Respetemos el don divino del matrimonio Respetemos el don divino del matrimonio - La Atalaya 2011
Jehová le dijo a Adán: “El hombre dejará a su padre y a su madre, y tiene que adherirse a su esposa” (Gén. 2:24). Estas palabras implican que, cuando alguien se casa, cambia su orden de prioridades, lo que influye en su relación con sus amigos y parientes. No puede darles preferencia a ellos, pues su tiempo y atención le corresponden en primer lugar a su cónyuge. Los dos han formado una nueva familia, de modo que no deben permitir que sus padres se entrometan en las decisiones o en los desacuerdos del hogar. Es imprescindible que se apeguen el uno al otro. Eso es lo que Jehová ha dispuesto. 10
La lealtad es beneficiosa siempre, incluso cuando uno de los cónyuges no es
testigo de Jehová. Una hermana que se halla en esta situación dice: “Le estoy muy agradecida a Jehová porque me ha enseñado a aceptar la dirección de mi esposo y respetarlo profundamente. Por ser leal he disfrutado de cuarenta y siete años llenos de amor y respeto” (1 Cor. 7:10, 11; 1 Ped. 3:1, 2). Ciertamente, para que cualquier matrimonio salga adelante es preciso esfuerzo. ¿Qué puede hacer usted para que su cónyuge se sienta seguro? Busque formas de demostrarle, tanto por palabras como por acciones, que para usted es la persona más importante del mundo. Haga todo lo posible para que nada ni nadie se interponga entre ustedes dos (léase Proverbios 5:15-20).
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Trabajar en unión fortalece el matrimonio 11
Siempre que el apóstol Pablo habló de sus buenos amigos Áquila y Priscila, los
mencionó juntos. La unidad de esta pareja ilustra a qué se refería Dios cuando indicó que marido y mujer deben ser “una sola carne” (Gén. 2:24). En efecto, los dos trabajaban lado a lado en su hogar, en su oficio y en el ministerio. Cuando Pablo visitó Corinto por primera vez, lo invitaron a quedarse con ellos en su casa, que al parecer se convirtió temporalmente en la base de operaciones del apóstol. Más tarde, utilizaron su hogar en Éfeso para celebrar las reuniones de la congregación, y juntos ayudaron a cristianos nuevos, como Apolos, a crecer espiritualmente (Hech. 18:2, 1826). Este fervoroso matrimonio se mudó luego a Roma, donde también abrieron las puertas de su hogar para las reuniones. Posteriormente volvieron a Éfeso, donde siguieron fortaleciendo a los hermanos (Rom. 16:3-5). 12
Durante un tiempo, Áquila y Priscila también desempeñaron con Pablo su oficio
de fabricantes de tiendas de campaña. Una vez más, vemos que ambos esposos
realizaban sus tareas unidamente, sin andar compitiendo ni discutiendo (Hech. 18:3). Claro, lo que fortalecía la espiritualidad de su matrimonio era el tiempo que pasaban juntos en las actividades cristianas. De hecho, fuera en Corinto, en Éfeso o en Roma, llegaron a ser conocidos como “colaboradores en Cristo Jesús” (Rom. 16:3). En efecto, dondequiera que iban, colaboraban codo a codo en la predicación del Reino. 13
Sin lugar a dudas, la unión matrimonial se fortalece cuando se comparten metas y
actividades (Ecl. 4:9, 10). Por desgracia, muchos casados pasan poco tiempo juntos. Dedican largas horas a sus respectivos empleos. Otros viajan mucho por razones de trabajo o incluso emigran al extranjero para enviar dinero a su familia. Hasta cuando están en casa, algunos se aíslan a causa de la televisión, las aficiones, los deportes, los videojuegos o Internet. ¿Ocurre así en su hogar? En tal caso, quizás puedan hacer cambios para pasar más tiempo juntos en diversas tareas, como preparar la comida, lavar los platos, atender el jardín, o cuidar de sus hijos o de sus padres mayores. 14
Más importante aún es que todas las semanas realicen como pareja actividades
espirituales. Analizar el texto diario y llevar a cabo la Noche de Adoración en Familia es una magnífica ayuda para unificar sus valores y metas. También lo es salir juntos en la predicación, quizás sirviendo de precursores. ¿Les permiten sus circunstancias hacerlo, aunque sea solo temporalmente, quizás por un mes, un año, o más? (Léase 1 Corintios 15:58.) Una hermana que participaba en el precursorado con su esposo explica: “El ministerio nos permitía compartir momentos y conversar a gusto. Como teníamos en común la meta de ayudar espiritualmente a las personas, yo veía que formábamos un verdadero equipo. Y me sentía más apegada a él, no solo como mi marido, sino también como mi mejor amigo”. Ustedes también deben trabajar en unión para lograr objetivos que valgan la pena. De ese modo conseguirán que sus intereses, prioridades y costumbres vayan armonizándose día a día. Como en el caso de Áquila y Priscila, serán cada vez más “una sola carne”, tanto en su manera de pensar y sentir como en su forma de actuar.
Según un especialista, el verbo hebreo traducido “adherirse” en Génesis 2:24 transmite la idea de “adhesión fiel”.
