Un clásico vivo de nuestras letras Un maestro que llega al alma de sus alumnos
Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle
La Cantuta Alma Máter del Magisterio Nacional OFICINA DE IMAGEN INSTITUCIONAL
Oswaldo Reynoso, un maestro que llega al alma de sus alumnos
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l 6 de julio del 2008 se cumplen 55 años del funcionamiento de la Ciudad Universitaria de La Cantuta, sede principal de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle (desde 1967) –anteriormente lo fue de la Escuela Normal Central (1953-1955) y de la Escuela Normal Superior Enrique Guzmán y Valle (1955-1967)–. Con este motivo, el Consejo Universitario de la UNE ha acordado rendir homenaje a personalidades que durante ese periodo han realizado valiosísimos aportes a la educación, la ciencia y la cultura. Oswaldo Reynoso Díaz (Arequipa, 1931), notable intelectual de nuestra patria, consagrado como uno de los más destacados representantes de la narrativa peruana y latinoamericana, es una de esas personalidades de las que todas las generaciones de La Cantuta se sienten orgullosas. Después de realizar estudios en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa (1950-1951), en 1952 ingresa al Instituto Pedagógico Nacional, que en 1953 se convertiría en la Escuela Normal Central de La Cantuta –hoy Universidad Nacional de Educación–, donde en 1954 obtiene el título de Profesor de Lengua y Literatura. En este centro de estudios fue el primer presidente de la Federación de Estudiantes. Y como profesor principal de la UNE desde 1969, fue auténtico maestro y conquistó el cariño no solo de los universitarios futuros docentes de Literatura sino también de los jóvenes estudiantes de secundaria del Colegio de Aplicación. En la universidad, ocupó diversos cargos: jefe del Departamento Académico de Lengua y Comunicación, decano de Humanidades, director de Proyección Social y vicerrector, entre otros. En 1977 viaja a la República Popular China, donde permanece hasta 1989. Ahí se desempeñó como profesor y corrector de estilo en la Agencia de Noticias Xinhua (Beijing). El prestigiado escritor y periodista ha participado en un sinnúmero de encuentros y congresos nacionales e internacionales de narrativa, y ha sido convocado como jurado en distintos certámenes literarios. En el 2006, el Instituto 2
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Nacional de Cultura le rindió homenaje por su condición de alto exponente de la Generación Literaria del 50. El maestro Oswaldo Reynoso ha cumplido más de cincuenta años de relevante labor como docente, directivo y asesor académico de instituciones educativas de primer nivel. Su brillante desempeño es reconocido por la comunidad universitaria y el magisterio nacional. Respetado y querido por sus alumnos, es proverbial su permanente identificación con los estudiantes y la juventud en general. Distinguido, por sus méritos personales, intelectuales y profesionales, con diversos títulos por universidades, colegios e instituciones culturales del país y del extranjero, Oswaldo Reynoso honra a la UNE, y por eso el Consejo Universitario, al incorporarlo como Doctor Honoris Causa de esta Casa de Estudios, le reitera su admiración y gratitud. Con el presente fascículo, en el que reproducimos algunas entrevistas y comentarios especializados, nos sumamos a este merecido homenaje al escritor, maestro y amigo. [T.Hdz]
Sus libros
Ha publicado: Luzbel (Poemas, 1955), Los inocentes o Lima en rock (1961), En Octubre no hay milagros (1965), El escarabajo y el hombre (1970), En busca de Aladino (1993), Los eunucos inmortales (1995), El goce de la piel (2005), Narraciones 1 (2005), Narraciones 2 (2005) y Tres estaciones (2006).
