J
r o b e r t l a
c a s t e l
i n s e g u r
i d a d
SOCIAL ¿Qué
es
estar
protegido ?
ROBERT CASTEL
LA INSEGURIDAD SOCIAL ¿Qué es estar protegido?
MANANTIAL Buenos Aires
Tícuio original: L 1msécurité socicile.
Q u’est-ce quétre protégé?
Édiuons du Seuil, 2003 © Édiuons du Seuil et La Répubíique des Idées, 2003 Traducción: Viviana Aekerman Diseño de tapa: Estudio R
Castei, Robert La inseguridad social : ¿qué es estar protegido?. - Ia. ed. 3:1reimp.Buenos Aires : Manantial, 2011. 112 p. ; 20x14 cm. - (Reflexiones) Traducción de: Viviana Aekerman ISBN 978-987-500-078-0 1. Seguridad Social I Título CDD 363.1 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina © 2004, de esta edición y de la traducción, Ediciones Manantial SRL Avda. de Mayo 1365, 6° piso (1085) Buenos Aires, Argenrma Tel: (5411) 4383-7350 / 4383-6059
[email protected] www.emanantial.com.ar
Derechos reservados Prohibida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito dei editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.
AGRADECIMIENTOS
Isabelle Astier, Lysette Boucher-Castel, Denis Merklen y Albert Ogien me hicieron preciosas observaciones sobre una primera versión del manuscrito. Mi interpretación del “retor no de las clases peligrosas” está en deuda con entrevistas pro puestas por Richard Figuier sobre este tema. Por último, agradezco a Christine Colpin por su contribución esencial a la elaboración del texto.
ÍNDICE
Introducción ........................................................................ .....11 Capítulo 1 La seguridad civil en el Estado de derecho ....................... ..... 17 M od ern id ad y v uln erab ilid ad ............................................................. 19 Seguridad pública y libertades públicas ................................... ...... 2 7
Capítulo 2 La seguridad social en el Estado protector............................ 35 La pro p ie da d o el t ra b a jo ....................................................................3 / Una sociedad de semejantes ......................................................... ...... 4 5
Capítulo 3 El aumento de la incertidumbre..............................................53 Individualización y descolectivización ...................................... ...... J 5 El retorno de las clases peligrosas .............................................. ...... 6 2
Capítulo 4 Una nueva problemática del riesgo ................................... ..... 75 Riesgos, peligros y daños....................................................... /6 Privatización o colectivización de los riesgos ......................... ......81
ROBERT CASTEL
10
Capítulo 5 ¿Cómo combatir la inseguridad social?
...........................
.
Reconfigurar las protecciones sociales ......................................
Dar segundad al trabajo ......... Conclusión
.........................................
.
87 88 102
113
INTRODUCCIÓN
Se pueden distinguir dos grandes tipos de protecciones. Las protecciones civiles garantizan las libertades fundamentales y la seguridad de los bienes y de las personas en el marco de un Estado de derecho. Las protecciones sociales “cubren” contra los principales riesgos capaces de entrañar una degradación de la situación de los individuos, como la enfermedad, el acciden te, la vejez empobrecida, dado que las contingencias de la vida pueden culminar, en última instancia, en la decadencia social. Desde este doble punto de vista vivimos probablemente —al menos en los países desarrollados- en las sociedades más segu ras que jamás hayan existido. Las comunidades no pacíficas, desgarradas por luchas intestinas, donde la justicia era expedi tiva y la arbitrariedad permanente, parecen, vistas desde Euro pa occidental o desde América del Norte, la herencia de un le jano pasado. El espectro de la guerra, esa terrible generadora de violencia, también se alejó: ahora ronda y a veces hace es tragos en los confines del mundo “ civilizado” . Análogamente, se ha alejado de nosotros esa inseguridad social permanente que resultaba de la vulnerabilidad de las condiciones y conde naba en otras épocas a una gran parte del pueblo a vivir “ al día” , a merced del más mínimo accidente que pudiera surgir
12
ROBERT CASTEL
en eí camino. Nuestras existencias ya no se desarrollan, desde el nacimiento hasta la muerte, sin redes de seguridad. Una bien llamada “seguridad social” se ha vuelto un derecho para la inmensa mayoría de la población, y ha generado una multi tud de instituciones sanitarias y sociales que se ocupan de la salud, de la educación, de las discapacidades propias de la edad, de las deficiencias psíquicas y mentales. A tal punto que se ha podido describir este tipo de sociedades como “socieda des aseguradoras” , que aseguran, de alguna manera de dere cho, la seguridad de sus miembros. Sin embargo, en estas sociedades rodeadas y atravesadas por protecciones, las preocupaciones sobre la seguridad per manecen omnipresentes. No se puede eludir el carácter perturbador de esta constatación pretendiendo que eí senti miento de inseguridad es sólo un fantasma de personas aco modadas que habrían olvidado el precio de la sangre y de las lágrimas, y hasta qué punto la vida antes era ruda y cruel. Tiene tales efectos sociales y políticos que, por cierto, forma parte de nuestra realidad y hasta estructura en gran medida nuestra experiencia social. Hay que reconocer que, si bien las formas más masivas de la violencia y de la decadencia social han sido ampliamente neutralizadas, la preocupación por la seguridad es por cierto de naturaleza popular, en el sentido fuerte del término. ¿Cómo dar cuenta de esta paradoja? Ella Conduce a for mular la hipótesis de que no habría que oponer inseguridad y protecciones como si pertenecieran a registros opuestos de la experiencia colectiva. La inseguridad moderna no sería la au sencia de protecciones, sino más bien su reverso, su sombra llevada a un universo social que se ha organizado alrededor de una búsqueda sin fin de protecciones o de una búsqueda desenfrenada de seguridad. ¿Qué es estar protegido en estas condiciones? No es estar instalado en la certidumbre de poder
INTRODUCCIÓN
13
dominar perfectamente todos los riesgos de la existencia, sino más bien vivir rodeado de sistemas que dan seguridad, que son construcciones complejas y frágiles, las cuales conllevan en sí mismas el riesgo de fallar en su objetivo y de frustrar las expectativas que generan. Por lo tanto, la propia búsqueda de protecciones estaría creando inseguridad. La razón de ello se ría que el sentimiento de inseguridad no es un dato inmediato de la conciencia. Muy por el contrario, va de la mano de con figuraciones históricas diferentes, porque la seguridad y la in seguridad son relaciones con los tipos de protecciones que asegura - o n o- una sociedad, de manera adecuada. En otras palabras, hoy en día estar protegido es también estar amena zado. El desafío que nos interesa subrayar sería entonces comprender mejor la configuración específica de esas relacio nes ambiguas protección-inseguridad, o seguros-riesgos, en la sociedad contemporánea. Aquí propondremos una línea de análisis para convalidar esta hipótesis. El hilo conductor es que las sociedades moder nas están construidas sobre el terreno fértil de la inseguridad porque son sociedades de individuos que no encuentran, ni en ellos mismos ni en su medio inmediato, la capacidad de ase gurar su protección. Si bien es cierto que estas sociedades se han dedicado a la promoción del individuo, promueven tam bién su vulnerabilidad al mismo tiempo que lo valorizan. De ello resulta que la búsqueda de las protecciones es consustan cial al desarrollo de este tipo de sociedades. Pero esta búsque da se asemeja en muchos aspectos a los esfuerzos desplegados para llenar el tonel de las Danaides, que siempre deja filtrar el peligro. La sensación de inseguridad no es exactamente pro porcional a los peligros reales que amenazan a una población. Es más bien el efecto de un desfase entre una expectativa so cialmente construida de protecciones y las capacidades efecti vas de una sociedad dada para ponerlas en funcionamiento.
14
ROBERT CASTEL
La inseguridad, en suma, es en buena medida el reverso de la medalla de una sociedad de seguridad. Idealmente, ahora habría que voiver a trazar la historia de la organización de estos sistemas de protecciones y de sus transformaciones hasta el momento -es decir, hasta hoy- en que su eficacia parece precanzada por la mayor complejidad de los riesgos que supuestamente neutralizan, así como por la aparición de nuevos riesgos y de nuevas formas de sensibilidad a los riesgos. Programa que, evidentemente, no podrá ser rea lizado aquí por completo. Nos conformaremos con esbozar es te proceso a partir del momento en que la problemática de las protecciones se redefine alrededor de la figura del individuo moderno que vive la experiencia de su vulnerabilidad. Pero in sistiremos también en la diferencia entre los dos tipos de “co berturas” que intentan neutralizar la inseguridad. Hay una problemática de las protecciones civiles y jurídicas que remite a la constitución de un Estado de derecho y a los obstáculos experimentados para encarnarlos lo más cerca posible de las exigencias manifestadas por los individuos en su vida cotidia na. Y hay una problemática de las protecciones sociales que remite a la construcción de un Estado social y a las dificulta des que surgen para que pueda asegurar ai conjunto de los in dividuos contra los principales riesgos sociales. Esperamos que la cuestión de la inseguridad contemporánea pueda esclarecer se si se consigue captar la naturaleza de los obstáculos que existen en cada uno de los dos ejes de la problemática de las protecciones para realizar un programa de seguridad total, y también si se toma conciencia de la imposibilidad de hacer su perponer por completo estos dos órdenes de protecciones. Entonces tal vez estemos en condiciones de comprender por qué es la propia economía de las protecciones la que pro duce una frustración sobre la situación de la seguridad cuya existencia es consustancial a las sociedades que se construyen
INTRODUCCIÓN
15
alrededor de la búsqueda de ia seguridad. Y ello por una do ble razón. En primer lugar, porque los programas protectores jamás pueden cumplirse completamente y producen decep ción y aun resentimiento. Pero también porque su logro, aun que relativo, al dominar ciertos riesgos, hace emerger otros nuevos. Es lo que sucede hoy en día con la extraordinaria ex plosión de esta noción de riesgo. Tal exasperación de la sensi bilidad a los riesgos muestra bien a las claras que la seguridad jamás está dada, ni siquiera conquistada, porque la aspira ción a estar protegido se desplaza como un cursor y plantea nuevas exigencias a medida que se van alcanzando sus objeti vos anteriores. Así, una reflexión acerca de las protecciones civiles y sociales debe conducir igualmente a interrogarse so bre la proliferación contemporánea de una aversión al riesgo que hace que el individuo contemporáneo nunca pueda sen tirse totalmente seguro. Pues ¿qué nos protegerá -dejando de lado a Dios o la muerte- si para estar plenamente en paz hay que poder dominar por completo todas las contingencias de la vida? No obstante, esta toma de conciencia de la dimensión pro piamente infinita de la aspiración a la seguridad en nuestras sociedades no debe conducir a cuestionar la legitimidad de la búsqueda de protecciones. Todo lo contrario, es la etapa críti ca necesaria que hay que atravesar para definir las acciones que hoy se requieren para hacer frente del modo más realista a las inseguridades: combatir los factores de disociación so cial que están en la raíz tanto de la inseguridad civil como de 1a inseguridad social. No conseguiremos la seguridad de estar liberados de todos los peligros, pero se podría ganar la opor tunidad de habitar un mundo menos injusto y más humano.
Capítulo 1 LA SEGURIDAD CIVIL EN EL ESTADO DE DERECHO
infirmábamos que hay configuraciones históricas diferen tes de la inseguridad. Las hay “premodernas” . Cuando domi nan los lazos entretejidos alrededor de la familia, del linaje y de los grupos de proximidad, y cuando ei individuo está defi nido por el lugar que ocupa en un orden jerárquico, la segun dad está garantizada en lo esencial por la pertenencia directa a una comunidad y depende de la fuerza de estas inserciones comunitarias. Entonces se puede hablar de protecciones de proximidad. Por ejemplo, a propósito del tipo de comunida des campesinas que han dominado el Occidente medieval, Georges Duby habla de ‘‘''sociedades enmarcadas, seguras, provistas ” .1 Paralelamente, en la ciudad, la pertenencia a cuerpos de oficios (guildas, cofradías, corporaciones) inscribe a sus miembros en sistemas fuertes simultáneamente de obli gaciones y de protecciones que garantizan su seguridad al precio de su dependencia en relación con el grupo de perte
1. Georges Duby, “ Les pauvres des campagnes dans l’ Occident médiéval jusq u’ au XIIe sié cle” , Revue d’histoire de l’Église en France , t. LII, 1966, pág. 25.
18
ROBERT CASTEL
nencia. Son las mismas sociedades que están continuamente expuestas a las devastaciones de la guerra y a los riesgos de escasez, hambrunas y epidemias. Pero se trata de agresiones que amenazan a la comunidad desde afuera y, en última ins tancia, pueden llegar a aniquilarla. Por sí mismas, sin embar go, como dice Duby, son “ seguras” : protegen a sus miembros sobre la base de redes estrechas de dependencias e interdepen dencias. En esas sociedades -cuya descripción necesariamente debe mos simplificar aquí- también existe de manera evidente inse guridad interna. Pero ésta es introducida por los individuos y los grupos que están fuera de los sistemas de dependenciasprotecciones comunitarias. En las sociedades preindustriales europeas, este peligro se cristalizó en la figura del vagabundo, es decir, del individuo desafiliado por excelencia, a la vez fue ra de la inscripción territorial y fuera del trabajo. La cuestión del vagabundeo fue la gran preocupación social de aquellas comunidades, movilizó una cantidad extraordinaria de me didas de carácter dominantemente represivo para intentar erradicar -por otra parte, en vano- esa amenaza de subver sión interna y de inseguridad cotidiana que supuestamente re presentaban los vagabundos. Si se quisiera escribir una histo ria de la inseguridad y de la lucha contra la inseguridad en las sociedades preindustriales, el personaje principal sería el va gabundo, siempre percibido como potencialmente amenaza dor, y sus variantes abiertamente peligrosas, como el saltea dor, el bandido, el outlaw -todos ellos individuos sin amarras que representan un riesgo de agresión física y disociación so cial, porque existen y actúan por fuera de todo sistema de re gulaciones colectivas.
LA SEGURIDAD CIVIL EN EL ESTADO DE DERECHO
19
M o d er n i d a d y v u l n er a b i l i d a d
Con el advenimiento de la modernidad, el status del indi viduo cambia radicalmente. Este es reconocido por sí mismo, ai margen de su inscripción en colectivos. Pero no por ello es tá seguro de su independencia, muy por el contrario. Seguramente es Thomas Hobbes quien ha brindado la primera pin tura, estremecedora y fascinante, de lo que realmente sería una sociedad de individuos. Testigo a través de las guerras de religión en Francia y de la guerra civil inglesa de la desestabi lización de un orden social fundado en las pertenencias colec tivas y legitimado por las creencias tradicionales, lleva al ex tremo la dinámica de la individualización hasta el punto en que ésta dejaría a los individuos enteramente librados a sí mismos. Una sociedad de individuos no sería ya, hablando con propiedad, una sociedad sino un estado de naturaleza, es decir, un estado sin ley, sin derecho, sin constitución política y sin instituciones sociales, presa de una competencia desenfre nada de los individuos entre sí, y de la guerra de todos contra todos. Por ello sería una sociedad de inseguridad total. Liberados de toda regulación colectiva, los individuos viven bajo el sig no de la amenaza permanente porque no poseen en sí mismos el poder de proteger y de protegerse. Ni siquiera la ley del más fuerte puede estabilizar ía situación porque David podría matar a Goliat y porque el fuerte podrá siempre ser aniquila do, aunque más no fuere por uno más débil que tendría el co raje de asesinarlo durante el sueño. En consecuencia, es con cebible que la necesidad de estar protegido pueda ser el imperativo categórico que habría que asumir a cualquier pre cio para poder vivir en sociedad. Esta sociedad será funda mentalmente una sociedad de seguridad porque la seguridad es la condición primera y absolutamente necesaria para que
20
ROBERT CASTEL
los individuos, desligados de las obligaciones-protecciones tradicionales, puedan “ hacer sociedad” . Se sabe que Hobbes ha visto en la existencia de un Estado absoluto el único medio de garantizar esta seguridad de las personas y de los bienes, y por ello mismo suele tener mala prensa. Pero quizá haya que tener algo del coraje intelectual de Hobbes para suspender por un instante el horror legítimo que puede suscitar el despotismo del Leviatán y para com prender que ésta no es sino la respuesta última, pero necesaria, a la exigencia de protección total surgida de una necesidad de seguridad que tiene profundas raíces antropológicas. “El po der, dice Hobbes, si es extremo es bueno porque es útil para la protección; y es en la protección donde reside la seguridad.”2 Max Weber dirá también, de una manera más matizada que no ha suscitado controversias, que el Estado debe tener el mo nopolio del ejercicio de la violencia. Pero, sobre todo, el análi sis de Hobbes tiene una contrapartida, con frecuencia menos subrayada. Al movilizar todos los medios necesarios para go bernar a los hombres, es decir, al monopolizar todos los pode res políticos, el Estado absoluto libera a los individuos del miedo y íes permite existir libremente en la esfera privada. El horrendo Leviatán es también ese poder tutelar que le permite ai individuo existir como él lo considere deseable y pensar lo que quiera en su fuero interno , que dispone el respeto de las creencias religiosas antagónicas (lo cual no es poco en perío dos de fanatismo religioso) y la capacidad para todos de em prender aquello que les parezca más adecuado, y de gozar en paz de los frutos de su industria. El precio que hay que pagar no es exiguo, ya que se trata de renunciar totalmente a inter-
2. Thomas Hob bes, Le Léviathan , París, Sirey, 19/1 [trad. cast.: El leviatán , Buenos Aires, Losada, 2003].
LA SEGURIDAD CIVIL EN EL ESTADO DE DERECHO
21
venir en los asuntos públicos y de conformarse con padecer eí poder político. Pero sus efectos no son tampoco despreciables, ya que es la condición de existencia de una sociedad civil y de" ía paz civil, de las cuales sólo un Estado absoluto puede ser el garante. A la sombra del Estado protector, el hombre moderno podrá cultivar libremente su subjetividad, lanzarse a la conquista de la naturaleza, transformarla mediante su trabajo y asentar su independencia sobre sus propiedades. Hobbes afir ma incluso la necesidad de un rol de protección social del Es tado para los individuos en estado de necesidad: Dado que hay muchos hombres que, a causa de circunstancias inevitables, se vuelven incapaces de subvenir a sus necesidades por medio de su trabajo, no deben ser abandonados a la caridad privada. Corresponde a las leyes de la República asistirlos, en toda la medida requerida por las necesidades de la naturaleza.3
No estoy haciendo la apología de Thomas Hobbes, pero pienso que él definió un esquema muy sólido para compren der los problemas profundos de la cuestión de las protec ciones en las sociedades modernas. Estar protegido no es uní estado “ natural” . Es una situación construida, porque la inse-f guridad no es un imponderable que adviene de manera más o menos accidental, sino una dimensión consustancial a ía coe xistencia de ios individuos en una sociedad moderna. Esta coexistencia con el prójimo es sin ninguna duda una oportu nidad, aunque más no sea porque es necesaria para formar una sociedad. Pero, pese a todos los que celebran ingenua mente ios méritos de la sociedad civil, es también una amena za, si al menos no hay una “mano invisible” para armonizar a priori ios intereses, los deseos o la voluntad de poder de los
3. Ibid., pág. 369.
12
ROBERT CASTEL
individuos. Por consiguiente, es menester una construcción de ^protecciones que no se conforme con convalidar las modali dades dades inmediat inmediatas as del del “ vivir vivir c o n ” , y ello tien tienee un un costo. cost o. H o b bes ha ubicado muy alto, y sin ninguna duda demasiado alto, el costo que hay que pagar para cumpiir con ese desvío. Pero sí bien es cierto que la inseguridad es consustancial a una so ciedad de individuos, y que necesariamente hay que combatir la para que éstos puedan coexistir en el seno de un mismo conjunto, esta exigencia también implica movilizar una bate ría de medios que nunca serán anodinos, y en primer lugar instituir un Estado dotado de un poder efectivo para desem peñar ese rol de proveedor de protecciones y de garante de la seguridad. Por otra parte, si bien Hobbes goza de una reputación más bien demoníaca, bien mirado no hace más que anticipar, de forma paradójica y provocadora, una parte importante de lo que será la vulgata de los liberales, cuyas huellas podrán en contrarse hasta nuestros días. Comenzando por John Locke, que a su vez pasa por ser más bien eí padre benigno y toleran te del liberalismo. Treinta años después que Hobbes, Locke celebra con optimismo a ese hombre moderno que, a través del libre desenvolvimiento de sus actividades, construye su in dependencia con su trabajo y se vuelve simultáneamente pro pietario de sí mismo y de sus bienes: El hombre es amo de sí mismo y propietario de su propia persona y de sus acciones, y de su trabajo.4
4. John Locke , Second tratt trattéé di dit gouverne me nt (1690), traducción fran cesa, París, PUF, 1994, § 173 [trad. cast.: Segundo tratado sobre el gobier no civil , Madrid/Buenos Aires, Alianza, 1990]. Este esquema de la propie dad garante de la independencia está también presente en James Harnngton (1611-1677), que ve en ella la condición para que los miembros de una Re-
LA SEGU RIDAD CIVIL EN EL ESTAD O DE DER ECH O
23
Dado que el individuo va no está tomado en las redes tra dicionales de dependencia y de protección, lo que lo protege Q es la prop pr opie ieda dad. d. La propiedad es la base de recursos a partir de la cual un individuo puede existir por sí mismo y no de pender de un amo o de la caridad del prójimo. Es la propie dad la que garantiza la seguridad frente a las contingencias de * la existencia, la enfermedad, el accidente, la miseria de quien no puede seguir trabajando. Y a partir del momento en que se lo llama a elegir a sus representantes en el plano político, es también ía propiedad la que garantiza ía autonomía del ciu dadano: en efecto, gracias a ella éste se ha vuelto libre para opinar y elegir, insobornable para obtener su voto y no intimidable por aquellos que quieren constituirse una clientela. La propiedad en una República moderna cuya configuración esboza Locke es el soporte insoslayable mediante el cual los ciudadanos pueden ser reconocidos como tales en su indepen dencia. Pero Locke ve, ciertamente él también, que esta soberanía social del propietario no alcanza en sí misma, y que es necesa ria la existencia de un Estado para que el individuo disponga de la libertad de desarrollar sus empresas y de gozar en paz de ios frutos de su traba tra bajo. jo. Esto es tan cierto cier to que Lock Lo ckee ve en ello el fundamento del pacto social, la necesidad imperiosa de] dotarse dotarse de una una constitución consti tución política: J El fin esencial que persiguen los hombres que se unen para formar una República y se someten a un gobierno es la preservación de su propiedad.
pública puedan ejercer libremente su ciudadanía política (véase Oceana, Oceana , tra ducción francesa, París, Belin, 1995). 5. J. Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil, civil, § 124.
