CUENTOS PARA APRENDER LAS FIESTAS JUDÍAS Por Marcos Rosenzvaig
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La mudanza de la señora Goldstein El día que la familia Golstein dejó su casa se armó un “tole” “tole” bárbaro. La bobe, que era vecina de ellos, me quemó la cabeza hablando. Que Fany Golstein era un mishugene, que había vendido el departamento a la familia Rosenkratz o Rosemberg, la verdad no me acuerdo bien, y que ella estaba empecinada en llevarse hasta las ventanas. Lo que sí me acuerdo es que ese día se armó la de San Quintín. La mudanza de los Golstein fue tan completa que se llevaron hasta los portalámparas y no se llevaron las puertas 2
porque el señor David Rosemberg supervisaba todos los días la mudanza. Cuando todo estaba listo y la señora Fany Golstein, cansada de mirar las paredes vacías y la cocina vacía, en el momento en que estaba por decretar el fin de la mudanza, se le ocurrió salir al pasillo del departamento del edificio y vaya imprevisión: “me olvidaba la mezuzá”, dijo sacándola del marco de la puerta. El señor Rosenberg la miró como para fulminarla pero no le salieron las palabras. La bobe y yo estábamos en la puerta de enfrente porque la bobe había salido a despedirse de sus vecinos. Entonces el señor Rosenbaier o como sea pegó el grito en el cielo: - ¡Usted no se puede llevar la mezuzá! - ¡La mezuzá es mía!-, grito la señora Fany-. ¡La compré en la librería Zigal y la pagué 100 dólares! En ese momento la bobe me metió para adentro y se quedó escuchando detrás de la puerta. Yo le dije, “bobe eso es ser una iachne”, pero ella estaba tan interesada en saber cómo terminaba la historia que ni siquiera me escuchó. La discusión fue creciendo de tono hasta que ambas familias decidieron llamar al rabino Meyer para que mediara. Ese día hacía un calor que la gente se hacía agua en las calles. El rabino no tardó en llegar y es que Fany lo llamó a los gritos. Bajó del ascensor comiendo un sandwich. “Me cortaron el almuerzo”, dijo el rabino un tanto enojado. Le explicaron la situación y el rabino se quedó un tanto pensativo y entonces preguntó: -¿Qué nos recuerda una mezuzá? -No lo sé- dijo la señora enojada. Yo la compré y es mía y yo estoy acostumbrada a besarla cuando entro y cuando salgo de casa. El rabino bajó y subió una cuantas veces la cabeza y dijo: Nos recuerda nuestros deberes al entrar y al salir de nuestras casas. ¿Usted sabe qué lleva adentro la mezuzá? No, dijo la señora y en ese momento aprovechó el señor Rosenbaier para contestar: - Tiene un rollo de pergamino con la escritura de los dos primeros párrafos del Schemá que decreta “y lo escribirás sobre los portones de tu casa”. Acto seguido, el señor Rosenberg se ajustó la corbata y guardó silencio con cara de alumno sabihondo. El rabino continuó moviendo la cabeza en silencio. Entonces el señor Rosenberg dijo que él estaba allí porque la señora se quería llevar hasta los caños de gas del departamento, la cocina, el piso de madera, los placares y para todo hubo que llamar a la inmobiliaria, y para todo una discusión. “Y ahora se quiere llevar la mezuzá”. - Señora Fany, la ley dice que si usted se muda y aquí viene a vivir una familia judía, usted debe dejar la mezuzá aunque haya pagado por ella 100 dólares. ¿Usted no va a querer contradecir lo que dicen nuestros sabios, no? 3
La señora Fany bajó la cabeza, se despidió de la bobe que miraba desde enfrente, saludó al rabino y se disculpó con el señor Rosemberg o Rosembaier y se fue justo cuando la venía a buscar su marido. Yo miré la mezuzá de la bobe, le dí un beso y le pregunté a la bobe para que servía tener una mezuzá. Ella me dijo que las “mitsvot”, la “mezuzá”, los “tsitsith”, entre otras cosas, son como una escalera que conecta el cielo con la tierra. Estas “mitsvot” hechas diariamente por todos los judíos del mundo contribuyeron a la moral de nuestro pueblo más que todos los libros eruditos escritos por nuestros filósofos.
EL INCREIBLE VIAJE DE JHONATAN
La señora Blanca Malhinojo, nuestra nueva vecina, tiene una nariz de escoba, filosa y larga como el mástil de la escuela. El día que nos mudamos, papá, mamá, mi gato Benito y yo, desde la vereda de su casa, ella nos dijo que el barrio estaba plagado de gatos sucios y vagabundos. Lo dijo clavando la 4
nariz en los ojitos de Benito. Mi gato, con disimulo, acercó su boca a mi oreja y en su lenguaje gatuno, dijo: “esta vieja no me cae nada bien”. La primera semana todo marchó relativamente. Yo estaba de vacaciones y dormía hasta la hora de comer, o hasta la hora en que mamá me despertaba para comprar el pan. Fue en la panadería donde me hice amigo de David, el hijo del panadero, Benito de su perro caniche y los cuatro hicimos un partidito de fútbol 2 en la vereda. La señora Malhinojo asomó primero al nariz y un poco después nos intimidó con la escoba y por último dijo de manera terminante “en la vereda no”; como un eco su loro gritó “en la vereda no”. No sé muy bien, si el loro se parecía a la señora Malhinojo o ella al loro. El asunto es que los dos parecían mellizos. Con David decidimos dejar los animales en nuestras casas y continuar jugando en la esquina. Papá nos sugirió que estudiemos Torá durante la siesta y que evitemos problemas con la vecina. Nosotros fingimos estudiar y esperamos su partida al trabajo. En ese momento hicimos una carrerita hasta la esquina y allí armamos dos arcos con cuatro piedras. Me faltaban dos goles para ganar cuando la señora Malhinojo juzgó a la esquina como un sitio próximo a su casa. Desde la terraza y con su largavista gigante volvió a gritar: “¡en la vereeeeda noooo! Entonces, decidimos caminar una cuadra hasta la panadería del papá de David. Cuando David hizo el primer tiro en la vereda, apareció la escoba gigante y de lejos la voz gritona de la señora Malhinojo: ¡Vayan a jugar al campiiiito de Joséee! - ¿Adónde queeedaaa?, gritó David. -¡Haciaaaa el nooooorte!, respondió desde la terraza la señora Malhinojo. Caminamos y preguntamos a distintas personas por el campito. Le gente tiene la mala costumbre de decir por decir. Que para la izquierda, que para la derecha, que al lado de la ferretería. El asunto fue que de tanto preguntar llegamos a Tucumán, y todo por encontrar el campito y evitar las quejas de la señora Malhinojo. ¡Qué va a hacer! Al mal tiempo buena cara, me dije, así que -qué otra cosa que conocer las montañas, comer caña de azúcar y bañarnos en un lago más grande que el mundo-. Continuamos preguntando y llegamos a Jujuy. Allí nos dijeron que el campito de José quedaba hacia el este. Entonces llegamos a Misiones y vimos unas cataratas con una garganta feroz, que según decía la gente, era llamada “la garganta del diablo”. Para ese entonces, por mi parte, ya creía poco y nada lo que decía la gente y empezaba a desconfiar la existencia del campito. Finalmente, un hombre versado en años y en sabiduría dio fe que conocía el campito. Lo explicó con claridad, hizo un mapa prolijo en la arena y nos dijo que era hacia el sur, y hacia el sur fuimos. Pasamos por Corrientes, conocimos el río Paraná y un barco cargado con tabaco nos llevó 5
hasta el Riachuelo. Un poco cansados de buscar el campito, con la pelota en una mano y con la Torá en la otra, no me pregunten cómo pero llegamos al barrio. David de dio cuenta cuando pasamos por su escuela. De la emoción se puso a cantar un tango. Y en la otra cuadra por poco nos tropezamos con un cartel gigante “El campito de José”. Entramos, jugamos un partido con los chicos del barrio, caminamos una cuadra más y llegamos a casa. Mi papá y el padre de David nos esperaban en la vereda. Entre los dos se habían comido cinco kilos de figacitas. Cuando nos vieron aparecer, el padre de David se puso a llorar y a tirar piedras. Nuestras madres nos defendieron del castigo y una vez que todo se serenó, recién entonces les contamos todo acerca de las montañas, de los lagos, las cataratas, el río, de la señora Blanca Malhinojo y del campito de José. Entonces papá ya tranquilo nos dijo: que la naturaleza es bella porque D-os fue el que la hizo. Si andando por el mundo abandonamos nuestro pensamiento de Torá para contemplar la naturaleza, entonces traicionamos nuestro amor a la Torá. Me di un baño como nunca. Dije mi oración y por la mañana me levanté temprano para estudiar Torá y pensar en todas las cosas maravillosas que hizo D-os.
EL PESAJ DE JHONATAN No es tanto que necesitemos ser sacados del exilio. Es el exilio el que debe ser sacado de dentro nuestro.
