EL FOLCLOR MÁGICO DE CAJAMARCA
INTRODUCCIÓN Al producirse el hecho histórico de la conquista hispánica del Perú, Cajamarca se hallaba incorporada al gran imperio del Tahuantinsuyo. Durante su breve período imperial, los naturales de Cajamarca asimilaron las costumbres, religión y creencias que los incas fueron inculcándoles dentro de su sabia política de conquista, sin que esto hubiese significado la eliminación de sus antiguos patrones culturales, sino todo lo contrario, pues se inició un proceso de aculturación armónico por los rasgos comunes de las culturas que se pusieron en contacto. En estas circunstancias llegaron los blancos de España en busca del oro, pero junto a su ambición traían t raían una cultura nacida como respuesta adaptativa a diferentes exigencias físico-sociales, no obstante lo cual tenía con la aborigen un denominador común: la búsqueda de una explicación a la vida, al fenómeno cósmico, además de compartir la inacabable lucha por la supervivencia, todo lo cual facilitó una más o menos rápida simbiosis cultural. Como es natural, este proceso de aculturación se perfiló con rasgos más peculiares y armónicos en la imaginación popular, lejos de las especulaciones filosóficas y teológicas en boga por entonces. El indio, por un proceso de acercamiento al esquema latente, asimiló nuevas creencias, nuevos criterios para su razonamiento empírico; el español, por su parte, asimiló la sabiduría práctica del aborigen y se identificó con muchos de sus puntos de vista. De este intercambio surgió un folclor que propiamente lo podemos llamar mestizo, en el sentido de que las formas culturales de los grupos sociales en relación no mantuvieron su inicial estado de pureza, sino que adquirieron una configuración nueva, como respuesta compartida a situaciones sociales alteradas por la presencia de grupos disímiles pero que actuaban dentro del mismo espacio ecológico. El indio, influido por nuevas concepciones, sobre todo mágico-religiosas, alteró su inicial postura vitalista, aun cuando ello solo importó una mera externalización de su actitud filosófica ante el mundo. Es decir, siempre siguió interpretando al mundo dentro de su originaria cosmogonía, aunque verbalizándola con nuevos símbolos. Sus antiguas festividades recibieron nuevos nombres, sus viejos dioses se iban transformando en personajes del
santoral cristiano. La asimilación se tradujo, pues, en un práctico sincretismo cultural que permitió al aborigen su adaptación a las exigencias del conquistador. Pero como en todo proceso de aculturación, el hombre europeo también alteró aspectos importantes de su cultura original, pues tuvo que realizar un acomodamiento lógico a un nuevo horizonte vital, a un nuevo mundo lleno de sorpresas, de aspectos inusitados, de sacudimientos telúricos sorprendentes y con una flora y una launa no antes reveladas en su Europa lejana. Los hombres que llegaron con Pizarro y los que ulteriormente lo hicieron no fueron precisamente miembros de la clase intelectualmente esclarecida, y si a esto agregamos el pensamiento dominante en la Europa de ese entonces, es fácil comprender el rico material mágico que trajeron. De esta suerte, la mentalidad supersticiosa del indio se conjugó con la mentalidad supersticiosa del español, para dar como resultado una expresión folclórica peculiar, con rasgos diferenciales en las distintas zonas del país. La Europa de los conquistadores despertaba, al impulso de nuevas exigencias económicas, de sus sueños teológicos, de sus fantasías y quimeras que la habían mantenido en un mundo terrenal que se confundía con el mundo maravilloso del cielo. Mas este despertar no fue brusco ni sobresaltado, sino que en sus comienzos sólo significó la yuxtaposición de los apremios burgueses al pensamiento mágico-religioso, con lo que se evitaba el tormento del razonamiento crítico. Y frente a estos hombres que llegaron con Pizarro se levanta el hombre peruano, existente también en un mundo fantástico y mágico, en donde la comunidad social no sólo se da entre los vivos sino también en relación con los muertos, cuya presencia inmediata y perenne va controlando la contingencia social. En esta unión se fue plasmando un folclor expresivo de esa circunstancia histórica, a través de cuyas manifestaciones se puede captar la personalidad cultural de la sociedad nacida en el abrazo sangriento de la conquista. Tales manifestaciones se perciben con más o menos nitidez en la actualidad, constituyendo, por así decirlo, el sedimento hondo de la actitud cultural del hombre presente. Las creaciones del folclor mágico cajamarquino son productos híbridos de
dos culturas diferentes, pues es indiscutible que en algunas ocasiones el indio vistió con nuevas ropas sus concepciones sobre el mundo y sobre su propia vida, y en otras completó esta interpretación o la amplió con los conceptos culturales prestados al grupo social dominante, el cual, a su vez, se vio infiltrado por una nueva concepción que se ajustaba al diferente horizonte dentro del cual iniciaba su contingencia existencial. La alteración de las relaciones de producción –producto del cambio estructural de la economía aborigen de tipo colectivista por el sistema feudal traído por los españoles –, el consecuente cambio y ahondamiento de la estratificación social y una nueva fisonomía en los términos del proceso social contribuyeron finalmente a crear una conciencia social completamente modificada que se trasunta en sus expresiones folclóricas. fol clóricas. Las relaciones sociales se daban dentro de los contextos del grupo primario, y, en ese sentido, primaba la intimidad en el trato; se vivía dentro de una gran familia, "cara a cara", en donde cualquier acontecimiento repercutía hondamente en la imaginación y la actitud de las gentes, al punto que podía servir como ejemplo, como pauta de comportamiento o simplemente como motivo de conversación. Eran los convites, que generalmente se realizaban en las noches en torno al chocolate, los velorios o los santos, ocasiones propias para dar rienda suelta a la imaginación popular, que sentía especial predilección por las formas mágicas del acontecimiento, en las que indudablemente se contaba, las más de las veces, experiencias personales de acontecimientos sobrenaturales que a los distintos contertulios habían ocurrido y que, por supuesto, se tomaban como hechos indiscutibles e irrefutables. A lo largo de muchas narraciones y leyendas tendremos oportunidad de apreciar el sentido normativo que encierran. Eran medios adecuados para regular el comportamiento de los miembros de la sociedad, y si bien eran normas informales, no por eso eran menos eficaces en su función de control, pues configuraban fuertemente la personalidad de los miembros de estos grupos primarios. Por supuesto la función del folclor mágico no solamente se circunscribe a un contexto normativo, sino que, trascendiendo de su ámbito intencional,
recorta todo un mundo lleno de vivencias y subjetividades que dan cohesión a la relación e imprimen una personalidad intransferible al grupo social. La intimidad en el trato encontraba asidero en el cuento o narración de contenido sobrenatural, que, precisamente por este sentido, calaba más hondo en la imaginación y en la conducta de las personas, hasta el punto que en verdad resultaba difícil precisar el límite de lo natural de lo sobrenatural, pues en la mentalidad popular no se producía ningún desajuste o discrepancia entre lo mágico y lo real. Y podemos incluso decir que las almas, los bultos, las brujas voladoras, los penitentes, los muertos, el diablo, la duende y otros personajes de este mundo fabuloso tenían una vida tan real y presente como la de los vivos, hasta tal punto que la conciencia no solamente abarcaba a los vivos sino que ella implicaba la presencia de estos personajes o seres mitológicos con quienes, en forma muy natural, se participaba y se actuaba en la vida cotidiana. Estas creaciones populares se han mantenido más o menos incontaminadas hasta hace algunos años, merced al relativo aislamiento que con respecto al país mantenía Cajamarca, pero a medida que se fue rompiendo este enclaustramiento por obra de las vías de comunicación y de los medios de difusión masiva, principalmente la radio y el cine, el bagaje cultural originario ha ido reduciendo su campo de influencia. En los últimos años se ha producido un apreciable cambio en la estructura social; las antiguas familias cajamarquinas que gozaban de un alto rango, proveniente de su posición latifundiaria, han emigrado hacia la costa, principalmente Lima. El comercio escaso y de poca vitalidad, antes en manos de personas de prestigio estatutario, ha sida ocupado por elementos venidos generalmente de los distritos vecinos, sin antecedentes ancestrales pero de clara visión mercantilista. El establecimiento de varios centros de cultura superior y los institutos de especialización abrieron las puertas al conocimiento, pero abrieron también las puertas de la ciudad a las corrientes migratorias. En fin, la constitución de alguna que otra industria endémica y el aumento del aparato burocrático han permitido un cambio notorio en las antiguas estructuras sociales, determinando, a su vez, la pérdida, el olvido o la falta de
vigencia de muchos de los contenidos folclóricos e incluso de instituciones típicamente cajamarquinas, como el invite, el chocolate, la visita. Las nuevas generaciones responden a planteamientos diferentes, formulados por los cambios tecnológicos, por un más amplio proceso de difusión cultural de tipo universal y por las nuevas exigencias de orden económico. Estos cambios han ido empequeñeciendo el área de influencia del folclor, sobre todo de aquel que se encuentra dominado por conceptos sobrenaturales, por la idea del mundo invisible estrechamente ligado al mundo en el que acaece nuestra existencia y por la aceptación de que en nuestra vida cotidiana actúan, presionan, gobiernan y mandan fuerzas ultraterrenas, de cuyos designios el hombre es mero juguete.
LA MAGIA La magia en las sociedades primitivas es un conjunto sistematizado de ideas a través de las cuales el hombre capta su mundo y resuelve los problemas que este le plantea. Este sistema es fantástico y maravilloso, en la medida que se crean personajes a quienes se les confiere poderes sobrenaturales y trascendentes. La magia descansa en relaciones mentales de simple analogía externa, sin necesidad de buscar nexos causales de los que inferir un conocimiento válido desde el punto de vista científico, no obstante lo cual, el pensamiento mágico fue toda una concepción intelectual de interpretación y de solución. Precisamente por esta circunstancia, sólo para nosotros, de acuerdo al enfoque racional que hacemos de la realidad, ese pensamiento es fantástico y sobrenatural, mas no para el hombre primitivo, para quien las ánimas, el diablo, los trasgos, los fantasmas, los vuelos de brujos, los descendimientos al infierno, la ascensión a los cielos, los licántropos, etc. son seres y hechos que cobran vida real, que se producen efectivamente dentro de su mundo cultural. Se vive con ellos y de acuerdo a ellos, de la misma manera que ahora vivimos, sin ponerlas en tela de juicio, realidades como la desintegración atómica, la cibernética, el rayo láser, la célula eléctrica, el viaje espacial, la electricidad o la televisión.
Para Claude Lévi-Strauss, "el pensamiento mágico no es un comienzo, un esbozo, una iniciación, la parte de un todo que todavía no se ha realizado; forma un sistema bien articulado, independiente, en relación con esto, de ese otro sistema que constituirá la ciencia, salvo la analogía formal que las emparienta y que hace del primero una suerte de expresión metafórica de la segunda”. "Por tanto, en vez de oponer magia y ciencia, sería mejor colocarlos paralelamente como dos modos de conocimiento, desiguales en cuanto a los resultados teóricos y prácticos (pues, desde este punto de vista, es verdad que la ciencia tiene más éxito que la magia, aunque la magia prefigure a la ciencia en el sentido de que también ella acierta algunas veces), pero no por la clase de operaciones mentales que ambas suponen, y que difieren menos en cuanto a la naturaleza que en función de las clases de fenómenos a las que se aplican".1 Lo mágico no es una superstición desde el ámbito cultural del hombre primitivo, es una verdad indiscutible, y los seres invisibles o los poderes sobrenaturales no son fantasías o utopías, sino fuerzas naturales sobre las que no se discute, como ahora no discutimos los procesos químicos o las acciones físicas. Por supuesto, muchas de las prescripciones deducidas de la observación empírica, al descansar en principios científicos, explican su reiteración invariable y la confianza del hombre en este conocimiento analógico; pero en el caso de que las previsiones fallaran, ello no afectará a la fuerza de lo mágico, ya que podrá imputarse la falla a la fuerza imponderable de la brujería, tal como ahora hacemos imputaciones a la mala suerte. La experiencia posterior, adquirida por el hombre a través de cientos de generaciones, irá enmendando los rumbos iniciales del conocimiento humano, sistematizándolo y comprobándolo hasta llegar al conocimiento científico, sin que estas conquistas signifiquen la abolición o extinción definitiva del original modo humano de contemplar o resolver la problemática del mundo. En realidad, siempre va quedando un margen, cada vez más reducido, de problemas cuyas leyes nos son desconocidas, y en tanto así suceda, habrá cabida para el pensamiento mágico, aun entre personas pertenecientes a
grupos sociales altamente desarrollados. 1
Levi-Strauss Claude. El pensamiento salvaje, Fondo de Cultura Económica, 1964.
Al constituirse la magia en todo un contexto cultural, uniformó el pensamiento y, consecuentemente, el comportamiento social. Se creó un sistema de participaciones que homogeneizó el grupo social, estableciendo esquemas de valores que enrumbaron convenientemente a sus integrantes, proporcionándoles una filosofía adecuada a su estado cultural y permitiéndoles una segura acomodación a su medio ambiente social. Con propiedad, Lucio Mendieta y Núñez dice: "Finalmente, diremos que la filosofía folclórica influye notablemente en los individuos de las clases populares. Sería muy interesante una investigación que determinara hasta qué punto esa filosofía determina la conducta de esas clases y decide actos más o menos trascendentales en la vida de las personas y de la colectividad; hasta qué punto influye también en las gentes de las otras clases. Esa investigación sería de carácter social y psicológico porque se obedece a la filosofía y a la moral folclórica consciente o inconscientemente". "Es casi seguro que se llegaría a la conclusión de que la fil osofía folclórica de algunos pueblos ha creado en ellos fuertes inhibiciones que los hacen prácticamente incapaces de todo proceso" 1. Dentro
del
grupo
primitivo,
el
pensamiento
mágico
identifica
estrechamente a sus miembros al hacerlos intervenir en las mismas participaciones sociales, produciendo a su vez un sentimiento de fuerte solidaridad que mantiene y defiende sus modos y patrones de vida frente a las innovaciones y cambios sociales. Las supersticiones, las leyendas, los fantasmas, etc., crean un ambiente cultural dentro del cual se recorta la personalidad humana, orientando sus acciones y comportamientos dentro de límites más o menos uniformes, fusionando sus lealtades y adhesiones hacia el grupo y contribuyendo a darle una fisonomía y una personalidad intransferible. Lo mágico trascendente vincula muy estrechamente a los hombres, al sentirse éstos sujetos a las mismas fuerzas imponderables, a las mismas contingencias, cuyo control escapa a las naturales posibilidades humanas. 1 Mendieta
y Núñez Lucio. Valor sociológico del folclore , Editorial Siglos, p. 30, 1965.
Como dice Julio Caro Baroja, "las consecuencias que trae a una sociedad el hecho de que se crea objeto de actos mágicos constantemente son incalculables, pues todo su sistema de sanciones, religiosas o legales, debe ajustarse al que podríamos llamar sentido mágico de la existencia" 1. Son voluntades sobrenaturales las que rigen la existencia, y ante sus designios misteriosos e inefables, el hombre, impotente, se siente unido estrechamente por los mismos temores. La unión se convierte en canal de seguridad psicológica, y el pensamiento mágico, en factor de aglutinamiento social. Mientras más celosamente se guarden las prescripciones aconsejables como medidas de seguridad, menor será el peligro de que el grupo sufra las consecuencias de obscuras venganzas; en tal sentido, constituirá precaución colectiva el vigilar y controlar el comportamiento de los miembros del grupo. Pero no solamente determina el comportamiento y conforma gran parte del contenido del diario quehacer, sino que, incluso, se erige como una filosofía práctica que resuelve los problemas que la vida va planteando al hombre. Es un sistema intelectual capaz de auxiliar al hombre en sus angustias y en la solución de las incógnitas que su existencia presenta. Malinowski, en su libro The Art of Magic , citado por Caro Baroja, sustenta la tesis de que "la magia no es más que una sola respuesta a la sensación de desesperanza que tiene el hombre o la mujer en el mundo que no puede controlar"2. Este criterio fue propugnado también por Michelet, al afirmar que "en el mundo angustiado del medioevo, en que el hombre no era más que un juguete de altos e inescrutables designios, la bruja no hizo más que encarnar ese sentimiento desgarrado y horrorizado, pues a través de su personalidad, de los poderes con los que la dotó el hombre, encontró un escape a su impotencia, única persona con poderes capaces de desafiar a esas leyes inflexibles y ciegas que regulaban la vida del hombre ”. 1 Caro 2
Baroja, Julio. Las brujas y su mundo, Alianza Editorial de Madrid, p. 35, 1966.
Ob. cit ., p. 49.
En mucho, esta relación entre la magia y la angustia derivada de la crisis
podría explicar el hecho de su auge actual en sociedades que, no obstante haber alcanzado un alto grado de desarrollo material, se inclinan a toda clase de actos mágicos y a la formación de sociedades secretas en donde se practican los antiguos ritos de la magia negra. Pero si bien es cierto que es importante la función de cohesión que cumple el pensamiento mágico y concurre a la formación de la personalidad, es también cierto que por basar sus premisas en simples analogías externas o en la mera constatación empírica, constituye una fuerte barrera que impide al grupo integrarse a los beneficios de la civilización moderna, fijándolo en niveles inferiores de vida. La vida de una sociedad está supeditada por el pensamiento que se elucubra a partir de las relaciones de producción; y si bien el pensamiento es un reflejo de los modos como el hombre, forzosamente en sociedad, satisface sus necesidades, este pensamiento incide sobre dichas relaciones y tiñe con un peculiar colorido a la vida social, orientándola, definiéndola y enrumbándola convenientemente dentro de los linderos establecidos por los patrones culturales. No es que el hombre primitivo se aferre al pensamiento mágico por simple ignorancia, sino, fundamentalmente, porque dentro de su acomodamiento cultural, esta forma de razonar y entender le proporciona seguridad en la vida, confianza en su obrar y definición en sus actitudes, todas ellas móviles hondamente anhelados dentro de la vida social humana. Frente a una situación surge una respuesta, y si esta proporciona satisfacción, comodidad o seguridad, será adecuada desde el punto de vista social. Puede que esa respuesta no sea conforme al saber científico, pero puede ser idónea para una situación de la vida colectiva, en cuyo caso posee un sentido que cumple una función social, al dar al hombre caminos seguros para su hacer cotidiano y conforme al cual irá regulado su conducta, su situación, sus expectativas y sus deseos. Si yo sé que no existe ninguna relación científica o racional entre las prácticas y exorcismos del brujo y mi salud o mi vida, es lógico que esos actos no ejercerán influencia en mi comportamiento, y me tendrá sin cuidado que el brujo tenga mi fotografía o un pedazo de ropa.
Pero dentro de la misma línea de pensamiento científico, influirá hondamente en mi comportamiento el hecho de que desaprensivamente haya tomado agua de un estanque contaminado, o me haya herido en un estercolero, o haya convivido con una tuberculosa, pues en estos casos conozco de la relación que existe entre causa y efecto, y que dada la primera, la segunda se da por descontada, en un alto porcentaje; porque sé de la acción de los microbios y de la vulnerabilidad humana a sus ataques. De acuerdo con este conocimiento, inmediatamente procederé a adoptar las medidas aconsejables para el caso o acudiré al médico. Para el hombre que actúa dentro de un pensamiento científico, esto es lo natural, lo racional, lo indicado, y ningún cuidado o actitud que por estas razones se adopten nos parecerán extraños, como son, por ejemplo, separar el menaje del enfermo, quemar azufre o algún otro desinfectante, consumir una dieta sana, administrar los medicamentos con la frecuencia recomendada , etc. De igual manera, para el hombre que actúa dentro de un concepto mágico de la vida, será lo más natural y cuerdo seguir las prescripciones y verificar las prácticas aconsejadas por el brujo o por la larga experiencia adquirida por el grupo a través de muchas generaciones.
EL SENTIDO MÁGICO DE LA VIDA El hombre se vio forzado a dar una explicación del mundo en el que vivía y de su propia vida y destino. Su escenario geográfico y su rol como protagonista le iban planteando preguntas acuciosas que debía resolver para apaciguar la angustia en medio de la cual desenvolvía su existencia, De los fenómenos vitales y geográficos dependía su felicidad o su tormento. Este mundo fenomenológico urgía una respuesta, las proyecciones objetivas del mundo exterior demandaban una explicación que trajera sosiego al alma atormentada del hombre primitivo, y estas demandas las fue resolviendo según el contexto ecológico en el que le tocó vivir. Esta respuesta necesariamente tuvo que estar de acuerdo a su nivel tecnológico, a sus conocimientos y posibilidades de subyugar la realidad física; de allí que la respuesta que se dio al no poder ser racional causística, tuvo que
ser fantástica y sobrenatural. La interpretación que hace el hombre de la realidad reflejada en su cerebro tiene forzosamente que estar de acuerdo a un determinado grado de evolución de su cultura material. En los tiempos originarios de la humanidad, la cultura material, como es comprensible, era primitiva. El hombre aún no había iniciado su camino al gigantismo actual, por tanto, su interpretación de la realidad no podía ser lógica causal sino fantástica. No atendía a las razones internas del acontecimiento sino, simplemente, a las manifestaciones externas, de simple visualización. No acepta sino lo que observa, no discurre por abstracciones logísticas sino explica lo que objetivamente ve. Practicaba, pues, una interpretación del acontecimiento por el ser y no por la nada abstracta de la causa lógica de los hechos acaecidos. Más, en esta forma de pensamiento subyace un sistema interpretativo de la vida, un cuadro expresivo de la sociedad humana que sólo serán comprensibles mediante una adecuada postura intelectual. Lucien Levy Bruhel dice: "Bien distinta es la actitud espiritual de un primitivo. La naturaleza en medio de la cual vive aparece para él bajo otro aspecto. Ahí todos los objetos y los seres están implicados en una red de participaciones o de exclusiones místicas, son por consiguiente las que se impondrán primero a su atención y las únicas que retendrá". 1 "Si está interesado por un fenómeno y se reduce a percibirlo, digamos pasivamente y sin reaccionar, lo atribuirá, como por una especie de reflejo mental, a una presencia oculta e invisible, cuya manifestación es este fenómeno". "El punto de vista del africano –dice Nassay, siempre que algo insólito se le presenta, es el de la hechicería. Sin buscar una explicación que los civilizados llamaríamos las causas naturales, su pensamiento se vuelve inmediatamente hacia lo sobrenatural. De hecho, lo sobrenatural es un factor tan constante en su vida que le brinda una explicación tan rápida y tan razonable de lo que ocurre, como nuestro llamado a las fuerzas desconocidas de la naturaleza".
Mas estas respuestas fantásticas no son el fruto de un individuo ante una determinada situación, sino es la respuesta del grupo frente a esas situaciones;
son productos sociales y no individuales, y, por tanto, las creaciones fantásticas responden a las exigencias de una sociedad frente a su acontecimiento histórico, frente a sus determinadas relaciones materiales de producción. En esto radican, fundamentalmente, todas las creaciones mágicas que las sociedades han ido creando a lo largo de su discurrir en el escenario histórico. 1 Levy
Bruhel, Lucien. La mentalidad primitiva , Fondo de Cultura Económica, p. 32.
A través de esta modalidad se considera que todo lo que se produce en el mundo es ocasionado por la voluntad de unos espíritus invisibles y sobrenaturales, seres que vagan en un mundo también invisible. E. Adamson Hoebel al referirse a estos seres dice: "Su cualidad esencial es su naturaleza etérea, son seres sin carne ni sangre, seres inmateriales, pero suficientemente reales para quienes creen en ellos. Dada su naturaleza espiritual, no están sometidos a las leyes de la naturaleza. No están inhibidos por las limitaciones inherentes a la materia, al tiempo y al espacio. Son sobrenaturales. Esto los hace ser maravillosos, misteriosos". Esta concepción mágica explica convenientemente, para ese grado de desarrollo de la conciencia social, la vida y la muerte, el ser y el acontecer humano, íntimamente vinculados a sus temores agobiantes, a los peligros inminentes, a los inquietantes misterios del mundo. El hombre en su permanente y titánica lucha por subsistir creó sus sistemas interpretativos que ahora, al perder su funcionalidad, han devenido en mitos. Elaboró un sistema de pensamiento mágico-religioso con el que explicó y absolvió todas sus angustias y cuitas. Desde entonces, su vida, su destino, su diaria contingencia dependían exclusivamente de las ánimas que poblaban su mundo invisible, pero no por eso menos presente y psíquicamente tangibles como su mundo objetivo. Ellas son las que guían y conducen impertérritas la marcha del mundo y del hombre, y por esto, de nada servía que el hombre se atormentara por conocer esos designios, sino que todo su esfuerzo y su intelecto han de dirigirse exclusivamente a tratar de interpretar, conocer, propiciar y, en ocasiones, producir el desencadenamiento de esas voluntades, ante el cual el hombre no puede escapar o renunciar. La máxima sabiduría ha de concretarse a deducir,
por los signos visibles, la voluntad suprema, y a buscar su protección y amparo, o también invocarla para que inclemente castigue al enemigo. Con razón, Bruhl dice: "Las influencias invisibles por las cuales la mentalidad primitiva está constantemente preocupada se pueden distribuir sumariamente en tres categorías: los espíritus de los muertos, el espíritu – tomada esta palabra en el sentido más amplio, es la que designa lo que anima los objetos naturales animales, vegetales y los seres inanimados (ríos, rocas, montañas, objetos fabricados, etc.), y por último los encantamientos o sortilegios por la acción de los hechiceros". 1 El hombre primitivo estaba tercamente enfrentado a la naturaleza, incomprensible científicamente, en su diaria lucha por vivir; y su conciencia, reflejando ese inquietante mundo, se sumió en reflexiones fantásticas, desnaturalizando y reformando las fuerzas de la naturaleza, tiñéndolo, además, con sus esperanzas y temores, con sus ansias y sus timideces. Eran fuerzas que actuaban en su mundo, pero al tratar de interpretarlas les dio vida y designios propios, adorándolas genuflexo en busca de protección y amparo. Adamson Hoebel indica lo siguiente: "La mente inquisidora del hombre ha preguntado siempre al eterno ¿por qué? Las mentes creadoras de los artistas han tenido siempre una tabla de respuestas con palabras e ideas. El animal humano no se somete negligentemente a las rigurosas exigencias de su sociedad y sus limitaciones culturales de la libertad individual: se piden razones y se dan razones. Aun cuando estas sean mágicas y sobrenaturales" Y prosigue: "En general, el mito es más que una fútil especulación acerca de los orígenes de las cosas. Justifica mediante precedentes el orden existente y proporciona una visión retrospectiva de los valores morales de las discriminaciones y cargas sicológicas y de la creencia mágica. El mito de la magia o de cualquier otro cuerpo de costumbres, o de una simple costumbre, es ciertamente una garantía de su veracidad, la ejecutoria de su filiación, una carta de sus derechos a la validez. La creencia en los mitos es algo más que el autoengaño infantil; es también confianza social, un sistema de educación y enseñanza de conservación de la cultura". 2 Es que el hombre con su rudimentaria técnica no logró elevarse al conocimiento causal de los hechos, y si bien a medida que aumentaba su
experiencia iba asentando las formas organizativas de su grupo, no tenía aún posibilidades de actuar convenientemente sobre el mundo objetivo desplegado ante sus ojos, y, lógicamente, recurrió a conceptos y arquetipos mentales fantásticos e ilusorios, dando origen a la concepción mágica de la vida y del mundo. Era, pues, una posición intelectual enteramente natural para su estado cultural, y no simplemente un estado de fe, como lo es la actual actitud del hombre civilizado. 1
Ob. cit ., p. 58.
2
Ob. cit ., p. 575.
"Y lo más frecuente es –dice Levy Bruhl – que no sea una fe más o menos intermitente, como la de muchos fieles europeos, que tienen días y lugares especiales para dedicarse a sus ejercicios espirituales. Entre este mundo y el otro, entre la realidad sensible y el más allá, el primitivo no hace distinciones. Verdaderamente vive con los espíritus invisibles y con las fuerzas impalpables. Estas realidades son para él las más reales. Su fe se expresa tanto en los actos más insignificantes como en los más importantes. Toda su vida, toda su conducta está impregnada de ellos". 1 Esta forma explicativa del mundo cumplió su objetivo en ese momento histórico, pero luego se fue sedimentando en la conciencia del hombre y proyectándose de generación en generación, por una especie de inercia intelectual, e incluso influyendo en la imaginación de grupos sociales ya altamente evolucionados. No digamos en los subgrupos populares (en el sentido de estatus bajos) sino que la influencia de la concepción mágica alcanza a grupos intelectualmente superados, en todos los cuales constituye un hábito mental fuertemente asentado, guiando y enrumbando su conducta y su comportamiento social. Este aspecto nos está revelando otra faceta del pensamiento mítico condensado en el folclor, y es que no únicamente cumple el papel de aliviar la tensión anímica que el hombre siente ante lo desconocido o ante la angustia de la muerte, sino que, además, sirve como elemento aglutinante del grupo social, proporcionándole unidad mental y confundiéndolo a sus miembros en una sólida creencia social, capaz de hacerlos actuar como un todo ante las distintas
contingencias históricas. El hombre europeo no es ajeno a este proceso evolutivo de la conciencia, y mucho menos los hombres que con Pizarro llegaron a conquistar el Imperio de los Incas. Hombres ignorantes recién salidos del medioevo, que con sus arreos de guerra trajeron un rico contingente de supersticiones. La poderosa influencia de su pensamiento supersticioso tuvo ideal cabida en la interpretación de un mundo completamente nuevo e inusitado. 1 Bruhl,
Levy. Ob. cit ., p. 32.
Esto fue posible porque en toda sociedad, evolucionada o no, tanto la magia como la religión cumplen el mismo papel, si bien pueden diferir en sus formas esotéricas. "La religión y la magia –afirma Hoebel – son dos manifestaciones del sobrenaturalismo. Lo que constituye lo sobrenatural varía de unas culturas a otras, pero en su esencia es la cualidad de lo extraordinario en los fenómenos del Universo". "La religión y la magia consisten subjetivamente en la creencia de la existencia de lo sobrenatural, y objetivamente, en las maneras de relacionarse con él. La distinción entre magia y religión se establece según las actitudes y prácticas de los creyentes. La persona religiosa reconoce su inferioridad frente a los seres espirituales; el mago cree que ha do minado una fuerza sobrenatural mediante la posesión de una fórmula compulsoria". 1 Y así, el indio y el blanco conquistador fueron entremezclando sus patrones culturales y dando origen a nuevas formas culturales, plasmadas dentro dé un folclor mestizo que adquirió ciertas características peculiares en Cajamarca. 1 Hoebel,
Adamson. Ob. cit.
LA BRUJERÍA Y LA HECHICERÍA La magia ha creado todo un complejo cultural, un mundo en el cual se decide el destino y la vida de los hombres y todo lo creado; por lo tanto, un mundo misterioso y temible, cuyos designios y manifestaciones no podían estar al alcance del común de las gentes, sino que requería de intérpretes, de intercesores, de personeros o voceros, que por excepcionales poderes podían
llegar a comunicarse con los seres invisibles y todopoderosos que gobiernan al mundo. Aparece así la figura del brujo, del hechicero, del chamán, del augur, de la pitonisa, etc., como intermediarios entre los seres mágicos y los hombres. Estos recipiendarios de las voluntades ocultas, capaces de conocer o interpretar los designios ocultos y en ocasiones, incluso, imponer su voluntad sobre la de los seres invisibles, generalmente son aquellos miembros de la sociedad que se distinguen por rasgos físicos o psicosomáticos no comunes a la generalidad, como el ser cojo, tuerto, jorobado, epiléptico, etc. Frente a estos personajes, por saberse que poseen facultades sobrenaturales, los demás miembros de la sociedad adoptan una actitud ambivalente. Por cuanto el brujo es la causa eficiente de cualquier contingencia no normal, como la enfermedad, la muerte, la buena o la mala suerte, se le respeta pero al mismo tiempo se le odia y se le teme. De allí que frente a él, o se busque neutralizar sus poderes o seguir fielmente las indicaciones que da para cada caso, por absurdas o ridículas que pudieran parecer para el entendimiento racional, puesto que estas prescripciones obedecen a leyes propias que han sido determinadas por Frazer en La rama rorada, y, por tanto, con el mismo valor que para nosotros tienen las prescripciones científicas. Si analizamos con detenimiento este aspecto de la bru jería, se comprende que para el pensamiento mágico, el brujo es un receptáculo de las fuerzas sobrenaturales de origen demoníaco que presiden los acontecimientos humanos. Es también el emisario o representante del diablo: "Y si Cristo tiene su Iglesia, con sus sacerdotes y sus santos, también Satanás exhibe su conciliábulo, sus ministros y sus servidores fidelísimos: los magos, las brujas, los malhechores, los herejes, los adivinos, los nigromantes. Al Corpus misticum Christi unificado por las caritas, él opone su chusma de malhechores, y a la
simbólica vida de Cristo, la inextricable zarza espinosa". 1 Evans Pritcherd considera a la brujería como "una ofensa imaginaria, pues es imposible. Una bruja no puede hacer lo que se le atribuye, y carece, en verdad, de existencia real … Una bruja no cumple rito alguno, no pronuncia encantamiento alguno, no posee medicamento alguno. Un acto de brujería es un acto psíquico". 2
Al hablar de la hechicería, el mismo autor dice: "En cambio, el hechicero puede hacer magia para matar a sus vecinos. La magia no los matará. Pero el hechicero puede –y sin duda lo hace a menudo – realizar sus actos con esa intención". Parrinder, que cita a Pritcher, agrega: "Constituye una gran ayuda diferenciar entre la bruja con su afirmación de asistir a festines nocturnos y el hechicero que se dedica a la magia con fines de daño... Evidentemente, el hechicero es un mago que prepara pociones contra sus semejantes –en forma deliberada y consciente – y a quien los demás odian por ese motivo". 3 1 Giuseppe 2 Citado
Faggin . Las brujas, edic 1960, p. 27.
por Geoffrey Parrinder en su obra Brujería, Eudeba Edic., 1965.
3 Parrinder.
Ob. cit ., p. 12.
Estas diferenciaciones, si bien no en la misma extensión que lo hace Pritcher, ya que en nuestro concepto la brujería como la hechicería son manifestaciones del pensamiento mágico y por lo tanto no conviene diferenciar la magia de la brujería, nos inducen a afirmar que en Cajamarca existe, en lo que se refiere al practicante hombre, el hechicero del folclor asiático o europeo, en la medida que aceptamos que la hechicería supone siempre la acción mágica objetivizada en el remedio, en la pócima, y cuyos
resultados
necesariamente requieren la administración del brebaje o el contacto directo o indirecto de la "cochinada".1 El brujo dentro del folclor cajamarquino es casi siempre un campesino, y dentro de su rol absorbe las funciones del chamán u hombre médico, en cuanto a su capacidad de curar, de hacer daño, empleando la técnica de éxtasis, denominado del shaireo; pero a diferencia del chamán asiático, no realiza la simbología del viaje mítico al cielo o a los infiernos, si bien, en ciertas oportunidades y cuando ha llegado a un alto grado de dominio de su ciencia oculta, puede transformarse en animales considerados como recipiendarios de alma demoníaca, como el perro, el gato o el macho cabrío. El brujo en Cajamarca puede comunicarse con los muertos, los demonios, los trasgos, los espíritus de la naturaleza. Posibilidades implícitas al chamán, según lo apunta Mircea Eliade en su libro
Chamanismo. Pero para que estas
facultades se objetivicen, se requiere siempre de manipulaciones sobre las plantas, ropas, animales u otras pertenencias del paciente, y no, como sucede
con el chamán del folclor asiático, de la simple concentración del pensamiento o del poder de abstracción. La cochinada o el muñeco, la perseguida o rastreo, son siempre actuaciones mágicas sobre objetos; es lo que la doctora Margaret Murray denomina la Brujería Operativa, considerada esta como todos los "encantamientos y hechizos, ya sea empleados por una bruja profesional o por un cristiano declarado, ya sea tendientes al bien o al mal, a matar o a curar". 1 Hechizo
que se coloca en la casa, corral, chacra o huerta de la persona a quien se trata de
hacer daño.
Dentro del rol de la bruja se da con más exactitud el contexto de la brujería, ya que dentro de la imaginación popular se acepta que esta fácilmente puede transformarse en ave para poder volar y asistir a los aquelarres, realizados generalmente en el África; asimismo, se considera que puede mantener relaciones sexuales con el diablo, que, convertido en gato negro o ave agorera, cuida a su esclava y le va renovando sus poderes mágicos. La bruja no cura sino se especializa en la preparación de afrodisíacos, elíxires y brebajes para ocasionar la idiocia de los maridos o conseguir la sumisión incondicional del amante. La bruja también es pitonisa, haciendo uso de las barajas u observando las entrañas de los animales u otros hechos sintomáticos. Es, en fin, un personaje siniestro, cuya sola presencia puede causar males o trastornos. No goza, dentro del seno de la colectividad, de prestigio o consideración, como en el caso del brujo. En la actualidad, prácticamente ha desaparecido del folclor cajamarquino el clásico arquetipo de la bruja voladora y físicamente identificable; únicamente subsiste la bruja pitonisa y la especializada en la preparación de brebajes y filtros, exorcismos, amuletos, talismanes, oraciones y prácticas orientadas a buscar la protección de las fuerzas ocultas. Atendiendo a los atributos y poderes conferidos a la bruja dentro del folclor local, fácil es colegir que se trata de un rasgo transculturado, que no ha conseguido, mayormente, un proceso de sincretización cultural. Este personaje ha tenido mayor éxito dentro de la población urbana, pues casi siempre la bruja pertenece a las capas sociales de la ciudad consideradas como populares, por
lo común placeras. Son raras las versiones de brujas campesinas (solamente hemos recogido una), y sabemos que el escenario de su actuación es la ciudad, salvo el caso de los aquelarres. Dentro del texto de esta obra, y de conformidad con la expresión vulgar, utilizamos el término brujo tanto para referirnos al hechicero como al chamán y al brujo propiamente dicho. Anteriormente, hemos expuesto nuestro criterio diferenciador del contexto de cada uno de estos personajes. En Cajamarca nunca se emplea, en el habla popular, los términos chamán y hechicero para referirse al que cura mediante procedimientos mágicos o al que realiza operaciones mágicas sobre cualquier cosa para ocasionar enfermedades, daños, "atrasos", etc. Lo dicho explica la circunstancia de que en el mismo capítulo se hayan recogido tanto los relatos de brujas como los aspectos relacionados con el chamanismo y la hechicería.
RELATOS 1. La familia de brujas (relato de la señora Rosa Arroyo) Arroyo) A. Hace ya mucho tiempo vivía en Cajamarca, Cajamarca, por la calle Dos de Mayo, una familia de quien se decía que todos sus miembros eran brujos. Cierta vez, en la casa de esta familia se celebró una fiesta. Ya entrada la noche, los invitados, que estaban bailando alegremente, alegremente, vieron que de pronto apareció flo tando por el patio un queso de gran tamaño. Muchos de los allí reunidos se lanzaron a recoger el queso, pero este en forma misteriosa desapareció. desapareció. La fiesta continuó, no sin alguna preocupación de los circunstantes, que conocían de la fama de los anfitriones. Pasaría como una hora, y nuevamente escucharon el extraño ruido que precedió a la primera aparición, e inmediatamente vieron aparecer en la sala una enorme araña que volaba casi rozando la cabeza de los invitados. Uno de ellos, cogiendo el mantel de seda que cubría una consola, tapó a la araña, mas al destaparla esta escapó por los suelos. El frustrado cazador siguió a la araña, que ingresó a un traspatio sito en el interior de la casa y allí se transformó en mujer, en cuya figura pudo reconocer a la dueña de la casa. Esta, al verse descubierta, se puso unos
mates en los sobacos y alzó el vuelo. Una de las invitadas, que había seguido al cazador, sacó su rosario y lo arrojó al suelo. La bruja, que ya estaba a gran altura, al ver el crucifijo comenzó a descender hasta caer de golpe sobre la misma cruz, quedando inmóvil. Entonces varios de los que presenciaban todos estos fantásticos hechos apresaron a la bruja y la entregaron a la justicia. Instaurado el sumario y pronunciada la sentencia, la bruja fue condenada a la cárcel, cárcel, en la que permaneció por poco tiempo, tiempo, encerrada encerrada en una una celda en la que se habían colocado crucifijos y otras imágenes, pues, como a los dos meses, su propia hija la envenenó. B. Otra de las hijas de la bruja envenenada se casó con un gringo, con el que tuvo una hija muy bonita, la l a que, no obstante el cuidado y mimo que en ella pusieron sus padres, siempre estaba triste y desolada, por lo que su padre decidió viajar a Lima Li ma para comprarle alguna cosa que pudiera contentarla. En la capital le compró dos cofres. Contenía el uno un collar y aretes de piedras preciosas, y el otro un rosario y un libro de misa con tapas de concha de perla con algunas incrustaciones de piedras preciosas. Cuando el padre le entregó los regalos, la hija sólo quiso recibir el segundo cofre, y al poco tiempo manifestó su intención de ingresar in gresar al convento. Los padres, para no contrariar la vocación de la hija, muy a su pesar, sobre todo de la madre, permitieron su incorporación al convento de las concepcionistas, en donde fue recibida con gran estimación y cariño. Como a los seis meses de noviciado, una monjita ya anciana enfermó y, sintiendo próxima la muerte, llamó a todas sus hermanas para despedirse. La última en hacerlo fue la novicia recientemente incorporada. La moribunda habló con la iniciada por algún rato, luego de lo cual instantáneamente dejó de existir, dejando trastornada a la novicia. La madre superiora, queriendo enterarse de lo que habían hablado, llamó a la novicia, pero esta nada le respondió, y al contrario comenzó a divagar. Días después volvió a insistir, hasta que por fin pudo conseguir que le declarara que la monja le había prevenido que los chilenos iban a llegar a Cajamarca, y que deberían asegurar el Convento para evitar su destrucción.
Tan luego concluyó su relato, la novicia comenzó a ascender y elevarse por entre los árboles del patio, hasta que en uno de ellos se le enredaron los hábitos y, perdiendo el equilibrio, cayó al suelo, muriendo instantáneamente. instantáneamente.
2. Las brujas voladoras (relato de de la señora señora Rosa Arroyo) Arroyo) Una noche, el hermano de la relatadora, que era mozo jaranero y galante, con varios de sus amigos salieron a dar serenata a unas señoritas recién llegadas de Cajabamba. Sería ya como la medianoche, cuando en el momento que transitaban por la calle angosta de Islay, oyeron ruidos extraños parecidos al que hace un caño de agua abierto. Alzaron la vista y vieron que unas brujas estaban volando sobre sus cabezas. Temerosos, se arrojaron al suelo con los brazos abiertos en forma de cruz, y las brujas cayeron violentamente al suelo, circunstancia que aprovecharon para aprehenderlas, constatando que se trataba de dos conocidas placeras, las mismas que, valiéndose de un descuido de sus captores se dieron a la fuga, no sin antes ofrecer de rodillas que nunca más se dedicarían a las artes de la brujería.
3. La bruja viajera (relato de d e la señora Rosa Arroyo) Don G. Pajares, capitán del Batallón Nº 11, acantonado en la ciudad de Cajamarca, una noche en que se encontraba de guardia y recorría el jirón Dos de Mayo, por entonces muy populoso y flanqueado por hermosas y aristocráticas construcciones coloniales (por lo que la señora Paula Iturbe dijera de esta calle: "Por el Dos de Mayo entró Dios"), escuchó unos extraños y misteriosos ruidos que procedían de una pila que en dicho jirón existía. Acercándose con sus hombres al indicado lugar, vio con sorpresa que en el pozo construido para represar las aguas de la pila, estaba una mujer completamente desnuda, bañándose en la misma forma en que lo hacen los patos. La mujer, sorprendida en estos menesteres, se transformó en una enorme ave de color negro y levantó el vuelo. En seguida, el capitán mandó que sus hombres se arrojaran en cruz al suelo, y vio cómo inmediatamente la bruja iba perdiendo altura hasta caer al piso, en donde recobró su forma humana.
Entonces la apresó para luego conducirla a su casa. Al ingresar al domicilio, vieron sobre una mesa frescas flores de canela, cosa rara, ya que en Cajamarca no se cultiva esta planta. El capitán preguntó a la bruja sobre el origen de las flores, a lo cual esta respondió que las flores las acababa de traer de África, a donde había concurrido para reunirse con sus hermanas a escuchar misa. Mientras esperaban que la bruja se vistiera, notaron alarmados que esta iba desmayándose, por lo que con toda presteza la condujeron al hospital, no sin antes quemar todas las pertenencias y extraños objetos y plantas que encontraron en la casa. Ya en el Hospital Belén, la bruja recobró el conocimiento, lo que aprovechó el capitán para informarle que ya no podría nunca más dedicarse a sus malas artes, puesto que habían destruido todas sus cosas. Esta noticia causó en forma instantánea la muerte de la bruja.
4. La pila de las brujas brujas (relato (relato de Pedro Cabrera) Cabrera) Hasta no hace mucho tiempo, al comenzar la segunda cuadra de la antigua calle Virgen del Arco (ahora José Gálvez), existía un pozo que represaba las aguas que abundantemente abundantemente discurrían por el caño. En este pozo, los vecinas del lugar lavaban ropa, y en días muy soleados incluso servía como bañera para las criaturas, Una noche, como a eso de las once, cuando el informante del centro de la ciudad se dirigía dirigía a su domicilio, domicilio, ubicado en la calle Unión, escuchó, escuchó, al llegar a la calle Huanuco, como si un pato se estuviera bañando en el pozo. Algo temeroso por lo que le habían contado sobre el lugar, y teniendo en cuenta la hora, se fue aproximando lentamente al pozo, y cuando ya más o menos se encontraba a una distancia de quince metros, vio que en realidad se trataba de una mujer desnuda de largos cabellos, que se bañaba chapoteando en el agua, de idéntica manera que los patos. Lleno de pavor, se detuvo. Cuando la mujer se dio cuenta de su presencia, dejó de bañarse y, transformándose en pato, levantó el vuelo hasta posarse en las bardas de una casa cercana, para luego desaparecer misteriosamente.
5. La bruja y el celador (relato de Emiliana Infantes)
Se encontraba de servicio por la calle de la Merced, actualmente calle Amazonas, el celador conocido con el sobrenombre del Cambango. La noche, iluminada por una inmensa Luna llena, estaba silenciosa, cuando, como a eso de las doce, sintió sobre su cabeza el fuerte aleteo de una gran ave que, describiendo círculos, revoloteaba a no mucha altura. En conocimiento ya el celador de que a esa hora y por ese sitio solían volar las brujas, tan luego divisó al ave, sacó su espada y la arrojó al suelo. Al poco rato, cayó sobre ella el pájaro, el mismo que al tomar contacto con el empedrado de la calle adquirió figura humana completamente desnudada, en la que reconoció a una mujer que vendía en el mercado. La mujer, suplicante, pidió al custodio que no la detuviera, prometiéndole abandonar para siempre la práctica de la brujería. El Cambango convino con las súplicas y la dejó ir a su casa.
6. Las hermanas mulas (relato de Emiliana Infantes) Hace ya mucho tiempo, en la ciudad de Cajabamba, los pocos peatones que se arriesgaban a transitar por la noche presenciaban atónitos y horrorizados a dos mulas que a toda velocidad y botando chispas por la nariz y la boca recorrían la población, atacando, en algunas ocasiones, a tarascadas y coces, a los transeúntes. El temor cundió en toda la población hasta el punto de que ya nadie quería abandonar sus moradas, pues llegaron a la comprensión de que las mulas no podían ser otra cosa que el diablo transformado en animal. Mas con el tiempo, y venciendo la angustia y el miedo en que vivían, decidieron cazar o dar muerte a los diabólicos animales. Una noche en que varios vecinos se habían reunido, después de muchos intentos, salieron a recorrer las calles de la ciudad. De súbito escucharon un relinchido y luego vieron aparecer a todo trote a una sola mula, que bufando, sacando chispas del empedrado y dejando una estela sulfurosa se encaminó al encuentro de los conjurados, quienes, sobrecogidos de espanto y botando los palos, machetes y otros implementos similares con los que se habían armado para el ataque, se refugiaron en una casa próxima. La mula al llegar a este lugar pretendió romper la puerta a coces, y
cuando ya obtenía éxito en sus propósitos, uno de los vecinos, poniendo los brazos en cruz, se puso delante de la puerta e invocó el nombre de Dios, mientras otros vecinos, aprovechando el desconcierto, le propinaban machetazos en los ojos a la muía para reconocerla al día siguiente. Otros, con la misma intención, pretendieron cortarle las orejas. El maligno animal tuvo que abandonar sus propósitos, y, despavorido, siguió su recorrido. Entusiasmados los ciudadanos por esta fácil y milagrosa victoria, siguieron de lejos a la mula, la que, después de correr por algunas calles, se paró frente a una casa ubicada en las afueras de la ciudad y, luego de que la puerta fuera abierta por la otra mula, penetró en ella. Los seguidores, con toda cautela y sigilo, se aproximaron al lugar y vieron que en el gran patio de la casa, las dos mulas comenzaron a revolcarse en el suelo, adquiriendo, al poco tiempo, figuras humanas completamente desnudas, en quienes reconocieron a las dos hermanas que moraban en esa casa y que tenían fama de brujas. Rompiendo la puerta, los vecinos ingresaron al domicilio y procedieron a marcar con la señal de la cruz a las dos hermanas y a regar con agua bendita toda la casa. Desde entonces, ya nunca más se volvió a ver a las mulas recorrer las calles, infundiendo pavor entre los tranquilos moradores, y se dice que al poco tiempo las dos hermanas murieron sin poder recobrar sus artes diabólicas.
7. La bruja herida (relato de Manuel Zambrano) En el sitio denominado Cachachi, en la parte alta de la ciudad de Cajamarca, en una casa apartada vivía una mujer ya entrada en años y que, según el decir de la gente, se dedicaba a la brujería, albergando en su casa al diablo, el que en forma de un gato negro la acompañaba siempre. Por las noches, un perro negro recorría el campo dando aullidos espeluznantes que sobrecogían de miedo a los humildes campesinos que afincaban por esos lugares, los mismos que aseguraban que el perro no era otro que la figura que tomaba la bruja para andar haciendo el daño a la gente y reunirse con sus congéneres en sitios apartados. Una noche, como a eso de las once, recorría el camino un desprevenido viajero, ignorante de lo pesado de la hora y de la existencia del animal. De
súbito, el hombre se vio atacado por aquel perro negro de gran tamaño. En su defensa, sólo atino a sacar su machete, con el que logró asestar un fuerte golpe al animal en la pierna, ocasionándole una grave herida. El perro, adolorido, huyó con dirección al monte, en donde desapareció. El viajero, recobrándose del susto, pudo escuchar en dirección del lugar por donde había desaparecido el animal, un grito lastimero y prolongado. Temeroso, fue en busca de auxilio a una casita que se encontraba más o menos cerca. Entonces, con el dueño de la casa, sabedor de lo que se trataba, regresaron al sitio donde se había producido el ataque y se introdujeron en el monte, donde escucharon ayes de dolor. El lugareño sacó su rosario y, poniéndoselo en el pecho, acompañó al viajero hasta el lugar mismo de donde provenían los gritos. Una vez allí, grande fue su sorpresa, pues no hallaron al perro que perseguían, sino a una mujer desnuda que presentaba una profunda herida en una de las piernas. El dueño de la casa se sacó entonces el rosario y trató de hacerlo adorar por la mujer, quien revolcándose en el suelo no quiso hacerlo, pero, obligada por los dos hombres, finalmente besó la cruz y luego manifestó a sus captores que efectivamente ella era bruja y que podía transformarse en cualquier animal, y que estas artes demoníacas las había aprendido de una antepasada suya, igualmente dedicada a la brujería, quien para iniciarla le había hecho tomar el caldo de cabeza de un gato negro, uno de cuyos ojos conservaba en el pecho como escapulario. Los hombres arrancaron entonces el escapulario que pendía del pecho inmundo de la bruja, y luego de marcarla con la señal de la cruz en la frente y en el pecho, la dejaron ir, sabiendo que ya nunca más podría dedicarse a la práctica de la brujería. Efectivamente, los moradores del lugar no volvieron a ver ni escuchar los aullidos del perro.
8. La huida de la bruja (relato de A. Vera) En el barrio de San Sebastián, hace ya mucho tiempo, los vecinos del lugar eran testigos de cosas inusitadas y misteriosas que se producían, tales como vuelos de grandes aves nocturnas, apariciones de anímales siniestros, aullidos lúgubres, carreras, relinchos y otras manifestaciones por el estilo.
Alarmados, los pobladores habían sentado su denuncia a la policía, los azules de entonces, los mismos que, alertados convenientemente, recorrían por parejas las callejuelas obscuras y solitarias del barrio, pudiendo cerciorarse que de preferencia las apariciones y ruidos se originaban en la calle denominada San Sebastián, en donde existía una casa casi derruida con un gran patio y corral al fondo, en donde moraba una mujer ya entrada en años y cuyo comportamiento siempre había llamado la atención de los vecinos, pues casi nunca salía en el día, y sólo era posible verla a horas muy avanzadas de la noche. Además, su aspecto mismo infundía miedo, por lo que se pensaba que se entregaba a las artes ocultas de la brujería. Una noche, en que un grupo de sansebastianeros regresaban a sus casas, luego de asistir a una velación, se percataron de que una mula entraba a la casa de la indicada mujer, por lo que coligieron que se trataba de la bruja que regresaba después de sus nocturnas correrías. Inmediatamente fueron a dar cuenta de este hecho a la comisaría. Del puesto policial se comisionó a una pareja, la misma que, en compañía de los pocos vecinos que se prestaron para esta comisión, se fue acercando con todo sigilo a la casa en la que vivía la bruja. Abriendo la puerta, penetraron al aposento, en donde la dueña, al verse sorprendida, comenzó a huir de habitación en habitación. Cuando ya no pudo seguir escapando, se introdujo a un cuarto que, por la apariencia, parecía servirle como laboratorio para sus malas artes, y pintando con carbón un buquecito en la pared salió volando por los aires, ante los atónitos ojos de los presentes, que nada pudieron hacer para capturar a la alada fugitiva. Pero desde entonces desapareció del lugar la bruja, dejando en paz al vecindario, que ya no volvió a ver fantasmagóricas apariciones ni escuchar las locas carreras de la mula ni otros ruidos misteriosos.
LA HECHICERÍA Material y procedimientos Insistimos que en este trabajo utilizamos el término brujería en forma muy amplia, el mismo que incluye los conceptos de chamanismo y hechicería, pues
en realidad se deberían emplear estos vocablos y no el primero, puesto que se trata de manipuleos y actuaciones sobre objetos con el fin de obtener un resultado deliberadamente propuesto. 1. La mesa. Se denomina mesa al conjunto de objetos que, puestos sobre un mantel de lana, son empleados por el brujo para sus prácticas mágicas. Por extensión, se usa el término mesa como sinónimo de brujería, pudiéndose decir con propiedad mesear por por brujear , haber tendido la mesa por haber brujeado o mesero por brujo.
