No te olvides de vivir Flor Selene G. Coss y Salas Sumergidos en la vida, embebidos en la existencia misma, parece que nos olvidamos de vivir. ¿Por qué habríamos de poner atención en algo que siempre nos es dado? La existencia es el único estado que conocemos, el único estado del que podemos dar cuenta y también el único estado que evadimos usando la razón. Quizá aquí convenga traer a Horkheimer, antes de seguir, para dar luz sobre el concepto de razón y en qué sentido es que nos sustrae de la consciencia de la existencia. En el pensamiento occidental hay dos conceptos de razón que se oponen, uno de ellos concibe a la razón «como lenguaje o eco de la esencia eterna de las cosas»1, esta razón objetiva percibe a la manifestación de cuanto es como la verdad misma y era propia de los primeros sistemas filosóficos; el segundo concepto de razón se refiere a la razón subjetiva posibilitada por el perfeccionamiento de la lógica y el distanciamiento sujeto-objeto, tal es el mecanisismo del pensar. La razón subjetiva se ocupa de los fines, de lo que conviene al sujeto para su autoconservación y que alimenta justamente ese lastimoso pensamiento humano que critica Nietzsche2 : el humano poseído del pathos que le hace creer que su razón le muestra sin lugar a dudas el mecanismo del mundo. Parece que ante tal conquista, el hombre se ha olvidado de sí como parte del todo, situándose afuera y desconociéndose a sí mismo por completo. ¿De qué sirve saber del universo entero si no se nada de mí? La ciencia avanza, cierto, pero el conocimiento de nosotros mismos no. La razón subjetiva busca control, poder, dominio, y transforma las ideas en ideologías. Ella nos hace olvidar que «la razón no domina únicamente en la conciencia de los individuos, sino que la cuestión de la razón y la sinrazón es también aplicable al ser objetivo»3 y a las relaciones de éste con el mundo. Así, la razón objetiva se refiere a la totalidad de lo existente y ella incluye esa sinrazón o aquello no-lógico, no-explicable, pero no por ello no-experienciable. En este sentido, la frase “no te olvides de vivir”, desde la razón subjetiva, parece ridícula porque lógicamente es 1
Hokheimer, Marx. “ Sobre el concepto de la razón” en Sociológica. Madrid: Taurus, 1966, p. 257.
2
Nietzsche, Friedrich. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Tecnos.
3
Horkheimer. op. cit., p. 259.
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imposible olvidarse de vivir, uno simplemente “vive” día tras día, minuto a minuto. Pero desde el punto de vista de la razón objetiva, “no te olvides de vivir”, es un llamado a revincularse con el todo y con uno mismo como experiencia propia no transmisible como lo sería cualquier fórmula de cálculo. La razón objetiva no es una forma de conocimiento en cuanto no tiene referente empírico reproducible (el ser está en un continuo devenir) ni forma lógica, y no por ello carece de importancia o de verdad. Quien se enfoca sólo en la razón subjetiva puede aspirar a la ciencia, pero quien se abre, además, a la razón objetiva puede aspirar a la sabiduría —que se busca «simplemente porque trae la paz del alma»4. Estadas dos formas de razón expuestas por Horkheimer no debieran excluirse la una de la otra, aún cuando la razón subjetiva (la ciencia, la lógica, la acción con fines utilitarios) sea la forma predominante desde la Ilustración. La siguiente cita me parece una metáfora adecuada para explicar el uso de las dos formas, al final las tenemos a ambas: Los ojos del alma humana no pueden desempeñar a un mismo tiempo su tarea: si el alma quiere ver la Eternidad con su ojo derecho, es preciso que el ojo izquierdo se abstenga de toda acción, que renuncie a ella y se comporte como si estuviese muerto. Si luego el ojo izquierdo quiere realizar su tarea respecto al exterior, es decir, ocuparse en el tiempo y en a creatura, es preciso impedir que el ojo derecho continúe en su tarea, es decir, en su contemplación. 5
Pierre Hadot, conocedor de la filosofía antigua, encuentra la forma práctica de la razón objetiva integrada en los textos de Goethe, en su forma particular de ver y relacionarse con el mundo. Hadot nos proporciona tres prácticas espirituales o «actos del intelecto, o de la imaginación, o de la voluntad, caracterizado por su finalidad: gracias a ellos, el individuo se esfuerza en transformar su manera de ver el mundo, con el fin de transformarse a sí mismo»6. Estas tres prácticas: el instante presente, la mirada desde lo alto y la esperanza, culminan con la transformación de la actitud hacia la vida hacia un SÍ rotundo a todo lo que implica el vivir.