,
24
ROBER T CASTEL CASTEL
Es la defensa de la propiedad lo que justifica la existencia de un Estado cuya función esencial es preservarla. Pero por propiedad hay que entender, una vez más, no sólo la propie dad de los bienes sino también ía propiedad de sí mismo que éstos hacen posible, que es la condición de lajlibertad y de la independencia de los ciudadanos. Los hombres, dice Locke, hacen el proyecto de unirse para la preservación mutua de su vida, de su libertad y de sus bienes lo que yo denomino con el nombre genérico de propiedad.0
La República de Locke no es el Leviatán de Hobbes. Po drá buscar, por otra parte no sin dificultad, formas de repre sentación democrática que harán de ella, en cierta medida al menos, la expresión de la voluntad de los ciudadanos. Sin embargo, el Estado liberal cuyo modelo ha trazado Locke y que se organizará en la sociedad moderna no transigirá con el mandato inicial que se le confía: ser un Estado de seguri dad, proteger a las personas y sus bienes. Al respecto, se ha podido hablar a la vez de “Estado mínimo” y de “Estado gendarme” gendarm e” , lo cual no es contrad cont radicto ictorio. rio. Ese Estado es es un Es tado de derecho que se concentra en sus funciones esenciales de guardián del orden público y de garante de los derechos y de los bienes de los individuos. Se prohíbe a sí mismo, en principio al menos (pues en los hechos las cosas serán más complicadas), inmiscuirse en las otras esferas, económicas y sociales, de ia sociedad. Pero al mismo tiempo será riguroso para la defensa de la integridad de la persona y de sus dere chos, y despiadado con ios enemigos de la propiedad (sancio nes del código penal contra los ataques a los bienes, pero
6. J. Locke, ibid., § 123.
LA SEGURIDAD CIVIL EN EL ESTADO DE DERECHO
25
también represión, que podrá ser violenta, de los intentos co lectivos de subversión del orden propietario). Si nos atene mos a un juicio de orden moral, se puede denunciar una con tradicción en el funcionamiento del Estado liberal. Así se le dará crédito por haber intentado instituirse en Estado de de recho que defiende los derechos civiles y la integridad de las >personas,7 y asimismo provocará indignación por el hecho de que ese mismo Estado es el que aplastó la insurrección de ios obreros parisinos en junio de 1848 o a la Comuna de París en 1871. Por un lado el legalismo jurídico, y por el otro el re curso, a veces brutal, al ejército o a las milicias de la Guardia Nacional. Pero se puede anular esta aparente contradicción si se comprende que el fundamento de este tipo de Estado es asegurar la protección y la seguridad. En esta configuración, 7. Este esfuerzo va mu cho más allá de un simple ropaje “ for m al” para disimular las desigualdades reales. Para atenernos a un solo ejemplo, la mo narquía de Juiio desplegó esfuerzos considerables para justificar en el campo del derecho el encierro de los enfermos mentales. La posición era clara. Los locos, por ser percibidos como peligrosos, no podían ser dejados en libertad. Pero como no eran responsables, no podían ser condenados y no iban a pri sión. El problema en la dj3cada.de ¡830 concernía a una decena de miles de personas y por lo tanto no amenazaba el orden social. Pero sí amenazaba los principios del Estado liberal, esto es, la necesidad de salvaguardar el ca rácter legal de la sanción y de prohibir toda forma de encierro arbitrario que recordara las cartas reales de encarcelamiento y los prisioneros de Estado del absolutismo real. La solución del callejón sin_salida fue la aceptación del en cierro ,íerapéí¿ízco..prQpuesto,p.o£.Esq.uir.QL.y_pQr„los.jmmetos-alienístas (se debe encerrar a un loco no para castigarlo sino para curarlo). Pero ia ley de 1838, que confirma este estatuto de excepción de ios,enfermos mentales, fue votada tras largos meses de controversias apasionadas en la Cámara de Di putados y en la Cámara de ios Pares. El tema de estos debates riquísimos era garantizar la seguridad contra los trastornos de la locura, pero en un marco legal, al punto que fue necesario redactar laboriosamente una nueva ley pa ra conseguirlo. La ley de 1838 en favor de los alienados es sin duda alguna una ley de excepción, pero es una ley, y fue votada respetando los procedi mientos más democráticos de la época.
26
ROBERT CASTEL
j la protección de las personas es inseparable de la protección I de sus bienes. Su mandato va del ejercicio de la justicia y del mantenimiento del orden por medio de operaciones policiales a la defensa del orden social fundado en la propiedad, movi lizando, “ en caso de fuerza mayor” , medios militares o paramilitares si es necesario. Hay que recordar que la propiedad no fue ubicada por casualidad o por inconsecuencia en el rango de ios derechos inalienables y sagrados en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, disposición retoma da con variaciones por las diferentes constituciones republi canas. N o puede tratarse solamente de la propiedad “ bur guesa” que reproduciría ios privilegios de una clase. Al comienzo de la modernidad, la propiedad privada adquiere una significación antropológica profunda porque aparece -Locke fue uno de los primeros en percibirlo- como ia base a partir de ia cual eí individuo que se emancipa de ías pro tecciones-sujeciones tradicionales puede encontrar las condi ciones de su independencia. De lo contrario, no_se compren dería que la propiedad privada haya sido defendida no sólo por. ios conservadores yjas.corrientes más moderadas (bur gueses si se quiere) de la época prerrevolucionaria o revolu cionaria,, sino también por sus representantes más radicales. Rousseau, Ro'bespierre, Saint-Just, los sans-culottes , no pre tenden suprimir ia propiedad sino restringirla y disponer el acceso de todos los ciudadanos a ella. Robespierre quiere redefmir los límites de ia propiedad por medio de la ley y Saint-just sueña con una república de pequeños propietarios, porque sólo ios individuos-propietarios gozarían de la in dependencia y de ia libertad necesarias a los ciudadanos, in cluida la defensa de la patria con las armas en la mano. De fenderían así a la vez la república y su propio status de ciudadanos adosado a la propiedad: “Las propiedades de los
LA SEGURIDAD CIVIL EN EL ESTADO DE DERECHO
27
patriotas son sagradas” .'s Sólo grupos extremadamente mar ginales pensaron y actuaron más allá de este horizonte de ia propiedad privada, como los partidarios de Babeuf/ que pagaron su postura con la vida. Pero eran ultraminontarios y se situaban por fuera del campo de la construcción del Es tado moderno tal como ha prevalecido hasta nuestros días ,>(con la excepción de lo que sucedió en Europa del Este y en otros lugares por obra de la prolongación de ía revolución bolchevique de 1917, pero esa es otra historia).
S eg u r i d a d p úb l i c a y l i b er t a d es p úb l i c a s
Hay también una coherencia profunda en eí edificio sociogpl.it.ico propuesto al comienzo por los primeros liberales y que in-tentará_imponerse a.la.íargo del.sigla XIX a través de muchas vicisitudes. La piedra angular es que pretende asegu rar^ la vez la protección civil de los individuos, fundada en eí Estado de derecho y su protección social fundada en la pro piedad privada. En efecto, la propiedad es la institución social por excelencia, en ei sentido de que cumple con la función e.senciaí de salvaguardar la independencia de los individuos y cíe asegurarlos contra ios riesgos de la existencia. Como sos tiene Charles Gide a comienzos del siglo XX: 8. Saint-just, citado por M áxim e Leroy, Histoire des ídées sociales en Frailee, t. II, pág. 2 72 . Es cierto que Saint-just agrega: “ Pero los bienes de ios conspiradores serán para los desdich ados” . N o obstante, este com ple mento confirma el valor eminente dado a la propiedad: es necesaria para los verdaderos ciudadanos, mientras que los enemigos de la patria no son dig nos de ella. * Francois N oel Babeuf (Gracchus), revolucionario francés que conspiró contra el Directorio (Conspiración de los Iguales) y terminó ejecutado. Su doctrina fue llamada “comunismo igualitario” (n. del t.).
ROBE RT CASTEL
28
>
En io que atañe a la clase posee dora, la prop iedad constituye una institución social que vueive casi superfluas todas las otras.9
Con ello hay que entender que la propiedad privada ga rantiza, en el sentido pleno de la palabra, contra las con tingencias de la vida social (en caso de enfermedad, de acci dente, de cese del trabajo, etc.). Vueive inútil “lo social” entendido como el conjunto de los dispositivos que serán puestos en marcha para compensar el déficit de recursos necesarios para vivir en sociedad por sus propios medios. Los in I dividuos propietarios pueden protegerse a sí mismos moviliI zando sus propios recursos, y pueden hacerlo en el marco ' legal de un Estado que protege esta propiedad. Se puede ha blar al respecto, para ellos, de una seguridad social asegura, da. En cuanto a la seguridad civil, está asegurada, a su vez, ' por un Estado de derecho que garantiza el ejercicio de las li¡ bertades fundamentales, imparte la justicia y vela por el desaI rrollo pacífico de la vida social (es el trabajo de las “ fuerzas del orden” que supuestamente garantizan de forma cotidiana ia seguridad de los bienes y de las personas). r Sin embargo, se trata de un programa ideal que no puede erradicar totalmente la inseguridad porque, para hacerlo, sería necesario que el Estado controle todas las posibilidades, individuales o colectivas, de transgredir el orden social. Se puede apreciar la fuerza del paradigma propuesto por Hob bes: la seguridad puede ser total si y sólo_si el Estado es absoluto, si tiene el derecho o en todocaso el poder de aplastar sin limitación alguna todas las veleidades de atentar contra la seguridad de las personas y de los bienes. Pero si se vuelve .
9. Charles Gide, E conom ie sociale , París, 1902, pág. 6.
LA SEGURIDAD CIVIL EN EL ESTADO DE DERECHO
29
más o menos democrático, y a medida que esto sucede, pian-~\ rea límites al ejercicio de ese poder que se cumple plenamen- \ te sólo a través del despotismo o del totalitarismo. Un Esta- " Ho democrático no puede ser protector a cualquier precio, porgue ese precio sería el que Hobbes ha establecido: el ab solutismo del poder del Estado. La existencia de principios y constitucionales, la institucionalización de la separación de los poderes, ia preocupación por respetar el derecho en el uso de la fuerza, incluida la fuerza pública, ponen otros tan tos límites al ejercicio de un poder absoluto y crean, in directa pero necesariamente, las condiciones de cierta inse guridad. Para tomar un solo ejemplo, eí control de la magistratura sobre la policía enmarca las formas de interven ción de las fuerzas del orden y limita su libertad de acción. El delincuente podrá sacar partido de la preocupación de respe tar las formas legales, y la impunidad con la que se benefi cian algunos delitos es una consecuencia cuasinecesaría de la sofisticación del aparato judicial. La crítica recurrente del “laxismo” con que actuarían las autoridades responsables del mantenimiento del orden tiene su fuente profunda en es ta distancia, que existe siempre en un Estado de derecho, en tre la exigencia de respetar las formas legales y las prácticas represivas que estarían incondicionalmente gobernadas por ia mera preocupación de ser eficaces. En términos más gene rales, cuanto más se aparte un Estado del modelo del Leviatán y despliegue un andamiaje jurídico complejo, más corre el riesgo de defraudar la exigencia de asegurar la protección absoluta de sus miembros. Para superar esta contradicción, todos los ciudadanos deberían ser virtuosos —tal como Rous seau lo había visto con toda claridad- o deberían ser obli gados a serlo. Sin embargo, todos los ciudadanos no son es pontáneamente virtuosos ni mucho menos, y nos viene con rapidez a ía mente Robespierre para recordarnos ei precio de
30
ROBERT CASTEL
una política de la virtud, que pasa por el ejercicio del terror revolucionario. Pero si la virtud no es espontánea y si uno se niega a inculcarla a la fuerza, entonces hay que admitir que la seguridad absoluta de los bienes y de las personas jamás estará completamente asegurada en un Estado de derecho. Es el dilema inscripto en el corazón de la ap Heación de la ley. Aplicar la ley implica la movilización de procedimientos ca da vez más complejos que mantienen e incluso profundizan la distancia entre lo que prescribe el orden legal y la manera como éste estructura las prácticas sociales. En Francia, durante las últimas elecciones, la temática de la inseguridad cobró una fuerza tai que a veces llegó a rozar el delirio, y hoy por hoy la situación no parece encontrarse en vías de calmarse. Es fácil subrayar la distancia enorme que se para la obsesión acerca de la seguridad de las amenazas objetivas que pesan sobre los bienes y las personas en una socie dad como la nuestra, comparada por ejemplo con lo que sucede hoy en día en más de la mitad del Planeta o con lo que sucedía en Francia hace un siglo.10 Ella, sin embargo, no es fantasmática, porque traduce un tipo de relación con el Esta10. Sobre la inseguridad en otras áreas culturales, véase po r ejem plo Lu cio Ko waric k, “ Living at risk, on vuinerability m urban Brazil” , en Escritos Urbanos, San Pablo, Editora 34, 2000. Pintura impresionante de la otnnipresencia de la inseguridad en las metrópolis brasileñas. Sobre la situación en Francia hace un siglo, véase por ejem plo Dom iniqu e Kalifa, “ L’ attaque nocturne”, en Sociéié et représentation, Credes, n° 4, mayo de 1997, que pinta a la vez la inseguridad real y la puesta en escena de los medios de la época de la inseguridad de las noches parisinas alrededor de 1900. Se obser va que en el tiempo de los apaches la violencia criminal estaba incontesta blemente más presente que hoy; la prensa a veces relataba hasta ciento cua renta ataques nocturnos por mes en París, pero también se ve que la temática de ia inseguridad ya era explotada con fines políticos. Atacar el la xismo del prefecto de policía era también para la oposición de entonces una manera de cuestionar ia legitimidad del gobierno.
LA SEGURIDAD CIVIL EN EL ESTADO DE DERECHO
Si
do propia de las sociedades modernas. Como en ellas el individuo está sobrevalorado, y dado que se siente a la vez frágil y vulnerable, exige del Estado que lo proteja. Así, la “ deman da de Estado” .aparece más fuerte en las sociedades modernas qne en las sociedades que las precedieron, donde muchas pro tecciones-sujeciones eran dispensadas a través de la participa> ción en grupos de pertenencia situados por debajo del sobera no. De ahora en más la presión se ejerce esencialmente sobre el Estado, a riesgo de que se le reproche ser demasiado inva sor. Pero si se pretende un Estado de derecho, ...é.s.t£.,.nQ_..puede..~'| sino defraudar esa búsqueda de protección total, pues la segu- | ridad total nQ.4 ^iy^p.aí.il?i^..c;pn...el.,res.p.e.tQ„ah^liÜ.P._de las J formas, legales.. Consecuentemente, se podría comprender que el senti miento de inseguridad, aun cuando tome formas extremas y totalmente “irrealistas” ^procede menos de una insuficiencia de las protecciones que del carácter radical de una demanda de protección cuyas raíces profundas esclarecióTiobbes a co mienzos de la modernidad. El genio de Hobbes nos ayuda a tomar conciencia de ía paradoja que estructura la problemá tica de la seguridad civil en las sociedades modernas. En es tas sociedades de individuos, la demanda de protección es in-~ finita porque el individuo en tanto tal está ubicado fuera de las protecciones de proximidad, y no podría encontrar su realización sino en el marco de un Estado absoluto (el que Hobbes veía organizarse con el absolutismo real: es por ello también que sus análisis no son puras construcciones del es píritu). Pero esta misma sociedad desarrolla simultáneamen te exigencias.de. respeto, de la libertad y de la autonomía de iosjndividuos que no pueden realizarse más que en un Esta do .de derecho. Así, se puede comprender el_ carácter a la vez no realista y muy real del sentimiento contemporáneo de insegur.id.ad como un.efecto.vivido a diario de esta contradic-
32
ROBERT CASTEL
ción entre una demanda absoluta de protecciones y un legali smo que se desarrolla actualmente bajo la forma exacerba da de recurrir al derecho en todas las esferas de la existencia, aun jas más privadas. El hombre moderno quiere de forma absoluta que se le haga justicia en todos los dominios, inclu so en su vida privada, lo que abre una importante carrera a los jueces y los abogados. Pero también querría que se garan tice de forma absoluta su seguridad en los detalles de su exis tencia cotidiana, lo cual esta vez abre la vía a la omnipresencia de los policías. Estas dos lógicas no pueden recubrirse por completo; dejan subsistir una brecha que nutre el sen timiento de inseguridad. Más aún, se ensancha la brecha en tre un legalismo que se refuerza y una demanda de proteccio nes que se exacerba. De modo que la exasperación de la preocupación por la seguridad engendra necesariamente su propia frustración, que alimenta el sentimiento de insegu ridad. Acaso se trate de una contradicción inherente al ejercicio de la democracia moderna, la cual se expresa por el hecho de que ja seguridad, en esta sociedad,, es un derecho, pero ese.de recho tal vez no pueda cumplirse plenamente sin movilizar medios que resultan ser atentatorios del derecho. En todo caso resulta significativo, como lo ilustra en este mismo momento la situación política de Francia, cjue la^ demanda de seguridad se traduzca de inmediato en una demanda de auto ridad que, si queda, librada a sus propios impulsos, puede amenazar la propia democracia. En este punto un gobierno democrático queda situado en una mala posición. Se le exige que garantice la seguridad y se lo condena reprochándole su laxismo si llega a fallar. Pero ¿acaso el aumento de autoridad que se le exige a un Estado de derecho puede ejercerse en un marco verdaderamente democrático? Ya se trate de “la guerra contra el terrorismo” tal como la conduce Estados Unidos, o
L A S E G U R I D A D C I V I L E N EL E S T A D O D E D E R E C H O
33
de la “tolerancia cero” pregonada en Francia contra ia delin cuencia, se ve bien a las claras que los Estados que exhiben su adhesión a los derechos humanos al punto de pretender dar, respecto de este tema, lecciones al resto del mundo están ince santemente amenazados por un posible deslizamiento hacia la restricción de las libertades públicas.
Capítulo 2 LA SEGURIDAD SOCIAL EN..EL ESTADO PROTECTOR
La inseguridad es tanto la inseguridad social' como ia inseguridad civil. Estar: protegido en esta esfera significa estar a salvo.de los imponderables que podrían degradar el status social del individuo. Por ende, el sentimiento de..inseguridad es la conripnria de estar a rperced de estos acontecimientos. Por ejem plo, la incapacidad de “ganarse la vida” trabajando -ya sea por enfermedad, por accidente, por desempleo o por cese de actividad en razón de la edad- cuestiona el registro de la perte nencia social del individuo que extraía de su salario los medios para la subsistencia y lo vuelve incapaz de gobernar su existen cia a partir de sus propios recursos. En lo sucesivo, deberá ser asistido para sobrevivir. Se podría caracterizar un riesgo so_ciai como un acontecimiento que compromete la capacidad de los individuos para asegurar por po r s í .mismos su independencia indepen dencia so- j cial. Si no se está protegido contra estas contingencias,..se„yive en la inseguridad. Es una experiencia secular compartida por gran parte parte de lo que ant antes es se llamaba llamaba el el “ pueb pu eblo lo”” . ¿Qué suce derá mañana? En los albores del siglo XVIII, Vauban evocaba la condición de un representante de los pequeños asalariados de la época, jornaleros, trabajadores manuales, “gente de penas y de de braz br azos os”” , de de la siguiente manera: manera:
36
ROBERT CASTEL
Siempre será muy difícil para ellos llegar a fin de año. Por lo que resulta evidente que, por poca sobrecarga que reciban, habrán de sucumbir.1
La fórmula, por cierto, es bella. Pero sobre todo traduce con bastante exactitud la situación que vivían antes la ma yoría de los representantes de ias categorías populares y, en particular, de todos los que sólo viven o sobreviven de su tra bajo. La inseguridad social es una experiencia que ha atrave sado la historia, discreta en sus expresiones, pues quienes la experimentaban muy a menudo no tenían la palabra -salvo cuando explotaba en forma de motines, revueltas u otras “emociones” populares-, pero cargada de todas ias penas y de todas las angustias cotidianas que han constituido buena parte de la miseria del mundo. Respecto de esta dimensión masiva de la problemática de la inseguridad, la ideología de la modernidad que se impone a partir dei siglo XVD3 ha dado pruebas, al menos en un primer tiempo, de una formidable indiferencia. Se ha subrayado que su concepción de la independencia del individuo se había construido a través de la valorización de la propiedad, unida a un Estado de derecho que supuestamente garantiza la segu ridad jie Jos ciudadanos. Esta construcción Habría debido plantear centralmente la cuestión del status, o de la ausencia de status, del individuo no propietario. ¿Qué pasa con todos aquellos a quienes la propiedad no asegura esa base de recur sos que de ahora en más es la condición de la independencia social y que constituyen, para citar no ya a Marx sino a un
1. Sébastien Le Preste de Vauban, Projet de dvn e ro yale, París, 1707, pág. 66. Vauban pagará con su propia desgracia esra pintura demasiado lú cida de la miseria del pueblo en tiempos del Rey Sol.
LA SEGURIDAD SOCIAL EN EL ESTADO PROTECTOR
oscuro autor de fines del siglo XVIII, “la clase no propieta ria” ?2 Los individuos privados del respaldo de la propiedad se asimilan, en una mente tan esclarecida como la del abate Sieyés, a una muititud inmensa de instrumentos bípedos sin libertad, sin moralidad, que no poseen más que manos poco gananciosas y an alma absorbida [por ias preocupaciones de la supervivencia].3
La propiedad o el trabajo
Esta cuestión central no ha sido tomada en cuenta en ab soluto en la lógica de la construcción del Estado liberal. Cier tamente hubo, en particular en momentos de efervescencia re volucionaria, cierta toma de conciencia de la gravedad del problema. De ello da testimonio esta intervención de un dipu tado de la montaña/ Harmand, en la sesión de la Conven ción del 25 de abril de 1793, cuya lucidez nos parece, en re trospectiva, sorprendente: Los hombres que realmente quieran ser veraces confesarán conmigo que después de haber conseguido la igualdad política de derecho, el deseo más actual y el más activo es el de igualdad de hecho. Digo más, digo que sin el deseo o la esperanza de esta
2. Lamben:, miembro del Comité de mendicidad de la Asamblea Consti tuyente, citado por L. F. Dreyfus, Un ph ilan th rope d’a utrefois , La Roche fouca id t-Lianco urt , París, 1903. 3. E. J. Sieyés, Écn ts politiques, París, Éditions des Archives contemporaines, 1985. * Diputados de la montaña, en las Asambleas Constituyentes de 17 92 y siguientes, eran los que se ubicaban a la izquierda y en las gradas superiores. Sus jefes principales eran Marat, Ro'bespíerre y Danton (n. del t.).
38
ROBERT CASTEL
igualdad de hecho, la igualdad de derecho no sería más que una ilusión cruel que, en vez de los goces que ha prometido, sólo haría experimentar el suplicio de Tántalo a la porción más útil y más numerosa de los ciudadanos.4
Esta “ porción más útil y más numerosa de ios ciudadanos” es el conjunto de los trabajadores no propietarios. Pero Harmand advierte que el respeto (que él juzga necesario) de la propiedad opone un obstáculo insuperable a la realización de ese “ deseo” . Y añade: ¿Cómo podrían las instituciones sociales procurarle al hombre esta igualdad de hecho que la naturaleza le ha negado sin atacar las propiedades territoriales e industriales? ¿Cómo conseguirlo sin la ley agraria y el reparto de las fortunas?
En efecto, de eso se trata, y en aquella época esta inquie tud no podía recibir otra respuesta que la del comunismo. En este sentido, Gracchus Babeuf responde directamente a Har mand, pero el fracaso lamentable de la Conspiración de los Iguales muestra al mismo tiempo que a fines del siglo XVIII esta respuesta conducía a un callejón sin salida. Todo ocurrió como si Los.xesponsa.bles políticos .que contribuyeron a la edi ficación del Estado moderno hubieran eludido este problema durante la mayor cantidad de tiempo posible, y ello hasta fines del sigio XIX. El lector interpretará como quiera las razones de este rechazo de parte de las elites dirigentes de considerar la situación social de “la porción más útil y más numerosa” de los ciudadanos del Estado de derecho -indife-
4. Discurso en la Asamblea constituyente del 15 de abril de 1 /9 3 , citado por Marcel Gauchet, La révo lution des droits de l’hom m e , París, Gallimard, 1989, pág. 214.
LA SEGURIDAD SOCIAL EN EL ESTADO PROTECTOR
39
rencia, egoísmo, desprecio de clase, etc.-.5 Pero con todo de recho podemos hablar, retomando ías expresiones de Peter Wagner respecto de este primer período de expansión del libe ralismo, de modernidad liberal restringida: el^proyecto de una sociedad liberal formulado por ejemplo enj.a Declaración de los .Derechos d.ei Hombre y del Ciudadano en principio es universal, pero sólo se aplicó plenamente, en un primer mo mento, a una fracción muy limitada de las poblaciones del Occidente cristiano.6 Las consecuencias de este callejón sin salida sobre las con diciones sociales a que condujo la aplicación de los principios liberales han sido considerables y desastrosas. Las innumera bles pinturas del “pauperismo” del siglo XIX no sólo mues-
5. No obstante, la toma de conciencia de lo que va a constituir el núcleo de la cuestión social del siglo X IX ágffi&jugaLA-ESSSt j e j a década de 1820 baio la form a del descubrimiento del “ paup erismo” por parte del conju nto de los observadores sociales: revelación, en muchos sentidos sobrecogedora, de una miseria de masas directamente ligada a la industrialización y cuya promoción aparece en consecuencia inscripta en el desarrollo mismo de la m odernida d. Pero j.p.s. re.” rcser.nir.tes de ías clases dominantes, tanto liberales co iqo conservadores^ se .niegan ¿..hacer de ...ello .un pro blema político, es decir, que debe ser considerado en el nivel del Estado, e intentan responder por medio del despliegue de prácticas filantrópicas y de paternalismo patro nal (pongo a propósito entre paréntesis las diferentes variantes del socialis mo revolucionario que se desarrollan simultáneamente, pero que a la sazón estaban excluidas de! campo político donde se elaboraba el modo de gobernabilidad de la sociedad moderna). 6. Peter Wagner, Lib er té et discipline. Les deu x cnse s de la mod er mté. Traducción francesa, París, Métaillé, 1996. Considerada a escala planetaria, esta “restricción” aparece todavía más exorbitante. Podría decirse que la modernidad liberal se construyó sobre la base de una doble exclusión:, de las £¿Xegpria_s..popjulare_s en las naciones más desarrolladas de la época (Europa occide ntal y después Estados Un idos), y fuera de ese .pe.rímetr.o.%_exdu_sión del resto de la humanidad.
