COl COl Vc OOÑ ‘«OSIR SIRA;
JOS JOSE AL ALSI SINA NA
LOS GRA NDES PERÍODOS DE LA CU LTU RA GRIEGA
COLECCIÓN AUSTRAL E SP A S A C A L P E
© /osé /o sé Alsina Ctota © De esta es ta edición: EspasaEsp asa-Calpe, Calpe, S. A., 1988 Maqueta de cubi cubierta: erta: Enric S atué atué
Depósito De pósito legal: legal:
. 2 7 .10 .1 0 3 —1988
ISB IS B N 8 4 - 2 3 9 - 1 8 5 4 - 8
Impreso en España Printed in Spain Spain Talleres gráficos de la Editorial Espasa-Calpe, S. A. Carretera d e ¡ru ¡run, km. 12,200. 12,20 0. 280 2 8049 49 Madrid
INDICE
N o t a PREVIA DEL AUTOR A
1.
b r e v i a
t u r
a
s
.....................................
....................................................... ..................... ................................................. ...............
9 11
..................................................
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2. La É P O C A A R C A I C A ........................... ....................................... ............ La Ed E d a d Medi M ediaa griega ..... ........ ...... .......... ...... .......... ...... ......... . Infl In fluu jos jo s de O rien ri ente te ........ ............ ......... .......... .......... ......... ......... .......... ....... Los jonios ........................................................ La religión relig ión arcaica arca ica ........ ............. ......... ........ ........ ......... ......... ........ ........ .... La lite lit e ratu ra tura ra arcaica ..... ........ ...... ...... .......... .......... ...... .......... ...... ...... ..... Hes H esío íodo do ' ................................ ................................................ ............................ ............ Profe Pro fetis tism m o arcaico ......... ............. ........ ......... ......... ........ ........ ......... ........ ... Nue N uevv a visión visió n del de l hom ho m bre br e ............................... Crisis ................................................................. Segundo período de la lírica .......................... Carácter oral de la poesía arcaica .................
23 28 32 33 36 40 47 49 52 54 54 56
E l PROBLEMA
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ÍNDICE
3. LA ÉPOCA CLÁSIC CLÁSICA: A: EL SIGLO SIGLO V ..' ..'.................
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G ener en eral alid idad ades es .............. .................... ............. .............. .............. ............. ............. ......... .................... ............... ................ ............... ............. ............. .............. ....... El siglo V .............
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El clima clim a hist hi stór órico ico ................ ........................ ................ ................ ................ .......... Grupos enfr en fren enta tado doss ........ ............ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ .... El espíritu de los años año s seten set enta ta .. . . ... ..... ..... ...... ..... ..... ...... ..... .... Se rom ro m pe la conc co ncor ordi dia a ........ ............ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ....... ... La gene ge nera raci ción ón de Pericles Per icles ........ ............ ........ ........ ........ ........ ........ ...... Reac Re acció ción n ............... ..................... ............. ............... ................ ............... ............. ............. ......... Otros Otros fact fa ctor ores es de reacc rea cción ión ........ ............ ........ ........ ........ ........ ........ .... La gene ge nera raci ción ón de la guerra ........ ............ ........ ........ ........ ........ ...... .. Crisis risis y e v a s ión ió n ............... ..................... ............. ............... ............... ............. ......... ...
65 66 68 71 72 75 78 84 85 86
4. E l SIGLO IV .......... ............... ............ ............ ........... ........... .......... ........... ............ .......... ....
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5. La ÉPOCA HELENÍSTICA ................................... .
Rasgos Ra sgos g e n e rale ra less ............. .................... .............. .............. ............. ............. ........... ........................ ................ ................ ................ ................ .......... Ecumenismo ................
103
103
I n d ivid iv idu u a lis li s m o ........ ............ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ...... .. La nuev nu eva a p o e sía sí a ................ ........................ ............... ............. ............. ............. ......
106 110 110 112
6. La ÉPOCA ROMANA .......... ............... ........... ........... .......... ........... ........... .........
121
7. La LLAMADA «ANTIGÜEDAD TARDÍA» (SPÁTANTIKE) .......... ............... ........... ........... .......... ........... ........... .......... ........... ............ ........... .....
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A p é n d i c e I.—Epopeya ugarítica y epopeya griega arcaica arca ica ........................................... ........................................................ .............
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A p é n d i c e II.— U n libro libro sobre la época époc a clásica. clásica.
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A p é n d i c e III.— Plauto Plauto y la comedia griega griega ... . ....
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NOTA PREVIA DEL AUTOR Se recogen en este libro una serie de estudios dedicados a desbrozar el camino que puede conducir a una comprensión de los rasgos que caracterizan la cultura griega. Los componentes políticos y sociales no son los que menos interesan, aunque, en conjunto, es la finalidad de entender los rasgos típicos del helenismo, en sus diversas facetas, la que ha guiado nuestra intención. El m und undoo helénico helénico no es es un mundo mun do homogéneo. A lo largo de más de mil años discurre por los zigzagueantes caminos de la historia, de modo que el hombre griego se pr p r e s e n t a con rasgo ras goss disti di stint ntos os en un unoo u o tro tr o p e río rí o d o . E s, en suma, un intento por dar una visión periódica del variopinto helenismo el que nos ha guiado de un modo pr p r e f e r e n te. te . U n o s brev br eves es ap apén éndi dice cess q u e cier ci erra rann el lib li b ro intentan ofrecer aspectos concretos de esa sinfonía que es, en última últim a instancia, instancia, el mundo mun do cultural de los los griego griegos. s. El libro va dedicado a los que se interesan por los pro p robb lem le m a s g en ener eral ales es de dell m un undo do an anti tigg uo uo,, p e r o he hem m os insertado en él buenas dosis de bibliografía con el fin de ofrecer un panorama de aquellos puntos en los que se mueve, hoy por hoy, la discusión científica en torno a los problemas tocados en estas páginas.
PRINCIPALES ABREVIATURAS A.u.A. = An A n t i k e u n d A b e n d lan la n d Bo letí tínn del Institu Inst ituto to de Estu Es tudi dios os He Helén lénico icoss de BIEH = Bole Barcelona. Barc elona. C1J = Classical Journal. C1Q = Classical Quarterly. Emérita = Emérita. Revista de Lingüística y Filología Clásica. Madrid. H arva vard rd Studies Stu dies in Classica Classicall Philolo Phil ology. gy. HStClPh — Har HThRev. = Har H arva vard rd Theological Theologica l Review Rev iew.. Quad. Urb. = Quaderni Urbinati. R evuu e des Etud Et udes es Grecques. REG = Rev Riv istaa di Filología ed Istr Is truz uzio ione ne Class Classica ica.. RFIC = Rivist R evuu e de Philologie. RPh = Rev SIFC = Studi Italiani di Filología Classica.
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EL PROBLEMA Desde que, tras el triunfo del historicismo, el ritmo histórico de lo cultural se ha impuesto de forma casi indiscutible en la ciencia de la literatura, los manuales al uso, con escasísimas excepciones, han adoptado el criterio de la periodología como el único medio de presentar los hechos literarios y culturales. En Grecia, la tricotomía en épocas arcaica, clásica y helenísticoroma na es prácticamente indiscutida. En muchos casos la historia literaria es un mero ca pítu pí tulo lo de la h isto is tori riaa po polít lític ica, a, p o stu st u lad la d o exp explíci lícito to en e stas st as pa p a lab la b r as de dell h isto is torr iad ia d o r E d u a r d Meye Me yer: r: «Tod «T odaa p erio er iodd i zación no sólo de la historia política, sino también de la historia de la cultura, y de toda historia en general, depende de los momentos políticos» (Geschichte des Alte A ltert rtuu m s, I5, 1, pág. 198). Es indudable que tal consideración históricopolítica de la literatura ofrece innumerables ventajas. Cuando menos, introduce un principio de orden dentro del caos que los hechos brutos pueden presentar. Y, sin embargo, no son pocas las objeciones que es lícito oponer a dicha estructuración. Es un hecho con frecuencia com
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prob pr obad ado, o, p o r e jem je m p lo, lo , qu quee suel su elen en d a rse rs e m últip últ iples les d e sasa juste ju stess e n tre tr e el cu curs rsoo po polít lític icoo y el cu cult ltur ural al de un p u e blo. bl o. Al apogeo político, es verdad, suele acompañar un apogeo cultural; pero mientras la decadencia política es, a veces, el resultado de un proceso acelerado y un tanto brusco, no o c u rre rr e lo mismo mism o con la cu cult ltuu ra de un p u eb eblo lo.. Entonces, el espectáculo de un pueblo políticamente en decadencia, cuya cultura conserva, sin embargo, la madurez, no resulta fácilmente comprensible. ¿Es que el apogeo político es de orden muy distinto del cultural? ¿Es que se trata de dos realidades heterogéneas y, por tanto, hechas para que marchen cada una po p o r su lad la d o ? C iert ie rtoo qu quee m o m e n to cu cult ltur ural al y polít po lítico ico son nexos efectivos de un desarrollo no paralelo— y de ello tenemos ejemplos bien ilustres—, si bien en determinados ca casos pu pued eden en m archar arch ar del brazo. «Siempre la lengua fue compañera del imperio», dijo nuestro Nebrija, con lo que que da daba ba a enten en tende derr que grandeza gr andeza polít política ica y madurez idiomática —vehículo de lo literario— suelen caminar junta ju ntas. s. E n e ste st e sen se n tid ti d o , los gran gr ande dess m o m en ento toss de u n a cultur culturaa acostumbran acostum bran a manifestarse manifestarse en períodos de grangran deza política: la tragedia ática del siglo V coincide con Perides; la poesía de Virgilio se da en pleno momento de Augusto; el teatro de Shakespeare, en el reinado glorioso de Isabel de Inglaterra. La poesía de Goethe, en un mom mo m ento de naufragio político político de la Alemania Aleman ia de comienzos del siglo XIX, es, en cambio, un caso que no confirma la ecuación antes establecida. Y lo mismo cabe decir de los llamados «frutos tardíos» de la cultura española. La organización del hecho cultural, centrado alrededor de la época de una gran figura política, no suele ser infrecuente. Ello no es sino la consecuencia de la aplicación de la historia política a la historia cultural y literaria. Todos hemos oído hablar del «siglo de Pericles», del «siglo de Augusto», del «siglo de Luis XIV».
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Sólo que ni estos períodos han durado un siglo ni se agotan con la figura política que les da nombre. Por otra parte, el concepto mismo de «período» es equívoco. Y, lo que es peor, la procedencia de estas categorías no se ha originado a partir de los mismos hechos culturales, lo que Ies convierte en algo indefinido, poco apto para ser aplicado a hechos de distinta naturaleza. La categoría de lo arcaico se ha elaborado a partir del estudio de la historia del arte antiguo —so br b r e , tod to d o la escu es cult ltuu ra— ra — ; el co conc ncep epto to de barroco, que pr p r o n t o p asar as aría ía a la lite li tera ratu tura ra,, p roce ro cedd e asimis asi mismo mo d e la historia del arte; el término romanticismo, en fin, tiene su origen en la historia de la música Lo que sí podemos afirmar es que la concepción de un ritmo dentro de la historia literaria es, ciertamente, un descubrimiento moderno. Bien es verdad que los humanistas del Renacimiento se anticiparon un tanto a la visión del curso de la historia —no, ciertamente, la literaria— literaria — al postular postu lar la existe existenci nciaa de una un a época antigua, antig ua, a la que se oponía la medieval, como negación de ella, y frente a la cual, como reacción, se levantaba su propia época, la «moderna». Y, sin embargo, dos cosas cabe decir de esa visión humanista de la historia: ante todo, que no es, en rigor, histórica. Y no lo es porque, en el 1 Sobre So bre el difí difíci cill problem prob lem a de la adaptación adap tación de categorías artísticas a la ciencia de la literatura, véase el sugestivo libro de Kayser In I n t e r pre p reta tacc ión ió n y anális aná lisis is de la obra ob ra literaria litera ria (trad, esp., Madrid, Gredos, 1954, págs. 26 y sigs.). La visión historicista en épocas ha llevado emparejada una concepción fragmentaria del hombre y a hablar de tipos históricos distint distintos: os: así el hom bre gótico, el el hom bre renac ren acen entista tista o, en Grecia, el hombre arcaico, clásico y helenístico. Contra esta fragmentación se ha proclamado abiertamente Scherer (L ’homm e an tique et la estructure du monde intérieur, Paris, 1958), libro que provocó una dura réplica de Lasserre (REG, 72, 1959, 341) con la consiguiente respuesta de Scherer (Sur la continuité de l'homme antique, R E G , 1960, págs. 15 y sigs.). Sobre los rasgos del hombre homérico, cfr. Snell, La L a s fue fu e n tes te s del de l p e n sam sa m ien ie n to europeo (trad, esp., 1965, cap. I), y H. Frânkel, Dic D ichh tun tu n g u n d P hilo hi loso sopp h ie des fr ü h e n G riec ri echh enen tums, Munich, Beck, 19622, págs. 83 y sigs.
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fondo, los humanistas creían «restablecer» los grandes ideales de los antiguos, perdidos durante los «siglos oscuros». En segundo lugar, porque —resultado de ese espejismo humanista— se niega, en el fondo, el verdadero sentido del «ritmo» cultural. El siglo XVIII introduce, como es bien sabido, la visión clasicista de la cultura. Los neohumanistas alemanes, sobre todo, elevan a la categoría de modelo —en pa p a rte rt e co como mo h icie ic iero ronn ya los ren re n a cen ce n tist ti staa s— un m omen om ento to radiante de las dos culturas antiguas, la griega y la romana. Su concepción estetizante de la Antigüedad hace que se ocupen de los grandes períodos de plenitud —el — el siglo siglo V , la época de Augusto — , despreciando los otros momentos del mundo antiguo. Sólo de un modo imperfecto, aunque en algunos aspectos decisivo, se pla p lant ntea ea la p osib os ibil ilid idad ad de u n a visión vis ión hist hi stór óric icaa de dell arte ar te:: así Winckelmann. Y, siguiendo su ejemplo, Herder, y un poco más tarde los hermanos Schlegel, intentarán aplicar al hecho literario las grandes intuiciones del primer historiador del arte en la Antigüedad 2. Un ritmo biológico en la cultura fue establecido, Deca denciaa de como es bien sabido, por Spengler, en su Decadenci Occidente (trad, esp., Madrid, EspasaCalpe, 1958). Se trataba de concebir la cultura —o mejor, las culturas— como seres vivos que nacen, llegan a la madurez y mueren. En esta orientación, toda literatura, como fenómeno de un ciclo cultural, ha conocido un momento de balbuceo y otro de apogeo, seguido de una decadencia que puede durar largos siglos. Aunque las ideas de Spengler no son hoy más que pura historia, no es infre2 La historia del arte en la Antigüedad, con un prefacio muy interesante de Goethe, puede verla el lector español en la versión publicada por la Editorial Aguilar (Madrid, 1955). Sobre el papel de Herder en la creación de la nueva ciencia literaria, cfr. Ermatinger, Filosofía de la ciencia literaria, trad. esp. México, F.C.E., 1945, pa p a s sim. Sobre el papel de Petrarca en la periodización de la historia, cfr. nuestro trabajo «A. Vesalio y la ideología del Renacimiento» (Emé rita, XXXIX, 323 y sigs.).
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cuente que los manuales de literatura nos hablen de inicio, apogeo y decadencia. Lo cual, entre otros inconvenientes, está el grave error de enfocar tales períodos exclusivamente exclusivame nte en función de los los demás, sin sin concederles pl p l e n a p e rso rs o n alid al idad ad.. Al ha habb lar la r del p e río rí o d o arcaic arc aicoo t e n dremos ocasión de ampliar algunas de esas consideraciones. Diremos, sin embargo, que, como consecuencia de la aplicación de esos criterios, la literatura arcaica se ha visto hasta muy poco como una simple preparación de lo clásico, sin atender a sus rasgos propios y distintivos tintiv os 3. 3. Un principio, en teoría aséptico, respecto a la dependencia del hecho literario con relación a la historia política podría ser el procedimiento de la estructuración de la literatura por géneros. No es raro ver empleados tales procedimientos en algunos manuales de literatura moderna, como tampoco lo es el procedimiento mixto, a base de estructurar la historia de una literatura por épocas, cada una de las cuales es a su vez estudiada mediante cortes verticales por géneros. Así, en princi pio p io,, la Literatu Lite ratura ra griega de A. Lesky, inteligente y bien informada, por otra parte. Es más, nunca dejará de tener interés la visión histórica de un género determinado, sobre todo para literaturas como las clásicas, en 3 H oy día los conceptos de perfección y de decadencia decad encia han sido sido som etidos a profund as revisi revisiones. ones. E n lo que respecta al al mundo mund o griego, griego, la identificación de época helenística y decadencia, frecuente hasta hace pocos lustros, se ha revelado como algo sin sentido. Cierto que la literatura helenística no puede medirse según los módulos con que estructurábamos lo clásico, pero la poesía de un Teócrito, por ejem plo p lo,, n o p u e d e d e c irse ir se q u e s ea d e c a d e n te e n el s e n tid ti d o tra tr a d icio ic ionn a l. Ya Ortega, hablando de las épocas deslucidas, se expresa en los siguientes términos: «Pero ambas calificaciones, «transición» y «decadencia», son impertinentes: transición es todo en la historia... Decadencia es un diagnóstico parcial cuando no es un insulto que dedicamos a una edad.» Y añade esta idea, muy valiosa: «En las épocas llamad as de decadencia d ecadencia algo algo decae, pero otras o tras cosa cosass germinan» (Ideas pu b lic li c ad adas as co com m o p rólo ró logg o a la H is pa p a r a u n a H isto is tori riaa de la F iloso ilo sofía fía,, pub toria de la Filosofía, de E. Bréhier, 1942).
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las que es principio básico la existencia real de tales géneros, frente al nominalismo que tiende a imponerse en la ciencia actual de la literatura. Sin embargo, hay algo que desaconseja un enfoque de este tipo en toda consideración de la literatura, y no sólo la antigua. Por un lado, los géneros se influencian entre sí, de modo que incl incluuso la evoluc ev olución ión de los mismos mism os es difíci difícill de traz tr azar ar si no se ofrece una exposición sincrónica del hecho literario. Por otra, la mezcla de géneros —habitual, sobre todo, en la época helenística— no obedece a las mismas razones en la Antigüedad y en la época moderna. Pero hay más: el trasmundo de los autores, aunque cultiven géneros diversos —y en Grecia es corriente adscribirse a uno solo— , suele pres pr esen entar tar puntos comunes, ya en la aceptación de unos principios ideológicos o estéticos, ya en su opinión frente a unos valores determinados. Así, Píndaro y Esquilo, que cultivan géneros completamente distintos, coinciden, en cambio, en determinados horizontes, estilísticos y estéticos, y en aquello en que se oponen —aristócrata es Píndaro, demócrata Esquilo— reflejan una problemática típica del momento final de la época arcaica y comienzos de la clásica. Simónides y Píndaro, por otra parte, si bien representantes de la poesía poesí a co cora rall arca ar caic icaa m a d u ra, ra , son so n ho hom m b res re s qu quee resp re spir iraa n ambientes completamente opuestos 4. Desechado el método de enfocar la literatura a base de criterios políticos, no ha dejado de ensayarse un proc pr oced edim imie ient ntoo a p a r e n tem te m e n t e más má s fért fé rtil, il, p e ro qu quee a la larga resulta tan cuestionable como los anteriores, si bien bi en po porr o tro tr o s m otiv ot ivos os.. No es r a ro e n c o n tra tr a rse rs e con historias de la literatura —ello ocurre frecuentemente 4 Una visión de los gén género eross literarios literario s tal como com o los con conceb cebían ían los antiguos puede verse en C. Gallavotti, «Sulle «Sulle classificazioni classificazion i dei de i generi generi letterañ neirestetica antica», Athenaeum, 1928, pág. 3566 y sigs., así como J. J. Conahue, The theory of literary kinds, Iowa, 1943. Ideas generales sobre esta cuestión en E. Steiger, Conceptos Conceptos fundam funda m entales de poéáca, poéáca, Madrid, Rialp, 1966.
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con las modernas— en las que el criterio de división a ba b a se de siglos civiles o rein re inad adoo s ha sido sust su stit itui uido do p o r una serie de épocas cuya denominación remonta a las más diversas actividades del espíritu. Estructurar la historia literaria de Europa a base de categorías como Renacimiento, Reforma, Humanismo, Romanticismo, Neoc Ne ocla lasic sicism ismoo es algo a qu quee esta es tam m os acos ac ostu tum m b rad ra d o s, aunque, como hemos señalado más arriba, su denominación procede de los campos más diversos, y no siem pr p r e son so n a b solu so luta tam m e n te rele re levv an ante tes. s. C iert ie rtoo q ue la h isto is tori riaa misma, en algunos cagos, es la responsable de tal mescolanza de términos. Pero siempre será un buen princi pio pi o de cau ca u tela te la ten te n e r e n cu cuen enta ta el he hech choo d e q u e , co conn harta frecuencia, estos términos de origen tan diverso no han adquirido carta de naturaleza en su propia época. Han sido los críticos posteriores, con una mayor pe p e rsp rs p e c tiv ti v a h istó is tóri rica ca,, los qu quee los ha h a n acuñ ac uñad adoo o , c u an andd o menos, me nos, difundido. difundido. El término «humanismo» «humanismo» fue creado crea do,, como es bien sabido, a principios del siglo XIX; en Inglaterra aparece en 1844 el término «romanticismo». Como etiquetas cómodas, tales categorías resultan de fácil manejo y permiten una agrupación de fenómenos culturales, pero no se puede perder nunca de vista que estamos operando con esquemas un tanto abstractos y, desde luego, relativos. Lo mismo cabe decir de los intentos por organizar la literatura a base de series antitéticas que se repiten, en un determinado ciclo, a modo de «corsi» y «ricorsi» viquianos. Fecunda fue en su día, la antítesis Dionisis mo/ Apolinismo, creación de Nietzsche, quien, a la visión de una Grecia luminosa, hecha toda de razón y medida, opuso el lado oscuro e irracional de la cultura helénica. Pero con ello no se agota ni toda la riqueza de una época ni mucho menos la de la cultura griega en general. ¿Y qué decir de la tradicional visión que opone a un Clasicismo un Romanticismo en una serie de repeticiones de tales categorías a lo largo de toda la cultura humana? Resulta fácil la tentación de aplicar esos es-
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quemas básicos a todo el ritmo de una literatura, con lo que deja de percibirse lo que de esencial tiene un período respecto a otro. Valdría la pena decir algo de los intentos por estructurar la historia de la cultura —y, naturalmente, de la literatura— literatura— a base de d e épocas ép ocas femeninas fem eninas y épocas masculinas. Ortega ha dedicado al tema algunas interesantes R ebel elió iónn de las masas masa s (págs. 202 y sigs. páginas de su Reb de la edición Austral, Madrid, 1958). No resultaría difícil distinguir, grosso modo, en Grecia, períodos de marcada tendencia masculinizante opuestos a otros en los que predomina la «cultura femenina». La época arcaica es fundamentalmente de talante masculino (el amor dorio, el ideal guerrero de Tirteo, la escultura y la arquitectura dóricas) frente a la fuerte tendencia feminista que domina en lo helenístico (el epilio, la elegía amorosa, el importante papel de lo femenino en esa socie sociedad, dad, el amor am or con centro en la m ujer). ujer ). Sin Sin embarg em bargo, o, tales esquemas, sin dejar de ser válidos en una cierta persp pe rspect ectiva iva,, no ag agoo tan ta n tod to d a la riqu ri quez ezaa d e los fenó fe nóm m en enos os histór histórico icoss de un unaa época épo ca dada. da da. E l «masculini «masculinismo smo arcaico» arcaico» no explicaría, por ejemplo, ni Safo, ni la poesía de un Mimnermo, ni, ciertamente, las tendencias delicadas de ciertos aspectos del arte arcaico. Partiendo Partiendo de postulados diltheyanos, diltheyanos, una un a buena parte del siglo X X ha intentado estructurar el ritmo cultural según el principio de las «generaci «generaciones». ones». O rtega ha h a teo te o rizado largamente sobre tal organización del ritmo de la cultura, llegando a afirmar que la dinámica de la historia humana sólo puede explicarse íntegramente a pa p a rtir rt ir de la luch lu chaa de las g en ener erac acio ione nes, s, q u e co cons nstit tituy uyen en,, en su opinión, el pulso de la historia. La base del estudio generacional, las literaturas se hallan en una consideración sociológica en sentido muy amplio, en la que juega un papel de primer orden la cronología de los diversos autores, para establecer, por decirlo con Ortega, el tema de cada uno de los grandes
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momentos de la historia. Pero importa asimismo determinar una serie de factores que ponen a la luz las grandes preocupaciones de cada generación. Señalaremos, de modo especial, los nuevos fermentos educativos que determinan la orientación general de una generación dada; las relaciones personales de los distintos miem bros br os de u n a misma mis ma ge gene nera raci ción ón;; el co conn junt ju ntoo de vivenc viv encias ias comunes que dan la tónica de los ideales de una generación determinada; las figuras paradigmáticas o ideales a las las que intentan inten tan imitar los los hombres de una u na generación; el estudio del lenguaje, acaso uno de los signos más inequívocos para conocer los grandes anhelos y las nuevas vivencias que intentan oponerse5.
5 N adie deja de ver las grandes ventajas que un enfoq ue gene racional de las literaturas puede tener. Se explican o, al menos, se clarifican muchos fenómenos culturales, al ponerlos en relación con toda la gama de fenómenos que determinan las «ideas y creencias» de un momento dado. La intencionalidad y sentido de algunas obras literarias cobran una nueva dimensión y, en suma, la literatura deja de convertirse en una descripción externa de su contenido para adquirir una dinámica sui generis, altamente ilustrativa de su sentido pr p r o f u n d o . C ier ie r to q u e co conn ello el lo el m iste is teri rioo de la c rea re a c ión ió n l i ter te r a r ia subsiste, ya que, a la postre, toda obra auténtica trasciende el marco histórico de que ha brotado. Pero es que no se ha pretendido nunca sustituir la comprensión «profunda» de un poema por su estudio exclusivamente generacional, sociológico. Sin embargo, no hay duda de que m ucho se ha ganado con ell ello. o. L a obra de Esqu ilo, por ejem plo, gana una nueva dimensión al estudiarla inmersos en el humus y el clima ideológico en que ha nacido. La tragedia de Eurípides se hace mucho más compresible si se estudia sebre el fondo de las aportaciones de la generación que vivió la guerra del Peloponeso, e incluso obras de menos entidad, como las de Jenofonte e Isócrates, se hacen más transparentes si se proyecta sobre ellas el nuevo espíritu del pri p rim m e r ter te r c io d e l siglo sig lo iv. iv .
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LA ÉPOCA ARCAICA Desde Nietzsche, que, frente a la idealización winc kelmanniana de lo clásico, luminoso y apolíneo, levantó la bandera del dionisismo, una buena parte de los esfuerzos de filósofos y filólogos del presente siglo se ha encaminado hacia una mayor comprensión de lo arcaico. Es sintomático que Spengler se ocupara de Herácli to; que Heidegger, que no era filólogo, haya profundizado en Parménides, y que Bergson reivindicara el valor intrínseco de la filosofía heraclítea. Pero a nosotros nos interesan aquí, en primerísimo lugar, los trabajos de los filólogos. Y éstos, ciertamente, han llevado a cabo una pr p r o f u n d a lab la b o r ex exeg egét étic icaa y e dito di tora ra.. U n o s, co com m o Wila Wila mowitz (Sappho und Simonides, Berlín, 1913) y Bowra (Greek Lyric Poetry, Oxford, 19592) han centrado su atención en las personalidades individuales; otros, como Burn (The lyric Age of Greece, Londres, 1960), Starr (The Origins of Greek Civilization, Nueva York, 1961), Heuss (Die archaische Zeit Griechenlands als geschichtliche Epoch Epoche, e, A .u .A . I, 1945) y Fr. Schachermeyer, (Die frü fr ü h e kla kl a ssik ss ik der de r Griechen, Stuttgart, 1966) han abordado los problema prob lemass históri históricos cos que plantea este importan imp ortante te
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período períod o de la lite li tera ratu turr a grieg gr iega; a; las cu cues esti tion ones es de estilo estil o han sido tratadas especialmente por Frankel (Wege und Formen frühgr. Denkens, Munich, Beck, 19622), Van Groningen (La (L a compo com positio sitionn litt littér érai aire re archaïque archaïque grecq grecque, ue, Amsterdam, I9602) y Van Otterlo (Beschouwingen over het archaisch Element in den Stijl van Aeschylus, Utrecht, 1937), en tanto que las diferencias que separan el período homérico del propiamente lírico constituyen (Von Homer Hom er zur zur Lyrik L yrik la base del trabajo de Max Treu (Von Munich, 1955). Las relaciones y afinidades existentes entre poetas y filósofos han sido tratadas parcialmente po p o r Snell Snell (Die Entdeckung des Geistes, Hamburgo, 19553, capítulo IV) y, sobre todo, por KottingMenko (Individu en Kosmos, Amsterdam, 1948). Sin embargo, el único trabajo sistemático consagrado a esta época y enfocado en una perspectiva integral, aunque con un comprensible predominio de los aspectos literarios e ideológicos, es la monumental obra de H. Frankel, Dichtung Dichtun g u n d Philo Ph iloso soph phie ie des frü fr ü h e n Grieche Grie chentu ntums, ms, Munich, Beck, 19622 (hay traducción inglesa)\ El problema más grave planteado por el momento es el de las causas de la destrucción del mundo micénico. Paulatinamente, la tesis de una conquista violenta por pa p a rte rt e de los lo s llam ll amad ados os dorios ha ido perdiendo crédito entre los arqueólogos, los lingüistas y los historiadores. La falta de una solución de continuidad que, de existir, abonaría la tesis de un cambio de población es el obs1 Cabe, Cabe, no ob stante, stan te, ha cer ce r m ención de algunos algunos estudios parciales sobre d período arca arcaic ico. o. M encionaremos encionaremos el trabajo de W ebster ebster (GreekArt and Literature, 700530, B.C., Londres, 1959), el librito de J. P. V ernan ern antt (Les (L es origines de la la pensé pe nséee grecque, Paris, PUF, 1962) y la obra de G. Thomson, Ae A e s c h y lus lu s a n d A the th e n s , Londres, 1949, que, pa p a r a d ete et e rm ina in a d a s c u e s tio ti o n e s , c o m o la ev evoo luc lu c ión ió n p a r a lela le la d e la soc so c ieie dad y la literatura, es de gran utilidad. Adrados, Ilu Il u stra st raci ción ón y polí po líti tica ca en la Grecia clásica, cap. I, hace un buen balance de la época arcaica, que ha ampliado en dos libros recientes (Orígenes de la lírica griega, Madrid, 1976, y El mundo de la lírica griega antigua, Madrid, 1981). Una vision de conjunto sobre este período en O. Murray, Early Greece, Brighton, 1980.
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táculo más grave que existe. Pero es que, además, los arqueólogos arqueólog os han descubierto que, en el mundo mu ndo micénico micénico continental, se observan trazas de dos fenómenos distintos, al parecer, no relacionados entre sí: de un lado, la despoblación de los centros micénicos, y de otro, restos de destrucción posterior, pero sin que pueda ha blar bl arse se de r u p tur tu r a arqu ar queo eoló lógi gica ca,, d ad adoo qu quee no se obse ob serv rvan an vestigios de un cambio de población. Es cierto que se han detectado grandes movimientos de pueblos en ese momento (entre 1230 y 1200, aproximadamente); Egipto consigue rechazar a duras penas, hacia 1230, una invasión por mar, y más tarde, hacia 1190 tendrá que defenderse de ataques que proceden de Siria. Por otro lado, importantes puertos de Siria, Palestina y Chipre fuero fu eronn saqueado saq ueadoss hacia hacia finale finaless del XIII. El imperio hitita se hundirá hacia 1180. Por lo que atañe al mundo micénico propiamente dicho, la mitología nos ha conservado el recuerdo de guerras intestinas (por ejemplo, la de los Siete contra Tebas), y posibles restos de luchas entre estratos inferiores y superiores de la población (así tiende a interpretarse hoy la oposición EuristeoHe racles). Un ingenioso esfuerzo por explicar, por razones geo lógicoclimáticas, el hundimiento del mundo micénico pu p u e d e ha halla llars rsee en el libri lib rito to de Rh Rhys ys C a r p e n ter te r , Dis D iscc o n tinuity in Greek civilization, Cambridge, 1966. Este tra ba b a jo, jo , resu re sult ltaa d o de un ciclo de co conf nfer eren enci cias as,, p r o p o n e la tesis de una erupción de grandes proporciones del volcán de la isla de Tera, que habría tenido lugar a mediados del siglo X V a. C. y que habría destruido gran parte de los palacios minoicos. Ello sería la razón que habría pe p e rmit rm itid idoo la invasió inv asiónn de los micénic mic énicos. os. P o r o tro tr o lad la d o , los movimientos de pueblos, antes señalados, serían el resultado de malas cosechas, consecuencia de una etapa de sequía pertinaz, que habría transformado regiones enteras donde esos pueblos se moverían en busca de sustento. Sobre la cronología de la época micénica, con puntos
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de vista que tienden a remontar la caída de Troya a una época anterior de la comúnmente aceptada (entre 1209 Rec herche chess sur su r la c h ron ro n o y 1183 a. C.) cfr. J. Bérard, Recher logie de l’époque mycénienne, París, Klincksieck, 1950. Para Bérard, la fecha de la destrucción de Troya caería hacia hacia 1400. La cronología c ronología baja b aja varía con considerablem siderablemente ente (Furumark propone 1150; Wace 1100; Burn, entre 1050 y 1000). Es muy importante el libro de V.R.d’A. Desborough The last mycenaeans and their succesors, Oxford, 1964. Coa ello entramos en uno de los capítulos más apasion sionan ante tes, s, últimam últim amente, ente, de la la protohis pro tohistoria toria grie griega. ga. HasH asta hac hacee muy poco, po co, la creencia general gen eral era e ra que los los griegos griegos pen p enet etra raro ronn en tre tr e s olea ol eada dass m igra ig rato tori rias as;; prim pr imee ro los jo jo nios, luego los eolios y, y , finalmente, los dorios. El desciframiento del micénico, y las consecuencias que su conocimiento ha tenido para la historia de la génesis de los dialectos griegos ha arrojado una luz completamente nueva sobre la cuestión. Los trabajos de E. Risch («Die Mu s. Gliedurung der gr. Dialekte in neuer Licht», en Mus. Helv. 1955, págs. 61 y sigs., especialmente) permitieron establecer una cronología bastante más baja de lo que se había creído hasta entonces para la formación del dialecto jónico: todos sus rasgos típicos serán posteriores a la destrucción del mundo micénico, esto es, ya en el primer milenio con seguridad. Siguiendo métodos parec pa recido idos, s, el jov jo v en h elen el enis ista ta J. L. G arcí ar cía aR R a m ó n (Les origines postmycéniennes du groupe dialectal éolien, M inos os,, 6, Salamanca, 1975) ha establecido asisupl. de Min mismo lo tardío de los rasgos específicos del eolio. Finalmente, en 1976, J. Chadwick, en varios trabajos suyos (sobre todo «Who were the Dorians?», Parola del Passato, XXXI, 1976, 103 y sigs.) avanza la hipótesis de que la lengua principal de las tablillas micénicas es el prod pr oduc ucto to de la influe inf luenc ncia ia qu quee los lo s escrib esc ribas as micéni mic énicos cos ejercían sobre el griego en el curso de la «minoización» (sit venia verbo) del Heládico reciente. Los grandes
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centros micénicos, de acuerdo con esta hipótesis, llama ba b a n a los e x p erto er toss cret cr eten ense se p a ra o rgan rg aniz izar ar su ad adm m inis in istración. Este elemento minoico sería la base originaria de una serie de cambios fonéticos, el más importante de los cuales fue el paso de ti a si. Por tanto, las tablillas reflejarían un estadio no hablado en la época, que era todavía una lengua de tipo «dórico», en la que el rasgo ti se mantendría. La conclusión es que no ha habido invasión dórica2. La bibliografía relativa al problema de la invasión dórica es abundante y no podemos aquí hacer la crítica sistemática. Su no existencia, y por tanto un verdadero antecedente de la hipótesis de Chadwick, es el trabajo He lleni niká ká,, de un arqueólogo griego. (M. Andronikos, Helle XIII, 1954, págs. 221 y sigs.), quien atribuye al descontento interno, la decadencia y desaparición de la civilización micénica3.
2 El mism o au autor tor expuso la misma hipótesis hipótesis en un a con contribución tribución a un coloquio lingüístico histórico («Der Beitrag der Sprachwissens chaft zur Konstruktion der gr. Frühgeschichte», en A A W W , CXIII, 1976, págs. 183 y sigs.), donde sostiene que la lengua griega se ha formado formad o en el período com prendido entre 2.000 2.000 y 1.60 1.6000 a.C . y que el dórico no es postmicénico, sino que convivió con él. 3 Los Lo s argumentos argum entos arqueológicos arqueológicos que pod rían apoyar la tesis tesis de una invasión doria, pueblo que habría permanecido en el Epiro hasta el final del mundo micénico, fueron en su día recogidos por N. G. L. Hammond (Prehistoric Epirus and the Dorian invasion, Ann. British Sch. at Athens, XXXII 19311932, págs. 131 y sigs.). Otra línea de investigación tiende a buscar la llegada de los dorios po p o r m a r. A s í, F r . M iltn il tnee r (Die dorische Wanderung, Klio, XXVII, 1934, págs. 54 y sigs.) sostuvo en su día que primero ocuparon Creta, pa p a r a d e s p u é s d ise is e m ina in a rse rs e p o r el E s te y la A r g ó lid li d a . P o s t e r i o r m e n t e I. G. Nixon (The Rise of the Dorians, Londres, 1968) ha defendido la ecuación entre los llamados «pueblos del mar» y los dorios, los cuales cuales hab rían invadido G recia por m ar. Esa identificaci identificación ón explicarí explicaríaa según Nixon la ausencia de ruptura cultural que tanto ha extrañado a los arqueólogos.
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Tras el hundimiento del mundo micénico, la Hélade vive unos siglos de inseguridad que con razón reciben el nombre de Edad Media griega. Será sólo a partir del sigl sigloo vin cuando cuan do esas esas tinieblas tinieblas empiecen a disiparse. disiparse. E n el ínterin, entre los siglos X I y IX, se producen hechos decisivos que transformarán radicalmente el panorama histórico. Una nueva civilización surgirá. El largo proceso que va desde 1150 al 750 nos es hoy día mucho mejor conocido desde hace pocos lustros. Los hallazgos arqueológicos permiten un conocimiento más detallado de est este largo pe período ríodo de cuatrocientos años, que pued pu ede, e, grosso modo, dividirse en tres estadios, representados po p o r los los estil es tilos os q u e h a n ido d o m inan in andd o en la cerá ce rám m ica. ica . Un primer estadio está representado por la cerámica proto pr otogeo geomét métric rica, a, y debe situarse en los decenios que prec pr eced eden en al 10 1000 00 a .C. .C . U n a segu se gund ndaa fase de co conn soli so lidd ación, y que abarca los siglos X y IX, en la que se constituyó la cerámica geométrica. Es ahora cuando la unidad cultural de la cuenca del Egeo llega a su realización. Por fin fin, un terc te rcer er perío p eríodo do,, que llega llega hasta bien avanzado el siglo VIII y se cierra con el comienzo del período pro p ropi piam amen ente te arcaico4. p e r ío Entre éstos tiene gran trascendencia el llamado pe do de consolidación. E n él se prepara prep ara el el terreno para pa ra el gran despliegue cultural que significan los siglos VIIIVI. Se produce, tras las migraciones hacia el Este que siguieron al hundimiento del mundo micénico, una paulatina consolidación: Jonia crea los primeros balbuceos de la gran cultura que dominará los siglos VII y VI. Los dialectos adquieren su perfil definitivo. Nacen las pri Importantes trabajos se ocupan con detalle de estos períodos: cfr. A. M. Snodgrass, The Dark Age of Greece, Edimburgo, 1971; C. R. A. Desborough, Protogeometric Pottery, Oxford, 1952; J. N. Cold stream, Greek Geometric Pottery, Oxford, 1968.
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meras lenguas literarias, especialmente la épica, que, enlazando posiblemente con la tradición micénica, por vía oral, ora l, crea un u n vehícul vehículoo de efic eficaz az transmisión transm isión cultural. La religión va adquiriendo sus rasgos propios. A la talasocracia monoicomicénica sucede el dominio fenicio del Egeo, lo que traerá importantes consecuencias culturales: contactos con Oriente, introducción del alfa be b e to, to , av avan ance cess en la técni téc nica ca de la c on onst stru rucc cció iónn na navv al, al , mayor contacto entre los pueblos, mayor seguridad en las vías de comunicación5. Hechos importantes tuvieron lugar durante este largo pe p e río rí o d o de recu re cupp erac er ació iónn y de form fo rmac ació iónn de lo q u e será se rá el mundo helénico tradicional. Por un lado, y a partir de la caída de la tasalocracia micénica, los dueños del Egeo fueron los fenicios. Los contactos del mundo fenicio con el incipiente nuevo mundo griego tuvieron, entre otros, un fruto de valor cultural incalculable: la adaptación del alfabeto semítico a la lengua griega, naciendo el alfabeto griego, fenómeno que debió producirse no de una vez ni en una sola dirección, habida cuenta de las diferencias existentes entre los distintos alfabetos griegos. Su fecha puede establecerse hacia el siglo IX a. C. y puede apuntarse la posibilidad de que 5 Sobre So bre el proceso proce so de la formación form ación de la cu cultura ltura y la civilizaci civilización ón jó j ó n ica ic a s , m á s c o m p lic li c a d a d e lo q u e h a s ta a h o r a se c r e e r ía, ía , c f r., r. , e n tre tr e otros, el libro de F. Cassola La L a Ion Io n ia nel ne l m o n d e m icen ic eneo eo,, Nápoles, 1957, que, entre otras cosas, niega la existencia de una migración jó j ó n ica ic a , p o s tu lan la n d o , p o r el c o n tra tr a r io, io , q u e la c o lon lo n iza iz a c ión ió n d e la c o sta st a anatólica se había dado ya en la época micénica. En su importante reseña de este libro, F. Schachermeyr (Gnomon, 1960, págs. 207 y sigs.) aun reconociendo con el autor que hay que aceptar, en principio, que la colonización de la Jonia fue importante en la época micénica, no puede negar un movimiento migratorio hacia las Cicladas y A sia M eno r, a través través del Pelopo neso y el A tica (el recu erd o mítico de este movimiento es el de la emigración de los neleidas de Pilos a Atenas). Sostiene, por el contrario, la existencia de una migración jónica M. Sakellariou, La L a m igr ig r a tio ti o n g r e c q u e en I o n i e , Atenas, 1958.
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el contacto más directo del mundo helénico con el fenicio debió realizarse a través de AlMina6. Una de las cuestiones más importantes de estos oscuros tiempos es la de las transformaciones políticas. Durante un momento relativamente temprano, acaso en plen pl enoo siglo IX, si no antes, la monarquía fue perdiendo fuer fuerza za polític política, a, hasta desapa de saparecerp recerprácticam rácticam ente del ho horizonte político sustituida por una organización aristocrática. Precisamente será la aristocracia la forma política dominante en la época arcaica, y sólo en su etapa final, y por razones muy diversas, hará su aparición la tiranía, que a su vez preparará el camino hacia el nuevo orden «democrático». «democrático». Es el gran período, hecho de tenten siones, que con razón se ha llamado «el período revolucionario de la Hélade». Desde el punto de vista económico, dos son los grandes fenómenos que caracterizan a la época arcaica en sentido lato. Si en los primeros momentos, al romperse la complicada organización micénica, con su burocracia y acaso con su centralismo, conoce el Egeo un período de desorgani desorganizaci zación, ón, con un unaa economía «cerrada», hecha hech a de puros intercambios, y que hasta cierto punto se refleja en los poemas homéricos, poco a poco Grecia se 6 Sobr Sobree esta es ta im po portan rtante te factoría griega griega en el no rte de Siria, Siria, cfr. cfr. ahora J. J. B oardm an, Lo L o s grie gr iego goss en ultr ul tram amar ar trad, cast., Madrid, 1975, págs pá gs.. 53 y sigs. Sobre la introducción del alfabeto en Grecia, cfr. M. P. Nilsson «Die Ueberna Uebernahme hme und un d Entw icklung icklu ng des Alpha Alp habets bets durch du rch die die Griechen» Griechen» (Opuscula Selecta vol. 11, Lund, 1952, 1029 y sigs.), así como el volumen volumen de la Wege der Forschung Forschung,, (Das Alphabe Alph abet, t, editado po r Pfohl, Darmstadt, 1976). Sobre los contactos con el mundo fenicio, véanse las actas del Coloquio de Roma sobre el tema (L ’espansione espansione fenicia nel Mediterráneo, Roma, 1971). U n rapport muy completo sobre las condiciones económicas del mundo griego en estos siglos puede verse en E. Will, «La Grèce archaïque» (Deuxième conférence internationale d’Histoire économi que, ParísLa Haya, 1965, págs. 41 y sigs.). Es importante el libro de Ch. Starr The Economie and Social Growth of Early Greece, Nu N u e v a York, 1977, que vale para todo el período arcaico en general.
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reorganiza y se rehace, y del caos de los primeros momentos de la Edad Oscura surge una nueva civilización. Cuand Cu andoo hablamos de Grecia entendemos entendemo s no no simplemensimplemen te la Grecia contine c ontinental, ntal, sino, sino, sobre sobre todo, la faja costera c ostera de Asia Menor, donde va a tener lugar el alumbramiento de la primera civilización histórica. Junto al renacer económico, y en íntima relación con él, hay que hablar del gran fenómeno de las colonizaciones, a raíz de las cuales todo el Mediterráneo se convierte en un verdadero mar heleno, igual que el mar Ne N e g ro, ro , el P o n to E ux uxin inoo de los griego gri egos, s, al qu quee lleg ll egan an,, en busca de produ pro ductos ctos,, las nav naves es de lo los marinos helenos. heleno s. Hemos hablado de colonizaciones, pero es preciso distinguir dos tipos. Tras la caída del mundo micénico, una amplia corriente migratoria se orienta hacia las islas del Egeo y hacia Asia Menor, ya en parte ocupada por las factorías micénicas. Surgen así tres grandes regiones en la franja fran ja micro micro asiá asiáti tica: ca: en la parte no norte, rte, la Eólida, Eó lida, con algunas islas adyacentes, sobre todo Lesbos, cuna de uunn tipo de cultur c ulturaa cuyo cuyo fruto más conocido conocido es la lírica lírica monódica; en el centro, la Jonia, con las islas de Quíos y Samos, y que, como veremos, producirá la primera cultura arcaica. Finalmente, en el sur, la Doria .
7 O tro de los los importantes im portantes cambios cambios que se pro du jeron en este pe p e r í o d o fue fu e la c rea re a c ión ió n d e la táctica hoplítica, que transformó com ple p le t a m e n t e la c o n c e p c ión ió n d e la g u e rra rr a , d e la c o n d u c ta de dell sold so ldaa d o e n el combate e incluso de la ética corriente. Mientras el guerrero homérico combatía lleno su thymós del ménos que la divinidad había inyectado, es decir, en un estado de semiposesión (cfr. G. S. Kirk, «War and the warrior in the homeric Poems», en el libro colectivo J. P. Vern V ernant, ant, Paris, Prob Pr oblèm lèm es de la guerre en Grèce ancienne ancienne,, ed. por J. 1968, págs. 93 y sigs.) aparece el nuevo hoplita, cuyo ejemplo arque típico típico es el el guerre ro tirteico, actúa solidariamente con sus sus com pañ pañeros eros de. falang fala nge, e, con un pleno dominio de sí mismo (sophrosyne,) tal como ha sido estudiado por Nilsson («Die Hophtentaktik und das Staatswe sen», en Opuscula Selecta, II, 89 8977 y sig sigs. s.)) y po r P. V idalNaqu idalN aquet et («La tradición de l’oplite athénien» (Problèmes de la guerre..., págs pá gs.. 16 1611 y siguientes).
