www.editorialtaurus.com/co Empieza a leer...Historia de la vida privada en Colombia Tomo I
Historia de la vida pri p rivvada en Co Colombia Bajo la dirección de
Jaime Borja Gómez y Pablo Rodríguez Jiménez
Tomo I Las ronteras diusas Del siglo xvi a 1880
© De esta edición: edición: 2011, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alaguar a, S. A. Carrera 11 11A A No. 98-50 ocina 501 Teléono: (571 (571)) 705 77 77 Bogotá, Colombia ,
Carl Henrik Langebaek, La ngebaek, Luis Miguel Córdoba Córdoba Ochoa, María del Pilar López Pérez, Diana L. Ceballos Gómez, Mar ía Piedad Quevedo Alvarado, Jaime Borja Gómez, Pablo Rodríguez Jiménez, Raael Antonio Díaz D íaz, Adriana María Mar ía Alzate Echeverri, Aída Martínez Mart ínez Carreño, Víctor M. Uribe Urán, Gilberto Loaiza Cano • Aguilar Aguilar,Al ,Altea, tea,T Taurus, aurus,Alfaguara, Alfaguara,S. S.A. A. Av. Leandro N. Alem 720 (1001), Buenos Aires • SantillanaEdic SantillanaEdiciones ionesGenerales, Generales,S.A. S.A.deC deC.V .V.. Avenida Universidad 767, Colonia del Valle, 03100 México, D. F. • Santi Santillana llanaEdi Edicio ciones nesGen General erales, es,S. S.L. L. Torrelaguna, 60. 28043, Madrid
ISBN: 978-958-758-298-7 (Obra completa) ISBN: 978-958-758-299-4 (Tomo i) Impreso en Colombia - Printed in Colombia Primera edición en Colombia, Colombia, octubre de 2011 Imagen de cubierta: Baile en la casa del marqués de San Jorge. Pedro Alcántara Quijano, Q uijano, óleo óleo sobre tela, 1938. Colecciónn Academia Colom Colecció Colombiana biana de Historia, Bogotá. Las imágenes e ilustraciones que se han incor porado en esta obra y edición han sido debidamente autorizadas por sus titulares o han sido empleadas con undamento en las disposiciones legales que lo lo permiten. En todo caso, la editorial ate nderá las inquietudes de quien estime y demuestre tener un de recho vigente sobre los materiales para los que, por excepción, no ue posible conocer o contactar a sus titulares pe se a todos los esuerzos.
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Contenido
Presentación Jaime Borja Gómez y Pablo Rodríguez Jiménez
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I. Entre lo público y lo privado
El poder, el oro y lo cotidiano en las sociedades indígenas: el caso muisca Carl Henrik Langebaek
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La elusiva privacidad del siglo xvi Luis Miguel Córdoba Ochoa
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La vida en casa en Santa Fe en los siglos xvii y xviii María del Pilar López Pérez
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II. Los poderes y la cristiandad
Ante las llamas de la Inquisición Diana L. Ceballos Gómez
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La práctica de la interioridad en los espacios conventuales neogranadinos María Piedad Quevedo Alvarado
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De la pintura y las Vidas ejemplares coloniales, o de cómo se enseñó la intimidad Jaime Borja Gómez
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III. Los precarios disciplinamientos
Los sentimientos coloniales:entre la norma y la desviación Pablo Rodríguez Jiménez
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La diversión y la privacidad de los esclavos neogranadinos Rafael Antonio Díaz Díaz
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«Cuerpos bárbaros» y vida urbana en el Nuevo Reino de Granada (siglo xviii) Adriana María Alzate Echeverri
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IV. Intimidades en una sociedad pública
La deconstrucción del héroe: tres etapas de la vida de Antonio Nariño Aída Martínez Carreño
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La vida privada de algunos hombres públicos de Colombia: de los orígenes de la República a 1880 Víctor M. Uribe Urán
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El catolicismo conrontado: las sociabilidades masonas, protestantes y espiritistas en la segunda mitad del siglo xix Gilberto Loaiza Cano
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Bibliograía
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Índice general de imágenes
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Sobre los autores
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Presentación
¿Existe una historia de la vida privada? La pregunta es lícita dado el predominio que han tenido en la historia los hechos públicos. Pero no es nueva. Distintos e importantes investigadores europeos de mediados del siglo xx abordaron temas nuevos cuyo tratamiento esbozó lo que se conocería como «historia de la vida privada». Pero no ue hasta 1985 cuando apareció publicada en Francia la obra que marcaría la aceptación y el reconocimiento de las indagaciones por la privacidad, por la intimidad 1. Este tipo de historia descubre en este dominio uno de los distintivos de la cultura occidental y, más especícamente, rancesa. Philippe Ariès y Georges Duby, dos de sus principales auspiciadores, señalaron sus derroteros. En sus planteamientos originales se establecieron dos tendencias. La primera trataba de una historia centrada en lo doméstico, en aquellos espacios cerrados bajo llave, «tapiados», donde lo privado resiste los asaltos del poder público. La segunda enatizaba las tensiones «dentro de o contra la amilia, en oposición a la autoridad pública o gracias a su apoyo, en la soledad o la sociabilidad». Sin embargo, el aspecto común para hacer una historia de la cultura occidental desde el mundo de las circunstancias privadas de los sujetos era la oposición entre lo público y lo privado, explorando las diversas dimensiones de la intimidad. Su éxito radicó precisamente en que rompió con una historia tradicionalmente anclada en lo público. El pasado se construye. ¿Por qué sólo en la década de 1980 se comenzó a pensar este tipo de historia? Quizás la respuesta se encuentre en la necesidad de recuperar al sujeto como actor social, así como también se trataba de la búsqueda de respuestas de una sociedad que
