Directores
Javier Prad era / Fe rnando Sava ter
DE RAZÓN PRÁCTICA
Julio/Agosto 2002 Precio 5,41 €
N.º 124
ROBERTO BLANCO VALDÉS La ilegalización de Batasuna
EUGENIO GALLEGO
Una excentricidad sobre ‘Parménides’
H. ARENDT E.VOEGELIN Debate sobre el totalitarismo
ULRICH BECK
La sociedad cosmopolita Diálogo con J. WILLMS
ÁNGELES SOLANES
Inmigración y extranjería en Italia
J u l i o / A o s t o 2 0 0 2
SAMI NAÏR
Mundialización, interés general y civilización
DE RAZÓN PRÁCTICA Dirección
JAVIER PRADERA JAVIER FERNANDO SAVATER
S U M A R I O NÚMERO
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JULIO
/AGOSTO 2002
Edita
PROMOTORA GENERAL DE REVISTAS, SA Director general
ALFONSO ESTÉVEZ Coordinación editorial
DEBATE SOBRE LOS ORÍGENES DEBATE DEL TOTALITARISMO
HANNAH ARENDT ERIC VOEGELIN
4
SAMI NAÏR
12
MUNDALIZACIÓN, INTERÉS GENERAL Y CIVILIZACIÓN
EUGENIO GALLEGO
19
UNA EXCENTRICIDAD SOBRE EL ‘PARMÉNIDES’ DE PLATÓN
ROBERTO BLANCO VALDÉS
23
LA NUEVA LEY DE PARTIDOS POLÍTICOS A propósito de la ilegalización de Batasuna
FRANCISCO FERNÁNDEZ SANTOS
32
EL DIOS CON PRÓTESIS Y LA CRISIS DE LA TECNOLOGÍA
ANDRÉS DE FRANCISCO
40
DEMOCRACIA, LEY Y VIRTUD
Diálogo
48
La sociedad cosmopolita y sus enemigos Conversación con Johannes Willms
Filosofía
54
Ernst Tugendhat, El hombre, ese animal que delibera
Ángeles Solanes
Derecho
58
Inmigración y extranjería en Italia
Manuel Quiroga Clérigo
66
Política Memoria del infierno
71
Vindicación de Chesterton
Música
72
Música clásica, globalización globalizació n y multiculturalismo
Casa de citas
79
Hans Blumenberg
NURIA CLAVER Diseño
ELENA BAYLÍN RAQUEL RIVAS
Ilustraciones
ANTONIO MUÑO ANTONIO MUÑOZ, Z, Nueva York, York, 1969 En 1991 obtiene el graduado en Ilustración en la Parsons School of Desing. Es autor del cómic Krédits y y ha colaborado en revistas y periódicos periódicos españoles; además ha participado y creado numerosas perfomances y y montajes audiovisuales. Presentamos en estas páginas algunos detalles de un proyecto personal sobre la historia de España en el siglo xx.
Ulrich Beck
Manuel Cruz
Ulrich Beck Caricaturas
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Literatura
Ramón Eder
Fernando Peregrín
Daniel Innerarity
DEBATE SOBRE EL TOT TOTALIT ALITARISMO ARISMO HANNAH ARENDT/ ERIC VOEGELIN
En el año 1951, apareció Los orígenes del totalitarismo a la vez en una edición norteamericana y en otra inglesa publicada en Londres. Esta segunda sólo variaba respecto de la impresa en Nueva York en el título elegido, que era notablemente más vago y desafortunado, a juzgar por de nuestro tiempo (The Burden of el olvido en que ha quedado: La carga de Our Time). La primera gran obra teórica de Hannah Arendt, que para algunos destacados intérpretes actuales es también la más lograda y significativa de toda su producción, alcanzó una notable difusión tanto por la acuñación definitiva del concepto de totalitarismo como por la llamativa argumentación de que esta categoría, aun siendo inédita en la historia de las formas de dominación política, había irrumpido simultáneamente bajo dos formas diferenciadas: el nazismo y el stalinismo (que tenían, con todo, distinto alcance y cualidad). Ambas cuestiones, a saber: la de la validez del concepto de totalitarismo, irreductible a los de dictadura, Estado moderno tiránico, fascismo, etcétera, etcétera, y la de la determinación correcta de las contadas realidades políticas a que se aplicaba (que hacía quebrar, por ejemplo, la dicotomía básica de la política europea entre la izquierda y la derecha), centraron la recepción inicial y los primeros debates sobre la obra. Pero la asombrosa riqueza descriptiva, conceptual y valorativa del estudio mereció asimismo, en este primer momento, el examen crítico de dos destacados pensadores políticos de ambos lados del Atlántico: Eric Voegelin y Raimond Aron. La reseña que Voegelin firmó en The Review of Politics XV (1/1953), págs. 68-76, combinaba además un muy alto elogio de la obra y de sus resultados analíticos con una crítica frontal. Llegaba ésta al extremo, casi inconcebible, de acusar al liberalismo o inmanentismo de la autora de compartir ciertas confusiones o supuestos últimos con los movimientos totalitarios. La revista ofreció a Arendt la posibilidad
1. ACERCA DE “LOS ORÍGENES DEL TOTALITARISMO” La inmensa mayoría de todos los seres humanos que están vivos sobre la Tierra se ven afectados en alguna medida por los movimientos totalitarios de masas de nuestro tiempo. Ya sea como miembros o partidarios o compañeros de viaje de tales movimientos, ya como ingenuos consentidores o como sus víctimas actuales o potenciales; ya sea que se encuentren bajo la dominación de un gobierno totalitario, ya que aún tengan libertad para organizar su defensa contra el desastre: el caso es que la relación con estos movimientos se ha convertido en un componente íntimo de su existencia espiritual, intelectual, económica y física. Como si la putrefacción de la civilización occidental hubiese libe4
de contestar a la recensión de Voegelin en el mismo número en que iba a aparecer, lo que ella hizo en una contrarréplica de una singular contundencia intelectual (op. cit., págs. 76-84), antecedente directo de su faceta de extraordinaria polemista. Pese a la brevedad del texto, que roza lo ridículo si se compara con la enorme extensión de la obra original, cabe decir que la respuesta de Arendt encierra asimismo un indudable interés teórico, al menos en dos cuestiones señaladas. La primera tiene que ver con la peculiar perspectiva metodológica que asume Los orígenes del totalitarismo y con “la carga emocional” que acompaña cada página de la obra. Arendt aduce aquí las razones generales, de estricta objetividad, que la mueven a rechazar un análisis aséptico, “libre de valores”, del fenómeno totalitario. La argumentación (pues es tal) concluye incluso en una fórmula lapidaria: “Describir los campos de concentración sine ira no es ‘ser objetivo’ sino indultarlos”. La segunda cuestión tiene que ver con la paradoja que implica identificar los “orígenes” de algo que no tiene precedente adecuado ni parangón posible. La pensadora judía rechaza con todo vigor el apoyo que Voegelin creía poder observar en la obra para su propia interpretación de la política y la cultura modernas como procesos fatales de extravío intelectual y decadencia del espíritu. El fenómeno totalitario, que no existe hasta que surge y que no supone, por tanto, el desenvolvimiento de una esencia previa corrupta, no permite a Arendt, en cambio, ni reconciliarse con una historia en que se van reconociendo “elementos” del sinsentido total, ni tampoco ampararse en una naturaleza humana “eterna” cuya cancelación efectiva puede la propia acción humana producir. Voegelin se encargó de añadir una “observación conclusiva” a la polémica (op. cit., 84-85), que en apariencia dejaba las espadas en alto. Agustín Serrano de Haro
rado un veneno cadavérico que propaga la infección por todo el cuerpo de la humanidad. Lo que ningún fundador de religiones, ningún filósofo, ningún conquistador imperial del pasado había logrado, a saber: hacer de la humanidad una comunidad basada en una preocupación común por todos los hombres, se ha realizado ahora como comunidad de sufrimiento bajo la expansión universal de la podredumbre de Occidente. Un proceso común de tal magnitud y complejidad no se prestaría fácilmente, ni siquiera en circunstancias favorables, a la exploración y teorización del científico de la política. El conocimiento de los hechos tendría que extenderse en el espacio a una pluralidad de civilizaciones; por su tema de examen, la investigación tendría que
abarcar desde las experiencias religiosas y su simbolización hasta las transformaciones de la personalidad bajo la presión del miedo y la habituación a las atrocidades, pasando por las instituciones de gobierno y la organización del terrorismo; y en el tiempo la investigación tendría que rastrear la génesis de los movimientos en el curso de una civilización que ha perdurado durante un milenio. Pero en todo caso las circunstancias no son, por desgracia, favorables. Aún no se ha superado la destrucción positivista de la ciencia política; y el gran obstáculo para un tratamiento adecuado del totalitarismo sigue siendo la insuficiencia del instrumental teórico. Sin una antropología filosófica bien desarrollada es difícil categorizar con propiedad fenómenos políticos, igual que lo es cateCLAVES
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gorizar fenómenos de desintegración espiritual sin una teoría del espíritu; pues el horror moral y la carga emocional eclipsarán lo esencial. Es más, el estallido revolucionario del totalitarismo en nuestro tiempo es el clímax de una evolución secular. Pero en razón del estado insatisfactorio de la crítica teórica, esta esencia que ha aflorado a la actualidad al cabo de un largo proceso histórico habrá de desafiar a su identificación. Las manifestaciones catastróficas de la revolución, la masacre y miseria de millones de seres humanos, impresionan tan vivamente al espectador como algo sin precedentes en comparación con la época inmediatamente anterior y más pacífica, que la diferencia fenoménica oscurecerá la identidad de esencia. A la vista de todas estas dificultades, la obra de Hannah Arendt sobre Los orí genes del totali totalitaris tarismo mo merece cuidadosa 1 atención . Es un intento de hacer comprensibles los fenómenos contemporáneos rastreando sus orígenes hasta el siglo XVIII , y estableciendo así una unidad de tiempo en que la esencia del totalitarismo 1
Hannah Arendt: The Origins of Totalitarianism, XV, 477 págs. Harcourt, Brace and Company, Nueva York, 1951. Los orígenes del totalitarismo, Alianza, 1997. Nº124
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se ha desenvuelto hasta su plenitud. Y en lo que hace a la naturaleza misma del totalitarismo, la obra penetra en las cuestiones relevantes desde el punto de vista teórico. Sin embargo, también este libro sobre las penurias de la época está marcado por estas mismas penurias, pues arrastra las cicatrices del estado insatisfactorio de la teoría al que antes he aludido. El libro abunda en formulaciones brillantes e intelecciones profundas (como sólo cabría esperar de una autora que ha dominado como filósofa los problemas que se plantea), pero sorprendentemente, cuando la autora persigue las consecuencias de tales intelecciones, su elaboración sufre un viraje hacia una superficialidad lamentable. Tales descarrilamientos, aunque desconcierten, son instructivos (a veces más que las propias intelecciones), ya que revelan la confusión intelectual de nuestra época y muestran de forma más convincente que ningún otro argumento por qué las ideas totalitarias encuentran aceptación entre las masas y la seguirán encontrando por largo tiempo. El libro está organizado en tres partes: Antisemitismo, Imperialismo, Totalitarismo. La secuencia de los tres temas es grosso modo cronológica, aunque los fenómenos que caen bajo los tres títulos se sola-
pan en el tiempo. El antisemitismo empieza a asomar la cabeza en la época de la Ilustración; la expansión imperialista y los panmovimientos abarcan desde la mitad del siglo XIX hasta el presente; y los movimientos totalitarios pertenecen ya al siglo XX . La secuencia sigue además un orden de intensidad y ferocidad crecientes en el despliegue de los rasgos totalitarios, que apunta al clímax de las atrocidades en los campos de concentración. Y se trata, finalmente, de una revelación gradual de la esencia del totalitarismo, desde sus formas incoativas en el siglo XVIII hasta el pleno desarrollo de la trituración nihilista de seres humanos. Pero la organización de los materiales no puede entenderse por completo sin su motivación emocional. Hay más de una forma de tratar los problemas del totalitarismo, y no está claro, como veremos, que la de la doctora Arendt sea la mejor. No admite duda, en todo caso, que el destino que corrieron los judíos, las matanzas en masa y la condición apátrida de las personas desplazadas son para la autora el epicentro de un choque emocional; un centro del que brota su deseo de investigar las causas del horror, de entender los fenómenos políticos de la civilización occidental que pertenecen a esa misma clase 5
DEBATE SOBRE EL TOTALITARISMO
de hechos y de considerar los medios que puedan contener el mal. Este método determinado emocionalmente, que desde el centro mismo de un shock procede hacia las generalizaciones, lleva a una delimitación de la materia objeto de examen. El destino de los seres humanos, de los líderes, los seguidores y las víctimas de los movimientos totalitarios, causa el shock. De aquí que el desplome de las viejas instituciones y la formación de otras nuevas, el curso que toman las vidas de los individuos en una época de cambio institucional, la disolución y formación de tipos de conducta, así como de las ideas de una conducta correcta, todo ello se convierte en tema de análisis; el totalitarismo tendrá que entenderse por sus manifestaciones en este medio que son las conductas e 6
instituciones a que me acabo de referir. Y sin duda el libro está recorrido –como tema dominante– por el desfase que se ha producido en el Estado nacional, como la organización que daba cobijo a las sociedades políticas de Occidente; un desfase provocado por los cambios tecnológicos, los económicos y, con ellos, los de poder político. Con cada cambio, partes enteras de la sociedad se vuelven “superfluas”, en el sentido de perder su función y de ver con ello amenazado su status social y su supervivencia económica. La centralización del Estado nacional y el ascenso de las burocracias hizo superflua la nobleza en Francia; el crecimiento de las sociedades industriales y las nuevas fuentes de ingresos a finales del siglo XIX hizo superfluos a los judíos como banqueros del
Estado; cada nueva crisis industrial genera con el desempleo la condición superflua de seres humanos; la imposición fiscal y las inflaciones del siglo XX disuelven las clases medias y hacen de ellas un desecho social; las guerras y los regímenes totalitarios producen millones de refugiados, de trabajadores-esclavos y de internos de campos de concentración, y empujan a los miembros de sociedades enteras a la situación de material humano desechable. En lo que toca al aspecto institucional del proceso, el totalitarismo es, pues, la desintegración de las sociedades nacionales y su transformación en agregados de seres humanos superfluos. La delimitación de la materia objeto de examen a través de la emotividad que suscita el destino de esos seres humanos es el punto fuerte del libro de la doctora Arendt. La preocupación por el hombre y por las causas del destino que sufre en medio de las convulsiones sociales es la fuente de la historiografía. La forma en que la autora tensa su arco desde los hechos del presente hasta sus orígenes en la consolidación del Estado nacional evoca recuerdos lejanos de ese otro gran gesto con que Tucídides tensó su arco desde el movimiento catastrófico de su tiempo (la gran kínesis) hasta sus orígenes en el momento en que, tras las guerras médicas, Atenas emerge como polis. La emoción en estado puro hace del intelecto un instrumento sensible para reconocer y seleccionar los hechos relevantes; y si la pureza del interés humano no se deja contagiar de partidismo, el resultado ha de ser un estudio histórico de rango notable, cual es el caso de esta obra cuyas partes sustantivas están llamativamente libres de sinsentido ideológico. Con admirable distanciamiento respecto de la pugna partidista del presente, la autora ha sido capaz de escribir la historia de las circunstancias que ocasionaron los movimientos, la de los propios movimientos totalitarios y, sobre todo, la de la disolución de la personalidad humana, partiendo del temprano resentimiento antiburgués y antisemita hasta llegar a los horrores contemporáneos del “hombre que cumple con su deber” y de sus víctimas. No es ésta la ocasión de entrar en detalles, pero en orden a dar una idea de la riqueza del trabajo sí deben mencionarse algunos de los temas de la obra. La primera parte es quizá la mejor historia breve que existe acerca del problema del antisemitismo. Atención especial merecen las secciones sobre los judíos cortesanos y su declive, sobre el problema judío en el CLAVES
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HANNAH ARENDT/ERIC VOEGELIN
Berlín ilustrado y romántico, así como la semblanza de Disraeli y el breve examen del affaire Dreyfuss. La segunda parte, Im perialismo, es la más penetrante desde el punto de vista teórico, pues crea los conceptos-tipo para las relaciones entre unos fenómenos que sólo rara vez se disponen en su contexto propio y más amplio. Encierra estudios sucesivos sobre la fatal emancipación de la burguesía (que quiere ser clase superior sin asumir las responsabilidades del Gobierno), sobre la desintegración de las sociedades nacionales de Occidente y la formación de élites y populachos, sobre la génesis del pensamiento racial en el XVIII, la expansión imperialista de los Estados nacionales de Occidente y los problemas de razas en los Imperios, y sobre los panmovimientos continentales que se corresponden con el imperialismo, así como sobre la génesis del nacionalismo racial. Dentro de estos largos estudios tienen cabida pequeñas miniaturas acerca de situaciones y personalidades especiales, como los espléndidos estudios sobre Rhodes y Barnato, o sobre los rasgos distintivos de los bóers y su política racial o, sobre la burocracia colonial británica y la incapacidad de los Estados nacionales occidentales para crear una cultura imperial en el sentido romano, con el consiguiente fracaso del imperialismo británico y francés; o bien, sobre el elemento de infantilismo que late en Kipling o en Lawrence de Arabia, o sobre el problema de las minorías en Centroeuropa. La tercera parte, Totalitarismo, contiene estudios sobre la sociedad sin clases que resulta de la condición superflua en general de los miembros de una sociedad, sobre la diferencia entre populacho y masa, sobre la propaganda y la policía totalitarias y sobre los campos de concentración. La síntesis de este ingente material, bien documentado con notas al pie y bibliografías, resulta en ocasiones muy amplia (lo que va en contra del placer de una narración ágil, propia del auténtico historiador), pero la disciplina conceptual de la tesis genérica lo mantiene unido. En todo caso, se me permitirá en este punto una nota crítica. Pues la organización del libro es algo menos rigurosa de lo que hubiera podido ser de haberse servido la autora con mayor decisión de los instrumentos teóricos que el estado presente de la ciencia pone a su disposición. El principio de relevancia que ordena los abigarrados materiales en una historia del totalitarismo es el de la desintegración de una civilización en unas masas de seres humaNº124
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nos carentes de un status económico y social seguro; y los materiales que se emplean son relevantes en la medida en que demuestran el proceso de desintegración. Pero este proceso es patentemente el mismo que Toynbee ha categorizado como de crecimiento del proletariado interno y externo. Sorprende por ello que la autora no haya hecho uso de los conceptos altamente diferenciados de Toynbee; Toynbee; y que su nombre no aparezca siquiera, ni en las notas ni en la bibliografía ni en el índice. El empleo de la obra de Toynbee habría contribuido sustancialmente al relieve de los análisis de la doctora Arendt. Pero este libro, excelente –como ya he dicho–, queda desfigurado, por desgracia, por ciertos defectos teóricos. El tratamiento de los movimientos de tipo totalitario en el plano de las situaciones y los cambios sociales, así como el de los tipos de conducta por ellos determinados, tiende a envolver la causalidad histórica con un aura de fatalidad. Las situaciones y los cambios requieren sin duda una respuesta, pero no la determinan. El carácter del ser humano, la índole e intensidad de sus pasiones, los controles que las virtudes ejerzan y su propia libertad espiritual, operan como factores determinantes adicionales. Si la conducta no se comprende como respuesta de un hombre a una situación y si la diversidad de respuestas no se entiende como arraigando en potencialidades de la naturaleza humana (más que en la propia situación dada), el proceso de la historia se convierte en una corriente cerrada sobre sí misma, en que todo corte en un punto dado del tiempo se convierte en factor completamente determinante del curso futuro. La doctora Arendt es consciente de este problema. Sabe que los cambios en las situaciones económicas y sociales no hacen por sí solos superfluas a las personas, y que no necesariam necesariamente ente las personas superfluas responden con resentimiento, crueldad y violencia; sabe también que una sociedad implacablemente competitiva debe su carácter a la ausencia de contención y a la ausencia de sentido de responsabilidad ante las consecuencias; y, a su pesar, ella es consciente incluso de que no toda la miseria de los campos de concentración del nacionalsocialismo tuvo su causa en los opresores, sino que una parte de ella provenía del extravío espiritual que tantas víctimas portaban consigo. Su comprensión de tales cuestiones se revela, sin asomo de duda, en el siguiente pasaje: “Nada distingue quizá tan radicalmente a las masas modernas de las de siglos anteriores como la
pérdida de la fe en un Juicio Final: los peores han perdido su temor y los mejores han perdido su esperanza. Incapaces vivir sin temor y sin esperanza, estas masas se sienten atraídas por cualquier esfuerzo que parezca prometer la fabricación humana del Paraíso que ansiaban y del Infierno que temían. De la misma manera que las características popularizadas de la sociedad sin clases de Marx tienen una riudícula semejanza con la Edad Media, así la realidad de los campos de concentración a nada se parece tanto como a las imágenes medievales del Infierno”2.
La enfermedad espiritual del agnosticismo es el problema específico de las masas modernas, y los paraísos e infiernos fabricados por el hombre son sus síntomas. Las masas padecen esta enfermedad, se encuentren en esos paraísos o en estos infiernos. La autora, pues, es consciente del problema, pero extrañamente ello no afecta al tratamiento que da a sus materiales. Si la enfermedad del espíritu resulta ser el rasgo decisivo que distingue a las masas modernas de las de siglos anteriores, uno esperaría que el estudio del totalitarismo no quedase delimitado por el desplome institucional de las sociedades nacionales y el crecimiento de las masas socialmente superfluas, sino por la génesis de esta enfermedad espiritual; y esto de una manera especial en vista de que la respuesta al desplome institucional lleva claramente consigo las marcas de la propia enfermedad. En tal caso, no habría que buscar, pues, los orígenes del totalitarismo primariamente en el destino del Estado nacional y en relación con los consiguientes cambios sociales y económicos desde el XVIII , sino más bien en el auge del sectarismo inmanentista desde la baja Edad Media. Y los movimientos totalitarios no serían entonces simples movimientos revolucionarios de gentes funcionalmente trastornadas, sino movimientos de un credo inmanentista en el cual habrían terminado por fructificar fructificar las las herejías medievales. La doctora Arendt, como hemos dicho, no saca las conclusiones teóricas de sus propias intelecciones. Este carácter no conclusivo de la obra tiene una causa. Que sale a la luz en otra de las formulaciones profundas que la autora lanza en una dirección sorprendente. “Lo que por eso tratan de lograr las ideologías totalitarias no es la transformación del mundo exteriror o la transmutación revolucionaria de la sociedad, sino la transformación de la misma naturaleza humana”3.
2 Los orígenes del totalitarismo, pág. 664. Alianza, Madrid, 1997. Traducción de Guillermo Solana. 3 Op. cit., pág. 680.
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DEBATE SOBRE EL TOTALITARISMO
Tal es, en efecto, la esencia del totalitarismo como movimiento de un credo inmanentista. Los movimientos totalitarios no pretenden remediar males sociales con cambios industriales, sino engendrar el milenio en el sentido escatológico mediante la transformación de la naturaleza humana. La fe cristiana en la perfección trascendente por gracia de Dios se ha convertido –y pervertido– en la idea de una perfección inmanente por medio de la acción del hombre. Y a esta comprensión del desplome espiritual e intelectual sigue en el texto de la doctora Arendt la afirmación: “Lo que está en juego es la naturaleza humana como tal, y aunque parezca que estos experimentos no lograron modificar al hombre, sino sólo destruirle (…) es preciso tener en cuenta las necesarias limitacones de una experiencia que requiere un control global para mostrar resultados conluyentes”4.