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f l u jo s
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Es seguramente a lo largo de los siglos de consolidación y quizá a comienzos del siglo VIH cuando se produce un fenómeno importante y que habrá de dejar una honda huella en la cultura griega. Nos referimos a las influencias literarias procedentes del Oriente. Algunos investigadores, es cierto, han postulado la existencia, en la tardía Edad del Bronce, de una literatura común, hecha de fórmulas y con temas paralelos, a todo el Mediterráneo oriental. El descubrimiento y la publicación en los últimos lustros, de textos hititas, hurritas y cananeos ha permitido sentar las bases de esta tesis. No faltan tampoco quienes creen en corrientes culturales iniciadas durante el período micénico. Sea como sea, el Oriente, ya en una época bastante remota, ya en el perío pe ríodo do p o s ter te r ior io r al hu hunn d imie im ienn to de la civilizació civil izaciónn micénica, ha dejado su huella indeleble en la cultura griega, y que podemos resumir en aspectos del mito y la introducción del alfabeto. Que buena parte de la mitología griega y, por medio de ella, la literatura épica proc pr oced eden en dé zo zona nass o rien ri enta tale less lo he hem m os señ se ñ alad al adoo ya. La posibili posi bilidad dad de co cont ntac acto toss e n tre tr e el m u n d o micéni mic énico co y Oriente es cosa probada. Que a partir del siglo I X éstos pued pu eden en c o n tin ti n u a r es un he hech choo a cept ce ptad adoo ho hoyy p o r b u e n a parte pa rte de los arq ar q u eó eólo logg os. os . Fin Fi n a lme lm e n te, te , no ha hayy qu quee olvidar que, en el siglo V I se pK'duce una nueva ola de temas orientalizantes, tanto en el arte como en el pensamiento y la literatura. La tesis de un origen común, mediterráneo, de buena parte pa rte d e los m itos ito s ori o rien enta tale less y griegos griego s ha h a sido d efen ef endd ida, id a, entre entre otros otr os por po r L. A. A . Stella Stella en un interesante interesa nte libro sobre Homero (II poema di Ulisse, Florencia, 1955), libro al que siguieron otros no menos importantes, como el de H o m e r a n d Bible, Bible , Ventnor, N. J. 1955, C. H. Gordon, Ho que lleva como subtítulo «The Origin and Character of
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East Mediterranean Literature». Ciertamente algunos mitos, como el de la castración de Urano, derivan, sin d uda, de algunos mitos hititohurritas, como el contenido en la fábula de Kumarbi. Paralelo al canto de Ulli kummi corre el tema de Tifón, que posiblemente deriva de aquél. Sin embargo, algunos críticos son menos taxativos, como Starr (Le origini della civiltà greca, pág. 107 y sigs.), quien sostiene que «la mayor parte, si no todas, de esas influencias, deben considerarse el producto de renovados contactos a partir del siglo IX en adelante»8. L O S J O N IO IO S
En todo caso, el hecho más importante de la historia griega de la Edad Oscura es el proceso que culminará con la gran civilización jónica. Han confluido aquí, por una parte, las tradiciones micénicas, y por otra parte, los influjos orientales. El gran resultado es la creación del régimen político de la «poleis», acaso realizado ya en pleno siglo VIH, y cuyo prototipo es Mileto, junto a la cual cabe citar metrópolis como Focea, Éfeso y, más 8 E n pa particula rticular, r, sobre estos problem as, véanse el trab ajo de Dirl H o m e risc ri schh e s E p o s u n d O rien ri entt (Rh. (R h. M u s ., XCVIII, 1955, págs. meier, Ho 18 y sigs.) y Webster, From Mycenae to Homer, Londres, 1958, quien llega incluso a sostener, págs. 82 y sigs., que la figura de Aquiles fue modificada para hacerla más semejante a la de Gilgamesch; cfr. asimismo Germain, Génèse de l’Odyssée, París, 1958, y Astour, Hel H elle le-nosemitica, Leiden, 1965. Véanse actualmente J. B. Pritchard (ed.) An A n c i e n t N e a r E aste as tern rn Texts relating to the Old Testament, Princeton, 19552, y G. Del Olmo, Mit M itoo s y leye le yenn d as de C anaa an aann segú se gúnn la trad tr adic ición ión de Ugarit, Madrid, Ed. Cristiandad, 1981. Un problema que ha originado cierta polémica se ha planteado a raíz de la interpretación socioeconómica que pueda reflejar la obra de Hesíodo. Frente a la tesis de M. Detienne Crise agraire et attitude religeuse chez Hésiode, Bruselas, 1963), E. Will ha avanzado una explicación completamente distinta («Hésiode: crise agraire ou recul de l’aristocratie?», e n R E G , 781965, págs. 542 y sigs.)
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tarde, Esmirna Samos, Clazomenas, Priene. En estas ciudades, ricas de posibilidades agrícola al tiempo que comerciales, merced a su inigualable situación geográfic fica, tend te ndrá rá su cuna la primera prim era gran g ran cultura helénica. La arquitectura jónica se inspirará en la oriental, si bien su genio añadir aña diráá algo algo a las las creaciones proceden proce dentes tes del Este, E ste, y lo mismo cabe añadir de la escultura, la cerámica, y —¿por — ¿por q u é n o ?— de la épica. Es el genio jónico esencialmente sintético, que sabe armonizar las corrientes orientales con los estímulos proc pr oced eden ente tess de su p rop ro p ia idios id iosinc incras rasia. ia. A l lado la do de un unaa vertiente empírica —los jonios eran comerciantes natos—, de la que nacerán las ciencias etnológicas e históricas, así como la medicina, conoce una vertiente nacionalista, metafísica, que dará lugar al origen de la es pecul pe culaci ación ón filosófic filos ófica. a. Al lado de estos dos rasgos, Jonia ha pasado a la historia por ser la cuna del «individualismo». Es en las ciudades jónicas donde asistimos a la ruptura de los lazos que unen al individuo con el Estado. Frente a la cultura «dórica», que tiende a la disciplina y a la tradición, el gran fenómeno de la época lírica es la aparición yo , el despertar de la personalide una conciencia del yo, dad, según frase del profesor Snel Snell. l. Este Es te individualismo, individualismo, unido al respeto por la realidad «empírica» y una tendencia a la «ilustración», palpable incluso en algunos aspectos de la épica homérica, explica que sea en Jonia donde don de ha hecho su primera prim era aparición la cienci cienciaa helénica. helénica. El estudio racional de los fenómenos y la investigación (La form form a desinteresada de la verdad, ha dicho Jardé (La ción ción del p uebl ue bloo grie griego go,, pág. 226), es la gran aportación de la Jonia frente a la pura constatación de hecho que pract pr actica icann los orie or ient ntal ales es.. Cierto que la cultura jónica presentaba sus puntos flacos. La riqueza y la prosperidad trajeron consigo un cierto afeminamiento de las costumbres y, parejo de ello, una innegable visión decadente de la vida. Era
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pro p rovv e r b ial ia l su indisci ind isciplin plina, a, su de debi bili lida dadd p a ra la luch lu cha, a, su falta de sentido de la unidad política. Si un tiempo fueron valientes y aguerridos, como nos testimonian un Arquíloco, un Calino, en el siglo vi lo jónico es sinónimo de debilidad física y espiritual. Ciertamente, las circunstancias históricas contribuyeron a esta decadencia. Como señala E. Will (Doriens et Ioniens, París, 1956, pág. 18), «no puede negarse que el carácter y el espíritu históricamente atestiguados entre los jonios de be b e n m uc ucho ho a su situa sit uaci ción ón part pa rtic icuu lar, la r, al am a m bien bi ente te asiát as iático ico en que vivieron»9. Al margen, pues, de esta visión racista de la historia, sí cabe afirmar que la época arcaica ha sido el resultado de las aportaciones de tres grandes sociedades más o menos diferenciadas. Por un lado, la jonia, con su individualismo; por otro, el dorismo, que triunfa y se im po p o n e e n la G reci re ciaa co cont ntin inen enta tal.l. F inal in alm m e n te, te , el espí es pírit rituu ático, que consigue hacer su aportación propia bien avanzada la época arcaica, en el siglo VI, con Solón y la democracia. Con las debidas precauciones, y pr p r o c u rando no exagerar generalizando los rasgos espirituales de cada una de estas grandes culturas, cabe, pues, afirmar que el ritmo de la época arcaica viene en cierto modo determinado por el predominio primero del espíritu «centrífugo» jónico, seguido del «centripetismo» dórico, para, p ara, finalmente, finalmente, aparecer una sínt síntes esis is armónica de los dos en Atenas10.
9 Lo que no pue puede de hacerse es postular, como han hecho algunos algunos historiadores racistas, la existencia de un carácter jónico preexistente a la migración a Asia Menor. En una palabra, sostener que existe un «espíritu jónico» intemporal, independiente de los avatares históricos que fueron moldeando este espíritu. Como tampoco pretender que lo «dorio» es una categoría intemporal, que ha permanecido inalterado a lo lo largo de d e la historia. historia. No debe olvidarse olvidarse nunca que q ue todo tod o φ α ινόμ ενον es un γενόμενον. En este sentido, la reacción de E. Will, en el libro antes citado, está plenamente justificada. 10 Q ue Jonia, Jon ia, en sus sus inicio inicios, s, no fue un unaa fuerza fuerza pro m oto ra, sino
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ARCAICA
Si abordamos la época arcaica desde el ángulo religioso, señalaremos que el momento culminante de la misma, esto es, a partir del siglo VII, se dibuja claramente una dicotomía en «corrientes legalistas y místicas». La expresión es de Nilsson y, hasta cierto punto, coincide con los dos grandes fermentos que dan su tónica al período que nos ocupa: por un lado, la religión de Apolo, el predominio de Delfos; por otro, la religiosidad dionisiaca, con sus corrientes más o menos emparentadas, el orfismo y el pitagorismo. Indudablemente la estructuración social del período arcaico, con los nobles a la cabeza, y el pu p u e b lo en la base, h a d e term te rmin inaa d o en g ran ra n p a r te este es te d ob oble le aspect asp ectoo de la religiosidad helénica arcaica. Delfos es el gran santuario santuario aristocrático del período períod o arcaico, arcaico, y el principio principio délfico por antonomasia, de origen claramente aristocrático, es la limitación de las posibilidades humanas. En cambio, el movimiento dionisiaco es, indudablemente, de profunda raigambre popular. Mientras Apolo y que iba a remolque, es la tesis sostenida por G. M. A. Hanfmann («lona, leader or follower?», en H S C l P h , LXI, 1953, págs. I y sigs.). Cdfr., asimismo, E. Will (art. antes citado, pág. 54, nota 2): «La vieille conception de la Grèce d’Europe retardataire et fécondée par la pla pl a n ture tu reuu s e G r è c e d ’A sie si e e s t b ien ie n , d é p a s s é e a u jo u r d ’hui». ’hui» . Una vision de la Jonia en este importante período puede verse en R . M. Cook, «Ionia and Greece in the eighth and seventh century a. C.» (JHS, LXVI, 1946, págs. 67 y sigs.). Muy importante, C. Roebuck, Ion N u e v a Y o r k , 1959, q u e Io n ian ia n Trad Tr adee a na C olon ol onis isat atio ion, n, Nu acepta también la tesis de que Jonia no fue promotora, sino que iba a remolque. Cfr., asimismo, G. L. Huxley, The Early Ionians, Londres, 1966. Sobre el importante fenómeno de las colonizaciones, aparte el libro ya mencionado de J. Boardman, Lo L o s grieg gr iegos os d e ultra ul tram m ar, ar , Madrid, 1975, son imprescindibles los trabajos de G. Vallet, Rh R h é g ion io n et Z a n k le, Pirís, 1958 (que se ocupa de los inicios de la penetración griega en el estrecho de Mesina); J. Bérard, L ’ex expp a nsio ns ionn et la colo co loni nisa sati tion on grecques, Paris, 1960, y, del mismo autor, La L a colo co loni nisa sati tion on grec gr ecqu quee d e VItalie meridionale et de la Sicile dans l’Antiquité, París, 19572.
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Delfos insisten en el abismo que separa al hombre de Dios, Dionisos pregona los lazos íntimos que los unen. Delfos elabora una doctrina en la que «el rito» adquiere una importancia excepcional, frente a lo que podríamos llamar llam ar «sentimentalismo» «sentimentalismo» dioni dionisi siac aco. o. Mientras Mien tras el «pecado original» del hombre, según la religiosidad apolínea es la hybris, la transgresión de las limitaciones que al hombre ha impuesto Dios, el dionisismo promete la liberación de las cadenas del cuerpo y la consiguiente unión mística con el dios. El dionisismo, en una palabra, es una religión «salvadora», sobre todo en su versión órfica, en tanto que el apolonismo no sólo no pretende salvar al hombre, sino que lo mantiene a distancia de Dios11. Desde el punto de vista religioso el cambio más im po p o r t a n t e q u e se h a pro pr o d uc ucid idoo al p a sar sa r de los p rim ri m eros er os siglos de la nueva edad a la plena época arcaica es lo que el profesor Dodds ha definido como el proceso que conduce de una «cultura del pundonor a una cultura de culpabilidad». Naturalmente que, como reconoce el pr p r o p io D o d d s, la op oposi osició ciónn e n tre tr e los do doss p e río rí o d o s es relativa, puesto que en la época arcaica e incluso en la clásica pueden hallarse pervivencias de lo que hemos 11 D a un a visión ge gene neral ral de las las dos corrien tes N ilsson, A H isto is tory ry o f G reek Relig Religio ion, n, Oxford, 1949; sobre la doctrina délñca y la propaganda del santuario, Defradas, Le L e s T hèm hè m es de la pro p ropp a g a n d e delp de lphi hi-que, París, 1954. Traza una buena historia del oráculo, Parke, The Th e delphic Oracle, Oxford, 1939. Que hay en la base del apolinismo y el dionisismo una raíz social, lo defienden GernetBoulanger, El genio griego en la religión (trad, esp. Barcelona, 1926, 103). Sobre el orfismo y otras corrientes místicas emparentadas, cfr. el trabajo de Nilsson Early orphism und Kindred religious movements (H. Th. Rev., 1935). Debemos a Jeanmaire un bu b u e n e s tud tu d io s o b re tod to d o s los lo s p rob ro b lem le m a s q u e p l a n tea te a el m o v im ien ie n to dionisiaco (Dionysos, París, Payot, 1951). Sobre los posibles influjos órficos en el pensamiento filosófico, cfr. Guthrie, Orpheus and Greek Religión. Londres, 1935. Diferencias sociales entre orfismo y pitagorismo hemos intentado trazarlas en otra pa p a r t e (C fr. fr . J . A lsin ls inaa , Emerita, 1959, XXVII, pág. 15).
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convenido en llamar «cultura del pundonor». Sin em bargo, es c ier ie r to q u e m ien ie n tra tr a s la tón tó n ica ic a de la religi reli gios osid idad ad homérica es la falta de sentido de «pecado», la del perío pe ríodo do arca ar caic icoo p u e d e muy m uy b ien ie n de defin finir irse se c omo om o un u n co com m plejo sen se n tim ti m ien ie n to de cu culp lpab abil ilid idad ad h u m an anaa an ante te Dios Di os.. Culpabilidad que tiene raíces muy complejas y manifestaciones muy variadas. El hombre, en la época arcaica, se siente «desvalido» (αμήχανος), inseguro, y esta inseguridad y esta indefensión hallan su correlato en la creencia arcaica en la hostilidad divina, en la «envidia de los dioses», en las prácticas, ahora cada vez más constantes, de la purificación. Cabe, sin embargo, esta blecer c iert ie rtoo s m atices ati ces.. L a idea id ea según seg ún la cual el éxito éxit o excesivo puede producir una reacción desfavorable en la divinidad, y ello especialmente si el humano se ufana de él, no es una creencia específica de la cultura griega, pero en G reci re ciaa h a h alla al lado do u na clar cl araa form fo rmul ulac ació ión. n. R e lala cionada con ella está la doctrina de la hybris, que determina todo el período arcaico y que pervive, con ligeros matices, a lo largo de la época clásica. Pero ha sido en los momentos finales del arcaísmo cuando tal idea se ha hecho algo obsesivo para el hombre. Y ello sobre todo en aquellos espíritus que, en pleno clasicismo, son los continuadores de la gran tradición «aristocrática» arcaica: así Heródoto. Sófocles y, en cierto modo, Esquilo. En este poeta, sin embargo, hallamos una definitiva superación del temor a la divinidad, encontramos una solución armónica al conflicto de potencias o al choque entre el hombre y la divinidad, con su «engaño maligno». La doctrina de la hybris, como señala muy bien el profes pro fesor or D o d d s , es el resu re sult ltad adoo d e u n a m orali or aliza zaci ción ón de la creencia creen cia general gene ral humana hum ana en e n la «envidia «envidia de los dios dioses es». ». Los poe poetasteó tasteólog logos os arcaicos arcaicos llegan llegan así así a estructur estru cturar ar una un a p h thó th ó n o s:k s: k o ros, ro s, esto es, hartazgo, engenteología del ph dra a hybris, que es insolencia; ello determina una reacción, una justa reacción divina, la némesis, que impone un castigo al hombre por su conducta. Por otra parte,
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GRANDES PERÍODOS DE LA CULTURA GRIEGA
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la racionalización de estas creencias llega a grados tales, que se plantean verdaderos conflictos. En primer lugar, Zeus, la gran divinidad del panteón griego y que ahora va a convertirse en la personificación de lo más «divino», pasa a ser el garante de la justicia (que ya en Hesíodo es concebida como la hija de Zeus). El término just ju stic icia ia es a h o ra, ra , p o r o t r a p a r te, te , algo qu quee se co conv nvie iert rtee en obsesivo. Los hombres hom bres tienen sed de justicia, justicia, de dike. Y ello hasta tal punto que una buena parte del pensamiento arcaico lleva sus exigencias a un grado tal, que llega a aniquilar casi al mismo hombre. Toda hybris, en la mentalidad arcaica, exige un castigo. Y si el castigo no puede alcanzar al culpable, pasa a sus hijos, o a los hijos de sus hijos, concepción que hallamos asimismo en Israel, y que, en Grecia por lo menos, sólo puede explicarse po p o r la llamada llamada «solida «solidarida ridad» d» de los miembros miem bros de la familia: el clan forma una perfecta unidad, de forma que lo que ha realizado uno de sus miembros pu p u e d e imp im p u tars ta rsee a los demás. dem ás. Y los des d esce cenn dien di ente tes, s, como com o los muertos, forman parte de este clan. Ello plantea, naturalmente, una serie de problemas éticos, como el castigo de los inocentes. El orfismo, con su doctrina de una justicia de ultratumba, intentará superar esta aporía12. 12 Sobre Sob re el con concep cepto to de «cultura de vergüenza vergü enza y de culpabilidad» culpa bilidad»,, L o s grieg gri egos os y lo irracio irra ciona nal,l, trd. esp., Madrid, cfr. el libro de Dodds Lo R. O., 1960, 37 y sigs. Un resumen de la tesis de Dodds da Pedro Lain en su libro La L a cura cu raci ción ón p o r la pa p a labr la braa en la A n tig ti g ü e d a d clásica, Madrid, R. O., 1958. Algunos críticos han pretendido reconocer la idea de pecado en Homero, pero sus puntos de vista están lejos de ser aceptables: así Aurelianus, Godsdienst en Ethik in Homerus, Utrecht, 1955 (y la discusión de J. Alsina en Emerita, XXVIII, 1960, 348, y Convivium, 1959, págs. 77 y sigs.) Sobre la solidaridad de los clanes, cfr. el libro básico de Glotz La L a solid so lidar arité ité de la fam fa m ille il le dans da ns le droit criminal de ’Athiènes, Paris, 1921. Sobre hybris e ideas emparentadas, contiene buenas observaciones el libro de Gernet Re R e c h e r ches sur le dévéloppement de la pensée juridique et morale en Grèce, Paris, 1917; en general, E. Wolf, Griechisches Rechtsdenken, Frankfurt, Klostermann, especialmente el vol. I, aparecido en 1950.
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Tras este panorama general que constituye el marco dentro del que se desarrolla la literatura griega del perío ríodo llamado po porr Franke F rankell «temprano» (frühgriechisch) , es tiempo ya de proceder a una exposición del proceso general de esta literatura.
La
l it e r a t u r a
a r c a ic a
La plena comprensión de la época arcaica como un perío pe ríodo do hist hi stóó rico ri co d o tad ta d o de rasgo ras goss p rop ro p ios io s qu quee lo d efief inan específicamente es una notable conquista de la crítica del siglo XX. Wilamowitz (Sappho und Simonides, Berlín, 1913) llevó a cabo una labor, pionera en cierto modo, al realizar un esfuerzo considerable por captar la pe p e rson rs onal alid idad ad de algun alg unos os de sus espí es pírit ritus us más má s señe se ñero ros. s. Labor en la que habrán de seguirle, bastantes años después, hombres como Fr. Dornseiff (Die archaische Myth My then enerz erzah ahlu lung ng,, Berlín, 1933), W. Marg (Der Charakter in der Sprache Spra che der frühgriechisc frühg riechischen hen Dichtung, Würz burg, 193 1938) 8) e n el estu es tudi dioo de d eter et erm m inad in adoo s aspe as pect ctos os co conncretos, así como por C. M. Bowra, que en un libro merecidamente famoso (Greek Lyric Poetry, Oxford, 1936), reeditado con ciertos retoques en 1959), en una visión global de la lírica del período que nos ocupa, pero sin abordar una visión de conjunto de lo arcaico. W. Jaeger, por su parte, hará la aportación de su grano de arena estudiando no sólo aspectos concretos (como su trabajo Tyrtaios über die wahre Areté, en los S.-B. der preuss. A k a d . der Wiss., 1932, págs. 537 y sigs.), sino también, intentando comprender aspectos generales en algunos de los capítulos de su conocido libro Paideia. Será, sin embargo, H. Frankel quien intente la tarea más notable notab le por p or entend ente nder er la época época arcaic arcaicaa desde dentro, den tro, no simplemente como un todavía no, (es decir, como si lo arcaico fuera una simple preparación de lo clásico. El libro de Frankel aparece en 1951, en alemán, en Nueva
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York (hecho que índica que algo ha cambiado en el mundo de la filología clásica), pero no es sino el resul tado de varios tanteos realizados por el autor en ante riores trabajos13.
Dentro de la misma línea de interpretación de lo arcaico visto desde la perspectiva de la historia del es pír p írit ituu (Geistesgeschichte) hay que situar algunos de los capítulos del libro de Br. Snell, Die E n tdec td eckk u n g des Geistes, que aparece por vez primera en 1946, pero que ha sido reeditado en varias ocasiones (la última, en Hamburgo, Claasen, 1963. Hay versión inglesa y espa L a s fuen fu ente tess de la cultura c ultura ñola de la obra con el título de La europea, Madrid 1965). Snell se ha ocupado, en especial, del «despertar de la personalidad» en la lírica arcaica (éste es el título del capítulo IV del mencionado libro), así como de aspectos concretos de la visión del hombre en Homero y la fe olímpica de Hesíodo. El mismo año en que aparece la primera edición del libro de Snell, Snell, sale a la luz luz un interesan in teresante te estudio estudio de A. Heu Heuss ss («Die archaische ZeitGriechenlandsals geschichtliche Epoche», en A.u.A., II, 1946). El enfoque de Heuss es estrictamente histórico, no meramente literario, y, como en el caso de Fránkel, su meta es definir la época arcaica griega como un auténtico período histórico. Para el historiador alemán el pe p e río rí o d o co com m p ren re n d ido id o e n tre tr e la m igraci igr ación ón jóni jó nica ca y las guerras médicas ofrece unos rasgos específicos que perm iten analizarse con clar claridad idad.. Para Heuss, lo fundam fun dam ental es la toma de conciencia que realizan ahora los griegos: la época arcaica será, así, el período de la fo f o r m a Me refiero al estudio «Eine Stileigenheit der frühgr.Literatur», 13 1924; al artículo «Die Zeitauffassung in der frühgr. Literatur», 1931, y «Ephemeros ais Kennwort für die menschliche Natur», 1946, recogidos ahora todos ellos en el volumen Wege und Formen frühgr. Den D enke kert rts, s, Munich, 1955. El libro al que hemos aludido más arriba se titula D ich ic h tun tu n g u n d P h ilo il o sop so p h ie des de s frü fr ü h e n Griechentums, Grieche ntums, del que apareció una segunda edición en Munich, Beck, 1962 (hay traducción inglesa).
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ción del pueblo helénico; un período marcado por hechos tan importantes como la invención de la escritura, las colonizaciones (que, al poner a los griegos en contacto con otros pueblos hará que brote en él una autoconciencia autoconciencia de los rasgo rasgoss de su propia prop ia raza), raza) , la constitución de la aristocracia, la elaboración de la religión po lis, s, y un largo etcétera. olímpica, el nacimiento de la poli Es derto, de acuerdo con el autor, que lo arcaico puede contemplarse desde el punto de vista del todavía no (¿qué época no pueda contemplarse de esta manera?); pero pe ro lo i m p o r t a n te es qu quee ese p e río rí o d o p u e d e y de debe be definirse positivamente, no negativamente: «Der Be griff archaisch —escribe, pág. 62— wird sahr gern mit dem Indiz des noch nicht versehen, also ais funktionales Begriff im Sinne einer blossen Vorbereitungszeit ge kennzeichnet» («El concepto de lo arcaico suele considerarse bajo el índice del todavía no, en el sentido de una mera época de transición»). Pero luego insiste en que no es lícito considerarlo como una simple antesala de lo clásico, y sostiene que la época arcaica descansa sobre unos cimientos propios14. También Frankel parte del principio metodológico que consiste en tomar la época temprana griega (así frü hgrie riech chisc isch; h; dejando podr po dríam íamos os tra tr a d u c ir el térm té rmin inoo frühg arcaico para el período lírico) como un todo. Pero, atento más a lo que podríamos llamar su ritmo que a su proceso, señala las rupturas que es posible descubrir en ese largo período que va desde Homero y sus antecedentes a Píndaro y Baquílides. Estilísticamente, Frankel descubre una unidad en todo el período temprano, pero part pa rtie ienn do de la visión visi ón de dell h o m b re y sus inte in teri rioo rid ri d ad ades es,, p erío íodd o épico, r e establece dos grandes momentos: un per 14 Sin Sin em bargo bar go,, aú aúnn suele contem plarse lo arcaico com o un unaa prepre para pa raci ción ón d e lo clás cl ásic ico: o: cfr. cf r. el lib li b ro d e F r . S c h a c h e rm e y r, Die D ie f r ü h e Klasstk der Griechen, Stuttgart, 1966. Para este crítico la época final de lo arcaico (Píndaro, etc. es un momento que debe definirse como clasiásmo temprano. Es lo que Frankel llamará de la «Segunda época de la lírica arcaica».
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pr p r e s e n tad ta d o p o r H o m e ro (que (q ue significa u n a fase fas e ya m a dura y de «decadencia» de la épica) y un período lírico, que merece el calificativo de arcaico por antonomasia. «Después de Homero —escribe, pág. 5— se produce una ruptura (Bruch) de tal naturaleza que nos obliga a distinguir un período épico de otro al que hay que denominar específicamente arcaico.» Adopta aquí Frankel un término tomado de la historia del arte. Y, ciertamente, no resulta resu lta difíc ifícil il establecer establecer un claro claro parentesco entre entr e el arte orientalizante y las nuevas corrientes líricas15. La tesis fránkeliana de una ruptura entre los dos pe p e río rí o d o s h a sido en oc ocasi asion ones es ata at a cad ca d a p o r la crít cr ític ica. a. E l pro p ropp io F ran ra n k e l (en (e n cierto cie rto m od odoo en c on ontr trad adic icci ción ón co conn su tesis básica) habla de un período de transición, representado por Hesíodo. En todo caso, aceptando, si no el principio de una ruptura, sí el de una evolución más o menos acelerada, cabe señalar algunos datos que pueden ilustrar el punto de vista de Frankel: 1. E n el capítulo que Snell Snell dedica a la aparició apa riciónn de la lírica (Las fuentes de la cultura europea, 87 y sigs.) intenta establecer el autor una neta distinción entre el anonimato tras tr as el que se oculta el po poeta eta épico, é pico, y la la nueva nue va 1S M ientras ien tras la épica pued e po ponerse nerse en parang para ngón ón con la cerám ica geométrica, lo lírico, pues, tendría algo que ver con la revolución que se produce a partir del siglo vn. Cfr. C. Whitman, H o m e r a n d hero he roic ic tradition, Cambridge, 1963. Para el arte geométrico en general, cfr. B. Schweitzer, Die D ie geom ge omet etri risc schh K u n s t G riec ri eche henl nlan ands ds,, Colonia, 1969, y, para la cerámica en concreto, J. N. Coldstream, G reek geometric geometric po p o tte tt e r y , Oxford, 1968. Para los orígenes de la plástica, y, sobre todo, pa p a r a e l a r t e o rie ri e n t a l iza iz a n t e , E . H o f m a n n W e d e k ing in g , Die D ie A n f à n g e der de r gr. Grossplastik, Berlin, 1950. Bum, con mucho sentido, ha calificado de lírico todo el que cubre el período entre los primeros albores de la nueva cultura griega y las guerras médicas (The lyri 1960 60). ). En relación relación lyricc A ge o f Gree Greece ce,, L ond res, 19 con el tumultuoso despertar de la personalidad a partir de Hesíodo, pe p e r o s o b r e t o d o de dell siglo sig lo v n , S tarr ta rr h a cali ca lifi fica cado do la é p o c a e s tric tr icta tam m e n te arcaica com com o la edad eda d de las revoluciones. Y , en efecto, no sólo se trata de la revolución poética; hay que contar con la filosófica (los preso cráticos), la religiosa (dionisismo, orfismo, etc.) y la artística.
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tendencia de los líricos afirmar su su obra, cierto que con el antecedente de Hesíodo, que en muchos aspectos puede c o n sid si d era er a rse rs e un h o m b re p u e n te e n tre tr e do doss ép époc ocas as.. El fenómeno trasciende lo puramente literario y, de hecho, como señala Snell, «en la época de la lírica aparece por vez primera en el escenario de la historia europea europea ciert ciertoo número núm ero de personalidades que represenrepresen tan los más variados papeles». Pero Frankel se hace otras preguntas: ¿por qué, por ejemplo, al largo poema épico sigue ahora el poema breve? ¿Por qué el recitado del cantor anónimo se trueca por el canto, del artista, que, además, firma su obra? Cierto que también aquí hay que decir que el fenómeno no es repentino, sino H i m n o hom ho m éric ér icoo a Ap A p o lo, lo , el autor gradual: al final del Hi aspira a que se le recuerde, pero significativamente no da su nombre, sino que habla sólo de su ceguera y de su patri patria. a. Pero la verdad es que a partir de un determideterm inado momento del siglo Vil, asistimos a la superación del anonimato literario. Sobre todo, en Arquíloco, a fundador or de quien Frankel califica, con cierta razón, de fundad d e una nueva época (Begründer)16. 2. U n segundo elemento elem ento a considerar es la atención y el interés con que los líricos arcaicos miran todo lo cotidiano. E l hic et nunc es el rasgo peculiar de la nueva poesía. poe sía. O , co com m o lo ha h a e x p resa re sadd o F ran ra n k e l («D (« D ie Z eita ei tauu f fassung» ya citado, Weg und Formen... ), el poema se pone po ne al servicio de la vida corriente de cada día; se acerca peligrosamente a lo biótico, a la vida a ras de 16 Sob re ciertas im po rtantes rtan tes correcciones qu quee ah ahor oraa tiende tien denn a hacerse a la visión tradicional de Arquíloco como un hombre que «rompe» con una tradición secular, debido a razones biográficas y sociales, cfr. ahora H. LloydJones, The Just Justic icee o f Zeus, Berkeley, 1971, 38 y sigs., y, en especial, el volumen X de los Entretiens sur l’Artiquité, Archiloque (VandoeuvresGinebra, 1964, en especial las contribuciones de J. Pouilloux, Kontoleon, Page y Dover). Sobre la tendencia de los poetas arcaicos en general por firmar su ob ra cfr. cfr. W . K ranz, ran z, «Sphragi «Sphragis» s» (Studien zur antiken Literatur und ihrem ihrem Nachwirken, Nach wirken, Heidelberg, 1967, págs. 27 y sigs.).
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tierra. Precisamente la nueva concepción del día (lo efímero, que en la literatura arcaica no significa «que dura un solo día», sino «que la vida humana está sometida al vaivén, al ritmo de la existencia, que en un solo día puede trocarse y mudar de condición») es la que pe p e r m i te, te , segú se gúnn la l a tesis te sis d e Fra F rann k el, el , e n ten te n d e r ín í n teg te g r a m e n te el sentido de la lírica arcaica. La inestabilidad de la existencia humana es resumida por nuestro autor con Labi litat.t. Se descubre que la existenun término clave: Labilita cia cia humana hum ana no tiene una u na consist consistenci enciaa esencial esencial,, sino sino que es lábil, mudable, sometida a todo lo accidental. En la Odisea (XVII,136 s.) leemos unas palabras que, para pr ogra ram m a que adoptará más tarde Frankel, anticipan el prog Arquíloco: «No es la existencia heroica lo que determina al hombre, sino el mudable día». Y esa entrega al ahora y aquí del yo de la lírica, es lo que lo hace hablar de las cosas directamente, sin estilizaciones ni idealizaciones17. E l pr p r i m e r gran pe p e río rí o d o está constituido por la Epica. Pero los poemas homéricos no constituyen ni un co 17 So bre algunos aspectos concretos de esa aproxim ación lírica a la vida, cfr. H. Schmitz, H y p s o s u n d B ios io s Stili St ilist stic iche he U n ters te rsuc uchh ung un g en zu z u m A llta ll tagg s rea re a lism li sm u s in d er arch. arc h. gr. C h orly or lyri rik, k, Berna, 1970 (y mi reseña en B I E H , 1972, 2, 131 y sigs.). P or otra p arte, no son pocas las las objecione objecioness que se han hecho a esta interpretación de Frankel: Frankel: p or un lado, el concepto concepto de amêchaniê, que sería típico del hombre arcaico, cree Gundert (Gnomon, 1955, 473) que no cubre todos los rasgos de la época. Más grave es la reinter pr p r e t a c íó n d e e se r itm it m o h istó is tóri ricc o lit l itee rari ra rioo q u e d a e l m ism is m o G u n d e r t : pa p a r a é l, n o p u e d e h a b lar la r s e d e suce su cesi sión ón:: n o es q u e la é p ica ic a s e a s e g u ida id a po p o r la líri lí ricc a , a m b a s h a n co coex exis isti tidd o . H a y a h o r a u n a c ier ie r ta ten te n d e n c ia crítica crítica en este sentido, de la que hablarem os al ocuparnos del carác ter tradicion al y oral de la poesía arcaica. arcaica. Po r lo lo que respec ta a A rquíloco, Gundert señala que más que un hombre-tipo es, precisamente, una excepción. Sobre el influjo que la poesía hesiódica, anticipadora de aspectos po p o s t e r i o r e s , h a p o d ido id o e j e r c e r so s o b r e A r q u ílo íl o c o , p u e d e v e rse rs e el e s tu d io d eT h. Breitte Breittenst nstei einn Hé (y mi reseñ res eñ a H é s iod io d e et e t A r c h il oque, O den se, 1971 (y e n B I E H , V, I, 2, 1972, 132 y sigs.), que sospesa tanto el influjo del po p o e t a d e A s c ra s o b r e e l d e P a ros ro s co com m o sus su s rad ra d ica ic a les le s d ife if e ren re n c ias ia s .
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mienzo ni un momento cenital, sino, propiamente ha blando, el final fin al de u n a larg la rgaa trad tr adic ició iónn y un u n largo lar go p r o c e so. Frente a ellos se levanta, en una actitud de rebeldía —tras el e l p r e c e d e n te he hesió siódi dico co,, en g ran ra n p a rte rt e p rec re c u r sor so r de la época posterior—, la lírica propiamente arcaica. Esa actitud de oposición a los ideales del período épico convierte a la lírica arcaica en un nuevo punto de partida, en un comienzo: comienzo: «Esta revolución revolución —dice —dice Fran F ranke kel, l, página pág ina 5— 5— f u e u n o d e los m ov ovim imie ient ntos os m ás d ram ra m átic át icoo s de la historia del espíritu griego.» Por otra parte, la sucesión de una etapa épica a otra lírica corre pareja con la evolución del arte griego, que pasa, tras la época micénica, de un período geométrico a una fase orien talizante. No es e ste st e el m o m e n to de p lan la n tea te a r los p rob ro b lem le m as relativos a la génesis y origen de los poemas homéricos. Sí, en cambio, es preciso aclarar que el epos, propiamente hablando, no representa en modo alguno la realidad espiritual, espiritual, el saber y el pen pensar, sar, como dice dice Frank Fra nkel, el, de la época en que se ha formado. Ello se debe a su fuerte estilización. La idealización de los héroes y sus luchas, los rasgos románticos de que se les dota, son un elemen elemento to importantísimo imp ortantísimo que q ue no puede pu ede desconocers desconocersee so pe p e n a de h a cer ce r un u n juici jui cioo pre p recc ipit ip itaa d o d el co c o n jun ju n to d e l art a rtee épico. Romántica es asimismo la idea, dominante sobre todo todo a i la Ilíada Ilía da,, según la cual el pasado, tema central de los poemas homéricos, es más grandioso que el presente. Sus hombres son más valientes, más esforzados, de mayor estatura que los seres contemporáneos del poet po eta. a. Pero hay otros rasgos propios del arte homérico que lo diferencian profundamente de los poetas líricos: no hallamos en Homero todavía la unidad de la persona humana, que aún no ha sido dividida en cuerpo y alma; no se ha desarrollado la capacidad de distinguir entre el «yo» y el «noyo», esto es, no existe una clara visión de lo subjetivo opuesto a lo objetivo. El ideal humano es de tipo heroico, como no podía ser de otra manera, y,
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lo que es más importante, la naturaleza humana se considera sustraída a las veleidades y cambios de la fortuna y de las circunstancias. El héroe es siempre el que es, inmutable en su nobleza y areté. En la Odisea, menos romántica y más realista, hallamos, naturalmente, cierta atmósfera distinta. El ideal humano se dirige ahora hacia lo práctico —salvar la vida, por ejemplo—. El hombre se hace menos trans pa p a r e n t e , la b a r r e r a qu quee sep se p ara ar a a los indi in divi vidu duos os se ha hace ce cada vez más sensible, lo que significa que paulatinamente va surgiendo la distinción entre el yo y el noyo. Asoma, vagamente, lo que poco después será el subjetivismo arcaico. En los poemas homéricos no aparece jamás la idea de una misión religiosoética de la poesía. La función del aedo es complacer, sin más, mediante el relato de las «gestas de los hombres de antaño». Una visión trascendente de la poesía es ajena al espíritu homérico. No asoma, tampoco, la idea de rebeldía contra los ideales vigentes. «HESÍODO»
Algo muy distinto va a ocurrir con la épica continental, representada por la escuela beocia, y muy especialmente por Hesíodo, auténtico heraldo de una nueva edad que se encarnará en los poetas líricos. Sobre la restante poesía épica no didáctica posterior a Homero, Greek Epic Poets Poets from fro m EumeEum ecfr. ahora G. L. Huxley, Greek los to Partyasis, Londres, 1963. Hesíodo es, en frase de Wilamowitz, «un pensador independiente». Diller (A.u.A., 2, 1946, 140 y sigs.) ha relacionad relacio nadoo a Hesíodo He síodo con los los comienzos comienzos de la filosofía filosofía.. K. Latte (id., 2, 1946, págs. 152 y sigs.) ha estudiado los detalles de su consagración como poeta, señalando la significación que ha tenido en la historia espiritual de la Grecia arcaica. En efecto: con el poeta beocio hace su aparición en
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tierras griegas un nuevo talante espiritual que cabría calificar de actitud de rebeldía frente a los ideales anteriores. Si en Hesíodo esta rebelión se manifiesta contra la concepción homérica de la poesía, sin contenido religioso y ético, con la etapa lírica que sigue a la muerte del epos provocada por el hecho de que «la admiración romántica del pasado cede su puesto a un nuevo ideal práctico d e la vida» (Fra (F rann k e l), l) , irru ir rum m p e en suelo sue lo griego grieg o una corriente individualista que coincide con los inicios de la reflexión filosófica y los primeros balbuceos de la especulación metafísica. Ya la fuerte personalidad de Hesíodo, que es una figura un tanto aislada en su tiem po p o , no noss indi in dica ca q u e e stam st amos os en los u m b rale ra less de un unaa nueva visión de la vida. Poco después —y acaso por un reflejo del profetismo que por esta época aparece en Oriente— asistimos a un despertar de la individualidad. La misión del poeta ya no es simplemente recordar las gestas gestas de la tradición. tradició n. Más bien el p o eta et a se vuelve vuelve contra con tra los ideales vigentes y, tomando como módulo su propio pe p e n sam sa m ien ie n to, to , a tac ta c a y crit cr itic icaa las cree cr eenc ncia iass q u e n u t r e n la vida de la sociedad de su tiempo. Es la etapa crítica del paso pa so d é l a s «creen «cr eenci cias» as» a las « idea id eas» s»118.
U n interesante intento p or distinguir 18 distinguir una tradici tradición ón poética con c on tinental (también la lírica lesbia y la coral) paralela e independiente de la jónio jónioohoméri ohomérica ca puede pue de verse v erse en varios estudios estudios de C. O. Pavese, en su mayoría refundidos en su libro Tradizio Tra dizioni ni e generi poetici poe tici della della 19772, quien postula postula un a tradi tradición ción septentrional Grecia arcaica, R om a, 19 distinta de otra micénico-jónica, de origen meridional (términos q .e hay que referir esencialmente a la dialectología y no puramente a la geografía). La tradición septentrionalcontinental estaría represen i da, en la épica, por Hesíodo, pero, asimismo por algunos poeias corales, los H i m n o s h o m é ric ri c o s, por Tirteo y por Teognis. Los jonis mos que se descubren en Hesíodo serían un influjo posterior. La esencia, pues, de su tesis es la independencia de la poesía homérica respecto de la restante poesía griega arcaica. Vuelve a insistir en algunos aspectos de su tesis en el libro Studi sulla tradizione épica rapsodica, Roma, 1974. Aspectos de un teórico estadio sub-épico de la tradición poética griega griega tra trata ta A . H oek stra, The sub -Epic Stage Stage o f the the form ulaic Trad Tradii-
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Es ya altamente sintomático que, frente al anonimato de los aedos homéricos Hesíodo «firmara» su obra. En los poemas homéricos es impensable que el autor hable de sí mismo. Hesíodo, en cambio, pone como punto de pa p a rti rt i d a d e su po p o e sía sí a las amar am arga gass exp e xper erie ienc ncias ias pe pers rsoo n ale al e s que ha tenido que afrontar en sus pleitos con su hermano Perses. En otra ocasión evoca con fuerza plástica la maravillosa escena en la que las Musas se le aparecen pa p a r a c o n sag sa g rarl ra rlee p o e ta. ta . E l v ate at e , el p o e ta, ta , q u e d a así convertido en «heraldo de las Musas», concepto que quedará desde ahora como algo definitivamente conseguido19. tion (Verhahdl. der Koning Nederl. Akad. van Wett. Aff. Letterk. N. N . R . D e e l L X X V , n ú m . 2 ), A m s ter te r d a m L o n d r e s , 1969. 19 Sobre So bre el simbolismo simb olismo de la consagración consag ración del po poeta eta , y sus prinpr incipales elementos estructurales (se estudia asimismo a Calimaco y a Propercio), cfr. Kambyíis, Die D ie D icht ic hter erw w eihe ei he u n d ihre ihr e S y m b o lik li k , Heidelberg, 1965. El problema de las posibles relaciones entre el movimiento de los nebi’im hebreos y el profetismo arcaico ha sido abordado en algunas ocasiones, ocasione s, y se han alcanzado algunos puntos en los que re ina una relativa coincidencia de opiniones, sin que, no obstante, esté todo aclarado. Sobre las relaciones generales, cfr. Kóhler, Der D er P r o p h e t del de l He H e b rae ra e r u n d die di e M a n t ik d e r G riec ri eche henn in ihre ih rem m gege ge gens nsei eitig tigen en V erha er haltltnis, Darmstadt, 1860. Algunos puntos concretos toca Pettazzoni, La L a religione greca fino ad Alessandro (cito por la trad francesa, París, 1953). Un estudio general, enfocado especialmente hacia lo hebreo, pe p e r o sin si n d e j a r d e s e ñ a lar la r las la s rela re lacc ion io n e s g e n e rale ra less e n t r e G r e c ia e Isra Is raee l en este punto, es el trabajo de N eher L ’E ssenc sse ncee d u P rop ro p h é tism ti sm e , París, 1955 19 55,, 86 86.. E l paralelism o entre entr e O seas y H esíodo ha h a sido puesto pue sto de relieve por E. Schwartz, Figuras del mundo antiguo (trad, esp., Madrid, 1941, 9 y sigs.). El profetismo hebreo es una corriente en favor de una purificación del concepto de Yahvé, por lo que generalmente los profetas tienen que oponerse a creencias y actitudes generales de su pueblo. Algo pa p a r e c id o c a b e d e c ir d e los lo s « p rofe ro feta tass arca ar caic icos os»» grie gr iego gos, s, d e n tro tr o d e los lo s que cabe situar en primera línea, junto a Hesíodo, los filósofos y los órficopitagóricos. Sobre la soledad del profeta Hesíodo, cfr. Snell, Die D ie E n t d e c k u n g des de s Ge Geiste istes, s, 50 y sigs., quien señala que «Hesíodo es
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Si Hesíodo se proclama heraldo de las Musas, Arquíloco, poco después, podrá definirse orgullosamente como «servidor del dios Enialio y con conoced ocedor or del amable amab le dond do ndee las Musas» Musas» (fr. 1 Ad Adrado rados): s): con ello el gran poeta poe ta arcaico no sólo enlaza con la tradición hesiódica, sino que abre una línea de comportamiento que habrá de tener hondas repercusiones en el período arcaico. Se trata de la típica actitud de los poetas líricos, extensiva asimismo a los pensadores, consistente en enfrentarse con la circunstancia ambiental y rebelarse contra ella. E l hombre arcaico es u n «inconformista», «inconformista», y su inconformismo es el resultado de hondas experiencias espirituales que explican una serie de fenómenos característicos de este período: fuerte valoración de la propia individualida dualidad, d, del propio pro pio pensam pe nsamiento, iento, al lado de un profunprofu ndo pesimismo unido a un sentimiento de desamparo ante la divinidad. Lo que hemos venido en llamar «actitud profética» del hombre arcaico ofrece múltiples aspectos dignos de consi con sider der ación: ación: p or un lado, lad o, se expresa en un lenguaje oscuro, religioso, hecho de metáforas tomadas de las más variadas experiencias humanas. Tal es el caso de Heraclito, por ejemplo, cuyo lenguaje apodictico, dogmático, es muy apropiado para un tipo de pensamiento c o n » el del filóso filósofo fo de Éfeso Éf eso,, en la base de cuyo cuyo sistema sistema subyace innegablemente una actitud «soteriológica», que busca «despertar» a sus contemporáneos. Espiritualmente empa em paren rentad tadoo con él, él, por po r lo menos en algun algunos os aspectos, es Parménides, cuya filosofía le es revelada po p o r u na divi di vini nida dadd e n u n a ex expe peri rien enci ciaa de inne in nega gabl blee caca rácter rácter religioso. religioso. Parm Par m énides énid es ha vivid vividoo la revelación que le permite pasar de la «apariencia» a la «realidad», y su el primer poeta que se siente extraño entre los hombres, puesto que no se identifica con ninguno de los dos grupos que le son familiares, los cantores homéricos y los pastores de su país». En general, sobre este punto concreto, J. Alsina, He H e sío sí o d o , p r o feta fe ta y p e n s a d o r , y en el libro Lite Li tera ratu tura ra grie gr iega ga antig an tigua ua,, Barcelona, Credsa, 1964.
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«misión» será proclamarla a los demás mortales (cfr. K. Deichgráber, Parmenides Auffahrt zur Gottin des Rech Re chts, ts, Abhandl. der Akad. der Wiss. und Lit. zu Mainz, 1958, núm. 11, Wiesbaden, 1959); para el contenido religioso de la obra de Parménides. cfr, además M ontero Moliner, Moliner, Parménides, Madrid. En los momentos finales del mundo arcaico, arcaico, un Empédo Em pédocles cles nos ofrece asimismo un tipo de personalidad «religiosoprofética» de talante parecido al de estos dos pensadores. Por otra parte, tal actitud no es exclusiva de los pensadores. Los mismos poetas, incluso los primeros logó grafos, adoptan una postura semejante, enfrentándose con el conjunto de valores tradicionales y proclamando sus descubrimientos personales. Arqufloco, el gran de be b e lad la d o r de la visión vis ión «rom «r omán ántic tica» a» qu quee de dell ho h o m b re ofre of rece ce el epos, proclama sin rubor alguno en uno de sus po p o emas em as:: «No quiero yo un general de estatura elevada, con las piernas abiertas, de sus rizos ufano, y afeitado; sea el mío pequeño y patizambo, fírme sobre sus pies, lleno de arrojo.»
Sin duda alguna estamos ante un nuevo ideal militar, realista, en clarísmo contraste con el tipo de guerrero homérico. hom érico. Arquíloco, Arqu íloco, con estos estos versos, versos, afirma afirma sin recato alguno que q ue a nuevos nuevos tiempos tiempos corresponden correspon den nuevos ideales, y que la estilización romántica del guerrero, como en otras cosas, ha sido definitivamente arrinconada. Y proclama a los cuatro vientos el nuevo ideal. (Cfr. Le s Maîtres Maîtr es de vé vérit rité, é, París, 1964). M. Detienne, Les Esta «desacralización» del profetismo arcaico podemos hallarla en otros poemas y escritores. Hecateo de Mileto, en pleno siglo vi, comenzará su obra proclamando, frente a las tradiciones históricas y míticas de los griegos, su propio pensamiento, las verdades que, po p o r m ed edio io d e la r azó az ó n , h a de desc scuu b iert ie rtoo el escr es crit itor or.. E l «yo» «y o» se se opon op onee a los demás, como en muchos fragmentos
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de Arquíloco, como en el famoso poema de Safo, cuando (fr. 27D) canta que «es bello lo que uno ama». Y Píndaro, heraldo de una concentración religiosopo lítica aristocrática, se llamará a sí mismo, en un famoso fragmento, «profeta de las Musas» (cfr. J. Duchemin, Pindare, poète et prophète, Paris, Les Belles Lettres, 1955), en tanto que Solón encarnará una «misión» políticosocial, y Esquilo, en los umbrales de la época clásica, se comportará como un auténtico profeta de la democracia religiosa ática. Los poetas arcaicos, a diferencia de los aedos homéricos, no tienen los ojos vueltos hacia un pasado maravilloso, sino hacia el hic et nunc, hacia la cruda realidad de la vida. La elegía guerrera de un Calino y un Tirteo sirven las necesidades del momento, van dirigidas a inspirar un noble ideal puesto al servicio de la patria; Solón concibe su poesía como un medio para influir en la políti política ca y en los conflictos de la circunstancia circunstan cia histórica en la que vive vive;; Mimnermo M imnermo nos habla de su propio dolor, de sus cuitas, como Safo, como Alceo, como Dafo, como Alceo, como Arquíloco.
N
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«La aparición de la lírica —ha dicho H. Frankel, Dicht. Dicht. u n d Phil. Ph il.,, pág. 586— está en íntima íntim a relación con con el reconocimiento de la inestabilidad (Labilitát) de la naturaleza humana.» hum ana.» El E l hombre hom bre se siente siente «efímero «efímero», », no en el sentido hoy corriente de ser que dura un día, sino en una aceptación más profunda según la cual «los ava tares de un solo día pueden trastornar radicalmente al ser humano». Mientras el león es siempre león y el cordero es siempre cordero, el hombre es aquello que quiere el curso.del tiempo. No se trata, naturalmente, de un atisbo de lo que en el siglo X X llamaremos histo ricismo («el hombre no tiene naturaleza, sino historia»),
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sino una profunda experiencia vivida por el hombre arcaico y que ppue uede de definirse con el verso de Arquíloco A rquíloco:: «Fortuna y Destino, Pericles, lo dan todo al hombre» (fr. 3A).