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deendía la consolidación de la intimidad. La aparición de lo privado en la cultura occidental está relacionada con las transormaciones del mundo moderno: entre otras, la ormación del individualismo y la aparición del capitalismo y del Estado absolutista. Por esto, la ormación de la vida privada nos remite a las contradicciones entre el Estado, la comunidad y el individuo. Incluso, en ocasiones, antes que el individuo, el pequeño núcleo amiliar. Pero también alude a la existencia de ormas de sociabilidad modernas en las que se conunden las nociones de público y privado, encubriendo organizaciones proesionales o de intereses particulares. En todo caso, hablar de vida privada signica hablar de un proceso histórico, de una tensión entre la comunidad, el Estado y el individuo. Estos undamentos históricos de la experiencia de lo privado revelan varios problemas, entre los que se cuentan su separación de lo público y lo privado, entendido este como un encerramiento en sí mismo; la ormación cultural de la autocoacción y el proceso de individualización, que tiende a generar espacios de intimidad como preámbulo a la existencia de lo privado. Este breve listado destaca algunas variables que involucra este tipo de historia, lo que aporta una singular riqueza a las múltiples ormas como esta puede vivirse o concebirse. Este espacio ue el que abrió la Historia de la vida privada, pues narrar lo íntimo y lo privado desde la Antigüedad hasta el presente dejaba ver que aquella no tiene una evolución lineal ni regular. La infuencia de esta obra ue inmediata. Ella nutrió con teorías las inquietudes y la curiosidad que en muchos países se tenían sobre el pasado. Lo privado adquiría un nuevo sentido, pues en la importancia de historiarlo se encuentra la posibilidad de entender aquellos aspectos que ejercen un poder sobre las condiciones sobre las que se articula lo cotidiano. También representa aquello sobre lo que se da el ejercicio del poder, de la coacción y del autocontrol, espacios desde los cuales se puede pensar la undamentación de un orden social. La historia de la vida privada no es una ación morbosa a la vida íntima de los hombres y las mujeres. Observa, en hechos ragmentarios, ocasionalmente anodinos, claves principales de comprensión de la cultura y la sociedad. Tópicos denidos como de la vida cotidiana o de las costumbres son situados en su contexto y en su red de signicados más amplios. Ello explica que en América Latina haya surgido con entusiasmo el interés en ella. En la actualidad, ya se han publicado, bajo el sello editorial de Taurus, historias de la vida privada en Uruguay, Argentina y Chile, y en Brasil, por la Companhia das Letras. Cada una de estas historias regionales y nacionales demuestra la riqueza de lo privado, sus ormas, adaptaciones y particularidades. Esta historia es plural y móvil; cada sociedad regula qué privatiza,
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qué sustrae del interés público, qué prácticas se dan dentro de estos espacios, cómo y qué se conorma como lo íntimo y lo secreto. En este contexto hemos preparado nuestra Historia de la vida privada en Colombia. La obra está conormada por veintitrés ensayos, organizados en dos tomos, que indagan sobre las particularidades de nuestra intimidad. En algunos casos, se trata del cuestionamiento de ciertas ormas de privacidad, de la vida de determinados grupos o individuos, de la intimidad en algunos procesos sociales o de la orma de representarla y concebirla. En todos ellos existe la permanente interrogación sobre la posibilidad de su existencia como un hecho denitivo. Eectivamente, la vida privada es un hecho moderno, asociado a la armación de los ideales de la Ilustración y el liberalismo del siglo xix. Pero aunque se pueda situar en ese momento histórico el surgimiento del ideal de privacidad, su diusión y su vivencia en los distintos grupos sociales no ueron homogéneas. En Colombia y los demás países latinoamericanos, en razón de sus peculiares procesos coloniales, de la infuencia religiosa y de la confictiva y paradójica ormación nacional, la vida privada tiene una historia reciente como derecho y como hecho social. Es decir, hasta 1900 era diícil hablar propiamente de vida privada, así se hubiera iniciado ya su ormación. Durante las épocas prehispánica y colonial existieron actividades y ormas de vida que aspiraban a un margen de intimidad, siempre dentro de esa rontera diusa que separaba lo público de lo privado. Esta es, precisamente, la cuestión que abordan los textos de este primer tomo, en los cuales se hace evidente de qué manera lo cotidiano suplanta lo privado o lo público es también un espacio donde se atenúa la intimidad. Y esta ambigüedad —cómo lo privado roza lo cotidiano— es exactamente una de las cuestiones que están en esa rontera diusa que separa lo público de lo privado. Si partimos de este principio, ¿cuáles son las características especícas del largo proceso de implementación de lo privado en Colombia, donde la rontera de la intimidad se entremezcla con lo público en la penumbra de lo cotidiano? Si bien es cierto que lo privado se lleva a cabo en los espacios de lo cotidiano, no todo lo cotidiano es privacidad 2. La dierencia entre cotidianidad y privacidad se encuentra en la necesidad de establecer las relaciones entre las prácticas de sociabilidad y las ormas de intimidad. Los largos procesos coloniales, de los que habla este primer tomo, dejan entrever de qué manera los atisbos de intimidad permanecen subordinados a la tensión entre privacidad y cotidianidad. Aquí reside el carácter especíco de nuestra obra, pues, al acercarse a su estudio en la actual Colombia, los artículos atienden a las prácticas emergentes que anuncian la aparición de esta experiencia. Sin