Cuando leí esta afirmación, apenas podía dar crédito a mis ojos. “Naturaleza “Naturaleza”” es un concepto filosófico: denota aquello que identifica a una cosa como cosa de esta clase y de ninguna otra. Una “naturaleza” no puede ser cambiada o transformada; un “cambio de naturaleza” es una contradicción en los términos; alterar la “naturaleza” de una cosa significa destruir la cosa. Concebir la idea de “cambiar la naturaleza” del hombre (o la de cualquier otra cosa) es un síntoma del desplome intelectual de la civilización occidental. Así, pues, la propia autora adopta, de hecho, la ideología inmanentista; mantiene una “apertura de espíritu” en relación con las atrocidades totalitarias, al considerar la cuestión de un “cambio de la naturaleza” del hombre como cuestión que se decidirá por “ensayo y error”; y comoquiera qu e el “ensayo” “ensayo” no ha podido aún disponer de las oportunidades que le ha de brindar un laboratorio global, la cuestión ha de quedar en suspenso en el momento presente. Estas afirmaciones de la doctora Arendt Aren dt no debe deben n inte interpre rpretars tarse, e, por supuesto, como una concesión al totalitarismo en el sentido más restringido, es decir, como concesión a las atrocidades del nacionalsocialismo y del comunismo. Reflejan, por el contrario, una actitud típicamente liberal, progresista, pragmatista, ante los problemas filosóficos. Ya sugerimos anteriormente que los descarrilamientos teóricos de la autora son en algunas ocasiones más interesantes que sus inteleccio4
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Op. cit., pág. 680.
nes. Y esa actitud reviste, sin duda, notable importancia, por cuanto revela cuán grande es el suelo que comparten liberales y totalitarios; el inmanentismo esencial que los une prevalece sobre las diferencias de ethos que los separan. La verdadera línea de división en la crisis contemporánea no discurre entre liberales y totalitarios sino entre trascendentalistas religiosos y filosóficos, de un lado, e inmanentistas sectarios, liberales y totalitarios, del otro. Es penoso, pero debe consignarse aquí que la propia autora traza esa línea de división. El argumento arranca de su confusión acerca de “la naturaleza del hombre”: “Sólo el intento criminal de cambiar la naturaleza del hombre es adecuado a nuestra comprensión, hecha con temblor, de que en adelante no hay naturaleza ninguna, ni siquiera la naturaleza del hombre, que pueda considerarse la medida de todas las cosas”, afirmación ésta que si tiene algún sentido en absoluto, sólo puede significar que la naturaleza del hombre deja de ser la medida de las cosas cuando algún imbécil da en la idea de cambiarla. La autora parece impresionada por el imbécil y está dispuesta a olvidarse de la naturaleza del hombre, como también de toda la civilización humana que se ha construido sobre su comprensión. El “populacho” ha visto correctamente –así lo concede ella– que “la totalidad de casi tres mil años de civilización occidental (...) se ha venido abajo”; se acabaron los filósofos griegos, los profetas de Israel y Cristo, por no mencionar a los padres de la iglesia y a los escolásticos; pues el hombre “ha llegado a la mayoría de edad”, y esto significa que “en adelante el hombre es el único posible creador de sus propias leyes y el único autor posible de su propia historia”. Hay que aceptar esta mayoría de edad: el hombre es el nuevo legislador, y en las tablillas, ahora limpias de pasado, inscribirá sus “nuevos descubrimientos en el campo de la moral”, ésos que todavía Burke consideraba imposibles. Todo esto suena a pesadilla nihilista. Y tie tiene ne más de pes pesadi adilla lla que de teo teoría ría bien sopesada. Sería injusto hacer responsable a la autora en el plano del pensamiento crítico de lo que es, obviamente, una conmoción traumática bajo el impacto de experiencias que fueron más poderosas que las fuerzas de resistencia espiritual e intelectual. El libro como un todo no debe juzgarse por los descarrilamientos teoréticos que aparecen sobre todo en la parte conclusiva. El tratamiento de la materia analizada está animado, si es que no siempre penetrado, por ese mismo cono-
cimiento de siglos acerca de la naturaleza humana y de la vida del espíritu que en las conclusiones la autora aspira a descartar y a sustituir por “nuevos descubrimientos”. Confortémonos con la inconsciente ironía de la frase con que termina la obra, y en que la autora, con vistas a un “nuevo” espíritu de solidaridad humana, invoca Hechos 16,28: “No te hagas mal a ti mismo, pues todos estamos aquí”. Cuando la autora progrese de citar estas palabras a escucharlas, quizá entonces acabe su pesadilla de temor, igual que la del carcelero a quien iban dirigidas. Eric Voegelin 2. UNA RÉPLICA A ERIC VOEGELIN Con lo mucho que aprecio la infrecuente amabilidad de los editores de la Review of Politics, que me pidieron que contestase a la crítica del profesor Voegelin a mi libro, no estoy del todo segura de haber decidido sabiamente al aceptar su oferta. Ciertamente no habría aceptado, y no habría debido aceptar, si su reseña fuera del tipo amistoso o enemistado que es usual. Por su misma condición, tales réplicas incitan con demasiada facilidad a que el propio autor haga, bien la reseña de su propio libro, bien una reseña de la reseña. A fin de evitar tentaciones de este género, yo me he abstenido tanto como me ha sido posible, incluso en el plano de las conversaciones personales, de oponerme a cualquier reseñador de mi libro, sin importarme cuánto pudiese convenir con él o disentir de él. La crítica del profesor Voegelin, sin embargo, es de un tipo que la hace susceptible de ser respondida con toda propiedad. Plantea cuestiones de método muy generales, por una parte, y apunta, por otra, a las implicaciones filosóficas generales. Ambos aspectos van unidos, por supuesto; pero mientras que tengo la impresión de haberme puesto suficientemente en claro ciertas perplejidades generales que han salido a la luz con el pleno desarrollo del totalitarismo, sé también que he fracasado al explicar el método particular que he puesto en práctica y al dar razón de de mi planteamie planteamiento, nto, que es relativamente inusual: inusual no ya en relación con los diferentes asuntos históricos y políticos (aquí el dar razón o el dar justificaciones sólo lleva a desviar la atención del tema), sino en relación con el campo de las ciencias políticas e históricas como un todo. Una de las dificultades del libro es que no pertenece a ninguna escuela y que apenas si hace uso del instrumental CLAVES
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HANNAH ARENDT/ERIC VOEGELIN
oficialmente reconocido u oficialme oficialmente nte controvertido. El problema que originalmente se me presentó era a la vez simple y desconcertante: toda historiografía es necesariamente una operación de salvamento, y con frecuencia de justificación; nace del temor del hombre al olvido y del empeño que alguien pone en favor de algo, lo cual es incluso más que el simple recordar. Tales impulsos están ya implícitos en la mera observación del orden cronológico y no es probable que desaparezcan por la interferencia de juicios de valor, que normalmente interrumpen la narración y hacen que el relato aparezca como sesgado y como “no científico”. Pienso que la historia del antisemitismo es un buen ejemplo de este tipo de escritura de la historia. La razón de que toda la literatura sobre este particular sea tan extraordinariamente pobre en términos académicos es que los historiadores, si no eran antisemitas conscientes (lo que nunca fue el caso), tenían que escribir la historia de un asunto que no querían conservar; tenían que escribir en forma destructiva, y escribir historia con propósito de destrucción es de algún modo una contradicción en los términos. La forma de escapar a ello ha sido, digámoslo así, el aferrarse a los judíos, el hacer de ellos el asunto que conservar. Lo cual no era solución, ya que la observación de los hechos sólo desde el lado de la víctima acaba en apologética, que tampoco es historia en absoluto. Mi primer problema, en suma, era cómo escribir históricamente acerca de algo, el totalitarismo, que yo no quería conservar, sino que al contrario me sentía comprometida en destruir. Mi forma de solucionar el problema ha dado lugar al reproche de que el libro carecía de unidad. Lo que hice (y lo que en todo caso habría hecho, dada mi formación previa y mi forma de pensar) fue, pues, descubrir los elementos centrales del totalitarismo y analizarlos en términos históricos, rastreándolos en la historia previa hasta donde yo lo consideré oportuno y necesario. Quiere esto decir que no he escrito una historia del totalitarismo, sino que lo he analizado en términos de historia; no he escrito una historia del antisemitismo o del imperialismo, sino que he analizado el elemento de odio a los judíos o el elemento de expansión en la medida en que tales elementos resultaban aún claramente visibles en el propio fenómeno totalitario y desempeñaban en él un papel decisivo. Por tanto, el libro no se ocupa en realidad de los “orígenes” del totalitarismo (como Nº124
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su título desafortunadamente pretende), sino que ofrece un examen histórico de los elementos que vinieron a cristalizar en el totalitarismo; y a este relato sigue un análisis de la estructura elemental de los movimientos totalitarios y de la propia dominación totalitaria. La estructura de los elementos totalitarios es la estructura oculta del libro, mientras que su unidad más aparente la proporcionan ciertos conceptos fundamentales que como hilos ro jos recorren el todo. El mismo problema de método puede enfocarse desde otro ángulo, presentándose entonces como problema de “estilo “estilo”. ”. El estilo del libro ha sido alabado como apasionado y criticado como sentimental. Pero ninguno de ambos juicios me parece que vienen al caso. Yo me he apartado conscientemente de la tradición del sine ira et studio, de cuya grandeza era plenamente consciente, pero para mí se trataba de una necesidad metodológica en estrecha conexión con mi particular objeto de estudio. Supongamos –por escoger uno entre muchos ejemplos posibles– que el historiador ha de afrontar el exceso de miseria en el seno de una sociedad muy próspera, como ocurría con la miseria de la clase trabajadora británica en las primeras etapas de la revolución industrial. La natural reacción humana a tales condiciones es de rechazo e indignación, comoquiera que estas condiciones van en contra de la dignidad del hombre. Si yo describo estas condiciones sin dejar intervenir a mi indignación, lo que he hecho es disponer este fenómeno particular por sobre su contexto en la sociedad humana, con lo cual le he desposeído de parte de su naturaleza, le he privado de una de sus propiedades inherentes relevantes. Pues producir indignación es uno de los rasgos del exceso de miseria en la medida en que esta miseria tiene lugar entre seres humanos. En consecuencia, no puedo estar de acuerdo con el profesor Voegelin acerca de que “el aborrecimiento moral y la carga emocional eclipsarán lo esencial”, ya que creo que ambos factores forman parte integral de lo esencial. Esto nada tiene que ver con el sentimentalismo o con la moralización, que sin duda pueden ser una trampa para el autor. Si moralicé o si me dejé llevar por el sentimiento es que simplemente no hice bien lo que tenía que hacer, a saber: describir el fenómeno totalitario como ocurriendo no en la Luna, sino en medio de una sociedad humana. Describir los campos de concentración sine ira no es ser “objetivo” sino in-
dultarlos. Y tal indulto no puede cambiarse mediante una condena que el autor se sienta obligado a añadir, pero que permanezca desconectada de la propia descripción. Cuando yo empleé la imagen del Infierno, no lo hice alegórica sino literalmente: parece bastante obvio que seres humanos que han perdido su fe en el Paraíso no serán ya capaces de instaurarlo en la Tierra; pero no es tan claro que quienes han perdido su fe en el Infierno como lugar en la posteridad no se sientan deseosos y no sean capaces de instaurar en la Tierra imitaciones cabales de ese Infierno en que las gentes solían creer. En este sentido, pienso que la descripción del campo como Infierno en la Tierra es más “objetiva”, es decir, más adecuada a su esencia, que las afirmaciones de naturaleza puramente sociológica o psicológica. El problema del estilo es un problema de adecuación y de respuesta. Si yo escribo de la misma manera “objetiva” acerca de la época isabelina y acerca del siglo XX , bien puede ser que mi ocupación con ambos periodos sea inadecuada porque he renunciado a la facultad humana de dar respuesta a cualquiera de ellos. Así, la cuestión del estilo está ligada al problema de la comprensión, que ha atormentado a las ciencias históricas desde sus comienzos. No deseo entrar aquí en esta materia, pero puedo añadir mi convencimiento de que la comprensión está estrechamente relacionada con la facultad de la imaginación que Kant denominó Einbildungskraft, y que nada tiene que ver con una habilidad para la ficción. Los Ejercicios es pirituales son ejercicios de imaginación y pudieran ser más relevantes para el método de las ciencias históricas de lo que advierte la formación y preparación académicas. Reflexiones de este género (que en su origen están provocadas por la naturaleza especial de mi objeto de estudio) y la experiencia personal, que necesariamente está implicada en una investigación histórica que emplea de manera consciente la imaginación como herramienta importante de conocimiento, depararon una aproximación al tema que, en comparación con casi todas las interpretaciones de la historia contemporánea, resulta crítica. A ello apuntaban dos pequeños párrafos del prefacio, donde prevenía al lector frente a los conceptos de progreso y de fatalidad como “dos caras de la misma moneda”, así como también frente a todo intento de “deducir de precedentes lo que carece de ellos”. Ambos aspectos están estrechamente conectados. La razón de que 9
DEBATE SOBRE EL TOTALITARISMO
el profesor Voegelin pueda hablar de “la putrefacción de la civilización occidental” y de “la expansión universal de la podredumbre de Occidente” está en que él trata “las diferencias fenoménicas” (que para mí, en cuanto diferencias en la facticidad, son sobremanera importantes) como manifestaciones menores de alguna “identidad esencial” de naturaleza doctrinal. Se han descrito numerosas afinidades entre el totalitarismo y otras tendencias de la historia política o intelectual de Occidente, con, a mi juicio, el siguiente resultado: todas ellas fracasaban a la hora de señalar la cualidad distintiva de lo que de hecho estaba ocurriendo. Lejos de “oscurecer” alguna identidad esencial, “las diferencias fenoménicas” son aquellos fenómenos que hacen “totalitario” al totalitarismo, los que distinguen esta precisa forma de gobierno y de movimiento de todas las demás, y son, por tanto, las únicas diferencias que pueden ayudarnos a descubrir su esencia. Lo que carece de precedentes en el totalitarismo no es primariamente su contenido ideológico sino el acontecimiento mismo de la propia dominación totalitaria. Lo cual puede advertirse con claridad si nos vemos forzados a admitir que las acciones de sus políticas, de lo que ellos consideraban sus políticas, han hecho explotar nuestras categorías tradicionales de pensamiento político y nuestros patrones de juicio moral: la dominación totalitaria es distinta de todas las formas de tiranía y despotismo de que tenemos noticia; los crímenes totalitarios quedan muy inadecuadamente descritos como “asesinato” y los criminales totalitarios apenas pueden ser castigados como “asesi“asesinos”. El profesor Voegelin parece pensar que el totalitarismo es sólo la otra cara del liberalismo, el positivismo y el pragmatismo. Pero esté una de acuerdo o no con el liberalismo (y puedo decir que tengo la relativa seguridad de no ser ni una liberal ni una positivista ni una pragmatista), la cuestión es que los liberales claramente no son totalitarios. Lo que no excluye, por supuesto, el hecho de que elementos liberales o positivistas se presten también a un pensamiento totalitario; pero tales afinidades significarían sólo la necesidad de trazar distinciones aun más precisas en virtud del hecho de que los liberales no son totalitarios. Espero no haberme extendido inadecuadamente sobre este punto, que para mí es importante, ya que lo que separa mi acercamiento del del profesor Voegelin es –pienso– que yo procedo a partir de los 10
hechos y los acontecimientos, en lugar de por afinidades e influencias intelectuales. Quizá esto sea un tanto difícil de captar en vista de que también me interesan mucho, por supuesto, las implicaciones filosóficas y los cambios en la autocomprensión espiritual. Pero esto no significa ciertamente que yo describa “una revelación gradual de la esencia del totalitarismo, desde sus formas incoativas hasta las plenamente desarrolladas”, comoquiera que, a mi juicio, tal esencia no existía con anterioridad a que llegara al ser. Por eso hablo sólo de elementos que eventualmente cristalizan en el totalitarismo; algunos de estos elementos son rastreables en el siglo XVIII, y algunos otros incluso más atrás (aunque yo pondría en duda la teoría del propio Voegelin de que el “auge del sectarismo inmanentista” desde finales de la Edad Media concluyó eventualmente en el totalitarismo). Bajo ninguna circunstancia llamaría yo totalitario a ninguno de esos elementos. Por razones parecidas, y con el fin de distinguir entre las ideas y los sucesos efectivos de la historia, no puedo convenir con la observación del doctor Voegelin de que “la enfermedad del espíritu es el rasgo decisivo que distingue a las masas modernas de las de siglos anteriores”. Para mí, las masas modernas están desintegradas por el hecho de que son “masas” en un sentido estricto de la palabra. Se distinguen de las multitudes de siglos pasados en que no tienen intereses comunes que las mantengan unidas ni ningún tipo del “acuerdo” mutuo que, según Cicerón, constituye el inter-est, lo que está entre los hombres, y que se extiende a todo, desde lo material a lo espiritual y a otros órdenes. Este “entre” puede ser un suelo común o puede ser un propósito común; pero siempre cumple el doble cometido de mantener a los hombres unidos y al mismo tiempo separados de manera articulada. La falta de intereses comunes tan característica de las masas modernas sólo es, por tanto, un signo más de su condición apátrida y desarraigada. Pero por sí mismo da cuenta del hecho curioso de que estas masas modernas se forman a partir de la atomización de la sociedad, hecho de que los hombres-masa que carecen de toda relación común ofrecen, con todo, el mejor “material” posible a estos movimientos en que los seres humanos se ven tan estrechamente presionados los unos contra los otros, que parecen haber devenido Uno. La pérdida de intereses es idéntica a la pérdida del “yo”; y, a mi modo de ver, las masas modernas se distin-
guen por la ausencia del yo, es decir, por su falta de “intereses egoístas”. egoístas”. Bien sé que los problemas de este orden pueden evitarse interpretando los movimientos totalitarios como una nueva y pervertida religión, como un sustituto de la antigua fe en las creencias tradicionales. De ello se seguiría que entre las causas del auge del totalitarismo se cuente algún tipo de “necesidad de religión”. Yo me siento incapaz de seguir incluso la forma muy cualificada en que el profesor Voegelin usa el concepto de religión secular. No hay ningún sustituto de Dios en las ideologías totalitarias; las invocaciones de Hitler al Todopoderoso eran concesiones a lo que él mismo creía una superstición. Es más, el lugar metafísico de Dios ha seguido estando vacío. La introducción de estos argumentos semiteológicos en la discusión del totalitarismo sólo ha de servir, probablemente, para fomentar las “ideas” ya muy difundidas y rigurosamente blasfemas acerca de un Dios que es “bueno para ti” (para tu salud mental o para alguna otra salud, para la integración de tu personalidad, y Dios sabe para qué más); o sea, “ideas” que hacen de Dios una función del hombre o de la sociedad. Esta funcionalización se me aparece en muchos aspectos como el último y quizá más peligroso estadio de ateísmo. No quiero decir con esto que el profesor Voegelin pueda en ningún caso ser culpable de tal funcionalización. Ni niego tampoco que haya cierta conexión entre ateísmo y totalitarismo. Es verdad que un cristiano no puede convertirse en seguidor de Hitler o de Stalin; y es verdad que la moralidad como tal está en peligro cuando la fe en el Dios que prescribió los Diez Mandamientos ya no es segura. Pero aquí se trata, en el mejor de los casos, de una conditio sine qua non y no de algo que pueda explicar positivamente nada de lo que vino después. Quienes de los terroríficos sucesos de nuestro tiempo sacan la conclusión de que tenemos que volver a la religión y a la fe por razones políticas, me parece que muestran idéntica falta de fe en Dios que sus adversarios. El doctor Voegelin deplora, como yo misma, la “insuficiencia de los instrumentos teóricos” de las ciencias políticas (y, en lo que me parece una inconsistencia, me acusa unas páginas más adelante de no servirme más resueltamente de ellos). De jando aparte las tendencias actuales al psicologismo y al sociologismo (sobre las cuales pienso que el doctor Voegelin y yo estamos de acuerdo), mi litigio fundamental con el estado presente de las cienCLAVES
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cias históricas y políticas reside en su creciente incapacidad para hacer distinciones. Términos como nacionalismo, imperialismo, totalitarismo, etcétera, se aplican indiscriminadamente a todo tipo de fenómenos políticos (normalmente sólo como palabras “de recibo” para agredir al adversario), y ninguna de ellas se entiende ya sobre su trasfondo histórico particular. El resultado es una generalización en que las propias palabras pierden todo significado. Usado indiscriminadamente para la historia asiria y para la romana, para la británica y la bolchevique, “imperialismo” no significa ya una sola cosa; del nacionalismo se discute a propósito de épocas y países que nunca tuvieron experiencia del Estado-nación; y en toda suerte de tiranías o en toda forma de comunidades colectivas, etcétera, se descubre el totalitarismo. Este tipo de confusión (en que toda distinción desaparece, y todo lo nuevo y lo que produce impacto no es que sea explicado sino que es expulsado, ya sea trazando analogías, ya reduciéndolo a alguna cadena de causas y de influencias conocidas de antemano) se me aparece como el sello distintivo de las ciencias históricas y políticas modernas. Permítaseme, para acabar, clarificar mi afirmación de que en nuestra encruci jada moderna “la naturaleza humana como tal está en peligro”. Una afirmación que ha provocado la crítica más acerba del doctor Voegelin, ya que en la mera idea de “cambiar la naturaleza del hombre o de cualquier otra cosa”, y en el mero hecho de que yo me tomé completamente en serio esta pretensión del totalitarismo, ve él “un síntoma del desplome intelectual de la civilización occidental”. El problema de la relación entre la esencia y la existencia en el pensamiento occidental me parece, desde luego, que es un poco más difícil y controvertido de lo que implica la afirmación del doctor Voegelin sobre la “naturaleza” de una cosa (que la identifica “como cosa de tal clase” y que en consecuencia no es, por definición, susceptible de cambio), pero este punto apenas puedo discutirlo aquí. Baste quizá decir que, diferencias terminológicas aparte, yo no propongo un cambio de naturaleza distinto del que hace el propio Voegelin en su libro The New Science of Politics; discutiendo la teoría platónicoaristotélica del alma, afirma él: “Casi puede decirse que antes del descubrimiento psyché ché el hombre no tenía alma” de la psy (pág. 67). En los términos de Voegelin, yo podría haber dicho que tras los descubrimientos de la dominación totalitaria y Nº124
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sus experimentos tenemos razones para temer que el hombre pueda perder su alma. O en otras palabras, el éxito del totalitarismo se identifica con una liquidación de la libertad como realidad política y humana que es mucho más radical de cuanto podemos atestiguar a propósito del pasado. En estas condiciones no resulta muy consolador aferrarse a una naturaleza humana inmutable para concluir, bien que el hombre mismo está siendo destruido, bien que la libertad no pertenece a las capacidades fundamentales del hombre. Históricamente sólo sabemos de la naturaleza humana en la medida en que ella tiene existencia y ningún reino de esencias eternas podría nunca consolarnos de la pérdida por parte del hombre de sus capacidades esenciales. Mi temor cuando escribí el capítulo conclusivo del libro no era distinto del que expresó Montesquieu cuando vio que la civilización occidental no estaba ya garantizada por las leyes; y ello pese a que las gentes todavía se gobernaban por costumbres, cosa que él no estimaba como suficiente para resistir a un embate violento del despotismo. En el Prefacio a L’Esprit des Lois dice: “L’homme, cet etre des autres, est egalement capable de connaitre sa propre nature flexible, se pliant dans la societe aux penses et aux impressions lorsqu’on la lui montre, et d’en perdre jusqu’au sentiment lorsqu’on la lui derobe”. [“El hombre, este ser maleable, que se somete en sociedad a los pensamientos e impresiones de sus congéneres, es igualmente capaz tanto de conocer su naturaleza cuando le es mostrada tal cual es, como de perderla hasta el extremo de no percatarse de que le ha sido robada”5]).