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Hadot, Pierre. No te olvides de vivir. Goethe y la tradición de los ejercicios espirituales. Tr. María Cucurella Miquel. Madrid: Siruela, 2010, p. 30. 5 Autor
anónimo de Theologia deutsch citado en: Béguin, Albert. El alma romántica y el sueño. FCE: Bogotá, 1994. p. 109. 6
Hadot, op. cit., p. 9.
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El instante presente. Te ocurra lo que te ocurra, ya estaba preparado con antelación para ti desde toda la eternidad, y el entrelazamiento de las causas ha trenzado desde siempre conjuntamente tu sustancia y el encuentro con este acontecimiento. Marco Aurelio 7
Cuando el hombre se encuentra con su destino, el encuentro se encuentra cargado de sentido metafísico. El instante se intensifica, se experimenta el presente como el momento más importante, no hay lugar para recuerdos ni proyecciones, todo parece cobrar sentido. El drama de la existencia parece detenerse. Cuando se vive el instante presente se atestigua la existencia de sí en completa sincronía con el todo, nada distinto a lo que está sucediendo se desea, la propia existencia lo abarca todo. Hadot ilustra este estado a través del Fausto de Goethe: cuando Fausto y Helena se encuentran, un momento amoroso que bien podría simbolizar un estado místico. En ambos casos el tiempo y el lugar se desvanecen mientras no se resista a la tentación de la reflexión. ¿Qué se hace en el estado reflexivo? En la reflexión se recapitula lo vivido, se da un orden y sentido para luego hacer algo con ello, es decir, la reflexión explica y proyecta, nada mejor para salir del momento presente. La práctica del instante presente implica la aceptación del momento tal cual es. Podríamos pensar que vivir sin tiempo y espacio sería vivir de manera disfuncional, es decir, incapacitados para una vida que requiere de previsión, de programación de actividades, de análisis, de aprendizaje, etc., y lo sería si hiciéramos completamente a un lado a la razón subjetiva, esto es, si negáramos una de las formas de ser en el mundo. Lo que se busca no es negar ninguna parte sino aceptar todo lo que se es y aprender a ejercer con maestría todas nuestras posibilidades. De manera que cuando una emoción nos arrobe y nos permita salir de nuestro ethos, nos permitamos experienciar el momento para regresar después a nuestro centro transformados. El instante presente es pues un reencuentro despierto con la existencia, se produce como un éxtasis porque «nos saca fuera de nuestro estado habitual para restituirnos momentáneamente a una existencia diversa»8 en donde aparece la nada o las posibilidades todas. 7
Citado en Hadot, op. cit., pp. 43-44.
8
Béguin, op. cit., p. 107.
