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Una iglesia conforme al corazón de Dios © 2011 por Miguel Núñez y publicado por Editorial Portavoz, filial de Kregel Publications, Grand Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación podrá reproducirse de cualquier forma sin permiso escrito previo de los editores, con la excepción de citas breves en revistas o reseñas. A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de La Biblia de las Américas © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Todos los derechos reservados. Las cursivas añadidas en los versículos bíblicos son énfasis del autor. EDITORIAL PORTAVOZ P.O. Box 2607 Grand Rapids, Michigan 49501 USA Visítenos en: www.portavoz.com ISBN 978-0-8254-1839-6 (rústica) ISBN 978-0-8254-0554-9 (Kindle) ISBN 978-0-8254-8525-1 (epub) 1 2 3 4 5 / 15 14 13 12 11 Impreso en los Estados Unidos de América Printed in the United States of America
AGRADECIMIENTOS Al cuerpo de pastores y ancianos de nuestra iglesia que con tanta dedicación y esfuerzo lucha junto conmigo para levantar una iglesia que ame a Dios y la revelación de su palabra. Sus nombres aparecen en el orden en que ellos fueron agregados al equipo pastoral a través de los años. A Héctor Salcedo, por su compañía incondicional desde los primeros años de la congregación, en la enseñanza, predicación y dirección de la iglesia. A Luis Núñez, no solo por por su amor a la iglesia local y su lealtad en el Señor, sino también por ayudarnos a adorar a Dios semana tras semana. A Joel Peña, por su pasión por ver una generación joven que honre a Dios no solo de palabras, sino también con sus vidas. ¡Gracias por tu espíritu joven! A Fausto González, por amar a las ovejas del Señor y por su trabajo incansable aconsejando a aquellos que Dios trae a nuestro redil y en aras de los matrimonios de la iglesia. A José Mendoza, por su colaboración indispensable en el establecimiento y continuación de nuestro instituto de formación académica y sus aportes en el pastoreo del cuerpo de Cristo. A Felipe Castro, incorporado como anciano recientemente, por su labor sincera y desprendida apoyando el trabajo ministerial que ocurre más allá de las cuatro paredes de nuestra propia iglesia. A cada una de sus esposas (Chárbela, Carolina, Angélica, Laura, Erika y Cinthya) por prestarnos a sus esposos para ser “exprimidos” en aras de la causa de Cristo. Mi esposa (Cathy) a quien agradezco su amor y apoyo incondicional, y yo, estamos muy agradecidos del Señor de que Dios les haya elegido para ser las compañeras de estos hombres que hoy pastorean junto conmigo la iglesia que Dios nos ha dado.
CONTENIDO Agradecimientos Prólogo Introducción PRIMERA PARTE: LA IGLESIA Y SU FUNCIÓN EN EL MUNDO
Capítulo 1: El propósito de la iglesia Capítulo 2: El fundamento de la iglesia Capítulo 3: Disciplina y santidad de la iglesia Capítulo 4: La iglesia y el mundo SEGUNDA PARTE: LA IGLESIA DE NUESTROS DÍAS
Capítulo 5: Y entonces, ¿como evangelizaremos? Capítulo 6: La iglesia y el movimiento de consejería de nuestros días Capítulo 7: La iglesia en medio de la apostasía de hoy Capítulo 8: La iglesia y el movimiento de guerra espiritual Capítulo 9: La armadura de Dios o la armadura del hombre TERCERA PARTE: CÓMO SANAR LA IGLESIA DE HOY
Capítulo 10: La división: La plaga de la iglesia Capítulo 11: La cura del descontento en la iglesia Capítulo 12: El legalismo dentro del pueblo de Dios Capítulo 13: La iglesia de “los unos y los otros” CUARTA PARTE: LA IGLESIA Y SU LIDERAZGO
Capítulo 14: Un líder de Dios para un tiempo como este Capítulo 15: De ancianos y diáconos Capítulo 16: Las ovejas y sus responsabilidades Conclusión: La necesidad de reformar la iglesia de nuestros días Bibliografía
PRÓLOGO
Muchos predicadores hemos tenido la osadía de titular un sermón con el título de este libro. Yo he enseñado algunos como “Un hombre conforme al corazón de Dios”, “Un matrimonio conforme al corazón de Dios”, “Un pastor conforme al corazón de Dios”, “Una esposa de pastor conforme al corazón del Buen Pastor” y otros. He escuchado algunos que no reflejan el título elegido porque no revelan el deseo divino con fidelidad al texto bíblico. Pero creo que existen personas como Miguel que cumplen el requisito para tener la valentía de titular su libro “Una iglesia conforme al corazón de Dios”. Es que solamente pueden conocer, lo que los humanos podemos conocer del corazón de Dios, aquellos hombres de Dios íntegros, que han cumplido, con dedicación y la técnica apropiada, la responsabilidad de investigar con perspicacia, analizar con discernimiento, interpretar con la hermenéutica apropiada y aplicar con la relevancia necesaria, las verdades bíblicas que han sido reveladas. Ese hombre de Dios es Miguel Núñez. Necesitamos un libro como este porque vivimos en crisis. Lamentablemente, algunas iglesias evangélicas modernas tienen más miembros que nunca, pero también son menos profundas que nunca y por ello, algunas congregaciones, a pesar de la buena intención de sus líderes y por la falta de instrucción bíblica apropiada, se han convertido en emocionales en su percepción, relativas en sus conceptos y espiritualizadas en sus prácticas. Ese tipo de iglesia no es conforme al corazón de Dios. Existen congregaciones que son “morgues con campanario” debido a que están llenas de muertos que cantan bien, oran bien, ayunan bien, pero viven mal; porque sus vivencias humanas no reflejan los valores divinos. Existen congregaciones que van camino a la muerte porque el libro de estatutos y reglamentos es más grueso y más consultado que la Biblia. Ese tipo de iglesia no se basa en el corazón de Dios. Existen congregaciones tan innovadoras que han innovado su interpretación bíblica y, en vez de predicar la verdad revelada sabiamente, interpretan literalmente y enseñan alegóricamente. Existen cada vez más motivadores evangélicos y cada vez menos predicadores bíblicos, y aumenta el número de líderes que enseñan lógicamente en vez de hacerlo teológicamente. Ese tipo de iglesia puede reunir muchas personas por lo atractivo del sistema, pero no se ha desarrollado conforme al corazón de Dios. La vida tiene muchas decepciones, pero creo que no existe ninguna tan grande como la que resulta de haber sido objeto de un abuso bíblico. Es decepcionante descubrir que uno ha sido víctima de quien, incluso sin saberlo, tuerce las Escrituras, o desvía el significado. Creo que no hay mayor decepción que haber creído algo con todo el corazón y con toda sinceridad, para luego descubrir que la información recibida era una falacia, errónea y un riesgo para su crecimiento espiritual. Asistir a una congregación con líderes bien intencionados, pero mal preparados es no actuar conforme al corazón de Dios. Solamente interpretando bien la Biblia podemos tener congregaciones conforme al corazón de Dios porque la verdad divina no fue revelada para que sea leída o admirada, sino para que sea bien interpretada a fin de que pueda ser bien aplicada. El libro de Dios es la voz de Dios. Si Él se hiciera visible y nos predicara su mensaje no estaría en oposición a la Biblia, su mensaje de verdad estaría conectado exactamente con lo que puede leer en las Escrituras. Su opinión, su consejo, sus demandas, sus deseos, sus advertencias, revelan el corazón de Dios. Esas son extraordinarias razones para que la revelación bíblica sea amada, investigada, estudiada, interpretada, y aplicada sabiamente y para que la iglesia moderna examine si es
verdaderamente una iglesia conforme al corazón de Dios y no conforme a la buena intención humana. Dios nunca nos decepciona y la Palabra de Dios siempre funciona. Dios prometió que su Palabra nunca volvería vacía y que siempre cumpliría el propósito para el cual fue revelada. Jesucristo dijo que toda su Palabra, hasta la última tilde se cumpliría y los apóstoles aseguraron que esa Palabra de Dios nos transforma, nos corrige, nos enseña, nos exhorta y todo es verdad. Entonces, ¿por qué existen iglesias conforme al corazón de los hombres? La respuesta es sencilla. Los únicos culpables de que no seamos receptores de los beneficios que Dios ofrece son los cristianos que esperan que Dios cumpla promesas que ellos se atribuyen, pero que no fueron escritas para ellos, los que a pesar de su buenas intenciones realizan erróneas interpretaciones, los que tienen líderes bien intencionados, pero equivocados, y los que entienden mal las buenas explicaciones de los líderes sabios, bíblicos y que predican con responsabilidad. Actuando así, nadie puede vivir conforme al amoroso corazón de Dios. Lo que nunca falla ni fallará es la exacta e inerrante Palabra de Dios que siempre, con exactitud, revela la verdad. Solamente al desarrollar nuestras congregaciones basándonos en la verdad bíblica bien interpretada, aunque no sea popular, tendremos una iglesia tal como fue diseñada, es decir, conforme al corazón de Dios. Gracias Miguel por este manual bíblico tan necesario. Te adelantaste a mi plan de publicar mi libro sobre la iglesia, pero lo haces tan bien que no solo me alegra que lo hayas escrito, sino que lo recomiendo como un excelente texto de estudio. D AVID H ORMACHEA
INTRODUCCIÓN
La primera vez que pensé en el título de este libro, “Una iglesia conforme al corazón de Dios”, tuve dudas acerca del uso de este nombre. Temí que algunos pudieran pensar, antes de leer el libro, que el autor usara este nombre pensando que él pastorea la iglesia ideal, libre de los errores típicos de las demás iglesias. Y es por esto que desde el principio quisiera dejar claramente establecido el hecho de que nuestra iglesia está muy lejos de ser la iglesia modelo. Si lo creyéramos, esa sola idea nos descalificaría para escribir sobre este tema y sobre todo con este título. Las ovejas y los líderes de toda iglesia comparten algo en común… su condición caída y la naturaleza carnal que lucha contra los deseos del Espíritu, según leemos en Gálatas 5:17. Por tanto, las manifestaciones propias de la carne son vistas de una u otra manera en todas las iglesias de este lado de la gloria. Ciertamente, esas tendencias las vemos más o menos marcadas y con mayor o menor frecuencia en la medida en que las iglesias permanecen más o menos cercanas del estándar de su Palabra y conforme a cómo su liderazgo modela o no, para la congregación, una vida de integridad, de transparencia y de vulnerabilidad. Después de haber considerado varios títulos posibles, hubo algo que entiendo que Dios trajo a mi mente y me animó a hacer uso del nombre que finalmente seleccionamos. Me refiero al hecho de que David fue llamado por Dios, “un hombre conforme a su propio corazón” (1 S. 13:14), a pesar de que este rey estaba muy lejos del estándar de la perfección. Cuando hablamos de una iglesia conforme al corazón de Dios estamos hablando de ver la iglesia de Cristo a la luz de lo revelado en su Palabra, para corregir las desviaciones en las que cada uno de nosotros haya incurrido. Lo que Dios haya revelado en su Palabra para la iglesia debe ser el patrón que cada iglesia debiera perseguir. El estándar de Dios debe guiar la visión y la misión de la iglesia. Cuando hablamos de visión, estamos hablando de algo que estamos persiguiendo y que aún no hemos alcanzado. Una vez alcanzada la visión, ya deja de ser visión y pasa a ser realidad. Esa es la razón por la que la visión de una iglesia es algo que de alguna forma siempre pertenece al futuro. Si fuera algo del pasado, ya no le llamaríamos visión, sino logros. Esto debe ayudarnos a entender que estamos tratando de comunicar con el título de este libro. Queremos que la revelación de Dios para su iglesia sea continuamente nuestro norte y aquello que perseguimos continuamente hasta su regreso a nosotros. Somos conscientes de que la iglesia modelo o ideal no ha existido en dos mil años de historia, ni siquiera en los tiempos primeros; y así vemos cómo en Hechos 6 ya habían viudas que se estaban quejando de no ser atendidas y en prácticamente todas las cartas del Nuevo Testamento leemos acerca de problemas dentro de cada iglesia local. Sería ingenuo pensar que una iglesia compuesta de pecadores pudiera estar exenta de fallas, errores, actitudes y prácticas pecaminosas. Para encontrar esa iglesia tenemos que esperar hasta la consumación de los tiempos y la reunión de los redimidos de nuestro Dios en los cielos. Con esto no queremos decir que cada iglesia está tan mal parada como la otra. Sabemos que siempre han existido iglesias apóstatas; iglesias inmaduras con personas a las que Pablo llama carnales (1 Co. 3:1) e iglesias como la de Tesalónica a la que Pablo exhorta que continúen haciendo las cosas que ya venían haciendo. De esta última, Pablo tuvo extraordinarias palabras de exhortación en 1 Tesalonicenses 1:6-8: Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, habiendo recibido la
palabra, en medio de mucha tribulación, con el gozo del Espíritu Santo, de manera que llegasteis a ser un ejemplo para todos los creyentes en Macedonia y en Acaya. Porque saliendo de vosotros, la palabra del Señor ha resonado, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes vuestra fe en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada. Esta iglesia, aparentemente, había entendido lo que implica ser una iglesia conforme al corazón de Dios y, a pesar de sus imperfecciones, Pablo les dice en este momento de su historia, “no tenemos necesidad de hablar nada”. Nada que corregirles ni nada que reprocharles. No tenemos los detalles de cómo esta iglesia llegó a ser lo que llegó a ser, pero sin lugar a dudas, una de las razones principales fue la característica que Pablo resalta en esta carta: Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando recibisteis la palabra de Dios, que oísteis de nosotros la aceptasteis no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual también hace su obra en vosotros los que creéis (1 Ts. 2:13). Cualquier enfermedad que experimente la iglesia de Cristo, exhibirá síntomas que nos permitirán encontrar la raíz del problema en una mala teología, usualmente con una mala aplicación. La Palabra es el ancla que mantiene a la iglesia estable, segura y cerca del puerto que no es otro que el corazón de Dios. Al observar el desarrollo de las iglesias, es frecuente que estas se enfermen en sus primeros años de crecimiento, lo cual requerirá un trabajo continuo de revisión, confesión, arrepentimiento y redirección. Las iglesias son plantadas y comienzan a crecer, y en el proceso de crecimiento cometen muchas inmadureces al igual que ocurre con los niños y jóvenes durante su proceso de crecimiento y maduración. Todos eventualmente pasamos a la edad adulta, pero muchos son los que se quedan en la adolescencia emocional y espiritual y así ocurre con las iglesias. Si bien es cierto que la perfección es inalcanzable en este momento de la historia redentora, no es menos cierto que la Palabra nos llama a ser maduros (Ef. 4:13). Con esa idea en mente, hemos querido escribir un libro que contribuya a la madurez de la vida espiritual de las iglesias y eso va a requerir mucho más que un mero conocimiento. Sabemos por la misma Palabra que no basta con abrazar la ortodoxia; es necesario también tener una ortopraxis; una práctica correcta de lo que el texto bíblico señala. Hay varias maneras en las que la práctica ha hecho daño a muchas de las iglesias de Cristo. Podemos predicar la doctrina correcta y no vivir por ella. Eso debilita la autoridad de la Palabra frente a ese pueblo que escucha, y le resta credibilidad al liderazgo que la dirige. Tenemos que evitar el convertirnos en buenos oidores, sin nunca llegar a ser buenos hacedores como nos advirtiera Santiago (1:22) en su carta. Igualmente podemos incurrir en el error de tener una buena exposición de la Palabra y entendimiento de la práctica, pero no ser cuidadosos al aplicar el estándar de Dios dentro de nuestras iglesias, sobre todo cuando éste es aplicado selectivamente a unos sí y a otros no. Esto ha sido causa de descontento, salidas y divisiones en muchas de las congregaciones de los santos. Por otro lado, la ortodoxia y la ortopraxis de la doctrina se benefician mutuamente cuando estas van acompañadas de un liderazgo transparente y que no teme a ser vulnerable ante el pueblo de Dios. Esa es la esencia de la humildad, de la no pretensión y la forma clara de transmitir a las ovejas el mensaje de que nosotros tampoco hemos arribado a la meta. Cuando
esto no está presente, la congregación llega a la conclusión errada de que sus líderes carecen de debilidades y no se ven estimulados a la confesión de sus pecados porque nunca han oído a sus líderes hablar de sus faltas. La congregación se convierte en un pueblo que vive con la idea de que “yo estoy bien y tú estás bien” por usar el título de ese libro que años atrás alcanzó gran éxito en la sociedad secular. Todo esto contribuye al hecho de que las congregaciones muchas veces tengan ideas muy erradas de su líderes y tienden a vernos como personas “casi infalibles”; y nosotros, los líderes, hemos contribuido a esa imagen al no compartir nunca con los miembros nuestras debilidades, errores y hasta nuestros temores. Sin embargo, con el tiempo, dejamos ver nuestras grietas a lo largo de los años, y cuando nuestras ovejas las descubren, se desilusionan y muchas hasta dejan enfriar su fe. Pero peor aún, cuando los líderes no compartimos nuestras debilidades y nunca pedimos perdón, el pueblo de Dios crece sin confesar sus pecados, sin vida de arrepentimiento porque nunca la ha visto ser modelada desde el púlpito, y esto hace mucho daño al pueblo de Dios que no experimenta el poder purificador del Espíritu de Dios debido a su falta de arrepentimiento. Este libro, sin lugar a dudas, no representa la última palabra en materia de eclesiología, y más bien es presentado a la comunidad de creyentes con el deseo de contribuir a la formación de un pueblo que honre a nuestro Dios de manera que su nombre no sea blasfemado entre los incrédulos a causa de nosotros. Oramos para que aquello que Dios haya inspirado y que haya encontrado su lugar en este libro sea sembrado con poder, en la mente y el corazón del lector. Y que aquello que haya sido puramente una idea del autor sin aprobación divina, sea llevado por el viento de su Espíritu, y que de esta manera Dios separe el grano de la paja. MIGUEL N ÚÑEZ
PRIMERA PARTE
LA IGLESIA Y SU FUNCIÓN EN EL MUNDO
CAPÍTULO 1 EL PROPÓSITO DE LA IGLESIA “En Él también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de su gloria”. EFESIOS 1:13-14
Escribir un libro acerca de la iglesia que Dios quiere sin antes hablar del propósito de esa
iglesia según la revelación de Dios, es como hablar de que estamos vivos, pero no sabemos para qué. El propósito de la iglesia nos habla de la razón de su existencia. Entender este propósito nos ayuda, pues, a definir las metas que debiéramos perseguir y nos lleva a entender de qué manera y hasta dónde es posible que una iglesia haya podido desviarse del plan original de Dios. Acerca de la iglesia, existen muchos malos entendidos, y entre estos, se encuentra aún la definición misma de lo que constituye una iglesia. Si no entendemos lo que este concepto implica, mucho menos entenderemos su propósito. Para muchos, la iglesia es simplemente una institución. Para ellos, una de las cosas más fundamentales de una iglesia son los reglamentos, estatutos y la constitución de la misma. Hemos estado en múltiples reuniones donde los términos “reglamentos y estatutos” han sido mencionados con mucha más frecuencia que términos como Biblia, Dios, Cristo, Espíritu Santo, su Palabra, el Cuerpo de Cristo, su causa, y palabras que la Biblia relaciona íntimamente con la iglesia de Dios. Los documentos legales de una iglesia son importantes, pero no le dan vida a la iglesia y, como la letra mata, muchas veces estas cosas contribuyen a matar el espíritu de esa iglesia, si no son vistas y tratadas como secundarias a la revelación de Dios. Algunos pueden argumentar que si los documentos fueron inspirados en la Biblia, cada vez que nos referimos a estos documentos podemos asumir que estamos haciendo uso de la Palabra de Dios, por lo menos de manera indirecta. Este argumento puede ser común, pero no es válido. Uno de los grandes problemas es, con frecuencia, que aquello que se asume, con el paso del tiempo simplemente termina siendo ignorado y eso es lo que ha ocurrido con la Biblia. Para otros, la iglesia es un edificio y por tanto su propósito en ocasiones se reduce a embellecer la edificación y a actividades que no tienen un impacto mas allá de las cuatro paredes del edificio. Pero como las paredes son frías, esos lugares muchas veces se sienten igual de fríos. No podemos olvidar nunca que “la gente” es la meta del plan de Dios y no las actividades, ni las tareas en sí mismas. Si lo que hacemos no termina ministrando al pueblo de Dios, hemos fracasado en llevar a cabo el propósito de redención. Antes de que pueda ser acusado de ser antropocéntrico en mi concepto de lo que es la iglesia, quisiera aclarar que, sin lugar a dudas, la Palabra de Dios declara de diferentes maneras que el propósito de la iglesia es la gloria de Dios; pero eso que glorifica a Dios tiene una meta, y esa meta es la redención del hombre por medio de su hijo Jesucristo y es en ese sentido que hablamos de que “la gente”… sus elegidos constituyen el objetivo de la iglesia. Tenemos que cuidarnos de no usar
a la gente para llevar a cabo nuestras actividades, en vez de usar las actividades para alcanzar a la gente que está siendo llamada. Para algunos, la iglesia es una especie de club social, para hacer amigos o para que sus hijos hagan amistades cristianas con quienes puedan salir y eventualmente casarse incluso. Pero como eso debe ser un “beneficio” (realmente una bendición) colateral y no un propósito propiamente dicho, el resultado es que la iglesia termina no teniendo más valor que cualquier institución donde se va a socializar y donde uno acude para servirse, y no para servir. Más aún, para otros, la iglesia es un lugar donde acuden los domingos para cumplir con Dios, de manera que el Señor pueda bendecirlos durante la semana, como aquel que respeta un semáforo para no tener que pagar una multa. Para ese grupo, la iglesia es como un seguro de vida que le garantiza su salvación, cuando en realidad la iglesia no le representa ninguna seguridad de salvación. La salvación la da el Señor Jesucristo de manera personal, y no a través de ninguna institución. De igual manera, muchos asisten a la iglesia porque allí se sienten bien después de toda una semana en la que han pensado poco—o nada—en Dios. En ese caso, la iglesia es una especie de “Valium” que tranquiliza la conciencia cuando está agitada. Otros ven la iglesia como un grupo de personas dedicadas a la evangelización y domingo tras domingo es lo único que se hace en estas congregaciones. Pero aquellos que fueron evangelizados años atrás, ya han perdido el interés de “ser evangelizados” una y otra vez cada domingo, y terminan saliendo a buscar otros pastos. De igual modo, tampoco podemos hacer que la iglesia se vuelva un lugar de instrucción simplemente. Cuando esto ocurre, hay poca adoración y poca intimidad con Dios, ya que estas dos cosas no eran parte de las metas principales, sino la educación del intelecto. Cuando el propósito es la instrucción, podríamos terminar creando personas con “doctorados” en la Biblia, pero con pocos deseos de intimar con Dios y a veces con poca motivación para salvar almas perdidas, animar a los desalentados, sostener a los débiles y ser pacientes con todos, como nos informa Pablo en 1 Tesalonicenses 5:14. Si hay algo que valoro, es la enseñaza bíblica, y de hecho, he dedicado muchos años al estudio y a la enseñanza, pero si nos descuidamos, este conocimiento puede llegar a envanecernos (1 Co. 8:1).
LA EVANGELIZACIÓN DEL HOMBRE Cuando el foco primario es la evangelización del hombre, frecuentemente se termina haciendo al hombre el centro del plan de Dios en lugar de la gloria de Dios como mencionamos más arriba. En muchos casos, en el esfuerzo por evangelizar a los perdidos, hemos adoptado programas que comprometen los principios bíblicos porque en esos casos “el fin justifica los medios”; el fin de salvarlos, justifica la manera como lo hacemos. Cuando el hombre pasa a ser el centro, la iglesia se encontrará más preocupada por la manera en que ese hombre se sienta al venir a la iglesia que en cómo Dios piense acerca de nosotros. Cuando esto ocurre tendemos a comprometer la predicación por temor a que algunos no se sientan bien, y en cambio introducimos mucha música, pero con poca adoración, muchas actividades pero poca intimidad, y así sucesivamente. La iglesia de hoy necesita volver a hacerse la pregunta: ¿Cuál es el propósito número uno de la iglesia? Y la respuesta que la Palabra ofrece es clara: la gloria de Dios. El texto del primer capítulo de Efesios es sumamente claro:
Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado. En Él tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia que ha hecho abundar para con nosotros. En toda sabiduría y discernimiento nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según el beneplácito que se propuso en Él, con miras a una buena administración en el cumplimiento de los tiempos, es decir, de reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra. En Él también hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad, a fin de que nosotros, que fuimos los primeros en esperar en Cristo, seamos para alabanza de su gloria. En Él también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de su gloria (Ef. 1:4-14).
LA GLORIFICACIÓN DE DIOS Tres veces en este texto se nos recuerda que fuimos salvados para la alabanza de su gloria y, de igual modo, varias veces se enfatiza el hecho de que Dios nos escogió según el consejo de su voluntad… de manera que cuando Dios se propuso formar su iglesia lo hizo con la idea de glorificar su nombre. Y si eso es cierto y sabemos que lo es, es importante definir qué es la gloria de Dios. En el hebreo, la palabra “gloria” es kabod que viene de una raíz que significa pesado, algo que no es ligero o sencillo, y en el griego es la palabra doxa que originalmente significó “opinión.” De manera que al hablar o hacer algo nosotros, debiéramos hacerlo de una manera que ensanche la opinión que el otro tiene acerca de nuestro Dios. Por otro lado, de la forma en que esta palabra es utilizada en algunos pasajes de la Biblia, la palabra “gloria” significa honor, excelencia, reputación. Así mismo, la palabra “gloria” es usada para significar luz o la brillantez que rodea a Dios como ocurre en la Septuaginta. Cuando Dios deja ver lo que Él es, lo que se manifiesta es su gloria. La gloria de Dios engloba todo lo que Él es, sus atributos: poder, gracia, amor, misericordia, omnisciencia, omnipotencia, sabiduría, eternidad… El Salmo 19:1 dice lo siguiente: “Los cielos proclaman la gloria de Dios, y la expansión anuncia la obra de sus manos”. La grandeza del universo y la sabiduría requerida para que funcione armónicamente reflejan en su poder y majestad lo que Dios es. Ahora bien, el universo no refleja aquellos atributos como el amor, la gracia, la misericordia y la justicia de Dios, por tanto se queda corto en la demostración de lo que Dios es. Pero su Hijo en la cruz termina revelando, a través de su sacrificio, el amor, la gracia, la misericordia y la justicia, completando así la revelación de la gloria del Dios creador del cielo y de la tierra. El Hijo colgado de un madero mostró los atributos de Dios que el universo no podía mostrar. La cruz puso de manifiesto un aspecto de la gloria de Dios que el universo en toda su grandeza no había sido capaz de manifestar. Es sobre ese Cristo clavado y traspasado que su iglesia ha sido construida. Dios hace todo para su propia gloria y la iglesia como institución no sería la excepción.
Isaías 43:7 afirma: “a todo el que es llamado por mi nombre y a quien he creado para mi gloria, a quien he formado y a quien he hecho”. Estas palabras obviamente incluyen a cada persona que Dios ha llamado a ser parte de su iglesia. Dios nos hizo para su gloria y, luego que lo echamos todo a perder, de nuevo nos salvó para su propia gloria. Nuestra salvación glorifica, exalta, proclama su gracia, cuando sin merecerlo nos otorgó el perdón, y mediante ese perdón pasamos de la muerte a la vida y de ser hijos de la ira a ser hijos de Dios. No olvidemos que nuestra salvación no le agrega nada a Dios. Él no está más completo o más satisfecho con nuestra salvación, puesto que Dios está satisfecho en sí mismo. Nuestra salvación proclama su gracia y eso le glorifica porque pone de manifiesto quien Él es. De nuevo, por si aún no ha quedado claro, cuando Dios se glorifica a sí mismo, lo que está haciendo es poniendo de manifiesto sus atributos, tal cual lo hacen el universo (el firmamento) y como lo puso de manifiesto su Hijo. Hay algo que nosotros necesitamos entender y es que cuando Dios actúa para su propia gloria, los únicos beneficiados somos nosotros. Cuando Dios despliega su poder, nada es agregado a su ser, pero nosotros somos favorecidos cuando su poder nos protege, nos levanta, nos sostiene y cuando Él hace eso en condiciones extremas como lo hizo en el desierto por 40 años, o cuando levantó a Cristo de entre los muertos, entonces, Él es glorificado al dar a conocer su poder. Cuando Dios despliega su sabiduría, no se hace más sabio ni tampoco se siente orgulloso de cuanto Él sabe, como ocurre con los humanos; o cuando nos otorga su gracia, Él no se siente ser magnánimo… esas son emociones humanas fruto de nuestra caída. Menciono todo esto para que entendamos mejor que Dios no busca beneficiarse al glorificarse porque desde toda la eternidad, nuestro Dios ha permanecido inmutable, independientemente de cuántas personas o ángeles hayan querido reconocerle o adorarle. Dios nunca ha ganado o perdido nada; Él nunca ha sufrido algún cambio para bien o para mal: Él es Dios. El despliegue de sus atributos solo nos beneficia a nosotros. Con ese entendimiento, quizá podamos entender mejor por qué Dios edificó su iglesia para su propia gloria: La iglesia como escenario para revelar su naturaleza santa, benevolente, sabia y poderosa. Miremos cómo Efesios 3:10 apoya esta idea que acabo de mencionar: “a fin de que la infinita sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en las regiones celestiales”. Dios ha querido mostrarse a través de su iglesia y, por medio de ella, “enseñar” a los seres angelicales acerca de su naturaleza; acerca de su carácter. La iglesia es un instrumento de enseñanza y de glorificación en las manos de Dios. Cuando todo sea dicho y hecho, la iglesia redimida en los cielos cantará acerca de la gloria de Dios por los siglos de los siglos. He estado en retiros, seminarios y reuniones cristianas, algunos de varias horas de duración y otros eventos de varios días donde el hombre, sus esfuerzos, su afán y su necesidad de redención son mencionadas de manera reiterativa, pero donde la frase “la gloria de Dios” ha estado ausente en sus canciones, en sus sermones y en sus comentarios. Cristo dijo una y otra vez que su propósito en la tierra era glorificar a su Padre. En Juan 12:27-28 vemos una ocasión en la que estuvo meditando acerca de su muerte: Ahora mi alma se ha angustiado, y ¿qué diré: “Padre, sálvame de esta hora”? Pero para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Y le he glorificado, y de nuevo le glorificaré.
LA MOTIVACIÓN DE LA IGLESIA
Cristo afirmó que lo peor que le podría ocurrir sería la crucifixión, pero en vez de huir de esta experiencia le pide al Padre: “Padre Glorifica tu nombre”. Cristo muere movido por la pasión de glorificar a su Padre y a su vez el Padre tiene pasión por glorificar a su Hijo. Cuando Cristo dice: “Padre, glorifica tu nombre”, el Padre responde: “Yo le he glorificado y lo glorificaré de nuevo”. De esa misma forma, Cristo envía a su iglesia a glorificar al Padre. Ese era el propósito número uno de la venida de Cristo de manera que la iglesia no puede hacer menos. De ahí es que la pasión por la gloria de Dios debe permear cada actividad de la iglesia de Cristo. Frecuentemente debemos evaluar todo lo que hacemos en la iglesia y preguntarnos por qué lo estamos haciendo. Si la respuesta no es “para la gloria de Dios”, entonces deberemos revisar cuál es la motivación real: si no es Dios, es secundario. Ahora bien, las cosas no son para la gloria de Dios, simplemente porque lo afirmemos con nuestros labios, sino porque, al ser hechas, la imagen de Dios es engrandecida en la mente de los demás y porque el crédito es atribuido exclusivamente a nuestro Dios y a ningún otro. A manera de ilustración, a continuación aparecen algunas preguntas que pudieran ilustrar de qué manera podríamos comenzar nuestra instrospección: 1. ¿Por qué enseño a los niños en la iglesia? 2. ¿Por qué diezmo? 3. ¿Por qué canto? Posiblemente mucha gente que trabaja para Dios nunca se haya preguntado por qué hace lo que hace, o cuál es su motivación principal. Desde el inicio de nuestra existencia como iglesia, adoptamos el lema que dice: “Viviendo en la Palabra para la gloria de Dios”. Igualmente, nuestra visión termina con la frase “hasta que la gloria de Dios cubra la tierra”. No queremos olvidar la razón para la cual fuimos creados, perdonados, redimidos y ahora preservados. La iglesia que Dios me ha dado el privilegio de presidir también adoptó una serie de valores no negociables, el primero de los cuales dice: “Nuestra motivación para existir es conocer, amar y glorificar a Dios”. Cuando entendemos que la gloria de Dios es suprema, cuidaremos nuestro andar, las formas de hablar, de alabar, de predicar, la metodología al evangelizar, el modo de adorar a Dios y todo lo relacionado a la vida de iglesia. El hacer las cosas en la iglesia para la gloria de Dios es algo que tiene que ser cuidado de manera muy especial. Las cosas más importantes pueden ser desvirtuadas. Es posible utilizar la Palabra para llenar una necesidad puramente intelectual o para llenar la necesidad del hombre de sentirse importante al ser reconocido como maestro de la Palabra. Y otras veces la Palabra ha sido enseñada para llenar un vacío en nuestras vidas; pero, si la gloria de Dios no es el motivo, estamos construyendo sobre la arena. La Palabra nos instruye claramente en 1 Corintios 10:31: “Entonces, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. El texto no me deja hacer absolutamente nada que no glorifique a nuestro Padre que está en los cielos. La iglesia no es nada de lo que mencionamos al principio de este capítulo. La iglesia es un grupo de personas que el Padre escogió; que Cristo redimió a precio de sangre y que el Espíritu Santo regeneró para proclamar su gloria por toda la eternidad. Cuando evangelizamos, si lo hacemos como Dios manda, glorificamos su nombre porque ponemos de manifiesto el poder de su Palabra. Cuando discipulamos como nos instruye su Palabra, glorificamos su nombre porque contribuimos a formar la imagen de Cristo en el otro. Cuando disciplinamos, glorificamos su nombre porque contribuimos a reivindicar su santidad. Cuando la Novia de Cristo es vista al final de los tiempos, la vemos haciendo
exactamente lo que Dios se propuso que hiciera. Apocalipsis 19:7 lo dice así: “Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y su esposa se ha preparado”. Esto es al final, cuando ya la iglesia esté frente al Cordero. Si la razón número uno de la iglesia fuera predicar o evangelizar, cuando entremos en los cielos cesarían sus funciones y su razón de ser porque allí no habrá necesidad de hacer nada de esto. Pero si la razón es la gloria de Dios, al entrar en los cielos tendremos la misma razón para existir. Al final de la historia de la redención, la enorme mayoría de las cosas que nosotros hacemos hoy no continuarán, solo su Palabra y nuestra adoración permanecerán; ambas testificando que nuestro Dios es digno de suprema adoración. Es sobrecogedor pensar acerca de las palabras de Pablo para los ancianos de la iglesia de Éfeso: “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con su propia sangre” (Hch. 20:28). Cada iglesia local ha sido comprada por Cristo con un precio muy alto… su sangre preciosa, la del Dios creador, el Dios del Universo, el Dios a través de quien todo fue hecho. Cada pecado cometido por nosotros los creyentes desdice grandemente de nosotros porque traiciona a Aquel que fue crucificado por nuestros pecados.
EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA IGLESIA El nombre de iglesia viene de una palabra compuesta en griego conocida como ekklesia, ek, que significa “fuera” y kaleo, cuya raíz significa “llamar”. De ahí que la iglesia esté compuesta de un grupo de personas que han sido llamadas fuera del mundo para formar un reino de sacedotes que proclamen los atributos de Dios a través de la redención misma. Pedro lo dijo de esta manera: Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 P. 2:9). La idea de la iglesia no nació en la mente del hombre, sino en la mente de Dios, el cual llamó a un grupo de personas para sí mismo, tal como Pablo le expresa a Timoteo en su segunda carta donde menciona que la iglesia fue llamada por Dios “según su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad” (1:9). Dios en la eternidad pasada anticipó la caída del hombre y desde aquel entonces se propuso levantar una iglesia redimida de su esclavitud al pecado y que pusiera de manifiesto el amor, la gracia y la benevolencia de Dios. Esta iglesia que, como su nombre indica, fue llamada fuera, es inconcebible que hoy quiera vivir en el mundo del cual fue sacada. • La iglesia fue llamada fuera del mundo, de las tinieblas a su luz (1 P. 2:9). • La iglesia fue llamada con llamamiento santo (2 Ti. 2:9). • La iglesia fue llamada a la libertad de la esclavitud del pecado (Gá. 5:13). Eso nos habla de que la iglesia debe mantenerse alejada de aquel lugar de donde fue sacada si quiere honrar a su Redentor. Las iglesias que no han querido apartarse no son realmente iglesias y las que han regresado al mundo dejaron de ser iglesias. La iglesia de
Sardis (Ap. 3:1) fue una de esas iglesias. Dios le dice: “conozco tus obras, que tienes nombre de que vives pero estás muerta”. Esta iglesia había dejado de ser, ahora solo quedaba el nombre nada más. Hoy tenemos muchas de ellas, con grandes templos, llenas de personas, grandes ofrendas, pero están muertas, por no vivir su llamado. La iglesia no está formada por todo aquel que asiste, sino por aquellos que han sido regenerados y cuya vida de santidad es evidente; ni siquiera está formada por todos aquellos que le llaman Señor, Señor, aunque muchos no lo quieran creer así. Por eso preguntaba Jesús: “¿Por qué me llamas Señor, Señor y no me obedeces?” (Lc. 6:46). En la catedral de Lubeck en Alemania aparece una inscripción con el siguiente título: El Lamento de Cristo contra este Mundo Ingrato Me llamas Señor y no me obedeces Me llamas luz y no me ves Me llamas camino y no me caminas Me llamas vida y no me vives Me llamas sabio y no me sigues Me llamas justo y no me amas Me llamas rico y no me pides Me llamas eterno y no me buscas. Si te condeno no me culpes… En aquel gran día, muchos tendrán que oír palabras similares de parte de nuestro Señor. No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y entonces les declararé: “Jamás os conocí; APARTAOS DE MÍ, LOS QUE PRACTICAIS LA INIQUIDAD” (Mt. 7:21-23). Estas quizás fueron las palabras más austeras, chocantes y amedrentadoras que salieran de los labios de nuestro Señor, las cuales deben movernos a la reflexión profunda. La iglesia está formada por individuos que viven bajo el señorío de Cristo. Recordemos que una cosa es llamarle Señor y otra es vivir su señorío. Una cosa es decir soy templo del Espíritu Santo y otra muy diferente es vivir en santidad reconociendo que soy su templo. Una cosa es leer la Palabra y otra muy diferente es vivirla. Es como dijo alguien muy sabiamente: “Muchos son los cristianos que marcan sus Biblias, pero pocos los que se dejan marcar por ella”.
EL LLAMADO DE LA IGLESIA El llamado a la iglesia es en dos direcciones: fuera del mundo y hacia una intimidad con Dios. Esa intimidad requiere santidad y de eso adolecen hoy día muchos de sus líderes y de
sus miembros. Si la iglesia de hoy quiere verdaderamente cumplir su propósito número uno de glorificar a Dios, tiene que llenarse de su humildad, intensificar su confesión de pecado, su disciplina y su adoración. Parte esencial de nuestro llamado es la santificación. Efesios 5:2527 nos habla de que Cristo amó la iglesia y se dio por ella para santificarla ¿Por qué? “Para presentarla en toda su Gloria, sin mancha ni arrugas, ni cosa semejante, sino santa e inmaculada.” ¿Entendemos lo alto del llamado de la iglesia? Él dio su vida por una iglesia que reflejara su santidad. Resulta sumamente difícil hablar y proclamar la Gloria de Dios si en nuestra vida no hay santidad. Efesios 1:5-6 afirma que fuimos llamados para “alabanza de la gloria de su gracia”. La gloria de Dios es su carácter como ya mencionamos a lo largo de este capítulo, de manera que la mejor forma de proclamar su gloria es revelando el carácter de Dios en nosotros, ese es el verdadero cristianismo. Uno de los valores no negociables de nuestra iglesia es precisamente que el carácter es más importante que el talento. Un cristiano talentoso, pero sin santidad es como ver el sol en un día nublado. El mundo debería poder observar la iglesia y discernir que somos diferentes por la forma en que hablamos, vestimos, y andamos. Sin necesidad de preguntarnos, el mundo debería poder discernir que servimos a un Dios misericordioso por la forma en que nos perdonamos unos a otros, que servimos a un Dios lleno de gracia por la forma en que nos soportamos y nos toleramos unos y otros, que servimos a un Dios de amor por la forma que nos servimos los unos a los otros. A veces queremos proclamar su obra sin reflejar su carácter, y cuando esto ocurre el mundo no cree en la iglesia de Cristo. En Hechos 4:13 se nos dice que la gente se maravillaba cuando veían a Pedro y a Juan y que reconocían que habían estado con Jesús. Así debería maravillarse el mundo al ver a cada uno de los hijos de Dios. Debería ser obvio que hemos pasado tiempo con Jesús. Si hoy le preguntáramos a las personas que nos rodean si al observarnos pueden notar que hemos pasando tiempo con Jesús, ¿qué dirían? Necesitamos volver a nuestras raíces; olvidémonos de los números; de las ofrendas; del número de iglesias que plantamos… los números nunca han impresionado a Dios. El éxito numérico de una iglesia no es un indicativo de que Dios la esté bendiciendo. Esto puede incluir: • El número de personas que visita el templo los domingos • El número de misiones • El número de bautizos Estas cifras no son necesariamente representativas de bendición. El mejor testimonio de una iglesia es el número de vidas transformadas. Una de las causas de la falta de crecimiento de la iglesia no es la carencia de programas de crecimiento, sino la necesidad de una mejor condición espiritual. La falta de poder es un gran problema en la iglesia, y ese poder no se consigue leyendo un libro o siguiendo un programa. Es un poder sobrenatural que solo se consigue de rodillas en la presencia de Dios. Una de las últimas instrucciones de Jesucristo a sus discípulos fue que no salieran de Jerusalén hasta que no recibieran el poder de lo alto, el poder del Espíritu Santo. Y ¿qué ocurrió cuando recibieron ese Espíritu que descendió sobre ellos? Que aquellos que querían en un momento dado sentarse uno a la derecha y otro a la izquierda fueron fundidos en un solo cuerpo y querían lavarse los pies los unos a los otros. Cuando el Espíritu Santo descendió el día de Pentecostés, la multitud de los que creyeron se hicieron de un solo corazón hasta el punto de llegar a tener todas las cosas en común (Hch. 2:44-47). Cuando el poder descendió de lo alto, los discípulos desarrollaron una obsesión y una pasión por testificar y por eso decían “no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y
oído” (Hch. 4:20). De ahí que la iglesia primitiva fuese creciendo, hasta llegar a tener tres mil miembros (Hch. 2:41) y más adelante cinco mil (Hch. 4:4). Cuando nos empleamos en llevar a cabo el propósito de la iglesia, Dios se complace en llenarla de su poder y, al contar con este poder, llegamos a experimentar lo que sucedió en Hechos 4:31-33: Después que oraron, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valor. La congregación de los que creyeron era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo lo que poseía, sino que todas las cosas eran de propiedad común. Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia había sobre todos ellos. Notemos la sucesión de los eventos: 1. Oraron. 2. Fueron llenos del Espíritu Santo y el lugar tembló. 3. Hablaron la Palabra con valor. 4. La congregación pasó a tener un solo sentir. 5. Testificaban con gran poder. 6. Finalmente había abundante gracia sobre ellos. Primero la oración, luego su llenura, seguido de una predicación valiente, amparada por la unidad del cuerpo, y esto hizo que el poder y la gracia de Dios abundaran en medio de ellos. La iglesia de hoy necesita recobrar todo eso. El cristiano hoy día quiere poder, pero no quiere orar, y la pobre asistencia a las reuniones de oración es la mejor evidencia de esto. Una iglesia que predica y vive la verdad hace que los corazones sean sacudidos. Cuando el cristiano calla la verdad, encubre la verdad, cambia la verdad, o no acepta la verdad, deshonra a Cristo, deshonra la verdad que predica y deshonra al pueblo que trata de ministrarle. Dios quiere un lugar donde las cadenas puedan ser rotas, pero solo el conocimiento de la verdad, vía la predicación de su Palabra, nos hará verdaderamente libres (Jn. 8:32). Cuando se hace esto la gracia de Dios abunda y es así como Dios queda mejor reflejado en nuestras vidas. Reflexión final La iglesia de nuestros días necesita reencontrar las razones de su existencia. La proclamación del mensaje de Dios—a la manera de Dios en el poder de Dios y para la gloria del mismo Dios—es el motivo por el cual Cristo dejó instituida su iglesia. Si Dios no es el centro de su iglesia, el hombre pasará a serlo; si su Palabra no es sobre lo que ha de descansar nuestra evangelización, nuestros métodos y estrategias lo serán; si el Espíritu de Dios no ha de ser el poder por medio del cual hacemos crecer la iglesia, la sabiduría del hombre ocupará su lugar. La iglesia de Cristo, en muchas ocasiones, no ha tenido la credibilidad necesaria en el mundo de hoy, pero en parte se debe a que la iglesia de hoy ha olvidado cuál es su manual de instrucciones y ha querido levantar una institución divina a través de concepciones humanas.
Tenemos que recobrar la confianza en la Palabra de Dios para ver los resultados que queremos ver. Dios jamás bendecirá aquello que no es conforme a su estándar. El poder de una iglesia no radica en el hombre, sino en Dios y, por tanto, tenemos que cuidarnos de hacer iglesia de una manera que exalte la gloria de Dios, no solo a la hora de alabar y adorar, sino a la hora de evangelizar. El hombre nunca puede ser el centro de lo que Dios hace… Dios sí lo es. Y cuando hacemos las cosas para levantar su nombre, poniéndolo en primer lugar, nosotros somos los primeros beneficiados.
CAPÍTULO 2 EL FUNDAMENTO DE LA IGLESIA “Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; pero otros, Jeremías o uno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Y Jesús, respondiendo, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. MATEO 16:13-18
Hablar
de la iglesia que Dios quiere podría representar un gran reto para cualquier predicador, pastor o para cualquier autor, ya que al hacerlo necesita cuidar de que sus ideas no correspondan al modelo de iglesia que él ha soñado, sino al modelo que Dios dejó plasmado en su Palabra. Falible, como todo ser humano, al escribir acerca de la iglesia que Dios se propuso fundar en la tierra, podríamos terminar predicando o escribiendo acerca de la iglesia con la cual nos sentimos más identificados por razones culturales, denominacionales o personales, y no porque necesariamente corresponda al patrón descrito por Dios a lo largo del Nuevo Testamento. Consciente de este peligro al hablar sobre este tema, se hace mandatario mantenernos apegados al texto bíblico, sabiendo que de lo contrario podríamos terminar pecando contra Cristo y “su novia”, a la que Él le dio el nombre de “mi iglesia”. En el libro de Apocalipsis (21:9), Cristo llama literalmente a su iglesia con los nombres de novia y esposa. De manera que es la misma Palabra de Dios la que nos muestra la estrecha relación que Cristo estableció entre su persona y su iglesia. Hay una gran necesidad en los actuales momentos de entender bien esta relación entre la cabeza (Cristo) y el cuerpo (su iglesia); entre el novio y la novia, en momentos cuando hay tanta confusión entre los creyentes acerca de lo que es una iglesia bíblica. Peor aún, entre los mismos pastores y líderes, hay también enormes confusiones en cuanto a lo que la iglesia debe ser o no ser. Algunos están tan confundidos que han llegado a preguntarse si la iglesia podrá sobrevivir a los tiempos modernos y, atemorizados por esa idea, han querido transformarla, negociando la verdad que la ha sostenido por todos los pasados siglos. Continuamente se escucha la queja de lo difícil que resulta encontrar una iglesia bíblica hoy en día y, ciertamente, es así. Esto no es nada nuevo como bien sabemos; el error siempre ha proliferado mas rápidamente que la verdad; la mentira y la falsedad parecen absorberse por osmosis, mientras que hacer florecer la verdad cuesta un enorme trabajo. En el libro de Apocalipsis, Cristo le pasa revista a siete de sus iglesias que existían en Asia Menor en el primer siglo, pero que a su vez representaban siete tipos de iglesia encontradas a lo largo de la historia de la iglesia y, por tanto, de iglesias actuales. De estas siete, solo dos no fueron corregidas o amonestadas: la iglesia de Filadelfia y la iglesia de Esmirna. Las demás estaban
en pésimas condiciones. Una había permitido la doctrina de Balaam (Pérgamo), otra se había dormido en su opulencia (Laodicea), otra estaba muerta espiritualmente (Sardis), otra había perdido su primer amor (Éfeso) y hasta una de estas iglesias había tolerado las herejías, la idolatría y la inmoralidad (Tiatira). Todas estaban enfermas, y muchas de las iglesias de hoy siguen la misma trayectoria. Creo que en momentos como éstos se hace imprescindible hablar de lo que realmente representa la iglesia para Cristo. Son muchos los ataques que está recibiendo la iglesia del Señor y esos ataques proceden no solo desde dentro, sino también desde afuera de la iglesia. Sin lugar a dudas, los peores ataques que un ejército puede sufrir son aquellos que vienen desde dentro; algo que en inglés ha sido llamado, friendly fire, o “fuego amigo”. Cuando tenemos al enemigo enfrente, conocemos quién es; pero cuando el enemigo está camuflado en medio de nuestras propias tropas, no tenemos idea desde qué lugar disparará la próxima artillería. La iglesia siempre ha recibido embates de parte de aquellos que no se identifican con el movimiento cristiano y esta es una artillería pesada que dispara desde afuera; pero lo peor es que desde adentro los ataques proceden de parte de aquellos que se dicen ser cristianos. Estos son los que han distorsionado el evangelio y lo han convertido en algo totalmente divorciado de la verdad que Cristo predicó. Los ataques desde el interior son más temidos porque seducen a muchos hijos de Dios, por lo menos durante un tiempo, y porque confunden no solo a los creyentes, sino también a los incrédulos con funestas consecuencias. Satanás sabe que si logra destruir la iglesia de Cristo, habrá logrado la victoria. Él conoce lo que el apóstol Pablo le reveló a Timoteo en su primera carta (1 Ti. 3:15) cuando le decía que la iglesia es columna y sostén de la verdad. Si logramos debilitar la iglesia, logramos diluir la verdad; si diluimos la verdad, disminuimos la luz que la verdad proyecta; y si disminuimos la luz que la verdad proyecta nos quedamos en tinieblas. De modo que la manera más efectiva de hacer tambalear el movimiento cristiano es restándole importancia a lo que es la iglesia de Cristo, y Satanás está lográndolo por lo menos temporalmente. Esa es una de las razones por la que muchos piensan que pueden ser cristianos sin ir a la iglesia, que pueden tener una relación con Cristo sin tener una relación con su iglesia, amparándose en la excusa de que la iglesia está llena de hipócritas. Imaginémonos que tengo un amigo y le digo: “Yo no tengo problemas en relacionarme contigo; de hecho tengo un gran interés en ser tu amigo, pero mi problema es que no confío en tu esposa, la considero una hipócrita. Así que procura que cuando nos juntemos seamos tú y yo solos, que ella no esté presente”. ¿Se imagina cuál sería la reacción de su amigo ante esa propuesta? La misma reacción, o incluso mayor, es la respuesta de Cristo para aquellos que quieren llamarse cristianos sin tener un compromiso con su iglesia. Le generación individualista de nuestros días le ha restado importancia a la iglesia como institución porque es más cómodo y menos comprometedor el pertenecer a un lugar donde voy a recibir beneficios, sin tener que asumir responsabilidades. De hecho, la falta de deseos de pertenecer a una iglesia local milita en contra de la experiencia de conversión de la persona. El apóstol Juan, en su primera carta, nos ayuda a entender que un verdadero creyente está caracterizado por una verdadera comunión con Dios y con los hermanos: Si decimos que tenemos comunión con Él, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad; mas si andamos en la luz, como Él está en la luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado (1 Jn. 1:6-7).
Según este pasaje, es imposible ser cristiano sin tener una relación de hermandad con otros hermanos, y esa es la razón por la que una de las funciones de la iglesia es koinonía. Esta palabra ha perdido su fuerza con el paso de los años y cuando hablamos de koinonía hoy pensamos más en entretenimiento entre hermanos, cuando en realidad detrás de la palabra koinonía está la idea de tener algo en común, y ese algo que debemos tener en común es una vida; una vida, por supuesto, compartida donde tu dolor sea mi dolor y tu alegría, mi alegría. El apóstol Pablo lo expresó de esta manera en 1 Corintios 12:26: “Y si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se regocijan con él”.
LA IGLESIA DE CRISTO Diferentes personas, organizaciones e incluso denominaciones tienen diferentes ideas de lo que es la iglesia y su misión. Las discrepancias resultan de no usar la Palabra de Dios para definir la institución que Cristo fundó. En otras ocasiones, quizá se comenzó con un concepto bíblico que se distorsionó con el paso de los años. La palabra “iglesia” aparece solo dos veces en los Evangelios y en ambas ocasiones es utilizada por Cristo. Aparece en el Evangelio de Mateo en el capítulo 16 para hablar de la garantía de que la iglesia triunfaría contra viento y marea; y luego en el capítulo 18 para hablar de la necesidad de mantener presente la disciplina de su iglesia. En ningún otro Evangelio aparece la palabra como tal. Esto nos obliga a que, si queremos hablar de la iglesia que complace a Dios, debemos comenzar por donde Él comenzó; creo que si empezamos bien, tenemos mejor garantía de terminar bien. Mi intención en este capítulo y en el próximo es analizar estos dos pasajes del Evangelio de Mateo en los cuales aparece la palabra “iglesia”. En este primer pasaje que vamos a estudiar, Cristo establece la garantía de la sobrevivencia de la iglesia y de su triunfo final, y en el segundo pasaje de Mateo al que hemos aludido, Cristo establece la necesidad de que esa iglesia viva en santidad si le ha de representar correctamente y si Él ha de trabajar a través de ella. Vayamos a Mateo 16:13-18: Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; pero otros, Jeremías o uno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Y Jesús, respondiendo, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. La mayoría de los creyentes saben que estas palabras representan lo que ha sido llamada la Confesión de Cesarea de Filipo por parte de Pedro. Esta confesión tiene lugar en un momento en que Jesús quería oír de parte de los discípulos la opinión que la gente tenía de Él para luego compararla con la de sus discípulos. Pero más que eso, Jesús estaba detrás de otra cosa porque Él conocía los pensamientos de los hombres (Lc. 9:47). Jesús quería aprovechar sus respuestas para que ellos llegaran a entender que la iglesia que Él estaba fundando contaba con toda las garantías del cielo y la tierra. Cuando Jesús pregunta, “y
ustedes ¿quién decís que soy yo?”, Pedro, impulsivo como siempre, se adelanta en responder: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”; a lo cual Jesús respondió: “… Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt. 16:17b-18). En este solo pasaje, Jesús deja no menos de cinco enseñanzas para sus discípulos en torno a su iglesia. ¿Cuáles eran estas enseñanzas fundamentales para el buen desarrollo y sostenimiento de una iglesia que quiera conformarse al patrón bíblico? 1. El fundamento o la roca sobre la cual se edificaría la iglesia. 2. La relación entre el fundamento o la roca y el resto del edificio (la iglesia). 3. La promesa y el diseño del Constructor de la iglesia. 4. La procedencia de los ataques contra la iglesia. 5. La garantía de la iglesia.
1. El fundamento o la roca de la iglesia Ese día cuando Pedro pronunció esas palabras, su declaración debió de haber sorprendido al resto del grupo porque era algo que él había recibido por revelación y que ni él mismo entendía bien. De ahí las palabras de Cristo, “esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos…”. Lo que Pedro acaba de revelar era nada más y nada menos que la identidad de Cristo, y esa declaración sobre la persona de Jesús, y la persona misma de Jesús pasarían a ser la roca sobre la cual se edificaría la iglesia. Toda edificación es tan fuerte como el fundamento que la sostiene; de manera que cuando Cristo habla de que sobre Él, como la Roca, sería edificada su iglesia, estaba expresando de qué tamaño sería y qué solidez tendría aquello que se proponía edificar. Efesios 2:19 nos habla de que nosotros estamos edificando sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Jesús mismo la piedra angular. La piedra angular era en la antigüedad la primera piedra que se colocaba y que determinaba la posición y la dirección en que se colocarían todas las demás piedras. Cristo fue, y sigue siendo, esa piedra angular que ha determinado dónde iremos incrustados el resto de nosotros. Todo movimiento religioso que no tenga a Cristo como fundamento es igual a una edificación construida sobre la arena, que se caerá tan pronto vengan los primeros vientos de tormenta o las primeras tempestades (Mt. 7:24-27). El tiempo demuestra esa verdad. Para saber si Cristo se consideraba a sí mismo como la Roca y lo que pensó de aquellos que se propusieran oponerse al proyecto de levantar su iglesia, basta con leer estas palabras que salieron de sus propios labios y que aparecen en Lucas 20:18: “Todo el que caiga sobre esa piedra será hecho pedazos; y aquel sobre quien ella caiga, lo esparcirá como polvo”. Estas palabras de advertencia no pueden ser tomadas a la ligera porque las consecuencias de ignorarlas son funestas. Cristo no ve con neutralidad a aquellos que se oponen al crecimiento y expansión de la iglesia; de hecho, según estas palabras, aquellos que se opongan a sus planes, quedarían destruidos. Cuando Cristo se define como la Roca hace dos cosas: a) le da garantía a los discípulos de cuán sólida sería la iglesia que iba a levantar y b) les habla de que el oponerse a sus propósitos es un gran despropósito, hasta el punto que Él asegura que aquel sobre quien caiga la roca será esparcido como polvo y aquel que caiga contra la roca será hecho pedazos. Cristo ha garantizado la permanencia de la iglesia, y muchos que hoy se preguntan si la iglesia sobrevivirá a estos tiempos, deben recordar que la iglesia tiene todo el poder del cielo y la tierra como garantía de triunfar en espera de su segunda venida.
