05/05/13
Enr i q ue M oli na
Adióss Adió Un día más, sólo un minuto más, para estar viv o y de sp sped edirm irmee de d e c ua uanto nto amé . Para decir adiós a las las cosas que v i y toq ué mientras moría desde el instante mismo en que nac í. Y v ino el niño n iño c on el p re mio qu e sac sa c ó e n el c ol oleg egio io p or su sabiduría, y el ala a la de d e la gav iot a go lpe and ando o e n lo infinit infinito o c on su v ue lo lo,, v ino la c ab abel elle lera ra der d er ra ramad mad a y el r os tr tro o de d e la mist er ios a mujer que estuv o a mi lado, lado, en el lecho, sin que yo lo supiera, y el r ío c on su len l enta ta c or rie nte mu musc sc ulo sa a través de c ada mueble, mueble, cada objeto y cada gesto de quien me v e parir, ¡oh Dios Dios mío! Un instante instante más aún en e l suelo qu e pisé, en el aire de mi respiración sofocada por e l amor, en los ve stigi stigios os de la pasión, con c uant uanto o -mosca o sol- me deslumbró deslumbró en este ex traño planeta, donde perdure año tras año, presintiendo este límite límite de espumas, este rev uelto torbe lli llino no de la despedida, yo , que tanto fui deslumbrado por ce ntelleante atracción de la tierra, tierra, por c uanto fue caricia o solamente un espejismo del mundo es mi destino. A sí, p ue s, des Así, d espid pidién iéndo do me de lo loss cab c aballo allo s, de d e la c ano a, los pájaros, el gato y sus c ostumbres. Déjame Déjame una v ez más mirar las flores flores y la lluvia. Es Es éste el trágico instante instante en que uno descub re el delirio misterioso misterioso de las co sas, sus raíces raíces sec retas, el instante instante supremo de d ecir adiós. a cuanto se adoró e n esta vida.
Algún vestigio de tu paso La dulzura de recor dar el sol en la espiral del sueño y el v ano po de r de hab er ido tan le lejo jos. s. Es tan extraño pe rdurar, oír aún la grave letanía de los huesos huesos y el hechizo del mundo. Déjame ver , déjame ver: alguien me condujo hasta aquí y se oc ulta, cubierto de grandes praderas, de c limas limas,, refugios baldíos, luces que brillan
05/05/13
Enrique Molina
Salido de lugares inciertos, de trópico s y lluv ias, v or az c om o fuego, intruso , la huella de sus dientes y sus b esos en la manzana. ¿De quién es ese rostro desc onoc ido entrev isto donde se pierde? Es incierto y ansioso ex traviado en la fábula oscura de mi vida. Adió s, som bra mía.
Alta marea Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan se y ergue como una co bra de oro el c anto ardiente del orgullo la errónea maravilla de sus noches de amor las constelaciones pasionales los arrebatos de su indómito v iaje sus risas a través de las piedras sus plegarias y có leras sus dramas de sec retas injurias enterradas sus maquinaciones perve rsas las cac erías y disputas el oscur o relámpago humano que aprisionó un instante el furor de sus cue rpos c on el lazo fulmíneo de las antípodas los lechos a la deriv a en el oleaje de gasa de los sueños la mirada de pulpo de la memoria los estremecimientos de una vieja ley enda cubierta de pronto con la palidez de la tristeza y todo s los gestos del abandono dos o tres libros y una camisa en una maleta llueve y el tren desliza un espejo frenético por lo s rieles de la tormenta el hotel da al mar tanto sitio ilusorio tanto lugar de no llegar nunca tanto trajín de gentes circ ulando con o bjetos inútiles o enfundadas en ropas polv orientas pasan cementerios de pájaros cabe zas actitudes montañas alcoholes y co ntrabandos informes cada noche c uando te desvestías la sombra de tu cuerpo desnudo c recía sobre los muro s hasta el techo los enormes ro peros c rujían en las habitaciones inundadas puertas desconocidas rostros v írgenes los desastres imprecisos los deslumbramientos de la ave ntura siempre a punto de partir siempre esperando el desenlace la cabeza sobre e l tajo el co razón hechizado por la amenaza tantálica del mundo Y ese reguero de sangre un continente sumergido en cuy a boca aún hierve la espuma de los
05/05/13
Enrique Molina