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embargo, hay un presupuesto inicial: a dierencia del proceso euro peo, lo privado americano se construyó sobre la base del encuentro de dierentes culturas. Aunque es cierto que sería orzado reconocer la experiencia de la privacidad en las sociedades indígenas, entre otras razones porque ya hemos armado que este proceso es concomitante a la ormación del individualismo, es importante observar algunos aspectos de lo secreto cotidiano, preámbulo a la privacidad, en el encuentro de indígenas y españoles. En este tomo, por ejemplo, Carl Langebaek analiza la vida cotidiana y social en el pasado prehispánico de Colombia según la perspectiva de la ideología, la religión y la orebrería muiscas. Al acercarse a los contextos de asociación entre orebres y oro que encontraron los españoles en esta sociedad, el autor estudia lo cotidiano como interacción entre el individuo y las reglas sociales mediadas por grupos concretos en los que predominan las relaciones directas entre personas. Este acercamiento a lo «cotidiano encubierto» lo reuerza el artículo de Luis Miguel Córdoba, quien observa las proundas transormaciones que produjo en indígenas y españoles el traumático choque de la Conquista. Si los primeros se vieron orzados a mantener en secreto comportamientos y prácticas asociados a sus creencias nativas, los segundos generaron un tipo de privacidad doméstica que ocultaba comportamientos y normas prohibidos en España. Es aquí donde se debe reconocer que las ronteras entre lo cotidiano y lo privado son diusas, pero estos elementos contribuyen a la construcción de una experiencia de lo secreto cotidiano, generalmente mediada por una especie de «privacidad colectiva» con res pecto al culto, a la sexualidad o a las aspiraciones personales, y no por el individualismo. Si partimos de los eectos que pudo producir este choque en los procesos de socialización, individual y colectiva, de la cultura colonial colombiana, la pregunta, históricamente hablando, es compleja: a partir de elementos tan distintamente complejos y particulares de esta región, ¿cómo se llevó a cabo el proceso de crear una cultura de lo público y de lo íntimo —o de lo privado—, y cuáles ueron sus conexiones? Los detalles y las vivencias cotidianos en las casas coloniales que cuenta Pilar López, las actividades lúdicas de los esclavos neogranadinos narradas en el artículo de Raael Díaz, la administración de la justicia inquisitorial, que controlaba las desviaciones de la e, descrita por Diana Luz Ceballos, y la experiencia amatoria y la voluntad individual rente al matrimonio que explora Pablo Rodríguez, por citar sólo algunos ejemplos, nos proporcionan algunas pistas. Se trata de actividades distintas —morar, divertirse, casarse y creer— que, en buena medida, hacen parte hoy del dominio de lo privado. Pero los cuatro artículos conrman la mirada atenta
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de la autoridad, de un Estado que controla hasta la intimidad de la diversión en espacios cotidianos donde lo privado es una experiencia colectiva, no individual. Estos textos además nos ponen de presente de qué manera se han transormado los sistemas de valores y el sentido que una cultura les otorga a aquellos comportamientos que hoy calicamos de privados, pero que en aquel entonces estaban en la rontera del dominio público: ¿qué es una casa en la Colonia?, ¿cómo evoluciona?, ¿qué papel tenían las mujeres en la construcción de lo privado?, ¿cómo se revela la ausencia de intimidad en la autodenuncia ante los tribunales de la Inquisición?, ¿es posible una experiencia de lo privado en una condición de esclavitud?, ¿qué expresiones subjetivas tienen los amores ilícitos? Estas preguntas, entre otras, relativizan el sentido del dominio público y muestran a la vez cómo se politiza el acto de vivir dentro de una sociedad colonial. Y, claro, también refejan la continua tensión de una sociedad que se debate entre la sacralización y la secularización. Los conventos emeninos coloniales, cuenta María Piedad Quevedo, aunque hoy podríamos verlos como espacios privilegiados de privacidad por el sentido de la clausura, eran en su época también espacios públicos, pues era público lo que ocurría en su interior al uncionar dentro de los lineamientos de la distinción social ganada a través de la ama de santidad y por la apropiación que de esta hacía el cuerpo social. Sacralización y secularización se suman al conjunto de problemas desde los cuales tratamos de ver la ormación histórica de lo privado, especialmente en estos territorios coloniales, en donde observar lo particular del proceso de separación de las instancias de lo público y lo privado, o sus mutuas correspondencias, nos pone de presente otra circunstancia: ¿qué redes promueven y conguran la experiencia de la dicotomía público-privado? En el caso de los esclavos, la evasión y la conrontación, pero también la ormación de los aectos que podríamos llamar «modernos» y que tenderían a la ormación de la amilia, etc. Pero rente a estos aspectos «seculares», no hay que olvidar el papel que pudo desempeñar el cristianismo barroco, no sólo en el caso de las monjas coloniales, donde se podría denir lo privado en términos de una experiencia de la interioridad mística ampliamente vinculada a la esera pública de la ciudad, pero al mismo tiempo proundamente imbuida de la constitución de sujetos individuales y sociales. El artículo de Jaime Borja muestra esta dimensión en las nuevas prácticas que instituyó el catolicismo des pués del Concilio de Trento, como la conesión individual, el examen de conciencia y la oración mental, que en este Nuevo Reino abrieron espacios personales de intimidad espiritual con amplias repercusiones en la creación social de la privacidad.