Hannah Arendt 3. OBSERVACIÓN CONCLUSIVA En nuestros días no es frecuente que una obra de ciencia política tenga la suficiente consistencia teórica como para permitir un examen de los principios que la sostienen. Dado que el libro de la doctora Arendt sí se distinguía por un alto grado de conciencia teórica, me sentí obligado a dejar constancia de esta cualidad y a hacer un sincero reconocimiento de ella criticando algunas de sus formulaciones. Las críticas han tenido la saludable consecuencia añadida de estimular la explica-
ción anterior, más elaborada, de la propia autora sobre cuestiones de método. Ello ha de ser una ayuda suficiente para el lector del libro. Mis palabras de conclusión, que los edito editores res de la la Review me solicitan, serán por ello extremadamente breves, una pequeña ceremonia más que una argumentación. Me limitaré a llamar la atención sobre el asunto que está en cuestión, que es en lo que ambos estamos de acuerdo, por más que la respuesta de la doctora Arendt difiera de la mía. Se trata de la cuestión de la esencia en el seno de la historia; la cuestión de cómo delimitar y definir fenómenos del tipo de los movimientos políticos. La doctora Arendt traza la línea de demarcación en lo que considera el nivel fáctico de la historia; llega así a complejos de fenómenos bien definidos del tipo del “totalitarismo”, y está dispuesta a aceptar que tales complejos son unidades últimas, unidades esenciales. Yo me opongo a este método por cuanto no toma en consideración el hecho de que la autoformación de los movimientos en la historia en el plano institucional e ideológico, no es su formación teorética. La investigación tendrá forzosamente que empezar por los fenómenos, pero la cuestión de las unidades que son teóricamente justificables dentro de la ciencia política no puede resolverse aceptando las unidades de valor que la corriente de la historia precipita a su superficie. Lo que sea una unidad emergerá cuando los principios aportados por la antropología filosófica sean aplicados a los materiales históricos. Puede entonces ocurrir que los movimientos políticos que en el escenario de la historia se oponen enconadamente, resulten estar estrechamente emparentados en el plano de la esencia. Eric Voegelin Traducción de Agustín Serrano de Haro [El texto de Hanna Arendt será publicado próximamente en castellano en el libro Ensayos de com prensión (1930-1945), en la colección Esprit de filosofía, dirigida por Jesús María Ayuso en la editorial Caparrós]. [El texto de Eric Voegelin fue publicado en Review of Politics].
Hannah Arendt fue profesora de la Nwe School of Research. Autora de Los orígenes del totalitarismo, La condición humana y Sobre la revolución.
5 Reproduzco la cita tal como apareció en la reseña. La traducción lo es de la versión inglesa, más bien libre, que Arendt incorpora a su respuesta. (N. del T.)
Eric Voegelin fue profesor de Filosofía Política en Harvard, Munich y Stanford. Autor de Nueva Ciencia de la Política y Orden e Historia 11
MUNDIALIZACIÓN, INTERÉS GENERAL Y CIVILIZACIÓN SAMI NAÏR
anifestaciones de Seattle, Génova, Bruselas; sucesivos foros de Porto Alegre: signos de una nueva etapa. La mundialización liberal se ha convertido en sujeto de conflictos, de batallas, de represión. Por parafrasear a Shakespeare, hay “algo podrido” en este reino…
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1. La gran desarticulació desarticulación n
La revolución liberal y conservadora desencadenada en los años ochenta por Ronaldd Reagan Ronal Reagan en EE UU y Margaret Margaret Thatcher en el Reino Unido ha provocado considerables mutaciones sociales, económicas y humanas. Ha abierto la vía a una globalización económica que ha profundizado las desigualdades en el mundo. Los fundamentos civilizadores del Estado social (Welfare State) han sido socavados; las sociedades más sólidamente constituidas han sido fragmentadas; las sociedades pobres, cruelmente agredidas. La ecología del planeta también la ha sufrido brutalme brutalmente. nte. Sociológicamente, aparece un fenómeno histórico nuevo, que recuerda a la sociedad de los estatutos de la Edad Media: en la base de la pirámide social, las capas más pobres están atomizadas y divididas; en lo alto se han formado élites económicas, culturales y políticas transnacionales que pretenden gobernar el planeta despreciando la soberanía popular. Incluso las capas intermedias, pilar central del sistema capitalista moderno, están sufriendo un proceso de fragmentación, de degradación social, que las fragiliza de forma duradera. La distancia social entre países ricos y países pobres continúa acentuándose. Las poblaciones más pobres son condenadas a la emigración anárquica. A mediados del siglo XX , los ingresos del país más rico eran 30 veces superiores a los
del país más pobre; a finales de los años noventa, son más de setenta veces superiores1. Por tanto, la mundialización ha acelerado la polarización de las riquezas, no sólo en las relaciones Norte-Sur, sino también en el seno de las sociedades desarrolladas. En Europa, en las sociedades cuyos Estados habían realizado hasta los años setenta un gran esfuerzo de desarrollo social, es donde los efectos de la mundialización son particularmente visibles. En Francia, Francia, tras la II Guerra Mundial, Mundial, el Estado desempeñó un papel determinante en la reducción de las desigualdades. Hoy ya no es así: desde los años noventa, el 10% más desfavorecido de la población ha perdido más del 20% de su poder adquisitivo2. La mundialización ha invertido por completo la dinámica de “nivelación social” realizada durante el periodo del Estado social (1945-1975). Reaparecen ciertas situaciones sociales características del capitalismo salvaje del siglo XIX : por ejemplo, los trabajadores pobres. Y si la potencia de la mundialización financiera liberal es impresionante, sus consecuencias no lo son menos. El modelo del Welfare State se caracterizaba por la existencia de un vínculo social basado en un compromiso negociado entre capital y trabajo, que aportaba beneficios mutuos y que estaba orientado hacia políticas económicas de largo plazo. El mercado de trabajo era estructuralmente estable, los trabajadores estaban integrados en el empleo; incluso los desempleados, poco numerosos, se beneficiaban de derechos que les permitían vivir decentemente. Desde mediados de los años setenta del siglo pasado; este sistema ha sido transformado
1
Informe mundial sobre desarrollo humano 2000,
PNUD.
2 Alternatives
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économiques, septiembre 2001. économiques,
por completo. El nuevo capitalismo supone la desregulación del mercado de traba jo, la destru destrucción cción del comprom compromiso iso capital-trabajo, la precariedad y la flexibilidad como base del vínculo social. La idea de futuro se ha desvanecido; la del interés general, se ha devaluado. El Estado, lejos de ser una relación de clases y grupos de presión que representa el interés general superando los antagonismos sociales, se convierte cada vez más en la victima o en el vector consentidor de los intereses de las empresas transnacionales y de sus grupos de influencia dentro de las naciones. La situación de la mayor parte de los países del Tercer Mundo atestigua la sumisión del Estado a la dictadura de los mercados financieros mundializados. El caso europeo muestra, por el contrario, cómo el Estado ha sido, desde mediados de los años setenta, agente de la construcción de una Europa liberal, elemento clave de la mundialización. El profundo cambio histórico que caracteriza a ésta puede definirse con un solo rasgo: ha logrado someter la sociedad a los intereses del mercado. Sin embargo, mercantilizar todo lo social tiene como resultado, en términos de civilización, la destrucción de los cimientos de la noción de interés general heredada de la filosofía europea de la Ilustración; una idea construida, además, frente al individualismo posesivo, tan alabado por la concepción estrictamente mercantil de la sociedad. Hoy, con la circulación desenfrenada de los capitales, con la dictadura de los mercados financieros en provecho únicamente de los intereses del capitalismo especulativo, el mercado dicta todo, gobierna todo, engloba todo. La mundialización aparece entonces como uno de los fenómenos más destacados de este cambio de milenio; sin embargo, no es nueva. No es la primera vez en la historia de la humanidad que hay CLAVES
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internacionalización de las riquezas, de los bienes y de los capitales. Lo que el gran historiador francés Fernand Braudel describió como “la extensión planetaria de la civilización material del capitalismo” aparece en el siglo XVI. En el siglo XIX la colonización acompañó a la revolución tecnológica para dar forma a una mundialización de la economía tan importante como la actual. Sin duda, la mundialización de estas dos últimas décadas tuvo su origen en la ampliación de la competencia entre países, pero también, y sobre todo, en la evolución de las tecnologías y el desarrollo de las finanzas. Aun siendo consecuencia de progresos técnicos que superan la acción de los Gobiernos, ha sido la opción política de éstos a favor del liberalismo financiero la que ha determinado la fisonomía actual de la mundialización, pues lo que ha cambiado hoy es la existencia de un mundo del beneficio desvinculado del mundo de las necesidades reales. Este mundo es el de las finanzas especulativas. La llegada de la era del capitalismo financiero ha sido acelerada por la caída del muro de Berlín (noviembre de 1989) y el desmembramiento de la URSS (1991), con la que desaparecía la amenaza de una alternativa al capitalismo. Después de 1945, la socialdemocracia y el keynesianismo habían buscado un consenso para obtener la adhesión de las poblaciones a un modelo social que conciliaba la libertad y el progreso social. Todavía estaba omniNº124
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presente el recuerdo de los años treinta, cuando el éxito de los planes quinquenales del régimen soviético respondía a los efectos dramáticos de la crisis de 1929 en Estados Unidos y Europa occidental. La competencia entre dos bloques convertía la cohesión social en la prioridad política. El hundimiento de la URSS supone, de hecho, la desaparición de ese equilibrio. El hecho de que a lo largo de este periodo hayan aumentado los intercambios comerciales (representaban el 14% del PIB mundial antes de la guerra de 1914 y el 24% a finales de los años noventa) no hace que la mundialización sea menos esencialmente financiera. Cada día circulan, aproximadamente, 1,8 billones de dólares de capitales, frente a los 22.000 millones producto del comercio de bienes y servicios. Estos flujos producen una inestabilidad crónica. Los mercados financieros se ven afectados repentinamente por una sucesión de crisis. En 1987, fue la crisis del mercado de acciones y obligaciones. En 1990, es la prosperidad japone jap onesa sa la que es alc alcanz anzada ada de ple pleno. no. Cuatro años más tarde le toca el turno a México; después, en 1997, a Asia. Finalmente, a finales de 2001, Argentina se declaró en quiebra al tiempo que el estallido de la burbuja tecnológica amenazaba de recesión a todas las economías desarrolladas. El sistema siempre ha respondido a cada una de estas crisis con más globalismo financiero. En cada ocasión se le pide
socorro a las autoridades monetarias para alimentar a los mercados −un verdadero Moloch− con liquidez para mantenerlos al alza, suceda lo que suceda. La mayoría de los países emergentes han recibido cantidades considerables, siempre a condición de aceptar la puesta en marcha de una política de apertura aún mayor y de rembolsar en dinero contante a los inversores occidentales. Detrás de este caos se afirma el poder creciente de las empresas financieras en detrimento de los Estados, salvo en Estados Unidos, donde la articulación entre poder financiero mundial y poder político nacional es muy fuerte. Estas empresas esencialmente financieras pueden, sin embargo, llegar a la bancarrota, como lo ilustra el caso de la séptima empresa estadounidense, la compañía energética Enron. Al igual que el merca mercado, do, conce concebido bido como modo natural de organización de la sociedad humana, la mundialización ha sido presentada como una fatalidad del destino. Hasta las desigualdades más escandalosas se han banalizado, convertidas en simples consecuencias de una dinámica de conjunto que finalmente será positiva para todos. El pensamiento único postulaba que el capitalismo financiero sería una inmensa esperanza de progreso para todos, y en particular para los países del Tercer Mundo. Las cifras que, por el contrario, ilustran el crecimiento de las desigualdades serían, ciertamente, tan sólo pasajeras. Decían incluso que era el único 13
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medio para conseguir un crecimiento global de la riqueza. El capitalismo financiero también ha sido presentado como el medio que finalmente han encontrado las capas medias para acceder a la riqueza. El ahorro salarial y los fondos de pensiones permitirían superar los conflictos sociales, vincular a los asalariados al alza de la Bolsa, al tiempo que se salvaban los regímenes de pensiones y el nivel de vida de las generaciones futuras. Gracias a este capitalismo de casino, abierto a todos, los sistemas de solidaridad solida ridad tradiciona tradicionales les podrían ser abandonados. Los fondos de pensiones, que nos vienen vienen de EE UU, son accesibles accesibles únicamente para el 60% de los asalariados de ese país y la inestabilidad de los mercados amenaza los ahorros del 40% restante, pero esto no había que tenerlo en cuenta. Lo importante es el sueño, el humo rosa del mundialismo financiero triunfante; la lotería, ya lo decía Balzac en el siglo XIX , es “la esperanza organizada para el pueblo”. Finalmente, el último artificio: las instituciones no democráticas son engalanadas con las virtudes de la regulación. El desmantelamiento de las soberanías democráticas se ha hecho bajo la presión de estructuras tecnocráticas creadas por los Gobiernos por encima de sus propias constituciones nacionales. La única vocación de la Comisión de Bruselas es hacer prevalecer la superioridad de las leyes del mercado; lo mismo ocurre, en el ámbito mundial, con la Organización Mundial del Comercio (OMC), instrumento de desarrollo del libre comercio, al igual que el Fondo Monetario Internacional (FMI), convertido en guardián de la libertad de movimiento de los capitales. Pronunciar la palabra “nación” se ha vuelto reaccionario; defender el Estado-nación como expresión de la soberanía popular es ahora un crimen de lesa majestad para los defensores del liberalismo mundializado. Y para esto encuent encuentran ran ayuda en la buena conciencia de una cierta izquierda que se ha incorporado de hecho a la ideología liberal renunciando a toda idea de futuro que no sea la proclamada por el libre comercio. En realidad, la mundialización es un fenómeno ideológico basado en una serie de dogmas. Entre esos dogmas está la necesidad de una gob gobern ernanz anzaa de empresa basada en el predominio de los beneficios únicamente para los accionistas a costa de los trabajadores, trabajadores, los clientes clientes de las empresas y el medio ambiente, con una exigencia desorbitada de rentabilidad de los fondos propios, aunque el crecimiento 14
mundial no haya superado el 3% desde hace más de diez años. Segundo dogma: el necesario cuestionamiento de todas las conquistas sociales, que constituirían otras tantas “rigideces del mercado de trabajo”. El estancamiento del poder adquisitivo de la gran mayoría de los trabajadores en los países desarrollados se hace indispensable, al igual que la explotación de los países en los que los salarios son excesivamente bajos. Los especuladores dominantes pueden así captar la mayor parte de las ganancias del comercio. Tanto Tanto en el Norte como en el Sur privatizar se convierte en un acto de civilización que lógicamente va emparejado con el desmantelamiento de los servicios públicos, llegando a veces a cuestionar las funciones de regalía del Estado. Por último, para que estos dogmas sean respetados y aplicados en el ámbito mundial, es imperativo que los expertos, que se convierten en los grandes sacerdotes del “pensamiento único liberal-mundialista”, se hagan cargo de las instituciones internacionales. La expertocracia mundializada vigila así con severidad a los ciudadanos despolitizados de la aldea global. En cuanto a los medios de comunicación, en manos de temibles potencias financieras, se aplican diariamente a producir el consenso y la sumisión ante este inmenso engaño. La manipulación política y cultural nunca habían sido tan grandes como c omo hoy. 2. El desvío de las instituciones financieras internacionales
Las instituciones financieras, y en particular el Fondo Monetario Internacional (FMI), creadas en Breton Woods en 1945 para regular la economía internacional tras el desastre desastre de la II Guerra Mundial, Mundial, vieron también cambiar su función en 1973 tras la suspensión unilateral por parte de Estados Unidos del patrón-oro del dólar. Su objetivo había sido fijar reglas claras para el comercio internacional. Desde los años setenta, con la liberalización del comercio, los cambios flotantes y la libertad dada a los movimientos de capitales esas instituciones se han convertido en instrumentos esenciales de la mundialización financiera, en particular el FMI, que interviene como último garante de los créditos otorgados a los países del Sur. En su origen, el FMI debía limitarse a facilitar la tesorería a corto plazo de los Estados solventes. Pero el desarrollo del sistema financiero ha hecho esta función redundante con las actividades del sector privado. De este modo, el FMI se ha con-
vertido en el prestamista en última instancia en las grandes crisis financieras, en las que se han invertido cantidades considerables. El FMI no es, sin embargo, un interventor neutro. Representa a los acreedores. Esas cantidades han servido, sobre todo, para devolver a los inversores privados occidentales lo que habían especulado. Además, el desbloqueo de las mismas está condicionado a planes de ajuste estructural que imponen el modelo liberal a los países en crisis. La reducción sistemática de las subvenciones del Estado para educación, sanidad o vivienda aumentan el coste social de estas crisis. En realidad, a los inversores privados se les devuelve el dinero mediante los sacrificios sociales impuestos a los países endeudados; es decir, naturalmente, a las capas medias y las clases pobres. Los planes de ajuste estructural impuestos a cambio de los préstamos del FMI dieron lamentables resultados en Asia y radicalizaron la crisis de 1998. Esto no le impidió al FMI poner en marcha la misma política en Argentina en diciembre de 2001, siendo fiador de la paridad del peso con el dólar y obligando a ese país a hacer nuevos recortes sociales, mientras que la tasa de desempleo oficial era del 16% y la real estimada superior al 30%. De ahí la ola de disturbios, la instauración del estado de sitio y, después, la caída del Gobierno y del presidente. Hoy, la deuda exterior de Argentina se aproxima a los 140.000 millones de dólares y la fuga de los capitales de las élites mundializadas de ese país, permitida por la libre circulación de capitales, está evaluada en 120.000 millones. La ceguera liberal del FMI ha tenido otras consecuencias en los países en desarrollo. Después de la crisis de la deuda a principios de los años ochenta, la totalidad de los países deudores del Sur fue sometida a planes de ajuste estructural. Consecuencia: regiones enteras del planeta, no rentables, han caído en la desherencia social. La influencia nefasta del FMI no se limita a su intervención como prestamista. Sus exigencias en materia de políticas económicas también tienen resultados negativos. Los esfuerzos considerables que se imponen, bajo la forma de planes de ajuste estructural, a los países del Tercer Mundo para integrarlos en áreas de libre comercio (acuerdo euromediterráneo, acuerdo con los países de África, Caribe y Pacífico, etcétera) sólo tenían sentido en la medida en que permitían restaurar la confianza de los inversores en las economías del Sur. La contrapartida del ajuste CLAVES
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estructural debería haber sido el aumento de la inversión privada. Sin embargo, las inversiones directas extranjeras (IDE) se dirigen principalmente a los países ricos y no a los pobres. A pesar de la apertura de sus economías, África apenas recibe el 1%. Lo mismo sucede con los países mediterráneos, donde, sin embargo, el compromiso europeo se basa en una tradición de cooperación más solidaria. El acuerdo de Barcelona (1995), que consideraba la zona de libre comercio entre Europa y el Mediterráneo clave para el desarrollo, no ha supuesto un aumento de las inversiones extranjeras. Además, las inversiones, cuando las hay, son en general para colonizar los países en desarrollo: cuatro países (China, Brasil, México y Tailandia) Tailandia) recibieron en 1999 más del 50% del flujo de IDE, pero el 80% de esas inversiones correspondieron a la compra de empresas ya existentes, que pasaron a estar bajo el control de las multinacionales. El FMI también tiene una gran responsabilidad en la criminalización de la economía rusa. Cuando lo que hacía falta era reconstruir un Estado de derecho y constituir un primer ahorro interno, el FMI impuso privatizaciones a marchas forzadas. El resultado ha sido la incapacidad para organizar la economía, que ha dejado vía libre a diversos grupos mafiosos de los que la economía rusa tendrá muchas dificultades para deshacerse. Después de esta sucesión de fracasos, en 1998, los principales miembros del Fondo formularon propuestas de reformas marginales. Todas ellas buscaban, ante todo, mantener al FMI como garante de la libre circulación de los capitales en países cuyas estructuras económicas no son apropiadas para ello. Es evidente que esta reforma veleidosa, cuidadosamente conforme a los intereses de las finanzas internacionales, no está a la altura del problema. El fracaso de la libre circulación de los movimientos de capitales en los países pobres, por el contrario, debería haber dado lugar a planes de refuerzo de sus estructuras económicas. Dado que el papel del Banco Mundial Mundial es financiar el desarrollo. Le hubiera correspondido intervenir para atajar la pauperización de países y de continentes enteros, no un FMI que privilegia a los acreedores ricos de los países del Norte. Es frente a este mundo de las finanzas, frente al que hoy los ciudadanos se rebelan y los movimientos de protesta emergen y se estructuran. 3. Controlar la mundializació mundialización n liberal
La fuerza principal de la revolución liberal-conservadora que empezó a principios Nº124
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de los años ochenta no reside tan sólo en su sistema; también proviene de su excepcional victoria ideológica: ha conseguido destruir la esperanza en un mundo mejor, más justo, más solidario. No volveremos atrás en la internacionalización de la economía, las formas estructurales de interdependencia de las economías, la extensión planetaria del modo de producción de las mercancías. Pero no hay que renunciar a orientar este proceso. Hay que garantizar reglas válidas para todos y elaboradas por todos. Los movimientos sociales emergentes deben, por tanto, demostrar, además de valentía y solidaridad, realismo y audacia. Para actuar eficazmente deben evitar múltiples peligros: evitar ser recuperados por los partidos políticos con fines únicamente electoralistas, desconfiar de la manipulación, no permitirse caer en una protesta abstracta y anárquica. En realidad, los movimientos sociales deben, ante todo, presionar a los Estados y obligarles a hacer que prevalezca otra concepción de la economía mundial. Por tanto, la alternativa global al neoliberalismo no pasa sólo por los movimientos sociales. Los Estados tienen un papel clave que desempeñar. La mundialización liberal busca homogeneizar las sociedades a través de una mercantilización generalizada y transformar los Estados en vector del capitalismo financiero. Ha conducido a la destrucción de la voluntad política soberana. El Estado se enfrenta a un dilema histórico: o es un escudo contra los efectos destructores de la mundialización liberal o es un vector de ella. Las luchas sociales en los diferentes países determinan la naturaleza de la respuesta. Contrariamente a lo que muchos afirman, el siglo XX I no será el de la desaparición de los Estados y de las naciones en que éstos se basan. Estará también, y tal vez sobre todo, marcado por el regreso de los Estados-nación, porque es la única manera de contener los integrismos, los repliegues étnicos y los nacionalismos excluyentes. En América Latina, Brasil, Argentina o México no pueden seguir permitiendo que el sistema financiero internacional les imponga políticas que frenen su desarrollo. En la economía euroasiática, China y la India aumentarán su potencia. Rusia se recuperará. El mundo árabe acabará por afirmarse, aunque hoy se encuentre bajo la tutela norteamericana. En Europa, los sueños seudofederalistas disimulan una realidad esencialmente mercantil y la adhesión a la hiperpotencia estadounidense. Europa será europea, enriquecida por la democracia