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Mucho tiempo antes de pesaj, mis hermanas mellizas, Ruth y Sarita, nos volvían locos todos los días con la misma pregunta: ¿cuándo es pesaj? Ruth tenía la costumbre de los sonámbulos que es caminar dormida por los sitios más peligrosos de la casa. Mi mamá que por ese entonces tenía que cuidar al zeide Jacobo, preparar la comida de mi papá, llevarme a la escuela, cumplir ocho horas de trabajo para después darnos la cena durante la noche, les decía para sacárselas de encima “la semana que viene”. Tanto Ruth como Sarita, no tenían idea de la palabra semana. Por esa razón la respuesta no las dejaba para nada satisfechas. A veces me interrogaban con miradas. Yo, para salir del paso, les decía que mañana se hace el seder. En ese momento me daba cuenta que metía la pata hasta el fondo, porque ni lentas ni perezosas me preguntaban: ¿Qué es el seder? Yo no podía no saber, y en el momento en que empezaba a inventar judaísmo el zeide me salvaba. Él aparecía como un rayo, tenía los pelos como quien pone las manos en el enchufe, como trece metros de barba y dos de bigotes blancos. Yo no sé cómo pero en cualquier lugar de la casa él aparecía disfrazado de bombero y apagando el incendio de las preguntas. Yo que no entendía nada asentía las explicaciones del zeide, y cada tanto él me hacía participar con un ¿no es cierto Yonatan? “Naturalmente”, decía yo, dándome corte y las mellizas con la boca abierta lo escuchaban en silencio contar al zeide. El zeide estiraba las palabras como los chicles y con esa voz grave y pausada hacía que rápidamente todos nos sentáramos a escucharlo: - El pesaj es nuestra primera fiesta, por eso tus hermanas están un tanto impacientes para que llegue. Ese día celebramos nuestra liberación de la esclavitud egipcia. - ¿Entonces éramos esclavos?- atinó a decir con miedo Esther, que por esa época lo único que la diferenciaba de su hermana eran las trenzas de caballo y un lunar del tamaño de una luna roja en la oreja izquierda. Vestidas iguales, la misma voz y los mismos caprichos a la hora de comer. Había días que hasta papá mismo las confundía. - Nosotros éramos 600.000 hombres que esperábamos la promesa divina hecha a Abraham, Isaac y Jacob sobre la tierra de Canaán. El Faraón, para impedir que seamos cada vez más gente, ordenó la muerte de todos los niños varones recién nacidos. - Eso sí que no lo conocía-, admití por primera vez al zeide-. Ese faraón era un desgraciado. 7
- Nuestro pueblo- continuó el zeide- tuvo que soportar a muchos faraones a lo largo de la historia, el asunto fue que... - Yo tengo un partido de fútbol, ¿recuerda que le conté zeide? Mis hermanas me miraron como para comerme crudo. El zeide continuó hablando como un payador, tenía el poder de hacernos vivir todo cuanto nos contaba, como si todo hubiese pasado el día de ayer y no hace miles de años. Mis hermanas y yo imaginábamos a nuestro pueblo con la mirada en los zapatos, con grilletes en los tobillos y como recibiendo la peor de las penitencias de la clase que era quedarnos sin recreo. Hasta ese momento, la historia era triste, pero lo mejor comenzaba el día que llegaron Moisés y Aarón, que fueron los enviados divinos para terminar con la esclavitud. Para mí, Moisés era como papá, más grande que el obelisco, y Aarón parecido al tío Abraham, que cada vez que me abraza estoy a punto de terminar en el hospital. El asunto fue que el faraón se negó a que los hebreos salieran; el tipo era un testarudo de aquellos. - Entonces... - volvió la voz del zeide y retumbó haciendo castañear las copas del bargeño, temblar los platos de las paredes y convertirnos en estatuas a mis hermanas y a mí-. Cayeron diez plagas terribles que ahogaron y castigaron a los opresores egipcios. A lo largo de todo un año, una tras otra, las plagas se sucedían hasta que la última provocó la muerte de los primogénitos. - ¿Qué es un primogénito?- preguntó Esther y yo le dije: - Un primo con mucho genio. - ¡No, Jonathan!- tronó el zeide-. El primogénito es el hijo mayor de la familia. Vos sos el primogénito Jonahatan. Me quedé callado y bastante orgulloso con lo que acababa de aprender. Esther siempre apurada por llegar al corazón de la historia, preguntó: - Zeide, ¿qué quiere decir Pesaj? - Pesaj significa saltear. ¡Saben ustedes por qué saltear!- gritó de golpe el zeide iluminando el cielo de rojo. Se hizo un silencio que no les cuento. Yo estaba un poco inquieto porque tenía partido, y cuando el zeide entraba a contar la cosa iba para largo. Se estiró el bigote, puso cara de emperador y con voz radial dijo: según la Biblia, cuando los primogénitos egipcios morían en la décima plaga, Dios salteó los hogares hebreos. Sólo después de que los egipcios comprendieron que era la voluntad de D-os la que ordenaba la salida del pueblo, entonces no tuvieron otra cosa que aceptarla. En ese momento, apurados por salir de Egipto, los hebreos tropezaban unos con otros, las madres vestían a los niños, los padres colocaban el agua en sus alforjas, y como no había tiempo cocieron el pan sin la levadura. Este recuerdo se trasmitió de generación en generación durante miles de años hasta nuestros 8
días, así es como comemos la matza los ocho días de Pesaj. ¿Ahora saben por qué se come matza en pesaj? - Sí, Zeide-, respondieron a dúo mis hermanas. Yo me quedé callado y cuando el zeide me miró, le hice un gesto como diciendo “muy bueno lo tuyo, Zeide” y aproveché el instante para enfilar hacia la calle, pero la ridícula de mi hermana Esther le pidió que continuara con la historia. Los ojos del zeide me hicieron sentar: nada peor para él que levantarse en la mitad del cuento. - ¿Ocho días dura Pesaj?- preguntó mi hermana Esther. - Siete días en Palestina y ocho fuera de ella. Los dos primeros y los dos últimos son de fiesta, y los cuatro días restantes son de semi-fiesta, en esos días se puede trabajar pero está prohibido comer la levadura de la masa del pan, sólo se puede comer ázimos, que es la matza. Tomó un vaso gigante de agua, encendió la pipa, me miró, miró a mis hermanas, sonrió agradecido a su público, se quitó la boina y continuó. - Guiados por Moisés y Aarón, los israelitas salieron de Egipto y se dirigieron al Mar Rojo. Entonces vino el milagro, sus pasos abrieron el mar, caminaban y las olas se hacían a un costado dejando un largo y hermoso camino. Pero cuando los egipcios quisieron pasar por ese camino se ahogaron, porque las aguas volvieron a cerrarse. Entonces, y sólo entonces, los hebreos emprendieron libremente la travesía del desierto rumbo a la prometida tierra de Canaán. - ¿Y en cuanto tiempo llegaron?-. Por primera vez abrió la boca Ruth. - Cuarenta años demoraron en llegar-, dijo el zeide. - Un garrón, -dije-. Nosotros con papá y mamá demoramos 18 horas para llegar a Israel. - Pero en ese entonces -siguió el zeide-, no existían buques, trenes, ni aviones. Sólo los pasos y la fe en D-os. Por el camino nacieron niños, los ancianos como Moisés no llegaron a ver la tierra prometida, se fueron muriendo en el camino. Los que comenzaron a caminar de niños llegaron siendo padres; y los padres se hicieron abuelos y los abuelos se despidieron de las estrellas, de los hijos, de los nietos y se fueron con la fe en que los más jóvenes llegarían. Y así fue que un día después de tantas discusiones, de largas conversaciones alrededor del fuego, de tantos cuentos que los grandes contaban a los niños y de tantos sueños y noches lluviosas, y noches serenas de luna blanca y de estrellas que parecían ser los ojos de la tierra amada, llegaron. Cuando uno emprende un camino y sabe hacia donde va, tarde o temprano llega. Mediten acerca de tres cosas y no caerán en manos del pecado: De dónde han venido, hacia dónde van y ante quién habrán de rendir cuentas.
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Zeide, le dije, la historia es bárbara, acaricié su barba poderosa, lo besé y llegué justo cuando los pibes estaban por entrar a la cancha. Cuando terminó el partido, lo veo al zeide con papá aplaudiendo en la tribuna. Yo corrí a abrazarlos y volví a casa sin cambiarme y con la camiseta transpirada. Mis hermanas se habían quedado conversando en la pieza. Mamá ya me tenía preparado el baño, así que me metí en la ducha fría, comí unos Knishe de la bobe y me dormí pensando en la valentía de mi pueblo, en los cuarenta años y en lo viejito que está el zeide. Segunda parte El tiempo pasó y después de tanta espera Pesaj llegó. Fue el único día que mis hermanas olvidaron preguntar. Ese día, cuando volvíamos del Beit Hamikdash, la casa se llenó de gente, mi tío Abraham venía con la tía Rebeca y sus cuatro hijos, que eran mis primos, más siete que éramos nosotros y todos hablando al mismo tiempo, todos riendo al mismo tiempo y nosotros aprovechando para correr por el corredor largo de la entrada, encender fogatas en la terraza y con mi primo Mauricio y mis primas Jane y Larita disfrazarnos y hacer representaciones teatrales y números de magia. Todo lo hacíamos en esa misma noche. La cosa era que hasta empezar el seder la casa parecía un estadio de fútbol. Entonces se escuchaba la voz de papá llamándonos, al instante el silencio reinaba en toda la casa. El zeide en el centro de la mesa y nosotros en el otro extremo de la mesa larga, y a la espera para lanzarnos sobre los manjares. Esa noche se tendía el mejor mantel de hilo de la casa, los mejores cubiertos y “la bandeja del seder”. ¿Vos querés saber qué trae la bandeja? A mí me lo contó el abuelo, que a su vez se lo contó el padre de él y a este su padre que viene a ser mi tatarabuelo. Lo que trato de decirte es que todos nos lo contamos a todos y así repetimos ese día lo que se hizo durante la primera cena de Pesaj. Claro que las cosas que pasan son distintas, no creo que el zeide haya incendiado el toldo de la casa como nosotros ese día. Te cuento que eso no tenés que hacer, nosotros tuvimos la suerte que el zeide, que aparece siempre como un rayo, ese día nos salvo con un balde de agua y nosotros nos salvamos de la paliza. Te cuento: en la mesa se coloca tres matsot cubiertas con una carpetita, una encima de la otra y cada una de ellas representa una parte del pueblo de Israel, la de arriba representa a los “Cohen” que son la parte del pueblo más cercano a D-os y al mismo tiempo son los maestros del pueblo; la del medio representa a los “Levy” 10
que son los cantores de D-os e instructores de su pueblo; y la de abajo representa a Israel que es la que soporta la carga y mantiene a los que guía e ilumina. Todo el pueblo está en la mesa con tres matsot recubiertas con una hermosa carpetita que la bobe trajo de Vilna. Te cuento lo que trae la Bandeja del Seder: carne asada con hueso que representa el sacrificio pascual; un huevo cocido el sacrificio en honor de la fiesta; el Jrein que está hecho de rábanos y es más amargo que la hiel o la lechuga, tanto uno como el otro nos recuerda todo lo que sufrieron nuestros antepasados en Egipto. El “Jarosét”, es una mezcla de manzanas, nueces o almendras, pasas de uva, canela y un poco de vino. Esta delicia representa, según cuenta la bobe, la arcilla y los ladrillos que sirvieron a nuestros antepasados para edificar pirámides y construcciones en general a los faraones. Cuando llega Pesaj yo me como un “Jaroset” del tamaño de un ladrillo. En la mesa hay una copa para cada uno de los invitados y para los dueños de casa, como éramos trece y una docena el juego de copas de cristal de mamá, me encajaron a mí un vaso de la cocina. Las copas se las veía tan llenas que pareciera que una gota más provocaría una catastrofe para mamá, inundar el mantel nuevo con un mar de tinta china. Cuatro copas nos indican de distintas maneras una sola cosa, la liberación del pueblo hebreo de Egipto. Esa noche papá trajo un niño, que según la bobe era huérfano. El chico al comienzo estaba mudo. Le conocí la voz cuando me acerqué para regalarle un montón de figuritas. Entonces me contó que se llamaba Mauricio, como mi primo que estaba sentado enfrente nuestro. Mi primo y yo lo bautizamos Mauricio II, eso le dio gracia y a partir de allí no había quien lo pare porque hablaba hasta por los codos. Paró cuando papá comenzó con la primera bendición. Después papá continuó hablando de todos los sufrimientos del pueblo cuando salieron de Egipto (es lo que se llama Hagadá) y por último habló de todos los judíos pobres, los que no tienen familia, los que están enfermos y los que están solos, y yo me di cuenta que a papá se le llenaban los ojos de lágrimas. Entonces dijo: “Aquel que tenga hambre que venga y coma” “Que el pobre que tenga hambre venga a nuestra mesa y se siente a ella como uno más de nuestra familia”. Y el tío Abraham aprovechó para decir “amén” y 11
todos dijimos “amén”. El zeide que hasta ese momento no había hablado, dijo que hay que condenar el espíritu de venganza. Que no había que ser resentido, esa palabra quiere decir que cuando vos te peleas con alguien, te peleaste en ese momento pero que no hay razón para seguir peleados. ¿Se entiende, no? Yo al lado del zeide y de papá aprendí mucho. Bueno, después el zeide dijo que debemos ser generosos con los extranjeros, porque extranjeros fuimos en Egipto. Es decir, si recibimos mal de los otros no tenemos que devolverlo. Todo el mundo un día tendrá su Pesaj, todo el mundo encontrará su tierra prometida y festejarán como nosotros festejamos la nuestra. Esa noche les presté mi cama a los dos Mauricios, las mellizas durmieron con mis tres primas, los grandes se quedaron hasta tarde conversando, Mauricio II contando las figuritas y yo me quedé pensando en todo lo que había sucedido, en la liberación de mi pueblo, en Mauricio II sin padres, en el pobre Moisés que tanto caminó y que nunca llegó a ver la tierra prometida, y en este cuento que ahora les cuento para que se vayan a dormir, y para que cuando llegue Pesaj se acuerden de mí, Jhonatan es mi nombre y todo lo que les conté lo aprendí de papá y del Zeide, que dicho sea de paso, está bárbaro y continúa viniendo a la cancha a ver mis partidos.