Factores a considerar: Hablando de la institución matrimonial, la Biblia indica: “El hombre dejará a su padre y a su madre, y tiene que adherirse a su esposa, y tienen
que llegar a ser una sola carne” (Génesis 2:24). Ahora bien, ¿qué significa “ser una sola carne”? Implica algo más que vivir juntos: implica formar una nueva familia, una que está por encima de sus respectivas familias (1 Corintios 11:3). Claro está, todavía tienen que respetar a sus padres y atenderlos debidamente (Efesios 6:2). Pero ¿qué pasa si la forma en que su cónyuge cumple con este deber hace que usted se sienta descuidado o abandonado? Algunas sugerencias: Esfuércese por ser objetivo. ¿De veras está su cónyuge demasiado apegado a la familia? ¿O será sencillamente que la relación que su cónyuge tiene con sus padres es diferente de la que usted tiene con los suyos? Y en tal caso, ¿estará influyendo su crianza en cómo ve usted las cosas? ¿Pudiera ser que usted, en realidad, esté sintiendo algo de celos? (Proverbios 14:30; 1 Corintios 13:4; Gálatas 5:26.) Es verdad que no es fácil responder estas preguntas y que, para hacerlo, se requiere ser honrado con uno mismo. Sin embargo, es vital que se las haga. Tenga en cuenta que si usted y su cónyuge discuten a menudo por el tema de los suegros, tal vez el verdadero problema sea otro. Muchos conflictos matrimoniales surgen cuando los cónyuges —que no siempre van a concordar en todo— no logran ver las cosas desde la perspectiva del otro (Filipenses 2:4; 4:5). Ese era el problema de Adrián, un esposo de México. “El ambiente familiar en el que se crió mi esposa no fue precisamente el mejor para ella —explica—. Así que evité relacionarme mucho con mis suegros. De hecho, no quise tener ningún contacto con ellos durante años. Claro, esto me causó problemas con mi esposa, pues ella extrañaba mucho a la familia, sobre todo a su madre.” Con el tiempo, Adrián vio la necesidad de adoptar una actitud más equilibrada. “Todavía creo que a mi esposa le afecta emocionalmente pasar mucho tiempo con sus padres, pero ahora veo que lo contrario también la perjudica. Por eso, me he reconciliado con mis suegros y, en lo posible, trato de mantener una buena relación con ellos.”* ¿POR QUÉ NO INTENTAN ESTO? Que cada uno escriba lo que más le preocupa de su relación con los suegros. Háganlo con tacto. Recuerden que lo que están expresando son sus sentimientos, y no deben parecer recriminaciones. Luego intercambien sus notas y piensen juntos qué pueden hacer para ayudarse el uno al otro. SEGUNDA SITUACIÓN: Los suegros se inmiscuyen constantemente dando consejos sin que se los pidan. “Pasé los primeros siete años de casada con la familia de mi
esposo —cuenta Nelya, de Kazajistán—. Criticaban mi forma de cocinar, de limpiar e incluso de criar a los niños. Y no servía de nada hablar con mi esposo y con mi suegra. Al contrario, solo provocaba más discusiones.” Factores a considerar: Cuando alguien se casa, deja de estar bajo la autoridad de sus padres. La Biblia dice que “la cabeza de todo varón es el Cristo; a su vez, la cabeza de la mujer es el varón”, es decir, su esposo (1 Corintios 11:3). Esto no quita que ambos cónyuges todavía deban honrar a sus padres, como se indicó antes. Proverbios 23:22 nos recuerda: “Escucha a tu padre, que causó tu nacimiento, y no desprecies a tu madre simplemente porque ha envejecido”. Ahora bien, ¿qué puede hacer usted si sus padres, o los de su cónyuge, tratan de imponer sus opiniones? Algunas sugerencias: Trate de entender por qué sus suegros actúan como lo hacen poniéndose en su lugar. “A veces —explica Ryan, mencionado al comienzo—, los padres simplemente quieren sentir que todavía son importantes para los hijos.” Si usted se da cuenta de que no se entrometen con mala intención, el problema quizás pueda resolverse aplicando el principio bíblico de Colosenses 3:13, que dice: “Continúen soportándose unos a otros y perdonándose liberalmente [...] si alguno tiene causa de queja contra otro”. No obstante, tal vez haya casos en que las constantes intromisiones de los suegros provoquen graves discusiones en el matrimonio. Llegados a este punto, ¿qué pueden hacer los cónyuges? Algo que les ha resultado práctico a algunas parejas es ponerles ciertos límites a los padres. Para eso no es necesario sentarlos y decirles duramente lo que no deben hacer.*Por sus acciones, usted puede dejarles claro que la prioridad es su cónyuge. Masayuki, un esposo japonés, da un ejemplo: “Cuando sus padres opinen, no les dé inmediatamente la razón. Recuerde que usted está sentando las bases de una nueva familia. Así que, primero, pregúntele a su cónyuge que piensa al respecto”. ¿POR QUÉ NO INTENTAN ESTO? Hablen sobre qué conflictos entre ustedes se deben a las intromisiones de los suegros. Luego, escriban cómo pueden fijar límites a sus padres y, mostrándoles el debido respeto, hacer que los cumplan. En muchas ocasiones, la situación puede mejorar si se entiende por qué los suegros actúan de cierta forma y si no se permite que los problemas con ellos causen división en la pareja. “En nuestras discusiones sobre los padres había muchos sentimientos implicados, tanto por mi parte como por la de mi esposo —reconoce Jenny—. Enseguida nos dimos cuenta de que decirle al otro lo que sus padres hacían mal no era la solución. Al revés, causaba más daño. Finalmente, decidimos
concentrarnos en resolver el problema en vez de utilizar los defectos de nuestros suegros para lanzarnos dardos el uno al otro. ¿Funcionó? La verdad es que sí. De hecho, Ryan y yo estamos ahora más unidos.”