Reynoso, escritor y maestro Jorge Eslava Calvo
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esde el día en que sustraje Los inocentes
de la biblioteca de mi padre y lo leí casi a escondidas, quedé sumergido en una especie de fango sagrado. Uso esta frase para describir la más ordinaria realidad ennoblecida por la magia poética. Pongo por testigo a mis manos que, con temblor y sin pausa, pasaban las página de ese universo representado por las palabras, que a ratos conocía y desconocía como ocurre siempre con nuestros sentimientos. Yo tenía entonces catorce o quince años y mis ojos no querían salir –tampoco hubieran podido– de las calles salvajes, de la luz mortecina de los billares, de la ternura bruta de los bares de ese libro que mi padre, con prudencia, me había proscrito visitar diciéndome: "en unos años más podrás leerlo". Es fácil imaginar ahora cómo, cautivado por la lectura, fui identificándome, a retazos, con cada uno de los personajes. Supe ser "cara de ángel", "el príncipe" o "el rosquita" porque todos somos inocencia y pecado durante la adolescencia. También es fácil imaginar aquellos sobresaltos que pudo haber sentido el muchacho que fui y que leía, como tantos de mi generación, a Emilio Salgari o a Edmundo de Amicis. Debió ser por esos días una experiencia de exaltación, de intenso júbilo y perversidad. Pero como todo lo vivido, que nunca es inmutable, ha ido con los años adquiriendo nuevos contornos y mudando de significados. No pude haberlo percibido entonces, pero ahora tengo una certeza: Oswaldo Reynoso es un clásico vivo de nuestras letras, gracias al prodigio que significa Los inocentes. Basta recordar lo que era la literatura en lengua castellana –adviértase que no hablo sólo de la literatura peruana– hace más de cuarenta años. Adelantado a los virtuosismos del boom latinoamericano, Reynoso
despliega con maestría todas las técnicas narrativas. Construye ejemplarmente personajes de categoría humana: bullen de movimientos instintivos o gesticulan apenas o aman como una enfermedad incurable o se hunden en el marasmo de la soledad. Por fuera y por dentro, los personajes de estos relatos de collera representan el arte perfecto de la descripción externa y la exploración psicológica. No obstante, lo que más me subyuga de ese universo son los dominios del lenguaje. Tal vez desde La casa de cartón, de Martín Adán, no tengamos un libro de narrativa cuyas palabras encierran tanta belleza. Dirán los entendidos: el libro de Adán, aunque pecaminoso, emplea un lenguaje refinado y aristocrático. No así el libro de Reynoso: su lenguaje exuda el miasma de la pobreza, los reflejos de la calle, el vicio de fingirse lo que no se es. Por eso la jerga que emplea, entretejida y luminosa, actúa como una máscara que más revela que oculta. Bajo el impositivo de este lenguaje magnífico, Los inocentes cumplirá pronto medio siglo y en un tiempo más –para acabar con los números redondos– se celebrarán los sesenta y dos años de su publicación o los ochenta y siete años; mas adelante se organizarán congresos por el centenario y el libro conservará –estoy seguro– la potencia de su rabia y de su desolación. Es por eso que, cada vez que releemos el libro, renace nuestra adolescencia. Porque hay pocos libros que atraviesan el tiempo, airosos como una espada de luz, y actúan sobre el espíritu mejor que la ciencia médica. La maestría de Reynoso en el campo del lenguaje había ya asomado en Luzbel (1959), único poemario publicado por el autor y que exhibe la misma vocación estética de irreverencia y sutileza mostrada en Los inocentes. Cuando aparece la novela En octubre no hay milagros (1965), la crítica y el público reaccionaron entre
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fascinados y horrorizados ante el inmenso cuadro expresionista de una Lima esperpéntica, acosada y vencida por un vértigo desesperado de degradación moral y política. Unos años después –y desobedeciendo los cánones literarios– publica un libro singular y sorprendente: El escarabajo y el hombre (1970). Breve novela parabólica, con aires de cómic, que plantea en dos instancias alternadas el drama de la condición humana. Los eunucos inmortales y En busca de Aladino, compuestos luego de su residencia en China, representan no sólo la vuelta física del autor sino el reencuentro con su escritura inconfundible; es decir, un lenguaje que nos da placer, pero que nos deja siempre la sensación de un aura de angustia y malignidad. Me ha dado mucho gusto recibir la tarjeta de esta noche, porque el homenaje consagra al escritor y al educador Oswaldo Reynoso. Creo que en él, la devoción por la literatura es complementaria a su preocupación por la enseñanza. Hay que ver la legiones de escritores jóvenes que lo buscan y él, con sagacidad y paciencia, los orienta y revisa puntillosamente sus escritos. Casi como un profesor de aula corrige el cuaderno de un alumno de primaria. Y aún queda por estudiar la poderosa influencia de su estilo en la
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poesía de los setenta y en la narrativa de las últimas décadas. Quiero recordar unas palabras escritas por Washington Delgado y en ellas al hombre sabio que fue este gran poeta y amigo: “(Reynoso) posee una honda y cierta vocación pedagógica: ha sido profesor en varios colegios de Lima, en la Escuela Normal de La Cantuta, en Venezuela –contratado por el Ministerio de Educación de ese país–, actualmente enseña en la Universidad de Huamanga; pero Oswaldo Reynoso no es un maestro que se limite a transmitir unos conocimientos e informaciones más o menos valiosos, sino que procura y consigue llegar al alma de sus alumnos”.