40
ROBERT CASTEL
tran la miseria de ios obreros de la primera industrialización y de sus familias. Se trata, de un modo más general, de la perpe tuación de un estado de inseguridad social permanente que afecta a ia mayor parte de las categorías populares. Estaba a punto de decir “ infecta” . La inseguridad social no sólo man tiene viva la pobreza. Actúa como un principio de desmorali zación, de disociación social, a la manera de un virus que im pregna la vida cotidiana, disuelve los lazos sociales y socava las estructuras psíquicas de los individuos. Induce una “corro sión del carácter”, para retomar una expresión que Richard Sennett emplea en otro contexto.7 Estar en la inseguridad per manente es no poder ni dominar el presente ni anticipar posi tivamente el porvenir. Es ia famosa “imprevisión” de las clases populares, incansablemente denunciada por ios moralistas del siglo XIX. Pero, ¿cómo podría proyectarse hacia el futuro y planificar su existencia aquel a quien la inseguridad corroe to dos los días? La inseguridad social hace de esa existencia un combate por la superviyencia librado en el día a día y cuyo resultado_.es siempre y renovadamente incierto. Podría hablarse d e desasociación [désassociation] social (lo opuesto a la cohe sión social) para nombrar este tipo de situaciones, como ia de los proletarios del siglo XIX. Condenados a una precariedad permanente, que es también una inseguridad permanente por no tener el menor control sobre lo que les ocurre. Esta es la faz sombría del Estado de derecho. Deja en un punto muertoTiT'cóÜHfción de aquellos que no tienen los me dios de asegurarse la existencia por medio de la propiedad. Al hacerlo, elude la cuestión que Hobbes planteaba de una ma
7. Richard Sennett, The corroston o f character, Nueva York, W W Morton and Company, 1998 [trad. casr.: La co rr osión del carácter, Barcelona, Anagram a. 2000].
LA SEGURIDAD SOCIAL EN EL ESTADO PROTECTOR
41
ñera paradójicamente más democrática, ya que concernía a todos los sujetos del Estado ubicados bajo la misma enseña frente al Leviatán: ¿cómo proteger a todos los miembros de una sociedad? ¿Cómo garantizar la seguridad de todos los in dividuos en el marco de la nación? El clivaie propietarios/no j propietarios se traduce en un clivaje sujetos de derecho/suje-1 tosjde no derecho, si se entiende también por derecho el dere-1 cho a vivir en la seguridad civil y social. O entonces el dere-^¿ cho no es más que “ formal” , com o dice Marx, y su crítica en este punto resulta irrefutable. El Estado de derecho deia in tacta la condición social de una mayoría de trabajadores atra vesada.por una inseguridad social permanente. ¿Cómo se ha salido de esta situación? En otros términos, ¿cómo se consiguió vencer la inseguridad (social) asegurando la-pro.teccLÓn,.(.social) de todos o de casi todos los miembros de una sociedad moderna para hacer de ellos individuos en el sentido cabal del término? Sólo puedo esbozar el principio de la respuesta, cuya exposición completa exigiría largos desa-^ rrolios.8 En una palabra: concediendo protecciones fuertes al J trabajo; o también: construyendo un nuevo tipo de propiedad t concebida.,y puesta en marcha para asegurar ja r.eh.aJ^ita£ÍéA ! de los no propietarios, la propiedad social. Veamos, muy es- i quemáticamente, ia exposición de estas dos propuestas que se superponen de modo muy estrecho. En primer lugar, asociar protecciones y derephos.ajaxondi-^, ción del propio trabajador. Entonces el trabajo deja de ser una
8. Intenté esta demostración en Les métam orpboses de la question soc ol lé. Une chronique du salariat, París, Fayard, 199 5, Gallimard, coi. “ Folio” , 1999, especialmente en los capítulos VI y VII [trad. cast.: Las metam orfosis ue la cuestión social. Una crónica del salariado , Buenos Aires, Paidós,
42
ROBERT CASTEL
relación puramente.mercantil retribuida en el marco de una re' Jación pseudocontractual (el “contrato de alquiler” del Código j Civil) entre un empleador todopoderoso y un asalariado de”1samparado. El trabajo se ha vuelto el empleo, es decir, un estai do dotado de un estatuto que incluye garantías no mercantiles como el derecho a un salario mínimo, las protecciones del dere cho laboral, la cobertura por accidentes, por enfermedad, el de recho a la jubilación o retiro, etc. Correlativamente, la situa ción del trabajador deja de ser esa condición precaria, en la que se está condenado a vivir día tras día en la angustia del maña na. Se ha vuelto la condición salarial: la disposición de una base de recursos y de garantías sobre la cual el trabajador puede apoyarse para gobernar el presente y dominar el futuro. En la “sociedad salarial” que se organiza después de la Segunda Gue rra Mundial en Europa occidental, casi todos los individuos es^tán cubiertos por sistemas de protección cuya historia social c muestra que han sido en su mayor parte construidos a partir \ deLtrabajo. Una sociedad salarial no es solamente una sociedad en la cual la mayoría de ia.población activa.es asalariada..Se trata sobre todo de una sociedad en la que la inmensa mayoría de la población accede a la ciudadanía social, en primer jugara partir de la consolidación del estatuto del trabajo. Segunda manera de calificar esta transformación decisiva: los miembros de la sociedad salarial han tenido masivamente acceso a la propiedad social que representa un homólogo de ia propiedad privada, una propiedad para la seguridad en lo sucesivo puesta a disposición de aquellos que estaban exclui dos de las protecciones que procura la propiedad privada.9 Se
9. Retomé aquí una intuición de He nn Hatzfeld: “ La difficile mutation de ia sécurité-propriété á la sécurité-droit” , Pré ve m r , en n° 5, marzo de 1982. El término propiedad social, en el sentido que le doy aquí, se encuen-
LA SEGURIDAD SOCIAL EN EL ESTADO PROTECTOR
43
podría caracterizar la¡ propiedad sociajLc'omo la producción de equivalentes sociales de las'protecciones que antes estaban dadas sólo por ia propiedad privada. Veamos el ejemplo de la i jubilación o retiro. En lo que respecta a seguridad, eí jubilado i podrá rivalizar con el rentista asegurado por su patrimonio. La jubilación aporta así una solución a una de las manifesta ciones más trágicas de la inseguridad social, la situación del viejo trabajador que ya no podía trabajar y al que amenazaba la decadencia total y ía necesidad de recurrir obligatoriamen te a formas infamantes de asistencia como el hospicio. Pero la jubilación no es una medida de asistencia, es un derecho construido a partir del trabajo■ Es la propiedad,.del trabajador, constituida, no.según, ¡a lógica del mercado, sino a .través de la socialización del salario: una parte del salario retorna en be neficio del trabajador (salario indirecto). Se podría sostener que es una propiedad para la segundad, que ampara la segu ridad del trabajador fuera del trabajo. Evidentemente la jubilación no es más que un ejemplo de las realizaciones de la propiedad social, que tuvo principios extremadamente modestos (la ley de 1910 sobre las jubilacio nes obreras y campesinas sólo beneficiaba a los trabajadores más pobres pues los asalariados más acomodados supuesta mente podían asegurarse eííos mismos según la lógica de la propiedad privada). Es posible comprender la extensión del sistema a partir del proceso de generalización-diferenciación del trabajo asalariado que caracteriza al siglo XX. El trabajo
tra en autores republicanos de fines deJ siglo XIX. Véase en particular Aifred Fouillé, La propri été sociale et la dém oc ra tie, París, 1884. Fouillé de fiende eí seguro oblig atorio com o el medio de constituir “ esas garantías del capital humano que son como un mínimo de propiedad esencial de todo ciu dadano verdaderamente libre e igual a los otr os ” .
44
ROBERT CASTEL
asalariado deja de ser esencialmente el trabajo asalariado okr-ero-y--abarca-el conjunto, muy diversificado de.las catego rías salariales, desde los obreros que ganan el SMIC hasta los ejecutivos. Pero todas estas categorías están cubiertas por las protecciones del trabajo. Así, una forma de propiedad so cial como la jubilación viene a asegurar a la gran mayoría de los miembros de ia sociedad salarial. Paralelamente al sistema de las jubilaciones, habría que enumerar el conjunto de leves sociales que se organizan en el transcurso del siglo XX y que culminan en una seguridad social generalizada, un plan completo de Seguridad Social tendiente a asegurar a todos los ciudadanos los medios de existencia en todos los casos en que sean incapaces de procurárselos mediante el trabajo, con adminis tracíón de los representantes de ¡os interesados y del Estado.10
De hecho, el lugar del Estado ha sido central en la organi zación de estos dispositivos. El desarrollo del Estado social es estrictamente coextensivo a la expansión de las protecciones. El Estado en su rol social opera esencialmente como un re~ ductor de riesgos. Por intermediación de las obligaciones que impone y garantiza por ley, llegamos así a que “ el Estado es él mismo un vasto^seguro” .11
* SM IC es una sigla que designa el “ salario mínim o interprofesion al de crecimiento” francés, equivalente al salario mínimo , vital y móvil argentino (n. del t.). 10. Conseil national de la résistance , programa de acción del 5 de mar zo de 1944. 11. Francjois Ewald, L ’É tat pro vid en ce , París, Grasset, 1986, pág. 343. Para ser exhaustivos habría que agregar a la organización de esta estructura aseguradora el desarrollo de los servicios públicos. Los servicios piíblicos, entendidos como un conjunto de dispositivos que ponen ajdispojsiiyón déla
LA SEGURIDAD SOCIAL EN EL ESTADO PROTECTOR
45
U n a so ci ed a d d e sem ej a n t es
Así ha quedado protegida “ la p orción más útil y numero sa de los ciudadanos” que evocaba el convencional Harmand. La solución a la inseguridad social no pasó por la su presión o por el reparto de la propiedad privada. Por lo tanto, no.jealizó-la estricta igualdad de las condiciones sociales, “la igualdad de hecho” que también mencionaba Harmand. La sociedad salarial sigue estando fuertemente dife renciada, y para decirlo sin eufemismos, es fuertemente dj^sigualitaria.. P.ero es al mismo.tiempo fuertemente protec tora. De modo que entre la parte inferior y la parte superior de la escala de la jerarquía de los salarios, las diferencias de ingresos son considerables. Sin embargo, las diferentes cate gorías sociales se benefician de los mismos derechos protec tores, derecho laboral y protección social. Es por ello que tal vez este tipo de sociedad ha dado pruebas de cierta tolerancia frente a las desigualdades. Por cierto, las luchas por el “reparto de los beneficios” del crecimiento han sido fuertes. Pero se libraron a través de un modo de negociación conflic tiva entre “ organizaciones sociales representativas” " que tu-
mayor cantidad de gente bienes esenciales cuya prestación no puede ser asu mida por los intereses privados, constituyen una parte importante de la propiedad social: el hecho de que servicios no mercantiles sean accesibles a rodos es un factor esencial de cohesión .social entre los diferentes segmentos de una sociedad moderna. No podemos_extendernos demasiado, pero la discusión del papel social de los servicios públicos hasta su cuestionamiento ac tual se integraría por completo en ia temática desarrollada a lo largo del presente trabajo. “Partenaires socíaux ” en francés son las organizaciones profesionales * representativas (sindicales y patronales) que participan conjuntamente en ias negociaciones sobre el mejoramiento de ias condiciones de trabajo (n. deí t.).
46
ROBERT CASTEL
vo por efecto jiñ a mei.ora .real^de.,l.a„C-QadicLóxi.-de.todas.-.Ias categorías salariales, aunque dejó subsistir prácticamente las mismas,disparidades.entre.ejlas.12 Como esas brechas persis ten, el proceso no es para nada el de la constitución de una vasta “clase media” como lo creyeron algunos ideólogos de la época,13 Sin embargo, a todos ios niveles de ía jerarquía social, todos pensaban poder disponer de recursos mínimos para asegurar su independencia. El modelo de sociedad así realizado no es una sociedad de iguales (en el sentido de una igualdad “ de hech o” de las co n diciones sociales) sino el de una “ sociedad de semejantes” , para retomar una expresión de Léon Bourgeoís.14 Una socie dad de semejantes es una sociedad diferenciada, por lo tanto jerarquizada, pero en la cual todos los miembros pueden mantener relaciones de interdependencia porque disponen de un fondo de recursos comunes y de derechos comunes.^El ca rácter irreductible de la oposición propietarios/no propieta rios queda superado así gracias a la propiedad social que asegura a los no .propietarios .las conciícíoires "de su protec12. Durante el período denom inado de los “ Treinta Glo rioso s” , las dife rencias de los ingresos laborales en tre los obreros y los administradores y ejecutivos permanecieron prácticamente intocadas, salvo unas pocas vanan tes coyunturales. La imagen que deberíamos emplear es la de una escalera mecánica: todo ei mando sube, pero la distancia entre las personas, en este caso entre las diferentes categorías sociales ubicadas en ios diferentes pelda ños, sigue siendo la misma. 13. El más representativo de éstos, basta la caricatura, ha sido sin duda Jean Fourastíé. Véase Les Trente Glorteu ses ou la révol ution invisib le de 1946 a 1975 , París, Fayard, 1979. 14. Léon Bourgeoís, Solidarité, París, 1896. En un segundo plano, se re conoce el modelo de la solidaridad orgánica de Emile Durkheim, forma que debe adoptar la pertenencia social en una sociedad a la vez diversificada y unificada (integrada).
LA SEGURIDAD SOCIAL EN EL ESTADO PROTECTOR
47
ción. El Estado (el Estado de bienestar, o más bien el Estado ^ y>riai) es eí garante de esta estas protecciones son de derecho, constituyen el modelo en expansión de ios derechos sociales que proporcionan una contrapartida co n- j creta, virtualmente universal, a los derechos civiles y a los \ der.ech.QS..,p.oiític o s. Conviene destacar que el rol principal del Estado social no ha sido realizar la función redistributiva que se le otorga con harta frecuencia. En efecto, las redistribuciones de dine ro público afectaron muy poco la estructura jerárquica de la sociedad salarial. En cambio, su rol protector ha sido esencial. Tomemos, por ejemplo, la jubilación: las jubilaciones si guen bastante estrictamente la jerarquía salarial (a bajo sala rio, baja jubilación; a alto salario, alta jubilación). Por lo tanto, no hubo redistribución en este terreno. Pero en cam bio el rol protector de la jubilación es fundamental ya que asegura a todos los asalariados las condiciones mínimas de ia independencia social, y por lo tanto ia posibilidad de seguir haciendo sociedad con sus “ semejantes” . La pensión jubilatoria de un asalariado que gana el SMIC ciertamente no tie ne nada de extraordinario. Sin embargo, comparada con la situación del trabajador antes de las protecciones, la del pro letario de los comienzos de ia industrialización por ejemplo, representa un verdadero cambio cualitativo. Podemos men cionar otras tantas protecciones respecto de la salud o la fa milia, y también el desarrollo de los servicios públicos no mercantiiizados o poco mercantihzados.JLa^xnpÍ£dad_S-QCÍal ¡ ha.,.r,ehabilirado a la “ clase no propietaria” condenada a la \ ins&guridad_s,Q-CÍal permanente, procurándole el mínimo de \ recursos, de oportunidades y de derechos necesarios para po- ¡ der constituir, a falta de una sociedad de iguales, una “ socie- j dad de semejantes” . Se comprende así que la función esencial del Estado en la
48
ROBERT CASTEL
Isociedad salarial, y su mayor éxito, fue sin duda haber con I reunido neutralizar la inseguridad social,, es decir,. actuar eñ|cazmente como reductor de riesgos^sociales. Pero lo logró 1 bajo ciertas condiciones, algunas coyunturales, otras estruc turales, de las cuales hay que recordar al menos las dos prin cipales para intentar comprender por qué, hoy en día, su efi cacia está puesta en entredicho por el alza de la inseguridad social. La _primera-condición que ha permitido la construcción de este edificio es el crecimiento. Entre 1953 y el inicio de la dé cada de 1970, prácticamente se triplicaron la productividad, e! consumo y los ingresos salariales. Más allá de su dimensión propiamente económica, hay que ver en ello un factor esen cial que ha permitido una .gestión regulada de las desigualdades_y_ .de la. inseguridad social en la sociedad salarial. Según las expresiones de un sindicalista de la época, André Bergeron, había “ grano para moler” . Esto no sólo quiere decir que hay plusvalía para compartir. Es también la posibilidad de servirse de lo que se podría denominar un principio de satis facción diferida en la administración de los asuntos sociales. En la negociación entre “ organizaciones sociales representati vas” , cada grupo reivindica siempre más y piensa que jamás consigue lo suficiente. Es por ello que esta negociación es conflictiva. Pero también puede pensar que mañana, o en seis meses, o en un año, obtendrá más. De esta manera, las insa tisfacciones y las frustraciones son vividas como provisorias. Mañana será mejor que hoy. Es la posibilidad de anticipar una futura reducción progresiva de las desigualdades y la erradicación de los bolsones de pobreza y de precariedad que subsisten en la sociedad. Es lo que se llama progreso social, quejjugone la.posibilidad de.programar,el porvenir. Semejan te creencia se vivencia de manera concreta en 1a posibilidad de tomar iniciativas y de desarrollar estrategias orientadas al
LA SEGURIDAD SOCIAL EN EL ESTADO PROTECTOR
49
futuro: tomar préstamos para acceder a la propiedad de la viyienda, programar el ingreso de los niños a la universidad, anticipar las trayectorias de movilidad social ascendente, in cluso de modo transgeneracional. Esta capacidad de dominar el porvenir me parece esencial en una perspectiva de jucha contra ia inseguridad social. Funciona mientras el desarrollo de la sociedad salarial parece inscribirse en una trayectoria ascendente que maximiza el stock de recursos comunes y refuerza el papel del Estado co mo regulador de estas transformaciones. Pues este período de crecimiento económico es también el momento fuerte del cre-
15. Esta lucha se inscribe, efectivamente, en un proce so que está lejos de haber .concluido a .comien zos .d ej a década ^le j.97 0. JDicho de otro m od o, si gue habiendo insegqri^qd social, como sigue habiendo pobreza. Pero ambas pueden pensarse como residuales con respecto a la dinámica que parece im ponerse. A sí se explicaría la existencia de io que se llama el “ cuarto mun d o ” , com pue sto p or individuos que han quedado en los márgenes de la so ciedad salarial. Sin embargo, su presencia no cuestiona el movimiento assendente deja sociedad: se los asiste mal que bien, a la espera de que desajDarezcan_en el futuro. Además, subsisten diferentes categorías de asistidos que tienen, que ver con el derecho a la asistencia y no con las coberturas de seguro incondicionales construidas a partir del trabajo. Pero, como lo obser va Didier Renard, “ La op inió n según la cual los seguros sociales deben vol ver inútiles Ías instituciones de asistencia es mayoritaria con el cambio de siglo y se ha impuesto definitivamente hacia el final de la guerra” (“Intervention de l’ Etat et genése de la protectío n sociale en France” , en Lien socia l et po litiques, n° 33, primavera de 1995, pág. 108). Fierre Laroque, que será, como se sabe, el gran maestro creador del plan francés de la seguridad so cial, tenía una concepción particularmente peyorativa de la asistencia y pen saba que había que erradicarla en el futuro: “ La asistencia envilece, mtelectual y moralmente: desacostumbra ai asistido al esfuerzo, lo condena a pudrirse en la miseria, le prohíbe toda esperanza de elevación en la escala social [...]. Sólo proporciona al problema social soluciones parciales y muy imperfectas” (L’Homme nouveau , n° 1, enero de 1934).
50
ROBERT CASTEL
cimiento del Estado, que garantiza una protección social ge neralizada, se esfuerza por pilotear la economía en un marco keynesiano y por elaborar compromisos entre los diferentes participantes.implicados en el.proceso.de crecimiento. Se verá cómo el cuestionamiento de esta dinámica pudo tener por efecto una escalada de ia inseguridad social. Al tratar de captar los factores que habían permitido con trarrestar ampliamente la inseguridad social, hay que poner el acento en un segundo determinante, estructural esta vez. A saber, que la adquisición de las protecciones sociales se ha he-_ cho esencialmente a partir de la inscripción de los individuos en colectivos pTOtectores.^ Lo que cuenta verdaderamente es cada vez menos lo que posee cada uno, y lo que cuenta cada vez más son los derechos adquiridos por el grupo al que se pertenece. El tener goza de menos importancia que el status colectivo definido por un conjunto de re gl as .16
De hecho, el trabajador en tanto individuo, librado a sí mismo, no “posee” casi nada, y por sobre todo tiene la nece sidad vital de vender su fuerza de trabajo. Es por ello que la pura relación contractual empleador-empleado es un inter cambio profundamente desigual entre dos individuos, en el que uno puede imponer sus condiciones porque posee, para llevar adelante la negociación a su antojo, recursos que le fal tan totalmente ai otro. En cambio, si existe una convención colectiva, ya no.eg el individuo aislado el que contrata. Se apoya en un conjunto de reglas que han sido anterior y colec-
16. H. Hatzfeld, “ La difficile muration de la sécurité-propriété á la sécuríté-droit” , artículo citado.
LA SEGURIDAD SOCIAL EN EL ESTADO PROTECTOR
51
tivamente negociadas, y que son ia expresión de un compro miso entre organizaciones sociales representativas colectiva mente constituidas. El individuo se inscribe en un colectivo pieconstituido que le da su fuerza frente al empleador. Que uno tenga que vérselas, de acuerdo con la expresión estableci da, con “ organizaciones sociales representativas” , significa que va no son los individuos sino los colectivos los que entran ea^;elacxóruuiio.$...aQXl„Qtros. Es posible generalizar estas observaciones al conjunto de las instituciones de la sociedad salarial. El derecho laboral y la protección social son sistemas de regulación colectiva, de rechos definidos en función de la pertenencia a conjuntos, con frecuencia conquistados como resultado de luchas y con flictos que han opuesto a grupos de intereses divergentes. El individuo está protegido en función de estas pertenencias que ya no son la participación directa en las comunidades “natu rales” (las protecciones “de proximidad” de la familia, del ve cindario, del grupo territorial) sino en colectivos construidos por..r,eglamentaciones,y ,que generalmente tienen un estatuto jurídico. Colectivos de trabajo, colectivos sindicales, regula ciones colectivas del derecho laboral y de ia protección social. Como dice Hatzfeld, lo que protege al individuo y lo que le procura la seguridad es “ el estatuto colectivo definido por un conjunto de reglas” . En una sociedad moderna, mdustrializada,jarbanizada, donde las protecciones de proximidad si no han desaparecido por completo se debilitaron considerable mente, es.la instancia del colectivo la que puede dar seguridad al individuo. Pero estos sistemas de protecciones son.complejos,, frágiles y costosos. Ya no insertan directamente al individuo como lo hacían las protecciones de proximidad. Suscitan además una fuerte demanda de Estado, ya que con frecuencia es el Estado el que los impulsa, los legitima y los financia. Por consiguien
52
ROBERT CASTEL
te, se entiende que los actuales cuestionamientos del Estado sociaL referidos al dehilitamientov.incluso al derrumbe de jos colectivos debido a la vigorización poderosa de los procesos de..Lndividuaiización, puedan pagarse con un aumento masivo de-la-inseg-undad-sociai.
