CRIMINALIDAD VIOLENTA/DROGAS ILICITAS: UNA MIRADA DESDE LA CRIMINOLOGIA Introducción A sólo tres años del fin de siglo, el tema de la violencia se ha convertido en un área prioritaria de preocupación de los gobiernos y de la opinión pública, tal como puede observarse en el espacio que los medios de comunicación le dedican desde diferentes perspectivas. Por Por otra parte, cada vez más se establece una conexión cronológica con el indiscutible incremento del negocio de las drogas ilícitas, dando lugar a una serie de confusas percepciones de temor frente a un fenómeno que se concibe como "el imperio del mal." Ante esta situación en el presente trabajo se abordará la conexión criminalidad violenta/drogas ilícitas desde la perspectiva criminológica, concebida como el estudio de las diferentes dife rentes manifestaciones del binomio criminalidad/criminalización, con lo cual se intenta establecer los diferentes matices de esa conexión, así como las modalidades de su criminalización fuera de la fragmentación contemporánea del control social. 1. Precisiones conceptuales Ante todo resulta imprescindible algunas consideraciones sobre los términos violencia, y criminalidad para precisar como así categorizar la criminalidad violenta. 1.1 La cuestión violencia Si bien resulta imposible profundizar en esta breve exposición sobre la complejidad que presenta cualquier intento de abordar la problemática de la violencia, pareciera importante recordar las pertinentes palabras del criminólogo norteamericano Jerome Skolnick, Skolnick, cuando plantea lo siguiente: "La violencia es un término ambiguo cuyo significado es establecido a través de procesos políticos. Los tipos de hechos que se clasifican varían de acuerdo a quien suministra la definición, quien tiene mayores recursos para difundir y hacer que se aplique su decisión, (del Olmo, 1975:296). En otras palabras, el término violencia en sí mismo es un concepto político que se emplea para referirse a un conjunto de hechos y situaciones tan heterogéneo que parecieran no tener conexión entre sí. Predomina la tendencia a formular tantas definiciones de violencia como sus manifestaciones posibles con lo cual todo es producto de la violencia y nada lo es, nadie tiene la culpa y todos la tienen. A su vez, en la práctica el fenómeno de la violencia cruza múltiples campos interdisciplinarios y áreas de investigación, razón por la cual los estudios de violencia tienden a ser fragmentados y apolíticcos, lo que ha impedido el desarrollo de una teoría general de violencia (Davis, 1987:69). Ante esta situación, pareciera analógicamente más conveniente plantear la existencia de violencias y no hablar de la "violencia." 1.2. La cuestión criminalidad
Si tratamos de precisar lo que es delincuencia encontramos que la criminología desde los años treinta, no ha logrado establecer qué es delito. ¿Nos limitamos a lo que establece la ley penal como tal? ¿Lo ampliamos a todo lo que ocasione daño social? o ¿extendemos el término para significar la violación de los derechos humanos? El debate continuo se complica con los nuevos desafíos del mundo contemporáneo, al punto de que hoy la criminología no puede limitarse a estudiar sólo los delitos desde el punto de vista jurídico-penal razón por la cual, en nuestro caso, es preferible hablar más bien de criminalidad. En síntesis, tanto la violencia como la criminalidad son términos que potencialmente abarcan un número enorme de temas. Además se nos presentan una serie de dificultades por los cambios discursivos frente a los mismos. Esta situación destruye cualquier semejanza de coherencia intelectual. Y aquí se plantea un problema adicional: ?qué vamos a entender por criminalidad violenta? En el presente trabajo incorporaremos dentro de la misma, todas aquellas actuaciones de individuos o grupos que ocasionen la muerte de otros o lesionen su integridad física, con lo cual estamos hablando fundamentalmente de homicidios, lesiones personales, atracos, robos, tentativas de homicidio, violación, maltrato familiar y muertes y lesiones en el tránsito terrestre (Camacho y G?, 1990:26).Veamos a continuación como se relacionan la criminalidad violenta y las drogas ilícitas. 2. Conexión criminalidad violenta/drogas ilícitas En líneas generales la conexión criminalidad violenta/drogas ilícitas no es sencilla, ya que tal como lo expresa el documento presentado por el Programa de Naciones Unidas para el Control Internacional de Drogas en la Cumbre Mundial de Desarrollo Social, celebrada en Copenhague, Dinamarca, en marzo de 1995:
1. La producción, manufactura, distribución, posesión de drogas puede constituir delito; 2. Las drogas pueden aumentar la posibilidad que ocurran otros delitos que no son de drogas; 3. Las drogas se pueden usar para hacer dinero con su consecuente lavado; 4. Las drogas pueden estar relacionadas con otros problemas, como el uso ilegal de armas, varias formas de violencia o terrorismo(UNDCP, 1995:26) . Por otra parte, la conexión criminalidad violenta/drogas ilícitas tiene una compleja historia que se remonta a las primeras décadas de este siglo, cuando se empiezan a criminalizar las drogas con las primeras leyes penales sancionadas en Estados Unidos.