El Creador establece la norma Mucho antes de que los gobiernos decidieran promulgar leyes que regularan el matrimonio, nuestro Creador ya las había establecido. Dice el primer libro de la Biblia: “El hombre dejará a su padre y a su madre, y tiene que adherirse a su esposa, y tienen que llegar a ser una sola carne” (Génesis 2:24). Con respecto a la palabra hebrea traducida como “esposa”, el Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento exhaustivo, de W. E. Vine, explica que “señala a cualquier persona del sexo femenino”.Más tarde, Jesús confirmó que los cónyuges tienen que ser “macho y hembra” (Mateo 19:4). Por consiguiente, Dios estipuló que el matrimonio fuese una unión íntima de carácter permanente entre hombre y mujer. Ambos seres están diseñados para complementarse a fin de satisfacer mutuamente sus necesidades y deseos de orden emocional, espiritual y sexual. La conocida historia bíblica de Sodoma y Gomorra revela el criterio divino acerca de la homosexualidad. Dios declaró: “El clamor de queja acerca de Sodoma y Gomorra es ciertamente fuerte, y su pecado es ciertamente muy grave” (Génesis 18:20). El grado de depravación al que habían llegado estas ciudades se manifestó cuando el justo Lot recibió a dos visitantes. “Los hombres de Sodoma [...] cercaron la casa, desde el muchacho hasta el viejo, toda la gente en una chusma. Y siguieron llamando a Lot y diciéndole: „¿Dónde están los hombres que entraron contigo esta noche? Sácanoslos para que tengamos ayuntamiento con ellos‟.” (Génesis 19:4, 5.) Las Escrituras añaden que “los hombres de Sodoma eran malos, y eran pecadores en extremo contra Jehová” (Génesis 13:13). Aquellos hombres “se encendieron violentamente en su lascivia unos para con otros, varones con varones” (Romanos 1:27). Habían “ido en pos de carne para uso contranatural” (Judas 7). En los países donde hay constantes campañas en pro de los derechos homosexuales, quizás haya quienes objeten a que se aplique el calificativocontranatural a la conducta homosexual. Pero ¿acaso no es Dios el árbitro supremo en lo que respecta al orden natural? Pues bien, él dio este mandato a su
pueblo: “No debes acostarte con un varón igual a como te acuestas con una mujer. Es cosa detestable” (Levítico 18:22).
Somos responsables ante Dios La Biblia es muy clara: Dios no acepta ni pasa por alto las relaciones homosexuales. Lo mismo ocurre con las personas que “aprueban a quienes las practican” (Romanos 1:32, Nueva Versión Internacional). Y el que se celebre un “matrimonio” no las convierte en algo decente. Dios requiere que “el matrimonio sea honorable entre todos”, lo que excluye las uniones homosexuales, que él encuentra detestables (Hebreos 13:4). Con la ayuda divina es posible que las personas “se abstengan de la fornicación” — término que incluye los actos homosexuales— y sepan “tomar posesión de su propio vaso en santificación y honra” (1 Tesalonicenses 4:3, 4). Hay que reconocer que no siempre es fácil. Gerardo,* quien llevó un estilo de vida homosexual, dijo: “Creía que no iba a poder cambiar nunca”. Pero lo hizo, ayudado por “el espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:11). Gerardo comprobó que para Jehová no hay problemas insuperables. En efecto, Dios puede darnos la fuerza y la ayuda que precisamos para atenernos a sus preceptos y así recibir su bendición (Salmo 46:1).
2:22-24. El matrimonio es una institución divina. El vínculo matrimonial es permanente y sagrado, y el esposo es el cabeza de la familia. 3:1-5, 16-23. La felicidad depende de que reconozcamos la soberanía de Jehová en todo aspecto de nuestra vida. 3:18, 19; 5:5; 6:7; 7:23. La palabra de Jehová siempre se cumple. 4:3-7. A Jehová le agradó la ofrenda de Abel porque era un hombre justo, un hombre de fe (Hebreos 11:4). Por otro lado, como bien lo demostraron sus hechos, Caín carecía de fe. Sus obras eran inicuas, pues se caracterizaron por los celos, el odio y el asesinato (1 Juan 3:12). Además, es probable que no se detuviera a pensar mucho en su ofrenda y simplemente la presentara de manera mecánica. ¿No deberíamos ofrecer nuestros sacrificios de alabanza a Jehová con todo el corazón junto con una actitud apropiada y una buena conducta? 6:22. Aunque la construcción del arca requirió muchos años, Noé hizo precisamente lo que Dios le mandó. Por ello, él y su familia sobrevivieron al Diluvio. Jehová nos habla a través de su Palabra escrita y nos guía mediante su organización. Es por nuestro bien que debemos escucharlo y obedecerle. 7:21-24. Jehová no destruye a los justos junto con los inicuos.
