Historia de la Compañía de Jesús
LOS JESUITAS EN TRENTO Emmanuel Sicre, sj
INTRODUCCIÓN "A mayor gloria de Dios N. S. lo que principalmente en esta jornada de Trento se pretende por nosotros, procurando estar juntos en alguna honesta parte, es predicar, confesar y leer, enseñando a muchachos, dando ejercicios, visitando pobres en hospitales…" (Ignacio a los enviados a Trento) El presente trabajo se enmarca en los estudios realizados en el Noviciado San Ignacio de Loyola acerca de la historia de la Compañía de Jesús, desde sus inicios fundacionales en 1540 con San Ignacio y sus primeros compañeros, hasta la supresión de la misma dos siglos después en 1767. No parece casualidad que la Compañía naciese en el tumultuoso siglo XVI. Se trata de un tiempo histórico donde se viven cambios fuertes y profundos. Un cúmulo de acontecimientos, descubrimientos y evoluciones van a marcar el pensamiento y la filosofía de esta época. Como es de esperar, la Iglesia no fue ajena a esto, por lo que vivió una de las crisis más trascendentes en sus estructuras internas y externas hasta el Concilio Vaticano II. Gran parte de esta etapa de transformación tiene lugar en el Concilio celebrado en la ciudad de Trento. La presente investigación, aunque incipiente, busca poner de manifiesto qué significó la presencia de la recién iniciada Compañía de Jesús para el Concilio de Trento y viceversa, qué fue Trento para la Compañía. 1. Los concilios de la Iglesia Valga comenzar haciendo una pequeña explicación acerca de lo que es un concilio ecuménico y reflexionar sobre su significado. Un concilio ecuménico es una asamblea regular de obispos y teólogos de todo el mundo para decidir cuestiones relevantes de la fe, de la doctrina eclesiástica, de la liturgia de los sacramentos, de las Escrituras, etc. Los concilios ayudan a que la Iglesia esté siempre atenta a profundizar y reflexionar en el misterio de su ser y de lo que Dios quiere hacer con ella para colaborar en la venida del Reino. Se trata de que los hijos Iglesia lean los signos de los tiempos y puedan responder con mayor fidelidad a Dios. A lo largo de la historia de la Iglesia se han celebrado 21 concilios ecuménicos. Los tres últimos han sido Trento (1545-1563) que tardó 18 años en finalizar. Trescientos seis
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años (306) años después, entre 1869 y 1870 se celebró el Vaticano I. Y ciento dieciséis (116) años después el Vaticano II (1962-1967). Si bien es cierto que un concilio depende en gran parte del contexto histórico, estos datos nos llevan a reflexionar que la distancia en el tiempo entre cada concilio es proporcional a la magnitud de la importancia que conlleva la celebración de este tipo de reuniones. 2. El Concilio de Trento1 ¿Por qué un Concilio? Las causas que llevaron a la celebración del Concilio de Trento fueron numerosas y algunas más felices que otras. Lo más importante es que propiciaron la gran oportunidad de la Iglesia para darle respuesta a la situación histórica y buscar la sintonía con el nuevo espíritu que surgía. Básicamente son dos los principales factores que hablaban de cambios radicales: - las profundas transformaciones sociales que anuncian que estaba naciendo un nuevo hombre (con un mayor sentido de la libertad, mayor espíritu crítico y con un profundo interés por la ciencia y la filosofía); y un talante distinto de organización social (del feudalismo a la ciudad, del señor feudal a la burguesía dominante, de la economía medieval de consumo a una más financiera y de mercado favoreciendo el “capitalismo”, etc.). - y la crisis y el desprestigio de los estamentos dirigentes de la Iglesia (con su lógica repercusión en el pueblo). El pueblo sintió el abandono de la catequesis y la predicación, así como el desconocimiento de la lengua que rezaba la liturgia. Esto lo llevó a caminar muy alejado del núcleo central del Evangelio volcándose en devociones exageradas a reliquias y santos que rozaban la superstición. En lo que respecta al clero, los sacerdotes comunes vivían en una precaria situación económica y su única tarea religiosa era decir misas y administrar sacramentos. El alto clero, obispos y abades, competía en acumular beneficios y se encontraba ausente de sus diócesis y ajeno a toda preocupación por la vida cristiana de sus fieles. Su estilo de vida era el propio de señores feudales. En las órdenes religiosas la vida en comunidad sufría una notable relajación moral. El pontificado no se quedaba atrás. Su desprestigio e impopularidad aumentaban con la curia cuyo comportamiento tributario le llevaba hasta la concesión de indulgencias para la recaudación de fondos. Finalmente, una causa no menos importante fue el cisma de la Reforma iniciado por Lutero (1483-1528). Sus seguidores, aún ilusionados de pertenecer a la Iglesia universal, reclamaban ansiosos la celebración de un concilio. A este deseo se unieron después los católicos de todos los países. La convicción de que un concilio y sólo un concilio podía poner remedio a la situación venía desde hacía ya tiempo.
