo q ue d ecir ..lleva u na vida bue na ». En este cas o me refiero a lo bueno mo ra l. En aquél a lo bu eno no-mora l o me jor, amoral, al es tilo de ..es te cuc hillo es bueno » - no de ..és te es u n buen gobierno s-c-. Ha y, po r lo tanto, una front era e nt re lo bu en o mo ra l y lo b ueno a moral, si bien , como toda frontera, es Htlgiosa. Apro xim ativamen te p ue de convenirse. ayudados de Moo re (111, 4) , que 10 bu eno mora l, el "bien .., es irredu cible a pro pied ades naturales o descri ptibles empíricamente, mi entra s qu e lo ot ro bu eno si p uede descomponers e en propied ad es de esta índo le. Semejan te comprom iso provocaría el recha zo d e algunos filósofos em piris tas, pero no pocos d e ellos se a linea rían co n él, yendo en es te pu n to a la zaga no sólo d e Moore , sino de la filosofía griega y de Kan t, por lo menos. Aunque fuera así, no habría o bs tác ulo , por otra parte, para da r por ci erto, tal como re conoce Van Wright en The Varieties o{ Goodness , qu e la id ea d e b uen o moral es derivativa , po r génesis cu lt u ra l d e la noció n d e bueno en un sent id o no-mo ra l: de lo «b ue no», por ejem plo , d e u n ca rác te r o d e u na o.bra para satisfac er ta l o cual perentorio p ro p ós ñ o. Con el andar del tiempo ese ..bueno » se co nvertirá en b ueno moral y au n en el ..bien ». Es d ecir, en u~a cualidad o pred icado válid os a hora ya por sí mi smos. Una transformaci ón , por lo demás, sobre la cua l abom inaba Nietzsche, pue sto que impli257
, ca ría u n a inversi ón de va lo res (Umwertu ng der Werte): de 10 bueno com o «n ob le», por apropiado a una realidad im pos itiva, a lo bueno como «p u ro », por negad o r d e és ta (Genealogía, I, § 5-S) . Ad m itid o, pu es, que gen ét lca men t bue no o bien derivan de «b ueno» en sen tido a m oral, to davía cu m p le di st inguir en tre o tra s dos acepcio nes del primer co ncepto. El hecho es que dentro del contexto ético se utili zan hoy, m uy d istintamente, bien o bueno u na s veces co m o adje tivo (e.luan es u n buen ch ico ») y o tras co mo sus ta ntivo (e.Ju an sabe lo que es hacer el blen »]. En el primer uso nos re fer imos a la cualídad d e un o bjeto: la bond ad es pred icado y sól o es o. E n el seg undo hemo s reificado ya aquella cualid ad . Nos enco ntramos a nte un transcendenta l: el Bi en . S in e m b a rgo, d e n t ro del mismo co n tex to ético es má s u su al toma r bien o bueno en aquel se n tido q ue en este últ imo, p rác t ica mente d esapar ecido ya del lengu aje ético co n tem po rán eo , tant o com ú n como acadé m ico. Ha s ta a q uí hemos citado a lg u n as va r ie d ades pro [orma d e la idea d e lo bueno . Ho ra es de r ecord ar que no so n és tas, sin o la s múltiples versio ne s do ctrinales de d icha idea lo q ue h a motivado que m uch os filó sofos, a lo la rgo d e la his toria, se hayan preocu pado de averig ua r qué cosa es lo bueno m oral para todos y en toda oc asión. Es, s i se quiere, la tr ad icio nal p regun ta so b re el bien . Una cu es tió n qu e no se pla n tearía sin haber antes leva ntado acta sobre las m uchas op in iones existen tes en tor n o a est e co ncep to : así, lo buen o co m o lo asociado co n el placer, la utilidad , el id eal, la actitud, etc ., segú n cada in di vid uo , gru po o socied ad q ue lo pien sen . En la s páginas qu e sigu en mencionaremos algunos de los m ás co n oci do s planteamien tos en tor n o a esta idea , agrupánd olos, para segu ir un cierto orden, en aquellos que rel acionan su n aturaleza con el principio de la períecci ón, los que la cifran en la felicidad y, fina lm en te, ya en el próximo cap ít u lo, 258
en aq uellos que la sit úan en la p erspe cti va d e u na aut on om ía personal.
L A PER SPECTIVA DE LA PERF ECCiÓN
Veamos, en pri mer lugar, el teologism o platónico del Bien . Só crates, en el Gorgias, le respo nde a CaIiel es que la a ntítes is en t r e lo bueno y lo m a lo (agathó n y kakón ) no es r ed ucible, s in caer en el abs urd o, a la d ualidad de p lacer (hedoné ) y d olo r (dlgos ). El ma l es u n em pe ora m ien to de! a lm a , e! resquebrajam iento de un a vol u n ta d e n te ra . Y la peor de las cosas malas es co mete r una injus ticia (475 e), algo m ás lacera nte tod avía qu e ten er q ue padecerla: p uede convertirse en un ma l crónico q ue d eje a l alm a gangrenada e incurable (480 b). El filósofo aduce, por consiguiente , la natu raleza moral d e los co nc ep tos d e b ien y mal, r eco rdando, de pa so, qu e lo placen te ro y 10 dol oro so no son, co mo se p iensa, términos op uestos (495 e) . Pu ed en in cluso co exi s tir juntos: el dolor de u na picadura y el agrado en refregarla. De modo qu e Sóc rates di stingue ya m uy bien en tre el d olor y lo cie rtamen te di spla centero . u na d istinción q ue se ad m it e hoy, en ocasi ón. siq u iera, de los qu e hallan en el d olor ver dadero pla ce r. En el Filebo la concepción d el bien se ada pta al ca no n del clas ici smo cultural gr iego . Dícese q u e so n buenos el placer y - a hora- el co nocim ien to . Pero ni n gun a de esta s cos as e s b u en a po r s í m isma , La vid a buena es u na mezcl a de tod as esas cosas qu e lla ma m os bu en as, pero s iem p re en una m ezcla justa men te proporcionada . La prim era n ot a de l bien es, pues, la sym me tria d e sus partes (6 J b ). Siendo así que 10 bueno se corresponde con lo bello (kalós). De esa corresponde ncia su rgió , en fu s ión , el recon ocid o ide al a teniense de «ín teg r a pro bidad» d el ci udadano: la kalokagathla . En la Re259
pública , por otra pa rt e, e l Bi e n - el s u p re mo bien- es la feli cidad (eudaímonía }, pero ente nd ida és ta co mo «con tem plación » d e la idea o «fo rma » (eidos ) del bien mismo . Es ta ex pe riencia es p rivativa del filóso fo, pues el Bien es idea o [orma en el alma d e algo qu e es tá «más a llá del ser». Lu ego es form a «su p rem a» , tamb ién, que me rece su íden ttfteació n con la vida me jo r. Dice Plat ón de es ta forma o idea q ue es como el sol del mundo in tel igible, y aun pone en boca de Sócrates que el prop io so l es «hijo d el b ien y su mamente se me jante a éste •. El Bien no es sólo un univers al mora l, un obj eto del co noci m ien to, sino ca usa asi mismo de éste, ya q ue propo rci o na la verdad a todos s us objetos, co mo la lu z d el sol ilu m in a a todas las cos as . Por esto es pa lmariament e supremo a to da idea «en cuanto a d ignid ad y p oder». E nton ces Glaucón no pu ed e m enos qu e ex clamar an te Sócrates : «[Po r Apelo! ¡Qué m aravillos a superloridadl - (VI, 508 b-51 1 e). La vida y sus actos son buenos si particip an de la idea absoluta del Bien, co n realidad inteligibl e su bsiste nte por sí mi sma . Nad a, fuera de ella, tiene bond ad per se, vien e a decir la teoría p la tón ica d e 10 bueno mora l. Final mente, en Las leyes esta teoría se iden tifica con la conte m plación de la idea divina: la perfección moral del alma se hace a re ndida imagen de la pe rfección d ivina. Platón ya se ha b ía extend ido va rias veces (Cnuílo, 386 SS., Teeta o , 152 ss .) co ntra la célebre se n tencia de Protágora s el hombre es la medida de ladas las cosas. En este d iálogo de madurez vuelve a lo mi sm o para postular que todo h ombre sensato ..debe d isponers e a ser de los qu e siga n al d ios ». Po r donde el dios, ciertamente, ha de ser nuestra medida de ladas las cosas (7 16 b-e). No es d e extraña r; a sí, qu e el pe nsamie nto re ligioso posterior siga en esto a Plat ón. Vamo s a refe ri m os ahora a l teologismo cristiano del Bien, igualmente basado en el p rincipio de perfección del alma. Pero d el alma en tanto que «esp ír itu» mov ido por una fe en Dios. Eso 260
mism o va a hacer qu e en la Pat rís tica y en la Esco lás tica el Bien no sea , sin em bargo , algo in d ep endiente de las esencias, como recoge Platón . El Bien cristiano es también transcendente. pe ro además, y ah í es tá lo nu evo , personal para todo aquel que vaya confiad a me nte en su segu imient o. Ya no es el Bien encerrado en una objetividad que cons iente sólo en ser «pa rt icipada». El Bien alcan za ta mbién a los actos de qu ien lo persi gu e y la su bjetivid ad que los sost iene. Se hace asimismo «su bjetivo»: es un appetibile. Pero sin olvidar, por d escontado, que si hay un apetito es po rque existe antes algo a petecido. Sólo res ta que la moral elija ad ecu ad a men te en tre los a pe ti tos pa ra en tresaca r aq uel que co n d uce a su bien su pre mo . El Bien es lo deseable, pe ro lo «deseable» siem p re en m odo necesario , nunca gratu it o o contingente. Pu es lo ético, sigu iendo lo relig ioso , es desear en con fo rm idad nada m enos que con u n objet o di vin o . Si en Platón la o n to logía precedía, en la República, a la ética, en lo s filósofos cristia no s n o hay d uda q ue es la teol ogía quien la a nteced e. E n ambos ca sos, el Bien, appetibile o no , es la noción de un a bsolu to met aff sico situado en 10 tra nsce nde n te del ser y condiciona n te d e nu es tro deber. jamá s d erivable de és te. Agu stí n d e Hipona hará coexte ns ivo el b ien in m utable d e la verdadera felicidad (bealiwdo) co n el Ser creador haci a el q ue nos volve mos lib re y amorosamente (Confesiones. IX, 18; XIII, 43). Para Tomá s d e Aquino , por o tra p a r te . e l bo nu m p er fecto , co ns t itu t ivo a nálo gamente d e la felicidad , se alcanza só lo con la visión de Dios, perfect iva d e nuestro es p írit u. De forma qu e Dios es b ien y el ún ico b ien necesario para la felicidad : es Su tn mum bonum (Sum m a, 1-11, q . 4 ). lIay pa ra los d os pens ado res un a co ns ubstan cialldad en t re el Bi en y ese S er. El m al, por con sigui ent e, con siste en u n mero «aleja mien to » volun ta rio de es te último . 26 1
LA
PERS PECTIVA DE LA FELI CIDAD
Con todo, la verdadera felicidad sólo es alcanzab le, para la teolog fa mora l, e n la vid a fu tu r a . El bi en perf ec to q u eda, as í, a p la za d o desde la vid a p rese nt e. Nada de eso hab ía soste nido , en camb io , Ari st ót e le s. S igue igu a lm e n te e l eu d e m o n is m o ético de Plat ón, pero desde un p rincipio de felicid ad reali zable que incluye s iem p r e lo bue n o en claro sen tid o in m a nen te. S u ética no qu iere desbordar los límites d e una ..filos o fía d el hombre . ta nthrápeia philosophia} . An tes d e fo rmu la r la id en tifi caci ó n del bi en con la felicidad, Ar is tóteles es ta b lece el prime ro e n r e lació n c o n s u p rop io s is te m a d e teleo logi s m o m et a fí s ic o : t o d o b ie n es u n ( in (t élos ). Puesto que cu a lq u ie r acci ón tie n de a un fi n, és te s erá el bie n (aga tlzó,,) d e t oda a cci ón (Et . N ic. , 1094 a ). Lu ego , ta mbi én, s i hay distinto s fin es p a r a di s t in ta s acci o nes , h a brá ind u dab leme nte distintos bi e nes. El b ie n , co mo el s er, es ana ló gic o: se d ice d e m uchas cosas y al mi smo tiempo d e m uchas manera s. Qu e hay bien es m uy diferentes lo h abía sosten id o ya P la tó n: lo s ll ama d o s exteri o r es, lo s d el a lm a y los del cue rp o (Las leyes , 69 7 b; Eutidemo, 279 a ). Sin em bargo, p ronto d esc ubrim os que hay u n bien po r enci ma de los d emás en ra zón d el fin al que s e a d sc r ib e. Cu a n d o vo lu n ta r ia me n te , en n ues tr a acción , nos p ropon em os u n fin no co nd icionado a otro fin , o q uer ido «po r sí mi s m o », es evid en t e q u e és t e c o rre s p o n d e r á a lo mejo r (dri ston) d e en tre lo bu en o (ib, 1094 a 18). Es te b ien esencial, fin inco nd ici onado , es la feli cidad, el bien m ás noble de todos (agath ón kalón) . Los otros bi en es se sub ord inan a él: el placer, la fortu n a, la ut ilidad , etc., t ien en , pues, en la perspectiva de un fi n fin al, y aun s ie n do fin es, la consid er ación d e m edios. So n los bienes que «co n tri b uyen » a la feli262
c ld ad , como el bi en est a r o la am istad, p CI'O s in iden tificarse nunca co n ella . A es te resp ecto , los esco lás t ic o s d is ti n gu iría n más ta rd e e n tre bonum simp íiciter, o buen o por sí m ism o , y bonum secu ndum qu id , lo bue no «acciden ta l». La felicidad n o es un b ien meramen te privado . S i es el más noble y perfecto d e los bienes es po r su na tura le za p ú blica tam bién . La feli cid ad co ns iste en «vivir" bien y obrar bien », do nd e no se p ued e separar lo qu e es b ueno para el ci u dada no y lo q ue es bue no para la ci udad . Puede dec irse , pue s, que el bien más no ble es un b ien polít ico y q ue su es tud io pe rte nece a la políteía , la ciencia s up re m a - y que incluye lo q u e no sotro s lla mam os ..é tica ..-, po rq ue trata sobre el fin que han de cu m p lir todas la s demás ci encias en la ciudad (ib. , 1094 b- I095 a). S i h ay acuerdo, por lo vis to, en qu e el nombre d el b ien en sí mi s mo es «felicid ad» , sinónimo d e «vivir bien y obrar bien .., no lo h ay, en cam bio - pu ntualiza Ari s tót eles- , so br e el obje to co n ten id o de esta id ea ge ner al. P u es se gú n sea e l «gé nero d e vida .. elegido, así será el co n te n ido de la feli cidad qu e nos propone mos encontrar. A s u m et affs ic a añade aho ra una b uen a dos is de realis mo: los hay que se in clinan por la vida volu ptuosa (b fos apoíous tíkos v. qui en es prefieren la ges tión de la ci udad (bíos po lit ikós ) y aq u ell os, menos , que elig e n la «vida con tem pla tiva .. o encam ina da al sa be r (bíos theoretikós ) (ib; 1095 b-1096 a ). ¿Co n cuál d e las tres debe rem os asociar la felicidad ? La resp ues ta em p ie za co n u n a re fut ación d el eude m o n ism o teo logista de Plató n y de los ac ad ém icos q ue habrí an pronunciad o la ú lti ma pa labra sobre lo que d eb e te n erse por su m o b ien . No pu ed e haber u n a idea universal y única de Bi en . E n p rin cipio es ta p alabra se dice en la cate goría de ideas muy d iferen tes en t re s í: h ablam o s d e lo bu e n o com o cosa, med ida , oportu ni dad, vir tu d .. . S i adoptáramos una so la ide a absolu ta para este tér m ino,