Cuando los hijos abandonan el nido familiar, los padres tal vez sientan alegría y orgullo al tiempo que nostalgia y temor. Sin embargo, los padres altruistas se darán cuenta de que a sus hijos les ha llegado la hora de „dejar a su padre y a su madre‟ y adherirse a su cónyuge a fin de que ambos „lleguen a ser una sola carne‟, como el Creador se propuso que fuera (Génesis 2:24). Cierta madre relata la reacción que tuvo cuando su hijo mayor se casó: “Lloré, pero no solo de tristeza, sino de alegría, porque había ganado una hija a la que quiero mucho”. El que los padres, así como los novios, manifiesten las cualidades cristianas, tales como la disposición a cooperar, la serenidad, el altruismo y la tolerancia, contribuirá a que la boda sea una ocasión agradable y edificante (1 Corintios 13:4-8; Gálatas 5:2224; Filipenses 2:2-4). Algunas novias temen que algo salga mal ese día, por ejemplo, que se pinche una rueda del automóvil y lleguen tarde a la ceremonia, que haga un tiempo espantoso o que se arruine el vestido en el último instante. Lo más probable es que no suceda nada de eso; sin embargo, hay que ser realistas. No todo puede salir a pedir de boca, así que no queda más remedio que aceptar los contratiempos (Eclesiastés 9:11). Así pues, los futuros cónyuges han de mantener una actitud positiva y hacer lo posible por no perder el sentido del humor cuando se presenten imprevistos. Si surge algún problema, deben recordar que en los años venideros se reirán cuando lo cuenten. Así evitarán que los pequeños percances les estropeen la boda.
¿Ha cambiado Dios de opinión? Al principio, Dios no dijo que el matrimonio fuera solo temporal. Cuando unió al primer hombre y a la primera mujer, según se relata en Génesis 2:21-24, no mencionó que pudieran divorciarse o separarse. Por el contrario, el versículo 24 indica: “El hombre dejará a su padre y a su madre, y tiene que adherirse a su esposa, y tienen que llegar a ser una sola carne”. ¿Qué quieren decir estas palabras? Piense en el cuerpo humano, en cómo sus tejidos se entrelazan a la perfección y en cómo los huesos se juntan en fuertes articulaciones para protegerlos de toda fricción. ¡Qué unidad! ¡Qué durabilidad! Y sin embargo, ¡qué dolor sentimos cuando este incomparable organismo sufre una lesión grave! Por eso, la expresión “una sola carne” que aparece en Génesis 2:24 destaca la intimidad y la permanencia de la unión marital, y a la vez constituye una advertencia implícita de que su ruptura es sumamente dolorosa.
Aunque los vientos de cambio que han soplado los pasados milenios han formado y reformado el pensamiento del ser humano, Dios aún ve el matrimonio como un compromiso de por vida. Hace unos dos mil cuatrocientos años, cuando algunos judíos abandonaron a sus esposas para casarse con mujeres más jóvenes, Dios condenó tal proceder mediante el profeta Malaquías: “Y ustedes tienen que guardarse respecto a su espíritu, y con la esposa de tu juventud que nadie trate traidoramente. Porque él ha odiado un divorciarse —ha dicho Jehová el Dios de Israel— [...]” (Malaquías 2:15, 16). Más de cuatro siglos después, Jesús confirmó la opinión de Dios respecto al matrimonio cuando citó de Génesis 2:24 y señaló: “Lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre” (Mateo 19:5, 6). Años más tarde, el apóstol Pablo enseñó que “la esposa no debe irse de su esposo” y que “el esposo no debe dejar a su esposa” (1 Corintios 7:10, 11). Estos versículos expresan con exactitud lo que piensa Dios sobre el vínculo matrimonial. ¿Establecen las Escrituras que el matrimonio llegue a su fin en algún caso? Sí, cuando uno de los cónyuges muere (1 Corintios 7:39). Por otro lado, el adulterio puede también disolver la unión marital si el cónyuge inocente así lo decide (Mateo 19:9). En el resto de los casos, la Biblia anima a las parejas a permanecer juntas.
Cómo forjar un matrimonio duradero Dios quiere que el matrimonio sea una unión duradera semejante a un viaje feliz, no a una lucha por la supervivencia. Desea que los cónyuges resuelvan sus diferencias y disfruten plenamente de estar juntos. Su Palabra proporciona la guía para un matrimonio feliz y duradero. Lea, por favor, los siguientes textos bíblicos. Efesios 4:26: “Que no se ponga el sol estando ustedes en estado provocado”.* Un hombre felizmente casado cree que estas palabras lo ayudan tanto a él como a su esposa a zanjar enseguida los desacuerdos. “Si no puedes dormir tras una discusión, es que algo sucede. No permitas que el problema continúe”, comenta. A veces, ambos se han quedado hablando de sus diferencias hasta altas horas de la noche. Pero surte efecto. Él añade: “Cuando se aplican los principios bíblicos, los resultados son magníficos”. Gracias a eso, este señor y su esposa llevan casados cuarenta y dos felices años. Colosenses 3:13: “Continúen soportándose unos a otros y perdonándose liberalmente unos a otros”. Un esposo relata cómo él y su pareja han puesto en práctica este consejo: “A veces los cónyuges se irritan el uno al otro, y eso no significa necesariamente que hayan hecho algo malo, pues todos tenemos debilidades y
costumbres que molestan a otras personas. Así que nos soportamos mutuamente y no dejamos que este tipo de cosas nos separen”. Sin duda, esa forma de pensar ha ayudado a esta pareja a permanecer unida ya por cincuenta y cuatro años. La aplicación de principios bíblicos como los supracitados fortalece el vínculo matrimonial y hacen del matrimonio un enlace de por vida, feliz y gratificante.