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El panorama es complejo. Es obligatorio, entonces, pensar los atisbos de lo privado colonial desde el carácter colectivo de la cultura colonial y desde la tensión entre lo sacralizante y lo secularizante. Claro está que, en este sentido, no se puede asumir la Colonia como un todo inamovible, como un período sin transormaciones ni cam bios, pues, a partir de la segunda mitad del siglo xviii, la consolidación de una cultura letrada y escrita, además de los eectos de las reormas borbónicas, proporcionaron nuevos espacios de intimidad, ligados a la noción de lo individual, lo cual tendría un proceso de aanzamiento en el siglo xix. Sobre los comienzos de este proceso, Adriana Alzate argumenta en su artículo de qué manera las élites ilustradas neogranadinas utilizaron toda una retórica de la civilización para intentar el control y la disciplina del «pueblo», lo que a la larga tuvo como consecuencia el desplazamiento de varias conductas a un espacio restringido, íntimo, doméstico y privado, especialmente de las relacionadas con la sociabilidad, con la sensibilidad, y también con el sentido del tacto y el pudor. En este tránsito se inaugura el siglo xix, el cual, al menos hasta su mitad, no se pudo liberar de muchas de las estructuras que provenían de la Colonia. Tiempo caracterizado por la construcción del Estado y lo que este conlleva —identidad, disensiones políticas, aanzamiento social—, es también el siglo de los héroes, de aquellos que la mitología secularizante convirtió en «padres de la patria». Detrás de ellos hay otra historia, más íntima y privada, que la que elaboró la historia ocial basada en sus hazañas y gestas políticas. Poco distintos, ellos, de sus contemporáneos en cuanto a sus aectos y pasiones; casi siempre atrapados en las convenciones de la moral colonial. Aída Martínez deconstruye al héroe Nariño, mientras que Víctor Uribe hace otro tanto con Bolívar, Santander, Azuero, Mosquera y Núñez. Relatos biográcos que, más allá de mostrarnos el retrato de un personaje, nos introducen en los mundos de lo privado individual que en buena manera determinaron sus acciones en las eseras del poder a las que estaban vinculados. Pero el siglo no se agota en héroes; es también la época de prácticas asociativas de muchas índoles —el club político, el taller masónico, el círculo mutualista o la asociación de caridad— que, si bien tenían una condición pública, mantuvieron un carácter privado. En ellas reposa la resolución de la tensión entre lo sacralizante y lo secularizante, y, como dice Gilberto Loaiza, el autor del artículo que trata este tema, la intimidad de sus sesiones puede inormarnos acerca de la imposición de simbolismos que sirvieron para acentuar delidades e identidades. En esta perspectiva, nuestra historia de lo privado intenta aproximarse a las percepciones que, en tiempos distintos, se han tenido de ello e indagar qué sentido le han aportado a la sociedad. Se tra-
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ta de hacer perceptibles los cambios que han aectado la noción y los aspectos de la vida privada, así como las transormaciones de las ormas de sociabilidad, muchas veces alterados por los cambios del espacio que se habita o por la percepción misma del tiempo. El problema adquiere rasgos especícos cuando se trata de pensar un espacio denido, como Latinoamérica, cuyo proceso se dierencia evidentemente de la experiencia europea. Así, nuestro examen toma distancia de la obra predecesora, pues en este caso se trata de detectar los problemas y temas particulares de nuestro espacio colonial y su «herencia» en la construcción de la República en la primera mitad del siglo xix. Sin embargo, y a pesar de la pluralidad de posibilidades metodológicas para hacer historia de la vida privada, se ha tenido en cuenta el signicado de este concepto en dos perspectivas. En primer lugar, la de Georges Duby, quien oreció una denición peculiar del objeto en su introducción a la Historia de la vida privada. Según él, [l]a historia de la vida privada trata de aquellos ámbitos donde uno puede abandonar las armas y las deensas de las que uno debe estar provisto cuando se aventura al espacio público, donde uno se distiende, donde uno se encuentra a gusto, «en zapatillas», libre del caparazón con que nos mostramos y protegemos hacia el exterior. En lo privado se encuentra lo que poseemos de más precioso, lo que sólo le pertenece a uno mismo, lo que no concierne a los demás, lo que no cabe divulgar ni mostrar, porque es algo demasiado dierente a las apariencias cuya salvaguarda pública exige el honor.