En un comienzo la preocupación giraba en torno a la relación delincuencia/consumo de drogas ilícitas. Sin embargo, por las posteriores repercusiones que tendrá el tema en la formulación de políticas públicas, a nivel mundial, no puede dejar de mencionarse aquí, aunque sea brevemente. En este sentido, desde 1920 hasta 1970, se llevaron a cabo cientos de estudios para establecer la relación entre la delincuencia y el consumo de drogas con un interesante debate entre los partidarios del "modelo médico de la adicción y el "modelo delictivo". Predominaba un discurso calificado como "científico" que consideraba el consumo de drogas como generador de delito, lo cual sirvió para defender las políticas públicas y el uso de fuerza física contra las amenazantes minorías (Cohen, 1990:3). A partir de los años setenta, con la creación en Estados Unidos de una serie de institutos de investigación, entre ellos el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA) a nivel oficial, la investigación comenzó a generar una mejor comprensión de la conexión criminalidad violenta/drogas. A pesar de estas nuevas inquietudes, los numerosos estudios realizados todavía son poco consistentes y difícilmente generalizables, como conocimiento acumulativo, dada la diversidad de muestras y definiciones operativas. En lo único que hubo acuerdo es en que la relación existe, pero la naturaleza de la vinculación permanecerá inespecífica y en controversia. No se logró responder ¿qué causa qué? (Otero, 1996:164). No obstante, a raíz de la publicación en 1985 del trabajo del investigador norteamericano Paul J. Goldstein llamado "La conexión drogas/violencia: un marco conceptual tripartito," se amplió el margen de comprensión frente al problema sirviendo de referencia para una serie de estudios posteriores, al señalar tres modelos para establecer esa conexión, presentados como tipos ideales para fines operativos. En primer lugar, el modelo psicofarmacológico que establece la relación entre el consumo de drogas y la conducta delictiva. Incluye aquellos individuos que pueden volverse irritables o irracionales, a raíz de la ingestión de determinadas sustancias, y en consecuencia manifiesta conducta violenta, especialmente por el consumo de alcohol, estimulantes, barbitúricos y PCP. Aquí el autor incorpora hechos antes ignorados como la violación del maltrato familiar y los homicidios y lesiones en el tránsito terrestre. Se trata de una criminalidad inducida. Su frecuencia, sin embargo, no es de la magnitud señalada en el discurso de los medios y tampoco se ha podido demostrar la relación en términos causales directos, sino más bien de correlación, ya que ninguna droga posee propiedades criminógenas universales (Brochu, 1993:313). En segundo lugar, el modelo económico-compulsivo, para incluir aquellos consumidores que participan en criminalidad violenta para costear su consumo y por lo tanto, su motivación principal es conseguir dinero. Las drogas más
relevantes son la heroína y la cocaína por su alto costo y los patrones compulsivos de consumo que generan. No obstante, se excluyen aquellos consumidores que tienen los medios económicos. En su mayoría son hechos que sólo se vuelven violentos dependiendo del contexto social en que se realizan. Se trata de una criminalidad funcional. La víctima de la violencia económico-compulsiva así como de la violencia psicofarmacológica pueden ser cualquier ciudadano (Goldstein, 1995:257). En tercer lugar, el modelo sistémico para explicar la violencia intrínseca al involucramiento con cualquier sustancia ilegal. Se refiere a los patrones tradicionales de interacción dentro de los sistemas y redes del tráfico y distribución de drogas ilegales. Estamos ante una criminalidad violenta que tiene una serie de fines entre los cuales Goldstein señala los siguientes casos: "1) disputas sobre territorio entre distribuidores de drogas rivales; 2) asaltos y homicidios cometidos dentro de la jerarquía de distribución, como medio de imponer códigos normativos; 3) robos a distribuidores de drogas y la retaliación violenta del distribuidor o jefe; 4) eliminación de informantes; 5) castigo por vender drogas adulteradas o falsas; 6) castigo por no pagar deudas; 7) disputas sobre drogas o su parafernalia; 8) robos violentos relacionados con la ecología social del control de áreas" (Goldstein, 1995:257). Este modelo es el de mayor violencia. Se trata de una criminalidad conflictiva, generada por la ilegalidad del negocio. Violencia que ha sido considerada como una forma de control social y de regulación económica (Fagan & Chin, 1990:13). Esta tipología y en especial el tercer modelo, ha