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la palabra "bien» ya n o podrí a s er u sada, por lo contrario, en todas las cat eg or ía s en que conviniera hacerlo : como sustancia, can tidad, cu alidad , relación, tiempo, lugar y otra s (ib, 1096 a 30). Si, en conclusión , el bien p erfecto, la felicidad , fuera la id ea platónica del Bien, las diversas es pe cies de bien para u n a vid a terrena de acción existir ían en vano. No es el bie n algo común en virtu d de una id e a ; y s i, adem ás, ést a existie r a por s í misma, como piensa Platón, «el hom b re no podría re a lizarlo ni adquirirlo». Cu ando, justamente, lo qu e bu scamos en la acción es la posib ilid ad efectiva de unos actos y u na vid a buenos (i b., 1096 b). El bien q uerid o por sí mi smo , la felicidad, es del h om b re y p ara el hombre. Además, la felicidad para él no es sólo un bien «pe rfec to», sino suficien te: p ensamos que ella sola "hace de seable la vid a». . Por lo cu al h abremos de admitir que el bien es común no en fu nción -de una idea o un dios, sin o d e "ciertas accion es y ac tividades ) , las que llen an de contenido la felicidad, y de la manera correcta, con arreglo a virtud, mediante la que desarrollamos todas esta s cosas (ib., 1098 b 10-32). E n el libro X y último de la Ética nicomáquea se identificará la «felicid ad perfecta» (teleta eudaimon ía) particularment e con la actividad contem pla tiva o teorética (theorfa). Ella nos abre las pu ertas del conocimiento (ela parte m ás divina que hay en nosotros») y nos hace, asim ism o, autosuficientes. Pero esta actividad no se realiza sin una virtud moral que le es pro pia, la sophía o sa biduría, la m ás intelectual de las virtudes. Por eso la clase de vida qu e resulta de aqué lla es la qu e hace verdade ramente al sabio (sophós) (ib ., 1177 a). EL EUDE MONIS MO HEDONISTA
El libro vn de la Ética nicom áquea trata sobre la re laci ón entre el b ien y el placer. Para Aristóte-
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les, a d iferen cia d e Plató n, lo agr adable a los se n tidos no es siempre, com o afectación sensib le, u n obstáculo para la vid a buena. Los pla ceres de la acti vid ad co ntem p lat iva s on un es tí m u lo , in clus o , par a la felici dad (E t. Nic., 1153 a), que p or se r bien "p er fect o» no admiti ría car e nci as d e este tipo (ib. , 1153 b). Placeres pr opio s d e la vid a corp or al y de la fortuna son asimismo contributivos d e la feli cidad -qu ien es lo n iega n mienten bellacamente-, au n que deben usarse en equilibr io y con moderación , sab iend o d e an te man o qu e ellos por sí so lo s no cons tit uyen la felicidad (loc. cit.). No piensan así, sin em b arg o , lo s filó sofos «h edon istas» , que asocian el bien con el plac er en gen eral. El eude mo ni smo adoptará rápidamente este sig n o h edo n ist a con Epicuro , en especia l, y más modernament e con lo s a u tores utilitari stas . «El placer - escr ib e el primero en la Epístola a Men eceo (§ 129)- es el principio y el fin d e una vida feli z, el b ien prim ero y co n n a t ural a noso tros» (Ética , 95). Con todo, no hay que ver aquí u n a a p olo gía del placer indiscriminado . Todos los placeres naturales son buenos, pe ro unos, lo s de la amistad y el intelecto, son eleg ibles y otr os no. Má s tod avía : el au tén tico p lac er no es el que se da con el goce, «sino al no s ufr ir dolo r en el cue r po ni turbación en el alm a » (ib., 99, § 131). A vec es el propio placer nos conduce a estos males, notoriamente cuando su rge de la p asión. De modo que el máximo placer deberá ser, en cam bio, negativo o «cata s tem ático » (d e k at ástasí s, r estauración del equ ili brio) , pues aquello qu e lo define es la elim inación de la inquietud (alypia) y del dolor (aponía ). La vida feliz con s iste en semejante es tado de plena serenidad -s-atarax ía-:-, gan a da , sin em b arg o , mediante la act iva sabidurí a , lejos de cualqu ier místico quietismo. El b ien ya no se id entifica platón icam ente con la perfección. Ni es igual, según vimos después, a una feli cidad de orden intelectual. Ant e un tiempo de cri265
sis y para hacer fre n te a la m isma, lo bu eno se perfila en la ética d e Epicuro com o la co nquista o el reenc u entro de u n a go zosa tranquilidad en la cercana convivencia y en la cuidada m editación. Lu crecic dirá de estos términos que son «los más d ign os, en todo tiempo, de vid a p erdurable » (De la natu ra, 111, 13). El utilitarismo re presenta aquella filosofía práctica que más pun tos en común mantien e con el antiguo hedonismo de Epicuro y Aristipo de Ciren eoEn ta nto qu e «eudemonismo» . tam bién , guarda una analogía con la ética aristotélica, cuando ésta, además de la felicidad, postu la que el bien está en el fin y que el m áximo bien, la felicidad, es de naturaleza política. El caso es que la de cidida identificación de la u tilidad (utility) con el único principio práctico uní versa l que nos lleva a lo bueno es algo indisociable de una filosofía política, la del liberalismo reformador e ilus trado , que al fin y al cabo la justifica y su ste nta . Jeremy Bentham, escrit or y po lítico inglés de finales del siglo XVIH, en cabeza esa doctrina moral y política a la vez. El utilitarismo, con más o menos variaciones, tiene ya dos siglos de existencia e in cluye as imismo otros autores p un tero s: James Mill, John Stuart Mill, Sid gwick, Mo ore, Toulmin y Rawls (Brandt . Teoría ética; Smart, Williams , Utilitarismo ). E n una p rimera obra po lítica , Fragmento sobre el gobierno (17 76) , Bentham d efine la utilidad en los té rm inos de una «tendencia» que posee todo act o par a pro curarnos la felicidad. Ha acep tado, de antemano, qu e la felicidad es el bien y que és te se encuentra al tér m in o de nues tros actos. Lo con tr ar io a aq ue lla «t endencia» n o puede s er más que prejuicio en nu estras mentes o inconfesable interés en nues tros pro pósitos (ib. , Pre facio, § 54). Corresponde a un espír itu libre y be nefactor to mar a la u tili d ad como única ley universa l para aprobar o desaprobar; aSÍ, cualquier otro prec ep to y, en gene r al, todo acto e institución (ib. , § 55). 266
De la anterior exposición se dedu ce que la aplicaci ón del p rincipio d e u tilid ad determ ina la d ism inución o el aumento de nuestro «bien" que es la felici dad . ¿Pero en qu é consiste ésta? Lo bueno no reside en u na forma que transciende a nuestro co nocimiento. Tampoco en una vida dedicad a al conocimiento o atravesada d e buen as in te nc iones. La felicidad su rg e con el placer y el r echazo del dolor . Ése y no otro es nuestro verdadero «in te r és»: en van o p ret ende definirlo el jurista con su s argumentos. Eso es propio, en cam b io , d e la demostración de l filósofo moral, que só lo deberá escuchar, por su parte, la razón d e que siempre y en todo lu gar el p lacer es, por naturaleza , lo deseable tib.. § 6 1). Por co nsigui ente, las únicas con secuen cias qu e verdaderamente nos interesan en relación con u na norma o lo s ac tos sujetos a ella son , s im plemen te, las q ue tengan que ver con el grad o de pla cer obten id o y d e dolor evit ado en aquéllos (ib., § 62). Lo bueno, pu es, es sólo el placer. Es te se mi de estrictamente por la s consecuencias de la acción. Y a ellas d ebe servir; en definitiva, la única y general norma de la utilidad. Esta doctrina es r etomada en la Introducción a los principios de la moral y la legislación (1788) , donde se fundamenta la norma de la utilidad en la mencionada ley del «in terés) por el qu e todos b uscan satisfacer el objeto de su deseo. No hay m á s principio subsist ente, n i en la ética ni en la legislación. De modo que el sujet o de ambas está det erminado por los dos in tereses fundam entales de la búsqueda del placer y del rechazo del dolor: «La na turaleza ha co locado a la h um an idad bajo el gobiern o de dos se ñores so be ranos, el dolor y el placer... Ambos nos gobiernan en todo lo que h acem os, en todo lo que decimos, en todo lo que p ensam os: cu alquier esfuer zo que haga m os para libram os de nuestra sujeción a ell os , no hará si n o d emos trarl a y confí r m arla» (ib, 1, 1). Cuando se habla de la utilid ad 267
co mo norm a gener al y de la felicid ad o "bien » que la ju stifica, todo lo que es tá en cuesti ón es, se gún lo dicho, nuestr o manifiesto e in del ebl e interés por servir a uno de aque llos dos «se ñores sober anos» y huir lo m ás lejos que se pued a del otro (loe. cit. ). Ahora b ien , el solo interés por la búsqueda del placer. co n el q ue Bentham q u ier e tras la d ar a lo prá ct ico la mi sm a sim plicid ad d e princi pios q ue caracterizaba al newt onis m o, es a lgo que reconocid amente lleva a l co nflicto de los ho mbres en tre sí, en di sputa por su in dividual provec ho. El fin de la felicidad . o . lo que es lo mi sm o . el au mento d e las co nsecuencias agradables por nues tras leyes y actos, es tá re ñ ido eviden te me n te c o n a q u e lla d es a gr a d a b le exp er ie n cia. Lu ego po r ca usa de la propia felicidad conviene arm oniza r el in te rés ind ividu a l con el in terés coleetivo, s i b ien és te . en el utili ta rism o inicial, no pasa d e se r la m era suma de los in tereses in di viduales preexistentes y, por lo demás , de los indi vid uos de u na determin ada clase social . Admitida esta ca uci ón del hedon ism o, pues . com unitario. se dice que un a norma y los actos q ue conte m pla son buenos --contribuyen a la feli cidad - si logra n m aximizar sus consecuencias agradables según el interés del grupo im plicado ab.. 1, 7). Algo es moralmente buen o, en otras pa labras, s i res ulta d e a plicar calcu lada mente el pri nci pio práctico de la utilidad para una determinada com u n idad de intereses. Existían ya elementos de esta doctrina en au tores a nter io res a Bentham : Helvétiu s, Beccar ia y el m ismo Hume. quien escribió que "la u tilidad pública es el único origen de la justicia» (An Bnqu iry, 14 5). Pero fue Bentham qu ien cons igu ió d efinirl a de forma m ás sistemática y feh aciente. a través de su pro pia a cción políti ca . Joh n St u art Mill. por n o citar sin o a otro m em orabl e teorizador del utilit arismo. am pl ía los cri terios r elativos a l p rincipio de utilidad, pero sin sa o lirse d el marco d el liberalismo b urgu és d esd e el que ante s habían s id o esta bleci d os . La utilidad, 268 "
,
a ñade MilI, deb e se rvir para la satisfacció n de los d eseos d e toda ín dole, no só lo d e los ligad os co n la sens ib ilidad o lo s apetit os p ro p ios de un a clase social. E n es te punto rinde h as ta homenaj e a E p icu ro: el placer intel ectual es su pe r io r a l fís ico para la med id a d e n ues tra felicid ad . Por eso: " Es del todo com pa tib le con el p rincipio de u ti lidad el reconocer el hech o d e q ue algu n os ti pos de pl acer so n más des ea b les y va liosos que ot r os » (Mili, El utilita ris m o , cap . 2, 4 8 ). Po r d o nd e : " Es m ej o r -dice poco después. en co nocid as pa labras- se r u n se r h u m ano insa tisfecho q ue u n cerdo sa tis fecho; mejo r ser un Sócrates in sa tis fech o q ue un neci o satis fec h o » (i b .• 5 1). O tro n u evo elemento es aq u í la in s is te ncia e n el carácter u ni versa l d e la no rma u til itari sta, d e m anera que el b ien q ue és ta p roc ura - la felicidad- d ebe ten er un a lcance irren unciab lemen te co lectivo. Es p referib le la fel icidad ge ne ral a la particula r. En fin . el crite rio u ti litaris tá en o lo constit uye la mayor fe li ci dad d el p ro p io agen te. sino la mayor can tidad total de felicidad » (ib., 53). Bas ta nte ca m bio h a habido , por s u puesto , desde aquel p rísti no individuali smo d e Ben th am . Co n todo. la felici dad s igue sien do el ún ico jus tificante de la ética . y el placer -c-declarado , in amoviblem ente, lo deseabíe-:-- co ntin úa co mo el ún ico elemen to defin idor de la felicidad. Tod avía hoy el utilita ri s m o iden tifica lo bueno co n el placer y, su bs id ia riamen te , co n tod o lo út il que nos lleve a él. Co n Ben tham y Mili el pro to ti po m oral del Coriolano de Shakes peare pa re ce ya perte necer a o t ro mundo. Má s próximos al n uevo eud emon ism o van a resultar la Pam ela d e Richard so n o el Gr a dgr in d d e Dicken s, en Tiem pos diítcíles , p ersonajes re sueltam ente prácti co s y con fo rm a dos a su prop io orden social. Al establece r la eq ui va len cia en tr e lo bueno y lo ú til n o ha dejad o de verse. en es te re cu perado hedonismo , la moral caracte r íst ica, en efecto , de la nueva sociedad burgu esa, in te269