“Macho y hembra los creó” Cuando Adán les estaba dando nombre a los animales, se dio cuenta de que todos, excepto él, tenían pareja. Por ello se sintió muy feliz cuando vio la hermosa criatura que Jehová había creado de su costilla. Al comprender que ella era una parte de él como nada más podría serlo, exclamó: “Esto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada Mujer, porque del hombre fue tomada esta” (Génesis 2:18-23). El hombre necesitaba “una ayudante”, y Eva era justo la persona adecuada. Era el perfecto e idóneo complemento de Adán: para cuidar del jardín donde vivían y de los animales, para tener hijos y para brindarle el estímulo intelectual y el apoyo de una fiel compañera (Génesis 1:26-30). Jehová les dio todo lo que razonablemente pudieran desear. Al entregar a Eva a su esposo y bendecir su unión, fundó la institución del matrimonio y la de la familia, las cuales serían la base de la sociedad. El relato de Génesis dice: “El hombre dejará a su padre y a su madre, y tiene que adherirse a su esposa, y tienen que llegar a ser una sola carne”. El propósito de Jehová al otorgar su bendición al matrimonio de la primera pareja y ordenarle que fuera fructífera era que todo ser humano naciera en el marco de una familia afectuosa, con padres que lo cuidaran (Génesis 1:28; 2:24).
“A la imagen de Dios” Adán era un hijo perfecto de Dios, hecho a Su „imagen y semejanza‟. No obstante, tal parecido no podía ser físico, ya que “Dios es un espíritu” (Génesis 1:26; Juan 4:24). La similitud radicaba en las cualidades que elevaban al género humano muy por encima de los animales. Desde su mismo comienzo, en el corazón del hombre estaban arraigadas las cualidades del amor, la sabiduría, el poder y la justicia. Se le había dotado de libre albedrío y espiritualidad. Su innato sentido moral, o conciencia, le posibilitaba distinguir entre lo bueno y lo malo. Poseía capacidad intelectual, por lo que podía meditar sobre la razón de la existencia humana, conocer mejor a su Creador y cultivar una relación estrecha con Él. Con tales facultades, Adán disponía
de todo lo necesario para cumplir con su papel de administrador de la creación terrestre de Dios.
Eva desobedece No hay duda alguna de que Adán informó inmediatamente a Eva de la única prohibición que Jehová les había impuesto: podrían comer del fruto de todos los árboles de su hogar paradisíaco a excepción de uno, el árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. No debían comer de él; en caso de que desobedecieran, en aquel día morirían (Génesis 2:16, 17). No tardó en plantearse una cuestión en cuanto al fruto prohibido. Una serpiente, que un espíritu invisible utilizaba como portavoz, se acercó a Eva y le hizo una pregunta en apariencia inocente: “¿Es realmente el caso que Dios ha dicho que ustedes no deben comer de todo árbol del jardín?”. La mujer le contestó que les estaba permitido comer del fruto de todos los árboles, excepto uno. Fue entonces cuando la serpiente contradijo a Dios al replicar: “Positivamente no morirán. Porque Dios sabe que en el mismo día que coman de él tendrán que abrírseles los ojos y tendrán que ser como Dios, conociendo lo bueno y lo malo”. Eva comenzó a mirar el árbol prohibido con otros ojos. “El árbol era bueno para alimento, y [...] a los ojos era algo que anhelar.” Totalmente engañada, desobedeció la ley de Dios (Génesis 3:16; 1 Timoteo 2:14). ¿Era inevitable el pecado de Eva? De ninguna manera. Pongámonos en su lugar. La alegación de la serpiente distorsionaba por completo lo que tanto Dios como Adán habían dicho. ¿Cómo nos sentiríamos si a un ser amado en quien confiamos, un desconocido lo acusara de habernos mentido? La reacción de Eva debería haber sido diferente: hubiera debido indignarse o incluso negarse a seguir escuchando. Al fin y al cabo, ¿quién era la serpiente para cuestionar la justicia de Dios y la palabra de su esposo? Por respeto al principio de jefatura, Eva debería haber consultado con Adán antes de tomar cualquier decisión. Nosotros tendríamos que responder de una manera similar si nos encontráramos con información contraria a las instrucciones divinas. Sin embargo, Eva confió en las palabras del Tentador y deseó ser su propio juez en cuanto a lo que era bueno y lo que era malo. Cuantas más vueltas le daba a la idea, más atractiva le parecía. Sin duda, fue un grave error albergar un deseo incorrecto en lugar de descartarlo de su mente o hablar de ello con el cabeza de la familia (1 Corintios 11:3; Santiago 1:14, 15).