permitido abrir nuevas líneas de reflexión sobre la conexión criminalidad violenta/drogas. Por otra parte, sirvió un proponelo, ya que se limita a los actores y no a los procesos, para ampliar el análisis hacia la determinación estructural. Anteriormente, todos los estudios, de algún modo, se limitaban a examinar el fenómeno no sólo en términos de la determinación individual, sino dentro del binomio consumo de drogas/conducta delictiva. En los últimos años se han realizado una serie de investigaciones más allá de Estados Unidos, partiendo de este marco conceptual tripartita. Por ejemplo, en España, y concretamente en el País Vasco, Javier Elzo y colaboradores incorporan al tercer modelo "los delitos de tráfico en su sentido más amplio partiendo del cultivo, los delitos de contrabando inherentes a la importación ilegal de drogas ilícitas y los delitos monetarios" (1992:33). En otras palabras, este estudio, al igual que otros, han ampliado los planteamientos de Goldstein para adecuarlos a la realidad contemporánea, caracterizada por una compleja relación entre demanda y oferta de drogas ilícitas, la cual se convierte en una de las más poderosas fuentes de múltiples violencias, donde se insertan, entre otros, la corrupción, el lavado de dinero y el incremento
del tráfico de armas (Camacho, 1996:14). Por lo tanto, todo parece indicar que hay que ir más allá debido a que su análisis, sólo es posible tomando como punto de partida la actual globalización de la economía mundial, donde las drogas no sólo son fuente de grandes ganancias -una nueva acumulación de capital ilegal- sino también de criminalidad violenta, como resultado de su carácter ilegal. No está de más recordar aquí que la criminalidad en la actualidad también puede ser un comercio global y una red financiera internacional comprometida en el suministro de bienes y servicios prohibidos (Myers, 1995/96:183). Esta realidad lleva a plantear la coexistencia de una criminalidad sistémica local, y quizá predominantemente urbana, con una criminalidad sistémica internacional (Sheptycki, 1995:616) lo cual complejiza las características del modelo. A su vez, en términos de procesos, y con la finalidad de implementar políticas públicas que sean coherentes, hay que separar los diferentes delitos y las diferentes drogas. Hoy en día el manejo abstracto del fenómeno en términos de "narcotráfico" y su visión cronológica de la criminalidad organizada, a la cual además se quiere asimilar, a nivel nacional a los grupos alzados en armas como enemigos del orden mundial (Vargas, 1996:69) constituye un grave obstáculo epistemológico, al ocultar las distintas dinámicas y la complejidad de procesos y actores sociales que confluyen en esta actividad económica, con sus múltiples contradicciones. Además no es posible mezclar, ni siquiera a nivel de discurso, la dinámica transnacional del tráfico con la especificidad de la distribución, microcomercialización local, ni tampoco ignorar el papel determinante que juega en la consolidación de esta última, la economía informal, y más específicamente la economía irregular o subterránea, como estrategia de sobrevivencia, sin olvidar lo que significa en este contexto la cultura de la calle como espacio de socialización (Andrade, 1991:70). Si bien ambas pueden generar criminalidad sistémica, una es nacional, e incluso local, mientras que la otra desconoce las fronteras nacionales. Pero además aquí no sólo los procesos son diferentes, sino también los actores sociales, lo cual complejiza la formulación de políticas a seguir, al verse obligadas a acogerse a una serie de tratados internacionales, plasmados en leyes penales nacionales, para responder simultáneamente a distintas realidades locales e internacionales. 3. Modalidades de criminalización A pesar de la existencia de una amplia normativa jurídica dirigida a regular el problema del tráfico y consumo de drogas, desde nuestra perspectiva criminológica, vamos a obviar el discurso jurídico para tratar de establecer las respuestas actuales a las manifestaciones de criminalidad violenta antes señaladas, a través de lo que hemos denominado modalidades de criminalización A raíz de los cambios que ha sufrido la estrategia de control social en los últimos veinticinco años por razones de índole económica, política y social, imposibles de detallar aquí, en la actualidad coexisten en el panorama criminológico modelos de