el nudo de los cuerpo s constelados por un fulgor de lentejuelas insaciables esos labios besados en o tro país en otra raza en otro planeta en otro cielo en o tro infierno regresaba en un barco una ciudad se aproximaba a la borda con su peso de sal como un enorme galápago todav ía las alucinaciones del puente y el sufrimiento del trabajo marítimo co n el desplomado trono de las olas y el árbol de la hélice que pasaba justamente bajo mi cucheta éste es el mundo desmedido e l mundo sin reemplazo el mundo desesperado c omo una fiesta en su huracán de estrellas pero no hay piedad para mí ni el sol ni el mar ni la loca po cilga de los puerto s ni la sabiduría de la noche a la que o igo cantar por la boc a de las aguas y de los campos c on las violencias de este planeta que nos pertenece y se nos escapa entonce s tú estabas al final esperando en el muelle mientras el v iento me dev olv ía a tus brazos como un pájaro en la proa lanzaron el cordel co n la bola de plomo en la punta y el cabo de Manila fue recogido todo termina los viajes y el amor nada termina ni viajes ni amor ni olv ido ni avidez todo de spierta nuevamente c on la tensión mortal de la bestia que acec ha en el sol de su instinto todo v uelve a su crimen como un alma encadenada a su dicha y a sus muertos todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa unos labios lavados por el diluvio y queda atrás el halo de la lámpara el dormitorio arrasado por la v ehemenc ia del ve rano y e l remolino de las hojas sobre las sábanas v acías y una v ez más una zarpa de fuego se apo y a en el c or azó n de su p re sa en este Nuevo Mundo confuso abierto en todas direcc iones donde la furia y la pasión se mezclan al polen del Paraíso y otra v ez la tie rra de spliega sus alas y arde de sed intac ta y sin r aíc es cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan.
Amantes antípodas Itine rario s Tu cuerpo y el lazo de seda rústica que c onduce a las plantaciones de la costa al sudor de tu cabe llera quemada por las nubes a los instantes inolvidables
05/05/13
Enrique Molina
tantos homenajes a una belleza salvaje que ex ige el desorden¡oh raza de labios de abandono hechizada por la v ehemenc ia! y nuestra fuerza d e pro fundos be sos y to rmentas para el infierno de los amantes hasta volv er a su placer fantasma a su ola de hierro de ay er detrás del mundo! Aqu ellos ho teles.. . Todas las rampas de la vida cambiante la veloc idad del amor el mágico filtro de la exc omunión la hambrienta luz del desencuentro en nuestras ve nas de azote cartas desamparadas antiguas prosas de la noche de lo s abrazos y el solitario frenesí de las p almer as cuando e n la ausencia creciendo hacia mi pecho el fondo de la tierra me dev uelve de golpe todas nuestras caricias el nudo furioso de la pasión en las negras argo llas del tiempo aquellos moblajes de desv alijamiento y de lluv ias luz de senos en el mar y sus gav iotas y músicas sobre un altar de desunión c on grandes lunas fascinantes sin más pradera que tus ojos país incorruptible país narcótic o co n risas del alcohol del v iento y tu p elo sob re mi c ara y las c álidas b estias do radas po r el trópic o y el jade o abrasado r de la o la que v ue lc a en tu c or azó n su grito de espasmo y de caída y de nue v o e sos lugar es intacto s para e l so l y de nue v o e sos c uerpos ileso s para e l amo r en medio del perezoso meteo ro del día lev antando hacia el alma aquel esplendor los paroxismos el lecho de las dunas y de la corriente con sus besos en marcha y las t areas de los amantes m ientras la llamar ada de la mu erte br illaba alrededor de sus cuerpos co mo un afrodisíaco aviv ando el deseo el hambre ¡aquella furia de ay er detrás del mundo !
Despedida ¡Adiós pájaro definitivo ! Continuarás tu vu elo en mi alma
05/05/13
Enrique Molina
Es tan bello este día inve rnal, hay tanta distancia en tus alas: lo que v uela contigo es el cielo. ¿Qué po dría decir d e mí? ¿Qué po dría decir en sueños? Casa pintada de rojo, c on un gato, la ropa tendida en la azotea: ¿quién abrirá la puerta si desapareció co n sus flores, lámparas y mueb les, los amigos que la frecuentaban, conversaciones, una historia melancólica y un p oc o im prec isa. ¿Cuándo terminó? ¿Quién sabe nunca lo que ha amado? Hay c omo un resplandor en torno. ¡Adiós pájaro más profundo que el cielo!