Para este apartado sigo los libros de: CALVO CORTÉS Y RUIZ DÍAZ. Para leer una eclesiología elemental. Del aula a la comunidad de fe. España, Verbo Divino. 1986; y HERTLING, Ludwig, SJ. Historia de la Iglesia. Barcelona, Herder. 1979. 1
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En medio de esta revuelta de causas dos personas importantes tomaron la iniciativa de llevar a cabo la reforma de la Iglesia: - el papa Paulo III que deseaba restaurar la unidad doctrinal y organizativa de la Iglesia que, no sólo había roto Lutero con su reforma protestante en Alemania, sino que también pedía desde dentro la misma Iglesia por ejemplo con los sacerdotes reformados, entre otros; - y el emperador Carlos V que quería dejar para más tarde las cuestiones teológicas y dogmáticas, y proponía que se aprobaran primero los decretos de reforma que exigía el protestantismo alemán para poder recomponer la unidad de su Imperio. Finalmente, se decidió que se tratarían ambos decretos y que, para acercarse más a los “conflictivos” alemanes, el Concilio se celebraría en la ciudad imperial de Carlos V de Trento. Lo que nunca sabrían ambas figuras es que el Concilio llevaría mucho más tiempo (18 años (1545-1563) y 5 papas) y esfuerzo del que habrían sido capaces para que Trento culminara. ¿Qué significó Trento para la vida de la Iglesia? Tanto en duración como en trascendencia supera a todos los demás concilios ecuménicos de la historia hasta el Vaticano II. Si bien no logró el objetivo que se propusieron sus iniciadores de recuperar la unidad de la Iglesia (a los ortodoxos se le sumaban los evangélicos (luteranos), los reformados (calvinistas) y los anglicanos), rebasó las expectativas en torno a muchos problemas de la fe. A partir de este Concilio todo el mundo debía responder si quería ser o no católico. La gran profundidad religiosa y su potencia teológica impedía en modo alguno que se hablase de decadencia espiritual en la Iglesia. El Concilio de Trento fortificó la confianza de los católicos en el magisterio y en la jerarquía. La reforma conciliar abarcó todos los temas en pugna. Estableció la obligación de residencia de los obispos y sacerdotes en sus diócesis, y también su plena libertad en el ejercicio de su ministerio. Recomendó la frecuente celebración de sínodos diocesanos y provinciales, así como una cuidadosa selección y educación del clero (que acentuó el marcado clericalismo propio de este concilio), y dio normas detalladas en torno a la catequesis para el pueblo y a la celebración de la liturgia (por ejemplo: Catecismo romano, Breviario romano, y el Misal romano). También introdujo innovaciones decisivas en la organización de los beneficios eclesiásticos. En cuanto a la doctrina, enumera el canon de libros de la Biblia y establece como fuentes de la revelación la Sagrada Escritura y la Tradición según el magisterio de la Iglesia. Afirma que son siete los sacramentos, reconoce el carácter sacrificial de la misa, clarifica el papel de las obras de justificación, recomienda el uso de imágenes y aprueba el valor de las indulgencias y de la existencia del purgatorio. En este mejor ambiente surgen, con fuerza y aceptación, nuevas órdenes religiosas para atender acuciantes necesidades sociales como la enseñanza, la sanidad, la caridad con huérfanos y pobres, y la formación de los sacerdotes o la atención apostólica a ámbitos concretos. Sería erróneo pensar que el Concilio de Trento imprimió un nuevo rumbo en infundió un nuevo espíritu a la vida religiosa. Le aportó, sí, claridad y limpieza, corroboró su valentía y su sentimiento de responsabilidad, pero no creó ningún tipo nuevo de santo. Ni era