La mesa es el elemento básico y fundamental de la brujería, constituyéndose en la verdadera clínica del "maestro", con la que realiza todas las actividades que demandan su presencia profesional. Cuando se trata de hechos no comunes o extraordinarios, el brujo necesariamente tiene que tender la mesa, ya sea para curar, para hacer daño, para rastrear o encontrar o para preparar la cochinada. 2. Clases. Atendiendo a los fines por los que se tiende la mesa, esta puede ser blanca si el objeto es realizar curaciones o esclarecer robos o pérdidas, y negra si lo que se busca es hacer el daño, causar el mal o producir desgracias. La diferencia, además de la intención, radica fundamentalmente en la bayeta o tela que se tiende sobre el suelo y que sirve para colocar los objetos empleados durante el ritual. Esta tela es de color blanco o negro, según los casos. 3. Material empleado. Piedras pequeñas en forma de animales, animales, como perros, tucos, loros, águilas, carneros, etc.; el "mundo”, las "icllas", una figura a caballo (cuando la mesa se tiende para ver pérdidas), un reloj de cristal, el lábar mate, dos torteros, un chorito con una bola de cristal al centro, azúcar candi,
nuez moscada, moscada, el "ñucño", pastillas de azúcar azúcar "hembra "hembra y macho", macho",
cigarros, pasas blancas, blancas, trenza, vino oporto, vino blanco, canela, agua florida, florida, agua de cananga, una botella de cañazo, unas ramas de répac y otras de cóndor, el andapoto, el coquito o torno y un calabazo. 4. Procedimiento. El brujo actuando sobre estos objetos y al son de una guitarra (rasgada por el acompañante) y de la sonaja que el mismo utiliza, reza y canta el "tono" o "el señor de los infiernos" (oración exorcizante). La práctica
se inicia a las once de la noche y termina a las seis de la mañana. Cuando la mesa se ha tendido para curar, tan luego l uego el "maestro" concluye de trabajar, se da al paciente un plato de caldo de carnero sin sal, y las presas se reparten entre las "compañías" o "compadritos". El oficial o chamba del brujo da de tomar al enfermo y a las compañías cinco tragos de caldo y cinco pares de granos de mote. Finalmente, a las diez de la noche, se levanta la mesa, luego de bailar y dar la desatada a todos los compadritos. Concluida esta operación, todos proceden a comer, sirviéndose cada uno de ellos cinco raciones o "pachachi", con lo que se da por terminada la intervención del brujo.
5. Términos propios a. La ligada. Operación mediante la cual el brujo establece la conexión mágica entre el deseo del cliente y el objetivo por alcanzar, de acuerdo a la Ley de la magia simpática, contagiosa o por contagio, según lo establecido por Frazer. Cuando la mesa se tiende para hacer daño, la fase previa es la ligada. Para este objeto, el brujo consigue previamente "el rastro", o sea la tierra que haya estado en contacto con el pie de la persona a la que va a hacer el daño, o un pedazo de ropa o cualquier otra cosa que haya mantenido contacto con el cuerpo de la persona a quien va a brujear. b. La desatada. Acción de librar de cualquier mal que pueda sobrevenir a los presentes a la práctica de brujería. Para este efecto, cada uno de los concurrentes debe dar cinco vueltas, primero a la izquierda y luego a la derecha. Otro procedimiento consiste en pasar por la cabeza de cada uno de los concurrentes el torno, checo o
coquito, por cinco veces consecutivas, consecutivas, y
esparcir entre ellos, utilizando el rociador, las aguas y los polvos. acompañándolo c. El oficial . Ayudante o chamba, es el que asiste al brujo, acompañándolo en sus cánticos con el tañido de la guitarra; le ayuda a poner y recoger la mesa y a repartir el almuerzo entre el paciente y los compadritos. Cuando se trata de encontrar pérdidas, el chamba va descifrando las palabras o toponimias que el brujo dice en medio de su éxtasis, conseguido por acción del shaire. d. Los compadritos. Llamados también compañías, son las personas
que acompañan al paciente o al interesado durante todo el ritual mágico. Participan de los cigarros, alcohol y comidas que se distribuyen a lo largo de la práctica, quedando vinculadas a la misma y asumiendo sus peligros y consecuencias, por lo que el brujo, a la conclusión de la tendida, deberá proceder
a
suspender
los
efectos
o
ligazones
mágicas
que
sobre
ellos han recaído, mediante la desatada. e. El shaire. Maceración de tabaco y otras
plantas en aguardiente, que
se hace tan luego se concluya de tender la mesa, y que ingiere el brujo para llegar al éxtasis. La ingestión la hace por cada una de las ventanillas de la nariz, utilizando para el efecto el "choro". En algunas oportunidades, cuando la mesa se ha tendido para curar, el brujo, con el objeto de ver si el paciente se ha de sanar o no, hace ingerir el shaire a uno de los compadritos; si este se pone mal como consecuencia de la ingestión, es decir, si vomita o le da diarreas, es indicio de que el enfermo se agravará; en caso contrario, si nada le sucede, el enfermo ha de encontrar mejoría. f. Landapoto o poto chacchero. Calabazo o mate pequeño en que se hace la maceración para el shaire. g. Choro. Caracol pequeño con que el brujo recoge el shaire del landapoto para absorberlo por la nariz, ocasionándose el éxtasis que le ha de permitir ver el mal, seguir el rastro o adquirir el suficiente poder para hacer el daño. h. El Servidor . Olla de tierra de regular tamaño en donde se guardan todos los objetos que el brujo coloca sobre la mesa. i. El rey o ídolo. Figura humana de piedra o de bronce que se coloca en el centro de la mesa, presidiéndola. Por esta especial disposición, pensamos que simboliza el poder demoníaco encarnado en el brujo. Tan luego se ha tendido el mantel o bayeta, el brujo encierra entre sus manos al ídolo y le reza una oración esotérica. j. El mundo. Bola de gran tamaño con adornos en estrías de diferentes colores (pabellona) y que se coloca delante del ídolo, con claro sentido simbólico. También, como en el caso del rey, el brujo antes de colocar el mundo le reza una oración cabalística especial, pues hay que aclarar que todo el proceso de tender la mesa va acompañado por cánticos y rezos. Cuando la tendida tiene por objeto descubrir pérdidas, el maestro ve la pérdida en el
mundo. k. Las icllas. Fósiles o pedazos de cristal de color. col or. l. Las trancas. Las trancas limitan a la mesa del mundo exterior. Son carrizos que rodean al mantel y tienen la virtud de avisar al brujo la proximidad o la presencia de alguna persona que trata de perturbar la te ndida.| De las trancas hacia adentro, nadie puede penetrar; es el terreno exclusivo del maestro, y por tanto, temido y peligroso. Su invasión acarrea males y daños irreparables. m. Los canutos. Pequeños trozos de carrizo que se utilizan como depósitos de las sales, polvos y aguas que son empleados por el brujo dentro de su operación mágica. n. Los polvos. Entre estos citaremos la pásac , que puede ser blanca, amarilla o morada o las tres juntas, el azúcar candi, el azúcar blanca, etc. ñ. Las aguas. Sustancias empleadas en las mesas tendidas para curar,
como el agua florida, el agua de cananga, el jugo de ámbar, vino blanco, vino oporto, agua de lavanda, etc. o. El rociador. Cualquier rosa o flor de geranio,
con la que se asperjan
las aguas y los polvos entre los asistentes al acto, como medio para conseguir la desatada. p. Checo, torno, coquito o sonaja. Es una maraca confeccionada con el fruto de la planta llamada tutuma, y que utiliza el brujo para acompañar, conjuntamente con la guitarra rasgada por el chamba, la tonada. También se emplea para los efectos de la desatada, pasándolo cinco veces consecutivas sobre la cabeza de los compadritos. q. La tonada. Salmodio que ininterrumpidamente entona el brujo acompañándose con el checo que agita y la guitarra que tañe el oficial. El tono se interrumpe cuando el brujo entra en trance. r. Lavar mate. Conchas grandes que se usan para ver la suerte. A este efecto, luego que se ha tendido la mesa, el brujo hace que el interesado le dé su aliento a dos conchas, y a continuación las arroja al aire. Si quedan boca arriba, al interesado le irá bien en su empresa; en caso contrario, la mala suerte lo acompañará.
RELATOS 1. El muñeco enterrado (informante: Antonio Chilón Toledo) Un enemigo personal de su hermana, que desde hacía algún tiempo estaba viendo la manera de vengarse, aprovechó de una oportunidad en que aquella, sin pensar en nada malo, se fue al campo a "hacer del cuerpo". La contraparte recogió el excremento y lo llevó para que lo trabaje el brujo. Este envolvió los "orines" en unos trapos, cuidando de darles la forma de un muñeco y luego los guardó en una "caja" hecha de gigantón. En la noche tendió la mesa y comenzó a trabar al muñeco, y como a las dos o tres de la madrugada se trasladó al puquio de Totoracocha, que queda en el sitio denominado Quilish, y luego de conversar con el puquio lo enterró en dicho lugar. Al poco tiempo, su hermana apareció con inflamación de la barriga y ya no pudo "hacer del cuerpo", sufriendo atroces tormentos, hasta que murió, no obstante de haberla hecho tratar con los médicos de la ciudad así como con médicos del campo, que ya nada pudieron hacer. Y aun cuando estos últimos llegaron a saber que había sido brujeada, no pudieron dar con el lugar en que se había enterrado el muñeco. Cuando logran hacerlo, si el paciente no está de muerte, puede vivir, si bien la curación tarda mucho tiempo.
2. El brujo que se alocó (informante: Antonio Chilón Toledo) Una vez un brujo tendió su mesa para curar, pero después de concluida su operación no observó las recomendaciones que para estos casos se aconseja, y antes de que vencieran los siete días de ayuno comió alimentos con manteca. Esta infracción le ocasionó la locura, al punto que abandonó su hogar para ir a vagar dando muy tristes y lastimeros gritos por los cerros en donde recogía las yerbas que utilizaba para curar. Los parientes del brujo loco, buscando su curación, solicitaron los servicios de otro brujo, el mismo que procedió a tender la mesa. Como a eso de las doce de la noche, obligó al loco a que tuviera relaciones sexuales con una mujer, y cuando estaba practicando este acto le dio un latigazo en el culo, con lo cual recobró automáticamente la razón.
3. La mujer enlunada (informante: Isidro Infante) Una vez, una mujer que había perdido el ánimo por acción del hechizo que contra ella había ejercido un contrario, acudió a un brujo para que la librara del mal. Efectivamente, el maestro tendió la mesa y vio que el ánimo de la mujer había sido entregado a un cerro, de quien se encontraba embarazada, origen de todos los males y dolores que sufría. Luego de la curación, el maestro, sin acordarse, comió manteca antes de que se vencieran los siete días, lo que trajo como consecuencia que la paciente se alocara. La "enlunada" se escapó de su casa y se refugió en el cerro captor de su ánima, y en las noches se la oía llorar o cantar y ya no la pudieron curar.
4. La baldada (informante: José Céspedes) Un señor casado se comprometió con otra mujer, la misma que con el objeto de arrebatarlo de los brazos de su esposa lo hizo brujear Este hombre, a medida que pasaban los días, comenzó a sentir que las piernas le temblaban, hasta que finalmente se le encogieron y quedó baldado, sin poder ya moverse de la casa de la querida. Suponiendo la esposa que el mal de su marido obedecía a l as malas artes que contra él se habían practicado, consiguió llevarlo a su casa y luego obtuvo la intervención de otro brujo. El "maestro", luego de dar por terminada la práctica mágica, ordenó al paciente levantarse y dar cuatro patadas a la puerta de la casa. El enfermo obedeció el mandato y quedó completamente curado.
5. El gallo blanco (informante: José Céspedes) Un próspero agricultor, sintiéndose enfermo, acudió a diversos médicos y curiosos, sin encontrar remedio que le hiciera bien a sus dolencias. Ante esta situación, un empleado, compadecido de los dolores de su señor, le aconsejó solicitar los servicios de un brujo de la Asunción, mentado por su sapiencia y sus acertadas intervenciones. En efecto, patrón y sirviente acudieron a la Asunción en busca del brujo Julca, quien los hospedó en su domicilio. Ya en la noche, sigilosamente, el brujo abandonó su hogar. El sirviente, que se había percatado de esta actitud, en forma cauta fue siguiendo al maestro, quien se dirigió a la cueva del cerro
Colladar, en donde, descubriéndose la cabeza, comenzó a llamar, a poco de lo cual, desde el fondo de la cueva, le contestó una voz cavernosa. El brujo entonces preguntó: “¡Ha venido un mestizo! ¿Qué le debo dar? Respondió la voz: “¡Dale un gallo blanco! ”. El maestro nuevamente preguntó: “¿Cómo le he de dar?”. Respondió la voz: "Hazlo hervir hasta que se deshaga y dale el caldo". De esta conversación se enteró el sirviente, que regresó con toda celeridad al lugar en que estaba el paciente y le dijo: “Vamos ya, allá lo voy a curar ”. Cuando llegó el brujo, el sirviente le explicó que como su patrón se había agravado lo llevaba a su casa, pues en caso de morirse ¿qué se iba a ser estando solo? Una vez llegados a la casa del patrón, el muchacho llamó a los partidarios y les dijo: “Búsquenme inmediatamente un gallo blanco para curar al patrón ”, lo que cumplieron inmediatamente. Luego que hirvió el gallo hasta que se deshizo, le dio el caldo al patrón. Una vez que este concluyó de tomarlo, sufrió un vómito en el que arrojó las espinas del "peje" que se le habían atracado en la garganta. Desde ese momento comenzó a experimentar mejoría.
6. El bocado de la amante (relato de Antonio Rodríguez Palacios) Después de separarse de su querida, un hombre se retiró a vivir con sus dos hijos y una hija, con los que llevaba una vida más o menos feliz, dedicado a su trabajo, que le producía lo necesario para sostener modestamente los gastos del hogar, sin mucho lujo pero con gran decoro. Llegó el día del cumpleaños de este señor, que siempre lo pasaba muy alegre en unión de sus familiares y amigos que desde la víspera llegaban a la casa para darle la sorpresa. En esta oportunidad, el día del cumpleaños, la antigua amante del señor, queriéndose vengar por el abandono que de ella había hecho, le envió una gallina con el bocado, es decir con la "cochinada" que le habría de producir un daño incurable a él y a sus familiares que se sirvieran de la gallina. Llegó el "propio" (encargado de entregar la gallina) y preguntó por el dueño del santo al mayor de los hijos, que salió a recibirlo. Este inquirió por el nombre de la señora que enviaba la gallina, mas el propio se concretó a decirle que se la había entregado una señora pero que no sabía su nombre.
El joven recibió la gallina y, sin avisar a nadie, se sirvió un trozo de la vianda, y el resto lo guardó, olvidándose hasta el día siguiente, que dio parte a su padre y a sus hermanos, los mismos que le reprendieron por haber comido un potaje que no sabía quién lo había enviado. Mas él alegó que le despertó el apetito porque estaba muy bien hecha y por eso había comido de ella. Así pasaron los días, se olvidaron de tal acontecimiento y la vida siguió su rutina cotidiana. Pero un día, el joven amaneció enfermo, se sintió mal, y día a día, no obstante la atención de los médicos, el joven se iba enflaqueciendo hasta que llegó el momento en que ya no pudo levantarse de la cama. Cuando ya se acercaba el día de su muerte, los familiares que estaban sentados junto al lecho del enfermo oyeron en el techo de la casa un fuerte aleteo de aves gigantescas y como si estuvieran peleando. Los circunstantes, llenos de pavor, no atinaron a salir a ver lo que producía tan espantoso ruido, y más bien cerraron la puerta, temiendo que sucediera algo raro. Cuando en algo recuperaron la serenidad, se dieron cuenta de que ya su hermano había muerto, sin que pronunciara ningún quejido.
7. La posesa del diablo (informante: Catalino Calua) Hace ya más de veinte años, en el distrito de Namora, de la noche a la mañana, una joven del lugar resultó muy enferma, manifestando que ella veía al diablo y que continuamente el maligno le quitaba sus cosas, le arrebataba sus prendas de vestir y otras cosas por el estilo. En una de esas oportunidades, poniendo término al escepticismo de sus familiares, que no querían creer en las visiones de la muchacha, vieron que cuando esta se encontraba pelando sus papas, de pronto el cuchillo desapareció de sus manos, lo mismo que su sombrero, y como si alguien los llevara, observaron cómo tanto el sombrero y el cuchillo fueron colocados junto al cerco, pero el sombrero completamente cortado. Entonces dieron cuenta de estos extraños sucesos al padre de la muchacha –a quien supusieron estar compactado con el diablo – para que tomara las providencias del caso, como en efecto lo hizo, llevándola para que la vieran los médicos; pero pasó el tiempo y la muchacha seguía enferma y siempre atormentada por la presencia del demonio. Entonces, personas entendidas le manifestaron al padre que el mal de su hija era producto de la
brujería y que, por lo tanto, los médicos no la iban a curar, y que era mejor que la llevara a que la viera un brujo. El padre, escuchando el consejo de sus amigos y familiares, salió en busca del mejor brujo del lugar, habiéndosele recomendado un maestro que vivía en los Baños del Inca. Este, después de ver a la muchacha, manifestó al padre que sí podía curar a la enferma, pero que la curación les iba a costar mil soles, y, además, debían poner la coca, aguardiente, tabaco y otros menesteres que necesitaba para la curación. Los padres convinieron con la proposición y un día viernes, por la noche, llevaron a la enferma a la casa del brujo. Cuando ingresaron al aposento de este, observaron que en un cuarto el brujo tenía una serie de materiales raros. Cuando se sentaron en el lugar que el maestro les indicó, este comenzó a desatar un atado y de él iba sacando unos objetos que
iba colocando sobre una manta de color blanco (esto
significa que el brujo tendió la mesa para iniciar la curación). Desde aproximadamente las ocho de la noche, comenzó la curación, y ya sería las doce de la noche cuando el maestro salió a la calle, diciendo: “Ya es hora, el enemigo me espera afuera; si llamo, de inmediato corren a ayudarme ”. Y se fue llevando un rebenque y un gran machete de acero, que estaban junto a la mesa. Al poco rato, los circunstantes escucharon como si alguien peleara y, de cuando en cuando, sentían el reventar del rebenque, como si este cayera sobre un cuerpo humano, y también escuchaban el golpe del machete como sí estuviera cortando el piso. Pasó así como una hora, cuando los presentes (la enferma y numerosos familiares y amigos que habían ido a acompañarle) vieron que el brujo ingresaba nuevamente al cuarto, todo bañado en sudor, con el rostro completamente rasguñado, y les dijo: “Ya está. Acabo de vencer al enemigo. Desde ahora, la niña descansará tranquila, pues ya no volverá a fastidiarla ”. Efectivamente, a partir de ese momento, la chica no tuvo más las apariciones del demonio, ni le quitaban las prendas de vestir ni perdía los objetos que portaba.
8. El brujo Valentín (relato de A. Rodríguez P.) Por aquel entonces, un padre, por tener otras ocupaciones, mandó por primera vez a su hijo, de muy corta edad, a que segara y llevara la alfalfa para
los cuyes. Efectivamente, el niño se fue a la chacra, que quedaba algo retirada de la casa. Al poco rato se le presentó un caballero montado en un hermoso caballo, quien dijo al niño que lo acompañara, subiéndolo al anca de su cabalgadura. Cuando pasaba una acequia, le dijo: “Cierra tus ojos”, y cuando los volvió a abrir, el niño se encontró en el seno de un cerro, en donde pasó toda la noche. Los padres del niño, alarmados por su tardanza, fueron a verlo a la chacra de alfalfa y no lo encontraron. Se fueron a preguntar a la casa de sus vecinos si habían visto a su hijito y nadie dio razón. Todos afligidos y llorosos regresaron a su casa, sin esperanza ya de encontrar al pequeño, suponiendo que algún bandido lo había secuestrado. Al día siguiente, cuando ya iba a salir el niño del cerro, una mujer blanca y muy gringa le dijo: “¿Cuál de estas bancas quieres que te regale ?”, pues ante la vista del pequeño se ofrecían dos bancas, una de maleros, toda de chingos negros, y otra para hacer el bien, llena de cristales blancos y un perrito del mismo color. Entonces el niño escogió la mesa blanca o curandera, y la mujer gringa la amarró a la esquina de su ponchito, dejando luego al pequeño en el mismo sitio en donde lo había recogido el caballero el día anterior. Los padres del menor, al día siguiente, como de costumbre, fueron a la chacra de alfalfa a recoger el alimento de sus cuyes, y cuál no sería su alegría cuando encontraron allí a su hijo, al que ya daban por perdido. Inmediatamente, condujeron al niño y a la banca que tenía amarrada al poncho y lo encerraron en la casa por cinco días, dándole de comer solamente alimentos sin manteca y dulces, mientras a la banca le echaban azúcar blanca, desatándola con pásac después de cinco días. De estos hechos pasaron como ocho días, e inmediatamente todos los vecinos del lugar y de los contornos se anoticiaron de la fama de Valentín, queasí se llamaba el pequeño, y fueron a verlo en busca de mejoría a sus enfermedades. Y todos ellos fueron curados, sin que en ningún caso fallara, circunstancia que acrecentó la fama de Valentín, ante la envidia y el odio de otros brujos que no eran tan certeros como él. Precisamente, en una oportunidad habían llevado a Valentín al distrito de la Encañada para que curara a un señor principal del lugar que, desde hacía
muchos años, venía adoleciendo de una rara y grave enfermedad, sin que le hubieran proporcionado ninguna mejoría los remedios de los médicos que había hecho llevar desde Cajamarca, ni las pócimas que le habían recetado los brujos y curanderos. Precisamente estos "maestros", envidiosos del prestigio del brujo Valentín, lo denunciaron ante la policía y lo hicieron conducir preso. Estando encerrado, lo golpearon tanto que le produjeron la muerte.
9. Los brujos salvados (relato de Manuel Rodríguez) Hace ya algún tiempo, había un brujo porconero apellidado Chuquimango, famoso por las curaciones milagrosas que había hecho, incluso a mucha gente de la ciudad. Uno de esos días, el brujo Chuquimango, en compañía de su ayudante o chamba, de apellido Cantera, decidieron hacer un viaje a la costa, llevando chales y bayetas para hacer negocio y luego adquirir milagros y cirios para ofrecerlos a la imagen de San Sebastián, de quien eran devotos. Muy de madrugada, emprendieron su camino, y al llegar al distrito de San Pablo, encontraron a un señor que orinaba por un lado de la pierna, pues tenía el caño urinario obstruido. Entonces el Chuquimango y su ayudante tendieron su mesa y procedieron a curar al señor enfermo. Pero en estas circunstancias, cuando estaba masticando su coca, el maestro suspendió la curación y le dijo a su ayudante: “Vámonos, porque la contraparte nos está siguiendo ”. Con toda premura subieron al enfermo al terrado de la casa y se refugiaron en una quebrada cercana. Al poco rato llegaron sus enemigos y rodearon la casa, en donde sólo encontraron al paciente, quien les manifestó que ya los maestros hacía rato que habían seguido su camino. El Chuquimango, masticando su coca, dio un soplo en dirección a la casa, con el objeto de que no pudieran sus enemigos encontrar el rastro, y prosiguieron su camino rumbo a la provincia de Guadalupe. En esta localidad encontraron a un chino con el brazo doblado hacia la espalda, deformación de la que venía padeciendo desde hacía algún tiempo, sin que los médicos de Lima, de Trujillo ni de Chiclayo pudieran dar con el mal. Este chino, al tener conocimiento de que el brujo de Horcón se hallaba en Guadalupe, de inmediato lo mandó buscar y le dijo que lo curara, pues le habían dicho que su mal era producto de la brujería. El Chuquimango y su ayudante tendieron aquella noche la mesa y, encontrando la causa del mal, le dieron los remedios aconsejados
para el caso y lo dejaron ya mejorcito. El chino, como recompensa a su trabajo, les pagó en azúcar, y a cada uno de ellos le dio una sortija de oro. Luego de haber adquirido los cirios y otros menesteres, regresaron a Porcón, pero al pasar por San Pablo fueron a ver nuevamente al primer paciente y lo encontraron muy restablecido, orinando ya en forma normal; le dieron otros remedios y continuaron su camino hasta su casa. En vista de que el viaje anterior les había ido muy bien, luego de hacer entrega de sus limosnas a favor de San Sebastián, emprendieron nuevamente viaje a la costa, para hacer otros negocios así como también curar. Ya estaban por llegar a San Pablo, cuando, por indicación de la contraparte, fueron cercados y apresados sorpresivamente por la policía, la misma que los condujo a la cárcel, en donde les aplicaron una feroz palizaa, acusándolos de maleros; después los depositaron en una celda oscura, durante tres días, sin proporcionarles ningún alimento. Al cabo de los tres días les dieron de comer papas con abundante manteca y cebollas. Además, desataron la mesa que llevaban y, regando las cosas por el suelo, se orinaron sobre ellas en cruz, echándoles finalmente manteca. Además, les dijeron que los iban a quemar vivos para que ya no siguieran haciendo males a la gente, pan cuyo efecto mandaron encender un horno de hacer pan. Ya faltando pocas horas para ser sacrificados, entró al cuarto un señor gringo, desconocido en el lugar, el mismo que, después de mirar por breves minutos a los maestros, les preguntó la razón por la que se hallaban detenidos. Entonces los presos le manifestaron al extraño señor que ellos no eran brujos maleros sino que simplemente curaban a los enfermos que los solicitaban, que se estaban dirigiendo a la costa con el objeto de hacer algunos negocitos y procurarse algún dinero para pasar el año próximo la fiesta de San Sebastian, del que eran muy devotos, y que, al mismo tiempo, pensaban aprovechar de su viaje para curar a algunos pacientes. Luego de escuchar estas razones, el señor gringo se dirigió al jefe de los policías, a quien manifestó que se trataba de sus peones, que no eran brujas maleros sino curanderos y consiguió que se diera la orden de libertad. Con esta orden, el gringo se presentó a los policías y pidió que soltaran a los presos, después de lo cual les entregaron los objetos de su banca de maestro. Abandonaron el puesto policial de Cajamarca, a donde habían sido llevados, y
se dirigieron por la carretera de San Francisco, y a la altura del antiguo local del Colegio San Ramón, el gringo les dijo: “Ahora sí ya pueden seguir su viaje, porque están libres ”, y diciendo esto, desapareció en forma misteriosa. Una vez libres, aperaron la mula y el burro y emprendieron su viaje a la costa. Varios días después, cuando se hallaban curando a un paciente, en el momento culminante del levantamiento del shaire, vieron la imagen del señor gringo que había conseguido su libertad, dándose cuenta que se trataba de San Sebastián, circunstancia por la que acendraron su devoción por este santo que en forma tan milagrosa les había salvado de morir quemados en un horno.
10. El regreso del novio (relato de Segundo Limay Ch.) Vivía en esta ciudad una simpática señorita que después de algún tiempo de enamoramiento se había ennoviado con un apuesto joven moyobambino que por razón de su trabajo radicaba, desde hacía algún tiempo, en nuestra ciudad. Los padres veían con buenos ojos este noviazgo, por cuanto comprendieron los buenos sentimientos del pretendiente y que se trataba de una persona honrada y trabajadora, con lo que aseguraba la felicidad de su hija. Así transcurrió algún tiempo hasta que uno de esos días el joven manifestó su intención de viajar a Moyobamba, tanto para visitar a sus padres como para pedirles su consentimiento para la celebración de la boda. La despedida fue triste, pero el joven manifestaba a su novia que pronto regresaría y que no llorara, pues lo hacía precisamente para poder casarse pronto y así vivir juntos en matrimonio. Pasaron los tres meses que el novio había fijado como fecha de su retorno, e incluso algunos meses más, y el novio no daba señales de vida, cuando uno de esos días una vecina llegó a manifestarles que unos conocidos suyos que habían estado en Moyobamba le habían contado que su novio se iba a casar con una señorita de ese lugar y que, por consiguiente, no lo esperaran, pues la boda se iba a realizar dentro de un mes. Faltarían ya como ocho días para que su ex novio se casara en Moyabamba, cuando llegó a visitar a la joven otra de sus vecinas, la misma que al encontrarla tan triste y afligida le preguntó por la causa de su congoja, a lo que esta le contó todo lo que le había sucedido.
Después de escuchar el relato de la señorita entre llantos y suspiros, la señora le dijo que no se preocupara, que hiciera una carta para su novio y que ella se encargaría de que llegara a su destino. La joven, aun cuando no muy segura de que cumpliera con lo prometido, escribió la carta y se la entregó a su vecina, la misma que cobró por sus servicios veinte soles, pidiéndole diez por adelantado y la diferencia para cuando pudiera. Al día siguiente, otra señora que vivía en la vecindad, y con quien se encontró casualmente, le manifestó toda extrañada que la noche anterior, como a las doce de la noche, en que se encontraba trabajando en el horno, había visto que la vecina (refiriéndose a la señora que le había prometido hacer llegar a su destino la carta) se hallaba junto a la pila con una escoba en su mano. Al poco rato de esta conversación, la vecina con la que había hecho el convenio se apersonó a su casa para manifestarle que el encargo estaba cumplido y que su novio regresaría a la ciudad dentro de ocho días. La joven, no sin cierta preocupación, agradeció a la vecina y se despidió, convencida de la imposibilidad de lo que se le había indicado, pues ella estaba segura de que un viaje así no podía realizarse en menos de ocho días. En medio de gran angustia transcurrieron los días fijados, y cuando se desvanecían por completo las secretas esperanzas de la muchacha, oyó toques en su puerta. Angustiada fue a ver y se dio con su novio, quien le manifestó que acababa de llegar de Moyobamba. La novia le hizo pasar a la sala, y al poco rato llegó también la vecina y pasó a la sala manifestándole que todo se había cumplido conforme a lo previsto y que ahora le invitara una taza de café. Los tres pasaron al comedor, en donde se sirvió el café, y se conversó por algún tiempo. Cuando la vecina se levantó para despedirse, entregó a la joven una flor de canela, manifestándole que siempre la conservara fresca para que su amor durara eternamente. El joven, arrepentido, le contó todo lo sucedido en su ausencia. La joven, enamorada, perdonó al novio su infidelidad, y al poco tiempo se celebró la boda, en medio del general regocijo, y vivieron juntos hasta su muerte.
11. La bruja que se convirtió en pava (relato de Asunción Chávez) Una noche, como a eso de las doce, cuando un señor se dirigía a su casa, ubicada en la calle de San Pedro, encontró en medio de la calle una pava que
intentaba volar sin poder lograrlo; entonces, medio sorprendido y jubiloso, el señor agarró a la pava, agradeciendo a Dios por su buena suerte. Llegó a su casa y dejó encerrada el ave en la cocina, y más tarde le contó a su mujer del hallazgo, indicándole que al día siguiente se levantara temprano para matar a la pava. La señora se levantó muy temprano, disponiéndose a sacrificar al animal y regalarse con una apetitosa comida. Se dirigió a la cocina en busca de su víctima, y ante su sorpresa y terror, en lugar de encontrar a la pava, se encontró con una mujer completamente desnuda, en quien reconoció de inmediato a una vecina del barrio San Pedro. La señora, cerrando la puerta, corrió al dormitorio del marido, a quien, aún en la cama, le contó de su extraño hallazgo. El señor, medio sorprendido e incrédulo, se levantó, y al abrir la puerta de la cocina, efectivamente encontró a la mencionada vecina totalmente desvestida, la misma que, en medio de llantos, les relató que efectivamente era bruja, pero que por favor guardaran silencio a cambio de dinero que en abundancia les podía dar. Efectivamente así sucedió.
12.
La bruja asesina
Cuentan los pobladores de la cercanía de la laguna de Quelluacocha que hace ya tiempo, en ese lugar, con inusitada frecuencia, se producían asesinatos y desaparecían personas vecinas y extrañas que luego eran encontradas decapitadas por distintos lugares, sin que pudiera encontrar ninguna huella del asesino. Esta situación los tenía muy inquietos y preocupados, pues nadie estaba libre de amanecer decapitado. Como ya la situación se había vuelto insostenible, y queriendo dar fin a los crímenes, todo el vecindario se dio cita para acechar al asesino, rondando la laguna de Quelluacocha, pues por allí generalmente aparecían las víctimas del misterioso asesino. Efectivamente, una noche se dispusieron a vigilar. La noche era de Luna llena, y serían ya como las dos de la madrugada, cuando vieron que de una casa salía una vecina que era muy estimada por su bondad. Todos observaron, sorprendidos y paralizados por el terror, que dicha vecina, avanzando lentamente, se introducía a la laguna y al llegar al centro de la misma se hundía. Al poco rato, volvió a salir, pero llevando en sus manos una enorme hoz. Inmediatamente, todos comprendieron que con esta arma segaba
las cabezas de los transeúntes que se arriesgaban a pasar por la laguna a altas horas de la noche Venciendo el miedo que los tenía medio paralizados, inmediatamente rodearon a la mujer, y después de alguna lucha lograron reducirla y amarrarla para llevarla al pueblo, en donde le prendieron fuego. A la luz del alba, aterrorizados, observaron que su rostro se había transfigurado en la cara de un horrible monstruo.
13. La venganza de la engañada En el distrito de Magdalena, un joven llamado Gerardo mantenía relaciones maritales con una muchacha agraciada de su pueblo, a quien, para obtener sus favores, le había prometido matrimoniarse lo más pronto posible. Pero pasó el tiempo y el joven, no obstante las reiteradas peticiones de la muchacha, no cumplía con su ofrecimiento, y más bien, abandonando a la novia, se enamoró de otra joven. Entonces, desengañada y queriéndose vengar de su infiel amante, se fue a consultar con un brujo malero del lugar, quien, después de escuchar la historia, le manifestó que le iba a hacer el daño y que no se preocupara. De esto pasó algún tiempo, hasta que uno de esos días, cuando se encontraba atravesando el río Magdalena, Gerardo se cayó a la corriente. Ese mismo día, sintió fuertes dolores en la espalda, y de este mal ya no se pudo curar; más bien cada día se volvía como un ovillo, se le dobló la espalda y ya no pudo caminar. Los padres de Gerardo lo llevaron a la ciudad de Cajamarca, de Pacasmayo, en busca de un médico que curara a su hijo; pero todo fue en vano. Entonces la madre, siguiendo los consejos de una comadre, fue a ver a un brujo que vivía en la parte posterior del panteón viejo. El brujo manifestó a la madre que sí podía curarlo, pero que tenía que ver al paciente y luego limpiarlo por tres veces consecutivas, a las doce de la noche. Después de fijar los honorarios, al día siguiente, que fue martes, Gerardo se dirigió a la casa del brujo, acompañado de sus padres y unos familiares. El brujo tendió la mesa y procedió a limpiarlo con higuerilla y otras hierbas, y después le dio infusión de diferentes y extrañas plantas. Esta operación se repitió por tres veces consecutivas. Al terminar la última limpia, el enfermo sintió como si algún ser
extraño saliera de su cuerpo y botó una baba verde, con lo que se dio por terminada la curación. Luego, el brujo le aconsejó que ya no regresara a su tierra, pues de nuevo podían hacerle el mal.
14. El bocado de la amante Estos hechos sucedieron en el distrito de Jesús, hace ya mucho tiempo. Cuentan que en este lugar vivía un señor con su esposa y sus hijitos. Al parecer, el hogar era bien avenido, pero de esto no pasó mucho tiempo, pues el señor hizo abandono de sus deberes conyugales y se sacó una querida, en medio de la general censura de los vecinos. La querida de este señor, queriendo eliminar definitivamente toda clase de rivalidad por parte de la esposa de su amante, decidió darle la cochinada, aprovechando para el efecto una fiesta que se celebraba en la casa del amante. Para esta ocasión, la querida mezcló la cochinada con unos alfajores y cuyes y mandó el potaje a la casa de la esposa. Cuando el "propio" llegó a la casa, salió a recibirlo uno de los hijos de la señora. Entonces el portador le indicó que el potaje lo mandaba especialmente una comadre para que se sirviera su mamá. El chico, lejos de cumplir con el encargo, comió algunos alfajores, y al poco rato sintió fuertes dolores de barriga, por lo que se dirigió a su cuarto para evitar que su madre se diera cuenta de que había comido los alfajores y que por eso le estaba doliendo la barriga. La madre, al ver que no aparecía su hijo, se dirigió al dormitorio y allí lo encontró revolcándose de dolor. De inmediato le preparó unos remedios caseros, los mismos que no surtieron mayor efecto, por lo que en compañía de su esposo se vieron precisados a llevarlo al hospital de Cajamarca, a donde llegó ya moribundo. En el hospital, los médicos lo atendieron, pero todo fue en vano y el niño murió al poco rato, mentando el nombre de la querida de su padre, el mismo que se dio cuenta que esta había preparado el bocado para hacer daño a su esposa.
15. La curandera clarividente (referencia de A.V.A.) Se trata de una señora perteneciente a la clase popular, mestiza, casada, de más o menos 40 años, domiciliada en un barrio de la ciudad y con una numerosa clientela que acudía en procura de mejoría para su quebrantada salud.
a) En un primer momento, la señora realizaba una entrevista personal con el interesado, con el objeto de verificar la diagnosis. El cobro por la consulta era trescientos cincuenta soles, y se realizaba de l a siguiente manera: La curiosa entrega al paciente una vela para que con ella se frote y, luego, encendida, la coloque sobre un altar en donde se han distribuido litografías de algunos miembros del santoral cristiano, un crucifijo y una Virgen María en bulto. La curandera, a continuación, inicia el rezo, acompañada por su esposo y el cliente. Bajo la conducción del marido, se reza el Padrenuestro, el Credo, el Ave María y el Yo Pecador. Concluidas las oraciones, el marido anuncia que la señora procederá a leer los antecedentes del paciente, precisándole la etiología del mal y otros aspectos saltantes de su vida, como asuntos relacionados con su trabajo, negocios y amores. Entonces, la curandera inicia el diagnóstico puntualizando la naturaleza del mal, sus causas, sus autores, pasando a ver el pasado del cliente. Esta operación dura más o menos 20 minutos. Seguidamente, trata sobre la curación, aclarando que ella no recurre a la brujería sino a la fe en Dios y a brebajes preparados a base de yerbas. b)
La terapia. El día señalado, a partir de las 10 de la noche,
aproximadamente, en una habitación grande en donde se reúnen varios pacientes, el marido distribuye velas entre todos los presentes, indicándoles que con ellas se froten todo el cuerpo. Luego les indica que las prendan y las coloquen en el piso delante del altar, y que ocupen su emplazamiento a lo largo y ancho de las paredes de la sala. Se quema incienso en una plancha. Los pacientes que concurren por primera vez deben zahumarse hasta que el olor se les impregne en la ropa. Cuando se ha disipado el humo, el esposo de la curandera distribuye entre los clientes cuatro cruces y, a continuación, los invita para que recen y canten. Concluida esta parte del ceremonial, la curandera se coloca delante de una mesa pequeña de madera, sobre la misma que ha colocado el crucifijo, la Virgen en bulto y un gran tazón con un brebaje. Seguidamente, comienza a repartir dicho brebaje, comenzando con el marido; luego lo ingiere ella misma, mientras los pacientes se doblan
genuflexos y luego se enderezan levantando las manos, diciendo: “Por Dios y por la Virgen Santísima, regresa la señora a su sitio inicial ”. Luego, el marido distribuye la bebida entre todos ellos, los mismos que, una vez ingerido el remedio, dándose una vuelta por la derecha, pasan a una salita contigua a flexionar los brazos y las piernas, para que el remedio se mueva. A medida que los pacientes ingieren el brebaje, los demás que esperan su turno van exclamando la misma imploración: “Por Dios y por la Virgen Santísima...”. Una vez que todos han "movido" el remedio, regresan a la sala grande y prosiguen los cánticos y rezos, y cada uno de ellos zapatea sobre su mismo sitio, dando vueltas por la derecha de cuando en cuando e implorando a Dios. Después de un tiempo prudencial, la curiosa comienza a llamar, indistintamente, a uno por uno y les habla de su enfermedad y de sus problemas, dándoles consejos y sugerencias. La señora, para el efecto, va observando atentamente las huellas que ha dejado cada paciente en su sitio, durante la operación del zapateo, y además ve en dichas huellas el rostro de la persona que ocasionó el mal o que pretende hacerlo. Cuando descubre acciones o intenciones malas entre sus clientes, la señora les da de cordonazos por la cabeza, con un cordón de hábito religioso. Todo el ceremonial terapéutico dura hasta las cinco de la mañana, y los honorarios que cobra la señora están alrededor de los quince mil soles. Para un mismo cliente, las reuniones fluctúan entre 3 y 5, pudiendo ser más, según la rebeldía del mal.
16. La embrujada de la casa Una señora, de la noche a la mañana, comenzó a padecer de una extraña y dolorosa enfermedad que muy pronto arruinó su natural corpulencia. En procura de salud, la señora se sometió al tratamiento prescrito por los mejores médicos de Cajamarca, los mismos que le recetaron los más modernos y seguros remedios para las diferentes enfermedades que le diagnosticaron; asimismo, se hizo sacar radiografías, análisis y todo cuanto recomendaba la ciencia médica. Pero como no encontró mejoría alguna, y como era una persona acomodada, viajó a ponerse en manos de los mejores facultativos de Trujillo y, luego, de Lima; pero todo fue en vano, su salud iba deteriorándose a ojos vista y día a día. Ante esta situación, y ya casi sin dinero, decidió regresar
a su tierra para morir entre sus familiares y amigos. Así pasó algún tiempo, resignada a su infausta suerte. Pero uno de esos días, una vecina que fue a visitarla le aconsejó que fuera a ver a un curandero famoso que vivía por los Baños del Inca. La enferma, considerando que nada perdía con ver al brujo, aunque sin mayores ilusiones, un día de esos se fue a consultar con el brujo, con quien quedaron sobre el día en que debía iniciar la curación. Efectivamente, un día martes, como a las nueve de la noche, el brujo, en presencia de la enferma y de dos personas que la habían acompañado, comenzó a tender su mesa, y cuando todos los actos preliminares fueron concluidos, comenzó la operación curativa hasta que el maestro entró en trance y comenzó a ver que una vecina de la señora, que la envidiaba por su riqueza y por no haberle prestado dinero para salvar una urgencia, había brujeado la casa para que todas las personas que la habitaran adquirieran un mal que los mataría. El brujo aconsejó a la señora que abandonara su domicilio y se fuera a vivir a otra casa. Así lo hizo la señora, siguiendo los consejos del maestro. Dejó su domicilio para ir a vivir a la ciudad de Trujillo, en donde nunca más volvió a sentir los dolores que por tanto tiempo la habían martirizado.
17. El primo envidioso (relato de Pedro Incil) Ese día, como en años anteriores, se celebraba con mucha animación el cumpleaños del esposo de la dueña de la casa, mujer adinerada, de muchos teneres, quien se esmeraba en atender a los numerosos amigos de su marido que se habían dado cita desde la víspera para pasar el cumpleaños. El día mismo del santo se había preparado una abundante comida con gallina, cuyes, sopa de fideos, todo tan bien sazonado y tan generosamente servido, incluso con yapa, que todos tenían que hablar de la cocina de la dueña de la casa. Pero como el trabajo era abrumador y las muchachas no se daban abasto para servir a tanto comensal, la comadre de la dueña de casa, con quien tenía mucha confianza, se prestó solícitamente a ayudarle a servir, e incluso mandó a la señora para que se sentara a la mesa y haga el brindis con los invitados.
Terminada ya la reunión, muy entrada la noche, los comensales se retiraron a sus hogares llevando en la barriga la excelente comida y en las cabezas los humos del abundante licor libado a lo largo de casi todo el día. La señora, después de hacer acostar al marido embriagado, completamente agotada, se tendió a dormir; pero, al poco momento, sintió un fuerte dolor de barriga, por lo que tuvo que levantarse para preparar una taza de manzanilla, pues supuso que la comida le había caído mal o que, a lo mejor, las cóleras que nunca faltan con la servidumbre la habían afectado. Mas el dolor no cedió, y toda la noche no pudo pegar los ojos. Al día siguiente se dirigió al médico, quien, después de examinarla, le recetó varios remedios que consideró adecuados. Sin embargo, como no experimentaba mejoría alguna, se fue a consultar a otros médicos y, posteriormente, incluso tuvo que internarse en el hospital; pero todo fue inútil, el dolor no cedía y, al contrario, cada vez era más intenso. Siguiendo el consejo de una pariente, se fue a ver a un brujo muy mentado que vivía en el distrito de los Baños del Inca. Todo fue verla, para que el maestro le dijera que le habían dado la cochinada y que ya la enfermedad se estaba propasando, por lo que se hacía urgente su tratamiento. Entonces acordaron que al día siguiente, que era martes, la señora acudiera a la casa del brujo para tender la mesa y ver el daño que le habían dado. A las nueve y media de la noche del martes, se reunieron, en la casa del brujo, la paciente, dos personas de su confianza y el ayudante del maestro. Se tendió la mesa en medio de un ceremonial especial que consistía en que el maestro sacaba cosas de un atado y, dándole su aliento, las iba distribuyendo sobre una manta blanca tendida sobre el piso de tierra. Cuando todo estuvo concluido, el brujo comenzó a rezar a San Cipriano, con palabras que no pronunciaba muy claramente, como si estuviera rezando un cura. Iniciado el proceso de curación, y luego de haber ingerido en abundancia el shaire, del mismo que hiciera participar, pero en menores cantidades, a los asistentes, el maestro le dijo a la señora: "El mal que tienes obedece a que te han hecho el daño; tu comadre querida es la que te ha dado la cochinada en la comida que sirvieron en el santo de tu marido; te ha dado con el picante de papas que comiste tan rico. Pero no es porque ella te tenga envidia, sino que
ha recibido el encargo de tu primo Juan, que vive al otro lado de tu casa. El sí te tiene envidia, porque has comprado un terreno que a él le gustaba pero que no compró porque no le alcanzó la plata. El sí tiene envidia de ti, porque ve que el terreno es bueno y allí crías tu ganado. Él te aborrece. Es una persona mala y ha hecho preparar la cochinada con un malero". Una vez producido el diagnóstico y cortado el mal con un puñal que tenia en la mesa, el maestro recetó un brebaje que él mismo preparó. La señora tomó el remedio por espacio de quince días, al cabo de los cuales desapareció la enfermedad.
18. La mujer del rostro oculto (relato de Clementina Mendo) Esta era una señora muy sana y robusta, y siempre decía que ella no tenía tiempo para enfermarse, que sólo los haraganes se enferman por no tener en qué pensar. Y, efectivamente, ni la gripe le daba a la señora, no obstante que desde muy temprano se ponía a hacer sus cosas. Pero uno de esos buenos, días y sin ningún pretexto, la señora resultó con un extraño dolor a la cintura que le comprometía el vientre. Los remedios caseros que ella misma se prescribió y otros que le aconsejaron sus amigos, vecinos y parientes no le hicieron nada. Después pasó a utilizar los remedios de botica que le daban los médicos, pero todo fue inútil, porque el dolor no se le iba. De esta manera, su antigua fortaleza física se vio minada, y de lo sana y gorda que era se fue volviendo flaca, "garabincha"; ya casi ni andar podía, y la mayor parte del tiempo lo pasaba en su cama o cobijada, abrigándose al sol. Los hijos quisieron llevarla a la costa para que la vieran los mejores médicos, pero la señora no aceptaba, pues pensaba que el mal ya no la iba a dejar y no quería irse a morir a tierra extraña, lejos de sus parientes y amigos. Así las cosas, y comprendiendo que ya nada perdería y que era lo mismo morir antes que después, un día se fue a ver a un brujo muy mentado de Porcón. El maestro convino en curarla y comenzó el tratamiento recetándole una severa dieta, en la que estaba terminantemente prohibido el uso de la sal, de las grasas y de las carnes. Luego, un viernes por la noche, delante de la mesa tendida, le dio un vaso con un brebaje de color verde, preparado con el zumo de diversas hierbas que sólo el maestro conocía. Al concluir de ingerirlo, la señora cayó en un fuerte sopor, y entre sueños vio a una mujer que le daba
las golosinas que siempre tanto le gustaban y que en algunas oportunidades había recibido de regalo para su cumpleaños, por parte de sus parientes, que sabían de su debilidad por los dulces. En sus sueños trato de ver bien la cara de la mujer que le ofrecía los regalos, pero no lo consiguió, pues esta se tapaba el rostro con una manta negra y se negaba a darle la cara. Así transcurrió algún tiempo, y cuando pasó el efecto del brebaje, la señora relató al maestro todo lo que había visto en sus sueños. Entonces el maestro le explicó que esa mujer a la que no había podido ver el rostro era, precisamente, la que le había dado la cochinada en los dulces, y que nunca más debía recibir regalos de ninguna persona, pues era un pariente cercano quien le había hecho el daño. A continuación, el maestro limpió a la paciente con un cuy negro, con el objeto de poder precisar con exactitud el lugar en donde se encontraba radicado el mal, y así la siguió tratando por seis viernes más. Ahora ya la señora está completamente restablecida y ha recuperado su antigua fortaleza.
19. La burlada despechada (relato de Margarita Palacios) Ese mismo día y en la misma iglesia juró vengarse de su amante, que, burlándose de su amor, ahora se casaba con una su prima. De nada habían valido sus ruegos y sus lágrimas, el hombre sinvergüenza prefirió la plata y la posición que le daba su nueva mujer, pues no era amor lo que le había llevado al altar. Terminada la ceremonia, la amante despechada se fue a ver a un brujo malero para que le preparara alguna cochinada con la cual vengarse del engaño y la burla de que había sido objeto. La nueva pareja se fue a vivir en la casa de los padres de la esposa, y todo fue alegría y felicidad. El hombre, encandilado por los teneres de la esposa, gozó de la vida, y ni por un momento se acordó de su antigua amante. Reinó en verdad la felicidad, no había problemas, el hombre era considerado y apreciado por los suegros, y la mujer se desvivía por atenderlo. Mas fue breve esta felicidad y armonía conyugal. Comenzaron las riñas, las acaloradas disputas. Las cosas llegaron a deteriorarse tanto que terminaban yéndose a las manos. El marido pateaba a la mujer y esta le
arrojaba con las cosas que encontraba a la mano. De nada sirvió la mediación de los suegros, que, desesperados y no queriendo que sus otros hijos se enteraran de estos problemas, dieron al marido plazo para que abandonara el hogar. El hombre, en el infierno en que vivía, pues su hogar se había convertido en un "acabadero" de vida, sin pensarlo más decidió abandonar a su mujer y a su hijita. Primero viajó a la costa, pero al poco tiempo, sin poder soportar la angustia y la incertidumbre, regreso a Cajamarca; fue a ver a su mujer pero esta no lo quiso recibir, y sus suegros lo botaron de la casa. Desengañado, se dedicó a la bebida hasta convertirse en un pobre borrachín despreciado por todos. Un antiguo amigo, compañero de escuela, compadecido de la triste vida de la triste vida del hombre, un día lo convenció para que visitaran a un maestro que había hecho curaciones maravillosas. El día y hora convenidos, acudieron a la casa del brujo, quien tendió la mesa y, bajo el efecto del shaire, comprobó que la antigua amante despechada le había dado la cochinada en un plato de frito, del que tanto gustaba el enfermo. Luego procedió a darle una pócima que tenía preparada, de color verde, medio espesa y de muy feo color y peor sabor. Apenas tomó el remedio, comenzó a vomitar y luego le dio diarrea. El maestro manifestó que la enfermedad estaba propasada y que tenía que quedarse por tres días en su casa, para poderlo atender personalmente. Pasados los tres días, en los que el paciente no vio la luz y únicamente se alimentó con caldito "chuya", sin manteca, cebollas ni aderezo alguno, el amigo fue a ver al enfermo y lo condujo a la tiendita en la que vivía. Pasó de esto algún tiempo y se curó completamente. La bebida le daba asco, y cuando en alguna oportunidad libaba una copa le daba náuseas. Recobró su antigua lozanía, pues todavía era joven, y sintiéndose curado fue a ver a su mujer, quien, sabedora de su curación, lo recibió muy contenta y reanudaron su vida con toda normalidad.
20. El pelo invisible A la muerte de un anciano padre, quedaron como únicos herederos cuatro hermanos. El causante había dejado tierras, animales y una casa muy grande en el pueblo de San Pablo, en donde todos ellos vivían. Aprovechando de su
mayorazgo, el hermano mayor abusaba de los hermanos menores en el usufructo de la heredad paterna. Los hermanos estaban cansados de esa situación, pero su padre les había enseñado a respetarlo, por lo que no hacían más que aceptar a regañadientes la autoridad del hermano mayor, abusivo y prepotente. En una de esas oportunidades, sin consentimiento alguno, había cogido la mula engreída del hermano menor para utilizarla en la trilla de un pilón de trigo. En estos menesteres no se usan los animales de montura sino, en todo caso, animales chúcaros o de poca estimación. Esto, naturalmente, motivó la cólera del hermano menor, quien, decididamente, fue a sacar del trabajo a su animal. Cuando regresó el hermano mayor y vio que sus órdenes habían sido incumplidas, comenzó a reñir delante de todos al hermano, quien, ya no pudiendo contenerse de tanto abuso, se fue a las manos con el hermano mayor. A los pocos días de este incidente, el hermano menor sintió que en la espalda le había salido un pelo que permanentemente le fastidiaba, y que no alcanzaba a cortarlo. Entonces, un día le pidió a su mujer que le quitara el pelo de la espalda. Efectivamente, la mujer hizo que el marido se sacara la camisa y, premunida de una tijera, fue a cortar el pelo, mas, por muchos esfuerzos que hizo, no pudo encontrar el pelo en el lugar que le indicaba el marido, quien, con gran sorpresa, tampoco pudo ver la fastidiosa pilosidad. Pensando que el pelo había desaparecido, se vistió, dando por concluida la operación, pero, al poco rato, nuevamente comenzó a experimentar la presencia de la pilosidad. Entonces, pensando que se trataba de algo malo, se fue a ver a un brujo. El "maestro", aceptando los requerimientos del paciente, tendió la mesa y le dijo que se trataba de una cosa mala, pero que él podía curarlo. Así fue que, luego del ritual acostumbrado, chupó la espalda del enfermo en la parte indicada y, después de un rato de succionar el cuerpo, le presentó al enfermo un pelo muy largo y grueso, y a continuación le arrojó sobre la espalda una peseta blanca. Así encontró mejoría.
PRÁCTICAS AMATORIAS La relación constante en que el hombre vive respecto a fuerzas ocultas
que presiden su destino, con el tiempo le hace comprender que estas pueden ser orientadas de acuerdo a las intenciones humanas. El objetivo se puede obtener merced a manipuleos, prácticas o simplemente intenciones, que adecuadamente efectuadas han de propiciar el desencadenamiento mágico tendiente a obtener el resultado buscado En las prácticas mágicas se hace evidente la profunda influencia ejercida por la doctrina cristiana en la mentalidad del habitante cajamarquino, pues hasta el brujo, persona que generalmente se considera receptáculo de la fuerza demoníaca, de donde obtiene sus facultades extraordinarias, debe invocar a miembros del santoral cristiano para alcanzar sus objetivos mágicos. Dentro de estas prácticas, indistintamente se puede recurrir tanto a la magia negra, dominada por el maligno, como a los rezos o símbolos religiosos. Incluso puede suceder que dentro de una misma operación mágica se recurra en forma simultánea a ambas influencias. Caso significativo de esta simultaneidad es el hecho de que San Cipriano presida las operaciones del brujo. Por supuesto que esto no es un fenómeno propio del pensamiento mágico de Cajamarca, sino que simplemente destacamos la ligazón que indisolublemente se ha mantenido en el folclor mágico de Cajamarca, desde la lejana fecha de su nacimiento, acaecido en la conquista hispánica. Tales manifestaciones, fuertemente amalgamadas por el proceso de aculturación, han mantenido desde entonces incontaminadas sus técnicas modales. Estas mismas prácticas mágicas nos revelan que la actividad dominante de nuestro folclor no es precisamente la brujería, como
simple manifestación
del poder de la voluntad del maestro, sino la magia operativa o hechicería, ya que siempre es necesario actuar sobre alguna cosa, ya en forma
directa,
como en el caso del muñeco, del huayanche, etc., o ya simbólicamente, como en el caso de las velaciones o de los rezos,
para
poder conseguir el fin
deseado. El poder para alcanzar el objetivo no necesariamente radica en el maná del oficiante, pues puede depender exclusivamente del medio utilizado En todo caso, es la fe la que ayuda a conseguir el fin buscado. Pero hay siempre un mandato, una imposición de voluntad humana, expresada objetiva y simbólicamente, sobre las fuerzas sobrenaturales que presiden el acaecimiento
mundano Lo dicho anteriormente no hace sino confirmar la circunstancia de que las bases estructurales de la magia son idénticas en todas las sociedades, y que el aspecto diferencial se da únicamente en la objetivación del fenómeno; de donde se sigue que una misma actitud mágica puede hallarse expresada diferentemente en las distintas sociedades Dentro de las prácticas mágicas, ocupan lugar destacado aquellas encaminadas a obtener resultados amatorios o sexuales. Es decir, aquellas que se efectúan para conseguir los favores sentimentales del ser querido o deseado, predominando las efectuadas por las mujeres para obtener la incondicionalidad de su hombre, lo que revela, en el fondo, la vigencia de la poligamia entre el sector campesino de Cajamarca o en sus capas denominadas populares. Este aspecto se evidencia en el hecho de que cuando el hombre acude a la magia simplemente lo hace para gozar concupiscentemente de las mujeres, mientras que cuando estas la realizan es para asegurar u obtener la incondicionalidad del marido o, a lo sumo, para atontar o azonzar a este, de modo que pueda vivir con otro hombre exclusivamente. Es muy raro el caso de que lo haga para convivir con varios hombres. También se puede colegir la marcada vigencia informal de la poligamia por la actitud mental referida a las relaciones del hombre con la mujer. Se acepta, en forma general, que el hombre solamente se puede resignar a tener una sola mujer y a quererla y respetarla por haber sido hechizado, porque la mujer le ha dado la cochinada, el brebaje, o porque lo ha fumado o realizado cualquier otra práctica. De este criterio se desprende que el hombre fiel a una mujer goza de un estatus disminuido respecto de aquel que tiene varias mujeres, y que por ello será admirado por los varones y deseado por las mu jeres, que se disputan sus favores. Esto determina una elevación social de la mujer que finalmente obtenga la conquista. Esta es también la razón por la cual se tenga que convenir que un hombre de éxito en su vida amorosa lo sea por estar investido de una facultad extraordinaria proporcionada por amuletos, huayanches, etc. En el caso de la mujer que llega a dominar o mantener fiel a su marido, se supone, asimismo,
que ha obtenido este resultado por medio de procedimientos ocultos, extraordinarios y nunca naturales. El uso de estos recursos no acarrea denigración social, sino que, al contrario, despierta admiración e incluso respeto y estimación entre las personas de su mismo sexo, que anhelan alcanzar idéntico éxito y buscan su consejo. Estas actitudes nos revelan que al no ser estas prácticas utilizadas por todos, late un temor, una actitud de rechazo, a causa del hecho de considerar que siempre las personas que por una u otra razón acuden a estas prácticas a la larga se convierten en súbditos del diablo, el mismo que se posesionará de su alma una vez acaecida su muerte. De alguna forma surge un pacto o ligazón con el espíritu demoníaco, aun en el caso de que se haya acudido a santos, a rezos, ofrendas, velaciones, etc., puesto que para la mentalidad folclórica mágica, lo extraordinario, lo sobrenatural están siempre dominados por el maligno.