La idea según la cual Zeus eleva al humilde y abate el soberbio se halla ya expresada en Hesíodo (Trabajos y Dias, 3 y sigs.). Pero los líricos arcaicos ven con un pesi pe sim m ismo ism o m ás radi ra dica call esta es ta ve verd rdad ad.. A l fin y al cab ca b o , la humillación hum illación del soberbio soberb io y la exaltación del humilde hum ilde son debidas a un acto divino justo, que premia a los buenos y castiga a los malos. No es infrecuente, entre los líricos, la idea de que el cambio repentino de fortuna se deba a un acto irracional, inexplicable, que hunde al hombre en una «indefensión» completa y absoluta. Solón podrá lamentarse, en su Elegía a las Musas, de la radical incapacidad humana para alcanzar la meta racionalmente pr p r o p u e s t a . Más pes p esim imis ista ta es la l a act a ctit itud ud d e Arq A rquu ílo íl o co (cfr. (cf r. 207 A ) 20: Aunque el poeta de Paros sabe que contra la indefensión (άμ (ά μ η χα νίη ) hay, hay , posiblemente, posiblem ente, un medio de defenderse (τλημοβύνη): el reconocimiento de «ritmo natural de la existencia», que se mueve de un modo pe p e n d u lar la r (fr. (f r. 7 A ) 21. Y, en otro fragmento: Reconoce el ritmo de la humana existencia.
20 A los los dioses dioses concédeles todo: todo: levantan leva ntan a m enu enudo do a los ho hom m bres que en la negra tierra yacían liberándoles del infortunio, y a menudo también precipitan a quienes vivían seguros firmes sobre sus pies; luego advienen terribles desgracias y va errante el caído, sin medios de vida, con la mente extraviada. 21 Lo L o s d iose io ses, s, q u erid er idoo , n o s p u sie si e ron ro n la resig res igna naci ción ón e s forz fo rzaa d a en e l pe p e c h o , c u a l rem re m edio ed io d e nues nu estra trass desgracia desg racias. s.
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Hada la mitad del siglo V I se produce en Grecia un momento de crisis poética. El hecho ha sido señalado po p o r H. F r a n k e l (Dicht. und. Phil., 274 y sigs.), si bien el fenómeno puede interpretarse de formas muy diversas. Mientras este helenista insiste en que, realmente, tenemos una generación (entre 550530) sin poetas, hecho que él intenta explicar con argumentos muy variados, sobre todo por la posibilidad de que el excesivo realismo dominante hasta entonces hubiese ahogado el arte poético, otros, como Gundert (Gnomon, 1955, 470 y sigs sigs.) .) son escépticos e scépticos ante a nte tal crisi crisis, s, y procu pro curan ran explicar este vacío por la falta de información que, realmente, es desesperante para este momento. Con todo, no conviene perder de vista que es ahora cuando asistimos a los primeros balbuceos de la prosa. Eso podría dar en pa p a r t e la raz ra z ó n a F r a n k e l, q u ien ie n , sin emb em b a rgo rg o , no d e ja de señalar que no se ha dado una ruptura completa, pe p e ro qu quee «lo q u e se p rod ro d u jo ha haci ciaa la m itad it ad de dell siglo e ra demasiado insignificante para ser transmitido a la posteridad» (pág. 274, nota 2). En todo caso, figuras como Aristeas y Feréc Fe récide ides, s, los primero prim eross filósofos y científic científicos, os, son los dominantes ahora. Frente al predominio de la poes po esía ía en las ge genn erac er acio ionn es a n teri te rioo res re s , ah ahoo ra es el p e n samiento y la expresión filosófica lo que se impone. Se
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Con todo, ese momento de silencio poético —si realmente se ha producido la crisis de que habla el filólogo alemán— tuvo su importancia para la historia del arte poét po ético ico grieg gr iego. o. C u a n d o , e n los a ño ñoss 530 e n a d e lan la n te, te , vuelve a surgir la poesía, nos encontramos con un panorama enteramente nuevo: «de un impulso decidido hacia la vida (Lebensnahe) no hallamos ahora ni rastro»
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(Frànkel, pág. 319). El arte de los poetas es más cauto frente a la realidad, sin que deje de tener un contacto con ella: íbico, que anuncia ya en algunos aspectos estilísticos el arte clásico; Estesícoro, Anacreonte, Teognis, Simónides, que es el heraldo de los nuevos tiempos y del que Frànkel nos ha dado una buena interpreta terp retación ción.. A ho hora ra (escribi (escribirá rá Frànkel, Fràn kel, pág. 31 314) 4) ya «n «noo hay restos del decidido impulso de acercamiento de la realidad». Junto a ellos, tenemos las grandes corrientes de la filosofía del ser (sobre todo, Jenófanes, Parménides, Heráclito), las tendencias empiristas que llevarán a la creación de la ciencia etnológica y médica jónicas, los pri p rim m e ros ro s ba balb lbuc uceo eoss de dell a rte rt e trág tr ágic ico, o, q u e t e n d r á su c u na en Atenas y en cuyos orígenes no han dejado de influir las fuertes tensiones internas de esa ciudad, que pronto irá saliendo del anonimato anonim ato hasta convertirse en el centro espiritual de la Hélade. No N o es infr in frec ecuu en ente te qu quee sea se a en e n los m o m en ento toss fina fi nale less de un período literario cuando aparece en toda su riqueza y esplendor el monumento más logrado y perfecto, síntesis tesis armónica arm ónica de una serie serie de tendencias que confluyen f r u t o s tardíos tardío s en u na mis misma direcció direcciónn y proporcionan propo rcionan los los fr de varias generaciones. Tal es la obra de Píndaro. La po p o e sía sí a pin pi n d áric ár ica, a, qu quee na nace ce de u n a de deci cidd ida id a vo voca caci ción ón aristocrática en un momento en que la cosmovisión arcaica empieza a periclitar, es, paradójicamente, el testamento espiritual de toda una época. En ella cabe distinguir todos los rasgos esenciales de lo arcaico, el «yo lírico», la voz del poeta sonando en todas y cada una de sus producciones, pero sin la decidida orientación ción «realista, «realista, actua actual» l» propia de la primera primer a época épo ca arcaica. La referencia a la vida contemporánea es clara, si tenemos en cuenta que los cantos pindáricos surgen de los grandes juegos panhelénicos, esto es, como una res p e n d a n t a pu p u e s t a al estím es tímul uloo d e la reaü re aüdd ad ad.. P e ro co como mo pe ese elemento contemporáneo tenemos la constante re-
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ferencia al mito, que da pleno sentido a esa misma realidad. Baquílides, algo más joven que Píndaro, com plet pl etaa ese es e c u ad adro ro de los m o m en ento toss fina fi nale less de dell p e río rí o d o arcaico. Pero en Baquílides no hallamos una visión sistemática y coherente de los valores aristocráticos, dorios, como en Píndaro, el gran cantor de la nobleza y sus logros espirituales. Vuelto el poeta beocio hacia la grandeza prístina, ya periclitante, del ideal dórico, es Píndaro un poeta que cierra con broche de oro la época arcaica, aunque su vida se prolonga hasta bien entrado el siglo V . Simionides, por el contrario, y Esquilo, son respectivamente el heraldo y la aurora del nuevo ideal que marcará el período clásico de la literatura griega22.
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l a p o e s í a
a r c a ic a
Hoy tiende a extenderse la teoría de acuerdo con la cual «sólo a partir del fin del siglo v se inició, a través de la difusión del libro, una nueva tecnología de la transmisión escrita de la obra», por decirlo con las palabras de uno de sus más fervientes defensores del carácter oral de la lírica arcaica, Br. Gentili (Quad. Urb., 1969, página 10). En efecto, desde hace algunos años ha vue vuelt ltoo a tene te nerse rse en e n consideración, ampliando am pliando además adem ás sus sus aspectos aspectos y sus sus consecu con secuenci encias, as, la tesis de defen fendid didaa hacia ha cia finales de los años veinte por Milman Parry. Este malogra logrado do filólogo sostuvo en la Sorbona Sorbo na una u na tesis doctoral doc toral (L’épithète traditionnel dans Homère, París, 1928), que 22 Sobre el ideal idea l do dorio rio pindárico pind árico,, cfr. el librito de E . des Places Píndare et Platon, París, 1949, pág. 35 y sigs., así como Méautis, Pindare te dorien, Neuchátel 1962. Los elementos délficos de esta ideol ideologí ogíaa pue den verse bien estudiados estudiados e n J. D efradas, Le L e s thè th è m e s de la propagande delphique, París, 1954 y, Los anticipos clásicos de la po p o e s ía s m ó n id a h a n sido si do b ien ie n a n aliz al izad adoo s p o r F r a n k e l, p . 351 y sigs si gs.,., y por M. Dettienne («Simonide et la désacralization de la poésie», REG, 1964, 405).
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luego amplió con otros estudios, donde sostuvo el ca rácter rácter form for m ular ul ario io,, tradicional tradicional y oral, oral, de la poesía homérica. Más tarde, a partir de la resurrección que conoció el punto de vista de Parry, sobre todo entre los filólogos anglosajones, los principios metodológicos de Parry fueron extendidos al campo de la lírica, e incluso a los pri p rim m e ros ro s ba balb lbuc uceo eoss d e la pros pr osa. a. E n tre tr e los d efe ef e n sore so ress más entusiastas de esta tesis ha ido surgiendo, además, la teoría teor ía del carácter carác ter oral de toda la cultura arcaica. arcaica. Sólo Sólo a partir del siglo V , y de un modo paulatino, la cultura de la palabra escrita fue tomando cuerpo, así puede verse en el libro de E. A. Havelock Preface to Plato (Cambridge, Mass. 1963), cuya versión italiana responde m uch uchoo más a su contenido conten ido y a su orientación: Cultura orale e civiltá della scrittura, RomaBari, 197323. A decir verdad, la genial intuición de Parry fue, em pe p e r o , el resu re sult ltaa d o final fina l de u n a seri se riee de tra tr a b a jos jo s sob so b re los rasgos expresivos del epos homérico: ya Düntzer jHom erische che A b h a ndlu nd lunn g en, en , Leipzig, 1907) había ob( Homeris servado que en Homero había grupos de palabras y formas de ciertas palabras que eran usados sin que «ello influyera en el significado». Por ejemplo, en el caso de los epítetos aplicados al vino (cfr. pág. 314). Algunos años antes, Ellendt (Drei homerische Abhandlungen, Konigsberg 1861) había estudiado el influjo del metro sobre sob re la morfología y la sint sintax axis is homéricas, hom éricas, tesis que K. H omer eros os,, apartado Sprache) amplió Witte (R.E. s.v. Hom hasta tal punto, que llegó a escribir: «la lenguá de los poe po e m a s ho hom m éric ér icos os es u n a crea cr eaci ción ón de dell ve vers rsoo ép épico ico». ». L o cierto, es, empero, que, pese a que los investigadores fueron aportando datos sobre el carácter formulario y «artificial» de la lengua homérica, las tesis de Parry tardaron en imponerse. K. Meister publica en 1921 su 23 L a ob obra ra completa com pleta de M. Parry pu puede ede ah ahora ora leerse íntegram ente, el volumen editado por su hijo (The making of Homeric Verse, Oxford, 1971) con un prólogo que estudia toda la historia del descu bri b rim m ien ie n to d e l g ran ra n filó fi lólo logo go am eric er ican anoo .
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Di e hom ho m . Kunsts Ku nstsprac prache, he, donde ya el importante libro Die título señala la orientación de su autor. Y a muy pocos años de distancia de la lectura de la tesis de Parry (1928), en 1923 Meillet afirma en su libro (Les origines indoeuropéennes des mètres grecs, París, 1923, pág. 61) que Homero trabajaba con fórmulas24. La verdad es que Parry, antes de morir, realizó interesantes experiencias entre los guslaris (trovadoresim prov pr ovisa isado dore res) s) de Serv Se rvia, ia, do donn d e tod to d av avía ía pervi per vive ve (o p e r viví ivía) una tradició trad iciónn oral or al hecha a base de fórmulas. Tales T ales experiencias demostraron que la tesis de una poesía hecha a base de fórmulas no es algo puramente teórico, sino que existe en la realidad. Hoy se habla ya de una Oral poetry aplicada no sólo a la epopeya, sino a la lírica medieval . 24 De en tre las muchas reseñas que se publicaron del libro de Parry, la de Chantraine (Rev. de Phil., 3, 1929) es la única que reconoce por escrito la importancia decisiva de la obra del filólogo americano. En general ésta pasó prácticamente desapercibida, hasta que, hada los años sesenta, se produce una espectacular resurrección de sus ideas, que son aplicadas, según decíamos, a la lírica. Posiblemente influyera en este olvido el hecho de que, en Alemania, cabeza entonces de la filología, los puntos de vista de Parry no dejaron la menor huella, aunque la investigación fue aportando datos sobre el posi po sibb le c a r á c t e r tra tr a d icio ic ionn a l y form fo rm u lari la rioo d e la p o e s ía h o m é ric ri c a . E n 1930, Bowra (Tradition and Desing in the Iliad) reconoce que detrás de H omero hay una larguís larguísima ima tradición; en 19 1933 33,, W. A ren d sostiene sostiene la tesis de la existencia de escenas típicas en la Ilíada (Die typischen Szenen bei bei H om er, Berlín, 1933). La escuela dominante en Alemania po p o r esta es tass é p o c a s , la lla ll a m a d a neoanalítica, que postula para Homero la exi exist sten enci ciaa de poem as anteriores que le sirven sirven de modelo, h a recharech azado claramente tales teorías, o se han echado al olvido. Cfr. la discusión a fondo de estas cuestiones, desde el punto de vista alemán, en el libro de A. Dihle Ho H o m e r -Pr -P r o b lem le m e , Opladen, 1970. La obje cción básica contra el parrismo es que los poemas homéricos no son comprensibles, con su complejidad y su estilo, con una poesía oral. 25 Cfr. Cfr. los estud es tudios ios de A . B. L ord, or d, The Singer o f Tal Tales, es, Cambridge, Mass. 1960, así como su compilación de los cantos serbocroatas recogidos por Parry (Serbocroatian Heroic Songs, Cambridge Mass., 1954). Para la epopeya en general, cfr. C. M. Bowra, Her H eroo ic P oetr oe try, y, Londres, 1952.
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En todo caso, es un hecho, hoy puesto de relieve por los críticos, que en la época arcaica se observan unos rasgos que permiten sostener la relación entre poesía, canto e improvisaci improvisación. ón. Por una pa parte, rte, en Grecia hay un unaa tendencia a relacionar el arte poético con la memoria (la Memoria, Mne M nem m osyn os yne, e, es la madre de las Musas, que simbolizan el canto y el arte en general). Por otra, se han detectado restos de una primitiva creencia según la cual a la Verdad no se opone la Mentira, sino el Olvido. Así, la Poesía, oral, con su recuerdo de los hechos del pasado, aseguraría su persistencia. En el mismo Píndaro —que en cierto modo representa una vuelta a concepciones concepciones ya pericli periclitad tadas as del pasado— asoma un unaa vuelta vu elta de la relaci relación ón entre alétheia, verdad, con memoria, canto. Para Píndaro, (OI., I, 30) la Charis (el Arte) puede convertir lo increíble en verosímil26. Una serie de cuestiones se plantean para el caso concreto de la poesía homéric hom éricaa concebida concebida como una un a poesía oral y formularia. Por lo pronto, la cuestión básica de si toda poesía formularia es ya, de por sí, oral. Ése es el principio principio sostenido sostenido por po r J. J. A. A . Notopoulos en varios varios de sus trabajos, quien además, ha pretendido extender el carácter de poesía formularia a los himnos homéricos, al Ciclo, a Hesíod H esíodo. o. Kirk ha sometido a revisión revisión muchas de las ideas de Notopoulos («Formular Language and oral Quality» Quality» Yale class. Stud., XX, 155 y sigs.), sigs .), y p o n e de relieve que no se puede, sin más, identificar poesía formular y poesía oral. Por otra parte, concluye en su estudio que no hay diferencias tan grandes como se quieren ver entre expresión oral y expresión literaria. 26 R em itimos itimo s a los estudios de E . Heitsch («W ahrheit ais ais E rinne rinn e rung», He H e r m e s , 911963, 36 y sigs.); K. Marot, Die D ie A n fg à n g e der de r gr. Lit L iter eraa tur, tu r, Budapest, 1960; S. Accame, «L’invocazione alia Musa e la Veritá in Omero ed Esiodo» (RAC, 1963, 252); J. P. Vernant, «As pe p e c tes te s m y thiq th iquu e s d e l à m é m o ire ir e e n G rèc rè c e» (Journ. de Phsych. 1959, 1 y sigs. A. Setti, «La memoria e il canto» 1958, 129 y sigs.); cfr. el im portante estudi estudioo de M. D etienne etienne Le L e s m aître aî tress de vé vérit ritéé dan d anss la G rèce rè ce archaïque, Paris, 1967.
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Además señalamos requisitos mínimos y básicos para reconocer a la poesía oral: observancia del principio de economía (tendencia a lo estereotipado de la fórmula), naturalidad de la extensión y la articulación formularia, y la observación de una serie de detalles tradicionales en el el ritmo, ritmo , y los los encabalgamientos. Si un unaa literat lite ratur uraa no se ajusta a estos principios, no puede llamarse oral (es decir, improvisada)27. Otro problema importante es el de la definición del concepto de fórmula —que en Parry quedaba un tanto impreciso— y que ha sido abordado por una serie de investigadores (Hoekstra, Hainsworth, Page, Russo, Di Donato, Kirk, entre otros). La definición de Parry («la fórmula puede definirse como una expresión usada regularmente bajo las mismas condiciones métricas, para trad., 16) ha ido expresar una idea esencial» ( L ’Epithète trad., adquiriend adquiriendoo un unaa mayor m ayor concreción concreción y un unaa mayor m ayor funciofuncionalidad. Se ha observado que ayuda al aedo a recordar los versos tradicionales, que ocupa un lugar fijo en el verso —o tiende a ello— y que puede pasar de su mínima expresión (dos palabras, palabras , como el tipo tipo λέω λέω ν ώ ς) hasta su máxima extensión (varios grupos de versos formando una escena típica: salida del sol, caída del guerrero herido, etc.). Apenas hay, por otra parte, re petici pe ticion ones es inn in n eces ec esar aria iass de fórm fó rmul ulas as (Kir (K irk, k, The Songs of Hom H omer er , Cam C ambrid bridge, ge, 19 1962 62,, 62 62 y sigs.), sigs.), y cuando cua ndo el m etro lo exige, se introduce una ligera variación (así, el final de hexámetro hexám etro π α τρ ίδα γα γαϊϊα ν se convierte en π α τρ δο δοςς α ιη ς por razon raz ones es prosódicas). prosó dicas). Finalmente, señalaremos que el determinismo excesivo que señalaba Parry en la poesía homérica, en el sentido de que el áedo homérico apenas contaba o no contaba en absoluto, de libertad ante las fórmulas tra 27 Los Los principales trabajos trab ajos de N otopoulos otop oulos son: «H om er, H esiod, and the Ach aean H eritage of Poetry» Poetry» (Hesperia, 29 ,19 60 ,17 7 y sigs. sigs.); ); «The Homeric Hymns as Oral Poetry» (AJPh, 83, 1962, 337 y sigs); «Studies in the Early Greek Oral Poetry» (HSLPh 1964, 1 y sigs.)
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dicionales, ha sido modificada en el sentido de que ello no es del todo cierto28. La más moderna investigación ha señalado, por otra pa p a r t e , el he hech choo de q ue H esío es íodo do es asimismo asim ismo u n p o e ta formular, si bien tampoco hay aquí un acuerdo completo: así, mientras A. Hoekstra («Hésiode et la tradition M nem m osyn os yne, e, 1957, 193 y sigs.) sostiene que orale», en Mne hay en e n el poet po etaa de Beocia B eocia la misma misma técnica y las las mismas mismas formulas que en Hom ero, pero p ero en un estad estadio io más avanzado de la evolución, postulando, por tanto, un carácter oral de su poesía, otros, como F. Krafft (Verg leichende Untersuchungen zu Homer und Hesiod, Gottinga, 1963) en u n eestud studio io que qu e se limita limita sólo sólo a la la Teogonia y Trabajos y D ías ía s descubre que las fórmulas «hesiódicas», es decir, exclusivas o propias de este poeta, alcanzan la proporción del 15 por 100 lo que, en una obra tan breve, es muy sintomático. Por otro lado, G. P. Edwards, (The language of Hesiod in its traditional context, Oxford, 1971), es algo más matizado: reconoce (cfr. pág. 192) que tanto en Homero como en Hesíodo hallamos los rasgos típicos del esti estilo lo tradicional oral, or al, pe pero ro no n o excluy excluyee que «haya razones especiales para sugerir que los dos po p o e m a s lar l argo goss de d e H esío es íodo do d e b e n ha h a b e r ten t enid idoo u n ori o rige genn escrito». escrito». Algunos Alguno s crít crític icos os p retend rete nden en hallar una u na solución solución 28 C fr., po porr ejemplo, ejem plo, el estudio de H oe oekstra kstra Ho H o m e r ic m o d ific if icaa tions ions o f form ulaic propoty propotypes, pes, Amsterdam, 1965, y, especialmente, Hainsworth, The flexibility flexibility o f the the Hom H om eric Formulaa, Formulaa, Oxford, 1968. Más hipotético es el intento de algunos filólogos por descubrir ya en las tablillas tablillas micénicas micénicas restos restos de un u n estilo estilo formular form ular (cfr. (cfr. W eb ebster, ster, From My M y c e n a e to H o m e r , Londres, 1958, 92 y sigs.) Una posición opuesta es la de C. Gallavotti («Tradizione micenea e poesía greca arcaica», e n A t t i e m e m o r ie d e l P rim ri m o C ong, on g, inte in tern rnz. z. d i M icen ic enol olog ogia ia,, vol. I, Roma 158 y sigs.), que concluye que es prácticamente imposible admitir en la época micénica una poesía épica formular tal como la tenemos en Homero, pues las fórmulas homéricas no pueden expresarse en la lengua micénica, dada su distinta prosodia fonética y morfología. Fue con la nueva época que surge tras la destrucción de la cultura micénica que aparece u na nueva nu eva tradición tradición formularia según él él.
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intermedia: redacción escrita y difusión oral. (Así Havelock, Cultura orale... 92 y sigs.). La etapa eta pa final final en la elaboración de una un a do doctrina ctrina sobre el carácter oral de la cultura arcaica está enmarcada por una serie de grados: grad os: po porr un lado, lado , las reseñas de los los libros libros y trabajos de Havelock, así como una crítica de los mismos, va preparando el terreno. Br. Gentili y su escuela han sido quienes con mayor entusiasmo han adoptado sus puntos de vista. El mismo Gentili y sus discí pulos h a n p ub ubli licc ad adoo u n a seri se riee de t r a b a jos jo s d o n d e se defiende con ardor el principio improvisado y oral de la lírica arcaica (cfr. Gentili, en el cap. «Lírica greca ar In troo d u zio zi o n e alio studio stud io caic caicaa e tard ta rdoo arcaica» arcaica» en el e l libro Intr della cultura classica, I, Letteratura, Milán, 1972, 57105)· cfr. también su ensayo en Quad Urb. 1969, 7 y sigs.).
29 E n un trab ajo im portan te, «The Poetry Po etry of Archilochos» Archilochos» (En treti tretient ent sur su r l’A l’A ntiqu nti qu ité, ité , X , Ar A r c h ilo il o q u e , Vandoeuvres, 1964,181 y sigs) K. J. Dover ha realizado un notabilísimo esfuerzo por explicar la poes po esía ía d e A r q u í lo c o c o m o u n a p o e s ía n o p e rso rs o n a l , e n t a n t o q u e D . Pag age, e, en el e l m ismo libro, pág. p ág. 117 y sigs. sigs.,, ha postulado po stulado el carácter H o m e r-P r- P rób ró b lem le m e , ya citado, oral de su poesía. Cfr. la crítica de Dihle Ho 51, nota), quien señala que el error básico de Page es haber identificado, sin sin más, el uso arquiloq ueo de dell vocabulari vocabu larioo y los los procedim ientos épicos con una tradición oral sin más. Véase la crítica a que somete la Elegía de Pericles, pág. 49 y sigs. Por su parte Kirk sitúa a Arquíloco en la seg un da [ase [ase de la composición oral: se se com pon ponee en estilo estilo formulario, de un modo consciente, pero ya se escribe lo que se compone. En general, T. G. Rosenmeyr, «The formula in Early Greek Poetrv» (Arion, IV, 1965, 302 y sigs.). Para la Elegía, cfr. P. Giannini, Giannini, «E sp spres ressio sione ne form ularia neU neU’’elegia arcaica» arcaica» (Quar. Urb., 16, 1973 , 7 y sigs.).
LA ÉPOCA CLÁSICA: EL SIGLO V G
e n e r a l id a d e s
Tradicionalmente entendemos por época clásica el pe p e río rí o d o c o m p ren re n d ido id o e n tre tr e la gran gr an co conm nmoc oció iónn de las guerras médicas y el fin de la libertad griega que siguió al dominio dom inio de la Hélade Hélad e por po r Fil Filipo ipo.. Este E ste período, períod o, el más bri b rill llan ante te sin d u da de la hist hi stor oria ia cu cult ltur ural al grie gr iega ga,, oc ocup upaa todo el siglo v y más de la mitad del IV. Ciertamente, demasiados años para que sea posible, dado el ritmo acelerado de la historia en este tiempo, encontrar un común com ún den denom ominado inadorr que caracteric caractericee a este largo largo sigl sigloo y medio. Conscientes de ello, los historiadores de la cultura han sabido distinguir entre el «siglo de Pericles» y los años de «agonía y crisis» que siguen a este glorioso momento. Sin embargo, las cosas no se presentan tan sencillas. Por lo pronto desde el punto de vista literario, Frankel, y con él otros críticos, entienden que lo propiamente arcaico se prolonga hasta bien entrado el siglo V , y ya hemos tenido ocasión de comprobar cómo, por razones distintas, tanto Píndaro como Esquilo representan, en
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nmchos aspectos, la continuación y culminación de lo arcaico. Pero es que, por otro lado, el último decenio del siglo VI se nos aparece como una auténtica aurora d e lo clásico, y, desde luego, los años que van desde el 500 al 470 preparan la grandiosa eclosión del espíritu clásico. Si hacia 460 Pericles, que da nombre a todo el siglo, se alza con el poder, al heredar la dirección del parti pa rtido do d e m o c ráti rá tico co tra tr a s el ases as esin inat atoo de E fial fi alte tes, s, sólo algunos años más tarde podrá aparecer como la figura indiscutible de la política ateniense. Su muerte en 429 crea, por otra parte, un vacío que sólo muy precariamente aciertan a colmar sus continuadores. Consecuencias de la falta de coincidencia entre lo político y lo c u ltu lt u ral, ra l, co com m o ya an antic ticip ipam amos os h ace ac e po poco co.. Ahora bien, ¿cabe encontrar un factor que, al menos aproximadamente, dé la tónica a todo este período? Señalemos, ante todo, que la época clásica coincide con el triunfo triunfo de la democracia que, que , instalada en Atenas Ate nas co conn Qístenes a finales del siglo vi, perdurará, con vaivenes y retrocesos, ha hasta sta Q ue uero rone neaa en 338. Si la la época arcaica arcaica es políticamente aristocrática, podremos podrem os en e n cierto cierto modo m odo calificar de democrático el período clásico. Eso ya es algo para esclarecer las ideas. En segundo lugar, este siglo y medio representa el momento glorioso en que Atenas pasa a detentar el poder espiritual de la Hélade. Otro dato que conviene no perder de vista. Es claro, pues, q u e la ép époo ca clásica, clás ica, vista vi sta al tras tr aslu luzz de lo p o líti lí ticocultural, puede ser definida como el momento de la democracia ateniense1.
1 Sobre So bre la trascen tras cen de dental ntal reform a clisténi clisténica ca y su figura existe existe ab abun un dante bibliografía; véase el luminoso estudio de Hignett, A H isto is tory ry o f the Athenian Constitution, Oxford 1952, 124 y sigs., libro que aporta, además ad emás,, interesan tes datos sobre la ulterior ulterior transformación transformación d e la A tenass dem ocrática na ocrática.. A dem ás, P. Lévêq ue, Clisthène VAthénien, París, 1964, con curiosos datos sobre la posible filiación pitagórica de esta figura.
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¿Cuál ¿Cu ál era la situación situación de Grecia al ab abor orda darr el el sig siglo lo v? v? «La revolución económica —ha dicho Toynbee, La L a ci vilización vilizació n heléni helénica, ca, trad. esp. Buenos Aires, 196287—, había hecho que los estadosciudades fueran económicamente interdependientes, mientras por otro lado se les dejaba a cada uno su soberanía política en su propia y pe pequ queñ eñaa morada. mo rada. Esto constit constituía uía una falta falta de armonía que no podía durar. O bien los estadosciudades volvían a ser entidades económicas y políticamente autónomas, lo cual les haría caer en un nivel de vida que volvería a acarrearle aca rrearless ham ha m bre y guerras civ civil iles es,, o bien renunciaban renunciaba n a buena parte de su soberanía individual para que fuese po p o sib si b le c rea re a r algú al gúnn tipo tip o de e stru st ruct ctuu ra po polít lític icaa p a n h ele el e nística que acompañara al régimen económico panhelé nico, que era ya una organización de buen funcionamiento»2.
2 P ara ar a la vida económ ica y social social griega en gen general, eral, ap aparte arte los libros ya clásicos de J. Hasebroek (Stadt und Handel im alten Grie chen ch enla land nd)) y Von Póhlmann ( Geschichte der Sozialismus und der so s o z ia len le n F rage ra ge im A l ter te r tu m ) puede verse un amplio raport de M . I. Finley referido refer ido a la épo época ca clási clásica ca en «Classic «Classical al Greece» (Deuxiè me m e conf co nfér éren ence ce intern, intern , d ’hi histo stoire ire écon éc onom omiq ique ue,, Paris, 1965, 11 y sigs.), así como su trabajo anterior Studies in land and credit in Ancient Ath A thee n s (500200 a. C.) New Brunswick), 1952, que aborda aspectos más concretos, como la hipoteca, el préstamo, la propiedad. Sobre las familias más adineradas de la Atenas clásica, cfr. el libro de J. K. Athe nian Property Pro perty Famili Families es (600300 a. C.) Oxford, 1971. Davies, The Athenian Aborda determinados aspectos legales el libro de Pringsheim The Greek law of Sale. En general, A. French, The The Growth o f Athenian Ec E c o n o m y , Londres, 1964. Sobre la población, A. W. Gomme, The Po P o p u lati la tion on o f A th thee n s in the fifth fi fth an andd fou fo u rth rt h cent. E. Ch., Ch ., Oxford, 1933.
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El problema con que se enfrentaba el mundo griego era romper los antiguos moldes religiosos que hacía de los estados verdaderos ídolos intangibles, para remontarse a una unidad superior. No es posible, creemos, pre p rese senn tar ta r d e u n m o d o m ás clar cl aroo la v e rda rd a d e ra misión mis ión de la época clásica. ¿Conseguirá el mundo griego llegar a esa esa unidad? unida d? En el centro del período que nos ocupa se halla la rivalidad políticoculturaleconómica entre el bloque es par p arta tano no y el impe im peri rioo a ten te n ien ie n se. se . Su c h o qu que, e, qu quee d e ter te r minará las dos grandes guerras llamadas del Pelopone so, será el enfrentamiento entre dos concepciones de la vida: o la visión aristocrática encarnada en Esparta, con una concepción del hombre como ser sometido a la comunidad y una idea política en la que el Estado lo es todo, o la concepción equilibrada entre individuo y Estado tal como com o la hallamos form fo rmulada ulada en e n boca de Pericles Pericles en el grandioso discurso fúnebre del libro II de las His H is torias de Tucídides. Tal es el dñema. Ni u n a ni o t r a co conc ncep epci ción ón logr lo gróó p rev re v a lece le cerr de defi fini niti tivamente. Pero se habían echado los cimientos de una unidad superior, el Imperio, la Liga, que trascendía la simple esfera de la ciudadEstado. Lo cual, hasta cierto punt pu ntoo , p e rmit rm itió ió alca al canz nzar ar esa es a me m e ta p an anhh elén el énic icaa a que qu e nos hemos referido. Pero conviene explicar con un cierto detalle este proceso. La consecuencia inmediata de la reforma clisténica fue que se eliminaba de un plumazo la política particularista, larista, de lucha de tribus, p ara ar a abrir el paso a una visi visión ón del E stado stad o en la que los los intereses interese s de d e las las grandes famil familias ias quedaban supeditados a un bien superior encamado en el Estado democrático. Las tribus ya no se basaban en el lazo de la sangre, sino en consideraciones políticas. De golpe, el individuo y no el clan fue el árbitro de la polític polí ticaa a ten te n ien ie n se, se , au aunn q u e es d e c ree re e r qu quee las gran gr ande dess
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famil familia iass mantuvieran, mantu vieran, durante duran te determinados determinados momentos, mo mentos, cierta posibilidad de hacer presiones políticas, pero no hasta el punto que debamos interpretar parte de la política interior ateniense como el resultado de la riválidad entre Alcmeónidas y Filaidas, por ejemplo, como algunos historiadores han sostenido. A l llevar a cabo su reorganizac reorganización ión del cuerpo político, político, Clístenes relegó la organización gentilicia al campo de la vida privada. Ni la tribu ni el demo, ni, desde luego, la trittys se basaban en lazos de sangre, pero en el seno de los gené se mantuvo, naturalmente, la organización fra trias as y sus cultos familiares. Eso es anterior, con sus fratri de vital importancia para comprender buena parte de la vida religiosa y política de este m omento. om ento. Los cultos familiares, en efecto, habían tenido en la época aristocrática una importancia excepcional. Ahora, la ciudad reivindicaba, si no la exclusiva, sí al menos la pr p r i m a c í a e n el c u lto lt o . E llo ll o d io m o tiv ti v o a f u e r t e s t e n s i o nes, a verdaderos conflictos entre la lealtad a la religión oficial y al culto privado, que estaba indisolu bl b l e m e n t e u n ido id o a la fam fa m ilia: ili a: la p o sib si b ilid il idaa d d e i n t e r e ses encontrados entre el Estado y la familia era algo evidente, y, ciertamente, una buena parte de los conflictos trágicos que se llevarán a escena plantearán pr p r o b l e m a s d e e s t e t i p o (Orestía, Antigona, por ejemplo)3. Los grandes hechos históricos del siglo v (del iv nos ocuparemos más adelante), son: 3 Q ue las fuertes tensiones políti políticos cosocia ociales les de la ciudadE ciud adE stado son fuente inmediata del origen de la tragedia es una tesis extrema sostenida sostenida po r Bogner, De D e r tragisch trag ischee Gege Ge gens nsat atz, z, Heidelberg, 1947. Sin em bargo, hay que acep tar cuando menos que tal tensión tensión favoreci favorecióó el nacimiento y pervivenda del espíritu trágico. Cfr. J. Alsina, Orígenes de d e la trag tr aged edia ia y p o líti lí ticc a . (Rev (R evist istaa d e la Univ. d e M a drid dr id,, XII, 1964, pá p á g . 305 y sigs. sig s. P a r a u n e s tud tu d io g e n e ral ra l d e l a é p o c a q u e n o s o c u p a , cfr. H. Bengtson, Griechische, Geschichte, Munich 19694, 190 y sigs., que ofrece una exposición muy sensata.
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a) L a guerra contra contr a Persia Persia,, que es una auténtica guerra de liberación4. b) La L a creación creació n y orga or gani niza zació ciónn de la Liga Lig a Délica, estudiada estudiada a fondo fon do ppoo r R. Meiggs Meiggs,, The The Athenian Athe nian Empire, Oxford, 1971. c) Lo qu quee Forre Fo rrest st llama llama el gran debate, es decir, la oposición de los bandos políticosociales en Atenas. Sobre todo, aparte lo que decimos más adelante, L o s griegos grie gos y lo Irracio Irra ciona nall (trad, cast., Macfr. Dodds, Lo drid, 1960, págs. 169 y sigs)5. d) Las La s dos do s guerras guerras llamadas llamadas del Peloponeso, intentos, las dos, por conseguir la hegemonía de un bloque sobre otro (Atenas y Esparta)6. Grupos e n f r e n t a d o s
La vida política de este momento alcanza caracteres verdaderamente complejo. Con el triunfo de la reforma clisténica parece que la lucha política debía organizarse Pe rsiaa an a n d G reek re eks, s, Londres, 1962. Cfr. C. Hignett, 4 A . R . B um s, Persi Xerx Xe rxes es’’ in inva vasi sion on o f Greec Gr eece, e, Oxford, 1963. H. Bengtson, The Greeks and an d die Persia Per sians, ns, trad. ingl. Londres, 1968; W. Kierdorf, Erlebn Erl ebnis is un und d Darste Da rstellun llungg d e r Perse Pe rserkr rkrieg iege, e, Gottinga, 1966, es un análisis del eco que el hecho tuvo en la literatura de la época. Sobre la existencia o no de una Pa P a z de Calías, Calía s, que pondrá fui al enfrentamiento entre Greda y Persia, cfr. el estudio de conjunto de mi discículo C. Schra L a p a z d e Calías Calí as (Barcelona, Inst. Ins t. d e Est. H el., el ., 1976). der, La 5 Concretamente sobre las acciones del partido aristocrático, (aparte F. Sartori, Le L e eterie ete rie nella nell a vita vit a p o liti li tica ca atenien ate niense se nel ne l V I e V secolo seco lo a. C ., Roma, 1967), cfr. G. Prestel, Die D ie an antid tidem emok okra ratis tisch chee Strámung im Athens des 5 Jahrhunderts bis zum tode des Perikles, Breslau, 1934. 6 Sobre la prim era, cfr cfr.. D. Kagan, Kag an, The Outbreak of the Pelopo9699 (que cree que lo inevitable inevitable de la segunda nesian War, Lo ndres, 196 guerra, tal como lo ve Tucídides, era más aplicable a la primera). Sobre la segunda, en general, B. W. Henderson, The Great War betwen betwe n A th thee n s a n d Sparta, Spa rta, Londres, 1923 (escrito bajo el impacto de la primera guerra europea, de aquí el título de «gran guerra»). Sobre la primera parte de esta segunda guerra (la llamada «guerra de Ar quídamo»), cfr. D. Kagan, The Archidamian War, Londres, 1974.
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entre los dos grandes partidos entonces en pugna: los demócratas y los ariatócratas (o, si se quiere, los radicales y los moderados). En este período se enfrentan dos figuras que encarnan, con toda verosimilitud, las dos tendencias en pugna. Temístocles Tem ístocles y Aristides, Ar istides, son, en efecto, dos caudillos caudillos que representan la tendencia democrática radical y la m od oderad erada, a, respecti respectivamente. vamente. A partir p artir de de esta esta oposici oposición, ón, es posible ir siguiendo la serie de caudillos del pueblo y de la nobleza, serie que, grosso modo, puede establecerse del modo siguiente: demócratas: Temístocles, Efialtes, Pericles, Cleón; y, por parte de los nobles o «moderados», Aristides, Cimón, Tucídides hijo de Me lesias, Nicias. Queda la figura de Alcibiades, un tanto enigmática y del que podríamos decir, como se dijo de Erasmo que pertenecía a su propio partido. Los momentos decisivos de la oposición entre los dos grupos grupos puede pu edenn seguirse seguirse de un modo bastante claro, claro, aun aunque todo parece indicar que la auténtica lucha empieza, prop p ropiam iam en ente, te, en el instante instante en en qque ue Efialtes Efialtes prepara prep ara el golpe de gracia contra el Areópago en 462. (Así opina Forrest (La democracia griega, trad. esp. Madrid, G ua uada darra rram m a, 1966,207), si bien es indudable indud able que pu p u e d e n d e t e c t a r s e s ínto ín tom m a s d e luch lu chaa e n u n p e r í o d o anterior. A Temístocles debe Atenas el paso más importante dado hacia su hegemonía después de promulgarse la constitución clisténica. Suya es una ley, en efecto, que determinaba la constitución de un fondo importante, a bas b asee d e los p rod ro d u cto ct o s q ue se o b ten te n ían ía n de las m inas in as de dell Laurion, destinado a constituir una flota mercante y guerrera, lo que salvó a Atenas durante la segunda guerra médica y permitió a la ciudad convertirse en la pr p r i m e r a p o ten te n c ia m aríti ar ítim m a. E n eso e ra T emíst em ístoc ocles les fiel a la tradicional política de dominio de los estrechos y las rutas del trigo, vital para la ciudad. Ya en tiempos
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de Pisistra Pis istrato to asistimos asistimos a esa política polític a (guerra (gu erra,, de Sigeo Sigeo,, colonización del Quersoneso tracio, etc.)7. Si Temístocles fue, de hecho, el salvador de Grecia y de Atenas, tanto por su genial capacidad para prever lo que su patria necesitaba como por su talento y astucia que permitió salvar a Grecia del ataque persa, «Aristides intentó corregir el imperialismo que se hacía sentir Ilu straa en las las intervencio interve nciones nes de Temístocles» Temístocles» (Adra (A drado dos, s, Ilustr ción y polít po lític ica, a, 139). Es cierto que tanto radicales como moderados aceptaron, desde un primer momento, el hecho y la importancia de una liga que, como la Délica, representaba un arma poderosa contra Persia. Por ello vanos cómo Aristides, un moderado, fue el gran organizador de la liga, y Cimón, su gran caudillo en la lucha contra Persia. Sin embargo, algo oponía a los dos bandos. Ya hemos aludido a la oposición del partido moderado a la política temistoclea a convertir la liga en un imperio maritismo. Pero es que pronto hubo fuertes divergencias en lo que respecta a la política exterior: el parti pa rtido do acau ac audi dill llad adoo p o r T emíst em ístoc ocles les sost so sten enía ía la ne nece cesisidad de luchar contra Persia, la enemiga tradicional y al mémo tiempo el gran peligro, que era preciso conjurar, para ir lib li b e ran ra n d o a las ciud ci udad ades es grieg gr iegas as q u e aú aúnn ge gem m ían bajo su yu yugo go.. P e r o , j u n to a ese es e p elig el igro ro,, o tea te a b a o tro tr o no menos grande: Esparta. Eliminado Temístocles de la escena política en 470, al ser condenado al ostracismo y ser acusado de connivenncia con Persia, lo que ddeterm ve eterminó inó su condena conden a a muerm uerte en rebeldía, la jefatura del partido del «pueblo» pasaba a manos de Efialtes. Frente a él se alzaba la figura de un Cimón, el hijo de Milcíades, que representaba la encarnación más típica de los ideales aristocráticos, so bre t o d o p o r su po polít lític icaa de luch lu chaa c o n tra tr a P e rsia rs ia y p o r su 7 Sobre Sob re este aspecto de la política de Tem ístocles, cfr. cfr. L ab abarb arbe, e, La L a loi lo i na nava vale le d e Thémi Thé misto stocle cle,, París, 1957. Sobre otros aspectos de su actividad política, A. Daskalakis, Pro P robl blèm èm es hi histo storiq rique uess au auto tour ur de la Bataille des de s T hérm hé rmop opyl yles es,, Atenas, 1961, apéndice.
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espartanofília. espartano fília. Los dos dos desaparecerán desaparece rán de la escena escena hacia hacia 462: Efialtes es asesinado, sin duda por los aristócratas, y Cimón es enviado al ostracismo. Aparece en escena Pericles, heredero político de Efialtes y con él empieza una nueva época en la historia de Atenas8. E
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e s p ír it u
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¿Cuáles son los rasgos espirituales de la Atenas que va desde Clístenes a Efialtes y que ha vivido la terrible experien ex periencia cia de d e las guerras médicas médicas así así como los primero prim eross síntomas de una clara oposición oposición entre ella y E sparta? spa rta? Se trata de un momento de franca colaboración entre los dos grandes bloques áticos, bloque en el que cada uno tiene asignado su papel. La búsqueda de una armonía entre los distintos elementos de la constitución es evidente, y por ello la «concordia» es, acaso, el término que mejor define esos ideales que Esquilo ha sabido pla p lasm smaa r e n su trag tr agee d ia. ia . É l sab sa b e, p o r o t r a p a r te, te , q u e esa es a concordia, esa armonía no es sino el resultado de una fuerte tensión y no se consigue sin sacrificios y dolores. Esquilo, Esq uilo, el verdadero verd adero teórico teórico de la democracia relig religiosa iosa,, según la terminología de Adrados, ha sabido hallar en la trilogía con ruptura del dilema trágico la mejor plas mación simbólica de los grandes ideales del momento. «Para «P ara un demócrata dem ócrata de la época de Esquilo —he escrito escrito en otro lugar— toda oposición puede resolverse en una unidad superior en la que los dos principios antagónicos hallan su pleno sentido. Así, en el nuevo régimen de Atenas «demo» y aristócratas pueden convivir, con tal quee cada uno qu un o sepa renunciar a algo... Puede P uede decirse decirse que toda la obra de Esquilo no sólo refleja el ambiente espiritual de ese nuevo régimen, sino que incluso lo 8 Sobre la figura figura de Cimón, en gran pa rte encam ación de los los ideales de la generación de Esquilo, cfr. G. Lombardo, Cimone, Roma, 1934.
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simb simbol oliz iza. a. Su tragedia trage dia es un unaa tragedia traged ia optimista, optim ista, porqu p orquee optimista era la visión democrática del mundo». (La (L a Üeratura griega clásica, Barcelona, 1964, 91 y sigs.). En términos parecidos se ha expresado J. H. Finley (Pindar and Aeschylus, Harv. Univ. Press., 1955): «El futuro estaba del lado del espíritu progresivo de razón y búsqueda independiente que Atenas encarnaba y Esquilo sintió profundamente. Y la tragedia, el vehículo que aneó, era el vehículo del futuro» (pág. 6). Y continúa uo poco más adelante: «Esquilo tenía una esperanza enorme en el mundo. Creía en la posibilidad de progreso, aunque no fuera un progreso fácil...» Se r
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L a armonía que q ue daba la tónica tónica general general a esta primera fase, posclisténica, de la historia del espíritu, tiende a romperse hacia 462. Políticamente, ello se evidencia en el ambiente revolucionario que se vive y que tiende a la esterilización del Areópago, el bastión aristocrático que controlaba, de hecho, toda la constitución democrática clisténica. Aunque desconocemos toda la gama de sus poderes, es muy sensato suponer que, junto al control que ejercía sobre los magistrados, tenía amplias atribuciones judiciales al tiempo que posiblemente desempeñaba muchas de las funciones que más tarde fue rdn de la competencia del Consejo. Pero, por encima de todos esos esos pode p oderes res concretos, estaba el hecho de que esa institución aristocrática enquistada en un régimen democrático era el supremo guardián del régimen. Es comprensible que, al producirse un roce entre radicales y moderados, se pensara en un golpe audaz que eliminara de la esfera política a ese molesto tribunal. Porque Porq ue aho ahora ra se produce un momento m omento de tensión. tensión. Los Los dos grandes bandos políticos no se entienden en lo que concie con cierne rne a la política exterior. Mientras los moderad mo derados os tienden a un acercamiento con Esparta, los radicales
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pr p r o p u g n a n u n a p olít ol ític icaa de op oposi osició ciónn a la p o ten te n c ia qu quee pre p ress idía id ía la liga p e lop lo p o n e sa. sa . La a ctitu ct itudd de un unos os y o tro tr o s se puso de relieve en 462, a raíz de la petición de ayuda que Esparta, ensartada en una lucha contra los ilotas que se habían levantado en armas, hace a Atenas Cimón, caudillo de la «coexistencia» espartanoateniense, defiende la propuesta y es enviado con un fuerte contingente de hoplitas al Peloponeso. Aprove Ap rovecha chando ndo esta coyuntura y, sobre todo, el insu insullto que Esparta infirió al honor de Atenas al despedir a la expedición ateniense, que no conseguía reducir el foco rebelde de Itome, Efialtes dio un audaz golpe de Estado, consiguiendo reducir el ancestral Areópago a una simple figura jurídica con el encargo de velar por los los crímenes de carácter carác ter reli religi gioso oso.. Qu Quee se jugaba jug aba fuerte es evidente, y la prueba es que los moderados contestaron asesinando a Efialtes. La reforma revolucionaria de este jefe radical fue muy diversamente acogida. Del clima apasionado que reinó po porr estos estos momentos en Atenas Atena s nos da una idea la última pieza de la Orestía, de Esquilo, las Euménides, donde don de hhallamos allamos reflejadas, transpuestas al plano mít m ítico, ico, las tensiones entre los argumentos de uno y otro bando respecto a esta medida, cuyas consecuencias inmediatas serán la ruptura de la «entente» y la aparición de dos grandes bloques cada vez más separados ideológicamente. La respuesta de Esquilo en las Euménides ha sido muy diversamente interpretada. Hubo un tiempo, a prin pr inci cipp ios io s de dell siglo x x , e n q ue se creyó cre yó qu quee la tra tr a g e d ia era una repulsa a las innovaciones de Efialtes. Sin em bar b argg o , an anal aliz izan andd o d ete et e n ida id a m en ente te la piez pi eza, a, q u e d a clar cl aroo que Esquilo intenta salvar la «conciliación» tradicional, cosa que no logró. Y precisamente ese desengaño del po p o e ta p u d o m o tiv ti v ar el qu quee a b an andd o n a ra su p a tria tr ia p a ra dirigirse a Sicilia, donde murió. El cambio que la reforma radical del 462 representa
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para la «luc «l ucha ha de pa part rtid idos os»» lo ha señ se ñ alad al adoo clar cl aram amen ente te Forrest al decir que «en 508 el demos elegía sus jefes aristocráticos aristocráticos y decidía sobre sobr e la política a seguir en todos tod os los asuntos importantes...; en 462, aunque seguía eligiéndose a los aristócratas para ocupar los cargos más altos, se les elegía ya como servidores del demos (La democracia griega g riega,, 218). Que el cambio introducido estaba ya antes flotando en el ambiente lo demuestran unos versos de Esquilo en La L a s Suplic Su plicant antes es (que ahora sabemos que fue escrita probablemente por estas fechas). En esta pieza el coro, suplicante, acude al rey de Argos y le pide protección contra sus primos, los egipcios. El rey responde que debe consultar a la ciudad, a lo que replican las doncellas que es él la ciudad. El rey, que encarna aquí el ideal político del momento responde9 con unas significativas palabras. Las consecuencias inmediatas del golpe de Estado de Efialtes no tardaron en dejarse sentir. Ya hemos dicho que el estadista cayó asesinado. Pero para sucederle en la dirección del partido radical fue escogido un político de talla excepcional, Pericles, el hijo de Jantipo, quien desde el 461 hasta 429 dirigió, prácticamente sin oposición, la política ateniense. Es sintomático el hecho de que inmediatamente estalla la guerra con Esparta —la llamada primera guerra del Peloponeso—, lucha en la que se derimía la cuestión básica de si Atenas, junto a su imperio marítimo, conseguiría asimismo controlar la Grecia central. Pero este sueño fracasó y Atenas y Es parta pa rta firm fi rmaa r o n u n t r a tad ta d o q u e iba ib a a e sta st a r e n vigor vig or h asta as ta 431, fecha en que estalla inevitablemente el conflicto entre los dos grandes bloques.