ESTHER EN JANUCÁ
Siempre quise tener los ojos negros de Nurith, tenían tanta luz que eran capaces de iluminar la noche de Janucá, y cuando se ilumina la noche se iluminan los edificios, las calles, la escuela, la señorita Orly y las ocho velas
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de Janucá. Hasta ese día no sabía muy bien qué era Janucá, pero como para mí Janucá era Nurith, mi mejor amiga. La llamé por teléfono y le dije: -¿Querés venir a pasar Janucá a mi casa?Ella me dijo que debía consultarlo con sus padres y que por la tarde me contestaría. Era la primera vez que invitaba a una amiga y a decir verdad estaba bastante nerviosa. Esa tarde no quise salir porque tenía miedo que no me encontrara en el teléfono. Mamá se sorprendió bastante y me dijo que estaba cambiando. En ese momento sonó el teléfono. En la corrida me llevé por delante un jarrón con flores y un poco más se viene abajo la compactera CD de papá, pero el zeide apareció justo para atajarlo en el aire. Mientras mamá juntaba los vidrios, escuché la voz de Nurith que me preguntaba si había estado corriendo. -No, son los ruidos del teléfono-, disimulé mientras el zeide calmaba a mamá. -¿Vas a regañar a tu hija en el día de Janucá? Es sólo un florero, pensa que podíamos habernos quedado sin aparato musical. ¡Esto hay que festejarlo!, dijo mientras Nurith me confirmaba que a las seis de la tarde estaría en casa. Antes de colgar me preguntó: -¿Vos sabés porque se encienden ocho velas en janucá? -Más o menos, le dije, pero estoy seguro que mi zeide lo sabe. Apenas llegó Nurith fuimos a buscar al zeide. En realidad él nos estaba esperando en su estudio. Nos sentamos en torno a él y nos dijo: Había una vez un emperador malo que era el terror de los judíos. Destruía sus cosechas, enviaba hombres a pegarles, y estaba empecinado en hacer desaparecer el culto judío. A tal punto que Jerusalén fue decretada ciudad Griega. -¿Qué quiere decir decretada?, preguntó Nurith. Cuando un emperador o un presidente escribe algo y lo hace ley. Por ejemplo, un emperador escribe que desde hoy no te llamés más Nurith y te llames Juana. Me muero, dijo Nurith. ¡Juana, qué asco! Eso mismo le pasó a muchos judíos en esa época. Eso es lo que sintieron, alguien que usando la autoridad pretendía cambiarles el nombre. Este emperador era tan cretino que colocó un ídolo en el Beit Hamikdash 1 y ordenó a los judíos que abandonaran la Torá. Y ahí se armó la de aquellos, ¿no zeide? Muchos judíos huyeron de Jerusalén, entre ellos Matitiahu, que era un Cohen Gadol2 valiente que por nada del mundo iba a renunciar a ser judío. 1 2
Templo. Sacerdote.
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Entonces él se mudó a una aldea junto a su familia. Pero el emperador no tardó en enterarse, entonces envió un emisario acompañado de soldados. Todos estaban armados, golpeaban a las mujeres, los niños lloraban, hasta llegaban a envenenar los pozos de agua. -Como los nazis-, dije. -Como los nazis, se sonrió el zeide. Entonces, continuó el zeide, el valiente Matitiahu que estaba tan furioso golpeó al emisario y lo mató. -Bien hecho, interrumpió Nurith, se lo merecía. El miedo se transformó en valor y los judíos de ese pueblo, al mando de Matitiahu, formaron su ejército y le presentaron batalla a los malos. Los judíos se ocultaban durante la noche en las cavernas, comían los animales del bosque, planeaban los ataques, destruían los altares paganos, pero la meta era reconquistar el Beit Hamikdash y purificarlo. Pero el anciano Matitiahu, debilitado por los esfuerzos, no llegó a ver cumplido su deseo. Eso mismo le pasó a Moisés, ¿no?, dijo Nurith. Exactamente lo mismo, pero antes de morir Matitiahu, nombró a su tercer hijo, Iehudá, jefe de la rebelión. Recopada la historia, ¿no zeide? ¡Aún no terminó!, tronó el zeide, noté que no le gustaba mucho que lo interrumpamos. Así que preferí mantenerme callado. Ahora viene lo mejor, dijo el zeide estirándose los bigotes. Iehudá fue uno de los grandes de la historia. En él se reunía el valor y la fe y eso lo sabía trasmitir a sus seguidores. Un día, el emperador mandó un ejército inmenso. Él estaba convencido de derrocar con facilidad al ejército de Iehudá. Los judíos sabían porque luchaban y los enemigos no. Eso es lo que no tuvo en cuenta el emperador y por eso Iehudá los aplastó. Tres años después de haber sido profanado el Beit Hamikdash volvió a manos judías y fue redimido y purificado. Por eso ésta fiesta también se la llama “Día de la Inauguración”, porque todos celebramos la inauguración del Beit Hamikdash. ¿Terminó?, pregunté. ¡No! Dijo el Zeide. Es más chinchudo que no se qué. Entonces marcharon los heroicos judíos sobre Ierushalain. Ellos lucharon hasta los días sábados, pero D-os no sólo los perdonó sino que también los aprobó. La prueba es que cuando Iehudá entró al Beit Hamikdash encontró muy poquito aceite para alimentar la lámpara. -¿Y porqué las ocho velas de Janucá?, preguntó Nurith. Ya llego, tiempo al tiempo, dijo el zeide. Las lámparas se mantenían encendidas con aceite, y cuando Iehudá entró al Beit Hamikdash notó que 14
había aceite para iluminar un solo día. Ustedes saben que el aceite tarda ocho días en ser purificado. Sin embargo, durante ocho días la lámpara siguió ardiendo, por eso en Janucá encendemos ocho velas, para recordar a todos los que lucharon por la libertad y para honrar a D-os, que mostró su agradecimiento haciendo que con un poquito de aceite mantuviera ocho días iluminando al Beit Hamikdash. Eso prueba que D-os perdonó a los valientes judíos que lucharon hasta los días sábados por la libertad de su pueblo. Por eso la fiesta de Janucá es pura alegría, y también se la conoce como “Fiesta de las Luminarias”, y todos los judíos la festejamos porque simboliza la salvación de Israel por la valentía, el amor a D-os y a la tierra de Israel. Dejamos al zeide en el estudio, caminamos el corredor y salimos a la calle. Había una lluviecita de verano. Ya se había hecho la noche, los ojos negros de Nurith iluminaban las estrellas, los edificios, las calles mojadas y las ocho velas que ardían en mi casa.
EL CIELO DE URIEL El segundo grado de la escuela Sholem estaba todo patas para arriba. Todo comenzó el día lunes. Miriam, la maestra, les dijo a sus alumnos que dibujaran un paisaje. Todos miraron a Noé y él copió un paisaje de un libro. 15
La mayoría hizo lo que Noé. Unos se miraban a otros, era la primera vez que la “seño” los mandaba a dibujar. Se dibujaron montañas marrones, ríos azules, casitas con techo de tejas rojas, gallos con crestas rojas y alguno que otro dibujó un patito blanco nadando en la laguna. Hasta ese momento el día era como todos los días. Pero cuando Noé miró el dibujo de Uriel no paró de burlarse. Los seguidores de Noé hicieron lo mismo. Aprovechando que la “seño” estaba en dirección, volaron por el aire tizas, lápices sin punta y todo el aire del grado explotó en risas y chillidos. La seño regresó en medio del escándalo. Todos se hicieron los distraídos y volvieron a sus dibujos. Entonces la seño dijo que el desorden se escuchaba en la dirección y quiso saber cual había sido el motivo de las risas. En ese momento muchos miraron a Noé, y finalmente él se levantó del banco y explicó lo siguiente: -Seño, Uriel dibujó el cielo de rojo, la casa como una caja de zapatos y el río con forma de serpiente. Lo dijo todo tratando de no reírse, pero cuando terminó, la clase volvió a las carcajadas. A la “seño” no le causó gracia el dibujo de Uriel, entonces nos explicó: No tenemos porque aceptar las cosas como nos son dadas. Podemos desarrollarlas y transformarlas. En las manos del hombre el trigo se convierte en harina, y la harina en pan. De este modo, la harina representa la superioridad del hombre sobre el animal. El cielo es azul, pero Uriel en su interior lo ve rojo. Uriel dibujó su cielo. Cada uno de nosotros puede mirar el cielo de manera distinta. Se nos da el cielo no para copiarlo sino para transformarlo. Leemos la Torá para ser mejores. El hombre recibe la tierra. ¿Pero qué hacemos con la tierra? ¿La miramos? ¿La copiamos? ¿Nos echamos a dormir sobre ella? -Cultivamos el trigo-, respondió Uriel. Y del trigo, continuó la seño, hacemos la harina. De otra manera comeríamos las hierbas del campo. El cielo es azul, pero quizás Uriel vio el cielo triste y lo pintó de rojo. -¿Y el río como una serpiente?, dijo Noé. Los ríos pueden ser peligrosos. Muchas personas por alejarse de la costa se ahogaron. Cuando miro el río de Uriel me da miedo. Pero para otros de la clase, el río bien puede representar la alegría. De esta forma podrían pintarlo con una sonrisa gigante. Finalmente, nos dijo la seño, estudien la Torá y verán que todo lo que nos sucede, las preguntas que nos hacemos, hacia dónde vamos y de dónde venimos, como todo se transforma y todo continúa estando allí, en nuestros libros, porque las palabras de nuestros sabios están “hechas de pan” y “Aquél que da vida también proveerá el sustento para ella”.
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LA LECHE Y LA TORÁ La “seño” me mandó deberes. El título de la redacción “La vaca nos da la leche”. Me imagino una vaca golpeando la puerta de casa. No sucede todos los días. Las vacas no hablan, pero si hablaran dirían: “vengo a darte la leche de la mañana”. Lo que yo no sé es qué le damos a cambio. Porque cuando voy 17
con mamá al mercadito, mamá le da dinero y el señor le entrega la leche. Entonces yo me tomo la leche, el coreano se lleva el dinero y la vaca nada. Pobrecita. ¡Qué injusto es el mundo! Pero para que la leche llegue al almacén, se hace necesario que un hombre ordeñe la vaca, que la leche alguien la lleve a la fábrica donde se pasteuriza y por último que alguien que se la venda al señor del mercado. Todo eso es trabajo que hace el hombre. Pensé que la leche es como la Torá, el trabajo que hace el hombre es como el estudio que hace el judío para comprender la Torá. Todos bebemos de ella, crecemos, nos hacemos grandes como papá y sabios como el zeide. Todo gracias a la Torá. ¿Es así papá? -Más o menos, dijo papá, la leche se da, se vende como cualquiera de las cosas que se venden en un supermercado. Cuando la comprás se hace tuya. Quiero decirte que podes revenderla, tomarla o regalarla a alguien que tenga hambre. En cambio la Torá no se da, se entrega como Moshé la recibió y la entregó a Iehoshúa. Se entregan las cosas cuando hay fe en el que las recibe. La Torá se entrega, el que la recibe debe trasmitirla y cumplirla, y después debe entregarla a otro y así a todos los judíos del mundo. Es con este sentido de “confianza” que Moshé le entregó la Torá a Iehoshúa. La Torá como enseñanza, como forma de vida. |Yo me hice la siguiente idea; la leche es como si fuera la Torá, D-os nos entrega la leche sin pedirnos nada. Nosotros le damos nuestras oraciones y nuestros rezos, que viene a ser como el pastito. Bebemos un poco de Torá y se la entregamos a otro que a su vez bebe y la entrega, y así hasta el fin de los días. Creo que tengo terminada la redacción. Mañana se la presento a la Morá. Acordate que los libros como la leche se dan y que la Torá se entrega.