Adán escucha la voz de su esposa Pronto Eva indujo a Adán a participar en su pecado. ¿Cómo podríamos explicar su consentimiento tan falto de resistencia? (Génesis 3:6, 17.) Adán se vio ante un
conflicto de lealtades. ¿Obedecería a su Creador, quien le había dado todo, incluso a Eva, su querida compañera? ¿Acudiría a su Padre en busca de guía en cuanto a lo que debería hacer? ¿O seguiría el mismo proceder que su esposa? Él estaba perfectamente al tanto de que las expectativas que Eva abrigaba respecto a comer el fruto prohibido eran falsas. El apóstol Pablo escribió bajo inspiración: “Adán no fue engañado, sino que la mujer fue cabalmente engañada y llegó a estar en transgresión” (1 Timoteo 2:14). Por lo tanto, el primer hombre optó de manera deliberada por desobedecer a Jehová. Por lo visto, el temor a verse separado de su esposa fue mayor que su fe en la capacidad divina para remediar la situación. La conducta de Adán fue suicida. Además, supuso el asesinato de toda la prole que Jehová misericordiosamente le permitió engendrar, puesto que toda ella nació bajo la condena a muerte que acarrea el pecado (Romanos 5:12). Fue, sin duda, un alto precio por tal desobediencia egoísta.
Las consecuencias del pecado El efecto inmediato del pecado fue un sentimiento de vergüenza. En lugar de acudir con alegría a hablar con Jehová, la pareja se escondió (Génesis 3:8). Su amistad con Dios se había hecho añicos. Cuando se les interrogó sobre su conducta, no mostraron remordimiento alguno, aunque eran conscientes de que habían infringido la ley de Dios. Al comer el fruto prohibido, rechazaron la bondad divina. Como consecuencia, Dios señaló que aumentaría el dolor que acompaña a la maternidad, que Eva tendría un deseo vehemente por su esposo y que este la dominaría. De ese modo, el intento de obtener independencia tuvo un resultado diametralmente opuesto al que ella había pretendido. Adán comería con dolor el producto de la tierra hasta que regresara al polvo de donde había sido tomado. En lugar de saciar el hambre sin grandes esfuerzos en Edén, tendría que trabajar con ahínco para subsistir (Génesis 3:16-19). Por último, ambos fueron expulsados del jardín de Edén. Jehová dijo: “Mira que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros al conocer lo bueno y lo malo, y ahora, para que no alargue la mano y efectivamente tome fruto también del árbol de la vida y coma y viva hasta tiempo indefinido...”. El erudito Gordon Wenham observa: “La frase queda en suspenso”, por lo que se permite al lector que continúe el pensamiento de Dios: “lo expulsaré del jardín”, presumiblemente. Por lo general, los escritores bíblicos consignan de manera completa las ideas divinas. Pero en este caso, “la omisión de las palabras finales transmite la celeridad de la acción divina. Dios ni siquiera había terminado de hablar cuando los echó del jardín”, explica Wenham (Génesis 3:22, 23).
Con aquel suceso parece haber cesado toda comunicación entre Jehová y la primera pareja. Adán y Eva no murieron de manera física en el plazo de veinticuatro horas, pero aquel día murieron en sentido espiritual. Alejados para siempre de la Fuente de la vida, comenzaron a sufrir un deterioro que culminaría en la muerte. Imaginemos su amargo primer encuentro con esta, el día en que Caín, su primogénito, asesinó a Abel, su segundo hijo (Génesis 4:1-16). Es poco lo que en comparación se conoce sobre la primera pareja humana después de este episodio. Adán tenía 130 años cuando nació su tercer hijo, Set, y murió ochocientos años más tarde, a los 930, luego de ser padre de “hijos e hijas” (Génesis 4:25; 5:3-5).
Una lección para nosotros Además de revelar el porqué de la condición degenerada en que se encuentra la sociedad humana actual, el relato de la primera pareja nos enseña una lección importante. Toda pretensión de independizarse de Jehová Dios es una auténtica locura; pero quienes poseen verdadera sabiduría cifran su fe en Jehová y en su Palabra, y no confían en su propio conocimiento. Es Jehová quien determina lo bueno y lo malo, y la esencia de hacer lo correcto radica en obedecerlo. Cometemos un mal cuando desobedecemos sus leyes y pasamos por alto sus principios. Dios ofreció, y aún ofrece, todo cuanto la humanidad pudiera anhelar: vida eterna, libertad, satisfacción, felicidad, salud, paz, prosperidad y la posibilidad de seguir descubriendo cosas nuevas. No obstante, para disfrutar de esto debemos reconocer que dependemos totalmente de nuestro Padre celestial, Jehová (Eclesiastés 3:1013; Isaías 55:6-13). [Ilustración y recuadro de la página 26] ¿Son Adán y Eva un simple mito? Los antiguos babilonios, asirios y egipcios, entre otros pueblos, creían en un paraíso original que se había perdido a causa del pecado. Muchos de estos relatos presentan un rasgo común: la existencia de un árbol de la vida, cuyo fruto confería vida eterna a quien lo comiera. Tales creencias demuestran que la humanidad recuerda que en Edén tuvo lugar un suceso trágico. Actualmente hay quienes desestiman la narración bíblica de Adán y Eva por considerarla un simple mito. Sin embargo, la mayoría de los científicos reconocen que el género humano constituye una única familia con un origen común. A muchos teólogos les resulta imposible negar que los efectos del pecado original se transmitieron a la humanidad por medio de un único antepasado, pues la creencia en
un origen múltiple del hombre los obligaría a decir que varios antecesores cometieron un pecado original. Por tanto, se verían forzados a negar que Cristo, “el último Adán”, redimió a la humanidad. Pero Jesús y sus discípulos no se encontraron ante esa disyuntiva, pues reconocieron que el relato de Génesis es verídico (1 Corintios 15:22, 45; Génesis 1:27; 2:24; Mateo 19:4, 5; Romanos 5:12-19).