de sus Estados-nación, o no se construirá. Los niveles nacional y regional siguen siendo, por tanto, inevitables para impedir que se profundicen las disparidades regionales, para favorecer una ordenación equilibrada de los territorios, para luchar contra las desigualdades y mantener la cohesión social a través de la puesta en marcha de mecanismos de arbitraje, de regulación y de redistribución. El Estado, instancia reguladora superior, lugar de afirmación y de expresión de las solidaridades colectivas, es más indispensable que nunca para preservar el interés general, edificar un proyecto compartido y poner en marcha una capacidad real de intervención. Es el garante para toda comunidad nacional de la conservación en el tiempo. Y este Estado será más poderoso y eficaz cuanto mejor sepa integrar la democracia ciuda ci udadan dana. a. La ideología de la mundialización liberal quiere en la práctica destruir el interés general general en nombre del inte interés rés particular, lo social en nombre de la eficacia económica, económica, y oponer lo local a lo nacional para dominar mejor a los particulares; quiere destruir los Estados para quitarle a los pueblos toda capacidad de resistencia y que su marcha destructora sólo encuentre ante sí al eslabón más débil. Por eso, el control del poder del Estado, que encarna la soberanía popular, se ha convertido en un desafío histórico en manos de los pueblos. Para controlar la mundialización es necesario actuar también mundialmente, reformar las instituciones internacionales, imponer la creación de nuevas regulaciones políticas. Son tres las instituciones que están en el núcleo de las reformas que deben conducir a la elaboración de nuevas reglas de regulación mundial: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Hay que pensar seriamente en una completa reestructuración del sistema financiero internacional. En la actualidad, los desequilibrios son tales que se deben pensar soluciones radicales. Las sumas perdidas inútilmente para poner a flote a los especuladores occidentales deberían ser asignadas al Banco Mundial. Es el medio más seguro de invertir el sentido de los flujos financieros que benefician al Norte frente al Sur Sur.. El Banco Mundial debería garantizar las inversiones en la economía real frente a un sector privado claudicante (infraestructuras, sanidad, educación, etcétera). Podría preparar las economías de los países pobres para una progresiva apertura y ser 15
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el instrumento de un amplio plan de reactivación y desarrollo que partiese de las necesidades de los países del Sur. Para cumplir convenientemente con este papel, debe ser democratizado. Institucionalmente, debería apoyarse en una red descentralizada de bancos de desarrollo regionales cuya coordinación garantizaría. De este modo, el Banco Mundial vería limitarse su papel al de un organismo de garantía y serían los bancos de desarrollo regionales los que acordasen los préstamos. También podría retomar las funciones técnicas del FMI, sobre todo la secretaría de los clubes de acreedores, como son el Club de París (acreedores públicos) y el Club de Londres (acreedores privados). Pues la dicotomía actual entre la institución a cargo de las finanzas internacionales (FMI) y la responsable del desarrollo (Banco Mundial) favorece una gestión de las crisis a favor de los más ricos. En realidad, sería necesario someter el FMI al Banco Mundial, y éste a una instancia superior de control, compuesta por representantes de los Estados y de los gestores del banco. Entre las instituciones financieras garantes del orden liberal del mundo hay también instituciones comerciales movidas por un librecambismo dogmático, que son insensibles a las distorsiones económicas, sociales, monetarias y ambientales. La OMC, que sucedió al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) en 1994, es ahora el actor principal de esta “organización comercial del mundo”. El lanzamiento en Doha de un nuevo ciclo de negociaciones comerciales multilaterales (2002-2005) no tenía ninguna utilidad concreta. Hoy día, los derechos de aduana son tan sólo de un 5%, es decir, ocho veces menores que cuando se creó el GATT al finalizar la última guerra mundial. Este nuevo ciclo de negociaciones comerciales debe ser visto, por tanto, con muchas reservas. Los países del Sur están muy lejos de haber completado con éxito las adaptaciones que en materia de apertura de los mercados se les exigieron en 1994 en Marrakech. La propia Europa no ha alcanzado la evolución interna necesaria para enfrentar la competencia en los sectores agrícola y textil. Sólo es posible pensar en llevar a término esta negociación en un marco global que tenga en cuenta los imperativos del desarrollo sostenible de los países más pobres, del desarrollo rural de los países principalmente agrícolas. Sin embargo, nada de esto está recogido en el programa de Doha. Las negociaciones futuras están sesgadas 16
de entrada. Los riesgos del ciclo de negociaciones tienen una importancia aún mayor, pues éste, al igual que los precedentes, parte de una base desequilibrada que privilegia exclusivamente los aspectos comerciales. Si bien una economía de mercado de escala planetaria es ineludible, debe estar sometida a reglas que cada nación –o grupo de naciones− quiera adoptar libremente en su propio territorio; las instancias internacionales pueden decretar sus normas, pero únicamente en el marco de acuerdos internacionales libremente firmados por los Estados soberanos. Ninguna empresa multinacional, ningún grupo de presión debe poder imponer su ley a la democracia en cada país. La OMC parte del principio de que las exportaciones pueden, por sí solas, tirar del desarrollo. Pero este modelo no ha funcionado más que en un contexto económico singular (el del ciclo de crecimiento de los países desarrollados) y para escasos países (Asia del Este). Además, el foso que separa en la actualidad África del mundo desarrollado (sobre todo en el campo de las nuevas tecnologías) es tan profundo que hace totalmente ilusorio pensar que se vaya a superar sólo con las exportaciones. Por eso es urgente reformar la OMC. En primer lugar, las reglas de este organismo deben respetar las de las restantes instituciones internacionales Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Organización Internacional del Trabajo (OIT), Organización Mundial de la Salud (OMS), etcétera), así como las de las organizaciones regionales y los Estados. Todos los futuros acuerdos comerciales deben ser sometidos sistemáticamente a la ratificación de los parlamentos nacionales. nacionales. De este modo, debería crearse una estructura en los parlamentos nacionales que diera seguimiento a las negociaciones y preparase las decisiones gubernamentales. Además, los conflictos en el seno de la OMC deben ser gestionados con mayor justicia. La creación de un Órgano de Solución de Diferencias (OSD, una especie de tribunal de justicia) es un progreso con relación al GATT. Pero sus procedimientos, al igual que los mecanismos de decisión en su interior, dejan que desear. Hace falta más transparencia y una democratización mayor de los debates de esta institución. Para llegar a sus resoluciones con mayor independencia y con una base jurídica más amplia, se podría considerar
una reforma de fondo: ¿por qué no separar el OSD de la OMC y convertir a aquél en un órgano de Naciones Unidas capaz de este modo de juzgar los litigios en función de textos fundamentales internacionales (Declaración de Derechos del Hombre, Convención sobre Biodiversidad, etcétera)? Así se podría ampliar su mandato al confiársele la misión de vigilar la conformidad de los acuerdos comerciales con estos textos antes de su entrada en vigor. El sistema actual de penalización también es inaceptable: al permitir al Estado víctima el ejercicio de cualquier tipo de medida de represalia (por ejemplo, las medidas desproporcionadas de represaliaa tomadas por EE UU tras el conflicto sali conflicto sobre la carne de vacuno con hormonas y los OGM), relativa a sectores que no tienen ninguna relación con la cosa juzgada, este órgano ha introducido en el derecho comercial internacional el principio más aborrecible de todos: el del chantaje. Es una especie de embargo no reconocido, al cual se debe oponer la cosa juzgada, limitada al objeto de litigio. Por último, es indispensable que la OMC realice cuanto antes una evaluación de las consecuencias sociales de los acuerdos precedentes en los países en vía de desarrollo. La institucionalización de los acuerdos preferenciales (compatibles con los acuerdos de Cotonou) y, para los países más pobres, el principio de la eliminación total de los derechos de aduana para sus productos, deberían también figurar en el programa de negociaciones. En cuanto a las normas de trabajo, hay una cierta hipocresía cuando se quiere que países de los que se sabe que su principal ventaja comparativa en la competencia mundial es el factor trabajo admitan una “cláusula social”. Se deben, sin duda, recuperar las convenciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), sobre todo las que se refieren al trabajo infantil, pero sin buscar utilizarlas como un arma en la competencia económica. La OMC no debe ser una OTAN social contra los países pobres. Tan importante como la reforma de las organizaciones internacionales es la oposición a la idea de que todo, en la vida social, puede ser objeto de una transacción mercantil. Regular la economía mundial significa, sobre todo, distinguir lo que depende del comercio y lo que incumbe al interés general y no puede ser sometido a los intereses privados. Hay que definir sectores estratégicos cuya gestión no debe, bajo ningún concepto, de jarse en las manos de la mercantilización CLAVES
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generalizada. De este modo, la sanidad, la educación, el agua, la cultura, los recursos no renovables deben pertenecer al sector público no comercial, ya que constituyen el núcleo del interés general y de la igualdad de oportunidades. Estos sectores están hoy amenazados por el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS), cuyo principio de extensión, propuesto propues to por EE UU, ha sido sido avalado avalado por la Unión Europea en Doha. Durante el próximo ciclo de negociaciones, es necesario que los países de la Unión Europea alcancen una posición unánime y firme de rechazo, basada en la aclaración de los ámbitos que quedan fuera de lo comercial y de aquellos que no pueden en ningún caso ser sometidos a mercantilización. Por contra, el comisario europeo de relaciones comerciales exteriores ha demostrado hasta ahora ser más sensible a las exigencias de las multinacionales que a las de los ciudadanos. También es necesario revisar en profundidad el funcionamiento del G-8, directorio económico del mundo. Asocia a los siete países más ricos y a Rusia y representa en la actualidad el dominio de su poder económico y financiero sobre el conjunto de las relaciones internacionales. Es el gobierno de los ricos. Hay que integrar a los grandes países, como China, India, Brasil o México, e introducir a otros cooptados por rotación para representar la realidad del mundo. También es crucial situar la lucha contra los paraísos fiscales en el centro de una regulación política mundial de la economía. La deriva del sistema financiero internacional también se debe al lugar que han ocupado los centres offshore . Más del 55% de los flujos internacionales de capitales pasan hoy por estos centros, frente a un 5% hace 20 años. En ellos están implantados todos los grandes bancos internacionales. Más del 90% de esos flujos pasan por instituciones occidentales en territorios bajo influencia occidental. Los paraísos fiscales traducen la hipocresía de los países occidentales cuando se trata de asegurar la integridad de los circuitos financieros. TamTambién es indispensable poner en marcha una verdadera tasación de los capitales especulativos. pecula tivos. EE EE UU no quiere quiere ni oír hablar de ello. Pero los europeos aprovechan este rechazo para no hacerlo. Sin embargo, la zona euro podría hoy dar ejemplo aplicando una tasa interna. Es perfectamente posible y realista. 4. Repensar las relaciones Norte-Sur
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primer lugar, a los más débiles. Controlar la mundialización pasa por la reestructuración de las relaciones Norte-Sur. El dogma liberal sobre las relaciones NorteSur se encarna en el concepto de zona de libre comercio. Sin embargo, ésta produce ante todo desigualdades. En el Mediterráneo, con los acuerdos euromediterráneos, en las relaciones con África o con América Latina, a Europa no le interesa otra cosa que la liberación del comercio dentro de amplias zonas. Sin embargo, incluso antes de que se hayan evaluado verdaderamente los primeros efectos de las zonas que existen en la actualidad, la mayoría de los expertos denuncian los riesgos de un proceso de ese tipo. Las desigualdades de desarrollo son demasiado importantes para que éste ofrezca oportunidad alguna a economías frágiles. La zona de libre comercio sólo le sirve a aquellos que tienen la capacidad de vender mejor que el otro, es decir, a Europa. Para las economías del Sur no competitivas, la zona de libre comercio se traduce en primer lugar en una bajada de los ingresos aduaneros, es decir, en el debilitamiento financiero del Estado, mientras que simultáneamente debe hacer frente a necesidades sociales cre-
cientes. Si el mercado puede a largo plazo convertirse en un elemento motor del crecimiento, es necesario en un primer momento que la instauración del libre comercio se vea acompañada por una política real de solidaridad. En el Mediterráneo es urgente superar la zona de libre comercio y dirigirse hacia el establecimiento de un mercado común en dos sectores fundamentales para el desarrollo del Sur: agricultura y bienes intermedios. Paralelamente a este mercado se deberían instaurar políticas de codesarrollo en sectores vitales para los socios europeos y mediterráneos: gestión de la energía y del agua, protección ambiental, desarrollo de infraestructuras comunes de transporte, gestión de las migraciones y, en cierta medida, formación y política social. En estos sectores, Europa puede aportar una experiencia y un saberhacer de utilidad para los países mediterráneos. Con los países de África, Caribe y Pacífico se deben restaurar acuerdos comerciales preferentes. La colaboración entre Europa y estos países debe concebirse en la perspectiva de un progresivo refuerzo del buen funcionamiento de las economías en desarrollo, incluida la defensa de 17
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las industrias locales. La decisión tomada por la Unión Europea en febrero de 2000 dentro de su programa Tout sauf les armes (Todo excepto armas) es un primer paso en esta dirección. Mediante esta propuesta, la Unión Europea quiere levantar las restricciones cuantitativas y arancelarias sobre todos los productos provenientes de los países más pobres (48 países, principalmente africanos), con excepción de las armas y municiones. Así, los productos agrícolas y lácteos, los cereales, el almidón, los productos transformados del azúcar y los del cacao, las pastas alimenticias y las bebidas alcohólicas deberían poder entrar en el territorio de la Unión sin estar sometidos a restricciones cuantitativas o arancelarias. Es una buena cosa. En todo caso, el levantamiento de estas restricciones no significa que los productos de estos países vayan a comercializarse con facilidad. Se mantendrá el obstáculo, difícilmente superable para los países pobres, de la sumisión a las múltiples normas (de seguridad, sanitarias, etcétera) que enmarcan el comercio de los países ricos. Y, además de estas normas, la exigencia de calidad también operará una selección natural en detrimento de los países pobres. Así el mercado, incluso fuertemente regulado, no será por sí solo suficiente para ayudar a estos países. Esta política deberá imperativamente ir acompañada por una importante ayuda para la nivelación técnica (con el fin de permitir el almacenamiento, la conservación y la comercialización de los productos), jurídica y financiera de las economías. Las zonas de libre comercio deben de este modo convertirse progresivamente en “zonas de solidaridad reforzada” (entre Europa y el Mediterráneo, Europa occidental y Europa oriental, África y Europa, etcétera). Éstas podrían entonces convertirse en un factor fundamental en la transformación de las relaciones económicas internacionales. Constituirían frenos naturales a la desregulación salvaje. Pero, para tener alguna oportunidad de éxito, estas medidas deben inscribirse en el marco de una política de cooperación internacional renovada, apoyándose en la revalorización de la ayuda al desarrollo y la reconversión de la deuda en inversiones productivas. Como testimonia el ejemplo de Francia, uno de los países más comprometidos con África, a medida que se impone la ideología liberal se hunde la ayuda al desarrollo. Ésta ha pasado del 0,62% del PIB a mediados de los años noventa al 18
0,32% del PIB a comienzos del 2000. Y la tendencia es similar en todas partes. El último presupuesto federal de Estados Unidos, que prevé un aumento sustancial de los créditos militares, reduce la ayuda al África subsahariana de 100.000 millones de dólares a 77.000 millones. En el mismo presupuesto, las ayudas previstas tan sólo para Jordania ascenderán a 448.000 millones de dólares, es decir, casi seis veces más que para la totalidad del África Áfri ca negra 3. La divisa estadounidense con respecto a África no es nada ambigua: trade, but not aid (comercio pero no ayuda). Sin embargo embargo,, todo el mundo mundo sabe que ningún inversor privado financiará sectores como infraestructura infraestructuras, s, educación, sanidad, investigación, etcétera. Estos sectores, aunque primordiales para el desarrollo y el futuro de esos países, no son directamente rentables. Por tanto, debe realizarse una acción de envergadura para revalorizar la ayuda al desarrollo, tanto a nivel multilateral (internacional o europeo) como bilateral. El antiguo economista jefe del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, calificó un día la deuda exterior de los países en desarrollo de “nueva guerra fría”4. Tiene razón. Con un volumen superior a los 2,57 billones de dólares, representaba en 1999 más del 40% del PNB de esos países. Se ha convertido en un obstáculo insuperable, un cepo cuyas terribles mandíbulas de hierro se aprietan cada día más. Ha terminado por enfrentar, en un cara a cara hostil, a países que están con el agua al cuello y a acreedores furiosos y todopoderosos, a los que el FMI cubría en última instancia contra los incumplimientos de sus deudores. La primera iniciativa de los países ricos con respecto a la deuda se remonta al G7 de Toronto en 1988. Se trataba de extraer las lecciones de la primera crisis de la deuda −la de México en 1982− y prever medidas de alivio de la deuda. Los acuerdos de Toronto fueron seguidos por los de Nápoles, en 1994; luego por los de Lyón, en 1996, en los que se elaboró un programa de reducción de la deuda dirigido a los países más endeudados. Este programa fue confirmado durante la cumbre del G-8 de Colonia en junio de 1999. Aunque demuestra una intención positiva, sus efectos concretos han sido limitados. Debían afectar a 41 países y en el momento actual sólo cuatro de ellos (Mozambique, Uganda, Tanzania y Colom-
3 Le Monde, 4 Le Monde,
bia) han conseguido llevar a cabo el con junto de procedimientos procedimiento s que les permiten beneficiarse del mismo. Mientras que sus promotores hablaban de una anulación que podría llegar al 90%, la realidad es menos deslumbradora. Tanzania, tras haberse beneficiado de todas las posibilidades que le otorgaba el programa, verá su deuda (de 6.000 millones de dólares) reducirse en algo más del 50%. Esta reducción deberá servir principalmente para programas de lucha contra la pobreza. El principio es, sin duda, bueno, pero el volumen de la reducción es insuficiente para constituir una verdadera oportunidad de desarrollo para estos países. Se analice como se analice el problema, la única solución posible parece seguir siendo la anulación de la deuda o, lo que conduce a lo mismo, su reconversión en inversiones en los países pobres. De lo que más carece esta mundialización sin alma no es únicamente de reglas justas; es, ante todo, de una conciencia; la conciencia de que la humanidad es una, y que cada ser humano postrado es un insulto para el conjunto de la humanidad civilizada. De lo que más carece es de la idea del interés general humano, que siempre ha sido tan incompatible con los sistemas políticos despóticos como con los sistemas económicos que reducen al hombre a una simple mercancía. La batalla por la civilización no ha hecho más que empezar. Debe ser ganada. n
19 de febrero de 2002. 19 de febrero de 2002. CLAVES
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UNA EXCENTRICIDAD SOBRE EL‘PARMÉNIDE EL‘P ARMÉNIDES’ S’ DE PLA PLATÓN TÓN EUGENIO GALLEGO
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e estaba preparando el desayuno en la cocina cuando escuché los pasos de Valerio arrastrándose por el pasillo. Volví la cabeza y le vi entrar descalzo y en bata, como quien se acaba de levantar de la cama con el pie izquierdo. No obstante, sin darme los buenos días, empezó a quejarse de que llevaba despierto desde antes del amanecer dándole vueltas al comienzo del Parménides de Platón, que había leído antes de acostarse. –El diálogo –prosiguió– empieza siendo contado por uno que había viajado a Atenas desde Clazomenas, una población griega de Asia Menor, y que se encuentra en el ágora con Adimanto y Glaucón, de quienes los lectores contemporáneos probablemente sabían, lo mismo que nosotros, que eran hermanos del verdadero autor del diálogo, es decir, de Platón. Se saludaban como conocidos, y en su intervención Adimanto menciona el nombre del presunto narrador, Céfalo, quien, preguntado al respecto, le informa sobre el motivo del viaje: precisamente para pedirles a ellos un favor. –Que habrá tenido que ser para algo muy importante –le interrumpí, olvidándome del desayuno–, puesto que no se hace un viaje desde tan lejos para solicitar una nimiedad. –Y no sólo él, sino también unos conciudadanos suyos que le acompañan por el mismo motivo. Están presentes, pero no se expresan en ningún momento. Tampoco se dan sus nombres, pero Céfalo los presenta como filósofos. Sin embargo, el favor que solicita de los dos hermanos es algo muy simple: que le informen sobre un hermano suyo por parte de madre a quien Céfalo había conocido la última vez que estuvo en Atenas, hacía ya muchos años, cuando aquél todavía era un niño, pero de quien no recordaba el nombre. Sí, en cambio, el del padre, Pirilampo. NºXX
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–¡Cuántos detalles circunstanciales al comienzo de un diálogo en el que, si mi memoria no me falla respecto a lo que aprendí en el manual de historia de la filosofía del bachillerato, trata del Uno y del Ser! –exclamé. –Acaso porque Platón pretendía situar de algún modo en el tiempo a los personajes y encuadrar sus relaciones personales. Por lo pronto, ahora sabemos que a quien busca Céfalo es hermanastro de Adimanto y Glaucón, y en consecuencia de Platón, y que es más joven que todos ellos. –¿Y para qué todo eso?