FILTROS Y PRÁCTICAS DE AMOR 1. El plato changado (informante: Rafael Tafur M.) Se prepara el potaje que se conoce que más le gusta al hombre cuyos favores amorosos se quiere conquistar o cuya fidelidad se quiere asegurar. Luego se le coloca en un plato que se deja sobre el piso. La mujer, que no lleva prenda íntima, pasa cruzando las piernas por tres veces consecutivas sobre el plato. Verificado este procedimiento, se recoge el plato y cariñosamente se le ofrece al hombre, quien por supuesto no ha visto la preparación ni la operación hecha sobre la comida que se le sirve.
2. La manzana dormida (informante: Rafael Tafur M.) La mujer debe conseguir una manzana grande y un poco verdona para madurarla de la siguiente manera: La primera noche se le debe hacer dormir entre las piernas y en contacto directo con los órganos genitales, al día siguiente se le hace dormir colocándola debajo de una axila, y la subsiguiente noche en la otra axila. Luego se repite el ciclo hasta completar ocho días, luego de los cuales la mujer
ofrecerá cariñosamente la manzana al hombre, procurando que la coma íntegramente. Esta operación se repite por tres veces consecutivas, al cabo de lo cual se habrá conseguido definitivamente y para siempre el amor del hombre deseado.
3. El jugo con agua de lavanda (informante: Cruz Carrasco) La mujer debe hacerse un lavado vaginal y en el agua utilizada preparará cualquier jugo de fruta, que ha de darse de tomar al hombre cuya sumisión se persigue.
4. Las gaseosas íntimas (informante: Rafael Tafur M.) Cuando la mujer se encuentra enferma del período, tomará tres pequeños coágulos
sanguíneos y luego los licuará en cualquier bebida gaseosa, de
preferencia de color oscuro, como la Coca Cola. Esta solución es la que luego dará de beber al hombre elegido.
5. Los pelos del asno (informante: Rafael Tafur) Este procedimiento se inicia recogiendo unas cuantas gotas de semen, después de que la mujer ha practicado el acto sexual con el hombre cuya incondicionalidad amorosa persigue. Luego, esta sustancia se la mezcla con la sopa o bebida gaseosa que se dará de tomar a dicho hombre. Conseguido este objetivo, se cortan doce pelos de la cabeza de un asno "entero", que se colocarán en el saco del hombre, procurando que este no se dé cuenta (se recomienda el bolsillo del pecho). Transcurridos siete días de esta operación, el hombre comenzará a dar clara muestra de sumisión y fidelidad absoluta a la mujer.
6. El azote del calzón (informante: Rafael Tafur M.) La mujer que constantemente es ultrajada sin motivo alguno por su marido puede evitar esta situación de la siguiente manera: Fingiendo jugar con el marido, procurará azotarle con cualquier prenda íntima, de preferencia el calzón, pero puede ser el sostén o la combinación, y luego le arrojará a la cara dicha prenda. Con esta práctica, se conseguirá que el marido cambie su manera de comportarse en forma radical, y así, de pegador y malgeniado, se convertirá en
amoroso y sumiso.
7. La fumada (informante: Emma Reyes) Esta operación tiene por objeto que la enamorada pueda conocer si su enamorado la engaña con otra mujer o si, al contrario, permanece fiel a sus amores. Para esto, la mujer fuma un cigarro, la mitad en nombre del enamorado y la otra mitad en nombre de ella misma. Cuando ya el cigarro esté pequeño, mirará con detenimiento los filos del pucho. Si observa dos cenicitas, es prueba de que la está engañando, pero si sólo ve una cenicita, es demostración de que le es fiel y en su vida sólo cuenta ella.
8. El anillo de pelos (informante: Rafael Tafur M.) Esta práctica la realizan los hombres, con el objeto de conseguir el amor de una dama; y consiste en lo siguiente: se tratará de conseguir un cabello de la mujer deseada, y piezándolo con uno propio se formará una especie de brazalete que se lo colocará en la muñeca del antebrazo izquierdo. Con este brazalete puesto, se dará la mano a la indicada dama por repetidas oportunidades, al cabo de las cuales se podrá observar que la mujer comienza a rendirse ante las pretensiones del hombre.
9. El corazón de la putilla (informante: Manuel Salazar) Se toma un corazón disecado de putilla macho y se le soba hasta convertirlo en polvo que se guarda en una bolsita de tela, la misma que se deja en la casa de la persona amada, procurando que no la encuentren. En una variante, este filtro se puede dar de tomar en polvo, mezclándolo con cualquier bebida, ya sea caldo, chicha, etc. Este segundo procedimiento es más efectivo y de resultados inmediatos.
10. El rabo de zorro (informante: Concepción González) Se consigue un rabo de zorro, siendo preferible que el zorro haya sido cazado por uno mismo; luego se obtiene un poco de pelos de la mujer amada y todo se lo lleva al brujo para que prepare el huayanche. Durante la ceremonia de encantamiento, el interesado debe llamar por su nombre y por repetidas veces a la mujer cuyos favores se pretende conseguir.
Tres días después de haberse practicado esta operación, deberá concurrir a la casa de la amada, la misma que lo esperará llorando para brindarle incondicionalmente su amor. En una variante de este huayanche, simplemente se busca que el brujo acomode el rabo de zorro, para que se lo utilice de talismán en forma general y para cualquier mujer. En este caso, el rabo así preparado se lo lleva en el bolsillo, y tan luego se quiera conquistar a una mujer únicamente se habrá de dar vueltas al huayanche.
11. Las alas de la alcantarilla (informante: R. Ravines) - Se toma el ala de una mosca alcantárida y se la divide en cuatro partes. Una parte se la mezcla con la sopa o cualquier otra bebida, que se le da al ser cuyos amores se desean conquistar. No es recomendable darle una cantidad mayor, ya que puede alocarse la persona que ingiere el brebaje.
12. La vestida del burro (informante: Artemio Paredes) Cuando se quiere azonzar al marido, para que ya no corteje o conviva con otras mujeres, la mujer puede acudir a la siguiente práctica: tomando una de sus prendas íntimas, principalmente el calzón, la interesada la lleva al brujo para que la acomode, y luego, en una noche de luna, viste con ella a un asno "entero”. Esta operación es suficiente para obtener el resultado deseado.
13. La rebanada de carne (informante: Manuel Carrasco) Para conseguir la más completa e incondicional fidelidad del marido, la mujer debe colocar una rebanada de carne de res en la planta del zapato que está usando, y después de tenerlo en este sitio uno o dos días, hará un bistec que luego servirá al marido con todo cariño.
14. Los polvos azules (informante: Germán Salcedo) Se puede dar de tomar los polvos azules mezclados con cualquier bebida, a la persona cuyos amores se quieren conquistar. Estos polvos son preparados por el brujo utilizando diversas plantas. Es más efectivo el brebaje cuanto mayor empeño haya puesto el maestro.
15. La pasada sin calzón (informante: D. Romero) Para conseguir el amor incondicional del hombre, la mujer interesada
debe despojarse del calzón y luego pasará tres veces consecutivas por encima del hombre, aprovechando que esté dormido.
16. La cabecera caliente (informante: D. Romero) Se puede obtener el amor del ser deseado, colocando la interesada sus prendas íntimas aún calientes en la cabeza de la cama del hombre elegido.
17. La vela encendida (informante: D. Romero) Si una mujer ya de edad quiere conseguir marido o amante, debe colocar una vela encendida a San Antonio, rezándole un Padre nuestro.
18. La velación (informante: D. Romero) Para obtener la felicidad permanente del marido o del amante, la mujer interesada preparará previamente una cajita en forma de altar, en el centro del cual colocará una estampita de Santa Rita. Al lado izquierdo e inferior colocará, envuelto en una bolsita de celofán, el retrato del hombre elegido. En la parte inferior derecha pondrá una bolsita con un poco de tierra que haya pisado el amado; y en la parte inferior de esta bolsita, dos huaylulos haciendo cadena con una medallita de la misma imagen. Delante de esta especie de altar se pondrá una vela encendida y se velará todos los viernes, por las noches o en las tardes. Esta práctica se repite hasta conseguir el objeto deseado.
19. El método del sapo Cuando un hombre quiere asegurar la fidelidad incondicional de una mujer, debe practicar el siguiente procedimiento, cuyos resultados siempre han sido positivos: se dirige al campo, en donde ha de coger personalmente un sapo de color verde, después comprará cinco metros de cinta de color negro o rojo y, encerrándose solo en un cuarto, en donde deberá haber instalado una mesa de cinco patas, sobre la que se coloca un espejo y una calavera, y esperando la noche de un viernes, iniciará el procedimiento. Sentándose cómodamente ante la mesa, irá atando el sapo con la cinta, primero las manos, luego las patas y continuará por todo el cuerpo, diciendo al mismo tiempo la siguiente oración: "Te ato de pies y manos para que de esta manera no sigas a otro hombre que no sea yo, y me seguirás y te apartarás cuando yo te ordene, y seguirás siendo la personal fiel a mis desdenes". Una
vez que ha concluido esta oración, coloca al sapo dentro de una olla de leche que estará bien tapada, y luego cubre la olla con hojas de parra. A las doce de la noche del día siguiente, se regresa al lugar en donde se dejó enterrada la olla y se vuelve a rezar la misma oración; luego se desentierra la olla y se la lleva a un río, donde se la arroja. De inmediato se regresa, teniendo especial cuidado de no volver la cabeza, pues, de hacerlo, corre el inminente peligro de quedar muerto instantáneamente. A continuación, la persona interesada se dirigirá a una chacra o jardín y sembrará una plantita de maíz que regará con agua bendita. Después de quince días regresa y observará si la planta ha crecido o no; en caso positivo, el sortilegio producirá los efectos requeridos; en caso contrario, deberá realizar nuevamente la misma operación descrita anteriormente.
El
DEMONISMO
La figura universal del diablo ocupa lugar primerísimo en el folclor mágico de Cajamarca, a tal punto que estamos en condiciones de afirmar que su influencia desplaza a la de Dios, puesto que su poder de acción y de intervención en la vida, el destino y los acontecimientos humanos e incluso cósmicos es omnímodo y soberano. Se recurre al poder divino de Dios o de su corte celestial como posible medio, no siempre seguro, de evitar el desencadenamiento de las fuerzas malignas. Las fuerzas sobrenaturales se polarizan, en principio, en buenos y malos. Los primeros son jefaturados por Dios, y los segundos, por el diablo. Los hombres quedan reducidos a meras piezas en la lucha mágica que sostienen ambas fuerzas para hacer primar su poder. En el fondo, los seres humanos son el objeto de esa lucha constante y permanente, y los demás seres de la naturaleza, instrumentos de esa lucha por la posesión humana. Cabe remarcar que en el uso de este instrumental es mayor la pericia del maligno, pues es más variado y múltiple el uso que de ellos hace en su afán de ganar para su reino al ser humano, considerado indiscutiblemente como de origen divino, pero luego tentado por el demonio para su perdición.
Dios hizo todas las cosas buenas, y entre ellas hizo al hombre para que lo adorase y respetase, pero dejó a su elección acatar o no ese deber originario, convirtiéndolo en protagonista de un mundo también gobernado por las fuerzas demoníacas. Y en este escenario mundano, la especie humana, libre para actuar y elegir, se encontró de pronto tentada por el maligno, que le ofrecía bienes y placeres que proporcionan poder, fama y alegría, pero que al mismo tiempo corrompen y pierden el alma, negándole su salvación eterna. Precisamente por lo cautivante, por lo fascinante de la vida ofrecida en este mundo por el diablo, es que la humanidad olvidó muy pronto a su Hacedor y adoró al enemigo; se entregó a la lujuria, a los excesos de la carne y de la concupiscencia y abrazó toda forma de acción bastarda y pecaminosa. Perdido en el torbellino, en el vórtice de la vida mundana, olvidó su obligación de consagrarse a Dios, de cumplir sus preceptos, de utilizar este tránsito terrenal como simple medio de perfeccionar su alma para la vida perdurable junto a Dios. Ese desvarío alienante forzó al autor del hombre a castigarlo, y mandó el diluvio para eliminar a los que contra Él pecaron, salvando sólo a los que en medio del total incendio concupiscente guardaron la virtud como llama votiva ofrendada a Dios. Mas si el diluvio fue el triunfo punitivo del bien, esta victoria sólo fue transitoria y en el fondo inútil, porque muy pronto el diablo, por medio de sus malas artes y su extraordinario poder, volvió a tentar a los descendientes del elegido. Nuevamente el mundo se convirtió en el escenario de las luchas entre el bien y el mal, lucha en que el hombre actúa movido por fuerzas sobrenaturales, con un destino preescrito de antemano y frente al cual de nada le valdrán sus acciones personales, puesto que ya todo está escrito. El demonismo en la subcultura folk de Cajamarca está fuertemente influido por la concepción demonológica del cristianismo, recibiendo el demonio denominaciones como shapi, enemigo, maldito, etc. Su aparición ante las personas puede ser bajo la forma de un hombre
adulto, blanco, más alto que bajo, bien dispuesto y barbón, vestido generalmente como hacendado. Es la clásica figura de los compactos. También se presenta como una criatura que a medida que permanece en contacto con el hombre va adquiriendo el rabo, los cachos y los colmillos de la clásica concepción cristiana. Igualmente, puede objetivarse como una criatura de 6 a 8 años de edad, muy blanco o sonrosado, más gordo que flaco, de cabellos rubios y algunas veces pecoso, que vive en los molinos de agua, en los hornos de hacer pan, en los puquios y en los árboles de savia lechosa, como la higuera, el lúcumo o el molle. El duende nuestro es más o menos el gnomo de los cabalistas judíos, con la diferencia de que no es un geniecillo deforme sino, al contrario, una criatura bien formada y
traviesa que asusta pero que no tienta con el poder y la
riqueza, como lo hace en sus otras formas de materialización. Pero hay que precisar que el duende de los puquios puede seducir a las mujeres para convivir con ellas, robándoles la voluntad, y en algunos casos hasta puede conducirlas a vivir en su ergástula. Además, en general, el duende puede robar el ánima a las criaturas, que si no son curadas a tiempo morirán posesos. Los hijos que el duende pudiera procrear nacerán siempre monstruosos, con rabo o patas de animal. Además, tan luego nacen se escapan, pudiendo regresar por las noches a mamar del seno materno, hasta provocar la muerte de la madre. Por eso podemos afirmar que si bien el duende del folclor cajamarquino tiene similitud con el duende de la mitología grecorromana, no son, como estos, simples genios traviesos de la naturaleza, sino que en algunas de sus variantes pueden perder al hombre. El diablo también puede presentarse en forma de súcubo, recibiendo en este caso el nombre de la duende. Es esta una mujer muy blanca, de largos y rubios cabellos, que en medio de la bruma aparece a orillas de los ríos, de los puquios o de las pachas 1, con la sola intención de tentar a los hombres que, seducidos por su extraña belleza, llegan a convivir con ella, proporcionándoles poder y riqueza en este mundo, aunque luego se adueñará de sus almas para
transportarlas al averno. Lo común es que se la encuentre en la madrugada o por las tardes, siempre en medio de brumas, pero también puede aparecer por las noches. Es frecuente verla peinando su larga, blonda y sedosa cabellera, completamente desnuda, a orillas de un río. En algunas ocasiones puede valerse de su dulce cántico para atraer a los hombres. Pero además de estas apariciones del diablo en forma humana, puede presentarse encarnado bajo la figura de cualquier animal de color negro. Principalmente bajo la forma de perro, gato, macho cabrío o chancho. Estas apariciones suceden permanentemente en un determinado lugar. En el caso de transformismo no es evidente la intención del diablo por tentar al hombre, y más bien aparece como una presencia reguladora del comportamiento social, puesto que la aparición demoníaca zoomorfizada siempre se produce en horas malas, en las que la persona debe estar ya recogida en su hogar y no transitando las calles y los campos, en busca de aventuras o entregada a diversiones no bien miradas, como al juego, los amores clandestinos, la bebida, etc.
El compacto La búsqueda de poder, de fama y de riqueza ha sido siempre, y en todos los tiempos, preocupación permanente del hombre. Los medios o canales a través de los cuales pretende alcanzarlos pueden variar, pero la aspiración es siempre la misma. Se puede confiar para ello en la propia capacidad, en la iniciativa o en el empeño personales, pero también se intenta alcanzar la misma meta social mediante una alianza con el diablo, ya que con Dios no es posible hacerlo. Por su origen y su destino, el hombre no debe buscar riquezas, ni vanaglorias ni oropeles de este mundo, sino salvar su alma para la vida eterna a través de la pobreza, la humildad y la resignación. Sólo queda entonces el diablo, quien, ansioso de ganar almas para su reino, súbditos que lo obedezcan y mantengan su poder y prestigio en la lucha que sostiene contra la divinidad, puede celebrar un convenio o pacto con los hombres que a toda costa desean enriquecerse.
Por el compacto, el diablo otorga al hombre toda clase de riquezas, mientras viva en este mundo, y este por su parte, se compromete a entregar, a favor del primero, su cuerpo y alma. En la literatura y el folclor universales existen testimonios maravillosos de estos pactos o convenios celebrados por el hombre. En tal sentido, quizás las creaciones literarias de Marlowe, Goethe y Tirso de Molina sean las más expresivas de esta modalidad del pensamiento humano, común a todas las sociedades, aun cuando puedan diferir en cuanto a la naturaleza de los dones que se espera recibir del demonio, los mismos que pueden consistir en poder para la práctica de la brujería, cualidades extraordinarias y maravillosas o simplemente riquezas. Modos de compactars e
Hemos recogido dos modalidades para concertar este convenio diabólico: 1. Para compactarse con el diablo hay que ir a la cueva en donde mora. Una vez en el sitio se dice: "Ábrete culantro; ciérrate perejil". A esta invocación acude el diablo bajo la forma de hombre o mujer, según el sexo del que hace el llamado. Tan luego se hace presente el enemigo, debe dársele una ofrenda, generalmente un cordero, y manifestarle la intención de concertar una alianza; si el diablo acepta el pedido, este le dará un objeto de oro, que es el testimonio de que se ha consumado el compacto 2. El interesado acude por la noche al cerro que sirve de morada habitual al demonio. Llegado al sitio, y sobre una laja que debe estar junto a una cueva, sacándose sangre del dedo anular de la mano derecha, escribe su nombre. A la noche del día siguiente acude al mismo sitio, y si el enemigo acepta el compacto o alianza, se presentará ante el interesado bajo la forma de un caballero de cutis muy blanco, de talla superior a la regular, con botas y pantalón de montar. En caso de no convenir con la alianza solicitada, no se hará presente Si se realiza el compacto, el sujeto deberá acudir todas las noches de los días viernes a recibir dinero, joyas y otras cosas de valor. En algunas ocasiones, el hombre compactado queda además obligado a convivir con el diablo o la diabla, según el sexo del interesado.
En nuestro folclor, la dependencia del hombre respecto al diablo no sólo se puede conseguir mediante el compacto, sino por observar conducta inmoral, deshonesta, contraria a los patrones culturales del grupo social, como por ejemplo convivir con la comadre, convivir con el cura, etc.
NARRACIONES 1. El robo del cadáver (relato de Artemio Paredes) Refiere don Artemio que en el sitio denominado Yanatotora, comprensión del distrito de la Encañada, se encuentran ubicados el cerro La Torre, nombre que recibe por existir en su cumbre restos de una antigua ciudad preínca en forma de torres, y el cerro Huangayo o Cerro del Diablo. En las noches de Luna llena, estos cerros, situados frente a frente, conversan entre sí llamándose por sus nombres. Precisamente en una de esas noches, en que nuestro informante recorría el camino hacia su casa, de retorno de la ciudad de Cajamarca, oyó que los cerros se llamaban, y luego percibió un ruido como de voces y pies que se arrastran. Intrigado, se acercó hasta el sitio de donde provenía la bulla, y con sorpresa vio unas gentes, todas ellas vestidas de negro, conducían un cadáver que introdujeron a la cueva del cerro Huangayo. Al día siguiente contó lo que había visto la noche anterior y le explicaron que siempre que muere una persona mala o poseída por el diablo, tales gentes sustraen el cadáver y lo llevan al Huangayo, en cuyas entrañas moran.
2. El amante de su comadre (relato de Artemio Paredes) En el lugar denominado la Huaraclla vivía un señor que gozaba del aprecio y estimación de sus vecinos, por su natural bondad y la forma esplendorosa como "pasaba" la fiesta de San Antonio, cuando le correspondía ser mayordomo. Estas cualidades, entre otras, motivaron que una vecina buenamoza y muy bien conformada lo designara para que llevara a la pila (bautizara) a uno de sus hijos. Efectivamente, la ceremonia se celebró con gran pompa y regocijo, y los compadres arreglaron su conducta a las normas establecidas por la sociedad respecto al compadrazgo. En uno de esos días, en que el compadre fue a visitar al ahijado, encontró
que en la casa sólo se había quedado la comadre, pues los demás familiares de hallaban en el hogar de sus suegros. Aprovechando de esta circunstancia, y obedeciendo a fuerzas superiores e irresistibles, comenzó a requeri r de amores a la comadre, la misma que venciendo su original resistencia accedió a convivir con su compadre. Estas relaciones las mantuvieron hasta la muerte de este. Cuando en la noche del velorio los vecinos se reunieron en la casa mortuoria, a eso de las doce de la noche, aproximadamente, un hombre todo vestido de negro, y sin que se sepa cómo, entró hasta la habitación en el que se encontraba el muerto y rápidamente, sin permitir la reacción de los circunstantes, cargó con el cadáver y se perdió en la noche, dejando tras de sí un fuerte olor a azufre, por lo que los vecinos comprendieron que el diablo se había apoderado del muerto para conducirlo a los infiernos.
3. El hombre vestido de negro (relato de Medardo Vergara) En la casa colonial que existía en la intercsección de la calle Guadalupe con la de Silva Santisteban, domiciliaba una familia española de alta alcurnia, constituida por los padres, ambos muy estimados y dueños de haciendas, y tres hijas ya señoritas, a cual más bellas y todavía solteras. Una noche, cuando se celebraba con gran esplendor el cumpleaños de una de ellas, probablemente la más bonita, a eso de las once de la noche, cuando la fiesta estaba todavía muy animada, de súbito se abrió con gran estrépito la puerta de la calle para dar paso a un caballero elegantemente vestido de negro, de tez sonrosada, de abundante barba media rojiza, alto y de gentil porte. El caballero, a quien nadie conocía, y sin que se pudiera explicar su presencia, fumando un gran cigarro que desprendía chispas y un olor sulfuroso, ingresó a la sala en donde se desarrollaba el baile y pidió a los concurrentes que abandonaran la habitación. Los dueños de casa y algunos invitados, sobrecogidos de espanto, trataron de salir del salón, mientras otros se arrodillaban para rezar. De este alboroto y pánico aprovechó el caballero de negro para raptar a la dueña del santo y desaparecer tan misteriosamente como había llegado.
Así, en esta forma tan desusada, concluyó la fiesta. Los amigos de la casa regresaron al día siguiente con el objeto de averiguar cómo habían sucedido las cosas, pero con gran sorpresa comprobaron que la mansión había sido abandonada sin que nadie diera razón a dónde se habían dirigido sus dueños, de quienes no se supo nunca más nada. Este extraordinario suceso dio pie para que al jirón en que se hallaba ubicada la casa se le conociera con el nombre de “La calle del bolsillo del diablo".
4. Los caballeros de verde (relato de Concepción González) Varios vecinos se habían reunido en la casa de Asunción Bustamante para velar su cadáver. Ya sería la una de la mañana, cuando la mayoría de acompañantes, que se hallaban adormilados por las continuas libaciones, escucharon como el tropel de caballos. Mas el informante, creyendo que se trataba de vecinos o parientes que llegaban al velorio, no dio importancia al bullicio. Pero de pronto vio que seis jinetes, vestidos de verde y blanco, montados en briosos caballos, penetraron a la casa para rápidamente apoderarse del cadáver y, dejando sólo la mortaja, llevárselo, sin poder precisar qué camino siguieron ni por dónde se fueron, pues misteriosamente desaparecieron dejando un fuerte olor a azufre. En vista de lo sucedido, los parientes del difunto se vieron precisados a llenar el ataúd de piedras y pencas, para que los acompañantes no se dieran cuenta de que el cadáver de Asunción había sido sustraído por el diablo.
5. El diablo cobra su prenda (relato de Mario Morales) Hace mucho tiempo, vivía en Cajamarca una famosa agiotista, que sin compasión de ninguna clase extorsionaba a sus clientes. Pero además se decía que la indicada mujer estaba compactada con el diablo, puesto que su fortuna se la suponía inmensa, por las joyas y trajes suntuosos que continuamente ella y sus hijas se ponían. A la muerte de la prestamista, muy pocas personas acompañaban al cadáver en su velación. De pronto, los reunidos durante la noche del velorio, y sin que pudieran explicarse cómo, ya que no había hecho ruido alguno, se presentó un caballero elegantemente vestido de negro, alto, blanco, con barba poblada y cabellos negros y ondulados, quien con voz potente manifestó a los parientes de la difunta que venía a cobrarse los derechos adquiridos sobre el
cadáver. Los allí reunidos quedaron sin habla, sin atinar a tomar ninguna iniciativa, mientras veían horrorizados que por la puerta entraban seis hombres alados y con enormes cuernos, los que se apoderaron del cadáver y desaparecieron con el caballero de negro, dejando un fuerte y penetrante olor a azufre que duró muchos días. Para el entierro, los familiares rellenaron el ataúd con trapos y piedras, a fin de que los asistentes no se dieran cuenta de la desaparición del cadáver.
Maneras de compactarse Cuando una persona desea compactarse para que el diablo la llene de riquezas y bienes materiales a cambio de su alma, que luego de su muerte irá a condenarse en los infiernos, debe manifestar su voluntad en forma expresa y ante las cuevas de los cerros malos, por donde sale el enemigo para cometer sus fechorías en este mundo. Por supuesto que sólo pueden compactarse los hombres que tienen el espíritu muy fuerte, de allí que sea muy raro que las mujeres puedan convenir directamente con el enemigo, y sólo lo consiguen indirectamente a través de sus malas obras. El interesado en celebrar el pacto debe llevar al cerro aconsejado un cuy negro, un poco de tierra del cementerio, coca, cal, aguardiente y una manta negra. Una vez en la cueva, dentro del lapso que rige la mala hora de los días martes, se tiende la manta en el suelo y sobre ella se irán depositando los objetos portados; a continuación se ofrenda el cuy al diablo y se lo desposta. Luego, sobre el cuerpo aún sangrante del animal se espolvorea la tierra del cementerio. Se deposita entonces el cuerpo sacrificado sobre la manta y se comienza a armar el bolo, ingiriendo, de cuando en cuando, el aguardiente, para tener valor, invocando con toda unción al señor de los infiernos, ofreciéndole entregar el alma a cambio de l as riquezas demandadas. Este ritual dura hasta el momento en que aparece por la cueva el demonio en forma de un caballero vestido de hacendado, listo para suscribir el convenio, el mismo que debe firmarse con la sangre del interesado. Concluido el contrato, el hombre regresa a su casa, y el próximo viernes debe ir a la cueva llevando una alforja o costal para recoger el oro que le envía el enemigo.
Si lo viera por conveniente, y para asegurar al máximo el resultado requerido, el interesado puede concurrir al cerro en compañía de un brujo malero. En este caso, es el maestro quien llama al diablo –que aparece haciendo temblar al cerro – y le hace presente las pretensiones del hombre. Si el diablo acepta, hace firmar al interesado el pacto con sangre.
6. El compactado de Santa Rosa (informante: Germán Salcedo A.) En el distrito de Ninabamba, ya hace muchos años, vivía un señor de humilde condición económica, dedicado a cultivar las pocas tierras que poseía y a criar unos cuantos animales. Pero este señor, de la noche a la mañana comenzó a adquirir propiedades, haciendas, casas en el pueblo y en Cajamarca, y también decían que en Chota y en la Costa. Además, llegó a tener muchas cabezas de ganado y disfrutaba de gran cantidad de dine ro. Este súbito enriquecimiento hizo comprender a los comarcanos que el indicado señor se había compactado con el diablo, para lo cual había acudido a la peña que queda en el lugar denominado la Montaña de Santa Rosa.
7. El viento diabólico (informante: Germán Salcedo A.) En el distrito de Ninabamba, hace ya muchos años, vivía una señora que de la noche a la mañana salió de su humilde condición para convertirse en una persona acaudalada, lo que motivó que los vecinos afirmaran que se había compactado con el diablo. Cuando esta señora murió, botando espuma por la boca, sus familiares la amortajaron y la pusieron a velar en la sala de la casa. A eso de la medianoche, los circunstantes que estaban acompañando en el velorio oyeron el ruido de un fuerte viento y el tropel de varios caballos que se acercaban a la casa en donde se estaban velando los despojos mortales. Los allí presentes, conocedores de la triste fama que en vida había gozado la difunta, procedieron a cerrar y trancar la puerta, mas el ímpetu del viento la volvió a abrir. Así, en medio de gran zozobra, pasaron la primera noche. La noche siguiente, víspera del entierro, los acontecimientos ya descritos se volvieron a repetir, pero en esta última oportunidad el viento era mucho más intenso y mayor el ruido de la cabalgata, hasta que llegó un momento en que
las puertas se abrieron con espantoso estrépito. Muchos corrieron al interior de la casa o se refugiaron en los cuartos, y no faltó quien se desmayara. Cuando las personas recobraron la calma y fueron a ver al féretro, lo encontraron vacío, pues el diablo había cargado su presa con cuerpo y alma. Al día siguiente, para el entierro, los deudos se vieron precisados a poner piedras dentro del ataúd, con el fin de que los acompañantes que no se habían encontrado presentes cuando el demonio cobró su deuda, pensaran que iban efectivamente a enterrar el cadáver.
8. El duende de Chontapaccha a. Relato de Roberto Becerra Alegría
Hasta ahora cuenta una mujer, ya anciana, lo que le sucedió cuando lavaba ropa en las aguas provenientes del puquio que existe en Chontapaccha. Dice esta señora que hace muchos años, cuando era todavía joven, se ganaba la vida lavando la ropa de varias familias de Cajamarca. Con el objeto de ganar sitio y tiempo, esta señora se dirigía siempre al puquio que queda en la bajada de Chontapaccha, como a las cuatro de la mañana, alumbrándose con su linterna de querosene. Pero una vez, equivocándose de hora, se fue más temprano. Serían más o menos las dos de la mañana cuando llegó al puquio y bajó su "quipe" 1. Ya había comenzado a remojar la ropa cuando, con gran sorpresa, vio que un bulto salía del puquio, el mismo que tumbándola practicó con ella el acto sexual, no obstante los gritos que daba y la resistencia que opuso. Desde entonces, por las noches, el mismo bulto entraba a su casa y subiéndose a la tarima en donde dormía volvía a practicar el acto sexual, sin que ella ni su marido pudieran oponerse. Como resultado de estas relaciones, a los nueve meses dio a luz un muchacho deforme, con la cabeza parecida al del chancho, el mismo que felizmente al poco tiempo murió. Después del alumbramiento, volvió el bulto, y el marido escuchaba en forma muy clara cuando la poseía sexualmente. 1 Atado
que se lleva en la espalda.
De tales hechos dio cuenta a una su comadre, quien le aconsejó que echara agua bendita a la casa y colocara en la cabecera de la cama una cruz de acero, como que en efecto lo hizo, con lo que desapareció definitivamente el
duende del puquio. b. Relato de Manuel Carrasco
Se trataba de una mujer muy hermosa que se dedicaba a lavar ropa de sus clientes en el puquio de Chontapaccha, al que acudía de madrugada, circunstancia que aprovechaba un muchacho muy blanco y rubio, que aparecía misteriosamente para requerirla de amores, a lo que, después de muchas insistencias, accedió. Una de esas madrugadas, el hombre la invitó a que se bañaran en el puquio. Pero cuando ambos ingresaron al agua, la mujer desapareció. Sus familiares, preocupados por su prolongada ausencia, comenzaron a buscarla afanosamente, preguntando por ella en diversos sitios. Cuando ya habían perdido toda esperanza, una campesina les informó que la había visto llorando de noche en la laguna de Chamis. Los parientes se constituyeron al indicado lugar, y después de esperar por algunas noches, en una de ellas, de Luna llena, escucharon el llanto. Entonces, se dirigieron al lugar de su procedencia y encontraron a la desaparecida medio enajenada, sentada a la orilla de la laguna, llorando muy tristemente. Por la fuerza la condujeron a su domicilio, en donde la hicieron santiguar por un curioso, después de lo cual recobró su lucidez y pudo contarles que el duende la había conducido desde Chontapaccha hasta la laguna, a través de un túnel que comunica ambos lugares. Al poco tiempo, la mujer cayó enferma, y sin que nada pudieran hacer los brujos, finalmente murió.
9. El duende de Huambopuquio (relato de José Vergara) En el paraje denominado La Tulpuna, existe un puquio junto al cual vivía una familia compuesta por los padres y tres hijos, el último de los cuales era de pocos meses de nacido. Un día de esos, la mujer mandó al marido, que era muy haragán, a que desyerbara las papas que tenían sembradas en la chacra. Efectivamente, agarrando la lampa, se dirigió al campo. A eso de las doce del día, la mujer fue a ver al marido llevándole el almuerzo, pero se encontró que este, lejos de trabajar, se había quedado dormido, por lo que, indignada, y dejando a la criatura junto al manantial denominado de Huambopuquio, tomó la lampa y comenzó al desyerbo.
Al poco rato, la criatura comenzó a llorar desesperadamente, pero la madre, con la intención de terminar cuanto antes su trabajo, sin hacerle caso, prosiguió su tarea Después de largo rato, la criatura dejó de llorar súbitamente. La madre, intrigada, fue a ver al hijo, pero se dio con la sorpresa de que había desaparecido, encontrando sólo los pañales. Entonces despertó al marido, y ambos prosiguieron la búsqueda sin obtener ningún resultado, por lo que desesperados regresaron a su domicilio. Días después, fueron noticiados por unos vecinos de que los viernes en noche de Luna llena habían visto que una criatura al borde del puquio se ponía a llorar, pero que cuando se aproximaban para ver lo que le pasaba, se sumergía en él. Con esta información, los padres esperaron el día propicio y en compañía de varios vecinos se dirigieron al sitio indicado, portando sogas y rosarios para romper el maleficio. Llegados que fueron, constataron que efectivamente a la orilla del manantial lloraba una criatura, en quien los padres reconocieron al hijo desaparecido. Entonces sigilosamente se aproximaron a donde se hallaba el niño y, luego de agarrarle, lo condujeron a su casa, amarrado con sogas para evitar que se escapara. Mas a los pocos días, el niño murió, por más esfuerzos que hicieron los padres, y pese a la intervención del mejor brujo que contrataron para que le sacara el mal de espanto.
10. El duende de Caruacushma (relato de Asunción Ocas) En el puquio que hay en Cachache (distrito de la provincia de Cajabamba), en las noches de Luna, salía una mujer muy hermosa, blanca y alta, a peinarse sus largos cabellos rubios, sentándose al borde del puquio. La duende vestía con una cushma o larga camisa de color azul, por lo que le pusieron el nombre de Caruacushma. Y no obstante su excepcional belleza, los hombres tenían miedo contemplarla, e incluso pasar cerca del puquio, porque sabían que era una duende que andaba en pos de las almas de los hombres para llevarlas al infierno. Después de permanecer por algún tiempo en las orillas del manantial, sobrevenía una especie de neblina que poco a poco envolvía a la duende, y cuando la bruma se disipaba, la mujer había desaparecido sin dejar ningún rastro.
Se asegura que a muchos transeúntes que desprevenidamente pasaban por el puquio o se quedaban a dormir borrachos cerca al lugar, la duende los seducía con su belleza y convivía con ellos, lo que implicaba el compromiso tácito de que al morir entregarían su alma al diablo.
11. Taita, mira mi diente a. (Versión de Cruz Calua)
Un cura que tenía merecida fama de mezquino atravesaba, muy de madrugada, el callejón de Urubamba con dirección a un caserío cercano para celebrar misa de fiesta. Al aproximarse al río Racra, escuchó, consternado, el llanto de una criatura, a quien supuso habían dejado abandonado sus padres. Entonces apeándose de su cabalgadura constató que efectivamente un niño envuelto en pañales yacía a la orilla del río. Movido a compasión, recogió a la criatura y, tapándolo con su poncho, prosiguió su camino; mas como el niño lloraba insistentemente, sacando un plátano de su alforja se lo dio para que dejara de llorar, como en efecto sucedió, mas como al poco rato volviera a romper en llanto, le proporcionó un nuevo trozo de plátano, operación que repitió por varias veces, por lo que, ya intrigado, destapó al niño y vio con espanto que le habían crecido dos enormes colmillos y que sus ojos despedían chispas. Con voz gruesa, el supuesto niño le dijo: "Taita, mira mi diente". Sorprendido y temblando, el sacerdote arrojó con presteza al muchacho al río, a donde cayó dando botes, despidiendo chispas y desprendiendo un fuerte olor a azufre, por lo que el cura comprendió que había recogido al diablo. b. Versión de Maximiliano Salazar
Don José Ramos, bohemio empedernido y gran trasnochador, regresaba a su casa como a las once de la noche, después de haber estado todo el día bebiendo en la casa de unos compadres, por la Cruz del Molle. Había tomado la calle Romero, y cuando cruzaba el puente de la Recoleta, escuchó el insistente llanto de una criatura. "Qué maldita mujer habrá botado a su cría", pensó, y se acercó al lugar de donde salía el llanto, encontrando a una criatura completamente desnuda. Movido a compasión, recogió al muchacho y, envolviéndolo en su poncho,
continuó rumbo a su casa, que quedaba en Santa Apolonia. A medida que avanzaba, sentía que el muchacho pesaba cada vez más, por lo que pensó: "¡Qué pue, tanto habré tomado, que no puedo con este disparate!, y siguió caminando. Encontrándose ya en el sitio denominado Arcochaca (final de la calle Romero), y no pudiendo con el peso, levantó el poncho, y con pavor se dio cuenta de que la criatura se había transformado en un monstruo con dos enormes cachos, grandes colmillos y ojos fosforescentes, que le dijo: "Taita, mira mi diente”, enseñándole los enormes colmillos. Don José sólo atinó a botar al muchacho, el mismo que emprendió la carrera por la falda del cerro, arrojando chispas y dejando un fuerte olor a azufre. Al día siguiente, los vecinos del lugar encontraron a José Ramos desmayado y arrojando una baba verdosa, completamente inconsciente. Todos supusieron que la muerte le sobrevino al poco tiempo, a causa de este encuentro con el diablo.
12. El hombre que convivía con la duende (relato de Antonio Rodríguez) En el distrito de La Encañada vivía un señor dedicado al negocio de la coca, motivo por el que viajaba continuamente de ese lugar a la provincia de Celendín, pasando por Cajamarca. En uno de esos viajes se encontró con unos amigos en una casa cerca a La Encañada, y se puso a libar con ellos varias copas de aguardiente, después de lo cual, y ya entrada la noche, prosiguió su camino, pero vencido por el sueño, decidió descansar un rato en el sitio llamado El Chicche, junto al puquio que en ese lugar existe. Efectivamente, asegurando su cabalgadura, se acostó en la pampa a dormir. Ya serían las once de la noche, cuando se despertó y notó con gran sorpresa que a su lado también se había acostado una mujer muy hermosa, blanca y de cabellos rubios, la misma que, notando que se había "recordado" 1, le insinuó que tuvieran relaciones sexuales. Al principio se resistió, pero como la mujer insistía, practicaron el acto, después del cual le recomendó que ya no tuviera relaciones maritales con su esposa, que ella iba a proporcionarle la buena suerte para que prosperara en su negocio y que sólo con ella conviviera, propuestas a las que el hombre, ya
enamorado, accedió. Desde entonces procuró no cohabitar con su esposa, e incluso pasaba muy largas temporadas en la casa que tenían en Pueblo Nuevo (barrio de Cajamarca). Su señora se dio cuenta de que algo raro le estaba pasando, puesto que no podía tratarse de asuntos del negocio, ya que la suerte les favorecía enormemente, al punto que habían llegado a tener mucha plata. Intrigada, la mujer, una de esas veces, envió al mayor de sus hijitos para que viera lo que su padre hacía en Cajamarca. Efectivamente, el muchacho llegó a la casa y sorprendió a su padre con una mujer gringa en la cama. Con esta novedad regresó a donde su madre, a quien contó lo que había visto. La señora decidió constituirse personalmente a la ciudad de Cajamarca, y ella misma vio, desde una casa vecina, que por las noches ingresaba, después de su marido, una mujer muy blanca y rubia, pero al día siguiente sólo salía de la casa el marido y no la mujer. Un día decidió ingresar al domicilio para ver qué se quedaba haciendo la mujer, mas con gran sorpresa no encontró a nadie, y más bien percibió cierto olor a azufre, y que de la pared se habían descolgado las estampitas. 1 Despertado.
Alarmada, contó del hecho a una comadre, la misma que le dijo que probablemente su marido estaba ya compactado con la duende, aconsejándole que tan luego viera que la mujer se metía a la casa ella también se presentara portando un crucifijo de acero, del que no debía desprenderse en ningún momento. En efecto, al día siguiente esperó el momento oportuno e ingresó a la casa, sorprendiendo a su marido y al duende echados en la cama. Entonces ella, mostrando el crucifijo, le dijo: "Si no ha de ser mío, no ha de ser de nadie", y dio muerte al hombre, que no atinó a defenderse.
13. La silla de la duende (relato de Alberto Más) En el sitio denominado Corisorgona, que queda en la parte alta de la ciudad, hay un puquio de donde mana agua en abundancia. A la orilla de este manantial hay una piedra grande y chata, en donde en las noches de luna sale la duende a sentarse y peinar sus largos cabellos rubios. Se asegura que esta duende, aprovechando de su extraordinaria belleza,
trata de tentar a los hombres y robarles el alma después de muertos. Esa es la razón por la que los campesinos de ninguna manera se aventuran a pasar por el puquio en horas de la noche.
14. La duende tentadora (relato de José Céspedes) Un día en que el relatador retornaba a su casa, como a las seis de la tarde, al atravesar el río Chonta y en el sitio denominado El Chicche, vio con gran sorpresa que del puquio que por allí existe salía una mujer blanca, rubia, de ojos verdes y muy hermosa, que comenzó a hacerle señas para que se acercara, pero como él ya sabía que se trataba de la duende, lejos de hacerle caso –no obstante que la tentación le vencía para acercarse a la mujer –, apretó la carrera y no paró sino hasta llegar a su casa.
15. El duende del higo (relato de José Céspedes) Una noche en que su tío con su mujer y sus hijos se dirigían de la ciudad de Cajamarca a su casa, ubicada en el pasaje de Bellavista, al pasar por el callejón del antiguo Colegio San Ramón, en donde existían varias plantas de higo, observaron con gran sorpresa que de una de estas plantas descendía un muchacho de talla baja, blanco, sonrosado y de pelos rubios, que colocándose en medio camino les interceptó el paso, dejándolos paralizados por el miedo. La mujer del tío, comprendiendo que tenían ante sí al duende, aconsejó a su marido que pellizcara la oreja de su hijito, como en efecto lo hizo. Entonces al escuchar el llanto del niño, el duende desapareció instantáneamente y ellos pudieron seguir su camino.
16. El tahúr (relato de Alberto Mas) En la antigua casa de préstamos de la familia Dávila, ahora Hotel Comercio, allá por los años del 900, en una habitación se reunían varios señores de la sociedad cajamarquina, para sostener tenidas de pinta que duraban varios días. En tales ocasiones, indicaban a la dueña de casa que los alimentos los portara a la habitación en donde se desarrollaba el juego, y, además, que por ningún motivo permitiera que nadie l os molestara. En una de esas oportunidades, cuando ya estaba por finalizar la reunión, como a eso de las dos de la madrugada, de pronto se abrió la puerta con gran estrépito para dar paso a un apuesto y desconocido caballero elegantemente
vestido, quien les dijo: "Disculpen, caballeros, me he permitido ingresar porque sé que ustedes son jugadores y como tales comprenden la desesperación de aquellos que siéndolo no encuentran con quién jugar; y si son tan amables, les pediría que me permitan sentarme en la mesa de juego". Los presentes, sorprendidos por la irrupción, del desconocido pero conquistados por sus buenos modales, accedieron a que se sentara a la mesa de juego, indicándole que la medida para entrar a jugar era de un pequeño almud al que había que llenar con monedas de oro, requisito que aceptó el extraño visitante. Sacando cartuchos de monedas de oro hasta completar la medida, tomó asiento y comenzó a jugar. Tan mal le fue en el juego, que como a las 4 de la mañana perdió toda la parada. Pidiendo mil disculpas por su presencia sorpresiva, se despidió de todos los concurrentes y abandonó la sala, dejando tras de sí, entre los tahúres, una estela de misterio, de algo indefinible y cierta preocupación, no obstante que se quedaban con el dinero jugado por el desconocido. Sería ya como las seis y media de la mañana, cuando los jugadores tuvieron a bien declarar terminada la tenida de juego y se dirigieron a una bodeguita que quedaba en el actual establecimiento de don Juan B. Quispe e, instalándose en la trastienda, pidieron sendos tragos de pisco y algo de comer. Uno de los amigos, de apellido Montoya, cuando salió a la puerta de la calle divisó, más o menos a la altura del establecimiento que ocupa en la actualidad la tienda del señor Antonio López, a un jinete que venía montado sobre una hermosa mula muy bien enjaezada y sacando, con los herrajes, chispas de las piedras de la calle. A medida que se aproximaba, pudo distinguir que el jinete no era otro que el caballero con quien habían estado jugando, por lo que ingresó precipitadamente a la trastienda y contó tal hecho a sus amigos, los mismos que, viendo la posibilidad de ganar más dinero, salieron en conjunto a la puerta, y cuando el jinete sobrepasaba el establecimiento le formularon la invitación para que pasara a tomar un trago. Al principio, el desconocido se negó, arguyendo tener que viajar con urgencia, pero luego accedió, y bajando de la mula un enorme zurrón con monedas de oro, lo depositó en la tienda y se instalaron en la mesa de juego.
Uno de ellos pidió la tanda de licor y un plato más de caldo, y otro, esperando volver a ganar, propuso jugar una mesa o más de pinta. El invitado, manifestando tener premura en su viaje, no aceptó, pero, después de un momento de insistencia de los otros, terminó por decidirse, siempre y cuando se jugara todo el dinero que poseían en 2 vueltas, propuesta que inmediatamente recibió aceptación. Así pues, cada uno de ellos fue sacando su dinero, y una vez que el invitado constató la cantidad que tenían los amigos, se dirigió al lugar donde había dejado su zurrón y extrajo una cantidad suficiente de monedas de oro, no sin antes permitir que los otros se dieran cuenta que se hallaba lleno de oro. Concluidas las dos rondas, se dio por finalizado el juego con la victoria absoluta del forastero, quien, después de despedirse muy cortésmente, se retiró de la mesa de los atónitos contertulios y, montando su mula, tomó rumbo hacia el Arco. Los amigos salieron a la puerta de la calle para verlo alejarse, notando, sorprendidos, que la mula iba echando chispas, mientras todo el aire se llenaba de un ligero olor a azufre.
17. El perro endemoniado (relato de R. Ravines) En la tercera cuadra de la calle Islay, a eso de las 12 de la noche, hace ya mucho tiempo, cuando aún no existía el alumbrado eléctrico, salía un perro negro de poca alzada a rondar por el jirón. Su aspecto esmirriado y su timidez motivaba que siempre que algún trasnochado peatón lo encontraba en su camino, pretendiera llevarlo a su domicilio, considerándolo abandonado. Cuando tal actitud se nacía manifiesta, el perro corría bajo el puente que quedaba en la esquina de las calle Junín e Islay, y al poco rato salía por el otro extremo, pero ya convertido en un enorme perro negro que echaba chispas por los ojos y desprendiendo un fuerte olor sulfuroso, causando pánico e impresión en el incauto transeúnte, que comenzaba a botar espuma por la boca y luego se desmayaba, situación en que era encontrado al día siguiente. Pero uno de esos días en que una beata, confundiéndose de hora, transitaba por el referido jirón a las 2 de la mañana, rumbo a la iglesia de las Monjas para escuchar la misa de las cuatro de la madrugada, de pronto en su camino, sin que pudiera explicarse cómo, apareció el perrito negro que le obstaculizaba el paso. Entonces, tratando de hacer una buena acción, quiso
recogerlo para cuidar de él, mas el perro con suma presteza se i ntrodujo bajo el puente y salió por el otro lado bajo la imponente figura de un perro de gran tamaño, con los ojos que botaban chispas y mostrando dos descomunales colmillos. La beata aterrada sólo atinó a coger el rosario que llevaba envuelto en la cintura y arrojarlo contra el perro, quien al recibir el impacto reventó con estrepitoso ruido, desapareciendo para siempre y dejando por muchos días la calle impregnada de olor a azufre.
18. La mujer del cura (relato de Manuel Llanos) Sería ya la medianoche, cuando el relatador que en compañía de algunos familiares regresaban de una novena que se celebraba en la casa de unos parientes, domiciliados cerca del Arco del Triunfo o Lucmacucho, vieron que de la casa en que vivía ya casi agónico un cura, se abrió de par en par la puerta de la calle para dar paso a una mula que se precipitó por la calle en alocada carrera, botando chispas y dejando una estela de azufre. Recorrió como dos cuadras, al término de las cuales comenzó a revolcarse en el suelo, dando patadas al aire y relinchando, para finalmente levantarse y regresar a la carrera a la casa de donde salió. El relatador y sus familiares quedaron inmóviles, sin saber qué hacer, y al poco rato vieron salir de la misma casa a una mujer que, ocultando su rostro, se perdió con dirección a Chontapaccha. Por eso se asegura que esa mula no era más que la mujer del cura, que se transformaba en mula por su conducta diabólica.
19. El chancho de la Cruz del Molle (relato de José Céspedes) Una noche, a muy avanzada hora, un colegial regresaba a su casa después de estudiar en el domicilio de un compañero para los exámenes finales. Cuando se disponía a atravesar el puente que en ese lugar existe, vio que un chancho de gran tamaño salió de debajo del puente y, cruzándose en su camino, le interceptó el paso, observando, además, que el tamaño del chancho aumentaba a cada instante. El pobre estudiante, aterrado, comenzó a dar voces de socorro. Cuando los vecinos de aquel lugar acudieron a ver lo que sucedía, encontraron al estudiante desmayado y botando espuma por la boca.
20. El cabro encadenado (relato de José Céspedes)
Cuentan que todas las noches, como a eso de las doce, salía de la antigua quebrada Romero un cabro de gran tamaño, con l os ojos extrañamente luminosos y que se presentaba a los transeúntes trasnochadores. Se afirmaba que este cabro, que al andar arrastraba una pesada cadena, no era otro que el mismo diablo, que acechaba a los cristianos para llevarlos al infierno, pues las personas malas o de mal vivir eran las únicas que podían andar a esas horas de la noche.
21. El perro negro (relato de José Céspedes) La familia Santolalla, que por entonces vivía en la casa de su propiedad y que actualmente ocupa el Hotel de Turistas, tenía dos hermosos perros llamados tal y cual, los que por su corpulencia imponían miedo. Una noche, como a eso de las doce, pasaba el abuelo del relatador por la portada de la casa de los Santolalla, circunstancia en la que se le aproximó un perro negro, que él supuso era uno de los animales de propiedad de la indicada familia, pero en previsión de que pudiera morderlo sacó el estoque que llevaba enfundado en el bastón, y cuando el perro quiso cogerlo por la levita, el abuelo lo asustó con el estoque. A distancia prudencial, el perro seguía al señor Céspedes, quien en verdad sentía cierto temor ante la presencia del perro, el que en nueva intentona quiso cogerlo de la levita, y cuando el abuelo iba a espantarlo con el estoque, se dio cuenta de que no era un perro corriente, pues había ya aumentado de tamaño y despedía chispas por los ojos, de lo que dedujo que se trataba del diablo, que lo estaba persiguiendo para probablemente llevarlo a los infiernos aprovechando de la soledad y oscuridad de la noche. Sin poderse contener, emprendió la carrera con dirección a su casa, a la que llegó ya prácticamente desfalleciente. Abrió la puerta con violencia y dijo a su mujer: "El diablo me está persiguiendo". Entonces la señora tomó un poco de agua bendita, que nunca faltaba en la casa, y, saliendo a la calle, la arrojó al perro, que se había detenido cerca a la portada, con lo que desapareció instantáneamente.
22. La chancha nocturna (relato de Emiliana Infante) Una noche, después de asistir al cumpleaños de su sobrino Francisco,
como a eso de las doce de la noche, subía en compañía de sus sobrinos por la calle José Calvez, y cuando se aproximaba a la iglesia de San Pedro vieron salir del corralón que quedaba junto a dicha Iglesia una chancha negra de regular tamaño, acompañada de tres crías. Percibieron también que de todos ellos se desprendía un cierto olor a azufre, no obstante lo cual pretendieron agarrarla, aprovechando de que eran varios, pero cuando ya la tenían acorralada, sin saber cómo, la chancha y sus chanchitos desaparecieron misteriosamente. Cuando al día siguiente relató lo sucedido la noche anterior, le contaron que esa chancha era el diablo, y que siempre a partir de las doce de la noche salía del solar de junto a la iglesia, porque ese lugar era pesado y no estaba bendito.