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necesario. Trento representa un hito en la trayectoria de la Iglesia, no un viraje ni una ruptura. 3. ¿Qué tuvieron que ver los jesuitas en Trento?2 La participación de los primeros jesuitas en Trento parece un hecho casi irrisorio, al menos en los primeros años. ¿Qué podía ofrecer a tamaña situación una orden incipiente como la Compañía de Jesús con apenas 5 años de vida, no más de doscientos miembros, sin Colegios, ni publicaciones, con sólo 3 teólogos (porque el cuarto, Fabro, muere antes de partir a Trento), y habiéndose enterado de la indicación pontificia para la asistencia al Concilio un día antes de comenzar éste en 1545? En efecto, para san Ignacio los jesuitas simplemente cumplirían el pedido que Paulo III le había hecho: enviar a dos de los suyos. Pero, por otro lado, la historia insiste en remarcar la importancia de la Orden ignaciana en la tarea reformadora. Así, el P. García Villoslada, sj, señala en su biografía de san Ignacio que “Ignacio de Loyola fue uno de los más egregios reformadores de la Iglesia de su tiempo; para Ludovico Pastor, es el mayor del s. XVI. Para Droysen, “la Iglesia romana, sin aquel español, no hubiera recobrado nueva vida y nuevas fuerzas. Extendió su radio de acción desde los papas, cardenales, obispos y príncipes, religiosos y clérigos, hasta las personas más ínfimas, abandonadas y despechadas como la hez de la sociedad. Los resultados fueron sorprendentes”3. Lo que puede resultar interesante es que, si bien la tarea pudo haber sido como los historiadores mencionan, las instrucciones de Ignacio marcan el estilo de su participación en estos momentos cruciales en la vida de la Iglesia. Las instrucciones de Ignacio a los enviados a Trento En su carta de 15464, “monumento a la sensatez”, como subraya Alburquerque, sj, Ignacio recomienda cuál ha de ser el modo de proceder de los que han sido designados como asistentes al Concilio. Tres son los aspectos prioritarios. La primera parte aconsejaba que fueran modestos al presentar sus opiniones, que escucharan con respeto el punto de vista de los otros, “sería quieto para sentir y conocer la manera de pensar, afectos y voluntades de los que hablan para mejor responder o callar”. En la segunda parte de las instrucciones les daba referencias en torno a los ministerios: predicación, enseñar el catecismo a niños, visitar a los pobres en los hospitales, mover con tino a las personas a hacer los Ejercicios Espirituales, a confesar y comulgar a menudo y orar por el Concilio. Ignacio calificaba estos ministerios como la razón principal, al menos para él, de que los jesuitas estuvieran en Trento y, por tanto, ésta debe considerarse como la parte más importante de la carta.