Capítulo 3 EL AUMENTO DE LA INCERTIDUMBRE
i \ JU
r.W*
r,'S x’ ^
v Se puede interpretar globaimente la “gran transforma ción” que afecta a nuestras sociedades occidentales desde hace un cuarto de siglo más o menos como una crisis de la modernidad organizada. Así denomina Peter Wagner la cons\ trucción de estas regulaciones colectivas que se habían desple£X? gado desde fines del siglo XIX para superar la primera crisis [ > \ C V ,JW"J'; de la modernidad, la de la “modernidad restringida” .1 Como | lo hemos explicado, ésta había fracasado en cumplir la gran J promesa esgrimida por el liberalismo: aplicar al conjunto de la sociedad los principios de la autonomía del individuo y de la igualdad de derechos. Una sociedad no puede fundarse ex clusivamente en un conjunto de relaciones contractuales entre individuos libres e iguales, pues entonces excluye a todos aquellos cuyas condiciones de existencia no pueden asegurar la independencia social necesaria para entrar en paridad en un orden contractual, y en primer lugar a los trabajadores. “No todo es contractual en el contrato”, como lo vio tan bien _
1. op. cit.
Peter Wagn er, Lib erté et discipline. Les deux cn ses de la moáernité,
54
ROBERT CASTEL
Durkheim, testigo particularmente lúcido de fines del siglo XIX de ía quiebra de la modernidad liberal, y que fundó ía sociología precisamente para dar respuestas a esa situación: la sociología, o 1a toma de conciencia de la fuerza de ios colectivos- La inscripción o la reinscripción de los individuos en el seno de sistemas de organización colectiva es la respuesta a ios riesgos de disociación social . que conlleva la modernidad, y la respuesta a_la cuestión de las protecciones tal como se impone a partir de una toma de conciencia de 1a impotencia de los principios del liberalismo para fundar una sociedad es table e integrada. Esa respuesta pasa por la constitución de los derechos sociales y por la implicación creciente del Estado en un rol sociai, en la que el derecho y el Estado representan la instancia del colectivo por excelencia. Esta respuesta se despliega a lo largo del siglo X X, y parti cularmente después de la Segunda Guerra Mundial. Corre pa reja con el desarrollo del capitalismo industrial. El peso de ia gran empresa, la organización estandarizada del trabajo, la presencia de sindicatos poderosos, aseguran la preponderan cia de estas formas de regulaciones colectivas. Los trabajado res agrupados en grandes asociaciones y defendidos por ellas se pliegan a las exigencias del desarrollo del capitalismo in dustrial, y en contrapartida se benefician de las protecciones extendidas sobre la base de condiciones de empleo estables. El modelo de sociedad que se impone con la modernidad organizada es el de un conjunto de grupos profesionales homo géneos cuya dinámica está administrada en el marco del Estado-nación. Estos son los dos pilares sobre los cuales están edificados los sistemas de protecciones colectivas -el Estado y las categorías socioprofesionales homogéneas-, que vienen resquebrajándose a partir de la década de 1970.
EL AUMENTO DE LA INCERTIDUMBRE
55
I n d i v i d u a l i z a c i ón y d esc ol ec t i v i z a c i ón
En primer lugar mencionaremos el debilitamiento del Estado entendido como un Estado nacional-social, es decir, un Estado capaz de .garantizar un conjunto coherente de protecciones en el marco geográfico y simbólico de la nación porque conserva el ■ control de los principales parámetros económicos.2 Así puede equilibrar su desarrollo económico y su desarrollo social con vistas al mantenimiento de la cohesión social. Es exactamente el espú±aiiÍ£Llaa4 K)JíticasJs^yne£áana&^ue instauran una circularidad entre estos dos registros en el marco de una planificación bien temperada para imponer cierto equilibrio entre la produc ción (la oferta) nacional y la demanda nacional. A partir de comienzos de la década de 1970, con ias exi gencias crecientes de la construcción europea y de la mundialización de ios intercambios, el Estado-nación se reveía cada vez menos capaz de desempeñar el papel de piloto de la economía al servicio del mantenimiento, del equilibrio social. El fracaso
2. Esta expresión de Estado nacional-social evidentemente no tiene nada en común con el nacionalsocialismo fascista. Tal vez sea 1a más adecuada para calificar la política de los principales Estados de Europa occidental des pués de la Seeunda Guerra Mundial. Estos han podido desarrollar, a través de las especificidades de las configuraciones nacionales, políticas sociales de •amplitud comparable: cada Estado, dominando su desarrollo económico, .podía desplegar medidas sociales homologas a las de sus vecinos ya que es tas asignaciones, de recursos.no lo penalizaban en el plano de la competencia internacional (por otra parte, puede agregarse que estas políticas de los Estados-nación europeos estaban facilitadas por las relaciones de intercambio desiguales que su posición dominante en el terreno internacional les permi tía establecer con sus colonias, ex colonias y países del Tercer Mundo). Etienne Balibar emplea esta expresión de Estado nacional-social en el mismo sentido. Véase “ Entretíen avec Etienne Balibar” , en M ouvem en ts , n° 1, no viembre-diciembre de 1998.
56
ROBERT CASTEL
de la estrategia de relanzamiento intentada por el gobierno so cialista cuando llegó al poder en Francia en 1981 fue percibi do como una demostración de la incapacidad de los Estad os nación para controlar el mercado. Para responder al desafío de la competencia internacional, el liderazgo pasa a la empre sa, cuyas capacidades productivas hay que maxirnizar. En con secuencia, la apreciación del papel del Estado queda invertida. Este parece doblemente contraproductivo: por las sobrecargas que le impone al trabajo para el financiamiento de las cargas sociales y por los límites legales que le plantea a la exigencia de competitividad máxima de las empresas en el mercado in?ternacional a cualquier costo social. Por consiguiente, el obje■ tivo será aumentar la rentabilidad del capital haciendo dismi; nmr Peso ejercido por los salarios y por las cargas sociales, 1y reducir el impacto de las reglamentaciones generales garanti zadas por la ley sobre la estructuración del trabajo. Paralelamente, asistimos a la erosión_del segundo dique de contención, complementario, que de alguna manera había conseguido domesticar el mercado, a saber, la atención de la | defensa de los intereses de los asalariados a través de grandes I formas de organizaciones colectivas. La “sociedad salarial” I que se impone después de la Segunda Guerra Mundial está estructurada alrededor de organizaciones de trabajadores repre sentados por sindicatos y grupos profesionales que también conducen su política en el plano nacional. Representan de he cho el peso de grandes categorías profesionales homogéneas que intervienen en la negociación entre las “ organizaciones sociales representativas” como actores colectivos. Esta repre sentación colectiva de los intereses del mundo del trabajo guarda sinergia con el modo de gestión de las burocracias ad ministrativas que clasifican a las poblaciones en categorías homogéneas en función del empleo, de los escalafones salaria les, de la jerarquía de las calificaciones, de la progresión de
EL AUMENTO DE LA INCERTIDUMBRE
5 /
las carreras... El “ com promiso social” que caracteriza ios años de crecimiento es un equilibrio más o menos estable ne gociado por rama y por profesión, fruto de acuerdos inter profesionales entre sindicatos y asociaciones patronales bajo / f, la égida del Estado. Existía una suerte de círculo virtuoso enL-f tre las relaciones de trabajo estructuradas de modo colectivo, ¡ pM'1"' la fuerza de los sindicatos de masas, la homogeneidad de las i ^ regulaciones del derecho laboral y la forma generalista de las j r^,^\ intervenciones del Estado que permitía una administración v colectiva de la conflictividad social. J Esta homogeneidad de las categorías profesionales, y más en general de las instancias de regulación colectivas, se ha vis to profundamente cuestionada. El desempleo masivo y la precarización de ías relaciones laborales no afectan sólo diferen cialmente a las diversas categorías de trabajadores y golpean más duro la base de ia jerarquía salarial. Conllevan también inmensas disparidades intracategoriales, por ejemplo, entre dos obreros, pero también entre dos ejecutivos del mismo ni^ vel de calificación, uno de los cuales conservará el puesto ^ mientras que eí otro será golpeado por eí desempleo.3 La soli-~) \j daridad de los status profesionales tiende así a transformarse \ U en competencia entre iguales. En lugar de que todos los"” y miembros de una misma categoría estén unidos en torno de objetivos comunes que beneficiarían al conjunto del grupo, cada uno es impulsado a privilegiar su diferencia para mantener o mejorar su propia situación.4
3. Véase Jean-Pauí Fitoussí, Pierre Rosanvallon, Le nou vel age des iné galités, París, Seuil, 1997. [trad. cast.: La nueva era de las desigualdades, Buenos Aires, Manantial, 1997]. 4. Véase Éric Maurin, L ’égalité des possibles, París, Seuil/La République des Idées, 2002.
58
ROBERT CASTEL
Por lo tanto, cuando se habla actualmente de la reestructu ración del mundo laboral y de la preponderancia que hay que otorgar ai buen funcionamiento de ias empresas para ser competitivo frente a los desafíos que imponen ia competencia exacerbada y la mundialización de los intercambios, ya no se considera más la misma dinámica de las relaciones laborales como la más apta para asegurar el desarrollo económico. In cluso hasta se trataría de lo contrario. Una administración fluida e individualizada del mundo del trabajo debe reemplazar su administración colectiva sobre la base de situaciones, estables de empleo. Con un poco de atraso se empieza a ad vertir que lo que se juega a través de ia mutación del capita lismo que ha comenzado a producir sus efectos a principios de la década de 1970 es fundamentalmente la imposición de una movilidad generalizada de las relaciones laborales, de las carreras profesionales y de las protecciones asociadas al esta tuto del empleo. Dinámica profunda que es, simultáneamen te, de descolectivización, de reindividualización y de aumento de la inseguridad. Actúa en varios planos. En el nivel de ia organización de la producción primero in' terviene lo que Ulrich Beck denomina la desestandarización del trabajo .5 La individualización de las tareas impone la mo vilidad, la adaptabilidad, la disponibilidad de los operadores. Es la traducción técnica de la exigencia de flexibilidad, que señala el pasaje de las largas cadenas de operaciones estereo tipadas efectuadas en un marco jerárquico por trabajadores intercambiables a la responsabilización cte cada individuo o de pequeñas unidades a las que les incumbe administrar por sí mismas su producción y asegurar su calidad. En última ins-
5. Ulrich Beck, The risk society, Londres, Sage Publications, 1992 (rrad. cast.: La socied ad del nes go, Barcelona, Paidós, 1998).
EL AUMENTO DE LA INCERTIDUMBRE
59
tancia, el colectivo de trabajo puede ser completamente disuelto y. la empresa puede eximirse de, reunir a ios trabajadores en un mismo espacio, como sucede en la organización del trabajo en redes en las cuales los operadores se conectan durant£-eLtiemp£LdeJa-r.^ilización de un proyecto, se desconec tan después, y hasta pueden volver a conectarse de otro modo >en el marco de un nuevo proyecto.6 En consecuencia, las..propias trayectorias profesionales se vuelven móviles. Una carrera se desarrolla cada vez menos en el marco de una misma empresa, siguiendo etapas pautadas hasta la jubilación. Se trata de ia promoción de un modelo biográfico (Ulnch Beck): cada individuo debe afrontar por sn cuenta las contingencias de su recorrido profesional devenido discontinuo, debe hacer ^lecciones,_emprender a tiempo las reconversiones necesarias. En última instancia, también se su pone que el trabajador debe volverse empresario de sí mismo, “debe hacer su puesto en vez de ocuparlo y construir su cari;er.a .ftiera de los esquemas lineales estandarizados de la em-"j presa fordista” .7 Por ende, se encuentra sobreexpuesto y_en 1 condición vulnerable porque ya no está sostenido por siste-j! mas de regulaciones colectivas. Es cierto que no todas las tareas del trabajo ni todas las trayectorias profesionales obedecen, y tampoco en la misma medida, a estos imperativos de movilidad. Estos son particu larmente evidentes en los campos más avanzados de ia orga nización del trabajo enteramente dominados por las nuevas tecnologías (“nueva economía”, “net-economía”, “revolución .
6. Véase Luc Boltanski, Éve Chiapello, Le nouvel es pnt du capitaíísme , París, Gallimard, 1999. 7. Pierre-MicheJ Menger, Portrait de la rt iste en travaiileur , París, Seuil/ La Répubíique des Idées, 2002.
60
ROBERT CASTEL
informática” , “ trabajo inmaterial” , “ capitalismo cognitivo” , etc.).8 Pero se trata de los sectores más dinámicos, y las exi gencias que ellos ejemplifican se han impuesto también, en una medida variable, en la mayoría de ios campos de la pro ducción. Más que oponer formas modernas y formas tradi cionales o arcaicas de organización del trabajo, hay que po ner más bien el acento en la ambigüedad profunda de este proceso de individualización-descolectivización que atraviesa las configuraciones más diferentes de la organización del tra bajo y afecta, prácticamente, jl todas las categorías de operadores, desde el obrero no calificado hasta el creador de startup , aunque bajo formas y en grados diversos.9 Resulta innegable que con esta individualización de las ta reas v de las trayectorias profesionales asistimos también a_ una responsabilización de los agentes. Son ellos los que deben afrontar las situaciones, asumir el cambio, hacerse cargo de sí mismos. De alguna manera, “el operador” está liberado de las coerciones colectivas que podían ser aplastantes, como en el marco de la organización tayloriana del trabajo. Pero en cierto modo está obligado a ser libre, se le impone ser capaz de un buen desempeño, a pesar de estar en gran medida libra do a sí mismo. Pues las obligaciones, evidentemente, no han desaparecido, e incluso tienden más bien a aumentar en un contexto de competencia exacerbada y bajo 1a amenaza per manente del desempleo. 8. Véase Yan n M ou lier Boutang, “ Capitalisme cognitif et nouvelles for mes de codificatíon du rapport salarial’’, en C. Vercelone ídir.), Sommesnous sortis du capitaiisme rndustriei?, París, La Dispute, 2003. 9. Para un análisis de los efectos de estas transformaciones en el seno de un bastión clásico de la organización industrial, las fábricas Peugeot de Sochaux-Montbéliard, véase Stéphane Beaud y Michel Piaioux, R etour sur la condition ouvriére , París, Favard, 1999.
EL AUMENTO DE LA INCERTIDUMBRE
61
Pero no todos están igualmente armados para afrontar es tas exigencias. Algunas..categorías de trabajadores se benefi cian sin duda con este aqqiornarnentn individualista. Son los que maximizan sus oportunidades, desarrollan sus potencia lidades, descubren en sí mismos capacidades de emprendimiento que podían verse sofocadas por obligaciones burocrá j ticas y por reglamentaciones rígidas. Esta es la parte de veadad^ue^cojitienejjjLa.s..cdehracMne.sjejQli.herales del espíri tu de empresa. Entrañan, sin embargo, una omisión. Olvidan subrayar —lo cual constituye, no obstante, la constatación so ciológica más elemental—que esta movilidad generalizada introduce nuevos clivajes en el mundo del trabajo y en el mun do social. Con el cambio hay ganadores que pueden hacerse de oportunidades nuevas y realizarse a través de ellas en el piano profesional y en el plano personal.10 Pero también es tán todos aquellos que no pueden hacer frente a esta redistri bución de las cartas y se encuentran invalidados por ia nueva coyuntura. Pero esta distribución no se hace por casualidad. Amén de las diferencias de capacidades propias de los individuos en el
10. Aun así, es necesario relativizar el optimism o del discurso de los ad ministradores empresariales. La movilización de los operadores los obliga a menudo a sobreemplearse en sus tareas, a verse invadidos por losjmperativos del trabajo, incluso en situaciones extralaborales, y puede, finalmente, incluso tratándose de ejecutivos de alto nivel, agotarlos y desmotívarios (véase la abundante bibliografía anglosajona sobre el burn out). A pesar de la tendencia a la reducción legal del tiempo de trabajo (véase la ley sobre las treinta y cinco horas), parece que la intensificación de las cargas de trabajo es una característica general de la reorganización contemporánea de la pro ducción en todos los niveles (véase por ejemplo Bernard Vivier, La place du travail. informe del Conseil économique et social, París, Éditions du Journal officiel, 2003).
ROBERT CASTEL
62
plano psicológico, respecto de las cuales se puede conjeturar que se reparten de modo aleatorio, depende fundamental mente de los recursos objetivos que estos individuos pueden-, movilizar y de ios soportes en los que pueden apoyarse para hacer frente a las situaciones nuevas. Aquí hay que recordar que, para todos aquellos que no disponen de otros recursos •"que .aquellos que obtienen de su trabajo, esos soportes son ' f esencialmente de orden colectivo. Para repetirlo de otra ma! I ñera, para aquellos que no disponen de otros “ capitales” -n o I solamente económicos sino también culturales y sociales-, | las protecciones son colectivas o no son. En primer lugar, es^tas solidaridades surgen en los espacios de trabajo, de una común condición y de una subordinación compartida. Estos lazos han constituido la base a partir de la cual con frecuen cia los trabajadores másdesa.mparados pudieron organizark s.formas más
directas de la explotación: porque constituían colectivos soli darios. Pero las convenciones colectivas, los derechos socia les del trabajo y de 1a protección garantizados por la ley son también las instancias que han asegurado su protección en el presente y les han permitido dominar la mcertidumbre del porvenir. Por consiguiente, se. comprende que la desarticula| cion.de estos sistemas co lectivos pueda sumirlos nuevamente 1 en—la-----inseguridad social, n— “ -
El retorno de las clases peligrosas
,
Hay una doble lectura posible de los efectos sociopolíticos de esta degradación. La primera enfatiza esas situaciones de pérdida en tanto desocializan a los individuos. Los innumera bles discursos sobre la exclusión han mostrado en todas sus formas, y hasta la saciedad, un aflojamiento del lazo social
EL AUMENTO DE LA INCERTIDUMBRE
63
que habría marcado ia ruptura.délos indivjduo..s...rp-spe.cto.-ri&.sns inserciones sociales para dejarlos frente a sí mismos y a su inutilidad. “Los excluidos” son colecciones (y no colectivos) de individuos que no tienen nada en común más que compar tir una misma carencia. Se definen en función de una base só lo negativa, como si se tratara de electrones libres completa mente desociaiizados. Por lo tanto, identificar bajo el mismo paradigma de la exclusión, por ejemplo, el desempleado de larga data y el joven de suburbio pobre en búsqueda de un improbable empleo es pasar por alto el hecho de que no tie nen el mismo pasado ni el mismo presente ni el mismo porve nir, y que sus trayectorias son totalmente diferentes. Es hacer romo si vivieran en un espacio fuera-de-lo-social. Pero nadie, y ni siquiera “ el excluid o” , existe en el fueradft-ln-^sQcialj. y la descole.ctivización en. sí misma es una situa ción colectiva. Se ha dicho con demasiada ligereza que no había más clases sociales ni grupos constituidos porque esos colectivos habían perdido la homogeneidad y el dinamismo que les habían permitido constituirse enteramente en actores sociales (mitificando un poco la unidad y la operacionalidad de entidades como “la clase obrera” o “la burguesía con quistadora” ). Ello equivale a olvidar que puede haber clases o grupos cuva trayectoria común no culmina en porvenires idílicos, sino que soportan, por el contrario, la parte más gruesa de ia miseria del mundo. Hay grupos en situación de movilidad social descendente cuva común condición se de grada. Constituyen' un terreno privilegiado en el que se desa rrolla ei sentimiento de inseguridad, y que es indispensable volver a analizar para dar cuenta de la dimensión colectiva de este sentimiento. Es un proceso histórico general: la promoción de grupos dominantes se hace en detrimento^de otros grupos, cuya declinación provoca. Pueden ejemplificarse los efectos de esta
64
ROBERT CASTEL
dinámica con ei caso del poujadismo,' que presenta analogías asombrosas con la situación actual. El fenómeno poujadísta fue, en la década de 1950, la reacción de categorías socioprofesionales afectadas por la modernización de la sociedad fran cesa, tal como ocurría entonces en un marco nacional. Mien tras que el trabajo asalariado se extiende y se refuerza, las administraciones públicas aseguran su dominio en la socie dad, y el Estado planifica y racionaliza las estructuras de la economía, grupos enteros como los artesanos y los pequeños comerciantes tienen la impresión de haber sido dejados de la do. Son los sacrificados de una dinámica de desarrollo econó mico y de progreso social que puede apoyarse en buenas ra zones -modernización obliga-, pero en la cual no tienen ningún lugar. El desasosiego de no tener ya futuro sin duda es sentido individualmente por cada uno de los miembros de estas...categoríassociales, pero su reacción es colectiva. Está marcada por el sello deí resentimiento. El resentimiento pue de ser un resorte de acción o de reacción sociopolítico pro fundo que sin duda aún no llamó suficientemente ia aten ción.11 Es una mezcla de envidia y de desprecio que se juega sobre una situación social diferencial y fija las responsabilida-des de la desdicha que se sufre, en las categorías ubicadas jus to por encima o justo por debajo en la escala social. Eso ex plica el resentimiento de los pequeños comerciantes y de los artesanos hacia los asalariados y los funcionarios que dispo nían de ingresos semejantes, pero supuestamente trabajaban
Movimiento dirigido por Pierre Poujade, que en ia década de 1950, con ia consigna de bajar los impuestos, movilizó a pequeños comerciantes y artesanos en Francia (n. del t.). 11. Véase, sin em barg o, Pierre Ansart (dir.), Le ressen tim ent, Bruselas, Bruyani, 2002.
EL AUMENTO DE LA 1NCERTIDUMBRE
65
menos, se beneficiaban con un sinfín de ventajas sociales y, sobre todo, parecían tener eí porvenir asegurado. El resenti miento colectivo se nutre del sentimiento compartido de in justicia que experimentan grupos sociales cuyo status se va degradando y que,se sienten desposeídos de los beneficios que obtenían,en su situación anterior. Es una frustración colectiva que busca jrespQnsables-Xtchiyos emisarios. Más allá de los factores particulares que dieron su configu ración específica al poujadismo (que, como el lepenismo, lleva el nombre de un jefe carísmático),12 éste entraña una dimen sión estructural que puede dar cuenta de la reacción de los grupos invalidados por el cambio social. Desde hace unos veinte años, la modernización viene adquiriendo una dimen sión europea y mundial cada vez más acusada. Las categorías sociales más afectadas ya no son las que constituían las bases de la Francia tradicional -campesinado, artesanado, pequeño comercio, trabajo independiente a ia antigua usanza- hace ra to disuelta. Hoy en día esas categorías representan una parte importante de los grupos que han ocupado o habrían podido ocupar un iugar central en ia sociedad industrial, es decir, am plias franjas de la clase obrera integradas durante los años de crecimiento, categorías de empleados, sobre todo entre los me nos calificados, jóvenes de origen popular que antes habrían pasado sin problemas deí aprendizaje o del fin de la escola ridad al empieo estable, etc. Incluso más allá del desempleo masivo, se asiste a una descalificación masiva que afecta espe cialmente a los sectores populares.13 Por ejemplo, con la desin dustrialización, diplomas como el certificado de aptitud profe-
12. Recorde mos po r otra parte que el diputado más joven elegido para la | Legislatura durante la ola poujadista de 1956 fue jea n-M an e Le Pen. j| 13. Esta dimensión colectiva de las situaciones de invalidación social liga- ” *
66
ROBERT CASTEL
sional (CAP) o el certificado de enseñanza industrial (BEI), que antes eran herramientas seguras de integración en el mundo del trabajo, se devaluaron considerablemente. ¿Cuál será el porvenir europeo de un poseedor de un CAP de tornero? De un modo más general, ¿cuál podrá ser el lugar, en la Europa de mañana, de todas estas especializacíones cristalizadas, ata das a tareas precisas, que remiten a un estadio anterior de ia división del trabajo? Parecen condenar a sus poseedores a la inmovilidad, mientras que el porvenir pertenecería a los que sepan ser móviles y capaces de asumir el cambio. El voto de abril de 2002 a favor del Frente Nacional ha re velado, lo cual no hubiera debido constituir una sorpresa, que estos resultados eran sobradamente la expresión de estas cate gorías populares antes electoral y socialmente instaladas a la izquierda.14 Aunque no hay que descuidarlo por los peligros políticos que conlleva, la connotación de extrema derecha o fascistizante de este voto no me parece sociológicamente 1a más significativa. Desde el punto de vista sociológico, es en esencia una reacción “ poujadista ” alimentada por un sentinÜent.Q..,d,e ,aban,doiiQ...y p.or.„el xesentimiejitQ^XespjC.to„de..otros grupos v.de sus..representantes políticos que_nbtienen Los benefícios del cambio y se desinteresanjpor la suerte de los per dedores. Por otro lado, se podría ubicar en este mismo marco
das a la declinación del movimiento obrero ha sido muy bien subrayada por S. Beaud y M. Pialoux, Retou r sur la condition ouvriére, op . cit. 14. Entre las múltiples tentativas de exp licación de esta “ sorp resa ” que fue el resultado de la primera vuelta electoral de la elección presidencial de abril de 2002 (en ia que el candidato del Frente Nacional fue el más votado por los desempleados, los trabajadores precarios y algunas categorías de obreros y de empleados), véase Michel Pialoux y Florence Weber, “La gau che et les classes popuiaires. Réflex ions sur un div orce” , en M ouvem en ts , n° 23, septiembre-octubre de 2002.