El lugar del principio La casa está perdida en un jardín o un jardín esconde en su garganta el hogar que v iv imo s, lenguaje elemental, laberinto de piedra, las ramas de los árboles que abrazan a ese mundo herido en el costado. A v ec es e l jardín r espir a y de ja v er esas paredes que alguna v ez fueron de luz. A v ec es inv entan un mund o sin sabe r que no se e ntra jamás, que hay que permanec er afuera de la Historia. La casa está perdida en unos ojos que nunca más veré . La casa está perdida en esa misma casa. La casa es una pérdida co nstante en cualquier jardín. La casa es un jardín perdido en el lugar de la memoria.
05/05/13
Enrique Molina
El erotismo y las gaviotas Aho ra p ido ev ide nc ias, cer tidumbres. En mi extraño esc enario, pasiones y las aves remotas, surgen paraderos, lugares tro ncos, idilios, el sol está partido en dos por la av idez, mutaciones y la pescadería donde la muerte brilla con esc amas, al borde de la ruta, después de las repre sas salineras. La mujer del azar se co ntempla en su espejo, con sensuales bucles, en el oscuro bosque de su amor, flexible y v oraz, su cuerpo regido por la luna se alzó sobre el v iento y el cielo, lejano como estrellas, pero sólo después v ac ilac iones, dudas y re proc hes para una triste cró nica donde ríe la mosca en la edad triturada. Reminiscentes caricias flotantes entre adioses hacen temblar las cosas con un ardor irónico. ¿Pero entonc es tampoco e xistió el fuego, el mundo relatado por una vo z querida? Parejos amantes, a ciegas en la ira y el e splendor del tiempo, el mozo del hotel rec ogió las maletas, de ciudad en c iudad, de idioma en idioma, en medio de rostros movedizos. Al de sper tar apare cía el fantasm a; sonriente, co n senos de una melosa co nsistencia, con dientes brillantes, insistente y perfumado en la c álida atmósfera, se tendía en la playa c on languidez, hablaba de las pequeñas cosas del día, v oland o e n to rno a m i alma con la luz de los mare s, (con el sabor del whisky , hacia el cuer po del hombre. ¿No hay un guijarro entonc es, una naranja, un puñado de arena que rec lame la herencia sin destino del sueño y e l olvido? Has oído el ex altante chasquido del agua como una boca que rememora de muy lejos, inmensidad y hueso s lavados por el sol, br illando y ondu lando y salpic and o la s ro cas, un solo instante, un suspiro y las nubes vac ías. Y aho ra, po r Dios, nada de imprec isio nes, el viento, sobre la mesa rev ientan espumas, los muros no existen, el viento, las gaviotas ex halan su graznido en el pálido ex tremo del día, ella se esfuma en la terraza con su cop a y un lento c igarrillo en los labios, el viento, los rostros son ahora más tensos, desaparecen de golpe, nadie responde, hay un orden ex traño, fuera de lugar,
05/05/13
Enrique Molina
la costa, la noc he, zonas espléndidas y asesinas, sólo el v iento, el v iento c on sus garras equív ocas.
Elegía Esos cue rpos que alguna v ez latieron en mis brazos cuando el sol era un lento rev erbero en su piel, cuando sus cabelleras se vo lcaban como o leadas de fiebre y de nostalgia, ahora perduran sólo como una vibración o una angustia indeleble en el fondo del alma mientras va la gaviota por las play as. Relucen ya tan lejos llenos de tentaciones desesperadas, se irisan en la espuma del mar, llaman con el recue rdo de su piel y su aliento y v uelv en a hechizarno s c om o la gos do rmido s o tibias sombras prisioneras de la tierra. Fueron cuanto tuv imos de más ardiente y hondo -los dones más intensos de este mundo -, arrasaron al cor azón con las más altas llamas hasta dejarnos en un ciego abandono a orillas de su huella de brasas invisibles. Cuerpos enamorados que una ve z fueron míos, palpitando co n sus tiernas rev erberac iones, co n la inolv idable tersura de sus espaldas y sus bo cas ansio sas, sus muslo s de esple ndo r y me dio día. Así ab rie ro n de par en par el m und o, llamaron a la tormenta y al relámpago, se deslizaron por to dos los rituales de la pasión, y fuero n arrastr ado s po r la v or ágine de lo s día s hasta perderse silenciosamente como todos los dones más altos de esta v ida en el v oraz horizonte donde nos extrav iamos co mo niños errantes, co mo todas las dádivas para siempre fugaces que el azar y el destino nos dieron un instante.