Puedo dar fe de ello, pues en los últimos tiempos he tenido el privilegio de trabajar con Oswaldo en el Ministerio de Educación. Él ha reivindicado, para mí, la dimensión de una conciencia revolucionaria que construye con actos y palabras una nueva sociedad. Quiero darle las gracias, en nombre de sus amigos y lectores, por esta profunda lección de probidad y belleza. http://www.planetaperu.com/autores/
Reynoso en Tres estaciones Jorge Paredes *
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ace unos días se presentó en el Mundo de la lectura, el evento organizado por Promolibro en la Estación de Desamparados, para hablar a un auditorio lleno de jóvenes y escolares sobre los libros y el placer de la lectura. Es curioso, pero a los 75 años Oswaldo Reynoso sigue captando el interés de lectores cada vez más jóvenes y muchos noveles escritores tocan a su puerta para pedir consejos o para dejar que el "maestro" chequee una obra en ciernes. Le preguntamos cómo siente este encuentro generacional y él no duda en responder: "Desde los 15 años intuía que mi vida iba a orientarse en dos sentidos: la docencia y la creación. Y con el tiempo he descubierto que esas dos tendencias han estado enroscadas como dos culebras y tienen una sola cara, que es mi propia vida. Por eso yo no creo en esos escritores que dicen que escriben para ellos mismos, a mí sí me interesan los lectores y yo escribo para que me lean. Y si un escritor en el Perú quiere vivir de lo escribe tiene que trabajar para crear un mercado de lectores y creadores. De lo contrario, es imposible". Y él está desde hace muchos años en esa cruzada. Miembro de la brillante generación del 50, sus libros son recibidos con entusiasmo por algunos que lo consideran ya un autor de culto y con cierto desdén por otros. Hasta ahora recuerda que cuando publicó su primer libro de cuentos –Los inocentes (1961)–, los críticos de aquel entonces lo recibieron con palos. "Me denigraron, dijeron que era un inmoral, que mis libros no podían ser leídos por la juventud porque la corrompían. Incluso, suscribieron una petición al ministro de educación para que me quitara el título de profesor". Pero han pasado más de 45 años y él no solo no ha modificado ni una sola línea de sus relatos, sino que paradójicamente ahora sus libros son lectura obligatoria en la educación secundaria. “No, no es que sea condescendiente con los jóvenes –retruca–, creo que ellos se acercan a mí por mi doble condición de profesor y creador. Y cuando me presentan sus poemas, cuentos, novelas, para mí ese texto es un ser vivo, y no puedo matarlo. En todo caso, les enseño a podarlo, para que sea mejor. Pero de ninguna manera me atrevo a matar una vocación literaria, ¿quién soy yo para hacerlo?".