9 A ntes nte s ya te lo dije: sea cual sea mi po pode der, r, no pu pued edoo decidirme sin el el pueblo» (Suppl., v. 365 y sigs.).
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Durante los años que van desde 461 a 429 Pericles es el dueño dueñ o indiscuti indiscutible ble del po poder. der. A su lado lado se agrupa una serie de espíritus que dan la tónica a una de las corrientes más fecundas del espíritu ático: la ilustración o corriente racionalista, que cristaliza, sin que sea un as pe p e c to ún únic icoo de e sta st a n ue ueva va atm at m ó sfer sf era, a, en la sofístic sofí stica. a. Conviene, sin embargo, tener ten er en cuenta que el movimovimiento racionalista e ilustrado ilustrado no es, es, como en un tiempo tiemp o se creyó, una aportación original del genio ático. El pr p r o f e s o r D o d d s (Los griegos y lo irracional, 170) ha señalado muy certeramente este punto: «Pero quizá —dice — dice el ilustre filólogo— haya ha ya ciertas cosas qu quee valga la pe p e n a de decir cir a este es te prop pr opós ósito ito.. Ú n a de ellas es qu quee la Au A u f k larung o ilustración no fue iniciada por los sofistas. Parece oportuno decir esto porque todavía hay quienes hablan mis ma como si ilustración y movimiento sofístico fuesen la misma cosa. La ilustración es, desde luego, mucho más antigua. Sus raíces se hallan en la Jonia del siglo vi.» ¿Cuál es el rasgo específico de este movimiento que hallará su culminación en la segunda mitad del siglo v? Jaeger (Paideia, I, 130) considera un error de perspectiva histórica colocar a los maestros de la arete política al lado de los pensadores del talante de Anaximandro, Parménídes Parm énídes o Heráclito. Esto E sto es es evidente, en un aspecto al menos. Sin embargo, Gigon (Sokrates, 212 y sigs.) establece una íntima conexión entre eleáticos y sofistas y llega a afirmar que la filosofía de un Parménides es algo algo fundamental fundam ental para comprender comprend er las las ideas ideas de un Pro tágoras o un G orgias orgias.. Para Gigon, Gigon, incluso Parménides es el archegetes de la sofística. Sin duda alguna, es posible una conciliación de esos dos puntos de vista encontrados. Podríamos decir, en pri p rinn cip ci p io, io , qu quee la sofística sofís tica es la cu culm lmin inac ació iónn y c o n tin ti n u a ción de la filosofía jónica desde el lado humano, como ha sostenido W. Nestle (Gríechiche Geistesgeschichte, 148) y ha señalado Platzek (Evolución de la lógica grie-
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ga, 1954, 27); si bien la sofística representa una contra posición just ju stif ific icad adaa f r e n te a los filósofo filó sofoss jón jó n ico ic o s, es a la vez como su continuación histórica. Al mismo tiempo, no es posible desconocer la conexión innegable entre especulación presocrática y pensamiento sofístico. Se ha seóalado que buena parte de las ideas protagóricas son una conclusión lógica lógica de algunos postulados postulad os heraclíteos; que Demócrito —aunque no sea propiamente sofista está inmerso en la problemática de la época— elabora una teoría del conocimiento que pretende conservar un término medio entre Parménides y el subjetivismo de Protágoras. En fin, cabe afirmar que la aporía parme nídea (la imposibilidad de remitirnos a los sentidos) ha determinado que los espíritus de la época se planteen decididamente el problema de la oposición apariencia/ realidad, que determina buena parte del pensamiento de la época. Forma parte de esta problemática tanto la antítesis sofística nomos/physis, como la preocupación po p o r est e stab able lecc er la r e a lid li d a d a u tén té n tic ti c a fre fr e n te a lo a p a r e n cial: así, la oposición hipocrática entre «síntoma» y «causa» la distinción tucidídea entre «pretexto» y «causa verdadera», la tendencia del mismo autor a buscar «principios generales», válidos frente al hecho bruto (cfr. K. Weidauer, Thukydides und die hippokratischen Schríften, Heidelberg, 1954, 74) y la búsqueda de lo «típico» que cristaliza en una serie de tratados que se pro p ropp o ne nen, n, co como mo e stu st u d ios io s espe es peci ciali aliza zado dos, s, d e term te rmin inaa r lo esencial de un fenómeno (Sófocles escribe un tratado «Sobre la tragedia», Policleto sobre la simetría, Hipó damo sobre el «planning» de ciudades, etc.). En una pala pa labr bra, a, el impa im pact ctoo de las ap apor oria iass p arm ar m e n íde íd e as ob obli liga garon á buscar buscar una parcela, al menos, de la verdad, abo aborrdando el estudio de campos acotados10. 10 Sobre la antítesis antítes is clásica de los sofistas, sofista s, cfr. F. H ein im an an,, No N o m o s un undd Physis, Basilea, 1945. Importante para el problema que hemos planteado acerca de la oposición apariencia/realidad es el artícul tículoo de H . D iller iller,, Ό ψ ις άδήλω άδήλω ν τα φ αι αιννόμ ενα (Hermes, 671932,
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E n uunn libro ya clás clásic icoo hhaa segui seguido do W. Nestle el proceso pa p a u lati la tinn o q u e co cond nduc ucee al p aso as o del p e n sam sa m ien ie n to m ítico ític o al racional (Vom Mythos zum Logos, 19422), o, según la feliz expresión del profesor Murray (Greek Studies, 66) a la superación del conglomerado tradicional. Ya en los pe p e n s a d o r e s p reso re socr crát átic icoo s se ha p o d ido id o s e ñ a lar la r la t e n dencia a sustituir la noción de Dios por un concepto impersonal, el de causa. Los logógrafos jónicos seguirán una ru r u ta parecida. pare cida. Se va, ante todo, a la eliminación de lo sobrenatural. Sólo se aceptará un hecho cuando éste no se halle en pugna con «el sentido de la naturalidad», con la ph p h y sis. si s. Los sofistas desarrollarán algunos aspectos más. Es interesante, por ejemplo, la nueva noción de «to eikós», que tanta tan ta influenci influenciaa habrá ha brá de ejercer en Tucídi Tucídides des.. M ediante este principio se establece la «probabilidad» de la conducta con ducta hum h umana ana,, basada en los los móvi móviles les «naturales» «naturales» de lo «humano», que siempre reacciona de un modo igual ante estímulos iguales. Un ejemplo clásico es el que se aplica al tem te m a de d e Helen He lena: a: no es «lógic «lógico» o» (εί (είκ ός ός)) qu quee H elena elen a hubiera hub iera ido a Troya, Troy a, pues Príamo Príamo no habría ha bría sido sido tan necio como para pa ra sostener una guerra g uerra por po r su causa1 cau sa111. 14 y sigs.) que sigue el curso del impacto producido por la filosofía pa p a r m e n i d e a e n e l e s p írit ír ituu grie gr iego go p o s ter te r ior io r . 11 L a m edicina hipocrática, hipo crática, aun aunqu quee constituida en ép época oca diversa, respira buena parte de estos principios. Hereda de la tradición empírica jónica la observación minuciosa de los hechos, así como el principio de la «autopsia», que impone al investigar la observación persona l de los datos sin fiarse fiarse en la tradición, qu e, por po r ser simple simple au toridad incontrolada, no merece garantía. A l mis m ismo mo tiem po, com parte el esfuerz esfuerzoo de los los espírit espíritus us de la época la búsqueda de una etiología «real» de los hechos descartando, por ejemplo, e n el tratado Sobre la enfermedad sagrada, que las enfermedades tengan su raíz en lo divino. Cfr. Deichgráber, Die D ie Stellu Ste llung ng des de s griec gri echis hisch chen en A r t z e s z u r N atur at ur (en el libro Der D er listen lis tensin sinnen nende de Trug des de s Gottes, Gotinga, 1952, 108 y sigs.). Finalmente, realizará un esfuerzo por señalar el influjo del medio ambiente en la etiogía no sólo de la enfermedad, sino incluso de las diferencias en las costumbres y carácter de los hombres. Tal es el sentido del tratado Sobre los aires, aguas y lugares. Tucídides irá más
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Jnnt Jnntoo al racionalism racion alismo, o, y como lógi lógica ca consecuencia consecuenc ia del mismo, se desarrolla una fuerte tendencia al «relativismo». Las investigaciones de los logógrafos jónicos pusieron pronto de relieve el carácter relativo de las costumbres y hábitos sociales, lo que destruirá a la larga los fundamentos mismos de la sociedad griega, dando paso a un u n a f u e r t e crisis relig r eligios iosaa y mo m o ral ra l qu q u e se tra t radd u c irá ir á en an sentimiento sentim iento de pesimis pesimismo mo y de angustia. E l punto pu nto central de esa concepción racionalista que poco a poco se va adueñando del espíritu ático es el «optimismo antropocéntrico», que tiene una confianza completa en las posibilidades del hombre, así como en el progreso de la cultura humana gracias, precisamente, a la razón. R e
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Fíente a esa corriente, se opone, en la Atenas de la genoación periclea, otra claramente «reaccionaria», tradicional, que empalma directamente con la concepción arcaica de lo humano. Los «ilustrados» tendían a fomentar el individualismo, que, moderado en un principio, io, produ pro ducirá cirá un fuerte fu erte impacto im pacto en la generación pospo sterior, cuando figuras como Alcibiades encarnen las últimas tendencias de la sofística con su doctrina del «su perh pe rhom ombr bre» e»,, t a n b ien ie n ilus il ustr trad adaa e n figur fig uras as co com m o Calicles Calic les y Polo, tal como aparecen retratados en algunos diálogoss de Platón. go Platón . Los moderados moderad os opon op ondrá dránn un unaa concepción concepción «nonnativa» a ese impulso individualista, como intentarán poner un freno al excesivo optimismo racionalista. Sófocles les y Her H eród ódoto oto,, que q ue represe rep resentan ntan,, sin duda alguna, alguna, lejos y realiz ará un unaa transposición de esos principios principios a un plano social, social, trazando la «patología de la conducta humana» de acuerdo con las circiBBtancias en que se desenvuelve. Cfr. Diesner, Wirtschaft und Gesdbchaft bei Thukydides, Halle, 1956. Sobre la medicina hipocrá tica, tica, » sentido históri histórico co y formaci formación, ón, cfr. cfr. ahora P . Lain, La L a m edic ed icin inaa hipoamtica, hipoam tica, Madrid, Rev. Occ., 1970, y mi libro, Lo L o s oríge or ígene ness helé he lé nicos nic os ie i e la m edic ed icin inaa occid oc ciden ental tal,, Barcelona, Labor, 1981.
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esa corriente tradicional, insistirán sobre el poder de la divinidad frente al «indefenso» mortal. El Edipo rey , entre otras tragedias de Sófocles, pone a la luz la creencia cia básica de los moderados. mo derados. El héroe héro e sofocl sofocleo eo responde respo nde maravillosamente a la definición aristotélica del héroe trágico, cuando señala señala que está marcado por po r una un a «fall «falla» a» que provoca su caída. De este modo, el poeta podrá indicar en qué medida la grandeza humana hum ana está limitada po p o r u n as fro fr o n tera te rass qu quee la r e b a jan ja n c o n sid si d era er a b lem le m e n te. te . Cierto que el héroe de Sófocles se caracteriza por una entereza de espíritu que lo hace grande aun después de su caída. Pero toda la producción del trágico es una lección de «prudencia» de sophrosyne, y una demostración de que entre el hombre y Dios se abre un abismo insalvable. Estamos dentro de la esfera espiritual de la reÜgión «délfica», de corte aristocrático. Podrá, realm en ente, te, Sófoc Sófocle less aprovechar aprovech ar alguna algunass de las las aportaciones aportacion es de la sofístic sofísticaa y su hermana herm ana gemela, gem ela, la retórica, retóric a, en aras de uuna na más racional racional estructuración estructuración de la la arquite arq uitectu ctura ra de sus períodos poéticos, como ocurre en las obras tardías del poeta. Pero fuera de esas concesiones, se mantiene fiel a su ideal humano y trágico. Y Heródoto, tan afín, en muchos aspectos, a la ideología sofoclea, señalará que la vida humana no es más que «contingencia». Los oráculos se cumplen implacablemente y la inteligencia humana, sierva de su propia limitación, nada puede contra ellos»12. 12 Sob re el movimiento mo vimiento sofist sofistico ico en gen eral, era l, D up rée l, Les L es s o p h is tes, N e u c h â t e l, 1948. L o s tex te x tos to s h a n sido si do e d ita it a d o s , e n c u a t r o v o lúm lú m e nes, por Untersteiner, I sofis so fisti, ti, Turin, Einaudi, 1949 y sigs. Muy importantes observaciones sobre los frenos que se ponen al individualismo en Sófocles pueden verse en el trabajo de Kamerbeek Ind In d ivid iv iduu e t n o rm e dans da ns S oph op h ocle oc le en L e théâtr thé âtree tragiq tra gique, ue, Paris, 1962, 29 sigs., quien señala el carácter antro an tropo pocé cént ntric ricoo del teatro de este autor, pero sin que tal principio deba entenderse en el sentido indicado antes: Sófocl Sófocles es hace hace al hom bre, en oposición oposición a Esq uilo, el centro de sus dramas, sus héroes tienen conciencia de que deben obedecer a una norma interior, «para ser fieles a lo más profundo de su ser».
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Con la democracia se implanta en Grecia, concretamente en Atenas, una nueva concepción política, que, como estamos viendo, va acompañada de hondas transformaciones espirituales. Por lo pronto, ya no es la san angr gre, e, principio irracional, la que permite perm ite a unos ho hom m bres br es priv pr ivil ileg egia iado doss d ed edic icar arse se a las tare ta reas as de g o b iern ie rnoo , lo cult ura,, que que garantiza la posesión de la areté , sino la cultura perm pe rmite ite al indi in divv iduo id uo a p ren re n d e rla rl a . Lo q u e es p a ra el eses tado la tradición, es para el hombre la cultura. Y los sofistas serán los llamados a proporcionar al nuevo ciudadano esos conocimientos. Sin embargo, la sofística no tiene sólo importancia po p o r ese h e ch choo . C o n m u ch chaa ra r a z ó n h a se s e ña ñala lado do el pro pr o feso fe sorr Adrados (Est. clás., IX, 1965, 21) que «en los primeros sofistas... existe una ideología coherente que fundamenta un nuev nuevoo tipo de democracia. No depend de pendee de valores valores absolutos, defendidos por los dioses, sino de valores relativos, producto de un acuerdo entre los hombres». Es lo que el mismo mismo Adra A drado doss ha h a llamado «la democracia laica»·, opuesta a la democracia fundamentada en la divinidad que hallamos en el período inmediatamente anterior. El solo hecho de que pueda fundamentarse un régimen sin apelar a la dimensión religiosa es un indicio de que nos movemos en un clima muy alejado de la Por su parte, Knox (The Heroic Temper, Berkeley, 1964) define al héroe sofocleo como un ser que «toma una decisión que brota del fondo más recóndito recón dito de d e su naturaleza y luego, ciegame nte, ferozmen te, heroicamente, mantiene esa decisión hasta el punto de autodes truirs truirse» e» (pág. (pág . 5). C on tra la visión visión «reaccionaria» «reaccionaria» del d el teatro tea tro de d e Sofócle Sofócless se manfestó C. Whitmann (Sophocles, Study on heroic Humanism, Cambridge, Mass., 1951) que pretende presentar, erróneamente a juic ju icio io m e s t r o , e l p o e ta d e A n tig ti g o n a c o m o u n p a lad la d ín d e l h u m a n ism is m o peri pe ricl cleo eo.. L a inc in c a p a c ida id a d r a d ica ic a l d e l h o m b r e p a r a a c tu a r « p o s itiv it ivaa m e n te» eficazmente es la tesis básica contenida en el libro de Van Pesch Ide e van de menselijke Bepertheid bij Sophocles, Wageningen, De D e Idee 1953, qoe se acerca mucho a los puntos de vista de H. Diller (Gottliches und menschliches Wissen bei Sophokles, Colonia, 1950) al señalar d abismo abismo que separa la inte inteli ligenci genciaa hum ana, limitada, limitada, y la divina, absoluta. abso luta.
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pia p iadd o s a a cep ce p taci ta cióó n d e la ba bases ses divinas divin as co conn qu quee u n p o e ta como Esquilo, pese a ser demócrata, asentaba los pilares de la democracia de su generación. Han cambiado los tiempos. Los espíritus que constituyen esa primera generación que vive los nuevos tiempos y que se corresponden grosso modo con los umbrales de la ilustración griega, sea para apoyarla o combatirla, son hombres nacidos al filo de la entrada en el siglo v. Pericles nace hacia 499, Anaxágoras hacia el 500, Sófocles en 490, si no un poco antes; Protágoras y Gorgias, hacia 485, Empédocles, en 490. Pertenecen a la misma generación algunos colaboradores de Pericles: Hipódamo, Damón, Fidias. Todos ellos hombres que en 461 tienen cerca de treinta años o han pasado ya esa edad. En todo caso, hombres cuyas pri p rim m e ras ra s actividades activ idades coinciden con el gran gr an m omen om ento to de la creación de la Liga Délica y el encumbramiento de Atenas. Hacia 445 se produce, sin embargo, un notable cam bio bi o e n la p o líti lí tica ca inte in terr ior io r y, sobr so bree tod to d o , e x ter te r ior io r de Atenas. Pericles, dueño indiscutible, del poder, sin una oposición organizada que pueda hacerle frente, se pre pa p a r a p a r a esa es a g u e r r a qu quee a los ojo oj o s de tod to d o s se e stá st á haciendo inevitable. Es cierto que ha renunciado a toda expansión territorial, sobre todo en lo que se refiere a un imperio imp erio terrestre. terrestre . Pero posible posiblemente mente el el pensamiento pensamiento de Pericles era todavía más concreto concreto si si tenemos tenem os en cuenc uenta que en un famoso discurso Tucídides pone en sus labios, en el instante mismo de estallar el conflicto, la frase «no aumentar el imperio» (I, 144) y no arriesgarse en empresas peligrosas. Éstas habían ya amenazado la seguridad de la Liga, sobre todo la desgraciada intervención en Egipto, que obligó a Atenas a trasladar el tesoro federal de Délos a la Acrópolis, por temor a las represalias persas. Sin embargo, Pericles no deja de poner en práctica una política un tanto agresiva, aunque esa agresividad sea de carácter económico. Nos referimos al bloqueo a
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que sometió Mégara, y que fue uno de los argumentos esgr esgrim imid idos os por po r sus enemigos para pa ra azuzar a los miembros miemb ros déla Liga Liga Peloponesía Pelopon esía contra Atenas. Ya Corint C orintoo había sufrido los duros golpes asestados por esa política, lo que la había convertido en una partidaria acérrima de una gran guerra preventiva contra la «esclavización de los griegos». El hecho es que desde 445 al 432 se vive en Grecia un clima de «guerra fría» entre los dos grandes bloques existentes. Pronto, y al amparo de un conflicto territorial surgido entre Corinto y Atenas, la atmósfera se enrarece y ese enrarecimiento traerá el inevitable conflicto. Pericles veía la guerra como algo inevitable, y, a juzgar p o r cier ci erto toss indic in dicios ios de las Historias Histor ias de Tucídides, era creencia común que a la larga el enfrentamiento armado iba a producirse. Cuando los delegados de Cor cira exponen sus argumentos para atraerse la ayuda ateniense, no dejan de señalar que su potente escuadra puede pued e ser se r u n g ran ra n auxilio auxi lio en esa es a g u e rra rr a «q «que ue casi ha estallado ya». Y los corintios, en la tumultuosa sesión de la liga de los aliados peloponesos, recuerdan a Es parta pa rta q u é tip ti p o de p o ten te n c ia es A ten te n a s, « co conn tra tr a la qu quee tendréis que combatir». La guerra, como es sabido, tuvo una larga duración (431404), si bien hay un paréntesis (la paz de Nicias, 421) que permite un cierto respiro. En todo caso, la prim pr imer eraa p a r t e , lla ll a m ad adaa « g u erra er ra de A r q u idam id amoo » , se d esarr sarrol olla la funda fu ndam m entalm enta lmente ente a base de la táctica táctica tradiciotradicional consistente en golpes de mano aislados, desembarcos atenienses en el Peloponeso, invasión intermitente del Ática por las fuerzas aliadas y algún hecho más brill br illan ante te,, co com m o la au audd az cam ca m p añ añaa d e Brás Br ásid idas as e n el norte, que termina en la batalla de Anfípolis, donde caen los dos grandes partidarios de la lucha, Brásidas y Cle Cleón ón.. U n hhecho echo desgraciado se ab abate ate sobre Aten A tenas as casi casi en el instante mismo de estallar el conflicto: la terrible peste qu q u e hizo hi zo e stra st ragg o s en e n tre tr e la po p o blac bl ació iónn y cuya cuy a víctima víct ima más sensible fue el propio Pericles.
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Con la desaparición de Pericles de la escena se produce un gran desconcierto. Cleón aparece ahora como caudillo del pueblo, y su programa es luchar a toda costa. Pero ya los partidarios de la democracia moderada empiezan a levantar la cabeza y, aprovechando la desmoralización del pueblo, que ve talados sus campos y mermadas sus posibilidades, lanzan una campaña pacifista. Aristófanes se hace eco de esa actitud en varias de sus comedias del momento, como los Acar Ac arnie niense nses, s, la P a z y Lisístrata. Lisístra ta. A partir de 421 aparece en escena una nueva figura, que habrá de tener una honda influencia en la política ulterior de Atenas: Alcibiades, sobrino de Pericles. Hombre de grandes ambiciones, encarnación del profundo individualismo que ahora va invadiendo Grecia, él fue quien lanzó a Atenas a la terrible aventura de la invasión e intento de conquista de Sicilia, que, por lo fantástico de su planteam plantea m iento y las las adversas adversas circunstancias que la rodearon, terminó con un estruendoso fracaso. Fue precisamente a raíz de la terrible derrota de Sicilia cuando por fin se decidieron los oligarcas a salir a la luz política nuevamente, intentando un golpe de E stado, stad o, en 411 411, que se proponía, prop onía, en principi principio, o, implantar implan tar una «democracia moderada», que de hecho consistió en una verdadera oligarquía13.
13 L a bibliografía sobre sob re la fascinante figura de Pericles es na tura lmente muy abundante. Buenas monografías han sido consagradas al estudio de su personalidad política. H. Berve (Perikles, 1940), G. De Sanetis ( Per P eric icle le , 1944) y L. Homo (Pericles, trad. esp. México, 1959). Sus relaciones con la sociedad de su tiempo han sido abordadas por Pe ricles les an and. d. A th then ens, s, 1948, en tanto que los aspectos A. R. Bums, Peric ideológicos de su círculo son ampliamente analizados por Ehrenberg (Sophocles (Soph ocles and Pericles Pericles,, Oxford, 1954). Pettazzoni (La religione greca fi f i n o a d A less le ssaa n d ro, ro , cap. VIII) ha estudiado los problemas religiosos (Ilustración ón y política, po lítica, 259 y sigs.) de su tiemp tiemp o, y Adrados (Ilustraci sigs.) ha h a trazad tra zadoo un vigoroso cuadro de los ideales de su generación. Muchos problemas plantea su figura. ¿Fue realmente traidor a la causa d em ocrática, ocrática, que propug naba la guerra con Persia Persia y el enfren enfren
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Ot r o s
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Pero hubo otros factores que contribuyeron a esa reacción oligárquica. Por un lado, la generación que se iniciaba en la política hacia 421 no se acordaba ya de la crisis del 462. «Para ellos —dice Forrest—, la plena democracia era algo que se daba por descontado y no podía pod ía ex exci cita tarr el en entu tusi sias asm m o ni en e n pr p r o ni en e n c o n tra tr a .» P e ro habí ha bíaa otros otr os factores, fac tores, desde luego, como el hecho de que la educación sofística estaba conmoviendo los cimientos de la sociedad de la época, produciendo una verdadera cris crisiis moral. mo ral. Crisi Crisis, s, por po r otra o tra parte p arte,, que du durará rará hasta bien entrado el siglo IV. La posesión de esos nuevos instrumentos y estilos de pensar permite la aparición de una nueva fuerza espiritual que fomentará la crítica de las instituciones democráticas. Figuras como el llamado Viejo Oligarca, autor anónimo de un frío y objetivo estudio de la constitución democrática ateniense; hom bre b ress como c omo C riti ri tias as,, C árm ár m ides id es,, A lcib lc ibia iade des, s, son so n un e jem je m plo pl o bien p a ten te n te de esa es a nu nuev evaa «intel «in tellig ligen entsi tsia» a» oliga ol igarca rca,, que propugna la doctrina de que la ley es lo que conviene viene al más fuerte fu erte y que tan bien ejemplifi ejemp lificada cada tenemos en Trasímaco. Sin du duda da alguna, las las fuerzas de la oposición oposición oligárquioligárq uica contemplaban furiosas los avances de la democracia radical. La comedia política, en gran parte manejada po p o r las las fuer fu erza zass de la reac re acci ción ón,, a tac ta c a r á siste sis tem m átic át icam amen ente te a los paladines de la democracia, sea en el campo pu tamiento con Esparta? De hecho, concertó un tratado con esta última pote po tenc ncia ia,, y, c o n la p a z d e C a lía lí a s , p o n e fin fi n o fic fi c ialm ia lm e n te al co conf nfli lict ctoo con Pasia. Que Pericles veía el verdadero destino de Atenas en el dominio del mar es algo que resulta evidente del análisis de los H isto tori rias as de Tucídides. Su posición discursos que pronuncia en las His intransigente frente al bloque espartano fue, sin duda, la causa de la guerra. Pero ¿puede decirse que de haber transigido no habría estallado la guerra? Pericles, al menos, no lo creía así, y sus palabras en Tue. 1,140 y sigs. son bien claras al respecto.
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ramente político (Cleón), artístico (Eurípides) o filosófico fico (Sócrates). E n todo tod o caso, caso, el primer prim er intento de asalto asalto del poder por parte de la oligarquía fue un rotundo fracaso. La escuadra se mantuvo fiel al régimen democrático y en pocos meses se volvió al primitivo estado de cosas. Pero la situación empezó a hacerse crítica; Alcibiades, atacado por sus adversarios, tuvo que exiliarse. Esparta inició una nueva política de liberación sistemática de los estados sometidos a la férula de Atenas. La aparición, finalmente, de una figura como Li sandro determinó que Atenas, a pesar de los heroicos esfuerzos por po r manten m antenerse erse firme, tuviera que capitu ca pitular lar114. La
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Para conocer el ambiente espiritual de esta generación ción que podríamos podríamos denom den ominar inar «de «de la guerra pelopone sa» con contamos, tamos, fundamentalm fundam entalmente, ente, con la la tragedia, sobre todo las últimas producciones de Sófocles, y la totalidad de la producción de Eurípides. Contamos, además, con Aristófanes y los fragmentos de los demás comediógrafos; fos; con la literatura literatur a histórica, histórica, sobre todo el inapreciable documento que es la obra de Tucídides y como documento complementario, con los oradores (Antifonte, Andócides, Lisias), la variada producción de Jenofonte y, para pa ra una generaci generación ón posterior, con Platón, Isócrates, Demóstenes. De la generación que vive la última etapa de la guerra, sobre todo Eurípides, nos ofrece un vasto pa p a n o r a m a de los sín s ínto tom m as de de desm smor oral aliz izac ació iónn y pesi pe sim m isis L as mo que va invadiendo el espíritu ático. Obras como Las Troyanas, Hécuba, Orestes, Heráclidas, Heracles loco, Suplicantes, Fenicias son un documento valioso para 14 P ar a un bu en estudio sobre sob re las las generaciones de los los oligarcas oligarcas que vivieron la revolución de los 400 (nacidos hacia 450), cfr. G. Forrest, «An Athenian generation gap» (Yale class. Stud XXIV, 37 y sigs. Cambridge, 1975).
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pe p e n e tra tr a r en el alm al m a grieg gr iegaa de este es te m o m e n to, to , qu quee con razón Reinhardt ha llamado «la crisis de la razón». El dolor de ver a griegos luchando contra griegos, en una fratricida lucha, es elevado a categoría literaria y presentado a escena, utilizando la vestidura del mito, sobre L a s Troyanas, Troyana s, todo en esa obra desoladora que son La donde el poeta pone de relieve la nulidad de la guerra, sus consecuencias desastrosas y, especialmente, su crueldad. Y en un pasaje clásico, Tucídides ha descrito, en forma magistral, cómo esa lucha ha destruido los valores tradicionales de que se nutría el helenismo (III, págs. 82 y sigs.). sig s.). El impacto de la derrota de Atenas en 404 a. C. ha A thèè n es dura du rant nt la défaite défait e sido estudiado por S. Levin, Ath de 404 404 a. C., Paris, 1976. Cr
is is y
e v a s ió n
El desastroso final de la guerra del Peloponeso, que acaba con la derrota total de Atenas, representa la culminación de un movimiento de crisis que se había ya manifestado parcialmente en las últimas décadas del siglo V . Tal crisis se evidencia ya en el nacimiento de una literatura política, que empieza a dar muestras de su existencia hacia 430 a. C. con el panfleto del Pseu L a consti con stitu tució ciónn de los atenienses, que sedoJenofonte La guramente nació ya anónimo, según la tesis bien conocida del profesor Gigante. Hay que añadir a eso algunos tratados de Critias, y la rica literatura con fuertes implicaciones políticas de Platón. Según una frase feliz de Mathieu, la finalidad de esta üteratura oligárquica es «minar por medio de la R P h , discusión las convicciones del partido dirigente» ( RP XXXVIII, 1914, 182). El mismo crítico ha señalado, en otro interesan inte resante te tratad tra tadoo «L’Aristocratie «L’Aristocratie athénienne», en Bull. Bull . Soc. Soc . Guill. Guill . B udé, ud é, París, 1927, 30 y sigs.), la praxis concreta de esa literatu litera tura ra oligárquica, que q ue consiste consiste esen esen
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cialmente en discursos, tratados impersonales, críticas generales de la constitución democrática, ataques a los demagogos, exposiciones de planes de reforma y, sobre todo, airear en el ambiente la tesis de que era preciso volver a la «constitución tradicional». El prestigio innegable de Esparta ante los ojos de muchos atenienses trae, pues, como consecuencia, junto al desengaño de los excesos de la democracia radical, una espartanofilia que se prolonga hasta el mismo Platón. La crisis que se produce a raíz de la guerra y tras la derrota se manifiesta de muchas maneras: Po r lo p ront ro nto, o, en los claros claros signo signoss de la de depre presión sión a) Por y angustia que generan un sentimiento de nostalgia por la grandeza del pasado. Así, Aristófanes (Nubes, 949 y sigs.) habla con orgullo de la generación de los soldados que combatieron contra el persa. las instituciones de dem m ocrática ocr áticass y b ) E n la crítica de las de la volubilidad del demos ateniense, así como de la incapacidad de los dirigentes democráticos. Esa crítica se materializa, de un lado, en la comedia, y de otro, en la actitud de determinados círculos filosóficos15. c) E n lo que pu pued edee llamarse llamarse la traición de los inte lectuales, quienes en la confrontación entre los ideales espartano espar tanoss y atenienses atenienses se ponen espiritualmente espiritualmente del lado de la concepción lacedemonia. Buena parte de los espíritus de esta época sufre lo que Oilier ha llamado «el es pejis pe jism m o espart esp artan ano» o».. (Le mirage Spartiate, París, 1933). política ica conservadora d) E n la elaboración de una polít y de saneamiento saneam iento económico, con tendencia a limitar limitar el número de ciudadanos (revolución de los 400, etc.). El 15 So bre los ataques ataq ues qu quee sufren los los líderes pop ulares, cfr. J. Stein Stein hausen, Kómódoúmenoi, Diss. Bonn, 1910, y el libro antes citado de Schwarze. Sobre la actitud antidemocrática, o al menos, la crítica del funcionamiento de la democracia en Atenas, cfr. A. H. Chroust, Socrates. Man and Myth, Londres, 1957 (que exagera hasta el punto de creer que Sócrates fue sólo un teórico de la política y no un filósofo).
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libro libro sobr so bree las rentas, de Jenofonte, Jenofo nte, responde respo nde a la misma misma política, p e ro tra tr a s la g u e rra rr a co cori rint ntia ia.. e) Y a en el siglo siglo IV — como en el caso anterior que citábamos, de Jenofonte—, en una fuerte tendencia a elaborar utopías de toda clase (Platón, los cínicos, etc.). f ) E n la aparición aparició n de lo lo que he llamado llamad o la la cris crisis is de la conciencia helénica, que se manifiesta desde muy proo pr ooto to e n J o n ia y se c o n tin ti n ú a en A t e n a s co conn la sofística sofís tica y su actitud ante la tradición. Se va perdiendo ahora la fueiza fueiza de los grandes gran des valores tradicionales tradicio nales y, como com pensaci pen sación ón,, co com m ienz ie nzan an a a lbo lb o r e a r n oc ocio ione ness q u e alar al arga gann el concepto primitivo de chelenidad. Surge ahora, ya en Isocrates, la idea de que se es griego no por nacimiento, sino sino por la adopción de la cultura grieg griega. a. Paralelamente, Paralelam ente, va creándose la noción de humanidad, de solidaridad humana16.
16 A spectos interesa inte resante ntess de esta cris crisis is son estudiados estud iados po r O. Re verdin en su contribución «Crise spirituelle et evasion (Grecs et Bar 1962, bares, bares , E ntretients sur lA ntiq u ité, t. VII, Van doeuvresGinebra, 19 83 y sigs.). Véase, asimismo, el libro colectivo editado por Alfóldy, Krise Kr isenn in d e r an antik tiken en Bewu Be wuss ssts tsei ein, n, Düsseldorf, 1975 (con notables contribuciones de K. W. Belbei sobre Tucidides, M. Landfeste sobre Aristófanes y H. Flashar sobre Platón). Cfr. asimismo J. Alsina «Eurípides rípides y la cris crisis is de la conciencia helénica» (reprod ucido ucid o en Tragedia, religión religió n y m ito it o entre los lo s grie gr iego gos, s, Barcelona, 1971). Para la guerra del Peloponeso en sus problemas concretos, cfr. mi estudio preliminar que precede a la versión de Tucidides de V. Conejero, Barcelona, 1988.
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EL SIGLO IV El siglo I V pu p u e d e ser se r estu es tudi diad adoo co com m o u n todavía no, como un alborear albo rear del mundo helenís helenísti tico. co. Pero, P ero, po porr o tra pa p a r t e , e ste st e siglo d e tran tr ansi sici ción ón tie ti e n e p lan la n tea te a d o u no noss p r o blem bl emas as q u e h a h e red re d a d o de dell p e río rí o d o i n m e d iata ia tam m e n te anterior. Una buena parte de los conflictos —bélicos, sociales, económicos e incluso incluso ideológicos— ideológicos— con los que va a debatirse se plantearon porque los problemas del siglo V no habían sido resueltos de un modo definitivo. El siglo IV, pu p u es, es , oc ocup upaa u n a po posic sició iónn espe es peci cial al e n la historia de Grecia: heredero de unos problemas no resueltos, la forma como en pa parte rte va resolviéndolos resolviéndolos an anuu n cia ya, parcialmente al menos, el período helenístico. «Chargé du passé et gros de l’avenir», el siglo IV pa p a rec re c e estar condenado condena do a ser ser una m era transi transición, ción, una pasarela pa sarela que conducirá, desde el mundo postpericleo, al mundo alejandrino. Ahora bien, ¿es ésa su auténtica misión histórica? ¿Podemos afirmar, en puridad, que la idea de trans transici ición ón agota todo su sentido históri histórico? co? En E n todo to do caso, la intención de este capítulo es intentar descubrir la pe p e rso rs o n a lid li d a d a u tén té n tic ti c a de dell siglo IV, ver de perfilar sus rasgos específicos1. 1 U n inten to de estudio global del sigl sigloo iv en todos todo s sus aspectos es el volumen IV, f. 2, 1970V, fase. 1, 1971 del B I E H , donde hay contribuciones sobre la política, la economía, la historia, la religión,
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Por Por lo pronto pro nto,, los los problemas de lo que hemos hem os convenido en llamar siglo I V hunden, como decíamos, sus raíces, en el siglo V , en los momentos finales de la Atenas imperialista del siglo pericleo. Y eso no es pura tautología. ¡Naturalmente que el siglo IV tiene que em palmar palm ar d ire ir e c tam ta m e n te co conn el an ante teri rior or!! P e ro es q u e , e n nuestro caso, la aseveración adquiere el rango de principio histórico: a finales del siglo V termina una guerra, gu erra, pe p e ro el co conf nflic licto to básico bási co qu quee lo h a b ía prov pr ovoc ocad adoo no se resolvió enteramente. Dicho con otras palabras: las nuevas generaciones del siglo I V entran en la existencia histórica con un terrible problema a cuestas: el de la unidad imposible de los griegos, el del enfrentamiento entre los estados, sin que se vislumbre, en un principio al menos, quién va a imponerse. Como se sabe, al final se impuso el Estado que menos se podía esperar: un Estado Estado no griego, griego, Macedonia. Esa será la gran pa parad radoja oja del siglo I V . Es ya un lugar común afirmar que con la guerra del Peloponeso se consuma la crisis definitiva del régimen de la dudadEstado. Afirmación que, digámoslo de entrada, nos parece un tanto errónea. Por lo pronto, los estudiosos de la historia institucional de Atenas —pues en Atenas se piensa al hacer esa afirmación— suelen el arte y la literatura de la época. Cfr. adem ás, Cl. M ossé, ossé, La L a f in d e la démocratie athénienne, París, 1962, y J. Pecrika, «The crisis of the Athenian Polis in the fourth Century B.C.» (Eirene, XIV, 1976, 5 y sigs.). Sobre los aspectos econó m icos, so soci cial ales es y cuestiones em parentadas paren tadas cfr. los siguientes estudios: P. Mackendrick, The The Athenian Aristocracy Aristocr acy (Cambridge, Mass. 1969, que se ocupa también de la época helenís A spee c ts o f Ath At h enia en iann S ocie oc iety ty in the fo f o u rth rt h centu ce ntury ry B. tica); tica); I. H ansen ans en,, Asp C. (trad, del danés), Odense, Univ. Pr. 1975, así como los datos que pro p ropp o rcio rc ionn a Μ . I . F inle in leyy e n su rap ra p p o rt Classi Cla ssical cal Gree Gr eece ce en la Deu D euxi xiè è me m e conférence in inter terna natio tiona nale le d ’H isto is toir iree é c o n o m iqu iq u e (ParísLa Haya, 1965, 11 y sigs.); L. M. Gluskina, «Studien zu den socialeokonom. Verháltnissen in Attika in vierten Jahrhundet v. u. Zeit» (Eirene, 121974,111 y sigs.) Importante, R. BianchiBandinelli, La L a cris cr isii dell d ellaa po p o lis li s (en Sto S tori riaa e C iviltá ivi ltá d e i Greci, Greci , Milán, Bompiani, 1979 (vol. IV).
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indicar, a veces con un gesto de sorpresa, que el rasgo más típico de la democracia ateniense en el siglo iv es su gran estabilidad2. Lo que ocurre es que una buena parte de críticos antiguos y modernos de la democracia ateniense adoptan una actitud hostil ante el fenómeno democrático de Atenas. De los antiguos lo creemos así, porque los textos que se han conservado proceden, casi de un modo exclusivo, de enemigos de la democracia. Los modernos, porque no han podido realizar una crítica a fondo de esas fuentes. Se observa hoy, finalmente, una nueva actitud ante el fenómeno de la democracia ateniense. Ya no se hab h abla, la, al estudiar estu diar el sig siglo lo I V e incluso los finales del V , de una «corrupción» de las instituciones democráticas como hacía, por ejemplo, Glotz (La cité grec que, pág. 384). Al contrario, se observa una sana reac pa rti pris pr is consistente en achacar todos ción contra este parti los éxitos de Atenas a la elite nobiliaria y atribuir todos los fracasos al hecho de que la chusma era la que detentab ten tabaa el po pode der, r, mientras m ientras los los «de «demago magogos gos»» se limitaban limitaban a halagar a la masa. La democracia ateniense, pues, funcionó, y no mal, durante el período comprendido entre 403 y 322. Y al decir democracia, asociamos a ese nombre la institución de la polis. Incluso cabe decir que su funcionamiento fue mejor que en buena parte del siglo V po p o r el he hech choo d e q u e , d u ran ra n te el siglo IV, las fuertes tensiones que dominaban en la Atenas de Peri 2 Cfr. en gen eral, C. H ighne igh nett, tt, A H isto is tory ry o f the A th then enia iann C o n sti st i 52.. La fuen te más im im po portante rtante para co nocer la la cons tution tut ion,, O xford, 1952 titución ateniense del siglo iv es Aristóteles, Constitución de Atenas, cap 42 y sigs sigs.. S obre la m encionada encion ada estabilidad, cfr. cfr. las las palabra pala brass de Sh. Perlman «The political Leadership in Athens in the fourth Century» (La Par. del Pass, CXIV, 1967, 162): «The stability and continuity of this democratic regim between the years 403322 is striking against the background of complaints in both ancient times and modern research». Sobre el siglo iv veánse, además, E. Ch. Welskopf, Hel H elle leni nisc schh e Polei Po leis, s, B erli er linn 1974; y J. WinckershamG. Werbrugh., The Th e Fourth Fourt h Centur Cen tury, y, Toronto, 1973.
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cíes habían desaparecido. Y la razón no es que, como h a señalado Perlman recientemente, durante el siglo IV «la democracia ateniense, aunque extremista política y constitucionalmente , era moderada en su estructura social»3. El liderato lide rato político estuvo en manos m anos de una un a burguesía enriquecida, profundamente interesada en la existencia de la democracia, y la antigua aristocracia había quedado reducida al silencio, aunque algunos de los políticos de la época se hayan reclutado entre las filas de los genetai y aunque no hubiera quedado eliminada la acción de las hetaireiai aristocráticas, con su política de subversión clandestina4. Precisamente en esta estructura social, bastante homogénea, vemos nosotros uno de los factores que el siglo IV ha heredado del siglo anterior. Durante el siglo V , en efecto, el clima político es sometido a fuertes tensiones. La aristocracia se siente amenazada de raíz con la reforma de Clístenes, y Pericles, como buen alc meónida, pro p rocu cura ra esterilizar esteriliza r la posible posible oposición oposición que los 3 Son tam bié n palabras palab ras de Perlm Pe rlm an ann, n, art. cit., loe. loe. cit. cit. Cfr. asimismo mismo A. H . M. Jon es, The Athenian Democracy, Dem ocracy, Oxford, 1957, 23 y sigs. La visión aristocratizante de Glotz puede verse en La L a cite grecque, París, 1928, 384 y sigs. Un buen ejemplo de la reacción a que ahidimos podemos verlo en el libro de Forrest La L a dem de m ocra oc raci ciaa (trad, cast.) M adrid, G uad arram a, 1966 {para el el período a nte griega grie ga (trad, rior al siglo siglo rv). H a con contribuido tribuido a este cam bio de enfoque en foque en la interpretación de la historia constitucional de Atenas el estudio de Ste. Croix «The popularity of the Athenian Empire» (Historia, 1954, 1 y sigs.), trabajo que despertó una acerada polémica (cfr. J. Alsina, Tucídida, Madrid, Rialp, 1981). Por otro lado, en esa misma dirección ción se se ha inten tado dem ostrar que la Eccle siglo rv no funcionó Ec clesia sia del siglo tan m al com o algunos a lgunos pre tendía ten dían. n. Cfr. P. B rian, «La Bo ulé et 1’ 1’election des embassadeurs à Athènes au siecIe iv» (Rev. des Étud. Ane., LXX, 1968, 7 y sigs.). Sobre el carácter voluble del dem d em os (para en siglo V especialmente), cfr. L. Gil, «La irresponsabilidad del «demos» (Emerita, XXXVI, II, fase. 2, 1970, 351 y sigs.). het aireia eiaii oligárquicas, cf. especialmente 4 Sobre Sobre la actitu ac titudd de las hetair A then enia iann Club Cl ubss in Polit Po litic icss an andd Litig Li tigat atio ion, n, Austin, G. M. Calhoun: Ath L e eterie ete rie nella ne lla vita p o liti li ticc a ateni ate nien ense se , ya citado. 1913, yF. Sartori, Le
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otros clanes puedan hacer a su política, y lo consigue en parte. El resultado es que la oposición se hace clandestina, los «clubs» aristocráticos actúan a la sombra y en dos ocasiones instauran un régimen de extrema derecha acompañado del terror: son las dos experiencias del 411 y del 404. Con la derrota de Atenas cambia la perspectiva. Ya antes, con la muerte de Pericles, la democracia ha respirado a sus anchas, y Cleón significará ese respiro tras tantos años de «democracia de nombre» o aparente5. Pero si el partido democrático radical recupera, con la desaparición de Pericles, el puesto que de nombre ya ocupaba en la política, no ocurre lo mismo, al parecer al menos, con los aristócratas. «Entre 429 y 339 —ha dicho Mac Kendrick (The Athenian Aristocracy, Cam bri b ridd g e , M a ss., ss ., H a rva rv a rd Un Univ iv.. P ress re ss.,., 19 1969 69)— )— , la a ris ri s toto cracia ateniense, diezmada y destruida en parte por la pe p e ste st e y d espl es plaz azad adaa p o r la clase diri di rigg en ente te de los nu nuev evos os ricos..., se apartó de la política.» Se añade a todo ello el hundimiento hundimien to del imperio, imperio, que trae aparejad a parejadaa la ruina de los clerucos, que son desposeídos de las tierras que se les habían asignado durante el imperialismo ático. Entre las clases altas surge el ideal político de la apragmosyne, en abierta po lypp rag ra g m o syn sy n e, el a bierta oposición oposición co conn la poly rasgo típico de la Atenas democrática del siglo V . Todo ello, evidentemente, introduce una profunda modifica5 Sobre So bre la actitud ac titud de esas asocia aso ciacio cione ness po p o líti lí tica cass o cfr. el luminoso estudio de G. M. Calhoun, Ath A then enia iann Clubs Clu bs in Politi Po litics cs a n d Litig Lit igat atio ion, n, Austin, 1913, que, en la pág. 107 y sigs. analiza la práctica del asesinato político (cfr. el de Efíaltes, jefe del partido democrático, tras su golpe de Esta do p ara esterilizar esterilizar el A reópago). reópago ). E s sabido, sabido, además, qu e Tucídides (II, 65, 9) califica de democracia puramente de nombre el régimen, tan admirado por él, de Pericles. Sobre las nuevas orientaciones que tienden tiende n a valorar la la figura, figura, desde Tucídides Tucídides tan d eno stada, de Cleón, cfr. especialmente A. G. Woodhead, «Thucydides Portrait of Cleon» (Mnemosyne (Mnem osyne ser. ser. IV, vol. XIII, 1960, 289 y sigs.).
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ción en el equilibrio social y, de rechazo, en la lucha política»6. políti ca»6. Pero las consecuencias de la guerra del Peloponeso no se limitan a los efectos que ésta había de provocar en la política interior y en la estructura social ática. La guerra había sido un conflicto en el que se ventilaba no 'la cuestión de la viabilidad del régimen de la polis, sino, y eso es lo importante, si la dualidad AtenasEsparta iba a resolverse en favor de uno u otro bando. Es bien sabido que la balanza se inclinó de momento a favor de Esparta. Pero es sabido también que los espartanos no fueron dignos liberadores del mundo helénico. Al contrario, debido a su política altamente egoísta, pronto el descontento hizo presa de los ánimos de los griegos, quienes vieron· cómo lo que ocurría era, simplemente, un cambio de dueño. Es más, incluso los antiguos aliados de Esparta, Corinto y Tebas, se sinti sintieron eron profundam profu ndamenente defraudados, y ese sentimiento de frustración fue aprovechado por Persia para provocar el estallido de la guerra de Corinto, que, con razón, ha sido calificado como «a key to the understanding of a part, at least, of the pattern of Greek History in the fourth century»7. 6 Cfr. Cfr. V. Eheren E heren berg : «Polypragmosyne: «Polypragmosyne: A Study in G reek Politics», 671947, 46 y sigs.) y Mackendrick, op. op . cit., cit ., 3 y sigs. Los estudios estudios básicos básicos para está es tá cuestión cuestión son: J. Beloch: Die D ie attische attis che Pol P oliti itikk seit se it Peri Pe rikl kles es,, Leipzig, 1884; J. Sundwall, «Beitráge zur sozia lenpofitischen Geschichte Athens im Zeitalter des Demosthenes» (Klio, Beiheft, 4,1 90 906); 6); W adeG ery: «Studi «Studies es in the S tructure of A ttic Society* (Cl. d. 251931,129 y sigs.); R. J. Hopper: «The Attic Silver Mines in the forth Century» (Br. School at Athens, 48, 1953, 200 y siguientes.) Sobre Sobre estos dos co nceptos nce ptos básicos del léxico léxico po político lítico del sigl sigloo v , cfr. V. Ehrenberg, «Polypragmosyne: a Study in Greek Politics» (JKS 671947, 46 y sigs.), y G. Grossmann, Polit Po litisc ische he Schl Sc hlag agw w ôrte ôr terr aus a us der de r Ze Z e it des Pelo Pe lopo ponn nnes esic ichh en Krie Kr iege ges, s, Zurich, 1950. Para la política pospericlea de Atenas, los estudios básicos son: J. Beloch, Die D ie att attich ichee P o liti li tikk seit se it Perik Pe rikles les,, Leipzig, 1884; W. R. Connor, The New Politicians of Fifth Century Athens, Princeton, 1971.