Joven desierto Cuando llega la noche y solitario torno a mi grisáceo lecho , como a una madriguera donde, c ual una amante fiel, la desesperanza contra mi pecho sube co n guirnaldas de meses calcinados,
05/05/13
Enrique Molina
lloro, entre mi espléndida y v ana anatomía, co mo una rama balanceada por un triste viento, apenas verdade ra entre lujuria y olv ido y la lu z que desprende n lo s con tornos de l día, cuy a fúlgida barca tanto ha costado despedir una vez más, una vez más, entre los hombres. ¡Oh, armonía, oh juv entud nec esaria para el aire! Solo, entre las sombras que se persiguen como pájaros, y el son distante d el v ien to en los tejados . Y a el tie mpo e s ev ide nte , y en é l be be n mis v enas, co n milenaria sed, a grandes sorbo s, sin amparo.
Las cosas y el delirio mientras corren los grandes días Arde en las cosas un te rror antiguo, un pro fundo y secreto so plo , un ácido orgulloso y sombrío que llena las piedras de grandes agujeros, y to rna crueles las hú medas man zanas, los árbo les qu e e l sol consagró; las lluvias entretejidas a los largos cabellos c on salvajes perfumes y su b landa y on deante música; los ropajes y los v anos objetos; la tierna madera dolorosa en los tensos violines y ho nra da y sumisa en la pa ciente mesa, en e l infausto ataúd, a cuy o alrededor los ángeles impasibles y justos se reúnen a reco ger su parte de muerte; las frutas de y eso y la íntima lámpara donde el atardece r se co ndensa, y los v estidos caen com o un se co fo llaje a los pie s de la mu jer desnudándose, abriéndose en quietos círcu los en torno a sus tobillos co mo un espeso estanque sobre el que la noche flamea y se ahonda, recogiendo ese c uerpo melodioso, arrastrando las sombras tras los cristales y los sueños tras los semblantes dormidos; en tanto, junto a la tibia habitación, el desolado v iento plañe bajo las hojas de la hiedra. ¡Oh Tiempo! ¡Oh, enre dader a pálida! ¡Oh, sagrada fatiga de v iv ir...! Oh, estéril lumbre que en mi carne luchas! Tus puras hebras tre pan por mis huesos, envolv iendo mis v értebras tu espuma de suave ondular. Y así, a trav és de los ro str os apac ibles, de l inv ariable giro de l V er ano , a través de los muebles inmóv iles y mansos, de las canciones de alegre esplendor, todo habla al absorto e indefenso testigo, a las postreras sombras trepadoras, de su incierta partida, de las manos transformándose en la gramilla estival.
05/05/13
Enrique Molina
co mo el que sueña que la sombra entra en él y su adorable carne se licúa a un son lento y dulzón, poblado de flotantes animales y neblinas, y pasa la y ema de sus de do s po r su s cejas, comprueb a de nue v o sus labios y mira una vez más sus desiertas rodillas, acariciando en torno sus riquezas, sin penetrar su secre to, mientras corren lo s grandes días sobre la tierra inmutable.