control divergentes para responder a núcleos conflictivos claramente diferenciados que en última instancia alteran la sociabilidad. De manera muy breve podemos señalar la existencia de tres modelos. Desde el Estado observamos un programa bifurcado donde coexisten en primer lugar, el modelo de justicia, surgido en los años setenta, con su éxtasis en más poder para la policía, leyes más duras y sentencias de prisión más largas y determinadas para los delincuentes considerados "peligrosos y violentos" que requieren medidas de máxima seguridad. En nuestro caso, estaría dirigido a la criminalidad sistémica y concretamente a los grandes traficantes de drogas. Sin embargo, en la práctica este modelo se aplica implacablemente a la criminalidad funcional, tal como se puede observar al revisar las poblaciones penales de América Latina y, en especial de los Estados Unidos, conformadas de un alto porcentaje de reclusos que han participado en criminalidad violenta por no tener los recursos para costear su consumo. En segundo lugar, el modelo comunitario, surgido en los años ochenta, dirigido a los delincuentes considerados no-violentos, que se expresa por medio de las llamadas sanciones alternativas o intermedias . Estas sanciones implican técnicas de supervisión y vigilancia intensa donde es cada vez más importante el empleo de instrumentos para la vigilancia electrónica. Enfatiza la prevención en la preocupación por las víctimas. Se trata de un modelo que genera la dispersión del control social y la creciente participación de la comunidad en su administración. Si bien da lugar a actividades privadas de control, en última instancia amplia la influencia del Estado. En nuestro caso, estaría dirigido a la criminalidad inducida, a través, por ejemplo de tratamientos obligatorios de rehabilitación. Este programa bifurcado desde el Estado puede calificarse como control público reactivo. En tercer lugar, el modelo de la justicia privada, surgido a finales de los setenta, y concebido inicialmente como disciplina instrumental difusa cuyo orden unitario no es el Estado sino nes separados, definidos por autoridades privadas responsables de parcelas de tipo feudal como son los centros comerciales, los condominios, etc. (Shearing & Stenning, 1984:347). Esta actividad no es pública ni pertenece al Estado, pero sin embargo cada vez más traspasa los límites del Estado-Nación adquiriendo dimensiones transnacionales, como se observa por la creciente creación de empresas de seguridad privada con carácter transnacional para proteger bienes y personas y, por lo tanto dirigido hacia quienes tienen algún tipo de propiedad, pero cada vez más dedicadas a vender la nueva tecnología electrónica para la vigilancia y la disciplina colectiva. Puede calificarse como control privado proactivo. Paralelamente se ha generado un sistema globalizado de seguridad para hacerle frente a la criminalidad sistémica internacional, donde se incluyen como prioridades el terrorismo, el narcotráfico, el tráfico de armas y los problemas migratorios. En este caso el Estado se diluye y van surgiendo una serie de organizaciones transnacionales que cada vez más está asumiendo el control de esta
criminalidad. Su relación con el modelo de la justicia privada es indudable ya que lo importante es el control electrónico multinacional, como muestra de la aplicación criminológica de la técnica de la información. A su vez existe una peculiar combinación de criminalidad violenta y control social que surge en ámbitos de exclusión social -y por lo tanto, entre quienes no tienen ningún tipo de propiedad- implementada por sus propios habitantes, y que escapa el control del Estado, ya que únicamente se hace presente sólo a través de operativos y redadas. Esta modalidad es cada vez más frecuente en las ciudades de América Latina, identificándose con "zonas de riesgo". Se expresa por medio de la coerción, la intimidación, el terror y la muerte, como por ejemplo el linchamiento, los ajustes de cuentas y el control y defensa de territorio. En nuestro caso, puede identificarse con la criminalidad sistémica local y de manera particular, con la microcomercialización de las drogas ilícitas. Puede calificarse como control salvaje hiperactivo (Brodeur, 1988). Por lo expuesto, afirmamos con Sheptycki que "la coyuntura actual muestra al control social fragmentado en una multitud de contextos de acción, formas de autoridad, el Estado-Nación disminuye su importancia y la totalidad cohesiva es remplazada por una multiplicidad de espacios de reproducción (1995:630). Pero a su vez, tal como hemos podido demostrar a través de este breve mapa criminológico de las drogas, también se observa una criminalidad violenta fragmentada que llama a nuevas reflexiones e investigaciones, más allá de los estereotipos de "narcotráfico", "carteles", "mafias", "criminalidad organizada", etc.
