DETERMINISMO GENÉTICO. Al hablar de determinismo genético hacemos referencia a dos términos distintos que, si bien han sido relacionados frecuentemente en el pasado, responden a significados muy di ferenciados. Por un lado tenemos el determinismo, un concepto principalmente filosófico que apareció en la antigua Grecia con los atomistas, y que afirma que a cada causa le corresponde un único efecto, lo que condena al universo a desarrollarse en una cadena lineal de acontecimientos. Laplace ha sido probablemente quien mejor definió la idea de determinismo cuando afirmó que: “Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro. Se podría condensar un intelecto que en cualquier momento dado sabría todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen. Si este intelecto fuera lo suficientemente vasto para someter los datos al análisis, podría condensar en una simple fórmula de movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro así como el pasado estarían frente sus ojos.” Por otro lado tenemos la genética (del griego antiguo γενετικός – genetikos-, genetikos-, “genetivo” y este de γένεσις -genesis-, -genesis-, "origen"), que aun siendo una palabra de origen griego, no fue hasta principios del siglo XX cuando el botánico botánico danés Wilhelm Ludwig Johannsen Johannsen acuñó el término “gen” “gen” para referirse a la unidad física y funcional de la herencia biológica. Aunque la genética sea una ciencia consolidada, sus implicaciones han contagiado a otros campos del conocimiento menos empíricos como la filosofía, que se encargó de modernizar la ya vieja, y por aquel entonces desgastada, corriente innatista con el nuevo enfoque aportado por los biólogos de la época. El determinismo genético lo podemos definir por tanto como la creencia de que la conducta humana queda totalmente determinada, y por tanto puede ser predicha con total exactitud, por nuestra herencia genética. Creemos que actualmente este punto de vista no es defendido de forma tan radical por ningún psicólogo ni científico de la mente con un mínimo de sentido común, y sin embargo, paradójicamente, es una de las discusiones más mediáticas en la actualidad. El enfrentamiento moderno entre innatistas y ambientalistas, donde la cuestión inicial era si nuestra conducta está más condicionada por nuestros genes o por nuestro aprendizaje, ha degenerado desgraciadamente en una cuestión más metafísica como es el libre albedrío. Los ambientalistas tachan las ideas de los genetistas como reduccionistas y mecanicistas, mientras que los genetistas se defienden de estas acusaciones alegando que su punto de vista no es más determinista que el de sus críticos. Richard Dawkins se defendía de las críticas a su visión de la conducta humana argumentando lo siguiente: “Las causas genéticas y ambientales no se diferencian entre sí. Hay influencias de ambos tipos que pueden ser difíciles de anular, pero fáciles si se aplica el factor adecuado. Lo importante es que no hay razón general para creer que las influencias genéticas sean más irreversibles que las ambientales […] ¿Por qué se atribuye a los genes efectos muchos más fijos e inevitables que a la televisión, a las monjas o a los libros?”
Es demasiado común ver a un defensor de la naturaleza biológica del homo sapiens tener que defenderse de este tipo de acusaciones, alegando que su visión sobre la conducta del ser humano no responde a las conclusiones sectarias, y en ocasiones malintencionadas, de algunos de sus detractores o incluso seguidores. A menudo, los discursos que rodean esta cuestión son más políticos que científicos, relacionándose, con demasiada frecuenta, la visión genetista con ideologías de extrema derecha. En este escrito intentaremos desembarazarnos de este tipo de prejuicios que, a nuestro entender, no ayudan a resolver uno de los debates científicos más importantes de nuestro tiempo, y expondremos algunas de las ideas que durante el siglo pasado fueron tachadas de deterministas y que de alguna manera han condicionado la forma en la que, hoy en día, entendemos la conducta humana.
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El mono desnudo
Este término fue acuñado por el zoologo Desmond Morris en su obra The Naked Ape (1967), para referirse al ser humano como una especie animal muy parecida a los simios, cuya característica más visible era la ausencia de pelo en la mayor parte de su cuerpo. El libro describe como el ser humano tuvo que adaptar su comportamiento y sus costumbres, para hacer frente a los bruscos cambios ambientales que sufrió durante su transición de monos recolectores a monos cazadores. Morris se atreve a tratar temas tan polémicos, y al mismo tiempo cotidianos, como son la reproducción, el cuidado de las crías, la homosexualidad o la especialización de tareas ente hombres y mujeres, relacionándolos con la evolución y la selección natural que sufrió la especie humana durante milenios. Cierto es que se trata de un libro de divulgación con pocos aportes científicos y muchas especulaciones, en ocasiones manifiestamente erróneas, pero Morris fue de los primeros en reformular la vieja creencia Darwinista de que nuestro comportamiento no es azaroso, y que responde a la necesidad de todos los seres vivos de adaptarse al ambiente que los rodea para poder sobrevivir y reproducirse.