Las nubes no retornan La memoria de la ola flota dispersa en la costa b aldía. escucha ahora, v agabundo acec hante, entre el v ino descolorido y la noche. ¿Y quién puede dormir? El zumbido no c esa en el salón de las mosc as. La memoria de la ola, la memoria del amor te confiesa que nunca te susurró al oído su verdad. Sólo el rumor del puerto, pies que se alejan pisando sobre conc hillas, el lugar es oscuro y alguie n me sopla su aliento en la cara o sólo el rudo olo r del mar. El lugar ha desaparec ido. Nada más que esa gente alrededor de la olla donde algo se coc ina lentamente. Inútil que tiendas tu plano, los invitados espe ran el momento de l festín, unas mujeres ponen la mesa en el fondo de la inundación, otras ajustan la clav ija en el cráneo. La memoria de la ola: el blanco esqueleto del pez junto a la b arca aband on ada. Lo que trae, lo que llev a, lo que no llegó nunca. De "El ala de la gav iota"
05/05/13
Enrique Molina
Los hoteles secretos El brillo nómade de l mundo co mo un ascua en el alma una joya del tiempo se abre tan sólo al paso de cierto s hechos tormento sos arrastrados por la corriente hasta las escaleras co rtadas por el mar en ciertos antros de lujuria de bordes sombríos poblados por estatuas de rey es casi irreconoc ibles entre el rev erberar de las antorchas cuy a luz es la hiedra que cub re los muros ¡Oh corazón c orazón orgulloso! entrégate al fantasma apostado en la puerta Aho ra q ue tan bie n te conozc o sin otra sed que tu memoria criatura melancólica que to cas mi alma de tan lejos invoca en las alcobas el éxtasis y el terror el lento idioma indomable de la pasión por el infierno y el v eneno de la av entura c on sus crímenes ¡Oh! inv oca u na ve z más el gran soplo de antaño en estas c ámaras de piedra enlazada a tu amante y amb os env uelto s en la lo na de lo s días pe rdido s c om o e l muerto en el mar y pronto s a deshac er se e n las hogue ras instantáneas sobre lechos de un metal misterioso que brilla en las tinieblas bajo la zarpa de los cand elabro s y el c oro de pájaros lasciv os girand o c on furia en las hab itaciones selladas por el hierro de otras noche s Pues tales antros solemnes cubiertos de flores carnív oras co n mármoles que se pudren a la sombra de cab elleras opulentas se balancean labrados pompo samente desde el portal hasta la cúpula co mo la nave anclada sobre el abismo agitando con lentitud sus espejos para adormecer a la mujer desnuda entre los verdugos que incineran el corazón de la noche y el zagu án donde se cruzan la lluv ia y la fru str ac ión los camarero s con el rostro podr ido por el tufo de las flores acumuladas en los pasillos infinitos el rumor de los suspiros sofocados los beso s entretejidos en nácar tristísimo la hierba sin nombre en que se hunden sus huéspedes repiten una ve z más entre la sombra la leyenda del amor que nunca muere
05/05/13
Enrique Molina
Nada de nostalgia El que pueda llegar que llegue Esta es la sal de las partidas Una perla de amor insomne Entre manos descono cidas Lechos de plumas en el viento Sólo dormimos en los médanos Thi la gitana del desie rto En la noche del A duanero La gitana co n una cítara Un león la huele co mo a una flor Es el sueño feroz y tierno El olfato de la pasió n Alas d e nu nc a y de inc onsta nc ia A trav és d el c ielo se filtran implacables cuerpos amantes co n sus terribles maravillas. Todas las llave s abren la muerte Pero la vida nunca se cierra ¡Todas las llave s abren la pue rta Del puro incendio de la tierra!
Pasiones terrestres A Vahine (pintada por Gauguin) Negra Vahíne, tu oscura tre nza hacia tus pecho s tibios baja c on su p erfume de ama po las, co n su tallo que nutre la luz fosforesc ente, y miras melanc ólica cómo el c lima te cub re de antiguas hojas, cuyo rey es sólo un soplo de la estación dormida en medio del v iento, donde y aces ahora, inmóvil como el c ielo, mientras sostienes una flor sin nombre, un testimonio de la desamparada primav era en que mor as. ¿Conserv ará la sombra de tus labios el beso de Gauguin, co mo una terca gota de salmuera co rroy endo hasta el fondo de tu infierno la inocencia -el obstinado y c iego afán de tu ser-; y a er rante en la centella d e lo s muer tos, lejana criatura del océ ano...?
05/05/13
Enrique Molina
el ácido marino? Oh Vahíne, ¿dónde ex istes y a só lo com o pied ra sobre ar enas azules, como techo de paja batido por el trópico, co mo una fruta, un cántaro, una seta que pue blan los espíritus del fuego, picada po r los pájaros, pura en la antología de la muerte...? No una guirnalda de so nrisas, no un espejuelo de melosas luces, sino una ley furiosa, una radiante ofensa al peso de los días era lo que él busc aba, junto a tu piel, junto a tus chatas fue nte s de mad er a, entre los grandes árboles, cuando la soledad, la rebeldía, azuzaban en su alma la apasionada fuga de las c osas. Porque ¿qué ansía un hombre sino sobrepujar una costumbre llena de polv o y tedio? Aho ra, V ahíne, me con templas s ola, a travé s de una niebla azotada por el v uelo de tantas invisibles aves muertas. Y oy es m i v ida q ue a tus pie s se espar ce co mo una ola, un término de espumas ex trañamente lejos de tu orilla.