Aquí lo privado es un nido, una deensa contra las acechanzas de los principios que rigen la vida pública. La política, el trabajo, el salón, la plaza y el bulevar eran espacios de competencia social que imponían unas convenciones. El hogar, el domicilio, libraba de este incómodo acecho. Esta percepción reconoce las contradicciones que se generan en las aspiraciones individuales y en las dierentes condiciones de la ormación social, como el género, la edad o el estatus social. Una segunda posición se dene en relación con una especie de tránsito de «privatización» de lo público. Philippe Ariès, a propósito, lo dene de esta manera: El problema de la vida privada ha de tratarse atendiendo a dos aspectos distintos. Uno es el de la contraposición del Estado y del individuo, y el de las relaciones de la esera del Estado y lo que será en rigor un espacio doméstico. El otro es el tránsito de la sociabilidad anónima, en la que se conunden la noción de público y
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la de privado, a una sociabilidad ragmentada en la que aparecen sectores bien dierenciados: un residuo de sociabilidad anónima, un sector proesional y un sector, también privado, reducido a la vida doméstica 3.
En este contexto, la Historia de la vida privada en Colombia trata de estudiar de qué manera se llevó a cabo el proceso de constitución del sujeto en nuestra sociedad a partir de problemas culturales en los cuales se inscriben dos asuntos: la «desprivatización» de lo público, lo que implica una separación entre la autoridad y los intereses de los individuos y amilias, y la «privatización» de los espacios de la sociabilidad, lo que incluye los lugares de convivencia y reunión y todo lo relacionado con los lugares de la intimidad. Pero no se trata solamente de edicaciones sino también de lo «encerrado», aquello que alberga lo que sólo le concierne al sujeto, sus espacios más privados, aquello que se conserva como lo «secreto» individual o social, lo que limita y rodea la ormación social de aquel. Esto implica observar lo que está sometido al retiro, al repliegue, aquello que no está expuesto a la mirada del poder, lo que no conviene divulgar, lo que no se muestra, lo oculto. La historia de la vida privada es, undamentalmente, una manera de historiar las prácticas de sociabilidad, pero incita a una separación entre estas y las ormas de intimidad. Esto implica la lectura histórica de los modos en que se establece la sociabilidad, los rasgos especícos privados aun en espacios públicos, así como las condiciones políticas que los posibilitan. Observar lo privado no excluye la mirada a la experiencia de lo grupal, pues allí adquiere sentido lo individual como regulación social. La razón ilustrada creó espacios públicos que rozaban lo privado —las tertulias, la masonería, los clubes, las sociedades literarias— y que son parte de la experiencia de lo privado hasta el momento. Por otra parte, teniendo en cuenta a Norbert Elias, la privatización es parte undamental de la cultura occidental 4. A través de ella se puede observar el proceso de modicación de los hábitos y las costumbres y las maneras como estos se movilizan entre lo público y lo privado. Las maneras de comer, lavarse, habitar, amar, se modican en la medida en que evoluciona una conciencia de sí que pasa por la intimidad de los cuerpos. Esto implica la ormación de una conciencia de individualidad en la que también se involucra una percepción particular del cuerpo. La intimidad de lo privado responde a las conductas prohibidas en público. Para Philippe Ariès, hubo procesos especícos que condujeron a la ormación de la noción y la cultura de la privacidad: la civilidad —nuevas actitudes hacia el cuerpo—, el conocimiento del propio yo
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adquirido por medio de la escritura íntima, la práctica de la soledad no como ascesis sino por placer, el ejercicio de la amistad en un ámbito particular, el gusto como presentación de uno mismo y la comodidad, resultado del ámbito cotidiano. Estos complejos procesos culturales tuvieron lugar entre nobles o letrados antes de diundirse entre amplios grupos de la población europea. Desde este punto de vista, ¿qué signica hablar de la invención de lo privado en un país como Colombia? Signica sopesar el amplio dominio de tradiciones comunitarias tanto hispánicas como indígenas, considerar el doble sentido —público y privado— de nuestra religiosidad, recordar el uerte dominio de nuestra cultura amiliar, observar los limitados procesos educativos, advertir las elevadas expectativas de privacidad de los grupos modernos, descubrir la voracidad de los medios para hacer público lo privado en tiempos recientes y, nalmente, reconstruir los senderos que armaron la deensa de la individualidad entre los distintos grupos y clases de nuestra sociedad. Pese a que la concepción de lo privado se abre en un abanico de posibilidades teóricas, lo cierto es que los espacios de la intimidad incluyen temáticas abiertas que se acercan a la sensibilidad, el gusto, lo cotidiano y las representaciones del amor, la inancia, la amilia; pero también valores que se inscriben concretamente en ciertas sociedades, como el honor o los comportamientos rente a los sentimientos. La historia de la vida privada orece como ventaja la posibilidad de un acercamiento desde diversas metodologías: la antropología histórica, la historia de las mentalidades, la historia cultural y la microhistoria, entre otras, que orecen escenarios y aportan uentes dierentes para reconstruir las eseras de la intimidad. Pero abordar la privacidad es una empresa diícil. No son pocos los obstáculos para llevar a cabo el proyecto de observar con otra óptica la historia de la actual Colombia, con sus procesos y entornos. En primer lugar, hay que mencionar la escasa tradición historiográca acerca de los temas relacionados con lo privado y lo cotidiano, quizá porque, para dar respuesta al presente, han sido más importantes los análisis socioeconómicos y regionales de lo colonial. No obstante, hay que tener en cuenta que en los últimos años ha crecido el interés en estas temáticas, lo cual se puede constatar en los traba jos que orman parte de este tomo, así como en el número cada vez mayor de investigaciones de grado universitarias. A esta situación hay que agregar la ausencia de conocimiento de este tipo de procesos en algunas regiones por la alta de investigación; también alta indagar problemas. En todo caso, este tomo abre un catálogo no de problemas sino de vacíos que deben y pueden ser llenados. Por otro lado, abundan las uentes ociales sobre los hechos pú blicos pero no las que hablan de la intimidad. En los archivos no