UNA NIÑA EN LA NOCHE
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Había una vez una niña que le tenía miedo a la noche. Miedo antes de dormir y miedo para salir a jugar con los chicos en la noche. Los miraba saltar y reír por la ventana. Cuando sus padres se iban al cine, ella encendía todas las luces y no se dormía hasta su regreso. Tarde, en la noche, encontraban a su hija con los ojos más abiertos que una lechuza. La noche duerme cuando las personas duermen le habían explicado sus padres. Pero más de una vez corría hacia la cama de sus padres y allí se levantaba por la mañana. Los padres habían discutido mucho la situación. Ambos estaban de acuerdo en que los niños debían dormir en sus camas. Pero apenas escuchaban los llantos de su hija, para calmarla accedían a que durmiera con ellos. Un día, de esos que para dormir, la niña tenía cinco luces encendidas. Su padre fue hasta su habitación y fue apagando, una a una cada luz, y le explicó que cuando se apagan las luces se encienden las estrellas y todos los astros del cielo, y cuando la luna se ilumina se encienden todas las luces del universo como una Torá. La habitación quedó a oscuras y el mundo entero encendido. En ese momento, la niña recordó los versículos que se dicen en Kriat Shemá: “Hashem está conmigo, yo no temeré” Y “Tú, Hashem, eres un escudo ante mi”. Entonces pensó que Hashem estaba con ella, y que él enviaba un ángel bueno para cuidarla, y que acababa de enviar a su padre para que apagara las luces y para que iluminara la noche con el conocimiento de la Torá. Al día siguiente, la niña jugó con los chicos en la noche y cuando regresó a dormir, dijo sus oraciones y durmió como si hubiera caminado toda la tierra en un día. Era un día domingo, sus padres durmieron esa mañana más de lo habitual. Un tanto cansados y sorprendidos por el sueño de su hija olvidaron apagar sus luces. La niña se despertó primero, pasó por el cuarto de sus padres, la habitación estaba abierta. Su madre se despertó al instante, la niña le sonrió, apagó las luces y muy despacito para que no se despertara el papá, le dijo: cuando se apagan las luces se enciende la luna.
LA FIESTA DE ZUCOT Los dos Mauricios y yo nos volvimos a reunir en Zucot. El maestro nos enseñó que esta fiesta es, entre otras cosas, una forma más para recordar que 19
Ashem nos sacó de Egipto. Lo más divertido es hacer la zucá. Detrás de la sinagoga hay un terreno grande, allí nuestro maestro Iosef nos enseña a fabricar una zucá. Nosotros nos sentimos poco más que arquitectos. A mi me encanta trabajar al sol y sentir cuando se termina el día, que esa zucá hecha con madera y follaje la construimos nosotros. ¿Vos sabés porqué en Sucot se hace una zucá? Te cuento. Esa zucá nos recuerda cuando los judíos viajaban en el desierto, durante esa larga caminata se acostumbraron a armar esas casas de paja. No tenían una casa como la nuestra. Ellos tenían la idea de llegar a la tierra prometida, y esa idea era tan fuerte que no les preocupaba no dormir en una cama, ni tener una casa. Por eso en Zucot, todos valoramos lo que tenemos y le damos las gracias a nuestros antepasados, por la humildad y el sacrificio y sobre todo las gracias a D-os. Me los imagino armando la zucá en el medio de una tormenta de desierto. Con poco agua y comida. Hasta que por fin lograban entrar y desde dentro miraban la tormenta de arena. Las madres con sus hijos, los padres asegurando la cabaña con soga fabricada por ellos, y la única luz, agregó mi primo Mauricio, era una vela y la luna. Y así la mayor parte de los días. El maestro nos dijo que todos somos iguales dentro de una zucá. Por un momento quedamos los tres en la cabaña, Jorge y los demás chicos fueron a buscar amarras. Entonces, mi primo Mauricio me preguntó si era malo ser rico. Yo le dije que no, lo malo es ser miserable. Mi papá siempre dice que cada uno tiene lo que se merece y que tiene que aprender a valorarlo. Cuando Jorge llegó con los chicos, ataron las amarras y entonces él nos enseñó algunas cosas útiles. Nos dijo que la fiesta dura ocho días, que los dos primeros son la fiesta, los cuatro siguientes son de semi-fiesta o Jol-Hamoed. Un día es llamado Hoscha'-Rabá y se parece a un pequeño Kipur, mientras que los dos últimos días son de fiesta grande y se llaman Scheminí Arseret y Simjat Torá. También nos contó que a travéz de cuatro especies se simboliza a todo el pueblo. Aquellos que cumplen mitzvot, me refiero a los hombres sabios y buenos representados en el Etrog (citrus médica) que tiene aroma y sabor. El Lulav (palmera datilera), cuyo fruto es sabroso pero sin aroma, representa a aquellos que estudian Torá pero todavía no han encontrado la posibilidad de entregarla. El Hadásh (mirto), de gran aroma pero sin sabor, simboliza a los que cumplen mitzvot, aquellos que lo dan todo pero que como consecuencia de la ignorancia no han estudiado Torá y están impedidos de hacerlo; y el Arabá (sauce) que no tiene aroma ni sabor, representa a los que aún no tienen el saber de la Torá, ni el saber ni la ciencia para entregar el conocimiento. De estos últimos también se forma el pueblo judío. 20
Ese día conocí una pila de chicos nuevos, cantamos y bailamos hasta tarde. Parecía que estaban todos los judíos del mundo. Papá estaba empapado de tanto bailar, nunca lo vi tan feliz. Es que Zucot es la fiesta más querida del pueblo de Israel.
LA GRAN FAMILIA PERES
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El señor José Peres casado con Irene Goldstein eran un matrimonio muy rico con muchos hijos. Vivían la mitad de su tiempo en España y la otra en Marruecos. Él sabía que tenía una gran familia en la Argentina, pero por distintas razones siempre prorrogó su viaje. El día que se decidió hacerlo, como no sabía la dirección de sus familiares, puso un anuncio en todos los diarios judíos. José Peres y señora invitan a una fiesta de encuentro a toda mi familia Peres. La cita es Camargo 1121, vengan con las manos vacías, Peres invita. Tres decenas de familias Peres de Capital acudieron al encuentro, tres familias de Tucumán, cinco de Rosario, nueve de Córdoba, una de Chubut, un Peres soltero de Misiones y un Perel quejoso que a su bisabuelo le escribieron mal el apellido. Todos se las ingeniaron para pasar por distintos Beit Hamikdashs y llegar a la misma hora al salón alquilado por el señor José Peres. Por suerte, José Peres era un hombre previsor. Había encargado 50 kilos de Arenque, 28 de Kiniche, diez fuentes completas de lactes de papa, Vareniques, Kneidales, Laj mashim, Mahude, todo al por mayor, y quince cajas de vino. Desde luego toda la comida y la bebida Kasher. El barrio de Villa Crespo 3 estaba feliz. A diez días de Rosch Haschaná, se podía afirmar que el año comenzaba con muy buenas ventas. A manera de agradecimiento, los comercios de la zona le hicieron un cartel de 15 metros que decía “Bienvenida familia Peres”. Aquello fue una locura. Una multitud de Peres hablando al mismo tiempo. Cada uno relatando los zures de sus abuelos inmigrantes, encontraban sus parentescos y si no los tenían los inventaban. Los que eran de la misma edad se llamaban entre ellos primos, a los mayores lo llamaban tíos. Había quienes libreta y cámara en mano anotaba prolijamente todos los nombres. Otros Peres más ricos filmaban y los más pobres lápiz y papel. El asunto era que nadie quería perderse nada ni a nadie. José Peres no daba más de la alegría, sus ocho hijos con sus familias cayeron a último momento. Ellos viajaron para la ocasión desde Israel, Australia, Estados Unidos y Francia. Todos hicieron coincidir los distintos vuelos con poca diferencia de horario en el aeroparque. De manera que hicieron su entrada a la misma hora. 3
Barrio popular judío de la Argentina.
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Cuando llegaron, José Peres no lo podía creer. Tardó 55 minutos de reloj para presentarlos a toda la familia Peres. Sus hijos, las nueras y los nietos no paraban de saludar familiares En ese momento, José Peres tuvo miedo de que no alcanzara la comida. En quince minutos llegaron 200 Kippe y 12 kilos de Kishque. -Papá, le dijo uno de sus hijos, no crees que estás exagerando. -No, respondió el señor José Peres, si sobra que cada uno se lleve el pecale para el viaje. La mesa medía 100 metros. Para superar las distancias, el señor José Peres había alquilado cinco megáfonos, todos conversaban con todos, la música estaba alta. Un fotógrafo bajito y simpático liquidó 15 rollos apenas comenzada la celebración. Cuando todos los comensales estuvieron en la mesa, se apagó la música y se hizo un silencio con el primer rezo. El señor José Peres comenzó explicando los significados de Rosh Haschaná: principio del año hebreo. También se llama a este día “Yom Hazicarón”, aprovechamos para recordar todos los hechos de nuestra vida, aprender las lecciones y ser mejores. También se llama “Yom Teruá”, día del toque del Shofar. Recordemos, dijo, que D-os anunció su aparición en el Monte Sinaí por medio del Shofar. Con él se anunciaban la liberación de los esclavos cada siete años y la de las tierras cada cincuenta, y será con el Shofar, con sus acordes sublimes, cuando se anunciará algún día la llegada de la era mesiánica para la liberación de Israel y de toda la humanidad. Pero el principal significado del Rosch Hascahaná es el sacrificio de Isaac. Al celebrar este día, afirmamos con nuestro propio sacrificio y pedimos a Dios la fuerza de voluntad necesaria para cumplir nuestros deberes y continuar fieles a los principios de nuestros antepasados. Alrededor de 500 manos Peres se lanzaron a disfrutar los manjares. José reinaba de felicidad al ver la manera en que se vaciaban los platos. A último momento cuando la ceremonia estaba por finalizar, alguien golpeó tímidamente la puerta. Uno de los Peres que estaba por irse lo escuchó por casualidad. Era un anciano todo encorvado con un bastón en la mano. Parecía una pasita de uva con una sonrisa grande y generosa.
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-Shaná Tová dijo, y de a pasos cortitos fue entrando al salón. Todos lo rodearon con mucho respeto. Parecía una planta marchita por los años. -Yo soy uno de los primeros Peres de la historia, dijo con una voz que se iba perdiendo en el camino. -¿Cuántos años tiene zeide? Le preguntó el señor José Peres. -Tres mil cuatrocientos, dijo con naturalidad. -¡Tantos!, dijeron todos los Peres que lo rodeaban. -¿Qué, no los representó? -¡La verdad que no! dijeron todos. Hubo quienes preguntaron ¿Qué hizo durante tantos años? -Leí la Torá, nunca se termina-. -¿Y cómo se enteró de al fiesta?, dijo uno de los Peres. -¿Cómo te enteraste vos?, contestó rápido el anciano. Se hizo un silencio, después todos rieron, incluso el anciano. Cada palabra que decía demoraba lo que una jugada de ajedrez. -Quiero agradecerte José, en nombre de todos los Peres de la historia, todo cuanto has hecho. Y además decirle a todos algunas cosas que aprendí durante tantos años leyendo Torá: A mayor abundancia de riqueza mayor será la preocupación, a más mujeres más brujería, a más siervos, más robo; a más estudio de la Torá, más vida; a más perseverancia en el estudio, más sabiduría. Quien ha adquirido un buen nombre como vos, lo hizo para sí; te irás de aquí convertido en un José feliz y con la conciencia que has cumplido tu deseo; quien ha adquirido conocimiento de la Torá obtendrá la vida en el mundo venidero. Toda la familia Peres lo aplaudió y después hicieron un brindis gritando ¡Lejaim! ¡Lejaim! Algunos lloraban de emoción, le besaban las manos y no se cansaban de agradecerle. -¡Gracias! Dijo el anciano. Vaya mi agradecimiento a todos los Peres, familiares míos, y dio la mano a todos los varones como corresponde. Miró los ojos de todos y dijo: Si han comido en una mesa tan larga como ésta y no han pronunciado palabras de Torá, es como si hubieran comido cosas en mal estado. Pero si han comido en una mesa y han hablado palabras de Torá, es
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como si hubieran comido de la mesa de D-os; pues está escrito: “ésta es la mesa que está delante del Señor”. -Hemos hablado mucho de Torá-, respondió el señor José Peres. Abrazó al viejito, lo besó, lo abrazaron todos y después como si nunca hubiese existido, desapareció. Todos lo buscaron con la mirada pero nadie dijo nada. Discretamente fueron a la cocina, al baño, algunos salieron a la calle. Nadie se animó a preguntar por el ausente, pero todos llevarían su recuerdo de por vida. Cuando la noche caía vencida en la contienda con el día. Los Peres se abrazaron por última vez y se dijeron “hasta el próximo encuentro”, y cuando los hijos de José quedaron solos con sus padres. la señora rebeca Golstein dijo: José, mi amor, espero que la próxima fiesta que hagamos invitemos a los Golstein de la Argentina. -Así será, mujer-.