Poema tres La mujer de los pechos o scilantes deja posar sobre ellos a las mariposas, al temblor de las hojas en la brisa, al aullido del gato noc turno. Sus dientes destilan un licor muy dulce, se produc en también circunstancias incitadoras de fantasías y hay más de sc rip ciones. ¿Qué se ha v isto? Madonas inasibles yac entes en pantanos perfumados, sinfonías de lo profundo del ser en los más hondos soles co rporales, v estigios de la dicha cuy a llama se irisa en la médula, un clamor en la concav idad desolada del día. Ella cubre sus muslos y sus brazos con jaleas salvajes, aceite de palmera sobre la arena suave,
05/05/13
v ende do ra d e c ho clos calie nte s y jugo de ananá, invo ca la endemoniada dicha de v ivir en un país de la ribera de las moscas. Frutas agujereadas, amores inhóspitos, deserciones, pasajeros que esperan en v ano que el tren se detenga mientras corre sin fin a través de lo s campos polvorientos.
Poema cuatro La luna que tan dulcemente se do ra en el campo es mi madre cuando tocaba el v iolín entre las lagunas y e l pasto dormido, en un campo tan dilatado, rodeada de montes de naranjos y el ter co, inv encible o lor de lo s azahar es. Levantaba la lámpara en la noche cuando llegaban los ladrones, y el diablo que afilaba sus pezuñas en el tec ho y a no po día p asar por las r endija s de las o raciones, entre los hierros del rosario. La veía de pie, con un vestido blanc o c omo el d esier to , play a tie rna de l alma, env uelta en una música del origen del mundo, con v enados rojos, duendes, tesoros, v iaje s inmensos para los niño s de l aso mbro . Y la ondulante melodía se grababa con grandes corazones en la corteza de los euc aliptus. Tocaba el violín, daba órdenes al loro , a las ánimas, a las lagunas, a las oscu ras criollas de cocina de espesas trenzas donde dormía el relámpago.
Poema cinco La lluvia se desliza por las plumas del día, siempre inconclusa como una muchacha llena de astucias y caric ias
Enrique Molina
05/05/13
Enrique Molina
lo más hondo y furtiv o del deseo. ¿Cómo sabe r, entre los laberintos de la sangre, en dónde está la clave de c iertos momentos ex trañamente adorables y crueles cuando las Esfinges disputan en nuestros c orazones? El lecho se me ce e n la corriente hasta tornarse niebla, palabras a la deriv a, un pálido huec o. Amanece, en las c asas se enciende fuego, los elementos dispares del día inician su batalla, sus injurias, tales islas emergen a la miseria, al tránsito, los trabajos llegan co n su capucha de tortura, pero aún flota un gran esplendor, una delicia incierta en las constelaciones que aún tiemblan en el cielo de los besos. Los amantes que juntos y acieron se separan bajo el trueno de la mañana. Aho ra saben que su v ínc ulo es terrible co n el último embrujo de sus caric ias.
Poema siete Sobre el viejo recolector de pedruscos se posa un pájaro, sobre el hombre de lo s tatuajes cristalizan las aguas de tantas trave sías, rudas orgías, cere monias para partir, lujuria y av idez en un reino sin pausa. En v ano intenta ver su imagen: ¿sentado junto al fuego? ¿dormido en la cuev a? ¿en donde está ese antro, esa promesa? ¿en qué totalidad indecible de un sueño? Una mujer semidesnuda sale del monte, y el hom br e a q uie n el mundo enard ec ió, co n la arena, con la miga del pan, con la piel de las cosas deja un mensaje para nadie, penetra a su propia soledad, a su tormenta.
Poema diez
05/05/13
Enrique Molina
Las estatuas de sal que tanto hemos amado tras el gemido de Sodoma y Gomorra, sus cuerpo s se deshacen si las ciñen tus brazos. Amante s de so ladas c om o un paisaje c iego, en cuy os pechos, recién salidos del océano, nacía la sed. ¿Pero qué maldición cay ó sobre ellas, sino la maldición a las bodas de la carne y el sueño, cuerpos y ceremonias, cabelleras y susurros en los tibios secre tos de la noche, deslumbramientos de la travesía? Todo cuanto la urdimbre sombría del pecado co ndena: la pasión, la poe sía, la línea del amor grabada en la palma de la mano , el linaje de increíbles amantes fundidos en su propio laberinto. Sin embargo, e n la más luminosa estela del co razón donde nada es me ntira, perdura la gloria de esas paras mujeres o rgullosas, blanc as c om o la muer te, c on ro uge en lo s lab ios.