resada a nte todo po r s u p ro pio bien estar. Sea o no el u tilita rismo un id eario merame nte expresivo de u na ideolo gía d e clase, lo ci erto es que d esd e el m is mo pla no ético del qu e pret ende formar pa rt e se le p ued en la nzar no pocos repro ches. Al cone ctar lo bueno y todo lo mo ra l co n lo útil impide ca.liFicar co mo buenos o mo rales los actos en sí rrusmos in útiles, incluso aquellos pensados en a ras de lo út il, co mo el capitán qu e se hund e co n su barco o el co mbat ient e por la libert ad qu e suc u mbe mucho a ntes de alcan za rla . ¿Pertenece n es tas acciones al o rden de lo indistinto moral (adiapho ra)? Luego , ta mbién, ¿qué es mejor a la hora de decidir u na acción? ¿El acto que repo rt a má s felicid ad pa ra meno s gen te (p. e ., una polí tica maxim izadora d e beneficios empresariales), o aquel o tro qu e co nlleva m en os felicidad , pero para má s gen te (p. e., un a po lítica de re d istri b ución de la ren ta)? Partic';llarm ente en u na sociedad dividida en clases la qu im érica a plicación de la norma u tilitarista d esm ient e su pr et end ida u niversa lidad: uno s ponen antes s ~ «inte rés» en el placer de come r y o tro s en poder S I q uiera aplacar el ha m bre. Lo qu e d etermina la crí tica a l u tilitari smo es a nte todo el «hedo n is m o psicológico », como se ha d ado en lla mar, q ue es tá p resen te e n s u co ncep to d e lo bueno moral. Ést e pre supone qu e tod os deseamos el pla cer co mo fin y po r es o , por ser lo deseado es identificado sin má s co n el b ien. Desd e la pers pectiva d e una ética del des int erés el utili t a ri sm o pu ede c o n temp larse , a es t e res pect o , co mo la deri va ción in m edi a ta d e un ego ísm o psi cológic o , por el cu a l nues tro ps iq ui s m o g iraría a l re d e d o r s ie m p re d e la s a t is fa c ci ó n d el yo . El he c ho es qu e lo s utili t a r ist a s m ant ien en a b ie r t a me n te , para empe za r, que todo placer es int rtnseca m erue b uen o . Sin e m barg o , n o es lo m ismo el plac er de la ven ganza qu e el de ayuda r a la inst ru cción d el q ue no sabe. Pa ra preferi r és te 270
sob re aq uél. a u nq ue repor ten ca n tida d es igual es d e sa t is fac ci ó n, el u ti lit a ris ta d e be rá co n tr a de ci rse y toma r el placer en u n sen tido ..ex trínseco», no en su rea lida d psicológica : po r s us co nsecuenci as ed ucativas o socia les , e n n uest ro ejem plo . Al m ism o tiempo se ad m ite q ue sólo el placer es in trtnsecamente bueno : no pu ede serlo ningú n a ct o q ue im pliq ue u n sac rific io por nu estra parte (M ill, íb. , 6 1). Si n em barg o , eso es ignorar qu e, de hecho - los hechos qu e ta n to d ice re s peta r el utilitar ista- , co nsideram o s b uen a s no pocas acci o nes desl iga da s del placer. Más aú n: son és tas las que c o ns ide ra m os m ejo res , se e n t ie n de d e sd e un pu n to de vista moral. P O I' último, y co mo co lof ón de las tes is an te riores, d ice el ut ilitarist a qu e la bo ndad de un acto es proporcio nal al placer que con tiene. Así Jo reconocen Bcn th am y los llamad os ora «he don istas cuantit ativ os », o ra «uü lita ristas d el acto». No obsta n te, Mili y los «hed onistas cua litativos» , también «ut ilitaris tas de la no rma» , afirm a n q ue lo b ueno no depende d e la «ca n tidad » de pla cer recog id a en las consecuencias d e un ac to , s ino d e s u «ca lid a d », algo q ue viene determinad o es pecíficamen te po r la clase d e 'lOn na elegi da pa ra llega r a la s m ejores consecue ncias (ib. , 48-49). El p ro blem a sigue res id ien d o , e m pero , en sa ber q ué placer m erece ser pro movid o por la no rma y cuá l no : ¿po r qué a poya r me nos , por ejem plo, 10 bu en o religioso que lo bu eno artístico, o viceversa? Al in tr od uci r el cri terio de la calidad del pla cer nos vemos obligados, pues, a a pa rt a rn os del u til ita ris mo o a reto r na r a su ori gen cua n titativista (Fra n kcna, Ética , 122-123; S m a r t, ..Extre me a nd Rest ricted Uti litaria n is m », en P. Fo ot , Teorías, 248 ss. ). Pese a tod o , el bien q ue co ncibe el hed onismo no cs to talm cn te des de ñable. En p rim er lugar, por nuestra natura leza y legítim a asp iración a u na felicidad no necesa ria me n te reñida con el placer. Des271
pu és, porque incluso para una ét ica "del deber», com o la kanti ana, lo s hechos mi smos, y todas su s ventajas p a ra nosotros , es tán involu crad os en la prueba de co ns istencia de la norma a la que nos h ab remos de obliga r. Por lo demás, si un exceso de h edonismo , com o reconoció Freud , de ti en e la voluntad de es fue rzo y superación que nos hace m ejores, su defecto no nos col oca en una s it u a ción mejor. Po siblemente re troced eríamos más d e prisa aún hacia la ruina.
3.
Lo b u eno d esde la p ersp ectiva d e la autonomía Segú n el utilitarismo , no es moralmente "bueno»
la s consecue n cias de nuestra ac ci ón . E n ca mbio , en las éti cas formal es o de la autonom ía moral (d etermin aci ón d e la vo luntad por la «forma» de sus p receptos , es decir, por st m isma) , el bien n o es r educibl e a ningún Bien en sí n i a ninguna experiencia buena . Así, par a el for malismo kantiano lo bu eno moral pertenece a u na fo rma del querer (en eso muestra su nexo al men os con el rig orism o estoico y el ascetismo cri stiano), m ientras qu e según el form alis m o sartreano lo bueno se corres po nde con la form a del elegir. Seguidamente se resumirán a mbas concepci on es , co n lo que te n drem os o cas ión de notar, también, su co ns id erab le papel en el r efuer zo del in div idu o como todo r esponsable de su ac ci ón moral, rasgo , este, tributario d e la s cu ltur as de Occidente.
el acto qu e no reporta felicidad, de modo que aquel valor irí a ligado sólo a las consecuencias del ob rar. ¿Pero cóm o ju zgar «buen o» el sacri ficio de un m édico en favor d e su en fermo, cu an do éste, sin haberlo podido evitar, fallece al cab o de poco tiempo? Si evalu a m os la ac ción por sus estr ic tas consecu en cias, co m o quiere casi toda ét ic a «m a teria l» (d eterminación de la vo lun tad por s u obj eto, o «m at er ia» de las máximas de aqué lla ), ta mpoco podrí amos co ncede r valor d e b ond ad al esfu erzo d e un autor no r ecompensado por el éxito (Stephen Da edalus, e n Retrato del artis ta adolescente), a l buen corazón de un hombre margin ado por lo s suyos (el cu r a de Ambricourt, en el Diario de un cura de pueblo ) o a la luch a ab negada que por causa de un accidente n o alcanza a dar fru to (Kyo Gisors , en La con dición humana) . Si en al guna s éticas materi ale s el bien se id entifica con una entidad - la ide a pl atónica d e Bien o el Rei no de Dios-c-, para la m ayor ía d e ella s, d esde Aristóteles hasta el n eou tilit arism o actual, el bien se reduce a una cuali dad p ersonal - sa bid u rí a , go ce , bien estar- que enc ontram os jus ta men te con 272
EL FORMALIS MO KANTIANO DE
LO BUENO MORAL
Kant inviert e la pr eem inenc ia del bien metafísico (eudemonismo antiguo) y de l bien ps ic ológ ico (eudemonismo moderno) sobre el concept o d e un bien ri gu ros amen te ético. Lo bu eno es só lo la bu ena volu ntad (der gute Wille): "No es po sible pensar n ada en el mundo , n i tampoco en general fuera d e él, qu e pueda se r tenido s in restricción por bu eno, except o únicamente una bu ena volun tad » (Grundlegung, Ak. IV, 393 ). Tal clase de quer er o voluntad es aq uel que no se ha dejado dete rminar d e antem a no por su obj eto - p o r una «ap et encias-c-, s in o que lo ha h echo mediant e razonami ento s ob re su propia con sisten cia como tal voluntad. Tambi én p ara Platón no hay co sa al guna que merezca llam arse por sí mi sma buena o mala: no es la pose sión d e al go, sin o su u so lo que lo hace bueno o malo . Luego sólo la cien cia tsophia) que hace posible un «recto us o » (orthós chrestha i) d e las cos as d eb e ser llamada bu en a por sí m isma. 273
Todos, en consecu en cia , d eben es forzars e en se r tan sa bios como s ea pos ible (Eutidemo, 278 e ~282 a; Menen, 87 e-89 a). Pero en Ka nt se trata espe cíficamente de una rectitud del querer, que es u n saber práctico independiente de la sa bidu ría teórica conci tada por Platón. Fuera d e una buena volu n tad, el re sto de bienes so n sólo relativos, puesto que sin aquélla pueden incluso lle gar a ser m alos: el a utod om in io del m alvado, la prudencia del egoí sta, la for tun a de l impostor. Todo lo ligado con el ta lento y la feli cid ad (edones d el espírí tu » y "dones de la Iortuna») pert enece a esta clase de bienes secundarios qu e in cu mben al m e ro «temperamento » del ind ividuo. De otro lado, u n a voluntad bu ena es ple n a mente, como único bien m oral, una cu alid ad del «carácter" (Charakter), cuyo ejercicio es in separab le, as í, de u n actuar por deber --eual dispone una vol un tad b ue na- y no de hacerlo por incl in ac ión (Gnmdlegung, loco cit .). Es claro, por lo dicho, que la buena voluntad no puede prcd icarse de los efectos y las consec uen ci as d el qu er er; Una voluntad es buena en r elación só lo con el quer er; que ha de ser a preciado, sin compa ración, por encima de lo que se con siga o evit e m ediante él (m ateri al o psíqu ica m en te). Incluso en el caso de que u n qu erer p or de ber p ermaneciera, por circunstancias des favorables , in efectivo, o su acción , por un traspié in evitable, su rtiera efectos contrarios a los previstos , aun en ambo s casos la buena voluntad ser ía , d ice Kant, {{ ... com o una joya brillante por sí misma , com o algo que e n sí mismo posee su pl eno valor » (ih. , 394). Lo bue n o es, p ara Kant, in de pen di ente de lo útil. Sin em bargo, eso no sup one m enospreciar la utilidad en su fun ción de bien co ntri b u tivo a la moralidad. Es cier to que nos en contramos ahora con una do ctrina emparentada con el rigorismo ético de los estoic os , para quienes ut ile y hon estum eran términos poco m enos que opuestos. En to do cas o, más 274
allá de la vir tu d y el vicio, su contrario, t od o era para ellos in diferente , sin va lor (Nihil bonum nis í quod honestum, nihil malum nisi quod turpe: Cicerón, Tusculanae, I1, 13, 30). Pero no es menos ciert o qu e Ka nt no se ve en la necesidad de expresar nada parecido a la ca ricatur esca oposición entre una ética de la «in te n ción » y u n a ét ica de los «re sultados». Aunque en el principio de la étic a n o ac túe la prevísi ón d e los resultados, n ad a p riva a la vo lu nt ad b ue na para que ponga, sin co n tra dic ción cons igo m isma, todos los m edios posibles a fin d e entrar con buen pi e en el su elo terreno de los ac to s. El éxito o el fracaso en sus efectos no le va a qu itar valor a la voluntad buena o racional, que cons tituye el único criterio - no lo son los resultados- para juzgar la moralidad de u na acción. Pero , com o decía m os, fa ci lita r todos lo s medios p ar a el despliegue de una b uena vo luntad no es inconsist ente con la postulación dc ésta com o ú n ico criterio de bondad. De lo contrario, ide ntifica ríamos Jo bu eno con un inoperante «simple deseo» (ein blosser Wu nsch) (Grundlegung, loe. cit .). La única con trapos ición en una ética de la autonomía de la vol u n tad seguirá sie n d o la existente entre una de cisión de term ina da po r ín clinaciones y una decisión guiada por la razón . La buena voluntad sólo es posible co n ésta, que no es, por otra parte, ni una ética de la pura intención n i u na ética abocada al fra caso. Pu ede, no pocas veces , que un ob rar racional no disponga de medios o fortuna a su favo r, pero nunca se habrá trata do de u na volunta d quimérica: ¿cómo iba la razón, preci sam ente, a mandamos hacer lo im p osible? La ra zón es el fundamento de la buena voluntad o, lo que es lo mismo, de un querer d esinteresado, el único con que podemos identifica r, a la postre, un obrar p or deber; que p r esupone, pu es, la ocasión indi spensabl e de una volu n tad buena o racional (IV, 1) (Mo re au, La probiematiqne, 171 ss. ). Llegamos, as í, a dis tinguir lo bueno como «agradable» 275
,,,