CRIMINOLOGÍA Y LAS DROGAS: CONSUMO, DELITO Y CONTROL Estos comentarios sobre lo que significan las drogas, su consumo, los delitos que se cometen por su causa, y lo que se hace para controlar el fenómeno criminológico resultante se me ocurren, ahora en que nuevamente se da una oleada de opiniones, propuestas, tesis y antítesis sobre lo que puede representar la legalización de las drogas en este mundo convulsionado por tanto problema, que ya no sabemos si ponernos a reír o a rezar, como dirían nuestros abuelos ante tanta violencia provocada sin lugar a dudas por las condiciones impuestas ya por una delincuencia cada vez más posicionada frente a un Estado incapaz de resolver con eficiencia y eficacia este grave flagelo que afecta increíblemente a la sociedad. Se han dado últimamente declaraciones de hombres de presencia relevante en el concierto mundial, en el marco de foros internacionales en que se debate la posibilidad de la legalización de las drogas, como una alternativa de solución a la situación de lacerante criminalidad que se vive por efecto del tráfico de drogas. El problema del consumo no médico de drogas se ha extendido rápidamente a todos los países, principalmente aquellos de gran desarrollo económico. Los países en vías de desarrollo no han escapado al problema; nos encontramos ante el fenómeno de que más que países consumidores se convertían en países
productores y exportadores de droga; sin embargo, es muy preocupante el aumento del consumo interno, por el abaratamiento y porque los narcotraficantes pagan los servicios con droga. Esto es lo que nos pasó en México: de lugar de paso, de pronto se convirtió en un centro de producción y consumo que cada día crece y crece… envolviendo a nuestra juventud en un criminal negocio que trae a sus dueños descomunales ganancias a costa de la destrucción lenta del mejor potencial que tiene nuestro país. Razonando un poco sobre las propuestas de legalización de las drogas, creo que ya debemos poner una mayor atención al problema y ponernos a discutir sobre los beneficios que podría acarrear esta propuesta; recordemos que en los años veinte en los Estados Unidos de Norteamérica se prohibió la producción, el tráfico y el consumo del alcohol. ¿Qué trajo como consecuencia esa prohibición? Un gran aumento en la criminalidad, violencia extrema y crimen organizado, corrupción policiaca y del aparato judicial, que propició una gran mortandad por la actividad delincuencial de bandas dedicadas al tráfico y producción y venta clandestina de ese producto prohibido. Justamente lo que hoy en día padecemos en nuestro país, con la penalización de las diversas actividades relacionadas con las drogas. Pero no nada más se producen estos daños a la sociedad: resulta que por existir esa prohibición, los que consumen drogas ilícitas en forma clandestina enfrentan el problema de ingerir sustancias terriblemente tóxicas que le revuelven a la droga para hacerla rendir más, porque no hay ningún control de las fuerzas del mercado o los órganos reguladores, de tal forma que no son solamente pésimas y potentes, sino que también en algunos casos totalmente venenosas y hay gente que pierde la vida a la primera ingesta. Dicen los especialistas en el tema que la penalización a la producción y tráfico de drogas no ha representado solución alguna que dé tranquilidad a la población: “No hay menos drogadicción en la República, sino más. No hay menos crimen, sino más. No hay menos locura, sino más. El costo del gobierno no es menor, sino sumamente mayor. El respeto por la ley no ha aumentado, más bien ha disminuido”. Ciertamente, la guerra contra las drogas ha convertido a ciertas áreas urbanas en zonas de combate de la misma manera en que la prohibición transformó famosamente a secciones de Chicago en galerías públicas de tiro al blanco, “hemos hecho millonarios a los cárteles de la droga de la misma forma en que la prohibición enriqueció a Al Capone y otros tantos mafiosos de la época”. El debate acerca de la despenalización o criminalización de las drogas ha adquirido renovados bríos al término de la década de 1990 y durante la presente década del nuevo siglo. Algunos estudiosos señalan que los costosos, contraproducentes e infructuosos esfuerzos de la legislación y estrategias policiacas y militares como respuesta al tráfico y consumo de drogas tornan más sabia la legalización. Para ellos, la imposición de gravámenes a la oferta legal representaría la captación de nuevos fondos, los cuales pueden utilizarse con fines educativos, sanitarios y de asesoría. La regulación garantizaría niveles de pureza