Poema trece Bien sé cómo e s ella, secreta y perversa co mo un ángel del bosque , se hunde en mi sangre, canta en la noche como un río que co rre debajo de las piedras. Pero lo que invoca, lo que resc ata, está más allá de la piedad de sus besos, v asto c om o e l sueño, to rmento so como su cuerpo lascivo. Lo que se alcanza de sus confesiones desnuda los deseos, súplicas, un vuelo hacia cuerpo s solares en un cielo mortal. El v iento es tibio en sus cabellos, en su garganta herida. Todo en ella es insomne como su latido desdeñoso, co nsagrado a las grandes singladuras de Ahab. Nunca llegará donde la esperas, en una quemadura, en un altar demente de me morias perdidas o av es migratorias. Nunca llegará. Cuando trae la bebida de lo s náufragos. Se escurre entre los grandes secretos de su sueño.
05/05/13
Enrique Molina
Piedras llev adas por el viento, co n la misteriosa canción de los muertos retumban co ntra mi corazón, y la antigua pasión del furor de partir sopla de nuev o, murmura besos, calendarios de lo desposeído, sangre de la lejanía, sangre de la lejanía. Esa dicha fue a la v ez unánime y transitoria, tantos países de antaño, dev oradore s, se fríen lejos y re chinan, irrumpen co n una belleza implacable, con boc as húmedas del rocío de los sueños, y de pronto un rostro de huér fana brilla de nuev o al sol. Acabas de gr abar u n bisonte en la cav erna, acabas de resucitar una llamarada de la distancia, algunas historias para instalarte en un infierno prop io donde y a la gente no canta ni penetra a sus casas, para llegar sólo al establo roto, al suelo desfondado, con placeres c omo nov ias arrojadas por la escalera. Todo aquello al fin será la luz, el grito de la lluvia, la pisada de un c uerpo fantasma en las o rillas fulgurantes del mundo. Ciertas criaturas de frontera, cierto s éx tasis, alguna vez amamos e n el altiplano, montaña, buitres, el andar femenino de las llamas, tales delirios desde las grandes fiestas al olv ido en medio de v iajes y caminos que se cruzan, risotadas de esas gentes con rostros de plumas o de cue ro, en el frío, entre los ácidos cac tus erizados por el zapateo y la embriague z de los indios, dichoso s de una grandeza tan humilde. En una posada, junto a la mesa, co n una olla de hierro, surgió una mujer desde el fondo de un pozo de fuego, con o jos de una ternura viciosa, taciturna mujer de serv icio co n triple falda y la pesada trenza ne gra do nde nacía la tor menta, para que el camino se hundiera y la roja franja de sus labios brillara a la intemperie, hasta que la inmensa música de su latido llegara hasta mi pecho c omo una galaxia sex ual en lo más profundo del cielo, co mo si nada pudiera ir más allá de su sangre y de su enso ñación. De todo e so un gran pájaro vue la, sus alas atruenan en la div ersidad del mundo.
05/05/13
Criatura enigmática, con el anillo v erde del reino vegetal y su r espirac ión de sile nc iosa som bra, sin pasiones, una div inidad indescifrable. Con su lenta ex plosión el árbol me v igila enfrente a mi ventana, espía mis menores mov imientos a vec es con un pájaro, co n un gemido solitario, con un hilo de lluv ia, atento a mi presencia sin que pueda acallar su interrogante. Algo ex ige de mí, algo que debo hacer pero que ignoro, algo que debo olv idar o quizás recordar toda la vida, tal vez un nombre, la luz de cierta noche o tal v ez el instante en que algo amado desaparece también con un susurro. Algo qu e pugna por surgir como la mano del que se hunde en el mar, algo impreciso aún, sin duda vinculado al amor, a los astros, y qu e por últ imo me será rev elado en su raíz. Quizás tan sólo se a una nube, una br isa, la misma ardiente música del mundo oída siempre y siempre y siempre.
Enrique Molina