–Ya se verá. De momento oigamos lo que se nos cuenta. Adimanto le recuerda el nombre de su hermanastro, Antifonte, y luego le pregunta por lo que quieren saber sobre él. A lo que Céfalo le contesta que han oído decir que Antifonte se había relacionado en su juventud con un tal Pitodoro, amigo de Zenón de Elea. –¿El de lo de que la liebre nunca alcanzará a la tortuga en un espacio divisible al infinito y en el que haya que pasar por todos sus puntos? –es lo que me sabía. –El mismo que viste y calza –me confirmó Valerio sonriente.– Pues habían oído que ese amigo de Zenón le había referido a Antifonte, cuando se trataban, el diálogo que mantuvieron en cierta ocasión Parménides, Zenón y Sócrates. Y Céfalo y sus conciudadanos filósofos pretendían que ahora se lo refiriera a ellos, para lo que solicitaban la intervención de sus hermanastros. –Perdona que te interrumpa, ¿es muy largo ese diálogo de Platón? –Unas noventa páginas en una edición de bolsillo. –Pues qué memoria de elefante la de Pitodoro y Antifonte para recordar exactamente una conversación tan larga –para mí una hazaña, teniendo en cuenta lo mala que es la mía. –Pues añádele, para hacerlo aún más difícil, que se trata de prosa dialogada. Pero vayamos a visitar a Antifonte en compañía de Céfalo, sus conciudadanos filósofos y sus dos hermanastros. Antes de echar a andar, Adimanto comenta que Antifonte se había aplicado en su juventud a aprenderse el diálogo a fondo, porque entonces se interesaba por los temas filosóficos que allí se debatían, mientras que actualmente dedicaba la mayor parte de su tiempo a sus caballos, siguiendo la tradición de su abuelo homónimo. De hecho, cuando llegaron a la casa de aquél lo hallaron dando instruccion instrucciones es a un herrero para la reparación de unos frenos. De 19
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modo que quien conocía la conversación entre los tres filósofos estaba ahora muy alejado de la filosofía. –Expresado así, se diría que Platón lo está describiendo como poco apto para transmitir la conversación –insinué. –O todo lo contrario –me replicó–, ya que, al no estar interesado por los temas de la misma, la podía transmitir sin adulterarla con sus propias interpretaciones. En cualquier caso, cuando Antifonte acabó de instruir al herrero y sus hermanos le informaron del motivo de la visita con esos acompañantes extranjeros, al principio se mostró reacio a repetir el diálogo, aunque estuvo muy afectuoso, sobre todo con Céfalo, al enterarse de que lo había conocido de niño. –Hasta que finalmente lo refirió –me quise hacer el listo. –Claro, ya te había dicho que ése era el comienzo del diálogo. Ahora bien, ¿a que no adivinas lo que les empezó diciendo? –No sé. Me supongo que lo que habían hablado Parménides, Zenón y Sócrates. –Pues te equivocas. Sorprendentemente, Antifonte empieza dando una serie de datos que sitúan al diálogo y su transmisión. Informa a los presentes que Parménides y Zenón habían ido a Atenas por las fiestas Panateneas, acaso juntos, aunque también han podido hacerlo por separado. Antifonte no lo precisa. parménides y Zenón se hospedaban en casa de Pitodoro. Parménides tenía entonces unos sesenta y cinco años, era de aspecto agradable, incluso hermoso, y tenía el pelo casi blanco. Zenón rondaba los cuarenta, era alto, agradable y se decía que había sido amante del maestro. Sócrates era aún muy joven. –Supongo que con tales datos se puede establecer con bastante precisión la fecha en que tuvo lugar realmente el diálogo. ¿No es así? –Efectivamente. –Efectivam ente. Como Parménid Parménides es ha nacido hacia el 515, aunque según Diógenes Laercio antes, y Zenón hacia el 490, la fecha de la conversación se situaría más o menos en torno al 450. Fue entonces cuando Pitodoro la escuchó. Había salido a la calle acompañando a Parménides, mientras Zenón leía un escrito suyo a un grupo de visitantes, entre los cuales se encontraba Sócrates, de modo que no asistió a esa parte, pero se la había escuchado antes. En cualquier caso, de lo que Zenón leyó no se da ni un breve resumen. –¿Y cuándo Pitodoro le transmitió la conversación a Antifonte? 20
–Pues, con los datos que tenemos, habría que ser muy atrevido para afirmar nada al respecto. No obstante, cabe hacer conjeturas a partir de un dato que no aparece explícitamente en lo que se cuenta, pero que nosotros conocemos, como acaso también los lectores de entonces y los posteriores, precisamente la fecha del nacimiento de Platón: el 428-427. –Espera, espera, que me pierdo. ¿A qué viene ahora lo del nacimiento de Platón en lo que estábamos hablando? –Sencillamente porque su hermanastro tenía que ser necesariamente más joven. Y no olvides que Adimanto y Glaucón eran hermanos de Platón, quien también tuvo una hermana, Pitone, que se casaría con Espeusipo, el que quedó al frente de la Academia a la muerte de Platón. –No te enrolles, por favor. Vete al grano –pues me podía contar entremedias toda la historia de la Academia. –De acuerdo. De los cuatro hermanos, Platón habrá sido el primogénito si la falsedad que cuenta Diógenes Laercio sobre su concepción ha de tener algún fundamento, puesto que se decía que el padre, la noche de bodas, no pudo desvirgar a la esposa, y que desistió de hacerlo cuando vio junto al lecho a Apolo, que habría sido el verdadero progenitor. En consecuencia, consecuenc ia, sus tres hermanos han tenido que nacer después del 428-427. –¿Cuántos años se llevaban entre ellos? –No lo sé. –Pues entonces apaga y vámonos –e iba a seguir con el desayuno, pero Valerio no se daba por vencido. –¿Te parece bien que supongamos una diferencia de dos años entre hermano y hermano? –Yo soy el tercero y mis hermanos mayores me sacan cuatro y cinco años respectivamente. –Luego, si os aplicáramos los dos años entre el primero y el segundo y otros dos entre ése y tú, en vez de cinco, el primero sólo te habría sacado cuatro. Una diferencia de un año puede valer para hacernos una idea aproximada. ¿No te parece? –Vale. A ver adónde nos llevan tus cálculos. –A que si Platón nació el 428-427, su primer hermano habría nacido en el 426425, el segundo en el 424-423 y el último en el 422-421. O sea, que el padre habrá muerto en ese último año o más tarde, y la madre no habrá podido casarse hasta después. Según he visto en un cuadro genealógico de la familia de Platón, con el
segundo marido tuvo tres hijos y Antifonte había sido el segundo. ¿Les seguimos aplicando a ellos la media de los dos años entre uno y otro? –Como quieras, aunque de nada nos vale mientras ignoremos cuándo se murió el primer marido y cuándo se casó la madre por segunda vez. –¿Te parece que matemos al padre al año del nacimiento del último hijo y que dejemos de luto a la madre un par de años? –Haz lo que te dé la gana, que ya me tienes mareado con tantas suposiciones. –Entonces el padre habría muerto hacia el 420-419 y la madre se habría vuelto a casar hacia el 418-417. El primer hijo del segundo matrimonio lo habría tenido en el 416-415 y a Antifonte en el 414413. A partir de esa fecha, ¿cuándo pudo darse la relación entre él y Pitodoro? Sabemos que Antifonte era joven. –Pero ése es un término impreciso. –Sí, entre los dieciocho y los veintitantos años. Si Antifonte tenía dieciocho cuando conoció a Pitodoro, estaríamos en el 396-395. Así pues, habían pasado más de cincuenta años desde la fecha en que tuvo lugar la conversación entre Parménides, Zenón y Sócrates. Durante todo ese tiempo, Pitodoro la habrá repetido seguramente muchas veces. –Lo que ayudaría a comprender que la haya conservado fielmente en la memoria. –Es probable. Pero aún nos queda por averiguar cuándo Antifonte se la transmitió a Céfalo y compañía. Sabemos que para entonces Antifonte era ya un hombre adulto, lo que no nos aclara mucho, aunque a efectos de los grandes números le podríamos echar unos treinta años. En tal caso esa transmisión habrá podido ocurrir hacia el 384-383. –A los que habría que sumar los que hayan pasado desde entonces y el momento en que Céfalo la repite, pues no ha tenido que haberlo hecho inmediatamente de haberla escuchado. –Sí, también ésos, aunque no podamos ni conjeturar cuántos hayan podido ser por falta de pistas al respecto. Pero si los lectores contemporáneos del diálogo hicieron las mismas o parecidas cuentas que nosotros, ¿acaso no les habrán quitado, como a mí, el sueño al generarles la sospecha de que, con tantos años y con la guerra del Peloponeso por medio, la presunta exactitud de la conversación de los tres filósofos quedaba en entredicho? –Son muchos años, efectivamente, y tres los transmisores. No obstante, por lo que tengo entendido, poemas muchos más largos que ese diálogo se han transCLAVES
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EUGENIO GALLEGO
mitido oralmente durante siglos. Algo semejante habrá ocurrido con el diálogo. –No, porque no es lo mismo. Espera un momento. Antes de seguir, quiero que oigas algo. Y salió pitando por el pasillo para para volver en unos instantes con un libro en la mano. –Escucha esto –me dijo, abriéndolo por una página que tenía marcada con un pequeño doblez en el ángulo superior.– Quien habla es Parménides: “Tomemos por ejemplo, si te parece bien, la hipótesis que supuso Zenón: ‘Si el ser es múltiple’; habrá que examinar qué consecuencias se siguen tanto de las múltiples cosas con respecto a sí mismas y con respecto al Uno como para el Uno con respecto a sí mismo y con respecto a la multiplicidad de cosas. Y si se supone que ‘el ser no es múltiple’, volver a examinar las consecuencias que se siguen para el Uno y las múltiples cosas, tanto respecto de sí mismos como en sus relaciones mutuas. Y, a su vez, si se supone que la semejanza existe, o que no existe, qué consecuencias se siguen de una y otra hipótesis, tanto para los términos supuestos como para las otras cosas, con respecto a sí mismos y mutuamente entre sí. El mismo razonamiento se ha de hacer sobre la Desemejanza, el Movimiento y el Reposo, la Generación y la Destrucción, el Ser mismo y el No Ser; en una palabra, sobre cuanto se suponga que es o que no es, o que está afectado por cualquier otra determinación, habrá que examinar las consecuencias que se siguen con respecto a sí mismo y con respecto a cada una de las otras cosas que hayas elegido; luego, con respecto a muchas, y finalmente, a todas; y también a los otros con respecto a sí mismos y con respecto a otro que ocasionalmente hayas elegido, tanto en el caso de que, puestos a supoNº124
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ner, se suponga que es, como que no es, si realmente tienes intención de ejercitarte a fondo para lleg ar a conocer lo verdadero”.
¿Qué te parece? –Que ahora me lo explicas, ya que no me he enterado de nada. –Ni yo tampoco. Pero no es para entenderlo para lo que te lo he leído, sino para que me lo repitas. –¡Estás de coña! Aunque me lo leyeras cien veces, no lograría memorizarlo. –En cambio, Pitodoro lo recordaba perfectamente aun habiéndolo oído sólo una vez. Y no sólo ese párrafo, sino todo el diálogo. –Claro, como también recordaban poemas más largos, según te dije antes. –Sí, los recordaban porque los aprendían. ¿O acaso te crees que los rapsodas escuchaban, por ejemplo, una sola vez la Ilíada y la memorizaban en el acto? No. Platón tenía que saber que nadie, aun habiendo estado presente en el diálogo, podía recordarlo con exactitud. Y, de hecho, él mismo lo confirma en el comienzo de otro de sus diálogos, pues he estado repasando los comienzos de todos ellos y resulta que hay uno, el Teeteto, que casi repite el esquema del Parménides. Comienza con uno, Euclides, que pregunta a otro con quien se acaba de encontrar, Terpsión, si hace mucho que ha vuelto del
campo, contestándole que sí y que precisamente le estaba buscando, buscando, pero que no lo había visto hasta entonces. A lo que Euclides le explica que no se hallaba en la ciudad, ya que, cuando bajaba al puerto, se había tropezado con Teeteto, a quien llevaban desde el campamento de Corinto a Atenas, yendo muy grave, no tanto por las heridas recibidas en el combate cuanto por haber contraído, como otros muchos compañeros, la disentería. Se le trasladaba a casa para cumplir su deseo de morir allí. Euclides le había acompañado en el viaje y, a la vuelta, de regreso a Mégara, donde tenía lugar la conversación, había recordado el juicio elogioso de Sócrates hacia Teeteto, que había manifestado el día que lo conoció. Euclides no había estado presente en aquel encuentro, pero se lo había contado el mismo Sócrates una vez que estuvo en Atenas con él. Recordaba que le había dicho que Teeteto llegaría a ser famoso si alcanzaba una edad prudente. Entonces Terpsión le pide a Euclides que le refiera aquella conversación. –Luego estamos en las mismas. Alguien que transmite una conversación que le fue contada por otro que estuvo presente, aunque con la variante irrelevante de que quien lo hace en un caso fue uno de los protagonistas de la misma. 21
UNA EXCENTRICIDAD SOBRE EL ‘PARMÉNIDES’ DE PLATÓN
–No, no. Ya verás. En el Teeteto Euclides reconoce que no habría podido hacerlo; que su memoria no daba para tanto. Pero que al volver a casa, después de haberle oído a Sócrates la exposición de la conversación, la había escrito. Y no sólo eso, sino que, siempre que se volvía a encontrar con Sócrates, le pedía confirmaciones, puntualizaciones, aclaraciones, repasando, corrigiendo, completando la primitiva redacción, por lo que creía que había sido recogida con bastante exactitud. –O sea, que era Sócrates quien tenía la memoria de elefante. –Sí y no. En realidad no sabemos si Sócrates se la refirió completa la primera vez o si la fue recordando a medida que Euclides le preguntaba sobre ella. En cualquier caso, haya sido mejor o peor la memoria de Sócrates, eso que ha recordado de su conversación con Teeteto es lo que Euclides ha puesto por escrito en las sucesivas entrevistas con él. Es esa redacción definitiva la que Terpsión le pide que le lea. Pero como Euclides viene cansado y están a la puerta de su casa, invita a entrar al amigo para que, descansados, un esclavo lo haga por él. ¿Qué te parece? ¿No hay mucha diferencia con el Parménides?
–Claro que la hay –le confirmé. –Parece evidente que Platón ha querido dejar bien claro que se han cumplido unos requisitos que avalan la exactitud de lo que se va a leer sobre la conversación entre Sócrates y Teeteto, mientras que en el Parménides quedaba al albur de la memoria de los diferentes transmisores. Lo que no entiendo es que no haya utilizado un recurso semejante también en ese diálogo. Podía haber hecho que Pitodoro lo escribiera inmediatamente después de producirse la conversación entre Parménides, Zenón y Sócrates, aprovechando además que los dos primeros se hospedaban en su casa para preguntarles sobre lo que no le hubiese quedado claro. Sin embargo, Platón no se comporta así. ¿Por qué no lo ha hecho? –No me digas. ¿Qué piensas tú? –Es sobre lo que me vengo preguntando desde que me desperté de madrugada, si es que no lo hice ya en sueños. ¿Por qué Platón iba a querer que se desconfiara de la exactitud de la conversación entre Parménides, Zenón y Sócrates? ¿Acaso porque no tengan que ver con la memoria razonamientos como éste? –y abrió otra vez el libro por otra página marcada.– 22
“¡Empecemos, pues! –dijo Parménides.– Si el Uno es, ¿podría el Uno ser ‘muchos’? –¿Cómo podría serlo? –Luego no podrá podrá tener partes partes ni ser un todo. –¿Por qué? –La parte es siempre parte de un todo. –Sí. –¿Y qué es el todo? ¿No es aquello a lo que no le falta ninguna parte? –Ciertamente. –Tanto en uno como en otro caso, el Uno se compondría de partes, ya siendo un todo, ya teniendo partes. –Necesariamente. –En consecuencia, en ambos casos el Uno ya no sería uno, sino ‘muchos’. –Es verdad. –Pero es preciso que sea uno y no muchos. –Lo es. –Luego si el Uno tiene que ser uno, no podrá ser un todo ni tener partes. –No, en efecto. –Y al no tener partes, no tendrá entonces ni principio ni fin ni medio, ya que éstos serían partes suyas. –Justamente. –Principio y fin constituyen el límite de cualquier cosa. –¿Cómo no? –Luego el Uno será ilimitado, ya que no tiene ni principio ni fin. –Será ilimitado. –Y tampoco tendrá figura, pues no participa ni de lo circular ni de lo recto. –¿Por qué? –Es circular aquello cuyos puntos extremos están en todas partes a igual distancia del centro. –Sí. –Y es recto aquello cuyo centro se antepone a ambos extremos. –Así es. –Luego si participase de una figura recta o circular, el Uno tendría partes y sería ‘muchos’. –Sin duda alguna. –Por tanto, no es ni recto ni circular, ya que no tiene partes. –Justamente. –Y si es tal como se nos presenta, no estará en ningún lugar, ya que no puede estar ni en otro ni en sí mismo. –¿Por qué? –Si estuviese en otro, estaría abarcado circularmente por aquello en que estuviese contenido, teniendo con ello múltiples contactos y de muchas maneras. Pero es imposible que tenga esos múltiples contactos circulares: lo que es uno carece de partes y no participa del Círculo. –Es imposible. –Pero si estuviese en sí mismo no estaría abarcado sino por él mismo, ya que estaría en sí mismo, pues es imposible estar e n algo sin estar abarcado por ello. –Imposible, ciertamente. –Serían, pues, distintos lo abarcante como tal y lo abarcado, pues la misma cosa no puede hacer y padecer a la vez; lo mismo como un todo; con lo cual el Uno ya no sería uno, sino dos. –No lo sería, ciertamente. –Por tanto, el Uno no está en ningún lugar, ni en sí mismo ni en otro. –No lo está”.
Como ves, ese razonamiento funciona independientemente de quien lo exprese. La memoria queda fuera. Son los significados de las palabras los que entran en juego. –Me parece perfecto, sobre todo ahora que te piden, si te descuidas, el carné de identidad para comprobar que posees los requisitos para hablar de algo. ¿Pero qué necesidad tenía Platón de meter en ese embrollo a Pitodoro, a Antifonte y a Céfalo? –Tal vez para poner de manifiesto tres comportamientos diferentes en relación con los temas del diálogo. Pitodoro, por ejemplo, se ha pasado el resto de sus días repitiendo el diálogo sólo porque estuvo presente cuando ocurrió. A su vez, Céfalo recorre una larga distancia para conocerlo, cuando podría haberlo pensado sin moverse del lugar, y no parece que haya hecho otra cosa que transmitirlo. Nos queda Antifonte. ¿Qué pasó con él? –Nada, que yo sepa. ¿O me has ocultado algo? Eso sería un truco de pésimo narrador y una broma de mal gusto. –Te lo he contado todo. ¿O no te acuerdas que te dije que Céfalo y sus conciudadanos filósofos, más sus hermanas-
tros, se lo habían encontrado cuidando de sus caballos? –Sí, eso hacía. ¿Y qué? –Pues que resulta que el único de quien se ha dicho que en su juventud se había interesado por los temas que se trataban en el diálogo se ha dejado de dedicar a ello para hacerlo de sus cuadras. –¿No pretenderás insinuar que Platón escribió ese comienzo del Parménides para que los lectores sacaran la conclusión conclusión de que la dedicación en exclusiva a esos temas acaba alejando de los mismos? Valerio no afirmó ni negó. Sólo me pregunto si el café estaba todavía caliente. Pero se había enfriado. Así que preparé otro, dando por concluida nuestra charla. n
[Valerio lee la traducción de Guillermo R. de Echandía, Platón, Parménides, Madrid, 1987.]
Eugenio Gallego es editor y escritor.
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LA NUEVA LEY DE PARTIDOS A propósito prop ósito de la ilegalización il egalización de Batasuna ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
1.¿Por qué
otra ley?
¡Por qué!
“La Ley de Partidos permitirá al Gobierno o a 50 diputados instar la ilegalización de Batasuna”. “El Gobierno aprueba hoy, con el apoyo del PSOE, la ley con la que pretende ilegalizar a Batasuna”. “Gobierno y PSOE ultiman la ley que disolverá un partido político”. Los españoles nos encontramos el día 22 de marzo de 2002 con titulares como esos en los diarios que solemos leer habitualmente. Supimos entonces que el día anterior el ministro de Justici Just icia, a, aco acompa mpañad ñadoo de alg alguno unoss alt altos os cargos del Gobierno y del secretario general del Partido Popular (PP), había mostrado a dos miembros de la dirección del Partido Socialista (PSOE) el borrador de una futura ley de partidos que el ejecutivo pensaba llevar al Parlamento y cuyo objetivo primordial era facilitar la disolución judicial de Batasuna. Los acontecimientos acontecimientos se atropellaron desde el día 23, y vinieron pronto a conformar un escenario que sólo cambiará tras un duro tour de force entre irresponsabilidad y sensatez: la irresponsabilidad de la mayoría del PP y su Gobierno, dispuestos a aprobar la ley en solitario con tal de no tocar un borrador plagado de problemas políticos y de graves defectos técnico-jurídicos; y la sensatez de una parte de la oposición parlamentaria, encabezada en la ocasión por el PSOE, partidaria del principio básico vertebrador del proyecto del Gobierno (el de que no puede ser legal un partido que defiende las acciones criminales de una banda terrorista), pero, al mismo tiempo, persuadida de que el texto concreto que el ministro de Justicia había leído el día 22 de marzo de cabo a rabo resultaba, si no se introducían en él modificaciones sustanciales, completamente inaceptable en un Estado democrático. De hecho los perfiles del escenario referido comenzarán a dibujarse cuando, apenas comenzado el mes de abril de Nº124
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2002, José Luis Rodríguez Zapatero niega tajantemente que en la reunión del 21 de marzo se hubiese llegado a algo más que a un acuerdo de principios, que para nada comprometía la posición del PSOE sobre el borrador presentado por el ministro de Justicia.. El presidente del Gobierno salió Justicia en tromba de inmediato, criticando la “nueva incoherencia” socialista y reafirmando que que sobre lo ya pactado pactado no volvería
a debatirse. Días antes, El presidente del PNV Xavier Arzalluz se había despachado con su tremendismo habitual al proclamar que la ilegalización de Batasuna sería el preludio de un estado de excepción. La negativa radical de Izquierda Unida y de varias de las fuerzas incluidas en el grupo mixto del Congreso a aceptar ninguna ley que pretendiese la disolución de algún partido dejaba, finalmente, servida la cuestión. Desde entonces hasta el momento de publicación de la ley en el Boletín Oficial del Estado el 28 de junio de 2002, se ha producido en España un debate político y social sobre ese texto de una intensidad que tiene difícil parangón. Se han publicado cientos de artículos de prensa, se han celebrado docenas de debates y ha sido difícil encontrar un solo día en que radios, televisiones o periódicos no hayan informado de la marcha del proyecto. Y todo, claro está, por el asunto Batasuna, el único capaz, en realidad, no sólo de provocar tal mare mágnum, sino también la ruptura de una pesada inercia mantenida durante un periodo que se acercaba ya al cuarto de siglo: el que en el momento de presentarse el nuevo proyecto de ley reguladora llevaba vigente e intocada la Ley de Partidos de 4 de diciembre de 1978. Pues la verdad es que ni las discusiones de los políticos o los científicos sociales sobre el problema de la democracia interna en las organizaciones partidistas (es decir, sobre la ausencia de la misma), el asunto de las primarias para la designación de candidatos, la financiación electoral, la posibilidad de establecer mecanismos limitadores de la permanencia en cargos públicos, o, en fin, la reserva de cuotas por sexo en las listas para los distintos tipos de elecciones, lograron que llegase a plantearse seriamente la posibilidad de modificar una Ley de Partidos tan de mínimos que había demostrado ser incapaz de responder 23
LA NUEVA LEY DE PARTIDOS
a las acuciantes cuestiones que conforman hoy en toda Europa el ámbito central del derecho de partidos. Es cierto, claro, que en ningún país de esa Europa democrática existe una banda terrorista que haya asesinado a cientos de personas y que, tras más de 25 años de presión fascista, haya conseguido someter a un territorio a un auténtico estado de excepción que limita, hasta anularlas, las libertades básicas de las docenas de miles de ciudadanos que se han negado a someterse a su chantaje criminal. Y cierto que tampoco existe en los Estados democráticos de nuestro continente nada que pueda asimilarse exactamente a Batasuna: un partido político que, desde su fundación, actúa de hecho como el frente político y la principal base nutriente de recambio de activistas de un grupo terrorista. La pretensión del legislador de responder con instrumentos democráticos a tan escandalosa situación y de hacerlo dando preferencia a esa cuestión sobre cualquiera de los otros problemas que hoy afectan a los partidos españoles no parece exigir, por tanto, una especial explicación. Pero sí resulta necesario, sin embargo, preguntarse ¿por qué ahora? Y Y es que esa pregunta pregunta,, que los nacionalistas vascos y sus aliados más cercanos han formulado airadamente (“¡Por qué ahora!”), como si el Estado democrático no tuviese el derecho y el deber de reaccionar frente a los que consideran algo natural que se elimine a tiro limpio a sus adversarios políticos e ideológicos, ha estado desde el primer momento en el centro del debate generado por el cambio de la ley. Es verdad, como más adelante explicaré, que no es éste el primer intento de evitar que Batasuna (o la organización que la precedió con otro nombre)1 pueda funcionar dentro de la ley. Pero lo es también, y esto ha sido lo que ha originado la pregunta referida –airada o no–, que desde hacía más de 15 años el Estado parecía haber renunciado a ese objetivo, salvo que el mismo pudiese ser el resultado de la persecución penal llevada a cabo por los jueces de la Audien Audiencia cia Nacional. Nacional. Retomemos, por tanto, la pregunta: ¿por qué ahora? La explicación, digamos 1 Herri Batasuna cambió su nombre por el de Batasuna tras la decisión adoptada en tal sentido en una asamblea de la formación radical celebrada en Pamplona el 23 de junio de 2001. El nuevo partido pasó a englobar a la antigua HB y a diversos colectivos de la izquierda independentista vasca. El cambio de nombre coincidió en el tiempo, quizá no casualmente, con el de la organización juvenil radical HAIKA, que pasó a denominarse SEGI, tras ser ilegalizada por la Audiencia Nacional.