mínimos, reduciendo así los daños causados por sustancias adulterantes; por añadidura, la disponibilidad legal eliminaría el motivo de la redituabilidad que rige en los mercados ilegales. Quienes se oponen a la legalización sostienen que ésta recrudecería el consumo, con lo cual se incrementarían los costos para la sociedad. Las nuevas estrategias antinarcóticos del gobierno no parecen tener coherencia, ni ofrecen la posibilidad de dispensar un mejor trato a los consumidores de drogas, ni en fin, liberan a la sociedad de tantos problemas relacionados con las sustancias ilegales. En este sentido, deberíamos dejar la última palabra a Bing Spear, quien tanto hizo para conferir un derrotero positivo a las políticas antinarcóticos de Inglaterra, para decirlo con sus propias palabras: (Spear, 1995, p.13) “Lo que necesitamos realmente es un replanteamiento fundamental; sin embargo, todo lo que recibimos de nuestros amos políticos actuales es retórica y prolijas publicaciones oficiales”.
LA DROGA COMO SÍNTOMA SOCIAL La drogadicción como problema masivo aparece en un momento especial, luego de una secuencia histórica donde los argentinos pasamos por una etapa de euforia; donde el retorno de una figura idealizada de un líder popular iba a comenzar una etapa de grandes proyectos. Pero comenzó una violencia social que permitió el golpe militar con una etapa de represión y terror, que al no sostenerse más, llevó a las elecciones que después de una corta euforia democrática se empantana en un país empobrecido y sin proyecto. Pero este proceso histórico argentino está sobre otro proceso mundial que es el proceso de masificación y tecnificación de la cultura mundial especialmente de los países altamente industrializados. La tesis de este artículo es vincular la solución drogadicta del adolescente, como salida de evasión a su angustia y confusión que está incluida en la concepción tecnológica-farmacológica de la vida de la sociedad de masas. Señalar que especialmente el adolescente no hace sino llevar más lejos una opción negadora de la problemática psicológica y existencial, donde una pastilla, un psicofármaco sustituye un diálogo con otro es la estrategia del atontamiento químico que no enfrentar la superación de etapas vitales, las naturales angustias y contradicciones que permiten la maduración de un proceso de vida, es decir de un proceso le individuación que da sentido a la vida. Existe todo un enorme aparato multinacional de los psicofármacos, de las bebidas alcohólicas y del cigarrillo que induce el consumo de evasión, que lleva al encierro. Esto lo decimos pues cualquier droga no es ni buena ni mala en sí misma, los pueblos ecológicos (mal llamados primitivos) incluyen drogas en sus ceremonias rituales de socialización, pero las usan como facilitadoras del acercamiento amoroso y solidario de la tribu y para enfrentar las incógnitas existenciales del hombre. Todo lo contrario es su uso
en las sociedades tecnológicas donde es un instrumento de evasión individual para quedar más solo y confundido pues las ceremonias dialogantes y solidarias están destruidas por el modelo social de competitividad individual, el anonimato de las masas urbanas, la fragmentación de roles y la comunicación intermediada por los canales masivos, que sustituyen el diálogo por la recepción pasiva de información. El proceso de tecnificación de la cultura urbana va estructurando todos los niveles de la realidad, el hábitat, los instrumentos, el uso del cuerpo, los modos de comunicación, las normas de relación, de modo tal que va haciendo cada vez más difícil las interacciones cara-a-cara, donde una persona se compromete con otra corporal, emotiva y dialógicamente con otra. Las interacciones son en la familia reducida, lo cual determina relaciones demasiado superpuestas o en la calle con la masa anónima donde siempre se testimonian como desconocidos, se ven mutuamente como anónimos. La cultura tecnológica de masas, donde el estado va controlando cada vez más aspectos del individuo, ha perdido el espacio social intermedio entre el hogar (la familia) y la calle (el estado) y es el espacio comunitario de las instituciones de base, que son desarrolladas creativamente desde las personas. Solo existen las instituciones formales que son dirigidas y organizadas desde el estado o grandes empresas anónimas donde no hay participación de sus miembros, por ejemplo: Escuelas, universidades, grandes clubes, etc. Ninguna de ellas permite expresar la singularidad de los grupos y de las particularidades de ese momento social, con las preocupaciones y proyectos específicos de los que se componen el espacio comunitario de esa institución. La identidad de una persona depende de su integración activa y dialógica en un grupo comunitario, es decir que supere su grupo interno (su familia). Este pasaje de la familia donde tuvo el rol de hijo al grupo de pares donde va