Pascal Quignard Las lágrimas
I (El libro del Heidelbeermann)
1. Historia de los caballos Antiguamente los caballos eran libres. Galopaban por la tierra sin que los hombres los desearan, los encerraran, los reunieran en los desiles, los enla!aran, los apresaran, los uncieran a carros de guerra, los en"ae!aran, los ensillaran, los herraran, los montaran, los sacriicaran, los comieran. A #eces los hombres $ los animales cantaban "untos. %os largos gemidos de unos pro#ocaban los singulares relinchos de los otros. %os p&"aros ba"aban del cielo $ acud'an a picotear los restos entre las piernas de los caballos que sacud'an sus magn'icas crines, entre los muslos de los hombres que echaban hacia atr&s sus cabe!as, sentados en el suelo, alrededor del uego, que com'an idamente, ruidosamente, ecesi#amente, que golpeaban sbitamente sus manos en cadencia. *uando el uego se hab'a apagado, cuando hab'an terminado de cantar, los hombres se le#antaban. Porque los hombres no dorm'an de pie como lo hac'an los caballos. Entonces limpiaban en el suelo las huellas de sus escrotos $ de sus seos que se hab'an depositado all'. +ol#'an a subir a sus caballos $ cabalgaban sobre toda la supericie de la tierra, en las orillas hmedas de los mares, en los bosques ba"os $ primarios, en los p&ramos #entosos, en las estepas. n d'a, un hombre "o#en compuso este canto- /al' de una mu"er $ me encontr0 rente a la muerte. 23nde se pierde mi alma por la noche4 En qu0 mundo reside4 5esulta pues que ha$ un rostro que nunca #i, que me persigue. Por qu0 #uel#o a #er ese rostro que no cono!co46 /olo, parti3 a caballo. 2e repente, cuando estaba galopando a pleno d'a, se hi!o de noche. /e inclin3. *on espanto acarici3 la crin que cubr'a el cuello de su caballo $ su piel tibia $ temblorosa. Pero el cielo se #ol#i3 absolutamente negro. El "inete tir3 de la cadenita de bronce de las riendas. 7a"3 del caballo. 2esenroll3 en el suelo una manta constituida por tres pieles de reno s3lidamente anudadas entre s'. At3 los cuatro etremos de la manta para proteger, lo m&s completamente posible, tanto a 0l mismo como la cara de su caballo. +ol#ieron a partir.
El aire estaba inm3#il. /bitamente la llu#ia se abati3 sobre ellos. A#an!aban lentamente buscando con la #ista, los dos, su camino entre el estr0pito $ el agua atronadora. %legaron a una colina. 8a no llo#'a m&s. 9res hombres estaban atados a unas ramas en la oscuridad. En el medio, un hombre completamente desnudo, con una corona de espinas en la rente, aullaba. 2e manera misteriosa, otro hombre, con la punta de una ca:a, le alcan!aba una espon"a a los labios. A su lado, al mismo tiempo, un soldado hund'a su lan!a en su cora!3n.
;. Historia que le sucedi3 a Hagus n d'a, mucho despu0s, siglos despu0s, cuando ca'a la tarde, mientras estaba solo, a pie, lle#aba detr&s de s' a su caballo de la brida en la ribera del /omme, en la penumbra que empe!aba a llegar sobre el r'o, $ se detu#o. El hombre hab'a di#isado a un arrenda"o muerto sobre un mont3n de pi!arras. Estaba casi a die! metros del r'o que corr'a en silencio. Hab'a un aliso. /obre el mont3n de lo!as de pi!arra despegadas, gris&ceas, que estaban epuestas al sol poniente, un arrenda"o estaba tendido de espaldas, con las alas bien abiertas, el pico abierto. El caballo resopl3. Pero el hombre acarici3 la larga $ pesada cabellera que cubr'a su espina!o. Hagus, que era el barquero del r'o, at3 su barca al tronco del gran aliso.
