-UN día, quizá no hoy, pero sí tarde o temprano, nos encontrará y nos matará de un modo terrible e inimaginable, si no logramos que crea en los programas que estamos a punto de presentar —avisé a mi equipo creativo cuando, tiritando, tomamos asiento en la glacial sala de reuniones, a la espera de que la Dama Dragón atravesara la puerta con su acostumbrado rugido. Suponía que, si lograba ponerlas a todas con el pulso a cien antes de que la Dama Dragón hiciera su aparición, para cuando llegara de verdad a nadie le daría un ataque al corazón. Y la razón era, sobre todo, que si tal cosa sucedía entonces, no habría tiempo de administrar RCP, ni siquiera de llamar a una ambulancia. En Lesbian-TV o L-TV para abreviar, no había tiempo para nada que no fuera trabajar. A veces te daba tiempo a picar algo para comer. A veces incluso encontrabas un momento para ir al baño. Otras veces, podías hasta echar un vistazo por las ventanas del edificio restaurado de cuatro pisos, original de 1803, hecho de ladrillo rojo y con postigos negros, que daba al puerto de Boston. Para lo que no había tiempo era para enfermedades o lesiones; no había tiempo para asuntos personales e indudablemente tampoco para sufrir un ataque cardíaco. Nada más secarse la tinta de nuestros contratos por dos años, Debbe Lee, la señora «Estaisaquíparatrabajarall25% para mí», también conocida por sus enemigos y empleados como la Dama Dragón, nos había anunciado que «O eso o estáis muertas. Y si morís, arrastraremos vuestro cadáver aún caliente al ascensor, le daremos al botón de bajada y meteremos en vuestro despacho a una sustituta vivita y coleando antes de que acabe el día». Si no ganáramos tanto dinero —una cantidad que no estaba nada mal para los estándares de los guionistas de televisión— y las prestaciones no fueran tan buenas — desde el seguro médico y dental a una generosa cuenta de gastos y un pequeño porcentaje de los beneficios que obtuviera la cadena a partir del segundo año tras su lanzamiento—, estaba segura de que nadie en su sano juicio querría trabajar para la Dama Dragón. Era toda una experiencia; para ponerlo en términos legales, aquello podría definirse sin temor a equivocarse como acoso moral en el entorno laboral. Ni siquiera David E. Kelley querría trabajar para la Dama Dragón. Y estoy segura de que Chris Cárter suplicaría que lo abdujeran los extraterrestres o se sometería de buena gana a un tacto rectal diario con tal de escapar de ella. Muy bien. El caso es que teníamos el estómago revuelto constantemente, como si tuviéramos lava dentro, y nos dolía la cabeza como si nos pasáramos el día con la oreja pegada a los altavoces de una discoteca de música tecno. Básicamente, el personal de L-TV no tenía vida fuera del 55 de Water’s Edge Way. Teníamos tres máquinas expendedoras en la sala del café: una estaba repleta de barritas de caramelo, otra tenía bebidas con cafeína (incluidas tres lideras de cola Jolt) y la otra venía provista de aspirinas, ibuprofeno, analgésicos, antiácidos, cuchillas de afeitar, horcas con el lazo hecho y pistolas cargadas. -¿Adivináis qué máquina había que reponer más a menudo?
-Os preguntaréis, ¿por qué seguíamos allí, día tras día?, ¿por qué no echábamos nuestros contratos al fuego y huíamos para salvar la vida, lejos de aquella casa del terror diseñada por Debbe Lee para torturar a guionistas de televisión? Porque, joder, ¡teníamos potencial para hacernos ricas! Después de todo, la joven cadena por cable HBO arrasaba año tras año en los Emmys. Incluso la modesta Fox Inda éxitos de los que alardear. ¿Alguien ha oído hablar de Sensación de vivir? ¿O de Los Simpson? Mierda, sabíamos que nos habían dado una oportunidad única de revolucionar el panorama televisivo. «Pásanos la pala, Dama Dragón», queríamos gritarle al unísono, « ¡Estamos listas para hacernos de oro en la televisión!». -Pensadlo, podréis decir que estuvisteis en el lanzamiento de la nueva HBO —nos había dicho Debbe —. Podríais estar en la gala de los Emmys, recibiendo un premio tras otro por las series que hayan salido de vuestra mente. Series que habréis dado a luz: series que serán como vuestras hijas. Si de algo no había duda, era que Debbe Lee sabía cómo tocarle la fibra sensible a su equipo creativo. Ahora bien, aquello no era ninguna sorpresa. Después de todo, aquella mujer había ido saltando de cadena en cadena hasta recorrerse todas las letras del alfabeto y lo sabía todo del sector, desde la ABC a la Z. Ella sola había sacado adelante series premiadas que habían durado años en antena en las principales cadenas. Fly Boys, PDQ 900, Cuando todo se vino abajo, Bribones y Presión Avenue eran únicamente algunos ejemplos. Hacía tiempo que había superado a Oprah Winfrey en poder financiero e influencia televisiva. Debbe Lee era uno de esos raros sujetos con una personalidad triple A; podría iniciar una revuelta en un monasterio, una orgía en una maternidad o hacerle soltar tacos a un sacerdote en el sermón del domingo. Es decir, no precisamente «santo», «oremos» o «amén». Lo que nos había dicho Debbe Lee para convencernos de que nuestro pequeño ejército de mujeres era la repanocha era, sencillamente, que teníamos potencial para alcanzar el mayor sueño de cualquier guionista de televisión. Los atletas amateurs sueñan con el oro olímpico. Los actores y actrices anhelan el Oscar. Los senadores quieren llegar a presidente. Los escritores quieren el Premio Nacional de Literatura y los fotógrafos de prensa se mueren por un Pullitzer. Lo que un guionista de televisión ansia sobre todas las cosas es el exclusivo control creativo de una serie. Total, no sencillamente escribir las líneas que vayan a recitarse en el capítulo de la semana, sino concebir el argumento, crear y dar forma a los personajes, decidir el escenario, desencadenar los conflictos, encender las pasiones y otorgarle su raison d’étre. Puede que Debbe Lee fuera nuestra Zeus —el dios de toda la creación—, pero nosotras éramos diosas menores con el poder de insuflar vida al mundo de la fantasía televisiva. -Decían que nadie podría superar nunca a la CBS, la ABC v la NBC —nos había dicho la Dama Dragón, durante la salida en grupo a Provincetown que habíamos hecho el primer fin de semana—. Y ya veis, ¿qué sabían ellos? Ahora ellos dicen que sólo un pequeño porcentaje de la población que ve la televisión verá L-TV — continuaba—. Joder, lo que no se esperan es que vayamos a ponerlos en evidencia con nuestro estilo único de programación. Fijaos en la HBO. Tiene emisiones deportivas. Nosotras también las tendremos: hemos negociado para obtener los derechos en exclusiva de la liga NCAA de deportes universitarios femeninos, desde los partidos de baloncesto antes de la Locura de Marzo, al lacrosse, el hockey sobre hierba, el rugby y el softball. Lo que queráis. En cualquier lugar
donde una mujer esté practicando un deporte y haya un marcador, os aseguro que allí estaremos. »La HBO hace sus propias películas. Nosotras también: de todo, desde películas biográficas y acción y aventuras a romance o ciencia ficción. Nuestra primera película, como Indas sabéis, es Gladiadoras caídas, que está inspirada en las vidas de las mujeres gladiadoras que lucharon en el Londres romano. El rodaje ya ha empezado. La dirige Mel Gibson y el proyecto cuenta con Ángela Basset, Meg Ryan y Neve Campbell. »La HBO produce sus propias series. ¿Hay alguien que no conozca Los Soprano o Sexo en Nueva York? Bien, pues nosotras también lo haremos, para eso estáis aquí. Sois el cerebro que hay detrás de las próximas series de éxito sobre las que los estadounidenses hablarán ante la máquina de café de la oficina y comentarán en los magazines de radio cada mañana. Seremos la nueva televisión de referencia cada noche de la semana. »Como la HBO, haremos nuestros propios documentales. Y exactamente igual que la HBO se queda con las películas de Hollywood, nosotras ofreceremos películas independientes sólidas. Y Playboy After Dark parecerá un programa de Barrio Sésamo en una cadena familiar comparado con el porno que sacaremos después del prime-time. ¡Que alguien se atreva a decirme que buena parte de la población masculina no querrá ver mujeres haciendo el amor con otras mujeres!» »Así que, ¿qué es la HBO, eh? —nos había preguntado Debbe, mientras nos miraba a todas y a cada una de nosotras con sus ojos negros como el carbón. Todas nuestras miradas estaban fijas en ella—. Os lo voy a decir: lo es todo. Y eso es lo que nosotras seremos también. Vamos a convertir L-TV en mucho más que Lesbian-TV Será Líder- TV La líder; la televisión a batir. Vamos a abrir nuevos caminos y pronto todas las cadenas estarán corriendo a trompicones para ponerse a nuestra altura. El discurso que la Dama Dragón en aquella ocasión había sido brillante y nos había inspirado a todas para aceptar el reto de revolucionar la televisión. Al abandonar el retiro en Provincetown caminábamos con la cabeza alta y nos pavoneábamos al andar. Sin embargo, allí sentadas alrededor de la barnizada mesa de reuniones ovalada de madera de arce, mientras sufríamos las gélidas temperaturas que tanto parecían gustarle a la Dama Dragón y que hacían que incluso la escritora con más capas de ropa se hiciera un ovillo tembloroso, no nos sentíamos muy confiadas precisamente. Habíamos pasado los meses siguientes al fin de semana en Provincetown estrujándonos los sesos y jugando a lanzar ideas de series de televisión al aire. Es Te quiero, Lucy, con el sarcasmo y la mordacidad de Maude y el conjunto genial de Seinfeld. Es JAG más NTPD Blue más Ley y orden. Es Urgencias, con un toque de M*A*S*H. Es como si metieras a The Monkees en una especie de Isla de Gilligan. Pensad en Los Ángeles de Charlie, luego en Xena: la princesa guerrera y ahora pensad en Sexo en Nueva York. Es una Ally McBeal gorda. Todas las ideas que se nos habían ido ocurriendo sonaban a algo que ya estuviera hecho. Y así era. Tras los primeros meses, se habían sucedido semanas de silencio y caras largas en las sesiones de
brainstorming que antes habían sido animadas y bulliciosas. Nos pasábamos el rato mirando a la nada, sumidas en nuestros propios pensamientos que se reducían a: «Mierda, todo se ha hecho antes». Al final, cuando ya no podíamos soportar la visión, el olor o la presencia de las demás y empezábamos a echar por tierra automáticamente cualquier idea que se pusiera milite la mesa, le dije a mi equipo que no apareciera por la oficina durante una semana. - Lo digo en serio —les dije—. Salid de aquí, alejaos de estas oficinas llenas de mal karma y salid a la calle. Idos de viaje, apuntaos a un cursillo. Seguid a alguien durante todo un día. Sencillamente, haced algo diferente. Abrid los ojos, mirad a vuestro alrededor. Fijaos en la gente; fijaos en sus vidas. Y entonces encontrad el drama, la aventura. EI humor. Encontrad las relaciones. Y no volváis hasta que tengáis algo sólido, algo bueno. Algo que ofrecer que sea diferente. Algo que sea grande. Entonces señalé la puerta de la sala de reuniones y nadie dudó a la hora de obedecer el gesto. Como si acabara de dar el pistoletazo de salida en una clasificatoria olímpica de atletismo, las escritoras se pusieron en marcha de golpe y prácticamente pasaron las unas por encima de las otras con las prisas por salir de la sala y del edificio como alma que lleva el diablo. «Como ratas que huyen de un barco que se hunde», pensé yo. Entonces me imaginé el Titanic, levantando su enorme trasero en el aire antes de sumergirse lentamente en las gélidas aguas del Atlántico Norte. La Dama Dragón entró cuando yo estaba sentada sola en la sala de reuniones. ¿Lo que acabo de ver es una huelga masiva o las has despedido a todas? —Es rejuvenecimiento creativo —le contesté yo. ¿Aún no hemos ni empezado la primera temporada y vas a decirme que tus escritoras necesitan rejuvenecimiento creativo? C.J., se supone que eso pasa cuando nuestras series han triunfado y las líneas argumentales se han exprimido hasta el agotamiento. ¿No son lo bastante buenas? Ah, sí son lo bastante buenas, Debbe. Sólo tienen que abrir un poco la mente. —Tenía entendido que ya sabían hacerlo, ¿no están aquí por eso? ¿O es que nos pasamos meses revisando pilas de currículos de gente que no está cualificada ni para regular el tráfico? —Hemos contratado a las mejores guionistas, las más creativas, Debbe —le contesté, tratando de que no se me notara la irritación en la voz, para no atizar el fuego de sus afiladas réplicas—. Lo sabes. Pero querías periodistas premiadas; querías publicistas con desparpajo y candidatas al Premio Nacional de Literatura. Lo que me dijiste específicamente que no querías era guionistas profesionales que ya tuvieran una trayectoria en la industria, porque te parecía que estarían encorsetadas en escribir para series para un público hetero. Esto es un escenario nuevo para ellas. Entonces vamos a despedirlas a todas y contratemos guionistas profesionales. Total, ya que se han ido todas del edificio... No —la interrumpí—. Sólo necesitan un poco de tiempo para... —C.J., el tiempo no es algo que la gente necesite. El tiempo es algo que la gente tiene. Por eso se dice que la gente pierde el tiempo. No pierdes algo que necesitas: o haces algo útil con lo que tienes o lo
desperdicias, que es lo que parece que tu gente está haciendo. ¿Qué van a hacer ahora? ¿Pasear por Boston comiéndose un cucurucho de helado? ¿Pararse a ver los pingüinos del acuario? ¿Entrar en una sesión de tarde en el cine? ¿Pillar cacho? Sea lo que sea lo que estén haciendo, estoy convencida de que no es lo más eficiente que pueden hacer con el dinero que les estoy pagando. —Confía en mí, Debbe. Volverán llenas de ideas. Debbe tomó aire entre dientes perfectamente alineados y enarcó las finísimas cejas depiladas. —Espero que esas ideas sean mejores que una serie que... mmm, ¿cómo lo describían en el lavabo cuando las escuché por casualidad? ¿Una serie que tiene un personaje como Sandra Bernhard? -¿Y qué estabas haciendo tú en el lavabo de empleadas? —le pregunté—. Creía que tenías un lavabo del tamaño de una sala de baile al lado de tu despacho. —Se me conoce por frecuentar lavabos concurridos dijo Debbe, dibujando una sonrisa sutil con los carnosos labios—. Se encuentran muchas cosas... interesantes... allí. Deberías probarlo alguna vez, C.J. Podría acabar con esa sequía que te has impuesto. —Deja mi vida privada al margen de la conversación, Debbe —le advertí. Debbe echó la cabeza hacia atrás y su larga melena lisa color azabache le cayó como una cascada por la espalda. —Sólo era una sugerencia, mi querida C.J. Me preocupa que la sequía te deje seca del todo. Empieza entre las piernas, ¿sabes? Y al final las neuronas se te empiezan a resecar hasta que todo lo que te sale de la cabeza es amargura y remordimiento. Puse los ojos en blanco. —Ahórrame el dramatismo. Debbe apoyó las manos en la mesa y se inclinó hacia mí. Me asaltó la fragancia de su caro perfume. Seguro que lo había hecho traer de París; probablemente había viajado desde París hasta Boston en un asiento de primera clase o puede que hubiera sido el único pasajero de un Learjet que había obtenido permiso prioritario para aterrizar en Logan por delante del Air Forcé One. —Te ahorraré el dramatismo cuando tus guionistas me den el drama que quiero, C.J. Y la comedia. Y unas cuantas series con potencial para triunfar. Y respecto a la sugerencia de un personaje tipo Sandra Bernhard, es imposible. Por mucho que nos gustase que fuera así, Sandra Bernhard no puede clonarse. Y por favor, no quiero a otra Ellen. No, no quiero. A no ser que ella y Helen Hunt se hagan pareja y podamos tener El show de Ellen y Helen. Pese a que estaba de un humor de perros y de que apenas podría deslizar un papel entre Debbe y yo de lo cerca que estábamos, esbocé una sonrisa. —Oh, bien. Está bien saber que todavía puedo decir algo que te haga hacer algo más que fruncir el ceño. —Tienes tus momentos, Debbe. —Antes teníamos nuestros momentos, C.J. Algunos eran muy agradables, si no recuerdo mal. Cabeceé.
—No vayas por ahí. — ¿A ti no te pasa? Clavé los pies en la moqueta y alejé mi silla de Debbe para poner distancia entre nuestros cuerpos. —No desde que empezaste a tomar asquerosas pastillas con tus vitaminas diarias y descubrí que te metías en la cama regularmente con... —No fui del todo buena contigo, ¿verdad? —me cortó ella. —No, pero eso ya lo sabes. Ya hemos tenido antes esta conversación y las reposiciones me ponen enferma. Debbe dio un paso atrás y se cruzó de brazos. Era un gesto que había perfeccionado a lo largo de los años y que le acentuaba la curva de los generosos pechos, de modo que todo el mundo pudiera contemplarlos. Tuve que hacer un esfuerzo para seguir mirándola a los ojos. Daba igual lo que sintiera por Debbe y el tiempo que hubiera pasado desde que habíamos compartido cama entre sábanas de satén: siempre me derretía como la mantequilla ante la visión de su escote. —Es sólo que a veces todavía me atrae... lo buena chica que eres —dijo—. Tu moralidad. Tu manera de vivir haciendo siempre lo correcto. Eres como Karen no-sé- qué en California. Krystle Carrington en Dinastía. Jo en... —Debbe, deja de compararme con personajes de televisión, por favor. Sabes que me pone de los nervios. —Bueno, lo que me pone de los nervios a mí, querida C.J., es no ver a nadie en este despacho en horas de trabajo haciendo lo que les pago por hacer. Odio malgastar el dinero, a no ser que sea en mí y en lo que quiero. Así que lo único que espero, por el bien de tu carrera en L-TV es que tus Chicas Exploradoras vuelvan de vender galletitas de puerta en puerta con un buen resultado. Espero que lo que les enseñes entonces me deje patidifusa. Y espero que las series que traigáis me ayuden a olvidar que tu grupito de escritoras creativas de primera línea había llegado a pensar en una tontería, como clonar a Sandra Bernhard. «Tenemos que lograrlo», pensé, mientras tamborileaba con los dedos sobre la mesa de juntas. Nuestra primera presentación formal a Debbe de hacía un mes había degenerado hasta el punto de que Debbe había tirado su bagel de Finagle y los tubos de crema de queso de Bread & Circus sobre nuestros storyboards. Estos acabaron sobre la moqueta, mientras ella chillaba que teníamos que estar en la UCI y CLÍNICAM ENTE MUERTAS para haber tenido SEMEJANTES IDEAS DE MIERDA. La segunda reunión iba a tener lugar a menos de dos semanas de la fecha límite para tomar decisiones de programación definitivas. Entonces tendríamos que contratar actrices, productoras, directoras, diseñadoras artísticas y demás personal a toda prisa, para empezar a crear la primera temporada de la programación de Lesbian-TV de finales de septiembre hasta principios de mayo. Ya teníamos una batería de programas a bordo para las franjas matinales y de sobremesa: los programas de cocina habituales, gimnasia y entrevistas. Sin embargo, donde teníamos que «dar la campanada», según la Dama Dragón, era en la programación del prime- time, la franja de máxima audiencia. —Si no sois capaces de lograr que los vagos culogordos que se pasan el día sentados en sus casas
mano sobre mano sientan la necesidad de apretar dos simples botones para cambiar de canal y ver el nuestro —nos había dicho—, deberíais recoger vuestras cosas, ir a la parada de tranvía más cercana y poner la mano en el raíl electrificado. Eso sería interesante —concluyó. Y luego añadió—: De hecho, podríamos filmarlo y conseguir mejores audiencias que con la mierda que acabáis de enseñarme. La Dama Dragón había echado sapos y culebras por la boca aquel día, lo recordaba bien. Nadie en la sala de reuniones se había quedado sin su dosis de veneno para el ego. —Ojalá la Dama Dragón ardiera en el infierno —había farfullado Meri Wiggins en cuanto Debbe salió de la sala dando un portazo. —Equipo de limpieza al pasillo tres —murmuró Taylor Shoemaker, mientras recogía un storyboard del suelo, veía el grumo de crema de queso que tenía y lo dejaba caer de nuevo. —El infierno es demasiado bueno para esa zorra —replicó Chantelle Colby—. Para ella sería como un picnic de verano. —Llamarla zorra es demasiado suave —intervino María Hernández—. Cuando yo me comporto como una zorra soy mucho mejor que ella. —Es una víbora venenosa —siseó Taylor. A continuación se tomó un par de antiácidos y los engulló con un trago de Dr. Pepper. —En mi país —empezó Samata Naroff—, hay maneras de ocuparse de la gente, sobre todo quien no gustan a los políticos. Hacemos que ¡blam! Desaparezcan. —Si le hiciéramos eso a la Dama Dragón, sería más ¡puf! Y desapareció —apuntó Meri con una sonrisa. — ¿Por qué «puf»? —preguntó Samata, con expresión interrogativa. —Ya sabes, como Puff, el dragón mágico —explicó Taylor. —Cuando era pequeña, siempre lloraba con esa canción —dijo María. —Debbe Lee no es Puff, el dragón mágico —opinó Chantelle—. Es Godzilla. —Pero Godzilla no era dragón, ¿no es así? —preguntó Samata—. Godzilla era... —Un Zilla súper Gordo —repuso Meri con una sonrisa y una carcajada. —Vale, dejadlo ya —había intervenido yo, antes de que las demás guionistas tuvieran oportunidad de aportar sus propios comentarios y juegos de palabras a cual más terrible y la cosa se fuera de madre—. Debbe es la jefa y lo que diga va a misa. Recordad que es ella la que firma vuestra nómina. —Sí, pero sigue firmando como Debbe Lee, en lugar de «Dama Dragón» —musitó Taylor—. En serio, ¿para quién trabajamos en realidad? ¿Para una mujer o para un reptil gigante? — ¿Los dragones son reptiles? —preguntó Samata—. Creía que son de sangre caliente. —Bueno, si hay algo seguro es que ella no tiene la sangre caliente —dijo María—. No es más que una frígida... —Silencio todo el mundo —la corté, echando un vistazo alrededor de la sala—. Estamos perdiendo el tiempo. Volvamos a la pizarra. Nadie, ni siquiera yo, llamaba a Debbe Lee «Dama Dragón» a la cara, aunque sospecho que ella
presentía que le habían puesto algún mote desagradable. Después de todo, no logras la aprobación para lanzar un canal de televisión por cable controvertido, con millones de dólares de patrocinadores y varias grandes empresas peleándose por comprar minutos de publicidad, siendo una persona agradable. Ni siendo discreta. O la mejor amiga de alguien. Mientras que los grandes éxitos de Debbe hacían que los veteranos de la salvaje industria de la televisión menearan la cabeza con asombro por cómo había sido capaz de conseguir tantos socios dispuestos tan deprisa, como por arte de magia, yo no podía sino estar de acuerdo con mis guionistas en un punto: no se parecía en nada a Puff, el dragón mágico. Debbe Lee era el tipo de persona que interrumpiría un funeral para vender números de una rifa... y sacaría beneficios. Sin embargo, no se le podía vender una serie de éxito como Todo el mundo quiere a Raymond a gente como la Dama Dragón. Como nos había dicho una vez: —Me importa una mierda Raymond. Preferiría ver Nadie aguanta a Raymond y luego oír a la gente destrozándola semana tras semana. Pero yo no soy la única que se siente así. Los estadounidenses enganchados a la televisión prefieren ver a un gay prepotente y con sobrepeso paseando desnudo por la playa de una isla tropical o a un camionero llamando rata o serpiente a alguien, o a gente que miente, engaña, roba, asesina, viola y traiciona a otras personas antes de ver a Lassie rescatar a Timmy del pozo. Confiad en mí. Lo hicimos. Aquel día, la presentación de la programación del prime-time de L-TV para Debbe «Dama Dragón» Lee era nuestra segunda y última oportunidad de vender nuestras almas y salvar el culo. Y es que cuando firmas para trabajar para la Dama Dragón, no hay «strike tres, eliminado». Hay que darle a la bola cada vez, llenar las bases y empezar a anotar entradas pero ya. O eso o, sencillamente, te quedas fuera del partido. DOS cosas os voy a decir, antes de que me enseñéis lo que tenéis —anunció Debbe, nada más entrar en la sala con su apurada asistente pisándole los talones. La asistente, una rubia pechugona de ojos azules con aspecto de sueca que al parecer había reemplazado a la veinteañera latina de largas piernas (que habían pillado tinos días antes con una cámara de seguridad, haciéndole un lap-dance a una empleada del departamento contable fuera de horas de oficina), cargaba a duras penas con una pila de libretas negras de vinilo, una docena de cintas de vídeo, un teléfono móvil y un ordenador portátil. Cuando se volvió para cerrar la puerta de la sala con el hombro, se le cayó al suelo una de las cintas. Samata se levantó enseguida y fue a recoger la cinta del suelo. — ¡Siéntate, Saffron! —le ladró Debbe. Samata se incorporó con la cinta en la mano y se volvió para mirar a Debbe. —Me llamo Samata. —Mi ayudante no necesita una ayudante —le dijo Debbe.
—Esa está ciertamente tu opinión. Pero parece que necesita que le eche una mano y pensé que podría serle de ayuda. Debbe enarcó una ceja y le dedicó a Samata una sonrisa irónica. —Samantha, estoy segura de que a Abba le encantaría que le echaras una mano... en alguna parte. Pero vas a tener que hacerlo en tu tiempo libre. Recuerda lo que le ha pasado a Lucia. Ahora siéntate. Samata le dedicó una media sonrisa a la ayudante de Debbe y le pasó la cinta. —Abba, ¿no es así? La rubia negó con la cabeza. —No, me llamo Britta —repuso. Contempló la cinta de vídeo y luego la maraña de cosas que llevaba ya en brazos. Todo en un equilibrio precario. —Britta —murmuró Samata, deslizando cuidadosamente la cinta encima de la montaña de cosas que sostenía la aludida—. Yo soy Samata. —Gracias, Sa... —Señoras, no estamos aquí para intercambiar números de teléfono y quedar para comer —las interrumpió Debbe—. Simba, deja ya de hacerle ojitos a Abba y sienta el culo en la silla. —Samata —repitió ella entre dientes al volver a su sitio. Taylor se inclinó hacia ella, por encima del brazo de su silla. -Déjalo —le susurró—. Luego por la noche ya mezclamos el cemento y la tiramos al mar. Le lancé una mirada de advertencia a Taylor. ¿Ya has puesto orden en el gallinero, C.J.P? —preguntó Debbe, abriendo una de las libretas que Britta le había dado para hojearla. Asentí. No te oigo —dijo ella, sin levantar la vista. Inspiré. Si. -Bien. Porque la siguiente a la que oiga murmurar podrá seguir murmurando todo lo que quiera desde la cola del paro —clavó los ojos en Taylor—. O en la cola de Home Depot, mientras espera para comprar un saco de cemento. Taylor se puso como un tomate y bajó la mirada enseguida al papel que tenía delante. No penséis ni por un minuto, mejor dicho, ni por un segundo, que no veo todo, oigo todo y sé todo lo que pasa aquí, señoras. Así que os sugiero muy especialmente que... -Estamos listas, Debbe —la interrumpí. Debbe se quedó callada un momento, tamborileando con las uñas pintadas de rojo sobre la mesa.
Entonces miró a Britta. —Prepáralo —le dijo. A continuación, paseó lenta y deliberadamente hasta colocarse en la parte delantera de la sala. —Lo primero de lo que voy a hablaros es de la programación fuera de prime-time, que ya está en la parrilla de MTV Os haré un resumen rápido. Lo segundo es que si no sois capaces de haberme vendido vuestras ideas a los treinta segundos de abrir la boca, es inútil. Tan inútil como vosotras y vuestra carrera en L-TV Lo repetiré otra vez. Treinta segundos. Nada más. Ni estáis iniciando vuestro alegato en un juicio criminal ni me estáis contando un cuento para que me vaya a la cama. ¿Está claro? Si alguna de mis guionistas no lo tenía claro, lo último que haría sería admitirlo. Y así, mientras todas y cada una de las personas que había en la sala, excepto Debbe Lee, apretaba los dientes para evitar que le castañetearan —tanto de miedo como por el hecho de que estaban entrando en las primeras fases de la hipotermia—, Britta apagó las luces y pulsó un botón en el mando del vídeo. —Ahí vamos —susurró Meri tapándose la boca con la mano. Nos concentramos en la enorme televisión que había preparada en un extremo de la mesa. La versión de Joan Jett del tema de El show de Mary Tyler Moore sonó a todo volumen en la sala, mientras el logo arco iris de Lesbian-TV aparecía en pantalla con el lema «Mira cómo lo hacen las mujeres». A continuación vino un montaje picado de clips de la programación de día de L-TV nos dejó a algunas boquiabiertas y provocó ovaciones espontáneas. Nos quedamos todas hechizadas, con los ojos pegados a la pantalla, mientras marcábamos el ritmo de la música con los pies o meneábamos las piernas. L-TV lo tenía todo. Lo digo en serio, todo. Teníamos todo lo que cualquier espectador podía encontrar en los demás canales de televisión durante el día. Teníamos culebrones. La serie que provocó los silbidos y vítores más sonoros fue Provincetown, un serial en donde salían mujeres ligeras de ropa retozando en la playa, mujeres bailando sensualmente en una discoteca abarrotada o mujeres que abrían la puerta de sus dormitorios y se encontraban a sus amantes con otras mujeres o, a veces, con un hombre. ¿Así que te has cambiado de equipo? —preguntaba una mujer que acababa de encontrar a su amante en la cama con un tío clavadito a Brad Pitt. La mujer entre las sábanas revueltas le lamió los dedos a su compañero y luego le guió la mano bajo el raso de color púrpura que los cubría. Juego en los dos equipos —respondió—. Así se marcan más puntos. - Como si te faltaran trofeos. -¿Detecto una nota de rencor en tu voz? ¿O quizá sean celos? ¿Por qué no vienes con nosotros, Cecilia? Hazlo y se te abrirán todas las puertas en la compañía. Pero si no lo haces, ya puedes decirle adiós a esta casa, a tu trabajo y a tus amigos. Porque no pienso callarme ese secreto que tanto intentas ocultar. La música del órgano sube... - ¿Qué secreto? ... Y se detiene.
Oh, ¿no te había dicho que tu hermano vino a visitarme ayer? Me lo contó todo sobre la sobredosis de medicamentos que le diste a tu hermana el día que fue a montar a caballo... y nunca regresó. El fragmento finalizaba tras sendos primeros planos de los personajes, con las correspondientes expresiones de conmoción, arrogancia y hambre de sexo. La cita empalmaba con más clips de seriales igual de traicioneros, despechados y llenos de gente guapísima y malvada, antes de pasar a un par de fragmentos de programas de cocina y un espacio de artesanía. —Sí, sé que no creéis que sea posible hacer una corona con arroz salvaje, ¡pero ya veréis! — exclamaba una mujer de nombre de pila Ángel, cuyo programa se llamaba Arte angelical. Siguieron otros clips: un programa de jardinería, Al jardín con Gerry; programas de gimnasia con kickboxing, fitness, autodefensa y levantamiento de pesas; programas educativos y, finalmente, una serie de magazines centrados en temas de interés, como política gay y lesbiana, sexo y relaciones y asuntos éticos y legales. L-TV tenía su propio programa de bricolaje, llamado La hora del martillo, presentado por una mujer musculosa, tatuada y con el pelo de punta, que iba vestida con tejanos, un cinturón de herramientas y una camiseta que anunciaba «Llevo un pedal». —Dejad que os diga, señoras y caballeros gays. No es difícil montar vosotros mismos los armarios de la cocina. En La hora del martillo os enseñaré cómo. ¿Para qué pagar para que otros nos hagan el trabajo? Lo único que harán será poneros la cocina patas arriba y pegaros un buen sablazo. Además, la mayoría son más feos que el culo de un mono, así que, chicos, ni siquiera vais a poder alegraros la vista. »Demonios, pagaréis tanto por el montaje como por los armarios mismos. Si os sale el dinero por las orejas, adelante, pagad y seguid bebiendo piña colada junto a la piscina. Pero si no tenéis piscina y estáis hartos de dejaros los cuartos, estoy aquí para ayudaros. »Todo lo que necesitaréis es cinta métrica, tornillos, destornillador y un par de brazos fuertes que os ayuden. Así que, ¡a darle al martillo! L-TV tenía incluso una red de teletienda que ofrecía artículos de temática gay, desde banderitas arco iris o joyas de oro con piedras de colores para formar el arco iris hasta artículos para el hogar, el entretenimiento y una amplia variedad de juguetes eróticos. — ¿Cuánto pagaría por este dildo de doble uso, con estimulador clitoral por vibración, capaz de darle placer a dos personas a la vez? ¡Sin manos! Y recuerde, con su pedido recibirá una docena de pilas AA y lo último en tapones anales, GRATIS. Lo ha oído bien, ¡GRATIS! Con garantía total de devolución de L-TV... Antes de las noticias de la tarde, para las que L-TV conectaría con el servicio nacional e internacional de noticias de la CNN, había un programa de cotilleo y de crítica de cine de Hollywood de una hora de duración, que presentaban dos lesbianas y un gay, titulado Parlez á trois. —Hola, soy Lance Luces. —Soy Candy Cámara. —Y yo Amanda Acción. —Aquí, Luces, Cámara y Acción, para traerles lo último de Hollywood.
—En el programa de hoy, veremos cómo Sylvester Stallone hace tanto el pavo en su última película que tendrían que haberla servido en Acción de Gracias en lugar de estrenarla durante el verano. Repasaremos esa enorme patochada y les explicaremos por qué el Potro Italiano debería haber salido del ring de la actuación antes de que finalizara la saga de Rocky. ¿Qué nos has traído, Candy? —Lance, tengo que preguntarlo: ¿qué pasa con el nuevo peinado de Jennifer Aniston? ¿No le queda supermachorro? Va diciéndole a la gente que es para la nueva película que está rodando, pero todos sabemos que la carrera cinematográfica de Aniston ha sido... bueno, brad-patética. Por otro lado, tercer ingreso de Cameron Díaz en rehabilitación: ¿con esta irá la vencida? Lo último sobre el divorcio de John Travolta. ¿Y qué hay de cierto en los rumores de que Deborah Harry va a casarse con Jim Carrey? Va para ti, Amanda. —Candy, si Deborah conserva su apellido de soltera, ¿se conocerá a la pareja como los HarryCarreys? Lo siento, tenía que decirlo. Hoy, por si alguna vez os habéis preguntado cómo sobreviven las estrellas a meses de rodaje fuera del país, lejos de la familia y los amigos, vamos a compartir con todos vosotros algunos de sus consejos de supervivencia en el plató. —Todo esto y más... en Parlez á trois. La cinta terminó y, cuando Britta encendió las luces de la sala, empezamos a lanzar vítores de voz en grito. ¡Basta! —bramó Debbe. Se cruzó de brazos y, automáticamente, varios pares de ojos se fueron a su escote. Se hizo el silencio en la habitación. —Esto no era ningún espectáculo que os haya puesto para pasar el rato —gruñó—. No estoy aquí para entreteneros, pero he hecho algo muy bueno por todas y cada una de vosotras. Os he dado todas las noches de la semana en prime-time, con un marco de introducción extraordinario. Ahora la pregunta que tenéis que haceros es: ¿podréis cumplir vuestra parte del trato y darme una serie de máxima audiencia que mantenga la atención de los espectadores en L-TV? —Debbe echó un vistazo circular por la sala—. Hernández, enséñame lo que tienes. —Pues, Debbe, yo he... ¡Para! —la interrumpió Debbe con brusquedad. —Jesús, no han sido ni tres segundos —murmuró Meri—. Estoy perdida. Aunque María asía los papeles que tenía sobre la mesa como si le fuera la vida en ello, se notaba que le temblaban las manos. —Esto es una presentación, no una charlita en el bar —dijo Debbe—. Levántate, ponte delante de todas y preséntame tu idea, por favor. María se levantó de la silla de un bote y recogió sus papeles con torpeza, mientras Debbe cruzaba las piernas y exhalaba un hondo suspiro. Finalmente, María se dirigió a la parte delantera de la sala. —Mi idea, bueno, sería para...
¡Para! — la cortó Debbe una vez más—. Pero ¿tú qué quieres? ¿Invitarme a salir? María negó con la cabeza. ¿Cómo coño se llama la serie? —La serie se llama... —Jesús. ¿Qué os pasa? Ya no estáis en el colegio. No hace falta que respondáis a una pregunta con una frase Completa. Yo pregunto, vosotras respondéis. Ding, ding. Sólo eso. ¿Tienes una serie para mí? Sí. ¿Cómo se llama? Tal, tal. ¿Qué es? ¿Una comedia? ¿Un drama? ¿Un puto concurso? Debbe, es una comedia sobre dos mujeres que trabajan en bares competidores en Seattle. Lo que mantiene el interés de semana en semana es que las camareras y sus clientes compiten en un acontecimiento diferente cada vez, desde lo más habitual, como un partido de softball, a lo más inusual, como ver quién roba el animal más peligroso del zoo. —Debbe echó un vistazo a su reloj de pulsera—. Ding, ding. Treinta segundos, así que venga, Hernández. María asintió e inspiró hondo. —Gran familia feliz es una serie estilo tele realidad- docudrama en donde se junta a una comunidad experimental de cien personas diversas durante un año. Sólo hay veinte casas para que puedan vivir, de manera que ya desde el principio cinco extraños tienen que ponerse de acuerdo para vivir juntos de un modo que les resulte cómodo. Durante el primer mes en la comunidad, todos tienen los mismos recursos para sobrevivir. Además, a cada casa se le dan provisiones extra de cosas que las demás acabarán necesitando. Por ejemplo, en una casa habrá excedente de material médico. Otra casa tendrá excedente de productos básicos, como café, té, azúcar, harina o arroz. A partir del primer mes, se cortará todo contacto con el mundo exterior y en la comunidad tendrán que aprender a sobrevivir todos juntos, además de sacar adelante sus unidades «familiares» de cinco personas. La serie pretende descubrir si la gente puede o no puede dejar a un lado sus diferencias, los prejuicios y las manías para trabajar juntos por el bien de la comunidad. El objetivo es que todo el mundo viva como una gran familia feliz. María terminó su presentación y contuvo el aliento, mirando a Debbe. —Luz verde —aprobó esta—. Buen trabajo, Hernández. María asintió y sonrió. —Ahora siéntate —le ordenó—. No voy a darte ningún premio. ¿Tú qué tienes, Wiggins? Meri se puso en pie de inmediato y se puso delante de todas. —Trágicos desenlaces es una serie biográfica que explora las muertes trágicas de mujeres célebres. Pero la serie tendrá un giro diferente, porque se hará una reconstrucción de los últimos momentos trágicos de estas mujeres, con todo lujo de detalles. Veremos cómo se estrella el avión de Patsy Cline con detalles vividos, hasta el momento en que se da contra la montaña. Mostraremos el accidente fatal de la princesa Diana. Veremos todos los detalles morbosos del asesinato de Sharon Tate a manos de Charles Manson. Enseñaremos la sobredosis de Billie Holiday. Y Karen Carpenter... —Meri, ¿tú no eras la comediante del grupo de guionistas? —la interrumpió Debbe. Meri se encogió de hombros.
—Supongo, a veces. El programa que describes es bastante truculento. Meri suspiró. Sí, bueno. Solo pensé que a la gente... -Le encantaría —completó Debbe—. A la gente le encantan los finales trágicos. Cuánto más fatalistas, mejor. Y me gusta la idea de la reconstrucción. Espero que planees que haya mucha sangre y gritos y lágrimas. ¿Has pensando en hacer un capítulo con las víctimas del estrangulador de Boston? ¿Y la mujer que hacía de tía Bea en El Show de Andy Griffith? Creo que se mató poniéndose una bolsa de plástico en la cabeza. Y luego está todo el universo de las tragedias de la literatura: Virginia Woolf, que se llenó los bolsillos de piedras para hundirse en el océano como una roca; Sylvia Plath, que metió la cabeza en el horno; Zelda Fitzgerald, que bebió hasta matarse... Por supuesto, podría... —empezó Meri. Debbe levantó la mano y asintió. —Luz verde —miró a su alrededor—. De esto se trata, señoras. Muy bien, Shoemaker. Enséñame lo que tienes. Taylor se levantó y fue al frente de la sala. —La serie se llama Ahora sí, ahora no. Se centra en las relaciones de la comunidad lésbica y en cómo nuestras antiguas parejas suelen quedarse en el mismo círculo social. Cómo a veces se convierten en amigas y puede que parejas de nuevo. Cómo hay relaciones a corto plazo, otras... -¡Para! —intervino Debbe—. Shoemaker, ¿has dejado el Paxil? Taylor pestañeó y miró a Debbe. ¿Disculpa? —No se me ocurre nada más aburrido que el programa que propones. ¿Sufres de depresión? ¿Ansiedad tal vez? —Bueno, eh... a lo mejor no lo estoy explicando muy bien. Verás, muchas rela... —No quiero que me expliques tu vida, Shoemaker. Quiero saber qué premisa tiene el programa. —Bueno, es lo que intento decirte... —No lo suficientemente rápido. —Vale, pues... eh... ¡Deprisa! ¡Más deprisa! —la interrumpió Debbe. Contemplé a Taylor manoseando sus tarjetas con manos temblorosas. ¡Rápido! ¡Rápido! Va —la urgió Debbe, dando una palmada.
Cerré los ojos. ¿Qué coño haces, C.J.? Aparté los labios del pecho de Debbe y la miré. —Te estoy haciendo el amor. ¿Cómo? ¿A cámara lenta? Llevas como tres o cuatro minutos con lo de la teta. ¿Y qué hay de malo? —Ya me has besado, me has mordisqueado el cuello y me has manoseado los pechos. Ya vale. Quiero correrme, C.J. ¡Quiero correrme ya! —Creía que era eso lo que estaba haciendo. —No lo bastante rápido. Así. Me agarró la cabeza y me la metió entre sus piernas con brusquedad. Saqué la lengua y empecé a lamerla poco a poco. Debbe me hundió el rostro en su humedad con fuerza, hasta cortarme la respiración. —Fuerte, C.J. Fuerte y rápido. Rápido, rápido, rápido. Vamos, va... —El tiempo vuela, Shoemaker —dijo Debbe. Yo pestañeé y volví a prestarle atención a la reunión—. Olvídate de cómo se llamara la serie esa. ¿Tienes algo más? —Si me permites intervenir —dijo Samata. Debbe se volvió hacia ella. —Oh, Cassandra al rescate de nuevo. Apuesto a que vas a la perrera cada semana y te llevas a casa a un perro perdido, ¿verdad? —Mi nombre es Samanta. Sa-man-ta —pronunció Samanta lentamente, mientras se levantaba y se dirigía al frente de la sala—. He oído la presentación de Taylor y su idea está buena. Se ha olvidado de decirte algo muy importante. Ahora sí, ahora no sigue a varias parejas por altibajos de sus relaciones. Algunas personas son agradables; otras, no. Algunas parejas parecen la una para la otra, mientras que otras no pese al amor, o la lujuria, que sienten por la otra. Hay parejas que acuden a terapia, etc. Sin embargo, la faceta más interesante del programa de Taylor está que la audiencia puede decidir por las parejas si han de seguir juntas. Por ejemplo, si tienen algún secreto o alguna aventura y la audiencia quiere que lo discutan. La audiencia formará o romperá las parejas. ¿Cuántas de nosotras no hemos querido decirles a los personajes de televisión « ¡Deja de hacer eso!» o «No sigas con ella, ¡es una guarra y mereces mejor!»? La gente tendrá la oportunidad de hacer precisamente eso. Si no te gusta el nombre del programa, Debbe, obviamente puede cambiarse. Pero la idea del programa es bastante original. Debbe permaneció sentada en su silla, mirando a Taylor y Samata. — ¿Así que esa era tu idea, Taylor? Como la ha explicado Samata, ¿esa era tu idea original? Taylor carraspeó.
—Bueno, eh... a veces es difícil determinar de dónde salió la semilla original de una idea creativa. Trabajamos todas juntas como equipo de guionistas y... Debbe alzó la mano. —Bonito rescate, Sa-man-ta. ¿Lo he dicho bien? Samanta asintió. —Acaba de salvar tu blanco culito, Shoemaker —dijo Debbe—. Ahora siéntate. Samanta, ¿qué me has traído? —Asesinato, Debbe —dijo Samanta con una sonrisa—. Nada más y nada menos. La serie se llama La granja de cuerpos. Disfruto mucho de la novelista Agatha Christie y su obra y me he inspirado considerablemente en su libro Diez negritos. Imagina una vieja granja en el medio de la nada, con hectáreas y hectáreas de tierra. Diez personas son enviadas a la casa y la que sobreviva se lleva, digamos, una gran suma de dinero. Los asesinatos no son reales, por supuesto, pero la planificación de los asesinatos sí lo es y los participantes forman alianzas que también son reales. Se deja a su elección cómo cometer los asesinatos, pero sólo la audiencia verá quién es asesinado y quién es su asesino. Si otro participante descubre a alguien en un intento de cometer asesinato, se considerará que el asesino habrá muerto. Debbe asintió. —Me encanta. El asesinato vende, todas lo sabemos. Luz verde. ¿Y tú, Chantelle? ¿Podrás impresionarme? —Eso espero, Debbe —contestó Chantelle, mientras se ponía de pie y delante de todas—. La serie se llama No olvides nunca. Va de una mujer mentalmente inestable, al menos todos sabemos que lo es. Cada semana, trata de huir de la policía, que quiere arrestarla por un crimen del que fue acusada por culpa de su estado mental y de los psiquiatras que quieren internarla. Es una mujer a la que quieres y temes al mismo tiempo, porque nunca estás segura de lo que será capaz de hacer. Pero la clave es que, viaje donde viaje, logra ganarse la confianza de la gente, justo antes de empezar a actuar obsesivamente, como una posesa excéntrica y peligrosa. Poco a poco, a medida que avanza la serie vemos retazos del crimen del que la acusan y descubrimos que está buscando a la gente que asesinó en realidad a su amante y a su hijo. Debbe asintió. Un poco como El fugitivo y Atracción fatal juntas. Chantelle señaló a Debbe con el dedo. —Exacto. No olvides nunca, me gusta —dijo Debbe—. ¿Tenemos a una actriz fuerte en mente para el papel protagonista? Ahora mismo estamos haciendo castings —contestó Chantelle—. Nicolette Sheridan y Mariel Hemingway parecen buenas candidatas y puede que sus nombres ayuden en cartel. Pero también estamos mirando entre candidatas desconocidas. Debbe se puso en pie.
Así se hace, gente. Parece que tenemos una buena parrilla de prime-time y que todas habéis conservado vuestros empleos. ¡Enhorabuena! Ahora todo el mundo al trabajo. TRES bebidas suelen ser mi límite, sobre todo de lunes a jueves. Pero estábamos como en una nube después de que Debbe Lee nos hubiera aprobado las ideas a todas y, como cada guionista quería pagar una ronda, todo parecía indicar que estaba sólo a medio camino de alcanzar lo que sería mi nuevo límite de noches alcohólicas en días laborables. —Vale, ahora os voy a decir lo que me ha gustado más del día —anunció Meri. Chupó una rodaja de limón, le arrancó la pulpa con los dientes y tiró la piel al montón que íbamos dejando entre todas en el centro de la mesa. Llevaba un rato sumida en mis pensamientos sobre la jornada, pero su voz me devolvió a la mesa que compartíamos, en un rincón oscuro apartado de la barra, el escenario, la pista de baile y la zona principal de mesas y sillas del Alley’s McBeal, un pub de lesbianas que había a unas cuantas manzanas de la oficina. Había algunos grupos de clientas más, diseminadas por las mesas, y una corta hilera de bebedoras se tomaban sus cervezas en la barra mientras veían el partido de los Red Sox en televisión. Meri se limpió la boca con el dorso de la mano y frunció los labios. —Lo que más me ha gustado, C.J., ha sido cuando has llamado a la Dama Dragón para que volviera a la sala de reuniones y le has dicho: «Eh, Debbe, tenemos otro programa para ti». —Muy cierto —coincidió Chantelle, asintiendo. A continuación se bebió su margarita en dos tragos y puso el vaso boca abajo sobre la mesa. ¿Por qué haces eso? —le preguntó María, mientras cogía una servilleta y la ponía alrededor del vaso de Chantelle. Chantelle se encogió de hombros. ¿Porque puedo? De todos modos, la cara que se le quedó a Debbe Lee era del palo « ¿Me hablas a mí? ¿Quién iba a saber que nuestra valiente líder tenía un programa que presentar?». —Es una idea fabulosa. Fabulosa —afirmó Taylor, echándose hacia atrás en la silla—. Y ha sido genial cómo la has presentado. Dices, así en tono despreocupado: «Creía que querías seis programas de prime-time, Debbe. Has dado luz verde a cinco, para las noches de lunes a viernes, pero ¿qué pasa con el domingo por la noche? Tenemos que competir con las otras cadenas con algo potente. Algo tan bueno como El abogado o Expediente X». Me quedé mirando a Taylor. ¿Te has aprendido mi discurso de memoria? Creo que eso es lo que he dicho, palabra por palabra. Meri me tiró una servilleta arrugada desde la otra punta de la mesa y sonrió.
¿Y creías que no te prestábamos atención, eh C.J.? ¡Escuchamos cada sílaba que sale de tu boca! —Eres la mejor, C.J. —añadió Taylor—. Eres la mejor jefa que he tenido nunca. —Muy cierto —convino Chantelle. —Estáis todas borrachas —dije yo. —Muy cierto —se hizo eco Chantelle. ¿Cuántas veces dices esa frase al día, Chantelle? —le preguntó María. Chantelle se encogió de hombros. Muchas, seguramente. Y la digo porque puedo. Relájate, tía. Además, estábamos hablando de C.J. y su nuevo programa para el domingo por la noche en L-TV Muy cierto, Chantelle —rió Meri, que seguidamente le sacó la lengua a María. Samata alzó su vaso de cóctel. Y así pues, es un honor presentar... —anunció, mientras Meri golpeaba la mesa con los dedos como si fuera un redoble de tambores—. Muy bien, Meri. Y así pues, es un honor presentarle, Dama Dragón, una nueva serie para I.T.V titulada Señora Presidenta. -Yo diría que no dije eso —la informé. -El ala oeste de la Casa Blanca más El Presidente y Miss Wade —exclamó María—. Una senadora viuda de New Hampshire se presenta a la Casa Blanca y gana. Entonces hulle del armario durante la presidencia. —María sonrió y me dio una palmadita en la mano—. ¡Menudo bombazo, C.J.! Muy cier... —fue a decir Chantelle, pero se detuvo cuando María se volvió en la silla para fulminarla con la mirada. —Y el hecho de que hayas conseguido que Stockard Channing firme para interpretar a la primera mujer presidente... —empezó Taylor. —La primera presidente mujer y lesbiana—la corregí. ¡Muy cierto! —exclamó Chantelle. —Chantelle, estás empezando a sacarme de quicio —le dijo María. —Muy cierto —le sonrió Chantelle. ¿Por qué no te...? —Oye, María, ¿no te acuerdas del título de tu programa? —apuntó Meri—. ¿No se llamaba Gran familia feliz?, ¿así como todo lo contrario que tú ahora entre tu familia del trabajo? —Exacto —saltó Chantelle—. Muy cierto. —Resulta irónico, ¿no os parece? —preguntó Samanta—. ¿Somos una extensión de nuestros programas
o son nuestros programas un reflejo de lo que nos gustaría tener en la vida pero no tenemos? ¿Quiere decir eso que te gustaría asesinar a alguien algún día? —inquirió Taylor—, ¿que a lo mejor en nuestro próximo retiro en una granja al norte del estado de Nueva York nos asesinarás sistemáticamente en mitad de la noche? Meri se puso las manos a modo de bocina. —Atención. Dra. Narof. Por favor, diríjase a la enfermería de L-TV para una consulta psiquiátrica. Urgente. —Lo que dice Samanta es interesante —dije—. A lo mejor aspiro a convertirme en Presidenta de los Estados Unidos. María se volvió hacia Chantelle. ¿Y verdad que tu serie era sobre una mujer obsesivo- compulsiva, que no es capaz de olvidar? Como alguien que dijera «muy cierto» una y otra y otra vez. Chantelle asintió. —Muy cierto. María miró fijamente a Chantelle y de repente estalló en carcajadas. —Vale, ahora me pareces divertida. —Y ahí está, señoras: María Hernández, Quiéntehametidounpaloporelculo —anunció Meri.
al
fin
de
vuelta
de
la
tierra
de
¿Me has traído una camiseta de recuerdo, María? —preguntó Samanta. —Qué graciosa, Samanta —rió Meri. —Hasta las asesinas potenciales pueden tener sentido del humor —afirmó Samata, enarcando una ceja para Meri. Meri también le levantó la ceja a Samanta. ¿Tengo que recordarte que mi serie se llama Trágicos desenlaces? ¿He de añadir algo más? —C.J., el hecho de haber conseguido a Stockard Channing de protagonista en tu serie ha sido la guinda del pastel —intervino Taylor—. Debbe no sabía si cabrearse porque hubieras interrumpido su salida triunfal de la sala o estar encantada con la idea. ¿Quién iba a imaginar que había sido fan de Stockard Channing en la época de Grease? —Supongo que tuve suerte —dije yo, y apuré mi margarita. —Me encanta Rizzo en esa película —exclamó María—. ¡Estaba para mojar pan! —Elijo a Olivia Newton-John en mallas de cuero ajustadas con los ojos cerrados —opinó Meri, con voz melosa—. ¡Yo quería mojarla a ella!
Taylor se echó a reír. —La cara de Debbe Lee se ha ido poniendo de todos los colores cuando le has contado tu serie y has anunciado que Stockard Channing había firmado el contrato. Ha sido como ver a Jim Carrey haciendo muecas. No sabía qué decir. Y Britta se ha quedado plantada en el umbral de la sala, sin saber si salía o entraba. —Es bonita, ¿verdad? —dijo Samanta. ¿La Dama Dragón? —preguntó Meri, con las cejas levantadas. —Se refiere a la sueca —aclaró Taylor. —Se llama Britta —la corrigió Samanta. —Bueno, es muy rubia —respondió María—. Rubia y blanca y... bueno, rubia. —Y muy blanca, sí —coincidió Chantelle. Meri suspiró. —Es una muñequita rubia de ojos azules. Te entra bien por la vista, ya me entendéis. —Muy cierto —estuvo de acuerdo Samanta—. Es como una flor de primavera que florece temprana entre la nieve —hizo una pausa—. ¿Podría pedir otra bebida como esta, por favor? —pidió, señalando su vaso vacío con un hipido. —Esta ronda la pago yo, creo —dijo Taylor. Miró hacia la barra y le hizo señas a una camarera que estaba apoyada en el mostrador sin hacer nada—. Seis margaritas, ¿no? —Yo de momento sigo con mi ginger ale—dijo María. —Ah, venga ya, María, suéltate un poco —la animó Meri, pasando el dedo por el borde de la copa cubierto de sal y llevándoselo a la boca. María sonrió. —Estoy divirtiéndome. —Ahora sí —señaló Chantelle—. Tu gemela malvada, Skippy, estaba aquí hace un rato. —Pero es lo único que has bebido en toda la noche —le dijo Meri—. ¿Por qué no te tomas ni que sea una copa con nosotras? —Alguien tiene que asegurarse de que todas llegamos bien a casa —repuso María. Bueno, pues la próxima vez yo seré la que conduzca -le dijo Meri—. Cuidaremos de las demás por turnos, ¿de acuerdo? Taylor asintió. En eso he estado pensando, Meri. Llevamos juntas como equipo... ¿cuánto, seis meses? Y nuestra jefa es un monstruo. No tú, C.J., ya sé que tú eres nuestra jefa, pero tú no eres un monstruo, eres genial. Pero ya sabéis quién quiero decir. Todas sabéis quién quiero decir.
Cuatro cabezas asintieron al unísono. —Yo debo abstenerme de votar —dije. Lo sé —contestó Taylor—. Pero a lo que voy es a que tenemos que mantenernos unidas. Tenemos que ser fuertes como grupo, ¿entendéis? Es la única manera de sobrevivir a la temporada que se avecina. Tenemos que llevarnos bien, pase lo que pase. No podemos volvernos las unas contra las otras. Todas las miradas se volvieron hacia María. -¿Qué? —preguntó esta, que enseguida miró su vaso vacío de ginger ale—. Se lo diré a Skippy — farfulló, antes de levantar la vista—. Estoy con vosotras, chicas. De verdad, os lo prometo. Sólo es que a veces me entra el mal humor. No quería pagarlo con nadie. No quería pagarlo contigo, Chantelle. Chantelle levantó la palma y María le chocó la mano con delicadeza. Llegó la camarera con una bandeja de bebidas y empezó a sustituir los vasos vacíos. Taylor le dejó un billete de veinte en la bandeja y luego le metió uno de cinco en el delantal. Por la unidad —brindó Chantelle, alzando la copa de cóctel. Cinco margaritas y un vaso alto de ginger ale chocaron en el aire. Luego todas bebimos, cogimos una raja de limón del plato que nos había dejado la camarera y mordimos la pulpa a la vez, masticamos y tragamos, para finalmente echar la cáscara a la mesa. ¿Sabéis? Este trabajo no podría haberme llegado en mejor momento —dijo Taylor, apoyándose sobre los codos en la mesa—. Me acababan de dejar. Y como seguía viviendo en casa de mi ex y ella, por supuesto, quería que su nueva amante se trasladara allí, también estaba a punto de quedarme en la calle. Ni qué decir tiene que había vendido mi casa de antes para vivir juntas y me había trasladado de Chicago a Nueva York para estar con ella. Y allí estaba yo: mientras ella parloteaba sobre lo genial que era su nueva amante, yo me preguntaba adonde coño iba a ir. ¿Debería quedarme en Nueva York o volver a Chicago? Entonces oí hablar de L-TV y envié el currículum. Trasladarme no era ningún problema, pero estos últimos meses han sido como volver a empezar, ¿sabéis? Todos mis amigos viven en Chicago. Los amigos que había hecho en Nueva York eran amigos de la pareja. Así que este trabajo y todas vosotras... —No te nos irás a poner a llorar, ¿eh, Taylor? —la interrumpió Meri. —Si la chica quiere llorar que llore —dijo Chantelle—. Yo la entiendo. No te reprimas, tía. —Yo he llorado muchas noches desde que estoy aquí —confesó Samata—. Aunque ya hace años. Mi familia ha vuelto a Egipto, ¿sabéis? Y muchas veces es muy duro para mí. Cuando daba clases en la Universidad de Columbia no era tan difícil, porque siempre había sitios adonde ir que están llenos de gente. Pero en esta ciudad y con un trabajo tan exigente, a veces cuando vuelvo a mi apartamento está muy vacío. —A mí me asusta ese vacío —dijo María. ¿Quién ha dicho que yo iba a llorar? —preguntó Taylor.
Bueno, te estabas poniendo superseria —comentó Meri. -Acabo de decir que había sido una época dura, Meri replicó Taylor—. ¿Tú nunca has tenido una ruptura chunga? Meri se frotó la barbilla. -Me complace anunciar que todas mis rupturas han sido chungas. Todas y cada una de ellas. He tenido... —Meri hizo una pausa, dejó el vaso en la mesa y empezó a contar los dedos hasta llegar a diez —. He tenido diez rupturas chungas en mis relaciones. Sí, sí, diez. Y yo no fui la que rompió con ninguna de esas mujeres, sino que todas me dejaron a mí. Pero no vale la pena retorcerse las manos y gimotear cuando alguien te deja. Alguien te echa sin miramientos. Alguien te engaña o te dice: «Es que queremos cosas diferentes». O la mejor: «Seamos amigas, ¿vale?». ¿Eso qué significa? ¿Que no lo éramos al principio o que un lo hemos sido mientras éramos amantes? Sea como sea, ¿de qué sirve ponerte triste por eso? ¿Para qué, si puedes enfadarte? Yo, cuando me tratan así, me enfado. Sí, también está bien enfadarse —asintió Samata—. Yo tengo dos amantes desde que estoy en Estados Unidos, La primera era... ¿cómo lo decís?, ¿un trabajo de una noche? Nos quedamos mirando a Samata. -¿Eh? —preguntó Chantelle. -¿La conociste en un trabajo? —aventuró Meri. No —Samata negó con la cabeza—. Era que nos acostamos y luego... ¿Adiós muy buenas? —apuntó Taylor. ¿Un rollo de una noche? —ofreció María. Samata le dio una palmada en el brazo. ¡Sí, eso es! —Ah, bueno, si yo también contara esos... —murmuró Meri, que miró al cielo y empezó a levantar los dedos. ¡Jesús, Meri! —exclamó Taylor—, pero ¿con cuántas mujeres te has acostado tú? Meri suspiró. —Bueno, de eso se trata. Una cosa es que me preguntes con cuántas mujeres he salido. Pero si me preguntas con cuántas me he acostado, pues... —Debes de ser una mujer muy satisfecha, ¿sí? —preguntó Samata. —No necesariamente —respondió María—. Solo porque una persona haya tenido muchas amantes no significa que esté tan bien como ella cree. Todas nos volvimos hacia María, que se encogió de hombros. ¿Qué queréis que os diga? Soy latina. Me pierden las mujeres zalameras. Y creedme, hay mucha
zalamera suelta. Muchas que se visten bien y que sólo quieren impresionar a los demás, ya sabéis a qué me refiero. Chantelle dejó escapar un gruñido sordo. —Sé a qué te refieres con lo de las zalamerías, nena. Te comen la oreja en un bar con su aliento caliente y se te aprietan para rozarse contigo, sólo un poco, justo en el escote. Te flojean las rodillas y te entran escalofríos... —I got chills, they’re multiplying! —cantó Taylor de repente, citando la canción de Grease, antes de beberse la copa de un trago. —And l’m losing control —intervine. —Because the power you’re supplyin—añadió Chantelle. —It’s electrifying! —gritamos todas juntas. Luego nos echamos a reír. Meri levantó los diez dedos de la mano. —Jesús —dijo, antes de apurar su cóctel. -Así que ha habido veinte mujeres en tu vida, Meri -dijo Taylor pasándole el brazo a su compañera por los hombros— No hay nada de qué avergonzarse. Meri hundió el rostro entre las manos. Multiplícalo por dos, Taylor. Taylor levantó las cejas y apartó el brazo. -Jesús, Meri, ¡eres una guarra! -¿Has dormido con cuarenta mujeres? —exclamó Chantelle, lo bastante alto para atraer la atención de otras clientas del bar—. ¿Quién eres? ¿Wilma Chamberlain? -¡Ay, Dios! —dijo Meri, y dejó caer la cabeza sobre la mesa. Quiero decir que eso tendría sentido si tuvieras, no sé, sesenta tacos y hubieras salido del armario a los doce -empezó Taylor. -Taylor, me parece que no estás ayudándola —dije. -Lo que quiero decir, C.J., es que sólo tiene treinta y dos años y pongamos que saliera del armario a los dieciséis y luego, ah sí, has dicho que también has tenido novias, ¿verdad, Meri? Meri gruñó. ¿Cuánto ha durado la relación más larga que has tenido? —preguntó María. -Siete —musitó Meri sin levantar la cabeza. -¿Meses?—preguntó Taylor.
-Años, idiota —replicó Meri, alzando la cabeza de la mesa. -¿Y le fuiste fiel? —quiso saber Chantelle. Siempre y para siempre. -Te lo pregunto en serio, Meri —dijo Taylor. Meri le lanzó una mirada incendiaria. -Y yo te estoy contestando en serio. Aunque no te lo creas, he sido monógama en todas mis relaciones. Mis amantes han echado canas al aire, pero yo no. —Pues sí que te sacas los clavos pronto —dijo María. Meri asintió con la cabeza. —Sí, lo hago. Supongo que no me gusta mucho dormir sola. —A mí me pasa lo mismo —afirmó Samata—. Pero siempre acabo sola en la cama. Taylor cogió su copa, se la acabó y se frotó la palma de las manos. —Vale, entonces veamos: quitando siete años de la ecuación que planteaba al principio, saldría que has estado con... unas cuatro o cinco mujeres al año. —Pero ha dicho que tiene más relaciones —señaló Samata. Taylor asintió. —Correcto. Lo cual aumenta el número de mujeres con las que ha dormido por año todavía más. Meri les dedicó a todas una sonrisa de oreja a oreja. —Joder, ¿qué buena soy, eh? Seguro que aquí nadie ha estado con tantas mujeres, ¿verdad que no? —A lo mejor entre todas llegamos a cuarenta —sugirió Samata. —Y entonces, ¿por qué coño estoy soltera? —exclamó Meri, dejando caer la cabeza en la mesa de nuevo. —A lo mejor porque estás con demasiadas mujeres —apuntó Samata—. Quizá debes intentar estar con menos mujeres. Meri levantó la cabeza. ¿Y cómo voy a restar mujeres con las que ya he estado? —Lo que digo es que a lo mejor no es buena idea ir por ahí diciéndole a la gente: «He estado con cuarenta mujeres». Meri puso los ojos en blanco. —Samata, no voy por ahí diciéndole eso a las mujeres. Asúmelo, Meri, eres una guarra —anunció Taylor con total naturalidad. ¡No soy ninguna guarra! —gritó Meri, que de nuevo atrajo la atención de las dientas del bar.