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existen secciones dedicadas a la privacidad. El historiador se ve obligado a buscar uentes que la mayoría de las veces sólo le permiten aproximarse indirectamente a su objeto de estudio. Pero aún más, el historiador de la vida privada debe desarrollar cierta sensibilidad para descubrir ragmentos del pasado que le permitan ir reconstruyendo con paciencia aspectos de la vida reservada de los hombres y las mujeres. También debe tener la disposición de aprovechar todos los registros que le sirvan de uentes, desde los textos normativos, los documentos archivísticos, las huellas arqueológicas, los relatos de viajes, la literatura de costumbres, las memorias autobiográcas, las colecciones epistolares, los inormes periodísticos, las pinturas de los museos, hasta los archivos otográcos y cinematográcos. En un «natural» reparto de unciones, los historiadores les cedieron el estudio de la vida privada a los literatos. Llama la atención que los temas de la vida privada casi se consideraran propios de la actividad de los novelistas: asuntos que servían de decorado del recuento de una trama. En la mayoría de los casos era algo que se podía «inventar», puesto que allí no estaba lo sustancial del relato. Hoy tenemos que la literatura escrita con rigor casi se ha convertido en uente para conocer hechos o momentos de nuestra historia. El asunto es que la historia de la vida privada no es una mera descripción de emociones y pasiones, sino que intenta explicar los procesos que las originaron y el sentido que tienen para las personas implicadas. Es una historia cuyo núcleo es la explicación de los cambios de las maneras de vivir la intimidad. Por otro lado, la historia de la vida privada trata corrientemente de individuos, hombres o mujeres, en circunstancias especícas. Más que de grupos, habla de personas de las que dibuja perles sociales. Como toda historia relevante, busca integrar el mayor con junto de sujetos sociales posible. ¿Qué sería de esta historia sin la comprensión de nuestro proundo mestizaje, de nuestra diversidad social, de la validez de la categoría del género para pensar nuestros agudos procesos sociales, del rol de la segregación racial a lo largo de nuestra historia y de los quebrantos de nuestra niñez? En la historia de la vida privada, el tiempo se congela, se detiene, para describir y comentar ritos y ceremonias religiosas y laicas. El día, como unidad que engloba el día y la noche, adquiere signicado. Hay el tiempo del sueño y de la vigilia, del descanso y del trabajo, de la atiga y del alimento. También está el tiempo del aseo del cuerpo, del vestirse y del prepararse para aparecer en público. Está el tiempo de las actividades domésticas, relacionadas con lo culinario y con los ritos amiliares. Hay el tiempo de la religiosidad, de la sexualidad y la estividad. Pero también hay el tiempo de los encuentros calle jeros, los saludos y los intercambios gestuales. Poco estudiado ha
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sido el tiempo del trabajo: el trabajo campesino, tan marcado por el ritmo de las estaciones de lluvia y de sequía, y por las horas del día; las labores de la ábrica, con sus horarios marcados y su actividad mecanizada. El tiempo y las maneras de medirlo. ¿Acaso de ciertas actividades no se decía que duraban «lo que dura una misa»? Hemos adoptado una cronología fexible para la organización de los dos tomos. El primero cubre un amplio período histórico que va de 1500 a 1880, un tiempo que en esencia podría llamarse la «larga vida colonial». El segundo se ocupa del siglo xx, época de la armación de la cultura de la privacidad. Este primer tomo de la Historia de la vida privada en Colombia aborda un mundo dominado por el peso de la moral religiosa, tan acuciosa en modelar las conductas privadas. Pero —¡atención!— no nos equivoquemos: durante ese largo período histórico, la Iglesia y el Estado tuvieron una presencia y una acción limitadas. Nuestra auscultación de los dominios de la vida de los hombres y las mujeres enseña un mundo rágil, cambiante, sincrético y sumamente dinámico. La búsqueda de privacidad, de intimidad, ue un hecho urbano, propio de la cultura de la civitas. En el campo, la promiscuidad y la inormalidad casi borraban todo rasgo de individualidad. Finalmente, hemos querido acompañar estas refexiones con un amplio material iconográco. Sin embargo, este propósito no ha resultado ácil, no sólo porque en nuestro país sobre ciertos períodos y temas se carece de imágenes adecuadas, sino porque su uso se encuentra severamente restringido. La identicación, selección e inclusión de las imágenes que ilustran los dos tomos se deben al esmerado trabajo de los historiadores Óscar Guarín y Catalina Macías. A los dos expresamos nuestro sincero reconocimiento. Jaime borJa Gómez pablo r odríGuez Jiménez
Notas 1 2 3 4
Philippe Ariès y Georges Duby (orgs.), Histoire de la vie privée , 5 vols., París, Seuil, 1985. Norbert Elias, El proceso de la civilización, México, Fondo de Cultura Económica, 1996. Philippe Ariès, «Para una historia de la vida privada», en Historia de la vida p rivada , t. v: Proceso de ca mbio en la so ciedad del siglo xvi a la sociedad del siglo xviii , p. 19. Elias, op. cit.