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Sociobiología
Aunque actualmente se reconoce la sociobiología como un campo científico que investiga las conductas sociales de los animales, incluyendo al humano, en términos evolucionistas, no fue hasta 1975 que el entomólogo Edgard O. Wilson utilizó por primera vez este término en su obra Sociobiology , donde popularizó la intención de explicar la mecánica evolutiva que se esconde detrás de fenómenos como el altruismo o la agresividad. Los sociobiólogos afirman que el comportamiento animal puede explicarse a partir de la selección natural y afirman que las características hereditarias que incrementan las posibilidades de supervivencia y reproducción, serán más y mejor representadas en las siguientes generaciones. Para Wilson no hay ninguna razón por la que las conclusiones obtenidas en sus estudios con hormigas no puedan extenderse a los seres humanos, a los que atribuye una historia evolutiva no muy distinta a la de cualquier otro animal, incluyendo los insectos. Científicos como el biólogo Stephen Jay Gould o el genetista Richard Lewontin, escribieron una carta en 1975 titulada Contra la Sociobiología, en la que criticaban la “visión determinista de la sociedad y acción humanas” expuesta por Wilson. Gould no descartó las explicaciones sociobiológicas para muchos aspectos del comportamiento animal, y llegó a escribir lo siguiente:
“Los sociobiólogos han ampliado su gama de explicaciones por selección mediante la invocación de los conceptos de eficacia biológica inclusiva y la selección de parentesco para resolver (con éxito creo) el molesto problema del altruismo —anteriormente el mayor obstáculo para una teoría darwiniana de la conducta social. [...] Aquí la sociobiología ha tenido y seguirá teniendo éxito. Y aquí le deseo lo mejor, ya que representa una extensión del darwinismo básico en un ámbito donde debe aplicarse.” De esta cita se puede deducir que su posición en contra de la Sociobiología escondía algo más que un mero recelo científico, y que posiblemente estaba condicionado por su ideología política, como dejó caer cuando afirmó que “la objetividad se debe definir operacionalmente como el trato equitativo a los datos, no a la ausencia de preferencia”.
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Psicología evolucionista.
Los psicólogos cognitivos comenzaron a contagiarse del punto de vista evolucionista a finales del siglo pasado, y comenzaron a plantear la conducta humana en términos de adaptación y supervivencia. La expresión psicología evolucionista apareció por primera en un artículo de Michael T. Ghiselin de 1973 titulado Darwin and evolutionary psychology: Darwin initiated a radically new way of studying behavior , pero fueron Jerome Barkow, Leda Cosmides y su esposo John Tooby quienes popularizaron el término en su libro The Adapted Mind: Evolutionary Psychology and the Generation of Culture, publicado en 1993. Años más tarde Cosmides y Tooby cofundarían el Centro de Psicología Evolucionista en la Universidad de California, Santa Bárbara, que actualmente dirigen. La tesis principal de los psicólogos evolucionista es que existen mecanismos funcionales, denominados mecanismos psicológicos evolucionados (EPMs), que se han desarrollado mediante selección natural por ser útiles para la supervivencia y la reproducción. Una de las figuras más representativas de este enfoque es el neuropsicólogo Steven Pinker, de la universidad de Harvard, quien ha atesorado fuertes críticas por publicaciones como How the Minds Works en 1997 o The Blank Slate: The Modern Denial of Human Nature en 2002. Pinker ha ocupado gran parte de su carrera a negar el concepto de Tabula Rasa, popularizado por el filósofo John Locke en el siglo XVII y defendido en la actualidad por los ambientalistas más extremos, aduciendo a que gran parte de la conducta humana puede ser explicada por las necesidades adaptativas del Homo Sapiens durante su historia evolutiva, y que por tanto todos nacemos con ciertas características cognitivas que condicionarán nuestro comportamiento para el resto de nuestra vida. Aun así Pinker acepta que nuestra mente es un sistema muy complejo con múltiples factores que dificultan la predicción de la conducta humana, como quiso expresar en la siguiente cita: “[…]
incluso
si
naciéramos
con
algunas
motivaciones
viles,
ellas
no
conducen
automáticamente a un comportamiento vil. Esto es porque la mente humana es un sistema complejo con muchas partes, y algunas de ellas pueden inhibir a otras.”
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Tabula rasa.