EL AUM ENTO DE LA INCERTIDUMBRE
67
una parte del voto por la extrema izquierda, que en ausencia de una perspectiva creíble de transformación global de la so ciedad es también un voto de protesta, por no decir (¿y por qué no?) un voto motivado por ei resentimiento. Si bien hoy en día es necesario, salvo que se asuma el ries go de una muerte social, jugar el juego del cambio, de la movilidad, de la adaptación permanente, del reciclaje incesante, es evidente que algunas categorías sociales están particular mente mal pertrechadas para hacer frente a esta nueva reali dad, y se puede agregar que ha habido muy poca preocupa ción al respecto para ayudarlos (por ejemplo, la imposición de la flexibilidad en las empresas rara vez estuvo asociada con medidas de acompañamiento eficaces que aseguraran la reconversión de los agentes). En consecuencia, en el mejor de los casos, esos grupos constituirán los peones de una econo mía mundializada. En el peor de ios casos, devenidos “ínempleables” , sus miembros podrían ser condenados a sobrevivir en los intersticios de un universo social recompuesto sólo a partir de las exigencias de la eficiencia y del rendimiento. Y éste es un poderoso factor de aumento de la inseguridad. Si se puede hablar de un alza _de la inseguridad en la actuali- ‘ dajcL-£s_.e.n. gxan medida porque existen franjas de la población ya convencidas de que han sido dejadas en ia banquina, impo- i tentes para dominar su porvenir en un mundo cada vez más cambiante. Por consiguiente, se puede comprender que ios va lores que cultivan se hayan orientado más hacia el pasado que hacia ese futuro que asusta. El resentimiento no predispone a la generosidad ni empuja a asumir riesgos. Induce una actitud defensiva que rechaza la novedad, pero también el pluralismo y las diferencias. En las relaciones que mantienen con los otros grupos sociales, más que acoger la diversidad que presentan, estas categorías sacrificadas buscan chivos emisarios que po drían dar cuenta de su estado de abandono.
68
ROBERT CASTEL
Ya hemos observado que el poujadismo, entendido como una noción genérica de la que el lepenismo presenta una ver sión actualizada, efectuaba una proyección de la conflictiviJ) dad social sobre categorías muy próximas. Antes: envidia y ; desprecio del trabajador independiente respecto del asalaria / do con un status que acapara las ventajas sociales, se toma \ vacaciones y espera tranquilamente la jubilación, mientras que el pequeño comerciante se levanta a las cinco de la maña na para comprar los productos en el mercado central y traba ja hasta las nueve de la noche para venderlos. Hoy: racismo y respecto del inmigrante considerado menos competente pero más dócil y que, dicen, puede ser preferido en la competencia por el empleo, acumula las ayudas sociales que deberían estar \ reservadas a ios franceses, de rancio origen y se comporta en nuestra tierra como en un país conquistado, cuando no es más que un parásito. El hecho de que estas representaciones sean falsas las más de las veces no es lo que importa aquí. Es tán extendidas y hoy tienen un peso tal que no se las puede eliminar con juicios morales. Por otro lado, es incongruente pedirles a los grupos más desfavorecidos que sean sus propios sociólogos v que elabo ren ellos mismos, ia teoría .de su situación (al proletariado in dustrial del siglo XIX le llevó mucho tiempo hacerlo, antes de constituirse en clase obrera). Se puede comprender perfecta mente que una reacción social tome el atajo más corto y sal tee largas cadenas de razonamientos que habría que desplegar para dar cuenta de todos los componentes de esta situación, que escapan a menudo incluso a ios economistas prestigiosos y a los profesionales de las ciencias sociales. El resentimiento como ..respuesta social al malestar social afecta a los...grupos má,s..próximos. Es una reacción de blanquizas [petits blancs], es decir, de categorías situadas en la base deja escala social, ellas mismas en situación de privación, en competencia con <
\
EL AUMENTO DE LA INCERTIDUMBRE
69
otros grupos tanto o más carenciados (como los blancos del sur de Estados Unidos arruinados después de la Guerra de Se cesión y que se encontraron frente a los negros, tan pobres o más pobres que ellos, pero liberados). .Buscan razones para comprender y otorgarse una superioridad a través del odio y el desprecio racistas. No podemos dejar de constatar que hoy en día también nosotros tenemos nuestros blanquitos.15 Así se puede comprender el carácter paradigmático del pro blema de los suburbios pobres en relación con la temática ac tual de la inseguridad. Los “ barrios sensibles” acumulan los principales factores causantes de inseguridad: fuertes tasas de desempleo, de empleos precarios y de actividades margínales, hábitat degradado, urbanismo sin alma, promiscuidad entre grupos de origen étnico diferente, presencia permanente de jó venes inactivos que parecen exhibir su inutilidad social, visibi lidad de prácticas delictivas ligadas al tráfico de drogas y a los reducidores, frecuencia de las “ incivilidades” , de momentos de tensión y de agitación, y de conflictos con las “fuerzas del or den” , etc. La inseguridad social y 1a inseguridad civil se super ponen aquí y se alimentan recíprocamente. Pero sobre la base de estas constataciones que no tienen nada de idílico, la diaboiización de la cuestión de los suburbios pobres, y-particular mente la estigmatización de los jóvenes de esos suburbios a la
15. N o querría que esta calificación de “ blan qu ito” , que pretende objetiva com o ia de “ pouiadista” , se entienda a su vez co m o una señal de desprecio por aquellos que caracteriza de este modo. En primer lugar, porque estas reaccion es exp resan su desasosiego frente a una situación que no eligieron y de la que no son los primeros responsables. Y además, porq ue los pobres no tienen el monopolio del racismo de clase. Por ejemplo, es un verdadero racism o de clase el que la burguesía bien pensante del siglo X IX desarrolló respecto de esos “nuevos bárbaros” que representaban para ellos los proletarios de comienzos de la industrialización.
ser ; j | 5
j
70
ROBERT CASTEL
cual se asiste hoy en día, tiene que ver con un proceso de des plazamiento de la conflictividad social que podría representar perfectamente un dato permanente de. la problemática. .de ja in seguridad. La escenificación de la situación de los suburbios pobres como abscesos donde está fijada la inseguridad, a la cual colaboran el poder político, los medios y una amplia par te de la opinión pública, es de alguna manera el retorno de las clases peligrosas, es decir, la cristalización en grupos particulaLes,_situados.,en.ios...márgen,ea,...de.todas.ia5.-am.enaza,S„q.ue„entraña_exL.sLuna..so_ci,edad. El proletariado industrial desempeñó ese rol en el siglo XTX: clases trabajadoras, clases peligrosas. Es que en aquella época los proletarios, aunque en su mayoría trabajaran, no estaban inscriptos en las formas estables del empleo, e importaban hacia la periferia de las ciudades indus triales una cultura de origen rural descontextualizada, percibi da por ios habitantes urbanos como una incultura; vivían en la precariedad permanente del trabajo, y del hábitat, condiciones poco propicias para establecer relaciones familiares estables y desarrollar costumbres respetables. Como señaló Auguste Comte, esos proletarios “ acampan en el seno de la sociedad occidental sin estar calificados para ella, sin encajar en ella” .16 ¿Acaso no podría aplicarse esta fórmula a las poblaciones de
16. Auguste Com te, Systéme de politíque positive, edición de 1929, Pa rís, pág. 411. Antes, los vagahimdos hahían .tenido-la.-misma,£uncíón_ide *clase peligrosa”, en la que se cristalizaba el sentimiento de inseguridad propio de las sociedades p ^indu striales. Otra ilustración del tip o p rivilegiado de relación que mantiene una sociedad con sus márgenes y que podría remi tir a un rasgo antropológico permanente: el enemigo del interior está situa do en la periferia del cuerpo social, en esos grupos que son como extranje ros porque a menudo vienen de otra parte, porque no parecen compartir la cultura dominante y porque no entran en los circuitos comunes de intercam bios sociales.
EL AUMENTO DE LA INCERTIDUMBRE
71
los suburbios pobres actuales, o al menos a la imagen que de ellos se ha construido? No “ encajan” , es decir, no están inte gradas y, como antes en el caso de los proletarios, tienen algu nas buenas razones para tener dificultades para estarlo: ser portadores con frecuencia de una cultura de origen extranjero, ser discriminados negativamente cuando buscan un empleo17 o una vivienda decente, tener que hacer frente cotidianamente a la hostilidad de una parte de la población y de las fuerzas del orden, etcétera. El drama en estas situaciones es que las condenas morales siempre pueden verificarse al menos parcialmente en ios herh.n<^.vivir .en esas condiciones no predispone al angelismo, jy la inseguridad tanto social como civil es efectivamente más al ta en los suburbios pobres que en otras partes. Sin embargo, la “simplificación” es sobrecogedora. Hacer de algunas dece nas de miles de jóvenes, a menudo más perdidos que malvados, el núcleo de la cuestión social, convertida en la cuestión de. ia inseguridad .que amenazaría ios fundamentos ...de] _,orden republicano, .es realizar.una. condensación extraordinaria de 17. La discrim inación en el mom ento de contratar a aiguien_gara un_trabajp por razones relativas al color de la piel o la consonancia del nombre es una práctica corriente que no sólo es condenable moralmente sino contradictona con los principios que pregona el liberalismo dominante. Por un la do, la ideología liberal condena todo lo que pueda oponerse a la liberaUzación .del m ercado, de .traba;o,..y apunta así contra las prote cciones del derech o ¡abqrai que ...obstaculizarían su apertura. Pero, al mismo tiempo, alienta ei proteccionismo de las políticas de inmigración y tolera las prácti cas discriminatorias respecto de los candidatos ai empleo que, con igual cali ficación, quedan invalidados por la única razón de que presentan un perfil “ ex ót ic o” . Habría que insistir en esta con trad icción del liberalismo actual: po r un .lad o quiere imp one r a cualquier pre cio la libre circulac ión de las mercaderías, pero por el otro se amolda a las barreras políticas y sociales que se levantan contra la libre circulación de los hombres.
72
ROBERT CASTEL
la problemática global de la inseguridad. Es cierto que estas estrategias presentan ciertas ventajas. Evitan la. necesidad de tomar en cuenta el conjunto de factores que se hallan en el Origen del sentimiento, de inseguridad ...y. que, tienen que ver tanto , con la in^egimdad sociaJ. como con la delincuencia. También permiten movilizar una batería de medios que, si no siempre son eficaces, al menos están disponibles con sus ins trucciones de uso. La represión de los delitos, el castigo de los culpables, la prosecución de una “tolerancia cero”, a riesgo de aumentar el número de ios jueces y de los policías, son ciertamente cortocircuitos simplificadores frente a la comple jidad del coninnto de los problemas que plantea la inseguri dad. Pero estas estrategias, sobre todo si están bien escenifica das y si se las persigue con determinación,,.al menos tienen_el mérito de mostrar que se hace_algo (no se es laxista) sin tener que hacerse cargo de cuestiones más difíciles y exigentes, tales corno, por ejemplo, el desempleo, las desigualdades sociales, eLraosmo. que también están en el origen del sentimiento de inseguridad.13 Es quizá políticamente rentable a corto plazo, 18. Asim ismo, la analogía co n la política de tratamiento del vagabu ndeo en ías sociedades preindustriales puede resultar esclarecedora en esre punto. Desde fí¡nes_de la Edad Media, la realeza francesa, pero también más general mente el conjunto de los poderes en Europa occidental, hizo de la represión del vagabundeo y de la mendicidad el núcleo de sus políticas sociales, sin cui darse ni fijarse en los medios utilizadosjjara conseguirlo. Pero pese al hecho de que varios centenares de miles de vagabundos hayan sido expulsados, puestos en la picota, encerrados, condenados a las galeras, ahorcados, etc., se puede dudar de la eficacia de estas medidas pues se reiteraron incansable mente durante varios siglos a partir, cada vez, de la constatación de su fraca so. Probablemente la criieidadjie esr^s_^sposjcif^j^i^adió también a mucijos._.mdí,yiduo.s.„sm...recursos..,de seguir vías,.tan.peligrosas ( “ la verdadera prevención es la sa nción” ). Bexo—el.. .pmMem.a_4 .ued0 ...irresuelta,-hasta las postrimerías del Antiguo Régimen, porque lo que alimentaba el vagabundeo
EL AUMENTO DE LA INCERTIDUMBRE
73
pero es lícito dudar de que se trare de una respuesta suficiente a la pregunta “ ¿qué es estar protegido?” . Más allá aun de la cuestión de los suburbios pobres y de los problemas de ia delincuencia, por cierto asistimos a un deslizamiento dei Estado social hacia un Estado de la seguridad [Etat sécuritaire] que preconiza y pone en marcha ei re torno a la lev y al orden, como si el poder público se movilizara esencialmente alrededor del ejercicio,de la autoridad. La cuestión de ia inseguridad civil plantea problemas fundamen tales, _y al Estado le corresponde afrontarlos.19 Pero todo su cede como si hoy, en Francia, el Estado pusiera en juego lo esencial de su credibilidad en su capacidad de combatirla. Sin embargo, está fuera de duda que este tipo de respuesta pueda extenderse al _co.nj.unto_deJjos .factores. que producen la insegu ridad. Para ello habría que ir en contra de las dinámicas de individualización que, como vimos, operan en profundidad en todo el cuerpo social, en contra incluso del libre juego de la competencia y de la competitividad que, según se proclama
Y Ia mendicidad de los no inválidos era ia miseria de masas v el bloqueo de la entrada al mundo del trabajo por medio del sistema de corporaciones. La res puesta liberal a la cuestión dei vagabundeo fue ia proclama del libre acceso al trabajo (véase la ley Le Chapelier). Pero fue necesaria una revolución para conseguirlo, y ésta producirá por otra parre otros tantos_e£ecto.s._pxo.hLemánr.. eos en lo atinente a la inseguridad: fue la condición de posibilidad de la consdiución„del.proietariadav_q.ue..aj_u_Ke2 .se. volverá, una. “ clase..peligrosa” . 19. Sobre este punto, véase por ejemplo Hugues Lagrange, Dem and es de sécunié. France, Europe, États-Un¿s, París, Seuil/La République des Idees, 2003 y Didier Peyrat, Éloge de la sécu nté , París, Gallimard/Le Monde, 2003. Es tanto más legítimo combatir la inseguridad cuanto que aquellos que la padecen son cada vez más los habitantes de esos mismos barrios que también viven en la inseguridad social. Así, la asociación inseguridad civilinseguridad social juega igualmente a favor, o más bien en contra, de las víc timas de ias prácticas delictivas.
74
ROBERT CASTEL
al mismo tiempo, debe reinar en el seno de la empresa y en el mercado. Un Estado puramente dedicado a la seguridad se condena de este modo a ahondar una contradicción entre el ejercicio de una autoridad sin fisuras, al restaurar la figura del Estado gendarme para garantizar la seguridad civil, y un laxismo frente a las consecuencias de un liberalismo económi co .que alimenta la inseguridad social. Semejante respuesta no ppdría ser viable salvo si seguridad civil y seguridad social constituyeran dos .esferas.separadas, lo cual evídentemehte~ho es cierto. .,
Capítulo 4 UNA NUEVA PROBLEMÁTICA DEL RIESGO
Desde ia década de 1980 parece que nos estamos instalan do en una nueva problemática de la inseguridad. Esta se ca racteriza por su extraordinaria complejidad, y se sitúa en la conjunción de dos series de transformaciones. (V ' En primer lugar existe una dificultad creciente para estar asegurado contra los principales riesgos sociales que podrían calificarse como “clásicos” y que parecían haber sido esen cialmente neutralizados (accidente, enfermedad, desempleo, incapacidad de trabajar debido a ia edad o a la presencia de una discapacidad...). De acuerdo con esta primera línea de análisis que acabamos de seguir, hemos podido constatar un desperfecto, seguido de una erosión, de los sistemas de pro tección que se habían desplegado en la sociedad salarial so bre la base.de condiciones de trabajo estables. Con el debili tamiento del Estado nacional-social, los individuos y los grupos que sufren los cambios socioeconómicos generados desde mediados de la década de 1970, sin tener la capacidad de dominarlos, se encuentran en situación de vulnerabilidad. De ello surge un estado de inseguridad frente al porvenir y un desasosiego que también pueden alimentar la inseguridad civil, sobre todo en territorios como los suburbios pobres,
76
ROBE RT CASTEL
donde se cristalizan los principales factores de diso cía ci ó n social. Riesgos,
p e l i g r o s y dañ os
Pero en el momento en que los sistemas de producción de seguridad clásicos se han debilitado de esta manera, apareció una nueva generación de riesgos , o al menos de amenazas percibidas como tales: riesgos industríales, tecnológicos, sani tarios, naturales, ecológicos, etc. Se trata de una problemáti c a del riesgo que no parece guardar relación directa con la / primera, ya que su emergencia corresponde en lo esencial a \ las consecuencias descontroladas del desarrollo de las ciencias ->y de las tecnologías que se vuelven contra la naturaleza y el / medio ambiente, ai que supuestamente pretenden dominar al \servicio..deLhombre. La proliferación de los ríeseos aparece aquí estrechamente ligada a la promoción de la modernidad. Ulrich Beck designa como sociedad del riesgo a la sociedad moderna entendida en su dimensión esencial: ya no es el progjgso. social, sino un principio general de incertidumbre lo que gobierna el porvenir de la civilización. Es hacer de la inseguridad el horizonte insuperable_de la condición de! hombre. moderno. El mundo va no es más que un vasto campo de riesgos, “ la tierra se ha vuelto un asiento eyectable” .1 La reflexión contemporánea acerca de la inseguridad debe integrar este parámetro. Si estar protegido es estar en condi ciones de hacer frente a los principales riesgos de la existencia, este seguro hoy parece estar doblemente en falta: por el debilitamiento de las coberturas “clásicas”, pero también por
1
. Ulrich Beck, La socied ad del riesgo, op. cit.
UNA NUEVA PROBLEMÁTICA DEL RIESGO
un sentimiento generalizado de impotencia ante nuevas ame nazas que parecen inscriptas en el proceso de desarrollo de la modernidad. Se puede plantear la hipótesis de que la actual frustración acerca de la seguridad contemporánea se alimenta de esta doble fuente. Es por ello que hay que señalar a la vez esta conexión y denunciar la confusión que supone. La infla ción actual de la sensibilidad a los riesgos hace de la búsque da de la seguridad una búsqueda infinita y siempre frustrada. Pero es necesario distinguir, en el seno de lo que hoy se en tiende por riesgos, las contingencias de la vida que pueden ser dominadas porque se socializan, de las amenazas cuya preseacia..Jia.bría^j,ue-r-ecQnQcex..sin-q,ue.iin.O-.pu&da.pr.Qtegerse -y por lo tanto aceptarlas como límites, provisorios quizá, pero actualmente insuperables, del programa de protecciones que debe asumir una sociedad. En efecto, la afirmación de que viviríamos en una “ sociedad del riesgo” se basa en una extrapolación discutible de la noción. Un riesgo en el sentido propio de la palabra; es un acontecimiento previsible, cuyas probabilidades de producirse pueden estimarse, así como el costo de los daños que provocará. Asimismo, éste puede ser indemnizado porque puedeser mutualizado.2 El seguro ha sido la gran tecnología que permitió el control de los riesgos, repartiendo los efectos en el seno de colectivos de individuos vueltos solidarios frente a diferentes amenazas previsibles. La generalización de la obligación de asegurarse (que implica la garantía del Estado) ha sido la vía regia de la constitución de la “sociedad asegurado ra” : una sociedad en la cual el conjunto de los individuos es tá amparado (asegurado) sobre la base de la pertenencia a
2. re, 2 0 0 1 .
Véase Patrick Péretri-Watel, La so ciété du risque , París, La Découver-
ROBERT CASTEL
78
grupos cuyos miembros aportan para repartir el costo de los riesgos. En la base de la cobertura de los riesgos sociales existe un modelo solidario o mutualista. Una “sociedad del riesgo” nojpuede asegurarse de esta manera. Esos nuevos riesgos son ampliamente imprevisibles, no son calculables según una lógica probabilística, y acarrean consecuencias irreversibles, a su vez incalculables. Una catás trofe como ia de Chernobyl o la enfermedad de la vaca loca, por ejemplo, no son mutuaiizables; no se las puede manejar en el marco de sistemas de seguro. Por lo tanto, no son estric tamente “ riesgos” , sino más bien eventualidades nefastas o a.menazas o peligros que efectivamente “existe el riesgo” de que ocurran, pero sin que se disponga de tecnologías adecua das para asumirlos, ni siquiera de conocimientos suficientes para anticiparlos. La imprevisibiiidad de la mayor parte de esos “ nuevos riesgos” , la gravedad y el carácter irreversible de sus consecuencias, hacen que la mejor prevención consista a menudo en anticipar lo peor y en tomar medidas para evitar que eso advenga, aun cuando sea muy aleatorio. Consiste en destruir, por ejemplo, todo un rebaño de ganado ante la incertidumbre de que haya habido contaminación, ai precio de consecuencias económicas y sociales desproporcionadas en relación con el riesgo real. Se podría glosar abundantemente este punto: para evitar una eventualidad improbable, y que ni siquiera es probabilizable, se producen daños muy reales.3 La inflación contemporánea de la noción de riesgo mantiene así una confusión entre riesgo y peligro. Hablar con An»--
-- - -------
---------- -------- I—
...-
_L
J
_L
3. El principio de preca ución lleva esta lógica hasta sus últimas conse cuencias. Paradójicamente, lo que guía la decisión es la incertidumbre: hay que decidir hoy en función de una posibilidad de riesgo cuya existencia no se ha revelado en ei momento smo que podría revelarse mañana.
UNA NUEVA PROBLE MÁTICA DEL RIESGO
79
thonv Giddens de “cultura del riesgo”4 es significar que nos hemos vuelto cada vez más sensibles a las nuevas amenazas que genera el mundo moderno y que se multiplican, efectiva mente. producidas por el propio hombre a través.del uso des controlado. de las ciencias y de las, tecnologías, y de una instrumentalización del desarrollo económico tendiente a hacer del mundo entero una mercancía. Empero, indudablemente ninguna sociedad podría pretender erradicar la totalidad de los, peligros que el futuro entraña. Más bien constatamos que, cuando los riesgos más acuciantes parecen neutralizados, el rnrsor de la sensibilidad a los riesgos se desplaza y hace aflorar nuevos peligros. Pero hoy ese cursor está ubicado tan alto que suscita una demanda completamente irrealista de seguri-^ dad. Así, la “cultura del riesgo” fabrica peligro. Para tomar 1 un ejemplo un poco trivial, la hambruna fue durante mucho J tiempo para la humanidad el verdadero riesgo alimentario, y ¡o sigue siendo en numerosas comarcas. En cambio, en los países ricos, lo que se ha vuelto peligroso es el hecho de co mer: más allá del prion de ia vaca loca, la lista de los produc- ' tos cancerígenos presentes en los alimentos se extiende día tras día. La búsqueda del riesgo cero en materia alimentaria sería, por lo tanto, abstenerse de comer (¿“principio de pre caución” ?). Como es impracticable, quedan la sospecha y la ansiedad: la inseguridad también está en la mesa. Para replantear hoy en día la cuestión de las protecciones, hay que comenzar por señalar sus distancias respecto de esta inflación contemporánea de la nocjpn_.de riesgo que alimenta una demanda desesperada de seguridad y disuelve de hecho la posibilidad de estar protegido. Recordar pues que ningún
4. Véase Anthon y Giddens, Les co nsé quences de la mod ernité, traduc ción francesa, París, l’Harmattan, 1994.
80
ROBERT CASTEL
programa de protecciones puede ser capaz de tener por obje tivo asegurar el porvenir al punto de que éste no entrañara más incertidumbres ni peligros. La “ cultura del riesgo” extra pola la noción de riesgo, p e r o lajacía de su sustancia y le im pide ser operativa. Evocar legítimamente el riesgo no consiste en colocar la incertidumbre y el miedo en el corazón del por venir, sino por el contrario en tratar de hacer del riesgo un re ductor de incertidumbre para dominar eí porvenir, desarro llando medios apropiados para hacerlo más seguro. Es así como han podido dominarse los riesgos sociales clásicos en el marco de una responsabilización colectiva. Pero tratándose de los “ nuevos riesgos” aparecidos después, hay que pregun tarse si su proliferación no supone también una dimensión so cial y política, mientras que generalmente se la presenta como la marca de un destino ineluctable, un “ aspecto fundamental de la modernidad en una sociedad de individuos” , com o ob serva Anthony Giddens.5 ¿Componente intrínseco de una so ciedad de individuos o consecuencia de elecciones económicas y políticas cuyas responsabilidades hay que establecer? En efecto, muchos de esos “riesgos” (polución, efecto invernade ro...) son como un efecto boomerans sobre los equilibrios na turales de un productivismo desenfrenado y de una explota ción salvaje de ios recursos del Planeta. Asimismo, es inexacto decir con Ulrich Beck que esos “riesgos” atravesa rían en lo sucesivo las barreras de clase y estarían distribuidos democráticamente de alguna manera. Así, por ejemplo, las in dustrias más polucionantes están ubicadas preferentemente en ios países en vías de desarrollo y afectan a las poblaciones
5. Antho ny Giddens, M oder nity and self-iden tity, Standford, Standford University Press, 1991, pág. 224 [trad. cast.: Mod ernid ad e identidad del yo, Barcelona, Dédalo, 1991].