FORNICACIÓN Relaciones sexuales ilícitas fuera del matrimonio instituido por Dios. La palabra hebreaza·náh y otras formas afines transmiten la idea de prostitución, ayuntamiento o relación sexual inmoral y fornicación. (Gé 38:24; Éx 34:16; Os 1:2; Le 19:29.) La palabra griega que se traduce “fornicación” es por·néi·a, un término que, según explica B. F. Westcott en su libro Saint Paul’s Epistle to the Ephesians (1906, pág. 76), “se usa en sentido general con referencia a relaciones sexuales ilícitas, tales como 1) el adulterio, Os. II.2, 4 (LXX); Mt. V.32; XIX.9; 2) el matrimonio ilícito, 1 Cor. V.1, y, en su sentido más usual, 3) la fornicación, como es el caso que nos ocupa [Ef 5:3]”. A este respecto, el Greek-English Lexicon of the New Testament (de W. Bauer, revisión de F. W. Gingrich y F. Danker, 1979, pág. 693) define esta palabra como “prostitución, incontinencia, fornicación, toda clase de relación sexual ilícita”. Se entiende, por lo tanto, que por·néi·a implica el uso crasamente inmoral de los órganos genitales de por lo menos una persona, aunque hayan debido tomar parte en el acto dos o más individuos (bien otra persona que se presta al acto o un animal) del mismo sexo o de sexo opuesto. (Jud 7.) La violación es un acto de fornicación, pero, por supuesto, no convierte a la víctima en fornicador. Cuando Dios bendijo al primer matrimonio humano, dijo: “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y tiene que adherirse a su esposa, y tienen que llegar a ser una sola carne”. (Gé 2:24.) La norma que Dios fijó para el hombre y la mujer fue la monogamia, y estaban excluidas las relaciones sexuales promiscuas. Tampoco se contemplaba el divorcio ni las segundas nupcias. (Véase DIVORCIO.) En la sociedad patriarcal, los siervos fieles de Dios odiaban la fornicación, y la consideraban un pecado contra Dios, tanto si eran personas solteras, como si estaban comprometidas o casadas. (Gé 34:1, 2, 6, 7, 31; 38:24-26; 39:7-9.) Bajo la Ley. Bajo la ley mosaica, el hombre que cometía fornicación con una muchacha que no estaba comprometida tenía que casarse con ella y pagar a su padre la dote estipulada para una novia (50 siclos de plata; 110 dólares [E.U.A.]). No podía divorciarse de ella en toda su vida. Aunque el padre de ella rehusara dársela en matrimonio, el hombre tenía que pagarle el precio de compra prescrito. (Éx
22:16, 17; Dt 22:28, 29.) Sin embargo, si la muchacha estaba comprometida, el hombre tenía que morir lapidado. No se castigaba a la muchacha que gritaba cuando era atacada, pero si no lo hacía (indicando así que consentía), también se le daba muerte. (Dt 22:23-27.) La ley que castigaba con la muerte a una muchacha que se casase fingiendo ser virgen, pero que hubiese cometido fornicación en secreto, realzaba la santidad del matrimonio. Si su marido la acusaba falsamente de tal delito, se consideraba que había acarreado gran vergüenza a la casa del padre de ella. Por tal difamación los jueces tenían que „disciplinar‟ a tal hombre (posiblemente azotarlo) y multarlo con 100 siclos de plata (220 dólares [E.U.A.]), dinero que se entregaba al padre de la esposa. (Dt 22:13-21.) La prostitución de la hija de un sacerdote deshonraba el sagrado puesto de su padre. A ella debía dársele muerte y luego quemarla como algo detestable. (Le 21:9; véase también Le 19:29.) La fornicación entre personas casadas (adulterio) era una violación del séptimo mandamiento, y aquellos que cometían tal pecado merecían la pena de muerte. (Éx 20:14; Dt 5:18; 22:22.) Si un hombre cometía fornicación con una sierva designada para otro hombre pero que aún no había sido redimida o liberada, se les tenía que castigar a ambos, pero no debía dárseles muerte. (Le 19:20-22.) Esto era así porque la mujer todavía no era libre y no tenía completo control de sus acciones, como lo habría tenido una muchacha comprometida que estuviese en libertad. Aún no se había pagado el precio de redención, o al menos no en su totalidad, por lo que todavía era esclava de su amo. Cuando el avaricioso profeta Balaam vio que no podía maldecir a Israel por medio de artes adivinatorias, procuró hacerles incurrir en la desaprobación de Jehová, induciéndolos a tener relaciones sexuales ilícitas. Por medio de las mujeres moabitas, consiguió que participaran en el sucio culto fálico del Baal de Peor, por lo que 24.000 israelitas perdieron la vida. (Nú 25:1-9; 1Co 10:8 [es probable que 1.000 cabezas del pueblo fuesen ejecutados y colgados en maderos (Nú 25:4) y los 23.000 restantes fuesen pasados a espada o muriesen debido al azote].) Prohibida a los cristianos. Jesucristo restauró la norma original de Dios acerca de la monogamia (Mt 5:32; 19:9) y condenó la fornicación, equiparándola a razonamientos inicuos, asesinatos, robos, falsos testimonios y blasfemia, todo lo cual proviene del interior del hombre, de su corazón, y lo contamina. (Mt 15:19, 20; Mr 7:21-23.) Más tarde, el cuerpo gobernante de la congregación cristiana, compuesto por los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, escribió a los cristianos en