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Con la referencia que Hadot hace sobre Plotino en referencia a la salud como inconsciente y a la consciencia como turbadora me hace falta una definición de consciencia, o al menos un acotamiento sobre lo que en este punto se considera como consciencia. Desde mi lectura de Heráclito sobre los dormidos y despiertos consideraba a estos últimos como en estado de consciencia o de estar-ahí consigo y con el mundo. Quizá este ser-despierto sea la razón objetiva de Horkheimer que puede activarse con las prácticas espirituales facilitadas en No te olvides de vivir. Así, la consciencia de Plotino sería la razón subjetiva que intenta explicarlo todo porque sólo así el hombre se siente en control; de modo que, la salud no es dada por qué tan bien podamos explicar algunas consecuencias, la salud tiene que ver con una armonización del ser con sus circunstancias que es posible a través de la razón objetiva que reconoce su vínculo con el todo. Si las prácticas espirituales que Hadot toma de Goethe, vienen desde la antigua Grecia, ¿quiere decir que los hombres de aquellas épocas no experimentaban el vacío interior que experimentamos ahora? No, a través de la literatura antigua Hadot sabe que la preocupación y la angustia son el sino de los hombres, la diferencia es que antes no se privilegiaba tanto al conocimiento kantiano por encima del conocimiento de sí, ni renunciaban a la concepción de sí como parte hipostaciada en todo lo que es. La separación del hombre con la otredad es de manufactura reciente, base de toda idea moderna de éxito. Hay gente que no vive la vida presente: es como si se preparasen, consagrándole todo su ardor, a vivir no se sabe qué otra vida, pero no ésta, y mientras hacen esto, el tiempo se va y se pierde. No se puede poner en juego la vida como un dado que se tira.9
El instante presente nos brinda el reconocimiento de que la sola existencia tiene un valor infinito. A cada instante nos recreamos querámoslo o no, la diferencia de darse cuenta que estamos siendo, que estamos vivos y que estamos experimentando es lo que brinda intensidad. Ante la consciencia de que ese instante pudiera no ser, ni ese ni ningún otro, el valor del presente —de lo que está siendo— lo abarca todo, se desbordan los límites del individuo. El sentimiento de la existencia no es accesible para todo el mundo ni en cualquier momento, es preciso ejercitarse para establecer las condiciones de posibilidad: la calma mental, el 9 Antifonte
el Sofista, citado en Hadot, op. cit., p. 29.
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corazón en paz, la aceptación, condiciones que sólo uno mismo puede darse, eso es lo que significa trabajar en el interior.
La mirada desde lo alto. Mas apartemos la bruma lluviosa de nuestro ser eterno y avistemos con ojo perspicaz la tierra. Aristófanes10
Esta práctica espiritual es una análoga al tomar distancia, para, en lugar de estar perdido entre las ramas se pueda ir viendo primero el árbol y después el bosque. Como bien dice Hadot, no se trata de una expresión sino de una experiencia de vida que se puede trasladar al cambio de perspectiva interior, nos permite vernos de manera diferente a través de la imaginación. Esta práctica tampoco usa la razón subjetiva, sino que traslada una experiencia cotidiana a una experiencia espiritual de gran valor que nos permite ver por encima de la existencia brumosa. Es un espacio que abrimos para transformar nuestra forma de ver las cosas y, por tanto, reencausar nuestras acciones. Se asciende para poder contemplar. Aquí, la práctica no implica necesariamente subir sino un apartarse de la cotidianidad e incluso un observarse “desde arriba”, es decir, ver cuanto nos acontece sin “estar metidos en el juego”, «se puede observar que el movimiento imaginativo de elevación hacia las alturas está inspirado en el deseo de sumergirse en la totalidad e incluso en el más allá de la totalidad, en el infinito»11 , lo que implica hacer una conexión con la razón objetiva, el eco de eterno de las cosas. El Todo (o el Absoluto) es lo único que vive —interpreta Baader—; cada individuo sólo vive en proporción a su proximidad al Todo, esto es, en la medida en que una ek-stasis lo arrebata de su individualidad.12
Sólo en la individualidad, en la separación de sí mismo del todo, es que la existencia se percibe como brumosa, con calamidades y con grandes esfuerzos para seguir garantizándola. Sin embargo, cuando nos percibimos como parte de todo y podemos contemplar el devenir inherente 10
Tomado de Las nubes, citado en Hadot, op. cit., p. 54.
11
Hadot, op. cit., p. 57.
12
Citado en Béguin, op. cit., p. 98.