23. La gallina con sus polluelos (informante: Isidro Carrasco) Ya entrada la noche, después de salir de su trabajo, se dirigió a su casa, para lo cual tenía que pasar por el lugar denominado la Cruz de Molle. Como la noche estaba oscura, quiso aprovechar la oportunidad para coger algunos duraznos que crecían en una huerta cercana. Se dirigió pues a ella, pero cuando estaba atravesando el puente vio que de pronto salía una gallina con siete polluelos que se dirigían a toda carrera al árbol de duraznos, los mismos que de pronto desaparecieron. Lleno de temor, no insistió en su intención de coger duraznos, y más bien se dirigió presuroso a su casa. Al día siguiente, en compañía de su mujer, constató que en donde desapareciera la gallina habían crecido varías plantas de caracashua1. 1 Variedad
de cactus
24. El burro perdido (informante: Manuel Chilón Z.) En el sitio denominado Las Manzanas, a unos 16 kilómetros de la ciudad de Cajamarca, siguiendo a Bambamarca, uno de esos días se perdió un burro. La pastora encargada de su cuidado anduvo todo el día en busca del animal perdido. Ninguna de las personas a quienes inquirió si habían visto su "burrito" le dio respuesta alentadora, pues nadie lo había encontrado. Desalentada, y como a las seis de la tarde, cuando ya se iba siguiendo el
cauce de una quebrada, de pronto vio a cierta distancia a su burro, y llena de contento fue a ponerle la soga, pero cuando se encontraba ya a muy corta distancia, el burro se transformó en un hombre blanco, alto, de buena presencia, vestido de botas y pantalón de montar, el mismo que la "agravió" 1. Al día siguiente, sus familiares encontraron a la pastorcita desmayada y botando espuma por la boca. Una vez que recobró el conocimiento, contó todo lo que le había sucedido el día anterior, por lo que dedujeron que el diablo la había perjudicado sexualmente.
25. Los duendes y compactos (relato de Dolores Cetrina) 1) Amores demoníacos
Allá por el año de 1949, Juan Quispitongo, indio recio de unos 22 años, se paseaba una tarde algo nublada por la orilla de la laguna de San Nicolás (que queda en el distrito de Namora), en busca de sus animales, cuando de pronto se le apareció una mujer gringa, de ojos azules, rubia, de cabellos muy largos que le llegaban hasta la cintura, y completamente desnuda. Juan se quedó sorprendido con la aparición, y no atinó a retirarse del lugar; más bien la mujer llegó hasta su lado y con palabras bonitas le insinuó que tuvieran trato sexual, a lo que el campesino , vencido por el deseo y la extraordinaria belleza de la mujer, accedió. Después de realizado el acto, la gringa entregó a Juan una talega con plata. 1 Violó
sexualmente.
De regreso a su casa, le contó a su mujer que se había encontrado la talega de plata, pero la mujer, temerosa, creyendo que lo había robado, no quiso hacer uso del dinero. Todos los días martes y viernes por la tarde, a la caída de la oración, Juan se juntaba con la gringa y practicaban el acto carnal, y siempre le hacía entrega de la bolsa de plata, con la cual se compró chacras, casas y otras cosas, volviéndose de esta manera, ante la sorpresa de sus vecinos, un hombre rico. Cuando se consideró seguro contra la pobreza, ya no quiso ir a las citas con la mujer, por lo que ésta, en venganza, fue matando a todos sus animales y destruyendo su casa y sus chacras, hasta volverlo nuevamente a la pobreza. Pero la duende, que no era otra que la mujer gringa, no cejó en su
venganza, y por las noches, armando gran tropel y alboroto, se dirigía a la casa de Juan a asustar a su mujer y a sus dos hijitos, todavía de pocos años de edad. La mujer, alarmada por estos acontecimientos, se dirigió a Cajamarca, en donde se entrevistó con una su comadre que vivía en la calle Silva Santisteban, quien le recomendó que tan luego sintiera el tumulto, hiciera llorar a sus hijitos pellizcándoles en las nalgas, y que con un machete de acero hiciera cruces en el aire y tirara en dirección al ruido ajos molidos. Todas estas precauciones las siguió al pie de la letra, pero sin resultado positivo alguno. En vista del fracaso regresó a la ciudad y contó lo sucedido a su comadre, manifestando que la duende siempre la fastidiaba. Para entonces, ya Juan le había contado la verdad de las cosas, pidiéndole lo disculpara por cuanto la duende le había embrujado y seducido con la pl ata. En esta nueva oportunidad, la comadre le recomendó que comprara mirra e incienso, para quemar a la hora en que acostumbraba la duende fastidiarla. Premunida ya de estas sustancias, se dirigió a su casa, que quedaba cerca de la laguna de San Nicolás, pero cuando llegó a su domicilio, con gran sorpresa, ya no encontró a su marido, quien, enfermo de fiebres, había quedado postrado en cama. Sólo percibió en el cuarto un fuerte olor a azufre, por lo que comprendió que la duende se había llevado a su marido en cuerpo y alma. 2) El duende de la mina
El dueño de las ricas minas de oro denominadas "Los Negritos", en la provincia de Hualgayoc, con el objeto de tener una persona que le preparara los alimentos y cuidara de su ropa, contrató a una mujercita del lugar, guardándole mucha deferencia y estimación. Al poco tiempo, por las noches entraba al cuarto de la criada un hombre que tenía la misma apariencia del dueño, para requerirla de amores, no obstante que durante el día, el señor le guardaba mucho respeto, circunstancia que le causaba mucha extrañeza a la mujer. Uno de esos días, como a las 7 u 8 de la noche, aprovechando que no estaba la hija de la doméstica, que había ido a recoger leña, se le apareció el hombre, quien, en vista de la soledad en la que se encontraba la mujer, abusó de ella. A su regreso, la hija se dio cuenta de lo sucedido, apresurándose a dar
parte a la policía. La víctima informó a la policía que el autor de su desgracia era el dueño de la mina. Constituida la policía en la casa del indicado señor, constató, por declaración de los vecinos, que el presunto delincuente hacía como tres días que se encontraba en la ciudad de Cajamarca, y que, por lo tanto, no podía ser autor de tal hecho. De acuerdo a estas declaraciones, se llegó a la conclusión de que era el duende el que había mantenido relaciones sexuales con la mujer, puesto que se afirmaba que la mina tenía un duende al que muchos vecinos habían visto. Con el fin de ahuyentar a tan peligroso habitante, se procedió a regar con agua bendita la mina, con lo que desde entonces el duende desapareció. 3) El Duende de Chontapaccha
Alrededor de las 4 de la mañana, una vecina del lugar concurría a recoger agua de los puquios de Chontapaccha. En uno de esos días, cuando ya se disponía a regresar a su domicilio, luego de recoger su agua, se le presentó un caballero vestido de negro, apuesto y bien vestido, quien le propuso que fuera su mujer. Doña Mercedes, que así se llamaba la señora, opuso tenaz resistencia, a pesar de lo cual el hombre le impuso el acto carnal, aprovechando que en esos momentos no había ningún cristiano que la favoreciera. A los nueve meses de consumado el atropello, la mujer dio a luz un niño con la mitad del cuerpo de ser humano y la otra mitad de pescado, con aletas y todo, que, felizmente, falleció a las pocas horas del alumbramiento. 4) Otra versión
Una señora acostumbraba ir a lavar ropa de personas de la ciudad en un puquio de Chontapaccha, para cuyo efecto madrugaba a las cinco de la mañana; pero uno de esos días la engañó la hora y se fue rumbo al puquio a la una de la madrugada. Sorprendida de la soledad y notando que no cantaban los gallos, se dio cuenta de que se había equivocado de hora, pero, para ya no tener que regresar, bajó el "quipe" de ropa y se dispuso a lavar, aprovechando la luz de la Luna. Es estas circunstancias se le apareció un caballero que la comenzó a
requerir de amores. Ella, al principio, rechazó la propuesta, pero luego accedió a tener el trato carnal con el señor, quien la encantó y la soltó ya muy de día en su casa, con la cara toda arañada. La mujer, desde entonces, mantenía frecuentes relaciones privadas con el raro caballero, del que quedó encinta. A los nueve meses, la mujer alumbró, pero no a una criatura humana sino a un chanchito, que tan luego nació se escapó en dirección de los manantiales de Chontapaccha, de los que regresaba solamente por las noches para mamar la leche materna. Así pasaron los años, y cuando ya grande, esta rara criatura mantuvo relaciones sexuales con su madre, la misma que quedó embarazada de su propio hijo. 5) El sauce fatídico
Don Pedro, dueño de un fundo que queda cerca al campo de aviación, solía venir todas las tardes en su caballo a visitar a su novia, que vivía en la ciudad de Cajamarca. Nunca, hasta entonces, le había sucedido nada, por lo que no se preocupaba de nada. Un día regresaba a su fundo, después de visitar a su novia, algo más tarde que de costumbre, aprovechando la claridad de la noche de Luna llena. Concentrado en sus pensamientos amorosos y cavilando la manera cómo iba a recibir a su novia al día siguiente, sábado, en su fundo, seguía su camino al paso del caballo. De pronto, levantó la mirada y vio el árbol de sauce que crecía cerca de su fundo, lo cual lo animó a poner al trote a su cabalgadura. Después de algún rato, volvió a levantar su mirada y de nuevo vio el mismo sauce. Entonces pensó que se había equivocado de árbol, y sin mayor preocupación siguió su camino. Después de un buen rato volvió a detenerse para ver en dónde se encontraba, y nuevamente se encontró junto al sauce que viera la primera vez. Tal situación lo intranquilizó por completo, y no creyendo que se trataba de una mera coincidencia, dio de voces llamando a los habitantes de una pequeña chocita que se encontraba cerca del camino. A sus llamados acudió una campesina ya anciana, quien le preguntó la razón de su llamado, a lo que el hombre le contó todo lo que le había ocurrido. Entonces la viejita le dijo:
"Niñito, es el duende que se ha antojado de Ud.; yo lo llevo, no se preocupe". Y procedió a jalar al caballo de las riendas, conduciéndolo hasta la misma casahacienda y salvándolo así del embrujo del duende que moraba en el sauce fatídico. 6) El duende de Huacariz
En el sitio denominado Huacariz Chico, comprensión de la campiña cajamarquina, doña Jesús poseía un pequeño lote de tierra. Un día, muy temprano, se levantó a regar su pasto, cuando en esas circunstancias, desde el fondo de una casa en ruinas que quedaba dentro de su propiedad, oyó una voz que la llamaba. Volviendo la vista, se percató de que casi junto a ella había un hombre vestido con pijama que le hacía propuestas deshonestas, por lo que ella, encolerizándose, le gritó fuerte. Ante sus gritos, la aparición se retiró. La señora pudo comprobar que se trataba de un duende, porque se había ido echando chispas. Días después, en el mismo sitio, la misma aparición se le hizo al esposo de doña Jesús, llamado Absalón, a quien también por la noche se le presentó el duende. 7) La luz del Yanac Orco
Cuentan los moradores del lugar que todas las tardes, del cerro Yanac Orco, en donde hace muchísimos años vivían los gentiles, sale una luz resplan deciente del pantano del cerro, y que esta luz se pone a vagar por los campos. Las personas que en su camino tropiezan con la luz, cuando son buenas, se asustan tremendamente, desmayándose algunas veces; pero cuando la persona es mala, la luz se transforma en una mujer gringa, alta, blanca, muy bella, de largos cabellos rubios, que se aparece desnuda. Entonces estas gentes malas, que llevan turbia la conciencia, se dejan seducir por la extraordinaria belleza de la mujer y mantienen relaciones sexuales con la misma. Pero estas personas, al morir, entregan su alma y su cuerpo al diablo, ya que la bella mujer no es otra que una duende tentadora. 8) El hombre encantado
Hace muchos años vivía en el distrito de San Marcos un campesino llamado Manuel, que era muy pobre y vivía modestamente con su familia, en
una humilde chocita. Obtenía lo necesario con su trabajo en la agricultura, para poder mantener a los suyos. Pero con el correr del tiempo, los vecinos vieron con extrañeza que, poco a poco, se iba haciendo de terrenos, de casas y de otros bienes materiales, de modo que la antigua pobreza se iba lentamente transformando en riqueza. Este hecho preocupó e intrigó grandemente a los vecinos, que no llegaban a comprender la prosperidad del pobre Manuel. Entonces decidieron vigilarlo para ver lo que realmente sucedía, pues entraron en sospecha de que algo sobrenatural estaba ocurriendo, ya que no había otra forma de explicarse esta súbita riqueza. Efectivamente, comprobaron que Manuel se había compactado con el diablo y que sus reuniones las hacía con el maligno al borde de una pocita que existe en el río de Cascadén. Una noche, después de la comprobación que efectuaron los vecinos, y siguiendo su plan de vigilancia, a eso de las 12 de la noche, encontraron al campesino reunido con una mujer blanca, rubia, muy bella y completamente desnuda. Entonces los vecinos comenzaron a llamar a Manuel, hasta que la duende se sumergió en la poza y Manuel se quedó reventado en el suelo. Al día siguiente, los vecinos que habían huido prestamente del lugar encontraron al vecino Manuel muerto en su choza. 9) El anciano que se compactó
Cuenta una señora que vive por los alrededores de la ciudad, que un vecino suyo veía continuamente, por los alrededores de su cocina, una cabeza de borrego que al menor descuido penetraba a la habitación a comer carbón del fogón, y que cuando sucedían estas apariciones, que se presentaban en las noches de Luna llena, llamaba a sus vecinos para que también presenciaran esta rara aparición. Pero daba la coincidencia que tales personas, por más que el señor les indicaba el sitio preciso en que se encontraba, no podían ver la tal cabeza de borrego. Pero el señor no solamente veía apariciones sino que, incluso, por las noches soñaba a la cabeza, quien le manifestaba que debía entregarle a una persona joven para que ella, a cambio, le proporcionara mucha riqueza y comodidades en esta vida. Y fue tanta la insistencia con la que la cabeza le
hacía sus solicitudes en el sueño, que el señor, venciendo su natural resistencia y llevado por la ambición de la riqueza, decidió probar suerte haciendo lo que la demoníaca aparición decía. Por engaños consiguió llevar al cerro a una muchacha joven, vecina suya, y la entregó a la cabeza. Luego, de la noche a la mañana se volvió millonario, si bien es cierto que por haber vivido siempre pobre no sabía disfrutar de su nueva fortuna. Los vecinos notaron el cambio que se había producido en el señor, y asimismo observaban que cada cierto tiempo desaparecía, y algunos afirman que lo veían entrar por las noches a una cueva del cerro vecino. Después de algunos años, murió, ya anciano, y cuando los familiares y amigos que habían acudido al velorio fueron a colocarlo en el ataúd, escucharon, horrorizados, unos extraños y lúgubres gritos de animales no identificables. En precaución de lo que pudiera suceder, clavaron bien la tapa de la caja y sujetaron firmemente el cadáver, y así lo llevaron al cementerio, pero al momento de introducirlo al nicho notaron que el ataúd no pesaba. Entonces procedieron a desclavar el cajón y vieron con gran sorpresa que el cadáver había desaparecido, y a lo lejos divisaron que el difunto desaparecía botando chispas y dejando impregnado el ambiente de un fuerte y penetrante olor a azufre. Más tarde, cuando los parientes regresaron a la casa del difunto, vieron que poco a poco todos los animales que había adquirido se iban muriendo y que los terrenos desaparecían con los huaicos que en esa ocasión cayeron por la zona, y así se esfumaron todos los bienes que el difunto había adquirido con el dinero mal habido. 10) Los duendes juguetones
Hasta ahora existe a la entrada del distrito de La Encañada un viejo molino que hace mucho dejó de prestar sus servicios a los campesinos del lugar, que acudían desde distintos sitios a moler sus granos para obtener la harina. En algunas oportunidades, estos campesinos se vieron precisados a quedarse a dormir en el molino, cuando no se terminaba la molienda. Estos eran precisamente los que contaban haber visto por las noches a los duendes que aparecían en la caída de agua y sobre las piedras del molino. En una de esas oportunidades, no hace mucho tiempo, un indiecito, llamado José, que de la ciudad se dirigía a su casa, se hizo tarde en el camino
y, cansado y temeroso, se quedó a dormir en la casa donde funcionaba el molino. Efectivamente, el cansancio lo rindió y rápidamente se quedó dormido. Pero sería como las 2 de la mañana, cuando oyó risas y conversaciones. Sobresaltado, se levantó de la cama para ver lo que sucedía, ya que consideró muy extraño que a tan desusada hora alguien estuviera riéndose, más aún si se trataba de criaturas, pues pudo distinguir que se trataba de risas de muchachos, lo mismo que las conversaciones, sin comprender lo que hablaban. Al poco rato, cesaron las risas y conversaciones y José volvió a acostarse, y se quedó dormido. Sería ya las 4 cuando se levantó para proseguir su camino, y es entonces que divisó, en un rincón del cuarto del molino, a dos criaturas completamente desnudas que jugaban. Pudo apreciar que eran un hombrecito y una mujercita, muy blancos y pelirrojos, los mismos que hacían ademán de quitarse unos frejoles. Así, comprendió que se trataba de los duendes del molino, y perdió el conocimiento. 11) El hombre de las siete mujeres
Hace tiempo, en el caserío de Salacat, perteneciente al distrito de Sorochuco, provincia de Celendín, vivía un señor muy estimado por su probada honradez, su laboriosidad y su buen comportamiento como padre y vecino. No obstante su limitada economía, dicho señor, ferviente devoto, participaba siempre, ya sea como mayordomo o procurador, en las fiestas del Santo Patrón. Justamente por esas cualidades fue nombrado Teniente Gobernador. Esta distinción vino a procurarle mayor respeto y simpatía. Pasaba el tiempo y nadie se quejaba de su actuar, y todos acataban contentos sus disposiciones por considerarlas justas y sabias. Pero un día se produjo un robo de ganado, y se sabía que eran vecinos de Salacat los autores del abigeato, y el Teniente Gobernador recibió orden de apresarlos. Portando la orden, se dirigió, bien armado, al lugar en que sabía moraban los ladrones. En el camino se hizo tarde y pensó que era conveniente llegar cautelosamente a la casa de los abigeos, para capturarlos por sorpresa. Dicho y hecho, evitando a los perros, llegó a la puerta y, abriéndola violentamente, entró diciendo: “Date preso, ladrón ”. Pero sólo encontró a la mujer del bandido, a quien preguntó por el paradero de su marido. Ella contestó que su marido
sabía ya de antemano que él los iba a buscar, por lo que, llevando a su único hijo, había salido con rumbo desconocido, junto con su compinche, de apellido Taica, la mujer y dos hijos de este, y que ella no quiso fugar por tener que cuidar las cosas de su casa. El Teniente, todo contrariado y sin poder averiguar el rumbo seguido por los malhechores, se aprestaba a retirarse de la casa. En esta circunstancia, la mujer, que estaba con ropa de dormir y sola, se acercó y luego de abrazarlo y besarlo le insinuó que practicaran el acto sexual. La autoridad, vencida por la tentación, durmió esa noche con la mujer, y muy de mañana regresó al pueblo, después de desayunar. Al llegar, informó que ya no estaban los ladrones, mas el cabo comandante de puesto lo obligó a que los buscara y los hallara. Cumpliendo la orden, don Octavio, que así se llamaba el Teniente Gobernador, salió nuevamente en pos de los abigeos. Preguntando a los vecinos, averigua que estuvieron en la casa de un pariente, y ya allí, procedió como en la primera vez. Pero cuando ingresa a la casa sólo encuentra a una mujer en ropa de dormir, quien le informa que ese mismo día, sabiendo que los perseguía, los bandidos habían fugado con rumbo desconocido. Don Octavio decide entonces regresar, pero la mujer, sin que él pudiera evitarlo, lo abraza y lo besa, tras lo cual, venciendo su recato, accede a practicar el acto sexual. Temprano, después de tomar desayuno, se despide de la mujer y en su caballo se dirige a las alturas en busca de los fugitivos de de ley. Por el camino va preguntando si alguien sabe el paradero del Taica, y averigua que este estuvo en la casa de su abuela, que vivía en la jalca. Toma esa dirección y llega al sitio, donde espera la noche para sorprenderlo y evitar que se defienda con su arma. Cuando entra al domicilio, encuentra sólo a una mujer vestida con camisón, quien, a sus preguntas, contesta diciendo que efectivamente el Taica durmió allí pero ya había salido muy temprano, y que no sabía adónde había ido. En esta nueva oportunidad, como en las anteriores, la mujer abraza, besa y mantiene relaciones íntimas con don Octavio, que ya se había acostumbrado a esta clase de desenlaces. Prosigue su búsqueda y por cuatro veces más vivió episodios parecidos, siendo cada vez menor el escrúpulo de don Octavio para mantener relaciones sexuales con las mujeres de este caso. Pero la
séptima mujer le dice, cuando ha terminado su relación: "Soy la misma mujer con la que has mantenido relaciones en anteriores oportunidades; no creas que eres el hombre de las siete mujeres; yo soy la misma, he seguido tus pasos y aquí me tienes como tu compañera” . Pero como don Octavio era casado y de
buena reputación en el pueblo, le dijo que no podía sacarla a casa aparte, pero que le indicara dónde vivía para poderla visitar con la frecuencia que su situación y sus múltiples trabajos le dejaran. Entonces, la mujer le dice: “Yo vivo al pie de la peña ”, y al mismo tiempo que decía esto, su cuerpo se iba cubriendo de un espeso vello, hasta quedar convertida en una bestia horrible, y le sigue diciendo: “Si quieres, puedes ir a visitarme en donde vivo, pero ahora te pido que ya no busques a los ladrones, pues tú eres peor que todos ellos ”. Don Octavio, aterrorizado por la visión demoníaca que ante sus atónitos ojos se ofrecía, perdió el conocimiento, cayendo desmayado al suelo y botando espuma blanca por la boca. Cuando recobró el conocimiento, se encontró tirado en el camino, junto a una peña solitaria, y pidió a Dios que lo salve de esa tentación, de ese demonio que lo había seguido para perderlo. Luego hizo una cruz con palos que recogió del campo, se levantó y fue, a pie, a su casa, a donde llegó lleno de remordimientos y de pánico. Finalmente, relató a sus familiares y vecinos todo lo que le había pasado, pidiéndoles que lo perdonaran, puesto que había sido obra del demonio. Después, como ya no podía seguir a los ladrones, renunció a su cargo de Teniente Gobernador. 12) El compadre Camacho
El distrito de Namora es famoso por la forma tan alegre y divertida como celebran los carnavales. Precisamente, allá por el año 1943 se encontraba un señor de apellido López con otros amigos comentando las vicisitudes y alegrías del carnaval que hacía poco terminara, con gran pesar de los amigos carnavaleros. La reunión tenía lugar en la casa de un señor Pérez, y en medio de la euforia del licor y la comida que se servía generosamente, los recuerdos agradables afloraban ininterrumpidamente, igual que en otras noches anteriores. Así se acordaban que López había quedado de mayordomo de una botija de chicha y que doña Beatriz, mujer de Pérez, había quedado mayordoma del palo para la unsha. Los tragos iban haciendo efecto, y de
repente se acuerdan que al día siguiente era cumpleaños del señor Camacho, muy querido por todos y a quien, familiarmente, llamaban el compadre Camacho. Sabedores de la forma esplendorosa como celebraba su cumpleaños el compadre Camacho, decidieron ir a darle la sorpresa, premuniéndose de algunas botellas de licor y algunos cohetes de arranque. Los tragos ingeridos y la expectativa de una noche de bohemia y diversión allanaron las cosas, y hombres y mujeres se dirigieron a la casa del compadre, quien, como era su costumbre, con 3 días de anticipación al 24 de marzo, en que celebraba su santo, viajaba a la jalca para premunirse de carneritos, papas, cuyes y otros bienes con los que agasajaría a sus numerosos amigos que lo iban a visitar. Como empezó a llover, los amigos se pusieron sus ponchos, botas de jebe y llevaron linternas de pilas. Así, libando de cuando en cuando tragos de licor, haciendo la cruz de legua, se encaminaron hacia la casa del compadre Camacho. De lejos oyeron la música del pick up, los cohetes y, ya más cerca, escucharon gritos y risas de los que disfrutaban la reunión desde temprano. A su llegada, la mujer del compadre Camacho los hizo pasar con mucha amabilidad. Todos entraron y disfrutaron unos vasos de chicha, y casi a las doce salieron al corredor para soltar los cohetes, y luego de abrazar al compadre, le entregaron los regalos que portaban bajo su poncho. La fiesta continuó en todo su esplendor; imperaba la chicha y el aguardiente, y después vino el caldo de gallina para resollar el cuerpo, y picante para aguantar el ritmo del baile. Como a las 3 de la mañana, el señor López, acordándose que tenía que trabajar, se puso su poncho y se despidió, sin hacer caso de las insistencias para que se quedara y saliera con los demás. Premunido de un bordón, para no caerse, salió. En el trayecto iba pensando, por la lluvia que seguía sin parar, en el río que debía atravesar, pues era probable que estuviera cargado y a lo mejor no lo dejaba pasar. Así con esas cuitas llegó al río mencionado, y remangándose el pantalón comenzó a buscar un vado para evitar que la corriente lo tumbara. En estas circunstancias, y sin que se diera cuenta cómo, resultó en la otra
banda, sin haberse mojado ni siquiera los pies. Al volverse para mirar el río y comprender lo sucedido, se percató de que un hombre gordo se hallaba a su lado. Le preguntó entonces si él lo había pasado de una orilla a la otra del río, y el extraño personaje le dijo que sí. Y cuando el señor López le preguntó quién era, le contestó que era su compadre Camacho, que había venido para hacerlo pasar el río. Luego, cogiéndolo del brazo, lo condujo por un camino que no era el que debía seguir hasta su casa. A pesar de que insistía en preguntar, su acompañante seguía silencioso hasta que llegaron a una peña que tenía fama de mala, y el que decía ser el compadre Camacho le dijo: “Te llevo a mi casa, compadrito”, y agregó: “¿Quieres que te cargue? ”. Entonces el señor López comprendió que no era su compadre, y tocándole el cuerpo percibió que su extraño acompañante estaba cubierto de pelos y desprendía un fuerte olor a azufre. Lleno de pánico, atinó a levantar su bordón y descargarle repetidos golpes al demonio, diciendo: “¡Qué compadre ni qué compadre, eres el demonio! ¡Sálvame, Señor Jesucristo, de este diablo! ”. Y luego prosiguió mentando a todos los santos que en ese momento llegaban a su memoria. De esta manera pudo zafarse de las manos del diablo. La aparición de inmediato se esfumó, dejando un fuerte olor a azufre. El señor López huyó hasta su casa, donde contó a su familia lo ocurrido e hizo que le curaran los rasguños que mostraba en su cara. Más tarde contó también estos sucesos a sus amigos de tertulias y diversiones. 13) El cuarto del carbón
Servía como doméstica en una distinguida familia cajamarquina una campesina joven y buenamoza, con toda la lozanía de su fresca juventud. Se ocupaba del servicio de la mansión y del cuidado de los niños. María, que así se llamaba la criada, se hizo querer por sus méritos. Una de sus tareas era frecuentar el cuarto donde se guardaba el carbón. Una noche en que fue a sacar este combustible, desde el fondo oscuro del cuarto, una voz le dijo: "María, te espero esta noche a las 12, en el cuarto del carbón". Asustada, salió, pensando que había escuchado mal; pero la misma llamada se repitió en oportunidades posteriores. María, por temor a que sus patrones pensaran que era un pretexto para no trabajar, guardó en silencio estos hechos.
Pero días después, la voz ya no sólo se escuchaba en el cuarto del carbón sino en todas partes de la casa, a partir de las 6 de la tarde, cuando María estaba sola. Tal situación la obligó a dar cuenta a sus patrones, quienes le aconsejaron que acudiera a la cita, y también le dijeron que ellos estarían cerca para socorrerla en cuanto se hicieran evidentes las intenciones de esa voz. Efectivamente, aquel día, los señores se pusieron a jugar el rocambor en un cuarto cercano al del carbón, esperando que María acudiera a la cita a las 12 de la noche. María, confiada en el auxilio de sus patrones, aunque no sin cierto temor, penetró en el cuarto del carbón. Mas los patrones y los familiares invitados para esa ocasión se quedaron profundamente dormidos y no sintieron cuando el reloj dio las 12 ni los gritos angustiosos y aterrorizados de María . Cuando despertaron se dieron cuenta de que María ya no estaba, por lo que sobresaltados se dirigieron al siniestro cuarto, donde encontraron a la empleada sin conocimiento, botando baba por la boca, con el rostro cruelmente arañado y con heridas en todo el cuerpo. Más tarde, al despertar, contó que un bulto la había atacado y poseído sexualmente, pese a la resistencia que hizo y a sus gritos de socorro. Desde aquella funesta noche, la muchacha cambió completamente de comportamiento. De alegre y vivaz se convirtió en melancólica, su rostro se volvió taciturno y reflejaba una honda pena que ni los halagos ni mimos de los señores cambiaron. Así pasó algún tiempo hasta que un día sus patrones la encontraron muerta sobre su cama, con el cuerpo extenuado por un dolor que nadie pudo mitigar. 14) Taita, mira mi diente
Anteriormente, antes de su canalización, la quebrada Romero atravesaba el barrio San Sebastián y los moradores de este lugar afirmaban que esta quebrada era muy pesada y que por las noches se producían allí las más fantásticas apariciones de seres extraterrenales, por lo que no se aventuraban a transitar por el lugar a partir de las 11 de la noche, en que comenzaba la hora mala. Uno de esos días, un señor vecino de la calle del Batán (ahora Arequipa) tuvo que asistir a una fiesta que daba un amigo vecino del barrio San
Sebastián. De la fiesta salió más de las 11 de la noche. Arrebujándose en la capa que llevaba, se dispuso a atravesar la quebrada Romero, cuando escuchó el llanto de una criatura que, por lo visto, había sido abandonada con malas intenciones, tal como iba pensando el señor. Compadecido de la suerte de la criatura, la recogió arropándola con su capa para defenderla del frío. Con esta carga siguió su camino por la carretera de San Francisco (actualmente Amalia Puga, y en ese tiempo, Callao). El niño dejó de llorar hasta que estuvieron cerca de la iglesia de San Francisco. En ese lugar, con gran sorpresa, escuchó que el niño, con voz ronca, le decía: "Taita, mira mi diente". El señor, anonadado, vio que tenía un colmillo como de chancho, y aterrado lo arrojó al suelo. Cuando la criatura chocó, empezó a reventar, despidiendo chispas y dejando impregnado el ambiente de un fuerte olor a azufre, por lo que comprendió que había cargado al shapingo o diablo. 15) La viuda rica
En el paraje de Urubamba, hace ya tiempo, vivía una mujer que al morir su esposo le dejó como única fortuna una pequeña tienda en donde vendía jabón, gaseosas, aguardiente, sal, cafiaspirinas, cigarros nacionales y algunas otras cosas, pero en pequeña escala, hasta el extremo que se puede decir que su situación económica apenas le permitía vivir con cierto y estrecho decoro. Pero con el correr de los días , los vecinos vieron sorprendidos que, de la noche a la mañana, compraba casas, terrenos, joyas y otras riquezas que no se explicaban por su pobreza, por lo que comenzaron a suponer que la señora, agobiada por la pobreza o llevada por su ambición, se había compactado con el diablo. Así pasó el tiempo, hasta que la viuda murió. Sus parientes y pocos amigos fueron al velorio . Como a la medianoche sintieron un fuerte viento que abrió de par en par las ventanas que daban a la calle, y luego escucharon el ruido del galopar de varios caballos, infundiendo pavor en los presentes que sabían de la fama de la difunta. Esto duró un buen rato y pasó. La noche siguiente y última señalada para el velorio, los presentes habían disminuido, atemorizados por los sucesos de la víspera Pero se decidieron a permanecer muy unidos, sin perder de vista el féretro, bien iluminado con velas y cirios.
Todos estaban silenciosos y tensos, angustiados, esperando el lento transcurso del tiempo. Serían como las 2 de la mañana, cuando, de repente, con gran estrépito, el viento abrió las ventanas de la sala y otra vez e scucharon el ruido del galopar de numerosos caballos, aun cuando tampoco pudieron ver a los animales. El pánico y la impresión fueron tan grandes que varios se desmayaron, mientras otros gritaban y lloraban. Minutos después, la calma fue ganando a todos y decidieron, juntos, ver el cadáver, pero con sorpresa descubrieron que no estaba, pues el cajón se veía vacío. Así comprendieron que el diablo había cobrado su prenda, para llevarla a las profundidades del infierno. 16) El pañuelo blanco
Hacía poco tiempo que habían concluido las festividades del carnaval en las que se eligió como reina del barrio San Sebastián a una hermosa cajamarquina de nombre Catita, de cuya belleza andaban prendados todos los sansebastianeros, sobre todo un herrero que tenía su taller en la esquina de Belén, apellidado Cerdán. Este trataba de demostrar su encendido amor por cuanto medio podía, a pesar de que la bella Catita no le correspondía, lo mismo que tampoco correspondía a ninguno de los demás admiradores. Por ese entonces llegó a Cajamarca, procedente de España, un fraile de nombre Alejandro. Este fraile llegó en una hermosa mula, por el Cumbe, y directamente se dirigió al Convento de la Recoleta, en donde se hallaban recluidos los de su congregación. Poco después, tuvo la ocasión de confesar a la hermosa Catita, y apenas la divisó quedó prendado de su gran belleza. Desde entonces, las confesiones se repetían con más frecuencia, hasta que, por el trato continuo, surgió avasalladora la pasión del fraile por Catita, la que correspondió a dicho amor. Al enterarse todos, sobre todo los frustrados pretendientes, rechazaron tal situación. No obstante las habladurías, la censura de sus padres, parientes y amigos, Catita se mantenía fiel su amor a fray Alejo. De pronto, Catita cayó afectada por un extraño mal, y a pesar de las curaciones médicas, murió. Cuenta la gente que durante el velorio, el fraile se acercó y enjugó con su blanco pañuelo el rostro nacarino de su yerta amante, la que, según se dice, estaba sangrando, y dejó su prenda tapando el bello rostro, cuando cerraron la
caja. Al poco rato sacaron el ataúd para llevarlo al cementerio, en medio de la congoja de los vecinos de San Sebastián. Pasó el tiempo y vino el olvido de la hermosura de la difunta Catita y de sus amores sacrílegos e imposibles con fray Alejo. Todo se olvidó, menos el odio del herrero Cerdán hacia el indicado fraile. En uno de esos días, llegó hasta su taller de herrería un caballero desconocido, elegantemente vestido de negro, quien le pidió que cambiara los herrajes de su hermoso caballo blanco, como en efecto lo hizo, con toda solicitud. Terminado esto, el desconocido le pidió que le hiciera el favor de entregar un paquetito a fray Alejo. Cerdán, al comienzo, llevado por el odio para con su rival, se negó a aceptar el encargo, pero ante la insistencia del desconocido, convino, y de inmediato se dirigió al Convento de la Recoleta. Cuando el destinatario estuvo a su lado, le informó lo del encargo, añadiendo que el desconocido le había dicho que en compensación le diera alguna moneda. El fraile pagó el encargo, y cuando ya estuvo solo se apresuró a ver el contenido del paquetito, comprobando con sorpresa que era el pañuelo blanco con el que había cubierto el rostro de su amada Catita, y que conservaba todavía frescas las manchas de sangre que enjugara en la cara de la difunta. Lleno de pavor, arrojó el pañuelo al suelo, como si estuviera maldito, exclamando: “¡Oh, Dios mío, perdón, perdón! Algo recuperado del susto, se fue a confesar y pedir perdón por haber traicionado el voto de castidad que había dado. Al poco tiempo, se dirigió a Lima, y de allí a España, donde murió pidiendo la salvación eterna de Catita. 17) El cadáver desaparecido
Un señor se dirigía de la ex hacienda Llagadén a la ciudad de Cajamarca, atravesando las alturas del Cumbe. Como había salido tarde, y ante el temor de que lo asaltaran, ya que por esos tiempos asolaba la zona el famoso y legendario bandolero Carmen Cachi, decidió quedarse a pasar la noche en una chocita que encontró al costado del camino. Cuando ingresó, constató que estaban velando un cadáver, aun cuando, con sorpresa, se dio cuenta de que no había ninguna persona acompañando al muerto, por lo cual decidió quedarse en la casa para acompañar el velorio, acomodándose en una esquina del cuarto.
Así permaneció hasta que, aproximadamente a eso de las 2 de la madrugada, vio que 4 enormes gatos negros peleaban sobre el cadáver. Reuniendo fuerzas y valor, se levantó para ahuyentar a los animales, pero al aproximarse a la caja, los gatos desaparecieron misteriosamente, y cuando miró dentro del ataúd, observó, lleno de miedo, que el cadáver había desaparecido. 18) La celosa castigada
En el barrio San José vivía un señor en compañía de su celosa esposa, la misma que, en su enfermizo amor, martirizaba continuamente a su esposo, no obstante que este no daba razón alguna para dichos celos. Una de esas noches, el señor salió a la calle para dar una vuelta, suponiendo que su esposa lo iba a seguir, como en efecto sucedió. La señora esperó un momento y sigilosamente se dio a la persecución, esperando descubrirlo con otra mujer. El marido, ya seguro de lo que sucedía, apresuró el paso, entrando y saliendo por diferentes calles, logrando despistar a su mujer. Habían pasado las horas y la mujer, sola, se encontró errando por una calle angosta a eso de las 11 de la noche. En esas circunstancias se le presentó un señor muy elegante, montado en brioso caballo, quien le preguntó el motivo por el que se halla caminando sola siendo tan tarde. Cuando ella le dijo el motivo, el caballero comenzó a azotar a la celosa con la rienda de su caballo, hasta que cayó desmayada al suelo. Mientras tanto, conseguido su objetivo, el esposo retornó a su hogar y, naturalmente, no encontró a su esposa, pero como sabía que había salido a perseguirlo, no se alarmó por la tardanza. Se acostó a dormir y pronto el sueño lo rindió. Al día siguiente, con alarma, comprobó que su esposa no había regresado y salió a buscarla, encontrándola, todavía desmayada, en la esquina del pato (hace años, en la quinta cuadra de Tarapacá, casi al llegar a la calle Junín, existía una pila en forma de pato). Auxiliado por algunos vecinos que a esa temprana hora acudían a la misa de las monjas, atendieron a la señora, pero pocas horas después murió, no sin antes relatar a su esposo lo que le había pasado y pidiéndole perdón por sus celos. 19) Un jinete misterioso
Un pobre campesino volvía a su domicilio, después de realizar sus compras en la ciudad. En su alforja traía una talega de coca y un puñal de acero, en precaución de lo que pudiera suceder en el camino. Como el trayecto era largo y se había encontrado con amigos que le invitaron unas copas de cañazo, se le hizo tarde y a eso de las 11 de la noche, más o menos, notó que detrás de él cabalgaba, en briosa mula bien enjaezada, un caballero elegantemente vestido. Cuando este jinete se aproximó al campesino, lo saludó y luego lo invitó a que subiera al anca de la mula para conducirlo hasta su domicilio. El campesino aceptó gustoso, pero al ir a montar sintió un miedo indecible, y ya no pudo subir. Al contrario, sospechando algún posible ataque imprevisto, sacó de su alforja el puñal y se puso en actitud defensiva. El señor le insistió que subiera, pero el campesino, lejos de hacer caso, comenzó a arrojarle piedras, notando con gran sorpresa que estas caían como copos de lana en el cuerpo del misterioso jinete. Luego de un rato, probablemente por el poder del puñal de acero, consiguió ahuyentar al jinete y pudo seguir su camino. Después de un trecho, volvió a encontrar al mismo jinete en una encrucijada del camino, recibiendo la misma invitación para montar en la mula, pero logró alejarlo con su puñal. Esta escena se repitió en otra parte, más adelante, con los mismos resultados. Casi ya sin fuerzas y desfalleciente, el campesino llegó a una chocita donde pidió albergue y contó a los dueños lo que le había sucedido. Luego se desmayó botando espuma por la boca, y días después falleció en medio de convulsiones y dolorosos estertores. 20) Los duendes de Pilcay
De esto hace ya mucho tiempo, cuando una familia extranjera llegó a vivir en una hacienda que queda junto al cerro de Pilcay, famoso por sus encantamientos y cuevas grandes que, se asegura, son el camino de los seres sobrenaturales. En una oportunidad, los padres tuvieron que viajar a la ciudad, por lo que dejaron a sus dos pequeños hijos al cuidado de una sirvienta. Ese mismo día, cuando los niños se hallaban jugando cerca de la casa, se les presentaron dos criaturas desnudas, de ojos azules y tez muy blanca y sonrosada. Los niños
trabaron amistad y estuvieron jugando por el bosque aledaño hasta el momento que la muchacha los llamó para que almorzaran. Estas reuniones infantiles se repitieron algunos días más, y precisamente el día que llegaron los padres, los niños habían salido al bosque. Cuando los llamaron y buscaron, no aparecieron. Todos los vecinos ayudaron en la búsqueda, fracasando en la tarea. En eso llegó a la casa un anciano, pidiendo posada. Los señores, no obstante sus tribulaciones, ordenaron que le proporcionaran al extraño comida y un cuarto para dormir. El campesino preguntó el por qué de las penas y llantos de la madre, quien contestó que era por la pérdida de los niños. Entonces el anciano les dijo que no se preocuparan porque en el Pircay siempre pasaba eso, ya que del cerro salían los duendes en forma de criaturas, y que él podía ir a traerlos. Para salir pidió un látigo porque, según dijo, los duendes tienen miedo al látigo, y con esto emprendió la marcha en dirección a las cuevas del Pircay. Al poco tiempo, regresó con los niños, que fueron recibidos con gran alegría. Ambos contaron que estuvieron con otros dos niñitos en una cueva grande, y que les habían dado golosinas y frutas. Aseguran que los duendes no se asustaron, sino que, al contrario, siguieron frecuentando el trato de los niños. Pero un día desaparecieron para siempre y los atribulados padres tuvieron que retornar a su país ya sin sus hijos. 21) El chancho de Santa Apolonia
Después de asistir a una fiesta, un joven que vivía en la primera cuadra del jirón Cajamarca, y que antes se llamaba Calle Real por ser el ingreso a la ciudad viniendo de la costa, se fue al cerro Santa Apolonia a realizar una necesidad fisiológica. Luego retornó a su casa, pero en el trayecto se le presentó un chanchito, sin explicarse de dónde procedía. El joven, sin pensarlo más, pues todavía estaba bajo los efectos del licor ingerido en la fiesta, agarró al animal y se dispuso a llevarlo a su casa. Con el chancho en brazos, prosiguió su camino, pero al poco rato notó que el chancho iba creciendo y cada vez pesaba más. Entonces comenzó a dar de gritos
pidiendo auxilio, y el chancho, escapándose, comenzó a rodar por la pendiente, botando chispas y dejando una estela de azufre. A los gritos desesperados del joven, ningún vecino se atrevió a abrir sus puertas, ya que sabían que a esas horas era muy peligroso salir a las calles. Se decían muchas cosas misteriosas del cerro, como que había servido de residencia a los gentiles, que estaba poseído por el diablo y que, probablemente, el túnel que allí existía era el camino para los infiernos. Recién a la madrugada encontraron los vecinos al joven, tirado en el camino, inconsciente y arrojando espuma por la boca. 22) Los toritos encantados
Cuentan las personas mayores que en las noches claras de Luna sale del Cerro Alto (Contumazá) un toro de plata refulgente. Emerge de una cueva honda y comienza a recorrer las faldas del cerro hasta una parte plana, en donde se encuentra con otro toro de oro refulgente que sale del cerro Pan de Azúcar, con el que se traba en una feroz pelea, rodándose entre las peñas, desangrándose por todas partes del cuerpo y haciendo temblar a l os cerros con sus fuertes mugidos. La Luna, cansada de presenciar tanta ferocidad, se oculta, y en esos momentos dejan de brillar los animales y cansados se retiran a sus respectivos cerros. Dice la gente que cuando está por salir la Luna llena, se pueden escuchar lastimeros mugidos que labran el alma de tan tristes y melancólicos que son, suponiéndose que ello obedece a que los toros salen a restañar sus heridas y a llorar su destino, pues dicen que son personas encantadas en forma de animales. Se considera que estos toros bravíos fueron unos caciques principales de los lugares ahora denominados Molle y Canazum, comprensión de la provincia de Contumazá. Estos caciques se disputaron fieramente el amor de la hija de un hechicero, el mismo que al saber de las pretensiones de los caciques, usando sus malas artes, los transformó en toros, uno de oro y otro de plata, condenándolos a que siempre que se encontrasen se trabaran en feroz pelea, la cual sólo terminaría con el ocultamiento de la Luna. Estos toros encantados aparecen una vez al año entre las manadas del ganado vacuno que pasta en los cerros, en donde los sorprendidos pastores
los pueden ver en toda su extraña belleza. Es creencia, entre la gente del lugar, que cuando aparece el toro de plata entre la manada, el año será bueno y los animales se reproducirán en abundancia, pero que cuando aparece el torito de oro, el año será malo, habrá sequías y pestes. 23) El duende de la laguna de Chamis
Se cuenta que antes, cuando la laguna de Chamis era muy grande, la gente se iba a lavar la ropa muy de madrugada, pues a esas horas el agua estaba tibia. Más o menos a las 4 de la mañana, solía ir a ese lugar, portando grandes quipes de ropa de las personas que le pagaban para eso, una señora madre de dos criaturas todavía muy tiernas. En una oportunidad de Luna nueva, como de costumbre, la señora se hallaba lavando la ropa cuando, de repente y sin saber cómo, se le presentó un señor muy apuesto que comenzó a fastidiarla, pero la señora no le hizo caso, pues tenía sus menores hijitos. No obstante que el caballero insistía en sus requerimientos, no accedió, y el señor desapareció en dirección a la laguna. En otra oportunidad, y en las mismas circunstancias, se presentó el caballero a reanudar sus propósitos de mantener relaciones con la señora, y como esta nuevamente se negara, el caballero la secuestró para conducirla a la laguna, en donde ambos desaparecieron. Ese día, sus familiares comenzaron a buscarla, pasando los días sin encontrarla. Los hijitos lloraban mucho por su ausencia. Entonces los familiares y unos amigos contrataron los servicios de un brujo, y todos fueron a la laguna, por la noche, pues la gente decía que a esa hora veían a una mujer lavando, pero que cuando se acercaban, desaparecía. Ya en la laguna, el brujo comenzó a llamar a la mujer desaparecida, que lentamente iba surgiendo en medio de la laguna. Pero no contestaba, y a pesar de los muchos esfuerzos desplegados no hacía caso, como si no escuchara. Entonces los acompañantes le echaron lazo y comenzaron a jalarla, pero la lavandera tenía mucha fuerza y no se dejaba arrastrar, hasta que, finalmente, consiguieron su objetivo y lograron conducirla a su casa, en donde permaneció siempre bajo la vigilancia de sus familiares, pues durante las noches de Luna llena intentaba ir a la laguna, pero ellos no la dejaban. Así pasó algún tiempo
hasta que murió, completamente enflaquecida y loca. 24) La procesión de los diablos
Cuentan los moradores del lugar que del cerro Callac Puma, cerca de Llacanora, sale una procesión de la misma boca de la cueva que en ese lugar existe. Sale esta procesión durante las noches de Luna nueva, ya sea de martes o viernes, acompañada de una gran cantidad de fieles. Dicen, además, que los concurrentes a tan extraña ceremonia portan, en una litera que llevan en hombros, la imagen de un toro confeccionado en madera. Aseguran que el cortejo se dirige al pueblo de Llacanora, y que luego de recorrer todo el perímetro de la plaza principal retorna a la cueva. Durante el trayecto, los acompañantes van entonando una serie de cánticos sin que nadie pueda entenderlos, y cuando la gente sale a ver el paso de la procesión sólo ven bultos negros, sin poder distinguir la cara de ninguno de ellos, todos los cuales portan una vela cada uno. La gente del lugar afirma que el objeto de estos extraños hechos es conducir a los curiosos a adorar al toro de madera, que simboliza el oro y la plata, a través de los cuales el diablo seduce a los cristianos para llevarlos a su morada infernal. Por eso también aseguran que es malo pasar por la gran cueva del Callac Puma, porque por ella salen los diablos. 25) La culebra con bigotes
En el lugar denominado Santa Rosa, comprensión del paraje Calispuquio, existe un pozo que tiene el mismo nombre del lugar, y al cual acuden las vecinas del lugar a lavar la ropa de sus difuntos para el 5 después de acaecida la muerte, situación por la que se dice que en ese lugar siempre penan las almas. Pero el Jueves Santo, todas las personas dejan de ir a la lava porque se les presenta una enorme culebra con bigotes, la que trata de atrapar a las desprevenidas lavanderas para llevarlas a las profundidades de la tierra en donde mora, como en efecto ha sucedido en varías oportunidades con personas que no sabían de la maligna aparición. Se afirma que la culebra no es otra cosa que el demonio.
26) El niño abandonado
Cuentan que hace muchos años, cuando un señor viajaba de Cajamarca a los Baños del Inca, por el camino viejo, encontrándose más o menos a mitad del camino, como a las 4 de la mañana, se percató de que en medio del camino abandonado yacía una criatura de muy poca edad, dando lastimosos llantos. El señor, maldiciendo a la mujer que había abandonado a ese angelito poniéndolo en riesgo de muerte, se bajó de su caballo y, envolviéndolo con su poncho, lo llevó en sus brazos, con la intención de entregar el niño al orfelinato, si no encontraba a su madre. Había caminado un buen trecho cuando sintió que la criatura pesaba cada vez más, y para ver lo que sucedía lo destapó, no observando nada raro. Cuando quiso arroparlo nuevamente, escuchó que la criatura le decía, con voz ronca: “Taita, mira mis ojos ”. Esa voz lo alarmó, y viendo los ojos del niño comprobó que estaban rojos como brasas. Sobrecogido de terror, lo arrojó al suelo y vio que al tomar contacto con la tierra la criatura reventaba botando chispas, fundiéndose en una masa de fuego. 27) Los ovillos de lana
Un señor llamado Manuel, retomaba a su casa, tarde por la noche, después de visitar a un amigo. Vivía en el barrio San Pedro, por la calle Unión, casi junto al río Racra, en el lugar llamado Urubamba. Cuando atravesaba la esquina que hacen las calles Unión e Islay, pasando frente a la Cruz Verde que queda en el indicado lugar, vio en el suelo cuatro ovillos de lana. Entonces, pensando quién habría botado esa lana, recogió los ovillos y prosiguió su camino hasta llegar a su casa. Ya en su hogar, puso los ovillos sobre la mesa de la sala y se dirigió al dormitorio, donde al poco rato se quedó profundamente dormido. Al día siguiente contó a su esposa lo de su hallazgo y fue a la sala para traer los ovillos, pero con gran sorpresa vio en la mesa ya no estos sino 4 calaveras. 28) La mula y el diablo
En un pueblo, hace ya muchos años, vivía un cura con su amante, una joven hermosa del lugar a quien había seducido con engaños y regalos valiosos que continuamente le hacía. Pero este cura sabía que su mujer, por
las noches, cuando él se quedaba dormido, se convertía en mula y así salía a recorrer las calles, causando pánico entre los humildes habitantes del lugar, situación que le causaba mucha pena, pues quería entrañablemente a su amante, por lo que trataba de rodearla de las máximas comodidades y afectos. En una oportunidad, el cura tuvo que viajar a la ciudad de Cajamarca, llamado por el obispo, y recomendó a su sacristán, hombre que le merecía la mayor confianza y aprecio, que cuidara de su amante y que nunca la despertara cuando estuviera durmiendo, lo mismo que no la abandonara durante su vigilia y le proporcionase todo cuanto le pidiera. Efectivamente, en la noche el sacristán durmió junto al dormitorio de la mujer. Ya había agarrado el sueño, cuando a eso de la medianoche escuchó un fuerte ruido en el patio, como si un jinete se paseara con espuelas. Intrigado, salió para ver por una rendija de la puerta y divisó a un hombre vestido con ropa de montar, alto, blanco, poblado de barba y con chicote en mano. Lo vio luego montar en una mula y, sin abrir la puerta, salir a la calle y perderse, relinchando. Transido de miedo, el sacristán ingresó al dormitorio de la mujer del cura y comprobó que la cama estaba vacía; entonces se puso a llorar y temeroso regresó a su cama. Al poco rato volvió a oír los relinchos, el tropel en el patio y luego unos pasos que se dirigían al dormitorio de la mujer. Instantes después, todo era profundo silencio. De inmediato se levantó el sacristán y, por el ojo de la cerradura, vio que en la cama descansaba una mula, y comprendió cuál era la verdad. Al día siguiente, atendiendo a la recomendación de su superior, el sacristán no despertó a la mujer, esperando que por sí sola se despertara, pues sabía que si no era así, se quedaría convertida en mula hasta su muerte, sin recobrar su forma humana. Cuando la mujer se levantó, le contó al sacristán que se sentía muy cansada y que le dolía la boca y las costillas, lo mismo que las manos y los pies, como si algo le hubiera pasado. 29) Amores sacrílegos
Hace ya mucho tiempo llegó al distrito de San Juan un joven párroco que al comienzo desempeñaba con mucha rectitud y santidad su ministerio, haciéndose acreedor de la estimación y general respeto de la feligresía. Pero con el correr del tiempo dejó entrever su proclividad a las cosas sexuales,
hablándose de que en repetidas oportunidades había quebrantado el voto de castidad hecho al recibir las órdenes sacerdotales. Existía por entonces una hermosa sanjuanera, hija de padres acomodados, dueños de una finca que producía abundantes y variadas cosechas. De esta joven se enamoró el cura, y buscó conquistarla. Primero consiguió su amistad, después la invitaba a escuchar misas que ofrecía en su nombre, con el objeto de que se cumplieran sus más caras aspiraciones. En re compensa, la joven lo invitó a que almorzara en la finca de sus padres, y cuando el sacerdote acudió a esta invitación, fue atendido espléndidamente, pasando el día sin sentirlo. Como cayó la noche, y siendo la hora avanzada, se quedó a dormir en la finca, habiendo sido invitado para ello por los padres de la muchacha. Las cosas siguieron así hasta que la muchacha, venciendo sus naturales aprehensiones, accedió a los requerimientos amorosos del cura. Poco después, la joven quedó embarazada, por lo que salieron a vivir en casa aparte, en medio de las murmuraciones y condenación unánime de todos los vecinos, que apodaron a la mujer como la lavandera del cura. Pasó el tiempo y nació su hijo. Como amaba mucho a su primogénito, el cura buscó una mujer que lo atendiera, para que no sufriera de nada. La vida pasaba aparentemente feliz, cuando uno de esos días la empleada vio que en el dormitorio de la señora, en su cama, estaban durmiendo una mula y un potrillo, por lo que, horrorizada, corrió a avisar al cura de lo que había observado. Este le preguntó sí los había despertado, explicándole que si eso pasaba ya no regresarían a su estado natural de seres humanos; además, le recomendó que guardara profundo secreto de lo acontecido. Sin embargo, poco después, todo el pueblo se enteró, y un día que la mujer del cura pasaba por la calle, una señora que sabía el secreto tapó con su sombrero la huella que había dejado la mujer a su paso y rezó diez Padrenuestros y un Credo y destapó la pisada, comprobando que en el suelo se hallaba marcada la huella de una pisada de mula, certificándose así que las mujeres que conviven con curas se convierten en mulas y los hijos que procrean en potrillos. 30) Los gatos endemoniados
Hace algún tiempo, un cura mantenía relaciones sacrílegas con una joven y hermosa feligresa, a la que había sacado a vivir en casa aparte, poniéndole un chico para que le sirviera, sin permitir que ninguna otra persona ingresara a su domicilio. Esto lo hacía por celos, pues temía que si la muchacha veía a otros hombres, pudiera enamorarse, o que estos la requirieran. Tiempo después, la mujer enfermó gravemente y, por más que hizo el cura para salvarla, falleció. No dejó que nadie acudiera al velorio, donde sólo estaban él y su empleado. En la noche, cuando estaban en un cuarto distinto a donde estaba la capilla ardiente, oyeron bulla, y el cura ordenó al muchacho ir a ver qué sucedía. Cuando este fue a cumplir la orden, contempló, lleno de miedo, que sobre el ataúd peleaban dos gatos negros. De inmediato informó al cura, quien le ordenó que espantara a esos animales, mas cuando fue a hacerlo ya no encontró sólo dos sino muchos gatos, todos peleando. Corrió nuevamente a informar a su patrón, que, imperturbable, repitió la misma orden. El muchacho, sin tener otra alternativa, regresó a la capilla, donde vio, lleno de terror, que ahora todo el cuarto estaba lleno de gatos negros peleando por posesionarse de la parte superior de la caja. Ante tal bulla, salió el cura, y ambos, horrorizados, vieron que en un instante los gatos habían desaparecido, lo mismo que el cadáver. Cuando llegó la hora del entierro, el cura llenó con piedras el ataúd, para que la gente creyera que dentro se hallaba el cadáver y no maldijeran a su mujer. 31) El duende de Huacaloma (versión de Lorenza Julca)
En el sitio denominado Huacaloma, comprensión del paraje de Mollepampa, había un puquio que ahora se ha secado y donde se abastecían de agua los moradores del lugar (en este lugar, distante 4 km de Cajamarca, en 1979, la misión arqueológica japonesa, dirigida por el doctor Terada, practicó excavaciones en busca de asentamientos humanos tempranos). Dicen que de ese puquio, en las noches de Luna llena, salía una mujer blanca, gringa, muy buenamoza, a sentarse en la orilla, en procura de conquistar a los jóvenes y hombres, los cuales, después de caer en su red de amores, aparecían completamente locos, idos o atontados.