7 Perlm Perlman an,, «The «The causes of o f the Outbrea utbreakk of the Corinthian Corinthian War»,
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Cuáles fueron las verdaderas causas del estallido de esta gue g uerra rra es una cuestión muy debatida y no hay entre los estudiosos un acuerdo unánime. Que la injerencia pe p e r s a e n los a sun su n tos to s inte in tern rnoo s de G reci re ciaa fue fu e ra la alethestate prophasis, como opinan, entre otros, Bengtson (Griechische Geschichte, I9602 I960 2, págs. 64 y sigs.) sigs. ) y E d . Meyer (Theopomps Hellenika, 48) es poco verosímil. Más bien hay que creer que el Gran Rey aprovecharía el descontento reinante para fomentar la nueva coalición. Esto lo vio ya muy bien el autor anónimo de las Helén He lénica icass de Oxirrinco, Oxirrin co, quien (II, 2) insiste en que —en contra del punto de vista de Jenofonte, Helénicas, Heléni cas, III, 5, 1— ya antes de la «embajada» de Timócrates a Grecia, cia, el pa partido rtido belicis belicista, ta, al frente del cual cual se se encontrab enco ntraban an Epicrates y Céfalo, deseaba la guerra. En efecto, como señala el Anónimo, algunos relacionaban la misión de Tim Ti m óc ócra rates tes con el estallido de la guer gu erra ra,, ου ουκκ ειδότ δότεες π ά β ιν ά υ το ϊς βυνε βυ νεββ εβ ή κ ει π α λ α ι δυ δυςςμ ενώ ς ’εχε χειιν πρ π ρος Λ α κ εδυ δυαα ιμ ο νι νιοο υ ς κ α ί σ κο κοπε πείίν όόππ ω ς έκπ κπολε ολεμμ ή σ ουσ ουσιιυν τάς πόλεις. En resumen, y de acuerdo con los datos que nos pro p ropp o r c ion io n a el A n ó n imo im o , un m o v imie im ient ntoo de ho hosti stili lida dadd hacia Esparta cuajaba tanto en Atenas, cosa comprensible, como en Tebas, en Argos y en Corinto. Y tiene muy buena cuenta de señalar que, contra la tesis de los filoespartanos como Jenofonte, que pretendían ex pli p licc a r la caus ca usaa de la g u e rra rr a p o r m otiv ot ivos os de v en enal alid idad ad (Class. Quart., XIV, 1964, pág. 64 y sigs.). El autor, empero, creo que va demasiado lejos al suponer que sólo el temor a una posible intervenc ión espartana en los asuntos internos internos de las ciudades ciudades grieg griegas as pr p r o v o c ó e l e sta st a llid ll idoo d e la g u e rra rr a . N o e r a u n s im p le tem te m o r . S o b re la guerra corintia en particular, cf. S. Accame, Ricer Ri cerche che in into torn rnoo alia guer gu erra ra cori co rinn zia, zi a, Ná N á p o les le s , 1951 1951.. Va demasiado lejos Sh. Perlman («The causes of the Outbreak of the Corinthian War». XIV, 1964, 65 y sigs.) al sostener que sólo el tem or a una posible posible intervención intervención espartana en los asuntos internos de las ciudades griegas provocó el estallido de la guerra. Había otras causas. Cfr. S. Accame, Rice Ri cerch rchee int intor orno no alia gu guerr erraa cori co rinz nzia ia,, N á p o les, 1951, que ha visto mejor el problema.
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(Hei., III, 5, 1), la guerra estalló porque Esparta no se comportó con sus antiguos aliados de un modo justo. Otros historiadores, como recientemente Perlman, creen encontrar un ligero matiz diferencial: la guerra estalló porque se empezaba a abrigar un fundamentado temor temor e n la futura fut ura intervención espartan espa rtanaa en los asuntos asuntos internos de las ciudades griegas. En tal caso, la contienda ha habría bría sido una especie especie de «guerra preventiva». Pero no nos importa, para nuestro tema, hilar tan delgado: lo que sí conviene poner de relieve es que la guerra corintia fue una secuela de la guerra del Peloponeso y , en este sentido, un conflicto que el siglo I V heredará y tendrá que resolver a su manera. Sean cuales sean las causas que provocaron el estallido de la guerra corintia, sí urge señalar que este conflicto reviste todos los caracteres de los grandes conflictos que ensangrentaron la Hélade durante el siglo V . Es más, creo que los hombres que protagonizaron la contiend tiendaa tenían tenía n con concie cienci nciaa plena de estar continuan c ontinuando do una un a ludia que no se había resuelto plenamente con la toma del Pireo por Lisandro. Ni siquiera la firma del tratado de paz entre Atenas y Esparta puede ser considerada como un hito definitivo en el enfrentamiento secular entre las dos potencias. Los griegos comprendían que lo único que había ocurrido era que el imperio había pasad pa sadoo d e m an anoo s a ten te n ien ie n ses se s a m an anos os e spar sp arta tann as. as . Co nón, que continuó la lucha apoyado por los recursos persas, persas , no d e j a d e p a rec re c e r se u " po poco co al A lcib lc ibia iade dess qu quee intenta recuperar su propia patria, aunque los móviles de Conón sean más patriotas y menos personales. Dicho con otras otr as palabras: p alabras: du duran rante te el primer prim er tercio del sig siglo IV estamos respirando una atmósfera que en nada se dife renda de la que respiraban los griegos en el último terdo terd o del sigl sigloo V . L a generación que q ue preside los destinos destinos de la Grecia entre 403 y 380 es una generación seme jante jan te a la a n ter te r ior io r y los inte in tele lect ctua uale less q u e , co como mo Iso Is o cra cr a tes, procuran clarificar los hechos se expresan en un lenguaje que sólo en ciertos matices se distingue del
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lenguaje de un Alcibiades, un Cleón o un Lisandro. Éste, Éste , po p o r otra parte, parte , co como mo Conón y co como mo Trasíbulo, Trasíbulo, ha vivido incluso los últimos años de la guerra anterior. Hay, Ha y, em e m pero, per o, un hecho que introduce introduce un ligero ligero matiz diferencial: la entrada de Persia en la política interior de los griegos, entrada que se realiza inmediatamente tras la caída de Atenas en 404 y que va a continuar a lo largo de todo el siglo I V . La razón de la guerra del Peloponeso es la oposición AtenasEsparta. Lo que está en juego es, en última instancia, el destino de las demás ciudades griegas, es la libertad de estas ciudades, que verán pasar el poder, de un modo pendular, de Atenas a Esparta para volver a pasar a manos de Atenas. Incluso un hombre como Isócrates, que en muchos aspectos va a ser un adelantado de las nuevas ideas, habla, en su Panegírico, u n lenguaje típico, semejante al que es habitual durante la guerra peloponesa. Alrededor de 380, pues, Grecia se debate todavía en torno al problema de si ha de ser Atenas o Esparta quien detente la hegemonía sobre Grecia. No ha cambiado mucho el horizonte político. Las cosas van a cambiar un tanto cuando la generación siguiente salte al palenque político. Se observa ahora un ligero, pero sintomático, cambio en el mundo helénico, y que consiste en el gran auge del movimiento diplomático que, evidentemente, va a dar el tono, hasta cierto punto, al siglo IV. Es significativo, a este respecto, que mientras los estudios consagrados a los movimientos diplomáticos anteriores al siglo I V son en general escasos, al pasar al siglo I V se observa un aumento considerable de la bibliografía8. 8 E l m ejor estudio del sigl sigloo pasado sobre el m ovim iento diplom á D e legati leg ationi onibus bus atticis, Gottinga, 1862. En el tico es el de M. Heyse, De siglo XX se han ocupado los historiadores con cierto detalle del pro L a vie interna inte rnatio tiona nale le ble b lem m a . A p a r t e e l lib li b ro g e n e ral ra l d e V . M a r tin ti n La dans da ns la G rèce rè ce des de s Cités, Paris, 1940, han estudiado recientemente el tema A. P. Briant, L ’organ org anisa isatio tionn des rélation réla tionss extérieu exté rieures res à A th thèn ènes es
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El fenómeno es debido a dos hechos. En primer lugar, a una mayor documentación sobre las fuentes, que son, sobre todo en ciertos círculos actuales, explotados en una medida considerable. En segundo lugar, a que, hacia 375, se produce un cambio en la concepción helénica de la política, sobre todo en lo que concierne a Atenas. Es central, en este contexto, la figura de Calis trato (cfr. R. Sealey: «Callistratos of Aphidna», His H isto to ria, V, 1956, 178 y sigs.), el alma de la segunda Confe L e Lega Le ga ateniese ateniese deración ateniense (cfr. S. Accame: Le del IV I V secolo, Roma, 1941) y cuyas ideas sobre el res pecto pe cto intr in troo d u c e n u n a dim di m en ensi sión ón n u ev evaa en la larga lar ga t r a dición helénica. Me refiero a su doctrina del equilibrio político, polít ico, q u e t a n t o h a b rá d e infl in flui uirr en la gén génesis esis de las ideas políticas del joven Demóstenes. Cabría decir que los líderes políticos de la segunda generación del siglo IV están dotados de una mentalidad menos idealista, y que, frente a los hombres de la gran tradición democrática del siglo V, adoptan una actitud más empírica empírica ante an te los hecho hechos. s. Acaso A caso no haya dejado dejad o de influir en el pragmatismo de esa corriente política el hecho de que los principales creadores de la segunda Confederación procedan en su gran mayoría de la alta burgu bu rguesí esíaa a ten te n ien ie n se. se . Con la aparición de Tebas como gran potencia en el concierto político helénico se produce un hecho nuevo, que vendrá a alterar, hasta cierto punto, el tradicional dualismo que, desde los tiempos de la Pentecontecia, había sido el gozne de las relaciones internacionales griegas. Tebas aspira a la hegemonía, y en esta perspectiva, sus deseos de supremacía hunden sus raíces en la au IV siècle (Diploma inédito de estudios superiores, 1962); A. J. Graham, Colony and mother City in Ancient Greece, Manchester, 1964; L. A. Losada, The Fifth Column in the Peloponnesian War, Leiden, 1972; T. B. Ryder, Koine Eirene: general peace and local independence in Ancient Greece, Londres, 1965; F. Adcock-D. J. lo m a c y in A n c i e n t Greece, Londres, 1975. Mosley, D i p lom
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concepción política tradicional. El fenómeno de la aparición de un tercero en discordia, por otra parte, determina y posibilita la práctica de la política del equilibrio que, iniciado por Calístrato, será la pauta del comportamiento político de Atenas durante toda la segunda pa p a r t e de dell siglo. Pero la experiencia tebana sólo pudo alterar ligeramente las coordenadas políticas griegas del siglo IV. Primero, porque su intento de hegemonía tuvo una duración muy corta, y segundo, porque el régimen tebano era de carácter militar, que iba a caer con la desaparición de sus líderes. Lo que sí importa señalar es que las aspiraciones tebanas de dominio sobre Grecia resulta ba b a n h a r to an anac acró róni nica cas. s. Cabe distinguir una tercera generación aún que vive la experiencia del hundimiento de la segunda Confederación, lo que, a la postre, era el fracaso final y definitivo de la tendencia a mantener los ideales del siglo V . Ahora sí que la herencia del siglo V va a experimentar un cambio radical, y la política ateniense realizará un giro de 180 grados. Hasta entonces, Atenas había significado en el mundo helénico una política definida y clara: la democracia y el imperio9. Libertad para el ateniense en el interior y sumisión de los demás griegos en el exterior es el programa que, con brevísimas excepciones, excepciones, domina la política política ática desde las guerras médicas hasta 355. El ateniense no ha renunciado jamás a ser el árbitro de la política internacional, a imponer su yugo en el Egeo, a extenderse por doquier. Su idiosincrasia, estupendamente retratada en Tucídides por boca de los delegados corintios, es su constante y jamás desmentido deseo de imperio, de p olyp ypra ragm gmos osyn ynee . dominio sobre los demás, de pol 9 U n a interp retación retac ión imperialist im perialistaa y belicista belicista del E pitafio de P erier icles ha intentado, erróneamente a nuestro juicio, H. Flashar: «Der Epitaphios des Perikles» (5. P. der Heidelb. Akademie der Wiss. Phil, hist. Klasse, Heidelberg, 1969). 10 Sobre So bre la figura de Calistrato Ca listrato,, cfr. cfr. R. Sealey, «C allistratos of
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Ahora se va a producir una profunda inversión de valores, va a renunciarse a las grandes líneas tradicionales de la política a gran escala. Atenas tiene que renunciar a su imperio, a los territorios que constituían la segunda Confederación en 355. El hecho tiene la suficiente importancia como para que suba al poder una nueva ola de políti pol ítico coss simbolizados por Eubulo (P. Cloché, La L a restauración restauració n démo dé mocra cratiqu tiquee à A thèn th ènes es,, Roma, 19682, pág. 251). Y esta nueva política de renuncia a la expansión encuentra su pregonero. En su discurso Sobre la paz, aquel mismo Isócrates que veinticinco años antes había cantado la gloria de Atenas y proc pr oclam lamad adoo q u e esa es a glo gl o ria ri a la ha hacía cía dign di gnaa de d e ten te n tar ta r el imperio, canta ahora las ventajas de una política de paz y de no intervención. No pu pued edee imag im agin inar arse se n a d a tan ta n rad ra d ical ic alm m en ente te op opuu e sto st o Di scurso rso sobre sob re la p a z. El pricomo el Panegírico y el Discu m ero responde respo nde a los los ideales que qu e anim a nimaban aban a los los políticos políticos atenienses inmediatamente después de la Paz del Rey, a su deseo de «revancha», al espíritu nunca traicionado de exaltar exaltar las las excelencias excelencias y la grandeza de Atenas. Ate nas. A caca so sea posible, leyendo entre líneas, explicar ese entusiasmo a partir del profundo desengaño que el brutal imperialismo espartano provocó en el espíritu de los Aphidna» (Historia, V, 1956, 178 y sigs., así como las páginas que le dedica. Ed. Meyer (Geschichte des Altertums, V, págs. 407 y sigs.) quien, em pero, juzga equivoc adam ente la políti política ca de este estadista estadista al calificada de «dualismo cimónico» (cfr. Jaeger, Dem De m óste ós tene nes, s, trad, cast.). ca st.). Méxic M éxico, o, 194 1945, 5, pág. 58 y sigs.), que qu e indica las principales fuentes fue ntes pa p a r a e n ten te n d e r sus su s ide id e a s p o líti lí ticc a s , y d e fin fi n e a C a lis li s tra tr a to co com mo un hom br b r e d e «p «poo líti lí tica ca d e e q u ilib il ibrr io, io , d e p o d e r , e n ter te r a m e n t e d e s p rov ro v ista is ta d e sentimentalismo». L a lega Sobre la Segunda Confederación ateniense, S. Accame, La aten at enie iese sede dell I V seco se colo lo,, Roma, 1941, aparte el monumental estudio de R. Meiggs, The Athenian Empire, Oxford 1971. Una interpretación belicista del Epitafio de Pericles en el libro II de Tucídides puede verse en H. Flashar, Der D er E pita pi taph phio ioss des de s Perik Pe rikles les (S. B. der Heid. Akad. der Wiss. Phil Hist. Klasse, Heidelberg, 1969), con unos puntos de vista creemos que equivocados.
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griegos. Sin embargo, tampoco puede ignorarse que en el Panegírico late el espíritu propagandístico que inspira a la democracia imperialista desde el primer momento discursos sos fúnebre fúne bress y que encontramos objetivado en los discur en algunas tragedias de Eurípides y que reaparecerá, en bre b revv e , e n las aren ar enga gass d emos em osté téni nica cas, s, qu quee inte in tenn tar ta r á n h a cer renacer el espíritu de la grandeur ateniense. Por el contrario, en el Sobre la p a z se hallan compendiadas las doctrinas realistas, empíricas, «burguesas» que, existentes ya antes en Atenas, no habían tenido demasiadas ocasiones para pa ra salir a la luz. luz. Nada N ada queda qued a yyaa de la A tenas ten as defensora de los débiles y ultrajados, campeona de la just ju stic icia ia y artíf ar tífic icee de u n o r d e n qu quee pu pugn gnaa po p o r e x ten te n d ers er s e en todo tod o el ámbito helénico helénico.. A ho hora ra es es la paz, la renuncia, renunc ia, la vuelta a las realidades inmediatas, la concordia con los demás estados lo que aparece en primer plano. Con la subida al poder del partido de Eubulo se consuma la renuncia a los móviles políticos que habían pu p u e sto st o e n m ov ovim imie ient ntoo la dem d emoc ocra raci ciaa ate a tenn iens ie nsee des d esdd e los l os lejanos tiempos de Temístocles. Atenas se repliega so bre b re sí m isma. ism a. A p a rti rt i r de a h o ra, ra , d e ja de existi exi stirr el d ivorcio vorcio en entre tre la A tenas ten as oficia oficiall y la Atenas Aten as real, rea l, tal ta l y como como había hab ía existido existido en prolongados prolongado s períodos períodos de la democracia ática. Y, sin sin embargo emb argo,, no fue ése el último último latido latido de Atenas. A tenas. Una cuarta generación hace su entrada en la historia. La generación que tendrá en sus manos el destino de los últimos días de lo que se ha llamado «la libertad de Grecia». Es la generación de Demóstenes, Esquines (Raming: Die D ie pol p oliti itisc sche henn Ziele Zi ele u n d Wege Wege des A isch is chyn ynes es,, Erlangen, 1965), Foción, Demades, Hipérides, Licurgo Filócrates. Atenas, que por un momento parece que va a intentar olvidar sus días de gloria, va a encontrarse ante la dura alternativa que le presenta Demóstenes. Si la apárición de Persia en el horizonte político helénico había determinado un cierto cambio y una especial transformación de la tradición política, el fenómeno
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de Macedonia va a provocar una fuerte conmoción. No se trata ahora de jugar y valorar ni el papel de Filipo en la historia histo ria griega ni la específica específica po postu stura ra demosténica dem osténica ante el hecho consumado de la existencia de una Macedonia expansiva y guerrera11. Desde nuestra perspectiva de oteadores de la herencia del siglo V , empero, es preciso que no dejemos de señalar que Demóstenes significa, como apuntábamos antes, una vuelta soñadora, y posiblemente quimérica, a la las grandezas de un pasado pasa do desaparecido desap arecido,, sí, pero que no dejaba dejaba de gravitar sobre Atenas. Aten as. E n todas las las ciudades griegas, y naturalmente en Atenas, aparece un partido que dirige sus simpatías hacia Filipo. Demóstenes, que al parecer inició su carrera política militando entre las filas de Eubulo, pronto se desviará de los principios políticos polít icos e u b u lian li anoo s p a r a ir ha haci ciaa la crea cr eaci cióó n de su p r o pio p io p a rtid rt idoo : u n p a rti rt i d o intr in traa n sig si g en ente te cuy cuyos os p o stul st ulad adoo s son que Atenas debe permanecer fiel a su grandeza príst pr ístina ina a u n a co cost staa de los m ás gran gr ande dess sacr sa crif ifici icios os112.
11 So bre Eub E ub ulo , apa a pa rte las las páginas qu e le ded dedica ica Jaeg Ja eger er en el Pa ss.,., 1967, pág. libio libio antes citado , efr. efr. P erlm ann , Par. d e l Pass pág . 17 1744 y sigs.; L a resta re staura uratio tionn d émoc ém ocra ratiq tiquu e à A th thèn ènes es Roma, 19682, y P. Cloché, La 251 y sigs. Sobre la política de Esquines, cfr. el estudio de Ramming Die D ie poïiü po ïiüsc sche henn Z iele ie le u n d W ege des de s A isch is chyn ynes es,, Erlangen 1965. 12 U no de los aspectos más im po rtantes rtan tes del ideal políti político co de las las generac generacione ioness del d el sigl sigloo iv es un a vuelta al panhelenism o, aunqu aunquee cada polít po lític icoo lo e n t i e n d e a su m a n e r a . S o b r e las la s idea id eass d e I s ó c rate ra tess e n t o m o a la cuestión, cfr. el libro clásico de Methieu Les L es idées idé es p o liti li tiqq u e s d'Isocrate d'Iso crates, s, París, 1925, que debe completarse con los estudios de P. Cloché Isoc Is ocra rate te e t s o n temps tem ps,, Paris, 1963. Para Demóstenes, J. Luccioni, Dem D em osth os thèn ènee e t le Panhé Pan héllé llénis nism m e, Paris, 1962, aparte el libro ya citado de Jaeger.
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LA ÉPOCA HELENÍSTICA R a
s g o s g e n e r a l e s
Cuando Alejandro, al frente de la Liga de Corinto, se lanza lleno de entusiasmo sobre el imperio persa, hace algo más que continuar la política de su padre, Filipo. No se trata ahora simplemente de la anexión de un nuevo pueblo. El propósito de Alejandro es el de dar un carácter de universalidad a la cultura helénica, difundiéndola por todo el mundo. Así da comienzo un nuevo período de la historia no sólo para Grecia, sino pa p a r a la mism mi smaa h u m an anid idad ad.. E s ta afirm af irmac ació ión, n, qu quee p u ed edee pa p a r e c e r tan ta n simpl sim ple, e, t a r d ó añ años os en e n se s e r form fo rmuu lad la d a. E n u n a fecha concreta, año de 1833, Droysen la lanzó por primera vez en su libro genial sobre Alejandro Magno. Antes de Droysen los historiadores no sabían cómo clasificar los hechos que siguieron a la destrucción del régimen político de la Grecia clásica, de la pol p olis is.. Acostumbrados a considerar la historia desde un ángulo cla sicista, sin una noción de ritmo histórico, engarzados dentro del complejo de los hechos ocurridos, los historiadores no estaban preparados para ver la historia
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como un proceso dialéctico. Hegel estableció las bases para pa ra u n a n u e v a co conc ncep epci ción ón de dell de dese senv nvol olvi vim m ient ie ntoo d e lo histórico y Droysen supo sacar un admirable provecho p arti tien endd o de la del hallazgo hegeliano. De ahí que, par visión creadora y dialéctica de la tesis de Hegel, ya «no investigaba lo que Alejandro había destruido, sino cuan to Alejandro había dado ocasión de crear». Y entusiasmado por su revolucionaria comprensión del pasado, convencido de que con Alejandro se iniciaba un nuevo períod pe ríodoo de la h u m an anid idaa d , ten te n d ía a ex exag agee rar, ra r, muy co com m prensi pre nsible blemen mente, te, el legado lega do maced ma cedon onio. io. Meno Me nospr sprecia eciand ndoo la aportación cultural cu ltural de los período perío doss históricos, y sobre valoran lorando do las realidades políticas, veía en la época posterio pos teriorr a Alejandro Alejandro una un a fase fase previa para entrar en el proc proces esoo de creación del imperio universal de Roma. Por eso pudo decir en una carta a Welcker: «Yo creo que no existe ningún período tan importante... como el que me he atrevido a bautizar con el nombre de helenístico»1. Mas, para pa ra Droysen Dro ysen,, a diferencia de Vico, el el verdad verd adeero sujeto de la historia no es la comunidad, la masa, 1 S o b re l o s rasgos esenciales de Ja época helenística, cfr. C. Schneider, Kulturgeschichte des Hellenismus, Munich, 1976 (en dos tomos), que ofrece abundantísimo material. De entre las obras anterior anteriores, es, merecen m erecen destacarse J. K aerst, Geschichte des hellenisti he llenistichen chen ZeitaUers, Leipzig, 19173 (tomo I). Una buena visión política del perí pe ríod odoo h e len le n ísti ís ticc o e n M . C a r y , His (323146 146 B.c ., H isto torr y o f Gr G r e e k W o rld rl d (323 Londres, 1932, reed, 1972); y Ed. Will, His H isto toir iree p o liti li tiqq u e d u m o n d e hellénistique, Nancy, 1966 (el tomo I llega hasta Filipo V). La justificación de la realidad histórica de una época helenística frente a un período romano está brevemente discutida en Nilsson, Geschichte der gr. Religion, Munich, II, 1950, 3 y sigs. La obra fundamental de G. Droysen para entender su concepción de lo helenístico es su Geschichte des Hellenismus, sobre todo la versión francesa de BouchéLeclerc His 1 .1,, París, H isto toir iree de l’H l’H e llé ll é n ism is m e 1.1 1883), en cuyo amplísimo prólogo estudia el influjo hegeliano en sus concepciones. Véase asimismo Googh, His H isto tori riaa e hist hi stor oria iado dore ress en e l sigloXIX, traduc, cast. México, 1941, 485 y sigs. Una buena visión de la cultura helenística en W. W. Tarn, Hel H elle lenn isti is ticc civi ci vilis lisati ation on (revisada po p o r G r iff if f th ) , Lo L o n d r e s , 1952 (ha (h a y tra tr a d . c a s t . , La L a civi ci vili liza zaci ción ón helení hel enísti stica, ca, México, FCE, 1969.)
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sino el individuo, la personalidad. Aquí actúa sobre el historiad histo riador, or, sin ningún ningún género de duda, dud a, el espíritu de su pr p r o p ia é p o ca, ca , qu quee tien tie n de a u n a ex exalt altac ació iónn d ecid ec idid idaa de dell héroe. Muy pronto Nietzsche habría de dar una formulación filosófica, extremista, a la teoría del individuo, creando el concepto de superhombre; pronto Carlyle Hé roes. Es natural que en esta atmósfera editaría sus Héroes. individualista, que andaba a la búsqueda de las aportaciones ciones del genio, genio, Droysen viera en A lejand leja ndro ro el hombre hom bre casi predestinado a despejar nuevos horizontes y abrir nuevas rutas. Lo cierto es que su actitud le cegaba para compren com prender der todo aquello aquello que en el período clás clásic icoo apa a parecía como prefiguración prefiguración del del futuro futuro inmediato, inm ediato, tanto tan to en lo humano como en lo cultural. Todo ello es consecuencia lógica de la actitud apriorística adoptada y del carácter necesariamente unilateral de su punto de vista, mas esto no es obstáculo para que se deba considerar a Droysen, y con razón, como el descubridor del nuevo estilo de la época que nace con Alejandro. Después de Droysen, calificar de decadente al período comúnmente llamado «helenístico» o «alejandrino» no tiene ningún sentido. De hecho, son tantas las aportaciones del alejan drinismo, no sólo a la cultura en general considerada en sentido objetivo, sino también a la misma concepción histórica del hombre, a su actitud humanística, que la atracción es viva para entender este período como un momento crucial, en el que germinan nuevos y grandes ideáles, que deben dar lugar a trascendentales realizaciones2.
2 Sob re la figura de A lejand ro la bibliogr bibliografí afíaa es, naturalm natu ralm ente, ente , enorme: de entre los mejores estudios seleccionaremos los trabajos de U. Wilcken, Ale A lexx a n d e r d er Gross Gr osse, e, Leipzig 1931; W. W. Tard, Ale A lexx a n d e r the G rea re a t a n d the Unity o f M an anki kind nd Londres, 1933; F. Schachertneyr, Ale A lexa xann d er der de r Gros Gr osse se,, Graz, 1940 L. Homo, Ale A lexx a n d re le G rand ra nd,, Paris, 1951; P. Clocheé, Ale A lexa xann d re le Gran Gr and, d, 1954 (muy sintético). Para la personalidad de los colaboradores de Alejandro, cfr.
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c u m e n is m o
La primera y más excepcional de las aportaciones del períod pe ríodoo q u e no noss o c u p a es la ampl am plia iaci ción ón d e ho hori rizo zonn tes. te s. La incorporación de nuevas tierras, de nuevas áreas geográficas, al mundo griego no es el signo más importante. Sí lo es, en cambio, que la noción de cultura griega deje de tener resonancias, digamos racistas, para convertirs convertirsee en algo algo que qu e se proyecta proy ecta y trasciend trasc iendee más allá del mundo estrictamente griego. De hecho, la barrera que separab sep arabaa a griegos griegos y bá bárbaros rbaros tendía a desvanecers desvanecersee cada vez más desde el siglo quinto. Y los espíritus más selectos de la primera mitad del siglo cuarto, Isócrates, po p o r e jem je m p lo, lo , ya h a b ían ía n form fo rmuu lad la d o lap la p ida id a ria ri a m e n te q u e se era más griego por la sola participación dentro de la cultura que por el simple nacimiento. El mundo estaba pre p repp arad ar adoo p a r a u n a n u ev evaa síntesis sínt esis espi es piri ritu tual al.. Y así el helenismo puede considerarse, por su capacidad intrínseca de proyección exterior, como una fase ecuménica de la cultura griega 3. D a s Ale A lexa xann derr de rrei eich ch a u f P roso ro sopp o gra gr a p h isch is chee G rund ru ndla lage ge,, M u H. Berve, Da nich, 1926; cfr. últimamente Borworth (et ali) Alexandre le Grand: image et realité (Entr. sur l’Antiquité, vol. XXII, Vandeuvres, 1976). El prob lem a de d e la sucesión y la la desm em bración del imperio está muy bien a do rnado rna do , pe ro sólo desde un a perspectiva polít política ica por P. Goché, La L a disl di sloc ocat atio ionn d ’un empi em pire re,, París, 1959. Naturalmente existen buenas monografías sobre los distintos reinos y estados que surgieron del reparto: cfr. E. R. Bevan, The House of Seleucus, H isto toir iree des de s Seleucid Sele ucides, es, París, Londres, 1902; A. BouchéLeclerc, His Pt olem emai aicc A lexa le xand ndri ria, a, Oxford 1972 (en très 1913/14; P. M. Fraser, Ptol tomos); W. S. Ferguson, Hell H ellen enist istic ic A th then ens, s, Londres, 1911 (hay reedición); E. V. Hansen, The Attalids of Pergamon, Ithaca (Nueva York) 1947. En el volumen I del libro antes citado de Ed. Will se hallará bibliografía más detallada. 3 Sobre So bre el prob lem a de la relación relación en tre griegos griegos y bárbaros, bárb aros, aparte apa rte el estadio de J. Jüthner, Hell H ellen enen en u nd Barb Ba rbar aren en,, Tubinga, 1926, en concreto, en el vol. colectivo Grecs et Barbares (Entretiens sur l’An 1962 62,, (en especial la contri tiquité, F on ond. d. H ardt ar dt,, V III, V ando euvres, 19 bució bu ciónn d e W . P e r e m a n s , H . D ille il lerr , y H . C . B a ldry ld ry .)
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Políticamente el epifenómeno más típico del período alejandrino es la muerte de la ciudadEstado, de la po p o lis, li s, y la aparición de un nuevo régimen, en el cual la antigua y tradicional lucha entre los pequeños burgos, y aun de más amplias creaciones políticas, queda superada ra da,, saliendo a la luz luz la la grandiosa grandiosa creación creación del imperio. Está afirmación no queda desvirtuada por el hecho de que no quedara consolidado y se hiciera definitiva realidad el imperio soñado por Alejandro; y que la lucha entre Diádocos y Epígonos acabara en una fragmentación política y, como consecuencia, aparecieran en el Mediterráneo oriental tres grandes estados independientes: Egipto, Macedonia y Siria. Puesto que, si valoramos debidamente el último período del mundo antiguo, vemos cómo la época inmediata a la muerte de Alejandro es el primer estadio que conduce, por necesidad histórica, a Roma y a la unificación de la Ecúmene4. En otro aspecto aparece una unidad todavía mejor establecida, más sólida, que está por encima de la diversidad política, y que consiste en la cohesión cultural y económica económica del mundo helénico, helénico, favorecida favorecida por po r la unidad del idioma. La unidad económica se instaura y se facilita facilita gracias gracias a las las grandes rutas ru tas comerciales, terres ter restre tress y marítimas. Una economía dirigida, creación especia lísima de los lágidas, viene a sustituir la anticuada economía de puro intercambio (propio de las épocas anteriores), riore s), que aho a hora ra debía sufrir sufrir un un golpe golpe fatal. fatal. Esto E sto llev llevaa consigo una transformación de los métodos de trabajo: aparece el obrero especializado, y, con un claro impulso industrial, surge progresivamente una masa proletaria que busca trabajo en cualquier parte, saliendo de las p o lis li s y la 4 Sob re la pau paulatina latina decadencia de la po la aparición de nuevas nuev as condiciones políticas y espirituales, cfr. A. Tovar, «La decadencia de la polis griega» (Problemas del mundo helenístico), Madrid, Fundación ció n Pasto Pa sto r, 19 1962, 62, 11 11 y sigs sigs.. ; A . D íaz T ejer ej era, a, Enc E ncru ruci cijad jadaa de d e lo polí po lítiticc o y lo hu hum m an ano, o, Sevilla, 1972.
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propias f r o n ter te r a s y emig em igra rand ndoo de un país a o t r o , como com o ocurre con el protagonista del conocido idilio teocriteo. Conviene tener en cuenta este hecho para no incurrir en el error de que, cuando leemos poemas del período hele he lení níst stic ico, o, pued p uedaa parecem pa recem os que en esta época todo todo es diáfano y sin problemas, ni crisis ya que ocurre todo lo contrario, pues la oposición cada vez más fuerte entre el proletariado y el capitalismo alejandrino da lugar a toda clase de convulsiones sociales, un tanto encubiertas, porque la literatura del momento, en principio cortesana, quiere ignorar, voluntariamente, todo lo que trasciende a las simples preocupaciones palaciegas. Un atisbo, empero, de esta situación nos lo puede proporcionar la literatura cínica, con su tipo repetido del desarraigado, que reniega de toda cultura y proclama la libertad de todos los hombres; o bien las utopías de Zenón, sin entrar en la Comedia Nueva, que podría facilitarnos datos interesantes sobre la situación del período intermedio entre el antiguo y el nuevo régimen5. Otro hecho económicosocial, que iba a dejar su im pron pr onta ta,, es la fu f u nd ndac ació iónn de d e gra g rand ndes es cent ce ntro ross urb u rban anoo s fu f u e ra de la Grecia estricta. Alejandría, Pérgamo, Antioquía surgen ahora, como de la nada, y tienen capacidad suficiente para suplantar las ciudades tradicionales, de dimensiones reducidas, de la época anterior. La diferencia cia esen esenci cial al entre A tenas y Alejand Ale jandría, ría, por p or ejemplo, no 5 El m ejo r estudio sobre la vida económ ica y social social del m undo helenístico es el de M. Rostovtzeff, The social and economic history o f the Hel H elle lenn istic is tic W orld or ld,, Oxford, 1941 (en tres tomos. Hay versión castellana en EspasaCalpe). En especial para Egipto, Cl. Préaux, L ’économ écon omie ie roy ro y a le des de s L agid ag ides es,, Bruselas, 1939. Para la literatura y el pensamiento cínico, cfr. D. R. Dudley, A History Histo ry o f Cyni Cy nici cism sm,, Londres, 1937; Hóistadt, Cynic Hero and Cynic King, Upsala, 1948; J. Roca, Ky K y n ikó ik ó s T rópo ró poss (BIE (B IEH H , VIII, 1974). Sobre las utopías estoicas, cfr. J. Bidez, «La cité du monde et la cité du Soleil chez las Stoïciens» (Bull, acad. de Belgique, XVIII, 1932,244 y sigs.). Interesante para el aspecto a que hemos aludido, H. C. Baldry, The Unity of Mankind in Greek Thought, Cambridge, 1965.
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radica tan sólo en su extensión. Ciertamente que la capital egipcia es inmensamente más amplia, más extensa que qu e la primitiva capital del Ática. Ática. Pero Per o a ello hay que añadir algo más: mientras las ciudades del período pre alejandrino tenían una esencial unidad de raza y de cultura, las grandes urbes creadas por los conquistadores macedonios dan acogida a una población totalmente heterogénea, donde viven griegos y macedonios mezclados con indígenas africanos, frigios, fenicios o babilonios. nios. A sí se se van pon poniend iendoo las las bas bases es pa para ra una concepción cosmopolita del mundo. El hombre se acostumbra a vivir con individuos de otras razas y de otras creencias, y de ahí deriva un sentido de tolerancia o, si se quiere, de escepticismo, que desde Menandro se hace de manifiesto en la literatura griega. Los hechos mencionados tienen una importancia, de ningún ningún modo m odo pe peque queña, ña, para poder p oder captar algun algunos os de los los rasgos fundamentales de la literatura griega de este período. E n prime pr imerr lugar, lugar, comunica comunicann a la literatura, literatu ra, y más exactamente a toda la cultura helenística, un estilo ur ba b a n o q u e p a s a r á a ser se r su cara ca ract cter erís ísti tica ca esen es encia cial.l. N o queremos referirnos aquí a la polémica entablada sobre el pape pa pell de las ciudades ciudades en la constitución constitución de lás grandes civilizaciones. Para nuestro fin no es necesario valorar el peso de la ciudad o del campo en el decurso de la historia. Sólo queremos señalar la consecuencia lógica del hecho de que la cultura helenística sea una cultura urbana. La creación, pues, de ciudades cosmopolitas, algunas de ellas inmensas, trae como consecuencia una transformación radical del espíritu griego. Acude a estas ciudades toda clase de gentes, con frecuencia aventureros, que buscan algún modo de ganarse la vida. Desvinculados de sus patrias, dispuestos a ofrecer su esfuerzo a quien fuere, enfrentados con la necesidad de defender el pan de cada día, en el espíritu de estos hombres gana importancia, a costa del pasado, el presente y el futuro
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inmediato. Y esta sensación de desarraigo—como había sucedido en la época sofística— debía llevar inexorablemente a la pérdida del sentimiento de tradición. Tal como ha escrito con frase gráfica un crítico eminente: «Un Píndaro, un Esquilo, un Aristófanes, trasladados a la greda del siglo III, se habrían encontrado desplazados, forasteros.» Es un hecho qué la literatura, sobre todo la poesía, de la época ép oca alejandrin a lejandrinaa rompe ro mpe sus sus víncuvínculos con el pasado. Asistimos al nacimiento de nuevos géneros que responden a las necesidades de los nuevos tiempos6. In
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Pero esta ruptura con el pasado trae consigo otras conse con secue cuenci ncias. as. E l ho hom m bre de la épo época ca clási clásica ca lucha pa para ra conseguir la libertad política y la independencia frente a Persia. La oposición de intereses entre el individuo y la sociedad es quizá la característica más importante de la segunda mitad del siglo V . En la nueva época, el individuo ve por fin realizadas sus aspiraciones, pero tiene que ceder algo a cambio. Y este algo tiene una definición simple: la seguridad. La sujeción, la oposi cióno, si se quiere, que la ciudad imponía al individuo, se compensaba con la protección que aquélla le ofrecía. Ahora el hombre se encuentra desamparado, solo. En 6 E s posible posible seguir, segu ir, paso a paso , el camino cam ino que ha conducido a las las nue nuevas vas con condiciones diciones espirituales — e incluso incluso polític políticas— as— que conforconfo rm arán el helenismo; y la rupt ru ptur uraa con la tradición: tradición: los los Sofist Sofistas as son uno de los primeros síntomas (cfr. A. Tovar, Vida de Sócrates, Madrid, 1947, qiñen presenta a este filósofo como una reacción frente al desarraigo sofístico). En Isócrates hallamos ya la idea de que se es griego griego por ado adopción pción (de la cultura cultura g riega), riega), no p or nacim iento tan sólo. sólo. Y en Jenofonte hallamos también anticipaciones de ciertos aspectos po p o líti lí ticc o s (por (p or e j e m p l o , es u n p rec re c u r s o r d e la b iog io g rafí ra fíaa , q u e e n la ép époo c a que nos ocupa empezará a formarse como género (cfr. A. Momiglia no, The Development o f Greek Biogr Biography aphy,, Cambridge, Mass. 1971, 8 y sigs.).
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medio de estas grandiosas urbes helenísticas el hombre siente la necesidad de acercarse a sus iguales, de buscar el calor que le falta. Y así asistimos, en el plano religioso, a la creación de estas «cofradías» tan típicas, en las cuales coinciden todos aquellos que tienen idénticas pre p reoo c u p a c ion io n e s espi es pirit ritua uale les. s. Los Lo s cultos cult os de O r i e n te, te , más dirigidos al corazón, más llenos de sensualismo, más pró p róxx imo im o s al h o m b re q ue la leja le jann a p ied ie d a d olím ol ímpi pica ca,, co conocen ahora un momento de apogeo, que irá aumentando a medida que vaya desplegándose en sus nuevas fases el mundo antiguo. A veces el hombre busca el ampa am paro ro irracional de la magia, como como lo buscaba buscaba la la po pobr bree Simeta del idilio II de nuestro Teócrito7. Por una parte, esto. Pero, al mismo tiempo, la típica estructura económica y social del período alejandrino, con su doble polarización «proletariadoclase dirigente», determina una disociación de la cultura. El pueblo no tiene participación en las preocupaciones específicas de las clases altas cuando éstas están creando un nuevo tipo de pensamiento. Conviene poner de relieve que es pre p recc isa is a m e n te a h o ra cu cuan ando do los espí es pírit ritus us selec se lecto toss se apartan de las creencias populares y se entregan a la filosofía como sustitutivo de lo religioso. Pero la cosa no termina ahí. Porque esta clase dirigente, sobre todo monarcas y altos funcionarios estatales, son, muchas veces, advenedizos dominados por el deseo inconfesado de hace h acerr olvidar su oscura procedencia. En E n una palabra: palab ra: quieren verse adulados, ensalzados, glorificados, y por ello fomentan el cultivo de las artes y de las ciencias, que debe proporcionarles la prestancia deseada. La época alejandrina, empero, es el momento de la 7 Sobre So bre esas cofradías, cofrad ías, cfr. M . P. Nilsson, Gesch. der gr. Rei, II, 107 y sigs sigs.. (con bibliografía). T rata ra ta de d e la angustia religiosa del hom ho m bre de la primera época helenística A. J. Festugiére, Epic Ep icur uree e t ses se s dieux, dieux , París, 1948, 15 y sigs. Sobre la magia en esta época, Nilsson, Die D ie Reli Re ligi gion on in den de n gr. Z au aube berp rpap apyr yri,i, Lund, 1948, 67 y sigs. (= Opuscula Selecta, Lund, Glerup, vol. Ill 1960, 129 y sigs.).
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crea creaci ción ón de monar mo narqu quías ías fuertes fuer tes con reyes pod poderoso erososs que quieren someterlo todo. Este es el momento de los grandos mecenazgos, sobre todo en Egipto. Los Lági das, herederos directos de los Faraones, no sólo mantienen la continuidad política en el país, sino también el principio segú se gúnn el cu cual al tod to d o , en sus e stad st adoo s, d e b e ir dirigido a la mayor gloria del monarca. La religión, en frase de Nilsson, se pone «al servicio de la política». Y de hecho ocurre lo mismo con el arte y la poesía. La literatura es ahora cortesana, obra de una minoría intelectual, y dirigida a una minoría selecta, la de los aulikoi. A su lado, sobre todo en Egipto, sólo conseguimos encontrar encontrar una producción semilitera semiliteraria ria pa para ra el gran gran pú pú blico form fo rmad adoo p o r los indí in díge gena nass o p o r los griegos de los bajo ba joss est e stra rato toss sociale soc iales. s. L as no nove vela lass q u e a h o ra empi em piez ezan an a circular, o las narraciones del tipo de las que nos ha pro p ropp o rcio rc iona nadd o el seu se u d oC o C alís al íste tenn es, es , son u n b ue uenn e jem je m plo de ello. ello . La
n u e v a p o e s í a
Nada Na da ha hayy m ás a p rop ro p iad ia d o p a r a u n a idea id ealiz lizac ació iónn ind in d e bid bi d a de algo q u e u n co cono noci cim m ient ie ntoo falso fals o o de defi fici cien ente te de ello. Y la ignorancia de las auténticas realidades del campo ha pod podido ido hacer hac er surgir, surgir, por p or contraste con la vida vida urbana, la poesía idílica. «La poesía del campo fue inventada... por los poetas de la ciudad.» El bucolismo alejandrino, que debe nutrirse de una idealización del campo, es el resultado de la cultura cosmopolita de la época.. E l refinamiento que poco a poco se se va va apoderando apoderan do de las cortes helenísticas es otro factor decisivo para la nueva literatura. Los grandes monarcas Lágidas fueron los los primeros que qu e dier d ieron on espectác e spectáculos ulos y fiestas magnífi magníficas cas con las cuales pretendían hacer ostentación de su poderío. De ello es un testimonio elocuente el idilio XV de Teócrito. «Jamás había visto el mundo tal magnificencia
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ni tanta riqueza», ha dicho Bethe de estas fiestas. Este fausto regio que caracteriza profusamente la vida de las ciudades ciuda des helenísticas helenísticas dejó también su huella en la poesía y el arte. En este ambiente empieza a establecerse una distinción entre lo «urbano» y lo «rural». El término asteios, que en su sentido propio quiere significar «ciudadano dad ano», », adqu adquiere iere aho ahora ra resonancias resonancias soci social ales es y culturacultu rales, y pasa a ser sinónimo de «educado», persona de bu b u e n gu gust sto, o, e leg le g a n te, te , m ient ie ntra rass q u e el térm té rmin inoo o p u e s to, to , agroikós, se hace sinónimo de vulgar, grosero, falto de bu b u e n as m an anee ras. ra s. E l p o e ta y el a rtis rt ista ta d e b en c rea re a r de acuerdo con los cánones que se derivan de estas condiciones sociales, y se se pasa a una estética de tipo «rococó», que procura expresarse con elegancia y finura. El artista, a priori, se propone cincelar sus obras con paciencia de orfebre para que resulten perfectas. Lesky ha señalado, y no sin acierto, que el término ekponein, que La s Talisias Talisias,, es utiliza Licidas en el poema teocritiano Las representativo de toda la poesía helenística. Es preciso señalar, con todo, que esta tendencia exclusivista no se da en las artes plásticas, en las cuales, como indica Hauser, comparten el favor del público el elemento pa p a téti té ticc o y el ínti ín tim m o , el sent se ntid idoo de lo colosal colo sal y de lo diminuto dim inuto,, lo ingenuo y lo cautivador. cautivador. Posiblemente esta excepción pueda ser explicada por el carácter ecléctico de toda la producción artística alejandrina, fruto tam bié b iénn de la ten te n d e n c ia a la espe es peci ciali alizac zació ión, n, tan ta n c ara ar a a este es te pe p e r íod ío d o . O bien bi en p o d ría rí a ay ayuu d ar a ex expl plica icarla rla el he hech choo de que la clase dirigente procediera de las capas sociales más diversas, ya que en la misma poesía se produce un intento, llamémoslo heterodoxo, de apartarse de esta tendencia. ApoIonio de Rodas, como es bien sabido, quiso rebelarse contra los cánones estéticos impuestos po p o r C alim al imac aco, o, y tuvo tuv o el atre at revi vim m ient ie ntoo de c o m p o n e r ( d e lito nefando) un poema épico de una extensión considerable. Y con todo, Apolonio no pudo sustraerse en absoluto a esta tendencia de su tiempo, pues sólo consiguió resultados satisfactorios en los pasajes en donde
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se muestra seguidor del arte típicamente calimáquico: en el tratamiento, por ejemplo, de lo patético, como en los versos exquisitos que nos ha dejado sobre el destino de Medea. La poesía típicamente helenística puede definirse de un modo breve y sencillo: falta de espontaneidad. El poe po e ta se a leja le ja d e la vida vi da,, y tod to d a la fuer fu erza za qu quee p o d ría rí a dedicar al goce de su contemplación la gasta en mera exhibición y virtusismo. La parte que de ello pueda corresponder al carácter cortesano de la sociedad ya ha sido expuesta. El poeta palaciego no puede expresarse con franqueza; y el afán desmedido de alabanzas de los monarcas helenísticos fomenta esta tendencia al servilismo. Recuérdese que, en Atenas, se recibió a Demetrio Poliorcetes llamándole dios viviente. Y recuérdese también que la divinización de los reyes, primero des pués pu és de la m u e r te, te , de desp spué uéss en vida vi da,, pa pasó só a ser se r u n a práct prá ctica ica c o rrie rr ienn te. te . Hay algo que fomenta esta tendencia. Primero, el hecho hecho de la especialización. especialización. La cultu c ultura ra material helenística se fundamenta en una división del trabajo hasta entonces desconocida. Los mismos poetas son especialistas en el campo intelectual. Hermesianacte, Filetas, Calimaco, Apolonio, Arato, Licofrón, Leónidas, Ascle piades piade s son e r u d ito it o s , e d ito it o res re s de los p o etas et as clásicos. E s ahora precisamente que nace la profesión específica del filólogo y gramático . El carácter de poe po e ta doctu do ctuss esencial entre los helenís8 Sobre Sobre la litera tura helenística helenística en gen eral, cfr. cfr. el libro muy e ru dito, pero pero necesitado necesitado d e una u na p uesta al día, de F. Susemihl, Susemihl, Geschichte der de r gr. Lit L iter erat atuu r in d e r A lexa le xann d rin ri n erze er zeitit,, Leipzig, 189192. Una síntesis en la Histo H istoria ria de la literat lite ratur uraa grie gr iega ga de A. Lesky (trad. cast. Madrid, Gredos, 1962). Un buen estudio de la poesía, en A. Kórte (reelabo rada por P. Hàndel). La L a p o e sía sí a helenís hele nística tica,, Barcelona, Labor, 1973. D ie hellenistisc hellen istische he Dich Di chtu tung ng z u r U n gran gran libro pione ro fue W ilamowitz, Die Ze Z e it des K allim al limac achh os, os , Berlín, 1927. Cfr. además, T. B. L. Webster, Hellenistic Hellen istic P o e try tr y a n d A r t. Londres, 1964, quien, además, empalma la literatura del sigl sigloo iv con la helenística.
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ticos se manifiesta ya, de entrada, porque todos ellos, prá p rácc tic ti c a m e n te sin ex exce cepc pció ión, n, p ract ra ctic ican an la filol f ilolog ogía, ía, c ien ie n cia que ahora, en Alejandría, adoptará una orientación que quiere ser científica. Filitas, el gran archegetes de la nueva poesía, es un filólogo; Calimaco fue filólogo y discípulo de Zenódoto. Antímaco, que en pleno siglo v pr p r e a n u n c ia el m ov ovim imie ient ntoo q u e inici in iciará ará d e cid ci d ida id a m en ente te Filitas, es el primer editor prehelenístico de Homero. Y destacaron por sus trabajos eruditos Simias, Arato, Alejandro de Etolia, Licofrón, Eratóstenes, Apolonio de Rodas, por citar autores básicos. Calimaco fue un imitador de Homero, a pesar de que, como veremos, creía que ya no era e ra posible posible seguir seguir haciendo haciendo poesía a base de poemas largos («Un gran libro es igual a una gran desgracia», reza uno de sus fragmentos). Pero conoce su léxico y su gramática y ello se evidencia en toda su H im n o obra. Por poner un ejemplo bien patente: en el Him a Artemis, 112, llama llam a a las siervas siervas de esta es ta diosa κεμ κεμ ά δας; es para explicar a sus lectores que conoce términos raros de Homero (lo emplea K, 361 y sigs.), pero ya pr p r e v iam ia m e n te, te , p a r a n o d esp es p ista is tarr al lect le ctor or,, les h a ap apli lica cadd o el término ’ελάφους. Lo mismo vale para Apolonio, que forja nuevos términos y formas nominales nom inales y verbales de acuerd a cuerdoo con sus sus pro p ropp ias ia s i n ter te r p r e tac ta c ion io n e s de la leng le ngua ua ho hom m éric ér ica. a. Y esa es a prá p rácc tica ti ca llega lle ga al p arox ar oxis ism m o en la Alej Al ejan andr draa de Licofrón cuya oscuridad radica en el empleo constante y consciente de términos raros 9. 9 Sobre So bre los estudios estud ios filológi filológicos cos de los po poetas etas helenísticos, helen ísticos, cfr. cfr. ahora R. Pfeiffer, His H isto tori riaa d e la Filol Fi lolog ogía ía clásica clási ca (trad. cast. Madrid, Gredos, I, 1981, 167 y sigs.). La bibliografía básica sobre el conocimiento de Homero por parte de Calimaco puede verse en el estudio de H. Herter «Kallimachos und Homer» (Xenia Bonnensia, Bonn 1929, 50 y sigs. Kleine Schriften, Munich, 1975, 371). La actividad lingüística de Apolonio, creando términos nuevos o empleando los homéricos en otro sentido, puede verse leyendo los comentarios de Ardizzoni a los libros I y III de las Argonáuticas (Roma, 1987, Barí
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En segundo término, un innegable sentimiento epi gonal se apodera del espíritu de estos poetas. Tienen conciencia que ante ellos se ha cerrado un ciclo cultural inigualable. Y lo más que pueden hacer es conservarlo, transmitirlo a las generaciones futuras. De ahí sus tra bajos filo f ilológ lógico icoss y ecdó ec dótic ticos os.. M as, as , p o r su p a r t e , q u ier ie r e n compensar esta falta de perfección formalista. Así en métrica se impone un cierto preciosismo. Los hexámetros de Calimaco son infinitamente más complicados que los homéricos, y se crean nuevas combinaciones métricas o se hacen algunas mucho más frecuentes que en el período clásico. En mitología se va a la busca de las leyendas menos conocidas, más raras. En el léxico asistimos a un «trobar clus», a un lenguaje hermético, A leja jann dra dr a de Lico a un estilo oracular, como el de la Ale frón. «El problema capital, la poesía alejandrina —ha dicho Del Grande, Filología minore, Nápoles, 1956, 231—, fue el de la expresión o, si se quiere, el de la forma.» La búsqueda del pequeño detalle, de la nota colorista, del hecho minucioso, de todo lo que puede revelarse como ingenioso y propio de un formalismo artístico, pasa a formar parte del programa consciente del poe poeta. ta. Es sabido que Calimaco sostuvo, como doctrina estétic tica, qu quee la poesía p oesía de la época clá clási sica ca hab había ía muerto mu erto pa para ra siempre, y que había que buscar otros caminos, sobre todo en la épica, donde defiende el poema breve bien trabajado y elegante. Tuvo sus críticos, e incluso se habla de ruptura con Apolonio, por haber compuesto un poema épico al estilo homérico (Las argonáuticas». Gracias a los papiros conocemos ahora las propias palabras del poeta en respuesta á sus críticos (a quien A itia ia,, donde, llam llamaa T elquines): elquin es): se trata tra ta del prólogo a los los Ait entre otras cosas, leemos: 1958). Sobre el hexámetro de Calimaco, H. Fraenkel, Wege und Forme Formenn frühgr. Denkens, Denken s, Munich, 1960 (2.a ed.), 100 y sigs.
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(Sé) que contra mi poesía murmuran los Telquines, ignorantes que nunca fueron amigos de las Musas, porque no compongo un canto (poema) continuo de muchos millares (de versos) sobre rey (es) o héroes, sino que como un niño desarrollo un poema [breve cuando los lustros que poseo no son pocos. ... y a los Telquines yo digo lo siguiente: «raza... que sabe consumir el hígado, ... de pocos versos, pero vence en peso ... mucho (largo) la diosa Tesmoforo que trae cosecha. y de los dos poemas ha mostrado que Mimnermo es dulce el que (desarrolla) leves palabras, no la Gran [Mujer ... la grulla que gusta de la sangre de los Pigmeos puede volar desde Egipto hasta el país de los Tracios, los Masagetas pueden disparar desde muy lejos contra el guerrero Medo, pero los poemas son más dulces así de [breves. Fuera, ¡raza oprobiosa de los Celos! Desde ahora juzgad por el arte, no con fanegas persas, la poesía. No esperéis que yo haga poesía que resuene mucho, que tronar no es mi atributo, sino de Zeus. Y, en efecto, cuando por vez primera puse en mis rodillas una tablilla, Apolo Licio me dijo estas palabras: «... cantor, cría a la víctima lo más grasa posible, pero a la Poesía, amigo, lo más sutil posible. Y además te aconsejo caminar por donde no corren los carros ni dirigir tu carro siguiendo las huellas de los otros, ni por el ancho camino, sino ir por los senderos nó hollados aunque marches por rutas más estrechas. Pues nosotros cantamos a quienes complace el dulce canto de la cigarra..., mas no aman el bramar de los asnos».
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Hay una especie de ley de bipolaridad en la historia de la cultura que hace que en un mismo período se ofrezcan tendencias opuestas. Hemos hablado ya de la literatura, que podríamos llamar popular, de la época alejandrina. Pues bien, mientras la poesía típicamente helenística muestra una despreocupación total por los prob pr oblem lemas as q u e n a d a tie ti e n e n q u e v er co conn su este es tetic ticis ism m o; mientras los poetas palaciegos helenísticos parecen ignorar por completo la realidad; mientras la poesía se aleja de la vida, hay toda una corriente cultural, la filosofía especialmente, que se enfrenta con la realidad humana y hace de ella el objeto especial de sus reflexiones. Verdaderamente, quien lea tan sólo la artificiosa poesía d e u n C alim al imac acoo o d e u n A p olo ol o n io, io , no ad adiv ivin inar aráá nunca que la guerra fue cosa corriente, que el hombre vivía en una permanente incertidumbre, que la vida estaba amenazada cada día. Si nos pasan inadvertidos estos detalles, corremos peligro de que se nos escape el verdadero sentido de la época en que vivió Teócrito. Si al lado de la poesía cortesana no ponemos las aportaciones del cinismo, del estoicismo y del epicureismo, no podr po drem emos os e n ten te n d e r n u n c a este es te p e río rí o d o , p a rad ra d ó jic ji c o sólo sól o en la apariencia. Porque ¿quién podría decir, leyendo a Calimaco, e incluso a Teócrito, que en su tiempo se esta estaba ba gestando gestando la gran aportaci apo rtación ón verdaderam verda deramente ente ale jandr jan drin inaa a la h isto is tori riaa de la c u ltu lt u ra, ra , m e refi re fier eroo al c o n cepto de filantropía, la idea de humanidad, que debía ser el legado que haría Grecia a Roma, para que pre para pa rara ra é sta st a y a, co conn su p r o p ia ap apoo rta rt a ció ci ó n , el cam ca m ino in o q u e conduciría recto al sentir ecuménico del cristianismo? La poesía helenística informa, sin ningún género de dudas, toda la producción literaria de los comienzos de la poesía romana. Pensemos en Catulo y en todos los Poetae Novi. Pero mucho más grande es aún —por mucho más trascendente— la savia que inyectará a la nueva etapa cultural de Roma el espíritu universalista, herido de amor, que nos ha transmitido el pensamiento
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de la época alejandrina. La idea de libertad interior, la afirmación de que q ue el hombre hom bre es es libre libre en su fuero interno intern o y que esta libertad es un tesoro que nadie le puede arrebatar10.
10 So bre la idea de libertad liberta d interior interio r en la época helenística, helen ística, cfr. cfr. M. Pohlenz, Griechische Freiheit, Heidelberg, 1955, 122 y sigs. D ie Sto Stoa, a, Sobre el estoicismo, cfr. el libro clásico de M. Pohlenz Die E l Est E stoi oici cism smo, o, G otting a, 1964. Para P ara los los lectores hispanos, hispanos, E. E lorduy, lorduy , El Madrid, Gredos, 1972. (dos tomos). Para el epicureismo, aparte el libro antes citado de Festugiére, cfr. N. W. De Witt, Epi E picu curu russ a n d his P h ilo il o s o p h y Univ. of Minnesota, 1954. J. M. Rist, Stoic Philosophy, Cambridge, 1969
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LA ÉPOCA ROMANA Con el fin de las guerras macédonicas Grecia va entrando de un modo cada vez más firme en la órbita del dominio romano. Se convierte en la provincia Acaya e inicia un nuevo rumbo histórico que se estaba gestando desde hacía muchos años, cuando, con la muerte de Alejandro, se disputan el dominio de sus territorios los generales gen erales macedónicos. macedónicos. Dividida Dividida en varias comunidades po p o líti lí tica cass — e n especi esp ecial al las C on onfe fedd erac er acio ionn es E toli to liaa y Aquea—, fue arruinándose paulatinamente con las constantes guerras que siguieron a la desaparición del jov jo v e n A l e jan ja n d r o . E l pa país ís se dividió divid ió inclus inc lusoo de desd sdee el pu p u n t o d e vista vis ta de la ideol id eolog ogía: ía: J. D e inin in ingg e r (Der politische Widerstand Widerstand gegen Rom in Griecheland, Berlín, 1971) ha estudiado con detalle el fenómeno, señalando que conceptos concep tos como democracia d emocracia y arist aristocraci ocraciaa no sirven enteramente para entender el sentido auténtico de esta oposición griega contra Roma. Frente a posturas como la de Coulanges que en 1838 sostiene que mientras la aristocracia tomó partido decidido a favor de Roma, el pu p u e b lo se d e can ca n tab ta b a co conn tra tr a la.i la .inn v aso as o ra, ra , D e inin in ingg e r ha demostrado que el hecho es mucho más complicado.
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Para él, una de las causas que determinaron el hundimiento de la resistencia frente a la gran potencia del Oeste fue el policentrismo político (Macedonia, por un lado; la Liga Aquea y la Etolia, por otro, etc.), si bien reconoce que la resistencia cesó antes en las capas altas que en las bajas. baja s. P ero, er o, de hecho, hecho , hacia los los años och ochent enta, a, la oposición estaba prácticamente vencida. Y así, en Actium se consuma, de una manera definitiva, el largo proc pr oceso eso hist hi stór óric ico. o. A p a rti rt i r de e ste st e m o m e n to, to , los d e stist inos de Greci G reciaa y de Ro Rom m a en cierto modo mo do se ident identifi ifican. can. Y ello por determinadas razones: en el ámbito cultural, a partir del siglo I de nuestra era, no se limitan a una sola regjón del Imperio, sino que llegarán a todos sus rincones. La Segunda Sofística es un fenómeno que en pa p a rte rt e tiene rep re p e rcu rc u sio si o n e s e n las letr le tras as rom ro m an anaa s; los hishi storiadores griegos se ocupan muy preferentemente de Roma (pen pense semos mos en Diodoro Diod oro primero p rimero,, y luego, luego, en DioD ionisio de Halicarnaso, en Dión Casio, en Apiano) y la retórica romana se inspira en los principios de la helénica. Puede decirse que en el período imperial tenemos dos literaturas con temática única, pero escritas en lengua distinta. Aunque en los siglos durante los cuales Grecia vive baj b ajoo el do dom m inio ini o de R o m a ha hayy m o m en ento toss dist di stin into tos, s, t e n dencias opuestas, cabe tomar el siglo II, uno de los más brill br illan ante tess d e ese es e p e río rí o d o , co com m o u n ejem ej empp lo típic típ ico. o. P o r lo menos hasta llegar a Diocleciano, cuando se inicia una nueva concepción del Imperio. De hecho, los tres siglos que van desde Diocleciano y Justiniano deben recibir un nombre especial, porque en ellos están ocurriendo muchas cosas, entre las cuales está la preparación de la Edad Media. Hay que hablar de una A n t i güedad tardía (Spatantike) que tiende a convertirse en un período especial, objeto de intensos estudios desde hace varios lustros. A este período dedicaremos unos pár p árra rafo foss esp e spec ecia iales les m ás ad adel elan ante te.. Si bien es cierto que, atendiendo a determinados datos de esta época, puede decirse que el siglo I I fue un
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momento en el que «por doquier reinaba una profunda tristeza», según la frase de Renan, no lo es menos que, en determinados aspectos, puede hablarse de un auténtico renacimiento. Las cosas estaban, en cierto modo, preparadas para un largo período de paz y prosperidad, tras los sucesos que siguieron a la muerte de Nerón y el período de transición que siguió a la desaparición de la dinastía Julia en Roma. Y con los Flavios, primero, y los Anto ninos, después, el Imperio iba a vivir uno de los mom entos más rutilantes de su su histori historia. a. Este E ste renacimiento, renacim iento, iniciado parcialmente ya en el siglo i, continúa bajo Adriano y se prolonga hasta los primeros Severos, en cuya corte la emperatriz Julia Domna iba a ser un auténtico acicate acicate para pa ra las las letras letras y las las artes. Con la anarq an arquía uía que se instala en el Imperio a mediados del siglo m y acaba acab a este renacimiento, renacim iento, que q ue duró du ró más de un sig siglo lo y que pro p ropi pici cióó un imp im p o r tan ta n te p rogr ro gres eso, o, sob so b re tod to d o en l ite it e r a tura. Luciano será uno de los espíritus más señeros de este importante movimiento cultural. Políticamente, el siglo I I está determinado por la dinastía de los Antoninos, que representa, para Roma y su Imperio, un dilatado espacio temporal de buena administración, de paz y de trabajo. Con Nerva (9698) se supera sup era la cri crisi siss que sigue igue a la muerte de Dom Do m iciano, una crisis que parecía anunciar un nuevo período de turbulencias como el que siguió a la muerte de Nerón, con su secuela de guerras civiles. Trajano (98117) se preocupa tenazmente del orden público y de la administración. Adriano (117318) impulsa las artes de la paz siguiendo los dictados de su espíritu pacífico y ordenado. Antonino Pío (138161) cuida del bienestar de las provincias y adopta una actitud de tolerancia hacia el cristianismo. Marco Aurelio (161-180) fue un hombre de carácter pacífico, pero se vio obligado a sostener dos importantes imp ortantes guerras —en Oriente O riente y en el Da Danubio— nubio— , si si bie b ienn hizo hiz o tod to d o lo q ue p u d o p o r co conn tin ti n u ar la p olít ol ític icaa de
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bue b uena na ad a d m inis in istr trac ació iónn de sus a n tece te ceso sore res, s, fav fa v o reci re cien endo do,, además, la enseñanza superior con la creación de cátedras destinada a la difusión y estudio de las grandes escuelas de filosofía de la época (peripatetismo, estoicismo, epicureismo y platonismo). Su hijo Cómodo (180192) representa un mal final de esta dinastía, tan positiva e n g e n eral er al.. C ó m o d o , e n tre tr e g a d o a sus vicios y pasiones, pasiones , co conn fía fí a el g o b iern ie rnoo de dell Imp Im p erio er io a favo fa vori rito toss incapaces, lo que provoca un movimiento de rebeldía del Senado frente al emperador. No es extraño que Cómodo muriera asesinado y que, a su muerte, sigan unoss año uno años de anarq a narquía, uía, temporalm tem poralmente ente detenida por po r lo los Severos (Septimio Severo, Caracalla, Heliogábalo, Ale jan ja n d ro S e v ero er o ), q u e , co conn algún alg ún a ltib lt ibaa jo, jo , log lo g raro ra ronn a leja le jarr po p o r algún algún t iem ie m p o la tem te m p esta es tadd q u e se av avec ecin inab aba, a, el perío pe ríodo do lla ll a m a d o d e la anarquía militar, terminada en plen pl enoo sigl sigloo ill il l p o r D ioc io c lec le c ian ia n o 1. ¿Cuál era el estado de Grecia y de las provincias orientales durante esta época? La Grecia propia había quedado arruinada y ensangrentada tras las campañas de las guerras civile civiless de finales del siglo siglo i a. C. Plut P lutarc arco, o, po p o r eje e jem m plo, pl o, a firm fi rmaa qu q u e , en e n su tie ti e m p o , G reci re ciaa no h a b ría rí a podi po dido do p o n e r e n pie pi e de g u e rra rr a a los tre tr e s mil h op opli lita tass que Mégara había reclutado para la batalla de Platea. Pausanias observa, en varios pasajes de su obra, que mucha muchass ciudades, ciudad es, o trora tro ra florecientes, en su tiempo tiempo eran un montón montón de ruinas. Dión Dió n Crisóstomo Crisóstomo nos describe, describe, en 1 Sobre la époc ép ocaa imper imperii al, al, concr con cret etamen amentt e de la époc épocaa de de l pri princ ncii pa p a d o , véase véa se e l t r a t a m ie n to d e H . B e n g tso ts o n , Griechiche Geschichte, Munich, 19644, 521 y sigs. Aspectos concretos aborda Nilsson, Ges chichte chic hte der gr. R elig el igio ion, n, II, Munich, 1950, 292 y sigs. (quien no deja de ofrecer un panorama general de la situación política, social y económica del mundo griego). Para el gobierno romano de Grecia y las provincias orientales, cfr. el libro de J. H. Oliver, The ruling po p o w e r , Ffladelfîa, 1953, y, aunque se limita a un período concreto, G. B. Bowersock, Au A u gu gust stuu s and nd.. the G reek re ek W orld or ld,, Oxford, 1970. Imprescindibles los tomos correspondientes de la monumental obra Au A u fsti fs tieg eg und N iede ie derg rgaa n g d e r róm ró m ische isc henn Welt, Berlín, 1975, y sigs.
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uno de sus discursos, discursos, una ciudad de Eub E ubea ea en su tiempo: muchas cosas estaban arruinadas y deshabitadas, y añade que la Arcadia estaba asolada y que Tesalia era un desierto. Estrabón afirma que Megalopolis era un desierto, que Atenas se había convertido en una ciudad pa p a r a t u r ista is tass y e s tud tu d ian ia n tes te s ... .. . También las ciudades griegas de Asia Menor habían pa p a d e c ido id o m uc ucho ho p o r cu culpa lpa de las gu guer erra rass m itri it ridd átic át icaa s, las luchas civiles de Roma y los ataques de los Partos. Pero Asia Menor, fértil y rica, tenía más posibilidades de resurgimiento que la Grecia continental, y, por otra pa p a r t e , A u g u s to y su inm in m ed edia iato toss suces su cesor ores es h icie ic iero ronn lo po p o sib si b le p a r a f o m e n tar ta r su pro pr o gres gr esoo y su pro pr o spe sp e rid ri d a d . P o r ello, nada tiene de extraño que Asia Menor salude la victoria de Octavio como una liberación y que se señale su cumpleañ cum pleaños os como «el comienzo comienzo de todos los los bienes». bienes». En general, con la instauración del Imperio, toda esta pa p a r t e d el m u n d o co cono noce ce un p e río rí o d o de c iert ie rtaa p rosp ro spee riri dad,, al m enos relativa. dad relativa. La antigua ciudad ciudad de Efeso tiene que ceder el rango principal a otras ciudades: Pérgamo era ahora el «segundo ojo de Asia». Y esta provincia era conocida como el país de las quinientas ciudades (Éfeso, Pérgamo, Esmirna, Laodicea, etc.), aunque al final de la dinastía Antonina, a partir del 195, las rivalidades entre Septimio Severo y Pescenio Niger causan verdaderos estragos en estas florecientes urbes, que, en el siglo III, qued quedaron aron completamente debilit debilitadas adas.. Por Po r otra o tra pa parte rte,, las buenas comunic comunicaci aciones ones facilit facilitan an el comercio y, con él, la industria. Las inscripciones nos pr p r o p o r c ion io n a n da dato toss prec pr ecio ioso soss sobr so bree la ex exis isten tencia cia de c o r po p o rac ra c ion io n e s indu in dust stri rial ales es en M ilet il eto, o, T rall ra lles es,, L ao aodd ice ic e a, Éfeso, Filadelfia y Apamea. Y Dión de Prusa nos informa detalladamente sobre Celenes, una de las ciudades más brillantes de la provincia. Las mismas inscripciones nos permiten conocer el esplendor de las fiestas que celebraban las ciudades de Cízico, Sardis y Filadelfia, y los monumentos que las adornaban. Pérgamo se siente orgullosa de ser la antigua capital real, donde
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tenían su palacio los Atálidas. Éfeso, capital oficial de la provincia, se jacta de ser la primera y mayor metró poli po li de A sia si a M e n o r, según seg ún reza re za u n o de sus títul tít ulos os en los documentos oficiales. Esmirma se llama a sí misma, en los los textos tex tos oficiale oficiales, s, «la «la primera prim era de Asia As ia por p or su belleza y magnificencia, la muy brillante, el ornamento de Jo nia». Importantes figuras de la literatura proceden de esta región: Dionisio de Halicarnaso, Elio Aristides, Estrabón, Polemón, entre otros. Siria, la patria de Luciano, llegó a ser el centro comerc mercia iall más importa imp ortante nte del Imperio, Impe rio, y los los restos restos arqu a rqueoeológicos confirman la riqueza de esta región (con ciudades como Palmira, Petra, Baalbek, Antioquía). De aquí proc pr oced eden en,, asim as imism ismo, o, imp im p o rta rt a n tes te s figur fig uras as de la vida vid a inin telectual de la época romana (el mismo Luciano, Máximo de Tiro, Porfirio, Jámblico, Alcifrón, Juan Crisós tomo, y los los represe repr esentan ntantes tes de la famosa escuela escuela jurídica jurídica de Berito, Beirut). Egipto ocupó lugar especial entre las provincias del Imperio. De ella procedían, asimismo, importantes escritores y pensadores, como Ammonio Saccas, Plotino, Orígenes, Claudio Ptolomeo, Diofanto, Nonno, Clemente de Alejandría2. Tras estas consideraciones sobre los aspectos político y económico, podemos preguntarnos por el talante espi ritual del siglo II. ¿Cuáles son los rasgos que, en este aspecto, caracterizan a la época de Luciano? Los historiadores han dado una respuesta unánime: el siglo I I y, 2 Para Para el estudio estud io de los los aspectos económ icos y sociales sociales de esta época, cfr. M. Rostovtzeff, His H isto tori riaa s o c ial ia l y econ ec onóm ómic icaa d e l Impe Im peri rioo situación de Asia M eno r, rom ro m an anoo (trad , cast.) M adrid, 1962. Sobre la situación D. Magie, Ro R o m a n R u le in A sia si a M in inor or,, Princeton, 1950 (en dos tomos). Rara las regiones de Sicilia y sur de Italia —que habían constituido tuido la la M agna Grecia— remitimos remitimos a U . K ahrstedt, Die D ie wirtsch wir tschaftl aftliche iche La L a ge Gross Gr ossgr griec iechen henlan lands ds in d er K a iser is erze zeitit (His (H isto tori riaa , Einzelschrift, 4), Wiesbaden, 1960. El florecimiento específico de Egipto durante el dominado es abordado por A. Cameron, «Wandering Poets» (Histo ria, 141965, 470 y sigs.).
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en general, toda la época imperial presentan todos los rasgos de una sociedad cansada. Y si intentamos un examen pormenorizado de las notas más características de este período, podremos distinguir las siguientes: 1. Bioló Bio lógi gica came ment nte, e, un envejecimiento que se traduce en un descenso considerable de la natalidad. Los docum entos de la época (e, incl inclus uso, o, podemos verlo reflejado D iálo logo goss de d e los muertos, mue rtos, de Luciano) señalan que en los Diá abundan los matrimonios con escasos hijos y hasta sin ninguno. Ello comportó una serie de consecuencias, entre en tre ella ellass que Roma Rom a fuese fuese perdiendo perdiendo su antigua antigua prim acía. El centro de la gravedad del Imperio va trasladándose, paulatinamente, hacia la periferia. Ya hemos aludido antes a este fenómeno. Desde el punto de vista polí po líti tico coa add m inis in istr trat ativ ivoo , iban ib an a oc ocuu rrir rr ir p r o n to h ech ec h os sintomáticos sintomáticos.. Dión Casio Casio (LXVIII, 4,1 4, 1 ) constatará co nstatará que, con la elevación de Trajano al trono imperial, se inicia un hecho insólito: la exaltación de una figura que no pr p r o c e d e d e Ital It alia ia a la sup su p rem re m a m a g istr is traa tura tu ra.. O r ien ie n t e dará, a partir de este momento, los principales em pe p e rad ra d o res re s . 2. D esde esd e el pu punto nto de vist vistaa religioso, es posible descubrir lo que podemos calificar de cierta esquizofrenia espiritual. Es el fenómeno que ha llevado a algunos críticos a afirmar que el siglo I I — y el hecho puede extenderse a los siguientes— es un siglo bifronte: de un lado, una exacerbación del sentimiento religioso hasta alcanzar, sobre todo en las las masas masas popu populares, lares, cotas tales que llegan a la superstición. De otro, sobre todo entre los intelectuales (y Luciano sería un caso típico), un racionalismo a ultranza ultran za que conduce al ateísmo y al al más completo agnosticismo. Vale la pena dedicar una cierta atención a cada uno de estos rangos. En uno de los extremos de esta dicotomía del sentimiento religioso debemos situar una innegable profun dización de la idea de Dios. La tradición filosófica (es pe p e cia ci a lmen lm ente te plat pl atóó n ica ic a y estoi est oica ca)) e labo la bora ra,, en el siglo II, las bases de una concepción de Dios como un ser ine
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fable, no alcanzable por las vías de la razón, sino del misticismo. La contemplación de Dios y sus misterios es el anténtico fin de esta filosofía religiosa que tiene sus representantes en lo que se ha llamado el platonismo medio, con figuras como Máximo de Tiro, Numenio, Plutarco o Albino. Y, al lado del platonismo, el renacer de una serie de escuelas antiguas, como el estoicismo y el pitagorismo. En el campo estoico hay que citar nom bres bre s com c omoo los de E p icte ic teto to y M arco ar co A u r e lio li o , y un po poco co antes, Séneca, todos ellos defensores a ultranza de la provi pro vide denc ncia ia divi di vina na,, y p o r ello co com m b atid at idoo s p o r L uc ucian ianoo en no pocas de sus obras dirigidas contra la filosofía de la época. El epicureismo conocerá, asimismo, un importante renacimiento que nos dará la curiosa figura de Diógenes de Enoanda. El neopitagorismo, que había conocido una espléndida resurrección en la época anterior (en Roma había dado la figura curiosísima de Nigidio Figulo), conocerá aho a hora ra otro o tro momen m omento to de esplendor y dará curiosos personajes divinos, como Apolonio de Tiana, cuya vida escribirá Filostrato. Discípulo suyo será el famoso Alejandro, el fals fa lsoo p rofe ro feta ta que desatará las iras de nuestro Luciano por sus pretendidos milagros. Al lado de este renacer de la filosofía, el siglo I I corrientes tes gnós gnó s conocerá el momento culminante de las corrien ticos. No N o podemos ocupam os aquí pormenorizadamente de es este impo im portante rtante fenómeno, fenóme no, que plantea plan tea innumerables innumerables prob pr oblem lemas as tan ta n t o en lo qu quee co conc ncie iern rnee a sus o ríge rí gene nes, s, como co mo a sus rasgos característicos. característicos. E n tod to d o caso, digamos que el gnos gnostic ticis ismo mo pu puede ede ofrecer ofre cer una u na versión pagana (el Corpus Hermético) y otra cristiana, que da espíritus tan interesantes como Valentín y Basílides. p e n d a n t de esta actitud, digamos, dogmática, Como pe el final del siglo I I conocerá un inusitado auge del es cepticismo, bien representado por Sexto Empírico. El escepticismo será la comprensible reacción contra ese p ieti tism smoo y tendrá su exponente en Luciano, excesivo pie H erm m ó timo tim o , cuya doctrina se sintetiza sobre todo en el Her diciendo que la vida humana es demasiado breve para
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llegar llega r a cono co nocer cer todos todo s los los sistemas sistemas,, y que la máxima que se impone impo ne es «sé «sé sensato y aprende aprend e a dudar». dud ar». FinalmenFinalm ente, dentro de la línea religiosa, no podemos olvidar que el siglo II es un momento de afianzamiento del cristianismo, que representa un elemento nuevo dentro del pa p a n o r a m a espi es piri ritu tual al de la ép époc oca. a. T ras ra s los esfu es fuer erzo zoss del siglo i, el cristianismo pasa ahora, ante el paganismo, a la defensa, y surgen los primeros apologistas, que muchas veces, como Justino, Atenágoras y, algo más tarde, Clemente de Alejandría, se han reclutado entre las filas de los fil filósofo ósofos. s. El cristianismo, cristianismo, así, así, se po pone ne en e n ccontacto ontacto con la especulación filosófica pagana, y no tiene nada de extraño que en este contacto se produzca la asimilación de importantes elementos filosóficos paganos. Ello será su propia fuerza, como lo demostrará un Celso, Di scurso rso verdadero, verdade ro, concederá ya gran quien, en su Discu be b e lig li g e ran ra n c ia al cris cr isti tian anis ism m o, y no t e n d r á más rem re m ed edio io que atacarlo, no ya con burdas calumnias, sino yendo a la raíz misma de sus principios «filosóficos». Un siglo más tarde, Porfirio volverá a la carga en su Contra los cristianos. En el otro extremo de la cadena tendremos un fenómeno muy importante en esta época: la superstición. Que la superstición no es un fenómeno específico de una determinada época, en la historia de la cultura, es algo algo que todo tod o historiador historiado r aceptará acep tará sin sin más. Pero es que, en el período que nos ocupa, se añade la circunstancia de que esa superstición se basa en unos principios que po p o d ríam rí amoo s calific cal ificar ar d e cientí cie ntífic ficos, os, pe pese se a lo p a rad ra d ó jic ji c o de la afirmación. Y, en e n efecto, las las creencias astrológic astrológicas, as, tan acusadas, de esta época se vieron vigorizadas, ya a pa p a r t i r d e la ép époo ca he hele lení níst stic ica, a, p o r las nu nuev evas as do doct ctri rina nass astronóm astron ómicas, icas, y po porr la doctrina estoi estoica ca de la simpatía de d e los elementos del cosmos, que se concibe como un auténtico ser vivo. Cabe preguntarse por las causas que han determinado este profundo cambio espiritual en el hombre hom bre antiguo. Pero las las respuestas de los los historiadores historiadores varían profundamente. Señalemos las más importantes:
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a) Los marxistas pretenden explicar la decadencia general del racionalismo y del espíritu científico de la Antigüedad por causas estrictamente económicas. La decadencia de la técnica y de la ciencia habría sido prov pr ovoc ocad adaa p o r el c a rác rá c ter te r esclav esc lavista ista d e la soci so cied edad ad a n tigua: la baratura de la mano de obra —los esclavos— habría provocado una gran falta de estímulos y, por tanto, el ab aband andono ono de toda cienc ciencia ia aplicada aplicada.. Pero P ero lo que no ex expl plic icaa la postu pos tura ra marxista es por po r qu qué, é, inclus inclusoo en las las ciencias especulativas, se produjo una tan profunda decadencia. b) Para Pa ra D od odds ds,, la verdad verd adera era explica explicación ción de la decadencia del espíritu científico helénico, y su contrapartida, el auge de la superstición y del irracionalismo, tiene su razón de ser en el férreo dogmatismo de la época, lo que trae consigo una considerable per p erez ezaa m enta en tall que hace vivir al hombre de espaldas a la realidad. c) A nu nuestro estro juicio, cabría achacar esta decadencia general del pensar racional antiguo a un fenómeno que caracterizará, a partir de ahor^, a la vida espiritual grecoromana: la invasión de los cultos orientales, tan bien estudia estudiada da por Cumont, Cum ont, que representan repre sentan lo más más evident evidentee de esa esa penetració penetr aciónn más amplia amplia de la Weltanschauung de d e Oriente en Occidente, y que sustituye el pensamiento tradicional por la magia, la teosofía, el misticismo. Ya ampliamente introducidos en Grecia en la época anterior, es en la época de Luciano, precisamente, cuando se produce la ruptura del equilibrio a favor de lo oriental, hec hecho ho favorecido favorecido porque po rque Ad Adriano riano fue un entusiast entusiastaa part pa rtid idar ario io de la p rote ro tecc c ión ió n d e los cu culto ltoss d el E s t e , como com o ha demostrado Beaujeu en su importante estudio sobre la religión romana durante el siglo II3. 3 Sobre el env envejecim ejecim iento biológico biológico y espiritual de la épo época, ca, cfr. cfr. A . J. Festugiére, Per P erso sonn a l Religi Reli gion on am on ongg the Gree Gr eeks ks,, Berkeley, 1954, 53 y sigs. Nilsson, Geschichte der gr. Religion , II, 295 y sigs.; J. Geffcken, D e r Au A u sga sg a n g d e r griec gr iechis hisch ch-rô -rôm m ische isc henn H eiden eid entu tum m s, Tubin
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3. D esde esd e el pu punto nto de vist vistaa cultural y, sobre todo, desde el enfoque literario, dos actitudes presiden la valoración de los críticos y de los historiadores de la cultura tu ra cuando cu ando se trata tra ta de emiti em itirr un juicio juicio sobre el sigl sigloo nn.. Una actitud tradicional, reflejada clásicamente en la obra de Schmid, que enjuicia los logros del período que nos ocupa con los ojos puestos en lo que representa la gran floración flo ración literaria liter aria del d el clas clasic icis ismo. mo. Para Par a estos críticos sólo puede haber una respuesta válida: el siglo I I es un pe p e r íod ío d o e n el q u e los au auto tore ress sólo sól o p ract ra ctic ican an la m e r a imitatio de lo antiguo. De este naufragio general sólo se salva un par de figuras, un Plutarco y un Luciano. El resto carece de valor. A pesar de que aun hoy hay críticos que se adhieren a este juicio condenatorio general, como no hace muy poco ha hecho Van Groningen, hay que señalar que, en lo que va de siglo, se ha pr p r o f u n d iza iz a d o , y no p o c o , en el co cono noci cim m ient ie ntoo de asp as p ecec tos concretos del siglo de Luciano. Y cabe afirmar que, después de una serie de estudios importantes sobre las pri p rinc ncip ipal ales es figur fig uras as no sólo só lo de la segu se gund ndaa sofíst sof ística ica,, sino sin o de otros campos literarios, ha podido abrirse paso una nueva actitud, más positiva, que sabe analizar los fenómenos meno s de la época bajo una nueva luz luz. Co Concretam ncretamente, ente, po p o d e m o s alu al u d ir a B. E . P erry er ry,, G . W. B ow ower erso sock ck y, sobre tod todo, o, B. P. Rear R eardo don, n, autor au tor de un importante impo rtante libro libro que, sin ofrecer aportaciones nuevas, ha sabido enfocar literarias el estudio estud io de lo que el auto au torr llama llama las las corrientes literarias ga, 1920 1920;; E . R . D od odds, ds, Lo L o s grie gr iego goss y lo irrac irr acio iona nal l (trad, cast.) Madrid, 1960, 236 y sigs. Un estudio comparativo del talante espiritual tanto P agan an de paganos como de cris cristi tianos anos en este este período, e n E . R . D odd s, Pag an a n d Christi Ch ristian an in an A g e o f A nx nxie iety ty,, Cambridge, 1968. E. Renan, Mar M arcc-A A u rèle rè le et la fin f in du m o n d e antique, antiqu e, Paris, 1882, es todavía parcialmente útil. La inestabilidad espiritual de los hombres de este pe p e r í o d o h istó is tóri ricc o , q u e les le s lle l levv a a a b a n d o n a r sus s us cre cr e e n cias ci as t rad ra d icio ic ionn a les le s pa p a r a a b r a z a r o tra tr a s e s tá m u y b ie n a n a liz li z a d a p o r A . D . N o c k , Conver xfo rd, 1972 (1.a ed ., 19 1933 33). ). U na visión visión pan panorám orám ica de la situa sió si ó n , O xford, r a p p o r t ción religiosa y filosófica del período romano he dado en mi ra pu p u b lic li c a d o e n BIE 1973,, 11 y sigs. B IEH H . V i l , 1, 1973
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de los siglos il y m, en una perspectiva que resalta los aspectos nuevos que, desde el punto de vista literario, hay que saber descubrir en la época de Luciano. Apoyado ya do,, sobre todo, tod o, en los pe penetr netran antes tes estudios estudios de Marrou M arrou y Bompaire en relación con el auténtico concepto de mimesis tal como la practicó la segunda sofística, de las páginas d e l libr li broo d e R e a r d o n e m e rge rg e , p o r p rim ri m e ra vez en la historia his toria de los estudios literarios, literar ios, una visi visión ón sinópsinóp tica que permite formarse una idea mucho más viva del siglo I I que la que nos había suministrado la miope consideración de espíritus como Schmid. El rasgo fundamental de la literatura del siglo I I (y parte pa rte d e l III) es el predominio casi exclusivo de la prosa frente a la poesía. Pero ello no significa, entendámonos bien, q u e la ép é p o c a de L uc ucian ianoo no ha haya ya co cono noci cido do p o e tas ta s , si bien éstos carecerán, por lo general, de originalidad. Es ya sintomático que el libro antes mencionado de Reardon no hable en absoluto de poesía. Y, sin embargo, ésta existe, y de ella hemos dado un breve panorama, en un trabajo relativamente reciente, nosotros mismos. os. La L a orientación orientac ión general ge neral de esta poesía poesía parece haber hab er sido eminentemente didáctica, erudita, signo, por otra parte pa rte,, y b ien ie n signi sig nific ficati ativo vo,, de la é p o ca. ca . P ero er o e sta st a o r ien ie n tación no es la única, y la publicación por Heitsch de los los fragmentos de los poetas de la época romana rom ana lo pone claramente de relieve. En apretada síntesis, podríamos distinguir las siguientes tendencias: 1. Una épica didáctica, que hunde sus raíces en los gran grande dess poemas poem as helenísticos, helenísticos, al estilo estilo de un Arato A rato o un Nica Ni cand ndro ro,, y q u e h a d a d o figur fig uras as co como mo D ioni io nisio sio el Pe Pe riegeta, Marcelo de Side, los dos Opianos, Doroteo de Side, Máximo y Manetón. 2. Una épica narrativa, que tendrá ten drá su gran floración floración entre los siglos I I y V , y en la que destacan Quinto de Esmirna y, ya mucho más tarde, Trifiodoro, Museo y Coluto. 3. Una poes po esía ía hímn hí mnica ica,, cuyo ejemplo más típico es Mesomedes Mesomedes de C reta, re ta, y algo algo más tard ta rde, e, Por Po r cío cío. Los Him H imm m os órfic ór ficos os pueden situarse aquí.
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po esía ía epigramática, en la que hay que situar 4. Una poes a los los represe repr esentan ntantes tes de la antología pertenecientes pertenec ientes a este pe p e río rí o d o (Luc (L ucili ilio, o, C riná ri nágo gora ras, s, e tc.) tc .).. yá m bica bi ca (Babrio) 5. Finalm Fin almen ente, te, un tipo de poesía yám po esía ía p o pula pu lar, r, representada por canciones popuy la poes lares, anacreónticas, etc. Pero es la prosa, según antes anticipábamos, la gran señora de las corrientes literarias del momento. Una pro p rosa sa q u e , en algun alg unas as oc ocasi asion ones es,, p r e ten te n d e a d o rna rn a r s e con las galas supremas de la poesía. Sobre todo en el caso de los llamados «oradores de concierto» (Konzertredner), verdaderos virtuosos de la palabra, cuyas posibilidades utilizan hasta extremos inconcebibles. Si adoptamos la dicotomía de Reardon —y nada nos im pid p idee h a c e rlo rl o , a u n q u e a veces tal ta l dico di coto tom m ía resu re sult ltee un po p o co f o rza rz a d a — , po p o d e m o s esta es tabb lec le c er u n a divisió div isiónn t a j a n te entre lo nuevo (paradoxografía, seudociencia, religión, literatura cristiana, novelística) y lo viejo, o antiguo. Cabe abordar el estudio de la prosa de esta época a través de las manifestaciones tradicionales de la retórica que alcanza ahora la categoría de suprema fuerza formadora del espíritu. Todo huele ahora a retórica en el mejor sentido de la palabra. La escuela es la gran moldeadora de los escritores. En relación con esta tendencia general, un puesto de honor en las letras de la época de Luciano lo ocupa el movimiento literario conocido por Segunda Sofistica, cuyas relaciones con el fenómeno llamado aticismo (imitación de los modelos clásicos), a pesar de los numerosos estudios que se le han dedicado, no se ha explicado aún del todo satisfactoriamente. Tradicionalmente suelen colocarse en la misma columna columna autores pertenecientes pe rtenecientes a este movimienmovim iento general, como Polemón, Herodes Ático, Elio Aristides, Luciano, Alcifrón, Filóstrato, Amano, etc. Reardon, entre otros méritos, tiene el de haber intentado una distinción, estableciendo lo que él llama la retórica pu p u ra y la retórica aplicada, en una distinción, como siempre ocurre con las de Reardon, eminentemente
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práct pr áctica ica,, p e ro co conn de debb ilid il idad ades es de desd sdee el p u n to d e vista vi sta metodológico: así, Elio Aristides, presentado como la figura más ilustrativa de la retórica pura, pero cuya prod pr oduc ucci ción ón e n t r a d e lle l leno no en lo q u e el crític crí ticoo a ng nglo losa sajó jónn llama lo nuevo. Sus Sus obras más importantes impo rtantes en e n el campo del género epidictico son auténticos conciertos en prosa, que cautivan cautivan al oyente (Panatenaico, A Roma, Defensa de la oratoria, etc.) La más alta expresión de estas corrientes es, pues, Elio Aristides, tras los pasos iniciales de un Herodes Ático, una de las figuras más simpáticas de la época, enormemente rico, dotado de excelente lentess cualidades cualidad es de d e político y administra adm inistrado dor, r, y discípulo discípulo de los grandes espíritus de la generación anterior, Po lemón y Favorino. Si estos sofistas son la la mejor m ejor muestr m uestraa Lu ciaa n o y en Al de la tradición retórica epidictica, en Luci cifrón tendremos la mejor manifestación de la creación retórica, esto es, de unos autores que partiendo de los clásicos ejercicios de escuela (la meleté, sobre todo) se elevan a la cate ca tegg oría or ía d e βμ βμίίέηί ηίΐΐοοβ ccre read ador ores es a los que q ue no puede negárseles, pese a la aparente paradoja, la originalidad. En esta misma categoría cabe situar a un autor como Filostrato. retórica aplicada halla sus representantes más ilusL a retórica tres en figuras como Máximo de Tiro, filósofo, y ya, en el campo de la historia, en Apiano, Amano, Dión Casio, sio, el anticuario Pausanias, Polie Polie no, Eliano y Ateneo Ate neo.. Pero el gran movimiento literario de la época de los Antoninos y los Severos presenta también, junto al cultivo de lo tradicional, hechos nuevos. La gran novedad será, en el campo espiritual, espiritual, la aparición aparición de la literatu literatura ra cristiana; pero no menos nuevos son una serie de fenómenos culturales y literarios entre los que hay que destacar las obras paradoxográficas, paradoxográficas, los tratados de fis fi s iog io g nomías, la curiosa figura de Artemidoro de Éfeso, con su obra sobre La L a interpretació interpr etaciónn de los sueños, sueñ os, los Dis D is Aristides, auténtico documento docum ento para cursos sagrados de Aristides, elaborar un diagnóstico no sólo de la estructura psíquica de este autor, sino de toda su época, y la Vida de
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docum umento, ento, asimis asimismo, mo, de primer prim er Ap A p o l o n i o de Tiana, Tiana, un doc orden ord en pa para ra conocer conocer la la psi psicol cologí ogíaa de este este período. período . Finalm ente, la novela, que, tras tras el trabajo pionero de Rohde, Roh de, ha sido objeto de innumerables estudios que han aclarado múltiples problemas de este género 4. 4 Pa ra el estudio de la literatura griega griega en la época époc a rom ana hasta ah ora es insusti insustituibl tuiblee el volumen correspo ndiente d e la Geschichte der gr. gr . L itera ite ratu tur, r, de ChristSchmid (Munich, 1913), muy erudito, pero sin intentar una determinación del ritmo históricoliterario. Lo ha intentado, últimamente, como hemos indicado, B. P. Reardon, Courants littéraires grecs des II et III siècles après J. C., Paris, 1971. Reardon reacciona c on tra la visi visión ón demasiado simplist simplistaa de la épo ca rom ro m ana de la literatura literatura griega griega como como u n período decad estilo d e los trabajo s dec aden ente, te, al estilo de B. A. van Groningen, «General literary tendencies in the Second century century A. D .» (Mnemosyne, 1965,41 y sigs.) sigs.) y, ya an antes, tes, W . Schmid, De D e r A ttic tt icis ism m u s in seine sei nenn H au auptv ptver ertre treter tern, n, Stuttgart, 18871896 (reed. Hildesheim, 1964). Más positivos los estudios de B. E. Perry («Literature in the Second Century», Cl. J. 501955, 295 y sigs.) y Bower sock, Greek Sophists in the Roman Empire, Oxford, 1969. Para Pa ra los avances en el estudio de la poesía griega griega de época ép oca ro m an ana, a, cfr. el ra r a p p o r t de R. Keydell, D ie gr. gr . P o esie es ie d e r K a ise is e rze rz e it (Jahresb (Jah resbee rich ri chtt Fortsc Fo rtschr. hr. d er klass. kla ss. A lter lt ertu tum m sw. sw . CCXXX, 41961), que puede com plemen tarse tarse con mi traba jo «Panorama de la épica épica griega griega tardía tardía»» sigs.).. L os restos de los los poetas de la época (Est. clás. X V I, 1972,139 y sigs.) han sido editados por Heitsch (Die gr. Dichterfragmente der rom. Ka K a ise is e r zeit ze it,, Gottinga, 196364). Para la Segunda Sofística, uno de los movimientos más importantes de la época, aparte el estudio antes mencionado de W. Schmid, véase (Zw eite Sophistik, Sophistik, el art. correspondiente d e la R E de Pauly PaulyWi Wiss ssowa owa (Zweite Suppi. VIII, cois. 719 y sigs., debido a K. Gerth). Para Luciano en concreto, J. Bompaire, Lu L u d e n écriva éc rivain, in, París, 1958. Buena bibliografía contiene el libro de Reardon antes citado. Bien orientado, F. A. Wright, A H isto is tory ry o f L a ter te r G reek re ek Literat Lite ratur ure, e, Londres, 1932. Los pro blem as varios varios relat relativos ivos a la novela novela están muy bien trata do doss en Reardon, pág. 309 y sigs. Una visión panorámica en C. García Gual, Lo L o s oríg or ígen enes es d e la no nove vela, la, Madrid, 1972. Sobre Nonno y los problemas que plantea, cfr. A. González Sen m artí, «En tom o al problema de la la cronolog cronología ía de Nonno» (Universitas na,, 1977 1977//78 78,, 25 25 y sigs. sigs.,, con un a pue sta al Tarraconensis, Π , Ta rrago na día de la bibliografía). Sobre los poetas encomiásticos de los siglos finales, cfr. T. Viljama ,Studi Studies es in Greek Encomiast Encom iastic ic Poets o f th thee Early By B y zan za n tin ti n e Peri Pe riod od,, Helsinki, 1968. Estudios complementarios sobre aspectos religiosos e ideológicos: A. J. Festugière, La L a révél rév élat ation ion d«H d« H erm er m ès Trimégis Trim égiste, te, París, 1942, (cuatro tomos); U. Bianchi (editor), Le L e orig or igin inii dell de lloo G no nost stic icis ism m o, L eiden, eide n, 19 1970 70,, y el volumen correspon diente d e la la Wege der Forschung sobre el tema.
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LA LLAMADA «ANTIGÜEDAD TARDÍA» («SPÀTANTIKE») En uno de sus libros más estimulantes, el eminente historiador francés H.I. Marrou (¿Decadencia romana o antigüedad tardía ?, trad, cast., Madrid, Rialp, 1980) se ha planteado, con una claridad típicamente gala, el pr p r o b lem le m a d e la llam ll amad adaa d ecad ec aden enci ciaa de dell m u n d o a n tig ti g u o , decadencia que contrasta, por otro lado, con la pu pujanz janzaa de una nueva manera de ver el mundo y la vida, con los albores de lo que llamaremos después la Edad Media. Reaccionando —otros lo habían hecho ya, pero acaso no con la decisión de Marrou— contra la corriente interpretativa terpr etativa inic inicia iada da en Montesquieu Montesquieu y especialmente especialmente en en Gibbon Gib bon,, que veían veían en el triunfo triunfo del cri crist stia iani nismo smo dur d uran ante te los últimos siglos de la historia romana, escribe el historiador francés estas palabras: Todavía se evoc e vocaa con demasia demasiada da frecuencia frecuencia el perío período do que estamos estudiando con términos negativos. En él se fi n de la A nt ntig igüe üeda dad d o ve o bien el fin o bien los principios de la E dad da d Media. Media. Quisiéramos ayudar al lector a considerarlo de una vez en y por sí mismo.., mism o.., Es prec precisq isq que la expresión expres ión An A n tig ti g ü e d a d tardía reciba reciba por por fin una una connotación posi po sitiv tiva.. a.... Habría que admitir definitivamente que la Antigüedad tar
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día... no es solamente la última fase de un desarrollo con tinuo, sino otra Antigüedad, otra civilización que hay que aprender en su originalidad y a juzgar por sí misma, y no a través de los cánones de las otras edades.
La tenden ten dencia cia a considerar c onsiderar determinados determina dos períodos período s hishistóricos como meras transiciones sin personalidad propia va perdiendo cada vez más fuerza. Porque, ¿es que en historia, si bien se mira, no es todo transición, lo que equivale a decir que, en prioridad, la transición como tal no no existe? existe? Hoy hemos hemo s aprendido aprendid o qu quee el concepto de pu p u r a tran tr ansi sicc ión ió n ap apli lica cado do a la E d a d M ed edia ia — la «e «eda dadd oscura»— acuñado por los historiadores renacentistas no puede ya sostenerse. La época arcaica griega ha querido verse, por parte de algunos, demasiados, como un puente que prepara el período clásico. El siglo IV a. C., como una preparación del helenismo... Que después de la reorganización del Imperio por pa p a rte rt e de D ioc io c leci le cian anoo se pe perf rfil ilaa cla c lara ram m en ente te el a b o rea re a r de una nueva época es algo que no nos resulta ya enteramente extraño. Pero es que ese alborear se había pre parad pa radoo ya u n p a r de siglos an ante tess co conn la ap apar aric ició iónn de dell cristianismo, que recogerá, finalmente, la herencia del pasado pasa do d á n d o le u n nu nuee v o s e n tid ti d o 1. dec adenc ncia ia romana es el de Gibbon, 1 El libro clásico clásico so sobre bre la decade His H isto tory ry o f th thee D ecli ec line ne a n d Fall Fa ll o f th thee R om an E m pire pi re,, 1776, que resume su tesis con estas palabras: «Así, hemos asistido al triunfo de la religión y de la barbarie». La bibliografía sobre el tema es ya inmensa y no podemos dar más que someras indicaciones. Una buena visión panorámica, desde una per p ersp spec ecti tivv a deca libroo de F. F . A ltheim Le de cade dent ntist ista, a, hallará el lector en el libr L e décli dé clin n du m o n d e an antiq tique ue (trad, francesa), París, 1953, que examina el mundo extrarromano y las causas de la decade dec adenci ncia. a. Un análisis comDecline o f the the Ancient An cient World, ple p le to se h a lla ll a r á e n A . H . M . J o n e s , The Decline Londres, Londres, 19 1968 6822. Una U na visión visión sinóptica en F. W. W albank, alban k, La L a deca de cade denn cia d e l Impe Im peri rioo rom ro m a n o d e O ccid cc iden ente, te, trad. cast. Madrid, 1978, libro cuyo verdadero título está tomado de unas palabras de Gibbon para (L a pavoro pa vorosa sa revolu revolució ción, n, The A w full describir al Bajo Imperio (La Revo Re volu lutio tion) n)..
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¿Qué es lo que ocurre en el mundo romano durante estos siglos cuya significación ha sido tan debatida? Podemos establecer, para resumir un proceso muy largo y complicado, unos cuantos puntos esenciales: La L a aparición aparición del de l cristianismo. Sea cual sea la ex 1. plic pl icac ació iónn qu quee se dé al fen fe n ómen óm enoo de la ex expa pans nsió iónn de la nueva fe en el mundo romano, lo cierto es que con él aparecía algo hasta entonces desconocido. Surgido prim ero en e n un ambiente am biente judío, se extendió extendió por po r las las regiones orientales orientale s del Imperio —sobre todo todo po porr Egipto— , pasó pasó a Rom Ro m a, en parte pa rte heleniza helenizado do (San (San Pablo), Pablo), por p or lo menos en lo que concierne a la lengua, y se convirtió en una fuerza arrolladora gracias a su actividad apostólica. Naturalmente los estudios consagrados al tema son amplísimos, y recordaremos sólo algunos trabajos significativos2. Nacid Na cidoo en el seno sen o de la cultura cult ura helenística, helení stica, y de desar sarro ro Es muy importante el ya citado libro de Rostovtzeff His H isto tori riaa soc so c ial ia l y au autén téntic ticaa d e l Im p e rio ri o rom ro m an anoo trad. cast. Madrid, 1962. Una buena selección de los mejores artículos sobre el tema en K. C hrist hrist (éd .), De 1970; 0; D e r Untergan Unte rgangg des de s rôm rô m ische isc he Reiche Rei ches, s, D arm stad t 197 P. E. Hübinger, Kultu Ku lturb rbru ruch ch o d er K ul ultu turk rkon ontin tinui uita tatt im Uebe Ue berga rgang ng von vo n de d e r A n tik ti k e z u m Mitter Mi tteralte alter, r, Darmstadt, 1968. 2 Sob re la situa situación ción del m undo romano en el m om ento de la ondo do gre gr e aparición del cristianismo, cfr. A. J. FestugièreFabre, 11 m on co c o -ro -r o m a n o n el tem te m p o d i G esu-C esu -Cris risto to (trad, ital.) Turin, 1950. R. Bultmann, Theologie des Neuen Testaments, Tubinga, 1958, ha intentado conectar la soteriología cristiana con el movimiento que se inició en el Irán. El mismo Bultmann ha ofrecido un cuadro general del cristianismo primitivo en el marco de las religiones y el pensam iento antiguos antiguos (Le trad , francesa, france sa, París, 19 1950) 50).. (L e christ christiani ianisme sme primitif, prim itif, trad, Sobre los problemas que se plantearon en el seno de la primera L a naissan nais sance ce d u Chris Ch ristia tianis nisme me,, comunidad cristiana, cfr. M. Goguel, La L e s p r é trad, francesa, Paris, 1955. Mucho más sucinto, M. Simon, Le mie m iers rs chrét ch rétien iens, s, París, 1952 (col. Que saisje?) E l libro clási clásico co sobre la acci acción ón apostól apostólica ica es el de A . von H am ack, ac k, Die D ie M issi is sioo n u n d A usbr us brei eitu tunn g des de s Christe Ch ristentum ntums, s, Leipzig, 1924 (reed. 1965). Una buena selección de algunos de los principales estudios publicados en revistas puede hallarse en R. Klein (ed.) Da D a s frü fr ü h e ChrisChr is tent te ntum um im rom ro m . Staat, Darmstadt, 1971.
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liado también en un medio de habla griega, la lengua primitiva primitiva de dell cristianismo fue la koiné hablada hablada en el Mediterráneo oriental, un griego con base áticajónica, pero con elementos extraños. Sobre todo, la lengua de los cristianos antiguos (por influjo también de la versión griega del Antiguo Testamento), es un griego plagado de semitismos3. La L a s prim pr imer eras as manif ma nifesta estacio ciones nes literarias literarias del de l cristia 2. nismo: Reardon (Courants litt..., pág. 275 y sigs.) ha vist vistoo en la literatu lite ratura ra cristiana cristiana uno de los los muchos aspectos de «lo nuevo» que se produce, en el mundo del espíritu, en el terreno literario. Aunque esté en griego, la problemática problem ática inic inicia iall no es griega, en el sentido de que se ocupa de cuestiones que quedan al margen de la literatura pagana de la época (Segunda Sofística, Retórica, etc.) La verdad es, empero, que muy pronto, al aparecer los primeros ataques dialécticos contra la visión cristiana de Dios y de la religión, y an ante te las grandes grandes pers pe rsec ecuc ucio ione ness q ue se a b a t e n sob so b re ellos ell os,, los crist cr istia iano noss comienzan a asimilar, al menos superficialmente, la esenci esenciaa del paganismo: paganismo: un tímido platonismo, platonism o, que ap apor ortan sobre sobre todo tod o algunos filósof filósofos os que se co conv nvierten, ierten, como Taciano, Hermas y, sobre todo, figuras como San Justino, y de un modo especial, Clemente Alejandrino. Pronto se observa una doble corriente: si por un lado asistimos a los duros ataques contra la filosofía helénica (El escarnio de los filósofos paganos es bien significativo), hay otra tendencia que lleva a una relativa asimilación lación del pensamiento pensam iento helénico, helénico , y que prepa pre parar raráá el gran 3 Es pen oso com proba r los los relativam ente pocos estudios que exisexisten sobre la lengua de los cristianos griegos, cuando tan bien ha sido estudiada estudiada la la de los cris cristi tianos anos de hab la latina latina (M ohrm ann, entre o tros). Sobre los semitismos, cfr. las indicaciones que ofrece F. M. Abel (Grammaire du grec biblique, París, 1927) y D. Hill, Greek Words and Hebrew meaning, Cambridge, 1967. Ofrece un breve panorama de las tareas que en este campo se han realizado y deben proseguir, en N. Fernández Marcos «En tomo al estudio del griego de los cristianos» (Emerita, 1973, 45 y sigs., con bibliografía).
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momento literario e ideológico de los siglos ill y IV: Orígenes y los Padres Capadocios. La L a llamada llam ada prepa pre para ració ciónn del neop ne opla lato toni nism smo: o: E l 3. término procede de W. Theiler (Die Vorbereitung des Neu N eupl plat aton onis ism m us, us , Berlín, .1930) y se concibe como una filosofía de síntesis que aparece en formas muy variadas a partir del siglo i a. C., para culminar en el IH con Plotino. Otros (como C. de Vogel, Greek Philoso ph p h y , III, Leiden, 1964, 340 y sigs.) prefieren llamarlo pren pr eneo eopl plat aton onis ism m o, aunque la diferencia entre los dos conceptos no es muy grande. Por un lado, sintetiza los tres sistemas más importantes de la Antigüedad (platonismo, aristotelismo y estoicismo), llevando con ello la impronta típica de la época el sincretismo o fusión de tendencias distintas, à veces en perjuicio de la unidad y la coherencia. Algo ocurre por esta época también en lo que atañe a la religión. Por otro, significa, en cierto modo, una nueva visión del platonismo como una religión más que un sistema filosófico. El movimiento, que tiende a una jerarquización del Ser, que culminará en las tres hipóstasis plotinianas. Algunos ven en Antíoco de Asea lona el iniciador de este movimiento, aunque otros lo atribuyen a Posidonio. Entre los movimientos que, más o menos marginalmente, contribuyen a tal síntesis —o que, al menos, conectan con ella— están el neopitagoris mo, Filón de Alejandría (una curiosa mezcla de elementos judíos, platónicos y estoicos), el llamado platonismo medio, Plutarco, los escritos Herméticos y el movimiento gnóstico. Algunos Alguno s autores, auto res, llevando llevando las las cosas aú aúnn más lejos, pretenden ver en los sucesores inmediatos de Platón el comienzo de tal tendencia del pensamiento4. 4 Posiblem ente el m ejor estudio global sobre este tem a sea el libro libro colectivo, editado por A. H. Armstrong, The Cambridge History of La L a ter te r G ree re e k a n d E arly ar ly M e d iev ie v a l Philo Ph iloso soph phy, y, Cambridge, 1970. Son también muy útiles los trabajos de A. J. Festugière (La Révélation d ’H erm er m ès Trismé Tris mégis giste, te, en cuatro tomos, París, 1942 y sigs., especialmente el cuarto, Le L e dieu di eu incon inc onnu nu et la G no nose se,, 1954, que estudia el
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La p o lém lé m ica ic a entre helen he lenism ismoo y cristianismo. cristiani smo. S u 4. enfrentamiento. No bastaron las persecuciones que el paganismo pagan ismo d e c retó re tó c o n tra tr a la nu nuev evaa fe. M uy p r o n to, to , a pa p a rtir rt ir del siglo II, cuando ya la doctrina cristiana empezaba a tener ten er una cierta consisten consistencia cia,, los ataques ideolóid eológicos, dirigidos contra las creencias —lo que se puede llamar la «filosofía» cristiana— de los primeros cristianos, nos, empezaron a arreciar. arrec iar. Tres son los los grandes mom m omenentos de ese enfrentamiento polémico: el primero está repres represent entado ado por po r el Α ληδής Λ όγ όγος ος de Celso, Celso, que fue fue contestado, muchos años después, por Orígenes. El segundo, por Porfirio, discípulo de Plotino, ya en el siglo m. Su obra Contra los cristianos, perdida en gran parte pa rte,, como com o la de Celso, Cels o, h a po podid didoo parcial parc ialme mente nte ser reconstruida por los filólogos modernos. El ataque de Porfirio era mucho más peligroso: si Celso tenía un conocimiento muy inexacto y parcial del cristianismo, Porfirio, un semita, aparte conocer las Escrituras, era un buen bu en filólog filólogoo (Plot (Pl otino ino le encargó enca rgó la edición definitiva de sus oteas). El tercero fue el Contra los galileos, del em perador perad or Juli Ju lian ano, o, qu quie ien, n, al mismo tiemp tie mpo, o, se empe em peñó ñó en resucitar al paganismo, término que ahora empieza a identificarse con helenismo. Fue refutado por Cirilo de Alejandría Aleja ndría 5. 5. doble movimiento, optimista y pesimista, que puede detectarse en el hermetismo, que podemos definir como una gnosis pagana). Hay también en el mundo cristiano un movimiento gnóstico, que tendrá una gran influencia en muchos aspectos del pensamiento cristiano contem poráneo de d e los movimientos gnóst gnóstic icos os paganos. paganos. Cfr. m i pu esta r a p p o rt L a religión relig ión y la filo fi loso sofí fíaa grieg gri egaa al día de estas cuestiones e n mi ra H , 1, 1973,11 y sigs.). Una visión global en la épo época ca romana roma na (BIE (B IEH H W H, de los los problemas problemas y enigmas enigmas qu e plan tea la figura figura de P osidonio, en mi trabajo «Un enigma de la filosofía grega: Posidoni (Anuario de Filo logía, Barcelona, 1979, 1 y sigs.). En ambos trabajos está citada la bibl bi blio iogr graf afía ía b á sic si c a . 5 Sobr Sobree la po polém lém ica helenism ocristianismo el libro básico es el de Labriolfc, La L a réac ré actio tionn païe pa ïenn ne, ne , París, 1934. Una visión muy sucinta de la persecuciones contra el cristianismo en J. Mereau, La L a p e rse rs e c u tion tio n du Chris Ch ristia tiani nism sme, e, París, 1956.
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El influjo del helenismo sobre el cristianismo. E s 5. innegable que la Filosofía griego primero —por razones de orden apologético— y la literatura más tarde, fueron ejerciendo una influjo a veces muy fuerte, sobre la naciente comunidad. Muchos de los primeros convertidos fueron filósofos, que asimilaron el cristianismo, pero le inyectaron elementos paganos, mejor dicho, helénicos, especialmente especialm ente platónicos. platónicos. El E l platonismo platonismo fue primero prim ero un aliado del cristianismo, pues le proporcionó una diléc tica y unos argumentos de los que carecía. Pero hay que señalar que buena parte de las primeras herejías tenían una base griega, platónica: los gnósticos —aunque el pr p r o b lem le m a n o e stá st á del d el tod to d o aclar ac larad ado— o— p arec ar ecee q u e f u e r o n muy profundamente helenizados; la herejía de Ario es asimismo de raíz platónica. Orígenes fue perseguido perseg uido —y sus libros libros quemados— quemados— po porr hereje, he reje, aunque aun que más m ás tarde fue reivindicado. Sobre Celso, C. Andresen, Lo L o g o s un undd N o m o s, Berlín, 1955 (que hace a Celso un platónico). Su Dic D icur urso so verd ve rdad ader eroo se ha podido reconstruir a través del Contra Celso de Orígenes (trad, y comentario de H. Chadwick, Cambridge, 1953). Sobre los elementos ideológicos comunes entre Celso y Orígenes (ambos tienen la misma mentalidad, la de su tiempo), cfr. M. Stragge, Celsus und Orígenes Das Gemein sam sa m e ih ihre rerr Weltansch Welta nschauun auung, g, Giessen, 1926. E. de Faye, Origénes París, 19238, y H. Koch, Pro P ronn oia oi a un undd Paide Pa ideus usis, is, Leipzig, 1932, han querido ver en él a un platónico, un lazo entre platonismo y cristianismo, pero el problema se complica porque parece que hay un Orígenes n eoplatón ico distinto distinto del cristi cristiano ano (cfr (cfr.. K. O. W eber, Orígenes de d e r Neu N eupp lato la tonn iker ik er,, Munich, 1962). Una buena síntesis sobre Orígenes en J. Daniélou, Orígenes (trad, cast.) Buenos Aires, 1958 (en el cap. V de la primera parte es estudiado como apologista). Lo mejor sobre Juliano (el Apóstata) está recogido en R. Klein (ed.), Juliá Ju liánn A p o sta st a ta, ta , Darmstadt, 1978 (con bibliografía). Sobre la nueva situación religiosa (el triunfo del Cristianismo sobre el paganismo y el papel que en ello jugó el emperador Constantino, cfr. Ed. Schwartz, E l e m p era er a dor do r Const Co nstan antin tinoo y la Igles Ig lesia ia cristian cris tianaa (trad, cast.) Madrid, 1926, así como, de un modo especial, H. Kraft, Kon K onst staa n tin ti n d e r G ross ro sse, e, Darmstadt, 1974 (selección de los principales estudios dedicados al tema) y G. Ruh Ruhbach bach (ed.) Die D ie Kirc Ki rchh e Ange An gesi sich chts ts de d e r Kons Ko nsta tant ntin inie iesc sche henn Wende We nde,, Darmstadt, 1976.
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Los Padres Pad res Capadocios Capado cios —San Gregorio Gre gorio de Naciance Naciance no, San Gregorio de Nysa, San Basilio, San Juan Cri sóstomos— estuvieron asimismo profundamente im pregna pre gnado doss de he hele leni nism smo. o. E n el cam ca m p o lite li tera rari rioo , la p r imera manifestación de que se aceptaba la tradición literaria griega fue la famosa carta de San Basilio a los jóvenes, jóv enes, d o n d e señ se ñ ala al a b a el inte in teré réss qu quee p u e d e p r e s e n t a r la literatura griega si se la lee con cuidado. Paulatinamente, en la mente cristiana fue formándose la idea de que el paganismo, en muchos aspectos, era una preparación de la revelación cristiana. Se llamaba «praeparatio evangélica» (título, por otra parte, de una obra de Eusebio de Cesarea)6. La L a p roy ro y ec ecci cióó n del de l neop ne opla lato toni nism smoo sobre sob re el m edio ed io 6. cristiano. Un rasgo característico del cristianismo del siglo IV y comienzos del V es la paulatina pau latina proyección de las ideas neoplatónícas sobre los pensadores cristianos. En muchos casos, el neoplatonismo fue el puente que encaminó a futuros pensadores cristianos. Así, a Mario Victorino (a quien un edicto del emperador Juliano le había prohibido la enseñanza de la Retórica) abrió los ojos hacia el cristianismo el estudio de las corrientes espiritualistas neoplatónicas, especialmente Porfirio, cuya Isagoge tradujo al latín. Parece que el ejemplo de Mario Victorino fue muy eficaz en la conversión de 6 Un bu en estudio global sobre el tema tem a en Ch. N. C ochrane, Cristianismo y cultura clásica (trad, cast.) México, 1949. Algo anticuado, pero m uy com pleto, si bien bien de be po nerse al día, fue el libro libro de J. Burckhardt, D ie Z e i t K o n s tan ta n tin ti n s des de s G ross ro ssee n , traducido al castellano con el título de D e l p a g a n ism is m o a l cris cr istitiaa n ism is m o México, 1945. Sobre la paulatina evolución del pensamiento cristiano, cfr. C. Schneider, Geistesgeschichte des antiken Christentums, Munich, 1954, y para la evolución literaria, aparte el libro clásico de A. Puech Hist H istoir oiree de d e la litt. g recq re cque ue chrétien chr étienne, ne, París, 1928 (en varios tomo) cfr. ahora Ph. Vielhauer, Geschichte der christlichen Literatur, Berlín 1975.
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San Agustín, quien también pasó por una etapa neo pl p l a t ó n i c a . O t r o s r e p r e s e n t a n t e s d e l n e o p lat la t o n i s m o latino son Caldicio, Símaco, Boecio y, en parte Ca siodoro7.
7 Se discute, hoy día, si el neop neoplatonism latonism o pe pene netró tró en el m un undo do romano a través de la lectura directa de Plotino a través de Porfirio. Es curioso que este autor, que había atacado duramente a los cristianos en su Κ α τά Χ ρι ριβτ βτιια νώ ν, fuera uno de los los caminos través través de los cuales entrara el neoplatonismo en el ambiente intelectual cristiano. Sobre este fenómeno, el mejor estudio actual sigue siendo el de P. Courcelle, Le L e s Lettr Le ttres es grec gr ecqu ques es en Occid Oc ciden ent,t, de M acro ac robe be a Cass Ca ssio io- dore do re,, París, 19482. Es interesante P. Henry, Plot Pl otin in e t l ’O ccid cc iden ent,t, Lo vaina, 19 1934 34,, que analiza analiza la la influenci influenciaa sobre sobre Firmico Firmico M aterno, atern o, M ario Victorino y San Agustín.
APÉNDICES
APÉNDICE I EPOPEYA UGARÍTICA Y EPOPEYA GRIEGA ARCAICA «La leyenda leyenda de K eret... es una Ilia Il iada da en miniatura.» C. H.
G
o r d o n
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La reciente publicación del importante libro del G. del Olmo Mitos Mito s y leyendas leyen das de Cann Ca nnan an según seg ún la tra dición ugarítica, Madrid 1981 (que abre grandes pers pec p ecti tiva vass al estu es tudi dios osoo de dell m u nd ndoo semític sem íticoo m ás a ntig nt iguo uo y que no puede dejar de interesar al helenista por los pa p a rale ra leli lism smoo s qu quee ind in d u d ab able lem m e n te ex exis iste tenn e n tre tr e la civilización ugarítica y la micénicohomérica) me induce a dedicar ded icar unas líneas líneas a comentar com entar este trabajo traba jo de mi colega colega ba b a rce rc e lon lo n é s , al tiem ti empo po q u e me p e rmit rm itir iráá d e sarr sa rroo lla ll a r alal gunos puntos que sólo quedan apuntados en la obra citada y que se refieren, especialmente, al estudioso del mundo griego arcaico. El descubrimiento de Ugarit (Ras Shamra) fue, como suele ocurrir con los descubrimientos arqueológicos, fruto de un auténtico azar. Una vez identificado, se procedió a una labor de excavación cuidadosa por parte del Servicio de Antigüedades de Siria y el Líbano, que a la sazón eran un protectorado francés. Identificada la necrópolis y, algo más tarde, la ciudad, los resultados de las excavaciones dan una serie de niveles claramente sintetizados por Del Olmo: hay un primer nivel (que nos lleva a los años 15001370) y que parece coincidir con un cierto momento de prosperidad, prosperidad que sufrió un breve colapso debido a un incendio. Pero fue reconstruida la ciudad, y esa
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reconst reconstrucc rucción ión coincide coincide con co n el mom m omento ento final final del mundo micénico (13701100). Éste es el nivel que mayormente nos interesa aquí; y del que nos ocuparemos en adelante. Señalemos, simplemente, que de nivel a nivel las excavaciones nos conducen al Neolítico. La identificación identificación de U garitRa gar itRass Shamra Sha mra no fue difí difícil: cil: conocida por referencias hititas y mesopotámicas (carta de ElAmarna), sus archivos han conservado una serie de tablillas con textos mitológicos y literarios en siete len engu guas as diferente difere ntess (egipcio (egipcio jeroglífico, hitita jeroglífico, cuneiforme, acádico, hurrita, lineal micénico, aparte los textos escritos en chipriota y ugarítico). Ello descubre en es esta cultura un rasgo claramente claram ente cosmopolita cosmopolita.. BasánBasán dose ai los principales estudios consagrados a la literatura ugarítica (Caquot, Virolleaud, Gordon, Cassuto, Gardner) establece Del Olmo hasta siete tipos distintos de textos literarios, que podríamos resumir en los siguientes: a) textos literarios (epopeyas, mitos, himnos); b) textos rituales, mágicos, y médicos; c) textos didácticos y técnicos; d) documentos diplomáticos: cartas, tratados, etc., y e) textos administrativos y económicos. Es claro que nos interesan aquí, primordialmente, los textos míticos y literios. D e los los textos texto s ugaríticos que se ocupan de narraciones teogónicas —o teomáquicas, para ser más exactos— posib po sible lem m en ente te el más má s inte in terr e s a n te sea se a el m ito it o d e la luch lu chaa entre Ba’lu y Yammu, del que se ocupa Del Olmo en páginas 15 1577 y sigu si guie ient ntes es.. F o rma rm a pa p a r t e d el ciclo de d e B a ’lu ’Anatu que, como señala el autor, «no es fácil determinar si tenemos un mito único, con estricta unidad de composición, o más bien de un ciclo que engloba diversas composiciones literarias, con tema y trama propios, o acaso versiones diferentes de un mismo mito» (pág. 81). La analogía con otras literaturas arcaicas (epopeya francesa, griega, germánica, castellana) nos induciría a creer en la existencia de un ciclo, pero tratándose de una literatura tan antigua hay que tomar muchas precauciones antes de emitir un juicio. En todo caso, nos
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hallamos ante un tema constante en las narraciones mitológicas: la lucha y el enfrentamiento entre varias divinidades. Del Olmo ofrece una clara clara estructuración del po p o e m a d e la «Luc «L ucha ha e n tre tr e B a ’lu y Ya Yamu mu»» q u e se divi di vide de en dos claras partes, que, de acuerdo con la técnica de esta literatura, se repite en dos momentos: un primer momento en el que se dan ciertas órdenes, prescripciones y oráculos, y un segundo momento en el que tales órdenes se cumplen. Como veremos, es constante la técnica que consiste consiste en reproducir cas casi literalmente literalm ente,, po porr medio de fórmulas, el cumplimiento de la orden dada en la primera parte. Otros mitos de este ciclo son el po p o e m a d e l Palacio de Ba’lu (analizado en 114 y sigs.) y L u c h a entre B a ’lu y M o tu (131 y sigs). Del Olmo el de la Lu aborda en págs. 143 y sigs., el sentido y función del mito. El texto de este ciclo se nos ofrece en las págs. 157 y sigs., y consta de dos columnas, la primera con el texto ugarítico transcrito y la segunda con una traducción. El mismo método seguirá en los poemas épicos. Estos Esto s están está n constituidos constituidos esencial esencialmente mente po porr la la epopeya epope ya de Kirta (Krt) y la de Aqhatu, aparte otra serie de po p o e m a s más m ás b reve re vess (La saga saga de los los Rapauma, Rapau ma, L o s dioses - apuestos apuestos y hermosos, Las La s bodas de Yarhu y Nikka Ni kkal, l, L o s Am A m o r e s de B a ’lu y A n a tu y La L a virgen-m virg en-madre adre A n a tu). tu ). El poemaepopeya de Kirta (Krt) es uno de los más importantes de la literatura ugarítica. Estudiada por Virolleaud, Ginsberg, Gordon y Lichtenstein, tenemos en este incompleto poema, según frase de Gordon (Mi 195455,126 y sgtes.) sgtes.) «an Iliad Iliad in miniature» por po r nos, Π Ι, 195455,126 su tema (expedición de KretKirta a Edom para rescatar a su familia, entre ellos su esposa), así como por ciertas concomitancias específicas. Del análisis de éstas, concluye Gordon en el mismo artículo, «this confirms the minoanmycenean origin of early Greek civilisation»1. 1 So bre este po poem em a, cfr. P. Jensen, Jens en, Gilgamesch-Epos, Estrasburgo, 1906, y el volumen, editado por K. Oberhuber, Da D a s G ilga il gam m esch es ch-Epos, Darmstadt, 1977.
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Por su parte, Del Olmo nos ofrece un claro análisis del poema (págs. 244 y sigs.), que se estructura del modo siguiente: 1. Infor In fortun tunio io de Kirta Kir ta (pérdida (pérd ida de su su familia familia y de su esposa, en especial). 2. Sueño sagrado sagra do (incubatio), en el que recibe una teofama. 3. Tras Tr as la la teofan teo fanía, ía, diálogo en entre tre el dios Ilu y Kirta. 4. Indicació Ind icaciónn de un oráculo en el que se se señala a Kirta el plan de acción que ha de adoptar (sacrificios, prep pr epar arati ativo vos, s, m arc ar c h a de dell e jérc jé rcit itoo c o n tra tr a U d u m a , e tc.) tc .) 5. E jecución jecu ción del oráculo. 6. Escena Esc enass divinas en las que el destino del héroe héro e es discutir. 7. A yud yudaa prestada pre stada po porr la divin divinida idadd a Kirta, que finalmente cura y se restablece de su mal (Kita ha contraído una enferm enfe rmeda edadd y se se halla halla en peligro peligro de muerte). mu erte). 8. Insurrección Insurre cción de Yassibu, Yassibu, hijo de Kirta. 9. La maldición de K irta, que constituye constituye la concluconclusión del poema. Esta última parte contiene una maldición de Kirta contra el sublevado. Ignoramos si el poema tominaba aquí o si el original, no conservado, com pr p r e n d í u n fina fi nall m en enoo s ráp rá p ido id o e ines in espp era er a d o . ¿Coál es el sentido y función de este poema? Por lo pron pr onto to,, y en co conn trap tr apoo sici si cióó n co conn el m ito it o de B a ’lu, lu , no noss hallamos ahora en presencia de un poema en el que, si bien bi en co conti ntien enee la acci ac ción ón de dive di vers rsas as divi di vini nida dade des, s, su clima clim a es planamente humano: «su interés gira en tomo al destino de seres humanos en tomo a las vicisitudes de los dioses en cuanto encarnación de las fuerzas cósmicas o de las situaciones sociales» (pág. 274). La discusión sobre el sentido último último del poema poem a no ha dado ppor or ahora ah ora result resultados ados unán un ánim imes, es, y los los semitist semitistas as discuten sobre sob re ello. Frente a Gray, que postula un sentido «ritual» (sería cantado o recitado en ocasión de las bodas de los reyes de Ugarit), Del Olmo objeta, creemos que con razón, que «el tema boda es sólo un elemento, capital en la prime pri mera ra p a r t e , p e r o q u e tien ti enee su an antic ticlim limax ax e n el de la
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en ferm ed enferm edad ad qu quee desarrolla la la segunda» segunda» (pág. (pág. 283). 283). Para Pa ra Del Olmo, «hemos de considerar el poema como una historia sagrada o ancestral, destinada a preservar la memoria de los orígenes de la dinastía regia y fijarlos dentro del marco tópicoideológico que determina el destino y función del rey y su desenlace según la voluntad de los dioses» (pág. 285). Rechaza como algo más hipotético que el texto tuviera una utilización ritual, o hubie hu biera ra surgido surgido en e n relación con el fest festiv ival al de año nuevo (entronización del diosrey) o el de la ascensión al trono de un nuevo rey, o en conexión con ceremoniales de pe p e n ite it e n c ia y ay ayun unoo ( B e rnh rn h a r d t), t) , o q u e , sim si m p lem le m en ente te,, represente una composición literaria de origen rapsódi co, o declamación extracultural (Virolleaud, Gordon, Margalit). Junto al poema de Kirta, ofrece, para el helenista, un cierto interés el poema de Achatu, definido por Del Olmo (331 y sigs.) con estas palabras: «Desde ese punto de vista, podría definirse la epopeya de Aqhatu como la contrapartida cananea del mito de Prometeo, por la pretensión que implica en su héroe y la libertad con que éste y su hermana Pugatu se mueven frente fren te a los dios dioses es». ». Así que mientras el poema poem a de Kirta K irta vendría al ser el Homero ugarítico, el de Aqhatu sería una parte, a menos, de Hesíodo. Y esto nos lleva lleva a un tema tem a central en lo que concierne a la literatura ugarítica como uno de los elementos más que nos permiten seguir, con mayor o menor claridad, los orígenes oscuros de la epopeya y del mito griegos en la época épo ca micénic micénica. a. Los demás poemas contenidos en el libro de Del Olmo (págs. 405 y sigs.) aportan menos luz a nuestro problema y los dejamos sin discusión. Comencemos por señalar que se han producido en este tema tem a importantes im portantes avance avancess desde desde el mome mo mento nto en que Nilss Ni lsson on,, ya e n 192 1924, 4, señ se ñ ala al a la po posib sibili ilida dadd de qu quee la mitología griega se hubiera formado en época micénica (en el An concr etado luego luego en su libro A n tid ti d o r o n a Persson, concretado The mycenaean Origin of Greek mythology, Berkeley, 1932). Un segundo paso fue el descubrimiento, y pos-
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terior publicación de las tablillas micénicas, y la serie de hipótesis más o menos acertadas sobre la existencia de una épica micénica de la que debería, en principio, derivar la homérica y hesiódica. A este respecto señalaremos algunos puntos importantes: La literatura ugarítica representa un testimonio más de las relaciones entre la epopeya del Oriente Próximo Enum a Elish Elish y, sobre y la griega micénica: el poema de Enuma todo, el Poema de Gilgamesch, en sus distintas versiones, ofrecen claros ejemplos de técnica y temática comunes con lo que poseemos de la epopeya griega arcaica. A) E n efecto, p o r un lado tenemos la técnic técnicaa que consiste en emplear la misma fórmula para expresar acciones o actos que se repiten a lo largo del poema, como la introducción de las palabras de un hablante. Y eso eso no ocu o curre rre sólo sólo en el Poema de Gilgamesch, donde se repite con frecuencia la fórmula el cazador abrió la boca y dijo;
aparece asimismo en los poemas hititas («cuando el Nume Nu menn escu es cuch chóó las p a lab la b r a s ...» .. .»)) y, n a tur tu r a lme lm e n te, te , en la literatura ugarítica, que ahora nos interesa particularmente. En el Enuma Elish, la fórmula X abrió abri ó la boca ( cfr., r., p o r ejemplo, ejemplo , Tab. I l l, 1 y sigs sigs.) .) se repite a Y y dijo (cf con cierta frecuencia. B) P ero er o no acaba aquí la cosa. osa. El comienzo comienzo del Gilgamesch, que no en vano se ha llamado la Odisea del Oriente Próximo, comienza con estas palabras: «A aquel que conoció todas las tierras yo cantaré..., al sabio que conoce toda cosa. Secretas cosas ha visto, jamás vistas por el hombre, y realizó un largo viaje, lleno de dificultades.» (Tab. I, 1-19.)
que recuerda muy de cerca el comienzo de la Odisea. Es posible que en uno como en otro poema haya un
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recuerdo de un rito de descenso del alma al mundo de los infiernos (una katábasis, cfr. Meuli, Odyssee und Arg A rgoo n a u tik ti k a , Berlín, 1921); en todo, el paralelismo es sorprendente, tanto por el tema como por las expresiones usadas. C) Es un pu punto nto en el que ho hoyy tienden los estudiosos estudiosos a estar de acuerdo el princi principio pio según según el cual cual en Hesíodo Hesío do (especialmente en la Teogonia) hay elementos que, al menos, ofrecen notables parecidos con algunas teogonias orientales. El profesor K. von Fritz escribió hace algunos años: «Es un elemento común al mito oriental antiguo y a Hesíodo la seri seriee generacional generacional proced pro cedente ente de la pareja Cielo y Tierra, que representan las fuerzas desordenadas de la naturaleza, hasta llegar a una generación de varios dioses contemporáneos, a cuya cabeza se halla un dios supremo, con cuya realeza está relacionadaa la introducc nad introducción ión de un determinado determinado orden ord en com co m prenpren sible sible p ara ar a el hombre.» hom bre.» («Das hesiodi hesiodisch schee in in den Werk W erken en Hesiods», en Entretiens sur l’Antiquité, t. VII; Hés H ésio iode de,, Vandoeuvres 1962,18). Cfr. asimismo Fr. Solmsen, He H e siod and Aeschylus, Ithaca, 1949, 27 y sigs., y H. Schwabl Schwabl,, «Die gr. gr. Theogonien ünd der Orient» O rient» (Ele ments orientaux dans la réligion grecque, Paris, 1960, 39 y sigs. sigs.). ). Este autor remite a una seri seriee de trabajos traba jos orieno rientados a esclarecer las relaciones y paralelismos existentes entre las teogonias orientales y el mito hesiódico y helénico en general (cfr., especialmente, H. G. Güter bo b o c k , Kumarbi, 1946). D ) Sobre posibles posibles elementos elemento s fenic fenicio ioss en las cosmocosm ogonías griegas —no sólo puramente míticas, pero tam bié b iénn e n las cosmo cos molog logías ías pres pr esoc ocrá ráti tica cas, s, cfr. O . E issf is sfee ldt, ld t, «Kosmogonie», en Elements or. antes citado, 1 y sigs. E ) Pero hay otros paralel paralelismos ismos en entre tre los los po poem emas as ugaríticos, que han dado motivo a esta digresión, y los po p o e m a s ho homé méric ricos os:: D e l O lmo lm o ha señ se ñ alad al adoo , al e stu st u d iar ia r algunos de esos poemas, la técnica que consiste en la repetición exacta de un oráculo o profecía y que luego se repite con las mismas palabras al realizarse tal pro-
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fecía. Así en la Epopeya de Kirta, cuando al oráculo pla p lann de acció ac ciónn le sigue la descripción de los hechos que han sido profetizados. Este procedimiento es habitual en Homero: en el canto II de la Iliada, Agamenón tiene un sueño (w. 23 y sigs.) en el que se le promete la inminente toma de Troya; sorprendido, Agamenón comunica al consejo de ancianos el contenido del sueño, que es n arra ar radd o r con las las palabras exactas exactas de la aparición, y, a su su vez, cu cuand andoo se cuenta el sueño a la asamblea asamb lea del pueb pu eblo lo se r e p i t e n los m ismos ism os ve verso rsos. s. E n el can ca n to V de la Odisea, cuando los dioses han decidido la vuelta de Ulises a su patria, se da una orden a Hermes para que la transmita a Calipso (vv. 25 y sigs.). El diosmensajero comunica la orden a la diosa con las mismas palabras exactas de la orden de Zeus, y Calipso la repite a Ulises también exactamente. Con una pequeña diferencia: que Calipso, que desea retener a Ulises a su lado, añade un solo verso, que alude a las dificultades que hallará el héroe en su empresa, y lo hace para intentar disuadirle de la empresa (cfr. J. Alsina, «En torno a las repeticiones homéricas», Bol. Bo l. A c a d . B uena ue nass Letras Let ras de Barcelona, Barcelon a, XXXI, 196566, 27 y sigs.). Na N a tura tu ralm lmee n te, te , e l p r o b lem le m a d e las rela re laci cion ones es e n tre tr e la epopeya y el mito oriental y helénico no termina aquí. Pero los temas abordados permiten hacernos una relativa idea del fondo oriental que subyace en una gran pa p a r t e de la e p o p e y a grieg gr iega. a. Q u e é sta st a h a tran tr ansf sfoo rma rm a d o , a vece vecess sustancialm sustan cialmente, ente, el núcleo n úcleo ini inicia ciall proced pro cedente ente del Oriente Próximo es algo comprensible y, hasta cierto pu p u n to, to , lógi ló gico co.. G reci re ciaa ten te n ía o t r a visión visió n de las rela re lacio cione ness HombreDios, y por otra parte, el logos griego ha contribuido a dar un nuevo sentido a muchas de las narraciones orientales. Así, por ejemplo, se ha podido comprobar que la serie de tres generaciones divinas comun comunes es al mito orien or iental tal y al griego griego sobre la cosmogonía y la teogonia ha sido modificada por Hesíodo en el senti sentido do de qu quee cada generación generación posterior representa rep resenta una
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espiritualización mayor, que culmina con Zeus, que encarna el supremo orden olímpico. Pero ello no empece pa p a r a q u e el estu es tudd io de las rela re lacio cione ness e n tre tr e O r ien ie n te y Grecia continúe siendo uno de los más atrayentes y estimulantes que puedan abordarse por parte de helenistas y orientalistas. orien talistas. Al fin fin y aall cabo, cabo, toman tom ando do un unaa frase de un conocido orientalista que trabajó asimismo sobre aspectos de la cultura griega, «la luz procede de Orien L o g o s helénico dio te» (Licht vorn Osten). Sólo que el Lo lu z oriental. un nuevo sentido a esa luz
APÉNDICE II UN LIBRO SOBRE LA ÉPOCA CLÁSICA Francisco R. Adrados, Ilus Il ustr traa ción ci ón y p o líti lí ticc a en la Grecia clásica, Madrid, Revista de Occidente, 1966, 588 págs.
Acaso no haya época del mundo griego más apasionante que la que se extiende en el período de tiempo comprendido entre los inicios de la democracia (508) y su final (prácticamente, 338 a. C.). A lo largo de este siglo y medio van a ocurrir, en suelo helénico, muchas e importantes cosas tanto en el campo de la cultura como en e n el de la polític política. a. Este período, períod o, que suele llevar el nombre de Pericles, ha sido ampliamente estudiado desde el punto de vista cultural, como era de esperar. m itad ad del cuarto produce produ ce D u ran ra n te el sig siglo lo V y la primera mit G recia —especialment —especialmentee Atenas, A tenas, que ahora aho ra se convertirá en el epicentro del mundo griego— los más grandes espíritus de su cultura: Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Fidias, Damón, Protágoras, Sócrates, Tu cídides, Platón, Demóstenes, Aristóteles. Pero la experiencia cultural del mundo ateniense —p — p o r q u e a h o r a p o d emos em os h a b lar la r de m u n d o a ten te n ien ie n se como casi equivalente a helénico—, con ser apasionante, como lo es, acaso no resulte tan excitante como la experiencia política. Grecia, en efecto, va a vivir, en el pe p e q u e ñ o laps la psoo d e cien ci ento to tre tr e inta in ta añ años os,, los añ años os d o rad ra d o s de la democraci demo craciaa recién recién estrenada, y puesta a prueba en
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la invasion persa; las luchas entre los bandos democrático y aristocrático, las disputas entre facciones propiamente democráticas, la democracia dirigida de Pericles, la aparición de un nuevo tipo de demagogo a lo Cleón, con una nueva visión del hecho político —como ha demostrado recientemente Connor (The new politic politicians ians of Fifth century Athens, Princeton, 1971), la dura oposición entre los dos bloques que paulatinamente se van formando formando en G recia y que culminarán culm inarán en las las dos guerras del Peloponeso; finalmente, la caída de Atenas, la su presión pre sión d e la d e m o crac cr acia ia,, la res re s tau ta u rac ra c ión ió n de la m isma, ism a, los nue nuevos vos conflictos conflictos que qu e culminan en la llamada gu guerra erra de Corinto, que termina con la intervención directa de Pers Persia ia en los asuntos asun tos internos intern os de Grecia, la Paz del Rey, y, final finalmente mente,, tras un breve brev e período período de hegemonía be beood a , la la amenaza am enaza macedónica m acedónica que acabará con la libertad libertad griega. Y, entre tanto, la aparición en Atenas de la filosofía, tras la entrada de los sofistas, que traen consigo sigo nuevas co corrien rrientes tes espirituales y nuevas visiones visiones del hecho político; la polémica «literaria» que tiene lugar constantemente en la escena, donde la tragedia menos directamente, y la comedia de un modo directo y desenfad senfadado ado expo e xpone ne a la luz pública los los grandes problemas y las lacras de la democracia: el belicismo, la tiranía de los tribunales populares, la nueva educación «progresista» representada por los sofistas y SócratesEurípides y un larguísimo etcétera. Todos estos problemas, toch esta vastísima problemática, constituye el tema del Ubro del profesor Adra Ilustr ación y polít po lític icaa en la Grecia clásic clásicaa que, a mi dos Ilustración juicio, juic io, es u n a d e las m ás clar cl aras as ap apoo rtac rt acio ionn es al co cono noci cimiento del intrincado mundo de la política y de la vida espiritual de Atenas que han aparecido en los últimos años. Adrados iba bien pertrechado para abordar esta singladura, pues, aparte sus ediciones de autores arcaiElegiacos y yambógrafos, yam bógrafos, del que acaba de salir cos (los Elegiacos salir una segunda edición y su traducción de los fragmentos de poesía coral arcaica editada por Gredos), ha publi
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cado una buena serie de estudios sobre aspectos generales o particulares del período arcaico, aparte su dedicación a autores plenamente clásicos (traducciones de Esquilo y Tucídides, Aristófanes y Eurípides). E l libro se enmarca en tres grandes grandes partes. partes. La primera prim era tiene una función introductiva, pero no se limita a ser una mera introducción. El finad del período arcaico, sobre todo, elabora una visión aristocrática del hombre (encarnada en las odas pindáricas) que revivirá en la Literatura de tendencia arcaizante (y no nos referimos a un arcaísmo simplemente literario, sino a una cosmovi sión que alcanza lo político y lo cultural) que podremos descubrir total o parcialmente en Heródoto, Sófocles y, en algunos aspectos, en Sócrates e incluso en Platón). A drado dra doss distingu distinguee en esta época arcai arcaica ca dos momentos: un período estrictamente aristocrático, con una mentalidad qu quee inten in tenta ta esbozar a grandes rasgos rasgos moral agonal, sophrosyne (no se ocupa especialmente de la religión, aunque es evidente que el hombre arcaico es un homo religiosus) e incluso una política específica. Luego, unas las que que destacan las rep re p rere corrientes innovadoras, entre las sentadas por Hesíodo, Arquñoco, Solón y Focílides. Es evidente que Hesíodo representa un enfrentamiento a ciertos aspectos de la cosmovisión aristocrática (Hesíodo es un po poeta eta para p ara ilotas, se se decía decía en medios aristocráticos griegos), pero lo que realmente representa es una antítesis frente a Homero. En todo caso, hablar de innovación en pleno siglo Vffl (aunque no es segura la cronología exacta) es algo que puede sorprender un poco po co.. Algo parecido cabría decir de Arquíloco. En todo caso, lo cierto es que en la época época arcaica hay un período períod o pe ríoo do (podremos llamarlo lírico, como hace Burn, o perí de las revoluciones, con Starr) de profundas conmociones, en el que alternan dos ideas opuestas de la vida, y que podríamos simbolizar, hasta cierto punto, con Apolo —dios aristocrático— y Dionisos, dios democrático (L. Gernet).
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La pa parte rte central cen tral del d el libro libro está dedicada d edicada a la la lucha por p or la democracia, y contiene ocho densos capítulos. De hecho, Adrados distingue en el siglo v tres grandes momentos: 1. La L a genera gen eració ciónn de Esqui Esq uilo. lo. 2. El tradicionalism lismoo repre rep rese senta ntado do po porr la generació gen eraciónn siguiente siguiente (Sófoc (Sófocle less y su «hermano espiritual», espiritual», Heród He ródoto oto); ); y 3. 3. La genera ge neración de los los últimos años de la guerra gu erra del de l Pelopones Pelo poneso. o. Si en, la primera fase asistimos al nacimiento de la democracia y a la elaboración de un nuevo ideal humano (liberación del individuo, aunque con un fuerte predominio del lazo que le une a la ciudad, el impacto que la guerra médica hace en el alma de Atenas, y de los grie grieggos en gen g enera eral, l, el nuevo ideal de justicia que albore alb oreaa en estos momentos), en la segunda (que coincide con la figura de Pericles) las cosas se hacen algo más problemáti mática cass. Se rompe rom pe la profunda profu nda unidad unid ad que en el universo espiritual ático reinaba en el primer momento (ya con la huida definitiva de Esquilo a Sicilia se puede columbrar que los ideales de la gen generació eraciónn «maratónica» se están disolviendo), y se rompe porque la sofística da pa p a so a u n a n u e v a visión visió n de dell h o m b re y de la soci so cied edad ad —po —p o r t a n t o , d e la po polít lítica ica— — . E s ta ilust ilu stra raci ción ón,, A d rad ra d o s la ve estructurada, a su vez, en dos grandes fases: una prim pr imer era, a, el «inf «i nflu lujo jo jónico jón ico»» se h ace ac e p a ten te n te. te . Y a D o d ds había insistido, en su conocido libro, en la tesis de que hay un primer racionalismo, una primera ilustración, representada por Jonia (Hecateo, la escuela de fisiólogos de Mileto, etc.). «Ahora es el momento del pleno optimismo», escribe Adrados, y con cierta razón. Y es que ««eel hombre hom bre lleva lleva dentro de sí fuerzas fuerzas que favorecen un prog progre reso so dentro d entro de ese orden democrático democrático —p —progrerogreso que ya Esquilo intuía, pero sólo a través de paradigmas divinos y dentro de una concepción trágica que hacía que el progreso y el triunfo hubiera que ganarlos cada vez en medio de oscuros peligros» (pág. 196)—. Este optimismo es el que respiramos en el discurso fúnebre que Pericles pronuncia en Tucídides, y aunque se plantea el grave problema de si las palabras del es
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tadista son realmente suyas o del historiador, lo cierto grosso modo, mod o, hay muchas es qu que, e, grosso muchas probabilidades prob abilidades de que al menos el espíritu de este discurso sea de Pericles. Mucho han hecho para hacer plausible tal tesis los estudios que le ha consagrado Finley en sus Three Essays on Thucydides. La guerra («ese maestro de violencia», por decirlo con palabras de Tucídides), acuna la aparición de nuevos ideales. L a sofís sofístic ticaa agudiza agudiza su visión visión de destru structo ctora ra de toda la savia tradicional de la cultura griega. Se critica el Estado, se socavan los cimientos de la antigua sociedad. Frente al equilibrio de la época de Pericles, surge ahora una corriente irracionalista (que convive con restos racionalistas: esta tragedia se comprueba viva en Eurípides y se percibe en Tucídidee, incluso en el viejo Sófocles, (acaso también en el ya anciano Píndaro si aceptamos la interpretación que algunos hacen de la figura de Ayax en este autor). Surge una corriente «in moralista» —bien analizada, en sus aspectos psicológi Hi st. III, 82 cos, por Tucídides en su famoso pasaje de Hist. y sigs.—. Surgen, finalmente, nuevos tipos e ideales humanos. La tercera parte se enfrenta con la reacción que re pr p r e s e n tan ta n actit ac titud udes es co com m o las d e Sócr Só crate atess y P lató la tónn . SóSó crates representaría un moralismo que intentaría contrarrestar las corrientes subversivas (Tovar, en su Vida de Sócrates, ha ofreci ofrecido do una visión visión de contraste con traste entre en tre el desarraigo des arraigo sofí sofíst stico ico y el fuerte fue rte arraigo del d el filósofo filósofo en su ciudad ciud ad), ), Platon representa representa una alternativa. E n el pensamiento platónico se combinan elementos tradicionales reaccionarios y algunos progresistas, tesis innegable, y que debe proclamarse frente a quienes quieren presentarlo como un «fascista», sin más. Las cosas son mucho más complicadas de lo lo que creen algunos, como Farrin Fa rringgton. Adrados ofrece una buena definición del platonismo —en el aspecto político e intelectual— como «restauración tradicionalista». Frente a los principios más avanzados de las corrientes de la época, propugna una
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primac pri mación ión d el E sta st a d o fre fr e n te al indiv in divid iduo uo ( he here renn cia ci a claramente socrática), pero pe ro,, al tiempo tiem po,, se opon oponee a aspect aspectos os típicamente democráticos y atenienses: la poesía (especialmente la tragedia) es expulsada de la'ciudad ideal; la educación y el arte se anquilosan. El ideal platónico de arte es el egipcio, por su milenario inmovilismo. La música es combatida en cuanto puede ser un elemento de perturbación. Pero ofrece aspectos eminentemente positivo pos itivos, s, co com m o su visió vi siónn igua ig uali lita tari riaa de los sexos sex os en la Rep ública. ica. educación que esboza en la Repúbl Esta visión tan lúcida de la evolución de la vida política y espiritual de Atenas, tal como la ofrece Adrados al lector, debe completarse —y es bueno, creo, que citemos a este genial autor— con la lectura de la parte H isto toria ria de la cultura cult ura griega, griega, donde Burkhardt de la His analiza las causas de la decadencia de la cultura helénica. No coinciden del todo los dos autores, pero creo que pu p u e d e n co com m p lem le m e n tars ta rsee p e rfe rf e cta ct a m e n te. te . B u rck rc k h ard ar d t, que bebe sobre todo en fuentes platónicas y tucidídeas, ve en en eell individualismo individu alismo el pe pecad cadoo capital que provoca provo ca la destrucción del gran edificio político griego —en especial cial ateniense— . A drado dra doss ofrece un cuadro cu adro más policropolicromado, más complejo y, por endemás verdadero. El libro del profesor Adrados debería ser de lectura obligada para todos aquellos que quieren entender des de dentro la fisiología de la vida griega en la época de madurez intelectual. Es, en otros aspectos, una propedéutica para una lectura de Tucídides, el primer griego que, de modo consciente, ha sentido el dolor por la pérd pé rdid idaa d e los lo s g ran ra n d es idea id eale less grieg gr iegos os de dell pa p a sad sa d o . E s el prim pr imer er grie gr iego go q u e h a refl re flex exio ionn ad adoo —c —con on ap apas asio ionn amie am ienn to compensado por una lúcida visión de los hechos— sobre la crisis de Grecia.
APÉNDICE III PLAUTO Y LA COMEDIA GRIEGA L a com co m edia ed ia rom ro m ana an a y sus mode mo delo loss I. La
El tema de las relaciones entre la comedia de Planto y Terencio, con sus respectivos modelos griegos, tiene un interés múltiple para el filólogo clásico: por lo pronto, porque, dada la escasez de restos que conservamos de la comedia nueva, pese a los últimos y, en parte, sensacionales descubrimientos papirológicos (el Dís D ísco co lo, Aspis, Sicionio, etc.), el tema puede aportar interesantes datos a la hora de formarnos una idea algo más concreta de lo que debió ser la Néa; pero, también, y no es eso lo lo menos importante, para p ara poder enten e ntender der más pr p r o f u n d a m e n te la técni téc nica ca y los m éto ét o do doss de t r a b a jo de los los comediógrafos romanos, rom anos, lo que, en última última instancia, instancia, pe p e rmit rm itee u n juicio jui cio m ás seve se vero ro sobr so bree o tro tr o pu punn to: to : e l d e la originalidad de Plauto y de Terencio. Conviene, ante todo, señalar que, desde el siglo pasado, se ha insistido de un modo reiterativo sobre la escasa sensibilidad y habilidad artística de Plauto: Fr. Leo1, pese a que en muchos aspectos sabía valorar 1 Plautinische Forschungen, Berlín, 1898, pág. 87.
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los aspectos originales de la cultura romana, al realizar su estudio sobre Plauto emite el siguiente juicio: «Las comedias eran más hermosas y mejores antes de que Plauto se las apropiara.»
Lo que significa que, a su juicio, la reelaboración plau pl auti tina na e c h a b a a pe p e r d e r el e l valo va lorr esté es téti tico co d e Lo Los m od odel elos os griegos. Por otra parte, Ed. Fraenkeí, que en su Plautinisches im Plautus 2 se propuso, y creo que lo consiguió, descubrir lo que de original hay en su obra, insistía, sin embargo, en quç los añadidos del cómico a sus originales detenían la marcha de la acción, porque, y citamos literalmente al crítico alemán, no estaba en condiciones de inventar por sí mis mo la más mínima parte de una acción dramática (pág. 402).
Puntos Pun tos de vista semejantes podemos hallar en G. Jach Jach mann3, quien, cada vez que encuentra en alguna pieza latina una incoherencia o un defecto artístico, lo atribuye, sin titubear, a la mano poco hábil comediógrafo romano. En fin, acaso la frase que mejor ilustra esa actit actitud ud general frente fren te a Plauto sea la la de No Norwo rwood, od, quien en su libre The Art of Terence4 define a Plauto como «un herrero reparando un reloj». Con el fin de ofrecer un planteamiento más correcto del problema comenzaremos dando una lista de las piezas zas d e los co com m ed edióg iógra rafo foss lat l atin inoo s .jqtte .jqtte^¿E ^¿Efflü fflücas casíí tot total· » seguridad, proceden de un modelo griego concreto. 2 B erlín, 192 922. 2. H ay traducción italiana con con el título de Elementi Plautini in Plauto, Florenda, 1960. 3 Plautinisches und Attis ches, Berlín, 1931. * Oxford, 1923.
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1. a) Plauto ha tomado toma do de Menandro Menand ro las siguientes piezas pie zas:: Cistellaria (Σ υνα Bac chides es (Δ υναρι ρισσ τώ σ α ι) ; Bacchid ( Δ ις ’εξα πα παττώ ν); Au A u lula lu lari riaa (Ά π ισ τος ος); ); Stichus (’ Α δε δελφ λφ οί α '). ') . Poenulus es hoy discutido d iscutido y algunos críticos, críticos, acaso con iazón, creen que deriva de Dífilo. b) Plauto ha tomad tom adoo de Filemón: Mercato Mer cator r ("Εμπορος). Vidularia (Σχεδία), Ru R u d m s (desconocemos el título del original griego). c) Procede As inar aria ia ( O v a y ô c Ÿ . Proced e de Demófílo la Asin 2. a) Tere Te renn d o ha tomad tom adoo de Me.na .nand.ra .ra: !(Âhdriana ] Ç Α νδ νδρι ριαα ); Heautontimo Heau tontimoroum roumenos enos (Έ α υτ υτονχ ονχιιμ ορ οροΰ οΰμμ ενος νος)) ; δελφ λφ οί β); Eunuchus. (Ε νη ονχ ονχος ος). ). Ad A d e l p h i (Α δε b) Terendo Terend o ha tomado de Apolo Ap olo doro: Hecy He cyra ra (Έ κυρ ο η η ΐ (Ε π ιδι κυρά); ά); y δικκ α ζό μ ενος).
Ahora bien, /.cómo han utilizado los romanos a sus mod mod elo s gr griegos? Que am b o stien e ñ ^ ^m tac o m e d ias griegas es un hecho confesado en muchos casos por los 5 Cfr. en general, entre otros, los trabajos de W. H . Friedrich Eu E u ripi ri pidd es u n d D iphi ip hilo los, s, Munich, 1953, que contiene buenas observaciones ciones sobre los modelos de Plauto y de T ere nd o: K. Geiser, Geiser, «Einig «Einigee MenanderFragmente in Verbindung mit Plautus und Terenz» (WSt, 79, 1966, págs. 191 y sigs.); Prescott, «Criteria of originality in Plautus», ( TAPhAss , 1932, 103 y sigs.). Importante es asimismo e] volu Lu stru rum m , D er H eutige M enander (1 96 5,10 ,5 y sigs. m en de Lust sigs.)) y alg algunas unas de las páginas de Webster, Studies in Menander, Manchester, 1950. Más concreto, pero también más hipotético, W. E. Kuiper, Griekse orig or igin inele elenn en litijn litijnsch schee na navo volgi lging ngen en,, Amsterdam, 1936. Sobre el Mile M iless glor gl orio iosu suss no hay, por ahora, acuerdo: Friedrich (op. Dífilo; Leo sostuvo sostuvo en su tiempo tiempo que cit., cit ., 259) cree q ue el modelo era Dífilo; se trataba de una obra griega cuyo autor, desconocido, imitaba a Menandro (Plaut. Forsch. 118). Volveremos más adelante sobre el tema.
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propios p ropios dra d ram m a tur tu r g o s ro r o m a n o s, q ue a veces ve ces nos no s info in form rman an incluso del título de la pieza original6. L o s m é tod to d o s de trabajo traba jo de los comedi com edióg ógraf rafos os II. Lo latinos . Hasta muy recientemente, recientem ente, todo to do intento inten to por establecer establecer la originalidad de los romanos frente a sus modelos griegos tenía que partir, para la comedia, y dado que no teníamos ningún fragmento directamente utilizado, de un análisis interno de las piezas latinas, extrayendo, de su estudio estud io y análisis, análisis, medi m ediante ante hipótesis más o menos plaus pl ausibl ibles, es, u n a s d e term te rmin inaa d a s co conc nclu lusio sione ness c o h eren er ente tes. s. A base de los estudios de Ed. Fraenkel, uno de los prim pr imer eros os q u e co conn m ás c lari la ridd ad p lan la n teó te ó el p r o b lem le m a, pero pe ro u tili ti liza zann d o co conc nclu lusi sion ones es de inve in vesti stiga gado dore ress a n ter te r ioio res, es posible considerar que los rasgos de la originalidad plautin pla utinaa son los los siguientes^ siguientes^ 1. L a comedia com edia nu nueva eva no contenía conten ía pasajes cantados. cantados. Plauto introdujo sus Uantka. Pero no hay coincidencia de opiniones pór lo que respecta al modelo que pudo utilizar Plauto para esos cantos. Tres tesis se han defendido: a) Plauto se inspiró en la canción autóctona italia na. na. Así, Lejay7 y Duckworth8; b) La comedia griega A sinn aria ar ia,, 10 6 A guisa guisa de ejemplo: ejem plo: Asi 10:: huic nomen graece Onagost fabulae; Demphilus scripsit, Macchus vortit barbare.
Casina, 32 y sigs. Κ ληρονμεν ληρονμενοι vocatur haec comoedia graece, latine Sortientes. Diphilus hanc græce scripsit.
A n d r. 9, Eun E un.,., 9 y sigs.; Heau H eaut.t. 5 y sigs. Para Terendo, cfr. An A m p h itr it r u o , cuyo modelo es casi Hay que mencionar el caso de Am seguro que fue una pieza de la comedia media. Es el único caso. Cfr. Webster, Studies in later Greek Comedy. Manchester, 1953. 7 Plau Pl aute, te, Paris, 1925, 28 y sigs. 8 The nature of Roman Comedy, Princeton, 1952, 361 y sigs.
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pu p u d o , e n su fase tar ta r d ía, ía , c o n ten te n er e lem le m en ento toss cant ca ntad adoo s; de aquí los tomó el poeta romano9; c) Lo que hizo Plauto fue transponer a la comedia romana los elementos cantados de la tragedia latina10. 2. Es muy frecuente, frecuen te, más en Plauto que en T erenere ntio, la tendencia a sustituir las referencias de los modelos a instituciones y costumbres griegas griegas por equivale eq uivalentes ntes romanos. Caen Cae n en esta e sta misma misma categoría de sustituci sustituciones ones ju e g o s de pala pa labr bras as que sólo tienen sentido vistos los jue desde el latín . 3. Puede Pu ede también tamb ién descubrir descubrirse se la aportación plautina plautin a en las amplificaciones que, a expensas de la simetría y pr p r o p o r c ión ió n de las p a rte rt e s de cada ca da co com m ed edia ia,, es po posib sible le considerar consid erar como añadidos al texto del modelo. Es sobre todojnotable en Plauto el papel del esclavo ingeniosa. tramposo, que posiblemente estaba ya in nuce en la comedia helenís helenísti tica, ca, pero"Ijue "ë "ëP P poeta rom ano ano,sin ,sin duela, ha ¿mpliado considerablemente12. 9 A pa rte L eo , sostienen este punto de vista vista Imm isch isch ( Zu Z u r Frage de d e r Plaut. Pla ut. Cantic Ca ntica, a, Heidelberg, 1923) y Webster ( Hel H ellen lenist istic ic P o e try tr y an a n d A rt, rt , Londres, 1964, págs. 268 y sigs.). Plau t. im Plautus, Plau tus, pág 10 Es la tesis de E . Frae Fr aenn ke l, Plaut. p ágs. s. 321 y sigs. sig s. de la versión italiana. 11 V ale la la p en a seña lar qu e las las investigac investigaciones iones de Fra en enke ke l tuvietuv ieron como punto de partida una observación aislada de este tipo: en Casina, 759, un juego de palabras montado sobre la palabra latina ludus, en su doble sentido de jueg ju egoo y engaño, delata que el chiste no pu p u d o e s t a r , p o r lo m e n o s e n e s a f o r m a , e n el o rig ri g ina in a l g rie ri e g o : nusquam ludos tam festivos fieri quam hi intus fiunt ludi ludificabiles... E n el capítulo capítulo II d e su obra ab orda Fraenk el el estudio estudio de otro tipo tipo de pasajes que sólo tienen sentido sentido a pa rtir de la m anera de nom brarse A m p h ., 303 los los rom anos. Así, en Am 303,, cuando cuan do Sosia Sosiass hace un chiste a p artir de la expresión: Quintus fiam e Sosia. Un griego nunca pudo llamarse Quintus. 12 V éase el capítulo V III del libro libro de Fraenk Fra enk el, y, sobre tod o, Spranger, His H isto tori risc sche he Untersuc Unte rsuchun hungen gen z u den de n Skl Sklave avenfi nfigu guren ren des de s P lau la u tus u nd Tere Te renz nz,, Maguncia, 1960.
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4. Pero Pe ro Plauto pu puede ede tam también bién practicar el ejerci ejercicio cio contrario, es de decir, cir, la ^abrev ^abreviac iación ión del¡.text del¡.texto,deljm o,deljmode odelo lo griego. Ello parece ocurrir, sobre todo, al final de las piezas, a u n q u e ha hayy p o r lo m en enos os do doss casos cas os e n q u e la abreviación ha podido tener lugar en las escenas centra Ba cchi hide dess lo demuestra un papiro que nos ha les: para Bacc transmitido parte del modelo griego13; para Commorientes (pieza perdida, perdid a, pero de la que tenem tenemos os noti noticia cias), s), puede pued e serv se rvir ir d e test te stim imoo n io la afir af irm m ació ac iónn de T eren er enci cioo (Adelphoe, 6 y sigs.). 5. P ero el pu punto nto más deb debatido atido en torno torn o a la origioriginalidad de Plauto es la llamada jCo e rendo, jConta tamm mmat atio io~\ ~\T T erendo, ataques de que era objeto por haber mezclado dos pie zas gnegas en una sola comedia, observaba que, al ha^ cqjQ^jnflJESS^^ empleado por po r algu al guno noss d e sus an ante tece ceso sore res,, s,, e n e s j p ^ ^ Q l M m t o L . Id isti vituperant atque in eo disputant Faciuntne intelligendo ut nihil intelligant. Qui cum hunc accusant, Naevium Plautum Ennium accusant quos hic noster auctores habet, quorum aemulari exoptat neglegentiam potius quam istorum obscuram diligentiam.
No N o h a y , e m p e r o , u n acu ac u erd er d o ge gene nera rall sob so b re la prá p ráct ctic icaa á c j^ coiít coiítám ámimiío imiío ^Ji nuestro autor; los puiitos'dé^Msíál divergen mucho. Mientras críticos como Beate14 sostienen, con argumentos, por otra parte, poco convincentes, que no puede afirmarse que Plauto practicara la contaminación, porque no hay pruebas concluyentes, otro otross la admiten adm iten,, si bien en proporcio pro porciones nes muy pequeñas. Así, Enk15, quien afirma que Plauto «se ha servido de 13 C fr. H an andle dley, y, M e n a n d e r a n d Plau Pl autu tus. s. A S tu d y in C o m p aris ar isoo n, Londres 1968. 14 Class. Rev., 51, 1937, 109. 15 R. R . P h ., 1938, 289 y sigs.
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la contaminación, pero se ha limitado a intercalar, en algunas algunas comedias, comedias, una u na pa parte rte coherente que podfa.i podfa.insef nsefrr tarse sin demasiadas dificultades». En suma, que habría seguído la práctica que luego continuaría Terencio. 6. U n estudio lleva llevado do sistemáticamente sistemáticamente a término po p o r el e l filól fil ólog ogoo h o lan la n d é s Ku K u iper ip er,, d e algun alg unos os de d e los rasgo ras goss jurí ju rídd ico ic o s d e la co com m ed edia ia de M e a n d ro, ro , le h a lleva lle vado do a la conclusión de que una serie de piezas que derivan de este poeta, tanto en Plauto como en Terencio, han sido pr p r o f u n d a m e n t e m od odifi ifica cada das, s, pu pues es el orig or igin inal al griego gri ego comprendía, como desenlace, la boda entre medio her manos (όη (ό η ο π ά τγιο ι) práctica legal legal en Aten A tenas as,, per p eroo ccononsiderada como incesto en Roma. A partir de esta hipótesis tesis inten in tenta ta Kuiper Kuipe r reconstruir los los origi originale naless de las las piepie zas menandreas siguientes: Eunuco, Heautontimoroumenos, Andriana, Adelphoi II, Synaristosai y Dis Exa pa p a tôn tô n . Este estudio16, aparecido en 1936, fue proseguido por su autor en otros trabajos17. Por lo que respecta a Terencio y sus métodos de trabajo trab ajo,, ya sus sus contemporáneos lo lo atacaron atacaron duram d uramente. ente. El profesor Dolç ha podido recientemente evocar estas campañas en su libro Re R e tom to m o a la R o m a clásic clásica, a, 33 y sigs. y a sus páginas remitimos. Terencio se defendió como om o ppud udoo eenn los prólogos prólogos de sus sus comedias. E n cuanto cuan to a los modernos, el juicio sobre el poeta ha sido algo 16 Griekse originelen, ya citado en nota 5. Siguieron: H e t orig or igin inel el van Plautus’ Epidicus, Amsterdam, 1938; Dip D iphh ilu il u ’s d o e l en d eel ee l in de 938; 8; Two comedi Rü R ü d ens en s van va n Plau Pl autus tus,, A m sterdam 193 comedies es o f Apollodorus o f Cary Ca rystu stus, s, Amsterdam, 1938; The Greek Aulularia, Leiden, 1940. Hay que tener en cuenta el carácter altamente hipotético de las ideas de K uip er, y la fragil fragilidad idad de sus argum argum entos. P or ello las críticas críticas contra tales reconstrucciones han sido numerosas y duras. El punto de partida del propio Kuiper, la cuestión del matrimonio entre medio hermanos, ha sido incluso atacada. Cfr. C. W. Keyes, «Halfsister Marriage in New Comedy and the Epidicus» ( TAPhAss , 71, 1940, pág p ágs. s. 21 2117 17 y sigs si gs.) .) Un cuadro de las reconstrucciones hipotéticas de Kuiper y las modificaciones romanas, puede verse en Griekse originelen, originelen, en forma de apéndice.
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distinto. Pese a las críticas que por otros conceptos haya podido hacerle, Jachmann18 no le niega el calificativo de ático, con todas las las limitacio limitaciones nes qu quee se se quiera; y H. Hanter, en un trabajo que aborda los rasgos específicos del comediógrafo como artista19, aun reconocien do las limitaciones que descubre en su obra, sobre todo comparado con Menandro (die Menschen bei Terenz ), no deja de confekommen uns m ît Recht Rech t farblose farblose vor vor ), sar, sin embargo, que: «En Terencio, el in inter terés és humano, humano, inmfídi inm fídiatív atívpe pexso xso-nal e íntimo se puede percibir por. doquier» (pág. 99).
Que, en suma, Terencio será siempre el poeta de la humanitas. Aquello que, en ultima instancia, diferencia el arte de Menandro del de Terencio no reside en la distmtá va vallorac oraciión de las cu cual aliida dade dess y ^ ^ J o j O ^ g o s humanos, sino en sú fdrma diferente de concebir una perso pe rsona na co com m o figu fi gura ra,, de h a c e r b r o t a r tod to d o s sus acto ac toss y pala pa labr bras as d e u n solo sol o nu nucl cleo eo p sic si c o lj^ lj ^ ico ic o 20. III. El caso del «Miles gloriosus»: la intriga La reconstrucción de las piezas griegas a partir de.las comedias romanas ha sido una de las tareas en las que con más asiduidad se ha ocupado la filología clásica. El intento plantea muchas dificultades, al tiempo que presupone una metodología en que se prejuzga que los 18 A r t . Terentius Afer del P. W. 19 «Teren «T erenzz und seine künstlerische Eigenart» Eigena rt» (Mus. Helv., 10, 1953, 1 y sigs.; id., 73 y sigs.) 20 E stas pa labras labra s de Rieth R ieth pu ed eden en leerse en la pág página ina 13 131 de su libro pósturao, Di D i e K u n st M enan en ande ders rs in den A d elp el p h en des de s Teren Te renz, z, Hildesheim, 1964. Sobre la originalidad de Terencio, cfr., además, R. C. Flickinger, «Terence and Menander» (Class. Journ. 1931, 676, sigs sigs..); P. J. E nk «Terence «Teren ce as an ada ptato r of G reek ree k comedies» comedies» (Mne mosyne, mos yne, 13, 1947, 81 y sigs.) y W. Ludwig, «The Originality of Terence and his Greek Models» «Greek, Roman and Byzan. Studies, 9, 1968, 169 y sigs.)
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m od odelos elos griego griegoss carecían de los los defectos técnicos técnicos que qu e se descubren en las imitaciones romanas, por lo que, del análisis de las contradicciones o incongruencias de las comedias latinas, se concluye que ésas proceden del imitador. Por ello ha podido formular Jachmann21 el pri p rinn cip ci p io siguie sig uiente nte:: «El primer deber del comentarista de Plauto debe consistir en preguntarse, en cada pasaje, si procede del original o no.»
Vamos a ocuparnos ahora del Miles g lori lo rios osus us , que ocupa, como hemos visto, una singular posición dentro del corpus plautino. Aunque no poseemos el original griego, sí sabemos que éste era una pieza titulada Ά λ α ζώ ν. ¿Cómo ¿Cómo han proced procedido ido los filól ilólog ogos os ante el Miles? Fue Leo22 quien por primera vez, con una clara metodología, intentó hallar en la pieza latina el procedimiento de la contaminatio, procurando descubrir las dos comedias que utilizó el autor romano para su com posi po sici ción ón.. P o r lo p r o n to, to , L eo o b serv se rvaa q u e , segú se gúnn e l pr p ro pio p io P lau la u to co confi nfies esa, a, (v. 84 y sigs si gs.), .), la piez pi ezaa se b a s a b a en una comedia comedia grie griega ga titul titulada ada Ά λα λαζζώ ν. Comoediai quam nos acturi sumus et argumentum et nomen eloquar. Alazon graece huic nomen est comoediai; nos id latine gloriosum dicimus.
Somete Leo Ia pieza a una profunda disección para concluir, con una serie de argumentos que sería prolijo aducir aquí, que Plauto ha utilizado, además, partes de otra comedia desconocida en la que el leitmotiv era la existencia de un agujero en la pared que separa las dos casas de la escena. Relacionado con este agujero, 21 Plaut. und Att., 178. 22 Plaut. Forsch. 176 y sigs.
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la obra contenía una escena con el engaño de Sce ledrio. El preludio de la obra, que sin duda procede del Ά λα λαςςβυ, presen pre senta ta al púb públi lico co un sold soldado ado fanfarrón y mujeriego, Pyrgopolynices, en conversación con el parásito Artotrogus. Este preludio tiene como única función presentar a los espectadores al soldado que, en el segundo y tercer actos de la obra, va a desaparecer de escena para reaparecer en los actos cuarto y quinto. El acto II se abre con un prólogo recitado por Pales trio, hecho que no es raro ni en la comedia griega ni en la romana. En este prólogo, de acuerdo con su función específica, el esclavo pone al público en antecedentes respecto a la acción; cuenta cómo llegó a convertirse en el esclavo del fanfarrón, y, lo más importante, explica el hedió co conc ncreto reto que sirve sirve de base a la la obra: el soldado fanfarrón tiene en su poder a una mujer ateniense —la esce escena na se sitúa en e n Éfeso— Éfeso— de d e la que estaba enam e namorado orado el antiguo amo de Palestrio cuando vivía en Atenas. Al entera enteraise ise Palestrio de que el soldado soldado ha partido de Atenas A tenas llevándose consigo a la muchacha, en ausencia de Pleu sidices, el amante ateniense de la misma, que se halla ausente de Atenas por haber ido a Naupacto en una misión diplomática, el buen esclavo se apresura a zarpar de Atenas en busca de su amo para contarle el hecho. to poss muy corriente en la comedia— En la travesía — topo es apres apresado ado po porr unos piratas p iratas que, qu e, finalmente, lo venden a Pyrgopolynicies: ya tenemos a la muchacha y al esclavo bajo un mismo techo. Palestrio, al darse cuenta de que la enamorada de su dueño está con él en Éfeso, se apresara apresara a man m anda darr a Aten A tenas as la noticia, noticia, con la la sugerencia sugerencia de que acuda pronto para liberar a la muchacha. El joven enamorado llega a Éfeso y se hospeda en la casa contigua contigua a la que q ue ocup ocupaa el fanfarró fanfa rrónn con su escl esclavo avo y la muchacha. Un anciano amigo le acoge y le da hospedaje. En el ínterin, Palestrio ha abierto un boquete en la pared que separa las dos viviendas, de modo que los enamorados pueden verse sin peligro alguno: la
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muchacha acude a la casa vecina sin despertar, pues, sospechas. Pero las cosas van a complicarse, al menos aparentemente. Porque va a ocurrir un hecho imprevisto. Resulta que el esclavo del fanfarrón, encargado de vigilar a la muchacha, se ha visto obligado a encaramarse al tejado en busca de un mono que ha roto la cadena y se ha escapado. Y con tan mala fortuna para los enamorados, que desde el tejado ve a Filocomasio, la muchacha, y su novio, besándose. Toda la intriga del segundo acto está encaminada a que Palestrio convenza al pobre esclavo de que lo que cree haber visto no es más que una alucinación. O mejor: le convence —la idea le asalta a Palestrio al ver que no le convence del todo— de que a quien ha visto en realidad realid ad es a la hermana herm ana gemela de Filocomasio, Filocomasio, que q ue ha llegado de Atenas con su madre para rescatarla. E n el m omento om ento de inic iniciar iarse se el acto acto segundo, el anciano que hospeda en su casa al amante de la muchacha sale a escena y comunica a Palestrio que se ha descu bie b iert rtoo tod to d o . Y es ah ahoo ra p reci re cisa sam m en ente te cu cuan andd o llega lle ga el momento de inventar esta pretendida hermana gemela. Ésta será la propia Filocomasio que, disfrazada, pasará a la otra casa a través del boquete y representará su pa p a p e l a los o jos jo s de dell e stu st u pe pefa fact ctoo esclavo escl avo qu quee c ree re e e s t a r soñando. Asustado por haber acusado, falsamente según él cree, a la muchacha, se apresura a marcharse. Se ocultará unos días hasta que el enfado haya pasado. Con este sencillo procedimiento, pues, se ha conseguido ya alejar a uno de los obstáculos que se oponen a la operación de salvamento de la muchacha. Entre Mi les se halla en el foro despachando tanto, el Miles despachand o sus sus asunasun tos. Pero se exige otra intriga con el fin de engañar al Miles M iles y conseguir el rescate de Filocomasio. La astucia de Palestrio juega también tam bién aquí un pápel decis decisiv ivo: o: logra convencer a Pyrgopolynices de que la esposa del viejo vecino —que naturalmente tampoco existe— se ha enamorado de él, quiere abandonar al viejo y unirse al
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soldado. Con el fin de evitar problemas jurídicos, el esclavo no deja de añadir que la casa donde vive la esposa es de propiedad de ésta. Para hacer el papel de la fingida esposa el esclavo pide pi de al an a n cian ci anoo q ue le p r o p o rcio rc ionn e algu al guna na m u jer je r qu quee no carezca de encantos. El viejo le habla de una antigua chente suya, que, en compañía de otra, desempeñarán a la perfección los dos papeles respectivos: el de la esposa y el de su sierva. Por su parte, el joven enamorado fingir fingiráá ser el patrón patr ón de la nave en la que la «madre «madre de Filocomasio» la espera para devolverla a Atenas en compañía de la gemela. Tampoco ha dejado de sugerir M iless que, Palestrio al Mile qu e, pa para ra llevar a cabo cabo con perfección perfección la aventura, lo mejor es que despida a Filocomasio. Pyrgopolynices reconoce que es lo mejor. La intriga, naturalmente, resulta: el fanfarrón cae en la trampa, despide a Filocomasio, a quien, además, entrega al propio Palestrio para que regrese con ella a Atenas, y se dispone a entrar en la casa de la esposa del vecino para consumar su deseo. Mas he aquí que aparece aparece el fingido fingido marido ma rido,, vapule va puleaa al al Miles pa ra castigar castigar Mile s para su allanamiento de morada, y le hace prometer, entre palos pa los,, q u e n o se v e n g a rá de n a d a p o r la pal p aliz izaa reci re cibi bida da;; de lo con contrario, trario, acudirá acudirá a las las autoridades para denunciar d enunciar su allanamiento de morada. Regresa a su casa compungido, al tiempo que recibe la mala noticia de que Filocomas omasio io ha partid p artidoo ya rumbo a Atenas. Ate nas. Se que queda, da, pues, sin ninguna de las dos mujeres ús qued edaa de la «contam «con taminat inatio» io» IV. A la b úsqu
En principio, los partidarios de la tesis de que en el Miles Mile s hay contaminación sostienen, en su mayoría, que Plauto ha fundido en la obra dos originales griegos: de un lad lado el el ’ Α λα λαζζώ ν de otro, una segunda segunda pieza pieza desc descoonocida en la que figuraba el motivo de la pared perfo-
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rada. Por su parte Ed. Fraenkel23 cree hallar en la escena segunda del acto tercero restos de una tercera obra. A su juicio, juic io, la escena, esce na, con la hu huid idaa del otro ot ro esclavo, Lucri Lu crio, o, no es sino una mera duplicación de la escena anterior, la huida de Escéledro, y por tanto debe proceder en otra obra24. Los elementos de unión entre el preludio y el acto IV han sido detectados por Leo en la página 179 de sus Plautinische Forschungen: a) externamente, porque el Mi M i les, qu quee en e n el v. v. 73 y sigs igs. ha h a pa partid rtidoo para pa ra el foro: videtur tempus esse ut eamus ad forum ut in tabellis quos consignavi hic heri latrones, ibus dinumerem stipendium,
reapa rea pare rece ce en e n el v. v. 947 con la misión cumplida. Un U n a simple diferencia. Mientras en el preludio iba acompañado del pará pa rási sito to,, A rtot rt otro rogu gus, s, ah ahor oraa comparec com parecee solo. solo. E l pa pará rásit sitoo ha sido alejado con el pretexto de que se encargue de vigilar la operación de enviar al rey Seleuco los mercenarios reclutados por el soldado, b) Pero también interna mente están unidos los dos pasajes: en el preludio se nos ha presentado al Miles como un fanfarrón que enamora —q — q ue cree cr ee en enam amor orar ar— — a toda to dass las m ujeres uje res . Y precis pre cisaamente ahora va a caer en la la trampa que se se le le prepara prepa ra con la noticia de que la esposa de su vecino se ha enamorado de él. Psicológicamente, hay una íntima relación, pues, entre preludio y acto IV. Entre el preludio y el acto IV el poeta romano habría 23 Plaut. im Plauí., 253. 24 A s í, el Miles excepcional onal dentro de la producción Mil es sería un a pieza excepci de Plauto P lauto,, com o señala Jachmann: «Für kein anderes plaut plautini inisches sches Stück ist bisher die Vennutung von drei Originale nachgewiesen» (Plaut. und A t t 162) z A m an antt te omnes mulieres mulieres,, ñeque iniuri iniuria, a, qui sis tam pulcher (v. 58), le dice Artotrogus, a lo que contesta el Miles: Nim N imia iast st m iser is eria ia nim ni m is esse es se pu pulc lchr hrum um..
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intercalado intercalado las escenas de d e una un a obra o bra distinta que Z amck am cke2 e266 pe p e t e n d e h a b er po podi dido do reco re cono nocer cer en un unaa nov novela ela orie or ient ntal al,, inspirada en una comedia griega en la que se hallan reunidos los elementos de esta pieza desconocida utilizada por por Plau Pl auto: to: el de la pa pare redd pe perf rfor orad ada, a, el de la ingenu ing enuida idadd del esclavo Escéledro, que cree no haber visto lo que ' realmente ha visto, y el de la fingida hermana gemela. Aparte este argumento externo aducido por Zamcke, los partidarios de la contaminación de la pieza plautina creen poder aducir argumentos de «evidencia interna» para soste so stene nerr la tesis de qu quee e n la o b ra hay hay,, al m en enos os,, dos comedias griegas fundidas. Ya Leo, página 179, había observado que, sorprendentemente, en la segunda parte del Miles gloriosus se abandona completamente el motivo de la pared perforada. Pero, además, señalaba el crítico alemán que los versos 805 y siguientes plantean problemas insolubles. Y, en efecto, razona Leo que es curioso que, una vez se ha acordado que una mujer extraña vaya a desempeñar el papel papel de esposa esp osa de dell viejo vecino Peri Pe riple plectó ctóm m eno eno,, Pales trio le recomiende a Pleusicles que, cuando aparezca en compañía de su amada no se le ocurra llamarla por su nombre. Insiste en que la llame Dicea: Pa l e s t r i o .— H oc
fadto: miles domum ubi advenerit, memineris ne Philocomasium nomines. Pl e u s i c l e s .— Q uem nominem? Pa l e s t r i o .—D .— D iceam. P l e u s i c l e s .—N empe, eandem quae dudum constitutast.
¿Cuál era la finalidad de ese cambio de nombre? Sencillamente, para que el Mile Miles, s, al regresar del foro y ver juntos a Pleusicles Pleusic les y a su amad am ada, a, acep ac epte te sin m ás la 26 Rh R h . M u s. 39, 1884, 6 y sigs.
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existencia de la falsa hermana gemela. Pero la verdad es que ocurre todo lo contrario, y en vez de emplear a Filocomasio disfrazada, se acude al recurso de la cliente de Periplectómeno. La explicación de este pasaje ha dado lugar a varias hipótesis: a) Los partidarios partida rios de la la unidad unidad del Miles, como Baeh rens27 y Drexler28 sostienen que tanto la escena del Mi les por medio de la engaño de Escéledro como el del Miles falsa esposa pertenecían al mismo original griego. Pero las dificultades subsisten, y el mismo Drexler tiene que recon rec onoc ocer er que los w . 805 y sigs igs. resultan res ultan difíc difícil iles es de explicar; y Baehren Ba ehrenss lle llega, ga, por su pa parte, rte, a reconocer que el intento de mejorar el original griego por medio de la intercalación de esta escena no resulta «demasiado feliz». El análisis de Jachmann pone, por otra parte, al descubierto otras dificultades: 1. P o r lo p ron ro n to, to , ya en el prólogo, prólogo , v. 145 y sigs., sig s., ha halla lla el crítico alemán ciertas incongruencias. Palestrio, el pe p e r s o n a j e en enca carg rgad adoo del p rólo ró logg o , tras tr as indi in dica carr al púb p úblic licoo que ha urdido grandes enredos enredos para que los dos dos amantes consigan unirse —por medio del agujero que ha abierto en la pared que separa las dos casas—, prosigue con estas palabras: Nam meus conservus est homo haud magni preti, quem concubinas miles custodem addidit. Ei nos facetis fabricis et doctis dolis glaucuman ob oculos obiciemus, eumque ita faciemus ut quod viderit ne viderit (145-149).
Pero Pe ro resulta que Palestrio Palestrio no puede conocer un hecho que sólo en la escena siguiente le comunicará Péripïec tómeno: que Escláledro ha visto a Filocomasio con su 27 Na N a c h r. G ott. ot t. G e s ., 1924, 49 y sigs. 28 He H e rm e s, 64, 1929, 369 y sigs.
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amante, ama nte, revelación que tiene lugar en los w . 156 y si sigs. Será erá entonces enton ces cuan c uando, do, con su ingenio, el esclav esclavoo invente la existencia de d e la falsa falsa he herm rman anaa gemela de la muchacha. mu chacha. 2. C iertam ierta m en ente te pod podría ría aducirse aducirse que que,, en su calidad calidad de pról pr ólog ogo, o, P a lest le stri rioo co cono noce ce de a n tem te m a n o los he hech chos os futu fu turos. Esta es la explicación que algunos han querido dar para pa ra a c lar la r a r e sta st a inco in cong ngru ruen enci ciaa . P e ro tal ta l ex expli plicaci cación ón no resulta válida para el caso que nos ocupa. Es cierto que en algunas piezas griegas y plautinas el prólogo anuncia hechos que todavía no han ocurrido, pero eso sólo cuando el prólogo es recitado por una divinidad. M iless glorio glo riosus sus Pero no es eso todo. El prólogo del Mile pre p rese sent nta, a, a d e m ás, ás , u n a serie se rie de m e a n d r o s, de rep re p e tic ti c ioio nes, que no son habituales en la técnica de esta parte de la comedia. come dia. Por Po r lo lo pronto pro nto,, Palestrio Pa lestrio comienza diciendo que va a contar al público el argumento: Mihi ad enarrandum hoc argumento est comitas (v. 79).
sigue una típica interrupción plautina para hacer un chiste: Qui autem auscultare nolet, exsurgat foras ut silbi ubi sedeat ille qui auscultare vult. Vuelve a coger el hilo, y prosigue diciendo, nuevamente, que va a contar el argumento: Nunc qua adsedistis causa in festivo loco, comoediai quam nos acturi sumus et argumentum et nomen vobis eloquar.
Nu N u e v a in i n ter te r r u p c i ó n e n la l a qu q u e el esc e scla lavv o cu c u e n ta có cóm mo llegó a ser esclavo de Pyrgopolynices, para prose 29 P o r ejem plo, T rautw ein, De D e p ro log lo g i pla p lauu tin ti n i ind in d o le a tqu tq u e n a tu ra, Diss., Berlín, 1890, 47 y sigs.
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guir diciendo nuevamente que va a contar el argumento. D a t e o p e ra r a m : n a m n u n c a rg r g u m e n tu t u m e x o rd r d ia i a t. t. E r a t e r u s A t h e n is i s m i h i a d u le l e s ce c e n s o p t im i m u s . .. ..
Pero Pe ro aparte apa rte estas estas inter interrupci rupciones, ones, este volv volver er a empe em pezar, este teje te jerr y destejer del es esclav clavoo —técnica —técnica que no es la típica de las impersonales narraciones del prólogo—, hay en el prólogo una afirmación que realmente sor pr p r e n d e . Dice Di ce Pale Pa lest stri rioo en 88 y sigs.: sigs.: Hoc oppidum Ephesust; illest miles meus erus qui ad forum abiit...
La pregunta que los críticos se formulan es obvia: ¿Cómo puede saber Palestrio adonde se dirige su amo si no ha estado presente en la escena donde lo dice? El prólogo del ’Α λα λαζζώ ν segu seguía ía a la escena escena inic inicial ial,, prá p rácc tic ti c a m uy co corr rrie ienn te en la com c omed edia ia,, tan ta n to grie gr iega ga co com mo rom ana. ana . Puede suponerse suponerse que, en la la segunda segunda pieza pieza que, ex hypothesi, servía para la contaminatio, el prólogo estaría puesto en boca de un esclavo, que lo recitaba al comienzo, no tras el preludio de la pieza. Aunque ignoramos el tipo de personaje que recitaba el prólogo en el ’Α ’Α λα λαζζώ ν, sí sí sabemos sabemos que, en Plauto, Palestrio Palestrio no po p o d í a sab sa b e r ad adoo n d e iba ib a su amo. am o. T amp am p oc ocoo es n e cesa ce sari rioo suponer que estas palabras del esclavo sean una mera invención de Plauto: el topos es tan frecuente que no causa extrañeza alguna que el poeta lo haya empleado, tomado de otra pieza griega. Lo hallamos, por ejemplo, en Menandro, M enandro, Perikeiromene 7, donde el personaje que recita el prólogo se refiere a una muchacha y la señala con estas palabras: ήν νϋν εΐδετε ‘υμείς. En Plauto, Cistellaria 192, también escena de prólogo, el personaje que lo recita dice de una muchacha:
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Quae dudum flens hioc abiit ad matrem suam30.
Estos dos ejemplos pueden servir de botón de muestra. E n ambos se nos da d a información concreta, y los dos se parecen parecen mucho a las palabras que ppronuncia ronuncia Palestrio en el pasaje citado del prólogo. Pero el caso es que tanto en el pasaje citado de Menandro como en el de Plauto los personajes que reata re atann el prólogo prólogo son dio diosses: es: en el poeta griego,"Α griego,"Α γ A u x iliu il ium m . Y ciertamente, νοια ; en el rom ro m an ano, o, Au ciertam ente, los dioses dioses de los prólogos lo saben todo. M iless plautino no nos sirve más inforEl prólogo del Mile mación sobre la comedia que le ha servido de modelo. No N o p o d e m o s de d e d u c ir si el pe p e r s o n a je prin pr inci cipa pall de d e la l a pie p ieza za griega era o no un soldado, como ocurre con la obra plau pl autin tina, a, a u n q u e h a y raz ra z o n e s p a ra supo su pone nerl rlo. o. A los argumentos aducidos por Jachmann cabría añadir las frecuentes metáforas militares de la comedia plautina, verdadero leitmotiv de la pieza. De acuerdo con este análisis, tendríamos, pues, que, posi po sibl blem emen ente te,, e l pro p roce cedd imie im ienn to d e la contaminatio plautina debió consisti consistirr en unir, de un u n lado, la primera parte del ’ Α λα λαζζώ ν y el prólogo de la misma, misma, con esce escena nass cambio fundame funda mental ntal tomadas de otra pieza. Pero con el cambio de sustituir el dios que recitaba el prólogo de la pieza griega por un esclavo. La contradicción señalada antes no debió importarle demasiado a Plauto. Hasta aquí el análisis realizado por la filología alemana. V. ¿Uno o dos modelos? Pero el caso es que las corrientes críticas de los últimos tiempos en torno a la poesía de Plauto tienden a rebajar todo lo posible la hipótesis de la contaminación. Esta nueva tenden ten dencia cia de d e la filol filologí ogíaa ha sido sido resumida en 30 E n M ena nd ro, As 12,, tenem os un caso semejante. A s p is, is , 112
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po p o cas ca s pa p a lab la b ras ra s po p o r W. Ludwig Lud wig en el pról pr ólog ogoo a la ver v ersi sion on alemana de Plauto y Terencio31: «En tanto anteriormente se fue demasiado lejos en la aceptación de tales contaminaciones, hoy se es más c a u t o . E l M i l e s g l o r i o s u s es e s el e l ú n i c o c a so so q u e q u e d a , y , aun así, se han levantado voces contra la idea de una gran contaminación.»
Una de esas voces se levantó precisamente un año después de que Ludwig escribiera las mencionadas palabras. Nos referimos al trabajo de K. Geiser, estudio muy ingenioso32 ingenioso32, pe pero ro que, q ue, ajuicio aju icio nuestro, nuestro , no resuelve todo el problema. Para Geiser, el modelo de la pieza de Plauto era una sola comedia. Esta obra, modelo único del poeta romano, era de Menandro y llevaría el doble título de ’Α λα λαζζώ ν ή Έ φ έσ ιος ος.. Sólo Sólo que Plauto Plauto se habría permiperm itido ciertas libertades, concretamente una que, a juicio de Geiser, explicaría todas las dificultades: en vez de acudir al recurso de que un mismo personaje interpretara varios pape utilizar un acto a ctorr más. pa pele les, s, t u v o la idea ide a de d e utilizar El papel de la fingida esposa de Periplectómeno no fue asignado a la propia Filocomasio, sino que se encargó el papel a un nuevo actor. Ello explicaría, por otra pa p a r t e , e l g ran ra n o b stác st ácuu lo q u e h a ha hall llad adoo e n e s ta o b r a la tesis de una contaminación desde los tiempos de Fr. Leo: el hecho de que qu e en la segund segundaa parte de la pieza se olvide enteramente el boquete que Palestrio abriera en la pared que separa las dos casas contiguas. Al resultar ya innecesario para la acción, el motivo fue, naturalmente, olvidado, abandonado. La verdad es, empero, que la hipótesis de Geiser no satisface enteramente, porque no contesta a todos los interrogantes interrogantes que plantea el Miles: subsisten las contra31 An A n tik ti k e K o m o d ien ie n , Munich, 1966, vol. II, 1431. 32 «Zum «Z um M iles gloriosus de Plautus» (Poetica, 1,196 1,1 96 7, 436 y sigs.) sigs.)
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dicciones señaladas en el prólogo; no se ve la razón que pudo ind in d u cir ci r a P lau la u to a m od odifi ifica carr la piez pi ezaa grieg gr iega, a, q u e , en la versión plautina, perdería, con el olvido de la pared pa red pe p e r f o r a d a , u n bu b u e n mot m otiv ivoo cómi có mico; co; no d esap es apar arec ecee tampoco la dificultad que plantean los versos 805 y sigs. Pero, y esto es mucho más grave, no tenemos ningún testimonio de que Menandro hubiese escrito una obra con el títul títuloo de ’Α λαζ λαζ'ω 'ω ν, aunque es cierto cierto que en la list listaa de sus comedias come dias figura figura un Έ φ έσ ιο ς. Con todo, la mayor dificultad con que tropieza la hipótesis de Geiser reside en el análisis de los fragmentos que el crítico quiere atribuir al pretendido modelo griego. Veámoslo: El fragmento 171 k.—Th. que Geiser pretende iden Mi less 278, considerando que se trata de dos tificar con Mile pasa pa saje jess q u e se c o r r e spo sp o n d e n e x a c tam ta m e n te, te , p r e s e n ta, ta , en realidad, dificultades a juicio nuestro graves. En efecto, en el fragmento griego leemos las siguientes palabras: ’ γώ ν δη μ οι δοκ , η του ς θεούς, ’ ν το ς κ ς έ τ ο ν ’ε κ ότα ‘ο ρ ν κ ύ κ λ ψ χ ο ντ α κ ί π ω λ ο ύ μ ο ν.
De acuerdo con la hipótesis de Geiser, se trataría de la escena en que Escéledro revela a Palestrio que la muchacha se ve con su amante, y el pobre esclavo teme ser castig castigado ado ppoo r hab h aber er realizado su misión misión de vigilan vigilanci ciaa con poca fortuna. Pero analizando el texto griego y comparándolo con el correspondiente latino, la cosa no resulta tan clara. Por lo pronto, el fragmento griego contiene un parlamento en el que un personaje habla en primera persona del singular. Es decir, el temor de Escéledro se referiría a su sola persona, sin expresar temores con respecto a sus compañeros de esclavitud. Esto ya es algo. Pero hay más. El texto plautino dice exactamente: metuo... ne in cruciatum insuliamus,
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de lo que pued p uedee deducirse, con con cierta verosimilitud, verosimilitud, que qu e Escéledro piensa hacer solidario del previsible castigo a su compañero. Y no es eso todo: todo el pasaje es interesante, y demuestra que no hay relación alguna entre el fragmento griego y el correspondiente latino. El hecho es que el texto de la comediamodelo impide pe p e n sar sa r en la po posi sibi bilid lidad ad de dell chiste chis te q u e , e n la co com m ed edia ia romana, hace Palestrio. Éste, en efecto, al ver que su plu ral,, le cont co ntes esta ta:: compañero de esclavitud habla en plural Tu sali solus; nam igo istam insultaram et desulturam nil moror.
Otro pasaje comparado por Geiser se corresponde con fr. 174 k.—Th, que dice así: ομ ι γάρ ν δύο
es decir: «estaré con vosotros el tiempo de contar uno dos», que Geiser pretende comparar con Miles, 1353 y sigs.: iam ego adsequar vos, o id. 1278: iam ego illi ero. Sin embargo, la expresión es tan banal, la repetición de frases de este tipo tan comente, que el pasaje pierde toda fuerza probatoria: compárese, por ejemplo, A u l u laria, 104 (iam ego hic ero) o Bacchides, Bacchid es, 100 (prius hic adero quam re amare desinam), para convencerse de ello. Los restantes fragmentos analizados por Geiser son tan vagos, que pueden referirse a mil situaciones: el fr. 175 k.—Th. conserva sólo una expresión proverbial, τενέδιος οςττ ά νθρω π ο ς, que una expres e xpresión ión tan ta n ba bana nall pu puede compararse con el pasaje de Miles, 1007 y sigs., donde se está hablando de la posibilidad de que alguien se case con la esposa del vecino, es realmente ir demasiado lejos, si bien hemos de reconocer que en otro fragmento (178 K.—Th.), que no necesariamente debe pr p r o c e d e r d e la misma mis ma o b ra, ra , se rela re laci cion onaa el insu in sulto lto an ante tess
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citado con la idea de que alguien no se case. El fr. 176 K.—T K.—T h . no noss ha trans tra nsm m itido itid o la exp expresió resiónn τε τενέ νέδι διος ος ά νθ νθρω ρω τιος ος;; parece pa rece que este personaje perso naje era el encargado encargado especial de castigar a los adúlteros. Geiser quiere relo cionarla con Miles, 1402, cuando cua ndo se hab habla la del posible castigo de Pyrgopolynices. Pero ni éste ha cometido realmente adulterio, ni la expresión necesariamente tiene que referirse a este contexto. Los adulterios son demasiad demasiadoo frecuentes en la comedia pa para ra que tengamos tengamos que pensar exclusivamente en nuestra comedia. Creemos, en conclusión, que en el estado actual de la investigación, y mientras no aparezcan nuevos fragmentos que, de modo irrefutable, permitan afirmar que Plauto se ha servido de una sola pieza griega como glori osus, s, es preciso aceptar la modelo para su Miles gloriosu hipótesis de una contaminación, aunque sea una mera hipótesis de trabajo. Tenía, pues, razón, al parecer, Terencio, al afirmar, cuando se defendía de los ataques de sus enemigos, que tambiénP tam biénP lauto había había contamin contaminado ado..
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