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en cuanto existe, percibimos el momento como una oportunidad de experimentarnos y soltamos el deseo de saber a qué nos llevará la experiencia: nunca lo hemos sabido, nunca lo sabremos, por más que la razón subjetiva vestida de estadística y probabilidades nos diga que es muy “probable” que lo sepamos. En la mirada desde lo alto como en el instante presente, brota el evento inminente de la muerte para enfatizar el no te olvides de vivir. El instante presente es lo único que tenemos ahora, el siguiente no nos está garantizado, el instante está integrado al todo que cambia constantemente y que podemos contemplar en el espacio que abrimos para que desde la distancia de lo individual y reintegrados en el no-espacio y no-tiempo podamos ver que el cambio es muerte y que no hay orden que la razón subjetiva pueda darle. En este punto ya vemos con más soltura que la angustia es el sino de la existencia, «es natural que sintamos vértigo ante un paisaje para el cual no nos hallamos preparados»13 , ¿cómo podríamos estarlo si la existencia es un constante cambio y la muerte es inconcebible? Es la existencia misma lo que fascina y así lo expresa Goethe en Fausto: «Lo que visteis, ojos míos afortunados, como quiera que fuese ¡era en verdad tan bello!»14, así pues, no te olvides de vivir. Las experiencias que cambian la perspectiva de nosotros mismos y del mundo, cambian también la forma en que nos relacionamos. Cuando tales experiencias tocan profundamente nuestro ser, no hay para tal evento explicación posible, son experiencias incomunicables y no por ello carentes de verdad, por el contrario, no hay verdad enunciada por la razón subjetiva que se asemeje a la certeza de una experiencia espiritual y a la cura que nos proporciona.
La esperanza. Para Goethe, nos dice Hadot, la esperanza es propia del espíritu; al trascender ésta la necesidad lleva consigo el movimiento perpetuo de la ascensión. La ascensión, aquí, significa la reintegración de forma consciente con el todo, con la Naturaleza. La esperanza tampoco es un acto reflexivo sino intuitivo o de la razón objetiva. Cuando la razón (subjetiva) nos dice que todo está perdido, el espíritu (razón objetiva) nos dice lo contrario, 13
Goethe citado en Hadot, op. cit., p. 69.
14
Ibídem, p. 74.
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reinterpreta el destino. La esperanza es la victoria alada que nos provee de una perspectiva desde lo alto y que se siente en el instante presente. Nada lógico hay en ella, parece una ilusión, pero nos mantiene vivos, nos mantiene en acción. Hadot introduce a la Esperanza a través del poema Urworte, orphisch de Goethe. Personalmente me parece un poema cargado de sabiduría gracias a la interpretación de Hadot — la sabiduría no es algo que se pueda ocultar—. El poema consta de cinco partes (Daimon, Tyche, Eros, Ananke y Elpís) que pueden relacionarse con las partes del caduceo: dos serpientes enlazadas que parasen encontrarse en un beso (Eros, amor), se relacionan con el Sol y la Luna, macho y hembra, Daimon y Tyche, espíritu-demonio15 y la fortuna, lo innato y lo accidental: «El Daimon lleva a término el contrato del alma con el Todo; la Tyche, a la inversa, el contrato del Todo con el alma»16 ; ambas fuerzas recorren al ser y trazan su destino. Las serpientes están atadas por la Ananke o la necesidad a la que todo se somete, excepto la esperanza (Elpís) que se encuentra representada por unas alas. El beso de Daimon y Tyche es justamente el instante presente en el que el hombre encuentra su destino y no desea nada más. Comúnmente este acto de amor en que que el ser se da por completo en ese instante es asociado con el encuentro de dos individuos que libremente se fusionan, por un instante, en uno solo; sin embargo, este sentimiento no es exclusivo de un encuentro romántico, también se presenta al experimentar la unión armoniosa de lo que se es con las circunstancias: el ser aceptante de su situación y abierto por entero a la experiencia. En este instante amoroso se entrega la ilusión de la libertad, el hombre se rinde ante el entrelazamiento de causas que han sido trenzadas desde siempre.