Dice que en un cajón tiene guardados decenas de originales que han ido cayendo en sus manos, como un cementerio de lo que pudo ser. "Tengo guardadas buenas novelas que he leído hace diez o quince años y ni siquiera sé ahora dónde están sus autores, si salieron del país, si están trabajando. Muchos de estos chicos por problemas económicos o familiares dejan de escribir y se pierde una vocación literaria; por eso cuando un joven reúne el dinero y publica en una editorial no tolero que haya críticos que se ensañen con el libro, ¿por qué?, no se trata de ser condescendientes, pero tampoco de irse al otro extremo; nadie debe sentirse con la autoridad para vaticinar el futuro o establecer el canon de la literatura". –Hablemos de Las tres estaciones, el libro que acaba de publicar el INC y que es parte de un material inédito que su hermano Juan guardó por años y que recién llega a la imprenta.
–A fines de la década del 50 o comienzos de los 60 yo había planeado escribir una novela sobre mi experiencia como estudiante en la Universidad de la Cantuta, a donde llegué becado y tuve la suerte de conocer grandes maestros como Luis Jaime Cisneros, José María Arguedas, el filósofo Walter Peñaloza. En ese entonces era difícil viajar, no había televisión, y las referencias de las ciudades del Perú nos llegaban a través de los relatos de la gente. En La Cantuta me encontré con compañeros de diversas ciudades y pensaba escribir una novela que abarcara todo el Perú a través de esos relatos, escribí como setecientas páginas, pero era un proyecto muy ambicioso y nunca pude armar la novela. Mi hermano Juan guardó ese material y el año pasado, cuarenta años después, me lo devolvió. Había ordenado todos los escritos. Coincidió que a inicios de este año me llamó Luis Lumbreras del INC y me pidió un material para publicar, yo en ese momento no tenía nada listo, salvo esos manuscritos, los revisé y seleccioné cuatro relatos que me parecieron podían tener interés para el lector contemporáneo. [Dominical. El Comercio, Lima 17/7/06] http://www.librosperuanos.com/autores/
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El sueño de la obra completa Tomacini Sinche López *
–Maestro, ¿cómo fue su infancia? Mi infancia transcurrió en Arequipa. Pertenezco a una clase media provinciana. Mis padres nacieron en Tacna y a raíz del plebiscito fueron a instalarse a Arequipa. En lo que se refiere a mi familia, esta etapa fue feliz y agradable, pero no en cuanto a mi formación religiosa, que estuvo a punto de malograr toda mi vida. Porque la religión católica es muy represiva y como siempre he dicho: "cuando me di cuenta de que Dios quería destruirme, yo me anticipé y lo maté". –¿Qué lecturas lo cautivaron siendo joven? En Arequipa tuve la suerte de que la biblioteca del municipio estaba a cargo del poeta César Atahualpa Rodríguez. Él se preocupó siempre de dotar a la biblioteca de buenos libros. Ahí podíamos encontrar las obras de Rimbaud, Verlaine y Baudelaire, entre otros, en magníficas traducciones y buenas ediciones hechas en Argentina. De lo contrario, hubiera sido difícil para un joven como yo ponerme en contacto con esta literatura novedosa. –¿En su casa se leía mucho? Claro, mi padre tenía una buena biblioteca, ahí leí a Zola, Balzac, Dostoievski y Turgueniev, entre otros, porque estas obras llegaban gracias al ferrocarril que partía de Mollendo y llegaba a Buenos Aires, por lo que estos libros llegaban primero a Arequipa, antes que a Lima. –Ud. se inicia haciendo poesía... Bueno yo siempre he escrito prosa y verso... –¿Por qué no siguió publicando poesía? Considero que la poesía puede ser expresada por el verso y la prosa. Lo que me interesa a mí es la poesía en el sentido de la belleza construida mediante la palabra y las imágenes. No sé por qué dejé de publicar poesía. Me dediqué sólo a la prosa. –¿Qué se siente haber formado parte de la
–¿Qué opinión tiene del momento político que vivimos?