UNA NUEVA PROBLEMÁTICA DEL RIESGO
81
más desprovistas de medios para garantizar la higiene y ia se guridad, la prevención o la reparación de esos daños. Existen jfijusticias enormes en la distribución de esos “ riesgos” , sobre todo si se plantea^problema a escala planetaria, como se debe hacer, habida cuenta de las relaciones entre la difusión de este tipo de daños y la manera como se conduce la munx dialízación. Más qne de riesgos, aunque sean “nuevos”, sin duda sería pertinente hablar aquí de daños o de acciones o situaciones nocivas. Esto no significa que no puedan dominarse, sino que el dispositivo adecuado es diferente del que prevaleció para Hnminar los riesgos sociales clásicos. Se ve claramente, por ejemplo, que si una industria altamente polucionante se im planta en una región particularmente desfavorecida del Tercer ¡Vfnndo para explotar una mano de obra barata, la respuesta pertinente no es “mutualizar los riesgos” , obligando a 1a_pobla^i.ó.n.jmtóctona a„,asegurarse contra estos daños. Consisti ría más bien en proscribir estas nuevas formas planetarias de explotación o al menos en imponer a las empresas multina cionales que se benefician de ello regulaciones severas compa tibles con un desarrollo duradero. Es decir, la instauración de instancias políticas transnacionales suficientemente poderosas para imponer límites ai frenesí de la ganancia y domesticar el mercado mundializado.
Pr i vat i zaci ón o col ecti vi zación de l os r iesgos
Semejantes instancias casi no existen en la actualidad, de modo que estamos fuertemente desamparados frente, a estas acciones nocivas. Pero al menos podemos empezar a exigir que una cuasimetafísica del riesgo no sirva para ocultar la es pecificidad de los problemas que hoy se plantean, así como
82
ROBERT CASTEL
también la búsqueda de las responsabilidades en el origen de estos daños que a menudo se presentan como ineluctables. La ideología generalizada e indiferenciada del riesgo (la “socie dad del riesgo” , la “cultura del riesgo” , etc.) se ofrece hoy co mo la referencia teórica privilegiada para denunciar la insufi ciencia, incluso el carácter obsoleto de los dispositivos clásicos de protección y la impotencia de ios Estados para hacer frente a la nueva coyuntura económica. La alternativa, por lo tanto, no puede sostenerse más que en el desarrollo de los jeguros privados. Así se puede entender por qué algunos de los parti darios del seguro en el ámbito neoliberal siguieron con entu siasmo análisis como los de Ulrich Beck o Anthony Giddens, e incluso fueron más lejos que ellos. Por ejemplo, en virtud de una sorprendente inversión de los términos, Frangois Ewald y Denis Kessler hacen del riesgo “ el principio de reconocimien to del valor del individuo” , “la medida de to do” , otorgándole una dimensión cuasiantropológica -c om o si el riesgo, proba bilidad de la aparición de un acontecimiento exterior al hom bre, pudiera constituir un componente del individuo mismo-.6 Ernest-Antoine Seilliéres lleva esta naturalización del riesgo hasta la caricatura, ya que para él la humanidad se divide en tre “ riscófilos” y “riscófobos’V De hecho, la insistencia pues ta en la proliferación de ios riesgos corre pareja con una cele bración del individuo aislado de sus inserciones colectivas, “desarraigado” ( disembedded ), según la expresión de Gid dens. En consecuencia, este individuo es como un portador de riesgos que navega sin instrumentos en medio de ios obstácu los y ios peligros, y debe administrar él mismo su relación con.
6. trancáis Ewald, Dems Kessler, “Les noces du risque er de Ja politique” , en Le Débat, n° 109, marzo-abrii de 2000. 7. Entrevista, en Risques, n° 43, septiembre de 2000.
UNA NUEVA PROBLEMÁTICA DEL RIESGO
83
los riesgos. No se ve bien el rol que pueden desempeñar en es ta configuración el Estado social y el seguro obligatorio garantizado garant izado por el derech der echo. o. Existe Existe una relación relació n estrecha estrecha entre entre ; la expl ex plosi osión ón de los riesgos, la híperindividua híperin dividualiza lización ción de jas ja s i prácticas prácti cas y la privatiz priva tizac ació ión n de los seguros. segur os. Si los riesgos ri esgos se ™J multiplican hasta el infinito y si ei individuo está solo para ha berl be rles es frente, fren te, es al indiv ind ivid iduo uo priv pr ivad ado, o, priy pr iyan anza zado do,, .a1. q.ue q.ue_le _le..co ..co rresponde asegurarse a sí mismo , si puede. El manejo de los riesgos no es ya, consecuentemente, una empresa colectiva, si^ no una estrategia individual, mientras que el porvenir de losl seguros privados está, por su lado, asegurado a través de la | multiplicación de los riesgos. Su proliferación abre un merca^ do prácticamente infinito al comercio de los seguros. La otra vía para intentar hacer frente a esta coyuntura es despejar la dimensión social de los nuevos factores de incertidumbre e interrogarse sobre las condiciones en que pueden ser enfrentados y manejados colectivamente. Pero no hay que soslayar la inmensa dificultad que presenta esta tarea en la actualidad. Es evidente en lo que atañe a lo que propuse lla mar, más que riesgos propiamente hablando, daños inéditos producidos por el modo actualmente prevaleciente de desa rrollo económico v social. Pese a una concientización crecien te de los perjuicios de una mundialización salvaje (véase la audiencia de las las diferentes corrientes que militan por po r una “ altermundi term undializac alización” ión” ), estamos estamos lejos de de haber encontra enco ntrado do el ti po de instancias internacionales diferentes en su espíritu del FMI, del Banco Mundial y de la OMC, que podría inspirar una administración de los intercambios internacionales respe tuosa de las exigencias ecológicas y sociales que habría que imponer impon er a escala escala planetaria.8 La complejid com plejidad ad de esto estoss prob pr oble le 8.
En el seno de los grandes organismos internacionales, sin duda la Or-
84
ROBER T CASTEL CASTEL
mas hace que sea imposible pretender tratarlos aquí, aunque se inscriben también en una problemática renovada de las protecciones que hoy habría que promover. Pero, también pa ra los riesgos sociales clásicos, se ha señalado hasta qué pun to los colectivos protectores que habían posibilitado su mane jo j o en el mar m arco co de la socie so cieda dadd salaria salariall estaban prof p rofund undame amente nte convulsionados. Esta situación parece ampliamente irreversi ble. No se volverá hacia atrás por una simple restauración de las regulaciones colectivas anteriores, porque éstas correspon dían a Ías formas, ellas mismas colectivas, de la producción del capitalismo industrial y a su administración en el marco del Estado-nación. Se trata una vez más de ia mutación actual del capitalismo, pasando por la mundialización de los ínter-__ cambios y la exacerbación de la competencia, que impone es tas,form fo rmas as de descol des colect ectivi ivizac zación ión y una una movilida movil idadd generalizada, generalizada, de..la fuerza de trabajo primero, pero también de amplios sec^ tares de la sociedad. La postura que corresponde adoptar no es subestimar estas transformaciones sino plantearse ia cues tión, y no es fácil saber qué formas de protección serían com patibles con la fuerte perturbaciónjde las fuerzas productivas y de Los modos de producción a la que estamos asistiendo. Una s e g ú n razón razón de fondo fondo impid impidee consi considera derarr la cr criisis actual de las protecciones como una peripecia accidental o provisoria. La construcción de las protecciones ha producido igualmente una transformación esencial, también irreversible, del status del individuo. La paradoja, subrayada entre otros por Marcel Gauchet, es que eí dominio creciente del Estado social, ai procurar al individuo protecciones colecti
ganización Internacional del Trabajo (OIT) es actualmente la primera en manifestar esta preocupación. Desgraciadamente, su poder de intervención no es comparable al que ejerce el FMI, por ejemplo.
U N A N U E V A P R O B L E M Á T I C A D EL R IE SG O
85
vas consistentes, ha actuado como un poderoso factor de in-''¡ dividualización. “El seguro_de asistencia”9 dispuesto por el] el ] Estado libera al individuo de su dependencia respecto de to das las comunidades intermediarias .que_le_prQCuraban..Ío.q.ue propuse denominar “ protecciones..de,pro proteccion es..de,proximida ximidad” d” . El ind indiv ivii-JJ dúo se vuelve vuelve así, así, al al menos tendenciaimente, “ liberado ” en relación con ellas, mientras que el Estado.se tornó su princi pa!. sostén, es decir, su principal proveedor de protecciones. Cuando estas protecciones se resquebrajan, este individuo se vuelve a la vez frágil y exigente, porque está habituado a la seguridad y corroído por el miedo a perderla. No es exagera do decir que ia necesidad de protección forma parte de la “naturaiezal’ sociaLdeLhombre,contemporáneo, como si el estado de seguridad se hubiera vuelto una segunda naturale za, e incluso el estado nat.uraLdel,hom.bre--^-^al. Es la posi ción contraria de la representada por Hobbes a comienzos de la modernidad. Pero esta inversión ha sido posible porque el Estado organizó sistemas que brindaban seguridad, que se impusieron progresivamente hasta ser completamente inte riorizados por el individuo. En suma, porque el Estado, bajo la forma del Estado nacional-social, había logrado cumplir globalmente su misión. Se ha vuelto natural estar protegido, lo que significa también que se ha vuelto natural reivindicar que el Estado asegure la protección. Pero es en ese momento cuando se fragilizan las protecciones de una manera que pa rece irreversible. .
9. M arcel Gaucher, “ La société d ’insécur ité” , en j . DonzeJor (dir.), Face á l’exclusión: le modéle francais , París, Seuil, 1991. Como ya io había visto perfectamente Durkheim, a quien se le reprocha injustamente haber sofoca do ai individuo bajo ias coerciones colectivas: “La verdad es que el Estado ha sido el liberador del individuo [...]. El individualismo se ha movido al mismo ritmo que el estatismo”, en Re R e v u e p h ilo il o so p h iq u e , n° 48, 1899.
86
ROBERT CASTEL
Por ende, ciertamente es ingenuo pretender mantener_ o restaurar el statu quo de las protecciones anteriores, y ése. es ei.reproche que ios modernistas dirigen con buena conciencia, de manera recurrente, a los “ nostálgicos del pasado” . Pero al menos es igualmente ingenuo pretender que la abolición de estas protecciones “ liberaría” a un individuo que no esperaría sino esta ocasión para desplegar por fin todas sus potenciali dades. Es la ingenuidad de la ideología neoliberal dominante. Omite tener en cuenta el heclu)_esencml de que el individuo, contemporáneo ha sido profundamente modelado por las re gulaciones estatales. No se sostiene solo, digamos, porque es tá como transfundido y atravesado por los sistemas colectivos de producción de seguridad montados por el Estado social. Salvo que se preconice el retorno al estado de naturaleza, es decir, a un estado de inseguridad total, el cuestionamiento de las protecciones no puede conducir a su supresión, sino más bien a su reorganización en ia nueva coyuntura.
C a pít u l o 5
¿CÓM O COMBATIR LA INSEGÜRIDÁD SOCIAL?
¿En qué podría consistir tal reorganización? ¿Cómo re componer protecciones que impondrían principios de estabili dad y dispositivos de seguridad en un mundo nuevamente confrontado con la incertidumbre del mañana? Indudable mente, se trata del gran desafío que tenemos hoy, y no es se guro que podamos resolverlo. No pretendemos aportar aquí respuestas minuciosas a estas preguntas, que invitan más a la búsqueda de nuevas fórmulas que a aportar o concluir en cer tezas. Pero se puede intentar precisar los temas que recubren ateniéndonos a los dos principales sectores que se han anali zado hasta aquí, el de 1a protección social propiamente dicha y el de las acciones destinadas a dar seguridad a las situacio nes de trabajo y a ias trayectorias profesionales.1 1. He de reco rdar que, para ser exhaustivo, habría que integrar una re flexión sobre los servicios púb licos, parte m porta n te jle la ,prgpiedad,.s.O-Cial. El ejemplo dei derrumbe reciente de la Argentina ilustra a contrario la im portancia de esta temática. La inseguridad social en la cual ha caído ese país no se debe solamente al aumento de una pobreza de masas, a la precarización de las situaciones sociales, incluidas las clases medias, o a una reduc ción drástica de las prestaciones sociales. Es también la consecuencia dei de-
88
ROBERT CASTEL
Reconfigurar las protecciones sociales
Veamos pues en primer lugar el terreno de la protección social propiamente dicha, que corresponde a lo que se llama en Francia la segundad social (seguros de enfermedad, invali dez, accidentes de trabajo, vejez, desempleo, subsidios fami liares y ayuda social), a la que se han agregado desde comienzos_de la década de 1980 diversas políticas de inserción y de “ lucha contra las exclusiones” . Las transformaciones que se observan desde hace unos veinte años no tomaron el carácter de una revolución brutal. El sistema sigue estando ampiiam_ente dominado por los seguros ligados al rabajo y financiados por medio de cotizaciones recaudadas sobre el trabajo.. Sin embargo, aparecieron dificultades crecientes y nuevos planteos que, cuestionan la hegemonía de este modo de pro tección. En primer lugar, bloqueo financiero. El desempleo masivo y la precarización de las relaciones de trabajo, por un lado, y la reducción de la población activa por razones demográficas y la extensión de la esperanza de vida, por el otro, desestabilizan profundamente el financiamiento dei sistema. Como di ce Denis Olivennes, el riesgo sería que pronto una minoría de activos tenga que aportar para asegurar a una mayoría de_ inactivos.2 Pero más allá de la argumentación financiera, la
i)
'* * *
, rrumbe de los servicios púb licos en un país en vías de privatiza ción com ple ta. No puedo detenerme para explicar aquí este punto, pero la discusión de 5 los temas que intervienen en ei cuestionam iento actual de los servicios públieos se inscribiría directamente en las observaciones que siguen. 2. Véase Denis Olivennes, “ La société de transferí” , en Le D ébat , n° 69, marzo-abril de 1992. Los aportes y contribuciones obligatorios efectuados a partir del trabajo representaban un 80% de los gastos de la protección so cial en 1997.
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
89
polémica atañe también al modo de funcionamiento del siste ma v a su incapacidad para hacerse cargo de todos los que es tán en ruptura con ei mundo del trabajo. La protección social clásica profundizaría así, paradójicamente, la distancia entre un público que puede seguir beneficiándose de protecciones fuertes, otorgadas de manera incondicional porque corres jionden a derechos, emanados del trabajo, y.el fluj.o.creciente de todos los que van quedando separados de esos sistemas de protecciones o no llegan a inscribirse en ellos. Entonces, más profundamente que la cuestión del financiamiento, es la es tructura misma de este tipo de protecciones, que descansa en 1a constitución de categorías homogéneas y estables de pobla ciones y que brinda sus prestaciones de una manera automá tica y anónima, lo que las haría no aptas para atender la di versidad de las situaciones y de los perfiles de individuos a la espera de protecciones. A partir de estas constataciones, desde hace unos veinte años se ha observado el desarrollo de lo que bien podría re presentar un nuevo régimen de la protección social orientado a los dejados-de-lado de ias protecciones clásicas. Se ha ido organizando progresivamente en los márgenes del sistema a^ través de la promoción de medidas sucesivas: multiplicación j de las prestaciones mínimas sociales condicionadas a los re-i cursos o ingresos (nulos o muy reducidos) de los beneficia-1 rios, desarrollo de políticas locales de inserción y de políticas 1 de la ciudad, de dispositivos de ayuda para el empleo, de so- | corro a los que menos tienen y de “lucha contra la exclu - Jsión” . Estas disposiciones no obedecieron a un plan de con junto, pero sin embargo parecen esbozar un nuevo referente de protección muy diferente del de la propiedad sociaL.car.acr„, terizada por la hegemonía de las protecciones incondicionales fundadas en el trabajo. Bruno Palier sintetiza la oposición de los dos registros de la siguiente manera:
90
ROBERT CASTEL
Apertura generalizada e igualitaria versus objetivos v discri minación positiva; prestaciones uniformes versus definición de las prestaciones a partir de necesid_ades_sociales; sectores separaxbas„u.ms_de,Otros (enfermedad, accidentes de trabajo, vejez, familia) versus tratamiento transversal del conjunto de los pro blemas sociales experimentados por una misma persona; admi nistraciones centralizadas para la gestión de un riesgo o de un problema versus gestión particípativa sobre la base de relaciones contractuales con el conjunto de los actores (administrativos, políticos, asociativos, económicos) suceptibles de intervenir; “ ad ministración de gestión” versus “ administración de misión” ; “centralización y administración piramidal” versus “ descentrali zación y territorialización” .3
Una consecuencia importante de estos cambios es que in troducen cierta flexibilidad en el régimen de las protecciones. En efecto, estas nuevas intervenciones sociales se caracterizan por su diversificación, porque supuestamente se ajustan a la especificidad de los problemas de las poblaciones de las que se hacen cargo y, en última instancia, a una individualización de su implementación. Dos términos ausentes del vocabulario de la protección clásica ocupan un lugar estratégico en estas nuevas operaciones: el contrato v el provecto. La organización.-del, ingreso mínimo de reinserción (RMI en sus siglas en francés) a partir de 1988, por ejemplo, ejemplifica muy_bien el espíritu de este nuevo régimen de protecciones. Su obten ción depende en principio de la puesta en marcha de un “contrato de inserción” por e! cual el beneficiario se compromete a ia realización de un proyecto. El contenido de este proyecto está definido a partir de la situación particular del beneficia rio y de las dificultades que le son propias. Asimismo, las po-
3. Bruno Palier, Gouv erner la sécun té soctale, París, PUF, 2002, pág. 3.
¿CÓ MO COMBA TIR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
91
líricas territoriales que se implementaron en los barrios desfa vorecidos en nombre de la inserción a partir de comienzos de la. década de 19S0..y que culminan hoy .en.la ,.í'p.olírica...deJa ciudad” se apoyan en proyectos locales, que implican la mo vilización de los habitantes y de los diferentes sectores de la comunidad. Esta tendencia a la implicación personalizada de los usuarios inspira también cada vez más las políticas de lu cha contra el desempleo (véase la instauración reciente del PARE," que suscita -impone- la participación activa de los desempleados en la búsqueda de empleo). En todos estos nue vos procedimientos se trata de pasar del consumo pasivo de prestaciones sociales brindadas de modo automático e incon dicional a_una.movilización de los beneficiarios que deben participar en su rehabilitación., “Activación de los gastos pa sivos” , como se dice, pero que pasa también por una activa ción de las personas involucradas. Estas transformaciones obedecen así a una lógica de con junto. Se trata de políticas Que tienden a la individualización de las protecciones, en correspondencia con la gran transformación social que se Jria descripto, atravesada también ella por procesos de descolectivización o de reíndividualización. En este sentido, se piresentan como una respuesta a la crisis del Estado social cuyo funcionamiento centralizado, administradpr de reglas universales y anónimas, se revelaría madaptado en un universojcada^ yez_más diversificado y móvil. La nueva economía de las protecciones exige, se dirá, que se vuelva, más allá de la estatización de lo social, a una conside ración de estas situaciones particulares x en.últirna instajiQia de jos, indiyid.uos singulares.
* PARE, sigla de Plan d ’Aid e au Retour á l’Emploi (Plan de Ayuda para el Retorno al Empleo) (n. del t.).
92
ROBERT CASTEL
Empero, ese desplazamiento tiene jin costo que podemos preguntarnos si no es demasiado elevado al menos por dos razones. En primer lugar, llevado al límite implica un recentramiento de las protecciones sobre ias poblaciones ubicadas fuera del régimen común porque sufren de una desventaja o discapacidad entendidas en el sentido amplio de la palabra: situaciones de gran pobreza; déficit diversos, físicos, psíquicos o sociales; “ inempleabilidad” , etc. Protección significaría aquí tomar, .a„.cargo a los caídos en desgracia. Pero llamar a estas nuevas medidas “ discriminación positiva” no basta para bo rrar la. estigmatización negativa que siempre se vinculó con ^gste tipo de medidas. | Sin embargo, se dirá, estas nuevas protecciones rompen la I tradición desresponsabilizante de ia asistencia en la medida I en que promueven una movilización de los beneficiarios que l?.5pjxincitadps a volver a hacerse cargo de sí mismos. De he cho, el contrato de inserción del RMI, por ejemplo, represen ta justamente una disposición original y seductora, ya que apela a la participación del beneficiario que será acompaña do y ayudado para cumplir con su propio proyecto. Pero es tas intenciones respetables subestiman la dificultad y con fre cuencia el irrealismo que hay en apelar a los recursos del individuo, tratándose de individuos que carecen precisamen te de recursos. Es paradójico que a través de estas diferentes medidas de activación se pida mucho a quienes tienen poco -y a menudo más que a los que tienen mucho-. Por lo tanto, no hay que sorprenderse de que el éxito efectivo de estas em presas sea más bien la excepción que la regla. Así, los múlti ples informes de evaluación del RMI muestran que más de la mitad de ¡os beneficiarios. no obtienen ningún contrato, y que en la mayor parte de los casos, el RMI sirve sobre todo de “ bocanada de oxígeno que mejora marginalmente las con^. diciones de vida Je los beneficianos sin poder transformar
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
93
las” ,4 y que solamente en el 10 al 15% de los casos se llega a una “ inserción laboral” , es decir, a ia obtención de un em pleo estable o las más de las veces precario. De la misma ma nera, las políticas de inserción territorial dan resultados muy pálidos jdesde el punto de vista de la participación efectiva de los usuarios.J Estas constataciones no entrañan ninguna condena de es tas tentativas de inventar nuevas protecciones. Por el contra rio, sin estas medidas la situación de las diferentes categorías de víctimas de la crisis de la sociedad salarial habría estado todavía más degradada. Entonces se puede -y en mi opinión se debe—defender el RMI, las políticas de la ciudad y las pres taciones mínimas sociales (condicionadas a los recursos de los beneficiarios), aunque cabe interrogarse por su alcance. Des de este punto de vista, está fuera de discusión que, tal como están implementadas hoy en día, puedan representar una al ternativa global a las protecciones anteriormente elaboradas contra los principales riesgos sociales, salvo que se convalide una fantástica regresión de la problemática de las proteccio nes: .reducir la protección social a una ayuda, a menudo de mediocre calidad, reservada a ios más desfavorecidos. A decir verdad, nadie defiende, indudablemente, esta posi ción en su forma extrema. Si el sistema de las protecciones
4. L e R M I a Vép reu ve des fa it s , París, Syros, 1991, pág. 63. 5. Véase por ejemplo É valu ation de la p olitiq u e de la ville , París, Délégation intermimstérielle de la ville, 1993, caps. I y II. Para un balance más bien pesimista sobre la “ ciudadanía lo ca l” , véase C. Jacquier, “ La citoyenneté urbaine dans les quam ers eu ropéens” , en J. Román {dir.), Ville, exclu sión et citoyennezé. Entretiens de la ville , II, París, Editions Esprir, 1993. Pa ra una actualización de la cuestión presente y una comparación con la situación en Estados Unidos, véase J. Donzelot, C. Mevel, A. Wyvekens, Fai te société, París, Seuil, 2003.