o dichoso (WohZ) de lo bueno co m o "honrado» o correcto (Cut), una diferencia hecha posible por la di spos ición d e am b os té rminos en la lengua alemana. En la n uestra no hay dos palabras para respetar esta lin de co n parecida claridad (eso ocurre ya con el latino bonum). «Bueno» , en el primer caso, es aquello que intluye en la voluntad d e un m odo su bje ti vo (p . e., al d esear por un principio sensib le), sin qu e, por con siguien te, haya adoptado és ta n ec esariamente una máxima válida sólo p or su forma (máx ima como ley). «Bueno» , en el segundo caso, es aquello que det erm in a la voluntad objet iva men te , lo q ue ya h em o s d ic ho qu e sólo puede ser una voluntad racional, o «buena voluntad », en la que se ha tenido que re chazar toda m áxima que no valga a su vez como ley (IV, 3). Éste es el ú nico sentido de lo buen o moral, que no es coextensivo con lo bueno como «agradable» (Grundlegung , op. cit. . 413). A la pregunta de cómo h a de ser una vo luntad p ar a que podamos llamarla «buena» sólo cabe contestar, en último término, que el querer ha de estar d eterm in a do por un imperativo categórico, la ley fundamental de la razón p rá ctica (lV, 4). El enun ciado de esta ley guar da incluso una "fórmula» o versió n final - la fórmula de la autonomía- para promover y preservar el valo r de una buena volu n tad, sólo posi ble bajo esta ley, como lo ú nico bu en o en sí mismo. Se gún dicha ley y fó rmula, h an de ser rechazadas todas aquellas reglas que n o puedan co ncord ar con una legislación universal, com o a lgo propio, esto, de la voluntad autolegisladora de todo ser racional. Si la voluntad puede y deb e someterse a u na ley es ante todo por ser ---e n los sujetos r acionales - una voluntad au toleg islad ora (selbstgesetzgebend). Es deci r, por ser ella m isma la única autora de su propia ley. De modo , al final, que toda r egla acorde con una ley de esta es p ecie ti en e que ser una regla con ducente a m antener, b aj o su juris276
dicción, la buena vo luntad en el m u ndo (ib ., 43 1). El imperativo categórico, sin el cual esta clase de voluntad he m os d ich o que no existiría, n os d escubre así el carácter «autolegísla do t-» o autónomo de la volu n tad r aci on al. Esta autonomía va a ser de suyo el «princip io supremo» (aberstes Prínzip'í d e la moralidad, principio, así, de la buen a vo luntad que n os ocupa (ib., 440 ). El planteamien to precedente nos p erm it e afirmar que lo bueno moral p ert enece según Kant a la pe rspectiva de una au tonomía de la ética. Pu es una "buena voluntad» es in compati ble con la pe rspectiva, ante s vista, de la perfección y de la felicidad. Ambas, según el plan team iento kantiano , situar ían todo lo bueno, a contrario sensu, en la hetcronom ía d e la ética (la voluntad definida por su «objetc»), a la que no puede acogerse una b uena voluntad. La Crítica de la razón práctica po ne de manifies to es ta esencial in compatibilid ad en varios momentos. Veámaslos. (1) Al desarrollar, en el cuarto teorema de la razón práctica (el principio único de la moralidad es la auto nomía de la voluntad), la id ea de la au to nom ía como independencia del querer re spect o de sus objetos, ya su vez como autolegislación de esa facultad de que rer. Se observa aquí que una voluntad no autónoma propicia to da suerte de «éticas materiales » en las que es el objeto de l que la voluntad de pende, y no la mera forma de l querer, lo que da a la vol u n tad todo su fundamen to . No p uede h a b er buena voluntad ética si está previamen te plegada a su objet o (Kp. V., Ak. V, 35 ss.). (H) Al desarrollat; al final de la misma Analítica de la razón p rácti ca , el concepto de l bien com o u n objeto de la m oralidad. Si éste se impusiera como fundamento del obrar segu ir ía consti tuyendo, como ocurre en toda ética m aterial, un «objeto patoló gico» (pathologisches Objekt) desde el ángulo de u na moral consecuente. Para evitar ser u n obje to en es tas condiciones el b ien no debe, por consiguien te, p recede r a la determinación 277
de la volu n tad , sino segu irse de ella. Un qu erer dete rminado po r la idea de u no u otro bien - la sabidurta. e! placer, e! Reino de Dios, etc. - no puede hacer de éste u n objeto propiamente «mora l», pues ha condicionado nuestra decisión y ya no es és ta, co ntrariamente, la que lo condiciona. Ni siqu iera, por lo dem ás, seria este m ism o qu ere r algo «mora l». Qu e e! co nce pt o de lo bu en o tenga que ser d eterm ina do , no a n tes de la ley moral, sino sólo después de la mi sm a y por la m ism a, es otra d e las paradojas en qu e no s habrá su m ido varias veces la ética kantiana , em pezand o po r la paradoja d e u na moral no d educida de na d a , sino deducto ra ella m is ma y nada me nos qu e d e la id ea de libertad . Pero es a lgo po r lo qu e hay q ue pasar (lo m ismo q ue para funda r la moralid ad en la libertad) si qu eremos ser co nsecue ntes co n la identificació n, vista en (I) (cf. supra), entre m orali dad - la razón pr áctica - y voluntad autónoma . En todo ca so , e! formalismo de! bien plan teado por Kant viene a repre sen tar una «re volución copernicana » aho ra pa ra la ética . No es ya el bien el qu e define a la mora l, sino la moral ---() un a «buena volu n tad »- Ia que define al bien: «.. . no es el concept o del bi en como objeto el que determina y hace po sible la ley moral, sino al revés, la ley moral la que de term ina y hace po sible el co nce p to del bien, en cuan to éste m erece abso lu ta m e n t e t al nomb re » (ib ., 64) . No ha y, de nuevo, n ingú n bien al margen d e esta buena volun tad . S i nada, excepto ella , posee valor absoluto , ningú n bien que no s u ponga un a buena vo lu n t a d puede ser puesto co mo fin para una volu ntad mora l. La ..bu ena voluntad » es inco ncebible, pu es , en cua lquier ética d e cort e teleologista o de [ines , Al ser ella , po r o tra part e, lo único bu eno en si , es a s u vez lo único qu e va a hacer de ca da uno una persona , o , en o tras palab ras , qu e le co nceda a cad a uno di gnidad d e [ín (Mo reau , La problematiqu e, 180-181). 278
(I II ) La esencia l incom pati bilidad en t re el co nce p to d e bu eno como «b ue na vo luntad . y el res to d e idea s sob re el bien se po ne fin almen te de relieve en la misma Critica de la razón pr áctica al t ra tar el tem a d e u n «bie n s u p rem o» (hoc hsses Cut ) por to d o objeto d e la m o r alid ad . La Dialéctica , e n efe cto, tie ne enc om endad a , a l fin al de aqu ella obra , terciar criticamente en la s ilusiones (aparienci as) q ue la ra zón práct ica pueda esta r tentada de obedecer en torno a aqu el «objet o », Co nsiguien te me n te, lo mismo qu e en la dialéctica de la ra zón teó rica, habrá que desvincular la idea d e u n obje to d e la ra zón, a ho ra la idea de un «b ien s up remo », res pect o d e cualq u ie r e xperienci a fenomén ica como s u puesto fun da mento d e ta l clase de idea . Contra ria men te cae ría m os en una co n tra d icción de la ra zón co ns igo m isma: aplicar a lo co ndicionado (de la experienci a) lo inco ndici onad o de la s ideas d e la razón , en este cas o la idea d e un bien supremo. O, en o tros términos: usaríam os tod avía, acrítica men te, la p u ra ra zón como efect ivo co nocimi en to (een te n di mi ento », en t érmino s ka ntia nos ) (K.p.V., op. cit ., 107-108). Pero una vez admitida la fu nción d e la dialéct ica en la de te r mi nación d el co nce p to d e un bien su p rem o , u obj eto tota l de la razón práctica, se describe a con tinuación est e obj eto , y a eso va mos, co m o un com p ues to sim ultá neo y armónico d e la felicidad (Gliick seligkeit) un id a a la virtud (Tugelld) , esta última eq uivalen te ta m bién a la «d ign idad de ser feliz . (als die w urdigkeit gl íícklích zu sein) (ib, 110 ). Vemos, pues, q ue no hay segú n ello felic idad - n i ha y bien «ac aba do . que val ga- si no se hace com pat ible igualmen te co n u na buena vo lu nta d, cuya po sesió n es tod o lo que viene a sign ificar la exp resión «ha cerse d ign o de la felici dad . y la id ea , en Fin , d e virtud . De s ue r te que en el bien acabado o to ta l que bu sca, legítim am en te, la ra zón práct ica, « • •• es la virtu d sie m pre , como cond ici ó n , el b ien más 279
el evado , porque no tiene ningu na co nd ició n sob re sí, y la felicid ad siem pre algo, q ue pa ra el qu e la posee es agradable , pero sin se r por sf sola abso lu ta mente buena en todos los res pec tos , sin o p res upo ni endo sie m p re , co mo co nd ici ó n , la co nd ucta mo ra l co nfo rme a la ley. (ib ., J 11). En el conju nto del bien m ás acabado posib le, la b'4ena voluntad donde co nvergen la s virtud es es s uperior al dís[nue de la vida , e n ta n to que es la única condición existe nte pa ra este po sibl e di sfrute - a no ser qu e fa lte mos a nuestro ser ra ciona l- o Po r lo dicho hasta aqu í, el sentido de las no rma s m orales pa ra una bu ena volu n tad se declara in de pe nd ien te de toda experienci a o d e cua lquier convención. Apunta , en u na pa lab ra , a nues tra interio ri d ad . Pero no a lo purament e su bjet ivo d e és ta, sino a aquella tangent e del psiquí sm o en qu e se tocan nu estra natu ral eza d esean t e y nuest r a cond ici ón pen sante o razonable. Por otra parte, las reglas d e sem ejante étic a po seen un valor qu e les permite poder imponerse a to do ser razon abl e. Na di e sa bría negarl as sin negarse él al mi smo tiem po. En eso cons iste la in -mo ralidad d e u n acto ; en ser, y sen ti rlo a sí, co m o u na d escalific ación d e un o m ismo po r renuncia exp resa de sf m ismo. La moralidad de u n acto es el res peto a nu estra co nd ició n racional. Es te respet o se manifie st a en un a b u en a volu n tad y es lo que crea al mi sm o tie mpo nuestra dignidad . Sabemos dueño s de este respe to tranquiliza n uest ra co nci enci a y no s in funde , po r demás, un sen tim ien to d e cont ento co n no so tro s m is mos q ue hace a m bas cosas jun ta s co mpara bles con la propia felici dad: «Verd ad eramen te -dice Kant en su últi mo libro d edicado a la é tic a- , el h om b re pe nsante (denkende Mensch ), cua ndo ha venci do las incita ci ones del vicio y es conscien te de haber cum plido u n de ber a m enu d o penoso, se encue n tra en un estad o d e tranquilidad de án imo y de contento (Seelenruhe und Zuiríeden280
heit ), a l q ue muy bien se puede lla mar felicidad , y en el cua l la virt ud es s u pro pia reco mpensa » tTugendlehre, Ak. VI. 377 ). E L FORM ALI SMO DE LA « MORA L DE LA SITUACI ÓN»
La é tic a ex is tenci alista, en la versió n a tea d e Jea n-Pau l Sartre ( emoral d e la sit ua ci ón ..), no s mues t ra ot ra fo r m a de pe n sa r lo bu en o moral desd e la pers pectiva igua lm en te de un a aut on om ía del s ujeto d e la acción. Para Sa rtre im po rt a también, en es te particular, co nsid erar la bu ena m anera d el qu erer, la «libre el ecció n » de ca da a cto, antes q ue el obje to o conteni do preciso d e la volu ntad. Por su {arm a descubri remos su valor y el valor -c-ebue no » o no- de toda co nducta qu e se asocie co n ella . Aunque merezca m ás de un a pre cisión , se pu ede habl ar, así , de u n [orm alísmo in herente a la m ora l de la sit uació n. Sartre su min istra los ele me ntos para u na ética -sin p re tender llega r a sistema tiza rla-e- a lo la rg o de su o n tología existen cialista, en El ser y la nada (1943), obra co ronada con un a teoría de la ac ció n, y peculiarmente en s u s ugestiva co nferenci a «El exis tencia lis mo es un h u m anis m o .. ( 194 6). Pe ro por esta s mi smas fec ha s esc ribe u na obra teatral, Las moscas - in s pi rada en el Orest es de E u rípid es-e, qu e por el valor de síntesis expu sitiva de sus ideas a l re specto no s servirá para introduci mos en la m ora l d e la s it ua ción . Cli temnestra ha dado m uerte a su esposo Agam enó n, rey d e Argo s. La ci udad se ve e nv ue lt a e n u na pla ga d e mosca s como cast igo por es te c rimen im p u ne . Orest es , ayu d ado por Elec tra . mata a Cli tem nestra , madre de a m bos. No lo hace para venga rse, com place r a su pu ebl o o plegarse a u n design io fata l, sino para ejec u tar un a acción libre que le haga sen tirse existir. Ante ello (acto UI) , Jú pit er, dios de la muert e y 281
d e las moscas, riñe a Orestes po r ha berse salido de la ley na tu ral do nd e él ha in scrito el bien. El joven repele tal ac usaci ón: tú eres el rey de los dioses y de las es trel las, d e las piedras y del m ar, « . . • pero no eres el rey de los ho mbres ». El d ios exige a los d os hermanos qu e se a rrepien ta n de su delito ; s i así lo hacen, se se nta rán m uy cerc a de él y a nt e la vista de su d ifu n to pad re . Electra parec e acceder a ello, pero Orest es con tes ta a Jú piter que éste le ha hecho libre y q ue po r eso mismo ha podido escapa r a su ordenaci ó n. La libertad se ha impuesto en él a la na tu ra leza creada ..... y no ha ha bido nada m ás en el ciel o , ni bien n i mal. n i nadie pa ra darme órd enes» . La na turaleza del d ios tiene m uchos ca minos. pero Orestes só lo quiere volver a l suyo propio: «Po rq ue yo soy u n homb re , Jú pite r, y cada hombre tiene q ue inventar su ca mino. » Mientra s tanto, Electra se ha arrepentido y pid e al dios que la defien da tanto de su hermano como de sí misma, en la te nta ció n de elegir también s u ca m ino . El p ueblo q ui ere a hora a te n tar co n t ra Orestes, qui en d ice a nte todos qu e se siente en el d ía de su «co ro nació n ... El cri men que u no no es ca paz d e so portar se a d mite ca si co m o un accid ente ; pero el joven héro e sient e suyo su crim en y cree , ade más , ha ber matado por todos los suyos: «Me miráis, ge nt e de Argo s; ha béis com p rend id o que mi cri men m ío es; lo rei vindico a la lu z d el so l, es m i razón de vivir y mi orgullo ; no podéis ni cas tigarme ni co mpadece rme, y es po r eso qu e os doy m iedo . S in em bargo , gente mía, os amo , y es por voso tros que he matad o. Por vo sotro s.» El pue blo , a con tin uació n, ced e el pa so a Orestes y éste se ret ira llevánd ose la pla ga d e mo scas tras sus espalda s. La acti tud m oral del au to r en esta pieza, com o en el resto de su obra existe nc ialista, nos re m ite en primer lu ga r a Nietzsc he: no hay val ores d ad os, ni un Bien ni u n Mal. Luego pensar la moral es pensar la form a en que acepta mos esta carencia esen282