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oficial, asumida, bien es cierto que con
distinto grado de entusiasmo, por el PSOE y el PP, apunta a que el Pacto de Lizarra supuso una clarísima inflexión en las expectativas que cabía albergar respecto a que Herri Batasuna (HB) pudiera llegar a ser el puente que permitiese a los etarras abandonar el terrorismo: hasta Lizarra – dicen PP y PSOE– podía resultar más o menos razonable esperar de HB una contribución al fin de ETA; después de Lizarra, y visto lo acontecido desde entonces, esa esperanza sólo puede ser fruto de la más absoluta ingenuidad o del cinismo. Junto a esa tesis oficial podría apuntarse otra más, la partidista (que no necesariamente debe verse como excluyente de la que aportan los defensores de la ley) y aun otra, que llamaré conspirativa. Según la primera de estas dos, la presentación por el PP de la ley con la que pretende lograrse la disolución judicial de Batasuna sólo sería –o sería también, además de lo apuntado– un intento para seguir manteniendo la cuestión del terrorismo en el centro de la vida política española, intento que formaría parte de una estrate partidist idistaa muy bien planificada que gia part beneficiaría las expectativas del PP de conservar su sólida mayoría parlamentaria en el futuro. Ello explicaría, al decir de los defensores de esta tesis, entre los que se encuentran también algunos significados dirigentes y ex dirigentes socialistas, la forma unilateral y ventajista de presentar el nuevo texto y la cerrada actitud respecto al mismo mantenida por el PP en los primeros momentos del proceso de discusión social de aquél. Aunque es muy posible que sea así, lo es también que ese hipotético oportunismo del PP no tendría porque eliminar la oportunidad de la ley que se propone, supuesto que tal necesidad se admita como punto de partida, pues, según es bien conocido, los vicios privados pueden dar, en ocasiones, en públicas virtudes. La tesis conspirativa, en fin, a la que se apuntan, como era de esperar, los eventuales afectados por la ley (los portavoces de Batasuna y sus satélites), pero también los dirigentes del PNV y Eusko Alkartasuna (EA) –fuerzas –fuerzas que deciden, deciden, una vez más, hacer causa común con sus antiguos socios en Lizarra– se resume en afirmar que la medida propuesta por el PP, y aceptada, según ellos, como un trágala, por la actual dirección del PSOE, constituye una pieza más del caballo de Troya antinacionalista antinacionali sta (la brunete españolista, según se la conoce en ciertos medios) que dirige la derecha desde que, obtenida la
mayoría absoluta en el Congreso, pudo prescindir de los aliados nacionalistas que le permitieron gobernar en su primera legislatura en el poder. Esta tesis conspirativa resulta compatible con la partidista ya apuntada, aunque no, claro está, con la oficial, con la que choca frontalmente: no sólo al analizar los motivos que explican la propuesta del Gobierno, sino también a la hora de dar cuenta de la eventual eficacia de la nueva ley de partidos una vez que la misma entre en vigor. En este último ámbito, el PNV y EA (ayudados por grupos de tanto peso social y político en Euskadi como el que representan los obispos)2 no sólo han afirmado de forma radical la naturaleza antidemocrática de aquella, sino que han negado además desde el principio, con pareja contundencia, que la ley vaya a ser de utilidad en su objetivo de combatir a los violentos: es más, ha sido frecuente oír a dirigentes del llamado nacionalismo democrático afirmar en estas últimas semanas que la nueva ley será del todo contraproducente para alcanzar los fines que con ella dicen perseguirse. En realidad esta cuestión (la de la utilidad del nuevo texto) puesta por los partidos al servicio de sus respectivas estrategias, ha estado también en el centro del debate social que la propuesta del Gobierno ha generado. Pero lo ha estado, si ha de decirse la verdad, mucho menos de lo que quizá hubiese resultado razonable 3. Lo que se ha debido, a mi juicio, a dos tipos de motivos: por una parte, a la extraordinaria dificultad para realizar un vaticinio juicioso y acertado sobre un asunto que genera opiniones antagónicas no sólo entre los políticos de Euskadi (a los que 2 Los obispos de las diócesis de Bilbao, San Sebastián y Vitoria hicieron pública a finales de mayo una carta pastoral titulada Preparar la Paz , en la que, entre otras cosas, se criticaba abiertamente “la reforma de la ley de partidos”. Tras señalar que “no nos incumbe valorar los aspectos técnicos de un proyecto legal que despierta adhesiones y críticas entre los expertos” y que “resultaría precipitada en estos momentos una valoración moral ponderada de dicho texto, aun no del todo fijado”, los obispos no dejaban, sin embargo, de apuntar: “Tampoco podemos prever todos los efectos de signo contrapuesto que podrían derivarse de su aprobación y eventual aplicación. Pero nos preocupan como pastores algunas consecuencias sombrías que prevemos como sólidamente probables y que, sean cuales fueren las relaciones existentes entre Batasuna y ETA, deberían ser evitadas. Tales consecuencias afectan a nuestra convivencia y a la causa de la paz”. La carta pastoral fue publicada íntegramente en diversos medios. Cfr. EL País , 31 de mayo de 2002. 3 La gran mayoría de los artículos publicados en la prensa en relación con la elaboración de la nueva ley de partidos en estas últimas semanas se han centrado mucho más en lo que podríamos llamar los problemas de su encaje democrático, que en los efectos de la eventual ilegalización de Batasuna. Entre
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podría suponerse dominados por sus tomas de partido), sino también entre algunos especialistas que opinan desde sus exclusivas responsabilidades personales; por otra parte, esa referida pérdida de plano de la cuestión de la eventual utilidad de la reforma proyectada se deriva también, en mi opinión, del hecho simple de que para muchos de sus promotores el cambio legal se justifica por sí mismo, por su justicia intrínseca podríamos decir, al margen, por tanto, de unos eventuales resultados que serían, en realidad, de casi imposible previsión; a la vista, entre otros muchos, del hecho de que la realidad sobre la que la ley de partidos se propone actuar podría incluso cambiar como consecuencia de la misma, lo que nos colocaría no ya ante las posibles consecuencias de la ilegalización de Batasuna sino –quién sabe– quizá ante las derivadas del cambio de actitud que en Batasuna pudiera llegar a producir la entrada en vigor del nuevo texto. Sea como fuere, una y otra razón explican que este texto no tenga por objeto el tratamiento de tan dificilísimas cuestiones; y que, en lo que sigue, vaya a centrarse únicamente en la más abordable del encaje democrático de la ley orgánica 6/2002, de 27 de junio, de Partidos políticos. En todo caso, y pese a lo que acabo de apuntar, no quisiera adentrarme en el asunto sin antes recordar una reflexión que exponía Fernando Savater a los pocos días de conocerse las intenciones del Gobierno respecto a la disolución judicial de Batasuna: “Hace 20 años”, escribía el gran filósofo vasco “fue una buena idea intentar canalizar por medio de un partido legal (aunque fuese ‘atípico’) las ansias del radicalismo independentista, para alejarles de la violencia. Pero las buenas ideas no siempre funcionan históricamente y ya vemos cuál ha sido el resultado de ésta. No parece inoportuno probar ahora otro camino”4.
Sobre todo, me permito añadir yo por mi parte, si ese camino corre en la única
estos últimos, y obviamente sólo a título de ejemplo, pueden leerse con provecho los de Patxo Unzueta (‘Si HB fuera alemana’ y ‘¿Batasuna es ETA?’, El País, 11 de abril y 9 de mayo de 2002); Javier Pradera (‘Para ilegalizar Batasuna’ y ‘Consenso obligado’, El País, 31 de marzo y 24 de abril de 2002); Fernando Savater (‘Oxígeno para ETA’ e ‘Ideas, proyectos y personas’, El País, 6 de abril y 8 de junio de 2002); Enrique Gil Calvo (‘La exclusión de Batasuna’, El País, 3 de mayo de 2002); Ignacio Sánchez Cuenca (‘¿Ilegalizar Batasuna?’, El País, 19 abril, 2002) o Carlos Martínez Gorriarán (‘¿Qué hacer con Batasuna?’, Abc, 23 de abril de 2002). 4 Fernando Savater: ‘Oxígeno para ETA’, El País, 6 de abril de 2002. Nº124
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dirección que podrá un día dar cerrojazo a la pesadilla terrorista: la de una eficaz pedagogía sobre la inaceptabilidad legal de lo que ha de ser socialmente inaceptable (el crimen como instrumento para obtener objetivos políticos inalcanzables sin el crimen), que pueda desmontar en su raíz, sino a corto, sí a medio plazo por lo menos, ese mecanismo de reproducción de ETA que es en la actualidad el mayor obstáculo para una eficaz acción judicial y policial aceptada al cabo ya por casi todos como la única vía que posibilitará acabar con los terroristas sin que su abandono de las armas suponga al mismo tiempo una derrota, de imprevisibles consecuencias, para el Estado democrático. 2.La vieja ley: legalización y disolución de los partidos
El 8 de diciembre de 1978 el BOE publicaba una ley, la de Partidos, de una naturaleza harto singular: concebida por las Cortes constituyentes que la elaboraron como una norma destinada a desarrollar las previsiones de la Constitución en la materia, la ley entrará en vigor, sorprendentemente, sin embargo, 19 días antes de que lo hiciese la Constitución a la que venía a dar, supuestamente, concreción. La Ley de Partidos de 1978 será, así, una ley de desarrollo constitucional preconstitucional, afirmación ésta que encierra algo más que un chocante juego de palabras. Y ello porque algunos de sus contenidos serán deudores mucho más de las normas previas que la misma acabó por derogar que de la Constitución cuyos principios debería haber plasmado. Así ocurrió, muy en concreto, con las detalladas –y farragosas– previsiones que daban eficacia a la exigencia contenida en el apartado segundo del artículo 22 de la norma constitucional según el cual las asociaciones constituidas a su amparo deberían inscribirse en un registro a los solos efectos de publicidad5. Tales previsiones y la doctrina sentada por el Tribunal Constitucional sobre la forma en que aquellas habrían de ser interpretadas para poder ser consideradas acordes con la Constitución tendrán una importancia extraordinaria en la fijación de los principios definidores del régimen legal aplicable a la legalización (o no legalización) de los partidos. En realidad, los problemas planteados por el modelo de registro previsto legal-
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He tratado con detalle la cuestión en mi libro
Los partidos políticos, págs. 180 y sigs. Tecnos, Ma-
drid, 1990.
mente se derivaban del hecho de que la Ley de Partidos procedía a mantener el sistema de registro previo introducido por otra ley de 1976 de asociaciones, norma que, al establecer un mecanismo de control puramente administrativo, aseguraba un amplio margen de discrecionalidad a la Administración. Esa regulación, quizá explicable en una coyuntura de transición en la que se trataba de controlar políticamente el proceso de legalización de los partidos, resultaba inadmisible, sin embargo, tras el establecimiento del principio de la libre creación de organizaciones partidistas. Ello determinó que aquella regulación fuese con posterioridad modificada por un Real Decreto-Ley de 1977, que cambió la naturaleza exclusivamente administrativa del modelo e introdujo uno prevalentemente judicial: tal modelo será el posteriormente incorporado a la Ley de Partidos de 1978. Muy pronto iba a poder comprobarse, sin embargo, que ese nuevo sistema mixto de control (administrativo y judicial) era muy difícil de ajustar a las previsiones constitucionales en materia de asociaciones y partidos. Tal cosa aconteció, precisamente, cuando los responsables del registro se negaron a dar curso a la inscripción de uno de los cientos de grupúsculos que entonces pululaban por la geografía política española: el denominado Partido Comunista de España (Marxista-Leninista). La negativa referida generó un pleito contencioso que, tras agotar la preceptiva vía judicial, llegó finalmente al Tribunal Constitucional, quien, resolviendo el recurso de amparo planteado, dictará una importantísima sentencia (la 3/1981, de 2 de febrero) en la que procederá a apuntar la única interpretación que podía darse a la exigencia legal de registrar a los partidos si aquella se quería compatible con los principios contenidos en la norma constitucional. Según el Tribunal (que aceptaba el amparo y ordenaba al Ministerio del Interior la inmediata inscripción del partido demandante) el responsable del registro no tenía “más funciones que las de verificación reglada”, es decir, le competía “exclusivamente comprobar si los documentos que se le presentan corresponden a la materia objeto de registro y si reúnen los requisitos formales necesarios”. El Tribunal contestaba, además, a las alegaciones sobre “la presunta inconstitucionalidad de los fines que persigue el partido cuya inscripción se solicita y de los medios propugnados en sus estatutos para alcanzarlos”, afirmando que aquellas resultaban 25
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no sólo irrelevantes para el asunto que se dilucidaba, dado que el Tribunal carecía de competencia directa para decidir sobre la inconstitucionalidad de un partido político, sino también incorrectas, a la vista del hecho de que “la disolución o suspensión de los partidos sólo podrá acordarse por decisión de la autoridad judicial competente”, resultando por tanto “que al poder judicial y sólo a éste encomienda la Constitución y también la legislación ordinaria la función de pronunciarse sobre la legalidad de un partido político”. político”. Esta doctrina apuntaba ya el principio básico que habrá de presidir hacia el futuro el sistema español de control legal de los partidos: el de que aquél no se configura como un sistema administrativo y prev prevent entivo ivo,, sino, por el contrario, como un sistema represivo y judicial. judicial . En todo caso, lo apuntado por el Tribunal en el año 1981 será explicitado por el mismo con toda claridad en una sentencia posterior (la 85/1986, de 25 de junio), en la que, tras reafirmar la referida naturaleza del registro, el Tribunal Constitucional pondrá de relieve los principios que debían presidir el ejercicio del derecho de creación de organizaciones partidistas: “La creación de los partidos políticos no está pues constitucionalmente sometida a límites más estrictos que los de las demás asociaciones; antes bien, en la Constitución existe un cierto reforzamiento de garantías de los partidos, respecto a las demás asociaciones, en cuanto que el artículo 6º señala y garantiza el ámbito de funciones institucionales que a aquellos corresponden”.
¿Qué conclusiones obtenía el Constitucional de esa afirmación? Entre otras, dos muy fundamentales para el asunto que ahora nos ocupa: primera, que “el partido, en su creación, en su organización y en su funcionamiento, se deja a la voluntad de los asociados fuera de cualquier control administrativo, sin perjuicio de la exigencia constitucional de cumplimiento de determinadas pautas en su estructura, actuación y fines”; y, segunda, “que los instrumentos para garantizar que los partidos se ajusten a la idea que de éstos tiene la Constitución en cuanto a su sujeción al orden constitucional, su respeto a la legalidad, su estructura democrática y los demás requisitos generales que se exigen a todas las asociaciones, han de centrarse fundamentalmente en el momento de la actuación de éstos y por medio de un control judicial. Se trata además y, en todo caso”, concluía el Tribunal, “de límites marginales que parten de, 26
y presuponen, una amplísima libertad de constitución y de actuación de los partidos políticos”. Según es fácil de apreciar, tal pronunciamiento establecía una precisa conexión entre legalización (o no legalización) e ilegalización (disolución) de los partidos que resultaba, al cabo, coherente con la interpretación que según el Constitucional habría de darse al sistema de control previsto para aquellos: los partidos debían ser controlados no tanto en el momento de su legalización (momento en que, por definición, definición, el control control podía sólo referirse a los contenidos de los documentos a tal efecto presentados ante los responsables del registro) como, sobre todo, en el de su funcionamiento y actuación, ámbitos estos que habrían de constituirse en objetos esenciales del control. ¿Cómo regulaba, a tal efecto, el ordenamiento jurídico español las causas de disolución (de ilegalización) de los partidos? Proclamando, en primer lugar lugar,, varios principios constitucionales: los del artículo 6 (que disponía que el ejercicio de su actividad sería libre dentro del respeto a la Constitución y a las leyes y que su estructura interna y funcionamiento deberían ser democráticos) y los del artículo 22 (que además de declarar ilegales las asociaciones que persiguiesen fines o utilizasen medios tipificados como delitos, y de prohibir las secretas y las de carácter paramilitar, determinaba que las asociaciones sólo podrían ser disueltas y suspendidas en sus actividades en virtud de resolución judi ju dici cial al mo moti tiva vada da). ). A es esos os pr prin inci cipi pios os constitucionales se añadían, además, las previsiones de la propia Ley de Partidos que, supuestamente, venía a darles desarrollo. Según ella, la disolución (o suspensión) judicial de los partidos políticos sólo podría acordarse por decisión de la autoridad judicial competente en dos casos: cuando aquellos incurriesen en supuestos tipificados como de asociación ilícita en el Código Penal (art. 5.2.a.); o cuando su organización o actividades fueran contrarias a los principios democráticos (art.5.2.b.). La interpretación coherente de todas estas previsiones, a las que, como es obvio, había que añadir las contenidas en el Código Penal, puso desde muy pronto de relieve la existencia de problemas de naturaleza diferente. El más relevante iba a ser, precisamente, el que ahora nos importa: ¿tenía base constitucional ese precepto que permitía la disolución judicial de los partidos cuando sus actividades fueran contrarias a los principios democráticos? O lo que vendría a ser lo mismo: ¿era posible estable-
cer, a partir de la exigencia contenida en el artículo 6 de la Constitución, un sistema por virtud del cual podrían los jueces disolver a los partidos que no respetasen en sus actividades (u organización) los principios democráticos? La cuestión, claro, no resultaba irrelevante. Y ello por dos razones diferentes. En primer lugar, porque al aprobar la Ley de Partidos, el legislador creaba ex novo una exigencia híbrida, no contenida en la Constitución, por la que se reclamaba a los partidos una actividad democrática, al combinar las exigencias constitucionales de una actividad respetuosa con la Constitución y con la ley y de una estructura interna y un funcionamiento democráticos. Aunque la constitucionalidad de esa interpretación fue discutida en su momento6, no parece al día de hoy que tal exigencia debiera plantear problemas de mayor envergadura, pues ¿qué es, al fin, una actividad democrática sino una actividad respetuosa con la Constitución y con la ley? En todo caso, la posibilidad de disolver organizaciones partidistas cuando sus actividades fueran contrarias a los principios democráticos suscitaba, además, otro problema: el de cuáles deberían ser, en ese caso, los efectos de la disolución de un partido no declarado penalmente ilícito, es decir, los efectos de una disolución civil y no penal . ¿Por qué? Pues porque el artículo 5.2.b. de la Ley de Partidos ponía de relieve que el legislador había decidido (sin que, ciertamente, tal decisión haya suscitado ningún problema de constitucionalidad constitucio nalidad en los últimos 25 años) establecer un régimen jurídico diferente para asociaciones y partidos por virtud del cual mientras las primeras sólo podían ser disueltas tras ser declaradas penalmente ilícitas, los segundos podían serlo también tras ser declarados ilegales desde el punto de vista constitucional por realizar actividad actividades es contrarias contrarias a los principios democráticos. Siendo, precisamente, esa peculiaridad del régimen aplicable a la disolución de los partidos la que habría de marcar las consecuencias de su disolución civil y no penal: y es que el artículo 5.2.b. fue siempre interpretado en el sentido de que la falta del respeto del partido en sus actividades (u organización) a los principios democráticos podría conducir sólo a su disolución (o suspensión) como partido, es decir, como asociación que goza de las ventajas previstas pa6
Dejo constancia de los mismos en Los partidos
políticos: cit., págs. 162 y sigs.
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ra ellos en el ordenamiento jurídico español. Así las cosas, lo más sorprendente de lo acontecido en las últimas dos décadas y media es que el artículo 5.2.b. de la Ley de Partidos no haya encontrado aplicación en relación con un partido, HB, que ha realizado sus sus actividades actividades con un desprecio patente de los principios democráticos: hasta tal punto, que según la minuciosa documentación aportada, por ejemplo, por José M. Mata López en su obra sobre El nacionalismo vasco radical, el 48% del total de las acciones políticas de HB en el periodo 1978-1988 tuvieron como objeto un apoyo explícito a ETA 7. Nº124
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Ello no ha servido, sin embargo, para que el Poder Judicial haya intentado disolverlo como partido por su manifiesta ilegalidad constitucional. De hecho, ninguno de los dos procesos judiciales en que ha sido parte desde el inicio del proceso democrático fue consecuencia de la puesta en marcha de la disolución prevista en el artículo 5.2.b de la Ley de Partidos. 7 Tomo la referencia de Patxo Unzueta: ‘¿Batasuna es ETA?’, El País, 9 mayo de 2002. Los datos pormenorizados al respecto pueden verse en José M. Mata López: El nacionalismo vasco radical. Discurso, organización, y expresiones, pág. 82 y cuadro 7. Universidad del País Vasco, 1993.
El primero de los dos se originó por la negativa de la Dirección General de Política Interior a inscribir a HB como partido a comienzos de 1984, negativa que fue anulada por la Audiencia Nacional, que vería confirmada su sentencia por otra de 23 de mayo de 1984 de la Sala Tercera del Supremo. Respondía en ella el Supremo con acierto a una de las alegaciones que los responsables del registro realizaban contra los estatutos de HB, en justificación de su negativa a la inscripción (en aquellos no constaba un acatamiento expreso a la Constitución), poniendo de relieve dos extremos: que ni en la Constitución, ni en la Ley de Partidos aparecía “la exigencia de una textual y explícita declaración de acatamiento a la Constitución”; y que el respeto a la misma y a la ley debía de inferirse “de la utilización de los recursos que una y otra otorgan a los ciudadanos”. En una palabra: que el respeto a la Constitución no dependía de su acatamiento ideológico, sino de la no realización de acciones que contrariasen sus principios. Transcurridos menos de dos años, HB volvió a ser parte en otro proceso cuando el ministerio fiscal formuló, a instancias del Gobierno, una demanda pidiendo su ilegalización por apreciar en sus estatutos indicios racionales de ilicitud penal. Tras diversas incidencias, el asunto terminó nuevamente ante el Supremo, cuya sala primera confirmó en una sentencia de 31 de mayo de 1986 otra previa de la Audiencia Territorial de Madrid. Los fundamentos de derecho de esta nueva sentencia del Supremo vuelven a ser muy interesante interesantes, s, porque, tras quitar la razón a las alegaciones del fiscal en relación con la ilicitud penal de los estatutos de HB, el tribunal no dejaba de reconocer de forma contundente que era en el ámbito de las actividades de HB donde debería, en todo caso, comprobarse su respeto al ordenamiento jurídico vigente: precisaba así la sala que la declaración de que los estatutos de HB no incurrían en ilicitud penal se efectuaba “sin perjuicio [...] de que si luego de inscrita no desarrolla sus actividades dentro de los límites lícitos estatutarios, estatutarios, sino que actuara fuera de ellos [...] dirigiéndose a la realización de fines que fueran contrarios a la Constitución o a la ley [...] es evidente que podría incurrir en la causa de disolución de la entidad política que en abstracto determina el artículo 22.4 de la Constitución y que en concreto delimita el artículo 5.2 de la Ley 54/78 en sus apartados a y b”. Más claro, agua. ¿Por qué han podido transcurrir 16 años desde entonces sin que se hayan aplicado esas previsiones? La respuesta está en la 27
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mente de cualquier ciudadano con mediana información: porque durante todo ese periodo se consideró que proceder de tal manera resultaba inconveniente a partir de unas razones de oportunidad política que hoy, a toro pasado, se nos revelan, quizá, menos oportunas de lo que quisimos creer durante años. Convencidos ya de lo contrario quedaba, sin embargo, un problema de entidad por resolver: el de la absoluta imprecisión de un precepto legal –ese artículo 5.2.b. de la Ley de Partidos al que he venido refiriéndome– que dejaba un margen tal de libertad de apreciación al poder judicial para proceder eventualmente a disolver a los partidos cuyas actividades fueran contrarias a los principios democráticos que, lejos de funcionar como un acicate para su puesta en práctica efectiva, acabó por actuar, por el contrario, como un auténtico instrumento de parálisis de jueces y fiscales. Solventar ese problema es, precisamente, el objetivo prioritario de la Ley de Partidos con la que ahora vienen las Cortes Generales a sustituir a la anterior. 3.La nueva ley: ¿quién podrá ilegalizar y disolver?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿cuándo?, ¿por qué?.
Efectivamente, aunque el nuevo texto resulta de una complejidad muy superior al que ha estado vigente tantos años, lo cierto es, sin embargo, que su verdadera trascendencia se deriva de la sencilla circunstancia de que con él se ha acometido la labor de dotar de contenidos precisos al principio establecido en el artículo 5.2.b. de la Ley de Partidos de 1978, para lo que se ha procedido, a su vez, a prescribir un concreto procedimiento a tal efecto. Su novedad no radica, por tanto, en la apertura de una posibilidad legal que ya existía de antemano (y que, según hemos visto, no suscitó dudas de constitucionalidad, con ocasión de un pronunciamiento en la materia, a la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo), sino en la voluntad de las Cortes de que ese principio pueda ser realmente operativo a la hora de dar lugar a la disolución de algunos partidos –señaladamente de HB, ahora Batasuna– en el caso de que aquellos sigan manteniendo, tras la entrada en vigor del nuevo texto, una acción política vulneradora de los más elementales principios democráticos. Será por ello, justamente, por lo que me centraré a continuación en el análisis de los contenidos y el procedimiento referidos, materias ambas que constituyen el auténtico nervio de la Ley. 28
a) ¿Quién tendrá la facultad de ilegalizar y disolver?