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I. Entre lo público y lo privado
El poder, el oro y lo cotidiano en las sociedades indígenas: el caso muisca Carl Henrik Langebaek
Lo cotidiano y la arqueología La experiencia de lo íntimo y la vida cotidiana son temas que se han introducido con uerza en las ciencias sociales durante las últimas décadas. En el caso de la arqueología, ambos se han venido utilizando cada vez con mayor recuencia como una saludable renovación en una disciplina que tradicionalmente se ha concentrado en la interpretación de cambios a largo plazo en unidades sociales tan amplias que lo íntimo y lo cotidiano parecerían no tener lugar en ellas. Para justicar una perspectiva más centrada en los individuos y su cotidianidad, se han argumentado varias razones. La más popular tiene que ver con otro concepto, el de agencia; es decir, la capacidad de la gente de subvertir las reglas. En otras palabras, se recuerda que los individuos interpretan, utilizan e incluso manipulan las normas sociales de orma activa y que las reglas de la vida cotidiana tienen una realidad más concreta que las normas abstractas que impone una sociedad. Al n y al cabo, los individuos interactúan socialmente con un número determinado de individuos que es generalmente menor que el que constituye la sociedad a la que pertenecen. La vida cotidiana, en otras palabras, es siempre más eectiva para denir las nociones de lugar y de signicado para el individuo 1. No obstante lo atractivo de la argumentación, la discusión es compleja. Ante todo, no se puede negar que la noción dominante de individuo está anclada en la vida moderna y que los valores en los que se basa nuestra noción de individuo no necesariamente
Llegando por primera vez Colón a las Indias, es recibido por sus habitantes y agasajado con grandes regalos. Teodoro de Bry, Americae , 1590, s. l. [1]
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corresponden a la orma como se construye la subjetividad en ese enorme ámbito de diversidad cultural que estudia el arqueólogo. Es más: quienes han trabajado con documentos sobre las sociedades indígenas americanas recuentemente se tropiezan con que la noción de individuo parece diluirse en el sentido de comunidad. Este punto ue señalado por Todorov en su clásico estudio sobre la conquista de América, en el cual argumenta que en la sociedad azteca predominaba el sentimiento de lo colectivo sobre lo individual; de hecho, en su concepto, una de las principales dierencias entre la sociedad española y la indígena era que, en esta última, el interés colectivo superaba cualquier iniciativa de la persona 2. Se podría armar que el anterior es un problema superable en la medida en que lo que importa es investigar cómo se construyen históricamente las nociones de subjetividad, individuo y vida cotidiana. En otras palabras, se podría argumentar que el estudio centrado en lo cotidiano, lo íntimo y lo individual no implica, de ninguna manera, aceptar como universales los valores modernos. Sin embargo, esa es una excusa disrazada de posibilidad teórica, puesto que, a la hora de la interpretación, el énasis en conocer lo cotidiano y lo individual Denir la individualidad entre los se ha traducido casi siempre en una argumentación en avor del peso pueblos prehispánicos enrenta del individuo versus las condiciones que lo rodean. Esto lleva a un al problema teórico de resolver si la categoría de individuo resulta segundo problema que no es ácil de resolver: el tema del individuo universal y aplicable a toda sociedad y su vida cotidiana será completamente irrelevante para la arqueoy a todo momento de la historia. logía, a menos que esta pueda estudiarla con las herramientas que El pensamiento contemporáneo tiene a la mano —es decir, mediante sitios arqueológicos y cultura señala la existencia de diversas ormas de subjetivación y de material—, además, por supuesto, del material etnohistórico, cuanconormación de sujetos, distintos do ello es posible. Y no es ácil. Como con cualquier otro término y paralelos al «individuo», creación popular en las ciencias sociales, las anteriores nociones se han introeminentemente occidental. Figura ducido en la arqueología en orma de expresiones corrientes, pero no votiva antropomorfa. Muisca, 600 d. C.-1600. Colección Museo del Oro, como categorías útiles para el análisis. En n, su introducción no se Banco de la República, Bogotá. [2] ha acompañado de una propuesta metodológica satisactoria. En una perspectiva teórica, Ian Hodder 3 ha venido argumentando que el registro arqueológico es producto de múltiples actos individuales; pero esa simple observación, por verdadera que sea, ni justica por sí misma un mayor énasis en el estudio del individuo ni resuelve el problema metodológico en cuestión. De hecho, la solución metodológica propuesta por Hodder es cuestionable y hasta simplista, porque consiste en privilegiar los «casos especiales», aquellos en los cuales podemos reconocer el carácter especíco de un actor social o de un grupo muy limitado de personas: la tumba de un individuo especial o un conjunto de restos materiales que puedan asociarse a alguna persona que de alguna manera parezca menos anónima que las demás 4. Sobra decirlo: en la mayor parte de los casos, los resultados han sido pobres. Los estudios que tratan de rescatar el valor
el poder , el oro y lo cotidiano en las sociedades indíGenas: el caso muisca
del individuo y de lo cotidiano han hecho buenos aportes en muchos temas, pero no agregan gran cosa cuando se trata de armar algo sobre lo cotidiano.