Hay una gran desorientación, un fracaso total de la clase dirigente y de sus instituciones. Ya nadie cree en nada. Estamos entrando en una crisis muy grave. –¿Cree que hay una solución? No la hay. Hace tiempo dije que si después de la caída de Fujimori no se emprendía una política verdaderamente profunda contra la corrupción, esta seguiría durante 50 años más. Mire usted, no es problema de las leyes sino de conciencia. Los jóvenes y niños de ahora ven en los medios de comunicación la corrupción y la glorificación del delito. Un maestro como yo qué puede hacer frente a eso. Uno les dice a los alumnos que no hay que mentir ni robar y luego ven que los políticos roban y no les pasa nada. La labor del maestro es nula, ya que los niños crecen con los antivalores de la sociedad. (…) [Expreso, Lima 21/02/06]
prestigiosa generación del 50?
Llegando a Lima tuve suerte de conocer a varios miembros de la llamada generación del 50. Con ellos establecí una gran amistad, Washington Delgado, Javier Sologuren y Juan Gonzalo Rose, entre otros, me recibieron con mucho afecto y cariño. Lo que más recuerdo de esa época son las noches tumultuosas y cerveceras del Palermo. (…)
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Oswaldo Reynoso ingresó al Instituto Pedagógico Nacional en 1952. Aquí, recibe el bautizo como cachimbo.
Oswaldo Reynoso:
¿Se enseña literatura en estos momentos? ¿Para qué? por Jaime Soto Aranda La presente entrevista fue realizada hace más de una década y se mantenía inédita. Viendo que muchas de las opiniones vertidas por el escritor Oswaldo Reynoso siguen vigentes, la revista Límite la publicó hace 2 años, y de ahí reproducimos un fragmento.
–En el tema educativo ¿Cómo ve la enseñanza de la Literatura en los colegios y universidades del Perú?
–Un fracaso, un rotundo fracaso. Porque la gente en el Perú no lee, y si alguien pensó en poner a la literatura en los planes de estudio de secundaria y de la universidad, fue precisamente para dar una cultura literaria. Y cuando la cultura literaria está bien dirigida, necesariamente, la finalidad es la lectura. Yo no podría concebir un curso de música, para que una persona después de estudiar música, no ejecute un instrumento o no escuche música. Me parece que es inútil que haya un curso de música para enseñar simplemente teoría y que los alumnos no toquen ningún instrumento y que ni siquiera sepan escucharla. Esto que nos parece tan absurdo en un curso de música, creo que pasa en la literatura. ¿Se enseña literatura en estos momentos? ¿Para qué? Para dar una información libresca y ni los alumnos ni los profesores leen. –Entonces, ¿Serán los profesores los culpables del rechazo a la lectura y a la literatura por parte de los alumnos, la mala orientación, el mal enfoque de la educación, el sistema educativo?
–A mi parecer, todo eso contribuye. El fracaso de la literatura es un problema muy complejo en la educación secundaria y, más aún, en la universidad. Claro que hay colegios experimentales, fundamentalmente colegios de gente rica; universidades que se han preocupado por la enseñanza de la literatura, pero esas son excepciones en el conjunto de la educación en el Perú. Los profesores de una ciudad, de una provincia del Perú, simplemente repiten a los alumnos lo que aparece en algunos libros, pero no hay lectura y el profesor tampoco ha leído. – En estos niveles, digo primario y secundario, Horacio creo que fue el que dijo que la literatura debe ser “dulce y útil”.
–Claro. Debe tener una función creativa, no recreativa, sino de placer. Es decir, dulce, de placer y cierta utilidad, en el sentido de que la literatura va afinando la sensibilidad del hombre. Y para desempeñar cualquier tarea, cualquier oficio, se necesita sensibilidad. Precisamente la literatura da esa sensibilidad al hombre. –Para usted ¿Cuál es la mejor manera de abordar una obra, de entregar una clase de literatura, de lograr ese “feeling” comunicativo entre profesor y alumno?