Últimamente, la duende se enamoró de un joven perteneciente a la familia Chunque, el mismo que después de gozar un tiempo de esos amores empezó a dar muestras de locura y de estar muy enfermo. Dicen que la duende, por las noches, llegaba a la casa de Chunque y golpeaba su pared. Entonces, cuando el joven salía, lo jalaba del brazo y lo llevaba hasta el puquio. Los vecinos se dieron cuenta de que el joven había sido tentado por la duende, por lo que, para salvarlo, pidieron autorización a sus padres y, acompañados de un maestro, dejaron en el puquio, a cambio del joven, un bollo de azúcar blanca que habían preparado. Desde entonces, la duende ya no fastidia al joven, y este, poco a poco, ha recobrado su salud y su razón. 32) La cama voladora
Recientemente había llegado al caserío de Chanche la nueva maestra de la escuela, e instaló su domicilio en el mismo local escolar, donde vivía completamente sola. Por las noches, para mayor seguridad, ponía tranca a la puerta. Cuando llegó la Fiesta de las Cruces, que es festividad religiosa del lugar, la señorita fue invitada a las noches de novena, pero, disculpándose por la larga distancia desde la escuela hasta donde se rezaba, decidió no asistir. Sin embargo, el Teniente Gobernador, deseoso de que la profesora por lo menos asistiera a los rezos de la víspera, insistió en ello, comprometiéndose a acompañarla al regreso. Finalmente, la señorita aceptó. Concluido el rezo, la acompañó no sólo el Teniente Gobernador, sino también los familiares de éste, que la dejaron en la escuela. Sería como las 2 de la mañana cuando de repente sintió un fuerte ventarrón, al mismo tiempo que un penetrante olor a excremento de caballo. Luego, con sorpresa y horror, sintió que su cama se elevaba por los aires. Sobreponiéndose al susto, encendió su linterna y vio que se hallaba en su cuarto y que allí no había nadie. Pensando que pudo haber tenido una pesadilla, procuró dormir, aunque sin apagar la luz. Ya estaba por dormirse, cuando sintió nuevamente que su cama se elevaba; entonces se arrojó del catre y, no teniendo a quién recurrir en procura de auxilio, atemorizada, se sentó en una silla a esperar el día. Como pensó que los vecinos no iban a dar crédito a lo sucedido, viajó de
inmediato a su casa y consiguió que una tía mayor la acompañara, luego de informarle del caso. Cuando pasaban la primera noche juntas en la escuela, ocurrió nuevamente el mismo caso, aunque esta vez, si bien percibió el olor a estiércol, la tía no vio que la cama se elevara. Para corroborar el hecho, la maestra pidió que la tía pasara a su cama, mientras que ella dormiría en la otra. Así lo hicieron, pero de nada sirvió el cambio, pues la señorita volvió a sentir lo mismo, mientras rogaba a la tía que la ayudara para que no la llevasen. Mas la tía no vio que la cama volara. Por el gran horror que vivía durante las noches, la maestra informó de los hechos al Gobernador, quien dispuso que unas mujeres del lugar acompañaran a la maestra, mientras tres hombres cuidarían la puerta por fuera. A pesar de la numerosa compañía, entre la una y dos de la madrugada, a la misma hora que en las ocasiones anteriores, ocurrió lo mismo. A gritos, la joven pedía que la auxilien y que no dejaran que se la lleven, pero todos veían la cama en el mismo sitio. Nuevamente viajó a la ciudad, pero esta vez le contó todo lo sucedido a su confesor, quien le aconsejó que entronizara la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en esa casa y que regara con agua bendita el cuarto donde dormía. Así lo hizo, y desde entonces ya no han tratado de secuestrarla los malos espíritus. 33) La seductora nocturna
Es fama que el cerro de Huayrapongo es un cerro malo porque allí vivieron los gentiles. Además, se dice que, por tener aguas detenidas, en él habita un duende que, en forma de mujer (súcubo), trata de seducir a los hombres. No hace de esto todavía mucho tiempo, y se mantiene palpitante en el recuerdo de los moradores del distrito de los Baños del Inca, dentro de cuya comprensión se encuentra el cerro en mención. Esto aconteció a varios soldados del Batallón de Infantería "Zepita " Nº 7. Se cuenta que una noche de cuarto menguante, un soldado se hallaba apostado de centinela a inmediaciones del cerro Huayrapongo cuando, más o menos a las 11 ó 12 de la noche, oyó que una voz de mujer lo llamaba con insistencia. Intrigado, trató de divisar a la persona que a hora tan desusada
andaba por esos lugares. A la débil luz de la Luna, pudo divisar que por entre los árboles de eucalipto una mujer blanca, rubia, de cabello largo muy hermoso, y completamente desnuda, le hacía señas y lo llamaba. El soldado, olvidando la estricta disciplina militar, y en la esperanza de tener una feliz aventura con la gringa, abandonó su puesto y comenzó a perseguir a la mujer, que cada vez se internaba más por el bosque, rumbo al cerro. Cuando llegó un nuevo soldado a relevar al centinela, comprobó que el puesto estaba abandonado, de lo que dio cuenta inmediata al oficial. Ambos se constituyeron y ratificaron la probable deserción, por lo que dieron la alarma y emprendieron la búsqueda general, pero sin encontrar la menor huella. Así pasaron tres días, al final de los cuales, como a las cinco de la tarde, el presunto desertor se hizo presente en el cuartel, pero ya con todos los indicios de una grave alteración mental. El pobre hombre estaba como loco, y entre incoherencias logró relatar, más o menos claramente, la extraña aventura que le sucedió, la misma que nadie creyó. Por las noches, el seducido hablaba solo, como dirigiéndose siempre a una gringa, a una mujer muy bella. Pasaron varios días, y una noche, burlando la vigilancia que se ejercía sobre él, se escapó rumbo al cerro. Desde entonces, dicen los moradores, en las noches de Luna llena pueden ver al soldado recorrer el cerro como si anduviera persiguiendo a alguien. Se asegura que esta misma aventura, con su trágico desenlace, les ha sucedido a otros soldados del “Zepita” que, como el anterior, cumplían su
guardia nocturna. Se refiere que hace muy poco uno de ellos divisó a la seductora nocturna o la gringa, como vulgarmente se la conoce, y que, aceptando los requerimientos, la siguió, pero cuando la tenía a su alcance se transformó en un bola de fuego, y rodando por la pendiente del cerro, desapareció misteriosamente. A este soldado lo encontraron al día siguiente, desmayado, botando espuma por la boca y con síntomas de enajenación mental. Esta es la razón, se asegura, por la cual ahora los jefes del Batallón han adoptado la costumbre de poner dos soldados en cada puesto de centinela nocturno. 34) El joven que no durmió en su cama
Como a eso de las cinco de la mañana, dos vecinos que se dirigían a traer la yunta para el arado, encontraron en la orilla de una quebrada a un joven que vivía cerca, con el rostro completamente arañado y con señales de haber perdido la razón. Al preguntarle la causa de su estado. El joven sólo atinó a decirles que no podía precisar qué es lo que le había ocurrido, que sólo recordaba haberse acostado en su cama, pero que no sabía cómo resultó durmiendo en el campo, junto a la quebrada. Los vecinos, sabiendo la fama de que en la quebrada había duende, concluyeron que al joven quiso secuestrarlo la duende, pero probablemente él se resistió, y por eso aquella no pudo cumplir su cometido, contentándose con arañarle la cara. Desde entonces, el joven ya no pudo recobrar del todo la razón, y ha quedado como idiota, medio gafo, y anda por las noches rondando los parajes solitarios, probablemente por la duende que le robó el ánima. 35) La invitación de la gringa (relato de Margarita Palacios)
Ese día se le hizo muy tarde a un agricultor que tenía su fundo más allá de San Pablo, por terrenos de la comunidad de Unanca, por lo que decidió quedarse a pasar la noche en la casa de su compadre, temiendo que algo le ocurriera en el camino. Antes de que rompiera la aurora, para llegar temprano a su casa, ensilló su mula y a paso ligero tomó el camino de las alturas. Al pasar por la quebrada que siempre traía agua, pero en pequeña cantidad, vio sorprendido que ahora era enorme el caudal, no obstante que aún no era tiempo de lluvias. Sobreparando su mula, se acercó al borde y vio que en un remanso se hallaba una mujer muy blanca, gringa, completamente desnuda, peinándose sus largos y rubios cabellos. Al notar la presencia del hombre, la mujer lo llamó para que se acercara, pero al mismo tiempo la mula se espantó y ya no quiso seguir. Esto hizo que el jinete comprendiera que se trataba de una aparición maligna, y espoleando a su animal huyó a toda velocidad. Unos vecinos que habían visto de lejos lo ocurrido fueron a la quebrada para comprobarlo, pero ya no hallaron nada.
36) Los duendes (relato de Nicolasa Paico)
Según la versión popular, los duendes se forman del cuerpo de los niños que no pudieron nacer por causas naturales o que fueron abortados. Como en tales circunstancias no pueden ser bautizados, se transforman en duendes, los mismos que, si bien es cierto son seres encantados y algunos malignos, no llegan a ser diablos. Por este origen, los duendes se aparecen como niños juguetones, traviesos, aun cuando siempre traen consecuencias funestas para los humanos, a los cuales pueden raptarlos o encadenarlos mágicamente, sobre todo cuando se trata de los duendes de puquio, de molino o de horno, no ocurriendo lo mismo con los duendes de árboles (el duende de árbol es en realidad el gnomo o genio de la naturaleza, en la concepción folclórica europea). Los duendes de puquio son sumamente lascivos, y llegan a seducir a las doncellas, a las que algunas veces dejan embarazadas. Las lagunas también tienen duende con características similares al del puquio, aun cuando en algunas lagunas se presenta el diablo y no el duende, como en el caso de la laguna de Matarococha. Por esta clase de posesión, todos estos lugares o árboles son malos y hay que andar prevenidos contra la acechanza del duende, que indiscutiblemente es demoníaca, aunque no muy claramente en el caso de los árboles lechosos o solitarios, o en el de las plantas trepadoras. En principio, todos los lugares soledosos, inquietantes o peligrosos son poseídos por estos espíritus de la naturaleza, contradictorios con el espíritu del hombre. En esta forma, pensamos, se resuelve la dialéctica que opone el hombre a la naturaleza en la lucha por la vida, ya que el hombre, en esta dimensión mágica, se apodera de la naturaleza, pero, al mismo tiempo, la naturaleza busca también apoderarse del hombre a través de sus emisarios, que son los duendes. Para ahuyentar a los duendes de los árboles lechosos –como la lúcuma, el higuerón, el higo o el molle – o de los árboles solitarios, se debe arrojar contra dichos árboles el excremento humano o cualquier otra sustancia maloliente, como los orines guardados, pues estos seres son muy sensibles a la pestilencia. Los duendes de horno persiguen a las criaturas que aún no han sido
bautizadas, a las que pretenden raptarlas o robarles el ánimo, dejándolas con mal de espanto. Para ahuyentarlos, se debe bautizar el horno y colocar en la parte superior una cruz o hacer una ventana en forma de cruz. Las caídas de agua en cataratas o los remansos de los ríos tienen duenda o súcubo, la que se presenta como mujer muy bella, rubia, blanca, de cabellos muy largos, y desnuda. Con cantos, esta duende trata de seducir a los hombres en procura de mantener con ellos trato carnal y así encadenarlos a sus designios demoníacos. Por lo general, a los duendes de árbol y de molino se los puede ver en las noches de Luna llena, cuando salen al campo a jugar como los niños. 37) La molienda del compactado (relato de Manuel Rojas)
Afirma la gente mayor de Celendín, provincia del departamento de Cajamarca, que no hace todavía mucho tiempo que vivía en esa ciudad una persona oriunda del lugar que, en forma inexplicable, llegó a amasar una fortuna fabulosa. Se decía que había muchas otras personas tan trabajadoras como el señor del cuento, pero nunca pudieron reunir tanto dinero, circunstancia que hizo presumir que el indicado caballero sostenía trato innoble con el diablo, quien debía proporcionarle tal riqueza, con la cual adquirió muchas propiedades tanto en Celendín como en Cajamarca. Afirma la gente que este señor acudía los viernes por la noche al cerro Tolón, cercano a la ciudad, y que este cerro malo se abría a las 12 de la noche para permitir el ingreso del señor, quien, ya dentro del cerro, se sentaba en un gran sillón a presenciar cómo unos hombres, cruelmente castigados por los diablos, daban vueltas a un molino de caña de azúcar. Se dice que el compactado se deleitaba viendo cómo los diablos hacían restallar su látigo sobre las espaldas y las nalgas de los infelices esclavos del demonio, de cuyos cuerpos martirizados, a cada latigazo, salían como rayos o chispas. Ya por la mañana, antes de que rayara el alba, el compactado regresaba a la ciudad procurando ocultarse de la gente que a esas horas se dirigía a sus chacras. Llevaba en su hombro una gran alforja llena de oro. 38) El intento de posesión (relato de Juana Sangay T.)
En el pueblo de Magdalena (distante unos 65 km de la ciudad de
Cajamarca) vivía una señora dedicada a la elaboración de pan, el mismo que vendía en ese lugar y que le proporcionaba una situación económica envidiable. En su misma casa quedaba el horno donde hacía su industria. En cierta oportunidad, como a las 2 de la mañana, la señora se encontraba dormida después de un agotador día, cuando, sobresaltada, oyó llorar a su pequeño hijo de 3 años de edad. Levantándose, fue a ver a su hijo y no lo encontró, pero escuchó nuevamente su llanto desesperado en el cuarto del horno. Corriendo, fue allí con una luz, y vio a su niño en el suelo, con su carita completamente arañada. Entonces lo levantó y lo llevó a su cama, con la idea de que le había ocurrido eso por sonámbulo. Después de unos días, volvió a suceder lo mismo, y así hasta en 4 oportunidades, en todas las cuales encontraba al menor cerca de la boca del horno y con la cara completamente arañada. Preocupada, contó los sucesos a una comadre, quien le dijo que a lo mejor no había bautizado al horno, y que por ese motivo estaba poseído por un duende, el mismo que pretendía arrebatarle a su hijo para llevárselo a los infiernos. Le dijo también que como el niño lloraba, el duende no podía llevárselo, y en venganza le arañaba el rostro. Siguiendo el consejo que le dio su comadre, la panadera recurrió a un sacerdote para que bendijera el horno, y colocó también una cruz de palo en la parte superior del mismo. Desde entonces, ya no volvieron a suceder estos hechos. 39) La casa de los diablos (relato de María Valencia)
Según cuentan las personas mayores, el Cerro Punta, a partir de las 6 de la tarde, rapta a las personas que pasan por allí para conducirlas a sus entrañas, donde hay una ciudad muy bonita con muchos palacios y grandes casas iluminadas en las que viven los diablos en compañía de las personas que llevan a esclavizar. Por esta mala fama, la gente no se aventura a pasar por el Cerro Punta desde esa hora de la tarde hasta las 5 de la mañana siguiente, pero de todas maneras algunas personas se ven obligadas a pasar por ese lugar a las horas malas, por lo cual el cerro las captura y nunca más se vuelve a saber de ellas, por mucho que las busquen. Se cuenta que una vez pasaba por el cerro Punta, casi en la oración, una señora con su hijito, cuando de pronto una piedra se abrió como puerta y por
ahí desaparecieron ambos. Sus familiares, al ver que no regresaban pasados los tres días, los buscaron intensamente, pero al fracasar en su intento de hallarlos, recurrieron a los servicios de un brujo. El brujo requerido fue Manuel Huaccha, hoy muerto, el que les pidió le llevaran un cuy negro y una canasta de tamaño regular llena de dulces de diferentes clases, junto con frutas y golosinas. Luego, el maestro, en compañía de 4 hombres fuertes, se dirigió al cerro a las 12 de la noche, y frente a una cueva empezó a llamar a los desaparecidos: la señora Natividad Sandoval y su hijo. Cuando Natividad contestó, el brujo le dijo que quería hablar con su patrón, y al poco rato salió por la boca de la cueva una mula botando chispas por la boca y desprendiendo fuerte olor a azufre. Estando fuera, la mula le preguntó al brujo qué quería, y el maestro te dijo que a Natividad Sandoval y su hijo, y que a cambio le dejaría la canasta con todos los dulces y golosinas. Entonces el diablo, que aparecía como mula, aceptó el cambio y recibió las cosas traídas. A la mañana siguiente, muy temprano, aparecieron doña Natividad y su hijo, quienes relataron la extraordinaria aventura vivida en la ciudad de los diablos, en donde habían encontrado a mucha gente conocida antes desaparecida. 40) El octavo chancho
Viajaba un señor conduciendo 7 chanchos a la costa, en donde pensaba venderlos ganando mucho más de lo que podía hacerlo en Cajamarca. En esos tiempos no había carretera y utilizó el camino de herradura del Cumbe. Como era su deseo llegar cuanto antes a su destino, azuzaba continuamente a los chanchos con un palo, pero llegó el momento en que los animales estaban ya completamente agotados. Como a las 6 de la tarde, cerrando la oración, notó con gran sorpresa que los animales comenzaron a aligerar el paso hasta el punto que le era difícil seguirlos. Pensando que a lo mejor en la carrera se había extraviado algún animal, los contó, constatando que eran ocho; sorprendido, los recontó varias veces y eran ocho. Sin saber por qué, le entró miedo, pues se encontraban por la falda del Cumbemayo, del que decían era sitio pesado por haber sido lugar de gentiles.
Momentos después, los chanchos fueron caminando más lentamente, muy extenuados, y allí los volvió a contar, viendo que ahora eran siete. Recién ahí entendió que el diablo había tomado forma de chancho, probablemente con la intención de perderlo. 41) El toro de Shultín
En el paraje de la hacienda Shultín, las noches de Luna ll ena sale un torito de oro con un lucero en la frente que brilla intensamente. Los campesinos que transitan por las noches pueden observarlo y no pocos han intentado agarrarlo, porque se dice que el que llegue a hacerlo se volverá rico. Una vez pasaba por Shultín un campesino que entre sus vecinos y familiares tenía fama de ser muy guapo, de mucho ánimo. Este hombre divisó al torito y sin tenerle miedo llegó a agarrarlo, pero el torito se le escapó de las manos. Al poco tiempo, el hombre murió botando sangre por la nariz y el curso, sin que nada le hiciera bien, ni siquiera los remedios que le dio un brujo.
FANTASMAS Y APARECIDOS Dentro del mundo mágico religioso, el hombre no es sólo materia orgánica que se descompone con la muerte, sino que es además, y sustancialmente, alma y espíritu que trasciende y sobrevive más allá de la ruina total del óbito. Por el alma nos es posible seguir viviendo cuando ya la carne ha vuelto al polvo que le dio origen, cuando ya de nuestro transitar mundano queda sólo el recuerdo. Si es mucho lo que el hombre padece, trabaja, ama, se alegra y lucha por prolongarse, es completamente absurda la muerte; es definitivamente inadmisible el acabamiento total. Antes bien, el hombre es espectador cotidiano de la muerte, de la extinción, del viaje sin retorno. Ante tan trágico espectáculo, ha de buscar una solución que le permita encontrar un sentido a la lucha por la existencia, un asidero a sus continuos avatares. Entonces, piensa admirado que si la carne se corrompe y se vuelve polvo, si el hombre desaparece definitivamente, nadie ha visto morir a la sombra que se proyecta del cuerpo sobre la tierra, o la imagen que se refracta en el agua, o el suspiro profundo que desgarra el pecho del moribundo.
Y si nadie ha visto morir a la sombra, a la imagen y al aliento es porque, sencillamente, no fenecen nunca. Esto significa, por supuesto, que tienen un mundo especial situado en otra esfera, dentro del que viven con los mismos afanes, los mismos deseos y las mismas miserias en que se debaten los seres en el mundo terrenal. Siguiendo esta corriente de pensamiento, la angustia ante el fallecimiento no sólo encuentra paliativo, sino solución completa. El hombre no muere totalmente, sino que se eleva a otro mundo a través del alma que anima su vida terrenal. Mas ese otro mundo invisible, donde moran las almas, es reflejo de la Tierra, y, por tanto, está lleno de las formas existenciales que caracterizan la peripecia terrenal. Azotan en él las mismas pasiones, sacuden los mismos sentimientos, animan los mismos defectos y los mismos odios, estados anímicos todos que regulan el comportamiento de las almas. Los habitantes de estos dos mundos semejantes mantienen mutuas y no siempre armónicas relaciones, siendo común que las almas busquen causar algún daño o simplemente asustar a los vivos. De allí que, en general, la presencia del alma sea temida y se necesite optar ciertos preceptos o medidas de seguridad para que se ahuyente. El ser humano, aun cuando haya encontrado en el alma una solución a su miedo ante la muerte, jamás se libera de este sentimiento. El temor guía su comportamiento, y las ofrendas, el extremado respeto y la gran veneración son formas intelectualizadas que disfrazan el miedo que instintivamente siente por la muerte, que siempre será un castigo, por mucho que se hable de resignación. De esto se sigue que el muerto es un ser castigado, y que el alma, al desprenderse de su corpórea envoltura, lleva como estigma el castigo de la muerte. Y por eso el alma persigue, asusta, espanta y busca males para los que aún siguen disfrutando de la vida, bien máximo que se puede conceder a la especie humana. Para evitar la acción maléfica de los difuntos, se debe realizar ciertas prácticas que tiendan a borrar o suprimir cualquier medio que pueda servir de pretexto al alma para seguir perturbando la tranquilidad de los vivos. Hay necesidad de percatarse de que el alma efectivamente ha
abandonado su antigua morada, para lo cual se pondrá ceniza ante la puerta en donde se veló el difunto, luego se cerrará la puerta, y al día siguiente, si hubieran rastros de pisadas sobre la ceniza, será porque el alma no se ha retirado de la casa; y si no los hubiera, entonces ya el alma habrá dejado definitivamente su antigua casa, y sólo restará ofrendarle para conseguir su protección. Es también conveniente realizar la limpieza de todas aquellas cosas que permanecieron en contacto con el fallecido, porque las ha impregnado de su sustancia corpórea. La lava (lavado de la ropa del difunto) debe practicarse después de cinco días de producido el deceso. En caso de incumplirse esta recomendación, el alma no se retirará de la casa y hará ostensible su presencia a través de ruidos, mordiendo las piernas, brazos o el cuello, jalando de los cabellos, de las piernas o destapando a los parientes cuando duermen, o, en fin, de otras muchas maneras que harán recordar a los sobrevivientes la obligación que tienen con el muerto. El plazo de cinco días para proceder a la lava quizás se fundamente en la necesidad de no abandonar a los deudos, ya que pueden ser objeto de la venganza del muerto. Siempre es conveniente demostrar públicamente el gran cariño y respeto que se tuvo al difunto, lo que se hace por medio de los rezos y cánticos que se van entonando desde el momento mismo del fallecimiento hasta la conclusión del entierro. A este respecto, el episodio más hondamente dramático es aquel en que el muerto, por medio de los presentes, se despide de su casa, de sus seres queridos: parientes, compadres, amigos, animales, herramientas, y de los lugares que recorrió en vida. La relación necrológica que se pronuncia durante el traslado al panteón contiene los más importantes actos del difunto y las especiales circunstancias y peripecias que le tocó afrontar durante su vida, así la sabiduría y extremada valentía con que supo encararlas. No falta en esta relación el señalamiento de los defectos del occiso, aunque estos aparecen ennoblecidos por la grandeza de su existencia. Suele suceder que el difunto deje un entierro o "tapado". En este caso, el alma se niega a abandonar el recinto y ronda continuamente por el lugar donde
se encuentra el mismo, con el fin de revelarle a una persona el lugar del tapado, por medio de apariciones, jalones, golpes, ruidos, etc. Por esta razón, se considera que en las casas pesadas, o sea en las que se escuchan ruidos, existe con toda seguridad entierro, pues el alma de la persona que lo dejó tiene que penar hasta que otra persona lo encuentre, como castigo por su avaricia. Otra de las causas por las cuales el alma puede no abandonar su antigua morada es la de haber dejado una deuda que sus parientes no han saldado, no obstante haber dejado los medios para hacerlo. En fi n, lo mismo puede suceder en el caso de que sus deudos se nieguen a hacerle ofrendas, como misas, limosnas y otras obras pías que la paz eterna de su alma reclama. Las almas mantienen entre sí mutuas relaciones, que se inician la noche misma del entierro. Esa noche reciben al alma recién ingresada en el mundo del más allá, con una ceremonia de bienvenida que consiste en procesión y misa celebrada en la Iglesia de la Catedral, cuando el difunto ha vivido en la ciudad. No necesariamente debe producirse la muerte para que el alma cobre su autonomía existencial, pues esta se produce en forma evidente cuando ya la muerte se avecina, momento en que abandona el cuerpo y comienza a recoger sus pasos, recorriendo los distintos lugares que en vida frecuentó. En estas circunstancias, puede ser presentida o vista por ciertos animales, como el perro, el tuco, la lechuza, el pachatuco, los moscones, las gallinas e incluso por los hombres, que pueden observarla en forma de luz verdosa que se desplaza a unos quince centímetros del nivel del suelo. En el folclor cajamarquino se puede diferenciar al muerto del fantasma, pues mientras el primero no necesariamente se debe corporizar para hacerse evidente (jalones, mordiscos, ruidos), el segundo por fuerza debe asumir una determinada forma humana, digamos de un cura sin cabeza, de una mujer de luto, etc. Además, la actividad del muerto se circunscribe a los lindes de la que fue su casa, y su acción, por lo general, recae sobre sus parientes, en tanto que el fantasma recorre áreas más grandes y puede manifestarse ante cualquier persona.
RELATOS 1. El ruido del batán (relato de Alberto Mas) En una casa ubicada en la séptima cuadra de la calle José Galvez, de propiedad de un hacendado, una noche, cerca de las doce, el semanero, que dormía en el cuarto de monturas cerca a la cocina, escuchó que alguien estaba moliendo en el batán, por lo que, extrañado y pensando que podían necesitar de sus servicios, se levantó. Cuál no sería su extrañeza al ver que no se encontraba ninguna persona utilizando el batán. Intrigado, se dirigió al patio, luego entró en la cocina, recorrió los zaguanes, sin obtener ningún resultado, por lo que razonó que probablemente había escuchado mal y se dirigió a su cama. Pasado algún tiempo, y cuando ya nuevamente conciliaba el sueño, volvió a escuchar muy nítidamente el ruido del batán y hasta voces de personas que conversaban quedamente. Encendiendo el mechero, volvió a salir, y pudo observar que ni en el batán, que estaba completamente limpio, ni en el patio, ni en la cocina se encontraba persona alguna. Esa noche, Jesús Salazar, que tal era el nombre del semanero, asustado y temeroso, se fue a dormir a la puerta del cuarto de sus patrones, a quienes al día siguiente contó sus sobrenaturales experiencias.
2. El invite del amor (relato de Maximiliano Salazar) Don José Valencia, todavía joven y fornido albañil, retornaba a eso de las dos de la mañana a su casa, que quedaba en Lucmacucho, después de haber estado bebiendo en la casa de sus compadres por el Dos de Mayo. Al atravesar la Plaza de Armas, muy obscura y solitaria, divisó, no sin cierta alegría, a una dama muy bien vestida, de traje negro de cola, olorosa, blanca, rubia y hermosa. Inducido por la soledad, los tragos y la belleza de la dama, comenzó a cortejarla, percatándose, con sorpresa, que sus requiebros eran respondidos por la elegante y misteriosa mujer. Después de charlar por algún momento, la dama propuso a Valencia que la acompañara a su casa, que quedaba por el callejón de San Roque, proposición que fue aceptada de mil amores. Así pues, ambos se marcharon en esa dirección.
A medida que se internaban por las callejuelas obscuras y luego por el cerco de pencas que daba a los Baños de Neyra, Valencia notó que ya la dama no desprendía la fragancia del momento en que la encontró sino un fétido olor a azufre; asimismo, se dio cuenta de que el lugar por donde seguían estaba lleno de precipicios, de charcos y huecos profundos que no podía explicar, puesto que él, que siempre traficó por esos lugares, nunca antes había visto esos parajes. Temeroso, las piernas le comenzaron a temblar, por lo que la mujer le exigió que caminara más rápido, diciéndole que se apurara porque la madrugada ya estaba por llegar, pero estas cosas le decía sin voltear la cabeza. Es entonces que comienza a gritar, justo en el momento en que iniciaban su cántico los gallos. La mujer misteriosa, dándole un empujón, lo arrojó a un charco y luego desapareció súbitamente. Los vecinos que acudieron a los desaforados gritos encontraron a José Valencia tendido sobre un charco y arrojando una baba blanca por la boca.
3. El cura sin cabeza (relato de Medardo Vergara) Serían como las doce de la noche o una de la mañana, cuando se encontraba un celador (antiguo guardia de seguridad) haciendo ronda por la calle Callao, ahora Amalia Puga. Procuraba el guardia detectar cualquier brote subversivo o ajetreo político, cuyo centro se suponía era la casa de la familia Puga, que actualmente ocupa el Despacho Obispal, cuando en medio del silencio sepulcral de la oscura noche escuchó que las puertas de la Catedral se abrían con gran estrépito. Al acercarse al lugar del acontecimiento, observó que la iglesia se encontraba profusamente iluminada. Movido por la curiosidad, se aproximó y vio que se estaba oficiando una misa. Poniendo mayor atención en el oficiante, que en ese momento hacía la elevación, se dio cuenta de que no tenía cabeza. El pánico lo inmovilizó y luego se desplomó, desmayado. El mayor de guardias, que realizaba el control de los celadores, al poco rato lo encontró aún desmayado en la puerta de la Catedral y botando espuma por la boca.
4. El ayudante de misa (relato de Maximiliano Salazar) Eran más o menos las doce de la noche, cuando a don Manuel B., que reposaba su avanzada embriaguez en la esquina de la Iglesia de la Recoleta, se le acercó un cura, sin que se diera cuenta por donde había venido, y le pidió que por favor le ayudara a celebrar la misa como sacristán, ofreciéndole una jugosa propina. Don Manuel, viendo la posibilidad de allegarse algunos centavos, aceptó el ofrecimiento, y juntos se dirigieron a la iglesia, que ya se hallaba iluminada. Durante el trayecto, el cura le recomendó que en el momento de la misa no alzara la vista, porque de lo contrario no le pagaría el estipendio acordado. En efecto, don Manuel ejecutó, conforme le iba indicando el sacerdote, todos los pasos del ritual, pero al llegar a la elevación, movido por la curiosidad, levantó los ojos, y lleno de pánico y terror vio que el cura estaba ardiendo en los infiernos. No pudiendo resistir el terror, se desmayó arrojando espuma por la boca. Así, en esta posición, quedó hasta que lo encontraron los sacristanes que ingresaban a arreglar la iglesia para la misa de seis.
5. La procesión de almas (relato de Emiliana Infante) Doña Melchora Mejía de Verdugo tenía por costumbre atisbar la vida de sus vecinos desde una ventana de su casa, ubicada en la carrera de San Francisco, aprovechando para tal objeto de la oscuridad y la soledad de la noche. Justamente una de esas noches en que ya la señora se hallaba lista para fisgar, vio con cierta sorpresa una procesión. Diciendo para sus adentro: “¿Quién estará grave que va a sacramentarse a esta hora? ”, e intrigada por
espectáculo tan desusado, esperó a que pasara la procesión, que venía procedente de la Iglesia la Recoleta, como a eso de las doce de la noche. Cuando ya habían pasado la mayoría de los acompañantes, todas mujeres, con el manto muy caído, lo que dificultaba su reconocimiento, una de ellas se aproximó en forma sigilosa a donde doña Melchora, y sin que esta pudiera evitarlo, le entregó un cirio diciéndole que con él acompañara a la procesión, agregando: "Mañana a esta misma hora me l o entregarás". Con cierto temor, doña Melchora continuó viendo la procesión que se
dirigía hacia la Catedral, que se encontraba con las puertas cerradas. Al llegar la procesión, las puertas se abrieron de par en par con gran estruendo, y tan luego como los acompañantes ingresaron al templo, se volvieron a cerrar. Como ya no había nada que seguir juzgando, se fue a su dormitorio, en donde se dio cuenta de que la vela no era otra cosa que una canilla de muerto. Al día siguiente muy temprano, con el ánimo conturbado, se fue a entrevistarse con su confesor, a quien le contó lo que le había acaecido y le pidió consejo. El padre le increpó su mal comportamiento por la fea costumbre que tenía que juzgar la vida ajena, recomendándole que esa misma noche esperara el paso de la procesión, y que cuando se le acercara la mujer a pedirle el cirio, pellizcara a una criatura de corta edad. Efectivamente, doña Melchora esperó angustiada el paso del cortejo. Tan luego como la misma mujer de la noche anterior se aproximó para reclamarle el cirio, al mismo tiempo que entregaba el cirio, con la otra mano pellizcó en la oreja a una criatura, que comenzó a llorar. Al oír el llanto, la "tentación" desapareció súbitamente y para siempre. Desde entonces, doña Melchora no volvió a practicar la censurable costumbre de juzgar la vida de los demás.
6. El penitente a. Relato de Cruz Carrasco
La noche de Viernes Santo era costumbre de los fieles que querían santificar su alma, salir de penitentes por las noches, vestidos de larga túnica y arrastrando cadenas o una pesada barreta. En dicha oportunidad, en la Plazuela de la Recoleta, como a las dos de la madrugada, se encontraron dos penitentes y uno de ellos preguntó al otro: “¿Qué hora es, hermano? ”. El otro le contestó: "Cuando salí de Roma eran las dos, ahora deben ser las seis y cinco". Comprendiendo entonces el preguntante que el penitente era de la otra vida, se desmayó y cayó al suelo, en donde lo encontraron más tarde otros penitentes. b. Relato de Alberto Mas
Caminaba un penitente, como a eso de las doce de la noche, por la calle Unión, cuando se encontró de improviso con otro penitente que venía en sentido opuesto dándose crueles latigazos, que restallaban rompiendo el
silencio de la noche obscura y arrancándole tristes y lúgubres quejidos. Cuando estuvieron cerca uno del otro, el primero preguntó: "Hermano, ¿de dónde eres, de esta o de la otra?". Y el segundo le contestó: "De la otra, hermano". Al comprender que este penitente había venido de la otra vida, se desplomó desmayado, botando espuma por la boca, estado en que fue encontrado al día siguiente.
7. La invitación del alma (relato de Rodolfo Ravines) El hotel San Pablo, de propiedad de la señora Juana Castro, se hallaba ubicado en la calle Cruz de Piedra, hoy Cajamarca. A comienzos del presente siglo llegó a dicho hotel un agente viajero procedente de la capital. La misma noche de su llegada, y sin tener nada que hacer, salió a la puerta de su albergue. Cuando eran ya las diez de la noche y se disponía a regresar a su cuarto, vio, a la luz mortecina de los faroles, que de la Plaza de Armas, caminando por la vereda de enfrente, subía una señorita elegantemente vestida. Al llegar a la altura del hotel, la señorita llamó al caballero y, explicándole que venía de una fiesta en donde quedaban sus familiares, le pidió por favor que la acompañara hasta su casa, pues no era conveniente que una dama caminara sola a esas horas de la noche, según dijo. El agente viajero, picado en su curiosidad y a la expectativa de una aventura galante, accedió gustoso a tan atrevida invitación. Ambos continuaron caminando por la misma calle hasta más o menos la media cuadra siguiente, en la que se hallaba ubicado el domicilio de la dama (actual mansión de la familia Zárate Miranda). La señorita invitó al caballero a pasar a la casa, y luego de atravesar el zaguán, le hizo pasar a un amplio salón muy bien amoblado y con grandes cuadros cubiertos con tela. Después de charlar por algún rato, la señorita le invitó una taza de chocolate y un tamal, que se sirvieron sentados en torno a una gran mesa de centro. Concluido el chocolate y luego de los mutuos agradecimientos, el señor se retiró a su hotel. Al día siguiente, el viajero retornó a la mansión de la dama, pero después de golpear la puerta con el aldabón, y sin que nadie le contestara, se retiró algo desilusionado. Más tarde volvió a golpear la puerta con el mismo resultado, por lo que ya intrigado preguntó a los vecinos y a la dueña del hot el si la familia que
residía en esa casa se había ausentado. Recibió como contestación que en esa casa hacía ya mucho tiempo, como diez años, que nadie vivía, pues a la muerte de una de las hijas, una de las mujeres más bellas de la ciudad, su padre y la otra hija se habían trasladado a vivir en Lima. El señor, sorprendido por esta afirmación, insistió con otras personas en su averiguación, pero recibió siempre la misma respuesta, por lo que, lleno de curiosidad, se entrevistó con el Alcalde de la ciudad, quien, en atención a lo expuesto, consiguió que la persona encargada le proporcionara las llaves para cerciorarse de la veracidad de los hechos referidos por el agente viajero.
En esta casa vivía la protagonista de la leyenda que
hemos
titulado
"La
invitación del alma".
Actual solar en donde antes se levantaba la casa de la familia española cuya leyenda contamos bajo el nombre de "El hombre vestido de negro". Se encuentra en la intersección de las calles Guadalupe y Silva Santistevan.
Efectivamente, ese mismo día, el señor Alcalde, el viajero y dos personas más ingresaron a la abandonada mansión. El forastero iba describiendo con precisión todos los detalles de la casa, demostrando que en realidad la conocía. Antes de ingresar a la sala describió la disposición de los muebles, de
los cuadros, etc. Sus acompañantes, no sin sorpresa, comprobaron la exactitud de la descripción. Y en la mesa de centro encontraron dos tazas con rastros de chocolate que, completamente seco, estaba adherido a la loza, y dos platos con las envolturas de tamales, pero secos y hasta con telas de araña, y finalmente, descorriendo el lienzo que cubría uno de los cuadros, reconoció en la imagen a la dama a quien había acompañado a la casa. El Alcalde y los otros señores le manifestaron que la señorita del cuadro hacía ya como diez años que había muerto y que su tumba se encontraba en el cementerio de la ciudad. Esta visión anonadó completamente al agente viajero, que no quería dar crédito sus ojos, quedando tan impresionado que se asegura que al poco tiempo se alocó.
8. La aparición ígnea (informante: José Céspedes) Serían las doce de la noche cuando el informante, cogiendo a su burro, se dirigió a la finca llamada El Paraíso, para recoger coles y verduras y venderlas por la mañana en el mercado. Efectivamente, como a la media hora llegó al lugar de su destino y, entrando a la chacra, se acercó hasta un pozo que había casi al centro de la finca, y cuando se agachó a recoger un poco de agua, vio reflejada en las aguas la silueta ígnea de un hombre. Asustado de tal visión, agarró a su burro y se dio a la fuga, sin poder explicarse el origen de la extraña visión.
9. La taquida del diablo (informante: Ángela Cerna) Una dama perteneciente a los distinguidos círculos sociales de Cajamarca, y cuya fortuna se encontraba en el entierro que su madre había descubierto en la casa que habitaba en la calle Junín, mantenía relaciones sacrílegas con un fraile de la Congregación de San Francisco, por entonces recluida en el Convento de la Recoleta. Todas las tardes, el fraile acudía a la casa de la dama en mención, quien la esperaba lujosamente ataviada y con las ricas joyas encontradas por su madre en el entierro. Su casa se hallaba ubicada en la que hoy es la quinta cuadra de la calle Apurímac.
Después de algún tiempo en que los amores discurrían plácidamente, el fraile dejó de ser puntual a las citas vespertinas, sumiendo en honda congoja a la fiel amante, quien incluso buscó las malas artes de las brujas para conservar el cariño del evasivo religioso, sin conseguir mayores resultados. Tampoco dieron resultados los valiosos presentes que continuamente hacía la dama, ya directamente al fraile o a la misma congregación, Una de esas tardes, más o menos a la seis, cuando ya había sonado el Ángelus en la Iglesia de Belén, tocaron (la taquida) fuertemente la puerta de la calle, con el recio aldabón que exornaba la puerta. La dama, sobresaltada y anhelante, pues pensaba que el visitante no podía ser otro que su amante, envió a la sirvienta para que hiciera pasar al visitante, mientras ella apresuradamente se acicalaba. Al poco rato entró la doméstica para manifestarle que el visitante era un caballero de apuesta figura, blanco, alto, de poblada barba y vestido de negro, quien preguntaba por su ama. La señora encomendó a la e mpleada que hiciera pasar al caballero para que la esperara un momento en la sala, mas la comisionada le manifestó que el visitante no había querido pasar, diciendo "yo no entro a la casa de esta". La señora, presintiendo que se trataba de una persona importante, terminó su arreglo personal y, cogiendo una santolina de cruz, salió a recibir al extraño caballero, el mismo que, negándose a pasar y luego de las formalidades de la presentación, dijo a la señora: "Tú estás siendo engañada por el cura, pues su amor pertenece a otra mujer mucho más joven y más bella que tú, y si no quieres creer, acompáñame al convento". La señora, aceptando la insinuación, juntamente con el extraño caballero, se dirigió al convento de la Recoleta, atravesando toda la carrera de San Francisco del brazo de su acompañante. Al llegar a la Iglesia, el caballero le dijo: "Ahora vas a ver que el cura se encuentra con otra dama; espérame un momento, que voy a ver que abran la puerta". Y con extraña facilidad trepó por la fachada de la iglesia y se introdujo al convento (que actualmente ocupa el Colegio y Normal de Santa Teresita). La dama, siguiendo las indicaciones que le diera su acompañante, tocó la puerta, la misma que al poco tiempo fue abierta, situación que aprovechó la
visitante para introducirse con presteza y penetrar a la celda de su amante, en donde comprobó que efectivamente este se encontraba en compañía de una mujer joven y muy hermosa, no quedándole más recurso que volver a cerrar estrepitosamente la puerta y salir presurosa del edificio. El caballero que súbitamente había aparecido a su lado le manifestó: "Ahora que ya sabes la verdad, vámonos a tu casa. Luego, ambos regresaron por el mismo camino. Al llegar a la altura de unas tienditas que están ubicadas en la parte de la actual Casa Rosada, que queda hacia la calle Amalia Puga, el señor invitó a la dama a comer unos cuyes, para lo cual deberían irse a unas picanterías situadas en el lugar en que actualmente se levanta el barrio de Pueblo Nuevo, pero la señora se negó a esta invitación, tanto por estar sumamente apenada por la revelación de sus amores traicionados como, según dijo, por estar muy lejos el sitio de la invitación. Ante esta negativa, el acompañante la agarró tan fuertemente del brazo que le arrancó un poco de carne junto con el vestido, al mismo tiempo que desaparecía instantáneamente. Ante tan extraños acontecimientos, la señora se desmayó, después de lo cual fue encontrada por algunos vecinos del lugar y luego transportada a su domicilio. Después de algún tiempo, logró recuperarse de la herida dejada en el brazo por su demoníaco acompañante, así como del desengaño de su infiel amante. Tiempo después, esta señora, arrepentida de sus sacrílegos amores, que como castigo le habían traído la visita del demonio, dejó todas sus riquezas y, vestida de tosco sayal, se dedicó a atender a los enfermos de la cruel peste tífica que, iniciada en Chetilla, diezmó a la población cajamarquina.
10. El hombre del farol Para llegar temprano a Cajamarca, un señor salió de su fundo muy de madrugada, a eso de las 3 de la mañana. Su costumbre era hacer estos viajes a caballo, y no tenía miedo, pues por esos lugares no había parajes peligrosos. Pero en esa oportunidad, cuando atravesaba una quebrada honda, vio con sorpresa que desde la otra banda venía un hombre flotando por los aires y portando en su cabeza una luz, a manera de farol. El jinete, dándose cuenta de esta aparición, que no podía ser otra cosa que un ser maligno, comenzó a rezar al santo de su devoción, encomendándole su alma para que no dejara que los diablos se lo llevaran. Efectivamente, cuando ya la misteriosa aparición
estaba junto a él, sólo atinó a decir: "Jesús me ampare y me favorezca". Luego vio con gran alivio que el demoníaco personaje tomaba otro rumbo y se perdía por entre la quebrada.
11. El entierro fantasmal Contaba un señor, vecino de la comunidad de Sorogón, comprensión del distrito de La Encañada, que él, hombre hecho al trabajo rudo del campo, nunca había sentido miedo por nada, y esto que en su mocedad había recorrido muchos caminos malos, sólo con la compañía de su perro, que nunca lo abandonaba. Este señor, anciano ya, contaba lo que le había sucedido, mucho antes: "Una vez, como a la medianoche, me encontraba detrás de mi casa armándome, pues esta operación ya la practico desde muchacho, cuando en eso escucho una música y como si andarán gentes. Picado por la curiosidad, pensando que seguramente era algún grupo que iba a enterrar al gún difunto de noche para no dar parte a las autoridades, me acerqué al cerco de pencas que bordea el camino por donde venía el ruido, y, como lo había pensado, vi que unas personas llevaban un cajón de muerto, y noté que la música no salía de instrumento alguno sino de la boca de los acompañantes. Como a mí nada me asusta, saqué mi cuchillo de acero y seguí al cortejo para ver a dónde iban, siguiéndolos con paso cauteloso, para que no descubrieran mi presencia. Pero, para esto, mi perro, mi fiel compañero, notando mi ausencia, me siguió, y al ver la procesión comenzó a ladrar insistentemente. Es entonces que, en forma misteriosa y sin que pueda explicarme cómo, el cortejo desapareció y todo volvió a quedar tranquilo en la soledad de la noche".
12. La dama de negro Un sargento de la policía creada durante el gobierno del presidente Pardo, después de muchos años, se encontró con tres colegas de armas, recién llegados a su localidad. Festejaron el reencuentro en una cantina, hasta la noche de ese día. Cuando, ya embriagados, retornaban a dormir, en la plaza se cruzaron con una dama de negro que venía en sentido contrario, la misma que les hizo una coqueta sonrisa cuando estuvo junto a ellos. Entonces ellos empezaron a seguirla con afán de concretar una agradable aventu ra. Cada uno la asediaba con frases provocativas y subidas de tono, mucho
más fáciles de decir por el licor que habían bebido, pero la dama no daba muestras de ofenderse ni de incomodarse; al contrario, respondía galantemente a sus insinuaciones, mientras dirigía sus pasos por calles estrechas y oscuras. Uno a uno fueron retirándose los amigos, quedando al último sólo el sargento. Al verse como el único conquistador, se envalentonó, favorecido por la situación, y ya casi en el despoblado, "apretó" el paso para alcanzarla, viendo horrorizado que la hermosa dama se había convertido en un terrible fantasma con cuernos y colmillos. En ese instante, aquel ser quiso estrangular al sargento, pero este, reaccionando, sacó su revólver e hizo dos disparos al aire, consiguiendo que lo soltara y que la aparición desapareciera botando una especie de fuego por su cuerpo y dejando el ambiente impregnado de un fuerte olor a azufre. El sargento, como pudo, regresó a su casa, herido y lleno de miedo.
13. El aparecido Para poder regar su huerta, ubicada en el barrio San José, el dueño tenía que ir a traer el agua desde Chontapaccha, aprovechando el canal que captaba las aguas del río Mashcón. Así, un día, ya algo tarde, se dirigió al sitio convenido y con su palana se puso a tapar la compuerta para llevar el agua. En ese momento, de improviso y sin que pudiera precisar cómo, un hombre apareció a su lado y le preguntó qué hacía, a lo que contestó que estaba tapando el agua para llevarla y regar su huerta. A esa respuesta, el desconocido agregó que siguiera nomás, y le tendió la mano. Al estrecharla, notó que se hallaba extremadamente fría, lo cual le hizo mirar el rostro; pero en ese segundo el hombre había desaparecido.
14. La cabra endemoniada Una niñita que vivía en el fundo de sus padres era muy afecta a los animalitos del campo. Un día persiguió a una mariposita, internándose por su tras, insensiblemente, en lo espeso del bosque. Finalmente, cansada, se sentó en un tronco, junto al sitio en donde también se había posado la mariposa. De repente, se abrió el tronco y la niña, intrigada y curiosa, bajó por el hueco, siguiendo el cual llegó, por un túnel, a una casa donde una cabra se encontraba descansando. De pronto, la niña se halló con la cabra en medio de
las tinieblas, quedando prisionera de la cabra. Días después, la cabra se hartó de la niña y le quiso pegar; desesperada, la criatura pudo escaparse, refugiándose en el bosque. Después, ya desfalleciente, encontró a unos pastores a los que contó su aventura, pretendiendo mostrarles la cabra que seguía persiguiéndola, pero cuando los pastores trataron de verla ya no la encontraron, pues había desaparecido. Entonces la niña los condujo hasta el tronco donde descansó y allí encontraron a la cabra. Los pastores procuraron matarla con sus hondas, pero viendo que las piedras rebotaban en su cuerpo sin hacerle nada, comprendieron que era un ser endemoniado, por lo que sacaron una cruz y la presentaron al animal, el mismo que al verse frente al símbolo sagrado reventó botando chispas.
15. El festín de los diablos Después de visitar a su compadre, un señor regresaba a su casa a eso de las 12 de la noche. A medio camino, por el cansancio y la embriaguez, se quedó dormido en el suelo. Unos extraños ruidos y el frío que hacía lo despertaron sobresaltado, dándose cuenta que se había quedado dormido cerca del cementerio. Cuando se levantó para proseguir su camino, vio que al fondo del panteón una comitiva de diablos, entonando cantos, portaba en andas a un diablo. Luego de dar una vuelta, los diablos se reunieron en círculo y uno por uno comenzaron a contar las acciones malas que habían cometido ese día. El diablo que en ese sentido llegó a destacar fue homenajeado, siendo el premio el poder recibir carne fresca. Para eso, el ganador se dirigió, con el que había estado en el anda, a una tumba, de donde sacaron un cadáver recién sepultado, el cual llevaron como presa hasta un cerro, donde desaparecieron.
16. El hombre misterioso Un negociante tenía por costumbre hacer viajes para comprar la mercadería con la cual hacer su negocio. Cada viaje le duraba unos tres días, puesto que no podía avanzar rápido por lo malo del camino y por la lentitud de los burros. Esa vez le dijo a su señora que, en caso de llegar de noche, ella saliera al camino para esperarlo y alumbrarle, a fin de que los cargadores no padecieran en esa parte más fea. A pesar de ser esta la primera vez que le pedía a su señora tal cosa, ella cumplió lo dispuesto por su esposo y salió a
esperarlo la noche en que debía retornar. Sería como la medianoche cuando la esposa escuchó una voz que decía: "¡Huajo, huajo!", y suponiendo que era su marido, lo llamó, yendo también a su encuentro. Le ayudó a pasar los cargadores hasta que llegaron a la casa, donde descargaron los costales, pero muy preocupada por cuanto el hombre no pronunciaba ninguna palabra y, con la cabeza agachada, tapaba su cara con el ala de su sombrero. Una vez que hubieron concluido de descargar, el hombre se dirigió al corral a guardar los pollinos, mientras su mujer se iba a la cocina a calentar la comida, en compañía de uno de sus hijos. Cuando el marido se sentó a la mesa, le sirvió la comida, pero él seguía sin hablar, ocultándose el rostro con el sombrero, y tampoco se servía la comida. Pasado un momento, el hijo vio que de su cara caía tierra al plato. Le dijo esto a su madre, quien rápidamente le quitó el sombrero, horrorizándose ambos cuando comprobaron que se trataba de un esqueleto, del mismo que salió una voz que decía: "Agradece, desgraciada, la presencia de esta criatura, si no, ahora mismo te llevaría al otro mundo porque andas engañando con otro hombre a tu marido". La mujer, entonces, cayó desmayada al suelo, situación en la que la encontraron al siguiente día, botando espuma por la boca.
17. El mujeriego El ñato Nicanor, alto, cetrino, bien parecido, valiente, peleador, defensor como ninguno de los intereses de su tierra, La Encañada, gran amador y terror de los hacendados que querían abusar de los campesinos, uno de esos días se despertó muy temprano, pensando en una de sus cinco mujeres, a quien por sobrenombre le había puesto "la carabina", por su gran estatura y esbeltez. Como no ponía mientes en sus proyectos, se levantó como a las 3 de la mañana y, tras ensillar su caballo, se dirigió a la casa de su amante, en Tambomayo. Mientras pensaba en los momentos de placer que pasaría con ella, llegó a la quebrada del Potrerillo y, con gran sorpresa, vio que su "carabina" se hallaba sentada a la vera del camino, junto a la quebrada. El ñato llamó a su mujer, pero como esta no le respondiera, picó a su caballo con objeto de acercarse y castigarla, asustándose cuando vio que, sin saber cómo, la mujer resultó en la grupa de su caballo. De inmediato le
pregunto la razón por la cual se hallaba allí, y al no obtener respuesta alguna, tocó su pierna, comprobando que en lugar de piel tenía plumas. Ante tal impresión, el ñato sólo atinó a espolear su caballo para alejarse del lugar, logrando desprenderse de la compañera maldita. Cuando llegó a la casa de su amante, sudando de miedo, la encontró profundamente dormida.
18. El rompe cincha. Hay algunos ancianos que cuentan que, hace tiempo, a la medianoche, de la casa de las señoritas Rojas, actualmente ocupada por el Jardín de Infancia Nº 52, salía un hombre arrastrando cadenas. Este aparecido salía con frecuencia y los vecinos lo llamaban el "rompe cincha", quizá por el ruido que hacía al arrastrar las cadenas. En una ocasión, un grupo de amigos que conocían de la fatídica aparición se pusieron a conversar sobre el particular en medio de libaciones, y ya en la euforia del alcohol, uno aseguró que él no le tenía miedo y que, si querían, podía apostar que él lograría conversar con el fantasma. Efectivamente se hizo la apuesta, y llegó el día de cumplir lo pactado. Cuando estuvo cerca del fantasma, le preguntó la razón por la que caminaba a esas horas, si era de esta o de la otra vida y por qué caminaba arrastrando cadenas, ocasionando temor y pánico entre el vecindario, que ya no podía circular libremente a esas horas de la noche. El "rompe cincha", lejos de contestarle, le hizo señas para que lo siguiera, y el hombre así lo hizo. Se dirigieron por la carrera de San Francisco, luego por la actual avenida Casanova y finalmente por el camino que conducía al cementerio. En este lugar recién sintió miedo el apostador, pero, a pesar de todo, siguió hasta que llegaron a determinado sitio. Ya detenidos, el fantasma le hizo señas de que cavara en el suelo, y pensando que habría algún tesoro que en vida perteneció al difunto, cavó con todas sus fuerzas, pero en lugar del entierro se encontró con huesos de gentil. Entonces, el "rompe cincha" le dijo suplicante que cargara con los huesos. El apostador, ya pasándole poco a poco los humos del alcohol que había tomado para darse valor y cumplir con la apuesta, y algo atemorizado, hizo lo que le indicaba y de allí siguieron caminando hasta el cementerio viejo, donde volvió a cavar otra fosa para enterrar allí los huesos. Terminada su faena, el hombre ya no pudo con sus nervios y se desmayó, botando espuma por la
boca, y allí lo encontraron al siguiente día. Cuando recobró el conocimiento, contó lo sucedido, y desde esa fecha ya nunca más se oyó el tétrico sonar de las cadenas arrastradas por un alma en pena que buscaba enterrar sus huesos en el camposanto.