49 E.C., prohibiéndoles la fornicación, que colocó al mismo nivel que la idolatría y el consumo de sangre. (Hch 15:20, 29; 21:25.) El apóstol Pablo señala que la fornicación es una de las obras de la carne, lo opuesto al fruto del espíritu de Dios, y advierte que el practicar las obras de la carne impedirá que un individuo herede el Reino. (Gál 5:19-21.) Su consejo es que el cristiano amortigüe su cuerpo “en cuanto a fornicación”. (Col 3:5.) Pablo advirtió a los cristianos que la por·néi·ani siquiera debería ser tema de conversación entre personas santas, tal como a los israelitas se les mandó que no mencionasen los nombres de los dioses paganos de las naciones que los rodeaban, no que no los nombraran a sus hijos al prevenirles del culto a esas deidades, sino que no los mencionasen con agrado. (Ef 5:3; Éx 23:13.) La fornicación es una ofensa por la que un individuo puede ser expulsado de la congregación cristiana. (1Co 5:9-13; Heb 12:15, 16.) El apóstol explica que un cristiano que comete fornicación peca contra su propio cuerpo, pues usa los órganos de la reproducción para fines ilícitos. Este proceder afecta muy adversamente a la persona en sentido espiritual, trae deshonra a la congregación de Dios y hace que dicha persona quede expuesta al peligro de enfermedades venéreas mortíferas. (1Co 6:18, 19.) El fornicador abusa de los derechos de sus hermanos cristianos (1Te 4:3-7), pues: 1) su „locura deshonrosa‟ introduce inmundicia en la congregación y la desprestigia (Heb 12:15, 16); 2) priva a la persona con quien comete fornicación de una condición moral limpia y, si es soltera, del derecho a dar comienzo a una relación matrimonial pura; 3) mancha el nombre de su propia familia, y, además, 4) perjudica a los padres, esposo o prometido de la persona con quien comete fornicación. Tal persona no desafía al hombre, cuyas leyes pueden o no sancionar la fornicación, sino a Dios, quien exigirá castigo por su pecado. (1Te 4:8.) En sentido simbólico. Para Jehová Dios la nación de Israel, que estaba en una relación de pacto con Él, era una “esposa”. (Isa 54:5, 6.) Cuando Israel llegó a ser infiel a Dios, despreciándole y volviéndose a otras naciones, como Egipto y Asiria, en busca de ayuda y pactando con ellas, fue como una esposa infiel —adúltera o prostituta— que fornicaba con todo descaro. (Eze 16:15, 25-29.) De manera semejante, se llama adúlteros a los cristianos que están dedicados a Dios, o que profesan estarlo, y de manera infiel participan en adoración falsa o se hacen amigos del mundo. (Snt 4:4.) La obra Lexicon Graecum Novi Testamenti (edición de F. Zorell, París, 1961, col. 1106) dice respecto al significado simbólico de por·néi·a en determinados pasajes: “Apostasía de la fe verdadera, sea parcial o total; defección del único Dios verdadero
Jahvé para seguir tras dioses ajenos [4Re 922; Jer 32, 9; Os 610, etc.2Re 9:22; Jer 3:2, 9; Os 6:10; pues se consideraba la unión de Dios con su pueblo como una especie de matrimonio espiritual]: Ap 148; 172, 4; 183; 192Rev 14:8; 17:2, 4; 18:3; 19:2”. (Corchetes del editor; en laSeptuaginta griega 4Re corresponde a 2Re en el texto masorético.) Asimismo, a Babilonia la Grande, símbolo de una colectividad religiosa, se la representa en el libro bíblico de Revelación como una ramera. Sus diversas sectas, “cristianas” y paganas, han alegado ser organizaciones de adoración verdadera; pero ella se ha asociado con los gobernantes de este mundo para conseguir poder y ganancia material, y „los reyes de la tierra han cometido fornicación‟ con ella. Su proceder inmundo y obsceno de fornicación ha sido detestable a la vista de Dios y ha causado gran derramamiento de sangre y angustia en la Tierra. (Rev 17:1-6; 18:3.) Debido a su proceder, Babilonia la Grande sufrirá el juicio de destrucción de Dios contra los fornicadores. (Rev 17:16; 18:8, 9.)