modo- un golpe hacia la costa $ la barca $ el olla"e del aliso $ el r'o= un golpe hacia los cardos $ el "inete parali!ado por su #isi3n $ el caballo inm3#il $ ansioso. En #erdad, el arrenda"o orec'a sus plumas coloridas al calor del ltimo sol. %as secaba. %uego, en menos de un segundo, hi!o una pirueta, se #ol#i3 a parar sobre sus patas $ de un salto sali3 #olando $ se encontr3 encaramado en la punta de la p0rtiga del barquero de r'o. Entonces Hagus o$3, sobre su hombro, que ten'a que de"ar este mundo. Gir3 la cabe!a hacia el p&"aro que lo miraba $ que lan!aba su grito horrible, despu0s se dio #uelta hacia el "inete pero $a no hab'a nada a su lado. El "inete $ el caballo se hab'an ido sin que los hubiese #isto desaparecer. /bitamente el p&"aro despleg3 de nue#o sus alas negras $ a!ules, de"3 su palo >que era la p0rtiga de Hagus apo$ada en su hombro> $ se #ol3. El p&"aro se intern3 en el cielo. 2e manera progresi#a, el car&cter de Hagus se ensombreci3. Empe!3 descuidando su ser#icio en la costa del r'o. Abandon3 su barca entre los "uncos. 2e"3 que la llu#ia la in#adiera con el agua de las tormentas. Al cabo de dos estaciones su mu"er $ su hi"o se cansaron de su triste!a, hablaron "untos ebrilmente, agarraron sus cosas, partieron. Entonces Hagus, que renunciaba a la compa:'a de los su$os, se apart3 de sus pr3"imos. ? m&s bien no se dirigi3 m&s a los seres humanos. E#itaba la lu! demasiado intensa. 9odo lo que era #isible le daba miedo. Incluso los rostros de los animales, que le parec'an reprobatorios, $ los rehu'a. 9omaba des#'os para no cru!ar la mirada con un cern'calo de pico completamente amarillo o con los o"os de una rana que trataba de atraerlo por medio de su canto en la noche c&lida sobre la pradera.
@. %a ca"a de concierto Antiguamente hab'a un hombre un poco rengo que lle#aba una ca"a de madera con compartimentos sobre su espalda. Iba de aldea en aldea. Apo$aba la ca"a sobre una piedra o sobre el tronco de un &rbol, o sobre un bal, o sobre un banco, $ entonces desplegaba cuidadosamente la tapa. /e contaban doce agu"eros. *ada uno conten'a una rana. A la noche, le#antaba la cabe!a $ nombraba a +an /issou. Era como una plegaria que el hombre del pie estropeado lan!aba hacia el cielo. Habla, +an /issouB6,
eclamaba $ le ped'a a un ni:o que se encontraba all' que tomase una "arra $ derramara el agua sobre cada cabe!a. Ellas cantaban. >/i hacen silencio >les dec'a a los ni:os $ a las di#ersas poblaciones que se aglomeraban entonces pro#enientes de los campos $ las sendas del bosque, que lo rodeaban $ se apretaban unos $ otros contra 0l para eaminar el interior de su ca"a>, escuchar&n un carill3n oscuro. Entonces, incluso los ni:os se callaban, escuchaban el canto que poco a poco se ele#aba $ sus o"os se humedec'an porque todos hab'an conocido a alguien en el otro mundo. Algunos murmuraban Cam&B6 $ se desplomaban dentro de sus rodillas. 8 dec'an en #o! ba"a- Cam&B Cam&B6
D. acimiento de ithard Antiguamente, el d'a en que ithard naci3, el conde Angilbert >que era el padre del ni:o, que tambi0n era el padre abad de la abad'a consagrada a /an 5iquier de la bah'a de /omme> agarr3 al ni:o cuando sal'a chorreando del #ientre de 7erthe $ di"oP&rpados que le#antas por primera #e!, plegando tu piel tan r&gil mientras desnudas tus dos grandes o"os mo"ados a la lu!, te bendigo en nombre del padre, del hi"o, del esp'ritu6.