¿Acaso no queremos encontrar el amor? —preguntó María—. Quiero decir, ¿que nos quieran no es lo que buscáis todas? Un amor que dure... ¿para siempre? Chantelle suspiró. Estoy contigo, tía. Yo también —convino Taylor—. ¿Y tú, Miss Máquina de Amar? -¡Que te jodan, Taylor! —exclamó Meri. -¡Ni de coña! Quiero ser especial —contestó Taylor—. Tendrás que buscarte a otra en el grupo que quiera joder contigo. —No me parece que eso sea muy buena idea —dije yo. —A mí tampoco — secundó Chantelle. —Si estás con cuarenta mujeres, Meri, entonces a lo mejor es que eres buena amante, ¿sí? —preguntó Samata. Meri suspiró. —Oh, sí, Samata. Soy la Doctora Placer. Por eso ninguna amante me dura. —En mi opinión, el sexo no es nada sin amor —dijo María, mientras chupaba un cubito de hielo—. Cuando haces el amor con alguien a quien quieres... nadie, por muy buena que sea en la cama... No te ofendas, Meri... ¿Sabéis? Tampoco soy tan buena como me estáis poniendo —puntualizó Meri. —Bueno, seguramente no estás tan torpe como yo -dijo Samata—. Verdad que es humillante, ¿sí? Estar en el Sol mientras estás en la cama. Miramos a Samata. —Creo que quieres decir estar en la Luna, tía —le dijo Chantelle. ¿Cómo es que tus guiones están tan bien escritos, Samata, y luego estás en la Luna en las conversaciones? —le preguntó Taylor. Samata se encogió de hombros. —Supongo que cuando escribo veo lo que digo, pero cuando hablo, me sale como me sale. —A mí me parece encantador —dijo Meri. —Cuidado, Samata —murmuró Taylor—. Está preparando el terreno para que seas la número cuarenta y uno. ¡No es verdad! —protestó Meri. Luego hizo señas a la barra. —Sabéis, en realidad quería decir algo importante —María recuperó la palabra—. Con lo de que el
sexo sin amor no es nada. Asentí. —Estoy de acuerdo. —Yo también —afirmó Chantelle. —Yo me apunto —dijo Taylor. —Yo también estoy —asintió Samata. —Y yo también —dijo Meri. —Así que, Meri, la Reina del Colchón, ¿a cuántas mujeres con las que te has acostado has querido? — quiso saber Taylor. —Pues no creo que sea asunto tuyo a cuántas... —Discúlpame, Miss Comechochos, ¡pero eres tú quién ha sacado el tema! Chantelle levantó las manos. —Ya basta, las dos. Taylor, creo que deberías dejar a Meri en paz. Hace un momento hablabas de la solidaridad entre nosotras. ¿A quién diablos le importa con cuántas mujeres haya dormido? De todas maneras, si me permites un comentario, creo que todavía estás cabreada con tu ex y lo estás pagando con Meri. Apuesto a que tu ex tuvo carretadas de amantes y te las restregaba por la cara. ¿Tengo razón? Taylor observó a Chantelle. -Atención, Dra. Chantelle Colby, acuda a psiquiatría por... -¡Cállate, Meri! —saltó Taylor, sin apartar los ojos de Chantelle. Chantelle le agitó el dedo en la cara. -No me mires como si fueras a arrancarme la cabeza de un mordisco, Shoemaker. Quieres que el grupo permanezca unido, pues sé sincera con nosotras, tía. -¿Y tú qué sabrás? —murmuró Taylor. -Lo tomaré como un sí—dijo Chantelle, que alargó la mano y cogió la de Taylor—. Todas hemos pasado por eso, juro por Dios que así es. Todas somos mujeres inteligentes que hemos tomado decisiones estúpidas, ¿verdad? -Yo tengo un doctorado —dijo Samata—. Pero evidentemente no es sobre amor. Ni sobre hacer el amor. La camarera llegó con las bebidas y María cogió enseguida uno de los margaritas de la bandeja y se lo bebió de un trago. A continuación volvió a dejar la copa vacía en la bandeja, cogió otra y se la acercó a los labios. -Con calma —la advertí. Traeré otras dos —dijo la camarera, mientras dejaba las demás bebidas en la mesa y se llevaba las vacías. -Es una imbécil —dijo María.
Dejó el segundo cóctel en la mesa, cogió una raja de pitón, se la metió en la boca y la masticó. -¿Quién? —preguntó Taylor. María tragó saliva, se llevó el segundo margarita a los labios, pero en el último momento me lo pasó. -No dejes que me lo beba, C.J. —me dijo. Le cogí la bebida y se la cambié por el vaso de ginger ale que nos había traído la camarera. María me sonrió, dio un sorbo y dejó escapar el aire en un hondo suspiro. —Bueno, gente. ¿Queríais que confesara? Pues confesaré. Primero es en plan «eres la única y verdadera». Luego, pues bueno, decide que quiere volver con su ex. Y luego vuelves a ser la única y verdadera cuando la ex la deja de nuevo. Y luego promete que dejará de beber; jura que encontrará un trabajo. Entretanto, tú la mantienes y le dejas hacer lo que quiera, porque si dices algo, pues la discusión es segura y te fastidias el fin de semana porque te lo pasas llorando y preguntándote qué harás y si ella volverá a casa o no. —María echó un vistazo a su alrededor—. luego me pregunto si ella piensa alguna vez: « ¿Dónde estará María?», « ¿Cuándo volverá a casa?». Esta noche, por ejemplo. ¿Le importa algo dónde estoy o con quién? ¿Si voy a volver a casa o...? — ¿Hablas de una ex o de alguien con quien estás ahora? María nos sonrió con tristeza. —Ahora sí, ahora no. Ayer sí. A saber cómo será hoy. ahora encima... —María se interrumpió y contempló el vaso vacío de margarita que tenía delante —. No debería haberme tomado eso. —Cariño, ¿estás bien? —le preguntó Chantelle. María suspiró. —Vamos a mantenernos unidas, ¿vale? La verdad es que os necesito, chicas. Os necesito mucho, mucho. —Todas nos necesitamos las unas a las otras —me mostré de acuerdo. —Pero no sólo en el trabajo —dijo Samata—. Creo que está bueno que seamos amigas también. —Por la amistad —dijo Meri, alzando la copa vacía de margarita. -Por la amistad —coreamos todas. Entonces, C.J. —empezó Taylor, volviéndose hacia mi-, ¿tú qué historia de amor tienes para contar? ¿Historia de amor? —le pregunté. Luego hice una L—. El amor significa no tener que decir nunca lo siento. -No, no —gruñó Chantelle, agitando el dedo ante mi cara -. No vas a librarte tan fácilmente, tía. Ya lo has oído todo sobre nuestras frustrantes vidas sin amor. Te toca. -Cuando lo dices así, Chantelle, hace que me sienta mejor conmigo misma —dijo Meri.
-Entonces a lo mejor deberíamos cambiar de tema -propuse. -Lo haremos —dijo María—. Después de que nos cuentes tus desamores, C.J. -No hay mucho que contar —respondí. -Bueno, pero tú sabes más de nuestras vidas sentimentales de lo que nosotras sabemos sobre la tuya — dijo Meri— Tú sabes que yo soy soltera... Y una guarra —apuntó Taylor. -Y sabes que Taylor aún está cabreada porque la dejaron —intervino Meri sin pensarlo dos veces —. ¿Sabes, Taylor? Las mujeres enfadadas no atraen amantes. Taylor la fulminó con la mirada. -Bien. Eso significa que tú no me entrarás en un futuro próximo. -Y yo soy soltera y muy sola, eso seguro —las cortó Samata. -Ídem —dijo Chantelle—. Pero cuando vuelvo a casa no me encuentro con un apartamento vacío, sino con mi hermana, sus hijos y el novio de la semana. Creo que pertenece a algún club. Os parecerá que no debería sentirme nula en una casa tan llena de gente, pero daría lo que fuera por que en casa me esperase alguien que me recibiera con un abrazo, un beso y un « ¿Cómo te ha ido el día?». ¿Y tú? —le pregunté a María. María se pasó la lengua por los dientes e inspiró profundamente. —Soy una mujer soltera que vive en pareja, si es que eso tiene algún sentido. ¿Y se llama...? —la animó Meri. —Jesse —respondió María—. Y he decidido que esta será la última oportunidad que le daré para que arregle las cosas conmigo. —Bien hecho —le dijo Taylor. María negó con la cabeza. —Ha roto demasiadas promesas. Han sido demasiadas mentiras. Ha hecho añicos mi confianza demasiadas veces. Yo soy... yo me entrego del todo en una relación. Quiero construir un futuro con alguien que sea lo bastante fuerte para aguantar en lo bueno y en lo malo. Así que esta última vez, cuando la dejé volver y decidimos... digamos que es su última oportunidad conmigo. Y pase lo que pase con Jesse, ahora sé que puedo seguir adelante sin ella. Si tengo que hacerlo. Todas permanecimos sentadas en silencio durante varios segundos. —Que alguien diga algo, por favor —pidió María. Fue Chantelle la que rompió el silencio. —Si eso es lo que quieres, tía, entonces espero que te vaya bien. Pero aunque Jesse no sepa tratarte bien o darte lo que quieres, no estarás sola. Nos tienes a todas nosotras.
María le sonrió a Chantelle. —Gracias. —Y ahora es tu turno para hacer la gran confesión —dijo Samata, mirándome a mí. Yo miré a mi alrededor. —Vale. Eh... me llamo C.J. Jansen y estoy soltera. -Bienvenida, C.J. —saludó Meri—. ¿Y cuánto tiempo hace que te has unido al club de los corazones solitarios? -Pues ya hace algunos años, Meri —contesté—. Tras una serie de relaciones que no fueron demasiado bien, conocí a la mujer de mis sueños. Me enamoré perdidamente de ella, pero al parecer era la única en la relación que se sentía así. Así que la relación terminó. Fin de la historia. Ahora, bueno... al principio fue duro. Quiero decir que intenté recuperarla por todos los medios. Creí que si dejaba pasar un poco de tiempo y le daba espacio, volvería y se daría cuenta de que era la mejor persona del mundo para ella. Así que la esperé, durante mucho tiempo. Me acostumbré a estar sola. No está tan mal, de verdad. Creo que... bueno... creo que lo mejor será que me calle. -Sigue —la animó María—. Quiero saber lo que crees. -Yo también —dijo Taylor. Cogí una rodaja de limón del plato y me quedé mirándola. Creo que puede que sólo haya una persona de la que estemos destinados a enamorarnos en la vida. Así que, si las cosas no funcionan con esa persona, te toca decidir si quieres estar con otra persona o con otras personas por no estar sola o... Estás enamorada de tu trabajo, C.J. —la cortó Taylor—. Asúmelo. No es que hayas tomado ninguna gran decisión sobre si volverás a encontrar el amor verdadero o no. Creo que sólo quieres convencerte a ti misma de que nunca pasará. O puede que te asuste escaldarte de nuevo. Por lo que sea, has salido del mercado. Desde que te Conozco te has pasado trabajando las veinticuatro horas del día. —Una vez más, interesante observación de la Doctora Shoemaker —repuso Meri, mientras se rascaba la barbilla con la mano. —Puede que tengas razón, Taylor —le dije yo. —A lo mejor tendrías que salir más y conocer a otras mujeres —sugirió María—. ¿Quién sabe? Puede que encuentres a otra persona y la quieras tanto o más que a como-se-llame. Asentí. —Puede que tú también tengas razón, María. De todas maneras —concluí, frotándome las manos—, esta es mi historia de amor. —Chica conoce a chica, chica pierde a chica, chica se enamora de su trabajo — dijo Meri—. Es la historia de siempre. Sonreí. —Lo de siempre, ¿veis? Mi historia de amor es bastante aburrida. ¿Quién paga la próxima ronda?
CUATRO minutos pasaban de las tres de la mañana. Al menos esa era la hora que rezaba el despertador, con sus números verde-alienígena, en la oscuridad de mi dormitorio. A mí alrededor pasaban cosas extrañas: cada vez que levantaba la cabeza de la almohada oía el estruendo de una fábrica con la cadena de montaje a pleno rendimiento, como si estuvieran construyendo una ristra interminable de coches, encajando puerta tras puerta en la carrocería y luego cerrándolas de un portazo. O puede que me equivocara. A lo mejor lo que construían eran tanques y estos salían ensamblados de los enormes almacenes rugiendo a lodo volumen, recorrían la pista de despegue del aeropuerto y, una vez allí, levantaban el morro en el aire y subían lenta y ruidosamente a la bodega de aviones enormes que los llevarían a tierras lejanas para luchar por la libertad. Sólo que no vivía cerca de ninguna fabrica ni de ningún aeropuerto. Vivía en una casa estilo costero del Cabo, en Lincoln, con dos habitaciones, garaje y 2.000 m2 de jardín, rodeado de zona forestal protegida. No obstante, ahí estaba el ruido de nuevo. Los martillazos, golpes y porrazos metálicos. Gemí y hundí la cabeza en la almohada. El ruido de las olas rompiéndose en la orilla me inundó el cerebro. Fábricas en funcionamiento; olas que rompen en la orilla... No le veía ningún sentido. Intenté darme la vuelta para tumbarme de espaldas, pero no pude. Había alguien en mi cama, acurrucada detrás de mí. —Hola —murmuró ese alguien. —Hola —contesté yo. ¿Qué hora es? —Pasan de las tres —dije—. ¿Quién eres? —Meri. ¿Meri? ¿Meri Wiggins? —Eh, ¿quién eres tú? —C.J. ¿C.J.? ¡C.J.! —exclamó Meri, que se apartó de mí y se sentó enseguida—. ¡Ay, Dios mío! ¡Mi cabeza! —Y la mía. Creo que bebimos demasia... —Voy a vomitar. —Ah, no, en mi cama ni lo sueñes —salté yo. Nada más levantarme, los ruidos de la fábrica volvieron a resonar en mi cabeza. Aparté la colcha, planté los pies en el suelo y dejé escapar un sonoro gruñido.
¡De verdad que voy a vomitar de un momento a otro! Agarré a Meri del brazo y la saqué de la cama. -Por aquí. Meri me siguió, tambaleándose, hasta el baño. — ¿Estás...? Déjame —ordenó, mientras caía de rodillas ante la taza del váter, levantaba la tapa y tosía. Salí del baño a toda prisa y cerré la puerta. Me fijé en las sábanas revueltas y di un paso hacia la cama, pero cuando oí las arcadas de Meri desde el baño y noté que mi estómago empatizaba con ella, cambié de rumbo. Salí del dormitorio y recorrí el pasillo. En el descansillo de las escaleras encendí la luz, pero los ojos me escocían terriblemente y apagué el interruptor de inmediato. Al cabo de varios segundos dejé de ver luciérnagas en mi campo de Visión y fui capaz de bajar las escaleras con cuidado para ir a la cocina. Estuve un rato trasteando a oscuras, hasta que logré localizar los filtros del café, las tazas y las cucharas. Vacié un paquete de granos de café en el molinillo, accioné la manivela y el sonido me arrancó un gemido. Enseguida me incliné sobre el fregadero y vomité ruidosa y dolorosamente. Luego me enjuagué la boca con manos temblorosas, me lavé la cara con agua fría y vomité otra vez. Al final me fallaron las rodillas y me tumbé en el suelo de la cocina con la cara contra el frío suelo de linóleo. -¡Necesito café! —gritó Meri desde el piso de arriba—. ¡Y aspirinas! ¡Y una puta cabeza nueva! Yo alcé el rostro. ¡Dos de tres! —le grité, antes de volver a apoyar la cabeza en el suelo—. Al final de la semana, seguro. Media hora más tarde, Meri y yo estábamos sentadas frente a frente en la mesa de la cocina. Ya íbamos por la segunda taza de café cargado y por fin éramos capaces de tolerar el mínimo de luz que arrojaba la lámpara de araña del techo. En la mesa había un plato de tostadas secas, pero ninguna de las dos las había tocado. Meri dejó la taza en la mesa y se echó hacia delante en la silla. —C.J., ¿estás segura de que no... esto... no hicimos nada anoche? Asentí. —Míranos. Llevamos la misma ropa que llevábamos en el bar, salvo por los zapatos y los calcetines. —Pero a lo mejor yo intenté... Me encogí de hombros. —A lo mejor, pero lo que soy yo no me acuerdo de una mierda. —Pero estábamos en tu cama y... —Me parece que sencillamente caímos redondas, Meri. No hay nada malo en que dos amigas duerman
en la misma cama. —Porque no es que no me atraigas, C.J. Es decir, me atraes. Creo que eres... —Meri... —Es que acabo de recordar algo. — ¿El qué? —Bueno, creo que no es la primera vez que lo he hecho con ropa. Estando borracha. Y en su momento no creía que lo hubiera... hecho. Pero luego creo que sí, o sea, me acordaba. Creo. —Meri, mírame. —C.J., si me he pasado de la raya, yo... —Mírame. —C.J... —Meri, no ha pasado nada. ¿Entendido? Yo lo sabría, créeme. Lo sabría. ¿Lo sabrías? Asentí. —Sí. ¿No te acuerdas? Anoche en el bar os dije que hacía mucho tiempo, así que sabría si la sequía hubiera terminado de repente. Meri me miró fijamente durante unos segundos y finalmente sonrió aliviada y se arrellanó en la silla. —Sí, supongo que lo sabrías. Me ha entrado el pánico, C.J. Creía que me había pasado de la raya contigo. O sea, eres mi jefa y acabábamos de hablar de permanecer unidas. No me parece que estar unidas signifique enrollarnos entre nosotras, así que he pensado «Ay, Dios mío, ya he vuelto a las andadas, en la cama sin recordar ni qué ni con quién coño...». —Lo sé, Meri —la interrumpí—. Tranquilízate, ¿vale? No hay nada de qué preocuparse. Confía en mí, un día nos reiremos de esto. —Te refieres a un día del año que viene, cuando no tenga la cabeza a punto de explotar y se me hayan pasado las náuseas. Sonreí. —Si, cuando llegue ese día saldremos a tomar una copa y nos echaremos unas risas con esto. Meri puso los ojos en blanco. —Una copa, ja. ¿Cuántos puñeteros margaritas nos bebimos anoche? Me encogí de hombros. —No lo sé, pero va a ser lo último que pida durante un tiempo. —Brindo por eso —dijo ella, alzando la taza hacia mí antes de beber un sorbo de café—. Ahora, ¿podemos intentar entender cómo llegamos hasta aquí anoche? ¿Condujiste tú?
Cabeceé. —No, lo he comprobado. Mi coche no está en el garaje, ni en la entrada. Debe de seguir en el trabajo. —Entonces, ¿quién? —Debe de haber sido María. Es la única que no bebió. O a lo mejor llamamos a un taxi. ¿Desde Boston a Lincoln? Eso es mucho dinero, ¿no te parece? Me encogí de hombros. —Entonces habrá sido María. Todavía llevo mucho dinero en el monedero. Supongo que sí tendremos que llamar a un taxi para ir a trabajar hoy. ¿Trabajar? ¿No podemos llamar y decir que estamos enfermas? —No creo que sea una buena idea. Todas tenemos mucho trabajo que hacer. No falta mucho para el lanzamiento de la nueva temporada. Y estoy segura de que Debbe se pondrá en pie de guerra si una sola de nosotras no va a trabajar después de la reunión de ayer. Meri se miró, vestida aún con la misma ropa arrugada. —No puedo ir a trabajar así. —Todavía tienes tiempo de llamar a un taxi e ir a casa a cambiarte. No son ni las cinco. Hasta te daría tiempo a dormir un par de horas. Entrar a trabajar un poco más tarde, como a las diez, no estaría tan mal. Meri asintió. —Podría hacerlo. O también podrías dejarme duchar aquí, prestarme ropa y coger un taxi las dos juntas. —También podríamos hacer eso, sí. —Pues hagámoslo. Estaba de pie delante del espejo del baño, cubierto de vaho, secándome el pelo en ropa interior mientras Meri se duchaba. —Dios, qué bien —gritó Meri desde detrás de la cortina. ¿Cuánto tiempo más vas a pasarte ahí dentro? —le pregunté al apagar el secador. Usé una toalla para limpiar un área circular del espejo—. Las langostas tardan menos en cocerse. ¿Qué día es hoy? —Meri, sal de ahí inmediatamente. Tenemos que ir saliendo. ¡Sí, jefa! —Meri cerró el grifo, abrió la cortina de la ducha y extendió las manos—. ¿Toalla? Le tiré una toalla limpia y Meri se la pasó por los brazos. —Bonito cuerpo, jefa.
Eché un vistazo en su dirección, pero aparté la vista enseguida. —Puedes mirar, C.J. No hay nada malo en sólo mirar. —Supongo que no —le dije, mientras me ponía espuma en el pelo y luego me secaba las manos. ¿Cómo que supones? Venga, echa un vistazo, jefa. Tengo un cuerpo la mar de bonito. —Seguro que sí —le dije. Puse dentífrico en el cepillo y empecé a lavarme los dientes enérgicamente —. Sólo... es... que hace... mucho... sin contacto... ya... no... me interesa. Escupí en el lavamanos y me llevé agua a la boca con el hueco de la mano para enjuagarme. ¿Que ya no te interesa? —exclamó Meri—. ¿Cómo puede no interesarte? O sea, mírate. Tienes un cuerpo fantástico y te quedan más de dos décadas para la menopausia. Te quedan muchos orgasmos dentro, amiga mía. Venga, mírame. Estoy aquí en pelota picada, esperando a que me eches una miradita. A lo mejor ver a una mujer desnuda en tu ducha te enciende los motores otra vez. Tienes que empezar a usar menos el cerebro y pensar más en tu cuerpo. —De verdad que no necesito mirar, Meri —le dije, mientras me aplicaba la base de maquillaje—. Y si realmente quisiera ver a una mujer desnuda, cosa que en verdad no tengo ningún deseo de hacer, cogería un Playboy. —Oh, sí. Seguro que el Playboy sirve para calentarte la cama. —Ya te lo dije anoche en el bar. No me interesa liarme con nadie otra vez. —Lo que dijiste anoche, si no me falla la memoria, es que no querías volver a enamorarte. Pero eso no significa que nunca puedas volver a sentirte satisfecha sexualmente. En serio, jefa. Estás muy buena. —No pretendo estar buena —le dije, poniéndome crema en los brazos—. Me da completamente igual cómo me vean los demás. ¿De verdad? Entonces, ¿por qué te has pasado los últimos minutos arreglándote el pelo, poniéndote crema y maquillándote? —Es mi rutina matinal, Meri. No lo hago para atraer a nadie. —Vale, de acuerdo. Sí, te creo. —Piensa lo que quieras, pero sentirme atraída por alguien o que alguien se sienta atraída por mí es lo último que tengo en mente. —Vale, vale. Ya basta de hablar de tu celibato. ¿Y qué hay de mí, aquí desnuda? Me está empezando a entrar frío y tengo los pezones... (sí, seguro que te acuerdas de lo que son) tengo los pezones duros. Venga, mírame y dame una opinión sincera sobre mi cuerpo. —Oh, por amor de Dios, Meri, está bien —espeté. Entonces me giré y le di un repaso rápido—. Sí, tienes un cuerpo bonito. ¿Estás satisfecha? Satisfacerme te llevaría más tiempo que echarme un vistazo, C.J.
-No vayas por ahí, Meri. -Venga. Quiero que me mires, que me mires de verdad. Tómate tu tiempo. Mírame bien mirada. -Eres una cabrona muy persistente, Meri. —Va. Me volví hacia ella. Se me fueron los ojos a sus pechos y me quedé mirándoselos durante varios segundos. Luego paseé la mirada hasta su obligo y finalmente contemplé su mata rubia de vello púbico. Carraspeé y tomé aire entre dientes. —Muy bien, vale. Bonito. Muy bonito. No me extraña que hayas tenido tantas amantes. ¡Sí! —exclamó Meri—. ¡Sí que tienes libido, jefa! -sonrió, y a continuación sacudió los hombros para que se le bambolearan los pechos. Yo reí. —Si no triunfas como guionista, Meri, siempre puedes trabajar de bailarina de striptease en algún club. —Diría que lo hice una vez —me dijo, mientras se secaba el resto del cuerpo—. Desnuda del todo, no. Sólo en top-less. Un verano conocí a una chica monísima en el desfile del Orgullo y fuimos a un club para hombres después. Hacía un calor de mil demonios allí dentro y todos los hombres se habían quitado la camiseta, así que me dije « ¿qué coño?», y las dos nos quitamos las nuestras. —Estoy de acuerdo con Taylor. Eres una guarra. —Las dos sois unas guarras —dijo una voz. Meri y yo nos volvimos y descubrimos a María, apoyada en el marco de la puerta del baño. —Hola, María —la saludó Meri, y le tiró la toalla húmeda—. ¿Quieres unirte a nosotras? María me miró a los ojos y meneó la cabeza. —Estoy muy decepcionada contigo, C.J. Crucé los brazos y me apoyé en el mármol del lavabo. —No tienes ningún motivo para sentirte decepcionada, María. No ha pasado nada. Créeme, no ha pasado nada. —No ha pasado nada —repitió Meri—. Sólo hemos dormido juntas. —Ajá. —No, no hay «ajá» que valga —dijo Meri, con los brazos en jarras—. No y punto. No ha pasado nada. ¿Cómo has entrado, de todas maneras? —le pregunté a María. —Tienes la puerta principal abierta de par en par, C.J. Podría entrar cualquiera.
—Incluida tú —apuntó Meri, mientras salía de la ducha—. Oye, María, ¿qué te parece mi cuerpo serrano? Impresionante, ¿eh? María echó la cabeza hacia atrás y se puso una mano en la cadera. Los pendientes de aro plateados que llevaba relampaguearon bajo su largo cabello oscuro y ondulado. —Podrías tener los pechos más grandes y firmes, Meri. Tienes que fortalecer los músculos de los brazos. Te falta trabajar las abdominales y... —Mala, mala, mala —la cortó Meri. —Bueno, chica, no esperarás que te infle todavía más el ego sexual —le soltó María, agitando el dedo en ademán negativo. Luego se volvió hacia mí—. Bueno, ¿cuánto vais a tardar? Yo me voy ya. Si venís conmigo llegaréis a tiempo a la reunión. ¿Qué reunión? —quise saber yo. —La reunión que ha convocado la Dama Dragón sobre la que te ha llamado, como al resto de nosotras. Dejó un mensaje en mi contestador. Seguramente tú también tienes uno. Pero imagino que no habrás encontrado el momento de comprobar los mensajes desde que os dejé aquí anoche. Obviamente habéis estado ocupadas con otras cosas. —Como desmayarnos y vomitar —repuso Meri, mientras se pasaba los dedos por el pelo húmedo. ¿A qué hora es la reunión? —pregunté. María miró su reloj de pulsera. —Exactamente dentro de veintiocho minutos. ¿Veintiocho? —repetí. Solté el secador en el armario de debajo del mármol y salí del baño, pasando junto a María—. Meri, tenemos que vestirnos. —Y si llegamos tarde —gritó María, siguiéndome al dormitorio—, diría que las palabras exactas de Debbe fueron: «No esperéis ninguna carta de recomendación de mi parte». ¡Joder! Déjame algo de ropa, jefa —dijo Meri—. Y también ropa interior. —Yo diría que C.J. no lleva tangas —María se sorbió la nariz, se sentó en el borde de la cama y se echó hacia atrás, apoyada sobre los brazos. ¿Bóxers o braguitas, C.J.? —preguntó Meri. —Bikinis —contesté yo. —Servirá —dijo Meri. —Tic-tac, señoritas —dijo María, poniéndose en pie—. Os espero en el coche. —Llegas justo en tiempo, gracias a Dios, C.J. —dijo Samata cuando llegué al despacho a toda prisa
varios minutos después, con Meri y María pisándome los talones—. La Dama Dragón lleva un rato paseando de arriba abajo por el pasillo amenazadoramente y te hemos estado cubriendo. Le he dicho a Britta que estabas arreglando unos detalles de última hora en la planificación de tu programa y por eso estamos todas esperándote. —No, la verdadera razón de que estemos aquí atrincheradas es que somos unas puñeteras gallinas y no queremos enfrentarnos a la Dama Dragón solas —apuntó Taylor. —Sí. Hemos pensado que la unión hace la fuerza —añadió Chantelle. —Gracias —les dije. Dejé el maletín en el suelo—. ¿Qué retraso llevamos? —Veintitrés minutos y sumando —contestó María. Meri puso los ojos en blanco. ¿Dejarás ya de llevar la cuenta, Hernández? No has hecho otra cosa en todo el camino: «Llegamos dos minutos tarde. Ahora tres minutos tarde. Ahora cuatro minutos tarde». ¿Qué más da cuántos minutos tarde hayamos llegado? Tarde es tarde y punto. —Entonces llegamos tarde —espetó María. —Tenéis una pinta horrible, vosotras dos —comentó Taylor al pasarme una taza de café. Hizo un gesto de cabeza hacia Meri. Meri le sonrió. —Gracias, T. Eres tan encantadora como te recordaba de anoche, con un pedo de campeonato, vomitando en la acera al salir del bar. —No más café —le dije a Taylor, y me coloqué detrás de mi mesa. —Ah, como si tú fueras una reina de la belleza, Taylor —le dijo Chantelle, cogiéndole el café. —Tú no tienes mi pelo, Chantelle. —El pelo liso y lacio no me va —replicó esta. —Vale, chicas, se acabó —las interrumpí—. Antes de nada dejadme escuchar los mensajes. —C.J., no tenemos tiempo —la advirtió María. —Por supuesto, tú lo sabes todo del tiempo —rezongó Meri. —Creo que debemos ser más silenciosas —opinó Samata, señalándome con un gesto de cabeza. Apreté el botón de mensajes que parpadeaba en el teléfono, marqué los números de mi contraseña y escuché. Debbe —informé al grupo, con el auricular en la mano—. «Dónde estás, bla bla bla.» —Pulsé un número del teclado y escuché—. Debbe. «Dónde coño estás, bla bla bla.» —Esto no puede ser bueno —murmuró Taylor. Pulsé otro número y escuché. Empecé a tomar notas en un bloc de papel. Varios segundos después, colgué el teléfono. —No os lo vais a creer —les dije, aguantando el bloc debajo del brazo—. Pero hay tres actrices de
primera línea Interesadas en interpretar a la amante de la Presidenta en Si tiara Presidenta. ¿Quiénes son? —preguntó Chantelle. —Sally Field, para empezar. —Nos gusta. Nos gusta mucho —aprobó Taylor. Marlo Thomas. -No es ninguna jovencita —señaló María. —Stockard Channing tampoco —contesté yo. -Pero apoya muchas causas femeninas —dijo Chantelle Desde siempre. Creo que sería capaz de atraer a Hincha audiencia. -¿Quién es la tercera? —preguntó Samata. Sonreí. Meryl Streep. ¡Anda ya! —exclamó Meri. Y escuchad esto —continué—. Según su agente, si le damos el papel querrá que su salario sea donado a alguna asociación benéfica, como la que investiga el cáncer de mama o el de Madres contra la Conducción bajo los Efectos del Alcohol. —Es una mujer con clase —dijo María. —Lo mismo digo —coincidió Chantelle. —Bueno, pues son las mejores noticias que podían darme hoy —dije yo, y las miré a todas—. Ciertamente no somos el equipo de guionistas más atractivo, pero nos las apañaremos. Vamos a la sala de reuniones a ver qué quiere Debbe. Conduje a mis escritoras a la sala de reuniones del piso inferior, abrí la puerta y encendí las luces. Vi a Debbe por el rabillo del ojo, sentada en una silla en la cabecera de la enorme mesa, tamborileando con las uñas lacadas de rojo sobre la superficie barnizada. Britta estaba sentada a su lado, con los ojos muy abiertos y una expresión de miedo en el rostro. Frené en seco. —Vaya, vaya, vaya. Por fin puede empezar la jornada, ahora que la jefa del equipo de guionistas de LTV nos ha honrado con su presencia —gruñó Debbe—. Pero ¿quiénes son este variopinto grupo de...? ¿Qué son? ¿Vagabundas que te has encontrado en la calle? Ah, espera. Algunas me suenan. ¿Las habré visto en alguna parte antes? Ahhh, sí. Ahora me viene a la cabeza. Son las escritoras que trabajan para ti, ¿verdad, C.J.? Trabajo, trabajo y más trabajo. Parece que habéis pasado una noche dura. Imagino que habréis estado trabajando en vuestros programas hasta la madrugada, ¿tengo razón? O puede que os juntarais todas para daros jabón mutuamente. Las guionistas permanecieron como estatuas detrás de mí, sin atreverse a dar un paso adelante para tomar asiento.
Debbe se levantó lentamente y echó la silla hacia atrás con las piernas. La silla voló hasta la pared que tenía detrás e impactó con un golpe sordo. ¿Tienes idea de lo harta que estoy de ti? ¿Y de esta panda de idiotas que llamas equipo creativo? Cuando convoco una puñetera reunión, espero que os presentéis a tiempo. Cuando digo a las seis, quiero decir a las seis. No... ¿Qué hora es, sueca? —Son las seis... eh... y cuarenta —respondió Britta. —Las seis eh cuarenta no son las seis en punto —dijo Debbe, mientras se me acercaba muy despacio —. Las seis eh cuarenta son... eh... cuarenta minutos tarde. Debbe me ganó la espalda y paseó detrás de mí, abriendo un hueco entre las escritoras y yo, antes de llegar a la puerta de la sala de reuniones y cerrarla de una patada con su zapato negro de piel con tacón de aguja. —Sentaos, ¿queréis? —le dijo al equipo. Entonces me cogió del brazo izquierdo y me lo apretó con fuerza—. ¿Habéis montado algún tipo de fiesta sin mí, C.J.? Ya sabes que no me gusta que pasen cosas sin que yo me entere. —Salimos a tomar algo después del trabajo —le dije. Di un tirón para que me soltara el brazo, le di la espalda y saqué una silla. ¿Tomar algo después del trabajo y luego qué? —preguntó Debbe, que se colocó detrás de mí y me puso las manos sobre los hombros. Apretó con fuerza y esta vez no pude zafarme de ella—. Parece que todas nos hemos duchado en grupo esta mañana. —Debbe observó al grupo con sus oscuros y almendrados ojos—. ¿Tan poco os pago que no os da para comprar un secador? Cuento tres cabezas mojadas en este grupo, aunque no alcanzo a saber qué le pasa a tu pelo, Chantelle. ¿Y qué tal si no llevaras la camisa arrugada, Shoemaker? Samantha, ese estilo de vestuario funcionaba en los sesenta, tía, paz —dijo, mientras hacía la señal de la victoria con los dedos. —Mi nombre es Samata. —Bueno, pues a mí no me gusta, así que te llamaré como me dé la gana —replicó Debbe, que seguidamente dirigió su atención a María—. Hernández, ¿estás engordando un poco, pachona? Y Chantelle, nuestro clon afroamericano de Toni Morrison, ¿no podrías llevar un collar de cuentas y parecer todavía más étnica? ¿Y qué decir sobre Meri Culo- inquieto, nuestra sexo maníaca empedernida? ¿Para esto querías vernos nada más salir el sol? —la interrumpí—. ¿Para insultarnos? Habría dicho que... —Así es cómo respondo cuando llegáis tarde a una reunión que convoco nada más salir el sol — espetó Debbe, y se inclinó para acercarme la cara al oído derecho—. Y nunca, nunca vuelvas a interrumpirme, C.J. Nunca intentes dejarme mal o ponerme en evidencia o pensar que podrías llevar este canal mejor que yo. Trabajas para mí, C.J., y tu gran bombazo de serie. —Debbe chasqueó la lengua en mi oreja y levantó la mirada hacia el resto del equipo—. Seguro que os pareció que C.J. era muy especial
por haber tenido esa idea, ¿no es así? ¿Señora Presidenta? Seguro que os pareció que me había puesto en mí sitio, ¿eh? Bueno, pues no suelo tomarme muy bien que la gente robe ideas y eso es exactamente lo que hizo vuestra inteligente jefa. Intentó atribuirse una idea que ella y yo habíamos discutido hace meses. —Debbe, ¿de qué coño estás hablando? —le pregunté. —Veréis —prosiguió Debbe, apartándome los férreos dedos de los hombros para ponerse a pasear tras las sillas de cada guionista—. C.J. y yo fuimos amantes. Sí, es cierto, doncella Meri, que trataste de llevarme a la cama una vez. Lo fuimos. Seguro que ella no os lo había dicho, ¿verdad? Claro, ¿quién iba a querer admitir que si está en el puesto de poder en el que está es porque logró el trabajo acostándose con alguien? -¿Debbe? —la interrumpió Britta con voz suave. -¿No ves que estoy hablando, Greta? —Tu vuelo sale dentro de una hora y todavía tienes que ir al aeropuerto. —Ah, sí. El verdadero motivo de esta reunión. Supongo que tendría que volver al tema que nos ocupa. —Debbe se cruzó de brazos y nos sonrió—. Con lo bien que me lo estaba pasando. ¿Tú no, C.J.? Aflojé poco a poco los dedos con los que aferraba el bolígrafo y lo dejé con cuidado en la mesa. Levanté la cabeza y miré a Debbe a los ojos. —Sí, Debbe. Siempre es genial recordar viejos tiempos contigo y conocer tu punto de vista sobre nuestra relación de cinco años. Siempre me conmueve lo profundos que son tus sentimientos y me alegro mucho de que hayas decidido compartirlos con todo el grupo. Debbe juntó las manos y sonrió anchamente. —Qué actuación tan, tan dramática. De Oscar, CJ. —repuso, desdeñosa—. Qué trágico. Muy trágico, ¿no os parece? A lo mejor podrías incluir el monólogo de C.J. en tu serie Trágicos desenlaces, Meri. La sala permaneció en silencio durante varios segundos. —Bien, pues. —Debbe volvió a romper el hielo con una Sonrisa radiante que mostraba sus perfectos dientes brillantes—. Sí, dentro de nada me voy a Nueva York para hacer mi ronda de magazines. Es el empujón publicitario definitivo, chicas. El comienzo oficial de la locura mediática por L-TV Y podéis estar seguras de que mencionaremos cada una de vuestras series. Preparaos para coger impulso, para ver cómo nuestro nuevo canal por cable y toda su oferta sale anunciada en todos los medios disponibles. Y preparaos para sentir más presión de la que hayáis imaginado nunca. Es triunfar o morir, pequeñas. — Debbe dejó de sonreír y dio un golpe súbito en la mesa con la palma de la mano, provocando un estremecimiento general—. Así que ya podéis poneros las pilas y pulir vuestros programas para que estén perfectos. No voy a aceptar menos del cien, del ciento diez por ciento, de todas vosotras. Si no lo lográis, si os quedáis cortas, estáis fuera. Presión, presión, presión. Así se llama el juego. Alcanzar los objetivos y hacerlo bien, Bien y hasta el final. Ahora ya tenéis vuestras series, así que buscad estrellas. Grandes nombres si es posible. Nombres como Sally Field, por ejemplo. O Meryl Streep. Miré a Debbe fijamente. Ella se dio cuenta y me sostuvo la mirada. ¿Qué te parecen esos nombres, C.J.?
—Creo que no es la primera vez que los oigo hoy. ¿Ah, no? ¿Y dónde los has oído? ¿En tu contestador automático, quizá? Curioso como sé todo lo que pasa aquí dentro, ¿verdad? Seguro que creías que entrarías en la reunión cuando te diera la gana y dejarías caer esos nombres por sorpresa, igual que hiciste con la serie que pasaste por tuya. Bien, ¿quién es la sorprendida ahora? ¿Has escuchado mis mensajes? —le pregunté. Debbe me sonrió y me guiñó un ojo. —Sin secretos, C.J. Así es como no se me escapa nada. —Debbe se metió entre las sillas de Chantelle y Taylor y les puso los brazos sobre los hombros—. No hay secretos para mí, señoras, y no va a haberlos jamás en L-TV —Debbe se echó la brillante melena negra hacia atrás y se rió—. Es poético, ¿verdad? Se dirigió a la puerta de la sala de reuniones con paso firme y cogió el pomo. Entonces se detuvo y se volvió hacia nosotras, —No os equivoquéis, panda de perdedoras. Conozco todos vuestros códigos de acceso y todas vuestras contraseñas. Leo vuestros correos electrónicos regularmente y escucho los mensajes en vuestro contestador. Sé que me apodáis la Dama Dragón. Y casi que me gusta. Demuestra que tengo fuerza y poder y que se me debe temer. Pero nunca jamás lo uséis en mi presencia. Y también lo sé todo sobre vuestra vida privada. Oh, pero algunas tenemos secretos muy grandes. ¿Verdad, María? María y Debbe se miraron. —Yo sé algo que ellas no saben —canturreó Debbe con vocecilla infantil. María apartó la mirada y Debbe sonrió, antes de volverse hacia Britta y chasquear los dedos. —Venga, sueca. Nos vamos. Britta se levantó al punto de la silla, recogió su ingente cantidad de libretas y fue con Debbe a la puerta. Debbe alargó el brazo hacia Britta, le puso la mano en la nuca y la atrajo para sí; durante varios segundos la besó en los labios con fuerza, y cuando la soltó se relamió y miró a Samata. ¿Qué te parece, Egipto? He besado a tu novia. Delante de ti. Ñam, ñam Entonces Debbe me miró a mí. —Espabila, C.J., o tu equipo y tú acabaréis en la basura. Debbe abrió la puerta, le hizo un gesto a Britta para que saliera primero y, cuando esta obedeció, le dio una palmada en el trasero. —Aish, tienes un culito prieto que está para comérselo —dijo Debbe con una risita, antes de mirarnos de nuevo—. Adiós a todas —nos dijo, agitando la mano—. Ah, y que paséis un buen día. CINCO cosas tenía apuntadas en mi bloc de notas y querría discutirlas ahora que las cosas se han calmado —anunció Samata al poco de que Debbe se marchara de la sala y de que todas nos arrellanáramos en nuestras sillas, respiráramos hondo y nos relajáramos visiblemente.
—Yo sólo quiero preguntar una cosa —la interrumpió Chantelle, volviéndose hacia mí—. ¿En qué cono pensabas liándote con esa... esa... repugnante racista malvada y venenosa... ? ¿Era buena en la cama? —quiso saber Meri. —No siempre fue así —respondí. ¿Buena en la cama? —preguntó Meri. ¿Por qué siempre tienes que pensar en lo mismo, Meri? —la riñó Taylor. ¿Qué otra razón habría para salir con Debbe? arguyo Meri. ¿Es asquerosamente rica? —sugirió María. Chantelle asintió. —Muy cierto. La pobreza tiene sus desventajas en una relación. El dinero es la primera causa de... —Puedes ser pobre y rica en el amor —opinó Samata, interrumpiendo a su compañera—. Y a veces es mucho mejor. En mi familia no había ricos, como los que tienen más dinero en mi país pero había tres generaciones viviendo bajo el mismo techo en la casa de mi familia. No temamos mucho en forma de posesiones materiales. No como aquí en América, donde tantas cosas significan tanto y os dicen que hay que tenerlas. Pero para nosotros no era mal. O sea, no nos sentíamos mal, porque teníamos mucha felicidad y risas y amor. No puedes comprar esas cosas con dinero. María asintió. —En mi familia también era así cuando era pequeña. Puede que sea algo cultural. Hablas de Egipto, Sam, y yo pienso en mi familia de Puerto Rico. , —Es posible que tengas razón sobre eso concedió Samata—. En Estados Unidos todo se trata de dólares y centavos. —Y tampoco es que siempre tenga sentido, sonrió Meri. —Lo que quiero decir es que Debbe no ha sido siempre el tipo de persona que es ahora —continué yo —. Cuando la conocí no era rica. Era muy dulce conmigo y muy fiel. Era romántica, cariñosa. Al principio. ¿Y no lo son todas? —resopló Taylor. —Era una persona generosa y de buen corazón proseguí—. O al menos eso creía entonces. ¿Cómo cambió? —preguntó María. Me encogí de hombros. —Pues ni idea, ya veis. No sé si fue por lo que le pasó en su último trabajo en televisión o sencillamente que dejó de quererme. Pero cuando dejó la cadena, todo fue diferente. Con el tiempo me di cuenta de que había cierta dureza, algo cortante y amargo en su interior. No hablábamos de nada, empezamos a tener conversaciones superficiales y nada más. Ya sabéis cómo van esas cosas: ¿Qué tal la
chuleta? ¿Qué has hecho hoy? He oído que va a llover. ¿Has sacado la basura? Entonces empezó a pasar cada vez más tiempo fuera de casa. Por las noches. A veces durante toda la noche. Me despertaba sola en la cama y me preguntaba dónde estaría, si estaría bien, qué haría yo si no volvía a casa. Siempre que me enfrentaba a ella por cómo me trataba o por cómo se comportaba, era como darme cabezazos contra una pared de granito. —Por cómo lo dices, fue el principio del fin, C.J. —apuntó Meri. —No exactamente, porque cuando empezó a hablar de volver a la televisión y se le ocurrió la idea de L-TV las cosas nos fueron mejor. Durante un tiempo. Hicimos un bonito viaje a Europa y fue como una segunda luna de miel. Volvía a actuar como si estuviera muy enamorada de mí y recuperamos parte de la pasión y de la intimidad que habíamos perdido. —Jesús, C.J. Es como oírte hablar de mi ex —dijo Taylor—. Al principio estamos bien. Luego estamos mal. Luego volvemos a estar bien. Luego estamos... —No, creo que habla de la mía —refutó Chantelle. —Creo que todas hemos pasado por lo mismo —sugirió María. —Lo mismito —asintió Meri. ¿Tú no deberías decir eso por cincuenta veces? - -preguntó Taylor. —Por favor, callaos todas —las cortó Samata— favor, continúa con tu historia, C.J. —No hay mucho más que contar, Sam, porque entonces sí que fue el principio del fin. Nos montamos en el avión de regreso y, nada más entrar en el espacio aéreo de Estados Unidos, Debbe volvió a ser la mujer que había sido antes de irnos. Bruta, maleducada, materialista, egoísta, sarcástica, malvada. Después de eso empezó a traerse amantes a casa. ¡Menuda zorra! —exclamó Chantelle. —Yo me quedaba en la cama de invitados y la oía hacerle el amor a otra. Sentía que me estrujaban el corazón como si fuera una esponja. Tardé en marcharme, porque cada vez que pasaba creía que sería la última vez. Eso era lo que ella me decía. —Conozco la sensación, C.J. —dijo María. —Igualmente —Taylor añadió. —Y entonces... —empecé. De repente no me salía la voz. Pestañeé unas cuantas veces y dejé escapar un suspiro—... no pensaba... no creía que aún me hiciera daño —les dije—. Lo siento. ¿Por qué te disculpas? —me preguntó María, cogiéndome la mano. Le sonreí y le solté la mano despacio. —De todas maneras —dije, mientras me pasaba un dedo bajo los ojos—, eso es agua pasada. Así que... Samata, ¿había cosas que querías discutir? —Sí, por favor, las tengo —contestó Samata—. Y esa es una de las cosas que deseaba averiguar. Tu
relación con Debbe. No dijiste nada anoche para identificar a tu antigua novia y ahora entiendo tu reticencia a hablar de amor pasado. —No es que quisiera ocultároslo, chicas. Es sólo que creí que a lo mejor respondíais diferente conmigo si creíais que estaba ligada a Debbe emocionalmente. Y no es verdad lo que ha dicho sobre que conseguí el trabajo acostándome con ella. —Eso no me lo he creído ni por un segundo, chica —aseguró Chantelle. Sonreí y levanté un dedo. ¡Pero, esperad! Lo que sí que me consiguió el trabajo es que quisiera follarse a otras. Cuando por fin un día me preguntó qué le costaría... ¿cómo lo dijo? «Que salgas de mi vida de una puta vez», sí, diría que fueron sus palabras exactas, yo en broma le contesté: « ¿Qué tal una casa en Lincoln, un Lexus con todos los equipamientos y el puesto de directora creativa en L-TV?» —sonreí—. Dos de tres no está nada mal. Meri se echó a reír. ¡Bien hecho, jefa! ¿Qué pasó con el Lexus? —quiso saber Chantelle. —Se quedó sin dinero. Entre dejarse los ahorros de su vida en L-TV y en librarse de mí, Debbe Lee está arruinada. ¿Ahora? ¿Está arruinada ahora? —preguntó Taylor. Asentí. —Oh, sí. ¿Y cómo nos está pagando nuestro buenos sueldos? —preguntó Samata. —Encomendándose a todos los santos —respondí—. De hecho, con dinero prestado, Sam. Eso es algo en lo que el sistema de préstamos estadounidense es muy bueno: mantener a sus prestatarios endeudados perpetuamente. Y Debbe está endeudada hasta las cejas. Su preciosa mansión al lado del mar, esta cadena, sus coches, su casa de verano en Florida, sus empleados, su joyería y su vestuario de marca. Estamos hablando de cerca de un millón de dólares. Si L-TV fracasa, Debbe Lee estará en bancarrota. Pasará de ser vista como una de las mujeres más ricas del mundo a convertirse en la pequeña vendedora de fósforos. —Vaya, pues es una tentación muy grande, ¿verdad? —preguntó Meri—. Si todas dejamos el trabajo ahora y la Dama Dragón no tiene pasta para contratar a otras escritoras y prepararlo todo para la temporada. Ja, ja. ¡Está pillada! —Por tentador que parezca —la interrumpió María—, creo que sería echarnos piedras sobre nuestro propio tejado. No sé las demás, pero yo no puedo permitirme perder este empleo. No es sólo el sueldo, también necesito las prestaciones. Seguro médico, dental... Sabéis que tenemos unos incentivos
buenísimos. Así que no puedo permitirme hacer nada que sabotee el éxito de L-TV —Ni yo —añadió Chantelle—. Y tampoco quiero. Si L-TV triunfa, ¿os dais cuenta de cómo aumentaría nuestro caché si decidiéramos marcharnos? Puede que Debbe Lee sea una persona podrida, pero es una ejecutiva muy hábil. Yo prefiero agarrarme a sus faldones antes que acabar en la tintorería. Taylor asintió. —Yo también tengo préstamos que devolver. Y si no lo hago, seré la primera en ponerme a vender cerillas. —Estoy de acuerdo con Chantelle —dijo María—. Si sacamos esto adelante y logramos que L-TV triunfe como todas queremos, a largo plazo nos beneficiaremos. Pase lo que pase, bueno o malo, se queda en nuestro currículum. Puede que trabajar aquí sea un infierno, pero tenemos series geniales que van a ser un éxito total. No podemos dejarlas colgadas. —Hablando de series —les dije—. Quiero que sepáis que no le robé la idea de Señora Presidenta a Debbe. Esa serie es idea mía al cien por cien. Nunca había hablado con ella de la premisa de la serie; ni siquiera se me había ocurrido antes de que cancelaran El ala oeste de la Casa Blanca la temporada pasada. Fue entonces cuando empecé a darle vueltas a la idea de una serie basada en una mujer presidenta —tamborileé con los nudillos en la mesa—. Yo no robo ideas. No lo he hecho nunca y nunca lo haré. —Eres una mujer de honor, C.J. —dijo Samata—. He sabido que Debbe Lee estaba diciendo una mentira en el momento en que pronunció las palabras. —Todas sabemos que la serie es tuya, C.J. —añadió Taylor—. En el instante en que Debbe te acusó, se puso en evidencia. Quedó como una mujer barata y mezquina. —Que es lo que es —apuntó Chantelle. —Eres una jefa fantástica, C.J. —opinó Meri—. Porque tienes principios. Tratas muy bien a la gente que trabaja para ti. Eres justa y honesta. Como te dije anoche, eres la mejor jefa que he tenido. ¿Lo dices porque aún no has bajado de las nubes o porque lo piensas de verdad? —le preguntó Chantelle. ¿Qué quieres decir con eso? —exigió saber Meri. Chantelle extendió los brazos con las palmas hacia fuera y se encogió de hombros. —Eh, que no he sido la única que os ha visto llegar juntas esta mañana con pinta de... bueno... —Esa también es una de las cosas de mi lista sobre las que quería hablar —dijo Samata—Me parece que no puede haber sexo entre nosotras porque quedamos en eso anoche, ¿estoy en lo cierto? Miré fijamente a Chantelle. ¿De verdad crees que Meri y yo...? ¿Realmente piensas...? ¿Alguna de vosotras cree que me acostaría con alguien que trabaja para mí? —Bueno, no —respondió María—. Pero, en realidad, sí.
—Lo que quieres decir es que ¿no es una tentación que siempre va a estar presente entre lesbianas? — Taylor tomó la palabra—. Acabamos acostándonos con nuestras amigas porque nuestros círculos son muy pequeños. Las dos os emborrachasteis un poco anoche y dijiste que hacía mucho tiempo que tú no... —También dije que creo que sólo se supone que puedas enamorarte una vez — espeté—. Yo no voy por ahí acostándome con cualquiera. —Pero Meri sí —contraatacó Taylor—. Y con el alcohol... —Nunca debería haber abierto la boca sobre mis ex amantes —gimió Meri—. Sólo porque me haya acostado con muchas personas en el pasado no significa que no pueda cambiar. Que no pueda ser una persona diferente. Es decir, no suele pasar que pueda compartir cama con alguien y no hacer nada. ¡Compartisteis cama! —exclamó Taylor. ¡No ha pasado nada! —grité—. Jesús, ¿qué clase de persona creéis que soy? —Creo que estamos todas un poco asustadas, nada más —explicó Samata—. Este trabajo es difícil, ¿sí? Así que encontramos solaz en la compañía de las demás, en la experiencia compartida. Mantener nuestras relaciones con las demás a nivel de amistad, trabajando tan cerca e íntimamente, nos va a costar un mucho trabajo. Si nos aliamos entre nosotras de un modo que sea más... —Si empezamos a follar entre nosotras el grupo se desmoronará —la cortó Taylor —. Creo que es lo que intentas decir, ¿no es así? —Correcto, Taylor —asintió Samata. —No tenéis nada de qué preocuparos en ese sentido —respondí—. Conmigo no. Tampoco vosotras deberíais liaros. Entre vosotras, digo. —Estoy de acuerdo —dijo Chantelle—. Pero sé lo que quiere decir Taylor, con lo de que la tentación va a estar ahí. —Sencillamente, no podemos ceder a ella —señaló María. ¿Pero está bien, verdad, si nos liamos con otra en L-TV que no sea del equipo? —preguntó Samata. —Vuestras vidas privadas son asunto vuestro —le dije al grupo—. Pero os aconsejaría que vayáis con cuidado si queréis liaros con alguien de aquí. Debbe parece estar al tanto de todo lo que pasa... ¡Porque ha estado leyendo nuestro correo y oyendo nuestros mensajes! —la interrumpió María—. Eso sí que me cabrea. ¿Puede hacerlo? Es decir, ¿no tenemos derecho a tener intimidad? Negué con la cabeza. —En horas de trabajo, usando los teléfonos y la cuenta de correo de la empresa, no —le contesté—. Aunque parezca un abuso, mientras estáis aquí puede inspeccionarse todo lo que hagáis y digáis. Pensad en todos los casos de acoso laboral, chicas. Hay muchas barbaridades que pasan o que podrían pasar y Debbe tiene que protegernos, lo que significa...
—Pero no lo hace para protegernos, C.J. —protestó Chantelle—. Lo hace para controlarnos. Para manipularnos. Se alzó un coro unánime de apoyo entre las demás. Yo asentí. —Lo sé, lo sé. Pero no olvidéis que estáis en su jardín. Sois sus empleadas. Y por esa razón, vuestra privacidad va a verse comprometida. —Y ella ha invadido tu intimidad, ¿verdad, María? —preguntó Samata—. Cuando Debbe ha dicho, creo que lo recuerdo pero deja que miro mis notas, que había un gran secreto que nos escondías, ¿a qué se refería? María se mordió el labio y apartó la vista de Samata. ¿Hay algo que quieras contarnos, María? —le preguntó Taylor, ¿Algo que debamos saber? —añadió Meri. —Por lo menos dinos si estás bien —intervino Chantelle. María se pasó los dedos por el largo cabello y luego se los desenredó. —Sí, sí, estoy bien. Sólo tengo miedo de que, ahora que Debbe lo sabe, encontrará la manera de usarlo en mi contra. Y ya es bastante duro para mí tal como están las cosas. No sé qué debería decir. —No tienes que decir nada —le dije—. No queremos entrometernos. Creo que sencillamente estamos preocupadas. —Lo sé —repuso María—. Sé que estáis preocupadas, chicas. Yo también lo estaría, espero. Pero la Dama Dragón no lo está. Encontrará el modo de convertirlo en un problema y no va a aflojar conmigo, lo sé. Va a ser... Bueno... De todas maneras al final os enteraríais, aunque yo no os lo diga. No es que intentase ocultároslo, pero quería decíroslo a todas... Quería decir algo cuando... Bueno. Supongo que al final os lo tendré que contar. Tampoco es que sea algo que puede esconderse. ¿De qué se trata? —preguntó Meri. María suspiró. —Estoy embarazada. ¡Oh, Dios mío! —exclamó Samata—. Nacerá un bebé. —Todavía no, Sam —contestó María—. Pero sí, nacerá un bebé. voy a tener un hijo. Enarqué las cejas. —Pero eso es algo bueno, ¿no? María se encogió de hombros y esbozó una sonrisa triste. —Se suponía que sería algo muy, muy bueno. Pero Jesse... Bueno... Jesse siempre será Jesse. Pensamos... Nos hacía tanta ilusión... Llevábamos mucho tiempo deseándolo. Lo intentábamos, pero no funcionaba. Lo intentamos una y otra vez. Era muy frustrante. ¡Y muy caro! Las cosas empezaron a ir mal
entre nosotras. No os imagináis la de veces que hemos roto y nos hemos reconciliado por este motivo. O al menos yo creía que ese era el motivo. La primera vez que Jesse me dejó... Bueno, ella me dijo que lo que más deseaba era formar una familia conmigo. Tener niños y criarlos en un hogar lleno de amor y felicidad. Jesse creció con dos padres alcohólicos y no tuvo demasiado amor ni felicidad. Pero Jesse también es alcohólica y no parece capaz de dejar de beber durante mucho tiempo. O conservar un empleo. O mantenerse alejada de una ex que le rompió el corazón y que ahora disfruta jugando con ella como si fuera un yoyó. Tampoco parece capaz de encontrar el amor y la felicidad en su interior. Jesse es... Bueno... En el fondo es una buena persona, pero no es la persona más fácil a la que entregar tu corazón. »El caso es que la última vez que volvió, ahora ya hace meses, dijo que quería arreglar las cosas de verdad y formar una familia juntas, así que volvimos a intentarlo. Y así fue: me quedé embarazada. Y ahora... ahora Jesse se ha marchado. Hace semanas que se fue, anoche os mentí. No va a volver. Se acabó. Hemos terminado. —Y tú vas a tener un bebé —Meri dijo—. El hijo que ella quería. —Yo también lo quería, Meri. Y lo quiero ahora. —Por eso no bebiste nada en el bar —adivinó Taylor. —Y por eso me pediste que te frenara cuando estabas a punto de beberte el segundo margarita — apunté. María asintió. ¿Y por eso has estado tan borde conmigo últimamente, María? —inquirió Chantelle—. ¿Por estar embarazada? —No. Es que tú me pones de los nervios, Chantelle —le soltó María. A continuación se echó a reír—. Sí, a veces estoy muy cansada y me pongo de mal humor. Cuando estás embarazada se te descontrolan las emociones. ¿Te parece que es bueno que estés trabajando? —le pregunté. —Oh, por amor de Dios, C.J. Estoy embarazada, no inválida. Las mujeres llevan años haciéndolo, ¿sabías? ¿Eso significa que parirás en el bosque y volverás al trabajo el mismo día? — preguntó Meri. —Creo que tenemos un buen seguro de baja por maternidad, ¿verdad? —pregunté, rascándome la cabeza—. Aunque la verdad es que nunca me he fijado mucho en esa parte del seguro médico. —Yo sí me fijé —contestó María—. Y es bastante estándar. —Seguidamente volvió su atención hacia Meri—. Podría ponerme a entrenar para una maratón ahora mismo y no me pasaría nada. Seguramente también podría parir en el bosque y volver al trabajo con un niño colgando del pezón. Pero creo que me decantaré por el hospital y la anestesia. —Bueno, es un alivio —le dije—. Me alegro de que no seas una de esas embarazadas que creen que todo tiene que ser natural y se empeñan en dar a luz en una bañera, rodeadas de indias entonando
cánticos. —Durante un tiempo sí que consideré contratar a una partera —informó María. Meri meneó la cabeza. —Yo no lo haría, sobre todo después de leer aquel best seller, Las parteras. Nunca se sabe lo que puede pasar. María se rió. —Yo también lo leí, pero después de haber decidido no usar a una partera. Me ayudó a sentirme mejor con la decisión. ¿Entonces estás bien? —le pregunté. María asintió. —Estoy bien, C.J. Sencillamente, cuando estás embarazada es como subir a la montaña rusa. Y a veces me canso mucho, mucho. ¿Así que vas a tener al niño sola? —preguntó Samata. —Es una buena pregunta —repuso María—. Antes de conocer a Jesse, nunca me había planteado tener un hijo. Habría sido feliz sólo con estar con ella y envejecer juntas. No había ningún reloj biológico que hiciera tic-tac dentro de mí cuando cumplí los treinta. —Creo que la mayoría de lesbianas saben desconectar el reloj —contestó Meri. —Y substituirlo por cables que aumentan la necesidad de tener gatos —aportó Chantelle. —Por favor, María, continúa. —Bueno, cuantas más ganas tenía Jesse de criar a un niño, más ganas fueron entrándome a mí. Decidimos que yo tendría al niño, sencillamente porque tenía mejor disposición genética que Jesse. Pero cuanto más me costaba quedarme embarazada, y me costó mucho, más lo deseábamos las dos. Entonces, cuando Jesse se fue al quedarme embarazada... —Debió de ser como si te dieran un puñetazo en la cara —exclamó Meri. María asintió. —Vaya si lo fue. Tuve que tomar una decisión muy difícil: tener el niño y convertirme en madre soltera o abortar. Pasé mucho tiempo pensando en lo que debía hacer. No fue sólo una decisión basada en las emociones. Me puse a hacer números para ver si podía hacerlo sola de verdad. Iré justa, eso seguro, y pronto tendré que empezar a hacer grandes cambios en mi estilo de vida. Pero quiero estar embarazada. Quiero tener este bebé. Eso sí, mentiría si dijera que no estoy asustada. Estoy asustada. Estoy sola y embarazada. —No estás sola, María —le dijo Taylor, pasando el brazo por el respaldo de la silla de su compañera —. Nos tienes a nosotras. A todas nosotras. Estaremos a tu lado. Vamos a estar unidas, ¿te acuerdas? —Yo sé mucho de niños —se ofreció Chantelle—. Mi hermana lleva años teniendo uno tras otro. Me levanto muchas veces a medianoche para ayudarla a darles el biberón. Y soy una cambia-pañales
impresionante. —Mi cuñada es enfermera en el Beth Israel —sugirió Meri—. Le puedo pedir toda la información médica que quieras. —Organizaremos una fiesta para el bebé fantástica y te compraremos todo lo que necesites —propuso Taylor. —Te haremos de canguro por turnos —ofreció Samata. —Y puedes cogerte los días que te hagan falta si tienes cita con el médico y ese tipo de cosas —Le dije yo. María sonrió. —Gracias, chicas. Era exactamente lo que necesitaba oír. —Bueno, ¿alguien más tiene algún profundo y oscuro secreto que compartir con el grupo? —preguntó Meri. —Yo no tengo ningún secreto de verdad —respondió Samata—. Pero tengo información que me gustaría compartir y consejo que querría pediros. —Larga —la animó Chantelle, que al darse cuenta de la expresión de incomprensión de Samata añadió —: Quiere decir que adelante, que lo digas, Sam. Samanta negó con la cabeza. —Este idioma aún me desconcierta. Largo es algo que mide mucho, ¿sí? Y hace poco descubrí que en una película de Hollywood lo usaban con el sentido de marcharse. «Largo de aquí.» ¿Es un uso correcto de la palabra? Asentí. —Así es. —Vale, pues largo. Ayer, antes de ir al bar, le pregunté a la adorable Britta por correo electrónico si quería venir con nosotras o, si no podía, quizás querría ser mi invitada en otra ocasión para tomar una copa o cenar. Anoche no se presentó y fui muy decepcionada. Pero cuando he abierto mi correo esta mañana, me ha llenado de alegría ver que me había contestado. Decía que le encantaría cenar conmigo esta semana. Quizá el viernes, ha propuesto. ¡Bien hecho, Sam! —la aplaudió Meri. —Me parece genial —asintió María. ¿Adónde la llevarás a cenar? —le preguntó Taylor. —Antes tienes que averiguar qué tipo de comida le gusta —hizo notar Chantelle—. A lo mejor detesta el pescado o es vegetariana. ¿Una sueca que deteste el pescado? —Meri soltó una risita—. Creo que tampoco tiene mucha pinta de vegetariana.
—Solo porque sea sueca no quiere decir que sólo coma comida sueca —les hizo ver Taylor. ¿Qué comida sueca hay? —pregunté. Todas se quedaron calladas unos segundos. —Muchas gracias, C.J., por preguntarnos algo tan complejo —Samata rompió el silencio—. Pues es ahora que al fin puedo poner baza. ¡Albóndigas! —exclamó Meri—. Los suecos comen albóndigas. Albóndigas suecas. Chantelle puso los ojos en blanco. ¿Y dónde coño hay un restaurante de albóndigas suecas? —Si os dais cuenta, no hay restaurantes suecos —apuntó Taylor—. O sea, hay italianos, vietnamitas, chinos y japoneses. Alemanes, mexicanos y franceses. A lo mejor los suecos no tienen buena comida. —En verdad este no es el tema que quiero abordar—dijo Samata—. Si tenéis paciencia y me dejáis acabar, por favor. Mi propósito al sacar este tema es preguntarme sobre Debbe besando a Britta antes de salir de la sala hoy. Veo eso y creo que quizá Britta no sabe que la estoy invitando a una cita. A lo mejor quiere ser amiga. Bien cierto, no quiero pisar el mismo terreno que Debbe Lee, si Britta es su novia. —Samata, lo que has visto entre Debbe y Britta no era un beso —le dijo María. —Pero sus labios... María negó con la cabeza. —Confía en mí, Sam Eso no ha sido un beso. Eso era una demostración de control. —Y poder —añadió Meri. —Lo ha hecho para hacerte daño. Debbe habrá mirado o tú correo o el de Britta antes de la reunión — dijo Chantelle. —Pero sus labios... —Sam, yo podría acercarme ahora mismo y poner mis labios sobre los tuyos —le dije—. ¿Eso sería un beso de verdad? —me encogí de hombros—. Según la definición de beso, probablemente sí. Mis labios tocarían los tuyos. Y como te tengo mucho cariño, habría cierto sentimiento en el beso. Después de todo, las amigas se besan entre ellas a todas horas. Los familiares se besan entre ellos. Pero tú te refieres a un beso que venga desde más hondo, desde el corazón. Es diferente. ¡Sí! —exclamó Samata, y me dedicó una sonrisa radiante—. Es ese beso lo que quiero decir. ¿Es ese beso, pregunto, el de Debbe y Britta esta mañana? ¡No! —gritaron todas a la vez. —Así pues, no tengo que suponer que Britta tiene una relación con Debbe. —Para nada. —Meri resopló—. ¿No te fijaste en la postura de Britta durante el beso? Estaba
arqueando la espalda para alejarse de Debbe. Creo que si no hubiera tenido las manos ocupadas la habría empujado para apartarla. —O le habría soltado un buen derechazo —sonrió Taylor. Chantelle levantó una ceja. ¿Crees que Debbe no se dio cuenta de que Britta se echaba hacia atrás, Sam? Sabía que Britta estaba en una posición vulnerable. Era su manera maliciosa de hacer daño desde su posición de poder. No creo que a Britta le hiciera mucha gracia tampoco. —Seguro que podría denunciar a Debbe por acoso sexual —señaló María. Yo cabeceé en ademán negativo. —No, en un tribunal no se aguantaría ni un minuto. Fijaos en algunos de los programas de sexo que emitimos en L-TV Fijaos en que tanto Debbe como Britta son lesbianas. ¿Pensáis que alguien iba a creerse que aquí el ambiente no está ya cargado sexualmente y que lo que ha pasado no era más que una extensión natural de la tensión sexual? —Cierto —coincidió Taylor. —Entonces, ¿no ha sido un beso de verdad? —insistió Samata. Meri meneó la cabeza. —Si hubiera sido un beso de verdad entre dos personas que realmente se sienten atraídas la una por la otra, Sam, Britta habría tirado todo lo que llevaba en brazos en el momento en que sus labios se tocaron. Habría rodeado a Debbe con sus brazos y la habría abrazado todo el tiempo que pudiera. El beso de Debbe la habría tumbado de espaldas... —Si el beso hubiera sido una expresión verdadera y sincera de pasión... —la interrumpió María. —Y Britta sintiera lo mismo por ella —añadió Chantelle. Samata dio una palmada sobre la mesa. ¡Sí! Ese es el beso verdadero del que hablo. ¿Y decís que eso no era en el beso de hoy? ¡No! —coreó el grupo como respuesta. —A lo mejor es el beso que puedes compartir tú con Britta —sugerí—. Pero te aseguro que no ha sido el beso al que Debbe la ha forzado. —Eso es bien, eso es bien —dijo Samata—. Entonces, miro mi lista de cinco cosas y creo que ya las hemos abordado todas. La relación pasada de C.J. con Debbe, explicada. La serie de C.J. es suya. Meri y su noche juntas: no ha pasado nada. El secreto de María, revelado. Y el beso de Britta, entendido. He acabado. Esa eran las cinco cosas que deseaba discutir. Miré a todas mis escritoras. —Así pues, si esto era todo lo que había que discutir, hemos acabado. Nos encontraremos aquí dentro de una hora para ver cómo le va a Debbe en la televisión nacional.
Acababa de ponerme con la enorme pila de papeleo que tenía en el escritorio cuando María llamó a la puerta abierta de mi despacho con los nudillos. — ¿Tienes un momento, C.J.? —Claro, ¿qué pasa? María entró en mi despacho y cerró la puerta tras ella. —Quería decirte que siento no haberte contado antes que estaba embarazada. Le indiqué una silla frente a la mesa y María tomó asiento. —No tienes de qué disculparte, María. Debbe no tenía ningún derecho a ponerte en evidencia delante de todas. —Bueno, ya. Sencillamente estaba siendo ella misma. Sonreí. —Ni más ni menos. Las dos nos miramos la una a la otra unos segundos. —Aún no se te nota —le dije. María sonrió. —Lo notarías si te enseñara la barriga. —Se puso de pie, se levantó la camiseta y se puso de lado—. ¿Ves? —Ah, sí. Mira qué barriga más redondita, ¿eh? Pues sí que tienes un bollito en el horno, ¿verdad que sí? María se pasó la palma de las manos sobre el vientre con delicadeza, se bajó la camiseta y volvió a sentarse. —Es tan emocionante, C.J. Es una pasada. Notar que crece una vida dentro de ti. Saber que algún día podré abrazar a la personita que poco a poco se está formado aquí dentro. Ver crecer a mi niño. —Sí que parece una pasada. ¿Y te encuentras bien de salud? María asintió. —Sí, pero quería pedirte unos días libres. No es por nada médico. Es que tengo que buscar un sitio más barato para vivir. Luego, cuando nazca el niño, puedo buscar un sitio más grande, pero para ahora mismo, necesito guardar mis muebles en un trastero y buscar habitaciones en alquiler. He encontrado unas cuantas en el periódico por un precio razonable y quiero quedar para verlas todas el mismo día. La semana que viene, si no hay problema. —Claro, no pasa nada. Pero ¿el trastero no te va a salir muy caro a largo plazo? —He calculado lo que puedo gastarme en alquiler y en trastero. Será menos de lo que pago de alquiler por el apartamento donde vivo ahora. —Bueno, eso está bien. —De acuerdo. —María se puso en pie—. Entonces ya te diré el día que me cojo.
—Vale, pero... Bueno, eh, no sé si te interesará. ¿El qué? —Esto... estaban reformando el sótano de mi casa para ser un apartamento independiente cuando la compré. Ahora mismo tiene un baño completo, una cocina parcial, un dormitorio pequeño y una salita de estar donde he guardado muchas de mis cosas. Puedo sacarlas y seguramente tú podrías dejar las tuyas y ahorrarte el trastero. Podríamos quedar en un precio, si eso te hace sentir mejor. Pero no lo estoy usando y no me hace falta el dinero. ¿Me estás pidiendo que me vaya a vivir contigo? —Mujer, no conmigo. Tiene una entrada independiente. Pero sí, estarías en mi casa. A lo mejor podrías ahorrarte un poco más de dinero si compartimos coche para venir a trabajar durante la semana. —No lo sé, C.J. Quiero decir que es una oferta muy amable. Pero ya has visto cómo ha reaccionado el equipo con lo de que Meri hubiera pasado la noche en tu casa. ¿Qué pensarán si creen que vivo contigo? —No vivirías conmigo. Estarías alquilando un apartamento independiente dentro de mi propiedad. —No lo sé, C.J. Seguramente no sería buena idea. Las demás podrían pensar que recibo un trato especial por tu parte si hago algo así. Y me consta que a lo largo del embarazo ya voy a tener que pedirte favores especiales. Me encogí de hombros. —Bueno, sólo he pensado que podía comentártelo. Está disponible para que te instales cuando quieras. Yo no uso el sótano para nada, salvo para hacer pesas ahí abajo unos cuantos días a la semana. Tú piénsatelo. —De acuerdo —dijo María, mientras se dirigía a la puerta—. Me lo pensaré. Nos vemos dentro de un rato en la reunión. Pasan SEIS minutos de las ocho de la mañana —anunciaba Katie Couric, mirando a cámara. ¿Qué se ha hecho esa mujer en el pelo? —preguntó Chantelle mientras tomábamos asiento en la sala de reuniones poco después de la hora indicada. —Me gustaba cuando lo llevaba corto —comentó Meri. —Ahí está la mismísima Dama Dragón —dijo María, cuando el plano se abrió y reveló a Debbe Lee, sentada en la butaca frente a Katie. —Se la ve más pequeña ahora, ¿no es verdad? —preguntó Samata. —Es del tamaño de una Barbie. La Barbie Zorra —rió Taylor. —Próximamente en su juguetería —añadió Chantelle. —Con una sonrisa de desprecio, la Barbie Zorra viene con muchos accesorios como, por ejemplo, un látigo —bromeó María.
Taylor sacó el índice y el pulgar con la mano levantada. — ¿Cómo era aquel juego que hacían en aquel programa, Los chicos del pasillo? —preguntó, mientras juntaba los dedos—. Estoy estrujándote la cabeza... —Silencio —ordené. —Primero fue Friends, el duradero éxito de la. NBC sobre seis amigos heterosexuales, solteros, de veintitantos que compartían la vida y el amor— continuaba Katie, mirando a cámara—. Después vino Sexo en Nueva York, una serie de la HBO sobre cuatro mujeres heterosexuales en busca de su príncipe azul en Manhattan. Luego llegó la serie de Showtime, Queer as Folk, sobre cinco hombres homosexuales y sus historias de sexo, amor y amistad. Ahora hay una nueva serie o, debería decir, una nueva cadena, en el barrio. Sus siglas son L-TY de Lesbian Televisión, y hoy tenemos el placer de contar con la presencia de Debbe Lee, la presidenta y directora general de L-TV Buenos días, Debbe.
—Buenos días, Katie. —Debbe —empezó Katie. La cámara se desplazó para encuadrarlas a ambas—. Cuéntanos algo de tu canal y de algunos de los programas que ofreceréis este otoño. —Bueno, Katie —repuso Debbe, cruzándose de piernas y reclinándose en la butaca tapizada del estudio—. L-TV es una nueva cadena por cable que ofrece programas hechos por, para y sobre lesbianas, sus amigos y familias. Daremos todo tipo de programas, desde cocina a magazines, seriales, sitcoms y dramas que competirán con las demás cadenas por cable durante el prime-time. —Interesante —comentó Katie—. Pero por lo que tengo entendido, Debbe, L-TV ofrecerá varios programas que los padres podrían considerar ofensivos para sus hijos. Programas parecidos al canal de Playboy por cable, donde habrá desnudos y escenas de sexo. Tal igual que la HBO y Showtime, aunque vuestros programas especificarán la edad recomendada antes de emitirse, sin duda habrá programas que contendrán violencia y lenguaje obsceno que algunos considerarán ofensivo, así como escenas de sexo explícito entre mujeres que... —Y hombres—sonrió Debbe—. Sí, Katie, tendremos de todo. —¿Pero no te parece que L-TV va a tener una audiencia muy limitada, dado que está enfocada a las lesbianas y las estadísticas más recientes muestran que sólo un diez por ciento de la población total de los Estados Unidos son hombres y mujeres homosexuales? —Oh, Katie, habrá un porcentaje mucho mayor de la población estadounidense que verá L-TV y nuestras series de referencia —aseguró Debbe con total tranquilidad, mientras apoyaba el brazo en la silla—. Ya hemos vendido varios programas en el extranjero y te puedo asegurar que nuestro canal atraerá a un buen número de telespectadores varones y heterosexuales. —Pero eso será más debido al factor del morbo, ¿no es así? Por otra parte, si vuestros programas atraen a los hombres, ¿no sería como fracasar en el objetivo general de L-TY es decir, dirigirse a lesbianas y, como tú has dicho, a sus familias y amigos de un modo positivo...? —El objetivo general de L-TV es ofrecer programas nuevos a los telespectadores —la interrumpió Debbe—. Así de sencillo. No me importa la inclinación sexual de los que nos vean, mientras nos vean. Y nos verán, no me cabe duda. De hecho, varias empresas de televisión por cable ya han informado a nuestro departamento de marketing que van a añadir L-TV en sus packs estrella. Creo que hay compañías que lo llamarán el PackArcoíris —rió Debbe—. Sabías que los colores del arco iris son un símbolo gay, ¿verdad, Katie? —Sí, Debbe, pero ¿no te parece que...? ¿Os habéis fijado en que Katie empieza todas las preguntas con la palabra «pero»? —observó Meri—. Está resultando bastante negativa. ¿Qué? ¿Habías creído que estaría encantada con L-TV? —opinó Chantelle—. Recuerda que ella también tiene hijos. Ahora mismo está actuando como madre y no creo que vaya a haber muchos padres, al menos heterosexuales, que crean que L-TV es una buena idea. —Entonces es venta difícil, ¿sí? —preguntó Samata. —Pues la verdad es que sí —respondí—. Pero en Estados Unidos la polémica y ser polémico paga las
facturas. La gente empezará a manifestar su desacuerdo con L-TV y eso generará más interés. —Acordaos hace años de Anita Bryant y sus declaraciones sobre la homosexualidad —dijo Meri—. Las empresas de zumo de naranja de Florida sufrieron un duro revés. ¿Y qué fue de Anita Bryant? —preguntó Chantelle. ¿Se lió con otra tía? —sugirió Taylor. —Así que vamos a usar la vieja táctica de la publicidad negativa para vender L- TV, ¿no es así? —me preguntó María. —La publicidad vende —le dije—. Mala o buena, vende. Piénsalo. John Rocker despotrica contra los homosexuales y las minorías étnicas y el siguiente partido de béisbol en el que juega vende todas las entradas. El escándalo Lewinsky de la administración Clinton llena titulares y hace correr ríos de tinta durante meses. Cuanto más escandaloso, cuanto más extravagante... —Cuanto más te pongas en contra a la Dra. Laura, los derechos religiosos y a Rush Limbaugh —me cortó Taylor—, más gente querrá averiguar de qué va el tema. Me apuesto lo que sea a que en nuestra primera semana de emisión los ratings estarán por las nubes. —Exacto —me mostré de acuerdo—. Y entonces la audiencia se quedará enganchada a L-TV por la calidad de nuestros programas. ¿Quién iba a querer ver un programa soso y aburrido de otro canal después de haber visto nuestra oferta? —Una cosa es segura, no podrías sacar todos esos programas de prime-time que comentas sin contar con muchísima ayuda, Debbe—decía Katie. —Sí, Katie, la ayuda es buena y yo tengo a gente muy, pero que muy buena ayudándome en L-TV. —Ahí está—dijo Taylor—. El momento de lucirnos. —Háblanos del resto del equipo en L-TV Debbe—Si bien cada uno de los espacios de L-TV ha sido obra mía, exclusivamente — empezó Debbe—, tengo un maravilloso equipo de escritoras en plantilla que escribirán los guiones de nuestras series de éxito. Por supuesto están nuestros departamentos de marketing y publicidad, el departamento legal y un buen número de personal de apoyo que se asegurarán de que mi visión de L-TV llegue a los telespectadores estadounidenses deje huella. —Debbe, te deseo mucho éxito en tu cadena. Estaré pendiente de las audiencias para ver cómo les va a tus series este otoño. Mari, devolvemos la conexión. —Gracias, Katie. La sección de hoy sobre salud masculina se centra en uno de los productos líderes... ¡Apaga eso! —gritó Meri. Taylor cogió el mando y le dio al botón de apagar. Luego tiró el mando encima de la mesa y este rebotó una vez antes de deslizarse y caer al suelo. ¿Lo he escrito correctamente? —preguntó Samata con un bloc de notas en la mano y un bolígrafo en la otra-, ¿Lo que ha dicho es «Si bien cada uno de los espacios de L-TV ha sido obra mía,
exclusivamente»? —No olvides apuntar que tiene escritoras en plantilla: esas somos nosotras, las escritoras en plantilla, que escribiremos los guiones —siseó Meri. ¡Será cabrona! —maldijo Chantelle—. Es una maldita hija de... María levantó la mano para hacer callar a Chantelle. —Olvídate de nosotras, Chantelle. ¿C.J.? Ni siquiera te ha mencionado a ti. Estiré los brazos y la espalda, antes de relajar los músculos. Suspiré. ¿Oh? Sí, supongo que tienes razón. Ni siquiera me ha mencionado a mí. ¡Y se ha atribuido todo el mérito por nuestros programas, C.J.! —exclamó Meri —. Las series no son suyas; nunca lo han sido. Nosotras las ideamos. Después de mucho trabajo... —Sí, Meri, tu serie es tuya... En teoría —dije, meneando la cabeza—. Igual que las de todas. Pero ahora son de Debbe. Son propiedad de L-TV y eso significa que puede hacer con ellas lo que quiera. —Pero ¿atribuírselas? —preguntó María—. Eso es pasarse mucho. O sea, directamente, es una mentira como una casa. —Lo sé —asentí—. No sé qué puedo deciros. —Bueno, pues hasta aquí hemos llegado. Lo dejo —gritó Meri, que se levantó de la silla y salió de la sala hecha una furia. —No me lo puedo creer—murmuró Chantelle—. Joder, no me lo puedo creer. —Yo... eh... supongo que debería repasar mi currículum—dijo Taylor, poniéndose en pie—. Actualizarlo. Enviarlo. Ver qué hay por ahí. Lo siento, C.J., pero esto es totalmente absurdo. Estas series son tan nuestras como... como pueda serlo esta silla —dijo, mientras empujaba su silla contra la mesa y se marchaba. ¿Ahora qué, C.J.? —me preguntó María. ¿Tú también te marchas? —quise saber yo. María negó con la cabeza. —Ya te lo dije antes: necesito este trabajo. No puedo permitirme perder el seguro médico. Si me voy y busco otro trabajo, no me harán seguro médico hasta dentro de unos meses. No puedo correr ese riesgo. Asentí. —Yo también me quedo, C.J. —dijo Samata—. Me gustaría ver cómo funciona L- TV y quizá si esto me abrirá alguna puerta en el futuro en otro sitio. Además, debo deciros que le envío a mi familia en Egipto una buena porción de mi paga. Dependen de eso y no debo defraudarlos. Chantelle me miró a los ojos. —Odio esta situación, C.J. De verdad que la odio. Pero también soy esclava de la nómina. Mi hermana
no es capaz de poner comida sobre la mesa y mantener el teléfono y las luces funcionando. Así que voy a tener que aguantarme y seguir trabajando en mí... en la serie. Asentí. —Muy bien. Veré si puedo convencer a Meri y a Taylor de que no abandonen el barco todavía. Iba a proponer que nos quedáramos aquí para ver el resto de los magazines donde saldrá Debbe, pero no creo que vaya a cambiar de canción. —Ni yo —farfulló Chantelle, que recogió sus cosas y se marchó de la sala. —Debo ir a hacer algunas llamadas sobre la localización de La granja de cuerpos —dijo Samata, levantándose a su vez—. Por favor me disculpas, CJ. —Gracias, Samata. María y yo nos quedamos en la sala sin decir nada. Pasaron varios minutos. -¿Qué vas a hacer, C.J.? —preguntó María, rompiendo el silencio al fin. ¿Qué voy a hacer? -repetí yo, mientras volteaba el bolígrafo sobre la mesa. ¿C.J.? Levanté la mirada y vi a Britta en el umbral de la sala de reuniones. —Acaba de llamar Debbe para decir que está de camino a la entrevista con Regis Philbin. ¿Quieres que llame a las demás guionistas para que vuelvan a ver el programa? —No, Britta. Creo que ya hemos visto a Debbe suficiente por hoy. Britta enarcó las cejas. ¿No la vais a ver? Pero me dio instrucciones precisas de que... —Seguro que lo hizo, Britta —la interrumpí—. ¿Por qué no nos lo grabas? Ahora mismo estamos un poco ocupadas como para pasarnos la mañana viendo la televisión. —Pero Debbe dijo que me despediría si no... —No va a despedirte, Britta. Y si lo hace, te contrataré yo, ¿de acuerdo? —Pero... —No te preocupes, Britta. Y no dejes que te intimide. Sólo es una persona, ¿vale? Y esto no es más que un trabajo. Aquí no salvamos vidas, no hacemos operaciones en el cerebro ni trasplantes de corazón ni vamos a encontrar la cura del cáncer. Tómate este trabajo con perspectiva y sus rabietas igual, y os llevaréis bien. Si dejas que te pisotee, te tirará a la basura. Tienes que plantarle cara. Es la única manera de que te permita estar a su lado. A esa mujer le encanta pelear. Lo adora, créeme, lo sé. —Bien dicho, C.J. —dijo María. Britta juntó las manos ante ella y tragó saliva. —Nunca me habían tratado así en ningún trabajo, C.J. Debbe Lee es... no es una persona agradable. Y
me dio tanta vergüenza... No, me horrorizó cuando me agarró y me besó delante de todas. —No te preocupes, Britta —le dijo María—. Debbe se avergonzó a sí misma al hacerlo, no a ti. —Es una persona horrible, ¿no os parece? Asentí. —Sí, lo es. Pero todas las demás son buena gente. Céntrate en las demás y te lo pasarás mucho mejor trabajando. Las cosas... bueno, con suerte las cosas no serán siempre así. Britta sonrió. —A lo mejor intento que me despida sólo para poder trabajar contigo, C.J. Seguramente debería haber ido a tomar algo con vosotras anoche, pero Debbe me tuvo aquí hasta tarde y... —La próxima vez —le dije—. Ya te vendrás la próxima vez, Britta. —Gracias, C.J. Voy a poner el vídeo en la sala de juntas privada de Debbe. Britta se marchó y María y yo dejamos que el silencio volviera a envolvernos. — ¿Ahora qué, C.J.? —preguntó María—. ¿Seguimos como si no hubiera pasado nada? ¿O nos sentamos con Debbe cuando vuelva y le exponemos cómo nos sentimos para que no nos lo vuelva a hacer? Tamborileé con los dedos sobre la mesa con parsimonia, mientras reflexionaba sobre las preguntas de María unos segundos. —Creo que debería sentarme con Debbe, pero no creo que las guionistas tengáis que estar aquí cuando lo haga —contesté al fin—. Parecería que nos hemos aliado contra ella y Debbe afronta las críticas contra su persona esquivándolas tan rápida y efectivamente como puede. Lo cual podría significar saltarle a la yugular a todo el mundo sólo por despecho. No quiero hacer nada que ponga en peligro tu empleo ni el de las demás. María negó con la cabeza. —No sé, C.J. A lo mejor no deberías haberle pedido a Debbe que te hiciera directora creativa. Primero tuviste que aguantar que te tratara fatal en vuestra relación y ahora tienes que seguir viéndola a diario y seguir soportando sus neuras, sólo que con otro cargo. Solté una carcajada seca. —Parece que aún salga con ella, ¿verdad? —Bueno, se dice que pasas más tiempo con tus compañeros de trabajo que con tu pareja. Me acuerdo... uf, no te puedes creer lo celosa que se ponía Jesse cuando teniamos las primeras reuniones después de que me contrataseis. «Siempre estás trabajando. Siempre estás con tus compañeras haciendo algo», decía. Hasta me acusaba de tener aventuras con la gente del equipo. Sólo el viaje de fin de semana a Provincetown me costó pasarme un día entero discutiendo. «Oh, sí, seguro que te has pasado todo el tiempo trabajando», me dijo, «como si no hubierais ido a alguna discoteca o a tomar el sol en la playa». Asentí. ¿Sabes? Hasta que salí con Debbe, nunca había estado en una relación en la que discutiera tanto.
Pero como nunca había estado tan locamente enamorada de las mujeres con las que había salido hasta entonces, durante mucho tiempo creí que las peleas eran parte del pack. Que si tus emociones positivas volaban tan alto por una persona, era razonable que las negativas estuvieran igual de sobrecargadas. María asintió. —Yo sentía exactamente lo mismo. Hasta que conocí a Jesse, mis amantes me habían hecho sentir satisfecha, tranquila y segura. Siempre me habían estabilizado emocionalmente, pero también tenía la impresión de que faltaba algo. Eran buenas conmigo y lo pasábamos bien pero... entonces, una noche mi mirada se cruzó con la de Jesse en un Festival Latino y el corazón me dio un vuelco. —Cuidado con los vuelcos al corazón. Cuidado siempre con los vuelcos al corazón. —Eh, eso nunca lo piensas cuando te da el vuelco. —Sólo después. —Cuando el corazón se ha desbocado. Me eché a reír. ¿Sabes? Mis amigas ya me dijeron que Debbe me rompería el corazón. Sabían que me ponía los cuernos cuando estaba conmigo. ¿Pero acaso las escuché? María se tapó la oreja con la mano. ¿Qué? ¿Que mi novia me engaña? ¿Mi novia es una fracasada? ¡No os oigo! Sonreí. —Lo sé. Los consejos de las amigas caen en saco roto cuando el corazón te palpita demasiado fuerte en los oídos. María sonrió y se frotó la tripa. —Y mis amigas me han dicho que querer tener a este bebé yo sola no es lo más inteligente que he llegado a hacer. ¿Preferirían que lo tuvieses con Jesse? —No. Se alegran de que haya sacado a Jesse de mi vida, pero preferirían que lo tuviera con alguien que me quisiera y que lo criara a mi lado. —Bueno, a lo mejor pasa. María cabeceó. —No, no pasará. ¿Quién va a querer estar con una mujer embarazada? ¿Me imaginas en un bar? ¿O te imaginas el anuncio de contactos que escribiría? «Lesbiana hispanoamericana busca compañera para toda la vida que la ayude a criar bebé. Olvídate de largos paseos por la playa, cine y noches tranquilas frente a la chimenea. Esperar poco
sexo y nada de sueño.» Le sonreí a María. ¿Y qué tiene de malo? María se rió. —Vale, pues me voy derecha a publicarlo. De todos modos, C.J., no estoy buscando a mi siguiente ex pareja, ya me entiendes. Ahora mismo, tener una relación me importa menos que tener buena salud y que mi niño esté sano. Asentí. —Sí, eso tiene que ser lo principal para ti. —Lo sé. La próxima vez que me enamore, estoy segura de que será cuando mire a mi bebé a los ojos. Sonreí. —Eso es muy bonito. María me devolvió la sonrisa. —Aquí tienes, C.J. —anunció Meri, que irrumpió en la sala y estampó una hoja de papel en la mesa, delante de mí—. Os lo digo con quince días de aviso. Mi sonrisa se desvaneció y suspiré. —Meri, ¿por qué no te sientas un minuto? Tenemos que hablar de esto. —Por mucho que hablemos no voy a cambiar de opinión, C.J. Mi decisión es definitiva. No te ofendas, no tiene nada que ver contigo, pero me largo. —No me ofendo, Meri, pero me temo que dejar L-TV no es tan fácil como crees. ¿Ah, no? Pues ya verás lo rápido que recojo mis cosas. —Meri, no pagues tu enfado con Debbe con C.J. —la cortó María. —No lo pago contigo, C.J. —Pero le estás gritando —señaló María. —Tú no te metas, ¿vale? —Y ahora la pagas conmigo —protestó María. —Tranquilízate, Meri —le dije—. ¿Por qué no te sientas y dejas que te explique? ¿Explicarme el qué? No hay nada que explicar, C.J. Debbe está podrida por dentro y yo me quiero ir. —Ya sé que quieres irte —contesté—. Y seguro que no eres la única. Pero ya verás lo rápido que Debbe te lleva a los tribunales por incumplimiento de contrato. Cuando haya acabado contigo, no te
quedará ni una caja donde guardar las cosas. Ni nada que guardar. María se puso de pie. —Creo que será mejor que os deje hablar a solas. Luego hablamos, C.J. Cuando volví a mi despacho después de hablar con Meri, mi ayudante se quitó los cascos que se ponía para transcribir y se levantó al punto, con un puñado de papelitos de color rosa con mensajes telefónicos. —C.J., el teléfono lleva todo el día sonando —resopló mientras rodeaba la mesa —. He estado intentando acabar de pasar al ordenador el contrato que querías que preparase para la señora Channing, pero las llamadas de reporteros no dejan de interrumpirme. ¿Qué reporteros, Janice? —Oh, del Boston Globe, Los Ángeles Times, New York Times... Te los he apuntado todos —aseguró, agitando los papelitos en mi cara—. Quieren que les hagas algún comentario sobre ciertas cosas que Debbe ha dicho en la entrevista del programa Today. ¿Qué cosas? —Bueno, saben que tú eres la directora creativa y quieren saber qué te ha parecido lo que ha dicho Debbe. Sea lo que sea. No lo sé, yo no he visto el programa. No sé qué está pasando y... —levantó la mano— no lo quiero saber. Te lo dije una vez y te lo vuelvo a decir. Soy del sindicato y trabajo unas horas concretas. No me meto en la política de la empresa. Ya he pasado por eso. Me divorcié de mi marido, les pagué la universidad a mis dos hijos y estoy impaciente por retirarme de esta carrera de ratas para pasarme el resto de mi vida dedicada a la jardinería, mientras el cuerpo aguante. Así que, como te decía, he estado intentando acabar el contrato que querías y sé que corre prisa, así que estoy intentando por todos los medios que... —Jan, solo pásame a todas las personas que se han puesto en contacto conmigo — le dije, devolviéndole las notas. —Pero, C.J., tenemos que hacer que la señora Channing firme... —Empieza por el Globe—la corté—. Ahora mismo esto tiene prioridad. Tengo que devolver todas las llamadas lo antes posible. Luego puedes volver a ponerte con el contrato. —Vale, pero no creo que tengamos mucho... —Pásame la primera llamada en cuanto puedas —la interrumpí de nuevo—. Y cuando acabe de devolver las llamadas, ponte en contacto con el agente de Meryl Streep. Vamos a tener que redactar otro contrato. Y sí —le dije por encima del hombro, mientras me dirigía a mi mesa—, sé que te vas a las cinco en punto. Haz lo que puedas, es lo único que te pido. Cerré la puerta del despacho, apreté los puños durante unos segundos, y luego los aflojé. —Quieres jugar duro, Dama Dragón. Deseo concedido. Aquella tarde, las guionistas estaban esperándome cuando entré en la sala de reuniones. —Genial, me alegro de que estéis todas aquí —les dije. Me dirigí a la cabecera de la mesa y sostuve
un papel en alto—. En primer lugar, no acepto tu dimisión, Meri. — Rompí el papel en pedazos y los dejé caer sobre la mesa—. Firmaste un contrato y estás obligada a quedarte hasta que el contrato termine. Francamente, no vale la pena pelear por eso, así que te quedas. Taylor, te aconsejaría que también te quedaras, por las mismas razones. Y en lo que respecta a cómo Debbe ha ninguneado completamente a la savia de L-TY es decir, a nosotras, acostumbraos. Lo habéis visto una y otra vez y seguiréis viéndolo. Lo que no os esperabais era que sacara su arrogancia en público y, aunque puede que os sintáis degradadas, infravaloradas y alguna otra palabra que acabe en—adas que no me venga a la cabeza ahora mismo, yo no pienso lo mismo de vosotras. Y eso es lo único que importa. Trabajáis para mí y dependéis de mí. Yo soy la que tiene que rendirle cuentas a Debbe. Apoyé las palmas en la mesa y me incliné hacia las guionistas. —He dejado que las cosas fueran como van demasiado tiempo. Pero se acabó. Pronto descubriréis que es mejor que me dejéis a mí pelear por vosotras, porque lo haré. No dejéis que Debbe os afecte, porque si se lo permitís os hará pedazos y habrá ganado. Eso es lo que quiere. Siempre quiere ganar. Siempre. Así que, si os marcháis porque os molesta que no os dé los elogios y las palmaditas en la espalda en público que creéis que necesitáis de Debbe, se asegurará de que estéis en deuda con ella. Para empezar, le deberéis el dinero equivalente a la duración de vuestro contrato. Y luego tendréis que renunciar al derecho de atribuiros la creación de vuestras series. Oh, y olvidaos de conseguir otro empleo, porque Debbe irá siempre un paso por delante de vosotras. Se asegurará de que no tengáis ninguna oferta, vayáis adonde vayáis. Me aparté de la mesa y empecé a pasear alrededor de la sala. —Así que no seáis estúpidas. No os pongáis a la defensiva. No seáis volátiles. No seáis vengativas. No os enfadéis. ¿Recordáis aquel verso de la canción de West Sute Story? Sé que quieres explotar. Sé que te quieres vengar. Pero, calma. Calma. »Yo ya he tomado medidas. Os enteraréis pronto, porque me disgusta tanto como a vosotras que nos quiten el mérito por nuestro trabajo. Así que calma. Seguid trabajando en vuestras series. Al final de la semana que viene quiero un informe sobre mi mesa de cada una de vosotras sobre el estatus de los programas. Eso incluye actores contratados, guiones escritos, programas de producción detallados, etc. No pueden dominarnos las emociones. Haced el trabajo para el que se os contrató y que lo demás nos resbale. Yo os protegeré. Podéis estar seguras. Yo os protegeré. SIETE periódicos y siete titulares en las páginas de entretenimiento me ponen de vuelta y media, C.J. —gritó Debbe, dando un puñetazo en la gruesa pila de periódicos que cubría su elegante mesa de mármol negro. El golpe se vio reforzado por sus pulseras de oro, oro blanco y diamantes—. ¿Esto es lo que me encuentro al volver a casa después de trabajar duro para promocionar L-TV en los medios nacionales para asegurar las carreras, los futuros de tu personal? ¿Te haces idea de cuántas putas horas he perdido en los aeropuertos por culpa de vuelos que se retrasan o se cancelan? Joder, no es que sea ingeniería aeronáutica, ¡sólo es aterrizar un avión! Pones a un pájaro bobo a los mandos y le dices: «Vas aquí. Vas aquí. Vas aquí...». — Debbe hizo una pausa e inspiró entre dientes—. Pero me estoy yendo del tema. ¿Sabes cuánta coordinación cronometrada al minuto, cuánto trabajo duro le ha llevado a nuestro departamento de publicidad organizar este viaje? ¿Cuánto han tenido que apretar, convencer, suplicar para que me dieran tiempo en esos programas? Joder, ni los agentes de prensa de Mel Gibson y Julia Roberts juntos habrían logrado tanta publicidad para sus nuevas películas. Fue un no parar, C.J. No
parar. No hubo tiempo para spas, para relajarme. No tuve tiempo para mí. Debbe se interrumpió un momento, apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia delante, sobre la butaca tapizada que ocupaba yo al otro lado de la mesa. ¿Se te ha comido la lengua el gato, C.J.? ¿No tienes nada que decirme? ¿Sabes? No he volado de costa a costa para estar en un total de diez programas en tres días, para volver y descubrir que mi pequeña, mi sueño, mi L-TV ha sido apuñalada por la espalda por su propia directora creativa. — Debbe repiqueteó en los periódicos con las uñas y me miró con los ojos entornados—. ¿Qué coño te pasa? ¿En qué estabas pensando? ¿Se te ha ido la olla otra vez y te ha parecido que todo en el mundo gira alrededor tuyo? ¿Tienes la regla? ¿Te has vuelto loca? ¿Intentas vengarte de mí por el pasado? Debbe fijó su mirada feroz en mí, esperó unos segundos y luego se levantó y dio una patada en la rica moqueta del despacho con sus tacones de aguja. ¡Maldita seas, C.J.! ¡Joder, joder, joder! ¿Qué quieres de mí? Te he dado todo lo que me pediste cuando rompimos, salvo el Lexus. No me parecía que merecieras nada de eso, nunca le he dado nada a alguien que quisiera echar de mi cama, pero aun así fui bastante amable, bastante generosa y cumplí tus deseos. No iba a darle la espalda a alguien que claramente estaba tan emocionalmente necesitada, alguien cuya vida estaba hundida. Lo nuestro no funcionó. ¿Y qué? C’est la vie, ¿sabes? Pero tú tenías que tener la casita con valla blanca de tus sueños y ser felices para siempre, ¿verdad? ¿Verdad? Debbe apretó y aflojó los puños lentamente mientras me fulminaba con la mirada. —Vale, de acuerdo. Todo eso era cosa pasada. Así que te di todo lo que querías, excepto el coche de lujo. Y entonces creí que las cosas nos iban bien aquí a las dos. Parecía que habíamos logrado dejar a un lado nuestras diferencias y centrarnos en el presente. Eso creía, hasta que me encuentro con esto —dijo, indicando los periódicos con un gesto teatral. Calló un momento y luego agitó un dedo en el aire muy despacio —. C. J., si estás cabreada porque te quedaste sin el Lexus en nuestra gran despedida, te encargaré el puñetero Lexus. Te lo compraré, ¿me oyes? ¿De qué color lo quieres? ¿Qué modelo? ¡Dime ya lo que quieres! Debbe me observó unos instantes, antes de poner los brazos en jarras y exhalar un profundo suspiro. ¿Qué? ¿No vas a decir nada? ¿Vas a quedarte ahí sentada mientras yo te tiro la caballería por encima? Pues muy bien. Lo haré. Igualmente lo que pueda decir yo tendrá mucho más sentido que las excusas que fueras a usar para explicar esta... ¡esta soberana estupidez! Esta clase de publicidad nos matará, C.J. ¡Nos matará! Lo último que necesitamos... ¿Es mucha prensa? —la interrumpí yo—, Pero, Debbe, querida, ¿no me dijiste que la sal de cualquier lanzamiento es cuánto revuelo eres capaz de crear? ¿No me dijiste que la publicidad negativa era tan buena, o incluso mejor, que los elogios, porque cuanto más polémico era un producto, mejor? —Vaya, sabe hablar —dijo Debbe, que rodeó el escritorio lentamente, se cruzó de brazos y se apoyó
en la mesa a pocos centímetros de mí—. ¿De eso se trata? ¿De involucrarte en la estrategia publicitaria del programa para levantar revuelo? ¿De verdad intentas ayudar a L-TV en lugar de hacerme daño a mí o a la cadena? La observé fijamente y me encogí de hombros. ¿Qué crees que estoy haciendo? Debbe consideró la pregunta y finalmente me sonrió. —Oh, no, querida C.J. Tienes algo más escondido en la manga. Permanecí callada mientras Debbe daba golpecitos en el suelo con el pie. —Muy bien, C.J. Sé de qué va esto. De verdad, lo sé. No mencioné a las escritoras, no dije sus nombres ni canté un aleluya en su honor. Es eso, ¿verdad? Tu pandilla de guionistas lesbianas se ofendió y te fueron a lloriquear. «Oh, ¡qué desgraciadas somos! ¡Nadie nos valora!» Y claro, C.J., la jefa samaritana que odia ver a la gente infeliz y que adopta a cualquier pajarillo desvalido que se encuentra en el suelo con un ala rota, acudió al rescate. C. J., en algún momento en tu vida tendrás que darte cuenta de que no puedes hacer feliz a todo el mundo. No puedes curar todas las rodillas peladas, ni enjuagarles las lágrimas a todos. No puedes arreglar un corazón roto. Sencillamente no tienes ese poder. ¿Eh? —contesté—. Lo que yo creo es que si tú tienes el poder de causar tanta infelicidad, Debbe, todas las rodillas peladas, las lágrimas y los corazones rotos, entonces yo tengo el poder de deshacer el daño que les haces a los demás. Y sabes perfectamente lo que has hecho. Tú cometiste la verdadera estupidez: te atribuiste las series de tus guionistas. En la televisión nacional. Y te aseguraste de que vieran tus declaraciones cuando te adueñaste de sus creaciones. Sabías lo que hacías y lo que no logro entender es por qué querrías hacer algo tan poco profesional y potencialmente dañino para L-TV tan cerca de la fecha crítica del lanzamiento. Has corrido un riesgo tremendo. Has estado a punto de perder a dos escritoras. Si no fuera por mí, ahora mismo la producción de dos de tus series estaría en la cuerda floja. Debbe levantó las cejas, echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír juntando las manos. ¡Eres encantadora, C.J.! En momentos como este me pones tan cachonda que me entran ganas de tumbarte en el suelo y follarte duro, porque ¡por fin lo pillas! Al fin se te enciende la lucecita, como si dijéramos. Me quedé mirando a Debbe. —Bien—dijo, mientras se daba la vuelta y empezaba a hojear los periódicos que tenía en la mesa—. ¿Cuál es tu titular preferido, C.J.? A mí me ha gustado... a ver — murmuró, se chupó un dedo y pasó las páginas—... Ah sí, el de Los Ángeles Times estaba bien: «No se andan con chiquitas. Pelea de gatas en el nuevo canal lésbico por cable». Hay un par de periódicos alternativos que también tenían buenos titulares. Aquí hay uno: «Arañazos en Lesbian TV». Mmm, me gustan los arañazos. ¿Y cuál era el otro? —Debbe se rió y sostuvo un periódico en alto—. «Las tortilleras se cascan los huevos.» —Debbe me miró—. ¿Ayudaste a escribir alguno de estos titulares, C.J.? Porque son magníficos. Verdaderamente serían uno de tus mejores trabajos.
Fruncí el ceño. ¿Qué has querido decir con que se me ha encendido la lucecita? Debbe dejó los periódicos, se fijó en que las yemas de los dedos se le habían manchado de tinta y apretó cuidadosamente el botón del intercomunicador con el dedo índice. ¿Britta? Ven y trae el jabón de manos. Ya. —Debbe dejó de pulsar el intercomunicador y se volvió hacia mí—. ¿Hablas en serio, C.J.? ¿Aún no lo entiendes? —Hizo una pausa y abrió los brazos—. O quizá puedas... Ah, Britta, mi ayudante pechugona —saludó cuando la aludida abrió la puerta del despacho—. Sé buena y frótame el jabón en las manos. Parece que me he manchado con esos periodicuchos, por culpa del duro trabajo de C.J. Debbe extendió las manos hacia Britta y esta abrió la botella de jabón y le echó unas gotas en las palmas. —Ahora frota, Britta. Britta se apartó de Debbe. —Puedes hacerlo tú sola. —Pero ¿por qué iba a querer hacer tal cosa cuando te tengo a ti para ayudarme? ¿Y por qué tú ibas a querer negarte? De hecho, si me frotas el jabón, te pagaré cien dólares. Tal que así. ¿Por qué? Por unos segundos de tu tiempo. Cien dólares son mucho dinero en tu miserable vida, ¿verdad, Britta? Cien dólares te ayudarían a pagar esas deudas tan incómodas que has contraído sin que yo me entere. ¡Uy! Se suponía que no tenía que decir nada de tu afición a apostar a los caballos, ¿no es así? Verás, C.J. —me dijo Debbe, que giró la cabeza hacia mí mientras mantenía las manos extendidas hacia Britta—. Conocí a la adorable Britta a finales del verano pasado en el hipódromo de Saratoga Springs. Britta, ¿no estabas allí de camarera y te dedicabas a apostar y a hacer chanchullos? ¿Y qué más hacías cuando te ayudé a escapar de la policía aquel día en las pistas? Britta me echó una mirada fugaz y luego pegó los ojos al suelo, dio un paso hacia Debbe y empezó a frotarle las manos. —Así, muy bien —sonrió Debbe, y volvió a mirarme—. Sí, nuestra hermosa Britta, con su aspecto de modelo, estaba a punto de ser arrestada por los policías malos. Hasta que intervine yo. Ciertamente fue un día ganador para mí. Gané miles de dólares en las carreras en menos de una hora, ¡menuda racha!, y luego tuve ocasión de desempeñar el papel de caballero andante y rescatar a la preciosa dama en apuros. Después de hacerle de príncipe y de darle a los policías dinero suficiente para que miraran a otro lado, la hermosa princesa Britta me dijo cuánto dinero debía. Dios, C.J., le debía un buen pico a unos tipos bastante poco recomendables. Un pico. Me quedé anonadada. ¡Anonadada! O sea, es sorprendente cuánto dinero puede llegarse a deber cuando eres adicta a las apuestas. Creo que con lo que había perdido aquí nuestra sueca de Saratoga a esas alturas habría suficiente para construir una residencia nueva en Harvard. ¿Y sabías que hay gente que sería capaz de hacer cualquier cosa por seguir jugando? Por perseguir el sueño escurridizo de ganar más dinero del que eres capaz de imaginar. Verdad, ¿Britta? Debbe se inclinó sobre Britta y le susurró algo al oído que no llegué a oír, pero que hizo que Britta se envarase de golpe y se apartara de Debbe. Esta le sonrió a ella y después a mí.
—Así que les pagué a esos tipos tan pocos recomendables que le querían hacer cosas malas a Britta — prosiguió Debbe—. Arreglé sus cuentas pendientes con ellos, por una suma que seguramente habría acabado con una ejecución lenta y dolorosa y con su cuerpo desnudo hallado más adelante por algún excursionista en medio del bosque, medio devorado por los animales salvajes. Y entonces, después de unas cuantas noches de sexo espectacular, en las que Britta me pagó por mi generosidad dejándome hacerle todo lo que quise y haciéndome todo lo que le pedí, le ofrecí un puesto como mi asistente aquí. Por supuesto, la pobrecilla tiene que ir a reuniones de Jugadores Anónimos tres noches por semana por contrato. Por esa razón no pudo salir contigo y tus escritoras el viernes, ¿verdad, cielo? Tenías que ir a ponerte de pie delante de un hatajo de fracasadas como tú y decirles: «Hola, me llamo Britta y soy adicta a las apuestas». Pero le ha dado un giro a su vida, C.J. De verdad que sí. ¿No son maravillosas las cosas que puedo hacer por los demás? Britta es mi proyecto humanitario del año. Igual que tú lo fuiste una vez, C.J. Eso me convierte en una persona muy generosa. Y tú que creías que no tenía corazón. Debbe estrechó las manos de Britta entre las suyas y la atrajo hacia sí; le hundió el rostro en la larga melena rubia y le lamió el cuello. Por un segundo, mis ojos y los de Britta se encontraron, pero ella bajó la mirada y cerró los ojos con fuerza. Entonces se apartó de Debbe, se dio media vuelta y salió del despacho. Debbe sonrió. —Le dirás a Summo que Britta está cogida, ¿verdad que sí, C.J.? Detestaría ver a alguien tan inocente como Summo con el corazón partido, pero ahora mismo Britta es mi proyecto y todavía no me he cansado de ella. —Debbe sonrió de oreja a oreja—. ¿Ahora lo entiendes, C.J.? Se trata de control, querida. Siempre ha sido así y siempre lo será. No se puede estar donde estoy, no puedes ni soñar con hacer las cosas que he hecho y estoy haciendo, no puedes abrir las puertas cuando lo que necesitas es derribarlas si no tienes el control. Todo el control, si puede ser. Pero a veces, cuando te enfrentas a otros que también quieren el control, lo mejor que puedes hacer es controlar lo que te dejan. — ¿Lo que me estás diciendo es que...? —empecé, pero callé y eché un vistazo a los periódicos que Debbe tenía encima de la mesa. Debbe siguió mi mirada y asintió. —Dulce C.J. Mi querida, dulce y tonta C.J. Sé que vives en tu pequeño mundo de Disney, con calderos de oro y arco iris y tréboles de cuatro hojas, con reglas y principios de oro y filosofías sobre hacer siempre lo correcto. ¿Pero no lo ves, C.J.? Yo creía que lo habías entendido, cuando montaste esta gilipollez. En este mundo no se llega a ninguna parte sin joder a alguien. ¿Creías que estabas jodiéndome a mí, eh? Creías que podías jugar al mismo juego que yo, C. J., y que así te vengarías de mí. — Debbe negó con la cabeza y esbozó una sonrisa triste —. Sin embargo, me parte el alma darte la noticia, C.J. Sencillamente no puedes jugar al mismo juego que yo. No tienes el equipo adecuado. Porque en mi juego no hay reglas, no hay árbitro ni guía que dicte cómo se juega. Mi juego es fluido y vale todo. Yo hago las reglas. Yo las rompo. Cambio las reglas. Es el mantra de mi vida: hago, rompo, cambio. Hago, rompo, cambio. Tú jamás me pasarás la mano por la cara, C.J. Debbe dio un paso hacia mí, se puso de rodillas muy despacio delante de mí y me cogió las manos antes de que pudiera librarme de ella. ¿No te acuerdas de todas las noches que me llevaba mujeres a casa, C.J.? Yo hice la regla que me permitía hacerlo. Tú intentaste hablar conmigo sobre cómo te hacía sentir. Tú querías procesarlo,
¿no es así? Como si a mí me importase. Cariño, si me hubieras importado como tú creías, no lo habría hecho, ¿no crees? Y yo hice la regla de que podía gritar todo lo alto que quisiera cuando las trajera, para que tú me oyeras. ¿Recuerdas aquellas noches tan largas que te pasaste sola en la cama, junto a nuestro dormitorio, escuchándome hacerle el amor a otra mujer? Apreté los dientes y retorcí los dedos para soltarme de Debbe, pero esta me apretó las manos y no me liberó. Al contrario, se llevó una de mis manos a la boca y empezó a lamerme los dedos lentamente. —Y tú te quedaste, ¿verdad C.J.? —me preguntó. Luego me lamió suavemente la yema de los dedos y me hizo cosquillas. Se detuvo y me miró a los ojos—. Aceptaste mis reglas y viviste con ellas. Por eso creía que habías aprendido al hablar con todos esos periodistas. Te empujé a conceder esas entrevistas. Te manipulé. Porque te conozco, C.J. Eres como millones de personas estúpidas en el mundo a las que se puede llevar hasta un acantilado y ver cómo se tiran, sólo porque creen que tiene la obligación de defender lo que creen. Esa será tu perdición, C.J. No es, y cito, «una buena cualidad». Miré a Debbe fijamente y negué con la cabeza. —Pero cuando nos conocimos no eras así. Debe me soltó las manos, cerró el puño y me dio un golpecito en la nariz. ¿Cuándo dejarás de pensar en el pasado, C.J.? Eres patética. No dejas de decir «Pero antes no eras así, antes no eras así...», y cada vez que lo haces niegas que soy así. La realidad es que siempre he sido así; sencillamente no quisiste verlo. En cualquier caso, en algún momento tendrás que quitarte esa coraza de incomprensión sobre nuestra relación y sobre cómo te parece que debería o tendría que haber sido y enfrentarte a lo que fue en realidad. Tienes que dar un largo repaso a todas esas cintas de nuestro pasado y buscar las alertas rojas y los intermitentes que tendrían que haberte dado una idea hace tiempo del tipo de persona con la que habías decidido estar. Créeme, esas señales estaban ahí, porque yo las puse. Eres tú la que niegas lo que soy, no yo la que haya cambiado. Debbe se puso de pie, estiró los brazos y bostezó lenta y perezosamente. Me lo pones tan fácil, C.J... Aveces me haces sentir mal. —Debbe me dedicó una sonrisa rápida—. Pero sólo dura un segundo, nunca más. Porque no puedo sentirme mal. Si me siento mal pierdo el control que tengo sobre ti y sobre todo el mundo en esta compañía. ¿Y sabes cómo consigo ese control? Mediante las debilidades de los demás. Tú eres débil. Britta es débil. Cada una de los miembros de tu equipo es débil. Creen que pueden dejar el trabajo sin más cuando las ofendo. Pero no pueden, porque tengo algo que puedo usar en contra de todas mis empleadas. He contratado a gente dócil que puedo manipular fácilmente. Y tengo que darte las gracias por ello, porque tú me ayudaste a contratarlas. Debbe me dio una palmadita en la cabeza. —Así que adelante, C.J. Intenta jugar a mi juego. Pero aprovecharías mejor el tiempo haciendo lo que te pido, porque nunca me ganarás. Nunca me arrebatarás el control de las manos. Debbe le dio la vuelta al escritorio y se sentó en su silla negra de piel; abrió uno de los cajones de la mesa, sacó una pitillera de oro y encendió un cigarrillo con un mechero de escritorio dorado. Luego tiró el mechero encima de los periódicos y exhaló una larga y fina línea de humo entre los labios. Las dos nos
miramos en silencio. ¿Qué has querido decir con lo de que te he ayudado a contratar a gente débil? —quise saber. Debbe sonrió. —Tu equipo, por mucho talento que tengan como profesionales, es débil emocionalmente. No eran las primeras en la lista de candidatas, pero demostraban tener la combinación de talento y de cierta maleabilidad que me resultaba crítica. Yo ya había repasado todos los currículums antes de que tú los vieras. Entonces te enseñé los de las personas que creía que serían escritoras adecuadas, que sacarían el trabajo adelante, pero que también serían fáciles de manipular. Cada una de las escritoras que escogiste era la que yo quería que escogieras. Me aseguré de ello. —Así que descartaste currículums de escritoras cualificadas que... —Créeme, C.J. El personal que has contratado es el único que puede durar en este trabajo. —Debbe hizo una pausa—. ¿Por qué te cuesta tanto de entender? Te lo repito: todo se trata de control, querida. Si quiero que las escritoras hagan lo que yo les diga, sencillamente tengo que encontrar la manera de que sigan mis reglas, y eso sólo lo puedo hacer si hay algo que puedo usar en su contra. Mira a Britta, por ejemplo. Tiene un problema con el juego. Eso siempre será una carta que podré usar con ella, para obligarla a hacer las cosas a mi manera. Ya has visto lo deprisa que ha respondido en cuanto he aireado sus trapos sucios, ¿verdad? Pues bueno, tengo algo parecido de todas las demás. Un secreto enterrado y oscuro que preferirían que no se hiciera público. ¿Cómo coño has...? Debbe sonrió de nuevo. —C.J., vuelves a subestimarme. ¿Crees que no aprendí nada cuando me despidieron del canal hace años? Había intentado enfrentarme con alguien que era mejor manipuladora que yo y caí en su trampa a cuatro patas. Ella conservó el empleo; yo perdí el mío. Nunca más, cariño. Me juré que no volvería a pasarme jamás. Así que contraté a gente que no me fallaría, C.J. Lo hice para protegerme y para asegurarme de que nunca tendría que enfrentarme a la posibilidad de que abandonaran el barco en un momento crítico, porque no vieran las cosas como yo. — Debbe apoyó la punta del cigarrillo en una de las hojas del periódico y observó cómo se ennegrecía—. ¿Qué mejor manera de someter a alguien que saber sus secretos más profundos y oscuros? Samata, por ejemplo, lo pasó fatal cuando dejó su país. Echaba mucho de menos su casa. Entonces un pariente muy querido falleció sin que ella estuviera allí y la pobrecita se lo tomó muy mal. Lo cierto es que se sentía culpable. Así que se tomó un puñado de pastillas con una botella de vodka. Le hicieron un lavado de estómago y estuvo una semana en el hospital. -¿Y? Debbe se pasó la lengua por los labios y dio una larga calada al cigarrillo. Exhaló. —Piensa en los contratos, C.J. Intenté adivinar a qué se refería durante varios segundos, mientras Debbe soplaba humo a mí alrededor. —La Virgen, tardas demasiado. Si te fijas en los contratos de las escritoras, C.J., hay una cláusula
sobre inestabilidad mental. Puedo romper el contrato de Samata si quiero, por su intento de suicidio, y ella tendrá que devolverme cada centavo que le he pagado por el mismo episodio. —Debbe sonrió—. Por mucho que te guste pensar que has hecho algo muy noble al convencer a las guionistas de que se quedaran, en realidad no les impediste que se fueran, porque ninguna de ellas habría podido salir de aquí sin tener que devolverme cada centavo que les he pagado. Así que dime, C.J., ¿hay alguien en tu equipo que pueda permitírselo? Negué con la cabeza. —Estás enferma. Debbe echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. —Se llama saber hacer negocios, C.J. Ahora déjame adivinar qué escritoras rezongaban más sobre marcharse. Seguro que la primera fue Meri, ¿verdad? Observé a Debbe fijamente. —Vale, pues deja que te cuente algo sobre esa mujer obsesionada con los coños. Hace años, cuando era monitora en un campamento, mantuvo una relación con una campista que, naturalmente, era menor de edad. Eso es malo, ¿verdad? ¡Pues claro que sí! Y, por supuesto, hay una cláusula en el contrato sobre comportamiento sexual inapropiado. Así que Meri no habría llegado muy lejos fuera de este edificio sin que su aventura secreta con una menor saliera a la luz. — ¡Pero de eso hace años! Debbe se encogió de hombros. —No importa. Los curas abusan de monaguillos y se los procesa décadas después. Esto es lo mismo. De hecho, me atrevería a decir que la gente encajaría todavía peor que nuestra Meri hubiera empujado a una niña al lesbianismo a una edad tan temprana. Me puse de pie. —No quiero oír nada más. Ya me ha quedado claro. —Sí, ya imagino que no quieres saber nada más. Tiene que ser un golpe muy duro enterarte de que no todo el mundo es tan bueno y puro como a ti te gustaría. Así que será mejor que no te diga que Taylor hizo trampa en un examen crítico de la universidad. Es más, si la hubieran descubierto ni siquiera podría haberse sacado la carrera. Chantelle ayuda a su hermana a falsificar cupones de comida y María, nuestra lesbiana embarazada empedernida, mató a alguien cuando vivía en Puerto Rico. Volví a sentarme. Debbe aplastó la colilla del cigarrillo en un cenicero de cristal y agitó la mano en el aire. —Pero no te preocupes, C.J. No tienes a ninguna asesina psicópata en el equipo. Nuestra adorable latina acuchilló a un hombre, un amigo de la familia, que había abusado sexualmente de sus hermanos pequeños. No fue defensa propia, pero no se presentaron cargos. Poco después se marchó de Puerto Rico. Cerré los ojos y suspiré. —En qué mundo vivimos, ¿eh C.J.? No todos son lo que aparentan. Excepto tú, querida, tú... bueno, mis
extraordinarios sabuesos no han logrado encontrar nada sobre ti. Parece ser que nunca has hecho nada malo malote en la vida. Ni siquiera has robado un clip. O a lo mejor has sido una chica mala y sencillamente has sido muy buena ocultándolo. Sea como sea, no me preocupa mucho que pueda perderte. Siempre estarás aquí conmigo, C.J. No porque no puedas dejarme, sino porque no te imaginas dejando a tus escritoras solas conmigo. Te has erigido en su pequeña protectora y eso es lo que harás, C.J. Espero que las protejas de que sus trapos sucios se aireen a la vista de todos. Y ahora que sabes lo que tengo contra ellas y ellas no saben que tú lo sabes, es importante que te asegures de que todo el mundo vaya por el buen camino. Justo como yo quiero. Nadie va a joder a L-TV Y nadie va a volver a joderme a mí. »Así que vuelve trotando con tu equipo, C.J. Diles que estoy furiosa por lo que has hecho y que admito que estuvo muy pero que muy mal no echarles florecillas como si fueran lo mejor que se ha inventado desde el pan con chocolate. Haz que se sientan valoradas y apreciadas y todo eso que te sale tan bien. Que crean que me has marcado un gol. Y entonces consigue que los programas se pongan en marcha. Tenemos plazos que cumplir. Me levanté poco a poco de la silla y me incliné sobre el escritorio de Debbe. —No voy a responder por ti, Debbe. No voy a inventar mentiras ni a contarlas en tu nombre. No voy a jugar con mis escritoras. Y mucho menos a juegos que hayas creado tú. —Haz lo que quieras, C.J. —A lo mejor les digo cómo se las contrató y qué secretos tienes sobre ellas. —De nuevo, es tu decisión —me dijo Debbe, que se había puesto a ordenar y limpiar su escritorio—. Pero yo diría que si haces eso no se concentrarán en sus series. Estarán más preocupadas de que sus secretos no salgan a la luz que de trabajar. A veces, C.J., la honestidad no es la mejor política. Mira lo lejos que he llegado yo, cariño. Puede que no te guste cómo soy o cómo actúo, pero no puedes negar que tengo éxito. Así que tú verás lo que quieres hacer. Tienes el éxito al alcance de tus dedos. Puedes aferrarte a él o darle la espalda. Sigue con el plan de lograr que L-TV sea lo más grande que pueda llegar a ser y me tendrás de tu lado. Pero haz cualquier cosa para joder a la empresa, y puedes estar segura de que convertiré tu vida en un infierno. No te perdonaré y tampoco lo olvidaré. ¿Lo entiendes, cariño? Ahora fuera de aquí; tengo cosas más importantes que hacer que estar aquí sentada charlando contigo. OCHO semanas después, L-TV había entrado de lleno en la programación regular de temporada y las cosas en la oficina se habían asentado en una rutina predecible, dentro de lo frenético. Sin embargo, pese a los plazos y la presión constantes, todas estábamos en la gloria, porque L-TV estaba teniendo un éxito arrollador. Tanto en las encuestas Nielsen de audiencias de octubre como en las de mediados de noviembre, todo indicaba que un gran porcentaje de los telespectadores de prime-time sintonizaban a diario las series de cada guionista. Aunque no habíamos podido superar las cifras de los programas líderes de la parrilla, nos habíamos consolidado entre los cinco programas más vistos de lunes a viernes y nuestros ratings habían levantado tanto revuelo en la base de telespectadores de la comunidad homo y heterosexual, que los abonados de televisión por cable no dejaban de suscribirse en masa a los packs que incluían L-TV. Debbe Lee nos había informado en una reunión de personal de que nuestra agencia de publicidad se había llevado un buen disgusto cuando nuestro departamento legal le había hecho saber que no podría robar el popular eslogan de promoción de MTV y proclamar «Yo quiero mi L-TV». No obstante, en su
línea solapada, Debbe había extraviado un papel en algún punto entre su despacho de L-TV y una empresa regentada por lesbianas que produjo en masa, a cuenta nuestra, pegatinas con el lema« ¡YO QUIERO M I LTV!» con el logo de arco iris de la cadena y envió miles de ellas a todo tipo de establecimientos que tenían en su lista de distribución de correo. Cada día, de camino al trabajo, llegaba a contar un buen puñado de coches que llevaban la pegatina. L-TV había superado con éxito la fase que muchos expertos de la industria habían achacado al factor de la curiosidad durante las primeras semanas de estrenos en horario de máxima audiencia. No solo habíamos mantenido nuestra base de telespectadores desde el lanzamiento a mediados de septiembre, sino que se había incrementado semana a semana. Al igual que muchas cadenas por cable, dábamos repeticiones de nuestros capítulos para que los espectadores pudieran estar al día con el argumento de las series y, a menudo, nuestras repeticiones le robaban parte de la audiencia a otras ofertas líderes. Los domingos por la tarde, en las horas que coincidían con las fiestas de té de gays y lesbianas, emitíamos episodios seguidos de nuestros programas de prime-time. Un análisis de marketing sobre este esfuerzo reveló que los bares de gays y lesbianas ponían L-TV en esas tardes y los locales que lo publicitaban habían observado un aumento notable de clientes. Las paredes de los pasillos de L-TV estaban cubiertas de pósteres enmarcados: los de promoción de cada uno de nuestros programas, tanto de día como de tardes y noches. A nuestros seriales les iba muy bien y los programas de cocina y bricolaje habían tenido muy buena acogida entre el público. Cada semana, el departamento de marketing ponía etiquetas nuevas en los paneles de share, para que todas viéramos las cifras más recientes. El departamento legal estaba desbordado con solicitudes para estampar camisetas, imanes, llaveros y demás merchandising de nuestros programas y la cadena. Las ayudantes administrativas de cada serie iban de cabeza contestando las cantidades ingentes de correo que llegaban a diario en cajas de plástico, y los teléfonos de la recepción raramente guardaban silencio más de unos segundos. Como les había sucedido a muchos participantes del programa Supervivientes, que iba ya por su octava edición, las participantes de Gran familia feliz se habían convertido en celebridades de la noche a la mañana. En los magazines televisivos se debatía todo lo que pasaba y las alianzas que se formaban cada semana en Familia, y también se había puesto el grito en el cielo porque en La granja de cuerpos se promovía el asesinato como si fuera algo que celebrar. Cada «víctima» de asesinato expulsada de La granja solía hacerse la ronda de magazines matinales. Alguna de ellas incluso había firmado contratos publicitarios con fabricantes de armas como Remington, Colt o la línea renovada de navajas Swiss Army. Sus fotografías salían en Field & Stream y otras revistas de caza con el lema: «Si hubiera tenido un Colt, un Remington, una navaja Swiss Army, etc.) en La granja de cuerpos, hoy seguiría con vida». Era la clase de publicidad radiactiva inesperada que había derivado del éxito de L-TV y había puesto a los republicanos más conservadores y a los amigos de la Asociación del Rifle, como Charlton Heston, en un dilema: este no sabía si apoyarnos por nuestra aparente tendencia pro armas o condenarnos por ser lesbianas. Y aunque Samata estaba contentísima con el éxito de su serie, en las reuniones de personal semanales solía preguntar: « ¿Son conscientes, verdad, de que esa gente está viva?, ¿de que no los matan de verdad?». No olvides nunca se había creado su propio grupo de seguidores de culto, gracias sobre todo a la carismàtica actuación esquizofrénica de la actriz novel, y ex entrenadora personal, conocida como T-Rex (su nombre real era Tina Rexalli) y la lista de estrellas invitadas que aparecían cada semana. Ahora sí, ahora no y Trágicos desenlaces estaban haciendo un buen papel contra la competencia, pero sobre todo
Ahora sí, ahora no había levantado mucho diálogo y debate en la comunidad lesbiana. Trágicos desenlaces atraía a un gran número de telespectadores varones homosexuales, que nunca se cansaban de las reconstrucciones de muertes trágicas de superestrellas femeninas como Patsy Cline, Judy Garland y Marilyn Monroe. Debbe Lee había ganado el pulso a muchas personalidades destacadas de la comunidad gay y lesbiana para que presentaran las series cada semana gratis, para así enganchar a nuevos espectadores. Melissa, Ellen, Harvey, las Indigo Girls y K. D. pronto fueron seguidas de Madonna, Susan Sarandon y Tim Robbins, Bono, Steven Spielberg, Angie Dickinson y Cher. Día a día, la lista de famosos que se ofrecían crecía más y más. Como las demás guionistas, yo tenía una fotografía enmarcada de mi serie en el despacho. Señora Presidenta se había convertido en la serie más vista de L-TV sobre todo gracias a la actuación de Stockard, unos guiones bien trabajados y pulidos por el equipazo de guionistas secundarias que teníamos en plantilla y las apariciones repletas de erotismo de Meryl Streep como estrella invitada en el papel de la amante de la Presidenta. En el cuadro que tenía en el despacho salía Stockard de pie frente a la bandera de Estados Unidos, con el decorado del Despacho Oval detrás. Llevaba puesto un traje chaqueta azul claro de marca, muy presidencial, y Meryl Streep estaba sentada en un sofá a su lado. Stockard tenía la mano en el hombro de Meryl, y la mirada de amor y adoración que compartían era impresionante. A veces me costaba creer que la serie y los personajes que había creado eran de mentira. El primer beso que se habían dado en el episodio de la semana anterior había salido en portada de casi todos los periódicos y revistas gays y lesbianas. Al principio, los medios de comunicación heteros habían criticado el beso a voces, porque decían que «profanaba la santidad del Despacho Oval». Al parecer, los medios habían olvidado muy rápidamente otras indiscreciones famosas en la Casa Blanca o a lo mejor sencillamente las habían aceptado porque formaban parte del comportamiento masculino heterosexual estándar. Sin embargo, cuando el departamento de marketing de L-TV hizo un comunicado de prensa revelando la decisión de Meryl Streep de donar el dinero de sus apariciones en la serie a la lucha contra el cáncer de mama, se silenciaron las críticas de golpe. Después de todo, ¿quién iba a querer meterse con la oscarizada actriz o desmerecer la buena causa a la que apoyaba? También acalló las críticas el apoyo explícito a la serie del Presidente y la Primera Dama. «La Primera Dama y yo estamos encantados con Señora Presidenta», había dicho el Presidente en conferencia de prensa, cuando le habían preguntado lo que le parecía la serie. «De hecho, nuestra familia saca tiempo cada semana para ver juntos esta gran serie y discutir la sensibilidad particular que aportan las mujeres a la política y las decisiones de estado. Stockard Channing, en su papel de Presidenta de los Estados Unidos, es ante todo una mujer que sabe que es un modelo para todas las mujeres del mundo. El hecho de ser lesbiana tiene poco que ver con quién es como persona y con el modo que tiene de llevar las riendas del país. Quizá sea hora de que la gente vea más allá del estilo de vida de una persona y mire su corazón y su alma. Aunque mi esposa y yo no vemos todo lo que L-TV ofrece a sus telespectadores, aplaudimos el uso de carátulas para advertir a los padres de la edad recomendada para ver sus programas. También apoyamos de todo corazón la capacidad de esta serie por cable de ejercer su derecho a la libertad de expresión y de mostrar la comunidad gay-lesbiana desde múltiples ángulos positivos.» Por eso es bueno para los estilos de vida alternativos y la expresión artística tener a un demócrata en la Casa Blanca. Le tiré un beso al póster, me froté los ojos y miré el reloj. Aunque no tenía nada encima de la mesa que
requiriera mi atención inmediata y Janice había salido puntualmente del despacho a las cinco, dos horas antes, cogí la primera revista de televisión de la pila que me había dejado Janice en un extremo del escritorio, me arrellané en la silla y puse los pies encima de la mesa. Desde la última conversación que había tenido con Debbe, en la que me había revelado los secretos de mis guionistas, me había mostrado reticente a salir con ellas después del trabajo para tomar algo en el Alley’s. En septiembre y a principios de octubre, las salidas no habían sido difíciles de evitar, porque todas habíamos estado trabajando más de sesenta horas a la semana en nuestras series; ahora bien, cuando las cosas se tranquilizaron, mi equipo había vuelto a querer quedar después del trabajo. Hasta el momento había rechazado un puñado de invitaciones y quería seguir manteniendo la distancia. Saber lo que sabía me había vuelto prudente a la hora de socializar con ellas. Me sentía extraña al conocer sus secretos, como si al pasar por delante de una habitación hubiera echado un vistazo dentro y hubiera visto a una amiga mía desnuda. Por mucho que intentara olvidar lo que me había confiado Debbe o incluso pasar por alto aquellas indiscreciones, ya que pertenecían al pasado, el caso es que ya habían hecho mella en mí y habían manchado la imagen que tenía de cada mujer. Soy una persona honesta y me sentía como si hubieran traicionado mi confianza. La verdad es que no sabía cómo enfrentarme a la situación. Aunque nadie había venido a preguntarme directamente por qué evitaba pasar rato con ellas fuera del despacho, sabía que era cuestión de tiempo que una de ellas quisiera saber qué pasaba. Llegaría un momento en que usar el trabajo como excusa no serviría. Con lo cerca que estaban Acción de Gracias y las vacaciones de Navidad, y considerando que teníamos las series del resto del año ya enlatadas, lo cierto es que no tenía una buena razón para rechazar una copa, pero si me iba a casa lanzaría el mensaje de que estaba disponible, así que quedarme pegada al escritorio parecía la mejor opción. Fui leyendo y descartando revistas hasta que desapareció la pila. volví a mirar el reloj y me di treinta minutos más antes de considerar que era seguro marcharme, así que me puse a revisar el correo electrónico. —Vámonos —dijo Meri, que entró en mi despacho sin llamar—. Vamos al Alley’s y no vamos a marcharnos sin ti. Levanté la vista y me encontré con las demás escritoras apiñadas en mi puerta. —Esta noche no, Meri —le contesté—. Tengo un montón de... —No es hora de trabajo ya —me interrumpió Samata—. Britta nos está esperando ahora en el bar. —Sí, venga, jefa —intervino Taylor—. Ya sabes lo que dicen: mucho trabajo y nada de diversión te hace... —Ser muy mala amiga —acabó María. —No vamos a ir sin ti —anunció Chantelle—. Así que apaga el ordenador y vamos a emborracharnos. —De verdad que no puedo, chicas. ¿Nos rechazas otra vez? —preguntó Meri—. Cada semana nos pones la misma excusa. Trabajo, trabajo, trabajo. Creo que nos estás evitando, jefa. —No os evito. —No, claro —asintió Chantelle—. Oye, ¿te acuerdas de cuando nos considerabas tus amigas y
hablábamos y reíamos durante horas? Eso era vida, C.J. ¿Y te acuerdas de cómo compartimos nuestros secretos más profundos y oscuros? —preguntó Taylor. —No me gustan los secretos —dije yo—. De todas maneras, estoy muerta. Voy a trabajar un rato más y luego me iré a casa. —Entonces parece que tendremos que hacer algo por la fuerza —apuntó Samata, que se dio media vuelta y se marchó. Yo permanecí sentada detrás de mi mesa, mirando a mis guionistas. Ellas me sostuvieron la mirada. Unos segundos más tarde, se disparó la alarma de incendios y Samata volvió al despacho. —Creo que todas debemos abandonar el edificio ahora, ¿sí? —preguntó. ¡Muy buena! —exclamó Chantelle, extendiendo la mano hacia Samata. Samata le chocó los cinco y me sonrió. —Por favor, ¿me dejas salvarte del fuego devastador, C.J.? Está arrasando el edificio mientras hablamos. Suspiré y apagué el ordenador. —Sabia decisión—aprobó María, mientras descolgaba mi abrigo de la percha que había en la puerta y lo abría para mí. «María mató a una persona cuando vivía en Puerto Rico... Acuchilló a un hombre», resonó la voz de Debbe en mi cabeza. María me sonrió y agitó mi abrigo. —Vamos, Madame Jefa de serie de éxito. Te ayudo a ponerte el abrigo. «He matado a alguien —la oí decir—, lo apuñalé por la espalda. Así que cuidado, C.J. ¡Tú podrías ser la siguiente! Acércate un poco más, ¿quieres?» Me puse delante de María y estiré el brazo para que me diera el abrigo, pero ella meneó la cabeza y lo mantuvo abierto para mí. «Copié, copié. ¡Y nunca me pillaron!», me imaginé a Taylor canturreando. Miré a Meri. «Me gustan las jovencitas —me dijo—. Pero ya lo sabías, ¿verdad?» «Por favor, ¿aceptas que intenté matarme?», añadió Samata. Miré a Chantelle. «Es el timo perfecto, C.J. ¿Quieres que te explique cómo lo hago?» Le di la espalda a María. «No te dolerá nada, C.J. Un pinchacito al principio, una hemorragia masiva... Pero luego, dormirás
como un bebé.» Me di la vuelta de golpe, me encaré a María y le quité el abrigo de un tirón. —Jesús, C.J. ¿Es que no se puede ser galante contigo? —Embarazada y encima galante, fíjate —apuntó Meri. Me puse el abrigo. —Lo siento —farfullé—. Creía que me estabas dando el abrigo. María frunció el ceño y me observó. ¿Estás bien? —Claro que está bien—contestó Taylor—. Está a punto de salir de este frigorífico a tomar algo con sus amigas. Vamos a darte la dosis de realidad que necesitas, C.J.; te alejaremos de los juegos, las mentiras y los trucos sucios de la Dama Dragón. —Bienvenida al mundo real, C.J. —sonrió Chantelle. ¡Yo pago la primera ronda! —proclamó Meri, mientras le daba al interruptor para apagar las luces del despacho. —Entonces yo me pido seis copas en la primera ronda —respondió Taylor. María me cogió del brazo y yo me puse rígida. ¿Esos guantes son tuyos? —me preguntó, y señaló al suelo. « ¡A por ella, ahora! —gritó Chantelle—. Tenemos que librarnos de ella antes de que revele lo que sabe de nosotras.» Me agaché poco a poco y recogí los guantes. « ¿Ves? Si llevas guantes, C.J., no dejarás huellas dactilares en el cuchillo — recomendó María—. ¿Te acuerdas de O.J. Simpson?» —Yo, eh... Nos encontramos allí, ¿vale? —les dije, mientras me ponía los guantes lentamente. —Yo iré contigo —me dijo Samata, cuando las demás guionistas se adelantaron—. Hay algo de lo que tengo que hablar. *** Puse el coche en marcha y dejé que se calentara un poco el motor mientras me ponía el cinturón de seguridad y manoseaba el reproductor de CDs. El garaje subterráneo ya estaba prácticamente vacío a aquellas horas y el frío húmedo se me metía en el cuerpo y me hacía estremecer. Agradecí mentalmente que no fuera María la que había sentada a mi lado, en el asiento del acompañante. La voz seductora de Margie Adam acompañada al piano llenó el interior del coche y empecé a relajarme.
—Estoy muy entristecida, C.J. —dijo Samata, al ponerse el cinturón. Me volví hacia ella. ¿Por qué? A tu serie le va genial y, oh... ¿es porque estás lejos de tu familia? —No. Eso ya no me hace sentir tan sola, ahora que tengo amigas y un buen trabajo que me encanta. Es mi relación con Britta. ¿Tienes una relación con ella? Samata asintió. —Eso lo sabrías si salieras con nosotras a beber y no trabajas continuamente. Salimos a escondidas desde hace semanas. Y eso es de lo que deseo hablar. Britta está en una relación con Debbe Lee. Eso me lo ha dicho. No sé si tú lo sabes. Opté por guardar silencio, con la esperanza de que la falta de respuesta por mi parte animara a Samata a continuar. ¿Esta información te hace daño, C.J.? —No... ¡No! Lo de Debbe está superado. De verdad. La tiré a la basura a ella y a nuestra relación hace mucho tiempo. ¿Y luego la sacaste al contenedor de la acera para que la recogieran? Sonreí. —Y luego la saqué al contenedor. —Eso es bueno. Pero ahora, C.J., para Britta es difícil separarse de Debbe. No la quiere; dice que me quiere a mí. Y yo la quiero y la adoro mucho. Pero ella siente que si Debbe descubre lo nuestro, perderá su trabajo. ¿Tan malo es? Pero me dice que su vida sería muy difícil. Y esto es lo que no sé cómo hacer. ¿Cómo se hace, estar con alguien que está con alguien? Me encogí de hombros. —Lo cierto es que no es fácil. —Eso seguro. Britta viene a mi apartamento cada noche y está disgustada. Angustiada. Dice que hay cosas que no puede decirme. Que no es la persona que veo. Está asustada de que no la quiero si la conozco. Pero no me imagino que pueda decirme nada que me hace quererla menos. La quiero ahora y cuando está con la gran jefa. Dice que debe hacerlo. Y es algo que tampoco entiendo. Pero acepto eso. ¿Por qué lo aceptas? —Porque sé que no siempre va a ser así. No puede, porque nos queremos. Es un amor que crece cada día, como un jardín en verano. En algún momento, mi adorable Britta tendrá el valor de alejarse de Debbe. Yo lo quiero, pero también me preocupa. Dice que el brazo de Debbe es largo. ¿Entiendes lo que
eso significa? Asentí y encendí la calefacción. —Significa que si Debbe quiere algo, hará lo que sea para conseguirlo. —Pero no puede hacer que Britta esté con ella, ¿no? —No, no puede, Sam Pero puede intentar cualquier cosa que esté en su mano para separaros. —Lo he pensado. Podría despedirme, por ejemplo. Entonces no podría estar aquí en L-TV Pero no importa dónde esté, Britta podrá estar conmigo. Ella podría dejar el trabajo, se lo he dicho. Pero Britta me dice que no, que Debbe tiene control sobre ella. ¿Cómo puede ser? —Me estás haciendo muchas preguntas, Sam —Lo sé. Pero tú has estado con Debbe. A lo mejor sabes algo que puede ayudarme en este dilema. Suspiré. —Lo único que puedo decirte es que no debes cabrear a Debbe, Sam Para nada. Ahora no. Nunca. Samata se frotó las manos. —Pero no deseo dejar a Britta. Y ella no desea dejarme a mí. —Entonces, a lo mejor tendrías que decirle a Britta que te lo cuente todo —sugerí —. Que no necesita ocultarte nada. Quizá si supieras de qué tiene tanto miedo y ella supiera que tú lo sabes, si es que eso tiene sentido, mejoraría las cosas. O, por lo menos, te ayudaría a entender las cosas. ¿Tú sabes qué es, C.J., de lo que tiene miedo? —Por favor, no me hagas esa pregunta, Sam Noté los ojos de Sam puestos en mí, pero permanecí callada. —Todo el mundo le tiene tanto miedo a Debbe Lee —dijo Samata, cerrando los puños—... tanto miedo... Como si fuera policía militar. Britta le tiene miedo; tú le tienes miedo. Pero tú a veces te enfrentas a ella. ¿Por qué Britta no puede hacer lo mismo? Quité el freno de mano. —Sam, no sé cómo puedo ayudarte. No sé qué decirte. Supongo que sencillamente tendrás que aguantar, puede que hasta... —Me llaman a mi apartamento, C.J. En mitad de la noche. Es Debbe Lee, lo sé, aunque al otro extremo no hay ninguna voz. Sólo silencio, y luego cuelgan. Pero yo no quiero tenerle miedo. No voy a tenerle miedo. Era duro para mí, en mi patria siendo lesbiana. Tuve que luchar mucho. Entonces vine a América. En América no tenía que ser duro. —Creo que ser lesbiana es duro en todas partes —respondí—. Pero no se trata de que seas lesbiana, Sam Se trata de la pareja que has elegido. Britta no está disponible, no tiene más. Al menos no de la manera que tú quieres que lo esté. Ahora no. ¿Quién sabe cuándo lo estará, si es que alguna vez sucede? —No he conocido un amor como este, C.J., un amor que duele. Que hace daño. Que escuece como una herida abierta. No había sentido un dolor así en la vida.
¿Nunca? Samanta negó con la cabeza. Yo me la quedé mirando. —Bueno, ¿nunca has...? no sé... ¿perdido a alguien cercano? ¿Algún familiar, por ejemplo? Samata sonrió. —Hace años, cuando era niña, mi querida bisabuela murió. Pero había estado enferma tanto tiempo que mi familia celebró su muerte. Rezamos y nos alegramos de que encuentre la paz. ¿Y desde que estás en los Estados Unidos? ¿No... nunca has perdido a nadie de tu familia una vez aquí? Samata cabeceó. —No. -¿No? Samata me observó fijamente. ¿Por qué piensas eso? Me encogí de hombros. —He sido muy feliz en los Estados Unidos, C.J. Aveces me he sentido sola, pero la soledad es una condición pasajera. Va y viene. He sido verdaderamente feliz. Ahora estoy triste como nunca he estado antes. Hace que quiera hacer algo para librarme de la tristeza. ¿Cómo qué? —pregunté, conteniendo la respiración. —Puede que comprar billetes de avión y llevarme a Britta conmigo a algún sitio nuevo. A algún sitio donde Debbe no nos encuentra. Nos fumaríamos. ¿Eh? —Nos fumaríamos. Ya sabes, nos iríamos a algún sitio nuevo y nadie nos conocería. Como fugitivas. ¡Ah! Quieres decir que os esfumaríais. ¡Sí! quizá voy a Debbe Lee y le digo que deje marchar a Britta. Le digo que ella me quiere a mí, no a ella, y por favor la deja en paz para que podamos ser felices. Deseo hacer algo como eso. Haría cualquier cosa por estar con Britta. Incluso si significa perder este maravilloso trabajo y dejar atrás a mis fantásticas amigas. Dejé escapar el aliento. —Bueno, en realidad no puedes dejar L-TV Sam Con tu contrato no. —Eso lo sé, C.J No haré nada que te ponga las cosas difíciles. Soy una mujer de honor. A lo mejor por
eso la situación me resulta tan perturbadora. Quiero hacer lo correcto, pero no hay ningún sitio donde encontrar las respuestas correctas sobre este tema. Le puse la mano en el hombro a Samata. —Puede que no sea el momento adecuado para liarte con Britta. —Ese consejo llega tarde. Asentí. —Eso parece. Entonces no sé qué decirte, Sam Que aguantes, supongo, es lo mejor que se me ocurre. No sé cómo vas a poder hacerlo, pero estás en una situación bastante desesperada. —Eso es seguro, ¿sí? —Sí —coincidí yo, mientras soltaba el freno de mano y salíamos del garaje. ¡Vaya, ya era hora! —gritó Chantelle por encima de la música que retumbaba en el Alley’s, cuando Samata y yo nos abrimos paso entre la muchedumbre de mujeres hasta la mesa de la parte trasera que habían ocupado las guionistas—. Creíamos que nos habíais plantado. O que Samata te habría asesinado —bromeó María con una sonrisa, fingiendo una mirada de horror. Miré a María a los ojos. Es una broma, C.J. —aclaró, al fijarse en mi rostro carente de expresión. —Ya lo sé —le contesté. Adelanté a Samata y ocupé la silla libre al lado de Taylor. Samata dio toda la vuelta a la mesa y se sentó junto a María. ¿Has perdido el sentido del humor en estas últimas semanas, tía? —preguntó Chantelle, mientras me pasaba una jarra vacía por encima de la mesa. ¿Qué es «sentido del humor»? —pregunté. —Es lo que teníamos todas antes de firmar con L-TV—repuso Meri. —Estoy contigo —asintió Chantelle. Meri se inclinó hacia mí. —Vamos a ver, jefa. Tenemos cerveza, tequila Sunrise y virgin Sunrise, sin tequila, para la embarazada. Pide por esa boquita. —Cerveza —respondí. Me quité el abrigo y lo colgué en el respaldo de la silla. Meri me sirvió una cerveza y alzó su jarra en el aire. —Chicas, un brindis. ¡Por nuestra jefa y por su serie, líder de audiencia en L-TV! ¡Chin-chin! —coreáronlas demás. Levanté mi vaso.
—Y por todas vosotras, porque vuestras series también han triunfado. Brindamos y luego dimos un buen trago. —Y por María, ¡que ya está de cinco meses! —proclamó Chantelle—. ¡Ánimo, tía! María levantó su vaso. —Estoy perfectamente; la ecografía dice que el bebé está perfectamente, que, por cierto, es una niña, y si todo va bien daré a luz cuando den los Premios TV Guide. —Tendrías que llamar TV a tu niña —sugirió Meri. —Menuda estupidez —se burló Taylor. —No si son sólo las iniciales —replicó Meri—. Podría ser como C.J. La podrías llamar Teresa... eh... Vivían. María se quedó mirando a Meri. —Meri, sabes que soy hispana, ¿verdad? ¿Qué clase de nombre sería Teresa Vivían para mi bebé? ¿El donante de semen era hispano? —quiso saber Meri. —Sí —respondió María. ¡Tu hija va a ser de sangre caliente, mamaíta! —sonrió Chantelle. ¿Qué significan tus iniciales, C.J.? —se interesó Taylor. —No significan nada—contesté—. Es cómo me llamaron mis padres. ¿Solo unas iniciales? —se extrañó Taylor. —No son iniciales. Es mi nombre. —Entonces sí podrías llamar a tu hija T.V. Le dijo Meri a María. —Pero recuerda que, si lo haces, estarán preguntándole toda la vida qué significan las iniciales — añadí yo—. Créeme, me lo han preguntado cientos de veces desde que era pequeña, y a mis padres también. Tanto que llegaron a pensar en ponerme nombres que fueran con las iniciales. ¿Y por qué no lo hicieron? —preguntó Chantelle. —Porque les dije que me gustaba C.J. A mí me sonaba guay. Y de todas maneras, ya era mi nombre. Ponerme otro no iba a cambiar cómo me llamaba la gente. —De todas maneras, todavía no he pensando en ningún nombre —dijo María—. No he tenido tiempo. —A lo mejor podríamos ayudarte a ponerle nombre a esta niña —propuso Samata. ¿No hay libros de nombres? —Sí, y salen como un millón de nombres —asintió Chantelle—. Creo que mi hermana tiene uno por
casa. Te lo traeré, María. —Pero ni se te ocurra llamarla Debbe —ordenó Meri—. Lo escribas como lo escribas, no la llames Debbe. —Sí, estoy de acuerdo, Meri —afirmó Samata—. La niña estaría maldita con ese nombre. —Hablando de maldiciones, ¿cuánto rato va a pasarse Britta en el baño? — preguntó Meri. —Uno de los lavabos está atascado, dos están cerrados porque el desagüe está roto y hay mucha cola —explicó María—. Créeme, va a pasarse ahí un buen rato. Cuando he ido yo he pedido como favor que me dejaran colarme. A veces, tener este barrigón y caminar como un pato tiene sus ventajas. —Le he contado a C.J. lo de Britta —anunció Samata a las demás. ¿Y tú qué piensas de la situación, C.J.? —quiso saber Meri. Me encogí de hombros. —Creo que Sam y Britta deberían tener cuidado. Taylor asintió. —Yo pienso igual. Quién sabe lo que Debbe es capaz de hacer. —Creo que Sam y Britta tendrían que decirle a Debbe «Que te den» —opinó Meri —. Debbe no puede impedir que estén juntas. —Bueno, Britta necesita acabar oficialmente con Debbe —dijo Taylor—. Y si no está dispuesta a hacerlo... ¡Sí está dispuesta! —replicó Samata de inmediato—. ¡Pero tiene miedo! ¿De qué? —preguntó Chantelle—. Debbe Lee es sólo una persona. Podrida y repugnante, pero una persona al fin y al cabo. En eso estoy de acuerdo con Meri. Las relaciones no surgen cada día. Has esperado mucho tiempo hasta encontrar a la mujer de tus sueños, Sam Britta y tú hacéis una pareja genial. Lo único que hace Debbe es jugar con Britta. Plántale cara, Sam —No estoy de acuerdo —dije—. Creo que este no es el mejor momento para desafiar a Debbe y obligarla a... —No me digas que estás de parte de Debbe —me interrumpió María. —No estoy de su parte —aclaré—. No estoy de parte de nadie. Lo único que creo es que... ¿Sam y Britta deberían dejar que Debbe las mangoneara, las manipulara, las acosara de esta manera? —preguntó María. —No estoy diciendo eso —argumenté. —No se puede ir con cuidado cuando estás enamorada —afirmó Chantelle—. Estás enamorada y punto. Los sentimientos ya son lo bastante complicados. Pero Taylor tiene razón. Britta tiene que cortar sus lazos con Debbe.
¿Y eso cómo lo va a hacer? —preguntó Samata. —Tiene que decirle: «Debbe, tú y yo hemos terminado. Quiero a Samata y voy a estar con ella» — aventuró María. —Yo puedo decirle eso a Debbe —dijo Samata. —No tiene que venir de ti, nena —negó Chantelle—. Tiene que salir de Britta. Así Debbe sabrá cómo se siente Britta, no sólo cómo te sientes tú. —Pero ella no está lista para hacer eso y decirle ese discurso —repuso Samata. —Entonces deja las cosas como están y acéptalo —le aconsejó Taylor—. O acaba con la relación. —Eso no lo hago —repuso Samata. —No, no deberías —se mostró de acuerdo María. —Britta tiene que romper con Debbe cuando esté preparada —dije—. Puede que ahora no sea el momento adecuado. Ya sabéis que L-TV apenas acaba de despegar y Debbe... ¿Por qué apoyas a Debbe? —me cortó María—. Es como si... ¡Oh! Estás celosa, C.J., ¿verdad? Lo estás pasando mal con la relación de Debbe y... ¡No lo estoy! —grité. En la mesa, todas enmudecieron e incluso hubo algunas clienta que andaban cerca que callaron al oírme. Di un sorbo de cerveza, dejé la jarra y apoyé las manos sobre la mesa —. Lo siento —dije bajando la voz—. No pretendía ponerme tan a la defensiva. No estoy celosa porque Debbe esté con Britta. Créeme, ella misma me ha curado de esos sentimientos con su técnica de terapia de aversión, ya mientras estábamos juntas. Soy la primera que querría castigarla, verla con el corazón hecho pedazos. Lo digo en serio. No sabéis cuánto tiempo después de romper estuve rogando por que Debbe quisiera volver conmigo, por que se diera cuenta de que me quería... y así poder romperle el puto corazón cuando volviera a mí a rastras. —Me gusta esa fantasía —respondió Chantelle—. Mmm, me encanta. —Pero su relación con Britta no tiene nada que ver con el amor —continué—. Tiene que ver con el control. Con Debbe todo tiene que ver con el control. Si Samata y Britta no estuvieran juntas, Britta no significaría nada para ella. Pero ahora puede controlar a Britta y de eso se trata. Por eso no creo que sea buena idea desafiar a Debbe en este terreno o empujar a Britta a hacer algo que podría ser tan peligroso como encender una cerilla al lado de un bidón de gasolina. María abrió la boca para protestar, pero Samata le puso la mano en el brazo rápidamente para que guardara silencio. Entonces se levantó para recibir a Britta. Britta me miró a los ojos antes de desviar la mirada y sentarse al lado de Samata, que la besó en la mejilla y le cogió la mano. —Te he aflorado —le dijo. —Vale, tortolitas —sonrió Chantelle—. Puede que las dos viváis para amaros, pero las demás vivimos por el reconocimiento de la industria. Queremos gustarle a la gente, pero gustarle de verdad. Así que cuéntanos, ¿cuál es el programa de los Premios TV Guide, C.J.?
—Quiero que al menos una de nosotras se lleve unEmmy —dijo Taylor. —Oh, esa seguro que será C.J. —opinó Meri—. Señora Presidenta será la serie dramática a batir. —Bueno, acordaos de la nueva categoría: el mejor reality-show del año —recordó Taylor—. Creo que Gran familia feliz estará nominada. —Gracias, Taylor —sonrió María. ¿Y qué hay de La granja de cuerpos? —preguntó Samata. —Si no se asesina a nadie de verdad, ¿qué tiene eso de tele realidad? —sonrió Meri. —Cualquiera de nosotras podría estar nominada como mejor serie del año — opinó Chantelle. —Y luego están los premios a la mejor actriz y actriz de reparto —apunté—. T- Rex podría ganar algo por su papel en No olvides nunca. Chantelle cruzó los dedos en alto. —Eso espero, C.J. —Yo me conformo con estar nominada —dijo Taylor. —Entonces, ¿en qué categorías podríamos tener posibilidades? —preguntó Meri. Carraspeé. —Los Globos de Oro se entregan a finales de enero. Las nominaciones a los Emmys salen poco después. Luego están los premios del sindicato de actores y los Premios TV Guide a principios de marzo. —Que es cuando salgo de cuentas —intervino María. —Entonces vienen los People’s Choice Awards —proseguí—. Los Emmys se entregan en septiembre. ¡Fantástico! —exclamó Chantelle—. No dejaremos de llevarnos premios. Supongo que eso significa que tendré que empezar a buscarme un apartamento, porque necesitaré sitio para ponerlos. ¿Nosotras nos quedamos nuestros premios, C.J.? —preguntó Samata—. ¿O los premios se los quedará L-TV? —Sois vosotras las que dirigís las series —dije—. Por lo que a mí respecta, los premios son vuestros. —Entonces yo dormiré con los míos —sonrió Meri. ¿Y dónde dormirán las nenas que te lleves a la cama? —le preguntó Taylor. Meri levantó su vaso en el aire. —Me alegra anunciar que acabo de inaugurar mi segundo mes de celibato, amigas mías. Y, ¿sabéis? No está tan mal. Chantelle puso los ojos en blanco.
¿Ah, no? Entonces pruébalo durante unos cuantos años, reina de la fiesta. Luego me dices qué tal sienta. Meri dio un trago, dejó la jarra en la mesa y paseó los dedos sobre el cristal. —Sencillamente, no está mal tener tiempo para mí. Es raro, pero estoy llegando a conocerme a mí misma de verdad. Antes nunca me había dado la oportunidad; siempre estaba con alguien—Meri echó un vistazo circular a la mesa y se encogió de hombros —. Burlaos de mí todo lo que queráis. Pero para mí es algo nuevo, lo estoy intentando y de momento me va muy bien. Taylor chocó su vaso con el de Meri. —Me alegro por ti. Meri le sonrió. —Gracias. Querría... bueno... me gustaría tener lo que tú tienes con Britta, Sam Me gustaría saber lo que se siente al estar enamorada de alguien de verdad. Me gustaría... eh... no sé, ser yo misma. Y llegar a conocer a otra persona. Así que me estoy tomando este tiempo para conocerme. Quizás algún día pueda tener una relación seria con alguien. —Que alguien me pellizque —pidió Taylor—. Porque debo de estar soñando. Meri alargó la mano y le dio un pellizco a Taylor en el brazo. ¡Ay! ¿Ves lo que te has perdido por no salir con nosotras, C.J.? —me preguntó Chantelle—. ¡Vidas y amores de las guionistas de L-TV! —La nueva serie de L-TV—bromeó Taylor. —Bienvenida de nuevo, C.J. —me dijo Meri con una sonrisa. «Creo que te has equivocado con estas escritoras», le dije mentalmente a Debbe. Entonces miré a Britta y le aseguré en silencio: «No le diré a un alma lo que sé de ti». «Sé que no lo harás, C.J. —me pareció oírla responder en mi cabeza—. Sé que puedo confiar en ti.» NUEVE días, C.J. Sólo me quedan nueve días —me dijo María, mientras abandonábamos el ambiente caldeado del bar por la puerta trasera del Alley’s y nos sumíamos en la fresca noche otoñal. Nos dirigimos al aparcamiento que había detrás del bar. Britta y Samata habían sido las primeras en marcharse aquella noche, seguidas de Taylor, que iba a llevar a Meri a casa, y luego Chantelle, que tenía que coger el último metro para llegar a su apartamento. Como yo me había ofrecido a pagar la última ronda y la camarera había tardado un poco en cobrarnos porque el bar estaba a reventar, María había dicho que me haría compañía hasta que trajeran la cuenta. ¿Nueve días? —le pregunté, mientras me subía el cuello de la chaqueta de piel y buscaba las llaves del coche en los bolsillos.
¿No me has estado escuchando cuando les he contado a todas qué...? Ah, ¡es verdad!, estabas en el baño —recordó María, que arrugó los hombros y se metió las manos en los bolsillos del abrigo. Su aliento era blanco en el aire helado de la noche —. Hace fresquito... hoy, ¿verdad? C.J., ¿podrías ir... un poco... más despacio? Me volví y vi que María se había detenido unos metros detrás de mí. Me sonrió fugazmente cuando le miré la barriga. —Aquí está la futura mamá pato, arrastrando el trasero —rió, entre jadeos—. Ahora anadeo por dos, C.J. No me extraña que muchas de las mejores atletas femeninas apenas tengan pecho. No me imagino arrastrando los kilos de más en un entreno y mucho menos caminar más de cien metros hasta el coche. — Caminó hasta mi altura lentamente y me puso la mano en el brazo—. ¿Te importa? —me preguntó—. La lluvia de anoche se ha helado un poco y me da miedo resbalar y caerme. Negué con la cabeza mientras notaba cómo un escalofrío me recorría la espalda con el contacto. «Con esa mano cogió el cuchillo con el que apuñaló a un hombre que... Oh, ¡ya basta!», le ordené a la voz de mi cabeza. —Gracias, C.J. ¡Buf! Si estoy así de cinco meses, no quiero imaginar cómo caminaré y respiraré al mismo tiempo cuando esté de nueve meses. Se supone que lo de ir corta de aliento no pasa hasta el séptimo mes. —Tómate tu tiempo —le dije—. No tenemos prisa. —Bien. Permanecimos de pie en la fría noche de noviembre. —Mira las estrellas, C.J —dijo María, levantando los ojos hacia el firmamento—. Creo que el otoño es mi estación favorita en Nueva Inglaterra. Todo parece limpio y fresco. Asentí. —Me gusta el otoño. ¿Siempre has vivido en Nueva Inglaterra? —Nací y crecí en Massachusetts. Después de la universidad viajé un poco, hasta viví un tiempo en San Francisco. Pero estaba impaciente por volver. Recuerdo estar sentada una mañana en una cafetería después de una larga noche de bares y pensar: quiero calabaza. Quiero manzanas dulces y crujientes. Quiero ver cómo las hojas de los árboles cambian de color. Y me muero de ganas de tener unas Navidades blancas. Así que dejé el trabajo, preparé el equipaje, hice algunas llamadas para concertar entrevistas de trabajo en Boston y me marché dos semanas después. San Francisco era precioso, no dudaría en volver por un tiempo. Pero no estoy hecha para quedarme allí para siempre. —Ya había oído algo parecido de los nacidos en Nueva Inglaterra. Echáis tanto de menos vivir aquí que cuando os marcháis os morís de ganas de regresar. ¿Cómo llevas vivir lejos de Puerto Rico?
María suspiró. —Echo de menos la isla. Es tan hermosa... Pero es agradable tener dos hogares y que estén lo suficientemente separados como para que no sea... bueno, incómodo. Además, mi familia es... digamos que nunca han aceptado mi estilo de vida. Sam y yo hablamos de ello a menudo: de lo diferentes que son las cosas en los Estados Unidos. No es que Puerto Rico no sea parte de los Estados Unidos, pero allí hay un modo de vida y una cultura diferente. ¿Tus padres saben que estás embarazada? María cabeceó. —No. Al final tendré que decírselo. No les hará ninguna gracia, eso seguro. Y todavía les gustará menos que quiera hacerlo sola. —María hizo una pausa—. O a lo mejor no. A lo mejor, si no les parece que esté formando una familia lesbiana, se lo tomarán mejor. Pero quiero encontrar a alguien algún día. Alguien que me quiera a mí y a mi hija. Alguien con quien pueda crear una familia. —Lo sé. Seguro que encontrarás a esa persona. María me dio un apretón en el brazo. —Yo no estoy tan segura, C.J. Estar embarazada o tener una hija no es que sea lo mejor para atraer pareja. —Puede que para la mayoría de las lesbianas no. Pero estoy convencida de que algunas os encontrarán muy atractivas, tanto a ti como a tu niña. Les pareceréis adorables. —Contemplé a María—. Creo que es verdad lo que dicen de las mujeres embarazadas. Estás radiante. Y si yo me doy cuenta, otras mujeres también lo notarán. María se apoyó un poco más en mí. —Eres muy dulce, C.J. Siempre sabes decir lo más adecuado. Siempre eres muy considerada con los sentimientos de los demás. —Ah, no te creas. Tengo mis días bordes. —Bueno, pues yo no te he visto ninguno. —Debbe sí, cuando estábamos juntas. Pero daba igual lo mala o desagradable que intentara ser con ella. Nunca pude llegarle al corazón. ¿Y quién puede? —suspiró María—. Creo que ya podemos caminar otra vez. —Bueno, ¿y qué es lo de los nueve días? —le pregunté, mientras atravesábamos el aparcamiento poco a poco. —Ah, eso. Es sobre la habitación que tengo alquilada desde hace un tiempo. Al parecer tengo que dejarla libre dentro de nueve días. Espera, ¿qué hora es? Giré la muñeca y miré el reloj. —Pasa de la una. —Entonces sólo me quedan ocho días. La mujer que tiene la casa tiene una familia muy grande y
supongo que vienen todos a pasar las fiestas con ella. Dice que incluso puede que alguno de sus familiares se mude con ella, así que necesita la habitación. Ha sido muy amable conmigo, pero la verdad es que no me lo ha dicho con mucho tiempo. Sólo hace dos semanas que lo sé y desde entonces he estado buscando algo parecido, pero no encuentro nada. Y ahora mismo no puedo permitirme un apartamento. Me gasto la mayor parte del sueldo cada semana dejando paga y señal para cosas de la niña. Y de todos modos tendré que encontrar otro sitio para vivir cuando nazca. Una habitación en casa de alguien no bastará cuando la tenga. Pero estoy adelantando acontecimientos. Quería preguntarte... verás... si he sacado el tema es porque, ah, a la mierda, C.J., te lo preguntaré directamente. Verás, me preguntaba si sigue en pie la oferta de que me quede en tu casa. Me sabe fatal pedírtelo y lo entenderé si me dices que no. Pero Taylor y Meri viven en estudios. Samata tiene a Britta en casa todo el tiempo y Chantelle vive con su hermana y sus sobrinos. Chantelle me ha dicho que podríamos buscar un sitio las dos juntas cuando tenga el bebé, pero la verdad es que no creo que quiera vivir con nadie, y ya se ha pasado bastante tiempo compartiendo casa con los hijos de otra. Me da la impresión de que al año de vivir juntas empezaría a buscarse otro sitio. Dice que quiere paz y tranquilidad y no sentirse en la obligación de cuidar a nadie, cosa que entiendo perfectamente. — María se calló y me miró a la cara—. Estoy en un callejón sin salida, C.J. Simple y llanamente. No te lo pediría si creyera que tengo más opciones. Te prometo que no seré una carga. Puedo tener a mi hija sola; no voy a obligarte a aguantarme a mí y a un bebé en casa. Sólo necesito un sitio ahora y puede que durante los próximos dos meses. Luego me marcharé. —No creo que sea necesario que digas que vas a mudarte a mi casa y que poco tiempo después vas a volver a marcharte. ¿No suena un poco tonto? Apartó la mirada y seguimos caminando. Al pasar sobre una pequeña placa de hielo negro, nos concentramos en no resbalar. —No tengo mucho, C.J. Muebles, me refiero. Así que no voy a meterte un camión de mudanzas en el porche ni te voy a llenar la casa de cosas. Lo poco que tengo está en un almacén y lo único que sacaré será mi cama. La habitación donde he estado hasta ahora estaba amueblada. No te crearé problemas. Creo que me dijiste que podía quedarme en tu sótano. No tengo por qué salir de ahí. Como mucho a lo mejor tengo que usar la cocina. O podría comprarme un microondas y calentar la comida abajo. Si tiene baño, entonces... —María... —Te pagaré, C.J. No puedo pagar mucho más de lo que pago ahora por la habitación. Sé que seguramente tu sótano será mucho más grande. Pero podría hacer cosas en casa. Ayudarte un poco. Me detuve y la miré. — ¿Como qué? ¿Construirme un muro de piedra delante de la entrada? ¿Levantar un tabique? ¿Cambiarme el tejado? ¿Pintarme la casa? María, no quiero que hagas nada en casa. Por amor de Dios, estás embarazada. —Eso no quiere decir que no pueda hacer nada, C.J. —Bueno, parece que te cuesta andar y respirar al mismo tiempo. —Vale, eso es verdad —asintió María—. Puede que no vaya a sentar un nuevo récord con la aspiradora o...poniéndote un techo nuevo, ni cambiando el pavimento de la entrada. Pero puedo hacer más cosas. Sé cocinar. ¡Se me da muy bien! Sé hacer de todo. Me gusta mucho cocinar con verduras y con
queso. Ahora como comida sana, nada de Big Macs ni empanadas grasientas... —María... —Y soy muy silenciosa, C.J. No pongo la música alta; no hablo mucho por teléfono. Por la noche veo un poco la televisión y leo. Sobre todo he estado leyendo libros sobre bebés. Estar en estado y cosas así. Es una pasada la cantidad de libros que hay sobre el tema. Se diría que las mujeres empezaron a tener hijos hace apenas unos años, como si fuera una moda nueva, y ahora todos esos... —María... —Y he hablado con las demás sobre ello, C. J. Sobre pedirte si podía aceptar tu ofrecimiento. Les parece buena idea. Creía que a lo mejor les parecería mal que me fuera a vivir contigo, ¿sabes? Que podían creer que me dabas un trato especial en el trabajo. Pero les ha parecido perfecto... —María, ¿te puedes callar un segundo? —Lo siento, C.J. Muy bien, lo entiendo... —Sí. -¿Sí? —Sí. Sí, María, puedes mudarte a mi casa cuando quieras. Puedes entrar y salir cuando te plazca. Hasta puedes sacar tus cosas del almacén, porque no tengo nada en el sótano, salvo mis pesas y mi banco de abdominales. El suelo tiene moqueta, está seco y es calentito. Y no está del todo bajo tierra, así que entra una luz muy agradable por las ventanas. ¿Estás segura? —Estoy segura. ¿De verdad? —De verdad. ¡Oh, C.J.! ¡Es fantástico! ¡Estoy muy contenta! —Solo pongo una condición. —Sí, sí, te pagaré. —No, no me vas a pagar. Dinero no. No me gusta que las amigas se paguen dinero. —Pero no quiero... —Sin embargo —la interrumpí—, acepto tu ofrecimiento en la cocina. Puedes ser la chef de la casa. No he comido un plato casero desde que fui a casa de mis padres en Navidad. A no ser que cuenten los sándwiches de mantequilla de cacahuete y crema de malvavisco, los huevos revueltos o los platos congelados que calientas hasta que rezuma el queso. —C.J., seré la mejor cocinera, ¡ya verás! ¡Gracias, gracias, gracias! —Marie me echó los brazos al cuello y me abrazó.
Su aroma especiado y exótico mezclado con el olor de tabaco del bar me llenó los pulmones, y el largo cabello oscuro de María me hizo cosquillas en la punta de la nariz. Noté su vientre redondeado y duro contra el mío y me aparté de ella de inmediato. —Lo siento —le dije, poniéndole la palma de la mano en la barriga. María me sonrió. —No me voy a romper, C.J. —Me pasó los brazos por los hombros, volvió la cabeza y se acurrucó en mis brazos—. Gracias. Por fin puedo relajarme. Me asaltaron un millar de preguntas, todas a la vez y de voz en grito, dentro de la cabeza. Sin embargo, no les presté atención. En lugar de eso, se me fueron los ojos al cielo, vi la Osa Mayor brillando en el firmamento y esbocé una lenta sonrisa. —Así que lo que quieres que haga es que convierta esto en un sitio cómodo para vivir, ¿no? La musculosa y basta mujer que presentaba el programa de bricolaje de L-TV La hora del martillo, una bollera muy machota cuyo nombre real era Betty Larson, pero que era conocida por dar unos puñetazos matadores a cualquiera que osara llamarla Betty en lugar de por su apodo, Lars, estaba en pie en medio de mi sótano, estudiando el espacio casi vacío. Llevaba un cigarrillo apagado en la oreja, que estaba cubierta de piercings, y otro encendido entre los labios. —Sí, me gustaría que quedara acogedor —le dije—. María Hernández se va a mudar aquí, puede que esta semana. Ya sé que no te doy mucho tiempo, pero... —El tiempo no es problema, C.J. Si me dijeras que necesitas que te construya una casa, te la haría así de rápido —afirmó, chasqueando los dedos tan sonoramente que me sobresalté—. Sólo pensaba... y corrígeme si me equivoco... que aquí se viene a vivir una tía preñada, ¿verdad? Está a punto de parir, así que supongo que querrá sitio para la cuna y esas cosas, ¿no? —Bueno, la verdad es que no había pensado tan a largo plazo. Sólo tiene que encontrar un sitio porque tiene que dejar la casa donde está a finales de... —Así que, escucha—continuó Lars—. Tienes todo este espacio abierto, ¿no? —Sí —asentí—. Puedo llevarme las pesas... —Anda ya, C.J. Son pesas, sí, pero tampoco son mucha cosa, que digamos. Pero bueno, eres escritora y trabajas en un escritorio. Como yo lo veo, los escritores ya ni siquiera tienen que levantar las hojas de papel para ponerlas en la máquina de escribir. Porque vamos, eso al menos era algo de ejercicio, ¿no? Pero ahora los ordenadores están conquistando el mundo. Te lo digo yo, lo están conquistando. Yo, en cambio, me paso el día levantando sacos de cemento y cargando con escaleras. Así que no te preocupes por las pesitas de marras. Abrí la boca para contestar, pero me lo pensé mejor y me limité a asentir. —Bien. Pues yo lo veo así: voy a construir una habitación separada para las pesas, para que no molestes a la chavala y a la chavalina cuando lleguen. Los niños tienen que dormir, ¿sabes? Ya puedes estar ahí haciendo ruido con las pesas sin pensar. —Bueno, una habitación sería realmente... Lars me puso una cinta métrica en la mano y señaló un rincón.
—Ve allá y mide esa pared. Fui adonde me había indicado. —Marca tres metros y luego otros tres. Hice lo que me ordenaba. —Bien. Esa será tu zona de ejercicio. Tan larga como tus diminutas pesitas. Y no te pongas en plan montar rutinas y estupideces de esas. ¡Sal a la puñetera calle y que te dé el aire! Y no me hagas hablar de las bicicletas estáticas. Si una cosa tiene ruedas es para moverse, ¿no te parece? Pero no, la peña sube el culo y ahí se quedan. —Sí, son bastante... —El caso es que en ese trozo tendrás espacio de sobra para tus ejercicios de nena. Con el resto del espacio... voy a coger ese aseo y lo haré un baño completo, con bañera y ducha. Una ducha no le basta a una preñada: les gusta darse baños y se cansan de estar de pie. Les duele la espalda y todo eso. Te lo digo yo: mi hermana parió a un crío y luego a dos, gemelos, como la gobernadora. Y si crees que Swifty estaba gorda como una casa antes de parir a los gemelos, mi hermana era una puta urbanización. En fin, luego levantaré media pared para dividir así por aquí... -me dijo, mientras señalaba la zona—. Así haremos un dormitorio y una sala de estar para María, para que pueda ver la tele. A lo mejor se podría poner una mecedora bonita en la sala. A las madres les encanta mecerse. Y esta ventana de aquí, la voy a hacer más grande y más larga, que ocupe toda la habitación a lo largo, para que tenga luz natural y no parezca una mazmorra. Y ahí pondré la puerta para tú entrada. Sería corredera, así tendrá más luz. Y aquí...dijo Lars, caminando hacia la zona del dormitorio que acababa de describir—... haré una zona para la cría. Pondré una guía en el techo y colgaré una cortina para que la chiquilla tenga intimidad y se pueda correr para que no haya tanta luz cuando eche la siesta. -Vaya. Todo eso suena muy bien, Lars. —Pues claro —resopló esta, que carraspeó y se limpió la nariz con el dorso de la mano—. Cocina completa aquí no vas a poder poner, si no es que te peleas con el ayuntamiento y te pasas por el forro un par de leyes de vivienda. Menuda panda de imbéciles. Además, por lo que sé, están especialmente quisquillosos en este pueblo tuyo tan relamido, así que dudo que valga la pena intentarlo. Lo que le puedes meter a María es una nevera mediana, un microondas y un hornillo. Te haré estanterías y arreglaré la instalación eléctrica para que no pete. Y con eso estará tan a gusto como un oso hibernando en su cueva. —Todo eso suena fantástico, Lars, pero acuérdate de que se muda a finales de... —C.J., ya sé cuándo me has dicho que viene. No estoy sorda Lo que te digo es lo que puedo hacer con ese plazo. Eso sí, si me das más tiempo, puedo hacer molduras bonitas y cosas de esas, pero como no me lo das, eso es lo que vamos a hacer. Mi equipo se muere de ganas de hacer otra obra antes de las vacaciones, porque se acumulan las facturas. ¿Te parece bien el presupuesto que te he dado? —Sí, pero no creía que incluyera todo lo que has... —C.J., baso mis presupuestos en lo que voy a hacer. No pienso joderte. Pero tengo que ponerme manos a la obra para dejarlo todo listo. Largo de aquí, déjame trabajar. Ya te diré cuándo puedes bajar.
Asentí. —Perfecto. Lo que tú... —Oh, y hazme una cafetera de café bien grande. Nada de gilipolleces de esas de vainilla o avellanas mierdosas. Cargado, solo y bien caliente. Para el mediodía querré seis pizzas familiares con todo y un pack de Coca-Colas. Ni light ni sin cafeína ni nada de eso: una puta Coca-Cola como dios manda. Y sobre las cinco querremos raciones del Kentucky Fried Chicken. Tamaño familiar. Y sin ensalada. Los vegetales son una pérdida de tiempo, así que ni me hables de los vegetarianos. O de los PETA de los cojones, que van por ahí lloriqueando con que no pesquemos peces, porque los pobrecitos sienten dolor cuando se clavan el anzuelo. Sí, claro. Cuando la maldita trucha entre en una papelería y compre una tarjeta Hallmark porque son todo corazón, a lo mejor me pienso dejar la cabaña que tengo en Maine. Oye, ¿te gusta el venado? Porque voy a Maine cada año y siempre intento traerme un buen macho. La próxima vez que cace uno te traeré carne. —La verdad es que nunca he... —Pero bueno, sobre el Kentucky. La ensalada fuera. Doble ración de puré de patatas, doble razón de bollos y salsa para seis. Y dos litros de leche por persona. Ni se te ocurra bajar mierda de esa desnatada. Entera o nada. Si pudiéramos la chuparíamos directamente de la teta de la vaca. Con eso aguantaremos toda la noche. Seguro que piensas que comemos como puñeteras cerdas, pero en un trabajo como este, en realidad perdemos peso. Que no falte comida ni bebida a las horas que toca y no habrá ningún problema. Ale, ale. El tiempo vuela. Dos días después, cuando hacía la entrega del mediodía de las seis pizzas y el pack de Coca-Colas para Lars y su Cuadrilla, contemplé el sótano con asombro. Ya estaba convertido en un apartamento de lujo. Le di la vuelta poco a poco y me fijé en las paredes forradas de paneles, las ventanas nuevas y la puerta corredera que salía al patio trasero. —No te flipes, C. J., que aún no hemos acabado —me gritó Lars, cuya voz me llegó por encima de los martillazos y la sierra eléctrica que manejaba su cuadrilla. —Lars, ¡es maravilloso! —le grité. —Ah, joder —respondió con voz estentórea—. Si todavía está hecho un asco. Cabeceé. —No estoy de acuerdo —negué—. ¡Esto es increíble! —Eh, ¡silencio todo el mundo, joder! —gritó Lars por encima del ruido. Los martillazos y la sierra se interrumpieron de golpe. —Id y coged vuestra comida. Os la coméis fuera, para no enguarrar esto todavía más. Y cogeos unas cuantas servilletas. La cuadrilla de Lars, compuesta por cinco lesbianas forzudas, se puso en fila obedientemente, cogieron una pizza y una Coca-Cola cada una, me dedicaron una mirada fugaz y una inclinación de cabeza tímida y, tras farfullar un «gracias», desaparecieron por la puerta corredera. —Y cerrad la puta puerta cuando salgáis. Que no vivís en un establo. Lars me miró y meneó la cabeza.
—Intentas enseñarles un poco de clase, pero es una batalla perdida, te lo digo yo. —Levantó la tapa de la caja de pizza que me quedaba en las manos, abrió la boca y engulló medio trozo de pizza de un bocado. Masticó unas cuantas veces y tragó—. Has contratado a las mejores, C.J. Pero eso ya lo sabes. Igual que todo el mundo. Me encanta mi programa en L-TV no te digo que no, pero me tiene un poco apartada de todo esto, ¿sabes? Me gusta más currar que explicar cómo se hacen las cosas. Además, hay cosas del programa que tampoco son las que haría yo, ya me entiendes. Vamos, que hay que darle a la gente lo que quiere, ¿no? Pero los gays se empeñan en querer meter en casa cosas estúpidas. Sólo los maricas necesitan que sus casas parezcan una puñetera tienda de curiosidades. «Necesito hacer sitio para mis tazas de té antiguas» —imitó Lars, en tono agudo y ceceante, mientras gesticulaba con una mano tonta —. « ¿Me enseñarías a construir un búngalo para la piscina? Necesito una barra para mezclar cócteles. ¿Qué puedo hacer para exhibir mi colección de pisapapeles de cristal soplado?» —Lars soltó una risita —. Necesito, necesito, necesito. Y las tías sólo quieren bañeras de hidromasaje y bi-blio-te-cas — enunció Lars con una mueca—. Si pudiera ir a mi bola, me pasaría el tiempo construyendo. Pero la putada de la construcción es que no puedes depender de ella. Pasas de ir de culo a quedarte de golpe mano sobre mano. Entonces me da por la cerveza. Todo el día bebiendo cerveza. Porque si dejas la cerveza, ¿qué vas a hacer para pasar el rato? ¿Quedarte ahí sentada sintiendo lástima de ti misma? Entonces fue cuando conocí a Debbe Lee y empezamos a hablar del programa. Me salvó el culo, eso hizo. También me encontró trabajo hasta que empezáramos a grabar el programa y cobrara una nómina. Me dijo que, mientras me mantuviera alejada del alcohol, me tendría en L-TV Lo pone en mi contrato, que tengo que mantenerme sobria, y eso he hecho. Si recaigo me quedo en la calle. Es rígida, esa mujer. Dura. Me gustan duras. Es una luchadora, eso es lo que es. No aguanta gilipolleces de nadie. —Bueno, realmente es muy... —En fin, no puedo pasarme el día oyéndote cotorrear, C.J. —me interrumpió Lars —. No si quiero cumplir con el programa. Gracias por la manduca. Ahora largo de aquí. Cuando unos días después detuve el coche en la entrada al volver del trabajo, con la parte trasera del coche repleta de bolsas y cajas de Kentucky Fried Chicken y las ventanas abiertas pese al frío que hacía de noche para que saliera el nauseabundo olor a frito, la camioneta de Lars y las camionetas medio destrozadas de sus trabajadoras habían desaparecido. Pulsé el botón para abrir la puerta del garaje, esperé a que se abriera y aparqué dentro. Entré con toda la comida en brazos como pude y me dirigí a la cocina. Sobre el mármol había una pila de recibos y al lado estaba la factura mecanografiada de Lars haciendo referencia al presupuesto que me había dado, así como una nota escrita a mano. C.J.: Hemos acabado. Como habrás visto. Te dejo la factura por el trabajo. También necesito que me pagues los recibos. Son de los electrodomésticos y las cosas. Nos hemos adelantado y hemos salido a comprarlos, porque María nos ha dicho que adelante, que los compráramos. Dice que lo pagará ella, pero no quiero que lo haga, deberías hacerlo tú ¡bastante va a tener ella con cuidar de su bebé! También le he preguntado dónde tenía sus cosas almacenadas. Me ha parecido que no tendría que cargar peso, así que mi cuadrilla y yo hemos ido y hemos traído sus cosas. El recibo del trastero también te lo he dejado, ¡págaselo! Lo hemos colocado todo, para que parezca una casa, pero la tendrás que ayudar a moverlo adonde quiera ponerlo, ¡no puede levantar nada! No la dejes. Háblales de mí a tus amigas, ¿vale? Te he dejado mi tarjeta. Muy bien, eso es todo, ¡¡¡que no levante nada!!! Y si algún día te decides a hacer pesas de verdad y hacer un poco de músculo, delgaducha, me llamas. No te cobraré, ¡los consejos son gratis!
Lars PD.: También he puesto un asa de seguridad en la ducha, ¡ ¡ ¡la necesita!!! Pero no le digas que es una barra para minusválidos. Así la llaman, pero ella no es ninguna minusválida y las tías preñadas se lo toman muy mal si las llamas así, ¡es un asa de seguridad! PD2: Dile a María que la mecedora que hay en su sala de estar es suya. La hice hace un tiempo y ya no la necesito, ¡ ¡es suya, no tuya!! PD2 (bis): Una amiga de la telefónica le ha instalado la entrada de línea abajo a María. ¡TODO LISTO! Salí de casa, tiré la comida grasienta al contenedor y encendí las luces de la cocina, la sala de estar y el comedor, de camino a la puerta del sótano. En cuanto abrí la puerta me llegó el olor de madera recién serrada. Bajé las escaleras y le di al interruptor de la luz al llegar al descansillo, Las luces en riel iluminaron un sótano que había sido transformado en una vivienda con todas las comodidades. Había estanterías de media altura, diseñadas para hacer de separación entre la sala de estar y el dormitorio, en donde Lars y sus chicas habían colocado la cama de María, la rinconera y sus mesitas de noche. También habían construido una barra americana para desayunar y habían puesto el suelo de linóleo entre la barra y el fregadero, para diferenciar el área de la cocina. El frigorífico estaba enchufado y emitía un zumbido tentador. También habían colocado un microondas en el mármol, con su libro de instrucciones y la garantía. Detrás del fregadero había una hilera de elegantes azulejos españoles, que protegía la pared de las salpicaduras. Encima de la encimera había estantes a la vista, liara poner utensilios de cocina, y Lars había construido un especiero y una despensa de madera para la comida seca o en lata. Había varias cajas de cartón de tamaños diversos en un rincón, con la palabra cocina escrita en los laterales. Salí de la cocina y paseé por la sala de estar. En el centro había una mecedora, con un lazo rojo pegado. También habían colocado más muebles. Eché un vistazo circular y luego apreté un botón que había en la pared, cerca de la puerta corredera. Se encendió un foco fuera y reveló un caminito de ladrillo que iba hasta a la puerta desde el patio trasero. Otras luces más pequeñas iluminaban el sendero en toda su longitud. Apagué la luz del exterior y entré en el baño. Las baldosas de color blanco relucieron y se reflejaron en el enorme espejo que había encima del lavabo, iluminado con bulbos halógenos. Había también un armario de baño de gran tamaño y un formidable toallero. La nueva bañera con ducha era resplandeciente. Me planteé mudarme allí yo misma y dejarle a María el resto de la casa. Volví a la sala de estar y pasé los dedos por el respaldo de la mecedora. Traté de imaginarme a María allí sentada, meciéndose lentamente con su niña en brazos. A lo mejor le cantaría nanas; contemplaría ausente el patio trasero mientras el bebé le hocicaba dulcemente los pechos. El largo cabello le caería... Tomé aire de golpe y me di cuenta de que había estado conteniendo el aliento. Retiré la mano de la mecedora, apagué las luces y salí del sótano. Cuando me acabé mi plato precocinado individual—calentar y listo—, encendí la chimenea, me senté en una butaca orejera y cogí un ejemplar de Estar en estado. Samata nos había traído un ejemplar del libro a cada una aquella semana, al acabar una reunión, porque, según nos había dicho, «Tenemos que
saber cómo lo pasa María. Y también tenemos de apoyarla y eso sólo lo sabemos hacer si leemos sobre ella estando encinta». Chantelle había echado un vistazo al libro y había soltado un bufido. —Ya he pasado por eso. Gracias, pero no, gracias, Sam Con mi hermana ya lo he visto suficientes veces. Podría haber escrito el libro yo misma. Samata pareció dolida por el comentario de Chantelle. —Pero cada mujer es diferente —argumentó—. Eso lo he leído aquí. María cogió el libro de Samata y le dijo a Chantelle: —Sé que a lo mejor es pedir demasiado, pero me preguntaba si querrías ir a clases preparto conmigo. La verdad sobre... en que no quiero ir sola y, como parece que sabes mucho sobre... Chantelle levantó la mano de inmediato para hacer callar a María y extendió la mano para tomar su libro. No quiero decir que lo sepa todo—aclaró—. Y sería un honor ir a clases contigo, tía. Sólo digo que mi hermana no necesita más hijos. Joder, ni siquiera creo que quiera a los, que tiene. Y a veces me da la impresión de que me guarda rencor por todo lo que la ayudo; cuánto me necesita. Pero tú quieres a tu bebé de verdad, María, y te ayudaré en lo que pueda. Me conformo con que no empieces a llamarme papá, ¿vale? A Samata se le iluminó la cara. Entonces ya está bueno —dijo—. Todas lo entenderemos. Y ahora Britta y yo somos voluntarias para organizar una fiesta para el bebé. Y yo pondré agua a hervir —intervino Meri, sonriente. ¿Yo qué puedo hacer? —preguntó Taylor. Tú puedes asistirla en el parto —contestó Meri. Taylor negó con la cabeza. Ni de coña. Entonces haré de canguro. Cuando ya le hayan limpiado la sangre. ¿Sabes lo de los pañales y el reflujo, verdad? —le preguntó Chantelle. Ayudaré a Sam y a Britta a organizar la fiesta —rectificó Taylor rápidamente. Una noche, mientras cenaba, empecé a leer el libro y pronto me di cuenta de que gran parte de su contenido no era apto mientras una hacía la digestión. En cada capítulo se describían al detalle los nueve meses de embarazo y los síntomas, físicos y emocionales, que podía experimentar la futura madre. A medida que avanzaban las semanas, me encontré con algunos síntomas bastante inquietantes. Leí sobre nauseas y vómitos, secreciones vaginales descritas meticulosamente, con nombres aterradores como leucorrea, estreñimiento constante, gases e hinchazón, hemorragias nasales ocasionales, pezones que gotean y hemorroides. Aparté la cena a medio comer y me pregunté por qué alguien en su sano juicio querría quedarse embarazada. Sin embargo, una vez que separé la comida de los intentos de aprender sobre el embarazo de María, el libro resultó una lectura de lo más interesante. Cuanto más leía, más me maravillaba que María fuera capaz de ir a trabajar cada mañana, especialmente en un puesto de tanto estrés como el que implicaba
estrenar serie en un canal por cable de nueva creación. Me asombraba la capacidad de María para aguantar aquella enorme presión, física y emocionalmente. Por otro lado, me dije, era algo que las mujeres hacían todo el tiempo, ¿o no? Sencillamente, me respondí mentalmente, no en mi casa. ¿DIEZ platos? —le pregunté a María, al encontrarme la mesa del comedor puesta para la cena de Acción de Gracias del día siguiente. Había un arreglo de flores secas en el centro de la mesa, que aportaba el toque festivo de los tonos otoñales: amarillos, naranja oscuro y hojas de arce rojas. Alrededor del centro había velas, y delante de cada silla había servicio completo de tenedor, cuchara y cuchillo de dos tamaños a ambos lados de la vajilla de loza. La mesa está preciosa, María. ¿Pero diez? Creía que sólo seríamos las guionistas. Y que cenaríamos en el salón, delante de la tele, mientras vemos el partido de fútbol americano. —Es Acción de Gracias, C. J., no una fiesta de nachos. —De acuerdo, pero ¿diez? —Sam ha invitado a Britta, como es natural —respondió María desde la cocina, en donde estaba rehogando cebolla picada en la sartén. Contemplé a María mientras removía la sartén con una cuchara de madera. Se había mudado al sótano hacía poco más de una semana y se había quedado de piedra con la reforma de Lars. También se sentía horriblemente culpable de que yo me negara repetidamente a cobrarle un alquiler. —Pero, C.J., ¿sabes lo que costaría alquilar un sitio de este tamaño en esta ciudad? —me había preguntado. —Ni lo sé ni quiero saberlo —le había contestado yo. Habíamos discutido sobre el tema durante horas, pero una vez que quedó convencida de que el único pago que aceptaría por vivir en mi sótano sería que cocinara para las dos, me había pedido que le subiera las cajas en donde ponía «cocina» y había equipado mi cocina con multitud de utensilios, boles y electrodomésticos que yo ni siquiera sabía que se necesitaban para hacer buenos platos. Desde entonces desayunábamos y cenábamos juntas y habíamos instaurado la cómoda rutina de ir y venir del trabajo en un solo coche, aprovechando que teníamos grabados varios episodios de nuestras series y no empezaríamos a grabar de nuevo hasta el año siguiente. Nos levantábamos pronto y desayunábamos sin prisas, compartíamos un ejemplar del Boston Globe y, por la noche, disfrutábamos de las cenas que preparaba María. Después de cenar, si hacía buen tiempo, a veces dábamos un paseo por el vecindario las dos juntas. Luego echaba unos leños a la chimenea y nos acomodábamos en la sala de estar, escuchábamos música o leíamos antes de acostarnos. Nos llevábamos de maravilla y disfrutábamos mucho de la compañía mutua fuera de horas de trabajo. Al principio nuestras conversaciones eran sobre el trabajo y la gente de la oficina, pero poco a poco habíamos empezado a hablar como amigas. Compartí con ella varias cosas de mi vida y también aprendí más de la suya. Una mañana, me desperté con la certeza de que ya no me importaba lo que Debbe me había contado de María ni de las demás guionistas.
El calor que subía del fogón de la cocina había hecho que María se sonrojase. Llevaba el pelo cogido y apartado de la cara, pero algunos mechones le caían sobre la frente. -¿Qué? —me preguntó al levantar la vista y mirarme a los ojos, -Nada. -¿Nada? -Bueno, es que estás radiante. Será por lo del embarazo... Ay, por amor de Dios, C.J. Lo que estoy es roja como un tomate. No todo guarda relación con el embarazo, mujer. Ojalá dejases de leer el libro ese. Últimamente no haces otra cosa. Ahora deja de mirarme fijamente y ve a buscar las sillas plegables que decías que tienes en el garaje. Voy. Está en mi lista de tareas. ¿Así que Britta vendrá mañana? Eso me ha dicho Sam Supongo que Debbe tiene otros planes. O Britta se habrá sacado de la manga una excusa lo bastante buena para que no la obligase a pasar la noche con ella. Sea como sea, vendrán las dos. -Bueno, qué bien que puedan pasar las fiestas juntas. —Supongo que sí. Pero lo cierto es que Britta tiene que romper de una vez con Debbe. Sigue yendo de un lado a otro entre Sam y Debbe. Ya lo sé. Pero no le resultará fácil. —Aun así, tiene que hacerlo. Debbe ha estado hablando sobre no sé qué viaje adonde se quiere llevar a Britta. A una casa de multipropiedad que tiene en Aspen, creo. —Ah, sí, me acuerdo de Aspen. Bonita casa, unas pistas de esquí fantásticas y tiendas caras. Pero demasiadas conejitas esquiando con sus monos sexys y apretados: Debbe no daba abasto. Y no es que no lo intentara durante todo el tiempo que pasamos allí. Yo no era más que un copo de nieve entre una avalancha de competidoras. —Ya, bueno. Britta no quiere ir. Y Samata quiere que vaya aún menos. ¿Cómo va a librarse Britta? María se encogió de hombros. —En algún momento se abrirá la caja de Pandora, seguro. Sam cada vez presiona más a Britta para que resuelva este asunto. Y sabes que Chantelle va a traer a T-Rex, ¿verdad? ¿En serio? ¿Va a traer a Doña Decathlon, la estrella de su serie, la misma que acaba de ser portada en Entertainment Weekly, a mi casa? —Sí, al parecer están saliendo —dijo María, mientras se ponía a cortar verduras en una tabla de cocina. ¿Saliendo? María asintió. —Citando a Chantelle, «Muy cierto, tía». Fueron a tomar un café, una noche se fueron al cine, otra
noche salieron a cenar... ¿De verdad? ¿Y cómo le va? —Bueno, Chantelle está en la gloria, por mucho que me diga que no es nada serio y que no quiere liarse con nadie ahora mismo, después de llevar tanto tiempo soltera. Pero se le ve en los ojos, C.J. Está loca por ella. ¿Y ya han... ya sabes? ¿Si se han acostado? Todavía no. Pero Chantelle dice que T-Rex besa mejor que nadie con quien haya estado nunca. Bueno, sí que tiene unos labios carnosos adorables. -Y mucho más —sonrió María. -Ya te digo, ¡ay, mamita! —exclamé, mientras me agarraba los pechos con las manos—. Dile a Chantelle que te confírme si son de verdad cuando llegue a la segunda base. Oh, sí son de verdad. -¿En serio? ¡Guau! ¿Y qué crees que siente T-Rex sobre nuestra Chantelle? Por lo que yo sé, está en la misma nube que Chantelle. -¡Me alegro por ellas! Entonces seremos tú, yo, Sam y Britta, Chantelle y T-Rex, Meri, Taylor... -Y la ex de Taylor. Dejé lo que estaba haciendo en la mesa y entré en la cocina. -¿La ex de Taylor? Creía que la semana pasada había cortado de raíz su último intento de volver con ella. Pásame el pan, ¿quieres? —me pidió María, mientras frotaba un manojo de hierbas y las iba espolvoreando sobre la sartén. Cogí el trozo de pan que había en la encimera y se lo di. Lo último que había oído era... ¿Taylor no dijo que después de todos los correos electrónicos y luego las llamadas telefónicas le había dicho a su ex que no quería volver con ella? María asintió. ¿Tú te crees? Taylor se pasa meses esperando que esa mujer cambie de opinión y vuelva con ella, pero ella no hace más que rechazarla. Y ahora que Taylor ya lo había superado, de repente le suplica volver. «Todo fue un error», le dice —María soltó una carcajada—. Como si fuera la primera vez que oímos eso. —Supongo que a la ex la habrá plantado la mujer por la que había dejado a Taylor. —La misma canción de siempre, ¿verdad? —me preguntó María, que empezó a cortar el pan en cuadraditos—. Pero no te lo pierdas. Ahora Alana, la ex de Taylor, dice que está dispuesta a mudarse a
Boston para empezar con ella de cero. De hecho, hace un par de días se montó en un avión y se plantó aquí para hablar con Taylor cara a cara. Está alojada en un hotel de Boston. ¿Te acuerdas de que Taylor nos contaba que ella se había mudado de Chicago a Nueva York sólo para estar con Alana? Ahora Taylor tiene la sensación de que por fin Alana va en serio, porque dejaría atrás su vida en Nueva York por ella. Pero también dice que es demasiado tarde. Esa mujer le destrozó el corazón y ahora diría lo que fuera para recuperarla. ¿Y entonces por qué la invita a cenar? María cogió la cuchara de madera y removió las verduras que acababa de echar en la sartén. —Eso se le ha ocurrido gracias a Meri. Taylor no dejaba de repetirle a Alana que no, que no podían volver a estar juntas, ¿vale? Pues Alana no dejaba de preguntar por qué. Y Taylor se lo decía una y otra vez: porque fuiste lo peor, te comportaste como una cabrona, me engañaste. Porque me rompiste el corazón, etc. Y Alana dale que dale con los «Sí, pero...». «Sí, pero eso no significó nada. Sí, pero cuando pasó sentía que nuestra relación no iba a ninguna parte y que no éramos felices juntas.» Sí, pero. Sí, pero. Sí, pero. Al final, Meri va y le dice a Taylor: « ¿Por qué no le dices que estás enamorada de otra persona? Que ya no te interesa volver con ella porque hay alguien más en tu vida y no quieres romper tu relación». —Muy bien —dije yo, mientras cogía unos cuantos dados de pan que habían quedado sueltos y me los metía en la boca—. Es un plan, salvo por... —Ya, salvo por el hecho de que cuando Taylor se lo dice, Alana suelta: « ¿Y quién es? ¿Puedo conocerla? ¿Puedo ver a mi competidora? Si os veo juntas con mis propios ojos y me doy cuenta de que tu corazón le pertenece a otra, volveré a subirme al avión y no volveré a molestarte nunca más». Alargué la mano para coger más pan, pero María me dio un palmetazo cariñoso en la mano. ¿Quieres comerte el relleno ahora o en la cena de mañana? Eché un vistazo en derredor y reparé en las diversas ensaladeras y platos que había llenos de comida en varias etapas de preparación. ¿Me estás diciendo que no habrá comida suficiente para diez si me como tres daditos de pan más? —No se trata de eso, C. J. —repuso María, que se limpió las manos en el delantal y se volvió hacia mí —. Quiero que pruebes el mejor, el más fabuloso de los rellenos de pavo del mundo. Lo único que haces es comer pan, pero, querida, cuando pruebes mi relleno, lamentarás haber pensado siquiera en comerte un dado de pan que, en lugar de eso, podría haberse derretido en tu boca como parte del celebérrimo relleno Hernández. Puse los ojos en blanco, agarré un puñado de dados de pan y se los tiré. María cogió la cuchara de madera y me la agitó, juguetona, delante de la cara. —Como juegues con la comida ahora, C.J., no te dejaré sentarte en la magnífica mesa que he preparado. Te haré cenar uno de tus platos precocinados.
—Vale, vale. ¿Y a quién traerá Taylor a la cena para hacerle ojitos y que Alana la deje en paz? —Meri. Me quedé mirando a María. — ¿Taylor y Meri van a fingir que salen juntas? Oh, esto va a ser interesante. Se llevan como el perro y el gato. —Algo que, a ojos de Alana, no hace más que cimentar una relación, ¿no te parece? Es decir, ¿cuántas relaciones conoces que hayan empezado después de que una de las dos diga: «Ah, no aguanto a tal persona? No saldría con alguien así en la vida». —Eso es verdad. —Así que tendremos que seguirles la corriente, C. J. —Perfecto. Meri y Taylor están juntas. No de verdad, pero fingiremos que sí, porque queremos que Alana desaparezca de una vez por todas. De verdad. T-Rex y Chantelle salenjuntas... ¿Eso lo sabe todo el mundo? —Sí. —Vale. Y Britta y Sam celebran sus primeras fiestas juntas. Ay, cariño, ¿no es maravilloso cuando las niñas vienen a casa? María se echó a reír. —Sí, cielo. Pero crecen tan deprisa... ¿no crees? Levanté las manos. —Entonces seremos tú, yo, Sam, Britta, Chantelle, T-Rex, Taylor, la ex de Taylor, Meri —conté con los dedos—. Espera, me salen sólo nueve. —Y he invitado a Betty. —¿Qué Betty? —Betty Larson. —¿Lars? ¿Llamas Betty a Lars? —Claro, es como se llama. —Sí, pero... —Pero tú no puedes llamarla así. Lo sé. No sé por qué a mí sí me deja. —A lo mejor le gustas. —A lo mejor sí. ¿A ti te gusta? María bajó el fuego de la cocina y se volvió hacia mí con las manos en las caderas. —Oh, sí, C.J. Me gustan las mujeres marimachos. Duras, bruscas y toscas, justo lo que busco. ¿Por qué
crees que me vine a vivir contigo? Cuando me enteré de que hacías pesas en el sótano ya no pude dejar de pensar en venir a ver lo machorra que eras. Levanté un brazo, me arremangué el suéter y flexioné el bíceps. María me hizo ojitos. —Oh, Dios mío. C.J., para, por favor. Me estás poniendo cachonda. Estoy que ardo. Me bajé la manga y sonreí. —A lo mejor por eso Lars me construyó un cuarto separado para hacer ejercicio. Para que no me vieras flexionando mis enormes músculos y babearas por mí en lugar de por ella. —En realidad es como un osito de peluche, ¿lo sabías? ¿Lars? ¿Un peluche? —Es dulce —afirmó María, mientras echaba el pan a puñados en un gran bol. ¿Tú has visto cómo come? A lo mejor no nos llega la comida para llenarla. María se volvió con una sonrisa en la cara. —Dios santo, C.J. Me parece que estás celosa de Betty. Pero tú ya has tenido tu oportunidad conmigo, amiga mía. María se me acercó, con la ceja levantada—. Espero sola en la cama por las noches, esperando y rezando por que bajes al sótano y me cojas en brazos. Que me levantes de la cama, me montes en tu corcel blanco y cabalguemos hacia el amanecer. Solté una carcajada. —Obviamente no estás leyendo tu libro sobre el embarazo, sino que le das a las novelas románticas. —Obviamente. Ya ni me acuerdo de la última vez que hice el amor. Así que solo puedo fantasear con él en las páginas de las novelas. Pero ahora creo que por fin he encontrado a la mujer de mis sueños: una bollera musculosa y grandota que hasta me ha construido una mecedora. Acerqué el rostro al de María y empecé a canturrear. —María tiene novia... —No vayas por ahí, C.J., o tendré que sentarme encima de ti. Y créeme, estoy pasando de categoría peso pluma a peso pesado muy rápidamente. Aquella noche, algo más tarde, después de que María y yo cenáramos temprano y nos sentáramos un rato delante de la chimenea hasta que ella dijo que estaba cansada y fue a acostarse, bajé al sótano para subir las sillas plegables del garaje. Cuando llegué a las escaleras me encontré con Las luces encendidas. —María, ¿estás despierta? —Sí. ¿Te va bien que coja las sillas plegables ahora? —le pregunté, mientras giraba la esquina del
descansillo al final de las escaleras. —Claro. Eché un vistazo a la sala de estar y vi a María echada en el suelo, de lado y con las rodillas flexionadas hacia el pecho. ¿Te encuentras bien? —Me duele un poco la espalda. Creo que he estado demasiado rato de pie mientras cocinaba. ¿Puede hacer algo por ti? —Pues me encantaría un masaje, sobre todo en los riñones, pero no sé cómo hacerlo. Está claro que no puedo estar runcho rato echada boca abajo. A lo mejor si me frotas un poquito aquí —dijo, mientras apoyaba la mano sobre la cadera—. ¿Te importa? —En absoluto. Es lo que decía el libro... —Ya sé que el libro dice que es común que duela la espalda a los cinco meses — saltó María, que enseguida sé controló—. Perdona, C.J. Es que... mi cuerpo empieza a resultarme un poco extraño. —No pasa nada —le dije, mientras me arrodillaba a su lado. Le apoyé las manos en la cadera y empecé a masajearle el músculo agarrotado con delicadeza—. ¿Qué tal? María cerró los ojos. —Qué bien. Sí, muy bien. Seguro que me alivia. Seguí haciéndole el masaje lentamente, presionando con las yemas de los dedos sobre su camisón. —Creo que mañana no voy a dejarte hacer nada más. Deja que yo me ocupe de todo. Tú te sientas en una silla y me diriges. —Está casi todo listo —murmuró—. Lo único que tengo que hacer es rellenar el pavo por la mañana. Puedes ayudarme con eso. Es un pavo muy grande. —Lo sé. —Será una cena maravillosa, C.J. Sonreí. —Seguro que sí. Me apetece mucho. —A mí también. Hacía tiempo que no tenía una cena de Acción de Gracias como es debido. —Yo tampoco. Seguí masajeándole la cadera y la parte baja de la espalda durante unos minutos. ¿Quieres que te haga un masaje en la otra también? María asintió y abrió los ojos muy despacio.
—Tengo que girarme. ¿Me ayudas? Estiró el brazo y me lo pasó por los hombros, antes de inclinarse hacia mí. Le pasé la mano por el vientre redondeado y luego le rodeé la espalda con el brazo y tiré de ella hacia mí con delicadeza. Primero, María se tumbó de espaldas. Entonces se detuvo. Yo la miré. María me apretó el hombro y me miró a los ojos. Yo contuve el aliento mientras me hundía en sus profundos ojos castaños oscuros. María alargó el brazo libre y me acarició la cara con la palma de la mano. Moví la mano que tenía en su espalda y ascendí con los dedos sobre su cuerpo, hasta colocar la palma sobre su hombro. Le rocé el cabello con la yema de los dedos y empecé a juguetear con algunos mechones. María inspiró y a continuación tiró de mí para atraerme, mientras apoyaba la espalda en el suelo. Mis labios rozaron los suyos y el delicado contacto arrancó una oleada de calor que me recorrió de los pies a la cabeza. Paseé los dedos hasta el cuello de María y le acaricié la piel suave. Inspiré. Y puse los labios sobre los suyos. María respondió al beso con la misma presión sobre mis labios y me tiró de los hombros hasta que nuestros pechos se tocaron. Abrió la boca y nuestras lenguas se encontraron. Las dos gemimos al mismo tiempo. Me incliné hasta estar tumbada encima de María, que me pasó los dedos por el pelo mientras con su lengua exploraba mi boca. Yo perseguí su lengua con la mía y poco a poco se la metí en la boca. Sabía a menta y a algo más y absorbí aquel sabor con la lengua. María me acarició los hombros y la espalda, mientras yo le acariciaba la nuca, la garganta y poco a poco me acercaba a su pecho. Le cogí un pecho en la mano, en toda su plenitud, y ella puso la mano sobre la mía y apretó. Noté el pezón duro contra la palma. María gimió y alzó las caderas hacia mí; yo le metí la rodilla entre las piernas y restregué las caderas contra su muslo. Empezaba a respirar agitadamente. María se frotó contra mí y yo le seguí el ritmo. La lenta presión me estaba agarrotando el estómago; gemí y ella respondió al sonido subiendo el ritmo de nuestro balanceo. Empezamos a respirar pesadamente, con la boca abierta; abrimos los ojos y nos miramos. —Tus besos... —jadeó ella. —Los tuyos —contesté. Y la besé de nuevo. Rompimos el beso muy lentamente. —Yo sólo bajaba por las sillas —susurré, jadeante. —Yo sólo estaba estirando la espalda —contestó. —A lo mejor debería coger las sillas. Podrías.
Podría. ¿Es lo que quieres que haga? -No sé, ¿es lo que quieres hacer tú? -No lo sé. Esto me gusta. A mí también me gusta. María, eres preciosa. C.J., no vayas a por las sillas ahora, ¿vale? -Vale. María me cogió del hombro y se volvió hacia mí. Dejé que me guiara hacia el suelo y me quedé tumbada mientras ella se incorporaba sobre el codo y me contemplaba. Se inclinó para besarme y su largo cabello me inundó el rostro. Cerré los ojos y me bebí su sabor a medida que el ritmo de nuestros cuerpos danzando juntos se concentraba más y más. Cada vez era más apasionado; cada vez, más intenso. Me cosquillearon los músculos y el corazón me latía en las sienes. Se nos escaparon gemidos guturales desde el fondo de la garganta. Con la mano me exploraba los pechos, el vientre, los muslos. María arqueó la espalda y se apretó contra mí con fuerza. Notaba el calor que latía en su entrepierna a través de mis pantalones de chándal. Sus dedos hallaron la cinturilla de mis bragas y se deslizaron dentro. Le apreté la rodilla entre los muslos con dureza y le arranqué un respingo ronco. Abrí las piernas y ella descubrió mi humedad mientras yo buscaba la suya. El tiempo se detuvo mientras nos explorábamos la una a la otra, experimentando, tocando, saboreando y frotando. ¿Vas bien? —le pregunté, metiéndole lentamente la punta de dos dedos en el húmedo sexo. —Sí —me jadeó en el oído. Enseguida arqueó las caderas para urgirme a entrar—. Métemelos, C.J. Te deseo. Lo hice y, mientras la penetraba, ella me metió los dedos a mí. ¡Oh, Dios! —gritamos a la vez. —Qué bien lo haces, C.J. Qué bien, qué bien, qué bien. Le lamí la garganta de arriba abajo, aspirando su aroma y saboreando el sudor salado de su piel. Aunque la casa se hubiera prendido fuego en aquel instante y los bomberos estuvieran lanzando agua a manguerazos y abriendo un boquete en el techo a hachazo limpio para conseguir ventilación, yo les habría dicho: «Un momento, ahora estoy con vosotros». —No recordaba... que esto... haya sido tan... nunca... —jadeé en su boca. Nos besamos profundamente mientras nos balanceábamos la una contra la otra. Me aferré a sus dedos en mi interior cuando ella se cerró en torno a los míos. Fue como flotar, levantarme en el aire y echar a volar. Luego el tiempo empezó a correr de nuevo cuando nuestra pasión explotó al unísono.
Momentos después intercambiamos besos rápidos y nos separamos, para quedar tumbadas de espaldas la una al lado de la otra, con las manos entrelazadas. Poco a poco, nuestra respiración recuperó su ritmo normal. —Bueno —dijo ella al fin. —Bueno —contesté yo. —Ha sido... —Lo ha sido —estuve de acuerdo yo. —Has estado... —Tú también. —Guau. —Guau. —Pero... —Lo sé. Quiero decir, no lo sé. Si sabes lo que quiero decir. —Lo sé. Miré al techo durante unos instantes. —Sabes que sólo había bajado a por las sillas. —Lo sé, y yo sólo estaba estirando la espalda. —No tengo caballo blanco, María. Y ya hace rato que ha atardecido. —Mierda. —Me temo que a Betty no le va a gustar. María soltó una risilla y me golpeó el hombro con el suyo. —Mejor no se lo decimos, ¿vale? —Vale. Lentamente, me incorporé hasta quedar sentada. Luego me volví para mirar a María a la cara. ¿Y ahora qué? María meneó la cabeza. —No lo sé. Supongo que me ayudas a levantarme. Me eché a reír. ¿Qué? —preguntó. —Bueno, ¿no se supone que sería aquí donde la narradora de Sexo en Nueva York diría algo como: «Y así sin más, hicimos el amor»? Como si eso explicara algo. María esbozó una sonrisa de oreja a oreja y se puso de lado. Aceptó la mano que le tendía y se apoyó
en mí para levantarse. —Y así, sin más, las sillas plegables de la cena de Acción de Gracias se convirtieron en una nimiedad. Yo me reí. —Y así, sin más, la lesbiana embarazada se corrió. María me soltó la mano, dio una palmada y volvió a tumbarse en el suelo. —Así, sin más... —empezó, pero le entró la risa y no pudo continuar. Al final logró dejar de reír y se frotó los ojos—. Siempre lo hacen, ¿verdad, C.J.? Pero eso nunca explica nada de verdad, ¿no crees? —No —respondí mientras ayudaba a María a levantarse otra vez—. Así que ¿cómo explicamos lo que ha pasado? ¿A quién? —A nosotras mismas. —Así, sin más —empezó María, que me cogió las manos—. Me gustas, C.J. Ya hace tiempo que me gustas. Eres una buena persona y he aprendido mucho sobre ti durante esta semana. Y eres atractiva. Muy atractiva. —Gracias. —De nada. Yo sólo... bueno, la verdad es que no puedo explicar lo que ha pasado. Yo... te deseaba, C.J. Sonreí. Yo también te deseaba, María. Eres muy hermosa. Muy hermosa. Y tú me gustas. Eres una buena persona y muy valiente por querer tener a tu niña sola. Te admiro. María alargó la mano y me acarició el rostro. Hacía mucho tiempo que yo no... Asentí. -Y yo tampoco. Suspiró. No sé qué significa esto: lo que hemos hecho, lo que debería significar. Si es que debería significar algo. Yo tampoco. -Porque realmente no quiero una relación con nadie. -Asentí. —Ni yo.
No se puede depender de una relación —añadió—. Y cuestan mucho de mantener. —Tienes razón—me mostré de acuerdo—. Llevan mucho trabajo y le dedicas toda tu energía a una persona... Y a esa persona no le importa. -Exacto, no le importa. —No quiero volver a pasar por eso. Yo tampoco. No quiero que me rompan el corazón. —Ni yo. Es decir, al principio todo es maravilloso, el sexo es genial, estás ilusionada y es emocionante... La etapa de luna de miel. ¡Eso es! Y empiezas a pensar: «He encontrado a mi media naranja». —Y te pones a montarte la vida alrededor de esa persona —proseguí—. Empiezas a pensar en clave de «nosotras». «Haremos tal cosa. Nos sentimos de tal manera. Nos lo pasaríamos muy bien yendo aquí o allá de vacaciones.» María asintió. —Y entonces empezáis a hablar de iros a vivir juntas. —Ah, el gran paso. —Sí. Empiezas a pensar «juntaremos tus cosas con mis cosas y serán nuestras cosas». —Y cuando os vais a vivir juntas, ¿qué pasa? —Lo inevitable —respondió María. Asentí. —Al final el cuento de hadas termina. —Y nada de felices y comieron perdices. —No, eso nunca pasa. — ¿Ves? Ahí es donde se equivocan muchas lesbianas —dijo María, mientras se acercaba a la mecedora y tomaba asiento—. ¿Por qué no puedes salir con alguien durante un tiempo, nada más? Llegar a conocer bien a la otra persona, sin pensar que nada más por hacer el amor con alguien se tiene que pasar juntas el resto de la vida. —Es demasiada presión—contesté, sentándome en el suelo ante ella—. Dejamos que la pasión y la intimidad física dominen nuestras decisiones. —Y es una decisión muy importante —apuntó María—. El resto de tu vida. Las parejas heteros no lo hacen; se toman mucho tiempo para llegar a conocer a su pareja antes de pasar por el altar.
—Nosotras ya nos echamos la manta a la cabeza en cuestión de semanas. —Incluso días. —Exacto. Y nos fusionamos como si fuéramos de velero. —Pues sí —dijo María—. De verdad, ¿qué hay de malo en llegar a conocer a alguien y ser sincera con tu pareja antes de decidir vivir juntas? ¿Antes de decidir qué quieres compartir el resto de tu vida con esa persona? No hay nada malo. —Lo sé. —María guardó silencio un segundo—. C.J., quizá deberíamos tomarnos un tiempo para llegar a conocernos mejor. Hasta ahora me gusta lo que sé de ti. Y lo he pasado muy bien esta noche. —Me gustaría. Yo también lo he pasado muy bien. Entonces, hagamos un trato, aquí y ahora. Vamos a olvidarnos de tomar grandes decisiones. Esperaremos años antes de decidir irnos a vivir juntas, de momento ni lo pensamos. Sencillamente, vamos a conocernos mejor y ya veremos qué pasa. ¿Qué te parece? -Estaría bien, María. Estaría muy bien. —Es muy maduro, ¿no crees? Mucho. —Me gusta tomar decisiones maduras. Las que tomo con la cabeza, no con el corazón. —A mí también. —Bueno, —Bueno. Me puse de pie poco a poco, me acerqué a María, me Incliné y la besé. —Me iré a la cama, pues. Yo también. Tenemos que levantarnos temprano para rellenar el pavo. Es verdad —le dije. Me dirigí a las escaleras, pero me detuve antes de subirlas—. María, te das cuenta de que ya vivimos juntas, ¿verdad? Ya lo sé, C.J. Supongo que no tendremos que preocuparnos por ese tema. -Qué alivio. ¿C.J.? ¿Sí? —Me gustas mucho. No nos hagamos daño, ¿vale? Asentí. —Trato hecho. Hasta mañana. ONCE minutos tarde —refunfuñó Lars al abrir la puerta de mi casa. Yo me apresuré a aparecer tras ella. Samata había empezado a entrar en el recibidor, pero se detuvo en seco. -Por favor me perdonáis, pero Britta quería traer flores frescas —le explicó a Lars —. Hay unos pocos
sitios abiertos en esta fiesta americana de pavo y fútbol. Samata le tendió un ramo de flores a Lars. -¡A mí no me las des! —saltó Lars—. Dáselas a María, que es la que lleva toda la mañana esclavizada en la cocina. Por favor me... Adelante —invité a entrar a Samata y a Britta cuando logré apartar a Lars con el codo. Lars se apoyó en la pared, me agarró el bíceps y me lo apretó con fuerza. —Vaya, vaya, C.J. Veo que has estado haciendo pesas, ¿eh? Samata me dedicó una mirada perpleja mientras pasaba por mi lado, con Britta pisándole los talones. —Lars, relájate, ¿quieres? —le susurré cuando Samata y Britta se alejaron—. No es, digamos, educado, reñir a tus invitados cuando les das la bienvenida. Lars cerró la puerta y se volvió para mirarme a la cara. —Lo que hago es respetar la hora, C.J. Si tú dices «aquí a tal hora», pues aquí estoy. —Lo cierto es que has venido media hora antes. —Con una caja de Coca-Colas. Asentí. —Sí, te lo agradezco. Y ahora, ¿por qué no vas y te sientas? —Pero dijiste a las once, ¿no? —Sí, pero no comeremos hasta la una. —Ay, corcho, ¿en serio? Pues me voy a atacar las patatas fritas, que ya estoy muerta de hambre. Lars se subió los téjanos y se dirigió a la sala de estar a grandes zancadas. Habíamos encendido el fuego de la chimenea, en la televisión daban el desfile de Acción de Gracias y Meri y Taylor estaban sentadas juntas en el sofá. —Voy a por una Coca-Cola —anunció Lars—. Si alguien quiere que lo diga. Como nadie contestó, Lars atravesó el comedor y se dirigió al garaje, donde teníamos la caja de refrescos para que se enfriara. ¿Qué le pasa? —preguntó Meri, cuando Lars ya no pudo oírla. —Britta y yo la hemos enfadado, ¿sí? —quiso saber Samata, mientras le quitaba el abrigo a Britta. —No, no sois vosotras —les aseguré mientras les cogía los abrigos a las dos—. Ella es así. María quería invitarla a cenar, por todo el trabajo que hizo en el sótano. Según María, es un osito de peluche. ¿Ah, sí? —se sorprendió Taylor—. ¿De qué raza? —De la que gruñe —respondió Meri con una sonrisa.
—Sed amables con ella —nos dijo María, que aparecía en ese momento en la sala de estar, secándose las manos con un trapo de cocina. —Casi le arranca la cabeza a Sam cuando le ha abierto la puerta —le dije, al tiempo que Samata le tendía las flores—. Está cabreada porque la gente no ha llegado a las once en punto. Bueno, gracias por las flores, Sam y Britta. Son preciosas. Sólo intenta ayudar — me contestó María, y levantó las cejas en mi dirección—. C.J., ¿me ayudas un momento en la cocina? Puedo ayudarte yo —se ofreció Taylor, ya levantándose del sofá. No te preocupes, ya puedo —repuse yo, y le pasé los abrigos. Podéis colgarlos en el armario del recibidor. Entré en la cocina y, nada más darme la vuelta, me encontré entre los brazos abiertos de María. La besé y la abracé con fuerza. Me gusta abrazarte, C.J. —me susurró al oído. La sensación me arrancó un escalofrío. -A mí también, abrazarte a ti. ¿Cómo estás? Echándote de menos cada segundo que estás lejos de mi. Ven a visitarme cada cinco minutos, ¿vale? -Creo que nuestras invitadas empezarán a sospechar. -Oh, ¿tenemos invitadas? ¿Cuánto rato? Seguramente todo el día. -Mierda. Que se vayan, C.J. —Me temo que no es posible. Lo bien que huelen tus guisos ha sido demasiado para ellas y ahora no se irán de aquí sin una comida completa. ¿Completa? Y yo que creía que solo habían venido por la cerveza, las patatas fritas y el partido. —No, creo que planean quedarse hasta los postres y el café. ¡Dios santo! ¿De quién ha sido la idea? —Tuya. —Oh. —En serio, María, no quiero que te canses tanto como ayer. —No lo haré. Está casi todo hecho. Y además, creo que he encontrado el remedio perfecto para el dolor de espalda. ¿En serio? —Sí. Es muy... mmm.. satisfactorio. —Bueno, en realidad tendré que volver a bajar las sillas plegables al garaje cuando se vaya todo el mundo. A lo mejor puedes explicarme cómo se te curó la espalda.
—Trato hecho —me dijo María, dándome un apretón en los hombros antes de besarme. —Chicas, necesitáis ayu... ¡Epa! —exclamó Meri, que entró en la cocina y nos pilló abrazadas. María y yo nos separamos de golpe, Enseguida, María agarró a Meri del brazo y la arrastró dentro de la cocina, fuera de la vista de las demás. —Ni una palabra, Meri —le advirtió, meneándole el dedo en la cara—. No le digas a nadie lo que acabas de ver. —O tendremos que matarte —añadí. Meri miró en primer lugar a María y después a mí. Luego se frotó las manos y soltó una risita. ¡Tengo un secreto, tengo un secreto! —canturreó. —Cállate —le pedí, aunque no podía evitar sonreír. Meri también sonrió y se encogió de hombros. —Eh, que a mí me importa un rábano. Creo que hacéis muy buena pareja, de verdad. Sois las dos buena gente y vuestras ex os trataron como a una mierda. Os merecéis mucho más y creo que sois las mejores. —Gracias —le dijo María—. Pero sabes que aquella noche en el bar acordamos no liarnos las unas con las... ¿Y qué más da? —la cortó Meri—. A mí me da igual y no creo que a las demás les importe. Sam está con Britta y Chantelle se lo va a montar con T-Rex. —Y según tengo entendido, ahora Taylor y tú sois pareja —comenté. —Muy graciosa, C.J. Pero, sinceramente, haré lo que sea para que Alana salga de la vida de Taylor. La está volviendo loca. Así que no os preocupéis por lo vuestro, ¿vale? \vosotras disfrutadlo. Seguro que las demás se alegrarán mucho por vosotras, —Debbe no —señalé. Joder, ella no se alegra por nadie que sea feliz. Pero si queréis mantenerlo en secreto un tiempo, mis labios están sellados. —Gracias —le dije. Llamaron al timbre y enseguida empujé a Meri para sacarla de la cocina. —Ve a abrir la puerta antes de que lo haga Lars. Una hora después, las nueve estábamos sentadas en la sala de estar, bebiendo y picando aperitivos. A lo mejor no viene —opinó Taylor al echarle un vistazo al reloj. —Por mí, perfecto, pastelito —le dijo Meri, pasándole el brazo por los hombros a Taylor—. Así te tendré toda para mí.
—Déjalo ya —rezongó Taylor, que se apartó de Meri. —Oh, qué gesto de amor más convincente —observó Chantelle—. Seguro que Alana se creerá que estáis juntas si te ve haciendo esas tonterías, Taylor. —Oye, yo lo intento —se defendió Meri, con un encogimiento de hombros. —Cuando llegue Alana, entonces le haré carantoñas a Meri —le dijo Taylor a Chantelle. —Ah, así que son ellas dos —le comentó T-Rex a Chantelle. ¿Ellas dos qué? —preguntó Lars. ¿No te parece que deberíamos practicar un poco de besuqueo, pastelito? — preguntó Meri. —Deja de llamarme pastelito —le espetó Taylor. ¿Costillita de cordero? —sugirió la primera. —Eso tampoco. Lars me miró. —C.J., ya sé que me has dicho que fuera educada y todo eso, pero no me parece que sea muy educado por parte suya pelearse en fiestas. —No estamos peleándonos —aclaró Taylor.
—Entonces será que oigo mal —resopló Lars, burlona. ¿Nos besamos para hacer las paces? —sonrió Meri, volviéndose hacia Taylor. Taylor se echó hacia atrás en el sofá, le puso la mano en el pecho a Meri y la mantuvo a distancia. —Meri, ¡apártate de mí! Lars aspiró entre dientes. —Pues a mí me parece una pelea. ¡No nos peleamos! —gritaron Meri y Taylor al unísono. —Corcho, muy bien. Pero me liáis. María se sentó junto a Lars y empezó a explicarle la situación. —A lo mejor sí deberíais practicar lo de besaros —les recomendó Chantelle—. Porque digo yo que sí que os besaréis cuando llegue Alana, ¿no? Taylor puso los ojos en blanco. —No voy a besar a Meri. Eso no entraba en el trato. —¿Y entonces cómo va a creerse tu ex que estáis juntas, si ni siquiera dejas que se te acerque? — inquirió Britta. Meri se tapó la boca con las manos, sopló y respiró su propio aliento, antes de preguntarle a Taylor. ¿Es que me huele el aliento, corazón? A lo mejor no debería haber mojado los palitos en salsa de cebolla. —Taylor, si Alana cree que hay problemas en el paraíso, todavía presionará más para que vuelves con ella —le hizo ver Samata. —Tiene razón —afirmó María—. Creo que vosotras dos tendríais que empezar a practicar con lo de actuar como si fuerais amantes. —No voy a hacer eso delante de vosotras —protestó Taylor. —No le gusta que la miren—explicó Meri, mientras mojaba una patata frita en un bol con salsa—. Hasta cuando le hago el amor, tiene que ser con las luces apagadas. -Meri, ¡cállate! —le gritó Taylor. Sólo estaréis actuando —apuntó T-Rex—. No significa nada. Mirad, yo puedo besar a María como si fuéramos amantes y... -Besa a otra —le ordené. -Bueno, pues a Britta —dijo T-Rex. -Por favor no lo haces —replicó Samata.
Puedes besarme a mí, bombón—se ofreció Lars. Meri se levantó y se acercó a T-Rex. Yo me presento voluntaria. —Y una mierda —le dijo Chantelle, que se levantó de la silla y se puso delante de T-Rex—. Tú ya has besado a bastantes mujeres en la vida. —Bésame a mí—le dijo Taylor a T-Rex. ¿Por qué no quieres besarme a mí? —preguntó Lars, que se encogió de hombros y dio un trago a su bebida. —Adelante, T —aceptó Chantelle—. Puedes besar a Taylor. ¡Sí! ¡Esa es mi niña! —exclamó Meri. —Oh, por amor de Dios, Taylor, besa a Meri de una vez y acabemos con el tema —dije yo. Taylor me fulminó con la mirada. —No me mires así —repliqué—. Quieres librarte de Alana, ¿o no? —Sí. —Entonces vas a tener que demostrarle que Meri y tú sois más que amigas — zanjé. —A mí no me parece que sean amigas —observó Lars—. Suenan igual dos perras tirándose de los pelos. —Yo no soy una perra —informó Taylor a Lars. —Un poco sí —replicó Lars. —Estoy de acuerdo con Lars —asintió Chantelle. ¿Lo ves? —Lars aún se dirigía a Taylor—. Si vais a seguir con la charada esta que cuenta María, tendréis que hacerlo y punto. Es lo que dice C.J. Besaos y sanseacabó. ¿Y por qué no podemos cogernos de la mano y ya está? —quiso saber Taylor —. ¿Por qué tengo que besarla? —Porque un beso demuestra que hay pasión en una relación —contestó Samata—. Sin beso, ¿qué hay? —El beso es la relación —convino Britta, que inclinó la cabeza hacia Samata y la besó. —Presta atención, Taylor —le dijo Chantelle. Atrajo a T-Rex hacia ella y la besó. -Esto se pone interesante —comentó Lars, mientras contemplaba a T-Rex y Chantelle—. Nunca había estado en una comida de Acción de Gracias así. -¿Podéis dejar de hablar de besos de una vez? —pidió Taylor—. ¡Y dejad de besaros! Esto cada vez se parece más a una serie de dos rombos.
A mí me gusta —opinó Lars. -Bésame, nena —le sonrió Meri, acercando el rostro al de Taylor. -Debes que besar a Meri —la animó Samata. -Tú solo finge, Taylor —le dije yo, poniéndome en píe. Mira, yo besaré a María. Eso si a ti no te importa, María. ¿Puedo besarte? María se levantó y exhaló un hondo suspiro. -Bueno, de acuerdo, C.J. Si crees que va a servir de algo. Asentí. —Creo que sí, porque Taylor sabe que tú y yo no somos pareja. María y yo dimos un paso la una hacia la otra y empezamos a besarnos larga y profundamente. —Vaya, vaya. ¡Menuda fiesta! —exclamó Lars. ¡Vamos, C.J.! —jaleó Chantelle. —Así se hace —aprobó T-Rex—. Eso sí que es un beso. María y yo separamos nuestros labios e intercambiarnos una sonrisa. —Una actuación brutal —exclamó T-Rex. —Oh, sí. Vaya actúa... —empezó a decir Meri. —Calla y besa a Taylor —le ordenó María—. Taylor, deja de fruncir el ceño y besa a Meri. Taylor se levantó, miró a Meri y se encogió de hombros. ¿Y bien? ¿Estás lista? —preguntó Meri. —Adelante —le dijo Taylor. Meri dio un paso hacia ella, inclinó la cabeza y rozó los labios de Taylor con los suyos. Taylor le apoyó las manos en las caderas e intentó que corriera un poco el aire, pero Meri la rodeó con los brazos y la estrechó con fuerza. —Esta fiesta es rara, rara —apuntó Lars, que echó la cabeza hacia atrás y se acabó la Coca-Cola. —Entonces, Alana, ¿cuánto tiempo planeas quedarte en Boston? —le preguntó María, al pasarle una fuente de puré de patatas. —Bueno, eh, supongo que un par de días más —repuso, aceptando la fuente, mientras ponía sus ojos en Taylor. Taylor se percató de la mirada y llevó su tenedor al plato de Meri, probó un poco y le dio un beso en la mejilla. La respuesta de Meri fue susurrarle algo al oído y Taylor soltó una risilla y se ruborizó. Las dos dejaron los tenedores junto al plato y se dieron un largo y profundo beso en la boca.
¡Vosotras dos! —exclamó Chantelle. Alzó la copa de vino y dio un sorbo—. Estáis hechas la una para la otra. Tal para cual. Ojalá T-Rex y yo lleguemos a ser tan felices como vosotras. T-Rex asintió. —Sois tan apasionadas... Aunque llevéis juntas todo este tiempo. — ¿Cuánto hace que salís, exactamente? —quiso saber Alana. —A veces parece que toda la vida —suspiró Meri—. Estando con Taylor... bueno... sencillamente sé que he encontrado a mi media naranja. —Yo también —coincidió Taylor—. Nunca había sentido nada parecido antes. Nunca —repitió, mirando a Alana a los ojos. —Britta y yo hablamos a menudo sobre lo estupenda que es vuestra relación — intervino Samata, mientras pasaba un cesto de panecillos a las demás—. Britta siempre dice: «Taylor y Meri son un par de tortolitas. ¿Por qué no podemos ser más como ellas?». Britta asintió. —Se lo digo a todas horas. —Nos lo dicen a todas horas —afirmó Meri, pasándole a Taylor el brazo por los hombros—. Incluso gente que no nos conoce de nada. ¿Te acuerdas de aquella vez en Provincetown, carmín? Taylor se quedó mirando a Meri un par de segundos. Enseguida carraspeó. —Por supuesto. —, ¿Te acuerdas de aquellos que se nos acercaron en el restaurante? —siguió Meri—. Nos dijeron... ¿te acuerdas, cielo? Se ve que llevaban mirándonos durante toda la cena, preguntándose si serían capaces de capturar nuestra pasión para su relación, Taylor asintió. Me acuerdo. También me acuerdo de los largos paseos por la playa y de hacer el amor hasta que salía el sol. -Taylor es el amor de mi vida —afirmó Meri, sosteniendo la mirada de Alana—. Nos lo pasamos muy bien pintas. Y el sexo... ¡Guau! Ah, corcho. ¿Ahora vamos a ponernos a hablar de sexo? —preguntó Lars con la boca llena—. Que estoy comiendo. -Y yo también he estado comiendo —sonrió Meri—. Toda la noche. -No quiero oírlo —siseó Alana entre dientes. -Yo también no creo que es apropiado para la mesa cuando cenamos —le dijo Samata a Alana—. Pero cuando tienes dos amigas que quieres mucho y encuentran el amor que es de verdad con la otra, entonces todo es muy especial, ¿verdad? Eso es lo que yo respeto más de ellas. Su profundo, profundo amor. Alana observó cómo Meri cubría la mano de Taylor con la suya y bajó la mirada al plato. Taylor contempló a Alana desde el otro lado de la mesa. —Es duro verlo, ¿verdad? —le dijo—. Pues para mí también fue duro cuando tú...
—María, este relleno se te deshace en la boca —intervine yo—. Creo que me voy a servir otro plato. De hecho, ¿por qué no repetimos todas? —Bueno, me alegro de que ya haya acabado todo —suspiró Taylor, dejándose caer en el sofá. Apoyó la cabeza en los cojines—. Ha sido demasiado para mí. Meri se sentó a su lado y le apoyó la cabeza en el hombro. —Estoy de acuerdo —gruñó Lars. Se sentó lentamente en la alfombra trenzada del suelo y se frotó la amplia tripa con las dos manos—. Estoy llena. —Me refiero a que Alana se ha marchado —aclaró Taylor, levantando la cabeza —. Lo que significa que hemos terminado —añadió, dándole a Meri un codazo para que se apartara de ella. —Pues sí —asintió Lars—. En cuanto hemos quitado la mesa se ha ido cagando leches. —Para siempre, diría —apuntó Chantelle, que se había sentado en una silla enfrente del sofá, con una taza de café en la mano. —Ni siquiera ha querido un trozo de tarta —señaló María, sentada en la otomana que había al lado de la silla que ocupaba yo—. Tampoco ha comido mucho en la cena. —Ella se lo pierde —le dijo T-Rex, mientras tiraba otro leño al fuego—. Estaba todo buenísimo. —Ha venido por Taylor, no por la cena —les hice notar yo. —Y se ha ido con las manos vacías —dijo Samata, que estaba sentada en el suelo al lado de Britta—. Ha estado Convincente para ella que no estás disponible, Taylor. Es bastante, ¿sí? —Sí —estuvo de acuerdo Taylor—. Todas habéis ayudado mucho con lo que habéis dicho. —Oscar de la Academia para todas —declaré. —Gracias, gracias, gracias —gritó Chantelle efusivamente—. ¡Ustedes me aman! ¡Ustedes me aman! ¿Alguien se acuerda de algún discurso de un premiado en la gala de los Oscars que no sea Sally Fields? inquirió T-Rex. ¿Y quién podría superarlo? —apuntó María. ¿Sabes, Meri? No besas tan mal —juzgó Taylor. ¿Eso es un cumplido? —se extrañó esta. Taylor asintió. —Sí. Y no voy a decir nada más. No quiero que se te suba a la cabeza. —Lo has hecho bien, amiga mía —le sonrió Meri—. Pese a tus protestas iniciales, podrías haber ganado un Oscar por tu actuación. No creo que Alana vuelva a molestarte. —Espero que no —deseó Taylor—. Aunque una pequeña y vengativa parte de mí quería decirle que se trasladara aquí, hiciera el equipaje, dejara su trabajo y sus amigos atrás como hice yo por ella, sólo para poder dejarla plantada. Tú no eres esa clase de persona, Taylor —le dijo María.
Taylor asintió. —No, pero tengo que admitir que he fantaseado con ello. —Todas lo hacemos —afirmó Chantelle. —Estoy contigo, hermana —coincidió Lars—. Las mujeres son un caso, ¿verdad? —Lo sé —rió T-Rex—. ¿Qué problema tienen? ¿Qué es lo que quieren? —preguntó Meri. —Todo —contesté yo. —Y nada —añadió Chantelle. —Sea lo que sea lo que quieran, nunca es bastante —dijo Lars—. Nunca pasas bastante tiempo con ellas, o no te gastas bastante dinero o estás muerta de cansancio, pero ellas quieren hablar y... —Procesar—la corrigió Britta—. Las mujeres quieren procesar. —Eternamente —añadió María. —O nada de nada —dije—. Tú quieres hablar de algo y ella no. Ella nunca le ve el problema a nada... —O el problema siempre eres tú —intervino María—. « ¿Por qué no podemos estar juntas sin más?», te pregunta. « ¿Por qué siempre tenemos que hablar de todo? ¿Por qué nunca estás satisfecha?» —Eso es lo que solía decirme Debbe —asentí yo—. Como si se supusiera que tuviera que alegrarme de que trajera mujeres a casa a todas horas. —Te refieres a Debbe Lee, ¿verdad? —preguntó T-Rex. Lars se apoyó en el codo y me observó. ¿Saliste con ella? Asentí. —Durante unos cuantos años largos y dolorosos. —Mmm, es una mujer complicada, ¿verdad? —Oh, sí —confirmé. ¿Y ahora trabajas para ella? —prosiguió Lars—. Vaya palo, ¿no? —No, hay mucho más que es un palo —dijo Samata—. Como que quiere que Britta está con ella, va con ella a estación de esquí en Navidad, fum fum fum Estoy harta de estar en dos sitios. Es hora de terminarlo para siempre. Britta suspiró. —No hablemos de eso ahora, Sam Samata negó con la cabeza. —Eso es lo que digo. Mujeres no quieren hablar sobre cosas.
—Bueno, ahora no —dijo Britta, mirando a su alrededor. Samata frunció los labios. —Ahora no. Nunca, parece. Yo deseo que tú rompas la relación con ella, pero sigue y sigue. Lars se sentó derecha. —A ver si lo entiendo. ¿Estás con Debbe y a la vez estás aquí con nuestra amiga? —le preguntó a Britta. Esta asintió. —Vaya, vaya. Sois un grupo muy interesante. —Lars meneó la cabeza—. Pero no puedes estar con dos personas, mujer. Eso no está bien. No es justo. Tienes que decidirte. —Eso es lo que yo le digo —afirmó Samata. —No es tan fácil —suspiró Britta. —Claro que sí —la contradijo Lars con voz atronadora mientras se ponía de pie lentamente—. Le dices a Debbe: «Tengo a otra mujer». Justo lo que habéis hecho hoy para convencer a la pava esa, Alana, de que Taylor no quiere estar con ella. —Entonces perderé mi trabajo —le explicó Britta a Lars. — ¿Y eso por qué coño iba a pasar? —quiso saber Lars—. No tiene que ver con el trabajo. Es sobre la persona a la que quieres. —Me gusta esta persona —dijo Samata, mirando a Lars. Britta suspiró. —Debbe... bueno... Debbe... —Es una persona vengativa —completé por ella. —Pues pierdes el trabajo —dijo Lars—. Te buscas otro y puedes estar con tu mujer. Yo lo veo muy simple. —Debbe no me pondría fácil encontrar otro trabajo —explicó Britta. — ¿Y cómo coño va a hacerlo? —inquirió Lars—. No controla el mundo y hay un mundo de empleos ahí fuera. Britta me miró. Yo me encogí de hombros. —No puedo... bueno... —empezó. —Ah, ya empezamos —dijo Samata—. El muro de piedra se erige. Se acabó la discusión, ¿verdad? —Sam, por favor... —Por favor me dejas escalar este muro de una vez por todas —gritó Samata—. ¡Dímelo! Dime por qué es tan duro acabar con Debbe y despedirte del trabajo. ¡Un trabajo que odias! Me dices que ni siquiera te gusta trabajar con la Dragón. Tú no gustas de estar con ella. Eres como una esclava y su ama, Britta. «No, no, no puedo decir nada que disgusta a mi ama, Sam», es lo que me dices. —Sam, eso no es justo —dijo Britta. —Ah, ¿pero tú eres justa conmigo? —chilló Samata, cuyo rostro se estaba poniendo colorado—.
Sabes, esto me enfada mucho. Esto me ha llevado al límite. ¡No! Ya no estarás con Debbe. ¡La próxima vez que lo haces ya no volverás conmigo! —Samata se puso en pie y me miró—. Siento haber... estar perdida de los nervios, C. J., sobre todo en esta fiesta, que es un momento bonito para estar con todas. Pero lo único que veo delante de mí es mal de amores. No necesito que me rompan el corazón. María se levantó y fue junto a Samata. —También me disculpas tú, María. Porque has preparado una cena maravillosa con mucho trabajo y yo lo he estropeado. —No has estropeado nada —la tranquilizó María. —Tienes que desahogarte, Sam —añadió Meri—. Estás entre amigas; lo comprendemos. —Estamos aquí para escucharte —asintió Chantelle. —Sam, es culpa mía —le dijo Britta, poniéndose en pie—. Tienes razón, no estoy siendo justa contigo. Creo... creo que ha llegado el momento de decirte una cosa. —Por favor, no rompas conmigo aquí, delante de todas —le rogó Sam, con lágrimas en los ojos. —Oh, cariño, no voy a romper contigo —le dijo, acudiendo a su lado—. Te quiero. Quiero estar contigo. Y lo estaré. Lo estaré. Lo estaré porque... porque yo... he hecho cosas malas en el pasado y Debbe lo sabe y quiere utilizarlo para avergonzarme y para mantenerme, tienes razón, como si fuera su esclava. Ya hace demasiado tiempo que se lo permito. —Corcho, y yo que creía que las escritoras teníais un trabajo fácil —comentó Lars, que se hizo crujir los nudillos y se acercó a la chimenea, en donde estaba T-Rex. ¿Has hecho algo malo? —preguntó Samata. Britta asintió, inspiró hondo y a continuación les explicó el verano en Saratoga Springs a todas. —Shh, shh, shh —tranquilizó Sam a su amada, cuando Britta terminó de contar su historia—. Yo no me importa sobre lo que me has contado. Para nada. Son migajas. -No es nada —estuvo de acuerdo Meri. Forma parte del pasado —aseguró Chantelle. —No para Debbe. —Britta sorbió las lágrimas—. Me lo restriega por la cara siempre que puede. Me está volviendo loca. —Eh, pues entonces yo también debo de ser la esclava de Debbe —dijo Lars—. Como tú, en mi contrato pone lo de que soy una alcohólica. Si recaigo, se acabó L-TV Pero no me da miedo, ni hablar. Como decía, es un trabajo. Puedo buscar otro. —Todas sois esclavas —dijo Britta, mientras se enjugaba los ojos—. ¿No es así, C.J.? Todas las miradas se volvieron hacia mí. —Oí lo que te dijo en el despacho aquel día, C.J. —continuó Britta—. Tenía el intercomunicador abierto. Debbe Lee ha puesto cláusulas en los contratos de todas vosotras para poder usarlas en vuestra contra si intentáis romperlo. O si intentáis buscar otro trabajo. Se lo contó todo a C.J. cuando volvió de la ronda de magazines, después de que no os mencionara en las entrevistas y vosotras os enfadaseis
tanto. —Eso fue cuando tuvimos tan mala prensa y Debbe estaba que echaba humo, ¿verdad? —me preguntó María. —C.J. fue quien habló con los periodistas —explicó Britta. ¿Fuiste tú? —preguntó Taylor. Asentí. ¡Bienhecho, tía! —exclamó Chantelle—. Fue brillante. —También fue cuando te entregué mi dimisión, C.J. —apuntó Meri. —Oh, sí. Debbe también sabía eso —dijo Britta—. Así que decidió decirle a C.J. ciertas cosas para que os convenciera de que no os marcharais. Cosas que harían que os quisiera mantener en el puesto, para que L-TV pudiera seguir adelante. ¿De qué está hablando, C. J.? —quiso saber María. —Yo no juego ni bebo como una alcohólica —dijo Samata—. Estoy limpia. —Pero estuviste hospitalizada, Sam—le quise recordar—. Por tu... ya sabes. Samata me miró fijamente. ¿Por qué estuve hospitalizada, C.J.? Una vez fui a urgencias, cuando me torcí el tobillo jugando a softball. No sé jugar a ese deporte, aunque sé que muchas lesbianas sí. Me hicieron radiografías y me dieron una compresa fría. Por esto no me hospitalizaron. —Tú... eh... intentaste suicidarte —dije. ¿Cómo? —preguntó Britta. —Eso no es verdad —protestó Samata—. Yo no me he Intentado suicidar. Es correcto eso que te ha dicho. —Y Chantelle... —continué, dirigiéndome a ella—. Debbe dice que sabe lo de los... cupones de comida. ¿Qué cupones de comida? —preguntó Chantelle. —Lo del... eh... el timo en el que tu hermana y tú estabais metidas. Chantelle se me quedó mirando. —C.J., yo mantengo a mi hermana. Compro casi toda la comida, pago casi todas las facturas y les compro todo lo que puedo a los niños. Nunca, te lo repito, nunca hemos recibido ayuda del gobierno por nada. Y mi hermana tampoco.
-Bueno, es lo que me dijo Debbe. Pues está equivocada —afirmó Chantelle—. Yo Piluca haría algo así, tengo mi orgullo, tía. Y aunque mi hermana tiene una vida muy jodida, se esfuerza muchísimo. También tiene su orgullo. -¿De mí qué dijo? —inquirió Meri. Suspiré. —Que cuando eras monitora de campamento, tuviste una relación con una campista menor de edad. —Yo me lo creería —comentó Taylor. Meri le propinó un puñetazo rápido en el brazo. —Muy bonito, Taylor. Sólo que nunca he ido de acampada ni he sido monitora de campamento. La naturaleza y yo nunca hemos tenido mucha relación y nunca la tendremos. —No, tú solo te relacionas con cualquier hembra disponible —gruñó Taylor. —C.J., ¿qué te dijo Debbe sobre Taylor? —preguntó Meri. —Seguro que esta será buena —se preparó Taylor, con los ojos puestos en mí. —Que hiciste trampa en un examen de la universidad. Taylor cabeceó. —No, C.J. No he hecho trampa en ningún examen de la universidad. Ni del instituto. Ni del colegio. Ni siquiera en la guardería. No rompo las reglas, nunca lo he hecho y nunca lo haré. No tengo ni una sola multa por exceso de velocidad y mucho menos por aparcamiento. María se echó a reír. —Bueno, esto sí que es interesante. Todo lo que Debbe Lee te ha dicho sobre nosotras es mentira, pero ha logrado que te lo creyeras, ¿eh, C.J.? Asentí. —Muy bien, pues dime qué te ha contado Debbe sobre mí —me dijo. Inspiré hondo. —Que mataste a una persona. ¿Que hizo qué? —se escandalizó Chantelle. ¿Estaba prediciendo su propia caída? —preguntó, María. —No —respondí—. Me dijo que habías matado a un amigo de la familia que abusaba de tus hermanos. ¿Eso es todo? Asentí. ¿Quieres decir que no te contó lo de la otra familia que masacré brutalmente? —María meneó la
cabeza. Esa mujer está como una cabra. ¿Cómo has podido creerte nada de lo que te dijera? —Por mi culpa —respondió Britta—. Porque lo que Debbe le contó de mí sí era cierto y C.J. vio con sus propios ojos cómo me destrozaba por ello. Lo avergonzada que me sentía. ¿Cómo iba a saber ella qué era y qué no era cierto? —Bueno, en el fondo no debes de haberla creído, C.J. -opinó María—. Porque estoy viviendo contigo y no creo que me hubieras dejado atravesar la puerta si hubieras creído de verdad que soy capaz de hacer lo que dice Debbe. —Es una puta mentirosa manipuladora —siseó Chantelle. Una estafa con cupones de comida... ¡Ja! Ella sí que es una estafa. ¡Ella es el fraude! -Una vez estuve con una de diecisiete —dijo Meri. Entonces estalló en carcajadas—. ¡Cuando yo tenía quince! -¿Por qué será que no me sorprende? — musitó Taylor. Meri meneó las cejas en su dirección. -A veces es divertido ser mala. Deberías probarlo alguna vez, señorita Buena Samaritana. Una vez suspendí un examen—contestó Taylor. -Eso no es ser mala —le dijo Meri—. Es ser tonta. Tendrías que haber hecho trampa. -¿Y cómo lo hice? —quiso saber María—. ¿Cómo le maté? -Con un cuchillo —repuse. El coronel Mostaza fue asesinado por María Hernández en el estudio con el cuchillo —exclamó Meri. María negó con la cabeza. —Creo que la próxima serie que haga para L-TV irá de una taimada ejecutiva televisiva y los enemigos que hace ascendiendo en el escalafón. Naturalmente, es asesinada... —Naturalmente —corroboró Chantelle. — ¿Pero lo hizo una persona? —preguntó María—, ¿o todas sus enemigas conspiraron juntas e idearon un plan para cometer el crimen perfecto? Se proporcionan una coartada las unas a las otras, así que no se puede acusar a ninguna de ellas. —No, no se la puede matar —bufó Lars—. No puedes matar a la protagonista, porque todo el mundo ve la serie sólo por lo mala que es el personaje con los demás. A la gente le gusta, les gustan los malos y nunca los ganan, sino que ganan a los demás. Es lo que pasa en las buenas series: siempre piensas que lo lograrán, pero nunca lo hacen. Así son las cosas. Esa gente siempre cae de pie. Permanecimos sentadas en silencio, reflexionando sobre las palabras de Lars. DOCE días sin verme. ¿Cómo lo soportarás, C.J.? —me preguntó Debbe, cuando me senté en su despacho. —Me las arreglaré perfectamente —le contesté. Abrí la libreta y le quité el tapón al bolígrafo—. ¿De qué querías hablarme? ¿Cómo está el equipo?
—Bien. ¿Bien? —Sí. ¿Y tú cómo estás? —se interesó, mientras abría una caja dorada del escritorio, en donde guardaba sus cigarrillos importados favoritos. Se colocó uno entre los labios. —Bien. ¿Bien? —Sí. ¿Cómo va María con el embarazo? —Bien. Debbe encendió el cigarrillo con un fino encendedor con joyas incrustadas y me echó el humo en la cara. ¿Sabes alguna palabra que no sea «bien»? —Sí. —Entonces, lo de vivir juntas dirías que va... ¿bien? —Debbe, ¿para qué es esta reunión? ¿Tienes prisa por ir a algún sitio? Eché un vistazo a mi reloj de pulsera. —Bueno, sí. Me gustaría disfrutar de las vacaciones de Navidad. Dijiste que hoy sólo trabajaríamos hasta el mediodía, ¿no? Tengo muchas compras por hacer. Debbe me sonrió. ¿Y qué vas a comprarme, cielo? —Ya tienes todo lo que quieres, Debbe —le dije, mientras cerraba la libreta y tapaba el bolígrafo—. Si no hay nada más de lo que quieras hablar, me voy. Dicho lo cual, me levanté. —Siéntate, C.J. —ordenó Debbe. Me quedé inmóvil un instante y luego me senté y miré a Debbe fijamente. Pasó un momento.
¿Qué? —le pregunté al fin. ¿No vas a preguntarme cómo estoy? Me quedé sentada, sin decir nada. —Bueno, pues ya que lo preguntas —empezó Debbe, mientras hacía caer la ceniza del cigarrillo en un cenicero de cristal con unos golpecitos—. No estoy muy bien. Al parecer Cleopatra ha triunfado en su empresa de alejar a Britta de mí. Voy a tener que irme sola a Aspen este año. —Oh, qué pena. Pero seguro que no estarás sola mucho tiempo. Allí nunca lo estabas. —C.J., no se trata de eso. El caso es que resulta que me he enamorado de Britta. Su confesión me arrancó una carcajada semejante a un ladrido. Cabeceé. —Debbe, tú no sabes lo que es el amor. —No seas cruel, CJ. Tengo corazón, ¿sabes? —Bueno, con algo tendrás que bombear la sangre por el cuerpo. El corazón sería ese órgano. —Oh, cuánto rencor. Cuánto... —Y con razón, Debbe. ¿Todavía estás enamorada de mí? —No, Dios, no. ¿Entonces de dónde viene toda esa animosidad contra mí? —De que me rompiste el corazón. Una y otra y otra Vez. Y aun así seguías diciéndome que me querías. —Te quería. —No es verdad. —En aquel momento, sí. —No, no me querías. Porque si hubieras sabido algo del amor, no me habrías hecho daño deliberadamente de esa manera. Por eso creo que no sabes nada del amor. —Se me iban los ojos detrás de las mujeres, ¿y qué? —No, Debbe, era más que eso. Mirar es una cosa. Actuar es otra. —Pero siempre volvía contigo, CJ. —Y yo, como una tonta, volvía a dejarte entrar en mi corazón. Es culpa mía. Dejé que me trataras como si fuera un puto puerto del que podías zarpar o atracar cuando te viniera en gana. —Ya no quiero hacer eso. —Bien, porque es una manera repugnante de tratar a alguien a quien dices que quieres.
—Quiero a Britta. —Britta no es para ti, Debbe. Quiere a Samata. —Britta me ha roto el corazón, C.J. —Oh, por amor de Dios, Debbe. Deja de mentirme y de mentirte a ti misma. Britta es sólo uno más de tus juguetes. Alguien a quien te gustaba controlar. He oído cómo le hablas y he visto cómo la tratas, igual que todo el mundo. ¿Recuerdas aquel día en tu despacho? Fuiste directamente cruel con ella. ¿Quién iba a quererte si la tratas así? Por suerte para Britta y por desgracia para ti, has descubierto que no puedes dominarla. Quiere a Sam y Sam la quiere a ella. Se acabó el juego. Tú pierdes. Búscate a otra con quien jugar. Debbe se inclinó sobre el escritorio. —Quiero a Britta. Y quiero que me ayudes a recuperarla. —No voy a hacer tal cosa. —Podría despedirte. ¿Ah, sí? ¿Y quién va a sacar Señora Presidenta adelante? ¿Tengo que recordarte que es tu serie líder de audiencia? ¿Y por qué siempre usas la carta del despido para amenazar a todo el mundo? —Ah, sólo es una de las que tengo en la manga, C.J. —Vale, pues a mí no me asustas. No me da miedo nada de lo que puedas hacer. ¿Desde cuándo te has convertido en Braveheart? Me puse en pie. —No voy a hacer nada para ayudarte a recuperar a Britta. Tú te has hecho la cama, así que ahora te acuestas. ¿Sola? Me parece que no. A lo mejor le contaré a todo el mundo su problema con el juego. —No creo que tenga ningún problema, Debbe. Por lo que me contaste, va a todas sus reuniones y ya no juega, así que es agua pasada. —Entonces les contaré a las guionistas lo que sé. Sonreí y me incliné sobre el escritorio a mi vez. —Pues hazlo, Debbe. Deja de ladrar y cumple tus amenazas de una vez. Debbe se levantó de la silla de golpe, me agarró de la pechera del suéter y me atrajo hacia ella. ¡No te atrevas a hablarme así, joder! —siseó en mi cara. ¡Suéltame! —respingué, y le agarré la muñeca con las dos manos. Debbe me soltó y tomó asiento de nuevo. Recuperó el cigarrillo que había dejado en el cenicero y le
dio una calada. ¿De cuántos meses está María? —me preguntó—. ¿Cinco? —Seis —contesté, recolocándome el suéter—. Me lo acabo de comprar, ¿sabes? ¿Es buena conductora, C.J.? Observé a Debbe con atención. —Ya sabes que el tráfico es terrible ahí fuera. Todo el mundo va con prisas, la gente conduce como loca. Tendría que ir con cuidado, ¿no te parece? Me senté. —Así que ahora sí he captado tu atención, ¿eh? —Deja a María fuera de esto. —C.J., no tengo todo lo que necesito. Quiero que Britta vuelva conmigo. —Necesitar y querer son dos cosas diferentes, Debbe. —Necesito y quiero a Britta. —Entonces habla con Britta. —Lo he hecho. —Pues no hay nada que yo pueda hacer. —Veamos, María va a clases preparto en el centro, ¿verdad? ¿Qué coño tiene que ver María con Britta? No metas a María en esto. No tiene nada que ver con que Britta haya escogido a Sam en vez de a ti. De hecho, no metas en esto a ninguna de las guionistas. No tienen nada que ver con que Britta quiera estar con Sam y no contigo. Y, por cierto, detesto que hagas unas amenazas tan ridiculas. Es de lo más infantil. Debbe me observó en profundidad. Apagó el cigarrillo. —Quiero que Britta se suba a ese avión conmigo, C.J. —Debbe, no puedo obligar a Britta a hacer algo que no quiera hacer. Debbe tamborileó con las uñas sobre el escritorio. —Si tanto quieres que vaya contigo, dile que destaparás su problema con el juego. —Lo he hecho. Debbe me miró con los ojos entornados. —Igual que tú, no pareció muy preocupada. Sólo me dijo «adelante». —Pues ahí lo tienes. Si no la puedes obligar a ir a Aspen contigo por miedo, no sé qué quieres que haga yo. —Puedo hacerle algo a su ligue extranjero. A lo mejor la despido.
—Eso no hará que Britta vaya contigo a Aspen. Hará que Britta quiera estar con Sam —Entonces puedo amenazar con hacerle daño. —Eso sería horrible. Y te vuelvo a repetir que esas amenazas son verdaderamente irritantes. —Pero se subiría al avión conmigo para mantener a Sumo a salvo. —Es cierto, sería la única razón por la que subiría a ese avión. No sería por ti. Y después del viaje, volvería a casa con Samata. Quieres que te quiera, Debbe, pero no te quiere. Supéralo y sigue adelante con tu vida. ¿María y tú estáis liadas, C. J.? —Qué cambio de tema más abrupto. ¿Comparte cama contigo? —A María la tengo alquilada en el sótano de casa, Debbe. ¿Hay alguien en tu vida ahora mismo? ¿Y a ti qué te importa? Debbe suspiró. —No me importa, no quiero estar contigo. —El sentimiento es mutuo. —Lo sé. Y Britta tampoco quiere estar conmigo. —Debbe se levantó, paseó hasta el ventanal que había tras su escritorio y contempló el exterior—. Todo el mundo tiene a alguien, C.J. —No todo el mundo. —Estoy sola, C.J. Estoy sola y no quiero estarlo. —Debbe, yo no soy tu psicóloga. —En esta época del año... es duro, ¿sabes? Me levanté de la silla. —Debbe, has construido tu propio imperio en L-TV Estás consiguiendo el reconocimiento y el respeto de la industria que siempre has querido. Tienes dinero y eres atractiva. Estoy convencida de que encontrarás a alguien. —No quiero a alguien. Quiero a Britta. —Vale, pero no se consigue a una persona manipulándola para obligarla a tener una relación contigo. ¿Cómo encuentras a alguien, C.J.? —La cuestión no es cómo encuentras a alguien. La cuestión es cómo conservas a una persona una vez que la has encontrado. Eso es lo que tienes que descubrir. Por lo que sé de ti, eso es lo que no eres capaz de hacer. Porque en cuanto tienes a alguien, lo único que quieres es hacerle daño.
—Le he comprado a Britta una joya muy bonita, C.J. —Tampoco puedes comprar el amor, Debbe. Debbe se volvió hacia mí. —Qué consejos más útiles que me das, C.J. —Sólo te digo la verdad. Es algo que nunca te ha gustado escuchar. Debbe me dio la espalda. —Puedes irte, C.J. Observé a Debbe unos segundos más antes de dar media vuelta y salir de su despacho. No quería llorar. Sin embargo, sentada en el aparcamiento del centro comercial una hora después de hablar con Debbe, recordé la última Navidad que había pasado con ella, mientras veía a los compradores entrando y saliendo apresuradamente por las puertas y oía las campanillas que agitaban los voluntarios del Ejército de Salvación para exhortar a todo el que se cruzaba con ellos a rascarse el bolsillo. Seguramente se irían a casa con más calderilla de la acostumbrada, por ser unas fiestas en las que reinaba el espíritu de compartir la riqueza material. Habíamos decidido pasar las Navidades juntas en la casa que compartíamos. Nada de fiestas con amigos ni separarse para pasar el tiempo con la familia. Debbe me había convencido de que era lo que necesitaba — ¿o había utilizado la palabra «querer»?- para reavivar la llama conmigo. Me había jurado que no volvería a engañarme, que me adoraba y que quería pasar conmigo el resto de su vida. Y yo la había creído. Me había convencido de que, aquella vez, lo decía de Verdad. Así que había horneado, rustido, pelado, cortado y salteado toda clase de ingredientes para cocinar una estupenda cena de Navidad para las dos. Había puesto la mesa, había acabado de ponerle los adornos al árbol, envolví sus regalos y los dejé debajo. Había dejado una botella de champán en la nevera para que se enfriara, me duché y me puse una bata de seda que me había traído de un viaje a París. Horas más tarde seguía esperando a que Debbe hiciera acto de presencia, puse el horno a calentar, salvé toda la comida que pude y la guardé. Al final me quedé dormida en el sofá y, cuando me desperté, era Navidad y amanecía en la casa vacía. Me pasé la mañana limpiando la cocina y quitando la mesa. Tiré la cena a la basura y me senté en el sofá, a esperar a que mis últimas Navidades con Debbe llegaran a su dolorosa conclusión con las campanadas de medianoche. Se me caían las lágrimas al recordarlo, sentada en el coche y contemplando el vaivén de la gente sin verlos realmente. Todavía tenía un nudo de rabia en el estómago desde aquel día; una rabia que en su momento se había mezclado con el temor de preguntarme si Debbe habría tenido un accidente y con los celos salvajes de pensar con quién habría dormido en Nochebuena. Me preguntaba cómo podía dolerme así algo que había pasado hacía tanto tiempo. Recogí mis cosas, dejé a Debbe, lloré su pérdida, leí libros de autoayuda, fui al psicólogo y permití que mis amigos y amigas hicieran piña conmigo. Por fin, gracias a Dios, llegué a un punto en la vida en el que no era capaz
de recordar lo que había visto en Debbe ni por qué me había enamorado de ella. No obstante, de lo que me di cuenta al quitar las llaves del contacto y salir lentamente del coche fue de que nunca sería capaz de olvidar lo que me había hecho Debbe. Lo que le había hecho a mi corazón. Así, tras cerrar la puerta y echar a andar hacia la entrada del centro comercial, reparé en que nunca sería capaz de perdonarla. Jamás. Aquella misma tarde, volví a casa con media docena de bolsas de la compra. Aparqué en el garaje y entré en la cocina. Me recibió un aroma a carne asada, mezclada con un fresco aroma de pino. Al volver la esquina y entrar en la sala, vi a María frente a un árbol de Navidad decorado. Me detuve en seco cuando vi su expresión. Estaba llena de amor y felicidad. Por mí. Solté las bolsas y caminé hacia ella. María me sonrió. —Quería hacer eso tan sexy de abrirme la bata y enseñarte mi cuerpo desnudo, ¿sabes, C. J.? Luego quería hacerte el amor aquí mismo, en el suelo, delante del árbol. Pero mira —dijo abriéndose la bata—. Este barrigón que tengo corta un poco el rollo, ¿verdad? —Mírate. —Suspiré y me acerqué todavía más a ella—. Eres preciosa. —Y entonces he pensado en atarme un lazo rojo alrededor y pedirte que me desenvolvieras, pero... — Se miró la tripa—. Sigue aquí. Un bebé de seis meses. —Un bebé de seis meses —murmuré, mientras apoyaba la palma de la mano sobre la barriga—. Y una dama muy, pero que muy sexy. —La besé y exploré su desnudez con las manos. Poco a poco, nos dejamos caer de rodillas delante del árbol. Le aparté la bata de los hombros delicadamente y la tumbé en el suelo con cuidado, para que mirara mientras me quitaba la ropa. Me corrí tan fuerte y con tanta intensidad que se me saltaron las lágrimas al llegar al clímax. María permaneció entre mis piernas hasta que mis gemidos se calmaron, sin dejar de besarme suave y cálidamente mientras me contraía una y Otra vez en torno a sus dedos. Luego los sacó con cuidado, apoyó mi cabeza en su regazo y me rodeó con los brazos, para acunarme cariñosamente hasta que dejé de temblar. Cuando recuperé el aliento, le expliqué cómo habían sido mis últimas Navidades con Debbe. —Lo siento —le dije cuando acabé mi historia. ¿Por qué lo sientes? —No debería hablar de Debbe cuando estoy contigo. ¿Por qué no? —Porque estoy contigo, no con ella. —Pero ella forma parte de tus recuerdos, C.J. Quiero que compartas tus recuerdos conmigo. Los buenos, pero sobre todo los malos. Me ayuda a aprender cosas de ti, a entenderte y a cuidarte.
Le cogí la mano a María y se la besé. —Eres maravillosa conmigo, María. Mira todo lo que has hecho. La cena. El árbol. El recibimiento de esta noche. Todo esto es tan... -¿SI?
¿Mmm? —Te quiero. Más tarde, aquella misma noche, María estaba tumbada en mi cama junto a mí, me cogió la mano y se la colocó sobre la tripa. ¿Lo notas? Apreté la mano contra su estómago. —Espera un momento. Se está moviendo, da patadas y puñetazos. Quiero que la sientas. Esbocé una amplia sonrisa. ¿Qué tienes ahí dentro? ¿Una kick boxer en miniatura? —Pues empiezo a creer que... ¡Guau! —exclamé—. Lo he notado. ¡Es alucinante! ¿Va a volverlo a hacer? —Oh, va a pasarse la noche haciéndolo. Es un poco lechuza. Anoche me dio una patada voladora en las costillas. ¿Eso hizo? A lo mejor deberíamos llamarla Jet Li. O Jackie, por Jackie Chan. María se rió. —Chantelle dice... oh, ahí va otra... dice que la llame Bruce Lee. ¿A una niña? —Chantelle dice que con mi niña todo es posible. —Pero piensa en lo que se reirán de ella si se llama Bruce. Tenemos que pensar en las consecuencias que tendrá el nombre que le pongamos. Después de todo, es el único que tendrá para toda la vida. —Sí. Y piensa en todas las veces que me llamarán los directores del colegio sobre que Bruce Lee Hernández se ha metido en líos en el recreo. —Bueno, yo estaré orgullosa de ella. Sabrá defenderse. —Será una abusona. —No, nada de eso. Le enseñaré cuándo hay que pelear y cuándo no.
¿C.J.? ¿Mmm? —Dices muchas veces nosotras. ¿A qué te refieres? —Bueno, hablas de cómo llamaremos a la niña. —Oh. —Está bien. Sólo quiero preguntarte una cosa. —Dispara. ¿Qué pasará cuando nazca la niña? ¿Qué quieres decir? —Bueno, solo me preguntaba qué vas a hacer. Qué querrás hacer... ya sabes... cuando nazca la niña, Le acaricié la tripa con ternura. —No le voy a dar el pecho, si es lo que quieres saber. —No bromees. —Vale. Me levantaré contigo en mitad de la noche y te ayudaré a cuidarla. ¿Es eso lo que querías saber? —Lo que quiero saber es si quieres que me quede aquí cuando nazca la niña, Me senté en la cama. —Por supuesto que quiero. ¿Por qué no iba a querer que te quedaras? —Bueno, las que nos acostamos somos tú y yo. No tú, yo y un bebé. Ahí dentro hay un bebé en potencia, María. Por lo que a mí respecta, he estado haciendo el amor contigo y con tu bebé. María alargó la mano y me rozó la cara. ¿Pero me quieres a mí y al bebé, CJ.? —Sí, María. Te quiero a ti y al bebé. Pero tú no pensabas en esto cuando me pediste que viviera contigo. -A lo mejor sí. ¿Qué quieres decir? —Bueno, no pensaba que acabaríamos juntas cuando te mudaste aquí. Eso fue una sorpresa inesperada y maravillosa. Pero sí que había pensado en cómo sería vivir contigo y con el bebé. Me pareció que sería estupendo. Esperaba que, una vez que te mudaras aquí, te quedarías. Y cuando vi lo bonito que Lars había dejado el sótano para ti y para tu hija, creí que podría funcionar. Que estarías a gusto aquí. —Estoy a gusto aquí. Aunque no he pasado demasiado tiempo abajo.
—Podemos pasar la noche en tu casa de vez en cuando si quieres. Pero no soporto tener que hacer la bolsa y pasarme una hora en atascos de tráfico. María soltó una carcajada. Yo le puse la mano sobre el pecho y apoyé la cabeza en su hombro. —Me estoy enamorando de ti, María. De ninguna manera quiero que te vayas cuando tengas al bebé. Sé que puedo intentar ser una buena compañera para ti. Tendrás que ayudarme con el resto: enseñarme a cuidar de tu hija. ¿Sabes lo que podríamos hacer? —Otra vez «nosotras» —murmuró María, y me besó en la coronilla—. Me gusta. ¿Nosotras? —Nosotras. Es como si mi corazón oyera música cuando lo dices, C.J. —Bueno, pues ¿sabes lo que nosotras podríamos hacer? —No, ¿qué podríamos hacer, cariño? —Cariño. Me gusta. —Cariño, cariño, cariño —repitió María, frotándome el hombro—. Dime, cariño, ¿qué podríamos hacer? —Podemos convertir la habitación de invitados en una habitación para el bebé. Y luego podemos trasladar la habitación de invitados a tu casa de abajo. —Oh, oh. ¿Oh oh, qué? —Estás... ¿estás pidiéndome que me venga a vivir contigo, C.J.? —Sí, María. Te estoy pidiendo que vengas a vivir conmigo. ¿No te parece que vamos muy deprisa? —Bueno, puede que sí. Pero, para ir sobre seguro, ¿por qué no conservas tu casa durante un tiempo? Así, si no funciona, tendrás un lugar adonde ir. —No lo sé. El alquiler es supercaro. —Podemos intentarlo un tiempo. —Vale. —Te quiero, María. —Te quiero, C.J. —Buenas noches, pequeña K.B. ¿K.B?
-Kick boxer —murmuré. Y me quedé dormida en sus brazos. TRECE nominaciones para las series de prime-time de L-TV no sólo eran más de lo que habíamos podido esperar, sino más de lo que habríamos soñado para la primera temporada de nuestra televisión por cable, ya que iba abiertamente dirigida a un público alternativo. Nuestras nominaciones, junto con el montón de nominaciones para otras cadenas por cable y sus series, habían sido anunciadas por los editores de TV Guide y era lo que muchos en la industria televisiva denominaban el pistoletazo de salida de la temporada de los premios de la televisión de prime-time. La temporada empezaba oficialmente en febrero, que era cuando los miembros de la industria de las artes y el entretenimiento recibían los formularios para nominar los candidatos a los codiciados Emmys. Todas las cadenas se aprestaban para empezar a rapiñar votos mediante una gran variedad de métodos ilegales, aunque comúnmente aceptados. Entradas a pie de pista para partidos de baloncesto imposibles de conseguir, relojes Rolex o reservas en prestigiosos restaurantes solían aparecer sobre la mesa de los que votaban a los ganadores de los premios. Aquel año, uno de los múltiples obsequios que habían recibido los votantes eran brazaletes de plata con joyas de los colores del arco iris, cortesía de Debbe Lee en nombre de L-TV. Los Emmys eran el colofón de la temporada de premios del prime-time, que TV Guide cerraba oficialmente en marzo, seguida de los People Choice Awards y los Creative Arts Awards. Sin embargo, como las nominaciones a los Emmys se anunciaban en julio y la gala se televisaba en septiembre, varios entendidos de la industria tenían la impresión de que el resultado de los Premios TV Guide eran un indicador bastante bueno de quién de entre los nominados obtendría los Emmys. Señora Presidenta había triunfado en TV Guide, con cuatro nominaciones: mejor serie dramática, mejor actriz de reparto (Meryl Streep), mejor actriz principal (Stockard Channing) y mejor guión (yo). Tanto Gran familia feliz como La granja de cuerpos habían sido nominadas a mejor serie de telereadidad. No olvides nunca era una de las candidatas a la categoría de reciente creación de mejor serie de acción y aventuras y T-Rex estaba nominada a mejor actriz. En el aeropuerto Logan, mientras esperábamos que nos llamaran a embarcar para asistir a la ceremonia de entrega de los Premios TV Guide, T-Rex nos había dicho que la nominación «era un honor, eso sin duda, pero... ¡Dios santo! Stockard Channing va a ganar. Ella es una actriz de verdad. Este sólo es mi primer papel». Nosotras no le habíamos dicho ni que sí ni que no. En cuanto salieron las nominaciones, yo ya le había dicho a María que apostaba por Stockard, con los ojos cerrados, pese a lo que pudiera sentir por Chantelle o T-Rex, y ella se había mostrado de acuerdo conmigo. —Después de todo, lo de Stockard no sólo es talento natural o años de experiencia como actriz, sino que funciona de un modo completamente creíble como Presidenta había comentado María mientras nos desnudábamos para meternos en la cama aquella noche—. Y tú le has escrito unos diálogos magníficos. Tiene que manejar crisis tanto personales como nacionales. Tiene tanta presencia en pantalla como Martin Sheen en El ala oeste de la Casa Blanca. Lo único que hace T-Rex, al menos para mí, es fruncir mucho el ceño y correr a cámara lenta de semana en semana, ¿no te parece? —Es un poco plana —le había contestado yo—. Pero claro, es perfecta para la serie de Chantelle. —Es verdad —asintió María, mientras destapaba el tubo de dentífrico, a mi lado en el baño—. Pero a
lo mejor es todo lo que puede hacer. A mí no me parece demasiado... bueno... -Multidimensional. -Exacto. Mientras esperábamos en el aeropuerto, Chantelle se había inclinado a susurrarle algo a T-Rex al oído que le había granjeado un beso rápido en la mejilla. De todos modos, quién sabe cómo irán las cosas en la veleidosa industria del espectáculo —le había comentado T - Rex al grupo—. He estado pensando que, en función de cuánto vaya a durar la serie de Chantelle, a lo mejor vuelvo a trabajar de entrenadora personal. No me gusta pasar mucho tiempo alejada de mi niña, pero es lo que hay que hacer cuando eres actriz. Quiero tener una vida más... estable. Levanté la vista de la revista que tenía en el regazo, María y yo nos miramos a los ojos, y enseguida volví a bajar la mirada. —Bueno, tu pasión es esa, ¿no? —se interesó María—. Ser entrenadora personal. —Sí —respondió T-Rex—. Creo que sí. Actuar es divertido y tal, pero a veces me resulta muy duro. No sé cómo lo hace Stockard: es tan creíble como Presidenta de los Estados Unidos como lo era haciendo de Rizzo en Grease. Me cuesta entender el concepto de que una misma persona pueda ser dos diferentes. —Bueno, es un honor estar en las nominaciones —le dijo Samata—. Oirás tu nombre delante de millones de personas, en compañía de Stockard y de las demás actrices de tu categoría. Yo una vez he oído un discurso de agradecimiento genial de Michael Caine en los premios de la Academia. En lugar de hablar de sí mismo (bla, bla, bla, mi agente esto, mi mujer lo otro, el equipo fueron fantásticos, el director es brillante, un genio...) habló de las personas con las que había competido por el premio. —Creo que ganó el de Mejor Actor Secundario por su papel en Las normas de la casa de la sidra — apuntó Meri. —Me acuerdo del discurso —dijo Taylor—. Me pareció que tenía mucha clase. Samata asintió. —Así que estar en un grupo con tantos nombres maravillosos, con el tuyo ahí también, a veces es tan bueno como ganar. Es como me siento por mi programa, así que a lo mejor es así para otros también, ¿sí? Los programas de las demás guionistas también estaban nominados como mejor serie de estreno de la temporada y todas asintieron al comentario de Samata. No obstante, aparte de las esperanzas que cada una albergara en su interior porque su serie ganara al resto de las de L-TY mi impresión es que no había nada de competitividad entre nosotras y ni una gota de celos por el reconocimiento que había obtenido cada serie. Sencillamente, esperábamos ganar para L-TV tantos premios como fuera posible. ¡Por una primera temporada sobresaliente! —declaró Meri—. Una temporada en la que todas somos ganadoras. —Bien dicho —convino Chantelle. Brindamos con las tazas de humeante café y con los rollitos de canela, antes de que nos llamaran a la puerta de embarque, y discutimos sobre cómo esperábamos que la
mala suerte que daba el número trece fuera sólo una falsa superstición. Varios minutos después me encontraba sentada en el avión, con María a mi lado, esperando que la pista estuviera libre para despegar. Pensé en las fiestas. Las Navidades habían pasado volando: María y yo habíamos pasado parte de las vacaciones juntas, habíamos celebrado nuestra Navidad particular el día 21 y luego nos habíamos separado unos días para visitar a nuestras familias. Ella me había contado que el recibimiento de su familia, al verla aparecer de golpe, embarazada de seis meses, por la puerta de la casa en la que había crecido, había sido mejor de lo que esperaba, sobre todo en cuanto les dijo que se había separado de Jesse y tenía una relación conmigo. —Ella no era para ti, no era la persona que quería para mi hija —le había confesado su madre, mientras María la ayudaba a preparar la cena para la multitud congregada en su casa—. No me alegra el estilo de vida que has escogido, mi chica, sé que te lo he dejado claro en muchas ocasiones. Pero esa Jesse no parecía que estuviera contigo de corazón las veces que vino a visitarnos. Parecía mucho más centrada en sí misma. ¿Te acuerdas? No quería hacer casi nada contigo ni con la familia, solo quería irse a la playa y salir a beber todo el tiempo. Estaba... bueno, parecía que se aburría contigo. Esa clase de persona no se merece estar con mi hija. Tú eres divertida y preciosa, generosa desde el fondo de tu alma, y tienes un gran corazón. María y yo habíamos instalado la cámara en casa antes de acudir a nuestras respectivas celebraciones familiares y, con el temporizador, nos habíamos sacado unas cuantas fotos delante del árbol de Navidad. La madre de María le había dado un abrazo, había ido al frigorífico y le había dado un golpecito con el dedo a una de las fotografías que le había llevado y que había colocado en la puerta. ¡Mírala! ¿Ves cómo te mira con amor y adoración? Sí, ¡esta es la mujer para ti! Se puede ver que te quiere, lo notas en la fotografía. María había rodeado a su madre con los brazos. —Lo que me hace más feliz —le había dicho su madre al cogerle la mano con delicadeza y apartarle cariñosamente el pelo de la cara— es saber que tienes a alguien que te quiere y quiere estar contigo y con tu bebé. Esa C.J. tiene un corazón lo bastante grande para las dos. Lo veo. El padre de María había llorado de alegría delante de todos en la reunión navideña, emocionado por el hecho de que iba a ser abuelo. Se había levantado de la mesa para proponer un brindis por su preciosa hija y la niña que estaba seguro que sería igual de hermosa. Entonces volvió a dejarse caer en la silla y sollozó, dominado por la tristeza de que nunca «acompañaría a su niña hasta el altar», a lo que el hermano menor de María había respondido: «Asúmelo, papá. Ama a las mujeres y yo no le veo nada de malo. Las mujeres son hermosas. Tienes que amarlas». —Todo esto no te asusta, ¿verdad, C.J.? —me había preguntado María, de vuelta desde el aeropuerto cuando fui a recogerla para volver a casa. —Ni lo más mínimo —le aseguré. Le cogí la mano y la sostuve en el regazo mientras conducía entre el tráfico—. Estos días que hemos pasado separadas me han hecho darme cuenta de que cada día estoy más enamorada de ti. Me muero de ganas por conocer a tu bebé y estar con las dos. Tu familia parece encantadora y será un honor conocerlos. La última vez que el equipo de guionistas nos habíamos reunido antes de que empezara la producción de la segunda mitad de la temporada había sido en la fiesta de Nochevieja. Primero habíamos cenado en
mi casa y habíamos acabado en el Alley's para armar una gorda cuando diera la medianoche. Fue entonces cuando María y yo les dijimos oficialmente que éramos pareja, y no porque lo hubiéramos decidido conscientemente, sino porque éramos incapaces de dejar de meternos mano. —Si no estuviera tan borracha, juraría que vosotras dos estáis juntas —había dicho Britta, tras beberse de un trago el resto de su cóctel, mientras nos contemplaba bailar un lento cerca de la mesa que habíamos cogido en el atestado bar. María le había sonreído a Britta y a continuación me había dado un beso lento y prolongado. —Creo que están juntas —había afirmado Taylor mientras nos besábamos. ¿María? —había preguntado Chantelle, que se nos acercó—. ¿Debería saber algo que no sé? -Estoy embarazada, Chantelle! —había gritado María. —Eso ya lo sé, tía. —Y estoy enamorada de C.J. ¡Enamorada, enamorada, enamorada! —Gracias a Dios que ya no es secreto —suspiró Meri, arrellanada en la silla—. Os ha costado contarlo, chicas. ¿Tú sabías que estaban saliendo? —le preguntó Taylor. —Las pillé besándose en la cocina en Acción de Gracias —confesó Meri. ¡Caramba! —exclamó Taylor—. Pues sí que sabes guardar un secreto. —Claro que sí—repuso Meri—. Soy una persona digna de toda confianza. —Bueno, yo no te confiaría mi virginidad —replicó Taylor. —Si fueras virgen, yo tampoco —rió Meri. ¡Vais a tener una larga vida de felicidad para las dos, María y C.J.! —había exclamado Samata, levantando el vaso. —Y con la niña, serán tres —había añadido Meri. María, que estaba ya de nueve meses y salía de cuentas diez días después de la gala de premios, se había empeñado en hacer el viaje de una noche para asistir a los premios, pese a mis protestas. Me había asegurado que su doctor estaba muy satisfecho con la evolución del embarazo, y yo sabía que había estado siguiendo los consejos del libro para mantenerse a sí misma y al bebé en las mejores condiciones, entre otras cosas porque yo había sido de las que más había insistido en ello. Había ganado el peso correcto y compensaba la pérdida de sueño por las noches trabajando menos horas o echándose la siesta en el trabajo. Había asistido a todas sus clases preparto con Chantelle y escuchaba cintas de meditación guiada siempre que la producción de su serie la estresaba. Además, me había recordado, si se le adelantaba el parto, su entrenadora de partos, Chantelle, estaría con ella.
El aviso del piloto de que éramos los quintos en la cola para despegar me distrajo de mis pensamientos. —Espero que no se pegue mucho al cuarto avión —musitó Taylor—. Supongo que no despegará justo después y se empotrará con la cola del otro. —No lo hará —la tranquilizó Meri. —Bueno, estamos saliendo con mucho retraso—apuntó Taylor—. Alo mejor le da por intentar adelantar al otro avión en el aire. ¿Quieres tranquilizarte? —le ordenó Meri. —No me gusta mucho volar —dijo Taylor. Meri enarcó las cejas y se volvió hacia ella. ¿Cómo? ¿En serio? María respingó de repente y me cogió la mano con fuerza. Me la apretó durante varios segundos, inspiró hondo unas cuantas veces y luego, poco a poco, aflojó el apretón, exhaló y me dedicó una sonrisa. -Contracciones de Braxton Hicks —me dijo. -¿Quién era y por qué le pusieron su nombre a unas contracciones? —le pregunté, sacudiendo la mano para recuperar la circulación sanguínea después de que María me la estrangulara. María sonrió. -Ni idea. -Ahora según el libro deberías... No puedo levantarme y pasear, ni tumbarme hasta que estemos en el aire —me interrumpió María. -¿Ves? Por eso precisamente no me parecía buena idea que cogieras el avión. Deberías estar en casa, descansando. El libro recomienda no viajar después del octavo mes. María me cogió la mano y se la puso sobre la tripa. —Ni hablar. Quiero estar allí cuando te lleves el premio, C.J. Porque ganarás. Estoy segura. Señora Presidenta es una serie fantástica, mucho mejor que las otras nominadas en tu categoría. Y de todas maneras, un montón de actrices embarazadas han ido a la gala de los Oscar. —Sí, pero no tenían que pasarse horas en un avión. Tenían servicio de limusina desde la puerta de su casa en Los Ángeles. —Estaré bien, C.J. ¿Qué pasa? —se interesó Chantelle, que se dio la vuelta en el asiento que ocupaba delante de nosotras y me miró desde el borde. ¿Algo va mal? —nos dijo Taylor, con una nota de pánico en la voz.
—Braxton Hicks —contestamos al unísono. ¿Es el piloto? —preguntó Taylor. ¿Quién es Braxton Hicks? —oímos que T-Rex le preguntaba a Chantelle. —Son contracciones —le contestó esta. ¿Hay contracciones? —quiso saber Samata, que se desabrochó el cinturón de seguridad de inmediato y se apoyó en mi asiento para levantarse. ¿Qué haces, Sam? —le pregunté. ¿Qué pasa? —se extrañó Britta. —Va tener contracciones —dijo Samata—. ¡Está teniendo el bebé! ¡Bien! Así no tendremos que volar —suspiró Taylor— Salgamos de este maldito avión. Aquí falta aire. —No voy a... —empezó María, pero el rugido de los motores del avión al ponerse en marcha ahogó el resto de la frase. El sonido creció en intensidad. ¿Qué es ese ruido? —le gritó Taylor a Meri. . Estamos preparándonos para despegar. —Los motores —repuso esta. ¿Qué les pasa? -Taylor, no les pasa nada —le dijo Meri—Meri, creo que no quiero ir. Creo que quiero bajar del avión. Creo que voy a vomitar. —Taylor, relájate, mujer. Respira hondo. Piensa en cosas felices. —Las cosas felices están en tierra firme. -Por favor, ¿tengo que ir buscar agua hirviendo? -Sam, ¡siéntate! —le ordenó Meri desde el otro lado del pasillo—. Vamos a despegar. -¿Sabías que hay más aviones que se estrellan al despegar que al aterrizar? — preguntó Taylor, aferrada al reposabrazos del asiento con todas sus fuerzas. -Gracias por compartirlo con nosotras —respondió Meri. -Alertaré a la azafata —dijo Samata, alargando el brazo al botón de llamada. -Bien. Dile que quiero bajar del avión, Sam
—Sam, no pasa nada —dijo María por encima del hombro—. Es normal tener estas contracciones. Se tienen Braxton Hicks desde el... En ese instante, el piloto le dio más potencia a los motores y el avión salió disparado por la pista. Samata se cayó de culo en el asiento por la aceleración. Ponte el cinturón, cariño —le dijo Britta. ¡AyDiosAyDiosAyDios! —murmuró Taylor, lo bastante alto para que lo oyeran todos. En cuanto el avión esté en el aire me cambio de asiento —anunció Meri. Después de hacer parejas y registrarnos en nuestras habitaciones de hotel respectivas, descansamos hasta media tarde. Entonces las llamé a todas a sus habitaciones, y cuando descolgaron me limité a anunciar: ¡Empieza el espectáculo! Una hora más tarde, estábamos todas vestidas y listas en el pasillo de las habitaciones. —Vaya, mira que vamos guapas —exclamó Chantelle, tras observar los trajes de todas. —Meri con vestido. Cuando ha salido del baño creía que estaba soñando —dijo Taylor. —Bueno, es la primera y puede que la última vez —dijo Meri, sorbiéndose la nariz. —Pero si tienes piernas, tía —comentó una sonriente Chantelle. —Estás preciosa, señora Wiggins —sonrió Samata—. Ese color si te sienta muy bien. Te hace juego con los ojos. —No os acostumbréis —replicó Meri, tirando del vestido—. Me muero por quitarme esto y ponerme unos pantalones de chándal. No sabía que vestirse como una mujer llevaba tanto tiempo. La ropa interior, las medias, la combinación. Y todo eso antes de ponerte el puñetero vestido. Que, dicho sea de paso, no entiendo cómo Tina Turner puede brincar de un lado a otro con esos tacones. A mí ya me está costando caminar con estos, y apenas tienen dos centímetros. —Imagina que son un par de bambas de moda —le sugirió Britta. —Eso para ti es fácil de decir, señora Lesbiana Labios Pintados —le espetó Meri. —También se pone lencería sexy —sonrió Samata. Llegó el ascensor y subimos todas juntas para bajar al vestíbulo. Cuando sonó la campanilla, se abrieron las puertas y, por un momento, nos quedamos en el ascensor, observando en silencio la caótica escena que se desplegaba ante nuestros ojos. Los flashes de las cámaras relampagueaban por doquier y los periodistas, micro en mano, estaban bañados por las brillantes luces de los focos. Había un murmullo de expectación en el aire que nos recorrió como una corriente eléctrica. —Me temo que ya no estamos en Kansas, Toto —murmuró Meri, contemplando la escena. Esto es para lo que hemos estado trabajando, chicas —les dije, dando el primer paso para salir del ascensor—. Vamos.
Lentamente, atravesamos la multitud de gente en esmoquin y traje de noche que atestaba el vestíbulo del hotel, hasta llegar a la entrada de la enorme sala de baile donde se serviría la cena y los postres antes de que se anunciaran los ganadores de los Premios TVGuide. Tengo mariposas que están en mi estómago —dijo Samata. —Yo también —contestó Britta, que cogió a Samata del brazo. Una azafata nos recibió en la puerta y, cuando le dije que éramos de L-TY nos guió a través del laberinto de mesas redondas que había preparadas para cenar. Nos llevó a la parte delantera de la sala de baile, se detuvo ante una mesa, consultó la lista que llevaba y levantó la mano cuando nosotras ya habíamos empezado a sacar sillas. -Disculpen. Creía que se sentarían aquí, pero veo que se las movió algo más atrás. Nos volvimos y la seguimos en fila india hasta la parte trasera de la sala de baile. -Aquí tienen —dijo, indicando la tarjeta de L-TV colocada en la mesa que había cerca de la pared del fondo. Eché un vistazo al escenario desde la mesa. —La verdad, es un buen paseo hasta el escenario —le comenté. Ella se encogió de hombros. —Yo sólo sigo la lista de asientos. Estaban aquí—indicó, señalando la hoja que llevaba en el sujetapapeles—, pero se las movió aquí atrás. A esta mesa. —Y qué... ¿qué pasa si alguna de nosotras gana un premio? —quiso saber Taylor —. Quiero decir, ¿cómo vamos al escenario para recogerlo? La mujer meneó la cabeza. —No lo sé. Yo sólo me ocupo de los asientos y de la cena. Tendrán que preguntarle a otra persona. —Esto no tiene buena pinta —comentó Chantelle al sacar su silla y tomar asiento —. Casi no se ve el escenario desde aquí. Meri dejó sus cosas en la silla, consultó el reloj y se alejó de la mesa. La vimos recorrer el estrecho pasillo que quedaba a la izquierda de la sala hasta el escenario. Subió las escaleras de un salto y fue a la tarima. — ¡Treinta y cinco segundos! —nos gritó—. Dondequiera que estéis. —Eso es mucho tiempo —farfulló Taylor—. ¿De verdad nos esperarán tanto rato? —Supongo que tendremos que acortar nuestros discursos de agradecimiento —dije yo. —A lo mejor lo que quiere decir es que no vamos a ganar nada —aventuró María, mientras sacaba su silla y se sentaba. —No creo que nadie sepa quién va a ganar hasta que se abre el sobre —respondió Britta, que se sentó en una silla que le daba la espalda al escenario y luego intentó girarla— Cuando la sala esté llena será muy difícil ver algo.
—Sólo hay las sillas justas para nosotras —comentó Samata, al sentarse al lado de Britta—. ¿Dónde se va a sentar Debbe Lee? Seguro que no le hace ninguna gracia sentarse aquí detrás —dije. —Entonces seguro que hace que nos acerquen más a la parte delantera —opinó Britta—. Debbe se encargará. La cena trascurrió a paso de caracol y no hicimos más que mover la comida de un lado para otro en el plato antes de que se los llevaran y trajeran otros. La conversación era escasa. De vez en cuando, alguna echaba un vistazo circular a la sala, tratando de localizar a Debbe Lee. -No puedo creer que no haya venido —dijo Britta, Mirando su reloj—. Llegó en avión anoche y me llamó desde su habitación, así que sé que tiene que estar aquí. A lo mejor está esperando a hacer una entrada triunfal sugirió Taylor—. Ya sabéis cómo le gusta la atención. -Necesito levantarme y pasear un rato —anunció Meri, que dejó la servilleta en la mesa y se puso de pie. Las demás la vimos desparecer entre la multitud. Entonces María también se levantó y le pidió a Chantelle que la acompañara al lavabo de señoras. ¿Qué te pasa? María me puso la mano en el hombro. Nada, sólo quiero hablar con Chantelle de algo que no es muy agradable para comentar en la mesa. Le cogí la mano y se la besé. -¿Estás segura? -Segura. -Pareces cansada. Estoy un poco cansada. Pero estoy bien. ¿Quieres que vaya contigo? —Ya la acompaño yo, CJ. —dijo Chantelle—. Tú quédate aquí. María me frotó el hombro un segundo. —Vuelvo enseguida. A continuación, cogió a Chantelle del brazo y las dos salieron poco a poco de la sala. —A lo mejor el viaje ha sido demasiado para ella —opinó Britta, viéndolas marchar.
Asentí. —Creo que sí. Últimamente no duerme demasiado bien. Las contracciones de Braxton Hicks cada vez son más frecuentes y dolorosas. ¿Qué son? —se interesó T-Rex. —Es como si el útero estuviera flexionando los músculos: poniéndose a tono para las verdaderas contracciones —le contesté—. Empiezan como una sensación de que se te encoge el útero y duran muy poco, pero a medida que avanza el embarazo, se hacen más frecuentes, duran más y a veces duelen más. Según el libro sobre el embarazo, a los nueve meses es difícil saber cuándo las contracciones son preparto o son ya las del parto. ¿Crees que se está poniendo de parto? —preguntó Samata. Me encogí de hombros. —No lo sé. Espero que no. ¿No estás emocionada, C.J.? —preguntó Taylor. —La verdad es que estoy más nerviosa que emocionada. Sólo quiero que todo salga bien. —Todo saldrá bien—me aseguró Britta. T-Rex suspiró y se echó hacia atrás en la silla. ¿Ytú qué tal, señora nominada a mejor actriz? —le pregunté a T-Rex—. ¿Estás nerviosa? -Negó con la cabeza. —Nerviosa no. Sólo... inquieta, supongo. —Yo también siento así—dijo Samata—. No es emocionada, no es tensa. No es que hay palabra para describirlo. ¿Sabes, C.J.? Deberíamos pensar en hacer una comedia la temporada que viene en L-TV— propuso Taylor—. No tenemos ninguna. -Asentí. —Yo también lo he pensado. ¿Tienes alguna idea? —Bueno, Meri y yo hemos estado barajando algunas. ¿Te parecería bien que trabajáramos en ello juntas y pasarte algo antes de que empiece el verano? —Suena bien. —Comedia... Está muy difícil de escribir —dijo Samata—. De lo que se ríe una persona no es a lo mejor lo que otra cree que es divertido. —Eso es lo que estamos viendo —corroboró Taylor—. Una es un poco excéntrica, la idea de Meri,
por supuesto. La mía es una sitcom de toda la vida. Habíamos pensado que, si lográbamos encontrar el modo de aunar nuestras ideas, podríamos... —C.J., acabo de ver a esa hija de puta —anunció Meri al regresar a la mesa—. La he visto, a la Dama Dragón, sentada allí delante—informó, agitando el brazo—. Está sentada en una mesa con Stockard Channing, Meryl Streep y otras actrices. ¿Actrices? ¿Y entonces por qué T-Rex no se ha sentado con ellas? —preguntó Britta. —No lo sé —exclamó una irritada Meri, sacando la silla de un tirón para volver a sentarse—. Así que voy hacia la Dama Dragón y me agacho para hablar con ella. Ella me ve venir claramente, ¿vale? Pero en lugar de hablar conmigo, se vuelve y empieza a charlar con Meryl. Y va y me agita la mano como si yo fuera un mosquito molesto que se le ha acercado demasiado. Así que le digo: «Perdona, Debbe, pero tengo que hacerte una preguntita rápida». Y me dice: «Ahora no, Meri. ¿No ves que estoy ocupada?». Y le digo: «Debbe, estamos relegadas ahí detrás, en tierra de nadie». ¿Y sabéis lo que ha hecho? Ha seguido hablando con Meryl. Como si yo no estuviera. Y Meryl, como siempre, un encanto, me mira (ni siquiera estaba mirando a Debbe a esas alturas) como diciéndome que no le importa que las interrumpa. Así que, cuando Debbe se da cuenta de que Meryl no le presta atención, se vuelve y me suelta en ese tono de serpiente que pone: «Meri, lárgate de aquí, ¿quieres?». Así que eso he hecho, me he largado. ¿Quién coño se cree que es? En serio, ¿quién COÑO se cree que es? — gritó Meri. Las conversaciones de las mesas cercanas se interrumpieron. Taylor alargó la mano y tomó la de Meri. —Tranquilízate. Tú tranquilízate. Meri le apartó la mano a Taylor. —Pero me cabrea tanto... Me ha humillado delante de Meryl Streep ¡Me ha tratado como si fuera una mierda! —Vale, vamos a dar una vuelta. —Taylor se levantó de la mesa—. Salgamos del hotel. Allí puedes gritar e insultar y maldecir o hacer lo que quieras. —No quiero salir —dijo Meri, bajando la voz—. Lo que quiero es saber por qué ella está allí delante y nosotras estamos aquí, detrás, cuando las que optamos a los premios somos nosotras. No ella. Su nombre no es el que sale en nuestros premios. Son nuestros. Debería estar apoyándonos en estos momentos, no tratándonos como a ciudadanas de segunda. —A ver si puedo hablar con ella —sugirió Britta, que echó la silla hacia atrás para levantarse. En ese preciso instante, las luces se encendieron y apagaron tres veces y David Letterman, el presentador de la velada, subió al escenario. La sala entera prorrumpió en Aplausos. Allá vamos —dijo Taylor, levantando las manos con los dedos cruzados. Mucha mierda —les dijo Samata. -Mucha, con lo que se tarda en recorrer el kilómetro que hay hasta el escenario — rezongó Meri. Varios minutos y varias presentaciones de premios más tarde, se anunció el nombre de Martin Sheen y este subió al centro del escenario. Los aplausos llegaron a su punto álgido y luego fueron acallándose.
-Las series dramáticas son precisamente eso —empezó a leer su tarjeta—. Están llenas de drama, más que de comedia. Alta tensión, más que acción ininterrumpida. Tramas complejas, en lugar de gags que hacen reír, y personajes fuertes, emociones intensas. Las nominadas de este año son ejemplos magníficos del género y es un orgullo anunciar la serie ganadora. En la categoría de mejor serie dramática, los nominados de este año son... Mientras Martin Sheen leía la lista de nominados, me volví a mirar las puertas cerradas de la sala de baile. Está bien, C. J. —me aseguró Taylor. Ojalá estuviera aquí ahora mismo —repuse. -A lo mejor estaba cansada y ha subido a la habitación a tumbarse un rato — aventuró Britta—. Puede ver la gala desde allí por la televisión. -Oh, muy buena idea —asintió Samata—. Seguro que está allí. Y Chantelle también está con ella. ¡Es el momento, C.J.! —nos interrumpió Meri. —Y el ganador del premio TV Guide a la mejor serie dramática es... —Sheen hizo una pausa mientras manoseaba el sobre para sacar la tarjeta que había dentro. La leyó y anunció—: ¡El premio es para Señora Presidenta! Escrita y producida por ¡Has ganado! —exclamó Meri, al tiempo que se levantaba de la silla. ¡Corre, sube! —me animó Britta. Me levanté y me dirigí al estrecho pasillo de la izquierda de la sala de baile. Llevaba recorrido la mitad cuando oí a Martin Sheen decir: —Y para recoger el premio, tenemos esta noche a la presidenta y directora general de L-TV, Debbe Lee. Me detuve en seco, mirando atónita a Martin Sheen, que se había vuelto hacia la derecha con el premio en las manos Debbe Lee atravesó el escenario, aceptó el premio de manos de Sheen y le dio un beso rápido en la mejilla, antes de acercarse al atril. —Muchísimas gracias a todos —exclamó Debbe, entusiasmada y con la respiración agitada al micro —. Guau; este año ha sido increíble para L-TV y es un honor haber sido la que ideó una serie tan excepcional. Señora Presidenta me llena de orgullo y estoy segura de que la gente que trabaja en la serie cada semana sabe lo satisfecha que estoy con su profesionalismo y maestría. Y cómo olvidar a Stockard Channing y Meryl Streep, que aportan a mi serie un... Sin dejar que Debbe acabara de hablar, me di la vuelta y volví a la mesa. Saqué la silla despacio y me senté. Una mujer que había sentada en la mesa de enfrente, alguien a quien ni siquiera conocía, se volvió y me miró a los ojos. ¿Qué diablos hace ella ahí arriba? —me preguntó.
Me encogí de hombros. —Me hizo la misma putada en la cadena donde trabajaba —continuó la mujer—. Créeme, no me dio pena que le dieran la patada y la pusieran de patitas en la calle. Asentí, cogí la cuchara y empecé a .jugar con la comida que me quedaba en el plato de postre. La gala de premios avanzó lentamente. Finalmente, se anunció la categoría de mejor programa de telerrealidad. ¿Y si gana María? —me preguntó Samata. —Lo recoges tú, C.J. —me dijo Meri—. Tú lo recoges en su nombre. El presentador anunció a los nominados y rasgó el sobre. —Y el premio al mejor programa de telerrealidad es para La granja de cuerpos, escrita y producida por Samata Naroff. Britta rodeó a Samata con los brazos y le dio un beso rápido. —Vale, tengo que ir a recogerlo —dijo Samata, que se puso en pie. —y esta noche —continuaba el presentador—, recogerá el premio la directora general y presidenta de L-TV Debbe Lee. —No —gritó Samata—. ¡Eso no es bien! ¡Ella no está premiada! ¡Está por mi trabajo duro! Britta se levantó inmediatamente y cogió a Samata del brazo. —Vámonos. ¡Pero está mi premio! —protestó Samata. Taylor le hizo un gesto de cabeza a Meri y esta se levantó y cogió a Samata del otro brazo. Venga, nos largamos de este congelador. Yo también me puse de pie y me dirigí a la entrada del salón de baile delante de ellas. Empujé la puerta con la mamo y se abrió de inmediato. ¡La voy matar! —gritó Samata cuando la puerta se cerró a nuestra espalda—. La voy a colgar untada de miel y la atacarán un millar de hormigas soldados. ¡Sam! —la llamó al orden Britta. ¡Qué! —replicó Samata, forcejeando para que su amante la soltara—. ¿Eso demasiado agradable? Muy bien, seré más gráfica para ti. Le voy meter la cabeza en un... —No quiero oírte hablar así —la cortó Britta—. No dejes que te haga esto. No dejes que te cabree tanto. No sirve de nada. —Vamos a secuestrarla y la arrastramos al estado donde el asesinato en primer grado tenga la condena más corta —sugirió Meri—. Cometemos el crimen, cumplimos la condena y luego escribimos un libro y nos hacemos millonadas. Pese a mi enfado y frustración, el comentario de Meri me hizo reír.
¿Llevarás vestido a su entierro? —le pregunté. Meri puso los ojos en blanco. ¿Vestido? ¡Ah, mierda! ¿Tengo que hacerlo? Le rodeé los hombros a Samata con el brazo. —Venga, vamos a buscar a Chantelle y a María y saldremos a comer algo grasiento. Perritos calientes con chili hamburguesas aceitosas y un cubo de almejas fritas. Luego encontraremos el mejor bar de ambiente de la zona y bailaremos y beberemos hasta caer redondas. —Me gusta el plan. —Meri esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Nos dirigimos a los ascensores. Justo cuando iba a pulsar el botón de subida, las puertas se abrieron y aparecieron María y Chantelle. Salieron juntas caminando muy lentamente; María caminaba apoyada en Chantelle y tenía el rostro macilento. —Nos vamos al hospital —las informó Chantelle—. Acabamos de llamar a un taxi. Está de parto. —Mi bolsa... está en... la... habitación—me dijo María—. Tú... tienes... —Ya la cojo yo —le dije, y entré en el ascensor a toda prisa. —Taylor y yo nos quedamos con C.J. —dijo Meri—. Sam, Britta y tú id con Chantelle y María. —Llamaré un taxi y os espero fuera —anunció T-Rex. CATORCE largos minutos después, un taxi se detenía delante del hotel para llevarnos al hospital. Mientras nos apiñábamos en el asiento trasero, T-Rex le dio al taxista el nombre del hospital y le pidió que «le diera caña». —Señora, ¿ha visto cómo está el tráfico esta noche? replicó este, justo cuando Taylor se encogía para caber en el asiento y cerraba la puerta. Puso a cero el contador y metió el morro del taxi en la larga cola de coches—. No sé que puñetera ceremonia de premios ha colapsado la ciudad desde primera hora de la tarde. Haré lo que pueda. —Dice usted bien: puñetera ceremonia de premios —farfulló Meri. Inspiré entre dientes y observé el tráfico y el reloj alternativamente. —María estará bien —me tranquilizó Taylor, dándome una palmadita en la pierna —. Chantelle no dejará que le pase nada malo. —Es verdad —convino T-Rex—. Chantelle se encargará de todo. Al fin y al cabo, han ensayado para esto, ¿no? Asentí, aferrada a la bolsa de María que tenía entre las piernas. Estábamos las cuatro apretujadas en el taxi: Taylor, Meri, T-Rex y yo. —Pero se ha adelantado —les dije—. Se ha adelantado diez días. No debería haber hecho este viaje.
Le dije que se quedara en casa. —Pero entonces tú estarías aquí y ella allí —apuntó Meri—. ¿Te gustaría eso? —La verdad es que no —contesté—. Pero preferiría que estuviera en Boston, en el Brigham’s, en manos de su médico. —Seguro que los ginecólogos de este hospital son tan buenos como el suyo — aseguró T-Rex. —Supongo —respondí—. Sencillamente no es como lo habíamos planeado. —Que el parto se adelante diez días no es tan poco común, C.J. —dijo Taylor—. La fecha de salir de cuentas no está grabada en piedra. El primer hijo de mi hermana nació tres semanas antes, y tanto ella como el niño están perfectamente. ¿De verdad? Taylor asintió. —No lo digo por decir. ¿Sabes lo que me dijo Chantelle, C.J.? —me dijo T-Rex, mientras avanzábamos por la carretera a paso de tortuga—. Que María estaba bien cuando salieron del salón de baile, sólo un poco cansada. Pero como estaba teniendo contracciones de esas que explicabas, Chantelle le sugirió subir a la habitación y ver la gala por televisión. Estuvieron viendo la gala; María estaba echada con los pies en alto, relajándose. Entonces Martin Sheen anunció tu premio y Debbe Lee subió a recogerlo y dio el discurso de que señora Presidenta era su serie. María empezó a gritarle a la televisión y a despotricar sobre lo que había hecho Debbe Lee. Chantelle intentó que se tranquilizara. Fue cuando le empezaron las contracciones. Así que Chantelle no estaba segura de si esto es... ¿cómo lo dijo?... de si está de parto de verdad o si ha sido una consecuencia del estrés por lo de los premios. Agarré la bolsa con fuerza entre las manos. Si le pasa algo a María o al bebé por la estupidez de Debbe, la mataré. La mataré. No, yo la mataré —aseguró Meri. —Si no está de parto, no pasará nada —me dijo Taylor—. Creo que eso les pasa mucho a las mujeres durante el primer embarazo. —Su amiga está en el mejor hospital —nos dijo el taxista, que me sostuvo la mirada en el espejo retrovisor—. Mi mujer dio a luz a mi hijo y a mi hija ahí. Los doctores son fantásticos. Forcé una sonrisa de agradecimiento. Voy a coger un atajo. Creo que nos saltaremos lo peor del tráfico. —Gracias —murmuré. ¿Sabéis?, ha tenido que ser Debbe la que nos ha cambiado de mesa y nos ha puesto al fondo de la sala —opinó Taylor—. Britta ha dicho que llegó anoche. Seguro que se aseguró de que no estuviéramos cerca de escenario. Diría que ya sabía lo que iba a hacer antes de llegar.
¿Pero por qué iba a hacer algo así? —quiso saber T-Rex. Enseguida levantó la mano—. Ya, ya. Seguramente todas me diréis: «Porque Debbe es así». Creedme, Chantelle me ha puesto al día de lo ruin que puede llegar a ser. Pero pensadlo bien: vuestros contratos acaban la temporada que viene. Si abandonáis el barco entonces, ¿qué va a hacer? ¿Contratar a otras guionistas? ¿De dónde las sacará? Las mejores escritoras de la industria estaban en la gala esta noche. ¿Crees que nadie se ha dado cuenta de lo que ha hecho Debbe? ¿Quién iba a querer trabajar para ella? —Parte de razón sí que tienes —le dije. —A lo mejor no piensa más allá de dos años —sugirió Taylor. ¿Qué quieres decir? —quiso saber Meri. —Que a lo mejor lo único que quiere es triunfar en la industria de manera fulminante, crear una cadena de éxito y venderla al mejor postor —desarrolló Taylor —. Nos saca dos años fabulosos y luego nos ponen otro jefe, mientras Debbe Lee se marcha con los bolsillos llenos de dinero. El taxista giró bruscamente a la izquierda, atravesando tres carriles llenos de coches en un cruce. —Sujétense —nos advirtió, aunque ya nos habíamos caído todas hacia la derecha, cuando el vehículo se enderezó y tomó una calle en dirección prohibida, entre los cláxones de los demás coches. —Oiga, que esta calle es... —Sujétense —nos repitió el taxista, y giró abrupta- mente a la derecha justo delante de un coche que se acercaba haciéndonos luces. Todas fuimos propulsadas bruscamente hacia la izquierda. —Muy bien. Ya no hay tráfico —nos informó, mientras maniobraba por una calle casi desierta—. Llegaremos en unos minutos. —Buf—resopló Meri con alivio. Nos pasamos la hora siguiente sentadas, paseando y hojeando revistas manoseadas en la sala de espera de la maternidad del hospital. Por fin se abrieron las puertas de la sala de partos y salió Chantelle. Yo me puse de pie al momento. ¿Cómo está? Chantelle se apartó de la boca la mascarilla que llevaba y me regaló una sonrisa radiante. —Está muy bien, C.J. Todo va bien. Está en pleno parto. Las contracciones son más fuertes. El personal está monitorizando las constantes del bebé en todo momento. Su presión sanguínea es genial y le queda mucha fuerza para llegar al momento de empujar para que nazca la niña. Sencillamente llevará un rato. ¿Podemos verla? —preguntó Taylor. Chantelle meneó la cabeza.
—Es mejor que esté lo más tranquila posible. Será menos confuso, ¿entendéis? Además no hay mucho sitio ahí dentro. Ahora mismo está tranquila y quiero que siga así ¿Quiere verme? —pregunté. —Sabes que sí, C.J. —me dijo Chantelle—. Pero creo que si te ve se disgustará al recordar que no has podido recoger tu premio. Está muy enfadada por lo que ha hecho Debbe y no quiero que se altere otra vez. —Entiendo —asentí yo. ¿Crees que la estupidez que ha hecho Debbe en la gala tiene algo que ver con que se haya puesto de parto justo ahora? —preguntó Meri. —Seguro que no ha ayudado mucho —repuso Chantelle—. El estrés puede acelerar estas cosas. Pero ¿quién sabe? A lo mejor había llegado el momento. Lo bueno es que estamos todas juntas y no está en casa, pasando por eso sola. Se alegrará mucho cuando le diga que estáis todas aquí para apoyarla. Chantelle me dio un abrazo rápido y me apretó los brazos. —Oye, tengo que volver adentro. No te preocupes, estoy con ella y está bien. Iré saliendo a deciros cómo va siempre que pueda. —Dile que... —Se lo diré, CJ. —me cortó Chantelle—. Me ha pedido que te diga que ella también te quiere. Al amanecer del día siguiente, María seguía de parto. Chantelle salía a informarnos casi cada hora y nos aseguraba que María estaba bien y que todo progresaba adecuadamente. —Está resistiendo sin anestesia ni nada —sonrió—. Mi hermana gritaba que le pusieran anestesia a los seis minutos de ponerse de parto. Cada vez. Pero María lo está llevando muy bien. Estoy muy orgullosa de ella. Samata y Britta trajeron café y donuts secos de la cafetería del hospital y observamos el lento avance del tiempo en las incómodas sillas de plástico ergonómicas, dando alguna que otra cabezada. A las siete de la mañana encendimos la televisión para ver los programas matinales, pero al comprobar que todos abrían con la noticia de los Premios TV Guide, la apagamos enseguida. Cuando pasaba un poco de las diez, Chantelle emergió de la sala de partos con el anuncio de que la madre y la niña estaban perfectamente. Nos contó que María iba a poder descansar por fin después de una noche y parte de la mañana tan duras y que se quedarían en el hospital un par de días. —No hay nada de que preocuparse —nos aseguró—. Es algo que hacen con todas las madres primerizas. Así pues, salimos en tropel del hospital, llamamos a un taxi y volvimos al hotel para reservar las habitaciones hasta finales de semana. Meri frenó en seco y me agarró del brazo nada más atravesar las puertas giratorias del céntrico hotel. —Debbe —me siseó al oído.
—Tú pasa de ella, C.J. —me recomendó Chantelle—. Sube a la habitación, yo me encargaré de las reservas. Apreté los dientes y me alejé de ellas. ¡C.J! —me gritó Taylor, mientras yo corría hacia Debbe—. ¡No! Al oír mi nombre, que resonó en el vestíbulo de altos techos, Debbe apartó los ojos de los papeles que estaba firmando en el mostrador y me miró. Yo me abalancé sobre ella. ¡C.J.! ¡Menudo alivio! Estaba preocupadísima por... ¿Qué coño...? ¿Quién coño te crees que eres? —le chillé, dándole un fuerte empellón contra el mostrador de la recepción. ¡Dios santo! ¿A qué viene toda esta rabia? La agarré de la pechera de la blusa de seda y acerqué su rostro al mío. ¿Cómo te atreves a avergonzarnos delante de todos en el salón de baile durante la gala de anoche? ¿Cómo te atreves a robarnos nuestros premios? Las demás llegaron a donde estábamos y se quedaron detrás de mí. ¿Serías tan amable de soltarme? —me preguntó. Entonces se volvió hacia la recepcionista—. ¿Le importaría llamar a seguridad, querida? Me temo que se va a montar una escena muy desagradable delante de todos sus huéspedes. La recepcionista alargó la mano hacia el teléfono, pero T-Rex dio un puñetazo sobre el mostrador de mármol delante de la mujer y le dijo con voz calma: -Si haces el menor movimiento, yo misma saltaré por encima del mostrador y arrancaré el teléfono de la pared. Y no quieras saber lo que te haré a ti. La recepcionista levantó las manos y retrocedió lentamente. -Adelante, C.J.-me dijo T-Rex, sin apartar la mirada de la aterrorizada recepcionista. Yo le retorcí la blusa a Debbe. —C.J., estás estropeando una blusa de seda importada —me informó. —No será más que un trapo sin el menor valor cuando acabe contigo —siseé. —La granja de cuerpos no es tu serie —le gritó Samata a Debbe Lee, desde su posición a mi espalda —. Señora Presidenta no es tu serie. Tú tienes que ser mala con nosotras en la oficina, pero que tienes que ser tan mala con nosotras en público no tiene excusa.
—Escuchad, tengo vuestros premios —dijo Debbe—. Los llevo en la maleta. Os los daré ahora mismo si me sueltas, C.J. ¿Que te suelte? —gruñí—. Tienes suerte de que no te esté estrangulando. Debbe se volvió hacia la recepcionista. —Señorita, le he pedido que llamara a seguridad. —Ni se te ocurra —la amenazó T-Rex. Debbe le lanzó una mirada incendiaria a la recepcionista. —Haré que te despidan. —No te preocupes —le dije a la recepcionista—. Eso se lo dice a todo el mundo. —Ahora no es cuando queremos los premios, Debbe Gilipollas Lee —rugió Meri —. Los queríamos anoche, cuando nos los dieron a nosotras, no a ti. -Eso es correcto —dijo Samata—. Yo tenía que acepto mi premio. Por mí serie, que no es tuya. Debbe me agarró las manos entre las suyas y tragó saliva. —Pero cuando vi lo lejos que estabais del escenario, pensé que... ¿Y quién nos puso ahí? —la interrumpió Meri—. Se suponía que teníamos que sentarnos en otra mesa, una que estaba más cerca de la parte delantera de la sala. Pero al parecer alguien nos cambió a última hora. ¿Y quién querría hacer tal cosa? —preguntó Debbe. —Llegaste un día antes que nosotras —señaló Britta—. Tuviste todas las oportunidades. —Pero eso no importa —dije yo—. El quid de la cuestión es que ni siquiera nos dejaste recoger nuestros premios. —Tardabas siglos en subir al escenario —replicó Debbe—. Ya sabes que en las galas cada segundo está planificado. No puedes dormirte en los laureles. Así que pensé que lo mejor sería si yo... —Lo que hiciste no fue una decisión espontánea —espeté yo, apretándole el puño contra la garganta—. Martin Sheen sabía que serías tú la que subiría a recoger el premio. Lo leyó de su tarjeta. ¿Cómo iba a saberlo si no se lo hubiera escrito alguien? —Martin me conoce. Sabe que soy la presidenta y directora general de... —Martin te conoce tanto como al resto de las miles de mujeres con las que ha follado Charlie Sheen— la interrumpí yo. —Entonces no sé por qué lo hizo —contestó Debbe—. De repente oí que anunciaban mi nombre, así que... —Y una mierda, de repente —intervino Meri—. Empezaste a subir al escenario en el instante en que anunciaron el premio. Lo sé. Te vi.
—Muy bien, muy bien. ¿Sabes qué? Lo que tú digas. Agarré a Debbe con más fuerza todavía. Ella respingó. —CJ., no... no puedo respirar. —Pues ponte azul, ¿vale? —rugí—. Pero antes de que te desmayes, ¿por qué no admites que fuiste tú la que nos cambió de sitio al fondo del salón de baile y que fuiste tú la que lo arregló todo para recoger los premios tú misma? ¿Es eso lo que quieres oír? —graznó Debbe con voz ahogada. ¿Por qué no nos dices la verdad? —le dijo Taylor—. Entonces CJ te soltará. Debbe me sostuvo la mirada. —Hice lo que creí mejor —jadeó. ¿Y eso por qué no se lo dices a María? —le pregunté. La mirada de Debbe se desvió al grupo que había detrás de mí. —No, no está aquí, Debbe —la informé—. Está en el hospital. Tu truquito hizo que se le adelantara el parto. Debbe tragó saliva. —Así que ¿por qué no me vuelves a explicar cómo acabamos en el puto culo de la sala y cómo sabía el presentador que tenía que decir tu nombre para que recogieras los premios por nosotras? ¿Cómo está María? —quiso saber Debbe. —Fatal —contesté yo, antes de que las demás tuvieran oportunidad de abrir la boca. —Por culpa de... —Sí, por culpa de lo que hiciste anoche. —Oye, yo no quería hacerle daño a nadie —se excusó Debbe—. Suéltame, C.J., y te lo explicaré todo. Podemos ir a tomar un café o a desayunar. Sí, es una buena idea, ¿verdad? Os invito a todas a desayunar. Nos sentaremos y hablaremos de todo es... —Yo no quiero comida de ti —la informó Samata—. Yo no quiero compartir ninguna comida contigo. Quiero la verdad. —Muy bien, muy bien, fui yo —confesó Debbe—. Ahora suéltame, C.J., o yo misma llamaré a la policía. —Dime lo que has hecho, Debbe. Dinos todo lo que has hecho. Entonces te soltaré. —Hice lo que creía mejor, CJ. —Esa no es la respuesta que quiero oír.
¿Señorita? —dijo Debbe, volviéndose hacia la recepcionista. —Estoy ocupada —le contestó la recepcionista, apoyada en la pared que había detrás del mostrador. —Buena respuesta —la felicitó T-Rex. —Muy bien, yo os cambié de sitio y luego hice que se supiera que los premios los recogería yo. ¿Vas a soltarme de una vez, C. J.? ¿Pero entonces por qué nos has dejado volar hasta aquí? —preguntó Taylor—. ¿Por qué no nos dijiste que nos quedáramos en casa? —No lo habríais hecho —afirmó Debbe. ¿Así que preferiste montarnos una encerrona? —preguntó T-Rex—. ¿A qué clase de juego enfermizo juegas? Y dime una cosa, ahora que de repente te has puesto en plan sincero. Se suponía que yo tenía que sentarme en la mesa con Meryl Streep y Stockard Channing, ¿verdad? Debbe asintió. —Me pareció que querrías sentarte con Chantelle. ¿Y por qué no me preguntaste a mí lo que quería? —Porque la jefa soy yo y yo decido lo que más le conviene a L-TV —contestó Debbe—. Además, no estás a su altura. T-Rex miró a Debbe fijamente. Entonces Chantelle apareció a mi lado y le propinó un puñetazo en el estómago a Debbe. Esta dio un grito y se dobló hacia delante, de modo que tuve que soltarla. Chantelle se agachó para mirar a Debbe a los ojos. —Eso es una mínima parte del dolor que ha tenido que soportar María durante las últimas once horas —le hizo saber—. Y eso es lo que pienso del comentario que acabas de hacer sobre que T-Rex no está a la altura de Meryl y Stockard. No ha sido mérito tuyo que la nominaran a mejor actriz, Debbe. La nominaron por su trabajo. En mi serie. Me repugnas. Has avergonzado a L-TV con lo que has hecho. Te crees muy grande y poderosa, pero deja que te diga una cosa. No lo eres. Debbe se irguió poco a poco. —Y deja que te diga otra cosa —dijo Meri, acercándose a Debbe—. Todo lo que le contaste a C.J. sobre nuestros supuestos pasados escabrosos se podría usar contra ti en una demanda. Por difamación, creo que se dice. Debbe me miró a los ojos. —A mí no me mires —le dije—. Te inventaste historias e hiciste que me las creyera. ¿Y qué os parece esto? —propuso Debbe, que se frotaba el estómago apoyada en el mostrador—. Hablaré con la prensa. O mejor aún, haré una declaración admitiendo que no estuvo bien recoger los
premios en vuestro nombre. ¿Y eso de qué va a servir ahora? —le preguntó Britta—. Samata no pudo hacer su discurso de agradecimiento. No recibió el reconocimiento que se merecía de sus colegas. Y C.J. tampoco. Cualquier cosa que puedas decir ahora no va a arreglar nada. Aún las haría quedar peor. —Entonces no sé qué puedo hacer para rectificar esta situación —repuso Debbe —. Lo único que puedo hacer es ofreceros mis disculpas de todo corazón. —Eso estaría bien, ¡si no fuera porque tú no tienes corazón! —escupió Meri. —Entonces os daré más dinero —ofreció Debbe—. Mil dólares a cada una. Ahora mismo. En efectivo. ¿Qué os parece? Chantelle inclinó la cabeza y miró a Debbe a la cara, a apenas un par de centímetros de ella. ¿Crees que mil dólares de mierda van a arreglar las cosas después de lo que has hecho? ¿Crees que mil dólares de mierda van a hacer que María y su niña se encuentren mejor? ¿Ha tenido a la niña? —preguntó Debbe—. ¡Es maravilloso! ¿En qué hospital está? Le enviaré un bonito ramo de flores frescas ahora mismo. ¿Sabes qué? —dije, mientras le quitaba el bolso y lo abría. Saqué su monedero y saqué varias tarjetas de crédito, que repartí entre las demás—. Para resarcirnos de los daños emocionales sufridos, nos vamos a ir de compras, cortesía de Debbe Lee. No te importa, ¿verdad, Debbe? Después de todo, así es como solucionas tú todos los problemas. —C.J., eso es mucho dinero —dijo Debbe, sin despegar los ojos de sus tarjetas. —Lo primero que hará es llamar y cancelarlas —señaló Britta, dejando la MasterCard que le había dado en el mostrador—. Yo no quiero su dinero. Sólo quiero que desaparezca de mi vista. Una a una, las escritoras dejaron sus tarjetas en el mostrador. Debbe alargó la mano hacia ellas, pero yo las barrí rápidamente con el brazo y las tiré al suelo. ¡C.J.! —gritó Debbe en tono de protesta. A continuación se volvió hacia la recepcionista—. ¿Un poco de ayuda, por favor? —Que las recoja ella —le ordenó T-Rex a la recepcionista. : —No voy a hacer nada por nadie —aseguró esta. Cuando Debbe se agachó y empezó a recoger sus tarjetas, nos dimos media vuelta y nos marchamos. —No le había pegado a nadie en la vida —dijo Chantelle, con las mejillas empapadas en lágrimas. T-Rex le pasó el brazo por los hombros mientras subíamos a nuestra planta en el ascensor. ¿Qué clase de persona soy? ¿Cómo he podido hacer eso? Yo no soy así. Yo no hago esas cosas. —Sé que no —la tranquilizó T-Rex.
Meneé la cabeza y suspiré. —Nunca había estado tan furiosa con nadie. Ni siquiera con Debbe, con todo lo que me hizo durante nuestra relación, había sentido nunca esta clase de... esta clase de rabia. Eso es, rabia pura y dura. He notado literalmente que podría matarla. Samata asintió. —No se puede razonar con ella y no se siente remordimiento de sus acciones. Te pone tan furiosa que no sabes qué vas hacer. Yo también me siento así. —Tú y todas —asintió Taylor. —Siento mucho haberle pegado —sollozó Chantelle. —No pasa nada —la consoló T-Rex—. Ha sido una noche muy larga. Pero no has hecho nada por lo que tengas que disculparte. —Pero le he pegado —exclamó Chantelle. —Se lo merecía —afirmó Meri—. Y mucho más. Negué con la cabeza, —No, no se merecía nada de lo que le hemos hecho. No deberíamos hablar así de ella ni de nadie. —Estoy de acuerdo —dijo Britta. —Pero nos pone tan enfadadas... —protestó Samata—. Y quitarnos recoger nuestros premios. ¡Nuestros premios! —No son más que premios, Sam—le dije con voz cansada—. Trastos de plástico y metal. No deberían significar tanto para nosotras como para ponernos de esta manera. Taylor asintió. —Debbe nos ha obligado a rebajarnos a su nivel con lo que ha hecho. Hemos sido tan desagradables y malas con ella como ella con nosotras. —Pero no hace más que empujar y empujar a nosotras —dijo Samata—. Era cuestión de tiempo que se explotase. —Tenemos que encontrar una manera mejor de canalizar nuestro enfado y frustración con ella — añadió Taylor. Las puertas del ascensor se abrieron y salimos una a una. —Vamos a descansar un poco —les propuse cuando estuvimos todas en el pasillo —. Luego comemos juntas y vamos al hospital a ver a María. —Y no vamos a decirle ni una palabra de lo que ha pasado en el vestíbulo —nos advirtió Chantelle—. Cuando vayamos a verla tenemos que estar contentas. —Y también veremos a la niña—añadí—. Chicas, María acaba de tener una hija —les sonreí—. No olvidemos que tenemos mucho que celebrar. Nos han dado un montón de premios por nuestro trabajo en L-TVy María ha tenido a una niña preciosa. Poco a poco, en el rostro de todas afloró una sonrisa.
*** Me tumbé en la cama de matrimonio de la habitación del hotel, mirando al techo. Me repetía en mi mente la escena con Debbe en el vestíbulo. ¿Y si la recepcionista hubiera llamado a la policía? ¿Y si me hubieran detenido por agresión? ¿Y si hubieran arrestado a Chantelle por darle un puñetazo a Debbe? A lo mejor la recepcionista estaba llamando a la policía en aquellos instantes. Puede que Debbe hubiera llamado ella misma. No, lo que había hecho no estaba bien, me dije, con un profundo suspiro. Al coger a Debbe como rehén en el vestíbulo le había enviado el mensaje equivocado a las guionistas. Se suponía que era su líder, la que tenía que demostrar que podíamos solucionar las cosas de un modo profesional, por muy mal que se nos tratara. Me había comportado como una abusona de patio de colegio delante de ellas. Mis amenazas habían obligado a Debbe a confesar, pero también habían alimentado la ira y la frustración que nos embargaba a todas desde la ceremonia. Había permitido que aquello pasara. La culpa era mía, me reñí. También me preguntaba si alguien más habría visto lo que le habíamos hecho a Debbe. ¿Éramos las únicas personas que había en el vestíbulo? Pensé en la gala de premios y recordé el orgullo y la emoción de oír que Señora Presidenta había ganado el premio a la mejor serie dramática. La mejor. Mientras me dirigía a recoger el galardón, había sido como flotar en una nube. Como la primera vez que había besado a María. Pero entonces había vuelto de golpe al mundo real: me había estrellado como una paracaidista con el paracaídas defectuoso. Todo al ver que Debbe Lee subía a recoger el premio. La sensación me recordaba la primera vez que me había enterado de que Debbe Lee me engañaba. Era como recibir un puñetazo en el estómago. «Oh, pobre Chantelle», pensé. La mujer que había ayudado a mi compañera a dar a luz a una niña que yo iba a ayudar a criar había sido llevada más allá de sus límites y ahora la invadía la tristeza, la culpa y la vergüenza. «Tengo que hacer las cosas mejor —me dije—. Lo primero es dejar este triste episodio atrás y ayudar a las demás escritoras a que también lo olviden. De alguna manera tengo que lograr que volvamos a estar en el mismo barco.» ¿Pero cómo? El problema era que, mientras tuviéramos a Debbe Lee de jefa, tendríamos que aguantar sus modales y el modo en que nos trataba. Tendríamos que soportar todo aquello mientras trabajáramos para ella. Aunque quizá Taylor tuviera razón. A lo mejor Debbe vendía la cadena la temporada siguiente. Sin embargo, la idea no acababa de gustarme. Si bien no quería trabajar para Debbe ni un minuto más, tampoco quería trabajar para cualquiera que pusieran al frente de la cadena. Aunque siempre había sido idea de Debbe —su sueño—, eran las guionistas las que habían hecho realidad L-TV Sin nosotras, no tendríamos una programación de prime-time tan sólida. Sin nuestras series no habríamos subido tanto de audiencia en todo el país. L-TV se había convertido en algo nuestro y, pese a todo, no teníamos ni voz ni voto en la dirección de la cadena.
Me senté en la cama con la espalda apoyada en el cabezal. Puede que aquella fuera la respuesta, me dije: la propiedad. No ser socias con Debbe — ¡eso nunca!—, sino ser las propietarias de la cadena. Cada escritora tendría una parte. ¿Pero cómo podríamos hacerlo? ¿Podríamos comprar una parte de la cadena cada una, si reuníamos el dinero suficiente para adquirir un porcentaje de las acciones? Por supuesto, Debbe no nos lo permitiría ahora mismo, pero si sacaba a la venta L- TY a lo mejor las escritoras podríamos comprarla. Empecé a darle vueltas a todas aquellas posibilidades en la cabeza. Lo único que tenía que hacer era dar con el modo de hacerlas realidad. —Hola —saludé a María con suavidad cuando abrió los ojos lentamente y me miró. —Chica —susurró. Se humedeció los labios y alargó la mano hacia mí. El tubo de plástico de la vía que llevaba puesta siguió el movimiento. Yo me acerqué a ella y le sostuve la mano entre las mías. — ¿La has visto? Sonreí y asentí. —La he visto. Fui al nido después de que se marcharan todas y me quedé a contemplarla. Perdí la noción del tiempo. Es preciosa. Absolutamente preciosa. ¿Tú cómo estás? —Cansada. —Lo sé. Pero las piernas no han dejado de temblar te en todo el rato que llevo sentada mirándote. —Eso pasa. Se me pasará. Es por el esfuerzo... ya sabes. Es mucho. —Lo sé. —Me llevé su mano a los labios y le di un beso. Luego le acaricié la mejilla delicadamente con la yema de los dedos. —Seguro que estoy fatal. Negué con la cabeza. —Para mí no. Nunca. Todavía estás más bonita. —Me encuentro fatal. —Estás un poco caliente y blandita. —La tuve en brazos, C.J. Tuve en brazos a mi Katrina April Hernández y dio el grito más enorme que puedas imaginarte. —Ah, seguro que pronto tendré ocasión de oírla. A todas horas del día y de la noche. María asintió. —Ya ves en lo que te has metido. —Lo sé. Amaré a dos mujeres preciosas en mi vida. ¿Cuánta gente puede decir eso? —Te quiero, C.J. A María se le cerraron los ojos.
—Duerme un poco, amor. María murmuró algo ininteligible y luego su respiración se hizo lenta y regular. La besé suavemente en los labios y noté una increíble oleada de paz y serenidad envolviéndome el corazón. QUINCE reuniones clandestinas después del trabajo en un mes, además de la producción de final de temporada de nuestras series de L-TV nos hicieron ir a todas con la lengua fuera. Mientras, María y yo también habíamos tenido que aprender a cuidar de la recién nacida, sin dejar de lado el cultivo de nuestra incipiente relación, y, asimismo, las demás escritoras hacían malabares para equilibrar el trabajo y sus jovencísimas relaciones. Todo ello se estaba cobrando su precio y, cuando María bajó al salón para reunirse con nosotras en lo que esperábamos que fuese el último encuentro fuera del trabajo, su rostro denotaba fatiga y frustración. —Oíd, tenemos que hablar en voz baja —nos dijo al sentarse con nosotras—. voy a dejar el intercomunicador aquí, a mi lado, y la próxima vez que Katrina haga «gu», se aplaza la reunión. —Lo siento, María —le dijo Britta—. A lo mejor tendríamos que marcharnos y dejar la reunión para otro momento. — ¡Ni hablar! —Le gritó Meri, que enseguida se tapó la boca con la mano y miró a María—. Lo siento. María le arqueó una ceja a Meri, cogió el intercomunicador y se lo puso en la oreja. —No volverá a pasar, María, lo prometo —se disculpó Meri. María volvió a dejar el intercomunicador en la mesita de café. —Tenemos que ponernos todas de acuerdo con el plan esta noche o se va por la ventana—nos dijo Samata. Taylor meneó la cabeza y se inclinó hacia delante en el sofá. —Lo sé, pero es que suena tan... arriesgado. ¿Y si descubre lo que estamos haciendo? ¿Y si...? —Y si, y si, y si —la interrumpió Meri—. Llevas con la cantinela del «y si» desde el principio. Va a funcionar, Taylor. —No funcionará si no muerde el anzuelo —observó T-Rex. —Os lo he dicho una y otra vez, chicas: Debbe me confesó que estaba enamorada de Britta —les expliqué—. Cuando Britta le diga que quiere marcharse con ella, que en verdad la quiere a ella y no a Sam, hará las maletas en cinco minutos. — ¿Y si Britta no es lo bastante convincente? —quiso saber Taylor. —Ya estamos con el «y si» —exclamó Meri, levantando los brazos con exasperación. —Taylor, puedo ser una mentirosa muy convincente —le aseguró Britta—. Recuerda que estuve en un lío muy gordo durante años porque le debía mucho dinero a gente nada recomendable. Durante mucho tiempo les hice creer que les pagaría la deuda. —Yo me la creo —interpuso Lars—. Los adictos son la leche engañando a los demás. A mi ex, joder, la tenía convencidísima de que ya no bebía, aunque apestara a alcohol cuando volvía a casa. Sea como
sea, estáis hablando con una profesional cuando se trata de construir un decorado convincente. Y las fotos que me ha dado C. J. son una pasada. Ni dudará que está en la casa de la playa de Amelia Island. —Pero lo que más me preocupa es que firme los nuevos contratos —apuntó María —. Mucho planear y escribir el guión de lo que vamos a hacer, pero todas las horas que hemos pasado repasando cada detalle del plan darán igual si no logramos que firme los nuevos contratos. —Lo sé —dije yo. Le hice un gesto de cabeza a la mujer que estaba sentada junto a Lars—. Sheila, diles lo que me has dicho antes de que llegaran esta noche. —Pero Sheila era la abogada de Debbe cuando os separasteis, C.J. —protestó Taylor—. Y la semana pasada nos dijiste que Debbe la despidió cuando se enteró de todo lo que te habías llevado con la ruptura. —Tienes razón, Taylor —repuso Sheila, que se levantó de la silla—. Debbe no quiere tener nada que ver conmigo, aunque lo único que hice yo fue seguir al pie de la letra lo que me dijo cuando C.J. y ella rompieron. Me dijo que le diera lo que ella quisiera y eso hice. Cuando la llamé para discutir algunas de las cláusulas del acuerdo, lo único que vetó fue el Lexus. Luego firmó los papeles. —Y te despidió —añadió Taylor. Sheila asintió. —Y me despidió. Después de haberme prácticamente garantizado el puesto de jefa del departamento legal de L-TV Por eso estoy con vosotras, chicas, al cien por cien. Dejé un trabajo muy bueno en un bufete de Boston para venir a L-TVy cuando Debbe me dijo que no me iba a dar el trabajo porque, cito, «la había jodido» en el acuerdo de separación, me quedé completamente colgada. En mi antiguo bufete no me readmitieron y Debbe les habló mal de mí a todas las grandes empresas de la ciudad, de modo que muchas puertas muy lucrativas se me cerraron de manera efectiva. Así que tuve que empezar de cero y me ha costado mucho conseguir una base de clientes sólida. No gano ni de lejos lo que ganaba en el bufete —Sheila hizo una pausa y suspiró—. Pero eso no tiene nada que ver ahora, sólo quería recordaros que cuando C.J. me llamó me lancé sobre la oportunidad de vengarme de Debbe. Y no olvidéis que ella nunca me verá. Nunca sabrá que he sido yo la que ha redactado los nuevos contratos. Lo que le he dicho antes a CJ. Es que la jefa actual del departamento legal de L-TY Janette Garrison, estará encantada de ayudarnos. No soporta trabajar para Debbe, así que preparará su carta de dimisión para que Debbe la firme, mientras nosotras nos la llevamos a sus vacaciones de ensueño en Amelia Island. Después de que Janette se haga la foto al lado de Debbe cuando firme los contratos nuevos, Debbe firmará la carta de dimisión. No habrá vuelta atrás. —Pero y si... —empezó Taylor, lanzándole una mirada a Meri—. Todavía no acabo de creerme que vaya a firmar nada. —No sabrá ni dónde está cuando lo haga —dijo Chantelle—. Aunque mi tía me ha dicho que no quiere verse involucrada en nuestro plan, porque después de todo la despedirían como enfermera particular si se descubre adonde han ido a parar ciertos... suministros, me ha asegurado que lo que le daremos a Debbe la tendrá colocada y feliz hasta que firme los nuevos contratos. —Yo sólo no soy segura de esa parte de este plan—dijo Samata—. C.J., no está alérgica a la medicación, ¿verdad? No vamos matarla, ¿verdad? —Ese sería mi planB —sonrió Meri.
—Eso no está divertido —replicó Samata. —Mi tía me ha dado instrucciones muy precisas —la tranquilizó Chantelle—. No le vamos a dar ningún narcótico. Lo que usaremos es sólo un poco más fuerte que el gas de la risa que te dan en el dentista. Estará despierta, pero flotando. Y estará muy, pero que muy contenta. ¿Cuánto durarán los efectos? —quiso saber T-Rex. —En cuanto le quitemos la máscara de oxígeno o apaguemos el gas, aunque no se quite la máscara, dejará de respirar la mezcla de gas y oxígeno —explicó Chantelle —. Volverá en sí enseguida. Aunque lo hermoso del tema es que no recordará demasiado. Su memoria estará un poco borrosa. —Y luego yo me encargaré de ponerla al día con los detalles —añadió Britta. —Nuestros trajes tendrán que ser muy buenos —dijo María—. Y tendremos que llevar las mascarillas de médico todo el tiempo que estemos con ella. —Y cambiar la voz—apuntó T-Rex. ¿Pero no meteremos a Janette en un problema con Debbe, cuando se entere de que ha firmado los nuevos contratos en su presencia? —preguntó Taylor. —Hombre, seguro que se cabreará con ella —contestó Sheila—. Pero Debbe no tendrá base legal para enfrentarse a ella, porque Janette ya no representará a L-TV Y como la firma de Debbe estará tanto en los nuevos contratos como en la carta de dimisión de Janette, será la prueba de que sabía lo que hacía. No habrá ningún indicio de que firmara los nuevos contratos bajo coacción. —Y entonces será cuando tendremos que cambiar al decorado de su oficina — intervino Lars—. Cuando firme los contratos. —Pero si en realidad nunca va a salir de Boston, ¿por qué tienes que construir otro decorado? —le preguntó T-Rex a Lars. —No queremos que nadie nos vea —respondió Lars—. Si la metemos en el edificio, aunque sea de noche, seguro que nos verá alguien. —Nunca saldremos de los almacenes del estudio de L-TV —añadí yo—. Es el único lugar seguro. El único en donde nadie sospechará nada aunque nos vean entrar y salir. —Volviendo a tu pregunta, Taylor, los contratos nuevos estarán fechados antes de que Britta y Debbe se marchen a Amelia Island —explicó Sheila—. Debbe no se acordará de haberlos firmado, claro está. Pero su firma estará allí. Y no habrá modo de que pueda impugnar la firma, porque será ella la que figura en los documentos. —Estará tan confundida que no entenderá nada de nada —sonrió .Meri—. Ah, ¡es un plan genial! —Muy bien—dijo Taylor, que se levantó y empezó a pasear de un lado a otro por el salón—. Vale, chicas, sé que os vais a disgustar mucho con lo que voy a deciros, pero recordad que no podemos hacer ruido para no despertar a la niña. Meri puso los ojos en blanco. —No me digas que vas a echarte atrás ahora, después de todo lo que lo hemos planeado. No me digas
que te rajas. —No, no —negó Taylor, levantando una mano—. No, contad conmigo, de verdad. Pero ¿podemos repasar el plan, paso a paso, una vez más, solo para que yo me aclare? Las demás dejamos escapar un gemido sordo. —Lo siento —respondió Taylor—. ¿Pero qué hay de malo en repasarlo solo una vez más? — ¿C.J.? —Me dijo María, mirándome a los ojos—. Explica el plan y lo dejamos por hoy. Me levanté y me aclaré la garganta. —Britta le dirá a Debbe que está enamorada de ella y no de Sam Le rogará y suplicará que se la lleve lejos para que puedan estar juntas y mencionará la casa de la playa en Amelia Island. Le dirá a Debbe que yo la había mencionado cuando me contó lo mucho que sentía no haber ido a Aspen con Debbe. Debbe estará encantada de acceder a llevarla. —Pero hace seis meses que te dijo que era enamorada de Britta, C.J. —señaló Sam—. A lo mejor ya no se siente lo mismo. —Sam, aunque ya no estuviera enamorada de Britta, Debbe se lanzará de cabeza —le respondí—. La conozco y sé que no podrá resistirse a saber que la ha elegido por encima de otra persona. Le gusta ganar. Le gusta ganar siempre. —Esperemos que se sienta así —musitó Taylor. Meri le lanzó una mirada incendiaria. —Vale, vale —la aplacó Taylor—. Sigue, C.J. —En la limusina que Debbe creerá que la lleva al aeropuerto, pero que en realidad no hará más que dar un par de vueltas a la manzana... —Yo conduciré la limusina, disfrazada—intervino T-Rex. —Sí, en el camino Britta le tapará la boca con un pañuelo empapado en cloroformo... —Y perderá el conocimiento durante una hora —añadió Chantelle. ¿Y eso está seguro? —inquirió Sam
—Totalmente —respondió Chantelle—. Le dolerá la cabeza horrores cuando despierte, pero eso es todo. —Mientras Debbe esté inconsciente —proseguí—, le pondremos una escayola en ambas piernas y en el brazo izquierdo. Pero no serán de verdad, se las podremos quitar y poner en cuestión de segundos. Serán de atrezo. —Mi tía también nos ayudará con eso —añadió Chantelle. —Entonces la llevaremos a nuestro local de Amelia Island —dijo Lars, con una sonrisa—. A su cottaaash—enunció con acento afectado. —Y cuando despierte, le explicaré que tuvimos un accidente terrible cuando navegábamos —dijo Britta—. Eso explicará las escayolas que llevará y el dolor de cabeza que tendrá por culpa del cloroformo. Le diré que se había quejado tanto de tener que estar en el hospital que me había ordenado que la llevara de vuelta a la casa de la playa y contratara un servicio de atención médica a domicilio. —Entonces será cuando algunas de nosotras tendremos que fingir que somos cuidadoras —continué—. Sam será la doctora y María y Chantelle las enfermeras. —Yo soy la que tendrá que servirle la terrible comida de hospital —señaló Meri —. Llamadme Betty Crocker. —Ya tengo preparados los trajes para todas —apuntó Chantelle. ¿Y también las plaquitas con nuestros nombres? —preguntó María. Chantelle asintió. —Todo controlado. —Ya he arreglado lo de la iluminación —informó Lars—. La persona que se encargará de las luces está de acuerdo. Trabaja para mí en mi programa. —Bien —le dije—. Veamos, para Debbe, todo el episodio tendrá lugar durante diez días. En realidad sólo serán unas cinco o seis horas como máximo y las luces del decorado cambiarán cada dos horas para replicar el paso del tiempo, del amanecer al atardecer. En cuanto la tengamos instalada para pasar una de las noches, le quitaremos las escayolas y la llevaremos al decorado que replica su despacho. —También he preparado las videocámaras —intervino Lars. Asentí. —Exacto. Recordad que el despacho de Debbe tiene una cámara que graba todo lo que pasa dentro, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Entonces aparecerá Janette con los contratos y su carta de dimisión para que la firme Debbe. ¿Y será cuando le pondremos el gas de la risa? —preguntó Taylor. —Bueno, ahí es donde las cosas se ponen un poco peliagudas —contestó Chantelle —. Obviamente, no podemos filmarla con una mascarilla de oxígeno. —Janette tendrá que ser muy rápida —afirmó Sheila.
—Eso es —asintió Chantelle—. Le subiré el gas antes de meterla en el decorado de su despacho y entonces se lo retiraré. Si empieza a despejarse, le pondremos la máscara otra vez hasta que vuelva al país de las maravillas. —Y entonces, cuando haya firmado los contratos nuevos y la dimisión de Janette —proseguí—, volveremos a meterla en la limusina y la dejaremos en su casa. Tengo la llave. —En la limusina le daremos otra dosis de cloroformo —dijo Britta—. Se despertará en su cama y verá que yo me estoy vistiendo para marcharme. —Y todo el equipaje que había preparado para salir de viaje tendrá un agradable aroma a océano, cortesía del puerto de Boston —terminé—. Recordad que estaré dirigiendo lo que pasa en todo momento y Taylor y Meri se asegurarán de que seguimos el guión que llevamos semanas escribiendo, en donde se detalla todo lo que se supone que tenemos que decir y hacer. Pero aun así, debemos estar listas para improvisar. —Y si no le estoy dando bastante gas para tenerla relajada, o María o yo pisaremos el botón que activará las alarmas de las máquinas que habrá montadas al lado de su cama —dijo Chantelle—. Entonces diremos algo como «La tensión está cayendo», y le subiré el gas. —Será como uno de vuestros culebrones —sonrió Lars—. Puede pasar cualquier cosa, ¿eh? —Bueno, esperemos que todo vaya según el plan —repuse—. No queremos sorpresas. —Eso es cierto. —Ya, ya —dijo Lars—. Yo sólo lo decía por decir. Todo saldrá bien. ¿Y entonces ya seremos todas copropietarias de L-TV? —preguntó Britta. Sheila asintió. —Debbe acabará con el cuarenta por ciento del total. Todas las escritoras tendréis el diez por ciento por contrato y habrá una cláusula sobre que, si alguna deja L-TV su porcentaje se dividirá a partes iguales entre las demás escritoras. En un acuerdo aparte, todas las escritoras, salvo C.J., acordaréis ceder un uno por ciento de vuestra parte a Sheila, Janette, T-Rex, Lars y Britta por un período de tres años. Será la compensación por el tiempo que hemos dedicado a este proyecto. ¿Y el material de construcción? —se interesó Lars. —Saldrá del presupuesto de Señora Presidenta —respondí. —Así que Debbe ya no podrá vender L-TV, ¿verdad? —preguntó T-Rex. —Sin tener un porcentaje mayoritario no —aseguró Sheila—. Eso significa que, para vender, al menos dos escritoras tendrán que estar de acuerdo. ¿Y al final L-TV será más nuestra que de Debbe? —preguntó María. —Juntas sí. María sonrió.
—Me encanta este plan. Después de lo que hizo Debbe en los Premios TV Guide y de que después tuviera el coraje de venir al hospital e intentar convencerme de que era lo que vosotras queríais... —Después de lo que nos ha hecho durante toda la temporada —apuntó Britta. —Le daremos su merecido —concluyó Meri. Todas asentimos en señal de acuerdo. Le abrí la cama a María y en cuanto se acurrucó a mi lado la rodeé con el brazo. ¿Cómo está Katrina? —pregunté. —Duerme como un bebé. —Bueno, al menos hace lo que se supone que tiene que hacer. Gracias a Dios no duerme como... bueno... una morsa. María soltó una carcajada. —Y gracias a Dios no parece una morsa. —Es preciosa, María. Ella suspiró. —Sí que lo es. Aunque sea mía, creo que es la niña más bonita que he visto. —Y tú también. María me acarició el rostro cariñosamente con los dedos. —Siempre me dices unas cosas tan bonitas, C.J... Eres maravillosa conmigo. Eres maravillosa para mí. Le acaricié el cabello a María. —Yo siento lo mismo por ti, cielo. Nunca pensé que podría tener una relación tan serena, tan emocionante, apasionada, tierna, cariñosa, abierta y sincera. Con Debbe las cosas nunca fueron así. —Lo sé, yo siento lo mismo respecto a mi relación con Jesse. Puede que ésa sea la razón de que todo sea tan maravilloso para nosotras. Sabemos lo que es estar con alguien que no da la talla en muchos aspectos, que nos trata mal. Cuando Jesse y yo rompimos, me prometí que nunca jamás estaría con alguien que me diera más penas que alegrías, que no me tratara bien todo el tiempo. Entonces un día me fijé en ti durante una reunión y me dije: «Esa es la clase de persona que debería buscar; alguien como C.J.». —Bueno, ¿y me he acercado a esa tal C.J. que dices? María rió. —Sí, cariño. La clavas. —En realidad soy su clon. ¿Quieres decir que hay un modelo todavía mejor por ahí suelta? —Eh, lo retiro. Soy la de verdad, no tienes que buscar más.
Nos abrazamos en silencio durante unos instantes. ¿C.J.? ¿Mmm? —Estás de acuerdo con el plan, ¿verdad? Inspiré hondo. —La respuesta sincera es que sí. Y no. No me gusta ser hipócrita y no me gusta ser vengativa. No me gusta romper la ley. Eso precisamente es algo que no me gusta nada de nada. Siempre he sido una persona que intenta hacer lo correcto. Intento pensar en cómo mis palabras y mis acciones afectan a los demás. Lo que estamos haciendo es tan premeditado que a veces me asusta si le doy demasiadas vueltas. Pero entonces recuerdo todo lo que me ha hecho Debbe a lo largo de los años, tanto cuando éramos pareja como en L-TV y me pregunto por qué no le he hecho nada malo todavía. Como pincharle las ruedas o pulirme las tarjetas de crédito que compartíamos cuando estábamos juntas. Y luego me pregunto: ¿me sentiré feliz u orgullosa de mí misma cuando Debbe firme los nuevos contratos? No lo sé. Eso es lo que más me preocupa: no lo que siento ahora sobre lo que haremos en dos días, sino cómo me sentiré después. Conmigo misma. —Sé lo que quieres decir —dijo María—. Yo también me siento así. Y estoy segura de que las demás sienten lo mismo, a un nivel u otro. —Salvo Meri. —Sí, salvo Meri —rió María—. Pero creo que hasta Meri sabe en el fondo que lo que estamos haciendo no es lo mejor. Puede que ni siquiera sea lo correcto. Todas tendremos que enfrentarnos a nuestros dilemas morales internos cuando dejemos todo esto atrás. —Pero la mentalidad de grupo es importante. ¿Qué quieres decir? —Bueno, que creo que es más fácil hacer algo así cuando tienes el apoyo de las demás. Puede que nos ayude a justificar lo que estamos haciendo. A lo mejor nos da el valor que necesitamos para llevar a cabo el plan. De lo que estoy segura es de que no podría hacer esto sola. —Nadie podría, C.J. Pero si no lo hacemos, yo te diré lo que le acabará pasando a nuestro adorable y unido equipo de L-TV Una a una, todas acabaremos marchándonos y seguiremos caminos separados. Y no sé tú, pero ésta es la primera vez desde que me marché de casa que me siento parte de una familia. Os quiero a todas y me entristecería mucho ver que encontramos trabajos diferentes en puntos geográficos distintos. —No había pensado en eso, cariño. Pero tienes razón. No podemos seguir trabajando juntas en L-TV si Debbe sigue teniendo todo el poder y lo usa constantemente contra nosotras. Y quién sabe lo que hará cuando acabe la temporada que viene y terminen nuestros contratos. A lo mejor no los renueva y tendremos que marcharnos. Cuando esto termine y haya firmado los nuevos contratos, sé que seguirá siendo la bruja de siempre, pero al menos tendremos cierto nivel de control. Y mucha más seguridad. —Y tendremos nuestra dignidad —añadió María—. No puede seguir apaleándonos y amenazándonos
con despedirnos a todas horas. Es ofensiva y manipuladora. Te destroza los nervios trabajar para alguien así. Como tú misma has dicho, seguirá siendo Debbe cuando todo esto acabe, pero tendremos algo de control sobre sus acciones. Podremos llevar L-TV en la dirección correcta y nos aseguraremos de que se trata bien a todo el mundo. Crearemos un ambiente de trabajo mucho más agradable. —Y probablemente se nos respetará más en la industria —añadí. —Eso también. María bostezó. —C.J., soy muy feliz. Nunca creí que mis sueños se harían realidad. Pero contigo lo he conseguido. —Yo siento lo mismo. Nunca había creído que una relación pudiera ser tan buena. Adoro estar contigo. Cuando te abrazo es como... bueno... es como estar en casa. —Ha pasado todo muy rápido. —Sí. —Pero es bueno. —Sí, lo es. —Buenas noches, C.J. —Buenas noches, mi amor. Estaba balanceándome en una barca, sobre el océano en calma, con María entre mis brazos y la melodía de Prince «When Doves Cry» en la cabeza. Animáis strike curious poses. They feel the heat, the heat between me and you... You and I engaged ina kiss... ¿CJ? ¿C. J.? Abandoné el océano lentamente y abrí los ojos. María estaba sentada en la cama, a mi lado. ¿Qué? —le pregunté. ¿Has oído eso? —me susurró. Yo agucé el oído. ¡Eso! ¿Has oído eso? —me preguntó, apretándome el brazo. ¡Ay! Me haces daño. —Lo siento —murmuró, y me soltó—. Pero creo que hay algo fuera de la casa. Me froté los ojos. —Sí. Suena como si un mapache hubiera tumbado los cubos de basura. —No creo que sea un mapache.
—Entonces será una mofeta. ¡Escucha! Me senté despacio. —Creo que hay alguien fuera —me susurró. —No es más que un animal. —No, ¡no lo es! ¿Has oído eso? —Muy bien, muy bien—dije, aparté el edredón y saqué las piernas de la cama—. Yo también oigo algo. Voy a ver, pero seguro que es... Me interrumpió el sonido de algo aporreando la puerta delantera. —Eso no es un animal —dijo María, en un susurro quebradizo. Empezaron a tocar al timbre. Una y otra vez. Sin parar. ¿Quién coño es a estas horas? —pregunté, mientras me calzaba las zapatillas. —No lo sé —gruñó María, saltando de la cama—. Pero con este escándalo se despertará la niña. —Voy a ver quién es. —Coge el espray de pimienta —me dijo María. Abrí el cajón superior de la mesita de noche y saqué el bote. —A lo mejor deberíamos llamar a la policía —sugirió María—. Son las dos de la mañana. —No voy a abrir la puerta —la tranquilicé, poniéndome la bata—. Sólo voy a ver quién es. Entonces llamaré a la policía. Unos minutos más tarde eché un vistazo al porche, guardé el espray de pimienta en el bolsillo y abrí la puerta. ¡C.J.! —me gritó Debbe. ¿Qué coño haces aquí a estas horas de la noche, Debbe? —le pregunté, con los ojos entrecerrados. —Oh, estaba dando una vuelta con el coche y pensé en acercarme —me dijo Debbe. Pasó por mi lado, entró en la casa y recorrió el pasillo tambaleándose, con una botella de champán sin abrir en la mano. —Debbe, estás borracha. —C.J., me encuentro bien. Perfectamente. ¿Te das cuenta de la hora que es? —le pregunté, mientras cerraba la puerta y la seguía por el pasillo. ¿Alguien sabe qué hora es en realidad? —canturreó entre risillas—. ¿A alguien le importa? ¡LA
HORAI
—chilló.
—Debbe, baja la voz. Debbe se volvió hacia mí, perdió el equilibrio y se apoyó en la pared. Me dedicó una sonrisa torcida. —Bueno, mi pequeña y sexy ex novia. ¿No vas a invitarme a entrar? —Ya has entrado. ¿Ahora por qué no te vas a casa a dormir la mona? ¿Dormir? ¿Dormir? ¿Cómo puedo dormir en mi enorme cama vacía? No. ¡No! No puedo hacerlo. Ya lo he intentado. Así que he decidido... ¿Sabes lo que he decidido? Me crucé de brazos. ¿Qué has decidido? ¿Despertar a todos tus conocidos? —He decidido averiguar cómo vive la otra mitad, como si dijéramos. Ya sabes. La otra mitad que sí duerme con otra gente esta noche. A diferencia de mí. Que no duermo con nadie. ¿Ves lo que te digo? —Sí. Has querido quedar como una idiota en público, en lugar de quedarte en casa y ponerte en ridículo sola. ¡No, no es así! ¡ESO NO ES LO QUE, QUIERO DECIR, JODER! Me encaré con Debbe. —Baja la voz—siseé—. No quiero que despiertes a la niña. ¡DESPERTAR A LA NIÑA i ¡DESPERTAR A LA NIÑA i ¡DESPERTAR A LA NIÑA! —cantó Debbe en voz alta, mientras atravesaba el pasillo hacia el salón—. ¿Sabías que nunca había estado aquí? En esta casa. En esta casa que te compré yo. — Debbe hizo un movimiento circular lento e inestable—. Chimenea. Está bien. La cocina ahí, bien. Bonitos muebles. Bien, bien, bien. —Debbe se puso la mano en la cadera y agitó la botella de champán en el aire—. Diría que te lo has montado muy bien, ex novia. Sí, ciertamente. Diría que estás muy bien provista, ¿no te parece? —Bueno, no tengo mi Lexus —señalé. —«Bueno, no tengo mi Lexus» —repitió ella entono quejumbroso. A continuación levantó la botella de champán— ¡QUE LE DEN AL LEXUSI ¡Y QUE TE DEN A TI, C.J! El bebé se puso a llorar en el piso de arriba. Debbe bajó la botella de champán y se me acercó, con un dedo sobre los labios. —Shhh, vas a despertar a la niña. —Oye, Debbe, si quieres puedes dormirla abajo. Pero yo me voy a la cama. Debbe me agarró de la pechera de la bata.
¿Te recuerda a alguien, C.J.? —ladró. Enseguida me soltó—. Vale, vale, no he venido a putearte. Lo creas o no, he venido porque quería ver que eras feliz. De verdad que quiero que seas feliz, C.J. —Oh, por amor de Dios, Debbe. Tú nunca has querido que yo fuera feliz. ¿Por qué no vas abajo y duermes un poco? Y a nosotras nos dejas dormir también. —La niña sigue llorando, C.J. —Lo sé. Gracias. ¡De nada! —exclamó Debbe en voz estentórea—. Bueno, ¿y dónde está tu adorable mujercita? No es mi preciosa mujercita. Este no es mi hogar feliz. Hogar, hogar en la pradera —cantó Debbe. Luego se interrumpió—. Dime, C.J., ¿dónde está tu ardiente latina llamada María Hernández? ¡María! —vociferó Debbe, al pie de la escalera—. ¡Yuju! ¡María! ¡María! Conocía a una chica llamada María —cantó de nuevo, mientras empezaba a subir las escaleras—. Y de repente su nombre nunca será... La puerta de la habitación del bebé se abrió de golpe y María salió con Katrina en brazos. —Debbe, lárgate de aquí ahora mismo. C.J., llama a la policía, ¡AHORAI —Ah, vamos, María. Estaré callada. Lo prometo —dijo Debbe, subiendo las escaleras lentamente—. Sólo quería ver al bebé. Y tu hogar feliz. Feliz, feliz hogar. Quería conocer vuestra gran familia feliz, ¡ja! ¿No se llama así tu programa, María? Conocía a una chica llamada María... ¿C. J.? —me llamó María, arqueando las cejas mientras me sostenía la mirada. ¿Qué quieres que le diga a la policía? —le pregunté, encogiéndome de hombros —. ¿Y qué van a hacer? —Pues pueden sacarla de aquí de una puñetera vez para que yo pueda dormir a Katrina. —Hacemos una cosa —dijo Debbe, a medio camino del tramo de escaleras que llevaba al segundo piso—. Vosotras no llamáis a la policía. No, no, no. No hacéis eso. Yo me calmaré, lo prometo. Y sin cruzar los dedos. Lo único que se me cruza es el sujetador. Sólo necesito abrir esta botella de champán, echamos un traguito y me iré a dormir, lo prometo. —Se detuvo en un peldaño y se apoyó en la pared al tiempo que manoseaba torpemente la botella de cristal—. He quitado el papel y el alambre, pero no puedo... no puedo... ¿Cómo coño saco el puto corcho? Empecé a subir las escaleras a su espalda. Debbe se volvió. —Oh, C. J., ahí estás. Sé buena y ábreme la botella, ¿quieres? Debbe me lanzó la botella en el aire y yo enseguida levanté la mano, pero la botella voló sobre mi cabeza, chocó con la pared del rellano y empezó a rodar escaleras abajo hacia el salón. —Oh, mierda —grité—. María, ¡APARTA! María se me quedó mirando, con la niña en brazos.
¡APÁRTATE!
—le grité.
Justo en ese momento, un sonoro chasquido indicó que el corcho había saltado de la botella de champán. Salió disparado como una bala desde el salón, impactó contra la pared y voló hacia la parte de arriba de las escaleras, donde estaba María. Luego rebotó y volvió al primer piso, chocó contra la araña de luces que había sobre la mesa del comedor y el cristal se hizo añicos sobre la mesa y la alfombra. Durante unos segundos, en la casa reinó un silencio que ponía la carne de gallina. —Vaya, eso sí que ha estado bien, ¿eh? —exclamó Debbe, que estalló en carcajadas—. Ha ido bam, bam, bam, ¡CRASH! —Se sentó en las escaleras—. Pero mira lo que has hecho, C.J. Mi carísimo champán está goteando en el suelo. En tu suelo. Qué mundo este, qué mundo este. Subí las escaleras de cuatro en cuatro hasta el descansillo del segundo piso, en donde estaba María. Ésta se había deslizado hasta el suelo, blanca como el papel, y se aferraba a su hija con mucha fuerza, mientras Katrina lloraba a todo pulmón, Me arrodillé junto a ellas y María empezó a sollozar. —Si no hubieras... si no hubieras... —balbuceó, antes de romper a llorar. El llanto de Katrina se mezcló con el suyo. Yo levanté la cabeza lentamente y miré la pared sobre sus cabezas. Me puse de pie, sin despegar los ojos del boquete de tres centímetros de profundidad que había abierto el corcho en el yeso por la fuerza del impacto. Tragué saliva con dificultad. Si María no se hubiera movido, le habría dado en la cabeza. O a Katrina. Y puede que María sólo se hubiera llevado un doloroso moratón, pero la fuerza del corcho podría haber matado a Katrina. Apreté los puños y le cogí la niña a María con cuidado. Ella me miró con los ojos llenos de lágrimas. Sostuve a Katrina y estudié su cabecita. Luego la acuné entre mis brazos. —Está bien, María. Está bien. Me volví y fulminé a Debbe con la mirada. Ésta se había dormido en las escaleras. Apreté la mandíbula y pasé los dedos por el agujero que había causado el corcho de la botella de champán al estamparse contra la pared. —Éste agujero no lo taparemos nunca —le dije a María en tono suave, pero decidido—. Porque no quiero olvidar esta noche. Jamás. Y sobre lo que hablábamos antes de irnos a dormir, ya no tengo la menor duda. No voy a cambiar de opinión. María asintió poco a poco, sin apartar la mirada. —Yo tampoco. r DIECISEIS, Godzilla. En dieciséis segundos llegará a tu posición —anunció por radio en voz baja, desde detrás de la puerta entreabierta de mi despacho. Mi mensaje estaba siendo transmitido a T-Rex, que esperaba sentada al volante de la limusina aparcada frente a la entrada delantera de L-TV Escudriñé el pasillo por el hueco de la puerta y vi cómo
Debbe seguía a Britta al ascensor. —Daos prisa —les espetó Debbe a dos de sus ayudantes, que la seguían tambaleándose bajo el peso de varias piezas de equipaje—. No tengo todo el día. Las puertas del ascensor empezaron a cerrarse sobre una de las ayudantes y Britta alargó el brazo para cogerle una maleta, pero Debbe le agarró la mano. —Tú no vas a levantar un solo dedo, muñeca —le dijo, atrayéndola hacia sí—. En estas vacaciones te voy a mimar como nunca. Como nunca. Y sólo para que lo sepas, te voy a hacer el amor tan duro que te haré gritar. Y luego me suplicarás más. Te voy a hacer cosas que nadie te ha hecho antes. Te prometo que nunca olvidarás este viaje. Nunca. Debbe se pasó la lengua por los labios pintados y se inclinó hacia delante para besar a Britta, que apartó la cara. Debbe soltó una risilla. —Ah, me encanta cuando te haces la dura, Britta, nena. —Debbe le acarició la mejilla con las uñas pintadas y sonrió—. Pero te tendré muy pronto, ¿eh? Toda tú. — Apartó su atención de Britta y miró a sus ayudantes amenazadoramente—. ¡Moveos, inútiles! Jesús, si yo puedo levantarlas, vosotras también. Las ayudantes lograron al fin entrar en el ascensor con el variopinto equipaje de Debbe y las puertas se cerraron. Abrí la puerta del despacho, eché a correr pasillo abajo y abrí la puerta de las escaleras. —Godzilla tiene compañía —dije por radio, mientras bajaba a toda prisa—. Repito, Godzilla tiene dos porteadoras. —Recibido —copió T-Rex—. No serán un problema. El maletero está abierto y estamos listas para salir zumbando. Me detuve en un peldaño, consulté la lista que me había pegado en el brazo, debajo de la manga, y cambié el canal de la radio. —Godzilla está saliendo del zoo. La cuidadora está lista para meterla en la jaula. —Estamos preparadas para las visitas —respondió la voz de Chantelle en el altavoz, desde el almacén de producción de L-TV que había en uno de los muelles del puerto de Boston—. El sol del mediodía de Florida luce en el cielo en este preciso instante. Cambié al canal que me comunicaba con María. —Princesa, enciende motores. —El motor está listo para despegar —anunció la voz de María justo cuando yo acababa de bajar un piso más. Volví con T-Rex. —Dime cuando tengas contacto visual. —Recibido. Bajé los restantes tramos de escaleras de tres entres y mire por la pequeña ventana de cristal de la salida de las escaleras, vi pasar a Debbe y a Britta, seguidas de las ayudantes cargadas de maletas
—Godzilla a la vista. Corto —dijo T-Rex en un susurro. Me metí la radio en el bolsillo y abrí la puerta. Me pegué a la pared del vestíbulo y vi a T-Rex cargar los fardos en el portaequipajes de la limusina. Cuando las ayudantes regresaron al edificio, me escondí detrás de un mostrador de seguridad vacío, cuyo vigilante lo abandonó de buena gana cuando le di veinte dólares por la mañana y le dije que se tomara el tiempo que quisiera para desayunar. Cuando las oí pasar frente al mostrador y dirigirse a los ascensores, me erguí y miré a T-Rex, que caminaba hacia la puerta del acompañante de la limusina y se la abría a Debbe y Britta. Mantuvo la gorra calada sobre la frente y la cabeza Baja mientras se deslizaban al interior del asiento trasero, luego cerró la puerta y dio la vuelta al vehículo para sentarse al volante. La limusina se puso en marcha y salió de la curva. Después de que girara la esquina a la derecha, eché a correr hacía el otro lado del edificio y me metí en el asiento del acompañante de mi coche. María se volvió para mirarme. ¿Estamos listas? -Vamos a hacerlo —le dije, poniéndome el cinturón. *** Seguimos a la limusina a una distancia prudencial mientras se incorporaba al perezoso tráfico matutino. El sol radiante nos brillaba en los ojos. Tras dar dos vueltas a la manzana, la radio crepitó. Pulsé el botón del canal de T-Rex. —Repite —le dije. —Godzilla está dormida. —Buen trabajo —respondí, y cambié el canal—. El piloto tiene pista libre para despegar —anuncié. —Recibido —contestó Chantelle—. Estarmos listas para la llegada. Me metí la radio en el bolsillo de la chaqueta y recliné la cabeza contra el apoya cabezas. María colocó la mano sobre la mía. —Es la hora, C.J. —Sí —contesté, tragando saliva—. Sólo espero que Chantelle esté en lo cierto sobre el cloroformo. Y que Debbe se trague que está en la casa de la playa de Amelia Island. Lars hizo un buen trabajo siguiendo la fotografía que le di para construir el decorado, pero ya tiene unos años. La saqué cuando estuve allí con Debbe. ¿Y si ha cambiado algo desde entonces? —Bueno, esto ya está fuera de nuestro control, C.J. Con suerte, estará tan desorientada con el gas de la risa que le pondrá Chantelle que no se dará cuenta de si algo está fuera de sitio. Sólo espero que el gas funcione de verdad. Y que ninguna se salte el guión a la torera y llame a las demás por el nombre. —Lo sé. María me dio un apretón en la mano. —Estamos haciendo lo correcto, C.J. Piensa en cómo Debbe recogió tu premio en tu nombre. Y sobre la noche que vino a casa. No olvides la botella de champán que estalló en nuestra escalera.
—No lo olvido, créeme. Para nada. Conducimos en silencio unos instantes, hasta que María rompió el silencio con una carcajada. ¿Qué es lo que tiene tanta gracia? —Bueno, supongo que sí soy una criminal de verdad. Como te dijo Debbe. —Sólo seremos criminales si algo sale mal y Debbe se da cuenta de lo que intentamos. Entonces sí que estaremos en un lío de narices. —Y probablemente sin trabajo —añadió María—. Pero aún nos tendremos la una a la otra. ¿Qué pasa si no nos dejan compartir celda, María? ¿Ni estar en celdas contiguas? —C.J., no vamos a ir a la cárcel. Pero estamos siendo malas, cariño. Muy, muy malas. —Lo sé —contesté. Miré a María y sonreí—. Es emocionante, ¿verdad? —Sí que lo es. A lo mejor es el principio de una vida de crimen las dos juntas. ¿Pero qué clase de madres seríamos para Katrina? —Seríamos las lesbianas criminales y su bebé. —La verdad es que no debe de haber muchas como nosotras por ahí, ¿verdad? — pregunté—. Una vida de crimen, ¿eh? Mira, es una carrera que nunca me había planteado. —Podríamos ser la versión lésbica de Bonnie y Clyde. —Butch y Sundance. —Harley Davidson y el Hombre Marlboro. Paramos en una señal de stop y nos volvimos para mirarnos cara a cara. ¿Piensas lo mismo que yo? —me preguntó. Sonreí de oreja a oreja y asentí. La nueva serie para L-TV Lesbianas compañeras de crimen. María asintió. —Compañeras de crimen. Me gusta. Podría ser el título de la serie. —Y las dos mujeres no harían nada violento. —No, sería como una versión moderna de Robin Hood. Roban bancos... —Y donan el dinero a refugios y comedores sociales —completé. —Van en moto de ciudad en ciudad por Estados Unidos. —Siempre un paso por delante de la ley.
¿Y serían amantes? —se interesó María. —No, pero habrá tensión sexual entre ellas. Tú sabes que se quieren... —Pero nunca pasa nada —completó María—. Siempre hay un momento donde parece que se vayan a besar... —Y aun así, tendrán romances en las ciudades por donde pasan. —Y podrás ver los celos. Sentir los celos de la otra cada vez que pasa. —Eso mantendrá el interés de los espectadores —dije. —Es una idea fantástica, C.J. Asentí. —Compañeras en el crimen. La nueva serie de L-TV La radio crepitó. Yo la saqué del bolsillo y pulsé el botón del canal. —Repite —contesté. —Godzilla está en la casa. Vamos. Es hora de pasar un día en el paraíso —nos metió prisa Chantelle. —Pisa a fondo, Thelma —le dije a María. —Muy bien, Louise. Emprendimos el camino de los almacenes. *** —Fue horroroso, Debbe —contaba Britta, sentada junto a Debbe en el borde de la cama de matrimonio —. Un momento estábamos deslizándonos sobre el agua y al siguiente estábamos cabeza abajo. Si aquellos adolescentes no hubieran pasado cerca con sus motos acuáticas, no sé qué habría pasado. Te has roto muchos huesos y te diste un golpe en la cabeza. Yo a duras penas logré salvarme. Te habrías ahogado, mi... eh... amor. Debbe parpadeó mientras escuchaba a Britta. —Mi... cabeza —farfulló bajo la máscara de oxígeno que le habían colocado sobre la nariz y la boca. —Lo sé, lo sé —le dijo Britta en tono tranquilizador, dándole palmaditas en la mano—. La doctora ha dicho que tenías una conmoción leve. Te sentirás mareada un tiempo. Por eso te han puesto el oxígeno. ¿Doctora? —Sí. ¿Hospital? —Oh, Dios, no. Ya no. En urgencias armaste un escándalo cuando dijeron que querían tenerte en observación unos días. Querías volver a la casa. Me pediste que contratara a alguien para cuidarte y es lo que hice. Tenemos un equipo de personal completo para asegurarse de que estás bien. Estamos aquí, en tu
casa de la playa de Amelia Island. ¿No la reconoces? Debbe paseó la mirada por el decorado que había construido Lars, cerró los párpados y asintió. ¿Por qué no puedo moverme? —Tienes huesos rotos, Debbe. ¿Las piernas? —Sí, eh... cielo. Las tienes rotas y escayoladas las dos. -¿Eh? —Sí, y también el brazo izquierdo. Debe levantó pesadamente la cabeza y se miró. Luego volvió a dejarla caer en la almohada y gimió. ¿Cuánto tiempo hasta que la escayola...? ¿Hasta que pueda...? —Bueno, no lo sé —respondió Britta—. Depende de si te tomas la recuperación en serio. —Pero se suponía que íbamos a pasar unos días de pasión tú y yo, nena. ¿Por qué iba a querer salir en barco? Seguro que no fue idea mía. Yo quería pasar cada minuto en la cama contigo. —Sí... bueno... yo también. Pero insististe. Ni siquiera nos dio tiempo a deshacer el equipaje. Creo... verás... creo que querías que hiciéramos el amor en el barco. Debbe esbozó una sonrisa picara. —Eso tiene sentido. He pasado ratos tórridos en el Clarissa. Te habría hecho quitarte toda la ropa y nos habríamos tumbado en la cubierta desnudas a beber champán y a follar, follar, follar... —Bueno, quizás cuando estés mejor... —No quiero esperar a estar mejor. Ven a la cama conmigo ahora. Quítate la ropa. —No creo que sea buena idea, Debbe. Teniendo en cuenta tu estado. —Mierda, unos cuantos huesos rotos no me van a detener. Me queda la mano derecha y la lengua aún me funciona. La tuya también, así que métete en la cama conmigo. Quiero chuparte todo... —Ya veo que paciente está despierta, ¿sí? —Oh, ha llegado la doctora —dijo Britta, que se levantó y se soltó de Debbe cuando esta la cogió del brazo. ¡Buenas tardes a todas! —dijo Samata con voz estentórea al entrar en la habitación con un uniforme de médico de color azul, un gorro de médico y una mascarilla de papel—. ¿Y cómo se está hoy? —preguntó, desde el borde de la cama, observando a Debbe. —Hecha una mierda —respondió Debbe. —Jo, jo, jo. Bueno, eso es de esperar después del chapuzón que se ha dado.
—No recuerdo sacar el barco —le dijo Debbe—. Ni siquiera recuerdo subir al avión. Yo no... Creo que lo único que recuerdo es la limusina. —Bueno, estamos en Amelia Island... cariño —la tranquilizó Britta. Debbe echó un vistazo circular por la habitación de nuevo. —Lo sé. Pero no recuerdo sacar el barco ni cómo he llegado hasta aquí. —Bueno, pues sí cogimos el barco —le dijo Britta. —Ya me lo has dicho. Pero ¿por qué no me acuerdo de nada? —Te has dado un golpe muy fuerte en la cabeza. —Sí, es tener una conmoción —intervino Samata—. A veces, con una conmoción como la suya la memoria va y viene. Puede que en algún momento lo recuerde todo. Se le llama amnesia temporal. Pero ahora no está probablemente el momento de que pase. —Quiero hablar con un médico —dijo Debbe. —Yo soy médico. Soy la doctora Vaishayne. —Quiero a un médico de verdad. —Soy tan de verdad como los demás, señora... Lee —replicó Samata, echando un vistazo al sujetapapeles que llevaba. —No quiero a una matasanos extranjera —espetó Debbe—. Quiero a alguien americano. —Oh, lo que desea es un doctor de los Estados Unidos. —Es lo que acabo de decir. —Ya veo. Bien, pues soy americana y soy médico. Al menos es lo que dice en mi tarjeta del instituto de sanidad. Lo que dice mi título de la Facultad de Medicina de Harvard y mis prácticas en el Johns Hopkins. Soy una de las mejores cirujanas ortopédicas de las Américas. Si lo que usted querer es una curandera, se la puedo traer. Conozco a varias que aceptarán su dinero encantadas. Pero por favor, no espere volver a caminar sin cojera. O puede que sin la ayuda de un bastón. Puede que cuando sea una anciana acaba confinada en una silla de ruedas. Quizá nunca puede volver a usar el brazo izquierdo. ¿Le parecería bien? —No. —Muy bien. Entonces tendrá que conformarse conmigo. Soy una de las... —Sí, sí. Harvard. John Hopkins. Te he oído. Ahora dime cuándo coño podré levantarme de la cama. —Bueno, eso depende de usted. De la química de su cuerpo que se cura. De lo buena paciente que pueda ser. —Una paciente paciente. ¡Jo, jo, jo! —Pero tengo un negocio que llevar. ¿Sabes quién soy? —Es usted mi paciente. Una tal Debbe Lee, según pone en su historial. Es todo lo que necesito saber
sobre quién es. Ahora bien, cómo se encuentra sí está asunto mío. —Mírame, matasanos. ¿Tú no ves la televisión? —Ah, la televisión. La gran manera americana de perder el tiempo. Poner un canal y comer, engordar, volverse obeso y convertir la mente en gelatina. Sin hacer nada de ejercicio salvo mover un dedo. —Escúchame, idiota. Mis series han ganado premios. Soy una persona muy rica y famosa. —Rica y famosa, quizá. Pero aquí está, en la cama, bajo cuidados médicos. Así que ¿adonde quiere parar? Debbe suspiró. —No quiero llegar a parar a ninguna puñetera parte. —Muy bien. Entonces la dejaré al cuidado de estas buenas enfermeras. volveré mañana. ¿No vas a volver hasta mañana? —Esta matasanos tiene más pacientes, señora Lee. Un jugador de béisbol rico y famoso con una lesión de muñeca, por ejemplo. Él es agradable conmigo. A lo mejor cuando vuelva, usted será amable conmigo, ¿sí? Samata se volvió para salir de la habitación justo cuando Chantelle y María entraban, vestidas con trajes de enfermeras y con mascarillas de papel falsas. ¡Ah! Enfermera Rodríguez y enfermera Moreland. Por favor cuidar de esta paciente. Vendré a verla mañana. —Sí, doctora —contestaron María y Chantelle al unísono. Samata salió del dormitorio. —Vale, eso no ha ido mal —comenté con Taylor y con Meri mientras veíamos la escena en el dormitorio de Amelia Island en una pantalla de televisión desde una cabina insonorizada que había a poca distancia del decorado—. Es hora de que le lleves a Debbe algo de comer, Meri. Esta asintió y se recogió el pelo bajo un gorro de hospital de color azul. —No te olvides de esto —le recordó Taylor, colocándole la mascarilla sobre la nariz y la boca a Meri. Luego se puso detrás de ella para atarle los cordones en la nuca—. ¿Qué hay para comer? —se interesó. —Un sándwich de atún con pan integral, un cartón de leche y gelatina de color verde —respondió Meri —. Es lo que habrá cada día, porque os garantizo que no se lo comerá. Eso espero —dijo Taylor—. O tendremos que salir a buscarle más comida. —Es bueno saber que sigues siendo positiva con el plan, Taylor. ¿Sabes? voy a empezar a llamarte Igor, como el burro deprimido de... —Ve —le ordené a Meri.
—Tú no hagas que la comida suene apetecible, es lo único que digo —le instó Taylor mientras le abría la puerta de la cabina. —Shh—les ordené, justo cuando Meri ponía los brazos en jarras y se disponía a contestar a Taylor. Meri cabeceó, cogió la bandeja de comida y salió de la cabina. Al cabo de varios segundos, apareció en el monitor. ¿Tú quién coño eres? —le soltó Debbe en cuanto Meri puso un pie en el dormitorio. —Soy de la cocina del hospital —murmuró Meri con voz grave—. Le he traído comida. ¿Quieres sentarte... querida? —le preguntó Britta a Debbe. —No tengo hambre. —Bueno, pero tienes que comer algo. No comiste nada en el avión y han pasado... —No la fuerces, Britta —le dijo Taylor a la pantalla. ¿Qué coño pretendéis hacerme comer? —le preguntó Debbe a Meri. Meri aguantó la bandeja con una mano, se metió los dedos de la otra en la boca y tocó el sándwich de atún. Se chupó los dedos, volvió a tocar el sándwich y se encogió de hombros. —No lo sé. Es... eh... Joder, no veo si es atún o pollo o qué es. Y hay no sé qué potingue verdoso en un bol que... —Aparta esa mierda de mi vista —le ordenó Debbe. —Gracias a Dios —suspiró Taylor. —Por mí, perfecto —replicó Meri, que giró sobre sus talones y salió de la habitación. —Ayúdame a levantarme de la cama —le dijo Debbe a Britta, mientras forcejeaba para levantarse apoyada únicamente sobre el codo derecho. —No puedes salir de la cama, Debbe. —Tengo que ir al baño. Ayúdame a levantarme. ¿El baño? —me preguntó Taylor, sin despegar los ojos de la pantalla—. Eso no estaba en el guión. —Maldita sea —murmuré. —Eh... ¡enfermera! —llamó Britta, cuando Debbe empezó a quitarse la mascarilla de oxígeno. Chantelle y María corrieron hacia la cama. —Acuéstese, señora Lee —le dijo María, que acudió junto a la cama a toda prisa. —No debe quitarse la mascarilla, señora —añadió Chantelle, que se apretujó para meterse entre María y el colchón, le plantó la mano en el pecho y empujó a Debbe contra la cama, antes de recolocarle la
mascarilla. ¡A mí no me empujes! —le gritó Debbe. —Tiene que ir al baño —dijo Britta, mirando alternativamente a Chantelle y a María—. Esto no estaba... eh... —No digas ni una palabra más, Britta —la advertí en el monitor. —Muy bien—dijo Chantelle. Salió del decorado y volvió a los pocos segundos con una cuña de metal, que le dio a María. —Gracias a Dios que ha traído eso —suspiró Taylor, pasándose la mano por la frente. ¿Para qué me das esto? —le preguntó María a Chantelle. —No lo voy a hacer yo —contestó esta—. A mí me han contratado para controlar los niveles de oxígeno. María se quedó allí plantada, mirando a Chantelle. —Ah, mierda —gimió Taylor. —Que lo haga alguna de las dos —le dije al monitor. ¡Tengo que ir al baño AHORA M ISM OI —le gritó Debbe a María. María le tendió la cuña a Chantelle, que la empujó de nuevo hacia María. —Vamos, vamos —le supliqué a la pantalla. —Me da igual quién me ponga la puta cuña debajo —rugió Debbe—. Pero tengo que mear. ¿Y por qué coño todo el mundo lleva mascarilla en esta habitación? Quiero veros la cara. Quiero saber quiénes sois, ¡hatajo de incompetentes! Haré que os despidan, ¿me oís? —Ya está otra vez amenazando con despedir a la gente —suspiré. —Llevamos mascarilla para prevenir el riesgo de infecciones —le explicó Chantelle con voz calma. ¿Y cómo diablos voy a coger una infección? —la retó Debbe—. Tengo huesos rotos, patana, no una herida abierta. Así que quitaos las puñeteras máscaras. ¡Me sacan de quicio! —Cielo, tienes que tranquilizarte —le recomendó Britta. —Subid el gas —rogó a Taylor, dirigiéndose al monitor. ¡No me digas que me calme! —bramó Debbe. —Si no te calmas, no... no... ¿No qué, Britta? —le pregunté a la pantalla.
—No... no podremos volver a... hacer el amor nunca más —acabó Britta—, Y yo... yo quiero... quiero que me hagas el amor una y otra vez. Nunca nadie... nadie me había puesto tan cachonda como... como tú. En el avión. Sí, en el avión. ¡Estuviste fantástica! —Muy bien—suspiré aliviada—. Ya has captado su atención, Britta. ¿Sí? —preguntó Debbe—. ¿Cuándo? —Mmm.. ¿cómo lo llamaste después de que, ya sabes, que ahora ya era socia del club Mile-High? ¿Qué significa eso? —quiso saber Taylor. -Practicar el sexo en el baño de un avión —le expliqué. — ¿Y quién practica sexo en un avión? — preguntó. —La gente —repuse. ¿Qué gente? —Mucha gente. ¿El piloto? —No, el piloto no. Los pasajeros. Taylor me miró con la boca abierta. ¿Tú lo has hecho? —Sí. ¿Cuándo? —Con Debbe. —Ay, la virgen... Debbe le sonrió a Britta. ¿Lo hicimos? ¿En el avión? —Sí... nena. Lo hicimos —contestó Britta—. Y fue una pasada. ¿Y cómo coño haces el amor en ese diminuto baño apestoso? —me preguntó Taylor. —Ya te lo explicaré en otra ocasión, Taylor —le respondí. —Póngase de lado — le dijo María a Debbe. Debbe le tendió el brazo derecho a Britta.
—Hacía mucho, mucho tiempo que no lo hacía en un avión. Enséñame las tetas, mujer. Ya no me acuerdo de cómo son. Quiero meterme en la boca tus... —Delante de ellas no, Debbe —respondió Britta, mientras tiraba de Debbe hacia ella. María levantó las sábanas de satén y colocó la cuña debajo de Debbe. —Entonces en cuanto se marchen —concluyó Debbe, mientras volvía a rodar para colocarse sobre la cuña—. ¡Jesús, qué frío está esto! —aulló. Chantelle sacó dos pañuelos de papel de la caja de la mesita de noche y se los dio a Debbe. ¿Para qué son estos? —Para que se limpie —le dijo Chantelle. —Hazlo tú —replicó Debbe. —Oye, hermana, no me pagas lo bastante para que te limpie tu rico y blanco c... —Ya lo hago yo, Ch... —empezó a responder María. ¡No! —la interrumpió Britta. ¿No qué? —le preguntó Debbe. ¡Olí, Dios mío! ¡Mira qué puesta de sol! —exclamó Britta, dándose la vuelta de golpe para mirar hacia las persianas bajadas de la ventana del dormitorio. ¿Qué puesta de sol? —quiso saber Debbe, que intentó sentarse de nuevo—. Yo no veo ninguna puesta de sol. —Sí, es preciosa, ¿verdad? —corroboró María. —No está mal —comentó Chantelle. —Me importa un rábano la puñetera puesta de sol —refunfuñó Debbe—. Necesito mear. —Pues adelante, señora —le dijo Chantelle—. Tiene la cuña puesta. ¡Ya sé que la tengo puesta, idiota! Pero no me sale. —Ese no es mi problema —replicó Chantelle. —Usted relájese —le recomendó María. —Sí, cariño, relájate —le dijo Britta—. Imagina que estás sentada en el váter y déjate llevar. —Visualice —animó María a Debbe. ¡Queréis callaros todas para que pueda mear! —gritó Debbe. —C.J., no es hora de que se ponga el sol —atronó la voz de Lars por los altavoces de la cabina insonorizada.
—No te preocupes —le dije al micro que nos conectaba—. Britta sólo lo ha dicho para distraer a Debbe. —Bien, ¿cómo va la paciente? —preguntó Samata, de vuelta en el dormitorio. ¿Qué hace otra vez en el decorado? —preguntó Taylor, mientras pasaba frenéticamente las hojas de su guión. —No lo sé —contesté yo. ¿C.J.? —nos llegó la voz de Lars por el intercomunicador—. ¿No se suponía que Sam no tenía que volver a entrar hasta mañana? Ya sabes lo que quiero decir, hasta dentro de un par de horas. —Lo sé, lo sé —respondí—. No sé lo que está pasando. ¿Y tú qué coño haces aquí? —Soy visitando a mi paciente. —Has dicho que no volverías hasta mañana —le dijo Debbe—. Aún no es mañana. Samata se quedó quieta a los pies de la cama de Debbe sin decir nada durante unos segundos. —Sí. Ya veo. Bien, soy venida aquí ahora porque... —empezó finalmente, pero se detuvo— su cuerpo está muy raro encima de la cama. —Eso es porque intento mear en una estúpida cuña —le respondió Debbe—. Pero no puedo, porque hay demasiada gente aquí dentro. Quiero salir de la cama e ir al baño. —Sí, vale —repuso Samata—. Y por eso yo soy aquí. Las enfermeras me han llamado y me han dicho que intentaba bajar de la cama. ¿Cómo han podido llamarte? —inquirió Debbe—. No han salido de la habitación. Samata se limitó a mirar a Debbe, sin abrir la boca. —Tú no eres una médico normal y corriente —exclamó Debbe—. No sé qué coño pasa aquí, pero pienso llegar hasta el fondo. Quiero que todas os quitéis las máscaras ahora mismo. ¡Ahora mismo! ¡Lo digo en serio! —Oh, qué diablos —musitó Chantelle, y accionó la válvula del tanque de gas que había junto a la cama de Debbe, ¿Qué está pasando aquí? —exigió saber Debbe—. Todo esto parece... como... si no... hay algo... Su voz se fue difuminando hasta que se le cayeron los párpados y cerró los ojos. —Esto se está liando demasiado —comentó Taylor, ojeando el guión—. No sé dónde estamos ni quién se supone que debería estar haciendo qué. —Sal de aquí, Sam—le dijo Britta a su amante—. Todavía no te toca.
¡No digas su nombre! —le grité a la pantalla. —Mis disculpas —contestó Samata—. Me estoy hecha un lío. —Nos estamos quedando sin gas —informó Chantelle, dando un golpecito sobre el indicador que había en la parte superior del tanque—. No creía que lo gastaríamos tan deprisa. ¿Tenemos más? —preguntó María. Taylor tiró el guión al suelo. ¡C.J., estamos jodidas! ¡Os dije que el plan no funcionaría! ¡Ahora no, Taylor! —C.J., ¿qué pasa? —preguntó Meri al regresar a la cabina, —No lo sé —le dije. ¡Lo que pasa es que se ha ido todo al carajo! —exclamó Taylor. ¿Tenemos más gas de la risa? —le preguntaba María a Chantelle. Esta asintió. —Hay otro tanque en el maletero de mi coche, pero no está lleno. Mi tía me lo dio de repuesto. Por si acaso. —Bueno, pues el por si acaso es ahora. Tenemos que traerlo —decidió María. Apreté el botón del micrófono. ¿Lars? —llamé. —Oído, C.J. Voy a por el tanque. —Antes de ir, pon las luces de medianoche —le dije—. Tendremos que retomarlo todo desde ese punto. De inmediato, los focos dispuestos tras las ventanas del decorado se apagaron. ¿Qué pasa? —preguntó Britta. —Debemos de haber pasado a la noche —conjeturó María—. Tenemos que avanzar en el guión. —Pero sigue con la cuña puesta —señaló Chantelle. —Pues quítasela—dijo Britta. ¿Nos puede oír? —le preguntó María a Chantelle, mientras metía las manos bajo la colcha. —No lo sé. No creo.
—Venga, chicas —le dije a la pantalla—. Ahora no os puedo guiar. Taylor empezó a pasear arriba y abajo por la cabina. —Esto se está yendo al garete, C.J. Yo no quería formar parte de esto. De verdad que no quería. ¡Oh, cállate, Taylor! —la riñó Meri. ¿Queréis callaros las dos? —atajé yo. Respiré hondo un par de veces y señalé el monitor—. Todo el mundo lo está haciendo bien. Conseguiremos más gas, volveremos al guión y seguiremos con el plan. Y mirad a Debbe. Está totalmente dormida. —Eso espero —murmuró Taylor. Crucé los dedos y seguí mirando la pantalla. ¿DIECISIETE veces? —le pregunté a Janette Garrison, que permanecía de pie en la ya atestada cabina insonorizada desde donde monitorizábamos el decorado de Amelia Island. El decorado estaba sumido en la oscuridad, salvo por la luz procedente de una lámpara en la mesita de noche. María y Chantelle estaban sentadas en sendas sillas junto a la cama, vigilando a una dormida Debbe Lee. Las demás escritoras, Lars y T- Rex estaban también en la cabina. — ¿Tiene que firmar diecisiete veces? —pregunté de nuevo. Meneé la cabeza sin darle tiempo a contestar—. No sé si nos quedará bastante gas en el tanque de repuesto que acaba de conectar Chantelle para mantener a Debbe colocada todo el rato que tardará en firmar diecisiete veces. —Tienes razón, C.J. —intervino Lars—. Chantelle dice que nos queda lo justo para tenerla así desde ahora hasta que des la orden de llevarla al decorado de su despacho. —Creía que sólo tenía que firmar un contrato nuevo por cabeza —le dije a Janette —. Eso sólo sería un puñado de firmas y era factible, pero esto... —Levanté los brazos y negué con la cabeza. Janette meneó un gran sobre amarillo. —Ya te lo he dicho, C.J. Tiene que firmar todos vuestros contratos. Luego tiene que firmar acuerdos individuales que invaliden los contratos antiguos. Tiene que firmar su propio contrato nuevo, redactado para recoger su porcentaje de acciones de L-TV y los originales tienen que ir anexos a vuestros contratos. Luego tiene que firmar tanto mi carta de dimisión como un acuerdo que pone fin a nuestra relación, con una indemnización bastante generosa, he de añadir. Eso es algo que quiero para mí, por los servicios prestados y las molestias sufridas. ¿Y por qué todo esto, os preguntaréis? Bueno, si hay algo que sé sobre Debbe Lee es esto: es muy puntillosa a la hora de asegurarse de que todo es legal. —Eso es porque el resto de las cosas que hace son ilegales —bufó Meri. Janette cabeceó y se volvió hacia Meri. —Eso no es verdad. Puede que Debbe sea una idiota, una cabrona, una bruja. Lo que la queráis llamar. Puede que sea la mayor manipuladora suprema que he conocido. Pero puedo aseguraros que desde el primer día L-TV ha sido dirigida con los libros en la mano. Así que, si vamos a conseguiros una parte de la propiedad, tenemos que hacerlo bien o Debbe tendrá argumentos legales para impugnar vuestros
nuevos contratos. Y es una lucha que no estoy segura que ganarais. —Puede que no haya sido ilegal en lo que hace —intervino Samata—. Pero siempre rompe las reglas de cómo trata otras personas. Janette se encogió de hombros. —Por desgracia, yo no puedo hacer nada sobre eso, salvo huir de mi puesto pies para qué os quiero y desaparecer de su vista, que es lo que estoy haciendo. Vosotras, en cambio, os queréis quedar, así que os llevaréis una buena tajada de L-TV en cuanto Debbe firme vuestros nuevos contratos. —Si firma los contratos —dijo Taylor—. Yo no lo daría por hecho. Con todo lo que tiene que firmar se despertará, seguro. Y entonces ya no la podremos volver a drogar. ¿Por qué no lo planeamos mejor? —me preguntó Samata. —No sabía que habría tanto papeleo —contesté—. No sabíamos que gastaríamos el gas tan deprisa. No sé qué decirte, Sam Creía que lo teníamos todo controlado. —Los mejores planes,.. —empezó Meri, pero se interrumpió— son... son algo, algo, algo... No me acuerdo de cómo acaba el dicho. —Claramente no vamos cometer el crimen perfecto después de todo —rezongó Samata. —No existe el crimen perfecto —le dijo T-Rex. —Bueno, ¿y qué hacemos ahora? —preguntó Taylor—. ¿Llevamos a Debbe a su apartamento y nos olvidamos de todo? Me encogí de hombros. —No lo sé. —Saldrá bien —nos aseguró Janette—. No le llevará tanto tiempo firmar todos los documentos que he redactado. Suena peor de lo que es en realidad. —Pero ¿y si empieza a preguntarse qué está firmando? —le preguntó Taylor a Janette. —Buena pregunta —la apoyó Meri. —Pues tendremos que arreglárnoslas —repuse, dejando el guión que habíamos escrito encima de la consola. ¿Qué le vas a decir? —presionó Taylor. —No lo sé —contestó Janette—. La verdad es que no tenía planeado decirle mucho. El plan era que si empezaba a hacer preguntas le meteríamos otro chute de gas de la risa. —Cosa que ya no vamos a poder hacer —apuntó Taylor. —Taylor, creo que eso ya lo sabemos —le dijo Meri—. ¿Quieres dejar de ser tan pesimista? —A lo mejor tú tienes alguna idea que te gustaría compartir con nosotras, Meri — replicó Taylor—. Algo para manejar a Debbe cuando se le pasen los efectos del gas y empiece a preguntarse qué coño está firmando.
—Quizá tú deberías pensar alguna idea brillante sólita, en lugar de ser tan agonías todo el rato —le soltó Meri—. Desde el principio, has estado... —Chicas —las interrumpí—. Ahora no es el momento. Tenemos que pensar en algo para que Debbe firme los contratos. Y entonces todo esto habrá acabado. —Yo podría distraerla —sugirió Britta—. Ya sabéis, si empieza a hacer preguntas. ¿Cómo? —preguntó Meri. Britta se encogió de hombros. —No lo sé. Supongo... supongo que podría... bueno... podría enseñarle las tetas. Parece que es lo que más le interesa. —Tú no vas hacer tal cosa —le espetó Samata. —Sam, lo haría por nosotras. Por todas nosotras —le dijo Britta—. No me las tocará. Pero a lo mejor si cree que va a tocarlas, lo firmaría todo corriendo. Ya sabes que me quiere llevar a la cama. —Eso yo sé —respondió Samata—. Pero no sabía que el plan era que le mostraras las tetas a ella. —Sólo era una idea, Sam—le dijo Britta. —No es mala idea —intervine yo—. Seguro que captaría la atención de Debbe. —Y la mía —convino Meri. Samata lanzó una mirada incendiaria a Meri y luego se volvió hacia mí. —Quizá este no es un plan muy bueno después de todo, ¿C. J.? —Lo que haría Britta no es parte del plan, Sam—le dijo T-Rex—. Es improvisar. Es hacer lo que tenemos que hacer para conseguir lo que queremos. —Bueno, a mí no me gusta. No si implica que Britta tiene... ¡No! Yo quiero sacarme de esta clase de plan. ¿Qué estás diciendo? —le pregunté—. ¿Quieres echarlo todo por la borda ahora? —Miré a todas y a cada una de las mujeres presentes en la cabina—. Haré lo que vosotras queráis. Si queréis dejarlo, sólo tenéis que decirlo. Meteremos a Debbe en la limusina y la llevaremos a su apartamento. Y luego la vida seguirá en L-TV igual que siempre. —No, yo no quiero eso —murmuró Meri—. ¿Por qué no lo intentamos? Lo peor que puede pasar es que al final Debbe no firme los contratos. A lo mejor no ganamos nada, pero ¿qué habremos perdido? —Estoy de acuerdo con Meri —apuntó Taylor. —Bueno, eso sí que es una novedad —le dijo Meri. —Sólo intento apoyarte —le contestó Taylor. —Me alegro —le dijo Meri, con una sonrisa. —No quiero que la horrible Dama Dragón acepta ninguno más de mis premios o se queda con el mérito
del trabajo que he hecho en mi serie —afirmó Samata—. Pero también no quiero que Britta se desnude los pechos para ella. Son pechos muy bonitos y yo soy la única que los tiene que ver. —Sólo son pechos, Sam—le dijo Taylor. —Vale. ¿Entonces le vas a enseñar los pechos a la Dama Dragón tú? —la retó Samata. —No le interesan mis pechos —contestó Taylor. —Podríamos enseñarle las tetas todas —propuso Meri con una risilla. —Ah, seguro que eso te encantaría —espetó Taylor. ¿Podemos centrarnos, chicas? —pedí—. Y bien, ¿qué decís? ¿Seguimos adelante con el plan o no? —Yo estoy dentro —me dijo Meri. —Yo también—afirmó Taylor. —Vamos a intentarlo —sugirió Britta. Miramos a Samata. —Sólo quiero que esto acaba —suspiró—. votaré lo que quiera la mayoría. Pero no me gusta lo de los pechos. —Nos consta —le aseguré—. Pues vamos a hacer lo siguiente: llevaremos a Debbe al set de la oficina ahora, mientras duerme. ¿Estás lista, Lars? —A la orden, C.J. —Ayudaré a Lars a traer a Debbe —se ofreció T-Rex. —Perfecto —respondí—. Britta, haz lo que tengas que hacer para que Debbe se ponga las pilas con las firmas. Janette, haz todo lo que puedas. —Lo intentaré —dijo Janette, metiéndose el sobre bajo el brazo. Britta dio a Samata un beso rápido y salió de la cabina detrás de Janette. Debbe tenía la cabeza apoyada sobre una réplica exacta de la mesa de su despacho en L-TV que había construido Lars. Janette estaba de pie a su lado, con una pila de documentos legales. María y Chantelle estaban con el resto del grupo en la cabina y juntas observábamos las dos pantallas de la consola. Uno de los monitores mostraba una vista de todo el decorado desde fuera, mientras que la otra estaba posicionada directamente en el escritorio de Debbe, igual que la cámara de su oficina, y estaba conectada a un vídeo para poder grabar a Debbe y a Janette y luego añadir la cinta a la colección de vídeos de seguridad. ¿Debbe? —la llamó Janette—. ¿Debbe? ¿Qué? —murmuró esta, sin levantar la cabeza de la mesa. —Sigo esperando a que me firmes estos documentos.
Debbe alzó la cabeza despacio y se pasó las manos por la cara. ¿Qué documentos? —Miró a su alrededor, observando el decorado de su despacho—. ¿Cómo he vuelto aquí? ¿Qué quieres decir? —Estaba... creía que estaba aún en Amelia Island. —No, ya has vuelto del viaje. Hace unos días que volviste a la oficina. ¿Ah, sí? —Sí. —Janette miró a Debbe a los ojos—. ¿Estás bien? No tienes muy buen aspecto. Debbe se frotó la cara con las manos y se humedeció los labios. —Tengo la boca muy seca. Y estoy muy cansada, como dormida. Janette asintió. —Eso parece. Llevas un rato cabeceando. A lo mejor te estás poniendo enferma. O puede que signifique que te lo has pasado de maravilla en el viaje. Debbe cabeceó. —No lo creo. Me parece que tuve un accidente. —Sí, cariño, lo tuviste —confirmó Britta, entrando en el decorado en ese instante. Se acercó al escritorio de Debbe, le puso la mano en el hombro y le dio un beso en la coronilla. —No me gusta —dijo Samata, sin despegar la mirada del monitor. —Sólo está actuando —la tranquilizó María. ¿Cuándo volvimos de las vacaciones? —le preguntó Debbe a Britta. —Le he dicho que hacía unos días —intervino Janette enseguida. Britta asintió. —Es cierto, cielo. Debbe miró hacia abajo. ¿No tenía las piernas escayoladas? ¿Y el brazo? Creía que me los había roto. —Pues verás, Debbe —empezó Britta—. ¿Te acuerdas de la doctora que te trataba? ¿La que creías que era una matasanos? —Vagamente. —Bien, resulta que en realidad no tenías las piernas y el brazo rotos. Sólo unos esguinces bastante fuertes. Y esa médico no tenía todos los títulos que se jactaba de tener. Verdaderamente era una
medicucha de tres al cuarto. —Es lo que yo pensé —dijo Debbe—. Había algo raro en ella. —En ti sí que hay algo raro —le espetó Samata a la pantalla. Britta le dio una palmadita en la mano a Debbe. —Lo único bueno es que, como la doctora te inmovilizó los brazos y las piernas con las escayolas, tus músculos pudieron sanar. Ya están recuperados casi al cien por cien. Por eso querías que Janette preparara los papeles que te ha traído. Ya lo habíamos discutido. ¿Ah, sí? —Sí, cariño. Te pusiste tan furiosa cuando te enteraste de que en realidad no te habías roto el brazo y las piernas y que... y que se nos habían fastidiado las vacaciones que le pediste a Janette que redactara unos papeles... que los redactara para que, eh... no tuvieras que pagar a nadie del personal que contraté para cuidarte. Al final eran unas incompetentes, todas ellas. Lo siento, es culpa mía. —No lo entiendo —dijo Debbe, flexionando el brazo izquierdo—. ¿Cómo descubrimos que no tenía las piernas y el brazo rotos? Britta abrió la boca y luego la cerró sin llegar a decir nada. —Oh, oh—murmuró Meri. ¿Janette? —preguntó Debbe, mirando a su abogada. Janette levantó las cejas y empezó a dar golpecitos con el bolígrafo sobre la mesa. Britta le acarició el hombro a Debbe. —Oh, cariño. Dijeron que podía durar un tiempo y me temo que tenían razón. Todavía te sientes confusa, ¿verdad, cielo? —Bueno, sí. Bastante. Por eso te pregunto. ¿Cómo nos enteramos de que no tenía las piernas y el brazo rotos? —Supongo que tardarás un poco en... en recordar con claridad. —Muy bien, pues tardaré en recordar con claridad. Pero ahora ya me encuentro un poco mejor y quiero saber cómo nos enteramos de que no tenía rotos el brazo y las piernas. ¿Fui a otro hospital? —Se está despejando —farfulló Taylor—. ¿No hay nada que podamos hacer? —Casi no nos queda gas —repuso Chantelle—. Y ahora mismo no podríamos plantarnos en el decorado de ninguna manera. —Vamos, Britta —la animé en pantalla. Britta se apartó del escritorio y empezó a pasear cerca de Debbe, hasta que se detuvo y la miró a la cara, con los brazos enjarras. ¿Cuántas veces voy a tener que repetirte lo mismo?, una y otra vez ¿Eh? ¿Cuántas veces? Ya me estoy cansando, Debbe.
¿Cansando de qué? —quiso saber Debbe. —Sí, ¿cansando de qué? —se hizo eco Taylor, mirando la pantalla. Britta se cruzó de brazos. ¿Sabes? Lo único que quería era un poco de atención por tu parte, Debbe. Sólo un poco. Creía que estabas interesada en mí. Pero lo único de lo que hemos hablado, lo único que me has preguntado una y otra vez es qué pasó. —De súbito, Britta golpeó la mesa con el puño y sobresaltó a Debbe, a Janette y a todas las que estábamos en la cabina—. Día sí, día también me preguntas: ¿qué pasó?, ¿qué pasó? Eres como un disco rayado. Me estás volviendo... ¡me estás volviendo loca! — Britta se inclinó sobre Debbe—. Ya sé que te golpeaste la cabeza en el accidente. Sé que al menos un diagnóstico fue correcto. Te está costando mucho recordar las cosas. Así que he intentando ser paciente contigo. He contestado a tus preguntas una y otra vez. Pero no se te queda en la cabeza, así que déjalo, ¿quieres? Vamos a volver a lo de estar juntas y hacer el amor. Para eso dejé a Samata por ti, Debbe. Para que pudiéramos empezar algo. Y todo lo que he conseguido ha sido... un poco de acción en el avión. Y estuvo bien, de verdad. Pero está claro que... bueno... está claro que no estás interesada en mí. ¿Por qué no firmas los papeles de una vez para que podamos irnos? ¿O a lo mejor quieres que vuelva con Samata? Al menos no me preguntaba lo mismo una y otra vez. Al menos me demostraba más interés. —Es buena —comentó T-Rex. —La quiero —dijo Samata. —Lo sabemos —respondió Meri. ¿Pero se lo tragará Debbe? —se preguntó Taylor. Todas contuvimos el aliento en la cabina. Debbe inspiró hondo y miró a Britta. —Vale, vale, escucha. No quiero que vuelvas con Samata. Y sí que quiero prestarte atención. No recuerdo haber hecho nada en el puto avión, pero... Muy bien, de acuerdo. Al final se me aclararán las ideas. —Se volvió hacia Janette—. ¿Qué quieres que firme? Janette le pasó el primer documento y le pasó el bolígrafo. Entonces señaló el final de la página con el dedo. —Firma aquí. —Ahí vamos —dijo María, con los ojos pegados al monitor. ¡Uno menos! —exclamó Meri. Debbe acabó de firmar y Janette cogió el documento y lo cambió por otro. Debbe volvió a firmar y Janette repitió el proceso. Debbe preparó el bolígrafo para firmar, pero entonces lo dejó en la mesa y cogió la hoja.
—Quiero leerlo. —Alerta roja —gimió Taylor. —No tienes que leerlo —le dijo Janette—. No es más que una rescisión de contrato de obra y servicio y una negativa a pagar por los servicios no recibidos. —Bueno, aun así debería leerlo. ¿No confías en mí, Debbe? —le preguntó Janette. —La confianza no forma parte de mi vocabulario —le contestó Debbe—. Ya deberías saber eso. —Fírmalo y punto, Debbe —pidió Britta. —Quiero saber qué coño estoy firmando —replicó Debbe. —Entonces me largo —dijo Britta, dando media vuelta para dirigirse a la puerta. —Espera. Britta se volvió hacia Debbe. —Dame sólo unos minutos para entender la documentación. Necesito saber qué... —Aclárate, Debbe —le dijo Britta. Entonces salió del plano de la cámara colocada en la mesa de Debbe. Apareció unos segundos después en el monitor del decorado. Y vimos cómo se quitaba la camisa por la cabeza lentamente. A continuación se llevó la mano a la espalda, se desabrochó el sujetador con destreza y lo dejó caer al suelo. A Debbe se le fueron los ojos a los pechos de Britta. Todas las miradas en la cabina estaban puestas en la pantalla, pegadas a la espalda desnuda de Britta. ¿Eso es un tatuaje? —preguntó Meri, aguzando la vista. —Es una marca de nacimiento —respondió Samata—. Pero no tenéis que estar mirando todas a esto, ¿no? —No le estamos mirando las tetas —señaló Chantelle. —Lo cual es una puñetera pena —musitó Meri. —Firma aquí—le dijo Janette, deslizando el documento bajo la mano de Debbe. Debbe cogió el bolígrafo y garabateó su nombre. Janette le puso otro documento bajo el bolígrafo. Britta deslizó las manos a la parte delantera de los pantalones y se los bajó por las caderas muy lentamente. —Guay, muy bien—sonrió Debbe, firmando a toda prisa. —Oh, no puedo ver esto —gruñó Samata.
—Lo está haciendo por nosotras —le dijo Taylor. —Yo diría que sí —coincidió Meri. Debbe firmó otro documento y Janette le colocó uno nuevo para firmar sin perder un segundo. Britta dejó caer los pantalones al suelo. —Sexy —musitó Meri. ¡Cállate! —le ordenó Taylor, dándole un codazo en las costillas. —Se va desnudar, ¿verdad? —gimió Samata desde un rincón. Britta se llevó las manos a la cinturilla de las braguitas. Debbe la contempló y firmó vigorosamente otro documento. ¡Ha sido una gran idea! —opinó T-Rex. ¿Ya casi estás? —le preguntó Britta a Debbe en voz sensual—. Porque me estás poniendo muy cachonda. Debbe. Quiero que me toques por todo el cuerpo. Debbe le sonrió mientras firmaba un documento más. —Por favor que acaba. Por favor que acaba muy pronto —gimoteó Samata, que se había metido los dedos en los oídos. —Date prisa —le gritó Debbe a Janette mientras estampaba su firma una vez más. Britta se quitó las bragas muy despacio, las tiró al suelo y luego levantó los brazos por encima de la cabeza y empezó a contonear las caderas parsimoniosamente. ¡Dale, nena! —sonrió Meri. ¿Quieres callarte? —exigió Taylor—. Está matando a Samata. —No soy de piedra —sonrió Meri. —No, sólo eres una calentorra —espetó Taylor. —Es la mujer que es conmigo sobre la que haces sonidos lujuriosos, Meri —la riñó Samata. —Lo siento, Sam—le dijo esta—. Pero tiene un cuerpazo. —Estoy chorreando por ti, Debbe —dijo Britta. —Oh, por favor que acaba —gimió Samata. Debbe firmó otro documento. Britta continuó bailando sensualmente, sacudiendo las caderas adelante y atrás mientras Debbe firmaba documentos sin parar. —Date la vuelta, date la vuelta —le susurraba Meri a la pantalla. —Meri, estoy escuchando todo lo que dices. ¡Y te voy matar si sigues mirando! — exclamó Samata—
¡Todas! Por favor que apartáis los ojos de la pantalla. Nadie tiene que ver este striptease. Solo tú, C.J. A regañadientes, todas las presentes salvo yo se dieron la vuelta para mirar a Samata. —Ojalá estuviera en la piel de C.J. ahora mismo —rezongó Meri—. ¿Sabéis? No creo que pueda seguir soltera mucho más tiempo. —Estás mirando sólo a Debbe, ¿verdad, C.J.? —preguntó María. —Sí, amor —respondí yo, sin despegar los ojos del baile de Britta, mientras me rascaba la nuca. ¡CJ! —Ya, ya —contesté, acercándome a la pantalla del escritorio de Debbe. Janette cogió el último documento firmado, recogió el maletín que había dejado en el suelo y lo abrió. Metió los documentos dentro. ¡Ahora, deja de grabar! —le dije a Chantelle, que pulsó el botón de parada en la cámara que filmaba el despacho de Debbe. Debbe hizo ademán de levantarse de la silla. De inmediato, Janette sacó un pañuelo de una bolsa de plástico, se acercó a Debbe y le tapó la nariz y la boca con él. ¿Qué coño...? —empezó a decir Debbe. Janette giró la cabeza hacia Britta y se le cayó el pañuelo sobre el regazo de Debbe. Esta parpadeó y empezó a abrir los ojos. ¡Janette! —le gritó Britta. —Ocúpate de Debbe, ¿quieres? Janette apartó la vista de Britta, recogió el pañuelo enseguida y se lo volvió a poner en la cara a Debbe. —Se acabó la función, amigas mías —anuncié en cuanto Debbe se desplomó hacia delante. Contemplé a Britta mientras recogía su ropa del suelo. Entonces se dio la vuelta y levantó el pulgar en señal de victoria hacia la cámara, antes de desaparecer del encuadre. —Por casualidad no habremos grabado eso, ¿verdad, C.J.? —Meri, no tienes ni pizca de sensibilidad —contestó Taylor. Después de que las ayudáramos a sacar a Debbe del decorado y la metiéramos en la limusina, T-Rex y Britta la devolvieron a su apartamento. Le dimos las gracias a Janette, que me aseguró que me enviaría copia de los documentos firmados para mis archivos. —Buena suerte, chicas —nos dijo, mientras cerraba la cremallera de su maletín. Seguidamente, se dirigió a la salida. María y yo la seguimos y, cuando llegó a la puerta, Janette se
volvió y me estrechó la mano. —No podríamos haber hecho esto sin ti —le aseguré. —Me alegra haber sido de ayuda, C.J. Vengarme de Debbe era una de mis fantasías. No me gusta la gente como ella y trabajar para ellos todavía menos. Ahora vosotras estáis obligadas a aguantarla y ella a vosotras. Sé que ha sido vuestra elección y sólo espero que consigáis lo que buscabais. —Janette sacó el teléfono móvil—. Tengo que irme, voy con prisa. Pero ¿sabes lo más triste de la gente como Debbe? Que siempre caen de pie. Siempre. Es como si nunca pudieras derrotarlas, nunca logras que se dobleguen. Legalmente no puede hacerte nada ni a ti ni a tus guionistas, me he asegurado de ello. Pero emocionalmente, bueno, se supone que los abogados no nos metemos en las emociones. Lo único que digo es que no os va a dejar en paz, ni a ti ni a las demás. Seguirá siendo la misma persona que ha sido siempre. Puede que incluso más malvada. —Es posible —concedió María—. Pero al menos tendremos algo que decir sobre cómo se hacen las cosas en L-TV Al menos ahora tenemos algo para ejercer presión. —Así es —asintió Janette, que se volvió hacia mí—. Dime una cosa, C.J. ¿Por qué no puedes alejarte de esa mujer y punto? La mayor parte de la gente que conozco saldría por patas si tuviera que estar en la misma habitación que una ex. Yo no quiero ni imaginarme trabajando con mi ex. —Creo que eso es lo que sientes cuando todavía sientes algo por la otra persona —repuse—. Confieso que al principio fue duro para mí estar en L-Tv porque ver a Debbe me recordaba todo lo que la había querido y, al mismo tiempo, todo el daño que me había hecho. Me pisoteó el corazón, volvió atrás y me lo pisoteó una y otra vez. Pero ahora... bueno, sencillamente ya no siento nada por ella. María y yo estamos enamoradas. Tenemos una familia y hemos formado un hogar muy feliz. Estoy volviendo a aprender que el amor puede ser un sentimiento maravilloso, si tienes la suerte de encontrar a la persona adecuada. —Así que el amor lo conquista todo, ¿es eso lo que estás diciendo? —preguntó Janette. —Ciertamente hace la vida más llevadera —contesté—. Pero dejando a un lado mis sentimientos personales por Debbe, es una mujer de negocios muy inteligente. Puede que sea la más inteligente de la industria de la televisión. ¿Quién sabe a dónde nos llevará la vida ahora que mis guionistas y yo somos sodas del destino de la cadena? Eso sí, en una sola temporada, ya hemos dejado huella. Ya jugamos en la misma liga que la HBO y Showtime. Y no es una mala posición, la verdad. Janette asintió. —Estoy de acuerdo. A Debbe Lee no le da miedo arriesgarse y no hay muchas lesbianas así. En fin, os deseo lo mejor a ti y a tus guionistas. Si alguna vez necesitáis mi ayuda otra vez, llamadme. Voy a trabajar con Sheila de ahora en adelante, así que tendréis a dos abogadas siempre de vuestro lado. —Chicas, ¿vosotras podríais tramitar una adopción? —preguntó María, que se volvió hacia mí y me miró a los ojos—. C.J. y yo no lo hemos hablado todavía, pero quiero que C.J. sea también madre de Katrina. Si te parece bien, C.J. —Es lo que más quiero en el mundo, María. Pero no sé si será fácil. —Lo miraré —nos dijo Janette, y empezó a marcar un número en el teléfono móvil —. Tengo que irme. Os llamo la semana que viene y lo hablamos con más detalle.
Cerré la puerta cuando Janette se marchó. —C.J., ya sé que aún no habíamos hablado del tema —me dijo María, cogiéndome del brazo—. Así que espero que no te hayas sentido como si te hubiera tendido una trampa. Es que es algo que llevo pensando desde que me besaste y me abrazaste por primera vez. — ¿Qué es lo que hay que hablar? —le pregunté, atrayéndola hacia mí—. Te quiero, quiero a Katrina y quiero pasar el resto de la vida con vosotras. Eres lo más grande que me ha pasado nunca. Lo digo en serio. Quiero envejecer a tu lado. Quiero ver la mujer en la que se convierte Katrina. María se volvió y se apretó contra mí. Yo la rodeé con los brazos. —Eh, ahora te puedo abrazar. No hay pelota de baloncesto de por medio. —Está bien, ¿verdad? —Mmm—murmuré, y cubrí sus labios con los míos. —Son tus besos, C.J. Tus besos me vuelven loca. Volví a besarla. Ella me acarició la cara y me abrazó. —Mmm, ¿estaría bien si hiciéramos algo ahora? —me susurró al oído. ¿De verdad? —De verdad, los motores están listos para rodar. —Bueno, yo estoy preparada. —Y yo también. ¿Esta noche, pues? —pregunté —Es una cita —afirmó María, y me besó el cuello con suavidad. María y yo fuimos a ayudar a las demás a desmontar los dos decorados. Lars había alquilado un camión Ryder para que se llevara los muebles que habíamos comprado para el dormitorio de Amelia Island y el despacho de Debbe. El plan era que Lars, Meri y Taylor hicieran varias paradas en almacenes del Ejército de Salvación de Providence, Rhode Island, Manchester, New Hampshire y Springfield, Massachusetts, para donar lo que habíamos adquirido. Suponíamos que, dividiendo las cosas entre diferentes sitios, sería más difícil rastrear lo que habíamos hecho. Cargamos el camión y lo vimos partir. Luego Chantelle recogió los trajes y los tanques de gas de la risa, los metió en su coche y se fue a devolvérselos a su tía. María, Samata y yo revisamos el almacén una última vez, para asegurarnos de que no nos habíamos dejado nada. Me metí el vídeo que habíamos grabado de Debbe firmando los contratos debajo del brazo, cerramos el almacén y nos dirigimos al aparcamiento. —Yo me voy ir a casa ya —dijo Samata, sacando las llaves de su coche. —Gracias por tu ayuda, Sam—le dije, con un abrazo rápido. —Sólo estoy contenta de que se ha acabado —afirmó Samata, que desvió la mirada a la cinta—. No
hiciste el vídeo de Britta que Meri quiere, ¿verdad? Negué con la cabeza. —Bueno, es un alivio. Así que me voy y espero a que vuelva Britta. Y luego podemos seguir con nuestras vidas, ¿no? —Sí que podemos —le aseguré. Aquella noche, mientras Katrina dormía, María y yo nos deslizamos desnudas bajo las mantas e hicimos el amor dulce, cariñosa e intensamente. Nos pasamos horas tocándonos, saboreándonos, acariciándonos, frotándonos, penetrándonos y lamiéndonos. Y cuando nos quedamos satisfechas, las dos seguíamos totalmente despiertas. —Te deseo otra vez, C.J. —me dijo, mientras cambiaba de posición y se me ponía encima. —Olí, muy bien —respondí. La rodeé con las piernas—. Si es lo que quieres de verdad. —Bueno, está bien—afirmó, pasándome la lengua desde la garganta al esternón. — ¿Sólo bien? Me lamió los labios y luego me metió la lengua en la boca. —Bueno, más que bien —puntualizó, besándome la nariz—. Mucho mejor que bien. Contemplé a María. —Dios, mujer, me pones. María sonrió y apoyó la cabeza en mi pecho. Atrapó uno de mis pezones con la boca y empezó a chupar con fruición, tirando de él con los labios. Mientras, me masajeaba el otro pezón con los dedos y poco a poco empezó a pellizcarlo con más fuerza. Arqueó las caderas y yo respondí frotándome con ella. María me soltó el pezón, levantó las caderas un poco más y metió la mano entre mis piernas. —Estás muy mojada —suspiró, tocándome. A continuación me metió los dedos, gimió y arqueó la espalda. —Me gusta tanto tenerte dentro, María... —Quiero estar dentro de ti todo el tiempo, C.J. Sus pechos se balanceaban sobre mí y yo le cogí uno y me lo llevé a la boca. Le acaricié el pezón con la lengua y ella me metió los dedos más hondo, imponiendo un ritmo de lo más placentero. —Nunca me canso de tocarte, C.J. —jadeó María. Le acaricié la espalda, la cadera y luego descendí sobre su vientre. La encontré mojada y caliente y la froté con los dedos en círculos. El corazón me latía rítmicamente en los oídos y los suspiros de María se convirtieron en suaves gemidos. Le metí los dedos y ella gritó y balanceó las caderas hacia mí. Noté que me encogía por dentro y me contraía en torno a sus dedos. —Mírame, C.J. —respingó María, levantando la cabeza. Abrí los ojos. —Quiero que me mires todo el rato que puedas. Quiero ver tus preciosos ojos castaños. Quiero ver
cómo me amas. ¿Podrás hacer eso por mí, nena? ¿Podrás? —Sí —jadeé, arqueando las caderas. —Me corro, C.J. —Te siento. —Córrete para mí, C.J. —Me corro. Miré a María a los ojos y los mantuve bien abiertos. Mientras me recorría una oleada de contracciones y me estrechaba sobre los dedos de María, vi por primera vez algo que se me había escapado durante años. Vi el amor que inundaba mi corazón. Salía de mí corno un torrente, se metía dentro de María y volvía de nuevo hacia mí en oleadas de fortaleza y esperanza y pasión. Era emocionante. Daba miedo. Le sostuve la mirada a María y me corrí para ella una y otra y otra vez, mientras la sentía correrse a ella entorno a mis dedos con palpitantes contracciones. Se me llenaron los ojos de lágrimas y a ella le pasó lo mismo. Caímos la una en brazos de la otra, nos abrazamos con fuerza y nos echamos a llorar. —Va a ser una espera muy larga —opinó Chantelle. —Esta vez, iremos a recoger nuestros propios premios, ¿no es así? —me preguntó Samata. Asentí. —Sí. —Claro que sí —comentó Meri—. Ni de coña esa zorra va a subir al escenario por nosotras. —Ni va a proclamar que las series son suyas —añadió María—. Esos días ya son cosa del pasado. —Eso espero —asintió Taylor. —Sí, Igor, eso esperamos —le dijo Meri—. A lo mejor llueve, a lo mejor hace sol. Pero esperemos que haga sol, ¿os parece? —Ya estamos, Mayo y Bogart a la greña —suspiró Chantelle. Luego me miró—. ¿Ya has visto a Debbe? Ordené los papeles que tenía delante. —No, pero tampoco es que me haya hecho la encontradiza. No he salido del despacho salvo para ir al baño y he tenido la puerta cerrada todo el tiempo. —Cuanto menos la vemos, mejor —añadió Samata—. Lo que soy yo espero que sea más tiempo allá de lo que hemos estado haciendo para... —No digas nada, Sam —la previno Meri, mirando a su alrededor—. Por la boca muere el pez.
¿Y eso qué significa? —preguntó Samata. —Significa que no hablamos de ciertas cosas en la oficina —le dijo Meri—. Si sabes lo que quiero decir. —Sé lo que quieres decir —respondió Samata—. Pero ¿qué tiene que ver con un pez? —Siento llegar tarde —se disculpó Britta, que entró en la sala y cerró la puerta tras ella. ¿Has visto a Debbe? —le preguntó Meri, que seguía examinando el techo y las paredes de la sala de reuniones. Britta negó con la cabeza y sacó una silla. —No, por suerte. Ayer vine temprano y vacié mi escritorio. ¿Ella sabe cuál está tu trabajo nuevo? —le preguntó Samata. —No lo sé. Pero el departamento de personal ha completado el papeleo y ahora soy oficialmente la ayudante de las guionistas. Debbe Lee tendrá que buscarse a otra para mangonear como secretaria de dirección. ¡Enhorabuena! —le sonrió María. —Gracias —dijo Britta, y destapó el bolígrafo—. ¿Me he perdido algo que tenga que apuntar? —Acabamos de empezar —le informé. Carraspeé—. Bien, volvamos al trabajo. Tenemos que aprovechar al máximo este período entre temporadas para discutir sobre los programas de la temporada que viene. Yo os recomiendo que paséis la producción de vuestras series actuales, que hayan sido renovadas para una segunda temporada, a vuestras ayudantes. Ellas pueden coordinarse con vosotras para preparar los próximos episodios y ocuparse de gran parte del trabajo que hicisteis vosotras en la temporada pasada. Ahora tenéis que concentraros en buscar nuevas ofertas de prime - time. Vamos a hacer un poco de brainstorming. María y yo hemos pensado en una serie en donde... —Vaya, vaya, vaya... —enunció Debbe lentamente, al abrir la puerta de la sala de reuniones—. Pero si son mis nuevas socias en L-TV todas reunidas alrededor de la mesa de juntas. Como si el trabajo siguiera como siempre. Apuesto a que todas os sentís muy listas y poderosas ahora mismo, ¿verdad? —preguntó, dando un portazo. Se pasó las manos por el vestido rojo de seda—. ¿Has organizado una reunión sin mí, C.J.? —Es una reunión de guionistas, Debbe —fue mi respuesta. —Oh, ¿todavía sois guionistas, C.J.P? ¿Así os consideráis? —Sí —le dije. Debbe se apartó la larga melena azabache de los hombros, revelando un par de pendientes de oro y diamantes que se balancearon en sus orejas. —Escritoras, ¿eh? No lo creo. Mírate. Miraos todas. Yo os llamaría traidoras, así os llamaría.
—Si quieres unirte a nosotras, eres bienvenida, Debbe —le dije. ¿Cómo has dicho, C. J.? —preguntó Debbe, llevándose una mano al oído a modo de altavoz—. ¿Soy bienvenida? No necesito ser bienvenida. Todavía soy propietaria de L-TV —Eres una de las propietarias de L-TV—la corregí. —Sí, eso dicen los contratos que tengo sobre la mesa. Parece que han pasado muchas cosas desde que salí de estas oficinas para ir a Amelia Island. ¿Ha tenido lugar un golpe de estado, verdad? O a lo mejor formaba parte del plan. Un plan que vosotras, zorras, soñasteis para echarme de aquí y quedaros con todo. —Debbe se puso detrás de Britta y le puso las manos sobre los hombros—. Bueno, querida. Parece que nuestra pequeña aventura se ha acabado, ¿verdad? Tu escritorio, al salir de mi despacho, está vacío y acabo de recibir un memorándum del departamento de personal informando de que tu puesto ha quedado vacante. Que te han trasladado a trabajar con las escritoras... No, quiero decir traidoras. —Debbe se inclinó hacia Britta—. ¿Me equivoco, querida? —No —murmuró ella. Debbe cogió la silla vacía que había junto a Britta, se sentó y le tomó la mano. ¿No te das cuenta de que sólo eres un peón para ellas, Britta? Te han utilizado para vengarse de mí. Mira a tu alrededor, mira a todas estas desgraciadas. No han tenido la decencia de enfrentarse conmigo cara a cara para presentarme sus demandas de copropiedad, así que te enviaron a ti. Fuiste su sacrificio sexual. Y por mucho que me gusten ese tipo de sacrificios, ahora no parece que esté bien, ¿verdad que no? Dime, mi hermosa sueca. ¿De verdad quieres trabajar para estas guarras? —Sí, sí quiero. Debbe le soltó la mano a Britta y se levantó. Poco a poco, fue caminando alrededor de la mesa. Yo la seguí con la mirada unos segundos y luego abrí la libreta. —Muy bien, chicas —les dije—. Sigamos por donde lo habíamos dejado. —Sí, C.J. Hagámoslo —me interrumpió Debbe—. Hace unos días era la única propietaria de L-TV Ahí es donde yo dejé las cosas. Así que, ¿por qué no me pones al día de lo que ha pasado desde entonces? —No hay nada que decir, Debbe. Firmaste los contratos y aquí estamos. —Sí, aquí estamos. Pero la pregunta que debemos hacernos, que sencillamente suplica ser contestada, es cómo firmé los contratos. —Debbe se detuvo detrás de María y se inclinó sobre ella. ¿Nunca te he dicho que tienes un pelo precioso? —Debbe le acarició la cabeza —. Tan sexy. Tan erótico y brillante... María se dio la vuelta de golpe, le agarró el brazo a Debbe y se puso en pie. ¡No me toques!
Debbe estalló en carcajadas. —Oh, qué salvaje, C.J. Ha sacado a la cría y ha recuperado su peso de batalla. Seguro que es genial en la cama. Suave y dura. Llena de... —Cierra la boca y siéntate —siseé—. Si quieres quedarte en la reunión, hazlo. Pero déjanos trabajar. —Yo te diré en qué vamos a trabajar, C.J. —dijo Debbe, que se soltó de María y se abalanzó sobre mí —. Vamos a hablar de cómo he pasado de ser la única propietaria de L-TV a ser la dueña de sólo una parte. —Firmaste los contratos, Debbe. —Sí que los firmé, C.J. Eso es totalmente cierto. Pero no unos contratos que creyera que me hacían renunciar a parte de mi propiedad. No, eso nunca lo habría hecho. Porque yo he levantado esta cadena. ¡Yo! Todas vosotras tenéis empleo gracias a mí. ¿Hay alguien aquí que pueda discutirme eso? Nadie respondió a la pregunta. —Eso pensaba. —Debbe se cruzó de brazos y se colocó detrás de mí—. Así que, C.J., ¿por qué no me explicas cómo coño he firmado unos contratos que no habría firmado ni en sueños? Me encogí de hombros. —Yo tampoco lo sé, Debbe. Pero así son las cosas. ¿Así son las cosas? —repitió Debbe—. ¿Qué diablos explica eso? Eso no explica nada. —Bueno, no sé qué más quieres que te diga —repliqué. —Claro que no. Pero yo tengo mucho más que decir. Os voy a contar algo. Tengo dos billetes de avión para Amelia Island y lo más curioso es que están intactos. ¿Qué significa eso, os preguntaréis? Bien, pues significa que los billetes nunca se utilizaron. Significa que nunca fui a Amelia Island. ¿Qué tienes que decir a eso, C.J.? Noté que se me aceleraba el pulso al recordar cómo les había preguntado a Samata y María si habíamos pensado en todo al dar el último repaso al almacén. —Estoy esperando una respuesta, C.J. «No se me ocurre nada que se nos haya olvidado», había contestado María. Y pese a todo, había pasado, pensé al mirar a Debbe. Esta se inclinó hacia mí. —No fui a Amelia Island, C.J. Sé que no fui. ¿Estás oyendo lo que te digo? «No existe el crimen perfecto», resonó la voz de T-Rex en mi cabeza. «Tiene razón», pensé, sosteniéndole la mirada a Debbe. En la sala reinaba un silencio incómodo. Oía cómo corría el aire fresco entre las cuatro paredes, pero de alguna manera no podía respirar hondo. «Siempre se joden las cosas de alguna manera. Un guante manchado de sangre olvidado. Se analizan los registros telefónicos. Salen a la luz recibos por la compra del arma del crimen.» —No llegué a subir al avión—oí decir a Debbe.
«Siempre hay algo», recordé haber oído proclamar a Gilda Radner en una ocasión. Sabía que todas las demás, sentadas alrededor de la mesa, pensaban lo mismo. « ¿Por qué no pensé en los billetes de avión? ¿Cómo he podido ser tan estúpida?» —Y si no fui a Amelia Island, C.J., me pregunto: ¿adonde coño fui? —prosiguió Debbe—. Recuerdo algunas cosas de dondequiera que fui. O de donde me llevaron. Algunas cosas que no tienen ningún sentido. Tengo una cinta de vídeo en el despacho que muestra que firmé unos documentos delante de Janette, pero hay algo raro en ella. Yo no estoy concentrada en lo que hago y Janette parece emperrada en hacerme firmar sin explicarme lo que firmo. Pero dejemos eso a un lado y volvamos a los billetes de avión, ¿quieres? Cuando llamé a la compañía aérea, me informaron de que ni siquiera llegué a aparecer por la terminal. Así que te lo preguntaré otra vez, CJ. Si no fui a Amelia Island, ¿dónde coño fui, joder? «Deberíamos haber tirado los billetes de avión —pensé—. Entonces Debbe habría visto el cargo de la compra de los billetes en la tarjeta de crédito y habría supuesto que había montado en el avión.» ¿coño fue? —gritó Debbe—. No fui a Amelia Island andando. No fui en autobús. No fui entren. Porque lo he comprobado. ¡Nunca fui a la puñetera isla! —Que nosotras sepamos, sí que fuiste —dijo Meri. Todas las demás asintieron. ¡Pues no fui, Meri Pili! —le chilló Debbe—. No fui y lo sabes. —Debbe hizo un gesto con el brazo, abarcando toda la sala—. ¡Todas lo sabéis! —Debbe fue hacia Britta y le dio la vuelta a su silla—. Así que no follamos en el avión, ¿verdad que no? Y sin embargo, eso es lo que dices en la cinta. ¿Por qué no me lo dices, Britta? ¿Por qué no me dices dónde coño estuve? Britta se levantó poco a poco y acercó el rostro al de Debbe. —Estuvimos en tu casa de la playa de Amelia Island —dijo—. Lo sé, yo estuve allí contigo. Y tuviste un accidente. A lo mejor por eso no te acuerdas de nada. Cogimos la limusina para ir al aeropuerto. Atravesamos la terminal a toda prisa, porque llegábamos tarde. Fuimos las últimas en embarcar. Llegamos justo a tiempo. Todos los demás pasajeros estaban sentados con los cinturones de seguridad abrochados. Entonces nos sentamos y despegamos a los pocos minutos. No sé nada de los billetes de avión. Nadie nos pidió nada una vez que subimos al avión. —Oh, eso me cuesta de creer —se burló Debbe—. Alguien nos habría pedido las tarjetas de embarque. Es el puto sistema de seguridad: las aerolíneas tienen que saber quién ha embarcado en un vuelo y quién no. Por si el avión se estrella. Necesitan una lista de pasajeros precisa. De ninguna manera habríamos podido subir a ese avión sin que alguien nos mirara los billetes. —Bueno, pues no lo hicieron. —Deberían haberlo hecho. — ¡No lo hicieron! —le gritó Britta—. ¡No lo hicieron, no lo hicieron, no lo hicieron! Y ahora tú vas y... y... —Britta se volvió hacia Samata—. ¡Oh, Sam! Siento mucho no haberte dicho que me fui con Debbe. Es que... bueno... las cosas no iban bien. Todavía estabas furiosa conmigo por acostarme con
Debbe mientras estaba contigo y nada de lo que yo dijera sobre lo que sentía por ti te convencía de que ella no me importaba. Así que... así que decidí darte una lección. Y sí, Debbe y yo lo hicimos en el baño del avión. Pero fue la única vez y ella no significa nada para mí. ¡Nada! Lo juro. —Britta se volvió y fulminó a Debbe con la mirada—. Creía que podrías mantener nuestro pequeño viaje en secreto. Creía que Sam no se enteraría. Pero ahora, gracias a ti, lo sabe. Y ahora tengo que arreglar el estropicio. Britta echó a Debbe a un lado y fue hacia Samata, que se volvió en la silla para estar frente a frente con Britta. —Sí, vale. Bien. ¿Por qué no me has dicho esto? Sé que éramos discutiendo todo el tiempo. ¿Pero por qué tuviste que volver con ella? Creía que habías acabado con ella del todo. —No he vuelto con ella, Sam —respondió Britta, cayendo de rodillas—. Fue un error. Fue sólo... sólo quería vengarme de ti. —Bien, pues verdaderamente te has vengado muy bien. Me has cogido con el pie en contra. Debbe empezó a aplaudir. —Oh, esto es fantástico. ¡Maravilloso! Realmente brillante. Piensas la ostia de rápido, Britta. Sigo olvidan que has perfeccionado durante años los trucos para inventarte historias, con todos los problemas de juego que has tenido. Los adictos son verdaderamente los mejores narradores. —Debbe se volvió hacia mí—. C.J., ¿dice la verdad? — ¿Y yo qué sé? —repliqué—. Yo no fui a Amelia Island. Con ella. No sabía que Sam y ella tenían problemas. Lo que hagan las guionistas en su tiempo libre es asunto suyo, no mío Debbe me sonrió. —Así que así son las cosas, ¿eh? Me encogí de hombros. —No sé qué decirte, Debbe. ¿Qué tal la verdad? Levanté la cabeza y miré a Debbe a los ojos. —Yo siempre te he dicho la verdad, Debbe. La verdad no parecía importarte cuando estábamos juntas, pero le único que te di siempre fue la verdad. La que me mentías eras tú. Yo nunca te mentí. Debbe me sostuvo la mirada. —Me odias, ¿verdad, C.J.? Y harías cualquier cosa para vengarte de mí, incluso darme a probar un poco de mi propia medicina, ¿no es así? —Si ese fuera el caso, Debbe, te habría puesto los cuernos como Britta ha confesado haber hecho con Sam Pero yo no soy así. Lo único que quería era que lo nuestro funcionara. En aquella época no creí que jugar contigo de esa manera me ayudara a conseguir lo que buscaba. —Bueno, ahora bien que has jugado, C.J. Tú lo sabes; yo lo sé y todas las personas en esta sala lo saben también. Porque las compañías aéreas no dejan embarcar a la gente sin comprobar sus billetes así porque sí. —A lo mejor lo hicieron—le dije.
—Oh, muy bien. Pues digamos que sí lo hicieron, de acuerdo. Quizá Britta y yo subimos al avión. — Debbe hizo un gesto envolvente con los brazos—. Atención, todas, os seguiré la corriente. Estoy en Amelia Island. Aquí estoy. Cerrad los ojos. Imaginad las palmeras; las playas de arena blanca y reluciente. Sentid la dulce brisa. Contemplad el centelleante océano. ¿Ya tenéis la imagen clara en la cabeza? Ahora se desata la tragedia. Oh, oh, tengo alguna clase de accidente. Pero lo divertido es que en ningún hospital consta que haya ingresado en urgencias. ¿No es extraño? ¿No es curioso? «Mierda —pensé—, otro detalle que nos hemos dejado. Si nos hubiéramos ocupado de los billetes de avión...» —Y todavía hay otro detalle divertido, C.J. —Debbe interrumpió mis pensamientos—. Ya que hablamos del pasado, ¿recuerdas mi barco cuando estábamos juntas? «El barco, el barco, el barco», entoné mentalmente mientras le sostenía la mirada a Debbe. —No sé de qué hablas —respondí. « ¿Qué pasa con el barco?», me preguntaba. ¿No te acuerdas? ¿Acordarme de qué? « ¿Acordarme de qué?», gritaba dentro de mi cabeza. —El barco necesita gasolina, pastelito. El barco tiene que registrarse cada vez que sale y entra del puerto, cariñito. Así que me dicen que he tenido un accidente en el barco durante mi fabuloso viaje a Amelia Island. ¿Y sabes lo que hago? Llamo al puerto y hablo con Juan. ¿No te acuerdas de Juan, querida? ¿El que nos preparaba el barco cada vez que bajábamos a Amelia Island? Nos llenaba la nevera, comprobaba los motores, llenaba el depósito y nos dejaba una lata de carburante de repuesto. Estuve charlando con Juan. ¿Y quién lo iba a decir? Me dijo que no me había visto. ¿No te parece un poco extraño? Sobre todo si saqué el barco y tuve un puñetero accidente con él. Recordaba a Debbe diciéndome «Deja que llame a Juan para asegurarnos de que todo está listo» mientras deshacía el equipaje, la última vez que habíamos ido juntas a Amelia Island. «Joder», pensé. Y recordé a Meri diciendo: «Los mejores planes... Algo, algo, algo». — ¿Y bien? —me preguntó Debbe—. No subí al avión. No fui al hospital. No salí en el barco. —Yo te contaré lo que pasó, Debbe —empezó Britta. —Ah, seguro que sí, Britta —la interrumpió Debbe—. Seguro que tienes una historia muy entretenida y casi convincente. Pero no me voy a tragar nada de lo que me digas. Porque sé que nunca fui a Amelia Island. Sí que se le parecía, pero no lo era. Así que también sé que este nuevo acuerdo de co titularidad fue hecho sin mi consentimiento. Me manipulasteis para que firmara los contratos nuevos. —Debbe paseó la mirada por la sala, escrutando el rostro de todas y cada una de las guionistas —. Así que os diré lo que voy a hacer. No pienso parar hasta llegar al fondo de este asunto. Cavaré, cavaré y cavaré un poco más y, cuando por fin encuentre algo, cuando averigüe lo que me pasó en realidad, romperé esos contratos. Os lo aseguro. Debbe tiró del pomo de la puerta de la sala de reuniones, la abrió de golpe y salió de la sala como un
vendaval. Yo dejé que el polvo se asentara durante unos segundos. Ni una palabra —las advertí a todas—. Ni una sola palabra. Todo está bien, los contratos son sólidos. —Pero ¿y sí...? —empezó Taylor. Levanté la mano. —Lo único que vamos a discutir en esta oficina son asuntos de L-TV Lo único. Ni esta sala ni ninguna parte de L-TV son seguras. Las paredes tienen ojos y oídos. ¿Lo entendéis todas? Las escritoras asintieron con la cabeza. —Nada de correos electrónicos —continué—. Nada de conversaciones telefónicas. Nada de cuchicheos en el ascensor o en el baño sobre nada de lo que ha dicho Debbe. A no ser que Debbe encuentre la manera de romper esos contratos, cosa que dudo por mucho que diga: todas somos copropietarias de L-TV No tiene pruebas y los contratos están blindados. Esta es toda la discusión que vamos a tener sobre este tema. Ahora vamos a concentrarnos en la próxima temporada. Encendí la lámpara de la mesa de mi despacho para seguir trabajando cuando el sol vespertino de finales de primavera se ocultó tras los rascacielos cercanos. Me sonó la alerta del correo electrónico y abrí un mensaje de María, que había vuelto a casa después de la reunión, ya que aún estaba de baja por maternidad. Katrina no ha dormido la siesta hoy, así que sé que esta noche se dormirá temprano. ¿Cenamos? Luego a lo mejor podríamos ver Noviembre dulce otra vez. Me encanta esa película, ¿a ti no? Sonreí. María y yo habíamos desarrollado un código para comunicar mensajes personales que no queríamos que descifrara nadie que pudiera acceder a nuestras cuentas de correo. Con Noviembre dulce, un remake cursi de una película más antigua, habíamos acabado deshechas en lágrimas en el sofá del salón una noche. Puede que fuera el hecho de que los personajes hubieran encontrado el amor verdadero al final, sólo para que la muerte acabara con su relación, Puede que fuera la hechizadora melodía de Enya, que sonaba cada vez que pasaba algo melodramático. O" puede que fuera porque María y yo nos habíamos enamorado en noviembre. Desde que habíamos visto la película, siempre que queríamos hacer el amor decíamos: «Vamos a ver Noviembre dulce otra vez». Porque nos habíamos besado y habíamos hecho el amor por primera vez en noviembre. Y estábamos verdadera, loca y profundamente enamoradas, como los protagonistas de la película. Hice clic en el botón Responder y escribí. Me queda una hora más o menos para acabar. ¿La lasaña que nos sobró? Sí, vamos a ver la película otra vez. Un par de veces, a lo mejor. Si tienes ganas. Sonreí y le di a Enviar. —Ser propietaria exige largas horas en la oficina, ¿verdad, C.J.? —preguntó Debbe, que entró en mi despacho y cerró la puerta tras ella. Yo aparté la vista del ordenador. ¿Qué te trae por estos lares, Debbe?
—Una visita extraoficial —dijo, mientras tomaba asiento frente a mi escritorio. —Creía que contigo nada era extraoficial. Las dos nos miramos la una a la otra unos instantes. ¿Y bien? —la apresté. —Tengo que reconocértelo, C.J. Resulta que después de todo eres muy lista. Yo me apoyé en el respaldo de la silla. —Después de todos los años que pasamos juntas, creía que no eras más que una pusilánime. Una dulce e inocente samaritana con enormes ojos castaños de cachorrito y que meneaba el rabo le pasara lo que le pasara. —Eso me resume bastante —dije yo. —Ah, creo que no. Hay toda una faceta de ti que no había visto hasta ahora. Estoy bastante segura de que tú desempeñaste un papel esencial en la toma de poder de L- TV —No es una toma de poder, Debbe. —Bueno, he pasado de ser directora general y presidenta de L-TV a copropietaria. —Todavía ocupas esos cargos. —Pero no tengo la misma influencia. —No. Al parecer firmaste para entregarla. Debbe me sonrió fugazmente. ¿Cómo lo has hecho, C.J.? Sé que no has actuado sola. Sé que todas estaban de acuerdo con tu confabulación. Pero ¿cómo la pusiste en práctica? —Yo no confabulo, Debbe. Soy exactamente lo que crees: una muy buena persona. Un cachorrito. —Todo esto ha sido por cómo te traté cuando estábamos juntas, ¿no es cierto? Cabeceé. —Esto —dije, inclinándome hacia delante en la silla y levantando una mano— somos tú y yo y lo que tuvimos una vez como amantes. Esto —hice una pausa y levanté la otra mano— somos tú y yo trabajando juntas en L-TV Dos asuntos separados. Y, por lo que a mí respecta —concluí, bajando la primera mano que había alzado—, nuestra relación pasada es un asunto muerto. —Porque ahora María y tú estáis juntas. —No, porque tú y yo hemos terminado. Ya hace mucho tiempo. —Y ahora María tiene tu corazón. —Sí, así es. —No sé por qué te dejé escapar, C.J.
—Por favor, no me digas que me estás tirando los tejos, Debbe. —No, no lo hago. —Bien. —Pero si estuvieras soltera... —Seguiría sin estar interesada. Tuviste tu oportunidad. Tres, si no recuerdo mal. Ese fue mi límite. —No fui una buena amante para ti, ¿verdad? —Debbe, de verdad que no me apetece ponerme a recordar el pasado contigo. —Lo siento. ¿De qué querías hablarme? —He dicho que lo siento. —Vale. —No, C.J. No lo entiendes. Te estoy diciendo que lo siento. Siento haberte engañado, siento haberte tratado tan mal cuando salíamos. Siento haberte hecho daño. Nunca te dije que lo sentía. —No, no lo hiciste. —Te lo digo ahora. —Vale. ¿No se supone que tendrías que decirme algo más? ¿Qué querrías que te dijera, Debbe? ¿Qué me alegro de que lo sientas? ¿Qué me alegro de oír esas palabras por fin? —No es algo que me resulte fácil de decir, C.J. —Bueno, no voy a felicitarte por pedirme disculpas, si es lo que esperas. Me has dicho que lo sientes y yo te he oído. ¿Pero aceptas mis disculpas? Permanecí en silencio unos segundos antes de hablar. —Hay pocas cosas de ti que acepte, Debbe. Eres una mujer hermosa con muchas buenas cualidades. Es cierto. En el fondo eres una buena persona que intenta salir a la superficie. De vez en cuando llegué a atisbar a esa buena persona cuando estábamos juntas, pero nunca duró demasiado. No me tratabas bien cuando salíamos, de eso no hay duda. Pero de lo que me he dado cuenta desde que trabajo aquí contigo es que en realidad no tratas bien a nadie. ¿Y por eso decidiste engañarme para que firmara vuestros contratos?
—Debbe, tú firmaste esos contratos. Es todo lo que sé. Y la verdad es que no quiero seguir hablando de esto contigo. ¿Quieres marcharte? —Aún no, C.J. —Bueno, entonces me marcho yo —le dije, y me levanté de la mesa. —Siéntate, por favor, C.J. Sólo quiero preguntarte una cosa. Suspiré y me senté. ¿Qué? ¿Crees que esto va a funcionar? ¿Crees que podemos seguir construyendo L-TV trabajando juntas? ¿Con las guionistas como copropietarias? —Sí, creo que sí. Aquí hay mucho talento, Debbe. Gracias a ti hemos tenido un despegue fabuloso y estoy segura de que todas podremos contribuir a seguir mejorando L-TV Lo único que hace falta es que dejes que todo el mundo haga su trabajo. Reconocerles el mérito del trabajo que hacen. Tienes que confiar en que todas vamos a una. —Ah, ya estamos otra vez con esa palabra: confianza. —Sí, sé que la odias. Pero de eso se trata, Debbe. En algún momento en tu vida tendrás que aprender a confiar. —No se confia en los demás cuando te has quemado, C.J. —En eso te equivocas, Debbe. Si te has quemado, no confías en la persona que te ha quemado. Como, por ejemplo, yo ya no confío en ti. Pero todavía puedes confiar en el resto de las personas. Sobre todo en las que trabajan aquí, en L-TV Son buena gente. —Que ahora me han quemado. ¿Quién ha quemado antes a quién? Debbe me miró fijamente a los ojos. —Deja de jugar con la gente, Debbe. Cuando hagas eso, descubrirás que la gente tampoco juega contigo. —Me quemaron en mi antigua cadena, C.J. —Ya lo sé. Pero esto no es tu antigua cadena. ¿Sabes por qué me despidieron? —No, nunca quisiste contármelo. —Porque me acosté con la persona equivocada. Puse los ojos en blanco. ¿Por qué no me sorprende?
—Era alguien en quien confiaba en la cadena. Y luego hizo que me despidieran. Porque quería mi puesto, que ahora tiene. Inspiré entre dientes. —No vas a hacer que te compadezca por ese episodio de tu vida en particular, Debbe. Pero lo que te pasó allí no tiene nada que ver con la confianza. Fue un fallo de juicio. Por tu parte. —Estaba en la ceremonia de Premios TV Guide. La mujer con la que me acosté en la cadena. Y quería darle una lección. Por eso subí a aceptar vuestros premios. —Al hacer eso no le diste una lección a ella, sino que quemaste a tus propias guionistas. Es más, nos utilizaste a nosotras y al trabajo que habíamos hecho para vengarte de ella. Debbe me contempló unos segundos. —Vaya, tienes respuesta para todo, ¿eh? Negué con la cabeza. ¿Cuándo aprenderás a asumir la responsabilidad de lo que haces, Debbe? ¿Qué quieres decir con eso? —Fuiste tú la que se acostó con esa mujer de la cadena. Fuiste tú la que recogió nuestros premios en la gala. Nadie más lo hizo, Debbe, sino tú. —Pero te lo he dicho. Intentaba vengarme de... —Esa es la excusa que usas para no tener que asumir la responsabilidad de tus actos —la interrumpí —. ¿Y sabes una cosa? Me suena demasiado. ¿Sabes cuántas veces me dijiste, cuando te pillaba en la cama con otra, «Oh, C.J., no estaba interesada en ella. Es ella la que me ha buscado a mí»? Esa era la excusa que usabas para justificarte cuando me engañabas. —Tamborileé con los dedos sobre el escritorio un momento, pero pronto me detuve—. Quizás esa manera de pensar te hace sentir mejor, pero al resto del mundo nos hace desgraciadas. Debbe reflexionó sobre ello unos instantes. —Vale, muy bien. Digamos que me creo lo que me dices. Sí, yo me acosté con ella. Pero ella me quemó y... —Y entonces tú intentaste devolvérsela jodiendo a tus escritoras. Las que habían creado programas premiados para ti. Vuélvemelo a decir, Debbe. ¿Quién jode a quién? ¿Crees que a la mujer con la que te acostaste le importó una mierda que te atribuyeras los premios en esa ceremonia? En cambio, ¿no te parece que a tus guionistas les importaba mucho recibir sus propios premios y obtener el reconocimiento que merecían? En lugar de permitírselo, les tendiste una trampa y se lo impediste. Debbe se quedó callada un segundo. —No pretendía hacerles eso a las guionistas. Le dediqué a Debbe una ligera sonrisa. —Estoy segura de que eso es cierto. No pretendías hacerlo, pero lo hiciste. A eso me refiero. Tienes que empezar a asumir la responsabilidad de las cosas que haces en lugar de sacar excusas para justificar
tu comportamiento. Ya que te has disculpado una vez hoy, deberías pensar en hacerlo de nuevo pronto. Eso segura que te ayudaría mucho con las guionistas. —Eché un vistazo al reloj de pulsera—. Oye, tengo que irme. Debbe se puso en pie. —Lo sé, lo sé. Tu amorcito te espera en casa. Y tu bebé. Toda una pequeña familia. Me levanté de la silla. Debbe caminó hacia la puerta y entonces se volvió hacia mí. —Oye, a lo mejor podríamos salir algún día después del trabajo. Ya sabes, para tomar algo o lo que sea. —Ah, Debbe... Debbe levantó la mano. —No te estoy pidiendo una cita, C.J. De verdad. Sólo sería algo, ya sabes, de amigas. A lo mejor podrías ayudarme a empezar a aprender todo eso de la confianza. Y lo de la responsabilidad que acabas de decirme. —Debbe, no soy tu psicóloga. —Ya lo sé, C.J. Sólo... Bueno, vale. Ya sé que tienes que irte. Me ha gustado... eh... hablar contigo, eso es todo. Sólo digo que estaría bien hablar de vez en cuando. —De momento vamos a ver cómo nos va en el trabajo, Debbe. —Claro. Debbe abrió la puerta y salió del despacho. Yo la observé mientras recorría el pasillo. Se detuvo delante de uno de los pósteres enmarcados que había colgado en la pared y se volvió para mirarme. —Esta serie tuya, C.J... —dijo, señalando el póster que tenía ante ella. -¿Sí? —Es dinamita. De verdad. —Gracias —contesté. Debbe se dio la vuelta de nuevo y siguió andando. —Todas son buenas, C.J. —me dijo por encima del hombro—. Todas. Les dirás a las guionistas que lo he dicho, ¿vale? —Levantó la mano y la agitó a modo de despedida—. Hasta mañana. Esperé a que Debbe doblara la esquina del pasillo que iba hacia su despacho y entonces me puse el abrigo. Apagué las luces del despacho y cerré la puerta. Seguí los pasos de Debbe pasillo abajo y me detuve delante del póster promocional de Señora Presidenta. Les lancé un beso a Stockard Channing y a Meryl Streep y luego me volví hacia los ascensores y pulsé el botón de bajada. Empecé a pensar en el trecho que me quedaba para llegar a casa. El tráfico no estaría mal a aquellas horas de la noche. Seguramente estaría aparcando en la entrada en quince minutos. Las luces estarían encendidas para darme la bienvenida a casa. Me imaginé atravesando la puerta de mi hogar y el saludo de María. Me rodearía los hombros con los
brazos y me estrecharía con fuerza. Yo aspiraría su dulce aroma especiado y hundiría la nariz en su cabello. Pensé en tener a Katrina en brazos y aspirar su suave aroma de bebé y luego contemplarla hasta que se quedara dormida en su cuna. Pensé en el «noviembre dulce» que pronto compartiríamos María y yo. Sonreí. Las puertas del ascensor se abrieron y entré en él.
QUÉ PASÓ LUEGO... Colectivamente, las guionistas de L-TV salieron de los Emmys con un buen puñado de premios aquel mes de septiembre. C.J. recibió un total de cinco galardones por Señora Presidenta, incluidos el de Mejor Serie Dramática y el de Mejor Serie Nueva del Año. Samata obtuvo tres Emmys por La granja de cuerpos-, María se llevó a casa cuatro por Gran familia feliz y Chantelle ganó dos por No olvides nunca. Debbe se sentó al fondo del auditorio durante la ceremonia de entrega de premios y, entre explosiones de aplausos y de vítores por los premios que se llevaba L-TV logró ligarse a una atractiva ejecutiva de la HBO que tenía unas piernas como las de Tina Turner. Perdió el vuelo de regreso a Boston y pasó tres días disfrutando del servicio de habitaciones con su nueva aventura. Nunca les ofreció una disculpa a las guionistas. T-Rex protagonizó la segunda temporada de No olvides nunca, pero negoció su muerte en pantalla durante un frenético tiroteo con el FBI al final de la temporada, para poder trabajar en el nuevo espacio matinal de L-TV: un programa de fitness titulado Haz músculo con T-Rex. Chantelle se marchó del apartamento de su hermana y se compró un apartamento en el South End con TRex. Britta y Samata se fueron a vivir juntas y pasaron las vacaciones en Egipto y en Suecia. Samata sigue luchando por pillar los intríngulis del idioma. Britta asiste semanalmente a sus reuniones de Jugadores Anónimos y se ha convertido en una abierta opositora de la Lotería de Massachusetts. Lars se enamoró de Katrina. Le diseña intrincados juguetes de madera y se ha convertido en su canguro habitual. La sociedad de Sheila y Janette funcionó tan bien que el bufete de abogados que montaron no deja de crecer. María y C.J. pasaron por un largo proceso de adopción, con la ayuda de Janette. Todas las guionistas presentaron declaraciones juradas que certificaban el amor que había en su relación. El Tribunal Superior de Suffolk fue el encargado de fallar en el caso de la petición de adopción de C.J., y el juez aprobó la adopción de Katrina varios meses más tarde. Meri y Taylor empezaron a salir después de los Emmys, pero siguieron discutiendo sin parar sobre cuál de las dos había dado el primer paso, entre otras cosas. Meri llama Igor a Taylor y Taylor llama a Meri Piglet.