La ley, que no ha modificado en este punto el borrador de anteproyecto del Gobierno, determina que la acción por la que se pretenda la declaración de ilegalidad, y la disolución que la subsigue, se iniciará mediante demanda presentada ante la Sala Especial del Tribunal Supremo, formada por su presidente, los presidentes de sala y el magistrado más antiguo y más moderno de cada una de las mismas. Justificada esta opción procesal en la naturaleza de la sala (considerada por la exposición de motivos de la ley como una especie de pleno reducido del Supremo) y en la relevancia constitucional de los partidos y de las decisiones que afectan a su declaración de ilegalidad o justifi just ifican can su dis disolu olució ción, n, est estaa pre previs visión ión suscitó dos controversias. controversias. La primera (si la sala competente del Supremo para ilegalizar y disolver debería ser la especial o la civil) presenta un contenido técnico innegable y resulta ahora, por ello, poco relevante. La segunda, de una trascendencia superior, se refería a si la competencia mencionada debería corresponder al Supremo (fuera la sala la que fuera) o atribuirse, por el contrario, al Constitucional. Esta última propuesta encontró, es cierto, escaso eco entre los líderes políticos que personalizaron el debate social y, después, parlamentario de la ley, pero fue defendida por algunos juristas relevantes8. No es seguro, en todo caso, que tal solución fuera políticamente las más operativa y jurídicamente, la menos problemática. Comenzando por lo último, el artículo 22 de la Constitución deja absolutamente claro que sólo podrá procederse a disolver asociaciones en virtud de resolución judicial motivada. Y aunque es posible, claro está, interpretar ese precepto en el sentido de que sólo se refiere a la disolución penal de aquéllas, no deben olvidarse dos extremos, que, en contra de tal interpretación, ha manifestado el propio Tribunal Constitucional en repetidas ocasiones: por un lado, que las previsiones del artículo 22 en relación con las asocia-
8 Por Francisco Rubio Llorente, por ejemplo, ex vicepresidente del Constitucional, quien sostuvo, que excluidas las razones penales, la ilegalización de los partidos sólo podría acometerse a partir de motivos dimanantes directamente de la Constitución: según él, en materia de ilegalización y disolución de partidos no sería posible “un juicio de legalidad que no [fuera] precisamente un juicio de constitucionalidad”. Véanse sus artículos ‘Los limites de las democracias’ y ‘La ley y la demanda’, ambos en El País, 26 de abril y 17 de mayo de 2002, respectivamente.
ciones son también de aplicación a los partidos (STC 85/1986, de 25 de junio); y, por el otro, que es “al Poder Judicial y sólo a éste [a quien] encomienda la Constitución y también la legislación ordinaria la función de pronunciarse sobre la legalidad de un partido político” (STC 3/1981, de 2 de febrero), constatación que realiza el Constitucional sin distinguir la vía (civil o penal) por la que en su caso tal ilegalización pudiera acometerse. En fin, y a mayor abundamiento, el debate de la Constitución puso claramente de relieve el rechazo de los constituyentes a aceptar que se atribuyese al Constitucional el control de los partidos. Una atribución que, como antes apuntaba, no sólo sería, por lo demás, jurídicamente problemática, sino también, políticamente complicada, a la vista del marcado perfil partidista que ante la opinión pública española ha acabado por tener el Tribunal Constitucional, debido sobre todo a la política viciada de lottizzazione puesta en práctica en los últimos años por los partidos que controlan el Congreso y el Senado cada vez que estas dos instituciones han debido proceder a renovar el cupo de magistrados que tienen constitucionalmente constitucionalmente atribuido. ¿O es que no podría ser una fuente de conflictos el hecho de que la decisión sobre la ilegalización de los partidos quedara atribuida a un Tribunal, el Constitucional, cuyos magistrados son hoy más que nunca percibidos por los ciudadanos como jueces designados en el fondo por los mismos partidos que podrían instar aquella ilegalización? El actual presidente del Constitucional defendió en un artículo de prensa, publicado varias semanas después de conocerse las intenciones del Gobierno, la inconveniencia de que se atribuyera al Tribunal que ahora preside la competencia para disolver a los partidos; un mes antes, el mismo presidente, se había manifestado con toda claridad, en unas insólitas declaraciones radiofónicas, a favor de ilegalizar a Batasun Batasunaa 9, emitiendo una opinión política respecto de un asunto sobre el que, de darse el caso, acabará probablemente teniendo que decidir jurídicamente como juez de la constitucionalidad (bien por la vía del amparo; bien por la del recurso o la cuestión de inconstitucionalidad). No hay más que poner en relación esas dos manifestaciones en los medios
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El artículo de Manuel Jiménez de Parga: ‘El TC español y el TC alemán’, en Abc, 5 de mayo de 2002. La referencia a sus declaraciones radiofónicas en El País, 8 de abril de 2002. CLAVES
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para aceptar que, en efecto, la muy discutible forma de actuar del presidente del TC constituye, al modo de una profecía autocumplida,, prueba irrefutable del autocumplida acierto de sus tesis. b) ¿Cómo podrá instarse la ilegalización?
Pese a no ser la más fundamental, esta cuestión acabó por conformarse, sin ningún género de dudas, como la que mayor debate generó en los medios de comunicación social en relación con el texto concreto del proyecto, lo que se debió al empecinamiento del Gobierno en sostener sus posiciones iniciales. Según el borrador estarían legitimados para instar la declaración de ilegalidad, el Gobierno, 50 diputados, 50 senadores y el ministerio fiscal. Frente a estas previsiones, el Partido Socialista iba a mantener desde el principio que la legitimidad para instar el procedimiento de ilegalización debería corresponder al ministerio fiscal únicamente, lo que –creo– constituía la posición más razonable desde la doble perspectiva política y jurídica. Incluir al Gobierno entre los órganos legitimados no añade jurídicamente nada sustancial, pues aquél siempre puede, tal como prevé el Estatuto Orgánico del ministerio fiscal, interesar del Fiscal General del Estado que promueva ante los tribunales las actuaciones pertinentes en orden a la defensa del interés público. Salvo, claro está, que lo que se pretenda legitimando al Gobierno para instar la acción de ilegalización sea justamente dejar expedita la vía para que eventualmente pueda ser el Gobierno mismo y nadie más el que asuma todo el protagonismo en la materia. Por lo que se refiere a la legitimación de un grupo de 50 miembros del Congreso o el Senado, no parece que el camino más oportuno para eliminar la posibilidad de que la acción de ilegalización sea denunciada como una acción sectaria y partidista consista en de jarla preci precisamente samente en manos de los dos grandes partidos presentes en la Cámara (los únicos que pueden reunir por si solos esa cifra de parlamentarios) que han sido los principales promotores del proyecto. La insistencia de los negociadores del PSOE en que su partido no votaría a favor del borrador que el Gobierno pretendía imponer a los restantes grupos de la Cámara se tradujo en la apertura final de
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El artículo de Javier Pradera: ‘Andar y mascar chicle’, en El País, 22 de mayo de 2002. El texto de las enmiendas pactadas entre el PSOE y el PP en el pais.es, 14 de mayo de 2002. Nº124
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una negociación entre el PSOE y el PP que iba a dar lugar a la aprobación, mediado el mes de mayo, de varias enmiendas que, en acertadas palabras de Javier Pradera, afectaban a los auténticos muros de carga del proyecto10. Una de ellas establecía nuevas previsiones en materia de legitimación para instar la ilegalización, previsiones que fueron las que pasaron finalmente al texto de la ley. La acción de legalización seguirá correspondiendo al Gobierno, al fiscal y a los parlamentarios, pero con un cambio sustancial en este último caso: que la iniciativa no se atribuye ya a 50 diputados o 50 senadores, sino institucionalmente instituciona lmente al Congreso y al Senado, los que podrán instar al Gobierno a que solicite la ilegalización, quedando éste obligado en ese caso a formalizar la correspondiente solicitud previa deliberación del Consejo de Ministros. La ley añade además que la tramitación del acuerdo se ajustará al procedimiento establecido respectivamente por las mesas del Congreso y el Senado. Por más que sean éstas, por tanto, las que en su momento habrán de decidir la mayoría que será eventualmente necesaria a tal efecto, el nuevo procedimiento no evitará que se produzca el efecto que constituía probablemente el objetivo del Partido Popular en este ámbito: el de que todos los partidos tengan, por decirlo así, que retratarse , ante una hipotética iniciativa parlamentaria para ilegalizar a Batasuna Batasuna..
legalidad sino la prescripción concreta contenida en el artículo 9.3 de nuestra Constitución (garantizadora de la irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos individuales), fue objeto de crítica incluso en el dictamen emitido por el Consejo de Estado respeto del proyecto. Ello no impidió, sin embargo, las permanentes declaraciones de miembros del Gobierno y de dirigentes del PP que, una y otra vez, manifestaron urbi et orbi que instarían, solos o acompañados, la ilegalización de Batasuna el mismo día en que la ley entrara en vigor, prueba ésta irrefutable de su mala comprensión sobre la imposibilidad de aplicar la norma con carácter retroactivo. Así las cosas, sólo tras al pacto antes referido entre el PSOE y el PP aceptó el Gobierno finalmente que la ley no se aplicaría a hechos ocurridos antes de su entrada en vigor, lo que supuso la modificación de la ya citada transitoria. Su nueva redacción ha establecido que la posibilidad de proceder a disolver partidos constituidos en fecha inmediatamente anterior a la entrada en vigor de la ley de un modo fraudulento (con la intención, por tanto, de burlar sus previsiones) sólo podrá instarse, en todo caso, por actividades realizadas por aquellos con posterioridad al momento en que la citada entrada en vigor tenga lugar.
c) ¿Cuándo podrá instarse la ilegalización?
Si los diversos aspectos que hemos analizado hasta ahora conforman los auténticos muros de carga de la ley, esta materia (la de las causas que según ella pueden determinar la declaración judicial de ilegalidad y la disolución subsiguiente subsiguiente de un partido) constituye la viga maestra que sostiene todo el edificio. Pues las diversas previsiones procedimentales hasta ahora analizadas están, en realidad, puestas al servicio del objetivo que vertebra y da sentido al nuevo texto: facilitar al poder judicial judi cial un inst instrume rumento nto jurí jurídico dico efi eficaz caz que pueda utilizar, llegado el caso, para ilegalizar y disolver, como partidos, a aquellos que en su actividad vulneren los principios democráticos y los derechos humanos. Un objetivo éste al que, digámoslo con toda claridad, servía muy mal el borrador de anteproyecto del Gobierno. Tan mal que de no haber sido modificado tras el acuerdo entre el PSOE y el PP (y tras la aceptación de muchas de las enmiendas presentadas en el trámite de la discusión parlamentaria, además de por esos dos partidos, por Convergència i
Aunque esta preg Aunque pregunta unta podrí podríaa parecer parecer absur absur-da, realmente no lo es. Lógicamente, la aplicación de las previsiones de la ley no podrá instarse sino tras su entrada en vigor, circunstancia ésta en la que la Ley de Partidos no se distingue de cualquiera de las que conforman el ordenamiento jurídico vigente: y es que, como sabe cualquier alumno de primero de Derecho, por definición ninguna ley produce efectos antes del momento referido. Ahora bien, nada impide que algunas leyes puedan aplicarse a hechos acaecidos antes de que aquella entrada en vigor tenga lugar. Pues bien, esa era, ni más ni menos, la increíble pretensión que se contenía en el borrador de anteproyecto del Gobierno, cuya disposición transitoria preveía, en su apartado segundo, la posible aplicación retroactiva de la ley para proceder a disolver partidos constituidos en fecha inmediatamente anterior a su entrada en vigor de un modo fraudulento, es decir, con la intención de burlar sus previsiones. Tal pretensión, que vulneraba no sólo las exigencias generales del principio de
d) ¿Por qué causas podrá instarse la ilegalización?
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Unió y por Coalición Canaria), el proyecto hubiera irremisiblemente naufragado, tanto políticamente (pues hubiera obtenido, muy probablemente, el único apoyo del PP) como jurídicamente, al haber quedado abierta en su interior una profunda vía de agua: la de su más que probable declaración parcial de inconstitucionalidad. Comenzado por esta última cuestión, el artículo 9 del borrador borrador,, regulador de las causas de ilegalización de los partidos se presentaba, por expresarlo sin ambages, como un batiburrillo en el que sus autores habían mezclado tipos penales y causas derivadas de actividades (vulneradoras, o no, de los principios democráticos) no constitutivas de delito, al tiempo que, por otra parte, procedían también a amalgamar actividades y programas, es decir, hechos y conductas con ideas. Y todo ello 30
junto al constante abuso de conceptos jurídicos indeterminados y cláusulas jurídicas abiertas que afectaban de forma extremadamente peligrosa a la seguridad jurídica en materia de ilegalización y disolución de los partidos. Así, sin pretensión de exhaustividad, y sólo a título indicativo, el borrador establecía, por ejemplo, que un partido podría ser declarado ilegal cuando “su actividad” no se ajustase “a los valores constitucionales” (art. 9.2); o cuando fomentase “la confrontación social como método para la consecución de objetivos políticos” o persiguiese o procurase la creación “de un clima social degradado de enfrentamiento y exclusión”, realizando todo ello tanto “mediante el empleo de métodos incompatibles con el normal funcionamiento de las instituciones y los procedimientos democráticos, como cuando se utilicen éstos
para contribuir activamente a la deslegitimación de los mismos, a la impugnación generalizada de la legalidad o a la eliminación de la capacidad del sistema democrático para resolver los problemas políticos por los cauces establecidos en la Constitución” (art. 9.3.a y b.). Por si todo esto no fuera suficiente, el propio artículo incluía, juntoo a esta junt estass con conduc ductas tas o pre pretens tensione ioness dudosamente vulneradoras de los principios democráticos, tipos ya previstos de uno u otro modo en el Código Penal (por ejemplo, “complementar la acción de organizaciones terroristas para la consecución de los fines perseguidos por éstas” [art. 9.3.c] o “dar apoyo expreso o tácito al terrorismo” [art. 9.3.c.1.]) y cláusulas abiertas, vulneradoras de la más elemental seguridad jurídica, tan increíbles como la que permitía la ilegalización de los partidos por “[...] contribuir a multiplicar los efectos de la violencia terrorista y del miedo y la intimidación generados por la misma sobre las personas, mediante la repetición o acumulación de conductas como las siguientes [...] (art. 9.3.c.)”. Afortunada Afor tunadamente mente para el texto de la ley, y para la justa pretensión política que con la misma se persigue, el artículo 9 fue redactado de nuevo íntegramente, quedando depurado de los vicios jurídicos que habrían podido convertirlo en inconstitucional y de los problemas políticos que hubieran impedido muy probablemente que algún partido más que el proponente votase finalmente en su favor: tras tal depuración, el artículo se limita a establecer las conductas no penales (y nunca las ideas, pretensiones o programas) por las que un partido podrá ser declarado ilegal y subsiguientemente disuelto, al atentar en su actividad contra los principios democráticos y los derechos humanos, siempre que tal actividad se plasme en la realización de alguna de las acciones que, de forma tasada, explícita y precisa, se fijan en la ley. La mejor prueba de ello es que la definición de todas y cada una de esas acciones (las que se definen en los a),, b), y c) del artículo 9.2 y en apartados a) los apartados a) a i) del 9.3) se relaciona siempre con la violencia o el terrorismo: así, entre otras, y de nuevo sólo a título de ejemplo, la justificación o exculpación de los atentados contra la vida o la integridad de las personas; la legitimación de la violencia; el apoyo político a la acción de organizaciones terroristas; el fomento de la cultura de la confrontación civil ligada a la actividad de los terroristas; o la utilización de símbolos o mensajes que se identifiquen con el terrorismo o la violenCLAVES
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cia. Podrán, en consecuencia, ser disueltos los partidos en cualquiera de esos casos, es decir “cuando de forma reiterada y grave su actividad vulnere los principios democráticos o persiga deteriorar o destruir el régimen de libertades o imposibilitar o eliminar el sistema democrático” 11 mediante las conductas referidas en el artículo 9º de la ley (art. 10.2.c). A la vista de todo lo apunt apuntado ado cabe estar obviamente a favor o en contra de la ley, pero no puede afirmarse, porque constituiría una absoluta falsedad, que con la misma se persigan –y sancionen– ideas o programas. No lo hace la nueva Ley de Partidos, ni podría haberlo hecho ninguna que aspirase a encajar jurídicamente en nuestro ordenamiento, en el que, según acuerdo unánime de los constitucionalistas españoles, no existe base para sostener la pretensión de establecer un sistema de democracia militante similar al de Alemania, cuya Constitución sí declara expresamente anticonstitucionales a los partidos que “por sus objetivos”, además de por “el comportamiento de sus afiliados” se propusieran “menoscabar o eliminar el orden constitucional liberal y democrático o poner en peligro la existencia de la República Federal de Alemania”12. Por el contrario, el carácter enteramente revisable de la Constitución de 1978 haría lícito constitucionalmente en nuestro ordenamiento aspirar a cualquier objetivo político no delictivo (la independencia, la república, la eliminación del Estado autonómico y la vuelta al centralismo, etcétera), siempre que para la consecución del mismo no se realicen actividades contrarias a principios democráticos y a los derechos humanos en los precisos términos previstos en la ley. Debe recordarse que, abundando en esta idea, el propio Tribunal Constitucional español ha insistido, según antes señalaba, en que “los instrumentos para garantizar que los parti11 El artículo 10.2.c. prevé, además, otras dos causas de disolución judicial: cuando los partidos incurran en supuestos tipificados como de asociación ilícita en el Código Penal; y cuando vulneren de forma continuada, reiterada y grave la exigencia de una estructura interna y un funcionamiento democráticos, conforme a lo previsto en los los artículos artículos 7 y 8 de la ley, relativos a la organización y funcionamiento de los partidos, y a los derechos y deberes de los afiliados. La propia norma establece, en fin, en relación con los efectos de la disolución judicial que, tras la notificación de la sentencia en que la misma se acuerde, procederá el cese inmediato de toda la actividad del partido político disuelto; y que la disolución determinará la apertura de un proceso de liquidación patrimonial, llevada a cabo por tres liquidadores nombrados por la sala sentenciadora, destinándose por el Tesoro el patrimonio neto resultante a actividades de interés social o humanitario (art. 12).
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dos se ajusten a la idea que de éstos tiene la Constitución en cuanto a su sujeción al orden constitucional, su respeto a la legalidad, su estructura democrática y los demás requisitos generales que se exigen a todas las asociaciones, han de centrarse fundamentalmente en el momento de la actuación de éstos y por medio de un control judicial”. judici al”. Ésta ha sido, en conclusión, la solución por la que ha optado el legislador con la nueva Ley de Partidos del año 2002. Una solución que, en mi opinión, no sólo es compatible con nuestro ordenamiento constitucional, sino también con lo que al respecto ha declarado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que tras condenar al Estado turco por haber disuelto al Partido Comunista Unificado, al Partido Socialista y al Partido de la Libertad y la Democracia (por sentencias, respectivamente, de 30 de enero de 1998, 25 de mayo de 1998 y 8 de diciembre de 1999) declaró, sin embargo, en una recientísima sentencia de 31 de julio de 2001 (“Caso del Refah Partisi [Partido de la Prosperidad] y otros v. Turquía”), que la disolución de esa organización islamista radical –el Refah Partisi– por el Tribunal Constitucional turco no había producido violación del artículo 11 de la Convención Europea de Derechos Humanos (que garantiza la libertad de asociación). Después de desmenuzar de forma detallada la práctica histórica concreta del Partido de la Prosperidad (una organización partidaria de la yihad o guerra santa para alcanzar sus objetivos), analiza el Tribunal Europeo la significación que debe darse a la cláusula del referido artículo 11, cuando dispone que las únicas restricciones que pueden determinarse para la libertad de asociación serán las que, prescritas por la ley, sean necesarias en una sociedad democrática en atención a la seguridad nacional o a la seguridad pública, a la prevención de los tumultos o delitos, o a la protección de los derechos y libertades de los demás. Tras todo ello, el órgano jurisdiccional europeo realiza un pronunciamiento (párrafo 47) que resulta excepcionalmente interesante para confirmar el correcto encaje democrático de la nueva Ley de Partidos española: “El tribunal considera que un partido político puede hacer campaña a favor del cambio de las leyes o de las estructuras constitucionales del Estado, siempre que se den dos condiciones: a) Que los medios empleados a tal fin deben ser legales y democráticos en todos los sentidos. b) Que el cambio que se proponga sea también el mismo compatible con los principios democráticos fundamentales. De lo que se sigue necesariamente que un partido políti-
co cuyos líderes incitan a recurrir a la violencia, o proponen una política que no es compatible con una o más de una de las reglas reglas de la democracia, democracia, o aspiran a la destrucción de la propia democracia, o violan los derechos y libertades que la democracia garantiza, no pueden pretender prevalerse de la protección de la Convención frente a las sanciones que por esas razones les han sido impuestas”.
¿Existe en España algún partido cuyos líderes incitan a recurrir a la violencia, o proponen una política que no es compatible con una o más de una de las reglas de la democracia, o aspiran a la destrucción de la propia democracia, o violan los derechos y libertades que la democracia garantiza? Trescientos cuatro diputados de los 350 que componen el Congreso, pertenecientes a partidos que representan al 85% de los votos expresados en las últimas elecciones generales y al 94% de los escaños de la Cámara, han entendido que sí. Como así lo entienden igualmente el 74% de los ciudadanos españoles a los que, según el barómetro de abril del Centro de Investigaciones Sociológicas les parece bien o muy bien “la iniciativa legal que permite ilegalizar a aquellos que apoyen al terrorismo y que intenten destruir el sistema democrático”. Con esa legitimidad difícilmente discutible, pero con la oposición en absoluto irrelevante del PNV, de EA, de Batasuna, de los cuatro obispos vascos, de Odón Elorza (por supuesto), y de la mayoría del Parlamento de la Comunidad Autónoma de Euskadi, la ley quedará ahora a disposición de los que pueden decidir poner en marcha sus concretas previsiones y de los jueces que serán, llegado el caso, quienes tengan la última palabra. Aunque no la última en verdad: pues los destinatarios más directos de la ley podrían decidir, a la vista de la misma, no incitar a recurrir a la violencia, ni proponer una política incompatible con una o más de una de las reglas de la democracia, ni aspirar a la destrucción de la propia democracia, ni violar los derechos y libertades que la democracia garantiza. Aunque altamente improbable, ése sería, en todo caso, el auténtico triunfo del imperio de la ley. n
Roberto L. Blanco Valdés es catedrático de De-
recho Constitucional de la Universidad de Santiago de Compostela. Autor de El valor de la Constitución y de Las conexiones políticas. políticas. 31
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ontra lo que pudiera parecer a primera vista, y desde luego contra lo que predican el Papa reinante y otros adalides del “espiritualismo” que truenan enérgicamente contra el materialismo y la sociedad del consumo, la nuestra no es en verdad una época de civilización “materialista” (entendida la palabra más bien en el plano filosófico que en el moral). Por el contrario, es cada vez más, y a pasos constantes, vertiginosamente acelerados, una civilización espiritualista, aunque no en el sentido estrecho de las religiones monoteístas. En efecto, la tecnociencia hoy mundialmente triunfante se está convirtiendo en una “segunda naturaleza” de la sociedad y del individuo aislado, y esa poderosísima fuerza que nos arrastra a todos sin apenas posibilidad de reacción funciona cada vez menos sobre la base de lo que hasta ahora, o hasta no hace mucho, era la vida del hombre: un ser natural inserto en la naturaleza madre, a la que transformaba pero sin despegarse en sus coordenadas esenciales de ella.
