EL HIJO – HORACIO QUIROGA – PREGUNTAS Y RESPUESTAS Publicado en El Realismo y el Naturalismo , Imágenes de la familia y de la sociedad , Literatura AP por jorditur en agosto 13, 2012
1. El bosque tropical es omnipresente omnipresente en los cuentos cuentos de Horacio Quiroga. Comenta la relación que llevan llevan entre sí la vida de padre e hijo y el medio ambiente que los rodea. La amenaza del bosque bosque tropical está presente presente de comienzo a fin. A pesar de los finos finos detalles que que señalan un íntimo conocimiento conocimiento del medio ambiente y un respeto reverente por la naturaleza, el escritor comunica la inexorabilidad de los peligros, por más que un buen padre intente conjurarlos.Aun conjurarlos.Aun así, la presencia presencia de la selva selva amenazadora tiene complejos matices. La naturaleza, y sus partes integrantes, comparten el estado emocional del padre. En la mañana del cuento, “La naturaleza, plenamente abierta, se siente satisfecha de sí” , sentimiento compartido al comienzo por el padre, que tiene delante un nuevo día, rodeado de un medio
ambiente que da con abundancia-el sol, la calma circundante, el monte y el bañado fecundos. Lo llenan enteramente sus pensamientos sobre el hijo, salido solo, hoy, a cazar. Al filo del accidente que a éste le cobra la vida, leemos ominosamente que “hoy, con el ardiente y vital día de verano, cuyo amor su hijo parece haber heredado, el padre se siente feliz, tranquilo y seguro del porvenir” ; acto seguido, oye la descarga lejana de la escopeta Saint-Etienne. El corazón del padre y la naturaleza del trópico - la luz meridiana y el zumbido tropical, el día mismo - se detienen a compás, ante la posibilidad de un accidente. Más tarde, vemos esta misma interdependencia entre el bosque tropical, lugar y testigo del accidente, y el hombre que trató con paternal cariño de impedirlo: “Su hijo no ha vuelto, y la naturaleza se halla detenida a la vera del bosque, esperándolo . . .” , estado que seguirá mientras dure la búsqueda. Al no hallar el padre el menor rastro del niño, “la naturaleza prosigue detenida”. El concienzudo padre viudo, al enseñar a su hijo a cuidarse solo en la selva, lo ha tenido “libre en su corto radio de acción . . . consciente de la inmensidad de ciertos peligros y de la escasez de sus propias fuerzas” . Aun esta libertad condicional le cuesta caro: el hombre nos parece viejo para ser padre de un niño de trece años, y le persiguen visiones atormentadoras. Ahondando más en la muerte del hijo, el lector no puede menos que notar la ironía de las causas inmediatas de la desgracia, instrumentos de civilización las dos: el alambrado de púa que le enredó las piernas, y la escopeta que descargó-inventos diseñados por el hombre para domar la barbarie. Las dos figuras del cuento viven su vida merced al bosque: a su sol y su calor, a sus dones y sus beneficios; pero la muerte acecha, y el cuidado más esmerado y constante de un padre cariñoso no puede impedirla. Un fatalismo omnipresente infunde este relato de la lamentable muerte a deshora de un hijo bien amado. 2. El narrador nos informa que el padre sufre desde hace un tiempo de alucinaciones. Las alucinaciones de antes eran pesadillas que tuvieron que ver con los peligros que corre la vida del hijo en este medio ambiente. ¿Cómo se
diferencia de éstas la alucinación final del padre, cuando lo vemos sonriendo “de alucinada felicidad”? Las alucinaciones de antes eran visiones, pesadillas, fenómenos de su morbosa imaginación. En ellas, el padre veía al hijo o malherido o muerto a causa de las múltiples amenazas a la vida en Misiones. Les faltaba realidad. En una, el padre malinterpretó lo que hacía el niño en el taller; no hacía más que limar la hebilla de un cinturón, pero al padre se le antojó que golpeaba una bala que tenía sujeta en la morsa. Creyó ver al hijo bañado en sangre al explotar la bala. Esta alucinación fatídica funciona como presagio del balazo que causa, al fin, la muerte del niño. Hoy, pendiente a causa de la detonación de hace horas, el padre reflexiona que “no ha cruzado el abra una sola persona a anunciarle (una gran desgracia)” ocurrida al hijo “al cruzar un alambrado” ; este detalle acertado, aunque imaginado, presagia el papel central que desempeña el alambrado en el accidente. Siguen las alusiones textuales al alambrado, estando el padre en plena búsqueda: “Sólo la realidad fría, terrible y consumada: Ha muerto su hijo al cruzar un . . . ¡Pero dónde, en qué parte! ¡Hay tantos alambrados allí, y es tan tan sucio el monte! . . . Por poco que no se tenga cuidado al cruzar los hilos con la escopeta en la mano”. Y, también, el padre “. . . en cada rincón sombrío de bosque ve centelleos de alambre”. Al desenvolverse la búsqueda del niño, llegamos a saber de otra alucinación que, “ya antes, en plena dicha y paz”, presagia otro detalle más del accidente: “su hijo rodando con la frente abierta por una bala al cromo níquel” . Al asegurarse de que el hijo no está en el bañado dando caza a las aves, el padre “adquiere la seguridad de que cada paso que da en adelante lo lleva, fatal e inexorablemente, al cadáver de su hijo”. En el momento culminante, el lector espera con tensión morbosa saber la verdad, con todos sus pelos y señales, de la detonación de la Saint Etienne. Y, sin embargo, el escritor se abstiene aun de dejar constancia de lo que ve este padre. Recordamos su débil estómago, su débil vista y su débil estado mental: su descubrimiento del cadáver queda sobrentendido, sin más que puntos suspensivos. Dice el narrador, “al pie de un poste, con la escopeta descargada al lado, ve a su . . .” Y, faltándole fuerzas para admitir no sólo la
muerte de su hijo, sino la forma horripilante en que ésta le sobrevino, el padre, “quebrantado de cuerpo y alma” , se va a casa acompañado de una nueva alucinación, esta vez una que lo tiene alocado de felicidad: el brazo sostenido cariñosamente sobre los hombros de un hijo muy presente, conversador, afectuoso, y compungido por haberle dado un susto innecesario a su atento padre. En verdad, lo acompañan sólo el cielo y el aire candentes de la selva. El cadáver queda atrás, al descubierto al fin: las piernas en alto, enredadas en el alambre de púa que el niño intentaba cruzar con la escopeta en la mano. 3. ¿Qué efecto narrativo crees que surte el hecho de que Quiroga relata esta historia en tiempo presente? La narración en tiempo presente da al relato una viveza difícil de lograr al narrar en el pasado. Vivimos paso a paso las malsanas imágenes que surgen en la mente del padre; experimentamos con él la creciente realidad de la amenaza - la escopeta y el alambrado - , y los pasos que da hacia el inexorable desenlace mortal. (Ustedes podrán notar los momentos, en otros textos, en que se desenvuelve una parte de la acción en tiempo presente: “Mi caballo mago” de Sabine Ulibarrí, “El Sur” de Jorge Luis Borges y “Canción del pirata” de José de Espronceda.)