Razones de la condenación eterna Pregunta: Me gustaría que me contestasen sinceramente a la siguiente pregunta: Se dice que Dios es eternamente justo y misericordioso. Pues bien, si es tal su amor por nosotros, yo creo que nos perdonaría siempre y acabaría salvando a todos los pecadores del infierno. He escuchado muchas versiones por parte de sacerdotes, cuya única explicación suele ser la de que Dios es también eternamente justo, pero yo necesito más razones... ¿podría usted dármelas? Respuesta: Para entender el sentido del infierno, hay que empezar por decir que el Juicio Final no se puede entender como una decisión caprichosa. Es falsa la suposición de que nuestra condenación o salvación dependa exclusivamente de que, en el día del Juicio, Dios Padre nos juzgue con mayor o menor misericordia. Es equivocado pensar que si Dios juzgase con "más misericordia", podría llevar al Cielo a un pecador que ha muerto en pecado mortal. La cosa no es así. Una persona que muere en pecado mortal, podríamos decir -aunque suene fuerte- que "no la puede salvar ni Dios"; de la misma manera que Dios no puede hacer el círculo cuadrado, por la sencilla razón de que es una contradicción. Pues bien, otra contradicción sería pensar que un alma en pecado mortal pueda contemplar a Dios. Eso es imposible. Para un alma en pecado mortal, ir al Cielo no sería una felicidad, sino el máximo sufrimiento. Es como si a unos ojos que están acostumbrados a la oscuridad se les obligase a mirar una luz potentísima. En ese caso, la contemplación de esa luz no sería fuente de felicidad, sería una fuente de tormento. Además de esto, tras ese error teológico que afirma que "Dios podría salvar a alguien que muera en pecado mortal", se esconde una falsa representación de nuestra imaginación, que conviene purificar: el Cielo no es un "sitio" -del que alguien puede ser excluido, o al que alguien pueda ser llevado contra su voluntad-, sino que el Cielo es un "estado de amistad". Como es evidente, la amistad no se impone ni puede imponerse, se acepta o se rechaza. Por eso, el Catecismo de la Iglesia Católica, a la hora de explicar el misterio de la condenación eterna, utiliza el termino "autoexclusión". Veámoslo: "Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados, es lo que se designa con la palabra "infierno". (CIC 1033) Por lo tanto, no se trata de que Dios mande a un condenado a un lugar llamado Infierno, sino que el que muere en pecado mortal, está incapacitado para contemplar el rostro de Dios, y recibe en el infierno el estado adecuado para su alma. Me imagino que muchos se estarán preguntando si no es posible el arrepentimiento tras la muerte. La respuesta es negativa, ya que la muerte deja definitivamente fijada la opción de la persona. Es decir, el rechazo o la apertura a Dios que teníamos en el momento del fallecimiento es inamovible. <
natural de la psicología humana. En efecto, el alma separada del cuerpo tiene una psicología similar a la de los ángeles: su conocimiento no se produce desde los datos que le proporcionan los sentidos, a base de deducciones y razonamientos, sino que se trata de un conocimiento intuitivo, y por lo tanto es imposible que cambie la elección de su fin último (tengamos en cuenta que carece de impulsos pasionales corporales que le empujen a un cambio de opción). Esto explica por qué ya no puede pecar un alma que está en el Cielo, así como por qué no puede arrepentirse una alma condenada.>> Por lo tanto, lo que llamamos "castigo de Dios a la condenación eterna", no es sino la consecuencia última del respeto divino a la autoexclusión del hombre. (Sobre la existencia del Infierno, consultar la revista LOIOLA Nº 25 http://www.loiola.org/infier.htm Allí podéis ampliar la respuesta a esta consulta). Entender la verdad de fe de "la eternidad del estado de condenación" es importante para que valoremos adecuadamente la liberación que Cristo ha venido a traernos. Si no tomamos conciencia de cuál es la "perdición" de la que hemos sido salvados, nunca llegaremos a reconocerle como nuestro Redentor.