19. El retorno del brujo Cerca de Cajabamba vivía un brujo con fama de malero, en compañía de su esposa y de dos hijos. Todos los vecinos le tenían miedo y odio, pues eran muchas las malas que había ocasionado. Inexplicablemente, el brujo se enfermó y al poco tiempo murió, en medio de la satisfacción de todos los moradores del lugar. Una noche, la viuda se encontraba preparando la comida cuando, en eso, oyó un ruido proveniente del cuarto en donde su difunto esposo hacía su ceremonial mágico. Abrió la puerta, y en medio del cuarto vio a su esposo sentado, como lo solía hacer cuando vivo. El marido le dijo que no se asustara, que era él, que no había muerto y que regresaría todas las noches. Efectivamente así sucedió, y todas las noches le traía a su mujer mucha plata. La gente no se explicaba cómo la viuda obtenía tanta riqueza, pensando que probablemente se había compactado con el diablo, del cual el marido había sido su servidor.
20. El anciano de Paredones En la cima de Paredones, comprensión del distrito de Chilete (a unos 70 km de la ciudad de Cajamarca), se encontraban los mineros extrayendo el mineral de uno de los tantos socavones que explotaba la compañía minera, cuando de improviso, y sin que pudieran precisar cómo, se les presentó un anciano campesino de muy buena presencia, con largas y blancas barbas que imponían respeto. El anciano dijo a los allí reunidos que dejaran de seguir extrayendo el mineral de ese boquerón, pues era peligroso. Los mineros, cuando el campesino se retiró, lo siguieron para preguntarle más, pero había desaparecido misteriosamente. Sorprendidos, llegaron a la conclusión de que seguramente era un chiflado o loco que se creía dueño de las minas, no
dándole importancia al hecho y olvidándolo pronto. Pasaron los días, cuando una tarde la mina se derrumbó y tapó a los que allí estaban trabajando. Por eso, los del lugar piensan que el anciano campesino había sido probablemente Dios, quien quiso probar la obediencia de los hombres.
21. El alma que levantaba la cama . A los pocos días del fallecimiento de su hermana, en compañía de su marido, una mujer se dirigió a visitar a su padre, que se había quedado únicamente con su hermanita menor, con el objeto de hacerle compañía por algunos días, hasta que menguara el dolor. Ya en la casa de su padre, después de comer, pasaron al único dormitorio que tenía la casa y se acostaron en la cama que se les había preparado en un extremo del cuarto. Después de conversar un rato, apagaron el candil y se dispusieron a dormir para levantarse temprano. Ya sería como la medianoche, cuando el marido sintió que levantaban la cama. Entonces llamó a su mujer, creyendo que era esta que lo hacía por alguna razón, notando que estaba profundamente dormida. Pensando haberse equivocado, se dispuso nuevamente a dormir. Poco después, sin embargo, se despertó porque se repetía el hecho y con más violencia. Cuando despertó a su mujer y se lo dijo, ella no le creyó, contestándole que seguramente le parecía porque en ese cuarto se había velado a la difunta, y que ya no le hiciera caso, haciendo modos de pescar el sueño. Rato después sucedió igual, y realmente asustado despertó a su suegro, quien pudo ver, luego de prender la luz, que una sombra como bulto se retiraba del lugar, con una luz azulada en la parte que debía quedar la cabeza, y desaparecía por la puerta sin necesidad de abrirla. Por último, cuando otra vez el mismo bulto estuvo moviendo la cama de la pareja, el papá de la muerta, con palabras subidas de tono, amenazó al bulto si no dejaba tranquilos a los de la casa, volviendo a perderse la aparición. Pero ya no pudieron dormir hasta que rayó el día. 22. La apuesta
Una señora llamada Rosa era famosa en la ciudad por su valentía y
coraje. En una oportunidad, doña Rosa, conversando con su vecino, llamado Juan, le manifestó que no tenía miedo a los muertos, fantasmas ni al mismo diablo, y que bajo apuesta podía irse a cualquier hora de la noche al panteón para colocar una corona en la tumba de cualquier difunto. Don Juan, conociendo que en la morgue había un cadáver, aceptó, pero con la condición de que doña Rosa cortara un pedazo de la mortaja del cadáver. La apuesta se pactó en 500 soles. Esa misma noche, a las 12, como estaba convenido, doña Rosa fue a la morgue, apostándose el retador a tres cuadras del lugar para cerciorarse de que efectivamente la señora cumpliera. Doña Rosa, sin titubear ni un momento, con paso seguro, ingresó, cortó un pedazo de la camisa del difunto y con toda serenidad fue a mostrarlo a don Juan, que, satisfecho, pagó la apuesta y acompañó a doña Rosa a su casa, donde la dejó. Esa noche, la ganadora durmió tranquila y contenta, pero al día siguiente, a la medianoche, se le presentó el alma del difunto. Mas como ella no tenía miedo, habló con toda serenidad con el alma, escuchando que le pedía que devolviera el pedazo cortado de tela de su prenda, dándole de plazo hasta el siguiente día, bajo amenaza de despedazarla. Ante la amenaza recibida, doña Rosa fue al siguiente día, temprano, a su confesor, a quien relató lo sucedido. Este le aconsejó que cumpliera lo indicado, pero que llevara consigo a una criatura para que, en caso de peligro, pellizcara al niño para hacerlo llorar. Efectivamente, a la noche fue al velador, con su sobrinito, y empezó a coser la camisa. Cuando ya terminaba, sintió que el muerto empezaba a incorporarse para atacarla, y en ese momento hizo llorar al niño. Al escuchar el llanto, el muerto volvió a su posición original. Cuando la señora concluyó de coser y se disponía a retirarse, el muerto le dijo: "Agradece, infeliz, que has venido con una cruz y una criatura inocente, pero al año de mi muerte estarás haciéndome compañía en la cama de Pascual Bailón (nombre con el que se refería al dominio). Así transcurrió un año. Entonces, queriendo ser perdonada y que el muerto olvidara su maldición, doña Rosa confeccionó una corona, y a las 12 de la noche fue al panteón para colocarla en la tumba del hombre al que, siendo cadáver, había ofendido. Con serenidad y sin temor colocó su ofrenda,
clavándola en la tumba, pero sin darse cuenta de que al ashuiturarse también estaba clavando una parte de su capa vueluda. Después de dejar la corona, se paró para retirarse, sintiendo de inmediato que algo la sujetaba. Suponiendo que era el muerto, se aterrorizó tanto que cayó desmayada. Al siguiente día la encontraron cuando ya estaba muerta, con lo que se cumplió la maldición.
23. El alma del compadre Se trataba de un señor que clandestinamente comerciaba cañazo, amparándose en la noche para su comercio ilícito. Su producto lo transportaba en una recua de burros y siempre iba montado en una mula. En uno de sus viajes, estando muy fea la noche, prefirió pedir posada en la casa de un compadre, y con tal fin procuró acelerar el paso para llegar a su casa; sin embargo, cerca de un puente vio que en sentido contrario venía un hombre que resultó ser su compadre. Cuando quiso acercarse para darle la mano, su mula se resistió tenazmente a tal maniobra, por lo que pidió disculpas a su compadre y se pusieron a caminar juntos. Luego le ofreció llevarlo al anca de la mula, pero tampoco se aguantó el animal, que se encabritó y corcoveó cuando el otro hombre trató de subir. Así llegaron a la casa, donde el dueño lo invitó a que pasara a descansar, luego de dejar los animales en el corral. Hecho aquello, retornó para entrar por la puerta por donde había entrado su compadre, pero la halló cerrada y la casa a oscuras, por lo que se dio allamar insistentemente. Tanta bulla hizo, que despertó a la dueña de la casa, la misma que bajó a recibirlo; pero grande fue la sorpresa del visitante cuando la vio toda de luto. Preguntándole el motivo, le contestó que su marido había muerto, lamentando que no se vieran por tanto tiempo. Acto seguido, le contó lo que había pasado, comprendiendo que estuvo conversando con un muerto. Despertando a toda la familia, se pusieron a rezar por el alma del difunto para que Dios se apiadara de él y no lo dejara que siga penando.
24. La desengañada vengativa Hace algún tiempo vivía en Cajamarca un joven apuesto de familia rica, lo que le permitía derrochar dinero y disfrutar de numerosos amigos y la rendida admiración de las mujeres. Por entonces, el joven tenía simultáneamente tres enamoradas, las mismas que se disputaban la preeminencia en el amor del
susodicho joven. Pasó el tiempo y este decidió, por fin, tomar estado, escogiendo de entre sus tres enamoradas, a la que había ganado su preferencia. La celebración de su boda fue un gran suceso. Por supuesto que su elección no fue bien recibida por las dos marginadas, una de las cuales llegó al extremo de suicidarse, ahorcándose en un árbol y jurando no dejar tranquilo a su antiguo enamorado mientras viviera. Este hecho conmovió al pueblo, porque la suicida era bien querida por todos. Pasados unos días, el recién casado sintió, una noche, que su catre se elevaba por los aires, al mismo tiempo que le quitaban las frazadas, le jalaban los pies y le hacían otras cosas que no lo dejaban tranquilo. En cuanto prendía la luz, no veía nada raro. Mientras tanto, su esposa seguía durmiendo profundamente, sin sentir nada. Estos hechos se repitían muy frecuentemente, noche a noche. A veces, incluso, escuchaba que lo llamaban. De este modo, el joven se desesperaba y no llegaba a ser feliz en su matrimonio.
25. El alma del cura En La Encañada, ciertos bandoleros asesinaron a un sacerdote con el objeto de robarle el dinero que había sido recaudado durante la fiesta del Patrón lugareño. A pesar de todas las averiguaciones, no se pudo descubrir a los asesinos, los que se pensó habían llegado a La Encañada para las festividades. La gente afirmaba que el alma del cura estaba penando y que no descansaría en paz hasta que los criminales estuvieran bajo tumba. También afirmaban que todas las noches, a partir de las 11, de la iglesia salía un caballero muy elegante que se dirigía al quiosco de la plaza, donde se convertía en un chancho de color blanco que daba vueltas al quiosco hasta que regresaba a la iglesia, en donde volvía a tomar la forma humana y se perdía en el interior del templo. Años más tarde, cuando el último de los criminales estaba por morir en medio de atroces sufrimientos y después de haber tenido terribles pesares en su vida, al igual que sus compañeros de fechoría, que ya habían muerto, confesó que él era el asesino, junto con otros dos vecinos cuyos nombres dio.
Después de declarar y de penosísima agonía, murió. A partir de ese día, las apariciones del fantasma del cura terminaron. Por esa misma circunstancia se supo que los criminales habían sido del mismo pueblo, y no extraños, como en principio todos creyeron.
26. El alma de la lavandera Estos hechos ocurrieron cuando todavía Chontapaccha era un lugar muy oscuro y poco frecuentado, pues la ciudad no se había extendido hasta dicho lugar, donde sólo existían chacras y huertas. Las únicas que frecuentaban el sitio eran las lavanderas, para aprovechar sus cristalinas aguas cargadas de potasa, que dejaban la ropa muy limpia. Fueron precisamente las lavanderas quienes observaron una luz brillante, medio azulada, que venía flotando y luego se detenía sobre el puquio en que se sentaban a lavar, para después desaparecer por el campo. Al principio no le dieron importancia, pero por la frecuencia con que se producía, sobre todo en las madrugadas de los viernes y de Luna llena, empezaron a preocuparse por la aparición, comprendiendo que se trataba del alma en pena de alguna lavandera, puesto que cuando la luz estaba detenida sobre el puquio escuchaban que las aguas se movían como si estuvieran lavando. Cuando ello fue de conocimiento general, una viejita de Huambocancha llegó a corroborar la creencia de que en verdad se trataba de un alma en pena, pues, según afirmó, se trataba de una comadre suya que fue abandonada con muchos hijos por su marido, y que para sostenerlos se dedicó a lavar ropa, hasta que murió agotada porque lo que ganaba no le alcanzaba para alimentar a sus criaturas, al extremo de que una de sus hijitas murió de hambre, sin poder socorrerla ni siquiera con un plato de chochoca. Por eso, al morir, juró que ni de muerta dejaría de lavar para que sus hijitos que se quedaban no padecieran hambre. Ese era el motivo por el que su alma regresaba a lavar en el mismo sitio.
27. El alma del tísico En la ciudad de Cajamarca, como en otros lugares de la sierra, por aquellos años existían las denominadas posadas, en donde se albergaban los campesinos que por motivos diferentes no podían regresar el mismo día a sus casas, o quienes se encontraban de tránsito por la ciudad, rumbo a sus casas,
por lo común procedentes de la costa. Precisamente, la casa de una compasiva hacendada llamada Rosa era muy frecuentada por numerosos campesinos, partidarios o conocidos que pedían posada a su regreso de las haciendas cañeras o arroceras de la costa, por lo común enfermos y agotados por el duro trabajo y la deficiente comida que en esos lugares tenían. La enfermedad que más estragos causaba era la tuberculosis; por eso, en las noches, cuando había huéspedes, siempre se oía toser a los tísicos. Esta situación hizo que una vecina de doña Rosa le reclamara, conminándola a que ya no diera posada a enfermos, por cuanto eran un peligro para la salud de su familia, especialmente de sus menores hijos. Justamente el día que surgió este problema estaban hospedados unos campesinos que habían llegado de Casagrande, a quienes doña Rosa, con el dolor de su alma, tuvo que decirles que abandonaran su casa, para evitar mayores problemas. Ante esto, los visitantes rogaron que les permitieran quedarse por lo menos hasta el día siguiente, siquiera al Julián y su mujer, que eran los más enfermos, pero no fue posible y tuvieron que salir para seguir viaje hasta su casa. A los pocos días se supo de la muerte del Julián, a causa de una hemorragia por la tuberculosis. Justamente la noche en que falleció, la exigente vecina de doña Rosa, que estaba por acostarse, vio en su casa una sombra igual a la del Julián, tosiendo, y tan pronto lo sentía adelante como a sus espaldas. Mucho más tarde encontraron a la mujer desmayada, botando espuma por la boca.
28. La despedida del alma En la vieja casa hacienda transcurría monótono el día, como otras veces. A eso de las 10 de la noche, todos se fueron a dormir, los patrones en un extremo de la casa, y la empleada, Aurora, en el otro. Era noche de Luna llena. La "china" entró a su cuarto, tendió los pellejos y sus "pullos" y se acostó, sintiendo, como todas las noches de Luna llena, el temor que le ocasionaba saber que esas noches eran propicias para los fantasmas. Incluso le parecía presentir que su compadre espiritual, muy grave esos días, de repente ya se moría y no había podido ir a verlo porque sus patrones no le habían dado permiso. Embargada en estos pensamientos, se quedó dormida.
A eso de la una de la madrugada se despertó por el aullido lúgubre de los perros, y empezó a rezar sobresaltada y temerosa. De pronto, vio que su puerta se abría y sintió que un bulto se le arrojaba encima, la pellizcaba por todas partes y no la dejaba hablar ni gritar. Con toda desesperación se defendía y trataba de llamar la atención para que la escucharan sus patrones. Estos, felizmente, oyeron los ruidos y corrieron a ver qué pasaba en el cuarto de la Aurora. Cuando entraron, la vieron con el rostro recortado en un rictus de terror y botando espuma blanca por la boca. Cuando se despertó, después de las sales que le dio su patrona, dijo que quizá el alma de su compadre había ido a despedirse de ella. Efectivamente, horas después supieron que el mentado había muerto poco después de la medianoche.
29. Las apariciones en el convento Hace ya muchos años, vivía en el Convento de San Francisco, como novicio, un muchacho de origen humilde, llamado Pelayo, muy querido por su bondad, mansedumbre y resignación frente a los más duros trabajos, que cumplía sin quejas, pretextos ni dilaciones. Después de unos años murió, y los frailes se esmeraron en resaltar sus méritos y virtudes durante su entierro. Al poco tiempo, un fraile, a eso de la medianoche, vio por los claustros una sombra que deambulaba dando muy tristes y desgarradores quejidos y sollozos. Comunicó este hecho a todos los frailes, y en grupo constataron que era verdad, pero sin poder explicar ninguno de ellos cuál era el motivo. Atemorizados, exorcizaron el convento echando agua bendita, pero ni con esto dejó de aparecer el fantasma. Uno de esos días, en el momento de la aparición, el padre guardián levantó la cruz y le preguntó: "En nombre de Dios, dinos quién eres y por qué sufres tanto?". Todos quedaron sorprendidos con la respuesta que dio: "Yo soy el alma de Pelayo, y sufro horriblemente, pues estoy encadenado. El Señor me ha mandado a purgar en este convento, porque aquí se me tiene como un santo, cuando en realidad no soy más que un miserable pecador. En mi juventud cometí un pecado muy feo que nunca confesé por vergüenza, y para que Dios me perdonara hice toda clase de obras buenas, sacrificios y méritos, pero ante el Tribunal del Señor he sido condenado por no haber confesado ese pecado, y así seguiré hasta que un sacerdote me saque la hostia que
inmerecidamente tengo en la boca, y mi cadáver, qué está en el convento, sea arrojado a un muladar". Todos los frailes quedaron sorprendidos y llenos de tristeza por la suerte tan horrible que le había correspondido al humilde Pelayo en la otra vida. Esa misma noche, compadecidos, abrieron el nicho de Pelayo en las catacumbas, destaparon el cajón y constataron que, en efecto, había una hostia fresca, como recién puesta, en la boca del cadáver. Sacaron de inmediato la hostia, y luego envolvieron el cadáver en una manta y lo llevaron a un sitio apartado en las afueras de la ciudad, donde lo abandonaron. Así terminaron las apariciones y sufrimientos del alma de Pelayo.
30. El alma en la cocina En el barrio San Pedro vivía doña Melchora con su hermana y sobrinas, una de las cuales era la engreída. Doña Melchora estaba postrada desde hacía tiempo por una grave enfermedad. A eso de las 6 de la tarde del día en que había amanecido bastante mejor, lo que dio alegría a todos sus familiares, entró de improviso en tremenda crisis, y al anochecer ya estaba en agonía. Precisamente la sobrina consentida de doña Melchora se hallaba en la cocina, procurando hervir agua. Por la nerviosidad y el dolor de saber que se moría su tía más querida, no podía encontrar el abanico, no obstante que lo buscaba en todos los sitios de la cocina. En ese instante se le presentó su tía preguntándole qué buscaba, y paralizándola de miedo, pues apenas minutos antes la había dejado agonizante en su cama. Aun así, atinó a decirle que buscaba el abanico. Doña Melchora le dijo: "Toma, aquí está; sopla bien el fuego porque vamos a necesitar café", y luego desapareció. La muchacha, presa del pánico, intentó correr, pero cayó desmayada, botando espuma por la boca. Instantes después, la encontraron sus familiares, a quienes contó lo sucedido. Entonces le hicieron saber que hacía minutos había muerto su tía.
31. El alma deudora Por ese entonces existía en el barrio San José una casa que gozaba de muy triste fama, pues, según decían, por las noches penaban las almas en ese lugar. Por este motivo, se hallaba desocupada a pesar de que los dueños querían darla gratuitamente a que viva alguien con objeto de que la cuide para que no se deteriorara más.
En ese tiempo llegó a Cajamarca un policía en busca de casa donde vivir, y terminó por arrendar ese inmueble, a pesar de haberse informado de lo que pasaba. Se instaló, pues, con su familia, confiando que nada pasaría La primera noche no pasó nada, ni la segunda, por lo que llegó a pensar que todo no pasaba de ser puras invenciones y, tal vez, hasta mala intención de la gente, que seguramente odiaba a los propietarios y trataba de impedir que utilicen su casa. Pero la tercera noche, a las 12, escuchó tocar la puerta insistentemente, y fue a ver quién era. Luego de preguntar, escuchó que del otro lado de la puerta una voz de mujer le decía: "Vengo a pedirte un favor, y es que pagues las deudas que yo he dejado en vida, pues cuando me sorprendió la muerte no había cumplido con abonar los préstamos que me hicieron (y le enumeró 3 nombres de vecinos del barrio), y por este motivo me encuentro penando y así seguiré mientras sigan pendientes esas deudas". El policía, entonces, ofreció cumplir lo que pedía, y de inmediato escuchó unos pasos que se alejaban de la puerta y todo volvía al silencio. Regresó a su cama y le contó a su mujer lo sucedido. Ella le recomendó que si ya había empeñado su palabra, tenía que cumplir con hacer esos pagos, pues de lo contrario el alma no los dejaría tranquilos ya que no encontraría sosiego en la otra vida. Por eso, en cuanto amaneció, el policía fue a buscar a las personas interesadas y cumplió con pagar las deudas, indicando, en cada caso, que lo hacía a nombre de la difunta, que le había encargado tal misión. Después de esto, el policía y su esposa pasaron el día ya más tranquilos, y en la noche durmieron con plena confianza. Sin embargo, a la medianoche, el policía volvió a despertarse por unos golpes que escuchaba en la puerta. Desde adentro, preguntó quién era. Le respondió entonces la misma voz de mujer: "He querido venir a agradecerte por el inmenso bien que me hiciste hoy, gracias a lo cual descansaré en paz toda la eternidad". Tras escuchar los pasos que empezaban a alejarse, el policía abrió la puerta, y alcanzó a ver que por la calle se perdía una mujer esbelta, vestida de túnica blanca y de cabellos rubios.
32. La procesión de los muertos Era hecho muy conocido en la provincia de Hualgayoc que cuando una persona moría, en la noche de ese día se realizaba una procesión en el
cementerio. Los que han visto esta escena aseguran que los muertos daban la bienvenida al nuevo habitante del camposanto, para cuyo efecto lo sacaban de su ataúd y lo paseaban en procesión por todo el contorno del cementerio, hasta las primeras horas de la madrugada. Otros que lo han visto agregan que todos los muertos van premunidos de un cirio encendido, y que en las noches de Luna llena, por la claridad, puede verse los rostros cadavéricos.
33. Los huesos castigados Aseguran que hace algún tiempo vivía por un paraje algo alejado de la ciudad un bandido que asaltaba a todos los transeúntes que frecuentaban esa zona llevando sus mercaderías a la ciudad de Bambamarca. En tales casos, luego de matarlos y arrebatarles todo lo que llevaban de valor, los enterraba en un sitio oculto de su casa. Así vivió por muchos años, hasta que, para tranquilidad de todos, murió, pero después de sufrir enorme soledad. Su velorio ni siquiera se hizo, porque nadie acudió a verlo. Por eso allí penaba, y los vecinos afirmaban que sería también por el entierro cuantioso que habría dejado el bandido a su muerte, lo mismo que por todo lo malo que hizo. En una de esas oportunidades, noche muy lluviosa, pasaban por allí varios arrieros con sus cargas. A pesar de necesitar donde guarecerse del temporal, prefirieron seguir para no entrar a la casa maldita que perteneció al asesino asaltante; pero uno de los arrieros, de ánimo fuerte, dijo que no tenía miedo y que pasaría la noche en esa casa. Efectivamente, entró, hizo una cama y se acostó. A eso de la medianoche, escuchó que desde el techo una voz decía: "Me caeré, me caeré". No le dio importancia, pero como persistía, intranquilo, contestó: "Cáete, pues", y con sorpresa vio que del terrado se cayó un montón de huesos. El hombre, sin pensarlo más, se levantó y con el freno de su caballo comenzó a azotar al montón de huesos, escuchando una voz que le rogaba que ya no lo siguiera castigando, que cogiera un hueso y lo dejara en el centro del cuarto para que al siguiente día, en el sitio donde encontrara ese hueso, cavara para sacar el entierro. Dicho y hecho, dejó de azotar a los huesos, separó uno y lo dejó en el centro de la habitación. Mientras hacía esto, desaparecieron los otros huesos, pero sin darle importancia, el hombre se volvió a acostó para seguir durmiendo. Al amanecer, se levantó y encontró el hueso en un rincón de la casa, donde empezó a cavar hasta encontrar un fabuloso entierro que guardó en sus alforjas. Luego,, sin decir nada, siguió su camino junto con los demás arrieros. Al término del viaje, dejó el arrieraje, pues se vio dueño de una gran fortuna que le permitió vivir cómodamente por el resto de su vida. Se asegura que desde entonces ya no penan en la casa abandonada del bandido.
34. El chocolate macabro
Cuando aún estaba en servicio el Panteón viejo, dos amigos, embriagados por el exceso de libaciones hechas en el velorio de un parvulito, se dirigieron al mencionado lugar, como a las 9 de la noche, para cavar la sepultura y enterrar clandestinamente al occiso. Para hacer el trabajo y combatir el frío llevaron su botella de cañazo. En plena operación de cavado encontraron un cráneo humano, y uno de los amigos, entre las brumas del alcohol, se permitió hacer una broma, y echando aguardiente en la calavera, como si fuera vaso, le dijo: "Ahora yo tomo mi cañazo en ti, pero mañana en la noche te invito a que tomes el chocolate en mi casa", y tras esto, bebió el licor del cuenco óseo. Terminado el trabajo, regresaron a la casa mortuoria. Después, con otros acompañantes, volvieron al cementerio para cumplir con enterrar al parvulito. Luego siguieron tomando más licor, y casi de madrugada, cada uno retornó a su casa. El bromista, después de descabellar la borrachera, se levantó sin acordarse de la broma que había hecho en el cementerio. Ese día no pudo trabajar y se acostó temprano. Bien entrada la noche, lo despertó una voz cascada, como si hablara de muy lejos, diciéndole que había venido por la invitación para tomar el chocolate que le ofreciera luego de utilizar su cráneo como vaso para su aguardiente. Recién se acordó, entonces, de lo que había hecho, y por el miedo perdió el conocimiento. Al despertarse, nuevamente se vio atormentado por la misma voz, que esta vez lo amenazaba diciéndole que si no le invitaba el chocolate lo llevaría al cementerio para invitarle allí su propia cena. Y así lo hizo, pues el bromista sintió que unas sombras se apoderaban de él y lo llevaban por los aires hasta el cementerio, donde lo obligaron a comer y tomar lo que le daban. No pudiendo resistir todo ello, murió botando espuma. Ahí lo encontraron al siguiente día.
35. El Matías recoge sus pasos Hace ya mucho tiempo, cuando el acceso de la costa a Cajamarca era por la Calle Real, hoy jirón Cajamarca, a la entrada de la ciudad había un horno
donde casi todos los días amasaban pan y tortitas de manteca. Para ayudar en ese trabajo, llegaba un hombrecito humilde, bonachón y muy aficionado al trago, llamado Matías. El Matías llegaba a eso de las 6 de la tarde, y lo primero que hacía era pedir su cántaro de chicha, que lo hacía durar hasta la hora que comenzaba la horneada, por lo general a eso de las 7. Él se encargaba de meter leña al horno o colocar el pan en el tendido. El horno era de propiedad de la mamá de la informante de este relato, y ella cuenta que un día, a eso de las 5 de la tarde, su madre, una tía y la misma informante, pequeña aún, se hallaban en el patio de la casa, dedicadas a sus labores de crochet y bolillo, pues también se dedicaban a la venta de tapetitos, manteles, cortinas, etc., cuando alguien les tiró una piedra, sin poder ubicar a quien lo hizo. Poco rato después, ya anocheciendo, dejaron el trabajo y se dirigieron al interior, para comer. Cuando estaban en el comedor, oyeron que alguien empujaba la puerta de la calle, logrando vencer la resistencia de la piedra que le servía de tranca e ingresando. De inmediato escucharon que los pasos se dirigían hacia el horno, y pudieron también identificar claramente que las pisadas eran del Matías. Se preguntaron entonces qué le pudo haber pasado que ese día no había llegado a pedir su cántaro de chicha, y por qué llegaba recién a esas horas, justo el día que no se amasaría. Cuando los pasos se extinguieron y supusieron que el Matías se hallaba en el horno, sintieron como si algo malo fuera a pasar. Entonces se dirigieron primero a la puerta de calle y, sorprendidas, se dieron cuenta de que esta seguía cerrada, con la piedra de tranca en su sitio; luego fueron al horno y tampoco hallaron al Matías. De inmediato pensaron que algo malo iba a pasar. Estaban comentando eso, cuando alguien llamó insistente a la puerta. Era una hija del Matías, que, llorosa y desesperada, venía a avisarles que su papá acababa de morir.
36. La muerte de la hermana Estaba la madre muy enferma, y, debido a lo avanzado de su edad, sus hijas temían que pudiera pasar lo peor, y siempre estaban pendientes por ello. Esa tarde se hallaba la informante con una amiga del barrio bordando unos
tapetitos en la sala, cuando de pronto escucharon que una de las vigas del techo se rompía con gran estrépito. Sobresaltadas, fueron de inmediato a ver el techo, constatando que todo estaba igual y en buenas condiciones. Sin comprender lo sucedido, retornaron a su tarea. Instantes después, llegó el marido de una de las hermanas y le relataron lo sucedido. Este les dijo que podría ser un aviso y que mejor se retiraran de la habitación, para evitar el peligro; al mismo tiempo, quiso revisar personalmente cada viga y comprobó que estaban bien. El suceso originó una serie de comentarios, llegándose a pensar que podía ser una premonición de la próxima muerte de la señora de la casa, y para prevenirse de esto último, acordaron pasar esa noche, todos juntos, en el cuarto de la enferma, a pesar de que en ese rato se veía tranquila. Al siguiente día, temprano, la mamá les contó, preocupada, que había tenido un sueño muy raro. Les relató que había visto al padre de su hija mayor, por entonces en Lima, sentado en una silla, mirando fijamente un arcón forrado de cuero repujado que se hallaba en el dormitorio. Al verlo, le había dicho que era peligrosa su permanencia allí porque los familiares no veían con buenos ojos sus amoríos, a lo cual contestó que eso era lo único que quería saber y que ya se retiraba. Se dirigió entonces a la puerta, pero cuando ya casi salía, dio la vuelta y entonces notó que la cara ya no correspondía a él sino a la hija mayor que ambos habían engendrado, lo cual la preocupó sobremanera. Esa misma tarde recibieron un telegrama de Lima en el que les comunicaban la muerte de su hermana, ocurrida el día anterior.
37.
La Griselda recoge sus pasos
Una tarde estaban reunidas en el patio la señora de la casa, sus hijas y algunas vecinas, conversando. De pronto cayó una piedra junto al grupo, y como no se pudo precisar de dónde ni quién la arrojó, surgió la opinión de que seguramente se trataba de un alma en pena o del espíritu de alguien que, ya próximo a morir, recogía sus pasos. En esos comentarios se hallaban cuando llegó una vecina llamada Griselda, comadre de la dueña de casa, para contarles que por el Cumbe había visto a un comerciante de telas, y añadió que todas las telas eran bonitas, pero
recomendando a la dueña de casa que se comprara una que traía del color de la flor de papa, por ser la más bonita y fina. Estos pormenores sorprendieron a todas, puesto que sabían perfectamente que Griselda no se había movido de su casa y que, por lo tanto, era imposible que supiera esos datos del comerciante. Poco rato después llegó a buscarla el marido de la señora Griselda. Les contó que mientras venía por el camino, había escuchado la voz de su esposa, y, delante de todas, le preguntó si había salido a buscarlo por el camino, a lo que Griselda respondió que no había salido, y que probablemente había confundido la voz de otra persona con la suya. Para superar el momento, la dueña de casa invitó chocolate, después de lo cual, todos se retiraron. Cuando las campanas de las monjas daban las 5 de la mañana, el marido de Griselda tocaba insistente a las puertas de las vecinas para comunicarles que su esposa, repentinamente, había muerto hacía poco rato, y les pedía que lo ayudaran a amortajar a la difunta.
38. El señor que anticipó el día de su muerte Se trata de un señor muy rico y distinguido de Cajamarca, dueño de 2 haciendas y de una amplia y lujosa casona. Estando de novio con la hija de otra respetable familia cajamarquina, fijaron la fecha de su boda y proyectaron una alegre fiesta. Pasaron algunos días, y el feliz novio tuvo la ingrata sorpresa de recibir un anónimo que acusaba a su novia de haber sido amante de varios hombres y de haberlo traicionado con uno de ellos, al mismo tiempo que se comprometía con él. Después que lo leyó, quedó como si nada hasta esperar el día de la boda. De más está decir que la fiesta fue muy sonada, puesto que se derrochó elegancia, licor y comida. A media fiesta, los recién casados se retiraron a su dormitorio para cambiarse de ropa. Aprovecharon el momento para tener su primera relación íntima, después de lo cual se cambiaron para dirigirse nuevamente al salón de baile. De pronto, el esposo, sin dar ninguna explicación previa, comenzó a castigar cruelmente a su mujer, propinándole patadas y sopapos, increpándole al mismo tiempo su conducta, conforme decía el anónimo que había recibido, y gritándole que era una puta, que le había mentido puesto que era cierto que se
había entregado a otros hombres. A los gritos de auxilio de la recién casada, acudieron familiares y amigos, que violentaron la puerta del dormitorio para ingresar. Ahí vieron a esta con la ropa desgarrada, casi desnuda, lastimada en varios sitios, mientras el deshonrado esposo la jalaba de los pelos y arrastraba hacia la puerta para hacer público el deshonor con que aquella mujer lo había manchado. La mujer sólo atinaba a pedir clemencia. Todos los presentes, entonces, lograron interceder y calmar la ira del esposo, que, al fin, decidió que el escándalo ya no debía tomar mayores proporciones. Se continuaron, pues, los preparativos del viaje que llevaría a los flamantes esposos a la hacienda del señor, donde vivirían. En la hacienda se hizo más cruel el trato del esposo, llegando a humillar en todos los aspectos a su esposa, a tal punto que toda su prestancia de soltera desapareció por completo y quedó convertida en una sombra de mujer. Después de un tiempo, logró escapar de la hacienda y se dirigió a Cajamarca, donde se refugió en casa de una amiga. Con este nuevo giro que tomó su vida, estando ya solo, puesto que no pudo encontrar a su mujer, el esposo se entregó a la bebida, buscando en esta degeneración olvidar la desgracia de su vida. Sus antiguos amigos lo abandonaron y sus familiares sólo se lamentaban, pues nada podían hacer que lograra hacerlo recapacitar. Con el correr de algunos años, su degradación se hizo más profunda, tanto que ya todos se habían acostumbrado a verlo totalmente sucio, con las ropas mugrientas y rotas, irreconocible. De igual modo, su dormitorio se convirtió en un verdadero chiquero, todo lleno de desorden y suciedad. Por eso sorprendió enormemente escucharlo un día que ordenaba a los criados de su hacienda que limpiaran totalmente y ordenaran su dormitorio para el siguiente día, puesto que, según él, allí debían hacer la capilla ardiente para que se vele. Además, hizo preparar toda la ropa que usó el día de su boda porque necesitaba ponérsela también al siguiente día. Todos pensaron que era una broma de borracho y que sólo podía entendérsela como su arrepentimiento para volver a ser el de antes. Pasó ese día, y al siguiente, en la tarde, sin aceptar ya ni el café que sus hermanas quisieron darle, se encerró en su cuarto diciéndoles a todos que por
fin iba a descansar de sus sufrimientos, que ya no se preocuparan por él. Cuando pasaron como tres horas sin que volviera a salir, su familia se preocupó y juntos ingresaron al dormitorio, donde lo encontraron vestido como el día de su boda, limpio y arreglado, tendido en su cama. No pudieron despertarlo porque, simplemente, estaba muerto. El médico certificó que, sin ninguna duda, era muerte natural.
39. La mano aleve Cuentan los mayores que una vecina del actual barrio Dos de Mayo tenía un hijo único en quien había depositado toda su ternura, chocheándolo y mimándolo en demasía, a tal extremo que el hijo, faltándole el respeto, en varias oportunidades le había pegado a su madre, sin que esta impusiera sanción al malcriado. Cuando el hijo tuvo catorce años, sufrió una enfermedad desconocida de la que, por mucho que fueron las atenciones y cuidados, no pudo salvarse, pues finalmente murió. La madre quedó totalmente desconsolada, y en medio de todo su dolor iba todas las semanas al cementerio, llevando velitas y un ramo de rosas para dejarlos en la tumba de su hijo, rezándole siempre. Nunca notó nada raro en la tumba, pero un día, horrorizada, vio que la mano del sepultado estaba fuera de la tumba. Con el comprensible horror, la madre enterró nuevamente la mano, pero una semana después sucedió lo mismo. Aunque al principio quiso callarlo, decidió contar lo sucedido a su confesor, en la Iglesia San Francisco. Este le dijo que probablemente esta situación obedecía a que ella jamás había castigado al hijo que le faltó al respeto. Esa misma noche, la señora soñó a su hijo, que le decía que estaba siendo castigado por Dios debido a que ella no supo o no quiso castigarlo como madre, y que seguiría sufriendo en los infiernos por haber sido mal hijo. Le hizo saber también a la madre que la única forma de ponerle fin a ese sufrimiento en el más allá era castigando duramente la mano con una correa, hasta hacerla sangrar. En la siguiente visita al cementerio, cuando halló fuera de la tumba la mano de su hijo, utilizando la gruesa correa que había llevado, comenzó a flagelarla hasta hacerla sangrar, y luego la enterró. Desde entonces, nunca más volvió a aparecer la mano.
40. El fraile descarnado Hace algún tiempo vivía en el barrio San José una señorita ya entrada en años que solía oir misa todos los días a las 5 de la mañana en la iglesia San Francisco. No faltaba nunca a los quinarios, novenarios y a cuanta reunión de esta laya se ce-Iebraba, razón por la cual la conocían como "la beata". Cierto día, por haberse equivocado de hora, llegó a la iglesia antes de las 4, y la encontró todavía cerrada. En espera de la hora de la misa, se sentó bajo un ciprés, de los varios que adornaban el ingreso al templo. De pronto se dio cuenta de que el templo estaba ya abierto, todo iluminado, sin que ella hubiera escuchado el menor ruido. Sorprendida y con cierta aprensión, ingresó y se prosterno junto al altar mayor. Pocos instantes después ingresó un sacerdote, listo para oficiar la misa, como en efecto lo hizo, celebrándola como se hacía entonces, de espaldas al pueblo. Todo era normal, hasta cuando, en el momento de dar la bendición, el sacerdote giró hacia las bancas y la beata pudo darse cuenta, llena de horror, que era un esqueleto. Cuando más tarde entró el sacristán, encontró a la beata desmayada en el atrio, botando espuma blanca por la boca. Asegura la gente, que el diablo se había presentado para castigar a la mujer por su hipocresía, pues, no obstante oír misa todos los domingos así como comulgar con demasiada frecuencia y no faltar a los actos religiosos, era una persona de malos sentimientos.
41. La Caracashua (relato de F. Alva L.) Ya de esto hace muchos años en que los tranquilos vecinos de la localidad de Contumazá se hallaban alarmados y atemorizados por la presencia frecuente de un fantasma, al que llamaban "Caracashua", que hacía desaparecer a las personas o animales que encontraba a su paso. Las rondas del fantasma se producían por las noches y hasta la madrugada, motivo por el cual los vecinos no podían salir de sus casas dentro de estas horas. Las personas secuestradas, principalmente menores, no volvían nunca más a aparecer, o, en algunos pocos casos, se los encontraba vagando por los cerros, locos, y morían siempre a los pocos días sin poder relatar lo que les
había ocurrido. Afirmaban que las personas de carácter fuerte y mucha presencia de ánimo, cuando se encontraban con la Caracashua y le dirigían la palabra, la ponían en fuga sin que les hiciera nada. Justamente por esos años había en Contumazá un señor muy valiente, de los que se dice que son ”de pelo en pecho", quien decidió enfrentar a la Caracashua. La noche escogida, salió preparado con una linterna potente y un revólver. Pasó toda la noche recorriendo los sitios por donde aparecía la Caracashua, hasta que, casi al amanecer, vio la sombra del fantasma como a 50 metros. Dándose valor con palabras subidas de tono, trató de iluminar al fantasma, pero la linterna no funcionó, y cuando quiso dispararle, su arma se atascó. Lleno de pánico, entonces, se dio a la fuga, más muerto que vivo y "andando sobre lanas", hasta que por fin cantó el gallo, con lo cual el fantasma desapareció misteriosamente. El hombre cayó botando espuma, pero los vecinos lo encontraron y lo curaron.
42. El hombre de la cara barbada (relato de Margarita Palacios) Hace 4 años habían comprado la casa de una familia "ricacha" que ahora vivía en Lima. La casa era grande, con patio, corredores, zaguán, traspatio y corral. La construcción era antigua pero buena, de dos pisos, con 3 balcones y 2 ventanas a la calle. En esos 4 años nunca pasó nada, y los dos esposos con sus hijos vivían tranquilos. Pero una noche, cuando el señor estaba de viaje, la señora escuchó pasos en el corredor. Pensando que era algún ladrón que aprovechaba la ausencia del dueño, salió decidida a defender su propiedad y su familia, armándose previamente de un palo que servía de tranca en su dormitorio. A la luz de la Luna, pudo ver a un hombre vestido de negro y con el rostro cubierto de espesa y negra barba que caminando se perdió en el fondo del corredor. De miedo, sólo atinó a gritar pidiendo socorro, a lo que salieron sus hijos y la criada. A pesar de que todos buscaron minuciosamente por toda la casa, no pudieron encontrar ni la menor seña del hombre. Además, las ventanas y puertas estaban conforme las habían dejado antes de acostarse. Cansados, regresaron a sus dormitorios, pensando que sólo había sido ilusión de la
señora. A los tres días, recibieron la noticia de que el antiguo dueño de la casa había muerto a la misma hora en que la señora vio la aparición en el corredor. Este señor, que exhibía una cerrada barba negra, acostumbraba usar terno negro.
43. La Cuda Según la tradición, la Cuda es una mujer blanca, alta y muy hermosa que, elegantemente vestida, recorre distintos lugares de la ciudad a partir de las 11 de la noche, en que se la puede ver paseándose toda vestida de n egro. Dicen que cuando algún hombre era tentado por sus provocaciones, en unos casos se convertía en esqueleto para que no la aprovechen, y en otros casos, tras tener relaciones con ella, compactaba al hombre con el diablo, pues no otra cosa es la Cuda, la misma que se apoderaba del alma del infeliz mortal, que a su muerte era conducido a los infiernos para pagar su pecado carnal.
44. La prestada de lumbre Una noche oscura y fría, un señor se hallaba transitando por el jirón Silva Santisteban, con dirección a La Recoleta, cuando, por el frío y la soledad, tuvo ganas de fumar un cigarro. Efectivamente, se detuvo y sacó el cigarro, pero no pudo prenderlo, pues comprobó que no tenía fósforos. Contrariado por ello, reanudó su camino. Luego de recorrer un trecho, al pasar frente a la antigua morgue, vio que un señor se hallaba recostado contra la pared, fumando, por lo cual se acercó para pedirle que le prestara su "lumbre" o fósforo. El fumador le dijo que no tenía ya ningún fósforo, pero que podía darle el "pucho" de su cigarro para que con él pudiera prender el suyo. Satisfecho, recibió la colilla y se dispuso de inmediato a prender su cigarro, pero en el momento de acercarlo a su cara se dio cuenta de que no se trataba de ninguna colilla sino de un hueso; asustado, volvió la mirada para mirar a quien le había jugado tal broma, pero el señor había desaparecido sin hacer ningún ruido.
45. Significado del alma (versión de Mariano Intor) El alma se presenta en forma de bulto, tal como si fuera una persona, pero no se le puede ver la cara. Este bulto pasa las paredes, entra a los cuartos sin abrir puertas y anda como si estuviera flotando. A veces hace
ruidos como si caminara un hombre o como si abrieran o cerraran las puertas, y se le puede escuchar llorar o conversar. Estas apariciones se producen cuando una persona conocída o dueña de la casa o que ha vivido en la casa se va a morir, pero también se puede presentar hasta después de un año en que se ha producido el fallecimiento, esto porque seguramente esa alma está penando ya sea por haber dejado entierro, haber dejado una deuda o por algún pecado que el Señor no le ha perdonado. En estos casos, es decir, cuando el alma está penando, con el objeto de librarlo del castigo se aconseja cambiar de lugar todas las cosas que dejó el difunto, ya que no encontrándolas se aburre y no vuelve. Además, se hace necesario celebrarle una misa. Pero el alma también puede presentarse en sueños o ensueños, en cuyo caso pronostica cualquier evento íntimamente relacionado con la persona a quien se le aparece.
46. El sueno premonitor Una vez, un señor soñó que su esposa, ya fallecida, le repetía insistentemente que impidiera por todos los medios el proyectado viaje que al siguiente día pensaba hacer su hijo a la ciudad de Trujillo. Ya despierto, efectivamente, no lo dejó hacer el viaje. Ese mismo día, en la tarde, llegó la terrible noticia de que el ómnibus en que debió viajar había sufrido un accidente en el que murieron todos los pasajeros.
47. El hombre que se volvió monstruo (relato de María Intor) Don Cirilo era un hombre trabajador y honrado que gozaba del aprecio de sus vecinos, en las cercanías de Cajamarca. Con sus hijos se dedicaba al trabajo agrícola y, aunque enviudó joven, no había vuelto a casarse. Sin embargo, había voces que aseguraban que mantenía relaciones sexuales con su comadre espiritual, pero nadie pudo probarlo. Después de unos años, don Cirilo murió y algunos vecinos sostenían que por esas relaciones con su comadre murió en pecado mortal. Después que falleció don Cirilo, algunos vecinos decían haber visto a un
monstruo que en las malas horas de la noche recorría los campos e incluso algunas calles apartadas de la ciudad. Lo describían como mitad hombre y mitad burro, que a su paso dejaba una estela teñida de azufre. Todos los que lograban verlo se desmayaban botando espuma por la boca, pero hubo uno de espíritu fuerte que pudo comprobar que el monstruo se "asomaba" en la casa de don Cirilo. Anoticiada la gente, y con el fin de terminar con el terror sembrado por la demoníaca aparición, un grupo de vecinos se armó convenientemente para darle caza. Cuando el monstruo se vio acorralado, corrió a refugiarse en casa de don Cirilo, a donde los perseguidores acudieron en tropel, pero no lo encontraron por ningún sitio, y tan solo percibieron el olor a azufre. Entonces comprendieron que aquel monstruo efectivamente era el difunto, que, con esa apariencia endiablada, debía estar cumpliendo su castigo como una criatura más del diablo.
48. La tentación del diablo En el pueblo de San Juan (a 20 km de la ciudad de Cajamarca), hace ya mucho tiempo, una joven y hermosa doncella mantenía relaciones ilícitas con un caballero distinguido del lugar, sin tener en cuenta que dicho señor, ya de edad, era forastero y que nadie sabía de dónde vino ni de dónde sacaba la plata que tan pródigamente gastaba. Cuando estos amores se hicieron públicos, todos los vecinos marginaron a los amantes, diciendo cosas feas de ambos y no juntándose nadie con ellos. Esta situación llegó a tal punto que el señor, cansado de tantas injurias y humillaciones, una noche desapareció, y ni siquiera su amante supo el rumbo que había tomado. De todas maneras, lo buscó, pero, como dicen, se había "hecho humo". Para disminuir su dolor, la desconsolada muchacha se fue a vivir en las alturas de San Juan, en casa de una tía, a la que empezó a servir como pastora de sus ovejas. Cada día lloraba la ausencia de su amado y se lamentaba de haberlo perdido. Pero un día, cargando en su quipe a su sobrinito, salió a pastar y al poco rato divisó que se le aproximaba un señor, al que reconoció de inmediato como su amante, corriendo a su encuentro. Cuan-
do ya estaban próximos, él le dijo que se detuviera y botara lo que llevaba en el pecho. Pensando que se refería a su sobrino, lo bajó y siguió caminando. Nuevamente le ordenó que se detuviera y botara lo que llevaba en el pecho, dándose cuenta que se refería al crucifijo que llevaba colgado al cuello. Esto la sorprendió, pero de todos modos lo hizo, pero ya con temor; por eso, ya en el momento en que se iban a abrazar, como precaución, comenzó a rezar La Magnífica, lo cual hizo que el hombre corriera a ocultarse detrás de unos saúcos. En ese momento, la muchacha hizo con la mano la señal de la cruz por tres veces consecutivas y de inmediato el hombre desapareció como por encanto, dejando tras de sí un fuerte olor de azufre. Así, la joven comprendió que, probablemente por haber sostenido amores espurios con un hombre mayor y por haber consagrado su vida al recuerdo de ese amor, el diablo quiso tentarla para llevarla a los infiernos haciéndola su mu jer. Arrepentida, se olvidó de su pasión y regresó a San Juan, donde al poco tiempo se casó con un joven y trabajador agricultor del lugar.
49. La muerte cobra SU prenda (relato de Pedro Infante) Al final del callejón de Urubamba, hace tiempo vivía una familia de modestos campesinos. En ese tiempo, la casita estaba ubicada todavía en el despoblado. Mientras el esposo trabajaba, la mujer se quedaba al cuidado de sus tres menores hijos, hasta que en la madrugaba regresaba el padre. Como la señora tenía miedo de quedarse sola, llamaba a una vecina para que estuvieran juntas hasta determinada hora, invitándole siempre café o cualquier otra tizana. Una noche, como de costumbre, tocaron a la puerta, y la señora salió con el convencimiento de que se trataba de la vecina; ya juntas, fueron al dormitorio, donde le invitó un platito de comida. Instantes después, uno de los hijos de la señora le dijo a su mamá que lo llevara fuera para hacer sus necesidades, y ya en el campo le dijo a su madre que la que había entrado a la casa no era su vecina, pues no tenía ojos y la comida la arrojaba al suelo. Lo más pronto que pudo, la señora regresó al dormitorio y miró fijamente a la mujer, viendo que era cierto lo que decía su hijo. Entonces empezó a pedir a gritos el socorro de los vecinos. Cuando momentos después entraron todos al dormitorio, la mujer había desaparecido, pero el menor de los hijos estaba
muerto. Así comprendieron que la muerte había llegado de visita y, al no poder llevarse a la madre, le había quitado la vida al pequeño.
50. La aparición demoníaca Una señora muy rica, sintiéndose enferma y próxima a morir, no teniendo hijos a quienes dejar su fortuna y en precaución de la codicia de sus familiares, procedió a enterrar todas sus joyas, sin contar a nadie el lugar de su entierro. Tiempo después, su salud empeoró, y sus familiares, conociendo ya que había escondido su riqueza, trataron de sonsacarle la verdad con el pretexto de que se necesitaba esa riqueza para hacerla curar, pero nada pudieron conseguir, puesto que la moribunda había decidido firmemente llevar su secreto a la tumba. Por la noche, cuando nadie estaba junto a su lecho, la señora vio llena de espanto que por la ventana entraba un bulto negro que después tomó la forma de un hombre, el mismo que le decía: "Ya falta muy poco para que dejes este mundo, y tus pecados son grandes, pero el que más te atormentará en la otra vida es haber enterrado tu riqueza. Revela a tus familiares dónde la enterraste, y encontrarás alivio en la vida eterna". Ante tal hecho, inmediatamente que el hombre desapareció, la señora llamó a sus familiares y les reveló el sitio donde estaban sus riquezas, luego de lo cual murió casi enseguida.
51. La mujer del velo negro (relato de Juan Alvarado) Hace muchos años, un señor llegó a Cajamarca en busca de fortuna y, principalmente, de salud. Al venir de Pacasmayo, instaló su negocio y su vivienda en una casa antigua, acompañándose sólo de un muchacho que, al mismo tiempo, era dependiente en su tienda. Su trato afable le granjeó pronto la consideración del vecindario. Una noche se despertó con el ruido proveniente de un extremo de su dormitorio. Pensando que era alguna rata o gato, se limitó a tirarle un zapatazo para espantarlo, y de inmediato se dispuso a continuar su sueño. De pronto vio que aparecía una sombra que se iba transformando hasta quedar convertida en una mujer, toda vestida de negro y con el rostro oculto por un velo. Este fantasma se dirigió, flotando, hasta la habitación contigua y desapareció a través de la pared, dejando tan sólo un débil destello verdoso que pocos instantes después se perdió.
Desde esa noche, el señor pidió a su ayudante que lo acompañara, con la esperanza de que el fantasma ya no volvería a presentarse sabiéndolo acompañado; pero de nada sirvió, puesto que el muchacho no lograba despertarse aun cuando el señor lo llamaba a gritos. No resistiendo más, decidió cambiar de casa, pero no sin antes haberle contado a un amigo los sucesos que ya se repetían continuamente, a lo que este respondió que probablemente se trataba de un entierro y que debía ser buscado. Efectivamente, ambos se pusieron de acuerdo, y una noche, premunidos de herramientas, se pusieron a cavar en el lugar por donde desaparecía el fantasma de la mujer. Cuando el foso ya estaba más o menos profundo, hallaron el esqueleto de lo que, al parecer, fue una mujer, conforme podía juzgarse por las vestimentas encontradas, sobre todo un velo negro que, inexplicablemente, se conservaba en buen estado. Junto al esqueleto había, además, una bolsa grande llena de monedas de plata. Los dos amigos, como socios, dieron por terminada su tarea; se repartieron el hallazgo y taparon el hueco, y nunca más reapareció el fantasma.
52. El retorno de la abuela (relato de Juan Alvarado) Por motivos de trabajo, un señor se ausentó de su hogar en Cajamarca, dejando allí a su esposa y a sus dos menores hijos. Aquella noche, que era viernes, la señora acostó temprano a sus hijos y se recogió a su cama después de rezar sus oraciones al Ángel de la Guarda, a los cuatro Evangelistas, y la oración del Viernes Santo. Serían ya como las 11 ó 12 cuando, entre sueños, escuchó pasos por el corredor, y como no había sentido ruido previo de la puerta, pensó que era su esposo, que retornaba antes de lo previsto. Los pasos llegaron hasta la puerta del dormitorio; luego, sin que se abriera, los pasos resonaron ya dentro del cuarto, por lo que, llena de terror, sólo atinó a taparse la cara con las mantas y empezó a rezar. Pero los pasos siguieron, y por último sintió que alguien se sentaba en el lecho donde ella estaba, por lo que el terror la paralizó y no pudo ni gritar. Luego se levantó la frazada y una mano helada le cogió el brazo, mientras le preguntaba cómo estaba de salud y cómo estaban sus nietecitos. Recién entonces comprendió que se trataba del espíritu de su madre, muerta
hacía casi un año.
53. La planchadora de la noche (relato de M. Colorado) En el lugar denominado Los Perolitos, de donde manan las aguas termales de los Baños del Inca, dicen los lugareños que todas las noches de Luna llena, a partir de las 1 2, sale una mujer muy hermosa, vestida de campesina, a planchar sus vestidos. Varias personas han podido ver a la planchadora de la noche, pero nadie pudo ver las facciones de su cara. Cuando trataban de acercársele, se esfumaba entre el vapor de los perolitos. Los mayores aconsejan que no es bueno aproximarse a ella porque probablemente se trata de una persona encantada que trata de tentar a los cristianos para llevarlos a su reino.