cial. Niet zsche, no o bs tante, acaba abrazando los valo res vit ales qu e acompaña n a u na volu nt ad de poder, y po r lo tanto adm ite u na ética «materia l». Sartre, en ca m bio, d ice qu erer saca r todas las co nsecuencias de una posici ón at ea cohe rente . S i por e nci m a d e l ho m bre no hay u n Dio s n i va lo res tra nscenden tes, es él mi s mo quien dará vida a los valores desd e el mo ment o en qu e elija libre me nte s us actos y se co mpro meta con ellos. No hay ocas ió n, tampoco. pa ra u na «m o ra l ge ne ra l.., en el sen t ido de un co nju nto d e noci o nes y reg las pre exist entes a la libert ad , del mi smo modo que pa ra la o nto logía no hay una «esencia» q ue preced a a la existenc ia (Sartre, Lexistentia íisme, 474 8). En lugar de seguir una ética dada . ca be sos te ner una moral de la situación. La sítuatian es lo caracte ríst ico d e la exist en cia hu m a na . És ta no s610 oc u pa un «lugar.. en el m undo de la facticid ad, sino que lo vive desde la cond ición pri m era de la acción, la libe rtad; es decir, desde la perspectiva de u na «situa ció n.. tLétre , 538 ss .). Dicha noción, uti lizad a ya a ntes po r otros pensadores de la existencia huma na (Kie r kega a rd , J aspers , Hei d egger : ef., en es te últi m o, Sei n u nd Zeit , § 60 ), se refi ere ta mbién a l ho mbre moral pa ra indicar qu e és te no parte, en su acció n, d e ningún dato previo al [actum de enco ntrarse a nte un a situación. Est e hecho co nd iciona, ciertament e . su elección d e co nd uc ta , pero a su vez le im p rime to d o s u se n t id o , porque co n tiene e l modo de abrirse paso la libertad hacia un fin de la co nd ucta . S ig uiend o la m et á fo ra d e la «pa lo m a» ka n tia na , e n el arranque de la Critica de la razón p ura , q ue piensa que sin resistencia d el a ire podría ba tir mejo r sus alas (c uando el a ire es lo qu e le ay u d a a vo la r ), po d ríamos pensa r a ho ra qu e el hombre eligiría mejo r si estuviera desligado d e su propia «situación ». O, en otras palabras, qu e sería moralmente mejor si estu viera lib erado de s u huma nidad . S in embarg o, no no s daríam os cuen ta de 283
1 que con la humanidad desaparecería la moralidad también. Pu es la s ituació n es justamente la caus a de cae r en la cu enta de que hemos de in ven tar una solució n: una salid a, por la lib ertad, pa ra n uestra acción . Hay, así, una correlac ión entre la situ aci ón y la libert ad . Ya al co m ienz o de L'dge de raison Math ieu se nos presenta co mo el hom b re que h a faltado a s u libe rt ad por haber querido escapar de su s ituac ión . El hecho es qu e an tes de la elecci ón moral sólo es tá nuestra s ituación; pe ro , a su vez , sólo te nem os noción de és ta po r nuest ra libertad para trans formarla : «De sue lte que la s res iste ncias que la libe rtad descubre en el existen te, lejos d e co ns titui r pa ra ella u n peli gro, no hacen sino permitirle surgir como líbe rtad» (L'e/re. 54 0). No puede habe r concienci a libre (un ser pour-soi , para s ü sino en cuan to «co m pro m etida » (ellgagée) en u n m undo d e con tingen tes que le opone resiste ncia (el ser compacto y op aco, ensoi, en sí). Más aún, la situación nos brinda el motivo m ismo del obrar, pues no deja de se r producto co m ú n de esos co ntingentes co n la propia libertad que se abre paso Ol a pe sar.. y «a causa. de ellos. Ant e es te juego de mutuas re lac iones en nu es tra humanidad deberemos reconocer que toda «s ituación .. es, in evi tablemente, un fenómeno ambiguo en el cu al nos es im posibl e di scernir el flujo de la libertad del de la carga de lo existente en bruto (ib., 544) . En su s it u ación, la rea lidad h uma na no pued e evitar el obstáculo de la co nti ngenci a . Pero si hay algo que se le «res iste» se debe, pre cisamen te, a la libre elección que la realidad humana es. Tal es, en suma, la «p arad oja d e la libertad » (l b, 546). Hay m uy di feren tes es tructu ras de la situación: la del propio lugar en el espacio , la relación con nuestro cu erp o, con los d emás o n uestros an tepasados, por eje m p lo. Una sit uación, en todo caso , es lo ún ico que no se puede elegir. Además, es única e In transferible, d e manera qu e no pued e haber normas 284
para cada si tuación, ni la norma segu ida en una situ ación servirá para una ocasión similar fut ura. En cada nu eva s itu a ció n nos corresponde u na nu eva in venci ó n d e co n d u c t a , una n ueva «e le cci ó n» (choix ). Si n em bargo, toda in ven ció n de es te tip o n.o vendría a ser, co mo hu biera querido Gide, un Sim ple y azaroso ac to gratu ito: p ues a l elegir m e co mpro meto y comprometo as imi smo a la humanidad en tera tl.éxistent íalisme, 74) . Elegimos s in nin g ú n a priori , pero n o elegi mos «p o r ca pric ho ». co mo llevados d e un ep isod io men tal o sen timen ta l. Nos o bligam os a u na determinada d ecisión moral de la misma forma que el a rt ista se obliga a una determinada obra: nadie le reprocha la «gratu id ad. de su elección (ib. , 75). Pued e, co n todo, ser acusada es ta mo ral de «casu ista». A lo que se ava nza Sa rtre reco rd ando que la casuísti ca se limita a aplicar preceptos m ecánicamente dentro de una va rie dad d e situaciones po sibles . En la m oral de la s itua ció n cada caso va le por s í m is m o y exi ge , creat ívamen te, s u propia s ol ución. N i es un a «m o ra l ge neral. ni una moral «casu ísta »: se prete nde, m ás bien, u na ética concre ta co n validez, em pero, universal (Jeanso n . Le probléme mora l, 233 ss.) . NuesIra elecci ón con fo rme a la libertad es única en tre las acciones posibles dentro de cada situación . Hub~era podido elegir otra co sa, mas no hubiera pod ído co m p ro meterme con ella, porque la elección no habría sid o libre. Pero in cluso en ta l caso ha bría «ele? ido» también : pod emos elegir, pero no dejar de elegir; Cuando no el ijo, elijo igualm ente: «La elec c!ón es posible ~n un sentido, pero lo que no es po si ble es no elegir» (L'exis ten tialis me, loe. dt .). Re. suena aqu í, evide n temente , la atención prestada a n~ e s por Kierkegaard al ac to de ele gir y como lo que importa en él es la seriedad, el páthos co n qu e se elige , más q ue su es tric to co n tenido. Pero el pensador da nés se mueve todav ía sobre un trasfondo rc llglose que nuestro autor reh úye expresamente . 285
Lo bu eno viene p u es to en cad a situación por nuestra libr e ele cción. Una elección que haya quer id o eludir nuestra ineludible libertad ir á ac o mpañada también de sus pro p ios «valores », si bien éstos poco tendrán que ver ya , al h aberlas burlado, con la libertad y la moralidad. De ahí qu e en cada elección se vuel que to do el peso d e la vida ética y se proced a a d efinir nuestro propio unive rso moraL La el ec ció n , co m o Jano bifronte, mi ra al pa sado , rea sín tí énd olo , y a la vez al fut uro - p ro yect ándolo-c- de nuestra vida con la lib ertad: es «elección total de uno m ismo». Tamaña responsabilidad (la que elude Electra al volver al cam in o traza do por Júpiter) no h a de provocar por men os que una gr ave angusti a en cada u n o d e nosotros ante su propia elección . Así lo expresará Sartre p ara el público general: «Si el hombre no es , sino qu e se ha ce a sí m ismo, y al hacerse a sí mi smo asu me la r esponsabilidad de tod a la es pecie; si no hay valor es ni m or al qu e es té n est ablecid os a priori, sin o que en cada caso deb emos decidir s olos , sin ni nguna base, sin gu ía, y, aun así, por todos, ¿cómo no va m a s a s enti r ansi edad cu a n d o t enemos qu e actuar?" (Action , 27.XII .1944). Pe ro es te tema, en fin , com o el del "fracaso» y la «de ses p eraci ón» (simbolizadas en el Roquentin de La náusea ), escapa ya del asu nt o de la ética . La adopción de cualqu ier sis te ma obj etivo de valores, y lo bueno m oral como exponente m áximo de todos ellos, sería , pues, para Sartre, un a uto enga ño. Sin embargo, és ta es la muy co mún ac tit ud del que actúa con esprit de serieux: con hipócrita graved ad o «seríedad» conc ede m os a los valores de hone stidad o castidad , por ejemplo, u na validez esen cial e in m u table. Pero prete nd iend o hacerlos independientes de nuestra elección, lo que hacemos en real idad es ceder la libertad al mundo de los objetos. Habremos p ensado los valores com o d atos qu e transcien den a n u estra decisión; mas en tonces ya no son «valores», 286
sino cosas, com o los ad ornos qu e cu elgan del árbol de N~vi dad. Propiam~nte ya no son valores. Su rge de ahI: ~n consecuenc ra, la m ala fe (mau vaise (oi), el mal di simulado empeño en evit ar la angus tia y el fracaso qu e acompa ñaría, en cam bio , a una elección responsable y fund adora ella mi sma de valor es. Cuan do la moral quiere r egirse por valores preexistente s pued e, en e fec to , hab er s ortead o en un o mi smo las consecuen cias que se sigu en de la responsabilidad. Pero sin duda, también , habr á ten ido qu e desentender~e, en el fondo, de la libertad y, con ello , de una «actitud de estricta cohe r encia » (L'existentiolisme, 81-82). La p regun ta por lo b ueno nos ha cond u ci d o, d esd e es ta perspectiva exi stcn cialist a, a la afir m ación con clus iva de que nuestra cond uc ta de be ser a U ~éntica (como el Dasein par a Heidegger, Sein und Zeit , § 9, 27), aunque la acción en libertad nos expo nga al fracaso (L'exis tentialisme, 84). Con tod o la ética de la s ituaci ón ha sido critica d a, com o no' es de ext rañar, por suministra r una moral in suficiente RO~'que presci~de de todo valor pr evio (Aranguren : Etica , 194), o in clu so ambigua, en su con tin uo esfuerzo por adaptarse a lo «objetivo» sin de spegarse para nada de la subjetivid a d que la mueve (Jeanson , op. cit ., 278-279). Anticipándose ya a ello dijo Sartre qu e «n ada puede ser bueno para nosotro s si no lo es p ara todos» (L'existen tiali sm e, 25 -26). Se tr ata de asegurar la responsabilidad m oral ante el reto lanzado por Dostoievsky: s i Dios no existier a todo estaría p er mitido. Sartre qu iere acercarse; u n a m ora l universalista en la que lo «permitído » sea ~ólo aq uel ac to de l que pueda yo decir que he e}eg ldo por todos, porque he eleg id o de una forma libre. El acto individual com p romete , pues, a toda la. hum anidad. ~ara ilu stra rlo co n p ala bras del mismo au tor : «Si soy un obrero y elijo adherirme a un sindicato cristi ano en lu gar d e hacenne comunist a, si, por es ta adhesión, quiero indicar qu e la re287
signació n está en el fon do de la so luc ión q ue convie ne al ho mb re . qu e el rei no de l hombre no es tá en la tier ra. yo no com pro m eto s ólo mi caso : quiero ser u n r esign ado por to dos. en consecu en cia m i decisión h a co m p ro meti do a la h u ma n id ad en te ra » (ib .• 26-27). Tampoco , en es te sen ti do. le ha n fa ltado crí ticas al pla nteamiento sartreano, po r estar quizá má s próximo a una retórica m esianista que a un razo nam iento filosófico. La co n ce pc i ón d el bi en coi ncide en las ét icas a u tónomas de Sar tre y Kan t ante to do en no tener qu e precisar, para su fun da mentación, de una ontología del se r. co mo ha ven ido s iendo ha bitu al en la s éticas d e tipo material. Ambos a utores coinc iden también al tener que presta r, en contrapa rtida , y a fin d e escapa r de la arbitrariedad , un carácte r d e s uma inco ndicionalidad a la deci sión que h ará posib le lo bueno . Pa ra ello la ét ica ha teni do que hacer abstracción de to da «m ater ia» implicada en es ta d eci s ión y q u ed a rse co n s u pu ra fo r ma . S in em ba rgo, la pauta por la que una decisión devien e in condicion al u o bjetiva (c a t egórica p ara Kan t ; «co m p ro m isa ria» pa ra Sartre) es muy di st inta en el fo rmali s m o compart ido por a m bos pen sadores. Si en Kant es te cri terio es el de la argum entan te ra cionalidad (por dem ás, apriorfstica), p ara Sa rt re se co rrespo nde co n la su bjetiva libertad, que ta mpoco pued e oc u par, por otra parte. el lugar a priori que en la m oral se re se rva la «s ltu ací ón» . «No podemos decidir a priori lo qu e hay que hacer » (ib ., 77). Ésta es la term in an te fro ntera que Separa la éti ca de Sartre d e la de Ka nt y lo qu e la hace m ás d iscutible acaso que la de éste . Pu es en se gu id a se ech a d e ver que si no hay o tras ca racterí sticas d e lo hum a no que la d e s u lib ertad -en Kant se a fi rm a ba tambi én su racio nalidad-«, la moral to da se expone a los cu atro vientos del relativism o (Caws, Sartre , 119-120). Co n eso entram os ya en el últi m o apart ad o de n u estro libro. 288
4.