Los libros que sigo en estos apartados son: ✓ ALBUERQUERQUE ANTONIO, SJ. Diego Laínez, SJ. Primer biógrafo de S. Ignacio. España. Mensajero - Sal Terrae. 2005. ✓ O’NEILL, SJ- DOMÍNGUEZ, SJ. Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús. Biográfico – Temático. Madrid-Roma. I.H.S.I.- P.U.Comillas. 2001. Tomo IV. 3 GARCÍA VILLOSLADA, SJ, R. San Ignacio de Loyola. Nueva biografía. BAC Maior 28, Madrid. 1968, p 611. 4 Obras Completas. Transcripción, introducción y notas de Ignacio Iparraguirre, sj y Cándido de Dalmases, sj. Madrid. B.A.C. Cuarta Edición. 1982. pp. 705-708. 2
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La tercera parte se refería al estilo de vida y régimen de los jesuitas. Se les recomienda que vivan juntos y en lugar modesto, y que se reuniesen por la noche, por espacio de una hora, para hablar sobre las experiencias del día, y planificar lo que pensaban hacer el día siguiente, así como corregir conductas. Vale rescatar aquí, como cierre, la opinión de O’ Malley al que le parece importante destacar que “lo que, por supuesto, faltaba a la carta de Ignacio era cualquier alusión a los grandes temas que afrontaba el Concilio. Obviamente, confiaba en que, fueran cuales fueran las cuestiones, los jesuitas tendrían algo útil que decir cuando la ocasión lo requiriese. Él veía a los jesuitas, sin embargo, más como mediadores que como presentadores de una agenda específica”5. Primera etapa (de diciembre de 1545 a abril de 1548): El primero en llegar a Trento fue Claudio Jayo, enviado por el cardenal de Augsburgo, Otto Truchsess. Allí tuvo sus primeras intervenciones llevó a una mayor precisión el decreto sobre los libros inspirados y las tradiciones apostólicas, distinguiendo las tradiciones relativas de la fe de las relativas a usos y costumbres no inmutables. Además, apuntó la necesidad de los colegios eclesiásticos, lo que sería años después un atisbo del decreto sobre los seminarios. Para cuando llegaron Laínez y Salmerón a principios de 1546, el Concilio ya había comenzado. Contrastando con la aceptación que se ganó Jayo, la acogida de éstos dos últimos no fue muy halagüeña. Concretamente entre los españoles que tenían ciertos resquemores por los encuentros de Ignacio con la Inquisición en su paso por Alcalá, y porque no rezaban el oficio en coro. Pero, como comenta Gutiérrez, SJ, en su artículo sobre Trento, “la modestia y la sencillez en su trato, su asidua dedicación a las tareas del Concilio, y en particular al servicio de los pobres, al fomento de la piedad y práctica de los Ejercicios no tardaron en hacer el cambio”6. Un dato que puede resultar curioso es que los prelados tenían poca idea de muchos de los temas y deben consultarles a los teólogos. Salmerón nos relata esta situación: “Hay muchos prelados doctos aun en las cosas sagradas, que, primero que digan, nos muestran sus votos para que sobre ellos les digamos nuestro parecer; y otros que, aunque sean doctos en otras facultades, no lo son en teología, quieren ser primero informados a boca y después que palabra por palabra les digamos lo que han de decir; y entre ellos una persona muy buena y real y en un escrito que le había dado un teólogo, que a lo menos tenía dos o tres errores ajenos a la fe y de la buena mente de este buen prelado, y sin embargo lo tenía para votar, y mostrásndonoslo y siendo avisado de la verdad, luego nos hizo escribir otro parecer, conforme al cual se rigió en congregación.” 7
Sin dudas que la intervención lograda por Laínez en torno a escabroso y neurálgico tema de la justificación le valió la aceptación y admiración de todos en los restantes años del Concilio. El tema era un punto de división entre católicos y protestantes. Para los católicos: justificados por Cristo y colaboradores de la gracia; para los luteranos, “sola 5 O’ MALLEY, SJ John W. Los primeros jesuitas. España. Mensajero - Sal Terrae. 2005. Trad. Juan Antonio Montero Moreno. p. 395 6 O’NEILL, SJ- DOMÍNGUEZ, SJ. , Op. Cit., p. 3834. 7 Citado por ALBUERQUERQUE ANTONIO, SJ. Op. Cit., p. 32