MI AMIGO DE YOM KIPUR Antes de la llegada de Yom Kipur, en casa siempre la misma discusión. Mamá hace un inventario de las enfermedades de papá. Mientras mamá hace la comida, sin sal por la presión de papá. Con el cucharón en la mano le dice: 25
-En el último Yon Kipur tuviste un desmayo, te lo digo para que te acuerdes. No quiero tener un disgusto en este Yon Kipur-. Mamá sostiene que las personas tenemos poca memoria. Y dale que dale, cuando a mamá se le pone algo en la cabeza, puede estar horas con el mismo tema. Mi hermana y yo nos morimos de risa, pero en silencio. Papá come, escucha y al final de la cena, dice- Sara, ¿qué clase de ejemplo voy a dar a mis hijas si ni siquiera soy capaz de ofrecer un ayuno? -Es que vos estás enfermo ¿o acaso no lo sabés?, responde mamá. -Nada me va a pasar porque Dios estará a mi lado, dice papá. Papá es de los que piensan que si un hombre, a lo largo de un año, no puede dar ni siquiera un ayuno, que clase de relación tiene ese hombre con D-os. El ayuno de Kipur es el único que nos impone el Pentateuco. La Biblia llama a ese día “Día del Señor, Sábado solemne”. A mi me gusta Yon Kipur porque cuando suena el shofar, cuando sale la primera estrella y la ceremonia termina, todos nos abrazamos y nos besamos como si toda la sinagoga fuese una sola familia. El asunto fue que cuando llegó Yom Kipur a mamá casi le da un ataque. Por lo general papá llega a casa con una persona que no tiene con quién pasar la fiesta. Pero ése Yom Kipur fue inolvidable. Papá llegó con nueve personas, ninguna de las nueve se conocían, algunos hablaban en ruso, otros en Inglés y hasta había algunos en Francés. Dos de los nueve hablaban en castellano y con ellos la comunicación se hacía más sencilla, pero con los otros papá transpiraba, a veces les decían cosas a papá que él creía entender pero la verdad era que no entendía nada. Mamá no sé cómo hizo para hacer aparecer de golpe comida para los nueve. Aquello parecía la Torre de Babel, todos hablando en distintos idiomas y papá que sabe muy poquito de inglés, asentía con la cabeza como si lo entendiera todo. Yo no entendía un pito, pero ese día me hice de un amigo. Francis, tenía como dieciocho años y era francés pero hablaba algo de español. Él estaba recorriendo mundo, él me dijo que el mundo es pequeño y que todo él cabía en mi casa. Y que un Yom Kipur es lo mismo en cualquier país que uno se encuentre, y que la generosidad de mi padre era tan grande como el mundo. Ese poco de español que él hablaba sirvió para entender que me invitaba a su casa a París. Yo me puse de la cabeza. Mi sueño era viajar y esta era una posibilidad para no desaprovechar. Mi papá me dijo que yo viajaría a París cuando sea grande. Ese argumento no me dejó muy convencido y me fui a la cama rezongando y enojado.
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A la mañana siguiente me levanté temprano, puse algunas prendas en un bolsito y cuando papá me preguntó adonde iba, yo le dije de una manera terminante –a París-. Caminé dos cuadras y cuando me disponía a cruzar la avenida peligrosa, papá vino por detrás y me abrazó. Yo lloraba a más no poder, me acompañó a casa y al entrar lo vi aparecer a Francis con una pelota de fútbol y un equipo completo del París Saint Germán, camiseta, pantalón y botines. -Es para vos Jonathan, un recuerdo de tu amigo Francis. La invitación queda en pie, espero verte en París cuando seas mayor. Dicho esto, me abrazó. Yo hice esfuerzos para no llorar, papá y mamá me miraban y reían, y yo pensaba que jamás olvidaría a mi amigo de Yom Kipur.
NOÉ, UN NIÑO MEMORIOSO Rabí Zera hizo cien ayunos, procurando olvidar todo cuanto había estudiado en Babilonia, para poder pasar a estudiar la Torá de la tierra de Israel.
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Aprender no es la mera adquisición de más y más conocimiento. No importa cuán alto hayas llegado, siempre hay otra cima, más elevada aún. Pero esa cima sólo podrás alcanzarla si asumes que aún te encuentras en el valle.
El primer día que Noé entró al aula vino derechito a sentarse en mi banco. Yo me puse contento y cuando salimos al recreo le pregunté algo que no había entendido sobre la historia del judaísmo. Él me repitió toda la clase de la “seño”. No me vas a creer, pero me lo repitió todo, de punta a punta. Una semana después nos mostró que podía leer una página de la guía telefónica y repetirla sin un solo error. Dos meses después sabía un cuarto de Torá de memoria. Todo lo que entraba en esa cabeza no salía. Con nosotros se llevaba bien, pero no así con sus padres a los que trataba de tontos, de la seño decía que tenía planchada la cabeza y de la directora que no entendía cómo los cuadrados rodaban. Noé era un chico extraño. El día que a Iael lo atropello un auto, no hubo un solo compañero, salvo Noé, que no llorara por su suerte. Él sentado en el banco continuaba memorizando. Fue entonces que me explicó que cuanto más se le metía en la cabeza, la cabeza más le exigía. La memoria de Noé era como una droga. Lo único que Noé no podía memorizar eran los sueños y lo que más furioso lo ponía era el azar. Un día me invitó a su casa. Estábamos jugando al “monópoli”. No jugábamos a nada que tuviera que ver con la memoria, en primer lugar porque me ganaba y en segundo porque se aburría. En cambio, en el “monópoli” todo era azar, y yo por lo general siempre tuve suerte. El asunto es que me había comprado casi todos los cascos y hoteles más valiosos. Cuando ya tenía el partido ganado, Noé se puso a llorar a los gritos, tiró el juego a la basura y le gritó a la madre cuando vino a calmarlo. El asunto de la memoria de Noé llamó la atención a varios médicos, algunos rabinos y a los maestros de la escuela. El padre, a cambio de darle los gustos a su hijo, lo hacía participar en todos los concursos de sabihondos. Noé comenzó a llenar los bolsillos de sus padres. La madre no estaba de acuerdo pero pesaba más la opinión del padre. Las rabietas de Noé se mudaron de la casa a la escuela. Una vez por semana le gritaba a la seño, peleaba con la dire, discutía con los estudiosos de Torá y les decía que él sabía toda la Torá. Los maestros les decían que la Torá es infinita e inagotable, y que Moshé la recibió en el monte Sinaí porque es un monte humilde, podría haberla recibido en el Carmel que es majestuoso. Sin embargo, Noé no entraba en razones y volvía a la casa a moco tendido y enojado con el mundo. Sus padres no sabían cómo calmarlo, así que Noé 28
lloraba hasta que se le acababan las lágrimas. Su madre pensaba si castigo a un hijo cuando necesita de un abrazo, cometo un grave error; pero si lo abrazo cuando debí haberlo castigado, entonces estoy haciendo una mitzvá. Su padre se dio cuenta de su error, hacerlo participar de los concursos de sabiohondos, no era otra cosa que alimentar lo que le hacía mal a Noé. Entonces se acercó a él y le dijo: “que cuando las cosas no salen, hay que confiar y tener calma. Cuando Él vea cuánto confiás en Él, dispondrá todo para tu bien”. Cansado de su memoria y de sus problemas, Noé se propuso un día no memorizar nada durante una semana. Al cabo de ese tiempo se sintió mejor, incluso llegó a olvidar, cosa que nunca antes le había ocurrido. En el camino de regreso de la escuela solía cruzarse con un anciano llamado Iaakov. Se saludaban y cada uno continuaba su camino. Un día Iaakov se detuvo y le habló. -Me dijeron que sabes la Torá de memoria. -No toda, dijo Noé, pero dejé de estudiarla. -De estudiarla, dijo Iaakov, ¿o de memorizarla? Se hizo un silencio, Iaakov lo tomó del brazo y caminaron de a pasos lentos. Por momentos se detenía y mirándolo a los ojos le decía- Moisés aceptó la Torá. La estudio; la hizo parte de su conciencia. Ésta es la razón por la que pudo trasmitirla y enseñarla a los demás. Aquello que no ha sido absorbido no puede ser trasmitido. Los sabios nos dicen que cuando un niño está en el útero de su madre, un ángel le enseña la Torá, que él olvida una vez que nace. Continuaba caminando, saludaba a las personas, miraba al cielo y reía. Volvía a detenerse y continuaba hablando: ¿Sabés que los ángeles guardaban el deseo de enseñar la Torá al mundo? Pero no se puede enseñar lo que no se experimenta. ¿Cómo puede enseñar un ángel las leyes del Cashrut si no experimentaron lo que es comer o beber? ¿Cómo pueden trasmitir el amor a los padres si ellos no tienen padres? Vos sí los tenés Noé, entonces podes comenzar honrándolos, sepan o no la Torá de memoria. Ya vez, de nada sirve memorizar algo que después no se puede aplicar. Si hubieras experimentado la Torá no te pelearías con tu maestra, ni con tu directora y menos aún con tus padres. Todas las cosas necesitan un tiempo de aprendizaje, no te entristezcas, es un bonito día de sol. Pero Noé lloró un largo rato en el hombro del anciano, regresó a su casa y besó a sus padres. Esa noche se quedó pensando en algunas ideas de la Torá. A la semana siguiente volvió a encontrarse en el mismo lugar con el anciano. Entonces se animó a consultarlo a raíz de los sueños: -Yo nunca recuerdo un sueño, ¿eso es malo?
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-Ni malo ni bueno, dijo el anciano. Un sueño no analizado es como una carta no abierta-. -¿qué quiere decir? “Y no subirás por gradas a Mi altar para que tu desnudez no sea descubierta por él”-. El anciano Iaakov le respondió: No asciendas al altar del Todopoderoso dando pasos precipitados o de un salto rápido. Tenemos la costumbre de abrir juicios rápidos y luego nos lamentamos. Es muy fácil situarnos encima de todos, criticar a nuestros maestros y tratar de tontos a nuestros padres. Lo difícil es entender a todos los que nos rodean. En poco tiempo Noé comenzó a ser querido en la escuela, ya no trataba de memorizar sino de entender lo que leía. A cada oración le hacía preguntas, como si las palabras fueran personas. Cuidaba a las personas y cuidaba a las palabras. Noé creció en años y en sabiduría. Estudió y llegó a rabino, se casó, tuvo hijos, y todos los años para Rosch Haschaná se acuerda de su compañero de banco, que soy yo Jhonatan. Me envía una carta invitándome a la fiesta. Entonces me habla de las enseñanzas recibidas de su primer maestro Iaakov, de todo lo que sufrió y de todo lo que aprendió. En el Beit Hamikdash nos encontramos todos, incluso con Iael, y siempre nos acordamos con risas de cómo llorábamos cuando lo atropelló el auto. Noé tiene tres hijas, la mayor se llama Lara y va a la Universidad. La del medio se llama Jaia y es tan inteligente como rebelde. Le dice a su padre: -¿Por qué debo estudiar y aprender Torá? ¿Acaso la verdad no está dentro de mí?-La verdad está dentro tuyo, le dice Noé, pero ella está dormida. La verdad se despierta y se libera con la verdad que proviene de afuera. La hija menor se llama Talí y tiene un problema: memoriza todo cuanto lee. Pero a su vez tiene una ventaja, un padre y unos abuelos que aprendieron mucho a lo largo del tiempo.