El r el ativismo é tico
To m e mos el s igu ie n te ejemplo . Un magnate pr ocl a ma que es justo exp lota r las rique zas naturales de los p a ís es su b de sarrollados . Co nvien e , a l m ism o t ie mpo , q u e no es justo ex p ro p ia r a lo s magnates, co mo pretenden algunos líd eres de estos países. Fr en te a nuest ro personaje otro in divid uo d eclara que no es justa la explotación co lon ia lista y s í lo es la ex p ropiación d e los m á s r ic os q u e se a provecha n d e es te act o . Par ece, en suma, q ue el concepto de ju sticia depende de qu ien lo utili za y del propósit o con qu e se maneja. Pese a todo. no podemos deci r que s u u so, en es te ejem plo, sea tot a lmente "r el a tivo .., pues cada personaje tiene muy claro cu ándo una apropiación es jus ta y cu ándo no lo es . Se u tili zaría una noció n relativista de ju stici a si apareciera u n a tercera persona y con cluyese que es «justo» expro piar al colon ia lis ta y «jus to» , tam b ién. apurar lo s recursos naturales d e la s co lon ias. El relativismo es un problema descrito desde antiguo. En la Odisea se escri be: «Los pensamientos de los hom bres ca mbia n segú n la luz fecundan te co n que el mi sm o Zeu s, su padre, ha iluminado la tierra » (XVIII , 136 -137 ). El re la tivis mo h a s ido d eb ati do ta nto en la filosofía m oral co m o desde la propia mo ra l vivid a . Act ualmente es, a p artir de es ta últim a , uno de los principales temas de discusión ética, en p ie de igu aldad con el cinism o y sin dejar demasiado atrás los problemas del nihilismo y de la ind iferencia moral. El tr at a m iento de es tas cu es ti o nes fo rma parte de u n análisis de los valores al qu e no se dedica el presente libro . Con todo, vam os a finali zarlo ate ndiendo a l tema del relativismo, JX>r ser el que es tá más un ido a nuestro últ imo capítul o sobre lo bueno moral . Una actitud relativista es aquella qu e de cualqu ier modo renuncia a decir que alg o es «bueno» o «malo », en sen tido m oral, de una manera invariable289
mente cierta y segura. Sostendría, por ejemplo, qu e el soborno es desho nroso cuando una administració n fun ciona bien , pero que no debe ser tenido por tal cuando contribuye benéficamente a recuperarla. Un mi smo ac to es declarado bueno y malo a la vez. La bo ndad o la maldad del soborno, ahora, serían só lo «relatívas». El he cho es que para afirmar que una acción o su norma son co rrectas, el rela tivista habrá ten ido que hacer en trar en juego gen eralmente los intereses de los sujetos paniculares que así lo juzgan. Pero también suele ape lar al número de éstos y a su ocasional situación: la pendiente de las «justi ficaciones» no t iene fondo. Mientras tan to , lo que queda en entredicho no es el absolutismo moral --el gigante imaginario que el relativista cree haber ven cido-, sino el universalismo ético, que hace que lo b ueno, lo honrado o lo justo pued a y deba valer lo mismo para todos y en cada ocasión. Con el rel ati vismo es imposible llegar a un acuerdo sobre lo que es «cierto», «objetivo» o, en una palabra, válido desde un punto de vista moral, po rqu e impide la u nivers alidad de los juicios éticos. ApUNTES HISTÓRICOS
Ya en los sofistas aparece una clara d efensa de lo que modernamente hemos dado en llam ar «relativismo ét ico ». El encl ave co rresponde al Protágoras de Platón, donde entran en colisión el método sofíst ico d e la retórica y el método filosófi co de la d ia léctica, representados, r esp ectivament e, por Protágoras y Sócrates. El primero ut iliza todos los recursos de la persuasión para concluir en la pl uralidad de especies de la virt ud y en sus muy ac usadas diferencias. És tas, en cambio, so n secundarias para el maestro de Pla tón, pues en realidad , dice, hay un solo género de virtudes; aun cu ando Protágoras m ismo admite
que la virtud es algo que se puede enseñar. Si la virtu d es enseñable, añade Sócrates, es que es ciencia. Como ciencia es una: luego la virtud es una (333 a333 d ). Pero a pesar de la consistencia del tipo de «di scu rso breve» ofrecido por el filósofo , su contrincante se obstina en defender con todo alarde de figuras la relatividad de lo bueno en generaL Lo qu e es út il para un homb re no lo es para otro. Lo que nos sirve en unas ocasione s no nos sirve en otras (334 a-335 a). Perplejo tra s el «discurso largo », retórico, de Protágoras, Sócrates le requiere para que siga otro procedimiento qu e no le haga perde rse en un borboteo de pala bras. Ante la negativa del sofista , el filósofo le da la espalda y se retira. El rela tivismo, pues, ha sido lo único que ha provocado semejante respuesta en un filósofo. En el escepticismo antiguo (Se xto el Empírico y seg uidores de P irrón) se alienta asim is mo lo q ue hoy llam aríam os u na ética re lativista. Distante de la cosmología est oica , el esce p ticism o propugna, co m o es sabido, la epokhé o suspensión del juici o: el est ado de repo so m en tal por el cual ni afirmamos ni negamos. Nada más lejos del decision ismo propio de la ética iniciada por Sócrates. Lo cierto es que est a posición, d e claras co ns ecuencias relativi stas, vuelve a tener auge en Europa a partir d el humanismo de escritores com o Mo ntaigne. El d esafío d e sus Essais (1580) hace palid ece r la aguda pero piadosa iro n ía de Erasmo - d esa pa r eci d o apenas hacía medio siglo - contra lo s t eólogos dogmáticos de su tiempo. Montaigne hará su yo el legado d e Pro tágoras y especialment e el del pirroni smo que hemos ci tado antes. Su obra mayor es qu izá s el más contundente alegato que se haya escrito en favor del relativismo. En particular en el cap ít u lo titulado «Apo logía de Ramón S ib iu da» (libro II, cap. XII), donde toma pie en la fil o sofía d e Pirrón (Oeuvres, 482 -487). Hace bien és te , dice, en dudar qu e el hombre sea ca paz d e una
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ci enci a tan grande y ex tre m a co m o aq uell a q ue establece la medida de nuestras facultades de cono cim ien to y ju ici o. El escep ticis m o no avanza m ás qu e pa ra im ped ir qu e avance n otras opin iones. Aun as f, si to mamos la s uya , to mará gus tos ament e la co n tra ri a pa ra soste ne rla : «To do les es lo m ismo: no hacen ni ngu na elecció n » (ib ., 483). Nu estro autor co n fies a luego s u ad he sión a este mod o de pe nsar q ue no se dej a doblegar po r ningu na apariencia de verdad (ib ., 544 -545) . ¿Cómo, a dem ás, co nten ta r no s co n la a pariencia de aquello cuya esencia desconocemos? Así q ue : «O po demo s ju zgar a bsolu ta me n te , o no podemos en abso luto juzgar » (ib. , 544) . Si nu estra s facultades en ge ne ral c a rec e n de fundame n to , s i e ~ do to das flu ctuantes en s u actividad , el a sentamiento m ás se guro - y feli z- d e nu estro entendimiento se rá aquel en que se m antenga re posad o y firm e, sin m ovimiento ni ag ita ció n (loe. cit. ). También el escépt ico an tigu o no hallaba otra salida , para después de la epokhe, qu e la de una metriopátheia (em e trípatía ») o moderación, parecidamente, de los sent im ientos. Pero lo que nos interesa destaca r aquf es qu e la pro fesión d e escepticismo de los Essais ab re inmedia tamen te paso a la de relativismo (ib ., 545-552). El entendim iento actúa sin ningún apoyade ro e n el q ue po d er sostenerse. Lo mi smo qu e creemos un d ía lo desme nt imos otro día. Luego un o no puede abrazar la verd ad co n fuerza: n i siquiera esta verdad. ¿Qué papel tiene entonce s la razón? La respuesta es d iamet ralmen te opuesta a la que d arán más tarde Ka nt y el ra ci onalis mo ilustrado. La razón, segú n Monta igne, sirve para pregu ntarse y debatir, pero no para decidirse y elegir. No es la capacidad intelectu al de pensar con arreglo a p ri nci pios, sean d el co noci m ien to o d e la ac ci ón. Co n tra r ia me n te , y na da m ejor que u na cita d e n uevo: «Siempre llam o ra zó n a esta aparienci a d e discu rso que cada uno forja en sí mi smo; est a razón,
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de cuya con d ici ón pu ed en exist ir cien co n trarias acerca d e un mi smo t em a , es un instru mente de plomo y de cera , alarga ble, plegable y aco modable a tod os los sesg os y a todas las m edidas: sólo hay que tener la ca pacidad de saber co n tornead o » (ib ., 548). Cua ndo elegimos no nos servimos de la razón. Lo hacem o s m á s bi en según u n oc in st into fo r tu ito » (loe. cit.). Lo b ueno moral, p ues, no dispone de un ta blado en donde todos puedan po nerse d e acuerdo co n él. El bien es relativo, porque depend e del d ictamen del instinto de cada cua l, más o menos clarividente. De m odo q ue no es abs urdo term ina r d icie ndo, tras lo s pasos d e E ra smo : »Noz so nges vallent mieux que »cz discours » (ib., 551). Lo mismo que E ra s mo ti ene Mo n ta igne que acep ta r que la mayor parte de nue stra s ac ciones d ebe n ser guiadas por el ejem plo d e o tra s perso nas o personaj es. Ya que la razón no da firmeza a una elec ci ó n, lo m ejor para la ét ica es no fiarse tampoco só lo de nuestro instin to y lomar bu en a nota de lo s qu e han actuado ejemplarmente antes qu e nosotro s. Es la moral d e lo s • bu e no s ejem plo s » q ue Kant rechazará d eci d id a m e n te co mo heter ónoma (V. 1). Pero el escéptico avanza frontalmen te hacia ella. Él no d ice q ue las reglas o los co nce ptos m ora les n o po see n significado , s ino qu e ca recemo s d e u n crite rio racio nal pa ra just ifi ca rlos. Eso y pi sar el terreno del re lativismo é tico so n la m isma cos a. De ahí qu e Montai gn e , como lu ego H u me y el emotivis mo étic o mod ern o , tenga n que mod era r el rel ativismo a q ue s u po sici ón escép tica les co nduce apela nd o a u n enjam bre de fa ct o res se n ti menta les y d e «au to ri dades » pertenecient es a la tra di ci ón. Otra a lternativa habr ía podido se r la del pu ro indiferen ti sm o mora l, si no fu era és ta, a de m á s d e muy tenta d ora , la ciertam en te más im practicable d e la s do ct rin as. Hay un momento , por otra pa rt e, en qu e el pro pio Des ca r tes, falto aún del Método para la Étic a, 293
sostiene una opin ión m uy próxima al rel ativismo, pese a ser és ta el r esultado de ha ber querido evitar justamente el escep ticis mo. E n efecto , para no incu rrir en esto úl timo , lo q ue nos ha ría in decisos en n uestra s acciones, el Discu rso de l método (parte III ) se propone u n a «m oral a la espera.. (m orale par provisiorú dotada co n sim plemen te tres máxim as. Pero la primera de ellas dicta nada m enos q ue e obedecer la s leye s y las co s tu m b res de mi país , co n serv a nd o constantemente la religión en que Dio s m e ha hecho la graci a de ser in stru ido desde mi infancia.. . » (Oeuvres , 59 1 ~594) . Lo bueno mora l. s i bie n «p ro visio na lmente» , viene d eterm in ado , pues, p o r una fe co nc re ta . u nos h ábito s y una s leyes locales. El problema es tá en tonces en saber si todo eso es vá lido tamb ién para los que no se enc uen tran d entro de u na s mi smas coor de n ad as . Dc otra par te, es una d efi nición que d íffcilmente puede decirse qu e es té libre d e r elativismo . Aunque n o se tr ata aquí d e hacer un balance exh au sti vo , otro d e lo s momento s m á s p r oclives a este m od o de ver la ética es s in duda el sign ificado por el pragmatismo de Willia m James y autores a fines. El filósofo a mericano acus a a l esp írit u racionalista de u n cierto pecado origin al: el «abstraccíoni smo vicioso ». Así, cuan d o la filo sofía neokanti ana a cusaba a su propio s istem a de relativis mo -ahora sí haciendo uso de este ténnino-, James repe tí a una vez m á s que lo verdadero es s im plemente lo que encontramos ventajoso en el orden d e nuestro s pensamien tos. La verdad no es lo que se decl ara cierto d e un modo absoluto y, por tanto, d esarra igad o del h om b r e . Co n todo , el fil ó s o fo pragmatista no desd eña el reproch e de rel ativismo. m ien tras q ue eso quiera d eci r exacta mente que la pru eb a últim a de lo que sign ifica una verdad es la conduc ta que al fin y al cabo no s pr ocura. Por es o, segú n el pr agm atismo, la verdad co inci de siem p re co n u n a opinión . De h echo , no con-
siste en otra cosa, sin que toda opinió n sea la ver dad . E n el terr eno m oral , y al igual aqu í que Desca rt es o Mont ai gne, J am es reco noce q ue lo q u e cu m ple mejor es «segu ir la opinió n de lo s m ejo res ho m b res que te nemos .. (The M ean íng, cap. XIII) .