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gratia”. Finalmente, su disertación formó parte del decreto final por ser la más completa de todas. Entre otros trabajos que Salmerón y Laínez llevaron a cabo juntos, se encuentra la confección de una larga lista de errores protestantes junto con citas importantes de concilios, Padres y Doctores de la Iglesia. Esta lista es la que sirvió de guía para las discusiones y de esquema inicial para la definición del Concilio sobre los sacramentos. Esta primera etapa se cierra cuando se tuvo que trasladar el Concilio de Trento a Bolonia. La peste había provocado la huida de muchos de los prelados que dejó despoblada la ciudad imperial, y por muchos intentos de traslado a Bolonia, se dio el comienzo de una crisis y un punto muerto del Concilio. En medio de estas circunstancias el cardenal Cervini (futuro Papa Marcelo) no dejaba a Laínez que se recuperara de su siempre deficiente salud. Éste, después de haber perorado tres horas sobre el sacramento de la Penitencia, aquél quería que disertase aún sobre el resto de los sacramentos y resumiese los votos de los teólogos. Finalmente, los jesuitas abandonaron por tandas la ciudad de Trento. Segunda etapa (de mayo de 1551 a abril de 1552): Pasados tres años comienza una nueva etapa para el Concilio. El papa Julio III nombra a Laínez y Salmerón como los únicos teólogos pontificios. Como tales serían los primeros en hablar sobre las discusiones doctrinales contribuyendo muy significativamente al tema de la Eucaristía y la Penitencia. Por estos tiempos, la salud de Laínez preocupa a sus compañeros, tanto a Salmerón como al resto de los de Roma. A los que nos les parece importar demasiado es a los cardenales que veían indispensable la presencia del jesuita a pesar de todo. Ignacio, preocupado desde Roma ("A Laínez que salga de Trento si le hará más bien y no trabaje" 8), piensa en sustituirlo por Nadal, pero al teólogo Laínez no se le permite abandonar Trento. A pesar de los constantes brotes de malaria que sufría Laínez continúa trabajando. Salmerón afirmaba, según comenta Alburquerque, SJ, que "dos o tres sustitutos de Laínez no harían el trabajo que éste hace en el Concilio, ni contribuirían como él al bueno olor de la Compañía"9. Con todo, Laínez llevó a cabo una labor prodigiosa sobre el tema de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Insistió firmemente en el valor del "est" en la consagración y rechazó, con abundantes textos de la Escritura, el simbolismo protestante que no creía en la transustanciación, sino en la consustanciación limitando la presencia real en la Eucaristía al momento de la misa y nada más. También, junto a Salmerón, redactaron los capítulos dogmáticos sobre la Penitencia y la Eucaristía. Con el buen hacer de estos teólogos pontificios, la Compañía adquiere valor a los ojos de los obispos de todo el mundo y tiene lugar la fundación de varios colegios. Tal es así que Ignacio llega a proponerles cuán posible sería la aprobación de la Compañía por los padres conciliares. A lo que éstos respondieron que no sería conveniente tal pedido por no haberse hecho cosa parecida en un Concilio. El fin de esta segunda etapa llega con los conflictos políticos sobre la reforma y la guerra de Alemania contra Carlos V llevan a un nuevo punto muerto del Concilio, por lo que Julio III ordena su clausura. 8 9
Ibíd., p. 50 Ibíd., p. 52
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Tercera etapa (de enero de 1562 a 1563): La tercera etapa de Trento fue la más compleja y polémica. Nunca se habían reunido tantos prelados y teólogos en un Concilio. Asimismo, sentó las bases para los problemas más acuciantes y marcó una disciplina que regiría por siglos. El número de jesuitas que participaron aumentó considerablemente. Canisio, Couvillon, Polanco, Nadal, Juan de Victoria y, siendo de las poquísimas figuras que estuvieron presente los dieciocho años del Concilio, Salmerón y Laínez. Éste último, además de ser teólogo pontificio había sido electo general de la Compañía tras la muerte de Ignacio. Ambos "títulos" generaron conflictos protocolares a la hora de la ubicación dentro del aula conciliar, ya que los maestros de las antiguas órdenes no estaban de acuerdo en que se sentara junto a ellos. El “épico conflicto” fue solucionado por la sencillez del jesuita que aceptó sin más sentarse y votar en último término. Los temas más importantes que resolvió el Concilio vieron la intervención de los jesuitas. En efecto, la residencia de los obispos en sus diócesis fue declarada de derecho divino y Salmerón por pedido de Paulo IV elaboró un detallado informe teológico para el decreto final. Otro tema era el doble sacrificio de la misa y de la cruz. Ya había sido defendido por Salmerón, pero fue necesaria otra vuelta de tuerca por las disquisiciones que generaba. Fue Laínez precisamente quien, al disertar último provocó la atención del aula de un modo particular. El mismo Salmerón cuenta: “Sucedió una vez (…) que comenzó a decir su voto desde el lugar último, y continuó en decir aunque los obispos reclamaban, y pedía que viniese en medio; mas no viniendo, muchos obispos que estaban lejos y no podían bien entenderle, se levantaron de sus lugares y fuéronse hacia donde él decía, y vuelta la cara a él, unos en pie, otros sentados donde podían, estuvieron a oírle por dos horas. En conclusión, había muchos obispos de los principales y más doctos que decían públicamente que era el mejor voto de Trento. Esto es lo que me parece avisar en este punto, como fue público en todo Trento, y, como yo, que estaba presente, lo vi.”10