El concepto de Tabula Rasa, expresión utilizada por Aristóteles para indicar que el ser humano, al nacer, es una pizarra en blanco que escribimos mediante el aprendizaje, y popularizada por John
Locke y los filósofos empiristas en su cruzada contra en innatismo, es aún hoy una idea muy atractiva defendida por multitud de científicos y filósofos. Aunque en la actualidad se acepta generalmente nuestro sustrato biológico, y que es nuestra genética la que precisamente nos diferencia del resto de especies animales, los ambientalista extremos defienden la idea de que, al ser biológicamente casi idénticos, las diferencias conductuales entre los seres humanos se pueden explicar exclusivamente por el ambiente y el aprendizaje, negando también la existencia de instintos o comportamientos innatos. En esta línea el filósofo español José Ortega y Gasset afirmó a principios del siglo pasado que “el ser humano no tiene naturaleza”, o el antropólogo Ashley Montagu, algo más tarde, que “el ser humano no tiene instintos”. Recientemente, uno de los científicos más críticos con la visión genetista de la conducta humana, Setephen Jay Gould, afirmó que “el cerebro humano es capaz de un rango completo de comportamientos y no está predispuesto a ninguno”.
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Epigenética.
Este término fue utilizado por primera vez en 1947 en un artículo escrito por el biólogo Conrad Hal Waddington, titulado The Epigenotype. Hasta le fecha se pensaba que la composición y organización de las células en un organismo dependía únicamente de su herencia genética, pero Waddington pudo demostrar que los factores ambientales influyen en su desarrollo regulando la expresión génica. Durante los últimos años del siglo pasado este campo tuvo un sólido desarrollo, y sus hallazgos fueron bien acogidos tanto por los ambientalista como por los genetistas. Los primeros pensaban que la epigenética desmoronaba las premisas sobre las que se sustentaba el determinismo genético, negando la creencia de que la herencia genética determinaba nuestro comportamiento; los segundos consideraban esta nueva idea totalmente compatible con sus postulados, aceptando la triada filogenia, ontogenia y epigenia como la responsable del genotipo y el fenotipo de todos los seres vivos, y por tanto de su conducta. Tenemos ante nosotros, por tanto, una oportunidad única de conciliar las ideas ambientalistas e innatistas que se han mantenido tan distantes desde la antigua Grecia. La epigenética toma en consideración al mismo tiempo la dimensión social y la biológica del ser humano: lo adquirido mediante el aprendizaje y nuestro entorno, y lo heredado por nuestros genes. No se plantea en que grado condiciona uno u otro nuestro comportamiento, sino que acepta que éste es producto de una única realidad imposible de separar.
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Connotaciones morales y políticas.
El determinismo genético ha sido a menudo fuente de controversia debido, principalmente, a las connotaciones morales y políticas asociadas a su enfoque sobre la conducta humana. La crítica más utilizada en contra de la visión evolucionista es la supuesta carencia de responsabilidad que un individuo tiene sobre sus actos. Según este argumento, al estar el comportamiento humano determinado por su naturaleza, una persona no sería responsable de sus propias acciones, ya que nadie puede controlar su herencia genética. Esta afirmación es considerada falaz por los defensores de la visión genetista, y alegan que, obviando que un individuo es tan responsable de sus genes como del ambiente que lo rodea desde su infancia, el ser humano dispone también, de manera innata, de mecanismos que le permiten ajustar sus comportamientos a los que la sociedad considera
aceptables o morales, por lo que un individuo, esté mas o menos condicionado por su herencia genética, tiene la responsabilidad de amoldarse a las normas prestablecidas. Otra crítica muy utilizada en contra de la visión genetista es que, según sus detractores, justifica la discriminación sexual y racial, pues al declarar diferencias significativas en la conducta innata de los seres humanos, acepta tácitamente la superioridad de unos sobre otros y, por tanto, su supremacía. En este sentido los evolucionistas declaran que las diferencias existentes entre los seres humanos no pueden nunca justificar la discriminación, y que por la misma lógica, si las diferencias genéticas entre individuos nos condenan a la desigualdad en derechos y oportunidades, también lo harían las diferencias en el aprendizaje. Otra interpretación muy discutida ha sido aseverar que si nuestro comportamiento viene determinado por nuestros genes, es imposible que las personas puedan cambiar, quedando el ser humano condenado a convivir con sus defectos (la agresividad, el egoísmo, la intolerancia, etc.) para el resto de su existencia. Nos remitimos aquí a referenciar la cita de Dawkins que ya expusimos en las primeras líneas de este escrito, en la que se plantea por qué tendemos a pensar que los efectos de la genética son más irreversibles que los efectos ambientales, cuando no hay evidencia empírica que así lo demuestre.
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Bibliografía.
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