54. El soldado fosforescente (relato de M. Colorado) Una noche, en cumplimiento de sus deberes de oficial, un militar del batallón acantonado en los Baños del Inca recorría los puestos de centinelas para comprobar que estaban cumpliendo sus obligaciones. De pronto, como a la medianoche, divisó una luz brillante en el campo de entrenamientos. Pensando que era algún soldado que antirreglamentariamente estaba utilizando
el
jeep,
decidió
sorprenderlo
para
aplicarle
la
sanción
correspondiente. Sin embargo, cuál no sería su sorpresa cuando, ya estando cerca, comprobó que se trataba de un soldado del cual emanaba una luz de color blanco verdoso. Después de unos instantes, desapareció, dejando una débil estela luminosa. Desde entonces, sabedores de la extraña aparición, los que hacen la ronda nocturna se acompañan siempre de otro colega o de un ordenanza.
55. La muerte del incrédulo Probablemente por su larga estadía en la costa, donde se quedó después de cumplir su servicio militar, un hombre había perdido la fe en el retorno de las almitas para el 2 de noviembre, y más aún dudaba de que estas pudieran servirse de los potajes que con tal ocasión se les preparaba. Ese año se burlaba de todas aquellas personas que pensaban en tales cosas, manifestando que sólo los ignorantes creían en las almas, en los fantasmas y
en otras supersticiones y cuentos. Para demostrar su incredulidad, la noche del primero al 2 de noviembre se encerró en la habitación que sus parientes habían preparado especialmente para ofrendar la cena a las almitas. Como es sabido, para tales ocasiones se preparan los potajes que en vida más gustaron a los difuntitos y se sirven en un lugar previamente aseado para la ocasión. El incrédulo se escondió en un lugar estratégico, con el objeto de demostrar que las almitas no podían venir a comer lo servido. Y a la medianoche sintió que un frío helado invadía la habitación, pensando que probablemente se debía a que la puerta se había abierto. Sin embargo, al comprobar que seguía cerrada, se puso a observar con toda atención. De pronto vio que poco a poco, como pequeña nube, se iba formando cerca de la mesa un fantasma que tomó la forma humana, el mismo que, tras acercarse a besar los potajes de uno en uno, luego se esfumaba como el viento. El incrédulo, entonces, salió asustado del cuarto y llamó a sus parientes, a quienes contó los extraños sucesos que había presenciado. Pero desde aquel día comenzó a enflaquecer y debilitarse hasta que se "secó" y murió, sin que los remedios y las limpias le hicieran ningún bien. Dice la gente que ese fue su castigo por no creer en las almitas.
SORTILEGIOS, ADIVINACIONES Y PROPICIACIONES Las peripecias, las contingencias y avatares del hombre ya están escritos por los dioses, desde que viene al mundo por designio sobrenatural hasta su muerte. Y si entonces ya todo está hecho de antemano y nada puede torcer o variar el rumbo del tránsito humano por este terrenal escenario a donde llegó con un signo y con un destino, es posible que por algunos procedimientos mágicos se pueda entrever el porvenir. Las cosas, objetos o animales, por ciertas propiedades o virtudes transferidas por personas que son depositarlas de poderes sobrenaturales, pueden utilizarse como medios para adivinar el porvenir de las personas o augurar los acontecimientos futuros de acuerdo a los cuales actuarán los hombres En el folclor cajamarquino, no hemos considerado la adivinación por medio de las barajas, por ser meramente una transposición cultural llegada con los europeos que conserva sus mismas características y se rige por los mismos
principios o leyes. Sólo hemos tenido en cuenta los oráculos o formas de adivinación ya perfectamente aculturados. Existen formas de adivinación que cualquier persona puede practicar, como por ejemplo la de la tuza, pero otras formas exigen la presencia de una persona ya iniciada en los misterios de la magia, la misma que en el momento del ritual deberá observar ciertas normas de comportamiento inviolables para el buen éxito de la adivinación, como abstinencias, prohibiciones, etc. Los métodos comunes, es decir, los que puede practicar cualquier persona, se emplean para situaciones muy vagas y en general para anuncios de carácter muy general, digamos que para ver si uno va a tener buena o mala suerte, o si una determinada persona quiere o no; así mismo, estas adivinaciones no comprometen muy seriamente el resultado anunciado. Sin embargo, aquellos métodos que exigen la presencia de una persona inicia da se usan para hechos concretos, para situaciones específicas, cuyos resultados tienen que ser veraces en cuanto a previsibilidad, por supuesto dentro de los límites de la certeza mágica. Las fuerzas ocultas de la magia no solamente pueden utilizarse para averiguar el futuro, sino que incluso se las puede encauzar convenientemente, mediante determinadas prácticas, para descubrir robos, averiguar entierros, etc., así también como para obtener bienes o la prosperidad deseada, o, en caso contrario, propiciar la desgracia del enemigo. En todos estos casos, la fe es el fundamento profundo del objetivo, de donde no resulta extraña la hibridación mágico-religiosa, en la que muchas veces son los santos los detentadores de los poderes ocultos cuyo desencadenamiento se busca por medio del ritual propiciador. En alguna de estas prácticas se descubre la mentalidad que identifica la apariencia física con la conciencia, con los sentimientos, con el comportamiento. Tal es el caso de la tostada de ojos, en donde se llega a considerar que los tuertos, los que adolecen de cataratas, etc. no resultaron con ese defecto por acción natural, sino como consecuencia de su mal comportamiento, mágicamente castigado. Estamos en presencia de la misma línea de pensamiento que vincula generalmente a la muerte como resultado de una venganza, como una sanción o como un castigo.
También, dentro de las manifestaciones mágicas recogidas en este capítulo, encontramos aquellas que tienen por finalidad propiciar la buena voluntad de los seres invisibles, reveladoras del sentido comunitario que liga a los vivos con los muertos y la serie de actos a que se ve compelido el primero para evitar la acción mala de los segundos, quienes conservan todas las cualidades y características que identifican a los vivientes. La cena de las almitas, o la cena funeraria, no obstante la visible manifestación de congoja y quebranto, pero al mismo tiempo de amor y pleitesía, en análisis más profundo es sintomática de temor y de una clara no aceptación de la "mors ultima ratio", pues si bien ya esas almas abandonaron este mundo, un día señalado por Dios regresan para observar si sus deudos se acuerdan de ellas y si aún participan en el diario quehacer de la familia. En el caso de que los deudos no ofrendaran la casa, no fueran al panteón a rezar o hacer que otros recen por ellos, entonces la venganza será inminente. El omiso sufrirá indefectiblemente todo el peso del castigo anejo a su omisión. Para aliviar o sublimar el miedo a la muerte o al muerto que lo simboliza, se conviene que en realidad no existe la muerte, puesto que un difunto conserva todas las características del vivo, sus mismas posibilidades, las mismas aficiones que tuvo en este mundo. Esta actitud mental racionaliza mágicamente la negativa del hombre a morir.
REFERENCIAS 1. Cuando no se puede encontrar el cadáver de una persona que ha sido arrastrada por el río, se toma un mate en medio del cual se coloca un centavo doble y sobre este se fija una vela encendida. Luego se suelta el mate para que lo lleve la corriente, debiendo los interesados seguirlo hasta que se detenga. En este sitio se encontrará el cadáver sumergido.
2. Para evitar que un homicida se dé a la fuga y pueda ser fácilmente apresado, se amarra el cadáver de la víctima de pies y manos con una soga de cerda y debajo de la lengua se coloca una peseta de plata. De esta manera, el victimario no podrá huir ni esconderse.
3. La tostada de ojos
Para descubrir al ladrón, se colocan en un tiesto dos huaylulos, y a medianoche se les fríe en aceite de gato negro. Al ladrón se le reventará un ojo. Esta práctica puede incluso tener efecto sobre los animales que pudieran haber comido el objeto buscado, como sucede en el siguiente relato (informante: Antonio Chilón). En cierta oportunidad, de una casa desapareció una sábana. Los dueños, creyendo que alguna persona la había sustraído, procedieron a la tostada de ojos, y resultó que una vaca amaneció tuerta, la misma que, como comprobaron posteriormente, se había comido la sábana.
4. Para saber si le ha de ir bien o mal en sus gestiones del día, se toma una tuza a la que se le da el aliento, tanto por la punta como por el culote, y luego se la arroja al aire Si la punta cae mirando al interesado es porque le ha de ir bien, pero si es el culote el que apunta a la persona, le irá mal.
5. Para saber si el alma de una persona muerta ha abandonado la casa donde moraba, en la noche del quinto día posterior al fallecimiento se riega con ceniza la entrada de la casa. Si al día siguiente aparecen huellas sobre la ceniza, es indicio de que el alma sigue vagando dentro de la casa, pero si no aparecen las huellas, es manifestación de que ya el alma está en paz perpetua
6. Para descubrir un tapado, se toma un ovillo de lana blanca, se reza un Padrenuestro, se sopla por tres veces el ovillo y se lo suelta para que ruede. El lugar en donde se detenga, se hallará el entierro.
7. Para encontrar objetos perdidos, el adivino abre una tijera de acero en cruz. En una de las puntas coloca un cedazo de cerda, y luego pregunta si tal persona es la ladrona. Si dicha persona es la autora , el cedazo dará vueltas; en caso contrario, permanecerá inmóvil, en cuyo caso hay que preguntar por otra persona, hasta encontrar al autor. La pregunta se formula de la siguiente manera: "Cedacito, por la virtud que Dios te ha dado, XX es del hecho". 8. Para encontrar pérdidas, se toma una olla nueva de barro en la que se hace hervir agua con ramas de trenza, y cuando rompe el hervor se introduce una peseta de plata. Luego se baja la olla del fogón y se hace la siguiente pregunta: "¿Allicta arima huanga?", agregándole el nombre de las personas
que la víctima del robo va indicando. Si el agua es absorbida por la peseta al pronunciar un determinado nombre, es señal de que esa persona es la autora del robo.
9. Para evitar que los ladrones se escapen, se dejan en una esquina del corral ramas de bejuco, previamente preparadas por el brujo, de tal manera que los ladrones que han entrado al corral se enreden en las ramas y ya no puedan salir.
10. Para tener una noche auspiciosa en cualquier actividad –lícita o ilícita – , se colocan las icllas 1 al costado derecho de la chacra.
11. Para que aumente el ganado, en una esquina del redil se colocan las icllas en forma de cuernos.
12. A fin de evitar el robo de los animales, se puede solicitar los servicios del brujo para que "componga" a los animales. A este efecto, el maestro ejerce sus poderes mágicos sobre la sal y sobre las ramas de trenza, cóndor y orlambo blanco o amarillo, y luego se les da de comer a los animales.
13. Para preservar la casa de los robos, se entrega al brujo una calavera de gentil para que la arregle. Una vez ejecutado este procedimiento, se coloca la calavera en un sitio estratégico. Cuando ingresa un ladrón o persona desconocida al domicilio, la calavera silba, llama o hace cualquier otra clase de ruido, avisando de esta manera a los dueños. 1 Fósiles
pequeños o pedazos de cristal de color.
14. Para obtener una buena cosecha, se coloca una cruz sobre el montón del grano ya trillado, la misma que es adorada por todos los presentes. El más viejo de ellos, al momento de colocarla encima del montón dice: "Te ponemos para… (tantas) cargas, y si no te cosechas, a la candela".
15. Siempre hay que colocar una cruz sobre el montón del grano cosechado; de no hacerlo, al año próximo se perderá la siembra.
16. Se debe colocar una cruz de madera en el centro de la chacra, mirando hacia el punto por donde sale el Sol, para asegurar, de esta manera, una buena cosecha. De no observar esta práctica, el diablo puede apoderarse de la chacra y perder los sembríos.
17. Para que un árbol dé abundantes frutos, se coloca un cuerno de carnero entre sus ramas.
18. Para obtener el mismo resultado anterior, el árbol debe ser sembrado por una mujer.
19. Hay que colocar en la cumbrera de la casa una yunta de arcilla para atraer la prosperidad y la buena suerte.
20. Hay que arrojar al camino los pelos o las plumas de los animales que se han matado, para que aumenten los animales de la misma especie que los sacrificados.
21. Para que haga viento y se pueda realizar el venteo durante las trillas, el más anciano de los presentes debe entonar canciones.
22. Para obtener un milagro de una determinada imagen, se le roba el dedo cordal hasta conseguir el milagro esperado, luego de lo cual se vuelve a colocar el dedo sustraído. 23. Para aumentar el flujo del puquio 1, se debe sembrar a la orilla un saúco llorón. En el hueco que se hace para la plantación se coloca un puñado de carbón. 1Manantial.
24. Para secar el caudal del puquio, se debe echar un poco de sal al ojo mismo de la vertiente.
25. Si se quiere secar el puquio, se echa manteca, cebollas o sal al ojo de la vertiente.
26. Si se quiere ocasionar un daño a la persona odiada, se hace una incisión en el palo de sangre, en donde se coloca la fotografía de dicha persona, a la misma que al poco tiempo se le hinchará el cuerpo y finalmente morirá al reventársele la barriga.
27. Si se arroja al talalán 1 una prenda de vestir de la persona a quien se quiere ocasionar un daño, se le podrirá la parte del cuerpo que estuvo en contacto con la prenda utilizada.
28. Para vengarse de la persona que le injurió o calumnió, se enciende una vela y se la coloca invertida ante la imagen del santo en quien se tiene
devoción.
29. Para ocasionar un daño a la persona que a su vez le ha hecho un mal, se pone una vela encendida e invertida ante la esfinge de San Quirino, rezándole un Padrenuestro.
30. Cuando se desea que la persona odiada muera, se coloca una vela en la fosa orbital de una calavera humana y se le reza oraciones especiales.
31. Si se desea que las siembras del rival se sequen, se pone la cochinada, especialmente preparada por el brujo, en el centro de la chacra.
32. Para conseguir la muerte de los animales de la persona odiada, se pone la cochinada confeccionada por el brujo en el corral en donde se guardan los animales, los mismos que, por acción del preparado, comenzarán a expeler aguas verdes, azules, amarillas, y luego comenzarán a enflaquecerse hasta que finalmente morirán.
33. Si se quiere secar o malograr los sembríos del rival, se entierra en la chacra el bofe del ganado vacuno. 1Hueco
natural muy profundo.
34. Para perder las cosechas de otra persona, se entierra en la chacra un huevo de gallina mezclado con manteca.
35. Para conseguir que mueran los animales de una persona enemiga, se arrojan al corral hojas de coca, de orlambo, trenza y otras utilizadas por los brujos.
36. Para conseguir la ausencia o la muerte de una familia a la que se odia, se toman huesos humanos y se los convierte en polvo, que se coloca en un toto1 con el que se sopla por entre los intersticios o huecos de la puerta en donde vive la familia designada.
37. Si se desea que una persona nunca más regrese a nuestra casa, se debe barrer la habitación en donde estuvo la persona no deseada, tan luego esta se retire.
38. Para evitar que los muchachos se orinen en la cama, se les hace coger el arnero y a cinchazos se les da una vuelta por toda la casa.
39. Para que el brujo asegure el éxito de sus prácticas, debe rezarle a San
Cipriano.
40. Para que las prácticas del brujo tengan éxito, debe poner velas, cantar y rezar ante las pictografías, sobre todo si se trata de hacer el daño.
41. La cena de las almitas. (Informante: Rafael Tafur) La víspera del primero de noviembre, en las casas campesinas se reúnen todos los miembros de la familia para preparar los bocaditos y potajes que en vida fueron deleite de los parientes muertos. Con este objeto, se recogen frutas oriundas del lugar como el capulí, tunas, poroporos, moras, yacones, etc., y a falta de estos, los adquiridos en la ciudad, como plátanos, paltas, naranjas, pepinos, etc., a los mismos que se corta en rodajas o tajadas. 1 Pedazo
de caña con un orificio pequeño en uno de sus extremos y que se usa para
avivar el fuego.
Por otra parte, se prepara dulce de mazamorra con harina de maíz chancado y mezclado con leche, panecillos de maíz, pan de trigo, molletes en sus diversas formas: carneros, bollos, toros, etc., cuya masa se ha confeccionado especialmente para las almitas; además, se prepara cancha de trigo o de maíz, habas cocidas, mote, tamales, pedacitos de quesillo, sarayumba-chicha (chicha fresca), alfajores, tapitas de leche, etc. Estos comestibles se distribuyen en limpias "callanas" (platos de barro) o en mates no usados, que se ofrendan a cada uno de los difuntos de la familia, colocándolos sobre una mesita cubierta con una joijona (mantel de lana) que recién se usa. En caso de que la familla no contara con una mesa, las ofrendas se colocan sobre la joijona tendida en el suelo, teniendo siempre cuidado de que todos los utensilios sean completamente nuevos. Al centro de las ofrendas se coloca una "medida" (cántaro pequeño) con agua bendita, que se adquiere gratuitamente en el convento de la ciudad. La habitación en donde se sirve la cena de las almitas debe estar completamente limpia y aseada, debiéndose retirar todas las cosas que normalmente se colocan en ella, como camas, trajes, granos, comestibles, etc., con el objeto de dejar libre la habitación y no perturbar la presencia de las almitas, las mismas que concurrirán a la medianoche a disfrutar del banquete preparado.
Una vez servido el banquete en la forma prescrita, todos los miembros de la familia: abuelos, padres, hijos, nietos, tíos, primos, etc., colocándose en torno a la memoria de cada uno de sus difuntos, les piden que acepten "la pobrecita" comida que les ofrecen. Concluida esta ceremonia, los familiares abandonan la pieza y se retiran a dormir, sin haber tocado para nada los comestibles ofrecidos en la cena. Más tarde, a la medianoche, llegarán las almitas invitadas para deleitarse con los manjares y potajes que más les gustaron en vida y que les han ofrendado sus parientes. Sólo esa noche las almas tienen permiso de Dios para visitar aquellos lugares en donde moran sus parientes que les han "ofrendado" el banquete. Las almitas disfrutarán de aquellos manjares que apetecen, pero no lo hacen materialmente sino que aspiran su fragancia, absorben su esencia, Concluida la cena, las almitas deberán rezar pidiendo a Dios para que derrame sus bendiciones y toda clase de prosperidad sobre los deudos que se han acordado de ellas. Al primer canto de los gallos, se retiran para retornar al lugar en donde Dios las ha colocado. Al día siguiente, muy temprano, la familia recoge todas las ofrendas, implorando nuevamente por el descanso eterno de sus difuntos y pidiéndoles que intercedan ante Dios para que Este les dé su bendición y les envíe mejores y más abundantes cosechas. Algunos potajes de la cena se repartirán entre los miembros de la familia, para su consumo inmediato, los mismos que comprobarán que los comestibles se hallan desabridos o sin ningún gusto, lo que demuestra que las invitadas han extraído la esencia de las cosas, aceptando así la ofrenda que se les ha tributado. Si la comida conservara su sabor, sería prueba de que las almitas no han concurrido a la cena que se les ha ofrendado. Más tarde, los familiares de mayor edad, como los padres o abuelos, guardando en la joijona o un mantel el resto de la comida, se dirigen a la ciudad para concluir la ceremonia de la ofrenda. Antes se encaminaban a la Iglesia, en donde tendían nuevamente las ofrendas y obtenían la contribución de un rezador para que elevara algunas oraciones en recuerdo de las almas de sus difuntos. En la actualidad, ya no se permite esta clase de ceremonias en los
templos, por lo que se dirigen al cementerio en donde reposan los restos de sus deudos. Ante la tumba se desenvuelven las ofrendas y se las coloca a la vista del muerto, consiguiendo siempre los servicios de un rezador, salvo que un pariente supiera hacerlo. En el primer caso, hay que retribuir al rezador con algo de la ofrenda, como pan, paltas o plátanos, generalmente. El rezador recita a media voz un bendito y una Ave María o un Padrenuestro, llenando el cuenco de la mano con agua bendita, procurando que el agua se deslice lentamente por entre los dedos sobre la tumba y al lado de una velita encendida. Cada rezo o plegaria elevada servirá para descontar la pena que en el Purgatorio haya señalado Dios al almita, por los pecados que en esta vida hubiera tenido. Una vez terminadas las ofrendas, las mismas que han sido trocadas por los rezos salvatorios, y concluido el fiambre que han portado para alimentarse junto con el almita, y avanzada la tarde, retornan a sus casas, contentos y satisfechos de haber contribuido con su fe a la salvación eterna del alma de sus difuntos, y con la esperanza de volver a repetir la ceremonia el próximo año y así sucesivamente, hasta cuando Dios les preste vida. Esta práctica se enseña celosamente a los hijos, para que hagan lo propio con sus padres, cuando estos sean llamados por Dios para rendir cuenta de sus actos.
42. Las mochitas El vulgo ha bautizado con el nombre de "mochitas" a las calaveras que son sustraídas del cementerio y trasladadas a los domicilios, con el objeto de que se conviertan en guardianes de las casas, a las que protegen de los ladrones. Con esta finalidad, las calaveras son puestas tras de las puertas de calle, bajo las escaleras o en otros sitios estratégicos para que cumplan su cometido. Es obligación de los dueños de casa rendirles culto o veneración todos los lunes por la noche, encendiéndoles una velita y rezándoles oraciones especiales para el caso. Este culto no puede ser en otro día, porque el lunes es el día dedicado a las almitas buenas que protegen a los cristianos de las
asechanzas venidas de personas malas. Las mochitas, en cumplimiento de su misión, en unos casos emiten ruidos semejantes a los ladridos de perro o simulan conversaciones para que los intrusos piensen que en la casa hay gente "recuerda" y desistan de su empeño. En otras ocasiones, las mochitas siguen a los ladrones, y con su presencia los atemorizan hasta tal punto que se dan a la fuga. Los dueños de la casa llegan a tener mucha confianza y familiaridad con las mochitas, sabiéndose protegidos y acompañados.
EL AYAPUMA El Ayapuma es una cabeza humana que, desprendida del tronco, vaga por los campos en busca de agua para saciar su sed. Cuando una persona se acuesta sedienta, corre el peligro de que por las noches su cabeza se separe del cuerpo y vaya en busca del líquido elemento para calmar su sed. No obstante el principio natural que da origen al sedienta se convierte en ser
Ayapuma, la cabeza
fatídico y agorero que recorre los campos
infundiendo pavor entre los moradores que tienen la desgracia de escuchar su lúgubre grito de "chusheck", onomatopeya con la que también se la puede designar. Pero como el desprendimiento de la cabeza no es un hecho normal y común, es natural pensar que a quien esto suceda debe ser una persona mala o tener algo turbio en la conciencia o, en fin, haber tenido o tener tratos ocultos con el maligno. En el fondo, el Ayapuma supone un castigo, aun cuando en algunos relatos aparezca como resultado de una desaprensión o negligencia. El oír o ver al Ayapuma es tapia, augurio de desgracias o malas contingencias, generalmente anuncio antelado de muerte. Cuando se llega a ver al Ayapuma enredado entre las zarzas, se puede conjurar el peligro señalando con carbón o tizne la frente de la aparición, con el objeto de reconocer a la persona a quien pertenece la cabeza. Como un medio de venganza o para librarse de la presencia de la persona a quien se le desprendió la cabeza, se puede aprovechar de tal circunstancia para pasar con ají el cuello y evitar que cuando la cabeza retorne a adherirse al
cuerpo, no lo pueda hacer, y de esta manera, impotente, vague eternamente, sin posibilidad de readquirir su normal existencia humana. Cuando esto sucede, el Ayapuma se convierte en un ser vengativo, que aprovechará cualquier circunstancia para aplacar su odio, ya no sólo tapiando 1 sino parasitando el cuerpo de cualquier persona que tuvo la desgracia de atravesarse en su camino, adhiriéndose a su hombro. El damnificado quedará sujeto a la crudelísima situación de andar permanentemente con el Ayapuma, adquiriendo, además, la obligación de aumentarlo y atenderlo en todas sus necesidades. Pero conociendo la natural repugnancia de este ser fatídico por los malos olores, principalmente los desprendidos por el excremento humano, se puede utilizar de esta circunstancia para librarse de la maldición. La persona pasiva del maleficio puede aprovechar el momento en que la cabeza se desprende de su hombro por no poder soportar la fetidez que desprende cuando realiza el acto fisiológico, para pasarse con presteza ají por el hombro; entonces, cuando el Ayapuma regrese ya no podrá reintegrarse al sitio que le sirve de estancia, y otra vez ha de recorrer sediento de venganza los campos en busca de nuevas víctimas Según el relato de algunas personas que han escuchado el grito del chusheck, es probable que se trate de un ave nocturna cuya cara en la oscuridad puede dar la impresión de rostro humano, sirviendo de pábulo para que en la imaginación popular haya surgido la creencia en el Ayapuma
RELATOS 1. El castigo del uxoricida (informante: Artemio Paredes) En el sitio denominado Sogorón, comprensión del distrito de La Encañada, vivía un matrimonio mal avenido por los celos extremados del esposo, no obstante que la esposa le daba muestras de fidelidad. Una noche en que el marido regresó embriagado a su domicilio, rompió de una patada el cántaro de agua que su mujer siempre colocaba junto a la cama para aplacar la sed que solía atormentarla en la noche. 1 Mal
augurio.
Efectivamente, cuando la mujer se despertó comprobó que el cántaro estaba roto, y temerosa de levantarse a la medianoche, siguió en la cama y al poco rato se quedó dormida. Mas la cabeza, desprendiéndose del tronco, salió en busca de agua. El marido, aprovechándose de la ocasión, pasó con ají el cuello en la parte en que se había seccionado la cabeza, la misma que cuando regresó ya no pudo adherirse al cuerpo. El marido se levantó al día siguiente, y al salir al corredor, la cabeza de su mujer, dando un salto, se prendió de su hombro, y por más esfuerzos que hizo, no la pudo desprender, viéndose en la imperiosa necesidad de cargar con la cabeza de su esposa, a la que debía alimentar El hombre se recluyó en la casa y no salía sino en las noches, para evitar que se le viera cargando la cabeza. Un día llegó a visitarle un compadre, quien le recomendó un procedimiento para librarse de la maldición que sobre él pesaba. Efecvivamente, al día siguiente, de acuerdo a las indicaciones recibidas, se fue al monte para "hacer del cuerpo" 1, y cuando la cabeza se desprendió de su hombro, ya que no podía resistir el mal olor, pasó con ají el lugar en donde se adhería, y cuando esta quiso regresar a su sitio ya no lo pudo hacer. Desesperada, se fue saltando por el monte hasta que sus largos cabellos se enredaron en la maleza. Allí estuvo por varios días hasta que pasó un venado en cuyo lomo se prendió. (Una variante de este mismo relato es el que dice que el marido degolló de un hachazo a la mujer.)
2. El encuentro con el Ayapuma (relato de Belisario Alarcón) En una noche de Luna llena, en que el informante viajaba de Cajamarca hacia su casa, ubicada en el paraje de Otuzco, y cuando se encontraba a la altura de Miraflores, le entraron ganas de "hacer del cuerpo",
y se dirigió al
monte que crecía junto al camino. 1 Defecar.
En circunstancias en que se disponía a realizar el acto fisiológico, oyó un extraño ruido entre las zarzas, y creyendo que se trataba de algún tigrillo o cualquier otro animal peligroso, arreglándose los pantalones, con mucho sigilo
se encaminó al lugar de donde procedían los ruidos, y encontró que la cabeza de una mujer blanca y rubia se hallaba enredada entre las zarzas. Horrorizado por la visión, no atinó a moverse, y vio que la cabeza le pedía que la liberase. El informante, movido a compasión, le dijo: "Yo te desenredo, pero no te vayas a pegar a mi cuerpo". Con el ofrecimiento favorable de la cabeza, procedió a desenredar los cabellos, la misma que, al verse libre, dando saltos y gritando "chushecpum" se alejó por el Cerrillo.
3. La cabeza sedienta (relato de José Céspedes) Una noche en que un amigo del informante se dirigía a su trabajo de controlador del Camal Municipal, caminando por la orilla del cequión que baja por el Ingenio, vio que una cabeza de mujer se hallaba tomando agua. Entonces, aprovechando que la cabeza no lo miraba, se acercó con mucho sigilo y procedió a señalarla con una cruz en la frente para poderla reconocer posteriormente. Efectivamente, a los pocos días en que ingresó a la plaza del mercado, se dio cuenta de que una de las vendedoras tenía en la frente una cruz negra. Aproximándose a ella, le dijo: "Señora, yo la he visto la otra noche tomando agua del cequión". La mujer, al saberse reconocida, ya no regresó al mercado y a los pocos días murió.
4. El Ayapuma recoge sus pasos (relato de Rafael Tafur) En el paraje de Tambomayo, comprensión del distrito de la Encañada, provincia de Cajamarca, vivía un familia conformada por Polo, Casimira –alias Cashe – y Desposoria –alias Posha –, padre, madre e hija respectivamente. En ese lugar ocurrió el siguiente hecho, sostenido como verídico. Es costumbre en el campo comer y dormir temprano para madrugar a los quehaceres cotidianos. Así, cierta noche, Polo se acostó al "canto" de su "compañera" en una cómoda barbacoa ubicada en una esquina. La juiciosa hija lo hizo en una "paracacha", a corta distancia y al otro extremo de l os viejos. Padre e hija parlaron un buen rato en voz baja para no molestar a la "mama Cashe", quien se encontraba enferma. La Posha rezó silenciosamente, y luego un "hasta mañana ya" selló sus labios y un manto de silencio cayó sobre la noche oscura; sus largas pestañas se juntaron abrazadas por el
sueño, cerrando sus llorosos ojos, humedecidos de pena. Polo, despierto aún, madejaba y desmadejaba sus pensamientos, deshilachando la trama de su imaginación. En el telar de la vida examinaba uno por uno los hilos del sufrimiento de su compañera, de sus caídas y levantadas, tras los médicos y tras los brujos en busca de la salud. En estas ocupaciones pegó pestaña; al punto, un ronquido extraño proveniente de la Cashe lo despertó, y creyendo que se ahogaba, en medio de la oscuridad, llevó la mano sobre la cabeza de su mujer para acomodarla, llamándola: ¡Cashe!, ¡Cashe!, ¿qué tienes? Mas, ¡qué extraña sorpresa! Su mano había palpado el cuello de su mujer, burbujeante, húmedo y caliente, ¡parecía que hervía!, ¡la cabeza no estaba allí! Creyendo comprender lo que pasaba, instintivamente retiró la mano. "¡¡¡Sia arrancao su cabeza!!!", dijo a media voz. Al instante, Posha, que estaba semidormida, inquirió forzadamente: “¿Qué tiene mi mamá? ¡Quién sabe tú luas matao, papá!, cuando tanto sufre ”, gritó, al propio tiempo que Polo respondió: “¡Cállate, so animal, ¿no ves que sia arrancao su cabeza ?”. Bastó esto para comprender la tragedia y silenciarse en espera del retorno de la cabeza. Padre e hija, cada cual por su lado, se cubrieron con las mantas hasta la coronilla. El padre, con los cabellos crispados de terror, no encontraba una salida a su espanto. Con un poco de esfuerzo recordó algunas versiones del Ayapuma a las que no quiso dar crédito hasta ese momento, calificándolas de "abusiones de viejas". Pero ahora él estaba allí, frente a un hecho paténte; y entonces se decía: “Esto sí que será tapia”. Posha, en cambio, pensaba: “Lia arrancao su cabecita, ónde se habrá iu pué, acacaucita", y rezaba al mismo tiempo. Y cuando ocupaban sus pensamientos en pensar y esperar... de pronto se dejaron escuchar ruidosos y toscos pasos, gritos raros, pun... guacaj...; pun … guacaj... Los ruidos se aproximaban a cada golpe más y más; de pronto, "que… cherr …, chirrió la puerta y ¡¡se abrió!!, ¡el ayapuma! Un sudor frío y escalofriante bañaba los cuerpos de padre e hija, la respiración se aceleró, el aliento se les apagaba. La Posha se decía: "Mamita del Rosario sudores me tapan, cómo pué será ”. Polo rezaba la Magnífica, ¡¡¡el ayapuma!!!, y esta se
paseó por todo el cuarto buscando su cuerpo; el ronquido de la enferma se silenció y un plash se escuchó, luego pun … guacaj pu n… guacaj… la cabeza no se colocó; otro plash … sordo y seco –tampoco se colocó –, pun… guacaj…, pun… guacaj... un tercer plash, fuerte y rotundo. Un silencio sepulcral invadió el cuartucho por varios minutos, todos estaban paralizados, nadie respiraba; sólo los oídos permanecían atentos. La enferma se movía de un lado a otro, como buscando una acomodación para su descanso, y como despertando de su letargo, murmuró: "Juiuff … qué cansada estoy. ¿Polo … Pó…loo…? “Qué hija, qué tienes”, respondió este, descubriéndose la cabeza. “Te contaré –le dijo –, hei soñao que me he visto muchacha andando por esos caminos de mi juventú. Qué bonitos caminos han siu, ay … pero qué cansada esto y… mis piernas, mis brazos, qué barbaridá … “Sí, hija, sí… –decía Polo –, tal vez te mejores y a… “Quién sabe, cómo será pue –seguía hablando Casimira –, mejor Dios me
recogiera pa no hacer tanto gasto; qué pue, nuestros animalitos ya lo acabamos de vender ”. “No, hija… no te preocupes … aumentarán ya después ”. Posha escuchaba sin interrupción, aconsejándose para sí: "Cati pué mi mamita ya se mejora, cáti pué amaneciú parlanchina, vua levantarme pue pa hacer el caldito”. En el acto se levantó, preguntando : “¿Cómo amaneció uste pue mamita?”. Y esta le contestó: “Así nomás, hijita … cuídate pue hijita… cuida nuestros animalitos”. Amaneció y todos se pusieron de pie. Más tarde, Casimira sorbía con gran apetito el caldillo de huevos. "Ojalá pue que te sanes, mamita, cati pue lo acabas tu caldito". Una sonrisa de aceptación se dejó dibujar en el rostro demacrado de la Casimira. “Vua volver, hija ”, gritó Polo, marchando para las faenas del campo con
una alforja sobre el hombro. Caminos chillosos y zigzagueantes hacían su compañía, con ellos bajaba y subía. “¡Dios pue lo permitirá esto? –se preguntaba –; quién sabe pue faltará poco paque muera mi mujer. Dicen que nuestra cabeza se arranca pa recoger nuestros pasos dos años antes paque muramos; gueno, ¿por qué no se pegaría su cabeza al primer golpe, o en el segundo, y jue tuavía a las tres veces. No sería porque lo toqué pue; quién sabe pue será celosa pa no tocarlo ”. Y entre pensar y pensar se fue yendo la mañana y la tarde. Ya avanzada la oración, decidió encaminarse de regreso a la casita. Cuando se encontraba
muy cerca de ella, percibió llantos, y apurando sus pasos dijo: “¿Qué pasará pue otra vez?; capaz pue se habrá enpeorao la Cashe ”. Sin darse cuenta, llegó y entró a carreras, preguntando: “¿Qué ha pasao pu e… qué ha pasao? ”. Y una voz dentro del murmullo respondió: "Cati pue se ha moriu mi mamita, papacito... ayayayayayaa ... yayá; yayaaa...ya".
LEYENDAS No simplemente el hombre primitivo tenía que resolver los problemas de la diaria y perecedera contingencia; además de ellos tenía ante sí situaciones constantes que intrigaban su mente, y a las que buscaba una explicación capaz de mitigar la angustia de la interrogación. Para
estas
situaciones
no
comunes,
la
solución
la
encontró
antropomorfizando a los seres invisibles, que luego se convirtieron en protagonistas del mundo y sus fenómenos, en medio de los cuales actuaba el hombre; y así aparece la leyenda cosmogónica . La leyenda fue una solución mental a la problemática existencial sobre un encuadre concreto, que sirvió al hombre como base teórica de su cotidiano quehacer. Su grado de evolución, su instrumental técnico y sus correlaciones psicosociales-cósmicas encontraron en la leyenda una concepción válida para su vida. Para el primitivo nivel de conocimientos que poseía el ser humano, la leyenda es una interpretación válida e irrefutable, no una mera suposición, no un mito, tal cual lo entendemos nosotros. Lo mágico, lo mítico es connotación a posteriori, que surge a medida que el hombre va aumentando su caudal de conocimientos; entonces cuando el pensamiento no descansa sobre las mismas bases mentales, sus productos devienen en obsoletos como instrumentos de interpretación funcional. La elaboración mítica es un proceso mental adecuado a un determinado nivel de conocimientos técnicos y científicos. El mito aparece cuando se ha dejado de creer en una determinada solución mental o esta no mantiene su plena vigencia como forma esquemática de la conducta humana. Esa originaria explicación al perdurar en la imaginación popular, ya no
como una solución interpretativa, se convierte en mito, l eyenda o fábula, que es la forma bajo la que se repite de generación en generación, frente a la cual dentro de la cultura folk se adopta una actitud de respeto y aun de cierta probabilidad. En algunas leyendas recopiladas se ha producido la interpolación del hecho folclórico autóctono en el mundo del cristianismo, hasta tal punto que, sin pérdida de trabazón, se hace actuar a personajes bíblicos en el escenario americano, y en otras oportunidades, personas, animales o plantas ori undas de América son figuras protagónicas de episodios cristianos. Tal es el caso, por ejemplo, del inca, de los chochos, de la coca, del gallitorume, etc. El sincretismo cultural en el campo del folclor mágico es mucho más evidente y palpable porque, en el fondo, la actitud mental en juego es siempre igual para la especie humana, por distintos que fueran los grupos sociales en donde actuase: necesidad de explicar el mundo en que vivimos, anonadamiento ante la vida, miedo ante la muerte.
Leyendas cosmogónicas 1. La leyenda de la terciana (relato de Clodomiro Silva)
Hace ya mucho tiempo que hombres del valle, diezmados por la terciana, que inclementemente azotaba esos lugares, decidieron invadir Cajamarca ingresando por distintos puntos que dan acceso a la ciudad, hecho que de consumarse hubiera significado la extinción de la población afincada florecientemente en el valle cajamarquino. Compadecido de la triste suerte que aguardaba a sus hijos, el Dios tutelar de Cajamarca transformó a los vallinos en piedras que hasta ahora existen en diferentes partes de la ciudad, como en Los Frailones, Los Negritos, Carachugo, La Shacsha, etc. 2. La leyenda de la laguna de Akuán (relato de la señora Ida Rocha de Mejía)
En la parte alta de la hacienda de Catudén, ubicada en la provincia de Contumazá, antes comprensión del poderoso reino de Guzmango, se halla el lugar ahora denominado Akuán, en donde hace muchos años reinaba Tanta
Rica, poderoso señor de entonces, cuya hermosa y joven hija era cortejada y pretendida por los más apuestos y principales señores de los reinos y comarcas vecinos, sin que por ninguno de ellos manifestara la menor inclinación. Uno de esos días compareció ante Tanta Rica un hombre sumamente pobre, vestido de harapos y ojotas muy gastadas, probablemente por su mucho caminar, para pedirle hospedaje por algunos días. El cacique, hombre bueno y justo, dio hospedaje al forastero, que dijo llamarse Akuán. Algunos días después, Akuán compareció nuevamente ante Tanta Rica y, para sorpresa de este, le manifestó que durante los días de su permanencia se había percatado de que en su reino escaseaba el agua, por lo que él le proponía poner una laguna en la parte alta del cerro, dotándolo de agua en cantidad suficiente como para regar todas las tierras aptas para el cultivo, pero que, a cambio de ello, Tanta Rica debía comprometerse a cederle en matrimonio a su hija. El cacique pidió un tiempo prudencial para pensar el extraño trato que le proponía el mendigo, en el que observó un poder sobrenatural. Pasaron algunos días, días de grande preocupación, temores y aflicciones para Tanta Rica, quien tenía que resolver entre obligar a su hija a desposarse con un mendigo o disponer de agua abundante que significaba el bienestar y el progreso de su pueblo. Al fin, una mañana hizo llamar a Akuán y le manifestó que había resuelto acceder a su petición, mas le amenazó con mandarlo matar en caso de que incumpliera con los términos del compromiso. Akuán abandonó la aldea, sin que nadie pudiera precisar el momento en que lo hizo, y desde entonces pasó mucho tiempo sin que se tuviera ninguna noticia de él. Tanta Rica, pensando haber sido objeto de una burla por parte del extraño mendigo, convino en que su hija se casara con el poderoso señor de una tribu vecina. Mas, una noche, los moradores del lugar escucharon un extraño y ensordecedor ruido, como si un río caudaloso dejara correr sus aguas en incontenible torrente. Sorprendidos y temerosos, muy temprano se levantaron para cerciorarse del origen del ruido escuchado, y encontraron a Akuán, ya no cubierto de harapos sino convertido en un apuesto señor, elegantemente vestido con
muchos adornos de oro y piedras preciosas. Akuán, luego de saludar a todos y de entrevistarse con Tanta Rica, pidió que lo acompañaran a una planicie cercana, que se había transformado en una gran laguna cuyas aguas discurrían torrentosas por la falda del cerro. Ante la sorpresa y la alegría de los pobladores que aclamaban a Akuán como su salvador, este dijo a Tanta Rica: "Yo he cumplido con mi ofrecimiento, ahora te toca a ti cumplir con tu palabra". El cacique, consternado, le explicó que, perdidas las esperanzas de su regreso, había autorizado el matrimonio de su hija con otro hombre. Akuán, resentido, desapareció definitivamente en medio de la laguna, la misma que comenzó a secarse hasta quedar convertida en una hondonada, en donde hasta ahora se escucha como si un río dejara correr sus aguas por el interior de la tierra. 3. La leyenda de los Frailones (relato de Isidro Infantes)
Todavía eran los tiempos viejos, cuando de Cajamarca hacia la costa viajaba un grupo de sacerdotes, escoltados por soldados para defenderlos de algún ataque de los infieles. Llegados a las alturas del Cumbe, vencidos por el cansancio y la hora avanzada, decidieron quedarse a pasar la noche en este lugar. Luego de ingerir el alimento que llevaban en sus alforjas, tendieron sus frazadas y se acostaron. Pero en la noche unos a otros comenzaron a robar las capas y los bastones. Los cerros Pitura y Carachugo, que habían visto las sustracciones, informaron de tal hecho al cerro Huangrashanga, quien, enojado, despertó con grandes voces a los viajeros, los mismos que se pusieron a buscar sus cosas, diciéndose entre ellos: “No hay mi bastón, no hay mi espada, no hay mi corona”.
Al ver tanta miseria humana, enojado el Huangrashanga les gritó: “Arángulo”, y convirtió a los viajeros en piedras, quedando petrificados los
religiosos en el cerro del Cumbe y los soldados en el cerro Carachugo. 4. La leyenda de la Pampa de la Culebra (relato de Rodolfo Ravines)
El cacique de Cajamarca tenía una hija muy hermosa, admirada y
pretendida por todos cuantos tenían la dicha de admirar su belleza. En cierta oportunidad, por la fama de la doncella cajamarquina, llegó a estos reinos el hijo del poderoso cacique de los chachapoyas, apuesto doncel acompañado por un numeroso séquito, quien llegándose hasta el rey de Cajamarca le entregó el preciado regalo que le remitía su padre, y además le expuso su intención de casarse con la princesa. El cacique, cautivado por la donosura y arrogancia del príncipe Chachapoyas, lo alojó en el Tambo Real, ubicado dentro del Palacio de Chuquichancay, dispensándole el mejor de los tratos. El príncipe permaneció en estos reinos por espacio de un año, tiempo que aprovechó para seducir a la princesa sin cumplir su ofrecimiento matrimonial. El padre, indignado por la ofensa inferida, dispuso la prisión del príncipe y de su séquito en las oscuras mazmorras de una prisión. Uno de los miembros de la comitiva pudo escaparse para llevar la infausta noticia al rey de los chachapoyas, quien, enterado de los acontecimientos, armó una poderosa expedición punitiva, con el objeto de liberar a su hijo y castigar al orgulloso emperador cajamarquino. El rey de los caxamarcas, informado de la expedición, tomó los aprestos pertinentes para rechazar a los invasores, y luego de invocar la protección de los dioses, marchó al frente de sus ejércitos al encuentro de las tropas enemigas. El choque tuvo lugar en el sitio denominado Chaquil, que sirvió de escenario a un sangriento combate que ya al atardecer se definía a favor de las belicosas tropas chachapoyas. Es en estas circunstancias que el rey de los caxamarca invoca nuevamente la protección del Dios Ninayacu, quien, compadecido de la muerte de sus súbditos, envió en su defensa al Dios del Tragadero. Por su parte, los chachapoyas reciben la protección de sus dioses, los mismos que para ayudar a sus fieles los convierte e una gigantesca culebra que avanza incontenible, diezmando a las fuerzas cajamarquinas, que llenas de pavor se aprestaban a la huida. En este preciso momento, el Dios del Tragadero, convertido en rayo flamígero, cayó sobre la cabeza de la culebra fulminándola instantáneamente.
El cadáver de la culebra forma en la actualidad la Pampa de la Culebra, ubicada cerca del distrito de La Encañada, a unos 35 km de la ciudad de Cajamarca. 5. La leyenda de la laguna de Chamis o Mataracocha (relato de Catalino Chilón)
Hace más de cien años, la actual laguna de Chamis era una inmensa pampa en la que vivían los Cueva, familia rica y principal del lugar. Junto a la casa había huertas de lúcumas, y más allá se extendían las plantaciones de maíz, cebada y otros cultivos. En la familia había dos hijas jóvenes y muy bellas, las que, no obstante estar ya en edad de casarse, vivían solteras y sin ningún compromiso. Cerca de la casa existían, casi juntos, dos pequeños manantiales, de los cuales, en noches de Luna llena, salía un hombre blanco y muy apuesto para mantener trato carnal con las dos hermanas. Uno de esos días en que los padres tuvieron que acudir a la ciudad de Cajamarca para hacer diversas compras, el hombre del puquio, aprovechando la soledad de las hermanas, las invitó para que entraran al puquio diciéndoles: "Entren nomá, bajo el puquio hay un río y pronto la pampa se va a convertir en laguna". Efectivamente, las hermanas accedieron gustosas a la invitación que se les formulaba y, juntamente con el caballero, se introdujeron al puquio, para nunca más volver a salir. Cuando regresaron los Cueva, hallaron una inmensa laguna en donde antes se levantaba la casa y se extendían lozanas sus sementeras. Y desde entonces, en las noches de Luna llena, vagan etéreas las doncellas tragadas por el puquio. Otra versión (informante: Antonio Chilón)
En la antigua hacienda de Chamis, hace ya muchos años, vivían dos mítayas que, según el decir de las gentes de esos lugares, mantenían relaciones con el diablo y ya no querían pastar, por lo que sus padres se vieron precisados a entregar el ganado. Una de esas noches, las encontraron en una casa durmiendo con un hombre cubierto de lanas y sin ojos, que no era otro que el diablo, Las
personas que tal hallazgo hicieron, colocaron leña en torno a la morada y prendieron fuego. El demonio pudo salir, y montando en su caballo, se escapó. La casa convertida en agua avanzaba rápidamente para dar alcance al fugitivo, mas no lo pudo alcanzar. Todas las chacras y casas desde entonces desaparecieron para convertirse en la laguna de Mataracocha. Las aguas que formaron la laguna no dejaron pasar a los hombres que hicieron el fuego, y a las pastoras las tragó para llevarlas a sus entrañas, de donde las pudieron rescatar utilizando varías "reatas" piezadas, pero tan luego salieron a la superficie, murieron instantáneamente. Las aguas de la laguna así formada eran muy bravas y de sus entrañas salía el duende en forma de un hombre vestido todo de blanco, de piel alabastrina y cabellos rubios, que enamoraba a las mujeres, las mismas que morían o quedaban embarazadas. A estas mujeres en el alumbramiento, debía asistirlas el brujo, y daban a luz un animal que raudamente se escapaba sin que se le pudiera capturar. Pero todos estos fenómenos desaparecieron cuando un cura bendijo la laguna. 6. La Laguna Quieta (informante: Germán Salcedo A.)
A unos quinientos kilómetros del distrito de Ninabamba existe una laguna denominada la Laguna Quieta, cuyo origen es el siguiente: Hace ya mucho tiempo había una loma en cuya parte central existía un pequeño puquio, del que salía un hilo de agua. En cierta oportunidad, un arriero llevaba una recua de mulas con odres de plata provenientes de una mina cercana. Una de las mulas, la que llevaba los odres más grandes, desviándose del camino al tratar de pasar sobre el puquio, comenzó a hundirse lentamente, sin que los arrieros atinaran a hacer nada para salvar al animal, que daba lastimeros relinchos y manoteaba desesperadamente. Y así, el pequeño ojo fue agrandándose hasta alcanzar un diámetro de cien metros, en donde se hundió definitivamente la mula con todo su cargamento, y el hueco que se abrió, inmediatamente se colmó de agua hasta formar una inmensa laguna, que por la tersura de sus aguas ha recibido el nombre de la Laguna Quieta.
Hace aproximadamente ocho años, unos sacerdotes pretendieron canalizar las aguas para su utilización en el riego de los terrenos vecinos. Mas cuando ya la sangría llegaba al nivel de las aguas, estas comenzaron a descender, determinando que los sacerdotes tuvieran que abandonar su empeño. Por estos sucesos, y porque nunca se ha podido utilizar las aguas de la laguna, se tiene por encantado este lugar, asegurándose que sus aguas son malignas y que puede sobrevenir la muerte a aquellas personas que l as tocan. 7. Las virtudes de la coca (relato de Artemio Paredes)
Cuando Herodes desató la persecución contra los infantes con la intención de matar al nuevo Rey de Judea anunciado por los profetas, la Sagrada Familia, huyendo de la persecución, atravesó una chacra sembrada de chochos y al campesino que allí encontraron le suplicaron que si unos hombres venían persiguiéndolos, les dijera que sí habían pasado por ese lugar pero hacía cien años. El campesino no les prestó atención, y continuó con su trabajo, y cuando al poco tiempo llegaron los perseguidores, les manifestó que efectivamente por allí habían pasado un hombre y una mujer montada en un burro y "marcando" 1 una criatura. Mientras tanto, la Sagrada Familia prosiguió su huida y atravesó una chacra de coca, en donde encontraron un campesino que se hallaba cultivando unas plantas. A este le volvieron a hacer la misma invocación, y el campesino les manifestó que no tuvieran temor y que se escondieran bajo un árbol de coca. Efectivamente, al poco rato llegaron los soldados de Herodes, a los que el campesino les dijo que sí era cierto que por su chacra habían pasado un hombre y una mujer montada en un burro y cargando a una criatura recién nacida, pero que de eso hacía ya como cien años. Los guardias con esta respuesta siguieron su camino, sin reparar en las personas que se hallaban refugiadas bajo el árbol de la coca. Nuestro Señor Jesucristo, teniendo en cuenta lo que le había pasado, maldijo a los chochos volviéndolos amargos y sonadores, y castigó al
campesino convirtiendo su chacra en un lugar lleno de piedras, mientras que bendijo a la coca, dándole siete virtudes para que haga bien y sirva para la brujería. Además, premió al campesino convirtiendo sus tierras en pródigas y feraces. 1Cargando
en las faldas.
8. El Diluvio Universal (informante: Artemio Paredes)
Dicen que en las montañas del Carachugo (el cerro más alto de Cajamarca) vivía Dios con su hermano. Durante el día, Dios hacía de barro los animalitos útiles al hombre y los dejaba en el sol, y por las noches estos se convertían en seres verdaderos. En cambio, su hermano hacía todos los animales y cosas malas, como culebras, sapos y plagas. Un día, los gentiles quisieron robar los anímales de Dios. Entonces este, enojado por tanta osadía, mandó que lloviera durante cuarenta días y cuarenta noches. Pero previendo la catástrofe final, ordenó al cacique de Caxamarca que construyera una balsa en la que debía entrar él con su familia y animales. Cuando el pueblo se llenó de agua, la balsa comenzó a subir hasta alcanzar y sobrepasar las alturas del Carachugo. Cuando dejó de llover, las aguas se fueron evaporando y la balsa se asentó sobre la cima del cerro, en donde descendió el cacique y comenzó a buscar las cosas que había hecho Dios. Por eso, en el Carachugo se encuentran todas las cosas buenas para la brujería, como la trenza, el cóndor, la ripac, el ornambo, el ishpingo, figuritas de piedra y otras cosas más, buenas para la mesa del brujo. El pueblo que ofendió a Dios desapareció para siempre, y el mundo comenzó a poblarse con los descendientes del cacique, que fue el único en salvarse de la ira divina por haber observado una vida de recogimiento y de obediencia al Señor. 9. La Leyenda del Inca, del Diluvio y de la
Conquista (informante: José
Concepción González Carrasco)
Nuestro Señor Inca, no sabemos cómo, fue criadito o sirviente de nuestro Señor Jesucristo, quien allá en Jerusalén le enseñó todo lo que Él sabía, y andaba con su criadito por todas partes.
Cuando ya el Inca estuvo crecido, un día el Señor le dijo: “Tú enseñarás a mis hijos todas las cosas que yo ya te he enseñado, enseñarás a ollista, a maestro1, a telarista, a laborista2. Ojalá fueras un segundo Dios cuando yo ya me retire de estos sitios, cuando ya me aparte de mis hijos. Como eres muchacho amable, mi corazón se ha mezclado contigo. Tú eres maestro como yo; tú, Inca, vas a ser Dios y enseñarás a los nuevos hombres". Así también le dijo: "No has de ser envidioso, a todos les has de enseñar a trabajar, a los que te ayuden les has de dar dos o tres bolitas de oro ” (en ese tiempo no se conocía la plata). El Inca le contestó: "Amito, estoy conforme con tu palabra, les enseñaré a tus hijos, pero lo que tú sabes y pueda hacer a un hombre y a una mujer grande". Por eso –le contestó el Señor – tendrás que ser crucificado como yo, porque a mí ya me llega la hora, me llega mi sentencia; me queda únicamente medio año de vida y ya me llega; por eso te digo, harás tu casita, tu chocita. A mi ya me van a hallar los contrarios; yo mismo me voy a entregar". "Bueno, amito –le contestó el Inca –, haré lo que me ordenes, porque ya estoy expedito en tu corazón y lo puedo hacer ”. El Inca, faltando un año para que llegue el juicio, hizo su casa, moliendo cantería, moliendo piedritas, tal como le había enseñado el Señor, y cuando terminó, comenzó a llover por cuarenta días con sus noches. Empezó con una niebla negra que vino por "onde" sale el Sol. La casa del Inca, que la hizo sobre una piedra redonda, tal como le dijo el Señor, comenzó a subir conforme subían las aguas. Cuando al cabo de los cuarenta días se comenzaron a perder las aguas, y cuando al final salió el sol, la casita se asentó en el Carachugo, y como a las once de la mañana abrió su puertita y salió a "mashaquear" 3. Allí descubrió en dónde se encontraban las riquezas de los gentiles y además encontró !a trenza, el ornambo, la huamanripa, el cóndor y otras plantas con l as que trabajó el Señor, y le dijo que eran buenas para curar, que eran buenas para el maestro. 1 Brujo. 2 Labradores. 3 Abrigarse
al calor del sol, poniéndose en cuclillas y sobándose las manos.