La comunión bajo las dos especies, fue un tema de gran importancia. Se trataba de una cuestión mixta de dogma y disciplina con serias implicancias políticas en los países protestantes, sobre todo, por lo que generaba en Alemania. Salmerón, Canisio y Laínez rechazaban, con astucia, el proyecto que avalaba que los laicos debían comulgar bajo las dos especies porque los enfrentaba al príncipe Fernando I de Alemania, amigo de Laínez, y los perjudicaba en la difusión de la Compañía en esas tierras. La estrategia consistió en dejar en manos del Papa la decisión para evitar una toma de postura. Finalmente se acordó que bajo cualquiera de las dos especies se recibía el sacramento entero. Relacionado con la ya comentada residencia de los obispos, el tema del sacramento del orden episcopal tomó relevancia. Tal sacramento cuestionaba el derecho de residencia y la primacía papal sobre los obispos, que incomodaba a más de uno. Laínez causó hostilidad 10
Ibíd., p. 116
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con su discurso debido a que consideraba que los decretos en torno a este tema se mantuvieran sin ambigüedades y que la jurisdicción episcopal dependiera del Papa y no de la gracia del sacramento. Si bien su discurso fue decisivo, después de muchas oposiciones se planteó que la tal ambigüedad se diera a la pía interpretación de los implicados, sobre todo en España. También sobre el tema del matrimonio disertó Laínez. En general, se simplificó el derecho matrimonial. Pero en particular, el punto más álgido era el de los matrimonios clandestinos (que involucraba a más de un prelado). Con aprobación de la mayoría, Laínez sostuvo que la Iglesia no tenía el poder de invalidarlos. Otro logro de Laínez fue conseguir, cuando se trataba el tema de la erección de seminarios clericales, una enmienda al decreto que establecía una exención especial para los Colegios seminarios que la Compañía de Jesús venía instalando en Europa. Antes de llegar a uno de los temas que más benefició a la Compañía, demos paso al último en torno al Concilio propiamente dicho: el Index o Índice de los libros prohibidos. El Papa Paulo IV había nombrado a Laínez en la comisión preparatoria sobre la materia. El jesuita logró, a pedido de Nadal, sacar de entre los libros prohibidos al famoso beato Ramón Llull11. La intuición de San Ignacio en torno a la aprobación solemne de la Compañía de Jesús por el Concilio parece no haber sido tan desatinada. Las dificultades eran pocas en número, pero no en importancia. La petición de los jesuitas a los reunidos en Trento si no era rara, por lo menos era inédita para un concilio ecuménico. Además les faltaba un texto latino oficial que presentar para que la asamblea aprobara. Sumadas a estas dificultades “prácticas” no se quedaban atrás las fuertes críticas a toda la Compañía venidas desde varios sectores, incluso de ex-jesuitas. Se la acusaba por las osadas intervenciones de Laínez, así como de ambición y servilismo. Y parece que las innovaciones de las constituciones que había introducido Ignacio crearon ciertas oposiciones. El P. Gutiérrez, sj, en el ya citado Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús cuenta que el irreprochable carácter de los jesuitas en Trento, su capacidad, celo y entrega, así como su eficiencia apostólica y la admirable dedicación a la reforma, llevaron a que el concilio, pese a la oposición, no sólo aprobara la Compañía con sus privilegios e innovaciones, sino que la recomendó a la Iglesia entera. Ahora la Iglesia misma pedía que los jesuitas fueran fomentados. No tan efusivo resulta O’ Malley en torno a este tema 12. Dice que los jesuitas no consiguieron la aprobación plena, que habían llegado a desear. Sin embargo, quedaron satisfechos con la mención explícita de la Compañía en la parte del decreto sobre las órdenes religiosas. El Concilio no aprobaba directamente la Compañía, pero reconocía su aprobación pontificia.