a encontrar su pareja y realizar su proceso de individuación se llama el proceso de exogamia. Este proceso en la sociedad tecnológica está perturbado pues el tejido social está destruido o controlado verticalmente por el Estado o por grandes empresas (donde quien decide no forma parte de la comunidad). Este va creando el habitante-robot, que pasivamente piensa y hace lo que pensaron o decidieron otros, es el hombreprogramado. La escuela, la universidad, la televisión, los medios, las grandes empresas de "diversiones", están sustituyendo los antiguos espacios de socialización: la cuadra del barrio (la solidaridad vecinal), las sociedades de fomento, y todos los grupos de creatividad, la "barra de la esquina", el café de barrio, las murgas carnavaleras, la parroquia y todas las ceremonias espontáneas (actualmente diríamos autogestivas) de los pibes, los adolescentes, los adultos. En los jóvenes que tuvieron su socialización en los últimos veinte años, este proceso de lavado de cerebro fue más grave, durante el terror de estado. Los grupos de toda clase estaban controlados o prohibidos, y luego de la corta euforia de la apertura democrática se agudizó otra imposibilidad, la de encontrar inserción laboral, la desocupación, resultado del empobrecimiento (deuda externa, recesión) deja una gran masa de adolescentes en situación de ocio forzado.
Cuando a Sigmund Freud le preguntaron: "Maestro, ¿qué es la salud mental?", contestó: "poder amar y trabajar"... esto es poder tener vínculos de empatía e insertarse laboralmente. Pero ¿cuándo se puede cumplir con estas dos funciones?. Cuando podemos dialogar, es decir, hablar, escuchar y contestar; cuando se cierra el circuito de la comunicación; no sólo cuando escuchamos sino fundamentalmente cuando nos escuchan y nos contestan, pues como dice Jean P. Sartre: "mi identidad es la contestación del otro, el otro es el testigo de mi singularidad". ¿Por qué decimos esto en un artículo sobre la drogadicción? Porque este tipo de sociedad tecnológica no asegura espacios dialogantes, la persona e s bombardeada por miles de mensajes que se constituyen en una programación pero la persona no tiene la posibilidad de contestar esos mensajes, los medios masivos no tienen vuelta, el televisor (como también la radio, el cine y la prensa) no tiene oídos, es como un manipulador que induce ideas y conductas pero que no recibe lo que cada mente procesa con cada mensaje y sabemos que la identidad, la singularidad de un individuo tiene que ver con su oposición dialéctica con el modo de contradecir, transgredir creativamente el mandato dado. Yo soy porque opto por algo nuevo que me singulariza. Y para finalizar este análisis, debemos dar la última etapa de este proceso de manipular, de programar habitantes anónimos, porque el resultado es la dificultad de crear un núcleo de identidad, un proyecto vital propio que dé un sentido a cada vida. Especialmente los jóvenes pueden tener dificultades para organizar prospectivamente su percepción de la realidad. En cualquier momento el sentimiento de existencia pierde sentido y cae en la vivencia de vacío, de presente continuo, esta sensación de conciencia detenida es productora de un gran monto de angustia, pues se configura como angustia de muerte. Este sentimiento de soledad es insoportable y cualquier cosa para salir de él es útil. Aquí, finalmente aparece la solución química-tecnológica, un procedimiento artificial para sentir que todo vuelve a moverse, asegura la corriente de conciencia por la estimulación farmacológica y con esto llegamos por fin a lo que queríamos señalar: que la misma sociedad produce la enfermedad (el anonimato angustiante) y la seudosolución, las drogas legales e ilegales. Además cuando las condiciones sociales fueron de frustración e incomunicación menores, la adicción propuesta fue el alcoholismo (especialmente de los sectores marginados y empobrecidos). La droga (la cocaína) era una necesidad de los artistas (para estimular la creación) y en algunos niños bien hastiados de tanto ocio opulento. Pero cuando la situación social se torna desesperada (des-esperada, sin esperar un futuro, un proyecto), la seudo-solución química-tecnológica se transforma primero en el "inocente" psicofármaco recetado por el médico (detrás están las multinacionales de la farmacología) y luego, como la crisis social aumenta, aparecen las ilegales (las multinacionales del narcotráfico) que tienen sus "tandas publicitarias" en las series policiales americanas donde el drogadicto es muchas veces un protagonista; o las empresas discográficas que especulan con violencia-sexo-droga y rock and roll y crean una cultura de idealización de la estimulación electrónica basada en el trance y la intensidad del sonido.
