La impronta relacional Una hipótesis acerca del aprendizaje de las interacciones y el pensamiento durante la crianza y socialización Jorge Fernández Moya Federico G. Richard En proceso de edición – Marzo Marzo de 2016
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ÍNDICE 1. Los consultantes no son vacas 2. Crianza y socialización. Vicisitudes del pastoreo 3. Familias ejemplares 4. Centralidad y periferia 5. Desapego y sobreprotección 6. Bibliografía
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1. Los consultantes no son vacas A excepción de los raros casos provistos por la genética, las vacas de una misma raza son similares en todas partes del mundo. Los cortes que realizan los carniceros, sin embargo, son diferentes según el país, e incluso la región o ciudad en que se comercializan. Se registra también un fenómeno curioso en países con fuerte cultura de consumo cárnico como la Argentina: con sólo desplazarse unos pocos cientos de kilómetros del lugar de origen, cortes idénticos reciben nombres diferentes. ¿Son conscientes los carniceros de esta variada realidad? Salvo que hayan migrado, dentro o fuera del país, o bien que hayan tratado con clientes que, nostálgicos, reclaman tal o cuál corte (y pueden explicarlo con suficiente claridad), cada trabajador de la carne mantendrá, a lo largo de su vida, la forma de despostar al animal aceptada en su comunidad. De la misma manera, un terapeuta recorta el material en bruto que sus consultantes le proveen, aceptando la unidad y consistencia en la construcción de la realidad que éstos verbalizan, en el marco de una relación de empatía que evidencia cuánto y cómo el primero comprende el sufrimiento de los segundos. El carnicero puede despostar de manera automática, mientras conversa con un cliente, escucha la radio o mira de reojo la televisión. Su mayor preocupación pasará por no cortarse un dedo; no necesita una reflexión sobre la práctica mientras realiza esa tarea repetitiva. Ahora bien: en el hipotético caso de que se propusiera a un carnicero el desafío de reconstruir la res luego de despostada, sólo su conocimiento, resultado de la acumulación de experiencias en su particular forma de trabajo, le permitirá llevar a cabo la macabra tarea. Si careciera de esa capacidad reflexiva no podría arribar a un resultado satisfactorio, y su res
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reconstruida parecería un engendro que nos recordaría, en versión vacuna, a la inmortal creación del Dr. Frankenstein. Los terapeutas no podríamos hacer un ejercicio similar. Simplificando de manera extrema, lo que hacemos es, por un lado, separar algunas cosas que se encuentran unidas en la realidad narrada por los consultantes (constructos, emociones, experiencias, etc.), y, por otro lado, unir esos elementos en un orden diferente, que implique significados alternativos y saludables. A diferencia de nuestro carnicero, que trabaja únicamente con unidades estructurales – músculos, articulaciones y huesos-, nosotros realizamos intervenciones de tipo funcional que, a fuerza de repetición y buenos resultados, terminan modificando la estructura. 1 Se trata de la misma persona, la misma pareja o familia, pero funcionando mejor. Como terapeutas contamos con un amplio repertorio de herramientas. Como los pacientes no son vacas, tenemos que seleccionar qué herramienta se ajusta a cada persona, pareja o familia, con cada tipo de problema particular, siempre en contextos y circunstancias particulares. En palabras de Jeffrey Zeigg, 2 el terapeuta “corta a la medida” su intervención. Así, se parece más a un carnicero de una ciudad cosmopolita como Nueva York, acostumbrado a recibir pedidos muy diferentes de clientes provenientes de diversas culturas, que al conocido carnicero de barrio que ofrece siempre los mismos cortes. La construcción sobre la que se basa la terapia (una definición consensuada del problema, las metas y las soluciones) es siempre conjunta, y su autoría es patrimonio de 1
Un terapeuta estructural transita el mismo camino. Sus intervenciones destinadas a modificar la estructura se basan en una redundancia de cambios funcionales. 2 Robles, teresa. (1991) Terapia cortada a la medida. Un seminario ericksoniano con Jeffrey Zeigg. México. Instituto Milton H. Erickson. 4
los consultantes y el terapeuta, configurando una nueva unidad que llamamos sistema terapéutico. Sólo a través de esa autoría conjunta de problema, metas y soluciones, será posible evitar las resistencias. Se trata de un planteo ético, que a su vez implica que la intervención resulte no sólo eficaz, sino también efectiva y eficiente. De este modo, el terapeuta sistémico está obligado a la reflexión sobre aquello que corta, el para qué lo corta y el cómo lo hace. De no mediar estas reflexiones, estaríamos en el ámbito de las terapias enlatadas o bien – lo que resultaría aún más grave-, hablaríamos de “terapeutas enlatados” que, aun postulando el valor del “caso por caso” y lo soberano de
la clínica, responden con una misma propuesta terapéutica y relacional cada vez que reconocen “objetivamente” determinado elemento diagnóstico (complejo, mecanismo, trastorno, etc.), sin considerar las personas particulares, su lenguaje y su manera de construir la realidad. Un terapeuta con este perfil se parecería más al carnicero de barrio al que nos referíamos, que por querible no será menos limitado a la hora de enfrentar una demanda compleja, cambiante y diversa. El libro En busca de resultados 3 pretende realizar una sistematización de las maniobras más utilizadas en los principales modelos de terapia sistémica. La presente obra surgió inicialmente como un intento de ofrecer al terapeuta algunos criterios acerca de cómo utilizar esas maniobras ante la variedad de quejas planteadas por los consultantes. Dichas quejas han sido abordadas por la Psicopatología a través de diferentes clasificaciones o taxonomías. En el caso de los trastornos mentales, los sistemas más conocidos y utilizados en nuestro medio y a nivel mundial son el DSM V (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) y la CIE – 10 (Clasificación internacional de enfermedades). Resulta incuestionable el valor de estos manuales para el diálogo 3
Fernández Moya, Jorge (2010) En busca de resultados. Editorial de la Universidad del Aconcagua. 5
entre los profesionales, la investigación y la prescripción de tratamientos psicofarmacológicos. No obstante ello, existe consenso a nivel de la comunidad profesional de la psicoterapia en que dichas taxonomías no tienen el mismo valor a la hora de prescribir tratamientos psicosociales. 4 En nuestra búsqueda inicial pudimos identificar algunas agrupaciones sintomatológicas que ofrecían un mapa posible para un terapeuta, donde ciertos tipos de problemas se reunían con la identificación de ciertos circuitos interaccionales esperables y modos característicos de pensar (circuitos intrapsíquicos o autorreferenciales). Un esfuerzo semejante facilitaría un criterio prescriptivo, útil para un terapeuta aunque lógicamente limitado – como decíamos más arriba-, por las particularidades de cada caso. Una vez que alcanzamos un cierto avance en esa dirección, y pudimos sistematizar una serie de casos, nos encontramos con la necesidad de un paso previo, facilitador del esfuerzo taxonómico y prescriptivo. Por diversos caminos arribamos a un interrogante o serie de interrogantes que podrían sintetizarse de la siguiente manera:
¿Cuáles son las experiencias que nuestros consultantes vivieron en sus familias de origen, que por intensas, únicas o repetitivas, dejaron una impronta que explica su modo de pensar y relacionarse, en general, y en lo referido al problema que los trae a la terapia en particular?
Las respuestas que fuimos esbozando abrieron una multiplicidad de caminos posibles, en torno al concepto de impronta relacional , que desarrollaremos en breve. El 4
Beutler, L y Clarkin, J. (1990) Sistematic treatment selection. Brunner/Mazel 6
proyecto inicial quedó postergado en su concreción como libro, al considerar que el presente desarrollo resulta básico y previo para nuestra tarea. Teniendo en cuenta este panorama y el propósito mencionado más arriba, consideramos necesario, para la obra proyectada a continuación de ésta, recurrir a una forma particular de agrupar algunas de las quejas más frecuentes en la práctica clínica, con sus correspondientes manifestaciones sintomatológicas. Esta agrupación podrá ser vista, una vez editada, como una réplica, o bien como una propuesta alternativa hacia los sistemas actuales. Por nuestra parte no pretendemos cuestionar ni rechazar esas valiosas obras de utilidad cotidiana. Nuestra intención es arribar, una vez que alcancemos ese punto en la indagación recursiva sobre nuestra propia práctica clínica, a una alternativa, forjada desde un pensamiento circular, que acaso resulte válida para la construcción de categorías diagnósticas que, parafraseando a Gregory Bateson, hagan una diferencia en los sistemas clasificatorios, que a su vez signifique una diferencia en la propuesta terapéutica. En relación a la propuesta terapéutica, y volviendo a la analogía del “carnicero reflexivo” interesado en los
procesos que forjan el pensamiento y la relación, no pretendemos despostar toda la vaca, ni nos conformaremos con algún corte selecto y codiciado por los clientes. Nos sentiremos plenamente satisfechos si logramos transmitir con claridad la forma en que algunos cortes ayudan a abrir el camino al terapeuta sistémico cuando se encuentra frente a ciertos patrones típicos de quejas y síntomas. Ante todo, pretendemos que pueda responder a la variada demanda de una comunidad cada vez más cosmopolita y cambiante. Nuestra propuesta estará basada en dos grandes ejes conceptuales, estrechamente relacionados entre sí, que en la práctica clínica conllevan una considerable utilidad predictiva acerca del funcionamiento de los sistemas (individual, familiar, pareja, laboral, etc.) y de la aparición posible de esas 7
manifestaciones sintomatológicas que abordaremos en nuestra próxima obra. El primero de ellos abarca el proceso continuo de crianza y socialización experimentado por el individuo, y en él intervendrán el contexto en el cual se socializó, que podrá ser urbano, rural, barrio cerrado, etc.), con las diferentes oportunidades y aspiraciones que implica; el lugar que ocupa entre los hermanos (en cuanto al orden de nacimiento) y el sexo de los mismos; el particular modo en que realizó el aprendizaje de la simetría y la complementariedad; el registro de los propios recursos y la utilización de los mismos, entre otras variables relevantes. El segundo eje que deseamos desarrollar puede ser entendido como un producto o resultado de los mencionados procesos experimentados por una persona. A partir de las variables mencionadas en el párrafo anterior y otras, las personas aprenden a pensar acerca de sí mismas, del contexto y de la relación entre ambos, de cierta manera particular que excluye otras. Un hijo único, por ejemplo, tiene dificultades para compartir sus juguetes con otros niños; en el futuro experimentará probablemente dificultades análogas para compartir sus libros, su ropa, y sus relaciones interpersonales serán probablemente más exclusivas y excluyentes que las de otro niño criado entre hermanos y primos, donde los juguetes eran usados por todos y el compartir y ser solidario resultaba habitual y hasta necesario. Así como las personas aprenden a pensar sobre el mundo, sobre sí mismas y sobre las relaciones a partir de su manera particular de socializarse, una clase particular de pensamientos – de gran relevancia para el trabajo terapéuticova a referirse a la generación de los problemas, a las soluciones intentadas y los resultados obtenidos, al papel que las personas del entorno juegan en ese problema, etc. Estos pensamientos, en secuencias que incluyen por un lado emociones y comportamientos, y por el otro la retroalimentación inevitable que se produce entre los mismos, 8
dan lugar a lo que llamamos circuito intrapsíquico o 5 autorreferencial , que en la práctica dará lugar a, o bien hacer más de lo mismo, o bien a un cambio en el pensamiento y la conducta, es decir en la relación. El estudio de estos circuitos, y el “modo peculiar y compartido de leer y ordenar la realidad,”6 aprendido en la familia durante la crianza y puesto
a prueba durante la socialización, constituyen entonces el segundo eje conceptual de la presente obra. En el amplio campo de las psicoterapias sistémicas existen numerosos e importantes conceptos relacionados con la formación, el mantenimiento y la resolución de los problemas que no serán desarrollados específicamente en este libro, pero que el lector encontrará referenciados en los casos clínicos expuestos, facilitando la lectura de las obras fundamentales de este campo disciplinar. Nuestra propuesta para la presente obra resulta mucho más escueta, pero a la vez amplia. Escueta, en la medida en que no ahondaremos en la construcción de un problema y las estrategias y tácticas que llevarán a resolverlo; amplia, en el sentido de que buscamos construir un mapa que incluya más información de la que probablemente pueda ser utilizada en esa construcción conjunta. Si el terapeuta, en la evaluación que lleva a cabo – con más intensidad al inicio, pero durante todo el proceso terapéutico- cuenta con muchas herramientas que le permitan entender la forma en que los pacientes piensan y se relacionan, tendrá más posibilidades de éxito que si sólo tuviera una o dos categorías diagnósticas en que encorsetar a los pacientes. Volviendo a nuestro gremio de la carne, pensamos que el carnicero bien provisto de pericia y herramientas – sierras, cuchillos de distintas dimensiones y formas, ganchos, etc.-, estará mejor preparado para desenvolverse en un mundo 5
Fernández Moya, Jorge. (2012) Después de la pérdida. Una propuesta terapéutica para el abordaje de los duelos. Editorial de la Universidad del Aconcagua. Mendoza. 6 Bikel, Rosalía, en Fernández Moya, Jorge (2010) En busca de Resultados. Tomo I. Mendoza: Ed. de la UDA 9
complejo, cada vez más poblado por consumidores informados y refinados. Si se trata de comprender la forma en que los consultantes aprenden a leer y ordenar la realidad, podemos afirmar que todas las personas tienen en su registro una serie innumerable de improntas relacionales . Llamamos de este modo al resultado de aquellos acontecimientos únicos, o bien a una serie de acontecimientos ocurridos en un momento histórico determinado, que por su nivel de intensidad dio lugar a cambios en la manera de pensar, sentir y actuar de quien los protagonizó. Frente a circunstancias análogas a las pasadas, y con relativa independencia respecto de las circunstancias presentes, la persona reactiva en el “aquí y ahora” los mismos pensamientos, sentimientos y acciones del “allá y entonces”; como consecuencia de ello, propone a otra u otras 7 personas una nueva definición de la relación que, cuando es aceptada (explícita o implícitamente) modifica la relación entre esas personas.
Si bien las improntas relacionales tienen como lugar privilegiado la familia, durante la crianza, se presentan también en otros contextos y a lo largo de toda la vida de una persona. Por ejemplo, el mal trato de que es objeto un niño por parte de sus pares en el barrio, en el jardín de infantes, durante la escolaridad primaria, y/o secundaria, influye significativamente en su manera de relacionarse con otras personas. Asimismo, las improntas relacionales pueden ser propuestas deliberadamente por un adulto en el contexto de la crianza, asumiendo la forma de una enseñanza particular, de 7
Definición de la relación: proceso interaccional constante por el cual una
persona se propone en un rol y espera que otra le responda desde un rol congruente. Fernández Moya, Jorge. (2012) Después de la pérdida. Una propuesta terapéutica para el abordaje de los duelos. Editorial de la
Universidad del Aconcagua. Mendoza. 10
una manera de hacer las cosas. Por ejemplo, unos padres que deciden no responder inmediatamente a las demandas de su hijo pequeño, a fin de enseñarle tolerancia y paciencia, generan, por la acumulación de experiencias, una capacidad de espera para la obtención de resultados que dependen de otras personas. En algunos casos ocurre lo inverso: padres, abuelos, cuidadores poco pacientes pueden reaccionar al primer reclamo de un niño, generando una impronta consistente en que insistir lleva a la obediencia inmediata e incondicional de los otros. En ocasiones, la impronta es el resultado de circunstancias casuales, fortuitas que suceden y dejan una marca. Protagonizar un accidente, ganar un premio en la lotería, protagonizar una situación crítica que confronta a la persona con una acción que, de ser llevada a cabo la transforma en un “héroe”, o bien, de no realizarla, lo rotula como “cobarde”.
A su vez, estos acontecimientos pueden darse de manera única, o asumir la forma de una sucesión de experiencias repetidas a lo largo del tiempo. En el ejemplo antes mencionado del maltrato de un niño por sus compañeros, este patrón puede mantenerse a lo largo de toda la escolaridad. Por otra parte, las improntas pueden ser posibilitadoras, en el sentido de que permiten a la persona desenvolverse en otras situaciones o contextos. Así, el hecho de aprobar un examen particularmente difícil, o con un profesor rotulado como “exigente” o “malo”, puede allanar el
camino de un estudiante universitario para terminar su carrera. En el otro extremo, una impronta negativa puede reducir o imposibilitar la consecución de objetivos personales. Otro estudiante, ante el mismo docente del ejemplo anterior, y tras uno o más fracasos en el examen, podría decidir abandonar sus estudios.
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Esta clase de improntas negativas, que reducen posibilidades para las personas, pueden ser desafiadas con éxito. Cuando una persona consigue hacer esto, el sentido de la impronta puede ser invertido. Es el caso de experiencias de maltrato, abuso, etc. que pueden haber sido vistas en un momento de la vida como una limitación, pero que a partir de una decisión vital de la persona, y el emprendimiento de una serie de acciones – basadas en una epistemología8 diferente a la sostenida hasta ese momento-, pasan a reconocer el valor de esas experiencias negativas, limitantes, para su self actual, aceptado y satisfactorio. Vale destacar que esto se aplica aun a las mayores limitaciones que uno pueda imaginar. Los casos de Oscar Pistorius, Jessica Cox, Nick Vujicic, que han alcanzado una importante difusión a nivel mundial, muestran cómo personas sin extremidades pueden realizar actividades que se creería imposibles para esa condición. Otra distinción válida desde el punto de vista clínico en relación con las improntas es el grado en que la persona, en su discurso, se posiciona como autor de una narrativa, o bien como un intérprete de la misma. Resulta frecuente encontrarse en la consulta con padres de adolescentes que concurren preocupados por el comportamiento de sus hijos. En ocasiones, al entrevistar a éstos, sin la presencia de sus padres, encontramos que no reconocen el problema que aquéllos les atribuyen. Su relato incluye típicamente una puntuación de la secuencia de hechos que se inicia en las quejas de sus padres u otros adultos (docentes por ejemplo), al punto de plantear “no sé por qué me trajeron”. Puede observarse en estas personas un patrón por el cual los demás siempre se han hecho cargo decidir por él, de resolver sus problemas, etc. En el otro extremo encontramos personas cuyas experiencias han dado lugar a improntas a partir de las cuales tienden a ser autores, creadores de su propio “papel” en la 8
Entendemos por “epistemología” el resultado del modo de conocer el mundo
que una persona o sistema tiene. 12
vida. Un recurso fundamental para la autoría es la creatividad; desde el punto de vista interaccional, cabría preguntarse qué clase de relaciones, durante el proceso de crianza, la estimulan. Desde nuestra perspectiva, sin excluir otras variables posibles que incidan en la ecuación, asignamos un rol clave a la disponibilidad del tiempo y la dedicación del adulto para con el niño por un lado, y del acceso a objetos, juguetes, tecnología, etc. A mayor inmediatez, disponibilidad incondicional, presencia de aquellos objetos o acciones que el niño pide, menor será el estímulo para el desarrollo creativo de nuevas soluciones que se transformarán en propios recursos. Por ejemplo, un niño que no cuenta con todos los juguetes que quisiera – que por ejemplo ve en las publicidades por televisión-, puede, fantasía mediante, construir el juguete que lo remplaza con, por ej. madera, u otros objetos. Por lo tanto, estas improntas pueden pensarse como una ecuación dada por una combinación particular entre de la propia necesidad y la disponibilidad de recursos ajenos. A esta ecuación debe incorporarse, como decíamos, la mayor o menor tolerancia a la demora y/o frustración que el niño ha desarrollado durante su crianza – lo cual, interaccionalmente, se verá en el tiempo de latencia de sus padres y otros adultos que se ocupan de la crianza para responder a sus demandas-. Un niño que cuente con todos los recursos materiales que pide – incluso antes de pedirlos-, además de la disponibilidad absoluta y de tiempo completo de sus padres, probablemente se aburrirá con facilidad. La creatividad y su desarrollo son temas que exceden el propósito de esta obra. Nuestro interés en relación con este tema se deriva del papel que juega en el pensamiento sistémico la circularidad, así como los efectos que lo relacional genera en los circuitos intrapsíquico e interpersonal. No hablaremos entonces de la creatividad como una característica o rasgo que muestra un artista, un profesional, etc. y que se ve plasmada en su obra – o lo 13
haremos sólo como analogía, para facilitar la comprensión del lector-; la entenderemos más bien como un proceso en el cual se generan nuevas alternativas exitosas a nivel relacional o interpersonal. Resulta casi una obviedad para nosotros decir que la familia es la matriz social en la cual las personas desarrollan su vida; por presencia o por ausencia, constituye la base de la individualidad y la “escuela” donde tienen lugar
las primeras improntas. Más allá de este sistema, la persona seguirá funcionando siempre en un medio social – incluso una persona aislada que dialogará a nivel de circuito intrapsíquico con las personas que fueron relevantes y ya no están-. La creatividad así entendida será entonces una condición para que la persona sea autora de sus propios proyectos – y, en un sentido más amplio, de su vida-, pudiendo desenvolverse con éxito en su contexto social, lo cual retroalimentará los comportamientos exitosos de la persona, aumentando su probabilidad de ocurrencia. Volviendo a la analogía de la música (autorintérprete), existe una tercera posibilidad puede ser la de un intérprete que se presenta como si fuera autor, a lo cual el “público” responde de manera congruente, atri buyéndole la autoría de una obra que no le pertenece. Algunas personas aprenden que mentir les reporta un beneficio inmediato. Con el tiempo, al revelarse el engaño, la persona pierde credibilidad, y el éxito que había obtenido se diluye. Es el caso de aquellas personas que se adjudican un título universitario con plena consciencia de no haber terminado sus estudios. El autor puede ser a la vez intérprete, y esto nos permite pensar en distintas posibilidades. Por un lado, el éxito que tuvo con una canción puede llevarlo a pensar que sólo debe interpretar sus propias canciones. Si la creatividad no lo acompaña, puede encontrarse con la dificultad que implica quedarse
“pegado”
a
un
personaje,
a
una
canción
emblemática, etc. A lo largo de su vida estas personas remiten constantemente a lo que fue o pudo ser. 14
Otro es el caso del autor que, sin dedicarse a la interpretación,
puede
generar
“música”
para
otros,
manteniéndose entre bambalinas. En algunas familias existen miembros destacados de una determinada generación que, por su posición central en el sistema – debido a su carisma, prestigio profesional, posición social, poder económico-, ejercen sobre miembros de las generaciones siguientes una influencia significativa (frecuentemente descontextualizada en la medida en que responde a modelos sociales perimidos) que implica improntas en este sentido. Las improntas relacionales, en todas las variantes que hemos enumerado, asumen formas particulares en cada persona. Sin embargo, es posible establecer una taxonomía posible que permita al terapeuta orientarse para seleccionar cuál o cuáles pueden resultar accesibles para arribar a una construcción consensuada con quienes consultan. En el capítulo 2 presentaremos las dimensiones que en nuestra experiencia clínica han mostrado su utilidad, en la medida que se trata de construcciones asequibles para la mayoría de las personas porque se encuentran basadas en vivencias propias de nuestra cultura. 9 Por ejemplo, todas las personas han tenido experiencias, en mayor o menor grado, relacionadas con integrar grupos en los cuales se sintieron más o menos periféricos o centrales. Independientemente de las palabras que las personas utilicen para describir esa experiencia, el terapeuta puede intuir que, al referirse a la misma, generará una predisposición en sus interlocutores que posibilitará la influencia sobre aquéllos. Nuestra propuesta pretende ser un sendero, un camino posible. Cuando un turista tiene pocos días para recorrer un país desconocido, o parte del mismo, puede dedicar cierto tiempo previo para, con los datos disponibles, esbozar un recorrido imaginario que le permitirá aprovechar 9
Podría decirse incluso que algunas dimensiones pueden resultar válidas para otras culturas: por ejemplo, precisamente, el hecho de que en cualquier organización social existen miembros centrales y otros periféricos. 15
lo más posible el tiempo limitado de que dispone. Nuestra propuesta pretende ayudar al viajero, a fin de que no se pierda los principales monumentos (entendidos como una analogía de hechos, acontecimientos puntuales o acumulación de experiencias que provocaron improntas relacionales que tienen efecto sobre las maneras de funcionamiento actuales). Una buena guía de viajero, o bien oportunos consejos de alguien que ya conoce el lugar, resultan entonces de inestimable ayuda para ese viaje, que siempre será producto de una construcción conjunta entre el viajero, el lugar y los diversos interlocutores con que aquél se encuentra. Ahora bien: dos viajeros, aun viajando juntos, ayudados por la misma guía e incluso visitando los mismos sitios, no obtienen el mismo registro del viaje y sus peripecias. Los intereses, el bagaje cultural, las expectativas, e incluso algunas características propias de la biología – por ej. hipoacusia, daltonismo, miopía, etc.- actúan como filtros o gradientes que modifican la percepción de los viajeros. Cada viajero experimentará entonces un viaje diferente, siempre válido. Fuera de este nivel más evidente de la percepción, otras características biológicas afectan: por ejemplo uno de los compañeros puede tener mayor capacidad aeróbica, por lo que podrá acceder de manera diferente a lugares a los que sólo se puede llegar caminando. Y fuera del nivel biológico, resulta indudable que diferentes características de personalidad inciden en ese registro del viaje: ambos viajeros, aun compartiendo un fondo de vivencias comunes – pueden ser padre e hijo, hermanos, etc.registrará y relatará su viaje de manera diferente en función de su estilo. Por ejemplo – por señalar una de múltiples dimensiones de la personalidad-, uno podrá realizar un relato lineal y ordenado cronológicamente, y el otro abordar y desarrollar áreas de su interés, pasando de un momento a otro, generando un mosaico sin solución de continuidad. La complejidad de este análisis, y las múltiples implicancias nos pueden llevar a considerar que quien escucha el relato, por su
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parte, lo seguirá con mayor o menor facilidad en función de su propio estilo. Volviendo al valor de las guías para el viajero, podemos hacer una analogía con el terapeuta que se sumerge, cada vez que trata con un consultante y/o una familia, en un territorio desconocido. Al igual que el viajero, aportará su propio bagaje cultural y de experiencias, y podrá decidir qué lugares visitar del menú que ofrece la guía. Si decide detenerse más tiempo en un museo, o una catedral, y por ello pasar sólo por la puerta de otro monumento, el viaje será igualmente válido que si distribuye el tiempo de manera equitativa entre los diferentes sitios que ilustra el texto. Nuestro texto pretende entonces ser una guía que podrá ser utilizada en mayor o menor medida, siempre de acuerdo al estilo, las experiencias y las preferencias del lector-terapeutaviajero. El éxito del viaje, insistimos, dependerá de esa construcción conjunta que tendrá lugar en el recorrido, por lo que el detalle de lo previsto, la información consignada por nosotros sobre las posibilidades con que se encontrará el terapeuta, etc. constituirá una variable cierta, de importancia, pero, por decirlo de algún modo, de peso decreciente a medida que el profesional se sumerge en el sistema a la vez que lo va construyendo. Con ello queremos decir que las guías son útiles, resultan necesarias, pero también son modificables por quien las usa, y enriquecidas por la iniciativa del viajero, quien, al igual que el terapeuta, no debería perder la capacidad de sorprenderse, de perderse en el territorio y crear una experiencia nueva. La guía, finalmente, puede quedar abandonada en la habitación del hotel, en un cesto de basura de una estación de trenes, etc., porque el viajero incorporó en cierto momento la propuesta, y la guía en sí perdió su razón de ser. Como
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propone Salvador Minuchin, un libro después de leído debe ser regalado o abandonado en un rincón .10
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Minuchin, S. y Fishman, C (1984) Técnicas de terapia familiar . Buenos Aires: Paidós 18