Beato Ramón Llull (1235-1316) escritor mallorquino, terciario franciscano y de gran importancia en su época. La influencia que ejerció sobre S. Ignacio parece ser muy importante. El padre Sabater, sj, tiene en la revista Manresa 30 (1958) dos interesantes artículos que dibujan de perfil entero esta relación innegable entre Ignacio y Ramón: “San Ignacio y el B. Ramón Llull. La doctrina ignaciana sobre las dos banderas. Los binarios y las maneras de humildad preludiada por el bto. Ramón Llull en el siglo XIII” (pp. 21-30:); y “Ramón Llull, maestro de oración. Cotejo con San Ignacio.” (pp. 211-220) 12 O’ MALLEY, SJ John W. Op. Cit. pp. 396-397. 11
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Con todo, finalmente, se puede decir que el reconocimiento que la Compañía obtuvo de los congregados si no fue expreso en todos sus aspectos, sí lo fue de modo general. Visiblemente demostrado en el apoyo y la difusión que desarrolló en lo sucesivo. Conclusiones En medio de la turbulencia y de los vaivenes de reforma y contrarreforma, es innegable que Dios le habla cara a cara a la Iglesia llevándola más cerca de sí, si se quiere. La gracia con la que cuenta la Compañía de Jesús de haber sido parte de este acontecimiento no es menor. Podemos decir que al mismo tiempo se trata de un momento providencial para la naciente orden, ya que pudo darse a conocer y expandirse por todo el mundo como quería san Ignacio y ser aprobada por la Iglesia de la que nunca pensó separarse. Y providencial también para la Iglesia misma que supo aprovechar y vio en estos hombres instrumentos eficaces para dar respuesta a su tiempo y a Dios. De la misma manera, me parece importante destacar que las instrucciones de Ignacio a los enviados al Concilio refuerzan de manera profética el carisma ignaciano de servir a los pobres y vivir con sencillez momentos importantes, así como de examinar sus conductas y el paso de Dios cada día comunicándose la gracia. Podemos decir que Ignacio conoce con astucia y claridad el corazón del hombre y por eso, ante la posibilidad de codearse con los “grandes señores” y de demostrar sus capacidades intelectuales y discursivas, les propone un itinerario de encuentro con lo esencial, de medios concretos para no perder de vista a Dios. De estas instrucciones, sin dudas, es que proviene en mayor medida la eficacia apostólica de los jesuitas en Trento y la gran cantidad de gracias recibidas. La respuesta de la Compañía a la historia de Trento puede ayudarnos a vivir la respuesta que hoy puede dar la misma Compañía a la Iglesia y a los más pobres. La gracia estriba en saber discernir la presencia de Dios en lo grande y en lo pequeño, y descubrir qué quiere decirnos para que colaboremos con mayor eficacia en la construcción de su Reino. Bibliografía:
• ALBUERQUERQUE ANTONIO, SJ. Diego Laínez, SJ. Primer biógrafo de S. Ignacio. España. Mensajero - Sal Terrae. 2005. • CALVO CORTÉS Y RUIZ DÍAZ. Para leer una eclesiología elemental. Del aula a la comunidad de fe. España, Verbo Divino. 1986 • GARCÍA VILLOSLADA, SJ, R. San Ignacio de Loyola. Nueva biografía. BAC Maior 28, Madrid. 1968. • HERTLING, Ludwig, SJ. Historia de la Iglesia. Barcelona, Herder. 1979 • O’ MALLEY, John W. SJ. Los primeros jesuitas. España. Mensajero - Sal Terrae. 2005. Trad. Juan Antonio Montero Moreno. • O’NEILL, SJ- DOMÍNGUEZ, SJ. Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús. Biográfico – Temático. Madrid-Roma. I.H.S.I.- P.U.Comillas. 2001. Tomo IV. • SAN IGNACIO DE LOYOLA. Obras Completas. Transcripción, introducción y notas de Ignacio Iparraguirre, sj y Cándido de Dalmases, sj. Madrid. B.A.C. Cuarta Edición. 1982.