ROBERT CASTEL
94
“ se sostiene” aún hoy es porque amplios bloques, los más exr tensos, permanecen dominados por las coberturas de seguros brindadas sin tener en cuenta las condiciones de recursos de los beneficiarios.6 Pero esto significa que estas nuevas medi das np..CQnsig.uie,ron superar Ja .dualización, que a menudo se , le reprocha instaurar a la protección clásica, entre coberturas | contra los riesgos sociales que siguen siendo eficaces en la me| dida en que están vinculadas a-condiciones,estables de traba| jo,..,y un abanico de ayudas más o menos, circunstanciales co1 rrespondientes a la diversidad de las situaciones de privación I social. Lo que sucedió a Ío largo de estos últimos veinte años es de hecho una transformación profunda, en el sentido de una degradación, de la concepción de la solidaridad. En últi ma instancia, ya no se trataría de proteger colectivamente el conjunto de los miembros de ia sociedad contra los principa les riesgos sociales. Los gastos de solidaridad, de los que el Estado seguiría siendo responsable, se dirigirían preferente-, niexil£-.ai.sector..xe5Ídual, de. ]a„ v^ida social poblado por “ los más ..desprotegidos y carentes” . Estar protegido significaría entonces estar provisto apenas del mínimo de recursos nece sario para sobrevivir en una sociedad que limitaría sus ambi ciones a asegurar un servicio mínimo contra las formas extre mas de la privación. Semejante dicotomía en el régimen de protecciones sería ruinosa_para la cohesión social.7
6.
La cantidad de beneficiarios de ias prestaciones mínimas sociales, en progresión constante, no representa, sin embargo, más que un porcentaje apenas superior al 1 0 % de la población francesa. 7. De hecho, este dualismo entre protecciones fuertes e incondicionales construidas a parar del trabajo y ayudas dirigidas a poblaciones alejáHas del mercadq^delem£l_eo_es demasiado esquemático, pues por el lado de las pro tecciones basadas en el seguro también se ejercen fuertes presiones en el sen tido de su diversificación en función de los recursos de los beneficiarios. Pa-
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
95
No es fácil decir cómo se la podría superar. Pero una pri mera razón del carácter profundamente insatisfactorio de la situación actual se debe a la fragmentación de las nuevas me didas que..se fueron tomando por separado desde hace unos veinte, añas y. que ,o bien sg,,supetp.QnenJ.Q..bien dejan subsistir zonas grises, que son zonas de ausencia de derecho. Un pri^mer tipo de reformas sería asegurar una continuidad de los derechos más allá de la diversidad de las situaciones genera doras no....sólo. de...pcrjuicips materiales sino también de dis continuidades en ia distribución de las prestaciones y de la arbitrariedad en su atribución: que un régimen homogéneo 'de derechos cubra. el campo de la protección que no Hepende de ja s coberturas^ colectivas de seguro es una propuesta que tiene el mérito del realismo, cuyo costo financiero sería muy razonable, y las dificultades técnicas de aplicación totalmen te superables.8
rece que nos orientamos hacia una reconfiguración del régimen de las pro tecciones en tres polos, o a tres velocidades:_ protecciones dependientes de la “solidaridad nacional” financiadas pO£_el impuesto y que garantizan, según la lógica de la asi\stenda1^regjrsos^x_coberturas mínimas a las poblaciones iQásjijsfavqreddas (ejemplo, la cobertura médica generalizada y las presta ciones mínimas sociales); protecciones de seguro básicas que se siguen cons truyendo a .partir de} empleoTpero e,en .disminución de los riesgos cubiertos y/o del umbral de su responsabilización (ejemplo, la reducción de los riesgos de salud y/o de sus tasas de cobertura directamente cubiertos por la seguri dad social); seguros complementarios privados cada vez más extendidos que tienen que ver con la elección de los individuos y que son financiados por ellos (ejemplo, la evolución de los regímenes de jubilación en el sentido de . . . . su capitalizac ión al men os parcial). En un segundo plan o se esboza_el pasaje | de un Estado social universa lista^ un Estado social que fun ciona ele acuer- S do con el principio de discriminación “j»osmva” . Ai respecto, véase Nicolás I D u fo u rc q ,“ Vers un Etat-providence sélectif” , en Espnz, diciembre de 1994. 8 . Véanse las preconizaciones de Jean-Michel Belorgey en este sentido
96
ROBERT CASTEL
Una segunda cuestión, más difícil y más ambiciosa, consis te en interrogarse sobre la naturaleza y la consistencia de esos nuevos derechos. Es un viejo debate que siempre se planteó respecto del derecho a la asistencia [droit au secours ]. Que al gunas acciones, asistenciales tengan su fundamento en el dergchoj^es el caso en Francia desde las leyes de asistencia de la III República) no obsta para que su acceso esté subordinado a una evaluación del beneficiario., quien debe justificar que padece necesidades.para recibir el beneficio. Además, las presta ciones así distribuidas siempre deben ser inferiores a las que se aseguran por el trabajo (la less eligibility de los anglosajo nes). Alexis de Tocqueville -que no era precisamente un de fensor del Estado social, y que incluso escribió esas líneas contra la “ caridad legal” de los ingleses—subraya con énfasis la diferencia entre dos tipos de derechos: “ Se les confiere a los hombres derechos ordinarios en función de algunas ventajas adquiridas respecto de sus semejantes. Este -Tocqueville hace referencia al derecho a la asistencia- se concede en razón de una inferioridad, la cual resulta así legalizada” .9 Los “ dere chos ordinarios” son los derechos ligados a la ciudadanía. Snn. “ordinarios” porque son comunes, no discriminatorios, y otorgan igual dignidad a todos ios sujetos de derecho. Es el caso, de los derechos civiles y políticos en una democracia: est.án„en.el.fundamento_de..Ia„ciudadanía. ¿El derecho a la asistencia puede fundar una ciudadanía social? No si es “concedido en razón de una inferioridad, la cual resulta así legalizada” . Una vía para superar esta vieja
(Jean-Michel BeJorgey et al., R efonder ¡a prote ct io n sociale, París, La Découvenre, 2 0 0 1 ). Alexis de Tocque ville, M ém oire sur le paup énsm e, Académie de Cher9. bourg, 2 834.
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
97
aporía podría ser la profundización de las políticas de inser ción. Se ha destacado el carácter ambiguo y más bien decep cionante de las realizaciones llevadas a_cabo hasta el presente bato.este rótuio. Pero es también porque han instrumentado una ve,rsión trunca de la noción. Si, como lo proclama el ar tículo I o de ia ley que instituye el RM I, “ la inserción social y profesional de las personas con dificultades es un imperativo nacional” , s.u_reaiizaci.ón.implicaría.,.una..mo.vilizació.n.,efe.ctiva. si no.de toda la nación ai menos de una amplia gama de participantes, mucho más allá de los sectores sociales que in tervienen y de los representantes del mundo asociativo:, responsables políticos y administrativos, mundo de la empresa. Ello sucede muy pocas veces, y el tratamiento sectorial de la problemática de la inserción, principalmente dejada en manos de los profesionales . . d e j o social, limitó mucho su alcan ce. La-idea de un...acompañamíenta-efecti.vo..de-las-personas con dificultades para ayudarlas a salir de su estado es una propuesta exigente. En relación con la administración .clásica. _de_la_ asístencia,_presenta la ventaja de dirigirse, a .la. persona j a partir de la especificidad de su situación y de las necesida- j des que le son propias. Pero no debe reducirse a un sostén^ psicológico. Hasta hoy, la tendencia de los profesionales de la..inserción ha sido generalmente dar prioridad a la norma de interioridad. es decir, intentar modificar ia conducta de los individuos con dificultades incitándolos a cambiar sus re presentaciones y reforzar sus motivaciones para “salir”, co mo si fueran los principales responsables de la situación en la q,ue se encuentran.10 Pero para que el individuo pueda real mente hacer proyectos, establecer y mantener contratos con
10. Véase ei prefacio de Francois Dubet a Denis Castra, Uinsertion pro fessionn elle des pu blics précaires, París, PUF, 2003.
98
ROBERT CASTEL
tíable s, d eb.e poder, apoya rse en una base de recursos._Qhjetivos. Para.poder proyectarse en ei futuro hay que disponer en empresente de un mínimo de seguridad.11 En consecuencia, tratar sin ingenuidad como un individuo a una persona con dificultades es querer poner a su disposición esos soportes que le faltan para conducirse como un individuo pleno. So portes que no consisten solamente en recursos materiales o en acompañamiento psicológico, sino también en derechos y en je m n acimiento. social necesarios para asegurar las co ndi ciones de la independencia.12 Más allá del RMI, estas consideraciones podrían valer pa ra el conjunto de las políticas territoriales implementadas des de comienzos de la década de 1980. Esbozan lo que podría funcionar como idea reguladora para reinsertar a ios sectores que han quedado desconectados de las protecciones procura das por el trabajo, o que no consiguen inscribirse en ellas: tra tarlos no como personas asistidas sino com o miembros iguá- ' les.-.p.ro-visoriamente„.rpjiyados,..de...,las ..prerrogativas de la ciudadanía social, fijándose como objetivo prioritario procu rarles los medios, que no son sólo materiales, de recuperar esa, ciudadanía. Más en concreto, y paralelamente a la conti nuidad de los derechos ya mencionada, habría que promover
11. Podemos recordar aquí ei análisis clásico de Pierre Bourdieu sobre la imposible relación de los subproietarios argelinos con el porvenir. Véase P. Bourdieu (con A. Dabel, J.-F, Rivet, C. Seibel), Travail et travailleurs en Ai g é n e , París, Mouton, 1964. 12. Para la explicitación de esta noción de soporte concebido como la ba se de recursos necesarios para poder conducirse positivamente como un indi viduo, me permito remitir al lector a Robert Castel, Claudine Haroche, Pro p n été p n vée, p r o p n é té sa cíale, p ro p n été de sot, París, Fayard, 2000 [trad. cast.: P ropie dad pr ivad a, propie dad soc ial, propie dad de sí, Rosario, Homo Sapiens, 2002].
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
99
una continuidad y una sinersización de Jasa rá eticas que apuntan a la reintegración de los sectores con dificultades. Así se pueden concebir verdaderos c(^xih¿o.s_^deJnsercí^T ,13 especie de agencias públicas que reagruparían, con financiamientos propios v su poder de decisión, las diferentes instan cias actualm ei^ de facilitar la ayuda al empleo y de luchar contra la segregación social, la pobreza y la exclu sión. De este modo estarían centralizabas, pero en un nivel lo cal, bajo un poder unificado de decisión y de financiamiento, los diferentes .tipos de actores participantes que ahora .están implicados en forma.dispersa en la recalificación de las perso nas con dificultades. Semejante dispositivo no resolvería sin duda todos los problemas que nos plantea la presencia de po blaciones duraderamente alejadas del mercado laboral, pero representaría con toda seguridad un. axancgjde£Ísiv.o para re lanzar una dinámica de inserción capaz de culminar enjsu reintegración en el régimen común.14
13. Acerca del funcionamiento de ias actuales comisiones locales de in serción del RMI y sus deficiencias, véase Isabelle Astier, Revenu mtn tm um et souci d’insertion, París, Desclée de Brouwer, 1997. 14. Sobre esta con cep ción de la inserción por una “ vía estrecha” , pero necesaria para promover políticas sociales activas, véase también P. Rosanvaiion, La nouv elle question so ciale , París, Seuii, 1995, cap. 6 [trad. cast.: La nueva cu estión so cial , Buenos Aíres, Manantial, 1995]. Existe teórica mente otra posibilidad de superar_elj:arácter estigmatizante del derecho a la asistencia. Sería conceder de derecho, íncondicionalmente y a todo el mun do, un ingreso de existencia. Esta posibilidad abre un debate complejo, so bre todo en razón de la diversidad de las versiones propuestas por los de fensores de esta opción: subsidio universal, ingreso de ciudadanía, ingreso de existencia, ingreso social garantizado, etc. Para resumir esquemáticamen te ia posición que se desprende de esta reflexión sobre las exigencias míni mas de una política de protecciones: en la mayoría de las versiones precomzadas, la instauración de un ingreso mínimo tendría por efecto, más bien,
100
ROBERT CASTEL
De manera más general, se ha insistido en que el conjunto de los dispositivos de protección social hoy parece atravesado por una tendencia a la individualización, o a la personaliza ción. que apunta a vincular el otorgamiento de una prestación con la consideración de la situación específica y la conducta personal de los beneficiarios. Un modelo contractual de intercambios recíprocos entre demandantes y proveedores de recursos sustituiría así en última instancia el status incondi-
agravar la situación y tornar irreversible la degradación del mercado del empleo. En efecto, proponen un mediocre ingreso de subsistencia, insufi ciente para llevar una vida decente, y que debería completarse a cualquier precio -en particular aceptando un trabajo bajo cualesquiera condiciones-, ¡Al separar completamente trabajo y protecciones, el ingreso mínimo “libe ra ” así el me rcad o de trabajo y representa la única contrapartida “ socia l” , anhelada por otra parte por los ultraliberales tales como Miltbñ~Fneclriian, al despliegue de un liberalismo salvaje. Invalida al mismo tiempo todos los esfuerzos de las políticas activas de inserción para asegurar un retorno ai mercado laboral ordinario. Las cosas podrían ser diferentes si se tratara de un jng res o “ suficiente” , para retomar la expresión de André Gorz , quien adhirió a esta opción después de haberla combatido enérgicamente ( M is ére du présent, nchesses des possibles, París, Galilée, 1997. [trad. cast.: M is e rias del presente, riquezas de lo posible, Buenos Aires, Paidós, 1998], es de cir, una prestación suficiente para asegurar la independencia social de los beneficiarios. Sin duda habría que IiíiFaHa^~sTeñHo^íío3estó"s, alrededor”3el SMIC: un SMIC para todos los ciudadanos, sin ninguna contrapartida de trabajo. A un teniendo en cuenta el hecho de que este subsidio economizaría otras prestaciones sociales, lo que no dejaría por otra parte de entrañar efectos perversos, no se ve cómo semejante medida podría tener la mínima_ oportunidad de imponerse políticamente en el contexto actual. Tal vez sea una utopía, pero puede haber también utopías peligrosas si desvían de la búsqueda de otras alternativas. (Sobre estas cuestiones, véase, entre otros, un número especial de la revista M ultit udes, n° 8, 2002, que, dejando de la do mi propia contribución, va en el sentido de la defensa e ilustración de es tas medidas.)
¿CÓ M O COM BAT IR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
101
cíonal dei derechohabiente.1-5 Semejante evolución puede te ner consecuencias positivas en la medida en que corrige el carácter impersonal, opaco y burocrático que caracteriza en general la distribución de prestaciones homogéneas Es la porción de verdad que contiene la consigna “reactivar los gastos pasivos” . No obstante, la lógica contractual, cuyo paradigma es el intercambio mercantil, subestima gravemente la disparidad de las situaciones entre los contratantes. Sitúa al beneficiario de una prestación en situación de demandante, como si dispusiera del poder de negociación necesario para anudar una r e la c ió n r e c iprocidad, con la instancia que dis pensa las protecciones. Ello sucede rara vez. El individuo ne cesita protecciones precisamente porque, como individuo, no dispone por sí solo de ios recursos necesarios para asegurar su independencia. Por consiguiente, endilgarle la principal responsabilidad del proceso que debe asegurarle esta independencia equivale ajxatario como a un tonto. Recurrir al dé'recho'es la única solución que se ha encon trado hasta hoypa^aíáálir de ias prácticas filantrópicas o pa ternalistas -aunque se ejerzan en instancias oficiales o por profesionales de ia ayuda social- que conducen a considerar con mayor o menor benevolencia o suspicacia la suerte de los desgraciados para apreciar si, y en qué medida, merecen real mente que se los ayude. Se puede reivindicar un derecho por que un derecho es una garantía colectiva, legalmente institui da, que más allá de ias particularidades del individuo, le reconoce el status de miembro hecho y derecho de la socie dad, por ello mismo “ derechohabiente” para participar en la propiedad social y gozar de las prerrogativas esenciaies de ia~
15. Véase Rob érr Lafore, “ D u contrat d’ insertion au droit des usagers” , Partage, n° 167. agosto-septiembre de 2003.
102
ROBERT CASTEL
ciudadanía: derecho a llevar una vida decente, recibir aten ción médica, tener vivienda, ser reconocido en su dignidad... Las condiciones de aplicación y de ejercicio de un derecho pueden negociarse, pues no se puede confundir la universali dad de un derecho y la uniformidad de su puesta en práctica. Pero un derecho como tal no se negocia, se res_peta. Por lo tanto, podemos aplaudir los esfuerzos realizados para reorga nizar la protección social^ a_ fin de acercarla a las situaciones concretas y las necesidades de los usuarios, pero hay una lí nea roja que no se debe franquear. Es la que confundiría el derecho a estar protegido con un intercambio de tipo mercantil, que subordina el acceso a las prestaciones únicamente a, los méritos de los beneficiarios o, incluso, ai carácter más o menos patético de la situación en la cual se_hallan. Hay que recordar con firmeza que la protección social no es solamente el otorgamiento de ayudas en favor de k>s más desamparados, para evitarles una caída total. En el sentido fuerte de la pala bra, es la condición de base para que todos puedan seguir perteneciendo a una sociedad de semejantes.
D a r seg u r i d a d a l t r a ba j o
El segundo gran capítulo para intentar reorganizar hoy en día las protecciones sociales es el de dar seguridad a las situa ciones laborales y a las trayectorias profesionales. Para ello, conviene partir de un diagnóstico tan preciso como posible de la situación actual. En la sociedad salarial se podía hablar inequívocamente de ciudadanía social en ia medida en que los derechosJncondicionales (“ derechos ordinarios” , para hablar como Tocqueville) estaban asociados a la_situación profesio nal. El estatuto del e rnp le o constituí a ía base de esa ciudada nía v aseguraba una asociación fuerte de derechos-proteccio
¿CÓ M O COM BATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
103
nes (derecho laboral y protección social). Desde la “ gran transformación” que comienza en ía década de 1970 asisti mos, esforzándonos por calibrar muy bien el sentido de las palabras, a un debilitamiento de esta asociación. Un debilita miento, o una erosión, y^ji£UJSLJÍ£XXMmbe, como pretenden ciertos discursos catastrofístas que llevan al límite, y a veces ^ hasta el absurdo, el proceso de degradación de las situaciones laborales y de las protecciones asociadas al trabajo.16 Frente a lo que se presenta a veces como un campo de ruinas, hay que recordar algunas evidencias: aunque sean frágiles v estén amenazadas, estamos todavía en una sociedad rodeada y atravesada por protecciones (véase el derecho laboral, la se guridad social); aunque la relación con el empleo se hava vuelto cada vez más problemática, el trabajo conserva su centralidad (lo cual incluye, y quizás en primerísimo lugar, a aquellos que lo han perdido o sobre quienes pende la amena za de perderlo; véanse ias investigaciones sobre los desocupa dos y los precarízados); aunque ya no sea cuasihegemónica, la relación trabajo-protecciones sigue siendo determinante (cer ca del 90% de la población francesa, contando los “derechohabientes” , está “ cubierta” a partir del trabajo, incluidos los que están situados fuera del trabajo, como los jubilados y en parte los desempleados). Por consiguiente, alrededor del empleo sigue articulándose una parte esencial del destino social, de .la ..gran, mayoría .deja población. Pero la diferencia en relación con el período ante-
16.
Véase por ejemplo A. Gorz, M iser ia s del presen te , ri quez as de lo p o sible, op. cit., Viviane Forrester, U b o r r e u r é c o n o m i q u e , París, Favard, 1996 [trad. cast.: El h orror e c o n ó m ic o , Buenos Aires, FCE, 1998], así como todos ios profetas del fin del trabajo que parecían tener viento en popa hace algunos años, pero cuya audiencia parece hoy felizmente empañada.
10 4
ROBERT CASTEL
rior -que es enorme- radica en que, si bien el trabajo no ha perdido su importancia , ha perdido mucho de su consistencia , de la cual extraía io esencial de su poder protector. La movili dad generalizada impuesta a las situaciones laborales y las trayectorias profesionales (véase ei capítulo anterior) sitúa la incertidumbre en el centro del porvenir en el mundo laboral. Si se toma en serio esta transformación, da ía medida del de safío que hoy debe afrontarse: ¿es posible asociar nuevas pro tecciones a esas situaciones laborales caracterizadas por su hipermovilidad? Me parece que la vía regia a explorar es la de 1 búsqueda de nuevos derechos capaces de dar seguridad en | esas situaciones aleatorias y asegurar las trayectorias marca s-das por ia discontinuidad. Desde esta óptica, en la actualidad hay que volver a exa minar el estatuto del empleo. En la sociedad salarial, las ga rantías con las que se beneficia el trabajador están vincula das a las características y a la permanencia del empleo. El trabajador “ocupa” un empleo y recibe de él, a ia vez, obli gaciones y protecciones. Esta situación está en corresponden cia con la permanencia de las condiciones laborales en el tiempo (hegemonía de los contratos efectivos [contrato de duración indeterminada, CDíj) y de la definición de las ta reas que implicaban (grillas de calificación estrictamente de finidas, homogeneidad de las categorías profesionales y de los salarios, estabilidad de los puestos de trabajo, gestión permanente de las carreras...). Había un estatuto del empleo que escapaba ampliamente a ías fluctuaciones del mercado y a los cambios tecnológicos, y que constituía la base estable de ía condición_salarial.1' En la actualidad asistimos cada
1 /. Para la constitución de ese estatuto del empleo y su diferencia con el contrato de trabajo de inspiración liberal, véase Alaxn Supiot, Critique du
¿COMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
105
vez más a una fragmentación de los empleos, no sólo a nivel de los contratos laborales propiamente dichos (multiplica ción de las formas llamadas “ atípícas” de contratación res pecto del empleo efectivo [CDI]), sino también a través de la flexibilización de las tareas de trabajo. De ello resulta una multiplicacrónjde situaciones de fuera-de-derecho, o de situa ciones débilmente cubiertas por el derecho, lo que Alain Supiot llama “ las zonas grises del empleo ” :18 trabajo a tiempo parcial, intermitente, trabajo “independiente” pero estrecha mente subordinado a un contratista o demandante, nuevas formas de trabajo a domicilio como el teletrabajo, tercerización o subcontratación, trabajo en red, etc. Al mismo tiem po, el desempleo aumentó y las alternancias de períodos de actividad e_inactividad se han multiplicado. Parece entonces que la estructura del empleo, en una cantidad creciente de casos, no es ya un soporte suficientemente estable garajasociarle derechos v protecciones realmente permanentes. Una respuesta a esta situación consistiría en transferir los derechos del estatuto del empleo a la personajdel trabajador. Es la idea de un estado profesional de las personas, que no se define por el ejerci cio de una profesión o de un empleo determinado, sino que en globa las diversas formas de trabajo que toda persona es capaz de cumplir durante su existencia.19
droit du travail, París, PUF, 1994. Existen por supuesto vanos estatutos del empleo, y los de la función pública son los más protegidos sin duda. Sin em bargo, todos los empleos clásicos, incluso en el sector privado, son empleos con estatuto, amparados por el derecho laboral y la protección social. 18. Alain Supiot, Au-delá de l’ emploz, París, Flammarion, 1999, 19. Ibid., pág 89.