El Sí a la vida. Todo en el mundo comenzó con un sí. Una molécula dijo sí a otra molécula y nació la vida. Pero antes de la prehistoria existía la prehistoria de la prehistoria y existía el nunca y existía el sí. Siempre lo hubo. 15
En un pasaje de las Saturnales de Macrobio, citado por Hadot, este Daimon es identificado como el dios del hombre naciente que en la cultura oriental pudiera ser el antaryami. Identificado así, lo podríamos asociar con el alma que da una idea de elemento eterno y no de un pacto, que me parece más asociado con el espíritu, una palabra usada más comúnmente para identificar una tendencia y que podemos identificar con el sentimiento de estar haciendo lo justo o adecuado sin que necesariamente podamos decir por qué. 16
Proclo, citado en Hadot, op. cit., p. 94.
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La esperanza, inherente al ser humano, implica la aceptación de sí —la propia vida— y la aceptación de las circunstancias —el ser en el mundo—. La esperanza son esas alas que nos motivan a subir y mirar desde lo alto, así como a besar al momento presente completamente abiertos y sin miedo. Las tres prácticas espirituales se posibilitan entre sí y todas ellas nos llevan a un rotundo sí a la existencia tal y como está siendo. El sí es alegre e irreflexivo, no hay evaluación que valga; la vida no admite condiciones, hay que soltarlo todo, hasta la propia vida. El devenir exige la renuncia a la individualidad, no es posible sostenerla sin renunciar con ello a una vida espiritual. Todo acto de egoísmo nos despoja de la felicidad, del amor, del éxtasis del momento presente y nos exige un quehacer que nos arranca la vida porque aunque estemos biológicamente vivos no “vivimos la vida”. La existencia es un misterio y ello causa angustia, evadir la angustia pretendiendo así salvarse es un precio muy caro, en ello se va la conciencia despierta de la vida; es como subirse a la montaña rusa y cerrar los ojos esperando que el viaje acabe. Admitamos que si dijéramos sí a un solo instante, habríamos dicho sí, no solamente a nosotros mismos, sino a toda la existencia. Ya que no hay nada aislado, ni en nosotros mismos ni en las cosas. E incluso si la felicidad ha hecho vibrar y resonar nuestra alma como una cuerda musical una sola vez, todas las eternidades eran necesarias para crear las condiciones de aquel Único Acontecimiento, y toda la eternidad ha sido aprobada, redimida, justificada, aceptada, en aquel instante único en que hemos dicho sí.18
Hadot termina preguntándose si estos ejercicios espirituales no son sino un lujo, algo que sólo pueden hacer algunos cuantos. Si intento responder asumiendo que la vida está llena de urgencias, necesidades apremiantes, trabajo, dolor, enfermedad, etc. y que todo ello le quita al hombre la posibilidad de pensar en otra cosa que no sea su subsistencia podría decir que la vida espiritual es un lujo porque además no genera dividendos: de la práctica espiritual no se come. Pero si pienso que esta vida, la tuya, la mía, la de cada uno es la única que nos es dada y que morimos cada día un poco más (en el sentido fisiológico del morir), no estar en contacto un uno
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Lispector, Clarice. La hora de la estrella. Tr. Ana Poljak. Madrid: Siruela, 2009. p. 13.
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Fragmentos póstumos de Nietzsche citado en Hadot, op. cit., p.136.
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mismo, con nuestras relaciones, con nuestras reales motivaciones y el anhelo siempre presente del amor, es realmente un verdadero lujo. La vida es difícil, cada quien experimentamos la dificultad de distinta manera. Pretextos para seguir como estamos acostumbrados a vivir no faltarán. Vivir bien en un sentido integral requiere de tanta práctica como cualquier cosa que queramos hacer con maestría, de todos los esfuerzos que estamos dispuestos ha realizar, me parece que el de vivir presente y afirmando la existencia tal cual es, bien merece nuestra consideración. Estas prácticas espirituales que Hadot encontró en Goethe y que anunciaron a Nietzsche no son la única forma de enriquecer la existencia desde uno mismo pero bien pueden ser un camino iniciático hacia una realidad con cargada de sentido.