LAS COSAS PERDIDAS Mi nombre es Talít y tengo nueve años y un montón de historias para contar. A decir verdad no se cuál contar primero. Tengo fama de charlatana en la escuela, así que cuando no tengo con quién hablar utilizo el lápiz y el papel. Este recurso es tan bueno que puedo asegurar que escribo más historias de las 30
que cuento a mis amigas. Bueno, soy una chica a la que le pasan cosas de las más variadas, por ejemplo la historia del anillo y la fotografía. Me sucedió el año pasado. Todo empezó a la salida de la escuela. Siempre vuelvo a casa caminando con Raquel y Nurith, son dos amigas que por suerte hablan poco. Ustedes saben que en la clase una debe prestar atención y estudiar. Eso quiere decir que hablo poco, pero cuando hablo poco las palabras se apilonan dentro, y cuando salgo a la calle, esas palabras me piden salir afuera y yo tengo la suerte de que mis dos amigas, Raquel y Nurith, saben guardarlas. Supongo que ustedes sabrán guardar la historia del anillo y la fotografía. Creo que me estoy demorando, siempre doy un largo rodeo para contar una pequeña historia, pero no se crean que la cuento porque sí, la cuento porque de ella aprendí y espero que les sirva a ustedes para el mismo fin. No me detengo más y comienzo: ¿Dije que me sucedió el año pasado? ¿Verdad? Yo caminaba con Raquel y Nurith, les estaba contando un cuento que transcurría en la corte del rey. A mi me encanta contar cuentos, éste se trataba de cincuenta mujeres de manos delicadas y hermosas que probaban una larga cantidad de anillos de oro y diamantes, joyas que el rey bueno les regalaba. En ese momento, casi instintivamente, toqué mi mano y grité: ¡mi anillo! Mis amigas se asustaron más que yo. Había perdido mi anillo. Lo buscamos centímetro por centímetro a lo largo de toda la cuadra. Traté de hacer memoria si en algún momento me lo había sacado. Al darme cuenta que la búsqueda no tenía resultado, lloré tanto que varias personas que pasaban se detuvieron a consolarme, entre ellas un hombre con una quipá azul que acabó dejándome su pañuelo. Yo no lo podía creer, el anillo era un regalo de mi bisabuela. Cuando me calmé, mis dos amigas se desviaron como siempre de camino y yo me quedé un ratito sentada en el banco de la plaza. Estaba mirando la vereda cuando de repente miro un paquetito al lado de un árbol. Me acerqué, lo tomé y me volví a sentar en el banco de la plaza. Era una hermosa cámara fotográfica digital. Cuando llegué a mi casa le conté a mi mamá la pérdida del anillo y el encuentro de la cámara. Mi mamá me calmó diciéndome que las cosas no son eternas y que suelen perderse. Yo me sentí doblemente apenada, primero por el anillo y en segundo lugar porque había una persona que sentía la misma bronca que yo al perder su cámara. Así que al día siguiente me propuse encontrar a su dueño. Lo más común es que una persona fotografíe a personas amigas, a su familia o a su casa. Cualquiera de esas posibilidades posibilitarían encontrar al dueño. Así que me decidí a ver las fotos de la cámara en mi computadora. Las primeras treinta y dos fotos eran de paisajes, la última era de personas y de animales. Un señor vestido de jasid y otro hombre sonriente con sombrero y traje negro. A ese hombre yo lo conocía 31
pero no recordaba de dónde. Al final de la foto se veía una mesa con platos abundantes y más allá una ventana. En seguida deduje que se trataba de la fiesta de Purim y que los animales eran niños disfrazados. Es costumbre que los niños en Purim se disfracen. Con mi computadora logré ampliar la ventana. No estaba muy segura, pero al parecer detrás de ella se veía el edificio de Hebraica4. Si esto era así, el dueño de la cámara vivía cerca de mi casa. La semana siguiente me la pasé pensando cómo encontrar al dueño. Le conté la historia a mis amigas y Ruth me dijo: ¿Sos boluda nena?, porqué no fowardeas la foto y se las mandás a todas las personas que conocés. La idea era excelente. Junté todas las direcciones de mis amigas, las de mis padre y las mías y envié la foto con el siguiente texto: Urgente: Si usted conoce alguna de estas personas, tenga la amabilidad de enviarme su teléfono o su dirección de email. Las respuestas que tuve fueron de lo más ocurrentes: “ese gato es muy parecido al mío que se llama Ezequiel ¿Serán hermanos?; Un pato igualito a ese lo comimos la semana pasada”, El perro de la foto ¿muerde? Pasaron semanas y nunca tuve la respuesta esperada. La cámara continuaba en mi placard esperando al dueño perdido. Cámara y dueño estaban desencontrados como yo y mi anillo. Pero jamás olvidé la mitzvá (mandamiento) de devolver un objeto perdido. Un día se me ocurrió imprimir la foto y pegarla en los bares de los alrededores de Hebraica, debajo de la foto escribí mi teléfono y el siguiente texto: Si usted conoce a alguna de estas personas, llámeme. Al día siguiente llamaron por teléfono. Un tal Rabinovich decía que el jasim era un tío rabino y su primo el del sombrero y traje negro. También dijo que el día de la foto él había estado en esa fiesta, y que uno de los paquetes que había sobre la mesa era un Misholoaj manot (obsequio de golosinas y productos alimenticios que se hacen en Purim), que él había llevado. Los dos días siguientes llamé por teléfono a su primo. El teléfono no tenía contestadora. Después de una semana de llamar a distintas horas del día, me 4
Institución cultural judía de Buenos Aires.
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decidí por llamar a Rabinovich. Él me dijo que seguramente su primo estaba de viaje por Israel y que no tardaría en llegar. Un día golpearon la puerta. Yo tenía por olvidada la historia de la cámara. Estaba estudiando en mi habitación cuando escuché el llamado de mamá. Era el hombre del sombrero y traje negro de la foto. -¿Me recuerdas?, dijo sacándose el sombrero y poniéndose una quipá azul. En ese momento se me vino a la mente. Era el mismo señor que me calmó cuando yo lloraba por mi anillo perdido. -Todavía tengo su pañuelo, dije casi sin poder creerlo. -Y yo tu anillo-, dijo como al pasar el señor. Cuando te dejé en la plaza, caminé dos cuadras y al lado de un árbol lo encontré. Volví a buscarte pero ya te habías ido. Traté de encontrarte de diversas formas. Ayer regresé de Israel y hoy por la mañana me encontré con las niñas que estaban ese día a tu lado. Ellas me dieron tu dirección y aquí estoy, y aquí está el anillo. Me puse a llorar al verlo. Fui corriendo al placard y le dije: -¡Aquí está su máquina!-. Ni él ni yo podíamos creer lo que estábamos viviendo. Se lo conté todo con lujo de detalle, le hablé de su primo Rabinovich y de lo extraordinario que tienen las casualidades: ambos habíamos encontrado ambos objetos perdidos al lado de un árbol. Ambos nos encontrábamos por diversos caminos, pero bajo un solo deseo dijo él –hacer una mitzvá-.
Las hormigas y el señor Matarazzo El señor Roberto Matarazzo era gordo y pelado. El barrio entero lo consideraba un enemigo declarado de las hormigas. No sólo el barrio, las hormigas también. A tal punto esto era así, que cuando iba al campo del zeide y veía el ejército de hormigas, si yo les decía “viene Matarazzo”, las hormigas 33
disparaban de lo lindo. También le gustaba hacerse llamar “el guardián”, se sentía un poco el guardián del barrio. Caminaba siempre alerta mirando el suelo. Llevaba una mochila con toda clase de explosivos. Los chicos, cuando lo veíamos venir, le gritábamos ¡Ay viene la hormiga gigante! Había quienes lo llamaban “fukminante”. Todos los 13 de julio, Roberto Matarazzo cumplía años. Los hijos y nietos tenían por costumbre regalarle frascos de insecticidas, fulminante de hormigas, hormitrap y todo tipo de munición pesada y misiles antihormigas. Yo amo las hormigas y odiaba al señor Matarazzo. Cada vez que lo veía caminar, bamboleante, como pisando hormigas, cruzaba la calle, le daba un pisotón y salía corriendo. Mi gusto por las hormigas había comenzado en la escuela. La morá nos había explicado que había hormigas reinas que son las fértiles, las que pueden tener hijos; que se distinguen de las otras que son las obreras. Normalmente hay una sola hormiga reina por hormiguero. Las obreras son las encargadas de la alimentación. Los países de las hormigas son tan organizados como los países donde viven los hombres. El señor Matarazzo consideraba su oficio como un trabajo. Acudía siempre que era llamado. No importa la hora sino el enemigo. Ese era su lema. Cuando los vecinos estaban frente a una derrota inminente, el último recurso era un llamado telefónico al señor Matarazzo. Los pedidos de auxilio lo colmaban de honra. Incluso, se decía que llegó a recibir condecoraciones de manos de los vecinos. La otra pasión del señor Roberto Matarazzo era comer miel. Dos pasiones contrapuestas que le ocasionaron un desastre en su vida. La historia comienza cuando los nietos, en el día de su cumpleaños, decidieron regalarle diez tarros inmensos de miel. El señor Matarazzo no podía comer todos esa noche, pero si probarlos. Cansado de tantas emociones juntas se fue a dormir temprano. Estaba tan cansado que ni siquiera cerró los tarros. Sus hijos y sus nietos lo saludaron y se marcharon a sus casas. Las hormigas enteradas del suceso planearon venganza. Toda la noche se atrincheraron alrededor de la casa. Ellas dijeron, nosotras no hacemos mal a nadie, trabajamos todo el día para que Matarazzo destruya nuestros túneles, los puentes y nuestros hogares. Lo primero que hicieron fue enviar un grupo de exploradoras. Ellas dieron el aviso de los ronquidos del señor Matarazzo. Treinta ejércitos organizados pasaron por los huequitos de las puertas y de las ventanas. Se subieron a la mesa y comenzaron a devorar la miel. Tenían miedo que el gordo se despertara. Entonces hicieron rodar los tarros hacia la vereda. Siete batallones organizados para cada tarro. Pronto los tarros llegaron a la zanja, allí los tarros se convirtieron en barcos y las hormigas en marinos. El viaje a través de la zanja fue lento y perezoso hasta que la zanja desembocó en un 34
lago. Mientras tanto, los tarros se hicieron livianos porque las hormigas se llenaron la panza de tanta miel. Cuando el sol comenzó a salir, las hormigas llegaron a la costa y el señor Matarazzo comenzó a desperezarse. La costa daba a un campo con mucho pasto, ideal para volver a construir los túneles, los puentes y las casas. Así fue que los siete batallones se mudaron de forma definitiva. Todo lo que te cuento lo se por haberlo visto. A doscientos metros de donde descendieron las hormigas, nosotros habíamos instalado el majané, y fue una madrijá junto a la morá, las que nos explicaron todo el trabajo de las hormigas. Cuando el sol se acercaba al centro del cielo, Roberto Matarazzo se vistió y fue a desayunar su plato preferido. No lo podía creer, ni rastros de la miel, sólo algunos hormigas que se engolosinaron en la mesa y perdieron el viaje. La derrota de Roberto Matarazzo y la victoria de las hormigas fue total. Ambos hechos no tenían discusión posible. Pero además había un tercer vencedor, los vecinos del barrio. Ellos jamás volvieron a llamarlo porque el barrio se había quedado sin hormigas. Los limoneros, los rosales y los jazmines estaban de lo más contentos. En cuanto al señor Matarazzo, con el tiempo se olvidó de las hormigas. Dejó de comer abundante miel y pasó a llamarse el flaco Matarazzo, tiró a la basura todas sus armas, le creció el pelo y se dedicó a cuidar a los nietos y a enseñarles cosas divertidas. Todos los 13 de julio, los siete batallones de hormigas festejan el día de la independencia, y las hormigas más viejitas cuentan un cuento que comienza así: había una vez un señor gordo y pelado que se llamaba Roberto Matarazzo...