T IPOLOG fA DE l. RElATIVISM O MORA L
Actualmente podemos di stinguir tres tipos, a l m enos, d e actitu d rela tivista en lo co ncernien te a la é t ica (Brandt, Teoría ét ica) . En cu a lq u ier a de ellos se a fir ma q ue la bondad o rectitu d de lo s d ifere n tes p ri nci p ios morales no p ued e as p irar a ten er u n a va li d ez un ivers a l. p u e sto qu e depen de d e u n as determina da s variable s que h acen d e 10 bu en o só lo vige nte para u n subconjun to de homb r c s, y aú n - d es de una p osi ci ón más ex trema, co mo ver emos-e- «vig ente » d e modo con d ici on a l t ambi é n dent ro d e es te m is m o gru p o (Pa t zi g , Ethik , 111; Rubio, El hom bre, V). Se trat a de tres clases de relat ivismo que no están implicad as en tre si, porque pertenecen a n iveles lógicos m uy d iferentes . La primera de ellas es el llamado relativismo descriptivo . Desde este pu n to de vista podría d ecirse: "La eutanasia es vigente en Holand a , pero en España está en vigo r la m ue rte a t érmino». Esta forma de pensar es aquella que sostien e que la s id ea s y reglas m ora les d e un indi viduo. grupo o soci ed ad son diferentes de las de otros individ uos. grupos o socied ades. En es ta afirmaci ón se a barca n a la vez los principios morales básicos y los preceptos sec undarios derivados d e éstos. Por lo demás, el relativista de este s igno admite que en la d iferencia pueden hasta coex istir ide as y reglas morales con tra p ues tas entre si. En unas partes es lícita la poligamia, en otras n o . La pe na de muerte es admi s ibl e para cier tas co m unidades, p ara otra s n o . Aho ra b ien, cabe observar qu e ése n o es p ropia295
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m ente u n re lati vis mo étic o, sino de tipo cultural. El juicio mo ral ha tomado en pr éstamo de la antropología cu ltural el ase rto de que existe una multipli cidad de variadas cu lturas (Herskovits, El ho mbre, V). De hecho , tod os los antro pólogos lo juzga n así, Bien es verdad, sin embargo , qu e no todos ellos piensan , a es te respecto , co n la misma clarividencia . Pu es en el caso de las pautas mo ra les, muy particu larmente, se han descrito enorme s sim ilitudes entre cultu ra s d istin tas y d ista n tes, en el tiempo y en el espacio . Éste es el caso de la co ndena u niversal de la men tira , el robo y el asesinato, sin entrar en otras cons id era cion es . De modo que por más de una razón. segú n vemos , habríamos de co ncl uir q ue ~I. « rel~t i. vis mo d escriptivo - o cu lt u ral no es m im pltca ne ce sa ri am e n te un relati vismo moral. Cont rariamente, co me te ría mos una «falacia naturalista » (111, 4). Es , en fin, un punto de vista que se limita a cons ta ta r ..lo que hay• • sin llegar a conclus iones de alcance normativo. El relativismo normativo, por otra parte, entra de lle no en el plano del pronunciamiento moral. Si gu iendo el ejemplo. diñase ahora: ..La eu tanasia es buena en Holanda , pero no en España». O en otras palabras, lo que es bue no para un individ uo, grupo o soci eda d no lo es para otros ind ividuos, grupos o sociedades. Ello sen a así inclu so cua ndo las situa ciones im plica das fuera n análogas entre sí. El rela tivista normati vo pu ede declarar legitima la norma de co nvivencia de blancos y negro s en las u niversidades a me ricanas a l m ismo tiempo qu e sostiene que no debe ser legítim a en la s un iversidades de Sud éfrica (Hospcrs. La conducta, 1, 2; Willia ms , Introducción , 3). Pero esta concepción tampoco está libre de críticas, Pa ra empezar; el rela tivismo normativo no es tod avía, co mo se pret ende, un relativismo m oral absolut o. Lo veremos con un ejemplo. Supongamos que alguien nos d ice: «Pues to que eres católica, no debes abortar; pero te estaría permitido hacerl o si 296
fueras lncreyente». Advert imo s aquí qu e la no r ma de no abortar se ac epta co n validez relativa , sin d uda. No obstante, se ha util izad o aún un a idea normativa d e bondad: lo qu e no es «b ue no», en este caso, es in terrumpir el em barazo. En el relati vismo normativo al q ue no s referimos es tá todavía vigente la idea d e u n ca non mora l. Uno tiene muy claro lo qu e debe hacer, aunque no p ued a esperar qu e los otros, por la relatividad d e n uestro deber, se sienta n obligados ta mbi én a él. Es un rela tivis mo , pues, parcia l. Lo ún ico qu e es relativo. desde es te pu nto de vista , es el modo de aplicar la norma , no la no rma misma . La norma es no abortar. pese a que aplicada sob re otro individuo, grupo o soc iedad d eja de tene r sen tid o. Acep tar que un m ismo cano n ten ga sen tído s d iferentes, según su aplicación. no es todav ía plenamente «rela tivis ta »: lo impo rt a n te es que la norma subs iste. Por lo tanto, podem os decir ya qu e los que se creen relativistas normativos -() «mora lment e s relativistas- en buena ley no so n verdadero s relativistas éticos. La moral cuenta aú n mucho para ellos. Finalmente puede hablarse de u n relativismo metaético. Ést e afirmará qu e las ideas y reglas moral es de un individuo, grupo o sociedad no pu ed en co nfron ta rse con las de otros individu os, gru pos o socicdades (Brandt, op. cit ., XI). Desde este punto de vista se dir-ía, po r ejemplo: «La eutana sia es buena en Hola nd a , m ien tras que en Es paña est á bien la muerte a término». Cada no rma sen a bu ena po r si mi s ma. No hay una mejo r q ue o tra porque ambas son incomparables entre st. Co mo p ued e not a rse , esta co nvicción no se formula propiamen te co n u n en u nciad o ético, sino con un en unciado sobre normas o enunciados éticos. Es un relativismo, pues, de p rin cipio metaét ico o, si se quiere, «m cta nor m a tívo ». Su tesis no tiene un a su bs ta ncia moral; pretende te ner un carácter «neutro » o «clen tffíco». Eso , al menos, es lo que se su giere al proclam ar qu e no 297
hay un canon de lo bueno por el hecho de que no se percibe crit erio racional alguno qu e permita comparar y co nt r astar en tre sí los enunciados s ob r e lo bueno. Pregunta do el que así piensa, contesta qu e él no pret en de ju zgar sobr e lo bueno y lo malo, sino sob re lo que habla de lo bueno y lo malo. Discurre en el plano de la m etaét ica. Seg ú n es ta clase de re lativismo, todas la s opinion es mo rales te n id as en su caso por váli das se r ían re almente válidas, aun sien do con trarias entre sí. Es tan válido el apartheid en Sudéfrica como, in de pendientemen te, el res pe to r acial en la añeja y liberal In gla te rra . El relativ ist a «n ormativo », descrito anteriormente, tod avía alcanzaba a poner en liza las in terpre tac ione s de lo bueno y concluir, por eje m plo, que la integración racial admitida en el Soho londinense no debía se r admitida en el d ista n te Soweto. Para el relat ivista «m etanormativo» o m etaético , en cambio, eso ser ía continuar p en sa ndo en un can on de la mo ral. Por otro lado, desde es ta forma de con ceb ir el relativism o, tod as las muy d iversas op in iones sob re lo bueno so n válidas también aunque p ertenezcan a individuos, gru pos o sociedades que ostente n una co m u n id ad d e condi cion es y car ac teres prácticam ente su ficientes para poder llegar, de otro modo , a tener una opinión co m p a r tida sobre lo bueno en moral. Por ejemplo, poseer los mi smos dere chos y bien es fundam enta les, disfrutar de parecido nivel de inteligencia e in formación o participar de un com ún modelo bá sico de vida y convivencia. Así, admitiría que entr e do s sudafricanos blancos, con simili tu d de otros carac teres y co ndiciones esenciales , existi era una total discrepancia en tomo a la bo ndad del racismo. En conclusión, para el relativista metaético lo bueno dep enderia siem p re del concreto ámbito de pensamiento y acción -desde el individual hasta el más colectivo- en el qu e se alberga una formulación de lo bueno. Es una posición similar a la del ya mencionado «relativi sta de sc riptivo» , excep to
en qu e ahora se añade nada m enos la creencia de qu e las diferentes formulaciones de lo bueno exclu yen la posibilidad de una comparación entre sí. Todas las opiniones sobre lo bueno se rian necesariamente válidas y en idénti co grado. Los re lativistas de cu alquier otro signo no han llegado a ta nto. Es te r ela tivism o metaético vie ne, p or co n siguiente, a s ign ificar el máximo relativismo ét ico. Se gún él, lo que difiere en tre un ámbito y otro d e la norma n o es ni la fo r m u laci ó n cu lt u ra l de la norma ni su modo de aplicaci ón , sino el can o n, la valide z m isma d e la n or m a , que permanece encaps u lad a, s in co m u n ic a ci ó n al ex teri o r, en s u ámbito particular. Si n embargo , y para abrir otra vez el turno de la crí tic a , tal relativismo em p ieza por ser una posición in defend ib le em p ír ica m en te : hasta h oy ninguna colec ci ón d e datos ha avalado dicha incomunicaci ón entr e cu lturas. Tampoco es so stenible racionalmente: un p r incip io general en fa vo r de la m isma te sis no podría menos que ser un p r in ci p io dogmá tico. Si, de todas m aneras, con vin iér am o s en dar por buen a la teoría del relativismo met aético , ello plant earía no poco s ni leve s problemas prácticos. ¿Q u é ocurriría cu an do en una soci edad no se llegase a un acuerdo m ás o m enos amplio so br e lo correcto en las relaciones ent r e adultos y n iñ os, por ejem plo ? ¿Cu ál d eb ería ser en t onces el criterio para d et erminarlo? ¿Podría, en este caso , ser declarado lícito el cr it er io fijado en la mayoría estad ís tica? ¿Y no es eso artíficioso y rid ícu lo p ara lo s a cuerdos ét icos ? Parece , en efec t o , poco s erio establecer la licitud moral del m atrimon io entr e homosexuale s, en otro ejemplo, cu an d o la avala el 51 % d e la pobla ción y proscribida si s ólo la apoya el 49 %. A la impreci sión de los conceptos éticos le añadiríamos ahora la marca de su precariedad . El r elativismo ético so stiene, en general, que la s id eas y las reglas morales básicas difi eren de un lu 299
