NOMBRE: DIEGO ABEL QUINTANILLA GARCIA
1º AÑO DE MUSICA
CAPITULO 6: Decadencia de la oligarquía birlocha Durante siglos los testigos perplejos de una historia a la que no concurrían sino como objeto, todo el cuadro clásico para el que había sido hecho el aparato estatal minero-feudal, con raíces en un pasado más bien remoto pero con las formas que provenían de la era montesa, se desmorona como las casas viejas construidas con materiales baratos. Como consistencia histórica, la república oligárquica no. tenía sino las luces de los buhoneros. Las dos fases prácticas del Estado oligárquico eran el sistema demo forma- lista -basado en la democracia, el voto calificado y las candidaturas de Rojas- y su rostro represivo, el ejército de casta, cuyos generales emboscados y estrategos pierde guerras eran en cambio perseguidores adustos de las rebeldías populares por lo que el pueblo no tardó en llamar a este, el ejército masacrado. En una y otra fue rebasado. El hábito de la controversia, de las revisiones y de las denuncias fue allegado a los centros de la política, desde los campos de la Guerra, por los oficiales of iciales que, abrumados por las acusaciones de que eran objeto de parte de los políticos civiles de la rosca, maltratados por el propio sistema al que sustentaban y hacían posible, devolvieron las inculpaciones negando al poder civil, que era el de la oligarquía. En verdad, el de la oligarquía, fue siempre un calco malo y un pobre dibujo de lo que se llama Estado, una semiforma estatal. Desfallecía también el otro elemento esencial, la población. Excluidos, desde luego, de toda participación política por el voto calificado y por el mecanismo represivo, los campesinos, condenados a una economía magrísima de subsistencia, en la que no conocían sino episódicamente el dinero y ni siquiera el azúcar o el café, constituían una vasta masa humana estupefacta y exiliada que, por momentos, adquiría las características de una cultura paralela o de una nación oprimida, subyacente debajo de los holgorios y las historias de la nación oficial. Esto, que amenazaba con tener la fisonomía de una superposición cultural sin conexiones, de un antagonismo aterrado, iba sin duda más allá de la disposición por el centro demográfico (los que formaban el poder) de multitudes-objeto,/e/Mr y obedientes, porque los campesinos conservaban formas rudimentarias de organización política y autoridades, al margen de la propia autoridad nacional. Lo que se llamaba Estado boliviano no era, por consiguiente, a lo sumo, sino una fiesta más o menos tonta para consumo de minorías gratuitas, ajenas cualitativamente e insignificantes numéricamente respecto del país demográfico verdadero. La Revolución traía a la vez su existencia y su contradicción y cuando se dio a buscar sus definiciones florecieron sus indefiniciones, la indecisión y la fácil movilidad de las clases en el poder democratizado, el poder de resolución de las personalidades, los desafíos, los desamparos y esquematizaciones de los planteamientos, la prisa semi bárbara pero absolutamente original de clases nuevas en el propósito de hacer una nación con el calor puro y a la vez equivocado de sus propias manos.