Pero la Palabra dice más sobre esta roca o esta piedra. La primera de Pedro en 2:4 define a Cristo como una “piedra viva”. En esa misma carta (2:6) Cristo es definido como una “piedra preciosa” y dos versos después es definido como “piedra de tropiezo y roca de escándalo” (2:8). Él es una piedra viva porque, como probó el domingo de resurrección, la tumba no pudo retenerlo; Él es una piedra viva porque es quien le da vida a su iglesia y a cada uno de sus miembros, y Él es una piedra preciosa. Las piedras preciosas son evaluadas de acuerdo con su belleza y perfección, lo cual es congruente con lo revelado en el Salmo 45:2, donde se nos dice que Jesús es el más hermoso de los hijos de los hombres, además de que todo el Nuevo Testamento habla de la perfección del Hijo de Dios. Lamentablemente, aquellos que desconocen el valor de las piedras preciosas no pueden apreciar su valor y lo mismo ocurre con aquellos que desconocen a Cristo. Pero Cristo no es solo una piedra viva y una piedra preciosa, sino que es también una piedra de tropiezo y roca de escándalo. Y lo que lo convierte en esto son sus declaraciones acerca de que Él es el único camino, la única verdad y la vida. 2. La relación entre el fundamento o la roca y el resto del edificio Cristo dijo que su iglesia sería construida sobre Él como la Roca; de forma tal que se ve a sí mismo inseparable de su iglesia. Esa es la razón por la que la Biblia llama a la iglesia “el Cuerpo de Cristo”. Él es la cabeza. ¿Acaso se ha visto alguna vez un cuerpo caminando sin cabeza, o una cabeza caminando sin un cuerpo? De la misma manera, Cristo no se concibe separado de su iglesia. Eso es totalmente diferente a como vive el cristiano de hoy, que quiere frecuentemente tener una relación con Cristo sin tener una relación con su iglesia. El concepto moderno de la iglesia es comparable a una comida tipo buffet. En un buffet, cada cual escoge lo que le gusta y deja lo que no le gusta. Hoy, algunos de los hijos de Dios actúan de la misma manera. Asisten al templo, seleccionan lo que les gusta y rechazan lo que no es de su agrado. De hecho, es frecuente ver a creyentes que asisten a diferentes iglesias pero no se comprometen con ninguna, porque de esa forma pueden aprovechar de cada una de ellas lo que se ajuste a su conveniencia. De una iglesia toman la prédica o la adoración y de la otra toman el ministerio de jóvenes, como ilustración. Es como si alguien trabaja en un lugar y de ese lugar toma las responsabilidades que le competen, pero prefiere llevar a cabo esas responsabilidades en las facilidades de otro lugar de trabajo que le parece más placentero. Ningún trabajo aceptaría eso y lo entenderíamos perfectamente; ahora bien, cuando la iglesia hace algún tipo de demanda comparable, entonces resultamos intransigentes ante los ojos de mucha gente. Las mismas iglesias han fomentado ese tipo de mentalidad. Un buen ejemplo es el Mall of America en Minneapolis, que abrió sus puertas en agosto de 1992. Se trata de un centro comercial gigantesco que costó mas de 650 millones de dólares cuando se construyó. Tiene una dimensión mayor que siete estadios del equipo de pelota de los Yankees de Nueva York. Al momento de su apertura, entre la tienda Bloomingdales y la tienda Sears, se instaló una iglesia. Esta iglesia ofrece hoy tres tipos de cultos: uno tradicional, uno contemporáneo y un culto postmodernista en el que se usan videos, artes, luces y experiencias multisensoriales, tal y como se puede leer en su página Web. Los pastores, además, sugieren que la gente vaya los domingos con ropa “liviana” de manera que puedan ir de compras después del servicio sin la mas mínima consideración al concepto del día de reposo y del Señor donde debemos disponernos a descansar, adorar a nuestro Dios y compartir las bendiciones de ese Dios con nuestras familias. Todas estas adaptaciones de la verdad de Dios a la conveniencia del hombre son debidas al apetito voraz del creyente postmoderno de vivir para el “aquí y el
ahora”; un creyente que no tiene la mentalidad de servir a la iglesia que asiste, sino de servirse de ella. Esa no es la manera como Cristo ve a su novia. En el Nuevo Testamento, la palabra iglesia aparece entre 110 y 119 veces dependiendo de la traducción y, en aproximadamente 90 de ellas, la Palabra hace referencia a una iglesia local. Para la iglesia primitiva era inconcebible que alguien no perteneciera y no se comprometiera con la iglesia local donde Dios le había colocado. Los privilegios siempre implican responsabilidades, hasta en los clubes sociales, y de ahí que si estamos interesados en obtener beneficios de una iglesia local, debiéramos estar interesados en cumplir nuestras responsabilidades con esa misma iglesia. 3. La promesa y el diseño del Constructor de la iglesia Cristo dijo: “Yo edificaré mi iglesia”, de manera que nosotros no somos los edificadores, sino Dios. Si Él es quien la construye, entonces tenemos que preguntarle a Él, cómo quiere que hagamos el trabajo. Tenemos que levantar la iglesia de Dios a la manera de Dios, en el tiempo de Dios, y con los recursos de Dios. Si como ya dijimos, Cristo es el constructor, tendríamos que preguntarnos: a) ¿Cuándo empezó esa construcción? y b) ¿cuáles son las características principales de esa iglesia que Cristo se propuso edificar? En primer lugar, la iglesia no surge en la mente de Dios como un plan de emergencia porque la iniciativa con Israel fracasó. La idea de la iglesia surge en la mente de Dios en la eternidad pasada, y por eso hablamos de que lo primero que Cristo hace cuando se propone erigir su iglesia en esta tierra, es un llamado a aquellos que habrían de formar parte de esta iglesia (sus elegidos) y eso ocurrió también en la eternidad pasada. Cristo primero la elige y luego la compra con su propia sangre, tal como expresa Pablo en los siguientes pasajes: • 1 Corintios 6:20: “Pues por precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. • 1 Corintios 7:23: “Comprados fuisteis por precio; no os hagáis esclavos de los hombres”. • Hechos 20:28, escrito por Lucas, nos deja ver la misma idea: “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con su propia sangre”. La característica número uno de la iglesia de Cristo es que está constituida por personas que han sido llamadas, y ese llamado tiene características muy especiales. La palabra iglesia viene del griego, ekklesia, que es una palabra compuesta de dos vocablos: ek = fuera y la raíz kaleo = llamar. Los que formamos la iglesia hemos sido llamados, y llamados “fuera”… fuera del mundo de las tinieblas a su luz admirable; fuera del mundo de los hombres al reino de Dios; fuera del pecado a un mundo de santidad. Los llamados “fuera” hemos sido llamados a ser santos. Por eso dice Romanos 1:6-7 lo siguiente: “entre los cuales estáis también vosotros, llamados de Jesucristo… a todos los amados de Dios que están en Roma, llamados a ser santos”. El Señor construye su iglesia con todos aquellos que han sido llamados desde la eternidad pasada. Fuimos llamados a la santidad, dice el texto de Romanos citado anteriormente, fuimos llamados a tener comunión con Él, dice 1 Corintios 1:9; y hemos sido llamados a soportar sufrimientos, como leemos en 1 Pedro 1:20-21; algo que reafirma Pablo en Filipenses 1:29 con estas palabras: “Porque a vosotros se os ha concedido por amor de Cristo, no sólo creer en Él, sino también a sufrir por Él”. Nuestro llamado a la santidad debe contribuir a la edificación de aquello que Cristo se
propuso hacer desde los tiempos eternos. Pero, ¿de qué modo puede nuestra santidad contribuir a la edificación de la iglesia de Cristo? En más de una manera. Lo primero a tener en cuenta es que Cristo construye su iglesia con su poder. Tanto es así que antes de ascender a los cielos les advirtió a sus discípulos que no salieran de Jerusalén hasta tanto no recibieran poder, y poder de lo alto (Hch. 1:8). Ese poder no va a fluir a través de vidas no santificadas, y si su poder no fluye no habrá iglesia. La fortaleza de una iglesia depende de la santidad de su liderazgo y de los miembros que la componen. Nuestra santidad individual contribuye a fortalecer el cuerpo de Cristo en la medida en que nuestro testimonio de vida adorna la doctrina. En Tito 2:9-10 se nos dice: Exhorta a los siervos a que se sujeten a sus amos en todo, que sean complacientes, no contradiciendo, no defraudando, sino mostrando toda buena fe, para que adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador en todo respecto. De esta manera se nos manda que seamos fieles en todo para adornar la doctrina de nuestro salvador Jesucristo. El término traducido aquí como “adornen” es cosmeo, en griego, de donde se deriva la palabra cosmético. De manera que Cristo se propone edificar su iglesia a través de hijos que estén dispuestos a servir como “cosmético” para el decoro y el embellecimiento de la enseñanza. Cristo se propuso levantar su iglesia a través de discípulos que estuvieran dispuestos a sufrir por su causa, a darlo todo por su nombre y que no se rindieran a mitad de camino. 4. La procedencia de los ataques contra la iglesia El texto habla de que las puertas del Hades no prevalecerán contra la iglesia de Cristo. El Hades representa el reino de las tinieblas. De modo que cuando Jesús hace esta aseveración está dejando entrever que sabía de antemano que Satanás con todo su sistema trataría de inmovilizar su iglesia. Y ciertamente ha querido hacerlo desde sus inicios, pero no lo ha conseguido. Cuando el movimiento cristiano comenzó, Satanás trató de detener su crecimiento desde afuera produciendo la persecución de los creyentes. Pero pronto se percató que cuanta más sangre derramaban los mártires, más crecía la iglesia. Entonces cambió la estrategia y se las ingenió para que la iglesia fuera atacada desde adentro. Con mucha facilidad, después de la conversión de Constantino en el año 312 d.C., Satanás logró producir una alianza entre el reino de los cielos y el poder político en la tierra. Y con el matrimonio entre esos dos reinos—el reino de Dios y el reino de los hombres—, logró quitarle mucha fuerza a la iglesia. Pero Dios la preservó contra viento y marea y la hizo resurgir durante la época de Lutero del mismo centro de la corrupción en que había caído; esta vez con mucho mayor fuerza, autoridad y poder, logrando renovar la fe y cambiar la doctrina y el pensamiento de todo un continente. En los últimos 100 años la iglesia ha vuelto a perder fuerza por muchos motivos diferentes. En algunos casos ha olvidado que su enemigo número uno es Satanás y, al olvidarse de él, ha sido presa fácil de sus artimañas. En otros casos, la iglesia le ha dado a Satanás y sus demonios una importancia tal que se ha olvidado de Cristo y ha pasado más tiempo hablando de Satanás que del Señor mismo. Ahí es donde estamos hoy. Con una iglesia que proclama a Cristo como Señor del Universo, pero que al mismo tiempo, cuando de Satanás se trata, actúa como si éste estuviera fuera del señorío de Cristo o tuviera el mismo poder que el Rey que rige el Universo. Una iglesia así, es una iglesia atemorizada que no ha
entendido que Satanás es un enemigo derrotado que logra hacer inefectivos a los hijos de Dios intimidándoles y haciéndoles creer que él tiene más poder del que realmente tiene. No podemos olvidar que Cristo desarmó todo el reino de las tinieblas al morir en la cruz: “habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz. Y habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de Él” (Col. 2:14-15). Y esto Cristo pudo hacerlo, estando desamparado, deshidratado, ensangrentado y traspasado, demostrando así que lo más débil de Dios es más fuerte que todo el poderío del reino de las tinieblas. Es lamentable que muchos de los hijos de Dios no estén convencidos de esta verdad, y esa es la razón por la que viven amedrentados y permiten que otros vivan también así. En los últimos tiempos estamos viendo a la iglesia desviarse de su camino para irse detrás del evangelio de la prosperidad, detrás de los que muestran señales y prodigios, detrás de aquellos que les alimentan su deseo de poder y, más aún, detrás de todo un nuevo movimiento de supuestos profetas y apóstoles que dicen traer nuevas revelaciones de parte de Dios que ellos llaman “el rhema de Dios”. Satanás ha estado entreteniendo a la iglesia de Cristo de la misma manera que ha entretenido al mundo y, en medio de ese entretenimiento, ha logrado hacer caer a muchos líderes presa del poder, de la avaricia y de la sexualidad. De ahí los grandes escándalos que se han suscitado dentro de la iglesia del Señor. Esto ha hecho que muchos duden de la iglesia y que muchos otros duden también de su futuro y permanencia. Cada vez que la iglesia relega la enseñanza de la Palabra de Dios a un segundo plano, cuando se hace tan adicta al mundo y tan sensible a los sentimientos del inconverso que diluye el mensaje por temor a ofenderle, los resultados son un debilitamiento de la iglesia y de sus líderes y las consecuencias son las que hemos estado viendo en los últimos años. Cuando la iglesia de Cristo se atreve a asegurar que Dios es soberano, pero diluye la soberanía de Dios predicando un evangelio centrado en el hombre, esa iglesia pierde su poder, su autoridad y su seguridad. Pierde, cuando quiere amar tanto al hermano que tolera su pecado, olvidando la santidad de Dios. La verdad de Dios es ofensiva; por eso Pedro, el apóstol, en su primera carta llama a Jesús “piedra de tropiezo” y “roca de escándalo” (2:8) para los incrédulos. Esas son iglesias que podrán estar llenas de gente, pero no de discípulos. Cristo levantó su iglesia con el propósito de que ésta pudiera sacudir las puertas del infierno y, sin embargo, en los últimos años ha ocurrido lo contrario. Satanás ha logrado sacudir las puertas de la iglesia de Dios y la única razón es que ésta ha sido entretenida de la misma manera que el mundo se entretiene: buscando su conveniencia, su comodidad, su significado, su sentido de importancia y su propia seguridad. Decía alguien que muchas iglesias se han convertido en puntos de distribución de aspirina religiosa; en otras palabras, la gente va a la iglesia por la misma razón que va a la consejería: buscando que le hagan sentirse mejor, pero no para ser mejor. 5. La garantía de la iglesia ¿Cómo sabemos nosotros si la iglesia de Cristo triunfará? ¿Qué garantía tenemos de que esto será un hecho cierto? La garantía es su Palabra. Cristo ha garantizado el triunfo de su iglesia y los primeros discípulos tuvieron la oportunidad de escuchar esas garantías de sus propios labios el día de la confesión pública de Pedro en Cesarea cuando Cristo preguntó:
…¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; pero otros, Jeremías o uno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Y Jesús, respondiendo, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Si ya Él lo ha garantizado ¿qué hace el pueblo de Dios con los brazos cruzados amedrentado por Satanás, un enemigo derrotado? ¡El reino de Dios ya fue inaugurado aquí en la tierra! A nosotros como iglesia, nos toca proclamar su victoria. Estos no son tiempos para cobardes, no son tiempos para seguir echados en nuestras camas y mucho menos permanecer dormidos en nuestros laureles. Estos son tiempos de valor, desafíos, entrega, trabajo arduo, compromisos, definición; tiempos para ser enfrentados por hombres y mujeres de Dios. Estos son tiempos para creyentes que estén dispuestos a no detenerse ante las adversidades, que estén decididos a continuar incluso después de haber visto la amistad traicionada, el honor vendido, la verdad cambiada, la santidad de Dios trivializada y su Palabra comercializada. Y que aún después de esto, estén dispuestos a decir: • Primero herido por su causa, que escondido y retraído por temor. • Primero pobre, que vendido por dinero. • Rechazado por vivir su verdad, antes que popular por traicionarla. • Aislado del mundo, antes que contaminado por el pecado. • Primero muerto, antes que negar su nombre. La iglesia no es un grupo de personas que se congrega en un lugar para adorar y alabar a Dios; cualquier otro movimiento religioso puede hacer lo mismo. No es tampoco un grupo religioso que se reúne para celebrar eventos de una manera cristiana y divertida. ¡¡No!! La iglesia es el pueblo de Dios, capacitado por el Espíritu Santo para vivir una vida digna de su llamado, y al hacer eso hace tambalear las puertas del infierno. La iglesia necesita regresar a donde comenzó; debajo de la cruz y centrarse en la Palabra de Dios. David Wells, lo ha expresado muy bien cuando dice: Los reformadores cristianos contendían que la fe cristiana siempre sería mal entendida si la Cruz era mal entendida. O, para ponerlo de una manera positiva, aquellos que han logrado entender la Cruz correctamente, entienden también el significado de Cristo correctamente y pueden ver de forma precisa el propósito completo de la revelación. Y es que Cristo y su Cruz están en el centro de la revelación de su voluntad moral y su plan de salvación en las Escrituras. Mas aún, sin la Cruz nos quedaríamos sin la lupa a través de la cual su amor y su santidad son más claramente visibles. Pararse debajo de la Cruz es pararse en el único lugar donde el carácter de Dios arde más brillantemente, y donde su solución al problema del pecado resuena por todos los tiempos. Es difícil, sin embargo, pararse allí. El costo de admisión a este lugar equivale a la humillación de nuestro orgullo— intelectual, moral y religioso—. “Pararse allí es arrepentirnos de nuestra propensión a
elevar a normas universales nuestros propios estándares de lo que está bien o mal y aceptar en su lugar el juicio de Dios”.1
Reflexión final La iglesia necesita recordar sin olvidar jamás quién la fundó y quién garantizó su futuro. Con eso en mente, podemos lanzarnos entonces a realizar su trabajo como Dios nos reveló en su Palabra sin vivir preocupados de si la iglesia sobrevivirá a estos tiempos. No existe la menor posibilidad de que la iglesia sucumba. Cristo es la roca y toda edificación construida sobre la roca podrá soportar los embates de la tormenta. De hecho, la iglesia de Cristo ha vivido bajo tormenta por unos 2000 años y hoy por hoy es más grande y más fuerte a pesar de todo el terreno que hayamos perdido en los últimos años en muchos lugares. Mientras Dios permite en su soberanía el debilitamiento de la iglesia en ciertos lugares, el mismo Dios la continúa fortaleciendo en países como la China, y la está haciendo nacer en lugares de la ventana 10/40 donde antes no había presencia de la iglesia de Cristo. Recordemos sus palabras: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).
1. David Wells, Losing Our Virtues (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1998), p. 205.
CAPÍTULO 3 DISCIPLINA Y SANTIDAD DE LA IGLESIA “Y si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que TODA PALABRA SEA CONFIRMADA POR BOCA DE DOS O TRES TESTIGOS. Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia; y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos. En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Además os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. MATEO 18:15-2 0
El título de este capítulo nos deja ver de inmediato por qué es necesario que la iglesia no sea
negligente con una práctica tan importante como lo es el ejercicio de la disciplina de los miembros del cuerpo de Cristo. La disciplina descrita por nuestro Señor en Mateo 18 se hace necesaria cada vez que la santidad de Dios ha sido violada de una manera que trae vergüenza y reproche a su iglesia. En esos casos es necesario revindicar la santidad del Señor; corregir al hermano que ha pecado y ayudarlo a ser restaurado a través de un proceso disciplinario que procure sanar las heridas y los daños causados, mientras se ayuda a la persona al mismo tiempo a fortalecer su carácter de una manera que esta falta no vuelva a ocurrir nuevamente. Además, cuando se hace esto de una manera bíblica, el proceso sirve para advertir a los demás acerca de la gravedad del pecado y del peso de las consecuencias que el pecado trae sobre el hombre. Lamentablemente, en los últimos años, cada vez menos iglesias están dispuestas a honrar un proceso como este. No creo que sea pura coincidencia el hecho de que esta práctica haya perdido fuerza en los precisos momentos en que el creyente ha estado trivializando la santidad de Dios. Cada vez que le perdemos el miedo reverente a nuestro Dios, le perdemos el miedo al pecado y cuando esto ocurre el pueblo se desenfrena. Para restaurar el respeto por la disciplina de la iglesia, primero tenemos que levantar la conciencia acerca de la imagen de Dios y todo lo que Él representa; hasta que eso no ocurra, tampoco se podrá apreciar la importancia del proceso disciplinario. Antes de continuar hablando sobre el tema, creo que vale la pena que nos detengamos a hablar brevemente acerca del significado de la palabra “santo” porque esto nos puede ayudar a entender el resto de lo que iremos revisando. Cuando pensamos en santidad, la primera idea que nos viene a la mente es la de pureza; y sin lugar a dudas, aquello que es verdaderamente santo debe ser, a la vez, algo puro, limpio, sin mancha. Sin embargo, en el hebreo, el significado primario de la palabra santidad tiene que ver con la idea de algo que ha sido apartado o separado de aquello que es ordinario y cotidiano. La palabra en hebreo es kadesh, que significa algo que ha sido cortado del resto o separado; describe algo que pertenece a una
categoría singular, única. En el Nuevo Testamento el término es hagios, que tiene el mismo significado. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, la palabra es aplicada a cosas, personas y, especialmente, a Dios mismo. Dios es el único ser que es completamente santo y lo es en sí mismo. Dios es creador, nosotros criaturas, y el mundo que vemos a nuestro derredor es la naturaleza, o parte de su creación. Y ya esa sola cualidad de ser Creador, lo separa del resto de manera singular. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y, a pesar de esa similitud, Dios en su esencia misma permanece radicalmente distinto al hombre. Ya que Dios es un ser tres veces santo, como nos habla el texto de Isaías 6, todo aquello que se relacione con Él es declarado santo. No importa si son sus profetas (Lc. 1:70); sus ángeles (Mr. 8:38); su palabra (Sal. 105:42); la ciudad de Jerusalén (Is. 52:1) o una porción de terreno en el desierto (Éx. 3). Por tanto, la iglesia, que representa el cuerpo de Cristo, ha de mantenerse en santidad, y cuando esa santidad es violada es responsabilidad de los líderes de la iglesia el aplicar la disciplina necesaria para que la iglesia pueda guardar su santidad. El texto de Efesios 5:27 nos dice que Cristo se dio a sí mismo por la iglesia, “a fin de presentársela a sí mismo una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada”. Estas ideas nos permiten entender mejor la relación entre la disciplina y la santidad de la iglesia. A la larga, una iglesia que no discipline a sus miembros, es una iglesia que está destinada a desaparecer. La disciplina de la iglesia es lo que mantiene su salud espiritual, y de la misma manera que un cuerpo que no es tratado terminará muriendo, una iglesia que se enferma y que no recibe el “tratamiento” adecuado, también terminará muriendo. La iglesia de Cristo tiene dos características muy específicas que necesitamos revisar y recordar. La primera característica es que fue llamada desde la eternidad. La segunda es que tiene un llamado a la santidad. Si Dios es santo, su iglesia ha de ser santa, como ya dijimos. Probablemente sea esa una de las razones por la que, cuando Cristo se refiere a la iglesia por segunda vez en Mateo 18, comienza hablando del ejercicio de todo aquello que ayudaría a mantener su santidad, esto es, el ejercicio de la disciplina dentro del cuerpo de Cristo. El ejercicio o la aplicación de la disciplina es lo que mantiene pura y santa a la iglesia, y de esa santidad dependen su poder y su autoridad. La iglesia de hoy carece del poder para transformar la sociedad porque carece de la santidad debida. Cuando el interés número uno de una iglesia es fomentar la koinonía entre los miembros, esa iglesia no tiene interés en ser santa. Sin lugar a dudas, la koinonía es un aspecto importante de la vida de la iglesia, pero no puede constituirse en la meta de la iglesia porque de ser así la predicación de la palabra sería relegada a un segundo plano y la santidad de sus miembros no sería vista como una necesidad prioritaria. Igualmente sucede cuando el interés primario está puesto en el crecimiento numérico, por encima de la santidad de Dios. Desde el principio, Dios ha estado interesado en hacer crecer su iglesia, pero no a expensas de perder su santidad en medio de ella. Esa es la razón por la que tan pronto la iglesia comienza a nacer, aparece en el libro de Hechos la primera acción disciplinaria: una acción drástica en la que Dios le quita la vida a Ananías y Safira por haber mentido. Transcribimos, a continuación, el texto: Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una propiedad y se quedó con parte del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo la otra parte, la puso a los pies de los apóstoles. Mas Pedro dijo: Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con parte del precio del terreno? Mientras estaba sin venderse, ¿no te pertenecía? Y después de vendida,
¿no estaba bajo tu poder? ¿Por qué concebiste este asunto en tu corazón? No has mentido a los hombres sino a Dios. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró; y vino un gran temor sobre todos los que lo supieron. Y los jóvenes se levantaron y lo cubrieron, y sacándolo, le dieron sepultura. Después de un lapso como de tres horas entró su mujer, no sabiendo lo que había sucedido. Y Pedro le preguntó: Dime, ¿vendisteis el terreno en tanto? Y ella dijo: Sí, ése fue el precio. Entonces Pedro le dijo: ¿Por qué os pusisteis de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Mira, los pies de los que sepultaron a tu marido están a la puerta, y te sacarán también a ti. Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró. Al entrar los jóvenes, la hallaron muerta, y la sacaron y le dieron sepultura junto a su marido. Y vino un gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que supieron estas cosas (Hch. 5:1-11). Desde entonces muchos han pecado al mentir y no han sufrido la misma suerte, pero en este momento del nacimiento de la iglesia, cuando sus fundamentos estaban siendo echados, Dios entendió que era necesario establecer un precedente. Y lo hizo porque el texto enfatiza que vino un gran temor sobre toda la iglesia. La disciplina es parte de la roca sobre la cual está edificada la iglesia. Cristo dice primero que Él es el fundamento (Mt. 16:18), pero poco después, en el mismo Evangelio, habla de la necesidad de ejercer disciplina entre sus miembros para mantener vivo el temor de Dios (Mt. 18:15-20). Este último es el pasaje clásico que todos usan cuando quieren referirse a la disciplina dentro de la iglesia. Sin embargo, este es únicamente uno de tantos otros, no menos importantes que tienen que ver con esta responsabilidad que Dios le dejó al cuerpo de Cristo. Cuando revisamos la historia nos damos cuenta que esta responsabilidad se ejercía mucho más en el pasado que en nuestros días. Esto no debe sorprendernos en modo alguno, ya que en la misma medida en que la iglesia ha ido perdiendo el interés en mantener la santidad del Cuerpo de Cristo, ha ido dejando también a un lado algo tan importante como es la práctica de la disciplina.
LA DISCIPLINA EN LA IGLESIA CAE EN DESUSO Hay más de una razón para la disminución de esta práctica. La primera razón es la falta de interés por parte de los líderes en mantener la pureza de la Esposa de Cristo, y esa falta de interés es consecuencia de un entendimiento deficiente de lo importante que es para Dios que su pueblo le represente por lo que Él es. El incrédulo no conoce a Dios y, lamentablemente muchas veces la única idea que tiene acerca de Dios es la imagen que ve reflejada en las vidas de muchos de sus hijos; y esa imagen, tristemente, dista mucho del llamado que hemos recibido. El apóstol Pablo les recordaba a los creyentes de la iglesia primitiva acerca de esta realidad. A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con todos los que en cualquier parte invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro (1 Co. 1:2). La iglesia que olvida su llamado está condenada a desaparecer. La segunda explicación de la disminución de la práctica de la disciplina en la iglesia es el
egocentrismo prevaleciente en nuestros días. Esa manera de pensar ha penetrado el seno mismo de la iglesia y ha hecho que los miembros de las iglesias piensen que nadie tiene el derecho de inmiscuirse en sus vidas privadas. Es interesante ver cómo muchas veces los miembros quieren ser ayudados a través de largas sesiones de consejería donde hablan de sus conflictos con lujo de detalle implícitamente dando permiso al consejero para que se inmiscuya en la intimidad de sus vidas, pero luego estos mismos aconsejados son los que rechazan la idea de su necesidad de ser disciplinados como parte de su proceso de restauración cuando han caído. De repente entienden que la iglesia no tiene el derecho de inmiscuirse en sus vidas. La tercera razón para la desaparición de esta práctica es el miedo por parte del liderazgo de la iglesia a ser criticado y a que la iglesia se le quede vacía si este proceso se lleva a cabo. Sin embargo, la experiencia de la iglesia que presido como Pastor Principal—una iglesia joven, fundada hace tan solo 11 años—es que incluso practicando la disciplina tal y como lo ordena la Palabra de Dios, el Señor ha ido llenando su casa. Cuando Dios ve que los líderes de una iglesia están dispuestos a honrarle por encima del qué dirán de los demás, Dios honra su iglesia, y lo hace dándole una gracia especial a través de la cual los miembros son bendecidos. Cuando el hombre hace lo que le toca hacer, entonces, Dios hace lo que sólo Él puede hacer.
LA NECESIDAD DE LA DISCIPLINA Mateo 18 contiene varias enseñanzas relativas a la disciplina y la santidad de la iglesia que iremos viendo paso a paso, pero lo relacionado con la disciplina es sumamente importante, porque en torno a este tema se han ido creando enormes confusiones tanto por parte de los miembros de las iglesias como de sus líderes. En primer lugar la disciplina no es una medida de castigo, sino una muestra de amor. Hebreos 12:6-8 dice: “Porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Es para vuestra corrección que sufrís; Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline? Pero si estáis sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces sois hijos ilegítimos y no hijos verdaderos”. Si le damos a estas palabras el significado correcto, podemos establecer que la iglesia que no disciplina a sus miembros no los está amando ni los está considerando como a hijos legítimos, sino como a bastardos. Dios entiende que si verdaderamente amamos, nuestro amor por el hermano hará que cuando lo veamos en pecado tomemos las medidas de rigor para evitar que continúe en su práctica pecaminosa, estando conscientes de que si persiste pagará las consecuencias que serán cada vez más numerosas y más graves. Ahora bien, cuando las iglesias ven a sus miembros simplemente como cabezas que contar, como visitantes, o como personas que pueden donar, entonces a esa iglesia le importa poco el pecado de sus miembros y le importa poco también las consecuencias que deban pagar por su pecado. Por otro lado, la disciplina, de acuerdo a este pasaje de Hebreos 12, no es solo un acto de amor, sino una medida necesaria para poder tener comunión con Dios. Como dice el versículo 10: “Porque ellos nos disciplinaban por pocos días como les parecía, pero Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad”. Cuando el hijo de Dios peca y no es disciplinado, el pecado lo aleja de Dios y permanece distanciado hasta tanto se le apliquen las medidas correctivas que lo ayuden a reflexionar para poder volver a relacionarse con Dios. Si ese proceso no se da, no puede participar de su santidad. Uno de los propósitos principales de la disciplina es la formación de un carácter santo en el discípulo. Por eso agrega el autor del
libro de Hebreos en 12:11 que “Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después fruto apacible de justicia”. Lo que este pasaje nos está enseñando es que si la persona se deja disciplinar y se somete a lo dispuesto por Dios, el resultado final será un carácter santo. Pero lo opuesto también es cierto, que si la persona no se deja disciplinar, si no se somete a la disciplina, el resultado final será un carácter cada vez más pecaminoso.
LOS DIFERENTES AGENTES DISCIPLINARIOS La disciplina se enmarca dentro del diseño de Dios para su iglesia, de tal manera que en la Biblia aparecen cinco agentes disciplinarios diferentes.2 El primer agente disciplinario que Dios ordenó es Dios mismo y el segundo, los padres que nos trajeron al mundo. Escucha el veredicto de Proverbios 3:12: “porque el SEÑOR a quien ama reprende, como un padre al hijo en quien se deleita”. Ahí ya están consignados ambos: tanto el Padre celestial como el padre terrenal. Los padres terrenales ejercen sobre sus hijos una disciplina delegada, por ello, deben velar para que sus hijos honren a Dios y cuando éstos deciden no hacerlo, los padres, por la autoridad delegada por Dios, deben disciplinarlos. Ahora bien, independientemente de que los padres terrenales decidan hacerlo o no, hay una disciplina que Dios decide imponer sobre aquellos que violan su ley, y de ahí que hablemos de que el primer disciplinario del creyente es Dios mismo, como muestra el versículo anterior. El tercer agente disciplinario es la persona misma. Un ejemplo de esto lo podemos ver cuando Pablo dice en 1 Corintios 9:27 que él golpeaba su cuerpo para no ser descalificado. Con esto, el apóstol nos deja ver que el creyente necesita vivir una vida ordenada y disciplinada, negándose placeres que muchas veces la carne reclama y debemos hacerlo precisamente para no permitir que nuestra naturaleza caída le robe la gloria a nuestro Dios. Un cristiano santificado es, por definición, un cristiano disciplinado. El cuarto agente disciplinario es el Estado o Gobierno, como nos revela Romanos 13:3-4: “Porque los gobernantes no son motivo de temor para los de buena conducta, sino para el que hace el mal. ¿Deseas, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno y tendrás elogios de ella, pues es para ti un ministro de Dios para bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues ministro es de Dios, un vengador que castiga al que practica lo malo”. Dios es quien ha diseñado los diferentes niveles de disciplina. Es la función del Gobierno mantener el orden y la seguridad de sus ciudadanos, hasta el punto de llegar a “vengar” lo que se ha hecho mal, como lo expresa el mismo texto que acabamos de mencionar. El último agente disciplinario ordenado por Dios es su propia iglesia. En el caso de este agente disciplinario, analicemos los conceptos siguientes: 1. La responsabilidad por la santidad del hermano 2. La privacidad de la reprensión 3. El objetivo de la confrontación 4. El aumento de la presión en la confrontación 5. El informe dirigido a la iglesia 6. La expulsión de la iglesia
1. La responsabilidad por la santidad del hermano En el pasaje de Mateo 18:15-20, vemos en primer lugar la responsabilidad que tienen los miembros de la iglesia como agentes disciplinarios del Señor. Aquí vemos la preocupación que debe tener todo creyente por la vida de santidad del hermano: “Si tu hermano peca, ve y repréndelo…”. Cuando la Palabra nos manda ir a reprender al hermano que peca, lo que nos está diciendo es que si verdaderamente amamos al hermano no lo debemos dejar en pecado, sino que tenemos la responsabilidad de reprenderlo. Nótese que no dice que son los líderes de la iglesia los únicos que tienen esa responsabilidad, sino que es una responsabilidad de todos porque todos debemos estar preocupados por la santidad del Cuerpo de Cristo. El pastor o los pastores de las iglesias no son necesariamente los confrontadores “designados”, como si fuesen bateadores de turno de un equipo de pelota; pero como a nadie le gusta la tarea de confrontar, todos quieren que sea el pastor quien haga la confrontación. Los pastores no somos los confrontadores oficiales del reino de los cielos. A la luz del pasaje que estamos analizando, todos tenemos la misma responsabilidad. 2. La privacidad de la reprensión En segundo lugar, notemos la privacidad con la que comienza esta acción: “repréndelo a solas…”. En este primer momento de la confrontación no hay necesidad de que nadie más se entere de lo ocurrido porque el proceso de disciplina apenas se ha iniciado y es posible que el hermano se arrepienta con esta primera acción, en cuyo caso el proceso no tiene que continuar. La reprensión a solas en el inicio del proceso tiene el propósito de mantener en privado el hecho cometido manteniendo la confidencialidad del pecador. La reprensión no persigue avergonzar al hermano, sino restaurarlo y si lo logramos con un primer abordamiento, habremos cumplido nuestra misión. De nuevo, si pecó contra ti, ve y repréndelo a solas. En este momento, el liderazgo de la iglesia no tiene que intervenir necesariamente, salvo algunas excepciones donde, dada la naturaleza del problema, quizá sea saludable tener al pastorado involucrado desde el principio. 3. El objetivo de la confrontación En tercer lugar, notemos el objetivo de este proceso: la reconciliación del hermano que pecó contra Dios y contra el resto del cuerpo de Cristo: “repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano. El objetivo nunca es el castigo, sino la reconciliación. La meta es ganar al hermano. La razón de la disciplina en cualquiera de sus etapas no es castigar al hermano para que pague por su pecado, porque eso no sería bíblico. Cristo ya pagó por ese pecado. La disciplina nunca debe verse como un castigo para el otro. La disciplina del Señor nunca es meramente punitiva, para causar dolor. Aunque la disciplina de Dios en ocasiones puede ser severa, su meta siempre es la restauración del hermano que ha pecado. 4. El aumento de la presión en la confrontación En cuarto lugar, notemos que tan pronto ese hermano comienza a dar muestras de rebeldía o de falta de arrepentimiento, la primera consecuencia es que el pecado cometido comienza a perder confidencialidad, porque hasta ese momento el pecado que solo se le había comunicado a uno de los miembros de la iglesia, ahora tendrán que saberlo dos o más personas… “Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que TODA
PALABRA SEA CONFIRMADA POR BOCA DE DOS O TRES TESTIGOS”. Este principio viene heredado desde el Antiguo Testamento como vemos en Deuteronomio 19:15. Hacerse acompañar de otras personas tiene dos propósitos: a) ayudar a clarificar los hechos y b) aumentar la presión hacia el que ha pecado con la intención de conseguir su arrepentimiento, siempre con la intención de que la persona no tenga que sufrir luego mayores consecuencias. Es posible que esta segunda confrontación sea razón suficiente para que la persona recapacite. El texto de la Palabra no nos dice qué tiempo debe transcurrir entre la primera y la segunda confrontación; pero obviamente no debemos decidir al día siguiente de la primera confrontación, hacer la segunda acompañados de dos o tres testigos. El hermano(a) pudiera necesitar algunos días para pensar sobre lo que se le ha compartido. Pero, ¿qué si la persona no recapacita? Entonces continuamos al paso siguiente. 5. El informe dirigido a la iglesia Si los pasos anteriores no han dado resultado, lamentablemente el proceso deberá continuar. “Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia”. Es importante notar cómo con el avance de la confrontación se va perdiendo la confidencialidad. Lo que comenzó con una reprensión a solas, puede llegar a ser una presentación de la falta ante la iglesia. La idea es ahora que más personas puedan aumentar la presión sobre el hermano o hermana que cometió el agravio, siempre con la intención de conseguir su arrepentimiento. La razón por la que este proceso es tan persistente es porque la disciplina está tratando de restaurar al hermano que pecó, y así evitarle consecuencias mayores. En algunas iglesias, el pecado se informa a toda la congregación con el fin de que los que quieran vayan a confrontar en amor a la persona que está siendo disciplinada, procurando su arrepentimiento antes de llegar al último paso de este procedimiento. Nuestra iglesia prefiere, en algunos casos, informarlo inicialmente sólo a un grupo de personas que sean cercanas al que ha cometido el pecado o que, por alguna razón, estén relacionados con ella para que, actuando en representación de la iglesia, traten de llamarle o visitarle. Si la persona rehúsa tomar el teléfono o juntarse con las personas que le han llamado, entonces no quedará otra opción que informar a toda la iglesia acerca de la falta de arrepentimiento del hermano que, lamentablemente, terminará en su expulsión. Dentro del pueblo de Dios hay mucha confusión respecto a lo que significa arrepentirse. Arrepentirse no es simplemente confesar. Un verdadero arrepentimiento da como resultado una experiencia de dolor por el pecado cometido que impulsa a pedir perdón ante las personas que ofendimos, así como hacer el mejor esfuerzo para reparar el daño o hacer restitución. Si alguien roba diez mil dólares y pide perdón, pero no está dispuesto a hacer el esfuerzo por restituir la suma robada, esa persona no se ha arrepentido. Mucha gente solo siente remordimiento, no arrepentimiento. El diccionario define el arrepentimiento como “una inquietud o malestar que se siente después de haber cometido una acción censurable”. En el idioma hebreo, esta palabra implica hacer un giro de 180 grados. El que roba ha de devolver lo robado; el que comete adulterio no solo deberá admitir el haber cometido el hecho y pedir perdón, sino que tendrá que comprometerse a realizar el mejor esfuerzo para reparar el daño que hizo a su pareja y reconstruir su matrimonio, buscando también el bien de los hijos. La palabra arrepentimiento en griego es metanoia que implica un cambio de mente; de forma de pensar; de hábitos previamente formados. 6. La expulsión de la iglesia
Finalmente, “Y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos” (v. 17). Si la persona no escucha a las personas que en representación de la iglesia le han hablado, entonces la Palabra manda que se le expulse y se le considere como un incrédulo. El hecho de no escuchar es una posible evidencia de que el Espíritu no mora en él, lo cual implicaría que esta persona no es creyente. Aunque no podemos afirmar categóricamente tal cosa, toda la evidencia apunta en esa dirección, y es por eso que Dios mismo autoriza que se le expulse y se le trate como a un incrédulo. A la persona que pasa por este proceso y no recapacita, no solo se le considera como un incrédulo, sino como alguien que ha quedado “atado” por la acción disciplinaria. La única forma de desatarse sería cumpliendo con los requisitos que la iglesia le haya impuesto. Es doloroso y lamentable que una persona tenga que llegar a este momento porque a partir de ahí queda expuesta al devenir de su propia voluntad, es decir, a los deseos impuros de su propia carne. En esta etapa, Dios ya hizo todo lo que correspondía hacer a través de los medios de la gracia de la disciplina de la iglesia para lograr el arrepentimiento. A partir de ahí, la persona tendrá que irse preparando para recibir las futuras consecuencias, que podrían ser graves, por haberse negado a someterse a la disciplina que Dios ha diseñado. Este proceso de disciplina, cuando se aplica tal como la establece la Palabra, tiene un peso enorme ante los ojos de Dios hasta el punto que dice en este contexto: En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Además os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (vv. 18-20). Prestemos atención a la forma cómo Dios endosa este proceso. Lo dice de dos maneras diferentes: “lo que ates aquí en la tierra, quedará atado arriba en los cielos…” esto en relación a su disciplina. “Y donde estén dos o tres reunidos en mi nombre yo estaré allí”. Cuando el proceso es llevado a cabo por la iglesia de una manera bíblica, Dios reconoce lo que se ha hecho y respalda las decisiones que la iglesia ha tomado. De manera que si la persona disciplinada no se somete al proceso, él o ella quedará “atada” a ese proceso y a sus consecuencias incluso si decide retirarse de la iglesia. Por tanto, la persona no estará en condiciones de recibir las bendiciones de Dios mientras permanezca atada debido a su rebeldía al no querer someterse al proceso disciplinario. Este pasaje ha sido utilizado frecuentemente fuera de contexto por aquellos que creen en la doctrina de “proclámalo y recíbelo” o “reclámalo y recíbelo” por medio de la cual afirman que podemos reclamar lo que queremos y que, al proclamarlo, estamos desatando las bendiciones para que puedan ser recibidas por aquellos que la proclaman. Pero este pasaje tiene su aplicación exclusivamente en el contexto de la disciplina de la iglesia. Tanto es así, que aparece en la Biblia poco después que Cristo anunciara el establecimiento de su iglesia. Esa nueva corriente es nueva en los 2000 años de historia de la iglesia, lo cual nos debe hacer reflexionar porque nosotros hoy guardamos una continuidad con la iglesia del pasado.
CUÁNDO IMPARTIR LA DISCIPLINA EN LA IGLESIA
Habiendo descrito el proceso, la pregunta siguiente sería: ¿cuáles son los casos por los que la persona, de acuerdo con la Palabra de Dios, pudiera ser disciplinada? En sentido general, podemos decir que las razones para la disciplina están relacionadas a la amenaza o vergüenza que pudieran representar para el nombre de Cristo, de su iglesia y de su causa, o por cosas que pudieran amenazar la estabilidad del cuerpo de Cristo. Y ¿cuáles son esas cosas que amenazan la integridad de la iglesia? 1. Acciones o palabras que tienden a dividir la iglesia 2. Pecados que corrompen la moral o la pureza de la iglesia 3. La acusación contra los líderes de la iglesia 4. Falsas doctrinas
1. Acciones o palabras que tienden a dividir la iglesia En Tito 3:10 leemos: “Al hombre que cause división, después de la primera y segunda amonestación, deséchalo”. Dios siempre ha estado preocupado con la unidad de su iglesia. Una iglesia dividida es una iglesia frágil, presa fácil del enemigo, y es un mal testimonio para el mundo que observa. Romanos 16:17 confirma el mismo principio: “Y os ruego, hermanos, que vigiléis a los que causan disensiones y tropiezos contra las enseñanzas que vosotros aprendisteis, y que os apartéis de ellos”. Las personas que quieren dividir el cuerpo de Cristo sólo tienen dos oportunidades para arrepentirse. Después de la segunda amonestación, Cristo instruye que se desechen esas personas. Muchos podrían preguntarse: ¿dónde queda la compasión de Dios en esa acción? Está en la acción misma, porque Dios sabe que de no ejecutarse dicha acción esta persona seguirá en su pecado y, al dividir el cuerpo de Cristo, muchos sufrirán las consecuencias del pecado de uno. Dios mismo podría intervenir con acciones disciplinarias mayores para detener a quien está atentando contra la unidad y la permanencia de la iglesia. No podemos olvidar que la unidad y la permanencia de la iglesia es uno de sus propósitos eternos. La compasión tiene dos vertientes: una es hacia el disciplinado, pero la otra es hacia el resto de las ovejas que no son culpables del pecado que se ha estado tratando de corregir. Dejar que una sola persona debilite y destruya la iglesia es no tener compasión por el resto del rebaño que sufre, y no apreciar la santidad de la novia del Señor. Decía John MacArthur en uno de sus sermones que aquellos que no practican la disciplina de la iglesia tienen muy poco aprecio por la santidad de Dios, una baja consideración de las Escrituras y una baja estimación de la ley de Dios. 2. Pecados que corrompen la moral o la pureza de la iglesia El texto de 1 Corintios 5:9-11, menciona otras razones para la disciplina de la iglesia. En mi carta os escribí que no anduvierais en compañía de personas inmorales; no me refería a la gente inmoral de este mundo, o a los avaros y estafadores, o a los idólatras, porque entonces tendríais que salir del mundo. Sino que en efecto os escribí que no anduvierais en compañía de ninguno que, llamándose hermano, es una persona inmoral, o avaro, o idólatra, o difamador, o borracho, o estafador; con ése, ni siquiera comáis.
Pablo, cuando hablaba de no andar con personas inmorales, NO se estaba refiriendo a los inconversos, porque de ser así tendríamos que salirnos de este mundo como él mismo afirma. Su preocupación era por “aquellos que llamándose hermanos, viven de forma inmoral siendo difamadores, estafadores, borrachos… con los tales ni siquiera comáis”. Si esto es así, significa que ellos tampoco pueden venir a la iglesia y cuando a estos hermanos se les impide venir a la iglesia es porque ya se les ha aplicado el proceso de Mateo 18 y han sido expulsados. Según este pasaje, los actos inmorales por parte de sus miembros merecen ser disciplinados. Dentro de estos actos inmorales están la fornicación y el adulterio. La fornicación atenta contra la pureza de la iglesia, y todo lo que atenta contra la pureza de la iglesia, atenta contra la santidad de Dios. Lo que atenta contra su santidad atenta contra el propósito eterno de Dios: usar su iglesia a través del tiempo para llevar a cabo su obra de redención. El adulterio, por otro lado, atenta contra la estabilidad de la familia. Con frecuencia, el adulterio lleva a divorcios y éstos no solo destruyen la familia, sino que socavan la iglesia y la sociedad, que está formada por conjuntos de familias. Dios no va a dejar pasar por alto algo que tiene un costo tan elevado. 3. La acusación contra los líderes de la iglesia Pablo, inspirado por el Espíritu de Dios, nos dice que la acusación contra un anciano es tan grave que no debe ser admitida a menos que haya dos o tres testigos presentes en el momento de la acusación, por supuesto, además de quien acusa (véase 1 Ti. 5:19). La difamación fue también causa de disciplina en el Antiguo Testamento como vemos en Números 12 cuando Miriam y Aarón difamaron a su hermano Moisés. La difamación de un anciano es algo que tiene el potencial de sacudir los cimientos de la iglesia, por tal motivo, no debe permitirse a menos que hayan varios testigos. Esto evita que alguien mal intencionado dañe al cuerpo de Cristo. En los casos de caídas por parte de líderes de la iglesia que estuvieran desempeñando el cargo de anciano o pastor, la Palabra es clara en torno a cómo debe ser llevado acabo este proceso disciplinario: “A los que continúan en pecado, repréndelos en presencia de todos para que los demás tengan temor de pecar. Te encargo solemnemente en la presencia de Dios y de Cristo Jesús y de sus ángeles escogidos, que conserves estos principios sin prejuicios, no haciendo nada con espíritu de parcialidad” (1 Ti. 5:20-21). Obviamente, la caída de un anciano es algo de mucho mayor peso, y de ahí la necesidad de su reprensión pública. La idea es que los otros líderes adquieran un mayor temor de caer. Notemos que Pablo instruye a Timoteo a que lleve a cabo este proceso sin parcialidad ni acepción de personas. 4. Falsas doctrinas Igual que la corrupción de los líderes de la iglesia trae inmensas repercusiones sobre la vida de la iglesia, de esa misma manera, la corrupción de la enseñanza del cuerpo de Cristo tiene un efecto devastador. Esa es la razón por la que leemos una acción tan severa contra estas dos personas que Pablo menciona por sus nombres personales en su primera carta a Timoteo. Leemos: “Entre los cuales están Himeneo y Alejandro, a quienes he entregado a Satanás, para que aprendan a no blasfemar” (1:20). Estas dos personas citadas fueron entregadas a Satanás para que aprendieran a no blasfemar; el texto no nos dice de qué manera lo hicieron, pero la blasfemia, sea del tipo que sea, corrompe la revelación de Dios y
eso no es poca cosa. A la luz del resto del Nuevo Testamento, entregar a alguien a Satanás es equivalente a su expulsión de la iglesia con lo cual el individuo queda sin la bendición que representa pertenecer al cuerpo de Cristo con todos los beneficios de enseñanza, discipulado, consejería, amonestación, oración, y adoración, entre otros. De ese modo queda a expensas de los ataques de Satanás, pero todo esto siempre con la intención de que las consecuencias que pueda sufrir le hagan retroceder de su camino de pecado (véase también 1 Co. 5:1-11).
Reflexión final La disciplina de la iglesia se lleva a cabo para corregir a los miembros de la iglesia de manera que toda conducta errada pueda ser dejada a un lado para retomar la conducta correcta. Hay que recordar siempre que la disciplina se imparte con la intención de proteger al que está en pecado para que no sufra mayores consecuencias, pero también para proteger a los demás, porque si el indisciplinado permanece en las filas de la iglesia, ésta se contamina y entonces Dios se tendría que disciplinar a la iglesia entera. Mantener la pureza de la iglesia es lo primordial. Con un poco de levadura se echa a perder toda la masa. Así mismo, el pecado que no es disciplinado se propaga, ya que los demás terminan copiando las mismas conductas pecaminosas. Reivindicar el nombre y la santidad de Dios cuando se ha violado su ley y proteger la santidad de la iglesia que Él llama “su esposa”, debe ser, siempre y bajo toda circunstancia, lo primero y más importante, no solo para todo Pastor o líder cristiano, sino para todo aquel que diga llamarse hijo de Dios.
2. Véase Ronnie W. Rogers, Undermining the Gospel: The Case for Church Discipline (Enumclaw, WA: Pleasant Word, 2004), cap. 1.
CAPÍTULO 4 LA IGLESIA Y EL MUNDO “Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo”. JUAN 17:14-18
Veinte siglos han transcurrido aproximadamente desde que Cristo pisó esta tierra, y la iglesia
fundada por Él, aún después de todo este tiempo, no ha logrado entender el rol que le corresponde jugar frente al mundo. La iglesia que Él compró con su sangre se ha movido de un extremo al otro y raramente, si es que alguna vez lo ha hecho, ha podido mantener el péndulo en el centro en términos de su relación con el mundo. En el siglo IV, en un intento por marcar la diferencia, se inició el movimiento monástico cuyos seguidores se conocen como monjes. Se trataba de personas que se retiraron de la sociedad de aquellos días para vivir en aislamiento, por considerar al mundo y todo lo relacionado con éste como algo pecaminoso. Pero dentro de ese movimiento monástico hubo algunos que no vivieron completamente aislados, sino que adoptaron un estilo de vida sencillo, renunciando al matrimonio, haciendo votos de pobreza y enfatizando la vida de oración y la contemplación. Al vivir de esa manera pensaban que ese era el llamado de todo aquel que quisiera vivir una vida de santidad. Si bien es cierto que la actitud de estos monjes era loable al estar dispuestos a llevar una vida de tanto sacrificio, no es menos cierto que esto no corresponde al llamado que Cristo nos hizo. Imaginémonos que la mayoría de las personas que conocen a Cristo decidan seguir el mismo derrotero del aislamiento. ¿Quién llevaría a cabo la tarea de evangelización? ¿Quién contribuiría a frenar los excesos de la sociedad? Obviamente, ese no fue el modelo dejado por Jesús. El Señor Jesús no nos ordenó salir del mundo ni tampoco oró para que saliéramos del mismo. Jesús vivió en el mundo y fue capaz de comer con recaudadores de impuestos y prostitutas, con ricos y pobres, muchos de los cuales pusieron su fe en el Señor. Más adelante nos encontramos a Pablo en el Areópago, en Atenas, dando testimonio de la fe cristiana. Aquellos que se han retirado del mundo, creo que no entendieron a cabalidad sus palabras cuando dijo: “Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo” (Jn. 17:18). En esta cita, Jesús de manera clara estaba enviando a su iglesia a hacer una labor específica, pero en medio del mundo. Y la labor para realizar en el mundo es la de ser sal y luz: “Vosotros sois la sal de la tierra” (Mt. 5:13) y “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt. 5:14). Es obvio, por las palabras de Cristo, que la función de la iglesia ha de ser llevada a cabo en medio de ese mundo. En el primer siglo, la sal era usada más bien como instrumento de preservación de los alimentos y de esa manera el cristiano debe verse como alguien que cuando lleva a cabo su vida como la Palabra de Dios nos instruye, es mucho el bien que puede realizar dentro del marco de la sociedad. Nuestra luz, que no es más que un reflejo de la luz de Cristo, debiera penetrar las áreas oscuras de
pecado que todavía permanecen sin conquistar. En la medida en que el evangelio es presentado en medio de la sociedad y vemos su efecto, en esa misma medida vemos las tinieblas (el pecado) replegarse. Mientras unos se han retirado completamente de en medio de ese mundo, otros se han ido al otro extremo y, no sabiendo interpretar el mandato de Cristo de ser sal y luz, se han adaptado al mundo o a las corrientes de pensamiento del momento y, al hacerlo, han pecado contra Dios, quedando en consecuencia desprovistos de poder. Lamentablemente, son muchos los que han prestado atención a la forma en que muchas de las instituciones del mundo han logrado tener éxito, y queriendo duplicar ese éxito han reproducido esa forma convirtiendo a la iglesia de Cristo en otra institución más que funciona de acuerdo a la sabiduría del hombre y a sus patrones seculares. A principios del siglo xx, surgió el movimiento llamado fundamentalista que se produjo como una reacción al acomodamiento de la iglesia a las corrientes del momento que comenzaban a proclamar a la ciencia como suprema sobre la Palabra. Desde el año 1905 hasta el año 1915 aproximadamente, aparecieron unos 90 ensayos o artículos recopilados en 12 volúmenes que buscaban afirmar los fundamentos de la fe. Fueron nuevas voces de advertencia hablando de parte de Dios, tratando de llamar a la iglesia para que se volviese de sus malos caminos. Como era de esperarse, muchos ignoraron estas advertencias, y hoy pagamos el precio de no haber prestado atención.
CAUSAS DE LA ENFERMEDAD DE LA MUNDANALIDAD Como mencionamos en el capítulo 1, la palabra iglesia viene del griego ekklesia que es un vocablo compuesto de dos palabras: ek = fuera y kaleo = llamar. Esto significa que Cristo nos llamó a estar fuera de algún lugar; nos llamó a aislarnos de alguna manera del mundo, pero sin salirnos del mundo. Este texto del Evangelio de Juan, lo expresa claramente: “No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno” (17:15). Resulta una gran paradoja el hecho de que Cristo nos llame a salir del mundo en que estamos viviendo y que al mismo tiempo nos envíe a ese mundo. Más adelante, el apóstol Pablo parece hablarnos acerca de la necesidad de salir de “en medio de ellos…” (2 Co. 6:17). Hay un sentido en que debemos salir de en medio de las prácticas paganas, pero hay otro sentido en el que tenemos que seguir viviendo y trabajando en medio del mundo. “¿Cómo estar en el mundo sin ser contaminado por el mundo?” Quizás esta ilustración nos pueda ayudar. La persona que nada en una piscina, necesita evitar tragar agua mientras permanece dentro de la piscina. Si el agua está contaminada y el nadador la ingiere, éste terminará contaminado. Es decir, él necesita estar en la piscina sin contaminarse con su agua. Así le ocurre al cristiano que está en el mundo, pero tiene que cuidarse de no contaminarse con ese mundo. Desafortunadamente, el creyente no ha sido cuidadoso y ha terminado contaminado de manera significativa por los patrones del mundo. Esa iglesia pues, ha quedado profundamente afectada por una enfermedad que hemos llamado mundanalidad. Abordemos el tema de esta “enfermedad” que ha afectado a la iglesia, y para ello quiero que lo hagamos, dado mi trasfondo de médico, de la misma manera que un médico abordaría el estudio de alguna enfermedad. Veamos primero las causas de la enfermedad. 1. El abandono de la centralidad de la Palabra En primer lugar, un sector grande de la iglesia abandonó la centralidad de la Palabra.
Cuando la Biblia deja de ser el centro de la vida del cuerpo de Cristo, la iglesia pierde su rumbo porque la Palabra de Dios es su única brújula, y esto se ha visto reflejado en múltiples aspectos de la vida de la iglesia. Sobre este tema no abundaremos ahora, ya que hicimos algunos comentarios pertinentes en los capítulos anteriores que nos permiten ser breves en esta ocasión. Cuando la Palabra pierde su importancia en el seno de la iglesia, los mensajes pierden la profundidad de la sabiduría de Dios y pasan a tener la superficialidad del hombre. Las prédicas no podrán ya desafiar al hombre ni serán suficientes para llenar su vacío, y tampoco tendrán el poder para destruir todas las fortalezas de la mente. Decía un autor que “la nueva ortodoxia tiene que ver más con el estilo, con lo que está de moda y con metodologías en medio de un síndrome de éxito…”. Este mismo autor compara esta nueva ortodoxia con la ortodoxia antigua que se preocupaba en predicar la Palabra y no en el progreso o el crecimiento de la iglesia. Era una ortodoxia que le daba la bienvenida a las dificultades, a las pruebas y hasta a las persecuciones. Y es que cuando la Palabra de Dios es predicada correctamente, entendida espiritualmente y vivida consistentemente produce iglesias sanas y saludables con una correcta cosmovisión bíblica. James Montgomery Boice, un hombre muy usado por Dios que murió en el año 2000, decía que la iglesia tiene que redescubrir a Dios, llegar a conocerle y tener comunión con Él, y que la manera de conseguir esas cosas siempre ha sido la exposición y la enseñanza de la Palabra. La razón de los sermones superficiales de nuestros días y de muchas de las canciones ligeras de nuestra generación es precisamente el conocimiento superficial y ligero que tenemos de Dios. Necesitamos cristianos que escriban sermones y canciones como resultado del entendimiento profundo que Dios les haya dado acerca de su revelación. Lamentablemente, los líderes ven la facilidad con la que el mundo atrae multitudes y sienten envidia y copian estos modelos queriendo atraer las mismas multitudes, y con ello terminan muchas veces comprometiendo el mensaje. La Palabra de Dios pasó a un segundo plano, no solo en el púlpito, sino también en las salas de consejería, para dar paso a las recomendaciones psicológicas que no ven el problema del hombre como algo relacionado a su corazón, sino mas bien como algo conductual. De repente, comenzamos a ver un grupo grande de ovejas que no estaban siendo sanadas, porque las decisiones que tomaban estaban basadas más en la sabiduría del mundo que en la sabiduría de Dios. El cristiano en la iglesia empezó entonces a adoptar una mente relativista a través de la cual tomaba decisiones también relativistas con consecuencias adversas para sí mismo, el matrimonio, la familia y la iglesia. Los pastores que habían perdido su confianza en la Palabra comenzaron a “psicologizar” sus mensajes, y muchos de esos mensajes pasaron a ser lecciones de psicología en vez de exposiciones sobre la Palabra de Dios. Dedicaremos el próximo capítulo a describir esta problemática para hablar más detalladamente de por qué no puedes tratar el pecado con terapia. 2. La experiencia del creyente por encima de la revelación de Dios En segundo lugar, la iglesia comenzó a enfatizar la experiencia del creyente por encima de la revelación de Dios. La iglesia perdió un gran terreno en la medida que las emociones del creyente pasaron a gobernar los tiempos de adoración y la predicación de la Palabra. Mientras el apóstol Pablo insistía en la renovación de nuestra mente para que no fuésemos transformados conforme al patrón de este mundo (Ro. 12:1-2), un gran sector de los creyentes decidió “dejar sus cerebros fuera de la iglesia” para no pensar, sino solo sentir. Este ha sido el creyente que ha sido engañado, seducido y desviado porque ha rehusado hacer uso de su mente pensando que la fe y la razón se oponen la una a la otra. No podemos olvidar que
nuestra fe es racional y que Dios nos mandó ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente. Desde los primeros años de la iglesia, Dios ha levantado grandes defensores de la fe cristiana que no rehusaron usar su mente para comprender y defender el evangelio. 3. La trivialización de su adoración Cuando el hombre minimiza la grandeza Dios, su adoración se reduce, se corrompe, se trivializa y el pueblo de Dios no conoce entonces dónde está la diferencia entre lo ordinario del mundo y lo extraordinario de Dios (Ez. 22:25-26). Eso da como resultado una música de adoración popular, superficial y muchas veces irreverente que no sabe distinguir entre lo emocional y lo verdaderamente espiritual. Tristemente, hoy tenemos toda una generación que quiere sentir y experimentar; pero que detesta pensar y que rehúsa ser transformada. Queremos lucir bien y sentirnos bien, pero no necesariamente SER mejores. Nos ha llegado a importar más la opinión de los hombres que la opinión de Dios. Habiendo dicho todo lo anterior, es sumamente importante mantener un equilibrio para no irnos al otro extremo y pecar de manera diferente. Algunos, apreciando el pasado, han confundido la tradición y la religión con la verdadera adoración. De la misma manera, otros muchos han confundido el legalismo con la ortodoxia. La ortodoxia es el apego a las Escrituras, mientras que el legalismo es la imposición de normas, costumbres y reglas de hombres con apariencia de piedad, pero que carecen del fundamento de la Palabra. El resultado de todo lo anterior es una iglesia dividida y débil para influenciar a su sociedad, secularizada y “psicologizada”, sin norte para saber cómo caminar. 4. El mercadeo de la iglesia En la medida en que los líderes de la iglesia de Cristo debilitaron la proclamación del evangelio, adaptando el mensaje de Dios a la aprobación del hombre, en esa misma medida, las iglesias se fueron vaciando, y en el afán por llenarlas de nuevo, no volvieron a la Palabra, sino que recurrieron a técnicas de mercadeo. Alguien ha definido el mercadeo como “manipulación psicológica para fines económicos”. Cuando ese mercadeo no produjo los frutos económicos que estos líderes buscaban, muchos de sus representantes abandonaron el evangelio de Cristo por completo e inventaron su propio evangelio basándose en promesas de prosperidad. Como la Palabra no estaba siendo expuesta y el cerebro se había dejado “fuera” de la iglesia, este grupo de personas cayó presa de la proclamación más vulgar del mensaje de Cristo que se haya visto jamás. Y esa iglesia es la que hoy promete hasta la salvación a cambio de dinero. Oí en una ocasión a uno de estos nuevos “apóstoles” afincado en Miami, decir a uno de los candidatos a la presidencia de nuestro país que Dios había visto sus dádivas con agrado y que, como resultado del mucho dar, Dios lo iba a recompensar con la salvación de su familia. Hemos vuelto a la venta de las indulgencias tal como ocurría en la época de Lutero, con la diferencia de que ahora es la iglesia evangélica quien las vende, y no vendemos perdón, sino bendiciones. Ahora no les llamamos indulgencias, sino “siembras”. Se habla de que envíes una ofrenda para que sea sembrada en el reino de los cielos con el fin de cosechar bendiciones, citando a Gálatas 6:7 fuera de su contexto. La iglesia de Cristo está plagada de falsos maestros que violan la conciencia y la mente de los verdaderos seguidores de Cristo. 5. Formación académica sin formación de carácter
Creemos firmemente en la formación académica de los siervos de Dios; pero conseguir una buena formación académica nunca debe hacerse por el camino del liberalismo, sino por la senda de la ortodoxia. Y por otro lado, insistir en formar tus líderes académicamente, sin formar su carácter, es planificar hoy el fracaso de mañana. En medio de todo esto, muchos seminarios e institutos teológicos comenzaron a enfatizar técnicas, estrategias, métodos de evangelismo y discipulado, y en la medida en que fuimos enfatizando la competencia por encima del carácter, de igual modo comenzamos a ver los desastres en las vidas de mucha gente. No hay duda de que el pueblo de Dios y en especial sus líderes necesitan prepararse, pero ni el talento ni la preparación de un líder tendrán efecto si Dios no hace fluir su gracia y su verdad a través de ese vaso. Dios no pone su santidad en un vaso pecaminoso. 6. La aceptación del mundo versus la aprobación de Dios La iglesia de hoy tiene un interés muy marcado en ser aceptada por el mundo como si la aprobación del mundo fuera nuestro sello distintivo o lo que nos certifica como bueno y válido. En su afán por ser aceptada, ha querido ser “moderna”, y ha pensado que el ser moderno implica adoptar la música del mundo, la vestimenta del mundo, el estilo de hablar del mundo y las estrategias y los métodos de mercadeo del mundo. Y en ese esfuerzo, la iglesia ha quedado al servicio de la tecnología, en vez de la tecnología estar al servicio de la iglesia. Podemos y debemos usar los medios de comunicación siempre y cuando entendamos que la habilidad de impactar la generación de hoy no depende del método, sino del Espíritu de Dios. Recordemos las palabras del Señor: “…‘No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu’— dice el SEÑOR de los ejércitos” (Zac. 4:6). La iglesia hoy en día no quiere lucir especial, distinta, santa, sino que quiere dar una apariencia de algo un tanto popular, ordinaria, similar al mundo, para sentirse aceptada por aquellos que le visitan, olvidando que al hacerlo, Dios le ha dejado de visitar. Y ahora el mundo frecuenta la iglesia a expensas de que Dios no le “frecuente” a ella. Pero como los visitantes pueden ser contados y Dios no es alguien que podamos contar como contamos el número de personas, entonces preferimos las estadísticas para medir qué tan bien estamos jugando a la iglesia. Uno de nuestros líderes visitó recientemente una iglesia de un conocido pastor evangélico. Me contaba cómo le impresionó la forma irreverente en que tal dirigente se presentó al culto antes de predicar: su vestimenta totalmente informal, sus pies calzados con unas sandalias abiertas y en su mano una taza de café que exhibía una de las marcas famosas del mercado. Este pastor es además un escritor muy conocido que tiene mucha influencia sobre una gran cantidad de cristianos. Es un grave problema no saber diferenciar lo extraordinario de Dios de lo ordinario del mundo; lo que merece honor y gloria, de lo vulgar y corriente. Si bien es cierto que no hay nada sagrado en la manera de vestir, no es menos cierto que necesitamos recordatorios frecuentes acerca de cuán especial debe ser Dios para nosotros. Cuando comenzamos a pasarnos de los límites es un indicio de que hemos dejado de experimentar la presencia manifiesta de Dios y de que nos hemos contentado con la presencia y aprobación del hombre. En este sentido, la iglesia de hoy es culpable de convertir: • lo sublime en ridículo • lo especial en vulgar • lo grandioso en insignificante • lo excepcional en habitual • lo insuperable en comparable
• lo celestial en terrenal • lo infinito en temporal • lo honorable en algo abominable • lo notable en algo que pasa desapercibido • lo divino en humano En otras palabras, la iglesia de hoy es culpable de haber humanizado a Dios, de divinizar al hombre y de haber popularizado y vulgarizado lo sagrado. Esta es la enfermedad de la iglesia de hoy a la que hemos llamado mundanalidad. Hemos definido sus causas: el desplazamiento de la palabra; el enfatizar la experiencia por encima de la verdad; la trivialización de la adoración; el mercadeo de la iglesia, la formación académica sin la formación del carácter; el querer ser relevante, moderna, popular y por tanto amada por el hombre del mundo. Un indicador que no falla es cuando el hombre del mundo que no conoce a Dios visita la iglesia y se siente a gusto y cómodo. Muchas veces, esta es una señal de que la iglesia ha dejado de ser la iglesia de Cristo. Cristo lo dijo de este modo: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por eso el mundo os odia” (Jn. 15:19) y “Hermanos, no os maravilléis si el mundo os odia” (1 Jn. 3:13). Lo sorprendente no es que el mundo rechace lo que hacemos y cómo lo hacemos; esto más bien es lo esperado de acuerdo a la advertencia de Cristo. Lo que debe llamarnos la atención es cuando el mundo se “enamora” de la iglesia, pues eso no suele ser síntoma de que el mundo se haya santificado, sino de que la iglesia se ha “mundanalizado”.
SÍNTOMAS DE LA ENFERMEDAD DE LA MUNDANALIDAD Hasta ahora hemos visto las causas y el nombre de la enfermedad, pero aún nos falta conocer la sintomatología. Los síntomas de la mundanalidad de la iglesia han sido muy bien documentados. Encuesta tras encuesta, han revelado que los patrones o estilos de vida de los cristianos difieren muy poco de los estilos de vida de los no cristianos. El cristiano que viene a la iglesia el domingo y el miércoles, y que tiene parte activa en algún ministerio de la iglesia, no se ve a sí mismo como una persona mundana aún cuando, con frecuencia, exhibe los síntomas de esta terrible enfermedad. El pastor John Piper ha resumido perfectamente esto que estoy tratando de decir: Estamos esclavizados a los placeres de este mundo de tal manera que con toda nuestra forma de hablar acerca de la gloria de Dios, amamos la televisión, la comida, el dormir, el sexo, el dinero y el elogio de los hombres al igual que el resto del mundo. Si es así, arrepintámonos y fijemos nuestros rostros hacia la Palabra de Dios en oración: Oh Dios, abre nuestros ojos para ver la escena soberana de que “en tu presencia hay plenitud de gozo y a tu mano derecha deleites para siempre” (Sal. 16:11).3 Lo que John Piper está diciendo es que muchas veces el cristiano tiene las mismas actitudes hacia estas cosas que el no cristiano. Muchos no ven películas pornográficas, pero son adictos a la televisión hasta el punto de que no tienen tiempo para orar o leer la Palabra.
Otros se deleitan excesivamente en sus apetitos por comidas suculentas porque los deleites de su carne aún son paganos. A muchos les gusta descansar porque en verdad es saludable, pero a veces les gusta dormir tanto que tienen poco tiempo para dedicarse a servir y conocer a Dios. Algunas personas alegan no haber sido nunca infieles a sus cónyuges, pero demandan de su pareja el sexo de la misma manera egoísta y con la misma frecuencia e intensidad del que no conoce a Dios. Hay algunos que alegan trabajar duro para ganarse el dinero, pero se permiten el lujo de vivir por encima de sus posibilidades, fallando a sus compromisos tal como lo hace el incrédulo. Andan con la misma cantidad de tarjetas de crédito que el resto del mundo, deleitando su corazón con las mismas cosas y en las mismas cisternas rotas y agrietadas (Jer 2:13) donde el mundo encuentra su deleite. Muchos alegan no buscar el elogio de los hombres, sin embargo no se sienten satisfechos a menos que lo reciban. Los cristianos quieren comprar zapatos y vestidos nuevos cada vez que el mundo cambia el estilo, y hasta llegan a criticar a aquellos creyentes que no siendo esclavos de la sociedad visten, según la opinión del mundo, fuera de moda. Las mujeres desean llevar los escotes y la longitud de las faldas a la misma altura que las llevan las mujeres del mundo. Por su parte, los hombres se sienten mal si no manejan un carro comparable al de sus amigos. Todo esto es mundanalidad. Jerry Bridges4 cuenta la historia de un vendedor de carros que después de haberse convertido al cristianismo dejó de vender autos y comenzó a ayudar a la gente a comprarlos. Permaneció en el mismo negocio, pero con otra motivación. Su foco cambió de cuánto dinero podía hacer vendiendo autos, a ayudar a la gente a comprar el auto más apropiado a sus necesidades y su presupuesto. Y es que Dios no ha llamado a cada creyente a abandonar su negocio o su profesión, sino que ha llamado a cada creyente a cambiar la motivación por la cual trabaja. Dios debe estar motivando nuestro trabajo, nuestras metas, nuestra creatividad, nuestros corazones, nuestras formas de amar, la manera como compramos y vendemos… Nuestros planes y decisiones deben “oler a Dios”, nuestra mente debe estar saturada con su Palabra y nuestro tiempo debe estar a su servicio.5 No se puede llamar mundano a quien no quiere dejar el trabajo para dedicarse a las cosas de Dios. La mundanalidad, en esencia, dice Bridges en su libro “es el vivir preocupado por las cosas de esta vida temporal y el aceptar los valores y las prácticas de la sociedad alrededor sin discernir si son bíblicas”. De ahí, dice este autor, que las mujeres llevan ropa poco recatada sin detenerse a pensar si esas modas agradan a Dios. Si esa es la mentalidad del creyente que viene a la iglesia, entonces se puede decir que esa es la mentalidad de la iglesia, porque está compuesta por ese grupo de individuos. J. C. Ryle (1816-1900) escribió acerca del cristiano y su relación con el mundo, y en uno de sus escritos,6 menciona que el “problema principal del cristiano no es tanto el pecado rampante o la incredulidad franca, sino el amor por el mundo, el miedo o el temor del mundo, las preocupaciones de este mundo, los negocios de este mundo, los deleites de este mundo y el deseo de estar a la altura de este mundo”. La iglesia tiene que recobrar el entendimiento de lo que significa estar en el mundo sin ser del mundo, para poder entender lo que Cristo dijo al Padre en Juan 17:18: “Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo”. Cristo nos ha enviado a ser la sal y la luz del mundo, pero al mismo tiempo nos ha ordenado a no pertenecer al mundo. Ser sal para el mundo, tal como lo hemos explicado en otras ocasiones, significa tratar de influenciar nuestra sociedad de tal forma que pueda preservar los valores que Dios aprueba. Una de las propiedades de la sal es que cuando es consumida aumenta la salinidad en el cuerpo, provocando sed. La iglesia de Cristo hoy en día, en general, no está produciendo sed en nadie
porque ha perdido las propiedades de la sal. Cuando la iglesia decida retomar la predicación de las verdades profundas del Evangelio, esa iglesia producirá sed en las ovejas y ellas querrán volver a tomar agua. Ahora, cuando esas ovejas en vez de tomar el agua potable del Evangelio deciden tomar las aguas contaminadas del mundo para saciar su sed, les pasa lo mismo que cuando toman agua contaminada de los ríos. El agua contaminada de los ríos nos provoca flojera de los intestinos y el agua contaminada del evangelio nos debilita el alma. Ser luz en el mundo consiste en vivir vidas tan piadosas que brillemos en medio de la oscuridad de los que viven en tinieblas. Como afirma el apóstol Pedro: “Mantened entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que os calumnian como malhechores, ellos, por razón de vuestras buenas obras, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación” (1 P. 2:12). Es lamentable que mientras el llamado original para la iglesia fue de separarse del mundo, el llamado en la actualidad sea sacar al mundo de dentro de la iglesia. La Palabra de Dios ha sido desplazada a un segundo plano y ha aumentado el deseo del hombre de sentirse aceptado por la cultura y por el mundo de sus tiempos. En el texto de Juan 17, Cristo dice en la primera parte del versículo 14: “Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado…”. Nota la relación entre recibir la Palabra de Dios y recibir el odio del mundo. ¿Cuándo comienza el mundo en realidad a odiar a la iglesia de Cristo? Cuando esa iglesia comienza a proclamar su Palabra y, más que proclamarla, a vivirla.
EL “REMEDIO” DE LA IGLESIA La cura para la enfermedad de la iglesia aparece en Juan 17:17: “Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad”. El verdadero instrumento de santificación de la iglesia es su Palabra. Es lo que puede ayudarla a mantenerse separada del mundo aún estando en el mundo. De hecho, en Efesios 5:25-27 leemos lo siguiente: Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada. Notemos cómo el texto de Efesios nos habla de la santificación de la iglesia que ocurre por medio del “lavamiento del agua con la palabra…” Ese es el instrumento por excelencia para lograr la santificación de los hijos de Dios. La santidad de un creyente está directamente relacionada con el tiempo que él o ella pasa frente a la Palabra de Dios. Oraciones sin su Palabra no nos santificarán; ayuno sin su Palabra, no nos santificará; estar involucrado en la iglesia sin consumir su Palabra no nos va a santificar… por una razón muy sencilla: Ninguna de esas cosas es el instrumento número uno de santificación. Juan 17:17, lo dice muy claramente: “Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad”. La Palabra de Dios es definida en Jeremías 23:29 como fuego que consume y como martillo que despedaza la roca. Su Palabra consume nuestras impurezas en la medida en que penetra nuestra mente y destruye nuestros hábitos y patrones pecaminosos. Su Palabra discierne nuestros pensamientos y nuestras intenciones (He. 4:12) y, al hacerlo, nos confronta. El Espíritu de Dios nos habla, pero nos habla en la medida en que su Palabra ha hecho residencia en nosotros. Todo esto nos da una idea de que el consumo del pan de Dios, su
Palabra, es la cura de la enfermedad de la iglesia, de la mundanalidad. Hasta que la iglesia no regrese a su Palabra, no tendremos mucha esperanza.
Reflexión final La iglesia ha sacrificado su santidad en el altar de la relevancia. La iglesia de hoy quiere ser relevante, pensando que el mensaje Cristo-céntrico fue atractivo para otra generación, pero que no lo es para la generación de hoy. El mensaje de Dios para el mundo es relevante porque responde a las grandes inquietudes del hombre. No podemos confundir popularidad con relevancia. Si queremos ser populares y atraer a multitudes como los artistas del mundo, eso es una cosa, pero si queremos ser fieles representantes del mensaje de Dios es otra cosa. Y el líder que se dedica a ser un fiel exponente de su verdad, siempre será relevante para esta generación y para el resto de las generaciones que puedan venir. La iglesia necesita recordar que nuestro mensaje es sobrenatural y que el Dios a quien servimos es eterno e infinito, y cada vez que se trae la Palabra del Dios infinito a este mundo temporal, el mensaje es relevante por definición. El Dios a quien servimos es la respuesta a cada vacío, a cada sufrimiento y a cada insatisfacción del ser humano, y eso hace que el mensaje sea relevante. Algo relevante es algo importante, significativo, sobresaliente, excelente, adecuado y propicio para el momento. Así es el evangelio hoy y siempre. Cristo lo dijo: “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mr. 13:31).
3. “The Swan is not Silent”; www.desiringgod.org/resource-library/biographies/the-swan-is-not-silent. 4. Respectable Sins [Pecados respetables] (Colorado Springs: NavPress, 2007), p. 172. Publicado en español por Casa Bautista de Publicaciones. 5. John R. W. Stott, The Contemporary Christian [El cristiano contemporáneo] (Downers Grove, Ill: InterVarsity Press, 1992), p. 94. Publicado en español por Nueva Creación. 6. “The World: A Source of Great Danger to the Soul”, un extracto de Practical Christianity; www.faithbiblechurchnh.org/ryle_world.htm.
SEGUNDA PARTE
LA IGLESIA DE NUESTROS DÍAS
CAPÍTULO 5 Y ENTONCES, ¿CÓMO EVANGELIZAREMOS? “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que tiempos de refrigerio vengan de la presencia del Señor”. H ECHOS 3:19
En los últimos 40 o 50 años, la iglesia ha vivido un movimiento de evangelización sin
precedentes. Las cruzadas evangelísticas de Billy Graham en Norteamérica y en otras partes del mundo, las de Luis Palau en América Latina, el trabajo de la Cruzada Estudiantil y Profesional para Cristo, además del trabajo arduo de múltiples agencias misioneras en diferentes países de la región hablan de un amplio esfuerzo por alcanzar esta parte del mundo para Cristo. Sin embargo, ese esfuerzo ha ido perdiendo su foco que siempre fue el de proclamar la verdad de Dios y se ha visto reemplazado por campañas de sanación, campañas de liberación de demonios y por un vergonzoso esfuerzo masivo de estimular al creyente a donar dinero bajo la promesa de que Dios le sanará de sus dolencias y/o multiplicará sus finanzas. Lamentablemente son muchos los ministros que se están dedicando a esta práctica. Quizás eso explique un artículo que apareció hace unos años en una de las revistas cristianas de Estados Unidos que afirmaba que la religión ganaba terreno, mientras que la moralidad lo estaba perdiendo.7 ¿Cómo se puede explicar que la religión avanza, pero la moralidad disminuye? Es chocante que mientras la tasa de conversión al protestantismo en Latinoamérica triplica la tasa de natalidad de algunos países, los índices de criminalidad de algunos de nuestros países parece ir en aumento. Algunos de los países de nuestro continente que reportan los más elevados porcentajes de conversión al protestantismo, al mismo tiempo reportan algunos de los índices más elevados de homicidio, violaciones, atracos y otros crímenes de todo el continente. ¿Cómo es posible que cuanto más evangélicos somos, más pecaminosos nos volvemos? La realidad es que no debería sorprendernos. Esto solo viene a confirmar la ineficacia de las susodichas campañas de sanación, de la expulsión de demonios y de la recaudación de fondos; y de la ineficacia de estos movimientos para transformar la sociedad. Ante esta realidad, creo que vale la pena que nos preguntemos: y entonces, ¿cómo evangelizaremos? ¿De qué forma difiere la evangelización de la iglesia de hoy de la evangelización de la iglesia primitiva, o de aquellas del pasado reciente? Hacemos la pregunta porque, por lo visto, las nuevas campañas evangelísticas no han sido capaces de producir el mismo impacto que en épocas anteriores a juzgar por el poco efecto en el cambio de vidas que vemos en muchos que han participado de estos esfuerzos. Preguntémonos: 1. ¿Qué predicó esa iglesia en el pasado que no está predicando hoy? 2. ¿Qué enfatizó que no enfatiza hoy? 3. ¿Qué rehusó hacer la iglesia de ayer que sí está haciendo hoy?
Si logramos responder algunas de estas interrogantes, quizá consigamos entender qué está pasando realmente en Latinoamérica.
EL ÉNFASIS EN LA PREDICACIÓN DE LA PALABRA Como las campañas de sanación y milagros han ido sustituyendo la predicación de la Palabra, queremos revisar en este capítulo el milagro que aparece descrito en Hechos 3:1-19 para tratar de extraer algunas enseñanzas para la iglesia de hoy en día. Observemos en primer lugar que este milagro se produce en medio de la enseñanza de la Palabra. El texto comienza diciendo que cierto día Pedro y Juan iban al templo como a la hora novena (que serían aproximadamente las 3 de la tarde, ya que los judíos contaban las horas a partir de las 6 de la mañana). El templo era el lugar perfecto para ir a predicar porque allí se reunía mucha gente. En esta ocasión se encontraron con un hombre que había nacido paralítico y que les pide una limosna, a lo que Pedro responde: “…No tengo plata ni oro, mas lo que tengo, te doy: en el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda! (v. 6b). Agrega el texto en el versículo 7 que Pedro “asiéndolo de la mano derecha, lo levantó; al instante sus pies y tobillos cobraron fuerza”. Esta curación no ocurre en medio de una campaña de sanación, sino que tiene lugar durante el tiempo que Pedro y Juan iban a predicar el evangelio. Esta historia es solo una muestra de cómo la iglesia primitiva hizo de la predicación de la Palabra el centro de su actividad y Dios hizo acompañar esa predicación de señales y prodigios que iban confirmando el mensaje, o el mensajero, o ambas cosas. Pero notemos que el énfasis de Cristo y del ministerio apostólico que continuó no fue nunca el obrar milagros, sino la predicación del mensaje. Sin lugar a dudas que estos primeros años de la iglesia se caracterizaron por una intensa actividad evangelística y por la realización de grandes milagros que la misma Palabra describe. En la medida en que ellos iban predicando, las necesidades de la población eran atendidas según Dios decidiera sanarlas de acuerdo a su voluntad soberana. Estas intervenciones de parte de Dios ocurrían de manera inesperada porque los apóstoles no salían a sanar a las persona de forma programada, ya que solo Dios puede determinar cuándo Él obraría un milagro o no. Esa es una decisión soberana del Dios del cielo. Esto contrasta sobremanera con la práctica de hoy en día donde se anuncia por las ondas de radio que tal día habrá una campaña de milagros y sanaciones, como si Dios pudiera ser programado por nosotros. No es raro escuchar anuncios de radio que dicen: “Ven y no te quedes sin tu milagro”, como si éstos se pudieran repartir de la misma manera que repartimos comida en un operativo social. No podemos olvidar que nuestro Dios no es programable. Hoy, el énfasis de muchos ministerios no está en la presentación del mensaje, sino en el ofrecimiento del milagro. Esto atrae a mucha gente con comezón de oído, pero no produce la complacencia de Dios. En este relato al que nos estamos refiriendo, descrito en el capítulo 3 del libro de los Hechos, volvemos a leer de qué manera Pedro se atrevió a abordar a estos hombres que, al ver el milagro, quisieron hacer de Pedro algo más que un simple enviado de Dios. Ante tal eventualidad, Pedro volvió a confrontar a este grupo con el rechazo expresado hacia el Maestro a su paso por esta tierra. Después de decirle a este hombre paralítico de nacimiento: “levántate y anda”, el paralítico …de un salto se puso en pie y andaba. Entró al templo con ellos caminando, saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andar y alabar a Dios, y reconocieron que
era el mismo que se sentaba a la puerta del templo, la Hermosa, a pedir limosna, y se llenaron de asombro y admiración por lo que le había sucedido. Y estando él asido de Pedro y de Juan, todo el pueblo, lleno de asombro, corrió al pórtico llamado de Salomón, donde ellos estaban. Al ver esto Pedro, dijo al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto, o por qué nos miráis así, como si por nuestro propio poder o piedad le hubiéramos hecho andar? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y repudiasteis en presencia de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros repudiasteis al Santo y Justo, y pedisteis que se os concediera un asesino, y disteis muerte al Autor de la vida, al que Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos (Hch. 3:8-15). Pedro volvió a hablarle a la gente, confrontándola. ¿Qué fue lo que hizo que Pedro reaccionara de esa manera? La reacción de la gente ante el milagro realizado. La sanación llenó de asombro al pueblo al ver el poder desplegado por Pedro en ese momento. Pero lejos de enorgullecerse o de atribuirse el milagro a sí mismo o de hacer que otros le llamaren apóstol como muchos se autodenominan hoy, Pedro responde de esta manera: “Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto, o por qué nos miráis así, como si por nuestro propio poder o piedad le hubiéramos hecho andar?” (Hch. 3:12). Pedro está sorprendido de que le miraran de manera estupefacta como si él hubiese sido la persona responsable del milagro, mostrando molestia e irritación con la exaltación que la gente quería hacer de él como si lo que acababa de pasar convirtiera a Pedro en un héroe; y éste, en vez de crecerse en su ego, reprende a la multitud por su actitud idólatra. ¿Qué es lo que hace Pedro entonces? Hace llamar la atención sobre la persona que verdaderamente había hecho el milagro… Y esto es lo que dice en el v. 16: “Y por la fe en su nombre, es el nombre de Jesús lo que ha fortalecido a este hombre a quien veis y conocéis; y la fe que viene por medio de Él, le ha dado esta perfecta sanidad en presencia de todos vosotros”. Inmediatamente Pedro apunta el dedo hacia la persona de Jesús. Esta forma de reaccionar no es la que vemos hoy en las vidas de muchos de los que dicen hacer milagros, sino que actúan de manera que puedan llevarse el honor y la gloria, aunque para lograrlo usen el nombre de Jesús. El evangelismo de la iglesia primitiva estuvo centrado en la persona de Jesús y su obra en la cruz a nuestro favor (1 Co. 1:18-25). A diferencia de hoy, en que frecuentemente vemos el evangelio vendido como un método mas de superación personal que promete arreglarnos la vida, restaurar la relación con nuestro cónyuge o con nuestra familia, o prosperar nuestras finanzas, siempre y cuando se sigan ciertos pasos. Eso abarata su gracia, desvirtúa la cruz, rebaja la santidad de Dios y convierte a Dios en un instrumento de gratificación del hombre a través de un mensaje que puede ser mercadeado.
EL VERDADERO ARREPENTIMIENTO Después de dejar establecido claramente quién es realmente el que ha producido el milagro, Pedro pasa a confrontarlos. Notemos cómo acusa a este grupo de haber repudiado al Santo y Justo, y de haberle dado muerte al “Autor de la vida a quien Dios resucitó de entre los muertos”. Tanto en el primer sermón que produjo 3000 nuevos creyentes como en el segundo, Pedro no deja de ser directo y confrontador y tal vez esa sea la razón por la que en el capítulo 4:4 de este libro de los Hechos, encontramos que ya la iglesia había crecido en unos 5000
hombres… y este número no incluía a las mujeres, ni a los niños. ¡Tremenda cosecha en tan pocos días! Eran días de verdadero avivamiento en los que el Espíritu de Dios se movió poderosamente en respuesta a la predicación poderosa de sus siervos. Esa cosecha produjo vidas transformadas, porque eran vidas que habían respondido al llamado al arrepentimiento. Después de confrontar al pueblo, Pedro pronuncia las siguientes palabras: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que tiempos de refrigerio vengan de la presencia del Señor” (v. 19). La frase “arrepentíos y convertíos” que aparece aquí es la misma frase que Pedro pronunció en su primer sermón. ¿De quien aprendió Pedro a predicar de esa manera? De Juan el Bautista y de Cristo mismo. Veamos algunos ejemplos: • Mateo 3:1-2 “En aquellos días llegó Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. • Mateo 3:8 “Por tanto, dad frutos dignos de arrepentimiento…” • Mateo 11:20-21 [Cristo hablando] “Entonces comenzó a increpar a las ciudades en las que había hecho la mayoría de sus milagros, porque no se habían arrepentido. ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros que se hicieron en vosotras se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se hubieran arrepentido en cilicio y ceniza”. • Marcos 1:15 [Cristo hablando] “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio”. • Lucas 5:32 [Cristo hablando] “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”. • Lucas 13:3 [Cristo hablando] “Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. La palabra arrepentimiento ha desaparecido del vocabulario de la iglesia de hoy. Arrepentíos y sed bautizados fue el grito de batalla de la iglesia primitiva; esa es la misma iglesia que hoy tiene que recobrar el llamado al arrepentimiento porque esa palabra ha desaparecido de su predicación. En el Antiguo Testamento la palabra más frecuentemente usada para referirse al acto del arrepentimiento es shub que significa dar la vuelta; volverse hacia atrás; regresar o retornar. En otras palabras, el arrepentimiento implica un cambio de dirección.8 En el griego del Nuevo Testamento, la palabra “arrepentirse” es la palabra metanoeo que significa cambiar de mente o de forma de pensar.9 La persona arrepentida cambia la dirección por donde venía transitando debido a un cambio producido en su manera de pensar. Sin cuestionar las intenciones de aquellos que trataron de simplificar el mensaje de salvación, queremos dar un ejemplo, a modo de ilustración, de lo que está ocurriendo hoy en día con la evangelización. Ese ejemplo lo encontramos en las bien conocidas “4 leyes espirituales” que suelen ir acompañadas de la conocida oración del pecador. Estas leyes han sido traducidas a unos 150 idiomas diferentes, lo que nos da una idea de su amplia distribución. Observemos bien lo que expresan y la oración que ha sido usada por muchos en las campañas de evangelismo de los últimos años. Ley #1: Dios le ama y tiene un plan maravilloso para su vida. Notemos que la palabra arrepentimiento no aparece en esta primera ley, lo cual es un patrón a lo largo de toda la explicación de este plan de salvación. Como bien dice Paul
Washer en uno de sus mensajes, el hombre de hoy, narcisista por excelencia, dice: “Dios me ama y tiene un maravilloso plan para mi vida… ¡Qué bueno! Yo también me amo a mí mismo y también tengo un maravilloso plan para mi vida”. Ley #2: El hombre es pecador y está separado de Dios; por lo tanto no puede conocer ni experimentar el amor y el plan de Dios para su vida… En esta segunda ley, la palabra arrepentimiento tampoco aparece. Ésta solo establece que el hombre está separado de Dios—algo que hasta Satanás conoce bien, pero este conocimiento no mejora su situación delante de Dios. Ley #3: Jesucristo es la única provisión de Dios para el pecador. Solo en Él puede usted conocer y experimentar el amor y el plan de Dios para su vida. La palabra arrepentimiento continúa siendo omitida. Esta establece un concepto importante y es que Jesucristo es la única provisión de Dios para el pecador. Pero Satanás también conoce esa verdad y no cambia su situación. Ley #4: Debemos individualmente recibir a Jesucristo como Señor y Salvador para poder conocer y experimentar el amor y el plan de Dios para nuestras vidas. En esta cuarta ley, la palabra arrepentimiento también está ausente. Y Satanás también sabe que, para experimentar el amor de Dios, se necesita haber recibido a Cristo individualmente. Es más importante que Cristo quiera recibirme a mí, que el hecho de que yo quiera recibirlo a Él. Muchos están dispuestos a recibir a Cristo como Señor y Salvador, sin dejar atrás muchos de sus ídolos anteriores. Y cuando eso ocurre, Cristo no está dispuesto a recibirlos. Cristo nunca trató de quitarle fuerza y demanda a sus palabras como demuestra el siguiente texto de Lucas 9:57-61: Y mientras ellos iban por el camino, uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Pero él dijo: Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Mas Él le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú, ve y anuncia por todas partes el reino de Dios. También otro dijo: Te seguiré, Señor; pero primero permíteme despedirme de los de mi casa. Pero Jesús le dijo: Nadie, que después de poner la mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios. Diluir el mensaje para no ahuyentar a aquellos que lo encuentran muy demandante no fue la estrategia de Cristo, sino presentar las demandas claramente a quienes estaban considerando seguirlo para que pudieran calcular el costo y, de no estar dispuestos a pagar, pudieran continuar su peregrinar. En las 4 leyes espirituales mencionadas más arriba hay una mención recurrente del amor de Dios por el pecador y una ausencia igualmente recurrente de la necesidad de ese pecador de arrepentirse. Este es el resumen de ellas… Ley #1: Dios le ama.
Ley #2: El pecador no puede experimentar el amor de Dios. Ley #3: En Cristo puedo experimentar el amor de Dios. Ley #4: Para experimentar el amor de Dios debo recibir a Cristo. Después de exponer estas cuatro leyes, ésta es la oración que frecuentemente se usa para guiar el pecador al arrepentimiento: “Señor Jesucristo: Gracias porque me amas y entiendo que te necesito. Te abro la puerta de mi vida y te recibo como mi Señor y Salvador. Ocupa el trono de mi vida. Hazme la persona que tú quieres que sea. Gracias por perdonar mis pecados. Gracias por haber entrado en mi vida y por escuchar mi oración según tu promesa”. En toda la oración tampoco hay un solo llamado al arrepentimiento. En esta oración aparece la frase: “GRACIAS POR PERDONAR MIS PECADOS”. ¿Cómo puede esto ser posible si la oración no contiene ni una sola frase que hable de que la persona se ha arrepentido, ni siquiera de que ha pedido perdón? ¿Cómo hemos de dar gracias por un perdón otorgado que no se ha pedido, y en ausencia de un arrepentimiento que ni siquiera es mencionado? Esto puede explicar el número tan grande de personas que ha hecho profesión de fe sin que sus vidas evidencien un cambio significativo. Donde no hay cambios visibles no podemos hablar de conversión porque son esos cambios los que testifican a favor de mi conversión. Comparemos esta forma “moderna” de evangelización con los siguientes pasajes: 1. Juan el Bautista: arrepentíos y dad frutos de arrepentimiento (Mt. 3:8). 2. Cristo: arrepentíos y creed en el evangelio (Mr. 1:15). 3. Pedro: arrepentíos y sed bautizados (Hch. 2:38) o arrepentíos y convertíos (Hch. 3:19). La razón por la que hago énfasis en esto es porque entiendo que la iglesia de hoy necesita recobrar el entendimiento acerca de la doctrina del arrepentimiento e insistir, al evangelizar, en la necesidad de que el convertido refleje una forma nueva en su manera de pensar y exhiba en consecuencia un nuevo rumbo al caminar. Creo que mucho de lo que se ha estado predicando como arrepentimiento es otra cosa, pero no el verdadero arrepentimiento. El general Booth fue el fundador de la organización cristiana llamada “Salvation Army”, conocida en Español como el Ejército de Salvación. Él decía que “el mayor peligro del siglo xx sería religión sin el Espíritu Santo, cristianismo sin Cristo, perdón sin arrepentimiento, salvación sin regeneración, política sin Dios y el cielo sin el infierno” (cursivas añadidas). Dios promete perdonar nuestros pecados, pero su perdón presupone un arrepentimiento por parte del hombre. Richard Owen Roberts en su libro, Repentance10 [Arrepentimiento], menciona en uno de sus capítulos, SIETE MITOS DEL ARREPENTIMIENTO. Citaré 5 de estos mitos para luego hacer mis propios comentarios al respecto. Mito #1: Experimentar dolor o tristeza es lo mismo que arrepentimiento El dolor o la tristeza frecuentemente se expresan en lágrimas, pero en este caso cometemos dos errores. Uno es pensar que todo el que llora está arrepentido, y el otro es creer que si no hay lágrimas no hay arrepentimiento. En la consejería hemos visto personas llorar de
rodillas y en menos de una hora volver a cometer el mismo pecado por el cual habían llorado una hora antes. Las lágrimas nos hacen sentir mejor y disminuyen nuestro sentido de culpa y ese sentido de descarga es confundido a veces con un verdadero arrepentimiento. Podemos llorar por haber sido encontrados en pecado o por haber defraudado a un amigo o por tener que enfrentar las consecuencias de lo que hemos hecho y aun así no experimentar un verdadero arrepentimiento. Las lágrimas en ocasiones reflejan mi vergüenza, pero no mi dolor. El apóstol Pablo habla de dos tipos de tristezas: la tristeza que viene de Dios, que lleva al arrepentimiento, y la tristeza que viene del mundo, que lleva a la muerte. Pablo lo dice de esta forma en 2 Corintios 7:8-10: Porque si bien os causé tristeza con mi carta, no me pesa; aun cuando me pesó, pues veo que esa carta os causó tristeza, aunque sólo por poco tiempo; pero ahora me regocijo, no de que fuisteis entristecidos, sino de que fuisteis entristecidos para arrepentimiento; porque fuisteis entristecidos conforme a la voluntad de Dios, para que no sufrierais pérdida alguna de parte nuestra. Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte. Según expresa Pablo, la tristeza que viene de Dios produce un pesar temporal, pero no nos dejará tristes permanentemente. Nos deja limpios y al final esa limpieza trae gozo y refrigerio a nuestras vidas como atestigua el texto de Hechos 3:19. ¿Cómo se diferencia, entonces, la tristeza producida por nuestra naturaleza carnal o que viene del mundo, de la tristeza que viene de Dios? La tristeza o las lágrimas del mundo cuestan poco. El verdadero arrepentimiento cuesta mucho. La tristeza que viene del mundo siempre está midiendo hasta dónde llego sin tener que comprometerme mucho. El arrepentimiento no mide hasta dónde debe llegar su humillación. En la parábola del hijo pródigo, el hijo dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. No soy digno de llamarme hijo tuyo”. Él hizo todo lo necesario sin temerle a la humillación. La tristeza del mundo siempre está calculando y preguntando: ¿de verdad tengo que hacer esto o aquello? Pero, ¿será realmente necesario hacerlo? El remordimiento dice: “quiero ver hasta dónde tengo que exponer mis sentimientos”; el arrepentimiento dice: “quiero asegurarme de que no quede nada encubierto”. El arrepentimiento que viene de Dios experimenta dolor por haber violado el estándar de Dios; por haber manchado su nombre; por haber dañado a otros y por las nuevas consecuencias cosechadas. Mito #2: Cambios de conducta es lo mismo que arrepentimiento Obviamente, esto no es verdad. La psicología secular es capaz de producir cambios conductuales. El miedo a las consecuencias es capaz de producir cambios de conducta. El miedo a perder un trabajo, perder a un esposo o a una esposa puede producir cambios de conducta, pero eso no es arrepentimiento. El saber que me están observando puede producir cambios de conducta. El aspirar a un cargo o a una posición puede producir cambios de conducta. Pero si el espíritu de rebelión, la forma de hablar mal, la ira, la incomodidad y la insatisfacción permanecen, entonces no hay garantía de que ha habido un arrepentimiento real. Los perros pueden ser entrenados perfectamente para que dejen de hacer sus necesidades fisiológicas dentro de la casa, sin que ellos sientan arrepentimiento por dañar los muebles de la casa. Un cambio de conducta no es necesariamente un reflejo de que nos hemos arrepentido. Cuando los cambios no son el resultado de un cambio del corazón, estos
podrán sostenerse solo en ausencia de las presiones. Tan pronto reaparezcan las presiones y las tentaciones, con toda probabilidad reaparecerán las viejas conductas. Mito #3: Puedo estar arrepentido y querer defenderme al mismo tiempo El autor del libro citado más arriba dice que usted nunca se encontrará con el arrepentimiento y la autodefensa caminando de la mano. Aarón trató de justificarse cuando hizo el becerro de oro y le dijo a Moisés: “tú sabes que este pueblo es propenso al mal y me pidieron que le hiciera un Dios que fuera delante de ellos. Y me trajeron sus aretes de oro y los eché al fuego y del fuego salió este becerro” (Éx. 32:22-24). Ni la justificación ni la autodefensa son compatibles con el arrepentimiento. En contraposición a Aarón, cuando David fue confrontado por su pecado, no trató de explicar ni de justificar nada, ni tampoco defendió ninguna de sus acciones. Recordemos sus palabras en el Salmo 51:1-4: Ten piedad de mí, OH Dios, conforme a tu misericordia; conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones. Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera que eres justo cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas. David apeló al carácter bondadoso de Dios sabiendo que él no tenía ningún mérito por el cual él debiera ser perdonado; luego admitió su pecado y finalmente reconoció que sean cuales fuesen las consecuencias que Dios determinara, ellas serían justas y santas. Un verdadero arrepentimiento culmina en un entendimiento de parte del pecador de que la autodefensa en medio del pecado es injustificada. Mito #4: El arrepentimiento puede ser selectivo En este caso la persona dice: “Estoy dispuesto a arrepentirme de esto, pero no de aquello”. En un alto porcentaje de nuestros pecados hay una gran dosis de orgullo, y es ese orgullo que decide aceptar solo parte de la culpa tratando de que alguien comparta la carga con él. El orgullo nunca quiere que el otro piense que él es el único que está en esa situación, como tampoco quiere cargar solo con la responsabilidad. Nuestro arrepentimiento jamás podrá ser auténtico a menos que nos hayamos arrepentido de nuestro orgullo. No podemos, por ejemplo, arrepentirnos de robar y continuar mintiendo. No podemos decir que nos hemos arrepentido de algo que hicimos en contra de alguien, si todavía no le podemos ver y ni siquiera pensar en él. El arrepentimiento no es compatible con ninguna de esas reacciones. El verdadero arrepentimiento produce dolor, cambios de conducta, y la persona pierde el deseo de querer justificarse y no se arrepiente solo parcialmente. Cuando nos arrepentimos parcialmente solo queremos experimentar un cambio de conducta y no un cambio de vida. Queremos la aspirina, pero no la cirugía. Mito #5: El arrepentimiento elimina las consecuencias Las infracciones de la ley suelen conllevar consecuencias naturales. Por ejemplo: la persona que se emborracha y decide manejar su carro estando en esa condición, y luego tiene un accidente y sufre daños, puede ser que quiera arrepentirse después de haberlo hecho, pero el daño al carro y el daño a su cuerpo permanecen. Hay consecuencias que ocurren solamente a nivel emocional, pero otras veces pueden ser físicas, afectivas, familiares,
financieras, etc. Ni el arrepentimiento ni el perdón eliminan necesariamente las consecuencias. Dios perdonó a David, pero sostuvo cada una de sus consecuencias. Las consecuencias sirven para cultivar un carácter santo en la persona, y para que otros al verlas puedan escarmentar. El verdadero arrepentimiento es algo que viene de Dios. No lo podemos fabricar o producir, y la mejor evidencia de que nos hemos convertido no es el hecho de que un día nos arrepentimos de nuestros pecados, sino que continuamos arrepintiéndonos cada día. Y es así porque vivimos en franca violación de la santidad absoluta de Dios. Todas estas enseñanzas muestran que la iglesia de nuestros días tiene que arrepentirse de no predicar el mensaje del arrepentimiento que lleva al verdadero cambio. Y hay más de una razón para que esa iglesia se arrepienta: somos culpables de hacer que mucha gente se crea salva, sin serlo, por predicarle un mensaje que no los lleva a la salvación, sino a la condenación. Michael Green, en su libro, Evangelism through the Local Church11 [Evangelismo a través de la iglesia local], hace la siguiente afirmación: En el otro extremo, y más comúnmente, es fácil ver un cristianismo pasteurizado tal como la leche, que es tratada y embotellada antes de ser servida. Vemos un evangelismo sin radicalismo, que no le molesta a nadie, no desafía a nadie, pero que tampoco transforma a nadie. Es un evangelismo que no tiene nada que ver con un cambio radical, sino que es un proceso gradual de osmosis para entrar en el sistema eclesiástico. Eso está muy alejado del modelo de Jesús, el extremista más radical que el mundo haya visto, que siempre estuvo desafiando a hombres y mujeres a dejar sus áreas de vidas egoístas para seguirle. La iglesia frecuentemente ha domesticado a Jesús y ha debilitado las buenas nuevas. Ese debilitamiento de las Buenas Nuevas es la causa de la falta de conversiones reales y, por tanto, de la falta de cambios radicales en las vidas de los seguidores de Cristo. Cuando aquella multitud a la que Pedro hablaba oyó la predicación osada y atrevida del mensaje, el texto dice que los que la componían se sintieron compungidos (Hch. 2:37a). Lamentablemente, el término traducido como “compungidos” no transmite el significado real de lo que ocurrió. En el texto original el vocablo es katanyssomai, que significa un dolor agudo asociado con ansiedad y remordimiento (The Expositor’s Bible Commentary). En el inglés esta palabra ha sido traducida como que fueron “cortados en el corazón”. Lo que esta gente sintió en su interior fue algo tan intenso que inmediatamente preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: “¿qué haremos? Y la respuesta fue: “ARREPENTÍOS Y SED BAUTIZADOS”. Para la iglesia primitiva era algo inconcebible el haber creído y no estar bautizado, puesto que el bautismo es lo que identifica públicamente al creyente con la persona de Cristo. De manera que la renuencia a bautizarse se apreciaba como una renuencia a identificarse públicamente con Jesús, y eso era visto, y debe ser visto, como algo que habla en contra de un verdadero arrepentimiento. Si realmente nos hemos arrepentido de corazón, ¿por qué no identificarnos públicamente con el Señor? La vergüenza, el orgullo y la rebelión que impiden que la persona quiera identificarse públicamente con Cristo, muchas veces ponen en evidencia otra realidad y es que la persona no ha sido regenerada y, por lo tanto, no ha nacido de nuevo. No podemos obviamente generalizar, pero cuando comparamos los cristianos del primer siglo, que estuvieron dispuestos a ir a la hoguera y ante las fieras por no negar a Cristo, con el “cristiano” de hoy que por vergüenza no quiere ir a las aguas del bautismo, con
frecuencia la diferencia entre uno y otro no es más que falta de conversión.
Reflexión final El verdadero evangelismo desafía al inconverso a renunciar a sí mismo, a sus derechos y privilegios para seguir a Cristo. Decía Jim Elliot: “No es tonto aquel que deja lo que no puede retener, para ganar lo que no puede perder”. Cuántas veces hemos escuchado a alguien decir que para “recibir a Cristo” no hay que dejar muchas cosas atrás; que solo se necesita invitarlo a nuestra vida y Él se encargará del resto. Si bien es cierto que una vez que Cristo toma posesión de la vida de una persona son muchas las cosas que necesitan ser cambiadas, no es menos cierto que no podemos rebajar la oferta de salvación por miedo a que el otro se la encuentre tan exigente que no la desee. Cristo nos llamó a considerar el precio antes de decir que sí en el siguiente pasaje: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque, ¿quién de vosotros, deseando edificar una torre, no se sienta primero y calcula el costo, para ver si tiene lo suficiente para terminarla? No sea que cuando haya echado los cimientos y no pueda terminar, todos los que lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo: “Este hombre comenzó a edificar y no pudo terminar.” ¿O qué rey, cuando sale al encuentro de otro rey para la batalla, no se sienta primero y delibera si con diez mil hombres es bastante fuerte como para enfrentarse al que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando el otro todavía está lejos, le envía una delegación y pide condiciones de paz. Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todas sus posesiones, no puede ser mi discípulo (Lc. 14:26-33). Que Dios nos ayude a recobrar la verticalidad de la plomada en esta área tan vital del plan de Dios para su iglesia.
7. Emerging Trends, sept. 2001. 8. Brown, Driver, and Briggs, A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament, s.v. “shub,” pp. 996-97; Holladay, “shub”, pp. 51-115. 9. W. E. Vine, Vine’s Expository Dictionary of Old and New Testament Words [Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento] (Old Tappan, NJ: Revell Publishing, 1981), pp. 279-280. Publicado en español por Grupo Nelson. 10. Richard Owen Roberts, Repentance (Wheaton: Crossway Books, 2002). 11. Green, Michael, Evangelism through the Local Church (Nashville: Oliver-Nelson Books, 2002), p. 7.
CAPÍTULO 6 LA IGLESIA Y EL MOVIMIENTO DE CONSEJERÍA DE NUESTRO DÍAS “Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor, el gran Pastor de las ovejas mediante la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para hacer su voluntad, obrando Él en nosotros lo que es agradable delante de Él mediante Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”. H EBREOS 13:20-21
La mundanalidad, como veíamos en el capítulo anterior, es uno de los peores males que ha
afectado a la iglesia, ya que tiene el poder de infiltrarse en el pueblo de Dios pasando desapercibida al ser aceptada muchas veces como forma cultural de expresión. En los últimos tiempos, este mal ha alcanzado niveles epidémicos, por lo que para detenerlo es necesario no solo tomar medidas correctivas, sino también preventivas para evitar la contaminación de aquellos que aún están “sanos”. Cuando esa enfermedad penetra el seno de la iglesia, sus miembros sufren grandes consecuencias que luego los llevan al salón de consejería. Hay múltiples factores que explican por qué hoy existe una necesidad tan grande de que los hijos de Dios soliciten consejería tan frecuentemente. La incidencia de hogares fracturados es mucho mayor hoy que ayer, y eso crea mucha inestabilidad emocional; el nivel de estrés sobre la población ha aumentado tanto para el creyente como para el incrédulo. El número de las tentaciones hoy es mayor que ayer. Ciertamente que el hombre no ha inventado ningún pecado nuevo, pero el pecado está mucho más al alcance de nuestra mano. Josh McDowell, en su libro La generación desconectada,12 cita un artículo del New York Times que menciona que el número de tentaciones que un joven enfrenta hoy cuando va de su casa al colegio, es mayor que el número de tentaciones que su abuelo enfrentó cuando salía el viernes en la noche a buscar tentaciones. Eso nos da una idea de cuán seria es la situación en nuestros tiempos. Lamentablemente, cuando el hijo de Dios no sabe alejarse de las tentaciones, él sufre graves consecuencias que luego necesitan ser sanadas en el cuarto de consejería. Ahora, mi preocupación no está solo en el número de personas que requiere consejería, sino también en el hecho de que en ocasiones estamos ofreciendo una consejería no bíblica. Comenzamos por hablarle a la persona de que tiene que sanar cuando, en realidad, lo que le hace falta muchas veces es arrepentimiento o santificación. Habiendo dicho esto, desde el principio quisiera esclarecer algunas ideas para no ser mal interpretado. Mi proceso de arrepentimiento y de santificación, centrado en la Palabra de Dios y guiado por su Espíritu, debe llevarme a sanar las heridas del pasado, pero a través de una transformación de mi corazón que es conformado en el proceso cada vez más a la imagen de Cristo. Durante todo el capítulo, cuando comparamos la santificación con la sanación, nos estamos refiriendo más bien al movimiento de sanación de nuestros días que ha errado muchas veces en dos direcciones diferentes: • Un grupo ha hecho de la sanación una metodología de modificación de conductas que
llevan temporalmente a una modificación de los patrones de comportamiento, sin ninguna transformación del corazón. • Otro grupo entiende que la sanación requiere una liberación de demonios que han penetrado en la persona que está siendo atendida, y entonces se habla mucho de que esa persona requiere de una liberación.
LA CONSEJERÍA En un alto porcentaje de veces, la consejería, aun dentro de la iglesia, se lleva a cabo a través de técnicas psicológicas que llevan al individuo a sentirse mejor en un período de tiempo relativamente corto, pero no necesariamente lo llevan a cambiar. La santificación apunta primero a la transformación del individuo, y es esta transformación la que dará como resultado una verdadera sanación. Satanás es un estratega extraordinario y, como tal, estudia a sus víctimas. Como primer paso les hace desviar la atención del Señor para luego tenderles la trampa y hacerles caer. Y una de esas áreas donde él ha logrado entretener la iglesia es en el área de consejería. A Satanás no le importa mucho la manera en que pueda lograr desviar la atención de los hijos de Dios; su único interés es lograr su distracción. Luego serán presas fáciles. Una de las características del maligno es convencer al creyente para que haga uso de aquellas cosas que le pueden traer cierto beneficio, pero que no corresponden al diseño de Dios, ni son sus instrumentos, y en el área de la consejería lo ha logrado muy bien. Meditando acerca del movimiento de consejería en la iglesia de nuestros días, he comenzado a ver claramente cómo Satanás ha colocado sus trampas y sus engaños dentro de este movimiento. Oyendo recientemente a Al Mohler, uno de los defensores de la fe cristiana de nuestros días, le escuchaba decir que el gran pecado de nuestra generación es que todos sentimos que estamos enfermos emocionalmente y que hemos llegado a vernos más como pacientes y víctimas que como pecadores en necesidad de arrepentimiento. Obviamente, no es mi intención reducir todo el mal de nuestros días afirmando que nuestro único problema es el pecado y la falta de arrepentimiento, porque eso sería muy simplista. Pero creo firmemente que Satanás ha desviado la atención de la iglesia llevándonos a centrarnos en el proceso de sanación descrito a la manera de la psicología de nuestros tiempos en vez de centrarnos en el proceso de santificación. Ambos procesos necesitan consejería, pero estos procesos difieren no solo en su metodología, sino en el instrumento de sanación y en los fines que persiguen. La “sanación” tal como nos es presentada, frecuentemente requiere un largo proceso donde se nos trata de convencer, por ejemplo, que el perdón requiere de mucho tiempo para que las heridas sanen y la memoria sea borrado, mientras que el proceso de santificación a través de la Palabra me enseñará que la falta de perdón es un pecado que requiere arrepentimiento y que, más que un proceso, el perdón es una decisión personal, en base a mi entendimiento de cómo Cristo nos ha perdonado nuestros pecados. El instrumento de sanación en este caso es su Palabra y el Espíritu de Dios que mora en nosotros, y en el caso de la sanación psicológica el instrumento de sanación es el tiempo que borra la memoria a través de una serie de recomendaciones que tienen que ver más con la modificación de la conducta que con la transformación del corazón. Otros entienden equivocadamente hoy, que la persona resentida que no puede perdonar está poseída por demonios que necesitan ser expulsados. Algunos han llegado a decir incluso que todos los cristianos tenemos demonios para justificar nuestras conductas pecaminosas. No dudamos que Satanás pueda usar este resentimiento que debilita la vida espiritual de la
persona hasta llegar a oprimir al creyente, pero de ahí a necesitar un exorcismo hay una gran diferencia. En esos casos, lo que se necesita es una disposición de la persona a perdonar y a pedir perdón a Dios por el pecado del resentimiento. Este es el arrepentimiento que me lleva a sanación.
LA SANACIÓN Una de las actividades más comunes de las iglesias hoy en día son los servicios de sanación física, en unos casos, y de sanación emocional en otros. Sin embargo, mirando hacia atrás, al revisar la historia de la iglesia podemos observar que estos servicios brillaron por su ausencia en el pasado. Podríamos, pues, hacernos esta pregunta: ¿No eran las ovejas sanadas en el pasado? Claro que sí, pero de otra manera. Los grandes hombres de Dios en el pasado insistían en la necesidad de la santificación. Actualmente, la iglesia insiste en la necesidad de la sanación. El proceso de sanación como lo conocemos hoy mira hacia atrás; la santificación mira hacia delante. La terapia psicológica tiende a mirar hacia atrás y a buscar culpables para justificar o explicar el problema o el comportamiento de la persona. La santificación, más que mirar hacia atrás, mira hacia la cruz y nos ayuda a entender que todos somos culpables. Luego dirige nuestra mirada hacia la resurrección y una vez más nos ayuda a entender que Aquel que levantó al Hijo de entre los muertos es capaz de levantarnos de nuestro pasado y de nuestras heridas. La sanación me convence de que mi restauración tomará mucho tiempo. La santificación me recuerda que el Padre levantó al Hijo por medio del poder de su Espíritu y lo hizo en un solo día. Así consta en las Escrituras: Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor, el gran Pastor de las ovejas mediante la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para hacer su voluntad, obrando Él en nosotros lo que es agradable delante de Él mediante Jesucristo (ahí está nuestra santificación), a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (He. 13:20-21). Y también: Y a aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén (Ef. 3:20-21). La mayor necesidad del creyente no es sanación, sino santificación; no es encontrar a los culpables de su pasado, sino perdonar a aquellos que le hirieron, reconociendo que él también ha herido a otros y que esos culpables necesitan del perdón tanto como él mismo. En el proceso de santificación, no insistimos en encontrar los culpables de las heridas, antes bien ayudamos al aconsejado a entender que muchas veces Dios nos ha llamado a llevar las heridas como una manera de cargar voluntariamente con las consecuencias del pecado del otro. Cristo llevó nuestras heridas y cuando las mostró a alguien como Tomás, estas heridas fueron poderosas porque ellas hablaron por sí solas. Dios quiere usar nuestras heridas, la pregunta es si estamos dispuestos a mostrarlas. La mayor necesidad del creyente no es
tiempo para sanar, sino sumisión para tener la llenura de Aquel que levantó a Cristo de entre los muertos y que por medio de ese poder puede hacer grandes cosas en nuestras vidas. Ahora el hijo de Dios tendrá que decidir si creerle a Satanás, el cual ha sido un mentiroso desde el principio, o si creerle a Dios y su Palabra. Si convencemos a la persona de que su problema principal está en su recuerdo de los hechos del pasado y no en su propia naturaleza pecaminosa heredada, habremos cometido varios errores. En primer lugar, le habremos convencido de confiar más en el terapeuta que en el Espíritu de Dios; habremos convencido a la iglesia de predicar sanación y no su Palabra que trae convicción de pecado; y habremos convencido a los creyentes de que el problema es el pasado y no el presente. De ahí que se hayan popularizado tanto los famosos servicios de sanación, que constituyen un nuevo fenómeno dentro de la iglesia. Alguien podría preguntarse: ¿Pero no cree usted que el espíritu del creyente podría estar frecuentemente herido? Claro que sí, pero lo que hirió su espíritu en el pasado fue el pecado del otro o incluso el suyo propio. Esas personas están sufriendo los efectos de ese pecado y lo único que podemos hacer con el pecado del otro es perdonarlo, así como debemos confesar el nuestro. No podemos olvidar que hasta que no tratemos con ese pecado—ya sea a través de la confesión, cuando se trate del nuestro, o por la vía del perdón, cuando se trate del pecado de otro—, no habrá forma de poder agradar a Dios y ser realmente transformados. A fin de cuentas, es la naturaleza pecaminosa del otro interactuando con la naturaleza pecaminosa que llevamos dentro de nosotros lo que nos hace llegar donde muchas veces no queríamos llegar. Es notable la ausencia de la Palabra de Dios en los centros y en los servicios de sanación. Llevó años haciéndome la misma pregunta: ¿cómo se hizo la iglesia por casi 20 siglos sin el movimiento de consejería y la terapia psicológica de nuestros días? Poco a poco Dios me ha ido ayudando a entender que las consejerías siguen siendo necesarias, pero que tenemos más necesidad de arrepentimiento que de terapia psicológica; más necesidad de perdonar que de culpar; más necesidad de humillarnos que de sanarnos; y más necesidad de mirar hacia delante que de mirar hacia atrás; de mirar hacia el futuro que de mirar hacia el pasado. El apóstol Pablo decía en Filipenses 3:13b-14a: “…pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta…” Quizás esto explique en parte por qué la Palabra de Dios nunca nos instruye a mirar hacia atrás, sino hacia adelante y hacia arriba. En la medida en que he meditado sobre estas cosas, pude entender que nuestro orgullo, nuestra rebelión, nuestro deseo de venganza, nuestra falta de perdón, nuestros celos y envidias, nuestras inseguridades y nuestra inhabilidad para admitirlas nos han enfermado más que cualquier otra cosa del pasado. Esta es la razón por la que la prescripción de Dios para su pueblo es santificación más que sanación. Cuando nos centramos en sanar, siempre encontraremos culpables que nos dañaron en el pasado. Si nuestro enfoque es santificarnos, posiblemente no encontremos a quienes nos causaron las heridas, pero sí encontraremos a Alguien (Jesús) que puede sanarnos a ambos. Analizando este tema desde diferentes ángulos, Dios me ha permitido ver que la solución a nuestros problemas emocionales no es la terapia de las emociones que ofrece un evangelio terapéutico, sino la santificación a través del Espíritu que vamos adquiriendo por haber abrazado el único y verdadero Evangelio de Jesucristo. En los últimos años, Satanás ha ganado mucho terreno. En muchos casos ha logrado que se diluya el mensaje; ha conseguido que la iglesia de Cristo levante todo un movimiento de guerra espiritual que el Señor nunca instruyó que libráramos, por lo menos de la forma como se hace hoy, porque la batalla es suya y no nuestra. Satanás ha evitado que el perdón de Dios
llegue a nosotros porque, en vez del verdadero evangelio de arrepentimiento de pecados, hemos predicado un evangelio terapéutico como acabamos de mencionar, impidiendo que se experimente el poder de la resurrección. Hemos llegado a creer que el tiempo es más importante que su poder en ese proceso.
¿HERIDAS O CONSECUENCIAS DEL PECADO? Es sorprendente ver cómo el mundo secular a veces se percata de verdades de Dios sin verdaderamente conocer a ese Dios. Recientemente leía sobre la novela Los miserables; el resumen de la obra terminaba diciendo que la obra muestra “la pobreza en el siglo xix y el valor del perdón conjuntamente con la rectificación traen bienestar y paz al alma”. Víctor Hugo, autor de la novela, el cual no era cristiano y de hecho no tuvo una vida moral, pudo percatarse de que el perdón y la rectificación, que la Palabra de Dios llama santificación, trae bienestar y paz al alma. Definitivamente, lo que trae paz y bienestar al alma es el poder alinear nuestras vidas con los propósitos de Dios. Decía J. C. Ryle, en su libro Holiness [Santidad], que “la santidad no es más que el hábito de ponerse de acuerdo con la mente de Dios… el hábito de ponerse de acuerdo con los juicios de Dios—odiando lo que Él odia, amando lo que Él ama— y midiendo todo en este mundo de acuerdo al estándar de la Palabra”.13 En terapia se les llama heridas a las experiencias pecaminosas del pasado. En la Palabra de Dios les llamamos consecuencias de nuestro pecado o del pecado de otro. ¿Cuál es la diferencia entre esos dos enfoques? Que las heridas necesitan tiempo para sanar mientras que las consecuencias en nuestra vida de las acciones del otro solo necesitan ser perdonadas y nuestros pecados confesados, como ya hemos comentado. Las heridas miran hacia atrás, pero estamos viviendo en el presente y de ahí nuestra necesidad de dejar atrás el pasado por medio del poder de su Espíritu. Las consecuencias pueden quedar, pero su gracia nos bastará para sobrellevarlas. En terapia se habla mucho del poder destructivo de nuestro pasado, en la consejería bíblica decimos que el pasado no tiene poder sobre nosotros, excepto el poder que le asignamos y le permitimos tener. Pablo, por inspiración del Espíritu Santo en 2 Corintios 5:1617 dice: “De manera que nosotros de ahora en adelante ya no conocemos a nadie según la carne; aunque hemos conocido a Cristo según la carne, sino que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas”. Pablo expresa aquí que desde que se convirtió dejó de ver y evaluar a las personas según la carne; esto incluiría también a aquellas que le hicieron daño. El texto nos dice también que las cosas viejas pasaron; por eso al pasado le llama pasado. Como nueva criatura, el pasado perdió su poder en nosotros, a menos que nos aferremos a él. Somos una nueva criatura en Cristo, con el poder de la resurrección morando en nuestro interior. Cuando sufrimos una pérdida en la vida o pasamos alguna prueba, los terapeutas insisten en que le demos tiempo al tiempo; que el tiempo es un gran sanador. Sin embargo, en el proceso de santificación decimos que: No hay pérdida que su presencia no pueda reemplazar. No hay vacío que su suficiencia no pueda llenar. No hay debilidad que su gracia no pueda fortalecer. No hay dolor que su misericordia no pueda aliviar. No hay tristeza que su gozo no pueda desplazar.
No hay herida que su toque no pueda sanar. No hay enemistad que su cruz no pueda reconciliar. No hay interrogantes que su sabiduría no pueda responder. No hay carencia que su provisión no pueda suplir; Ni esclavitud que su poder no pueda romper. Es necesario hacer un llamado a la iglesia de hoy para regresar adonde debimos haber comenzado… al verdadero evangelio del arrepentimiento de pecados y la santificación: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Ts. 4:3). Los psicólogos y terapeutas han definido por lo menos 4 etapas por las que normalmente pasamos cuando estamos en medio de una prueba o pérdida. Estas son: 1) Negación: Es la etapa donde la persona, de una manera consciente o subconsciente, niega estar pasando por una situación determinada. Como ejemplo podemos citar al paciente con cáncer que, después de recibir la noticia, piensa que eso es imposible; que quizás cometieron un error al hacer la biopsia o que su nombre fue colocado sobre la muestra de otra persona, etc. A veces ese paciente decide visitar dos y tres médicos tratando de encontrar alguno que pueda decirle que realmente no tiene cáncer. Sabemos que estas cosas ocurren, pero en consejería bíblica decimos que la negación es falta de aceptación de los propósitos de Dios, lo cual es pecado y aunque quizá no les digamos esto de primera instancia, sí debemos ayudar a las personas a entender que Dios tiene propósitos que van mas allá de nuestro entendimiento, y que cuanto más confiemos en Él, más paz podremos disfrutar en su presencia. 2) Ira: En esta etapa, muchas veces la ira es consecuencia de cuestionamientos tales como: ¿Por qué a mí?; ¿Por qué Dios permitió que esto pasara? Otras veces la persona piensa que es injusto de parte de Dios el permitir algo así en su vida. La ira podrá verse como natural bajo una perspectiva psicológica, pero de acuerdo con la Palabra de Dios la ira es pecado y requiere arrepentimiento, a menos que sea una ira santa. El hombre caído, aun después de su regeneración, raramente se aíra de manera santa; esto solo ocurre cuando nos airamos por las cosas que enojan a Dios. 3) Depresión: No es infrecuente que el individuo se sienta deprimido después de una etapa de ira donde ya no tiene fuerzas para luchar y donde comienza a experimentar falta de esperanza. La depresión puede ser normal en estos procesos, pero solo por corto tiempo. Pero la depresión continúa después de cualquier evento traumático y es algo con lo que Dios no se puede sentir complacido porque es una negación de su suficiencia y es contrario a lo que Cristo vino a hacer: Él vino para que tengamos vida en abundancia (Jn. 10:10). 4) Aceptación: Esta etapa pudiera definirse como el estar en paz con la situación que me ha tocado vivir. Es cuando la persona puede entender que los propósitos de Dios son verdaderamente incomprensibles y que por tanto tendrá que confiar en Dios. Es la última etapa, pero es por donde debimos haber comenzado. De ser así, nos evitamos las demás tres etapas pecaminosas vistas bajo la perspectiva bíblica. Cuando nos aqueja una enfermedad incurable, en terapia se trataría de animar a la persona diciéndole que actúe de forma positiva, que no sea pesimista, que no piense en la enfermedad. En el proceso de santificación, sin embargo, se exhorta a la persona a pensar en la enfermedad, pero enfocándola desde la perspectiva de los propósitos de Dios para su vida y de lo que Dios puede hacer en y a través de esa persona.
LA SOBERANÍA DE DIOS
John Piper, alguien con mucha autoridad en el campo cristiano, dice que el creyente con cáncer no debe desperdiciar su cáncer. A continuación aparecen algunos de los puntos principales de un capítulo de su libro El sufrimiento y la soberanía de Dios14 seguidos de mis comentarios. “Desperdicias tu cáncer si no piensas que ha sido diseñado por Dios para tu vida”. Y lo mismo podemos decir de cualquier otra experiencia dolorosa por la que hayamos atravesado. Muchos cristianos quieren excusar a Dios y decir que Dios no tiene nada que ver con nuestras malas experiencias. Pero ese no fue el veredicto de un hombre como José en el Antiguo Testamento después que sus hermanos le vendieron como esclavo: Entonces enviaron un mensaje a José, diciendo: Tu padre mandó antes de morir, diciendo: “Así diréis a José: ‘Te ruego que perdones la maldad de tus hermanos y su pecado, porque ellos te trataron mal.’” Y ahora, te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre. Y José lloró cuando le hablaron. Entonces sus hermanos vinieron también y se postraron delante de él, y dijeron: He aquí, somos tus siervos. Pero José les dijo: No temáis, ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente (Gn. 50:16-20). La persona santificada y madura no tiene problemas en aceptar los propósitos de Dios, y entiende que si dos pajarillos no pueden caer al suelo sin el consentimiento de su Padre (Mt. 10:29), tampoco un hijo de Dios puede enfermar sin su consentimiento. “Desperdicias tu cáncer si piensas que es una maldición y no un regalo”. ¿Un regalo? Claro; para que podamos parecernos más a Él y menos a nosotros mismos. Cuando Pablo le escribía a los filipenses, les decía que “a nosotros se nos ha concedido el privilegio, no solo de creer en Él, sino también de sufrir por Él” (Fil. 1:29). Es un privilegio porque, en esas experiencias, Dios está más cerca y su gracia se hace más abundante y más real. Si bien es cierto que donde abundó el pecado, abundó su gracia (Ro. 5:20), no es menos cierto que donde abunda el dolor, abunda su gracia para con sus hijos. “Desperdicias tu cáncer si buscas consuelo en las estadísticas y no en el Señor”. Cuando nos informan que el cáncer que nos aqueja tiene un 80% de posibilidad de cura nos ponemos contentos, y si nos dicen que el porcentaje de cura es de un 20% nos deprimimos. En estos casos, la alegría o la tristeza no la produjo Dios, sino las estadísticas, lo cual revela cuan fáciles somos de desanimar. Los números controlan nuestro estado de ánimo, y no Dios. Esto revela que nuestra confianza está más en la ciencia que en el Dios de la ciencia. “Desperdicias tu cáncer si rehúsas pensar acerca de la muerte”. En terapia secular se nos anima a no pensar en la muerte porque nos deprime, y eso es cierto si vivimos la vida con una perspectiva por debajo del sol; pero el cristiano debe pensar en la muerte y debe verla como el día de su graduación, como el día que pasa de esta vida a la
próxima para finalmente encontrarse con su Creador. “Desperdicias tu cáncer si piensas que vencer el cáncer es permanecer vivo en vez de regocijarte en Cristo”. Esta es una actitud completamente diferente a la que tenía el apóstol Pablo, que no sabía qué era mejor para él, si partir a la gloria o permanecer aquí. Vencer el cáncer para un cristiano no es necesariamente curarse de la enfermedad, sino impedir que su enfermedad lo abata y le robe el gozo de su salvación. Vencer tu cáncer es vivir victoriosamente tu enfermedad testificando para Dios en medio de ella. “Desperdicias tu cáncer si pasas mucho tiempo leyendo acerca del cáncer y no suficiente tiempo leyendo acerca de Dios”. Muchos de nosotros nos hacemos expertos en las enfermedades que padecemos y no nos tomamos tanto interés en aprender sobre el Dios que puede sanar todas las enfermedades, o que cuando no nos sana nos da la gracia para sobrellevarlas. Un cristiano maduro debe estar bien informado acerca de su enfermedad, pero no necesita estar sobresaturado con información, pensando que la información le hará vivir mas tiempo. “Desperdicias tu cáncer si el cáncer te lleva a la soledad y no a la profundidad de la vida”. Uno de los aportes de las tribulaciones es precisamente que nos llevan a hacer introspección y nos hacen personas más profundas y de mayor propósito. Mucha gente vive de una manera superficial y cuando escuchas narrar su vida te das cuente por qué. El dolor nos lleva a la reflexión y, en esa meditación profunda, Dios nos abre el entendimiento para ver cosas que no podíamos ver. “Desperdicias tu cáncer si te entristeces como aquellos que no tienen esperanza”. El apóstol escribe a los tesalonicenses (1 Ts. 4:13) y les manifiesta precisamente esto de que el cristiano no debe entristecerse como los que no tienen esperanza. En esta afirmación, Pablo reconoce que el cristiano puede entristecerse pero no debe hacerlo como lo hace el resto del mundo que carece de la esperanza de gloria. Fuiste creado para vivir en su presencia y el cáncer pudiera acelerar el llegar al lugar para el cual fuiste creado. Todo el mundo quiere ir al cielo y estar con Dios, pero nadie quiere morirse porque vivimos atados a este mundo de incertidumbre. “Desperdicias tu cáncer si no lo usas como una manera de testificar para la gloria de Dios”. Cuando hablamos bien de Dios en medio del dolor, hacemos que Dios “luzca” mejor ante los hombres. El incrédulo puede hablar bien de otro siempre y cuando ese otro sea el causante de su bonanza. Solo el cristiano puede hablar bien de su Dios en medio de la adversidad, sobre todo cuando ese Dios tiene el poder de cambiar las cosas y no lo hace.
LA SANTIFICACIÓN
Cuando leemos y meditamos sobre estos principios escritos por el pastor John Piper en el libro que hemos citado más arriba, nos damos cuenta de que éste es un hombre que conoce el poder de la resurrección que mora en él y que vive una vida centrada en Dios y no en sí mismo. Mientras que en la terapia se quiere evitar el dolor, en la santificación queremos usar el dolor para glorificar a Dios y santificar al que lo padece. Ese tipo de santificación puede calificarse como un evento y un proceso al mismo tiempo. Es un evento porque el día que Dios nos hizo nacer de nuevo por su gracia soberana, nos apartó para sus propósitos, lo cual se conoce como santificación posicional. Dios nos tomó de un lugar y nos llevó a otro. Es decir, nos cambió de posición. Es algo que ocurre en un instante. En esa santificación no tenemos participación; depende enteramente del Señor. Pero hay una santificación a la que Dios nos ha llamado que es un proceso, y en ese proceso Él tiene una parte y nosotros otra. Él nos da su gracia y nosotros hacemos el esfuerzo. Él nos enseña lo que tenemos que hacer, y nosotros hacemos lo que nos corresponde hacer, a sabiendas de que “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”… todo lo puedo en Él pero es todo lo que Dios tiene para mí dentro de su voluntad… eso yo puedo realizarlo en Él. Cuando Dios dice en Levítico 19:2 “sed santos porque yo soy santo”, implica que hay una parte significativa del proceso de santificación que depende de nosotros y luego hay una parte que solo Dios puede hacer. Dios no puede quedar fuera de la ecuación porque nuestra santificación es por gracia también, pero a diferencia de la salvación, en la santificación las obras juegan un papel fundamental, por ejemplo, leer la Palabra es una obra que si rehusamos hacerla redundará en detrimento de nuestra santificación. La santificación no puede ser medida por el gozo inicial que muchos tienen cuando oyen la Palabra, regocijándose en ella. Si la Palabra no echa una raíz profunda, como explicó Cristo en la parábola del sembrador, tan pronto llega la aflicción ese gozo se apaga y, al apagarse, la persona vuelve al mundo y luego su condición es peor que cuando aparentemente había comenzado su caminar con Dios. La santificación tampoco puede ser medida por nuestra fidelidad y puntualidad en los servicios de la iglesia, sino por el amor y el deseo que manifestemos de participar en la vida del cuerpo de Cristo. Cuando ese deseo falta, esa carencia es una evidencia de que nuestro proceso de santificación nunca comenzó, en cuyo caso necesitamos comenzar por nacer de nuevo. La santificación es mejor exhibida por el deseo que tenemos de conformarnos a la ley de Dios. La persona que mira la ley de Dios y la encuentra difícil de cumplir y por ello no trata de hacerlo, es una persona que no está dando evidencia de su santificación. El salmista decía en el Salmo 119:97: “¡Cuánto amo tu ley!”. Él repite lo mismo en los versículos 113 y 163. En el versículo 77 dice: “tu ley es mi deleite”. En el versículo 92: “Si tu ley no hubiera sido mi deleite, entonces habría perecido en mi aflicción”. El deleitarse en la ley de Dios es una evidencia de la santificación de la persona. Por eso insistimos en que la iglesia necesita dejar de predicar que la ley de Dios es difícil de cumplir y que hay que someterse por obediencia, en vez de someterse deleitosamente. Prestemos atención al testimonio del salmista: “Me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón, (Sal. 40:8). La ley de Dios, más que difícil de cumplir, es dulce para el hijo de Dios que se ha santificado. Cuando estamos santificados, hasta en momentos en que nos sentimos mal, si hemos hecho de su ley nuestro deleite, nos sentiremos gozosos. La persona que se ha santificado no solo se deleita en conocer la ley de Dios, sino que se deleita en hacer su voluntad. Cuando somos niños espirituales, usualmente queremos hacer la voluntad de Dios por miedo a las consecuencias. Y ese miedo se convierte en el motor para
hacer su voluntad, pero si el miedo a las consecuencias es básicamente la única razón para obedecer a Dios, debemos preguntarnos si realmente hemos nacido de nuevo porque aun los incrédulos tienen temor a las consecuencias, y si somos creyentes tenemos que concluir que si esa es nuestra mayor motivación entonces no hemos aprendido el “secreto” de la verdadera santificación que ocurre por amor a su ley, más que por obligación, como hemos estado explicando. La persona santificada siente deseos de complacer a Dios, aun cuando no hubieren consecuencias que afrontar… simplemente porque le ama. En Juan 15:14: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”, Jesús llama amigos a aquellos que hacen lo que Él les manda. El que está procurando santificarse se rinde a sus propósitos. En la terapia psicológica le damos largas a la obediencia e inducimos a la persona a no preocuparse, porque lo importante es que haga algún progreso. Pero, ¿por qué le afirmamos en su desobediencia y en su falta de santidad? Porque en la terapia psicológica la meta no es la santidad, sino ayudar al otro a sentirse bien. Mi temor es que mucha gente entre a la condenación eterna por haber creído que sentirse bien en esta vida era lo más importante. La obediencia retardada es desobediencia y la desobediencia no puede agradar a Dios (1 S. 15:22). La santidad no elimina el pecado, pero disminuye el deseo de ir tras él. El discípulo que se ha santificado odia su propio pecado y el odio hacia su pecado le ayuda a mantenerse alejado de él. La santificación, por su misma naturaleza, produce en la persona un deseo cada día mayor de continuar santificándose y en ese proceso va haciendo restitución de lo que ha dañado en el pasado. La restitución consiste en hacer todo el esfuerzo posible por reparar cualquier cosa que hayamos dañado en el pasado; y lo que más solemos dañar con nuestras acciones pecaminosas son relaciones, sobre todo las más cercanas a nosotros. La santificación nos ayuda enormemente a llevar a cabo la restitución.
Reflexión Final En realidad lo que necesitamos, más que sanación o que cualquier otra cosa, es santificación: • Necesitamos de su poder más que del paso del tiempo. • Necesitamos aceptación más que autojustificación. • Perdonar a otros más que sentirnos heridos. • Necesitamos santificación más que sanación. • Necesitamos mirar hacia arriba más que mirar hacia atrás. De esta manera podemos honrar a Dios en el dolor y el sufrimiento y ser santificados por Él a través de las mismas experiencias.
12. Josh McDowell, La generación desconectada (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2002), p. 222. 13. J. C. Ryle, Holiness: Its Nature, Hindrances, Difficulties, and Roots (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, Inc., 2007), p. 44. 14. John Piper, El sufrimiento y la soberanía de Dios (Grand Rapids: Portavoz, 2008), pp. 219-232.
CAPÍTULO 7 LA IGLESIA EN MEDIO DE LA APOSTASÍA DE HOY “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con su propia sangre. Sé que después de mi partida, vendrán lobos feroces entre vosotros que no perdonarán el rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos. Por tanto, estad alerta, recordando que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas”. H ECHOS 20:28-31
El fenómeno de la apostasía no es un fenómeno nuevo típico de la iglesia de hoy, sino que es
más bien algo que la iglesia ha vivido desde sus inicios, y de lo cual Cristo nos advirtió de diferentes maneras. De hecho, hasta en la parábola del sembrador (Mt. 13) encontramos visos de este fenómeno, porque en esa ocasión el Señor nos enseñó cómo oirían algunos la Palabra y la recibirían con gozo, pero que llegada la aflicción por causa de la misma Palabra, muchos de ellos caerían y en eso consiste la apostasía… dejar el camino de la verdad para seguir el camino de la mentira, del error, de la conveniencia, de la comodidad… en fin, el camino de este mundo. Pablo nos habló de colaboradores cercanos que lo abandonaron (2 Ti. 4:10, 16). Juan nos habló de personas que estuvieron con ellos y salieron de ellos y al salir pusieron en evidencia que nunca fueron de ellos (1 Jn. 2:19). Cada vez que se dan estas salidas, nos sorprenden, pero en cierta medida no debiera ser así, porque hemos sido advertidos; sin embargo, la advertencia no hace que nos duela menos y de ahí nuestra sorpresa. En el pasaje que encabeza el capítulo, el apóstol Pablo nos dejó una nota triste que debió haber entristecido a los líderes de la iglesia de Éfeso que la recibieron, donde les comunicaba que sabía con toda certeza que, cuando él saliera, personas que él tildó de lobos feroces o rapaces, según otras traducciones, “no perdonarían el rebaño”, les advirtió además que “de entre vosotros mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos”. Estas son palabras mayores que no podemos leer y simplemente pasar por alto. Es obvio por este texto y por otros similares que la iglesia de Cristo ha estado bajo grandes ataques y presiones desde una época muy temprana que han logrado desviar a muchos del camino de la verdad con graves consecuencias. El mismo apóstol Pablo nos dejó una advertencia en 2 Tesalonicenses 2:3 cuando se refería al hecho de que el Anticristo no vendría hasta que no se manifieste la apostasía. La palabra apostasía significa desertar, alejarse… y en el caso que nos atañe, significa alejarse de la verdad que una vez fue creída; del camino por donde veníamos transitando… en esencia, alejarse de la cruz; del evangelio, del mensaje de la verdad. Y eso es lo que ha ocurrido con tantas iglesias hoy en día. Es difícil observar lo que está aconteciendo en nuestros días y no preguntarse si pudiéramos estar viviendo esos tiempos de los cuales habló el apóstol Pablo, cuando aparecería, ese “hombre de pecado, el hijo de perdición” tras el cual se irá la humanidad y
cuya aparición precederá la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo: Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con Él, os rogamos, hermanos, que no seáis sacudidos fácilmente en vuestro modo de pensar, ni os alarméis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera de nosotros, en el sentido de que el día del Señor ha llegado. Que nadie os engañe en ninguna manera, porque no vendrá sin que primero venga la apostasía y sea revelado el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se exalta sobre todo lo que se llama dios o es objeto de culto, de manera que se sienta en el templo de Dios, presentándose como si fuera Dios (2 Ts. 2:1-4). Algunos, o muchos, piensan que quizás hemos comenzado a ver las primeras señales de un gran movimiento apóstata que en cierta medida está abarcando los cinco continentes. Una gran parte de los líderes de la iglesia de Dios ha perdido el rumbo, y muchas de las congregaciones del Señor están siendo infiltradas por lobos vestidos de ovejas que en algunos casos han tenido la oportunidad de ocupar incluso muchos de los púlpitos. La iglesia fundada por Cristo no puede permanecer indiferente ante esta realidad, y si queremos identificar a estos falsos maestros, quizás el lugar por donde debemos comenzar es preguntándonos cómo reconocer a un verdadero maestro. Parte de la necesidad del pueblo de Dios es aprender a diferenciar los verdaderos de los falsos maestros. Una de las cosas por las que se destacó la iglesia de Éfeso fue por su habilidad para desenmascarar a aquellos que se hicieron pasar por falsos apóstoles, y Cristo aplaude su conducta en el libro de Apocalipsis. Estas son las palabras textuales del Señor: Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: “Él que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que anda entre los siete candelabros de oro, dice esto: ‘Yo conozco tus obras, tu fatiga y tu perseverancia, y que no puedes soportar a los malos, y has sometido a prueba a los que se dicen ser apóstoles y no lo son, y los has hallado mentirosos’” (Ap. 2:1-2). El Señor estaba pasando revista a sus iglesias en Asia Menor y, al inspeccionar la iglesia de Éfeso, quiso reconocer su buen trabajo en ciertas áreas antes de llamarle la atención por aquellas cosas que habían descuidado. Es de notar que la identificación de los falsos maestros fue algo que los líderes de la iglesia de Éfeso supieron hacer bien y por lo cual Cristo les expresa su aprobación. Pablo tuvo que luchar en contra de esas corrientes, y es por eso que creo pertinente ver de qué manera ministró este gran hombre de Dios en medio de circunstancias adversas.
CARACTERÍSTICAS DEL VERDADERO MAESTRO En Hechos 20 sale a relucir el trabajo titánico y sincero de este hombre a quien Dios interceptó un día camino a la ciudad de Damasco. Tomando ese encuentro que Pablo tuvo con los ancianos de la iglesia de Éfeso, revisaremos la forma ejemplar de Pablo al ministrar. A continuación presentamos una la lista de cualidades que revisaremos y que cada ministro de la Palabra debiera tratar de imitar:
1. Un corazón pastoral 2. Un compromiso con la verdad 3. Una disposición a sufrirlo todo por causa del evangelio 4. Una tranquilidad de conciencia después de haber predicado 5. Una preocupación continua en contra de los falsos maestros que se levantarían de entre ellos mismos 6. Una labor de atalaya del pueblo 7. Una actitud de servicio 1. Un corazón pastoral Una de las cosas que hemos enfatizado en nuestra iglesia es el hecho de que antes de “hacer”, tenemos que “ser”, y eso es algo que podemos ver a lo largo de la historia bíblica. Dios trabajó en Moisés unos 40 años en el desierto antes de enviarlo en una misión, y trabajó en Pablo unos 7-10 años antes de enviarlo en su primer viaje misionero. Se necesita tiempo para formar el corazón de un hombre. Prestemos atención a estas palabras de Pablo: …Vosotros bien sabéis cómo he sido con vosotros todo el tiempo, desde el primer día que estuve en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con lágrimas y con pruebas que vinieron sobre mí por causa de las intrigas de los judíos…” (Hch. 20:1819). Pablo comienza diciendo “vosotros sabéis bien”. En otras palabras, lo que les voy a decir no es fruto de mi invención, sino que yo he dejado evidencias de lo que he hecho y en este momento lo que estoy haciendo es solamente refrescándoles la memoria. Cuando les serví, lo hice con toda humildad. Debió haber sido difícil para Pablo decir estas palabras porque se hubiera podido pensar que reflejaban orgullo de parte de él. Pero, conociendo su trayectoria, estamos seguros de que lo que estaba comunicando no era para que lo aplaudieran, sino más bien para que imitaran su estilo de servicio y de ese modo agradaran al Señor. Les recordaba que él nunca trabajó entre ellos con la intención de hacerse un nombre; tampoco creyéndose superior ni haciendo resaltar sus credenciales. Uno de los distintivos del verdadero pastor de ovejas es que él nunca hace alarde de sus atributos, lo cual marca una gran diferencia con los supuestos apóstoles y supuestos profetas de hoy que se exaltan a sí mismos por encima de los demás. Sin lugar a dudas que el ministro de la Palabra necesita prepararse, pero no para ufanarse de lo que sabe, sino para llegar a conocer y a entender mejor la Palabra de Dios, porque tiene la obligación de manejar con precisión la Palabra de verdad (2 Ti. 2:15) y cuando no lo hace, peca contra Dios, porque está desconociendo la misión que le ha sido conferida y la autoridad delegada por Dios en él. Solo en un par de ocasiones Pablo habló sobre sus credenciales, y lo hizo porque sus adversarios habían descendido tanto en su irracionalidad que, para poder demostrarles lo equivocado de sus argumentos y conducta, no le quedó otro remedio que tratar de colocarse al nivel de ellos. En el capítulo 11 de la segunda carta a los Corintios, a partir del versículo 20, Pablo muestra su asombro de que aquellas ovejas prefirieran a alguien que los esclavizara, que los devorara, que se aprovechara de ellos, que se exaltara a sí mismo, mientras lo rechazaban a él, que les había dado muestras de ser un verdadero apóstol. Es en ese momento cuando Pablo dice: “si alguien dice ser osado, yo también soy osado, e
inmediatamente agrega: ‘hablo con insensatez’”. Sabía que hacer lucir sus credenciales era algo carnal y no digno de un siervo de Dios; por eso lo tilda de insensatez. Pero esta gente, que no estaba capacitada para acusarle, no le había dejado otro recurso que no fuera hacérselo saber. Él continúa: “¿Son ellos hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abraham? Yo también. ¿Son servidores de Cristo? (Hablo como si hubiera perdido el juicio.) Yo más…” (2 Co. 11:22-23). En esta situación, así como en la carta a los Filipenses, capítulo 3, Pablo destacó sus credenciales, pero solo con la intención de confrontar la forma como aquella gente se estaba comportando. A los ancianos de Éfeso, por su parte, Pablo les recuerda la manera en que sirvió entre ellos con humildad, sin pretensiones, como una forma de estimularlos a que hicieran lo mismo y que le dieran credibilidad a sus palabras. Agrega algo más. Habla de que lo hizo con lágrimas a causa de las acusaciones falsas de los judíos, de aquellos que le odiaron sin razón. Y es que el verdadero pastor ama a sus ovejas y las ama hasta el punto de que se duele por ellas. Se duele cuando se dejan engañar por falsas enseñanzas; se duele cuando andan en pecado; se duele cuando no cumplen sus responsabilidades ante Dios y se duele cuando, habiéndoles amado, sus ovejas le acusan falsamente. Por eso Pablo dice que sirvió entre ellos con humildad y con lágrimas. Las lágrimas fueron la evidencia de cómo se dolía por ellas. En cambio, el falso profeta no se duele por sus ovejas y no da la vida por ellas. Cristo dijo: Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el que es un asalariado y no un pastor, que no es el dueño de las ovejas, ve venir al lobo, y abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Él huye porque sólo trabaja por el pago y no le importan las ovejas (Jn. 10:11-13). Por eso al falso pastor se le llama también falso maestro: sólo trabaja por el pago y no le importan las ovejas. Esto describe perfectamente a cada predicador del evangelio de la prosperidad y a los que viven profetizando falsamente. Asaltan las ovejas, saquean sus bolsillos, les quitan sus casas, sus carros, sus negocios, prometiéndoles bendiciones a cambio de dinero. Y cuando hacen esto demuestran que son emisarios de Satanás y enemigos de Cristo, verdaderos lobos vestidos de ovejas. Entre las muchas cosas que llegan a mí, recibí varios videos de un seminario realizado en Miami con el nombre de Miami Conquista 2007. En éste, un auto-denominado apóstol chileno usó el siguiente texto de Génesis 1:11 para distorsionar completamente el mensaje de Cristo. Veamos: “Y dijo Dios: Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semilla, y árboles frutales que den fruto sobre la tierra según su género, con su semilla en él. Y fue así”. Este predicador utilizó este texto para afirmar que cuando vamos de tiendas y tendemos a desear el mejor zapato, la mejor camisa o los artículos más caros, se debe a estas semillas de grandeza que Dios ha puesto en el hombre. Resulta chocante escuchar palabras como esas y pensar que vienen de un ministro de la Palabra de Dios. Enseñanzas de este tipo no tienen nada en común con el evangelio que Cristo predicó, y son enseñanzas que solo pueden haberse originado en el Hades. Algunos piensan que no hay necesidad de hacer puntualizaciones tan directas; pero al verdadero pastor le preocupa ver a las ovejas sufrir las consecuencias de las malas enseñanzas y que sean pocos los que se levanten con valentía para denunciarlas. Cuando las ovejas que han sido redimidas a precio de sangre están en peligro, es necesario desenmascarar a los que atentan contra la vida de las ovejas. En ocasiones, es necesario citar
por sus propios nombres a aquellos que con sus enseñanzas están desviando del camino al rebaño de Dios. Una oveja es como una hija/o para el pastor y ningún padre que vea a una hija en peligro de ser violada, permanecería callado o dejaría impune al violador. Los falsos maestros son violadores de conciencia. En su tiempo, Pablo denunció a Demas (2 Ti. 4:10), a Himeneo, a Alejandro (1 Ti. 1:20), y más adelante Juan denunció a Diótrefes (3 Jn. 9), por querer siempre ser el primero y no someterse a su liderazgo. Y cuando fue necesario, Pablo también acusó a Pedro de hipócrita y lo hizo públicamente. La razón para hacerlo de esta forma está explicada en el mismo texto: Pero cuando Pedro vino a Antioquía, me opuse a él cara a cara, porque era de condenar. Porque antes de venir algunos de parte de Jacobo, él comía con los gentiles, pero cuando vinieron, empezó a retraerse y apartarse, porque temía a los de la circuncisión. Y el resto de los judíos se le unió en su hipocresía, de tal manera que aun Bernabé fue arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero cuando vi que no andaban con rectitud en cuanto a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como los judíos, ¿por qué obligas a los gentiles a vivir como judíos? (Gá. 2:11-14) El hecho de que otros estaban siendo arrastrados hizo que Pablo los señalara de esa manera para evitar que ocurriera un daño mayor entre los hermanos. 2. Un compromiso con la verdad En Hechos 20, versículos 20 y 21 leemos lo siguiente: “cómo no rehuí declarar a vosotros nada que fuera útil, y de enseñaros públicamente y de casa en casa, testificando solemnemente, tanto a judíos como a griegos, del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”. Pablo concentraba sus enseñanzas en todo aquello que pudiera serles útil para su crecimiento espiritual. No hablaba de nada para sentirse aprobado por ellos. Lo que al verdadero pastor de ovejas le interesa es la aprobación de Jesús y la salud espiritual de sus ovejas. La prédica de Pablo estaba comprometida con la verdad. Ponía todo su énfasis en la necesidad de arrepentimiento para con Dios, todo lo cual habla muy a su favor de cuán centrada estaba su enseñanza alrededor de la cruz de Cristo. Una de las características del buen pastor es la tenacidad y la intensidad de su trabajo en beneficio de las ovejas. De ahí que Pablo hablara de que “no rehuí declarar a vosotros nada que fuera útil…”. Incluso si lo declarado hubiese resultado en un rechazo hacia su persona, él no dejó de predicar las verdades esenciales de la fe. El verdadero siervo de Dios no busca la aprobación en este mundo, sino la de Aquel que nos redimió para su propio honor y gloria. El pasaje nos habla de que Pablo iba de casa en casa y esto nos explica cómo logró relacionarse con el pueblo; de persona a persona. Pero también les hablaba públicamente, según este pasaje, en los casos en que fuera requerido. Dio testimonio a los judíos que eran sus paisanos, pero también a griegos a los cuales llegó a amar tanto como a su gente. Un verdadero pastor no hace acepción de personas. Ama a todos por igual. 3. Una disposición a sufrirlo todo por causa del evangelio Y ahora, he aquí que yo, atado en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me
sucederá, salvo que el Espíritu Santo solemnemente me da testimonio en cada ciudad, diciendo que me esperan cadenas y aflicciones. Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios (Hch. 20:22-24). Cuando Dios le ordenó a Pablo ir a Jerusalén no le garantizó nada que lo pudiera animar o motivar, solo “cadenas y aflicciones”. Pero no se quejó, no cuestionó ni se airó. No dijo: “tengo que seguir orando”, no pidió que se le dieran mayores revelaciones para saber si valía la pena el sacrificio, sino que obedeció. Un verdadero maestro está más interesado en obedecer a su Señor que en su comodidad y en su seguridad. Un verdadero maestro sabe que uno de los distintivos del hombre que quiere servirle a Dios es que reconoce que el ministerio viene como un paquete en el que habrá críticas, rechazos, desilusiones, falsas acusaciones, malas interpretaciones y hasta rechazos. Pero nada de eso detiene al verdadero maestro de la Palabra. ¿Por qué? La respuesta aparece en el versículo 24: “Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios”. Eso explica por qué muchos creyentes no quieren sacrificarse en aras de la verdad, independientemente de que sean casados o solteros. La razón por la que muchos esposos no quieren detener su avance profesional y sacrificarse por la causa de Cristo es porque aún consideran sus vidas como muy valiosas. La razón por la que muchas esposas no quieren sacrificar sus profesiones y dedicarse a cuidar a los hijos en la edad cuando éstos lo necesitan es porque también consideran sus vidas y profesiones como muy valiosas. La razón por la que muchas mujeres no quieren someterse a sus maridos obedeciendo el mandato de Cristo es porque aún consideran su “libertad” como muy valiosa. La razón por la que muchos esposos aún no están amando a sus esposas como Cristo amó a la iglesia es porque aún consideran sus vidas como muy valiosas. Los hijos de Dios aún no acabamos de aprender la lección de que “si el grano de trigo no cae a la tierra y muere, no va a dar frutos” (Jn. 12:24) y que “el que quiere ganar su vida la perderá” (Mt. 16:25). Cuando Jesús habló de estas cosas lo hizo para los inconversos que no querían entregarle su vida. Pero hay una manera en la que también el creyente pierde su vida y es cuando no la quiere entregar por completo a Dios; realmente, él no pierde su salvación, pero pierde el gozo de su salvación, pierde la motivación para seguir viviendo y pierde los deleites de Dios porque no puede disfrutar de ellos. Y peor aún: cuando un creyente se obstina en conseguir lo que quiere sin dar su brazo a torcer, tampoco disfruta de lo que obtiene puesto que la única forma de vivir satisfecho es viviendo los propósitos de Dios. De lo contrario pasamos por la vida acumulando bienes y logros pero sin poder disfrutarlos, o sin que nos satisfagan como habíamos anticipado. Este apego o adicción del ser humano a las cosas terrenales no le permite disfrutar plenamente de Dios. Unos son adictos a la aprobación, otros a la comida, otros al descanso, algunos a la lujuria y otros al trabajo. Pero ninguna de estas vivencias puede dar la plenitud de vida que es en Cristo Jesús. Mientras no dejemos de estimar nuestra vida como valiosa no podremos disfrutar de lo que somos, de lo que hacemos, ni de lo que tenemos. 4. Una tranquilidad de conciencia después de haber predicado Por tanto, os doy testimonio en este día de que soy inocente de la sangre de todos,
pues no rehuí declarar a vosotros todo el propósito de Dios (Hch. 20:26-27). La paz y tranquilidad de conciencia es el resultado de vivir en los propósitos de Dios. Los falsos maestros no están en paz con Dios; Él es más bien su oponente. Pablo no rehusó declarar todo el propósito de Dios, no declaró sólo una parte de su revelación, sino toda su revelación; no habló sólo de aquellas cosas que se consideran como bendición o que constituyen promesas, sino que trató las cosas que nos confrontan en nuestra vida cristiana, que nos juzgan y las que debemos tener como límites. En el pasaje que acabamos de citar, aparece una frase clave que habla de cómo Pablo no rehusó “declarar a vosotros todo el propósito de Dios”. Un verdadero maestro no predica la Palabra de manera parcial tratando de ganar seguidores con una predicación ligera, sino que predica tanto las promesas y las bendiciones, como las restricciones y las condenaciones. Una de las grandes diferencias entre el verdadero profeta y el falso es que el falso prefiere hablar de sueños, de visiones, de actos proféticos, antes que hablar de la Palabra de Dios, la cual él mismo frecuentemente desconoce, y sólo predica sobre aquellos pasajes que sirven para halagar al hombre mientras evita, en cambio, los pasajes de juicio y de confrontación. Esto lo hace bajo la premisa de que Dios es amor y que, por tanto, no hará nada que pueda afectar a sus hijos. Naturalmente, Dios se apiada de sus hijos, pero los falsos maestros no son sus hijos. Los falsos maestros son más bien emisarios de Satanás que prestan atención a doctrinas de demonios, tal como lo revela la Palabra. “Pero el Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe, prestando atención a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Ti. 4:1). Pero aquel que predica todo el consejo de Dios puede disfrutar de una tranquilidad de conciencia. 5. Una preocupación continua en contra de los falsos maestros Una de las razones por la que el verdadero pastor y maestro de la Palabra denuncia la mala doctrina continuamente es porque no puede callar la revelación de Dios. En una ocasión, el profeta Jeremías trató de argumentar con Dios porque no quería seguir predicando su Palabra en vista de sus sufrimientos y sus persecuciones, y ésta fue su experiencia: Me persuadiste, oh SEÑOR, y quedé persuadido; fuiste más fuerte que yo y prevaleciste. He sido el hazmerreír cada día; todos se burlan de mí. Porque cada vez que hablo, grito; proclamo: ¡Violencia, destrucción! Pues la palabra del SEÑOR ha venido a ser para mí oprobio y escarnio cada día. Pero si digo: No le recordaré ni hablaré más en su nombre, esto se convierte dentro de mí como fuego ardiente encerrado en mis huesos; hago esfuerzos por contenerlo, y no puedo (Jer. 20:7-9). Jeremías trató de callar su boca pero, cuando lo hacía, algo en su interior ardía dentro de su ser. Ese es el espíritu de aquel a quien Dios levanta para confrontar la generación de su tiempo. La falta de celo por su Palabra es una de las características de aquellos que no han aprendido a valorar la revelación de Dios por lo que es. Cuando te tomas en serio la Palabra de Dios como la revelación del corazón y del carácter de Dios, entonces, no podrás evitar el arder por su defensa. Pablo tenía una constante preocupación en contra de los falsos maestros que se levantarían incluso de dentro de las iglesias, y por eso nos dejó palabras como las siguientes:
Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con su propia sangre. Sé que después de mi partida, vendrán lobos feroces entre vosotros que no perdonarán el rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos (Hch. 20:28-30). En esos versículos, Pablo advierte a los ancianos de Éfeso sobre cuidar de la grey y de ellos mismos, reconociendo que cualquiera que no camine en integridad de corazón podría quedar preso de conductas pecaminosas y de herejías. Nuestro enemigo, Satanás, es muy sutil y sería capaz de engañar al más sabio si Dios lo permitiera. Engañó a Adán y a Eva, nuestros mejores representantes, y ha seguido engañando a través de la historia. Pablo les recordó que es el Espíritu Santo quien los coloca en una posición de enseñanza y supervisión, lo cual aumenta la responsabilidad de esta tarea. Los ancianos no son escogidos por el grado de éxito que hayan tenido en el mundo secular, ni por el tiempo que hayan estado en una iglesia. La iglesia no funciona como las compañías privadas en las que el que tiene más tiempo o mayores méritos es el ascendido. El anciano en la iglesia es alguien a quien Dios mismo escoge y los que están a su alrededor pueden apreciar claramente en ese líder el llamado que Dios le ha hecho. Cuando alguien llamado por Dios es puesto en la posición que Dios ha designado para él, y esto ocurre en el tiempo del Señor, y la persona hace su trabajo a la manera de Dios, las ovejas confirman el llamado de esa persona por la manera en que se sienten ministradas. El Espíritu Santo hace el llamado interno de la persona y las ovejas lo confirman, lo cual se convierte en el llamado externo. Cuando Dios llama a alguien, en el momento de su llamado la persona no suele estar lista para servir. Por eso siempre hay un período de preparación en el que Dios la usa de manera limitada hasta tanto su carácter haya sido formado. Tan pronto dicha persona está lista, podrá ser ordenada o reconocida oficialmente en sus funciones. El llamado de Dios es algo muy serio. El que Dios coloque a alguien al frente de sus ovejas y lo use para guiarlas es algo igualmente serio. Pablo es enfático recordándoles cuán alta es esta responsabilidad cuando les dice que esa grey que ellos van a dirigir fue comprada por la sangre de Cristo. En otras palabras, les está diciendo: cuídense de no equivocarse porque están a cargo de una “manada” que ha costado mucho: la sangre del Dios hecho hombre. Y les recuerda al mismo tiempo que ellos fueron colocados en esa posición por el mismo Espíritu Santo. Más adelante les advierte que después de su partida se iban a levantar lobos feroces o rapaces. Es interesante ver lo “poco diplomático” que era Pablo, a juzgar por el estándar de nuestros días, cuando muchos no se atreven ni siquiera a denunciar a los que pisotean el evangelio con sus enseñanzas. Pablo y otros usaron términos fuertes para desenmascarar a los falsos maestros y a los falsos seguidores. Aquí les llama lobos rapaces pero en otras ocasiones les llamaba perros (Fil. 3:2), que era un término relativamente común en el mundo antiguo. Juan el Bautista usó también términos similares para aludir a los falsos maestros. Les llamó “raza de víboras” (Mt. 23:33); Cristo les llamó “sepulcros blanqueados” (Mt. 23:27) e “hipócritas” (Mt. 23:13). En Juan 10:8 les llamó “ladrones y salteadores”. Aquellos que diluyen el evangelio son verdaderamente lobos que se disfrazan de ovejas para mezclarse entre ellas y tratar de destruirlas con herejías y filosofías engañadoras. Pueden hacerlo utilizando múltiples mecanismos y formas diferentes como son:
• traer un mensaje positivista • presentar un mensaje triunfador • presentar un mensaje que deja fuera la cruz • no hacer alusión al pecado • no mencionar la sangre derramada por Cristo • presentar a un Cristo que es todo amor—pero sólo amor—desprovisto de su santidad y de su justicia En 2 Corintios 11:13-15 Pablo habla de un grupo de falsos maestros que se hacían pasar por apóstoles y no eran más que ministros de Satanás. A continuación transcribimos sus palabras: Porque los tales son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es de extrañar, pues aun Satanás se disfraza como ángel de luz. Por tanto, no es de sorprender que sus servidores también se disfracen como servidores de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras. Pablo les estaba advirtiendo que este levantamiento de falsos maestros iba a ocurrir de entre ellos mismos. Esa es la esencia de la apostasía, que se da dentro de la misma iglesia. La palabra apostasía en griego es aphistemi que significa “removerse uno mismo de la posición que ocupaba originalmente”. El apóstata es alguien que estuvo en la verdad, pero que nunca perteneció a la verdad. Con frecuencia es alguien que verbalmente profesó la verdad, pero que en su corazón nunca la creyó. Alguien que usó el evangelio para lucrarse y beneficiarse; alguien que no predica nada que pueda ofender a la gente. La triste verdad es que no ha habido un solo momento de la historia del pueblo de Dios en que no haya habido falsos maestros y falsos profetas. Esa es una de las formas preferidas de Satanás para detener los propósitos de Dios. En medio de esta apostasía ¿Qué pueden hacer los líderes del pueblo que quieren permanecer fieles? Necesitan tener la actitud de Pablo como hemos mencionado hasta aquí: 1. Un corazón pastoral 2. Un compromiso con la verdad 3. Una disposición a sufrirlo todo por causa del Evangelio 4. Una tranquilidad de conciencia después de haber predicado 5. Una preocupación continua en contra de los falsos maestros que se levantarían de entre ellos mismos 6. Una labor de atalaya del pueblo Un verdadero pastor realizará una labor de atalaya frente al pueblo. Una atalaya es un lugar alto desde el cual se puede ver a grandes distancias. Y en el sentido humano, un atalaya es alguien que se coloca en ese lugar alto para detectar desde donde viene el peligro que puede atacar o dañar. Pablo, al igual que Ezequiel en su tiempo, hizo esa función de atalaya: Por tanto, estad alerta, recordando que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas. Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de
su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados (Hch. 20:31-32). Dios siempre ha levantado personas para vigilar y proteger a su pueblo. Y aquellos que Dios levanta con esa función tienen que estar dispuestos a pagar un alto precio porque aquellos interesados en debilitar el rebaño harán lo indispensable para desacreditarlos, procurando que otros no les escuchen o no presten atención a sus advertencias. Jeremías, como atalaya, fue perseguido e incluso tirado a un pozo en un momento dado por parte de sus detractores. Pero eso no hizo que Jeremías desistiera de su llamado ni que lo alterara o diluyera. Con el llamado viene la gracia para sostenernos en medio de las peores circunstancias. El atalaya necesita ser una persona vigilante, alerta, con gran discernimiento que pueda dar la voz de alarma con tiempo para prevenir el mayor daño posible. Cuando alguien ocupa esa posición, no es porque él se ha ofrecido para ejercer esa función, ya que nadie quiere ocupar una posición donde el principal trabajo lleva implícito “dar malas noticias”, advertir en contra de los errores, de la mentira, de la maldad encubierta y en contra de los falsos maestros. El versículo destacado más arriba habla de cómo Pablo, durante tres años no cesó de amonestarlos de día y de noche, hasta con lágrimas, reconociendo que la amonestación puede doler, pero eventualmente debe contribuir a la formación de un carácter santo en aquel que la recibe y la aplica. La responsabilidad de elegir le pertenece a Dios, y la de obedecer nos pertenece a nosotros. El atalaya reconoce que es Dios quien finalmente lo controla todo y de ahí que, en este pasaje, él termina diciendo: “os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados”. Ahí terminaba su labor, dejando a la iglesia de Éfeso y a sus ancianos en las manos de Dios, confiado en que Dios es “poderoso para guardaros sin caída…” (Jud. 24). No puedes ser un buen atalaya si no tienes una gran confianza en Dios. 7. Una actitud de servicio Por último debemos mencionar la labor desinteresada de Pablo y su disposición a trabajar para ganarse su propio sustento con la intención de no ser acusado de cargar a la iglesia, y hasta de mal manejo de fondos por parte de aquellos que hubiesen querido hacerle daño: Ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie he codiciado. Vosotros sabéis que estas manos me sirvieron para mis propias necesidades y las de los que estaban conmigo. En todo os mostré que así, trabajando, debéis ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:33-35). Pablo no solo trató de proveerse para sus necesidades, sino que incluso trató dentro de las medidas de sus posibilidades de proveer para las necesidades de otros. Este hombre de Dios no se conformó en dar la Palabra a sus discípulos, ni en dar todos sus esfuerzos, sino que dio también de su bolsillo. Esa es una actitud desinteresada de parte de un corazón que no quiere manchar el nombre de su Señor para no dar ocasión tal vez de que algunos pudieran, maliciosamente, usar el dinero como una excusa para desacreditar su labor como obrero de Cristo. No es por accidente que la lista de requisitos para ser anciano o pastor que
aparece en 1 Timoteo 3 comience diciendo que el anciano debe ser irreprochable. Irreprochable en su vida ministerial, en su doctrina, en su vida familiar y en su vida social. Aquellos que son llamados por Dios a pastorear tienen una responsabilidad enorme a la hora de liderar el rebaño de Dios. De ahí que el ministro de la Palabra hace bien en mantenerse alejado del manejo de las finanzas, permitiendo que aquellos que ejercen de diáconos puedan hacer esa labor de una manera diáfana, mientras el pastor/anciano se dedica más bien al ministerio de la Palabra de Dios (véase Hch. 6:1-4). Pablo no solo observó una excelente actitud en cuanto al manejo del dinero, sino que también observó una excelente actitud de servicio; servir sin la actitud correcta, “no sirve”. Esa manera de servir más bien desdice del siervo y en consecuencia degenera la causa para la que él sirve. Todas las cosas mencionadas más arriba son las que hicieron que este gran líder pudiera escribir a sus seguidores diciendo que tenía la conciencia tranquila de no haber dañado a nadie; esto fue debido a la preocupación continua por mantener el nombre del Señor en alto… “Por esto, yo también me esfuerzo por conservar siempre una conciencia irreprensible delante de Dios y delante de los hombres” (Hch. 24:16). Notemos el énfasis: “delante de Dios y delante de los hombres”. Su deseo no era solo estar limpio en los cielos, sino estar limpio en la tierra. Y así debe vivir cada ministro de la Palabra de Dios, sobre todo en estos tiempos de apostasía donde es aún más necesario modelar lo que el Señor a su vez nos modeló.
Reflexión final En tiempos difíciles, siempre se ha requerido de hombres de integridad: comprometidos con la causa y dispuestos a pagar el precio necesario para mantener viva la llama de la fe cristiana. En cada generación, Dios se ha reservado a unos pocos que han estado dispuestos a brillar como lumbreras en medio de una generación perversa y torcida. No será fácil, pero siempre será glorioso haber terminado bien la carrera, con la frente en alto y con los ojos puestos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. En cuanto a los hombres, nunca podemos tener las expectativas situadas muy en alto porque corremos el riesgo de desanimarnos; en cuanto a Dios, por el contrario, podemos estar seguros de que nuestro Dios jamás nos defraudará; Él nunca ha faltado a una sola de sus promesas porque sería negarse a sí mismo, lo cual es imposible. Y con eso en mente, marchemos hacia delante sabiendo que nuestra garantía está en los cielos y llegará el día cuando nos juntaremos con nuestro galardonador.
CAPÍTULO 8 LA IGLESIA Y EL MOVIMIENTO DE GUERRA ESPIRITUAL “Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes”. EFESIOS 6:10-13
Uno de los temas más controvertidos de la iglesia de hoy es el de la guerra espiritual; sobre
el mismo, mucho es lo que se ha escrito y se ha hablado en los últimos 20 a 25 años. No me cabe la menor duda de que cuando se escriba la historia de la iglesia de nuestro tiempo, se hablará de esta práctica, cual si fuera una locura, que arrastró a una gran parte de los creyentes del siglo XX y principios del XXI. Como ocurre con casi todos los asuntos que se prestan a grandes discusiones, en relación al tema de la guerra espiritual existen dos extremos. De un lado, dentro del mundo cristiano, están situados todos los que ven un demonio detrás de cada cosa que ocurre y en cada acción pecaminosa que realiza alguno de los hijos de Dios; y en el otro lado, los que niegan que en el día de hoy haya actividad demoníaca. Ninguno de esos dos extremos son bíblicos, ni saludables. Hemos de ser cautos con aquellos temas en los que la Palabra revela muy poco o, peor aún, cuando guarda silencio, entendiendo que la verdad completa de los mismos pertenece al consejo secreto de Dios. En el caso específico de la guerra espiritual, hay algunos aspectos en los que podemos sostener una posición categórica apoyada en la veracidad e infalibilidad de la Palabra, pero nunca simplemente como resultado de la experiencia. Pero con todo lo que no está directamente revelado en la Palabra, tanto como iglesia como individualmente, debemos ser muy cuidadosos a fin de no darle una interpretación humana a aquello que pueda ser un secreto divino. Cierto que debemos tener una mente abierta, pero jamás considerar algo que no esté claramente revelado en la Biblia como “Palabra de Dios”. Menciono todo esto porque muchos son los que parados en su púlpito hoy, han traído nueva revelación al decir, precedida de la frase “así dice el Señor”. Y con esto han hablado acerca de un sinnúmero de asuntos que pueden ir desde la persona de Cristo, el rol del Espíritu Santo y sus dones para la iglesia de nuestros días, así como el tema de la guerra espiritual, por mencionar solo algunos ejemplos. Cuando decimos “así dice el Señor”, le estamos dando a esa nueva revelación la misma categoría del resto de la Biblia, lo cual representa una irreverencia hacia la infalibilidad de su Palabra. Y si hay un área donde esto ha sido violentado, es el tema de la guerra espiritual. Libros muy gruesos han sido escritos, y seminarios y charlas muy largas han sido impartidas acerca de un tema sobre el cual la Biblia habla muy poco. El texto que más explícitamente habla acerca de la guerra espiritual es Efesios 6:12 que
dice: Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales. Tan pronto terminamos de leer este texto nos percatamos de que, sin lugar a dudas, existe en el mundo una batalla espiritual que no se limitó simplemente a los tiempos pasados. La Biblia ha sido escrita para los creyentes de todos los tiempos, y el Nuevo Testamento, en especial, fue escrito para los que pertenecen a la era de la gracia hasta tanto Cristo regrese. Por tanto, en ese texto Pablo se está dirigiendo a los cristianos que viven bajo la gracia y les está hablando acerca de la guerra espiritual que se libra día a día. La palabra traducida como lucha en el pasaje citado, es la palabra griega paleo, que en la antigüedad se usaba para referirse a un combate mano a mano, parecido al que se desarrolla en la lucha libre de hoy. Probablemente Pablo esté tratando de comunicarnos que la lucha de estas fuerzas no se limita a algo que ocurre allá en la “estratosfera” o “allá arriba” simplemente, sino que es una lucha que se traduce a nuestro diario vivir y que nos afecta de manera personal. Que nuestra mayor contienda no es en el mundo que se ve, sino en el mundo que no se ve, ya que “nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra poderes de las tinieblas” (v. 12), cosa que podemos afirmar categóricamente porque Dios así lo ha revelado. Es una lucha intensa, poderosa, contra entidades que Pablo define como “huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (v. 12). La palabra huestes nos habla de cuán numerosas son esas entidades, clasificadas como entidades perversas y malvadas, involucradas probablemente en actividades de violencia, drogas, pornografía, homosexualidad y orgías en este mundo, y cuyos poderes se oponen a los planes de Dios. Sabemos por la historia que muchas de las religiones paganas del pasado y muchas de las de hoy en día incluyen en sus rituales prácticas inmorales que llegan en ocasiones hasta el desenfreno sexual. En ocasiones, algunas de las actividades dedicadas a la adoración de demonios han estado, y siguen estando hoy, acompañadas de inmoralidad y orgías. Esto nos habla en profundidad de su perdición que les ha llevado a disfrutar y a promover las actividades más perversas entre los humanos. En el pasado, muchos fueron los templos donde se practicaron estas cosas, y como ilustración nos sirve el templo pagano de la ciudad de Corinto que contaba en la antigüedad con mil prostitutas. De igual manera sabemos que hoy existen innumerables centros en los cuales se realizan prácticas similares.
¿QUIÉNES SON ESTAS ENTIDADES? Son ángeles caídos. Es decir, ángeles que siguieron a Satanás en su rebelión contra Dios, algunos de los cuales están ya en prisiones eternas, pero hay otros en cambio a quienes Dios ha dejado libre por un tiempo por razones que solo Él conoce. El primer grupo es el responsable de las posesiones demoníacas que vemos en la Biblia y que han sido registradas en la historia de la iglesia. El segundo grupo está descrito, en parte, por Pedro: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al infierno y los entregó a fosos de tinieblas, reservados para juicio…” (2 P. 2:2). Algo que es corroborado en Judas 1:6: “Y a los ángeles que no conservaron su señorío original, sino que abandonaron su morada legítima, los ha guardado en prisiones eternas, bajo tinieblas para el juicio del gran día”. Esos
ángeles caídos a los que se refieren estos dos textos son los demonios a los cuales hemos hecho alusión. Dice la Palabra que aproximadamente un tercio de los ángeles del cielo se unieron a Satanás en el momento de la rebelión para oponerse a Dios (Ap. 12:4). De manera que esta lucha no es insignificante ni pequeña, solo que es una lucha que nosotros por nuestra humanidad no podemos ver ni comprender. Y es un conflicto que está encabezado por Satanás de parte del reino de las tinieblas y por Cristo de parte del ejército de Dios. Por eso dedicaremos parte de este capítulo a discutir las estrategias de Satanás en contra de los hijos de Dios.
ESTRATEGIAS DE SATANÁS Aunque el texto de Efesios está en el Nuevo Testamento, la actividad de Satanás no se limita a ese período. Satanás ha estado involucrado con la raza humana desde el inicio de la creación de Dios. Sus artimañas y sus estrategias aparecen a todo lo largo de las páginas de la Escrituras, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Comencemos viendo algunas de las estrategias de Satanás en el Antiguo Testamento, lo cual nos va a ayudar a defendernos mejor en medio de la batalla espiritual en la que nos vemos involucrados continuamente. E n Génesis 3, convenció a Adán y a Eva para que ignorasen la palabra de Dios, valiéndose de la estrategia del engaño. Les vendió una idea falsa tal como nos la ha vendido a nosotros y como le ha convencido a la iglesia contemporánea de que deje a un lado la cruz y la verdad de la Palabra para dedicarse a prometer bendiciones a cambio de dinero. Por eso él es llamado el padre de toda mentira: Sois de vuestro padre el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre. El fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira (Jn. 8:44). Engañar, encubrir sus propósitos, presentarse con apariencia de piedad, disfrazarse, son algunos de sus métodos. Él hizo todo eso cuando se presentó en el Edén como una serpiente; como un animal más del jardín; cuando les habló de llegar a ser como Dios al comer de la fruta del huerto; cuando les hizo creer que estaba de su lado y cuando les hizo dudar de la palabra que Dios les había dado. Él es astuto, muy conocedor, un gran estratega que sabe jugar sucio porque no tiene escrúpulos. En 1 Crónicas 21, vemos a Satanás incitando a David a hacer un censo de la población de Israel en un momento en que David no estaba confiando en Dios, sino en sus propias fuerzas. El censo le daría al rey una idea de con cuántas personas contaba, lo cual, humanamente hablando, es una buena información para fines de guerra. En ese momento la estrategia de Satanás consistió en distraer la atención de David y hacer que el representante de la nación dejara de poner su confianza en Dios y la comenzara depositar en el ejército de Israel. Dios usó a Joab para advertir a David de su error, pero este no supo oír el consejo y el pueblo pagó un alto precio. La autoconfianza es una de sus armas más poderosas. Por eso el libro de Proverbios nos enseña: “Confía en el SEÑOR con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas. No seas sabio a tus propios ojos, teme al SEÑOR y apártate del mal” (Pr. 3:5-7). En el caso de David, lo ocupó en hacer un censo para determinar el número de soldados confiando en su
propia sabiduría y fortaleza en lugar de confiar en la sabiduría de Dios. En el libro de Job, lo vemos atacando a la familia de Job hasta quitarle la vida a sus diez hijos y atacando la salud de Job con la intención de debilitar su fe. Su estrategia en este caso fue hacer que Job se desilusionara con Dios. Y de hecho, con Job, Satanás trató de usar la misma estrategia que usó con Adán: llegar hasta él usando a su esposa y por eso leemos estas palabras: “Entonces su mujer le dijo: ¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete” (Job 2:9). La única intención de Satanás es alejarte de Dios porque eso te convierte en presa fácil de sus ataques. Y una de las maneras de conseguir alejarte de Dios es tratando de plantar en tu mente ideas para que pienses que Dios no te está tratando justamente siendo tú hijo suyo. E n Zacarías 3, vemos a Satanás acusando a Josué, el sumo sacerdote, de estar en pecado. Esta es otra de sus múltiples estrategias: hacerte creer que estás en una situación de pecado de la que nadie te puede sacar debido a la gravedad de tu pecado. Esto no debe sorprendernos porque la palabra diablo se deriva del vocablo diabolos, que significa precisamente “acusador”. Esa es la razón por la que Juan nos recuerda lo siguiente en 1 Juan 2:1: “Hijitos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. Recordar estas palabras en medio de nuestra guerra espiritual en momentos cuando hemos fallado es algo que puede proveernos el apoyo y la esperanza suficiente para levantarnos y volver a caminar. Acusar y desviar la atención del creyente de Dios hacia nuestra condición de pecado es un arma que él ha usado múltiples veces y le ha sido de gran utilidad. Hasta aquí hemos visto sucesos que tuvieron lugar en el Antiguo Testamento, pero en el Nuevo Testamento vemos que Satanás continuó de manera similar, y continúa hoy. E n Mateo 4 y Lucas 4, lo encontramos enfrentando a Cristo en el desierto. En esta ocasión lo tentó proponiéndole que llenara una necesidad legítima, pero de una forma ilegítima. Después de que Jesús ayunara por cuarenta días, mientras experimentaba hambre, se le apareció Satanás con la siguiente propuesta: “Y acercándose el tentador, le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Mt. 4:3). Muchas veces la tentación de Satanás viene a través de algo que parece llenar una necesidad legítima, pero de una forma o en un tiempo ilegítimo. No podemos olvidar que Dios jamás aprobará el que sus hijos traten de hacer algo legítimo, pero de una manera ilegítima. Luego lo tentó para que hiciera uso de sus privilegios (Mt. 4:5-6), lo cual Jesús rehusó hacer porque, como hombre, jamás intentó hacer uso de sus privilegios como Dios para no distorsionar su misión. Finalmente Satanás lo tentó con el uso del poder al ofrecerle todos los reinos de este mundo “pues a mí me ha sido entregado”, (Lc. 4:6) a cambio de que se postrara a sus pies. Esta última invitación fue atrevida e irreverente. Pero como dijimos más arriba, Satanás no tiene una onza de bondad en todo su ser y sus tentaciones al principio pudieran parecer sutiles, pero luego se vuelven cada vez más osadas. En Mateo 16, encontramos a Satanás usando a Pedro para detener el viaje de Cristo a Jerusalén. Su estrategia esta vez fue el uso de un hijo de Dios para oponerse y obstaculizar la voluntad de Dios. Desde entonces Jesucristo comenzó a declarar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas de parte de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día. Y tomándole aparte, Pedro comenzó a reprenderle, diciendo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso nunca te acontecerá. Pero volviéndose Él, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí,
Satanás! Me eres piedra de tropiezo; porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres (Mt. 16:21-23). Esta tentación es importante porque nos deja ver que hasta un apóstol fue capaz de ser usado por el enemigo, y eso nos da a entender que en ocasiones Satanás tratará de hacer lo mismo con cualquiera de nosotros a fin de obstaculizar los planes de Dios, y si hay algo que sus hijos deben hacer es evitar ser instrumento de Satanás como lo fue Eva en el jardín del Edén y ahora Pedro en el pasaje de más arriba. E n Lucas 22:31-32, leemos acerca de la ocasión cuando Satanás pidió permiso para zarandear a Pedro hasta hacerlo caer. Y es ahí donde Cristo le revela que aunque eso aún no había ocurrido, ya el Señor había orado por Él de antemano. En Hechos 5, vemos cómo logró envenenar el corazón de Ananías y Zafira para llevarlos a mentir, lo cual terminó con sus propias vidas. Satanás no tiene miramientos; no importa si su tentación te cuesta la vida; eso lo tendría sin cuidado porque él no te dio la vida y por tanto no la valorará, sobre todo si tú has dedicado esa vida al Señor. En 2 Corintios 12:7, lo encontramos “abofeteando” a Pablo en sus tribulaciones, a través de unos de sus mensajeros. No está del todo claro lo que implicaba este aguijón en la carne del que habla Pablo en esta carta, pero él lo identifica como algo que Satanás estaba haciendo en su vida tratando de hacerlo oposición. Estos ejemplos pueden darnos una idea de cómo Satanás lleva a cabo su lucha espiritual. Pero éstas son solo algunas de sus estrategias o sus ardides de los cuales también nos habla 2 Corintios 2:11. Satanás no realiza sus ataques al azar, sino que están bien pensados, calculados y hechos a la medida de aquellos a quienes se dispone atacar. Él conoce quiénes somos y cómo pensamos.
EL CAMPO DE BATALLA DE ESTA LUCHA ESPIRITUAL El campo de batalla es la mente del individuo. Esto lo podemos ver en 2 Corintios 10:3-5: Pues aunque andamos en la carne, no luchamos según la carne, porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo… Hablar de que no andamos según la carne nos trae de nuevo a la memoria el texto de Efesios que citamos al principio acerca de que nuestra lucha no es contra carne y sangre. El texto afirma que nuestras armas para esa lucha no son carnales, que no es más que otra forma de decir que no son humanas. Pero el hecho de que no sean humanas no quiere decir que no sean fuertes, porque son definidas como poderosas en Cristo Jesús. Ciertamente, el campo de batalla de la guerra espiritual en el ser humano es su mente. Satanás gana acceso a nuestra mente haciéndose valer del engaño y la mentira, levantando pensamientos de celos, envidias, o de lujuria, y de esa manera nos gana la batalla. Otra forma muy usada por Satanás para ganar acceso a nuestra mente es mediante los sistemas seculares que abundan a nuestro alrededor: una educación que enseña que Dios no
creó al hombre, sino que es fruto de la evolución; o legislaciones que favorecen el aborto, la homosexualidad y los matrimonios homosexuales. Gana acceso a nuestra mente también a través de sistemas de comunicación tales como la TV, la Internet, la radio y otros tantos, no porque estos sistemas sean pecaminosos en sí, sino porque a través de estos sistemas él puede ofrecernos una amplia gama de tentaciones para hacernos caer. No quiero decir con esto que todas estas tecnologías sean pecaminosas en sí mismas o que no deban ser usadas, sino que tienen que ser utilizadas sabiamente y su uso debe ser filtrado a través de la Palabra de Dios. Si la mente es el campo de batalla de Satanás, tenemos que cuidar nuestra mente. Él ganó acceso a la mente de Adán y Eva, y logró engañarlos produciendo su muerte espiritual; ganó acceso a la mente de Ananías y Safira, y consiguió que mintieran, produciendo su muerte física. La segunda carta a los corintios es más explícita en ese sentido y establece claramente que el campo de batalla de Satanás no es solamente la mente del creyente, sino también la del incrédulo: “en los cuales el dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios” (2 Co. 4:4). En este texto, Satanás es llamado “el dios de este mundo” y Juan 12:31 le llama “el príncipe de este mundo”. Y la razón es obvia. Él ha creado escuelas de pensamientos que han arropado el mundo, ha creado falsas religiones, (Jer. 2:11), ha levantado falsas filosofías (Col. 2:8), ha logrado infiltrar falsas doctrinas (1 Ti. 4:1) y ha conseguido hacer uso amplio de la sensualidad, la perversión, la violencia (2 Ti. 3:1-5) y todo tipo de corrientes de pensamientos contrarias a lo establecido por Dios. La guerra espiritual es una lucha real llevada a cabo por huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales contra los creyentes en lugares terrenales. La Biblia nos manda librar la batalla y nos instruye cómo hacerlo. Debemos dejar que sea la Palabra de Dios la que nos guíe en este terreno donde abunda tanta mala enseñanza, sobre todo, enseñanza que no tiene ningún asidero bíblico.
CÓMO LIBRAR LA BATALLA La primera instrucción que queremos ofrecer aparece en 2 Corintios 10:3-5: Pues aunque andamos en la carne, no luchamos según la carne; porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas; destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo. En primer lugar, debemos recordar que la manera de entrar en esta guerra espiritual no puede ser concebida conforme a nuestra propia sabiduría porque nuestras armas no son carnales, sino espirituales; de ahí que ellas sean poderosas en Dios… su poder depende de nuestra relación con Él. Cuando nuestra relación con Dios anda bien, entonces tendremos la habilidad de destruir las fortalezas que nos han limitado por tanto tiempo. Una fortaleza es un patrón de conducta pecaminosa que controla al creyente y que no lo deja actuar libremente; por lo general, ese patrón de conducta se ha formado a través de un período largo de tiempo y muchas veces esa forma de pensar, de sentir y de actuar tiene relación con experiencias del pasado, motivo por lo cual resulta tan difícil erradicarlo. Pero una fortaleza podría ser una
forma errada de pensar debido a una educación como la que reciben muchos hoy en nuestra sociedad secular; y esa corriente de pensamiento crea un espíritu de rebeldía que requerirá la acción de la Palabra de Dios para ser destruido. La Palabra de Dios es capaz de destruir al espíritu altivo que se levanta contra Dios. Habiendo dicho eso podemos abordar ahora el pasaje de Efesios 6:10-11: Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo. La palabra traducida como “fortaleceos” en griego es endunamoo, que significa “poder, fortaleza”, pero como explicamos más arriba es una fortaleza que no depende de nosotros, sino de nuestra relación con Dios. Nuestra fortaleza proviene, pues, de su poder ilimitado y soberano, un poder que no disminuye con su uso y que, siendo soberano, Dios lo usa de la forma que quiere, cuándo quiere y cómo quiere. De eso depende nuestra fortaleza. En el versículo 11 se nos insta a ponernos toda la armadura de Dios. Enduoo es la palabra griega que se traduce como “poner” en ese texto, e implica ponerse algo una vez y para siempre. De manera que la armadura de Dios es algo que nos “colocamos” una sola vez y para siempre. No es algo que nos ponemos y nos quitamos, tal como predican y enseñan algunas denominaciones. Decir que tenemos que “ponernos la armadura de Dios” cuando vamos a enfrentar a alguien o a alguna circunstancia difícil es totalmente antibíblico, porque estar revestido de la armadura de Dios debe ser el estilo de vida del cristiano y no una especie de uniforme que nos quitamos y nos ponemos. La idea es depender solamente del Señor para que, llegado el ataque de Satanás, seamos capaces de estar firmes contra sus insidias. El concepto de estar firmes, en su original, hace alusión a un soldado o grupo de soldados en combate que tienen que mantenerse firmes para defender una posición, mientras permanecen bajo ataque. La implicación para nosotros es saber que siempre vamos a ser atacados y que necesitamos permanecer firmes bajo los ataques constantes del diablo. Lo importante de este concepto es que esta armadura es algo que Dios mismo provee: • La armadura es del Señor (Ef. 6: 11) • La batalla es del Señor (1 S. 17:47) • La causa por la cual luchamos es del Señor (Ef. 3:1) • El ejército que lucha contra Satanás es del Señor Las huestes diabólicas pueden ser numerosas y poderosas, pueden estar organizadas en rangos como sugiere el texto que estamos analizando; pero nada de eso debe amedrentar al creyente porque el cristiano depende de Dios, de su fortaleza y está revestido de su armadura. “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes” (Ef. 6:13). El día malo es el día de la tentación, es el día en que Satanás decide aumentar sus ataques, presionarnos o colocarnos bajo su mirilla. Y el llamado que se nos hace a nosotros los cristianos es a estar firmes en Él, no a reprender demonios cada vez que encontramos algún nivel de oposición o dificultad. Notemos de qué manera la Palabra nos instruye de forma repetitiva a estar firmes. • “Por tanto, mis amados hermanos, estad firmes”(1 Co. 15:58). • “Estad alerta, permaneced firmes en la fe, portaos varonilmente, sed fuertes” (1 Co.
16:13). • “porque en la fe permanecéis firmes” (2 Co. 1:24b). • “por tanto, permaneced firmes…” (Gá. 5:1b). • “para que podáis estar firmes (Ef. 6:11). • “estar firmes” (Ef. 6:13). • “estad pues firmes” (Ef. 6:14). • “estad firmes en el Señor” (Fil. 4:1). • “para que estéis firmes, perfectos y completamente seguros en toda la voluntad de Dios” (Col. 4:12b). • “Así que, hermanos, estad firmes y conservad las doctrinas que os fueron enseñadas, ya de palabra, ya por carta nuestra” (2 Ts. 2:15). • “Pero resistidle firmes en la fe” (1 P. 5:9). Estos versículos nos recuerdan y confirman que la manera de librar la lucha no es simplemente resistiendo, sino estando firmes: 1. firmes en la fe 2. firmes en la voluntad de Dios 3. firmes en las doctrinas que se nos han enseñado Esta es la manera en que la Biblia nos enseña a llevar a cabo la lucha espiritual. No reprendiendo demonios continuamente. Wayne Grudem en su libro Teología sistemática, en la sección dedicada a la guerra espiritual, hace una excelente observación. Nos dice que cuando Pablo confrontó problemas en la iglesia de Corinto, que era una ciudad con múltiples servicios dedicados a demonios, él no recomendó reprender a esas entidades, sino que sus recomendaciones fueron el vivir una vida de santidad. Grudem expone, además, otros ejemplos muy interesantes: 1. Cuando hubo problemas de división en la iglesia, Pablo no les instruyó para que reprendieran el demonio de división entre ellos, sino que los invitó a que se unieran y fueran de un mismo sentir y un solo corazón (1 Co. 1:10). 2. Cuando encontró en aquella iglesia un problema de incesto, él no los instruyó para que reprendieran el espíritu o demonio de incesto. Simplemente los instó para que ejercieran disciplina pública con la persona que había cometido el pecado (1 Co. 5). 3. Cuando los cristianos comenzaron a llevar a los tribunales a otros cristianos, Pablo no les habló de reprender el espíritu de litigios entre ellos, sino que los invitó a zanjar sus diferencias dentro de la iglesia y no a llevar su litigio fuera de ella (1 Co. 6:1-7). 4. Cuando hubo problemas de excesos a la hora de la Cena del Señor, no los invitó a reprender el espíritu de glotonería, sino a que cada cual se examinara antes de tomar la Cena del Señor (1 Co. 11:18-34). La tendencia de muchos pastores y líderes cristianos en la actualidad es a enseñar que en casos de pecados graves o repetitivos o en casos de conflictos entre hermanos, hay que reprender a los espíritus. Incluso se ha llegado al extremo de ponerles nombres a estos espíritus. Se enseña, además, que hay espíritus que controlan territorios y que el cristiano que trate de entrar en ellos a predicar la Palabra no podrá hacerlo si antes no ata a los espíritus que controlan esas áreas. En ningún lugar del Nuevo Testamento encontramos tan aberrante
enseñanza. Todo esto se debe a que muchos son los que han derivado estas nuevas interpretaciones y especulaciones de sus propias experiencias divorciadas de la Biblia; y cada vez que se hace esto terminamos errando gravemente. Dios no nos ha dejado solos para que libremos esta batalla ni nos ha dejado solos para que descubramos cómo llevar a cabo esta lucha que no es contra carne, ni sangre, sino contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales. El énfasis en el Nuevo Testamento en relación a la guerra espiritual es claro y sencillo: 1. Estar firmes y resistid: “Por tanto, someteos a Dios. Resistid, pues, al diablo y huirá de vosotros” (Stg. 4:7). 2. Vivir por fe: “…para que podáis apagar todos los dardos encendidos del enemigo” (Ef. 6:16). 3. Vivir en su Palabra que es “más cortante que cualquier espada de doble filo” (He. 4:12). 4. Vivir en su voluntad, “la cual nos hace firmes” (Col. 4:12). 5. Predicar el evangelio “que es poder de Dios para salvación” (Ro. 1:16). 6. Vivir en santidad, lo cual hace fluir el poder de Dios a través de nosotros y nos da poder en la oración porque “la oración del justo es poderosa y eficaz” (Stg. 5:1). 7. Estar alerta, “porque Satanás anda buscando a quien devorar” (1 P. 5:8). 8. No permanecer en pecado, porque eso da lugar al diablo (Ef. 4:2). Con respecto a esta última recomendación, queremos decir que de alguna manera el pecado, y específicamente el pecado de la ira al que hace referencia Efesios 4:26-27, da lugar a que Satanás gane influencia sobre nosotros, lo que nos lleva a comportarnos como personas irracionales que no parecen cristianas. La ira nos hace perder el dominio propio y, al perderlo, Satanás gana acceso a nuestra mente con más fácilidad. Pero igualmente, en la medida en que cualquiera de nuestros pecados se enseñorea sobre nosotros, nos va debilitando la voluntad, con lo cual Satanás tendría una victoria fácil y garantizada sobre nuestras vidas. Por tanto, la vida de santidad es el arma más efectiva en esta lucha que libramos. Nuestra victoria estará garantizada siempre y cuando peleemos la batalla espiritual a la manera diseñada por Dios.
Reflexión final Si caminar en santidad es nuestra mejor manera de librar esta lucha, entonces necesitamos: • Amar la verdad (Zac. 8:19) • Buscar la verdad (Jer. 5:1) • Elegir la verdad (Sal. 119:30) • Vivir por la verdad (Jn. 3:21) • Caminar en la verdad (Sal. 26:3) • Obedecer la verdad (1 P. 1:22) • Hablar la verdad (Sal. 15:1-2) • Trabajar por la verdad (3 Jn. 8) • Ser guiado por la verdad (Sal. 43:3)
• Ser fiel a la verdad (3 Jn. 3) • Manejar con precisión la palabra de verdad (2 Ti. 2:15)
CAPÍTULO 9 LA ARMADURA DE DIOS O LA ARMADURA DEL HOMBRE “Estad, pues, firmes, CEÑIDA VUESTRA CINTURA CON LA VERDAD, REVESTIDOS CON LA CORAZA DE LA JUSTICIA, y calzados LOS PIES CON EL APRESTO DEL EVANGELIO DE LA PAZ; en todo, tomando el escudo de la fe con el que podréis apagar todos los dardos encendidos del maligno. Tomad también el YELMO DE LA SALVACIÓN, y la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Con toda oración y súplica orad en todo tiempo en el Espíritu, y así, velad con toda perseverancia y súplica por todos los santos”. EFESIOS 6:14-18
A lo largo de las páginas del Nuevo Testamento encontramos claramente especificadas las
características de la iglesia que Dios quiere aquí en la Tierra. Esa es la razón por la que entendemos que cada vez que la iglesia se ha desviado de su camino, lo ha hecho por despegarse de la Palabra de Dios, que es su brújula de orientación. Dios no dejó nada a la imaginación ni a la especulación de los discípulos. Se encargó de cada detalle, desde el fundamento, su organización como institución, la forma de adoración, la solución de los conflictos entre los creyentes, la disciplina de sus miembros, la guerra espiritual y muchos otros aspectos más de los cuales ya hemos hablado en capítulos anteriores. El tema del capítulo anterior es la guerra espiritual, pero Dios no solo habló de la guerra espiritual misma, sino que también especificó cómo librarla y nos dejó poderosas armas espirituales para llevarla a cabo. Toda guerra es ofensiva y el que ataca lo hace siempre con toda su fuerza y su poder porque la intención es ganar. En el plano espiritual no se da de manera diferente. Satanás ataca y lo hace fuertemente y el que recibe el ataque, que en este caso es el creyente, debe tener armas con las que pueda defenderse para poder perseverar hasta el fin. El cristiano debe conocer la forma de debilitar y hacer huir al enemigo. El hecho de que nuestro rol como hijos de Dios sea defender nuestra posición no indica que tengamos que ser pasivos. El día que Dios nos llamó nos entregó dicha posición, pero al mismo tiempo nos vistió con una armadura con la cual pudiéramos defenderla, como vemos en el texto de Efesios 6:14-18 citado más arriba. Lamentablemente, la iglesia se ha dejado confundir por el enemigo, le ha seguido el juego y se ha dado a la tarea de pelear con él para tratar de vencerlo como si se tratara de una lucha cuerpo a cuerpo o como si esta fuera una lucha entre dos seres humanos. Esa doctrina o “táctica de guerra espiritual” es la que se está viendo en la actualidad en muchas de nuestras iglesias y denominaciones. Estamos presenciando un “enfrentamiento” entre los fieles y Satanás en una lucha de igual a igual, lo cual es un grave error. Ningún creyente tiene que darse a la tarea de tratar de vencer a Satanás, puesto que él ya fue desarmado en la cruz, tal como dice Colosenses 2:15: “Y habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de Él”. El día de la crucifixión, el reino de las tinieblas no solo fue desarmado por Cristo, sino que
Cristo proclamó su triunfo sobre esas entidades de maldad. Así lo define el texto de Colosenses que acabamos de citar. Las fuerzas de las tinieblas fueron avergonzadas hasta el punto que Cristo hizo un espectáculo público de ellas. No tenemos que ganar la guerra: la guerra ya está ganada. Lo que sí tenemos que hacer es defender nuestra posición de los ataques de un enemigo que rehúsa aceptar su derrota. Como vimos en el capítulo anterior, el llamado es a estar firmes: 1. En la Palabra de Dios 2. En su voluntad 3. En la fe depositada en Él 4. En su cuidado soberano El cristiano no tiene que vivir constantemente amedrentado por el enemigo porque Dios es su escudo y le protege. Se hace difícil para nosotros protegernos de un enemigo que no vemos, y que además es más poderoso que nosotros; pero la razón para no atemorizarnos es que Dios ha asumido nuestra defensa como bien lo especifica el siguiente texto: “Pero fiel es el Señor quien os fortalecerá y protegerá del maligno” (2 Ts. 3:3). Pablo, al hablarles a los efesios, pone el énfasis no en la fortaleza del maligno, sino en la fidelidad del Señor y en el poder de su persona, porque Dios ha prometido, no solo fortalecernos, sino también protegernos del enemigo. Lo acabamos de leer en el texto de más arriba y lo podemos leer en el texto siguiente de Josué 23:10: “un solo hombre de vosotros hace huir a mil, porque el Señor vuestro Dios es quien pelea por vosotros. Prestemos atención a esto: “El Señor, vuestro Dios, es quien pelea por vosotros”. Esta es una declaración vital porque cuando nos encontramos en medio de una lucha espiritual con un enemigo que es mayor, más numeroso y más poderoso que nosotros, la tendencia es de huir, pero no hay necesidad porque la victoria no depende de nosotros, sino de Dios que ha prometido luchar por nosotros. No creo que esto resulte difícil de comprender para aquellos que tienen hijos; es lógico pensar que un padre lucharía por defender a sus descendientes simplemente porque les ama. Sobre todo teniendo en cuenta que si Dios no pelea por nosotros no tenemos ninguna posibilidad de ganar estas batallas personales. Eso explica por qué el Padre Nuestro contiene la petición de “líbranos del maligno, Amén”, en vez de “ayúdanos a derrotar al maligno”. Dios está tan interesado en vernos triunfar que asegura que no permitirá que seamos tentados mas allá de lo que podamos resistir y que, de ocurrir así, Él mismo nos proveerá una puerta por donde podamos escapar. La protección de Dios es tal que Juan dice en su primera carta: “…sino que aquel que nació de Dios le guarda y el maligno no lo toca” (1 Jn. 5:18b). La Palabra de Dios afirma que Dios guarda a todo aquel que es nacido de nuevo hasta el punto de que Satanás no lo toca, y cuando lo hace es porque Dios le ha dado permiso para hacerlo dentro de los límites que el mismo Dios establece. La historia de Job nos deja ver cómo Satanás sólo puede afectar al creyente hasta donde Dios le haya dado autoridad o espacio para hacerlo. A Pedro, Cristo le reveló que Satanás había pedido permiso para zarandearlo (Lc. 22:31), pero no puede ir mas allá de lo que Dios le permita hacer.
LA NATURALEZA DE LA ARMADURA DE DIOS El pasaje de Efesios 6 donde se describe la armadura de Dio es una metáfora usada por el apóstol Pablo para ayudarnos a entender algunas cosas relacionadas con nuestra manera de defendernos de las fuerzas de las tinieblas. Para analizar debidamente en qué consiste la
armadura de Dios necesitamos hacer dos cosas: • Remontarnos al primer siglo y pensar cómo lucía el uniforme de un soldado de aquel entonces para lograr entender la función de la armadura. • Identificar claramente las piezas de la armadura. En el texto que estamos considerando de Efesios 6:14-18 se identifican seis partes o componentes de la armadura identificadas que queremos mencionar, y luego tratar de relacionar con cosas que corresponden a nuestras vidas: • el cinturón • la espada • la coraza • el casco o yelmo • el calzado • el escudo El cinturón En la época del Imperio Romano, el soldado tenía por costumbre vestir una túnica larga y un cinturón que sostenía toda su armadura en posición. Cuando iba a la batalla, tenía que levantarse la túnica y ajustarla al cinturón para no pisarla al correr o al entrar en contienda. El cinturón era una pieza fundamental porque sujetaba en cierta manera el resto de la armadura. La espada colgaba de éste y la coraza que protegía el tórax también estaba conectada con el de tal forma que si no estaba bien colocado, había una gran posibilidad de que la armadura, en vez de ayudarle, constituyera un obstáculo para el soldado y le impidiera su buen desempeño en la batalla. El texto comienza invitándonos a ceñirnos la cintura con la verdad… el cinturón de la armadura representa la verdad en nuestras vidas; si no caminamos en la verdad, no podemos contar con la protección de Dios, ni con sus bendiciones. La palabra “verdad” aparece en La Biblia de Las Américas unas 396 veces. Eso nos da una idea de la importancia que ésta tiene en el mensaje de Dios. Lamentablemente, muchos creyentes no viven en la verdad. Muchos de los hijos del Señor quieren tener victorias espirituales, aún teniendo áreas de su vida que no se conforman a la verdad, y la razón es que el interés de la mayoría no es vivir conforme a los patrones de Dios, sino más bien no ser encontrado en pecado. En tanto que nadie los descubra, viven tranquilos, porque muchas veces para ellos lo más importante es no pasar vergüenza y no necesariamente andar en integridad de corazón; de manera que siempre y cuando ellos puedan lucir bien ante los demás, sus conciencias no le molestan. Consideremos algunos pasajes que nos dejan ver la importancia de la verdad o de la veracidad en nuestras vidas. El Salmo 51:6 dice: “He aquí, tú deseas la verdad en lo más íntimo, y en lo secreto me harás conocer sabiduría”. Dios está interesado en que en la interioridad de mi corazón haya integridad. Él sopesa nuestras intenciones, nuestros pensamientos, las razones por las que hacemos lo que hacemos, decimos lo que decimos o decidimos lo que decidimos. Dios sabe hasta dónde mi “buena” reputación se corresponde con una vida de integridad ante sus ojos. El Salmo 86:11 dice: “Enséñame, oh SEÑOR, tu camino; andaré en tu verdad; unifica mi corazón para que tema tu nombre”. Aquí hay una combinación de a) “andar en la verdad” y b)
“unificar el corazón”. Es la verdad en nuestras vidas la que unifica el corazón. Un corazón dividido no es un corazón íntegro, y si no es un corazón íntegro, la armadura espiritual caerá en la primera batalla que sostenga. Cuando el corazón de un creyente está dividido entre el reino de las tinieblas y el reino de la luz, la Palabra lo considera como una persona de doble ánimo (Stg. 1:8) y el mismo Santiago le califica de “inestable en todos sus caminos”. Una persona inestable no puede considerarse lista para guerrear con nadie porque fácilmente es empujado y derribado. El Salmo 145:18 dice: “El SEÑOR está cerca de todos los que le invocan, de todos los que le invocan en verdad”. Este texto no dice que el Señor está cerca de todo el mundo, sino de aquellos que le invocan en verdad. Cada vez que un hijo de Dios le invoca en oración estando en pecado, no lo está invocando en verdad. El Salmo 66:18 habla de que si observo iniquidad en mi corazón, el Señor no me escuchará. De ahí la idea de que el Señor sólo está cerca de aquellos que le invocan en verdad. Por otro lado, la Palabra identifica a Satanás como el padre de mentiras, de manera que, cuando practicamos la mentira, dejamos de contar con el favor de Dios. La mentira es enemiga de Dios. Juan 8:44 lo dice de esta manera: Sois de vuestro padre el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira. Todos estos pasajes nos ayudan a entender la importancia de vivir de una manera honesta, transparente y conforme a la revelación de Dios. La espada La espada que usaba el soldado romano, como ya hemos dicho, colgaba del cinturón. En el texto de Efesios 6 que estamos considerando en relación con la guerra espiritual, la espada es definida como “la palabra de Dios” y la Palabra de Dios es conocida como SU VERDAD (Jn. 17:17). De manera que en la guerra espiritual se necesita no solo conocer SU VERDAD, sino depender de la verdad. Esta espada, su Palabra, es la única pieza ofensiva en todo el equipamiento del soldado, las demás sirven para proteger o defender partes importantes del creyente. En el encuentro de Jesús con Satanás en el desierto, Jesús hizo uso de la Palabra de Dios en tres ocasiones diferentes diciendo: “escrito está…” y con eso nos dejó ver que ciertamente la Palabra es el instrumento de ofensa en los combates contra las fuerzas del maligno. A pesar de ser esto así, pocos son aquellos hoy en día que hacen uso de la Palabra de manera apropiada para luchar una batalla que escapa a nuestro entendimiento. A lo largo de la historia redentora, el pueblo de Dios ha sufrido dos grandes males con relación a la Palabra de Dios: 1. Falta de conocimiento. “Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento” (Os. 4:6, cursivas añadidas). 2. Conocimiento de la ley sin práctica de la ley. Es decir, ortodoxia sin ortopraxis. Santiago 1:22-25: “Sed hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra, y no hacedor, es
semejante a un hombre que mira su rostro natural en un espejo; pues después de mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de qué clase de persona es. Pero el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será bienaventurado en lo que hace”. Santiago llama a la ley de Dios la ley de la libertad y no la ley de la esclavitud y ello se debe a que ciertamente Dios no nos dio su Palabra para que fuera gravosa sobre nosotros, sino para liberarnos del yugo del pecado. La observancia de la ley es lo que nos libera de los patrones de conducta que producen ansiedad, desvelo e inseguridad. Un buen ejemplo es el de los ingenieros, que construyen sus edificaciones observando las leyes de la física porque saben que, de no hacerlo así, la edificación se les vendría encima. De una manera parecida, nuestras vidas pueden ser construidas para resistir la prueba solo si hemos observado la ley de Dios. El estar firme implica conocer la ley de Dios, practicarla y depender de ella. La Palabra hace algo más en nuestras vidas y es impedir que nos desviemos: “Afirma mis pasos en tu palabra” (Sal. 119:133a). Algunas traducciones dicen: “ordena mis pasos con tu palabra”. Una vida desorganizada no es una vida acorde con la Palabra del Señor. Cuando alguien entra a formar parte de la familia de Dios, suele llegar con una vida desorganizada y con sus prioridades trastocadas. En ocasiones llegan a pasar años antes de que pueda verse el cambio en esa vida. A veces, nos encontramos con dos personas que iniciaron sus vidas en el cristianismo más o menos al mismo tiempo, y años después uno tiene sus prioridades en orden y el otro no, y esto nos lleva a preguntarnos: ¿qué marcó la diferencia? La respuesta es sencilla: uno estuvo viviendo en la Palabra, mientras que el otro no permaneció en ella. El grado de organización o desorganización que tengan nuestras vidas es directamente proporcional al tiempo que hayamos pasado en la Palabra. “Ordena mis pasos con tu Palabra”, dice el salmista. La Palabra organiza y ordena, no solo la mente, sino también la vida del cristiano. Quizás este momento en el que estás leyendo este libro sea el más apropiado para que te preguntes cuán ordenada está tu vida. Alejado de la Palabra de Dios tu vida siempre permanecerá en desorden. Recuerda: un soldado con una vida desorganizada y con prioridades invertidas es presa fácil del enemigo. Otra de las cosas que la Palabra hace es que da dominio propio: “que ninguna iniquidad me domine…” (Sal. 119:133). El salmista está pidiendo que ningún hábito pecaminoso se apodere de él, pero la única forma en que eso pueda darse es si la Palabra ordena sus pasos y le da la fortaleza necesaria para resistir en el día malo. Hay cristianos con mucho dominio propio y cristianos en los cuales el dominio propio es extremadamente débil. Y aunque el temperamento con que se nace tiene mucho que ver con el desarrollo y el comportamiento del ser humano, la realidad es que en gran medida nuestro dominio propio está igualmente relacionado con el tiempo que pasamos en su Palabra. Lo que se opone al dominio propio son nuestras emociones. Dios tiene que ser el Señor de nuestras emociones porque de lo contrario éstas nos inducirán a tener cada vez más problemas. Cristo tiene que ser el Señor de nuestras mentes, corazones, voluntades y de nuestras emociones, o no es Señor de nada. Es la única forma de que ninguna iniquidad nos domine. El instrumento que Dios eligió para derrotar a los poderes de las tinieblas fue la predicación de la Palabra. Esta predicación ha derribado a príncipes, ha echado abajo gobiernos e imperios, ha derribado sistemas religiosos y en la actualidad continúa enfrentándose y derribando al mismo Satanás. Cuando Cristo se enfrentó a él en el desierto, en tres ocasiones diferentes lo hizo haciendo uso de su Palabra como ya dijimos: “escrito está, escrito está, escrito está” (Mt. 4)… No usó ninguna estrategia, ninguna metodología que no
fuera simplemente citar la Palabra y con ello le resistió. Eso es exactamente lo que dice la Biblia que debemos hacer: “resistid al diablo y él huirá de vosotros” (Stg. 4:7). El texto agrega que cuando Jesús le resistió citando la Palabra, Satanás lo dejó. “La Palabra de Dios es viva y eficaz; más cortante que cualquier espada de dos filos” (He. 4:12). Hay una gran diferencia entre la espada de un soldado—en este caso de un soldado romano—y la espada del Espíritu. Una espada puede cortar y herir solamente el cuerpo, pero la espada del Espíritu corta y llega hasta el alma. El libro de los Hechos, en el capítulo 7, habla del sermón que Esteban predicó antes de ser apedreado y dice que aquellos que lo oyeron se sintieron “profundamente compungidos”. En el lenguaje original el término usado para esta frase expresa la idea de “ser cortado hasta el centro”. La espada del soldado romano sólo podía herir y podía llegar también a matar el cuerpo, pero la espada del Espíritu es algo totalmente diferente porque puede cortar hasta el alma del individuo, y sanarlo al mismo tiempo. Finalmente, la espada del Espíritu tiene una singularidad y es que a diferencia de cualquier otro tipo de espada, que cuanto más se usa más pierde su filo o se daña, con esta espada ocurre lo contrario: cuanto mayor es el uso, más afilada se vuelve. La espada corriente es construida por el hombre para ser manejada por el hombre, pero la espada del Espíritu es manejada por el Espíritu Santo mismo. De ahí la Palabra del Señor a Zorobabel en Zacarías 4:6: “No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu”. El poder de la Palabra de Dios es tal, que cuando Dios diseñó su plan para retomar el territorio que Satanás había tomado en posesión, el arma considerada como más eficaz fue la predicación de la Palabra, y por eso dice Romanos 1:16 que “El evangelio es poder de Dios para salvación”. La coraza de justicia La coraza de la armadura estaba diseñada para cubrir todo el tronco, tanto el tórax como el abdomen. Teniendo esto en mente pasemos a describir qué pudiera significar esto de llevar la coraza de justicia puesta a la hora de entrar en la guerra espiritual. Frecuentemente, cuando la palabra justicia es usada en referencia a Dios, representa su perfección moral. Es lo que en inglés ha sido traducido como “righteousness”. Cuando se refiere al hombre, ya no es perfección moral sino rectitud moral. En la época en que Pablo estaba escribiendo esta carta se tenía la idea—sobre todo entre los grandes filósofos de la época—de que el corazón era el asiento de la mente y la voluntad; y que los intestinos eran el asiento de las emociones. La coraza de justicia hace alusión directamente a nuestra vida de santidad, queriendo significar que la santidad abarca a todo el individuo, incluyendo su mente, su cuerpo y su voluntad. Tanto la espada del Espíritu como el cinturón de la verdad están íntimamente relacionados con la vida de santidad y obediencia. La coraza de justicia, que implica rectitud moral, habla de nuestra integridad. Nuestra sociedad se encuentra inmersa en una crisis moral, social y espiritual de la cual hablan ampliamente las estadísticas del mundo en que nos ha tocado vivir. La integridad es escasa en este tiempo. Bíblicamente, pudiéramos definir la integridad como el vivir conforme a la Palabra de Dios, tanto interna como externamente. La palabra “integridad” en hebreo es tom, cuya raíz es un vocablo griego que significa “completo o perfecto”. En griego es aletheia o alethes, que significa “verdad o verdadero”. Cuando esta idea se le aplica a una persona, entonces estamos hablando de alguien que es veraz. Una de las características de la persona veraz es que su integridad es reconocida tanto por creyentes como por incrédulos, algo que fue muy evidente en la vida de nuestro Señor Jesucristo. Marcos 12:14 dice:
Y cuando ellos llegaron, le dijeron: Maestro, sabemos que eres veraz y que no buscas el favor de nadie, porque eres imparcial, y enseñas el camino de Dios con verdad. ¿Es lícito pagar impuesto al César, o no? Incluso aquellos que no eran seguidores de Cristo habían reconocido la diferencia que había entre Él y los demás, pues le dicen: “sabemos que eres veraz”. Una persona veraz es una persona íntegra, alguien cuyas palabras y estilo de vida son consecuentes y cuya vida está alineada con la verdad de Dios expresada en su Palabra. Es alguien que no tiene “grietas” en su vida, de ahí que se le considere completo. El casco o yelmo Otra pieza importante de la armadura es el casco o el yelmo cuya función era proteger la cabeza. A manera de aplicación, pudiéramos decir entonces que el casco o yelmo tiene la función de proteger nuestra mente. Ya dijimos que es en la mente donde se lleva a cabo la guerra espiritual. De manera que para pelear bien esa guerra lo primero que necesitamos es proteger nuestra mente y nuestros pensamientos, ya que éstos dan origen a las intenciones, a las motivaciones del corazón y a los diálogos que tenemos con nosotros mismos. Nuestros pensamientos mueven nuestra voluntad para bien o para mal. Y es a través de nuestra mente que Satanás logra introducir ideas seductoras que terminan entusiasmando el corazón y que si son llevadas a la práctica podrían terminar creando en nosotros hábitos pecaminosos. Es por esto que una de las estrategias vitales de esta guerra espiritual está definida en Filipenses 4:8 donde se nos informa cómo evitar que nuestra mente se involucre en pensamientos destructivos: Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad. El resultado de caminar de esa manera se define en el próximo versículo: “y el Dios de paz estará con vosotros” (Fil. 4:9b). Muchos de nosotros a lo largo de nuestra vida hemos tenido pensamientos que no son dignos de Dios y, cuando ese es el caso, no podemos contar con la presencia manifiesta de Dios ni con su paz. Una manera errónea de pensar implica una derrota segura. Si no pensamos bien, no podremos actuar correctamente. Es posible que al hablar lo hagamos de un modo adecuado y eso será lo que los demás conozcan de nosotros, pero no es tanto nuestro hablar lo que refleja lo que somos, sino nuestros pensamientos y nuestras acciones. “Pues como piensa dentro de sí, así es. Él te dice: Come y bebe, pero su corazón no está contigo” (Pr. 23:7). Si verdaderamente quieres saber cómo eres, revisa tus pensamientos. Ellos revelan si somos: 1. lujuriosos o rescatados 2. enjuiciadores, acusadores o tolerantes 3. justicieros, orgullosos o humildes 4. condenadores o compasivos 5. rencorosos o perdonadores 6. avaros o dadivosos
7. disciplinados o permisivos 8. dado a los placeres o poseedores de dominio propio Lo que pensamos es lo que somos. De ahí que en la guerra espiritual sea esencial cuidar de la mente. Nuestro estado de ánimo depende muchas veces de cómo hayamos estado pensando. Un solo pensamiento negativo, solo uno, puede desviar nuestra atención de las cosas de Dios. Satanás lo sabe. Le basta inducir a una persona a que ponga en nuestra mente una sola idea negativa para con eso causar el desaliento suficiente que restará velocidad a nuestra carrera, causando inestabilidad, dudas o distracción. La persona que es presa de este tipo de ataque por parte de Satanás depende en gran manera de varias cosas: 1. De su temperamento: hay ciertos temperamentos más influenciables que otros 2. De su grado de madurez en la vida cristiana 3. Del tiempo que pase cultivando una mente bíblica 4. De su experiencia observando las estrategias de Satanás 5. De su vida de santidad Recuerda sin embargo que tu temperamento no es excusa para comportarte de tal o cual manera. Independientemente de quién tú seas, la Palabra te manda: “Sed de espíritu sobrio, estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar” (1 P. 5:8). Como serpiente, Satanás es un engañador, y como león es un destructor. No podemos dejarnos engañar ni destruir. Tampoco permitir que él nos use para desviar nuestra atención; en las carreras de competencia, si el corredor desvía su atención, terminará tropezando y cayendo. No podemos permitirle que nos use para destruir nuestra persona, nuestra familia, nuestro carácter o nuestra reputación. El calzado “… y calzados LOS PIES CON EL APRESTO DEL EVANGELIO DE LA PAZ”. Debe ser muy difícil para un soldado librar una batalla con los pies descalzos. Por eso el calzado formaba parte de la armadura del soldado romano. Haciendo un paralelismo, en la armadura espiritual, Pablo exhorta al creyente a calzar sus pies con el evangelio de la paz si quiere triunfar en la guerra espiritual. Y la razón es que el evangelio es poder de Dios para salvación. Nuestras palabras no tienen poder, pero su evangelio, sí. Nuestras palabras no pueden cambiar a nadie, pero el evangelio sí puede. La razón por la que el cristiano pierde muchas de sus batallas espirituales es porque sus pies al andar no están calzados con el evangelio de la paz. Un soldado cristiano descalzo (sin su evangelio) es otra derrota segura. Lamentablemente, muchos son los que hoy tratan de plantar iglesias y de ganar almas para Cristo por medio de estrategias y fórmulas humanas que carecen del poder de Dios. No hay nada erróneo en planificar, puesto que no podemos avanzar correctamente sin planificar; pero una cosa es planificar y otra cosa confiar en que nuestros planes nos garantizarán el éxito de nuestras iglesias. En una gran cantidad de los esfuerzos que hoy en día se hacen para ganar a los perdidos, el énfasis no está en el poder de la oración o de la predicación, sino en las estrategias humanas. Esa es la razón por la que en muchos seminarios se enseña a los estudiantes a no predicar sermones de más de 20-30 minutos y que no sean muy profundos porque el inconverso no tiene esa capacidad de atención, lo cual nos hace ver que no tenemos confianza en que el Espíritu Santo y la Palabra de Dios puedan interesar la mente de
la persona que escucha la predicación de una manera sobrenatural para que puedan entender la Palabra de Dios. En el pasado, cuando los predicadores confiaban más en el poder de Dios, la gente era capaz de escuchar sermones de mas larga duración. La superficialidad de los sermones es la causa principal de por qué la gente no cree en la predicación de la Palabra. Todo el mundo tiene preguntas profundas acerca de nuestra existencia, y nadie tiene las respuestas a sus preguntas fuera de la Palabra de Dios. Pero no puedes responder a preguntas profundas de una manera superficial. El siguiente pasaje nos da una idea de cómo la gente está dispuesta a viajar la distancia para escuchar palabras de sabiduría… “Y venían de todos los pueblos para oír la sabiduría de Salomón, de parte de todos los reyes de la tierra que habían oído de su sabiduría” (1 R. 4:34).
El escudo El escudo es la pieza de la armadura que nos protege de los embates del enemigo. En el pasaje de Efesios 6, esta pieza es llamada el escudo de la fe. La fe es vital a la hora de librar la batalla. La fe es sinónimo de confianza. Un soldado que no tiene fe es un soldado que no posee la confianza necesaria para atreverse a defender su posición, y al menor ataque cederá lo que no sabe, o no se atreve, defender. Tan importante es este elemento para el creyente que la Palabra de Dios nos recuerda que todo lo que no es de fe es pecado (Ro. 14:23) y que sin fe es imposible agradar a Dios (He. 11:6). La guerra espiritual no puede ser peleada en pecado y habiendo desagradado a Dios. La batalla ciertamente es del Señor, pero hay un rol que Dios nos ha dejado a nosotros, y parte de ese rol es la confianza que depositamos en Él, con lo cual no solo reconocemos su poder, sino también su control soberano sobre todo lo que se mueve en su universo. Una reprensión frecuente de parte de Jesús a sus discípulos fue llamarles “hombres de poca fe”, cuando ellos no depositaban en Jesús la confianza que el Maestro merecía. La falta de fe nos llena de incertidumbre y de confusión, y no hay nada peor que un soldado en combate lleno de miedo e indecisión. Y así parece estar andando la iglesia en los últimos años. La iglesia de hoy necesita recobrar la confianza en Dios para que no siga caminando amedrentada por un enemigo derrotado hace 2000 años que puede rugir y atacar, pero que no puede destruirla porque es posesión de Dios.
Reflexión final Satanás es un enemigo astuto y, como tal, sabe cómo desviar la atención de lo que es verdaderamente importante. Al presente su estrategia ha consistido en hacer que el creyente se concentre en Satanás y su supuesto poderío, con lo cual ha desviado la atención de la iglesia hasta el punto de lograr que creyentes de muchas iglesias se preocupen por aprender más de Satanás que de Cristo. Mucha gente parece “conocer” más de nuestro enemigo que de nuestro redentor. Algo importante para recordar es que cuando los empleados de caja de los bancos son entrenados, a ellos no se les muestran múltiples billetes falsos para que ellos aprendan a reconocer el billete verdadero porque alguien siempre puede producir otro billete
falso que un cajero particular no haya visto. El entrenamiento consiste en ayudarle a reconocer el billete verdadero, y todo lo que no luzca como ese billete es falso. Así debe ser el esfuerzo que el cristiano hace; él debe preocuparse por conocer la verdad, y todo lo que no luce como la verdad es falsedad. Mientras el pueblo de Dios continúe leyendo libros acerca de guerra espiritual fundamentados en experiencias, seguirá cayendo presa del enemigo. El llamamiento, ahora, es a regresar a su Palabra. Esa Palabra es nuestra ancla en la tormenta; la cruz es nuestro norte y Cristo nuestro amo.
TERCERA PARTE
CÓMO SANAR LA IGLESIA DE HOY
CAPÍTULO 10 LA DIVISIÓN: LA PLAGA DE LA IGLESIA “Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos os pongáis de acuerdo, y que no haya divisiones entre vosotros, sino que estéis enteramente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer. Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay contiendas entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolos, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?”. 1 C ORINTIOS 1:10-13
Analizando la historia de la iglesia y la forma en que ésta se ha visto afectada por la división
entre sus miembros en las diferentes épocas, bien podría decirse que la división es la plaga de la iglesia. La primera definición de la palabra “plaga” en uno de los diccionarios consultados es esta: “una aflicción o calamidad ampliamente distribuida”. Visto de esta manera, creo que podemos hablar de la división del cuerpo de Cristo como una verdadera plaga porque, ciertamente, es una afección o calamidad para ese cuerpo y no menos cierto es el hecho de que este mal ha estado ampliamente distribuido dentro de las iglesias a lo largo de los años. Cuando hablamos de una calamidad en relación con una población, estamos haciendo referencia a algo que ha ocasionado dolor y pérdida a esa comunidad; y si hay algo que ha llevado dolor y pérdida al cuerpo de Cristo es la división entre sus miembros. Cuando en una iglesia se produce la división, hay un solo ganador: Satanás. Él conoce bien el corazón del hombre, sabe cómo sembrar la cizaña en el pueblo de Dios, conoce sus debilidades y, conociéndolas, las explota para su mayor beneficio. Sabiendo esto, los hijos de Dios necesitan ser más astutos para reconocer tempranamente esta artimaña que es altamente poderosa y necesitan ser más como Cristo para evitar a toda costa el precio de la división. Cristo fue tan sensible a esta realidad que en una ocasión, mientras sus discípulos bautizaban, Jesús oyó que los fariseos comenzaron a comentar que Él hacía y bautizaba más discípulos que Juan, y de inmediato salió de Judea y se fue de nuevo a Galilea. Jesús conocía perfectamente el efecto que tiene la división entre nosotros los mortales.
DESACUERDOS EN LA IGLESIA PRIMITIVA La división ha plagado la iglesia desde sus inicios, como muestra el pasaje de 1 Corintios que encabeza este capítulo, y como se puede apreciar en el Libro de los Hechos donde están registrados los primeros treinta años de su historia. Podemos leer en el Hechos 6:1, lo siguiente: Por aquellos días, al multiplicarse el número de los discípulos, surgió una queja de
parte de los judíos helenistas en contra de los judíos nativos, porque sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria de los alimentos. Los judíos helenistas eran aquellos que habían estado viviendo fuera de Palestina. Al residir fuera de su lugar de origen, estos judíos adoptaron algunas costumbres griegas y de ahí el nombre de helenistas. Algunos de éstos, al regresar, se quejaron porque sus viudas no estaban siendo atendidas de la misma manera que las viudas de los judíos que se habían quedado residiendo en Palestina. Es posible que hubiera prejuicios de unos contra otros, pero para evitar la división, los apóstoles determinaron dedicarse solamente al ministerio de la Palabra y a la oración, y eligieron siete hombres llenos del Espíritu Santo para que atendieran el servicio de las mesas, como leemos en los siguientes versículos: Por aquellos días, al multiplicarse el número de los discípulos, surgió una queja de parte de los judíos helenistas en contra de los judíos nativos, porque sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria de los alimentos. Entonces los doce convocaron a la congregación de los discípulos, y dijeron: No es conveniente que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir mesas. Por tanto, hermanos, escoged de entre vosotros siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea. Y nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra. Lo propuesto tuvo la aprobación de toda la congregación, y escogieron a Esteban, un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, y después de orar, pusieron sus manos sobre ellos. Y la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén, y muchos de los sacerdotes obedecían a la fe (Hch. 6:1-7). La división afloró pero, de una manera sabia, los discípulos supieron tratar con ella, y eso es lo que debemos hacer. De este lado de la gloria es casi imposible no experimentar ciertos tipos de quejas a lo largo del camino; pero necesitamos estar preparados para saber cómo tratar con ellas de manera que las mismas no se esparzan y originen estragos en medio del pueblo que lleva su nombre. Cuando llegamos a Hechos 15 nos encontramos con que hubo que celebrar un concilio para evitar la división porque un grupo de creyentes insistía en que los gentiles debían circuncidarse y otros, encabezados por Pablo y Bernabé, entendían que no. La iglesia decidió no dejar las cosas abiertas, sino tratar con ellas temprana y abiertamente. Entonces enviaron a Pablo y a Bernabé junto con otros hermanos como representantes para que juntos hablaran con los apóstoles y los ancianos a fin de dilucidar el asunto. Inicialmente el conflicto no fue pequeño porque el texto dice que hubo “una gran disensión y debate” (v. 2) entre ellos. De nuevo, la iglesia liderada por el Espíritu de Dios supo tratar con este asunto tempranamente y resolver la controversia. En el mismo capítulo 15 (v. 37 en adelante) se nos habla del momento cuando Pablo quería hacer un segundo viaje misionero deseando dejarse acompañar por Bernabé, pero este último quería que llevaran a Marcos con ellos. Pablo era reacio a llevar a Marcos, ya que éste los había abandonado en Panfilia durante el primer viaje. Por eso, a diferencia de Bernabé, Pablo no estaba dispuesto a darle una segunda oportunidad a Marcos en estos momentos. Comenzaron a discutir sobre ello, y el texto relata cómo se produjo “un desacuerdo tan grande”
(vv. 39-40) que Pablo se fue a ese segundo viaje sin la compañía de Bernabé, la persona que lo introdujo a la comunidad cristiana, y prefirió hacerse acompañar de Silas, mientras que Bernabé tomó consigo a Marcos. Quizás ambos estaban en lo correcto. Es posible que Marcos no tuviera la madurez necesaria para salir en un segundo viaje misionero y debiera experimentar ciertas consecuencias por haber desertado a mitad de camino en la primera ocasión. El no poder ir ahora le serviría de disciplina, lo cual le ayudaría a madurar. Por otra parte, es posible que Marcos necesitara alguien que estuviera dispuesto a trabajar con él por algún tiempo hasta que él estuviera mejor preparado para unirse a la causa. Bernabé fue la persona clave para este siervo Marcos, que terminó escribiendo el Evangelio que lleva su nombre. Los desacuerdos, en ocasiones no tienen que ver con que uno esté en lo correcto, y el otro en el error. A veces ambos están en el error o tal vez ambos pudieran tener una parte de la verdad, y lo que se requiere es sabiduría para saber cuál es la solución más sabia según las circunstancias. En el caso de las viudas mencionado más arriba, hubo una queja que fue atendida. En el caso del primer concilio de la iglesia con relación a la circuncisión, hubo un desacuerdo fuerte, pero no hubo división. Y lo mismo ocurrió en el caso de Pablo y Bernabé acerca de Marcos: aunque inicialmente hubo desacuerdo, no llegó a provocar una división en la iglesia. Los desacuerdos son inevitables; las divisiones, por otro lado, sí deben ser evitadas por las implicaciones de las mismas. Estos desacuerdos, gracias a Dios, no tuvieron graves consecuencias, pero así es como empiezan las divisiones: con simples desacuerdos. En esos momentos la iglesia no estaba dividida pero existían ya ciertos disgustos, si no a nivel de la iglesia, sí a nivel de los corazones. Toda división comienza a nivel del corazón. Un corazón dividido divide la mente, la mente divide la voluntad, y una vez que el corazón, la mente y la voluntad están alineadas en una dirección, la persona sale a buscar a otros que simpaticen y apoyen su posición. Todas las divisiones comienzan en el corazón del hombre.
¿EN QUÉ CONSISTE LA DIVISIÓN? Los desacuerdos son simples diferencias de opiniones, pero las divisiones tienen mayores implicaciones. Dicho todo esto, es bueno aclarar lo que es y lo que no es una división. ¿Cómo se diferencia la diversidad de la unidad? En diversos círculos se suele decir que un ejemplo de división lo constituyen las diferencias que existen entre los distintos tipos de denominaciones e iglesias. Y si bien es cierto que muchas iglesias y denominaciones han trazado su línea en la arena, no es menos cierto que la existencia de iglesias y denominaciones distintas no representan en sí mismas divisiones del cuerpo de Cristo. Ahora bien, cuando una iglesia o denominación adopta una posición doctrinal contraria a la Palabra en asuntos considerados de envergadura, como podría ser la resurrección de Cristo, entonces en ocasiones no queda otra alternativa que separarnos porque la unidad no puede establecerse a expensas de la verdad. Por otro lado, muchas veces lo que ha ocurrido es que mientras algunas denominaciones han enfatizado la evangelización sobre otras actividades y disciplinas, otras han enfatizado, por ejemplo, la enseñanza y formación de discípulos. Sobre estas diferencias podrían surgir agrupaciones diversas, pero no es motivo suficiente para que estos grupos se ataquen entre sí, ni mucho menos es motivo para estar divididos. Todo lo contrario, podría darse cierta complementación entre los grupos. Podríamos, pues, tener diferentes denominaciones y no estar necesariamente divididos. Igualmente sucede cuando las diferencias ocurren a nivel de doctrinas consideradas de menor peso, como pudieran ser
las formas de gobierno de las iglesias. El que unas iglesias tengan estilos de adoración tradicional y otras estilos de adoración contemporánea tampoco es en sí mismo una ilustración de lo que es división. Podemos congregarnos en iglesias diferentes por motivos de preferencias sin tener que estar divididos. La unidad no es tampoco que todos oremos igual, o adoremos igual, o hablemos igual. Los astros del universo difieren en tamaño, en la luz que proyectan, en características climáticas, en el tipo de terreno que poseen y en muchas otras cosas más y, sin embargo, ellos existen en perfecta unidad. De manera que la división no consiste en tener diferencias doctrinales, denominacionales o de estilos. ¿En qué consiste entonces la división? La división es un alejamiento entre dos personas, iglesias o instituciones. El alejamiento es la evidencia de que la división es una actitud o conflicto afectivo o emocional entre dos individuos, iglesias o grupos, que regularmente se origina por envidia, celos, orgullo, egoísmo o deseos de controlar al otro; todo lo cual resulta en resentimiento personal, en malicia, amargura y dudas acerca de las intenciones del otro. La división se suele dar cuando las personas involucradas perciben una amenaza a sus necesidades, intereses o preocupaciones. El problema no es que seamos diferentes o que tengamos ciertas diferencias doctrinales o denominacionales. El problema está en lo que sentimos a nivel de nuestras emociones cuando se dan estos conflictos, y la forma en que nos alejamos los unos de los otros y cómo nos criticamos los unos a los otros. No debemos llevar el péndulo ni en una dirección ni en otra. Hay hermanos que aman tanto el espíritu de unidad que están dispuestos a poner a un lado los aspectos fundamentales de la doctrina con tal de que no se produzca división entre ellos. Eso jamás debemos hacerlo porque no podemos sacrificar la verdad en aras de la unidad, como ya hemos comentado. Lo cierto es que muchas veces podemos ponernos de acuerdo en estar en desacuerdo en una serie de puntos doctrinales de segunda importancia. Pero la mayoría de las divisiones no ocurren por diferencias doctrinales. Lo que nos divide con más frecuencia es el pecado en nuestros corazones y hasta tanto nosotros no estemos dispuestos a reconocer eso, será difícil mantener la unidad. En la iglesia de Corinto la división había surgido. Unos comenzaron a decir: “Yo soy de Pablo y otros yo soy de Apolos”; otros estaban diciendo: “y yo de Cefas o Pedro”, y hasta otros decían: “y yo de Cristo”. Me imagino que cada uno de ellos tenía una razón por la que consideraba a un líder superior al otro hasta llegar a aquellos que sonaban más espirituales al decir “y yo de Cristo”, insinuando quizá que ellos no tenían que someterse a la enseñanza de nadie y que ellos eran superiores al tener solo a Cristo por cabeza. La iglesia de Corinto era una iglesia inmadura y su falta de madurez generó divisiones y abusos de los dones. Y esa es una de las razones principales de las divisiones, la inmadurez de aquellos que se dividen por razones no doctrinales, sino simplemente personales, pero que luego quieren encontrar una doctrina en la Palabra para avalar su división y sentirse bíblicos. Esto cargaba el corazón de Pablo, quien les escribió con dolor diciendo: “Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos os pongáis de acuerdo, y que no haya divisiones entre vosotros…” (1 Co. 1:10a). Cuando el cuerpo de Cristo se divide, hay un solo ganador que busca siempre destruir al pueblo de Dios, valiéndose del pueblo de Dios. Comparemos esta actitud de los corintos con estas palabras de Cristo registradas en Juan 17:22-23: La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que los amaste tal como me has amado a mí.
Con estas palabras, Cristo nos dejaba un ejemplo para que supiéramos hasta dónde llegaba su preocupación por la unidad de su iglesia. Por otro lado, Cristo nos enseñaba que parte de la razón por la que el mundo nos iba a creer era por el grado de unidad que exhibiéramos. De ahí que Cristo orara para que fuésemos perfeccionados en unidad: “para que el mundo sepa que tú me enviaste” (Jn. 17:21). Una de las consecuencias de la división es que nos quita poder a la hora de testificar en favor de Cristo. Porque si nosotros, que debemos estar unidos en Cristo, no podemos conciliar nuestras desavenencias y no podemos de alguna manera ponernos de acuerdo, ¿cómo vamos a convencer al mundo de que crean en nosotros?
¿CUÁL ES LA VERDADERA RAZÓN PARA LAS DIVISIONES? En el caso de la iglesia de Corinto, quizás algunos entendían que nadie predicaba como Pablo o como Apolos. Pero, en el fondo, esa no era la causa de la división de esa iglesia. Santiago nos instruye perfectamente acerca del origen de nuestras divisiones: “¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre vosotros? ¿No vienen de vuestras pasiones que combaten en vuestros miembros?” (4:1). Ahí está la causa real del problema: nuestro corazón. Ni Pablo, ni Apolos, ni su predicación, ni su liderazgo, eran la causa, sino el corazón celoso y envidioso de sus seguidores. Estas divisiones comenzaron a manifestarse en forma de celos y contiendas (1 Co. 1:3a). Pero aun esos celos y esas contiendas no eran la causa en sí misma, sino solo la manifestación de la causa real. Entonces, ¿cuál era la causa real? En los primeros versículos del capítulo 3 Pablo nos ayuda a contestar esa pregunta. Así que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, no alimento sólido, porque todavía no podíais recibirlo. En verdad, ni aun ahora podéis, porque todavía sois carnales. Pues habiendo celos y contiendas entre vosotros, ¿no sois carnales y andáis como hombres? (1 Co. 3:1). Pablo, que había estado con ellos un par de años antes, no pudo darles de comer nada sólido espiritualmente hablando, sino solo leche. Es decir, cosas sencillas, cosas de cierta superficialidad. No porque las verdades de Dios sean superficiales, sino porque su madurez espiritual no les permitía digerir cosas de mayor profundidad. Un par de años después Pablo escribe esta carta y quizás pregunta: “Pero ¿será posible, corintios, que cuando yo estaba con vosotros no erais más que unos carnales, y ahora que han pasado más de dos años seguís siendo carnales, niños en la manera de vivir?”. Ahí está la verdadera razón de nuestras divisiones: nuestra inmadurez espiritual o emocional, que todo el tiempo demanda ser el centro de atención. Y nosotros, en lugar de admitir que nuestras divisiones tienen su origen en nuestros deseos carnales a los que hemos dado cabida, tomamos cualquier diferencia de opinión para dividirnos. Tanto es así que en ocasiones, cuando queremos separarnos, buscamos cualquier motivo y provocamos a la otra persona para tener así una buena excusa para hacerlo.
SEÑALES DE LA INMADUREZ ESPIRITUAL
Para poder andar en unidad es necesario poseer la madurez emocional de la que desafortunadamente carece la mayoría de los hijos de Dios. La mayor parte de las veces equiparamos el conocimiento bíblico con madurez espiritual, y no hay nada que esté mas lejos de la verdad que esto. Otras veces, si ocupamos una posición de autoridad, la altura de la posición que ocupamos nos lleva a creer que no somos inmaduros emocional o espiritualmente. Posiblemente, muchos estarán en desacuerdo conmigo porque cuando nos vemos ocupando grandes cargos en el mundo secular se nos hace difícil admitir que hayamos podido escalar tales posiciones aún siendo inmaduros en nuestras emociones. Y la realidad es que podemos llegar a ser hasta presidente de un país y aún así tener áreas emocionales débiles y frágiles. Una de las hijas de Theodore Roosevelt, ex presidente de los Estados Unidos, dijo en una ocasión que el problema de su papá era que si estaba en una boda, él quería ser la novia y si estaba en un funeral, él quería ser el difunto. Lo describió como una persona egocéntrica y completamente egoísta que siempre quería ser el centro de atención, lo cual ponía de manifiesto que incluso el presidente de la nación más poderosa de la tierra podía ser un hombre emocionalmente inmaduro, porque el egoísmo es una de las primeras señales de inmadurez emocional. Otras de las señales de inmadurez espiritual son los celos, la envidia, la necesidad de criticar al otro para sentirnos mejor, el ofendernos fácilmente, la dificultad de perdonar, la dificultad para ver nuestros errores, aun cuando todo el mundo los ve; la competitividad, el mantener una discusión con la intención de ganar, el no saber perder en un juego o en una conversación, el no poder decir “yo estaba equivocado”, el no poder compartir las amistades y el no sentirnos bien a menos que otros nos den su total devoción o atención. Todas estas actitudes nos califican como inmaduros. El problema de nuestra inmadurez emocional no es simplemente que nos hace sentir mal, sino que crea divisiones dentro de la iglesia. Los celos, como hemos dicho en otras ocasiones, es el miedo de perder lo que tenemos, como cuando, por ejemplo, un esposo siente miedo de perder a su esposa. Obviamente, si alguien está tratando realmente de quitarle su esposa, es natural que haya celos; pero no nos referimos a este caso necesariamente, sino cuando, a pesar de no haber un tercero, el cónyuge insiste en que sí lo hay. En esos casos hay un problema monumental porque los celos inducen a ver cosas que no existen. Al verse amenazada, la persona tiende a destruir aquello que le representa el peligro. La manera como el incrédulo y también el cristiano lo hacen, no es asesinando a la persona, sino matando el carácter de esa persona. Una vez que se inicia en nosotros ese proceso emocional, las mismas emociones nos llevan a agrandar los hechos y nos hacen buscar quien pueda simpatizar con nosotros o quien pueda tener una percepción similar a la nuestra. Si encontramos a esa persona, cosa que no es difícil, entonces formamos un bando. Si no encontramos quien nos haga eco, colocamos a la persona que no quiso unirse a nuestros sentimientos en la lista negra junto con el que ha sido objeto de los celos. Todas estas cosas crean división dentro del cuerpo de Cristo. La envidia opera de igual manera. La envidia es querer lo que el otro tiene y que yo no poseo. A veces queremos cosas, otras veces queremos o envidiamos relaciones o posiciones; y cuando no podemos tener lo que deseamos, decidimos eliminar el obstáculo que nos lo impide. Al igual que en el caso anterior, no eliminamos su vida, sino que matamos su carácter o personalidad y así se originan las calumnias, los chismes y las exageraciones. De repente, casi sin percatarnos de ello, nos convertimos en un asesino a sueldo. ¿Y quien nos paga el sueldo? Nuestras emociones.
CARACTERÍSTICAS DE LA PERSONA QUE FOMENTA DIVISIONES Santiago 4:2 dice: “Codiciáis y no tenéis, por eso cometéis homicidio. Sois envidiosos y no podéis obtener, por eso combatís y hacéis guerra. No tenéis, porque no pedís”. Hacemos guerra con nuestras palabras porque nuestras palabras frecuentemente se convierten en balas incendiarias. Trazamos una línea en la arena pero jugamos sucio, torcemos los hechos, manipulamos la información y tratamos de convencer al otro de que se una a nuestro ejército. Cuando el otro no lo hace, entonces nos airamos con ese otro y le decimos: “Tú estás ciego con esa persona”, y hasta llegamos a asegurar que nadie lo conoce mejor que nosotros. En cada división, las personas involucradas son las responsables y, en muchos casos, es solo el orgullo y el deseo de ganar lo único que ha impedido que las personas se pongan de acuerdo. Hay diferentes maneras de quitarle la vida a una persona pero una de las más comunes es a través de un disparo de pistola. La pistola con la que cometemos asesinato de carácter es nuestra lengua y su disparo más mortífero es el espíritu crítico. En los párrafos que siguen voy a hacer algunas observaciones del comportamiento pecaminoso del hombre que contribuye a formar el espíritu divisionista entre nosotros. Se enfoca en las faltas de los demás y mide por su propio estándar Cuando la otra persona no se conforma a nuestro estándar, la condenamos a muerte. Ya lo próximo es determinar el tipo de muerte que le vamos a dar. En unos casos pasamos a destruir su carácter, pero en otros, nos alejamos de esa persona de tal manera que nos hacemos la cuenta que no existe, con lo cual cometemos asesinato virtual. Muchas veces vivimos en un dualismo: yo estoy bien y tú estás mal; yo estoy en lo correcto y tú en el error. En esos casos solo se necesita que el otro esté en desacuerdo con mis opiniones para yo determinar inmediatamente quién está en pecado y quién no. El problema no está en que juzguemos las acciones de los hombres porque de alguna manera tenemos que juzgar la verdad del error, sino que el problema está cuando medimos conforme a nuestro propio estándar. A eso se refería Cristo cuando dijo: “no juzguéis para que no seáis juzgados” (Mt. 7:1). La prohibición no estaba en la acción misma, sino en el estándar por medio del cual estaban juzgando. Las palabras que siguen revelan esto que acabo de decir: ¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: “Déjame sacarte la mota del ojo”, cuando la viga está en tu ojo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad para sacar la mota del ojo de tu hermano (Mt. 7:35). La viga en el mío en contraposición con la mota en el otro constituían el problema que Cristo estaba atacando. Es prejuiciado El problema del espíritu crítico en nosotros es que hace que nos creamos superiores a los demás y con frecuencia hacemos juicios a priori, sin conocer los detalles, siempre asumiendo que conocemos las intenciones del otro. El asumir que conocemos las intenciones del otro nos
da permiso, en nuestra opinión, para proseguir en nuestro asesinato de carácter. El espíritu crítico tiene un solo origen y es el orgullo humano. Personas humildes no tienden a ser críticas, ni prejuiciadas, pero personas orgullosas tienen una gran dificultad en no criticar a los demás y una gran facilidad para emitir juicios. Los judíos estaban altamente prejuiciados contra los gentiles, pero en Cristo, “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gá. 3:28). Si esta verdad tiene su efecto en nosotros, seremos menos propensos a dividirnos. Busca un culpable Frecuentemente, la persona crítica no se siente bien porque muchas veces su mismo juicio continuo lo lleva a sentirse desanimado. Pero el espíritu crítico busca un culpable y lo acusa, y todo aquel que no está de acuerdo con su opinión pasa a formar parte de su lista negra. Dios no va a aprobar nunca nuestra tendencia de encontrar continuamente un culpable que nos permita quedar exonerados de la culpa. No se lo permitió a Adán y a Eva y tampoco nos va a permitir el mismo pecado a nosotros. Recuerde esto: El otro no es culpable de cómo nos sentimos. Cada uno tiene el poder de elegir cómo desea sentirse. Es rebelde El espíritu rebelde de los judíos en el desierto los llevó continuamente a la división, y eso siguió ocurriendo incluso después de la conquista de la tierra prometida. La persona de espíritu crítico frecuentemente es de naturaleza rebelde, y rehúsa aceptar su condición. Los demás siempre son los culpables de su miseria. Vive descontento, pero niega estarlo, aunque al negarlo su cara y sus palabras lo delatan. Como está descontento, se rebela contra los demás y le cuesta trabajo someterse a la autoridad. Sus bromas suelen ser sarcásticas e hirientes. Esa rebeldía lo lleva a separarse a menudo de los demás, y esto crea división entre él y el otro, o entre su grupo y el otro grupo. Y en el fondo muchas veces lo único que se esconde es un espíritu rebelde. Es frecuentemente perfeccionista Personas divisivas son con frecuencia perfeccionistas y en su perfeccionismo tienen poca tolerancia hacia la diversidad de preferencias y opiniones distintas a las de ellos. A veces, detrás de personas muy serviciales nos encontramos a una persona perfeccionista, pero no porque son siervos, sino porque necesitan la aprobación de los demás, lo que tratan de garantizar haciendo las cosas “perfectamente”, habiéndose convencido a sí mismos de que nadie las hace como ellos. Suele carecer de relaciones de amistad íntimas No es frecuente que una persona de espíritu crítico desarrolle relaciones de amistad íntimas ya que nadie llena su estándar, y las únicas personas con quienes desarrolla este tipo de relación son aquellas que pueden estar de acuerdo con sus juicios; todas las demás quedan descalificadas. Se trata de personas que en el cuerpo de Cristo tienden a permanecer en la periferia con un alto espíritu crítico, y su no involucramiento es frecuentemente justificado en base a todas las cosas negativas que ellos encuentran en los demás. Pablo nos advertía en
Gálatas 5:15: “Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, tened cuidado, no sea que os consumáis unos a otros”. Por desgracia, es así precisamente como ocurre en el pueblo de Dios. En lugar de permanecer unidos para hacer frente al enemigo, con frecuencia carecen de poder porque se han autodestruido, se han consumido unos a otros.
PASOS PARA DESTRUIR EL ESPÍRITU CRÍTICO EN NOSOTROS Nada hacemos con identificar la enfermedad sin proveer el tratamiento y es por eso que creo vale la pena dedicar unas líneas a describir qué cosas podemos hacer para destruir ese espíritu en nosotros que tanto daño ha hecho al cuerpo de Cristo. Es responsabilidad de todos hacer lo que nos toca para que la imagen de Dios se forme en nosotros, y al hacer esto, estaremos por definición contribuyendo grandemente a la unidad de los miembros de la iglesia. A continuación damos algunos consejos basados en recomendaciones que encontramos en la misma Palabra. 1) Acepte al otro como Cristo le ha aceptado a usted La falta de aceptación es un problema de amor. Algunos dirán: “Pero no me puedo convertir en irresponsable y tolerar las irresponsabilidades del otro”. Claro que no, pero antes de destruir al otro pregúntese: si Cristo hubiese tenido hacia usted los sentimientos que usted tiene hacia ese otro hermano y si Cristo le hubiese tratado de la misma manera como usted entiende que este otro hermano debe ser tratado, ¿cuantas veces le hubiese Cristo destruido a lo largo de su vida? Recuerde algo: cuanto más paciente haya sido Dios con usted, más paciente tendrá usted que ser con los demás. Si no lo hace, con la misma vara que ha estado midiendo a los demás, Dios permitirá que los demás lo midan. Este es el mandato de la Palabra. Efesios 4:2-3: “con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. “Soportándoos” habla de que hay una parte que nos toca a cada uno y se trata de llevar las imperfecciones de los demás en aras de la unidad del cuerpo, porque esa actitud complace a Dios. Colosenses 3:14: “Y sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo de la unidad”. La razón que Pablo da en este texto para actuar de esta manera es para que podamos mantener la unidad. La unidad del cuerpo de Cristo pone una sonrisa en el rostro de Dios. Ahora bien, si no nos amamos los unos a los otros, será imposible lograr esta meta. Es el amor que cubre una multitud de faltas o imperfecciones en el otro. Amémonos, soportémonos y unámonos, pero en torno a la verdad de Dios. Efesios 4:32: Pablo agrega: “Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo”. Colosenses 3:13: Leemos “soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. En estos dos últimos textos, la razón que Pablo expone para que seamos perdonadores es el hecho de que Cristo ha sido perdonador con nosotros. Por tanto, yo debo hacer con los demás lo que Él ya hizo conmigo. Si no estamos dispuestos a hacer esto, debemos
prepararnos para enfrentar su justicia. La razón por la que Pablo nos manda perdonarnos unos a otros es porque él asume que nos ofenderemos unos a otros, lo cual requerirá luego que nos perdonemos. Las ofensas son inevitables de este lado de la gloria y por consiguiente debemos ejercitarnos en el perdón, cosa que es mucho mas fácil si nos amamos como hermanos. 2) Rehúse dictar a otros lo que deben hacer para que Dios trabaje en ellos o los dirija Todos debemos cambiar, pero es Dios quien tiene que hacer eso en los otros, no usted. El pastor Steve Brown del ministerio Key Life tiene una forma muy peculiar de decir las cosas y él decía en una carta que había enviado a sus seguidores, y que leí recientemente: “Muchas veces nosotros somos tan críticos de nosotros mismos que nos sentimos como basura, pero en muchas otras ocasiones nos llegamos a creer que Dios debe hacer un espacio para nosotros ocupar el cuarto lugar dentro de la Trinidad”. 3) Rehúse ser el Espíritu Santo de los demás No somos responsables de las acciones del otro, solo de aconsejarlos. Usted no es responsable de los resultados. Una vez usted dio su consejo, el otro tiene la libertad de aceptarlo o rechazarlo. Dios impondrá las consecuencias, no usted. Cuanto menos controladores somos, más relajados vivimos y más agradamos a Dios. El controlar a los demás es el resultado de nuestro egoísmo que demanda que las cosas se hagan a mi manera. 4) Recuerde, usted sólo es un siervo “¿Qué es, pues, Apolos? Y ¿qué es Pablo? Servidores mediante los cuales vosotros habéis creído, según el Señor dio oportunidad a cada uno” (1 Co. 3:5). Dios usa a cada cual conforme a su llamado, pero al final no se trata de ninguno de nosotros, sino de Él. Los siervos pertenecen a su amo y es su amo quien los dirige. No trate de ser el amo de los demás siervos. 5) No olvide que Dios es el labrador Sembramos e irrigamos para Él, pero si Dios no da de su gracia, no hay crecimiento. Pablo siempre tuvo bien claro cuál era su misión. Por eso escribió a los corintios: Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento. Ahora bien, el que planta y el que riega son una misma cosa, pero cada uno recibirá su propia recompensa conforme a su propia labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios (1 Co. 3:6-9).
6) No merecemos estar donde estamos ni ser lo que somos No importa dónde estemos, siempre estaremos mejor de lo que merecemos. Lo que somos, lo somos por gracia (1 Co. 15:10) y a la hora de trabajar para el Señor no podemos
olvidar que Dios nos ha dado dones, talentos y responsabilidades, y que debemos hacer uso de esas cosas reconociendo que si muchas veces podemos llevar más frutos que otros es simplemente por la medida de la gracia que Él nos concedió. Recordemos estas palabras: Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno (Ro. 12:3). La división es un asunto serio ante los ojos de Dios; tan serio que Cristo pidió por la unidad horas antes de su crucifixión y nos advirtió de los peligros de la división. Una división no solo empaña la causa de Cristo, sino que también drena la moral y la motivación dentro de la iglesia, e impide que la gloria de Dios sea vista en su mayor esplendor. No debe sorprendernos que la Palabra de Dios diga en Tito 3:10: “Al hombre que cause división, después de la primera y segunda amonestación, deséchalo”. Son palabras severas de advertencia para el que divide su Cuerpo.
Reflexión Final Cristo nos dijo: “…aprended de mí que soy manso y humilde de corazón…” (Mt. 11:29) y si logramos ver esas cualidades en nuestras vidas, sin lugar a dudas que veríamos muchos menos divisiones entre los hijos de Dios. Estas dos cualidades son el antídoto por excelencia para abatir este mal que tanto daño ha causado a la imagen de Cristo ante el mundo. El Señor Jesús no consideró el ser igual a Dios como algo al que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo y se hizo siervo (Fil. 2:6). Pero el versículo anterior (Fil. 2:5) nos llama a que haya en nosotros esa misma actitud que hubo en Cristo Jesús… De manera que nosotros, sus hijos, muchas veces hemos tenido un problema de actitud al creernos superiores, mejores, más santificados, cuando todo el tiempo hemos sido más orgullosos y nuestro orgullo no nos deja tolerar al otro, amar al otro y perdonar al otro. Cristo se despojó a sí mismo y nosotros también tenemos que despojarnos de nuestros supuestos derechos que no nos permiten vivir en unidad. Pedimos a Dios que nos llene, pero queremos que eso ocurra sin ser vaciados de nosotros mismos. Que Dios nos ayude a morir para poder verdaderamente vivir en abundancia para la gloria y la honra de su nombre.
CAPÍTULO 11 LA CURA DEL DESCONTENTO EN LA IGLESIA “No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad; en todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” FILIPENSES 4:11-13
Secuenta que en cierta ocasión un hacendado se encontró con una pareja que iba con su
mudanza por la carretera de Brownsville dirigiéndose hacia la ciudad de Jonestown en los Estados Unidos, dado que habían decidido cambiar de lugar de residencia. —¿Cuánto nos falta para llegar a Jonestown?—le preguntaron al hacendado. —Unos treinta kilómetros—les respondió. —¿Y que tipo de gente cree usted que encontraremos allí? —¿Bueno, que tipo de gente dejaron en Brownsville? —Ah, era gente muy negativa, muy aburrida, ingrata y engañadora. De hecho, esa es la razón por la que nos estamos mudando. —Pues me temo—dijo el hacendado—que van a encontrar el mismo tipo de gente que dejaron atrás. Esta es una excelente ilustración que nos indica cómo nuestras expectativas determinan los resultados. La forma como enfrentamos los hechos está mayormente determinada por la manera en que observamos o percibimos las cosas. Cada uno elige en la vida la actitud que va a adoptar frente a las diferentes circunstancias. De no ser así, ¿cómo se explica que diversas personas reaccionen de manera diferente a una misma situación? Definitivamente, nuestra actitud frente a la vida es una elección. Ante un problema cualquiera elegimos sentirnos de una forma o de otra: en aceptación o descontento. Y esa actitud depende en gran medida de cuánto entendamos que Dios es soberano. En su soberanía, Él orquesta circunstancias alrededor de mi vida para que éstas contribuyan a formar la imagen de Cristo en mí. Si todas las cosas cooperan para bien para los que aman a Dios y son llamados conforme a su propósito (Ro. 8:28), entonces, para el hijo de Dios no hay nunca razones donde su queja pueda ser justificada.
EJEMPLOS DE DESCONTENTO EN LA BIBLIA El descontento es una de las principales causas de división de la iglesia, algo que ha sido una constante a lo largo de su historia. En la iglesia de Jerusalén, la división comenzó con el descontento de las viudas de los judíos helenistas (Hch. 6:1). En Corinto, el descontento surgió como resultado de la envidia y los celos (1 Co. 3). Y en Filipos—aunque el descontento no está bien especificado—el texto nos deja entrever que entre estas dos hermanas, Evodia y
Síntique (Fil. 4:2), había un problema de falta de reconciliación. Si nos vamos al Antiguo Testamento, el registro del pueblo de Dios es peor aún porque comenzamos con 40 años de quejas continuas en el desierto y seguimos con cientos de años de igual comportamiento. Lo que sigue es una muestra de las quejas del pueblo durante todo ese tiempo caminando por el desierto: Y el pueblo comenzó a quejarse en la adversidad a oídos del SEÑOR; y cuando el SEÑOR lo oyó, se encendió su ira, y el fuego del SEÑOR ardió entre ellos y consumió un extremo del campamento. Entonces clamó el pueblo a Moisés, y Moisés oró al SEÑOR y el fuego se apagó. Y se le dio a aquel lugar el nombre de Tabera, porque el fuego del SEÑOR había ardido entre ellos. Y el populacho que estaba entre ellos tenía un deseo insaciable; y también los hijos de Israel volvieron a llorar, y dijeron: ¿Quién nos dará carne para comer? Nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, de los pepinos, de los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; pero ahora no tenemos apetito. Nada hay para nuestros ojos excepto este maná (Nm. 11:1-6). Nuestras quejas hacen airar a Dios porque reflejan nuestra falta de agradecimiento hacia Él. En el pasaje citado, el pueblo pide a Moisés que interceda a su favor para que la ira de Dios no los consumiera. Y poco después, ya habían vuelto a llorar y a quejarse. Una de las quejas fue: “ya no tenemos apetito”. Este pueblo perdió el apetito por la comida preparada por Dios y, a su tiempo, perdió el deseo de estar con Dios. El pecado termina endureciendo el corazón y eso les costó la tierra prometida.
EL ORIGEN DEL DESCONTENTO Toda iglesia que quiera permanecer sana tiene que hacer un esfuerzo por erradicar el descontento de su congregación, porque el descontento deshonra a Dios, y todo lo que deshonra a Dios es pecado. Una iglesia en pecado no puede ser bendecida. Cualquiera que sea la congregación o la iglesia en la que estemos, la realidad es que siempre encontraremos actitudes de quejas debido a algún tipo de insatisfacción. Aunque algunas de esas quejas pudieran ser “genuinas”, como fue el caso de las viudas ya mencionadas, no es menos cierto que la mayor parte de las veces las quejas se originan en nuestra mente carnal y se agravan cuando no estamos dentro de los propósitos de Dios. La mayoría de las veces la queja no tiene que ver con una realidad exterior, sino con una actitud interior del corazón. Muchas veces las quejas contra los demás representan mi estado de insatisfacción en áreas de mi vida que con frecuencia no tienen nada que ver con el motivo de mi queja. La realidad es que el pueblo de Dios dice creer que todas las cosas cooperan para bien, pero demuestra todo lo contrario a la hora de vivir.
CÓMO CURAR EL DESCONTENTO La Palabra de Dios contiene múltiples pasajes que nos hablan en contra del espíritu de queja, pero pienso que ninguna epístola es mejor que Filipenses para hablar de la cura del descontento de la iglesia. Esta fue una carta escrita por el apóstol que había sido perseguido
durante años. Muchos piensan que Pablo escribió esta carta desde Roma (alrededor del año 62 d.C.), mientras estaba en prisión (1:13 y 4:22) y de ser esto cierto, entonces podemos apreciar aún más el hecho de que Pablo quisiera animar a los hermanos de la iglesia de Filipo y una de las maneras de hacerlo es expresando de una manera efusiva su espíritu de gratitud hacia Dios por sostenerlo en medio de las peores circunstancias. En esta iglesia aparentemente habían dos hermanas en la fe que estaban teniendo problemas de reconciliación y, habiéndose enterado Pablo de la situación, él les escribe tratando de ayudarlas. Así que, hermanos míos, amados y añorados, gozo y corona mía, estad firmes en el Señor, amados. Ruego a Evodia y a Síntique que vivan en armonía en el Señor. En verdad, fiel compañero, también te pido que ayudes a estas mujeres que han compartido mis luchas en la causa del evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida. Regocijaos en el Señor siempre, otra vez lo diré ¡Regocijaos! Vuestra bondad sea reconocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer nuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna a virtud o algo que merece elogio, en esto meditad. Lo que también habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practicad, y el Dios de paz estará con vosotros. Me alegré grandemente en el Señor de que ya al fin habéis reavivado vuestro cuidado para conmigo; en verdad, antes os preocupabais, pero os faltaba la oportunidad. No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza y sé vivir en prosperidad; en todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia, como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4:1-13). Impresiona saber que esta carta fuera escrita desde una prisión y, a pesar de la dura realidad de las prisiones de ese entonces, Pablo la escribiera con sumo gozo. Esto nos lleva a entender que la insatisfacción interior con la cual nosotros decidamos vivir es lo que nos conduce al espíritu de queja. Ese espíritu de queja fue lo que hizo que Dios le jurara al pueblo judío que no entraría a la tierra prometida. Ese pueblo que salió de Egipto con Moisés murió en el desierto. James MacDonald en su libro, Lord, Change my Attitude [Señor, cambia mi actitud], dice que aquellos que escogen la queja como su estilo de vida pasarán el resto de su vida en el desierto. El desierto espiritual se caracteriza con frecuencia por sequedad y falta de deseos de estar con Dios y en su palabra. Muchas veces es el espíritu de crítica que nos lleva al desierto, y es ese mismo espíritu de crítica que nos mantiene allí. Analicemos algunos aspectos del texto de Filipenses citado más arriba. 1. Ame entrañablemente “Así que hermanos míos, amados y añorados, gozo y corona mía…” (v. 1). Tan pronto comenzamos a leer el capítulo 4 de esta carta, nos percatamos del corazón pastoral de Pablo.
Él llama a estas ovejas de la iglesia de Filipos: “hermanos, amados, añorados, gozo y corona mía”. Esto debe darles a las ovejas una idea de lo que ellas significan para su pastor. No ha de ser fácil para un pastor que genuinamente viva su pastorado, ver a sus ovejas pelearse y dividirse como resultado de las insatisfacciones personales. Este caso nos ilustra la estrecha relación que Pablo mantenía con sus ovejas. Antes de traer su amonestación, él comienza recordándoles cuánto les ama, de manera que, al recibirla, ellos puedan entender que estas palabras proceden de un corazón preocupado por su salud espiritual… “gozo y corona mía”, pero Pablo no podía sentir el mismo gozo, conociendo que hermanas que él amaba en esa congregación estaban en pugna. Y lo mismo nos ocurre hoy a los pastores cuando oímos de divisiones y quejas dentro del cuerpo de Cristo. 2. Camine “en el Señor” “…estad firmes en el Señor”. Hay una sola manera de estar firmes en la vida cristiana, y es en el Señor. Cualquier otro intento de mantenernos en pie, que no sea en el Señor, es como estar parado en arenas movedizas. Las circunstancias de la vida son muy cambiantes. Satanás, nuestro archienemigo, no solo es muy astuto, sino que juega sucio y carece de moral. Por tanto, todos necesitamos permanecer firmes en el Señor para que Satanás no nos haga caer. Estas hermanas mencionadas en el versículo 2 no estaban firmes en el Señor, y por eso su descontento y consecuente división. El texto no nos informa de la causa de su insatisfacción y división, pero sí nos deja saber que estaban creando un problema por lo que Pablo las llama a que vivan en armonía: “Ruego a Evodia y a Síntique, que vivan en armonía en el Señor”. De nuevo quiero enfatizar la frase, “en el Señor”. La única manera de vivir en armonía es en el Señor. La falta de armonía entre dos personas habla de que una (o ambas) no están viviendo de esa forma. De manera que el estar firmes y el vivir en armonía dependen básicamente de estar en el Señor. Y, ¿qué significa, “estar en el Señor”? Caminar en su verdad y modelar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. 3. Sea un pacificador En tercer lugar, notemos la apelación a un tercero para que ayude a reconciliar a estas hermanas: “En verdad, fiel compañero, también te ruego que ayudes a estas mujeres que han compartido mis luchas en la causa del evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida” (v. 3). La frase “fiel compañero” en el original es súsugos, que significa estar unidos en un yugo parecido al de los esposos. De manera que aunque Pablo no menciona el nombre de la persona a la que se está refiriendo, sí sabemos que debió haber sido alguien con quien él se sentía unido en un estrecho yugo a favor de la causa de Cristo. Pablo le está pidiendo a esta persona que juntamente con alguien llamado Clemente, ayude a estas dos mujeres a ponerse de acuerdo. Nótese que estas mujeres a las que Pablo hace referencia no parecen ser dos personas ajenas a la iglesia o a la vida de Pablo porque él aclara “han compartido mis luchas en la causa del evangelio”. Con este ejemplo podemos percatarnos de que incluso personas maduras en la fe o verdaderos soldados de la causa de Cristo pueden en un momento dado llegar a estar en desacuerdo o a dividirse. Pablo apela a que estos hermanos ayuden a estas hermanas a reconciliarse porque esa es parte de nuestra responsabilidad… ser agentes de reconciliación. En ocasiones, las personas se han distanciado tanto una de la otra que se hace imposible reconciliarse por sí solas y necesitan nuestra ayuda. No debiera ser así, pero nosotros, como
personas caídas que somos, tenemos muchas debilidades que otros necesitan ayudarnos a superar. Estamos en la obligación de pararnos en la brecha a favor del hermano. Y la persona más indicada para hacer eso no es necesariamente el pastor, sino la persona que más cerca se encuentre de las partes no reconciliadas. Aunque el texto no lo dice claramente, en este caso, Pablo no apela a uno de los ancianos, sino a uno a quien él llama fiel compañero y a esta persona le pide que ayude a estas mujeres a estar en armonía. Nosotros debemos hacer lo mismo. La paz del cuerpo de Cristo depende de que todos nosotros hagamos nuestra parte, y eso incluye hacer nuestros mejores esfuerzos para que los hijos de Cristo vivan de manera reconciliada. 4. Viva el gozo del Señor “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocijaos!” (v. 4). Aquí aparece por tercera vez nuestra frase, “en el Señor”, y es que hay una sola manera en la que podemos regocijarnos en medio de las dificultades, y es… en el Señor. Cuando el creyente no tiene regocijo en medio de las tribulaciones, la razón es muy sencilla… no está en el Señor, que es otra forma de decir que no está en el centro de su voluntad. En resumen, la frase “en el Señor” aparece tres veces en este pasaje de la carta a los filipenses: la primera en relación a estar firme; la segunda en relación a estar en armonía y la tercera en relación a estar gozosos. Las tres condiciones requieren estar en el Señor, agarrados de su mano, lo que es sinónimo de estar en su voluntad. Esta podría ser una de las razones por las que usted podría estar tambaleándose en su vida cristiana. Cuando estamos “en Él”, estamos estabilizados. El regocijarnos en el Señor no es sinónimo de que todo marcha bien, sino que es más bien una actitud frente a la vida, pero no basada en una mente positivista, sino en el hecho de que Dios está en control de todas nuestras circunstancias y por tanto ya eso es motivo de regocijo… saber que nada llega a mi vida sin el consentimiento de la Persona que me compró a precio de sangre… su propia sangre. Así mismo, debemos recordar que si alguien no está en armonía con otra persona es porque una de las dos o las dos, no están en la voluntad de Dios. Isaías 26:3 dice que el Señor guarda en perfecta paz a aquellos que en Él confían. El no poner toda nuestra confianza en el Señor nos impide tener su paz y su tranquilidad. Por otro lado, si usted no está experimentando el gozo del Señor podría ser por el mismo motivo; fuera de su voluntad y en desunión no podemos experimentar el gozo de Dios. Cuando estamos en su voluntad no estamos libres de tribulaciones, pero estamos en completo gozo en medio de ellas. El salmista dice en el Salmo 16:11: “en tu presencia [que es similar a decir, en tu voluntad] hay plenitud de gozo; en tu diestra, deleites para siempre”. Estar en la presencia del Señor es sinónimo de gozo y estar a su diestra es sinónimo de deleites. Dicho de otra manera, la ausencia de gozo y deleite en la vida del creyente es sinónimo de no estar en su presencia o en su voluntad. Tal como dice el pastor John Piper: “Nuestro Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos plenamente satisfechos en Él”. La persona que espera cambiar de trabajo o de lugar de residencia, o de novio o de esposa para sentirse satisfecha puede considerarse como un ladrón. ¿A quien le está robando? A Dios. ¿Qué le está robando? SU GLORIA. ¿Por qué? Porque nuestro Dios es más glorificado cuando estamos más satisfechos en Él y no en las circunstancias. Hay un sentido en el que podemos decir que no necesitamos de nada ni de nadie para estar satisfechos, excepto de la presencia de Dios. Nuestro Dios es nuestra suficiencia. Note que el salmista no dice que nuestras circunstancias tienen que cambiar para que podamos experimentar su gozo.
Lo único que tenemos que hacer es encontrar nuestro propósito de vida y comenzar a vivirlo. La única manera de experimentarlo es viviendo su propósito y permaneciendo en su voluntad. Dios siempre está más interesado en cambiarme a mí que en cambiar mis circunstancias. 5. Confíe en Dios “Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios” (v. 6). Esta es una invitación muy especial porque, en primer lugar, nos llama a no estar afanosos. La palabra “afanosos” en griego es merimnate que pudiera significar, según el comentario de Warren Wiersbe sobre este texto, “ser movido en direcciones diferentes”. La voluntad de Dios nos llama en una dirección, pero nuestros deseos nos inclinan en otra dirección y el resultado, por supuesto, es la falta de paz y tranquilidad. Ahora bien, la manera de permanecer en paz está también especificada en este texto. La respuesta es orar, pero orar correctamente. Pablo usa tres palabras diferentes para hablarnos de cómo hacerlo: 1. Oración, que implica presentar la petición a Dios. 2. Súplica, que nos habla de un cierto aumento de la intensidad de nuestra oración. 3. Acción de gracias, que implica una actitud de vida, estando agradecidos a Dios, independientemente de las circunstancias que nos rodeen. Podemos pedir todo cuanto queramos, pero si nuestras peticiones o nuestro modo de vida no están caracterizados por una actitud de gratitud, no hay manera de que podamos estar en paz: seguiremos siempre ansiosos. La gratitud es el antídoto de la queja, de la murmuración, de los celos, de la envidia, del egoísmo y del legalismo. Es el antídoto de todas y cada una de esas actitudes que tienden a producir el descontento y la crítica continua. En último caso, la queja no es más que ingratitud hacia Dios. Personas agradecidas no son personas que se quejen, y lo inverso también es cierto, personas ingratas son personas que viven en una constante queja. El Dr. David Fink, autor de Release from Nervous Tension [Liberación de tensión nerviosa], estudió a miles de pacientes que sufrían de ansiedad, falta de paz, falta de gozo y de mucho estrés. Aparte, estudió a otros miles que no sufrían de esas características. Encontró que aquellos que sufrían de ansiedad eran personas que con frecuencia vivían encontrando faltas en los demás, muy críticos de las personas que tenían a su alrededor y de las circunstancias de su entorno. Las que fueron encontradas libres de ansiedad eran personas que, por lo general, vivían al margen de la crítica y de la queja. Por un lado, la ansiedad contribuye a nuestras quejas y nuestras quejas hacen que Dios no esté complacido con nosotros; y al no estarlo, no podemos experimentar aquellas cosas como la paz y la tranquilidad que son el resultado de vivir en relación con Dios. El hábito de la crítica es destructivo para la persona que lo tiene, para la reputación de los demás, para su relación con Dios y para su relación con los que le rodean. Entonces, si esto es así, ¿por qué la persona, incluso el cristiano, suele quejarse tanto? Porque se siente justificado de sus acciones pecaminosas cuando se queja o critica a los demás. 6. Viva correctamente
“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús” (v. 7). La paz que Dios nos brinda contribuye a la armonía en el cuerpo de Cristo. Y esa paz que nos acompaña es el resultado de: • Estar firmes. • Estar en armonía con los demás. • Regocijarnos en el Señor. • Vivir en oración. • Vivir agradecidos. Cada una de estas actitudes tiene que ver con decisiones que debemos tomar: 1. La decisión de no separarnos del Señor. 2. La decisión de vivir reconciliado con todos. 3. La decisión de aquilatar y regocijarnos en sus bendiciones. 4. La decisión de apartar tiempo regular para estar en quietud y oración sin cesar. 5. La decisión de ejercitar el agradecimiento como una actitud de espíritu. La actitud con la que decidimos vivir es sumamente importante y Dios está al tanto de cuál actitud hemos elegido. Hay una actitud que va acorde con los planes de Satanás y otra que le trae honor a Dios. ¿De cuál de esos dos lados está usted viviendo? Esa es una realidad sobria… nuestra manera de vivir o refleja nuestra alianza con Dios o refleja una alianza con el enemigo. Ya Cristo lo dijo en Mateo 12:30: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. A juzgar por las experiencias de los israelitas en sus cuarenta años de travesía, hay desiertos que vienen como consecuencia de la actitud con la cual hayamos decidido vivir. En 1 Corintios 10:1-6, el apóstol Pablo le escribe a los corintios: Porque no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube y todos pasaron por el mar; y en Moisés todos fueron bautizados en la nube y en el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Estas cosas sucedieron como ejemplo para nosotros, a fin de que no codiciemos lo malo, como ellos lo codiciaron. Hay un gran peligro de caer en estas experiencias de desierto como resultado de las quejas. Siempre me ha parecido algo muy serio eso de que Dios quiera usar nuestras vidas como escarmiento para otros. Ya lo ha hecho en diversas oportunidades y puede volver a repetirlo con cualquiera de nosotros. Moisés perdió el privilegio de entrar a la tierra prometida como escarmiento para el resto de la población. Ananías y Safira perdieron sus vidas como escarmiento para el resto de la iglesia. 7. Cambie su manera de pensar Nótese ahora la meditación que se requiere para mantener esa actitud. En otras palabras,
una vez llegamos a estar en paz con Dios y libre de ansiedades, necesitamos hacer algo más para permanecer en ese estado de contentamiento (v. 8): “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad”. El contentamiento requiere de una manera de pensar como patrón de vida. Para disfrutar de la presencia de Dios no solo se requiere orar bien, sino pensar y meditar correctamente. En la presencia de Dios hay plenitud de gozo y delicias para siempre. De modo que cuando esa paz, ese gozo y esa actitud de agradecimiento no están presentes en nuestro diario vivir, muy probablemente se deba a que no hemos estado pensando bien. Posiblemente hemos estado pensando en aquello que no es verdadero, y todo lo que no es verdadero es mentira, es una distorsión de la realidad. Nuestra mente caída, ayudada por Satanás, distorsiona la realidad y nos hace creer que las cosas son totalmente diferentes a como lo son realmente. Nos hace creer que para tener el gozo del Señor necesitamos de algo en particular cuando en realidad lo que necesitamos es de alguien, y ese alguien es Jesús. Esa es la razón por la que Pablo nos manda: “pensad en todo lo verdadero”. Cuando el disfrute del Señor desaparece de nosotros es como resultado de estar teniendo pensamientos indignos, que no honran a Dios, que no están a su altura, algo que desvirtúa totalmente la obra de Cristo en nosotros. Por eso, Pablo nos dice: “pensad en todo lo digno”. ¿Acerca de quién? De Dios. Otras veces pensamos cosas injustas e impuras y esos pensamientos nos roban el gozo. Dios usa nuestra mente para llenarnos de su deleite, y Satanás usa nuestra mente para llenarnos de amargura. Pablo agrega que debemos pensar en “todo lo amable y honorable”. ¿En cuántas cosas odiosas y deshonrosas no habremos estado pensando que son las que no nos han permitido que la paz que trasciende el entendimiento sea con nosotros? “Si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad”. Los únicos pensamientos que debieran tener cabida en nosotros son aquellos pensamientos virtuosos merecedores de elogio por parte de Dios. Dios escucha nuestros pensamientos y nos hace responsables no solo de lo que hacemos, sino también de lo que pensamos. Bien decía David en el Salmo 139:4 “Aun antes de que haya palabra en mi boca, he aquí, oh SEÑOR, tú ya la sabes toda”. Las actitudes no son más que formas de pensamiento, una manera de cómo enfrentar la vida. Frecuentemente se hace difícil deshacernos de estas actitudes porque las hemos estado abonando de por vida y tienen en nosotros raíces tan arraigadas y tan profundas que justifican nuestra manera de vivir. Recientemente oía a R. C. Sproul Jr. hablar acerca de la cosmovisión bíblica. Decía que una cosmovisión es precisamente eso: una forma de ver la vida. Y agregaba algo interesante; postulaba que la gente no desarrolla una cosmovisión o manera de pensar y luego va y peca, sino que sucede lo contrario: la gente peca y luego desarrolla una manera de pensar para justificar su pecado. De esa manera pecamos. Desarrollamos nuestra justificación y criticamos a todo aquel que no está de acuerdo con nuestra cosmovisión caída. Por esa razón no cambiamos, no renovamos nuestra mente y no avanzamos en nuestra santificación. Todo lo antes visto nos lleva a comprender que el descontento es rebelión contra la soberanía de Dios que ha ido orquestando cada evento que nos rodea para conformarnos a la imagen de su Hijo. En medio del descontento, muchas veces comenzamos a pensar que alguien no nos está tratando justamente y esa acusación puede incluir hasta a Dios mismo, como ocurrió en el caso del profeta Jonás. La manera de destruir la rebelión de la carne es por medio de la sumisión. La sumisión es hacer la voluntad de Dios con plenitud de gozo. Dios conoce que nuestro mayor problema es la rebeldía, y por tanto falta de obediencia. En parte esa es la razón por la que Dios nos manda someternos a las autoridades de turno, a nuestros jefes en los lugares de trabajo, a nuestros padres en el ámbito del hogar; al esposo, en el caso de la esposa, y así sucesivamente. La
sumisión nos ayuda a destruir el espíritu de rebeldía en nosotros. Y la obediencia, cuando decidimos ir en la otra dirección, nos llena de gozo. Cristo lo dijo de esta manera en Juan 15:10-11: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea perfecto”. La perfección del gozo depende de la obediencia. Nótese por último que estas actitudes no son cosa de un día, ni de un semana, de un mes ni de un año, sino de toda la vida. Es un estilo de vida que debemos cultivar. “Lo que también habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practicad, y el Dios de paz estará con vosotros” (Fil. 4:9).
Reflexión Final El pueblo satisfecho en Dios es un pueblo agradecido, y el pueblo agradecido no es conocido por su espíritu de quejas. Las quejas se originan… • Cuando tenemos expectativas falsas de la vida… Pero Cristo dijo: “en esta vida tendréis tribulación”. • Cuando nos creemos merecedores de mejores privilegios… Pero el Señor se despojó a sí mismo. • Cuando estamos insatisfechos con la situación en que estamos… Pero es Dios quien orquesta nuestros pasos. • Cuando no estamos contentos con la provisión de Dios para con nosotros… Pero nuestro Dios es nuestra suficiencia. • Cuando vivimos centrados en nosotros mismos y no en Dios. Un cristiano quejumbroso es una contradicción a la luz de la Palabra de Dios. No olvidemos las palabras de Santiago: Tened por sumo gozo, hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que seáis perfectos y completos, sin que os falte nada (Stg 1:2-4).
CAPÍTULO 12 EL LEGALISMO DENTRO DEL PUEBLO DE DIOS “Aceptad al que es débil en la fe, pero no para juzgar sus opiniones. Uno tiene fe en que puede comer de todo, pero el que es débil sólo come legumbres. El que come no menosprecie al que no come, y el que no come no juzgue al que come, porque Dios lo ha aceptado. ¿Quién eres tú para juzgar al criado de otro? Para su propio amo está en pie o cae, y en pie se mantendrá, porque poderoso es el Señor para sostenerlo en pie. Uno juzga que un día es superior a otro, otro juzga iguales todos los días. Cada cual esté plenamente convencido según su propio sentir”. R OMANOS 14:1-5
Dentro de las conductas que pueden sofocar al pueblo de Dios está la actitud legalista que
tanto daño a hecho en las iglesias de hoy y de ayer. El legalismo es una actitud producto de inmadurez tanto espiritual como emocional, y se evidencia en las personas que han adoptado un código de comportamiento por medio del cual miden a todo el mundo, descalificando a aquellos que no se conforman a su estándar. Este código de comportamiento no suele conformarse a la Palabra de Dios, que ha sido con frecuencia distorsionada, mal entendida y, por tanto, mal aplicada por estas personas. Lo que vemos en la vida del legalista muchas veces son falsificaciones del verdadero fruto del espíritu: un apego a las reglas que producen un comportamiento visible, que no se corresponde con la actitud del corazón, que con frecuencia está lleno de juicio, de condenación, de crítica, de intolerancia y de falta de amor hacia los demás. En el pueblo de Dios siempre han habido prácticas pecaminosas claramente identificadas en su Palabra. Han habido otras, en cambio, que por no estar tipificadas claramente como tales han sido motivo de grandes controversias, no solo en la iglesia primitiva, sino incluso en nuestros días. Muy frecuentemente en los tiempos de Pablo algunos de estos asuntos generaban discusiones, por lo que en más de una ocasión el apóstol tuvo que intervenir para evitar las divisiones o la aplicación de una mala doctrina. Cuando el conocimiento de la Palabra no va acompañado de la mansedumbre y la humildad de Cristo, ese conocimiento con frecuencia deriva hacia una conducta legalista, y eso se debe a que “el conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1 Co. 8:1). Hoy en día son muchas las áreas de diferencia entre iglesias y cuando esas diferencias se dan, tenemos que aprender a distinguir lo que es bíblico de lo que es preferencia, de lo que es una tradición local que puede ser buena, pero no impuesta a todas las demás iglesias porque no representa la Palabra de Dios. Solo la Palabra de Dios puede atar de manera universal la conciencia de los hermanos.
EL LEGALISMO DENTRO DE LA IGLESIA PRIMITIVA
Veamos algunos aspectos de la iglesia primitiva para luego encontrar su aplicación en la iglesia de hoy. Uno de esos asuntos en la iglesia de aquel entonces fue el tema de la circuncisión. Mientras algunos judíos consideraban que ésta era obligatoria para la salvación, otros veían la práctica como innecesaria. A tal punto llegó el conflicto que hubo que realizar un concilio en Jerusalén—que de hecho fue el primer concilio de la Iglesia—para que los creyentes lograran ponerse de acuerdo en ese punto. A continuación, parte del texto: Y algunos descendieron de Judea y enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. Como Pablo y Bernabé tuvieran gran disensión y debate con ellos, los hermanos determinaron que Pablo y Bernabé, y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén a los apóstoles y a los ancianos para tratar esta cuestión… Y después de mucho debate, Pedro se levantó y les dijo: Hermanos, vosotros sabéis que en los primeros días Dios escogió de entre vosotros que por mi boca los gentiles oyeran la palabra del evangelio y creyeran (Hch. 15:1-2, 7). Sin lugar a dudas, el debate fue intenso. Pero no solamente el tema de la circuncisión produjo debates en la iglesia de Jerusalén, sino que también hubo diferencias en la iglesia de Galacia, y eso lo sabemos porque cuando Pablo escribe la carta a esta iglesia, él se vio en la necesidad de abordar el tema. En la iglesia de Galacia, los judíos que ya habían creído en la salvación por gracia tal y como enseña la Palabra, estaban tratando de volver atrás enseñando que las obras eran necesarias para dicha salvación. De ahí las palabras de Pablo: Me maravillo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente; que en realidad no es otro evangelio, sólo que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema. Como hemos dicho antes, también repito ahora: Si alguno os anuncia un evangelio contrario al que recibisteis, sea anatema (Gá. 1:6-9). Y más adelante: “¿Tan insensatos sois? Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿vais a terminar ahora por la carne?” (Gá. 3:3). Esta mala interpretación de la Palabra, más la actitud legalista de hermanos inmaduros, creó confusión en las personas que habían entendido que las obras constituían tan solo una evidencia de la salvación ya obtenida. El rol de la circuncisión y de las obras en la salvación fueron temas polémicos relacionados con las tradiciones judías y con las enseñanzas del Antiguo Testamento, pero éstos no fueron los únicos temas de controversia. Otro tema controversial en la iglesia primitiva fue el hecho de qué alimentos podían ser ingeridos, y cuáles no. En la iglesia de Roma, algunos pensaban que solo era lícito comer legumbres, mientras otros creían que tenían libertad de comer una dieta completamente abierta a los diferentes gustos y preferencias. Por eso leemos en Romanos 14:2 estas palabras: “Uno tiene fe en que puede comer de todo, pero el que es débil solo come legumbres”. Esa era la discusión en ese entonces en la iglesia de Roma, a la cual se dirigió esta carta. Pero en la iglesia de Corinto el asunto iba aún más lejos ya que algunos hermanos se atrevían a comer carne sacrificada a los ídolos y el resto solía condenarlos (1 Co. 8). En esa
ocasión, la carne más barata era la carne sacrificada a los ídolos porque esta era tan abundante que terminaba llegando al mercado a bajo precio. La iglesia primitiva era una iglesia pobre en sentido general y esa era la carne que muchos podían comprar. De ahí la pregunta de si era lícito o no. Algunos entendían que no, por tratarse de una carne contaminada por la inmundicia de los ídolos. Y Pablo responde que realmente podías comer la carne sacrificada a los ídolos siempre y cuando tu conciencia no tuviera ningún problema en comerla; pero que te abstuvieras de hacerlo en presencia de cualquier hermano que entendiera lo contrario, por respeto al hermano de conciencia débil. En este caso, insistir en que una dieta u otra era pecaminosa era ya un legalismo, porque la Palabra dejaba en libertad a los hermanos para hacer una cosa u otra. El tema del “día a guardar” también produjo conflictos, no solamente en cuanto al día en sí mismo, sino en cuanto a la manera de guardarlo. Un grupo lo guardaba de una forma, mientras que otro grupo lo hacía de modo diferente. En consecuencia, estos grupos se pasaban la vida juzgándose mutuamente. Así lo revela Romanos 14:5: “Uno juzga que un día es superior a otro, otro juzga iguales todos los días. Cada cual esté plenamente convencido según su propio sentir”. Todas estas prácticas radicales produjeron un cierto legalismo en la iglesia primitiva muy parecido al legalismo exhibido por los fariseos en la época de Jesús. Ellos tipifican mejor que nadie lo que significa llevar una vida bajo prácticas legalistas. No obstante, el legalismo no es típico sólo de la iglesia primitiva.
EL LEGALISMO EN LA IGLESIA DE HOY En la actualidad, el legalismo se genera también en nuestras iglesias, y todos nosotros de alguna manera y en algún momento dado hemos experimentado actitudes legalistas. Quizás el legalismo no sea nuestra manera de vivir, pero es algo en lo que incurrimos de vez en cuando. De hecho, cuando desde el púlpito el pastor o algún predicador aborda el tema del legalismo, automáticamente en nuestro interior comenzamos a aplicárselo a cualquier otra persona menos a nosotros mismos. No nos percatamos de que esa actitud crítica difiere muy poco de la de los fariseos. No puedes condenar al hermano por cosas que la Palabra no condena, ni puedes condenar al hermano por cosas que a la luz de la Palabra podrían ser interpretadas de una manera o de otra. Podemos y debemos tener nuestras posiciones personales, pero que esas posiciones no se constituyan en barrera y en pecados en nuestras vidas. En la actualidad, algunos hermanos en la fe entienden que el día de reposo debería ser guardado de tal forma que el creyente se abstuviera de todo tipo de diversión. Piensan que al salir de la iglesia los creyentes debieran irse a su casa a descansar durante el resto del día y abstenerse de disfrutar de una comida en un restaurante o hasta de una visita a unos amigos. En la iglesia que Dios me ha dado el privilegio de presidir, al igual que en miles de otras iglesias hermanas, no lo creemos de la misma manera, no porque queramos ser liberales, sino porque a la luz de las enseñanzas del Nuevo Testamento no le vemos asidero bíblico a esa práctica. De considerar que el día de reposo debe ser guardado como se guardó en el Antiguo Testamento, entonces deberíamos hacerlo todo como ellos lo hicieron, y no una parte. En aquel entonces, por ejemplo durante el día de reposo, no se podía comer pan con levadura y eso es algo que tendría que respetarse hoy si pensamos que guardar el día de reposo actualmente debe hacerse de igual modo que antaño. Pero conozco hermanos muy piadosos que guardan el día de reposo de manera muy estricta absteniéndose de todo tipo de trabajo como cocinar y hasta todo tipo de diversión, y los respetamos reconociendo que no por eso dejan de ser verdaderos creyentes fieles al Señor. Lo lamentable es que estos grupos que a
veces piensan diferente se critican mutuamente sin darse cuenta que, al hacerlo, ambos están pecando de las mismas actitudes de que nos habla el apóstol Pablo en esta carta: “El que guarda cierto día, para el Señor lo guarda; y el que come, para el Señor come, pues da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor se abstiene, y da gracias a Dios” (Ro. 14:6). Basándonos en este texto, es bíblico decir que lo más importante al guardar el día de reposo no es la práctica externa, sino la actitud del corazón y la razón por la cual lo hacemos de una manera o de otra. Podríamos guardar el día del Señor de forma tal que durante esos días solo fuéramos a la iglesia y nos pasáramos el resto del tiempo descansando, y aún así estar pecando. Porque si por guardarlo de tal forma creemos que Dios nos va a ver como más santificados que a otros, estamos pecando al creer que Él se complace con nosotros por nuestras obras. Las obras no me pueden ganar el favor de Dios porque su favor no es comprable, y ninguna de mis obras son meritorias en sí mismas. Las obras tampoco nos consiguen la salvación; son solo la evidencia de la misma. Cuando un estudiante de ingeniería termina su carrera y comienza a hacer obras de construcción, las obras no le han hecho ingeniero, sino que son la evidencia de que ya se había graduado de ingeniero. De igual manera sucede en la práctica religiosa. Podemos guardar el día de reposo adorando a Dios, permitirnos más tarde la recreación y pecar, si al hacerlo juzgamos al otro, si la manera de recrearnos no honra a Dios, o si la recreación tomó preponderancia sobre la adoración de Dios en ese día. La Palabra es clara: todo lo que no hacemos para la honra y gloria de Dios es pecado. En 1 Corintios 10:31 leemos que ya sea que coma o beba, o cualquier otra cosa, que lo hagamos para la gloria de Dios. ¿Cuántos de nosotros tenemos en mente su gloria al ir a comer un domingo a algún lugar especial? En este punto podríamos estar preguntándonos: “¿Puedo yo comer para la gloria de Dios?”. Claro que sí; y la razón está en los versos 7 y 8 del texto de Romanos 14: Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo; pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos. Una vez conocemos a Cristo ya no nos pertenecemos, tenemos un dueño a quien debemos honrar en todo lo que hacemos. Como iglesia, creemos que el domingo es un día especial en el cual la adoración a Dios y el descanso son prioritarios. Sin embargo, creemos también que la recreación después de haber adorado a Dios está permitida y puede hacerse de manera santa. Y lo decimos porque entendemos que a la luz del Nuevo Testamento no solo que no hay prohibiciones en ese sentido, sino que tenemos instrucciones que nos permiten hacerlo. Pablo les dice a los Gálatas que estaban tratando de volver a las obras de la ley: Pero ahora que conocéis a Dios, o más bien, que sois conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis otra vez a las cosas débiles, inútiles y elementales, a las cuales deseáis volver a estar esclavizados de nuevo? Observáis los días, los meses, las estaciones y los años. Temo por vosotros, que quizás en vano he trabajado por vosotros (Gá. 4:9-11). Notemos cómo en el versículo 10, Pablo habla de que “observáis los días” como una de
las cosas que en el versículo 9 él considera débil, inútil o elemental. El mismo Pablo agrega en Colosenses 2:16-17: Por tanto, que nadie se constituya en vuestro juez con respecto a comida o bebida, o en cuanto a día de fiesta, o luna nueva, o día de reposo; cosas que sólo son sombra de lo que ha de venir, pero el cuerpo pertenece a Cristo. Cuando el apóstol Pablo se refiere a algo que es sombra de lo que habría de venir, entendemos que aquello que es sombra será sustituido por “la realidad”, que en este caso es Cristo y la era de la gracia. Cristo fue un elemento de discontinuidad, y así creemos que guardar el día de reposo de la misma forma que se guardaba en el Antiguo Testamento quedó abolido. Entendemos que este tipo de prácticas quedaron atrás cuando Cristo vino al mundo y fue a la cruz. Las enseñazas y las prácticas que Cristo ratificó son las que aún permanecen. En la epístola a los Gálatas, Pablo llama a estas cosas la ley de Cristo (Gá. 6:2). Bajo esa ley estamos. Esto no nos hace antinomianistas, Dios nos libre de ello. Esto que acabamos de explicar nos ayuda a entender la ley del Antiguo Testamento a través de los lentes del Nuevo Testamento. En nuestros días hay otro tema controversial que con frecuencia genera críticas, y es el tema de la música. Hay todo un sector de la iglesia que entiende que los himnos son las únicas canciones que deben ser entonadas en el culto y acompañadas de piano o de órgano solamente. Otro sector, en el cual está incluida nuestra iglesia, acostumbra entonar canciones contemporáneas acompañadas de diferentes instrumentos musicales. Los que practican la adoración tradicional acusan a los de la adoración contemporánea de irreverentes, y éstos últimos señalan a los primeros de apagados. Al adoptar estas posiciones críticas ambos grupos están pecando, porque lo sagrado de la adoración no tiene nada que ver con tradicionalismo o contemporaneidad, como tampoco con el tipo de instrumento que se use. Lo que complace a Dios es la actitud del corazón. De hecho, la iglesia primitiva no tenía piano ni órgano y no por eso dejaba de adorar sacramentalmente.
CONSEJOS PARA NO SER UN LEGALISTA Hay muchas otras áreas controversiales o grises en nuestros días, por lo que tenemos que ser muy cuidadosos y tratar de descubrir todas aquellas actitudes que son legalistas, no solo dentro de nosotros mismos, sino también dentro de nuestra iglesia, para no continuar pecando a lo largo del camino con nuestras prácticas y con nuestras prédicas. En primer lugar tenemos que reconocer que en la vida cristiana hay diferentes etapas de santificación. Unos creyentes maduran más rápido que otros. En la medida en que se madura se va perdiendo el interés por cosas que aunque no son pecaminosas propiamente dichas, por el mismo estado de madurez espiritual ya adquirido, quizás no nos provocan como lo hacían antes. Quizás otros que no han alcanzado esta madurez continúan siendo atraídos por esas cosas que la persona más espiritual dejó atrás. A los que aún no han alcanzado la madurez suficiente, Pablo los llama hermanos débiles en la fe. La pregunta para nosotros sería: Y entonces, ¿qué hacemos con ellos? La respuesta está en Romanos 14:1: “Aceptad al que es débil en la fe, pero no para juzgar sus opiniones”. En este solo versículo se habla de dos actitudes que yo debo tener hacia ese hermano: aceptarlo y no juzgar sus opiniones. La palabra en el griego traducida como “aceptad” es la palabra proslambano, que significa
aceptar, recibir, darle la bienvenida. Esto implica que el hermano que es considerado débil en la fe no será criticado, juzgado, y mucho menos menospreciado. Él debe ser aceptado y recibido de la misma manera que Dios nos recibió a nosotros, siendo conscientes de que, espiritualmente hablando, estábamos en la peor posición. Si alguno de nosotros se halla en un estado de madurez más avanzado que otros es solo por la gracia de Dios, y eso tiene que ver solo con Dios, no con nuestros propios esfuerzos. Por otro lado, nuestra posición ante esos hermanos a los que la Palabra llama débiles en la fe debe ser la de no juzgar sus opiniones. ¿Quiere eso decir entonces que todo lo que haga el hermano débil en la fe debe ser aceptado simplemente porque es débil? Claro que no. Esa no es la enseñanza del texto. La explicación es que cuando haga cosas que no estén claramente prohibidas en la Palabra y que se trate simplemente de una preferencia, o de un tipo de interpretación teológica que represente una variante de una enseñaza particular aceptada a lo largo de la historia de la iglesia (amilenialismo, premilenialismo, postmilenialismo), o una diferencia en asuntos de poca importancia, que no juzguemos al hermano: “El que come no menosprecie al que no come, y el que no come no juzgue al que come, porque Dios lo ha aceptado” (Ro. 14:3). Si ambos han sido aceptados por Dios, ¿quienes somos nosotros para hacer lo contrario? La palabra “menospreciar” en el original es exoutheneito, que significa “mirar al otro como alguien inferior”. Es decir, darle poco valor o poca importancia. Tanto los maduros como los débiles en la fe pertenecen al Señor y Él es el Amo, no nosotros. Por tanto, Él es el único que tiene el derecho de juzgarlo. Jamás podemos querer ocupar el lugar de Dios. Escribiendo a los Gálatas, Pablo dice: Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Porque si alguno se cree que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Pero que cada uno examine su propia obra… (6:1-4). La instrucción es no estar examinando la vida del otro. Dios no nos ha nombrado a ninguno de nosotros como Presidente de la Suprema Corte del Reino de los Cielos. Cada cual llevará su propia carga. El texto nos habla de restaurar al que ha caído mirándonos a nosotros mismos, y hacerlo con un espíritu de mansedumbre. Por otro lado, Dios no nos ha dado el derecho de pasar juicio sobre el otro: “¿Quién eres tú para juzgar al criado de otro? Para su propio amo está en pie o cae, y en pie se mantendrá, porque poderoso es el Señor para sostenerlo en pie” (Ro. 14:4). Cuando juzgamos nos estamos tomando una atribución que solo le pertenece a Dios y, al hacerlo, pecamos. Pero lo peor en esos casos es que muchas veces estamos juzgando cosas que no tienen gran importancia delante de Dios, cuando en nuestras vidas hay otras mayores con las cuales estamos pecando y ni siquiera las vemos. Cristo lo dijo de esta manera en Lucas 6:41-42: ¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, déjame sacarte la mota que está en tu ojo”, cuando tú mismo no ves la viga que está en tu ojo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo y entonces verás con claridad para sacar la mota que está en el ojo de tu hermano.
La viga que está en nuestros ojos es la que no nos permite ver nuestras faltas. Antes de señalar al otro, inspeccionemos nuestra conciencia y preguntémonos si lo que sentimos no está motivado por celos o envidia. Examinemos si es una cuestión de preferencia o inmadurez. Quizás el otro no ha podido llegar o no ha sido llevado aún donde Dios, en su gracia, nos ha llevado a nosotros. El hermano que con frecuencia juzga al otro lo hace porque se cree superior y, por tanto, cree tener una conciencia o una fe más madura o más fuerte que la del otro. Sin embargo, su juicio continuo pone en evidencia la inmadurez de su fe porque una de las características del discípulo maduro es la ausencia de juicio en su corazón y la abundancia de gracia en su manera de vivir. Cristo es el mejor ejemplo de ello. En la parábola de la mujer tomada en adulterio (Jn. 8:3), los escribas y los fariseos querían apedrearla, pero Cristo le mira con ojos de compasión y le dice: “Vete y no peques mas”. La conducta de esta mujer sí era condenable, pero Cristo no lo hace. Con esto no queremos decir que ninguno de estos casos deben ser juzgados, pero el pasaje ilustra cómo la madurez espiritual se caracteriza por un espíritu de gracia más que por un espíritu de crítica y de condenación. Ante el juicio de un hermano contra otro en cosas menores, estas son las enseñanzas de la palabra en Romanos 14: Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O también, tú, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Dios… De modo que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo (vv. 10, 12). Procuremos no ser piedra de tropiezo para otros. El legalismo ha sido un tropezadero en medio de los creyentes a través de los siglos. Lo fue en los tiempos de Jesús con los fariseos, lo fue en los tiempos de Pablo con los judaizantes, y lo sigue siendo en nuestros días. Es preferible abstenernos de ciertas prácticas que nuestros hermanos débiles en la fe no puedan entender. Así lo dice Romanos 14:13: “Por consiguiente, ya no nos juzguemos los unos a los otros, sino más bien decidid esto: no poner obstáculo o piedra de tropiezo al hermano”. En otras palabras, no hagas algo que a tu hermano lo pueda llevar a la crítica o la ira o lo pueda llevar a hacer algo en contra de su conciencia porque, al hacerlo, estás pecando contra tu hermano que en definitiva es una forma de pecar contra Dios.
LAS CARACTERÍSTICAS DE UN LEGALISTA A modo de aplicación, es bueno ver ahora algunas disposiciones en nuestro corazón que nos pueden llevar a tener actitudes legalistas y condenatorias. 1. Hay una ausencia de gracia hacia sí mismo y hacia los demás Cuando falla, tiene una gran dificultad en perdonarse a sí mismo y se autocondena más allá del perdón concedido por Dios. Pero así mismo tiene una gran dificultad de ver al otro a través de los ojos de la gracia. El corazón legalista no sabe aplicar al otro la gracia que él ha recibido por parte de Dios. Esta persona sufre grandemente cuando no llena el estándar y camina como si no hubiera un lugar donde depositar los pecados y encontrar perdón y descanso para el alma. El hermano legalista no solo lo es contra el otro, lo es contra sí mismo cuando comete alguna falta.
2. Es ciego hacia sus propias faltas y magnifica las faltas de los demás Lo que le hace ciego hacia sus propias faltas es la viga en su ojo que le lleva a pensar que tiene más santidad que otros. Se ve con frecuencia con más madurez, y se cree más espiritual y más centrado en Dios que otros. Esta apreciación pudiera muy bien ser cierta, pero ese es un juicio que debería hacer Dios y no uno mismo. Usualmente los pecados que cometemos no los vemos tan grandes; pero los que cometen los demás, no importa lo pequeños que sean, siempre nos parecen gigantescos. Y la razón es que hay una tendencia en el humano a abrazar una serie de valores que él considera inviolables y condenar a todos los demás que no han abrazado los mismo valores. El problema está que dentro de esa serie de valores, con mucha frecuencia se abrazan otros de menor cuantía o no especificados en la Palabra de Dios y que nosotros hemos constituido en ley. 3. Está muy orientado hacia las tareas Cuando el corazón condenador ve que otros no están haciendo determinadas tareas que él o ella sí hacen, los juzgan por ello. A lo mejor es cierto que debieran estar haciéndolas, pero el problema estriba, por un lado, en considerarnos merecedores de la gracia de Dios cuando las llevamos a cabo y, por otro lado, en la forma como condena ese corazón legalista cuando otros no llenan el estándar que considera adecuado. En realidad, muchas veces estas personas muy orientadas a las tareas, tienden a no establecer buenas relaciones de intimidad con los demás porque han aprendido a valorar más las tareas que a las personas. 4. Se caracteriza por su espíritu crítico Cada vez que no se siente cómodo, critica y condena aquello que le hace sentir incómodo. Un buen ejemplo de esto lo podríamos ilustrar con esta historia: Había un hombre que tenía un amigo criticón a quien nada lo impresionaba. El hombre tenía un perro cazador con el cual solía ir de caza. Era un perro muy especial porque podía caminar sobre las aguas. El hombre se dijo a sí mismo: ¡Con este perro sí que voy a lograr impresionar a mi amigo! Después de ver esto no tendrá nada que criticar. Un día salieron juntos a cazar y al pasar el tiempo cazaron un pato y este cayó al agua. Al instante el perro salió corriendo, caminó sobre las aguas y trajo la presa en la boca. —¿Viste que perro tengo?—le dice el hombre al amigo. A lo que el amigo le respondió: —¿Pero cuál es el problema de tu perro? ¿Acaso no sabe nadar? Hasta ese extremo puede llegar el espíritu de crítica. 5. Usa su propio estándar para juzgar a otros Por eso le oímos decir con cierta regularidad: “Yo no haría eso”. Y puede estar en lo cierto, pero de nuevo, el estándar para juzgar es el de Dios, no el nuestro. Hay una gran diferencia entre “yo no haría eso” y la frase, “la Palabra no aprueba eso”.
6. No reconoce la individualidad de los llamados Dios ha llamado a diferentes personas para hacer distintas cosas, y ha dado diferentes dones para ser usados en distintos lugares. Pero nosotros tenemos nuestros patrones preestablecidos y creemos que todos deben ajustarse a ese patrón. En nuestro contexto, por ejemplo, el cabello largo hasta la cintura en un hombre no es un buen testimonio. Sin embargo, Hudson Taylor, que fue uno de las más grandes misioneros de la historia dejó crecer su pelo hasta la cintura. ¿Por qué? Porque él entendía que en el ambiente en el que él se desenvolvía llevar el pelo largo atado en una cola le podía traer mayor aceptación por parte de la población que llevar el pelo corto. La motivación de por qué hacemos lo que hacemos es importante. En ocasiones algunas personas jóvenes y otras no tan jóvenes se dejan crecer el cabello por su deseo de identificarse con ciertos patrones pecaminosos de la cultura o incluso ciertos personajes del mundo pop, o a veces hasta por pura rebeldía en contra de las normas establecidas. Esto constituiría un pecado para él o ella, porque Dios conoce las motivaciones de nuestros corazones y, conforme a esas motivaciones, Él juzgará nuestras acciones. 7. Confunde adoctrinamiento con la Verdad En ocasiones las enseñanzas doctrinales a las que somos expuestos se convierten en el estándar con el que juzgamos a los demás, y tenemos que ser cuidadosos, pues hay muchas cosas que son puramente denominacionales y que representan la manera cómo un grupo ha decidido hacer las cosas sin que constituyan necesariamente una violación del estándar bíblico. Solo la Palabra puede atar la conciencia de los hermanos de manera universal. No es raro encontrar a una persona legalista obsesionada con cosas triviales que carecen totalmente de importancia. Como solemos decir en nuestro argot: “Mientras se tragan un camello, se ahogan con un granito de arroz”. Cristo lo dijo de esta otra manera: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad; y éstas son las cosas que debíais haber hecho, sin descuidar aquéllas. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque limpiáis el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de adentro del vaso y del plato, para que lo de afuera también quede limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia (Mt. 23:23-27). Los líderes del pueblo condenaban con frecuencia a otros por ciertas conductas que ellos consideraban pecaminosas, mientras al mismo tiempo ellos estaban pecando de manera peor. El pago del diezmo les hacía creer que habían alcanzado un alto grado de santificación, pero carecían de frutos más importantes como la justicia, la misericordia y la fidelidad a Dios y a los demás. Cuando estas incongruencias existen, entonces Dios nos mira como hipócritas. Pero es ese espíritu de hipocresía el que genera el legalismo y muchas de las condenaciones a los demás. El legalista es alguien cuya vida exterior luce muy bien, pero cuyo hombre interior está totalmente en desarreglo. Si fuéramos más conscientes de cómo lucimos por dentro, quizá
seríamos mas humildes en nuestra forma de juzgar a los demás.
Reflexión Final La vida cristiana tiene que ser vivida de manera equilibrada entre la verdad y la gracia. Si hay algo que sale a relucir en la vida de Cristo es la veracidad de estas palabras: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14). Caminar entre lo que esas dos palabras significan no es tarea fácil. Lamentablemente, nuestra inclinación en nuestra condición caída es la de llevar el péndulo en una dirección o en otra y, cuando eso ocurre, vemos las grandes distorsiones en una de las dos direcciones: o hacia el legalismo o hacia el liberalismo. El antídoto para estos dos males son el apego a la Palabra y el cultivar un espíritu manso y humilde como lo tuvo nuestro Maestro. La humildad entiende y piensa: NO NECESITO… • ser lo máximo • ser el primero • tener la última palabra • ser el centro de atención • ser el mejor • ser reconocido • ganar el argumento Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno (Ro. 12:3).
CAPÍTULO 13 LA IGLESIA DE “LOS UNOS Y LOS OTROS” “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros”. JUAN 13:34-35
Jesús habla a sus discípulos en esta ocasión de algo que a ellos debió de haberles parecido
familiar; aunque el Maestro lo introdujo como algo nuevo; y cuando les dijo que era nuevo, no lo hizo simplemente para llamarles la atención, sino para que ellos pudieran reflexionar sobre esta enseñanza y descubrir que no se trataba exactamente de una enseñanza parecida y que estaba en la ley de Moisés. Realmente, desde un punto de vista, esta enseñanza era antigua, pero adquiriría un nuevo matiz. A primera vista, uno pudiera pensar por qué llamar nuevo a un mandamiento que los judíos habían conocido por medio de la ley. En Levítico 19:18 Moisés escribió: “Ama al prójimo como a ti mismo”. Bueno, si eso eran los lineamientos para el prójimo, más aún tendríamos que amar al hermano. El amor entre los hermanos no era algo nuevo necesariamente; de hecho esta acción había sido reconocida desde la antigüedad como una virtud. Los esenios, por ejemplo, eran una comunidad retirada que comenzaron a vivir en los alrededores de las cuevas de Qumrán, en la vecindad del Mar Muerto, alrededor del segundo siglo a.C., y entre ellos el amor entre los hermanos era algo sumamente valorado. La preocupación por el amor compartido aparece incluso en varias literaturas judías que precedieron la venida de Jesús.15 Si esto era algo conocido y valorado de esta manera, vale la pena preguntar: ¿Qué es lo nuevo entonces, en esta enseñanza? ¿Qué quiso decir Jesús al pronunciar estas palabras? La novedad estaba en el hecho de que Él les estaba pidiendo a los discípulos que se amaran de la misma manera como Él los había amado. “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros así como yo los he amado” (Jn. 15:12). Y ¿cómo los amó Jesús? “Los amó hasta el fin” (Jn. 13:1b), demostrando que su amor no cambió a lo largo del camino. Los errores y los tropiezos de los discípulos no fueron motivo para que su amor por ellos variara. Él no los amó un día más que otro. Tampoco los amó más cuando fueron obedientes que cuando fueron desobedientes. Su amor fue incondicional y los amó intensamente desde el principio. Jesús no dejó de amar a Tomás cuando este dudó de su resurrección (Jn. 20:24-31) y no dejó de amar a Pedro cuando éste le negó tres veces (Mr. 14:66-72). Su amor era diferente. Desde ese punto de vista del amor incondicional, el mandamiento era nuevo. Jesús tenía la habilidad de amar de esa manera porque era Dios y “Dios es amor” (1 Jn. 4:8). Nosotros, como seres humanos imperfectos que somos, tenemos que nacer de nuevo para poder amar de esta forma. El que no ha nacido de nuevo, no puede amar de la manera que Cristo ordenó. En 1 Juan 4:19 leemos: “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero”. Sin experimentar su amor, no puedo amar como Jesús me pide que lo haga. Incluso después de haber nacido de nuevo tiene que producirse en nosotros un trabajo del Espíritu de Dios y Dios verter su amor sobre nuestros corazones porque nadie puede dar lo que no tiene. Muchos
hijos de Dios no fueron amados por sus padres terrenales debidamente y hoy por hoy están aún carentes del amor que un padre o una madre puede brindar a los suyos. La experiencia que hayamos tenido con nuestro padre terrenal afecta enormemente la imagen de Dios que nos formamos y así mismo nos relacionamos a ese Dios; o de cerca o en la distancia. Menciono esto en la introducción de este capítulo porque el mandato de Dios es amarnos unos a otros de la manera que Él nos ha amado y eso no es posible si estas dos cosas no se dan: 1. Hemos nacido de nuevo 2. Se han sanado las heridas afectivas de nuestra vida temprana El nuevo nacimiento es el resultado de la regeneración del Espíritu de Dios, quien a partir de ese momento pasa a morar en el interior del nuevo creyente; entonces, Él podrá capacitarme para hacer lo que antes no podía; podrá sanar mis heridas del pasado; redimir el tiempo perdido y llenar mi “tanque afectivo”, para que ahora, en mi nueva condición, yo pueda dar de la abundancia de lo recibido por parte de Dios. El amor es la primera de las nueve características del fruto del Espíritu. Por tanto, para amarnos a la manera de Jesús tenemos que estar capacitados por su Espíritu. El que no tiene el Espíritu de Dios en su interior, realmente no puede mostrar el amor “ágape” o incondicional porque eso escapa a nuestra capacidad humana; solo Dios puede hacer eso en nosotros. El amor “ágape” es el verdadero amor incondicional, es el único que puede amar hasta el fin porque ese tipo de amor no es carnal. El amor humano es algo que aprendemos de nuestros padres quienes son las personas que primero nos aman; pero el amor ágape no es tanto aprendido, sino que es más bien una capacidad dada por el Espíritu Santo y desarrollada en nosotros por Él, como resultado de nuestra nueva naturaleza. Cuando Jesús les habló a los discípulos en el Aposento Alto, horas antes de su crucifixión, el Espíritu Santo aún no le había sido dado a la iglesia, por lo menos a la manera como lo experimentaron el día de Pentecostés. Por eso el amarse de manera incondicional era algo nuevo para ellos, primero porque no conocían esa forma de amar y segundo porque les sería dado de parte del Espíritu de Dios. El hombre carnal no conoce ese amor, no sabe cómo hacerlo y tampoco puede crearlo. La única manera de poder amar de manera incondicional es si disfrutamos de la llenura de su Espíritu. Cuando tenemos problemas en amar a una de las ovejas de Dios de esa manera, el problema no es tanto la falta de amor, sino falta de llenura del Espíritu.
EL AMOR SACRIFICIAL O INCONDICIONAL Si hay algo que llama la atención del ministerio de Jesús es que Él nunca les pidió a sus discípulos que hicieran algo que Él no hubiese modelado primero; su liderazgo fue de ejemplo más que de dar órdenes. Y al hablar de amar, Jesús siguió el mismo patrón: les ordenó o les enseñó algo; lo modeló y luego esperó que ellos siguieran en sus pasos. En Juan 15:13-14 leemos: “Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. En esta conversación que tuvo lugar en el Aposento Alto, Jesús hace énfasis en dos cosas: a) que la mayor expresión de amor es que una persona entregue su vida por sus amigos, como Él lo haría unas horas más tarde después de ese encuentro en el aposento alto; y b) que la manera de probar que verdaderamente eran sus amigos sería obedeciendo lo que Él les había ordenado. Y, ¿cual era esa ordenanza? La respuesta aparece en el v. 17: “Esto os mando: que os améis los unos a los otros”. De modo
que cuando Jesús les dijo: “un mandamiento nuevo os doy que os améis los unos a los otros”, les estaba especificando que debían amarse hasta el punto de ser capaces de dar su vida los unos por los otros, lo cual muchos terminaron haciendo en medio de la persecución. Visto de este modo, sí se entiende cuál es el mandamiento nuevo: que se amaran unos a otros de manera incondicional, capacitados por el Espíritu, independientemente de las circunstancias y que fuera un amor tal que los fallos típicos de nosotros los humanos no hicieran variar el amor entre unos y otros. Que ese amor fuera tan sacrificial que estuvieran dispuestos a dar su vida los unos por los otros como ovejas del Señor. El mundo no conoce ese tipo de amor porque, sin la morada del Espíritu en nosotros, el amor que desarrollamos es un amor interesado donde lo que prima no son los intereses del otro, sino los nuestros. Esta diferencia tan marcada entre el amor como el mundo lo conoce y el amor al que nos ha llamado Dios, viene a ser reafirmada por las palabras de 1 Juan 3:16: “En esto conocemos el amor: en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”. Y aunque ese mandato le fue dado a los líderes de la iglesia primitiva, el resto del Nuevo Testamento nos deja claro que es una obligación para la iglesia de todos los tiempos. El amor incondicional entre creyentes no debe ser una carga, sino el resultado natural de haber nacido de nuevo y de permanecer en una relación estrecha con Él, como bien dice 1 Juan 5:1: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de Él”. Ahora bien, ¿cómo luce este amor en el día a día? ¿Cómo amamos de esa manera? ¿Cómo espera Dios que su iglesia exhiba ese amor? Solo tenemos que poner por obra todos y cada uno de los pasajes en los que se nos habla acerca de lo que debemos hacer los unos por los otros.
CÓMO MOSTRAR EL AMOR INCONDICIONAL UNOS A OTROS
Aceptación “Por tanto, aceptaos los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para gloria de Dios” dice Romanos 15:7. Para poder clasificarnos como una iglesia que complace a Dios, tenemos que aceptarnos bajo las mismas premisas con las que Cristo nos aceptó. Él nos amó cuando aún éramos sus enemigos. De modo que si un día, alguien dentro de la iglesia decide enemistarse con otro, ese alguien tiene la obligación de continuar amándole y aceptándole a pesar de dicha circunstancia. Cristo nos recibió cuando aún teníamos muchas áreas de disfuncionalidad, cuando ni siquiera habíamos dado frutos, cuando todavía nos faltaba compromiso, cuando aún había en nosotros temores, celos, envidias, orgullo, legalismo, actitudes de juicio y de falta de perdón; y de esa manera tenemos que recibir y aceptar al hermano, soportándole hasta que Dios haga un trabajo en su vida como el que aún está haciendo en la nuestra. La palabra clave en el versículo anterior es “soportaos”. Cuando soportas algo, eso que soportas tiene un cierto peso y requiere un esfuerzo; de igual modo amar al hermano incondicionalmente requerirá esfuerzo y paciencia; pero para eso contamos con Dios, el cual es capaz de darnos siempre aquello que necesitamos para realizar la obra para la cual nos ha llamado. Amar a los que nos aman es muy fácil, pero nuestro llamado va mucho más allá. Veamos:
Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos la misma cantidad. Antes bien, amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio, y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es bondadoso para con los ingratos y perversos. Sed misericordiosos, así como vuestro Padre es misericordioso (Lc. 6:32-36). En el Sermón del Monte, Jesús nos ordena amar a nuestros enemigos como acabamos de leer. El pueblo judío no veía las cosas de esa manera; de hecho, los judíos oyeron por mucho tiempo que Dios había creado a los gentiles para alimentar el fuego del infierno. El Antiguo Testamento menciona el amor hacia el prójimo, y prójimo es cualquier persona que está en necesidad y que está dentro de mis posibilidades ayudarle. Pero ahora el mandato se ha extendido hasta llegar incluso a mis enemigos. Esa ordenanza o nuevo entendimiento constituía también algo distinto, o podría decirse que formaba parte del nuevo mandamiento que Él nos estaba dejando. Si Dios entiende que debemos amar aun a nuestros enemigos, ¿qué no debiéramos hacer por nuestros hermanos? Hacía falta ayer, y hace falta hoy, que podamos entender cómo luce el amor verdaderamente incondicional hacia el hermano por quien Cristo dio su vida incondicionalmente. Si no encontramos razón para amar de esa manera, la cruz nos provee la razón; el que murió allí lo hizo de esa forma… sin reservas ni condiciones. Ausencia del espíritu de juicio En el amor incondicional o amor ágape hacia el otro hay una ausencia del espíritu de juicio hacia el otro: No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad, y os será dado; medida buena, apretada, remecida y rebosante, vaciarán en vuestro regazo. Porque con la medida con que midáis, se os volverá a medir (Lc. 6:37-38). Uno de los grandes problemas dentro del pueblo de Dios es la presencia continua de la actitud condenatoria de uno hacia otro; de repente la frase “unos a otros” pasó a ser “unos versus otros”. El pueblo de Dios no ha sabido vivir esa frase ni para bien ni para mal, porque en algunos casos la frase “unos a otros” ha significado libertinaje: tolerancia de pecado y una actitud completamente relajada hacia la vida de santidad; y, en otros casos, la frase “unos a otros” pasó a ser como dijimos “unos versus otros”; llegando hasta a dividirnos por el más mínimo punto de diferencia doctrinal, aunque fuera en asuntos menores. La iglesia entonces no ha sabido amar como Cristo amó, lo cual implicó tolerancia hacia el hermano inmaduro, en ocasiones sin tolerar el pecado. La expresión “no juzguéis y no seréis juzgados” ha sido muy mal interpretada por muchos de nuestros hermanos en la fe y amigos del mundo. No juzgar al hermano no implica que no podamos corregirlo, reprenderlo o disciplinarlo. Eso sería distorsionar las Escrituras o tratarlas de forma parcial. La Palabra establece claramente que
cuando amamos es preciso demostrar este amor corrigiendo al que está en pecado. Esto es parte de nuestra obligación tal como Dios también nos ha corregido. La Palabra de Dios así lo enseña en Romanos 5:14: En cuanto a vosotros, hermanos míos, yo mismo estoy también convencido de que vosotros estáis llenos de bondad, llenos de todo conocimiento y capaces también de amonestaros los unos a los otros. El amor por el hermano jamás puede excluir su amonestación o su corrección. No juzgarle no excluye su disciplina. Cuando la Palabra nos manda a no juzgar, lo que nos está pidiendo es que no emitamos un juicio en base a nuestro criterio o nuestro entendimiento, sino en base a la Palabra de Dios. Nos manda, además, a que no alberguemos dentro de nosotros actitudes de prejuicio por el simple hecho de que alguien nos haya fallado un día. Nosotros le hemos fallado a Dios miles de veces y, sin embargo, Él nos sigue amando y no continúa prejuiciado contra nosotros. El prejuicio habla de orgullo en nuestros corazones; habla de sentido de superioridad sobre los demás. El prejuicio habla de que en nuestro corazón nos creemos tan “santos” que somos capaces de llegar a pensar que no pecamos como los demás. El prejuicio habla de falta de amor incondicional, de la ausencia de amor “ágape” en nosotros. Motivación El amor por el hermano debería llevarnos en otras ocasiones, no solo a amonestarnos unos a otros, sino también a motivarnos. En 1 Tesalonicenses 5:11 Pablo dice: “Por tanto, alentaos los unos a los otros, y edificaos el uno al otro, tal como lo estáis haciendo”. La tarea de alentarnos mutuamente es de todos. Desde el púlpito, el pastor muchas veces debe procurar hacerlo con las ovejas, pero en otras ocasiones son las ovejas las que necesitan alentar al pastor. En el lenguaje original, este mandato aparece como un presente continuo, lo que implica que la acción de alentar y edificarnos mutuamente es algo que debiéramos hacer continuamente. Alentar implica animar o motivar, y dada nuestra condición caída y el mundo en que vivimos donde las cosas con frecuencia no resultan como las esperábamos, es importante llevar a cabo esta labor de exhortación, porque siempre tendremos en nuestra humanidad razones más que suficientes para sentirnos desmotivados. Mientras Satanás procura continuamente desanimarnos y desmotivarnos, nosotros debemos estar haciendo lo contrario. Cuando una oveja del rebaño está débil, las fuertes en el Señor tienen que ejercer la tarea de animarle (Ro. 15:12); hoy tú serás el que necesitas mi ánimo, y mañana seré yo el que esté en la necesidad de ser animado. Los fuertes deben llevar las cargas de los débiles con sumo gozo y de manera habitual. Unos hacen esa tarea mejor que otros; pero todos estamos llamados a realizar esa labor; se trata de ser para otros lo que Cristo ha sido para con nosotros. Los niveles de compromiso que algunos grupos de personas alcanzan entre sí, muchas veces no los vemos entre los hermanos de la familia de Dios. Por citar un ejemplo, el ejército norteamericano tiene como norma que, en tiempos de guerra, ningún soldado herido debe ser dejado atrás. Si por alguna razón las tropas tienen que moverse de lugar o retirarse, se llevan a los heridos. ¿Por qué? Porque cada soldado entiende que ellos están en la guerra como una unidad y no de manera individual, y que la única forma de ganar el conflicto es permaneciendo juntos. Reconocen que el enemigo va a hacer todo lo posible por debilitarlos, desanimarlos y
dividirlos, para finalmente destruirlos. Por tanto, es el deber de cada soldado hacer todo lo posible para apoyar, proteger y fortalecer a los suyos. El lema del ejército norteamericano en este sentido es: “No soldier left behind”, que en español se traduce como “Ningún soldado dejado atrás”. No debemos olvidar que estamos en territorio ocupado por el enemigo y que ese enemigo ha minado el campo de batalla de manera impresionante. De tal forma que en el lugar menos pensado puede haber una mina enterrada que “explote” delante de nosotros. En ocasiones estas minas son inocuas, pero no dejan de hacer mucho ruido cuando explotan, asustando y desanimando sobre todo a los más débiles. Es en ese momento cuando los más fuertes han de sobrellevar la carga de esos hermanos amedrentados. El ejército de Dios hace todo lo contrario a lo que hacen los demás ejércitos porque, aunque duela decirlo, tal y como ha sido observado por algunos: “La iglesia es el único ejército en el que los soldados le disparan a sus propios heridos”. Nuestro enemigo, Satanás, tiene una enorme fortaleza y un arsenal sumamente variado y sofisticado con el cual ataca al ejército de Dios, y las armas mas poderosas que usa son la falta de ánimo y la desmotivación. De ahí que la Palabra nos instruya a alentarnos los unos a los otros. Habría una sola razón para disparar a personas que están luchando dentro del mismo ejército: cuando estas representan a tropas enemigas infiltradas para destruir desde adentro. En el caso de la iglesia, nos estaríamos refiriendo a falsos maestros—lobos vestidos de ovejas que se infiltran entre los hijos de Dios—y cuando estos permanecen ahí dentro, sin ser identificados, terminan haciendo un daño terrible al redil con pérdidas cuantiosas. En los tiempos de Pablo, algunas iglesias se tomaron esta función muy en serio, y Pablo reconoce la labor de algunas de ellas en ese sentido. Por eso, al escribir a la iglesia de Tesalónica, les recuerda: “Por tanto, alentaos los unos a los otros, y edificaos el uno al otro, tal como lo estáis haciendo” (1 Ts. 5:11). No pasemos por alto la segunda parte del versículo: “tal como lo estáis haciendo”. La iglesia de Tesalónica hizo muchas cosas según se les había enseñado. En las dos cartas que Pablo les envió, alude con regularidad al hecho de que ya estaban haciendo lo debido, y sólo les instaba a seguir haciendo lo que venían haciendo. En este versículo, él los anima a alentarse unos a otros, pero termina diciéndoles: “tal como lo estáis haciendo”. La iglesia de Tesalónica fue una iglesia modelo, una iglesia que recibió la Palabra de Dios sin cuestionamiento, la obedeció y ofrendó mas allá de sus posibilidades. A esa iglesia, Pablo pudo explicarle, como veremos en el siguiente pasaje, que amar al otro incluye hacer cosas que muchas veces no las vemos como actos de amor, cuando en realidad sí lo son porque, de no hacerlas, esos hermanos sufrirían las consecuencias de su propias acciones. Paciencia “Y os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los desalentados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos” (1 Ts. 5:14). Cuando amonestas al indisciplinado y este responde a la amonestación, él es bendecido por la acción de la reprensión; dejarlo a que sufra la suerte de su indisciplina no es amarlo, es importarte poco su vida y Cristo no se comportó nunca de esa manera. Por el contrario, a los desalentados no necesitamos amonestarlos, sino animarlos a que persistan en la carrera marcada para nosotros teniendo en mente que nuestra ciudadanía está en los cielos. El sostener a los débiles, como se nos llama en este pasaje, es tan noble como amonestar a los indisciplinados; ambas cosas son actos de amor. Al final del camino tenemos la obligación de ser pacientes con todos según el texto anterior. De manera congruente leemos en 1 Corintios
13:4 que el amor es paciente; esa es la primera palabra que aparece en ese pasaje para describir lo que es el verdadero amor. El trabajo de realizar cada una de estas tareas es responsabilidad de todos y no solo de los líderes. El versículo que dice: “os exhortamos, hermanos”, no está exhortando exclusivamente a los líderes, sino a todos. La gran mayoría de los mandatos del Nuevo Testamento están dirigidos a los hermanos en general y no a los líderes en particular. Muchas veces algunos de ustedes están más afectivamente relacionados y cercanos a algunos de los hermanos que necesitan ser animados, y esa persona más cercana es la primera llamada a realizar la labor de exhortación o de consolación para ese hermano. Y cuando ese hermano del cuerpo de Cristo lo ha llevado a cabo con otro hermano, la iglesia lo ha realizado. El pastor no es el confrontador o el consolador oficial de la iglesia; todos los somos en mayor o menor grado. Procurar lo bueno El amor por mi hermano, implica velar por él; por su bienestar espiritual, físico y emocional: “Mirad que ninguno devuelva a otro mal por mal, sino procurad siempre lo bueno los unos para con los otros, y para con todos” (1 Ts. 5:15). León Morris, en su comentario sobre este versículo, explica que en este texto la recomendación de hacer obras de amor es en el contexto de situaciones hostiles. Dice que debemos actuar de la forma descrita en el versículo cuando somos provocados, y entonces responder con mansedumbre y con amor. Morris aclara que el verbo está en el presente continuo, lo cual implica que el procurar lo bueno debe ser en nosotros una costumbre, algo habitual y rutinario, hasta el punto de constituirse en parte de nuestro estilo de vida. La palabra traducida como “procurad” es dioco, que en el original significa “perseguir algo con determinación y entusiasmo”. Habiendo entendido todo esto, lo que Pablo nos está diciendo podemos aplicarlo o parafrasearlo de la siguiente manera: “Mirad que ninguno pague mal por mal, sino perseguir con determinación y entusiasmo el hacer lo bueno, todo el tiempo aún en medio de la dificultad y en medio de la hostilidad contra vosotros y que eso se constituya en vuestro estilo de vida”. Dada la época y la cultura en la que nos desenvolvemos, en la que la bondad no forma parte del pensamiento del hombre, este nuevo mandamiento es totalmente contracultural. Pero esa es la forma como Dios nos ha llamado a vivir. En estos mandamientos en los que se nos habla de lo que tenemos que hacer los unos por los otros NO aparecen cosas como éstas: • Juzgaos los unos a los otros. • Criticaos los unos a los otros. • Sed celosos y envidiosos los unos a los otros. • Competid unos contra otros. • Sobresalid los unos por encima de los otros. • Recordad las ofensas de los unos y los otros. • Llevad el récord de las malas acciones de los unos y los otros. • Chismead los unos de los otros. • Prejuiciaos los unos contra los otros. • Airaos los unos contra los otros. Nada de eso forma parte del nuevo mandamiento.
Servicio Finalmente, quizás una de las actitudes más importantes del llamado es el de servirnos los unos a los otros independientemente de la posición o las circunstancias. Lo que dificulta llevar a cabo esta labor es que, para servir como Dios nos manda hacerlo, necesitamos ser siervos a nivel del corazón antes de ir a la acción. En el aposento alto, al momento de dar el “mandamiento nuevo”, Jesús lavó los pies de los discípulos. Luego les dijo: “vosotros también os debéis lavar los pies los unos a los otros”. La actitud de servicio es parte de lo que caracteriza a un verdadero discípulo; y un verdadero siervo rinde su servicio no para ser reconocido, sino simplemente porque los siervos sirven por naturaleza. La Palabra de Dios nos llama a servir continuamente; Cristo nos dejó su ejemplo, y sus apóstoles le siguieron dejando testimonio en sus diferentes cartas acerca de cómo deberíamos servirnos unos a otros. No hay espacio suficiente en este capítulo para citar las diferentes ocasiones cuando se nos ha recordado la necesidad que tenemos de servirnos mutuamente, pero hemos querido mencionar a continuación algunos de estos pasajes para recordarnos que esto es un mandato y no una opción. • Gálatas 5:13 dice: “…servíos por amor los unos a los otros”. • 1 Pedro 4:10 señala: “según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros…”. • 1 Corintios 12:25 dice: “a fin de que en el cuerpo no haya división, sino que los miembros tengan el mismo cuidado unos por otros”. Las palabras del mismo Jesús fueron éstas: “el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir”. Y como el siervo no es mayor que su Señor, nosotros tenemos la obligación de servirnos mutuamente. El servicio es la manera de demostrar que hemos dejado de amarnos egoístamente y hemos comenzado a entender de qué trata el nuevo mandamiento. La relación de Cristo con los suyos fue tal que, como pastor, sabía lo que significaba oler a oveja porque vivía entre ellas. Pero si bien es cierto que el Buen Pastor supo oler a oveja, no es menos cierto que como Pastor esperaba que, a su tiempo, las ovejas lucieran como el pastor. Y la actitud de servir desinteresadamente es la vestimenta que mejor identifica a las ovejas con el Buen Pastor. El servicio desinteresado a los demás es una de las metas a la que debe aspirar la iglesia que Dios quiere, pero tiene que ser un servicio a la manera de Dios. Como alguien ha dicho, hay mucha gente que quiere servir a Dios pero solamente como consultor; en el tiempo más conveniente y de la forma que él o ella entienda, y sobre todo para servir solo a aquellos que quiere servir. No es lo mismo servir que ser un siervo. El siervo sirve dondequiera que esté, porque es su forma de ser y no algo que él hace. Lamentablemente hasta en nuestro servicio queremos ser selectivos. Que Dios nos ayude a morir a nosotros mismos hasta que nada de lo que somos quede en nosotros, porque de esa forma Él llenará todo nuestro ser.
Reflexión final: El poema siguiente quizás nos pueda ayudar a meditar sobre nuestra condición de servicio.
Tú sabes, Señor, cómo te sirvo Con gran fervor emocional A la luz de todo el mundo. Tú sabes con cuánto facilidad yo hablo en tu nombre En el club de las damas. Tú sabes cómo hago efervescencia cuando promuevo Un grupo de koinonia. Tú conoces mi entusiasmo genuino En un estudio bíblico. Pero cómo reaccionaría, me pregunto, Si tú señalaras una vasija de agua Y me pidieras que lavara los pies callosos De una anciana encorvada y arrugada Día tras día Mes tras mes En una habitación donde nadie observa Y donde nadie conoce.16
15. Clinton E. Arnold, ed. gen., Zondervan Illustrated Bible Dictionary Backgrounds Commentary, vol 2; (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2002), p. 136. 16. Poema de Ruth Harms Calkin; traducido y tomado del libro de Charles Swindoll, Improving Your Serve [Desafío a servir] Waco: Word Books, 1981), pp. 43-44. Publicado en español por Betania.
CUARTA PARTE
LA IGLESIA Y SU LIDERAZGO
CAPÍTULO 14 UN LÍDER DE DIOS PARA UN TIEMPO COMO ESTE “Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús. Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros. Sufre penalidades conmigo, como buen soldado de Cristo Jesús. Ningún soldado en servicio activo se enreda en los negocios de la vida diaria, a fin de poder agradar al que lo reclutó como soldado. Y también el que compite como atleta, no gana el premio si no compite de acuerdo con las reglas. El labrador que trabaja debe ser el primero en recibir su parte de los frutos… Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad… Por tanto, si alguno se limpia de estas cosas, será un vaso para honra, santificado, útil para el Señor, preparado para toda buena obra”. 2 TIMOTEO 2:1-6, 15, 21
Antes de abordar este tema, se hace necesario que hablemos desde el punto de vista bíblico
acerca de las diferentes responsabilidades de los líderes del rebaño de Dios. Creo que muchos no se percatan de la magnitud de la responsabilidad que implica liderar ovejas que Dios identifica como sus hijas. Y es por eso que consideramos necesario hacer una larga introducción acerca del tema del liderazgo en general. La realidad es que no podemos hablar sobre una iglesia conforme al corazón de Dios sin hablar de su liderazgo. Muchos de los libros que se han escrito acerca de la iglesia y su organización contienen capítulos que establecen el estándar dejado por Dios para los ancianos y los diáconos. Pero entendemos que el liderazgo no se circunscribe a los que tienen estas responsabilidades. Por tanto, es necesario hablar sobre lo que significa ser un líder dentro del pueblo de Dios para considerar por separado el alto llamado de ancianos y diáconos dentro del plan de Dios. Esto nos permitirá tener una idea más clara sobre lo que Dios espera de aquellos que están en una posición de liderazgo, independientemente de cuáles sean sus funciones en el pueblo. Las congregaciones y ministerios deben tener una idea más definida de lo que deben esperar de sus líderes. Un líder dentro del pueblo de Dios es una persona que tiene muchas expectativas que llenar tanto de parte de Dios como de parte de la congregación. Muchas de esas expectativas son muy reales, pero otras veces son tan elevadas que llegan a ser irreales. Líderes seculares como Bill Clinton, anterior presidente de Estados Unidos, y otros más, han hecho la observación de que hoy en día es muy difícil para un líder llenar las expectativas de la población, porque el egocentrismo y las necesidades que las personas creen tener son mayores de lo que cualquier presidente o líder puede llenar. Dentro del mundo cristiano se ha dicho algo parecido. Muchos han hecho la observación de que es extremadamente difícil para un pastor en el mundo de hoy llenar las expectativas de una congregación que ha llegado a ser altamente cibernética, que pasa mucho tiempo escuchando sermones de los grandes predicadores, tanto por televisión como por Internet. Al
pastor de una pequeña comunidad a la que Dios ha llamado a pastorear 50 o 100 ovejas lo comparan con otros que han sido llamados a pastorear miles de ovejas y a ser pastores de pastores. Eso forma parte de algunas de las expectativas irreales, sobre todo porque, tal como dice un refrán, “la grama siempre luce más verde en el patio del vecino”. Pero independientemente de esas expectativas irreales, las reales—las que Dios tiene de sus líderes—son extremadamente altas. ¿Por qué son tan elevadas? La respuesta es muy sencilla. Cristo lo explicó de esta manera: “Un discípulo no está por encima de su maestro; mas todo discípulo, después de que se ha preparado bien, será como su maestro” (Lc. 6:40). En consecuencia, todo líder de una iglesia tiene una enorme responsabilidad sobre aquellos a los que dirige porque, cuando les llegue el tiempo, muchos de sus seguidores serán como él. No sé si esta verdad estimula, confronta o atemoriza, pero sea cual sea la reacción, no cambia la realidad. Siempre hay un grupo que sigue al líder, y que a lo largo del camino decidirá seguir copiando su modelo, para llegar a ser como él. En el día final, una de las cosas por las que el líder tendrá que rendir cuentas es por la forma en que él se haya reproducido en otros. Cuando revisamos la Palabra de Dios encontramos personalidades muy diferentes en los líderes de la historia bíblica, pero encontramos también grandes similitudes en algunos de sus hechos. Vemos a un Pedro que negó al Señor tres veces (Lc. 22:57-62) y, sin embargo, mereció el título de Apóstol. Quizás alguien piense que eso fue antes de la resurrección, pero que luego él fue transformado. Sin lugar a dudas, él fue transformado, pero incluso años más tarde este mismo apóstol fue confrontado por Pablo, públicamente, por hipócrita (Gá. 2:11-14). También nos encontramos en la historia bíblica con Juan y Jacobo, bautizados por Cristo con el nombre de “hijos del trueno” (Mr. 3:17), hombres que estuvieron dispuestos a hacer llover fuego del cielo para consumir a toda una población de Samaria por el simple hecho de que sus habitantes no quisieron recibirlos (Lc. 9:54). Estos dos fueron los mismos que manifestaron sus ansias de poder pidiéndole a Jesús ser sentados a la derecha y a la izquierda cuando el Señor viniera en su reino (Mr. 10:35-41). Esos dos hombres, a pesar de su expresión ambiciosa, fueron líderes de la iglesia primitiva. Así podríamos seguir nombrando una larga lista de otros líderes de la Biblia que, en determinados momentos, parecían no dar la talla. Pero esos hombres tenían algo en común: 1. Todos fueron llamados por Dios. 2. Sus errores no les descalificaron delante de Dios para su llamado. 3. La mayoría de estos fallos ocurrieron en la etapa temprana de su desarrollo como líderes. 4. Estuvieron dispuestos a recibir la reprensión y a cambiar. ¿Qué hizo que ellos no quedaran descalificados para hacer su labor habiendo incluso flaqueado en diferentes momentos de su vida? La fidelidad de Dios a su llamado. Pocos entienden el principio de que EL LLAMADO DE DIOS ES MAYOR QUE LAS DEBILIDADES DE SUS LÍDERES. Y la realidad es que, de no ser así, todos los líderes quedaríamos descalificados desde muy temprano. Dios forja su imagen en nosotros en la medida en que nos deja ir haciendo parte de su labor de redimir la creación. Las debilidades de los líderes de la Biblia no nos llaman a relajarnos porque “nadie es perfecto”, sino más bien nos llaman a la reflexión y a la sobriedad conociendo que todo el mundo puede caer; de ahí que el apóstol Pablo nos recordara que aquel que esté firme, cuídese de que no caiga (1 Co. 10:12).
ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE UN LÍDER DE DIOS
1. Un líder de Dios es un hombre llamado por Dios a servirle Sin el llamado de Dios, nadie puede servir. Puede tener los dones, la experiencia y los talentos, pero sin el llamado no puede liderar a su pueblo. Dios es quien siempre ha buscado a sus líderes. Es ese llamado lo que califica al líder para servir a Dios; no es su santidad, como vemos en las vidas de los doce discípulos que al ser llamados no tenían lo que se requería para representar a Dios correctamente. Y a decir verdad, aún años después nos quedamos muy cortos de su gloria, ya que hasta nuestras mejores obras son como trapos de inmundicia (Is. 64:6). Dios llama y luego nos comienza a transformar y a equipar. Veamos como ciertamente es Dios quien nos hace el llamado: El SEÑOR ha buscado para sí un hombre conforme a su corazón (1 S. 13:14). Busqué entre ellos alguno que levantara un muro y se pusiera en pie en la brecha delante de mí a favor de la tierra, para que yo no la destruyera, pero no lo hallé (Ez. 22:30). Es el Señor quien se da a la búsqueda y pone su sello sobre cada uno de los que Él llama. Dios levanta sus líderes conforme a lo que Él esté planificando hacer en cada momento histórico. La necesidad del plan de Dios determina qué tipo de hombre Él levantará. Pero es su plan lo que determina los llamados y no el hombre. Por esta razón, no es apropiado comparar a los líderes entre sí porque cada uno de ellos ha recibido un llamado especial que es, por consiguiente, diferente al de cualquier otro. En su momento, Dios levantó a un Abraham que era más bien un ganadero, para levantar más tarde a un Moisés para liderar a dos millones de personas en el desierto por cuarenta años. Luego levantó a un David, como rey, y a un Isaías, como profeta, por citar algunos ejemplos del Antiguo Testamento. Decía Ravi Zacarías en uno de sus sermones que Dios levantó a José en el desierto para usarlo en el palacio real, y más tarde levantó a Moisés en el palacio real para usarlo en el desierto. Pero en el Nuevo Testamento, usó a pescadores como Juan, Jacobo, Pedro y a un erudito como Pablo. Esa es la soberanía de Dios. Estos hombres no pueden ser comparados para saber cuál es el mejor, porque si los comparamos estaríamos haciendo caso omiso del llamado de cada uno. El llamado es individual y cada cual tendrá que responder ante Dios por la forma en que lo llevó a cabo. Aunque los líderes siempre tratan de aprender de otros líderes, el verdadero líder reconoce su llamado y no trata de convertirse en otra persona. 2. La falta de preparación del líder en el momento de su llamado Cuando se produce el llamado, la persona no está todavía equipada para ejercer su función, como ya hemos dicho; especialmente desde el punto de vista de sus habilidades y la formación de su carácter. El llamado comienza con la formación del carácter e incluye el equipamiento con dones y talentos. Algunos ejemplos bíblicos de esto lo vemos en:
• Abraham que comenzó siendo un mentiroso • Jacob que fue un engañador • Moisés que cometió un asesinato • Pedro, Juan y Jacobo que eran hombres impetuosos • Tomás que era falto de fe • Pablo que era un cruel perseguidor de cristianos ¿Por qué fueron escogidos si tenían todos tantas debilidades? Puramente por gracia, puesto que nuestras incapacidades hacen brillar mejor el poder de Dios y, además, nos dejan entender más completamente que todo es de Él, por Él y para Él (Ro. 11:36). Ciertamente su poder se perfecciona en la debilidad (2 Co. 12:9). Como decía alguien: “Los líderes son personas comunes colocadas en circunstancias extraordinarias”. 3. Su llamado Un verdadero líder de Dios, consciente de su llamado, está dispuesto a dejar la seguridad de lo que venía haciendo cuando recibió el llamado con el fin de abrazar el desafío que Dios le pone por delante, asumiendo todos los riesgos. Abraham dejó su tierra y su parentela sin ninguna otra garantía que no fuera la voz de Dios: Y él dijo: Escuchadme, hermanos y padres. El Dios de gloria apareció a nuestro padre Abraham cuando estaba en Mesopotamia, antes que habitara en Harán, y le dijo: “SAL DE TU TIERRA Y DE TU PARENTELA, Y VE A LA TIERRA QUE YO TE MOSTRARÉ.” Entonces él salió de la tierra de los caldeos y se radicó en Harán. Y de allí, después de la muerte de su padre, Dios lo trasladó a esta tierra en la cual ahora vosotros habitáis” (Hch. 7:2-4). Moisés dejó a un lado todos los tesoros de Egipto “escogiendo ser maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de los placeres temporales del pecado…” (He. 11:25). Pedro, Juan y Jacobo dejaron sus redes sin ninguna garantía de sustento, salvo su confianza en Dios (Mr. 1:16-20). Pablo dejó el judaísmo, su posición de fariseo, su familia y sus tradiciones para abrazar el llamado de Cristo (Fil. 3:5-8). Antes de ir a Jerusalén, él mismo declaró que lo único que tenía seguro es que le esperaban cadenas y prisiones (Hch. 20:23). La pasión del líder que Dios pone en él, es lo que lo lleva a dejar a un lado lo que antes había estado haciendo para abrazar el llamado de Dios. La seguridad del líder es el Señor; no las circunstancias; no su preparación; no sus recursos… sólo Dios. ¿Con qué garantías salió Moisés al desierto a alimentar a más de dos millones de personas? Sólo con la palabra de Dios. ¿Cómo sabe un líder que ha recibido un llamado de parte de Dios? Dios pone en nosotros tanto el querer como el hacer (Fil. 2:13). Desde el momento en que esa persona recibe el llamado de Dios, sólo “sueña” con llevar a cabo aquello que Dios ha puesto en su corazón y no se siente satisfecha hasta que lo inicia. Cuando un líder vive gozoso sin estar haciendo aquello que él entiende que Dios le ha llamado a hacer, sin duda alguna que él habrá equivocado ese llamado. En otras palabras: si alguien se siente llamado a ser pastor, pero vive feliz sin serlo, esa persona no ha sido llamado a pastorear; porque una persona con un
verdadero llamado a pastorear no se sentirá satisfecho hasta que no comience a oler a ovejas. Y es que el llamado de Dios es algo que arropa su mente y su corazón. Eso que le consume el corazón es lo que le hace dejar la seguridad de lo que venía haciendo para abrazar los riesgos inherentes que ese llamado trae consigo. A partir de ese momento, el líder tiene más confianza en su llamado que en su persona. Usualmente, el líder abraza su llamado desconociendo lo monumental del mismo y sin imaginarse las dificultades que se puedan presentar en el camino. Ministrar en nombre del Dios de lo alto, a ovejas compradas por el Hijo a precio de sangre y habitadas por la tercera persona de la Trinidad, no es poca cosa. Es necesario que cada líder entienda con exactitud la responsabilidad que tiene por delante cuando Dios le llama. El líder que verdaderamente ha entendido quién es la persona que le ha llamado, el Dios del cielo y de la tierra, tendrá una idea humilde de sí mismo y jamás será arrogante, puesto que él entiende la magnitud de su llamado. Ese líder no se enorgullecerá de su llamado, de sus dones ni de sus talentos, y mucho menos de las oportunidades que Dios le pueda proveer. Si él sabe caminar asido de la mano de Dios, ese líder desarrolla una confianza tal en su Dios que no se sentirá amenazado por el potencial de otros líderes. Por tanto, tiene la facilidad para relacionarse con otros líderes y la confianza para invitarles a que se unan a su equipo de trabajo. Y cuando lo hace es porque, como todo buen líder, reconoce sus fortalezas pero también sus limitaciones.
ILUSTRACIONES DE LO QUE ES UN LÍDER DE DIOS Cuando Pablo le escribe a Timoteo, hace uso de varias ilustraciones para explicarle a su joven discípulo acerca de las responsabilidades del liderazgo y le menciona siete ideas diferentes. Le habla de que el líder es: 1) un maestro; 2) un soldado; 3) un atleta; 4) un labrador: 5) un obrero; 6) un vaso; y 7) un siervo. Un maestro Como maestro, el líder debe enseñar a otros, duplicarse en ellos y moldearlos. Pero la verdad es que nadie puede moldear a otros si su carácter no ha sido moldeado primero. Un maestro es un estudiante y no un estudiante cualquiera, sino un buen estudiante para poder transmitir buena enseñanza a sus alumnos. Nadie a quien no le guste estudiar, podrá desempeñar bien una función de maestro. Pablo es muy específico cuando le habla a Timoteo de que tenemos que enseñar a los demás. Le habla de buscar hombres idóneos (2 Ti. 2:2) en quien reproducir la enseñanza y en quien reproducirse a sí mismo. El maestro debe ser diestro en el manejo de la información, debe estar más avanzado que aquellos a quienes dirige, debe vivir apasionado con aquello que estudia para poder enseñar a otros, y debe ser alguien que no necesite ser empujado para estudiar ni para enseñar. El líder de Dios es un obrero que maneja con precisión la Palabra de verdad (2 Ti. 2:15). El maestro vive para enseñar. De hecho, uno de los requisitos para ser anciano en la iglesia es la habilidad para la enseñanza (1 Ti. 3:2). Pablo afirma que el anciano debe ser apto para enseñar. En ese texto el término usado es didaktikon que implica claridad al hablar. El maestro debe ser un buen comunicador de la verdad de Dios, un conocedor de la Palabra, alguien que hable con autoridad y convicción. Pero como es lógico pensar, nadie puede enseñar lo que no sabe. De manera que los ancianos tienen la enorme responsabilidad delante de la congregación de ser estudiosos de la Palabra para poder enseñarla.
Un soldado Por otro lado, un soldado es disciplinado, respetuoso y cumplidor de su deber; es una persona que reconoce y respeta las líneas de autoridad. Sabe recibir y cumplir órdenes. El soldado es consciente de que es un hombre de batalla. Un soldado en el ejército no puede ser una persona rebelde porque, si lo fuera, lo expulsarían. De esa misma manera, antes de usar a un líder, Dios tiene que romper en ese hombre su espíritu de rebeldía porque no hay nada más perjudicial y destructivo que un líder rebelde. En 2 Timoteo 2 leemos que un soldado no se enreda en los negocios de la vida diaria (2:4). Uno de los comentarios consultados (The Expositor’s Commentary), habla de que el soldado necesita dejar atrás todas sus actividades seculares para alistarse en el ejército, y de cómo el ministro de Dios, el pastor, necesita tener la misma disposición, dejando todas las demás actividades del mundo que le impiden abrazar la causa de Cristo con todas sus fuerzas. Un atleta En el planteamiento de Pablo, el líder de Dios debe ser no solo un maestro y un soldado, sino también un atleta. Esto implica entrenamiento, sacrificio, horas de sueño perdidas y esfuerzo supremo. El atleta, al igual que el soldado, es altamente disciplinado y se familiariza con las reglas para poder competir sin ser descalificado. No gana el premio si no compite de acuerdo con dichas reglas, y cuando quiere participar en unas olimpíadas somete su cuerpo a un entrenamiento riguroso y a todo tipo de sacrificio. Al hablar de las reglas, el Apóstol se está refiriendo a los principios de la Palabra, pero también a muchas otras actitudes y actividades que están relacionadas con el llamado a liderar. En 1 Corintios 9:27 leemos: “sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado”. Aquí, Pablo hace alusión a los deseos y pasiones de la carne que nos llevan a pecar. Un líder de Dios no puede dejarse llevar por estos deseos, ni tomar el camino de menor resistencia, de la comodidad y de la conveniencia. Un verdadero atleta no piensa de ese modo, no corre de esa forma ni compite de esta manera. Un labrador La próxima figura de comparación que Pablo usa es la del labrador. Cuando pensamos en un labrador de los tiempos pasados—y tal vez aún hoy—nos viene a la mente la figura de un hombre que está sembrando una semilla que no es de él, en un campo del cual no es dueño, para una cosecha que no le pertenece. Semejante a esto es nuestro trabajo. Sembramos la Palabra de Dios en el corazón de hombres y mujeres que no nos pertenecen para que Dios sea el que recoja la cosecha y para que Dios sea glorificado. Pero la mejor parte es que la cosecha nuestra, es decir nuestra salvación, está garantizada, garantía que no cualquier labrador puede tener. Un obrero y un siervo La función de obrero en el liderazgo está íntimamente ligada a la séptima y última ilustración de Pablo, es decir, a la de siervo. El término usado para “siervo” es doulos que significa un esclavo que ha permanecido en esclavitud por amor al amo. En la antigüedad, en
Israel, se solía liberar a los esclavos cada siete años según la ley de Moisés. Pero ocasionalmente, uno de esos esclavos decidía no dejar a su amo y pedía quedarse sin disfrute de sueldo. Ese esclavo era marcado con un arete y pasaba a ser un duolos. Un esclavo no tenía voluntad propia y estaba siempre a merced de su señor. De igual manera debe ser el líder de Dios. Hay una enorme diferencia entre un asalariado y un siervo (doulos). En el mundo, el asalariado piensa en función de resultados o de éxito. Contrariamente, un siervo piensa en función de obediencia y de sometimiento. En torno a la obediencia debemos recordar que ésta comienza en la mente como una decisión, pero termina como un deseo del corazón y una acción de la voluntad. Mientras el asalariado piensa en la felicidad, el siervo anhela la santidad. Mientras el asalariado piensa en recibir, el siervo piensa en dar. Mientras el asalariado piensa en los privilegios, un siervo piensa en las responsabilidades. Un asalariado no trabaja con esmero si ve que otros se descuidan. El siervo, en cambio, no se siente motivado por el trabajo del otro, sino por el amor a su Señor. D. L. Moody decía: “La medida de un hombre no es cuántos siervos tiene, sino a cuántos hombres sirve”. Un vaso Finalmente, Pablo compara al líder de Dios con un vaso (ilustración número 6). Dice “que si uno se limpia de estas cosas, será un vaso para honra, santificado, útil para el Señor, preparado para toda buena obra” (2 Ti, 2:21). Un vaso es un instrumento para uso del hombre. En la misma medida, el líder es un instrumento para uso de Dios. Decía Robert Murray (pastor prebisteriano de la primera mitad del siglo XIX), que “el éxito está condicionado en buena medida a la pureza y perfección del instrumento. No es el talento lo que Dios más bendice, sino la semejanza con Cristo”. El vaso requiere ser limpiado. De igual forma, Pablo les recuerda a los líderes que no hay forma de que Dios pueda usarlos si no se santifican primero. La utilidad del “vaso” depende de la santificación del mismo. El uso que Dios vaya a darnos dependerá del grado de santificación que alcancemos. No hay nada que interfiera en los planes de Dios; pero si hay algo que impide que Dios haga algo en nosotros y a través de nosotros, es la presencia del pecado en nuestras vidas. Un líder con prácticas pecaminosas en su vida deshonra a Dios, deshonra la verdad que predica y deshonra al pueblo al que ministra. Un líder necesita ser un hombre de integridad, un hombre que no tenga nada que ocultar, nada que probar, nada que temer, y nada que callar. Un líder de integridad es la misma persona en la luz y en la oscuridad, solo y acompañado. No pretende exhibir virtudes o cualidades que no estén presentes en su corazón. Vive enfocado en su carácter y no en su reputación. Un líder de integridad mantiene su palabra; cuando promete algo lo cumple y lo hace en el plazo que se haya establecido. Un líder de integridad no falta a sus compromisos, pero si lo hace, procura por todos los medios hacer restitución de su falta. La falta de integridad implica doble estándar, doble ánimo, o falsedad en la palabra dada. Implica muchas veces decir una cosa y hacer otra, prometer algo hoy y hacer otra cosa mañana, aparentar tener un carácter santo aun cuando sus actitudes demuestran todo lo contrario. Sin embargo, hay algo que debemos tener muy presente y es que integridad no lleva implícito una ausencia de debilidades. Un líder puede ser muy íntegro y aún así tener sus debilidades. La debilidad del líder tiene que ver con su humanidad, nunca con su integridad. Y Dios conoce la diferencia.
Uno de los mitos acerca del liderazgo es que los grandes líderes de Dios no pueden permitirse el lujo de fallar y que, por tanto, no pueden tener debilidades. En el Antiguo Testamento hay varios líderes que considero mis favoritos, y uno de ellos es Moisés. Cansado de oír las quejas del pueblo, Moisés se dirige a Dios en su desesperación y frustración. Estas fueron las palabras de este gigante en un momento de debilidad de su liderazgo: Entonces Moisés dijo al SEÑOR: ¿Por qué has tratado tan mal a tu siervo? ¿Y por qué no he hallado gracia ante tus ojos para que hayas puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Acaso concebí yo a todo este pueblo? ¿Fui yo quien lo dio a luz para que me dijeras: “Llévalo en tu seno, como la nodriza lleva al niño de pecho, a la tierra que yo juré a sus padres”? ¿De dónde he de conseguir carne para dar a todo este pueblo? Porque claman a mí, diciendo: “Danos carne para que comamos.” Yo solo no puedo llevar a todo este pueblo, porque es mucha carga para mí. Y si así me vas a tratar, te ruego que me mates si he hallado gracia ante tus ojos, y no me permitas ver mi desventura (Nm. 11:11-15). Moisés en ese momento acusó a Dios de tratarlo mal y se desilusionó tanto con su maltrato que prefería estar muerto a continuar así. Otro de mis héroes en la Biblia es Elías. Este hombre de Dios, en un momento dado estaba tan cansado de la situación que le rodeaba que también le pidió a Dios que le quitara la vida (1 R. 19:4). Sin embargo, hay algo que destacar de estos dos hombres y es que ni Moisés ni Elías criticaron a Dios, ni salieron a hablar mal de Dios con otros. Tampoco tergiversaron los hechos ni le dijeron una cosa a Dios y otra a los demás. • Un líder de integridad sabe adónde ir cuando su carne flaquea. • No va a buscar el descanso que el mundo le pueda ofrecer. • Va directamente en busca de Dios. • Cuando va, no trata de racionalizar las cosas ante Dios ni trata de diluirlas. • Habla con Dios y, en su integridad, le dice a Dios las cosas tal como las siente. La integridad moral de una persona consiste en no estar dividido, en ser consistente de mente, voluntad, emociones y acciones con relación a los propósitos de vida. Un líder de Dios está dispuesto a sufrir penalidades por la causa de Cristo. Entre las cosas que Pablo le dice a Timoteo es: “sufre penalidades conmigo como todo buen soldado” (2 Ti. 2:2). Las penalidades incluyen estrecheces, incomodidades, rechazos, ser mal entendido, criticado y juzgado. Nadie puede ser un líder sin pasar por esas experiencias. El soldado sabe que cuando va a la guerra puede ser herido y frecuentemente lo es, y también sabe que puede perder su vida luchando. De la misma manera, el soldado de Cristo con frecuencia es herido emocionalmente. Tiene que estar dispuesto, incluso, a ser herido físicamente y hasta a perder su vida en el ejercicio de su llamado, si fuese necesario. El soldado que no está dispuesto a asumir ese riesgo, nunca será un buen soldado.
Reflexión Final
El liderazgo dentro del pueblo de Dios debe verse como un llamado y un privilegio; nunca como una recompensa por los años de servicio. Por mucho tiempo se ha dicho que “a quien Dios llama, Dios equipa”; por tanto los que hemos sido separados por Dios para la labor del liderazgo, necesitamos entender que tanto el llamado como los dones y talentos que podamos poseer nos han sido dados por pura gracia. Eso nos debe llevar a conducirnos de una manera humilde y con actitud de agradecimiento a Dios, quien no solo nos salvó, sino que además nos ha permitido liderar a un pueblo que Él compró a precio de sangre. No podemos olvidar nunca que pertenecemos a un reino que opera de manera muy distinta al reino del mundo. En el reino de los cielos, se asciende, descendiendo, como Cristo lo hizo, al no considerar su igualdad a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Fil. 2:5-8). En el reino de Dios, las maldiciones por causa de su nombre son consideradas bendiciones (Mt. 5:11-12). Y el dolor y el sufrimiento, lejos de ser una experiencia a evitar, es considerado más bien un privilegio (Fil. 1:29). Esto nos ayuda a poner en perspectiva qué tipo de liderazgo debemos ejercer en medio de las ovejas. Esto dista mucho del modelo de liderazgo promovido y modelado hoy dentro de lo que es el movimiento del evangelio de la prosperidad. Que Dios nos conceda arrepentimiento para ver nuevamente su mano de bendición sobre su pueblo.
CAPÍTULO 15 DE ANCIANOS Y DIÁCONOS “Un obispo debe ser, pues, irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, de conducta decorosa, hospitalario, apto para enseñar, no dado a la bebida, no pendenciero, sino amable, no contencioso, no avaricioso. Que gobierne bien su casa, teniendo a sus hijos sujetos con toda dignidad (pues si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?); no un recién convertido, no sea que se envanezca y caiga en la condenación en que cayó el diablo. Debe gozar también de una buena reputación entre los de afuera de la iglesia, para que no caiga en descrédito y en el lazo del diablo. De la misma manera, también los diáconos deben ser dignos, de una sola palabra, no dados al mucho vino, ni amantes de ganancias deshonestas, sino guardando el misterio de la fe con limpia conciencia. Que también éstos sean sometidos a prueba primero, y si son irreprensibles, que entonces sirvan como diáconos… Que los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus propias casas”. 1 TIMOTEO 3:2-10, 12
Araíz de los ataques terroristas que derribaron las “torres gemelas” en los Estados Unidos y
parte del edificio del Pentágono, en septiembre de 2001, un experto en la religión islámica (musulmana) dijo que dichos ataques no fueron fortuitos, sino que estos blancos fueron muy bien escogidos. El primero, porque representaba el poderío económico norteamericano y el segundo, porque representaba la arrogancia militar del país; dos blancos estratégicamente elegidos por el enemigo. Y lo que llama la atención es que lo lograron haciendo uso de instrumentos y armas fabricadas precisamente en Estados Unidos: tres aviones de American Airlines. De una forma parecida, Satanás ha logrado atacar dos blancos estratégicos dentro del pueblo de Dios haciendo uso de las mismas armas de su pueblo. Uno de esos blancos es la Palabra de Dios y el otro es el liderazgo de la iglesia. En este capítulo hablaremos de los ancianos y los diáconos como los líderes que Dios instituyó para que dieran continuación al trabajo que los profetas (AT) y apóstoles (NT) habían iniciado. Recuerdo que al final del año 1995 y principios de 1996, siendo yo cabeza de los ancianos de la iglesia a la cual pertenecía en los Estados Unidos, se me pidió que elaborara un documento acerca de lo que debe ser el carácter moral y la función de un pastor o anciano. En aquel momento, la iglesia necesitaba un pastor principal, y puesto que yo dirigía el comité de reclutamiento pastoral, se me otorgó esa responsabilidad. Fue una gran oportunidad para mí, en vista de que pocos meses después yo sería ordenado como pastor, y menos de un año mas tarde, fundaría en Santo Domingo la iglesia que hoy dirijo, algo que Dios había puesto en mi corazón unos dos años antes de los eventos narrados aquí. El documento elaborado se titulaba “What Does It Take to be a Pastor?” [“¿Qué se requiere para ser un pastor?”]. Menciono esto, porque gran parte de lo que estoy exponiendo en este capítulo fue presentado en aquella congregación trece años atrás y son principios que he podido confirmar con la
experiencia. Es lamentable tener que decir que estos trece años me han permitido ver más aberraciones con relación al pastorado que las que yo pude haber imaginado. En la actualidad, la iglesia atraviesa por graves problemas, pero todos derivan de dos fuentes íntimamente relacionadas una con la otra como ya dijimos: 1. La distorsión de la Palabra, la cual es ignorada, alegorizada, minimizada, relativizada, diluida, distorsionada, pragmatizada, comercializada, y abusada durante las predicaciones. 2. El liderazgo que está en descrédito dentro y fuera de la iglesia debido a la falta de conocimiento de la Palabra de Dios y a la falta de integridad de una gran cantidad de sus líderes. Todos, absolutamente todos los problemas de la iglesia derivan de esas dos fuentes. Aún mas, estas dos fuentes de problemas bien pudieran resumirse en una sola: la deficiencia del liderazgo, ya que quienes están manejando mal la Palabra de Dios son precisamente estos líderes. Ese mal manejo se debe, por un lado, a la falta de dedicación personal a la labor que Dios nos ha encomendado y, por otro, a la negligencia en el estudio de la revelación de Dios. Ambas cosas convergen para producir una exposición distorsionada de estas verdades. En Hechos 6:1-7, podemos ver con claridad lo que hicieron los apóstoles con la organización del liderazgo en el momento en que la iglesia primitiva comenzó a crecer. Esto es de notar ya que al estudiar la iglesia primitiva vemos un legado del cual podemos aprender algunos principios importantes. El contexto del pasaje es bien sencillo. La iglesia comenzó a crecer rápidamente como resultado del primer sermón de Pedro que produjo unos tres mil nuevos creyentes (Hch. 2:41). Dos capítulos más adelante, en Hechos 4:4, se dice que el número de hombres había aumentado a cinco mil, lo que obviamente generó nuevas necesidades, presiones y quejas, cosas muy típicas del crecimiento de cualquier iglesia de hoy en día. Cuando la iglesia crece, muchas veces se hace necesario revisar su organización y restructuar el liderazgo para responder a los nuevos retos y necesidades del momento. La restructuración del liderazgo no implica una redefinición de lo que es un anciano o un diácono, sino la colocación de cada líder en el área donde cada uno pueda funcionar más apropiadamente de acuerdo con sus dones y talentos. En el texto que mencionamos más arriba, los apóstoles, que fueron los primeros ancianos de la iglesia, comenzaron a involucrarse en todas las tareas de la iglesia, pero llegó un momento en que no pudieron continuar haciéndolo sin exponerse a sufrir las consecuencias de una iglesia que no es capaz de ministrar a las necesidades de sus miembros. Fue en ese momento que los apóstoles vieron la necesidad de organizar la iglesia de otra manera, de forma tal que la ministración de la Palabra de Dios no fuera descuidada. Y con eso en mente tomaron la siguiente decisión: Entonces los doce convocaron a la congregación de los discípulos, y dijeron: No es conveniente que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir mesas. Por tanto, hermanos, escoged de entre vosotros siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea. Y nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra (Hch 6:2-4). La expresión usada en el original dice algo como esto: “no es conveniente que los
ancianos descuidemos la palabra de Dios para diaconizar…”. El servicio a los hermanos les estaba distrayendo de su función primordial, razón por la cual recomendaron que otros realizaran el trabajo de los diáconos. A partir de ese momento los apóstoles se centraron en la enseñanza de la Palabra, y estos otros hombres llenos del Espíritu se dedicarían a hacer el trabajo de servicio y eventualmente de administración de la iglesia. Entendieron que descuidar la enseñanza y exposición de la Palabra tendría efectos funestos en la vida de la iglesia, algo muy similar a lo que estamos viendo en la iglesia contemporánea. En cambio, enfocarse en el estudio y la enseñanza de la misma tendría efectos altamente beneficiosos. En Hechos 6:7, vemos con claridad lo que ocurrió cuando la iglesia se organizó: “Y la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén, y muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”. Según este versículo, dos cosas importantes ocurrieron con esta reorganización: creció la palabra y creció el número de discípulos. ¿Qué significa que la palabra “creció”? Que se esparció mas allá de las fronteras que hasta ese momento había llegado, y que al extenderse no solamente se expandió la enseñanza, sino que se profundizó el entendimiento en los creyentes. Es importante ver la forma cómo se fueron dando los acontecimientos para entender el desarrollo de la iglesia y de su liderazgo. Cuando llegamos al capítulo 18 del libro de Los Hechos, nos encontramos con un hombre llamado Apolos, descrito como elocuente y poderoso en las Escrituras (v. 24), que había sido instruido en el camino del Señor y que era “ferviente de espíritu, hablaba y enseñaba con exactitud las cosas referentes a Jesús…”. En los versículos siguientes se agrega que éste… …comenzó a hablar con denuedo en la sinagoga. Pero cuando Priscila y Aquila lo oyeron, lo llevaron aparte y le explicaron con mayor exactitud el camino de Dios. Y Cuando él quiso pasar a Acaya, los hermanos lo animaron, y escribieron a los discípulos que lo recibieran; y cuando llegó, ayudó mucho a los que por la gracia habían creído, porque refutaba vigorosamente en público a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo (Hch. 18:26-28). Apolos, que ya era un predicador poderoso, terminó entendiendo mejor las Escrituras como resultado de la exposición a Priscila y Aquila. Esto nos da una idea de cómo la predicación de la Palabra crecía en poder, cómo las Escrituras eran mejor entendidas para entonces poder ser mejor defendidas. Los apóstoles se dedicaron al estudio y la ministración de la Palabra, y los nuevos diáconos se dedicaron a tratar de resolver aquello que tuviera que ver con las necesidades físicas, aunque eso no les impediría enseñar si fuese necesario. Sabemos por la misma Palabra que Felipe, uno de los siete hombres mencionados en Hechos 6 para servir mesas, fue también un evangelista y Esteban, que fue parte de este grupo de siete, murió apedreado predicando la Palabra (Hch. 6:8—7:60). Ancianos y diáconos constituyeron los dos grupos de líderes de la iglesia primitiva. Mencionamos esto porque hoy abundan en las iglesias los títulos de apóstoles, profetas y hasta los patriarcas han hecho su aparición, lo que ha dado lugar a que esos “mega-títulos” hayan “ahogado” los dos tipos de líderes que Dios dejó establecidos para que funcionasen en la iglesia de hoy. Los profetas y patriarcas pertenecen a la historia redentora del Antiguo Testamento y los apóstoles a los inicios de la iglesia primitiva, hasta el final del primer siglo. Los líderes descritos en las epístolas del Nuevo Testamento para el funcionamiento de las iglesias de hoy son de dos tipos básicamente: ancianos o pastores y diáconos. Hablemos de
los ancianos en primer lugar.
ANCIANOS O PASTORES Estos dos términos hacen referencia a una misma persona o tipo de líder que en esencia han de realizar una misma función: la enseñanza de la Palabra y el cuidado espiritual de la iglesia. Los apóstoles fueron los primeros ancianos o pastores de la iglesia que hasta un momento dado estuvieron haciendo todas las funciones del ministerio como vimos más arriba pero que, llegada la ocasión, comenzaron a diversificar el liderazgo para que cada cual hiciera aquello a lo que Dios le había llamado conforme a sus dones y talentos. El apóstol Pablo reconocía cuán crítico era, y sigue siendo, el rol de los ancianos en la vida del cuerpo de Cristo. Por esa razón, en su tercer viaje misionero, él envió a buscar a los ancianos de la iglesia de Éfeso, desde la ciudad de Mileto, para darles antes de su partida las últimas advertencias acerca de los peligros inminentes que le acecharían, y de cómo debían pastorear el rebaño del Señor. El texto aparece en Hechos 20, a partir del versículo 17. Como la idea en este capítulo es definir mejor quienes son los ancianos de la iglesia y qué se requiere para desempeñar esa función, creo que es conveniente que nos hagamos las siguientes preguntas: • ¿Qué es un anciano o pastor? • ¿Qué tipo de persona debe ocupar esa función? • ¿Qué le califica para ser pastor? • ¿Quién lo elige? • ¿Qué es lo más importante en la vida de ese líder? ¿Son sus talentos y sus dones? ¿Es su preparación académica? ¿Es su llamado? ¿Es su carácter? De antemano creo que es bueno recordar que muchas cosas que el mundo valora no son necesariamente las más importantes a la hora de su elección. Lo que verdaderamente hace a un pastor: 1. No es su reputación, sino su carácter: lo que él es cuando nadie lo ve. 2. No es su conocimiento, sino su sabiduría: su habilidad para ver la vida a través de la revelación de Dios. 3. No es su título, sino su llamado: la elección de Dios para tal función. 4. No son sus dones, sino su cuidado para con las ovejas. De todas estas, él necesita el llamado por encima de todas las demás. Sin éste no podrá ejercer su función. Podrá tener carácter, dones y talentos, pero si Dios no le ha ungido para esta función, estará “fuera de llamado” y no hay nada más frustrante y debilitante que hacer algo para lo cual Dios no te ha llamado. ¿Quién selecciona a los ancianos de la iglesia? La Palabra responde esa pregunta en Hechos 20:28: Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios la cual Él compró con su propia
sangre. De manera que quien elige los pastores en primer lugar es Dios… “el Espíritu Santo os ha hecho obispos”, dice el texto. Y el texto de Efesios 4:11 lo dice de esta manera: “Él [Cristo] dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros”. ¿Quién? Cristo mismo es quien distribuye los dones. El Espíritu Santo hace el llamado interno, con lo cual la persona llamada debe comenzar a sentir el deseo de pastorear ovejas. Pero el llamado interno tiene que ser confirmado por un llamado externo. En otras palabras, humanamente hablando, ¿quién terminará llamando y colocando en posición a aquellos que el Espíritu de Dios ha movido a llevar a cabo esta función? El llamado externo lo que hace es evitar que alguien se llame a sí mismo y confunda el deseo de su carne con el llamado de Dios. En Hechos 14:23, Pablo y Bernabé designaron a los ancianos de las iglesias locales; en Tito 1:5 leemos que Pablo dejó a Tito en Creta para que pusiera en orden las cosas y que designara ancianos. Es decir, que en cada caso los ancianos fueron designados por otros líderes de la iglesia, y así creemos que debe ocurrir hoy. Respetando el gobierno congregacional que muchas iglesias tienen hoy, creemos firmemente que es el liderazgo de la iglesia el que mejor puede determinar quién debe ocupar la posición de anciano, y no la asamblea general que está compuesta por múltiples personas en diferentes etapas de su madurez, muchas de las cuales son aún bebés en la fe y, por tanto, carecen del discernimiento que la madurez trae consigo. Creo que en un capítulo como este es necesario que hablemos tanto del carácter que deben poseer aquellos que han de alimentar el rebaño de Dios, como de las funciones que han de desempeñar. Normalmente sería preferible hablar de su carácter antes de hablar de sus funciones; pero por razones que explicaremos a continuación lo haremos a la inversa. Cuando leemos el estándar que Dios les ha dejado a sus líderes, nos percatamos de cuán alto es su llamado; es por esto que creo conveniente hablar de cuáles son sus responsabilidades para luego poder apreciar mejor la razón de lo alto de su estándar.
LAS FUNCIONES DEL ANCIANO En el Nuevo Testamento hay tres palabras diferentes para referirse a la función del anciano, desde el punto de vista de su funcionamiento dentro de la iglesia. La primera es presbuteros, traducida como anciano, propiamente dicho. Aparece 70 veces en el Nuevo Testamento y en su significado llano significa simplemente alguien “blanco en canas”, pero en el contexto neotestamentario pasó a referirse a alguien llamado para ocupar una función de liderazgo dentro de la iglesia, aunque no necesariamente a alguien con avanzada edad cronológica. Esto lo sabemos porque en una de las cartas de Pablo a Timoteo—que era pastor —le exhorta a no permitir que nadie desprecie su juventud. En el Antiguo Testamento, Jeremías fue llamado a ejercer su función profética a la edad de 17 años. Es decir que no solo la edad era una consideración, sino que un profeta era alguien que probablemente había adquirido cierta sabiduría de parte de Dios. La palabra presbuteros recuerda que el anciano debe tener no solo el llamado, sino también la sabiduría para manejar los asuntos de la iglesia. La segunda palabra que encontramos en el Nuevo Testamento para referirse a la función de anciano o pastor es episkopos, que significa obispo. Su raíz alude al trabajo de supervisión sobre los miembros de la iglesia. De tal manera, el anciano debe tener también
cierta sabiduría para guiarlos y supervisarlos; para moverlos de donde ellos están a donde Dios quiere que ellos estén, para usar una expresión de Henry Blackaby, en su libro titulado Spiritual Leadership [Liderazgo espiritual].17 Queda aún otra palabra para referirse a esta función; la palabra poimen, traducida como pastor. Se refiere a la persona que cuida, atiende, alimenta y protege las ovejas. Los ancianos, en consecuencia, deben estar a cargo de supervisar, cuidar, atender, alimentar y proteger el rebaño de Dios. Estos tres títulos como ya se ha dicho, hacen referencia a una misma persona y a una misma función, como podemos ver claramente en el texto siguiente: Por tanto a los ancianos [presbuteros] entre vosotros, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de
ser revelada: pastoread [poimainō] el rebaño entre vosotros, velando [episkopeō] por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por avaricia del dinero, sino con sincero deseo (1 P. 5:1-2). En muchas iglesias se ha establecido una diferencia entre ancianos y pastores con la intención de identificar no necesariamente a diferentes tipos de individuos o funciones, sino con el propósito de marcar una diferencia entre unos y otros, y esa definición de quién es un pastor o un anciano se establece más bien de manera local y por razones prácticas. En nuestra iglesia llamamos ancianos a todos aquellos dedicados al cuidado espiritual de las ovejas. Pero damos el título de pastor a aquellos que han recibido el llamado de liderar al pueblo de Dios a tiempo completo una vez han sido examinados oralmente por otros pastores en términos de su llamado, dones, talentos y creencias doctrinales. Después de esto, ellos son presentados a la iglesia y ordenados como pastores con la imposición de manos y oración como señal de reconocimiento ante su pueblo. Otra manera de ver las responsabilidades pastorales hoy en día es revisando las funciones de los diferentes líderes del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento; funciones que de cierta manera recaen ahora sobre los ancianos de la iglesia como explicaremos más adelante. Pensemos por un momento cómo Dios cuidó de su pueblo durante el tiempo del pacto anterior hecho con la nación de Israel, porque de una manera similar esperaríamos que Él lo hiciera hoy con su iglesia. En el Antiguo Testamento existió el profeta, que tenía la función de exponer la palabra y la voluntad de Dios, al mismo tiempo que confrontaba al pueblo con su pecado a través de la enseñanza de esa misma palabra. En aquella época también existía el sacerdote, que oraba e intercedía en favor del pueblo; y estaba el rey, que ejercía como líder de la nación. De una manera similar podemos ver hoy esta triple función en la labor del pastor o anciano, porque ahora los tres oficios recaen sobre sus hombros. La función profética El pastor es un maestro y cuando predica ejerce una función profética y a través de su enseñanza capacita al pueblo. Su enseñanza debe ser cristocéntrica, anclada en su Palabra, con un marcado énfasis en la obra de Cristo en la cruz y su posterior resurrección. El apóstol Pablo insistió todo el tiempo en predicar su cruz: “pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles” (1 Co. 1:23). Pero la enseñanza y predicación de la cruz no es suficiente y, por tanto, la cruz debe ser siempre predicada desde la perspectiva del domingo de resurrección y Pablo era consciente de eso cuando escribió lo siguiente:
Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Y si no hay resurrección de muertos, entonces ni siquiera Cristo ha resucitado; y si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también vuestra fe. Aún más, somos hallados testigos falsos de Dios, porque hemos testificado contra Dios que Él resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Pues si los muertos no resucitan, entonces ni siquiera Cristo ha resucitado; y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es falsa; todavía estáis en vuestros pecados. Entonces también los que han dormido en Cristo han perecido. Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima. Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que durmieron (1 Co. 15:12-20). La función profética del anciano o pastor es vital para la salud de la iglesia; para su crecimiento y su santificación. La fortaleza de una iglesia es directamente proporcional a la fortaleza de su púlpito; no de acuerdo a los estándares humanos, sino a la complacencia de Dios con la enseñanza que el rebaño recibe. La función de maestro C o mo maestro, el pastor necesita el don de la enseñanza. Sin este don quedará descalificado para su función. En 1 Timoteo 3 leemos acerca de los requisitos para ser anciano: “Un obispo debe ser, pues, irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, de conducta decorosa, hospitalario, apto para enseñar” (v. 2). Ese criterio no aparece para los diáconos, solo para los ancianos porque su función número uno, desde los orígenes de la iglesia primitiva, fue la enseñanza de la Palabra. En el ejercicio de su función como maestro, el pastor necesita inyectar a sus discípulos pasión por la Palabra de Dios, pero no puede hacerlo si él mismo no la tiene. Debe ser capaz de decir igual que el salmista: “Cuánto amo tu ley; todo el día ella es mi meditación” (Sal. 119:97), y al predicar necesita hacerlo con autoridad. Esta autoridad le es conferida por: 1. La unción del Espíritu de Dios o, dicho de otra manera, el favor de Dios. 2. El conocimiento de la Palabra y su precisión al manejarla. 3. Su integridad, es decir, la coherencia entre sus hechos y sus palabras. La función principal del anciano es enseñar para poder capacitar a los creyentes, tal como leemos en Efesios 4:11-12: El dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo. El pastor/anciano es un capacitador. Pero su enseñanza apegada a la palabra (ortodoxia) nunca debe estar divorciada de la práctica (ortopraxis). Cristo denunció la dicotomía entre la enseñanza y la práctica en Mateo 23:2-3 diciendo: “…Los escribas y los fariseos se han
sentado en la cátedra de Moisés. De modo que haced y observad todo lo que os digan, pero no hagáis conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen”. La discrepancia entre lo que decimos y lo que hacemos nos resta autoridad. La función sacerdotal Ese mismo pastor o anciano, en el ejercicio de su función sacerdotal, debe interceder ante Dios por el rebaño; por tanto, él debe ser conocido como un hombre de oración y de intimidad con Dios; como un hombre que sabe orar antes de obrar; que sabe escuchar a Dios antes de hablar. El hombre que no sabe escuchar a Dios, estará escuchándose a sí mismo continuamente y, cuando no, estará escuchando al pueblo antes que a Dios. La primera acusación que Dios trajo contra Adán fue la de haber escuchado la voz de su mujer (Gn. 3:17); pero la implicación es la de haber escuchado la voz de su mujer por encima de la de Dios; y el escuchar cualquier otra voz por encima de la voz de Dios es un error que ningún hijo de Dios puede darse el lujo de cometer. La función de rey Finalmente como líder, el anciano debe poseer visión para dirigir al pueblo y saber articularla de una manera clara y convincente. Un pueblo sin dirección es un pueblo que se desenfrena (Pr. 29:18). Esto movilizará la congregación para la acción y, al hacerlo, necesita modelar su liderazgo sin “jefear”. Es decir, hacerlo sin alardear de su posición y sin imponerse con prepotencia. Como líder, el pastor necesita volcarse en otros para ser un constructor del carácter de ellos, necesita aconsejar y ayudar a construir familias.
EL CARÁCTER MORAL DE UN ANCIANO/PASTOR El texto que mejor describe el carácter moral de un pastor aparece en 1 Timoteo 3:1-10. Creemos que es un texto claro, prescriptivo para todas las iglesias y que debe ser seguido con fidelidad si las iglesias quieren disfrutar de las mejores bendiciones de Dios. Un principio importante al leer la Palabra es estudiarla con suficiente cuidado para descubrir el diseño y el patrón que Dios ha establecido para el establecimiento de sus líderes; para el funcionamiento de las relaciones (hombre-Dios; hombre-hombre; hombre-sociedad) y de las instituciones (la iglesia, el matrimonio, la familia, el gobierno, etc). Todo lo que funciona fuera de diseño, al final destruirá o dañará vidas, relaciones, instituciones… En el texto que acabamos de citar tenemos la descripción del carácter moral de un pastor. Cuando ese carácter está ausente, la iglesia termina sufriendo las consecuencias de tal desatino. Irreprochable El texto a estudiar comienza estableciendo que un anciano debe ser un hombre irreprochable (anengletos, en griego)… en el hogar, en la iglesia, en la sociedad, en el ambiente de trabajo, en sus relaciones, etc. Todo lo que sigue en el texto de Pablo a Timoteo, es simplemente el detalle de cómo este líder debe ser irreprochable en sus diferentes áreas. La irreprochabilidad tiene que ver con su santidad; y esta cualidad debe ser la marca número uno de aquellos que quieran servir a Dios y dirigir su pueblo. El apóstol Pablo supo escribir:
“Sed imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo” (1 Co. 11:1). Nadie puede escribir eso si no ha sido un buen ejemplo de irreprochabilidad. Y es que una mala conducta hace que otros no oigan una buena predicación y mucho menos que Dios quiera derramar su gracia sobre esa persona. No podemos olvidar que la efectividad de una iglesia es directamente proporcional a la santidad de su liderazgo; líderes no santos estorban el trabajo de Dios. La santidad requiere sacrificio, renuncia, rendir cuentas, sumisión y disciplina. Cuando el pastor le pierde el miedo a la santidad de Dios, su gente le pierde el miedo al pecado y eso hace que tanto uno como otros se aparten de Dios. Henry Blackaby, en su libro Samuel, Called to be a Prophet of God [Samuel, llamado a ser profeta de Dios], habla de que cuando una iglesia se aparta de Dios, ese pueblo continúa realizando sus actividades religiosas y que esas actividades les llevan a creer que ellos no se han apartado de Él;18 y eso es serio. Marido de una sola mujer Como persona irreprochable deberá ser “marido de una sola mujer”; esto es, fiel a su esposa emocional, física y espiritualmente. Todos conocen en qué consiste el adulterio físico, pero pocos conocen que el compartir tu mundo emocional con el sexo opuesto (aparte de tu esposa) constituye un tipo de adulterio. De ahí que el pastor debe mantener límites muy claros que no lo lleven a comprometer su integridad. En nuestro caso, las consejerías pastorales con el sexo opuesto son llevadas a cabo en presencia de una persona del sexo opuesto presente y todas nuestras oficinas tienen paredes de cristal como señal de transparencia. La mayoría de los casos de infidelidad en las vidas de los pastores se han producido después de un involucramiento emocional por parte del líder con algún miembro del equipo de trabajo, con quien se produjo un acercamiento indebido, o con una de sus aconsejadas. Hasta en la psicología o psiquiatría secular se describe lo que ha sido llamado la transferencia y la contratransferencia de emociones y sentimientos. La persona aconsejada comienza a identificarse con el consejero como una figura que le entiende y le consuela desarrollando un apego emocional que no es sano (transferencia) y el consejero puede comenzar eventualmente a hacer lo mismo, pero a la inversa (contratransferencia). El pastor del rebaño no debe ser una persona divorciada; y en el caso de serlo, tendría que ser por razones bíblicas como el adulterio. Creemos que el que está bíblicamente divorciado, está bíblicamente autorizado para volver a casarse. De igual manera creemos que el anciano que comete adulterio pierde al derecho a volver a pastorear el rebaño, ya que su vida no será ya irreprochable. Veamos este pasaje de Proverbios 6:29-34: Así es el que se llega a la mujer de su prójimo; cualquiera que la toque no quedará sin castigo. No se desprecia al ladrón si roba para saciarse cuando tiene hambre; mas cuando es sorprendido, paga siete veces; tiene que dar todos los bienes de su casa. El que comete adulterio no tiene entendimiento; destruye su alma el que lo hace. Heridas y vergüenza hallará, y su afrenta no se borrará. Porque los celos enfurecen al hombre, y no perdonará en el día de la venganza. El estándar es alto pero el pastor, en cierta manera, representa a Dios ante su pueblo; de ahí que Aarón llevara un turbante en su frente que decía “SANTIDAD AL SEÑOR” (Éx. 28:36). Dios quiere ser representado por aquellos que se acercan a Él.
Sobrio, prudente, y de conducta decorosa El texto de la carta a Timoteo continúa: “sobrio, prudente, de conducta decorosa”. Esto habla de que el anciano debe ser una persona equilibrada, disciplinada, estable, sin excesos; con una vida gobernada por el dominio propio, no de mente frívola; que pueda ser “ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza” (1 Ti. 4:12). • En palabra: lo que dice en el púlpito y fuera de él. • En conducta: lo que hace al ser visto y cuando está solo. • En amor: lo que siente por Dios y por los demás. • En fe: lo que cree conforme a Su palabra. • En pureza: lo que piensa que tiene que ver con la integridad de corazón.
Hospitalario Como la vida del anciano está dedicada al Señor primero y luego al servicio a los demás, la casa del anciano debe estar abierta para recibir en amor a aquellos a quienes él ministra, y para hacerlos sentir bienvenidos. Una persona no hospitalaria mantiene a los demás a distancia, y desde la distancia se hace imposible ministrar y tocar las necesidades de aquellos que forman parte del redil. Apto para enseñar El ser “apto para enseñar” (didaktikon, en griego), fue una condición que ya tratamos más arriba y, por tanto, no volveremos a incidir en ello. Solo agregaremos el hecho de que un líder que sea apto para enseñar, debe tener las siguientes características: • Claridad al hablar • Equipado para enseñar • Buen comunicador de su verdad • Conocedor de la Palabra • Que hable con convicción • Que hable con poder
No dado a la bebida, no pendenciero, sino amable, no contencioso, no avaricioso “No dado a la bebida”, que es parte de ser sobrio, mencionado más arriba; y debe conocerse como una persona de carácter manso, no dado a las riñas, ni a los litigios; de ahí que el texto que describe el carácter del anciano hable de que debe ser, “no pendenciero, sino amable, no contencioso”. Más que nada, su persona debe caracterizarse por ser un conciliador entre los hombres por su mansedumbre, su sabiduría y su habilidad para perdonar y enseñar a otros a hacer lo mismo. Entre todas estas condiciones, se establece de manera especial que el anciano necesita
ser alguien “no avaricioso”; una cualidad que necesita ser enfatizada sobremanera en vista de la propagación del evangelio de la prosperidad, abrazado por tanto pastores en la actualidad. Cristo nos dejó dicho claramente que “Ningún siervo puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lc. 16:13). Nuestro llamado es a estar contentos con lo que tenemos, no sea que nos desviemos al caer en tentación y lazo, y arruinar nuestra fe (1 Ti. 6:5-10). Nos preguntamos si los maestros de la prosperidad no leen estos textos, o si leen otras biblias, porque textos como los citados contradicen claramente todas estas nuevas doctrinas de la prosperidad. Que gobierne bien su casa La próxima condición para ser anciano tiene que ver con la condición moral y espiritual de su hogar: “Que gobierne bien su casa, teniendo a sus hijos sujetos con toda dignidad (pues si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?)”. El texto de Tito 1:6 es aún mas exigente al hablar de que los hijos del anciano deben ser creyentes (pistis, en griego). Esto nos habla de hasta dónde es importante que el hogar de aquellos que representamos a Dios sea un hogar modelo. Si el pastor no ha sabido conducir bien su hogar, que apenas cuenta con algunos miembros, ¿cómo podrá influenciar correctamente a su congregación que es más numerosa y con la cual no convive? Un mal ejemplo en el hogar es una mala influencia en la congregación. El texto de más arriba establece claramente la relación entre el gobierno del hogar y el gobierno de la iglesia. No un recién convertido El texto continúa mencionando la siguiente condicion: “No un recién convertido, no sea que se envanezca y caiga en la condenación en que cayó el diablo”. Personas con un carácter no santificado no saben cómo manejar la autoridad, la popularidad, el aplauso y hasta el conocimiento, que puede envanecerlo (1 Co. 8:1). El orgullo es una condición que necesita ser destruida en los hijos de Dios; y en su lugar, cultivar la humildad, aunque eso no es algo que se produzca de la noche a la mañana. Se necesita tiempo y pasar por experiencias difíciles y repetitivas para poder deshacer en nosotros el orgullo con el que crecemos. Nuestro orgullo es el vestido que arropa nuestras inseguridades, y si hay algo que sabemos de nosotros los seres humanos es que somos altamente inseguros. En la media en que caminamos con Dios, Él va creando ese nuevo carácter hasta que podamos ser mansos y humildes. De buena reputación En 2 Timoteo 3:7 leemos la siguiente condición: “Debe gozar también de una buena reputación entre los de afuera de la iglesia, para que no caiga en descrédito y en el lazo del diablo”. Para Dios es importante la reputación de sus líderes dentro y fuera de su familia porque nuestro Señor no quiere que su nombre sea blasfemado entre los gentiles por causa de nosotros (Ro. 2:24). Y más aún si esto fuera a ocurrir como consecuencia del estilo de vida de aquellos que le representan. La integridad delante de Dios es importante, pero también lo es el buen testimonio delante de los hombres. No es posible que la fe cristiana tenga un mal nombre entre los incrédulos debido a aquellos que se identifican por su nombre.
DIÁCONOS Una vez el texto de 1 Timoteo 3 termina de definir lo que se espera de los ancianos, inmediatamente comienza a enfatizar la importancia de que los diáconos posean un carácter similar ante la congregación que ellos lideran: De la misma manera, también los diáconos deben ser dignos, de una sola palabra, no dados al mucho vino, ni amantes de ganancias deshonestas, sino guardando el misterio de la fe con limpia conciencia. Que también éstos sean sometidos a prueba primero, y si son irreprensibles, que entonces sirvan como diáconos (vv. 8-10). Antes de liderar el pueblo de Dios, debe haber un período de observación de la conducta de aquellos que aspiran a estar frente a la congregación, y por eso el texto habla de que los diáconos “sean sometidos a prueba primero y que si son irreprensibles”, entonces y no antes, puedan ser considerados para tal posición. Todo lo que dijimos más arriba, respecto a los ancianos, es aplicable a los diáconos, por eso no repetiremos estas condiciones. Realmente, a excepción de la condición de ser aptos para enseñar, el diácono debe ser alguien que posea condiciones similares entre los hermanos. Son esas condiciones las que hacen que las ovejas puedan depositar y mantener la confianza en sus líderes. Los diáconos poseen una función tan noble como la de los ancianos; pero estos han sido dotados con habilidades que les permiten hacer una mejor labor como administradores de las diferentes áreas de la iglesia. Si bien es cierto que las sietes personas seleccionadas y mencionadas en Hechos 6 quizás no representen los primeros diáconos per se, no hay dudas de que ellos realizaron una funcional “diaconal” y probablemente representaron precursores de los diáconos futuros, cuyas características serían descritas por Pablo más adelante, en su primera carta a Timoteo como ya vimos. Estos primeros hombres mencionados en Hechos 6, considerados precursores de los diáconos futuros, son descritos como personas que poseían condiciones muy específicas, y los diáconos de la iglesia actual deben cumplir esas mismas condiciones: “hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea” (v. 3). Esto significa que deben contar con un buen testimonio, deben ser hombres con un estilo de vida que evidencie la llenura del Espíritu y que, como consecuencia de esa llenura, sean personas con la sabiduría necesaria para ejecutar el trabajo que se les asigne. Decía Ted Engstrom (1916-2006), anterior presidente de World Vision (Visión Mundial) y de Youth for Christ (Juventud para Cristo): “Cuando una persona pierde el respeto, es una enorme lucha cuesta arriba para reganarlo, si es que alguna vez puede reganarlo”.19 De ahí que cuando Pablo le escribía a su discípulo Timoteo le exhortaba con estas palabras: “Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan” (1 Ti. 4:16). Dos cosas tenía que hacer Timoteo: cuidarse a sí mismo, algo que tiene que ver con su vida de piedad, y cuidar de la enseñanza. La razón de todo esto es que ciertamente: “Todo se levanta o se cae desde el liderazgo”,20 como vayan sus líderes así irá la iglesia. Tal como hemos dicho anteriormente, la crisis de la iglesia se debe a un problema fundamental: la crisis de su liderazgo. Siendo la iglesia definida por la Palabra de Dios como “columna y sostén de la verdad”, era de esperar que el estándar de su liderazgo fuera sumamente alto. La mejor manera de probar el carácter de un hombre es observando su liderazgo. Cuando
un hombre es colocado en una posición de poder, es importante ver la manera cómo lo maneja, y esto hablará de su carácter. El liderazgo es poder, pero la característica número uno de ese liderazgo ha de ser su integridad y su vida de siervo. En la lista de requisitos para ser anciano o pastor, la primera es la de ser “irreprochable”; algo que se repite para los diáconos luego. ¿Por qué? Basta con recordar un solo versículo para entenderlo: “Un discípulo no está por encima de su maestro; mas todo discípulo, después de que se ha preparado bien, será como su maestro” (Lc. 6:40).
Reflexión Final: En medio de la crisis de liderazgo de la iglesia en nuestros tiempos, se hace imperativo que volvamos a reflexionar acerca de la necesidad de tener un pueblo liderado por personas que entienden la necesidad de la vida de santidad para ser instrumentos útiles en las manos de Dios. Dios rehúsa usar a vasos manchados por el pecado, como vemos claramente en este texto: Por tanto, si alguno se limpia de estas cosas, será un vaso para honra, santificado, útil para el Señor, preparado para toda buena obra. Huye, pues, de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que invocan al Señor con un corazón puro (2 Ti. 2:21-22). El vivir en santidad es prerrequisito para ser usado por Dios. Dios odia el pecado hasta el punto de clavar a su Hijo para no negociar con el pecado, y en su odio por aquello que es profano, no puede usar a aquellos que se han dejado ensuciar por algo que Dios detesta. Si hay alguna cosa que la iglesia necesita hacer hoy es reivindicar la santidad del Dios que declara en su Palabra ser tres veces santo. Muchos son los que queremos ver un avivamiento, pero no ocurrirá sin que su santidad sea honrada y, en caso de ser posible, tendrá que comenzar por el liderazgo de la iglesia.
17. Henry y Richard Blackaby, Spiritual Leadership (Nashville: Broadman & Holman, 2001), p. 20. 18. Henry Blackaby, Samuel: Called to be a Prophet of God (Nashville: Thomas Nelson, 2003), p. 54. 19. Ted Engstrom, The Making of a Christian Leader [Un líder no nace, se hace], (Grand Rapids: Zondervan, 1976), p. 194. Publicado en español por Betania. 20. John Maxwell, The 21 Irrefutable Laws of Leadership [Las 21 leyes irrefutables del liderazgo] Nashville: Thomas Nelson, 2007), p. 267. Publicado en español por Grupo Nelson.
CAPÍTULO 16 LAS OVEJAS Y SUS RESPONSABILIDADES “…así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada…” EFESIOS 5:25B-27
Como ya hemos dedicado todo un capítulo para hablar de las responsabilidades que los
miembros del cuerpo de Cristo tienen unos con otros en el capítulo titulado “La iglesia de los unos y los otros”, ahora dedicaremos el tiempo para ver las obligaciones de las ovejas de la iglesia con ellas mismas, con sus líderes y con la iglesia como institución. Esas responsabilidades están especificadas a lo largo del Nuevo Testamento, y citaremos dos pasajes que nos hablan de la importancia que Cristo le da su iglesia como una forma de recordar a sus miembros el compromiso que asumimos de honrar aquello que Cristo honró matrimoniándose con ella. Por tanto, debiéramos hacer todo lo posible por hacer lucir bien a la novia de nuestro Señor. En el capítulo anterior hablamos acerca de la responsabilidad que tienen los líderes dentro del cuerpo de Cristo. Pero para que una iglesia funcione bien hace falta no solo que los líderes lideren bien, sino que las ovejas caminen bien. Y es por esto que hemos dedicado este capítulo a tratar sobre las responsabilidades que tienen las ovejas en el pueblo de Dios. Creo que la mayoría de las ovejas no se han detenido a pensar acerca de cuáles son sus obligaciones ante Dios. Es muy probable que no se hayan percatado de esos compromisos porque no se les ha enseñado. Por otro lado, a veces las ovejas hacen caso omiso de las enseñanzas que ya han recibido y, al desobedecer, dejan de cumplir sus responsabilidades. Pero quizás haya incluso otra razón. Nosotros llegamos a la familia de Dios de la misma manera que llegamos a la familia terrenal. Nacemos en medio de una familia dentro de la cual, durante los primeros años, nuestros padres nos proveen todo cuanto necesitamos. Crecemos pensando que esos padres deben continuar haciéndolo todo mientras nosotros tenemos poca o ninguna responsabilidad. Si este es el caso, llegamos a la iglesia pensando de la misma forma, esperando que otros sean responsables de nuestra salud espiritual en tanto que nosotros evadimos todos nuestros deberes para con el cuerpo de Cristo y para con nuestros líderes. De igual modo que los padres entrenan a sus hijos para que estos maduren emocional y espiritualmente, los pastores deben entrenar a las ovejas de su rebaño para que alcancen la madurez espiritual requerida.
RESPONSABILIDADES DE LAS OVEJAS HACIA ELLAS MISMAS
1. Crecer espiritual y emocionalmente estando involucradas en el cuerpo de Cristo En Hebreos 10:23-25 leemos: Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es el que prometió; y consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca. Si bien es cierto que es responsabilidad de los padres alimentar a los niños que no pueden valerse por sí mismos, es responsabilidad de los adolescentes y de los adultos el comer para crecer, ya que ellos tienen una edad que les permite tomar este tipo de responsabilidades. Con las ovejas ocurre igual. Cuando las personas están en la etapa temprana de su vida cristiana, los demás necesitamos hacer un esfuerzo intencional para buscarlas y alimentarlas. Pero tan pronto inician su vida cristiana tenemos que enseñarles que pronto serán ellas mismas las que busquen su alimento, porque ya tendrán una edad que les permitirá tomar responsabilidades por sí solas. Eso es parte de su proceso de maduración. No hay forma de que eso ocurra si las ovejas no se involucran dentro del cuerpo de Cristo. En los últimos años las ovejas han dejado de apreciar la iglesia local, hasta el punto que son muchas las que piensan que podrían vivir una vida cristiana digna de su llamado sin asistir a una iglesia o asistiendo con un grado de integración mínimo. Esto es lamentable, ya que este sentir es totalmente contrario al espíritu del Nuevo Testamento. El autor del libro de Hebreos les recuerda a aquellos que piensan que no es necesario congregarse que hay bendiciones de las que ellos no podrán participar si no están integrados en una iglesia local. La recomendación de no dejar de congregarnos que aparece en el versículo 25 del texto citado es precedida por razones que nos dejan ver por qué es tan importante el permanecer integrado al trabajo de la iglesia local. El versículo 23 comienza diciendo: “Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza…”. Esta porción del versículo identifica una razón importante para involucrarnos: el mantenernos firmes. En la práctica podemos ver lo difícil que se hace mantener esta firmeza si nos alejamos. Cuando alguien comienza a alejarse de la iglesia local de manera regular, no pasa mucho tiempo hasta que experimenta un enfriamiento de su fe que le lleva frecuentemente a incurrir en prácticas pecaminosas. Es natural que cuando nuestra fe se enfría se levanten las pasiones de la carne que nos hacen tambalear. El autor de Hebreos no solo nos llama a mantenernos firmes, sino que nos llama a hacerlo “sin vacilar”. Vacilar es una consecuencia de nuestro alejamiento del cuerpo de Cristo. Es importante que recordemos algo. Podríamos alejarnos del cuerpo de Cristo ausentándonos física o emocionalmente. El proceso se suele iniciar con un alejamiento emocional, donde la persona comienza a perder el interés y el “amor” por aquellas cosas que antes valoraba en su iglesia y, como consecuencia de este alejamiento emocional gradual, el individuo termina criticando todo lo que la iglesia hace, las decisiones que se toman, critica a sus líderes, y todo lo demás. En lugar de admitir sus errores y su pecado de juicio, esta crítica los lleva inconscientemente a sentirse mejor con ellos mismos al justificar su proceso de enfriamiento y alejamiento acusando a otros de ser los responsables de su condición. Tras este alejamiento emocional, la oveja comienza a albergar deseos de alejarse físicamente hasta llegar a separarse por completo. En general, pasa un largo tiempo hasta que el miembro de la iglesia se percata que el problema está primero dentro de él o de ella. Los líderes son
responsables de la mala salud de las ovejas cuando ellos no han estado ahí para ministrar en momentos de necesidad, o cuando ellos han faltado a su obligación de ofrecer una dieta espiritual suficientemente nutritiva para el alma de aquellos que han nacido de nuevo. Pero cuando la oveja, en su insatisfacción personal, ha rehusado la ayuda o ha tenido una mala disposición para recibirla, es responsabilidad de esa persona el buscar la ayuda necesaria dentro del cuerpo de Cristo, y no fuera. Hebreos 10:24 habla de considerar “cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras”. Cuando nos ausentamos de la iglesia carecemos de este estímulo mutuo. Tampoco experimentamos el amor de los hermanos, y nuestras “buenas” obras comienzan a brillar por su ausencia. Notemos que el texto no exhorta a los pastores a estimular a las ovejas, sino: “consideremos cómo estimularnos unos a otros…”. Esa responsabilidad es de todos y no solo de los líderes. Uno de los beneficios de permanecer congregado es el poder estimularnos unos a otros, porque si hay algo que sabemos es que en este mundo caído hay suficientes cosas para desanimarnos. Uno de los dardos de Satanás es el desánimo, y precisamente de esa manera Satanás intenta alejarnos del cuerpo de Cristo. El desánimo nos hace presa fácil del enemigo. Hay algo importante que notar: el Nuevo Testamento carga la responsabilidad de congregarse a las ovejas, y no a los ancianos o pastores. Las cartas del Nuevo Testamento contienen enormes responsabilidades para los líderes de la iglesia, pero no hallamos un mandato que diga: “Ancianos, asegurad que sus ovejas se congreguen”. Es responsabilidad de los ancianos cuidar de las ovejas que se congregan, pero no de las ausentes. Y una de las características de personas inmaduras emocionalmente es que se alejan de los demás emocional y físicamente para luego culpar a los otros de que no le buscan. En la congregación que presido como pastor, hemos hecho hincapié en la necesidad de no criar ovejas emocionalmente dependientes de los demás y sobre todo de sus líderes. Las ovejas tienen que ser enseñadas a depender de Dios, y esto solo puede ocurrir cuando ellas toman responsabilidad de sus acciones y maduran espiritual y emocionalmente. Una característica de las personas maduras es que cuando necesitan ayuda, la buscan y se dejan ayudar por otros. Resulta prácticamente imposible pastorear ovejas que están física o emocionalmente alejadas o que no se dejan ayudar. Para pastorear se requieren dos cosas: una oveja presente y un pastor dispuesto, o una oveja que pida ayuda y un pastor que esté dispuesto a darla. Menciono esto porque es muy típico que cuando las ovejas se alejan, éstas tienden a quejarse de que nadie salió a buscarlas. Volvemos a enfatizar que la responsabilidad de permanecer en la iglesia es responsabilidad de las ovejas, mientras que la de los ancianos y pastores es ministrar a las que quieren ser ministradas. Esto está claramente ilustrado en la parábola del hijo pródigo. El padre tipifica a Dios y el hijo pródigo tipifica a cualquiera de nosotros. Cuando el hijo decidió irse de su casa, el padre no trató de convencerlo de lo contrario ni salió a buscarlo. El hijo se alejó y malgastó su dinero en placeres y en prostitutas y cuando volvió en sí regresó a la casa de su padre después de haber estado comiendo algarrobas con los puercos. Mientras un hijo está fuera de sí, hablando bíblicamente, y en tanto que permanece sin aceptar que el problema comienza por él mismo, no hay razón para salir a buscarle porque no hay evidencia de que ha habido verdadero arrepentimiento. La evidencia de su arrepentimiento se manifiesta cuando éste desea regresar, como lo hizo el hijo pródigo, que no regresó a discutir con su padre ni a echarle en cara lo que este hizo mal, sino que vino a pedir perdón y a buscar una reconciliación. Él vuelve dispuesto después de apropiarse de su pecado, y ese es el comienzo de la sanación de todo el mundo. La responsabilidad del hijo era volver, la responsabilidad del padre era recibirlo y ministrarlo a su llegada (Lc. 15:11-32). Alguien podría alegar que el hijo pródigo no era un discípulo, sino un hijo. Con mas razón aún.
Cualquiera esperaría que un padre saliera corriendo detrás de su hijo antes que detrás de discípulos y aún así el padre en la parábola no lo hizo. Aunque esa parábola no fue escrita para ilustrar cómo funcionar dentro del ámbito de la iglesia, sino para ilustrar cómo es la salvación incondicional de Dios para con el hombre, la realidad es que Jesús nos deja ver en ella grandes realidades de la naturaleza humana. Jesús usó la misma metodología. Cuando una gran cantidad de sus discípulos decidieron no continuar con Él (Jn. 6:66), Jesús se dirigió a sus doce apóstoles y les preguntó: “¿Y ustedes se quieren ir también?”. De esta forma Jesús pone en evidencia que la responsabilidad de permanecer reposa primeramente sobre las ovejas, luego sobre los pastores. Si los pastores no tenemos cuidado, sin darnos cuenta estaremos estimulando a las ovejas a estancarse en la infancia espiritual. 2. Vivir una vida digna de su llamado Dentro del grupo de responsabilidades de las ovejas hacia ellas mismas, hay una segunda, y es la de vivir una vida digna de su llamado, tal como nos instruye Efesios 4:1. Los líderes nos preocupamos por la vida de santidad de los miembros, pero el llamado es primeramente para la oveja. Ningún pastor, anciano o líder puede garantizar que una oveja permanecerá en santidad una vez salga de la iglesia. Se han dado casos de ovejas que en lo secreto llevan una vida de pecado y luego acusan a sus líderes de que ellos no hicieron lo suficiente para prevenir que eso ocurriera. Es importante recordar que nadie crece acusando a otros: la Palabra de Dios no se lo permite, ni el Espíritu Santo tampoco. Quisiera dejar establecido un buen principio en este momento: El grado de crecimiento de una persona está directamente relacionado con el grado en que ésta se haya apropiado de su responsabilidad en cada área y en cada relación de su vida. Cada vez que ves a una persona espiritualmente madura, estás frente a alguien que se ha hecho responsable de sus hechos y le ha pedido a Dios y a sus líderes la ayuda necesaria. El pacto de membresía de toda iglesia debe contener una o más cláusulas que hablen de la obligación que ese miembro tiene de vivir en santidad mientras permanezca siendo parte de esa iglesia local. Una vida de pecado por parte de esa persona desdice de su iglesia, y peor aún, del Dios de la iglesia.
RESPONSABILIDADES DE LAS OVEJAS HACIA LA IGLESIA
1. Velar por la unidad de la iglesia Una de las responsabilidades fundamentales de todo miembro de una iglesia es la de velar por la unidad de la iglesia. Efesios 4:2-3 dice: “con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. Esa carta, que había sido enviada a toda una congregación, habla de soportarnos unos a otros en amor con el propósito de mantener la unidad. La palabra
“soportar” nos recuerda que no todo será color de rosa, pero que, por amor a Cristo y a la institución que Él llamó su esposa, nosotros necesitamos hacer un esfuerzo extraordinario para mantener a la novia en salud. Los líderes tenemos una gran responsabilidad cuando se trata de mantener la unidad, pero la responsabilidad de las ovejas es también monumental. Y en la medida que las ovejas llevan a cabo su responsabilidad, en esa misma medida el trabajo del liderazgo se hace mas fácil. En vez de tener ancianos agotados por vivir apagando fuegos, tendríamos ancianos ministrando activamente. Los conflictos emocionales son grandes consumidores de energía física y emocional. Cuantos menos conflictos tiene una iglesia, mayor es la evidencia de su madurez y más disponibles están sus ancianos para ministrar al resto del cuerpo de Cristo. Que no se oiga en ninguna iglesia que honra verdaderamente a Cristo la queja de Pablo cuando les escribió a los corintios por vivir en contiendas causantes de división (1 Co. 1:11-13). 2. Servir en la asamblea de los santos Cada miembro de la iglesia tiene la responsabilidad de servir en su iglesia local. En 1 Pedro 4:10 leemos: “Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”. Según este texto, cada miembro de la iglesia, si verdaderamente ha nacido de nuevo, ha recibido un don especial que él o ella necesita usar para servir a los demás miembros. Cuando eso no ocurre, somos culpables de robarle al cuerpo de Cristo algo que le pertenece a la iglesia: nuestro servicio. Cada miembro apoya los ministerios de la iglesia con los dones que Dios le ha dado. No hay nada más poderoso que una iglesia de siervos, de personas que están dispuestas a decir simplemente “haré lo que haya que hacer”, en lugar de “yo no puedo” o “es que tengo muchas cosas”. El cristiano no debe desmayar en su servicio ya que tenemos un enemigo que no se cansa, que no toma vacaciones y que le encanta ponernos obstáculos en el camino. Cristo no vino a ser servido, sino a servir (Mr. 10:45), mucho menos podemos nosotros pensar que estamos aquí para que otros nos sirvan. Esa es una actitud egocéntrica e inmadura. 3. Dar apoyo moral a la iglesia Podemos apoyar a nuestra iglesia de diversas maneras. Consideraremos los siguientes cuatro deberes por separado: a. Asistir a sus actividades b. Orar por el cuerpo de Cristo como pedía Pablo continuamente c. Formar parte integral de sus ministerios d. Contribuir económicamente a la iglesia Es una pena que los organizadores de los diferentes eventos de la iglesia tengan que estimular continuamente a sus miembros para que asistan a los actos que la iglesia organiza, cuando debiera ser parte de lo que cada miembro entiende. A la hora de los anuncios se hace necesario gastar tiempo en motivar a la gente a apoyar las actividades anunciadas porque siempre existe el miedo de que las mismas no estén bien concurridas. La motivación a asistir debiera existir en el corazón de cada miembro. Orar por su propia iglesia debería ser una tarea sobreentendida de todos los miembros de una iglesia, pero no lo es. Las ovejas piden con frecuencia oraciones por sus necesidades,
pero raramente oran por las necesidades de la iglesia. Formar parte de al menos uno de los ministerios de grupos pequeños es esencial para la participación de cada uno en la vida de la iglesia. Es muy fácil perderse en la multitud del domingo en la mañana; pero la iglesia no fue estructurada para “venir, cumplir y salir”, sino para venir, conocer a mis hermanos, dar de mi ser a la vida de la iglesia y contribuir al desarrollo del cuerpo de Cristo. Ofrendar y diezmar es algo que la Biblia establece desde el Antiguo Testamento; a decir verdad, desde el primer libro mismo de la Biblia. En el Génesis vemos a Abraham pagando el diezmo al rey Melquisedec, sacerdote del Dios altísimo. Dios no necesita nuestro dinero porque Él supo hacer todo un universo compuesto por millones de galaxias a partir de la nada (ex nihilo); pero el acto de ofrendar nos recuerda nuestra responsabilidad y nos ayuda a no profanar el dinero al darlo, para usar una expresión de Richard Foster.21 En 2 Corintios 9:7, Pablo habla de “que cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre”. Pero el versículo 1 de este texto de 2 Corintios 9 comienza diciendo que esta ofrenda que damos en la iglesia es un servicio que hacemos para los santos. Muchos entienden la necesidad de dar; algunos quieren dar, y dar continuamente; pero a otros les resulta difícil. Unos tienen dificultad en dar por la situación económica por la que atraviesan en un momento dado, y otros tienen dificultad por la condición de su corazón. A algunos se les hace difícil ser generosos dada la situación económica particular, aun a pesar de administrar bien su economía. En cambio, otros tienen dificultad porque han incurrido en gastos y préstamos que los esclavizan. El sistema de diezmos establecido en el Antiguo Testamento podría ser una buena medida para los cristianos de hoy. En la antigüedad, la población daba un 10% anual de sus ingresos para el sustento de los levitas, un 10% anual para cuidar del templo y otro 10% que se recogía cada tres años (3.33% por año) para el sustento de los pobres. Esto hacía un total de un 23.33% anual. Ese sistema, como sistema tributario, ya no está vigente, pero no deja de encontrar su aplicación en el Nuevo Testamento. Las mismas necesidades que tenían los levitas de aquellos tiempos son las que tiene la iglesia de hoy para apoyar el trabajo de aquellos que trabajan en la obra del Señor. Además, la iglesia continúa necesitando ayuda para el templo, y para ayudar a los necesitados de entre nosotros. El 10% de nuestros ingresos dado para la obra de Dios nos ayuda a desprendernos del dios dinero y es un dinero invertido en el reino de los cielos. El pastor R. Kent Hughes, en su libro, Set Apart22 [Apartados], dice que el único dinero que se vuelve a ver es el que usted invierte en el reino de Dios. El resto se queda aquí abajo.
RESPONSABILIDADES DE LAS OVEJAS FRENTE A SUS LÍDERES Así como Dios ha establecido responsabilidades de los líderes hacia su ovejas, también las ovejas tienen ciertas responsabilidades para con sus líderes. Empezaremos con Hebreos 13:17 que afirma: Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos, porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta. Permitidles que lo hagan con alegría y no quejándose, porque eso no sería provechoso para vosotros. Aquí hay un llamado al sometimiento de las ovejas a los ancianos y pastores de la iglesia,
entendiendo que Dios les ha asignado la tarea de velar por sus almas. Por otro lado, este texto les recuerda a los pastores que su función es enorme delante Dios, ya que tienen que dar cuenta acerca del cuidado que tuvieron hacia esas ovejas. El texto nos recuerda también la manera en que las ovejas deben someterse a su líderes, de tal forma que los ancianos y pastores puedan dirigir la congregación con alegría y no con quejas. En otras palabras, las ovejas pueden hacer la vida emocional de sus ancianos muy placentera o muy difícil. ¿De qué modo las ovejas le pueden hacer el trabajo difícil a sus pastores? 1. Quejándose y murmurando continuamente 2. Resistiéndose a su autoridad 3. Desafiando sus decisiones 4. Creando división en el cuerpo de Cristo 5. No valorando el cuidado que se tiene sobre ellas 6. No apoyando con su presencia las actividades de la iglesia Una de las tareas de mayor gozo es la de pastorear ovejas por las que Cristo murió. Pero puede igualmente ser una de las tareas más difíciles porque muchas veces las expectativas que se tienen de los líderes son las de una persona perfecta que solo tiene responsabilidad hacia una sola oveja para la cual tendría que estar disponible 24 horas al día, siete días a la semana. En muchas iglesias hay cientos o miles de miembros con la necesidad de ser ministrados, y esto hace que los líderes no puedan atender a todos cada vez que alguno le necesite. Otras veces, la actitud de rebelión de algunas ovejas puede generar muchos problemas en la vida de la iglesia y debilitar las emociones de sus líderes. Hebreos 13:17 termina diciendo que si las ovejas hacen que sus ancianos lleven a cabo la labor pastoral de una manera pesada, eso no sería de provecho para ellos. Ciertamente, ya hemos dicho que ancianos cansados, física y emocionalmente debido a los conflictos con las ovejas, no pueden pastorear en la forma debida. Igual que los ancianos tendrán que dar cuenta a Dios de cómo lideraron a las ovejas, de esa misma forma, las ovejas tendrán que dar cuenta también de cómo se sometieron o no a sus líderes y si lo hicieron de manera tal que su trabajo resultara ser una delicia o una carga muy pesada. En este mismo orden de ideas, 1 Tesalonicenses 5:12-13 nos recuerda lo siguiente: Pero os rogamos hermanos, que reconozcáis a los que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen, y que los tengáis en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo… El llamado aquí para las ovejas es que reconozcan a los que trabajan entre ellas y que los tengan en muy alta estima, con amor. Pero el texto no se queda ahí, sino que explica la razón para tenerlos en tan alta estima: “por causa de su trabajo”. No dice que hay que estimarlos por su gran talento o inteligencia, ni por la capacidad de liderar que poseen o por sus grandes dones, sino por causa de su trabajo. De la misma manera que los ciudadanos de un país deben someterse a sus gobernantes porque Dios los ha designado para tal función, también las ovejas deben vivir en sumisión a sus pastores. Ellos no son perfectos y cometerán errores por los cuales tendrán que rendir cuentas, pero las ovejas necesitan entender que la rebelión nunca es el camino. El trabajar para el reino de los cielos es un privilegio, y aquellos que trabajan para Dios
deben ser honrados. Esta honra se manifiesta con el sometimiento al liderazgo establecido por Dios, con el respeto y con el apoyo económico requerido. Esto es apoyado aún más por las instrucciones que vemos en 1 Timoteo 5:17: Los ancianos que gobiernan bien sean considerados dignos de doble honor, principalmente los que trabajan en la predicación y en la enseñanza. Este texto afirma que los ancianos son dignos de doble honor, especialmente los que se dedican a la enseñanza y a la predicación de la Palabra. El versículo siguiente nos explica la razón de por qué ellos son dignos de doble honor: “Porque la Escritura dice: NO PONDRÁS BOZAL AL BUEY CUANDO TRILLA, y el obrero es digno de su salario” (v. 18). Este último versículo nos deja ver que el ser digno de doble honor guarda relación con su manutención. La gran mayoría de los estudiosos está de acuerdo con esta aplicación, apoyados en el contexto inmediato. Esto no implica que los pastores sean dignos de doble salario, pero sí de tener todas sus necesidades cubiertas, y las congregaciones deben velar porque sea de esa manera. Es una deshonra para el cuerpo de Cristo cuando sus líderes poseen grandes necesidades, sobre todo en congregaciones donde es innecesario que sea de esa manera. El obrero, dice el texto, es digno de su salario y en cuanto al anciano, este es digno de doble honor. Finalmente, como parte de honrar a los líderes, los miembros de la iglesia tienen la obligación de proteger su reputación hasta tal punto que 1 Timoteo 5:19 dice que “No admitas acusación contra un anciano, a menos de que haya dos o tres testigos”. Una acusación hacia cualquier persona es algo serio para Dios, pero la difamación de un anciano, de su carácter, el embarrar su reputación, es algo sumamente serio. Cuando se empaña la reputación de un anciano, se mancha toda la iglesia y, por consiguiente, la reputación del cuerpo de Cristo y del nombre de Dios. Y eso no es poca cosa para Dios que nos ha mandado santificar su Nombre. Finalmente, no quiero terminar este capítulo sobre las responsabilidades de los miembros de la iglesia sin antes hablar de algo que en los últimos tiempos ha caído en el olvido o ha pasado a ser un tema que a muchas ovejas ni siquiera les interesa, a pesar de ser algo que está profundamente fundamentado en la Palabra de Dios, y es la necesidad de que las ovejas sean parte de la iglesia como miembros vía un pacto que las obligue a llenar sus funciones dentro de esa comunidad de creyentes. Por eso dedicaremos todo el final de este capítulo a defender el concepto de membresía.
EN DEFENSA DE LA MEMBRESÍA DE LA IGLESIA En los últimos años, múltiples autores y líderes cristianos se han visto en la necesidad de defender el concepto de la membresía de la iglesia; algo que era completamente asumido como bueno y válido en generaciones anteriores. Esto ha ocurrido al mismo tiempo que las personas en la sociedad han comenzado a valorar la independencia, la autonomía y la no rendición de cuentas como valores típicos del grupo social de nuestros días. Esta tendencia ha sido alimentada aún más por la mentalidad tipo bufet que escoge lo que le conviene y deja de lado lo que le parece inconveniente, no apropiado o limitador de su libertad. Esto ha hecho necesario el volver a explicar y justificar bíblicamente la necesidad de una idea tan importante como es la constitución y organización de los miembros de la iglesia.
¿Cuál es la evidencia bíblica con respecto a la membresía? Algunos han argumentado que este es un concepto que no encontramos en las páginas del Nuevo Testamento, cuando la realidad es que hay más evidencia en el Nuevo Testamento de la existencia de miembros de iglesias locales que de lo contrario. La membresía se da en el contexto de una iglesia local donde existen líderes encargados de la dirección, la educación bíblica y salud espiritual de sus miembros (1 P. 5:1-4; 2 Ti. 3:16; 4:1-2; Jn. 21:15-16); quienes a su vez tienen el mandato bíblico de congregarse (He. 10:25-27); que han hecho un pacto de apoyar a su iglesia con sus dones, talentos y recursos (1 P. 4:10; Ef. 4:11-13; 1 Co. 16:2; 2 Co. 9:7); que están supeditados a rendir cuentas a sus líderes acerca de sus vidas, a quienes deben obediencia y sumisión de acuerdo a los lineamientos bíblicos (He. 13:17; 1 Ts. 5:12; 1 Ti. 5:17) para mantener la armonía, la paz y el espíritu de cooperación mutua (Ef. 4:2-3). Hay evidencias suficientes en la misma Palabra de Dios para darnos a entender que la iglesia funcionaba con un número específico de personas sobre quienes su liderazgo tenía responsabilidades que cubrir y ellas como ovejas tenían obligaciones que cumplir como vimos más arriba. Quizá varios ejemplos de la Palabra nos sirvan para ilustrar lo que estamos tratando de explicar. En Hechos 6:1-5 leemos lo siguiente: Por aquellos días, al multiplicarse el número de los discípulos, surgió una queja de parte de los judíos helenistas en contra de los judíos nativos, porque sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria de los alimentos. Entonces los doce convocaron a la congregación de los discípulos, y dijeron: No es conveniente que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir mesas. Por tanto, hermanos, escoged de entre vosotros siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea. Y nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra. Lo propuesto tuvo la aprobación de toda la congregación, y escogieron a Esteban, un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía”. Notemos en ese pasaje que hay viudas que estaban siendo desatendidas, y no creemos que estas viudas correspondieran a cualquier persona de la ciudad de Jerusalén cuyo marido hubiese muerto. Creemos que el versículo 1 hace referencia a un grupo particular de personas. Igualmente el versículo 2 habla de que convocaron a la congregación de los discípulos; notemos cómo dice “de los discípulos” usando el artículo determinado “los”, lo que implica que se estaban refiriendo a un grupo particular de hermanos que fueron convocados. El versículo 3 continúa diciendo: “por tanto, hermanos, escoged entre vosotros”. Obviamente, esto también tiene que referirse a un grupo específico de individuos que se habían reunido con la intención específica de oír la preocupación surgida, para luego, entre ellos, tomar una decisión. No creemos que esto fuera dejado abierto para que se decidiera entre todos los que estaban presentes en ese momento, sin importar su grado de compromiso o de responsabilidad con la congregación. No nos imaginamos a visitantes resolviendo esta situación. El versículo 5 habla de que “lo propuesto tuvo la aprobación de toda la congregación”. De nuevo preguntamos: ¿A quién se refiere el término la congregación? ¿A todos los que visitaban la iglesia? No lo creemos en lo más mínimo, al igual que otros tampoco lo creen así. El sentido común nos lleva a otra conclusión y es que esta congregación debió haber estado
organizada para tomar este tipo de decisiones. ¿Por qué Cristo no habló de esta idea? En los tiempos de Cristo, no encontramos este concepto desarrollado, no porque el Señor no lo apoyara, sino porque la iglesia como tal no tuvo su inicio hasta el día de Pentecostés y su organización no se hizo necesaria hasta que el número de discípulos comenzó a aumentar. Cristo no formó una sola iglesia local y, por tanto, no dio las directrices necesarias para su constitución en ese momento; pero sí vemos evidencia de la existencia de miembros de las iglesias locales constituidas en los tiempos de los apóstoles y que funcionaban bajo el liderazgo de un grupo de ancianos. Creemos que es conveniente que en este momento hagamos la diferenciación de lo que fue la organización de la iglesia como institución en los tiempos posteriores a la resurrección, y los tiempos antes de la resurrección de Cristo. Jesucristo, mientras estuvo en la Tierra, actuó más como un evangelista itinerante que como un pastor de una iglesia local. Ese no fue el caso de la iglesia primitiva que quedó bajo las directrices de los apóstoles, que sí formaron iglesias locales dirigidas por líderes específicos que tenían autoridad y responsabilidad sobre las ovejas de ese redil. Los primeros pasos de organización los vemos en el desarrollo histórico de la iglesia y a lo largo de las cartas apostólicas. Ya el capítulo 6 del libro de los Hechos nos deja ver parte de esa nueva organización donde los apóstoles se iban a dedicar a la ministración de la Palabra y otros líderes se dedicarían a atender las mesas (diakoneo). Cuando Pablo les da instrucciones a Timoteo y a Tito, les habló de que eligieran ancianos y diáconos que nunca existieron en los tiempos de Cristo. Ahora comenzamos a ver toda una nueva organización de la iglesia. Cuando Cristo mismo habló en Mateo 18 de la necesidad de aplicar la disciplina de la iglesia, en ese momento, el Señor asumía que, a su partida, esa iglesia se iba a organizar de una manera distinta a lo que Él hizo. Como es sabido por todos, el Señor Jesús describió los pasos para la disciplina de la iglesia, pero Él mismo nunca la llevó a cabo a la manera de Mateo 18 durante su ministerio. Pero una vez la iglesia fue constituida, se hizo necesario iniciar el proceso de disciplina de iglesia explicada en el pasaje de Mateo citado más arriba, que podía terminar con la expulsión de los miembros. Esto mismo nos deja ver, pues, que estamos hablando de la necesidad de tener una institución que conozca quiénes son sus miembros; que sean los que puedan oír los casos de confesión y de disciplina de la iglesia; y que sean los que conozcan acerca de los casos de expulsión de esos miembros. Otras evidencias importantes en las cartas apostólicas Romanos 16:1 comienza diciendo: “Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la Iglesia en Cencrea”. En este versículo vemos claramente un aspecto importante. El apóstol Pablo estaba recomendando a la iglesia de Roma a alguien que era diaconisa en otra iglesia local, en Cencrea. Lo mismo vemos en este pasaje de Hechos 18:27: “Cuando él quiso pasar a Acaya, los hermanos lo animaron, y escribieron a los discípulos que lo recibieran; y cuando llegó, ayudó mucho a los que por la gracia habían creído”. La misma idea vuelve a aparecer en Colosenses 4:10: “Aristarco, mi compañero de prisión, os envía saludos; también Marcos, el primo de Bernabé (acerca del cual recibisteis instrucciones; si va a vosotros, recibidle bien)”. Las cartas del Nuevo Testamento atestiguan que cuando alguien iba de una iglesia a otra, cartas de recomendación eran escritas de manera que los miembros de la iglesia pudieran recibir al hermano(a) enviado(a). ¿Cuándo comienza ese proceso? Cuando la iglesia estaba
funcionando de una manera ya constituida. Veamos otra porción de la Palabra. En 1 Corintios 5:12-13: Pues ¿por qué he de juzgar yo a los de afuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro de la iglesia? Pero Dios juzga a los que están fuera. EXPULSAD DE ENTRE VOSOTROS AL MALVADO. Si Pablo habla de que nosotros estamos llamados a juzgar a los de adentro y Dios juzga a los de afuera, esto tiene que tener un contexto muy limitado. ¿Quiénes son los de adentro y quiénes son los de afuera? Si no hay diferenciación en una asamblea entre los miembros y los no miembros, entonces nosotros deberíamos estar juzgando tanto los de adentro como los de afuera, pero ese no es el caso. Veamos otra cita importante: Honra a las viudas que en verdad son viudas; pero si alguna viuda tiene hijos o nietos, que aprendan éstos primero a mostrar piedad para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es agradable delante de Dios. Pero la que en verdad es viuda y se ha quedado sola, tiene puesta su esperanza en Dios y continúa en súplicas y oraciones noche y día. Mas la que se entrega a los placeres desenfrenados, aun viviendo, está muerta. Ordena también estas cosas, para que sean irreprochables. Pero si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo. Que la viuda sea puesta en la lista sólo si no es menor de sesenta años, habiendo sido la esposa de un solo marido, que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos, si ha mostrado hospitalidad a extraños, si ha lavado los pies de los santos, si ha ayudado a los afligidos y si se ha consagrado a toda buena obra. Pero rehúsa poner en la lista a viudas más jóvenes, porque cuando sienten deseos sensuales, contrarios a Cristo, se quieren casar, incurriendo así en condenación, por haber abandonado su promesa anterior. Y además, aprenden a estar ociosas, yendo de casa en casa; y no sólo ociosas, sino también charlatanas y entremetidas, hablando de cosas que no son dignas. Por tanto, quiero que las viudas más jóvenes se casen, que tengan hijos, que cuiden su casa y no den al adversario ocasión de reproche. Pues algunas ya se han apartado para seguir a Satanás (1 Ti. 5:3-15). Notemos ahora lo específicas que son estas instrucciones con relación al cuidado de las viudas. Se habla de “las viudas de más edad”, “las viudas más jóvenes”, que se ayude “a las que verdaderamente son viudas”. Se habla en los versículos 9 y 10 de que la viuda sea puesta en “la lista solo si no es menor de 60 años”, habiendo sido “la esposa de un solo marido”, “que tenga buen testimonio de buenas obras”; “si ha criado hijos”, “si ha mostrado hospitalidad a extraños”, “si ha lavado los pies de los santos”, si “ha ayudado a los afligidos y se ha consagrado a toda buena obra”. Eso no suena como que se ayude a todas las viudas que “desfilen” por la iglesia. ¡Claro que no! Estas instrucciones son lo suficientemente específicas como para darnos a entender que el apóstol Pablo estaba refiriéndose a un grupo en particular de personas pertenecientes a esa congregación, cuyo testimonio era conocido, y no a cualquier otra viuda de la ciudad de la cual pudiéramos saber muy poco. Si fuéramos a tomar esta instrucción del apóstol Pablo de una manera emocional podríamos comenzar a pensar acerca de qué vamos hacer con aquellas
otras viudas que quizás no tengan tan buen testimonio, o que tal vez no hubiesen tenido el tiempo para haber lavado los pies de los santos o para ser hospitalarias, etc. Todas esas razones muchas veces tienen cierto sentido, pero al final no deben ser razones sentimentales las que nos lleven a tomar decisiones en vista de lo que es el estándar bíblico. Finalmente, quisiéramos citar el pasaje de Hebreos 13:17 que dice lo siguiente: Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos, porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta. Permitidles que lo hagan con alegría y no quejándose, porque eso no sería provechoso para vosotros. Aquí hay dos principios importantes que resaltar. El primero es la existencia de un grupo de individuos a quienes se les exhorta a que se sometan y obedezcan a sus líderes. Una vez más, ese verso nos deja ver que se estaba hablando de un grupo de líderes en particular que tenían la responsabilidad sobre un grupo específico de personas. La Palabra de Dios nos deja ver que esos líderes o pastores tendrán que rendir cuentas ante Dios por el cuidado de esas ovejas, y lamentablemente lo que muchas veces ha ocurrido es que personas que asisten a la congregación con un nivel mínimo o insignificante de compromiso, consumen el tiempo y las energías emocionales y espirituales de los líderes, que terminan descuidando las ovejas que verdaderamente están comprometidas y que han asumido su responsabilidad. Para ellas, muchas veces ha faltado el tiempo, ya que las responsabilidades del liderazgo han sido ampliadas hasta el punto de que se descuidan las ovejas a las que conocemos mejor, para dar atención a personas cuyo nivel de compromiso es marginal o no existente. El apóstol Pablo creía tanto en la necesidad de que cada persona llenase su responsabilidad que, en una ocasión, escribió a los tesalonicenses diciendo: “Porque aun cuando estábamos con vosotros os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Ts. 3:10). Como podemos ver en un ejemplo tan sencillo como este, la iglesia no puede permitir que personas que no cumplen sus responsabilidades, reciban beneficios que deben estar reservados para ovejas responsables. Sin la menor intención de querer ofender, pero sí con el deseo de explicar de la mejor manera posible cuán enfermiza es la idea de que alguien pueda recibir beneficios, sin llevar a cabo ninguna responsabilidad, permítanme usar la definición médica o biológica de lo que es un parásito: “Es aquel ser vivo que vive y se nutre a expensas de otro ser vivo sin aportar ningún beneficio a este último”. Esto no es una definición prejuiciada, sino biológica de lo que es vivir a expensas de otro organismo. Nada contribuye más a la inmadurez espiritual de las ovejas, a la vida parasitaria de muchos y a la irresponsabilidad de todos los involucrados, que esta forma de “hacer iglesia”. Y por eso también nosotros, los ancianos, rendiremos cuentas.
Reflexión Final Muchas veces oímos a personas que pertenecen a una iglesia que hablan de ella de manera injuriosa como si la iglesia fuera un templo de cuatro paredes o una institución impersonal olvidando que la iglesia la forman personas, compradas a precio de sangre, por Cristo mismo a expensas de su propia vida, y que Él valora tanto que le ha llamado mi novia o esposa. Hablar mal de la iglesia es hablar mal de lo que Cristo compró; hablar mal de la iglesia es dañar la reputación de la novia de nuestro Señor Jesucristo. La iglesia es algo
preciado para el Hijo hasta el punto que llegará el momento cuando Él ha de “presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada” (Ef. 5:27). Esto solo hace a la iglesia algo especial y extraordinario. No querer comprometerse con la iglesia local es no querer comprometerse con aquello con lo que Cristo ya está comprometido. Esperamos que después de leer todo esto y después de adquirir un mejor entendimiento de lo que se trata cuando hablamos de hacer vida de iglesia, que cada lector pueda arrepentirse de su pecado de “maltratar” a la novia de Cristo que Él está purificando hasta el día en que se encuentre con ella nuevamente como se describe a continuación: Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo (Ap. 21:2). Y vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las últimas siete plagas, y habló conmigo, diciendo: Ven, te mostraré la novia, la esposa del Cordero (Ap. 21:9). Este es el encuentro final y glorioso de Cristo con su iglesia. Hasta entonces, luchemos por mantener en alto el nombre de la esposa del Cordero.
21. Richard Foster, The Challenge of the Disciplined Life: Christian Refections on Money, Sex and Power (New York: HarperCollins, 1985), p. 86 22. R. Kent Hughes, Set Apart (Wheaton: Crossway, 2003), p. 34
CONCLUSIÓN LA NECESIDAD DE REFORMAR LA IGLESIA DE NUESTROS DÍAS “Si los fundamentos son destruidos; ¿qué puede hacer el justo?” SALMO 11:3
Esa
es la pregunta del salmista. No está del todo claro en qué momento, y bajo qué circunstancias, el salmista escribió estas palabras. Pero, independientemente de cuándo lo hizo, hay una realidad que salta a la vista; estas palabras fueron inspiradas bajo condiciones preocupantes que motivaron al salmista a meditar sobre qué pasaría si los fundamentos mismos de la nación fuesen sacudidos hasta el punto de llegar a ser destruidos. En la actualidad, frente a las dificultades que la iglesia evangélica está afrontando, tenemos que hacernos la misma pregunta. O quizá debiéramos ir más allá y decir: ya que los fundamentos están siendo destruidos, ¿qué debe hacer el justo? En los últimos 25 a 30 años, múltiples voces en el mundo cristiano han hecho sonar la trompeta para advertir que algo significativo tiene que ocurrir en medio de la iglesia autodenominada evangélica, en vista de que las verdades más significativas del Evangelio han sido comprometidas. En el año 1980, el informe Gallup sobre la religión en Estados Unidos nos alertó acerca de que: Estamos experimentando un avivamiento de las emociones, pero no del conocimiento de Dios. La iglesia de hoy está siendo guiada más por las emociones que por convicciones. Valoramos el entusiasmo más que el compromiso informado. Han pasado más de 30 años desde que esos hallazgos fueran publicados, y en vez de mejorar hemos ido deteriorándonos aún más. Lamentablemente, de la misma manera que la sociedad de nuestros días vive para satisfacer sus deseos y emociones, en ese mismo grado, la iglesia de hoy ha dejado de pensar bíblicamente. En ausencia de convicciones, lo único que ha quedado es una vivencia emotiva que sabe llenar las iglesias y los lugares de conciertos, pero que no es capaz de contribuir a la redención de la sociedad ejerciendo su función de ser sal y luz del mundo. En 1993, David Wells escribió un libro con el nombre There is No Place for Truth or Whatever Happend to Evangelical Theology [No hay lugar para la verdad o que es lo que ha pasado con la teología evangélica], reconociendo que el pueblo evangélico en un porcentaje significativo había abandonado la teología bíblica y había ido construyendo la suya propia. La iglesia ha olvidado que Dios no ha dado su revelación para relegarla al vacío, y que existe un legado de 2000 años de historia redentora desde la muerte de Cristo, y de manera especial en los últimos cinco siglos, desde que el movimiento de la Reforma sacudiera los cimientos del edificio y surgiera victorioso en medio de la oscuridad. La iglesia, que había estado sumergida en una oscuridad de casi 1000 años en medio de la ignorancia y el desconocimiento de la Palabra, después de una larga espera, vio la luz. Como bien han dicho algunos: después de la
oscuridad, la Luz. Ese legado se ha ido perdiendo. Y David Wells nos habla precisamente de ese fenómeno en su libro. En 1994, Mark Noll, escribió un libro con el título The Scandal of the Evangelical Mind [El escándalo de la mente evangélica], que trata sobre la manera en que el evangélico ha dejado de pensar y ha asumido un nuevo pensamiento teológico divorciado de lo que hasta ahora habíamos conocido. Estudios hechos en los Estados Unidos por la empresa Barna han demostrado que de los 80 millones de personas que se identifican como cristianos nacidos de nuevo, solo un 7% posee una perspectiva o cosmovisión bíblica.23 En 1996 un grupo de líderes evangélicos reconocidos, preocupados por la situación de la iglesia de hoy, publicaron un libro con el título de The Coming Evangelical Crisis [La crisis evangélica que se avecina]. Doce años después ya no podemos hablar de la crisis que se nos avecina, sino de la crisis en medio de la cual estamos. En ese mismo año de 1996, D. A. Carson escribió un libro con el título de Amordazando a Dios, para ayudarnos a entender cómo hoy son muchos los que tratan de “silenciar” a Dios. Entendemos que estos títulos hablan por sí solos. Mientras tanto, son muchos los que duermen en sus laureles descansando en los logros que iglesias y denominaciones tuvieron en el pasado, reflejando una actitud muy parecida a la que tuvo el pueblo de Israel cuando descansaba sobre el hecho de que ellos eran descendientes de Abraham. Si revisamos la historia bíblica nos daremos cuenta de que esta no sería la primera vez en la historia de su pueblo que la verdad de Dios ha estado en juego, ni la primera vez que el pueblo de Dios no quiere oír a su Dios. A Jeremías le tocó vivir tiempos como los nuestros y en esa ocasión esta fue la queja de Dios, expresada en Jeremías 6:13: “Porque desde el menor hasta el mayor, todos ellos codician ganancias, y desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el engaño”. Desde el más joven hasta el más viejo o desde el menos influyente hasta el más poderoso, y desde el sacerdote hasta el profeta… todos codiciaban ganancias deshonestas. Ese panorama no luce muy diferente al de hoy cuando prolifera el llamado “evangelio de la prosperidad” que llama a cada cristiano a buscar la prosperidad como un fin en sí mismo, y en muchos casos es proclamado como el fin o la meta principal; y que proclama la pobreza como una maldición hasta el punto que aquellos que no tienen nada son acusados de no estar caminando bien con Dios. Bajo este nuevo evangelismo, la cruz ha perdido su centralidad, las penurias nunca son vistas como parte del plan de Dios, y la prosperidad económica toma el lugar de la santidad en la vida de las personas. Pablo le decía a Timoteo, su discípulo amado: Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores. Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad” (1 Ti. 6:9-11). Sin embargo, el evangelio de la prosperidad promueve exactamente lo opuesto. En los tiempos de Jeremías, Dios acusó a toda la sociedad de estar haciendo lo mal hecho, pero menciona de manera distintiva al sacerdote y al profeta porque aún cuando toda la sociedad ande mal, Dios espera que los líderes religiosos de su pueblo caminen en integridad de corazón. Pero ese no fue el caso ayer, ni lo es hoy. Tristemente, según vayan los líderes del pueblo, así irán los demás. Los líderes deben señalar el sendero por el cual transitar y modelar
el carácter de Cristo, pero si eso no ocurre, el pueblo estará siguiendo el sendero equivocado que conduce a la perdición. A través del profeta Jeremías, Dios continúa con su queja: “Y curan a la ligera el quebranto de mi pueblo, diciendo: ‘Paz, paz’ pero no hay paz” (Jer. 6:14). Promesas de bendición en medio del juicio y la maldición de Jehová. Cuando Dios habla de que “curan a la ligera el quebranto de mi pueblo”, se refiere al hecho de que el pueblo había transgredido la ley de Dios de forma severa, profunda y cotidiana, mientras sus líderes les hacían promesas de bendición sin el arrepentimiento debido. Es como cuando alguien tiene un tumor en la cabeza que requiere cirugía radical, pero alguien le ofrece un té o una tisana que a él o ella le ha ayudado mucho con sus migrañas; como si la migraña pudiera compararse con la gravedad de un cáncer. Esa es una cura ligera para un quebranto severo. Los profetas decían “paz, paz” cuando no había paz, y el pueblo, que vivía en un torbellino, se creía sus propias mentiras. El pueblo de Dios, hoy al igual que ayer, ha transgredido severamente la santidad de Dios, pero vive de promesas que nunca llegarán sin el arrepentimiento verdadero. Dios les hace una pregunta en el próximo versículo de Jeremías 6: “¿Se han avergonzado de la abominación que han cometido? Ciertamente no se han avergonzado, ni aun han sabido ruborizarse…” (v. 15). Los líderes no solo habían ofrecido un mal modelo, sino que con su ejemplo habían extirpado el sentido de vergüenza de en medio de su pueblo: pecaban y no sentían vergüenza al hacerlo. Estudios sociales han demostrado que el honor y la vergüenza son dos valores esenciales de la sociedad. El honor tiene que ver con tener una buena reputación, y la vergüenza con tener una mala reputación. Cuando a las personas no les interesa tener una buena reputación, honor, y tampoco le preocupa tener una mala reputación, entonces se ha perdido toda esperanza. El pueblo había perdido toda sensibilidad al pecado, lo cual es el fruto natural de cuando se vive en transgresión y se normaliza la vida de pecado. Cuando esto ocurre, la conciencia se va cauterizando como bien explica el texto de 1 Timoteo 4:1-2: Pero el Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe, prestando atención a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios, mediante la hipocresía de mentirosos que tienen cauterizada la conciencia. En el mismo texto de Jeremías que venimos revisando, Dios nos deja ver que Él proveyó el remedio para la situación: Así dice el SEÑOR: Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por los senderos antiguos cuál es el buen camino, y andad por él; y hallaréis descanso para vuestras almas. Pero dijeron: “No andaremos en él” (Jer. 6:16). Dios los invita a hacer un alto en el camino: “paraos, mirad” y ponderad frente a la bifurcación si se quiere, ¿cuál de esos dos caminos, iban a tomar? Dios les recordó incluso en qué dirección estaba ese buen camino… “regresad a los senderos antiguos… el buen camino”. Pero el pueblo dijo: “No andaremos en él”. Dios nunca abandona a su pueblo: el pueblo le abandona a Él. Dios les señaló el camino donde podían encontrarse con Él nuevamente, pero ellos eligieron el camino equivocado en la bifurcación. Tanto ha hecho Dios que no solo nos ha señalado el camino, sino que envió a su Hijo, el cual nos dijo: “Yo soy el camino”. Si alguna vez has estado perdido sabrás que no es lo mismo que alguien te señale el
camino por donde debes transitar a que esa persona te tome de la mano y te diga: “Te voy a llevar hasta donde debes ir”. Eso hizo Cristo por nosotros. Hoy en día se hace imperativo que volvamos a recordar, tanto desde el púlpito como a través de los medios de comunicación masiva, las verdades del Antiguo Sendero: 1. Una salvación solamente en Cristo (Solus Christus) 2. Por fe solamente (Sola fide) 3. Por gracia solamente (Sola gratia) 4. Amparada solamente por la Escritura (Sola scriptura) 5. Para la gloria de Dios solamente (Soli Deo gloria) Al meditar sobre esto, podemos percatarnos de que estas verdades en sí mismas carecerán de poder a menos que sean abrazadas por hombres y mujeres preparados para la hora; la hora de la prueba. Dios nunca nos ha dado desafíos de la estatura de los hombres del momento histórico, sino que llama a los hombres a levantarse a la altura de estos desafíos. En medio de la crisis, Dios siempre ha levantado hombres que han servido de sostén a su verdad en medio de las tormentas. Necesitamos hacer sonar el grito de batalla. Si no contamos con la entrega de estos hombres, podremos abrazar las mejores doctrinas de la fe cristiana, pero este conocimiento no será suficiente. Hay un personaje del Antiguo Testamento que puede ilustrar el tipo de creyente que necesitamos en esta hora. Cuando revisamos el Antiguo Testamento nos percatamos de que el profeta Elías vivió en uno de los peores momentos de la historia judía donde cualquiera pudo haber visto su fe quebrantarse. Y en medio de las peores circunstancias, Dios se le aparece un día, le hace un llamado y Elías responde. Su historia comienza en 1 Reyes 17 sin ninguna revelación previa sobre la manera en que este hombre fue llamado. Al leer su historia, lo primero que llama la atención es el valor de este hombre. Eran tiempos cuando los reyes solo tenían que expresar el deseo de que alguien desapareciera para que esa persona dejara de existir y sin embargo, viviendo aquellos tiempos, ocurre lo siguiente: Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive el SEÑOR, Dios de Israel, delante de quien estoy, que ciertamente no habrá rocío ni lluvia en estos años, sino por la palabra de mi boca (1 R. 17:1). Elías acaba de desafiar al rey de Israel y a los dioses que ellos adoraban. En esos momentos la población adoraba a Baal, del cual se decía que controlaba la lluvia; y Elías va al rey y le dice: “Yo te aseguro que no habrá lluvia, ni rocío por estos años hasta que yo vuelva a hablar”. No solo que no iba a llover, sino que la situación sería tan severa que se produciría una sequía duradera. No habría ni siquiera rocío por la mañana: ¿Cuántos estarían dispuestos a jugarse su vida de esa forma? Esta es la primera vez que aparece el nombre de Elías en toda la Biblia; y aparece sin ninguna introducción, casi de la nada, como si él mismo hubiese llovido del cielo. Y aunque nadie conoce las razones por las que Elías aparece “de la nada”, da la impresión que Dios le llamó un día tan abruptamente como aparece en la historia bíblica. Segundo, ese llamado aparentemente abrupto nos recuerda que tiempos como estos requieren de hombres y mujeres dispuestos a cambiar la dirección de sus vidas, dispuestos a deshacer sus agendas y dejar de hacer lo que hasta ese momento hacían para responder al llamado de Dios. Presta atención a
estas palabras: Y vino a Elías la palabra del SEÑOR, diciendo: Sal de aquí y dirígete hacia el oriente, y escóndete junto al arroyo Querit, que está al oriente del Jordán. Y beberás del arroyo, y he ordenado a los cuervos que te sustenten allí. Él fue e hizo conforme a la palabra del SEÑOR, pues fue y habitó junto al arroyo Querit, que está al oriente del Jordán (vv. 2-3). Nota la ausencia de cuestionamientos por parte del profeta, observa su disponibilidad, presta atención a la prontitud de su respuesta: Él hizo conforme a la Palabra del Señor. Cuando Dios le dijo que se escondiera junto al arroyo, Dios era consciente de que su vida corría peligro, pero Elías puso su vida al filo de la navaja movido por su Dios. Recordemos que, en todo tiempo, el lugar más seguro donde podemos estar no es necesariamente lejos del peligro, sino en el centro de la voluntad del Señor. Notemos primero su valor y, en segundo lugar, su pronta obediencia. En tercer lugar, tiempos como estos requieren de hombres y mujeres de fe inquebrantable. Cuando la sequía es severa, los ríos tienden a secarse y la producción tiende a mermar, lo cual hace aumentar el hambre de los pueblos. Pero el Señor le prometió a Elías que él bebería del arroyo en medio de la sequía y que su comida sería traída por los cuervos. En 1 Reyes 17:6 leemos: “Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne al atardecer, y bebía del arroyo”. Elías no había tenido esa experiencia antes. Si estos cuervos no aparecían o el arroyo se secaba, Elías tendría que regresar a la cercanía de un rey sanguinario. Pero Jehová habló, y él le creyó. En cuarto lugar, tiempos como estos requieren de hombres y mujeres sencillos, dispuestos a vivir en medio de la sencillez de la vida. Hombres que no precisan de muchas cosas para estar satisfechos. Elías, ¿qué vas a comer hoy? Pan con carne. Y esta noche, lo mismo… ¿y mañana? Lo mismo otra vez. Pero, ¿dos veces al día? Esa es la dieta de Jehová y lo que Jehová dispone es un manjar para el hombre que ha respondido a su llamado. El hombre de la hora decisiva a favor de la causa de Dios es un hombre con una justa medida de contentamiento. Todo lo que él necesita para estar contento es a Dios a su lado. Recordemos la experiencia de Jesús cuando tuvo su encuentro con la mujer samaritana. Los discípulos dejaron al Señor junto al pozo de Jacob donde Él se encontró con la samaritana. Juan 4:8 dice: “…sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos”, y al regresar esto fue lo que ocurrió: Mientras tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come. Pero Él les dijo: Yo tengo para comer una comida que vosotros no sabéis. Los discípulos entonces se decían entre sí: ¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra (Jn. 4:31-34). Para el hombre llamado por Dios, la causa y la voluntad de Dios toman prioridad incluso sobre su alimentación. En quinto lugar, tiempos como estos requieren de hombres y mujeres que no desesperan cuando Jehová decide probar su fe. En 1 Reyes 17:7 leemos: “Y sucedió que después de algún tiempo el arroyo se secó, porque no había caído lluvia en la tierra”. Dios le había dicho que él bebería del arroyo y ahora está seco: ¿Qué habrá pensado Elías?
• ¿Qué ocurrió, Dios? • ¿Te oí mal? • ¿Cuando te desobedecí? • ¿Me estás castigando? • ¿Es que no eres tan fiel o tan poderoso como dicen? No leemos ninguno de esos cuestionamientos, la misión de Elías en aquel lugar había terminado y ahora iría a Sarepta en la tierra de Sidón. Ya no necesitaría del arroyo y, con esto, Jehová probó que la razón por la que Él mantuvo el arroyo fluyendo fue por la presencia de Elías. Cuando Elías se va de ese lugar, como vemos en el siguiente versículo, se seca el arroyo. El arroyo fue una prueba de la fidelidad de Dios.
VOLVER A LOS COMIENZOS Estos tiempos requieren de hombres y mujeres de sacrificio comprometidos con un gran Dios, dispuestos a luchar en esta batalla con sus armas más poderosas: una Biblia, no solo en sus manos, no solo en la mente, sino también en la acción; con una oración en sus labios y un espíritu de adoración en su interior. Pero si esto va a ocurrir, la iglesia necesita retornar al lugar donde comenzó. Y para esto necesitamos tres cosas. 1. Regresar a la cruz Volver a darle a la cruz la centralidad que merece. No es por accidente que el apóstol Pablo dice a los corintios: “Porque en verdad los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles” (1 Co. 1:22-23). Si hay algo que conocemos es que la iglesia primitiva creció bajo la predicación de dos eventos principales: • la cruz para el perdón de pecados • la resurrección como el evento que garantiza nuestra resurrección futura Estas dos cosas nos hablan de la necesidad de vivir vidas santificadas. La cruz no solo es para el perdón de nuestros pecados, sino también es un recordatorio de que nosotros también tenemos una cruz que cargar, como afirmó el Señor: Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de mí, ése la salvará (Lc. 9:23-24).
2. Retomar la centralidad en la Palabra
La iglesia no puede olvidar que el evangelio es poder de Dios para salvación, tal como lo expresa el libro de Romanos 1:16. La ineficacia de la predicación de nuestros días no se debe tanto a la apatía de la generación de hoy, sino a la falta de la predicación de su Palabra por parte de ministros que crean en la Palabra y en su poder de transformación. Uno de nuestros problemas hoy es que tenemos ministros detrás de púlpitos que no tienen convicción acerca del poder de transformación de la Palabra de Dios, y si el predicador no cree en lo que predica, menos creerán los que reciban la predicación. En la medida que la iglesia primitiva crecía, notemos el énfasis que se le daba a la Palabra: • Hechos 4:31: “Después que oraron, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valor”. • Hechos 6:7: “Y la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén, y muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”. • Hechos 20:32: “Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados”.
3. La predicación centrada en la persona de Jesús Mientras el apóstol Pablo decía: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por amor de Jesús” (2 Co. 4:5), en muchos de los sermones de hoy hay una ausencia de la obra de nuestro Señor Jesucristo y un énfasis muy marcado en los métodos pragmáticos de cómo “arreglar” el problema que estamos atravesando en un momento dado. Cuando la iglesia de hoy decida hacer la obra de Dios a la manera de Dios, podrá contar con el poder de Dios. Entonces, y solo entonces, podremos ver ocurrir grandes cosas nuevamente.
23. George Barna, Think like Jesus (Nashville: Integrity Publishers, 2003) p. 24.
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¿Y quién es Jesús? ¿Qué significa ser un discípulo de Jesús? Este libro fue escrito para responder a preguntas acerca de la persona, la vida y el mensaje de Jesucristo. Está basado en sana teología bíblica y escrita de una manera concisa y clara. Ayuda a cada cristiano a entender el carácter y el propósito de Jesús, para que de este modo pueda enriquecer su vida y su relación con Él. ISBN: 978-0-8254-1583-8
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