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gar y d e un tiempo a otro, y de ello concluye un principio. No cree en una ética u nive rsal. En este sentid o habría más actitud moral al decir «no hay validez moral» (n ihilism o) que al deci r «la validez moral difi ere constant em en te ». Un rela tivismo mora l desacredita la conce pción racional de la ét ica, m ien tra s que prepa ra el surco pa ra que pueda crecer tra nquila una co nce pci ón do gm ática de la mi sma. És ta sí, en cam bio , aspira a la universalidad, bi en qu e desd e su puestos muy distintos a los de la éti ca ra ci onal. Frente al relativismo del bie n , vari as co nce pci o nes d e la éti ca han p rocur ado ofrece rnos una base u niversal pa ra el discurso sobre lo bu en o: d esd e el eudemonismo grieg o hasta la actual «ética discu rsiva ». A tal obj eto , han tenido qu e supo ner al guna forma universal de lo humano (su «natu ra leza», «a lma», «co nciencia» , «cond ición », «en te n di m ie nto », etc. ) qu e sirva d e apoyo veraz y tenaz a la idea de un discu rso práct ico también para todos. Ha sid o propósito central d e este libro explicar qu e la for ma u n iversal d e lo h u m a no su ficie nte para la ét ica es la que id en t ific am o s co n la ra M zón , es deci r, con u n juicio consecue n te co nsigo m ism o. Todas la s acciones que pudieran reves tir, en su det ermina ción, la pate n te d e esta raci onal íd ad, nos d arí an re glas válidas igualm ente para to do s, sin ap ena s sombra de re lativis mo. Es t o no presupone ignorar la plu ra lid ad d e los intereses y de las m entali dades. Justamente porque los co nocernos , y sabemos bien de las nefa stas consecue nci as, a vece s, de sus conflicto s en tre sf nos ha bremos determi nado a segui r en la acción un m íni m o principio común. Entre to d a s la s cond uctas sujetas a ra zón es, pu es, en la étic a, d onde más tiene el hombre que cuidar su ser in termediari o, por as í decir, entre el áng el y la besti a . 0, en otra s palabra s, donde más ocas iones tiene de mostrar su humanidad. 300
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309
... ,
ÍNDICE DE AUTORES Agu stfn de Hípon a , 31. 5 1, 63, 261 Albert. 11 .• 24 Apel, K.-O., 25, 93-95. 104 Aran gure n, J . L., 28. 75. 28 7 Arend t, H .• 20 Aristipo de Ci ren eo266 Aríst ófancs . 107, 167 Arist ó teles , 13- 14. 16-18.44, 47.4 9, 51, 6 3, 76, 9 1.95-99 , 107- 110. 136· 137, 14 1. 167, 170. 176. 190. 222. 242 . 262264.272 Ausrín . J. L.. 102, 131 Aye r , A. J ., 27 , 92. 172 , 230 Baco n. F., 254 Baíer, K.. 9 1. 227 Beccaria, C., 268 Ben t h nm , J., 174 . 266 . 26 8269,27 1 Bcrg son , 11., 229 Btack , M .• 145 Boecío. S ., 64 Brandt. R., 234, 295, 297 Brech t, B.. 9 1 Brenta no. F., 230 Broad, C. D., 229 Buch an an, J ., 170 Cam us , A., 74, 179 Calón el Viejo , 15 Cicerón , M. T., 13 , 168, 176, 275 Cor tina, A., 96, 118 Chesterlon , G. K. , 79
Chomsky, N., 28. 253 D'H ol ba ch, 23 Dem óc ri to, 166 Desc a rt es , R ., 32. 5 1. 55 . 9 1, 110,1 68. 251, 293. 295 Dlckens , Ch., 269 üjdero r, D., 130 Dió genes Laerci o, 244 Dost cl evsky, F.• 55. 287 Durkh eim, E., H , 33. 131-13 2 Dworki n, R ., 238 El tas, N. , 176 Epíc tetn, 49 Epi c uro. 13 , 167 · 16 8. 170. 177, 265·266, 269 Erasrnc, 56. 29 1, 293 Esq uilo, 23 Eurtpides , 255. 28 1 Eitzgerald, f . S.. 170 FOOI, Ph.• 27 1 Frank e na , W.• 134 , 155, 13 0232 .271 Fre ud, S .. 33. 36 , 170 , 20 5206,272 Fr omm , E., 33 Galile i, G., 9 1 Gide , A.. 55. 238, 285 Go c t h e, J. W.. 52, 17 0 , 209 Gom a, F., 247 O ómez Ca ffa rena. J., 182 Graci án, B., 130 Guya u, J . M., 175 Habe rma s , J., 36, 93 , 10 4 , 120"123, 205
3 11
1
Ha re, R., 147-148, 230 Lé vy-B ru hl, L. , 2 3, 33, 204 , Hayek, F., 170 229 He ge l, G . W. F., 13,23 ,56 , Loc kc, J ., 99 -10 1, 149 , 16 9, 229,25 1 171-172 Heidegger, M ., 14 , 29, 2 83 , Lo ren zen , P" 104 287 Lucrecio, T., 266 Helv étl us, C. A., 268 Ma cI n ty re, A., 148, 152, 159HeJler, A., 225 160, 233 Hob bes , Tb., 9 1,172, 252 Machado, A., 124 Ho ra d o, Q, F., 15 Ma nn, Th., 170 Horkheimer, M., 93 Man nhci m, K., 93 Hudson, W. D ., 154 Ma rco Aurelio, 181 Hugo, V., 228 Mari ta in, J ., 66 H ume, D ., 86 , u i. 143-154, Marx, K. , 23, 121, 14 9,20 4, 268 ,293 229 H ut ches o n, F ., 30, 10 0, 149 Mead, G. R, 64 Ibsen , H ., 55, 207 , 228 Merleau-Ponty, M" 2 1-22, 33 Jam es, W., 294-295 Mil!, J . S., 157, 160 , 173,205, Jaspers , K., 283 229 ,252, 266 ,268,27 1 Je no [o nte ,23 Mo liere, 159 Jesús, 203 Mo nt a ign c, M. , 55, 291 -293 , J uncosa , A., 90 295 Kafka, P., 179 Mo o r e, G. E ., 5 4, 15 3- 16 2, Kan t, 1.,13 -14 ,1 7- 18,20,22_ 172-173, 205, 257, 266 26, 28 , 37, 42, 44, 46, 48, Mounicr, E" 66-67, 69 51,57-58 ,60,64,70_71,76_ Mu gu erza , J. , 77, 10 1, 145 78, 83 -84, 86, 91-92, 95-96, Nietzsche, F" 34, 52, 57, 8 5, 107, l l l , 1 14 , 1 16 , 1 18. 14 9, 2 0 3, 205, 230, 257 , 12 1, 12 4, 126, 138, 14 0 282 - 283 142, 152- 153,1 60_162, 172 , Offe, C., 93 175, 178-180,1 82-183, 189_ Pablo de Tarso, 250 193 , 19 5, 19 7 -1 98 , 2 05 , Pa rfit, D., 14 1 207 -208,210,2 12.213,2 15, Pascal, B., 190, 209 217 -221, 223 -228, 230 -23 3, P avese, C., 170 235,238-240, 242,247_248, Pia ge t, J., 23, 34, 36 , 200 250, 257, 273-27 5, 277_278, Pico della Mirandola, G" 56 280,288,292 Píndaro,16 Kierkcgaard, S., 49, 283 , 28 5 Pirren, 29 1 Koh lberg, L., 34, 36 Platón, 23 , 3 1, 75 , 158, 16 6Kruegcr, G" 182 167, 185, 205-206, 225, 244, La Bruyere, J ., 16,209 255, 26 0-265, 273 -274, 290 La Ro chefouca uld, F " 17 9, Plinlo el Joven, 44 209 Pop per, K . R., 121-123 L acan , 1" 172,206 ,229 P rich a rd , H. A., 147, 158 Landsberg, P. L., 66 Protá goras, 290 -29 1 Leibniz, G. W., 84 Prous t, M., 170 Lévi-S tz-au ss, C.,64, 78, 175 Rawls, J., 100-101, 104, 229, 266
Ric oeu r, P., 66 Richardson , T., 269 Ross , D. , 158, 180, 231 -233 Ro us se a u, J. J. , 14, 2 2, 119 , 179 Russcll, B ., 151 , 165, 167 , 171 Sa rtre, J.-P., 49, 57, 170,281 , 283,285-288 Sc hel er , M. , 64 , 66, 68 -7 0, 229, 245-247 Schelling, F. W. J., 124 Sch iller, F., 170, 196, 229 Schopenha ue r , A, 52, 229 Searle, J., 102-103, 131 Séneca, L, A., 175, 17 7, 181, 240 Sexto el E mpírico, 29 1 Shaftesb ury, A " 30,1 49 Shakcspeare, W., 65, 256 , 269 Shaw, G. B., 235 Sldgwíck, H., 229, 266 Simmel, G., 93 Skinner, B. F., 23, 33, 253-2 54
Smar-t, J. J . c.. 271 Sm ith, A., 179 Sócrates, 23~24, 3 1, 44, 75, 80, 108 ,158, 197,205-207,244, 259 -260,269,290 Só focl es, 5, 23 Spencer -, R , 253 Spí noza, 8., 44 , 110, 168-16 9 Sp rangcr , E ., 66 Stirner, M., 56 Teof ras to, 16 Tom ás de Aqu ino, 31, 63, 110 , 168 ,250,261 To ulmin, S., 23, 86-87, 91-92, 133,266 Tu gen d ha t, E. , 42, 18 4, 205 Von Wrigh t, G. B., 257 Warno ck, G. J ., 154 Web er , M., 85, 93, 100 Wi ttge nstein , L., 149 Wa lff, Ch ., 11I Zen ón de Ci t¡o, 3 1, 168, 181 Zubi ri, x., 65-66 , 69, 119
3 12
----
3 13
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_
_ J
íNDICE DE CONCEPTOS Acti tud mo ra l, 39 Argumenta ción, 76-77 Autoco nocimiento, 45, 62, 70 Buen o
co nce pto, 256 -259 indcfinibilidad,1 55-156 según ét ica autónoma, 272 28 1 según hedonismo epicúreo, 265-266 s e gún hedonismo utilita rista, 266-271 según moral de la situación, 28 1-289 según teleologism o aristo télico, 136,262-264 según teo logismo pla tónicocri stiano, 259-26 2 Casuismo, 189- 190 Compor tamien to ,1 9-20 Conciencia mo ral adquisición. 32-36 caracterización, 29-3 2 cu lpa, 30, 37 fu nció n, 39-41 hecho originario, 36-39, 4 142 tra nq uilid ad , 30, 37, 6 1 Conducta, 21-22 móv iles desc o noci d os , 38, 58-6 1, 179 Consentim iento in teri or, 40, 42-44 Deber, 175-180 Decisión, 45-46, 74-75 Deliberación, 47, 97-9 8
Deseo, 165-169 Dign id a d , 73, 240-24 1, 28028 1 Egoísmo ético, 170-174 Elección, 46-49, 285-286 Entendimiento prá ct ico, 108109 Escepticismo, 149-150, 290-295 «Es-Debe », 143 Estoicismo, 99, 175 -177, 181 Ética concepto, 15-17 discursiva, 94-95 etímologfa, 13-14 objeto, 17-19 Falacia na tura lis ta , 154 -157 Felicidad (vid. Bueno) Hedonismo (vid. Bueno) Imperativo ca tegórico com o ley moral. 213-215 críticas , 228-233 expresión del ser ac tivo, 218219 justifica ción por la lib ertad, 220-224 n o c o nt raci ictor-iedad, 216 217 raíz racional, 224-228 Individualismo , 56-58 Individuo, 53-56 I nteré s práctico , 114-116, 184 Intuicionismo, 158-162 Juicio como facultad de juzgar, 124126 práctico, 126-128
315
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _1
típica de ju icio práctico, 128130 Ju icios cla~ ificación, 134.1 37 de vala r, 131-133 impe rativos categóricos, 141-
143
imperativos hipot éticos, 139-
140
y argu mentació n ética, 77-78, 86, 92 Razón práctica cat cgori cídad , 233-236 pri mado sobre la razón teórica , 115-120 procedime ntal, 242 tránsito de la razón teórica a la ra zó n práctica, 112-1 14 Razo nabilidad,96-101 Ramnamien to ético, 87-90 Reglas estruc tura y sen tido , 199-203 n orma tivas y co n sütutívas, 102-105 o rigen, 203-206 «regla de oro» , 34, 235 Rela tivismo descriptivo, 295-296 en general, 289-290 metanormativo, 297-298 no rm a tivo, 296-297 opuesto a un iversalismo ético, 77, 299-300 Respeto a la ley moral, 48, 178, 182 Responsabilidad, 287-288 Sabiduría , 83 Sensibilidad, 181_185 Sentimie n to moral, 147 -152 Sit uación, 283-284 S oc lo log fsm o m oral, 54 , 132 Utilita rismo,266_271 del ac to y de la no rma, 27 1 Valore s, 57, 245-247, 258, 278, 283, 287 Voluntad aut ónoma, 237-241, 244, 277-
mora les, 133-134 Leyes prácticas, 209-212 Libert ad como a utonomía , 240 -243 de ducida d e la m o ralida d , 222-224 en la moral de la si tua ción , 283-284,288-289 postulado , 193 re a lidad pr ác tic a , 112-113 Máxima s, 206-209 Moral como razó n práctica, ros.roetimologia, 14-15 hecho de razón, 23-27 irrcd ucti bilid.."ld,27 _29 y conocimiento , 42-45 Obligación concep to, 185·190 moral y ju rídi ca, 196-199 objetividad, 191-196 Pasion es, 178 Persona, 62-66, 7 1 Pe rsonalidad, 73 -74, 195. 196 Personalismo, 66-72 Placer , 157, 167-168 Pra gma tismo , 294-295 Praxis, 108, 120-124 Pru denci a, 44, 108-109, 140-141 Racion alid ad, 95-96 278 Razón buena voluntad, 52, 118, 222, ca rác ter teleol ógico -mo ral , 276-281 116-117 concepto, 49-52, 220 composib tlldnd, 84-86 dete rminació n racion al, 82concepto, 79-80 83 facultad común, 80-81 he terónoma en general, 247_ ilustració n, 8 1-82 251 legisladora, 80 he te rón o ma e xpe rim e ntal, tipología, 93-95 252-256 us os teó rico y práctico, 91. het eró no m a religi os a, 251 92, 110-111 Yo, 58-60, 70
3 16
íNDICE Abrevia tu r a s
6
Nota preJimina r
7
PRIM ER A
PARTE
E L RAZONAMI ENTO MORAL CAPíTULO lo La acción moral 1. El o bje to de la é tica 2. La acción moral 3. La concie ncia mora ! 4. E l pri n cipio de la el ección moral . ,
l\
CAPiTULO 1I. El razonamiento m oral 1, El substrato individual 2. La perso nalidad m o ral . , 3. El razona mi e nto m oral . . . . _ . . . 4. Racionalidad y ra zo n a bilid ad CAPITULO 1Il . El juicio m oral . , . . 1. La razó n prác ti ca ." . . 2. Es truct u ra d el j uic io moral 3, El escepticism o m oral . , . 4. La falaci a na t uralista
13 13 19
29 45 53 53 62
74 90
106 106 124 143
153 317
S EGUNDA PARTE
LA OBLIGATORIEDAD MORA L CAPITULO IV.
1. 2. 3. 4.
La o bligatoried ad m ora l . . .
El co nflicto entre el deseo y el deb er La obligatorieda d m oral Las reglas mo rale s El im perativo ca tegó rico
CAPiTUl.O V. Lo b u eno moral 1. Autonomí a y hetero nomía
2. 3. 4.
.
Lo b ueno mo ra l . Lo bue no d esd e la pe rs pecti va de la auto nom ía ... El relativismo ético .
165 16 5 185 199 213 237 237 256
272 289
Bibliogr a fía
30 1
índice de au tor es
3 11
í n dice d e conceptos
3 15
Impreso en el mes de septiembre de 2000 en HUROPE, S. L. Lima, 3 b is
08030 Barcelona