LA FIESTA DE LAG BAOMER Estábamos todos formados en el patio de la escuela. Sonaba un himno Nacional que decía “con la espada y la palabra”. Yo estaba distraída pensando en no se qué cuando mi amiga Ethel me dice: como Lag Baomer. Yo le dije: ¿que es eso? Lag Baomer, boluda, ¿no sabés lo que es? 35
Si hay algo que no me gusta es decir no sé, pero a veces es bueno para aprender. Entonces me quedé callada y nos fuimos a la clase. Ése día había faltado el maestro, así que cuando nos sentamos en el banco me dice Ethel: ¿sabés o no lo que es Lag Baomer? -¡Que se yo!, le dije, y no se que tiene que ver “la espada y la palabra”. Entonces me contó que en el siglo II se produjo una lucha de los judíos contra Adriano, que era un emperador romano, y su poderoso ejército. Aquello fue una revuelta en donde todos los judíos se unieron, los que empuñaban la espada y los que empuñaban la sabiduría, es decir la palabra. Por eso me acordé de Lag Baomer, dijo Ethel haciéndose la humilde. -No me banco a las sabihondas y mi amiga Ethel siempre larga en pool posicion, pero tiene otras cosas buenas, ella es muy generosa y basta para que cualquiera de nosotras se enferme para que vaya todos los días de visita. Esa esa una las razones por la que es mi amiga. Pasó el tiempo y un día nuestro maestro nos dice: pasado mañana es Lag Baomer, así que diganle a sus padres que nos vamos a ir al delta a festejarlo. -¿Ustedes saben qué es Lag Baomer?, preguntó el maestro. Antes que termine la última palabra, Ethel se paró al lado del banco y entró a recitar la historia como una cotorra. Con Ruth y con Miryam nos miramos. Ethel es una chica de esas, que cuando no se saca diez en los exámenes se pone a llorar. Bueno, el asunto fue que el maestro nos contó que en el día de Lag Baomer se encienden todas las luces de las sinagogas del mundo, y todos los judíos cantan y bailan porque festejan el aniversario de la muerte del gran Rabi Shimon Bar Iojai. -Lo que no entiendo es porqué se festeja la muerte de un hombre bueno, pregunté. Entonces el maestro nos dijo, que él fue el que pidió a sus alumnos que el aniversario de su muerte sea recordado con alegría. Ah, me olvidaba decirles que pueden venir a la excursión con arcos y flechas. -¿A quien vamos a matar?, dijo Nurith y toda la clase echó a reír, incluso el maestro. Él nos dijo que los arcos y las flechas deben ser de juguetes. La costumbre es que ése día, todos los chicos judíos del mundo salen y conmemoran la lucha que libraron Rabi Akiva y Bar Kojba en contra de los romanos. El otro motivo del festejo, es que al ser vencidos los romanos, Rabi Shimon Bar Iojai pudo salir de la caverna en la que estaba escondido junto a su hijo. Ése día, el que salieron del escondite, fue el día de Lag Baomer. -¿Y porqué los romanos querían matar al rabi?, dijo Nurith. 36
Por qué él enseñó la Torá y colaboró con Rabi Akiva en su lucha contra los romanos. -¿Estuvo mucho tiempo escondido en la caverna?, se animó a preguntar Ethel que nunca pregunta nada porque ella lo sabe todo. -Trece años- dijo el maestro. Impresionante, ¿vos sabés lo que es estar trece años metido en una caverna conviviendo con los murciélagos?, pensé mientras el maestro continuaba explicando otra de las razones del festejo: -¿Ustedes saben lo que es una epidemia? Yo esperaba ver parada a Ethel, pero cosa rara, al parecer no sabía. -Es una enfermedad infecciosa que ataca a una gran cantidad de personas. Unas se contagian de las otras, y en la antigüedad no existían medicamentos, ni vacunas como ahora. Así que las personas morían. Se cuenta que durante esa época, hubo una gran epidemia que provocó la muerte entre el alumnado de Rabí Akiva. Y fue el día de Lag Baomer cuando cesó la epidemia. Por eso todos salen a festejar ese día. Dos días después nos reunimos a la entrada de la escuela y un ómnibus escolar nos llevó al delta. Llegamos a una isla con lancha, al mediodía comimos los sandwiches que llevamos y por la tarde nos metimos al agua. Ahora comienza la historia, no me la olvido más. Ethel se quiso lucir nadando. Ella nada muy bien. El maestro nos dijo que el río es muy peligroso y que nadie podía alejarse de la costa. En un momento en que el maestro se alejó para atender a una compañera que estaba descompuesta. Ethel aprovechó para mostrar su habilidad natatoria. Ella siempre tiene que dar la nota. De pronto, vimos a Ethel levantar los brazos. Me fui corriendo a llamar al maestro. En esa isla no había guardavidas. El maestro llegó corriendo y se tiró al agua. Nosotras gritábamos para darle aliento. El maestro en segundos estaba en la mitad del río. La traía cansado. A veces se detenía en el agua para descansar. El padre de Nurith se tiró para ayudarlo y finalmente lograron traerla a la costa. Todas estábamos nerviosas. Ethel había tragado agua pero se había salvado. El maestro estaba muy asustado. Creo que ese día, ni Ethel, ni yo, ni ninguna de nosotras lo vamos a olvidar. Un día que por suerte todo terminó bien. Cuando comenzaba a oscurecer, el maestro nos juntó a todas alrededor del fuego y entonces nos dijo: que la manera en que se comporta cada judío influye sobre sus semejantes. Cuando desobedecemos y hacemos algo mal ponemos en riesgo la vida de nuestro semejante. En el día de hoy pudo ahogarse Ethel, a causa de su desobediencia pude ahogarme yo, y quizás el
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padre de Nurith que vino a salvarme. Todos formamos una cadena que hay que cuidarla y cuanto más la cuidemos mejor judíos seremos. La lancha nos vino a buscar. Antes de llegar a la escuela pasamos por la sinagoga y estaban todas las luces encendidas. Nosotras arrojamos flechas de juguete por la ventanilla. Cantamos y nos abrazamos. Cuando descendimos del ómnibus estaban nuestros padres esperándonos. Ethel nos pidió perdón y nos dijo que ese día, el de Lag Baomer, había aprendido una lección que no la olvidaría por el resto de su vida.
HABÍA UNA VEZ UN CIRCO
Había una vez un circo con muchos animales, equilibristas, payasos y domadores. Durante el verano hacían una función de martes a domingo y tres 38
los sábados. El lunes era el único día de descanso. El dueño era un hombre muy rico que no respetaba el shabat. El motivo que alegaba era que el viernes se vendían muchos boletos y que Dios sabría perdonarlo. Pasaba más tiempo dentro de la boletería que fuera de ella. En la boletería comía, dormía y contaba el dinero de sus ganancias. Su pasión por el dinero era tan grande que ni siquiera el día de la barmitzvá de su hijo se alejó de la boletería, tampoco dejaba de trabajar en Iom Kipur y exigía trabajar a los judíos en esos días. Su hombre de confianza era un domador llamado Iván, el único de entre los domadores que castigaba a los animales. Llamaba la atención la manera en que le pegaba a los leones, maltrataba a los perros y daba coscorrones feroces en la cabeza de los monos. Cuando los monos lo veían llegar colocaban sus manos en la cabeza, pero el cruel Iván los engañaba con una banana. Ellos extendían sus manos para atraparla y él les pegaba fuertes coscorrones o los ponía en penitencia. La chimpancé Clarisa hacía el número de la bailarina. Disfrazada con un tu-tu danzaba “el lago de los cisnes”. Los chicos se reían a más no poder. Había quienes se atragantaban de tantas risas que se les terminaba cayendo las pipocas a la pista. Mientras Clarisa bailaba, levantaba una pipoca del suelo y la engullía en el aire. Un día, estando el circo en el África, su madre chimpancé se enteró del éxito de su hija. Ella que vivía con un matrimonio fueron a verla al circo, pero el dueño no reconocía parentescos, así que todos tuvieron que pagar la entrada. Tampoco se salvaban de pagarla los chicos pobres que vivían en las calles. El dueño tenía como cincuenta latas de galletitas repletas de dinero. Más de una vez el mono Carlitos había visto al dueño contar el dinero recaudado y esconderlo en las latas. Era tan avaro que mezquinaba la comida de los animales del circo. Cualquier error de los animales era un buen pretexto para dejarlos sin comida (no embocar una pipoca en la boca, fallar en el salto del león en el aro con fuego). La realidad era que los animales estaban flacos y con vestuarios desteñidos y gastados. A los artistas no les iba mejor, ellos tenían tanta hambre que masticaban hasta los trapecios, había quienes soñaban con milanesas y bifes a caballo. El descontento reinaba entre los animales y los artistas. El miedo a perder el trabajo los sometía a ambos por igual. La revuelta comenzó con los monos, estaban llenos de chichones en la cabeza. Aprovechando que el cuidador dormía, el mono Carlitos, que era el más viejo y el más sabio de todos los monos, reunió a todos los animales en la carpa. -Queridos monos, perros y leones, dijo, todos estamos cansado del maltrato de Iván y del dueño del circo. Tengo catorce chichones en mi cabeza, los leones tienen todo el cuero marcado con los latigazos; así que les propongo 39
luchar contra la injusticia del circo. Dicho esto, todos los animales como aplaudir no podían, con sus idiomas, ladraron los perros- rugieron los leoneshiparon los monos, todos gritaron de alegría. La única jirafa como gritar no podía, subió y bajo varias veces la cabeza a manera de aceptación. Por suerte el sueño del cuidador era muy pesado, no de lleno sino de hambre. -Ese mismo día, todos los artistas se reunieron a discutir en la panadería casher de Jacob. La decisión que tomaron fue negarse a trabajar en Shabat, obligar al dueño a respetar el día sagrado dedicado al descanso y a la alegría del alma. Exigirle aumento de sueldo para que todos puedan comprar la carne o el pescado, las velas, el vino y el pan trenzado. Todo lo necesario para pasar un buen Shabat. Terminada la reunión volvieron al circo. Se aproximaba el Shabat y no estaban dispuestos a hacer la función. Apenas llegaron a la carpa, vieron correr desesperados al dueño y al domador. Clarisa estaba sentada en la boletería disfrazada de boletero y con dos leones sentados afuera de la caseta. Los perros y los leones no permitían la entrada a la carpa. Los chimpancé disfrutaban de los trapecios. El mono Carlitos había abierto las latas e inventado un gran número circense. Disfrazado de dueño del circo jugaba a contar dinero. Los perros descubrieron el escondite de la comida. Así que transportaron carne para los leones, bananas para los monos y alimento balanceado para ellos. La única jirafa se dedicó a poner guirnaldas en las partes altas de la carpa. Para la jirafa más que una rebelión era un cumpleaños. Nunca entendía bien las cosas, y para ella todos los días eran su cumpleaños. La policía llegó de inmediato. Llegaron con mucho apuro y se fueron con bostezos. Tuvieron miedo de entrar y regresaron a sus casas. El domador estaba tan indignado que se comió el látigo. La mona Clarisa lo palmeó en la espalda y le regaló una banana. En ese momento el domador se puso a llorar y pidió perdón a todos los animales, les prometió que jamás volvería a castigarlos. Cuando el dueño vio al feroz domador vencido se dispuso a conversar con todos. La reunió se llevó a cabo en el centro de la pista. Faltaba una hora para que empezara el Shabat. Todos tenían puesto sus quipá, incluso el dueño del circo. Mandó a comprar todo lo necesario, pidió perdón, repartió la mitad de todas las ganancias a todos los artistas, mandó a confeccionar trajes nuevos para los artistas y para los animales. Encendió las velas, dijo un Kidush, la bendición que anuncia la llegada del Shabat. Las hijas del payaso encendieron una vela adicional, y todos pasaron el Shabat más hermoso de sus vidas, incluso el dueño. Desde ese día, él sintió que los animales y los artistas habían empezado a quererlo.