Si ahora agregamos otro factor que potencia esto anterior, que es el empobrecimiento y la desocupación, aparecen nuevos elementos. Uno, el noproyecto individual, familiar y nacional que condiciona la inseguridad económica; otro la destrucción familiar, que produce la desocupación, especialmente en las clases marginadas (niños en la calle que recurren a los inhalantes de tolueno. Y finalmente, las formas marginales de combatir el hambre que son el robo, la prostitución, y la mendicidad. Nuestra experiencia clínica nos lleva a proponer una psicopatología mutante, es decir, cuadros nuevos que no son categorizables desde la psicopatología clásica (histerias, neurosis, melancolías, etc.) y que se emparentan con los antiguos cuadrosborderline (los trastornos narcisíticos), pero que tienen características distintas. Las llamamos síndrome de la vida vacía, donde se vivencia una paralización del sentimiento de existencia. Y pensamos que muchas adicciones graves son un intento de salir de este estado de psiquismo. Por último, haremos una aclaración respecto a la asociación droga-violencia que hacen los medios periodísticos (y que constituye también una "verdad policial"). Nosotros pensamos que otra de las salidas del sentimiento de conciencia vacía (el síndrome de la vida vacía) es la acción, el movimiento; pero como el diálogo (el ida y vuelta de la comunicación) está roto, la única posibilidad de interacción es la acción en base a una proyección. Es decir, si no hay posibilidad dé amor (pues para amar hay que conocer al otro, tener el placer de ser también reconocido y querido) entonces, se consagra el odio como emoción (que es mejor que la soledad abrumadora) y aparece el espacio paranoide. Es decir, la violencia como salida del encierro paralizante. Si ataca, se me configura nuevamente un argumento vincular con el otro, ya que no estoy solo, existo frente a mi víctima. ¿Por qué decíamos que la violencia es otra salida bastarda de la conciencia vacía?... Porque el tipo de personalidad básica de una salida, la droga y la otra, la violencia, son distintas. El joven que se droga generalmente tiene una personalidad esquizoide (se ve para adentro de sí mismo); en cambio, el que puede recurrir a la acción violenta, tiene características epileptoides y psicopáticas, tiene el yo organizado hacia afuera y dificultades en la simbolización: no piensa, actúa, es el candidato a la página policial muchas veces con agravantes sádicas y conductas irracionales. El otro, el esquizoide, es el adolescente que se "manda el gran viaje" con visualizaciones auditivas y visuales. En comparación con el mundo de los alcohólicos (el autor, como director del Hogar Félix Lora de la Municipalidad de Buenos Aires, tuvo bastante experiencia con "grandes curdas"), donde se dice que alguien tiene "mal vino" y "buen vino", el primero es el curda peleador, violento y peligroso y el segundo es el curda charlatán, divertido, que termina dormido. Estas dos especies de alcohólicos no se superponen, se van a la violencia (hacia afuera), o se van hacia adentro (a los recuerdos).
Tampoco pensamos que se puede asociar siempre droga con violencia. Pero también aclaramos que en los violentos, en los delincuentes, la droga es un facilitador del asalto o del homicidio y aquí sí que corresponde la asociación violencia-droga. En el otro tema del drogadicto que queda dirigido hacia sus fantasías y sensaciones (el que llamamos esquizoide), llega una etapa (si sigue la escalada de la droga) en que trasgrede (delinque), y es cuando se transforma en pasador de droga, que recibe como pago, parte de la droga que distribuye.