106
ROBERT CASTEL
De este modo se restablecería una continuidad de los derechos a través de la discontinuidad de las trayectorias profe sionales., lo gue incluiría también los peno3os~de‘"mterrupciónjiel trabajo (desempleo, pero también interrupciones del trabajo para la formación o por razones personales o fami liares). Se objetará tal vez que semejante desplazamiento plantea ría muchos problemas que no es capaz de resolver. Supone, en efecto, que el trabajador dispone de “ derechos de extracción” [droits de tirage] que utilizaría para “cubrir” los diferentes períodos de su trayectoria. ¿Cómo se alimentaría semejante provisión, por quién sería administrada, con qué garantías, cómo imponerla a las diferentes organizaciones sociales re presentativas, cuál sería el papel del Estado en esta configura ción? Preguntas que hoy están abiertas, de modo que se trata de un tema que aún queda por descifrar. Además, se plantea la cuestión de saber si ese nuevo estatuto profesional de las personas debería concernir a las “zonas grises del empleo” que no están cubiertas por los_estatutos clásicos o lo están imperfecta mente, o bien si debería haber una ambición de reestructurar completamente el conjunto de ias protecciones vinculadas a todas las formas de trabajo. Cuestión esencial porque, en la primera hipótesis, se completa un sistema de protecciones ya dado en sus grandes lincamientos para exten der la seguridad a las zonas de ausencia de derecho, mientras que en la segunda se lo refunda enteramente sobre nuevas ba ses. Lo cual equivale entonces a renunciar por completo al es tatuto clásico del empleo, aún hoy fuertemente representado no sólo en la función pública sino en numerosos núcleos esta bles del sector privado. La respuesta depende, de hecho, del diagnóstico que se haga sobre la amplitud de la crisis actual del empleo. Es indiscutible que ia relación de trabajo -llama da “ fordista” - , edificada sobre la base de la gran industria, y
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
107
cuya expansión correspondió al desarrollo del capitalismo in dustrial, está profundamente descompuesta. Pero, ¿se debe asimilar la totalidad de ios estatutos del empleo a la relación salarial “ íordista” ?20 Sea cual fuere la respuesta que se dé a esta pregunta, es in discutible que amplios sectores del empleo ya .pasaron.,de un ..■régimen estable a lo que se puede llamar un régimen transicional que conlleva cambios de orientación, bifurcaciones, pe ríodos de interrupción y a veces .rupturas. La movilidad del empleo acarrea de..ahora en más.frecuentes pasajes, o. transi ciones. no sólo dentro de un mismo empleo sino también entre dos empleos y a veces entre empleo y pérdida de él (de sempleo). De allí surge la necesidad desorganizar esas transiciones, de disponer pasarelas entre dos estados que de este modo no se traducirían por una pérdida de recursos y una degradación del status. Es el programa de “mercados transicionales del trabajo que concillarían movilidad y protec ciones” .21 Los derechos de extracción [drotts de tirage ] socia
20. Mi impresión es que se ha abusado con harta frecuencia de la expre sión “ relación salarial ford isra” para calificar el conjunto de los empleos de Ia sociedad salarial cuya gama es muy amplia, desde el obrero no calificado hasta el ejecutivo, desde el empleado del sector privado hasta_el funcionario. Esta observación tiene mucha importancia cuando uno se pregunta en qué medida hoy en día hay que ir “ más allá del em pleo” . M e parece que aún si gue habiendo muchos tipos de empleos correspondientes a lo que antes se llamaba “ of ici os ” , es decir, calificaciones profesionales estables que asegu ran la independencia social de sus poseedores. En consecuencia, habría un riesgo, al liquidar completamente el modelo del empleo, de soltar la presa por la sombra. He intentado una primera explicitación de este punto de vis ta en Rob ert Castel, “ Droit du travail: redéploiement ou refon dat ion?” , D roit social , n° 6, mayo de 1999. 21. Véase Bernard Gazier, T ous “sublimes”. Vers un nouveau plem em ploi, París, Fiammarion, 2003.
ROBERT CASTEL
108
les preconizados por el informe Supiot se inscriben en esta ló gica. Pero es posible concebir, más ampliamente, una batería de derechos a la transición [droits á transitions] abiertos a los trabajadores, que harían que una serie de etapas fuera de los empleos, pero socialmente pautadas, se conviertan en parte integrante de una carrera profesional en lugar de interrumpirla.22
Desde esta perspectiva, la formación para el cambio [forrnation au changement ] está llamada a ocupar un lugar pre ponderante. Mucho más allá de la formación permanente ac tual, se trataría de instaurar un verdadero derecho a la formación de los trabajadores, que los do_taría, a jo largo de sus recorridos, de saberes y de calificaciones necesarios para hacer frente _aJa .movilidad- Bernard Gazier observa que los daneses, que lograron mantener una situación de cuasipleno empleo en un marco de “ilexiseguridad” , como dicen, tam bién han forjado el neologismo de learnfare, asistencia me diante la formación, q,ue_se proponejreemplazar el workfare autoritario de los anglosajones, para asegurar el retorno al empleo mejorando significativamente las calificaciones de los trabajadores. Estas iniciativas no permiten aún disponer de un modelo para dar seguridad al trabajo que tenga la consistencia del empleo clásico. Pero su interés se mide en relación con la cuestión fundamental que afrontan: ¿cómo conciliar movili dad y protecciones dotando al trabafador móvil de un verda dero estatuto? Asimismo, ¿cóm o tener en cuenta la considera ble ampliación de formas nuevas de trabajo situadas por
22. Ib id pág. 162.
¿C O M O COM BATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
109
fuera del marco del empleo clásico (véanse las esperanzas que muchos sitúan en el desarrollo de un tercero o de un cuarto sector, de una economía social o de una economía solidaria, etc.) sin que se trate de dar rienda suelta a la proliferación de actividades con estatuto degradado en relación con el derecho laboral y con la protección social? La inseguridad laboral se ^ ha vuelto indudablemente -com o lo era por otra parte antes del establecimiento de la sociedad salarial- laj^ran proveedo ra. de mcertídumbre para la mayoría de los miembros de la sociedad. Se trata de saber si debe ser aceptada como un destino ineluctablemente ligado a ia hegemonía dei capitalismo de_m£r.oado. La amplitud de las desregulaciones que afectaron a ia or ganización del trabajo este último cuarto de siglo, la profun didad de las dinámicas de individualización que reconfiguran el paisaje social, no incitan a hacer gala de un optimismo exagerado. Pero no por ello hay que ceder el paso al espíritu catastrófico como si fuera la única posibilidad de lectura del porvenir. La mutación reciente del capitalismo ha. chocado de frente con el compromiso social de la sociedad salarial que, mal que bien, había equilibrado la exigencia, gobernada por el mercado, de producir al menor costo el máximo de ri quezas, y la exigencia de proteger a los trabajadores que son, tanto como el capital, ios productores de esas riquezas. Sigue abierto el interrogante de saber srise.. .tratade,.un^período. transitorio entre dos formas de equilibrio -entre el capitalis mo industrial y un nuevo capitalismo que aún no sabemos cómo calificar-,23 es decir, de un momentojde “destrucción .
23. Sobre las caracrerísncas y la naruraleza de esre “ nuevo capitalism o” , véase un estimulante debate en C. Vercelone (dir.), Sommes-nous sortis du capttalisme industríela, op. cit.
110
ROBERT CASTEL
creadora” , como diría Schumpeter, o del régimen de crucero dei capitalismo de mañana. No es para nada evidente que las formas más salvajes de instrumentalización del “ capital hu mano” sean las más adaptadas a las exigencias del nuevo modo de producción. Si el trabajador está obligado a darpruebas de flexibilidad, de polivalencia, de sentido de la res ponsabilidad, de espíritu de iniciativa y de capacidad de adaptación a los cambios, ¿puede comportarse de semejante._ modo sin un mínimo de seguridad y protecciones? ¿El traba jo está condenado a seguir siendo la principal “ variable de ajuste” para maximizar los beneficios? Se empiezan a vis lumbrar los primeros esbozos, incluso en los medios de administración empresarial y patronales, de cierta toma de con ciencia de ios efectos contrarios a la productividad del burn out de los trabajadores, como también de los efectos destruc tivos en el seno de las culturas empresariales de reestructura ciones o de modos de administración exclusivamente regidos por lógicas financieras.-4 Por otro lado, tampoco es evidente que la relación de fuerzas tan gk)balmente desfavorable para los asalariados desde hace unos veinte años en un contexto dominado por el desempleo masivo siga siendo el mismo en el futuro, entre otras, por razones demográficas.2-5 De todas formas, no se trata de profetizar de qué estará hecho ei ma ñana, sino más bien de constatar su relativa imprevisibilidad, y dependerá también de lo que hagamos o no hagamos hoy
24. Véase Daniel Cohén, N os temps m odem es , París, Flammarion, 1999 [trad. cast.: Nues tros tiem pos moder nos, Barcelona, Tusquets, 2001]. 25. A partir de 2006-2007, la población activa francesa debería perder un promedio de 300.000 trabajadores por año. Esto es lo que permite augu rar a los más optimistas un retorno al pleno empleo a fines de la década de 2010. Pero mucho deberá hacerse antes para ayudar al porvenir.
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL?
111
para intentar dominarlo. Esta coyuntura de incertidumbre no invalida la cuestión de las protecciones, sino que subraya en cambio su candente actualidad. En gran medida, sólo se po drá neutralizar el aumento de la inseguridad social si se le da, o no, seguridad al trabajo.
CONCLUSIÓN
“ ¡Que Dios lo proteja!” Esta expresión tan popular en los siglos de creencia religiosa expresaba el sentimiento entonces compartido por toda la comunidad de que, para que la cria tura humana estuviera verdaderamente protegida contra to das las contingencias de la existencia, era necesario que una Omnipotencia tutelar la tomara íntegramente en sus manos. A falta de ese fundamento absoluto de la seguridad, ahora le corresponde ai hombre social la ardua tarea de construir él mismo sus protecciones. Todo sucede, sin embargo, como si ei retiro .de un garante trascendente de la seguridad hubiera dejado subsistir, como su sombra, un^deseo absoluto de estar amparado-contra todas las incertidumbres de la existencia. La extensión de las__protecciones es un proceso histórico de larga duración,.,que corre muy parejo con el desarrollo del Estado y las exigencias de ja democracia, e indudablemente nunca es tuvo tan omnipresente como hoy. No obstante, se impone la .constatación de que estos dispositivos múltiples de protección .o mitigan-la.aspiración, a ia seguridad., sino que, por eTcon-trario, ia relanzan. Con razón o sin ella (pero esta expresión no tiene demasiado sentido pues no se trata de un cálculo ra cional), el hombre contemporáneo aparece ai menos tan ator-
114
ROBERT CASTEL
mentado por la preocupación de su seguridad como sus leja nos ancestros, a quienes, sin embargo, no les faltaban buenas razones para inquietarse por su supervivencia. Al dar cuenta de esta paradoja, la reflexión sociohistórica aquí realizada culmina en dos proposiciones complementarias, aparentemenI te contradictorias: denunciar la inflación de la preocupación 1 por la seguridad y afirmar la importancia esencial de la nece-. I sidad de protecciones. Denunciar la inflación de la preocupación por la seguridad porque esta postura disuelve al fin de cuentas la posibilidad misma de estar protegido. Instala el miedo en el centro de la existencia social, y este miedo es estéril si tiene que ver con las contingencias incontrolables que constituyen la suerte o el destino propios de toda existencia humana. Se ha enfatizado que las desviaciones recientes de la_reflexión sobre el riesgo alimentaban una mitología de la seguridad, o más bien de la inseguridad absoluta, que culmina en última instancia en una denegación de la vida. Hay que guardar en la memoria la lec ción profunda de Italo Svevo en La conciencia de Zeno: f La vida se parece un poco a la enfermedad; también ella pro jcede por crisis y por depresiones; a diferencia de las otras enfer|medades, sin embargo, la vida siempre es mortal, no soporta ningún tratamiento. Curar la vida sería obturar los orificios de nuestro organismo considerándolos como heridas. Apenas cura dos, estaríamos sofocados.
La vida es un riesgo porque lo incontrolable está inscripto en su desarrollo. Habría que.interrogarse más sobreJa in flación actual de Ja.preocupación.por la.prevención,. que.es estrictamente.correlativa de la inflación, de la preocupación po-r-ia-seguridad. Sin ninguna duda, más vale prevenir que curar, pero las tecnologías eficaces de prevención son limita
CONCLUSIÓN
115
das, y rara vez infalibles. En consecuencia, la ideología de la prevención generalizada está condenada al fracaso. Pero el deseo desesperado de erradicar el peligro que conlleva nutre una forma de angustia probablemente específica de la mo dernidad, y que es inextinguible. Sin ceder al pathos , es muy saludable recordar que ej_hombre se caracteriza por su^finitud, y saber que es mortal es para él el comienzo jde_la sabi duría. Sin embargo, rechazar el mito de una seguridad total con duce a defender simultáneamente que la propensión a estar protegido expresa una necesidad inscripta en el centro de la condición del hombre moderno. Como lo han visto perfecta mente los primeros pensadores de la modernidad, empezan do por H obbes, ía exigencia de vencer la inseguridad civil y la inseguridad social está en el origen deí pacto que funda una sociedad de individuos. Hace poco, tanto se dijo' y se escribió en Francia sobre la inseguridad civil que me atendré en este punto a lo que anticipaba anteriormente: que la bús queda de ia seguridad absoluta puede entrar en contradicción con los principios del Estado de derecho y se desliza_fácjlmente hacia una pulsión de seguridad que persigue a los sospechosos y se satisface a través de la condena de chivos e®ísajrios. El fantasma de “nuevas clases peligrosas” que constituirían ios jóvenes de los suburbios pobres ejemplifica este tipo de desviación. Pero, ia búsqueda de la seguridad ex presa una exigencia que no es solamente asunto de ios poli cías, de los jueces y del Ministerio del Interior. La segundad^ debería formar parte de los derechos sociales en la medida en \ queJa inseguridad constituye una falta grave ai pacto social. J Vivir en ia inseguridad día a día es ya no poder hacer socie dad, con sus semejantes y habitar en su entorno bajo é! signo de la amenaza y no de la acogida y el intercambio. Esta inse guridad cotidiana es tanto más injustificable cuanto que
116
ROBERT CASTEL
afecta especialmente a las personas más desguarnecidas de otros recursos en materia de ingresos, de hábitat y de las protecciones que, brinda una^situación social .segura -todas también víctimas de la inseguridad social—. Sin pronunciarse siquiera por la cuestión de las causas -¿en qué medida la in seguridad civil es la consecuencia de la inseguridad social?-, existen al menos correlaciones fuertes entre el hecho de expe rimentar cotidianamente la amenaza de la inseguridad y el de ser presa de las dificultades materiales de la existencia. Ra zón suficiente para rechazar ei angelismo y pensar que la in seguridad civii debe ser enérgicamente combatida. Pero no por cualquier medio, y no resulta nada fácil encontrar el compromiso entre seguridad pública y respeto de las liberta des públicas. Sin embargo, no cabe duda hoy en día que la inseguridad debe combatirse también v en gran medida a través de la lucba contra la inseguridad social , es decir, desarrollando y reconfigurando la? protecciones .sociales. En efecto, ¿qué es es tar protegido en una sociedad moderna? El esclavo muchas veces estaba protegido si no tenía un amo demasiado malo, y por otra parte los amos estaban interesados en procurar a sus esclavos al menos los recursos mínimos necesarios para asegurar su supervivencia. En la famiiia patriarcal, las muje res, los niños y los sirvientes estaban protegidos, y a menudo incluso el viejo servidor o la vieja servidora, cuando dejaban de ser útiles, no por ello eran abandonados. Las relaciones clientelistas, las mafias, las sectas y todas ias Gemeinscbaften tradicionales procuran potentes sistemas de protecciones, pero que se pagan con una profunda dependencia de sus miembros. Es lo que da a la declaración de Saint-Just en el momento de la Revolución su resonancia profundamente moderna:
CONCLUSIÓN
117
Brindar a todos los franceses los medios para satisfacer las primeras necesidades de la vida sin depender de otra cosa que no sean las leyes y sin dependencia mutua en el Estado civil.1
Al cabo de dos siglos de conflictos y de compromisos so ciales, ^LEstadOjJ?ajoJa_ forma^deJ^jtadojiacioi^^ bía “ brindad o” ,.más..allá “ de las primeras necesidades de la vida” , los recursos necesarios para que todos, o_cas_i todos, pudieran gozar de un mínimo de independencia. Eso es preci samente estar protegido desde el_ punto de_vista social en una sociedad.d¿ individuos: que estos individuos dispongan, por derecb o, de., las condiciones.s ocia les mínimas de su indepqn4gñí?^v.La.protección social es así la condición de posibilidad para formar lo. que he llamado, siguiendo a Léon Bourgeois, ^ 2-JiQ.QÍgd‘l-dJfisjsemejwifes: ‘ un tipo de formación social en cuyo seno nadie está excluido porque cada uno dispone de los recursos y de los derechos necesarios para mantener rela ciones de interdependencia (y no solamente de dependencia) con todos. Es una definición posible de la....ciudadanía social. Es asimismo una formulación sociológica de lo que en térmi nos políticos se denomina una democracia. Se sabe que desde hace un cuarto de sigio ese edificio de protecciones montado en el marco de la sociedad salarial se ha tis.urado, y que sigue resquebrajándose bajo los golpes propinados por la hegemonía creciente del mercado. La pro fundidad y el carácter irreversible de estas transformaciones hacen que resulte imposible mantener sanos estos dispositi vos. Pero la amplitud de los cambios señala también hasta qué punto es urgente intentar reorganizarlos en la coyuntura
1. Saint-Jusr, “ Fragments sur les institutíons républicaines” , CEuvres completes , París, C. Nodier [1831], 1984, pág. 969.
118
ROBERT CASTEL
nueva y tomarse en serio aquello a lo que conduciría su aban dono. Al no tener recetas milagrosas que proponer, me esfor cé sobre todo por precisar las líneas de fractura que hoy rediseñan la configuración de las protecciones hasta amenazar con cuestionar la posibilidad de seguir conformando una sociedad de semejantes. Para decirlo, en fin, de modo sintético, me parece que el desafío principal de la problemática de las protecciones sociales se sitúa hoy en la intersección del traba jo y del mercado. Se puede comprender a partir de la cuestión icentral que planteaba Karl Polanyi y que sigue siendo de can dente actualidad: ¿se puede (y, si sí, en qué medida y cómo) domesticar el mercado ? En efecto, como se destacó al recor dar ei rol desempeñado por la propiedad social en la cons trucción de una sociedad de seguridad, fue cierta domestica ción del mercado lo que, en gran medida, permitió vencer la inseguridad social. Y es también por supuesto cierta remercantilización del trabajo la principal responsable del alza de esta inseguridad social a través de la erosión de las protecciones que estaban ligadas al empleo, con la consiguiente deses tabilización de la condición salarial. Sin embargo, estas constataciones no deben conducir a la condena del mercado. “ Condenar el mercado” es una expresión que por otra parte no tiene estrictamente ningún sentido. Centralidad del mercado y centralidad del trabajo son las características esenciales de una modernidad en la cual siempre estamos, aunque sus relaciones se hayan transformado pro fundamente desde ..que Adam SmítlTTas afirmaFá~simuTtaneamente. Probablemente estemos asistiendo al desarrollo de experimentos sociales interesantes que se inscriben en los márgenes o en los intersticios de la_economía mercantil. Pero está descartado, y aun diría que no es deseable, que puedan representar una alternativa global a la existencia del mercado. Una sociedad sin mercado sería, en efecto, uña" "%faxiTGemeiñT-
CONCLUSIÓN
119
chaft, es decir, una manera de hacer sociedad cuya historia, tanto antigua como reciente, nos muestra que ha sido estruc turada generalmente por relaciones de dominio despiadadas o ; paternalistas de dependencia humillantes. Su primir el mercado representa una opción propiamente reac cionaria, una suerte de utopía a! revés, de la que Marx ya se j burlaba al evocar “ el mundo encantado de las relaciones feu dales” . No hay modernidad posible sin mercado. Entonces ia cuestión es saber si es posible ponerle límites a la hegemonía del mercado: controlar o canalizar el mercado. Fue lo que se hizo_en el marco de la sociedad salarial gracias a esta gran revolución silenciosa que representó ia constitución de la propiedad social, fruto de un compromiso entre ei mercado. }^_ej_trabajo bajo la égida del_Estado. Ni eTmercado ni ei trabajo ni el Estado tienen hoy la misma estructura, pero la cuestión de su articulación se plantea siempre. Al traba-^ jo devenido móvil y ai mercado devenido volátiLde,b.£JÍa co- , ¿J rresponder un Estado social devenido flexible. Un Estado % ' social flexible y activo no es una simple fórmula retórica, sino ^ la formulación de una exigencia (que no implica la certeza de su realización): más que nunca es necesaria una instancia pú blica de regulación para enmarcar la anarquía de un mercado cuyo reino sin rival culminaría en una sociedad dividida entre ganadores y perdedores, ricos y miserables, incluidos y exclui dos. Lo contrario,de una sociedad de semejantes. Enfrentar las inseguridades es combatir a la par 1a ínsegu-
una fuerte presencia del. Estado: hay que defender el Estado dje derecho. Lo mismo debería suceder para luchar contra la inseguridad social: habría que salvar el Estado social. En efecto’ n° puede existir una “ sociedad de individuos” , salvo que
/\
120
ROBERT CASTEL
estén divididos o atomizados, sin que los sistemas públicos de regulaciones impongan, en nombre de la cohesión social, la preeminencia de un garante del interés general sobre la com petencia entre los intereses privados. Esa instancia pública -más bien habría que decir esas instancias, centrales y locales, nacionales y transnacionaies- debería encontrar su modus operandi en un mundo marcado por el doble sello de la indi vidualización y de la obligación de movilidad. Es lo menos que se puede decir sobre ella, lo que no es poco, pues estamos acostumbrados a pensar los poderes del Estado a través de grandes reglamentaciones homogéneas que se ejercen en un marco nacional. Pero es quizá 1.a única respuesta ajustada, en 1a coyuntura contemporánea, a _la pregunta “ ¿ q u é es estar protegido ? ” .
OTROS TÍTULOS
Loic W a c q u a n t Las cárceles de la miseria Loic W a c q u a n t Parias urbanos M a t h ie u
P o t t e -B o n n e v il l e
Michel Foucault. ha inquietud de la historia Je a n -C l a u d e M il n e r
Las inclinaciones criminales de la Europa democrática Je a n -C l a u d e M il n e r
El judío de saber Br u n o
La t o u r
Reensamblar lo social. Una introducción a la teoría del actor-red Pie r r e R o s a n v a l l o n
La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza
Pie r r e
Bo u r d ie u
Las estructuras sociales de la economía J e a n -P a u l P lERRE
Fi t o u s s i
ROSANVALLON
La nueva era de las desigualdades PlERRE
R o s a n v a l l o n
La nueva cuestión social. Repensar el Estado providencia Be r n a r d
La h ir e
El espíritu sociológico FRANgOIS Dupuy
La fatiga de las elites: el capitalismo y sus ejecutivos A l a i n
Ba d i o u
Lógicas de los mundos El ser y el acontecimiento 2 A l a i n B a d io u
El ser y el acontecimiento A l a i n B a d i o u
El siglo A l a i n B a d i o u
Deleuze. El clamor del ser
A n a T e r e s a M a r t í n e z
Fierre Bourdieu: razones y lecciones de una práctica sociológica. Del estructuralismo genético a la sociología reflexiva F e d e r i c o Sc h u s t e r
Filosofía y métodos de las ciencias sociales M ic h e l a M a r z a n o
La pornografía o el agotamiento de'l deseo C h a r l e s T il l y
La desigualdad persistente H o m i Bh a b h a
El lugar de la cidtura R a y m o n d W il l ia n s
La política del modernismo. Contra los nuevos conformistas F r e d r i c J a m e s o n
El giro cultural. Escritos seleccionados sobre el posmodermsmo (1983-1998) P a u l V i r i l i o
El arte del motor. Aceleración y realidad virtual P a u l V i r i l i o
La velocidad de liberación
R o g e r Chartler
Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marín R o b e r t o M a n g a b e i r a Un g e r
La democracia realizada. La alternativa progresista E v e l y n F o x K e l l e r
Lenguaje y vida. Metáforas de la biología en el siglo X X R égis D e b r a y
Ei Estado seductor. Las revoluciones mediológicas del poder R égis D e b r a y
El arcaísmo posmoderno. Lo religioso en la aldea global Ja c q u e s D e r r i d a
Introducción a “El origen de la geometría” de Husserl Ja c q u e s D e r r i d a
El rnonolingüismo del otro, o la prótesis de origen Je a n -C l a u d e M il n e r
La obra clara. Lacan, la ciencia y la filosofía