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EL CANTO DE LA NIÑA BOBA La llave que nos permite el acceso a todas las riquezas es la capacidad de ser feliz con lo que amamos. Del Talmud 41
Todos los chicos de un pueblito habían bautizado a Jani como la niña boba. Ella solía pasearse por el bosque y le cantaba a los animales, a las plantas y al río. Ni la lluvia ni el viento la alejaban de sus paseos. Su canto era como un instrumento más en la melodía orquestal del bosque. ¡La, li, la la, un oso hormiguero! ¡La, li, la la, plantita verde! Desconocía el peligro hasta tal punto que llegó a cantarle a un puma salvaje, a la temible lechuza y a un regimiento entero de hormigas. Un tanto abandonada por sus padres pasaba el día entero hablando con todas las plantas y los animales. Los niños que iban a la escuela con sus delantales blancos, apenas la veían pasar le gritaban: -¡Ahí va la niña boba! -¡Tiene la cara de un pato! Se
Pero la niña boba seguía su camino y respondía a los niños con sonrisas. abría paso entre ellos con su canto: ¡La li, la la, río fresquito! ¡La li, la la, sauce llorón!
Los dos sauces más viejos del lugar, que llevaban como cien años sosteniendo sus huesos repletos de hojas, comentaron el extraño caso. Jamás habían visto una niña que les dedicara tanto tiempo a cantarles. Un álamo se metió en la conversación opinando que no era cierto. Él recodaba a una mujer científica que estuvo varios años estudiándolos y hablando con ellos. -Sí, dijo el sauce, pero la botánica no nos cantaba alegrándonos la mañana, tampoco nos daba las buenas noches con su canto. Un gorrión tartamudo les dijo: -¿Qué que aca-ca-so no les gusta mi-mi canto? -Si a eso llamas canto, dijo el sauce con la voz ajada por los años. Lo único que haces es ensuciar mi vestido. El gorrión ofendido echó a volar lanzando maldiciones. Pero un jilguero posado en una de las ramas del álamo, asintió con la cabeza la opinión de los árboles. -Estoy completamente de acuerdo, a tal punto que debo decir que cuando la niña canta me hace cantar a mí. Casi sin darme cuenta siento que 42
esa voz es otro pájaro de este pequeño bosque. Es una niña extraña, la he visto conversar con animales temibles como el toro, el oso hormiguero y hasta con un puma. -¡No lo puedo creer!, dijo el sauce. -No me interrumpa, dijo el jilguero molesto que ya se había hecho protagonista de la historia. Con estos mismos ojos vi al toro decir: esta niña está del tomate. ¿Y saben que hizo la niña? Cortó con sus manos una mata de yuyos y le dio de comer en la boca al toro mientras cantaba: -¡Come pastito mi torito, ia, ia o! Al día siguiente se reunieron el toro, el jilguero, los dos sauces, el álamo y hasta el gorrión, que después de una disculpa mutua ambos volvieron a ser amigos. Todos se pusieron de acuerdo en llevar un regalo a la niña boba. El toro ofreció una de sus cuernos, el álamo tres hojitas, los dos sauces la ramita más cercana a la raíz, el jilguero una pluma y el gorrión una lombriz grande cazada con su pico. Esa misma mañana escucharon desde lejos su canto. La niña boba llegó cantando y saltando por entre las piedras, mojándose los pies en los charcos y deteniendo su paso para mirarse en la soledad de una laguna. Sus pies descalzos, las piernitas flaquitas como las de un tero y los ojos grandes como los de una luna. También vio unas mojarritas y unos renacuajos de la laguna comiendo unas miguitas de pan. Entonces aprovechó para cantarles y notó que ellos hacían círculos en el agua. La niña boba pensó que era la manera que tenían los peces por agradecerle su canto; después olvidó las mojarras y se entretuvo persiguiendo los pasos de un sapo. El sapo y ella terminaron cantando por entre medio del bosque. Toda la tarde estuvieron divirtiéndose por los charcos. Cuando se estaba haciendo la noche, la niña boba regresó como siempre al camino grande que la llevaba a los viejos sauces. El grupo entero continuaba impaciente esperándola con sus regalos. Apenas ella vio a sus amigos del bosque comenzó a cantar de lo más contenta: ¡La li, la la, el toro lindo! ¡La li, la la, bosquecito mío! De pronto escuchó las voces de todos llamándola: niña buena, niña linda, niña azul, tenemos estos regalos para ti. Ella cubrió sus ojos con ambas manos y cubrió sus oídos con ambas manos. ¡No lo podía creer! ¡Todos les estaban ofreciendo sus regalos! Entonces el jilguero barítono dio un discurso en fa mayor: 43
-Niña hermosa, hemos juntado estos regalos porque nos alegras con tu canto. Eso sí, si deseas algo más que estos preciosos presentes, puedes pedirlo. Nosotros te lo daremos, siempre y cuando lo que pidas este a nuestro alcance. La niña miró al toro, al jilguero, al gorrión y a los árboles, y extendió sus manos señalando a la luna. -¿La luna?, dijo extrañado el toro. -La luna, la li, la la, cantó la niña. Entonces, todos bañaron sus regalos con un poco de luna y ella se fue cargada y con lágrimas en los ojos. Ella lloraba de alegría. Estaba tan contenta que se perdió en el camino. Bien entrada la noche, la encontró un campesino que regresaba a su rancho. La niña estaba arrodillada buscando algo entre las matas. -¿Qué haces?, le preguntó el paisano. -Busco la luna, sostuvo la niña. -¡La luna, la li la la! El paisano sonrió compadecido, la tomó de la mano, la llevó hasta su casa, y le dijo que su ventana podía ser un buen lugar para continuar buscándola.
La Bar Mitzvá de Ariel Al final de la clase, el maestro agradeció la invitación de Ariel a la fiesta de su Bar Mitzvá. Uno de los chicos del grado preguntó acerca del significado de la palabra. Entonces, el maestro explicó que el vocablo Bar en arameo significa “hijo” o “dependiente”; por lo que la expresión “bar mitzvá” significa dependiente de la mitzvá. Eso quiere decir que todos aquellos que tengan 13 años y hagan su bar Mitzvá, a partir de ese momento comenzarán un proceso de identificación judía a través del cumplimiento de los preceptos.
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Sus padres le proveerán un par de Tefilin así como todo aquello para cumplir sus deberes como judío. Dicho esto, el maestro dio por terminada la clase. A la semana siguiente todos estuvieron en la fiesta de Ariel, sus compañeros, el maestro y su familia. Salvo algunas travesuras que hicieron algunos de sus compañeros afuera de la sinagoga, todo marchó sobre andariveles normales. Dos meses después se cerró el año electivo, y la familia de Ariel decidió pasar sus vacaciones en el campo. El comportamiento de Ariel con su hermano menor Javi fue de mal en peor. Después de haber tomado la Bar Mitzvá, Ariel fue dejando abiertamente de lado a su hermano. Javi sufría el vacío que le hacía Ariel. Más de una vez había interrogado al hermano acerca de las razones por las cuales lo excluía de las andanzas, de los juegos y de las viejas aventuras. Ariel argumentaba que él ya era un hombre y que su hermano debía buscarse amigos de su edad. Excursiones que antes hacían junto a los amigos de Ariel, ahora era Ariel el que se mostraba remiso a llevarlo a su hermano, o lo engañaba con pretextos y hasta a veces se burlaban todos en su cara. Casi al final de las vacaciones, Ariel le propuso una misión a realizar, si era capaz de lograrla, solo entonces él volvería a ser el compañero de aventuras y juegos que habían sido. Javi estuvo de acuerdo. Caminaron dos kilómetros hasta llegar al árbol más añejo que había en la zona. Un abeto de unos ciento cincuenta años. Ariel sacó su pañuelo y dijo que si su hermano era capaz de bajar con él, la prueba sería cumplida. Mientras Ariel comenzó a trepar el árbol, a Javi se le vinieron las palabras de su maestro a la cabeza. Él les decía: “que un niño suele pararse en punta de pie o sobre una silla para tratar de mostrar cuan alto es. Cuando alguien trata de impresionar a cualquiera con su grandeza, está indicando cuan poco piensa de sí mismo y cuan pequeño realmente se siente”. No obstante, Javi estaba tan perturbado por lo que le estaba ocurriendo que trató de sacarse de encima los consejos del maestro. Ariel continuaba trepando y había llegado a la cuarta rama, después se perdió en el follaje. Cada tanto le gritaba: ¿Te vas a animar a llegar tan alto? Y dicho esto él continuaba trepando. No se lo veía por completo, lo único que Javi escuchaba, era el ruido que dejaban las ramas y las hojas que caían de lo alto. Cuando Ariel llegó a la última rama extendió lo más que pudo el brazo y dejó sobre una ramita su pañuelo. Descendió de a poco apoyándose con sumo cuidado en las ramas jóvenes, finalmente de un salto y con una sonrisa enorme sorprendió a Javi que en ese momento estaba como perdido pensando en su los consejos de su maestro. Cuando estuvo en el suelo, le dijo a Javi: tu turno.
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Javi era mucho más pequeño de estatura, las primeras ramas no le dieron trabajo pero cuando comenzó a desaparecer en el follaje oscuro. Ariel comenzó a inquietarse: -Javi, ¿por dónde andás? ¿No me escuchás? Javi lo estaba oyendo pero para no perder energías y viendo que las últimas tres ramas eran delgadas y peligrosas, prefirió no contestar. Continuó trepando, en un momento una rama se quebró pero él pudo sostenerse en una rama más gruesa. -¡Javi, podés bajar! ¿Me escuchás? ¡Javi! Pero su hermano había vencido las dos ramas delgadas, sólo le quedaba la última y de allí extender la mano. La distancia era más que considerable, entonces se decidió por quitarse el cinturón y hacer una especie de arnés, de manera que haciendo balancear el cinturón atado a la rama lograría llegar al pañuelo. Las manos le transpiraban, el pañuelo estaba a dos metros de él, se sujetó fuerte de él, su hermano continuaba implorando que bajara. Por un momento Javi pensó que caerse desde esa altura podía significar la visita al hospital. Tal vez quedaría paralítico, entonces lloró, pero estaba tan cerca de lograrlo que aferrado con fuerza del cinturón estiró lo más que pudo la mano izquierda y tomó el pañuelo. No podía dejar de llorar mientras descendía del árbol. Cuando llegó abajo, su hermano Ariel lo abrazó llorando, Javi se sentía feliz y una sonrisa surgió de su cara llorosa.
Cuentos para aprender las fiestas judías Índice del libro La mudanza de la señora Goldstein El increible viaje de Jhonatan El pesaj de Jhonatan Esther en Janucá
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El cielo de Uriel La leche y la Torá Una niña en la noche La fieta de Zucot La gran familia Peres Mi amigo de Yom Kipur Noé, un niño memorioso Las cosas perdidas Las hormigas y el señor Matarazzo La fiesta de Lag Baomer Había una vez un circo El canto de la niña boba La Bar Mitzvá de Ariel
De Marcos Rosenzvaig
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