–En primer lugar, hay que hacer leer, hay que partir de la lectura. No puede enseñarse la literatura si no hay lectura. Y el profesor debe saber escoger el texto que, más o menos, intuya que va a gustar a los alumnos; porque me parece un absurdo comenzar a enseñar la literatura con obras que no tienen nada que ver con la vida del alumno. Les enseñan La Odisea, y bueno fuera que les enseñen La Odisea o La Iliada, en lo que a aventura respecta, en lo maravilloso que tengan. Les enseñan estas obras en lo más pesado que tienen, referencias históricas y personajes. Ahí viene el desencuentro del alumno con la literatura. Entonces, para él la literatura resulta siendo un curso tan pesado como un curso de la clasificación de las plantas o de los minerales. Cuando en la enseñanza secundaria, la literatura debe ser un remanso, debe ser un oasis entre todas las materias que se enseñan. El alumno después de estudiar las materias que se enseñan, después de estudiar matemáticas, después de estudiar física, química, debe llegar al oasis y ese oasis debe ser la enseñanza de la literatura. Es decir, la lectura del texto literario, bien orientada, bien dirigida. (…)
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Reynoso dialéctico Ricardo González Vigil
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ontinuando con su valiosa colección en homenaje a la Generación del 50, el Instituto Nacional de Cultura nos entrega ahora un obsequio singular por ser el primer volumen inédito que difunde. Pertenece a uno de los principales narradores del 50: Oswaldo Reynoso, cuya capacidad para sintetizar el esmero artístico (una prosa rítmica, rica en recursos expresivos) y la óptica crítica (de aliento revolucionario) que solían separar a los escritores de entonces en "puros" y "comprometidos", la pusimos de relieve al comentar, hace pocos meses, el lanzamiento del primer tomo de sus "Narraciones" en una edición de la Universidad Ricardo Palma. Proust sostenía que todo gran autor escribe, en verdad, un solo libro. Eso se cumple cabalmente en Reynoso, cuyos escritos poseen una organicidad destacable. En "Las tres estaciones" Leonardo es el protagonista de las dos primeras (las rememora en confidencias a un profesor de La Cantuta, conforme apunta Tulio Mora en el prólogo), pasando a ser el receptor de las confidencias de dos jóvenes en la tercera estación y el cuento restante, cuando ya Leonardo es profesor de la Universidad de Huamanga. Los dos primeros textos refieren sucesos acaecidos en Arequipa; los otros dos, en Ayacucho. Y, por cierto, Leonardo es un personaje (con rasgos de 'alter ego') constante en los escritos de Reynoso; por ejemplo, es el protagonista de "El goce de la piel" (2005). Habría mucho que añadir sobre cómo "El triunfo" tiende nexos con el lenguaje de "Los inocentes" (1961) y de "El escarabajo y el hombre" (1970); y no se diga sobre el tema recurrente de la homosexualidad y, en general, el despertar de la sensualidad.
Detrás de una obra tan cohesionada actúa la visión dialéctica, propia del marxismo (crítico, como querían Mariátegui y Vallejo, sin encasillamientos partidarios) de Reynoso. Las estaciones son tres según el proceso dialéctico: tesis, el bautizo revolucionario, de la teoría, enseñada por el Dr. Corbacho, pasa a la praxis de un levantamiento. Antítesis, la dictadura alienante, encarnada por Odría: "nunca antes había visto un hombre de mirada tan sin ternura" (p. 43). Síntesis provisional: un prefecto pretende hacer justicia a favor del pueblo, pero fracasa porque no actúa con una masa revolucionaria (no tiene conciencia de clase, obedece solo al sentido del deber); incluso le disgusta que se acuse falsamente a los campesinos de "comunistas". Añádase el tono simbólico del título siguiente: "El triunfo". [El Comercio, Lima 13/07/06]
Oswaldo Reynoso, un clásico vivo de nuestras letras, un maestro que llega al alma de sus alumnos
es una publicación de la Oficina de Imagen Institucional, con ocasión de la ceremonia de reconocimiento del destacado escritor como Doctor Honoris Causa de la UNE, realizada el 15 de febrero del 2008 en el Auditorio del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú (Pueblo Libre). Director: Tito Hernández Alcántara / Arte y diseño: Gerald Jáuregui Paredes Periodistas: Hernán Flores Valdiviezo, Elizabeth Valdiviezo Mejía, Jorge Inga Imán / Secretaria: María N. Vargas López Teléfono: 3133723 / Central: 3133700 anexos: 140-141 / Email:
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