. %a concepci3n de ithard Anta:o, nue#e meses antes de que ithard naciera, una tarde en que estaban ocultos de las miradas atr&s de las madresel#as amarillas $ blancas $ las grandes glicinas a!ules, la hi"a del emperador que se llamaba 7erehta o 7erthe tom3 la mano del conde Angilbert $ le di"o >Entra en m'. 8 repiti3 >Entra en m'. 9e amo tanto. %e#ant3 su tnica. Entonces 0l entr3 en ella. Ella go!3. l tambi0n obtu#o tanto placer que la penetr3 por segunda #e!. Ella go!3. Esto pas3 antes del nacimiento de ithard $ de Hartnid. /ar, la cham&n de la bah'a de /omme, impro#is3 en aquellos tiempos este poema >Porque si a los p&"aros les gusta cantar, tambi0n les gusta o'r los cantos. %es gusta o'r el mar del orte que rompe ba"o el acantilado de cali!a $ se callan poco a poco ante las olas que se ele#an $ que se desploman sobre la arena que hacen rodar $ que producen al corroer la pared #ertical $ blanca. Incluso los atrae tan s3lo el estremecimiento de las ca:as en el agua estancada de las lagunas que bordean la bah'a. %os p&"aros se acercan a los prados salados $ a los ca:a#erales. Penetran en ellos. /e complacen en acompa:ar los cantos que all' produce el #iento proiriendo sus trinos. Ahora bien >di"o /ar>, la llu#ia, cuando cae sobre las ho"as del bosque, en cambio intimida sus picos. 2isminu$e sus #ariaciones $ ba"a la altura de los sonidos que #ocieran. A #eces los chubascos $ los chaparrones los suspenden. %os gor"eos ceden por completo su lugar a los estr0pitos $ a los estruendos.
9odos los p&"aros responden >e incluso su sorprendente silencio responde cuando llegan a callarse. 9odos los p&"aros modulan segn el acompa:amiento que orece el lugar a los mo#imientos $ a la resonancia particular que organi!an sus etra:os mandatos. *asi no tintinean arpegios cuando el sitio est& en la niebla. ingn desgranamiento de llamados se lan!a dos #eces ba"o las nubes. %os gra#es se diunden m&s le"os que los agudos en el mundo de los p&"aros >como el dolor en el nuestro. %os lentos se distinguen m&s &cilmente que los r&pidos. 8o, /ar, lo digo%os signos de los p&"aros son m&s dulces que la pena que ustedes sienten. /on m&s comprensibles para mi o'do que las lenguas que articulan los hombres a los cuales les do$ mi asistencia cuando est&n pose'dos $ giran sobre s' mismos sin saber qu0 hacer con su surimiento en el surimiento.
. Hartnid enamorado n d'a, Cateo el E#angelista escribi3 en Evangelio JIII, 1- In illo die, Iesu, eiens de domo, sedebat secus mare6. (n d'a, Fess, tras haber salido de su casa, se sent3 a la orilla del mar.) n d'a, Hartnid, tras haber salido de su casa, se sent3 a la orilla del mar. 2e pronto se al!3 el #iento $ le#ant3 la arena. 9en'a trece a:os. na barca se encontraba all'. /ubi3 a la barca. I!3 la #ela en el m&stil. a#eg3 en direcci3n al oeste, despu0s gir3 hacia el norte $ solt3 el tim3n. /e durmi3. Entonces deri#3 largo tiempo. *ru!3 el mar. 2esembarc3 en ArKloL. En la bah'a de ArKloL, Hartnid encontr3 a un santo que #i#'a ba"o una piedra. Hartnid dibu"3 en la arena un rostro $ le pregunt3 al santo >*onoce este rostro4 Pero el ermita:o le respondi3 >o cono!co ese rostro. Por qu0 me lo pregunta4 9ampoco lo conoc'a a usted ni a su cuerpo ni a su rostro cuando lo #i hace un rato, desde la puerta de mi caba:a de piedras, anclando su barco, ba"ando su bote por medio de una soga, remando,
remolcando su peque:o bote sobre el barro salobre $ los ragmentos de capara!ones rotos de la costa. >Porque busco a la mu"er que tiene este rostro sobre sus hombros. Esa es la ra!3n de mi #ia"e. Ci propio rostro no importa. Porque mi rostro $a eist'a en este mundo cuando aparec' en este mundo. %a princesa 7erehta (7erthe, que era la madre de Hartnid) dec'a en el nue#o palacio de su padre, en AiMlaM*hapelle, en el a:o N1@ >*reo que su cabe!a se qued3 #ac'a. El amor lo trastorn3 apenas le crecieron los pelos a lo largo de las piernas $ cubrieron sus me"illas. ?tro cuerpo distinto del su$o se le subi3 al cerebro aunque $o no sepa d3nde obtu#o esa #isi3n. Por lo menos, cuando ten'a doce o trece a:os, una imagen se mont3 en su cabe!a $ se aerr3 a ella. o se etingui3 cuando lleg3 el amanecer $ 0l se le#ant3 de su lecho. A partir de ese instante $a no quiso #er m&s a su hermano. Esa imagen se con#irti3 en un uror tal que $a no o$e m&s nada de lo que le dicen. Quiere recobrar ese rostro. adie puede permanecer rente a mi hi"o sin quedar estupeacto por lo que le ha pasado. Ama a alguien. As' es como la princesa 7erthe "ustiicaba la partida de su hi"o ante el m&s "o#en de sus gemelos, que se llamaba ithard. Porque entre los gemelos, el concebido antes es el ltimo que sale. 8 ue as' que Hartnid, que era otra manera de escribir ithard, a quien hab'a concebido $ nombrado Angilbert, a quien hab'a cargado $ alimentado 7erthe, de"3 la
O.
caleaccionadas con peque:os hornillos de brasas donde los mon"es apo$aban sus pies $ donde el calor se acumulaba ba"o sus ropas. Pero poco importa el calor-
N. %a abad'a que restaur3 Angilbert *uando el emperador le oreci3 la uente de /an Carcoul, el capitel de piedras secas $ reunidas sin "unturas que la remataba, la #ie"a ermita de /an 5iquier, el re$ cham&n, que hab'a sido erigida a su lado, $ por ltimo las construcciones m&s recientes de la abad'a que los rodeaban, al conde $ abad (abbas et comes) Angilbert, le otorg3 unas dependencias hasta la orilla del mar antes de Quento#ic. Era en los a:os O. Harun alM 5achid $a era el calia de la gran ciudad de 7agdad. *arlomagno toda#'a no era emperador. adie en el mundo lo llamaba an *arolus Cagnus, ni *arlos el Cagno, ni Rarel der Grosse. El "o#en re$ de los rancos no quiso como $erno al conde que ten'a en sus manos el ducado de la
transmitir el pedido que le hab'a hecho su padre, lo recha!3 para siempre, ue lo siguiente >Es posible que las mu"eres $ los hombres no cono!can dos #eces el deseo. o esto$ con#encido de ello, ni para las mu"eres, ni para los hombres, pero es algo posible. %os peces a los que llamamos salmones mueren "usto en el instante en que eperimentan el goce cuando es la primera #e! de sus #idas en que lo encuentran. En el instante en que sus cuerpos $ sus aletas se me!clan con la uente de los montes donde ueron concebidos, sus #ie"os cuerpos impregnados de semen, toda#'a temblando en la #oluptuosidad, mueren. sted se:al3 que me pas3 algo comparable entre las madresel#as, cuando nos encontramos a la sombra de los densos racimos de glicinas a!ules que nos ocultaban de la #ista de los otros miembros de la corte. uestros cuerpos temblaban en la elicidad eactamente como lo hacen los animales cuando tienen miedo. A #eces se grita en el ltimo instante, cuando el alma se escapa, como se grita cuando se nace, mientras el cuerpo descubre la lu! del sol. 8 sucede que gritemos en el placer, cuando el agua que contenemos de pronto se derrama. Es posible, en eecto, que no aprendamos demasiadas cosas al #i#ir. Por el momento, su padre solicit3 que no nos toc&semos m&s. En lo que me concierne, ese pr'ncipe es un amigo $ $o so$ un compa:ero leal. En cuanto a usted, es su padre $ usted es una hi"a dichosa $ amorosa. l tiene bastante con sus hi"os $ los hi"os de sus hi"os $ teme por la sucesi3n del inmenso reino que tiene impacientemente la #oluntad de aumentar. sted #a a unirse a la corte palatina de sus mu"eres en Ai. uestros cuerpos $a no temblar&n ni de elicidad ni de temor. *uidar0 de nuestros hi"os $ los trescientos mon"es que he reunido en mi abad'a los instruir&n con tanta solicitud e incluso con m&s diligencia que todos los otros duques de la tierra. %as mu"eres que traba"an en los hornos, que la#an, que secan la ropa blanca, que culti#an, que plantan, que cosechan en el terreno rectangular, los querr&n. %a princesa 7erehta le respondi3 al conde Angilbert con#ertido en padre abad de la abad'a de /aintM5iquier >osotras, mu"eres, nuestra #ida no es eli!. El tiempo en que somos mu"eres es demasiado bre#e. /omos demasiado tiempo ni:as, seguimos siendo mu"eres tan pocas temporadas, somos demasiado r&pido madres, perdemos una etensi3n interminable de tiempo en hacernos #ie"as $ en quedar, con un pie en el aire, todas empol#adas, dudando en nauragar en el oc0ano de la muerte. Adem&s, el ciclo de nuestra ecundidad est& desagradablemente medido si lo comparamos con la duraci3n de nuestra eistencia. %os cuidados que requieren los peque:os que salen de nuestro seo son repetiti#os $
groseros. Por eso pienso esto- El tiempo de las madres $ de las abuelas es demasiado etenso a tal punto que se torna molesto $ casi repulsi#o. En este sentido, no esto$ descontenta de #ol#er a la compa:'a de mi padre, a la edad en la que esto$. Amigo m'o, cons0r#eme su ser#icio puesto que $a no quiere acostarse cerca de mi carne, puesto que $a no quiere lle#ar su boca a mi pecho $ chuparlo un poco, #aciado, al caer la noche, puesto que $a no quiere entonar su gemido en el hueco de mi hombro. Pero ahora #o$ a decir lo que creo que es lo peor. %o m&s terrible que ha$ en la eistencia que tienen las mu"eres es que amamos a los hombres mientras nos desean. *ada una de nosotras se entrega por completo a uno de ellos mientras que ellos ol#idan que est&n en nuestros bra!os inmediatamente despu0s de que nos penetraron $ corren a comunicar por todas partes lo que no saben nunca.
. %a escena del ba:o en el gran sal3n Hartnid tomaba su ba:o en su ba:era de madera en el gran sal3n colmado de penumbra. ?$3 una #o! de mu"er a sus espaldas. >*ierra los o"os cuando te toqueB Hartnid cerr3 los o"os $ respondi3 a la #o! >Hice lo que me pediste. 9engo mis dos p&rpados ba"os. Ha! lo que te dispones a hacer. Entonces la mu"er que se llamaba SicKloL lo agarr3 de los hombros $ entr3 en la ba:era. l abri3 los o"os. %a mir3. Ella era mu$ hermosa. %e di"o >8a no tendr0 que cerrar los o"os cuando te acerques a m'. >Por desgracia. >/er&s mi nica mu"er. Eres tan hermosa. Eres la primera mu"er que descubro desnuda. Aun de aquella cu$o rostro busco, no imagino su desnude!. /er&s la nica de la que tendr0 la plena e indecente apariencia $ la colocar0 cerca del retrato que se i"3 no s0 por qu0, antes, en mi cora!3n. %a mu"er pareci3 triste. Ella di"o >8a no habr& m&s que los sue:os que puedan darle su auilio a la #ida. 2espu0s la mu"er mostr3 con el dedo el borde de la ba:era.
>Qu0 es este p&"aro sobre el c'rculo de cobre4 >Es mi arrenda"o.
1. %a derrota de Abd ar 5ahman el GhaiKi A qu0 llamamos horror4 na sensaci3n de espanto que causa el miedo sbitamente en todo el cuerpo, de los pies a la cabe!a, que eri!a la piel o para los pelos, que incluso quita el sue:o. ? bien que llega a interrumpirlo $ es como un arrebato que captura, que aprieta la garganta como un la!o, cubre de sudor el #ientre, empapa el surco que separa las nalgas. inguna l&grima se #ierte en el horror. Pro#oca el deseo irresistible de escapar lo m&s r&pido posible en la ma$or'a de los animales sal#a"es que est&n todos dotados de una etraordinaria presciencia. En el mismo momento dos ataques se asociaron $ estrangularon a Europa como colmillos. na in#asi3n progresi#a, sabia, sutil, piadosa al sur, una in#asi3n brutal, b&rbara, codiciosa, #iolenta al norte. na, que se #ol#i3 pun!ante $ que cantaba admirablemente acompa:&ndose de #iolas, la otra, que era espor&dica $ que incendiaba todo, apresaron al continente en su morsa, sin que ni una ni la otra se hubiesen concertado. En N, nicamente *artago, que resultaba ser el m&s bello puerto que reinaba entonces en el mar Cediterr&neo, no hab'a ca'do en manos de los &rabes. En O11, el mar ue completamente conquistado. En todo el contorno del mar interior se ediicaron torres sarracenas a lo largo de las costas $ se eri!aron6 como otras tantas lan!as. El Imperio oriental bi!antino, replegado en el mar de C&rmara, $a no tu#o relaci3n directa con la parte occidental del antiguo imperio. %os puertos de Pro#en!a se #aciaron. %as barcas de pesca, los botes, las redes sustitu$eron a los na#'os que achicaron, a las galeras que acortaron, a las largas barca!as de comerciantes que miniaturi!aron hasta el punto de con#ertirlas en err$s o incluso en g3ndolas. %as sedas $ las especias pro#enientes del Etremo ?riente transitaron a lomo de burro por las rutas de Italia. 2aban #ueltas en los desiladeros de los Alpes. %es resultaba di'cil llegar de la India, de las mesetas de Congolia, de los picos del Himala$a, de los inmensos r'os de *hina. 2espu0s de que el mar ca$era 'ntegramente en su poder, los &rabes penetraron en el interior de los territorios. 9ras haberse con#ertido en los amos del #alle del 53dano, sometieron la 7orgo:a. /itiaron la ciudad de Autun en O;. En O@1 asediaron la antigua ciudad de /ens, donde
inalmente ueron recha!ados por el ar!obispo que se hab'a reugiado en su isla $ que los atac3 a tra#0s del gueto de los "ud'os que daba al puerto, en el bra!o oriental del r'o na#egable. En O@;, *harles Cartel logr3 reunirse con el duque Eudes $ "untaron sus tropas.
11. El concilio de +erneuilMsurMA#re 2e pronto, un d'a, en O, en +erneuilMsurMA#re, el re$ de los rancos Pipino decidi3 posponer la guerra de mar!o a ma$o. /e reuni3 un concilio, que transorm3 la guerra por mil a:os en el territorio de Europa. Entre los antiguos romanos, las dos puertas de la guerra se abr'an en mar!o $ se #ol#'an a cerrar con los aguaceros $ los barriales $ las ho"as secas $ ro"as del oto:o. %os dos batientes de la puerta se dec'an, en la lengua que hablaban los antiguos guerreros de Etruria, "anua6. Fanuarius deus patuleius et clusius. (Enero dios de la puerta que se abre $ que se cierra.) %as Puertas de Enero mostraban el enigm&tico $ doble rostro de un #ie"o (sene) mirando hacia el oeste $ de un ni:o (puer) mirando hacia el este, que remataba la piedra del a:o 7irons, cuando se e"ecutaba al re$ del a:o anterior, de largos cabellos blancos, colgado de la rama de un roble, $ se lo despo"aba de su piel. /bitamente nac'a, mara#illosamente, el a:o nue#o con las primeras lores. Ia6 en la palabra romana iannus6 epresaba lo que se #a, el e"0rcito que se le#anta, la partida de los caballos, los tintineos de las armas en la primera lu! del a:o. As', en O, los obispos se reunieron en la corte de Pipino, en la antigua ciudad construida en la orilla del Iton $ rodeada por el A#re. Promulgaron que, en ese caso, dado que se adher'an de buen grado a la opini3n del soberano de los "ees (duques) de
las tribus rancas, en adelante habr'a dos asambleas (concilia) todos los a:os6 en la inmensa etensi3n donde los rancos cabalgaban. na en ma$o, en presencia del re$ $ de las tropas de sus guerreros para la re#ista antes de la guerra $ la reuni3n de todos ante todos. ?tra en octubre, que estar'a consagrada a la administraci3n del reino, en presencia de la casa del re$, de los "ees que comandaban las tribus rancas, de los padres que reg'an las abad'as, de los obispos que gobernaban las di3cesis. 5esulta pues que en prima#era la solidaridad de los vassi se concentrar'a en torno al re$. 5esulta pues que en oto:o ser'an dispersados los missi. 2e tal modo, las grandes circunscripciones eclesi&sticas ser'an inspeccionadas unas tras otras $ el impuesto ser'a recaudado anualmente.
1;. %o que llamaban el 2'a del ?so n d'a, antiguamente, un peque:o pueblo encaramado en el Alto +allespir organi!3 un 2ia de lTUs6. Era un rito que ten'a lugar al terminar el in#ierno, entre los desiladeros $ los picos de las monta:as escarpadas de los Pirineos. En la 0poca se llamaba 2'a del ?so6 a una iesta al re#0s6 que se remontaba a los primeros hombres que hab'an #i#ido all' mucho tiempo antes de que los #ascos >que #en'an de /iberia> los persiguieran $ trataran de aniquilarlos. A esos hombres antiguos les gustaba embriagarse con caldo de hongos. Penetraban con antorchas en las cue#as. Pintaban las paredes de las ca#ernas con las ceni!as que quedaban de sus ogatas. %os hombres "3#enes del pueblo, luego de haberse desnudado por completo, se ennegrec'an la piel, los cabellos $ los #ellos pbicos con ese holl'n que pre#iamente hab'an me!clado con grasa. /e re#est'an con despo"os despeda!ados de corderos luego de haberlos dado #uelta $ cubrirlos de sangre. Armados de largos palos, los osos6 procuraban ba"ar de las alturas de la monta:a hacia las pasturas, los apriscos, los manantiales, los establos, los caser'os, mientras que unos ca!adores6 trataban de recha!arlos. %os osos6 capturaban a las muchachas a las que embadurnaban con su sangre $ con su holl'n negro
$ pugnaban por lle#arlas contra su #oluntad a sus ca#ernas donde las #iolaban $ las ecundaban. na #e! saciados $ dormidos los osos6, los barberos6 disra!ados, #estidos de blanco, entraban en las cue#as donde los animales hab'an reali!ado su carnicer'a6 $ lograban capturarlos. %es pon'an cadenas $ los lle#aban aba"o, con los tobillos $ las mu:ecas atados, hasta el pueblo. A partir de entonces, con una doble hacha de s'le, los aeitaban 'ntegramente (cabellos, pelos de los bra!os, #ello del torso, matas ba"o las ailas, mato"o de pelos que rodea el escroto $ el pene). 2espu0s las mu"eres arro"aban sobre ellos grandes baldes de agua $ las ieras #ol#'an a ser hombres. Aquel d'a %uc'a ue concebida de Ansiera #iolada por el conde de +annes $ el preecto de 7reta:a, que se llamaba Hruodlandus (5oland), en el a:o OOO, en el mes de ma$o, mientras cru!aban los pasos de monta:a. C&s adelante, %uc'a tu#o una hi"a $ la ni:a ten'a los o"os tan a!ules que la llamaron %ucilla.
1@. El origen del /omme El primer color que se orma en la retina de todos los hombres, en el o"o del reci0n nacido, es el a!ul. Ese color es a!ul como el mar que antecede a la tierra. A!ul como el mismo cielo, que los antecede a ambos. 2urante un largo tiempo el /omme no era m&s que un arro$ito tan peque:o como el arro$o que brotaba de las uentes re#itali!antes de /an Carcoul. /ar era la cham&n que ten'a en su poder la bah'a que abr'a el /omme en el mar del orte. 8 sus o"os de #idente eran tan a!ules como lo son los o"os de los ni:os reci0n nacidos. na noche, en el ondo de s' misma, o$3 a lo le"os a los islandeses que llegaban en su barco. Entre los rancos, s3lo las mu"eres ten'an el don de la doble #isi3n, porque s3lo las mu"eres, segn dec'an, son en el origen tanto hombres como mu"eres, es decir, tanto ni:os como #ie"os, es decir, tanto antas'as como antasmas. /ar #e'a todo lo que iba a pasar como si $a hubiera ocurrido. Era su don. %os rancos dec'an >Ella lo #e todo. Ella puede distinguir un cabello blanco que ca$3 sobre el manto de nie#e. 8 si lo toma entre sus dedos, puede distinguir uno de esos copos de nie#e una #e! que ha sido depositado con el pelito dentro de un ta!3n de leche.
/us o"os eran a!ules eactamente como lo son las piedras de los corindones $ los !airos. 9odo el mundo los se:alaba, los admiraba, $ cada cual dec'a >Qu0 a!ules son sus o"osB Hartnid dec'a >/on los m&s bellos o"os del mundo. /on tan a!ules como el cielo despu0s de la tormenta, cuando es puro, $ se rele"a en el mar, cuando est& en calma. %os o"os de la cham&n lo embelesaban. Aunque bruscamente, en determinados momentos, sus o"os se #ol#'an inm3#iles $ r'os $ grises como el granito $ ella #e'a a las tropas enemigas a #arios a:os de distancia. Ella dec'a >2entro de tres a:os, el enemigo que #iene del norte desembarcar&. %lo#er&. El r'o estar& crecido $ ustedes se quedar&n inm3#iles, sentados en el dique contemplando el agua que sube hasta sus rodillas $ entonces, o bien caer&n en la muerte ba"o sus golpes, o bien se con#ertir&n en sus escla#os. /ar la *ham&n pro#ocaba la risa de los pescadores $ los ca!adores $ los caldereros $ los guerreros del /omme al ad#ertir con demasiado tiempo de anticipaci3n lo que iba a ocurrir. unca se sab'a cu&ndo surgir'a el uturo que ella adi#inaba. Era una proetisa que #e'a demasiado le"os. Entonces, cuando los acontecimientos sobre#en'an, los rancos hab'an ol#idado la proec'a que anta:o ella hab'a pronunciado. Adem&s, suscitaba la protesta de los m&s ancianos porque los impulsaba a tomar precauciones que siempre se mostraban completamente intiles. n d'a de llu#ia, un d'a en que el peque:o r'o ante sus o"os, mientras estaban todos sentados sobre el dique, se desbordaba, los n3rdicos, que #en'an de la isla de Islandia, los atacaron. Cataron a la ma$or'a de los hombres que trataron de deenderse. 5edu"eron a la escla#itud a los ni:os, las mu"eres, los hombres ma$ores $ gastados $ amarillentos $ seniles. %os #iKings les preguntaron a los rancos >o tienen entonces una cham&n que les pronostique sus desgracias4
islandeses d3nde hab'a escogido la cham&n su cue#a en el acantilado. %os normandos treparon la ladera= espantaron a las ga#iotas= entraron en la ca#erna= espantaron a los murci0lagos= la agarraron de los bra!os= le re#entaron los o"os= sus pupilas mu$ a!ules lu$eron sin parar.
1D. El rostro na tarde, un bote ba"3 por el r'o. El remero hi!o atracar el casco negro en las peque:as ho"as romboides $ amarillas de los grandes sauces de Hagus el barquero. n "o#en mu$ esbelto, mu$ bello, que ten'a los gestos de un &ngel, salt3 sobre la orilla, le hi!o una se:a a alguien que no se #io. El bote #ol#i3 a partir en silencio. %os dos hombres siguieron la costa. Pronto el primero ue conocido por todo el mundo. /ab'an que se llamaba Hartnid $ que estaba buscando algo. 7uscaba un rostro. 9en'a una ca"ita esmaltada dentro de su camisa. %a abr'a. Costraba un rostro que hab'a sido pintado en una isla de Escocia $ preguntaba- Han #isto este rostro46 /e trataba de la cara de una mu"er que no era especialmente bella pero que ten'a un aspecto etremadamente dulce. El hombre se llamaba Hartnid $ a #eces un arrenda"o de grandes plumas a!ules acud'a a posarse sobre su hombro.