Preguntas y metodología En este artículo se quiere hacer un análisis de la vida cotidiana y social en el pasado prehispánico de Colombia según la perspectiva de la ideología, la religión y la orebrería muiscas. Diícilmente se podría encontrar un ejemplo más claro de una actividad donde nuestros prejuicios sobre la vida cotidiana y el signicado económico y cultural sean más evidentes. Por un lado, cuando se piensa en el manejo de lo ideológico entre los indígenas, de inmediato aparece el legado del estudio del chamanismo; es decir, se imagina la existencia de un sector de especialistas encargados de controlar la intermediación entre lo divino y lo humano, lo cual supone, por supuesto, que estas dos eseras están separadas por naturaleza y que el conocimiento especializado conorma la existencia de una élite chamanística que monopoliza el conocimiento esotérico. Pero, por otro lado, no es ácil imaginar un contexto en el cual lo ideológico y lo religioso no toquen el dominio de lo íntimo. En cuanto a la orebrería, todo lo que la rodea parece íntimamente ligado a nuestras ideas de poder, riqueza y control. Con recuencia se la imagina como un aspecto muy alejado de lo cotidiano, asociado al poder de las élites chamánicas. En el clásico estudio de Gerardo Reichel-Dolmato, la orebrería adquiere sentido casi exclusivamente como producto del pensamiento chamánico, a su vez relacionado con una estrategia de poder. En su opinión, los cacicazgos que encontraron los españoles tenían una religión centrada en templos administrados por chamanes que habían adquirido un verdadero carácter sacerdotal y que tenían una estrecha relación con el oro 5. Si bien no todos los objetos de oro tuvieron relación con prácticas chamánicas, aquellos que no la tenían se podían considerar marginales 6. Algunos estudios sobre el chamanismo en la Antigüedad no dan pie a ninguna ambigüedad. Por ejemplo, en un caso se arma que en San Agustín el poder político de la sociedad que elaboró las impresionantes estatuas y montículos en los primeros diez siglos después de Cristo correspondió a la existencia de grandes chamanes cuyo cargo era hereditario y cuyo poder era tan grande que la sociedad entera colapsó cuando, por culpa de un período de sequía, no pudieron dar cuenta de las transormaciones de la naturaleza7. Nada es más amiliar en la bibliograía sobre las sociedades prehispánicas que la idea de que el oro era un material rico en sig-
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nicado que hacía parte de las complejas estrategias mediante las cuales una élite intelectual manejaba los destinos de las comunidades. Oro, poder y chamanes aparecen sistemáticamente asociados en dicha bibliograía. En el caso de los muiscas, las anteriores observaciones parecen particularmente relevantes. En opinión de Francisco Posada 8, los antiguos habitantes del altiplano contaban con una casta hereditaria de sacerdotes que uncionaba como una verdadera aristocracia. José Rozo, por su parte, habla de una casta sacerdotal encargada de «engrandecer y mantener la unidad político-religiosa» a través de ceremonias y ritos en los cuales se hacía evidente su capacidad de guardar los secretos mágico-religiosos9. El oro, por supuesto, se imagina cumpliendo un papel importante en ese proceso y, en eecto, los estudios sobre los muiscas enatizan que la orebrería era uente de extraordinario poder 10. Por esta razón, no sorprende que cualquier contexto arqueológico en el cual aparezcan objetos de oro se asocie automáticamente a una sociedad «con una organización política relativamente compleja que incluía estraticación social y poder centralizado» 11. En n, en el caso de los muiscas, el chamanismo y su derivado, la orebrería, también se constituyen en un ormidable ejemplo del poder que unos pocos individuos tenían sobre los demás, gracias a sus conocimientos sobre lo divino y lo humano. En este artículo se pretende mostrar cómo los prejuicios sobre la naturaleza del oro y del chamanismo pueden deormar por completo la imagen que tenemos de las sociedades prehispánicas. Para ello se estudian los contextos de asociación de los orebres y del oro en
Los muiscas han sido mostrados como un pueblo proundamente religioso. Esta idea orma parte de un imaginario que se elaboró a partir de las crónicas coloniales y ue alimentado por la invención iconográca romántica del indígena que se llevó a cabo en los siglos xix y xx . En la primera mitad del siglo xx, el movimiento artístico de los Bachués, que pretendía utilizar lo indígena como elemento para construir la identidad nacional, se apoyó en estas interpretaciones para representar los mitos y leyendas muiscas. Teogonía de los dioses chibchas (detalle). Luis Alberto Acuña, 1935, Bogotá. [3] Queda prohibida, salvo excepci n prevista en la ley, cualquier forma de reproducci n, distribuci n, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito