LA NOCHE DE LOS CUCHILLOS LARGOS UN COMENTARIO NACIONALSOCIALISTA PRESENTACIîN En los colegios la historia del III Reich es circunscrita a unos pocos acontecimientos hist—ricos que han sido deliberadamente promocionados. B‡sicamente lo que se ense–a a los estudiantes es: Que los nazis incendiaron el Reichstag como excusa para prohibir el partido comunista. Que el instinto asesino se demostr— en Òla noche de los cuchillos largos" cuando Hitler hizo asesinar fr’amente a sus amigos. Que la primera acci—n contra los jud’os se manifest— en la Noche de los Cristales Rotos. Que Hitler fue el iniciador de la II Guerra Mundial. Que Hitler fue el primero en bombardear, a la poblaci—n civil por medio de la aviaci—n. Que Hitler atac— a Rusia sin motivo. Que existi— un Holocausto -b‡sicamente de jud’os pues casi nunca se mencionan otras v’ctimas-. Y que, aunque ya con una importancia menor, la anexi—n de Checoslovaquia era la demostraci—n del imperialismo de Hitler A los estudiantes no se les habla ni de ideolog’a, ni de programas, ni de realizaciones ni de nada de nada. Por ello es importante tener claras las ideas sobre estos temas. Sobre el primero de ellos, el Incendio del Reichstag, ya publicamos en la p‡gina 3.299, un estudio definitivo sobre el tema. Sobre la "Noche de los Cuchillos Largos" nos ocuparemos en el presente trabajo de nuestro colaborador A. V., autor asimismo del trabajo sobre el incendio del Reichstag. Aunque en este caso las conclusiones no sean tan concluyentes por indiscutibles como en el caso del incendio del Reichstag, el tema queda suficientemente claro. Lamentablemente la mayor parte de la documentaci—n a la que hemos tenido acceso ha sido del "Otro bando". Sobre "la Noche de los Cristales Rotos" nos intentaremos ocupar m‡s adelante, Sirva como simple demostraci—n de la poca actividad antisemita en el III Reich, que este caso, que no puede disculparse de ninguna manera pero del que hay que conocer los pormenores con detalle, se conoce con nombre propio, dada la rareza de este tipo de actos violentos. Sobre la responsabilidad o no de la guerra mundial por parte de Alemania, remitimos a los interesados a los libros de J. Bochaca "La Historia de los Vencidos" y "Los Cr’menes de los Buenos". Igualmente en estos libros pueden encontrarse las respuestas a los responsables de los bombardeos sobre ciudades, de todas formas tambiŽn remitimos a nuestros lectores a las p‡ginas 992, 993 y .994, donde se reproducen los textos y razonamientos al respecto del mayor general inglŽs Fuller y del tambiŽn inglŽs, capit‡n B. H. Liddell Hart, comentarista militar. Sus argumentos son concluyentes. En cuanto al ataque a Rusia, ahora que se han podido consultar algunos archivos de la Uni—n SoviŽtica, han aparecido nuevos datos que parecen confirmar, irrefutablemente, la intenci—n agresiva de Stalin. Aunque en la p‡gina 2.716 ya publicamos un extenso comentario del libro de Werner Maser, "Stalin und der Zweite WeItkrieg", los documentos siguen apareciendo y para m‡s adelante intentaremos ocuparnos del tema en profundidad.
Sobre las "c‡maras de gas" est‡n ya suficientemente informados nuestros lectores y les remitimos a la literatura que ya conocen. En cuanto al œltimo punto, la ocupaci—n de Checoslovaquia, aunque puede ser considerado realmente un error de Hitler, no hay que olvidar que si bien pasaron a jurisdicci—n alemana territorios que nunca antes lo hab’an sido, no es menos cierto que todas las naciones fronterizas con Alemania hab’an sido "gratificadas" con territorios que tampoco nunca les pertenecieron y nadie le dio gran importancia al asunto. De todas maneras recordemos que Alemania no se qued— Checoslovaquia sino una peque–a parte y que adem‡s era un evidente peligro geopol’tico como puede verse consultando cualquier mapa. Este tema nos parece poco importante como para abordarlo en estas p‡ginas con m‡s detenimiento. TambiŽn a "La Historia de los Vencidos" remitimos a los interesados donde podr‡n hacerse una idea de la realidad geopol’tica de los a–os posteriores a la Primera Guerra Mundial. Otro tema que no hemos mencionado antes y que tambiŽn ha sido explotado espectacularmente por la propaganda y que se halla invariablemente en los libros de texto de todos los colegios del mundo, es la famosa quema de libros. Al respecto es muy f‡cil replicar diciendo que los libros que en 1996 est‡n secuestrando las democracias van a parar igualmente al fuego -o a la bala de papel reciclable -, con lo cual la œnica diferencia es que unos lo hicieron simb—licamente en pœblico y los otros lo hacen en privado vendiendo a traperos los libros y obteniendo todav’a un beneficio. As’ pues dejamos como pendientes de an‡lisis la guerra con Rusia y la "Noche de los Cristales Rotos" En este œltimo caso evidentemente hay que contabilizar un grave error, uno de los pocos, en la pol’tica del III Reich. Pero al menos ser‡ interesante conocer la verdad, sin exageraciones y sin tergiversaciones. Recordemos que en todo caso la revoluci—n nacionalsocialista fue francamente pac’fica. No hace falta compararla con la Revoluci—n Francesa o la comunista, sino ya con guerras din‡sticas, la guerra de secesi—n americana, la civil espa–ola, etc. etc. El nœmero de muertos nacionalsocialistas -sin contar entre ellos los de la noche de los cuchillos largos -, causados por comunistas y dem‡s ralea, fue muy superior a los causados por la revoluci—n hitleriana, que se deben limitar pr‡cticamente a la suma de los muertos en el putsch de Ršhm y a las v’ctimas de la Noche de los Cristales Rotos. En la lucha por el poder cayeron asesinados 200 nacionalsocialistas (170 de la SA, 17 de la SS, 6 de la HJ, 7 miembros del Partido) y hubo 20.319 heridos. Aunque nuestro colaborador A. V considera suficientemente preparados a nuestros lectores como para que cada cual saque sus propias conclusiones, no hemos podido resistirnos a intercalar un considerable nœmero de notas a pie de p‡gina, que son obra de la redacci—n y no del autor
LA NOCHE DE LOS CUCHILLOS LARGOS
Por A.V. MUY TENEBROSO, ciertamente. El encontrar lemas cortos y expeditivos parece ser una de las habilidades de los buenos pol’ticos o, quiz‡s mejor dicho, de sus asesores de imagen. ÀQuŽ no habr‡ o’do uno contar sobre esa terrible noche de esos horribles cuchillos largos? Largos cuchillos que seguramente revientan vientres y destrozan -despiezan- corazones. El lobo ataca con fieros dientes afilados al inocente cordero y lo destripa. Bueno. ÀSabemos realmente lo que ocurri— aquellos d’as de fines de junio de 1934? Yo estimo que no, que no lo conocemos. Y me parece que tampoco voy a conseguir esclarecerlo aqu’. Pero quiz‡ s’ que podemos acercarnos a la realidad hist—rica por medio de una somera visi—n de algunos de los reportajes, ensayos, investigaciones y estudios que se hicieron al respecto y, una vez compulsados, comparar, meditar e intentar sacar alguna conclusi—n, As’ pues, como es costumbre, reproducirŽ, traducidos en su caso, p‡rrafos de obras que traten sobre el tema. No todas, s—lo muy pocas. Quiz‡ sirva de aliciente para que otros continœen la labor y traigan m‡s p‡rrafos a colaci—n. Del caos que se produzca, puede surgir el orden. Y si no, vŽase la f’sica ca—tica -o del caos -. Del autor Denis Sefton Delmer, periodista y colaborador del servicio secreto brit‡nico MI 5 a quien ya hemos presentado en otra ocasi—n (vŽase "Escritos Pol’ticos", el art’culo "El incendio del Reichstag", tomo 17, p‡g. 3305), tomamos del libro "Los alemanes y yo", Luis de Caralt Editor, Barcelona 1967; t’tulo original de la obra: "Die Deutschen und ich" (1). P‡g. 97 y sigs.: ÇAœn no hab’a terminado el episodio que habla comenzado cuando George Bell me dio el consejo de invitar a comer a Ernst Ršhm [ ... ]. Mi negativa a poner las cartas sobre la mesa, como lo llam— Bell dio como resultado que Žste regresara a Munich y participara a Ršhm que habr’a de ser Žl mismo quien se dirigiera a m’, ya que yo era demasiado precavido para hablar a travŽs de intermediarios. ÇConsecuencia de toda esta insensatez fue que durante los dos a–os siguientes, viera a menudo al peque–o y jovial jefe de Estado Mayor y a los j—venes ayudantes con los que se rodeaba. Y cuanto m‡s tercamente rechazaba yo cualquier relaci—n con el servicio secreto inglŽs, tanto m‡s convencido estaba Ršhm de que yo era el gran XYZ, en persona. ÇCasi cada vez que desde su cuartel general de Munich ven’a a Berl’n, com’amos y beb’amos juntos. Estos encuentros eran de enorme utilidad para m’. A travŽs de Ršhm que como antiguo oficial de la Reichswehr era el hombre de enlace de Hitler con los generales, pude enterarme de algunos asuntos internos, y seguir las huellas de muchas jugadas e intrigas que eran esenciales en la lucha de Hitler por el poder. ÇRšhm estaba en contacto con el general Kurt von Schleicher, aquel oficial dado a politiquear, que hab’a dirigido todas las ocultas conjuras del ejŽrcito alem‡n desde el pacto con los jefes de la socialdemocracia en noviembre de 1918 y el tratado con el EjŽrcito Rojo, hasta las negociaciones con los nacionalsocialistas de entonces. Schleicher quer’a terminar en Alemania con la ineficaz democracia parlamentaria y reemplazarla por un gobierno autoritario apoyado en la Reichswehr, mientras Žl desempe–ar’a el papel de hombre fuerte en la penumbra. De los nacionalsocialistas quer’a servirse de dos maneras: Hitler y su partido pol’tico representar’an la m‡quina propagandista que en las m‡s amplias esferas del pueblo incrementar’a la adhesi—n a su gobierno; en tanto Ršhm y su SA constituir’an una milicia de reserva que, en un momento dado, podr’a completar los cuadros de la Reichswehr.
ÇHitler, naturalmente, no estaba dispuesto bajo ningœn concepto a convertirse en un polichinela de Schleicher, y Ršhm proyectaba llegar a ocupar el mando supremo de la Reichswehr nacionalsocialista. Pero la meta m‡s pr—xima de Schleicher era tambiŽn la de aquellos: la destituci—n del canciller BrŸning y de su gobierno de coalici—n. Debido a esto aceptaban encantados el apoyo pol’tico y el dinero de Schleicher. Si hemos de creer en el testimonio del jefe de brigada de la SS, Walter Schellenberg, director general de seguridad del III Reich, Schleicher pag— del fondo secreto de la Reichswehr la imponente suma de cuarenta y dos millones de marcos a la caja de la SA nacionalsocialista, cuyos hombres m‡s tarde habr’an de asesinarle. (W. Schellenberg, Memorias, p‡g. 45). ÇPara m’ las entrevistas con Ršhm eran, como he dicho, inestimables; m‡s valiosas aœn que mis encuentros con Hitler. Pues mientras Žste pronunciaba constantes discursos de propaganda, Ršhm y su gente siempre me explicaban el œltimo chisme. Ršhm era en su conversaci—n tan indiscreto como desenfrenado en sus perversos excesos. ÇPero ÀquŽ le hab’a inducido a enviar a Bell por delante para luego dirigirse Žl mismo al supuesto agente secreto Delmer? PasŽ mucho tiempo antes de descubrirlo. Pues Ršhm que conmigo mostraba la m‡s incre’ble sinceridad incluso respecto a sus preparativos de un golpe de Estado, callaba como un muerto en lo referente al misterioso asunto en el que quer’a hacerme intervenir en combinaci—n con el Secret Service. ÇCuando entraba en mi oficina acompa–ado de su joven y pecoso ayudante, conde Spreti, hac’a primeramente algunas jocosas observaciones y fuego ven’a la inevitable pregunta: - Por cierto, Àme ha preparado usted la entrevista con los ingleses? ÀPodr’a hablar con alguien del Secret Service? ÇY cuando le explicaba: - Lo siento, pero no conozco a nadie del Secret Service. El servicio secreto tambiŽn es un secreto para m’. ÇRšhm, incrŽdulo, se re’a con todas sus fuerzas y me daba golpes en la espalda como si yo hubiese dicho un chiste estupendo. - Vaya, vaya; y ÀquŽ pasa con sus diplom‡ticos? -continuaba, desarrollando el interrogatorio. - Me he informado en la Embajada a travŽs de algunos amigos. Por algœn motivo imperceptible que quiz‡s estŽ relacionado con el protocolo o la etiqueta, parece ser que tienen cierto miedo de encontrarse con usted. Dado que son diplom‡ticos, es probable que no deseen ser vistos manteniendo un di‡logo con uno de los jefes de la oposici—n. Temen que pudiera reproch‡rseles que intrigan contra el gobierno. - ÁPues s’ que es una guarrada tonta! -replic— el peque–o jefe de Estado Mayor en su grosero estilo b‡varo -. Hace poco he hablado con Fran•ois-Poncet, y al fin y al cabo es el embajador de Francia. No tiene ningœn miedo de tratarme y hablar conmigo. CuŽnteselo usted a sus amigos. ÇA lo que yo promet’a volver a probar de nuevo. ÇUn buen d’a, Ršhm se present— en mi casa sin acompa–amiento. - ÀQuŽ dir’a usted si nos fuŽramos los dos de bureo? -pregunt—-. Primero comemos en algœn sitio y luego nos vamos de juerga y me ense–a usted un poco la vida nocturna de Berl’n. - ÁEstupendo! -exclamŽ, con fingido entusiasmo -. Nada har’a con mayor gusto. ÇAs’ pues, salimos los dos juntos dejando a Ronny Panton, mi nuevo ayudante, encargado de la oficina. ÇEn mi fuero interno, sin embargo, no me hacia ninguna gracia la perspectiva de una juerga nocturna entre dos, con el peque–o comandante ‡vido de sexualidad. Para atrapar una "Story" siempre estaba dispuesto a enfrentarme en una lucha callejera con las pistolas
autom‡ticas de la polic’a, o a dar la mano a un asesino. Pero hab’a ciertas incomodidades que ni siquiera por Lord Beaverbrook quer’a soportar. Por eso considerŽ el plan de aquella noche con determinada inquietud. Ya empez‡bamos por formar una pareja en verdad curiosa: el peque–o y rechoncho jefe de Estado Mayor cargado de energ’as, en cuya redonda cara, llena de surcos, brillaban sus ojos de alegre ilusi—n, y el alto y delgado Delmer que intentaba ocultar su nerviosismo bajo una m‡scara de indolente calma oxfordiana. ÇComimos en "Peltzer", un local excelente situado en la Wilhelmstrasse. [...] DespuŽs fuimos al ÒEldorado", un cabaret algo trist—n, que ol’a a humo de cigarrillos, a jab—n y a sudor. Todas las animadoras, muy empolvadas y pintadas, eran hombres j—venes que valiŽndose de pelucas, postizos de goma y escotados trajes de noche, se hab’an disfrazado de mujeres. ÇMe sorprendi— bastante que una de aquellas "chicas", un mocet—n con una nuez de Ad‡n prominente y una barbilla negra - azulada que se adivinaba a travŽs de la capa de polvos, se sentara sin ser invitada a nuestra mesa y empezara a hablar con Ršhm de una fiesta, por lo visto muy divertida, que hab’an tenido juntos pocos d’as antes. - Ya lo ve usted, se–or jefe mayor - dije, tan pronto "ella" nos hubo dejado -. Ninguna ramera femenina se hubiera acercado a un antiguo cliente a hablar en presencia de un extra–o de una noche pasada con Žl. ÇRšhm que generalmente era muy abierto y sin gazmo–er’a alguna en cuanto a sus conocimientos casuales, e incluso le divert’an las bromas sobre sus "debilidades", al instante mostr—se reticente. - No soy su cliente -dijo con toda seriedad -. Soy su comandante. Es uno de mis hombres SA. ÇCuando despuŽs fuimos al "Silhouette", un local nocturno concurrido por homosexuales de ambos sexos, donde tomamos cafŽ y cognac en un palco, Ršhm decidi—se por fin a revelar su gran secreto. - Mi querido Delmer, ha de prometerme que no dar‡ publicidad a lo que ahora voy a contarle. El asunto no tiene nada que ver con sus actividades de reportero. ÇLo promet’. - El proyecto sobre el cual he hablado con Fran•ois-Poncet, y sobre el que me gustar’a hablar con algœn se–or de su Embajada o mejor aœn con alguien del Secret Service, es el siguiente. El general von Schleicher desear’a incorporar necesariamente 250.000 hombres-SA y 50.000 cascos de acero en la Reichswehr. A mi manera de ver es una idea excelente. Su realizaci—n tendr’a como consecuencia que Alemania en lugar de un ejŽrcito profesional de 100.000 hombres, con su limitado esp’ritu de casta, pasar’a a disponer de un ejŽrcito civil de 400.000 hombres, entre los que se hallar’an las mejores secciones de la SA. Con ello quedar’a resuelto de una vez para siempre el problema de los ejŽrcitos privados, que segœn parece ha provocado en Par’s y en Londres tan serios temores. Prescindiendo de esto, una medida semejante nos ayudar’a a solventar el paro obrero. - Desde luego -asent’-, pero para una ampliaci—n de este tipo de la Reichswehr necesitar’an, como es natural, la conformidad de los aliados. - Sin duda alguna. Precisamente por ello desear’a hablar con algunas de las personas competentes entre ustedes. Siempre estoy dispuesto a emprender un corto viaje a Londres. - Y aparte de la incorporaci—n de los parados y de la gente SA, ÀquŽ funci—n cumplir’a este nuevo gran ejŽrcito alem‡n? - Primeramente, nos es preciso un convenio militar con Inglaterra e Italia, como dice el FŸhrer, y en caso de que los franceses quisieran tomar parte, tambiŽn con Francia. Por lo que me dijo Fran•oisPoncet, he sacado la impresi—n de que estar’an de acuerdo. Si los rusos
bolcheviques pretenden llevar adelante su desatino, podr’amos terminar en un santiamŽn con esa peste bolchevique. Lo que ahora le explico es naturalmente s—lo una indicaci—n general del plan. Puede usted seguir deduciendo directrices m‡s precisas. ÀC—mo reaccionar‡n ante esto, segœn su opini—n? - Pero si Schleicher est‡ interesado en este asunto, ser’a Žl la persona m‡s indicada para hacer las gestiones para lograrlo -dije yo, haciendo ver que no hab’a o’do la œltima pregunta. - Ah’ est‡ la cuesti—n -replic— Ršhm, airado -. Estoy decidido a ocuparme yo mismo del asunto. Fuera de m’ no hay nadie que con plenos poderes pueda hablar en nombre de la SA. ÇTodo el plan se me antoj— un tanto fant‡stico. Pero quedŽ muy descansado al saber que Žste era el motivo de nuestra juerga nocturna y no algo de orden personal. Ršhm hab’a querido hablar conmigo sin testigos, porque esperaba que as’ el agente secreto Delmer se dar’a a conocer y algo dejar’a entrever de la posici—n que adoptar’a Inglaterra ante su proposici—n. ÇA la ma–ana siguiente, transmit’ la informaci—n de Ršhm a Gerry Young, (2) que entonces era mi primer hombre de enlace con la embajada brit‡nica. Pero no pudo convencer al embajador de que levantase el veto contra cualquier contacto entre el personal de la embajada y Ršhm. ÇConsegu’ una entrevista entre el jefe del Estado Mayor y nuestros diplom‡ticos, cuando Hitler lleg— al poder y Ršhm fue aceptado como una personalidad casi presentable. ÁPero se produjo un contratiempo! Cuando al final tuvo lugar el encuentro para el pobre Ršhm transcurri— de muy diversa manera a como Žl lo hab’a imaginado; pues bebi— demasiado vodka, se qued— dormido apoyado en la mesa donde com’amos y empez— a emitir ronquidos por su chata y cicatrizada nariz. ÇComo supuesto agente secreto fui en verdad una gran decepci—n para Ršhm. Mayor decepci—n fue aœn George Bell pues se descubri— que este fornido b‡varo a pesar de su vigoroso apret—n de manos y de la expresi—n de nobleza con que miraba a los ojos, era un agente doble barato, y un traidor m‡s barato aœn. ÇÀBarato? A Ršhm le cost— caro. En oto–o de 1932, Bell, como muchos otros, estaba convencido de que las probabilidades de Hitler de alcanzar el poder se iban esfumando poco a poco. Por ello traicion— a Ršhm a la "ReichsbannerÓ (3) republicana, y vendi— a la oposici—n socialdem—crata una serie de apasionadas cartas de amor que Ršhm, segœn parece, hab’a escrito a un miembro de la SA. - ÁTodo burda falsificaci—n! -exclam— Rohm indignado, cuando le interrogaron acerca de estas cartas. ÇPero yo creo que en el fondo estaba aœn m‡s irritado por el vituperio que Bell le hab’a hecho sufrir ante la Reichsbanner. ÇEs una majader’a pasmosa la historia, cuyas principales causas no he podido aclarar hasta ahora, de que el propio Karl Mayr que como capit‡n de Estado Mayor de la Reichswehr b‡vara vigil— los primeros pasos propagand’sticos de Hitler y dio el benepl‡cito a las furiosas manifestaciones antijud’as de su cabo, se hubiera pasado a los socialdem—cratas. Entonces, en el a–o 1932, actuaba de consejero militar de la Reichsbanner republicana, una milicia que representaba la contrapartida socialdem—crata de la SA. Por a–adidura, era redactor jefe del semanario "Das ReichsbannerÓ. ÇRšhm hab’a apreciado mucho a Mayr en los pasados d’as de Munich. A no dudarlo, Bell se aprovech— de esta circunstancia para convencer a Ršhm de que Mayr quer’a colaborar con Žl - Estaba dispuesto, segœn aseguraba Bell a pasarse con los cien mil hombres que formaban la milicia de la Reichsbanner a las —rdenes de Ršhm y a incorporarse en el so–ado gran ejŽrcito del pueblo.
ÇPero cuando Ršhm fue a Magdeburgo para sostener una entrevista secreta con Mayr, hubo de comprobar que todo no era m‡s que una trampa y un chasco. Aparatos fotogr‡ficos sacaron vistas de Mayr riŽndose y burl‡ndose del defraudado Ršhm. Hitler se sinti— despechado de su jefe de Estado Mayor al enterarse de c—mo se hab’a dejado tomar el pelo. Mas despechado todav’a estaba Ršhm de Bell. ÇUnas semanas m‡s tarde, al alcanzar Hitler el poder, el antiguo superesp’a y monedero falso de la Reichswehr consider— aconsejable trasladar su importante persona, con gab‡n y corbata escocesa, a travŽs de la frontera germano-austriaca y retirarse a un lugar apartado junto a Kufstein, en el Tirol, llamado Durchholzen. Pero este desplazamiento no era lo bastante lejano, ni lo bastante prudente. En la noche del 3 de abril de 1933 dos pesados coches ocupados por bribones de la guardia personal de Ršhm atravesaron raudos la frontera y se internaron en Austria. Uno de los coches era un Mercedes, con distintivo y matr’cula de la polic’a de Munich; el otro, un DKW perteneciente a una cervecer’a muniquesa. A los veinte minutos se detuvieron ante la guarida de Bell Este sali— para ver lo que quer’an. Como siempre, llevaba un rev—lver cargado en una funda al hombro. Pero no lo sac—. - Tenemos a su madre y a su hermana en nuestro poder, se–or Bell -dijo el canoso director de la partida, jefe de grupo SA, Schrieidhuber -. Est‡n prisioneras, como rehenes, en Munich. No les pasar‡ nada si regresa usted a Munich al instante y se presenta en el cuartel general. El jefe de Estado Mayor quisiera hablar con usted sin dilaci—n. - A la orden -exclam— Bell-, voy con ustedes. DŽjenme empaquetar un par de cosas. ÇDio la vuelta para subir a su dormitorio, y tres pistolas autom‡ticas hicieron fuego al mismo tiempo sobre Žl. - ÁTraidor inmundo! -rugi— Schneidhuber, mientras le escup’a en la cara. ÇUn cuarto de hora despuŽs, los dos coches pasaban zumbando la frontera, en viaje de regreso a Alemania. ÇDudo de que los acontecimientos que siguieron pudieran significar un consuelo para la madre y la hermana de Bell. En todo caso, s—lo catorce meses despuŽs, exactamente en la noche del 30 de junio de 1934, fueron muertos a tiros Schneidhuber y los cuatro hŽroes armados que le hab’an acompa–ado en aquella excursi—n; en la misma noche en que la SS de Hitler atac— tambiŽn a Ršhm como Ršhm hab’a atacado a Bell. En lo concerniente a Mayr, Žste fue detenido; y no por Ršhm sino por decisi—n de su antiguo esbirro y hombre-vengador nœmero 17. Muri— en 1945 en el campo de concentraci—n de BuchenwaldÈ. (4) Delmer, corresponsal del "Daily Express", nos sigue explicando sus vivencias previas al acontecimiento y que pueden ser de interŽs para conocer el contexto pol’tico en que se desenvuelve. Al final, desde la perspectiva de m‡s de 30 a–os transcurridos, nos explicar‡ de que manera vivi— el crucial suceso del 30 de junio de 1934. P‡gina 132 y sigs.: ÇMi vuelta aŽrea con Hitler y las horas que hab’a pasado con Ršhm en los locales nocturnos de Berl’n, tuvieron un resultado inesperado. En el drama de intrigas y contraintrigas, de fanfarronadas y contrafanf‡rronadas que, en el a–o 1932 se representaba en Berl’n durante los œltimos esfuerzos de Hitler por alcanzar el poder, tambiŽn a m’ me toc— un papel. Aunque muy peque–o, y en gran parte sin yo saberlo, no dej— de ser un papel. ÇAlgunas altas personalidades hab’an observado que el joven que Lord Beaverbrook ten’a en Berl’n, manten’a relaciones personales con dirigentes del NSDAP, a los que normalmente no llegaban m‡s que otros nacionalsocialistas, pol’ticos de derechas o grandes industriales. As’ pues empezaron a utilizarme; una veces con mi consentimiento, otras sin tener yo conocimiento de ello y en ocasiones, solamente hablando de m’. Yo no ten’a nada que oponer, pues para un reportero era un buen sistema de cosechar novedades.
ÇYa a los pocos d’as de mi regreso de aquel primer viaje electoral con Hitler, me fue impartido mi nuevo papel. A pesar de que el FŸhrer hab’a cruzado el pa’s como un c—mico ambulante y no obstante el considerable aumento de votos con que fue premiado este esfuerzo, el mariscal von Hindenburg, a sus ochenta y cuatro a–os de edad, fue reelegido presidente del Reich por una mayor’a de tres millones de votos. Entonces, el canciller BrŸning y sus aliados socialdem—cratas de Prusia y del Partido Centro que imperaba en Baviera quisieron aprovechar esta victoria y los amplios poderes del anciano, para descartar a Hitler, asest‡ndole un golpe definitivo. Pero se hallaban ante un dif’cil dilema, ÀQuerr’a tomar parte el Mariscal? ÇA Hindenburg no le agradaba Hitler y desconfiaba de Žl. Mas, para tristeza suya, durante la campa–a electoral, hab’a podido comprobar que el FŸhrer estaba apoyado precisamente por aquellos hombres a los que Žl, Paul von Beneckendorff und Hindenburg, siempre hab’a apreciado como defensores del pensamiento alem‡n patrio, mientras Žl mismo se ve’a sustentado por los representantes de las izquierdas, a los que aborrec’a por considerarlos liberales dŽbiles, y aœn peor, traidores. No quer’a dar lugar a una guerra civil en la que estar’a obligado a luchar contra sus propios amigos. ÇY en este punto del juego, yo fui arrastrado a intervenir. Ocurri— a primeras horas de la tarde del 12 de abril, dos d’as despuŽs de la victoria electoral de Hindenburg. Son— mi telŽfono. Al aparato estaba Robert Weismann, el secretario de Estado socialdem—crata del ministerio del Interior, con quien hab’a trabado amistad en casa del financiero Hugo von Lustig. - ÀPodr’a venir un momento a verme? -me pregunt— Weismann -. Tengo algo para usted. ÇOcho minutos m‡s tarde, estaba yo junto a Žl. Alto y moreno, con cierto aire de apostura meridional, Weismann parec’a m‡s un banquero que un hombre de Estado. Me invit— a tomar asiento en un sill—n de cuero situado cara a la ventana, de la que pod’a contemplar la WilheImstrasse, me ofreci— un cigarro y atac— enseguida el tema. - Queremos deshacer la SA con una acci—n r‡pida -empez— a decir -; se ha preparado un decreto presidencial, que el Mariscal no tiene m‡s que firmar. Ser‡ hecho pœblico esta noche o ma–ana. Todo lo que sea propiedad de la SA: armas, aviones y cualquier otra clase de material, ser‡ confiscado. Sus oficinas y cuarteles ser‡n registrados por la polic’a y clausurados. De una vez para siempre. ÇHizo una pausa para ver si yo estaba debidamente impresionado. Lo estaba. - Bien. Esto es una noticia que s—lo y œnicamente le transmito a usted. Ningœn otro reportero, ni alem‡n ni extranjero, tiene la menor sospecha de ello. ÇLanz— una bocanada de humo, y me volvi— a observar atentamente. - Pero, a cambio, me ha de hacer un favor. ÇBajŽ la cabeza, asintiendo. - Usted conoce a Hitler. Tiene acceso a Žl. ÀPuede averiguar c—mo encajar‡ el golpe? ÀSi opondr‡ resistencia, y si desafiar‡ la disposici—n o la acatar‡? De la contestaci—n a estas preguntas dependen muchas cosas. Personalmente, soy de la opini—n que Hitler no emprender‡ ninguna acci—n. No puede, de ninguna manera. Pero otras personas piensan de diferente manera, y entre ellas el propio Presidente. A su juicio, Hitler luchar‡, y Hindenburg no desea ningœn derramamiento de sangre. ÇRegresŽ r‡pidamente a mi oficina invadido por el excitante sentimiento de felicidad que experimenta un reportero cuando cree estar en posesi—n exclusiva de una noticia importante. Como primera disposici—n, llamŽ a Ršhm a Munich, para saber si ten’a alguna idea de la medida proyectada. ÀUna idea? El alegre y peque–o jefe de Estado Mayor no s—lo conoc’a la
disposici—n a grandes rasgos, sino que sus esp’as le hab’an transmitido, incluso, el texto de la misma que, hasta entonces, parec’a guardado con tan riguroso secreto. - Le paso a un ayudante, para que le lea el texto -me dijo, riendo -. Pero puedo asegurarle una cosa: no estamos perdiendo el tiempo; antes bien, nos preparamos para ese registro polic’aco. Cuando esos c‡ndidos se–ores, vestidos de azul, vengan a visitarnos, no encontrar‡n gran cosa. ÇSeguidamente a–adi—: - îigame. El FŸhrer vuela en estos momentos a Berl’n, para tomar el asunto de su mano. ÀPor quŽ no va a verle y habla con Žl? Puede decirle que yo se lo he indicado. ÇFui, en efecto, a ver a Hitler, y lo hallŽ en su dormitorio del hotel Kaiserhof. ÇSe estaba cambiando de camisa cuando Putzi HanfstŠngl me hizo pasar. (5) Pero esto no le impidi— escuchar lo que yo ten’a que notificarle. A continuaci—n me expuso sus puntos de vista. Pronto me convenc’ de que no opondr’a la menor resistencia. Lanzar’a amenazas de extorsi—n, pero no har’a ningœn intento de llevar su SA a la lucha, como tem’a el Mariscal. - Si el gobierno disuelve la SA -manifest— Hitler, mientras cog’a la negra y larga corbata que pend’a a los pies de su cama met‡lica -, dejarŽ de ser responsable de lo que le ocurra a esa gente. Imag’nese: cuatrocientos mil hombres de la SA, sin que nadie se preocupe de imponerles una disciplina ni de tenerlos sujetos a la rienda. Y adem‡s Átrescientos mil de ellos est‡n parados! No es peque–o el problema que buscan los se–ores del gobierno. Pero a m’ no podr‡n hacerme responsable, si algo sale mal. ÇSu voz se fue elevando por momentos. - Ya pueden disolver tranquilamente mi SA y declararla ilegal. ÁA mis hombres no podr‡n cortarles la cabeza ni arrancarles el coraz—n del pecho; y mientras mi gente tenga coraz—n y cabeza me seguir‡n siendo fieles! ÇEstaba claro que Hitler se hallaba dispuesto a comenzar un gran discurso. Pero yo ya hab’a o’do lo que me interesaba o’r. As’ pues, me excusŽ con el pretexto de que ten’a que comunicar con Londres, cosa que por otra parte, era verdad. Tan pronto transmit’ mi informe, corr’ a casa de Weismann. Mi narraci—n le produjo tanta alegr’a como sorpresa. Alegr’a por la postura de pasividad de Hitler frente a la medida gubernativa; sorpresa, ante el hecho de que el texto de la disposici—n, mantenido en tan riguroso secreto, hubiera podido ser descubierto. ÇSin embargo, Weismann no ten’a por quŽ maravillarse tanto. Yo hubiera podido citarle, al instante, dos posibles fuentes de informaci—n de Ršhm y a no dudarlo, exist’an otras m‡s. La primera era Rudolf Diels, el joven consejero ministerial, diestro y sociable, que a las —rdenes de Weismann, estaba al frente del negociado pol’tico. Todos los partes interesantes que ca’an en su cestilla de correspondencia los pasaba a Gšring, el cual, una vez en el poder, lo recompens— con el nombramiento de primer jefe de la reciŽn fundada "Gestapo". (6) ÇLa otra fuente era el tambiŽn comunicativo pero infinitamente m‡s peligroso general Kurt von Schleicher, la "eminencia gris", como le llamaban, el cual lo arriesgaba todo por derribar a BrŸning, y a su propio jefe, el ministro de Defensa, general Groener, para poder llegar a ser el hombre fuerte de una Alemania autoritaria. ÇSchleicher hab’a empezado su intriga, simulando ante Groener que Žl era por completo partidario de la disoluci—n de la SA. Aconsejaba a su ministro que arremetiera sin demora. Pero al propio tiempo, utiliz— el decreto para socavar la confianza de Hindenburg en Groener y en BrŸning. Con extrema habilidad, aliment— en Hindenburg el temor y la duda de hacerse "patri—ticamente responsable" de tal medida. - La SA es una tropa de gran utilidad militar -le dec’a al anciano -, son gente poco pulida, pero recia y valiente. Y tiene un acendrado sentimiento nacional. Si la Entente desea estar
conforme con un incremento de la Reichswehr, lo cual es muy posible, la SA nos vendr’a muy bien. La posibilidad de su incorporaci—n, despuŽs de haber sido degradada por un decreto de disoluci—n, es algo que se me antoja muy problem‡tico. ÇYo hab’a o’do alusiones sobre las intrigas de Schleicher; por un lado, de Ršhm el cual estaba tan interesado como el propio Schleicher en los planes militares; por otro, de Werner von Alvensleben, ()7 antiguo oficial, divertido y aventurero, descendiente de una familia noble de la parte oriental del Elba, que hac’a de mediador entre Schleicher y Ršhm Cuando Hindenburg se decidi—, al fin, en contra de sus ’ntimos sentimientos, a firmar el decreto, principalmente por lo que me asegur— Weismann, porque mi noticia sobre la posici—n de Hitler le hab’a tranquilizado, el resultado, con efecto de "bumerang" sobre Groener y BrŸning, no me sorprendi—, como a algunos de mis colegas. ÇEn todo caso, el precoz conocimiento del texto de la disposici—n por parte de los dirigentes del NSDAP, y las largas negociaciones anteriores a la firma del decreto, hicieron ilusoria la posibilidad de llevar a cabo una acci—n realmente eficaz. Cuando por œltimo, el d’a 13 de Abril, fue radiada, a las expectantes unidades de polic’a, la palabra clave "GreifÓ (ÒPresaÓ), (este nombre, incluso, me lo hab’a participado el sonriente Ršhm no hab’a ya nada que "prender". Picantes nubes de gas lacrim—geno envolvieron a los polic’as, cuando valerosamente hundieron las puertas de los abandonados cuarteles generales de la SA y la SS. ÇCuando, aquella tarde, me presentŽ en el hotel Kaiserhof, encontrŽ a Hitler m‡s esperanzado que nunca. Por Ršhm hab’a sido informado de los planes de Schleicher, y no dudaba de su Žxito. - La prohibici—n de la SA -me dijo-, no puede ser m‡s que una medida transitoria. Pronto volverŽ a tener a mi gente. Y cuando se levante la prohibici—n, cuando renazca mi SA, se demostrar‡ que los cuatrocientos mil hombres que ahora han "muerto" por orden oficial, en el intervalo habr‡n aumentado, por lo menos, a seiscientos mil. ÇEn este pron—stico tuvo m‡s que raz—n. Cuando diez d’as m‡s tarde acud’ en Wesbaden a una nueva asamblea electoral de Hitler, observŽ que, como siempre, iba acompa–ado de su guardia de corps de la SS. La œnica diferencia estribaba en que los guardias en lugar de llevar pantalones y botas de montar, vest’an a la manera de obreros ajustadores. - Cre’ que os hab’an disuelto -dije a Sepp Dietrich. - Y lo estamos -respondi—, riendo sarc‡sticamente, Dietrich -; ahora no somos m‡s que simples miembros del partido. ÇY al propio tiempo se–al— el distintivo del partido que en vez del anterior correspondiente a la SS, luc’a sobre el pecho. ÇEn esta asamblea tampoco faltaba la gente de la SA. Estaban, como siempre presentes: largas filas de hombres j—venes, vigilaban las calles por las que ten’a que pasar Hitler camino del lugar donde deb’a efectuarse la reuni—n. S—lo que en esta ocasi—n no llevaban camisas marrones, sino blancos brazaletes, en los que con letras negras se le’a la tranquilizadora palabra "ORDENADOR". La polic’a no puso objeciones. El decreto de disoluci—n, que como medida contra la SA o contra Hitler se revel— totalmente ineficaz, tuvo muy pronto los resultados previstos por Schleicher y Ršhm Schleicher asegur— al abrumado Hindenburg, que BrŸning y Groener, quienes le hab’an inducido a firmar el decreto, descargaban sobre su anciana cabeza la responsabilidad de la pŽrdida de alemanes de "hondo sentir nacional". Y, efectivamente, se elev— un verdadero coro de imprecaciones en los diarios de derechas que el anciano acostumbraba a leer cada ma–ana. El golpe m‡s duro para Hindenburg, el cual, incluso en su puesto de Presidente, se consideraba aœn sœbdito fiel de la Casa de Hoherzollern, lo constituy— el hecho de que este coro estaba dirigido por el propio
ex-Kronprinz, Guillermo, desde su castillo de Oels en Silesia, envi— al Mariscal un telegrama de protesta, que al mismo tiempo, hizo publicar en la prensa. ÇGroener fue el primero en verse obligado a marcharse. DespuŽs de una borrascosa sesi—n del Reichstag, en la que durante el debate casi perdi— la vida un delegado de los miembros del NSDAP, a causa del alboroto que se arm—, apareci— Schleicher ante Groener. - Mi general -manifest— a su antiguo superior, a quien gracias a su influencia y ayuda, deb’a la carrera -, siento poner en conocimiento de Vuestra Excelencia que ya no posee la confianza del ejŽrcito. ÇEra la f—rmula cl‡sica que el propio Groener hab’a empleado, en noviembre de 1918, al obligar al K‡iser a abdicar. ÇEl canciller BrŸning sigui— a Groener al cabo de pocas semanas. El domingo, 29 de Mayo, estaba dando cuenta a Hindenburg de la situaci—n pol’tica, cuando, de repente, el anciano, que apenas le escuchaba, le cort— la palabra. - Mi querido canciller -exclam—, altisonante -, esto no puede continuar. Las œltimas elecciones en Prusia y otras regiones demuestran que el pueblo no est‡ ya con usted. Necesitamos otros hombres en el gobierno. ÇBrŸning se levant—. - En este caso, no me queda otro curso que retirarme, se–or presidente -repl’c— -, pero debo advertirle que la mayor’a del pueblo alem‡n que hace siete semanas, le eligi— a usted, porque cre’a que apoyar’a mi gobierno, juzgar‡ esta retirada un tanto... prematura. ÇAs’ se desarrollaron los acontecimientos. Sin duda, las cosas no se hubieran producido de otro modo, en el caso que yo no hubiera hecho a Weismann confidencia sobre la actitud de Hitler, que posteriormente, decidi— a H’nderiburg a firmar el desacertado decreto de disoluci—n. La SA no esper— una revocaci—n oficial del mismo. Aœn antes de que la noticia de la ca’da de BrŸning fuera hecha pœblica, las columnas marcharon nuevamente por las calles, gritando sus "esl—ganes" racistas: - ÁDespierta, Alemania! ÁMuere, Jud‡! ÇCasi frente a mi casa, un grupo entusiasmados hombres SA, vestidos de uniforme, quer’an unirse a una secci—n de mariner’a para marchar al palacio presidencial de Hindenburg, donde la marina deb’a celebrar el aniversario del combate de Skagerrak, la "gran victoria sobre la flota inglesa" del a–o 1916. Pero esto fue demasiado para la polic’a. Al ver que la gente de la SA no atend’a la orden de diseminarse, la polic’a abri— fuego, y los de la SA replicaron disparando tambiŽn. Cuando termin— el tiroteo, vi a dos mujeres, gravemente heridas, tendidas sobre el pavimento. El contenido de sus cestas de ir a la compra, se hallaba desparramado por el asfalto. ÇÁQuŽ d’a, para los nacionalsocialistas! Personas completamente desconocidas entre s’, se saludaban por la calle con exclamaciones jubilosas, brazo en alto y gritando: "Heil Hitler!". Y en los balcones ondeaban banderas, como en los tiempos del imperio; no las banderas de la repœblica, sino la ense–a con la cruz gamada de Hitler. Ahora, todos quer’an unirse al carro triunfal del FŸhrer. Pues dado que Schleicher era ministro del EjŽrcito, y el polichinela de Schleicher el casi desconocido antiguo diplom‡tico y oficial de estado mayor, Franz von Papen, ocupaba el puesto de canciller, se cre’a que en el peor de los casos, œnicamente faltar’an dos semanas para que el propio Hitler se adue–ase del poder. ÇTodos as’ lo creyeron, empezando por Hitler mismo, Gšring y Ršhm [...] ÇEn aquellos c‡lidos d’as de Agosto, me ocurri— otra aventura, precisamente en el momento en que Hitler, que entretanto hab’a conseguido en las elecciones generales un nœmero mayor de votos, ped’a a Hindenburg, a ra’z de aquella victoria electoral, que le confiara el puesto de canciller. Con sorprendente sinceridad y sin rodeos Ršhm me manifest— que se estaban
preparando para adue–arse del poder mediante un golpe de Estado, en caso de que el anciano mariscal no hiciera "lo debido". - Coja su coche, mi querido Delmer -me dijo, mir‡ndome con sus peque–os y vivos ojos entornados -, y dŽse una vuelta por los barrios exteriores de Berl’n. Abra bien los ojos y ver‡ como nuestra SA est‡ movilizada y s—lo aguarda la se–al. ÇPara el 12 de Agosto, d’a en que Ršhm y Hitler visitar’an a Hindenburg, el primero me prepar— un almuerzo con el comandante Joachim von Arnim, afuera, en el castillo de Monchoix junto a Harnekop, al Nordeste de Berl’n; una especie de escuela de oficiales para dirigentes de la SA. Al llegar yo all’, un grupo de jefes de la SA corr’a por una pista especialmente instalada para ataques de escalo, mientras otros se dedicaban a ejercicios de campa–a. J—venes musculosos, entrenadores de la Reichswehr, por lo que o’, dirig’an la instrucci—n. Como para completar el cuadro, por encima de nuestras cabezas atron— el aire una escuadrilla de caza de la SA, formada de ligeros aviones de pruebas. Teniendo en cuenta lo que Ršhm me hab’a contado de sus preparativos, todo aquello me pareci— altamente amenazador. Pero no fue nada en comparaci—n con lo que o’ de boca de Arnim, cuando dieron fin los ejercicios. - Es muy posible -dijo dirigiŽndose a los oficiales y jefes de la SA que se hab’an congregado ante Žl -, que en las pr—ximas horas se‡is llamados a llevar a cabo en serio estos ejercicios sobre el duro asfalto de Berl’n. En tal caso, la orden que os doy es la siguiente: Si en algœn lugar encontr‡is algœn obst‡culo serio, no ataquŽis, sino rodead el edificio de que se trate. No os deteng‡is. Llevad a buen tŽrmino vuestra misi—n. ÇA continuaci—n, sigui— dando otros consejos referentes a la manera de tomar una ciudad, y luego a–adi—: - No creo que se llegue a la lucha. Pero si el viejo se pone testarudo y no hace entrega al FŸhrer del poder que le corresponde, entonces actuaremos nosotros. Todo est‡ preparado. El FŸhrer no tiene m‡s que apretar un bot—n y la m‡quina correr‡ por s’ sola. - La œnica resistencia grave -sigui— diciendo Arnim -, pudiera proceder de la Reichswehr; de aquellos viejos oficiales anquilosados que sent’an envidia del joven ejŽrcito del pueblo, de la SA. - Probablemente, no disparar‡n. Pero si lo hicieran, nos lanzaremos a travŽs de ellos, y alcanzaremos nuestros objetivos a pesar de todo. Por ello debemos contar con que se produzcan algunas bajas. (8) ÇEra el mismo tipo de arenga que, en el a–o 1923, se escuch— en Munich antes del golpe de Estado de Hitler. TambiŽn entonces los nacionalsocialistas hab’an calculado que la Reichswehr se negar’a a disparar contra antiguos soldados alemanes ÇPero constitu’a una incre’ble ligereza pronunciar semejantes palabras ante oficiales de la Reichswehr y ante el reportero de un diario extranjero. ÇRegresŽ raudo a mi despacho y en un estado de febril expectaci—n frente a lo que pudiera acontecer. Hindenburg, segœn me enterŽ enseguida, hab’a vuelto a rechazar a Hitler y a Ršhm. Y en aquellos momentos, estaban celebrando un consejo de guerra en la residencia del peque–o Dr. Goebbels, en la plaza de la Canciller’a. LlamŽ varias veces para saber c—mo andaban las cosas. Finalmente, a las diez y media de la noche, Ršhm se puso personalmente al aparato. - Una amarga decepci—n para m’ -me dijo, en su escueto alem‡n militar -, pero el FŸhrer se ha negado a apretar el bot—n. Seguimos adoptando la postura legal. Para volverse loco. ÁV‡yase a dormir! ÇEl siguiente actor de este drama de 1932, que quer’a involucrarme, esta vez con mi m‡s completo desconocimiento -, fue Franz von Papen, el conservador cat—lico, viscoso como
una anguila, que tras la ca’da de BrŸning, se val’a de Schleicher como t’tere testaferro. Cuando Papen reclam— mis servicios, est‡bamos ya en Diciembre, y Žl ya no era canciller. ÇKurt von Schleicher, que ya hab’a enga–ado y torpedeado a tres de sus superiores de la Reichswehr para alcanzar el poder, entretanto hab’a apartado a un lado tambiŽn a Papen y hab’a logrado convertirse en canciller. ÇPero en este cargo no se hallaba muy seguro. Un hombre fuerte, incluso siendo general, debe poder apoyarse en determinadas capas del pueblo, cosa que a Schleicher no le era factible. El joven Hans Zehrer (9), un activo periodista de derechas, que con sus amigos del "Tat-Kreis"(10), dirig para el general-canciller una especie "Brains Trust", hab’a pensado una soluci—n muy del gusto de Schleicher. ÇSi funcionaba, originar’a una reacci—n en cadena, un castillo de fuegos artficiales de intrigas y astillamiento de partidos. La idea de Zehrer consist’a en formar tras Schleicher, un nuevo frente nacional que se apoyar’a en los sindicatos y los dirigentes y que se extender’a desde el socialdem—crata Theodor Leipart hasta Gregor Strasser y sus nacionalsocialistas del norte de Alemania. El fornido y espaldudo Gregor Strasser hab’a sido desde siempre el rival de Hitler en la lucha en favor de las masas. Adem‡s era uno de los mejores organizadores del Partido, y como "Gauleiter" de Hitler gobernaba la regi—n del Ruhr. Schleicher estaba dispuesto a ofrecer a Strasser el cargo de vicecanciller, si Žste daba su conformidad a que Leipart ocupara en el mismo gabinete un puesto clave. Y ahora ven’a la gran novedad: parec’a que Strasser hab’a picado. Estaba de acuerdo en ir a hablar con Schleicher. ÇPapen, durante la primera guerra mundial, hab’a sido agregado militar alem‡n en Washington. Su estancia all’ no hab’a sido presidida por una estrella demasiado favorable, pero le hab’a servido para aprender algo del juego de intrigas pol’tico. Ahora, tras esta intriga Leipart-Strasser, se comportaba como el hur—n que olfatea un gazapo. Mientras todav’a era canciller, hab’a rechazado el proyecto del frente Strasser-Leipart como imposible y ahora no quer’a dejar que Schleicher lo llevara a cabo, Ánada menos que ese Schleicher que le hab’a arrebatado su puesto! Y sab’a exactamente por d—nde hab’a de empezar. Hitler ten’a que enterarse de lo que Schleicher y Strasser se propon’an y destruirles el plan. Luego Hitler arremeter’a contra Strasser. Pero el FŸhrer no deb’a saber que las noticias dimanaban de von Papen. ÇY as’ fue c—mo aquella tarde del 3 de diciembre de 1932, mientras Strasser se encontraba con Schleicher en casa de este œltimo en la Alsenstrasse, apareci— en mi oficina un tal Walter Bolchow. ÇBolchow trabajaba en la secretar’a pol’tica de Papen. Yo ya hab’a podido comprobar con frecuencia que estaba perfecta y atinadamente informado. - En estos instantes, Gregor Strasser se halla negociando con Schleicher -me refiri—-. Quisiera saber si el T’o Adolfo (11) autoriza tal encuentro, o si Strasser actœa por su cuenta. De todas maneras, la cosa me huele a chamusquina. ÇSin suponer que estaba haciendo precisamente lo que Bolchow quer’a cog’ enseguida el auricular telef—nico y llamŽ a Putzi HaffistŠngl a la Casa Parda de Munich. - Hempstalk -dije, jugando a nuestro juego predilecto, consistente en traducir nombres alemanes al inglŽs- (12) nuestro viejo amigo Gregory Streeter (13) mantiene en este instante una peque–a charla con el Creeper (14) en su domicilio privado de la calle Alson. ÀSabe usted, por casualidad, si esta entrevista tiene lugar con conocimiento y por voluntad de su jefe o si quiz‡ Gregory se permite emprender, por decisi—n propia una peque–a excursi—n? ÀEst‡ acaso comineando algo para que entrŽis todos en el gabinete de Creeper? o ÀquŽ es lo que en realidad pasa?
ÇHanfstŠngl declar— bastante excitado, que aquella noticia era por completo nueva para Žl. Indagar’a lo que estaba ocurriendo, y me volver’a a llamar. ÇPapen estaba pues en lo cierto al sospechar que Hitler no sab’a del asunto. Pero HanfstŠngl no volvi— a llamar para darme la anhelada informaci—n. S—lo me lleg— un mensaje, algo misterioso, a travŽs de uno de sus subalternos, - Tengo el encargo -me dijo el hombre-, de darle las gracias de parte del FŸhrer. ÇGoebbels, al tratar del encuentro entre Strasser y Schleicher, escribe en su libro referente a aquella Žpoca: (Joseph Goebbels, ÒVom Kaiserhof zur ReichskanzleiÓ) Ç"Por azar, nos enteramos del motivo verdadero de la pol’tica de sabotaje de Strasser: el domingo, al anochecer tuvo una entrevista, en el curso de la cual el general le ofreci— el puesto de vicecanciller. ÇPero no fue recibido el informe tan Òpor azar", como cre’a Goebbels. Papen y Bolchow lo hab’an planeado cuidadosamente. A m’ personalmente, m‡s que el agradecimiento de Hitler o de Papen, lo que me importaba era una Story, y as’, la ayuda de Bolchow me sirvi— para transmitir a Londres una cr—nica de apasionante interŽs. ÇEl plan de Strasser y Schleicher, acab— pues en una explosi—n fallida, coincidiendo as’ con la intenci—n de Papen. Hitler, que hab’a aparecido en escena, a ra’z de mi llamada, dej— caer todo el peso de su personalidad dram‡tica de actor sobre Strasser. Convoc— una sesi—n extraordinaria de jefes del NSDAP, y les pidi— que escogieran entre Strasser y Žl. ÇSe decidieron por Hitler, y a consecuencia de ello, Strasser sali— del partido, exactamente como hab’a esperado Schleicher. Pero sali— solo. Nadie le sigui—. ÇEl 28 de enero de 1933, Schleicher, que no ten’a ya nadie tras Žl, hubo de darse por vencido y retirarseÈ. Hasta aqu’ hemos visto unos proleg—menos de los sucesos del 30 de junio de 1934 tal como dice Delmer que los vivi— y en los que particip—. Creo que son interesantes para el lector para hacerse una idea general de la situaci—n interna. A partir de la p‡gina 189 del libro que se reproduce, entra en la inmediata cuesti—n de la que este informe trae causa. Es a finales de junio de 1934: ÇIndependientemente de sus temores en cuanto a las ambiciones austr’acas de Hitler, que de realizarse, le deparar’an en su frontera del Norte un vecino poderoso, en lugar de uno dŽbil, Mussolini no estaba, por lo visto, seguro, si Hitler, como aliado representar’a para Žl un factor activo. Y los rumores sobre ciertos sucesos de Alemania, que durante aquellos d’as y de diversas fuentes alemanas me llegaron a m’ tambiŽn, me parecieron justificar las dudas de Mussolini en cuanto a la estabilidad del Estado hitleriano. Todo esto era tan grave y apasionante, que decid’ no regresar a mi oficina de Par’s, y dirigirme por avi—n a Londres (Delmer estaba en Italia) para hablar con mi redactor jefe. ÇLa noticia principal dec’a que Ernst Ršhm el jefe de la SA, a la saz—n de una fuerza de tres millones de individuos, hab’a roto con Hitler. Se dec’a que iracundo y defraudado, cual Aquiles en su tienda, se consum’a de rencor. El siempre inquieto Werner von Alvensleben se hallaba metido en un plan de uni—n entre Ršhm y el ca’do general von Schleicher, que deb’a llevar a ambos al poder. ÇArthur Christiansen, que desde hac’a un a–o ocupaba el puesto de redactor jefe, en lugar de Baxter, se mostr— muy interesado ante lo que le expuse. - Creo que lo mejor ser‡ que vayas a ver al viejo, y le informes de todo esto -me dijo, cuando hube terminado-. Seguro que tiene formada su propia opini—n de ello. ÇUna hora m‡s tarde, era introducido en "Stornoway House", en una gran estancia de color gris paloma. En el medio hab’a un sof‡, en el que se hallaba sentado Lord Beaverbrook. El
suelo, a su alrededor, se encontraba cubierto de papeles y peri—dicos. Beaverbrook se levant—, extendi— r’gidamente el brazo hacia m’, y me indic— que tomara asiento. - Me alegra de verle, Tom -me dijo-. Tengo entendido que quiere usted ir a Alemania y ver lo que all’ sucede. ÀPor quŽ? ÇLe refer’ lo que hab’a o’do en Venecia. - Yo propondr’a, se–or, hacer una especie de viaje de permiso a Alemania -a–ad’-. Tengo todav’a mi bote de remos e Berl’n, en el cual me agradar’a regresar remando, a Par’s. A mi llegada, podr’a, primeramente, tantear la situaci—n. Si no hay nada de particular, prosigo el permiso. Si descubro una "Story" que valga la pena me pongo de nuevo en plan de trabajo. - Me parece una buena idea -dijo Lod Beaverbrook-. Pero esto es cosa de Christiansen. Hable usted con Žl. ÇSe puso en pie y se apoy— en la chimenea. Era un hombre peque–o, de cabeza grande y ojos vivos que me traspasaba con la mirada. - Ahora le contarŽ un gran secreto Tom. No debe usted decir ni una palabra a nadie. Absolutamente a nadie, Àme comprende? ÇPromet’ callar. - El Dr. BrŸning, el antiguo canciller del Reich alem‡n, ha estado en Londres en visita secreta -empez— a decir Beaverbrook-. Afirma que pronto se llevar‡ a cabo un intento para desembarazarse de Hitler e instaurar, en su lugar, un gobierno conservador que se apoye en la Reichswehr. - ÀQuiere la Reichswehr organizar una revuelta, se–or? - Es posible. Pero no le puedo decir nada sobre este asunto. En sus informes, parta s—lo de aquellos hechos que usted descubra por propia investigaci—n, o a base de sus relaciones personales. No debe creer que la noticia que acabo de comunicarle es exacta. CompruŽbela a fondo. Y h‡galo sin que nadie se dŽ cuenta de lo que usted est‡ enterado. ÀPuede hacerlo? S’, se–or. - Pues entonces, Ámucha suerte! Conf’o en usted. ÇDe ah’ vino, que en una Žpoca en que hubiera debido estar como corresponsal en Par’s, partiera en vuelo hacia Berl’n, donde vivir’a uno de los principales momentos cr’ticos de la historia alemana: el fracaso del œltimo intento serio de los conservadores para destruir el poder de Hitler, y la org’a sangrienta del 30 de junio de 1934. Y pude asistir, en esta ocasi—n, con una noticia bomba en exclusiva. ÇPues el 29 de junio public— mi peri—dico en la portada, un informe en el que se anunciaba la inminente crisis. En grandes titulares llevaba como ep’grafe: "La dictadura de Hitler en peligro..." Era exactamente el momento oportuno de llamar la atenci—n del mundo sobre la crisis que conducir’a al r’o de sangre del 30 de junio, ÇCuando lleguŽ a Berl’n, hab’a pasado casi un a–o desde que de aqu’ me trasladŽ a Par’s. Aparte de mi corta escala en Munich, con motivo de mi viaje a Venecia, durante todo ese tiempo no hab’a puesto pie en tierra alemana. No ser’a f‡cil volver a tomar los hilos de los acontecimientos. Philip Pembroke Stevens, mi sucesor en Berl’n, ya no estaba para ayudarme. Primeramente, hab’a sido detenido y luego expulsado, porque, para gusto de Gšring, hab’a penetrado demasiado en los secretos del rearme. ÇPutzi HanfstŠngl se encontraba en los Estados Unidos, tomando parte en un curso en la Universidad de Harvard. Ršhm no estaba en Berl’n y Werner von Alvensleben tampoco. Hugo von Lustig hab’a huido a Checoslovaquia. Y mis amigos de izquierdas se hallaban todos en la c‡rcel. Uno, sin embargo, estaba en Berl’n: Walter Bolchow, mi hombre de enlace con Papen. Cuando, por fin, lo encontrŽ, estaba tan lleno de novedades que sudaba de excitaci—n.
- ÒThe situation is absolute dynamite" -dijo, en el excelente inglŽs que hab’a aprendido estando en Malaya de plantador de caucho (15). Como a muchos alemanes, le agradaba hablar inglŽs, sobre todo cuando, si era necesario, pod’a pasarse al alem‡n, sabiendo que su interlocutor le iba a comprender-. ÇPero si usted informa sobre lo que le cuento y ellos descubren que ha obtenido las informaciones por m’, me hace usted polvo. - ÀQuiŽnes son "ellos"? - Pues la pandilla Himmler-Gšring, naturalmente. Sin duda sabr‡ que ambos se han hermanado recientemente. Y que Gšring ha traspasado su Gestapo a Himmler. ÇAsent’. - No s—lo tiene sus esp’as en nuestra oficina, sino que fuera, en la calle, permanecen agentes de la Gestapo con c‡maras cinematogr‡ficas, dedicados a impresionar en pel’cula a todo el que entra y sale. ÇMe echŽ a re’r. - Puedo asegurarle que no es cuesti—n de risa. Ahora todos llevamos rev—lver. ÁVea por s’ mismo! -Y sac— un rev—lver de una funda, dispuesta bajo el brazo. ÇPareci— como si de repente le hubiese asaltado la idea de que en mi instalaci—n telef—nica pudieran ocultarse micr—fonos de la Gestapo, y se empe–— en ir conmigo al cercano Tiergarten. ÇY all’, donde los jardineros regaban el cŽsped de suave aroma, y los ni–os hac’an rodar sus aros por los senderos, mientras pase‡bamos bajo los olmos y las hayas, Bolchow me estuvo contando sobre los œltimos pasos que hab’a dado su jefe Papen, pasos, cuya finalidad era derribar a Hitler, con la ayuda de Hindenburg y de la Reichswehr, y volver a poner en el trono de Alemania a los Hoherzollern. ÇEl anciano Mariscal se hallaba, como me notific— Bolchow, a las puertas de la muerte. Hac’a s—lo un d’a que el profesor Sauerbruch, de la "CharitŽ" berlinesa, hab’a sido llamado a Neudeck, la propiedad de Hindenburg, en Prusia Oriental. Los mŽdicos le hab’an dicho a Papen que el anciano se–or vivir’a, a lo sumo, algunos meses m‡s. - Y ahora ya nos vemos metidos en la guerra de sucesi—n Hindenburguesa. ÇBolchow sonri— de su propia expresi—n de libro de texto de historia. - Por un lado, Hitler quiere ocupar el puesto del anciano y erigirse en dictador absoluto de Alemania. Por otro, Papen y sus amigos conservadores del gabinete se afanan en parar a Hitler. Creen que ha llegado el momento en que el Kronprinz intervenga en una especie de regencia, que ser’a el primer paso para la reinstalaci—n de la monarqu’a. El presidente del Reich le apoya en este proyecto, lo cual ha dado un potente empuje al diligente agitador que es mi jefe. ÇBolchow sonri— con c’nico desprecio. No ten’a a Papen en muy buen concepto, aun cuando trabajaba para Žl. - Papen est‡ convencido de que la situaci—n le es m‡s favorable que nunca. S—lo por esa pelea de titanes entre Hitler y Ršhm. Usted debe conocer a Tschirschky, el primer ayudante de Papen, Àno es as!? Bien, pues el 4 de junio, cuando Hitler le ech— la gran reprimenda a Ršhm se encontraba en la oficina del canciller. Tschirschky cont— a Papen que, desde la antesala, pudo o’r c—mo se gritaban uno a otro. - Y Àpor quŽ motivo? - ÁOh! La cuesti—n de siempre. Ršhm est‡ furioso porque no ha llegado a general como Gšring. Y tambiŽn, porque s—lo es ministro sin cartera. En el fondo, lo que quiere es que sus tres millones de individuos de la SA sean incorporados a la Reichswehr bajo su mando y el de sus muchachos. Los generales no est‡n dispuestos a permitirlo a ningœn precio. Hitler
sabe, sin embargo, que s—lo tiene probabilidades de convertirse en el sucesor de Hindenburg, si est‡ respaldado por la Reichswehr. A esto se debe que haya ordenado a Ršhm que licencie a la SA. Y Ršhm lo ha hecho. - ÀCu‡ndo lo ha hecho? - Justo despuŽs del largo "tŽte-a-tŽte" o’do por Tschirschky. Pero, mi querido amigo -prosigui— Bolchow-, no crea usted que Ršhm se haya avenido a ello tan pac’ficamente. Antes de licenciar a sus tipos, ha dado a conocer una proclamaci—n en la que promete que en Agosto, en cuanto termine dicha licencia, son sus propias palabras, "los enemigos de la SA recibir‡n la debida respuesta, en el momento y la forma que sea m‡s conveniente". Y adem‡s ha exhortado a sus hombres a estar preparados para nuevas tareas. Todo el mundo cree, como es natural, que Ršhm con estas Ònuevas tareas", se refiere a la "segunda revoluci—n", instada por Žl y por Goebbels. Esta "segunda revoluci—n" es el tema principal en la lista de discusiones de Papen y sus aliados, para la gran liquidaci—n de cuentas. ÇLa gran liquidaci—n de cuentas, segœn manifest— Bolchow, tendr’a lugar en la pr—xima sesi—n del gabinete, fijada para el martes 3 de julio. Papen se har’a fuerte en la petici—n de que Hitler deb’a tomar inmediatas y eficaces medidas encaminadas a reprimir, de una vez para siempre, la anarqu’a terrorista de los g‡ngsters de la SA, y desprenderse de sus radicales que clamaban por una "segunda revoluci—n". Si Hitler se negaba o se mostraba indeciso, Papen y sus amigos se retirar’an en bloque. El presidente del Reich hab’a prometido que en ese caso, destituir’a a Hitler, y pondr’a el poder ejecutivo en manos de la Reichswehr. - Salga lo que salga- dijo, riendo, Bolchow-, mi jefe est‡ convencido de que tiene a Hitler entre la espada y la pared. Si Hitler acepta la demanda, pierde su fuerza; si se niega, entra la Reichswehr. Yo espero que se niegue. Incluso si ello significara la guerra civil. ÇComo explic— Bolchow, Papen estaba seguro del apoyo del pueblo alem‡n. Este optimismo se basaba en la incontable cantidad de escritos de adhesi—n recibidos, a ra’z de su discurso pronunciado diez d’as atr‡s, el 17 de junio, ante los estudiantes y catedr‡ticos de la Universidad de Marburgo, En este discurso, el se–or von Papen, a pesar de ser vicecanciller en el gabinete de Hitler, hab’a arremetido contra el rŽgimen nacionalsocialista con osad’a y franqueza sorprendentes. Goebbels prohibi— inmediatamente a todos los peri—dicos y revistas que publicaran el discurso; aquellos que ya lo hab’an hecho fueron incautados. No obstante, corrieron copias de mano en mano. Por todas partes, en Alemania, la gente empez— a saludarse, diciendo "ÁHeil Marburg!", en vez de "ÁHeil Hitler!". ÇTambiŽn Himmler reaccion— ante la provocaci—n de Papen. Hac’a tres d’as que hab’a mandado prender al Dr. Edgar Jung, un destacado y joven escritor cat—lico que proporcionaba ideas a Papen. - Parece que la Gestapo ha logrado descubrir, de alguna forma, que fue Jung quien redact— el discurso del jefe -dijo Bolchow-. Todos los intentos de Papen para liberar a Jung han fracasado. As’ pues, ha insertado tambiŽn en el programa de debate de la pr—xima sesi—n del gabinete, la detenci—n de Jung. Casi no puedo aguantar m‡s la espera del martes. ÇPero no tuvo necesidad de seguir aguardando la liquidaci—n de cuentas. Pues Bolchow no me hab’a relatado una cosa, y es muy posible que ni siquiera la supiese. Y era que una semana antes Hitler se hab’a trasladado a Neudeck, para informar al anciano presidente del Reich sobre sus conversaciones con Mussolini. Pero no pudo pronunciar ni la palabra Venecia. Antes de que pudiera abrir la boca, von Hindenburg ce–udo y hostil, comenz— a sermonear a su antiguo cabo. Si alguna vez existi— una encarnaci—n de la ira, fue aquel viejo se–or, cuyos blancos cabellos y bigotes, y su p‡lido y cadavŽrico rostro, formaban un contraste espectral con el color negro de su levita.
ÇHindenburg puso al espantado Hitler casi el mismo ultim‡tum que Papen y sus barones hab’an preparado para la siguiente sesi—n del gabinete. Y no perdi— nada de su fuerza por el hecho de que estuviera presente el ministro de Defensa del gabinete de Hitler, general von Blomberg, amigo de los nacionalsocialistas. Pues, esta vez, Blomberg no fue el amable cortesano, al que se pod’a manejar tan f‡cilmente, que Hitler hab’a bautizado con el nombre de "Le—n de goma". En esta ocasi—n, Blomberg se revel— decidido y agresivo. - O se desprende usted de Ršhm y hace a su SA razonable, o se retira -manifest— Hindenburg-. No estoy dispuesto a tolerar un partido estatal dentro del Estado, ni un ejŽrcito privado junto a la Reichswehr. ÇAs’ rezaba el ultim‡tum de Hindenburg, ante el que Hitler inmediatamente se inclin—. Y lo hizo de buena gana, por cuanto ya hab’a llegado a un acuerdo con los jefes de la Reichswehr y de la marina de guerra, Blomberg, Fritsch, y Raeder, segœn el cual eliminar’a a Ršhm y a la SA, y har’a de la Reichswehr la œnica fuerza armada. Por ello, los otros copart’cipes del acuerdo, le reconocer’an como sucesor de Hindenburg. En los momentos en que Bolchow y yo pase‡bamos en el Tiergarten entre los cochecitos de ni–o y las ni–eras, Hitler se dedicaba a ultimar los preparativos para el golpe contra Ršhm. ÇYo pasŽ las primeras horas de la ma–ana del 30 de junio en uno de los lagos Havel, remando en mi bote y entren‡ndome para mi proyectado viaje de Berl’n a Par’s. Ten’a intenci—n de remar hasta el Saal, luego transportar por tierra el bote hasta el Main, y de all’ proseguir el viaje, remando. Era una preciosa ma–ana soleada; ni un soplo de viento r’zaba las aguas, y yo estaba satisfecho de comprobar que todav’a me hallaba bastante en forma, a pesar de no haber remado desde hac’a m‡s de un a–o. Pero cada vez que descansaba, me atormentaba una punzante preocupaci—n, que no ten’a nada que ver con mi bote ni con mi manera de remar. Ç"Ya me he metido en un buen l’o con mi art’culo "La dictadura de Hitler en peligro", me dec’a a m’ mismo. "ÀQuŽ pasar‡, ahora, si no pasa nada?" Pero cuando abandonŽ la casa de botes y regresŽ a la oficina, se disiparon mis cuitas. Algo "hab’a" pasado. ÇEn la plaza de Skagerrak, mi taxi se vio detenido por una barrera de polic’as. Y no era precisamente la acostumbrada "Schupo" (Schutzpolizei) de uniformes azules lo que ve’a ante m’, sino la verde "polic’a de campa–a" de Gšring, con cascos de acero, fusiles y pistolas ametralladoras. - Esperemos que no haya alborotos -exclam— el conductor, volviŽndose nerviosamente de un lado a otro. - ÀC—mo? ÀAlborotos en el pac’fico Berl’n de Hitler? -preguntŽ. ÇCon ello quer’a provocarle a continuar la conversaci—n, pero no tuve Žxito. Por lo visto, no consideraba que el Berl’n de Hitler fuera, en modo alguno, pac’fico. Y en verdad que aquellos d’as no lo era en absoluto. ÇConstatŽ que la verde polic’a de campa–a hab’a cercado el cuartel general de Ršhm en Berl’n que estaba instalado en una antigua villa de millonarios en una esquina de la calle del Tiergarten. Los miembros de la SA, tanto simples hombres-SA como altos cargos que all’ encontraron, fueron detenidos y llevados a otra parte. En aquel instante, cargaban camiones con material aprehendido, actas, armas, municiones. La gente de la calle contaba que en el tejado del edificio hab’an encontrado lanzaminas, colocados en direcci—n al cercano ministerio de la Reichswehr. Y algunos aseguraban que la polic’a hab’a atrapado en Hamburgo todo un cargamento de armas y municiones antes de que pudiera llegar a manos de la gente de Ršhm. ÇPaulatinamente se fueron filtrando las noticias de los sucesos, hasta que, a œltima hora de la tarde, se hizo pœblico un detallado comunicado oficial. Este dec’a que Ernst Ršhm, con otros
jefes de la SA, hab’a planeado un levantamiento para derrocar el poder. Hitler y Gšring hab’an descubierto la conjura a tiempo, deshaciŽndola. Ršhm y los otros dirigentes de la rebeli—n hab’an sido ejecutados. Entre los nombres de los muertos se contaba tambiŽn el del general Kurt von Schleicher, cuya pretendida conjuraci—n con Ršhm hab’a sido el motivo inicial de mi viaje a Berl’n. Una secci—n de la SS de Himmler hab’a irrumpido en la casa del general, situada en un arrabal de Berl’n, y le hab’an dado muerte a tiros, as’ como a su esposa, en su propio sal—n. ÇÀC—mo recibi— el pœblico alem‡n la noticia de este asesinato? Reaccion— con sa–uda satisfacci—n. Nadie amaba a Ršhm ni a los advenedizos que le rodeaban: camareros, conserjes de hotel, aprendices de planchista, los cuales frente al pueblo, se comportaban con m‡s altivez que un oficial de la guardia en tiempos del imperio. El hombre de la calle tem’a y odiaba a esa gente y a sus elegantes coches œltimo modelo, en los que pasaban a toda velocidad, sin miramiento alguno. En voz baja circulaban historias sobre su libertinaje, sus desenfrenadas fiestas y banquetes, su corrupci—n. Hitler, que se lanzaba en contra de esa gente como un ‡ngel vengador, se convert’a as’ en el hŽroe del burguŽs medio. E incluso m‡s tarde, cuando se conocieron repugnantes pormenores sobre ciegos e indistintos asesinatos de muchos inocentes que hab’an muerto v’ctimas de enemistades y venganzas personales, la adhesi—n con que las masas premiaban la acci—n de Hitler no se vio conturbada. ÇEn el extranjero se conceptuaba a Hitler como, un g‡ngster que aplastaba a otros g‡ngsters, sus rivales. En Alemania, era un nuevo Sigfrido que mataba al temido y odiado drag—n. ÇEl presidente del Reich, von Hindenburg, envi— a Hitler un efusivo telegrama de felicitaci—n. La Reichswehr estaba fuera de s’ de gozo. Y a pesar de que el cuerpo de oficiales protest— por la muerte de Schleicher y del general von Bredow, primer ayudante de aquŽl, los ‡nimos se apaciguaron de buena gana, cuando Hitler, en una reuni—n limitada de un estrecho c’rculo, se disculp—, calificando el fusilamiento de aquellos oficiales como un error lamentable. Pues, finalmente, el FŸhrer hab’a conseguido su acuerdo con los generales. A su m‡s antiguo amigo y aliado Ernst Ršhm œnico jefe nacionalsocialista con el que se tuteaba, lo hab’a liquidado, y hab’a eliminado a la SA por ser rival de la Reichswehr. Ahora los generales, por su parte, estaban dispuestos a aceptar a Hitler como sucesor de Hindenburg, y pasar a cuchillo a Papen y a sus amigos mon‡rquicos. ÇPapen pudo notarlo enseguida. En la misma ma–ana del 30 de junio, fue puesto bajo "arresto domiciliario", y una tropa de hombres SS irrumpi— en su oficina, dando muerte a von Bose, el inmediato superior de Bolchow. Tschirschky, el ayudante de Papen, fue recluido en un campo de concentraci—n. Edgar Jung fue asesinado. Y cuando, por fin, se lleg— a la sesi—n del gabinete del martes, el tan valiente se–or Papen, que de nuevo gozaba de completa libertad, hab’a perdido todo su aplomo y no expres— la menor palabra de protesta contra el asesinato de sus m‡s pr—ximos colaboradores. ÇPara m’, la noticia del fin de Ršhm signific— un doble golpe. Por un lado sent’a afecto por el gracioso y expansivo peque–o agitador, a pesar de los actos de violencia por Žl autorizados, y a pesar de su disipada vida privada. Por otro lado, yo mismo me hab’a salvado por un pelo de correr una suerte semejante. Me hab’a propuesto visitar a Ršhm y preguntarle sobre la situaci—n y sus opiniones. Afortunadamente, hab’a estado tan ocupado, que no llamŽ a Munich hasta aquella misma ma–ana, cuando ya era demasiado tarde. Si lo hubiera hecho enseguida, despuŽs de mi llegada, seguramente me hubiera pedido que fuera a Baviera a visitarle. En este caso, es muy posible que hubiese perecido con los dem‡s. Ya que con toda probabilidad hubiera encajado muy bien en la idea de Hitler hacerme servir de ÒtestimonioÓ de una confabulaci—n, de Ršhm con una potencia extranjera, y fusilarme inadvertidamente".
ÇMe acordŽ entonces de lo que me dijo el hombre que se puso al aparato en la oficina de Ršhm en Munich: "El jefe de Estado Mayor no se halla en este momento en su despacho. Tampoco se espera que hoy vuelva." Era el non plus ultra de la discreci—n. ÇEn aquel œltimo d’a de junio, y durante la primera semana de julio, se produjeron en toda Alemania fusilamientos y asesinatos, pues, apelando a la "necesidad nacional", el asesinato estaba temporalmente permitido. ÇEn Berl’n, Gšring mand— fusilar jefes de la SA en el patio del cuartel de la escuela de cadetes Lichterfelde, en la que Žl mismo hab’a sido tambiŽn cadete. Agentes de la Gestapo se presentaron en el despacho del doctor Klausener, director de "Acci—n cat—lica", y le dieron muerte a tiros. Igual fin hall— Gregor Strasser, a manos de los asesinos de la SS, los cuales, de este modo, tomaron una venganza tard’a por la intriga que aquŽl hab’a urdido, dos a–os antes, en uni—n de Schleicher. El pr’ncipe Augusto Guillermo, el hijo nacionalsocialista del antiguo K‡iser, fue puesto en prisi—n preventiva en su propio castillo. ÇEn Alemania, la gente hu’a por doquier. Entre ellos, Walter Bolchow. Todos mis esfuerzos para ponerme en contacto con Žl hab’an fallado, y empezaba a temer que hubiera corrido la misma suerte que los dem‡s miembros de la oficina de Papen. Sin embargo, el 2 de julio me llam—, de improviso, por telŽfono. [...] Bolchow logr— llegar sano y salvo a Austria. (Cuando le encontrŽ, cuatro a–os m‡s tarde en Viena, era miembro del partido nacionalsocialista y trabajaba en la oficina de propaganda de Papen. Este, en sus memorias, lo califica de esp’a de la Gestapo. Esto no es m‡s que una sospecha. Yo, sin embargo, estoy tan seguro como humanamente es posible, de que Bolchow, en junio y julio de 1934, no era ningœn agente de Himmler.). ÇTambiŽn yo me vi en una situaci—n cr’tica. D’a tras d’a, Hitler y el ministerio de Propaganda promet’an publicar una lista de las personas que hab’an perdido la vida durante la Òlimpieza". Pero la lista no aparec’a. En consecuencia, el 6 de julio decid’ ahorrarle dicho trabajo a Hitler. En una informaci—n, que fue insertada en la portada de mi peri—dico, anunciŽ: "Dado que el canciller del Reich, Hitler, no quiere publicar su lista... he hecho lo que he podido para componer una lista provisional de los muertos. Cuarenta y seis personas fueron liquidadas, como ya se dio a conocer oficialmente. Por lo que he o’do, la autŽntica cifra se eleva actualmente a ciento ocho." Y a continuaci—n ven’a relacionada la lista. ÇEsto fue el final de mi cordial amistad con Hitler. Dos d’as despuŽs de la publicaci—n de la "lista de muertos de DelmerÓ, apareci— un joven alto y rubio, vestido de tweed gris, en mi despacho. - ÀEl se–or Denis Sefton Delmer? -pregunt— en tono inquisitivo. - Yo soy -contestŽ-. ÀEn quŽ puedo servirle? - ÁPolic’a secreta del Estado! Comisario Butzburg (As’, m‡s o menos, o’ el nombre. No sŽ si lo entend’ bien.) -dijo, present‡ndose, el joven; dio un taconazo, se inclin— y al propio tiempo extrajo del bolsillo del pantal—n una chapa de metal que colgaba de una cadena de plata-. Vengo a transmitirle la orden de que abandone el territorio del Reich en el plazo de cuarenta y ocho horas, ya que sus actividades ponen en peligro las amistosas relaciones entre el Reich alem‡n y el Reino Unido. Por favor, tenga usted la amabilidad de firmar este acuse de recibo. ÇEra la primera vez que se me expulsaba de un pa’s. Desde entonces, he sido expulsado de tantos Estados por haber informado la verdad, que ya no me he tomado la molestia de dar a conocer cada caso en mi peri—dico; menos aœn he llevado diario de ello. Pero la primera expulsi—n, en mi carrera de reportero, me enoj— considerablemente. (16) [...] ÇÀY mi bote? ÀY mi proyecto de remar desde Berl’n a Par’s? Part’, en efecto, del lago Havel, despuŽs de haber informado fielmente sobre el fallecimiento de Hindenburg, y de c—mo
Hitler, de esta manera, se convert’a en cabeza suprema del Estado, a–adiendo a sus cargos ya existentes, los plenos poderes del difunto. Pero no lleguŽ m‡s que a la aldea de Schšnebeck, en el Elba. All’, mi bote choc— con un obst‡culo bajo el agua, y se hundi—. ÇNadando, lo empujŽ hasta una peque–a instalaci—n de ba–os, en donde me prometieron que mandar’an repararlo. No sŽ si lo hicieron, pues no volv’ para recogerlo. Y en la actualidad, Schšnebeck se encuentra tras el tel—n de acero. ÇEntre los objetos que perd’ en este naufragio, se hallaba un ejemplar de la rara primera edici—n, sin reducir ni censurar, de las memorias de Ršhm que Žste me hab’a regalado. "Historia de un traidor" rezaba el t’tulo del libro. En la p‡gina del pr—logo, Ršhm hab’a escrito la siguiente dedicatoria: "A Sefton Delmer, con la esperanza de que relatar‡ comprensivamente nuestro movimiento". ÇCreo haberlo hecho.È Aqu’ terminamos con los recuerdos vividos por el reportero, los que nos ha relatado una vez transcurridos alrededor de treinta a–os desde que sucedieron los hechos. Otra persona que fue testigo de los acontecimientos tambiŽn nos ha dejado su experiencia. Se llama Rudolf Jordan. Fue, como le acusar’a Gšring tras los sucesos del 30 de junio, un antiguo amigo de Gregor Strasser, a quien ya se ha citado y se volver‡ a citar. Segœn la autobiograf’a, Rudolf Jordan naci— en el a–o 1902. Como joven profesor de Universidad popular ingresa en el NSDAP en 1925. Con 28 a–os de edad, como activo militante del partido en la oposici—n nacionalsocialista a la Repœblica de Weimar. En 1929 se le aparta del servicio por propaganda nacionalsocialista y ocupa un puesto de diputado en el legislativo parlamentario como representante provincial del NSDAP en las provincias de Hessen-Nassau y Sachsen. A partir de 1931 es "gauleiter en el "Gau" de Halle-Merseburg. En el oto–o de 1933 se convierte en miembro del Reichstag (Parlamento) alem‡n. En el mismo a–o es nombrado Consejero de Estado de Prusia. En 1934 es, a t’tulo honor’fico, "GruppenfŸhrer" de la SA. Sirve en otros varios cargos m‡s tarde y durante la guerra. Al finalizar la II Guerra Mundial, Jordan cae prisionero de los ingleses, cuyo Servicio Secreto intenta sin Žxito incriminarle. Se le entrega a los americanos, cuyo CIC tampoco encuentra base para una acusaci—n a pesar de los numerosos interrogatorios. Entonces se le pone en manos del EjŽrcito rojo (URSS) del cual, naturalmente, se espera una r‡pida condena a muerte. Durante a–os y continuos interrogatorios, se busca un fundamento acusatorio. Finalmente, el 10 de diciembre de 1950 se dicta una sentencia -sin juicio- por lejano Tribunal central del OSSO. Fallo: 25 a–os de privaci—n de libertad. Tras numerosas etapas a travŽs de toda Siberia, se le encuentra lugar bien seguro de encierro en la poblaci—n de Wadimir, 170 Kms. al norte de Moscœ. Se le libera el 13-10-1955 en raz—n de las negociaciones de Adenauer en Moscœ sobre la repatriaci—n de unos 7.000 prisioneros alemanes. Su opœsculo de memorias sobre los sucesos que tratamos se titula "Der 30. Juni 1934 - Die sogenannte "Ršhm-Revolte" und ihre Folgen" publicado por Faksimile-Verlag Wieland Soyka, Bremen 1984. Comienza el primer cap’tulo en la p‡g. 5 con el encabezamiento de "Entre Revoluci—n y Evoluci—n" y Jordan se explica as’: ÇM‡s que en otra cualquier importante fecha del calendario nacionalsocialista, es en los acontecimientos del decisivo d’a del 30 de junio de 1934, donde se pone de manifiesto con mayor claridad el definitivo cambio de direcci—n que va a experimentar la revoluci—n nacionalsocialista en su decadente desarrollo posterior. ÇTambiŽn cuando los antiguos nacionalsocialistas contemplan con mirada cr’tica retrospectiva ese negro d’a, cobra siempre con mayor fuerza un sentido de punto de inflexi—n desastroso en el decurso del acontecer revolucionario.
ÇCualquier investigador contempor‡neo que quiera analizar el problema de Hitler y su tiempo, no podr‡ pasar por alto los antecedentes, el desarrollo y las consecuencias de este suceso que fue mucho m‡s que un acontecimiento de pol’tica interna. ÇLos antecedentes del sangriento drama del 30 de junio de 1934 se remontan mucho m‡s all‡ de la Žpoca anterior a la accesi—n al poder de Hitler. Toman cuerpo por primera vez con ocasi—n del d’a en que Hitler hizo regresar de Bolivia, a donde hab’a ido tras el fracasado putsch de 1923 y donde ocupaba el cargo de instructor militar, al capit‡n de Estado Mayor Ernst Ršhm para encomendarle como jefe de Estado Mayor la jefatura de la SA. Esta llamada tuvo lugar despuŽs del gran triunfo electoral del NSDAP de septiembre de 1930. ÇYa en 1923, como en 1925, la SA se hab’a dado a conocer como organizaci—n militante del Partido bajo la influencia de antiguos oficiales, algo que segœn la voluntad de Hitler no deb’a ocurrir. Aunque en esos a–os ya se hab’a transformado en el "brazo fuerte" del movimiento nacionalsocialista, con un organigrama castrense y una disciplina militar, bajo la jefatura de su nuevo jefe de E.M. Ršhm -un sobresaliente organizador militarexperiment— un considerable auge convirtiŽndose en un factor de poder interno cada vez m‡s insistente. Aunque la SA no representaba en s’ una organizaci—n armada de lucha, su crecimiento imbuido en el esp’ritu de un ejŽrcito pol’tico -anclado en el ideal de la milicia pero en absoluta oposici—n al Estado existente, deb’a conducir con el tiempo inexorablemente a una rivalidad con la Reichswehr (Fuerzas Armadas). Y ello con mayor raz—n cuanto que ya en el a–o 1931 ocupaba el puesto de jefe del Departamento ministerial de la Reichswehr el general von Schleicher. ÇTanto Ršhm como von Schleicher ten’an un marcado car‡cter de personalidad voluntariosa y obstinada. ÇSchleicher era un experto tanto en intrigas pol’ticas como militares y adem‡s un decidido enemigo de Hitler y de su joven y exitoso movimiento. Su meta interna y subrepticia era -y ello, por de pronto, con el asentimiento de Hindenburg- el rechazar el advenimiento del poder pol’tico de Hitler. Apreciaba como el camino m‡s exitoso para alcanzar este fin el de aplicar la divisa de divide et impera abriendo una escisi—n entre el poder ideol—gico y el poder organizativo del NSDAP. Bajo esta perspectiva mantuvo con Par’s y Londres una correspondencia altamente secreta. ÇEn sus informes, enviados tanto a Daladier como al Foreign Office, describ’a la situaci—n de la pol’tica interior de Alemania haciendo Žnfasis en la amenaza peligrosa de Hitler. ÇEn sus despachos propon’a enfrentarse a esta inminente amenaza por medio de la "absorci—n" del ejŽrcito privado de Hitler. Este plan encontraba un favorable eco en su amigo Fran•ois Poncet y un apoyo interno en Žl puesto que encajaba en su concepci—n pol’tica. A la vista del hecho de que el propio jefe alem‡n del Departamento Ministerial de la Reichswehr hab’a asumido la figura de un portavoz contra el inc—modo poder ascendiente de Hitler, Londres y Par’s dieron su aprobaci—n a un refuerzo numŽrico de la Reichswehr de acuerdo con las sugerencias de Schleicher. ÇLa problem‡tica de aquellos d’as se agudizaba aœn m‡s puesto que Ršhm sabiendo de su poder en la pol’tica interna, segu’a unos parecidos planes, pero contrarios a los de la Reichswehr, es decir, pretend’a hacer de la SA la cŽlula de una nueva instituci—n de poder militar. Ršhm se serv’a para conseguir su proyecto de la propia persona de Hitler, cuando en el oto–o de 1931 consigui— anudar una reuni—n entre Hitler y Schleicher. ÇEntretanto Hitler se hab’a convertido en el a–o 1932 en el factor pol’tico m‡s poderoso de Alemania, con un electorado de 13,7 millones, con un partido de m‡s de un mill—n de miembros y una SA compuesta por 400.000 hombres. Con 230 diputados el NSDAP y 89 el KPD (Partido Comunista) en el Reichstag, ambos dispon’an, en su calidad de partidos de la
oposici—n, de m‡s del 50% de todos los mandatos parlamentarios en el Parlamento central del Reich. ÇHoy se da por probado que tanto Daladier como el Foreign Office, a la vista de la situaci—n de Schleicher, presionaban en aquellos d’as para que la Reichswehr se transformara en un gran ejŽrcito miliciano y as’, con esa tipo de organizaci—n, vencer a Hitler en una guerra civil. ÇPor esas mismas fechas se celebra un encuentro entre Schleicher y von Papen cuyo contenido no ha podido todav’a ser aclarado, y en el mismo d’a, el 13 de agosto de 1932, se celebra la hist—rica reuni—n de Hindenburg con Adolf Hitler en la que Hindenburg le ofrece el puesto de vicecanciller, que es rechazado por Hitler. Hitler justific— pœblicamente su rechazo por el hecho de que -como jefe del partido mayoritario- ten’a derecho a ser el jefe de la locomotora en el tren alem‡n y no solamente el fogonero, como socarronamente se le hab’a ofrecido. ÇEl 19 de noviembre tuvo lugar la segunda entrevista entre Hindenburg y Hitler que se continu—, tambiŽn sin resultados, el 21. ÇIncluso no se puede desligar de los intrigantes planes de Schleicher el brusco cese -o bien, expulsi—n- de Gregor Strasser como personaje m‡s influyente en el NSDAP despuŽs de Hitler. ÇSchleicher se hab’a acercado furtivamente tanto al Ministro del Interior del Reich, Dr. Frick, como a Gregor Strasser. El general sugiri— en aquellos d’as a Strasser que ingresara en el gabinete ministerial como vicecanciller. A la vista de que Hitler hab’a rehusado ocupar tal cargo y de que la situaci—n pol’tica se agudizaba cada vez m‡s, Strasser estaba a punto de aceptar la oferta. Tras la renuncia formal, Hitler le desposey— de todos sus cargos pol’ticos y as’ qued— apartado. ÇJunto con su oferta a Strasser, von Schle’cher se hab’a manifestado dispuesto a abonar las deudas del NSDAP y del ÒVšlkischer Beobachter", —rgano central del NSDAP, a cargo de la caja de la Re’chswehr. Pero esta œltima oferta cay— en saco roto. Tras su discurso sobre econom’a que Hitler hab’a sostenido ante los industriales en DŸsseldorf, hab’a conseguido obtener el asenso de tales industriales y con ello su ayuda para superar las dificultades financieras en que se hallaba el partido. DespuŽs de que Schleicher consiguiera llevar a cabo el reforzamiento de la Reichswehr con el consentimiento de Londres y Par’s agitando el argumento del peligro que representaba Hitler, ayud— a arrojar a von Papen de la canciller’a especulando que si Hitler no quer’a sustituirle en el cargo se estar’a obligado a confiarlo a un general acaparando todo el poder ejecutivo. Con ello, se habr’a llegado al momento crucial de la proyectada dictadura militar bajo Schleicher como canciller. Una soluci—n parlamentaria sin Hitler, o contra Žl, no era realista. En consecuencia, s—lo cab’a otra œnica alternativa transitoria, que era la de un gabinete de Schleicher como fase previa a la dictadura militar en preparaci—n y que era considerada como imprescindible. ÇSin embargo, Schleicher s—lo ocup— la canciller’a del 3-12-1932 hasta el 28-1-1933. El proyecto de dictadura militar ya no pod’a ser puesto en pr‡ctica. El poder de Hitler era demasiado grande y su aplazado nombramiento como canciller del Reich ya no pod’a ser evitado segœn las leyes democr‡ticas. ÇCuando el general -totalmente fracasado- se despidi— formalmente el 28 de enero de 1933 de su corto interregno como canciller, le mov’an ya futuros planes sobre los que se manifest— as’ en su alocuci—n: "Si Hitler instaura la dictadura, la Reichswehr ser‡ la dictadura en la dictadura." El hecho de que tanto von Schle’cher como el jefe superior del EjŽrcito, von Hammerstein Equord, intentaran ya el 29-1-1933 ocupar los puestos claves de las Fuerzas Armadas en el nuevo gabinete de Hitler, demuestra hasta que punto estaba
Schleicher dispuesto a realizar sus planes incluso bajo un canciller llamado Hitler. Para su desgracia, sin Žxito. ÇSu capacidad pol’tica no alcanzaba a comprender que un gabinete Hitler era una cosa muy distinta a un consejo de ministros normal y corriente. ÇA pesar de su derrota pol’tica, von Schleicher no abandon— sus intrigas pol’ticas ni siquiera despuŽs del 30 de enero de 1933. Y ahora encuentra inesperadamente -y esto pertenece quiz‡, visto superficialmente, a una de las paradojas no tan extra–as en la vida pol’tica- a un aliado en Ršhm el jefe de E.M. de la SA, cuerpo Žste que dentro de la novedosa situaci—n en que se encontraba, viv’a en un momento de transici—n entre el pensamiento y la acci—n revolucionarias y la actitud evolucionista. ÇComo organizaci—n de lucha del Partido, la SA ten’a el deber, no solamente de luchar por algo, sino tambiŽn de luchar contra algo. Las palabras de Hitler "el terror s—lo se puede, extirpar con el contraterrorÓ le hab’an concedido una sanci—n pol’tica para acreditarse en la lucha contra el enemigo. [ ... ] ÇDesde su creaci—n, la SA se hab’a impuesto como norma principal el combatir a nuestros enemigos de la pol’tica interior. El lema blandido por los antifascistas: "Golpea a los fascistas all’ donde los encuentres" fue el primer desaf’o masivo para una defensa activa ante esa provocadora llamada a la lucha. ÇEl lema de Hitler sobre el "antiterror" hab’a activado a la SA, la hab’a reforzado y hecho m‡s combatiente. Sin la SA, Hitler no hubiera alcanzado el poder. La confesi—n de fe de Hitler expresada en la hist—rica alocuci—n al partido en NŸrnberg fue: "Lo que sois, lo sois por m’ -y lo que yo soy, lo soy por vosotros"-. ÇCuando Hitler llega a la canciller’a, la lucha de la SA en la pol’tica interior debe someterse a la misi—n prioritaria de la edificaci—n del nuevo Estado y por tanto, de alguna manera, hab’a perdido su honda raz—n de existir. DespuŽs del 1933, los trabajadores ex-marxistas hab’an moderado su antagonismo e incluso, a la vista de los Žxitos nacionaIsocialistas, se hab’an callado y otros muchos marchaban enardecidos tras las banderas de la revoluci—n nacionalsocialista. Para la SA, como organizaci—n militante, ya s—lo quedaban muy pocas, o incluso ninguna, misi—n a cumplir. ÇY precisamente cuando la SA llegaba a los 3 millones de hombres, se iba haciendo m‡s patente su inutilidad hasta convertirse en un sentimiento de vac’o. Segœn las disposiciones del dictado de Versalles la Reichswehr s—lo alcanzaba poco m‡s de los 100.000 hombres. Esto hac’a que los negros nubarrones que se cern’an se fueran transformando en tormenta. ÇY justo ahora -primavera de 1933 - Hitler nos llam— a los "gauleiters" a una reuni—n en la Canciller’a del Reich para debatir, con sus huestes revolucionarias, el tema de la revoluci—n. El sentido de su alocuci—n fue el de que tras la revoluci—n consumada, deb’a sucederse inmediatamente una evoluci—n. Advirti— que una locomotora revolucionaria lanzada a toda marcha y que a la m‡xima velocidad, sin freno, se aventure por un desfiladero, acabar’a despe–ada". Inequ’vocamente remarcaba adem‡s que una vez llevada a tŽrmino la revoluci—n Žsta se hab’a concluido y que a partir de ese momento deb’a producirse una evoluci—n normal. El cumplimiento de este proceso hist—rico deb’a ser nuestro destino hist—rico. ÇA los "gauleiters" no nos convenci— Hitler con facilidad - y era muy dif’cil hacerlo dada la situaci—n del Partido y del Estado pero nos convencimos de que en nuestro trabajo diario dentro del partido deb’amos someternos disciplinadamente a esta doctrina adquirida con tantas reticencias, e incluso est‡bamos obligados a ello en interŽs de una tranquila reconstrucci—n de la vida partidista y la de la Naci—n. El problema de la evoluci—n que se
exig’a incid’a de manera negativa en la raz—n de ser de una SA que quedaba desprovista de misiones a cumplir. ÇA la vista de una Reichswehr que aparec’a cada vez m‡s fuerte y prepotente, se hac’a cada vez m‡s evidente la rivalidad entre la SA y la Reichswehr, entre el colectivo de los pardos y el de los grises. El sue–o de muchos altos mandos de la SA, que en gran parte eran antiguos oficiales, era el de servir colectivamente como de cŽlula germinal para crear unas nuevas fuerzas armadas nacionalsocialistas, cosa que evidentemente no pod’a convertirse en realidad. Blomberg, el nuevo Ministro de Defensa, se opon’a tajantemente a una admisi—n colectiva en la Reichswehr de mandos de la SA y ello a pesar de las numerosas presiones ejercidas por Ršhm y tambiŽn por Gšring. Seguramente Hitler sinti— profundamente en su interior esta problem‡tica de su SA a la que deb’a, en no peque–a proporci—n, su poder pol’tico, cuando en diciembre de 1933 nombr— a Ršhm ministro sin cartera del Reich. Pero se puede suponer que en esta designaci—n de Ršhm como ministro, este motivo sentimental no fue el œnico que le movi— a ello. TambiŽn debi— haber influido el deseo de Hitler de hacer a Ršhm part’cipe de un mayor compromiso y responsabilidad hacia el Estado. ÇCuando Hindenburg le nombra Canciller, Hitler le hab’a dado su palabra de que mantendr’a intacta la Reichswehr frente a todos los intentos de efectuar una transformaci—n pol’tica partidista en la misma. Se sent’a, pues, obligado por su promesa. A ello se un’a el que la Reichswehr no estaba bajo la competencia del canciller sino directamente subordinada al Presidente del Reich. Se vislumbraba ya el desarrollo de un principio de enemistad entre la SA y la Reichswehr, entre la SA y la SS y entre la SA y los dirigentes pol’ticos. ÇRšhm no hac’a caso de la situaci—n. Una proclama suya emitida ya en el verano de 1933 contradec’a la decisi—n de Hitler de no prolongar la permanencia de la Revoluci—n nacionalsocialista. Muchas frases de esta proclama se pod’an entender como una respuesta rebelde a la inequ’voca voluntad que hab’a enunciado Hitler. ÇM‡s papista que el Papa, Ršhm proclamaba -aparte de posicionamientos particulares dentro de la SA- cosas como: Ç"Hemos alcanzado una gigantesca victoria, no solamente una sencilla victoria. La evoluci—n de los acontecimientos desde el 30 de enero al 31 de marzo de 1913 no responde al sentido y contenido de la revoluci—n nacionalsocialista. Ç"Que se vaya a su casa aquel que s—lo quiera ser compa–ero en los desfiles de llameantes antorchas y grandiosas paradas entre el golpear de tambores y los amenazadores toques de timbal entre retumbante fanfarria bajo ondeantes estandartes y banderas, aquel que habiendo participado en todo esto cree que ya ha ayudado a hacer la revoluci—n alemana; est‡ confundiendo el "alzamiento nacional" con la Revoluci—n alemana. ÇPor esta raz—n debemos decir fr’a y serenamente lo que sigue a aquellos "camaradas del Partido o similares" que diligente y prestamente se han apoltronado en los sillones de la nueva Alemania, y a aquellos que ya de antes permanecen est‡ticos en sus puestos creyendo que todo est‡ en el mejor orden y que ya hay que licenciar de una vez a la Revoluci—n: Falta todav’a mucho para alcanzar esta meta y mientras la verdadera Alemania nacionalsocialista siga aguardando culminarla no cejar‡ la encarnizada y apasionada lucha de la SA y la SS. Por esta raz—n, la SA y la SS no consienten que se adormezca la revoluci—n alemana o que sea traicionada por los no combatientes en medio de su caminar. No por voluntad propia, sino por la voluntad de Alemania. Ya que el ejŽrcito pardo es el œltimo recurso de la Naci—n, el œltimo basti—n contra el comunismo. Si algunos colegas aburguesados opinan que es suficiente haberle conferido otra apariencia al aparato del Estado, o que la Revoluci—n nacional ya dura demasiado, podr’amos decir que excepcionalmente estamos de acuerdo en
lo œltimo; de hecho es ya el momento de que deba finalizar la revoluci—n nacional y se transforme en Revoluci—n nacionalsocialista. Les guste o no les guste, seguiremos nuestro combate. Cuando por fin puedan entender de quŽ va el asunto iremos junto a ellos, si no quieren, sin ellos, y si fuese necesario, contra ellos". ÇYa entonces, en los c’rculos dirigentes de la SA circulaba de boca en boca el lema de la "segunda revoluci—n". Esto estaba en contradicci—n con las palabras de Hitler, que el 6 de julio de 1933 nos hab’a dicho: "La revoluci—n no es una situaci—n permanente, no debe llegar a ser un sistema de duraci—n indefinida, si no que debe propiciar que el torrente liberado por la revoluci—n pase al seguro lecho de la evoluci—n. Para este fin la educaci—n de la gente es lo principal... El ideario del programa nos obliga a no comportarnos como alocados para derribarlo todo, sino llevar a tŽrmino con Žxito, sabia y prudentemente, nuestra doctrina". ÇEl fin de la revoluci—n, anunciado por Hitler, se confirm— en un acto oficial cuando el Dr. Frick, como Ministro del Interior del Reich, proclam— en su circular el 11 de julio de 1933: EI Sr. Canciller del Reich ha confirmado claramente que se ha concluido la revoluci—n alemana". ÇEn el ‡mbito del Partido, Rudolf Hess, como lugarteniente del FŸhrer, manten’a con claridad el mismo punto de vista cuando escrib’a: "La revoluci—n judeo-liberal francesa se aneg— con la sangre de la guillotina... la revoluci—n judeo-bolchevique (rusa) resuena bajo los millones de alaridos que surgen de las c‡maras sangrientas de las chekas. Ninguna revoluci—n ha hecho su camino tan disciplinadamente como la nacionalsocialista. Nada fastidia m‡s a nuestros adversarios que este hecho". ÇA pesar de todo, Ršhm manten’a una actitud que no coincid’a con la de Hitler. ÇYa el 18 de abril de 1934 ante el cuerpo diplom‡tico y la prensa extranjera, repet’a Ršhm en Berl’n su alegato en favor de la continuidad de la revoluci—n con las siguientes palabras: "ÁNosotros no hemos efectuado una revoluci—n nacional, sino una revoluci—n nacionalsocialista, en la que pretendemos poner Žnfasis en la palabra "socialista"! All’ donde entretanto esas fuerzas puramente nacionales hayan aprendido a introducir en su ideario nacional el sentido socialista y lo apliquen en la pr‡ctica, all’ pueden seguir marchando a nuestro lado. Pero se equivocan tremendamente all’ donde crean que por raz—n de nuestra amistad hacia ellos vamos a ceder ni un ‡pice en nuestra componente socialista. Reacci—n y revoluci—n son enemigos mortales por naturaleza. No existen puentes que conduzcan a uno u otro lado, porque uno excluye al otro. El nuevo rŽgimen alem‡n, con impensada suavidad, al ocupar el poder no ha expulsado con determinaci—n a los mandatarios y sostenedores del viejo y del viej’simo sistema. (17) Hoy se sientan en poltronas de funcionarios, gentes que ni siquiera tienen la m‡s m’nima idea sobre la revoluci—n nacionalsocialista. No les recriminamos que sostengan una convicci—n que con el transcurso del tiempo ha quedado desfasada, aunque no consideramos acertado que en lugar de aplic‡rseles la exclusi—n, se les aplique la igualaci—n. Pero seguro que les romperemos despiadadamente la cerviz en caso de que quieran poner en pr‡ctica sus opiniones reaccionar’as". ÇEstas palabras eran meridianamente claras y produjeron una siempre seria y creciente preocupaci—n. Poco despuŽs de abandonar Alemania la Sociedad de Naciones (septiembre 1933) el general Beck, jefe del E.M. del EjŽrcito, ante la posibilidad de una reacci—n dura de car‡cter militar por parte de Francia, dio a la SA el encargo de alistar a todos los hombres aptos para empu–ar las armas de la zona izquierda del Rhin y en caso de un avance francŽs transportarlas hac’a el Este, a la orilla occidental del Rhin, -todo ello en coordinaci—n con la inspecci—n de la Polic’a Territorial prusiana del Oeste- para crear unas cabezas de puente en
los pasos principales del r’o y defenderlos en su caso contra los franceses. TambiŽn orden— Beck que en caso preciso se dotara de armas a tales unidades. ÇPor aquellos d’as, dejando a un lado los conceptos de Hitler, Ršhm ya pretend’a transitar por caminos propios que, contradictoriamente, recordaban con intensidad las ambiciones de Schleicher al poco de llegar Hitler al poder. En febrero de 1934 se reuni— con el embajador francŽs Fran•ois Poncet y, segœn informaciones reservadas, tambiŽn con el general de brigada Renondeau, agregado militar francŽs en Berl’n, as’ como con el coronel Thorne, agregado militar brit‡nico. En estas conversaciones parece que se trat— sobre un plan de estructurar, junto con la Reichswehr, una milicia de 300.000 hombres. E incluso parece que se fue m‡s lejos, debatiendo una posible alianza militar con Francia e Italia. Estos eran los funestos proyectos de Ršhm sobre los que se interesaba mucho el general Renondeau. Pero evidentemente, estos planes no concordaban con los de Hitler, por lo que Žste se vio obligado a convocar una reuni—n en la que, ante altos mandos de las Fuerzas Armadas y jefes de la SA, proclam— personalmente su programa sobre la pol’tica de Defensa nacional que se basaba en un moderno ejŽrcito motorizado introduciendo el servicio militar obligatorio generalizado. A la SA se le asignaba œnicamente la misi—n de proporcionar instrucci—n pre y pos militar. Hitler, enormemente excitado, exhort— a los presentes a que no le pusieran dificultades en el desenvolvimiento de su proyecto. Una milicia popular era obviamente inadecuada para llevar a buen tŽrmino dicho proyecto. Lo dijo muy claramente: "Es mi decisi—n irrevocable: el ejŽrcito del futuro ser‡ motorizado. ÁQuien se muestre reacio a esta mi hist—rica misi—n de reconstruir las Fuerzas Armadas, a Žse le harŽ a–icos!". ÇEsta intervenci—n de Hitler fue muy criticada por altos jefes de la SA, lo que no qued— oculto al conocimiento de Hitler ni del generalato de la Reichswehr (28 febrero 1934). ÇEl problema se iba agudizando alarmantemente. Tras el discurso de Hitler, se dio rienda suelta a la indignaci—n de muchos jefes de la SA. El entonces "GruppenfŸhrer" de la SA, Lutze, inform— en diversas ocasiones al general von Reichenau de este estado de ‡nimo que se viv’a en los c’rculos de mandos de la SA. Pero el general reenviaba la informaci—n a Hitler y Hess. Cuando se le comunic— a Hitler el efecto que entre los jefes de la SA hab’a causado su intervenci—n, manifest—: "Debemos dejar que el asunto madure." ÇEn una entrevista sostenida por Hitler en marzo de 1934 ya lanz— hacia Ršhm una enŽrgica advertencia. Y este aviso lo repiti— inequ’vocamente poco despuŽs cuando dijo: "Me opondrŽ decididamente a una segunda ola revolucionaria puesto que conducir’a indefectiblemente al caos. Quienquiera que se levante contra la autoridad del Estado ser‡ severamente castigado, cualquiera que sea la actitud que haya tomado". ÇEl d’a 2 de marzo de 1934, Blomberg se queja ante Hitler sobre la guardia armada de la SA. Las relaciones entre la SA y la SS, y sobre todo entre la SA y las Fuerzas Armadas, se van encrespando clara y paulatinamente. ÇEn la discusi—n pol’tica, cada vez se van acentuando m‡s los comentarios y rumores sobre la tendencia homosexual de Ršhm y de muchos de sus jefes SA, sobre todo de los m‡s violentos. Las pomposas apariciones de tales mandos -rodeados de ayudantes y numerosa cohorte- montados en lujosos y aparatosos autom—viles, sus excesos en la bebida durante fiestas sociales, todo ello iba deteriorando la imagen del partido. Nosotros mismos -en los c’rculos de la jefatura pol’tica del Partido- ve’amos cada d’a con mayor claridad como se estaba gestando una situaci—n explosiva que œnicamente podr’a ser reconducida por el mismo Hitler. ÇEn el mes de marzo comienza el juego secreto de la Reichswehr con la SS, as’ como con Gšring y Goebbels. Himmler y Heydrich presentan listas de gente que "un cierto d’a"
deber’an ser detenidas. El jefe supremo de la Gestapo, Gšring, y el "GeneralmajorÓ von Reichenau, aprueban dichas listas. El mismo Blomberg, ministro de Defensa, se declara expl’citamente de acuerdo con el arresto de von Schleicher. ÇEl d’a 11 de abril de 1934, en estrecha comunidad de pareceres con Blomberg, Fritsch y Raeder (el Almirante), parece que Hitler manifest— tajantemente a bordo del crucero "Deutschland" que Žl ve’a en la Reichswehr, o alternativamente en la Wehrmacht (18) al œnico portador de armas de la Naci—n. Por tanto, esta declaraci—n se hac’a en un lugar donde no deb’a temerse la presencia de escuchas de la SA. Sin embargo, para la Reichswehr eso s—lo eran palabras que deb’an transformarse en hechos. ÇEn la primavera de 1934, Ršhm visita demostrativamente a Gregor Strasser que estaba desterrado desde noviembre de 1932. Con todo ello, se aceleran los acontecimientos. ÇDurante una visita que hace Hitler a Italia el 14 de junio de 1934, Mussolini le se–ala la potencia del ejŽrcito francŽs y su enemistad con Alemania. A su regreso de Italia, Hitler comenta en el aeropuerto de Tempelhof: "Con la letan’a de la "segunda revoluci—n" la SA me aparta de todos los elementos sensatos en Alemania -yo no soy un Lenin. ÁLo que quiero es orden!". ÇEn la consiguiente visita a Hindenburg, Žste le previene con profunda inquietud contra el general von Schleicher y sus planes secretos, as’ como, muy seriamente, frente a Ršhm. Hindenburg le aconseja compulsivamente a Hitler que "ponga orden en su casa". ÇEsta entrevista en Neudeck (el 21-6-1934) debi— ser decisiva para que Hitler tomara una decisi—n. La visita que al mismo tiempo realiz— el Ministro de Defensa von Blomberg en Neudeck no se puede valorar como pura casualidad. Porque all’ mismo, Blomberg indic— al Canciller Hitler que deber’a disponer lo conveniente para lograr una r‡pida distensi—n porque en caso contrario el Presidente del Reich declarar’a el estado de excepci—n y conferir’a a la Reichswehr los correspondientes plenos poderes. Esto ya no se limitaba a ser una amenaza, era un ultim‡tum que ya no pod’a ser eludido por Hitler, como canciller del Reich. La tensi—n se hizo insoportable. Se jugaba el todo. (19) ÇHess y Gšring se declaraban pœblicamente contra los planes de una "segunda revoluci—n". ÇEl 25 de junio de 1934, Hitler era informado por Schacht que desde su moratoria, las reservas de oro del Banco Central del Reich han descendido desde 925 millones a cerca de 150 millones. El mandato m‡s urgente del momento deb’a ser la consolidaci—n de la situaci—n interna de Alemania. ÇEn la tarde del mismo d’a, el mando de la SA celebra la œltima recepci—n oficial a la prominencia berlinesa en la calle Standarten de Berl’n. El mismo Ršhm como anfitri—n, est‡ ausente, siendo representado por el "GruppenfŸhrer" van Detten. ÇY tambiŽn el mismo d’a, el general von Reichenau hab’a dado las oportunas instrucciones a la Federaci—n del Reich de Oficiales Alemanes para que se expulsara a Ršhm de las filas de dicha asociaci—n. ÇEntretanto, el 27 de junio, el mando de la Reichswehr, manteniŽndose muy diplom‡ticamente en un segundo plano, hab’a incitado a Hitler a tomar y adoptar decisiones. Hitler distribuy— entre Žl mismo y Gšring las misiones a cumplir en caso de eventuales medidas. Hitler se ocupar’a de Wesee, Gšring de Berl’n. En Wesee se hab’a convocado por Ršhm para el 30 de junio de 1934, una asamblea para mandos de la SA. El d’a 28 de junio se declaraba dentro de la Reichswehr el estado de alerta. El 29 de junio, Hitler asiste como invitado a la boda del "gauleiterÓ Terboven en la ciudad de Essen. ÇEl mariscal de campo von Kleist, que en aquel tiempo (1934) era el comandante en jefe de la Regi—n Militar de Breslau, declar— ante el Tribunal aliado de Nuremberg que Žl ya hab’a recibido el 24 de junio una orden del jefe de la direcci—n del EjŽrcito, orden‡ndole poner en
alerta a sus fuerzas contra un ataque por parte de la SA. Al d’a siguiente de recibir tal orden, el 28 de junio, Kleist hace llamar ante s’ al "GruppenfŸhrer" SA, Heines, y le advierte de la situaci—n. Segœn la declaraci—n de von Kleist, Heines le da su palabra de no planear ataque alguno contra la Reichswehr. En la noche del 28 de junio, Heines llama a von Kleist y le comunica que la Reichswehr est‡ en estado de alarma en todo el Reich. Y que se dirige inmediatamente a Munich en avi—n para hablar con Ršhm. En consecuencia, el mismo Kleist vuela a Berl’n para informar a Fritsch y al general Beck del caso. ÇTodo lo que a partir de este momento va sucediendo es la obra de las 24 horas m‡s intensas y pre–adas de un destino cara al futuro. ÇEn la parte occidental de Alemania, durante su visita al "gauleiter Terboven, Hitler habr’a recibido un mensaje que proceder’a del servicio secreto del Ministerio del Reich inform‡ndole de que se hab’a encontrado una orden "para tomar las armas". La autenticidad de este mensaje todav’a se discute. A la "Abwehr" (Servicio Secreto militar) se la ten’a como una de las fuerzas directivas de la Reichswehr en el sentido de impulsar a que Hitler tomara pronto decisiones. El momento de reflexionar sobre la toma de decisiones hab’a finalizado en Godesberg. Era un s‡bado, d’a que Hitler prefiri— para su golpe por sorpresa. ÇA primera horas del alba, Hitler vuela hacia Munich. En Munich -como capital del Movimiento- la SA ya hab’a sido alarmada por medio de octavillas y movida a ocupar las calles. Nadie sabe quien dio esa presunta orden. El "gauleiter" y ministro de Estado Wagner toma la iniciativa y ordena el arresto de los jefes de la SA, Schneidhuber y Schmid, responsables para Munich, y retenerlos en Stadelheim. El propio Hitler arranca a ambos jefes de la SA las charreteras del uniforme. A continuaci—n se desplaza hacia Bad Wessee junto con un personal y reducido acompa–amiento de un comando de servicios especiales, lugar donde Ršhm hab’a reunido a los jefes de la SA. ÇEl propio Hitler ordena a los SS que cerquen el Hotel Hanselmann -local de reuni—n de la SA- y penetra en el mismo acompa–ado de unos pocos hombres de la SS, procediendo a detener a Ršhm y a los dem‡s jefes de la SA que en parte estaban durmiendo. Por el camino, de regreso a Munich, van reteniendo a otros jefes de la SA que se encontraban camino de la asamblea, haciŽndoles bajar de sus coches y procediendo a su arresto. ÇEn ese d’a fueron ya pasadas por las armas seis personas. Las noticias de la radio al mediod’a informaban ya a la sorprendida poblaci—n alemana de los fusilamientos, dando incluso los nombres de los fusilados: ÇSchneidhuber, Munich; Hayn Dresde; Heines, Breslau; Schmidt, Munich; von Heidebrek, Stettin; y el "StandartenfŸhrer" Graf Spretti, ayudante personal de Ršhm ÇTambiŽn yo, igualmente asombrado que el resto de los alemanes, escuchŽ la inesperada y sensacional noticia. Hasta algunas horas despuŽs no se recibi— en la Jefatura Regional ("GauÓ) el telegrama informando de la situaci—n sobrevenida. Con el sello de la mayor urgencia, comienza en Alemania la bœsqueda de renombrados jefes de la SA. ÇEntre aquellos que se ordenaba su bœsqueda se encontraba el nombre del "GruppenfŸhrer" SchragmŸller, responsable de la SA en mi zona. Una indiscreci—n me permiti— saber que detr‡s del nombre se hab’a indicado lo siguiente: "Debe traslad‡rsele a Berl’n, vivo o muerto." ÇLas prisiones se llenan de mandos de la SA ocupando todo tipo de cargos. Casi todos los cargos medios de mi zona se encontraban en prisi—n. Su captura fue un excelente trabajo de la polic’a. ÇEntretanto, los consejos de guerra sumar’simos ordenados por Gšring hab’an comenzado a realizar su horrible trabajo. Su resultado son sentencias de muerte en cadena. Su cumplimiento se efectœa inmediatamente despuŽs del fallo. La mayor’a de los condenados
son pasados por las armas en el cuartel de Lichterfelde. Muchos de los jefes SA condenados no tienen ni siquiera tiempo de presentar una defensa frente a la acusaci—n. Algunos de ellos comparecen ante el pelot—n de fusilamiento en la falsa creencia de que ha estallado la revuelta de la SS -cuyas v’ctimas ser’an ellos- y murieron bajo las balas de sus propios camaradas al grito de "Heil Hitler". ÇEs la primera acci—n estatal de ejecuciones bajo la canciller’a de Hitler, y se dirigi— contra hombres de sus propias filas. ÇEn la capital del "Gau" de mi jefatura, HallŽ a.d.S., estas noticias sobre tales espantosos sucesos produjeron una excitaci—n inenarrable. La gente se sentaba ante la radio en temerosa espera de nuevas noticias. En los locales de esparcimiento se discute vivamente sobre los acontecimientos. En la reuniones de gente conservadora, el Òleit motiv" de las intervenciones es: "S’, s’, la revoluci—n devora a sus propios hijos. Seguro que Jordan tambiŽn est‡ entre ellos." ÇGentes con el ‡nimo excitado propalaban falsas y alarmantes noticias sobre una acci—n de la SA sobre Halle. Yo mismo me encontraba entonces en el Hotel "Goldene Kugel" que me serv’a de alojamiento, en una sala de conferencias rodeado de los correspondientes jefes de la SS y de la polic’a, inform‡ndome sobre la marcha de los acontecimientos en mi zona por medio de mensajeros policiales y del partido. Ya a las pocas horas de haberse difundido las primeras noticias vinieron al hotel viejos compadres y valentones del Partido para ofrecerse a m’ en esas dif’ciles horas para lo que hiciera falta. Incluso acudieron algunos de los antiguos combatientes de los viejos d’as de lucha pero que en el entretanto, hab’an sido expulsados del Partido por alguna falta y se ofrec’an para servir "bajo la bandera" en las horas de apuro. ÇYo mismo -que en los duros primeros d’as de lucha del Partido hab’a sido un miembro de la SA- pertenec’a todav’a a dicho cuerpo como jefe honorario con el rango de un SA"GruppenfŸhrer". Por esta causa me llegaban todav’a m‡s al coraz—n estos tr‡gicos sucesos. Al anochecer del 30 de junio, se nos inform— de fuente no identificada que la SA se reun’a en la Radrennplatz de Halle, despuŽs de haber sido puesta secretamente en estado de alarma. Ni siquiera hab’amos o’do insinuaciones al respecto. Por ello me quise asegurar de la realidad de una tal informaci—n que personalmente en mi interior no me cre’a. As’, acompa–ado por el jefe local de la SS y algunos miembros armados que se encontraban de guardia en el bar "Horch" frente al hotel, cogimos un coche y a toda velocidad, con los SS subidos en los estribos protegiŽndome, nos dirigimos a Rad- Rennbahn. ÇLlegados al lugar, de inmediato nos dimos cuenta que -como era previsible - todo hab’a sido un infundio propagado quiz‡ por la fantas’a de gente nerviosa o quiz‡ tambiŽn conscientemente por algœn enemigo. Y los rumores no eran escasos en aquellos d’as. ÇPor cierto que uno de esos rumores se esparci— pocos minutos despuŽs de mi desacostumbrada marcha en auto flanqueado por los SS de protecci—n. A los paseantes que en gran nœmero curioseaban frente al hotel, no les pas— desapercibido mi llamativo paso y ya sea por un efecto subjetivo-voluntario, o bien subjetivo-involuntario, se propal— por la ciudad la sensacional noticia de que yo hab’a sido asaltado por sorpresa por los SS del hotel, arrestado, y poco despuŽs fusilado en las afueras de la ciudad. Al anochecer del mismo d’a, pude ponerme en contacto telef—nico con los departamentos oficiales del Ògau" informando de la insensatez del rumor. ÇFue la primera vez que en el transcurso de mi vida pol’tica se me dio por muerto. Pero despuŽs me ha sucedido otras veces. [ ... ] ÇDespuŽs de que en la noche del 30 de junio al 1 de julio no pudimos descansar pr‡cticamente ni una hora, pasamos el segundo d’a de los sangrientos y espantosos sucesos
en expectante situaci—n de retŽn de guardia -era domingo- y en plena ansiedad en espera de los sucesivos partes sobre el complejo total de los acontecimientos. ÇEl 10 de julio, el diario ÒVšlkischer Beobachter" informaba como balance final sangriento: "Fueron fusilados: 19 altos mandos de la SA y 31 jefes SA y personas civiles que se resistieron al arresto, 5 camaradas del Partido, entre ellos el jefe del E.M. de la SA, Ršhm, y el general von Schleicher." ÇRšhm fue fusilado el œltimo, a las 18 horas del 1 de julio, en su celda, por mano de altos mandos de la SS, despuŽs de que hubiera rechazado la invitaci—n a suicidarse. ÇVon Schleicher fue muerto junto a su esposa cuando intent— resistirse a la detenci—n. ÇTambiŽn Gregor Strasser se encontr— entre los muertos de aquel 30 de junio de 1934. Fue cruelmente asesinado en su celda poco despuŽs de su ingreso en los calabozos de la calle Prinz Albrecht. ÇA medianoche de los d’as 1 al 2 de julio, Hitler imparti— la orden de cesar todas las ejecuciones. ÇPara muchos jefes de la SA encerrados en las prisiones, esta noticia se transform— sobre todo en la elemental sensaci—n de salvarse de la prevista inmediata ejecuci—n. Pero no la liberaci—n de un duro v’a crucis. ÇDentro del ‡mbito de mi "gau" no se produjo alteraci—n alguna que fuera consecuencia de los sangrientos acaecimientos que ni de lejos pudieran relacionarse con una revuelta de la SA. Las unidades de la SA fueron sorprendidas por los sœbitos acontecimientos, al igual que lo fue el Partido y la poblaci—n. ÇEl centro de mando del fusilado "GruppenfŸhrer" SchragmŸller, que era el jefe responsable de la SA en mi regi—n, no se encontraba dentro de la misma, sino fuera, en la ciudad de Magdeburg. ÇIncluso durante todas estas alarmantes informaciones, no apareci— reacci—n alguna que permitiera sospechar que hubiera part’cipes en alguna conjuraci—n. La prensa public— abundante informaci—n relacionada con el tema, casi siempre desde el punto de vista de pol’tica interna, pero en realidad la poblaci—n permaneci— ignorante de las razones œltimas de lo acontecido. ÇAlemania se hab’a encontrado en v’speras de una guerra civil. Esta fue la impresi—n b‡sica que tuvieron la mayor’a de los alemanes. El combate que hubiera sostenido la SA con la Reichswehr hubiera costado la sangre de miles de personas en ambos bandos. Esta fue la acepci—n general en las mentes. Hitler, en el œltimo instante, pudo salvar la paz interior del pa’s por medio de unos sangrientos juicios sumar’simos de los que no excluy— ni a sus hasta entonces camaradas de lucha, y adem‡s incluso arriesgando su propia persona en la acci—n. ÇCon estos tranquilizantes pensamientos se calmaban las apasionadas discusiones y se regresaba a la vida corriente de cada d’a. Sobre la resonancia de los sucesos de junio en el extranjero, nosotros supimos muy poco -como todos los dem‡s alemanes de la Žpoca- a cuenta gotas y con la opini—n pœblica dirigida. ÇLa primera toma de posici—n de importancia sobre los sucesos fueron los telegramas oficiales de elogio que el anciano Presidente del Reich, von Hindenburg, envi— a Hitler y a Gšring en los que, en su calidad de hŽroe imparcial, expresaba su reconocimiento y agradecimiento. ÇYa el mismo d’a 2, pr‡cticamente todos los diarios alemanes publicaban un comunicado oficial de la DNB (20) con el siguiente texto: "El presidente Hindenburg, desde su residencia de Neudeck, ha enviado en el d’a de hoy el siguiente telegrama al canciller del Reich, Hitler: Segœn las informaciones a m’ llegadas, puedo apreciar que con su enŽrgica actuaci—n y arriesgando incluso su propia vida, ha logrado Vd. ahogar en germen todas las
maquinaciones de alta traici—n. Usted ha salvado al pueblo alem‡n de un gran peligro. Por ello le expreso m’ m‡s profundo agradecimiento y mi m‡s sincero reconocimiento. Con los mejores saludos, firmado von Hindenburg." ÇEse mismo d’a, el propio von Hindenburg enviaba a Hermann Gšring, el tan celoso jefe superior de los juicios sumar’simos, un mensaje con "saludos de camarada" y en cuyo texto le expresaba "su agradecimiento y reconocimiento". Esta fue la bendici—n la m‡s alta bendici—n que se pod’a otorgar a los sucesos. Y ciertamente, produjo su efecto antes de que Hitler expusiera ante el Parlamento (Reichstag) su informe de rendici—n de cuentas. ÇEn la reuni—n extraordinaria del Consejo de Ministros del Reich celebrada el 3 de julio de 1934, el ministro del EjŽrcito, von Blomberg, expres— a Hitler el especial agradecimiento de la Reichswehr. Todas las medidas extraordinarias tomadas el 30 de junio y el 1 de julio, que en un primer momento se asemejaban estremecedoramente a un sanguinario tribunal revolucionario, encontraron el reconocimiento y el agradecimiento de las m‡s altas autoridades y fueron declaradas legalmente como "justas". ÇEl 13 de julio de 1934 fue convocado el Reichstag. El œnico punto del d’a consist’a en presentar un informe del Canciller del Reich sobre lo acaecido el 30 de junio. ÇYo no olvidarŽ nunca el estado de ‡nimo de enorme ansiedad y agitada tensi—n que embargaba a los diputados congregados en la —pera Kroll de Berl’n. ÒÀQuien ha sido finalmente fusilado? ÀCuantos en total? DespuŽs de cada pregunta, no faltaba la coletilla "ÀY por quŽ causa?". Mientras unos pocos mandos de la SA que hab’an sido excarcelados, se juntaban confusos y silenciosos en un segundo plano y s—lo con reticencias quer’an explicar sus avatares, algunos jefes de la SS que hab’an tomado personalmente parte en la acci—n aparec’an conscientes de s’ mismos y rodeados de curiosos. ÇA todos los dem‡s diputados, despuŽs de casi dos semanas, se les notaba el aturdimiento an’mico que no hab’an podido superar todav’a. Ni yo mismo sab’a con exactitud quien de los antiguos diputados se encontraba entre las v’ctimas del 30 de junio. DespuŽs de que la mayor’a de los diputados ocuparan sus esca–os, escrutamos atentamente las hileras de asientos. Algunos estaban vac’os -asientos de muertos o detenidos-. Suenan en el exterior del edificio los sones de la marcha "Badenweiler". Al poco entra Hitler en el hemiciclo con cara muy seria. Esta vez el congreso le saluda en silencio con el brazo en alto. Gšring abre la sesi—n. Y despuŽs habla Hitler. Como de costumbre, despuŽs de un exordio, entra de lleno en el nœcleo del asunto trat‡ndolo tanto desde el punto de vista objetivo como subjetivo sobre su tesis "la evoluci—n que debe sustituir a la revoluci—n" que es convergente con el problema de la pol’tica mundial. En el nœcleo de su visi—n se ha de considerar a la Reichswehr, asumida intacta el 30 de junio, como la organizaci—n armada del pueblo. Se remite expl’citamente a la palabra que le dio anteriormente al presidente del Reich: "ÁMi promesa de conservar las Fuerzas Armadas como instrumento apol’tico del Reich es para m’ de obligatorio cumplimiento por convencimiento interno y por la palabra dada!" ÇHitler esboza despuŽs, entre un sepulcral silencio del hemiciclo, el proyectado ataque contra esa pol’tica en el que se hab’an confabulado Ršhm y Schleicher. Hitler describi— minuciosamente el peligro de una guerra civil que con el comienzo de ese nefasto y traicionero acuerdo se habr’a provocado y que pudo ser evitada solamente en el œltimo minuto y con el empleo de medios extraordinarios. Ç"A finales de junio estaba decidido a acabar con ese inaguantable proceso y, por cierto, antes de que la sangre de diez mil inocentes tuvieran que sellar la cat‡strofe." ÇA continuaci—n detall— las medidas tomadas. Hitler comunic— el nœmero de ejecuciones llevadas a cabo durante la acci—n de emergencia (como sigue):
Ç15 altos jefes de la SA, 31 jefes SA como copart’cipes en el complot, 13 jefes SA y personas civiles que intentaron ofrecer resistencia al querer detenerlos, todos ellos tuvieron que perder la vida. Cinco camaradas del Partido, pero no de la SA, fueron ejecutados por participar. Y finalmente fueron fusilados tres miembros de la SS que se hicieron culpables de vergonzosos malos tratos sobre los prisioneros preventivos a su cargo." ÇEl mismo Hitler debi— comprender cual era el criterio m‡s relevante que se habr’a desarrollado en la conciencia mundial respecto a su actuaci—n cuando en el curso de su intervenci—n dijo Žnfasis: Ç"SÁ alguien me plantea el reproche de por quŽ raz—n no se dej— el enjuiciamiento a los tribunales ordinarios, a Žse s—lo le puedo decir que -y aqu’ lleg— al punto culminante de su ces‡rica proclama- "en ese momento yo era el responsable del destino de la Naci—n alemana, y por ello en esas 24 horas era yo mismo el magistrado supremo del pueblo alem‡n. En todos los tiempos se ha procedido a diezmar a las unidades sublevadas a fin de restablecer el orden. Solamente un Estado no hizo uso de su articulado legal de guerra: ÁY ese Estado se hundi— por ello: Alemania! Yo no he querido que el naciente Reich siguiera el destino del viejo." ÇRet—ricamente, este fue el p‡rrafo m‡s destacado de Hitler, pero pol’ticamente el m‡s dŽbil. En aquel momento, a m’ me llegaron a convencer esas frases. Hoy, mantengo el siguiente punto de vista: hubiera sido mucho m‡s justo que por medio de una instrucci—n profundamente indagatoria se hubiera sacado a la luz la realidad del trasfondo del 30 de junio, hoy todav’a ambiguo. [ ... ] ÇTanto a nosotros como a la masa del pueblo alem‡n, en ese momento se nos aparec’a Hitler como la encarnaci—n del salvador. Millones de personas le agradec’an internamente su viril y despiadada actuaci—n. TambiŽn nosotros, los parlamentarios, abandonamos el Reichstag, la Kroll-Oper, con el sentimiento de un mudo pero interior agradecimiento. ÇCon estas l’neas, he expuesto en primer lugar el desarrollo cronol—gico de la primera gran crisis del Estado nacionalsocialista de Hitler desde mis propias vivencias pol’ticas. Sobre la significaci—n interna de esta crisis y su violenta finalizaci—n por Hitler, habr’a que escribir una enciclopedia pol’tica para poder apreciar el giro decisivo que se vivi— iniciando el posterior desenvolvimiento y el futuro del Reich nacionalsocialista. ÇPersonalmente considero que no es una exageraci—n si expreso aqu’ mi opini—n de que en el desarrollo paulatino desde el nacionalsocialismo al hitlerismo, la fecha del 30 de junio constituye la ra’z del mismo y con ello pasa a ser la fecha propiamente decisiva de la revoluci—n nacionalsocialista. [...] ÇLas primeras semanas despuŽs de los sangrientos sucesos s—lo aparec’an espor‡dicamente en el paisaje alem‡n hombres uniformados. Todav’a no se hab’a superado el trauma. La primera consecuencia visible fue un tremendo shock masivo que se extendi— hasta las m‡s peque–as unidades de esa organizaci—n de la SA compuesta de 3 millones de miembros. ÇY aunque es cierto que en los a–os posteriores ondearon nuevamente en las tierras alemanas los estandartes de la SA y resonaron de nuevo sobre el asfalto las botas de las columnas en marcha de la SA, este shock no se extingui— jam‡s completamente de los corazones de los SA. ÇEl segundo gran vencedor del 30 de junio (el primero hab’a sido Heinrich Himmler, segœn Jordan) fue sin duda alguna el mando superior de la Wehrmacht, el generalato. El pensamiento militar vive entonces su auge y cuando tras la muerte de Hindenburg se convierte Hitler en el m‡ximo se–or de la guerra, comienza a fascinar cada vez m‡s la concepci—n de Hitler sobre la cuesti—n militar. [ ... ]
ÇEl 30 de junio se pusieron las bases para desviar la revoluci—n nacionalsocialista de su camino inicial y llevarla al cepo montado por esas potencias que hab’an prometido su venganza reaccionaria. Esto lo confirman algunos testigos coet‡neos de los acontecimientos, hasta ahora poco tenidos en cuenta. ÇEl Dr. Otto Strasser, antiguo nacional socialista y despuŽs, poco antes de 1933, decisivo adversario de Hitler -y adem‡s hermano de Gregor Strasser, ex jefe de la organizaci—n nacional del NSDAP y asesinado el 30 de junio de 1934- escribi— en su libro Die "Dritte Front", Zurich-Praga-Bruselas (7a edici—n), p‡g.200 (escrito en la emigraci—n): "En estos casos debe preponderar equilibradamente la jœsticia,y la verdad, aœn cuando se conceda que Adolf Hitler y la mayor’a de los m‡s influyentes hombres de Estado y del Partido quisieran real y sinceramente la paz, tal c—mo la quiere la gran mayor’a del pueblo alem‡n (como cada pueblo). Pero no se trata de eso. La m‡s elemental reflexi—n nos muestra que tambiŽn en 1914 ni Guillermo II (Emperador de Alemania) ni la mayor’a de los hombres de Estado alemanes y extranjeros, por no mencionar a los pueblos, quer’an la guerra. ÀCu‡ndo se llegar‡ a comprender que la Historia no es obra de "perversas" personas y que en su caminar no son de aplicaci—n necesaria las leyes de la l—gica? ÀAlguien puede creer que Hitler quiso la matanza del 30 de junio? En aquel tiempo, cuando Hitler escribi— a Ršhm el 31 de diciembre de 1933 aquella carta tan conmovedora y desbordante, estaba siendo tan sincero subjetivamente como el 1 de julio de 1934 cuando llev— a cabo la infame profanaci—n de muerte sobre el mismo Ršhm. Pero la fuerza que ejerc’a su situaci—n, creada por la din‡mica de las circunstancias, su propio car‡cter y sus "amigos" (sobre todo Gšring) no le permit’an actuar de otro modo. Y lo mismo le ocurre con la guerra". ÇLo que el Dr. Strasser quiere expresar en estas mesuradas palabras responde totalmente a la experiencia hist—rica general de que en el transcurso y aplicaci—n de una revoluci—n es un hecho cierto de que no existe, ni puede existir, un manual directriz al que atenerse estrictamente, pero s’ que existe un director de orquesta entre las multiformes fuerzas que tienen lemas distintos: unos para otros, todos juntos o tambiŽn los unos contra los otros. ÇEn su libro "Die Reichswehr und der Ršhm-Putsch" (MŸnchen-Wien 1962) el ex jefe de la SA, Bennecke, dice en la p‡gina 68 lo que sigue, por cierto con palabras suaves pero inequ’vocas: ÒToda revoluci—n s—lo puede tener seguridad en su triunfo cuando ha creado un ejŽrcito de entre sus propias filas. Esta experiencia hist—rica no le habr‡ sido desconocida al jefe del partido revolucionario nacionalsocialista. Por lo tanto, no hubiera sido natural que ya desde un principio no hubiera considerado a sus batallones de asalto (SA), creados en un principio para otros fines, como la cŽlula germinativa, o al menos como el punto inicial, de la formaci—n de un ejŽrcito nacionalsocialista. En tales proyectos a largo plazo, seguramente hab’a estado de acuerdo con el mismo organizador de la SA". ÇPor el lado del EjŽrcito, escribe el general Hermann Foertsch en su libro "Schuld und VerhŠngnis" (Stuttgart 1951) p‡g. 41: "La Reichswehr ve’a en la exclusi—n del c’rculo en torno a Ršhm -y esto es decisivo en este contexto- la eliminaci—n de un amenazante peligro contra ella. Entendi— las duras intervenciones de Hitler como un claro posicionamiento en favor de los militares y as’ pas— por alto la tremenda infracci—n legal que subyac’a en todo el mŽtodo." ÇEn fin, tambiŽn Trotzky, el fundador del EjŽrcito Rojo, tiene raz—n cuando en el p‡rrafo en que expone su pensamiento sobre la revoluci—n, dice: "No hay duda de que el destino de cualquier revoluci—n se decide en un determinado momento con el cambio repentino del estado de ‡nimo del EjŽrcito." ÇCasi, casi, el 30 de junio de 1934 podr’a ser la concreci—n emp’rica de estas experiencia hist—rica.
ÇEl que quiera contemplar con correcci—n hist—rica el "putsch de RšhmÓ, debe tener en cuenta que en aquel tiempo la Reichswehr y la SA se enfrentaban en una lucha sin cuartel por su propia supervivencia. Como canciller del Reich, Hitler fue el hombre decisivo que ten’a que dar la respuesta hist—rica. Y la dio, tanto para salvar al reciŽn creado III Reich, como a s’ mismo y al Movimiento de acaudillaba, en el sentido de favorecer a la Reichswehr y en perjuicio de la SA, e incluso tambiŽn en perjuicio del Movimiento y su Revoluci—n. ÇFue el historiador inglŽs David Irving el que en su obra "Hitler und seine Feldherren" dio a mi propia opini—n una impronta hist—rica al escribir: "En general, el enojo de Hitler hacia sus desobedientes generales que le robaban el tiempo con sus especiosos argumentos, no conoc’a l’mites (durante la II Guerra Mundial). Comenz— a preguntarse si no habr’a matado al falso cerdo el 30 de junio de 1934; si no ser’a cierto que con la depuraci—n de la SA, subsiguiente al putsch de Ršhm, no habr’a dejado caer de la mano una tropa acreditada en tiempos de lucha. Una tropa imbuida de un esp’ritu que se distanciaba de manera tan penetrante del de sus generales". ÇEste punto de vista, que influy— inadvertidamente en Hitler en los d’as decisivos de la guerra, debe ser considerado simult‡neamente como fundamental para una valoraci—n hist—rica del III Reich. El 30 de junio de 1934 no es solamente la gran fractura en la historia del nacionalsocialismo, sino tambiŽn en la historia de Alemania e incluso de Europa y del Mundo. ÇLas grandes cat‡strofes en la historia de Alemania ten’an su origen causal en la voluntad autodestructiva del pueblo alem‡n. No olvidemos que la traici—n no es ninguna singularidad en la historia alemana, En el gran combate que la Naci—n alemana, dirigida por Hitler, sostuvo en 1939-45 por su destino, junto a una inigualable y heroica lucha en el frente y en la retaguardia apareci— dicha traici—n, incluso con m‡scara militar predominante. ÇEscribir todo esto en mi vejez, despuŽs de pasado medio siglo de los acontecimientos hist—ricos narrados, se me hace a m’, como testigo presencial, algo as’ como una obligaci—n, aunque sea impopular. Una obligaci—n tanto hist—rica como pol’tica en medio de tantos falsos trabajos acomodados al momento pol’tico en que se escriben o bien basados en el desconocimiento de esa fecha decisiva. H‡gase que el amor a la verdad, sea cuando sea que aparezca, conduzca al conocimiento de la verdad de los hechos hist—ricos para que con ello pueda crecer una Alemania de nuevo unida y en paz, surgiendo de una nueva conciencia hist—ricaÈ. FJ. Max Domarus, ha recogido en una voluminosa obra los discursos, comunicados, cartas, escritos, alocuciones, etc. procedentes de Adolf Hitler y sus camaradas, o dirigidos a ellos, de un per’odo de tiempo que va desde el a–o 1932 al 1945. Aqu’ se intentar‡ recoger aquella parte de la obra que haga alusi—n al tema de que se trata. TambiŽn el contenido del discurso del 13 de julio, al que tambiŽn se refiere Jordan. La reproducci—n de los p‡rrafos se intentar‡ efectuar de la forma m‡s escueta posible y aquellos pasajes que repitan situaciones o interpretaciones ya conocidas se procurar‡n obviar. El Dr. Max Domarus, nacido en 1911 es (o era) director de archivos; estudi— pedagog’a, filosof’a, historia y historia del arte. En el a–o 1932 ya empez— a recoger todas las manifestaciones pœblicas, discursos, proclamas, interviœs y cartas de Hitler con la idea de conservarlos por su valor hist—rico. La obra se titula "Hitler. Discursos 1932 a 1945. Comentado por un alem‡n coet‡neoÓ en varios tomos. El primero se titula "El triunfo 1932-1934 (primera parte) y lo edita R.Lšwit, Wiesbaden, 1973. Una nota en la sobrecubierta posterior dice textualmente: "Lo decisivo de esta publicaci—n, segœn juicios convergentes de profesionales, son los justos y expertos comentarios del autor." Desde la modestia, perm’tasenos disentir de esta ilustre opini—n y
pensar que lo decisivo son los textos recogidos de los protagonistas y la relaci—n del devenir hist—rico; los comentarios, muchos de ellos sesgados, no son, a nuestro parecer, mas que posicionamientos subjetivos del autor. Y esto vale para la generalidad de los trabajos. P‡g. 343: ÇResumen introductorio del a–o 1934: Hitler entra en el a–o 1934 con menos alegr’a triunfadora de lo que se pod’a deducir de los Žxitos obtenidos en 1933. Le preocupa la sucesi—n de Hindenburg. Era casi seguro que el presidente del Reich, con sus 86 a–os de edad, no sobreviviera el a–o 1934. Y mismamente claro para Hitler era que s—lo Žl pod’a ser el sucesor. ÇMirado superficialmente, no era muy comprensible la preocupaci—n de Hitler en este sentido. En la Ley de atribuci—n de poderes del 23, o bien del 24 de marzo de 1933 ("Gesetz zur Behebung der Not von Volk und Reich", acuerdo del Reichstag tomado el 23-3-33, publicado y en vigor el 24-3-1933) se hab’a escogido una formulaci—n tal que le permit’a, sin m‡s, asumir las prerrogativas del fallecido presidente. Adem‡s contaba con una sola c‡mara del Reichstag que aprobar’a cualquier modificaci—n de la Constituci—n que Hitler propusiera. Y como tercer punto, no exist’an dudas de que incluso en unas elecciones normales para la presidencia del Reich, alcanzar’a la mayor’a absoluta en la primera convocatoria. [...] ÇLa ansiedad de Hitler se justificaba menos en el propio puesto de Jefe de Estado, que ya pensaba ocupar, que en la funci—n complementaria de Jefe supremo de la Wehrmacht. Hitler no quer’a ser s—lo formalmente el jefe supremo, como, por ejemplo, lo hab’a sido (el primer presidente del Reich 1919-1925, Friedrich) Ebert, sino ser efectivamente el jefe supremo militar para realizar sus proyectos de reforzamiento de las fuerzas armadas. Pero Àlos generales le admitir’an a Žl, el antiguo cabo, como jefe supremo? ÁEsa era la cuesti—n! Por entonces, el generalato alem‡n estaba todav’a para Hitler rodeado de una gloriosa aureola. [... ] ÇTodav’a en los a–os 1933-1934, desde el punto de vista castrense, Hitler ve’a a los militares como personas que tal como hŽroes de guerra s—lo aspiraban a ascender al Walhalla, y que al igual que perros de presa, esperaban inquietos que alguien los azuzara contra el enemigo. ÇComo en otras muchas cuestiones transcendentales, tambiŽn aqu’ se equivocaba mucho Hitler en el enjuiciamiento de la postura bŽlica de los generales. ÇEn el a–o 1934, sin embargo, se decidi— Hitler a imponerse a los generales y a ganarlos para su causa al cien por cien. ÇY a ello se suma su intenci—n de introducir el servicio militar obligatorio de dos a–os, despuŽs del referŽndum del Saar (Sarre). Como ya se ha visto anteriormente, Hitler despreciaba toda instrucci—n semimilitar como se practicaba en las milicias y en los cuerpos de defensa. Tal como sosten’a, solamente el soldado con dos a–os de instrucci—n era el instrumento adecuado para llevar a tŽrmino sus planes militares. ÇPor esta causa le eran muy poco gratos los proyectos militares del jefe de E.M. Ršhm y del antiguo jefe de los Cuerpos Voluntarios, puesto que disent’an de sus propios planes castrenses. En su aversi—n hacia Ršhm contaba con la simpat’a de los generales de la Reichswehr, aunque por otras razones. Los generales de la Re’chswehr tem’an lo que Ršhm anhelaba: que se produjera la identificaci—n de la Wehrmacht con el Partido, del mismo modo que en el a–o 1933 se produjo la del Partido con el Estado en casi todos los ‡mbitos. [...] ÇHitler crey— que deb’a mostrar su solidaridad con la Reichswehr por medio de una ejemplarizaci—n dram‡tica. ƒl, que hab’a sido todo menos un soldado profesional, consigui—
explicar a los generales de la Reichswehr que era hombre surgido de las filas de la Reichswehr y que siempre permanecer’a en ellas. ÇPero eso no era suficiente. Quiso sublimar su complejo de inferioridad militar con una acci—n de especial brutalidad al decidirse a asesinar fr’amente a sus amigos m‡s entra–ables, los relevantes mandos de la SA, con el œnico objeto de infundir respeto a los generales de la Reichswehr. No se arredr— siquiera en dejar que se matara sin juicio a Ršhm quien por sus relaciones le hab’a ayudado de forma importante a alcanzar el poder. Pocos meses antes, todav’a le hab’a asegurado (por carta del 31.12.1933) su especial amistad que sent’a con "orgullo". (22) ÇEn todo caso, tambiŽn aprovech— la ocasi—n para que se asesinara a una serie de personas que le hab’an estorbado con su oposici—n: Gregor Strasser, el general v. Schleicher, el general v. Bredow, el antiguo comisario general del Estado Dr. KŠhr, el director de Acci—n Cat—lica ÒMinisterialdirektor" Dr. Klausener, Bohse, ayudante de Papen, el Dr. Edgar Jung y muchos otros. (23) [... ] ÇNo solamente fue la Reichswehr la que se hizo c—mplice de Hitler con su ayuda a la eliminaci—n de los jefes de la SA, sino tambiŽn el Presidente del Reich, el Consejo ,de Ministros y el Reichstag, que mostraron con su comportamiento que estimaban como legal lo que Hitler les se–alara como justoÈ. Aqu’ acaba la introducci—n de Domarus. En la p‡g. 346 comienza a reproducir, por orden cronol—gico, los documentos del a–o 1934 junto a sus comentarios. P‡g. 375 ÇDel 11 al 15 de abril participa Hitler en una traves’a por aguas noruegas a bordo del acorazado "Deutschland" ("Všlk. BeobachterÓ, nœms. 106 y 109). En su compa–’a se encuentran el Ministro del EjŽrcito "GeneraloberstÓ von Blomberg, el Jefe de la Direcci—n de la Armada, almirante Dr.h.c. Raeder y otros altos oficiales de la Reichswehr. ÇNo cabe duda de que durante esas largas y tranquilas pl‡ticas que sostuvo Hitler con los generales se trat— sobre el futuro de la Reichswehr, la prevista reimplantaci—n del servicio militar generalizado y tambiŽn sobre la situaci—n de la SA. Bullock (el historiador) es del parecer que Hitler prometi— a los generales en esta traves’a, terminar con Ršhm en caso de que Žste expusiera pœblicamente una vez m‡s el deseo de integrar la SA, de alguna forma, en la Reichswehr. ÇPosiblemente hab’a llegado el momento. Que Hitler realiz— una tal promesa nos lo demuestra una entrevista que concedi— el "Chef des Ministerialamtes im Reichswehministerium" general von Reichenau al corresponsal del ÒPetit Journal", Stanislaus de la Rochefoucauld a principios de agosto de 1934 (DNB=Oficina de Prensa Alemana, 6-8-34). Reichenau dijo textualmente: "El Canciller del Reich ha mantenido su palabra al ahogar en sus mismos inicios el intento de Ršhm de integrar la SA en la Reichswehr. Nosotros apreciamos a Hitler porque se ha mostrado como un verdadero soldado. La Wehrmacht le admira por su valor personal y yo quiero recalcar las palabras que ha pronunciado recientemente: La Reichswehr puede confiar en m’, como yo conf’o en ella." ÇEs interesante constatar que Reichenau, que como Secretario de Estado del Ministerio del EjŽrcito ten’a que estar bien informado, no habla en absoluto de un intento de golpe de mano de Ršhm, sino s—lo del intento de integrar en la Reichswehr a la SA. En el fondo, la Reichswehr deber’a haberse alegrado de un tal intento de aumentar sus efectivos, o, por lo menos, no podr’a considerar en aquel tiempo a tales proyectos como operaciones de alta traici—n en tanto en cuanto no fuera la Reichswehr la que tuviera que integrarse en la SA. Pero el plan de Ršhm se enfrentaba, tal como se ha mencionado repetidas veces, tanto con el
exclusivista esp’ritu corporativo de los generales de la Reichswehr, como con las previsiones de Hitler. Y esto bast— para enviar a Ršhm al otro mundo de una manera escandalosa. (24) ÇEl 17 de abril visita Hitler junto con Blomberg, Ršhm y los dirigentes de la Reichswehr y la SA, el concierto de primavera de la SS que se celebraba en el Palacio de Deportes de Berl’n. ÁHitler se sent— entre ambos y contemplaba ya a Ršhm sentado a su derecha, como a un moriturus! Fue la œltima vez que aparecieron los dos en pœblico. [ ... ] ÇEl jefe de E.M. Ršhm el d’a del cumplea–os del FŸhrer emiti— una orden del d’a a la SA de la que se puede desprender cualquier cosa menos intenciones golpistas: "El jefe supremo de la SA, Adolf Hitler, cumple hoy su 45 aniversario. Para nosotros, soldados pol’ticos de la revoluci—n nacionalsocialista de Alemania, Žl personifica lo que ha sido el anhelo de los alemanes desde que aparecieron a la luz de la historia, lo que en dos milenios de evoluci—n alemana no se pudo llevar a tŽrmino, por su intermediaci—n se ha hecho realidad: Áun s—lo pueblo en un solo Reich, surgido por encima de enfrentamientos entre castas, clases y confesiones! Con su esp’ritu, bajo sus banderas, ha marchado la SA por la Alemania nacionalsocialista. Lucha y miseria, sacrifico y muerte nos han unido a Žl en una asociaci—n que nada ni nadie lograr‡ separar. Nuestro orgullo y nuestro honor fue, es y ser‡ por todos los tiempos el ser entre los m‡s fieles entre los fieles, en los que el FŸhrer pueda confiar y sobre los cuales pueda edificar en los buenos tiempos y con mayor raz—n en los d’as nefastos. En el d’a en que hace 45 a–os el destino de la Naci—n nos hizo donaci—n de Žl como su salvador, los batallones pardos y negros de la SA dirigen a su jefe supremo su saludo y le renuevan la solemne promesa: seguir su camino y colaborar en su obra con una fidelidad irreductible y obediencia inquebrantable, ser, tanto en esp’ritu como en los hechos, los adelantados en la reconstrucci—n del Estado y en la reafirmaci—n nacional de los alemanes; servir en cuerpo y alma a la Alemania nacionalsocialista hasta la muerte. ÁViva el FŸhrer de los alemanes! ÁViva el jefe supremo de la S.A, " Adolf Hitler! Berl’n, 20 abril 1934. El "StabchefÓde la SA Ernst Ršhm (25) [... ] ÇDe la misma manera que en el mes de marzo Hitler estimul— a una reforzada conciencia revolucionaria en su Òllamamiento a los combatientes veteranos", en los meses de mayo y junio excit— conscientemente el estado de ‡nimo de los militantes del Partido. Le iba bien que, animada por toda clase de proclamas contra "derrotistas, criticones, saboteadores y agitadores", gentes sobre todo pertenecientes a la SA, se hicieran de hecho culpables de algunas transgresiones violentas. De esta manera, le ser’a m‡s f‡cil encontrar razones para su golpe contra Ršhm y la SA y tambiŽn contra antiguos jefes de los "cuerpos francos" ("FreikorpsfŸhrerÓ). Evidentemente, el 3 de mayo ya estaba fijada la operaci—n del d’a 30 de junio. [ ... ] ÇDel 27 al 30 de mayo Hitler se aloja en el Hotel Bellevue en Dresden a fin de asistir a la "Semana del Festival del Teatro del Reich". El 27 de mayo asisti— a una representaci—n de Trist‡n e Isolda" y charl— con los intŽrpretes y tramoyistas. El 28 visit— por unas horas la Academia de Infanter’a de Dresden y "convers— con altos oficiales de la Reichswehr". Sin duda Žsta era la raz—n fundamental de su visita a Dresden, puesto que la acci—n contra los jefes de la SA del 30 de junio comprend’a sobre todo las regiones militarmente m‡s importantes de las agrupaciones de la SA de Berl’n-Brandenburg, Mitte (Sachsen/Sajonia), Schlesien (Silesia), Pommern (Pomerania) y Ostmark. [ ... ] ÇA comienzos de junio (segœn Bullock fue el 4 de junio) Hitler sostuvo con Ršhm en Berl’n una conversaci—n de al parecer cinco horas de duraci—n (tal como el mismo Hitler lo asever— en su discurso del 13 de julio) durante la cual se vio obligado a expresarle su preocupaci—n sobre una "actuaci—n nacionalbolchevique" por parte de la SA: "Adem‡s le informŽ de que hab’an llegado a mis o’dos comentarios sobre la intenci—n de incluir al ejŽrcito en el ‡mbito
de esos planes. Le asegurŽ de que la afirmaci—n de que se iba a disolver la SA era una infame mentira y de que no pod’a manifestarme en absoluto sobre la falsedad de que yo mismo iba a proceder contra la SA." ÇIncluso en este autoelaborado informe de Hitler sobre la conversaci—n sostenida, se desprende con claridad que evidentemente era Ršhm el que ten’a razones para quejarse de rumores enemistosos hacia la SA. Las noticias sobre la oferta de Hitler a Inglaterra en el sentido de reducir los efectivos de la SA en un tercio no eran inventadas. [ ... ] ÇEs superfluo plantear suposiciones sobre el verdadero contenido de esta en trevista HitlerRšhm, puesto que ni existieron testigos ni se redact— acta alguna. Por tanto nos debemos atener a los hechos. Y hecho - cierto es que esta conversaci—n tuvo los siguientes resultados Ç1. Ršhm se manifest— dispuesto a tomar de inmediato un "permiso por enfermedad" de varias semanas y retirarse a este efecto a Bad Wessee. Ç2. A toda la SA se la conceder’a un permiso de vacaciones por todo el mes de julio y solamente quedar’a un retŽn muy reducido de jefes y funcionarios de servicio en las oficinas. Este retŽn tomar’a su permiso en el mes de junio. ÇRšhm, ciertamente, no estaba dispuesto a transformar a la SA, segœn la voluntad de Hitler, en una pura "asociaci—n deportiva", pero permaneci— completamente leal a Hitler y ni siquiera pens— en desobedecer sus —rdenes como lo hab’a hecho Strasser en diciembre y enero de 1932-33. Ršhm cay— ingenuamente en la trampa que Hitler le hab’a tendido con endiablada astucia. ÇHitler era cobarde por naturaleza y las variadas pruebas de "valor" de las que dej— testimonio durante su vida fueron solamente dictadas por su voluntad, y la mayor’a realizadas en momentos de crispaci—n. A menudo era solamente el interŽs en aparentar ser muy arrojado y as’ en estas acciones de valent’a se aseguraba previamente con minuciosidad frente a cualquier posible sorpresa. Por esto la acci—n de Hitler contra Ršhm es un t’pico ejemplo de ello, tanto en su preparaci—n como en su desarrollo. (26). ÇHitler hab’a preparado largamente el golpe contra Ršhm y los jefes de la SA. Ya se ha mencionado antes la "acci—n contra derrotistas y saboteadores" que Hitler hab’a ordenado para el per’odo del 3 de mayo al 30 de junio. Indudablemente esperaba que durante su ejecuci—n se produjeran abusos por parte de los hombres de la SA, que le podr’an servir de excusa para la planeada acci—n, con mayor raz—n cuanto las relaciones entre la SA y la gente del "StahIheIm" (Casco de Acero) eran entonces muy tirantes, ÇPero sobre todo Hitler deseaba ir sobre seguro en su plan contra Ršhm y evitar todo lo posible el riesgo de que se ofreciera resistencia. Y para este fin deb’a apartar a Ršhm de su entorno habitual e invitarle a escoger un hotel normal para una larga estancia en tratamiento curativo. ÇHitler hab’a fijado el 30 de junio como d’a de la acci—n contra Ršhm y dem‡s mandos de la SA. Era un s‡bado. Es conocido que Hitler prefer’a siempre los finales de semana para sus acciones porque as’ pod’a actuar por sorpresa y no deb’a temer mayores reacciones de la opini—n pœblica antes del lunes siguiente. ÇEl propio Hitler convoc— a los jefes de la SA para una reuni—n en Bad Wessee para el 30 de junio y presum’a, con raz—n, el que de este modo podr’a arrestar a los desprevenidos mandos de la SA de una manera f‡cil y sin peligro de resistencia. ÇAdem‡s hab’a inducido a Ršhm a otorgar un mes completo de permiso a partir del 11 de julio a la casi totalidad de la SA, incluida la prohibici—n de usar uniforme. [ ... ] La cosa estuvo ciertamente muy bien montada por Hitler. Pero la conducta de Ršhm y de los jefes de la SA mostr— que jam‡s hab’an sospechado una tal diab—lica acci—n procedente de su jefe supremo.
ÇMuy poco despuŽs de la citada conversaci—n con Hitler, Ršhm emiti— el siguiente comunicado: Berl’n 7 junio 1934. La oficina de prensa de la Jefatura Superior de la SA informa: el jefe de E.M. de la SA y Ministro del Reich, Ernst Ršhm ha iniciado un permiso por enfermedad de varias semanas. Este permiso le ha sido prescrito por sus mŽdicos a fin de someterse a una cura necesaria. Para evitar por anticipado cualquier malentendido que pudiera desprenderse de esta medida, el jefe de E.M. hace saber que una vez recuperada la salud volver‡ a ocupar su puesto en toda su amplitud. Del mismo modo, despuŽs de las necesarias vacaciones del mes de julio, la SA ser‡ reforzada y cumplir‡, sin cambios, sus grandes deberes al servicio del FŸhrer y del Movimiento." ÇEl 8 de junio, Ršhm imparte la siguiente orden: "He decidido cumplir el consejo de mis mŽdicos y someterme a unas sesiones de cura en un balneario, a fin de reponerme completamente de una dolorosa enfermedad nerviosa que ha afectado muy intensamente estas œltimas semanas a mis fuerzas f’sicas. Me sustituye el jefe del Departamento de Jefatura el "ObergruppenfŸhrer" von Krausser. El a–o 1934 exigir‡ de todos los combatientes de la SA su total esfuerzo. Por ello recomiendo asimismo, a todos los mandos de la SA, que comiencen a distribuir los permisos ya en el mes de junio. Sobre todo se deber‡ considerar que tomen en junio sus vacaciones aquellos jefes y miembros de la SA que deban efectuar su servicio en julio. [ ... ] Yo espero que el 1¼ de agosto, una vez completamente descansados y repuestos, estŽn en disposici—n de cumplir sus honrosos deberes tal como conf’an el pueblo y la Patria. Si los enemigos de la SA se recrean en la esperanza de que la SA no se reincorpore a filas, o lo haga solamente en forma parcial cuando acabe el permiso, dejŽmosles que se alegren con esa corta esperanza. ÁEn su momento y en la debida forma en que se crea necesario, recibir‡n la respuesta correspondiente! La SA es, y permanece, como el destino de Alemania. El Jefe de E.M., Ršhm". ÇNo cabe duda de que Ršhm se dirige en estas œltimas palabras a los c’rculos de la Reichswehr, cuya esperanza en una disoluci—n de la SA no le era desconocida. Ršhm se aloja a continuaci—n en el Hotel Hanselbauer (hoy Hotel Lederer) en Bad Wiessee, directamente a la orilla del Tegernsee, a fin de pasar unas descansadas vacaciones de varias semanas, sin sospechar que ser’an las œltimas y de que la bala que lo iba a matar ya estaba fabricada. [...] ÇEl 21 de junio Hitler visita al presidente del Reich, que desde el 5 de mayo resid’a en Neudeck, present‡ndole el "informe sobre su encuentro con Mussolini" en Venecia. ÇEl 23 de junio por la ma–ana recibe Hitler a una "representaci—n de mujeres del Saar" en la canciller’a. A continuaci—n se desplaza a Obersalzberg para acumular fuerzas unos d’as antes de la acci—n contra Ršhm [ ... ] ÇCon respecto a los d’as siguientes es interesante constatar las distinas manifestaciones de algunas personalidades que eran c—mplices o part’cipes en la operaci—n de Hitler del 30 de junio: Hess, Gšring y Blomberg. ÇEl 25 de junio Hess pronuncia un discurso en la emisora de radio de Colonia, que por cierto deb’a haberse pronunciado un d’a antes en Du’sburg en ocasi—n del D’a del Partido de dicha localidad, pero que fue suspendido por el mal tiempo. Hess estaba evidentemente seguro de que Ršhm no era un traidor y que obraba de "buena fe" en la consecuci—n de sus planes pro milicia. Pero Hess tambiŽn sab’a que Hitler ten’a unos "proyectos estratŽgicos" en sentido diferente y, al menos entonces, se puso totalmente a su lado. En todo caso es posible que con su discurso en Colonia quisiera advertir indirectamente a Rdhm del peligro que se cern’a sobre Žl. Hess dijo el 25 de junio:
"Lo œnico que tiene validez es la orden del FŸhrer, a quien hemos jurado lealtad. Pobre de aquel que rompa esta fidelidad en la creencia de que con una revuelta est‡ sirviendo a la Revoluci—n. Desgraciados los que creen que han sido elegidos con una obligaci—n de ayudar al FŸhrer revolucionar amente por medio de la agitaci—n desde las bases. Adolf Hitler es un revolucionario de gran estilo y permanece interiormente como revolucionario de gran estilo. No precisa muletas. Pobre de aquel que quiera pisotear burdamente en el fino tejido de sus planes estratŽgicos con la ilusi—n de poder ir m‡s deprisa. Se convierte as’ en un enemigo de la Revoluci—n, aunque actœe con la mayor buena fe. Los beneficiarios ser’an los enemigos de la Revoluci—n, sean de orientaci—n reaccionaria, sean de tendencia comunista." ÇEl d’a 26 de junio, Gšring, a quien Hitler le hab’a asignado un papel especial en el sangriento montaje del 30 de junio, habl— ante una asamblea del NSDAP en Hamburgo. Rechaz— todo intento monarquizante y expres— que la futura forma de gobierno del Estado era cosa de los hijos y los nietos. "ÁNosotros, hoy, tenemos a Adolf Hitler!" A continuaci—n se lanz— contra las "camarillas de intereses" reaccionarias y contra los "cr’ticos negativos" y dijo: "ÁSi un d’a se desborda el vaso, atacarŽ! Hemos trabajado como nunca se ha hecho hasta la fecha porque tras nosotros est‡ el pueblo que conf’a en nosotros. Quien corroa esta confianza est‡ cometiendo un crimen contra el pueblo, comete traici—n a la Patria y alta traici—n. Quien quiera destruir esta confianza, destruye Alemania. Quien atente contra esta confianza arriesga su cabeza." ÇCon estas palabras, Gšring no se refer’a a Ršhm o a los jefes SA, sino a personalidades reaccionarias como Schleicher, Strasser, etc., entre los que el d’a 30 de junio y siguientes realiz— una masacre por encargo de Hitler. ÇEl Ministro del EjŽrcito, "Generaloberst" von Blomberg, puso a la Reichswehr el 28 de junio en situaci—n de alarma y public— en el ÒVšlkischer BeobachterÓ de fecha 29 de junio un art’culo titulado "Die Wehrmacht im Dritten Reich" en el que, entre otras cosas, expon’a: "La Wehrmacht toma nuevo impulso en este Estado del renacer alem‡n, en el Reich de Adolf Hitler. Vuelve a ser lo que hab’a sido, un disciplinado instrumento internamente puro a las —rdenes del mando. Las FF.AA. sirven a este Estado al que reconocen por convencimiento interno, y se colocan al lado de su jefatura que las ha devuelto no s—lo el derecho m‡s honroso de ser los portadores de armas, sino tambiŽn ser las depositarias de una confianza ilimitada por parte del Estado y del Pueblo". [...] ÇHasta aqu’ lo escrito por Blomberg. ÇEl 28 de junio Ernst Ršhm capit‡n de la reserva, fue expulsado de la "Uni—n de Oficiales Alemanes" (segœn Bullock, por iniciativa del "GeneralmajorÓ von Reichenau) quedando as’ como presa indefensa y "quasi" como blanco en el punto de mira de los fusiles. ÁCiertamente, se hab’a pensado en todo! ÇÀY quŽ hac’an, mientras tanto, los presuntos conspiradores Ršhm y camaradas? ÀEstaban haciendo sonar el cornet’n para alzarse contra Hitler? ÇComo se ha dicho, Ršhm permanec’a en el Tegernsee y no pensaba en nada malo. De tiempo en tiempo recib’a la visita de amigos, como por ejemplo el gobernador de Baviera, general von Epp. Los d’as 24 y 25 de junio, el "ObergruppenfŸhrer" Heines tom— parte en las fogatas de San Juan y en la exhibici—n deportiva de la 18a Brigada SA que se celebr— en la localidad de Bad Kudowa, en Silesia. A continuaci—n se desplaz— a Bad Wessee. Los jefes de cada agrupaci—n SA, sin excepci—n, impartieron las —rdenes para el permiso del 11 de julio. TambiŽn el "GruppenfŸhrer" de Berl’n, Karl Ernst, public— el 26 de junio un llamamiento al respecto, en el que, entre otras cosas, se dec’a: "El jefe de E.M. ha concedido vacaciones a toda la SA para el mes de julio. Este mes de vacaciones escolares permitir‡ a los miembros de la SA pasarlo junto a su familia, su esposa y sus hijos. Con esta medida se
zanjan eventuales quejas por sobrecarga de tareas y "excesivo servicio, etc." Para lograr este deseado interregno de descanso con toda eficacia, incluso frente a aquellos que se quieren mantener apartados de sus familiares, he prohibido a mis mandos de unidad que ocupen puestos de servicio. Y aœn m‡s, a la orden de prohibici—n de todo servicio se ha a–adido la prohibici—n de portar uniforme para este per’odo de tiempo, con la esperanza de poder transformar a los miembros de la SA durante este mes de vacaciones en verdaderos ciudadanos civiles." ÇErnst march— a Bremen con su esposa en viaje de bodas. All’ fue detenido el 30 de junio y trasladado en avi—n de regreso a Berl’n y fusilado a continuaci—n en L’chterfelde. En su discurso del 13 de julio, Hitler sostuvo que el 30 de junio, a las 17 horas, Ernst quiso, bajo su personal mando, ocupar con la SA los edificios gubernamentales en Berl’n. 27 ÇEl 27 de junio, Hitler tom— en Berl’n las œltimas decisiones del operativo El 28 se declar— la Reichswehr en estado de alarma y, como se ha mencionado, al mismo tiempo se expuls— a Ršhm de la asociaci—n de oficiales. El mismo d’a 28, Hitler y Gšring se desplazan primero a Essen, para tomar parte tanto en el matrimonio civil como en el acto religioso (cat—lico) de la boda del "GauleiterÓ de esa regi—n, Terboven. A la tarde, Gšring regresa a Berl’n mientras Hitler visita la f‡brica Krupp, y acompa–ado de los se–ores Krupp y del profesor Goerenz, miembro del Consejo de Direcci—n de la Krupp, se da una vuelta por las instalaciones. Llama la atenci—n el que en estos œltimos d’as de junio no acompa–e a Hitler su fot—grafo personal Heinrich Hoffmann, sino que se marchara a Par’s a una competici—n deportiva (Hoffmann, evidentemente, no cre’a en la leyenda de la revuelta de Ršhm y en sus "Relatos" -publicados en el "MŸnchner Illustrierte" 1954/1955- se distancia enŽrgicamente de esta operaci—n de Hitler). ÇA pesar de esto, en la prensa aparecieron algunas fotograf’as no censuradas que muestran a Hitler el 28 de junio en Essen y el 29 en la visita que hizo a unos campamentos del Servicio del Trabajo en Westfalia. En estas fotograf’as se puede contemplar a un Hitler cubierto con un desarreglado abrigo de piel, desgre–ado, dando la impresi—n de una persona trastornada, incluso demente, justamente como un asesino antes de cometer el crimen. (28) ÇEn una conversaci—n telef—nica que sostuvo Hitler con Bergmann, ayudante de Ršhm el d’a 28 de junio (declaraci—n del propio Bergmann en el llamado "proceso Ršhm" ante el Tribunal de jurado de la Audiencia Regional de MŸnchen I el d’a 28 mayo 1957 (segœn el diario "SŸddeutsche Zeitung", n¼ III del 9-5-57) 29 le hizo convocar a todos los altos mandos de la SA para asistir a una reuni—n en el Hotel Hanselbaluer de Bad Wessee. Fecha: 30 de junio al mediod’a. ÇEl 29 de junio, a las 10 de la ma–ana, Hitler visit— la Escuela de Preparaci—n de Mandos de Distrito de la Organizaci—n del Trabajo en la localidad de Buddenberg bei LŸnen. ÇDirigi— una corta alocuci—n y agradeci— al presente jefe del Servicio del Trabajo del Reich, coronel retirado Hierl, por la estructuraci—n del servicio. [...] ÇA continuaci—n, todav’a visit— el campamento de Olfen, terminando ah’ su viaje de visitas, traslad‡ndose acto seguido al Hotel Dreesen, en Godesberg, en el Rhin, a donde llega a las 15,45 horas. Desde Berl’n, llegan al mismo lugar Goebbels y el comandante de su guardia de corps de la SS, Sepp Dietrich. Hitler env’a inmediatamente a Munich a Žste œltimo. ÇHacia las 16 horas, Hitler saluda a una orquesta del Servicio de Trabajo que se hab’a concentrado ante el Hotel Dreesen. A continuaci—n solicita que se presente ante Žl el jefe del "Gau" de KšIn-Aachen (Colonia-Aquisgran) . [...] ÇHacia las 2 de la madrugada se desplaza Hitler al aeropuerto de Bonn-Hangelar para volar a Munich. En su compa–’a se encuentran sus ayudantes BrŸckner, Schaub y Schreck, el Dr.
Goebbels (el que Hitler lleve consigo al Dr. Goebbels, en una acci—n contra Ršhm era, menos un signo de confianza que una medida de precauci—n. Hitler desconfiaba permanentemente de Goebbels, y en situaciones dif’ciles prefer’a tenerlo bajo observaci—n directa) y el jefe de Prensa del Reich, Dr. Dietrich. El avi—n aterrizaba en Munich hacia las 4,30 de la madrugada. ÇEntretanto, en el propio Munich ya hab’a comenzado la actuaci—n de Himmler para aparentar la existencia de un golpe (putsch). Por medio de octavillas falsas repartidas por la noche, se llamaba a algunas unidades de la SA a tomar la calle, pero las que salieron fueron enviadas de nuevo a casa por el "Gauleiter Wagner. (30) El "ObergruppenfŸhrer" SA, Schneidhuber y el "GruppenfŸhrer" SA, Schmidt, fueron convocados en el Ministerio del Interior b‡varo donde negaron indignadamente la acusaci—n de ser los autores del llamamiento a la SA. Ahora Hitler realiza su primera "heroicidad" de este d’a: arranca a los perplejos jefes de la SA sus insignias de mando y los hace arrestar por los polic’as presentes (esta narraci—n de los acontecimientos en Munich y en Bad Wessee se basa fundamentalmente en los testimonios expresados en el llamado "proceso Ršhm ante el Tribunal de jurado de la Audiencia Regional de Munich I, celebrado del 6 al 14 de mayo de 1957 contra Sepp Dietr’ch y Michael Lippert, as’ como en los cuestionarios presentados a los testigos por el autor (Domarus). ÇHacia las 5,30 a.m., Hitler sale en coche hacia Bad Wiessee, despuŽs de recibir un parte oral del reciŽn llegado "ObergruppenfŸhrer" Lutze en el que dec’a que el aire era puro, es decir, que todo estaba apacible. En tres coches Mercedes negros, se dirigen hacia el siguiente acto de la tragicomedia. Aparte del ya mencionado acompa–amiento, Hitler llev— consigo a su guardia personal SS y a algunos polic’as de lo criminal. ÇAlrededor de las 6,45 horas llega la expedici—n, conducida por Kaltenbrunner, al Hotel Hanselbauer. A algunos clientes del balneario que ya se dirig’an a su sesi—n de cura, Hitler les indica que sigan, o bien, a otros, que retornen a sus habitaciones. ÇA continuaci—n comienza su "valerosa" actuaci—n. Acompa–ado de sus ayudantes, algunos miembros de la SS y varios funcionarios de lo criminal, sube las escaleras de madera en el salidizo del edificio hacia el primer piso, donde justo al lado de la escalera, se encontraban, uno frente al otro, los cuartos de Ršhm y Heines, respectivamente los nœmeros 21 y 31 (durante el "proceso de Ršhm se asegur— que la habitaci—n n¼ 31, situada en la esquina con vistas al lago, era la habitaci—n de Ršhm. Sin embargo, el actual titular del hotel, Lederer, le ha informado al autor que Ršhm se alberg— en el cuarto n¼ 21, que da al patio). ÇHitler hizo que el encargado del hotel llamara a la puerta de Ršhm. Cuando Ršhm abri— en pijama, Hitler le espet—: ÒÁEst‡s detenido!" ÇRšhm se qued— estupefacto, se visti— sin pronunciar palabra y se dej— llevar al peque–o hall del hotel, donde de momento tom— asiento frente al hogar, entre dos agentes de lo criminal. ÇEn la habitaci—n de enfrente se encontraba Heines, que ten’a a su lado a un jovencito homosexual, quien al escuchar las voces se hab’a alarmado y pretendi— ofrecer resistencia cuando fueron a por Žl. Segœn informes de testigos oculares, Hitler huy— previsoramente escaleras arriba, pero el gigantesco ayudante BrŸckner pudo hacer entrar en raz—n a Heines. A continuaci—n fueron sorprendidos los restantes jefes de la SA en sus habitaciones, arrestados y finalmente encerrados en el cuarto ropero del s—tano del hotel. ÇTodo el asunto se produjo con tal discreci—n que la mayor parte de los huŽspedes ni se enteraron. ÇTras estas valerosas "acciones", el acompa–amiento de Hitler tom— cafŽ en el saloncito privado del due–o del hotel. Incluso la se–ora Hanselbauer consigui— el permiso de Hitler
para llevar a Ršhm que todav’a permanec’a medio mudo, una taza de cafŽ al hall. Luego lleg— frente al hotel un —mnibus alquilado a una empresa de transportes de Wiessee a fin de recoger a los detenidos y llevarlos a la prisi—n de Munich-Stadelheim. 31 Unicamente Ršhm fue trasladado en un coche particular. Hacia las 8 de la ma–ana lleg— la guardia personal de Ršhm procedente de Munich para tomar parte en el servicio de escolta y honores en el previsto congreso. Hitler sali— al exterior y dijo a los hombres que Žl mismo hab’a tomado en sus manos por unos d’as el mando de la SA y les ordenaba regresar a Munich. "ÀEspero poder confiar en vosotros?" Con un grito de Sieg-Heil la unidad volvi— sobre sus pasos. ÇLa columna de coches de Hitler volvi— a ponerse en marcha. Se regresaba a Munich pasando por Rottach-Egern. Un comando de la SS deb’a ir parando a todos los veh’culos con mandos de la SA que circulaban en direcci—n contraria para asistir al congreso convocado. Hitler los hacia detener, y en parte les hac’a regresar a Munich con ellos. ÇLlegado a Munich, Hitler se dirige primeramente al Ministerio del Interior. Se envi— a Garing la palabra clave ÒKolibri", con lo que Gšring comienza su razzia asesina en la capital del Reich. A continuaci—n Hitler se dirige a la Casa Parda, que mientras tanto hab’a sido acordonada por la Reichswehr. ÇA Sepp Dietrich se le orden— detenerse en TšIz durante su viaje a Bad Wesee, y cambiar de ruta hacia Kaufering, a donde entretanto hab’an llegado algunas unidades de la "Leibstandarte SS" en un tren de transporte de la Reichswehr. Se trataba como se vio despuŽs, de los pelotones de fusilamiento que precisaba Hitler. En camiones de la Reichswehr llev— Dietrich a las tropas a Munich, donde se present— a Hitler. Con gran asombro encontr— la Casa Parda rodeada por la Reichswehr. El mismo Dietrich tuvo dificultades para lograr que le autorizaran a pasar. Antes de que le recibiera Hitler tuvo que aguardar algunas horas en el despacho de la ayudant’a (declaraci—n del propio Dietrich ante el Tribunal de jurado de Munich el 6-5-1957). ÇEn el sal—n principal de la Casa Parda se hab’an reunido numerosas jerarqu’as pol’ticas y mandos de la SA. Hitler les informa de la destituci—n de Ršhm y el nombramiento del "ObergruppenfŸhrer" Lutze (Viktor Lutze... Era conocido como persona sin ambiciones militares) como nuevo jefe de E.M. ÇEl d’a 8 de julio, Rudolf Hess declar— en Kšnigsberg que la alocuci—n de Hitler del 30 de junio hab’a tenido "un contenido hist—rico mundial". Hess describi— con pormenores el transcurso de ese d’a en la Casa Parda y prosigui—: "De regreso a su despacho, el FŸhrer dicta las primeras sentencias." ÇEs por tanto incierto que en aquel 30 de junio se celebrara en el sal—n principal de la Casa Parda algo as’ como un consejo de guerra y que las matanzas de Hitler hubieran recibido una apariencia de legalidad por medio de una sentencia previa. No; Hitler, en funciones de "presidente supremo de justicia del pueblo alem‡n" como Žl mismo se denomin— en su discurso del 13 de julio, dict— personalmente y por propia iniciativa las condenas a muerte, sin proceso previo, sin fundamento, sin actas, s—lo por conveniencia. ÇComo sabemos por Hess (manifestado el 8 de julio), Hitler tambiŽn emiti— personalmente los comunicados, las informaciones a la prensa, los llamamientos, las consignas, etc. Es su propia obra, palabra por palabra. ÇLa primera "disposici—n del FŸhrer" fue comunicada a la prensa el 30 de junio hacia las 15 horas y ten’a el siguiente texto: "MŸnchen, 30 junio 1934. En el d’a de hoy he relevado de su cargo al jefe de E.M. Ršhm y le he expulsado del Partido y de la SA. Nombro como jefe de E.M. al "ObergruppenfŸhrer" Lutze. Los miembros y jefes de la SA que no cumplan sus —rdenes o se opongan a ellas, ser‡n expulsados de la SA y del Partido, arrestados de inmediato y procesados. Adolf Hitler, jefe supremo del Partido y de la SA.
ÇEl escrito de nombramiento que Hitler dirigi— a Lutze el 30 de junio desde Munich, dice: "ÁMi estimado jefe SA Lutze! Graves faltas cometidas por el hasta la fecha mi jefe de E.M. me obligan a relevarle de su puesto. Usted, mi estimado "ObergruppenfŸhrer" Lutze, ha sido siempre, en buenos y malos tiempos, un siempre leal y ejemplar jefe de la SA. Al nombrarle hoy como jefe de E.M., lo hago con la firme convicci—n de que su leal y disciplinada labor consiga estructurar a mi SA como el instrumento que la Naci—n precisa y tal como yo lo concibo. Es mi deseo que la SA se estructure como un fiel y potente eslab—n del movimiento nacionalsocialista. Imbuida de ciega obediencia y disciplina debe coadyuvar a formar e instruir al nuevo hombre. Adolf Hitler". ÇDe este comunicado todav’a no se puede deducir que "graves faltas" habr’a cometido Ršhm, segœn Hitler. Segœn una primera impresi—n, se podr’a tratar de contravenciones contra la honestidad. Era pœblicamente conocido que Ršhm era homosexual, pero tambiŽn era asimismo conocido que Hitler, al menos dentro del Partido, pasaba completamente por alto la vida privada de Ršhm e incluso la cubr’a. Siempre hab’a respondido con encogimiento de hombros a las indicaciones en tal sentido, o bien, como inform— Heinrich Hoffmann, disculpaba incluso pœblicamente tal perversa predisposici—n por el hecho de que hab’a "servido en el tr—pico". [ ... ] ÇÀSe hab’a convertido Hitler de repente en un ap—stol de la honestidad? Como se desprende del siguiente comunicado emitido desde la Casa Parda, Hitler consider— de hecho oportuno el representar el papel de una persona moralmente indignada y adem‡s imputar tanto a Ršhm como al general Schleicher, relaciones de traici—n a la Patria con una potencia extranjera . ÇLa "Declaraci—n del centro de prensa del NSDAPÓ del 30 de junio contiene el siguiente texto: Ç"Desde hace muchos meses se ha venido intentando por algunos elementos el abrir un foso entre la SA y el Partido, as’ como entre la SA y el Estado, as’ como crear animadversiones. La sospecha de que estos intentos estaban dirigidos por una determinada pandilla con tendencias comunes se iba confirmando cada vez m‡s. El jefe de E.M. Ršhm distinguido por el FŸhrer con una especial confianza, no s—lo no se opuso a estas actividades, sino que indudablemente, las impulsaba. Su conocida desafortunada tendencia condujo a tales dif’ciles situaciones, que el mismo caudillo del Movimiento y jefe supremo de la SA se vio en graves conflictos de conciencia. Ç"El jefe de E.M. Ršhm entr—, sin conocimiento del FŸhrer, en relaciones con el general Schleicher. Para ello se vali— junto a otro jefe de la SA conocido en Berl’n por su oscura personalidad y rechazado vigorosamente por Hitler. (32) Dado que estas conversaciones al fin desembocaron -naturalmente tambiŽn sin conocimiento del FŸhrer- en tratos con determinada potencia extranjera, o con sus representantes, ya no pod’a evitarse una insoslayable intervenci—n, y ello tanto desde la perspectiva del Partido como desde el punto de vista del Estado. ÇIncidentes provocados condujeron a que hoy noche, a las 2 horas, tras una visita al campamento de trabajo de Westfalia, volara desde Bonn a Munich para ordenar la inmediata destituci—n y el arresto del jefe tan gravemente comprometido. El FŸhrer fue personalmente a Wessee, con unos pocos acompa–antes, para reducir cualquier iniciativa de resistencia. Al efectuarse los arrestos, qued— a la vista un cuadro tan triste moralmente que hizo desaparecer cualquier muestra de compasi—n. Algunos jefes de la SA se hab’an tra’do efebos. Uno de ellos fue detenido siendo sorprendido en la situaci—n m‡s aberrante.
ÇEI FŸhrer dio la orden de acabar con esa peste. No quiere permitir que en el futuro millones de personas decentes se vean comprometidas por algunos individuos de tendencias enfermizas. Ç"El FŸhrer dio la orden al Ministro presidente Gšring de llevar a cabo en Berl’n una acci—n semejante y desarticular all’, sobre todo, a los componentes reaccionarios de este complot pol’tico. Ç"A las 12 del mediod’a, el FŸhrer ha dirigido una alocuci—n a altos mandos de la SA reunidos en Munich, en la cual subray— su inquebrantable solidaridad con la SA, pero al mismo tiempo anunci— su decisi—n de aniquilar y eliminar desde ese preciso momento a todos los sujetos indisciplinados as’ como a los elementos asociales y morbosos. Indic— al respecto, que el servicio en la SA era un servicio honroso en el que diez mil de los m‡s bravos hombres de la SA hab’an hecho los mayores sacrificios. Confiaba en que cada jefe de unidad SA se mostrar‡ digno de esos sacrificios y vivir‡ dando ejemplo a su unidad. Sigui— indicando que durante muchos a–os hab’a defendido al jefe de E.M. Ršhm de los mas duros ataques, pero que el desarrollo de los œltimos acontecimientos le obligaron a dejar de lado cualquier sentimiento personal en beneficio del Movimiento y, por lo tanto, tambiŽn del Estado, y sobre todo ahogar y aniquilar en su germen ese intento de unos rid’culos centros de naturaleza ambiciosa que pretend’an propagar una nueva revoluci—n". ÇEl siguiente comunicado de prensa de Hitler del 30 de junio fue un as’ llamado "testimonio personal" sobre lo acaecido en Bad Wessee, que fue distribuido por la NSK (Nationalsoz. Partei Korrespondenz): ÇÓTan pronto el FŸhrer tuvo la seguridad, por medio de los informes y los sucesos de los œltimos d’as, de que exist’a un complot montado contra Žl y contra el Movimiento, opt— por decidirse a actuar y enfrentarse a la conjura con todo rigor. Durante su estancia en Essen y durante la visita a los campos de trabajo de los "gau" occidentales de Alemania, actividades que se hicieron para dar al exterior la impresi—n de absoluta normalidad y para no poner sobre aviso a los traidores, se estableci— con todo detalle un plan para la puesta en marcha de una profunda depuraci—n. ÇEI FŸhrer, personalmente, dirigi— la operaci—n y no vacil— ni un momento en enfrentarse por s’ mismo a los amotinados y obligarles a rendir cuentas. ÇEl "ObergruppenfŸhrer" Lutze fue designado como jefe de E.M. en lugar de Ršhm y fue el acompa–ante en las acciones. Ç"A pesar de que el FŸhrer durante algunos d’as hab’a estado casi sin descanso nocturno, dio hoy la orden en Godesberg de despegar (a las 2 horas de la noche) desde el aeropuerto de Hangelar, en Bonn, en direcci—n a Munich. ÇEl FŸhrer demostr— una incre’ble firmeza en este vuelo nocturno hacia lo imprevisible. Cuando hacia las 4 de la madrugada aterriz— con sus acompa–antes en el aeropuerto de Munich, recibi— la noticia de que la SA muniquesa hab’a sido puesta durante la noche por sus m‡s altos mandos en estado de alarma. Y ello bajo el siguiente mendaz e infame eslogan: "El FŸhrer est‡ con nosotros, la Reichswehr est‡ contra nosotros, los SA a la calle". Ç"Mientras tanto, el Ministro del Interior b‡varo, Wagner, por iniciativa propia hab’a retirado el mando de las formaciones de la SA al "Obergruppenfuhrer" Schneidhuber y al "GruppenfŸhrer" Schmidt, y hab’a reenviado a las unidades a casa. Ç"Durante el desplazamiento del FŸhrer desde el aeropuerto al Ministerio del Interior, ya solo se pod’an contemplar a las œltimas formaciones de la SA, tan ignominiosamente enga–adas, en su retirada.. En el Ministerio del Interior y en presencia del FŸhrer fueron detenidos Schneidhuber y Schmidt. El FŸhrer, que se enfrent— solo (Á!) con ellos, les arranc— las hombreras del uniforme de la SA. Sin pausa, y con unos pocos acompa–antes, el FŸhrer
parte a las, 5 y media hac’a Bad Wiessee, donde se encontraba Ršhm En la casa de campo, donde se hospedaba Ršhm, pernoctaba tambiŽn Heines. Ç"El FŸhrer entr— en la casa con sus acompa–antes. Ršhm fue detenido en su dormitorio por el mismo FŸhrer. Ršhm se someti— al arresto sin decir palabra y sin resistirse. Ç"En la habitaci—n de enfrente, que ocupaba Heines, se ofreci— un vergonzoso espect‡culo. Heines se encontraba acompa–ado de un joven efebo. Ç"La repugnante escena que se desarrolla durante la captura de Heines y sus compa–eros es indescriptible. Demuestra de una sola vez cual era la situaci—n en el entorno del hasta entonces jefe de E.M., cuyo apartamiento se ha de agradecer a la decisi—n, arrojo e intrepidez del FŸhrer. Ç"Junto a Ršhm se arrest— tambiŽn a la mayor parte de su Plana Mayor. La guardia personal de Ršhm, que lleg— a Wiessee en camiones hacia las 8 de la ma–ana para el relevo, obedeci— al instante las instrucciones verbales del FŸhrer y lanz— espont‡neamente un triple "HeilÓ [ ... ] Ç"De regreso en Munich, el FŸhrer se entrevist— un momento, con fines de informaci—n, con el gobernador Ritter von Epp y luego se dirigi— al Ministerio del Interior, desde donde se dirigieron las siguientes acciones. Ç"A continuaci—n habl— a los jefes de la SA reunidos en la Casa Parda. Qued— palpablemente confirmada la sospecha de que solamente una m’nima parte de los mandos de la SA formaban parte de la pandilla que planeaba la traici—n, puesto que se vio que la casi totalidad de los jefes de la SA y la totalidad de los militantes estaban como un solo hombre formando un bloque fiel a su FŸhrer". [ ... ] ÇLa perspectiva moral de Hitler respecto al 30 de junio alcanza su expresi—n culminante en una "Orden del D’a al Jefe del E.M. Lutze" que conten’a "12 exigencias a la SA". ÇEs cierto que muchos miembros y jefes de la SA no eran precisamente unos angelitos y que sobre todo cosas como el libertinaje sexual, las borracherras, las celebraciones a todo lujo, etc. no les eran ajenas en aquella Žpoca. Tendencias homosexuales se han dado considerablemente dentro de las asociaciones masculinas. En este aspecto, no era œnicamente la SA la que en Alemania ten’a que cargar con ese lastre, pues basta con mirar casos parecidos en el movimiento de "Wandervogel" o en el "Cuerpo de Cadetes". TambiŽn Ršhm hab’a sido cadete. ÇPor lo que respecta a la bebida y al lujo, Hitler era muy magn‡nimo hacia aquellos mandos del partido que le eran incondicionalmente sumisos, as’ con Gšring, Ley y sobre todo con el "FrankenfŸhrer" [Caudillo de Franconia] Julius Streicher, cuya man’a de despilfarro y perversiones sexuales eran casi imposible de superar. ÇPero el 30 de junio, Hitler represent— el papel de fan‡tico en defensa de la moral, manifestando el deseo de "quitar a las madres el temor" de que sus hijos pudieran ser moralmente corrompidos en la SA o en la HJ ("HitlerjugendÓ). Dijo: "Quiero ver a verdaderos hombres como mandos de la SA, no a rid’culos monos" ÇLa "Orden del D’a al Jefe del E.M. Lutze" ten’a el siguiente texto: Ç"Al designarle hoy como Jefe del Estado Mayor de la SA, lo hago en la confianza de que cumplimentar‡ una serie de obligaciones que le hago saber a continuaci—n: Ç1. Exijo del jefe de la SA exactamente la misma ciega obediencia e incondicional disciplina que la que Žste exige a sus hombres. ÇÓ2 Exijo de cada uno de los mandos de la SA que sean conscientes, como lo debe ser todo jefe pol’tico, de que su comportamiento y conducta deben ser ejemplares para su unidad e incluso para todos nuestros seguidores.
Ç"3. Exijo que cuando un mando de la SA -como cada jefe pol’tico- sea culpable de comportamiento indigno ante la opini—n pœblica, sea inapelablemente expulsado del Partido y de la SA. Ç"4. Exijo, sobre todo del mando superior de la SA, que sea un ejemplo de austeridad y no de exhibicionismo. No deseo que el jefe de la SA ofrezca costosos banquetes o participe en ellos. Antes no se nos invit— a asistir, y ahora nada tenemos que buscar en ellos. A millones de nuestros conciudadanos les falta todav’a hoy lo m‡s indispensable para la vida y aunque no sientan envidia hacia aquellos a quienes la suerte ha favorecido, es indigno para un nacionalsocialista el ensanchar aœn m‡s el foso entre carencia y fortuna, foso que todav’a se mantiene exageradamente ancho. Especialmente prohibo que los medios del Partido se utilicen para festejos de la SA o del pœblico en general. Ç"Adolf Hitler". ÇA las 17 horas (del 30 de junio) pudo al fin Hitler conversar con el comandante de su "Leibstandarte" Sepp Dietr’ch, quien le esperaba desde hac’a horas, y poder impartirle las primeras —rdenes de matanza. ÇDietrich inform— que al entrar en la estancia Hitler se encontraba visiblemente trastornado y que nunca lo hab’a visto antes en ese estado (declaraci—n de Dietrich ante el Tribunal de jurado de Munich el 6-5-1957). [ ... ] ÇHitler orden— a Dietrich que viajara hasta Stadelheim en compa–’a de seis suboficiales y un jefe de compa–’a del "Leibstandarte" y fusilara a los jefes de la SA cuyos nombres se encontrar’an marcados con una cruz en una lista que les entregar’a Bormann (esta lista era una relaci—n de ingresados en el penal de Munich-Stadelheim confeccionada despuŽs del ingreso de los jefes de la SA detenidos y que fue enviada al Ministerio del Interior de Baviera. Esta relaci—n todav’a se puede consultar y porta una nota del "GauleiterÓ Wagner, Ministro del Interior, de fecha 30 de junio que dice: "por orden del FŸhrer entregar‡ al "GruppenfŸhrer" Dietrich los se–ores que Žste mencione".) (Actas del proceso del Tribunal de jurado en la Audiencia Territorial MŸnchen l). ÇDietrich era un veterano bravuc—n de la (Primera) Guerra Mundial y ten’a algunas valentonadas en su historial. Pero no era un criminal. Entre los nombres provistos de cruz hab’a buenos amigos suyos. Y a pesar de ello cumpli— sin vacilaci—n la orden de fusilarlos sin juicio, sin sentencia, sin otras razones que la voluntad de Hitler. [ ... ] ÇA la recepci—n del parte de Dietrich informando del cumplimiento de las ejecuciones, Hitler emiti— el siguiente "comunicado a la prensa" (en este comunicado cometi— Hitler un error: en ese mismo momento s—lo se hab’an fusilado a los seis mandos de la SA que mencionaba Dietrich. El "GruppenfŸhrer" Ernst se encontraba todav’a esposado en el avi—n que le conduc’a de Bremen a Berl’n): (33) Ç"Munich, 30 junio. La Oficina de Prensa del NSDAP para Alemania hace saber: en relaci—n al complot que ha sido desvelado, se ha procedido a fusilar a los siguientes mandos de la SA: "Obergruppenfuhrer" August Schneidhuber, Munich; "Obergruppenfuhrer" Edmund Heines, Silesia; "GruppenfŸhrer" Karl Ernst, Berl’n; "GruppenfŸhrer" Wilhem Schmidt, Munich; "GruppenfŸhrer" Hans Hayn, Sajonia; "GruppenfŸhrer" Hans Peter von Heydebreck, Pomerania; "StandartenfŸhrer" Hans Erwin Graf Spreti, Munich". ÇHacia las 20 horas, Hitler despega de Munich y llega a Berl’n hacia las 22 al campo de Tempelhof. Gšring y H’nrimier informan inmediatamente a Hitler sobre las ejecuciones cumplimentadas: "GruppenfŸhrer" Ernst, general v. Schleicher, general v. Bredow, Gregor Strasser, Edgar Jung, Erich Klausener ("Ministerialdirektor", Presidente de Acci—n Cat—lica), etc.
ÇHasta el momento todo hab’a funcionado bien. ÀPero aceptar’a la Reichswehr sin m‡s el asesinato de los generales Schleicher y Bredow? Al fin y al cabo ambos hab’an ocupado altos puestos de mando. ÇHitler no estaba muy seguro de la reacci—n (del EjŽrcito) por lo que convoc— al viejo general Litzmann a la Canciller’a del Reich. Naturalmente, este bondadoso general y partidario de Hitler acudi— inmediatamente a fin de, como de costumbre, ofrecer su ayuda para cualquier cosa. Pero la preocupaci—n de Hitler era innecesaria. La Reichswehr se trag— la p’ldora sin mayores aspavientos. La eliminaci—n de los antip‡ticos mandos de la SA era lo suficientemente valioso como para compensar la liquidaci—n de dos impopulares generales (El jefe de la Oficina del Ministro, "generalmajor" von Reichenau, declar— en una entrevista con el periodista Stanislaus de la Rochefoucauld del ÒPetit Journal" (publicado el 6-8-11934): Ç"La muerte de Schleicher, nuestro anterior jefe, nos ha producido dolor, pero somos de la opini—n de que hab’a dejado de ser soldado hace ya mucho tiempo". Von Reichenau sigui— diciendo, entre otras cosas, que Schleicher hab’a sido un conspirador nato y que su pensamiento de volver al poder con la ayuda de la SA era incomprensible en un ex ministro del EjŽrcito. Su relaci—n con Ršhm era harto conocida y tambiŽn era seguro que se hab’a apoyado seriamente en Francia, lo que hubiera facilitado su labor de gobernante. `Yo no inculpo en manera alguna a su pa’s (Francia); s—lo digo que Schleicher contaba con Francia. Es triste pensar como algunos oficiales pueden perder tan f‡cilmente las cualidades de su profesi—n cuando entran en la pol’tica. Esto sucedi— desgraciadamente en el caso Schleicher. Olvid— que la obediencia es el primer mandamiento militar. En esta entrevista, Reichenau no sigui— la versi—n oficial que dec’a que a Schle’cher se le dispar— cuando quiso resistirse al arresto, sino que reconoci— que la muerte fue intencionada. Sobre el asesinato de Schleicher y de su esposa por dos civiles, existe un expediente judicial (declaraci—n de su empleada de hogar Marie GŸntel, del 30-6-1934). ÇLa compa–’a de honores de Berl’n por iniciativa propia, march— desfilando por la Wilhemstrasse al paso de la oca hac’a la 1 del mediod’a del domingo, 11 de julio, al son de la marcha de "Badenweiler" ante Hitler, que estaba asomado a la ventana: ÁLa Reichswehr agradec’a y homenajeaba a su FŸhrer! Hitler salud—, reciŽn peinado y con ojos febriles. [ ... ] ÇSobre el "fusilamiento de Schleicher", Hitler emiti— el siguiente comunicado de prensa: Ç"Berl’n, 30 de junio. En las œltimas semanas qued— confirmado que el anterior Ministro del EjŽrcito general (R) von Schleicher hab’a tenido peligrosos contactos para el Estado con ambientes antinacionales de la esfera de mandos de la SA, as’ como con potencias extranjeras. Con ello qued— demostrado que ha actuado con palabras y con hechos contra este Estado y su Jefatura. Esta constataci—n hizo necesario proceder a su arresto dentro del ‡mbito de acci—n de una depuraci—n. Cuando los agentes de lo criminal quisieron proceder a su detenci—n, el general (R) von Schleicher se resisti— con las armas. A consecuencia del tiroteo resultante, resultaron heridos de muerte el propio general y su mujer, al querer interponerse". ÇDurante ese domingo, 11 de julio, siguieron los fusilamientos en el cuartel Lichterfelde de la SS en Berl’n. Pero todav’a no se hab’a adoptado ninguna decisi—n sobre la suerte de Ršhm. Naturalmente, Ršhm tambiŽn deb’a morir sin que tuviera oportunidad de manifestarse sobre las acusaciones vertidas sobre Žl. Hitler hizo que ese d’a se le entregara a Ršhm quien se hallaba indefenso sentado en su celda de Stadelheim, una pistola para que pudiera suicidarse. La devoci—n de Ršhm por Hitler no iba, sin embargo, tan lejos como la que demostr— m‡s tarde el mariscal de campo Rommel con su suicidio tambiŽn ordenado.
Ršhm se neg—; aunque es cierto que no ten’a ninguna familia que mantener, como la tuvo Rommel. ÇTranscurrido el per’odo de reflexi—n concedido, se introdujeron en la celda los miembros de la SS -mandados por Hitler, el comandante del campo de concentraci—n de Dachau, Eicke, y el "SturmbannfŸhrer" Michael Lippert, jefe de la guardia de Dachau, quienes sujetaron a Ršhm que, desafiadoramente erguido, ofreci— su pecho, tumb‡ndole a pistoletazos (parece que Eicke muri— durante la II Guerra Mundial; Lippert, as’ como Sepp Dietrich, fue condenado a un a–o y medio de prisi—n por complicidad en el homicidio. Fallo del Tribunal de jurado de la Audiencia Regional-Munich I en el proceso de Ršhm). ÇHitler hizo pœblico el siguiente comunicado respecto a la ejecuci—n de Ršhm: Ç"Berl’n, 1 julio. Al ex jefe del Estado Mayor, Ršhm se le ofreci— la oportunidad de extraer por s’ mismo las consecuencias de su traicionera actitud. No lo hizo, y por consiguiente fue ejecutado". ÇAl mismo tiempo, se dio, a conocer el siguiente despacho del Ministro de la Reichswehr: Ç"ÁA la Wehrmacht! Berl’n, 1 julio 1934. Con decisi—n castrense y ejemplar valor, el FŸhrer se ha enfrentado personalmente a los traidores y amotinados, destruyŽndolos. ÁLa Wehrmacht, en su calidad de fuerza armada de toda la Naci—n, apartada de las luchas pol’ticas internas, demostrar‡ su agradecimiento por medio de su subordinaci—n y lealtad! Con la conciencia en los comunes ideales, la Wehrmacht sostendr‡ con satisfacci—n, tal como nos lo pide el FŸhrer, una buenas relaciones con la renovada SA. El estado de excepci—n queda revocado en todas partes. von Blomberg". [...] ÇEl d’a 2 de julio emiti— Hitler el siguiente comunicado de prensa: Ç"Berl’n, 2 de julio. Se comunica oficialmente: el operativo de la depuraci—n ha finalizado ayer por la tarde. No tendr‡n lugar m‡s acciones en este sentido. De esta manera, toda la operaci—n para el restablecimiento del orden y su mantenimiento ha durado en Alemania 24 horas. En todo el Reich reina la tranquilidad y un completo orden. Todo el pueblo est‡ con absoluto entusiasmo tras el FŸhrer". ÇComplementariamente, el mismo 2 de julio dict— Hitler la siguiente disposici—n: Ç"En la noche del 1¼ de julio se han terminado las medidas para la represi—n de la rebeli—n de Ršhm. Quien por propia decisi—n, sea cual sea su intenci—n, se haga culpable de un acto de violencia queriŽndose amparar en la continuaci—n de esta operaci—n, ser‡ entregado a la justicia ordinaria para su procesamiento. Adolf Hitler". (34) ÇDurante el 2 de julio Hitler visit— al Ministro de Econom’a, Dr. Kurt Schmitt, que estaba enfermo en Berl’n-Dahlen (esta enfermedad ya fue dada a conocer el 28 de junio. Por tanto parece que nada tenga que ver con los sucesos del affaire Ršhm aunque Schmitt afirmara esto en su declaraci—n ante el Tribunal Militar de Nuremberg en el a–o 1946). ÇEl 3 de julio se reuni— el Consejo de Ministros, en el que tanto Hitler como Blomberg pronunciaron unas alocuciones. A continuaci—n se aprob— una Ley en la que se establec’a que todas las medidas adoptadas el 30 de junio y del 1 al 2 de julio "se consideraban legales al ser medidas de emergencia en defensa del Estado". Aqu’ se puede hacer especial hincapiŽ en el hecho de que tambiŽn fueran declaradas como legales todas las acciones ejecutadas el 2 de julio, aœn cuando Hitler hab’a precisamente anunciado momentos antes que las operaciones para reprimir la llamada rebeli—n de Ršhm se hab’an dado por terminadas la noche del 1 de julio. ÇEl Ministro de Justicia del Reich, Dr. GŸrtner, que no era nacionalsocialista, sino un ministro tecn—crata-burguŽs, fue incluso m‡s all‡ que Hitler y declar— que esas medidas, esto es, la ejecuci—n de presos indefensos sin condena judicial, no solamente era legal sino incluso Áobligaci—n de un hombre de Estado!. (35) [...*
ÇEl d’a 3 vol— Hitler a Neudeck para visitar a Hindenburg. En el aeropuerto de Marienburg fue recibido por un grupo de oficiales de la Reichswehr bajo el mando del "generalmajor" Weidrich, siendo escoltado hasta el autom—vil. [ ... ] ÇEl peri—dico sueco "Nya Dagligt Allehanda" public— el 3 de julio una entrevista con Gšring. [ ... ] (Reproducida del "Dresdner Nachrichten" del 4 agosto 1934) [sic]: ÇPregunta: ÀQuŽ posici—n adopt— el vicecanciller von Papen en relaci—n al operativo contra los mandos de la SA? Ç"Respuesta: Es mentira que Papen hubiera sido detenido. Y les puedo decir que eso tampoco va a ocurrir. La operaci—n se efectu— por orden del FŸhrer y Papen ha estado a su lado. Estaban completamente de acuerdo sobre la acci—n. Quiero tambiŽn remarcar que la operaci—n no fue solamente necesaria a ra’z de los planes de rebeli—n. La vida privada de Ršhm y de las dem‡s personas arrestadas era tal, que representaban un esc‡ndalo para la totalidad de la SA. Eran como un c‡ncer moral que deb’a ser extirpado". ÇHitler precis— mucho tiempo para encontrar una explicaci—n a medias con cierta credibilidad que pudiera justificar sus asesinatos. Solamente el viernes, 13 de julio, a las 20 horas, pudo Hitler acudir al f—rum de los oradores, el Parlamento (Reichstag). El œnico punto del orden del d’a era la recepci—n de una declaraci—n del gobierno del Reich. La tesis del supuesto intento de rebeli—n del jefe de la SA hab’a sido promovida por Hitler hasta la saciedad en sus comunicaciones del 30 de junio al 3 de julio. Esta versi—n hab’a sido aceptada sin problemas por el pœblico en general. Puesto que no se conoc’a el trasfondo de lo ocurrido, la gente se tranquilizaba con el pensamiento de que la revoluci—n devora a sus propios hijos, y con ese pensamiento, incluso sent’a cierto regocijo en el mal ajeno. ÇAlgo distinto fue la reacci—n referente al anuncio de la muerte de Schleicher y su esposa cuando supuestamente (36) intentaba resistirse a la detenci—n. A pesar de que Schleicher no era precisamente una persona muy apreciada, la afirmaci—n de que hab’a conspirado con Ršhm y que adem‡s hubiera tenido contactos con el extranjero constitutivos de traici—n a la Patria se tom— como "excesiva exageraci—n". ÇMientras tanto, se hab’a filtrado la noticia de que no solamente Schleicher hab’a sido ejecutado, sino tambiŽn su secretario de Estado (jefe de la Oficina del Ministerio) el "genera Imajor" v. Bredow, tambiŽn Gregor Strasser, el ex comisario general del Estado en Baviera, Dr. v. Kahr, los colaboradores de Papen, Edgar Jung y von Bose, el director de "Acci—n Cat—lica" y "ministerialdirektor" en el Ministerio de Transportes del Reich, Dr. Erich Klausener y el presidente de la organizaci—n deportiva cat—lica ÒDeutsche Jugendkraft", Adalbert Probst. ÇEstos nombres esclarec’an el asunto: se trataba manifiestamente de personalidades que alguna vez y de algœn modo hab’an molestado a Hitler, quien a partir de entonces los hab’a considerado, con mayor o menor raz—n, como poco de fiar. ÇSchleicher hab’a puesto en rid’culo a Hitler ante Hindenburg el 13 de agosto de 1932, y ante la opini—n pœblica expres— que no era la persona adecuada para ocupar el puesto de canciller. Gregor Strasser, sin el consentimiento de Hitler, quiso ser vicecanciller en el gabinete de Schleicher. El ex comisario general del Estado, Dr. v.Kahr, hab’a decepcionado a Hitler en noviembre de 1923 cuando se distanci— del entonces Òalzamiento nacional". Los colaboradores de Papen, el Dr. Edgar Jung y el "Oberregierungsrat" von Bose, con su muerte deb’an enviar a Papen un serio mensaje de advertencia. Los cat—licos Dr. Kiausener y Probst probablemente deber’an morir en sustituci—n de BrŸning, a quien Hitler, por lo que parece, tambiŽn quer’a "llamarle seriamente la atenci—n" (comentario de Hitler a Rauschning). En cualquier caso, tanto BrŸning como Schleicher fueron advertidos a
principios de junio por el bien orientado servicio de inteligencia inglŽs. Mientras Schleicher no hizo el menor caso, BrŸning se march— primero a Inglaterra y luego a Lugano. (37) ÇHitler (en su discurso) mencion— en total a 74 personas (como muertas en la acci—n alrededor del 30 de junio). Por contra, y hasta entonces, incluido su discurso ante el Reichstag, solo hab’a citado por su nombre a 15 personas. Las restantes pod’an deducirlas sus oyentes. (38) ÇYa al comienzo de la sesi—n del Reichstag del 13 de julio se pudo apreciar, incluso exteriormente, el cambio habido desde la anterior sesi—n del 30 de junio: al lado del estrado de oradores y en la sala montaban guardia miembros de la SS con casco de acero. Obviamente, Hitler tem’a algœn atentado por parte de compa–eros indignados. Faltaban 12 mandos de la SA que hab’an sido diputados y fueron ejecutados. El presidente, Gšring, ya no llevaba uniforme de la SA, sino un uniforme de la "Asociaci—n Deportiva AŽrea Alemana" (organizaci—n que enmascaraba la entonces en ciernes Luftwaffe). ÇEn los asientos del Gobierno, no solamente faltaba Ršhm y el ministro de Econom’a, Schmidt, que estaba enfermo, sino tambiŽn Papen. Su puesto, mientras tanto, lo hab’a ocupado el ministro de Asuntos Exteriores von Neurath. Ni Hitler ni Gšring se preocuparon de explicar la ausencia del hasta entonces vicecanciller y diputado von Papen. ÇAunque los rumores de que Papen estuviera aun bajo arresto domiciliario, o de que hubiera sido salvajemente apaleado por gente de la SS, eran exagerados, una cosa es cierta: Ánunca volver’a a su puesto en el banco del Gobierno al lado de Hitler! [...] ÇHitler comenz— su discurso con la siguientes palabras: Ç"ÁDiputados! ÁMiembros del Reichstag alem‡n! [...] Ç"Tumultos en la calle y combates en las barricadas, temor en las masas y destructiva propaganda individualista inquietan hoy a casi todos los pa’ses del Mundo. TambiŽn en Alemania algunos de esos locos y criminales intentan todav’a renovar una y otra vez esos intentos destructivos. Tras haber vencido al partido comunista, estamos percibiendo siempre, aunque cada vez m‡s dŽbilmente, nuevos intentos para que se legalice y dejar actuar a organizaciones comunistas de car‡cter m‡s o menos anarquista. El mŽtodo de esta gente es siempre el mismo. Describiendo la situaci—n actual como insoportable, exponen el para’so comunista del futuro y pr‡cticamente as’ est‡n combatiendo por el infierno, ya que las consecuencias de su triunfo en un pa’s como Alemania no pueden ser otras que destructivas. [ ... ] Ç"El segundo grupo de los descontentos se compone de esos jefes pol’ticos que sienten como cerrado su futuro por el 30 de junio, sin darse cuenta de la irrevocabilidad de este hecho. [...] Ç"Un tercer grupo de elementos destructivos surge de aquellos revolucionarios que en el a–o de 1918 fueron desenraizados y enfrentados en sus anteriores relaciones con el Estado y en consecuencia han perdido absolutamente toda relaci—n interior con una ordenaci—n humana y organizada de la Sociedad. Se han convertido en revolucionarios que rinden homenaje a la revoluci—n por la revoluci—n y quieren ver en ella una situaci—n permanente. Ç"Para nosotros, la revoluci—n que destruy— el Segundo Reich no fue otra cosa que el alumbramiento violento que dio vida al Tercer Reich. Nosotros quisimos crear nuevamente un Estado en el que todo alem‡n pudiera sentirse a gusto, quisimos estructurar un sistema en el que cualquiera pudiera progresar con respeto, encontrar leyes que correspondieran a la moral de nuestro pueblo, reforzar una autoridad a la que se pudiera someter con alegr’a cualquier persona. Ç"La revoluci—n no es para nosotros una situaci—n permanente. [ ... ]
Ç"Tengo que mencionar todav’a a un cuarto grupo, que a veces, quiz‡s incluso involuntariamente, realiza una verdadera actividad destructiva. Se trata de aquellas personas que pertenecen a una relativamente estrecha franja de la sociedad que en su inactividad natural encuentran siempre tiempo y ocasi—n para platicar sobre todo aquello que les pueda representar una distracci—n importante dentro de su, por otra parte, insignificante sentido de la vida. Mientras la inmensa mayor’a de la Naci—n tiene que ganarse el pan de cada d’a con un fatigoso laborar, existen todav’a en ciertos estratos de la sociedad algunas personas cuya œnica dedicaci—n es el no hacer nada y fuego reponerse de esa inactividad. [...] Ç "A mediado de marzo indiquŽ que se tomaran medidas para iniciar una nueva campa–a de propaganda. Su fin era inmunizar al pueblo alem‡n frente a una nueva intentona para envenenarlo. Al mismo tiempo, tambiŽn di la orden a algunos servicios del partido para que se ocuparan de los rumores que surg’an a menudo sobre una nueva Revoluci—n y, si fuese posible, averiguar la fuente de tales rumores. Ç"Result— que en las filas de algunos muy altos mandos de la SA aparec’an tendencias que necesariamente eran propicias a producir preocupaci—n. Ç"En principio eran s’ntomas extendidos, cuya interconexi—n no era f‡cil de apreciar a primera vista. Ç1. Contrariando mi orden expresa y en contra de las explicaciones que se me dieron por el anterior jefe de E.M. Ršhm se hab’a producido un crecimiento de la SA en una dimensi—n tal que deb’a hacer peligrar la homogeneidad interna de esta singular organizaci—n. Ç"2. En los citados ‡mbitos de ciertas jerarqu’as de la SA se iba debilitando cada vez m‡s la educaci—n dentro de la cosmovisi—n nacionalsocialista. Ç"3. La relaci—n natural entre Partido y SA se iba haciendo m‡s y m‡s dŽbil. Se pudieron detectar impulsos para, bajo cierta planificaci—n, alejar a la SA de la misi—n que yo la hab’a conferido y dedicarla a servir otros intereses u obligaciones. [ ... ] Ç"En su momento llamŽ la atenci—n a Ršhm sobre Žstas y otra serie de desagradables situaciones sin que se notara ninguna mejor’a; ni siquiera una toma de posici—n sobre mis quejas. En los meses de abril y mayo se intensificaron estas quejas m’as sin interrupci—n. Entonces hab’a recibido por primera vez, incluso documentalmente, informaci—n aseverada sobre conversaciones que hab’an sostenido algunos altos jefes de la SA que no pueden ser calificadas mas que de "grave desobediencia". Por primera vez qued— irrebatiblemente demostrado en ciertas actas, que en tales conversaciones se dieron indicaciones sobre la necesidad de una nueva revoluci—n y que se dieron instrucciones a los mandos para que se prepararan tanto an’mica como materialmente para una tal nueva revoluci—n. Ršhm intent— desmentir estos hechos en su realidad, y afirm— que eran ataques subrepticios contra la SA. Ç"La confirmaci—n de algunos de estos hechos por declaraciones de los propios participantes, condujeron a que se emplearan graves malos tratos sobre estos testigos, que en su mayor’a proced’an de la SA veterana. Ya a finales de abril vieron claro, tanto la jefatura del Partido como algunos Departamentos del Estado, que un cierto grupo de altos jefes de la SA apoyaban, o al menos no imped’an, ese distanciamiento entre la SA y el Partido as! como de otras instituciones nacionales. Ç"Los intentos de rectificar esta situaci—n por las v’as normales de los Servicios, no obten’an Žxito. El jefe de E.M., Ršhm, me aseguraba siempre personalmente que se iniciar’an investigaciones al respecto y se proceder’a a dar el cese a los culpables o, en su caso, aplicarles una sanci—n. No se apreci— ninguna modificaci—n. Ç"En el mes de mayo llegaron a algunas sedes, tanto del Partido como del Estado, numerosas quejas sobre contravenciones de mandos altos e intermedios de la SA que no pod’an ser negadas por estar probadas documentalmente. Desde instigadoras proclamas
hasta excesos insoportables, todo ello en la misma l’nea. El "MinisterprŠsident" Gšring ya se hab’a preocupado de imponer la voluntad del Estado nacionalsocialista en Prusia sobre la obstinaci—n de algunos elementos. En otras regiones, de vez en cuando, ten’an que intervenir las autoridades y los —rganos del partido frente a algunos insoportables excesos. Algunos responsables fueron detenidos. He repetido siempre con Žnfasis que sobre un rŽgimen autoritario recaen grandes obligaciones. Cuando se le pide al pueblo que crea ciegamente en una jefatura, esa jefatura debe hacerse acreedora a tal confianza, tambiŽn con su eficacia en la labor y su intachable comportamiento. En determinados casos pueden ocurrir errores y equivocaciones, pero se pueden corregir. Sin embargo, comportamientos indecentes, excesos en la bebida, vejaciones a pac’ficos ciudadanos son indignos de un mando, no son conductas nacionalsocialistas y son aborrecibles en alto grado. [...] ÇEstos enfrentamientos condujeron a una conversaciones muy duras entre Ršhm y yo en las que por primera vez nacieron en m’ dudas sobre la lealtad de ese hombre. DespuŽs de que durante meses rechacŽ internamente tales pensamientos; despuŽs de que antes, durante a–os, hubiera protegido a este hombre con mi propia persona con inquebrantable buena fe y camarader’a, comencŽ a sentir ciertas aprensiones y dudas -y tambiŽn, sobre todo, mi lugarteniente en la jefatura del Partido, Rudolf Hess- que incluso con mi mejor buena voluntad no pude ya enervar. Ç"A partir del mes de mayo ya no cab’a dudar de que Ršhm planeaba ambiciosos proyectos que en caso de llegar a alcanzarlos solamente podr’an producir grandes conmociones. Ç"Si durante esos meses he vacilado en tomar una decisi—n definitiva, fue debido a dos motivos: Ç"1. No pod’a llegar a aceptar con facilidad que una relaci—n que yo cre’a que estaba basada en la lealtad, resultara ser falsa. Ç"2. Yo ten’a perennemente la serena esperanza de poder ahorrar al Movimiento y a mi SA la vergŸenza de un tal enfrentamiento y poder eliminar sin grandes luchas el elemento nocivo. ÇPero a finales de mayo, aparecieron a la luz del d’a nuevos hechos sospechosos. Ç"El jefe de E.M. Ršhm comenz— a distanciarse del partido, no s—lo an’micamente sino tambiŽn con su modo de vida externo. Perdieron su vigencia para Žl todos los principios fundamentales sobre los que se ha basado nuestro Žxito, La vida que comenz— a llevar el jefe de E.M., y junto con Žl un cierto c’rculo, era insoportable para toda concepci—n nacionalsocialista. No solo era repugnante que Žl y su c’rculo de adictos rompieran con todas las leyes de la decencia y del comportamiento modesto, sino que, peor todav’a, este veneno se iba extendiendo en ‡mbitos cada vez mayores. Ç"S’n embargo, lo peor es que poco a poco iba form‡ndose en la SA, a partir de esa cierta y comunitaria tendencia, una secta que se convert’a como en el germen de una conjura que no s—lo se dirig’a contra los conceptos normales de un pueblo sano, sino tambiŽn contra la seguridad del Estado. [...] Ç"Paulatinamente se desarrollaron tres agrupaciones entre los mandos de la SA: un peque–o grupo formado por elementos de la misma predisposici—n que, capaces de cualquier acto, estaban ciegamente en manos de Ršhm. Eran, en primer lugar, los jefes SA Ernst, de Berl’n; Heines, de Silesia; Hayn, de Sajonia; y Heydebreck, en Pomerania. Junto a ellos se dio un segundo grupo de jefes de la SA que en su fuero interno no pertenec’an al primer grupo, pero que s—lo en base a su concepto castrense de la disciplina se sent’an obligados a obedecer al jefe de E.M. Ršhm. Y frente a ambos exist’a un tercer grupo de mandos que no ocultaban su aversi—n y rechazo ’ntimo a aquellos, por lo que en consecuencia algunos fueron separados de sus puestos de responsabilidad, otros apartados a un lado y dejados de
tener en cuenta en muchas cuestiones. Como paradigma de esos arrinconados mandos de la SA por mantener su inalterable decoro figuraron el hoy jefe de E.M. Lutze, as’ como el jefe de la SS, Himmler. Ç"Sin haberme jam‡s informado, y sin yo siquiera sospecharlo en un principio, Ršhm estableci— contactos con el general Schleicher por conducto de un estafador absolutamente corrupto, un tal v.A., conocido por todos ustedes. Ç"El general Schleicher era la persona que daba la concreci—n exterior a los deseos internos del jefe de E.M. Ršhm. ƒl era quien fijaba y representaba concretamente las convicciones de que: Ç1. El actual rŽgimen alem‡n era insostenible, que Ç"2. Todas las organizaciones nacionales, y en primer lugar la Wehrmacht, deb’an estar bajo un solo mando, que Ç"3. El œnico hombre adecuado para ello deb’a ser el jefe de E.M. Ršhm, que Ç"4. el se–or v. Papen deb’a ser arrinconado y que Žl estaba dispuesto a aceptar el puesto de vicecanciller en su lugar, adem‡s de tenerse que adoptar otros importantes cambios en la composici—n del Gobierno. [... ] Ç"La puesta en pr‡ctica de estas propuestas del general v. Schleicher chocar’an ya en su apartado segundo con mi oposici—n irreductible. Ç"Nunca me hubiera sido posible, ni objetiva ni humanamente, dar mi consentimiento a un relevo en el ministerio de la Reichswehr al que accediera Ršhm. Ç"En primer lugar, por razones objetivas: desde hace 14 a–os siempre he mantenido que las organizaciones de combate del Partido son instituciones pol’ticas que nada tienen que ver con el EjŽrcito. [...] En segundo lugar, me hubiera sido humanamente imposible acceder una sola vez a esta propuesta del general von Schleicher. Ç"Puesto que el mismo Ršhm estaba inseguro de si los intentos en la direcci—n indicada topar’an con mi rechazo, el principio del plan preve’a superar ese escollo. Fue una preparaci—n muy meticulosa. ÇÓ1. Se deb’an crear escalonadamente los presupuestos psicol—gicos para el estallido de una segunda revoluci—n. Para este fin, por los departamentos de propaganda de la SA y dentro mismo de la SA, se propag— la acusaci—n de que la Reichswehr proyectaba la disoluci—n de la SA, a lo que despuŽs se a–adi— que yo, por desgracia, habr’a sido captado personalmente en favor de dicho proyecto. ÁUna mentira tan triste como asquerosa! Ç"2. Por lo tanto, la SA deb’a adelantarse a este ataque y en una segunda revoluci—n destruir a los elementos reaccionarios por una parte, y por otra, destruir a la resistencia dentro del Partido, confiando la autoridad del Estado a la jefatura de la SA. Ç"3. Para lograrlo, la SA deb’a poner a punto, en un plazo muy corto, todos los preparativos tŽcnicos. Bajo enmascaramiento de la realidad -entre otras, la falsa afirmaci—n de que se quer’a recolectar dinero para ayuda social de la SA- Ršhm consigui— recaudar 12 millones de marcos para este fin. Ç"4. Para poder vencer despiadadamente en las decisivas acciones previstas, se crearon unos grupos terroristas de conjurados con el nombre de "Stabswachen". Mientras los veteranos de la SA se hab’an sacrificado durante todo un decenio por el Movimiento, ahora se formaban unidades de mercenarios cuyo car‡cter interno y cuya finalidad no pueden ser mejor retratados que por medio de los tremendos antecedentes penales de los elementos que las compon’an y de que los antiguos y fieles mandos y militantes rasos de la SA se vieran arrinconados en beneficio de los elementos mejor capacitados para estas acciones, sin embargo nada preparados pol’ticamente. En ciertas reuniones de jefes, as’ como durante excursiones de descanso, se llamaba aparte a los jefes de la SA previstos para estas
actividades y se les trataba individualmente, esto es, mientras los miembros de la secta interna planificaban cuidadosamente las acciones, al segundo c’rculo de jefes de la SA, que era mayor, solamente se les informaba a grosso modo del contenido de las deliberaciones en el sentido de que la segunda revoluci—n era inminente y que esta revoluci—n no ten’a otra meta que la de devolverme a m’ la libertad de acci—n, por lo que el nuevo y esta vez sangriento levantamiento ÐÒLa noche de los cuchillos largos", como se le llam— tenebrosamente- coincid’a con mi propio parecer. ÇÓTrataban de justificar la necesidad de este unilateral paso adelante de la SA con el argumento de que mi incapacidad para tomar decisiones solamente pod’a ser remediada con el Žxito de las acciones planeadas. Presumiblemente, bajo estos falsos pretextos se encarg— al se–or von Detten (se refiere al "GrupenfŸhrer" Georg von Detten) la preparaci—n de la acci—n pol’tica en el exterior. A veces, el mismo general von Schleicher dirigi— personalmente el juego en la pol’tica exterior y otras veces la dej—, pr‡cticamente, en manos de su mensajero: el general von Bredow. Se atrajo tambiŽn a Gregor Strasser. Ç"A principios de junio convoquŽ de nuevo a Ršhm, en un œltimo intento de acuerdo, para sostener una conversaci—n con Žl, conversaci—n que dur— casi cinco horas y que se prolong— hasta medianoche. Le comuniquŽ que ten’a la impresi—n, deducida de numerosos testimonios y declaraciones de antiguos y fieles camaradas del Partido y mandos de la SA as’ como de innumerables rumores, de que se preparaba una acci—n nacionalbolchevique por parte de elementos sin escrœpulos, cosa que s—lo podr’a traer inmensas desgracias sobre Alemania. ContinuŽ diciendo que tambiŽn hab’an llegado a mis o’dos comentarios sobre la intenci—n de involucrar al EjŽrcito en el ‡mbito de dichos planes. Le asegurŽ a Ršhm de que las afirmaciones de que la SA iba a ser disuelta eran una infame mentira; de que ni siquiera pensaba pronunciarme sobre las afirmaciones de que yo mismo iba a tomar medidas contra la SA. Pero que me enfrentar’a instant‡neamente a todo intento de crear el caos en Alemania y que quienquiera que atacara al Estado deb’a saber previamente que me contar’a entre sus enemigos. Le solicitŽ por œltima vez que se enfrentara por s’ mismo a esa locura y que utilizara su autoridad para impedir una evoluci—n de esos proyectos que de cualquier manera terminar’an en una cat‡strofe. Ç"Le presentŽ mis quejas m‡s rotundas sobre los impresentables excesos que se iban amontonando, y le exig’ que erradicara desde ese mismo momento a dichos elementos de la SA a fin de no tirar por los suelos el honor de la misma SA, de millones de honestos camaradas y cientos de miles de veteranos, por causa de unos cuantos sujetos indeseables. Ç"Ršhm se march— asegurando que en parte esos rumores eran falsos, y en parte exagerados, pero que Žl har’a todo lo necesario para aplicar la justicia. Ç"Sin embargo, el resultado de la conversaci—n fue que, al darse cuenta que bajo ningœn supuesto pod’a contar conmigo para sus proyectos, prepar— mi propia defenestraci—n. Para este fin, se dijo al m‡s amplio c’rculo confabulado de la SA, que yo estaba ciertamente de acuerdo con la operaci—n planificada, pero que personalmente no quer’a ser informado de nada al respecto, o, alternativamente, que quer’a que se me tuviera retenido por 24 o 48 horas desde el comienzo del levantamiento para as’, ante los hechos consumados, evitar la enorme presi—n que, de otro modo, se producir’a sobre m’ en relaci—n a la pol’tica exterior. Esta manifestaci—n fue confirmada por el hecho de que mientras tanto, previsoramente, ya se hab’a contratado a la persona que deb’a proceder a mi apartamiento: el "StandartenfŸhrer" Uhl, confes— pocas horas antes de su muerte haber estado disponible para cumplir dicha orden. [...] Ç"Aqu’ y ahora solamente me debo enfrentar a un pensamiento, y es el de que s’ toda revoluci—n que obtenga Žxito tiene en s’ misma una justificaci—n. El jefe de E.M. Ršhm y
sus ac—litos declararon la necesidad de una revoluci—n con el argumento de que s—lo as’ se lograr’a la justa victoria del puro nacionalsocialismo. En este momento quiero decir al respecto para ahora y para la posteridad, que esas personas hab’an perdido ya el derecho de invocar al nacionalsocialismo como cosmovisi—n. Su vida se hab’a degenerado tanto como la de aquellos a los que conseguimos vencer y sustituir en el a–o 1933. El comportamiento de esa gente hizo imposible incluso que pudiera invitarlos a recepciones y que ni siquiera pudiera poner los pies una sola vez en la casa de Ršhm en Berl’n. Da miedo pensar lo que hubiera sucedido en Alemania en caso de una victoria de esa secta. Ç"Pero lo m‡s grave del peligro se puso de manifiesto cuando se recibieron ciertas informaciones procedentes del extranjero. Los peri—dicos ingleses y franceses hab’an comenzado a informar, siempre con intensidad creciente, de un inminente vuelco en Alemania y muchas de las noticias daban a entender que los conspiradores hab’an aleccionado con premeditaci—n en pa’ses extranjeros la idea de que en Alemania estaba al caer la revoluci—n de los verdaderos nacionalsocialistas y que el rŽgimen actual ya no era capaz de tomar decisiones. El general von Bredow, que como agente del general von Schleicher para la pol’tica exterior cuidaba de este enlace, trabajaba al un’sono con la labor de aquellos c’rculos reaccionarios que -quiz‡ no relacionados directamente con esta conspiraci—n- se dejaron manipular como sol’citos mensajeros subterr‡neos con el extranjero. ÇPor todo ello, a finales de junio yo ya estaba decidido a poner punto final a esa inaceptable evoluci—n de las cosas Y, ciertamente, antes de que la cat‡strofe se sellara con la sangre de diez mil inocentes. Ç"Puesto quŽ el peligro y la tensi—n que se cern’a sobre todos se hac’a insoportable y dado quŽ adem‡s ciertos servicios del Partido y organismos del Estado estaban tomando necesarias medidas defensivas, me pareci— sospechosa la llamativa pr—rroga de permanencia en filas justo antes de la licencia, de permiso concedida a la SA. En su consecuencia el s‡bado, 30 de junio, me decid’ a relevar de su cargo al jefe de E.M., ponerlo en principio bajo custodia y arrestar a un cierto nœmero de mandos de la SA cuyos actos delictivos eran incontrovertibles. Ç"Dado que a la vista de la cada vez m‡s grave situaci—n era dudoso que Ršhm se desplazara ahora a Berl’n o a cualquier otro sitio, me decid’ por acudir personalmente a una reuni—n de mandos de la SA convocada en Wiessee. Apoy‡ndome en mi autoridad y en cuanto necesario en mi siempre disponible poder decisorio, quise relevar all’ a las 12 horas del mediod’a al jefe de E.M. de su puesto, detener a los principales mandos culpables de la SA y llamar a los dem‡s al orden por medio de un acuciante llamamiento. Ç"Pero en el transcurso del d’a 29 recib’ tan amenazadoras noticias sobre los œltimos preparativos para la acci—n que tuve que interrumpir la inspecci—n del Campo de Trabajo en Westfalia y prepararme para cualquier eventualidad. A la 1 de la noche recib’ desde Berl’n y Munich dos urgentes y alarmantes mensajes. El de Berl’n dec’a que a las 4 de la tarde se hab’a ordenado en la ciudad el estado de alarma, que se hab’a ordenado la requisa de camiones para el transporte de las formaciones de ataque y que todo ello ya estaba cumpliŽndose, de manera que a las 5 en punto se iniciar’a la operaci—n con la sœbita ocupaci—n de los edificios oficiales. Precisamente el "GruppenfŸhrer" Ernst no viaj— a Wiessee por Žste motivo, sino que se qued— en Berl’n para dirigir personalmente la operaci—n. El mensaje de Munich informaba que se hab’a ordenado el estado de alarma de la SA para las 9 horas de la tarde. Ya no se licenci— a las unidades de la SA, sino que fueron acuarteladas. ÁEsto tiene un nombre: mot’n! ÁEl jefe supremo de la SA soy yo, y nadie m‡s!
Ç"Bajo estas circunstancias œnicamente pod’a tomarse una sola decisi—n. Era obligado adoptar medidas instant‡neas caso de que todav’a hubiera tiempo para evitar el desastre. Y una intervenci—n despiadada y sangrienta era quiz‡s lo œnico que podr’a sofocar la propagaci—n de la rebeli—n. Ç"En su consecuencia, no pod’a ser problema el que se eliminaran cien amotinados, conspiradores y confabulados, en lugar de que murieran diez mil inocentes miembros de la SA por un lado y por otro diez mil igualmente inocentes personas. ÁYa que no son ni siquiera imaginables las consecuencias que, de ponerse en marcha, hubiera tenido la operaci—n del criminal Ernst! Lo que hubiera llegado a suceder al actuar en mi nombre, se desprende del angustioso hecho de que, por ejemplo, invocando mi persona, los amotinados consiguieron que unos desprevenidos oficiales de la polic’a les hicieran entrega en Berl’n de cuatro veh’culos blindados para su actividad; y de que anteriormente, los conjurados Heines y Hayn hab’an desconcertado a oficiales de la polic’a de Sajonia y Silesia al requerirles para que se decidieran, en la pr—xima confrontaci—n, entre la SA o los enemigos de Hitler. Por fin qued— muy claro para m’ que solamente un hombre pod’a y deb’a enfrentarse al jefe de E.M. ÁHab’a roto la lealtad hacia m’ y s—lo yo deb’a pedirle cuentas! Ç"A la 1 de la madrugada recib’ los œltimos comunicados urgentes y a las 2 volŽ hacia Munich. Previamente, el ministro-presidente Gšring hab’a recibido una instrucci—n m’a para que en caso de que se desencadenara la acci—n depuradora, tomara de inmediato an‡logas medidas en Berl’n y Prusia. Con pu–o de hierro ha podido reprimir, antes de que se extendiera, el ataque contra el Estado nacionalsocialista. La exigencia de este actuar inmediato conllev— el que en Žsa hora decisiva quedaran muy pocos hombres a mi disposici—n. En compa–’a del ministro Goiabbels y del nuevo jefe de E.M. se llev— entonces a cabo en Munich la acci—n que todos ustedes conocen. Ç"Si es cierto que aœn hac’a pocos d’as estaba dispuesto a ser indulgente, en Žse momento ya no era posible aplicar una tal tolerancia. Los amotinamientos se han dominado siempre con fŽrreas disposiciones. Si alguien me achaca el no haber recurrido a los tribunales de justicia ordinarios para su enjuiciamiento, s—lo puedo decirle una cosa: Áen ese momento yo era el responsable del destino de la Naci—n alemana y por ello el juez supremo del pueblo alem‡n! A las divisiones amotinadas siempre se las ha diezmado para llamarlas al orden. Solamente un Estado no ha hecho uso de tales normas de guerra y por eso mismo, dicho Estado se derrumb—: Alemania. No he querido para el joven Reich el mismo destino que el anterior. ÇÓYo d’ la orden de fusilar a los mayores culpables de esta traici—n y di adem‡s la orden de cauterizar en carne viva la œlcera que envenenaba nuestra vida interior y en el extranjero. Y adem‡s tambiŽn ordenŽ que se impidiera instant‡neamente por las armas cualquier intento de resistencia de los rebeldes a su arresto. Ç"ÁLa Naci—n debe saber que su existencia -garantizada por el orden interior y la seguridadno podr‡ ser amenazada por nadie sin castigo! Y para todo tiempo futuro se debe saber que quien eleve su mano para golpear al Estado tiene a la muerte como destino seguro. Y todo nacionalsocialista debe saber que ningœn grado ni ningœn cargo le sustrae de su responsabilidad personal y, por tanto, de la aplicaci—n de la pena. Yo he perseguido a miles de nuestros antiguos enemigos por su corrupci—n. Y en conciencia me acusar’a a m’ mismo si permitiera semejantes actuaciones entre nosotros. Ç"Ningœn pueblo ni ningœn gobierno pueden impedir que surjan criaturas como las que sobradamente conocemos en Alemania, por ejemplo tales como Kustiker y otros, o como el pueblo francŽs los ha conocido como un Stavisky (40) y que hoy vuelven a aparecer aprovech‡ndose de los bienes de la propia Naci—n. Es culpable el propio pueblo que no encuentra fuerzas para destruir a tales par‡sitos. [ ... ]
ÇPero cuando tres traidores a la Patria conciertan y llevan a cabo un encuentro, que ellos mismos denominaron "oficial", con un hombre de Estado extranjero manteniendo al margen a los funcionarios competentes y dando las instrucciones m‡s severas para que se me mantuviera oculto, entonces hago ejecutar a tales personas aœn cuando fuese cierto que en dicha deliberaci—n solo se hubiese hablado sobre meteorolog’a, monedas antiguas o cosas parecidas. Ç"Dura y rigurosa ha sido la expiaci—n de esos cr’menes. Ç19 altos mandos de la SA y 31 jefes y miembros de la SA fueron pasados por las armas, as’ como tres jefes de la SS en calidad de participantes en el complot. 13 jefes de la SA y personas civiles debieron perder la vida al intentar resistirse a la detenci—n. Tres m‡s acabaron en suicidio. Ç"Cinco personas no pertenecientes a la SA, pero camaradas del Partido, fueron ejecutados debido a su participaci—n. Finalmente fueron adem‡s pasados por las armas tres miembros de la SS que se hab’an hecho culpables de un ignominioso trato hacia presos preventivos. Ç"Para impedir que la pasi—n pol’tica y la rabia pudieran transformarse en linchamientos hacia otros incriminados, despuŽs de haberse superado el peligro y cuando se pudo considerar que la revuelta Áhab’a sido ya sofocada, el mismo domingo, 1¼ de julio se dio ya la orden tajante de cesar en cualquier otra represi—n revanchista. Por consiguiente, desde la noche del domingo 10 de julio, se ha reimplantado la normalidad. Cierto nœmero de actos violentos que no est‡n en relaci—n con el operativo ser‡n entregados a los tribunales corrientes para su enjuiciamiento. [ ... ] Ç"Cuando despuŽs de transcurridas dos semanas de los sucesos, parte de la prensa extranjera inunda a todo el mundo con afirmaciones mendaces e inexactas en lugar de informar objetiva y justamente, no puede poner dicha prensa como excusa el que no se han podido obtener otro tipo de noticias. En la mayor’a de los casos s—lo hubieran precisado de una corta llamada telef—nica al departamento competente para esclarecer enseguida la inconsistencia de la mayor’a de tales informes. Sobre todo cuando se propag— la noticia de que entre las v’ctimas, o entre los conspiradores, tambiŽn se encontraban miembros del gobierno del Reich, les hubiera sido muy f‡cil constatar que precisamente era todo lo contrario. La afirmaci—n de que el vicecanciller von Papen, el ministro Seldte u otros se–ores del gabinete del Reich hab’an tenido contacto con los amotinados queda totalmente refutada por el hecho de que uno de los primeros prop—sitos de los amotinado, entre otros, era asesinar a tales personas. De igual manera son totalmente infundadas las noticias sobre una participaci—n de cualesquiera pr’ncipe alem‡n o bien de que se les haya perseguido. Ç"Por œltimo, cuando haceÓ pocos d’as un peri—dico inglŽs informa que yo hab’a padecido un ataque de nervios, con una escueta pregunta hubiera aclarado la verdad. Puedo asegurar a estos tan preocupados periodistas que ni en la guerra, ni despuŽs de ella, he padecido una sola vez una tal crisis, pero que efectivamente, esta vez he tenido que soportar el m‡s cruel derrumbamiento de la lealtad,y la buena fe por parte de aquellos por los que tanto me he sacrificado. Ç"Pero al mismo tiempo, tambiŽn debo reconocer ahora que mi confianza nunca ha vacilado respecto al Movimiento y sobre todo hacia la SS. Y ahora, por cierto, se me ha devuelto la confianza en mi SA. Tres veces ha tenido la SA la desgracia de tener que soportar jefes -la œltima vez incluso a un jefe de E.M.- a los que crey— deb’a obediencia y fue enga–ada, en los que yo depositŽ mi confianza y me traicionaron. ÁPero tambiŽn he tenido tres veces la oportunidad de contemplar c—mo en el mismo momento en que una acci—n se desvelaba como traici—n, el traidor era abandonado por todos, marginado y dejado solo! 41 [...]
Ç"En estos d’as tan dif’ciles para ella y para m’, la SA me ha mantenido su lealtad. Por tercera vez ha demostrado que es tan m’a como yo en todo momento voy a demostrar que pertenezco a mi gente SA. Dentro de pocas semanas los camisas pardas dominar‡n de nuevo las calles de Alemania haciendo saber claramente a todos que la Alemania nacionalsocialista vive todav’a y m‡s poderosa despuŽs de haber superado una dura emergencia"È. Hasta aqu’ el discurso de Hitler ante el Reichstag de 13 de julio. Abandonemos tambiŽn la obra de Domarus. Goebbels, ministro de Propaganda del Reich, tambiŽn aludi— en un discurso a los acontecimientos del 30 de junio. El Dr. Paul Joseph Goebbels, segœn nos explica el compilador en la introducci—n al libro del que extraeremos el referido discurso, Çantes de matricularse en Bonn como autor de la mejor redacci—n en alem‡n de su promoci—n de bachiller, pronunci— la alocuci—n de despedida a dicha promoci—n, y su catedr‡tico, segœn se comenta, le dijo cuando acab—, d‡ndole un golpecito en el hombro: Es cierto que tiene usted talento, pero lamentablemente no ha nacido para orador. La equivocaci—n se iba a hacer palpable en el futuro. De momento se puso a estudiar filolog’a antigua como materia troncal. Pronto se pasa a la german’stica, sobre la que en la primavera de 1922 se doctor— con una tesis sobre un autor rom‡ntico semiolvidado. El aspecto pol’tico de estos estudios: haber tenido un director jud’o de la tesis doctoral y una beca cat—lica, [...] En los a–os universitarios acontece la ruptura ideol—gica: en el primer semestre Goebbels estuvo inscrito en la organizaci—n cat—lica "Unitas", pero cuando dej— el "Alma Mater" es... s’, ÀquŽ es en realidad? Muchos semestres estuvo bajo la influencia dominante de un amigo comunista; de esta relaci—n le qued— un cierto te–ido de socialista que no le abandon— en toda su vida. Pero ya la tradici—n se volv’a a reafirmar, desarrolla tendencias nacionalistas y est‡ dispuesto a ensalzar y validar la guerra perdida. Se siente como un revolucionario [...] y adem‡s un poco socialista, pero claro, precisamente por eso tambiŽn, y en primer lugar, un buen alem‡nÈ. As’ dise–a su biograf’a el libro que nos ocupa, titulado "Goebbels Reden, 1932-1939", Tomo 1, compilado y dirigido por Helmut Heiber, editado por Droste Verlag, DŸsseldorf 1971. Quisiera a–adir algo para ilustraci—n del lector. Los derechos de publicaci—n los tiene -o ten’a- el se–or Fran•ois Genoud, quien oblig— a la editorial, para conseguir su autorizaci—n, a incluir en la obra un ÒInforme previo" escrito por el mismo Genoud. Dice la empresa editora en una introducci—n, que Çlos propietarios de los derechos de edici—n han dado su autorizaci—n a la edici—n de los textos con la condici—n de que la editorial incluya en primer lugar el siguiente informe preliminar titulado "Por quŽ y para quŽ escribo el siguiente pre‡mbulo" sin corte alguno y antes de la introducci—n del Dr. Heiber. Este Informe preliminar" se incluye pues sin responsabilidad del director de la edici—n ni de la editorialÈ. Para que el lector pueda darse cuenta de este enfrentamiento de pareceres, nada mas esclarecedor que enfrentar el texto de dicho "informe preliminar" redactado por F. Genoud con el texto de la introducci—n del Dr. Heiber. SŽanos permitido a continuaci—n, al margen del fondo del asunto del 30 junio, una corta reproducci—n de algunos pasajes de ambos escritos. Del Informe preliminar de F, Genoud: ÇÀPara quŽ -y por quŽ- escribo el siguiente prefacio? Tras la derrota del III Reich se promulg— en Alemania una legislaci—n de excepci—n por la que no solamente se privaba de sus derechos al cuerpo del "FŸhrer" sino tambiŽn a sus herederos. Sin embargo, quedaba una laguna: el inabrogable derecho de las personas a la propiedad intelectual, los derechos de autor. Este derecho, que entonces y despuŽs ha sido pisoteado sin conciencia y con beneficios econ—micos, procurŽ protegerlo para algunas de las personas afectadas: Hitler,
Bormann, Goebbels. En lo que se refiere a Goebbels se precis— una lucha de diez a–os -hasta llegar al Tribunal Supremo para lograr que se impusiera este derecho moral, el derecho de propiedad intelectual. Pero ciertamente, no s—lo me impulsaba la protecci—n de Žse derecho, sino tambiŽn encontrar editores adecuados en calidad a la ideolog’a de esos hombres que tan enŽrgica y ampliamente han influido en la evoluci—n de la historia mundial. [...] S—lo tras grandes dudas me avengo a la presente edici—n en dos tomos de los discursos de Goebbels. Su director, Helmut Heiber, ha escrito al mismo tiempo un pr—logo a dichos tomos. Al comienzo de su texto, el se–or Heiber indica que Hitler y los suyos no estar‡n por mucho m‡s tiempo siendo objeto de la "historia contempor‡nea", sino que dentro de poco pertenecer‡n "a la historia" como tales, es decir, en una situaci—n en que realizar‡ sus an‡lisis y pronuncie sus juicios libres de resentimientos. Segœn el parecer del se–or Heiber -y mucho m‡s evidente en la praxis del se–or Heiber, tal como la formaliza en su pr—logo- el lema de "sine ira et studio" es v‡lido para la Historia, pero no lo es para la "historia contempor‡nea". En lugar de aplicar dicho lema, la "historia contempor‡nea" se mover’a en el campo de la propaganda, o bien, se colocar’a toga de fiscal y de juez, claro que, en el caso de Heiber, sin talento para la propaganda ni sentido de la justicia en su gesti—n jur’dica. Con las reservas que he indicado, autorizo el derecho a la publicaci—n de la adjunta edici—n. Y lo hago porque me interesa que Goebbels tenga la palabra y porque estoy convencido que est‡n ya al llegar aquellos que van a arrojar fuera a los "historiadores contempor‡neos" del tipo HeiberÈ. No se puede decir m‡s y con mayor claridad. Me gustar’a aplicar lo dicho por Genoud tambiŽn a otras obras, tales como a los comentarios de la anterior de Domarus que hemos aportado y muchas otras que se traer‡n todav’a a colaci—n. Como ejemplo de la "cr’tica hist—rica" de Heiber a la que se refiere Genoud, pero que se puede aplicar a otros muchos, veamos un peque–o p‡rrafo de su pr—logo en la p‡g. XIII: ÇEl jefe del Departamento Superior de Seguridad del Reich ("Reichssicherheithauptamt", RSHA) l’der del Terror y guardagujas de la "soluci—n final" en el que se ha pretendido ver durante un cierto tiempo al presumible pr’ncipe heredero y sucesor del rŽgimen y que parece mostrar suficientemente su falta de escrœpulos, en recientes investigaciones se le ha ido descubriendo cada vez m‡s su instinto sat‡nico. [ ... ]È Lo dice el historiador contempor‡neo Heiber. Regresemos al tema. El d’a 17 de julio de 1934 Goebbels habl— por la radio sobre el 30 de junio en su aspecto informativo y repercusi—n en el extranjero. En la p‡gina 156 del mencionado libro, bajo el n¼ 20, se incluye el discurso titulado "El 30 de junio en el espejo del extranjero". Antes de reproducir algunos p‡rrafos quisiera dar a conocer la nota 1 a pie de p‡gina del compilador Heiber; dice as’: ÇTras la toma del poder por los nacionalsocialistas existieron ciertos poderosos c’rculos del "Movimiento" que a pesar de que hacia mediados de 1933 fueron arrojados del mismo los lacayos burgueses cre’an que la l’nea seguida por el partido gobernante era un podrido compromiso con la "reacci—n" y exig’an la verdadera "segunda revoluci—n" nacionalsocialista. A la cabeza de los insatisfechos estaba la organizaci—n de combate del Partido, la SA, que se sent’a perjudicada por el reparto del bot’n y por los frutos de sus luchas callejeras saldadas a menudo con pŽrdidas. El primer objeto de su descontento era la Reichswehr: la SA reclamaba el desmantelamiento del mando feudal-conservador de la Reichswehr y la fusi—n de Žsta con la SA, convirtiŽndola en un ejŽrcito popular bajo la gu’a de la SA (mientras la Reichswehr, por su parte, quer’a hacer de la SA que era de cuatro a cinco veces m‡s numerosa que la propia Reichswehr una simple escuela para preparaci—n pre y posmilitar. Hitler, (como siempre) durante largo tiempo no se decidi— ni se manifest—
con claridad al respecto, pero obviamente no pod’a ser muy de su agrado la cada vez m‡s extensa y poderosa fuerza de la jefatura de la SA que podr’a llegar a amenazar su propia posici—n. Result— adem‡s que la derecha del Partido, dirigida por Gšring, junto con la SA y en colaboraci—n con el alto mando de la Reichswehr involucraron planif’cadamente a Hitler en el ataque preventivo. As’, en las primeras horas del 30 de junio, comienza "la noche de los cuchillos largos": el propio Hitler desaloj— al jefe de E.M. de la SA de Bad Wessee, donde se encontraba de vacaciones, y hasta el siguiente d’a altos jefes de la SA murieron ante los pelotones de fusilamiento de la SS, cuyo r‡pido auge comenz— Žse d’a. Algunos conservadores obstinados y rebeldes del Partido, as’ como enemigos privados, que tambiŽn fueron liquidados aprovechando esa buena oportunidad, casi no pueden borrar el perfil de este ba–o de sangre, saludado con gran alivio por la desmoralizada ciudadan’a alemana que ve’a como el FŸhrer restablec’a Òtranquilidad y orden".È Algunos p‡rrafos de la mencionada charla radiof—nica de Goebbels: ÇÁConciudadanos y conciudadanas! Cuando esta noche me estoy dirigiendo a ustedes, tambiŽn quiero hacerlo hacia el extranjero. Quiero ponerles a ustedes como testigos de algunos casos de mendacidad, de calumnia y distorsi—n de los acontecimientos verdaderos que casi no tienen parang—n en el periodismo. El 30 de junio ha transcurrido en Alemania sin dificultades y sin agitaci—n interna. El FŸhrer ha reprimido con la rapidez del rayo, por medio de su autoridad y un valor admirable, la rebeli—n de una peque–a camarilla de saboteadores y enfermizos ambiciosos [...] ÇSe deber’a suponer que la prensa internacional, que mantiene a sus lien pagados corresponsales y representantes en Berl’n y en otras ciudades del Reich y as’ ten’a la posibilidad de informarse objetiva e impecablemente en base a testigos oculares y a escuchas sobre los sucesos del 30 de junio, hubiera podido informar y tambiŽn juzgar sobre dichos hechos con la claridad y la veracidad usada normalmente en las relaciones internacionales. [...] Pero en lugar de eso ÀquŽ ha pasado en Žste caso? Exceptuando a algunos peri—dicos serios del extranjero, que tampoco en este caso han perdido la tranquila reflexi—n y la sensatez en el enjuiciamiento, el resto de la prensa internacional se ha sumergido en un delirio de malŽvolas. campa–as difamatorias y calumnias histŽricas. [...] ÇPero esta vez, sin embargo, estaba miserablemente organizado. Deber’amos dar un buen consejo a los instigadores de esta campa–a en el sentido de que en el futuro, en estos casos, mantengan una mejor intercomunicaci—n entre ellos porque si no, incluso el lector m‡s ciego, puede comenzar a sospechar que se est‡ mintiendo a troche y moche. Mientras el "Daily Herald" del 6 de junio 42 informaba que el FŸhrer hab’a sido fusilado, el peri—dico "Oeuvre" comunicaba que no existi— en absoluto complot alguno contra Hitler. Pero el "Republique" trajo dos d’as antes la asombrosa novedad de que Adolf Hitler estaba ejerciendo una dictadura al dictado de la Reichswehr y que ejerc’a como su mandatario. El "Matin" informaba al d’a siguiente que como resultado de los recientes sucesos, el cargo de canciller del Reich se hab’a devaluado "fuertemente", mientras que el ÒL «IntransigeantÓ sab’a de dos atentados contra el FŸhrer. As’ pues, despuŽs de que Hitler fuera fusilado, se realizaron contra Žl dos atentados fallidos, su carg— se depreci— por ello fuertemente y cuando encima se supo que no hab’a existido complot alguno contra Žl, ejerci— en consecuencia la dictadura en nombre de la Reichswehr. ÇEl 7 de julio, el peri—dico "Le Matin" publicaba un reportaje ver’dico de un testigo presencial que dec’a haber estado presente como miembro de la SS en las detenciones en Wessee. Segœn el reportaje, Hitler no se habr’a desplazado a Wiessee; habr’a comido en la Casa Parda en Munich y las detenciones se habr’an llevado a cabo por el "mayor" Buch. (43) As’ pues, un diario serio francŽs da mayor crŽdito a un pretendido testigo presencial, quiz‡s
un miembro de la SS inventado por el propio peri—dico, que al testimonio del propio FŸhrer y de sus m‡s cercanos colaboradores, [...] Los cŽlebres atentados del ÒL «Intransigeant" no le dejaron dormir al "Figaro". Y as’, Žste descubri— un nuevo y particular atentado contra el FŸhrer. El "Intransigeant" lo ubic— en una carretera comarcal y el ÒFigaro", para variar, lo establece en un campamento de trabajo. Y al mismo tiempo Rusia comunica al Mundo que tras ese ba–o de sangre Hitler atacar‡ sin duda al mundo entero, mientras que la emisora de Estrasburgo dice que desde ahora Alemania ya no est‡ en condiciones de iniciar una, guerra. [...] ÇUn ‡mbito en donde se dio enorme campo a la mentira, sobre todo en la prensa inglesa, fue el relacionado con la Casa (Real) de los Hohenzollern. Segœn estas informaciones, el ex K‡iser (ex emperador de Alemania) habr’a izado una bandera negra en su castillo de Doorn (en el exilio en Holanda) en Se–al de duelo; el ex pr’ncipe heredero y pr’ncipe August Wilhem habr’a (44) sido puesto bajo arresto domiciliario. Al mismo tiempo, el ÒL«intransigeantÓ informaba que al ex pr’ncipe heredero se le hab’a requerido que abandonara Alemania y que ya hab’a llegado en avi—n a Doorn. El tambiŽn mentiroso colega "Daily Telegraph" lamentablemente no hab’a le’do esto y as’ se le ocurri— la desgracia de informar que el ex pr’ncipe heredero hab’a llegado a Suiza. Entretanto, el "Daily Mail" se decide por su llegada a Doorn, mientras el "Daily Express" acierta de pleno en una falsa diana con la noticia de que Alemania estaba en el mejor de los caminos hacia la restauraci—n de la monarqu’a y que era el mismo Hitler el que dudaba entre el ex pr’ncipe (45) heredero y el pr’ncipe Louis Ferdinand . [...] ÇEl 10 de julio el ÒL «Information" anuncia la prisi—n de von Papen, Schwerin-Krosigk y Seldte, (46) por lo que la radio de Viena, p‡lida de envidia por la noticia, devota y temerosa de Dios, anuncia que en ese mismo momento -piŽnsese: es ese mismo momento ÁquŽ bien suena a noticia veraz!- en Žse mismo momento, pues, hab’a sido fusilado en Lichterfelde el presidente del Banco del Reich, Dr. Schacht. [...] ÇAhora es la emisora de Moscœ la que va a por todas y fusila en una ejecuci—n en masa al ministro-presidente de Sajonia, von Killinger, al general von Hammerstein, al se–or von Gleichen, al ex ministro Treviranus, al jefe del alto mando del ejŽrcito, general von Fritsch y al conde Helldorf. EntiŽndase bien: hombres que han desempe–ado, o desempe–an, un papel en la vida pœblica y sobre los que cualquiera hubiera podido convencerse sin dificultad de que excepcionalmente todav’a segu’an viviendo. ÇY para no ser atrapada tan f‡cilmente en sus mentiras, la emisora de Viena deja fusilar a cierto nœmero de altos oficiales de polic’a, aunque deb’a saber que ni un s—lo oficial de polic’a tuvo algo que ver con el mot’n. [...]È. Aqu’ se termina la traducci—n de algunos p‡rrafos de la charla que ofreci— Goebbels, Con su mordaz iron’a, nos ha ofrecido un marco por el que se mov’a la propaganda partidista en los medios de comunicaci—n extranjeros. Muchos comentaristas, reporteros, historiadores, etc. han tratado a posteriori sobre estos acontecimientos, intentando cada cada cual desde su punto de vista, con m‡s o menos acierto y con m‡s o menos sectarismo, aclarar sus recovecos. ÁMisi—n imposible! A lo largo de esta recopilaci—n traeremos a colaci—n algunos trabajos de que disponemos. Por cierto, se debe recalcar nuevamente que en su mayor parte, casi en su totalidad, son reflejos de posiciones irreconc’liablemente antinacionalsocialistas. Hay que tenerlo en cuenta para su cr’tica y enjuiciamiento. Por otro lado, nos podremos fijar en serias contradicciones en la versi—n de los hechos. Dejo al lector que los detecte.
De la obra titulada "Los dirigentes del III Reich", autor: Joachim C. Fest (ya citado o que volveremos a citar), editor: Luis de Caralt, Barcelona, 11 edici—n febrero 1971; t’tulo original: "Das Gesicht des Dr’tten Reiches" editado en alem‡n por R.Piper & Co. Munich 1963. Copiamos del cap’tulo VI "Ernst Ršhm la generaci—n perdida". P‡g. 158 y SS.: ÇErnst Ršhm dijo un d’a que Žl siempre llevaba la contraria a las opiniones expresadas en su presencia. Semejante declaraci—n no era solamente el signo de una voluntad de contradicci—n y de confianza en s’ mismo. (47) Representante de una generaci—n realmente perdida, expresaba as’ igualmente el problema vital de esa generaci—n que, en un sentimiento confuso, pero muy vivo, de oposici—n, de protesta, se hab’a encontrado, tras la primera guerra mundial, dentro de los cuerpos francos y las organizaciones nacionalistas armadas manifestando su ineptitud para la vida civil, comprometiŽndose en aventuras extremistas, hasta en cr’menes, bajo la capa de nacionalismo. [...] ÇPero tras la toma del poder, cuando comenz— a manifestarse abiertamente la voluntad propia de las SA, siempre m‡s o menos latente, Hitler zanj— con sangre el problema del "doble partido". El 30 de junio de 1934 y durante los d’as que siguieron, elimin— a Ernst Ršhm su viejo compa–ero y amigo, as’ como a los principales jefes de la SA, que hab’an dado, no s—lo al terror negro, sino al conjunto del movimiento hitleriano, algunos de sus rasgos m‡s caracter’sticos y repugnantes. ÇPara la mayor parte de los principales jefes de la SA, desde Ernst Ršhm a August Schneidhuber, pasando por Edmund Heines, la muerte bajo las balas del pelot—n de ejecuci—n ante la pared de la prisi—n de Stadelheim o de la Escuela de Cadetes de Berl’n-Lichterfelde, fue la conclusi—n idŽntica de carreras no menos an‡logas. [...] ÇRšhm, b‡varo, con los pies, bien firmes sobre la tierra y- extra–o a toda especulaci—n te—rica, no quer’a ni o’r hablar del culto a la profundidad metaf’sica, de los sue–os n—rdicos y de las delirantes nociones racistas; se burlaba abiertamente del misticismo de Rosenberg, de un Himmler o de un DarrŽ. Su sucesor, Viktor Lutze, declarar’a m‡s tarde que Žl jam‡s hab’a podido entenderse con Ršhm porque Žste Òno conced’a la suficiente importancia a las cuestiones ideol—gicas". ÇAl mismo tiempo, Ršhm era un "patr—n" brutal; hab’a reunido a su alrededor a una banda de granujas que no tem’an desacreditarse, y no retroced’an ni ante la corrupci—n ni ante el desenfreno m‡s perverso o incluso el crimen. [...] ÇTras la tentativa frustrada del 9 de noviembre de 1923, que le hab’a visto postrado en los pelda–os de la Feldherrnalle ante los representantes de la autoridad leg’tima, Hitler se dio cuenta de que las concepciones brutales y limitadas de Ršhm sobre la toma del poder no pod’an terminar m‡s que en fracaso, y de que el principio mismo de una vasta organizaci—n pol’tica de tipo militar era un error. Mientras Ršhm, condenado, pero en libertad condicional, era liberado inmediatamente y pronto intentaba reunir los restos de sus grupos nacionalistas, Hitler, en su prisi—n de Landsberg comenzaba a distanciarse de Ršhm, oficial en el alma e incapaz de renunciar a los aspectos militares de sus planes de conquista, "incorregible", como deb’a subrayar Žl mismo m‡s tarde con orgullo. Por ambas partes se efectuaron tentativas m‡s o menos sinceras para llegar a un acuerdo, pero acabaron en fracaso: a su salida de prisi—n, Hitler consum— la ruptura privando a Ršhm de toda posibilidad de acci—n. [ ... ] ÇRšhm encontr— trabajo, [...] hasta el d’a en que se le propuso un puesto de instructor militar en Bolivia. Con precipitaci—n, "en el espacio de veinticuatro horas" respondi— a esta llamada. Durante este tiempo, Hitler se ocupaba de reorganizar a fondo las SA. "El objetivo de las nuevas SA", declaraban las Òinstrucciones para la reorganizaci—n del NSDAPÓ de febrero de 1925, "consistir‡ en fortalecer el cuerpo de nuestra juventud, en ense–arle la
disciplina y el afecto a un gran ideal comœn, en formarla en el esp’ritu de orden y de racionalismo cient’fico del movimiento". Hitler se plante— como deber fundamental la elaboraci—n, con ayuda del nuevo jefe de las SA, Franz Pfeffer von Salomon, de los principios sobre los cuales se fundar’a una organizaci—n que ya no tendr’a el car‡cter de unidad militar y cuyas funciones no se limitar’an tampoco a distribuir golpes por cuenta de los jefes locales del partido: las nuevas SA constituir’an, en manos de los dirigentes nacionalsocialistas, un instrumento poderoso y r’gido de terrorismo colectivo. [...] ÇAs’ por ejemplo el dinamismo exento de toda ideolog’a que caracteriza sobre todo a las cŽlulas de Alemania del Sur de las SA, mientras que en el Norte se manifestaban ciertas tendencias anticapitalistas "de izquierda", por lo dem‡s mal definidas y que jam‡s lograron tomar forma de un pensamiento coherente y fueron pronto absorbidas por el predominio creciente de la central de Munich hasta que finalmente fueron barridas. [ ... ] ÇLos "buenos a–os" de la Repœblica, en cuyo transcurso todos los grupos pol’ticos extremistas registraron pŽrdidas sensibles, apenas si causaron da–o a las SA. Mientras el conjunto del movimiento se ve’a, en calidad de partido pol’tico, reducido a una acci—n marginal, las SA lograban no solamente mantener sus efectivos, sino incluso aumentarlos, gracias sobre todo al flujo de hombres procedentes de los cuerpos francos y de las unidades de defensa. En el oto–o de 1930 sus efectivos se elevaban a cerca de 70.000 hombres. Estallaron frecuentemente conflictos entre la SA y la Organizaci—n Pol’tica (PO), bien por conflictos entre sus respectivas competencias, bien porque los funcionarios del partido ve’an con malos ojos la actitud cada vez m‡s independiente de los jefes de las SA. Todos estos factores condujeron finalmente a Pfeffer a presentar su dimisi—n. De modo que, poco despuŽs de la gran victoria electoral obtenida por el NSDAP, el 14 de septiembre de 1930, Hitler llam— a Enrist Ršhm, que aœn estaba en Bolivia, no sin antes tomar personalmente bajo su control el mando de las SA y exigir a todo oficial SA, para evitar nuevos actos de insubordinaci—n, la prestaci—n de un Òjuramento de fidelidad absoluta" a su persona. ÇRšhm obedeci— inmediatamente a la llamada y, vista la pasi—n con que se con sagr— a sus nuevas funciones de jefe de Estado Mayor de las SA, parec’a tener la convicci—n de que, a pesar de todas las aseveraciones contrarias, su concepci—n de las unidades de defensa y de la acci—n directa para la conquista del poder hab’an ganado terreno. [...] Nueve meses despuŽs del regreso de Ršhm los efectivos de las SA ascend’an a 170.000 hombres. Detr‡s de Ršhm iba toda la tropa de sus amigos, sellando as’ de manera definitiva el predom’nio del elemento criminal en el seno de las SA. [...] ÇMientras las SA ganaban la batalla de las calles, allanando as’ a Hitler el camino del poder, se planteaba una cuesti—n con creciente agudeza: ÀquŽ hacer con esas formaciones, una vez asegurado el Žxito? Ršhm cuya suficiencia y orgullo hab’an aumentado desmesuradamente con sus triunfos, intentaba imponer, con m‡s energ’a que nunca, la soluci—n que preconizaba desde siempre, es decir, la constituci—n de un duunvirato con Hitler. Este asumir’a las funciones de jefe pol’tico y de agitador, mientras que Ršhm se convertir’a en el general’simo de una gigantesca organizaci—n armada que cubriese la totalidad de la naci—n alemana. Hitler comenz— por eludir el problema asignando a las SA, tras el 30 de enero de 1930, las tareas m‡s diversas, lo que le permit’a jugar un juego sutil y sembrar al mismo tiempo la confusi—n: en el marco de la doble revoluci—n operada de arriba abajo de la escala, las SA recibieron la tarea de encarnar la c—lera popular. [...] ÇEl descontento, sin embargo, se abr’a paso en las filas de las SA. Estas se sent’an frustradas en sus exigencias, y su sed de acci—n soportaba mal el pensamiento de ver degenerar en simples met‡foras verbales la promesa de una "noche de los cuchillos largos". Se les hab’a prometido vagamente que tras la victoria, Alemania les pertenecer’a; para ellas, esta
perspectiva tomaba formas tangibles: se trataba, ni m‡s ni menos, de saquear Alemania ("sacco di German’a"). La libertad que les hab’a permitido a veces de saquear apartamentos y almacenes jud’os no les bastaba, ni mucho menos. 48 Para otros, el advenimiento de la nueva era deb’a permitirles obtener un t’tulo oficial, un puesto de comisario o de inspector de Aguas y Bosques, o cualquier otra satisfacci—n que respondiera a un deseo de promoci—n social. [...] En mayo de 1933, ante la inquietud creciente suscitada por las ambiciones de los militantes de la camisa parda, Goering se vio obligado a tomar posici—n; a decir verdad, se content— con hablar de "reparaciones" leg’timas y trat— de justificar los actos cometidos invocando la ley eterna que exige que aquellos que han conquistado posiciones a costa de duros combates tengan derecho a mantenerse en ellas". [ ... ] ÇEntre todos, el m‡s descontento de esta evoluci—n era el mismo Ernst Ršhm. Al cabo de algunos meses hab’a visto hundirse su sue–o de un Estado militar. Con un tono cargado de amenazas, declaraba, a la vista de las numerosas manifestaciones colectivas destinadas a celebrar la victoria, que "prefer’a hacer revoluciones a celebrarlas", y que "el fin estaba todav’a lejos de ser alcanzado", pues la victoria no representaba m‡s que "una etapa" en la v’a "del Estado nacionalsocialista, nuestro objetivo supremo". Profundamente herido, reprochaba a Hitler el ser y seguir siendo "un paisano, un artista, un so–ador...". A partir del verano de 1933, no desaprovech— ninguna ocasi—n de hacer revivir con ostentaci—n, en el seno de sus tropas, las viejas tendencias militares, y organiz— en todo el territorio del Reich imponentes desfiles militares. Al mismo tiempo su mal humor se manifestaba mediante incesantes cr’ticas a la pol’tica extranjera, al antisemitismo, a la eliminaci—n de los sindicatos o a la supresi—n progresiva de la libertad de opini—n. Su amargura se dirig’a hac’a Goebbels, Goering, Himmler y Hess. Por lo dem‡s, no ocultaba su deseo de hacer de la Reichswehr, por la integraci—n de las SA, una milicia nacionalsocialista. De este modo se atra’a la hostilidad de los generales, celosos de sus privilegios. "Las rocas grises" ten’a por costumbre decir, "deben desaparecer en el r’o pardo". ÇAs’ el mismo Ršhm preparaba la escena que iba a sellar su propio destino. No ten’a preparada ninguna amenaza de insurrecci—n cuando en la ma–ana del 30 de junio de 1934 Hitler en persona fue a sacar a Ršhm de su sue–o para detenerle; porque el jefe de las SA hab’a procurado siempre, a pesar de sus veleidades de insubordinaci—n, mantener el respeto a la disciplina. [...] En su simplicidad limitada no comprend’a nada de la t‡ctica sutil, iniciada en la ma–ana del 30 de enero de 1933. Cuando el ministro b‡varo de justicia, Hans Frank, fue a visitarle, el 30 de junio, a su celda de la prisi—n de Stadelheim, Ršhm le dijo con resignaci—n: "Todas las revoluciones devoran a sus propios hijos." ÇSin embargo, los que murieron con Ršhm fueron solamente esos hijos de la revoluci—n que, a semejanza del jefe de las SA, se propon’an realizar r‡pidamente lo que Hitler, segœn sus propias palabras, quer’a obtener "lenta y sistem‡ticamente, a pasos cortos". Hasta el final, Ršhm sigui— convencido de que estaba, en definitiva, de acuerdo con Hitler. Lo que, por otra parte, era la estricta verdad, como lo demuestra la evoluci—n de las SS, verdadero —rgano triunfador de esas jornadas sangrientasÈ. Joachim C. Fest, el autor de las anteriores l’neas, soci—logo e historiador, tiene otra obra titulada "Hitler", editada por Verlag Ullstein, Frankfurt-Berlin-Viena/Propyl‡en Verlag 1973. El libro consta de 1.190 p‡ginas y contiene 213 fotograf’as y reproducciones de documentos. El tercer cap’tulo del quinto libro se titula "Die AffŠre Ršhm. A continuaci—n la traducci—n de algunos p‡rrafos del mismo: ÇLa t‡ctica de la Revoluci—n legal desarrollada por Hitler aseguraba una evoluci—n relativamente pac’fica y no sangrienta hacia la toma del poder y permit’a evitar el profundo desgarro que toda naci—n conlleva en tiempos revolucionarios. Pero en cambio, ten’a el
inconveniente de que los veteranos niveles de mando se hacen acomodaticios y dejan la revoluci—n a un lado y, al menos te—ricamente, siempre pueden poner en cuesti—n al nuevo rŽgimen. [ ... ] ÇNada de eso se hab’a puesto en pr‡ctica y Ršhm qued— profundamente decepcionado. DespuŽs de un corto per’odo de inseguridad, procur— mantener a las SA apartadas del gran proceso nacional de integraci—n. Subrayaba los contrastes en todos sentidos y recalcaba el concepto de s’ misma de la SA: "S—lo la SA lograr‡ y conservar‡ la victoria del inmaculado y puro socialismo." Advirti— a su FŸhrer sobre la designaci—n de cargos y puestos de honor en el nuevo Estado. Mientras sus rivales, Gšring, Goebbels, Himmler, Ley y los numerosos partidarios del tercer estrato, incrementaban su influencia con la ganancia de puestos de poder del Estado, Žl intentaba ir por el camino contrario: con un consecuente incremento de sus unidades, que ya hab’an crecido hasta los tres millones y medio o cuatro millones de hombres, pretend’a ir preparando un Estado SA que un d’a se sobrepondr’a revolucionariamente al orden establecido. [...] ÇEn el mes de junio de 1933 Ršhm ya se hab’a enfrentado con brusquedad a las repetitivas declaraciones de que la lucha por el poder hab’a concluido y la misi—n de la SA se hab’a cumplido. Dec’a que quien en ese momento promoviera una tranquilidad revolucionaria estaba traicionando a la revoluci—n y que los trabajadores, campesinos y soldados que marchaban bajo sus estandartes cumplir’an su deber sin consideraci—n a los igualizantes "burgueses y sermoneadores": "Les guste o no les guste, seguiremos nuestra lucha. Si al fin se dan cuenta de lo que se trata: Ácon ellos! Si no quieren: Ásin ellos! Y si tuviera que ser: Ácontra ellos!"(49) ÇEste era tambiŽn el significado de la "Segunda Revoluci—n" que iba de boca en boca por los locales y albergues de la SA: la SA ten’a que acudir en ayuda del poder alcanzado en la primavera de 1933 pero que se hab’a atascado e incluso hab’a sido traicionado, y llegar a tomar el mando en toda la naci—n para realizar la Revoluci—n total. [...] ÇSi todo lo que sabemos no nos enga–a, Hitler nunca pens— seriamente en seguir las ideas de Ršhm En la vieja controversia sobre las misiones de la SA, incluso tras la toma del poder sigui— permaneciendo firme en que las formaciones pardas deb’an cumplir funciones pol’ticas, no militares, formar una gran unidad de "Stosstrupp Hitler", pero no ser los cuadros de un ejŽrcito revolucionario. [...] ÇY mientras la SA comenzaba a poner en piŽ unidades armadas, Ršhm env’a un memor‡ndum al ministerio de la Reichswehr en el que declaraba al ‡mbito de la defensa nacional como una zona de "dominio de la SAÓ y delegaba a las Fuerzas Armadas œnicamente la funci—n de la instrucci—n militar. [...] ÇEntretanto, tampoco la Reichswehr permaneci— inactiva El memor‡ndum de Ršhm hab’a mostrado claramente que todos los esfuerzos para llegar a un acuerdo hab’an fracasado y que por lo tanto tocaba a Hitler tomar una decisi—n. En un demostrativo acto de deseo de complacerle, Blomberg dispuso a principios de febrero la aceptaci—n para el cuerpo de oficiales del Òart’culo ario" y estableci— como s’mbolo oficial de la Wehrmacht el llamado emblema nacional del NSDAP, la cruz gamada. El jefe de la Direcci—n del EjŽrcito, general v. Fritsch fundament— esta decisi—n precisando que as’ se daba "al canciller el necesario impulso frente a la SAÓ. [...] ÇHitler, el 21 de febrero de 1934, confi— ya a su visitante Anthony Eden (entonces Lord del Sello Privado brit‡nico) que iba a proceder a reducir la fuerza de la SA en dos terceras partes y asegurar que las restantes unidades no recibieran armas ni instrucci—n militar. Ocho d’as despuŽs, cit— en el ministerio de la Bendlerstrasse a los comandantes supremos de las Fuerzas Armadas, as’ como a los jefes de la SA y SS con Ršhm y Himmler a la cabeza. En
una alocuci—n que fue aplaudida por los oficiales y, en cambio, recibida con irritaci—n por los jefes de la SA, dise–— las grandes l’neas de un convenio entre la Reichswehr y la SA en el sentido de que las competencias de las Secciones de Asalto pardas (SA) se circunscrib’an a ciertas funciones militares marginales y que su misi—n principal era la educaci—n pol’tica de la Naci—n. Requiri— a la jefatura de la SA a no presentarle oposici—n en esos d’as tan cruciales y dijo, amenazadoramente, que har’a a–icos a todo aquel que se le enfrentara. ÇSin embargo, Ršhm hizo o’dos sordos a las advertencias. [...] ÇDe hecho, en la primavera de 1934 se iban renovando con intensidad las consignas para una Segunda Revoluci—n, pero aunque se hablaba de levantamientos y revueltas, no existen indicios de que existiera un plan ’nsurreccional concreto. [...] ÇRšhm, de todos modos, se esforzaba en romper el cerco y el aislamiento que se iba cerrando en su entorno cada vez m‡s, y as’ se pon’a en contacto con Schleicher y tambiŽn, por cierto, con otros c’rculos de la oposici—n. [...] Al mismo tiempo se procuraba grandes cantidades de armas, en parte compradas en el extranjero, e incrementaba la preparaci—n militar de sus unidades. (50) Ciertamente, no es absurdo pensar que con ello solo quer’a, de hecho, entretener a sus desilusionados e irritados hombres de la SA que estaban mano sobre mano; pero tampoco cabe duda de que esta actividad deb’a producir tanto en Hitler como en la jefatura de la Reichswehr una impresi—n de desaf’o. [ ... ] ÇHitler tambiŽn decidi— presuntamente en esa fecha dar por terminados sus esfuerzos en convencer a Ršhm por la v’a pac’fica y, en su lugar, aplicar la soluci—n violenta. El 17 de abril aparece pœblicamente por œltima vez Hitler en compa–’a de Ršhm asistiendo a un concierto de primavera de la SS en el Palacio de Deportes de Berl’n. Segœn sus explicaciones posteriores, ampliando el encargo efectuado a Diels, ordena entonces a los distintos servicios del partido ocuparse de los rumores concernientes a una segunda revoluci—n y detectar sus fuentes. [...] ÇOtros actuaban de forma distinta. Con la preocupaci—n de que la ciertamente cercana muerte de Hindenburg (Presidente del Reich) hiciera desaparecer la œltima oportunidad de reconducir al rŽgimen hacia una v’a moderada, ciertos personajes de la trastienda conservadora apremiaban a Franz v. Papen a lanzar sin demora una se–al. El domingo 17 de junio, mientras Hitler se reun’a en Gera con sus mandos del partido, el vicecanciller pronuncia en la Universidad de Marburg un discurso redactado por el escritor conservador Edgar Jung. De una forma claramente nerviosa, critic— el rŽgimen de violencia y el desenfrenado radicalismo de la revoluci—n nacionalsocialista, se manifest— contra el indigno bizantinismo y la pr‡ctica de la nivelaci—n igualitaria, contra la "pretensi—n totalizadora contra natura" as’ como contra el menosprecio del trabajo intelectual. [...] ÇParece que Hitler logr— tranquilizar al propio Hindenburg, pero en su conjunto el problema le mostraba que no hab’a tiempo que perder. Inmediatamente despuŽs de su visita (a Hindenburg, acompa–ado por von Papen, el 21 de junio) se retir— durante tres d’as a Obersalzberg para reflexionar sobre la situaci—n y, si todo no nos enga–a, all’ se tom— la decisi—n final de desencadenar la operaci—n y se baraj— la fecha de su inicio. [ ... ] ÇCasi diariamente, por medio de discursos en la radio o en reuniones pœblicas, se lanzaban advertencias a los instigadores de la "segunda revoluci—n" as’ como a la oposici—n conservadora. [...] ÇYa estaba todo a punto: la SA mantenida en la ignorancia, la SS y el SD preparados con la Reichswehr guard‡ndoles las espaldas, los conservadores intimidados y el Presidente, enfermo y fuera de juego en la lejana Neudeck. Un œltimo intento de ciertos colaboradores de Papen para acercarse hasta Hindenburg y lograr que se declarara el estado de excepci—n fracas— gracias al temor y a la estupidez de Oskar v. Hindenburg. [...] En la tarde del 28 de
junio llama Hitler a Ršhm y le ordena convocar a todos los altos mandos de la SA para el s‡bado, 30 de junio, a fin de realizar un cambio de impresiones abierto en Bad Wiessee. ÇEsta conversaci—n telef—nica parece que tuvo un tono conciliador, aunque s—lo fuera porque Hitler quisiera mantener a su contrincante meciŽndose en la seguridad, puesto que Ršhm al regresar a la mesa, se mostr— "muy satisfecho" segœn dijeron los contertulios. [...] ÇEs posible tambiŽn el que ambas informaciones (desplazamientos de las unidades SA) indujeran a Hitler a temer realmente que Ršhm hubiera descubierto el juego y preparase el contraataque. Hoy mismo todav’a no est‡ claro hasta que punto se puede clasificar a Hitler entre los desorientados y hasta donde se le enga–—, sobre todo por Himmler, que con al apartamiento de la cœpula SA abr’a su propio ascenso. [...] ÇHasta hoy no se ha aclarado si Hitler estuvo de acuerdo con todos los pormenores de la ilimitada acci—n que el mismo Gšring se autoasign— y de la que se enorgulleci— en la conferencia celebrada el mismo d’a. En el fondo, esta operaci—n asesina significaba una ruptura de un imperativo t‡ctico de estricta legalidad, y cada v’ctima adicional lo hac’a m‡s palpable. [...] ÇY surgiendo de ese virtual mundo art’stico que Žl (Hitler) hab’a levantado en su derredor con toda rapidez, dio tambiŽn, al parecer, la orden de asesinar a Ernst Ršhm que segu’a en su celda de Stadelheim. Un poco m‡s tarde de las 18 horas se fueron por tanto a la prisi—n Theodor Eicke y el "HauptsturmfŸhrer" de la SS Michael Lippert, despuŽs de que Rudolf Hess insistiera inœtilmente en ser el ejecutor de tal orden. 51 Ambos le dejaron a Ršhm sobre la mesa una pistola junto con el œltimo ejemplar publicado del ÒVšlkischer Beobachter" que tra’a en grandes titulares los sucesos de los œltimos d’as, d‡ndole diez minutos de plazo. Puesto que no se oy— disparo alguno, se requiri— a un vigilante de la prisi—n para que recogiera la pistola. Cuando Eicke y Lippert se introdujeron disparando en la celda, Ršhm estaba en el centro de la misma con la camisa patŽticamente desgarrada por el pecho. 52 ÇAœn cuando las circunstancias de este asesinato de un amigo den una imagen repulsiva al acto, se debe uno preguntar si Hitler ten’a alguna otra elecci—n. No importa ahora hasta donde quer’a llegar Ršhm en la realizaci—n del Estado conformado por la SA: de hecho, su objetivo, m‡s all‡ de todos los disimulos ideol—gicos, hab’a sido la primac’a de la cosmovisi—n del soldado. Con una autoestima inquebrantable, con el empuje de millones de militantes tras de s’, no estaba capacitado para reconocer que su ambici—n le llevaba demasiado lejos, puesto que ten’a que chocar forzosamente con la encarnizada resistencia tanto de la organizaci—n del Partido como de la Reichswehr, y adem‡s, por lo menos, con la resistencia pasiva de la mayor’a de la opini—n pœblica. Es cierto que Žl se consideraba leal a Hitler; sin embargo, s—lo era cuesti—n de tiempo el que el enfrentamiento objetivo se transformara en enemistad personal. Hitler, con su aguda comprensi—n t‡ctica, entendi— de inmediato que los prop—sitos de Ršhm amenazaban incluso su propia posici—n. DespuŽs de la baja de Gregor Strasser, Ršhm era el œnico que se manten’a independiente de Žl y resist’a la magia de su voluntad: era su œnico rival serio y hubiera contradicho todas las reglas t‡cticas si le hubiera concedido todo el poder que solicitaba. Ciertamente, Ršhm no hab’a planificado un levantamiento. Pero con su car‡cter tan especial y un inmenso poder a sus espaldas, significaba una permanente amenaza potencial de rebeld’a para el receloso Hitler. [...] ÇSi se mira como un todo, el problema t‡ctico con el que se enfrentaba Hitler antes del 30 de junio exig’a la soluci—n simult‡nea de cinco cuestiones: de una vez por todas deb’a privar a Ršhm y a la guardia de sus levantiscos revoltosos de su poder; acto seguido satisfacer las reivindicaciones de la Reichswehr, adem‡s deb’a eliminar la irritaci—n de la ciudadan’a por
el dominio de las calles y el manifiesto terror existente , as’ como hacer fracasar los planes en su contra fraguados por los conservadores y, finalmente, hacer todo esto sin quedar sometido a una u otra parte. De hecho consigui— alcanzar todos estos objetivos por medio de una sola operaci—n y con un nœmero relativamente bajo de v’ctimas. Con este Žxito ya nada se le opon’a para la realizaci—n de su principal meta para dar por concluida la marcha hacia el poder: ser el sucesor de HindenburgÈ. 53 DespuŽs de haber visto a Fest, en dos de sus estudios, se pasar‡ ahora a otro autor: Erich Kern, quien ha elaborado numerosos estudios hist—ricos sobre esta Žpoca. El libro se titula "Adolf Hitler und das Dritte Reich", tomo 2 de una obra de tres tomos, con 466 p‡ginas, editado por Verlag K. W. SchŸtz KG, Preuss. Oldendorf (Westf.), 11 edici—n, 1971. El cap’tulo "Der Ršhm "Putsch" - Die Revolution frisst ’hre Kinder" se inicia en la p‡g. 95: ÇEl a–o 1934, tan decisivo para el Tercer Reich, comenz— completamente tranquilo. [...] ÇPero la cuesti—n m‡s problem‡tica se centraba en la SA. Todos los dem‡s ten’an una determinada tarea asignada. El ejŽrcito se preparaba para incrementar sus efectivos de cien a trescientos mil hombres, con un servicio militar obligatorio de un a–o. El DAF (Frente Alem‡n del Trabajo), la H.J. (Juventud hitleriana), la PO (Organizaci—n Pol’tica) trabajaban a manos llenas. Solamente la SA hab’a quedado sin objetivos. Ya no hab’an peleas callejeras ni manifestaciones contrarias a reventar. Adem‡s result— que a causa de la admisi—n de gente joven y de la adscripci—n de las Milicias de Defensa, la SA hab’a crecido hasta los 3 millones de hombres. Por tanto, las fuerzas de Ršhm eran 30 veces mayores que las de la Reichswehr. ÇLos mandos de la SA hab’an pasado, casi todos, por la dura escuela de los Cuerpos Francos y hab’an vivido los tiempos de lucha, a veces sangrientos. En este momento se sent’an enga–ados por la merecida y a veces prometida recompensa que a su juicio no hab’an recibido. Todas sus esperanzas se centraban en su jefe de EM Ršhm Y adem‡s de todo esto, result— que para vestir y aprovisionar a sus nuevos miembros, muchos jefes de la SA contrajeron fuertes deudas que alcanzaban millones de marcos. Los proveedores exig’an el pago. 54 La idea m‡xima de Ernst Ršhm era la creaci—n de una milicia popular. Exig’a que la ampliaci—n de la Reichswehr hasta los 300.000 hombres se hiciera con el ingreso de 200.000 miembros de la SA. La jerarqu’a de la SA de suboficial y de oficial se asimilar’a autom‡ticamente a los grados del ejŽrcito. ÇLa jefatura de la Reichswehr se qued— petrificada. Esto significar’a ni m‡s ni menos que el fin del cuerpo de oficiales germano-prusiano. La jefatura de la Reichswehr no estaba dispuesta a admitir todo ello sin oposici—n. ÇCuando finalmente Ršhm se dio cuenta de que la Reichswehr no estaba dispuesta a participar con la SA, desarroll— el plan de establecer, paralelamente a la Reichswehr, una milicia popular armada con un contingente primario de 300.000 hombres, a semejanza de la Milicia fascista en Italia. Pero tambiŽn este proyecto choc— con el fr’o rechazo de la Reichswehr. Esta se consideraba como la fuerza armada de la Naci—n. Dos organizaciones armadas en competencia conducir’an indefectiblemente con el tiempo a un riesgo para el Estado. ÇY adem‡s la concepci—n de Ršhm no pod’a cohonestarse con los amplios planes pol’ticos de Hitler. Desde un principio, Hitler propugnaba una uni—n de todos los alemanes en un Reich. Si quer’a realizar esta uni—n, precisaba de unas FF.AA. bien preparadas y agresivas, a las que pudiera utilizar como instrumento de presi—n en su pol’tica exterior. Por el contrario, una milicia popular, que por definici—n es de naturaleza defensiva, no era adecuada a este fin.
ÇHitler no ocultaba sus aspiraciones bajo la alfombra. Cada vez que se terciaba, las expon’a. Ya el 11 de julio de 1933 hab’a dicho abiertamente a los mandos de la SA: "Este ejŽrcito de soldados pol’ticos de la revoluci—n alemana nunca ha querido sustituir o entrar en competencia con nuestro ejŽrcito". El 19 de agosto de 1933 declaraba en Bad Godesberg: "Las relaciones de la SA con las FF.AA. deben ser las mismas que las de la direcci—n pol’tica con la SA". El 23 de septiembre 1933: "Podemos asegurar a las FF.AA. que nosotros nunca olvidaremos esto (la actitud al menos neutral de la Reichswehr en los tiempos de lucha), que vemos en ellas a los portadores de la tradici—n de nuestros veteranos y victoriosos ejŽrcitos y que de todo coraz—n y con todas nuestras fuerzas apoyaremos el esp’ritu de las FF.AA. (55) ÇPor expreso deseo de Hitler, el 28 de febrero de 1934 el ministro del EjŽrcito von Blomberg y el jefe de E.M. de la SA, Ršhm firmaban un acuerdo por el que la SA se encargaba de la instrucci—n premilitar y de la atenci—n de los reservistas licenciados del servicio activo de la Reichswehr, Žsto bajo la supervisi—n de la Reichswehr. Los campamentos deportivos de la SA, en donde se llevaba a la pr‡ctica la instrucci—n premilitar de los j—venes, estaba subordinados al "ObergruppenfŸhrer" Friedrich Wilhelm KrŸger, jefe del AW (Servicios de Formaci—n). KrŸger estructur— al momento una "organizaci—n de defensa" propia, la que fue colocando "encargados M" en todos los departamentos de la SA. Esta medida producir’a funestas consecuencias. KrŸger era un decidido adversario de la idea de Ršhm sobre la milicia y estaba en buenas relaciones con el mando de la Reichswehr. Debido a esa estructura interna, KrŸger lleg— a ser pronto una figura crucial en el marco de las relaciones SA-Reichswehr. Heinrich Brennecke, que asigna a KrŸger un papel desencadenante del conflicto, escribe: "Con ello, el jefe del AW tuvo la posibilidad de controlar sistem‡ticamente la evoluci—n en toda la SA. Aqu’, y no tanto en los servicios informativos de la SS, est‡ la fuente principal de informaci—n sobre la SA. En base a la estrecha colaboraci—n de KrŸger con la Reichswehr, Žsta contaba con una fuente de informaci—n bien aprovechada. Esto se atestigua en la literatura al respecto. [...] ÇDe este modo, KrŸger se fue transformando para Ršhm en un factor peligroso de primera importancia en su enfrentamiento con la Reichswehr. Tras haber firmado Blomberg y Ršhm el mencionado acuerdo, Hitler expuso a los generales de la Reichswehr y a los mandos de la SA la situaci—n militar del Reich tal como Žl la ve’a. Apunt— su preocupaci—n de que el programa del Gobierno para la creaci—n de puestos de trabajo que se hab’a puesto en marcha se agotara en un m‡ximo de ocho a–os, con lo que se crear’a una situaci—n muy dif’cil para la econom’a. Seguramente, Alemania se encontrar’a en la necesidad de conseguir nuevos espacios vitales. Para lograrlo, una milicia era completamente inadecuada. Hitler desmenuz— los planes milicionarios y los calific— como anticuados a la vista de los avances tŽcnicos. Esta tecnolog’a s—lo pod’a adquirirse en el marco de un servicio militar general obligatorio y un ejŽrcito activo. "Mi firme decisi—n es hacer en el futuro un ejŽrcito alem‡n motorizado", proclamaba Hitler. [...] ÇDespuŽs de que Hitler y los generales tomaran el desayuno que acto seguido hab’a ofrecido la jefatura de la SA y se despidieran, los jefes de la SA descargaron toda su frustraci—n con vehementes palabras, incluso contra Hitler. Ahora se sent’an traicionados por Žl. Al mismo tiempo se filtraba el rumor de que Hitler, ya el d’a 21 de febrero de 1933, hab’a ofrecido a Anthony Eden, Lord del Sello brit‡nico, durante su estancia en Berl’n, una reducci—n de la SA en dos tercios en prueba de su buena voluntad; la parte restante no recibir’a ni armas ni equipamiento militar. (56) ÇEn medio de los bebidos jefes de la SA se sentaba el "ObergruppenfŸhrer" de la SA Viktor Lutze, quien horrorizado por las inflamadas peroratas estaba dispuesto a enfrentarse a esa
corriente ("Der Spiegel" 15-5-57). Lutze inform— seguidamente a Heinrich Himmler sobre estas expresiones de alta traici—n, as’ como al general von Reichenau, de la Reichswehr. ÇDespuŽs de la esclarecedora manifestaci—n de Hitler, Ršhm deber’a haberse sometido a Žsta decisi—n, o, en caso contrario, dimitir. No hizo ninguna de las dos cosas. Calibrando err—neamente su influencia personal sobre Hitler, sigui— impertŽrrito sus planes sobre la milicia. Como capit‡n, en el a–o 1919 Ršhm hab’a descubierto las aptitudes pol’ticas del sargento Hitler y le nombr— oficial de educaci—n pol’tica del regimiento. [... ] ÇRšhm pas— por alto el hecho de que su posici—n pol’tica hab’a deca’do hac’a tiempo. Sus provocativos aires campechanos y su conducta de lansquenete le hab’an ganado serios enemigos en el curso de los a–os. Despreciaba a Goebbels, quien por sus defectos f’sicos ten’a una apariencia poco marcial; cuando quiso ingresar en la SA, Ršhm se expres— fr’amente: "ÁNo necesito patizambos!". Se burlaba de Himmler porque, como abanderado de la "Reichskriegsflagge" (bandera de guerra del Reich) el 9 de noviembre de 1923, no hab’a adoptado una apostura gallarda; tambiŽn se mofaba de Gšring por su afici—n a la pompa y a sobresalir en todas partes. TambiŽn hiri— profundamente a Hess, a Rosenberg y a Ley. Todos juntos observaban con gran aprensi—n y fr’o rechazo las relaciones de tuteo de Ršhm respecto a Hitler. (57) ÇY adem‡s de todo ello, ocurr’a que este inteligente y capacitado organizador que se autodesignaba como el nuevo Scharrihorst, ten’a reprobables debilidades personales. Este soldado de primera l’nea, este Ršhm, con la cara llena de cicatrices, era homosexual. Ya durante la guerra, Žsta tendencia hab’a proporcionado a sus adversarios algunas oportunidades f‡ciles para atacarle. Hitler hab’a hecho o’dos sordos al respecto, sencillamente porque le apreciaba y lo necesitaba. Pero ahora este vicio se hab’a extendido en el entorno de Ršhm. Unos cinco "GruppenfŸhrer" de la SA y algunos "BrigadefŸhrer" de la SA ten’an esas inclinaciones anormales. (58) ÇEn el seno del NSDAP, todo lo indicado se iba acumulando como material incendiario contra Ršhm La SA, en su enfrentamiento con la Reichswehr, no ten’a aliados, sino todo lo contrario. Estaba sola. ÇRšhm, sencillamente, no llegaba a comprender que sus proyectos de una Milicia eran contradictorios con el concepto de estructura militar de Hitler. Se mec’a en la ilusoria idea de que Hitler era un prisionero de su entorno y bramaba ante sus mandos de la SA: "LiberarŽ a Adolf Hitler de esas criaturas inferiores como Gšring, Goebbels, Rosenberg y Ley." [...] ÇRšhm emprendi— una serie de visitas de inspecci—n por distintas agrupaciones de la SA. Durante las reuniones nocturnas con los camaradas expresaba abiertamente su opini—n cr’tica sobre la pol’tica militar; con excesiva franqueza. El equipamiento armado de la SA acuartelada, tanto en el Este como en el Oeste, se hac’a en su mayor parte por intermedio del mercado negro. ÇA fin de hacer propaganda en el extranjero a favor de sus planes sobre la mlicia, Ršhm expuso sus ideas al embajador francŽs Frangois-Poncet, al agregado militar francŽs general de brigada Renondeau y al agregado militar brit‡nico coronel Thorne, Seguramente, si llegaba a obtener un eco favorable en Par’s y Londres, lo que quer’a era ganarle por la mano al ministro de la Reichswehr, von Blomberg. Esta actividad se aproximaba al l’mite de una traici—n a la Patria y era exactamente el camino equivocado para tratar de influir en Hitler, quien, por principio, no se dejaba presionar. Con ello, el mismo Ršhm hab’a hecho saltar el lazo de camarader’a con Hitler. Un paso m‡s all‡ y necesariamente se precipitar’a al abismo. ÇA partir de aqu’, la Reichswehr ya no estaba dispuesta a dejar pasar las cosas sin actuar. ÇEl 2 de marzo de 1934, Blomberg se dirigi— a Hitler por escrito y le advirti— del incremento y equipamiento armado de las milicias de vigilancia de E.M. de la SA: "Se puede decir que
solamente desde el punto de vista numŽrico, en el sector de la Regi—n Militar VI se encuentran permanentemente armados con fusil y ametralladoras de 6.000 a 8.000 hombres". (59) [...] ÇEl 4 de junio de 1934 tiene lugar la œltima discusi—n entre Hitler y Ršhm a quien hab’a citado ante s’. Di‡logo decisivo que dura cinco horas. De esta conversaci—n no existen ni actas ni testigos. Hitler dijo con posterioridad que le hab’a apremiado a Ršhm para que empleara su influencia sobre la SA a fin de que no se llegara a una cat‡strofe y le reproch— varias deficiencias. Parece que Ršhm, que b‡sicamente se manten’a leal a Hitler y no quer’a realmente enfrentarse con Žl, se defendi— vigorosamente frente a las pretensiones de transformar a la SA en una asociaci—n deportiva. En cualquier caso, para colaborar en la distensi—n, Ršhm se manifest— dispuesto a tomar unas vacaciones y a extenderlas asimismo a toda la SA, excepto a los servicios en departamentos burocr‡ticos. ÇEl 8 de junio se public— en el Všlkischer Beobachter un comunicado de prensa de la jefatura superior de la SA por el que se informaba que por recomendaci—n de los mŽdicos de Ršhm Žste deb’a tomarse por enfermedad unas vacaciones de unas semanas. Al final del comunicado se subrayaba: "A fin de evitar por anticipado cualquier falsa interpretaci—n que pudiera deducirse de esa decisi—n, el jefe de E.M. hace saber que una vez recuperada su salud volver‡ a ocupar su puesto en toda su extensi—n. Del mismo modo, al regreso de sus bien ganadas vacaciones, la SA, reforzada y sin variaci—n, cumplir‡ su gran misi—n al servicio del FŸhrer y del MovimientoÓ. ÇEl 10 de junio aparec’a en el ÒVšlkischer BeobachterÓ la siguiente orden del jefe de E.M. a la SA: "[...] Si los enemigos de la SA se complacen en la esperanza de que la SA, despuŽs de las vacaciones, no volver‡ a estar en primera fila, o que s—lo lo har‡ en parte, les dejaremos que sigan con su miserable esperanza. En el momento y forma que parezcan oportunos, recibir‡n la respuesta adecuada. La SA es, y lo seguir‡ siendo, el destino de Alemania. El jefe de E.M.: Ršhm. ÇSi Ršhm crey— que con sus vacaciones iba a aportar desactivaci—n en la tensi—n general, se equivocaba. Con su afirmaci—n: "La SA es, y continuar‡ siendo, el destino de Alemania" alarm— de nuevo a todos sus adversarios. Heinrich Bennecke coment— al respecto: "La ambigŸedad en las palabras de Ršhm en ambas proclamas citadas, debi— venir como anillo al dedo a los adversarios de Ršhm que ya estaban sumamente ojo avizor, pues aportaba material probatorio para poder hacer afirmaciones tales como que Ršhm ten’a intenciones dirigidas contra la jefatura nacionalsocialista del Partido". [...] ÇLo que pas— despuŽs es una pura novela pol’tico-criminal. Puesto que Ršhm no mostraba disposici—n para sublevarse, pero al mismo tiempo no se retractaba de su concepto de la milicia, se pusieron en circulaci—n imputaciones sobre presuntos preparativos de la SA para una insurrecci—n. Aœn hoy en d’a no ha sido hist—ricamente esclarecido todav’a quien fue realmente el inductor de esa campa–a de intrigas. (60) Es posible que el anhelo comœn en todas partes -Reichswehr, SS y en la PO- de hacer caer a Ršhm hizo que surgiese una combinaci—n de jugadas que condujeron al estallido. Çindependientemente de todo eso, el general (R) Kurt von Schleicher atizaba con ah’nco su fogata, corr’a de una reuni—n conspirativa a otra, criticaba abiertamente a Hitler y al nuevo Reich y propagaba con mucha inocencia y de un modo imprudentemente suicida su regreso a la pol’tica. En la cabina de prueba de trajes a medida de la "Uni—n de Oficiales Alemanes", estando en calzoncillos, le expon’a con voz tonante al asustado sastre, que pretend’a inœtilmente hacer callar al general pol’tico en la reserva, un an‡lisis de la situaci—n y le aseguraba como punto final: "Esa chusma, esos criminales, esos puercos putos mozalbetes, esos, no se atreven a acercarse a m’. Y ya no estarŽ mucho m‡s tiempo mano sobre mano. A
esa pandilla los voy a arreglar". ÇSeguramente este bocazas ignoraba que desde hac’a ya cierto tiempo al local de la "Uni—n de Oficiales Alemanes" concurr’an jefes de la SA. Ç"ÁCuidado", balbuceaba el sastre, "baje la voz!". ÇNo obstante, a Schleicher ya no se le pod’a frenar. "Estoy convencido de que hoy mandan en Alemania un hatajo de canallas y delincuentes. Pero dentro de seis meses ya no empu–ar‡n el tim—n." ÇAntes de que Kurt von Schleicher llegara a su casa, todos los servicios de informaci—n estaban ya al corriente de sus exabruptos. Su expediente crec’a imparablemente. ÇEl general no se conformaba con invectivas, amenazas y conspiraciones, tambiŽn elaboraba listas para un nuevo gobierno. Esta es una pasi—n comœn a todos los pol’ticos apartados de la pol’tica. Cuando se produjera el previsto fallecimiento del presidente del Reich von Hindenburg, deb’a ser derrocado el gobierno de Hitler. En la sociedad berlinesa comenz— muy pronto a circular una lista de un nuevo gobierno. ÀEra realmente una relaci—n de Schleicher? ÁParece que no! Pero se le identific— como al autor de la lista. Un juego muy peligroso, mortal. En la citada relaci—n Hitler figuraba aœn como Canciller. Pero como vicecanciller ya no estaba Franz von Papen, sino Kurt von Schleicher. El futuro ministro de Econom’a ser’a Gregor Strasser, quien desde 1932 se hab’a retirado totalmente de la pol’tica y trabajaba en Berl’n como director de la empresa farmacŽutica Schenring-Kahlbaum. Sorprendentemente, en esta lista atribuida a Schleicher, el despotricador contra los "putos mozalbetes" de la SA, figuraba como ministro de la Reichswehr el propio Ernst Ršhm. Como futuro regente del Reich se inclu’a al pr’ncipe August Wilhem, que ocupar’a el puesto del presidente del Reich. ÇPor primera vez se apreciaba aqu’ el resultado de una inquietante y extendida confabulaci—n. Una conspiraci—n no promovida por personas relacionadas en la lista, sino por un poder an—nimo que actuaba contra ellas. Hac’a tiempo que Ršhm ya no se relacionaba con Schleicher y Gregor Strasser no ten’a contactos ni con unos ni con otros. ÇPronto apareci— una nueva relaci—n que mencionaba a las personas indicadas mas otras muchas. Esta lista hab’a sido confeccionada por el comandante del campo de concentraci—n de Dachau, "BrigadefŸhrer" de la SS Theodor Eicke, a principios de enero de 1934. Comprend’a a todos los Òenemigos de la Naci—n". Eicke envi— la lista a Heinrich Himmler, quien la coment— con Reinhard Heydrich y finalmente la complet—. Las personas indicadas deb’an ser arrestadas en caso X. La recibi— y la aprob— Hermann Gšring, jefe de toda la polic’a secreta del Estado (Gestapo). TambiŽn la estudi— von Blomberg, ministro de la Reichswehr, expresando su conformidad. Poco a poco, las cosas iban tomando forma. Todav’a se soltaron un par de globos sonda m‡s, lo que denotaba la refinada escuela de la provocaci—n pol’tica. ÇEl 17 de junio de 1934 el vicecanciller Franz von Papen pronuncia en Marburg un discurso que va a sonar como una bomba, discurso que hab’a sido escrito por el Dr. Edgar Jung, un partidario de la "revoluci—n conservadora", discurso que en esas circunstancias significaba una declaraci—n de guerra. [...] ÇGoebbels prohibi— inmediatamente la divulgaci—n del discurso de Papen y orden— el secuestro del diario "Frankfurter Zeitung" que hab’a reproducido algunos pasajes. Detr‡s de Papen actuaba un grupo de j—venes conservadores, sobre todo el Dr. Jung, von Bode, von Delten y Erich Klausner que era presidente de Acci—n Cat—lica. Papen, que el d’a 20 de junio hab’a pedido inœtilmente a Hitler la anulaci—n de la prohibici—n de publicar su discurso de Marburg, amenaz— con su dimisi—n y la del Ministro de Asuntos Exteriores von Neurath, as’ como la de Schwerin von Krosigk, ministro de Finanzas. [ ... ]
ÇUn d’a de aquellos se present— ante el estupefacto "generaloberst" Halder, entonces jefe del E.M. de la VI Regi—n Militar en MŸnster, un pretendido "Obergruppenfuhrer" de la SA de MŸnster declarando que Òen la prevista toma del mando de la Reichswehr por la SA, Žl iba a ser el sucesor de HalderÓ. Por ello solicitaba instrucciones para cuando se hiciese cargo del mando. Halder rechaz— esas pretensiones y notific— el hecho al general del EjŽrcito von Fritsch, en Berl’n. Von Fritsch le inform— que algo parecido hab’a sucedido en diversos lugares y que hab’a reunido tropas de Dšberitz preparadas por si hubiera que tomar medidas defensivas. (61) El "ObergruppenfŸhrer" de la SA, Lutze, que a mediados de junio tomaba parte como invitado en un viaje de maniobras de la Reichswehr, le mostr— al general von Reichenau una carta que hab’a escrito a Ršhm en la que le advert’a seriamente sobre la puesta en pr‡ctica de su acci—n contra la Reichswehr. (62) ÇEl 23 de junio de 1934 el capit‡n de nav’o Patzig toma extra–ado de su mesa del despacho en el ministerio un escrito que estaba ya sobre la mesa cuando lleg— por la ma–ana. Era una orden de Ršhm a determinados jefes de la SA. Ten’an que armarse, el momento hab’a llegado. ÇEl capit‡n Patzig era el jefe del servicio de contraespionaje. Durante tres d’as intent— averiguar como pudo llegar semejante misteriosa orden secreta a su mesa. En vano. Finalmente mostr— el escrito al "GeneralmajorÓ von Reichenau, que de inmediato grit— irritado: "Pues ahora si que ya ha llegado el momento." ÇEl jefe del Alto Mando del EjŽrcito remiti— una circular a todas las jefaturas de la Reichswehr avis‡ndoles de un pr—ximo ataque de la SA contra la Reichswehr y ordenando mantener a las tropas en alerta, pero pasando lo m‡s desapercibidamente posible. ÇLa SA constat— de inmediato que en todos los lugares se suscitaba una actitud hostil, a menudo agresiva, por parte de la Reichswehr hac’a ella y en consecuencia alarm— a sus jefaturas. Surgi— una peligrosa tensi—n. ÇEl Director General de la Polic’a en el Ministerio del Interior del Reich, evidentemente Daluege, inform— al servicio de contraespionaje de la Reichswehr que en una vivienda privada de Berl’n se hab’a celebrado un encuentro entre altos mandos de la SA. En la citada reuni—n se habr’an "acordado las l’neas generales para dirimir de forma violenta el conflicto entre la SA y la Reichswehr". 63 [...] ÇEl general von Fritsch ordena en la ma–ana del 28 de junio el estado de alarma para toda la Reichswehr. Unidades de la SS se van concentrando con todo secreto en los cuarteles de la Reichswehr, en donde se las provee de armas como fuerzas de infanter’a. ÇEl general retirado Hermann Foertsch, que como oficial de la Reichswehr vivi— activamente los sucesos, se pregunta acertadamente: "Aqu’ se plantea la cuesti—n de quŽ es lo que hizo la Reichswehr para dominar el amenazante peligro. No fue mucho, pero ciertamente lo suficiente para que desembocara en los acontecimientos del 30 de junio. La Reichswehr inform— a Hitler y se asegur— la colaboraci—n de Gšring y Himmler. El impulso directriz para poder llegar a este resultado fue el general von Reichenau, quien tom— a remolque a su ministro y manifest‡ndose a veces descontento de que von Blomberg no hiciese suficiente hincapiŽ en las advertencias a Hitler. As’ pues, la Reichswehr dejaba totalmente en manos del canciller y jefe del partido la decisi—n de tomar posibles medidas preventivas, sin conocer al detalle los prop—sitos de Žste. Una prueba de ello es, sobre todo, el autŽntico asombro y la admiraci—n de Reichenau ante la reacci—n de Hitler el 30 de junio. El alto mando de la Reichswehr no ten’a, por supuesto, interŽs alguno en una prolongaci—n del conflicto, pero a su vez no tuvo influencia alguna en el momento y la manera en que se resolvi—. (64)
ÇEl "GeneralobersV Ewald von Kleist declar— lo siguiente ante el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg en el a–o 1946 sobre la evoluci—n de la situaci—n antes de la cat‡strofe: Ç"Hacia el 24 de junio de 1934 recib’ un comunicado del comandante en jefe de la Reichswehr en la regi—n de Schlesien (Silesia) procedente de la Jefatura del ejŽrcito, avisando de un pr—ximo ataque de la SA contra las tropas y la instrucci—n de alertar a las fuerzas con la mayor discreci—n. Durante los tensos d’as siguientes me llegaron innumerables mensajes y noticias que daban la impresi—n de que la SA se estaba preparando febrilmente. Estos informes proced’an de distintas fuentes (tropa, SA, antiguos Cascos de Acero, SS, civiles y funcionarios). A pesar de la contenci—n que mostraba la tropa, en cada una de las guarniciones fue apareciendo una peligrosa tensi—n entre las mismas y las unidades locales de la SA. S—lo hac’a falta una chispa para hacer detonar el barril de p—lvora. Dada esta situaci—n, cre’ que el œltimo medio para evitar un enfrentamiento sangriento era sostener una conversaci—n cara a cara. Por ello roguŽ que se presentara ante m’ el "Obergruppenfuhrer" Heines el 28 de junio, a la media tarde; le soltŽ lo que sab’a sobre sus preparativos y le advert’ convenientemente de las consecuencias. Me contest— que tambiŽn Žl conoc’a todos mis preparativos y que los hab’a interpretado como disposiciones para un ataque por sorpresa contra la SA por lo que solamente hab’a tomado las medidas preventivas oportunas. Me dio su palabra de honor como oficial y jefe en la SA que Žl no hab’a planeado ni puesto a punto ataque alguno por sorpresa contra el ejŽrcito. Ç"Heines me volvi— a llamar la noche del 28 al 29 de junio. Me dijo algo as’ como que para Žl todo el cariz del asunto hab’a cambiado. Acababa de enterarse de que las tropas en todo el Reich, no s—lo en Silesia, estaban sobre las armas ante un levantamiento de la SA. Que el d’a 29 de junio a primera hora iba a volar a Munich para hablar con Ršhm DespuŽs de esto, yo mismo me trasladŽ en avi—n a Berl’n para informar al "Generaloberst" Freiherr v. Fritsch y al general Beck sobre mi conversaci—n con Heines. A–ad’: "Tengo la impresi—n de que nosotros -la Reichswehr y la SA- estamos siendo enfrentados por un tercero -yo pensaba en Himmler- y que muchas de estas informaciones proceden de esa tercera fuente". Tras esto, el "Generaloberst" Fr. v. Fritsch llam— al general von Reichenau y me rog— que repitiera lo dicho. (65) Ç"Reichenau dijo al respecto.... s’, Podr’a ser cierto... pero ahora ya es demasiado tarde. (66) ÇEse decisivo d’a 28 de junio, Ernst Bergmann, ayudante del jefe de E.M. de la SA, viaja a Munich para ver a Ršhm, quien se encontraba en el hotel-sanatorio Hanslbauer, de Bad Wessee, sometido a una cura de yodo. Alarmado por las malas noticias que le iban llegando ininterrumpidamente sobre los preparativos de una rebeli—n de la SA, Hitler llama por telŽfono por la tarde del mismo d’a desde el Hotel Dreesen de Bad Godesberg al Hotel HansIbauer y con indignaci—n le comunica a Bergmann, que es el interlocutor, que tambiŽn en la regi—n del Rhin hab’a de nuevo jaleo con la SA y que ahora se estaba fastidiando a los diplom‡ticos extranjeros. Dijo que exig’a de una vez por todas que se terminara con tal situaci—n. A continuaci—n pidi— hablar con Ršhm Esta vez orden— secamente que se reuniera a los mandos de la SA en Bad Wiessee, que Žl acudirla para tratar sobre la situaci—n. Fecha: 30 de junio, al mediod’a. ÇRšhm se mostr— alegremente de acuerdo, confiando en que una vez Hitler presente en el c’rculo de sus viejos camaradas, se pudiera aclarar el estado de las cosas. Muy poco tiempo despuŽs, la jefatura superior de la SA, que ten’a su sede en el Hotel Marienbad de Munich, enviaba citaciones telegr‡ficas a todos los "ObergruppenfŸhrer" y "GruppenfŸhrer" de la SA para que acudieran a Bad Wessee. Los telegramas estaban firmados textualmente por "Die
Oberste SA-FŸhrung" (Jefatura Suprema de la SA). El OSAF (ÒOberste SAFŸhrer", Jefe Supremo de la SA era Adolf Hitler. Ernst Ršhm era s—lo su jefe de estado mayor. ÇEl œnico mando excusado previamente era el "GruppenfŸhrer" SA de Berl’nBrandenburgo, Karl Ernst. El 29 de junio se hab’a trasladado con su mujer y sus ayudantes a Bremen con el fin de embarcarse all’ en un crucero a la isla de Madeira, para celebrar un pospuesto viaje de bodas. Previamente hab’a enviado de vacaciones a los miembros de la SA de Berl’n con el siguiente texto: "El jefe de E.M. ha concedido para el mes de julio una licencia de descanso a toda la SA. [...] y adem‡s, para permitir que el militante SA pueda ser verdaderamente una persona civil durante este mes de reposo, a la suspensi—n de servicios de cualquiera clase se a–ade la prohibici—n de portar uniforme". ÇEl lugarteniente del jefe de E.M., "Obergruppenfuhrer" SA von Krausser, llam— a Hitler desde Berl’n al Hotel Dreesen, a fin de asegurarse de que realmente Hitler iba a presentarse en Bad Wessee. Hitler le tranquiliz—: "ÁSeguro que voy!" ÇErnst Ršhm, en Bad Wessee, estaba entusiasmado. Por fin se reunir’a Hitler a solas de nuevo con la SA, sin la presencia de la Reichswehr. Solamente le molestaba que tambiŽn se hab’a anunciado la presencia del Dr. Goebbels. Pero Ršhm lo pod’a soportar. Durante la cena, les coment— as’ a los comensales: "Adolf viene hacia aqu’ y podremos hablar tranquilamente. Goebbels tambiŽn viene, pero le arrancaremos la m‡scara de la cara". ÇLos mandos de la SA se prepararon concienzudamente para la visita de Hitler. Para la tarde del 30 de junio, Heines organiz— un paseo en vapor por el lago Ammersee; para la noche, Ršhm orden— un banquete en honor de Hitler en el Hotel Vier Jahreszeiten, con especial consideraci—n a la comida vegetariana de Hitler. ÇLa suerte estaba echada. En las filas de los enemigos de Ršhm se tem’a que si ten’a lugar una conversaci—n entre Hitler y Ršhm en el c’rculo de los viejos compadres de los tiempos de lucha, a pesar de la aguda inteligencia de Goebbels se podr’an solventar las cosas de forma distinta a la que ellos deseaban. Cierto que Sepp Dietrich, "GruppenfŸhrer" de la SS y jefe de la guardia personal, hab’a sido enviado a Bad Godesberg por el "Generalmajor" von Reichenau. Pero all’ s—lo recibi— las instrucciones de volar a Munich y esperar all’ nuevas —rdenes. Ç200 hombres del batall—n de guardia de la SS de Berl’n fueron enviados en transporte urgente a Kaufering bei BuchIoe. ÇEl Ministerio de la Reichswehr en Berl’n fue rodeado de alambradas y protegido con puestos de ametralladoras. El general-jefe de la plana mayor, Ludwig Beck, hizo firmar a todos los jefes de secci—n de la Plana Mayor el recib’ de una orden: "en el caj—n del escritorio se tendr‡ a mano una pistola". ÇHermann Gšring orden— el estado de alarma y anulaci—n de todos los permisos para el batall—n de guardia de la SS de Berl’n, para las unidades de la polic’a regional y para el cuerpo de polic’a militar de laSA. ÇA Sepp Dietrich, que hab’a llegado a Munich, se le orden— trasladarse a Kaufering. El desarrollo subsiguiente de la tragedia en Munich y en Bad Wessee fue esclarecido en casi todos sus detalles por testigos que declararon en el as’ llamado "proceso de Ršhm" que se celebr— ante el Tribunal de jurado de la Audiencia Territorial de Munich 1 desde el d’a 6 al 14 de mayo del a–o 1957 contra Sepp Dietrich y Michael Lippert. ÇEn plena medianoche del 29 al 30 de junio los telŽfonos sonaban ininterrumpidamente en el Hotel Dreesen. El "gauleiter Wagner comunicaba desde Munich los preparativos de rebeli—n de la SA. Por medio de octavillas se instaba a la SA a efectuar manifestaciones callejeras. M‡s tarde se pudo demostrar f‡cilmente que esas octavillas eran falsificadas. En consecuencia, la SA regres— pac’ficamente de nuevo a sus casas. [...]
ÇTodas estas bestiales noticias, que con una simple investigaci—n policial se habr’an detectado inmediatamente como falsas, pusieron a Hitler en un estado emocional de febril agitaci—n. (67) Repentinamente se decidi— a no ir a Munich con toda tranquilidad a la siguiente ma–ana, tal como estaba planeado. Hizo levantar de la cama a todo su acompa–amiento e hizo preparar un avi—n para un vuelo inmediato. A las 2 de la madrugada despegaba Hitler del aeropuerto de Hangelar, cerca de Bonn. En su compa–’a iban el Dr. Goebbels, Viktor Lutze y el jefe de prensa Dr. Otto Dietrich, as’ como los ayudantes. ÇDos horas despuŽs aterrizaba el avi—n especial en el aeropuerto de Oberwiesenfeld en Munich. En la tranquila ciudad no se pod’a ver ni o’r la m‡s m’nima se–al de un levantamiento. A pesar de ello, el "gauleiterÓ Wagner hab’a hecho detener, por propia iniciativa, al jefe de polic’a de Munich "Obergruppenfuhrer" SA, August Schneidhuber, poco despuŽs de que Žste hubiera asistido a una representaci—n del c—mico Karl Valent’n. TambiŽn fue detenido el jefe de prensa de la SA, el "GruppenfŸhrer" Wilhem Schmidt. ÇAdolf Hitler, que en un principio se aloj— completamente trastornado en casa de su viejo camarada de lucha Josef Bercholder, se dirigi— luego al Ministerio del Interior b‡varo, en donde, sumamente excitado, arranc— las hombreras del uniforme a los perplejos Schneidhuber y Schmidt. No admiti— cruzar palabra con los dos desconcertados hombres. Ambos fueron conducidos a la prisi—n de Stadelheim. ÇEntonces, Hitler se dirigi— a toda velocidad a Bad Wiessee junto a sus anteriores acompa–antes a quienes se hab’an unido el juez superior del Partido, "Major" (R) Buch, Christian Weber y Emil Maurice. ÇEn el anexo del hotel-balneario HansIbauer, donde se alojaban Ernst Ršhm y sus seguidores, todav’a se dorm’a cuando la columna de coches se detuvo ante la entrada principal del hotel. Hab’an sonado ya las seis de la ma–ana. ÇCon Hitler a la cabeza, el grupo irrumpi— en las habitaciones. En primer lugar, Hitler arrest— personalmente al "StandartenfŸhrer" de la SA Graf (conde) Spreti y luego, en la habitaci—n nœmero 21, a Ršhm quien, medio adormilado y en pijama, se puso en pie ante Hitler sin decir palabra. Junto con Žl fueron detenidos el "ObergruppenfŸhrer" SA Heines, jefe de la guardia personal de Ršhm el "StandartenfŸhrer" SA Uhl y el ayudante Ernst Bergmann, siendo encerrados en un principio en el s—tano del hotel. Luego se inici— el regreso a Munich con los detenidos. [...] ÇEl Dr. Goebbels inform— telef—nicamente a Hermann Gšring sobre la marcha de la operaci—n y le transmiti— la palabra clave "Kolibri". ÇAl menos a partir de ese momento se le escap— de las manos a Hitler la direcci—n central de la operaci—n por la que se quer’a poner fin a la SA como instrumento revolucionario por hacer peligrar los proyectos de Estado. A–os de enemistades dentro y fuera del NSDAP se acabaron sanguinariamente en el marco de esta acci—n. ÇGregor Strasser hab’a recibido solemnemente el 23 de junio el distintivo de honor en oro del NSDAP con el nœmero 9 de militante. Con ello se honraba a la persona que hasta finales del a–o 1932 hab’a sido el primero junto a Hitler en la lucha por el poder y al que el NSDAP tanto ten’a que agradecer. Una semana despuŽs, al mediod’a del 30 de junio, el homenajeado fue arrestado en Berl’n, llevado a la central de la Gestapo en el palacio Prinz-Albrecht y all’ fusilado sin m‡s formalidades. Gregor Strasser ni se hab’a rebelado, ni hab’a conspirado Solo hab’a permanecido callado. (68) ÇAl mismo tiempo, dos agentes de la Gestapo irrumpen en la finca del general retirado Kurt von Schleicher. La asustada cocinera originaria de la Prusia Oriental, Mar’a GŸntel, conduce a los agentes al despacho en el que Kurt von Schleicher estaba sentado frente al escritorio mientras su mujer escuchaba la radio. DespuŽs de que los agentes le hubieran preguntado al
general si era Kurt von Schleicher y Žste afirmara sorprendido, resonaron ya los primeros disparos. Mar’a GŸntel se precipita horrorizada fuera del cuarto. Cuando vence al miedo y regresa al despacho temblando, el matrimonio yac’a acribillado en el suelo. Los asesinos hab’an desaparecido. ÇEn Bremen, las autoridades de la ciudad hab’an dispuesto una solemne recepci—n para el "GruppenfŸhrer" Karl Ernst y su mujer. Cuando Ernst: regres— al hotel hacia las 3 de la tarde, unos agentes de la Gestapo le arrestaron inmediatamente coloc‡ndole las esposas. Ernst se re’a, pues pensaba que era una de las bromas pesadas de Ršhm para asustarle en su viaje de bodas. Se le envi— en un avi—n especial a Berl’n-Tempelhof, trasladado luego a la Escuela Superior de Instrucci—n de Cadetes de Lichterfeld y all’ fusilado de inmediato sin mas formalidades. [...] ÇSi Hermann Gšring no hubiera adoptado categ—ricas medidas de protecci—n para el vicecanciller von Papen, tambiŽn Žste hubiera sido una de las v’ctimas de la gran depuraci—n, sobre todo por su discurso de Marburg. Avisado por la ma–ana por su ayudante Tschirschky, a las 9 de la ma–ana se fue a su despacho, en donde el general Bodenschatz le inform— que Gšring quer’a hablar urgentemente con Žl. Sin sospechar nada, se fue a ver a Gšring con quien se encontraba Heinrich Himmler. Parcamente, Gšring inform— a Franz von Papen que Hitler hab’a volado a Munich para desactivar un golpe planeado por Ršhm y que le hab’a conferido a Žl, Gšring, plenos poderes en Berl’n. Franz von Papen respondi— irritadamente que en ausencia del canciller Hitler s—lo pod’an delegarse poderes en Žl, como vicecanciller que era, lo que Gšring refut— enŽrgicamente. Papen tambiŽn dijo que ser’a necesario intentar que el Presidente del Reich declarara el estado de excepci—n. Gšring rechaz— tambiŽn esta propuesta y requiri— al vicecanciller a que se trasladara inmediatamente a su domicilio a fin de proteger su persona, y que no lo abandonara sin el previo conocimiento de Gšring. ÇMientras tanto, la Gestapo y la SS hab’an procedido a efectuar un registro en las oficinas del vicecanciller durante el cual hab’an disparado y matado al jefe del departamento de Prensa, Freiherr von Bosse, quien se hab’a resistido al registro. Unos cuanto colaboradores de Papen fueron adem‡s provisionalmente arrestados. Franz von Papen ni siquiera sospechaba que ya para entonces hab’a sido fusilado en la central de la Gestapo su colaborador pol’tico el Dr. Edgar Jung. ÇUna escolta de la SS acompa–— al vicecanciller a su casa en la Lennestrasse, en la que ya hab’a montada una guardia de la SS. Los hilos telef—nicos estaban cortados y un capit‡n de la polic’a cuidaba de que Franz von Papen permaneciera aislado del mundo exterior. Seguramente esto le salv— la vida. Puesto que Gšring hab’a dicho al capit‡n que respond’a con su cabeza de que ningœn miembro de la Gestapo o de la SA entrara en la casa as’ como de que el vicecanciller bajo ningœn concepto fuera trasladado a otro sitio sin una orden personal del mismo Gšring. De esta manera pas— Franz von Papen tres d’as de riguroso arresto domiciliario sin enterarse de los sucesos. ÇEn Munich, a las 17 horas, Martin Bormann lleva a Sepp Dietrich ante Adolf Hitler. Sepp Dietrich queda anonadado cuando vio a Hitler con un aspecto totalmente deshecho. Ç"ÀD—nde est‡ su destacamento?" pregunt— Hitler. ÇDietrich le inform— que estaba disponible en Munich. Ç"Le cedo seis hombres y un oficial. Trasl‡dese a Stadelheim" -orden— Hitler-, "deber‡ usted proceder a fusilar a seis jefes de la SA. ÇDesde el mediod’a, la prisi—n muniquesa estaba rodeada por una centuria de la polic’a regional. El director de la c‡rcel, Dr. Robert Koch, se neg— a entregar a Sepp Dietrich los seis internos antes de que llegara el Dr. Hans Frank, ministro b‡varo de Justicia. Y en efecto,
Frank lleg— a Stadelheim aœn sabiendo ya desde hac’a tiempo que el destino de los seis estaba sellado. Intent— tomarles declaraci—n. El primero, el "ObergruppenfŸhrerÓ Schneidhuber, neg— insistentemente cualquier participaci—n en una revuelta y solicit— ser presentado ante Hitler. Resignado, el ministro de Justicia de Baviera renunci— a continuar el interrogatorio y comunic— al director de la prisi—n que deb’a entregar los seis detenido a Sepp Dietrich, Con tranquila disposici—n de ‡nimo, los detenidos siguieron a los agentes judiciales hasta el patio. Seguramente confiaban en que todo el asunto se aclarar’a. ÇSepp Dietrich les comunic— en pocas palabras que Adolf Hitler les hab’a condenado a muerte por rebeli—n. ÇTardaron unos instantes en comprender el alcance de las palabras. Y entonces gritaron los condenados a muerte: "ÁQueremos ver a nuestro FŸhrer!" ÇSepp Dietrich se volvi—. Con algunos de ellos, sobre todo con August Schneidhuber, le un’an lazos de cordial amistad desde los viejos tiempos de lucha. De uno en uno fueron trasladados al patio anejo y all’ fusilados por el pelot—n de ejecuci—n. ÇMurieron as’: el "ObergruppenfŸhrerÓ SA August Schneidhuber, de Munich; el "GruppenfŸhrer" SA Wilhem Schmidt, de Munich; el "GruppenfŸhrerÓ SA Hans Peter Heydebreck, de Stettin; el "GruppenfŸhrerÓ SA Hans Hayn, de Dresden; el "StandartenfŸhrer" SA Hans-Joachim Graf Spreti, de Munich y el "ObergruppenfŸhrer" SA Eduard Heines, de Breslau. ÇErnst Ršhm oy— los disparos desde la celda 474. ÇAdolf Hitler todav’a dudaba que hacer. ÇTras la segunda ejecuci—n, Sepp Dietrich se alej— ya del lugar de los fusilamientos. Igual que en Munich, en todo el Reich sonaban disparos mortales. [...] ÇDesde todo el territorio del Reich llegaban noticias de las ejecuciones cumplidas. Pronto se lleg— a los 190 muertos: en su mayor’a mandos de la SA. Entre ellos hab’a varios notorios adversarios y homosexuales, pero tambiŽn muchos idealistas, entre ellos viejos compa–eros de lucha. ÇLa mayor’a se re’an cuando se les informaba que hab’an sido condenados por Hitler y cre’an que era un golpe de mano de la reacci—n. Casi todos murieron con el grito de "ÁHeil Hitler!" en los labios. ÇAdem‡s, junto a ellos, murieron unos cuantos comunistas y aquellos conservadores del entorno de von Papen que hab’a perdido todas las simpat’as. Algunos murieron por confusi—n de identidades o por mero azar. Tal como el monje sacerdote Bernhard Stempfle, colaborador en el peri—dico ÒViesbacher Anzeiger". Hitler se horroriz— al saberlo y exclam— indignado: "Esos cerdos han matado tambiŽn a mi buen pater Stempfle". (69) ÇEvidentemente, las cosas se hab’an escapado en gran medida de las manos del mando ÇEn Munich, en la prisi—n de Stadelheim, en esos momentos todav’a estaba vivo el hombre al que se le acusaba de ser el presunto cabecilla de la rebeli—n. Hasta el mediod’a del 1 de julio no pudo decidirse Hitler por su muerte. Heydrich transmiti— la orden por teletipo a Munich. ÇA œltima hora de la tarde se presen taban en Stadelheim el "ObergruppenfŸh rer" SS Schrnauser , el "BrigadefŸhrer" SS Theodor Eicke y el "StandartenfŸhrer" SS, Michael Lippert. Dejan sobre la mesa de madera de la celda 474, ante un mudo Ršhm, una pistola cargada, junto a la edici—n del ÒVšlkischer BeobachterÓ en la que se describ’a minuciosamente los acontecim’entos del 30 de junio, y se retiran.
ÇEsperaron diez minutos en el pasillo. Al no o’r disparo alguno, abrieron la puerta y dispararon sobre el jefe de E.M. de la SA, Ernst Ršhm quien esperaba a sus verdugos en medio de la celda a pecho descubierto y los ojos cerrados. ÇSus œltimas palabras fueron: "iFŸhrer, mein FŸhrer!" ÇFue el muerto nœmero 191 del 30 de junio. ÇEl 15 de abril de 1957 el Tribunal de jurado de la Audiencia Territorial de Munich 1, conden— a Lippert y a Sepp Dietrich a un a–o y medio de prisi—n por complicidad en homicidio el 30 de junio. [...] ÇSin embargo, en esos tiempos de vida tan intensa en los que una situaci—n sensacional segu’a a otra, este sangriento acontecimiento cay— pronto en el olvido. Los muertos fueron enterrados, los deudos recibieron pensiones del Estado. S—lo en c’rculos de la SA se hablaba quedamente de ello. ÇA–os despuŽs, en la dura prueba de la guerra total, en la hora de m‡ximo peligro, faltaron esos arrojados tipos como un Ršhm y sus camaradas, con su lealtad hasta la muerte. Una gran parte de los oficiales de estado mayor que fueron los beneficiarios principales del 30 de junio se apearon del carro en cuanto la suerte abandon— a Hitler, o s—lo estuvieron con Žl a mediasÈ. 70 Con esto se acaba la narraci—n ofrecida por Erich Kern sobre los acontecimientos. De dichos acontecimientos trata tambiŽn Heinz Hšhne. Hšhne, nacido en Berl’n en el a–o 1926 fue soldado en la II Guerra Mundial. DespuŽs asisti— a la Escuela de Periodismo de Munich, trabajando luego de reportero, redactor y posteriormente como periodista independiente. En 1955 ingresa en la redacci—n del semanario "Der Spiegel" donde fue redactor jefe de la secci—n de extranjero. A partir de 1967 dirige el departamento de seriales de dicha revista. Ha escrito varios libros sobre historia contempor‡nea. El que traemos aqu’ a colaci—n se titula "Der Orden unter dem Totenkopf - Die Geschichte der SS", Tomo 1, editado por Fischer BŸcherei GmbH., Frankfurt y Hamburgo, diciembre 1969, edici—n completa, copyr. Verlag Der Spiegel, Hamburgo 1966. Cap’tulo 6, t’tulo "Der Ršhm-Putsch" p‡g.95 y SS.: ÇEn los locales de reuni—n de la SA se extend’a el disgusto contra Hitler. Igual que antes del putsch de Stennes de 1931, se volvi— a o’r el lema: "ÁAdolf nos traiciona!". Incluso el œltimo jefe de la SA percib’a que el tantas veces alabado ejŽrcito de la revoluci—n, la SA, se hab’a convertido en un cuerpo extra–o y precisamente dentro de ese Estado nacionalsocialista. ÇDurante mucho a–os a la SA se la hab’a cargado con energ’as revolucionarias a fin de tenerla a punto para el d’a en que se alcanzase el poder; pero cuando lleg— ese d’a, que lleg— pac’ficamente y en apariencia por medios constitucionales, el Partido no supo que hacer con la SA. Finalmente se le dio una nada comprometida misi—n: la SA deb’a "entrenar" a la juventud, deb’a desposarse con la Reichswehr hacia el poderoso ejŽrcito popular nacionalsocialista. ÇDesde que se fund— la SA, el jefe de E.M. Ršhm ve’a en ella la cŽlula germinal de un nuevo ejŽrcito alem‡n. "Soy el Scharnhorst del nuevo ejŽrcito", se jactaba a menudo, (71) y con esta frase quer’a ocultar lo mucho que sufr’a por el altanero desprecio de que le hac’an objeto los oficiales de la vieja escuela. El Presidente del Reich, von Hindenburg, se negaba a estrecharle la mano puesto que para el "GeneralfeldmarschallÓ tan sospechoso era como homosexual como de ser un militar rebelde. (72) Durante la guerra de trincheras en el frente occidental, el jefe de compa–’a Ršhm hab’a podido comprobar que a su juicio los antiguos modelos prusianos castrenses no se correspond’an ya con la verdad de la guerra moderna. Lo ve’a negro: "Hay que implantar algo nuevo, Àme entendŽis?; una nueva disciplina. Un nuevo principio organizativo. Los generales son viejos chapuceros. No se les acuden ideas nuevas.
(73) Y Žl cre’a tener esas nuevas ideas: la idea de una milicia, el concepto de EjŽrcito Popular, La SA es, era, el nuevo ejŽrcito del pueblo. [...] ÇCuanto m‡s altaneramente ejerc’an los jefes de la SA su mando sobre el gigantesco ejŽrcito pardo, tanto m‡s ansiosamente observaba la Reichswehr las jugadas militares de Ršhm. Los militares profesionales olfateaban en la SA la reserva ideal de reclutas para el d’a en que la Reichswehr, libre de las cadenas forjadas en Versalles sobre la magnitud de su equipamiento, pudiera de nuevo implantar para todos el servicio militar obligatorio. El mensaje de Hitler tend’a hacia la conjunci—n de las dos fuerzas. Pero en lugar de a un "viejo chapucero", como hab’a esperado, Ršhm se encontr— enfrentado con un contrincante que se encontraba entre los oficiales m‡s modernos y menos escrupulosos de la Reichswehr. ÇSe llamaba Walther von Reichenau, era "generalmajorÓ, deportista y artillero; dirig’a la Secretar’a del ministro en el Ministerio del EjŽrcito y, a pesar del mon—culo en el ojo derecho, se re’a de algunos santos principios de la tradici—n castrense prusiano-germ‡nica. Muchos de sus camaradas conservadores le ten’an por un arribista con af‡n de notoriedad, algunos incluso por un nazi en raz—n de que junto con su superior el ministro del EjŽrcito "Generaloberst" Werner von Blomberg, fue el primer alto mando de la Reichswehr en los que Hitler deposit— su confianza ya antes del a–o 1933. (74) En cualquier caso, desde un buen principio ten’a el general un plan trazado: el potencial militar apto de la SA ser’a incorporado a la Reichswehr y ser’an neutralizadas las, para la Reichswehr, peligrosas ambiciones de Ršhm (75) Para que Ršhm aceptara el juego de Reichenau no hab’a otro remedio que ser complaciente con Žl. ÇReichenau propuso, pues, que en un principio la SA deb’a comenzar por asumir funciones importantes en la defensa territorial dentro del marco de una potenciaci—n de dicha defensa con elementos milicionarios. Sobre todo en las fronteras del Este aparec’an grandes huecos en el escudo defensivo de la Reichswehr. Por esta causa se deb’a erigir frente a Polonia una as’ denominada Fuerza de Defensa del Este, que de hecho estaba planeada en forma de milicia; Reichenau manten’a que all’ estaba el puesto para el ejŽrcito SA. Adem‡s de esto la SA deb’a instruir, con la ayuda de la Reichswehr, en preparaci—n militar a todas las organizaciones no pertenecientes a las fuerzas armadas. ÇA mediados de mayo de 1933, la SA y la Reichswehr concluyeron un acuerdo por el que la SA, la SS y la asociaci—n nacionalista alemana de combatientes llamada "Stahlhelm" (Casco de Acero) pasaban a depender del Ministerio del EjŽrcito ("Reichswehrministerium"). El "ObergruppenfŸhrer" Friedrich-Wilhelm KrŸger fue destinado como jefe del Departamento de Instrucci—n (AW) de la SA y se le encarg— preparar anualmente, con un equipo de instructores de la Reichswehr, a 250.000 hombres de la SA para su posterior ingreso en la Reichswehr. Al mismo tiempo, Ršhm deb’a absorber en la SA a todas las organizaciones paramilitares de los partidos de derechas, sobre todo a la numerosa y disciplinada "Stahlhelm". Pero Reichenau especulaba de forma muy peculiar con los lazos que le un’an a la "Stahlhelm". ÇEl general anim— al jefe de la "Stahlhelm", Theodor Duesterberg, a enviar a muchos de los suyos a la SA. Plan de campa–a de Reichenau: si entraran en formaci—n cerrada un mill—n de miembros de la "Stahlhelm" en la SA, Žsta podr’a ser encauzada; si adem‡s se lograra ocupar con personal de la Reichswehr los cargos decisivos en la AW y en la Defensa de Fronteras, entonces Ršhm quedar’a arrinconado. Los c‡lculos de Ršhm parec’an cumplirse. Las posiciones clave en el organismo de KrŸger y en la Defensa de la Frontera del Este fueron ocupadas por antiguos o activos oficiales, Pero la invasi—n de los "cascos de acero" fracas—. Ršhm maniobr— perspicazmente y dividi— la SA en tres grupos de distinta fuerza, y
en el grupo m‡s poderoso -la as’ llamada SA activa- incluy— a todos los 500,000 hombres de la SA y solamente a 314.000 cascos de acero. ÇAhora ya puede vanagloriarse Ršhm de tener unos militantes que suman 4,5 millones; pronto inicia su contraofensiva. Exige mayor influencia y verdaderos puestos de mando en la "Grenzschutz Ost" (Defensa Fronteras del Este), y todav’a m‡s: exige el control de los almacenes de armas del oeste, algo que es de lo m‡s delicado para la Reichswehr. Las exigencias de Ršhm chocaron frontalmente con el fŽrreo convencimiento de los generales alemanes de que jam‡s podr’a existir otra fuerza armada que la de la Reichswehr. En el Ministerio de la Reichswehr se decidi— cortar todos los devaneos con la idea milicionaria de Ršhm A partir de diciembre de 1933 se establece fundamentalmente: la Reichswehr s—lo reconoce una forma de organizaci—n para la defensa nacional, y Žsta se llama servicio militar obligatorio. ÇSin embargo, Ršhm no abandona su l’nea. Designado desde el 10 de diciembre ministro del Reich sin cartera (76) pone a disposici—n de los "Obergruppen" de la SA unos guardias armados. (77) Incluso mezcla en el juego a potencias extranjeras: ya que, durante la conferencia de desarme de Ginebra, algunas potencias, sobre todo Francia, estaban dispuestas a conceder a Alemania un ejŽrcito reforzado con milicias, a propia iniciativa sostuvo Ršhm conversaciones con el agregado militar francŽs en Berl’n. A principios de febrero de 1934 present— por escrito a la Reichswehr sus pretensiones. El memor‡ndum estaba redactado tan duramente que Blomberg no pudo hacer otra cosa que deducir, ante una conferencia de mandos, que lo que Ršhm pretend’a era tener toda la defensa nacional como "dominio de la SA", en tanto que la Reichswehr s—lo cumplir’a funciones de organismo instructor. ÇPara dilucidar el problema, el "Generaloberst" von Blomberg requiri— la decisi—n de Hitler, y as’ coloc— al canciller ante una tesitura de la que siempre se hab’a escurrido hasta la fecha. Sentimentalmente se inclinaba por el concepto de Ršhm, pero a su pesar sab’a que sin los militares profesionales nunca podr’a llevar a cabo su programa de expansi—n en pol’tica exterior. Pero nada le era m‡s penoso a Hitler que tener que confrontar al amigo Ršhm con un no rotundo. Y busc— un compromiso: Hitler invit— a los mandos de la Reichswehr y de la SA para el 28 de febrero de 1934 en la marm—rea sala de conferencias del Ministerio de la Reichswehr, y en una "conmovedora y estremecedora" alocuci—n (segœn Blomberg) requiri— a todos a mantener la paz. Bajo su mirada, Blomberg y Ršhm tuvieron que acordar un convenio en el que se declaraba que la Reichswehr era la œnica fuerza armada del Tercer Reich y que se ced’a a la SA algo as’ como el monopolio para la instrucci—n pre y posmilitar. En un aperitivo con champagne celebrado en el cuartel general de Ršhm en Berl’n, calle Standartenstrasse, los jefes de la SA y de la Reichswehr se estrecharon teatralmente las manos. (78) ÇTan pronto abandonaron los oficiales el festejo, Ršhm solt— sus berridos: "Lo que ha dicho ese rid’culo sargento no nos afecta a nosotros." Y con creciente rabia: ÒNo pienso respetar el acuerdo. Hitler es desleal y por lo menos se tendr’a que marchar de vacaciones." Y aœn con mayor dureza: "S’ no podemos realizar nuestro programa con Hitler, lo haremos sin Žl" En la mesa estaba sentado un "ObergruppenfŸhrer" de la SA que estaba como paralizado al escuchar esas bravatas alcoh—licas contra el querido FŸhrer. Viktor Lutze, teniente primero en la reserva y jefe de la agrupaci—n SA de Hannover, intu’a alta traici—n. (79) De inmediato se volc— en impedir la sospechada traici—n. (80) ÇA principios de marzo se present— ante Hess, lugarteniente del FŸhrer", Le delat— que Ršhm ("Adolf delira") soltaba monstruosas arengas contra el FŸhrer. Pero Hess no supo como reaccionar. Lutze sigui— su caminata. March— a Berchtesgaden y se lo expuso a Hitler.
TambiŽn le comunic— todo el descontento que reinaba en la SA dirigido contra los dirigentes del Tercer Reich. Hitler s—lo supo darle un consuelo trist—n: "Debemos dejar que la cosa madure. Ya que Hitler no tomaba ninguna medida contra su amigo Ršhm, Lutze confi— el secreto a un tercero. Durante un viaje de instrucci—n militar en Braunfels, le mostr— una carta al "Generalmajor" von Reichenau por la que Lutze advert’a a su jefe de E.M. sobre la continuaci—n de otras campa–as contra la Reichswehr. (81) Reichenau le agradeci— al "Obergruppenfuhrer" su valiosa informaci—n y exclam— burl—n cuando se alej—: "Este Lutze es inofensivo. Ser‡ jefe de E M. (82) ÇLutze, el cr’tico de Ršhm, no sab’a que el general von Reichenau trabajaba ya desde hac’a d’as con un "BrigadefŸhrer" de la SS quien acariciaba ideas muy precisas sobre la manera de resolver de un golpe el problema Ršhm. Reinhard Heydrich, jefe del Servicio Secreto de la Polic’a del Estado (Gestapo) y del Servicio de Seguridad (SD) estaba decidido a liquidar a toda costa a la pandilla alrededor de Ršhm. Hab’a necesitado mucho tiempo para convencer a Heinrich Himmler a favor de su operaci—n de limpieza. El "Reichsfuhrer" de la SS dudaba, y ese titubeo no estaba desprovisto de malos presentimientos: la decisi—n de acabar con Ršhm abr’a una caja de pandora cuyo venenoso contenido no dej— ya en paz a la SS ni a la SA. ÇComo si hubiera tenido un presentimiento sobre la evoluci—n siguiente de los acontecimientos, Himmler se hab’a mantenido alejado de los adversarios de Ršhm (83) El antiguo alfŽrez no pod’a olvidar los a–os en que coincidi— con el capit‡n Ršhm Incluso en los primeros meses de la era nacionalsocialista siempre estaba Himmler entre los m‡s cercanos en el entorno de Ršhm. Juntos pronunciaban los m‡s ampulosos discursos, juntos banqueteaban en el alojamiento de Ršhm en Berl’n. Juntos planeaban tambiŽn sus cr’menes: Heydrich equip— junto con el "StandartenfŸhrer" de la SA, Uhl, el comando que el 3 de abril de 1933 se infiltr— en Austria y asesin— en una hoster’a de Durchhoizen a Georg Bell, un amigo ’ntimo de Ršhm ca’do en desgracia. [ ... ] Ambos hab’an sido tambiŽn padrinos del primer hijo de Heydrich .(84) Incluso despuŽs del esc‡ndalo suscitado por el punzante discurso anti-Hitler de Ršhm del 28 febrero 1934, Himmler continu— intentando preservarle de todo exabrupto hacia Hitler y la Reichswehr. ÇPero la tan cacareada lealtad de Himmler hacia Ršhm cedi— en la primavera de 1934 ante una reflexi—n oportunista: la nueva alianza con Gšring le pareci— m‡s importante que la relaci—n con el antiguo jefe. Y ello porque esta alianza era la condici—n previa para la adscripci—n de la Gestapo prusiana bajo el mando de la jefatura nacional de la SS. A partir de aqu’ se enlaza con los planes de aniquilamiento forjados por Heydrich: sin Gšring no hay mando sobre la Gestapo, sin la renuncia de Ršhm no hay colaboraci—n con Gšring. Y precisamente el ministro-presidente de Prusia, Hermann Gšring, era, de entre todos los jerarcas nacionalsocialistas, el hombre que m‡s pod’a temer a la SA de Ršhm. Ršhm con su red de jefes de polic’a y de consejeros de la SA en el gobierno regional, amenazaba el poder interno de Gšring en Prusia y al mismo tiempo compromet’a su objetivo œltimo, el ser el jefe supremo de la Wehrmacht. ÇHimmler cambi— de rumbo. Al precavido Himmler le facilit— este cambio de rumbo el que el imprudente Ršhm se hab’a enemistado con casi todos los centros de poder del RŽgimen. Cada uno ten’a su propio interŽs en la desaparici—n del c’rculo en torno a Ršhm, todos podr’an beneficiarse de la eliminaci—n de la SA: la Reichswehr y Gšring se sacar’an de encima a un competidor indeseado, el aparato del Partido y los vigilantes de la virtud se librar’an de un agitador depravado y risible y la SS podr’a finalmente desprenderse de los œltimos lazos que la un’an con la SA.
ÇEmpieza el juego mortal de Heydrich, puesto que ten’a que ser mortal. Un partido como el NSDAP, que en sus primeros tiempos se hab’a constituido con miembros de los "Freikorps" (Cuerpos Francos) y de ÒFememorden" (Asesinatos Juramentados) y que hab’a criminalizado la pol’tica, no pod’a conocer mejor medio que la violencia para dirimir las diferencias internas e insolubles. (85) [...] ÇHeydrich, jefe de la Gestapo y de la SD se puso a trabajar en ello a finales de abril de 1934. Mientras Himmler pasaba revista a las unidades de la SS para tenerlas dispuestas a la acci—n contra los camaradas de la SA. Heydrich iba tendiendo el lazo que deb’a estrangular la estructura de mando de Ršhm En primer lugar, precisaba de un s—lido motivo para justificar la acci—n contra la jefatura de la SA. El mes de mayo lo emple— Heydrich para ir recopilando material que deb’a convencer a Hitler y a la Reichswehr de los supuestos planes de alta traici—n de Ršhm. (86) ÇHeydrich acumulaba material de cargo por medio del Servicio de informaci—n del "UntersturmfŸhrer" de la SS Friedrich Wilhelm KrŸger, quien de momento vest’a uniforme de "Obergruppenfuhrer" de la SA en la "jefatura encargada del servicio de instrucci—n" en las grandes unidades de la SA. Era bienvenida toda informaci—n comprometedora para la SA, todo el que ayudaba contra Ršhm era bienvenido. Un prominente amigo de la SS, el antiguo general de la Primera Guerra Mundial Friedrich Graf von Schulenburg, jefe honorario de la SA, colaboraba tambiŽn en la intriga e incluso Heydrich no hac’a ascos a la ayuda que prestaba el antinazi "Generalleutnant" Wilhem Adam, un oficial procedente de la escuela de Schleicher, que como comandante de la 71 Divisi—n en Munich, abastec’a de informaci—n sobre la SA al "GruppenfŸhrer" de la SS Schmauser. ÇPor supuesto que la cosecha era muy escasa. Aparte de algunas informaciones sobre almacenamiento de armas de la SA en Berl’n, Munich y en Silesia los coleccionistas de Heydrich solamente pudieron ofrecer los revolucionarios y sanguinarios disparates verbales de algunos jefes de la SA. Con este material no se pod’a justificar la existencia de alta traici—n. Algunos indicios sugieren incluso que nada estaba m‡s lejos del pensamiento de la SA que la idea de traicionar a Hitler. El coronel von Rabenau, comandante militar de la ciudad de Breslau, juzgaba a primeros de mayo que era improbable una rebeli—n de la SA y cuando el jefe de la SA de Silesia, Heines, supo por Gšring que la Reichswehr en manera alguna quer’a atacar a la SA (como Heines hab’a temido), envi— de inmediato de vacaciones a la mitad de su guardia. [...] ÇNo; la SA no pensaba en traicionar, la SA no especulaba con rebeld’as ni insubordinaciones. Solamente quer’a ejercer presi—n sobre Hitler para que por fin concediera a la SA el tan prolongadamente negado destacado lugar en el Estado y en las FF.AA. Y para lograr este objetivo, Ršhm hab’a imaginado de hecho una peligrosa t‡ctica: puesto que estaba convencido de que a Hitler no le quedaba otra salida que aceptar poco a poco las aspiraciones de la SA, Ršhm inici— una -por cierto, dosificada- guerra de nervios contra Hitler. Visit— unidad por unidad a toda la organizaci—n SA. Puso en escena grandes ejercicios bŽlicos. Dirigi— alucinantes alocuciones en las que anunciaba la "segunda revoluci—n" del nacionalsocialismo. Y confiaba en que finalmente los masivos desfiles de camisas pardas ablandar’an a Hitler. (87) ÇRšhm no se daba cuenta que con esta actitud estaba despertando un gran temor, incluso en los alemanes m‡s desinteresados, de que las fuerzas de la SA se estuvieran preparando para asaltar el poder en Alemania. TambiŽn los militares ten’an que ver forzosamente en Ršhm a un enemigo mortal, por lo que no ten’an inconveniente alguno en participar en el juego de Heydrich. El jefe del Servicio de Contraespionaje del Ministerio del EjŽrcito, capit‡n de nav’o Conrad Patzig, encontraba "sencillamente espeluznante" el que "tales personas,
desarraigadas y con tendencias criminales" quisieran desplazar a la Reichswehr del lugar que le correspond’a. (88) ÇDe Žsto se desprend’a f‡cilmente lo siguiente: la SA debe desaparecer. La mayor’a de los oficiales pensaban igual que el comandante militar de la ciudad de Breslau, quien dijo abiertamente que a pesar de que no existieran prop—sitos de golpe de Estado en la SA, ya era tiempo de limpiar ese "establo de Augias" de los camisas pardas. [...] ÇEl 8 de junio de 1934 el ÒVšlkischer Beobachter" public— un comunicado de la Oficina de Prensa de la Jefatura superior de la SA que hizo poner a todos en tensi—n. En dicho comunicado se dec’a que el jefe de E.M. Ršhm por recomendaci—n mŽdica, hab’a tenido que iniciar un permiso por enfermedad (una cura de yodo en Bad Wessee) de varias semanas de duraci—n. Y a continuaci—n conten’a un extra–o p‡rrafo: "Para evitar por anticipado cualquier falsa interpretaci—n, el jefe de E.M. hace saber que tras su restablecimiento se reincorporar‡ a sus funciones en toda su extensi—n." ÇLa Reichswehr respir— abiertamente a sus generales les pareci— que Ršhm hab’a perdido una batalla. Hermann Hšfle, viejo compadre de Ršhm de los "tiempos de lucha" y que pertenec’a a la Academia Militar, le informa sobre la opini—n m‡s extendida en los puestos claves del ejŽrcito": "La primera noticia de prensa (sobre la enfermedad de Ršhm) es la demostraci—n m‡s clara de que la posici—n del jefe de E.M. es inestable. Cualquier otra noticia posterior que pudiera aparecer... no cambiar‡ la cosa." (89) ÇEl ejŽrcito sent’a alivio, pero Heydrich se sobresalt—. Esta evoluci—n no le dejaba mucho tiempo, puesto que a un SA retirado en vacaciones mal se le pod’a imputar intentar un golpe de Estado. En aquellos mismos momentos, el jefe de la SA de Berl’n, Ernst, estaba pensando en una traves’a mar’tima hasta las islas Canarias; 90 el "GruppenfŸhrer" Georg von Detten, jefe de la Oficina pol’tica del mando superior de la SA se preparaba para un desplazamiento a Bad Wildungen, Àd—nde estaba, pues, el tan temido golpe de la SA? Heydrich deb’a actuar r‡pidamente si no quer’a perder su montaje-espect‡culo sobre la SA. La planificaci—n estaba disponible, los comandos asesinos estaban a punto. Pero quedaba un factor de inseguridad: la reacci—n de Hitler, quien acababa de ponerse de acuerdo con Ršhm [...] ÇPero ahora se enfrentaba con tres hombres (Heydrich, Himmler y Gšring) que ten’an un plan y sab’an perfectamente de que manera se pod’a resolver el problema de la SA. Hitler empez— a ceder, pero no sin titubeos. Todav’a no estaba ni medianamente convencido (de la posible existencia de un putsch de la SA) cuando un espectacular discurso le conmocion—. ÇEl 17 de junio de 1934 subi— al podium del Audit—rium m‡ximum de la Universidad de Marburg el vicecanciller de Hitler, el renegado del Partido del Centro, Franz von Papen, lanzando rayos y truenos contra "todo lo que de ego’smo, falta de car‡cter, insinceridad, falta de caballerosidad y arrogancia se estaba expandiendo bajo la manta de la revoluci—n alemanaÓ. (91) ÇEn medio de los aplausos de los estudiantes tronaban los lemas oposicionales de Papen: "confusi—n entre vitalidad y brutalidad... Ningœn pueblo puede soportar el eterno apremio de abajo... MŽtodos terroristas en el dominio del Derecho... Decidirse a que el nuevo Reich de los alemanes sea cristiano o se pierda en sectarismos y en materialismo semireligioso. (92) ÇLa "ruidosa aprobaci—n" en el pa’s, hizo ver a los gobernantes que en la ciudadan’a conservadora todav’a se asentaba una oposici—n que evidentemente habr’a sobrevivido al rodillo nivelador-igualatorio. El eco del discurso de Papen fue suficientemente fuerte, pese a que el Ministerio de Propaganda prohibi— de inmediato publicarlo. Dentro de Hitler comenz— a desarrollarse una tenebrosa sospecha: ÀquŽ pasar’a si el descontento en la SA se un’a con el descontento en la burgues’a? Los ojeadores de la Gestapo hab’an vislumbrado ya los destellos de los primeros enlaces entre ambos campos.
ÇY las relaciones entre ambos campos se concentraban en el famoso pr’ncipe de la SA, que pr‡cticamente estaba comprometido con los dos lados. El "GruppenfŸhrer" de la SA, pr’ncipe August Wilhem de Prusia, llamado Auwi, hijo del œltimo emperador Hohenzollern, estaba considerado por los mon‡rquicos restauracionistas del c’rculo de Papen como el candidato m‡s apropiado para el puesto de regente el d’a en que falleciera el Presidente del Reich, el "Generalfeldmarschall" Paul von Hindenburg, de 86 a–os de edad (93). Auw’ era el "tapado" de Werner von Alvensleben, un personaje entrometido que ejerc’a funciones como de gerente en el ultraconservador ÓBund zum Schutz der abendlŠndischen KuItur" (Federaci—n para la defensa de la civilizaci—n occidental). Antes de 1933 hab’a sido quien estableciera los contactos entre Hitler y Schleicher, pose’a un cuadro de Hitler con una dedicatoria personal ("A mi amigo m‡s fielÓ ) y tuvo que conocer por medio del "Beobachter", tras el 30 de junio, que era "una de las personalidades m‡s tenebrosas conocidas en Berl’n, repudiada vigorosamente por Hitler. (94) ÇEste se–or von Alvensleben iba diciendo a quien le quer’a o’r, y tambiŽn al que no quer’a, que Auwi ser’a el pr—ximo emperador. Al mediod’a de un d’a de mayo banqueteaba el jefe de Prensa de Gšring, Martin Sommerfeldt, con el pol’tico conservador von Gleichen-Russwurm cuando Alvensleben se acerc— a la mesa. Gleichen observ— la tensa faz de conspirador del reciŽn llegado y brome— que Alvensleben llevar’a en el bolsillo la lista de los nuevos ministros del Gobierno. Alvensleben afirm— con la cabeza, se inclin— sobre la mesa y susurr—: "Canciller del Reich: Adolf Hitler; Vicecanciller: Kurt von Schleicher; Reichswehr: Ernst Ršhm Regente del Reich: pr’ncipe August Wilhem von Preussen." Cuando se march—, Sommerfeldt pregunt— a su contertulio que hab’a de cierto en el chisme. ÇEl chismorreo de Alvensleben no iba a permanecer ignorado por Hitler. Y le convenci— de que el enfrentamiento con la oposici—n llegar’a a m‡s tardar una vez falleciera Hindenburg; las especulaciones de la oposici—n conservadora se centraban casi exclusivamente en la vacante del sill—n presidencial: lo deber’a ocupar un pr’ncipe de la casa Hohenzollern, paradigma de una restauraci—n mon‡rquica que, apoyada en la Reichswehr, frenar’a la din‡mica nacionalsocialista. Hitler consider— que deb’a anticiparse. ÇSe apresur— a visitar al "Generalfeldmarschall" en su finca de Neudeck, en la Prusia Oriental. Quiso comprobar personalmente el estado de salud del viejo y as’ calcular cuanto tiempo le quedaba a Žl, Hitler, para jugar su propio juego, puesto que tambiŽn hab’a concebido un ambicioso plan propio para el momento de la muerte de Hindenburg. (95) Ya desde un principio, Hitler estaba decidido a ocupar el puesto de dictador de Alemania. En tanto Hindenburg viviera, esa meta no pod’a ser alcanzada; no solamente por el prestigio del "Generalfeldmarschall", tambiŽn estaban los generales de la Reichswehr que habiendo jurado lealtad a Hindenburg, imped’an a Hitler la toma total del poder. Pero muerto Hindenburg, el camino estar’a libre, entonces podr’a Hitler unir los cargos de canciller y de presidente con el nuevo t’tulo dictatorial de ÒFŸhrer y Reichskanzler", a condici—n de que -y esto era decisivo- la Reichswehr siguiera el juego. Deber’a dar su aprobaci—n, pues con la Reichswehr se manten’a o se hund’a el plan de Hitler. (96) ÇY como si hubiera necesitado un recordatorio respecto al papel clave que representaban los generales, cuando el 21 de junio de 1934, en pleno y ardoroso sol, sube el canciller la escalinata del palacio de Neudeck, se topa con el "Generaloberst" Werner von Blomberg, Ministro de la Reichswehr. (97) Hindenburg le hab’a hecho llamar inmediatamente tras el espect‡culo ofrecido en torno al discurso de Papen y le deleg— el debate del asunto con Hitler. Blomberg le hizo presente a Hitler que: era necesario recobrar urgentemente la paz interna del Reich y que para los "radikalinskis" (ultraizquierdosos radicales) no hab’a sitio en Alemania.
ÇHitler comprendi— la indirecta: si quer’a tener a su lado a la Reichswehr para su proyectado rŽgimen pos-Hindenburg, ten’a que sacrificar a los rivales de la Reichswehr, es decir, la SA de Ršhm Segœn el historiador brit‡nico Sir John Wheeler-Brennett, durante el vuelo de regreso a Berl’n fue cuando Adolf Hitler se decidi— a lo que ir—nicamente la historia contempor‡nea llama elÓPutsch de Ršhm" y que en realidad es el putsch de Hitler contra Ršhm ÇAl siguiente d’a, suena el telŽfono en casa de Viktor Lutze, en Hannover; Hitler al aparato. (98) Ordena al denunciante de Ršhm que se presente de inmediato en la Canciller’a. All’, tal como anot— Lutze, "me recibi— el FŸhrer al momento, fije conmigo a su despacho y me comprometi— con un apret—n de manos y un juramento extraordinario a mantener el secreto hasta la finalizaci—n de toda la operaci—n". Entonces le explic— al miembro de la SA lo que significaba Òtoda la operaci—n": Ršhm deb’a ser destituido, puesto que ante sus propias narices se hab’an celebrado numerosas reuniones de altos mandos de la SA en los que se habr’a decidido poner sobre las armas a la SA y lanzarla sobre la Reichswehr a fin de librarle a Žl, al FŸhrer, de las manos de la Reichswehr, que supuestamente le ten’a prisionero. "El FŸhrer me dijo que Žl ya sab’a por adelantado que yo no estar’a involucrado en tales asuntos" escribe Lutze en su diario. "A partir de Žse momento no debo recibir —rdenes de Munich, sino œnicamente las suyas propias". ÇA lo m‡s tardar, fue el 25 de junio cuando el Ministro de la Reichswehr, von Blomberg, conoci— que Hitler quer’a librar a la Reichswehr de la pesadilla parda. Hitler le hab’a dicho que iba a convocar en el balneario de Bad Wessee, donde se encontraba Ršhm a toda la jerarqu’a de la SA a una reuni—n, en la que arrestar’a personalmente a los jefes de la SA y "pasar’a cuentas" con ellos. Dos d’as despuŽs apareci— en el ministerio de la Reichswehr el jefe del "Leibstandarte" Sepp Dietrich y rog— al jefe del Departamento de organizaci—n del EjŽrcito que le proporcionara armas para "un muy importante y secreto encargo del FŸhrer." Que tipo de encargo era, lo sab’a Blomberg desde el 25 de junio. ÇSepp Dietrich ten’a orden de dirigir el golpe principal el d’a del pretendido putsch de Ršhm. Con dos compa–’as del "Leibstandarte" deb’a marchar a Baviera del Sur, unirse a las unidades del comandante del campo de concentraci—n de Dachau, Eicke, y en un asalto sobre la estaci—n balnearia de Bad Wessee en donde se encontraba Ršhm sorprender a los m‡s destacados secuaces de Ršhm Pero el "Leibstandarte" carec’a de medios de transporte y casi no ten’a armas. En su consecuencia, Dietrich se puso de acuerdo con el EjŽrcito para que una secci—n de transportes de la Reichswehr embarcara en una apartada estaci—n de FF.CC. en Landsberg a las unidades de la "Leibstandarte" llegadas en su viaje hacia el sur, traslad‡ndolas a Bad Wessee; adem‡s, las dos compa–’as ser’an equipadas con armamento suplementario obtenido en cuarteles de la Reichswehr. ÇTambiŽn Reichenau, Heydrich y Himmler hab’an hablado sobre los œltimos detalles de la operaci—n. La Reichswehr y la SS se aliaron para el golpe de mano contra Ršhm. Cay— golpe sobre golpe. El 22 de junio, Himmler ya le hab’a informado al jefe de la Secci—n centro del Sector norte de la SS, Freiherr von Eberstein, a quien hab’a llamado a Berl’n, que Ršhm estaba preparando un golpe de Estado. Eberstein deb’a tomar contacto con los mandos de las Regiones militares de la Wehrmacht, deb’a poner en "silencioso estado de alerta" a sus unidades de la SS y, una vez revocado el estado de alarma, reunirlas en cuarteles. [...] ÇPero hab’a algo curioso, Por muy preparados para el combate que los regimientos y "standarten" ocuparan sus puestos, por mucho que sonaran las alarmas en los cuarteles y aunque las pistolas estuvieran con el seguro quitado en los cajones de los escritorios (como ocurr’a en el ministerio de la Reichswehr) algo fant‡stico e irreal surg’a de la operaci—n de
Heydrich y Himmler. Casi nadie quer’a creer seriamente en los prop—sitos de rebeli—n de la SA. Los que ten’an mayores dudas eran precisamente los oficiales de la Reichswehr. DespuŽs de la desaparici—n del Reich de los mil a–os (99) cuando de lo que se trataba era de sacudirse de encima la culpa de la sangre derramada, entonces precisamente es cuando a los militares alemanes les pareci— que hab’a sido enorme el riesgo de un levantamiento de Ršhm. El general Siegfried Westphal habr’a recibido numerosas "noticias fundadas sobre las intenciones golpistas de Ršhm que hab’an sido tenidas en cuenta, (100) y el "Generalleutnant" Fretter-Pico dice que, "segœn lo vivido por Žl mismo" existen numerosas razones "para creer aœn hoy en d’a en un inminente putsch de R—hm. (101) Incluso est‡ el "generaloberst Halder, que "sabe" que Ršhm hab’a "elaborado un plan de golpe de la SA contra la Reichswehr. 102 ÇSobre este presunto putsch, los militares pensaban de otra manera. El coronel Gotthard Heinrici, en aquel tiempo jefe del Departamento de la Oficina de asuntos generales del EjŽrcito, todav’a pod’a recordar en el a–o 1958 que en los dos o tres d’as previos al estallido Ršhm, ninguno de sus camaradas tem’a seriamente que se preparara un golpe; a Žl nunca se le comunic— algœn movimiento preparatorio de la SA en ese sentido. Heinrici recuerda: "Cuando alguien me dej— un arma en mi escritorio, con la que me podr’a defender en caso de emergencia, dije: anda ya, chicos, no hag‡is el rid’culo." TambiŽn concisamente recuerda lo que opinaba su jefe, el coronel Fromm: "En la SA no hay suficiente poder decisorio". (103) [...] ÇOtro truco de Heydrich era hacer circular supuestas —rdenes de Ršhm que en su mayor’a eran cre’das por la Reichswehr. Cuando un mando de la SA destapaba la procedencia de una tal falsa informaci—n, los hombres de la SS sab’an manipular la rectificaci—n. ÇKarl Ernst, jefe de la agrupaci—n Berl’n-Brandenburg de la SA, le confi— un d’a al "GruppenfŸhrer" de la SS Daluege, que proced’a de la SA, lo siguiente: por la capital del Reich circulaban los m‡s absurdos rumores sobre un proyectado putsch de la SA; Žl, Ernst, solicitaba del camarada Daluege que le facilitara una entrevista con el Ministro del Interior del Reich, Frick, a fin de poder refutar tales difamaciones contra la SA. Daluege, que era "Ministerialdirektor" en el Ministerio del Interior del Reich, se cuid— de que la puerta de Frick no se abriera para Ernst. Por el contrario, se present— en el Ministerio del Interior e inform— al lugarteniente del Jefe del Contraespionaje de que: se acababa de presentar ante m’ un jefe de la SA quien me ha dicho que hab’a participado en una reuni—n interna para preparar un putsch de la SA, pero que despuŽs hab’a tenido remordimientos Y quer’a advertir a la Reichswehr del peligro que la amenazaba. (104) [...] ÇEl mismo 28 de junio, los oficiales de la VII Regi—n Militar (Baviera), todav’a no estaban de acuerdo sobre si Hitler estaba del lado de la Reichswehr o de la SA. Si hubieran conocido la conversaci—n que hab’a sostenido Hitler con Ritter von Krausser, "Obergruppenfuhrer" de la SA y lugarteniente de Ršhm aœn hubieran estado m‡s inseguros. Krausser, poco antes de su ejecuci—n, contaba a su compa–ero de celda y "GruppenfŸhrer" de la SA, Karl Schreyer, sobre una conversaci—n que hab’a tenido con Hitler el pasado 29 de junio. Schreyer lo anot— as’: "Hitler le asegur— (a Krausser) que quer’a aprovechar la oportunidad que le brindaba el consejo de mandos de la SA que se reun’a en Wessee para explicarse a fondo con Ršhm y con los altos mandos, eliminando todas las diferencias y malentendidos. Se daba cuenta, y lo lamentaba, de que se hab’a despreocupado bastante de sus viejos camaradas de la SA. Hitler hab’a estado de un talante conciliador respecto a su camarada Ršhm que permanecer‡ en su puesto". (105) ÇPor tanto, en los decisivos d’as previos al golpetazo de Ršhm Hitler ofreci— tres versiones distintas sobre el destino final del jefe de la SA: al Ministro de la Reichswehr, von
Blomberg, le anunciaba la detenci—n de Ršhm con quien quer’a "pasar cuentas"; a Lutze, enemigo de Ršhm, le avis— de la destituci—n de Ršhm; a Ritter von Krausser le profetiz— una reconciliaci—n con el amigo. Pero un Hitler tan vacilante no entraba en los c‡lculos del tr’o Himmler-Gšring-Heydrich. Hitler deb’a ser mantenido lejos del puente de mando antes del comienzo del œltimo acto. ÇUna casualidad vino en ayuda de los conspiradores: en los albores del 28 de junio, acompa–ado de Gšring, despegaba Hitler en vuelo para asistir a la boda del "gauleiterÓ de Westfalia, Josef Terboven. La publicaci—n "Nationalsozialistische Korrespondenz" escribi— m‡s tarde que Hitler hab’a viajado a Westfalia "para dar hacia el exterior la impresi—n de tranquilidad absoluta y no advertir a los traidores". (106) Esta versi—n ha sido adoptada en la pr‡ctica por los historiadores: Hitler, as’ creen, realiz— el viaje para que los encargados de ir contra Ršhm pudieran cumplir su trabajo en el mayor silencio. ÇHasta ahora a ningœn historiador se le ha ocurrido que la pretendida t‡ctica encubridora de Hitler estaba en contradicci—n con la t‡ctica de la campa–a anti-Ršhm. Su objetivo no era enmascarar su enfrentamiento con Ršhm. Bien al contrario: una campa–a bien escenificada deb’a retar a Ršhm y al mismo tiempo preparar al pueblo para el gran ba–o de sangre. Rudolf Hess amenazaba el 25 de junio por todas las emisoras: "ÁAy de aquel que rompa la lealtad creyendo que con una rebeli—n est‡ sirviendo a la revoluci—n! Adolf Hitler es el gran estratega de la Revoluci—n. Desgraciado de aquel que quiera deshacer sus planes estratŽgicos en la inconsciencia de creer que as’ se har‡ m‡s deprisa la revoluci—n. Este es un enemigo de la Revoluci—n." ÇM‡s claramente no se le pod’a arrojar un guante a Ršhm ÀQuŽ significaba, pues, la pretendida maniobra de diversi—n del v’aje de Hitler al oeste de Alemania? En realidad, los directores del montaje del drama de Ršhm estaban contentos de saber que el vacilante canciller se encontrara lejos de Berl’n y, por tanto, dependiente de sus informes, de sus especulaciones, de sus comentarios. El rival de Ršhm, Lutze, repentinamente escamado, que hab’a sido enviado a la boda de Terboven, anotaba: "Sent’ como la impresi—n de que precisamente en ese momento en que el FŸhrer se hallaba ausente de Berl’n y que por lo tanto no pod’a ver y o’r las cosas por escrito, sino s—lo telef—nicamente, algunos c’rculos ten’an interŽs en Òagudizar" el asunto y tirarlo para adelante". (107) ÇAl mediod’a del 28 de junio, apenas se hab’a reunido Hitler con los invitados a la boda de Terboven en la ciudad de Essen, cuando le sobresalt— una llamada telef—nica urgente: Himmler llamaba desde Berl’n. Los papeles estaban bien repartidos: Himmler, que hab’a permanecido en Berl’n, le le’a a Hitler los mensajes que cada vez con mœsica m‡s tenebrosa iban llegando sobre las maquinaciones de la SA, mientras que el fiel Gšring, junto a Hitler, estaba siempre dispuesto a dar su versi—n sobre dichos mensajes de Himmler. ÇHitler se irrit— tanto que, despidiŽndose de los asistentes a la boda, se retir— a su suite en el Hotel Ka’serhof, de Essen. Poco despuŽs convocaba a sus m‡s estrechos colaboradores, entre los que se contaban Gšring y Lutze. Lutze refiere al respecto: "El telŽfono tampoco paraba de sonar en su habitaci—n del Hotel Kaiserhof, en Essen. El FŸhrer se manten’a en profunda reflexi—n, pero parec’a que ya ten’a claro que ahora ten’a que dar duro". ÇEn la reuni—n con el FŸhrer apareci— otro confidente de los conspiradores: Paul ("Pilli) Kšrner, fact—tum de Gšring y Secretario de Estado el Ministerio prusiano de Estado, acababa de llegar desde Berl’n en avi—n y tra’a nuevas noticias de Himmler. Dijo que parec’a que en todo el pa’s la SA se estaba preparando para un levantamiento. ÇEntonces se levanta Hitler de su asiento y exclama: ÒYa tengo bastante. Voy a establecer un ejemplo." Se hab’a tomado la œltima decisi—n, la definitiva. Hitler orden— a GŸir’ng regresar con Kšrner a Berl’n y all’, al recibir la palabra clave que le enviar’a Hitler,
comenzar el ataque, tanto contra la SA como contra los enemigos conservadores del rŽgimen. Gšring no perdi— tiempo: en la ma–ana del 29 de junio, de regreso a Berl’n, puso en estado de alarma al "Leibstandarte Adolf Hitler" y al grupo de polic’a territorial "General Gšring". [...] ÇLos dos informes de la tarde, procedentes uno de Berl’n y el otro de Munich, sumieron al manipuladoramente informado Hitler en estado de p‡nico. Ya lo ve’a claro: los traidores se hab’an desenmascarado, Ršhm hab’a mostrado su verdadero rostro, Ahora su obligaci—n era destruir ese nido de traidores. Imbuido de tales alocadas ideas, Hitler toma una decisi—n que asombr— a todos sus acompa–antes: inmediatamente ir a Munich, inmediatamente ir a Bad Wessee. ÇA las dos horas, arrastrando los pies, abatido, muy cansado y temblando de excitaci—n sube Hitler a un trimotor Ju 52 en el aeropuerto de Hangelar, en Bonn, junto con sus seguidores. ÇSe acurruc— en el asiento delantero de la gran cabina de vuelo y, sin decir palabra, mira fijamente hacia el cielo nocturno cubierto de niebla. [...] ÇCuando la m‡quina aterriz— en el aeropuerto muniquŽs de Oberwiesenfeld, Hitler se precipit— al exterior y pas— raudo, como en trance, ante los jerarcas del Partido y de la SA que le estaban esperando, No se detuvo hasta encontrarse con dos oficiales de la Reichswehr a quienes hab’a convocado por telŽgrafo. Hitler exclam—: "Es el d’a m‡s negro de mi vida. Pero irŽ a Bad Wiessee e impondrŽ dura justicia. Comun’quenselo as’ al general Adam. (108) Inmediatamente march— al Ministerio del Interior b‡varo. Poco despuŽs de las 4 de la madrugada una llamada telef—nica despierta al "GruppenfŸhrer" Schmidt de su sue–o. Orden del Ministerio del Interior: Hitler espera al "GruppenfŸhrer" para que le presente su informe.(109) [...] ÇMientras el "gauleiterÓ Wagner despliega a las tropas de asalto de la SS y a la polic’a pol’tica b‡vara ("BayPoPoÓ) y ordena la detenci—n de ciertos mandos de la SA y de prominentes enemigos del nacionalsocialismo, Hitler se desplaza presurosamente hacia Bad Wessee con dos autos de acompa–amiento. ÇSe hab’an hecho las 6,30 h. de la ma–ana. En la pensi—n "HanselbauerÓ todav’a duermen los mandos de la SA. La patrona carraspea algo as’ como el gran honor que les hacia un tan prominente visita, pero los acompa–antes de Hitler pasan volando por delante de ella y se apostan, con el rev—lver listo, ante las puertas de los huŽspedes. Lutze se hab’a retrasado un instante y hojeaba en el registro de clientes las habitaciones donde se alojaban las v’ctimas. Aœn lleg— a tiempo para estar presente en el arresto de Ršhm. ÇLutze encuentra a Hitler, as’ lo escribi— luego, "ante la puerta de Ršhm Un agente de lo criminal hab’a llamado a la puerta indic‡ndole que hiciera el favor de abrir pues hab’a surgido algo muy urgente. Tras unos momentos, se abri— la puerta, sobre la que se abalanzan para abrirla de par en par. Entonces el FŸhrer queda en el marco de la puerta pistola en mano. Le llama traidor a Ršhm lo que Žste niega vehementemente, le ordena que se vista y le anuncia su arresto. Algunos agentes se quedan." ÇHitler sigue su camino precipitadamente. Golpea la puerta de enfrente tras la que, despuŽs de unos momentos de espera, aparece visible la figura del "Obergruppenfuhrer" Edmund Heines y la figura masculina de un compa–ero de cama. Era la escena sobre la que el propagandista Goebbels describi— posteriormente, henchido repentinamente de ira hacia los nacionalsocialistas homosexuales, como el cuadro "que originaba repulsi—n y casi n‡useas, tal como se nos apareci— ante nuestros ojos". (110) Hitler sali— r‡pido hacia la siguiente habitaci—n mientras Lutze se introdujo en el aposento de Heines y busc— armas dentro del armario. "Lutze, yo no he hecho nada, ayœdame" grit— Heines. Pero el confidente de Hitler se volvi— cohibido: Yo no puedo decir nada, yo no puedo hacer nada."
ÇPronto estuvo vac’o todo el "nido de conspiradores". Los mandos de la SA detenidos fueron llevados al s—tano de la pensi—n, donde fueron encerrados bajo la vigilancia de un par de agentes. Poco despuŽs eran transportados a Stadelheim. Pero antes de que Hitler pudiera partir se acerc— zumbando un cami—n del que saltaron a tierra los hombres armados de la guardia personal de Ršhm que ven’an desde Munich. La situaci—n era espinosa: el jefe de la guardia personal, "StandartenfŸhrer" Julius Uhl, se hallaba acurrucado en calidad de detenido en el s—tano de la pensi—n y sus hombres pon’an mala cara. ÇHitler se adelant— coloc‡ndose delante de los hombres, carraspeo para conseguir un tono seco de voz de mando y apabull— a los peligrosos reciŽn llegados con su acostumbrada y exitosa verborrea. Los hombres de la SA obedecieron y regresaron, tal como se les ordenaba, a Munich. Salieron en direcci—n norte. Obviamente, al poco de partir de Bad Wiessee les asaltaron ciertas dudas. El cami—n se detuvo y el pelot—n de la guardia tom— una actitud que el ayudante de Hitler, BrŸckner, defini— como de "apostados a la espera". Se desprend’a tal grave amenaza que Hitler opt— por abandonar Bad Wessee en direcci—n sur recorriendo un gran arco por Rottach-Egern y el Tegernsee para llegar a Munich. ÇA la misma hora cruzaba el portal—n de entrada al viejo edificio-prisi—n el "Regierungsdirektor" Dr. Robert Koch, director de la prisi—n preventiva de Stadelheim (111) Sobre su escritorio encuentra un parte en el que se informa que desde las 7h. han ido ingresando ininterrumpidamente altos mandos de la SA. En la estaci—n central de los FF.CC., que hab’a sido cercada por la SS, pululaban los agentes de la ÒBayPoPo" que reten’an a todo jefe de la SA que iba llegando; les dejaban seguir o bien los arrestaban. Lo m‡s corriente era el arresto. ÇCuando el "BrigadefŸhrer" de la SA, Max JŸttner, quiso recoger a su jefe Ritter von Krausser del tren r‡pido nocturno que acababa de llegar de Berl’n, lo vio acompa–ado de dos personas civiles que obviamente eran agentes de polic’a. Krausser le indic— a JŸttner que lo hab’an detenido. Vollmer, el chofer de Krausser, quiso liberado y fue tambiŽn detenido. Uno tras otro tuvieron que emprender el camino hacia Stadelheim: Manfred von Killinger, Hans Peter von Heydebreck, Hans Hayn, Georg von Detten, Hans Joachim von Falkenhausen; (112) casi no faltaba ni un s—lo nombre prominente de la SA. ÇQuien pod’a escaparse de los esbirros de la "BayPoPo" y de acuerdo con las —rdenes recibidas segu’a camino hacia Bad Wessee, ten’a que pararse ante una figura que en medio de la calzada gesticulaba salvajemente. Adolf Hitler explicaba a cada uno de los mandos de la SA que ahora ten’an un nuevo jefe: Viktor Lutze. Hitler segu’a explicando: "Vengo precisamente de Bad Wiessee y he hecho detener a Ršhm. Ršhm ten’a pensado, aliado con Schleicher, efectuar una intentona contra m’ y contra el gobierno. Todos los miembros de la SA que hayan participado ser‡n fusilados." Les daba la orden de que siguieran a su veh’culo y se prepararan para una reuni—n en la Casa Parda. [ ... ] ÇSin embargo, en esa hora crucial nadie sab’a predicar el terror pol’tico con mayor fanatismo que el propio Adolf Hitler. Ante el gobernador Ritter von Epp, que ped’a que a su antiguo subordinado Ršhm se le juzgara por un tribunal militar, Hitler bramaba que Ršhm se hab’a jugado la vida, que la traici—n de Ršhm estaba probada È Ritter von Epp se qued— tan at—nito ante el estallido de ciega furia de Hitler que, cuando Žste se march—, permaneci— mudo mirando fijamente a su ayudante el pr’ncipe von Ysenburg y murmurando: "Loco". Como as’ mismo estupefactos quedaron los mandos de la SA que no hab’an sido detenidos y que estaban reunidos en la sala de senadores de la Casa Parda cuando, hacia las 11Ó30, Hitler abri— bruscamente la puerta y se reuni— con ellos. (113) ÇHitler abri— la boca para hablar y entonces, como observ— Schreyer, "escupi— espumarajos por la boca, como nunca lo vi antes ni he visto despuŽs en persona alguna. Con una voz que
a menudo soltaba gallos de tanta excitaci—n se puso a describir los sucesos: en el entorno de Ršhm hab’a aparecido la deslealtad m‡s grave registrada en toda la historia del mundo. Ršhm, a quien en todas las situaciones posibles e imposibles le hab’a guardado lealtad, hab’a ca’do en alta traici—n y en traici—n a la Patria contra Žl, le hab’a querido detener y matar para entregar a una Alemania inerme a sus enemigos. Fran•ois-Poncet, (embajador francŽs) por otro lado, era uno de los protagonistas puesto que le hab’a entregado a Ršhm que siempre estaba en dificultades econ—micas, 12 millones de marcos como soborno Y entonces vino la noticia culminante: "Ršhm y sus c—mplices ser‡n castigados ejemplarmente, les har’a fusilar a todos. El primer grupo: Ršhm, Schneidhuber, Schmid, Heynes, Hayn, Heydebreck y Graf Spreti ser‡n fusilados esta tarde. La orden ya estaba impartida." ÇEste anuncio, ciertamente se adelantaba a los acontecimientos. Ršhm no fue fusilado "esta tarde" y la orden de ejecuci—n para los dem‡s candidatos todav’a no hab’a sido impartida por Hitler en ese momento. Tampoco se hab’a presentado todav’a a Hitler el hombre que deb’a dirigir las ejecuciones en Stadelheim: Sepp Dietrich. Eran las 12,30 pasadas cuando el comandante de la "Leibstandarte" se cuadraba ante su FŸhrer. [...] ÇEl reloj marca las 4 h. del 2 de julio de 1934. La primera matanza masiva en la historia del Tercer Reich se hab’a cumplido. 83 personas hab’an encontrado una muerte cruel, sin juicio, sin posibilidad de defensa, v’ctimas de una brutal raz—n de partido y de pandillasÈ. Aqu’ damos por finalizada la reproducci—n traducida de la mencionada obra de Hšhne. Es interesante compararla con otras versiones que tambiŽn se ofrecen. Veamos ahora un curioso libro. Curioso y hasta muy interesante y detallado. No digo fidedigno ni veraz. Trata de lo que el t’tulo indica. Pero existe una referencia sobre los antecedentes (acaba cuando Hitler sube al poder) del tema de que se trata en esta recopilaci—n. Es la obra titulada "Quien financi— a Hitler" cuyos autores son James Pool y Suzanne Pool, editada en Espa–a por Plaza y JanŽs, S.A., Esplugues (Barcelona), 10 ed. junio 1981, t’tulo original: "Who financed HitlerÓ, The Dial Press, New York, 1978. Se entresacan los siguientes p‡rrafos que se encuentran a lo largo de todo el libro, comenzando por la p‡g. 25-26. Para tener una idea del contenido del libro se reproduce primero la nota que se incluye en la contracubierta: La investigaci—n de James Pool es en s’ misma una novela. Entrevist— a personajes que intervinieron en la recaudaci—n de fondos para los nazis, como Ernst Hanfstaengl (114) y Frau Wagner. Entrevist— a personas que financiaron directamente a Hitler, desde encumbrados pr’ncipes, hasta miembros corrientes del partido. Escudri–— los archivos del partido nazi, los voluminosos registros financieros de algunas de las m‡s importantes empresas industriales de Alemania y los archivos de la "Ford". Suzanne Pool se interes— mucho por las mujeres que financiaron a Hitler. Resumiendo: la obra nos permite saber que la gran duquesa Victoria de Rusia apoy— el anticomunismo mediante entregas de dinero a Hitler; que otras mujeres, seducidas por la timidez y los buenos modales de Hitler, le entregaron sus joyas y que las facciones rivales de las Fuerzas Armadas, e incluso un rico industrial jud’o, prestaron servicios y dieron importantes sumas a los nazis". Comienza el texto: ÇUn d’a, un oficial que trabajaba con Hitler llev— a Žste a una reuni—n de los Pu–os de Hierro. (115) All’ conoci— al jefe de la organizaci—n, el capit‡n Ernst Ršhm, el cual descubri— inmediatamente cierta capacidad en Hitler. A su audaz manera militar, los Pu–os de Hierro constitu’an un importante grupo patri—tico en Munich, en 1919. Ršhm y sus hombres, la mayor’a rudos y j—venes oficiales, junto a unos pocos soldados fieles, entraban en una cervecer’a y, cada cuarto de hora, hac’an que la orquesta tocase un canto patri—tico.
Cuando se acababa la pieza, todo el mundo ten’a que levantarse. Los que simpatizaban con el marxismo o permanec’an sentados por cualquier otra raz—n se enfrentaban muy pronto con un rudo personaje con uniforme militar. Generalmente, bastaba con una mirada; pero, si el desgraciado individuo no se pon’a en seguida de pie, dif’cilmente conservaba la vida para lamentar su error. (116) ÇOficialmente "encargado de Prensa y propaganda" de la Reichswehr b‡vara, Ršhm ten’a una influencia mucho mayor de lo que correspond’a a su graduaci—n de (117) capit‡n . Oficiosamente, los generales segu’an su consejo en lo tocante a los asuntos pol’ticos; organiz— nuevas unidades paramilitares de voluntarios y dirigi— el traslado clandestino de armas a escondrijos fuera del alcance de la Comisi—n Aliada de Control. Bajo su supervisi—n, se guardaron miles de fusiles, ametralladoras y morteros, en bosques remotos y villas desiertas. Las actividades de Ršhm le convirtieron en figura clave de la llamada Reichswehr "negra", disimulada reserva del reducido EjŽrcito legal, limitado a 100.000 hombres por el tratado de Versalles. ÇPoco tiempo despuŽs de su primer encuentro, Ršhm se convenci— hasta tal punto del talento de Hitler como agitador pol’tico, que ingres— en el Partido de los Trabajadores Alemanes y empez— a asistir regularmente a sus reuniones. Fortaleci— en gran manera al peque–o partido reclutando nuevos miembros entre sus soldados y sus j—venes oficiales, (118) todos ellos veteranos curtidos en las trincheras y llenos de odio contra la Repœblica de Weimar. Ellos suministraron la fuerza y los mœsculos que necesitaba Hitler para defender su joven partido contra los marxistas en las calles. Ršhm desvi— tambiŽn algunos fondos del EjŽrcito hacia el movimiento de Hitler. (119) Sin embargo, muy poco dinero cambiaba realmente de manos. En vez de esto, Ršhm arreglaba las cosas de manera que los hombres de Hitler pudieran anotar las facturas del partido como gastos de sus voluntarios y pudiesen obtener servicios del Gobierno que correspond’an al EjŽrcito. Ršhm -dijo Kurt LŸdecke, ’ntimo colaborador de Hitler- tuvo una importancia decisiva para el partido (nazi) en la consecuci—n de dinero, armas y hombres, en los momentos m‡s cr’ticos". ÇEl hecho de que el capit‡n Ršhm tratase a Hitler en un plan de igualdad, socialmente hablando, dio autom‡ticamente a Žste cierto prestigio entre los compa–eros oficiales de aquŽl, Pero las distinciones sociales ten’an poca importancia para Ršhm. Si un hombre era veterano de las trincheras y contrario al comunismo, esto era bastante para Žl. El propio Ršhm no era precisamente un modelo de distinguida elegancia militar. Era bajo y rechoncho, y ten’a la cara marcada por cicatrices de duelos y de heridas de bala, En sus modales audaces y agresivos hab’a tambiŽn un matiz de brutalidad. Pero Žsta era precisamente la clase de hombres que necesitaba Hitler para asegurarse la jefatura del Partido de los Trabajadores Alemanes, arranc‡ndola al precavido y conservador Harrer, siempre temeroso de empresas m‡s arriesgadas que las pedantes discusiones en salones reservados. (120) ÇUna de las principales fuentes de dinero y de equipo para las SA eran los fondos secretos del EjŽrcito, destinados, al principio, a financiar las unidades de voluntarios y los trabajos de informaci—n militar. Sin embargo, los historiadores han presumido err—neamente hasta ahora que la ayuda era prestada a Hitler por orden del Alto Mando del EjŽrcito b‡varo. En realidad, casi toda la ayuda que se dio a Hitler fue a iniciativa de un oficial, el capit‡n Ernst Ršhm sin conocimiento o aprobaci—n de sus superiores. ÇLa tŽcnica empleada por Ršhm para canalizar dinero y material con destino a Hitler se ha hecho muy popular en dŽcadas recientes. Se crearon dos sociedades de propiedad privada, dependiente la una de la otra. La sociedad base, cuya mera existencia era sumamente secreta, era la "Feldzeugmeisterei", dirigida por Ernst Ršhm. La otra, o sea, la filial, era el
"Servicio Faber de Alquiler de Veh’culos a Motor", regentado abiertamente como negocio por el comandante Wilhem Faber, que estaba a las —rdenes de Ršhm. Este cont— con la aprobaci—n inicial de sus superiores para montar estas sociedades, ya que eran una tapadera ideal para ocultar armamentos y veh’culos prohibidos por el tratado de Versalles. Estas sociedades sirvieron tambiŽn para poner los equipos ilegales a disposici—n del EjŽrcito clandestino de reserva: las unidades de los cuerpos de voluntarios. Las SA nazis, como uno de los muchos regimientos de aquel tipo, ten’an derecho al uso ocasional de parte de tal equipamiento y recibieron, adem‡s, peque–os subsidios de las sociedades de Ršhm. Pero, a medida que transcurr’a el a–o 1922, Ršhm empez— a canalizar mayores cantidades de dinero, equipo y armas, e incluso camiones y coches, hacia los nazis, a travŽs del "Servicio Faber de Alquiler de Veh’culos a Motor". ÇAl principio, los altos oficiales del EjŽrcito b‡varo no tuvieron conocimiento de la creciente ayuda prestada a Hitler, porque la sociedad de Ršhm funcionaba tan secretamente que ni siquiera el mando militar recib’a informes de sus actividades. Hasta 1923 no descubrieron el comandante militar, general Von Lossow, y el Gobierno b‡varo, la importancia de las actividades de Ršhm Pero incluso entonces pas— bastante tiempo antes de que pudiesen reducir realmente el caudal de la ayuda a los nazis, porque el personal de las "sociedades" de Ršhm era m‡s adicto a su persona que al EjŽrcito. Adem‡s, las compa–’as de Ršhm funcionaban legalmente como entidades independientes y no sujetas tŽcnicamente a la autoridad militar. ÇLa raz—n de que el EjŽrcito no arrestase a Ršhm por hurtar propiedades del Gobierno fue que Ršhm como oficial de enlace con los cuerpos de voluntarios y la Reichswehr negra, ten’a muchos amigos influyentes, y habr’a sido imposible librarse de Žl sin provocar una escandalosa protesta pœblica y una investigaci—n en gran escala. Tal investigaci—n habr’a revelado que el propio EjŽrcito estaba violando el tratado de Versalles y, por consiguiente, no hab’a que pensar en ella. [... ] ÇEn oto–o de 1930, Hitler buscaba un nuevo jefe de las SA, despuŽs del despido del capit‡n Franz Pfeffer von Salomon. Era un cargo que Goering hab’a desempe–ado una vez y que deseaba ostentar de nuevo. Comprend’a que era el puesto m‡s poderoso del partido. Pero, en vez de designar a Goering, Hitler escribi— una carta a Ernst Ršhm, que se hallaba en Bolivia, pidiŽndole que regresase inmediatamente a Alemania y asumiese el mando de las SA. Expulsado del EjŽrcito despuŽs del "putsch" de 1923, Ršhm se hab’a desenga–ado de la situaci—n reinante en Alemania y, en 1928, se hab’a marchado a AmŽrica del Sur, para convertirse en instructor del EjŽrcito boliviano. ÇComo sab’an Hitler y Goering, Ršhm era homosexual. En realidad, Žste no hab’a guardado nunca en secreto sus preferencias sexuales; pero en cuanto contest— la carta de Hitler, anunciando su regreso a Alemania, empezaron a publicarse en la Prensa alemana una serie de art’culos escandalosos sobre aquel "degenerado". Algunas cartas enviadas desde AmŽrica del Sur a sus amigos, quej‡ndose de la incomprensi—n boliviana de "mi clase de amor" aparecieron en los peri—dicos. Alguien se hab’a enterado de que Hitler se propon’a nombrar a Ršhm jefe de las SA, y hab’a entregado las cartas a la Prensa. Este alguien s—lo pod’a ser una persona bien situada dentro del partido, y nadie pod’a tener m‡s interŽs que Hermann Goering en hacer fracasar a Ršhm ya que quer’a para s’ el cargo de jefe de las SA. 121 Sin embargo, Hitler se mantuvo en sus trece, y Goering no tuvo m‡s remedio que tragarse su enojo y poner buena cara al nombramiento de Ršhm. [...] ÇMientras Goering buscaba el apoyo de los industriales y los arist—cratas, su rival, el capit‡n Ernst Ršhm ahora jefe de las SA, trataba de llegar a un acuerdo con el EjŽrcito. Este proyecto se ve’a facilitado por la amistad de Ršhm con el general Kurt von Schleicher.
DespuŽs de varias conversaciones con Schleicher, que ahora representaba un papel cada vez m‡s importante en la pol’tica alemana, Ršhm pudo convencerle de que los nazis estaban ansiosos de colaborar con el EjŽrcito. Mientras tanto, Schleicher hab’a reflexionado por su cuenta. Impresionado por el triunfo nazi en las elecciones de setiembre y por su programa nacionalista, empez— a acariciar la idea de conseguir de alguna manera el apoyo de Hitler para el Gobierno BrŸning y de transformar el movimiento nacionalsocialista, con sus masas de seguidores, en un pilar del rŽgimen existente, en vez de una legi—n en marcha contra Žl, Schleicher empez— a camelar a los nazis anulando la exclusi—n de los nacionalsocialistas de todo empleo en el arsenal del EjŽrcito y la prohibici—n de su alistamiento militar. ÇObservando el creciente descontento en las masas, Schleicher quer’a establecer un Gobierno fuerte lo m‡s pronto posible. Reconoc’a la debilidad del sistema de Weimar. ÇSe dijo que Georg Bell, misterioso alem‡n de origen escocŽs, que ten’a muchas y œtiles relaciones de negocios y pol’ticas, era agente de Deterding (Sir Henry Deterding: director y propietario de la compa–’a petrol’fera "Royal Dutch-SheIlÒ militante anticomunista, en 1924 hab’a contra’do matrimonio con la hija de un general ruso blanco). Hab’a asistido a varias reuniones de los "Patriotas Ucranianos" en Paris, como representante de Hitler y tambiŽn de Deterding. Como conoc’a a Rosenberg y era ’ntimo amigo de Ršhm, Bell era un excelente contacto entre Sir Henry y los nazis. En 1931, el mismo a–o de la primera visita de Rosenberg, Bell fue a Londres con —rdenes suscritas por Ršhm. Su misi—n era estrechar los lazos existentes entre Inglaterra y Alemania, con vistas a una futura alianza contra Rusia. De alguna manera, el Morning Post descubri— que las instrucciones de Bell "eran sustancialmente las mismas que tra’a Herr Rosenberg en su reciente visita a Londres". [...] ÇUn reportero del "Daily TelegraphÓ cre’a que Bell y Rosenberg se hab’an entrevistado con un magnate internacional en Londres y que a esto hab’an seguido "grandes crŽditos para los nazis". 122 [...] ÇStrasser pensaba que el partido ten’a que hacer un trato con el Gobierno. Sosten’a que la negativa de Hitler a transigir estaba destruyendo el Žxito de la "pol’tica de legalidad" Aunque Hitler desconfiaba de Strasser y todav’a no estaba dispuesto a entrar en un Gobierno de coalici—n, no rechaz— por completo la idea. Pero hab’a otros que pensaban que hab’a que dar al traste con la pol’tica de legalidad. DespuŽs de hablar con los jefes de las SA y las SS, Goebbels anot— en su Diario: "Reina una profunda inquietud en todas partes. La idea de un levantamiento flota en el aire." Y el 2 de abril, escribi—: "Las SA se est‡n impacientando. Es bastante comprensible que los soldados empiecen a perder la moral con todas estas largas contiendas pol’ticas. Pero hay que impedirlo a toda costa. Un "putsch" prematuro... destruir’a todo nuestro futuro". 123 ÇPero antes de que Hitler pudiese considerar su respuesta a las criticas de Strasser y a la impaciencia de las SA, el Gobierno atac—. ÇCuando el Gobierno de Prusia declar— que registros de la Polic’a en las casas de varios nazis importantes hab’an proporcionado pruebas de que estaban preparando un "putsch", el canciller BrŸning pens— que hab’a llegado el momento de una acci—n decisiva contra Hitler. Tres d’as despuŽs de la segunda vuelta electoral, bajo la presi—n de los socialdem—cratas y de los sindicatos obreros, el general Groener, como miembro del Interior, declar— que las SA, las SS y las Juventudes Hitlerianas quedaban prohibidas en toda Alemania. Cost— un poco hacer que Hindenburg firmase el decreto, porque Schleicher, que lo hab’a aprobado en un principio, empez— a murmurar objeciones al o’do del viejo. Pero el presidente Von Hindenburg acab— por ceder y firm— el decreto, que disolv’a oficialmente las unidades uniformadas nazis, porque "constitu’an un EjŽrcito privado cuya mera existencia equival’a a un Estado dentro del Estado."
ÇPor fin hab’a tomado el Gobierno una medida decisiva contra los nazis. Fue un golpe terrible para Ršhm y los jefes de las SA. Aconsejaron la desobediencia a la orden; a fin de cuentas, las SA se compon’an de 400.000 hombres, cuatro veces el nœmero de soldados del EjŽrcito alem‡n, limitado a 100.000 por el tratado de Versalles. Pero Hitler, pensando que no era momento adecuado para una rebeli—n, decidi— que la orden fuese obedecida. De la noche a la ma–ana, las camisas pardas desaparecieron de las calles, pero la organizaci—n de las SA permaneci— intacta. Las SA pasaron a la clandestinidad; sus hombres aparec’an ahora como miembros ordinarios del partido. Ršhm ten’a poco que temer, pues s—lo las organizaciones dŽbiles son destruidas por los intentos de supresi—n. Hitler, plenamente confiado, declar— que BrŸning y Groener tendr’an las respuesta en las pr—ximas elecciones prusianas. Hab’a recibido informaci—n de que se estaba produciendo una creciente divisi—n en el seno del Gobierno. El 14 de abril, d’a en que fue aprobado el decreto, Goebbels anot— en su Diario: "Nos han informado de que Schleicher no est‡ de acuerdo con su acci—n (de Groener)." Y aquel mismo d’a, unas horas m‡s tarde: "Ha llamado por telŽfono una dama muy conocida, amiga del general Schleicher. (Dice que) el general quiere dimitir." [...] ÇEl general Von Schicicher, que pensaba en mejorar su posici—n personal, decidi— que hab’a llegado la hora de actuar contra Groening y BrŸning. Al principio, Schle’cher hab’a sido uno de los que hab’an maniobrado para poner a BrŸning en el poder, pensando que ser’a capaz de granjearse el apoyo del pueblo y de unir a la naci—n. Pero ahora estaba claro que Žsto hab’a fracasado. S—lo Hitler contaba con el apoyo popular de las masas; por consiguiente, el general Schleicher empez— a hacer planes para colaborar con los nazis. ÇEn algœn momento, antes de las elecciones presidenciales, Schleicher hab’a reanudado sus contactos con Ršhm y con el conde Helidorf, jefe de las SA en Berl’n. En esta fase del juego, Schleicher conspiraba con Ršhm, a espaldas de Hitler, para incorporar las SA al EjŽrcito, como milicia. Indudablemente, Schleicher quer’a que las SA estuviesen vinculadas al EjŽrcito, para poder controlarlas. Sin embargo, despuŽs de la exhibici—n de fuerza de Hitler en las elecciones presidenciales y estatales, se sinti— tambiŽn atra’do por la idea de introducir a Hitler, œnico pol’tico respaldado por las masas, en el Gobierno, donde asimismo podr’a controlarle. ÇIncluso antes de que se decretase la prohibici—n de las SA, el general Schleicher hab’a formulado varias objeciones contra ello. DespuŽs, a espalda de su jefe, el general Groener, acudi— al presidente. Persuadi— a Hindenburg de que escribiese una acerba carta a Groener, pregunt‡ndole por quŽ la Reichsbanner -organizaci—n paramilitar del partido socialdem—crata- no hab’a sido prohibida al mismo tiempo que las SA. Adem‡s, Schleicher atiz— la oposici—n de los c’rculos militares contra su jefe, haciendo circular rumores en el sentido de que el general estaba demasiado enfermo para continuar en su cargo y de que se hab’a convertido incluso al marxismo. TambiŽn corri— el rumor de que, a los cinco meses de su reciente matrimonio, el viejo Groener, de sesenta y dos a–os, hab’a tenido un hijo. Y en el cuerpo de oficiales circul— un chiste segœn el cual habr’a que poner al hijo del ministro de Defensa el nombre de "peque–o Nurmi", en honor del veloz corredor finiandŽs. Podemos imaginarnos a Schleicher despertando al viejo presidente de una de sus siestas, para contarle esta "lamentable desgracia del EjŽrcito". ÇEn la primera semana de mayo, las intrigas de Schleicher empezaron a dar el fruto apetecido. El 4 de mayo, Goebbels escribi— en su Diario: "Las minas de Hitler empiezan a explotar... El primero en saltar por los aires ser‡ Groener, y despuŽs, BrŸning." Cuatro d’as m‡s tarde, Goebbels anot—: "El FŸhrer celebra una importante entrevista con Schleicher, en presencia de unos cuantos caballeros del c’rculo inmediato del presidente... La ca’da de
Briuning es esperada en breve. El presidente del Reich le retirar‡ su confianza." DespuŽs describe la escena que Schleicher y los hombres que rodeaban a Hindenburg hab’an planeado con Hitler. "El Reichstag ser‡ disuelto (y) se constituir‡ un Gabinete presidencial" Se levantar’a la prohibici—n de las SA y se celebrar’an elecciones en un futuro pr—ximo. No hab’a que despertar los recelos de BrŸning; por consiguiente, a hora avanzada de la noche Goebbels se llev— a Hitler a Mecklemburgo. "El FŸhrer se marcha de Berl’n tan secretamente como lleg—." ÇFritz Thyssen figuraba entre los industriales que segu’an fieles al k‡iser. "En aquella Žpoca explic— Thyssen despuŽs-, yo pensaba que la subida de Hitler al poder, como canciller, no ser’a m‡s que una fase transitoria, conducente a la restauraci—n de la monarqu’a alemana. En septiembre de 1932 invitŽ a varios caballeros a mi casa, para que pudiesen preguntar a Hitler. Este contest— a todas las preguntas que le fueron formuladas, de un modo muy satisfactorio para todos los presentes. En aquella ocasi—n, dijo que Žl no era m‡s que el que allanaba el camino a la monarqu’a". (124) Entre los industriales reunidos en la casa de Thyssen se hallaban el antiguo simpatizante conservador de Hitler, Emil Kirdorf, y Albert Všgler, director de las F‡bricas de Acero Unidas. "En el oto–o de 1932 -dice m‡s adelante Thyssen-, Goering hizo una visita de una semana al ex k‡iser Guillermo lI, en Doorn." El mero hecho de que Hitler y Goering fuesen invitados a comer por el pr’ncipe de la Corona parec’a confirmar la esperanzada idea de muchos ultraconservadores sobre los decisivos objetivos de los nazis. Los contactos entre Hitler y ciertos c’rculos mon‡rquicos parec’an tan estrechos, que llegaron a alarmar a algunos dirigentes del partido de acusada mentalidad socialista. Ernst Ršhm expuso en reiteradas ocasiones, su preocupaci—n de que Hitler pudiese encontrarse, o quiz‡ se encontrase ya, cautivo de la camarilla mon‡rquica. [...] ÇEl 5 de diciembre, los dirigentes del partido y los diputados nazis del Reichstag se reunieron en el "KaiserhofÓ, en Berl’n. Strasser pidi— que los nazis Òtolerasen" al menos el Gobierno Schle’cher, y Frick, jefe de la minor’a nazi en el Reichstag, apoy— la petici—n. Una parte cada vez mayor de la masa silenciosa del partido parec’a agruparse detr‡s de Strasser. Goering y Goebbels se pronunciaron en contra del compromiso, y Hitler declar— que su punto de vista era el correcto. ƒl no Òtolerar’a" el Gabinete Schleicher; sin embargo, estaba dispuesto a "negociar" con Žl. Pero para esta labor design— a Goering, no a Strasser, el cual cre’a que se hab’a pasado de la raya. DespuŽs, en un intento de infundir valor a sus diputados del Reichstag, Hitler pronunci— un breve discurso, en el que trat— de quitar importancia a la derrota sufrida en las elecciones de Turingia. Pero todos se daban cuenta de lo grave que era la situaci—n. [...] ÇÀPose’an los miles de oficiales del partido el valor moral necesario para seguir luchando en una oposici—n desesperada, si el plan de Strasser les brindaba la oportunidad de convertirse en ministros, alcaldes, funcionarios provinciales, comisarios de Polic’a e incluso empleados civiles en los arsenales del EjŽrcito? [...] ÀNo era m‡s razonable aceptar el soborno de Schleicher?, se preguntaban. ÇHitler y Strasser volvieron a discutir el 7 de diciembre en el "Kaiserhof", pero esta vez sin las restricciones impuestas por un auditorio numeroso. En el curso de la conversaci—n, Hitler acus— agriamente a Strasser de traici—n, de maniobrar a espaldas suyas y de tratar de echarle de la jefatura del partido. Strasser replic—, irritado, que hab’a sido fiel al partido y que s—lo trataba de salvarlo de una ruina casi segura. La discusi—n termin— con amenazas mutuas, reproches y acusaciones de traici—n. ÇRebosando indignaci—n, Strasser volvi— a su habitaci—n del "Hotel Excelsior" y escribi— a Hitler una larga carta, en la que daba rienda suelta a la ira y al resentimiento acumulados desde 1925. Acusaba a Hitler de traicionar los ideales del movimiento, de irresponsabilidad,
de ambici—n personal y de inconsistencia t‡ctica. Terminaba la carta presentando su dimisi—n de los cargos que ten’a en el partido. ÇLa carta lleg— a manos de Hitler el mediod’a del 8 de diciembre, y produjo el efecto de una bomba. Era la amenaza m‡s grave a la supervivencia del partido, desde el "putsch" de 1923. La rebeli—n de Strasser amenazaba con destruir la base misma de la autoridad de Hitler dentro del partido, y caus— en el FŸhrer una impresi—n mucho mayor que todos los fracasos electorales. Aquella noche, Goebbels invit— al FŸhrer a su apartamento, junto con varios preocupados dirigentes nazis. Goebbels describi— el ambiente que reinaba aquella noche, "Es dif’cil mostrarse animoso. Todos estamos m‡s bien alica’dos, especialmente en vistas del peligro de que todo el partido se venga abajo y de que todo nuestro trabajo haya sido en vano. Nos enfrentamos con la gran prueba. Todo movimiento que desee el poder debe probarse a s’ mismo, y esta prueba suele producirse poco antes de la victoria, que lo decide todo... Una llamada telef—nica del Dr. Ley: la situaci—n del partido se agrava por momentos. El FŸhrer debe regresar inmediatamente al "Kaiserhof." ÇA las dos de la madrugada, Goebbels fue llamado al "Kaiserhof", para reunirse con Hitler. Por lo visto, Strasser hab’a dado la noticia a los peri—dicos de la ma–ana, que empezaban a venderse por las calles. Ršhm y Himmler fueron tambiŽn llamados al "Kaiserhof", donde todos estaban "pasmados" de que Strasser hubiese comunicado su historia a los peri—dicos, aunque era sabido que la escisi—n se estaba fraguando desde hac’a tiempo. "ÁTraici—n! ÁTraici—n! -anot— Goebbels en su Diario-. Durante horas, el FŸhrer pasea de un lado a otro por la habitaci—n del hotel. Se advierte que est‡ pensando furiosamente. Est‡ amargado y profundamente dolido por esta deslealtad. Sœbitamente, se detiene y dice: "Si el partido se cae en pedazos, me pegarŽ un tiro sin pensarlo m‡s"." ÇSin embargo, Strasser carec’a de la determinaci—n necesaria para cumplir su amenaza contra la jefatura de Hitler. Nunca fue lo bastante audaz o maquiavŽlico para provocar un mot’n, como sospechaba Hitler. Precisamente cuando habr’a podido agrupar el sector socialista del partido contra Hitler, cambiando tal vez el curso de la Historia, Strasser se ech— atr‡s. En vano recorri— Frick todo Berl’n para dar con Žl, con la esperanza de poder convencerle de que hiciese las paces con Hitler y salvase al partido del desastre. Pero Strasser hab’a desaparecido; harto de todo, hab’a tomado el tren del Sur para unas vacaciones en la soleada ltaliaÈ. Hasta aqu’ la obra de los Pool. Quien nos ha dejado sus recuerdos vividos de aquellos graves momentos del 30 de junio de 1934 es el capit‡n de aviaci—n Hans Baur. Baur fue durante 13 a–os el piloto-jefe de Hitler. La obra se titula ÒMit MŠchtigen zwischen Himmel und ErdeÓ, Verlag K. W. SchŸtz KG, Oldendorf 1971. P‡g. 119 y SS.: ÇAl poco tiempo de esta visita a Italia, me dijo Hitler: "Baur, en los pr—ximos d’as vamos a tener que hacer un largo viaje hacia el oeste". [...] Como a menudo en esa Žpoca, Hitler march— en primer lugar a las instalaciones de la empresa Krupp para inspeccionar alguna nueva tecnolog’a militar. Tuvimos que esperar unas horas hasta que regres— y al momento despegamos, pasado el mediod’a, hacia Bonn-Hangelar, donde de nuevo se aloj— Hitler en el Hotel Dreesen, en Godesberg. Durante el viaje ya me llam— la atenci—n el que el Dr. Goebbels, que en otras ocasiones era muy chusco y hac’a re’r a todos los acompa–antes, incluido Hitler, permanec’a ahora casi callado. En el Hotel Dreesen se mostr— tan silencioso y encerrado en s’ mismo que era pr‡cticamente irreconocible. TambiŽn Hitler ten’a la cabeza ca’da. Ninguno de nosotros pod’a encontrar una raz—n para tal actitud.
ÇComo de costumbre, cenamos en la sala comedor de Hitler a las 20 horas. Asistieron varios altos cargos del Partido. Hitler se mostr— tambiŽn muy parco en palabras en esta ocasi—n, al contrario que otras veces, lo que llev— a los invitados a hacer lo mismo. Durante la cena, a las 20,15 horas, le llamaron por telŽfono a Goebbels. Cuando volvi—, inform— que Sepp Dietrich junto con varias compa–’as de su "Leibstandarte" hab’a llegado a Augsburg, ante lo cual Hitler exclam—: "ÁEso est‡ bien!". Nosotros no pod’amos colegir que ten’a que hacer Dietrich en Augsburg. Acabamos de comer en silencio. Los invitados se sentaron en el cuarto contiguo y en el balc—n. No hab’a ni pizca de animaci—n. ÇHacia las 21,00 horas vino una persona del Servicio del Trabajo que solicitaba se le permitiera ver a Hitler. Dec’a que unos miembros del Servicio y chicas del "BdM" ("Bund des MŠdels", Secci—n Femenina de la HJ) quer’an ofrecerle una serenata. Se not— el disgusto en Hitler cuando pregunt—: "Bueno, Àcu‡ndo va a ser?". "En unos veinte minutos, mi FŸhrer. Nos colocaremos frente al balc—n." Entre tanto se hab’an hecho las 21,30 horas. Una muchedumbre se hab’a arremolinado ante el balc—n, la banda de mœsica lleg— y las muchachas del "BdM", que sosten’an antorchas encendidas en la mano, formaron tambiŽn. Alternativamente sonaba la mœsica y cantaban las j—venes. Hitler estaba solo en la baranda del balc—n, nosotros nos hab’amos retirado hacia atr‡s. Repentinamente, me di cuenta de que Hitler estaba llorando. Aœn cuando pod’a ponerse sensiblero muy f‡cilmente, yo no pude encontrar entonces raz—n alguna para esta reacci—n pero muy pronto se me encender’a la bombilla. ÇAcabado el concierto-serenata, quise despedirme de Hitler para dejar esa atm—sfera tan deprimente y buscar en el sal—n de abajo un poco de entretenimiento con el baile y una exhibici—n de modelos. Pero Hitler me expuso: "Baur, hoy todav’a le voy a necesitar, no puedo dejar que se vaya. QuŽdese aqu’ que ya le informarŽ despuŽs m‡s concretamente." AvisŽ a m’ gente que empaquetaran de inmediato y, en su caso, estuvieran dispuestos para volar de inmediato puesto que Hitler a menudo se decid’a pocos minutos antes de tomar el avi—n. DespuŽs de que yo mismo hubiera dispuesto mis cosas preparadas al alcance de la mano, regresŽ a la estancia de arriba donde estaba Hitler con sus huŽspedes. La atm—sfera segu’a siendo sombr’a, no hab’a conversaci—n. Me acurruquŽ en una esquina y me puse a dormitar. ÇHacia las 23,00 horas, orden— Hitler: ÁBaur, inf—rmeme de las condiciones atmosfŽricas existente sobre Munich". ÒÁAh‡!, -pensŽ-, el viaje va a ser a Munich". LlamŽ de inmediato a la estaci—n meteorol—gica de Kaln, quienes me dijeron que en todo el recorrido dominaba un ‡rea tormentosa que desaparecer’a totalmente a lo largo de la noche, as’ que despuŽs de medianoche no deber’a haber impedimento para un vuelo a Munich. As’ se lo comuniquŽ a Hitler, quien me dio las gracias y continu— mirando fijamente hacia delante. Media hora despuŽs pregunt— nuevamente sobre el tiempo. Al instante tengo en l’nea a la estaci—n meteorol—gica: la actividad tormentosa segu’a amainando. Todav’a dos veces m‡s, cada media hora, tuve que informarme sobre el tiempo, hasta que el informe fue m‡s favorable: sin lluvia, grandes claros, nubes en retroceso lateral, por tanto, sin problemas para el vuelo. Era la una de la madrugada cuando Hitler me pregunt— cuando podr’amos partir a la mayor brevedad. Yo le indiquŽ que a las dos, ya que a pesar de estar preparados tanto tripulaci—n como aviones, necesit‡bamos veinte minutos en el recorrido hasta el aeropuerto y el resto del tiempo para poner a punto las m‡quinas, que estaban a la intemperie cubiertas con lonas y sujetas con anclas. Adem‡s hab’a que calentar primero los motores, as’ que tendr’amos que apresurarnos para cumplir la orden: Áa las dos en punto!. ÇLa segunda m‡quina fue preparada para Goebbels, que por la ma–ana deb’a volar de regreso a Berl’n. A Hitler s—lo le acompa–aron sus dos ayudantes personales, cuatro
polic’as, su asistente y el chofer. Con estas siete personas a bordo despegamos hacia Munich. Cuando aterrizamos all’ a las 4 de la madrugada con muy buen tiempo, hab’a un solo veh’culo esperando. Pertenec’a al "Gauleiter" Wagner, quien iba a recoger a Hitler del aeropuerto. Hitler salt— del avi—n y durante cinco minutos estuvo paseando de arriba y abajo en un trecho de unos 30 metros acompa–ado de Wagner. Estaba extraordinariamente excitado, agitaba sin cesar su fusta de piel de hipop—tamo que siempre sol’a llevar consigo y algunas veces se golpeaba con ella fuertemente en el pie. Finalmente mont— en el peque–o coche, dio un portazo y exclam— furioso: "ÁYa le darŽ yo a ese cerdo!", Nos quedamos mudos y no ten’amos ni idea de lo que estaba sucediendo. ÇHailer, el director de vuelo, se acerc— a m’ espantado: "ÁDios m’o, Baur! ÀQuŽ est‡ pasando? Jam‡s he visto a Hitler en este estado. Se me est‡ formando una horrible mala conciencia." Le preguntŽ el por quŽ. Y me aclar—: "Yo no pod’a ni siquiera suponer que usted viniera a Munich. ÀY d—nde tiene usted, por cierto, su avi—n, el D-2.6OO? Usted ha volado con una m‡quina completamente distinta. Yo no pod’a ni siquiera imaginar que Hitler estuviera dentro." Puesto que yo no llegaba a comprender lo que me quer’a decir, le roguŽ que fuera m‡s expl’cito. Me aclar—: "Ayer tarde llam— el jefe de E.M. Ršhm y pidi— que me pusiera yo personalmente al telŽfono para decirme que me hac’a responsable, garantiz‡ndolo con mi cabeza, el que yo le llamar’a inmediatamente a su jefatura de la SA en el mismo momento en que Hitler, de d’a o de noche, estuviera en vuelo hacia Munich." ÇHailer, que ten’a un gran respeto al poderoso jefe de E.M., se hab’a comprometido a ello e incluso hab’a tomado la guardia nocturna, a lo que Žl, como director, no estaba obligado. Ahora estaba completamente perplejo sobre que hacer, diciŽndome que aœn quer’a llamar a la Jefatura Superior de la SA para dar el parte, a lo que le repliquŽ que ya no ten’a ninguna raz—n para hacerlo puesto que Hitler ya hab’a llegado y estar’a en destino de un momento a otro. A pesar de ello, Hailer todav’a sigui— dudando sobre lo que hacer, aunque al final no telefone—. ÇEl hecho cierto de que nosotros no fuŽramos identificados como el D-2.600 que deb’a volar a Berl’n, hizo que a Hailer le fuera imposible informar sin una previa comunicaci—n nuestra el que: Hitler est‡ volando hac’a Munich y aterrizar‡ pronto. Por tanto Ršhm no pudo tomar contramedidas y fue sorprendido por Hitler. En caso contrario, seguro que hubiera sido Hitler el sorprendido, pues, como he dicho, su sŽquito era solo de siete hombres. ÇYo me fui a casa y solamente al escuchar la radio al mediod’a me enterŽ de lo que hab’a pasado en ese intervalo. Aproximadamente en el mismo momento se me comunic— telef—nicamente que Hitler quer’a regresar a Berl’n a las 16 horas. Tal como se me orden—, estuve en mi puesto. Hitler acudi— puntualmente. En Berl’n se le hab’a preparado una gran recepci—n. Gšring hab’a hecho formar a sus aviadores de asalto en el aeropuerto y Goebbels tambiŽn se encontraba ah’ para informar de los m‡s recientes sucesos sobre la fracasada rebeli—n de la SA. Mencion— que el "ObergruppenfŸhrer" Ernst, jefe de Berl’n, en cuyo matrimonio Hitler hab’a actuado como testigo de boda, hab’a sido cazado en viaje hacia Bremen. ÇSegœn lo que me explic— Hitler durante la cena, los hechos en el affaire Ršhm se hab’an desarrollado de la siguiente manera: el ministro plenipotenciario de Italia en Par’s hab’a tenido conocimiento de que el jefe de E.M. Rijhm estaba planeando un putsch contra Hitler. Ršhm hab’a entrado en conversaciones con los franceses y parec’a que hab’a recibido de ellos el compromiso de que en caso de un cambio de Gobierno no actuar’an contra Žl. Ršhm habr’a confeccionado ya una lista exacta con el nuevo gobierno. Para Žl, lo m‡s importante era integrar a su SA en el EjŽrcito y expulsar a los oficiales procedentes de las anteriores fuerzas armadas del K‡iser, quienes a su parecer eran de dudosa fiabilidad.
ÇAl enterarse del complot, el ministro plenipotenciario italiano se lo hab’a comu nicado a su colega alem‡n, quien inform— de inmediato a Hitler. Quien atac— de sopet—n, cuando el mot’n estaba todav’a en preparaci—n. A nuestra llegada a Munich, acompa–ado del "Gauleiter Wagner, Hitler march— al instante a la Jefatura Superior de Polic’a donde estaba el jefe superior "Obergruppenfuhrer" Schneidhuber. Ð Hitler le solt— a la cara que estaba confabulado con Ršhm, le arranc— ah’ mismo los distintivos de mando y la insignia de oro del Partido e hizo que fuera arrestado. Desde all’ Hitler march— a Wiessee, en cuyo Hotel Bauernhansl se alojaba Ršhm Ršhm hab’a colocado guardia en el exterior, pero la mayor’a estaban bebidos. Hitler lleg— a las 6 de la ma–ana y justo en el momento en que se deb’a hacer el relevo de la guardia, pero cuya fuerza entrante todav’a no hab’a hecho acto de presencia. El centinela que deb’a ser relevado se encontraba precisamente en la sala de espera para despertar a su dormido relevo. As’ entr— Hitler en el hotel sin dificultades y abri— la puerta del lavadero donde dorm’an todos los centinelas excepto los dos mencionados. Obviamente quedaron mudos de asombro cuando vieron a Hitler frente a ellos. El "BrigadefŸhrer" Schreck, ch—fer, de Hitler, se encarg— de vigilarlos, desarm‡ndolos y encerr‡ndolos. Cuando Hitler iba por el pasillo se top— con el "StandartenfŸhrer" UhI, quien bajaba del piso superior para enterarse de las causas del tumulto. Al ver a Hitler sac— inmediatamente la pistola, pero el "PoIizeirat" Hšgll que acompa–aba al primero, le desarm— con una llave de jiu-jitsu. Hitler le pregunt— a Uhl que donde estaba Ršhm contestando que no lo sab’a. As’ pues, se hizo despertar al hotelero, En el libro de registro de huŽspedes se pudo ver quienes estaban alojados en el hotel. As’ supo Hitler la habitaci—n correspondiente a Ršhm. Inmediatamente fue al primer piso y golpe— en la puerta. A la pregunta: "ÀQuŽ pasa? ÀQuien est‡ ah’?" contest— Hitler: Ò.ÁHay informaci—n transmitida desde Munich!" Ršhm respondi—: "ÁBueno, pues entonces entra!" Hitler abri— la puerta y vio -todo esto segœn su propia versi—n- a Ršhm desnudo sobre el lecho y junto a Žl un joven en la misma situaci—n. ƒl, Hitler, jam‡s en su vida hab’a tenido ante sus ojos una escena tan repugnante. Le grit— a Ršhm Òv’stete inmediatamente, est‡s detenido! El por quŽ, no hace falta que te lo diga." Ršhm, que tras los primeros momentos de perplejidad quiso poner cara de inocente, protest— alegando que no sab’a nada de nada. Pero Hitler cort— por lo sano: "En este momento sobra cada palabra. Hšgl vigile que el se–or Ršhm se vista al momento y que luego sea llevado abajo." ÇSiguiendo la relaci—n de huŽspedes, Hitler fue personalmente de habitaci—n en habitaci—n sac‡ndolos de la cama. Solamente al mŽdico de Ršhm que se hab’a escondido debajo del edred—n, le dej— en paz con la observaci—n de que: "no queremos enfrentarnos con los samaritanosÒ. Siempre hab’a hecho una excepci—n con los mŽdicos, aunque su actividad pol’tica no fuera de su agrado. Los detenidos fueron llevados abajo y como primera providencia encerrados en el s—tano hasta que se pudo disponer de un autobœs. En toda esta acci—n se pudo detectar claramente la precariedad de personal con que contaba Hitler; incluido Žl, fueron ocho personas las que intervinieron en toda la operaci—n. Se llen— el autobœs y parti— vigilado por un polic’a con pistola ametralladora en cada una de las dos puertas. Hitler iba delante en un coche. Puesto que iban viniendo veh’culos con las personas que hab’an sido convocadas a primera hora de la ma–ana para la reuni—n con Ršhm, Hitler mismo iba par‡ndolos a medida que se acercaban en direcci—n contraria. Bajaba, miraba al interior del coche, se excusaba cuando eran ciudadanos privados y los dejaba marchar. Cuando los veh’culos llevaban mandos de la SA -y fueron cantidad- les ordenaba ocupar un sitio en el autobœs. El conductor pod’a regresar con el coche, Con respecto a varios mandos de la SA, de los cuales sab’a con seguridad que no ten’an participaci—n en el putsch de Ršhm sino que œnicamente hab’an sido citados ante Žl, los dejaba regresar en el coche con la
siguiente indicaci—n: "ÁRegrese usted a su casa, el asunto con Ršhm est‡ solucionado. No hace falta que vaya a verle!" Uno de los veh’culos llevaba a treinta miembros armados de la SA, a los que Hitler imparti— las mismas instrucciones. Pero el "ObersturmfŸhrer" puso pegas a volver, ampar‡ndose en la orden recibida y quiso seguir hacia Wiessee, a lo que el "ObergruppenfŸhrerÓ BrŸckner opuso gritando: "ÀNo has o’do lo que te ha ordenado el FŸhrer? Si no regresas en el acto, te bajo del coche de un tiro." Entonces se le orden— al "ObersturmfŸhrer" que subiera al autobœs. La columna de veh’culos se desplaz— por la carretera del Tegernsee en direcci—n a Munich, y ya que por el camino se encontraba la prisi—n de Stadelheim, se ingres— en ella a todos los detenidos. Mientras que Ršhm no hab’a tenido intenci—n de matar a Hitler -solamente quer’a arrinconarlo- en la masacre con que acab— la revuelta de Ršhm murieron 72 personas. ÇYo completŽ entonces la laguna que exist’a en el informe de Hitler, explic‡ndole el hecho, para Žl desconocido, de que el cambio de aviones pudo ser seguramente la raz—n b‡sica por la que la soluci—n del putsch de Ršhm se resolvi— a su favor, a lo que coment—: "Se nota que el destino ha puesto de nuevo su mano en el juego." Hitler acostumbraba a citar al destino cuando el asunto se resolv’a a su favorÈ. Hasta aqu’ lo vivido por el aviador Baur, quien en su calidad de piloto personal, acompa–— a Hitler durante trece a–os. Otra persona que vivi— de cerca los acontecimientos del 30 de junio de 1934 fue Erich Kempka. Kempka fue chofer personal de Hitler a partir del a–o 1932 y hasta el a–o 1945. Fue quien, junto con otros pocos, prendi— fuego al cuerpo de Hitler en la Canciller’a de Berl’n a fin de que no cayera en manos de los soldados soviŽticos. Sus recuerdos los ha plasmado en el libro que utilizamos aqu’, titulado "Die letzten Tage mit Adolf Hitler", ampliado, comentado y con prefacio de Erich Kern (por cierto, introducci—n impagable para demostraci—n de la cantidad de falsedades y manipulaciones de memorias, documentos, recuerdos y diarios de personalidades que se ofrecen como autŽnticos); editado por Verlag K. W. SchŸtz KG., Pr. Oldendorf, 21 edici—n, 1976. P‡g. 129 y ss.: ÇLo que pensaban los generales de la Reichswehr lo resumi— Hans Rothfeis as’: Òutilizar al "tamborilero", al "cabo bohemio" como instrumento para alcanzar sus objetivos, y una vez que haya cumplido el encargo, apartarlo a un ladoÓ. (125) ÇPara ganarse totalmente a los generales a favor de la revisi—n del Tratado de Versalles y el correspondiente necesario rearme, Hitler aprovech— las inminentes maniobras navales de la Marina en Kiel. El 11 de abril de 1934 subi— a bordo del crucero "Deutschland". Le acompa–aban el general von Blomberg, el "GeneraloberstÓ Freiherr von Fritsch, el jefe de la Direcci—n Superior del EjŽrcito y el almirante Raeder, jefe de la Direcci—n de la Marina. Evidentemente, Hitler volvi— a garantizar a los generales que la Reichswehr continuar’a siendo la œnica fuerza armada de la Naci—n. (126) ÇPero sœbitamente surgi— un peligro que amenazaba la iniciada colaboraci—n de Hitler con los generales: el triunfante jefe de E.M. de la SA, Ernst RÀ5hm, exig’a una milicia popular. [...) ÇCuando finalmente Ršhm se dio cuenta de que la Reichswehr no estaba dispuesta a participar junto con la SA, desarroll— el plan de crear una milicia popular, paralela a la Reichswehr, con una fuerza de 300.000 hombres, a semejanza de la Milicia Fascista en Italia, Sin embargo, este proyecto choc— tambiŽn con el pleno rechazo de la Reichswehr. El ejŽrcito se sent’a como la œnica fuerza armada de la Naci—n. Dos fuerzas armadas en competencia solamente pod’an ser un peligro para el Estado en su ulterior desarrollo.
ÇDe esta manera, tanto Adolf Hitler, que desde un principio propugnaba una gran uni—n germ‡nica de todos los alemanes en un solo Reich y que para ello no precisaba de ninguna milicia popular defensiva sino de unas Fuerzas Armadas ofensivas y bien instruidas, personas como Ernst Ršhm, se encontraron abocados a un enfrentamiento fatal. Hitler advirti— clara, rotunda y pœblicamente que la SA nunca podr’a ser la fuerza armada de la Naci—n. ÇRšhm no comprend’a que su plan de una milicia popular no pudiera cohonestarse con el concepto militar de Hitler. Se mecia en la ilusi—n de que Hitler estaba preso de su entorno y as’ bramaba ante sus mandos de la SA: "LibrarŽ a Hitler de esas criaturas inferiores como ese Gšring, Goebbels, Rosenberg y Ley." [...] ÇPero Hitler hac’a tiempo que hab’a superado el simple papel de un jefe de part’do. ÇComo Canciller del Reich que era, ten’a en sus manos el destino de la Naci—n. Aunque en general a sus viejos camaradas de lucha les hab’a guardado siempre, a menudo quiz‡s exageradamente, una estrecha fidelidad, ahora no estaba dispuesto a sacrificar su gran proyecto en aras a la camarader’a. ÇMientras Hitler todav’a dudaba, el irritado generalato tom— la iniciativa. El 2 de mayo de 1934, Blomberg le escribi— a Hitler advirtiŽndole sobre el equipamiento en armas de la unidad de guardia de E.M. de la SA: "En el ‡mbito de la VI Regi—n Militar se puede calcular que actœan de 6.000 a 8.000 hombres de la SA armados con fusil y fusil ametrallador", ÇBien organizada, la sangrienta tragedia continu— su curso. Inmerso Hitler en una psicosis de rebeli—n promovida a tres bandas: Reichswehr, Gšring y Himmler, se decide a yugularla con violencia dejando que se liquide a la alta jerarqu’a de la vieja guardia de la SA, unas 190 personasÈ. Dejando ahora las memorias, otro estudio hist—rico es el titulado "Das Dritte Reich" de Helmut SŸndermann, editado por Druffel-Verlag, Leoni am Starnberger, nueva edici—n ampliada 1964 (11 ed. 1959). Contiene un cap’tulo entero dedicado a "La problem‡tica del 30 de junio de 1934". Este cap’tulo se divide en tres apartados: el primero, titulado "Hitler und die SAÓ que el autor hab’a publicado ya en la revista "Nation Europa" de julio 1963, es una recensi—n del libro "Hitler und die SAÓ de Heinrich Bennecke, Olzog Verlag, MŸnchen 1963; el segundo apartado se titula "Die Rolle Hindenburgs" y es el texto de una carta de fecha 28-4-1957 que SŸndermann hab’a enviado a un abogado quien le hab’a entregado un escrito relativo al proceso que se desarrollaba contra el "Generaloberst" retirado Sepp Dietrich, ex-comandante del "Leibstandarte-SS"; el tercero, titulado ÒTreubruch Hitlers oder Ršhms?" es una contestaci—n a un antiguo mando de la SA de fecha 16 de mayo de 1957. Empezamos por el primero. P‡g.185: ÇHay signos y hay milagros: el ÒInstituto de Historia Contempor‡nea" de Munich, sobradamente conocido por su seudocient’fico "an‡lisis del pasado" en el sentido de la justicia de Nuremberg y de la propaganda posbŽlica, no solamente ha tolerado, sino que ha promocionado la labor investigadora de un antiguo "GruppenfŸhrer" de la SA, aunque ni fue represaliado por Hitler ni, segœn Žl mismo dice, se incluya en el "c’rculo conspirador del 20 de julio de 1944". ÇHeinrich Bennecke despuŽs de la Primera Guerra Mundial estudi— historia en la Universidad de Munich, ingres— en el NSDAP en el temprano a–o de 1922 y despuŽs ejerci— durante muchos a–os como alto mando en la SA. S—lo en atenci—n a su curr’culum de estudioso y activista, el libro ten’a asegurado un enorme impacto. En este caso, el material de archivo del ÓInstitut fŸr Zeitgeschichte" se puso a disposici—n de una persona que, en todo caso, no ten’a la intenci—n de falsear el resultado de sus investigaciones y, por cierto, en la actual’dad eso ya quiere decir mucho.
ÇAunque naturalmente esta afirmaci—n no quiere decir que se haya producido un trabajo totalmente libre de prejuicios y puramente hist—rico. Ya en su introducci—n, Bennecke llama la atenci—n sobre su objetivo, que ser’a desentra–ar y luego refutar la desconcertante concordancia entre las descripciones nacionalsocialistas sobre los fines de Hitler y las interpretaciones efectuadas despuŽs de 1945." Por tanto, no solo quiere investigar, sino tambiŽn polemizar. La tesis elegida es obviamente un problema general en la biograf’a de Hitler. [ ... ] ÇTambiŽn en algunas otras partes de su obra, el lector puede detectar los esfuerzos del autor en no contradecir las l’neas generales del "Instituto [...] ÇEs sobre todo decepcionante su sometimiento a las directrices del "Instituto" (lfZ) que aparece al final del trabajo. Naturalmente, la obra finaliza con el problema del trasfondo del 30 de junio de 1934. Claro, en este punto Bennecke tambiŽn est‡ seguro, y era su deber de historiador hacerlo saber, que Hitler se volvi— contra Ršhm porque Žste quer’a constituir la Wehrmacht alemana como un "ejŽrcito revolucionario", mientras que Hitler juzgaba este experimento como excesivamente arriesgado. Un libro sobre "Hitler y la SAÓ queda lamentablemente devaluado cuando el autor -llegado al punto culminante de su trabajo- se refugia en el siguiente p‡rrafo: "Los antecedentes del 30 junio 1934 se han analizado ya exhaustivamente en la literatura, sin que, no obstante, se haya logrado un esclarecimiento de todas las conexiones." ÇÁEsto lo escribe un "GruppenfŸhrer" de la SA quien, por cierto, desde hace tres dŽcadas ha reunido informaci—n y cuestiones b‡sicas sobre este tema! El lector realista llegar‡ a la conclusi—n de que los puntos de vista personales de Bennecke sobre los antecedentes del 30 de junio difieren tanto de las tesis mantenidas por el "IfZ" que ha preferido dar la callada por respuesta para no poner en peligro la publicaci—n de su trabajo. ÇCon respecto a los fusilamientos efectuados en relaci—n al 30 de junio, Bennecke informa: "Existe una relaci—n oficial de los 83 nombres de los "ejecutados" entre el 30 de junio y el 2 de julio. Con seguridad esta lista no es completa, pero ofrece importantes puntos de referencia". ÇA la vista de la leyenda sobre presuntos "miles de asesinatos", la cifra de 83 fusilamientos en ciertamente sensacional. Bennecke descubri— esta relaci—n oficial en el archivo del "IfZ". Brennecke nos debe todav’a justificar su acotaci—n de que la lista "seguro que no es completa".È La carta al abogado Dr. S. del 28 abril 1957 dice: ÇEn el alegato (jud’cial en relaci—n al proceso contra Sepp Dietrich) me llama la atenci—n que no se mencione el papel que desempe–— (el presidente del Reich) Hindenburg. Segœn yo puedo recordar (en aquella Žpoca ten’a s—lo 23 a–os, pero ya ocupaba un cargo de colaborador del Jefe de Prensa Dietr’ch, por lo que tuve cierto conocimiento de estos asuntos) no es suficiente decir que Hitler estaba convencido de la necesidad de implantar el estado de excepci—n, puesto que tambiŽn el Presidente del Reich era de la misma opini—n y est‡ fuera de toda duda de que al respecto le otorg— a Hitler plenos poderes. No podr’a entenderse de otro modo el transcurso de los acontecimientos, sobre todo la actuaci—n de los departamentos de la Reichswehr. Hindenburg no era solo el Jefe Supremo de la Wehrmacht, sino que incluso antes de la constituci—n de su gabinete el 30 de enero de 1933 hab’a nombrado ministro de la Reichswehr a Blomberg, hombre de toda su confianza, asign‡ndole adem‡s una situaci—n especialmente preponderante dentro del gobierno. En relaci—n a esto son de especial relevancia las manifestaciones de Blomberg en la sesi—n del gabinete del 3 de julio de 1934: los acontecimientos no se hubieran producido tal como se produjeron sin una previa aprobaci—n. Si el Canciller del Reich pudo disponer de unidades de la Wehrmacht
durante los hechos del 30 de junio, como evidentemente es el caso, eso ocurri— no en funci—n de su cargo sino por la atribuci—n que le concedi— una orden extraordinaria que s—lo pod’a impartir, y sin duda imparti—, el presidente del Reich (El cargo de "FŸhrer y Canciller del Reich" fue creado solamente tras la muerte de Hindenburg), El entonces ministro de Justicia b‡varo, Dr. Hans Frank, menciona en sus anotaciones p—stumas una conversaci—n telef—nica con Hess el 30 de junio ("Im Angesicht des Galgens", Ante la horca, pag. 151): "Hess me comunic— que con el consentimiento del se–or Presidente del Reich, Hitler ten’a plenos poderes para adoptar de inmediato y sin limitaciones todas las medidas adecuadas para abortar el amenazante putsch." ÇLa conducta de Hindenburg despuŽs del 30 de junio ratifica esta manifestaci—n, por lo que tambiŽn Hitler obr— legalmente respecto a Sepp Dietrich en su calidad de superior militar (lo que no hubiera sido el caso si hubiera ejercido solamente las funciones normales de canciller del Reich). ÇEl luego Jefe de Prensa del Gobierno del Reich, Dr. Dietrich (sin parentesco con el "GeneraloberstÓ Sepp Dietrich) me refiri— la visita de Hitler a Neudeck tras el 30 de junio: en contra de su costumbre habitual, Hindenburg estrech— la mano de cada uno de los acompa–antes de Hitler y coment— que en ciertos momentos se debe poder ser duro. Hindenburg envi— tambiŽn un telegrama de agradecimiento a Gšring, etc. ÇPor supuesto que ser’a completamente enga–oso descargar sobre Hindenburg responsabilidad alguna sobre los excesos cometidos en relaci—n al 30 de junio. Pero estos excesos, tal como deduzco de los documentos, no se juzgan en este proceso. Aqu’ solo se trata del enfrentamiento Reichswehr - SA, y en dicho asunto el posicionamiento de Hindenburg era decisivoÈ. Y la respuesta a un ex jefe de la SA del 16 mayo de 1957: ÇSu escrito se me aparece m‡s como la formulaci—n de una posici—n extremista que el intento de un esclarecimiento hist—rico. Visto desde un punto de vista personal se puede comprender su posicionamiento, pero usted tendr‡ que comprenderme a m’ tambiŽn si yo no encuentro convincente su teor’a de que œnicamente Hitler rompi— su deber de lealtad hacia Ršhm pero no viceversa. En contra de dicha teor’a se me acuden numerosos recuerdos personales de aquellos tensos meses previos en los que notoriamente se estaba fraguando una "segunda revoluci—n". Establecer una relaci—n entre el 30 de junio de 1934 y el 20 de julio de 1944 para m’ solo podr’a explicarse en el sentido de encontrar quiz‡s una confirmaci—n a la tesis de Ršhm de que la revoluci—n de 1933 no deber’a haberse estancado ante la Wehrmacht. Yo encuentro que es m‡s œtil para un acertado recuerdo de Ršhm si se acepta que estuvo apostando en una trascendental jugada sabiendo que corr’a un enorme riesgo, y que en caso de un desenlace fallido no iba a ser sentenciado indulgentemente a prisi—n por un tribunal de jurado. ÇA mi juicio, lo asombroso del juicio de Munich (contra Sepp Dietrich) fue el que no tratara sobre los sucesos que se produjeron a la sombra del 30 de junio de 1934 y que seguro que en muchos casos no ten’an car‡cter revolucionario. As’ se dio un caso cl‡sico de justicia pol’tica. No cabe duda de que el legislador, cuando estableci— el tipo penal de "complicidad en homicidio", no estaba contemplando la situaci—n en que se encontraba el "GeneraloberstÓ Dietrich. Es de suponer que, puestos el presidente del Tribunal y el fiscal en la misma situaci—n en que se encontraba Dietrich, ninguno de los dos se hubiera decidido a desobedecer la orden del Canciller del Reich impartida con poderes delegados por el Presidente del Reich. ÇPara m’, el œnico resultado de estos juicios es el recalcar pœblicamente la problem‡tica de este tipo de administraci—n de justicia. Por ejemplo, aunque poco dotados intelectualmente,
ni a Luis XVIII ni a Carlos X se les pas— por la mente montar un proceso por homicidio contra el oficial que cumpli— la orden de Napole—n de fusilar al duque de Enghien. Estas exhibiciones, tal como nos mostr— el juicio de Nuremberg, no tienen valor alguno para el esclarecimiento hist—rico y yo me inclino a pensar que un fiscal, que solamente busca actos delictivos, s—lo por este hecho no puede ser un provechoso experto para cuestiones pol’tico-revolucionariasÈ. Hasta aqu’, las reflexiones de Helmut SŸndermann. Veamos ahora lo que nos cuenta un historiador a quien se remiten muchos otros segœn se ha podido ver en l’neas anteriores. Es decir, es una "fuente" del "saber hist—rico". Se trata de Allan Bullock. Recogemos las citas de su obra "Hitler" que, como mensaje propagand’stico, incluye en su cubierta el siguiente texto: "Un libro abismal, que nos hunde en el per’odo m‡s tenebroso de la historia de Europa". ÁAh’ es nada!. Lo publica la Editorial Bruguera, S.A., Barcelona, 51 edici—n, febrero 1975 (11 ed. diciembre 1969); el copyright para la primera edici—n es de Ediciones Grijalbo, S.A., 1954 y la edici—n en lengua original se titula "Hitler: A study of a Tiranny", A.Bullock, 1952. P‡g. 293 y ss.: ÇEra equivocado suponer, como Papen supuso, que porque Hitler llegase al poder por la escalera de servicio no hab’a una fuerza revolucionaria genuina en el partido nazi. Los SA consideraron que el nombramiento de Hitler para el puesto de canciller y la victoria electoral del 5 de marzo era la se–al para aquel arreglo de cuentas que durante tanto tiempo se les hab’a prometido. Dadas las circunstancias por que Alemania atraves— entre 1930 y 1933, con la depresi—n econ—mica que se prolong— durante tanto tiempo y la inseguridad y amargura que fueron su cortejo, el impulso revolucionario de los SA no pod’a menos de proyectarse sobre un gran sector del pueblo alem‡n. La ola de nerviosismo revolucionario que atraves— Alemania en 1933 adopt— diversas formas. [...] ÇAnte los "ReichstatthŠlter" (Gobernadores), reunidos en la Canciller’a del Reich el 6 de julio (de 1933), Hitler dijo concretamente: "La revoluci—n no es una situaci—n permanente, y no debemos consentir que degenere en tal situaci—n. La corriente de una revoluci—n puesta en marcha debe orientarse por los conductores seguros de una evoluci—n... No debemos, por lo tanto, prescindir de un hombre de negocios, aun cuando no sea todav’a un nacionalsocialista; especialmente debemos contar con Žl si el nacionalsocialista que ha de ocupar su lugar no sabe nada de los negocios. En cuesti—n de negocios, solamente la capacidad debe ser el patr—n de medida... La Historia no nos juzgar‡ -continu— diciendo Hitler- por el mayor o menor nœmero de economistas que hayamos eliminado (Ásic!), sino por el Žxito que hayamos obtenido en proporcionar trabajo... Las ideas de nuestro programa no nos obligan a actuar como locos y a trastornarlo todo, sino a realizarlas inteligente y cuidadosamente". [...] ÇUna semana despuŽs, Hitler convoc— a los "Gauleiters" a Berl’n y les expuso la misma idea: "Tenemos que conquistar el poder pol’tico r‡pidamente y de un golpe; en la esfera econ—mica nuestra acci—n debe inspirarse en otros principios de conducta. En este campo debemos progresar paso a paso, teniendo cuidado de no quebrantar el orden existente en cuanto tal quebrantamiento pueda poner en peligro los fundamentos de nuestra propia vida." [...] ÇSin embargo, Hitler estaba lejos de convencer a todos sus partidarios de la necesidad de una nueva pol’tica. Una vez m‡s, la oposici—n m‡s vigorosa procedi— de los SA. Su l’der fue Ernst Ršhm jefe del Estado Mayor de los SA, quien hablaba de los centenares de miles de nazis amargados que hab’an quedado a la intemperie y que deseaban que la revoluci—n no
terminase hasta que sus aspiraciones hubiesen quedado satisfechas. A primeros de agosto, Goering, de acuerdo con el cambio de pol’tica, anunci— la disoluci—n de la polic’a auxiliar, formada con SA y SS; sus servicios ya no eran necesarios. El 6 de agosto, en un desfile de 80.000 hombres SA, en el campo de Tempelhof, fuera de Berl’n, Ršhm dio su respuesta a esta medida: "Quien crea que la tarea de los SA ha sido realizada ya, tendr‡ que acostumbrarse a la idea de que nosotros estamos aqu’ y de que nos proponemos permanecer aqu’, pase lo que pase." ÇDesde el verano de 1933 al verano de 1934 esta querella en torno a la llamada Segunda Revoluci—n habr’a de ser la cuesti—n m‡s importante de la pol’tica alemana. ÇDurante el oto–o de 1933 y la primavera de 1934, en los nueve meses siguientes, las demandas para que se renovase y ampliase la Revoluci—n se acentuaron y se hicieron m‡s amenazadoras. Ršhm Goebbels y muchos de los l’deres SA lanzaron ataques abiertos contra la "Reaktion" (sic; ÒReaktion", reacci—n, reaccionarios), palabra de significaci—n ampl’sima en la que cab’an todos los que disgustasen a los SA, desde capitalistas y "Junkers" (terratenientes nobles), pol’ticos conservadores y generales cuellitiesos, hasta los respetables ciudadanos burgueses que disfrutaban de empleo y los bur—cratas del servicio civil. [...] ÇMientras los SA, que formaban un movimiento genuino de masas con acentuada tendencia radical y anti capitalista, se manifestaban cada vez m‡s inquietos y atra’an a todos aquellos elementos insatisfŽchos que trataban de perpetuar la revuelta, Ršhm y los dem‡s jefes se vieron envueltos en una querella con el ejŽrcito. Se reproduc’a la vieja cuesti—n que Ršhm hab’a discutido con Hitler acaloradamente en los a–os vigŽsimos (en los a–os veinte). El FŸhrer nunca hab’a flaqueado en su punto de vista sobre este tema: se manifestaba tan vigorosamente opuesto como siempre al inveterado deseo de Ršhm de convertir los SA en soldados y de reestructurar el ejŽrcito a base de ellos. [...] ÇLas fuerzas armadas permanecieron leales a su compromiso, y las relaciones de Hitler con Blomberg se hicieron m‡s estrechas cuando aquŽl empez— a adoptar las primeras medidas para reconstruir el poder’o militar de Alemania. Hitler depend’a de los generales en cuanto a las facultades tŽcnicas necesarias para proyectar y desarrollar el rearme alem‡n. Viendo las cosas con la perspectiva proyectada hacia el momento en que el anciano Presidente falleciera, Hitler reconoci— la importancia de tener de su parte al ejŽrcito, si es que deseaba asegurarse la sucesi—n de Hindenburg. Por ambas razones le preocupaba fundamentalmente al l’der nazi que nada perturbase la confianza de los jefes del ejŽrcito en el nuevo rŽgimen. Ç Ršhm adopt— un punto de vista distinto. A finales de 1933 los SA sumaban entre dos y tres millones de hombres, y Ršhm se encontraba a la cabeza de un ejŽrcito irregular diez o quince veces mayor, por el nœmero de sus componentes, que la Reichswehr. Los jefes de los SA, ambiciosos y hambrientos de poder, ve’an en su organizaci—n la fuerza revolucionaria que hab’a de proporcionar el poder’o militar a la nueva Alemania. La mayor parte de los l’deres de los SA hab’an pasado por la dura escuela de los Cuerpos Francos, adoptaban una actitud despectiva hacia la r’gida jerarqu’a militar del ejŽrcito profesional y se manifestaban resentidos por la forma en que eran tratados por los Cuerpos de oficiales. Como "g‡ngsters" que eran, se mostraban envidiosos, ‡vidos de prestigio y de poder, y pensaban en las rater’as que podr’an realizar si suplantaban a los generales. Sus motivos eran tan groseros como sus modales, pero innegablemente si Ršhm y Heines eran hombres toscos, pose’an capacidad y ten’an a su mando fuerzas poderosas. [...] ÇA la larga, Hitler tratar’a a los generales alemanes con el mismo desprecio que Ršhm los consideraba, pero en 1933-1934 necesitaba el apoyo de ellos y no estaba dispuesto a permitir que Ršhm y los SA arruinasen sus planes. Por su parte, los generales se manifestaron tercos
en su negativa de aceptar a los SA en pie de igualdad con el ejŽrcito, y estaban resueltos a mantener la posici—n privilegiada del organismo armado en el Estado. [ ... ] ÇHitler intent— primero resolver este problema por la v’a de la conciliaci—n y el compromiso, pol’tica a la que se asi— en vista de las dificultades, cada vez mayores, hasta junio de 1934. Mediante una ley para la Unidad del Partido y del Estado, promulgada el primero de diciembre, nombr— a Ršhm jefe del Estado Mayor de los SA, y a Hess, diputado jefe del Partido, miembros del Gabinete del Reich. [...] ÇSin embargo, Ršhm no qued— satisfecho con tales concesiones. En febrero propuso en el Gabinete que los SA fuesen empleados como base para la ampliaci—n del ejŽrcito y que se nombrase un solo min’stro que se hiciese cargo de todas las fuerzas armadas del Estado, juntamente con las organizaciones paramilitares y de veteranos. El candidato evidente para tal puesto era el mismo Ršhm. Esta propuesta hiri— al ejŽrcito en su punto m‡s sensible. Hindenburg solamente hab’a accedido a nombrar canciller a Hitler con la condici—n expresa de que el Presidente, y no Hitler, nombrase el ministro de Defensa; el ejŽrcito nunca estar’a de acuerdo con el nombramiento de un nazi, y de Ršhm se fiaba menos que de ningœn otro para tal cargo. El alto mando del ejŽrcito present—, pues, una oposici—n un‡nime a tal propuesta y apel— al Presidente, como guardi‡n de las tradiciones del ejŽrcito, para que pusiera fin a la enojosa interferencia del jefe de los SA. ÇHitler rehus— defender a Ršhm en aquella disputa, y el proyecto se dej— por el momento a un lado. Cuando m’ster Eden, que entonces era Lord del Sello Privado, visit— Berl’n el 21 de febrero, Hitler estaba dispuesto a ofrecer confidencialmente una reducci—n de los SA, hasta de dos tercios, y a permitir un plan de supervisi—n que asegurase que el resto ni poseer’a armas ni recibir’a instrucci—n militar. Estas propuestas se renovaron en abril. [...] ÇDurante mucho tiempo en los c’rculos conservadores se abrig— la esperanza de que a la muerte de Hindenburg se restaurar’a la monarqu’a, pues tal era el deseo del propio Presidente, expresado en el testamento pol’tico que firm— secretamente el 11 de mayo de 1934. Aunque en cierta Žpoca Hitler crey— conveniente hablar en tŽrminos vagos de una restauraci—n, la verdad es que nunca acarici— seriamente el proyecto. En su discurso del Reichstag del 30 de enero de 1934, declar— que el momento era propicio para semejante idea. Igualmente, se mostraba opuesto a que se perpetuase la situaci—n por entonces vigente. Mientras se conservase la posici—n independiente del presidente en armon’a con la suya propia; mientras el Presidente fuese comandante en jefe de las fuerzas armadas y mientras el juramento de fidelidad lo tomase el Presidente y no el canciller, era obvio que el poder de Hitler no era tan absoluto como Žl deseaba. En tanto alentase el viejo mariscal, Hitler ten’a que aceptar estas limitaciones, pues estaba decidido a que cuando Hindenburg muriese, Žl y nadie m‡s que Žl, deber’a sucederle en el puesto de Presidente. [...] ÇEn la segunda semana de abril se present— una oportunidad (de negociar con los generales). El 11 de este mes Hitler sali— del puerto de Kiel en el crucero "DeutschlandÓ para presenciar unas maniobras navales. Iba acompa–ado por el general Von Blomberg, ministro de Defensa; por el coronel general Freiherr von Fritsch; por el comandante en jefe del ejŽrcito y por el almirante Raeder, comandante en jefe de la marina alemana. Se cree que durante el curso de esta corta traves’a Hitler lleg— a un acuerdo con los generales para que la sucesi—n de Hindenburg recayese en su persona, a cambio de acabar con los pianos de Ršhm y de mantener la inviolabilidad del ejŽrcito como œnica fuerza armada del Estado. Posteriormente, a su regreso de Prusia oriental, Hitler renov— a los Gobiernos inglŽs y francŽs su oferta de reducir los SA. Por parte del ejŽrcito se celebr— en Bad Nauheim el 16 de mayo una conferencia de altos oficiales, bajo la presidencia de Fritsch, con el objeto de discutirse el problema de la sucesi—n. Los reunidos apoyaron el punto de vista de Blomberg
en favor de Hitler despuŽs -solamente despuŽs- de que tuvieron conocimiento de los tŽrminos del llamado Pacto del "Deutschland". ÇLas noticias de la oferta hecha por Hitler de reducir el nœmero de los SA se filtr— y fue publicada en Praga. Entonces se agudiz— el conflicto entre Ršhm y el ejŽrcito. Ršhm ten’a enemigos poderosos dentro del partido lo mismo que en el ejŽrcito. Goering, que hab’a sido nombrado general por Hindenburg a fines de agosto de 1933, con gran complacencia por parte del beneficiado, tend’a cada vez m‡s a defender los privilegios y la autoridad; sus relaciones con el jefe de E.M. de los SA eran, en consecuencia, sumamente malas. Empez— a reclutar una poderosa fuerza de polic’a "para los servicios especiales", la que mantuvo lista bajo su propio control en la Escuela de Cadetes de Lichterfelde, cerca de Berl’n. El 1 de abril de 1934, Himmler, jefe ya de la polic’a b‡vara y "Reichsfuhrer" de los SS (Camisas Negras), fue inesperadamente designado por Goering para el puesto de jefe de la Gestapo prusiana. Con la ayuda de Reinhard Heydrick (sic; Heydrich), se dedic— Himmler a formar un imperio polic’aco dentro del estado nazi. Parece veros’mil que Goering entregase su autoridad sobre la Gestapo de mala gana, pero encontr— en Himmler un aliado contra un enemigo comœn, porque el primer obst‡culo que Himmler se propon’a eliminar en su camino era Ernst Ršhm precisamente. Himmler y sus SS formaban todav’a parte de los SA y estaban subordinados al mando de Ršhm, pero la rivalidad entre los SA y los SS era encarnizada y las relaciones de Ršhm con Himmler no pod’an ser menos cordiales. Cuando lleg— la hora, los cuerpos de "Žlite" de los SS proporcionaron los pelotones de fusilamiento para la liquidaci—n de los l’deres de los SA, en tanto que Himmler, en mucha mayor proporci—n que los generales, era en definitiva el beneficiario de la purga de sus rivales SA. Hess, Bormann y el mayor Buch (el presidente de "Uschla") obraron con antelaci—n y diligentemente en la tarea de recoger quejas y pruebas de esc‡ndalo -de todo lo cual hab’a abundante material- relacionadas con Ršhm y los dem‡s l’deres de los SA. ÇLos œnicos amigos de Ršhm en la jefatura del partido eran Goebbels y -aunque parezca parad—jico- el hombre que le hizo asesinar: Hitler. Goebbels era, por temperamento, radical y se sent’a m‡s inclinado a la idea de la Segunda Revoluci—n que a establecer compromisos con la ÒReaktion", a la que continu— atacando en sus discursos y art’culos. [...] ÇLa historia de las semanas siguientes puede reconstruirse con gran dificultad. Las l’neas generales de la situaci—n son bastantes claras, pero el papel jugado por cada uno individualmente (por Goebbels y Strasser, por ejemplo); las intenciones de los dos actores principales del drama, Hitler y Roehm; si en realidad se fragu— alguna conspiraci—n, y en caso de que se fraguase, quiŽn estaba complicado en ella, todas estas son interrogantes a las que no se puede contestar con exactitud. Las referencias oficiales no recogen todos los hechos conocidos y contienen contradicciones evidentes, en tanto que las descripciones hechas a base de los testimonios aportados por hombres que sobrevivieron a la purga, o a base de rumores, contienen necesariamente una gran parte de informaci—n no susceptible de prueba, incluso aunque circule como cierta. Desgraciadamente, el material documental capturado en Alemania a fines de la segunda guerra mundial y publicado hasta ahora no ha revelado virtualmente nada sobre este episodio, uno de los que menos huellas dejaron en la historia del III Reich. ÇLa situaci—n a que Hitler tuvo que hacer frente fue el resultado de la intersecci—n de tres problemas: el de la Segunda Revoluci—n, el de las relaciones de los SA y el ejŽrcito, y el de la sucesi—n del Presidente Von Hindenburg. Ni el primero ni el segundo de estos problemas eran nuevos. [ ... ] ÇLa declaraci—n de Ršhm (sobre el permiso a la SA y sus propias vacaciones por enfermedad) sugiere que Hitler hab’a fracasado en su prop—sito de persuadirle a que
moderara su actitud, pero tambiŽn indica que Ršhm parti— de Berl’n en la creencia de que no se adoptar’an medidas dr‡sticas en un futuro pr—ximo. Hitler convino en asistir el 30 de junio a una conferencia de los l’deres de los SA para discutir el futuro del movimiento. La reuni—n habr’a de celebrarse en Wessee, cerca de Munich. Era una cita a la que Hitler no dejar’a de acudir. ÇÀQuŽ sucedi— entonces entre el 8 y el 30 de junio? ÇHitler dio su propia versi—n en un discurso que pronunci— el 13 de julio. Segœn el canciller, parece ser que Ršhm por conducto de un cierto Herr von A. (identificado como Werner von Alvensleben) hab’a renovado sus viejas relaciones con el general Von Schleicher. Al decir de Hitler, los dos hombres llegaron a un acuerdo sobre un programa as’ formulado: Ç1. El rŽgimen actual de Alemania no puede ser apoyado. Ç2. Por encima de todo, el ejŽrcito y las milicias nacionales deben unirse en un solo frente. Ç3. Herr von Papen debe ser destituido. Schleicher debe sustituirle en el puesto de vicecanciller; adem‡s deben hacerse otros cambios importantes en el Gobierno del Reich. [...] ÇDespuŽs de su conversaci—n con Hitler el 4 de junio, Ršhm -de acuerdo con la versi—n del primero- sigui— desarrollando sus planes para apoderarse de la residencia oficial del Gobierno en Berl’n y tomar prisionero al propio Hitler, a fin de hacer uso de la autoridad del FŸhrer para que Žste diese —rdenes a los SA y paralizase las dem‡s fuerzas del Estado. Las medidas adoptadas a finales de junio estaban encaminadas, pues, segœn Hitler, a anticiparse al "putsch" de Ršhm, el que estaba a punto de estallar en cuesti—n de horas. Una parte de esta informaci—n puede ser rechazada, casi con seguridad, como falsa desde el principio. [...] ÇToda la leyenda de un golpe de Estado inminente es una mentira que fue inventada m‡s tarde por Hitler, a fin de justificar su terrible actuaci—n, o es posible que la forjaran Goering e Himmler para enga–ar e intimidar a Hitler y obligarle a una actuaci—n decisiva contra Ršhm y sus secuaces. Frick, el ministro del Interior, declar— despuŽs de la guerra que fue Himmler quien convenci— a Hitler de que Ršhm se propon’a dar un "putsch". El supuesto de que Hitler realmente crey—, aunque err—neamente, que se urd’a una conspiraci—n contra Žl, concuerda, en verdad, con su conducta de entonces. [ ... ] ÇDespejada de sus misteriosas complicaciones exteriores y de su melodram‡tico desenlace -una marcha de los SA sobre Berl’n a finales de junio- resta el doble cargo de que Ršhm discuti— con Schleicher, y posiblemente con Strasser, el programa esbozado por Hitler, y que en el Estado Mayor de los SA se habl— de obligar a Hitler a ponerse a la cabeza de la Segunda Revoluci—n para establecer a los SA como nœcleo del nuevo ejŽrcito alem‡n. Ninguno de estos cargos es inveros’mil. [...] ÇDurante todo el mes de junio de 1934 Berl’n estuvo sometido a una terrible tensi—n, alimentada por rumores y toda clase de especulaciones. [...] ÇEl 14 de junio Hitler hab’a realizado su primera visita al extranjero desde que fue nombrado canciller. Vol— a Venecia para celebrar la primera de las muchas entrevistas que tuvo con Mussolini. Aquella primera conversaci—n se celebr— bajo los peores auspicios. Mussolini, en la cumbre de su fama y resplandeciente con su vistoso uniforme y su daga, brind— protecci—n al preocupado Hitler, quien se present— con un impermeable y un sombrero de fieltro. El Duce no s—lo hizo presi—n sobre el tema de Austria, donde las intrigas nazis hab’an de provocar serias perturbaciones antes de que terminase el verano, sino que habl— sin reservas sobre la situaci—n interna de Alemania. Aconsej— signif’cativamente a Hitler que frenase el ala izquierda de su partido, y el FŸhrer regres— de Venecia deprimido y dado a todos los demonios.
ÇEn esta confusa historia, el cap’tulo cuyo esclarecimiento ofrece m‡s dificultades es el que se refiere a la intervenci—n de Gregor Strasser, si es que en realidad tuvo alguna otra intervenci—n que la de v’ctima. Evidentemente Hitler hab’a renovado el contacto con Strasser a primeros de a–o. Segœn Otto, el hermano de Gregor, Žste y el FŸhrer se vieron el d’a antes de la salida de Hitler para Venecia, y en aquella entrevista el canciller ofreci— a Strasser el Ministerio de Econom’a Nacional. Strasser, que siempre se caracteriz— por su escasa visi—n pol’tica, cometi— el error de imponer demasiadas condiciones, llegando incluso a exig’r la destituci—n de Goering y de Goebbels. Aquello era m‡s de lo que Hitler pod’a conceder, y dej— ir a Strasser. ÇEstas tentativas de mantener contacto con Strasser, el en otro tiempo l’der del ala izquierda del partido, y con Ršhm el jefe de los SA, en quien el radicalismo era una caracter’stica endŽmica, indican que en la mente de Hitler todav’a se desarrollaba un conflicto. ÀCu‡les eran los tŽrminos de este conflicto? Se pueden ofrecer dos explicaciones. La primera es la que se da generalmente: que Hitler segu’a meditando sobre la conveniencia de aliarse con los radicales contra la "Reaktion", o con el ejŽrcito y las derechas contra los radicales. Segœn este punto de vista, manten’a contacto con Ršhm y permit’a que Goebbels siguiera adelante con sus charlas con el l’der SA porque el propio Hitler no hab’a llegado aœn a formar juicio. ÇLa segunda explicaci—n la proporciona el mismo Hitler. En su discurso del 13 de julio dijo: "Todav’a acariciaba yo secretamente la esperanza de poder evitarme aquel paso y a mis SA la vergŸenza de un desacuerdo, aparte de querer evitar el da–o sin provocar conflictos graves." ÇDe lo cual se deduce que Hitler estaba preocupado m‡s que por la elecci—n a que se le empujaba entre radicales y reaccionarios, entre los SA y el ejŽrcito, por la posibilidad de aplazar esa elecci—n y urdir un compromiso, al menos hasta que se resolviese el problema de la sucesi—n presidencial. [...] Hasta ahora no existen pruebas suficientes para adoptar una u otra suposici—n. [ ... ] ÇLa protesta de Papen fue redactada por Edgar Jung con la cooperaci—n de varios miembros del grupo de Acci—n Cat—lica, la que esperaba que Papen fuese el portavoz de sus ideas. Entre ellos estaban los secretarios de Papen, Von Bose y Von Detten, y Erich Klausener, l’der de Acci—n Cat—lica. Esta protesta se formul— en un discurso pronunciado en la Universidad de Marburgo el 17 de junio y en Žl cristalizaron las ansiedades y la sensaci—n de inseguridad de toda la naci—n. Aunque la pieza estaba ilustrada con referencias a los princ’pios cat—licos y conservadores, sus pasajes sobresalientes fueron los que se refer’an al tema de la Segunda Revoluci—n, a cuanto se dec’a sobre ella y a los dislates de la propaganda nazi. [...] ÇEl mismo d’a que Papen pronunci— su discurso en Marburg, habl— Hitler en Gera y se refiri— con escarnio al "p’grneo que se imagina capaz de detener con unas cuantas frases la renovaci—n gigantesca de la vida de un pueblo". Pero la protesta de Papen no pod’a ser f‡cilmente descartada. Goebbels adopt— medidas inmediatas para impedir la publicaci—n del discurso, confiscando una versi—n aparecida en folleto y la edici—n del ÒFrankfurter Zeitung", en la que se insert— el texto completo; pero algunos ejemplares de ese diario pudieron salir de contrabando de Alemania y el discurso fue divulgado en el extranjero, causando una sensaci—n que no dej— de penetrar en el Reich. [...] ÇEl 20 de junio Papen visit— a Hitler para pedirle la anulaci—n de la orden que imped’a la publicaci—n de su discurso. En una entrevista tormentosa Papen amenaz— con su propia dimisi—n y con la dimisi—n de los dem‡s miembros conservadores del Gabinete -Von Neurath, ministro de Relaciones Exteriores, y Schwerin von Krosigk, ministro de Finanzas-. En aquellos d’as Goebbels continu— haciendo discursos en los que atacaba a las clases
pudientes y a la reacci—n como enemigos del nacionalsocialismo, pero Hitler se dio perfecta cuenta de que se enfrentaba a una crisis grave y que no pod’a diferir mucho la adopci—n de medidas inteligentes y enŽrgicas. Por si le quedase alguna duda, Žsta qued— eliminada en la recepci—n de que fue objeto cuando vol— a Neudeck el 21 de junio para visitar al achacoso Presidente. Fue recibido por el ministro de Defensa, general Von Blomberg, con un mensaje terminante: O el Gobierno se obligaba a reducir la tensi—n dominante, o el Presidente declarar’a la ley marcial y entregar’a el poder al ejŽrcito. No se le permiti— a Hitler permanecer con el Presidente m‡s de unos minutos; pero la entrevista, por breve que fuese, result— suficiente para confirmar el mensaje de Von Blomberg. [...] ÇEl jueves, 28 de junio, Hitler, que acababa de regresar de Baviera, sali— de Berl’n para Essen con el fin de asistir al matrimonio del "gauleiterÓ local, Terboven. Es posible, como aparece en alguna informaci—n que fuese tambiŽn a entrevistarse con Krupp y con Thyssen. Incluso en este caso, su ausencia de la capital en momentos tan cr’ticos no deja de ser curiosa y sugiere que o estaba tratando deliberadamente de eliminar toda sospecha de preocupaci—n vigilante o, en otro caso, que se negaba a tomar parte en unos preparativos a los que hab’a prestado su asentimiento de no muy buena gana. Durante su ausencia, ese d’a 28, Goering e Himmler ordenaron a sus cuadros de polic’a y SS que estuviesen listos. [...] ÇEl d’a 29 Hitler, que todav’a permanec’a alejado de Berl’n, hizo un recorrido por los campos de trabajo de Westfalia, en la tarde se detuvo en Godesberg sobre el Rin, donde en 1938 hab’a de recibir a Neville Chamberlain. En Godesberg fue donde adopt— la resoluci—n final. Goebbels, que en los œltimos d’as hab’a suspendido apresuradamente su simpat’a por el radicalismo y sus contactos con Ršhm dio la noticia de que los SA de Berl’n, aunque deb’an empezar a disfrutar de la licencia al d’a siguiente, hab’an recibido —rdenes sœbitamente para que se presentasen en sus respectivos puestos. Hubo otras noticias alarmantes respecto a la agitaci—n entre los SA y se dijo que proced’an de Munich. Es imposible precisar si Hitler crey— realmente que aquello era el preludio del mot’n de los SA, como se afirm— m‡s tarde. Tal vez hab’a sido influido por la noticia de que el doctor Sauerbruch, eminente especialista alem‡n, hab’a sido repentinamente llamado a la cabecera del lecho del presidente Hindenburg. [...] ÇHab’a empezado ya la purga en Munich cuando Hitler descendi— en el campo aŽreo de Oberwiesenfeld a las cuatro de la ma–ana del s‡bado. En la noche del d’a 29, el mayor Buch, presidente de la "Uschla" el ministro del Interior de Baviera, Adolfo Wagner, formaron un grupo de hombres con Christian Weber, Emil Maurice y Joseph Berchthold, figuras de segundo rango de los viejos d’as muniqueses de Hitler, y detuvieron a los l’deres locales de los SA, pretextando que todos ellos estaban a punto de dar un golpe de Estado. [ ... ] ÇEn las primeras horas de la ma–ana del 30 una columna de carros blindados (128) avanzaba r‡pidamente por la carretera que va de Munich a Wiessee, donde Ršhm y Heines dorm’an todav’a en sus habitaciones del Hotel Hanselbaur. Los relatos de lo que sucedi— en Wiessee son contradictorios. Heines, el "ObergruppenfuehrerÓ de los SA de Silesia, al que se encontr— durmiendo con uno de los j—venes de Ršhm se dice que fue arrastrado a la carretera y all’ fusilado. Otros relatos afirman que fue conducido a Munich juntamente con Ršhm y que fueron fusilados en esta ciudad. [...] ÇA œltima hora del s‡bado regres— Hitler de Munich. Entre los que le esperaban en Tempelhof, estaba H. B. Gisevius, que ha descrito la escena. Goering, Himmler, Fritsch y un grupo de oficiales de la polic’a estaban esperando el avi—n. Cuando Žste descendi— y rod— por el campo, una guardia de honor present— armas, El primero que apareci— en la escalerilla fue Hitler. "Llevaba camisa parda, corbata de lazo negra, chamarra de cuero color pardo oscuro y botas militares altas y negras. Iba descubierto; su rostro p‡lido, sin afeitar, revelaba
no haber dormido; parec’a a la vez flaco e hinchado. Bajo el mech—n de pelo pegado a la frente sus ojos miraban con fijeza, pero apagados." [ ... ] (El FŸhrer) pas— revista lentamente a la guardia de honor y s—lo cuando inici— el camino hacia su autom—vil empez— a hablar con Goering y con Himmler. "Himmler sac— de uno de sus bolsillos una lista larga y arrugada. Hitler la ley— con detenimiento mientras Goering e Himmler le dec’an algo al o’do, Pudimos ver c—mo Hitler corr’a un dedo lentamente por aquella hoja de papel. De vez en cuando hac’a una pausa, deteniendo su vista en uno de los nombres. En cada una de aquellas pausas los dos conspiradores murmuraban algo al o’do de Hitler con mayor nerviosismo. Repent’namente el FŸhrer se llev— una mano a la cabeza. Se advert’a en Žl una emoci—n tan violenta, tal angustia en el gesto, que todo el mundo pudo darse cuenta... Indudablemente, pensamos todos, le est‡n informando del "suicidio" de Strasser... [ ... ] ÇLas ejecuciones siguieron durante todo el domingo -mientras Hitler ofrec’a un tŽ en el jard’n de la Canciller’a- y no se limitaron a Berl’n. En Breslau fueron fusiladas muchas personas, cincuenta y cuatro segœn el Libro Blanco publicado en Par’s posteriormente, y otras treinta y dos en el resto de Silesia. Fue en la ma–ana del lunes cuando cesaron los fusilamientos. El pueblo alem‡n, sacudido y aterrorizado, regres— al trabajo; Hindenburg envi— al canciller un mensaje expres‡ndole su gratitud por su "acci—n decidida y su valiente intervenci—n personal, que seg— la traici—n en su origen". [ ... ] ÇNunca se ha sabido cu‡ntas fueron las v’ctimas en total. Segœn Gisevius, orden— Goering que se quemaran todos los documentos relativos a la purga. Poco a poco se hilvan— una lista de nombres. Hitler admiti— en su discurso del Reichstag haber sido ejecutadas cincuenta y ocho personas y que otras diecinueve perdieron la vida de otros modos. Adem‡s, cit— diversos actos de violencia que no ten’an relaci—n con el complot y que fueron sometidos a la jurisdicci—n de los tribunales ordinarios. El Libro Blanco publicado en Par’s dio un total de cuatrocientas una v’ctimas y public— una lista nominal de ciento diecisŽis de ellasÈ. Finalizamos aqu’ el relato de Allan Bullock. El que fuera ministro de Propaganda del Reich, Dr. Joseph Goebbels, ofreci— a la opini—n pœblica, como hemos visto anteriormente, algunas de las contradictorias versiones de la prensa extranjera en relaci—n al 30 de junio. Pues bien, en el libro compilado por Louis P. Lochner titulado "Diario del Dr. Goebbels, 1942-1943Ó se recoge tambiŽn muy sucintamente alguna anotaci—n al respecto. Lochner es tambiŽn el traductor del texto del alem‡n al inglŽs. La obra la traduce al espa–ol Eduardo de Guzm‡n a partir de la edici—n norteamericana titulada "The Goebbels Diaries" y la publica JosŽ JanŽs, editor, en la colecci—n "Los libros de nuestro tiempo", Barcelona, 1» edici—n, septiembre 1949. El editor norteamericano incluy— la siguiente nota: Ç[...] "Los paquetes de hojas, aunque totalmente desordenados, pasaron por distintas manos y casualmente llegaron a poder de Mr. Frank E. Mason que ha hecho distintas visitas a Alemania desde que termin— la guerra. Mr. Mason ten’a un amplio conocimiento de la vida alemana, primero como agregado militar de la Embajada americana en Berl’n al finalizar la primera guerra mundial y posteriormente como corresponsal. Result— evidente para Žl que se trataba de fragmentos del "Diario" de Goebbels. Un examen detenido realizado por Louis P. Lochner, antiguo jefe de la oficina berlinesa de la "Associated Press", revel— la autenticidad de los documentos, como el propio doctor Lochner explica detalladamente en la introducci—n de este volumen. La publicaci—n del libro se decidi— tan s—lo despuŽs de haber quedado este punto perfectamente aclarado. La tarea de seleccionar, ordenar y traducir el texto de tan importantes documentos resultaba agobiadora. S—lo pod’a realizarse por un hombre de formaci—n universitaria que tuviese, a la vez, un profundo conocimiento de la materia. Ha sido una suerte que el doctor Lochner pudiese realizar el trabajo. Puso a
contribuci—n en la labor su larga experiencia, su conocimiento de los pol’ticos europeos, su trato personal con las m‡s destacadas figuras de la repœblica de Weimar y del rŽgimen nazi, y su absoluto dominio del idioma alem‡n. Durante m‡s de veinte a–os fue jefe de la oficina en Berl’n de la "Associated Press" y a su retorno a los Estados Unidos en 1942 escribi— "What About Germany?" [...]È (129) Este doctor Lochrier escribe la introducci—n al mencionado trabajo. Se hace aqu’ una traslaci—n de lo que escribe en aquello referente al 30 de junio, y algunas cosas m‡s: ÇDesde el comienzo de su carrera como naci ona Ásocialista, Goebbels mostr— un extraordinario af‡n por el trabajo. Hablaba noche tras noche, editaba su peri—dico, cuidaba de multitud de detalles de la organizaci—n pol’tica y todav’a ten’a tiempo para, en uni—n de Gregor Strasser, iniciar la publicaci—n de las "National-Sozialistische Briefe" ("Cartas NacionaIsocialistasÓ) que desde un principio fueron le’das por los trabajadores alemanes. Goebbels pod’a con raz—n proclamar que Žl y Strasser consiguieron que los obreros siguieran a Hitler. Hitler, por su parte, apelaba y se dirig’a primordialmente a la clase media, a la peque–a burgues’a, as’ como a los nacionalistas de todas las tendencias. Estas ÒBriefen" fueron tambiŽn un arma poderosa en la lucha de Goebbels-Strasser en el seno del joven partido nazi contra los elementos Òconservadores" tales como Gottfried Feder, Hermann Esser y, por extra–o que parezca, Julius Streicher. Goebbels estaba siempre del lado de los revolucionarios. [...] Vi por primera vez a Joseph Goebbels en 1932, durante el breve per’odo de mando como canciller de Franz von Papen, cuando fueron revocadas las —rdenes que prohib’an las reuniones nazis en Prusia y el llevar por la calle uniformes del partido. El astuto diplom‡tico y pol’tico me dijo en cierta ocasi—n que permitir’a a los nazis reunirse libremente "para que puedan ahorcarse a s’ mismos con sus propias palabras". [...] Por extra–o que parezca, mi œltima experiencia, como hombre libre en Alemania se relaciona tambiŽn con Joseph Goebbels. Y, m‡s extra–o aun, dado que Goebbels y yo nos ten’amos una rec’proca y profunda aversi—n -Goebbels dice en sus notas del 19 de mayo de 1942 lo que pensaba de m’-, es que esa experiencia fuese de car‡cter amistoso. [...] ÀQuŽ lugar ocup— Goebbels en el cuadro de la vida nazi? Recuerdo una charla que sostuve en 1930 con Ernst Ršhm el œnico hombre de la jerarqu’a nazi que se dirig’a a Adolf Hitler llam‡ndole por el nombre familiar germano de "Du". Lo trajo a mi despacho un diplom‡tico boliviano, Federico Nielsen-Reyes quien entend’a que ya era tiempo de que un representante de la "Associated Press" conociera personalmente a algunos de los dirigentes del futuro rŽgimen alem‡n. Ršhm a su vez, me present— a Hitler unos meses despuŽs. Hablando de los diversos l’deres del movimiento nazi, Ršhm se–al— que Goebbels disgustaba con frecuencia a Hitler por la violencia del lenguaje desgarrado y venenoso que empleaba en el "AngnffÓ, —rgano del partido nazi, del que era director. "Goebbels es un caso especial y al principio el FŸhrer no sab’a quŽ hacer con Žl", me dijo Roehm. "Finalmente decidi— que, puesto que Berl’n era tan "rojo", Goebbels podr’a emplear a gusto sus energ’as aqu’". Paso a paso, moviŽndose al principio con grandes precauciones, Goebbels fue abriŽndose camino. Tom— partido contra Ršhm y estaba al lado de Hitler durante la crisis del 30 de junio de 1934, cuando el destino del rŽgimen estuvo en grave peligro. Al mismo tiempo, parece que tom— ciertas medidas en bien de su seguridad personal para el caso de que las repercusiones de la revuelta de Ršhm y las purgas a que dio lugar, impidieran a Hitler seguir ejerciendo la dictadura. Al ir poco despuŽs a Praga, para hacer unos reportajes, recib’ la inesperada visita de Otto Strasser, jefe del "Frente Negro" que, por algœn tiempo, colabor— con Hitler y que rompi— con Žl por no considerarle bastante revolucionario. En aquella ocasi—n Strasser afirmaba que Goebbels estaba de acuerdo con Žl y dispuesto a unirse a las fuerzas de Strasser en el caso de que Hitler fuese derribadoÈ.
Hasta aqu’ lo que Lochner -vŽase su biograf’a y su actividad posterior a 1942 nos ha contado sobre el t‡ndem Goebbels-Ršhm. Y vamos a ver ahora lo que nos explica el investigador- historiador brit‡nico David Irving. 130 La obra se titula "El camino de la guerra", la edita Editorial Planeta, S.A., Barcelona, 1» ed. octubre 1990; t’tulo original "The pat of war" 1978. David Irving, nacido el a–o 1938, es hijo de un oficial de la Royal Navy; curs— estudios de f’sica, ciencias econ—micas e historia pol’tica en la Universidad de Londres y en 1959 pas— a trabajar en la regi—n del Rhur como obrero con el objeto de perfeccionar su alem‡n. P‡g. 69 y SS.: ÇEn 1933 Hitler aun estaba lejos de tener el poder absoluto. No ten’a influencia, por ejemplo, sobre los nombramientos de militares de alta graduaci—n. TambiŽn ve’a a la secci—n de personal del ejŽrcito del general Von Schwedier como un "nido de reaccionarios". Pero en febrero de 1934, Hammerstein, general en jefe del ejŽrcito, fue sustituido por el bar—n Werner von Fritsch. Fritsch usaba un enorme mon—culo; ten’a un tono de voz grave y pausado, y un modo de sentarse muy erguido apoyando las manos en las rodillas, como siguiendo las instrucciones de un manual militar. Pero Fritsch era un ferviente nacionalista; como muchos alemanes, ten’a verdadera aversi—n hacia los jud’os y hacia la "prensa jud’a", y ten’a el convencimiento de que "los pacifistas, los jud’os, los dem—cratas de la bandera negra, roja y amarilla-, y los franceses son todos lo mismo, gente que s—lo busca la perdici—n de Alemania". Fritsch ten’a debilidad por Hitler, y en febrero de 1934 orden— que en la insignia del ejŽrcito se incluyera la cruz gamada de los nazis. De sus documentos manuscritos y cartas personales se deduce claramente que a Fritsch le lleg— a gustar trabajar para Hitler, pero ten’a tan poco respeto por los "fan‡ticos" que rodeaban al FŸhrer como Žstos por este general conservador, indeciso y cauteloso. [...] ÇEl triunfo que Hitler obtuvo con su "revoluci—n" en enero de 1933 hizo que el ejŽrcito de matones y alborotadores de camisas pardas a las —rdenes de Ernst Ršhm se convirtiera en algo superfluo. Las SA hab’an conseguido alcanzar la cifra de dos millones y medio de hombres. Con el est’mulo inicial de Blomberg y Reichenau, las SA se hab’an sometido a un m’nimo entrenamiento militar por parte del ejŽrcito regular para contentar al partido. Pero a comienzos de 1934, las SA quer’an m‡s: no tard— en convertirse en una autŽntica amenaza no s—lo para el dŽbil ejŽrcito regular, sino tambiŽn para Hitler. Ršhm estaba convencido de que Hitler traicionaba el car‡cter "socialista" de su programa, y pidi— la reaci—n de un EjŽrcito del Pueblo basado en las SA. ÇHitler ya hab’a visto la amenaza de esta tormenta en el verano de 1933, cuando tuvo que asistir a una reuni—n conjunta de las SA y de los oficiales de la Reichswehr en la ciudad de Bad Godesberg, a orillas del Rin. All’ explic— que a toda revoluci—n le debe seguir un per’odo de evoluci—n. Este juego de palabras no gust— nada a las SA. La tensi—n aument— a pesar de que a mediados de enero de 1934 Blomberg trat— de convencer a Ršhm para que no empeorara las cosas. El 1 de febrero -el d’a en que Fritsch tom— posesi—n del ejŽrcito Ršhm respondi— con un memor‡ndum en el que ped’a nada menos que la incorporaci—n del ejŽrcito regular a las SA, con Žl mismo como comandante en jefe. ÇPara Ršhm al contrario que Fritsch, el "esp’ritu revolucionario" era de suma importancia. "El ejŽrcito se basa en la disciplina -indic— este œltimo a Blomberg el 3 de febrero en una reuni—n llena de preocupaciones- y no en un "esp’ritu revolucionario". Juntos decidieron derrotar a Ršhm. Hitler trat— de aplazar el momento decisivo por razones diplom‡ticas. Cuando el secretario de Asuntos Exteriores inglŽs, Anthony Eden, visit— Berl’n para quejarse sobre la secreta Luftwaffe y sobre las distintas violaciones del tratado de Versalles, Hitler prometi— que las gigantescas SA se desmilitarizar’an. El 28 de febrero convoc— a los
dirigentes de las SA y a los generales de la Reichswehr en la sede del ministerio de Guerra, y desautoriz— con firmeza las aspiraciones de Ršhm para la creaci—n de un "EjŽrcito del Pueblo" dependiente de las SA. Kurt Liebmann, uno de los generales del ejŽrcito, anot— aquel d’a: "H (Hitler) dijo lo siguiente: Cuando en enero de 1933 tomŽ posesi—n del gobierno, cre’ que me esperaba un camino ancho y bien pav’imentado. Pero este camino no tard— en estrecahrse y el estado del firme empeor—. Pronto se convirti— en un estrecho sendero, y tengo la sensaci—n de que avanzo por cent’metros en una cuerda floja, soportando nuevas cargas, un d’a por la derecha y d’a por la izquierda". [ ... ] ÇHitler supo m‡s tarde, tal vez gracias a las escuchas telef—nicas, que Ršhm le hab’a ridiculizado ese mismo d’a llam‡ndole Òese ignorante cabo de la guerra mundialÓ. La Forschungsamt puso micr—fonos en los principales telŽfonos de las SA. Todos los movimientos de Ršhm estaban vigilados. Se le lleg— a ver en contacto con un antiguo ministro de la Guerra, Schleicher, con diplom‡ticos extranjeros. Uno de Žstos, naturalmente un francŽs, le anim— diciŽndole que pod’a convertirse en el "Bonaparte del Tercer Reich". Se supo que las SA estaban almacenando armas para una posible "segunda revoluci—n" en la que Hitler deb’a ser depuesto. ÇHitler decidi— castigar a Ernst Ršhm de modo ejemplar a pesar de que hab’a sido uno de sus mejores amigos, uno de los pocos privilegiados a quien siempre ha tratado con el familiar "du". Por lo que sabemos, s—lo en una ocasi—n, en septiembre de 1939, Hitler trat— en privado sobre lo que ya sab’a de las maquinaciones de Ršhm y es muy probable que por esa Žpoca se inclinara m‡s por la raz—n que por el sentimiento: "Yo sab’a que hab’a muchas razones que hac’an urgente la intervenci—n, especialmente en Francia; las condiciones del tratado de Versalles bastaban como justificaci—n. S—lo al embajador francŽs (Fran•ois-Poncet) he de agradecer que no se llegara a aquello. Yo le’a todos sus despachos (interceptados por las FA). Sab’a que Ršhm andaba metido en tratos desleales con Žl y con los franceses. Pero me daba cuenta de que Poncet tambiŽn aconsejaba confidencialmente a Par’s que no realizara ninguna intervenci—n; Francia deb’a esperar a que la guerra civil estallara en Alemania, lo cual les facilitar’a las cosas. (131) Esta fue la œnica raz—n por la que segu’ adelante en 1933 y 1934". ÇPero hay unos hechos claros. Las SA planeaban el modo de derrocar al gobierno de Hitler; ya se hab’an nombrado ministros para ocupar las carteras de un futuro gobierno. Blomberg ense–— a Hitler una orden aparentemente verdadera firmada por Ršhm el 23 de mayo instando a las SA a que se procuraran armas donde fuera posible para que "las SA estŽn en condiciones de pactar mejor con la Wehrmacht". Era imposible decirlo con m‡s claridad, y Hitler acab— convenciŽndose. M‡s tarde, dijo a los ministros de su gabinete: "Esto confirma la prueba de alta traici—n." Sus agentes no tardaron en comunicar que el grupo Berl’nBrandenburgo de las SA, a las —rdenes de Karl Ernst, estaba almacenando armas ilegales para una operaci—n que deb’a realizarse "a finales de junio". Aquello le proporcion— una especie de fecha l’mite, pero Hitler prefiri— esperar a que la conspiraci—n se complicara m‡s. A comienzos de junio, Hitler sostuvo un enfrentamiento de cuatro horas con Ršhm. Ršhm le dio su palabra de honor de que abandonar’a Baviera el 7 de junio, y de que dar’a un plazo de treinta d’as para que las SA hicieran lo mismo. Un oficial de alta graduaci—n del ejŽrcito, el coronel Eduard Wagner, escribi— a su esposa el d’a 11: "Se oyen rumores de que Ršhm no volver‡." ÇAlguien eligi— el œltimo d’a de junio de 1934, un s‡bado, para llevar a cabo la purga; a partir de entonces el s‡bado se convirti— en el d’a preferido por Hitler para dar sus golpes de teatro. Sin duda, Hitler advirti— en secreto al almirante Raeder sobre los acontecimientos que se avecinaban, ya que el almirante recomend— a su Estado Mayor general un misterioso
aplazamiento del crucero de estudio que estaban planeando para esa misma semana sin dar ninguna raz—n convincente. Tanto Raeder como Gšring fueron invitados a cenar con el embajador brit‡nico el 16 de junio, durante la estancia de Hitler en Venecia. Gšring, segœn el testimonio de una periodista, lleg— con veinte minutos de retraso y cargado con sus ru’dosas condecoraciones. "Les ruego que me perdonen -dijo en tono de disculpa-. He recibido un mensaje de Venecia diciendo que el FŸhrer quer’a poner una conferencia, y he tenido que esperar su llamada". Inclin‡ndose sobre la mesa en direcci—n a Raeder, a–adi—: "Estaba ansioso de coger un avi—n para encontrarme con Žl, por s’ me necesitaba, pero me ha dicho: "QuŽdate donde est‡s, volverŽ antes de lo que pensaba". Algo est‡ pasando". Segœn la periodista, el almirante se mordi— el labio; Fran•ois-Poncet mostr— una sonrisa de satisfacci—n, y el servicio sigui— con la cena sin decir ni media palabra. ÇLos rumores se fueron extendiendo. El d’a 23, el general Von Fritsch empez— a dar —rdenes para que sus unidades del ejŽrcito estuvieran prevenidas. Por los pasillos del ministerio de la Guerra empezaron a aparecer nidos de ametralladoras. El ejŽrcito trataba con las SS sobre el modo en que Žstas pod’an ayudar para las operaciones contra las SA proporcion‡ndoles armas, municiones y transporte autorizado. En los archivos de la VII Regi—n Militar- (o sea, Munich) hay una misteriosa nota con fecha del 28 de junio de 1934: "El ministerio de la Guerra del Reich informa: ( ... ) El canciller est‡ convencido de la lealtad del ejŽrcito. Reichenau se muestra muy optimista. Orden de Ršhm. ÇHitler y Gšring abandonaron Berl’n ese mismo d’a en direcci—n al Ruhr para asistir a la boda de un Gauleiter local. Interrogado por el enemigo en julio de 1945, Gšring testific— lo siguiente: "All’ (en Essen) se nos inform— de que Ršhm hab’a dado —rdenes de alerta a las SA, y hab’a convocado a todos los comandantes de las SA para reunirse con Žl en Wessee." ÇDando los pasos oportunos para aplastar lo que ten’a todo el aspecto de un golpe de estado, Hitler mand— a Gšring que fuera r‡pidamente a Berl’n. En la noche del 28 de junio telefone— al ayudante de Ršhm y le dijo que hab’a convocado a los jefes principales de las SA para una reuni—n en Bad Wessee, Baviera, el d’a 30. En la medianoche del 29 de junio, Hitler sorprendi— a los suyos con la decisi—n de volar personalmente hasta Baviera. BrŸckner especul— m‡s tarde con la posibilidad de que un correo hubiese tra’do informaci—n muy importante procedente de Berl’n. Milch record— en 1945 que Gšring hab’a enviado a su StaatssecretŠr Paul Kšrner ante Hitler con muchas grabaciones telef—nicas realizadas por la Forschungsamt en donde se demostraba la culpabilidad de Ršhm. Antiguos empleados de la Forschungsamt han confirmado que el Regierungsrat Rudolf Popp, jefe de la secci—n de "misiones" de la FA, desempe–— un papel destacado en el descubrimiento del "putsch" de Ršhm. Antes de tomar el avi—n, Hitler se enter— sin duda de que ya se hab’an producido algunos incidentes en Baviera, y de que a las SA de Berl’n se las hab’a alertado para una operaci—n que deb’a realizarse a las cuatro de la tarde del d’a siguiente, el d’a 30. ÇCuando el avi—n de Hitler aterriz— en Munich en la ma–ana del 30 de junio, los oficiales del ejŽrcito ya le estaban esperando en el aeropuerto para recibirle. Al llegar arranc— la insignia del uniforme de los dos aturdidos jefes locales de las SA, August Schneidhuber y Wilhem Schmid, y los envio a la prisi—n de Stadelheim, lugar al que no tardaron en llegar Ršhm y un cami—n cargado con jefes de las SA a quienes Hitler -y no sin cierto riesgohab’a sacado personalmente de su hotel en Bad Wessee. Hacia las ocho de esa misma ma–ana, Hitler ya hab’a vuelto a Munich. ÇDe gran interŽs es el documento de las declaraciones de Hitler archivado aquel mismo d’a por el Cuartel General de Adam:
ÇÓTodos los jefes de las SA est‡n encerrados ahora bajo llave excepto el GruppenfŸhrer (Karl) Ernst. Yo (Hitler) ya conoc’a su debilidad (Àde Ršhm?) pero esperaba poder llevar este asunto por buen camino. Pero ya ha pasado todo. Ha sido muy duro para m’ romper con unos camaradas que han luchado durante a–os por nuestra causa. Estas personas habr’an acabado con todas las SA. Ten’a que llegar el d’a en que parara todo esto. Ç"Lo que vimos durante nuestra redada en Wessee fue una vergŸenza y un esc‡ndalo; algo mucho m‡s desagradable de lo que nunca habr’a podido imaginar. Ç"Pero ya he decidido con claridad la l’nea que hay que seguir: se reserva el derecho de llevar armas al ejŽrcito. Cualquier hombre, pertenezca o no a las SA, estar‡ en el futuro a disposici—n del ejŽrcito. Cualquier hombre pertenecer‡ a la Wehrmacht si Žsta lo dispone as’. Tengo una fe ciega en la Wehrmacht y en el ministro de la Guerra del Reich (Blomberg). Ha sido necesario imponer una l’nea. Pueden estar seguros de que volverŽ a poner orden". ÇLo cierto es que hab’a algunos hechos que no encajaban con la versi—n que Hitler daba de lo sucedido. Lejos de intentar un golpe en Berl’n, Ernst, el GruppenfŸhrer de las SA, se encontraba a medio camino del puerto de Bremen, a punto de embarcar para realizar un viaje por mar con su joven novia. En Potsdam, un grupo de hombres irrumpi— en casa del general Schleicher y lo mataron a tiros en su mismo escritorio; tambiŽn mataron a la esposa. Ir—nicamente, la Forschungsamt de Gšring todav’a segu’a espiando el telŽfono de Schleicher, cuando unos detectives del departamento de homicidios de la oficina del fiscal de Potsdam telefonearon al ministerio de Justicia desde la misma casa para informar que Schleicher hab’a sido v’ctima, sin duda, de un "asesinato pol’tico", Gšring les contradijo enfurecido y exclam— que la versi—n oficial iba a ser muy diferente. El general Von Bredow tuvo tambiŽn un mal final, lo mismo que algunos miembros del Estado Mayor de Papen, incluyendo al controvertido doctor Edgar Jung (132). ÇHitler entreg— una lista de siete nombres a Sepp Dietrich, el bajo pero fuerte comandante del Regimiento de Leibstandarte (guardia de corps) de las SS, con instrucciones de procurar su ejecuci—n en la prisi—n de Stadelheim. A las ocho de la tarde volvi— en avi—n a Berl’n. En el aeropuerto de Tempelhof, Milch ten’a preparada una guardia de honor vestida con los uniformes de la nueva Luftwaffe secreta. ÇFrŠulein Christa Schroeder -la secretaria personal de Hitler, a quien hab’a ordenado que le acompa–ara durante su violenta excursi—n a Baviera- cuenta que aquella misma tarde se sent— en la canciller’a para tomar su comida vegetariana, cuando Hitler se le uni— inesperadamente y exclam—: "ÁBien! Acabo de tomar un ba–o y me siento tan limpio como un reciŽn nacido." ÇEn realidad, hab’an pasado tantas cosas que Hitler se qued— intranquilo. Gšring liquid— por capricho y de una forma totalmente innecesaria a Gregor Strasser, el rival de Hitler; y en Baviera se sucedieron toda una serie de asesinatos arbitrarios. Hitler se enter— de que alguien hab’a ases’nado a su viejo amigo el pastor Bernhard Stempfle, alguien con quien se ve’a casi a diario en los primeros a–os y que le ayud— a preparar las indigestas p‡ginas delÓMein KampfÓ para su publicaci—n. El ayudante de Hitler, Wilhem BrŸckner, describi— m‡s tarde en sus papeles personales c—mo descarg— su enfado sobre Himmler cuando el Reichsfuhrer de las SS se present— en la canciller’a con la lista definitiva de v’ctimas, ochenta y dos en total. En los meses siguientes, Viktor Lutze, quien tambiŽn le hab’a acompa–ado en la excursi—n en calidad de sucesor de Ršhm contaba a cualquiera que estuviera dispuesto a escucharle que, en un principio, el FŸhrer hab’a hecho una lista con s—lo siete nombres; Hitler ofreci— a Ršhm la posibilidad de suicidarse, y cuando Žste declin— la "oferta", Hitler mand— que le fusilaran. (133) A pesar de sus instrucciones, los siete nombres se convirtieron en diecisiete, y m‡s tarde en ochenta y dos. "El FŸhrer se vio as’ en la nada agradable
situaci—n de tener que sancionar al final las ochenta y dos muertes", se quejaba Lutze. Lutze no tuvo el menor reparo en echar las culpas a Himmler y a Gšring. ÇEn un acto de rara magnanimidad, Hitler orden— la concesi—n de pensiones a cargo del estado para los parientes m‡s pr—ximos de las v’ctimas de Òla noche de los cuchillos largos", como se acabar’a llamando la del 30 de junio de 1934. Los informes mŽdicos de Hitler revelan que las dolencias del est—mago ya empezaban a amargarle; pero los grandes beneficios obtenidos parec’an compensarle de aquello, ya que hab’a logrado la lealtad incondicional de los generales de la Reichswehr en una especie de "hermandad de sangre". El d’a 3 de julio Blomberg le dio las gracias como ministro de la Guerra en nombre de todo el gabinete ministerial reunido. El gabinete termin— legitimando la mayor’a de los asesinatos bajo la consideraci—n de "actos de emergencia de estado." ÇDespuŽs de la reuni—n de ministros, Hitler se dirigi— en avi—n hasta Prusia oriental para informar de todo a un presidente que se consum’a por momentos. Hindenburg se mostr— comprensivo. "Mi querido canciller -murmur—-, quienes hacen la historia deben ser capaces de derramar sangre..."È Hemos le’do a Irving en su trabajo "El camino de la guerra". Pasemos a otro narrador. Max Gallo, nacido en Niza el a–o 1932, uno de esos "historiadores contempor‡neos", autor de algunas obras de estudios hist—ricos como por ejemplo "Histoire de l«Espagne Franquiste 1938-1969 (Robert Laffont, Paris 1969), nos ha dado una referencia a lo que, segœn su punto de vista, se circunscriben los hechos del 30 de junio. Extractamos a continuaci—n algunos p‡rrafos de su trabajo "La nuit des Longs Couteaux" aparecido en el n¼ 20 extra, de la revista "Historia" editada por Librairie Jules Tallandier, Par’s, bajo el t’tulo genŽrico de "Les SS" y cuya primera entrega se titula "L«Ordre Noir". Las fotograf’as suelen proceder del "Centre Documentation Juive". P‡g. 98 y SS.: ÇEsta era una canci—n de los SA: Nosotros aguzaremos, dec’a la canci—n, nuestros largos cuchillos en los bordes de las aceras y desembarazaremos a Alemania de la reacci—n. Este ser‡ el fin de los oficiales prusianos, el fin de los miembros del club de grandes se–ores como von Papen, el vicecanciller del Reich y comenzar‡ realmente la revoluci—n nacionalsocialista, con o sin Hitler. Ser‡ suficiente una noche, la Noche de los cuchillos largos. ÇEste era el sue–o de ciertos miembros de la SA. Y su jefe, Ernst Ršhm debido a sus equ’vocas manifestaciones, a su rechazo a concertar con Hitler la cuesti—n del nuevo ejŽrcito -Àser o no ser una fuerza armada nazi controlada por la SA? aparec’a como el organizador de este complot S’ se extend’a, Žl ser’a el beneficiario. ÇDentro de la Reichswehr, ansiosa de preservar sus privilegios, en el entorno de Hindenburg, presidente del Reich, en fin dentro de las SS, se va formando una coalici—n. Alianza de circunstancias que aspira a descomponer a las SA, a liquidar toda amenaza de una "nueva" revoluci—n, a una noche de cuchillos largos. ÇLos generales Blomberg y Reichenau est‡n en la coalici—n para conservar para el ejŽrcito tradicional todas las prerrogativas; Himmler y Heydrich para desembarazarse de la competencia de las SA y aumentar su influencia sobre Hitler; Gšring y Goebbels se han incorporado porque van notando el poder cada vez mayor de los SS y porque tambiŽn quieren apartar a ese rival que se llama Ršhm. Esta coalici—n va ejerciendo presi—n sobre Hitler, que dudaba preso entre su amistad con Ršhm y su deseo de preservar a los SA para mantener su poder de ‡rbitro supremo, y, por otra parte, sometido a las exigencias de los jefes del ejŽrcito a los que bajo ningœn precio pod’a decepcionar. Puesto que un a–o despuŽs de la toma del poder por Hitler, las fuerzas armadas eran todav’a el poder real de Alemania.
ÇAhora, despuŽs de muchas vacilaciones, en la noche del viernes 29 de junio al s‡bado 30 de junio de 1934 Hitler se decide a actuar. Tiene una œltima reuni—n en Godesberg, a la orilla del Rin, con Goebbels, y hacia la medianoche vuela hacia Munich. A algunos kil—metros de la ciudad b‡vara, en una tranquila pensi—n, la pensi—n Hanselbauer, situada en Bad Wessee, al borde del lago Tegernsee, est‡n reunidos la mayor’a de los jefes SA. Cuando Hitler llega al aeropuerto de Munich-Oberwiesenfeld son las 4 de la madrugada. A pie de obra se encuentran ya los SS del "Leibstandarte Adolf Hitler" comandados por Sepp Dietrich. Himmler, Heydrich y Gšring han tomado ya sus disposiciones en toda Alemania. S‡bado, 30 junio 1934, comienza Òla noche de los cuchillos largos": pero no ser‡n los SA los actores. Ser‡n las v’ctimas. ÇEl mismo s‡bado, 30 de junio 1934, entre las cinco y las seis de la ma–ana, en el ministerio del Interior en Munich: Hitler llega. Delante del Ministerio, los SS han tomado ya sus posiciones, otros miembros SS alertados se van presentando en peque–os grupos. Saben que por fin ha llegado la hora de la acci—n contra sus rivales SA. Est‡n dispuestos a obedecer. ÇEn el despacho del ministro del Interior de Baviera, Wagner, el FŸhrer la toma con el Obergruppenfuhrer SA Schneidhuber: Ç - Que lo encierren, grita, son unos traidores. ÇEl GruppenfŸhrer Schmidt, que ha sido convocado, es insultado tan pronto est‡ en presencia de Hitler. El FŸhrer le arranca los galones: Ç - ÁTraidor, ser‡ fusilado! le espeta el FŸhrer. ÇEn la misma ciudad de Munich, alrededor de la Casa Parda donde numerosos SA se han reunido, los SS montan guardia. Han recibido —rdenes de no dejar salir a ningœn SA. Ya recorren las calles veh’culos cargados de SS: las v’ctimas designadas caer‡n ya pronto bajo los disparos de los homicidas. En la estaci—n del ferrocarril, los SS invaden los andenes: se trata de detener a los jefes de la SA que descienden del tren para ir a Munich convocados por Ršhm para asistir a una gran concentraci—n de los SA y su FŸhrer Adolf Hitler prevista desde hace meses. Pero hoy la reuni—n no es m‡s que una trampa en la que va a caer todo el estado mayor de los SA. ÇHitler ha completado su estancia en el ministerio del Interior: hac’a las seis, cuando ya ha amanecido, da la orden de formar una columna y dirigirse a Bad Wessee, al borde del lago Tegernsee. All’, en la pensi—n Hanselbauer, se podr‡ apoderar de Ršhm y de sus camaradas. ÇHacia las 6,30, se acercan a toda velocidad a Bad Wiessee. Algunos kil—metros antes de la estaci—n termal se une al convoy de veh’culos una camioneta cargada con miembros SS del "Leibstandarte A.H." junto con su jefe, Sepp Dietrich. La pensi—n Hanselbauer est‡ situada un poco lateralmente al borde del lago. En el silencio matinal, los SS saltan a tierra y Hitler los sigue rev—lver en mano. Al momento desfondan las puertas, los SS corren por los todav’a sombr’os pasillos, estallan los guturales gritos y tambiŽn las injurias. ÇLos jefes SA, adormilados, amenazados de muerte, marchan en la semioscuridad por los pasillos bajo los aullidos y los golpes. Uno de ellos, Edrnund Heines, es sorprendido con un joven SA que ha pasado junto a Žl en el lecho toda la noche. Goebbels dir‡: "Es una de esas escenas repelentes que os dan ganas de vomitar." Heines, insultado, arrestado, amenazado con ser matado de inmediato, intenta resistirse. BrŸckner lo abate de varios pu–etazos. Heines, medio muerto, no comprende nada. Ç - Yo no he hecho nada, le grita a Lutze sucesor de Ršhm designado por el FŸhrer, usted lo sabe bien, ayœdeme, yo no he hecho nada. ÇLutze se contenta con repetir: Ç - Yo no puedo hacer nada.
ÇFuera, en el pasillo, se hace bruscamente el silencio. Hitler y numerosos miembros de la SS se han agolpado delante de una puerta: la habitaci—n de Ršhm. El FŸhrer est‡ ah’, con el rev—lver en la mano: detr‡s de esa delgada l‡mina de madera est‡ su camarada, el tiempo pasado, toda una parte de su vida que va a desaparecer. ÇUn polic’a llama a la puerta, despuŽs el mismo FŸhrer comienza a chillar y cuando Ršhm pregunta lo que sucede es Žl quien le responde, le insulta precipitadamente, le tacha de traidor, le amenaza, vuelve a gritarle traidor. Ršhm con el torso desnudo, la faz enrojecida, hinchada por el escaso descanso, sobre sus mœsculos adiposos se distinguen las cicatrices. [ ... ] ÇEn otra habitaci—n se detiene al StandartenfŸhrer Julius Uhl. [ ...] ÇA medida que van llegando, los prisioneros son llevados al s—tano bajo buena guardia: miembros de la SS y agentes de la BayPoPo (la polic’a pol’tica de Baviera) les vigilan con las armas en la mano. Hitler, Goebbels, Lutze, BrŸckner, Maurice y Dietrich salen despuŽs al jard’n, Frente a ellos, el lago [ ... ]. Goebbels r’e y los SS tambiŽn hablan ruidosamente con la alegr’a de aquellos que han realizado algo, m‡s f‡cilmente de lo que hab’an pensado. ÇA Hitler le rodea su gente, pero permanece callado, parece escuchar a sus hombres que comentan lo que acaba de ocurrir. Sigue callado. Ha jugado y ha ganado. A su alrededor la victoriosa excitaci—n: en las voces, en los gestos. Pero Hitler sabe que una partida no se gana hasta que finaliza totalmente, hasta que los adversarios estŽn muertos. ÇBruscamente, un ronroneo de motor. Goebbels cuenta: "En este momento, la "Stabwache", la guardia personal de Ršhm, llega desde Munich. El FŸhrer les ordena dar media vuelta." ÇDos frases, dos escuetas frases para sentenciar que el destino ha vacilado aquella ma–ana al borde del lago Tegernsee. Los SA de la Stabwache son fieles a Ršhm a toda prueba. Saltan del cami—n armados fuertemente. Sus oficiales contemplan con asombro a los SS en la pensi—n Hanselbauer. Su jefe es ese mismo Julius Uhl del que ignoran que en ese momento ya no es m‡s que un prisionero, al igual que Ršhm Se quedan parados, dudando, llenos de incertidumbre frente a los silenciosos SS que les observan. Todo puede ocurrir. ÇHitler se adelanta unos pasos. Est‡ entre sus hombres armados, s—lo con su voluntad, solo en sus decisiones. Los oficiales SA le saludan. Hitler comienza a hablar, su voz se afirma: ÒYo soy el jefe responsable, soy vuestro FŸhrer, debŽis volver a Munich, esperar mis —rdenes." Los oficiales SA se miran entre ellos interrogadoramente, despuŽs vuelven a subir al cami—n con sus hombres y el veh’culo arranca lentamente, pasando el portal de la pensi—n Hanselbauer. [ ... ] ÇNadie comenta el incidente, pero las risas han cesado. Todos permanecen en silencio; suenan unas —rdenes y Uhl, Spreti, Ršhm y sus camaradas son metidos en los veh’culos, las puertas se cierran, un cami—n cargado de SS de la Leibstandarte se coloca a la cola de la columna. El FŸhrer va en el veh’culo de cabeza, ha vuelto a ocupar el sitio al lado del conductor y es Žl quien da la se–al de marcha. [ ... ] ÇEl FŸhrer ha decidido regresar a la Casa Parda, la sede del partido en Munich. El edificio est‡ vigilado por los SS y en las calles adyacentes est‡n estacionados soldados de la Reichswehr. Las aceras han sido despejadas por el servicio de orden y los peatones son enviados al otro lado de la calle ÇSon exactamente las 10 horas de ese s‡bado, 30 de junio. Hitler entra en la sede del Partido. Goebbels, despuŽs de una breve conversaci—n con el FŸhrer, a quien sigue como una sombra, pide comunicaci—n con el cuartel general de Gšring en Berl’n. El ministro de Propaganda del Reich s—lo pronuncia una palabra: "ColibriÓ.
ÇColibr’: tres s’labas para comunicar a Berl’n que tambiŽn all’ pueden actuar los matarifes. Desde el atardecer recorren la capital de Alemania los coches de la polic’a. Todos ven pasar, ese s‡bado 30 de junio, a camiones del ejŽrcito transportando impasibles hombres SS. Franz von Papen, vicecanciller del Reich, y su secretario Tschirschky han sido convocados en el ministerio del Aire por Gšring. Tschirschky est‡ inquieto: su telŽfono ha estado sonando por la noche como si alguien quisiera asegurarse de su presencia. Ahora, esa citaci—n matinal confirma sus inquietudes. Papen explicar‡ su sorpresa.- "Todav’a sin la menor idea de lo que estaba pasando, escribe, me dirig’ al departamento de Gšring en los jardines del ministerio del Aire. S—lo en ese momento me quedŽ helado cuando vi que los alrededores bull’an de gentes SS armados de ametralladoras [...] Ç(En su despacho) Gšring estaba acompa–ado de Himmler. ÇUn testigo, Gisevius, recuerda perfectamente a Gšring esa ma–ana, los cabellos en desorden, perorando de aqu’ a all‡, meditabundo con "su blusa blanca, sus pantalones militares de media pierna de color gris azulado, sus botas negras cuyas ca–as cubren un cuerpo inflado ...el gato con botas o cualquier otro extravagante personaje de cuentos de hadas". ÇH’mmler, por el contrario, es discreto, reservado como siempre, [...] Gšring recibe a Papen con una ir—nica condescendencia: el ministro-presidente de Prusia, el antiguo piloto aviador, el morfin—mano, juega finalmente un papel a su medida en la pasi—n y en la violencia, "Me dijo, -explica Papen-, que Hitler hab’a tenido que volar a Munich a fin de reprimir una revuelta fomentada por Ršhm y que Žl hab’a recibido plenos poderes para reprimir la insurrecci—n en la capital". ÇVon Papen protesta: los poderes del canciller deben legalmente ser transferidos al vicecanciller. Pero Gšring se encoge de hombros, se pone de acuerdo con Himmler y Papen y Tschirschky comprenden que no hay nada que hacer: una operaci—n est‡ en marcha. Ir‡ hasta el fin. ÇCuando los dos hombres se presentan en la verja para abandonar el ministerio, un oficial SS y dos centinelas les cierran el paso. Tienen el rostro firme y duro como aquellos que reciben una orden que no piensan discutir. Ç - Nadie tiene derecho a salir, dice secamente el oficial de la Orden negra. ÇEl oficial se enfrenta cara a cara con Tschirschky. Con las manos a la espalda, sus dos hombres a un paso colocados a ambos lados, representan la fuerza bruta. Tschirschky no est‡ acostumbrado a dejarse intimidar: Ç - ÀQuŽ es lo que pasa? ÀEs que el se–or von Papen no tiene derecho a salir de aqu’? ÇEl tono empleado es rudo, desde–oso. El oficial no se inmuta, sigue imperturbable. Ç - Sea quien sea, est‡ prohibido salir de aqu’, repite. ÇLos labios del joven oficial SS apenas se han movido. Los ojos inm—viles y el ros tro cortado por el reborde del casco, sujeto a la yugular, es un rostro an—nimo sin realidad viva que parecen vac’os de toda personalidad, como si no representaran ya a un hombre, sino a una fuerza difusa encarnada pasajeramente dentro de una forma viviente. Ç-ÀTiene usted miedo de que nos maten? le espeta Tschirschky. ÇLa inquietud de Tschirschky es leg’tima. En las ciudades alemanas, los matarifes han pasado a la acci—n. ÇTambiŽn Heydrich, en el n¼ 8 de la Prinz-Albrecht-Strasse, ha recibido la palabra clave -colibr’- e inmediatamente la transmite a sus hombres que en las diferentes poblaciones del Reich est‡n atentos, impacientes de actuar como perros amaestrados a los que se est‡ reteniendo. [...]
ÇEn Berl’n, los agentes de la Gestapo reciben listados en los que s—lo constan nœmeros ordinales convencionales que remiten al nombre de tal o cual personalidad. Dieciocho SS, capitaneados por el HauptsturmfŸhrer Gildisch, un antiguo oficial de polic’a, son los encargados de ocuparse de aquellos que deben ser abatidos inmediatamente sin mediar cualquier otra forma de proceso. Himmler, Heydrich y Gšring dan las —rdenes precisas. As’, desde su despacho de la plaza Lepzigerplatz, Gšring condena a ejecuci—n sumaria a tal o cual oponente. Hab’a llamado a Gildisch y le dijo simplemente: "Busque a Mausener y liquidelo." Y el HauptsturmfŸhrer, entrechocando los talones, se dirige al ministerio de Transporte a la bœsqueda del presidente de Acci—n Cat—lica. ÇMientras tanto, unos sirvientes con librea traen sandwiches y bebidas a Gšring y Himmler; al mismo tiempo, hombres de la Gestapo van colocando sobre la mesa, al lado de las botellas de cerveza, unas peque–as fichas blancas que representan uno o varios nombres de personas arrestadas que han sido conducidas a la Escuela de Cadetes de Lichterfelde, y Gšring exclama con alegr’a y brutalidad: "que los fusilen, que los fusilen".È Hasta aqu’, el "objetivo historiador" Gallo. Sin embargo, seguimos con revistas hist—ricas francesas. En el extra de la revista "Historama", n¼ 24, editada en Neullys/Seine hay un reportaje titulado "La Gestapo-2" (continuaci—n de la primera parte) que contiene un cap’tulo dedicado a la Ònuit des longs couteaux", reproduciendo parte de las memorias de von Papen que han sido editadas por Flammarion. Veamos. P‡g. 62 y ss.: ÇLas cosas iban de mal en peor. Los extremistas intensificaban aœn m‡s su acci—n revolucionaria. Probablemente notaban la creciente inquietud en el pueblo e intentaban acallar las cr’ticas que todav’a se hac’an en tono susurreante en raz—n de las medidas cada vez m‡s draconianas. Adem‡s es posible que temieran que los elementos conservadores llegaran a perder la paciencia e insistiesen cerca del Presidente para obtener la intervenci—n del ejŽrcito, œnico sostŽn todav’a intacto de poder. Intervenci—n que ciertamente habr’a puesto fin al reinado de los intrigantes zurdos y de la Gestapo. Manifiestamente, los jefes nazis se interrogaban ansiosamente sobre la actitud del ejŽrcito. Hubo un per’odo durante el cual Schleicher hab’a apoyado activamente la idea de un sistema de milicias que habr’an reforzado al ejŽrcito; por otra parte, mientras estuvo en activo, tuvo el apoyo total de Ršhm jefe de E. M. de los camisas pardas. Ahora, Ršhm atormentaba a Hitler para obtener la adopci—n de este sistema de milicias en el cuadro de un plan de rearme, por cierto en violaci—n de los tŽrminos del Tratado de Versalles. Medida que hubiera otorgado un status militar a los camisas pardas y probablemente habr’a valido a Ršhm el nombramiento de comandante supremo de la milicia. Entonces Hitler habr’a podido contar enteramente con la lealtad del ejŽrcito. Durante los meses de mayo y junio, Hitler jug— sin duda constantemente con esta idea. Sab’a que la mayor’a de los generales eran resueltamente opuestos a este proyecto. El mismo Schleicher no habr’a aceptado jam‡s que su plan original fuese modificado de manera que resultara un ejŽrcito d—cil en las manos del partido. En cuanto a Blomberg, quedaba garantizada la lealtad del ejŽrcito a condici—n expresa de que no se implantara tal medida. ÇCada vez que yo llamaba la atenci—n de Hitler sobre las peligrosas consecuencias que tendr’a el hacer concesiones a Ršhm Žl ridiculizaba las exigencias del jefe de los camisas pardas y las motejaba de aberraciones sin importancia. Su decisi—n final de romper con el ala extremista del partido no estuvo motivada, por cierto, como se podr’a creer, por el deseo de ganar el apoyo de los conservadores, de los industriales y de los generales. La gran Òpurga" del 30 de junio no implicaba en modo alguno un retorno a la moderaci—n.
Oportunista c’nico, Hitler escog’a simplemente la manera m‡s f‡cil de asegurarse la lealtad del ejŽrcito y consolidar su poder absoluto. ÇEn el mes de junio lleguŽ a la conclusi—n de que hab’a que enfrentarse con el desenlace de la situaci—n. Mis admoniciones a lo largo de las reuniones del consejo de ministros, mis argumentos, mis observaciones directas a Hitler, todo ello se hab’a revelado absolutamente vano. Me decid’ a hacer un llamamiento pœblico a la conciencia de Hitler. ÇPrecisamente se me hab’a pedido que tomara la palabra en el gran anfiteatro de la vieja Universidad de Marburg con ocasi—n de una ceremonia fijada para el d’a 17 de junio. Sabiendo que las m‡s destacadas personalidades del mundo entero estar’an presentes en el acto, preparŽ mi discurso, elaborado a grandes rasgos por E. Jung, en un sentido muy particular. PensŽ que era el mejor momento para llamar la atenci—n de toda la naci—n. Un desaf’o lanzado delante de tal auditorio s—lo pod’a tener dos consecuencias. O bien yo convenc’a a Hitler de que diera un cambio de rumbo al tim—n del barco, o bien, si esta tentativa fracasaba, yo me ver’a obligado a dimitir. En cualquier caso, ya no quer’a cargar por m‡s tiempo con la responsabilidad de un estado de cosas que desaprobaba totalmente. [ ... ] ÇTerminŽ mi discurso con un llamamiento a Hitler. Le ped’ que rompiera definitiva e inmediatamente con todos aquellos que en el seno del partido deformaban sus ideas. Un hombre de Estado digno de tal nombre y que se aprestaba a jugar un papel decisivo en la historia de su pueblo, ten’a el deber de contener a las fuerzas revolucionarias que le hab’an llevado al poder. ÇCuando supe que se hab’a prohibido emitir por radio mi discurso fui directamente a ver a Hitler. Le expliquŽ que yo cons’deraba como mi deber el tomar posiciones n’tidas desde el momento en que la situaci—n se hab’a hecho cr’tica. Se deb’a dar cuenta que yo me manten’a en la l’nea de colaboraci—n con Žl: justamente por esta raz—n era por lo que le suplicaba que reflexionase sobre los problemas que yo hab’a expuesto, Le reafirmŽ que hab’a llegado el momento de tomar una decisi—n. Pero que en cualquier caso, el vicecanciller del Reich no pod’a tolerar que un ministro reciente prohibiera la publicaci—n de un discurso oficial. Yo hab’a hablado en calidad de mandatario del Presidente. La intervenci—n de Goebbels me obligaba a dimitir. Le informar’a inmediatamente de todo a Hindenburg, a menos que se revocase la orden de prohibici—n de mi discurso y de que el mismo Hitler tomara la iniciativa de adoptar la l’nea de conducta que yo hab’a esquematizado. ÇHitler intent— calmarme. Admiti— que Goebbels hab’a cometido un "desliz", probablemente, a–adi—, para intentar evitar un agravamiento de la tensi—n ya existente. DespuŽs, se manifest— de forma rotunda contra la insubordinaci—n generalizada de las Tropas de Asalto. Estaban complicando cada vez m‡s su labor, sigui— diciendo, y se ver’a obligado a reintegrarlas, costase lo que costase, a la raz—n. Prometi— ordenar a Goebbels que anulara la prohibici—n y me pidi— que aplazara mi dimisi—n hasta que pudiera acompa–arme a Neudeck para ver al Presidente. A su parecer, hab’a que examinar la situaci—n en toda su amplitud. As’ que la conversaci—n no podr’a llegar a ningœn resultado tangible si no estaba presente en ella el presidente del Gobierno. (134) ÇComet’ la torpeza de aceptar ya que Hitler, continua y deliberadamente, iba a ir aplazando tal visita. Si los inesperados acontecimientos del 30 de junio no hubieran tenido lugar, seguro que finalmente yo le habr’a dado de lado y hubiera ido solo a Neudeck. ÇA pesar de todos sus esfuerzos, Goebbels no pudo impedir que en el extranjero se tuviera conocimiento de mi discurso. Por todas partes fue acogido con evidente satisfacci—n. Adem‡s, mis colaboradores en la vicecanciller’a se preocuparon de que el texto integral se
imprimiera en las prensas del "Germania" y de que los ejemplares fueran distribuidos entre todos los representantes diplom‡ticos y a los corresponsales de la prensa extranjera. Igualmente expedimos por correo un gran nœmero de ejemplares a nuestros amigos en la misma Alemania. Luego supe que la Gestapo hab’a logrado interceptar la mayor parte de las cartas. [...] ÇMe decid’ a aprovechar esa buena disposici—n de la gente hacia m’. En el fondo era una excelente ocasi—n de darme cuenta si mi discurso de Marburg hab’a sido s—lo para las "clases superiores" o si tambiŽn hab’a encontrado la aprobaci—n de las masas trabajadoras. Por tanto acompa–Ž a Goebbels a los barrios bajos. All’ todav’a me dispensaron un recibimiento m‡s caluroso. Descargadores, estudiantes, obreros, todos me dedicaron una delirante ovaci—n. Esta vez fue demasiado para Goebbels. Verde de rabia decidi— no asistir al banquete oficial y -como mis amigos me dijeron m‡s tarde- le dijo a Goerlitzer, "gauleiterÓ adjunto de. Berl’n: "Este animal de Papen es demasiado popular. Procure dejarlo en rid’culo en sus peri—dicos." ÇUna semana despuŽs, Goebbels tomar’a su revancha. ÇDurante los d’as siguientes la tensi—n se agrava ostensiblemente. [ ... ] De cualquier manera, yo ten’a que abandonar Berl’n el 25 de junio para asistir en Westfalia a la boda de mi nieta. ÇEl 26 de junio Tschirschky me llama por telŽfono para decirme que Edgar Jung, uno de mis colaboradores oficiosos, acababa de ser detenido por la Gestapo. Llegado por avi—n al d’a siguiente a Berl’n, intentŽ vanamente encontrarme con Hitler o Goering. Como œltima posibilidad protestŽ vehementemente ante Himmler, quien respondi— que Jung hab’a sido detenido inculpado de mantener contactos ilegales con potencias extranjeras. Estaba en marcha una indagaci—n al respecto. Himmler me dijo que no pod’a precisar m‡s detalles por el momento, pero me prometi— la r‡pida puesta en libertad de mi colaborador. ÇTres d’as m‡s tarde se desencaden— el hurac‡n. ÇLa sangrienta historia del 30 de junio de 1934 ha sido escrita numerosas veces y comentada desde todos los puntos de vista posibles. Por mi parte no puedo aportar casi nuevos detalles, puesto que durante los cruciales d’as yo estuve pr‡cticamente bajo vigilancia secreta ÀTen’an realmente Ršhm y su entorno la intenci—n de apoderarse del control del ejŽrcito por medio de un golpe de Estado? Probablemente no se sabr‡ jam‡s. Todos los que entre nosotros se encontraron implicados de una forma u otra en este extra–o asunto, ten’an buenas razones para creer en la realidad de la sublevaci—n y, por consiguiente, en la necesidad de una represi—n inmediata para salvaguardar el pa’s. ÇEl hecho de que el jefe de estado mayor de los camisas pardas aspiraba al ministerio de la Guerra era por entonces, m‡s o menos, un secreto a voces. [ ... ] ÇLas cosas empeoraron en la primavera de 1934. Ršhm pidi— a Hitler que obtuviera la autorizaci—n presidencial para llevar a efecto la primera etapa de su plan: la incorporaci—n al ejŽrcito de cierto nœmero de jefes de milicias. Se hablaba de quinientos "oficiales" y de dos mil "suboficiales". Hindenburg lo desech— categ—ricamente. Es sin duda desde ese momento cuando Ršhm provey— la posibilidad de alcanzar sus objetivos por la fuerza. Durante los meses precedentes se hab’an extendido muchos rumores sobre un complot de las Tropas de Asalto contra Hitler y el ejŽrcito. Se comentaba que las milicias pardas recib’an armas de contrabando provinentes del extranjero, sobre todo de BŽlgica. [ ... ] ÇEl 29 de junio, Hitler se encuentra en Essen. Es probable que en esta ciudad fuese cuando se decidi— acabar de una vez por todas con los jefes de las Tropas de Asalto. El mismo d’a, Goebbels va en avi—n a reunirse con Žl. El rumor pœblico le acusar’a por largo tiempo de haber flirteado con los dos bandos a fin de asegurar su posici—n, cualquiera que fuese el
resultado de la lucha. Las instrucciones por las que Ršhm anul— sus preparativos no llegaron a todos sus subordinados: se produjeron numerosas escaramuzas locales entre los camisas pardas y el ejŽrcito regular. En la noche del 29 de junio, los milicianos de Berl’n recibieron la orden de acudir armados a los cuarteles y permanecer en alerta. El 30 de junio, Hitler parti— en avi—n hacia Munich, sorprendi— a los jefes de la conjura literalmente en la cama y los hizo fusilar. ÇYo no me enterar’a de estos acontecimientos hasta m‡s tarde. A la ma–ana del 30 de junio, a primera hora, Tschirschky me llama desde la vicecanciller’a pidiŽndome que fuera lo m‡s r‡pidamente posible. Un desconocido habr’a llamado por telŽfono a su casa antes del amanecer, aparentemente para verificar que se encontraba bien en su domicilio y esta curiosa llamada hab’a levantado sus sospechas. Llegado a mi despacho, me entero que Goering quer’a verme con urgencia. Todav’a sin la menor idea de lo que estaba pasando, marchŽ a su albergue en los jardines del ministerio del Aire. En ese momento fue cuando me quedŽ sorprendido al ver los alrededores bullendo de SS armados con ametralladoras. ÇEncontrŽ a Goering en su despacho acompa–ado de Himmler. Me inform— que Hitler hab’a tenido que partir en avi—n a Munich a fin de ahogar una revuelta fomentada por Ršhm y que Žl, Goering, hab’a recibido plenos poderes para reprimir la insurrecci—n en la capital. Yo protestŽ inmediatamente; yo, como vicecanciller, era el œnico en quien Hitler pod’a delegar sus poderes. Pero Goer’ng no quiso saber nada de eso y rehus— totalmente cederme el puesto. Fui obligado a doblegarme; disponiendo de la polic’a y de las fuerzas del ejŽrcito del Aire, ten’a ciertamente una posici—n m‡s s—lida que la m’a. De todos modos, afirmŽ que hab’a que informar urgentemente al Presidente, proclamar el estado de excepci—n y encargar a la Reichswehr el restablecimiento del orden. Goering rehus— de nuevo. Dijo que era inœtil molestar a Hindenburg; gracias a los SS era due–o de la situaci—n. ÇTschirschky, que me esperaba en la antec‡mara, me cont— despuŽs que durante mi discusi—n con Goering, Himmler hab’a ido a telefonear y hab’a hablado largamente en voz baja. Tschirschky solamente pudo entender una frase: "Ahora puede usted ir". Sin duda era la se–al del raid de la polic’a sobre la vicecanciller’a. ÇEntretanto, nuestra disputa se hab’a ido envenenando acremente. Goering procur— cortar mis protestas recomend‡ndome que ser’a mejor que pensara en mi propia seguridad. Insisti— en que yo deber’a regresar de inmediato a mi casa y no abandonarla sin habŽrselo advertido previame te. Le contestŽ que œnicamente yo me preocupar’a por mi propia seguridad y que no ten’a intenci—n de asumir ese arresto tan poco encubierto. Yo pod’a darme cuenta de como Himmler, que hab’a regresado a la estancia, pasaba en muchas ocasiones mensajes a Goering. S—lo m‡s tarde comprend’ que se trataba de informes sobre el registro de mi vicecanciller’a por los SS y por la Gestapo. Probablemente, Himmler hab’a sugerido a Goering el hacerme venir a su despacho, proveyendo, con raz—n, que yo me habr’a opuesta a tal ocupaci—n, lo que habr’a obligado a sus matanfes a reducirme a la impotencia all’ mismo. En resumen, mi presencia habr’a complicado mucho las cosas. ÇEn la vicecanciller’a, Bose hab’a sido inmediatamente abatido por "haberse resistido a la acci—n de la polic’a". Mi secretario y dos de mis colaboradores hab’an sido llevados a un lugar desconocido, a prisi—n o a un campo de concentraci—n. [ ... ] Pero en aquel momento, yo no sabia nada de todo eso. Goering, sumergido en una ola de mensajes, acab— por darme, m‡s o menos, con la puerta en las narices. Pero cuando Tschirschky y yo quisimos abandonar el ministerio, la guardia SS nos impidi— salir. Tschirschky volvi— atr‡s a buscar al ayudante de campo de Goering, quien orden— a los centinelas que abrieran la verja. Se vio obligado a montar en c—lera y chillarles: ÒVerernos quien manda aqu’, el primer ministro o los SS" para que dejaran el paso libre. Luego nos marchamos a la vicecanciller’a; quer’a
poner en seguridad mis archivos. Las oficinas estaban ocupadas por los hombres de Himmler; un centinela, detr‡s de una ametralladora, nos impidi— entrar. Uno de mis empleados busc— la manera de susurrarme que a Bose lo hab’an matado; instant‡neamente despuŽs se nos separ— y se me orden— regresar a mi coche. Al momento fuimos rodeados por los SS y por miembros de la polic’a secreta de Goering. Tanto los unos como los otros trataron de arrestar a Tschirschky, enfrent‡ndose con ardor, si bien no llegaron a dispararse mutuamente (una interesante indicaci—n de la confusi—n general reinante). Obviamente una sorda lucha enfrentaba al menos a dos facciones, una liderada por Goering, la otra por Himmler y Heydrich. ÇPor fin pudimos volver a marchar, Mi domicilio estaba cercado por un destacamento SS armado hasta los dientes. El telŽfono estaba cortado y en mi sala de visitas encontrŽ a un capit‡n de la polic’a encargado expresamente de aplicar la consigna de mi aislamiento completo. Me indic— la prohibici—n absoluta de todo contacto con el exterior y el recibir cualquier tipo de visita. Acto seguido, me confi— que respond’a de mi seguridad con su cabeza; ten’a orden de oponerse con todos los medios a mi secuestro ya fuera por los camisas pardas como por la Gestapo a menos de recibir instrucciones directas en contra de Goering. [ ... ] Los tres d’as siguientes los pasŽ en total aislamiento. ÇCuando se restableci— la l’nea telef—nica, recib’ una llamada de Goering. Tuvo la imprudencia de preguntarme la raz—n por la que no hab’a asistido a la reuni—n del consejo de ministros que se hab’a acabado en aquel momento. Por una vez le contestŽ en un tono excesivamente brusco para un diplom‡tico. Goering manifest— su sorpresa al saber que yo me encontraba todav’a en situaci—n m‡s o menos de arresto, y me rog— le excusara esta "omisi—n". En efecto, un poco m‡s tarde los hombres que me vigilaban fueron retirados y me pude dirigir a la canciller’a. En ese momento yo supuse que Himmler, a fin de justificar el registro efectuado en mi oficina, hab’a utilizado el pretexto de una colusi—n, por lo menos posible, entre mi grupo y Ršhm. ÇSobre todo, yo era todav’a lo suficientemente inocent—n para creerme que Himmler hab’a actuado por propia iniciativa, sin instrucciones de su jefe. ÇA mi llegada, Hitler estaba a punto de abrir la sesi—n del gabinete para ofrecer a los ministros un informe de conjunto sobre los sucesos de los d’as pasados. Como me invitara a tomar asiento en mi lugar habitual, le respond’ que eso no me era posible y le solicitŽ una entrevista a cuatro ojos. En una pieza vecina, le hice saber de una manera muy seca lo que hab’a sucedido en la vicecanciller’a y en mi propia casa y le reclamŽ una inmediata investigaci—n sobre las medidas tomadas contra mis colaboradores. Por otra parte, le roguŽ que considerara definitiva mi dimisi—n, ofrecida ya desde el 18 de junio, y rehusŽ participar desde ese momento en adelante en las labores del ejecutivo. Para acabar, exig’ que mi dimisi—n fuera hecha pœblica inmediatamente. Pero Hitler no quer’a ni o’r hablar de ello. Ç -La situaci—n ya es suficientemente tensa, dijo. No podr’a anunciar su dimisi—n hasta que todo estŽ en calma. Esperando ese momento Àquerr‡ al menos hacerme el favor de asistir a la pr—xima sesi—n del Reichstag en donde rendirŽ cuentas de mi actuaci—n? ÇLe contestŽ que no ve’a la posibilidad de situarme en el banco del Gobierno y me fui sin escuchar sus protestas. (135) ÇA continuaci—n me hice conducir directamente al ministerio de la Guerra, en la Bendlerstrasse, para ver a mi amigo Fritsch. En los pasillos del edificio, fuertemente custodiados, encontrŽ a su ayudante de campo, una vieja relaci—n de la hermosa Žpoca en que yo hac’a carreras de obst‡culos. Pareci— que hab’a visto a un fantasma. Ç - ÁDios m’o!, exclam— ÀQuŽ os ha pasado?
Ç - ÁComo puede ver todav’a estoy bien vivo, murmurŽ. Pero hay que acabar con esta "schweinereiÓ! (cerdada, barbaridad). ÇFritsch apareci— muy deprimido. Me inform— que hab’an matado a Schleicher y a su mujer, que el ejŽrcito estaba en situaci—n de alerta, pero que el peligro de una sublevaci—n de las Tropas de Asalto parecia descartado. Le preguntŽ que por quŽ raz—n no se hab’a declarado el estado de excepci—n y por quŽ el ejŽrcito no hab’a intervenido. ÀSer’a posible todav’a esa intervenci—n para restablecer el orden?. Fritsch admiti— que, en efecto, todo el mundo deseaba la intervenci—n de la Reichswehr, pero Blomberg se hab’a opuesto terminantemente; en cuanto a Hindenburg, jefe supremo de las fuerzas armadas, no se le pod’a plantear el asunto. Por otro lado, el Presidente estaba obviamente mal informado de la situaci—n real. ÇSi el ejŽrcito se hubiera decidido en ese momento a tomar las riendas del Estado, no hubiera encontrado resistencia. La brutal acci—n de Hitler hab’a desmoralizado completamente a las milicias. Los veteranos del movimiento, exasperados por la masacre de la mayor parte de sus jefes, tomaban una actitud francamente hostil. En cuanto a los SS, todav’a eran relativamente dŽbiles. ÇOnce a–os despuŽs, en la prisi—n de Nuremberg, le preguntŽ a Keitel si conoc’a las circunstancias exactas de la muerte de Schleicher. Me inform— que, al menos segœn lo que le hab’a dicho Blomberg en aquella Žpoca, Schleicher apoyaba a Ršhm y que incluso, segœn persistentes rumores, hab’a tenido relaciones con ciertos ‡mbitos franceses. Goering, que asist’a a nuestra conversaci—n, intervino en aquel momento para precisar que la Gestapo hab’a recibido del mismo Hitler la orden de arrestar a Schleicher. Cuando los polic’as irrumpieron en su casa, el general sac— su rev—lver. Su mujer, al penetrar en la pieza justo en aquel momento, se puso delante de Žl y fue mortalmente herida por una bala disparada por un agente. Sigui— un cruce de disparos, en el curso del cual Schleicher cay— muerto. TambiŽn afirm— Goering que en la noche del 30 de junio le hab’a suplicado a Hitler que pusiera fin a las detenciones y a las ejecuciones. Finalmente Hitler hab’a cedido, pero haciendo menci—n de que todav’a quedaba un nœmero apreciable de gente que merec’a la muerte. Cuando le preguntŽ a Goering que si a su parecer Hindenburg habla le’do el telegrama de felicitaci—n enviado en su nombre a Hitler, cit— una ocurrencia de Meissner, secretario de Estado en la Presidencia. Hablando de este telegrama, Meissner inquir’a en varias ocasiones con sonrisa sard—nica como respuesta: ÀA prop—sito, Sr. Presidente, est‡ usted satisfecho del contenido del mensaje? ÇMi preocupaci—n principal era en aquel momento la situaci—n de mis colaboradores arrestados. Yo estaba convencido todav’a de que el "complot" de Ršhm hab’a constituido una amenaza real y que la eliminaci—n de los conjurados hab’a sido, a fin de cuentas, en servicio de los intereses del pa’s. En todo caso, la mayor’a de los jefes milicianos ejecutados eran personajes muy poco recomendables que, aœn sin lo sucedido, habr’an probablemente acabado en prisi—n. Cuando el 4 de julio.escrib’ a Hitler, lo hice principalmente para limpiar a mis colaboradores y a m’ mismo de toda sospecha de participaci—n en el complot. ProtestŽ por el encierro de mis amigos y por el saqueo de mis archivos; al mismo tiempo, exig’a una indagaci—n judicial que estableciera la ausencia de todo contacto entre Ršhm y el vicecanciller. El d’a 10 le escrib’ de nuevo para informarle que todav’a no hab’a podido ver al Presidente, del que se me dec’a siempre que sufr’a demasiado para poder recibirme. Dadas estas condiciones, me ve’a obligado a solicitar que hiciera pœblica mi dimisi—n. ÇEl d’a 11 pude sostener una conversaci—n con Hitler. Hab’a convocado al Reichstag para pasado ma–ana y all’ asumir’a personalmente toda la responsabilidad de todo lo que hab’a pasado, incluso la de ciertos "sucesos desgraciados cometidos por exceso de celo". Por contra, no ten’a la intenci—n de hacer un caso aparte de la muerte de Bose y me acus— de
"colocar mis intereses personales por encima de los del pa’s". En la ma–ana del d’a 13 le hice llegar un breve mensaje advirtiŽndole de que no asistir’a a la sesi—n del Parlamento. ÇEntre tanto, mis colaboradores hab’an sido excarcelados uno tras otro. S—lo faltaba el desgraciado Jung. En contra de las instrucciones formales de Goering y de Hitler, la Gestapo no me hab’a devuelto mis archivos. Y aœn m‡s grave, se qued— igualmente con los ficheros de Bose, los que sin duda alguna conten’an un material abrumador sobre las actividades del partido nazi y los excesos cometidos por Himmler y Heydrich. Este material hab’a sido reunido con vistas a su eventual publicaci—n, como medida posiblemente eficaz para poner fin a esos abusos. Ahora, se nos hab’a arrebatado esta armaÈ. Hasta aqu’ los recuerdos de von Papen en "Historama". Seguro que el lector ha podido seguir detectando algunas contradicciones entre los distintos relatos expuestos. Y lo podr‡ seguir haciendo. Veamos ahora lo que nos narra Henri Landemer en el en 202 de la revista "Miroir de l«Histoire", nœmero especial con el t’tulo genŽrico de "Hitler: ÒLa Loi de fer". El cap’tulo que recogemos se titula: Ò30 juin 1934 - la nuit des longs coteaux Ð L«assasinat d«un camarade". P‡g. 124 y ss.: ÇAdolf Hitler se ha hecho entre dos mentores: Dietrich Eckart, el escritor, y Ernst Ršhm el militar. Eckart ha fallecido y s—lo queda Ršhm. Hitler siente hacia Žste una curiosa mezcla de admiraci—n y atracci—n. El jefe de estado mayor de la SA es a la vez indispensable y obstaculizante. Cada vez m‡s obstaculizador y menos indispensable. ÇErnst Ršhm es hombre de una pieza para el que la vida no tiene sentido fuera de su profesi—n militar. Con su incisivo vocabulario que soltaba como trallazos se defin’a as’ en pocas palabras: "yo soy soldado. En un pa’s, lo œnico que cuenta es la milicia. La toma del poder es la transformaci—n de la milicia pol’tica en ejŽrcito nacional". [ ... ] ÇHitler y Ršhm ten’an en comœn el odio hacia los oficiales reaccionarios, orgullosos de su condici—n y de su mon—culo. No quer’an un ejŽrcito de casta y aspiraban a un ejŽrcito del pueblo. Su objetivo lejano era el mismo: el mundo deber‡ someterse a la espada de Sigfrido. Solo el hecho de tener una concepci—n fundamentalmente distinta del camino a seguir, fue lo que emponzo–ar‡ las relaciones entre ambos, unidos sin embargo por una pasi—n comœn. ÇPara Hitler, el ejŽrcito pertenec’a a la naci—n. Para Ršhm era la naci—n la que deb’a pertenecer al ejŽrcito. [...] ÇEse d’a llega el a–o 1931. Los SA del partido nacionalsocialista son m‡s de cien mil y para conducirlos hace falta un pu–o de hierro. ÇLas ideas de Adolf Hitler se van extendiendo por toda Alemania, pero para llegar al poder y hacerse entender entre las masas se ha de conquistar la calle frente a los comunistas, los œnicos rivales serios de los nacionalsocialistas sobre el terreno donde se juega uno el todo, en las barriadas y en las f‡bricas. ÇErnst Ršhm regresa de Bolivia. Sabe analizar una situaci—n determinada y constata que Adolf Hitler tiene sin duda raz—n: s’, la toma del poder es posible por la v’a legal. Y una vez en el poder, todo ser‡ posible, comenzando por la creaci—n de un verdadero ejŽrcito nacional. ÇCon toda lealtad, el antiguo capit‡n de Verdœn "participa en el juego". Pone a todo el ejŽrcito pardo al servicio del partido nacionalsocialista. En dos a–os, consigue triplicar sus efectivos. [ ... ] ÇEn el momento en que la colaboraci—n entre Hitler y Ršhm parece ser de lo m‡s estrecha, una grieta psicol—gica los separa. Con el paso de los a–os y las numerosas relaciones con diversas personas, el jefe del movimiento n acio nalsocia lista deja de ser un agitador para convertirse en un candidato aceptable en la carrera por el poder. Por la fuerza de las cosas,
toma distancia de sus primeros compa–eros, los "alte KŠmpferÓ de los a–os veinte. Ya no es la Žpoca en que estaba rodeado solamente de algunos camaradas siempre dispuestos a la pelea. Ahora cuenta con millones de seguidores. Mientras Ršhm buscaba incansablemente hombres, Adolf Hitler cuenta los votos. ÇDentro del partido, y sobre todo en la SA, se piensa realmente que el FŸhrer se est‡ aburguesando. Hitler, en cambio, opina que su jefe de estado mayor es cada vez menos "presentable". ÇRšhm hab’a seguido empleando las maneras brutales de un oficial subalterno Se muestra grosero y vulgar. Desconf’a de los intelectuales y de los pol’ticos. Solo tiene una pasi—n: la pelea, un objetivo: la guerra, un placer: la org’a, ÇPara nadie es un secreto en Alemania que el jefe del E.M. de la SA tiene unas costumbres especiales. Este radical admirador de los espartanos va a practicar Òincluso la homosexualidad que se achaca a los antiguos griegos. No se oculta en su amor a los hombres y elige a sus oficiales de estado mayor, como el conde Spreti, entre toda una plŽyade de efebos rubios. [...] ÇM‡s normal, sin duda, de lo que dicen sus enemigos, Adolf Hitler ama a las mujeres. Vive rodeado de un coro de admiradoras y mantiene una discreta relaci—n con una empleada de su amigo el fot—grafo Hoffman. [...] ÇDentro del nacionalsocialismo siempre existi— un ala derecha y un ala izquierda o, si se prefiere, conservadores y revolucionarios. Para Ernst Ršhm y sus camaradas la llegada de Hitler a la canciller’a deb’a ser la se–al para la segunda revoluci—n. Contra los ricos, contra la burgues’a, contra los curas, contra la aristocracia... Contra el orden establecido en provecho de un orden superior que no pod’a ser otro que el de la guerra. [ ... ] ÇLa tensi—n aumenta entre Ršhm y los administradores del mundo conservador magnates de la industria, "se–ores de la guerra", Junkers resurgidos del pasado. ÇLos SA adoptan una actitud desafiante. Acentœan su expresi—n militar y van marchando d’a y noche por todos los caminos y calles. ÇY ese a–o de 1934 las SA se han dado una canci—n favorita: "Agucemos nuestros cuchillos largos en el borde de las aceras". [ ... ] Ç Ršhm aparece como el posible Trotski del III Reich. ÀEl organizador del ejŽrcito pardo seguir‡ la voz herŽtica del organiza dor del ejŽrcito rojo?. A partir de la primavera de 1934 la desviaci—n "izquierdista" se quita la m‡scara. ÇAunque el 20 de abril, d’a del aniversario del FŸhrer, renueva su juramento de fidelidad a la persona de Adolf Hitler, el jefe de E. M. de la SA mantiene su actitud de opositor. El lansquenete (mercenario) se ha convertido en un heterodoxo. ÇFrente a Žl, un tr’o de hombres bien diferentes se van a coaligar para anular sus ambiciones. En primer lugar, Hermann Gšring, primer ministro de Prusia, fundador de la SA y as de ases de la aviaci—n imperial. Sus merecimientos de guerra valen tanto como los de Ršhm y la rivalidad parece inevitable entre dos hombres que se asemejan en m‡s de un punto. A continuaci—n, Himmler, organizador de la SS, que depende te—ricamente de la SA, y reagrupa ya efectivos de m‡s de 50.000 hombres. Y finalmente Josef Goebbels, gauleiter de Berl’n y gran maestro de la propaganda, m‡s hostil al nazismo de izquierdas por cuanto esta era una tendencia a la cual no sucumbi— por muy poco. ÇEl m‡s irreductible adversario era seguramente Himmler, y sobre todo el hombre que le segu’a como su sombra: Reinhardt Heydrich, jefe del SD. Desde la sombra, es quien orquesta toda la campa–a contra Ršhm ÇUna entrevista entre Himmler y Ršhm queda en nada. Los dos personajes parecen pertenecer a planetas diferentes.
ÇEs imposible un di‡logo entre un funcionario puritano y un combatiente libertino. Ršhm no entiende que los consejos de "moralidad" que le prodiga Himmler son realmente amenazas. Promete todo lo que quiere el maestre de la Orden Negra, guardi‡n de la "virtud nacionalsocialista", pero sigue con sus desplantes y su fanfarroner’a. Ç Ršhm tiene en su contra a la burocracia del partido, al aparato del Estado... la Orden Negra bascula a su vez y le tacha de Òimposible". Solamente Hitler duda todav’a y busca un compromiso entre su antiguo compa–ero y todas las fuerzas que desaf’an a la SA. ÇPero el FŸhrer se da cuenta que debe decidirse de una vez. Sabe adem‡s que el mes de junio ser‡ decisivo. As’ que todo comienza con una entrevista como œltima posibilidad: convoca a Ršhm en la canciller’a. Durante cinco horas se van a enfrentar mano a mano, sin testigos. El lansquetene no puede ocultar su voluntad de crear lo que llama "un Estado SA". El FŸhrer no puede menos que retrucarle a la manera de Luis XIV: "El Estado soy yo." ÇCon todo, parece haberse logrado algo parecido a un acuerdo: a la SA se la conceder‡ permiso por vacaciones: se la desmovilizar‡ durante todo el mes de julio. Ernst Ršhm se ir‡ a descansar al balneario de Bad Wiessee, a orillas del Tegernsee, en Baviera. Se contempla solamente la convocatoria de una conferencia de estado mayor de los principales jefes de la SA en esa apacible localidad termaÁ. Adolf Hitler promete asistir para lograr una explicaci—n definitiva... [ ... ] ÇAlgunos d’as m‡s tarde el vicecanciller del Reich, von Papen, representando el ala m‡s conservadora, pronuncia un discurso en la Universidad de Marburg en el que ataca los mŽtodos de los SA y exalta los principios cristianos. Es una declaraci—n de guerra a Ršhm. ÇAdolf Hitler sabe que von Papen tiene detr‡s de Žl al mariscal H’ndenburg, jefe del Estado, que no es mas que un anciano enfermo cerca de su fin, pero que sigue siendo un s’mbolo. Toda la Reichswehr est‡ con Žl, es decir, la œnica cŽlula posible del ejŽrcito nacional de ma–ana. ÇEl canciller acude a casa del viejo mariscal en Neudeck, en un entorno campestre de ruda austeridad militar. Ah’ se topa con el ministro de la Guerra, el general von Blomberg. Esta inmersi—n en tierra prusiana acerca al FŸhrer a los "se–ores de la guerra". [ ... ] ÇEl lunes, 25 de junio, Rudolf Hess dirige una alocuci—n por la radio. El fiel segundo de Hitler, el compa–ero de sus primeros a–os en Munich, el colaborador en el "Mein KampfÓ, habla en tono de profeta con exaltada pasi—n: "Desde la obediencia ciega, desde la entrega total al FŸhrer sin que jam‡s se le pida el por quŽ de las cosas, desde el cumplimiento sin reservas de todas las —rdenes, Žsta es la ra’z de nuestro nacionalsocialismo... ÁDesgraciado aquel que crea poder servir a la revoluci—n con una sublevaci—n!", ÇA su regreso de Berchtesgaden, el FŸhrer permanece poco tiempo en Berl’n. Debe trasladarse a la Renania para inspeccionar los campos del Servicio del Trabajo. Al atardecer del 29 de junio, estando en el Hotel Dressen en Godesberg, las noticias que recibe de la capital le deciden a ’ntervenir. Se le han entregado los mensajes de Gšring y de Himmler: los SA se est‡n agitando mucho la v’spera del d’a inicial de su permiso vacacional. Desde hace algunos d’as los incidentes se multiplican entre los hombres de las brigadas de asalto y los soldados de la Reichswehr, Adolf Hitler comprende que la crisis que se avecina no se puede desactivar con palabras, sino solo con sangre. Piensa que ciertos mandos de la SA pretender eliminarle para imponer el pueblo alem‡n la segunda revoluci—n". ÇAunque fuese cierto que Ršhm dudara en atacar al hombre que Žl mismo hizo surgir de la nada hac’a poco tiempo, es ya irreversible el hecho de que se ha convertido en el s’mbolo de la conspiraci—n. Un solo pensamiento obsesiona ahora a Hitler: "Žl o yo". Piensa con toda la prodigiosa fuerza de su voluntad que Žl, Hitler, tiene raz—n. Jam‡s le habr‡ parecido tan duro
el deber como en aquel anochecer renano. A la noche, acude al aeropuerto de Bonn y vuela hacia Munich. ÇEl avi—n del FŸhrer sobrevuela una Alemania somnolienta que no se imagina que ya est‡ comenzando esa famosa "noche de los cuchillos largos" de la que hablaba (la canci—n) de la SA. ÇAl alba, Adolf Hitler aterriza en Munich. Le dice a un oficial de la Reichswehr que le ofrece la protecci—n de sus hombres: "Este es el d’a m‡s duro, el m‡s terrible de mi vida. Pero, crŽame, sabrŽ hacer justicia. " ÇHitler quiere arreglar el problema entre nacionalsocialistas y sabe que puede contar con sus SS. ÁHace rodear la Casa Parda! DespuŽs de hacer arrestar al primer SA que cae entre sus manos, trat‡ndole de traidor bueno para el cadalso, da la se–al de partida hacia Bad Wessee. ÇSon las seis de la ma–ana. ÇMedia hora m‡s tarde, junto con algunos SS miembros de su guardia personal del "Le’bstandarte Adolf Hitler" que manda el fiel Sepp Dietrich, Hitler llega a la pensi—n familiar donde duermen los jefes de la SA. Derriban las puertas. Los mandos son arrojados del lecho y arrestados al momento. Uno de ellos, Heines, es descubierto acostado en compa–’a de un joven SA... ÇAhora, pistola en mano, Adolf Hitler se detiene delante de la puerta de la habitaci—n de Ršhm. Hace que le abran y abronca al jefe de estado mayor de la SA: "ÁQuedas detenido! ÁTraidor!" ÇA Ršhm se le encierra con los dem‡s en el s—tano. Hitler queda due–o del terreno. Regresa a Munich, hace aœn arrestar a algunos mandos de la SA que van llegando en coche a la reuni—n prevista. Todos ser‡n encarcelados en Stadelheim, la prisi—n de Munich donde se les unen otros jefes SA interceptados en la estaci—n de ferrocarril. ÇEn Berl’n, los "depuradores" tambiŽn est‡n a la labor. Gšring y Himmler env’an peque–os grupos de dos o tres hombres. Hace varias semanas, Reinhardt Heydrich ha hecho confeccionar sus listas de sospechosos, bautizados todos como culpables. Algunos son detenidos, otros ejecutados in situ. ÇLa depuraci—n afecta sobre todo a los mandos de la SA. Pero no solamente el bando revolucionario del movimiento va a pagar este 30 de junio de 1934. Algunos aprovechan la depuraci—n para arreglar sus cuentas con los reaccionarios. No se perdona a nadie. Ni a Gregor Strasser, tr‡nsfuga del partido nazi, ni a Klausener, presidente de la Acci—n Cat—lica, ni al general Kurt von Schleicher, oponente de siempre al nacionalsocialismo. ÇHabiŽndose decidido a intervenir con las armas, Adolf Hitler se bate en dos frentes. Hizo arrestar y ejecutar tanto a Òizquierdistas" de la SA como a los derechosos de la reacci—n. Se va a desembarazar de algunos de sus m‡s viejos compa–eros de lucha, pero les va a dar la satisfacci—n de matar a sus peores enemigos. ÇLa noche de los cuchillos largos contemplar‡ la muerte de Karl Ernst, el jefe de la SA de Berl’n, pero al mismo tiempo tambiŽn la de von Kahr, el que hizo abortar el putsch de Munich en 1923. Una diferencia: los viejos adversarios son sumariamente abatidos por los asesinos en civil de la Gestapo, mientras que los camaradas del partido tienen derecho a una especie de ceremonia antes de ser fusilados. [ ... ] ÇEn la Casa Parda, ha nombrado a Viktor Lutze nuevo jefe de la SA, un incondicional. ÇPero ÀquŽ hacer con Ernst Ršhm?. ÇAl atardecer del 30 de junio, s‡bado, el avi—n de Adolf Hitler regresa a Berl’n. El FŸhrer desciende del aparato al final de un largo crepœsculo, Est‡ p‡lido, el rostro con muestras de agotamiento. No ha cerrado los ojos desde hace unas treinta horas. Al anochecer se reœne
con Gšring y Himmler en la canciller’a. Un nombre aparece s’empre en la conversaci—n: Ršhm. ÇPero Adolf Hitler no va a tomar todav’a una decisi—n. ÇAl amanecer del domingo, 1 de julio, Joseph Goebbels habla por la radio para anunciar al pueblo alem‡n lo que ha sucedido en Munich y en Berl’n: "Millones de miembros de nuestro partido, de la SA y de la SS, se felicitan de este hurac‡n depurador. Toda la naci—n respira, liberada de una pesadilla". ÇPero Ršhm en prisi—n, destituido, deshonrado, vive todav’a, No ser‡ hasta el domingo, al comienzo del mediod’a, cuando Hitler ceda ante la raz—n de Estado, Telefonea a Munich. ÇEl "OberfŸhrer" Theodor Eicke, jefe de las unidades "Totenkopf" de la SS encargadas de la vigilancia en los campos de concentraci—n, recibe la orden de ayudar a suicidarse al jefe de E. M. de la SA. ÇEl hombre de la Orden Negra llega a la prisi—n de Stadelheim en compa–’a de otros dos oficiales de la SS. En la celda de Ršhm deposita sobre el taburete un ejemplar del ÒVšlkischer BeobachterÓ que informa de la purga de los SA. Deja tambiŽn una pistola conteniendo una sola bala. Pero Ršhm rehœsa suicidarse. Entonces los tres SS descargan sus armas. Ršhm cae abatido, Sus œltimas palabras son:ÓMein FŸhrer... Mein FŸhrer." ÇMuere como han muerto un centenar de personas en esa noche de los cuchillos largos. En diez a–os ya no habr‡ una oposici—n eficaz, ni a la derecha ni a la izquierdaÈ. Veamos ahora de nuevo las memorias, recuerdos, remembranzas.... de algunos personajes m‡s, contempor‡neos de los acontecimientos. Philipp Bouhler, jefe de la "canciller’a del FŸhrerÓ, con rango de "ReichsleiterÓ, era esencialmente una autoridad del partido. Escribi— estas l’neas hacia el a–o 1942, puesto que al final de su escrito dice textualmente: "Las palabras del FŸhrer se cumplen con la llegada del buen tiempo. Ya est‡n de nuevo en marcha victoriosa los EjŽrcitos alemanes y aliados que luchan en las inh—spitas tierras de Rusia, dispuestos a asestar el golpe definitivo a las huestes de Stalin...".EI libro donde se recogen, titulado "Adolf Hitler. El origen de un movimiento popular" ha sido editado por Ediciones BAUSP, Badalona (Barcelona) y patrocinado por CEDADE, 1» edici—n agosto 1979. P‡g. 112: ÇCierto d’a, el 1 de julio de 1934, las primeras planas de los peri—dicos de todo el mundo aparecieron con grandes t’tulos sensacionales. En ellos se daba cuenta de un sorprendente hecho acaecido en Alemania. Varios elementos que ocupaban altos puestos en las S.A. y en las S.S. intentaron dar un golpe de Estado. Pero la energ’a de Hitler, cuya vida estuvo tambiŽn en peligro, abort— este movimiento revolucionario en unas pocas horas. Encabezaban la lista de los sublevados el ex canciller von Schleicher, el comandante Ršhm y otros jefes de las citadas organizaciones nacionalsocialistas. ÇEl fin perseguido por estos rebeldes era no s—lo el de eliminar el rŽgimen nacionalsocialista sino el de atentar contra la vida personal de Hitler. Este pronunci— trece d’as despuŽs de la represi—n un discurso en el Reichstag. [...] ÇEn el extranjero se crey— que las enŽrgicas medidas de represi—n de Hitler conducir’an a Žste a la cat‡strofe, Pero en el interior del pa’s no compart’an esta opini—n. A ra’z de estos hechos se consolid— aœn m‡s la posici—n de Hitler, que se hab’a robustecido mucho m‡s el realizar tan justo escarmiento. ÇEn virtud de sus —rdenes fueron pasados por las armas los cabecillas de la revuelta. Como ya es sabido -a pesar de todo lo que se dijo entonces-, von Papen no estuvo nunca conforme con este movimiento sediciosoÈ.
Tras esta parca reflexi—n de Bouhler, veremos lo que nos dice a posteriori Albert Speer al respecto. Speer ingres— en el NSDAP en el a–o 1932. "Arquitecto de Hitler. A la muerte de Fritz Todt fue nombrado jefe de la Organizaci—n Todt y ministro para armamento y munici—n el 15 de febrero de 1942. Sus memorias, "Erinnerungen", recuerdos, han sido editadas por Verlag Ulistein GmbH, FrankfudN.-Berlin-Viena, Se toma de la edici—n no resumida de enero de 1982, copyright del a–o 1969). P‡g.64 y ss.: ÇEl putsch de Ršhm lo viv’ en Berl’n. Hab’a tensi—n en la ciudad; en el Tiergarten acampaban soldados equipados para la marcha; por las calles circulaban camiones con polic’as armados de fusiles; reinaba un t’pico "ambiente espeso" parecido al del 20 de julio de 1944 el que igualmente viv’ en Berl’n. ÇGšring fue presentado al d’a sigu’ente como el salvador de la situaci—n en Berl’n. Avanzada la ma–ana, regres— Hitler de su razzia de arrestos en Munich y yo recib’ una llamada de su ayudante: "ÀTiene usted algunos proyectos nuevos? ’Entonces, tr‡igalos!", lo que significaba que su entorno quer’a distraer a Hitler interes‡ndole en cuestiones arquitect—nicas. ÇH’tier estaba extraordinariamente agitado y, como aœn sigo creyendo hoy en d’a, convencido interiormente de haber superado sano y salvo un gran peligro. Durante esos d’as siempre volv’a a contar de que manera se hab’a presentado en el Hotel "Hanselmayer" de Wiessee, no olvidando explicar su propio coraje: "ÁNosotros est‡bamos sin armas, piŽnsenlo bien, y no sab’amos si esos cerdos nos pod’an oponer centinelas armados!" La atm—sfera homosexual le hab’a producido asco. "En una habitaci—n sorprendimos a dos adolescentes desnudos." Evidentemente pensaba que gracias a su acci—n personal habla podido evitar en el œltimo minuto una gran cat‡strofe: "ÁPuesto que œnicamente yo pod’a solucionarlo! ÁNadie m‡s!" ÇEl entorno de Hitler se hab’a esforzado en incrementar su aversi—n hacia los jefes de la SA fusilados, inform‡ndole con enorme celo de la mayor cantidad de detalles posibles sobre la vida ’ntima de Ršhm y sus seguidores. BrŸckner le mostraba a Hitler cartas de restaurantes a donde iban los licenciosos clientes de aquellos grupos. Supuestamente dichas cartas hab’an sido encontradas en el cuartel general de la SA en Berl’n: la oferta conten’a muchos platos con art’culos procedentes del extranjero, tales como golosinas, ancas de rana, lenguas de ave, aletas de tibur—n, huevos de gaviota; adem‡s a–ejos vinos franceses y los mejores champagnes. Hitler comentaba ,con iron’a: "ÁVaya, aqu’ tenemos a los revolucionarios! ÁY para ellos nuestra revoluci—n era demasiado blanda!" ÇHitler regres— muy contento de una visita que hab’a efectuado al presidente del Reich; tal como explic—, Hindenburg hab’a aprobado lo hecho con estas o parecidas palabras: "En el momento adecuado no hay que retroceder ante las consecuencias m‡s extremas. TambiŽn debe poder correr sangre." Al mismo tiempo, pod’a leerse en los diarios que el presidente del Reich, von Hindenburg, hab’a felicitado oficialmente a su canciller Hitler y al ministro-presidente Hermann Gšring por la acci—n. ÇCon una casi febril actividad, las autoridades hicieron todo lo imaginable para justificar la operaci—n. Esta actividad que dur— d’as, concluy— con un discurso de Hitler ante un Reichstag convocado a tal fin, en el que precisamente al protestar de su inocencia estaba predicando un sentimiento de culpa. Un Hitler que se defend’a: esto no ’bamos a verlo nunca m‡s en el futuro, ni incluso en el a–o 1939 cuando entramos en guerra. TambiŽn el ministro de Justicia GŸrtner fue llamado a contribuir a la justificaci—n. Dado que GŸrtner no era de partido y por tanto parec’a no depender de Hitler su presencia tuvo especial importancia para todos aquellos que dudaban. Levant— gran expectaci—n el hecho de que la Wehrmacht
aceptara en silencio la muerte de su general Schleicher. Pero, con mucho, la m‡s convincente remisi—n que se pod’a hacer, y no s—lo para m’ sino tambiŽn para muchos de mis conocidos apol’ticos, era la actitud de Hindenburg. Para la generaci—n de entonces, de extracci—n burguesa, el mariscal de campo de la I Guerra Mundial era una venerable autoridad. Ya en mis tiempos de escuela representaba al irreductible y perseverante hŽroe de la historia reciente; su aureola nos hab’a transportado a los ni–os en un algo as’ como Žxtasis m’stico: en el œltimo a–o de la guerra (1918), junto con los mayores, clav‡bamos grandiosas estatuas de Hindenburg con clavos de hierro, cada uno de los cuales costaba algunos marcos. Desde mi Žpoca escolar Žl era por antonomasia la representaci—n de la autoridad. Saber que Hitler estaba apoyado por tan alta instancia, proporcionaba un sentimiento de tranquilidad. ÇDespuŽs del putsch de Rahm, no fue por casualidad que la derecha, representada por el presidente del Reich, el ministro de Justicia y el generalato, se pusiera del lado de Hitler. Ciertamente que esta derecha estaba libre del antisemitismo radical tal como lo sosten’a Hitler; realmente despreciaba ese estallido de sentimientos plebeyos de odio. Su conservadurismo no ten’a ninguna base en comœn con la locura racial. La simpat’a que mostr— pœblicamente hacia la acci—n de Hitler ten’a otras razones muy distintas: con la acci—n asesina del 30 de junio de 1934 la potente ala izquierda del partido, representada principalmente por la SA, hab’a sido liquidada. Esta ala izquierda se hab’a sentido enga–ada por los frutos de la revoluci—n. Y no sin raz—n. Puesto que educados desde antes de 1933 para la revoluci—n, la mayor’a de sus miembros se hab’an tomado en serio el supuesto programa socialista de Hitler. Durante mi corto tiempo de actividad en Wannsee pude observar de que manera en los rangos inferiores, el hombre SA raso soportaba el sacrificio de las privaciones, pŽrdidas de tiempo y riesgos en la confianza de recibir en su momento las correspondientes compensaciones. Al no recibirlas, aparecieron la inconformidad y el desagrado; f‡cilmente hubieran llegado a situaciones explosivas. Posiblemente, de hecho, la intervenci—n de Hitler pudo impedir el desencadenam’ento de la "segunda revoluci—n" que Ršhm predicaba. (136) ÇCon tales argumentos apacigu‡bamos nuestras conciencias. Yo y otros muchos busc‡bamos nerviosamente excusas y alab‡bamos como norma del nuevo mundo lo que dos a–os antes nos hubiera irritado. Reprim’amos las dudas que pod’an incomodar. Visto a una distancia de decenios despuŽs, estoy consternado sobre la irreflexi—n de aquella Žpoca. ÇLas consecuencias de esos sucesos me trajeron ya al d’a siguiente un encargo: "Vd. debe reformar el palacio Borsig lo m‡s pronto posible. Quiero trasladar ah’ a la comandancia general de la SA de Munich a fin de tenerla cerca en el futuro. Vaya ya y empiece de inmediato". A mi reparo de que en dicho lugar se encontraba el departamento oficial del v’cecanciller, me respondi— secamente: "ÁEso lo tiene que desalojar al momento! ÁNo tome en consideraci—n tales reparos!" [...] Cuando Dietrich Eckardt muri— en el a–o 1923, quedaron cuatro hombres que se trataban de "tœ" con Hitler: Esser, Christian Weber, Streicher y Ršhm. Con el primero, Hitler busc— una ocasi—n adecuada despuŽs del a–o 1933 para implantar de nuevo el "usted"; del segundo, se apart— lo m‡s que pudo; al tercero, lo trataba impersonalmente y al cuarto, lo ases’n—È. (131) Bueno, ya ha hablado Speer. Otro contempor‡neo es Heinrich Hoffmann, el fot—grafo amigo de Hitler. Sus recuerdos los edit— en espa–ol Luis de Caralt, Barcelona 1973, siendo el copyright de 1955. La traducci—n es de Julio G—mez de la Serna. El libro se titula "Yo fui amigo de Hitler", P‡g. 83 y ss.: ÇEn el a–o 1920, los cafŽs desempe–aron un gran papel en la vida de Hitler. Ello se deb’a a una costumbre de Viena, donde la vida y el trabajo giran alrededor de los cafŽs. En Munich,
era Žl, al mismo tiempo, asiduo concurrente del CafŽ Wchand, cercano al Volkstheater, al sal—n de tŽ Carlton, lugar de reuni—n aristocr‡tico en la Briennerstrasse, y al CafŽ Heck en la Galeriestrasse, donde los muniqueses autŽnticos se citaban. Su preferido era el CafŽ Heck, y all’, al final de un estrecho saloncito, ten’a una mesa reservada. Nadie a su espalda y, en cambio, ante Žl una vista perfecta de todo el cafŽ. [ ... ] ÇEl capit‡n Ršhm era quiz‡ el personaje m‡s ilustre de aquel c’rculo cotidiano. Hab’a conocido a Hitler siendo Žl oficial instructor en el ejŽrcito y le tuteaba con gran familiaridad. Era preciso acostumbrarse a las atroces cicatrices que surcaban la cara de Ršhm, reliquias de una herida de guerra. Entonces encontraba uno en Žl un compa–ero encantador. ÇRšhm era por entonces atacado con mucha violencia por la Prensa de izquierda; no soportaban su gŽnero de vida, lo cual, por otra parte, no ejerc’a la menor influencia sobre Hitler. Ç - En un hombre como Žl -dec’a-, que ha v’vido mucho tiempo en los pa’ses tropicales, semejante ... llamŽmosle as’, "enfermedadÓ, tiene derecho a una benevolencia especial. Ršhm es, en suma, indispensable al Partido: sus conocimientos del ejŽrcito son de primer orden y mientras no promueva esc‡ndalo dirŽ que su vida privada no me importa. ÇOtra personalidad relevante en el grupo era la del profesor Stempfle, ex-jesu’ta, Hitler le consider— al principio como un esp’a; despuŽs, Stempfle se gan— su confianza y fue, incluso, uno de los poqu’simos que pudo conseguir que el Canciller obrara con cierta moderaci—n. ÇEl 17 de junio de 1934 marchŽ a Par’s con mi segunda mujer, para gozar de una luna de miel retrasada. Werfin, el director de las f‡bricas Mercedes Benz, me esperaba en la capital francesa. Deb’a yo hacer unas fotos del coche "Mercedes" que iba a tomar parte en el Gran Premio del 21 de julio (À10 de julio?). La v’spera de la carrera, en el momento en que salimos del teatro, nos aturdieron los gritos de los vendedores de peri—dicos y los remolinos de una multitud sobreexcitada por los titulares sensacionales que pudimos ver al fin en la primera plana de los diarios de la noche: ÒÁFracasa una tentativa de "putsch" en Alemania! ÁRšhm y seis jefes de la SA, fusilados!". A la luz de un farol, devoramos aquellas noticias inciertas. ÁC—mo! ÀRšhm, el hombre de confianza de Hitler, un traidor? No pod’a creer lo que le’an mis ojos. ÇDe repente surgieron en mi memoria las œltimas palabras de Hitler antes de mi marcha a Par’s. Ç - Bien, si un motor de carreras extranjero le parece a usted m‡s importante que un acontecimiento que va a ser œnico en la Historia, no le detengo, m‡rchese! ÇD’as antes me hab’a Žl invitado a acompa–arle para efectuar una visita de inspecci—n en los campamentos de Arbeitsdienst, en el pa’s renano. Me neguŽ, y esto le molest— algœn tanto. Generalmente, una invitaci—n de Hitler representaba para m’ una orden, pero en aquella ocasi—n conced’ la prioridad a la promesa hecha a mi mujer, y tomamos el tren de Par’s. ÇY all’ estaba yo, en pie, en aquella calle extranjera, estupefacto, con el diario en la mano. "Acontecimiento œnico" Žl hab’a dicho. ÀConoc’a, pues, desde antes, el plan de aquella tentativa de "putsch"? ÀHab’a tenido realmente Ršhm el prop—sito de suplantar a Hitler? El diario francŽs as’ lo afirmaba, pero aquello me parec’a inveros’mil. La idea suprema de Ršhm -me lo hab’a Žl dicho con frecuencia- era transformar la SA en un ejŽrcito de voluntarios, en un ejŽrcito m‡s potente que el de cualquier otra naci—n del mundo. En lo cual estaba en desacuerdo con Goering y con Himmler; los dos ve’an en Žl, en aquel hombre detr‡s de quien se agrupaban miles de SA, la fuerza armada viva del pa’s, su m‡s tem’ble adversario. Ršhm gozaba, adem‡s, de la ventaja de ser m‡s ’ntimo de Hitler que Goering o que Himmler. All’ empezaba un misterio que no deb’a esciarecerse jam‡s.
Ç"Luna de miel" hab’amos dicho mi mujer y yo. Nos vimos arrancados brutalmente de nuestro sue–o y emprendimos el regreso hacia Alemania. ÇFui enseguida a ver a Hitler y me pareci— que estaba hondamente emocionado. Ç - Figœrese usted Hoffmann -me dijo apret‡ndome el brazo- que esos cerdos han matado tambiŽn a mi buen amigo Stempfle. ÇM‡s adelante, cuando se me ocurri— hacerle alguna pregunta sobre aquel asunto, Hitler me impuso silencio con un gesto brutal. Ç - Ni una palabra m‡s -orden—-. ÇYo no deb’a nunca conocer su secretoÈ. Aqu’ terminan las reflexiones y vivencias del fot—grafo Hoffmann respecto al 30 de junio. Y comienza el meticuloso -no digo veraz- an‡lisis pormenorizado de dichos acontecimientos presentado dentro de su extensa obra "Adolf Hitler" por Hans Bernd Gisevius; edita Plaza & Janes, S.A., Barcelona, 1» edici—n mayo 1966, copyr. 1963. Ya hemos visto que a Gisevius se le cita en varios trabajos como testigo presencial de los acontecimientos. P‡g. 304 y ss.: ÇEl 4 de diciembre, Hitler crea dos nuevos cargos gubernamentales, "lugarteniente del FŸhrer" y "ministro del Reich", confiando ambas carteras a Rudolf Hess y al jefe de las SA, Ernest Ršhm respectivamente. No concluido todav’a el primer a–o de su fatal advenimiento, demuestra ya como se propone mantener la promesa hecha el 30 de enero garantizando sin alteraci—n alguna la composici—n actual del Gabinete durante los pr—ximos cuatro a–os. ÇCasi se podr’a decir, entre parŽntesis y sin esforzar la imaginaci—n, que Hitler ha convertido el Gobierno del Reich -como m‡ximo instrumento ejecutivo- en la ant’tesis del organismo proyectado. El vicecanciller Von Papen ha sido trasladado de su puesto a la Comisar’a del Reich en Prusia; el ministro por partida doble, Hugenberg, se ha marchado "voluntariamente"; el ministro de Trabajo, Seldte que hubo de traspasar los "Cascos de Acero" a las SA, luce desde entonces el uniforme SA y refuerza como nuevo camarada la agrupaci—n de ministros pardos; Žsta, integrada por una modesta pareja -Frick y Goering-, ha visto engrosar sus filas con el ministro de Propaganda, Goebbels; el nuevo pe—n en el Ministerio de Alimentaci—n "reichsbauernfŸhrer", (138) DarrŽ; y ahora, Hess y Ršhm. As’, pues, siete camaradas preeminentes, sin contar su jefe de partido y canciller, frente a los siete encubridores de otrora, Papen, Neurath, Blomberg, Schwerin-Krosigk, Eltz von RŸbenach, GŸrtner y el director general de la Mutualidad Aseguradora, Kurt Schimitt, que impera ahora sobre la econom’a nacional vistiendo el uniforme de un oficial superior SS. [ ... ] ÇEvidentemente, los nombramientos de Hess y Ršhm han de tener efectos aplacadores entre los esp’ritus inquietos del Partido y las SA. Hess ha sido siempre una figura decorativa, y lo sigue siendo en sus funciones ministeriales. Por el contrario, la designaci—n de Ršhm como ministro es importante, aunque no trascendente bajo el prisma pol’tico. Hitler, que ha negado el Ministerio de la Guerra al comandante del ejŽrcito revolucionario pardo, endulza as’ la amarga p’ldora. Tras ello queda descartado definitivamente el antiguo plan de Ršhm, quien, apoyado durante a–os por su jefe, pretend’a transformar las milicias pardas en un ejŽrcito popular que absorbiese los contingentes de la Reichswehr. Pero el ejŽrcito de Seeckt ha ganado la carrera, y todo cuanto pueden esperar ahora las SA, si tienen suerte, es el verse moldeados cual una organizaci—n de reservistas, subordinados, sin embargo, en sus deberes militares a los generales. Esto representa un duro golpe para unas legiones revolucionarias que no hacen nada a derechas desde la implantaci—n del totalitarismo. Especialmente, sus ind—mitos jefes de grupo, que se corniportan todav’a como los generales napole—nicos del futuro, se creen despose’dos de una primogenitura inalienable.
ÇCuando, dos meses m‡s tarde, se Òconfiere" al EjŽrcito, por decreto presidencial, el derecho a ostentar la insignia del Partido en gorra y uniforme, los cuadros superiores de las SA se indignan, pues ven en ello, adem‡s del perjuicio, una burla. Ciertamente, la absurda capitulaci—n de Blomberg es muy censurable, en particular para los que apoyan la tesis de un ejŽrcito Òapol’tico"-, pero en el juego de las influencias internas cobra un aspecto distinto. Ahora, una vez incorporada la compacta oficialidad al circulo de los elegidos, mengua a ojos vistas la categor’a de los jefes superiores SA y SS. Por a–adidura, Hitler puede contrabalancear dos grupos influyentes y rivales, ambos parte de uno y el mismo "movimiento"; aqu’ la disciplina Wehrmacht, como un medio providencial para canalizar los impulsos revolucionarios de su vieja guardia, y all’ los codiciosos condotieros con sus nutridas secciones de asalto que totalizan un mill—n de hombres y cuyo dinamismo, dif’cilmente refrenable, no puede ni quiere contener. ÇPues en esa etapa Hitler no desea desembarazarse de las SA. Ellas son la œnica garantia de que su extraordinaria carrera desde la usurpaci—n pol’tica hasta el totalitarismo, pasando por la unificaci—n, no quedar‡ interrumpida a pocos pasos de la meta -su autocracia legalizada-, ante los setos infranqueables del tradicionalismo o el constitucionalismo. ÇHuelga decir que Hitler conoce al dedillo los cuestionables designios de Ršhm su amigo ’ntimo. Como Žl sabe bien, ese lansquenete vive s—lo para una idea: crear el ejŽrcito popular del futuro y ejercer su capitan’a. Asimismo, sabe que no reparar‡ en medios hasta alcanzar su objetivo. Ršhm desprecia a sus antiguos camaradas de la Reichswehr porque todos ellos le han hecho el vac’o, y ahora protestan abiertamente contra sus teor’as militares. Pero el general’simo pardo no se deja amilanar y prepara esperanzado la lucha por el poder, pues supone que los cinco millones de milicianos SA arrollar‡n sin dificultad a los cien mil hombres de sus antagonistas, Cree conscientemente en la supremac’a del nœmero sobre la calidad, del terror sobre la disciplina. Lo que se agrupa tras Žl es una turbamulta temeraria y desenfrenada a la que no exige partida de nacimiento ni antecedentes penales. Al contrario, cuanto mas agresivos sean los metodos, m‡s contundentes ser‡n sus efectos. ƒl imita los procedimientos patentados por su FŸhrer durante las pasadas turbulencias. Aœn recuerda como respondi— Žste a la carta de unos padres profundamente alarmados ante el creciente homosexualismo entre los cuadros de las SA: en aquella ocasi—n Hitler hizo la disparatada observaci—n de que Žl no dirig’a un pensionado para se–oritas. ÇClaro est‡, Hitler ha ocupado entretanto la Canciller’a del Reich. Pero Àacaso le ha impedido eso, en 1933, dar carta blanca a los hijos de su revoluci—n, las SA? Mientras Žstos tomaban por asalto las calles y le abr’an paso hacia el totalitarismo, Žl ha hecho caso omiso de sus vilezas. En tanto sigan aterrando con sus ultrajes y homicidios a la "reacci—n" -incluidos los generales y otras personalidades semejantes-, Žl cerrar‡ los ojos. Por mucho que se indigne despuŽs del 30 de junio contra los "delincuentes" en los cuadros superiores de las SA, contra los "intolerables excesos" cometidos por "ciertos terroristas conjurados bajo el t’tulo de plana mayor" o contra "los insufribles h‡bitos" del jefe supremo de las SA y, con Žl, un restringido c’rculo "cuya perniciosa influencia se hace sentir cada vez m‡s en otras esferas", no puede negar que tales hechos le son conocidos desde tiempo remoto, como lo prueban esas mismas revelaciones. ÇPese a todo, no cabe hablar todav’a de un rompimiento entre el canciller y Ršhm en los inicios de 1934. El primer jefe de la Gestapo, Rudolf Diels, informa sobre el memor‡ndum que Goering presenta a Hitler hacia mediados de enero, Es, concretamente, "un prolijo inventario de las torturas infringidas a seres humanos, crueldades s—lo concebibles por una mente perversa. Esa memoria sobre los desmanes de las SA era un calidoscop’o infernal que reflejaba el sadismo, los actos inhumanos contra personas indefensas, aherrojadas, desnudas
y apaleadas hasta la mutilaci—n, expresi—n de fiagelaciones y palizas, para lo cual algunos especialistas, como el mŽdico de las SA, Villain de Kšpenick, hab’an dise–ado trallas y rebenques de goma revestidos con hierro o acero, reflejando los tormentos en s—tanos y casamatas donde resonaban d’a y noche los alaridos de las ensangrentadas v’ctimas". ÇHitler lee ostensiblemente esa acta. Discute sobre ella con Goering, Himmler y Diels. Pero, ÀquŽ hace al respecto durante los cinco meses siguientes? Nada. Si cotejamos esa notoria pasividad con la acci—n desencadenada el 30 de junio contra millones de revolucionarios empleando m’nimos contingentes de polic’a y tropa (quienes hacen un escarmiento cruento sin encontrar la menor resistencia armada por parte de los mandos de las SA), convendremos en que habr’a sido muy sencillo atajar las demas’as de Ršhm y su cuadrilla desde junio de 1933 hasta junio de 1934.... si Hitler, lo hubiese querido. ÇPero Žl no quer’a hacerlo en un momento cr’tico, cuando aœn se pod’a interceptar el funesto desenvolvimiento. Sin embargo, no debemos buscar el fundamento m‡s hondo de esa actitud en su "indecisi—n suponiendo que Žsta exista, porque le cueste elegir entre la milicia parda y el ejŽrcito de Seeckt, porque implique al mismo tiempo una opci—n sobre dos orientaciones esenciales: los procedimientos radicales invocando la raz—n de Estado o el continuado contemporizamiento. Si todo se redujese al dilema "revoluci—n o evoluci—n" Hitler tomar’a tal vez una determinaci—n. ÇAhora bien, su jefe de Estado Mayor no representa para Žl alternativa alguna... Ršhm personifica la polaridad: De ah’ que, por lo pronto, no pueda ni desee alejarlo. Hitler necesita todav’a de ese din‡mico m’lite y sus hordas, al menos tanto como del bar—n Von Blomberg, tan apegado a la tradici—n, y su disciplinada oficialidad. Ese afrontamiento explosivo entre ambos campos magnŽticos, Reichswehr y SA, es lo œnico que le permite crear un confusionismo fat’dico que Žl mismo describe en su informe del 13 de julio con la siguiente frase: "El peligro y la efervescencia general se hicieron poco a poco insufribles." ÇGracias a esa "efervescencia" provoca la "crisis" en cuesti—n para beneficiarse de ella. Una crisis que "surgi— en nuestro joven Reich como la suma de causas materiales y culpas individuales, insuficiencias mec‡nicas y defectos humanos." ÇÀCu‡l es la crisis? Sin duda, no se refiere al alzamiento de Ršhm. El mundo circundante no descubre su verdadero "motivo" y la "soluci—n" real hasta el 30 de junio de 1934, cuando las cenizas de los figurantes han sido aventadas hace mucho en todas direcciones, es decir, cuando Hitler abona en su cuenta, con fecha 2 de agosto, aquella "suma total" de condiciones "adversas" creadas por Žl mismo: cuando los portavoces del generalato, Blomberg y Reichenau, le entregan el trofeo de su revoluci—n.... la jura de la Wehrmacht, dedicada a Žl exclusivamente. ÇEl 1 de febrero de 1934 le presenta al canciller, antes de entrar en funciones el jefe reciŽn nombrado del Estado Mayor Central. ÇEl general Werner, bar—n von Fritsch, ha sido elegido por Hindenburg. Nuevamente, Hitler tiene "suerte". No podr’a enpontrar un comandante m‡s competente para resolver las dificultades tŽcnicas y humanas del rearme, y tampoco un subordinado m‡s leal. Cristiano sincero, rigurosamente conservador y totalmente apol’tico, este soldado estricto parece adaptarse al tribuno como el fuego al agua. No obstante, el intuitivo Hitler sabe captarse las simpat’as del lac—nico y algo envarado general y con Žl se atrae a todos los oficiales de la vieja escuela, es decir, militares puritanos y todav’a expectantes que ven en Fitsch el modelo de su propia conducta. [ ... ] ÇFritsch tendr‡ soldados y armas en abundancia. Apenas transcurridas cuatro semanas -el 28 de enero-, Hitler precisa su encargo en un discurso ante los generales: el EjŽrcito debe estar
dispuesto para la defensa dentro de cinco a–os, y para emprender cualquier guerra ofensiva al cabo de ocho a–os. [ ... ] . ÇSea como fuere, los conceptos que podr’an parecer "rimbombantes" y "confusos" durante los primeros d’as de febrero, han cobrado, mientras tanto, nuevo aspecto ante los Žxitos del orador. Un vez conseguido el cancillerato, Hitler robustece tanto su autoridad que ya no se le puede tachar de charlat‡n. ÇHuelga decir que esa recepci—n tiene un car‡cter especial. Se ha invitado simult‡neamente a los jefes superiores de las SA. El "impresionante y conmovedor" discurso, segœn lo describir’a m‡s tarde BlombŽrg, les ata–e al principio. Hitler quiere eluc’dar su alejamiento de la milicia y alzar a la Reichswehr sobre el pavŽs como "œnico custodio de la naci—n". Blomberg y Ršhm deben sellar un acuerdo en virtud del cual las SA ejecutar‡n, junto a su labor habitual de adoctrinamiento pol’tico, tareas comunes como la capacitaci—n castrense de reclutas y personal civil, m‡s ciertas comisiones auxiliares y paramilitares en el Este, mientras que la misi—n militar propiamente dicha corresponder‡ a la Werhmacht. Se comprende que Hitler encuentre muy embarazoso, en presencia de sus antiguos compinches de las SA, ese retroceso ante los exigentes generales. ÇSin embargo, cuando con palabras despreciativas evoca el a–oso tema del discurso espetado a los industriales, no realiza una mera maniobra d’versiva. Fiel al trillado esquema, comienza tambiŽn esta vez exponiendo los problemas econ—micos, procurando dramatizarlos con veladas alusiones a un posible paro en la etapa final -todav’a muy distante - del actual rearme. Desde ese introito, el discurso prosigue, imperturbable, hacia una declaraci—n reiterativa sobre el gran objetivo fijo: la conquista de espacio vital en el Este. En este punto no hay lugar a dudas, todo el mundo lo ve claro mientras aplica el o’do, y despuŽs, tras madura reflexi—n. ÇAhora bien, las dos partes asociadas en Žse extra–o gremio escuchan los enunciados de Hitler con receptividades emocionales muy distintas. A los generales les hace tanta impresi—n su triunfo en coraz—n y memoria que, m‡s tarde s—lo pueden recordar la esencia del discurso con ayuda de una copia estenogr‡fica muy poco marcial. Por el contrario, los jefes de las SA la captan al instante, pero s—lo atienden a lo que les gusta, a saber, que se constituir‡ el ejŽrcito popular. La negativa de Hitler respecto a sus ambiciones les tiene sin cuidado. ÀAcaso no ha repetido hasta la saciedad, durante todo el œltimo a–o, que la revoluci—n est‡ superada y en adelante se castigar‡ con suma severidad cualquier acci—n individual e ilegal? ÀY no es suficientemente conocido su h‡bito de dejarse "sorprenderÓ en la lucha por el totalitarismo, y contemplar imp‡vido como se traduce su moderado verbo en hechos consumados? ÇA la postre, sobre toda conjetura, pues, en cuanto los generales, tras un banquete conciliatorio, abandonan el pomposo cuartel general de las SA, Ršhm revela sin ambages en la intimidad de su tribu que el discurso pronunciado por el "ignorante cabo de la Primera Guerra Mundial" le parece estœpido. "Lo que ha dicho ese cabo idiota no nos interesa; todo queda como antes." "Lo que ha declarado el rid’culo cabo no nos ata–e en absoluto. Si no podemos resolver la cuesti—n con Žl, lo haremos sin Žl" Es posible que esas manifestaciones hayan sido hechas bajo las influencia de los vapores et’licos. Sea como fuere, la palabra "cabo" se oye demasiado a menudo. El canciller Hitler no la escucha complacido, y menos todav’a en boca de su querido amigo. Por consiguiente, reacciona violentamente cuando se le informa, poco despuŽs, de que Ršhm est‡ activando la compra ilegal de armas para artillar un poco al menos sus baluartes antes de negociar con la Wehrmacht. En cierta ocasi—n, Hitler hace requisar uno de esos transportes clandestinos por la Comandancia Militar de
Munich. Pero, generalmente, evita la intervenci—n directa. Deja pasar algunos meses sin emplazar a Ršhm ni darle —rdenes claras. Solamente avizora el horizonte. ÇY al fin llega la hora tan ans’ada por Žl: con su infalible vista para la mec‡nica diab—lica del mal descubre el figur—n m‡s sombr’o entre todos los oscurantistas de su Imperio y lo empuja hacia las brillantes candilejas del acontecer hist—rico. Comienza el ascenso de Heinrich Himmler. [...] ÇÀAcaso es sorprendente que el decepcionado jefe de Estado Mayor recupere su antiguo lenguaje como una consecuencia, en cierto modo, de las nuevas perspectivas? Si los "faisanes dorados" y los "generales recamados" (como sus rabadanes SA apodan despectivamente a los rutilantes funcionarios del Partido) se permiten pregonar una segunda revoluci—n sin impedimento alguno por parte de la Canciller’a, hay buenas razones para sospechar que Hitler se "deja arrastrar" otra vez. ÁTal vez quiera averiguar d—nde est‡n los batallones m‡s fuertes! ÁO, tal vez, sacar a los reaccionarios de sus escondrijos! Siendo as’, Àpor quŽ ha de callar Ršhm mientras el "conductor" no conduce y Goebbels alborota coreado por los gauleiters? Naturalmente, Žl se despacha a gusto, pero, en definitiva, est‡ comprimido entre las fuerzas revolucionarias de sus SA. A decir verdad, Ršhm no hace nada m‡s que desenterrar la vieja y celebrada consigna de los tiempos heroicos, "Árueden las cabezas!", cuya semejanza con el grito de la Revoluci—n Francesa (donde tambiŽn se oy— algunos a–os hasta que entr— en funciones la guillotina) le hace poca gracia y, por tanto, procura no evocarlo. ÇAlgœn tiempo despuŽs, Hitler no se atreve siquiera a afirmar que debiera haber prohibido ese lenguaje truculento a su jefe de Estado Mayor. Pero Àc—mo podr’a hacerlo, mientras deja hablar, segœn queda comprobado, a Goebbels y los restantes animadores de la "segunda revoluci—n"? Por consiguiente, la borrascosa entrevista que, el 7 de junio, sostiene durante cinco horas con su amigo ’nfimo se nos ofrece bajo una luz distinta y no como Žl mismo pretende hacŽrnosla ver. Sin duda hay algunas escenas escandalosas, llenas de injurias, ex abruptos colŽricos y acusaciones mutuas. Por una parte, Hitler quiere dar a Ršhm la "impresi—n" de que "ciertos elementos sin conciencia preparan una acci—n bolchevique de alcance nacional". Por otra parte, se oculta mucho tras la cautela con que aborda temas muy diferentes en la misma frase: "AsegurŽ al jefe del Estado Mayor, Ršhm, que los rumores sobre una presunta disoluci—n de las SA eran una mentira infame; me neguŽ a hacer declaraci—n alguna acerca de otras afirmaciones no menos falaces en las que se me achaca el prop—sito de proceder contra las SA, si bien hice constar que me opondr’a personalmente a todo intento de precipitar a Alemania en el caos." ÇÀC—mo se explica que en plena campa–a contra los "derrotistas y criticastros" -seguramente Goebbels no alude a las SA, cuyos miembros protegen con tanto celo los locales pol’ticosse fabriquen tales, mentiras" sobre el porvenir de las SA? Hitler no nos lo aclara. Y tampoco menciona, tras la sangrienta purga del 30 de junio, lo que Ršhm se ha mostrado al respecto: "FormulŽ nuevamente las m‡s enŽrgicas protestas contra los excesos acumulativos e intolerables, y exig’ la inmediata expulsi—n de esos elementos SA, para que las propias SA -millones de camaradas respetables y miles de antiguos combatientes- no se vieran desprestigiadas por los actos de algunos individuos vulgares, El jefe del Estado Mayor cerr— esa conversaci—n con la promesa de que har’a todo lo posible para administrar justicia, s’ bien deb’a hacer constar que los rumores en cuesti—n eran inciertos y exagerados por partes iguales." ÇPues bien, Hitler no concede mucho tiempo al delincuente; el plazo expira al cabo de tres semanas. Es probable que ese di‡logo haya tenido un desarrollo muy distinto, y terminado, por lo tanto, en tablas. No se sabe a ciencia cierta que partido tomar‡ Hitler, y ante esa
incertidumbre, Ršhm familiarizado con sus mŽtodos, no quiere intervenir prematuramente en el proceso de vaivŽn. ÁQue se enrede un poco m‡s el canciller en sus contradictorias alianzas, una veces con el mendaz cojitranco, otras con ese embotijado Goering! ÁQue sepa quiŽnes son los notables ministeriales o los arrogantes generales y su nuevo escudero, Blomberg! ÁAll‡ Žl con ese botarate, el llamado "lugarteniente del FŸhrer", Rudolf Hess, o Papen y su caterva reaccionar’a, o Schacht y todos los primates de la econom’a! ÁAs’ le ense–ar‡ la experiencia hasta d—nde puede ir mientras mantenga semejante ritmo! Andando el tiempo, comprobar‡ tambiŽn su atasco en esa red de intrigas, y entonces llamar‡ a los viejos luchadores para que lo saquen otra vez del atolladero. El avezado espadach’n se siente demasiado fuerte, demasiado seguro de su triunfo. ÀQuŽ es un Hitler sin las SA? ÇComo quiera que Ršhm no ha tenido jam‡s la ocurrencia de manifestar su parecer pœblicamente y menos aœn de sublevarse, decide emprender un viaje al siguiente d’a y tomar licencia por enfermedad pretextando la necesidad de reposo. No contento con eso, publica una orden del d’a en la cual aconseja a todos los oficiales superiores de las SA que hagan lo posible por su parte para tomarse unas vacaciones prolongadas. Finalmente, concede una licencia general a la tropa de las SA durante todo el mes de julio. ÇÀHa licenciado Hitler al jefe del Estado Mayor? Es extra–o que no mencione tales hechos en su versi—n del 30 de junio; al fin y al cabo, Ršhm se ha desentendido de todas sus obligaciones oficiales, lo cual tiene considerable importancia. Pero, aunque la idea de un licenciamiento global fuese suya, s—lo podr’a ser valorada como una prueba concluyente de que ni Žl no Ršhm han pensado, el 7 de junio, en promover un "alzamiento" hacia finales de mes. Ršhm, ciertamente, no. Quien proyecte algo semejante no da vacaciones a sus primeros ofi ciales ni abandona su dispositivo de —rdenes. (139) Ahora bien, si Hitler se propusiera escenificar un presunto golpe de Estado y dramatizar la consiguiente represi—n, necesitar’a por lo menos, que los principales cabecillas estuviesen sobre las tablas del escenario. es decir, en sus cuarteles generales, y no dormitando unos frente a otros en un coche cama que los aleja del centro nervioso elegido para su amotinamiento. No, este experto propagandista no acostumbra a disponer tan torpemente las acciones relacionadas con el Estado. ÇRealmente, Hitler tiene, en la segun da semana de junio, otras preocupaciones muy distintas. Los asuntos econ—micos van cuesta abajo y le inquietan tanto que decide destituir una vez m‡s al ministro de Economia y relevarlo por el "mago" Schacht, a quien el Partido tilda de "mas—n" y "capitalista"; la campa–a "antiderrotista" pierde impulso, por momentos, pues los blancos de la fusiler’a propagand’stica organizan una defensa bastante activa, especialmente las sociedades nacionalistas y reaccionarias. Los informes polic’acos rebosan de quejas sobre incontables abusos, aunque no s—lo son culpables las SA, sino tambiŽn las PO (Organizaciones Pol’ticas) y las Juventudes Hitlerianas, el conflicto eclesi‡stico sigue en pie; los generales se ponen nerviosos"; noticias procedentes de Neudeck parecen conceder muy poca vida a Hindenburg y, por si tantos males fueran insuficientes, se hace necesario liquidar cuanto antes la crisis creciente de Austria, para lo cual piensa entrevistarse con el Duce, hacia mediados de mes, en Venecia. Si pudiera obrar libremente habr’a ya aplazado ya hace mucho tiempo esos urgentes problemas a fin de abordar primero la crisis m‡s aguda, la que le importuna sin ingerencias humanas, la que requiere m‡xima atenci—n y fantas’a. Ante todo, debe afrontar la indeterminable situaci—n que se le ha de plantear apenas muera Hindenburg. ÀC—mo? No lo sabe todav’a. Lo m‡s indicado hasta entonces parece ser una moratoria, mientras luchan todos contra todos. ÇEse es exactamente el deseo secreto de los "reaccionarios", a quienes ha soliviantado no poco con su desacertada campa–a propagand’stica. Nadie sabr’a decir c—mo entienden ese apelativo los pregoneros pardos. Pero si las notabilidades privilegiadas, si los Neurath, los
Papen, Schacht, GŸrtner, Eltz y Schwerin-Krosigk leyesen diariamente las angustiosas cr—nicas period’sticas sobre el trato reservado a sus semejantes en provincias, o escuchasen tan s—lo las conversaciones acerca de ellos mismos, determinar’an sin dificultad la hipotŽtica definici—n. [...] ÇEl miedo petrificante de la burgues’a ha durado lo suyo; pero los esp’ritus oposicionistas rebullen desde la primavera de 1934. Con todo, se dicen, Hindenburg est‡ todav’a presente, los generales no se han dejado arrollar y las diferencias ideol—gicas dentro del "Movimiento" son notorias. ÀPor quŽ no dar, pues, la se–al de ataque al funcionario modesto? La coyuntura es inmejorable. ÀAcaso no est‡ comprobado que el canciller se porta "razonablemente" en el Gabinete, que Frick arremete sin distincios contra unos y otros, que Goering se distancia de los camaradas m‡s desaforados como Ley, Schirach, Streicher y hasta del propio Goebbels? ÇTambien cuentan los reaccionarios con un lema esperanzador, por llamarlo de alguna forma. All‡ donde se reœnan dos o tres cavilosos funcionarios, economistas, dignatarios eclesi‡sticos, "Cascos de Acero", antiguos tradicionalistas o "intelectuales", se oye cuchichear la celebrada consigna, entre enigm‡ticas alusiones a "un" general que pronto restablecer‡ el orden: "Con Hitler contra el NSDAP." [...] ÇUn d’a despuŽs, el 17 de junio, llueven de verdad las invectivas sobre los ca maradas turingios que han acudido en masa a Gera para celebrar el D’a del Partido. Nadie comprende por quŽ est‡ tan malhumorado el FŸhrer, ni a quien alude exactamente. ÇPrimero rechaza la idea de que sea mos "una raza inferior, una chusma despre ciable a la que todo el mundo pueda atropellar si se le antoja. Creemos que somos un gran pueblo que se olvid— cierta vez de s’ mismo, que se debilit— bajo la influencia de unos bufones insensatos y ahora despierta de esa pesadilla disparatada. Que nadie se imagine que este pueblo vuelva a sumirse en una somnolencia semejante durante el pr—ximo m’lenio. Esa lecci—n aprendida de forma tan cruel, representar‡ para nosotros una admonici—n hist—rica y milenaria". ÇÀA quŽ viene esa machaconer’a imprevista sobre "bufones insensatos" por una parte y "milenios" por la otra? ÁAh, claro! Es sin duda el resultado de su conferencia con Mussolini. Le seguir’an de cerca los himnos habituales a su victorioso movimiento... Pero no, el ingrediente fundamental de todo discurso hitleriano continœa en reserva. El orador echa nuevamente pestes contra "los miserables enanos que se envanecen todav’a de su capacidad para argŸir; todos ellos ser‡n arrebatados por el ’mpetu de nuestra idea comœn". ÇEvidentemente, el disertante est‡ fuera de s’. Alguien debe de haberle defraudado en su concepto pol’tico. Pero ÀquiŽn ser‡ ese miserable "gusano"? Parece inconcebible que el aludido sea Ršhm con sus francotiradores. Aunque Hitler es sin duda un art’fice de la ambigŸedad, nadie le cree capaz de espetar a sus antiguos compa–eros esos calificativos envilecedores que se dir’a han sido ideados especialmente para ciertos adversarios recalcitrantes del nacionalsocialismo. ÇUno no necesita cavilar tanto, pues la causa del colŽrico arrebato se manifestar‡ muy pronto. A la misma hora en que Hitler profiere sus execraciones, el vicecanciller Von Papen pronuncia un discurso sensacional ante los estudiantes de Marburgo. Hace mucho que la Gestapo se ha apoder‡do del manuscrito, cuyo texto ha sido difundido entre los c’rculos simpatizantes por el propio autor, Edgar Jung, un conocido escritor conservador y populista. Este ingenioso intelectual y espectacular redactor no ha tenido nunca reparo en proclamar que los grandes discursos de Papen son obra suya, No tiene a Papen por una columna del club se–orial; sin embargo, aœn conociendo sus debilidades, lo considera el œnico apoyo para hacer triunfar todav’a la "revoluci—n conservadora". Jung se propone aniquilar con sus brillantes anatemas al animador de la campa–a contra derrotistas y criticastros, Joseph
Goebbels. En estas œltimas semanas -o d’as- de Hindenburg, quisiera reconstituir la camarilla de 1932. Espera, entre tanto, que los generales, economistas y "patriotas" cobren suficientes ‡nimos y le ayuden a poner en hora el reloj hist—rico, esto es, hacer retroceder las manecillas hasta las doce del 30 de enero de 1933. ÇProbablemente Von Papen no percibe siquiera los ap—strofes que est‡ enunciando con su melodiosa voz.... pero Hitler se da cuenta en seguida de lo que se trama. Y como es un simplicista por excelencia, necesita apenas unos segundos para deducir, sin excesivas lucubraciones, que el ataque "s—lo" puede ir dirigido contra un personaje generalmente odiado: Goebbels. Adem‡s presume, no sin raz—n, que el golpe va destinado a Žl quienquiera que sea la presunta v’ctima. Ah’ est‡ la prueba; ahora intervienen los "reaccionarios" en el momento m‡s cr’tico, cuando la suerte debe escoger entre su arriesgado juego y su ca’da (Žsa es para Žl la œnica alternativa). Y Von Papen, instigado por quiŽn sabe quŽ maquinador oculto, le ha arrojado el guante.... Áal canciller del Reich, al sucesor, al FŸhrer! ÇEn realidad, Hitler interpreta cada arremetida aislada como un desafio personal: "ÁCompatriotas, ya es hora de estrechar las filas en una uni—n fraterna y vigilante! ÁNo entorpezcamos la obra de hombres serios, hagamos enmudecer a los doctrinarios fan‡ticos...Ó El partido œnico, prevaleciendo con justicia sobre el sistema caduco de partidos mœltiples, constituye hist—ricamente a mi juicio, una fase transitoria que s—lo tendr‡ justificaci—n mientras lo requiera nuestra evoluci—n hasta el afianzamiento definitivo y la entrada en funciones de la selecci—n personal... Pues ningœn pueblo puede permitirse una agitaci—n perpetua desde abajo s’ quiere subsistir ante la Historia. Algœn d’a deber‡ detenerse el movimiento, algœn d’a se levantar‡ una s—lida estructura social, cimentada sobre una jurisprudencia insobornable mediante unos poderes incontestables del Estado. No es posible erigirla con fuerzas din‡micas constantes. Alemania no puede ser un tren sin destino del que nadie sabe cu‡ndo har‡ alto." ÇApenas pronunciado el discurso de Von Papen, Goebbels, que se ha trasladado con Hitler a Gera, prohibe su difusi—n. As’, pues, la gran opini—n pœblica no puede saber contra quiŽn se ha desencadenado el furor hitler’ano. Tampoco se menciona nombre alguno. Adem‡s, Hitler permanece impertŽrrito cuando, en d’as subsiguientes, se oyen ciertas invectivas que apuntan inequ’vocamente hacia Ršhm. Goering lanza acto seguido dos ataques contra los manejos sobre la "segunda revoluci—n" (nadie observa que, ambas veces, pronuncia al desgaire las palabras "alta traici—nÓ), y Rudolf Hess se–ala los peligros de una revoluci—n ininterrumpida, "similar a las revueltas anuales en algunas repœblicas ex—ticas". Esto podr’a ser una indirecta contra el teniente coronel "boliviano" Ršhm, si no le siguiera cierta frase que parece hecha adrede para dar un susto aleccionador al corrillo de Von Papen: "Quiz‡ se reanude algœn d’a el desarrollo con recursos revolucionarios, si Adolf Hitler lo estima necesario. Nosotros aguardaremos —rdenes en la confianza de que convoque una vez u otra a sus viejos revolucionarios." ÇRealmente, eso tiene un regusto poco tranquilizador. De todas formas, es probable que Hess deje abiertas algunas posibilidades.... siguiendo instrucciones. [...] ÇEl 26 de junio, Hitler ordena la detenci—n de Edgar Jung. Cuando Von Papen se presenta presuroso en la Canciller’a para a–adir, a su protesta contra la prohibici—n de publicar el discurso de Marburgo, una segunda queja sobre la detenci—n de su colaborador, Hitler manda decir que no est‡ visible. Alfred Rosenberg, que le est‡ haciendo compa–’a en el jard’n de la Canciller’a, saca poco despuŽs su Diario para anotar las palabras pronunciadas por el descompuesto hŽroe revolucionario, que entra–an una amenazadora referencia al domicilio oficial del vicecanciller: "S’.... todo tiene su fin; uno de estos d’as harŽ desmantelar la oficina entera."
ÇPor de pronto, hay un hecho cierto para Hitler desde el 17 de junio: no es posible dejar que sigan las cosas hasta una fecha todav’a indeterminada. La agon’a de Hindenburg puede durar semanas. Mientras tanto, Žl debe hacer algo si no quiere perder las riendas. Debe pasar al ataque. ÇÀContra quiŽn? La desmesura de sus improperios contra los "pigmeos" -un lenguaje jam‡s o’do, ni siquiera en los demag—gicos discursos electorales de 1932- demuestra cu‡nto le afecta el asunto. Ya no son aplicables los planes tan astutamente concebidos para manejar la situaci—n revolucionaria interna. [...] ÇAhora, Hitler descubre de improviso que aœn debe resolver una cosa "Y", pos’blemente antes del d’a X, y que su plan de movilizaci—n "X" se viene abajo, porque la orden de ataque "Y" es imprescindible en estas circunstancias. Si, adem‡s, desea conservar el poder -no como un presidentee aupado por los generales, un Hitler domesticable y llevadero, sino como FŸhrer del Òmovimiento militante" cuyo lema es ideolog’a universal y espacio vital"-, entonces no le basta una acci—n contra los sediciosos; debe aplastar tambiŽn con el mismo golpe a la "reacci—n". Por consiguiente, le corresponde coordinar varios "acontecimientos", a saber, la muerte de Hindenburg, su sucesi—n, las medidas disciplinarias contra Ršhm y la neutralizaci—n de los adversarios reaccionarios en potencia.... hechos inadmisibles todos ellos. Ahora bien, puesto que no puede provocar el acontecimiento principal, la muerte de Hindenburg (140) (considerado hasta el momento como una base para asaltar las restantes posiciones), debe al menos enlazar estrechamente las situaciones resultantes de ese acontecimiento hasta ocasionar un estado general de confusi—n en el que predomine el dramatismo y la impotencia en proporciones desconocidas. A Žl le incumbe entonces dominar la anarqu’a mediante un acto excepcional de resoluci—n hitleriana. ÇSi observamos el proceso real durante los doce d’as transcurridos entre la jornada de Gera y el cruento escarmiento, comprobaremos que los episodios distinguibles coinciden con las reflexiones anteriores. Esto es, suponiendo que Hitler concentrara sus fuerzas en el sencillo plan "X" y aceptara sin reparo el apoyo de la Reichswehr contra Ršhm se le ofrecer’a la oportunidad de pedir obediencia incondicional al generalato. Entonces, la operaci—n de limpieza contra las SA, propuesta por Žl, implicar’a innumerables gangas, tal como el adelantamiento del convenio sobre la cuesti—n sucesoria. De esta forma se habr’a podido evitar el tiroteo tumultuario que Žl mismo suscita. ÀPor quŽ desaprovecha la ocasi—n de sofocar -sin sangrientas represalias- el revuelo creciente sobre la "segunda revoluci—n", m‡xime cuando ha proclamado el estado de sitio? S—lo hay un par de razones concebibles. Una de dos: o se deja sorprender tan sœbita y totalmente por el alzamiento de las SA, sin tener tiempo siquiera de alertar a Blomberg, Reichenau y la Comandancia Militar de Munich (una eventualidad cuya ostensible inconsistencia hace innecesaria cualquier discusi—n), o fomenta una situaci—n antiestatal que lo encuentra prevenido en todos los terrenos aun cuando Žl no vea la necesidad de expulsar al diablo (Ršhm con sus revolucionarios) por conducto de Belcebœ , es decir, la reacci—n y los generales. Hitler quiere restablecer el "orden" empleando la polic’a del Partido segœn su propio c—digo pol’tico; el ardid consiste en hacer maniobrar a la Reichswehr hasta unas posiciones donde continœe sobre las armas, por supuesto, pero... no intervenga. ÇMerced a esa artima–a, Hitler satisface el deseo m‡s ferviente de los generales "apol’ticos": mantenerse "neutrales". Huelga decir que las simpat’as de Žstos se inclinan indisputablemente hacia el lado "reaccionario". Sin embargo, les desagrada pensar en un golpe de Estado. ÇCuando Edgar Jung decide hacer correr la aventura de Marburg a su marioneta Von Papen, comete un error garrafal; le exaspera la pasividad de ciertos grupos conservadores, aun
cuando en el fondo los crea animosos y consecuentes. Tanto Žl como el c’rculo que profesa sus ideas deberian aprestarse a la defensa si Hitler les asiera por el gaznate. As’ opina Jung. ÇNo obstante, los sucesos tienen una correlaci—n diferente. La contingencia de que Hitler reaccione con vigor y presteza invalidando el discurso del vicecanciller no ha sido prevista en el texto de Marburgo; por entonces nadie le juzga todav’a capaz de prohibir publicaciones en la Prensa y la Radio. TambiŽn hay otras contingencias suficientemente imprevistas para desconcertar a un hombre tan imaginativo como Edgar Jung. ÀQuiŽn hubiera pensado que Von Papen rehusar’a partir inmediatamente hacia Neudeck con objeto de pedir ayuda al anciano caballero (o presentar la dimisi—n), y en cambio se dejar’a zarandear por Hitler? ÀO que Žste se presentar’a solo el 21 de junio en Neudeck, donde Hindenburg le dedicar’a una acogida tan alentadora -siguiendo los consejos de Meissner y su hijo Oscar- que aquel mismo d’a podr’a dar autorizaci—n a Goebbels para el discurso en el estadio berlinŽs? Jung ha consultado con Von Papen hace meses, le ha dicho que eso no puede seguir "as’"; y cuando por fin consigue inscribir al jinete aficionado en el concurso de saltos, sucede lo inconcebible. El "pigmeo" Von Papen se atemoriza tanto de la c—lera hitleriana, que pone pies en polvorosa sin m‡s ni m‡s. ÀAcaso no conoce a suficientes generales? ÀAcaso no tiene suficientes relaciones con la prensa extranjera o el Vaticano para clamar ante el mundo entero y protestar contra la infernal babel? ÀAcaso no puede sugerir una acci—n -cualquieraa Hindenburg y a la Relchswehr o intentarlo por lo menos? Nada de eso, el "peque–o gusano" se esconde entre matas. Primero los "Enanos" dan un empell—n hist—rico y luego contemplan ’nactivos el resultado, mientras Hitler les arrebata la iniciativa con impetuosa audacia. (141) ÇHitler aparenta indiferencia, no deja trascender su opini—n. Si hay inquietud en la Canciller’a, no se refleja ciertamente en ninguno de sus informes. ÇEl 20 de junio asiste a las pomposas exequias que, en la necr—polis de Schorfheide, Goering ha dispuesto para su mujer, fallecida el a–o 1931 en Suecia. Y all’ ocurre un incidente. Cuando todas las personalidades han ocupado ya sus asientos y Wilhelm Kube, gauleiter y gobernador de la provincia brandenburguesa se dispone a recibir en tierra patria el sarc—fago de la Òm‡s noble mujer alemana" -era sueca de nacimiento-, aparece l’vido y despavorido el se–or Himmler. Corre desalado hacia Goering y se lo lleva a un rinc—n, Žste requiere la presencia de Hitler, y all’, ante los at—nitos invitados, tiene lugar un Consejo de Guerra. Himmler informa que alguien ha disparado contra Žl, camino de Schorfheide; segœn dice, las balas han perforado el blindaje del autom—vil. Exige como represalia el fusilamiento de cuarenta comunistas y la inmediata divulgaci—n del hecho. ÇHitler no est‡ de acuerdo. Es m‡s, ordena que se mantenga un silencio sepulcral. Hasta ah’ todo va bien, por cuanto la investigaci—n criminal revela que no ha habido tal atentado, sino una lluvia de grava proyectada con fuerza por el auto del ministro Kerrl cuando adelantaba al otro marchando a gran velocidad. Desde luego, Himmler no se conforma. Sigue reflexionando sobre lo ocurrido, y el 30 de junio hace ejecutar, como resultado de tanta cavilaci—n, a dos jefes de estandarte (Unidad militar de las SA) hallados culpables. (142) [...] ÇUn d’a despuŽs el canciller se traslada por v’a aŽrea a Neudeck. Motivo oficial del viaje: su reciente estancia en Venecia. [...] Pero queda plenamente satisfecho cuando el jefe de Prensa del Reich -su viejo camarada Walther Funk- le refiere los hechos para tranquilizarle. El mariscal ha reaccionado de una forma t’picamente militar: "Si Von Papen no sabe comportarse con disciplina, que aguante las consecuencias." ÇYa de regreso, Hitler se detiene s—lo un d’a en la Canciller’a. El 23 de marzo [sic] (Àjunio?) coge otra vez el avi—n y se aleja hacia las monta–as de Berchtesgaden, de cuya soledad
disfrutar‡ durante cuatro d’as. Se deja ver pœblicamente de vez en cuando, como si nada sucediera ni se esperara nada. ÇEl d’a 27, sostiene importantes conversac’ones en Berl’n, aunque no dedica a ellas mucho tiempo, pues a la ma–ana siguiente se remonta nuevamente por los a’res, esta vez hacia Essen donde el gauleiter Terboven celebra su boda..., y con ello asistimos al vuelo ininterrumpido de los acontecimientos que ya no deja margen para forjar planes. Cualquiera que sea la parte de Hitler en el preludio del 30 de junio debe haber sido estudiada y anunciada eÁ 27 de enero [sic] (Àjunio?); lo cual coincide exactamente con el informe que el ministro de la Guerra, Von Blomberg, presenta, el 5 de julio, a los comandantes generales. Segœn este escrito, Hitler ha concebido el "plan decisivo" hacia mediados de semana. ÇÀCu‡l es ese plan? Cuando uno teme un alzamiento se apresta a la defensa, toma incluso medidas preventivas, pero no Òproyecta una serie de cortocircuitos" que s—lo son excusables si obedecen a una sorpresa absoluta. Una de dos: o Blomberg se va de la lengua y desenmascara la conducta de Hitler como "‡rbitro supremo" -entonces cabr’a decir, como farsante redomado desde la primera explosi—n de c—lera del d’a 29 hasta la œltima pena capital del 1 de julio, o los conceptos "plan" y "alzamiento" son dos cosas distintas. En el segundo caso encontramos dos acciones aparentemente paralelas, cuyas trayectorias de yuxtaponen al intervenir un tercer factor: se sabe que Goering habla tranquilo y despreocupado el 30 de junio, refiriŽndose a la reciente "ampliaci—n de sus competencias". ÇPor consiguiente, nadie debe extra–arse de que Victor Lutze -un camarada incapaz y corrupto, pero no depravado, a quien escoge Hitler entonces como futuro jefe del Estado Mayor- (143 ) hiciera asimismo una exposici—n realmente comedida del "plan" mucho tiempo despuŽs. La "cabeza" deber’a ser eliminada de ra’z, declaraba este individuo, pensando sin duda en Ršhm y titubeando un poco ante el vocablo "fusilamiento". No obstante, ese concepto de Òcabeza" fue ganando amplitud hasta incluir siete reos de muerte pocas horas antes del desastre... (merece la pena observar que el primer parte oficial se reduce a siete ejecuciones). Segœn se atestigu— oficialmente (continœa hablando Lutze) hubieron diecisiete ajusticiados en la madrugada del 30 de junio, pero cuando Žl cont— m‡s tarde las urnas cinerarias hab’a ochenta y dos, correspondientes a otros tantos oficiales superiores de las SA, liquidados sin juicio previo. ÇÀQuŽ "plan" hab’a madurado Hitler cuando subi— al avi—n el d’a 28 y dio carta blanca a Goering para "golpear duro" una vez recibiese la consigna prevista? ÇLa eliminaci—n de Ršhm y otros seis jefes de las SA, combinada con una mutaci—n radical en las grandes planas mayores, m‡s el desarme de las desacreditadas secciones de choque, as’ como las penas correccionales impuestas a incontables malhechores, es un balance satisfactorio para cualquiera. Blomberg puede estar contento, y seguramente no encuentra exagerada la expresi—n "plan decisivo". Pero nadie ignora que la cosa no queda ah’; no termina todo con las cifras publicadas y la acci—n depuradora dentro de las SA. TambiŽn se emprende una limpieza entre los "reaccionarios". ÇAs’, pues, nos cumple preguntar seguidamente si, el d’a 27, Hitler enga–a a su ministro de la Guerra, ya que podemos descartar de antemano cierta sospecha afrentosa, incluso en un ser tan vers‡til como Blomberg. Este no se prestar’a jam‡s a una amigable conchabanza si supiera por boca del canciller que en la lista fatal figuran como "conspiradores" dos generales, -Von Schleicher y Von Bredow-, varios colaboradores del vicecanciller y un nœmero sustancial de pol’ticos. E, inversamente, Hitler no tendr’a el atrevimiento de dar gato por liebre en ese momento cr’tico a un general cuya sola presencia le infunde respeto, y adem‡s, sabiendo que su enga–o ser’a un secreto con chirim’as tres d’as despuŽs.
ÇLa paradoja desaparece s’ se recuerda que el "mot’vo" -y al mismo tiempo eslab—n- para las diversas acciones ind’viduales desencadenadas el 30 de junio es un alzamiento descubierto de improviso. Nadie ha o’do mencionarlo -ni siquiera Lutze- en los d’as decisivos, cuando Hitler se resuelve a eliminar la cabeza". Y no es nada extra–o, porque los "urgentes y alarmantes partes" sobre la precipitada intervenci—n de Hitler no llegan a Godesberg hasta el anochecer del viernes, es decir, la hora en que Goering y Himmler estiman oportuno enviar un correo. ÇAhora se comprende al fin por quŽ se ha obstinado Hitler en traspasar la Gestapo a Himmler a mediados de la primavera pasada: no se puede tolerar que los ineptos empleados civiles sigan husmeando los asuntos de la polic’a secreta. [...] ÇQuien se decida a examinar el informe redundante e imprec’so sobre la revuelta -que lee Hitler ante el Reichstag el 13 de julio-, no debe considerar todos sus extremos como pura invenci—n. ÀAcaso es imposible que Himmler y Heydir’ch hayan acumulado durante meses centenares de comunicados -semejantes a los que Žl recita all’ indignado- para present‡rselos con discreta dosificaci—n y comprobar atentamente cada vez su reacci—n? Por entonces, eso no ofrece ninguna dificultad. [...] ÇVeamos ahora quiŽnes son los verdaderos insurrectos del 30 de junio. Pese a la destrucci—n de los expedientes donde se consigna lo ocurrido durante esas treinta y seis horas dram‡ticas -segœn orden distribuida entre las autoridades subalternas el 2 de julio por la noche-, pese a la liquidaci—n de todo testigo "ocular" en el campo de los presuntos conjurados, pese al obstinado silencio de los supervivientes (quienes fueron demostrablemente participantes activos, pero no lograron rememorar nada tras su larga estancia en los penales de Goering y las SS), se ha podido reconstruir un hecho concreto con la exigua documentaci—n existente sobre los antecedentes del drama: las hablillas concernientes a un inminente alzamiento de las SA se oyen justamente por primera vez durante los d’as en que Hitler estima necesaria e irrevocable una operaci—n de limpieza. (144) ÇEl 25 de junio, Himmler y Heydrich citan a los jefes divisionarios del SD en el edificio central de la Gestapo y les sorprende con una noticia sensacional: la inminencia de un alzamiento tramado por Ršhm y su cohorte. Les dan incluso instrucciones, precisas.... no para prevenirse contra la rebeli—n, sino sobre el empleo de las unidades SS cuando les llegue una consigna determinada..., pues han de saber que el FŸhrer intenta "anticiparse a los acontecimientos". Todav’a no se habla de la orden, emitida por Hitler convocando a los altos jefes de las SA en Wiessee el pr—ximo sabado, aunque los organismos internos tienen ya conocimiento del hecho; verdaderamente una cosa as’ emborronar’a e panorama general, desvirtuar’a la idea un amenazador alzamiento. Por el contrario, los oficiales superiores de las SS deben saber que el EjŽrcito tomar‡ tambiŽn medidas para desbaratar la pŽrfida asechanza. Los jefes del SD colaborar‡n estrechamente con Žl. ÇEstos jefes tienen buenas entendederas. Apenas regresan a sus respectivas Comandancias se observa una actividad desusada en la Prinz-Albrecht-Strasse y el palacio de Goering; se reciben a un tiempo tantos informes confidenciales sobre los sospechosos preparativos de las Planas Mayores de las SA, que no es posible dar abasto. ÁEstas secciones SD son incansables, si bien algo desordenadas! Hay muchos partes realmente confusos, y el cuadro se ensombrece aœn m‡s a medida que el chismorreo instigador alcanza lugares donde jam‡s acamp— una formaci—n de las SA, amotinada o no; los susodichos preparativos para la alta traici—n se desplazan hacia las localidades residenciales de los llamados "hombres-clave" quienes parecen o’r campanas sin saber d—nde. Sea como fuere, la veracidad de tales reconocimientos resulta hasta ahora indiscutible, por cuanto el jefe de la Wehrmacht lo ha confirmado plenamente fund‡ndose en los documentos llegados a Žl. [...]
ÇEse esp’tiru de colaboraci—n es tan acendrado que pronto se ven fantasmas donde s—lo se debiera ver algo m‡s tangible. He aqu’ un ejemplo: en la ma–ana del 26 de junio, el jefe militar de Seguridad encuentra encima de su escritorio una orden firmada por el jefe del Estado Mayor de las SA por la que Žste recomienda a los GruppenfŸhrer que apresuren cuanto puedan el pertrechamiento de sus secciones armadas para que las SA puedan pisar un terreno menos movedizo cuando inicien negociaciones con la Reichswehr sobre su inminente militarizaci—n. En el barullo subsiguiente se olvida investigar la procedencia de ese escrito. Asimismo, se omite, o al menos se desestima, la circunstancia de que figuren junto al remitente nombres como Himmler y Hess, lo cual no significa precisamente que el documento entra–e intenciones sedic’osas. Segœn opina el circunspecto jefe de Seguridad, es innecesario dar la alarma; mas no as’ Reichenau... Queda consternado cuando se le presenta oficialmente el escrito, y vuela al encuentro de Blomberg exclamando: "ÁHa sonado la hora!" A la ma–ana siguiente este œltimo se entrevista con Hitler. ÇCuando el jueves, d’a 28, por la ma–ana, Hitler se dirige al aer—dromo, deja ultimadas dos importantes resoluciones. Blomberg acuartela secretamente la Wehrmacht. Goering recibe poderes especiales para emprender una acci—n contundente en Berl’n y en el Reich bajo la consigna "Colibr’". Mientras tanto, se ha coordinado esta operaci—n con el "plan decisivo" cuyos puntos fueron analizados el d’a anterior en presencia de Blomberg. Aunque el ministro, impresionado tal vez por las sorprendentes revelaciones, ha aconsejado a Hitler que no visite Wessee ni exponga su vida en confrontaciones inœtiles, Žste sigue adelante pues sabe que el riesgo es inexistente. (149) Rechaza categ—ricamente toda clase de protecci—n por parte de la Reichswehr.... y eso no lo hace nadie -menos todav’a un Hitlercuando est‡ persuadido de que se proyecta cometer no s—lo un acto de afta traici—n, sino tambiŽn un atentado contra su vida. [...] ÇNo perdamos m‡s tiempo; todos los sondeos resultan inœtiles cuando el sujeto es un maestro del enmascaramiento como Hitler. Debemos conformarnos a las circunstancias, aunque sin perder de vista cierto dualismo aparente para poder esquematizar por lo menos la situaci—n personal de Hitler en estos momentos, ya que los propios hechos le desenmascarar‡n veinticuatro horas despuŽs, acarre‡ndole la mayor cat‡strofe de su vida. En primer lugar, no ha conseguido todav’a acoplar los dos asuntos paralelos del s‡bado mediante un "motivo unificador" aœn pende sobre Žl la inculpaci—n de que se encarniza solamente con sus m‡s devotos camaradas; todav’a falta el v’nculo convincente (convincente para el generalato), puesto que si quiere desembarazarse de los sediciosos debe echarse al mismo tiempo en brazos de la "reacci—n". Aun cuando Hitler se f’e por entero en los ejecutores tŽcnicos de su "resoluci—n" -quienes trabajan ahora febrilmente-, aun cuando sepa que no le frustrar‡n de las esperanzas secretas, sabe tambiŽn que ha perdido la autonom’a. Por primera -y œltima- vez, delega su autoridad sin la seguridad de poderla recuperar. ÇEn la ma–ana del viernes su peque–a caravana automovil’stica atraviesa Westfalia. Primero a su paso por LŸnen visita la Escuela de Jefes Comarcales del Frente del Trabajo y despuŽs el campamento situado cerca de Olfen. En ambos lugares pronuncia breves discursos. Su fot—grafo oficial, Heinrich Hoffmann, se ha escabullido al comenzar este viaje -Áya le pedir‡ explicaciones cuando vuelva!-, y, de resultas, aparece una fotograf’a en los peri—dicos locales, sin haber pasado por la censura. En ella se le ve abandonando el campamento de trabajo. Cualquier papanatas puede examinar esa horrenda fotograf’a y decir: M’ralo, all‡ va el asesino, no la figura estereotipada del FŸhrer, nada de sello hitleriano ni tampoco enfoques defectuosos con no sŽ quŽ de grotesco, no..., es simplemente el impermeable de aspecto sucio y ajado, o sea gorra permanentemente deformada por la malla protectora, que
Žl sostiene siempre ante s’, o Žl mismo, con los ojos desorbitados en un rostro l’vido y tumefacto, los enmara–ados pelos, la viva imagen del horror. (146) [...] ÇPues Hitler no regresa a Berl’n, sino que se presenta alrededor de las cuatro de la tarde en su habitual cobijo renano, el "Hotel Dresen" de Godesberg; all’ le espera un programa muy variado que sugiere cualquier cosa menos la improvisaci—n. ÇTambiŽn llega de Berl’n en avi—n el se–or Goebbels, as’ como el comandante de la escolta, Sepp Dietrich, quien ha sido alertado telegr‡ficamente por la Reichswehr, aunque no puede explicarse la raz—n. All’ no ve nada ins—lito en la conducta de Hitler y su sŽquito; pero, incomprensiblemente, se le hace continuar a toda prisa hacia Munich, donde debe aguardar nuevas —rdenes. ÇAl atardecer aparece el mensajero del destino. Es "Pilli" Kšrner, el secretario de Goering, cargado con una voluminosa valija. Hitler escribe acerca de esto en su memor‡ndum: "A la una de la noche me llegaron de Berl’n y Munich dos avisos urgentes". [ ... ] Ç30 de junio, Poco despuŽs de las dos, Hitler abandona el aeropuerto de Colonia-Wahn en aquella jornada problem‡tica. Todav’a est‡ oscuro cuando, hacia las cuatro y media, llega a Munich. ÇEsta vez no hay recibimiento apote—sico para el FŸhrer, œnicamente le esperan cabizbajos, con algunos acompa–antes, el gauleiter de Munich, Wagner, y sus principales colaboradores. El capit‡n Baur, piloto de Hitler, describe la escena, no sin cierta expresividad: "Hitler salt— del aparato y, alej‡ndose unos treinta metros, comenz— a pasear de un lado a otro en compa–’a de Wagner. Ese aparte dur— cinco minutos. Se le ve’a excitado como nunca, azotaba constantemente el aire con la fusta (siempre llevaba consigo por entonces ese l‡tigo de piel de hipop—tamo), al tiempo que se alzaba cuanto pod’a sobre la punta de los pies. Luego se meti— de cabeza en el peque–o auto, hizo restallar la portezuela y bram— desde dentro: "ÁYa arreglarŽ yo a ese cerdo!" Nos quedamos pasmados, sin habla. No ten’amos la menor idea de lo ocurrido". ÇEl itinerario sigue una l’nea recta desde el aer—dromo al Ministerio del Interior. All’ esperan los dos GruppenfŸhrer-SA Schneidhuber y Schmid, a quienes se ha sacado de la cama unos momentos antes. Ambos hab’an o’do hablar la noche anterior acerca de una inexplicable alarma entre algunas unidades de las SA: apenas les lleg— esa voz se personaron en los lugares de concentraci—n y, haciendo valer h‡bilmente su autoridad antes las confusas milicias de las SA, las hicieron regresar a sus alojamientos tras un victorioso "Áviva!Ó al FŸhrer. DespuŽs dieron media vuelta y se dirigieron a sus domicilios. Ahora, estos estupefactos funcionados presencian y representan a pesar suyo un espect‡culo tumultuario. Hitler se abalanza sobre ellos lanzando descomunales invectivas, les arranca los galones y, finalmente, los hace conducir a la c‡rcel por los polic’as que ha congregado Wagner. ÇBreve pausa. Alrededor de las seis y media se reanuda la funci—n. V’ctor Lutze, destacado como vig’a en Wessee, ha informado desde all’ que el camino est‡ exped’to y todo el mundo duerme. Hacia las siete llega la peque–a columna motorizada -Hitler, Wagner, Goebbels, los ayudantes BrŸckner y Schaub, as’ como una escolta de polic’a y SS- y hace alto frente al hotel donde se hospeda Ršhm. ÇHitler se ha apeado del auto en menos de lo que se piensa. Acompa–ado por el hercœleo BrŸckner y algunos agentes, sube la escalinata del hotel y continœa ascendiendo sin detenerse hasta el primer piso, donde est‡n las habitaciones de Ršhm y Heines, frente por frente junto a la escalera. Siempre previsor -incluso en sus mayores accesos de furia conserva todas las facultades para el fingimiento premeditado-, hace que el hotelero llame a la puerta de Ršhm como si quisiera entregarle un telegrama. Cuando Ršhm abre, so–oliento y en pijama, recibe a quemarropa el grito ronco y gangoso de Hitler: "ÁQuedas detenido!"
ÇRšhm; no responde; parece estar viendo visiones. Se viste en silencio, desciende al vest’bulo y toma asiento, todav’a sin abrir la boca, entre dos agentes. ÇHeines se despierta sobresaltado al o’r el alboroto. Tiene un efebo en la cama, e intenta resistirse cuando los visitantes invaden el dormitorio. Su reducci—n y detenci—n requieren apenas unos segundos. No es menos fulminante el arresto de los restantes jefes de las SA hospedados en el hotel, ÇEscoltado por su sŽquito, Hitler ocupa con gesto dominante las habitaciones privadas del propietario y pide cafŽ. Atendiendo el ruego de la hostelera, permite magn‡nimamente que se sirva tambiŽn una taza a Ršhm. Entretanto, se ha alquilado apresuradamente un autobœs para la conducci—n de los jefes detenidos al presidio de Stadelheim. Ršhm ser‡ trasladado en coche. ÇAl filo de las ocho llega de Munich el destacamento armado que deber’a haber hecho guardia de honor y dem‡s servicios durante la asamblea. Creen ser v’ctimas de una alucinaci—n. ÀC—mo es posible que Hitler se presente tan temprano ante ellos y les diga con extra–a exaltaci—n que tomar‡ por hoy el mando de las SA? Terminada esta breve ceremonia, el dominador dispone la vuelta a Munich. [ ... ] ÇEn Munich se encamina una vez m‡s la comitiva hacia el Ministerio del Interior. Ha llegado el momento de pasar la consigna a Berl’n. Seguidamente, Hitler ocupa la Casa Parda, que, entretanto, ha sido acordonada por la Reichswehr. [ ... ] ÇSi queremos enterarnos de lo ocurrido en el castillo del FŸhrer debemos recurrir al aparatoso informe de Rudolf Hess, que por cierto se metamorfosea en una gran alocuci—n, radiada el 8 de julio. Veamos, pues, c—mo presenta Hess la "hist—rica edici—n pr’ncipe" de ese discurso a los jefes nacionalsocialistas: "Nuevamente en su despacho, el FŸhrer pronuncia los primeros veredictos... Sigue trabajando sin pausa. Dicta diversas —rdenes, entre ellas la destituci—n de Ršhm jefe del Estado Mayor, y el nombramiento del Obergruppenfuhrer Lutze para ese cargo. [...] Y justamente cuando despacha la orden final sobre nuestra acci—n, se da la se–al de.partida para el vuelo hacia Berl’n". [...] ÇApenas llega la consigna "ColibriÓ a Berl’n, las criaturas de Heydrich se ponen en movimiento para la operaci—n capital. Visitan primero la vicecanciller’a, donde solicitan audiencia con el principal colaborador de Von Papen, el consejero gubernamental Von Bose. Cuando el desgraciado aparece confiadamente en el antedespacho, le descargan un balazo a quemarropa sin decir palabra. Pasan por encima del cad‡ver y prosiguen presurosos su marcha. Conducen los coches hacia Nikolassee [sic] y se detienen ante la casa de Schleicher; apartan de un empell—n a los domŽsticos e irrumpen en el despacho. All’ encuentran al general sentado ante el escritorio; lo derriban con cinco disparos. Su mujer acude volando, terriblemente asustada, y cae tambiŽn bajo las balas. 147 ÇContinœa la tŽtrica ronda. Se hace alto una vez m‡s frente al Ministerio de Comunicaciones, donde presta servicio el director ministerial Kiausener, jefe de Acci—n Cat—lica en Berl’n. Es algo as’ como un suplente de BrŸn’ng mientras Žste relida en el extranjero. Las detonaciones atruenan el recinto; los hombres negros salen al pasillo y conversan un momento con el consternado ordenanza: le ruegan que compruebe si el "suicida" da todav’a se–ales de vida. [ ... ] ÇCon idŽntica celeridad se liquida a los jefes de las SA, Von Detten y Von Falkenhausen, quienes, siendo oficiales de enlace en el Estado Mayor de las SA, han preparado una inofensiva cena para Ršhm y el embajador francŽs, e incluso han levantado acta de esa entrevista y enviado una copia confidencial al Ministerio del EjŽrcito. [...] ÇAhora bien, Blomberg puede tambiŽn exigir una investigaci—n judicial (sobre Von Schleicher); entonces deber‡n caer por lo menos Himmler y Heydrich. Y, lo que es peor,
saldr‡ a relucir toda la verdad sobre el pretendido alzamiento. Entonces esos ineptos le apretar‡n las clavijas. Hitler no tiene m‡s que echar una ojeada por la ventana: ahora le vigilan ya los soldados. Blomberg y Fritsch necesitan solamente aumentar un poco esa "protecci—n" y extenderla de paso hasta Berl’n; ser’a suficiente una llamada telef—nica de Blomberg o Fritsch a Hindenburg en Neudeck.... o simplemente la concesi—n de "facultades excepcionales" al poder militar. Blomberg no cometer’a ninguna falta de insubordinaci—n contra Žl; careciendo de autoridad y mando militar como canciller del Reich, deber’a incluso mostrarse agradecido en caso de que el EjŽrcito, a la vista de los innominables acontecimientos, le prestara su concurso para restablecer, con ayuda de los magistrados, la justicia y el orden. ÇAhora comprendemos por quŽ Hitler se hace el muerto, por quŽ insiste durante toda la tarde en el "plan" y la "cabeza". Desde luego, esa tensi—n dram‡tica debe ser insoportable para un hombre como Žl, que jam‡s se deja arrebatar la iniciativa. Pero la atormentadora incertidumbre dura pocas horas. Al caer la tarde llega el telefonazo redentor de Berl’n. Goering lo ha arreglado con Blomberg, Himmler con su amigo ’ntimo Reichenau. Ambos generales se lo tragan... Sin embargo, Fritsch calla... ÇEl propio general Von Reichenau ha redactado la comunicaci—n salvadora. Segœn Žsta, Schleicher "estableci— contactos peligrosos para el Estado con c’rculos antiestatales del Mando de las SA y con potencias extranjeras. [ ... ] Cuando la polic’a gubernativa procedi— a su detenci—n, el general retirado Von Schleicher se opuso con un arma en la mano, Durante el tiroteo subsiguiente result— mortalmente herido, as’ como su mujer al intentar interponerse." ÀQuŽ experimentar‡ Hitler cuando Goering le lea esas l’neas? ÁBien hecho, Goering! ÁMagn’fico, Himmler! ÁBien redactado, general Von Reichenau! Acaba de triunfar el alzamiento..., y ahora ese alzamiento es tambiŽn suyo, Áde Hitler! ÇPoco despuŽs de las ocho de la noche, el aparato "Junker" despega rumbo a Berl’n. [ ... ] ÇUn peque–o grupo espera ante el aer—dromo acordonado de Berl’n. ÇEl autor de esta obra se permite citar sus propias palabras, puesto que representan el informe escrito de un espectador: "Suenan voces de mando. Una guardia de honor presenta armas. Goering, Himmler, Kšrner Frick, Daluege y unos veinte polic’as caminan hacia el aparato. Ya se abre el portillo; aparece primero Adolf Hitler. Ç"Ofrece un aspecto "œnico". Camisa parda, corbata negra, gab‡n de cuero pardo oscuro, botas negras de montar, todo oscuro sobre fondo oscuro. Lleva la cabeza descubierta, y se ve bien el rostro l’vido, abotagado, sin afeitar; parece cadavŽrico e hinchado a la vez, y entre las gre–as colgantes, apelmazadas, miran fijamente un par de ojos desvaidos. Sin embargo, no me inspira ese sentimiento espont‡neo de la indulgencia, y menos todav’a ese otro, quiz‡ m‡s espont‡neo, de la compasi—n... El individuo me es indiferente. Pues, sin saber explic‡rmelo, presiento que no ha sufrido, sino s—lo rabiado. Para ser sincero, debo decir que su lastimoso aspecto no me induce a compadecerme de Žl; al contrario, me da una impresi—n desconsoladora y deprimente. (Tal vez se asombre alguien de que yo haya empleado tal palabra a esas alturas. Me es igual. Tengo gran empe–o en hacer constar cu‡l ha sido mi primera reacci—n -sobre todo por lo que respecta a la palabra "deprimente"- al presenciar una escena cuyo enorme dramatismo es, sin embargo, innegable.) Ç"Ante todo se cambian los saludos de rigor. Hitler alarga la mano, taciturno, a cada uno de los que aguardan inm—viles cerca de Žl. S—lo se oye un mon—tono palmoteo en el opresivo silencio. Mientras tanto, descienden los otros ocupantes: BrŸckner, Schaub, Sepp Dietrich y
algunos m‡s, como quiera que se llamen. Parecen abatidos, o al menos apesadumbrados. Por œltimo, aparece una careta haciendo visajes diab—licos: Goebbels". [ ... ] ÇDesde la noche siguiente hasta bien entrada la ma–ana del domingo impera el homicidio en Alemania. No nos referimos a los jefes de las SA ajusticiados. Al fin y al cabo, casi todos ellos tienen la rom‡ntica ventaja de morir, sin torturas adicionales, ante el estandarte de escolta, es decir, pasados por las armas entre mordientes voces de mando. Si, ateniŽndonos al procedimiento empleado, contamos diez minutos por cada uno de los 82 jefes de las SA que cita Lutze, podemos imaginar cu‡l habr‡ sido el contento entre los vecinos del cuartel de Lichterfelde cuando terminan las cuarenta y ocho horas "legales". Ahora bien, no es exagerado calcular que de los 200 a 250 muertos habidos en ese d’a, muchos m‡s de la mitad deben haber sido acuchillados de una forma inconcebiblemente alevosa. (148) Algunos, como Schleicher, Bredow, Mausener, Bose o Strasser, salen casi bien librados: todo ocurre tan aprisa, que apenas lo notan. Pero el resto es un anticipo de futuras fantasmagor’as "dantescas". Ah’ tenemos el viejo Kahr, con el que se ajusta la cuenta pendiente desde 1923; y Edgar Jung, alcanzado ahora por la venganza; y Mattheis, director de la polic’a gubernativa en Wurtemberg, quien ha cometido la imprudencia de oponerse a Heydrich; y el conde de Hoberg en Prusia Oriental, que incrementa el tropel proscrito por disensiones internas del Partido; ah’ tenemos el "lamentable error" cometido con el jefe de las Juventudes Hitlerianas LŠmmermann; y los jefes cat—licos secuestrados, Beck y Probst, cuyos cad‡veres aparecen al cabo de una semana, ah’ tenemos el procurador Glaser, el padre Stempfle y, sobre todo, la larga serie de los llamados "asesinatos silesianos", es decir, "casos" aislados y apol’ticos que son v’ctimas de las "imprecisas" —rdenes telef—nicas transmitidas el domingo por la tarde desde Berl’n: los fusilamientos deben dar fin ma–ana lunes a primera hora; en ese plazo han de quedar eliminados todos los cerdos".È Bueno, iuf! que dir’a seguramente el historiador y espectador de los acontec’mientos se–or Gisevius. Si el lector ha tenido paciencia, aqu’ termina la lectura de la narraci—n del susodicho. Y acabada tal exposici—n, veamos ahora lo que nos explica otro "historiador contempor‡neo". Se trata de una elaboraci—n de Walther von Schultzendorff, aparecida en los fasc’culos titulados "Das III Reich", editados por John Jahr Verlag KG, Hamburg, recogida del Tomo 1, cap’tulo titulado "Rbhm an die Wand-Die 7weite Revolution" findet nicht 148 N. del Editor: Indiana Jones y el templo maldito". statt", y otros documentos. Pero, previamente se reproducir‡ como introducci—n una breve anotaci—n en el diario de Wiliam Lawrence Shirer, nacido el 1904, de 1934 a 1940 corresponsal en Berl’n de per’—dicos norteamericanos; su posterior actuaci—n en la posguerra puede el lector intentar hallarla en la literatura ad hoc: es ilustrativa. As’ pues, Diario de Shirer (en la p‡g.133): Ç1 junio 1934. Decenas de miles de cat—licos en el Hoppegarten. Erich Klausener, el jefe de la Acci—n Cat—lica, pronuncia un valiente discurso. Me parece que las amistosas relaciones entre la Santa Sede y los cat—licos alemanes se van haciendo cada vez m‡s fr’as. Y con todo, en el Concordato con el Vaticano de hace un a–o, el rŽgimen NS garantiz— la libertad de la confesi—n cat—lica y el derecho de la Iglesia a Òregular sus asuntos por s’ misma". Ahora los cat—licos luchan contra la ley de esterilizaci—n y contra las primeras disposiciones para suprimir sus organizaciones juvenilesÈ. El art’culo del mencionado von Schultzendorff comienza con una entradilla en la p‡g. 135 y continœa en p‡g. 136 y ss.: ÇLas exigencias de la SA y de su jefe de Estado Mayor Ršhm eran cada vez m‡s apremiantes. Quer’an la "segunda revoluci—n", quer’an un ejŽrcito popular y quer’an el
arrumbamiento del veterano cuerpo de oficiales. Entre los dos fuegos, Hitler se decidi— contra su amigo. ÇEl trimotor Ju 52 ruge a travŽs de la noche. En el asiento junto al piloto, Adolf Hitler se mueve inquieto de un lado a otro. Cuando en amplia curva el avi—n se dispone a aterrizar, el horizonte est‡ incandescente hacia el Este: la aurora. "Se me presenta como una muerte prematura" poetiza el Obergruppenfuhrer SA Viktor Lutze que est‡,sentado detr‡s de Hitler. Es un nuevo d’a, el 30 de junio de 1934 est‡ despuntando. ÇEntre tanto, la m‡quina ha aterrizado en el aeropuerto de Oberwiesenfeld en Munich y rueda por el mismo. Hitler ha saltado de su asiento y se coloca con agitaci—n impaciente ante la portezuela. Casi no se ha colocado la escalerilla y ya se lanza fuera el primero pasando r‡pidamente ante los jefes del partido, la gente de la SS y los polic’as. En la linde del aeropuerto tropieza con dos oficiales de la Reichswehr que est‡n inm—viles en el crepœsculo. Los militares saludan con la mano en la visera, saludan respetuosamente al canciller del Reich, pero con una pizca de mayor dejadez que la diligente gente del partido. "Este es el d’a m‡s negro de mi vida" prorrumpe Hitler. -Y a continuaci—n, erguido, exclama: "Pero voy a actuar con severidad." Y serenamente sube al coche que le espera. ÇA gran velocidad cruzan la ciudad que parece desolada a la luz mortecina del crepœsculo matutino y se dirigen al Ministerio del Interior b‡varo. Ah’ se encuentra Hitler con el Obergruppenfuhrer Schneidhuber. Se abalanz— sobre Žl, le arranca el cord—n de la hombrera y las condecoraciones, le llama traidor y le grita: "ÁQueda detenido!". Schneidhuber quiere decir algo, pero Hitler no le deja hablar. Dos miembros de la SS se lo llevan. No le va de diferente manera al GruppenfŸhrer Schmid que llega poco despuŽs... Hitler, agotado, se deja caer en el sill—n. Le ha proporcionado inseguridad la cara de desconcierto y de incomprensi—n que pon’an los jefes de la SA sobre lo que estaba pasando. ÇSe vuelve interrogante hacia el "gaule’ter" Wagner. Este se lo confirma: Ás’, la cosa es tal como se la habla transmitido la pasada medianoche a Godesberg! Al atardecer del 29 de junio la SA de Munich se hab’a desplegado, habiŽndose o’do expres’ones de disconformidad hacia Hitler y la Reichswehr. Pero Wagner no dice, y quiz‡ ni Žl mismo lo sabe, que la SA fue puesta en estado de alarma por medio de —rdenes manuscritas de origen desconocido. (149) ÇPero Hitler tampoco quiere saber m‡s. Su sœbito vuelo a Munich, renunciando al descanso nocturno, lo hab’a motivado el informe de Wagner y una conversaci—n telef—nica con el jefe de la SS, Himmler, quien anunciaba desde Berl’n un putsch de la SA, preparado para la tarde del 30 de junio. Bueno; y ahora, tras los primeros arrestos, Hitler se lanza hacia el siguiente objetivo. Acompa–ado de Goebbels, Lutze y un grupo escogido de agentes de lo criminal, se dirige a Bad Wiessee, lugar donde el jefe de E.M. Ršhm ha convocado a todos los altos mandos de la SA de todo el Reich a fin de hablar con Žl y con Hitler sobre el descontento de la SA hacia la Jefatura del Estado y hacia el Partido, as’ como sobre el conflicto entre la SA y la Reichswehr. ÇConflicto debido a que la SA no estaba en manera alguna satisfecha de la evoluci—n dŽ las cosas durante el primer semestre de poder nacionalsocialista. Las Secciones de Asalto de Hitler hab’an soportado en la Žpoca anterior a 1933 el peso principal de la lucha por el poder. Como propagandistas, la gente de la SA hab’a estado en acci—n incansable, hab’a formado como servicio de protecci—n en los actos del partido y hab’a sufrido considerables pŽrdidas en las luchas callejeras contra los comunistas y contra la polic’a. ÇEn aquel tiempo de peleas hab’an sido imprescindibles, pero desde que se hab’a alcanzado el poder ya no eran necesarios. Ya no se precisaba su disponibilidad para la pelea con pu–os
y armas, la SA hab’a perdido su funci—n. Mientras tanto, el nœmero de miembros hab’a ido aumentando continuamente. A principios de 1934 eran ya m‡s de cuatro millones de hombres, de los cuales muchos eran aœn parados sin trabajo. Estos hombres hac’an en cierta manera un servicio principalmente como de funcionarios, pero no eran retr’buidos. Alborotaban en turbulentos locales e importunaban a los paseantes con sus huchas para donativos, lo que no serv’a para mejorar ante el pœblico el prestigio de las unidades pardas. Estas columnas, marchando sin meta definida por las calles y en las queÓ cada vez m‡s a menudo se escuchaban los gritos en favor de una nueva revoluci—n, asustaban a los ciudadanos. Por todas partes se extend’a la cuesti—n de los objetivos y de la utilidad de la SA. ÇLos jefes.,.de la SA no ten’an respuesta. La mayor’a de ellos hab’an sido en algœn momento oficiales en activo, el servicio de armas les era algo familiar. Pero a los desmoralizados combatientes de los cuerpos francos y a los hŽroes de las peleas en las salas de conferencias les parec’a algo poco atractivo el servicio bajo una fŽrrea disciplina como la de la conservadora Reichswehr. Ten’an que encontrar algo nuevo. La SA pretend’a un verdadero ejŽrcito del pueblo, un ejŽrcito miliciano. Los 100.000 hombres de la Reichswehr deber’an ser complementados por 200.000 hombres de la SA. Los mandos de la SA, en esa misma proporci—n, ocupar’an los puestos de oficialidad hasta el m‡s alto rango. Sin embargo, la jefatura suprema la ocupar’a el jefe de los viejos luchadores, el hombre que catapult— a la pol’tica a un joven Hitler: el jefe de E.M. de la SA y capit‡n en retiro, Ernst Ršhm. ÇNaturalmente, este concepto choc— frontalmente con la decidida oposici—n de los generales de la Reichswehr, quienes ciertamente hubieran echado mano de la SA como reserva de reclutas, pero que rechazaban estrictamente la idea de milicia y que quer’an impedir a toda costa el acceso al cuerpo de oficiales de esos alborotadores de la SA. TambiŽn Hitler rechazaba la idea de una milicia. Estaba ya pensando en sus futuras guerras de agresi—n, para lo que se precisaba unas fuerzas armadas perfectamente instruidas con soldados de servicio obligatorio de larga duraci—n. Por otra parte, le hubiera gustado atender a su amigo Ršhm pero no pod’a indisponerse con la Reichswehr que, debido a su equipamiento y su disciplina, representaba todav’a el factor de poder decisivo en el Reich. Adem‡s, la Reichswehr era la œnica organizaci—n a la que no habla logrado igualitar’zar. Los generales se sent’an aœn comprometidos sobre todo con el anciano mariscal de campo y Presidente del Reich, von Hindenburg, y estaban plenamente en la situaci—n de poder amenazar el dominio nacionalsocialista que todav’a no se hab’a consolidado. ÇAs’, el 28 de febrero de 1934, forz— Hitler un convenio entre la Reichswehr y la SA, por el que se declaraba a la Reichswehr como la œnica "portadora de armas de la Naci—n", mientras que la SA solamente se la dejaba la instrucci—n pre y posmilitar "bajo la supervisi—n del Ministerio de la Reichswehr". Para celebrar este poco favorable acuerdo para la SA, se invit— a las jerarqu’as de la Reichswehr a un banquete a celebrar en el Cuartel General de la SA. El estado de ‡nimo era muy fr’o. Solamente cuando se marcharon los oficiales se anim— el jefe de E.M. Ršhm. ÇDelante de sus camaradas de la SA se burl— del "ignorante cabo". "Este Adolf desbarra" se mofaba, y anunci—: "Seguiremos como hasta ahora." Los compadres aplaud’an a rabiar. S—lo uno no participaba en el jolgorio. El "Obergruppenfuhrer" SA de Hannover, Viktor Lutze, estaba indignado de la manera tan irrespetuosa con que se mencionaba al FŸhrer. ÇPoco despuŽs, se presentaba Lutze en el Obersalzberg y expon’a al FŸhrer la insubordinaci—n de Ršhm. (150) Hitler escuch— con tranquilidad y cerr— la conversaci—n con una sibilina frase: "Debemos dejar que el asunto madure." No satisfecho con esta respuesta, el fiel Lutze, se dirigi— con su inquietud al "Generalmajor" von Reichenau, jefe del gabinete
ministerial del Ministerio de Defensa ("Chef des Ministeramtes im WehrministeriumÓ). Al general von Reichenau le fue muy bien la visita del informador, puesto que precisamente en esos d’as hab’a establecido los primeros contactos con el jefe del SD (Servicio de Seguridad) Heydrich, quien se estaba preparando para tomar el mando de la Gestapo (Polic’a Secreta del Estado). Ambas personas coincid’an en sus intereses: mientras que Heydrich precisaba descubrir conjuras antinacionales a fin de reforzar su posici—n y demostrar que era insustituible, Reichenau se ocupaba desde hac’a tiempo de encontrar una prueba de que Ršhm y sus jefes de la SA estuviesen tramando un complot contra Hitler y la Reichswehr. Mientras el buen Lutze se alegraba de que su alarmante mensaje se tomara finalmente en serio, Reichenau se mofaba del mensajero: "Ese Lutze es inofensivo. Ser‡ jefe de E.M.". ÇEl juego conjunto del ambicioso Reichenau y del inescrupuloso Heydrich marchaba a las mil maravillas en las siguientes semanas: cualquier chiste de cualquier borracho jefe de la SA quedaba registrado, cada caja con armas que se encontraba serv’a como prueba para demostrar los preparativos de un levantamiento. Ordenes secretas, emanadas de los talleres de falsificaci—n de Heydrich, encontraban su ruta hasta el Ministerio de Defensa y eran aceptadas como autŽnticas por el pillo de Reichenau. Hasta el mes de junio, los dos intrigantes hab’an retorcido el sentido de las expresiones de disgusto que se difund’an en el c’rculo en torno a Ršhm y tambiŽn la indisciplina generalizada de la SA, d‡ndoles el car‡cter de la m‡s espantosa conspiraci—n que aparentaba amenazar el poder de Hitler e incluso la existencia del mismo Reich. TambiŽn Hitler se mov’a como si creyera en la conjura, pero todav’a se resist’a a actuar por las posibles consecuencias, hasta que surgi— una nueva circunstancia muy adaptable a los deseos de la jefatura de la Reichswehr. El anciano presidente del Reich cay— enfermo y no era de esperar que pudiera superar la enfermedad. Precisamente, Hitler quer’a proclamarse como œnico e ilimitado poder en Alemania, una vez fallecido Hindenburg. Pero para ello precisaba del apoyo de la Reichswehr. ÇHitler march— a la Prus’a Oriental para ofrecer sus respetos al viejo se–or. En la escalinata del palacio de Neudeck le esperaba el general von Blomberg, Ministro de la Reichswehr. Blomberg, que era m‡s bien transigente y blando, esta vez se mostr— muy reservado y se expres— seca y terminantemente. Dijo que era urgentemente necesario "recuperar la paz interior del Reich. En la nueva Alemania no hab’a sitio para "radikalinskis"". Hitler tom— en serio esta advertencia. Una vez convencido de la decrepitud del Presidente, tom— su decisi—n: aœn antes del fallecimiento de Hindenburg se desembarazar’a de los levantiscos mandos de la SA y al mismo tiempo de todos aquellos oponentes que se pudieran enfrentar a una toma de poder sin obstrucciones. ÇEl 30 de junio es el d’a. A las 6,30 de la ma–ana llega Hitler a Wesse ante la pensi—n "HanselbauerÓ. Tras corta deliberaci—n, el grupo se lanza escaleras arriba. Un agente de la polic’a criminal llama a la puerta de Ršhm. El jefe de E.M. abre. Hitler le amenaza con una pistola con el seguro quitado y le grita la palabra "traidor" al adormilado personaje. El viejo compa–ero de lucha quiere justificarse, pero Hitler le corta la palabra, le dice que est‡ "arrestado" y se dirige hacia la pr—xima habitaci—n en donde se encuentra el "Obergruppenfer" de Silesia, Heines, y su compa–ero de cama, un hermoso joven, quienes se levantan a disgusto del lecho. (152) [...] ÇTan pronto llega Hitler al Cuartel General del Partido de Munich, sobre las 10 de la ma–ana, Goebbels se va directamente al telŽfono, llama a Berl’n y transmite a Gšring la palabra clave ÒColibr’". La comunicaci—n pone en pie a los comandos de detenciones y arrestos que estaban en situaci—n de alerta en la central de la Gestapo y en el cuartel de la SS de Lichterfeld, los que se desplegan en todas direcciones. Los altos mandos localizables de la SA son recogidos en domicilios y oficinas y llevados al cuartel de Lichterfeld. Respecto a
la oposici—n burguesa, los asesinos se ahorraron en muchos casos el transporte. As’ acribillaron al presidente de la Acci—n Cat—lica y "Ministerialdirektor" Dr. Klausener en el Ministerio de Transportes y al "Pressereferent" del vicecanciller von Papen, Herbert von Bose, en sus oficinas. Al antiguo lugarteniente de Hitler y jefe de organizaci—n del partido, Gregor Strasser, lo detienen en su lugar de trabajo en la f‡brica berlinesa Schering, llev‡ndolo a la central de la Gestapo en la calle Prinz-Albrecht. Ah’ lo mandan de inmediato al s—tano y es ejecutado de un tiro en la cabeza. El asesino, un "HauptsturmfŸhrer" SS, sube del s—tano e informa frot‡ndose las manos: "El puerco ha sido liquidado". ÇEn la calle Griebnitz, en el distinguido barrio de Neubabeisberg, se detiene al mediod’a un coche ante una casa de campo de muy buen ver. Suben dos discretas personas y solicitan hablar con el due–o. La cocinera no quiere dejarlos entrar, pero los visitantes se abren paso enŽrgicamente y siguen a la sirvienta, que quer’a anunciarles, al despacho del amo de la casa. Estaba sentado ante su escritorio. Cuando le preguntan "Àes usted el general von Schleicher?" Žste se revuelve hacia los intrusos. En el mismo instante suenan ya los disparos mortales. La horrorizada esposa del general, que hab’a estado sentada frente a la radio, efectuar‡ un imprudente movimiento hacia los asesinos y tambiŽn ser‡ liquidada. ÇA un antiguo colaborador de Schleicher, el general von Bredow, le saca de su casa un comando y lo arrastra hasta un coche. Cuando el veh’culo llega a Lichterfeld, el general ya estaba muerto. ÇCon el asesinato de ambos generales, Gšring y Himmler temen haber tensado demasiado el arco. ÀC—mo va a reaccionar la Reichswehr antes estos actos? Pero el h‡bil general von Reichenau los tranquiliza r‡pidamente. El mismo mediod’a, emite ya un comunicado que justifica el fusilamiento del general von Schleicher. [ ... ] ÇHitler, entretanto, en la Casa Parda delibera largas horas sobre la suerte final del jefe preso de la SA. A la tarde, finalmente, se le hace entrega al comandante de la "Leibstandarte" de una hoja que contiene seis nombres, con la orden de ejecutarlos de inmediato. Dietrich escoge a los mejores tiradores de su unidad "a fin de que no se hiciera una chapuza". A la tarde, en el pato de la prisi—n de Stadelheim, yacen los cuerpos sin vida de seis hombres que por la ma–ana hab’an pertenecido todav’a a la prominencia del Tercer Reich. Aunque Dietrich ya se hab’a marchado: "Antes de que le tocara el turno a Schneidhuber ya me marchŽ. Ya ten’a bastante." ÇAl mismo tiempo llega Hitler de regreso a Berl’n. Gšring y Himmler reciben a un somnoliento Hitler sin afeitar en el campo de Tempelhof, le entregan las listas de los liquidados en Berl’n y se enteran de algo ’nesperado, desagradable: Ršhm todav’a estaba vivo. Hitler hab’a prometido al "Reichsstatthalter" de Munich, von Epp, que no har’a ejecutar al jefe de E.M. El susto afecta sobre todo a Himmler y Heydrich. Si Ršhm permanece con vida, podr’a irse al carajo todo su juego de intrigas tan art’sticamente entretejido. Hasta ese momento ninguno de los dos hab’a podido determinar todav’a si Hitler mismo era un compa–ero en la jugada o bien se cre’a de verdad el invento del putsch de la SA. Ršhm ten’a que caer, pues en otro caso los mismos asesinos estar’an en peligro. La lucha sobre la vida del jefe de E.M. dur— hasta el mediod’a del 1¼ de julio. Cuando Hitler conoci— que, aparte de Žl, nadie defend’a a Ršhm dej— caer a su œnico amigo. ÇEl comandante del campo de concentraci—n de Dachau, Theodor Eicke, recibi— la orden telef—nica de cumplimentar la ejecuci—n. March— a Stadelheim y, en la celda, por orden de Hitler, hizo entrega de una pistola al candidato a cad‡ver. Eicke, con su lugarteniente, aguard— un cuarto de hora en el pasillo, pero Ršhm no quer’a suicidarse. Eicke fuerza de nuevo la puerta, suenan dos disparos. Ršhm todav’a estaba vivo, yac’a entre estertores en el suelo y murmur—:ÓMein FŸhrer, mein FŸhrer". Uno le dispara el tiro de gracia. Ernst: Ršhm
estaba muerto. Tras la liquidaci—n de Ršhm los pelotones de ejecuci—n entran de nuevo en acci—n en el cuartel de Lichterfeld. En la noche del 1 al 2 de julio fueron todav’a fusilados, al menos, tres altos mandos de la SA, hasta que Hitler, a las 4 de madrugada, orden— detener todos los asesinatos. Hasta ese momento la matanza se hab’a cobrado 83 vidas. Muchos de ellos creyeron en Hitler hasta el œltimo instante y cayeron con un "Heil Hitler" en los labios. Otros eran enemigos de Hitler, pero ninguna hab’a cometido un delito cualquiera contemplado en el C—digo Penal. (153) Y otros eran completamente ajenos, inocentes v’ctimas en el ba–o general de sangre. Aœn as’, el Gobierno acord— el d’a 3 de julio, con los votos favorables del ministro conservador y con la firma del burguŽs Ministro de Justicia, una ley que solamente conten’a un art’culo: "Las medidas tomadas los d’as 30 de junio y 1 y 2 de julio para la represi—n de los actos de alta traici—n y traici—n a la Patria son legales al considerarse como de leg’tima defensa del Estado." Aqu’ finaliza la aportaci—n del mencionado von Schultzendorff, que por su letra y su melod’a parece un plagio "reacondicionado" de otros relatos. Ni es el primero ni ser‡ el œltimo. Pero no abandonemos los fasc’culos de la editora John Jahr sin transcribir algunos p‡rrafos de la carta que Ršhm env’a con fecha 25 de febrero de 1929 desde La Paz (Bolivia) a un mŽdico amigo en Alemania y que publica dicha editorial en la mencionada serie: ÇNac’ el 28 de noviembre de 1887 en Munich, a la 1 de la madrugada. Yo me figurŽ que era un homosexual, pero realmente esto lo "descubr’" con certeza el a–o 1924. Antes de ello, puedo recordar desde mi ni–ez una serie de sentimientos y actos homosexuales, aunque tambiŽn frecuentŽ muchas mujeres. Sin embargo, sin excepcional placer. TambiŽn me agenciŽ por tres veces unas purgaciones, lo que luego considerŽ como castigo de la naturaleza por mantener relaciones antinaturales. Hoy, para m’, todas las mujeres son un horror: sobre todo aquellas que me persiguen por su amor y que, desgraciadamente, son un mont—n. Por el contrario, me siento unido de todo coraz—n a mi madre y a mi hermana. Mi hermana es 7 a–os mayor que yo (nacida el 14-5-1880) y mi hermano 8 a–os mayor. Ni hacia mi padre ni hacia mi hermano he podido tener jam‡s una atracci—n sentimental interior. Mi padre muri— en marzo de 1926. Creo que esto es todo lo que Vd. debe saber sobre m’. Y de alguna manera, mi itinerario hasta hoy ya lo conoce. As’ que estoy sobre ascuas esperando me haga su estudio caracteriol—gico. ÀEst‡ usted enfadado por ello? Conf’o en que no. De estas tierras poco le puedo explicar. [ ... ] Este clima de altura -La Paz est‡ a 3.600 metros de altura- lo soporto tambiŽn muy bien. Tengo buen alojamiento y como bien con cocina alemana. As’ pues, todo estar’a en el mayor orden si no me faltaran los objetos amorosos. Es cierto que tengo un acompa–ante, un artista pintor muniquŽs de 19 a–os. Le tengo mucho apego, como Žl lo tiene conmigo [...] pero Áni hablar! de hacer cualquier acto sexual; no s—lo porque Žl no tendr’a placer en ello -cree encontrarlo con las muchachas- sino porque extra–amente no tengo esa atracci—n aœn cuando, ciertamente, es un hermoso rapaz (Si no lo fuera, no le habr’a tra’do conmigo). DespuŽs de haberme informado concienzudamente por aqu’, parece que la manera que yo prefiero para esta actividad es desconocida por estos parajes. Cuando tanteo a alguien, ni siquiera se imagina lo que se desea de Žl. Aqu’ reina una total incomprensi—n, as’ que no sŽ lo que hacer. Y eso que, paseando por la calle, uno puede creer que todos deben ser unos invertidos. Los j—venes -por cierto, muy guapos en su mayor parte- segœn la costumbre de aqu’ van paseando estrechamente unidos y se abrazan para saludarse en la calle, lo que naturalmente me produce doble rabia. TambiŽn he preguntado con cautela a mi profesor de espa–ol al respecto: Žl tambiŽn opina que eso no existe en La Paz. S’ puede haberlo en Buenos Aires, pero el viaje de ida y vuelta all‡ dura al menos 10 d’as y cuesta m‡s de 1.000 marcos. Y aqu’ estoy, tonto de m’, sin saber que debo hacer. Con pesar rememoro el hermoso Berl’n donde
se puede ser tan feliz. AconsŽjeme, buen doctor, c—mo puedo solucionar mi caso. Hasta mi pr—xima vacaci—n todav’a faltan al menos 2 a–os. Yo seguirŽ haciendo mis tentativas de extender aqu’ un estilo de vida; poco a poco tengo que suponer que no tendrŽ Žxito. Por supuesto que existen una gran cantidad de burdeles y todos corren hacia ellos. Pero yo, lametablemente, no saco nada. TambiŽn viven aqu’ 400 alemanes; Ápero no me pregunte que tipos son!. Hasta hoy vivo completamente retirado; a la tarde hago siempre inœtiles paseos por todos los barrios de La Paz. Es verdaderamente para echarse a llorar. Le debo dar a conocer este desasosiego para que no crea que vivo en el puro para’so. Seguramente no quedar‡ m‡s remedio que hacer venir de Alemania a cualquier "amigo". [ ... ] Por mi parte, debo decir que mi orientaci—n, aunque a veces me haya proporcionado bastantes dificultades, no me hace infeliz y que quiz‡s interiormente estŽ por ello incluso orgulloso. Al menos as’ lo creo. TambiŽn espero, al respecto, tenerlo m‡s claro cuando haya escuchado su d’ct‡men. [...] ÇCon un apret—n de manos de su camarada, Ernst R—hmÈ. (154) Bien, conocida la carta, pasemos a conocer otras reflexiones historiogr‡ficas. ÀDe "historiadores contempor‡neos"? Pues m‡s de lo mismo. Se procurar‡ no repetir siempre las mismas cosas. Pero si se repiten, vŽanse las sustanciosas variac’ones sobre el mismo tema. ÀSe ha dado cuenta el lector de que, segœn uno, el jefe de la SA de Berl’n, Ernst, estaba en Bremen para ir de viaje de bodas a Canarias (Ácaramba, bienvenido!) y en cambio, segœn otro que seguramente nos lo quer’a quitar por intereses econ—mico-tur’sticos, se iba a la isla de Madeira, cuando los agentes procedieron a su detenci—n? Ahora se transcribir‡ el relato de H. S. Hegner, libro titulado "El Tercer Reich", editado por Plaza & JanŽs, S. A., Barcelona, 1962, cuyo t’tulo original es "Die Reichskanzlei von 1933 bis 1945", editado en 1960 por FrankfŸrter SocietŠts-Druckerel. Traducci—n de Antonio Tom‡s. P‡g. 114 y ss.: ÇEn enero de 1934 Hitler exigi— del presidente del Reich el nombramiento del coronel Von Reichenau para jefe de Estado Mayor, pero el presidente del Reich, aunque hab’a ca’do en un estado de profunda postraci—n, ve’a claramente lo que se le ped’a; sin embargo, hoy ten’a su d’a bueno. Tal vez esto era debido a que pese a su situaci—n aœn ten’a conciencia de que en su calidad de "generalfeldmarschall" no pod’a consentir que un cabo le diera —rdenes, aun cuando Žste fuera canciller del Reich. Ç - ÁNo!- dijo Hindenburg. ÇComoquiera que Hitler segu’a insistiendo, Hindenburg se incorpor—, significando con ello que daba por terminada la conversaci—n. Ya en pie dijo: Ç - El EjŽrcito es asunto m’o. Le ruego que se ocupe de sus asuntos pol’ticos, pues, por lo que respecta al EjŽrcito, sŽ componŽrmelas solo. ÇMeissner acompa–— al visitante hasta la puerta. Sin embargo, Hitler no era f‡cil de manejar e insisti— por otro conducto, es decir, a travŽs del ministro del EjŽrcito, general Werner von Blomberg, a quien Hindenburg hab’a encargado en enero de 1933 que mantuviera al EjŽrcito libre de toda influencia pol’tica. TambiŽn Von Blomberg fue rechazado en su proposici—n por el presidente del Reich. Blomberg, extra–ado por la negativa, dijo: Ç - Si el mariscal no considera factible el nombramiento de Reichenau para jefe de Estado Mayor, entonces ser‡ mejor que presente la dimisi—n de mi cargo. ÇEsta vez Hindenburg se levant— tambiŽn; hab’a cosas que se dec’an mucho mejor estando de pie. Golpeando el suelo con la muleta dijo: Ç - Usted fue colocado en su cargo por m’, no por Hitler, y, aunque sea ministro, es ante todo soldado, y su deber es la obediencia.
ÇEse era el œltimo valladar que el presidente del Reich opon’a a la incontenible Òmarea parda". Como jefe de Estado Mayor no fue nombrado el coronel Von Reichenau, sino el general Von Fritsch. Y con ello se hizo imposible la inclusi—n de las S.A, en el EjŽrcito. Ç - Mi querido "stabschefÓ- dijo Werner von Alvensleben al capit‡n Ršhm le estar’a muy reconocido si tomara la carretera que conduce a Freienwalden. El general seguir‡ la que conduce a KŸstrin, en direcci—n a mi pabell—n de caza. No es preciso que adopte especiales medidas de seguridad, pues los se–ores del EjŽrcito son en estos asuntos tan inocentes como ni–os. Ç - Si nadie conoce nuestros planes -dijo Ršhm Àa quŽ viene todas estas precauciones? Todo eso va contra mi modo de ser. No temo a esos morfin—manos y a su Gestapo. Ç - Hermann Goering utiliza su poder con toda energ’a -advirti— Alvensfeben-. Ç Ršhm agit— su mano derecha como para rechazar la idea. Ç - Es el ministro m‡s corrompido de Alemania y del mundo entero, el peor de todos los que ocupan un cargo ministerial. Esa "percha de hierro" se enriquece a costa de nuestra revoluci—n. Admito, sin embargo, que es m‡s peligroso que ese politicucho de Goebbels. Ç - En este punto siento no estar de acuerdo con usted -signific— Alvensfeben-, Goering es brutal, pero Goebbels es un tipo insidioso. Su S.A. acierta cuando dice , refiriŽndose al "gaule’terÓ: Las mentiras tienen las piernas cortas, pero la "mentira" tiene "una pierna corta". ÇEn tono casi suplicante, Alvensleben continu—: Ç - CrŽame, mi querido "stabschefÓ, es mejor que usted y Fritsch vayan por caminos diferentes. Por las dos carreteras principales existe la misma distancia hasta mi pabell—n de caza, que est‡ situado en la provincia de Brandeburgo, cerca de Suiza, a mitad de camino de la carretera principal hacia Freienwald y KŸstrin. All’ no nos estorbar‡ nadie. ÇEl autom—vil del jefe del Alto Mando del EjŽrcito, general bar—n Werner von Fritsch, llevaba el bander’n de su cargo. Al volante se sentaba un sargento, a la izquierda de Fritsch su ayudante, un segundo teniente. Ršhm iba acompa–ado de su ayudante, el "standartenfŸhrer" conde Spreti. El conductor ten’a la graduaci—n de "sturmfŸhrer". Los caminos de acceso hasta el pabell—n de caza de Alvensleben estaban vigilados a todo lo largo del recorrido por fuerzas de las S.A., una densa red de observadores al mando de Karl Ernst, recientemente ascendido a "gruppenfŸhrer". En las tabernas de todas las carreteras principales y secundadas los esp’as simulaban reparar su autom—vil, y con todo esmero anotaban la matr’cula de todos los veh’culos que transitaban en direcci—n al pabell—n de caza. Ninguna llamada telef—nica turb— la entrevista entre el "stabschefÓ Ršhm el general Von Fritsch y sus ayudantes. Como quinto asistente se s ent— a la mesa Werner von Alvensleben. No obstante no intervenir en el tema principal de la discusi—n, esperaba, como resultado de la entrevista, preparar su gran golpe: la reconciliaci—n de las SA con el EjŽrcito. Ç - Cuando me hice cargo de mi departamento el 10 de febrero de 1934, aquello era un mont—n de ruinas, camarada -empez— su conversaci—n el general Von Fritsch-, Hammerstein no hizo casi nada durante los œltimos meses anteriores a su regreso. Prefer’a ir de caza... Ç Ršhm estaba agradablemente conmovido, pues su compa–ero de discusi—n no hab’a hecho menci—n de su grado de general, sino que se hab’a referido a Žl como camarada. [ ... ] Ç - Hemos de llegar a un acuerdo, general -dec’a Ršhm a Fritsch-. ÇEl jefe del Alto Mando del EjŽrcito mir— por la ventana que hab’a abierto su ayudante. Fuera, el valle se extend’a hasta las suaves colinas del oeste del recodo del Oder El aire era fresco y fragante y la llegada de la primavera parec’a inminente. Con su mano derecha Fritsch hac’a girar, pensativo, su vaso de vino y con la otra tom— su mon—culo, que llevaba en el ojo izquierdo, lo limpi— y se volvi— hac’a el "stabschefÓ Ršhm.
Ç - Existen en el Ministerio antiguos proyectos, y de ellos podemos extraer las bases de un posible arreglo. Sin embargo, no debe usted perder de vista lo siguiente: que el EjŽrcito nunca capitular‡ ante las SA. El EjŽrcito, en cualquier circunstancia, debe ser el œnico que posea las armas. Ç Ršhm manifest— que no ten’a nada en contra de ello. ÇSe discuti— hasta bien entrada la noche y entonces se lleg— a un convenio que los ayudantes redactaron: Ç"Los soldados del EjŽrcito alem‡n que lleven m‡s de doce a–os de servicio ser‡n incorporados a las SA. ÇBajo la direcci—n de esos veteranos, la SA ser‡ transformada en una milicia armada. El armamento ser‡ suministrado por el EjŽrcito, el cual seguir‡ ejerciendo el control del mismo. Ç"El "stabschefÓ Ršhm por su parte, renuncia a influir en el EjŽrcito". ÇReinaba ya la oscuridad cuando ambos autom—viles, otra vez por caminos diferentes, regresaron a Berl’n. Por la noche Ršhm habl— con sus hombres de confianza en la jefatura del resultado de las conversaciones con Fritsch. Ç - Si Adolf no est‡ conforme, prescindiremos de Žl, o por lo menos debemos liberar a esa "prima donna" de figuras secundarias como Goering, Goebbels, Rosenberg y Ley... ÇEl jefe del Alto Mando del EjŽrcito, Fritsch, present— al d’a siguiente su informe al ministro del EjŽrcito, Werner von Blomberg. El ministro se mostr— conforme y ya el 28 de febrero de 1934 se lleg— a un acuerdo en el Ministerio del EjŽrcito, en el transcurso de una peque–a fiesta, que fue suscrito por Ršhm y Blomberg en presencia de Hitler. No obstante todo qued— sobre el papel, pues el "FŸhrer" y canciller del Reich ten’a otros planes muy distintos. ÇEn un discurso pronunciado en el Ministerio del EjŽrcito, dirigiŽndose a todos los altos jefes militares invitados a la reuni—n, hab’a dicho que era su firme decisi—n motorizar completamente al EjŽrcito alem‡n del futuro. Luego, con una mirada que abarc— a los jerarcas de las SA, prosigui—: Ç - Quien se oponga a mi decisi—n trascendental de reorganizar el EjŽrcito y con ello el poder de nuestra Patria, ser‡ destruido sin compasi—n. Ç Ršhm no comprendi— exactamente lo que el FŸhrer quer’a significar con ello. ÀDe d—nde ven’a de repente esa variaci—n en sus planes? Su propuesta de organizar una milicia armada con las fuerzas de las SA no significaba menoscabo alguno en la defensa del pueblo alem‡n, como Hitler quiso dar a entender. ÀY quŽ quiso decir con eso de que deseaba un ejŽrcito totalmente mecanizado? ÁNingœn jefe de las SA hab’a hablado nunca de eso! ÀAcaso Hitler quer’a crear un ejŽrcito destinado a la agresi—n? ÇEl "stabschefÓ no comprend’a porquŽ Hitler estaba en su fuero interno en contra del compromiso entre el EjŽrcito y las SA. Estas conversaciones pod’an constituir la base de una reconciliaci—n entre las dos organizaciones m‡s poderosas del Reich: el EjŽrcito y las SA, pues fuera de ambas no exist’a otra. Esta situaci—n era considerada por Hitler como en extremo peligrosa, pues tem’a, fundadamente, que un d’a cualquiera pod’a verse prisionero del EjŽrcito o de los cuatro millones de hombres de las SA, que formaban un ejŽrcito de reserva. Ernst Ršhm sin embargo, se sinti— vencido. El antiguo capit‡n sent’a algo parecido a un complejo de inferioridad ante los oficiales del EjŽrcito; Fr’tsch, Blomberg y otros generales hab’an intrigado con Hitler en contra del jefe de la SA Abandon— furioso la sala y se dirigi— a su oficina de la Skagerrakplatz. ÇEn la casa de campo de Alvensleben se hab’a proyectado una cena de camarader’a en el nuevo local de las SA, en la Skagerrakplatz, para celebrar la conclusi—n del acuerdo en el Ministerio del EjŽrcito. Los oficiales del EjŽrcito que fueron invitados se hab’an percatado de que el discurso del FŸhrer ocultaba algo, sin que ellos comprendieran exactamente lo que
era. A pesar del comportamiento provocativo de Ršhm vieron que Žste tambiŽn tomaba parte en el banquete. Al acud’r al local de las SA, los oficiales eran saludados con gran cortes’a, si bien no dejaron de percibir cierta atm—sfera de hostilidad hacia ellos. ÇLo mismo que Ršhm, sus colaboradores se apercibieron de que tras el "giro" de Hitler, s—lo pod’a estar el EjŽrcito, y de que el propio FŸhrer, no era otra cosa que un prisionero de Goering, Goebbels, Rosenberg y consortes, sino tambiŽn de los oficiales prus’anos. Los huŽspedes de las SA, entre ellos el ministro del EjŽrcito, general Werner von Blomberg, y el mayorgeneral Walter von Reichenau, junto con sus ayudantes, no tardaron en despedirse. Cuando el œltimo oficial del EjŽrcito se hubo ausentado, Karl Ernst llam— a su "stabschefÓ y le dijo: Ç - Obligue a Adolf a que vuelva de una vez con nosotros, o, mejor aœn, empu–e usted las riendas. ÇEsto equival’a a un orden de abierta rebeld’a, pero Ršhm no llam— a Ernst al orden, sino que, por el contrario, a–adi—: Ç - Si Adolf no quiere, emprenderŽ yo la marcha, y m‡s de cien mil me seguir‡n. ÇDicha afirmaci—n fue del todo imprudente, pues el traidor (155) estaba con ellos en la mesa. El "gruppenfŸhrer" de las SA, Lutze von Hannover [sic], que se sent’a amenazado, acudi— al d’a siguiente, sin perder tiempo, a visitar a Reichenau y le inform— de lo ocurrido. ÇReichenau, lo mismo que Lutze, no era m‡s que un advenedizo, Hindenburg no le hab’a nombrado a Žl jefe del Alto Mando del EjŽrcito, sino a Fritsch, y ahora pagar’a con la misma moneda. El mismo d’a inform— a su ministro, el general von Blomberg, el cual se apresur— a transmitir los informes a Hitler. ÇComo estaba previsto, el general Von Fritsch revist— a unas unidades de las S.A. berlinesas en el campo de maniobras del EjŽrcito, en Zossen. Todo se efectu— de acuerdo con el plan establecido como ocurr’a siempre en tales ocasiones. El general, juntamente con el "gruppenfŸhrer" Ernst, recorr’a las primeras filas de las unidades de las S.A. y al llegar a un hombre cuyo rostro denotaba gran inteligencia se detuvo ante Žl y te pregunt— por su edad, empleo y preferencias. Ernst: vio la ocasi—n de poner en rid’culo al traidor ante la tropa all’ reunida y dijo en voz alta: Ç - ÁEso no est‡ nada bien, general! Áintentar llevarse a nuestros mejores hombres! Ellos son los que han conquistado el poder, para la nueva Alemania, y est‡n muy descontentos por el trato que reciben en el EjŽrcito. Seleccione usted a su gente all‡ en Pomerania, como siempre. Mis muchachos berlineses quedan conmigo. ÇEl general Fritsch se qued— sin habla. ÀAcaso estaba borracho ese extra–o "gruppenfŸhrerÓ? La tranquilidad con que Fritsch acept— la groser’a anim— a Ernst y, dirigiŽndose al hombre de las SA, pregunt—: Ç - ÀDesea seguir bajo la fŽrula del Òpaparote"? Ç - No, "gruppenfŸhrer", deseo quedarme con usted- gru–— el hombre. ÇFritsch se retir— sin responder palabra. Una vez de regreso pregunt— a su ayudante si la expresi—n "paparote" ten’a algœn significado especial. El ayudante le respondi—. Ç - Con ese apodo designan los hombres de las S.A. al ministro Von Blomberg. ÇPronto se hizo el vac’o en torno al jefe de las SA y su "stabschef"R—hm. Muchos de los amigos de anta–o se apartaron de ellos, el primero de todos el vil traficante en noticias y esp’a Werner von Alvensleben. El "protector de la cultura occidental" no ten’a vocaci—n de m‡rtir, y en calidad de "el m‡s fiel amigo de Hitler" estaba dispuesto a seguir con vida; de ningœn modo deseaba poner en juego su seguridad personal y no se dejar’a alcanzar por los galgos como ese inocente gamo, el "stabschef" Ršhm. Su fino olfato le hac’a presentir que
era mejor ponerse del lado de los zorros y las aves de rapi–a, considerando prudente y seguro unirse a la jaur’a. Y tambiŽn a los cuervos negros. ÇAlvensleben sab’a que el FŸhrer buscaba como ayudante a ese "cuervo negro", Heinrich Himmler. Desde 1933 Himmler era el jefe de la polic’a pol’tica de todas las provincias alemanas, exceptuando Prusia, y tambiŽn "ReichsfŸhrerÓ de los uniformes negros SS ("Schutz-Staffeln", escalones de protecci—n). Las SS ten’an su propio organismo de seguridad, bajo el mando del ex teniente de nav’o Heydrich. Desde 1933 las SS hab’an pasado de treinta mil a cien mil hombres. S—lo de nombre estaban subordinados al "stabschefÓ Ršhm pero en realidad ten’an existencia aut—noma. Ršhm apenas se preocupaba de los jefes de las SS, y as’ Himmler y Heydrich pudieron obrar con entera independencia. [...] Ç - Eso es imposible, "Reichsfuhrer" dijo Heydrich a su jefe Himmler. Las SS no deben estar supeditadas al "stabschef", sino que son las SA las que deben obedecer las —rdenes del "Reichsfuhrer" de las SS. La verdadera tropa escogida somos nosotros; las SA no han sido otra cosa que guardianes de sal—n y ahora ya no los necesitamos, pues estamos en posesi—n de la fuerza. Las SS son, y han sido, la guardia personal del FŸhrer. ÇHimmler era todo o’dos. Adem‡s de Gregor Strasser, ex jefe de los servicios de organizaci—n, del cual hab’a sido secretario en cierta ocasi—n, no pod’a soportar a Ernst Ršhm que en 1923, cuando era jefe de la uni—n de combatientes "Reichskriegsflagge", le hab’a tenido a sus —rdenes; y en el asalto al Feldhernhalle del 9 de noviembre Himmler llev— el estandarte del grupo, con un aspecto precisamente no demasiado marcial. Frente a las filas de los antiguos combatientes, el esmirriado Himmler parec’a una caricatura extra’da de la revista c—mica "Der Simplizissimus". Ršhm mont— en c—lera por el fracaso de la operaci—n y en frases sarc‡sticas critic— al portador del estandarte, para el que nada era m‡s hiriente que cualquier alusi—n a su escasa corpulencia. Ç - Por el momento no procederemos contra Ršhm -repuso Himmler-. Heydrich, sin embargo, no era de la misma opini—n. Ç - Su voluntad se tambalea, "Reichsfuhrer". En la pugna con el EjŽrcito creo que ceder‡; tengo noticias fidedignas. El "FŸhrer", despuŽs de la muerte de Hindenburg, no podr‡ sostenerse contra todos los generales, los cuales, una vez que el anciano cierre los ojos, abo gar‡n por una monarqu’a. El "FŸhrer" debe atraer al EjŽrcito a su lado, y nosotros le ayudaremos en su empresa con todas nuestras fuerzas... ÇHimmler no era entonces muy poderoso. ÀEn quŽ basaba, pues, Heydrich su confianza? ÇEl jefe del servicio de seguridad trabajaba con rapidez y precisi—n. Pronto la mesa de Blomberg estuvo repleta de "materialÓ informando del rearme secreto de las SA, bas‡ndose para ello en algunos hechos ya conocidos o inventados -casi todo era pura imaginaci—n- y en las noticias que le tra’a un individuo que ten’a buenos informes acerca de los asuntos internos de los jefes de las SA. Por ejemplo, poco tiempo antes supo el jefe de informaci—n del EjŽrcito, capit‡n de nav’o Patzig, que desde Stettin un cami—n de mercanc’as cargado de armamento se dirig’a hacia Munich. Patzig pregunt— al ministro del Interior, doctor Fritsch, de d—nde se hab’a sacado el dinero para la adquisici—n de dichas armas. Este pregunt— a Goering y por fin se lleg— a la conclusi—n de que el Ministerio de Hacienda, presionado por el mando de las SA, hab’a proporcionado las divisas necesarias para comprar las armas en Rusia. El coronel Von Reichenau las hizo embargar y mand— que pasaran a ser propiedad del EjŽrcito. [ ... ] ÇTambiŽn en Munster y Westfalia ocurri— algo sospechoso. Un "obergruppenfŸhrer" de las SA se present— al coronel Franz Halder, jefe de Estado Mayor de la regi—n, inform‡ndole de
que una vez el EjŽrcito fuera dominado por las SA, Žl ser’a el sucesor del coronel, y le rog— le informara. Halder no sab’a si creerlo o no. Ç - ÀDice usted que las SA se apoderar‡n del EjŽrcito? ÀCu‡ndo y c—mo suceder‡ Žsto? Ç - En breve -respondi— el "obergruppenfŸhrer" de las SA, en actitud decidida-. ÇHalder se dirigi— r‡pidamente a Berl’n para informar a Fritsch, el cual hab’a recibido tambiŽn numerosos informes por otros conductos, que en las œltimas semanas hab’an llegado procedentes de diversos puntos del Reich. ÇFranz von Papen, nominalmente todav’a vicecanciller del Reich, barruntaba ya la tempestad que no tardar’a en estallar. Acept— una invitaci—n para pronunciar una conferencia en la Universidad de Marburgo, el 17 de julio [sic] de 1934. El aula magna estaba profusamente adornada cual correspond’a al car‡cter sensacional de la conferencia. Adem‡s de numerosos corresponsales de prensa, tanto nacionales como extranjeros, asistieron destacados pol’ticos conservadores, nacionalsocialistas e intelectuales. El auditorio ignoraba, naturalmente, que las palabras de Von Papen no eran de su propia cosecha; el autor del discurso era el escritor de la obra "El dominio de las med’an’as", doctor Edgar Jung,abogado.[...] ÇLas palabras de Von Papen fueron acogidas con frenŽticos aplausos. Los periodistas se precipitaron a los telŽfonos para transmitir a sus redacciones respectivas los pasajes m‡s descollantes del discurso de Von Papen. Goebbels fue m‡s r‡pido que ellos; prohibi— la publicaci—n del discurso en la prensa nacional e hizo retirar y destruir las copias preparadas para su difusi—n. Diez d’as m‡s tarde, en junio de 1934, el doctor Edgar Jung fue encarcelado. En el œltimo minuto pudo garabatear en la pared del cuarto de ba–o una palabra: Gestapo. Jam‡s volvi— a saberse de Žl. [...] ÇEl s‡bado 23 de junio, el jefe de los servicios de informaci—n del EjŽrcito, capit‡n de nav’o Conrad Patzig, encontr— en su mesa de despacho una orden secreta de Roehm dirigida al "gruppenfŸhrer" de las SA, en las que se dec’a que todas las unidades deber’an ser dotadas de armas, pues "ya hab’a sonado la hora". Patzig llam— a su secretaria y le pregunt—: Ç - ÀQuiŽn ha tra’do esto? ÇLa muchacha estaba m‡s sorprendida que su jefe al responder: Ç - No creo que haya entrado nadie en el despacho antes que yo; me es dificil comprender lo sucedido. ÇSin sospechar que el escrito es ap—crifo, Patzig lo traslada al jefe del departamento ministerial, mayor-general Von Re’chenau, el cual, muy extra–amente, no parece demasiado asombrado. Como si se tratara de una contrase–a repiti—: Ç - Ahora ha llegado el gran momento. ÇAl d’a siguiente, el jefe de la regi—n militar de Breslau, Ewald von Kleist -m‡s tarde "generalfeIdmarschall "- inform— a Berl’n: Ç - Llegan continuamente noticias de que es de esperar un inminente asalto a los cuarteles por parte de las unidades de las SA. ÇDel Ministerio del EjŽrcito no tard— en llegar una lac—nica respuesta: Mantenga las tropas dispuestas, pero lo m‡s discretamente posible. ÇKleist no comprend’a en realidad lo que estaba ocurriendo, pero se decidi— a agarrar el toro por los cuernos y rog— al"obergruppenfŸhrer" de las SA de Silesia, Edmund Heines, que acudiera a visitarle. El jefe militar, sin m‡s pre‡mbulo, dijo al"obergruppenfŸhrer" que desistiera de su prop—sito de asaltar los cuarteles. Heines, que no se dejaba enga–ar tan f‡cilmente, parec’a caer de las nubes.
Ç - Por cierto que ayer mismo he recibido ciertos informes en los que se me dec’a que el EjŽrcito planeaba un ataque contra nosotros, los de las SA, y el propio"FŸhrer". ÀPor quŽ, por ejemplo, han dispuesto que las fuerzas estŽn alerta? ÇEl "obergruppenfŸhrer" dio a Kleist su palabra de honor, como oficial y jerarca de las SA, de que no tendr’a lugar ningœn ataque. Aquella misma noche Heines llam— a Kleist para informarle que las SA iban a tomarse unas vacaciones, pues Žl deb’a emprender viaje hacia Munich en avi—n para asistir a una reuni—n de mandos para lo cual hab’a ya recibido la correspondiente convocatoria. Ç - ÀQuiŽn le ha invitado a usted? - quiso saber Kleist. Ç - La jefatura suprema de las SA. Ç - ÀEl "stabschefÓR—hm? Ç - ÁNo! Ernst Rbhm es s—lo un "stabschefÓ -contest— Heines, furioso por tantas preguntas-. ÇEl jefe supremo de las SA es el propio "FŸhrer". ÇAl d’a siguiente por la ma–ana Kleist tom— el avi—n para Berl’n y se present— ante Fritsch. Ç - Tengo la impresi—n de que hay ter ceros que tienen interŽs en que el EjŽrcito y las SA se enfrenten -dijo Kleist al jefe del Alto Mando-. Todos los indicios dan a entender que las noticias proceden de la misma fuente. Ç - ÀA quŽ fuente se refiere usted? -le pregunt— Fritsch-. Ç - A la oficina del "Reichsfuhrer" de las SS, Heinrich Himmler -respondi— Kleist-. Creo que detr‡s de todo esto se esconde ese Heydrich, jefe del Servicio de Seguridad. ÇFritsch mand— llamar a Reichenau, y en su presencia rog— a Kleist que volviera a repetir su informe. Ç - Todo parece coincidir -dijo el mayor-general-, pero ahora es ya demasiado tarde. Ç - ÀDemasiado tarde? ÀDemasiado tarde para quŽ? Ç - Es demasiado tarde para adoptar contramedidas. Debemos, no obstante, tomar precauciones, pues algo importante se prepara. Cuando Heines ha dado su palabra de honor es que en realidad lo ignora... Tal vez no sepa nada. Poco podemos hacer y de ningœn modo podemos fiarnos de Ršhm contamos solamente con cien mil hombres, y las SA disponen de cuatro millones. Ç - ÀD—nde se encuentra ahora el "FŸhrer"-Canciller? pregunt— Kleist. Ç - En Essen, con motivo de la boda del "gauleiterÓ Terboven. Ç - Entonces nada puede ocurrir. Ç - ÀPor quŽ no? -pregunt— Reichenau, y tendi— a Kleist una "lista" definitiva que hab’a sido enviada por el Alto Mando de las SA. La ley— como si se tratara del escalaf—n del EjŽrcito; numerosos generales con mando hab’an sido designados como futuros candidatos a la muerte. Ç - ÁEso es terrible! -exclam— Kleist-. ÇTan tr‡gica como Žsta era otra "lista" -desgraciadamente autŽntica- que estaba asimismo en la cartera de Reichenau, y que hab’a recibido de Theodor Sicke [sic], "SturmbannfŸhrer" de las SS y comandante del campo de concentraci—n de Dachau. Dicha "lista" hab’a sido compuesta a primeros de junio. El "Reichsfuhrer" de las SS, Himmler, y Heydrich, su jefe de los Servicios de Seguridad, hab’an preparado dicha "lista", y sometido la misma a la aprobaci—n de Goering y Reichenau. Goering hab’a dado el "s’" y a–adido algunos nombres Ò Reichenau, a su vez, la llev— a Blomberg, el cual no tuvo nada que objetar. ÇLa boda del "gaule’ter" Terboven fue un brillante acontecimiento que moviliz— a toda las ciudad de Essen. [...] ÇDespuŽs del banquete [ ... ] en un sal—n del primer piso de la "suite imperial" (del Hotel Kaiserhof) conferenciaban Adolf Hitler, Goebbels y Goering acerca del "aplastamiento de una sublevaci—n" que pasar’a a la Historia como la "noche de San BartolomŽ alemana" [...]
ÇNo cesaban de llegar enviados especiales con las "œltimas noticias" de Heydrich. El ayudante Schaub, que montaba guardia ante la puerta del sal—n en el cual conferenciaba Hitler, tomaba los mensajes y los hac’a llegar hasta el FŸhrer". Dichos informes o bien eran falsos o estaban exagerados hasta lo grotesco. Nada preparaban los hombres de las SA, como se informaba desde Berl’n; al contrario, en todas partes se hac’an preparativos para obtener permisos. El "gruppenfŸhrer" Ernst hab’a salido ya en direcci—n a Brema para embarcar all’ en el vapor "Kap Polonio" para realizar su viaje de novios a Madeira -si bien algo retrasado- con su esposa Minna, con la que hab’a contra’do matrimonio hac’a algœn tiempo. No exist’an, pues, preparativos de rebeli—n, a excepci—n hecha de los que se celebraban en la "suite real" del Hotel Kaiserhof de Essen y en las oficinas de Reichenau, Himmler y Heydrich. (156) ÇPor la tarde todas las funciones hablan sido ya asignadas. Hitler se hab’a reservado la acci—n de Bad Wessee, donde se dirigi— el s‡bado 30 de junio con motivo de una reuni—n de las SA, lo mismo que la de Munich, "capital del movimiento". Goering y Himmler se encargaron de Berl’n. Goebbels actu— con cierta reserva, pues tem’a apartarse de la senda de Hitler. ÇInmediatamente despuŽs de la entrevista Goering regres— a Berl’n en avi—n. Hitler pernoct— en el Hotel Kaiserhof y a la ma–ana siguiente visit— el "arsenal del Reich", las f‡bricas Krupp, que hab’an hecho famoso el nombre de Essen en el mundo entero. El director general, Gustav Krupp von Bohlen y Halbach, que no pertenecia a la familia Krupp sino por haber contra’do matrimonio con la hija œnica del œltimo v‡stago masculino de los Krupp, recibi— a Hitler en la entrada principal y lo acompa–— por todas las dependencias. Hitler se mostr— amable y hasta jovial, saludando a los obreros y hablando de cosas triviales con algunos de ellos. [...] ÇEl regreso al hotel parec’a una marcha triunfal. Al llegar al Kaiserhof aguardaba a Hitler una sorpresa desagradable por dem‡s: su avi—n ten’a el motor derecho averiado y hab’a que reemplazarlo. Este acontecimiento fortuito tuvo mucha importancia en el "aplastamiento de la sublevaci—n". ÇPor la tarde el avi—n de escolta -asimismo un "JU-52"- con Hitler y su sŽquito a bordo despeg— para emprender el vuelo hacia Bonn-Hangelar. All’ esperaba ya Schreck con el autom—vil dispuesto. A toda velocidad, escoltado por motoristas de las SA, la comitiva prosigui— la marcha hasta el Hotel Dreesen, en Bad Godesberg. Era verano y anochec’a tarde. Hitler estaba en la terraza del hotel y miraba en direcci—n a las monta–as situadas al otro lado del r’o , pero sus ojos no captaban el id’lico cuadro que ofrec’a el paisaje, pues su mente estaba ocupada por otros pensamientos. ÀAcaso se rebelar’an los condenados a muerte? ÀC—mo reaccionar’an los amigos de las v’ctimas despuŽs de la ejecuci—n? ÇGoebbels no se apartaba de Hitler para tranqulizarle, como posteriormente explic— Žste a sus m‡s ’ntimos, relatando esas horas febriles en la terraza del hotel. Ç - Mi "FŸhrer" -dec’a Goebbels-, quien da primero tiene muchas probabilidades de ganar la partida. En la lucha por el poder el primer golpe es siempre decisivo. ÇPero Hitler no pod’a dominar su nerviosismo y atosigaba a sus ayudantes con —rdenes e indicaciones imperiosas: "BrŸckner, p—ngame en comunicaci—n con Goering... Schaub, llame usted al "gauleiterÓ Wagner... Baur, el avi—n debe estar dispuesto en seguida... Schreck, dŽme el abrigo..." ÇPoco antes de las diez una banda de mœsica del Frente del Trabajo apareci— ante la terraza del hotel para ofrecer un concierto a su "FŸhrerÓ. La representaci—n termin— con un toque de retreta y el himno "Roguemos por la victoria del amor, que en Jesœs se manifiesta..." ÇHitler, apoyado en la barandilla, sonre’a amablemente a los mœsicos. En aquel momento apareci— BrŸckner, el cual se le acerc— para murmurarle al o’do:
Ç - ÁMi "FŸhrer! ÁHermann Goering est‡ al aparato ... ! ÇEra la consigna. Hitler se precipit— al telŽfono, pero no pudo o’r apenas. Con paso r‡pido regres— a la terraza e indic— a los mœsicos que cesaran su actuaci—n, juntamente cuando entonaban la estrofa final del himno: "... en vez de pensar en m’ mismo, quiero sumergirme en el ocŽano del amorÓ. ÇAs’ termin— el c‡ntico, y el "FŸhrer" regres— al telŽfono. Ç - ÁLas SA han convocado una manifestaci—n en Munich! - comunic— Goering al "FŸhrer". ÇÁTodo estaba preparado! Ç - ÁBrŸckner! ÁSchaub! ÁBaur! -grit— Hitler-. ’Salimos dentro de una hora! Ç - "ÁYa le ajustarŽ las cuentas a ese puerco!" exclam— Hitler unas cuatro horas m‡s tarde, el 30 de junio de 1934, poco antes de las tres de la madrugada, en el aeropuerto muniquŽs de Oberwiesenfeld, dirigiŽndose al "GauleiterÓ Wagner que con su ayudante y unos oficiales del EjŽrcito acudieron a recibir al "FŸhrer". Al decir esto hizo restallar en el aire su l‡tigo de piel de hipop—tamo, de un modo que hizo temblar al "gauleiter". ÇLos acompa–antes de Hitler, el capit‡n de aviaci—n Hans Baur, los ayudantes Schaub y BrŸckner, el jefe de Prensa doctor Dietr’ch, los dos ch—feres Julio Schereck y Erich Kempka y los cuatro inevitables agentes de polic’a del llamado "sŽquito del FŸhrer" no dejaron de asombrarse. ÀQuŽ era lo que hab’a excitado la c—lera de Hitler tan de repente? Durante el vuelo nocturno desde Bonn-Hangelar hasta Munich no estuvo demasiado comunicativo, pero no hab’an observado en Žl ningœn signo de irritaci—n. Hab’a uno, empero, que no se maravill— de tal actitud: el doctor Goebbels, el œnico que sab’a la causa de la indignaci—n de Hitler. ÇDe inmediato subi— el "FŸhrer" con el "gauleiter" Wagner en el coche que esperaba ya. Cerr— la puerta con estrŽpito y el coche peg— un brinco hacia adelante y emprendi— la marcha como si le hubieran dado un puntapiŽ. A los pocos minutos corr’an ya por las tranquilas calles de Munich. El cielo se iba despejando paulatinamente. Un segundo autom—vil trasladaba a Goebbels y otros acompa–antes al interior de la ciudad. El capit‡n Baur, piloto, se qued— en Oberwiesenfeld. Caminaba junto a Žl el piloto Hailer por la pista mojada que conduc’a hasta el edificio administrativo. A travŽs de los ventanales de la amplia construcci—n se filtraba todav’a mucha luz. Ç - ÀQuŽ es lo que ocurre -pregunt— Hailer estupefacto-. Jam‡s he visto al "FŸhrer" de ese modo. ÀEs acaso tan terrible el que hayan salido a recibirle unos cuantos hombres? Tengo un terrible presentimiento. Ç - ÀY quŽ es ello? -dijo Baur, mir‡ndole con asombro -. Usted no ha cometido error alguno, y por lo que respecta al recibimiento no es tampoco responsable. Ç - En este caso tal vez s’ -respondi— Hailer-. El "stabschefÓ Ršhm encarg— ayer, bien entrada la tarde, que llamara a la jefatura de las SA indicando la llegada del avi—n del "FŸhrerÓ "D2600". No pude suponer que Žl llegar’a en otro avi—n, ÇAlgunos d’as m‡s tarde el capit‡n inform— a su "FŸhrer" lo que Hailer le hab’a contado, y a–adi—: Ç - El cambio de avi—n por el "D2600" le ha facilitado sin duda las cosas. S’ Ršhm hubiera sabido que usted ya volaba de noche hacia Munich... ÇHitler adopt— un tono grave al decir: Ç - Usted mismo puede comprobar, Baur, que otra vez el destino ha tomado cartas en el asunto. ÇLa comitiva motorizada de Hitler evit— pasar por la "Casa Parda" de la Briennerstrasse. Para ello dobl— por la Ludwigstrasse y se detuvo ante el Ministerio b‡varo del Interior. Numerosas unidades de las SA, que sal’an del local y de otros centros recreativos, se
hallaban camino de sus domicilios. El d’a anterior los miembros de las SA de Munich hab’an recibido unas hojas manuscritas en las que se les ordenaba que salieran a la calle. Ninguno de los jefes locales sab’a nada del asunto; las hojas ten’an su fuente en la diab—lica oficina de Heydrich y Himmler. Los hombres de las SA que se tropezaron con la caravana automovil’stica de Hitler contemplaban perplejos los pesados veh’culos, el primero de los cuales llevaba la capota descubierta. Ç- Parece Adolf, Àverdad? -pregunt— un jefe de escuadra a un camarada-. Ç - Creo que desde ayer por la noche no ves m‡s que fantasmas -replic— uno de ellos-. Adolf est‡ en Essen; tœ mismo lo has o’do por la radio. ÇPero cuando pasaron ante el Min’sterio del Interior reconocieron al ch—fer de Hitler, que estaba frente a la puerta, de pie y fumando un cigarrillo. No se dirigieron a Žl para hablarle, pues no tardaron en llegar los coches del jefe de la polic’a de Munich, del "obergruppenfŸhrerÓ Schneidhuber y del "gruppenfŸhrer" de las SA de Munich, Wilhelm Schmid, los cuales se trasladaron a toda prisa al interior para presentarse a su "FŸhrer". ÇSin escucharles siquiera, Hitler les arranc— los galones de las hombreras y les hizo detener por los agentes de polic’a que formaban parte de su acompa–amiento. Luego tom— asiento en su coche y dijo al conductor: Ç - ÁA Bad Wessee! ÇLos jerarcas de las SA detenidos fueron los primeros en ser conducidos a la prisi—n de Stadelheim. ÇEl agente Zink, del servicio nocturno, hab’a recibido la orden telef—nica de retener a los que formaban el turno de noche. Cuando Schneidhuber descendi— del coche frente a la c‡rcel hab’a ante la puerta una doble hilera de guardianes. Mir— con asombro en su derredor. ÀAcaso estaba so–ando, o era cierto que ten’a que trasponer esa puerta en calidad de prisionero? En aquel momento brill— esplŽndido el sol, triunfador de las nubes pre–adas de lluvia. El cielo se abr’a radiante y azulado sobre la calle y el edificio de la c‡rcel. "Es el tiempo de Hitler -dijo Schneidhuber en tono sarc‡stico-. Ya nada puede ocurrir." ÇEl "gruppenfŸhrer" Schmid opinaba de distinto modo. Present’a la muerte, y con la cabeza baja transpuso el umbral hacia el interior. Lo mismo que Schneidhuber, no sali— vivo de la prisi—n. ÇA la misma hora sonaba en Wiessee la campana de la iglesia llamando a la primera misa, y a la puerta del Hotel Hanselbauer se detuvieron dos autom—viles "Mercedes", negros. En la puerta no hab’a vigilancia, pero pronto lleg— un segundo coche con agentes de polic’a que montaron guardia ante la entrada. Hitler encontr— la puerta principal abierta y con paso r‡pido penetr— hasta el vest’bulo. Una vez en el interior el primero en ser detenido fue el "standartenfŸhrer" Uhl. Inmediatamente despuŽs lo fue el conde Spreti. Ambos fueron cohducidos a la planta baja. No pod’an explicarse lo que estaba ocurriendo. Heines, "obergruppenfŸhrer" de Silesia, y su ch—fer, con el que compart’a el dormitorio, fueron asesinados en sus lechos respectivos. Los cad‡veres fueron abandonados all’. De pronto se oy— gran alboroto en el corredor donde comunicaba la habitaci—n de Ršhm. Hitler golpeaba la puerta con los pu–os y gritaba: Ç - ÁArriba! ÇParec’a que el "stabschefÓ no le o’a; el d’a anterior, a causa de sus dolores neur‡lgicos, le hab’a sido administrada una inyecci—n. Por fin se despert— y pregunt— adormilado: Ç - ÀQuiŽn anda ah’? Ç - Soy yo, Adolf. ÁVamos, arriba! Ç - ÀQuŽ? ÀEst‡s ya aqu’? Yo cre’a que llegar’as al mediod’a.
Ršhm salt— de la cama y se visti— con presteza. Al abrirse la puerta recibi— un torrente de injurias, y los agentes de la polic’a le condujeron r‡pidamente hasta el vest’bulo antes de que se percatara de lo que le ocurr’a. En el mismo momento se detuvo ante el hotel un cami—n con guardias de las SA ÀAcaso los hombres hab’an sido avisados y atacar’an para intentar liberar a ma fuente? Preocupado, Hitler baj— al vest’bulo, pero comprob— que el "sturmfŸhrer" que mandaba el destacamento no sospechaba nada. Junt— los talones y dio la novedad. Ç - "Gracias" replic— Hitler y envi— al "SturmfŸhrer" con su gente hacia Munich, diciŽndole que esperara all’ hasta nueva orden. El veh’culo dio media vuelta y se alej—. ÇLos jefes de las SA detenidos fueron agrupados y puestos en un autobœs que ya estaba preparado ante la puerta del hotel. El œltimo en subir fue ma fuente. Mientras tanto, hab’a recobrado la consciencia y pregunt—, cuando Hitler pas— cerca de Žl: Ç - ÀA quŽ viene todo este teatro? ÇSu ex ’ntimo amigo, Adolf, volvi— la cabeza sin responderle. Los agentes de polic’a empujaron a ma fuente hacia adelante diciendo: Ç - Vamos, no te detengas. ÇLutze contemplaba la escena algo apartado. Hitler se dirigi— hacia Žl y le dijo: Ç - Lutze, desde este momento te nombro "StabschefÓde las SA. [ ... ] ÇSolamente uno de los jerarcas de las SA que llegaron a Wiessee no fue detenido: era el "gruppenfŸhrer" de WŸrttemberg, Hans Ludin, teniente del EjŽrcito del Reich que en 1930, durante el proceso de Ulm seguido a unos oficiales del EjŽrcito, fue condenado a prisi—n con otros dos camaradas. Al reconocerlo, Hitler exclam—: Ç - No, a Žse no. ÇOtros muchos tuvieron menos suerte que Ludin, a pesar de que no eran nacionalsocialistas. El antiguo comisario general del Estado b‡varo, Gustav von Kahr, que el 9 de noviembre de 1923 hizo fracasar la sublevaci—n en el "Club de los militares", fue detenido en su domicilio y metido en el autom—vil, en camisa. En los calabozos del campo de Dachau los hombres de las SS lo asesinaron a palos. Otro comando de las SS mat— al padre Stempfle, de la orden de San Jer—nimo. Stempfle revis— y corrigi— las pruebas del libro de Hitler ÓMein KarnpfÓ, poniŽndolo en correcto alem‡n. Eicke lo puso en la "lista" porque Stempfle se pronunci— en contra de un determinado establecimiento que un conocido nacionalsocialista de Munich, Christian Weber, ten’a en la Senefelderstrasse. ÇHitler atribuy— el asesinato a un ajuste de cuentas. S—lo ante su fot—grafo Hoffmann dijo con voz emocionada: Ç - ÁHan asesinado a mi buen amigo Stempfle! [ ... ] ÇMuy accidentado fue el caso del doctor Ludwig Schm’tt. En 1933 ayud— a escapar al extranjero al hermano del que fue jefe de los servicios de organizaci—n del Reich, Gregor Strasser. A causa de otros delitos pol’ticos, Schmitt hab’a estado ya encarcelado en la prisi—n de Stadelheim a partir del 21 de abril. Los empleados de la Gestapo no sab’an el apoyo que Žl hab’a prestado a los hombres de las SS. Comoquiera que no le encontraban ni en su domicilio, ni en la cl’nica donde trabajaba, preguntaron en la calle a una vecina si conoc’a a un tal doctor Schm’tt. La mujer vio lo que ten’a ante ella y con voz temblorosa dijo: Ç - ÀEl doctor Schmidt? Vive en esta misma calle, en el primer piso de aquella primera casa. ÇEsa era la vivienda del cr’tico musical del "MŸnchner Neusten Nachrichten", doctor Wlhelm Eduard Schmidt. Los agentes de la Gestapo detuvieron al cr’tico y lo pasaron por las armas. Con orgullo informaron a su Departamento que la sentencia hab’a sido cumplida. Tres d’as m‡s tarde Frau Schmidt recibi— un ataœd sellado, al que acompa–aba un escrito en
que se le explicaba que su marido hab’a sido v’ctima de un fatal error. Los trabajos de Schmidt aparecieron con el t’tulo de "Sinfon’a inacabadaÓ, ÇEl verdadero Schmitt se enter— de todo en su celda de la prisi—n de Stadelheim y temi— que pronto ir’an a buscarle all’. Un compasivo empleado de la prisi—n le ocult— entre unos tabiques de madera, y de este modo el doctor Ludwig Schmitt pudo escapar a la matanza. [ ... ] ÇGregor Strasser fue detenido en su puesto de trabajo en un taller de la f‡brica de productos qu’micos "Schering-Kahlbaum-Konzern". En los s—tanos del cuartel general de las SS, en la Prinz-Albrecht Strasse fue torturado por unos hombres de las SS hasta que al final, inconsciente, recibi— el tiro de gracia. Con este alevoso asesinato Goering tom— venganza personal; Strasser le hab’a denominado en una ocasi—n "percha de hierro fundido". ÇEn la vicecanc’ller’a el doctor Behrends asesin— a Von Bose. TambiŽn asesin— a otro amigo de Von Papen, el funcionario del Ministerio de Comunicaciones, doctor Erich Klausener, dirigente de la Acci—n Cat—lica de Berl’n. DespuŽs cogi— el telŽfono y llam— a Heydrich anunci‡ndole que Klausener se hab’a suicidado. ÇEl propio Papen escap— a la hecatombe gracias a la intervenci—n de Hermann Goering. En aquel fatidico 30 de junio Žste hizo acompa–ar al vicecanciller hasta su domicilio de la Lennenstrasse por una patrulla de las SS. All’ esperaba ya un capit‡n de la polic’a, que hab’a recibido la orden de mantener a Von Papen completamente aislado del mundo exterior. Ç - Usted me responde con su cabeza - le dijo Goering - de que nadie de las SA ni de las SS se lo lleve. ÇVon Papen permaneci— tres d’as en arresto domiciliario. Por consideraci—n al presidente del Reich, Papen fue salvado por Goering en aquel 30 de junio. [... ] ÇEl general Von Schleicher brindaba con sus huŽspedes; con la excepci—n de su antiguo ayudante, el capit‡n Noeldiche, todos los participantes en la comida eran familiares suyos: su hermana, un primo del general y su mujer Anneliese, Frau Schleicher y una prima. El general levant— la copa y bebi— a la salud de las mujeres de la familia, dirigiŽndose particularmente a una mujer: Elizabeth von Schleicher, que odiaba profundamente a Hitler y al Partido Nacionalsocialista, acaso m‡s de lo que odiaba al propio general [sic]. No en vano era conocida en el c’rculo de sus amistades como "Krimhilda, la vengadora". ÇDe las colinas pr—ximas soplaba un viento fresco y en el firmamento centelleaban lejanos rel‡mpagos. La vieja ama de llaves prusiana, Marie GŸntel, que desde el fin de la guerra serv’a en casa de los Schleicher, trajo a la mesa una ponchera llena de fresas. El general manifest—: Ç - He sido advertido de que me acecha un gran peligro, pero un oficial prusiano no teme a nada ni a nadie. ÇPoco despuŽs de la medianoche el capit‡n Noeldichen se despidi—. Comoquiera que ya no hab’a ningœn autobœs se dirigi— a pie hasta su cuartel. Una vez llegado a Potsdam se enter— de que la guarnici—n estaba en estado de alerta... ÇPoco antes de la medianoche el ÒsturmfŸhrer" de las SS Solm se enter— del plan de asesinar a Schleicher. Solm ten’a muy buenas relaciones entre los oficiales del EjŽrcito, pues su mayor deseo era formar parte del mismo. En las primeras horas de la ma–ana se dirigi— al Ministerio de Defensa e inform— al oficial de servicio acerca de lo que hab’a o’do. Ç - ÁPor el amor de Dios! -exclam— el comandante-. ÀQuŽ puedo hacer ante esto? ÇTamb’Žn sab’a que algo se tramaba contra las SA y que el jefe del departamento ministerial mayor general Von Reichenau, estaba complicado en el asunto. Pero ÀquŽ ten’a esto que ver con Schleicher? Puesto que el comandante apreciaba mucho al antiguo ministro de Defensa, dijo a Solm:
Ç- Vaya en seguida al domicilio de Schleicher, Neubabelsberg, Griebnitzeestrasse cuatro, y prevŽngale. En estas cunstancias nadie sabe lo que puede ocurrir... ÇHacia el mediod’a Heydrich orden— a un comando que desde la Prinz-Albrecht Strasse se dirigiera a Neubabelsberg. Un autom—vil que viajaba a poca marcha fue rebasado por los hombres de las SS, todos igualmente vestidos con la gabardina gris y gorra de plato. Ninguno se dio cuenta de que el hombre que iba al volante era el "sturmfŸhrer" Solm. ÇPocos minutos despuŽs de que Heydrich, en combinaci—n con Himmler, hubiera mandado a su gente para acabar con Schleicher, Goering dio la orden a tres agentes de la polic’a para que se dirigieran al domicilio del general Von Schleicher y efectuaran su arresto preventivo. Ç- Me responden con la cabeza -dijo el ayudante de Goer’ng a los polic’as- de que el general no le pase nada durante el camino. Adem‡s, tienen que guardar silencio sobre esta misi—n, lo mismo ante sus superiores que entre sus compa–eros. ÀEntendido? ÇLos tres agentes de polic’a se asustaron ante la perspectiva nada agradable de tener que enfrentarse con la gentes de las SS, y por lo tanto no se tomaron ninguna prisa especial. ÇTambiŽn ellos se encontraron en el camino con el autom—vil del "sturmfŸhrer" Solm, que debido a su ensimismamiento, a causa de la pugna interior que le dominaba, se estrell— contra un ‡rbol. Los polic’as se preguntaron si deb’an detenerse a prestar auxilio, pero decidieron seguir adelante, pues eran ya las doce y veinte minutos y hab’an desperdiciado demasiado tiempo. ÇY precisamente en estos œltimos minutos son— el timbre en la puerta del jard’n de la villa que habitaba Schleicher, que hab’a alquilado al poderoso industrial de Colonia Otto Wolff. El ama de llaves, que en aquel momento se hallaba pasando las cuentas, se dirigi— a la puerta de la casa y pregunt— a travŽs de la mirilla quienes eran: Ç - Venimos a hablar con el general -dijo una voz ruda-. ÇMarie GŸintel descorri— el pasador y se dirigi— a abrir la puerta de entrada. Cinco hombres se precipitaron por el jard’n en direcci—n a la parte trasera de la casa. Uno de ellos pregunt— nuevamente por el general Von Schleicher. ÇPese a no saber nada de lo que ocurr’a, Marie GŸntel tuvo una desagradable impresi—n y, como temiendo algo, dijo: Ç - El general no est‡ en casa. ÇIba a cerrar la puerta, pero uno de los hombres, un joven de unos treinta a–os, habr‡ ya adelantado un pie de manera que le imped’a cerrar la puerta y en tono amenazador, al mismo tiempo que le ense–aba una placa de metal, le espet—: Ç - Hemos de hablar con Žl. Ç - Entonces voy a ver si ha regresado ya -respondi— el ama de llaves, asustada-. ÇSe dirigi— r‡pidamente a la biblioteca donde estaba trabajando el general, con el fin de prevenirle, pero los hombres la segu’an pis‡ndole los talones y entraron en la biblioteca junto con ella. Schleicher estaba sentado ante su mesa de trabajo y al o’r los pasos se volvi—. Ç - ÀEs usted Herr von Schleicher? -pregunt— el que mandaba el grupo-. Ç- S’ -repuso el general. ÇEn aquel momento sonaron hasta cinco disparos. Su esposa, que estaba en un rinc—n de la biblioteca escuchando la radio, dio un salto y se precipit— hacia su marido. Los hombres dispararon por segunda vez y Frau von Schleicher cay— pesadamente al suelo. Marie GŸntel sali— corriendo de la biblioteca, gritando, y se dirigi— al invernadero, pero las piernas se negaron a obedecerla. De sœbito vio a uno de los asesinos que llevaba un rev—lver humeante en la mano. Ç - ÁNo! -grit— el ama de llaves, y levant— temblorosa los brazos-.
Ç - ÁCierra el pico! -grit— el hombre, que dio media vuelta y desapareci—-. La prima de Schleicher, que estaba en el jard’n, se dirigi— a la casa al escuchar los tiros. Vacil— unos minutos antes de decidirse a entrar y cuando lo hizo todo estaba en silencio; no se ve’a a nadie por all’. (157) ÇDespuŽs de un tiempo que pareci— eterno, un autom—vil se detuvo ante la casa: eran los tres agentes de polic’a que Goer’ng hab’a enviado, los cuales se apearon del veh’culo y penetraron en la casa. Todas las puertas estaban abiertas y al entrar hallaron al matrimonio Schleicher tendido en el suelo de la biblioteca. El general estaba muerto, pero su mujer viv’a aœn. Los polic’as llamaron a un mŽdico, a la brigada criminal y a la patrulla m—vil. El aparato de radio emit’a en aquel momento la melod’a caracter’stica de su emisi—n de noticias de las trece horas: "Siempre fidelidad y s’nceridad" Ç -ÁDesconecta! -grit— uno de los polic’as-. ÁVamos a volvernos locos! ÇPocos minutos despuŽs lleg— el mŽdico jefe del hospital Nowawes, doctor Schultz. Se preocup— de trasladar r‡pidamente al hospital a Frau von Schleicher, pero no hab’a ninguna posibilidad de salvarla y falleci— a los pocos minutos de su ingreso. ÇPor la tarde, funcionarios de la Gestapo registraron minuciosamente la vivienda de Schleicher en busca de documentos importantes. Se lo llevaron todo, entre otras cosas un manuscrito con las memorias del general, a las que Žl quiso darle el t’tulo de "Hombres y circunstancias". Asimismo se apoderaron de unos documentos de Hitler, correspondientes al hospital Pasewalk, los cuales se hab’a procurado Schleicher en su calidad de ministro del EjŽrcito, y que deb’an figurar en expediente separado. De aquellos papeles se desprend’a sin duda alguna que Hitler, en 1918, no estaba afectado de la vista a consecuencia de los gases de combate, como Žl dec’a en su libro, sino a consecuencia de una enfermedad venŽrea que hab’a contra’do en Viena poco tiempo antes de la guerra. 158 En el hospital de Pasewalk fue tratado con "salvars‡n", que a.veces sol’a producir pasajeras alteraciones de la visi—n. TambiŽn es posible que las SS buscaran papeles concernientes al general Von Bredow en el domicilio de su amigo Schleicher. Bredow fue asesinado tambiŽn en el mismo d’a. De todas maneras, dichos documentos desaparecieron desde el 30 de junio de 1934, pero, despuŽs de la muerte de Heydrich en Praga, se descubri— el "dossier" de la historia de la enfermedad de Hitler en su mesa de despacho. Su sucesor Karltenbrunner [sic] los tom— de all’ y desde entonces no se ha sabido nada m‡s de esos documentos... ÇLos cuerpos del matrimonio Schleicher fueron quemados y las urnas cinerarias fueron enterradas en tœmulos corrientes, para que nadie supiera donde reposaban. El doctor Schultz muri— unos meses despuŽs, de modo misterioso, y Marie GŸntel, que no pod’a olvidar la horrible escena del asesinato de sus se–ores, busc— la muerte en 1935 en el Heiligensee, cerca de Potsdam. ÇPor la tarde cundieron en la capital del Reich las primeras noticias del asesinato. Innumerables miembros de las SA fueron detenidos en la pr—xima oleada, lo mismo que el "stabschefÓ. El "gruppenfŸhrer" Ernst fue detenido en Brema. Antes de que el vapor partiera para Madeira dio todav’a una vuelta por aquella ciudad acompa–ado por una nube de fot—grafos, de prensa. Cuando regres— al hotel fue detenido. Consideraba esta detenci—n como una broma de sus camaradas, puesto que a los de las SA les gustaba de vez en cuando gastar esta clase de juegos. Su esposa tambiŽn lo crey— as’. Solamente cuando vio que sus hombres eran apresados y conducidos al aeropuerto empez— a sospechar lo que le esperaba. En el Ayuntamiento, el "oberbŸrgermeisterÓ le hab’a saludado nuevamente, contento de no tenerle all’. ÇHasta las provincias lleg— la ola de detenciones y cr’menes alevosos. Por la tarde del 30 de junio comenzaron las ejecuciones. En Siles’a los jefes de las SA eran reunidos en las salas
de baile y luego se les transportaba hasta Deutsch-Lissa, y all’, a la luz de los faros de los camiones eran fusilados. ÇEn la Prusia Oriental, en el norte, en el oeste y en el sur del Reich los jefes de las SA se encontraron ante las bocas de las armas de fuego de los pelotones de ejecuci—n. Por la tarde Ernst lleg— a Berl’n. Ç - ÀNo sabŽis reconocer el uniforme de un "gruppenfŸhrer"? ÇLos hombres se rieron de Žl y por fin comprendi— que no era precisamente una broma. Al llegar al lugar de la ejecuci—n fue el primero en ser fusilado. ÇLas ejecuciones en masa empezaron en Berl’n el primero de julio, hacia el mediod’a, despuŽs de que Hitler hab’a observado que las unidades de las SA hab’an tomado con relativa calma la liquidaci—n de sus jefes. En el lugar de la ejecuci—n sonaba siempre la misma voz de mando: "ÁEs la voluntad del "FŸhrer"! ÁApunten! ’Fuego!" ÇLos nombres de los ejecutados eran comunicados continuamente a Goering, y un ayudante los borraba de la "lista". [...] ÇEl jefe de la polic’a de Munich, "obergruppenfŸhrer" Schneidhuber, fue el œltimo en ser llevado al lugar de la ejecuci—n (en Stadelheim). Schneidhuber, que hab’a o’do todos los disparos, tir— su cigarrillo con un gesto de asco a los pies de los hombres de las SS y se dirigi— r‡pidamente al pie del muro. Ç - ’Apuntad bien, hi ... ! - pudo decir aœn, y fuego muri— como todos los que le precedieron. ÇPero el m‡s importante de todos viv’a aœn: el "stabschefÓ Ršhm bajo cuyo nombre pasar’a a la historia la responsabilidad de la "intentona". Hitler no hab’a decidido nada con respecto a Žl. Gru–endo como un oso enfurecido, el prisionero estaba en una c—moda celda en el segundo piso de la nueva construcci—n, que estaba calculada para albergar a tres hombres, y que era tan amplia como una habitaci—n normal. De no haber sido por el inodoro colocado en un rinc—n, uno pod’a pensar que era el cuarto del oficial de guardia de un cuartel. ÇTranscurrieron d’as y noches. En los pasillos se o’a al guardi‡n llevar la comida a los presos. Ršhm exigi— por enŽsima vez hablar con el "FŸhrer", con su ’ntimo amigo Adolf Hitler. El reloj de un campanario cercano se–al— las seis. Ršhm se aproxim— a la ventana. Al otro lado de los verdes campos hab’a un gran cementerio, y la cœpula de una capilla brillaba blanca y dorada a los rayos del sol crepuscular. La visi—n era pac’fica y maravillosa, de no haber sido por las grandes rejas que obstru’an la ventana... ÇSe oyeron recias pisadas en el corredor que se aproximaban paulatinamente. ÀHab’a Hitler accedido por fin a hablar con el "stabschefÓ? La puerta se abri— y apareci— en ella el comandante de las SS Theodor Eicke, due–o de vida y muerte en el campo de concentraci—n de Dachau. Sin decir palabra penetr— en la celda, tir— encima de la cama el œltimo nœmero del ÒVšlkischer BeobachterÓ y un rev—lver. Una vez en la puerta se volvi— y dijo: Ç - Ernst RŸhm, el "FŸhrer" espera que comprendas las consecuencias de tu traici—n, y obres en consecuencia. VolverŽ dentro de diez minutos. Ç - ÁTengo que hablar con Adolf! -exclam— agitado el "stabschefÓ-. ÇPero Eicke y sus acompa–antes hab’an salido de la celda y la puerta se volvi— a cerrar detr‡s de ellos. Sus pasos se iban amortiguando por el corredor a medida que se alejaban. Solamente un guardi‡n qued— all’ fuera, cerca de la puerta, el cual oy— c—mo Ršhm murmuraba: "Es lo que vosotros querŽis, que os ahorre el trabajo de tener que matarme. ÁEso jam‡s!" ÇLuego se hizo el silencio. El guardi‡n espiaba al prisionero a travŽs de la. mirilla y vio como Žste le’a el ejemplar del ÒVšlkischer BeobachterÓ. En grandes titulares figuraban los nombres de sus subordinados y amigos que hab’an sido pasados por las armas. Ç - ÁCerdos malditos! -exclam— en voz
ÇNuevamente sonaron los fuertes pasos de botas claveteadas. Ç - "ÁAbra!" mand— Eicke al guardi‡n que estaba ante la puerta, como petnficado. La puerta se abri—, y Ršhm estaba en medio de la celda, con su camisa entreabierta. Empez— a pedir explicaciones de todo ello. Ç - ÁNi una palabra! -grit— Eicke a–adiendo a continuaci—n, dirigiŽndose a sus acompa–antes-: ÁApuntad con cuidado! ÇCasi al mismo tiempo sonaron dos disparos. Ršhm se desplom— como un fardo. Dos hombres de las SS penetraron en la celda y uno de ellos dio el tiro de gracia al "stabschefÓ. La bala atraves— la cabeza de Ršhm y se empotr— en el suelo de madera . El cad‡ver fue llevado aquella misma noche al crematorio del cementerio del Este y quemado. [ ... ] ÇEn total fueron v’ctimas de los comandos de las S.S. m‡s de trescientas personas. (159) S—lo en las primeras horas de la ma–ana del 2 de julio Hitler orden— un alto en las ejecuciones. Al d’a siguiente explic— a sus colegas de Gabinete que los asesinatos y ejecuciones sin juicio hab’an sido efectuados para salvaguardar al pa’s. El 13 de julio Hitler present— un informe al Reichstag, formado solamente por miembros nacionalsocialistas . Todo lo que hab’a sucedido antes de esa "noche de San BartolomŽ" y los motivos que se alegaron para justificar la culpabilidad de las v’ctimas era completamente falso, lo mismo que las cifras dadas por Hitler, que tampoco conc’d’an con la realidad. [ ... ] ÇVon Papen, que hab’a visto caer a sus colaboradores y amigos, Bose, Jung y Klausener, present— su dimisi—n como vicecanciller, y en la pr—xima sesi—n del Reichsatg ya no ocup— el puesto reservado a los miembros del Gobierno. Al d’a siguiente escribi— una carta a Hitler, redactada en esos tŽrminos: Ç"DespuŽs de que la naci—n y el mundo entero han sido informados del desarrollo interno de de nuestro pa’s, y sobre todo de los acontecimientos hasta el 30 de junio, me siento obligado, lo mismo que hice el 30 de enero de 1933, a estrechar su mano y agradecerle lo que ha hecho en favor del pueblo alem‡n, desenmascarando a los que intentaban una segunda revoluci—n y dando al pueblo una base s—lida desde la cual empezar de nuevo... Le quedar’a muy reconocido si encuentra la oportunidad de hacer constar, sin lugar a dudas, que he sido su leal colaborador, de que estoy de acuerdo con su glorioso caudillaje y su labor en pro de Alemania, por la cual tambiŽn he luchado... Ç"Siempre suyo, Papen".È Aqu’ acaba Hegner. ÀHa comparado el lector la versi—n de este autor con las de otros anteriormente citados? Seguro que se habr‡ dado cuenta, sobre todo en las floreadas narraciones sobre los diversos asesinatos, de las enormes contradicciones en que caen. Pero a–ada el lector un cotejo sobre la pr—xima transcripci—n y seguramente quedar‡ m‡s perplejo que los jefes de las SA ante su ejecuci—n. ÇSe trata de la obra titulada "Auge y ca’da del Tercer Reich" (t’tulo original: "The Rise and Fall of the Third Reich") escrita por William Shirer, al cual ya nos hemos referido anteriormente. La edita Luis de Caralt, Barcelona, 1962. Versi—n espa–ola de Jesœs L—pez Pacheco y Mariano Orta Manzano. Veamos primero unos p‡rrafos del pr—logo del propio autor, p‡g. 10: ÇYo encontrŽ extremadamente dificil y no siempre posible averiguar la verdad exacta acerca de la Alemania de Hitler. El alud de material documental me ayudaba a avanzar por el camino de la verdad m‡s de lo que habr’a parecido posible veinte a–os antes, pero su misma vastedad pod’a con frecuencia resultar motivo de confusi—n. ÇEn todos los registros y declaraciones humanos resulta obligatorio encontrar desconcertantes contradicciones.
ÇSin duda mis propios prejuicios, que surgen inevitablemente de mi experiencia y formaci—n, salen a relucir en las p‡ginas de esta obra de vez en cuando. Detesto las dictaduras totalitarias en principio y lleguŽ a abominar Žsta en particular por cuanto la viv’ de cabo a rabo y contemplŽ sus feos asaltos contra el esp’ritu humano. Sin embargo, en este libro he intentado ser (seriamente) objetivo, dejando que los hechos hablen por s’ mismos y anotando la fuente de cada uno de ellos. Ningœn incidente, escena o cita proviene de la imaginaci—n; todos est‡n basados en documentos, declaraciones de testigos presenciales o mi propia observaci—n personal. En la media docena, poco m‡s o menos, de ocasiones en las que hay alguna especulaci—n, por haberse omitido el hecho en el material disponible, se expresa claramente como tal especulaci—n. ÇMis interpretaciones, no tengo duda alguna, ser‡n discutidas por muchos. Esto es inevitable, ya que ninguna de las opiniones humanas es infalible. Las que he aventurado aqu’ para a–adir claridad y profundidad a esta narraci—n son simplemente las mejores que pude extraer de las pruebas y del conocimiento y experiencia que yo ten’aÈ. Ahora el texto. Cap’tulo "Triunfo y consolidaci—n. La purga sangrienta del 30 de junio de 1934", p‡g. 243 y ss.: ÇSin embargo, cuando el segundo a–o de su dictadura (de Hitler) avanz—, en el horizonte nazi se arremolinaron espesos nubarrones. ÇLa oscuridad del cielo se deb’a a tres problemas que estaban sin resolver y todos relacionados entre s’: el clamor continuado de los jefes radicales del partido y de la SA a favor de la "segunda revoluci—n"; la rivalidad de las SA con el EjŽrcito; y la cuesti—n de la sucesi—n del Presidente Hindenburg, cuya vida comenz— al fin a ir decayendo con la llegada de la primavera. Ç Ršhm, el jefe del Estado Mayor de las SA, hinchadas ahora hasta alcanzar un total de dos millones y medio de miembros de las fuerzas de asalto, no hab’a quedado satisfecho por la acci—n de Hitler al nombrarlo ministro del gabinete ni por la amistosa carta personal del FŸhrer del d’a de A–o Nuevo. En febrero le present— al gab’nete un largo memor‡ndum en el que propon’a que las SA constituyeran los c’mientos de un nuevo EjŽrcito del Pueblo y que las fuerzas armadas, las SA y las SS y todos los grupos de veteranos fueran colocados a las —rdenes de un solo Ministerio de Defensa del cual -la deducci—n estaba clara- Žl ser’a titular. Ninguna idea m‡s repugnante pod’a ser imaginada por la oficialidad, y sus miembros m‡s representativos no s—lo rechazaron un‡nimemente la propuesta, sino que apelaron a Hindenburg para que Žste los apoyara. Toda la tradici—n de la casta militar ser’a destruida si el terco Ršhm y sus alborotadores Camisas Pardas consegu’an obtener el control del EjŽrcito. Adem‡s, los generales estaban molestos por los relatos, que ahora estaban comenzando a tener amplia circulaci—n, acerca de la corrupci—n y el libertinaje de la pandilla de homosexuales que rodeaba al jefe de las SA. Como el general von Brauchitsch declarar’a despuŽs, "el rearme era un asunto demasiado serio y dificil para permitir la participaci—n de malversadores, borrachos y homosexuales". ÇDe momento, Hitler no pod’a permitir ofender al EjŽrcito, y no prest— apoyo alguno a las propuestas de Ršhm. En realidad, el 21 de febrero le dijo secretamente a Anthony Eden, que hab’a venido a Berl’n a discutir la cuesti—n del armamento para sacarla del punto muerto donde se hallaba, que estaba dispuesto a reducir las SA en dos tercios y crear un sistema de inspecci—n que le diera la seguridad de que el resto no recib’a ni armas, ni instrucci—n militar, oferta Žsta que, cuando se filtr—, inflam— aœn m‡s la amargura de Ršhm y de las SA. Cuando se acercaba el verano de 1934, las relaciones entre el jefe del Estado Mayor de las SA y el Alto Mando del EjŽrcito continuaron empeorando. Hubo tormentosas escenas en el Gabinete entre Ršhm y el general von Blomberg, y, en marzo, el Ministro de Defensa
present— una protesta ante Hitler en el sentido de que las SA estaban armando secretamente una amplia fuerza de guardias especiales con ametralladoras pesadas, lo que no s—lo constitu’a una amenaza contra el EjŽrcito, sino, a–adi— el general von Blomberg, un acto hecho tan pœblicamente, que pon’a en peligro el rearme clandestino que se efectuaba bajo los auspicios de la Reichswehr. ÇEs evidente que en esta coyuntura Hitler, al contrario que el terco Ršhm y sus compinches, estaba ya pensando en el d’a en que el achacoso Hindenburg entregar’a su œltimo suspiro. Sab’a que el anciano Presidente, lo mismo que el EjŽrcito y que otras fuerzas conservadoras de Alemania, estaban a favor de una restauraci—n de la monarqu’a Hoherizollern tan pronto como el Feldmariscal falleciera. Por su parte, Žl ten’a otros planes, y cuando, a primeros de abril, les fueron tra’das secretamente, pero de fuente autorizada, a Blomberg y a Žl, desde Neudeck, noticias de que los d’as del presidente estaban contados, comprendi— que era preciso dar r‡pidamente un golpe audaz. Para asegurarse el Žxito necesitar’a el respaldo de la oficialidad; para conseguir ese apoyo estaba dispuesto a llegar adonde fuera. ÇLa ocasi—n para conversaciones confidenciales con el EjŽrcito se present— pronto. El 11 de abril, el Canciller, acompa–ado por el general von Blomberg y los comandantes en Jefe del EjŽrcito- y la Armada, general Fre’herr von Fritsch y almirante Raeder, subieron a bordo del crucero "Deutschland" para ir desde Kiel a Koenigsberg a presenciar las m‡niobras de primavota en la Prusia Oriental. A los comandantes en jefe del EjŽrcito y de la Armada se les habl— del empeoramiento de Hindenburg, y Hitler apoyado por el complaciente Blomberg, propuso abiertamente que Žl mismo, con la bendici—n de la Reichswehr, fuera el sucesor del Presidente. A cambio del apoyo de los militares, Hitler ofreci— suprimir las ambiciones de Ršhm reducir dr‡sticamente las SA y garantizar al EjŽrcito y a la Armada que ellos continuar’an siendo los œnicos portadores de armas en el Tercer Reich. Se cree que Hitler expuso tambiŽn a Fritsch y a Raeder la perspectiva de una inmensa expansi—n del EjŽrcito y de la Armada si estaban, dispuestos,a caminar de acuerdo con Žl. Con el servil Raeder no hubo ninguna dificultad, pero Fritsch, un hombre m‡s duro, dijo que ten’a,primero que consultar con los generales m‡s antiguos. ÇEsta consulta tuvo lugar en Bad Nauheim el 16 de mayo, y despuŽs que se les explic— el "Pacto del Deutschland", los m‡s altos oficiales del EjŽrcito alem‡n aceptaron un‡nimemente a Hitler como sucesor del Presidente Hindenburg. Para el EjŽrcito, esta decisi—n "pol’tica" iba a resultar de gran importancia hist—rica. Al ofrecerse voluntariamente a colocarse en las manos sin freno de un dictador megaloman’aco, estaban sellando su propio destino. En cuanto a Hitler, este trato har’a su dictadura verdaderamente suprema. Quitado de en medio el terco Feldmariscal, suprimida la perspectiva de una restauraci—n de los Hoherizollern, con Žl mismo como Jefe de Estado a la vez que del Gobierno, pod’a seguir su camino, solo y sin trabas. El precio que pag— por esta elevaci—n al Poder supremo fue mezquino: el sacnficio de las SA. Ya no las necesitaba, pues ahora ten’a toda la autoridad. Era una gentuza bronca que s—lo serv’a para estorbarle. El desprecio de Hitler hacia las estrechas mentes de los generales debi— de acrecentarse notablemente aquella primavera. (160) Se les pod’a atrapar, debi— pensar entonces, con muy poca cosa. Fue un juicio que mantuvo inalterado, excepto un mal momento en junio, hasta el final, el final suyo y el de ellos. ÇPero, a medida que el verano se acercaba, las preocupaciones de Hitler estaban muy lejos de disminuir. Una tensi—n ominosa empez— a apoderarse de Berl’n. Los gritos a favor de una "segunda revoluci—n" se multiplicaban, y no solamente Ršhm y los dirigentes de las tropas de asalto, sino el mismo Goebbels, en sus discursos y en la prensa que controlaba, daban alas a aquellas protestas. De la derecha conservadora, de los Junkers y de los grandes
industriales congregados en torno a Papen y H’nderiburg, llegaban demandas solicitando que se pusiera un freno a la revoluci—n, que fueran suprimidos los ataques contra las iglesias, las detenciones arbitrarias, la persecuci—n de los jud’os, la conducta arrogante de las tropas de asalto, y que el terror general organizado por los nazis terminara de una vez. ÇDentro del mismo partido nazi se desarrollaba una nueva e implacable lucha por ell Poder. Los dos enemigos m‡s poderosos de Ršhm, Goering y Himmler, estaban uniŽndose contra Žl. El 1 de abril, Himmler, jefe de las SS de negras guerreras, que eran todav’a un brazo de las SA y estaban bajo el mando de Ršhm fue designado por Goering jefe de la Gestapo prusiana, e inmediatamente comenz— a formar un imperio de la polic’a secreta exclusivo para Žl. Goering, que hab’a sido hecho "General de infanter’a" por Hindenburg en el pasado agosto (aunque era Ministro de Aviaci—n), cambi— alegremente su viejo uniforme pardo de las SA por el m‡s vistoso de su nuevo cargo, y el cambio fue simb—lico: como general y miembro de una familia de la casta militar, se aline— r‡pidamente con el EjŽrcito en la lucha de Žste contra Ršhm y las S.A. [...] ÇRumores de conspiraciones y contraconspiraciones ven’an a sumarse a la tensi—n de la capital. El general von Schleicher, incapaz de soportar una obscuridad decente o de recordar que ya no gozaba de la confianza de H’ndenburg ni de los generales o conservadores, y que, por tanto, estaba impotente, hab’a empezado a mezclarse otra vez en la pol’tica. Estaba en contacto con Ršhm y Gregor Strasser y hab’a informes, algunos de los cuales llegaron a manos de Hitler, de que estaba ocup‡ndose de cerrar un trato en virtud del cual se convertirla en vicecanciller en lugar de su viejo enemigo, Papen; Ršhm se convertirla en Ministro de Defensa y las SA formar’an una amalgama con el EjŽrcito. "Listas" del Gabinete circulaban a docenas por Berl’n; en algunas de ellas BrŸning aparec’a como Ministro de Asuntos Exteriores y Strasser como Ministro de Econom’a. Esos informes ten’an poco fundamento, pero eran harina para el molino de Goering y Himmler, quienes, deseosos, cadauno de ellos por sus propias razones, de destrozar a Ršhm y a las SA, y al mismo tiempo ajustar cuentas con Schleicher y los enfurru–ados conservadores, adornaban las noticias y se las llevaban a Hitler, quien en todo momento necesitaba que se le empujase muy poco para que se le encendieran sus suspicacias. Lo que Goering y el jefe de su Gestapo ten’an pensado era no solamente purgar a las SA, sino liquidar a otros adversarios de la izquierda y de la derecha, incluyendo a algunos que se hab’an opuesto a Hitler en el pasado y que ahora no interven’an ya en la pol’tica activa. A finales de mayo, BrŸning y Schleicher recibieron confidencias de que estaban elegidos para ser asesinados. El primero se escabull— quedamente del pa’s, disfrazado, el segundo fue a pasar unas vacaciones a Baviera, pero regres— a Berl’n a finales de junio. ÇA principios de junio, Hitler tuvo un encuentro con Ršhm encuentro que, segœn el relato que m‡s tarde hizo el propio Hitler al Reichstag dur— casi cinco horas y "se alarg— hasta medianoche". Fue, dijo Hitler, su "œltimo intento" para llegar a una inteligencia con su amigo m‡s ’ntimo en el movimiento. [...] ÇSegœn Hitler, Ršhm se despidi— de Žl d‡ndole la "seguridad de que har’a todo lo posible para enderezar las cosas". En realidad, aleg— Hitler m‡s tarde, Ršhm empez— a hacer "preparativos para eliminarme a m’ personalmente". ÇEs casi seguro que esto œltimo no fue cierto. Aunque la historia completa de la purga, como la del incendio del Reichstag, probablemente nunca llegar‡ a saberse del todo, todas las pruebas (161) que han salido a la luz del d’a indican que el jefe de las SA nunca conspir— para quitar de en medio a Hitler. Desgraciadamente, los archivos capturados no arrojan m‡s luz sobre la purga que la que arrojan sobre el incendio del Re’chstag. En ambos casos lo m‡s probable es que todos los documentos acusadores fueran destru’dos por orden de Goering.
ÇCualquiera que fuese la verdadera indole de la larga conversaci—n, sostenida entre los dos veteranos nazis, un d’a,o dos despuŽs de haberse,celebrado, Hitler invit— a las SA a que prolongaran su permiso durante todo el mes de julio, tiempo durante el cual se les prohibi— a los miembros de las tropas de asalto que se pusiesen el uniforme o que realizasen desfiles o ejercicios. El 7 de junio, Ršhm anunci— que Žl mismo se iba con licencia por enfermo, pero al mismo tiempo hizo pœblica una advertencia retadora: "S’ los enemigos de las SA esperan que Žstas no volver‡n a agruparse o que se llamar‡ s—lo a una parte despuŽs de su licencia, podemos permitirles que disfruten con esa breve esperanza. Recibir‡n la respuesta en el momento y en la forma que sean necesarios. Las SA son y seguir‡n siendo el destino de Alernania". ÇAntes de salir de Berl’n, Ršhm invit— a Hitler a conferenciar con los dirigentes de las SA en la ciudad veraniega de Wessee, cerca de Munich, el 30 de junio. Hitler consinti— prontamente y en realidad acudi— a la cita, aunque no en la forma que Ršhm pod’a haberse imaginado. Quiz‡ tampoco Hitler en aquellos momentos pudo prever la forma en que acudir’a a la cita. Porque, como m‡s tarde admiti—, ante el Reichstag, vacilaba "una y otra vez antes de adoptar una decisi—n final... Yo todav’a acariciaba la secreta esperanza de que podr’a ahorrarles al movimiento y a mis SA la vergŸenza de semejante discordia y que ser’a posible evitar el da–o sin graves conflictos". Ç"Hay,que confesar -a–adi—- que los œltimos d’as de mayo fueron sacando continuamente a la luz m‡s y m‡s hechos inquietantes". Pero, Àes -cierto eso? Posteriormente, Hitler, aleg— que Ršhm y sus conspiradores hablan hecho preparativos para apoderarse de Berl’n y retenerlo a Žl en custodia. Pero, si esto era as’, Àpor quŽ todos los dirigentes de las SA se marcharon de Berl’n a primeros de junio, y, lo que es todav’a m‡s importante, por quŽ Hitler sali— de Alemania en aquellos -momentos y les proporcion— as’ una oportunidad a los jefes de las SA para que pudieran apoderarse de los resortes del mando durante su ausencia? ÇPues lo cierto es que el 14 de junio, el FŸhrer vol— a Venecia para sostener la primera de muchas conversaciones con su camarada dictador fascista, Mussolini. Dicho sea de paso, aquel encuentro no se le dio muy bien al dirigente alem‡n, que, con su manchado impermeable y su abollado sombrero de fieltro, parec’a encontrarse a disgusto en presencia del Duce, m‡s experimentado, resplandeciente en su brillante uniforme negro cubierto de condecoraciones y propenso a mostrarse condescendiente con su visitante. Hitler regres— a Alemania en un estado de considerable irritaci—n y convoc— una reuni—n de los dirigentes de su partido en la peque–a ciudad de Gera, en Turingia, para el domingo 17 de junio, al objeto de informarles de sus conversaciones con Mussolini y para estudiar el empeoramiento de la situaci—n en el interior. Como si la fatalidad lo hubiera dispuesto, otra reuni—n ten’a lugar aquel domingo en la vieja ciudad universitaria de Marburgo, reuni—n que atrajo mucho m‡s la atenci—n en Alemania y en realidad en el mundo, y que colabor— a llevar la situaci—n cr’tica a su punto culminante. ÇEl aficionado Papen, que hab’a sido rudamente empujado a los bastidores por Hitler y Goering, pero que todav’a era nominalmente vicecanciller y segu’a disfrutando de la confianza de Hindenburg, reuni— valor suficiente para hablar en pœblico contra los excesos del rŽgimen: que Žl hab’a hecho tanto para afianzar en Alemania. En mayo hab’a ido a visitar al achacoso Presidente en Neudeck -era la œltima vez que iba a ver con vida a su protector- y el hura–o pero debilitado y anciano Feldmariscal le hab’a dicho: "Las cosas van mal, Papen. Vea usted lo que puede hacer por enderezarlas". ÇAlentado as’, Papen hab’a aceptado una invitaci—n para pronunciar un discurso en la Universidad de Marburgo el 17 de junio. El discurso fue redactado en su mayor parte por uno de sus consejeros personales, Edgar Jung, un brillante abogado de Munich, escritor y
protestante, aunque algunas de las ideas fueron aportadas por uno de los secretarios del Vicecanciller, Herbert von Bose, y por Erich Klausener, el jefe de Acci—n Cat—lica, una colaboraci—n que pronto les costar’a a los tres la vida. [...] ÇAl enterarse del discurso de Marburg, Hitler se puso furioso. En un discurso pronunciado esa misma tarde en Gera denunci— al "pigmeo que se imaginaba que pod’a detener, con unas pocas frases, la gigantesca renovaci—n de la vida de un pueblo". Papen se puso furioso tambiŽn por la supresi—n de su discurso en la radio y en la prensa. Recurri— a Hitler el 20 de junio y le dijo que no pod’a tolerar tal prohibici—n, "por un Ministro m‡s moderno" y en el mismo momento present— su dimisi—n, a–adiendo la amenaza de que "avisar’a a Hindenburg de esto inmediatamente" e insistiendo en que hab’a hablado "como representante del Presidente". ÇEsta fue una amenaza que indudablemente preocup— a Hitler, pues ten’a ya informes de que el Presidente estaba tan disgustado con la situaci—n, que estaba pensando declarar el estado de sitio y entregarle el Poder al EjŽrcito. A fin de calibrar la seriedad de este peligro para la continuaci—n misma del rŽgimen nazi, vol— a Neudeck el d’a siguiente, 21 de junio, para ver a Hindenburg. La recepci—n no pudo hacer m‡s que aumentar su temor. Fue recibido por el general von Blomberg y vio r‡pidamente que la acostumbrada actitud servil de su Ministro de Defensa hab’a desaparecido. En lugar de eso, Blomberg era ahora el r’gido general prusiano e inform— bruscamente a Hitler de que estaba autorizado por el Feldmariscal para decirle que, a menos que el actual estado de tensi—n existente desapareciera, el Presidente declarar’a el estado de sitio y le entregarla al EjŽrcito el control del Estado. Cuando se le permiti— a Hitler que viera a Hindenburg durante unos minutos -en presencia de Blomberg, el anciano Presidente confirm— el ultimatum. ÇEsta era un giro desastroso de los acontecimientos para el Canciller nazi. No solamente estaba en peligro su plan para suceder al Presidente; si el EjŽrcito se hac’a con el poder, esto ser’a el fin de Žl y del Gobierno nazi. Al volver volando de regreso a Berl’n el mismo d’a, debi— reflexionar que no le quedaba m‡s que una alternativa si quer’a sobrevivir. Deb’a hacer honor a su pacto con el EjŽrcito, suprimir las SA y detener la continuaci—n de la revoluci—n que los jefes de las fuerzas de asalto estaban solicitando con insistencia. El EjŽrcito, respaldado por el venerable Presidente, eso estaba claro, no se conformar’a con menos., ÇY, sin embargo, en esta œltima semana crucial de junio, Hitler vacil—, al menos en cuanto a lo dr‡sticas que deb’an ser sus medidas contra los jefes de las SA a quienes Žl debla tanto. Pero ahora Goering y Himmler lo ayudaron a decidirse. Ellos hab’an redactado ya la lista de las cuentas que quer’an ajustar, largas listas de enemigos presentes y pasados a los que deseaban liquidar. Todo lo que tuvieron que hacer fue convencer al FŸhrer de la enormidad del "complotÓ existente contra Žl y de la necesidad de una acci—n r‡pida e implacable. Segœn la declaraci—n en Nuremberg de Wilhelm Frick, Ministro del Interior y uno de los m‡s fieles seguidores de Hitler, fue Himmler,quien finalmente consigui— convencer a Hitler de que " Ršhm quer’a dar un golpe de Estado. El FŸhrer -a–adi— Frick- orden— a Himmler que aplastara la intentona." A Himmler, explic—, se le dieron —rdenes para que la suprimiera en Baviera, y a Goering, en Berl’n. ÇEl EjŽrcito aguijone— a Hitler tambiŽn y de este modo incurri— en responsabilidad por la barbarie que pronto iba a tener lugar. El 25 de junio, el general von Fritsch, comandante en jefe, puso al EjŽrcito en estado de alarma, cancelando todos los permisos y acuartelando a las tropas. El 28 de junio, Ršhm fue expulsado de la Asociaci—n de Oficiales de Alemania..., una clara advertencia de que el jefe del Estado Mayor de las SA iba a estar en apuros. Y s—lo para estar seguro de que ninguno, sobre todo Ršhm se pudiera hacer ilusiones de ninguna
clase en cuanto al lado de quiŽn estaba el EjŽrcito, Blomberg dio el paso sin precedentes de publicar un art’culo firmado, el 29 de junio, en el Voelkischer BeobachterÓ, afirmando que "el EjŽrcito... est‡ detr‡s de Adolfo Hitler..., quien sigue siendo uno de los nuestros". ÇEl EjŽrcito, por consiguiente, estaba instando a la purga, pero no quer’a mancharse las manos. Esto deber’an hacerlo Hitler, Goering y Himmler, con los Guerreras Negras de las SS y la polic’a especial de Goering. ÇHitler abandon— Berl’n el jueves, 28 de junio, para marchar a Essen a fin de asistir al casamiento de un "gauleiter" local nazi, Josef Terboven. El viaje y su prop—sito dif’cilmente sugieren que Žl sintiera que fuera inminente una grave crisis. Ese mismo d’a, Goering y Himmler ordenaron a destacamentos especiales de las SS y de la "Polic’a de Goering" que se mantuvieran en estado de alarma. Con Hitler fuera de la ciudad, se sent’an, evidentemente, libres para actuar por su propia cuenta. Al d’a siguiente, 20, [sic] el FŸhrer hizo un recorrido, por los campamentos del Servicio del Trabajo en Westfalia, volviendo esa misma tarde a Godesberg del Rin, donde se hosped— en un hotel situado en la orilla del r’o que estaba regido por un antiguo camarada de la guerra, Dreesen. Esa noche, Goebbels, que parece haber dudado en cuanto a quŽ campo escoger -hab’a estado secretamente en contacto con Ršhm lleg— a Godesberg, ya decidido, e inform— a Hitler de lo que Žste describi— posteriormente como una "amenazadora noticia" procedente de Berl’n. Karl Ernst, un antiguo botones de hotel y luego encargado de expulsar a los alborotadores en un cafŽ frecuentado por homosexuales, a quien Ršhm hab’a nombrado jefe de las SA de Berl’n hab’a puesto sobre aviso a las fuerzas de asalto. Ernst, un joven guapo, pero no inteligente, crey— entonces y durante sus restantes veinticuatro horas de vida poco m‡s o menos, que ten’a que enfrentarse con una intentona de las derechas, y morir’a gritando orgullosamente: "ÁHeil Hitler!". [...] ÇHitler nunca revel— de d—nde le vinieron esos "mensajes urgentes", pero se deduce que fueron enviados por Goering y Himmler. Lo que es seguro es que fueron altamente exagerados. En Berl’n el jefe de las SA, Ernst, no pens— en nada m‡s dr‡stico que en ir en coche a Bremen con su novia para embarcarse a fin de pasar la luna de miel en Madeira. Y en el Sur, Àd—nde estaban concentrados los "conspiradores" de las SA. ÇEn el momento en que a las dos de la madrugada del 30 de junio, Hitler, con Goebbels a su lado, estaba saliendo del aeropuerto Hangelar cerca de Bonn, el capit‡n Ršhm y sus lugartenientes de las SA estaban pac’ficamente durmiendo en sus camas del hotel Hansibauer en Wesse, a orillas del Tegernsee. Edmund Heines, el Obergruppenfuhrer de las SA de Silesia, un asesino convicto, un conocido homosexual con cara de muchacha sobre el fuerte cuerpo de un descargador de pianos, estaba acostado con un muchacho. Tan lejos parec’an estar los jefes de las SA del pensamiento de que pudiera estallar una revuelta que Ršhm hab’a dejado a su escolta en Munich. Todo parec’a dar la impresi—n de que los jefes de las SA andaban de parranda, pero no conspirando. ÇHitler y su peque–a partida (Otto Dietrich, su jefe de prensa, y Viktor Lutze, el poco brillante pero leal jefe de las SA de Hannover, se hab’an unido a Žl) aterrizaron en Munich a las cuatro de la madrugada del s‡bado, 30 de junio, y se encontraron con que ya hab’a sido realizada alguna acci—n. El comandante Walter Buch, jefe de la USCHLA el tribunal del partido, y Adolf Wagner, ministro del Interior de Baviera, ayudados por camaradas tan antiguos de Hitler como Emil Maurice, el ex presidiario y rival en el amor de Geli Raubal, y Christian Weber, el tratante en caballos y antiguo mantenedor del orden en un cabaret, hab’an arrestado a los jefes de las SA de Munich, incluso al Obergruppenfuhrer, Schneidhuber, que era tambiŽn jefe de la polic’a de Munich. Hitler, que estaba ahora llegando a un estado agudo de histeria, vio a los prisioneros en el Ministerio del Interior.
DirigiŽndose a Schneidhuber, coronel retirado del EjŽrcito, le arranc— su insignia nazi y lo maldijo por su Òtraici—nÓ. ÇPoco antes del amanecer, Hitler y los suyos salieron de Munich hacia Wiessee en una larga columna de coches. Encontraron a Ršhm y a sus amigos durmiendo todav’a profundamente en el hotel Hansibauer. El despertar fue rudo. Heines y su joven compa–ero de cama fueron sacados del lecho de mala manera, arrastrados fuera del hotel y muertos a tiros sumariamente por orden de Hitler. El FŸhrer, segœn el relato de Otto Dietrich, entr— solo en la habitaci—n de Ršhm, le alarg— un bat’n y orden— que fuera conducido a Munich e instalado en la prisi—n de Stadelheim, donde el jefe de las SA hab’a estado cumpliendo condena despuŽs de su participaci—n con Hitler en 1923 en la intentona de la Cervecer’a. DespuŽs de catorce a–os tormentosos, los dos amigos, que m‡s que ningœn otro eran responsables del lanzamiento del Tercer Reich, de su sistema de terror y de su degradaci—n, los que, aunque a menudo hab’an estado en desacuerdo, permanecieron siempre juntos en los momentos de crisis y de derrota y de desenga–os, llegaban a una bifurcaci—n de caminos, y al batallador jaranero y de cicatr’z en la cara, que hab’a luchado por Hitler y por el nazismo, le llegaba el fin de su violenta vida. ÇHitler, en un acto final que aparentemente se pens— que era de misericordia, dio —rdenes de que se colocara una pistola en la mesa de su antiguo camarada. Ršhm se neg— a hacer uso del arma. "Si me han de matar, que lo haga el mismo Adolfo", se cuenta que dijo. En vista de lo cual, dos oficiales de las SS, segœn la declaraci—n prestada por un testigo presencial, teniente de la polic’a, veintitrŽs a–os m‡s tarde en un juicio de posguerra celebrado en Munich en mayo de 1957, entraron en la celda y descargaron sus rev—lveres sobre Ršhm. Ršhm quiso decir algo -manifest— este testigo-, pero el oficial de las SS lo intim— a que se callara. Entonces Ršhm se puso firme, estaba desnudo hasta la cintura, con la cara llena de desprecio. Ç[Nota del original: El juicio de Munich en mayo de 1957 fue la primera ocasi—n en que los verdaderos testigos oculares y participantes en la purga del 30 de junio de 1934 hablaron en pœblico. Durante el Tercer Reich no hubiera sido posible. (162) Sepp Dietrich, a quien el autor recuerda como una de las figuras m‡s brutales del rŽgimen nazi, mandaba el cuerpo de guardia de las SS de Hitler en 1934 y dirigi— las ejecuciones en la prisi—n de Stadelheim. Durante la guerra lleg— a ser coronel general en las SS armadas y fue sentenciado a 25 a–os de prisi—n por complicidad en el asesinato de los americanos hechos prisioneros de guerra durante la batalla de las Ardenas en 1944. Puesto en libertad al cabo de diez a–os, fue llevado a Munich en 1957 y sentenciado el 14 de mayo a 18 meses de prisi—n por su participaci—n en las ejecuciones del 30 de junio de 1934. Su sentencia y la de Michael Lippert, que fue acusado de ser uno de los oficiales de las SS que mataron a Ršhm, fue el primer castigo aplicado a los verdugos nazis que tomaron parte en la purga]. ÇY de esta forma muri—, tan violentamente como hab’a v’vido, despreciando al amigo al que hab’a ayudado a escalar alturas que ningœn otro alem‡n hab’a alcanzado nunca y casi seguramente como centenares que fueron asesinados aquel mismo d’a, como Schneidhuber, del que se dice que grit—: "Se–ores, no sŽ por quŽ es todo esto, pero tiren sin miedo", sin la m‡s m’nima idea de lo que estaba sucediendo o del porquŽ, sin m‡s idea sino la de que se trataba de un acto de traici—n que Žl, que tanto tiempo hab’a vivido por la traici—n y tan a menudo, la hab’a, realizado, no esper— nunca de Adolfo Hitler. ÇEn Berl’n, mientras tanto, Goering y Himmler hab’an estado ocupados. Unos ciento cincuenta jefes de las SA. fueron apresados, colocados contra un pared—n de la Escuela de Cadetes de Lichterfeld y fusilados por escuadras de las SS de Himmler y de la polic’a especial de Goering.
ÇEntre ellos estaba Karl Ernst, cuyo viaje de bodas fue interrumpido por pistoleros de las SS cuando su coche llegaba a Bremen. Su esposa y el ch—fer fueron heridos; Žl fue golpeado hasta perder el conocimiento y enviado de regreso a Berl’n para su ejecuci—n. ÇLos hombres de las SA no fueron los œnicos que cayeron en ese sangriento fin de semana estival. En la ma–ana del 30 de junio, una escuadra de miembros de las SS en trajes de paisano llamaron a la campanilla de la villa del general von Schleicher en los suburbios de Berl’n. Cuando el general abri— la puerta, le dispararon, mat‡ndolo al huir, y cuando su esposa, con la que se hab’a casado s—lo hac’a dieciocho meses -hab’a estado soltero hasta entonces -, dio unos pasos hacia delante, tambiŽn fue muerta en el acto. El general Kurt von Bredow, ’ntimo amigo de Schleicher, hall— un destino similar esa misma tarde. Gregor Strasser fue cogido en su casa de Berl’n a mediod’a del s‡bado y liquidado unas pocas horas despuŽs en su celda de la c‡rcel de la Gestapo situada en la Prinz Albrechistrasse, en virtud de una orden personal de Goering. ÇPapen fue m‡s afortunado. Escap— con vida. Pero su despacho fue registrado por una escuadra de las SS; su primer secretario, Bose, muerto a tiros en su mesa de trabajo; su colaborador confidencial, Edgar Jung, que hab’a sido arrestado unos pocos d’as antes por la Gestapo, asesinado en la prisi—n; otro colaborador, Erich Klausener, jefe de Acci—n Cat—lica, asesinado en su despacho del Ministerio de Comunicaciones, y el resto del personal a su servicio, incluyendo a su secretaria privada, la baronesa Stotzingen; llevados a un campo de concentraci—n. Cuando Papen fue a protestar a Goering, Žste, que en ese momento no ten’a tiempo para charlas banales, "ni mucho ni poco", refiri— posteriormente, lo ech— a la calle, coloc‡ndolo en situaci—n de arresto domiciliario en su villa, la cual fue rodeada por miembros de las SS completamente armados, cort‡ndole el cable del telŽfono y prohibiŽndole que tuviera contacto alguno con el mundo exterior... una humillaci—n adicional que el v’cecanciller de Alemania se trag— notablemente bien. Pues antes de un mes, se ensuci— al aceptar de los nazis asesinos de sus amigos un nuevo cargo como embajador alem‡n en Viena, donde los nazis acababan justamente de matar al canciller Dollfuss. ÇCu‡ntas personas fueron asesinadas en la purga nunca ha sido determinado exactamente. En su discurso ante el Reichstag el 13 de julio, Hitler anunci— que hab’an sido fusiladas sesenta y una personas, entre las que se inclu’an diecinueve "de los m‡s altos jefes de las SA", que trece m‡s murieron al "resistirse a ser arrestadas", y que tres "se suicidaron"... en total setenta y siete. "El Libro Blanco de la purga", publicado por emigrados del pa’s, informaba que hab’an sido asesinados 401, pero s—lo identificaba a 116 de ellos. En el Juicio de Munich de 1957, se dio el nœmero de "m‡s de 1.000". ÇMuchos murieron por pura venganza, por haberse opuesto a Hitler en el pasado; otros fueron asesinados, aparentemente, porque sab’an demasiado y uno, al menos, por error en su identificaci—n. El cad‡ver de Gustav von Kahr, que hab’a hecho fracasar el "putsch" de la Cervecer’a en 1923, como ya hemos relatado, y que hac’a mucho tiempo se hab’a retirado de la pol’tica, fue encontrado en un pantano cerca de Dachau, brutalmente destrozado a golpes de zapapico. Hitler nunca lo hab’a olvidado ni perdonado. El cad‡ver del Padre Bernhard Stempfie, de la Orden Jerosolimitana, quien, como se recordar‡ por p‡ginas anteriores, ayud— a editar ÓMein KampfÓ y luego habl— tal vez demasiado acerca de sus conocimientos del porquŽ se hab’a suicidado la amada de Hitler, Geli Raubal, fue encontrado en el bosque de Harlaching, cerca de Munich el cuello roto y tres tiros en el coraz—n. Heiden dice que la banda asesina que mat— a Stempfle estaba dirigida por el ex penado, que tambiŽn hab’a estado enamorado de Geli Raubal, Emil Maurice. Otros que "sab’an demasiado" fueron tres
miembros de las SA de quienes se cre’a que hab’an sido c—mplices de Ernst en prenderle fuego al Reichstag. (163) Fueron liquidados juntamente con Ernst. (164) ÇOtro asesinato merece ser mencionado. A las siete y veinte de la tarde del 30 de junio, el doctor Willi Schmid, el eminente cr’tico musical del "Muenchener Neueste Nachrichten", un importante diario de Munich, estaba tocando el violoncelo en su despacho mientras su esposa preparaba la cena, y sus tres hijos, de nueve, ocho y dos a–os, jugaban en la sala de estar de su apartamento en la Schackstrasse, en Munich. Son— el timbre, aparecieron cuatro miembros de las SS y, sin explicaci—n alguna, se llevaron al doctor Schmid. Cuatro d’as despuŽs, su cad‡ver fue devuelto en un ataœd con —rdenes de la Gestapo de no abrirlo en ninguna circunstancia. El doctor Willi Schmid, que nunca hab’a participado en la pol’tica, hab’a sido confundido por los asesinos de las SS con Willi Schmidt, un jefe local de las SA que mientras tanto hab’a sido arrestado por otra patrulla de las SS y muerto a tiros. (165) ÇÀHubo en realidad, una conspiraci—n contra Hitler? S—lo hay su palabra a favor de esta teor’a, contenida en los comunicados oficiales y en el discurso ante el Reichstag del 13 de julio. Nunca present— una pizca de prueba. Ršhm no hab’a hecho ningœn secreto de su ambici—n de ver convertirse a las SA en el nœcleo de un nuevo EjŽrcito y de dirigirlo Žl mismo. Ciertamente, hab’a estado en contacto con Schleicher acerca del plan, que hab’an discutido con anterioridad, cuando el general era canciller. Probablemente, como Hitler declar—, Gregor Strasser "fue arrastrado". Pero tales charlas no constitu’an ciertamente traici—n. El mismo Hitler estuvo en contacto con Strasser y, a principios de junio, segœn Otto Strasser, le ofreci— el cargo de ministro de Econom’a. ÇAl principio, Hitler acus— a Ršhm y a Schleicher de haber buscado el apoyo de una "potencia extranjera" -con toda seguridad, Francia- y encargado al general von Bredow de que fuera el intermediario en "pol’tica extranjera". Esto fue parte de la acusaci—n como "traidores". Y aunque Hitler repiti— los cargos en el discurso ante el Reichstag y habl— sarc‡sticamente de que "un diplom‡tico extranjero (que no pod’a haber sido otro sino Fran•ois-Poncet, el embajador francŽs) explicaba que la reuni—n con Schleicher y Ršhm era de un car‡cter completamente inofensivo", fue incapaz de probar sus acusaciones. Era bastante crimen, dijo con cierta debilidad, para cualquier alem‡n responsable en el Tercer Reich incluso el ver a diplom‡ticos extranjeros sin su conocimiento. "Siempre que tres traidores en Alemania dispongan una entrevista con un estadista extranjero y den —rdenes de que no llegue hasta m’ ni una palabra de esta reuni—n, harŽ que se fusile a esos hombres, aunque pudiera probarse que era cierto que en esa consulta que hab’a sido mantenida, en secreto para m’ no se hubiera hablado m‡s que del tiempo, de monedas antiguas y t—picos parecidos." ÇCuando Fran•ois-Poncet protest— vigorosamente contra la insinuaci—n de que hab’a participado en la "conspiraci—n" Ršhm el Ministerio de Asuntos Exteriores inform— oficialmente al Gobierno francŽs que las acusaciones carec’an totalmente de fundamento y que el Gobierno del Reich esperaba que el embajador continuar’a en su puesto. En realidad, como el autor de esta obra puede atestiguar, Fran•ois-Poncet continu— manteniendo con Hitler mejores relaciones personales que cualquier otro representante de un Estado democr‡tico. ÇEn los primeros comunicados, especialmente en un informe de tono sangriento dado al pœblico por Otto Dietrich, jefe de prensa del FŸhrer e incluso en el discurso de Hitler ante el Reichstag, se habl— mucho de la moral depravada de Ršhm y de los dem‡s dirigentes de las SA que fueron muertos a tiros. Dietrich afirm— que el espect‡culo de la detenci—n de Heines, que fue sorprendido en Wessee en la cama con un joven, "era superior a toda descripci—n", y Hitler, en su arenga a los jefes supervivientes de las tropas de asalto en Munich, en el
mediod’a del 30 de junio, justamente despuŽs de las primeras ejecuciones, declar— que, aunque no fuese m‡s que por su corrompida moralidad, aquellos hombres merec’an morir. ÇY, sin embargo, Hitler estaba enterado, desde los primeros d’as despuŽs de la constituci—n del partido, de que un gran nœmero de sus m‡s ’ntimos e importantes seguidores eran pervertidos sexuales y asesinos convictos. (166) Era hablilla cotidiana, por ejemplo, que Heines sol’a enviar en descubierta por toda Alemania a hombres de las SA para que le buscasen amantes masculinos a prop—sito. Estas cosas, Hitler no s—lo las hab’a tolerado, sino defendido; m‡s de una vez hab’a advertido a sus camaradas de partido que no deb’an mostrarse demasiado escrupulosos en cuanto a la moralidad de un hombre, si Žste era un uchador fan‡tico a favor del movimiento. Pero el 30 de junio de 1934 se mostr— verdaderamente escandalizado por la degeneraci—n moral de algunos de sus m‡s antiguos lugartenientes. ÇLa mayor parte de las matanzas estaba ya terminada el domingo 1 de julio por la tarde, cuando Hitler, que hab’a vuelto en avi—n desde Munich a Berl’n la noche antes, se mostr— como anfitri—n en un tŽ que fue ofrecido en los jardines de la Canciller’a. El lunes, el presidente Hindenburg le dio las gracias a Hitler por su "resuelta acci—n y gallarda intervenci—n personal que han ahogado la traici—n en su germen y salvado al pueblo alem‡n de un gran peligro". Felicit— tambiŽn a Goering por su ÒenŽrgica y triunfal" acci—n al suprimir la Òalta traici—n". El martes, el general v—n Blomberg le expres— al canciller las felicitaciones del Gabinete, que procedi— a legalizar la carnicer’a como una medida necesaria "para la defensa del Estado". Blomberg public— tambiŽn una orden del d’a del EjŽrcito expresando la satisfacci—n del Alto Mando por el giro de los acontecimientos y prometiendo establecer "relaciones cordiales con la nueva SA". ÇEra natural, sin duda, que el EjŽrcito se alegrara por la eliminaci—n de su rival, las SA, Àpero d—nde quedaba el sentido del honor, dejemos aparte el de la decencia, de una oficialidad que no s—lo perdonaba, sino que alababa abiertamente a un Gobierno por llevar a cabo una carnicer’a sin precedentes en la historia alemana, (167) durante la cual dos de sus jefes dirigentes, los generales von Schleicher y von Bredow, hab’an sido infamados como traidores y asesinados a sangre fr’a? S—lo las voces del feldmariscal von Mackensen, de ochenta y cinco a–os de edad, y del general von Hammerstein, el antiguo comandante. en jefe del EjŽrcito, se alzaron para protestar contra el asesinato de sus dos camaradas y de las acusaciones de traici—n que hab’an servido de excusa para cometerlos. Los dos veteranos oficiales generales continuaron sus esfuerzos para punficar las memorias de Schleicher y Bredow, y tuvieron Žxito al conseguir de Hitler, en una reuni—n secreta de los jefes del Partido y los jefes militares celebrada en Berl’n el 3 de enero de 1935, que admitiera que la muerte de los dos generales hab’a sido "un error" y anunciara que sus nombres ser’an restaurados en los cuadros de honor de sus regimientos respectivos. Esta "rehabilitaci—n" nunca fue publicada en Alemania, pero la oficialidad la acept— como tal (vŽase la obra de Wheeler-Bennett, ÒThe Nemesis of Power", p‡g. 337). Esta conducta de la oficialidad fue una negra mancha en el honor del EjŽrcito; (168) fue tambiŽn una marca de su incre’ble falta de perspicacia. ÇAl hacer causa comœn con los forajidos y el gangsterismo de Hitler del 30 de junio de 1934, los generales se colocaron en una situaci—n desde la cual nunca podr’an oponerse a los futuros actos del terrorismo nazi no s—lo en la patria, sino incluso cuando se dirig’an m‡s all‡ de las fronteras, aun cuando fueran cometidos contra sus propios miembros. Pues el EjŽrcito estaba respaldando la afirmaci—n de Hitler de que Žl hab’a hecho la ley o, como expres— en su discurso ante el Re’chstag del 13 de julio: "Si alguien me reprocha y pregunta por quŽ no acud’ a los tribunales normales de justicia, entonces puedo contestarle lo
siguiente: En esa hora, yo era responsabje,del destino del pueblo alem‡n, y por tanto, pasŽ a ser el juez supremo (Òoberster,GerichtsherrÈ) del pueblo alem‡n". Y a–adi—, Hitler para que tomaran nota: "Todos deben saber para ocasiones posteriores que si levantan sus manos para atentar contra el Estado, la muerte segura es su destino". Esto era una amenaza que iba a ser recogida por los generales durante casi diez a–os hasta el d’a en que, al fin, el m‡s,desesperado de ellos se atrevi— a alzar su mano para derribar a su ÒJuez supremo". ÇAdem‡s la oficialidad s—lo consigui— enga–arse a s’ misma el pensar que el 30 de junio se hab’a zafado para siempre de la amenaza que el movimiento nazi representaba contra sus prerrogativas y poderes tradicionales. Pues en lugar de las SA, vinieron las SS. El 26 de junio [sic] las SS, como premio a haber llevado a cabo las ejecuciones, fueron hechas independientes de las SA, quedando Himmler -como Re’chsfŸhrer de las SS- responsable solamente ante Hitler. Pronto, estas fuerzas, mucho m‡s disciplinadas y leales, llegar’an a ser m‡s poderosas de los que las SA lo hab’an sido jam‡s y, como rival del EjŽrcito, tendr’an Žxito donde los andrajosos Camisas Pardas de Ršhm hab’an fracasado. ÇPor el momento, sin embargo, los generales estaban presuntuosamente confiados. Como Hitler reiter— ante el Reichstag el 13 de julio, el EjŽrcito iba a quedar como "œnico portador de armas". A petici—n del Alto Mando, el Canciller se hab’a desembarazado de las SA que se hab’a atrevido a discutir esta orden. Hab’a llegado el momento en que el EjŽrcito ten’a que soportar su parte del ÒPacto del DeutschlandÓ.È Aqu’ finaliza Shirer su aportaci—n al 30 junio. Y el lector, como yo, si ha le’do con detenimiento, se habr‡ quedado asombrado sobre las mismas cosas que han pasado de diferente manera segœn sea el autor que las relata. Solamente dos ejemplos entre mil: "Heines y su ch—fer, con el que compart’a el dormitorio, fueron asesinados en sus lechos respectivos" (Hegner); "Heines y su joven compa–ero de cama fueron sacados del lecho de mala manera, arrastrados fuera del hotel y muertos a tiros sumariamente... "(Shirer), etc. Segundo ejemplo: "Marie GŸntel descorri— el pasador y se dirigi— a abrir la puerta de entrada. [...] Se dirigi— r‡pidamente a la biblioteca donde estaba trabajando el general (von Schleicher) con el fin de prevenirle, pero los hombres la segu’an [ ... ] sonaron hasta cinco disparos. Su esposa, que estaba en un rinc—n de la biblioteca..." (Hegner); "En la ma–ana del 30 de junio, una escuadra de miembros de las S.S. en trajes de paisano llamaron a la campanilla de la villa del general von Schleicher en los suburbios de Berl’n. Cuando el general abri— la puerta, le dispararon, mat‡ndolo al huir." (Shirer). Ahora invito al lector a que repase todos los textos transcritos, los compulse y vaya haciendo comparaciones en la descripci—n de los mismos sucesos y situaciones. Le reto a encontrar un centenar de contradicciones. Y que las haga pœblicas en el siguiente nœmero de "Escritos Pol’ticos". Pasemos ahora a considerar dos obras generales sobre el fascismo, que tratan de pasada el caso R Ršhm, ambas escritas por destacados historiadores. La primera ser‡ la obra del angl—fobo Alastair Hamilton titulada "La ilusi—n del fascismo", subt’tulo: "Un ensayo sobre los intelectuales y el Fascismo 1919-1945; en el cap’tulo dedicado a Alemania dedica una sucinta reflexi—n a los hechos del 30 de junio. Se reproducen algunos p‡rrafos de dicha obra editada por Luis de Caralt, Barcelona, 1973, copyr. by A. Hamilton, 1971 con el t’tulo original de ÒThe appeal of fascism". P‡g. 162 y ss. y p‡g. 183 y ss.: ÇEn este punto, la secci—n m‡s progresista del Partido Nacionalsocialista, segu’a estando formada por su revolucionaria "force de frappe", las SA. Sin embargo, esta organizaci—n no consigui— causar a las izquierdas, antes de que Hitler consiguiera hacerse con el poder, tanto da–o como los "squadristi" italianos antes de que Mussolini fuera nombrado jefe de Gobierno de Italia, pese a que las SA eran una organizaci—n impresionante que a finales de
1932 contaba con 400.000 miembros. Compart’an su odio por el capitalismo y una oposici—n a la Repœblica que no admit’a compromisos, lo que hizo que en los a–os de la depresi—n hubiera un frecuente intercambio de miembros entre las SA y el Partido Comunista alem‡n. Arnolt Bronnen quien, al igual que Niekisch, confiaba en una alianza con la Uni—n SoviŽtica, pens— que podr’a utilizar las SA de Berl’n para incrementar "su" forma de bolchevismo nacional. Eran, segœn dijo, "un grupo de parados y revolucionarios mal organizados, que b‡sicamente despreciaban a Hitler y deseaban Óhechos". Mis amigos y yo ten’amos la ilusi—n de utilizar a los hombres de las SA para dividir el Partido Nacionalsocialista de Alemania del Norte, separ‡ndolo de Munich y formar con Žl un amplio movimiento derechista radical con simpat’as por el Este, y con Goebbels a la cabeza para constituir un baluarte contra el imperialismo occidental". (169) La rebeli—n de las SA fue planeada por el ex capit‡n de la polic’a Walter Stennes, y su causa estuvo en la orden de Hitler de fecha 20 de febrero de 1931 segœn la cual las SA deb’an suspender sus luchas callejeras. Pero al creer que Goebbels iba a sumarse al complot, Bronnen se equivocaba ilusoriamente. Hitler se enter— a tiempo de lo que se planeaba y sustituy— a Stennes por Edmund Heines, uno de los hombres que hab’a formado parte del ÒFreikorps" de Rossbach, y Stennes, que al parecer estaba en contacto con Otto Strasser, se uni— al "Frente Negro". Las relaciones entre Bronnen y Goebbels empezaron a deteriorarse cuando Goebbels mostr— menos interŽs en la mujer de Bronnen, DespuŽs de haberse casado con Mar’a Quant, el jefe de propaganda de Hitler, con el dinero de su mujer, se traslad— del modesto piso de dos habitaciones que ocupaba en el distrito obrero de Steglitz a un elegante piso de doce habitaciones en el aristocr‡tico barrio de Charlottenburg. Sin embargo, pese a su dinero y a su poder cada vez mayor, Goebbels aœn segu’a necesitando a Bronnen, que trabajaba en Radio Berl’n: parece ser que se debi— a Bronnen en parte principal’sima, el que Goebbels pudiera radiar su discurso electoral de junio de 1932. Segœn Bronnen, su œltima entrevista con Goebbels tuvo lugar ese invierno, en una cena ofrecida en casa del jefe de propaganda de Hitler en honor de Leni RiefenstahI. Cuando Goebbels trat— de entrar en contacto con Žl, al d’a siguiente del nombramiento de Hitler como canciller, Bronnen no pudo ser localizado. ÇEl mes de octubre de 1929 fue posiblemente el m‡s decisivo -y desastroso - mes en la historia de la Alemania moderna. Fue el mes en que Gustav Stresemann, el m‡s grande de los estadistas de la Repœblica de Weimar, muri— y en el cual se produjo la crisis de la Bolsa de Nueva York, en Wall Street. En el plazo de menos de un a–o, la prosperidad que Alemania ven’a disfrutando desde 1924 lleg— a su fin. Entre 1925 y 1928, la renta nacional hab’a aumentado en un veinticinco por ciento, pero desde 1929 hasta que Hitler subi— al poder, los alemanes volvieron a encontrarse en una situaci—n tan triste y m’sera como la de 1923. [ ... ] El nœmero de parados forzosos "registrados" se elev— de un mill—n y medio en septiembre de 1929 a tres millones en septiembre de 1930; y de 4,5 millones en septiembre de 1931, a los 6 millones de 1932 y 1933. Pero de acuerdo con una investigaci—n reciente, la cifra real era bastante m‡s elevada debido a que muchos obreros que llevaban a–os sin trabajo hablan dejado de recibir el subsidio estatal de paro y no estaban incluidos en los archivos oficiales. No estaremos muy lejos de la verdad si afirmamos que en 1932 uno de cada tres miembros de la poblaci—n laboral alemana estaba sin trabajo. 170 [...] ÇEn 1930, la clase media -granjeros, tenderos, artesanos, comerciantes, funcionarios, empleados y las profesiones liberales - constitu’an un tercio de la poblaci—n alemana y fue precisamente de ella de la que los nacionalsocialistas consiguieron sus seis millones quinientos mil votos en su primera gran victoria electoral en septiembre y los m‡s de trece millones en el verano de 1932. Los 4,5 millones de votos obtenidos por los comunistas en
las elecciones de 1930 s—lo sirvieron para aumentar el miedo y el antagonismo en la clase media. Los otros grupos nacionalistas, como hemos visto, no estaban en condiciones de ofrecer ninguna soluci—n. El Partido Nacionalista Alem‡n de Hugenberg era demasiado conservador y sin—nimo de capitalismo, por lo que no pod’a ejercer una verdadera atracci—n sobre las masas. Para los que repudiaban el comunismo y se negaban a votar por alguno de los partidos del centro o de la izquierda, el nacionalsocialismo era la œnica posibilidad de sacar al pa’s de su m’sera situaci—n. [...] ÇLas œnicas fuerzas del Partido Nacionalsocialista que mantuvieron aspiraciones revolucionarias despuŽs de que Hitler subi— al poder, fueron, como ya hemos visto, las SA. Para disolver a los sindicatos y los partidos de la oposici—n por la violencia, las SA, indiscutiblemente, hab’an sido de utilidad a Hitler. Pero al igual que los ÒsquadristiÓ italianos de Mussolini, las Secciones de Asalto, las SA, se hicieron peligrosas. La forma violenta como trataban a los jud’os, su continua sed de acci—n y, sobre todo la ambici—n de su jefe, Ernst Ršhm, de hacerse cargo del EjŽrcito alem‡n, hizo que se opusieran a esta organizaci—n amplios sectores de la sociedad alemana. Hitler sab’a bien que si quer’a seguir en el poder y realizar su pol’tica de expansi—n nacional le resultaba esencial el apoyo y el consentimiento del Reichswehr, es decir del EjŽrcito; adem‡s, el ministro del Interior del Reich, Hermann Goering, combinaba unos celos sin l’mites de Ršhm con un gran afecto por la instituci—n del Reichswehr, del cual el presidente del Reich, Hindenburg, lo hab’a nombrado general en agosto de 1933. Adem‡s, Goering ten’a un aliado muy poderoso en Heinrich Himmler, el jefe de la polic’a de Baviera, al que habla designado, tambiŽn, jefe de la Gestapo de Prusia. Adem‡s, Himmler era el jefe nacional ("ReichsfŸhrerÓ) de las SS ("SchŸtz Staffel" o Escuadras de Protecci—n), con lo que pod’a contar con esa fuerza de hombres altamente disciplinados, que originariamente fueron los guardaespaldas de Hitler y que se hallaban ligados por un juramento de fidelidad personal al FŸhrer, y que despreciaban a los miembros de las SA, a los que consideraban demasiado fanfarrones. ÇPuede decirse que la purga de las SA fue organizada m‡s por Himmler y Goering que por el propio Hitler, pero cuando el FŸhrer se enter— del proyecto no puso la menor objeci—n. En la noche del 29 de junio de 1934, con el pretexto de haber descubierto un complot contra el rŽgimen, las SS de Himmler comenzaron a asesinar a los jefes de las SA. Durante dos d’as se ensa–aron en la matanza, asesinando no s—lo a los jefes de las SA, Ršhm, Heines, Von Krausser, Schneidhuber, Karl Ernst, Hayn, Rossbach y Von Haydebreck, sino tambiŽn a un gran nœmero de otros individuos a los que consideraban indeseables, como Georg Strasser, el general Kurt von Schleicher, Gustav von Kahr -de setenta y tres a–os de edad-, el ayudante de Von Papen, Von Bose, el revolucionario conservador Edgar Jung, Erich Klausener, l’der de la Acci—n Cat—lica, y el inocente cr’tico musical Dr. Willi Schrmidt, al que tomaron por otra persona. ÇLa purga puso fin a todo temor de una revoluci—n permanente por parte de las SA y tranquiliz— grandemente al EjŽrcito. A partir de ese momento, las SS pasaron a ser todopoderosas, pero siempre obedientes al FŸhrer y a todas sus —rdenes. La acci—n contra las SA fue la demostraci—n m‡s evidente de la brutalidad nazi. El asesinato de Jung fue considerado como una acci—n directa contra los j—venes nacionalistas y la de Kahr contra los viejos. Todos los nacionalistas hab’an perdido amigos en la matanza. Spengler, que hab’a sido amigo de Kahr, Strasser y Wili Schmidt, se apresur— a quemar su correspondencia con Strasser y a partir de ese momento se volvi— de modo irrevocable contra el nazismo. "He sido informado de que usted est‡ tomando una actitud de fuerte oposici—n al Tercer Reich y a su FŸhrer", le escribi— en octubre de 1935 Elizabeth Fšrster-Nietzsche, la hermana de Friedrich Nietzsche. "Ahora, por lo que he podido comprobar, lanza usted violentos ataques
contra nuestros muy honrosos nuevos ideales. Y esto es exactamente lo que no comprendo. ÀEs que nuestro FŸhrer, sinceramente honrado por nosotros, no tiene los mismos ideales y valores que usted expres— en "Prusianismo y socialismo,Ó?È (171) Este ha sido el primer autor citado anteriormente: Hamilton. El segundo es Ernst Nolte, historiador y fil—sofo, nacido en 1923, sobre todo investigador de la "Žpoca del fascismo" (tŽrmino empleado ya por Thomas Mann) y su mundo. Destaca su personalidad por el hecho de haber entrado en cierto conflicto con sus propios colegas de ideario -es, por supuesto, antinacionalsocialista- al defender el derecho de la escuela "revisionista" a exponer pœblicamente sus puntos de vista. Traducimos de su libro "Der Fasch’smus in seiner Epoche", editado por R. Piper & Co. Verlag, Munich, 1963. Dentro del cap’tulo dedicado a Alemania bajo el subt’tulo de "Krieg im Frieden, 1934-1939" dice: P‡g. 425 y ss.: ÇEl problema como tal, era el mismo en Italia que en Alemania: se trataba del destino del ejŽrcito armado del Partido. Durante los primeros a–os del dominio fascista, ninguna petici—n fue hecha con mayor Žnfasis y m‡s reiteradamente, procedente de todas las direcciones, para que Mussolini disolviera su MSVN (Milicias Voluntarias de Seguridad Nacional) y con ello restablecer el orden constitucional. Fue la crisis Matteotti la que resolvi— el nudo gordiano: oblig— a Mussolini al compromiso de hacer que la milicia jurara obediencia al Rey, y al mismo tiempo le liber— de un peligroso competidor, puesto que a consecuencia de los reproches que se levantaron contra Žl, tuvo de dimitir de "General’simo". ÇEn Alemania, las circunstancias eran otras. (172) Por una parte, la SA ten’a una posici—n mucho m‡s independiente respecto del partido que la que ten’a la MSVN; por otra parte, su jefe era Ršhm, el œltimo de los amigos de Hitler y su monitor de los primeros tiempos, quien ocupaba una posici—n preponderante. Finalmente, la SA era numŽricamente mucho m‡s fuerte que la Reichswehr. Es comprensible que en sus filas existiera gran insatisfacci—n y que fuera muy popular el discurso sobre la venidera "segunda revoluci—n". Fue la tercera ola del socialismo visible dentro del movimiento nacionalsocialista: una especie de plebeyo y soldadesco socialismo que no aspiraba a fijaciones te—ricas. Para Ršhm esta orientaci—n estaba estrechamente ligada con su arraigado concepto de que hab’a que sustituir a la Reichswehr y a su reaccionario cuerpo de oficiales por un ejŽrcito popular nacionalsocialista, naturalmente bajo su mando. Es obvio que una tal idea asustaba al un’sono a la Wehrmacht y a la Industria. En el verano de 1934 se agud’zaron visiblemente las tensiones y Gšr’ng y Himmler se apuntaron como enemigos de Ršhm. Es improbable que Hitler hubiera cambiado seriamente de posici—n, pero s’ ser’a cierto que dud— durante bastante tiempo. Es posible que pensara seriamente en la existencia de un peligro de rebeli—n, pero es completamente inveros’mil que pudiera creer que el "putsch" fuera inminente. Puesto que la SA se hallaba de vacaciones y sus altas jerarqu’as se reun’an en Bad Wiessee, reuni—n a la que al parecer Hitler hab’a comunicado su asistencia. ÇAs’ pues, tanto m‡s inaudita fue la brutalidad con la que golpe—. Hizo sacar de la cama a los jefes de la SA y fusilarlos sin juicio ni sentencia; (173) en Berl’n, fueron Gšring y Himmler los que escogieron a las v’ctimas de los pelotones de ejecuci—n. Tomando como blanco de los fusilamientos a antiguos camaradas y jefes, la SS consigui— aqu’ como premio su soberan’a, aunque al mismo tiempo tambiŽn arregl— una serie de cuentas pol’ticas pendientes desde hac’a tiempo. Los generales Schleicher y Bredow expiaron su antigua obstinaci—n. Gregor Strasser muri— como si hubiera hecho "traici—n"; los colaboradores de Papen pagaron con su vida el discurso de Marburg del vicecanciller; a Gustav von Kahr lo mat— la venganza por su comportamiento en el "putsch" de Munich; la fatalidad del padre
Bernhard Stempfle fue quiz‡s la de haber hecho las correcciones en la versi—n primigen’a del ÓMein KampfÓ. Fue una matanza de la que no hubo parang—n en pa’s civifizado. (174) Pero el Gobierno declar— sumariamente que todas las medidas tomadas el 30 de junio y el 1 y 2 de julio lo hab’an sido en estado de emergencia en defensa del Estado y, por lo tanto, "legales" el m‡s renombrado catedr‡tico de Derecho de Alemania lo alab— en un trabajo con el titulo de "Der FŸhrer schŸtzt das Recht" No cabe duda que por el pueblo alem‡n corri— una ola de alivio y no de indignaci—n. La ’nsuperable desvergŸenza con la que se puso al descubierto pœblicamente todos los detalles de la vida sexual de los asesinados, la que ya conoc’an desde hac’a a–os todos los iniciados y el primero el propio FŸhrer, ayud— seguramente a esta impresi—n de alivio [...] ÇLos sucesos s—lo se tornan coherentes y comprensibles cuando se ponen en relaci—n con una situaci—n en la que se aplica el derecho de guerra. En tiempos de paz no se deben ejecutar a prisioneros, -es decir, personas inofensivas- bajo ningœn concepto, sin una profunda indagaci—n previa; en tiempos de guerra, se fusila en el acto a los amotinados, sobre todo cuando hacen peligrar objetivos importantes. El objetivo estratŽgico que Ršhm y su gente ponian en peligro era la r‡pida ampliaci—n de la Wehrmacht con cuadros procedentes de la Reichswehr. Si Hitler quer’a poder entrar "pronto" en acci—n, deb’a ponerse de acuerdo con la Reichswehr. Y es conocido que Hitler estaba pose’do por la presunci—n de que ten’a poco tiempo. Quien se opusiera a ese acuerdo deb’a, por lo tanto, caer, del mismo modo que cae el que desobedece una orden. Ya hab’a alcanzado Hitler una vez su primer Žxito en Munich por haber aplicado los mŽtodos de guerra en las calles y en la vida civil. TambiŽn, como canciller del Reich, su gran pol’tica s—lo ser‡ comprensible y concluyente si se la considera como una guerra en tiempos de pazÈ. Aqu’ termina este breve pero interesante escorzo de Nolte. Es de suponer, sin embargo, que el lector -si alguno ha sobrevivido- debe estar exhausto. Pues acabemos. S—lo, para finalizar el estudio, un trabajo reciente de autor francŽs. Se trata de Jean Daluce en su obra III Reich", publicada por Avalon, Francia, 1994. Se trata del cap’tulo titulado "LannŽe tournante". P‡g. 143 y ss.: ÇLa nota del 17 de abril tiene otra consecuencia m‡s general, ahora, la llave de la pol’tica exterior (en Francia como en el conjunto de Europa) est‡ m‡s en las manos de los jefes de Estado Mayor que en las manos de los diplom‡ticos. Y adem‡s tiene una especial repercusi—n sobre la situaci—n en Alemania: es muy improbable que Tardieu hubiera hablado a la ligera de un pr—ximo vuelco de la situaci—n en Alemania y que advirtiera como inevitable la intervenci—n militar de Francia bajo dicha hip—tesis. Para expresarse as! son necesarias unas buenas razones conocidas, siendo insuficiente una impresi—n obtenida por medio de ciertos informes tendenciosos, puesto que con ellos se manifiesta claramente el resultado de esta inflexi—n: la reposici—n del Kronprinz (pr’ncipe heredero). Entre la hip—tesis de una intervenci—n militar, evocada por Tardieu, y la promesa, aunque fuera muy indirecta, de esta intervenci—n hecha a los enemigos del rŽgimen hitleriano, hay s—lo un paso que no vamos a franquear aqu’. Pero este paso nos acerca r‡pidamente al 30 de junio. Çll.El complot de los plebeyos y de los barones y la purga de junio de 1934. ÇYa hemos hecho notar en el precedente capitulo el que, desde noviembre de 1933, la rapidez con que el rŽgimen dispers— a la oposici—n tanto de derechas como de izquierdas ha dejado puntos de fricci—n en los proyectos pol’ticos. E incluso los va haciendo aumentar, puesto que las artificialmente minimizadas divergencias en el seno del gobierno y de la SA s—lo esperan una prueba de debilidad del rŽgimen para resurgir con toda su intensidad. Precisamente en los primeros meses de 1934 se est‡ atravesando una seria crisis: a las
dificultades interiores -la actitud hostil del EjŽrcito desde el paso de la SA como organismo oficial, las reservas de Hindenburg, las de von Papen, la irritaci—n de los industriales ante la presi—n social’zante de 1933-, se une, tras el 17 de abril, las consecuencias de la (mencionada) nota francesa. De hecho, ya lo veremos m‡s adelante, la nota del 17 de abril es la que provoca indirectamente la crisis de junio. ÇA partir de marzo de 1934 se ha tendido en derredor de Ršhm una red conspiradora pol’tico-militar, cuyos or’genes se remontan a la camarilla de Munich. Desde un principio, esto no es m‡s que un complot de pederastas, de hombres cuyo comportamiento moral mismo est‡ habituado a sentirse fuera de la ley y, despuŽs, por encima de ella. Todos los activistas de la Žpoca heroica parece que se han dado cita en la SA, tal como el mismo Ršhm, E. Heines, jefe de grupo de la SA de Breslau (a quien hemos visto en Berl’n en 1930 dirigiendo la rebeli—n abortada de las Secciones), Ernst, quien ha llegado a ser jefe de la polic’a en Berl’n y rival directo de Gšring, Hayn, de Sajonia, von Heydebreck, en Pomerania, SchneidhŸber, en Munich, SchragmŸlier, en Magdeburgo: tantos nombres, tantas reminiscencias de la era de los golpes de Estado, "de los revolucionariosÓ -dir‡ Hitler en su primera Orden del D’a dirigida a Lutze, jefe de la nueva SA- cuyas relaciones con el Estado se rompieron ya en 1918 y perdieron todo contacto estrecho con el orden social". [...] ÇEn aquellos d’as, esos hombres no ten’an tras de s’ mas que un pu–ado de camaradas de lucha, y su violencia era suficiente para crear agitaci—n en Alemania. Ahora, alguno de ellos han llegado al grado de general y tiene a sus —rdenes a ochenta, cien, ciento veinte mil pretorianos, formados y entrenados desde hace cinco a–os para la ocasi—n en que haya que emplear la fuerza, la que, finalmente, ha hecho inœtil la t‡ctica legalista del FŸhrer, pero cuya amenaza, acumulada demasiado tiempo, revierte ahora sobre los que la hab’an promovido. Esta espada de Damocles de la SA que Hitler tuvo suspendida durante los a–os anteriores sobre la cabeza de del Estado Republicano (de Weimar), ahora de balancea sobre su propia cabeza. ÇAdem‡s, la insistencia de Francia en asociar la cuesti—n del desarme con la de la liquidaci—n de la SA va a poner en un aprieto al Gobierno: Hitler, jefe de la SA y jefe de los militantes, ha llegado a canciller y a jefe de la Reichswehr. Deber‡ elegir entre ambos ejŽrcitos, o el de la guerra pol’tica o el de la independencia nacional. Las ruidosas imprudencias de Ršhm quien durante toda la primavera de 1934 ha convocado concentraciones de regimientos y divisiones de la SA, est‡n obstaculizando tanto las negociaciones con Inglaterra y Francia, como la reorganizaci—n del EjŽrcito: Goebbels se vio obligado a impartir a la prensa estrictas consignas de silencio sobre la actividad de las tropas de Ršhm. Este, por su parte, convoca el 18 de abril (el d’a siguiente a la nota francesa) a la prensa extranjera y al cuerpo diplom‡tico a fin de comunicarles una declaraci—n pœblica que pr‡cticamente marca el principio de las hostilidades. Subraya el car‡cter estrictamente pol’tico de la SA: ÒNo hemos hecho una revoluci—n nacional, sino una revoluci—n nacional-socialista, y queremos enfatizar este œltimo adjetivo, socialista... En la SA ustedes pueden contemplar al ejŽrcito de los creyentes y de los confesores decididos a proseguir esta revoluci—n en el interior (de la Naci—n)", y lo hace para justificar la no asimilaci—n de sus tropas con un ejŽrcito nacional, pero se aprovecha de una tal afirmaci—n (convergente con la del Canciller) para reivindicar para la SA el derecho a proseguir por s’ misma esta revoluci—n socialista ("el œnico baluarte contra la reacci—n est‡ representado por nuestras Secciones de Asalto, ya que son la reencarnaci—n total de la idea revolucionaria. El nacional-socialismo no s—lo es independiente de la forma de Estado, sino tambiŽn de aquellos en que se encarna el Estado") A Hitler, ‡rbitro supremo entre el Estado (y el EjŽrcito) y el Partido (y la SA), se le plantea as’ la necesidad de elegir entre retomar la
revoluci—n con una orientaci—n soc’alista (en el m‡s riguroso sentido del tŽrmino), o mantener al Reich en su actual estructura. Es probable -por otra parte lo declar— Žl mismoque dudara largo tiempo en tomar una decisi—n: tanto en un caso como en el otro, colocar’a al Reich en una peligrosa v’a sin retorno, pero en un œltimo an‡lisis de la situaci—n, dado los inevitables desordenes que ocasionar’a el dominio directo de la SA sobre Alemania, dada la corrupci—n de Ršhm y su entorno, dada esa anormal, y con toda seguridad provisional, alianza entre elementos plebeyos y la claque de barones y de la aristocracia agraria y, en fin, y sobre todo, dada la ocasi—n ofrecida al extranjero para poder intervenir contra una Alemania m‡s desarmada que nunca (bajo la hip—tesis de la eliminaci—n de la Reichswehr por la SA), todo ello hizo inclinar la balanza a favor de la depuraci—n. Porque Ršhm no est‡ solo: tras Žl, y prestos a sustituir a Hitler una vez derrocado, se agrupa la oposici—n de derechas. En primer lugar, von Papen, (a quien le inquieta menos el socialismo confuso y demag—gico de Ršhm que la tenaz ambici—n de Hitler), junto con los supervivientes del Centro y una parte de la Industria, aquellos industriales que prefieren jugar a la posibilidad de una revoluci—n provisional de la cual resurgir’an finalmente victoriosas las "fuerzas conservadoras" y que est‡n financiando a Ršhm contra Hitler (puesto que, al parecer, Ršhm est‡ tan abundantemente provisto de dinero, aparte de las fuentes oficiales, como lo estuvo el Partido antes de alcanzar el poder), a los que se ha unido Schleicher, eliminado de la Reichswehr y que aparece como el tŽcnico con el que Ršhm tendr‡ necesidad de contar para organizar el nuevo ejŽrcito una vez que haya alcanzado la cœspide del Estado, y con Žl, von Bredow; y finalmente la N.S.B.O., la organizaci—n sindical de izquierdas del Partido. ÇÁExtra–a coalici—n! Extra–a por el mismo hecho de que es verdaderamente inveros’mil que los hombres que formaron parte de ella se hubieran podido poner de acuerdo en momento alguno (si no es por sondeo, y aœn as’) y todav’a m‡s inveros’mil que hubieran podido prever en que sentido evolucionar’an los acontecimientos una vez derribado el rŽgimen hitleriano. Unos Òconf’an" en reducir a Hitler a ser un simple figur—n, detr‡s del cual ellos formar’an un gobierno de barones; otros, instaurar’an con m‡s gusto una dictadura militar Schleicher-Hindenburg; y, finalmente, otros prefieren un rŽgimen pretoriano en el que la totalidad del poder pasar’a a manos de la SA. Y ser’a probable que en el propio seno de la SA estallara pronto una lucha entre los antiguos Cascos de Acero y los socialistas o comunistas rencontrados. En cuanto a la labor de poner de nuevo en marcha la econom’a nacional, iniciada vigorosamente por los nazis, se hundir’a de un d’a para el otro, dejando al pa’s en un caos peor que el de 1932. Si bien no cabe dudar de la realidad del complot, su nocividad (para el Reich) es todav’a menos dudosa, y de ello se convencieron, entre abril y junio, tanto el mismo Hitler como los nazis que le permanecieron fieles. ÇFrente a una situaci—n m‡s grave que aquella de enero de 1935 Àc—mo deben reaccionar? ÇCiertamente, no con transacciones o buscando negociaciones -esto ser’a demostrar debilidad y provocar el estallido-, y menos con una restructuraci—n del Gobierno (eliminaci—n de von Papen), del Partido (eliminaci—n de Strasser) o de la SA (eliminaci—n de la camarilla de Ršhm). En el primer caso, se exponen a una ruptura con Hindenburg y la Reichswehr; en el segundo, a una escisi—n en el Partido; y en el tercer caso a una rebeli—n abierta de las Secciones de Asalto, lo que precisamente pretenden evitar. As’ que necesitar‡n, siguiendo los viejos principios estratŽgicos, golpear brutalmente, r‡pido y de improviso antes de que sus adversarios ataquen, y golpear tanto m‡s fuerte cuanto en realidad el adversario es dŽbil. A este complot, Himmler y Gšring responder‡n con un contra-complot todav’a m‡s brutal, que ganar‡ por unas horas de adelanto al complot de Ršhm. Esto supone la neutralidad absoluta de la Reichswehr, aœn m‡s, la afirmaci—n pœblica
de esa lealtad del EjŽrcito al rŽgimen imperante. Este es un convencimiento que se ha adquirido (y nos anticipamos un poco) por medio de un art’culo de von Blomberg publicado en el ÒVšlkischer BeobachterÓ del 25 de junio. La represi—n exigir‡, sobre todo, tropas pol’ticas entregadas hasta la muerte: estos ser‡n los SS, de cuyas filas fueron excluidos los elementos dudosos entre mayo y junio. ÇDe acuerdo con su declaraci—n del 18 de abril, Ršhm ha planteado claramente sus exigencias: incorporaci—n en masa de la SA a la Reichswehr con el reconocimiento de los grados alcanzados en la SA, y para Žl, el nombramiento de comandante en jefe o el ministerio de la Reichswehr. Hitler rechaza estas exigencias y entonces Ršhm se retira a Munich, donde hace de la SA una fuerza totalmente aut—noma, administr‡ndose ella misma, no recibiendo —rdenes m‡s que de Žl mismo, separada a la vez del Partido y del Estado. Al mismo tiempo, en todo el pa’s la SA pasa a una acci—n directa, espor‡dica, e intenta asegurarse el control de la calle. ÇA principios de junio, Hitler y Ršhm sostienen una œltima entrevista; a los amargos y violentos reproches, a las acusaciohes de ingratitud que le espeta el jefe de la SA, Hitler responde con otros reproches, con otras acusaciones, y finalmente hace una œltima tentativa de reconciliaci—n; pero esta conciliaci—n ya no es posible y no lo ser‡ en tanto el propio Hitler no haya retomado el mando de la SA. Para preparar y poner en pr‡ctica su respuesta, el d’a 6 ordena Hitler a las tropas de asalto un mes de licencia a partir del 10 de julio, con la prohibici—n de vestir uniforme, de hacer desfiles, de celebrar reuniones y manifestaciones. Sin duda, conf’a en que entretanto se calme la agitaci—n. El d’a 7, Ršhm acoge la decisi—n de Hitler con un comunicado de rebeld’a: "Los enemigos de la SA recibir‡n la respuesta que merecen en el momento y en la forma que decidamos... Si opinan que la SA no regresar‡ de su licencia, o que s—lo lo har‡ en parte, se equivocan. La SA es y permanece la due–a del destino de Alemania". ÇEl contagio de la rebeli—n se extiende pronto a la oposici—n de derechas. Von Papen declara el 17 de junio en Marburg que "el sistema de partido œnico... s—lo se justifica en tanto sea necesario para la seguridad de la revoluci—n y hasta la entrada en funciones de nuevas personalidades seleccionadas". Hess, el d’a 25, responde que "el nacional-socialismo no ser‡ reemplazado ni por la monarqu’a, ni por las fuerzas conservadoras seleccionadas, ni por esas bandas criminales que se amparan con el pomposo nombre de segunda revoluci—n". ÇEn los siguientes d’as, tambiŽn Goebbels y Gšring dirigen muy claras advertencias a los enemigos del rŽgimen. Por su parte, Ršhm convoca para el 30 de junio, v’spera del d’a fijado para las vacaciones de la SA, a todos los comandantes regionales a una conferencia en Wiessee, en Baviera. Las secciones son puestas en estado de alerta, a disposici—n de sus jefes. El 28, Hitler viaja por la Renania, en donde se asegura la neutralidad o el apoyo de la industria pesada del Ruhr; el 29, inspecciona unos campos del Servicio del Trabajo en Westfalia. Durante la jornada se traslada a Godesberg, lugar en donde se le unen Lutze, jefe de la SA de Hannover y el œnico que le es enteramente adicto as’ como Goebbels, quien aparentemente estaba comprometido, a contrapelo, con Ršhm y a quien le parece peligrosa la vecina presencia de Gšring en Berl’n. A la noche, alguien (que indudablemente est‡ informado a la vez por la Gestapo y la Abwehr) notifica que el golpe de mano de la SA est‡ previsto para la tarde del siguiente d’a. Este d’a siguiente, el 10 de julio, es, en efecto, el primer d’a de la licencia forzosa de la SA y, por consiguiente, la fecha l’mite para un golpe de mano; cada d’a siguiente har’a m‡s dif’cil -y pr‡cticamente imposible- una concentraci—n ilegal de tropas a la que se podr’a oponer -y efectivamente se opondr’a-, la Reichswehr. Esto, si Ršhm y su Estado Mayor hacen cumplir a sus huestes la orden de licenciamiento. Si no lo hicieren, la situaci—n ser’a sensiblemente la misma: Ršhm, desobedeciendo al jefe del
Estado, se pone deliberadamente fuera de la Ley y provoca la intervenci—n del EjŽrcito. "Si nuestros enemigos - hab’a declarado Ršhm el 7 de junio- se figuran que la SA no va a regresar de su licencia, se equivocan..." y, en efecto, la SA no saldr‡ de vacaciones. Permanecer‡ "due–a del destino de Alemania". ÇPor lo tanto, s—lo quedan unas horas para que estalle la guerra civil, pero estas pocas horas son decisivas. A las dos de la ma–ana del 30 de junio, Hitler, Goebbels, Lutze y tres guardias de corps vuelan hacia Munich a donde llegan dos horas m‡s tarde. Al amanecer son encarcelados Schneidhuber y sus adjuntos, retenidos pocas horas antes por el "gauleiterÓ Wagner por haber dejado a la SA provocar inc’dentes nocturnos en Munich. A las 6 a.m., Hitler y su escolta reemprenden viaje a Wessee a donde llegan una hora m‡s tarde. Ršhm y sus ayudantes de campo Spreti, jefe de las SS [sic] y Heines, el esp’ritu maldito de Ršhm, duermen aœn en el hotel que les sirve de cuartel general. Hitler sube s—lo y desarmado al cuarto de Ršhm, lo arresta, hace detener a los dem‡s y, sin duda, ejecutar a Heines en su habitaci—n. Toda la escena se desarrolla velozmente entre unos hombres vestidos y armados que han cubierto trescientos kil—metros nocturnos en avi—n o en coche, y otros que, sorprendidos en pleno sue–o (el sue–o profundo y pesado de la amanecida) algunos est‡n acostados juntos -uno se ha de imaginar lo que puede ser para un hombre ser arrastrado fuera del lecho que comparte con otro por unos polic’as- y no oponen resistencia alguna. ÇEntre las 7 y las 8 Hitler regresa a Munich y se cruza en su ruta con los jefes de la SA que acuden a la convocatoria de su jefe. Los m‡s comprometidos y peligrosos son arrestados; a los dem‡s les ordena dar media vuelta. Por la tarde, los primeros ser‡n fusilados en Munich por los SS "segœn —rdenes"; as’ caen la mayor parte de aquellos cuyos nombres ya hemos visto. A Ršhm encarcelado, se le otorga una rev—lver y diez minutos de tiempo. Pasados los diez minutos, es tiroteado en su celda. ÇEntretanto, en Berl’n ha comenzado la represi—n. Gšring, a quien Hitler, antes de marchar, le ha concedido sus poderes, va a "ampliar su misi—n" (como Žl mismo dijo): en efecto, con la ayuda de los negros (la SS) se dispone a barrer no s—lo a los pardos (la SA) sino tambiŽn al conglomerado de la oposici—n de derechas, es decir, a los alemanes nacionales y al Centro cat—lico. Durante la ma–ana hizo ocupar por su polic’a y por su guardia de la SS el cuartel general de la SA, encarcelando a sus jefes. Le "aconseja" a von Papen que se mueva lo menos posible de su casa; pero si von Papen est‡ a salvo, amparado por Hindenburg y por el EjŽrcito, no as’ sus colaboradores. La Gestapo abate a Klausener "aus FluchtÓ (por intento de fuga) y adem‡s a von Bose, Jung y otros. Gregor Strasser es detenido y ejecutado por los SS; von Schleicher (y su mujer que se arroj— delante de Žl) son abatidos por la Gestapo; igual que von Bredow. En cuanto a los jefes de la SA, son fusilados en la prisi—n de Lichterfeld por la tarde. De hecho, Gšring no esper— a la ma–ana de la represi—n para designar las v’ctimas y, en toda Alemania, la acci—n de la polic’a y de la SS aparece como concienzudamente preparada. La represi—n es brutal, pero relat’vamente limitada -si se tiene en cuenta el poder de la SA y la extensi—n del complot-. Los nazis reconocer‡n entre doscientas cincuenta y trescientas ejecuciones, la prensa extranjera hablar‡ de mil a mil quinientas, siendo estas œltimas cifras aparentemente exageradas puesto que no fueron afectados ni los miembros de base ni los mandos subalternos de la SA. En cualquier caso, al d’a siguiente, 1¼ de julio, el estado mayor nazi era el due–o de la situaci—n. ÇLas Fuerzas Armadas confirmaron su aceptaci—n de la purga pol’tica de los d’as anteriores, en primer lugar por medio de una Orden del D’a de von Blomberg ("El FŸhrer ha golpeado y deshecho los motines con la decisi—n de un soldado y con un valor ejemplar. La Wehrmacht... le testimonia su agradecimiento y lealtadÓ) y despuŽs por el mariscal Hindenburg ("HabŽis salvado al pueblo alem‡n de un grave peligro. Os testimonio mi m‡s
profundo agradecimiento y m’ sincera estimaÓ). Esta purga es legalizada "a posteriori" por una ley votada el d’a 3 en el Reichstag, que se fundamenta en el "derecho de leg’tima defensa del Estado", declarando v‡lidas y legales las medidas adoptadas por el Gobierno durante el 30 de junio. ÇV‡lidas y legales, en efecto, estas actuaciones lo son, y no solamente en un rŽgimen totalitario -en el que las decisiones del Jefe de la Naci—n son, por s’ mismas, la expresi—n de la ley -, sino que tambiŽn, realmente, bajo no importa que tipo de rŽgimen en el punto y momento en que un grupo de ciudadanos entra en rebeli—n abierta contra el rŽgimen establecido. Esto se ha comprobado sobradamente, por ejemplo, el 6 de febrero en Francia cuando las manifestaciones por las calles -que no representaban en modo alguno el car‡cter de una conjura contra el Estado- chocaron con las ametralladoras del rŽgimen, sin que el asunto tuviera otro resultado que un cambio de ministro. En este trabajo no es cuesti—n de tomar partido en favor de Ršhm contra Hitler, ni a favor de Hitler contra Ršhm, sino constatar que el FŸhrer, jefe legal del Gobierno, ten’a el derecho y el deber de asegurar y hacer asegurar el orden pœblico frente a los revoltosos, y adem‡s hacer notar tambiŽn que no fue precisamente con alegr’a en el coraz—n cuando hizo enviar a la muerte a sus m‡s antiguos y mejores camaradas de luchas. Taylor, en su "Strategy of terror" escribe como observador del asunto: "Si Žl fue desleal con sus camaradas que le ayudaron a llegar al poder, fue en cambio leal con su pueblo. La masacre acrecent— inmensamente su prestigio." ÇEn el Reichstag, el d’a 13, se justificar‡ en un apasionado discurso, ep’logo de esa sangrienta jornada, la œnica que habr‡ conmocionado al Reich hasta el a–o 1944. ÇPero el equilibrio del III Reich no est‡ aœn asegurado. Von Papen, enviado a Viena, llega all‡ para distender en la manera de lo posible las relaciones austro-alemanas que se han hecho muy dif’ciles a ra’z del asesinato de Dolifuss (25 de julio), del cual trataremos en su momento. Algunos d’as m‡s tarde (2 de agosto), el pa’s recibe, con sorpresa, la noticia de la muerte de Hindenburg. Paul von Beneckendorff und von Hindenburg, mariscal del Reich Mucho tiempo ha sido, con toda su alma y su cuerpo de "viejo prusiano", hostil a la agitaci—n demag—gica, irrespetuosa y plebeya de los nazis, habiendo guardado intacta -por su juramento de fidelidad a los Hoherizollern- su fidelidad a la Alemania eterna, pero aœn as’ hizo un acertado matrimonio de raz—n de Estado con la Repœblica. Pero sin duda, tambiŽn -y eso aunque hab’a alcanzado una edad en la cual la espera de la muerte hace diluir las amistades y los odios, hace imposible el entusiasmo y las esperanzas- se fue haciendo poco a poco una visi—n m‡s flexible e indulgente del nazismo y del cabo austr’aco. Por medio de los informes que le env’an su hijo o el secretario de Estado Meissner, ha podido discernir un aspecto que le es familiar de Alemania aœn bajo esas apariencias tan extra–as para un hombre que ha terminado su carrera en 1913 y que despuŽs s—lo ha hecho que sobrevivir de milagro. Entre Hitler y Žl se pudo establecer una cierta comprensi—n, recelosa por un lado, respetuosa por el otro. Todo esto puede ser posibleÈ. Y aqu’ finiquita, como ya se ha anunciado, este trabajo de recopilaci—n. Hemos visto, como tambiŽn se ha mencionado antes, numerosas contradicciones en el relato del desarrollo de los sucesos segœn en autor que los narra. Quiz‡ algunas cosas han podido quedar m‡s o menos aclaradas: ej. la "segunda revoluci—n", el enfrentamiento Reichswehr-SA.... Otras mantienen aœn grandes dudas: el alcance de la conspiraci—n de los generales, el de la conspiraci—n Gšring-Himmler-Heydrich con la adici—n o no de Goebbels, el del putsch de Ršhm el apoyo extranjero a la/s conspiraciones,... Y otras muchas cosas que han surgido a lo largo de esta lectura han reforzado aœn m‡s los interrogantes primigenios. El lector interesado puede seguir indagando. Seguro que experimentar‡ nuevas sorpresas. Y aunque a todos (Àtodos?) nos indigne que ciertos autores -que se las dan de apartidistas cient’ficos-
expongan sus tesis con un lŽxico mordaz, despectivo, insultante y "barriobajero", no nos importe. Hay que leerlos tambiŽn. ÁAprenderemos! No a emplear dicho lŽxico como ellos, sino a detectar disparates de ciertas "historias" de ciertos "historiadores". Y a darlos a la luz pœblica. ÁEaÁ El lector est‡ invitado.
CONCLUSIONES DE LA REDACCIîN Algo parece evidente. Todos los autores parecen interesados en defender a Ršhm y a presentarlo como un m‡rtir. Teniendo en cuenta los habituales comentarios de los periodistas sobre cualquier nacionalsocialista de aquella Žpoca o de esta, parece evidente que s’ Ršhm hubiese ganado la v’ctima ser’a Hitler. Lo que les interesa es atacar a Hitler y basta. En todos los textos que se han citado, se menciona la existencia de una conspiraci—n, pero se hace de manera pasajera y da la impresi—n de que nunca existi— ningun prop—sito al respecto. Veamos que Selfton Delmer dice en los textos rese–ados que public— una portada en su peri—dico inglŽs con el titular "La dictadura de Hitler en peligro" . Eso fue publicado el 29 de junio, de lo que hemos de deducir que Delmer, aunque en el resto del trabajo parece querer demostrar lo contrar’o, cre’a en una conspiraci—n. Delmer se refiere a ello como "el fracaso del œltimo intento serio de los conservadores para destruir el poder de HitlerÓ. M‡s adelante dice que Òya gente de la calle contaba que en el tejado del edificio hab’an encontrado lanzaminas, colocados en direcci—n al cercano ministerio de la Re’chswhr", as’ como un cargamento de armas con destino a Ršhm. El autor no desmiente la afirmacion ni sugiere que fuera cosa de Gšring u otro adicto a Hitler El Gauleiter Jordan admite tambiŽn la posible alianza entre Schleicher y Ršhm que considera l—gica. No hay duda de que la proclama de Ršhm de verano de 1933 es una prueba evidente de la lucha interna y de los deseos de actuar. Teniendo en cuenta las directrices dadas con anterioridad por Hitler, eso resultaba evidentemente una oposici—n clara y directa al FŸhrer. TambiŽn menciona Jordan que H’ndemburg inform— a Hitler de los planes de Schleicher y Ršhm. Los discursos de Hess y Gšring citados por Domarus muestran evidentemente el clima de desorden interno que se viv’a. Ršhm podr’a haberlo aclarado todo s’ hubiese sido falso. TambiŽn la entrevista que cita de Riechenau acusando a Schleicher de conspirador junto a Ršhm son un reconocimiento t‡cito del autor sobre la existencia de una conspiraci—n. As’ podr’amos seguir con pr‡cticamente todos los textos citados. Todos en un momento u otro reconocen la posibilidad de una conspiraci—n o incluso refieren hechos que la demuestran, pero al final afirman, sin m‡s, que no existi— tal conspiraci—n. Curiosamente los m‡s allegados a Hitler son los que menos discrepan de la versi—n oficial, aunque prec’samente por hallarse en el meollo de la cuesti—n podr’an haber tenido acceso a comentarios u opiniones divergentes. ÀO es que Hitler enga–— a todos absolutamente explic‡ndoles una fantas’a y sin que ni siquiera los presentes en los acontecimientos lo desmintieran De la lectura, an‡lisis y comparaci—n de los textos creo que debe deducirse que Ršhm estaba decidido a realizar la "segunda revoluci—n" y tal como dec’a, con Hitler, sin Žl o contra Žl. Si el putsch no estaba previsto para el 30 de junio, lo estar’a para los pr—ximos d’as, pues en ningun momento se percibe el m‡s m’nimo cambio en los planes de Ršhm. Sus contactos diversos con personalidades alemanas y extranjeras, le salieran mejor o peor no le disuadieron de sus prop—sitos. Hitler se adelant— a Ršhm como luego se adelantar’a a Rusia. En cualquiera de los dos casos se hubiese producido la ruina de Alemania. Al menos de esta manera sus enemigos se tuvieron que empe–ar durante m‡s de cinco a–os en una guerra fraticida europea y poner al descubierto sus planes y su decisi—n de hundir a Hitler aœn a
costa de llevar a la muerte a millones de hombres. La firme decisi—n de acabar con Hitler prosigue hoy, pues como se contaba del Cid, sigue ganando batallas despuŽs de muerto. En definitiva, Hitler ten’a raz—n. La posteridad se la dio. La sustituci—n de la revoluci—n por la evoluci—n hizo que el cien por cien del pueblo alem‡n fuese nacionalsocialista. Recordemos los plebiscitos. Pero en cualquier caso queda patente que Ršhm no pretend’a hacer ninguna segunda revoluci—n pol’tica. Su revoluci—n particular era controlar el EjŽrcito por un sentido de ambici—n personal.
NOTAS 1. N. del E: Como puede verse en los siguientes comentarios del "famoso" periodista inglŽs, da la sensaci—n de que estamos leyendo una novela por entregas que no un relato hist—rico minucioso. Creemos que Delmer est‡ m‡s cerca de Andersen que de Her—doto. 2. N. del Autor: El futuro Sir George Young, que muri— siendo ministro en la embajada brit‡nica en Par’s. 3. N. del Autor: "Ense–a del Reich", milicia pol’tica que llevaba esta denominaci—n. 4. N. del E: El relato de la muerte de George Bell es demasiado exacto y exceptuando que Žl fuera uno de los asesinos, parece carecer de toda verosimilitud. 5. N. del E: Conociendo la personalidad de Hitler, y en general la de cualquier pol’tico, es m‡s que dudoso que recibiese a Delmer mientras se pon’a la camisa. Por m‡s que el periodista inglŽs quiera darse importancia es lo que en catal‡n se dice: Çes alguien que no es nadie". 6. N. del E: En este caso Selfton Delmer profetiza el pasado, pues cuando dice saber que Rudolf Diels era el que pasaba informaci—n a Gšring, m‡s bien parece deducirse del texto -conociendo a los periodistas -, que cuando se enter— de que Gšring nombr— a Diels primer jefe de la Gestapo, eso era una demostraci—n de que en a–os anteriores le hab’a prestado buenos servicios. 7 N. del Autor: Su nombre completo era Werner von Alvensteben-Neugattersleben. Muri— en 1947, en Brema 8. N. del E: Todos los lectores ya habr‡n adivinado que si Arnim habl— realmente en esos tŽrminos era para impresionar a Delmer, pues de otro modo no se hubiese atrevido a hablar sin cortapisas ante un periodista extranjero. Solo caben dos explicaciones: O Armin quer’a "informar" a Delmer indirectamente o lo que cuenta Delmer es falso. Nosotros nos inclinamos por lo segundo pues Delmer era un profesional con suficiente experiencia para pensar que las palabras de Armin iban dirigidas a Žl y no a los oyentes. 9. N. del Autor: Hoy en d’a redactor jefe del diario "Die Welt". 10. N. del Autor: "C’rculo de acci—n", 11 N. del Autor: Referencia a Adolfo Hitler. 12 N. del Autor: ÒTallo de c‡–amo". Lo mismo que HanfstŠngl en alem‡n. 13 N. del Autor: ÒcallejeroÓ. Se refiere a Strasser. 14 N. del Autor: "Reptante". Se refiere a Schleicher. 15 "La situaci—n est‡ a punto de estallar." 16. N. del E: Cuando Delmer asegura haber sido expulsado por decir la verdad, no explica su sorprendente cifra de 108 muertos que nadie ha defendido. Como veremos la cifra oficial dada por Hitler es de 74 personas muertas, mientras que estudios posteriores relacionan hasta 83. Nadie habla de 108 o cuando lo hacen son, como en el caso de Delmer, afirmaciones de periodistas. As’ pues pareceria m‡s exacto pensar no que fue expulsado por decir la verdad, sino precisamente por lo contrario, por decir una mentira.
17. N. del E: Ršhm se equivoc—. Hombres no afiliados al partido de Hitler antes de 1933 rindieron extraordinarios servicios como es el caso de Johannes Lutz Schwerin von Krosigk que fue ministro en el primer gabinete de Hitler en 1933 sin ser miembro del partido y tambiŽn en el œltimo gabinete nombrado por Hitler a su muerte. Lo mismo podr’amos decir de muchos otros. 18 N. del Autor: Nombre que recibi— la Reichswehr durante el rŽgimen nacionalsocialista. 19 N. del E Conociendo a Hitler, Žste nunca hubiera aceptado un ultim‡tum 20. Nota del Autor: Deutsche NachrichtenbŸro, Oficina de Informaci—n Alemana. 21 N. del E: Aunque ha quedado como simb—lica la graduaci—n de "cabo" de Hitler, la verdad es que lleg— a Sargento, aunque evidentemente tambiŽn fue cabo con anterioridad. 22 N. del E: Los comentarios de Domarus son tan decididamente tendenciosos y groseros que es preciso clarificar algunas cosas. El hecho de afirmar que Hitler le hab’a asegurado a Ršhm su amistad por carta en diciembre de 1933 no demuestra nada, pues de haber sabido los planes de conspiraci—n no le hubiese escrito en los mismos tŽrminos, Al revŽs s’ tendr’a un cierto sentido de cr’tica pues ser’a hipocres’a en Ršhm haber escrito elogiosamente a Hitler mientras intentaba traicionarle. Hemos de recordar que Inglaterra empez— la guerra mundial para garantizar la libertad de Polonia y la entreg— despuŽs al comunismo, Jesucristo cen— con Judas el d’a antes de la Pasi—n y el General croata Luburic habl— amistosamente con su asesino pocas horas antes de que lo asesinara. Habr‡ que creer que los malos no eran los polacos, Jesucristo o Luburic sino los otros. 23 N. del E: O Hitler no era antijud’o como dicen o lo que afirma Domarus es falso pues si aprovech— la ocasi—n para matar a sus enemigos pol’ticos, sorprende que entre ellos no se hallase ningœn jud’o. 24 N. del E: Suponemos que Domarus deb’a ser homosexual toda vez que est‡ descartado que fuese nazi. De otra forma no se explica es af‡n desmesurado en defender a un nazi como Ršhm y adem‡s de los m‡s radicales. 25 N. del E. Este discurso no tiene nada de particular pues Ršhm manten’a que todo se hac’a con el conocimiento de Hitler y ese discurso era fundamental para convencerlos. TambiŽn se explica as’, que algunos muriesen diciendo "Heil Hitler". 26 N. del E: La afirmaci—n de la cobard’a de Hitler siempre viene dada de gente que nunca demostr— la m‡s m’nima prueba de valor. En todo caso remitimos a nuestros lectores a EP n¼ 17 p‡gina 3659. 27 N del E: No hemos encontrado informaci—n al respecto, pero por lo que parece el autor tampoco la tiene pues se limita a hacer una afirmaci—n sin documentarla. 28 N. del E: Max Domarus debe haber visto muchos asesinos antes de cometer un crimen -Àquiz‡s estuvo presente en los Juicios de Nuremberg?-, pero no creo que entre nuestros lectores se halle ninguno que nueda contradecirle. De todas formas las fotos que hemos visto de Hitler en la Boda del Gauleiter Tervoben no dan esa impresi—n. 29 Nota del autor: ÀError de fechas? 30 N. del E: Parece mentira el trabajo que se tom— Hitler en hacer aparecer todo aquello como un montaje con lo f‡cil que le hubiese sido convocar una reuni—n urgente con los mandos de la SA que hubiese elegido, llenar la sala con Ziklon B y redactar una hermosa nota de prensa totalmente inventada. 31 N. del E: Lo del "omnibus alquilado" no aporta nada positivo ni negativo al relato, pero no deja de ser un dato curioso. Tanto en el caso de que la versi—n buena fuese la de Domarus como que lo fuese la de Hitler carece de explicaci—n lo de tener que alquilar un autobœs. 32 N. del Autor: Evidentemente se trata de Werner v. Alvensleben. 33 N. del E: Nueva afirmaci—n sin documentar.
34 N. del E: Recordemos que fueron fusilados tres miembros de la SS por malos tratos a detenidos. 35 N. del E: Segœn podemos ver todo el mundo encontr— bien la actitud de Hitler, tanto los militares, partidarios o enemigos de Hitler, como pol’ticos no afiliados al NSDAP o la gente en general. Quiz‡s si nos limit‡semos a los comunicados oficiales sin buscarles tres pies a la gallina, tambiŽn lo entender’amos nosotros. 36 N. del E: La palabra "supuestamente" evidencia una clara mala fe. 37 N. del E: Al autor le sorprende que enemigos de Hitler estuviesen implicados en la conspiraci—n. Si lo estaban los amigos con mayor raz—n lo estar’an los enemigos. 38 Nota del original: Hitler nombr— a las siguientes personas: el jefe de E.M. Ršhm los "Obergruppenfuhrer" Schneidhuber y Heines, los ÇGruppenfŸhrer" Detten, Ernst, Schmidt, Hayn y Heydebreck, los "StandartenfŸhrerÓ Spreti, Uhl y Schmidt (este œltimo era en realidad "ObersturmfŸhrer"), adem‡s de a Gregor Strasser, al general von Schleicher y su esposa (Elisabeth, nacida Hennings) y al general von Bredow. El 31 de octubre de 1934 se hizo pœblica una "Orden del FŸhrer 26 Munich P. Nr. 24 400 dirigida a la SA en la que adem‡s de los citados, se mencionaban como expulsados de la SA con fecha 30 de junio, respectivamente 1-7 julio de 1934 los siguientes nombres: los "Obergruppenfuhrer" Friedrich Ritter von Krausser y Werner von Fichte, los "GruppenfŸhrer" Karl Schreyer y Walter Luetgebrunn (desde 1923, durante muchos a–os, abogado de Hitler), el "OberfŸbrer" Hans Joachim von Falkenhausen, el "StandartenfŸhrer" Hans Schweighart, el "ObersturmfŸhrer" Max Vogel, el ÇSturmfŸhrer" Max Lšsch, el "ObertruppfŸhrer" Martin SchŠtzl, el "ObertruppfŸhrerÓ Veit-Ulrich von Beulwitz, el "RottenfŸhrer" Eduard Neumeier. Estas 11 personas parece probable que fueran todas ellas liquidadas lo mismo que lo fueron Kahr, Klausner y Probst, Jung y Bose. El d’a 5 de agosto 1934 apareci— en el diario "VogtlŠndische Anzeiger und Tageblatt" una esquela del ÒUnterbannfŸhrer" Karl Laemmermann con el siguiente texto "Muri— inocente y erguido, dio de buena gana su vida por la Patria y el Movimiento, fiel a su FŸhrer hasta la muerte". TambiŽn fue asesinado el ex cura mon‡stico Bernhard Stempfle, colaborador del peri—dico "Miesbacher Anzeiger" y quien fue el que redact— la primera edici—n del ÒMein KampfÓ. Como inform— Heinrich Hoffmann en sus "Relatos" (publicado por el "MŸnchner lllustrierte" 1954-1955, Fasc’culo 8 n¼ 50/1954) Hitler aclar—: "Esos cerdos tambiŽn han matado a mi buen Pater Stempfle". En caso de que realmente Stempfle hubiera sido asesinado excepcionalmente sin una orden de Hitler, ser’a concebible que los autores hubieran sido esos 3 miembros de la SS que Hitler hizo ejecutar posteriormente por vergonzosos maltratos a detenidos preventivos". El cr’tico musical muniquŽs Dr. Willi Schmidt fue fusilado por confusi—n en el nombre. Adem‡s, entre las v’ctimas se encontraba el "ObersturmfŸhrer" SS de la Prusia Oriental y jinete participante en torneos Anton von Hohberg (vŽase el proceso seguido contra el ex "ObergruppfŸhrer" SS von dem Bach-Zelewski ante el Tribunal de jurado de Nuremberg, enero-febrero 1961). Incluso es dif’cil poder identificar nominalmente a todas y cada una de las 74 v’ctimas admitidas por Hitler. La obra aparecida en Par’s en 1934 titulada "Libro Blanco sobre las ejecuciones del 30 de junio de 1934" no es muy de fiar en todos sus extremos. Se basa en gran parte en el "FŸhrerlexicon alem‡n 1934-35Ó publicado por Stalling, Berl’n que hab’a obtenido el visto bueno del Partido el 15 de junio de 1934 [sic]. Con posterioridad, tras el 30 de junio de 1934, se tuvieron que extraer de dicho "Lexicon" numerosas personalidades "imputadasÓ que sin embargo no hab’an sido todas ellas ejecutadas, sino que en parte incluso segu’an ocupando sus puestos de funcionarios. 39 Nota del original: Las palabras "conocido por todos ustedes" no est‡n en el texto oficial del discurso; con las iniciales v.A. se refiere a Werner v. Alvensleben, el hermano del
presidente del "Herrenclub". Alvensteben fue detenido durante el affaire Ršhm, pero no fue ejecutado. 40 Nota del Autor: Kustiker y Stavisky fueron grandes estafadores, cuyas defraudaciones ocasionaron en su d’a asombro internacional. 41 Nota del Original: Seguramente Hitler se refiere a la crisis Pteffer-Stennes 1930-31 y a la menos conocida y menos importante crisis Stegmann en enero de 1933. 42 Nota del Autor: querr‡ decir de julio. 43 "Reichsleiter" y comandante en la reserva Walter Buch, presidente del Tribunal Superior del Partido. 44 Pr’ncipe A.W. -"Auwi"- de Prusia, cuarto hijo del ex emperador, era miembro del partido desde 1930, diputado al Reichstag y "GruppenfŸhrer" de la SA; se dec’a que el ex pr’ncipe heredero era simpatizante. 45 El segundo hijo del pr’ncipe heredero y en 1970 jefe de la Casa Hohenzoller. 46 Lutz conde Schwerin von Krosigk fue ministro de Finanzas del Reich; Franz Seldte, anterior jefe de los "StahIhelm" (Cascos de Acero) fue ministro de Trabajo del Reich. 47 E. Ršhm, "Die Geschichte eines HochverrŠters" Munich 1928, diferentes ediciones posteriores. 48 N. del Editor: La afirmaci—n de Fest no deja de ser sorprendente ya que nadie ha hablado nunca de ello, algo que la propaganda hubiese sabido utilizar muy bien. Sin embargo su afirmaci—n es rotunda. Lo mismo podemos decir de todo lo dem‡s. 49 E. Ršhm, 50 Nota del original: VŽase W, Sauer en: K. D. Bracher "Machtergreifung", p‡g. 946. Segœn Sauer al desarmar a la SA en el verano de 1934 se recogieron 177.000 fusiles, 651 ametralladoras pesadas y 1.250 ligeras, lo que representaba aproximadamente el armamento de diez divisiones de infanter’a de la Reichswehr de acuerdo con lo fijado en el Tratado de Versalles. 50 "SA und deutsche Revolution", en "NS-Monatshefte", a–o IV,1933, p‡g. 251 y ss. 51 Ver A. Rosenberg, "Das politische Tagebuch", p‡g. 34, Segœn este diario de Rosenberg, Hitler no quer’a hacer fusilar a Ršhm pero Rudolf Hess y Max Amann le convencieron de lo contrario: "El gran cerdo debe desaparecer". 52 N. del Editor: El lenguaje utilizado desacredita al autor, al menos al enjuiciar un acontecimiento hist—rico de esta magnitud. Criminales, asesinos... por otra parte conociendo a los personajes implicados todo esta p‡rrafo parece pura fantas’a. 53 N. del Editor: En dos ocasiones Fest afirma que Ršhm no ten’a intenci—n de hacer un levantamiento: "No ten’a preparada ninguna amenaza de insurrecci—n"... "Ciertamente, Ršhm no hab’a planeado un levantamiento" pero ni lo documenta ni lo razona. El caso Ršhm se podr’a haber resuelto como el de Strasser, con la retirada de Ršhm, no hacia falta tal represi—n si no se esperaba realmente un golpe por parte de Ršhm sin embargo el autor se ve obligado, como casi todos los autores, a apoyar al jefe de la SA. 54 Heinrich Bennecke, "Die Reichswehr und der Ršhmputsch", Munich 1964, p‡g. 42. 55 Allan Bullock, "Hitler", Frankfurt/M. 1964, p‡g. 289 y ssÈ 56 Alan Bullock "Hitler", p‡g. 292. 57 N. del Editor: ÁYa ser‡ menos! No olvidemos que fuese cual fuese el resultado final acontecido, durante muchos a–os lucharon juntos y por lo mismo. 58 H.Brennecke, "Die Reichswehr und der Ršhmputsch", p‡g. 62. 59 NŸrnberger Beweisurkunden 951-D. 60 N. del Editor: Kern, que al menos sobre el papel, es el œnico autor al que hay que suponerle buena fe al escribir al respecto, pese a todo afirma, como los dem‡s, que no se trat— de una conspiraci—n y que la raz—n estaba de parte de todos menos de Hitler, Goebbels,
Gšring, Hess... Incluso da a entender que exist’a una conspiraci—n contraria a Ršhm aunque dice ignorar a sus autores. Curiosamente los p‡rrafos que siguen indican todo lo contrario, prueban la evidente existencia de una conspiraci—n, pero por algœn motivo oculto -Àquiz‡s miedo?- Kern hace un esfuerzo para no creerlo y alinearse con todos los dem‡s autores contrarios al nacionalsocialismo. 61 Peter Bor "Conversaciones con Halder", Wiesbaden 1950, p‡g. 104. 62 Hermann Foertsch ÇSchuld und VerhŠngnis" Stuutgart 1951, p‡g. 48. 63 H. Foertsch, cit., p‡g. 48 y sig. 64 H. Foertsch, cit., p‡g. 54. 65 N, del Editor La mala fe al incluir las declaraciones de Von Kleist es evidente pues con ellas quiere volver sobre el tema de que se trataba de un montaje, sin embargo justamente interpretadas no quieren decir gran cosa, pues si realmente las SA estaban preparando un levantamiento no se lo iba a confirmar Heines a Kleist. Las opiniones de Kleist que da m‡s importancia a la disculpa de Heines que ser’a uno de los implicados en el complot, que a los informes que reconoce haber recibido de (tropa, SA, antiguos Cascos de Acero , SS, civiles y funcionarios), es decir, todo el mundo, carecen de la m‡s m’nima importancia, pero Kern las incluye para hacer recaer la culpa sobre Hitler, pese a que Kleist era en aquel momento un personaje totalmente secundario. La biograf’a de Kern de Hitler tiene fama de ser la m‡s objetiva, as’ que convendr’a preparar una nueva que lo sea de verdad. 66 H. Bennecke, cit., p‡g. 85. 67 N. del Editor: Lo de que las octavillas eran falsas lo han dicho, sin documentarlo, casi todos los autores y pese a tratarse de un tema crucial, nadie intenta demostrarlo. Kern, como todos los autores, sorprendentemente toma partido por Ršhm quien, adem‡s de ser nacionaIsocialista como Hitler era homosexual. ÀSer‡ esa la diferencia que les hace simpatizar con Ršhm. Quiz‡s si Hitler en vez de enamorarse de Eva Braun lo hubiese hecho de su ayuda de c‡mara los diversos autores habr’an sido m‡s indulgentes con Žl. Suponer, como dice Kern que Hitler se decidi— a actuar debido a una noticia "que con una simple investigaci—n policial se habr’a detectado inmediatamente como falsa", hace pensar que quiz‡s el FŸhrer se decidi— a atacar Rusia porque vio en una pared, escrito con tiza, una inscripci—n diciendo: "Os vamos a atacar. Stalin". 68 N. del Editor: Si Kern afirma que "Strasser ni se hab’a rebelado, ni hab’a conspirado", parece dar a entender que otros s’ lo hab’an hecho, pero realmente todos lo han negado. 69 De la revista "MŸnchner Illustrierte", n¼ 50/1954. 70 N. del Editor: Kern da la cifra de 191 muertos sin documentarla. Por otra parte estas œltimas palabras nos han dejado perplejos. Pretender que Ršhm y sus hombres hubiesen sido al final de la guerra leales hasta la muerte es mucho suponer si no lo fueron durante la paz, pues aunque efectivamente no tuviesen planeada una conspiraci—n para el d’a 30 de junio, las declaraciones, actitudes, los contactos con dirigentes extranjeros, la negativa a seguir las —rdenes de Hitler, las bravuconadas, etc. etc. no son precisamente la mejor garant’a para confiar en ellos en tiempos de guerra, los que fueron fieles hasta la muerte fueron Goebbels, Gšring, Himmler, Hess... En cuanto a la afirmaci—n de que "una gran parte de los oficiales de estados mayores que fueron los beneficiarios principales del 30 de junio se apearon del carro..." hay que recordar que si como pretende Kern no exist’a ningœn complot por parte de Ršhm, entonces todo habr’a quedado igual sin haberse producido el golpe de Hitler y los oficiales de estado mayor habr’an sido exactamente los mismos. Ahora bien si a lo que se refiere Kern es a una supuesta victoria de Ršhm, entonces habr‡ que tenerse en cuenta que entramos en el terreno de la "historia ficci—n", un III Reich sin Hitler y con Ršhm y con el Front d«Alliberament Gay de Catalunya.
71 Hermann Rauschning ÓGesprŠche mit Hitler" Europa Verlag AG, ZŸrich-Wien-New York, 1940, p‡g. 144. Nota del Autor: recientemente parece que se ha demostrado irrebatiblemente que estas memorias de Rauschning son inciertas y est‡n trucadas. Pero ya anteriormente se ten’an sospechas de ello; vŽase, por ej. en "Hitler ma dit", H. Rauschning, Edition Aimery Somogy, collection Pluriel, 1979 el Avant-propos et notes de Raoul Girardet en la nouvelle Ždition revue et completee. 72 Friedrich Hossbach, "Zwischen Wehrmacht und Hitler 1934-1938Ó, WolfenbŸtteler Verlaganstalt, WolfenbŸttel y Hannover, 1949. 73 Rauschning, o.c.,p‡g. 144. 74 Gšrlitz/Quint, "Adolf Hitler. Eine Biographie", SteingrŸben Verlag, Stuttgart 1952, p‡g. 318-319). 75 Bracher/Sauer/Schulz, Die NS Machtergreifung", Westdeutscher Verlag, Kšln y Opladen 1960, p‡g. 940. 76 Nombramiento firmado por el propio Hitler en 1-12-1933, 77 Helmut Kransnick, "Der 30 juni 1934" en la publicaci—n ÒDas Parlament" 30-06-1954, p‡g. 320. 78 Edgar Ršhricht "Pflicht und Gewissen", p‡g. 63. 79 "Der Spiegel",ÓDer Furcht so fern, dem Tod so nah", 15-05-1957. 80 N. del Editor: Aunque nosotros, como nacionalsocialistas, nos creamos la versi—n de Hitler mientras no se demuestre lo contrario, queremos llamar la atenci—n sobre las opiniones de Ršhm citadas en este p‡rrafo que, aunque contribuyan a reforzar la versi—n de Hitler, no tienen porque ser autŽnticas a juzgar por los que las presentan. 81 Hermann Foertsch, "Schuld und VerhŠngnis", p‡g.48. 82 ÒDer Spiegel" 15-05-1957. 83 G. Reitlinger. "Die SS-Tragšdie einer deutschen Epoche", Verlag Kurt Desch, Wien-MŸnchen-Basel 1957. 84 Charles Wighton, "Heydrich.Hitlers most evil Henchman", Odhams Press, Londres 1962. 85 N. del Editor: Nos abstenemos de comentarios en muchos p‡rrafos pese a la basura que escriben muchos de esos desgraciados alemanes que han logrado categor’a de historiadores al escribir en los peri—dicos de la reacci—n en Alemania. Chusma y rechusma, como dir’a Graci‡n que con sus textos ensucian estas p‡ginas. 86 Auto de acusaci—n contra Dietrich, p‡g. 46. 87 N. del Editor: Pese a nuestro intento de no plagar de notas y comentarios los textos, no podemos sustraernos a volver una y otra vez sobre lo mismo. Este autor afirma, como los anteriores, que Òla SA no pensaba traicionar" y como prueba de ello dice que Ršhm "visit— unidad por unidad a toda la organizaci—n de la SA. Puso en escena grandes ejercicios bŽlicos. Dirigi— alucinantes alocuciones en los que anunciaba la "segunda revoluci—n" del nacionalsocialismo..." Nos gustar’a saber en opini—n de este autor que hubiera tenido que hacer Ršhm caso de querer traicionar. 88 Declaraci—n de Patzig, "Der Tageaspiegel", 10-05-1957. 89 Carta de Hšfle a Ršhm, 12-06-1934. 90 Nota del Autor: Àno se ha dicho en otro lugar que era a la isla de Madeira? 91 Franz von Papen,ÓDer Wahrheit eine Gasse", Paul List Verlag, MŸnchen 1952 ;"SŸddeutsche Zeitung"30-06-1964. 92 "Keesings Archiv der Gegenwart 1931 bis 1945" Siegler Verlag, Wien-Berlin, n¼ 341486. 93 Martin H. Sommerfeldt, Ich war dabei-Die Verschwšrunq der DŠmonen 1933-1934", Drei Quellen Verlag, Darmstadt 1949. 94 ÒVšlkischer Beobachter", 1-7-1934.
95 N. del Editor: Desconoc’amos esa nueva habilidad mŽdica de Hitler que le permit’a, por medio de una visita, calcular la duraci—n de la vida de una persona. 96 N. del Editor: Parece un poco aventurado afirmar que el nombramiento de Hitler como FŸhrer y Canciller pasase por la aprobaci—n de la Reichswehr. De hecho Hitler pod’a oponer a 100.000 hombres del EjŽrcito la SA con sus m‡s de tres millones de miembros. Si Hitler apoy— al EjŽrcito fue por creer que era lo mejor para Alemania y no para lograr un apoyo que pod’a obtener por las armas o por las urnas. 97 John W. Wheefer-Bennett, "Die Nemesis der Macht. Die deutsche Armee in der Politik 1918-1945Ó, Droste Verlag, DŸsseldorf 1954. 98 Diario de Lutze publicado en el "Frankfurter Rundschau", 14-5-1957. 99 Nota del Autor: derrota de Alemania, 1945. 100 S. Westphal, "Heer in Fesseln", 21 ed., AthenŠum-Verlag, Bonn 1952, p‡g. 20. (Existe edici—n espa–ola: "EjŽrcito en cadenas", JosŽ JanŽs editor, la ed., 1951). 101 Peri—dico "Die Welt", 20/31 mayo 1957. 102 Peter Bor, "Gespr‡che mit HalderÓ, p‡g. 125, Limes Verlag, Wiesbaden 1950. 103 N. del Editor: Insistimos otra vez en lo mismo. Todos los autores quieren dar la raz—n a Ršhm En este caso el autor utiliza el testimonio de un coronel para desmentir a tres generales. 104 N. del Editor: Carece de sentido que Daluege impidiese a Ernst una entrevista con Frick ya que el ministro era uno de los hombres de confianza de Hitler. Por otro lado era evidente que si Ernst quer’a hablar con Frick era para asegurarle que no estaban tramando nada, lo cual har’a de la misma manera tanto si tramaban como si no. 105 Escrito de Karl Schreyer a la Jefatura Superior de Polic’a de Munich, 27-5-1949, p‡g. 5; actas del proceso ante la Audiencia Territorial MŸnchen 1. 106 "Blick in die Zeit", 7-7-1934. 107 Diario de Lutze en el peri—dico ÒFrankfurter Rundschau", 14-5-1957. 108 Sentencia Dietrich, p‡g.77, en el "SŸddeutsche Zeitung", 8-5-57. 109 Declaraci—n de Martina Schmid, diario "AbendipostÓ, 7-5-57. 110 ÒVšlk. Beobachter", 3-7-34.) 111 Acta interrogatorio del Dr. Robert Koch, 25-1-49, actas del juicio en la Audiencia Territorial Munich 1, p‡g. 1. 112 Relaci—n de internados en el penal de Munich, actas juicio Audiencia Territorial Munich 1. 113 Escrito de Schreyer al Jefe Superior de Polic’a de Munich. 114 N. del Editor: En su libro "A–os desaparecidos" queda de manifiesto que Ernst Hanfstaengl dec’a m‡s mentiras que una edici—n de telediario. 115 Alan Bullock, "Hitler, A Study in Tyranny", Nueva York, 1964, p‡g. 67. 116 N. del Editor: ÁYa ser‡ menos! 117 Konrad Heiden,ÓDer Fuehrer", Boston, 1944, p‡g.89. 118 Joachin [sic] C.Fest, "Hitler", Nueva York, 1974, p‡g.127. 1 119 Kurt LŸdecke, ÒI knew Hitler", Nueva York, 1938, p‡g. 245. 120 "Hitlers Secret Conversations", p‡g. 267. 121 N. del Editor: Al pobre Gšring se te atribuyen, sin m‡s, los m‡s diversos delitos, desde incendiario del Reichstag hasta ladr—n de cartas. 122 Glyn Roberts, ÒThe Most Powerful Man in the World: The Life of Sir Henri Deterding", Nueva York, 1938, p‡g. 317. 123 Doctor Joseph Goebbels, "My Part in Germanys Fight", traducido por Dr. Kurt Feilder, Londres, 1935, p‡gs. 16-17.
124 N. del Editor: Conociendo la trayectoria pol’tica de Hitler, as’ como sus discursos, es pura fantas’a pensar que dijo en alguna ocasi—n que Žl "allanar’a el camino a la monarqu’a". 125 Hans Rothfels, "Die deutsche Opposition gegen Hitler", Scherpe-Veriag, Krefeld 1949. 126 Allan Bullock, "Hitler", Droste Verlag, Dusseldorf. 127 Documento del juicio de Nuremberg 951-D. 128 N. del Editor: ÁYa ser‡ menos! 129 N. del Editor: Este pretentido diario de Goebbels contiene tantas falsedades y tonter’as que es mucho m‡s veros’mil la historia de Blancanieves. 130 N. del Editor: Recordemos que David Irving, pese a la propaganda que le han hecho algunos "camaradas" es tan poco de fiar como los dem‡s historiadores oficiales. 131 La Forschungsamt se dedic— a descifrar continuamente los cables diplom‡ticos franceses; pero los archivos de la diplomacia francesa no contienen, al parecer, ningœn informe que indique que Ršhm estuviera conspirando con M. Fran•ois-Poncet, cuesti—n que este œltimo me ha negado personalmente por correspondencia. 132 Doctor Edgar Jung. Los Archivos Secretos Estatales de Munich revelan que fue un asesino a sueldo del gobierno b‡varo, quien entre otros hab’a liquidado al dirigente separatista Heinz-Orbis en 1924. 133 En el diario de Martin Bormann, el 30 de junio de 1934, aparecen siete nombres: "Descubierta la conjura de Ršhm, Schneidhuber, el conde Spreti, Heines, Hayn, Schmid, Heydebreck, Ernst. Todos fusilados." 134 N. del Editor: En contra de lo que la propaganda ha reiterado, no puede compararse el III Reich ni siquiera con una dictadura como la de Franco. En el III Reich las cuestiones se discut’an y el grado de libertad de opini—n no era inferior al actual en las democracias europeas. Vease sino el mencionado discurso de Pappen presionando en un sentido o el mencionado anteriormente de Ršhm intentando influir en otro. En el III Reich exist’a una pluralidad y una posibilidad de discusi—n muy superior a lo que la propaganda nos ha hecho creer. 135 N. del Editor: Aunque todos los autores antinacionalsocialistas aseguran que Hitler era brutal e intransigente, cuando refieren su propio caso se muestran arrogantes ante Hitler e invariablemente el FŸhrer, en vez de enfuerecerse y revolcarse por la alfombra babeante, se muestra correcto y comprensivo ante la bravuconeria de su interlocutor. En parte ha de contarse con una exageraci—n destinada a mostrar una propia valent’a que se apoya exclusivamente en sus palabras, pero sin embargo parece deducirse de dichos textos, como al que ahora nos referimos, que Hitler era comprensivo, pues si se hubiese mostrado agresivo sin duda lo hubiesen referido los protagonistas. 136 N. del Editor: En ocasiones la lectura de estos texto parece situar a Hitler a la derecha y a Ršhm a izquierda, naturalmente segœn lo que se entiende hoy por tales tŽrminos. Pero esto no es ni mucho menos exacto. ni tan siquiera aproximado. Podr’amos decir, utilizando la terminolog’a actual, que Hitler era la izquierda y Ršhm la extrema izquierda, mientras que a Hindenburg o a los militares les corresponder’a el papel de la derecha. Recordemos que la pol’tica de Hitler estuvo dirigida principal, fundamental y casi exclusivamente a los trabajadores. El objetivo primordial fue lograr trabajo y desarrollar un programa social que result— extraordinario. El Frente del Trabajo constituy— una organizaci—n ejemplar en la educaci—n socialista del pueblo. Incluso al EjŽrcito le llegaron los tiempos de cambio y las arraigadas aristocracias militares tuvieron que ceder terreno frente a j—venes militares que carec’an de antecedentes militares acreditados. Aunque todos los autores hablan del ala izquierda del Partido capitaneada por Ršhm, en ningœn lugar hemos visto ningœn programa m‡s all‡ de su deseo imperioso de sustituir al EjŽrcito. Ršhm no ten’a programa. Era un
hombre de acci—n ambicioso pero no representaba ni la derecha ni la izquierda. La lucha de Ršhm se hallaba centrada en controlar el EjŽrcito o en sustituirlo por un ejŽrcito revolucionario, pero en todo ese plan no se puede percibir ningœn tipo de programa socialista. El representante de los trabajadores, como trabajador que hab’a sido, no era otro que Adolf Hitler. 139 N. del Editor: Para preparar un levantamiento sorpresa resultar’a mucho m‡s l—gico difundir consignas de vacaciones que de acuertalamientos, 137 N. del Editor: Este œltimo p‡rrafo de Speer no tiene desperdicio. No sabemos bien que quiere demostrar con Žl, algo as’ como que Hitler no quer’a que lo tutearan, lo cual teniendo en cuenta lo raro que es el tuteo en Alemania tampoco ser’a para sorprenderse. Sin embargo hemos de recordar que en la primera carta escrita por Hitler a su amigo de juventud August Kubicek, despuŽs de muchos a–os sin verse, utiliza el "tu". Por otro lado sigui— tuteandose con los otros tres mencionados, pese a la manera que tiene Speer de presentarlo. En cuando al œltimo de ellos, lo mat— antes de que lo matara a Žl. 138 Oficial superior del partido nazi en los distritos rurales. 139 N. del editor: Para levantar un levantamiento sorpresa resultar’a mucho m‡s l—gico difundir consignas de vacaciones que de acuertelamientos. 140 N. M Editor: Creemos que si Hitler hubiese querido, podr’a haber matado "disimuladamente" y sin grandes dificultades a Hindenburg. Siempre es m‡s f‡cil acabar con un anciano enfermo que con varias docenas de hombres sanos y aguerridos. 141 N. del Editor: El autor da demasiada importancia al discurso de Papen. Probablemente en su momento no pas— de ser una anŽcdota. 142 N. del Editor: Esta historia es m‡s fant‡stica que la guerra de las galaxias. 143 N. del Editor: Lutze no era ni incapaz ni corrupto. 144 N. del Editor: Quiz‡s los documentos no fueron destruidos por los nacionalsocialistas sino por los aliados o quiz‡s se guardan como secreto hasta el siglo 43. 145 N. del Editor: El autor es un memo, pues aun suponiendo que ni existiese ningœn plan de levantamiento, detener a varios jefes de la SA entra–aba riesgo pues de otro modo ya lo habr’an hecho con anterioridad los comunistas. 146 N. del Editor: Pretender que Heinrich Hoffmann era la œnica persona en el III Reich que distingu’a una foto buena de una mala es una melonada. 147 N. del Editor: "El Imperio contrataca". 148 N. del editor: ÒIndiana Jones y el templo maldito.Ó 149 N. del Editor: Wagner no lo sabe pero el autor s’ ÁquŽ listo! 150 Nota del Editor: Lo de que "solo uno" no participaba es evidentemente falso. Recordemos que el grupo de Ršhm era una minor’a y que aunque doscientos mil SA se incorporasen al EjŽrcito, m‡s de tres millones no ver’an modificada su situaci—n. Como sea que muchos SA eran parados, lo que apoyaban era una pol’tica de empleo y no y una pugna con el EjŽrcito. Sab’an que Hitler crear’a m‡s de los 200.000 puestos de trabajo que esperaba Ršhm del EjŽrcito. 151 Nota del Editor: Quiz‡s si la encontraban vac’a la desestimaban como prueba. 152 Nota del Editor: Las distintas versiones son muy contradictorias. Unas dicen que Ršhm no dijo ni una palabra y otros lo contrario. 153 Nota del editor: La afirmaci—n se las trae. "...ninguno hab’a cometido un delito cualquiera contemplado en el c—digo penal". Parece que el autor sabe m‡s que nadie del asunto, pero aœn aceptando que eso fuese as’ cabr’a preguntarse: ÀPor quŽ Hitler no actu— as’ con Le—n Blum jud’o y responsable del Frente Popular FrancŽs), ThŠlman (Jefe del Partido Comunista Alem‡n) o Severing (uno de los m‡s destacados jefes de los socialistas alemanes)
por ejemplo? Ào es que Hitler decidi— aprovechar para matar a TODOS sus enemigos y s—lo encontr— ochenta y pico en toda Alemania? 154 N. del Editor: Tomamos con todas las reservas esta carta. Ršhm pod’a ser homosexual pero no idiota y es dudoso que dijese todas estas cosas por escrito. 155 N. del Editor: Se tome cualquiera de las versiones como autŽntica, en ninguna de ellas puede ser considerado Lutze un traidor sino todo lo contrario 156 N. del Editor: Aœn a riesgo de hacernos pesados hay que repetir una vez m‡s que aunque todos afirman la falsedad del inminente levantamiento de la SA y la falsificaci—n de las pruebas, ninguno aporta ninguna prueba ni en un œnico caso. 157 N. del Editor: En el af‡n de acusar a Hitler todos parecen olvidar que casi todos los detenidos eran hombres de acci—n o militares, y no ha de sorprender que alguno se defendiera. 158 N. del Editor: El patito feo, P’nocho, el Diario de Ana Frank y ahora el relato de Hegner. 159 N. del Editor: ÁQuiŽn da mas! 160 N. del Editor: Se afirma por numerosos "pseudohistoriadores" que Hitler sent’a una gran aversi—n hacia los militares de oficio y sobre todo ante la estrecha mente de los generales". Lo que no se corresponde con algunos planteamientos suyos, como al nombrar su œnico sucesor en los tristes d’as de 1945 al Gran Almirante Doenitz, que puede interpretarse como el œltimo gesto de gratitud hacia el ejŽrcito por su entrega durante todos los a–os de lucha. 161 N. del Editor: ÀquŽ pruebas? 162 N. del Editor: Durante el III Reich un juicio as’ hubiera sido quiz‡s tendencioso -aunque hemos de recordar el caso del incendio del Reichstag-, pero demuestra un gran sentido del humor pensar que en 1957 iba a ser de otro modo, aunque en sentido contrario. 163 Nota del Autor: Ver Incendio del Reichstag" en el n¼ 16, p‡g. 3299 y ss. de ÇEscritos Pol’ticos". 164 N. del Editor- Si nuestros enemigos fuesen tan objetivos como nosotros y se limitasen a reproducir textos con notas a pie de p‡gina, la gente podr’a conocer otras opiniones. Es curioso constatar al respecto que pr‡cticamente ningœn autor cita el discurso explicativo de Hitler. Segœn parece la opini—n del principal protagonista importa poco, 165 Nota del original: Kate Eva Hoerlin, esposa de Willi Schmid, cont— la historia del asesinato de su marido, en una declaraci—n jurada el d’a 7 de julio de 1945 en Bingharnton, Nueva York. Hab’a adquirido la ciudadan’a americana en 1944. Para apaciguar la atrocidad, Rudolf Hess en persona visit— a la viuda, excus‡ndose por el "error" y asegur‡ndole una pensi—n del Gobierno alem‡n. La declaraci—n consta en el Documento de Nuremberg L-135, NCA, ViÁ, ps. 883-90. 166 N. del Editor: Aparte de Ršhm y Heines de nadie m‡s se ha dicho que fuesen homosexuales. A juzgar por lo que publica habitualmente la prensa actual, cabr’a pensar que los "pervert’dos sexuales y asesinos" abundan m‡s en los gobiernos occidentales que en el III Reich. 167 N. del Editor: Suponiendo que realmente pueda afirmarse que se trat— de "una carnicer’a sin precedentes en la historia alemana" fue ampliamente superada por la que tuvo lugar a partir del 8 de mayo de 1945. 168 N. del Editor: El ejŽrcito alem‡n actual tiene muchas de tales manchas, pues no ha hecho nada por devolver la honorabilidad a militares como Jold o Keitel -entre otros muchos- y considera como un hŽroe a un traidor -nunca mejor empleado el tŽrmino- como fue Stauffenberg quien en vez de detener a Hitler pistola en mano -como hizo Hitler con
Ršhm o dispararle sin m‡s, lo que le hubiera asegurado no errar el tiro, se limit— a poner una bomba como un terrorista. 169 A. Bronnen, "Rossbach", Berl’n, 1930, pagÓ. 264. Realmente, el libro fue escrito por encargo del editor Rowohlt. Y tambiŽn, "Arnolt Bronnen, gibt zu Protokoll", Hamburg, 1954. 170 Dieter Petzina: "Germany and the Great Depression", en "Journal of Contemporary History", vol.4, nœmero 4, octubre 1969, p‡g. 60. 171 "Spengler Letters", traducci—n inglesa de Arthur Helps G. Allen & Unwin, 1966, p‡g. 304. 172 Para lo que sigue se ha de compulsar con el importante trabajo de Hermann Mau Mie "Zweite Revolution" der 30-Juni-1934", en "Vierteljahreshefte fŸr Zeitgeschichte", a–o l (1953), p‡gs. 119-137. B‡sico y actual es el trabajo de Bracher/Sauer/Schuiz. VŽase tambiŽn "Promemoria eines bayerischen Richters zu den Juni-Morden 1934" en "VfZ", a–o V (1957), p‡g. 102 y ss. 173 N. del Editor: Hubiese sido m‡s legal hacer un juicio de Nuremberg con leyes creadas especialmente para la ocasi—n. 174 N. del Editor: Suponemos que Francia no era un pa’s civilizado con su guillotina, de lo que debemos deducir que el liberalismo no es civilizado.