Al principio estaba solo, comiendo sus papitas, su triguito, pero luego la gente iba aumentando y comenzó a enseñarles, tal como le había ofrecido a su Señor, todas las cosas que él sabía. Por entonces no había patrones, pero al Inca lo trataban de amito. El rey, para cumplir con su ofrecimiento, se iba al Cusco y a otros sitios para que nadie se quedara sin saber hacer sus cosas, para que nadie se quedara ocioso. Estos viajes los hacía siguiendo un camino que iba por el corazón de la tierra, para que no lo vieran personas envidiosas y le faltaran. Y así fue enseñando al maestro su banca y a los otros sus oficios, por eso es que se han quedado maestros, telareros, labradores, olleros y otros. El Señor también le había dicho que en el Aracat habían quedado unos hombres malos, porque dicen que Lucifer fue hermano de nuestro Señor, y que esos hombres le iban a hacer daño, pero el Inca no sabía quiénes eran esos hombres. Así también le dijo que un día llegarían de Jerusalén cinco acaballados y que él vendría cuando ya esté por llegar el juicio final. El Inca siempre estuvo atento a los cinco acaballados de Jerusalén. Los otros hombres, los españoles, que supieron de los te soros que habían en Cajamarca, vinieron en montoneras, mandados por el Gerónimo, el Pacundio, el Felipe, el Santiago y San José; los españoles tenían intención de llegar a Cajamarca el día 28 de julio por la mañana, pero la víspera, como a las cinco de la tarde, San José, el Huangrashanga y el Pitar, que mandaban los ejércitos, ordenaron que se quedaran a dormir en las faldas del cerro Gallocantana o Gallitorume (situado en la antigua hacienda de Llullapuquio). El Inca había mandado a un hombrecito "negociantero" al “temple” para que le trajera cosas, y este hombrecito vio que venían los españoles con soldados, con leña, con animales, y entonces el hombrecito se "revolvió" para venir a avisar al Inca de la llegada de los hombres blancos. Entonces el Inca con ayuda de un maestro puso trancas, "más dicho" (mejor dicho) los "tangó" para que no pasen, y el Inca dijo: “No entrarán esos hombres malos porque yo ya les he puesto trancas ”; además, el maestro contagió a los españoles para que se robaran las capas y los bastones. Muy de madrugada, el Pitur llamó a San José por tres veces para que se ''recuerde", y le dijo: “Ya va a cantar el gallo negro o gallítorume ”, pero nadie le
hizo caso, y más bien entre los soldados comenzaron a robarse sus bastones, sus espadas, sus capas. Tarde ya, se quedaron dormidos, y cuando cantó el gallitorume por tercera vez, ya no pudieron levantarse. Entonces San José y los otros jefes discutieron si siempre seguían para Cajamarca o si mejor regresaban, pues como era de día, seguramente el Inca ya debía saber de su llegada y ya no podrían entrar tronando a Cajamarca, como habían dicho. Cuando acordaron que mejor se regresaban, los soldados se levantaron sobresaltados y comenzaron a buscar sus espadas, sus bastones, sus capas y no los encontraban, y como se demoraron mucho, se quedaron convertidos en piedras, pudiendo sólo escapar tres jefes, que regresaron a España. Los frailones, la Shacsha y los Negritos antes no existían; las peñas que aparecen son soldados españoles que se convirtieron en piedras por haber querido conquistar el Imperio del inca, y porque eran hombres malos y sólo venían por las riquezas que tenía el Inca. En esta vez, el Inca supo de la llegada de los españoles porque se había conservado bueno, escuchando y cumpliendo la voluntad del Señor, pero andando el tiempo, el Inca se volvió malo, se volvió un "fregado", se volvió malcriado y ya estaba haciendo averías, castigaba a sus hijos, los colgaba de los compañones, les aplastaba los dedos y ya no hacía caso a lo que le notificaba el Señor. Como todos le decían amito, se había engreído y ya no hacía caso al Señor. Por eso, cuando por segunda vez llegaron los españoles, el Inca ya no supo de su venida. Como se había vuelto malo, el Señor ya no le ayudó. En esta segunda vez, los españoles entraron por la Shicuana, porque un hombrecito que habían cogido en el temple les enseñó el camino. A este hombrecito lo agarraron porque se quedó en el temple comiendo miel, pues era muy hambriento y en eso lo agarraron los españoles, y para que no lo maten les enseñó el camino, pero luego regresó con l os españoles a España. La gente que vio venir al ejército español dio aviso al Inca, mas este no les hizo caso, y dijo: “Yo soy amito y nada me va a pasar ”. Cuando el Inca vio a los españoles por el Santa Apolonia, se fue a los Baños del Inca a atrincherarse, pero después se vino a Cajamarca, en donde lo encontró el padre Valverde, a quien le decían el padre Checlla. El padre Checlla le dio al
Inca un libro, pero como no sabía leer, lo botó al suelo, y entonces el padre levantó una banderita y comenzó el tiroteo. Cuando apresaron al Inca, este, para pagar su rescate, mandó que trajeran los tesoros del Cajamarcorco, del Carachugo, del Huangrashangra y de otros lugares, pues el Inca sabía dónde estaban enterrados los tesoros de los gentiles. Pero los españoles siempre mataron al Inca. Entonces sus hijos, que eran unos "fregados", robaron el cadáver y nadie sabe en qué sitio lo enterraron. Desde allí, un día ha de volver, cuando otra vez sea bueno y oiga las órdenes del Señor. 10. Las cabezas vengativas (recopilado por Alejandro Quiroz)
En los tiempos antiguos, antes de los Incas, los muertos salían de sus tumbas aprovechando que no los veía la gente. Su objeto era hacer mal a sus enemigos, asustándolos hasta que se morían secándose. Para evitar esta acción vengativa de los muertos, les separaban la cabeza del resto del cuerpo; enterraban las cabezas en la parte alta del cerro, y el cuerpo, en la pampa; pero a pesar de eso, las cabezas salían a buscar a su cuerpo para proseguir con su venganza. Muchas veces, estas cabezas quedaban enredadas en las zarzas, cuando iban a tomar agua, y así enredadas las encontraban. Por eso, buscando que la cabeza no consiguiera su propósito de volver a unirse al cuerpo, las tumbas las hacían en lo alto de los precipicios, para que cuando salieran de su tumba se rodaran y se hicieran daño, ya no pudiendo entonces continuar en su empeño vengativo. 11. El origen del mundo
En los primeros tiempos, cuando todo era humo, el Sol acarreaba la tierra sobre las piedras, lo mismo que el agua, porque al Sol lo tenían amarrado los gentiles y lo utilizaban como luz. En esos tiempos, le decían Inti. Cuando se liberó, subió al cielo a defender al niño Jesús. Y para que aparezcan los hombres, le indicó al Señor Celestial que haga olfatear una rosa a la Virgen María, esposa de José. Y José le dijo: "¿Cómo apareces encinta sin que yo te ofenda? ”. A los 6 meses salió el Niño y se fue al río a jugar con el barro, y a las 2 de la tarde regresaba al vientre de la Virgen. Salió después a los 8 meses, pero no tenía resuello ni dientes. Después, a los
9 meses, ya tenía forma humana y ya nosotros también teníamos forma, y salió del río Herodes y dijo: "¿De dónde salieron?, yo también lo voy a adorar", y era para matarlo. Cuando la Virgen con José llegaron a Belén para el nacimiento, no les dieron posada y los botaron a un pesebre. En la mañana se fue el Niño al río a ver sus juguetitos, y vio que ya los hombres estaban andando. Después, el Niño trajo para comer pajaritos: paloma, zorzal, pero el indiopishgo huyó saltando, saltando. El Sol le indicaba al Niño para que trabajara con el barro en el río, con lo que hizo a los hombres y animales. El hombre no podía trabajar: coser, lavar, y estaba triste; entonces, el Niño sacó la costilla del hombre y la cortó. La mitad de la costilla la unió a la mitad de la costilla del perro, y poniéndole barro, hizo que aparecieran las señoras. 12. El origen de los frailones
Hace muchísimos años, el comenzar los tiempos del mundo, varios frailes acompañados de soldados viajaban por las alturas del Cumbemayo, y siendo ya tarde, decidieron pasar la noche en esas jalcas. Con ese objeto desmontaron de sus cabalgaduras, acomodando cada uno sus alforjas y demás pertenencias. Pero en plena noche, unos a otros comenzaron a sustraerse sus pertenencias, participando todos sin excepción de este común y recíproco robo, ante el asombro de los cerros Pitura y Carachugo. Los cerros, que en ese tiempo eran como señores y reyes, al ver tanta flaqueza humana, dieron cuenta de los sucesos al cérro de Huangrashangra, que, dicen, era el jefe de todos ellos, Huamani dicen que era. El Huangrashangra, enojado y dando grandes voces, despertó a los viajeros, los que, confundidos, pretendieron vestirse rápido para huir, pero como no encontraban sus cosas decían: "¡Dónde está mi capa, dónde está mi bastón, dónde están mis alforjas!", y así entre todos se reclamaban sus cosas. El Huangrashangra, no pudiendo resistir todo eso, enojado gritó: "¡Arángulo!", y los viajeros quedaron convertidos en piedras , unos en forma de frailes y otros en forma de militares, según había sido su ocupación. Los frailes convertidos en piedra quedaron sobre la cima del CumbMemazo, mientras que los militares petrificados quedaron en el cerro del Carachugo, en donde hasta
ahora la gente los puede ver. 13. El nacimiento de un puquio
A un costado del río Chonta, por el camino a Otuzco, en el paraje denominado Miraflores, vivía un señor dedicado a la agricultura. Una noche, como lo hacía siempre que le tocaba utilizar la mitad del agua, con su palana salió a recorrer la toma para que los vecinos inescrupulosos no le robaran el agua. Desde la toma fue recorriendo el agua hasta que a eso de las 3 de la madrugada ya estaba cerca a su casa. De pronto vio que una gallina con 6 pollitos cruzaba la chacra y se perdía por la quebrada que había cerca. Intrigado, buscó a los animalitos pero no pudo hallar ni el menor rastro, por lo que, recordando que muchos hablaban de que Otuzco era un lugar malo, decidió ir rápidamente a su casa. Al siguiente día, contó a su vecino lo que había visto en la madrugada, acordando ambos ir juntos esa noche para ver si se repetía la aparición. Y juntos esperaron, preparados con una linterna y una escopeta. Efectivamente, se produjo la misma aparición, y en el sitio donde se perdieron las aves sólo encontraron una gran piedra, y junto a esta un pequeño charco de agua, pero de los animales nada, por más que movieron la piedra. Eso les hizo comprender que era una aparición mágica o sobrenatural, por lo que decidieron regresar a sus casas. Al otro día, ambos amigos se fueron temprano al sitio en donde habían buscado, viendo que en lugar del charco de la noche anterior había surgido un puquio o manantial del cual salía agua cristalina que hasta ahora es utilizada para su consumo doméstico. 14.
El origen de la hilandera de la Luna
Hace mucho tiempo vivía cerca de la actual población de Cajamarca una señora acompañada únicamente de su hija, muchacha sumamente hermosa, indiscutiblemente la más bella del lugar, motivo por el cual las otras muchachas envidiaban su belleza. Entonces, esta criatura, no queriendo molestar a nadie, decidió no volver a salir nunca más de su casa. Sólo en las noches de Luna llena salía a pasearse por el campo y
extasiarse en la belleza del paisaje, al mismo tiempo que hilaba la lana que llevaba consigo, motivo por el cual su madre la llamaba "la hilandera de la Luna". Pasando el tiempo, la madre envejeció de sufrimiento al ver que su hija se encerraba en su soledad y jamás salía de día por ningún motivo. Hubo ocasiones en que le parecía ver que del cuerpo de su bella hija se desprendía un raro resplandor, como el de la Luna. Al final murió la madre y la "hilandera de la Luna" se vio obligada a salir, puesto que acompañó el cadáver de su madre hasta el camposanto, siendo esta la ocasión en que todos los jóvenes se prendaron de su extraordinaria belleza y decidieron conquistarla. Esa misma noche, la doncella desapareció en el bosque y no volvió a salir ni pudo ser encontrada por cuantos la buscaron. Así pasaron los días, cuando en la primera noche de la siguiente Luna llena, los pobladores del lugar pudieron contemplar atónitos que en el satélite se notaban claramente las formas de una mujer hilando en su rueca y derramando una extraña sensación de soledad, de quietud y de belleza, llegando al convencimiento, todos, de que era la doncella desaparecida. 15. La Pampa de la Culebra
Antiguamente, en el ancho y prodigioso valle de Cajamarca vivía una numerosa y trabajadora tribu dedicada al cultivo de las plantas y al cuidado de algunos animales. Eran felices, y el trabajo los hacía alegres y contentos, agradeciendo permanentemente a Dios por proporcionarles todo cuanto necesitaban. Pero esta felicidad despertó la envidia y cólera de un dios maligno que, convertido en enorme culebra, descendió a la Tierra para hacer desaparecer la tribu. Así comenzó la época de terror en la tribu, pues la culebra devoraba a hombres y animales, lo mismo que destruía los sembrados. Llegó el momento que la gente huyó abandonando todo cuanto poseía, y quedando convertido el lugar, de lo que era bello y próspero, en un lugar sombrío y abandonado. Entonces, el dios de la tribu, compadecido de su gente y viendo tanto dolor y abandono, decidió poner fin a esta situación mandando un potente rayo que fulminó instantáneamente a la diabólica culebra, la misma que quedó convertida en una enorme pampa que hasta ahora se la puede ver y a la que
se le llama, por ese motivo, "Pampa de la Culebra". 16. El diluvio universal
Cuando los hombres, muy antiguamente, se dieron a cometer excesos malos, el dios de los gentiles decidió castigarlos ejemplarmente, haciendo llover torrencialmente durante tres días consecutivos con sus noches. Pero antes de ello, no queriendo que su raza se extinguiera, se apareció en sueños al cacique Corinay y le ordenó que construyera una balsa en la que debía subir con todos sus familiares y animales en cuanto empezaran las lluvias, aclarándole que se había hecho merecedor de esta gracia por haber sido hombre justo y trabajador. Y conforme lo dijo el Dios, llovió "a cántaros" hasta que el agua llenó todos los valles y tapó los cerros, matando a los pobladores y sus animales, quedando sólo la balsa del cacique Corinay. Después de estar flotando por tres días, las aguas comenzaron a bajar hasta que llegó el momento en que la balsa encalló en el cerro Rosario Orco. Pasaron dos días más hasta que el sol secó la tierra y Corinay y los suyos pudieron bajar. En ese nuevo sitio se quedó a vivir Corinay, poblando nuevamente el valle y enseñando a todos lo que sabía de bien para la agricultura, ganadería y para hacer ollas. Por eso, en este cerro se encuentran muchas plantitas limpias que sirven para curar a los enfermos, pues son muy milagrosas.
LOS ENTIERROS Cuando una persona deja al morir un entierro, su alma no descansa en paz mientras otra no encuentre el tapado, y en tanto esto suceda, su alma, castigada por la ambición que guió sus actos, vagará per manentemente. El alma en penitencia asume la forma de un fantasma o simplemente se evidencia por medio de ruidos o tirando piedras o jalando de los pies o de los pelos a los moradores del lugar, quienes por estos hechos llegarán a enterarse del entierro. También el muerto puede manifestar su voluntad haciendo anotaciones en las que indica el lugar preciso en donde se halla el entierro y las medidas que deben adoptarse para poder dar con el tapado. Las manifestaciones sobrenaturales que hemos indicado anteriormente se
producen generalmente por las noches o en los momentos en que una persona se encuentra sola. A partir de las once de la noche y hasta las cuatro de la mañana, lapso considerado como hora pesada o mala, se escuchan los ruidos extraños y lúgubres o se ven a los fantasmas desplazándose subrepticiamente. Es común que el alma elija a una persona para beneficiarla con el entierro, y será esta la que vea al fantasma o escuche los ruidos o encuentre las anotaciones que le indiquen el lugar en el que se halla el entierro. Es común también que personas que vivieron por mucho tiempo en una casa y que escucharon continuamente los ruidos o vieron con frecuencia al fantasma nunca pudieron dar con el tapado, no obstante su persistente búsqueda. Es que no fueron ellas las elegidas por él para ser beneficiarias del entierro. Cuando se tiene conocimiento de que en un sitio existe un tapado, se puede recurrir a ciertos procedimientos para dar con él. El más común y seguro es el del ovillo de lana, el mismo que, dentro de la hora mala, el interesado debe dejar correr por el suelo. En donde se detenga el ovillo, se debe hallar el entierro buscado. Si se encuentra un entierro, hay que tener mucho cuidado para sacarlo, pues cuando existen objetos metálicos, el antimonio que desprenden puede poner, en caso de no observarse ciertos cuidados, en grave peligro la salud e incluso ocasionar la muerte. Para evitar estos resultados, se recomienda fumar, coquear y pasarse agua florida en el momento de extraer el entierro. La excesiva ambición por apoderarse del tapado puede ocasionar que los tesoros que este encierra se conviertan en polvo, piedras o ceniza, y en vez del oro, plata y piedras preciosas, sólo se encuentra ruin materia, como castigo al desbordado apetito.
RELATOS 1. El tapado de Mejillones (relato de Medardo Vergara) La actual casa de propiedad del profesor Julio Bardales era, hace ya muchísimos años, una casa de vecindad en la que vivían tres o cuatro familias, entre otras la del cura Dociteo. Los vivientes de esta casa sentían por las noches ruidos, lamentos, golpes y veían bultos, fantasmas y otras apariciones
sobrenaturales, todo lo cual los tenía enormemente alarmados, no pudiendo salir de sus habitaciones pasadas las once de la noche, por el peligro de encontrar a los fantasmas o bultos. El cura Dociteo supuso fundadamente que en algún lugar de la casa debía haber un entierro, y que el alma de la persona que había hecho el tapado recorría en penitencia su antigua morada haciendo ruidos y penando, con el objeto de que alguien descubriera el entierro y así pudiera descansar eternamente en la otra vida. Siguiendo estas suposiciones, una noche contrató los servicios de dos peones con los que hizo una excavación en el cuarto que ocupaba. Después de cavar más o menos un metro, se encontró un ataúd que contenía monedas de oro, joyas, y bajo el ataúd, ornamentos religiosos guardados en un zurrón. Una vez que fue descubierto el entierro, cesaron los ruidos y nunca más volvieron a aparecer los bultos.
2. La envidia castigada (relato de Medardo Vergara) Dos amigos, sabedores de que en cierta casa penaban, decidieron alquilarla para buscar el entierro. Efectivamente, una noche dieron comienzo a la excavación, en el lugar en donde habían visto que por las noches salía una mujer vestida de negro a llorar sentada sobre una piedra que había en el corr al, junto a las escaleras que conducían al "terrao". 1 La tierra estaba floja, lo que hizo suponer a los socios que estaban en el acertado camino para encontrar el entierro, por lo que juzgaron conveniente decidir la forma en que habrían de repartirse el tesoro por encontrar, llegando a acalorarse en la discusión, al no ponerse de acuerdo en la forma del reparto. Enconados y desconfiando mutuamente de sus actitudes, prosiguieron con la excavación. A poco de trabajar, encontraron un montón de ceniza y de carbón. Se asegura que la extremada codicia de los socios motivó que el tesoro enterrado se transformara en ceniza y carbón.
3. El tapado del cura (relato de José Céspedes) Al distrito de la Asunción llegó hace ya algún tiempo un doctor de apellido Vargas para curarse de una vieja dolencia. En este sitio alquiló una casa que había sido de un cura, la misma que tenía fama de ser pesada, es decir, que en
ella había mucho ruido y que penaban las almas. 1 Altillo.
El doctor, sin hacer caso a los rumores, se instaló con su familia. Al principio, efectivamente, nada sucedía, y llegó al convencimiento de que se trataba de meros chismes sin ningún fundamento. Pera como a los dos meses, una noche, aproximadamente a las dos de la mañana, sintió pasos por el corredor, y un ruido como si chocaran cadenas o arrastraran una barreta. Alarmado, cogió su revólver y salió a ver quién había entrado a la casa, suponiendo que se trataba de ladrones. Caminando en puntas de pie, llegó hasta la puerta y salió bruscamente, pero no encontró a nadie. Dio una vuelta por toda la casa y, pensando que quizás había estado soñando, regresó a su cuarto para seguir durmiendo. Ya estaba "agarrando" el sueño, cuando de nuevo sintió las pisadas y el ruido de cadenas, y luego el aullido del perro que dormía en el corral. Ya con cierto temor, acordándose de los relatos escuchados, se volvió a levantar y no encontró ni el menor rastro de persona o causa del ruido. Esta situación se volvió a repetir en las noches subsiguientes, por lo que el doctor pensó que en la casa debía haber entierro. Guiado por esta suposición, comenzó a cavar al pie de la escalera que conducía al terrado. Después de sacar una gran laja quedó al descubierto un baúl grande, el que sacó con ayuda de sus familiares. Dentro de él encontró un busto de cura y gran cantidad de monedas de oro y joyas valiosas.
4. La casa de los entierros (informante: Ángela Cerna) En la casa que actualmente es propiedad de los herederos de don Augusto Chavarri, y que anteriormente perteneciera a la familia Cacho, vivía, en condiciones de inquilino, un ciudadano de nacionalidad china, de apellido Ajen, en compañía de su familia. Ante los insistentes ruidos que por las noches se escuchaban por el patio de la casa, Ajen procedió a efectuar excavaciones. Los trabajos al poco tiempo resultaron fructíferos, pues encontró un rico tapado, el mismo que le permitió ampliar notablemente la tienda de comercio que por entonces poseía, y además realizar en unión de su familia un viaje por su país, para lo cual dejó la casa en poder de su paisano A. Chiong y otros
chinos que habían acudido a la ciudad al llamado de Ajen. Una noche, cuando el nuevo poseedor se dirigía a su dormitorio, vio que una mano surgida de improviso en la obscuridad le obstruía el paso, mientras una voz le decía: "Aquí es". El chino, sabedor del hallazgo que anteriormente se había hecho, sacando una llave, marcó en la pared el sitio donde había indicado la mano misteriosa. Al día siguiente, cuando ya las otras personas se habían retirado a sus respectivos trabajos, procedió a cavar en el sitio señalado la noche anterior. Al poco tiempo, descubrió un riquísimo entierro consistente en monedas de oro, plata y valiosísimas alhajas. En esta misma casa, y con fecha posterior al último hallazgo, la mujer del chino Chiong oía siempre unos ruidos extraños que surgían en el patio, e incluso la empleada le había comunicado que siempre por las noches, cuando se retiraba a su cuarto a descansar, veía un bulto que lentamente se desplazaba desde el callejón que desembocaba al gran patio principal hacia la puerta de la calle, en donde tan misteriosamente como había aparecido se esfumaba, indicando, además, que el bulto tenía la forma de una mujer vestida de negro con falda de amplios vuelos, muy almidonados, según deducía por el ruido que hacía al desplazarse. De estos ruidos y apariciones, la mujer del chino no comunicó en absoluto a su marido. Pero un día que se encontraba plantando una estaca para tender un alambre donde secar la ropa, notó que la pared se desmenuzaba y cedía fácilmente al golpe de la piedra con la que estaba clavando la estaca. La mujer, intuyendo de lo que se trataba, suspendió el trabajo e indicó a la sirvienta que la acompañara, que después templarían el alambre para secar la ropa. La señora mandó llamar al marido, que se encontraba en la tienda que entonces tenía en el lugar que actualmente ocupa el hotel Plaza, y que había adquirido con parte del entierro que anteriormente encontrara. Ya en el domicilio, su mujer le comunicó todo lo acontecido, refiriéndole, además, los ruidos y apariciones que de continuo se veían. Los esposos mandaron a la empleada a que fuera a secar la ropa al
campo. En cuanto se quedaron solos, procedieron a cavar en el sitio en donde se había formado el hueco, encontrando una especie de cuarto incrustado en la pared de muy amplio volumen, en donde hallaron un fabuloso entierro consistente en monedas de plata, oro, alhajas y utensilios de metal noble. Deducimos, por los informes que nos proporciona la informante, que el sitio en donde se afirma haberse encontrado los entierros corresponde a la parte posterior de la casa, que por entonces formaba un todo con la casa que sirvió de hospedaje al Libertador don Simón Bolívar cuando estuvo de tránsito por esta ciudad rumbo al sur, para dar las batallas que sellaron la independencia política del Perú.
5. La anunciación del entierro (informante: Ángela Cerna) Las casas que actualmente se encuentran ubicadas en la calle Cajamarca, cortando la prolongación de la calle Unión, fueron construidas habilitando terrenos que por entonces formaban parte de las faldas de la colina de Santa Apolonia. Un día en que las descendientes del propietario, recientemente fallecido, habían concurrido a una quebrada cercana a lavar la ropa, comprobaron que desde atrás de un cerco de pencas alguien les estaba tirando de piedras. Por ello, en forma sigilosa, se desplazaron al lugar en donde pensaban se encontraba la persona que les estaba gastando esta broma. Al llegar al sitio convenido, grande fue su sorpresa al constatar que ni en ese sitio ni a lo largo de toda la cerca ni por lugares cercanos se encontraba persona alguna. Sorprendidos y temerosos, porque sabían que el cerro Santa Apolonia era un sitio pesado por haber sido morada de los gentiles, inmediatamente recogieron la ropa y se retiraron. Por la noche volvieron a tirarles de piedras a su domicilio. Una de las hermanas, en forma desaprensiva dijo: "Este diablo, en lugar de tirarnos de piedras debería tirarnos ‘chancona ’, para endulzar nuestra chicha". No pasarían ni cinco minutos cuando vieron que por la ventana arrojaron una tapa de chancaca, la misma que sin ninguna aprensión utilizaron para endulzar la chicha que estaban preparando. Los ruidos y las cosas extrañas se sucedían frecuentemente. Un día,
cuando dos de las hijas de la familia se encontraban jugando con dos muñecas muy grandes, vieron que estas de súbito se elevaron hasta fijarse en el techo de la habitación, y que lo mismo sucedía con una jarrita que la madre de las muchachas utilizaba para guardar el agua que consumía por las noches. También notaron que cualquier papel en blanco que dejaban en las habitaciones aparecía con raras y extrañas inscripciones. Este hecho indujo a los miembros de la familia a dejar ex profesamente papeles en blanco, con la esperanza de que en lugar de dejar extraños símbolos aparecieran escritas algunas letras que les sirvieran para interpretar todas las raras cosas que estaban sucediendo en la casa; pero en el papel sólo aparecían figuras de pajaritos, flores, tazas, etc. Las personas mayores de la casa, hijos del señor que construyera la casa, en vista de estos acontecimientos que habían sumido a la familia, sobre todo a las mujeres, en una honda depresión y miedo, supusieron que probablemente su padre había dejado algún entierro, y que desde ultratumba expresaba su deseo de que el tapado fuera descubierto para lograr su descanso eterno en la otra vida. Con este convencimiento, los hermanos, una noche dejaron en la habitación que había servido de dormitorio al finado, un gran papel en blanco para que el extinto expresara su última voluntad. Al día siguiente, cuando fueron a ver el resultado, encontraron que efectivamente en el papel estaba escrita la siguiente frase: "Es mi voluntad que todos los bienes que he dejado se repartan equitativamente y por igual entre todos mis objeto de que proceda a robarlo, esto sucede en tardes de murro.
OJO AUTOR. FALTA TEXTO. VER PÁGINA 220 DEL ORIGINAL
Los ruidos, las apariciones súbitas y misteriosas, así como todas las extraordinarias cosas que acontecían se iban repitiendo, pero en r ealidad había una inequívoca intención, por parte del autor de todas estas anormalidades, de dar preferencia a una de las nietas, señorita ya de más o menos dieciocho años de edad. Esta nieta, aprovechando que su hermana había concurrido a la iglesia, dejó un papel en blanco en el cuarto en donde había fallecido su abuelo, con la fundada esperanza de que le revelara el lugar en donde había dejado el tapado, haciendo lo cual cerró la puerta y se dirigió a la otra casa, que quedaba contigua a la anterior. Cuando más tarde regresó la hermana, sin acordarse de lo que había hecho, abrieron la puerta e ingresaron al cuarto, donde comprobaron que el difunto había comenzado a escribir la siguiente frase: "Cuando yo estaba en este mundo...", dejando trunco el pensamiento por haber sido interrumpido abruptamente por el ingreso de las hermanas. Las frustraciones que posteriormente se registraron en el intento de ubicar el lugar del tapado demostraron a los miembros de la familia que en realidad el entierro no estaba para que ellos lo encontraran, sino que parecía intención del muerto que este pasara a otras manos, por lo que, en vista de que los ruidos y demás cosas extraordinarias no los dejaban vivir en tranquilidad, decidieron abandonar la casa, dejándola alquilada. Se dice que las personas que llegaron a vivir en la casa eran de origen muy humilde, pues el padre se dedicaba a la zapatería de remiendo y la madre a lavar ropa, pero encontraron un rico entierro que les permitió darse una vida de boato y más tarde dirigirse a la costa, en donde se radicaron definitivamente.
6. La botija de espuma (informante: Manuel Chilón Z.) En la Peña Blanca, situada en lo que actualmente es Porcón Sipa, hace algún tiempo, unos viajeros que venían de San Pablo se quedaron a pernoctar en el indicado lugar. Pero tan luego obscureció, durante toda la noche escucharon unos extraños ruidos, como si mulos ensillados se estuvieran pateando e incluso vieron las chispas que salían de las coces. Sabedores de que por esos parajes habían vivido los gentiles, supusieron que quizás había algún entierro, por lo que procedieron a cavar en el sitio en
donde habían visto salir las chispas. Efectivamente, a poco de haberse entregado afanosamente a su tarea, encontraron una botija grande llena de plata blanca brillante. Entusiasmados por el valioso hallazgo, llamaron a otras personas que pasaban por el lugar para que les ayudaran a transportar la botija, pues no quisieron llevar el tesoro por pocos, de miedo miedo a que lo sustrajeran. Mas cuando llegaron las otras personas, el tesoro se esfumó y sólo quedó la botija llena de espuma.
7. El llanque (informante: ( informante: Manuel Chilón) A la altura del kilómetro 9 de la carretera a Bambamarca, Bambamarca, en dirección a la Pampa de San Antonio de Tual, cruzaba el río un campesino de apellido Valencia. Más o menos cuando ya se encontraba por el centro del cauce, se formó un remolino y las aguas le quitaron el llanque, no obstante que este se encontraba perfectamente asegurado con las correas. Sorprendido de esta extraña circunstancia, se puso a buscar el llanque río abajo, sin poder encontrarlo. Ese día permaneció en la ciudad, y regresó a su casa al día siguiente. Al atravesar at ravesar nuevamente nuevamente el río, r ío, se acordó de su pérdida pér dida y otra vez se puso a buscarlo, pero en esta oportunidad, aguas arriba y a poco de andar encontró un baúl que con gran esfuerzo pudo colocar en el burro que llevaba, sin que a persona alguna le contara sobre el contenido del mismo. Al poco tiempo, el campesino que había perdido el llanque salió de su humilde situación económica y se dedicó a comprar haciendas y ganado, por lo lo que la gente decía que el baúl que encontró estaba lleno de oro.
LUGARES ENCANTADOS Aquellos lugares que han sido escenario de asesinatos o muertes trágicas, o sirven de reposo a los muertos, en los que han vivido los gentiles, en los que se realizan prácticas de brujería, los que sirven de terrenal morada a los diablos o en aquellos en que hacen sus apariciones las criaturas infernales, son sitios malos o peligrosos para los l os seres humanos. Los cementerios, las "malas muertes" 1 o los lugares en que habitaron los gentiles, que no habían abrazado la religión cristiana y, por lo tanto, alcanzado su salvación eterna, son lugares encantados, en donde se verifican hechos
sobrenaturales, como apariciones, luminosidades, ruidos, etc. que pueden ocasionar graves daños como el pachachare, la pérdida del ánima e incluso, en ocasiones, la muerte. Los sitios en donde hay entierros, por la sujeción o encadenamiento del alma a las cosas que la avaricia enterró, y las Iglesias, en donde en horas malas discurren funambulescas formas, son asimismo lugares malos y peligrosos. En todos estos casos, se hace evidente que dentro del pensamiento mágico, el alma está investida de los sentimientos de odio y venganza en agravio de los vivos, a quienes hacen objeto de persecuciones. Estamos en presencia del fenómeno del desplazamiento o proyección psicológica, sustentada por Freud: no es el vivo quien en alguna al guna oportunidad odió odió al difunto, sino que es el alma de este quien guarda rencor al vivo, por la sanción, siempre siempre injusta, que implica la muerte. 1 Lugares
en los que se produjeron asesinatos o accidentes.
También son sitios malos aquellos que sirven de palenque o teatro de reunión a los brujos para realizar sus actos mágicos, como son algunos cerros, bosques, o cuevas, pues en ellos se da por descontada la presencia del maligno, que preside aquella parafernalia; incluso la casa misma en que habita el brujo se vuelve lugar peligroso para el libre tránsito de los hombres. Hay parajes como cuevas, cerros, lagunas, puquios, pacchas 1, quebradas, etc. que por sus peculiares características sirven de morada terrenal a los diablos. Esta circunstancia los convierte en lugares malos o encantados. Por lo común, las cuevas son caminos que conducen al infierno y que los seres del averno transitan para llegar hasta la Tierra, a ejercer sus malignos poderes. En estos parajes, el diablo vive y se hace visible a los hombres ya antropomorfizado, ya zoomorfizado. El nacimiento subterráneo de las aguas, su estancamiento de gran permanencia o sus remansos han ejercido gran atracción en la mentalidad primitiva, quizás en mucho por la gran escasez de aguas en nuestro medio, determinando que su origen se explique por la acción demoníaca. Son lugares poseídos por los demonios, por los duendes, súcubos o íncubos.
Todos los puquios tienen su duende, que se presenta bajo la forma de un muchacho pequeño, muy blanco y sonrosado, pecoso, de pelos rojizos e hirsutos, que aprovecha la presencia de las mujeres en horas malas para poseerlas sexualmente, fruto de lo cual más tarde nacerá una criatura monstruosa, con la mitad de cuerpo de cerdo y la otra mitad humana, que tan luego de su nacimiento se escapará para retornar sólo en las noches a mamar del seno maternal, hasta dar muerte a la madre. Mas no necesariamente el duende puede embarazar a las mujeres mediante la posesión física, sino que cuando estas se encuentran menstruando y atraviesan el puquio, o simplemente acuden a él sin calzón, pueden quedar encinta del duende y gestar la criatura monstruosa. En caso de doncellas, el duende puede hasta raptarlas y conducirlas a través del puquio hasta su subterránea mansión, convirtiéndolas en sus amantes, y de donde no retornarán a la Tierra sino en las noches de Luna llena a llorar su triste desventura. 1Cataratas.
Los niños de corta edad también pueden ser raptados por el duende del puquio, cuando se encuentran solos por sus inmediaciones y sin la protección de sus padres. Ya se trate de infantes o de doncellas, aun cuando posteriormente fueran rescatados, quedarán bajo la impronta demoníaca, hechizados y sojuzgados por el duende. Los súcubos al antropomorfizarse lo hacen bajo la forma de una doncella de tez alabastrina, de rubios y largos cabellos, muy hermosa y misteriosa. Vive en las pozas o en las pacchas, y raramente en los puquios, haciendo sus apariciones entre las brumas, a la aurora o al cerrar de la oración, siempre desnuda y en actitudes provocativas para vencer la resistencia del hombre y mantener con él relaciones maritales que l o convierten en su esclavo. Los gnomos no solamente viven en los puquios sino también lo hacen en los molinos de agua, en los hornos y en los árboles de savia lechosa, como los molles, higos, y lúcumos, de donde salen por las noches o en las madrugadas. Cuando los hornos quedan cerca de los dormitorios, el duende puede poseer sexualmente a las mujeres, para cuyo efecto las saca de su cama y
luego de la cópula las deja desmayadas en el lugar en donde consumó la posesión. Para evitar estos desmanes, se recomienda colocar una cruz sobre el horno o abrir una ventana en cruz y bendecir el lugar. Además, como como medida de precaución, se debe tener siempre a la mano una tijera o cualquier otro objeto de acero, que se deberá colocar en cruz. La presencia presencia de fantasmas, fantasmas, de muertos, de trasgos, de de ánimas, ánimas, de ruidos, de duendes, de diablos u otras manifestaciones funambulescas se verifica dentro de la hora mala, que va desde las once de la noche hasta las cuatro de la mañana. Claro que en algunas oportunidades estas apariciones pueden realizarse fuera de la hora mala, en circunstancias muy especiales, por ejemplo en casos de completa soledad, de neblina, de bruma, de obscuridad, etc.; pero por lo común escogen la hora mala, tiempo en que los hombres deben abstenerse de transitar. Hay en la prohibición de la mala hora, como en el caso de los fantasmas, aparecidos, etc., todo un sentido de control social. Es el miedo y no la convicción la que puede impedir que se perpetren hechos contrarios a la moral, que se ofenda a las buenas costumbres o se vulneren aquellos principios básicos de la estabilidad del grupo, como la santidad del matrimonio, la rectitud del comportamiento, la conservación intangible del rol impuesto por la sociedad, etc.
REFERENCIAS 1. La puerta del diablo. Peña ubicada aproximadamente a 63 kilómetros de la ciudad de Cajamarca, siguiendo la carretera a Chilete, en donde se dice que la noche del 23 de junio salen los diablos a danzar por los cerros vecinos acompañados por una banda de bombos y redoblantes. 2. El cerro Campanarume. Situado en la parte norte de la ciudad, en
donde todas las noches se oye un tañido de campana, seguramente de la misa que celebran los diablos.
3. El cerro de La Encañada. Por donde desciende una quebrada en la que mora el diablo, el mismo que espera el paso de los acaballados para montarse al anca de las cabalgaduras, encabritándolas y haciendo que
derriben a su jinete.
4. Las Ventanillas. Sitio ubicado en el paraje de Otuzco, y donde habitan las almas de los gentiles que generalmente adoptan la forma de chanchos o de otros animales, para robar el ánima de las criaturas, las mismas que mueren con el mal de espanto.
5. La Paccha de Quílish. Situada al nororiente de la ciudad, en el pozo que forman las aguas desprendidas desde unos 50 metros. En las noches de Luna llena salen unas "señoritas" desnudas a bañarse. Es sitio malo porque las duendes pueden tentar a los hombres.
6. El Cerro de la Caucarita. Ubicado sobre el caserío de Otuzco, y en el que durante las noches de Luna llena se ven cuatro patitos amarillos que al ser perseguidos desaparecen en el cerro.
7. El Cerro Paiacaga. Se levanta en la parte baja de la campiña de Cajamarca. En este sitio vivían las almas de los gentiles. Cuando una persona se atreve a pasar de noche por estos lugares, tiene sueños malos y le tiemblan las piernas. Si se pasa este cerro cuando ha salido el arco iris, se le presenta el diablo en forma de chancho, chivo o burro.
8. Las cuevas de los cerros. Son sitios generalmente malos porque allí vive el diablo.
9. Los puquios o manantiales. Son sitios malos porque en ellos moran los duendes.
10. Las pacchas. Son sitios malos porque se hallan poseídos por los súcubos, que salen a tentar con su hermosura a los hombres.
11.l Los hornos. Son sitios malos porque están poseídos por los duendes.
12. Los molinos. Son sitios malos porque están poseídos por los duendes.
13. El panteón. Es sitio malo porque allí siempre ronda el diablo para llevarse a las almas malas.
14. Las malas muertes. Lugar en donde falleció accidentalmente una persona. Es sitio malo porque el alma del difunto siempre ronda sedienta de
venganza.
15. Los cerros Picuyo, Polulo, San Cirilo y Campanario. Rodean las lagunas de Porcón por el lugar denominado Negritos. Conversan entre sí. El Picuyo le dice al Polulo “Buenos días Cipra”, y luego le avisa el paso o tránsito de algún "cristiano", con el objeto de que proceda a robarlo. Esto sucede en tardes de mucha neblina y por las noches.
16. El cerro Antibo o Cerro Negro. Se ubican en la hacienda Chumbil, en donde existen restos de minas explotadas por los "gentiles", custodiadas por buitres y águilas que no dejan subir a los hombres que acuden a saquear las ingentes riquezas que se guardan en esa mina. Una vez, el cerro Antibo llevó a sus entrañas a un hombre transportándolo en una nube. A los que se encontraban ya en su seno, el Antibo les dijo: "Aquí traigo carne cruda", y lo dejó caer en el interior del cerro, lugar que, según referencia del indicado hombre, tenía la forma de un palacio, con ingentes cantidades de mercaderías, verduras y toda clase de bienes y riquezas. Cuando el hombre pudo escapar de las entrañas del Antibo, relató lodo el mundo fabuloso que había visto y luego se quedó loco.
17. El cerro Carambayoc. En el distrito de Pariamarca, conversa con el cerro Amoshulca (sobre el distrito de San Juan) y le va avisando el paso de los hombres para que proceda a robarlos. El aviso lo hace diciendo: "Ahí mando carne cruda”, y el cerro Amoshulca le contesta: "Sí, es para la noche".
18. El cerro Yamalén. Se encuentra en la hacienda Jancos. Es malo porque ocasiona la enfermedad de la terciana a los que por él transitan.
19. El Cerro de Cajamarcorco. En este cerro y en la cara que mira al río Mashcón, existe una cueva por donde sale el diablo cuando hay personas que acuden a él para compactarse. En la parte superior del cerro existen restos de una ciudad preínca, a donde acuden los huaqueros en la noche del 23 de junio en busca de huacos y de tesoros antiguos. Este cerro, que también pudo haber sido morada de los gentiles, es sitio malo.
20. La cueva de Tacamache (informante: Germán Salcedo) El cerro de Tacamache queda al este del distrito de Ninabamba. En la
parte central del flanco que mira al caserío indicado hay una cueva en cuyas profundidades, según se dice, vive el diablo, por lo que se supone debe encontrarse con el infierno. El cerro mismo tiene la forma de una copa de sombrero, y su cima se halla rematada por una planicie, flanqueada por pretiles de piedras muy bien pulimentadas, a donde sólo se puede subir dificultosamente por unas gradas también de piedra. La cueva del Tacamache es espaciosa y al centro existe un perolito lleno de agua, que muchas veces se convierte en sangre. De esta agua, los días martes, suele tomar una mujer encantada, a quien los lugareños denominan "la cuda", la que luego de aplacar su sed se pasea por el contorno de la cueva. A partir de las l as seis de la tarde de esos días martes, los raros transeúntes tr anseúntes que se arriesgan a pasar por el lugar escuchan una voz de mujer que canta y que llora. Si en estas circunstancias pasa algún cristiano, queda automáticamente encantado o, en el mejor de los casos, la cueva le roba el ánima, por lo que luego cae con el mal de espanto, enfermedad que solamente se puede curar haciendo ofrenda a la cueva de la cuda, que consiste en dejar en dicho lugar cualquier animal, de preferencia ovejas.
21. La Quebrada de los Malos Espíritus. (informante: Germán Salcedo) En el distrito de Ninabamba, cerca del puente natural de piedra de "Ushcopishgo", existe una quebrada de cierta profundidad, por donde es peligroso pasar, ya sea a las seis de de la mañana o a las seis de la tarde, porque allí moran los espíritus malignos que extravían a los viandantes. En cierta oportunidad en que un guardia transitaba por este paraje a las seis de la mañana, vio de improviso la presencia de un hombre vestido de poncho, a quien quiso hablarle, mas este se fue alejando paulatinamente sin contestarle, hasta desaparecer definitivamente. Al poco rato se le apareció un perro negro que delante del guardia iba jugando y haciendo cabriolas, hasta que de súbito también desapareció. Tan abstraído se hallaba el guardia con estos raros sucesos, que cuando clareó el día, se dio cuenta de que se hallaba por un camino distinto al que
debía seguir. Paso mucho tiempo, tras el cual, lleno de temor, pudo dar con el sendero verdadero para continuar su viaje y salir de la quebrada. Cuando consiguió este objetivo, le sobrevino una fuerte hemorragia nasal que lo dejó aturdido por varios días.
22. El cerro del Guitarrero. Guitarrero. A la salida de Cajamarca, y siguiendo si guiendo la carretera a Chilete, como a unos cinco kilómetros, se encuentra un cerro que, mirado de perfil y desde alguna distancia, tiene la forma de un hombre echado tocando guitarra, de donde proviene su nombre. En este lugar existen algunas hendiduras naturales, y antes había una pared pétrea formada por grandes lajas. Aprovechando esta superficie, los moradores prehispánicos del valle de Cajamarca grabaron acciones de caza. Lamentablemente, estos pictograbados, no hace muchos años, fueron destruidos con dinamita por modernos e iconoclastas i conoclastas extirpadores de idolatrías, que pensaron desterrar la superstición destruyendo estas imágenes que los campesinos utilizaban para sus prácticas de brujería En el Guitarrero, los días viernes, se reúnen los brujos para realizar sus ritos mágicos, aprovechando las cuevas pequeñas que existen en dicho cerro y que antes las verificaban ante las pictografías. En cierta oportunidad, el autor, en compañía del señor Agustín Mondragón, por entonces alumno de la Universidad de Cajamarca, y del señor Feliciano Reyna, el día sábado por la mañana encontraron, en una pequeña cueva, restos de una vela que había ardido ante una cruz muy pequeña, confeccionada de ramas y amarrada con hilo de lana blanca. Al pie de la cruz se encontraron unas figuras de azúcar y un paquetito que luego se determinó que contenía azúcar candi. De este mismo lugar se ha conseguido un extraño y curioso documento, redactado en el anverso de una cajetilla de cigarros de marca "Inca", cuyo tenor literal es el siguiente: Guitarrero Diablo Mayor aquí te entrego a mis enemigos Carlos Medina Martínez
Olinda Herrera Vásquez Dionisia Medina Segundo Abraham Medina Eudocia Medina Huaccha Antonio Medina Huaccha Emiliano Flores Rosenda Ocas Llanos Víctor Arrivasplata Lucifugote traigo a estos carneros con bastante rabo y estos borregos para tu pascua y si cumples seguiré viniendo a regalarte muchos más. Por esta concurrencia habitual de los brujos, se considera que el Guitarrero está poseído por el diablo, lo que hace peligroso transitar por él.
23. La Montaña de Santa Rosa (informante: Germán Salcedo A.) A poca distancia del distrito de Ninabamba, Ninabamba, existe una zona boscosa conocida con el nombre de la Montaña de Santa Rosa, que se encuentra poseída por el diablo, razón por la que a ella acuden las personas que quieren compactarse.
24. El Saparume (informante: Alberto Mas) Formación monolítica, en forma de sapo, ubicada dentro de la antigua hacienda Chamis. Cuando los viajeros pasan por ese lugar en las noches o se quedan a dormir en él, la piedra avanza sobre ellos y hasta puede devorarlos, si no se despiertan oportunamente. oportunamente.
25. Pungorume (informante: Segundo Ortiz) Cerro ubicado entre las antiguas haciendas de Amilllás y La Viña, por cuya parte baja pasa la carretera que une Cajamarca con la costa. Casi sobre el borde del camino, existe una cueva profunda, de donde a partir de las 12 de la noche salía una cuadrilla de diablos, profusamente iluminados, que no deja-
ba pasar a los peatones o automovilistas. Así mismo se dice que en esta cueva vive el Inca y que en las noches de luna sale una "china" 1 a bailar. Siempre al pasar por el Pungorume se debe arrojar una cruz de palo; en caso de no hacerlo, el omiso sufrirá el mal de la terciana.
26. El Mal Nombre. (Informante: Segundo Ortiz) Cerro muy alto, situado a 25 kilómetros de la ciudad de Cajamarca, siguiendo la carretera a la costa. Después de las 12 de la noche, nadie puede pasar por ese lugar, porque salen los diablos. Hay que colocarle una ofrenda, para evitar la terciana.
27. El Gavilán. El cerro más alto que se tiene que coronar para llegar a la ciudad, viniendo de la costa. A partir de las 12 de la noche, nadie puede pasar, pues una luminaria impide el paso y además salen los diablos y un inmenso bulto negro.
28. La Peña de los Loros. Situado en el sitio denominado el Mirme. De este lugar, a las 12 de la noche, salen los diablos, y de la quebrada situada cerca de este lugar emerge un fuerte tañido de campanas.
29. El Tingo. Sitio encantado, a 210 kilómetros más o menos, en la carretera a Chilete, en donde hace ya algún tiempo desapareció una mujer. El agua que discurre por la quebrada está poseída por el diablo, quien en las noches ya no deja recoger el líquido y los que lo intentaron fueron encontrados desmayados, desmayados, botando espuma. espuma. 1Campesina.
30. Los Naranjos. Sitio malo, ubicado sobre la carretera a la costa, en el que existe un puquio de donde se abastecían de agua los carros. A las 12 del día salía el diablo, y por la noche, una mujer vestida de negro, portando un balde muy brillante, interrumpía a los viajeros en su tránsito, y a los que se quedaban dormidos les arrojaba agua y barro, al mismo tiempo que el árbol de naranjo se sacudía violentamente.
31. Samanacruz. Paraje ubicado a 3 kilómetros de la ciudad, siguiendo la carretera a Bambamarca, donde a las 12 de la noche sale una yunta de oro.
32. Alejandro Saravia. Fundo situado en la parte baja del antiguo
canchón de San Ramón. En este lugar existe un puquio al que de noche llega una manada de chivos que se echan alrededor del pozo.
33. Laguna Seca. Fundo situado a 7 km de la ciudad, junto a los Baños del Inca. En este lugar se encuentra la vertiente de agua caliente denominada El Tragadero, en donde, según la tradición, fue sumergida la litera de oro de Atahualpa. Se cuenta que de este sitio, en las noches de Luna nueva, sale un pato de oro para bañarse en las aguas calientes del Tragadero.
34. El Castillo (informante: Jaime Bazán Becerra) Son ruinas preíncas situadas en el distrito San Silvestre de Cochán, provincia de San Miguel. Se llama así porque fue utilizado por los gentiles como fortaleza militar. Hacia la parte del valle, donde está la población del distrito, es casi cortado "a pico", y, por lo tanto, de difícil acceso; por los otros lados tenía hasta tres murallas concéntricas de defensa. Hoy se observan los restos de las murallas y de la misma población. El mirador de este Castillo tiene la forma de una cabeza degollada, de líneas perfectas y muy bien definidas, mirando al cielo, y cuyo perfil se puede observar perfectamente desde casi todo el contorno, desde muchos kilómetros de distancia. La cabeza ha sido hecha artificialmente con enormes bloques de piedra, entre los cuales hay un estrecho pasaje por donde se puede subir hasta la cima, que es la nariz de esta ciclópea cabeza. En los días de neblina, los viajantes ven jardines muy hermosos y se escucha un ruido aterrador, como si este ruido viniera de otro mundo. Muchos, a pesar de conocer la ruta, han extraviado el camino en pleno día. También roba el ánimo de las criaturas. Todos los ancianos del lugar aseguran que allí hay muchos tesoros enterrados.
35. El Muyo (informante: Jaime Bazán Becerra) Cerro por el que pasa el Río Grande (distrito de San Pablo). En la madrugada se oye el cántico de un gallo. Los que lo han visto afirman que este gallo es de color blanco y mucho más grande de lo normal. Todo aquel que por mala suerte lo ha visto, ha terminado desmayándose, botando sangre por la boca. Para evitar que aparezca el gallo, los viajantes que utilizan esa ruta del Muyo deben arrojar, como ofrenda, un puñado de azúcar blanca.
36. La Tiza. (Informante: Jaime Bazán Becerra) Es un lugar ubicado en lo que era la hacienda "El Carmen", en el distrito de San Silvestre de Cochán, provincia de San Miguel de Pallaques. Se le llama "La Tiza" porque tiene una mina de arena blanca, muy fina, que los lugareños utilizan para enlucir las paredes, para lo cual se la mezcla con guano molido de caballo. Cuando se seca este enlucido, queda blanco y ya no se hace necesario pintar las paredes, dando la apariencia de que se ha utilizado tiza molida. En este lugar, que queda en una hondonada, hay una huaylla o terreno permanentemente húmedo y con ojo de agua. Los que conocen su fama tienen miedo de pasar por allí en las noches de luna porque aparece un señor elegante montado en una mula "enjatada", con las riendas y todo el apero profusamente adornado con piezas de plata; en otras ocasiones, aparece un fantasma parecido a un cura, por la vestimenta, pero sin cabeza.
37. El cerro malo. Shangoloma es una pequeña colina que queda al borde de la quebrada de Chilalá, a unos 2 km del distrito de Jesús, en donde hasta ahora se encuentran fragmentos de ceramios preíncas, así como algunas piezas de cobre pertenecientes a las primitivas culturas caxamalcas. Probablemente, se trata de una huaca, y se afirma que es un cerro pesado porque allí habitaron "gentiles", circunstancia que determinó que no se lo utilizara con fines agrícolas. Pero hace unos 30 años, un vecino de Jesús compró Shangoloma, aprovechando que su dueño fijó un precio bajo. En la parte alta construyó su casa y en el resto sembró maíz, luego de "rozar" el terreno, desempedrarlo y prepararlo. Sin embargo, pasando el tiempo, en forma misteriosa los sembrados se malograban, además de que su hijo se enfermó, ya que el viento maligno del lugar le robó el ánimo. De este mal de espanto tuvieron que hacerlo curar con un curioso, gracias a lo cual hasta hoy sigue viviendo, a pesar de que ya estaba muy seco y casi se muere. Por estos motivos, el señor decidió abandonar esa su propiedad.
Es cosa sabida entre la gente del lugar que el cerro Shangoloma atrae a las personas en las horas malas y les quita o roba el espíritu, mal que si no lo tratan a tiempo puede ocasionar la muerte, y no son pocas las personas que han sufrido esto a causa del Shangoloma.
38. Lugares encantados a) Todos los cerros conversan por las noches y poseen mucha plata, más que los hombres. Cuando los cerros se abren dejan salir la plata para que los hombres la recojan. b) Los cerros malos se abren por las noches para tragar a la gente y llevarla a las entrañas de los infiernos. c) El Cuycarana, que queda en el paraje de Huayrapongo, distrito de Baños del Inca, es un cerro malo. En las noches de Luna llena, de este cerro salen a pastar unos cuyes de oro, muy refulgentes, como si desprendieran candela. Se dice que la gente que los agarra, al poco tiempo se aloca y se muere. d) El Huamani. Es un cerro que se encuentra en la antigua hacienda de Porcón. Este cerro se abre para la Semana Santa, a las 12 de la noche, y cuando lo hace, los perros aúllan, las vacas mugen y los gallos cantan, todos nerviosos. Si, por desgracia, sin saber, algún cristiano se encuentra por las faldas del Huamani en esos ratos, lo traga para siempre, pero sólo si no tiene plata; a los que llevan plata no les pasa nada y pueden seguir tranquilos su camino. e) El cerro de Cose. De este cerro, ubicado en Namora, sale un gallito de poca alzada pero de vistoso plumaje, y cuyo canto atrae a las personas débiles, a las que les roba el ánimo. Se dice que una vez un señor Villanueva oyó cantar un gallo y, sorprendido y curioso, se acercó al sitio donde lo escuchaba, logrando ver al gallito aparecido. Cuando quiso cogerlo no le fue posible, por muchos intentos que hizo. La gente dice que ese gallito es guardián de los tesoros que los gentiles han dejado enterrados en el cerro Cose, y que castigará a las gentes
ambiciosas que quieran sacarlos. f) En los cerros malos caen los rayos, y lo mismo sucede en los lugares donde hay gatos negros de monte (pumas).
39. Las cuevas Todas las cuevas son sitios malos, y cuando una persona penetra en ellas, resulta con enfermedades graves como llagas y torceduras de cara, así como con el susto, sordera, aire y el entecamiento (enflaquecimiento). La cueva de Pumaushco. Siguiendo el túnel de la cueva de Pumaushco,
se llega a una laguna rodeada de flores y árboles frutales que seducen a las personas que se aventuran a entrar en esta cueva encantada. Se cuenta que una vez ingresó un hombre, y que salió después de varios días pero completamente loco y con el cuerpo cubierto de cerdas.
40. Lagunas Las lagunas que tienen patos con las alas azules y muy brillantes son lagunas encantadas y los cristianos no deben acercarse a estas dentro de las horas malas.
41. El encanto del cerro Tolón Los vecinos del cerro Tolón cuentan que un día, a uno de los campesinos más pobres del lugar se le perdió su única yunta, que era prácticamente toda su riqueza, razón por la cual la buscó desesperadamente por todos los sitios posibles, sin poder hallarla. En la noche del tercer día que estaba en plena búsqueda, brilló en todo su esplendor la Luna llena, lo que aprovechó también para seguir buscando a sus animales. En estos afanes se hallaba cuando, casi a la medianoche, se halló por las faldas del cerro Tolón, logrando ver una gran luz que salía de la cueva más grande del cerro, de las muchas cuevas que hay allí. Pensando que eran los abigeos, se acercó con todo sigilo y se "asomó", descubriendo con sorpresa que al fondo de la cueva, iluminada con una luz azul verdosa, se en contraba un señor (muy conocido en Celendín por su filantropía y su inmensa fortuna) arando una chacra muy grande, justamente con la yunta que se le había perdido. Atemorizado, pero sintiendo en lo más íntimo enorme alegría por haber