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De la biosfera a la tecnosfera
El hombre de nuestras sociedades superdesarrolladas vive cada vez menos en la biosfera y cada vez más en la tecnosfera. El proceso que desde hace cinco o seis millones de años ha llevado al antepasado simio del hombre, después de desgajarse del tronco común de los primates y a través de una lentísima evolución de los sucesivos homínidos o prehumanos, hasta el Homo sapiens neanderthalensis y el actual Homo sapiens sa piens , consistió básicamente en una capacidad creciente de espiritualización o culturalización que le hacía apartarse cada vez más de su cuna natural en la naturaleza que lo había creado, para constituir poco a poco una “segunda naturaleza” que es una antinaturaleza, lo que solemos llamar muy expresivamente, pero sin connotación religiosa alguna, el espíritu o, en términos más precisos, la conciencia, la esfera mental o 32
noosfera, la cultura. A lo largo de su prolongada génesis y evolución, el Homo sa piens se ha mantenido vivo y ha conquistado una creciente autonomía respecto del mundo natural gracias a que supo encontrar un equilibrio entre su realidad de ser natural y su realidad de ser “espiritual” o “mental” “me ntal” autocreado. Así se fue construyendo a lo largo de un prolongado proceso evolutivo el mundo propiamente humano, espiritualizado, que hemos conocido en los últimos milenios de civilización. Las sociedades humanas funcionaban con arreglo a sus categorías espirituales o culturales propias, pero sin apartarse nunca demasiado de la naturaleza, más o menos oscuramente conscientes de que su supervivencia dependía de ese equilibrio que podríamos llamar “clásico” y de que un exceso de espiritualización podía poner en peligro a la especie. (Como en tantas cosas fundamentales, los griegos supieron intuir plásticamente esa realidad básica de lo humano con el mito de Anteo, el gigante hijo de Poseidón y Gaya que sabía recobrar todo su vigor guardando el contacto con su madre la Tierra). Lo natural y lo cultural, lo heredado y lo adquirido, aun contraponiéndose, podían hallar en el proceso civilizatorio un punto de encuentro o de adaptación mutua que permitía considerar como posible y normal una “residencia terrestre” indefinida del Homo sapiens . Había, pues, un proceso de espiritualización positiva que era consustancial con la hominización y que constituía el meollo mismo de la civilización a lo largo de los milenios. Pero el peligro iba a surgir de dentro de ese mismo proceso. El fenómeno, consistente en una ruptura, o comienzo de ruptura, del equilibrio milenario entre naturaleza y espíritu, entre instinto natural y cultura, era algo prácticamente insospechado hasta la centuria que acaba de fenecer, el glorioso y atroz (quizá más atroz que glorioso) siglo xx, que ha arrastrado en su seno las más pa-
vorosas catástrofes históricas junto a los más prodigiosos avances del conocimiento, un siglo marcado como ningún otro por los estigmas del gigantismo y la excepcionalidad, época frenética en que se codearon los campos de la muerte nazis y el Gulag soviético con la fascinante observación de las profundidades ya no insondables del cosmos y del mundo de las partículas elementales de la materia y con la acelerada conquista de los secretos del organismo humano por las ciencias de la vida. Y es justamente ese impresionante triunfo de la ciencia fundamental en el novecientos lo que ha empezado a trastocar peligrosamente ese equilibrio, inestable pero nunca roto, que hasta ahora había permitido la pervivencia del Homo sapiens como especie que evolucionaba pero conservando una identidad fundamental. El siglo se inicia, en el campo de la ciencia fundamental, con dos saltos intelectuales que van a revolucionar el panorama clásico de la física y la cosmología, transformando radicalmente el espacio-tiempo tal como se le concebía desde Descartes y Newton. Son la teoría einsteiniana de la relatividad y la formulación por Max Planck de la mecánica cuántica, en ruptura completa con la mecánica clásica newtoniana. De esas dos prodigiosas aventuras científicas se deriva gran parte de los hallazgos posteriores de las ciencias fundamentales, sobre todo de la física y la astronomía, y del vertiginoso desarrollo de la tecnología. Y si de esos grandes saltos saltos del conocimienconocimiento científico puede y debe sentirse admirativamente orgullosa la humanidad, el desarrollo fantástico de las técnicas no puede sino producirnos un sentimiento mezclado de satisfacción y euforia y, al mismo tiempo, de perplejidad, y en las mentes más vivas y avizores, de angustiada preocupación. La técnica, la techné de los griegos o acción práctica para modificar la naturaleza, nació con el hombre mismo. Cuando al CLAVES
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primer homínido se le ocurrió, hace cientos de miles, más probablemente millones, de años, romper un guijarro golpeándolo con otro para obtener una arista cortante, o cuando recogió de la naturaleza una piedra de esas características con vistas a su utilización práctica (cortar la carne de la caza, por ejemplo), el instrumento quedó inventado y, con él, la techné, por primitiva y rudimentaria que fuera, esa techné que iba a hacer evolucionar a la especie homo, lentísima pero seguramente, hacia el establecimiento de las primeras civilizaciones del paleolítico y, particularmente, del neolítico. Desde ese momento la naturaleza del planeta Tierra, entendiendo por ella lo que hoy llamamos medio ambiente o biosfera, es decir, el elemento físico en que nace y se desarrolla la vida, empezó a ser modificada por el hombre y dejó de ser virgen, realmente virgen (es una exageración digamos lírica hablar en nuestros días de naturaleza “virgen”: no existe un solo rincón de la biosfera al que se le pueda aplicar razonablemente tal calificativo). La techné humana se desarrolló durante centenares de milenios con una lentitud que hoy, en la era de la explosión tecnológica, nos asombra; baste señalar que el paso de la piedra tallada a la piedra pulimentada, del paleolítico al neolítico, necesitó cientos de miles de años o, mucho más cerca de nosotros, la transición del vehículo de ruedas de tracción animal al de automoción (el primero es de fines del siglo XVIII) tardó varios miles de años. Compárense esos enormes lapsos de tiempo con los poco más de doscientos años de revolución industrial desde la máquina de vapor de Watt o, aún más significativamente, con los menos de setenta años que median entre el primer avión de los hermanos Wright y el primer vuelo cósmico a la Luna. En el siglo que acabamos de abandonar los formidables saltos de la tecnología, consecutivos a los grandes hallazgos de la Nº124
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ciencia, se han sucedido y se suceden a un ritmo frenético. Ahí están las aplicaciones civiles de la energía atómica que han inaugurado la edad del uranio, los viajes interplanetarios, las estaciones de observación espaciales, la tecnología de las partículas elementales de la materia, el prodigioso chip o circuito integrado de silicona (hoy ya sustituible por algo mucho más poderoso, los nanotubos de carbono) que ha hecho posibles las revolucionarias tecnologías de la información, transformando radicalmente la vida privada y social, la comunicación y la producción en las sociedades modernas, los asombrosos saltos adelante de la medicina que en menos de dos siglos ha permitido que se duplique o triplique la esperanza de vida en los países industrializados, la inquietante pero prodigiosa tecnología genética con su empalme génico y su ADN recombinante, que tiene ya a la vista como algo realizable en pocos decenios la prolongación normal de la vida humana hasta los 120 años, en espera de alcanzar tal vez a fines del nuevo siglo el límite mítico de la edad de Matusalén, y que empieza a considerar seriamente la posibilidad de una eugenesia genética capaz de “fabricar” en laboratorio hombres dotados de todas las perfecciones imaginables (reverso no menos pavoroso de la utopía negativa que describe Aldous Huxley en naturalmente de Un mundo feliz)… Y dejo naturalmente lado los conocidos resultados de la tecnología militar que ha amenazado ya en alguna ocasión al mundo de aniquilación.
La humanidad asiste, con una mezcla de asombro, euforia y temor más o menos fundado o irracional, a un crecimiento exponencial, en bola de nieve , de la actividad tecnológica que invade prácticamente todos los ámbitos de la vida del hombre, privada o pública, y de la naturaleza en que se mueve. En general, contemplamos la creciente aceleración de la técnica, sin límites previsibles, en un estado de semiestupor complacido, como si se tratara de algo fatalmente caído del cielo sobre nuestras cabezas, una especie de tormenta o vorágine industrialista sobre la que no nos sentimos en condiciones de ejercer la menor influencia. Así, algo crea creado do por el hombre se impone a él inexorablemente como si fuera un fenómeno de la naturaleza. Hasta ahora había dominado su techné , su acción práctica sobre la biosfera, porque los productos de aquélla, herramientas o sistemas de organización, le eran algo próximo, a menudo prolongaciones directas de su cuerpo (brazos, piernas, boca, voz…). Pero a partir de la aparición de la máquina tal como surge en el mundo contemporáneo y del sistema de ordenación material y social que ella instaura –el maquinismo–, los útiles creados por el hombre se le vuelven ajenos e indominables, de modo que, en vez de sujetarlos a su voluntad, es él cada vez más objeto pasivo de ellos. La máquina fabricada por la inteligencia y la mano humanas se torna independiente y autónoma, termina por fabricarse a sí misma (como permite el ordenador electrónico) y reduce a su creador originario a las coordenadas de su lógica propia como un instrumento o una máquina más. Ahí está el comienzo, profetizado ya por algunos pensadores modernos, de la merma e incluso pérdida de la calidad de humano, de la naturaleza misma del hombre. Dejado a sí mismo, el proceso de expansión planetaria y exponencial de la tecnología se tiñe, en su impulso de acelera33
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ción, de una calidad utópica que es una de sus características más novedosas. Se trata de una perspectiva utópica que muy poco tiene que ver con las utopías clásicas que han acompañado a la historia de la humanidad. Lo que la distingue de éstas es que se presenta, con sobrados visos de razón, como perfectamente realizable en un plazo más o menos corto o largo pero de algún modo calculable. Y ahí es donde radica el peligro que ese proceso puede entrañar entrañar,, que entraña ya manifiestamente, para la naturaleza, tanto la naturaleza fuera del hombre como dentro de él, su propia condición humana. Parece como si el hombre contemporáneo, el hombre del frenesí tecnológico (me refiero a la humanidad entera como su jeto históric histórico, o, no al ser ser humano indivi individualdualmente considerado), se estuviera endiosando arrastrado por el dinamismo utópico de las maravillas de su tecnociencia, cada vez más convencido de que hay pocas barreras, si es que hay alguna, que se opongan a los nuevos poderes que aquélla le otorga, ni siquiera la barrera más grave de todas, la que más radicalmente afecta a su condición: la mortalidad. El ecologismo radical
Hace ahora algo más de setenta años, a fines del decenio de l920, Sigmund Freud escribía en su breve ensayo El malestar en la cultura una frase que por su clarividencia no dudo en calificar de genial y en la que creo que se resume muy plásticamente la situación del hombre de la tecnología triunfante. Decía con acerada ironía el gran psicólogo y filósofo: “El hombre ha llegado a ser, por así decirlo, un dios con prótesis: bastante magnífico cuando se coloca todos sus artefactos, pero éstos no crecen de su cuerpo y a veces incluso le procuran muchos sinsabores”1. (Si Freud hubiese escrito su ensayo en nuestro tiempo, en vez de “sinsabores” hubiera escrito probablemente “catástrofes” o “enfermedades mortales”). Algunos años antes, en su libro Les deux sources de la morale et de la réligion2 el filósofo francés Henri Bergson hablaba de un “cuerpo agrandado” (corps agrandi) del hombre gracias a la tecnología moderna. Así es, en efect efecto: o: desde el alba de su historia, el ser humano ha ido agrandando su organismo añadiéndole prótesis tras prótesis desde la elemental de la piedra tallada que prolonga la mano hasta el avión supersónico que prolonga sus pies, su velocidad natu-
1 S. Freud, El malestar en la cultura, pág. 35. Alianza Editorial, Madrid, 1970. 2 Edición de 1932, pág. 330.
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ral, y el ordenador que prolonga su cerebro con todas sus facultades. Desde siempre fue un Homo faber, mucho antes incluso que Homo sapiens , y la hominización ha sido paralela a esa sustitución o prolongación de los miembros u órganos del cuerpo por instrumentos o útiles por él fabricados. Como dice muy certeramente Marshall McLuhan en The Mechanical Bride , “las tecnologías son autoamputaciones de nuestros órganos”3. El hombre inventa la máquina excavadora para no tener que utilizar sus brazos excavando y al mismo tiempo potenciando el rendimiento. El espinoso problema que estamos viviendo en el presente radica en que el Homo faber , triunfador incontestable de la naturaleza que le rodea, se impone también en el plano de su propia interioridad psíquica y vital al Homo sapiens , que era la culminación de la especie homo. Como escribe el filósofo alemán Hans Jonas, el triunfo del Homo faber sobre la naturaleza de la que ha surgido “significa al mismo tiempo su triunfo en la constitución interna del Homo sapiens , del que antes era una parte servil”4. Resultado de esta inversión es “el predominio frecuente de uno de los aspectos de la naturaleza humana sobre todos los demás”, con la consiguiente “contracción del concepto que el hombre tiene de sí mismo y de su esencia”. Lo que quiere decir, desde un punto de vista filosófico-ético, que el “dios con prótesis” que ya entreveía o profetizaba Freud es un dios que, además de automutilar su cuerpo, se automutila en lo que es tanto o más importante: su propia naturaleza, su psiquismo. Sería, pues, el Homo technologicus un dios en decadencia y, a la larga, en trance de extinguirse como especie. Y es ésta la cuestión que se intenta destacar aquí, a saber, la de la relación entre el actual desarrollo prometeico de la tecnología y la naturaleza o condición humana. El ecologismo al uso, hoy muy presente en la escena política e intelectual de los países tecnológicamente avanzados, suele enfocar su pensamiento y su acción en los efectos negativos, y aun nefastos, de los procesos tecnológico-industriales sobre las condiciones biofísicas de la vida humana,
3 Citado por Mark Dery, Vitesse virtuelle. La cyberculture aujourd’hui , pág. 128. Editions Abbéville,
París, 1997. 4 H. Jonas, Das Prinzip Verantwortung , traducción francesa Le Principe Responsabilité , pág. 36. Champs-Flammarion, París, 1995. Hay traducción española, El principio de la responsabilidad , en Herder, Barcelona, 1995. El libro de Jonas es seguramente, junto con algunos textos de Habermas y de Morin, el mejor análisis a fondo, filosófico, del problema que aquí se trata.
es decir, lo que acostumbramos a llamar un poco imprecisamente naturaleza o medio ambiente; más exacto sería hablar de biosfera, es decir, aquella parte de la naturaleza en que se desarrolla el fenómeno muy particular llamado vida. La defensa de la naturaleza frente al obrar humano es la misión que se fijan los ecologistas. Y en ese sentido llegan a veces, al menos los más radicales, a extremos conceptuales que son netamente incompatibles con el análisis empírico del problema y aun con su tratamiento filosófico. El error que cometen esos extremistas del ecologismo (no hablo de los ecólogos, que son científicos y, como tales, realistas) es considerar la naturaleza exterior al hombre y el hacer tecnológico de éste como dos nociones claramente independientes y separables. La realidad es muy otra: la naturaleza (tanto la natura naturata como la natura naturans , según la terminología filosófica de Spinoza) existió efectivamente como algo ajeno al ser humano, pero sólo antes de que éste apareciera en cuanto nueva especie en la esfera de la vida o biosfera. Lo que había entonces era, si se quiere, una naturaleza virgen, la wilderness de los ideales románticos, caros a muchos ecologistas, particularmente norteamericanos. Pero el hombre, desde su misma aparición como especie, violó cada vez más frecuentemente y con creciente eficacia esa naturaleza intacta con su techné, por rudimentaria que ésta fuera al principio. De modo que hoy día, y desde hace cientos de miles de años, más particularmente desde la aparición de las civilizaciones de las edades del hierro y del bronce, no existe propiamente hablando una naturaleza sino una tecnonaturaleza en la que la biosfera y la tecnosfera se hallan indisolublemente imbricadas. Hasta tal punto ha llegado la acción invasora de la tecnología en el mundo natural que difícilmente se encontrará hoy en éste, como no sea a cientos de metros de profundidad bajo el hielo de los casquetes polares (y probablemente ni aun ahí, y no se me ocurre pensar en las altas cumbres del Himalaya, que de virgen no tienen ya nada y tal vez ya bastante de basurero) , un solo punto que no haya recibido de algún modo el impacto del hacer tecnológico del hombre. Todo, Todo, absolutamente todo, desde la estratosfera hasta los fondos marinos, está en mayor o menor grado entropizado (según el neologismo inventado por los ecólogos). Y la cosa empieza a ser también verdad en lo que atañe a nuestra más cercana vecindad cósmica gracias a los viajes espaciales, tripulados o no. La tecnosfera planetaria está de tal modo imbricada en la naturaleza que es CLAVES
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de todo punto vano tratar de distinguir una de otra. De ahí que la solución a veces propuesta por ciertos ecologistas radicales de retirarse de la tecnosfera para vivir en plena naturaleza intacta sea pura ilusión; si ello fuera posible, lo sería justamente gracias a la misma tecnología avanzada de la que se pretende huir; ella es la única hoy capaz –si es que la posibilidad existe, de lo que me caben fuertes dudas– de crear lo que el filósofo francés Georges Canguilhem llamaba en 1974 “islotes de pureza antitecnológica”, antitecnológica”, algo así como lo que se ha querido ensayar en Estados Unidos con los habitáculos-burbuja de plástico herméticamente cerrados al medio ambiente, donde se instalaba un grupo de personas para vivir exclusivamente de lo que produjeran “ecológicamente” en su interior5. Es más, contra lo que piensan numerosos ecologistas, la tecnología, al mismo tiempo que amenaza o destruye muchos aspectos de la biosfera, la enriquece y expande con sus métodos, que no siempre son agresivos y destructores. La genética agronómica ha multiplicado las especies de plantas y árboles, y la revolución verde ha permitido a bastantes países del Tercer Mundo dar de comer un poco mejor a sus multitudes al borde de la inanición y la muerte. El problema, hoy día y aún más mañana, no es la tecnología sino el uso que de ella se hace rompiendo equilibrios difícilmente recuperables o irrecuperables y haciendo tabla rasa de lo existente en función de un impulso que antes calificaba de prometeico y que lleva al hombre a la raya misma en que, corrompiendo y destruyendo la naturaleza, se corrompe y se destruye a sí mismo. Ese uso perverso de la tecnología va inscrito en la propia dinámica del desarrollo de la economía capitalista avanzada, lo que John Kenneth Galbraith ha llamado “curso invertido”, a saber, la subordinación del consumo a la producción, de modo que 5 G. Canguilhem: ‘La question de l’ecologie. La technique ou la vie’, en la revista Dialogue de marzo de 1974. El filósofo apostilla muy oportunamente respecto de estos “islotes de pureza antitecnológica” –para millonarios, evidentemente– que, mientras tanto, la mayor parte de la humanidad no ha alcanzado aun el nivel de vida que procura la tecnica a partir del cual los efectos de ésta pueden vivirse como males. Son demasiados los naturistas, amigos de los alimentos tontamente llamados “biológicos”, que parecen ignorar que millones de seres humanos se sentirían felices de ser salvados de la miseria y la muerte gracias a las técnicas de al agricultura industrial. Este rassgo de lo que debe calificarse de “señoritismo ecologista” –de cierto ecologismo– es algo que tiene un proceso considerable en el psiquismo dominante en los pa;ises ricos y que debiera combatirse sin miramientos, aunque sea “políricamente muy incorrecto” hacerlo, o justamente porque lo es.
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una parte esencial de esa economía consiste en la inducción incesante de necesidades en el hombre para imponerle los nuevos objetos que la producción tecnologizada pone incesantemente a su disposición, proceso que la actual mundialización o, según el inútil anglicismo, “globalización” está llevando a los nefastos límites del paroxismo. Progreso y moral
Pero, aparte de este impulso que la expansión exponencial de la tecnología recibe de la dinámica del capitalismo avanzado (aspecto que no se va a profundizar aquí), hay otro impulso motor que es connatural a la tecnología de nuestro tiempo, a saber, su inspiración prometeica o, como ya señalé antes, utópica, que la lleva a no pararse en barras de tipo moral, religioso, intelectual o simplemente humanista en su proyecto de llevar hasta los últimos límites sus posibilidades, aunque con ello ponga en peligro no ya la naturaleza fuera del hombre, el medio ambiente o biosfera, sino incluso la naturaleza misma de éste en cuanto especie que es desde luego inventiva y fabril, pero también otras muchas cosas tanto o aun más importantes. La realidad social es ésa: salvo no muchas excepciones, para nuestros tecnólogos cualquier cosa que sea técnicamente posible es moral e intelectualmente legítima y, por ende, debe realizarse. Y al que se oponga con argumentos de orden moral o intelectual le lloverán fácilmente las descalificaciones por “retrógrado” y “enemigo del progreso”. En esa dinámica aparentemente irreversible que hace aparecer a la tecnología como algo autónomo e independiente de la voluntad de los hombres hay algo implacable que produce escalofrío. Es verdad que en esa carrera autónoma hacia sus propios fines puramente mecánicos suele enarbolar la bandera de la felicidad y el perfeccionamiento humanos. Pero, en la realidad profunda de las cosas, esto no pasa de ser un motivo extrínseco fácilmente descartable, como si dijéramos un “cosmético” moral para embaucar al público o quizá una autotrampa de los tecnólogos para darse buena conciencia. El fanatismo tecnológico puede ser tan perverso como el religioso, y es, hoy al menos, muchísimo más poderoso. Esto me lleva a utilizar un símil que reconozco exagerado pero que tiene alguna razón de ser: el impulso irrefrenable de la tecnología actual me recuerda el mismo tipo de impulso que, pese a sus esfuerzos en contra, hacía levantar el brazo a la manera nazi al Dr. Strangelove de Stanley Kubrick. Los ideales eufóricamente humanistas que la tecnolo-
gía, por boca de sus ideólogos, proclama a bombo y platillo no pasan de ser la hoja de parra, más o menos consciente o inconsciente, de sus verdaderos fines, que son los de su propio dinamismo acumulativo: investigar, inventar, desarrollar, aplicar, transformar,, I+D a toda velocidad y hasta el infiformar nito, caiga quien caiga. Y es preci precisamen samente te a este punto al que quería llegar en esta breve meditación sobre nuestra técnica. El peligro que el mal uso y abuso de ésta hace correr a la naturaleza en torno es manifiesto y habrá de ser corregido so pena de “suicidar” por anticipación a nuestros descendientes de dentro de 50, 100, 200 o más años (por ahora, anticipar fechas es un ejercicio arriesgado, tal vez ilusorio). Mencionemos sumariamente: la contaminación generalizada que soporta el medio ambiente, no sólo el de las ciudades, también el de las zonas rurales y hasta de las montañas; la creciente contaminación de la atmósfera y de las aguas marinas, la galopante deforestación del planeta, la desertificación invasora, el agujero de ozono, las lluvias ácidas provocadas por la industrialización, el cambio climático que podría tener consecuencias dramáticas sobre el hábitat humano quizá en el plazo de uno o dos siglos, las catástrofes originadas por los usos civiles de la energía atómica, los desastres posibles por la imprevisora manipulación genética de gérmenes o bacterias… Por no hablar de los usos militares de la técnica como una posible guerra atómica que desembocaría en lo que los científicos han llamado el “invierno nuclear”, o las pavorosas posibilidades de la guerra química o bacteriológica, con la probable extinción de la especie homo. Todas estas amenazas digamos físicas son muy graves y no está claro que la humanidad (empezando por sus dirigentes, no sólo políticos) vaya a combatirlas resueltamente aceptando los muchos sacrificios que ello entrañaría. Pero lo que aquí me interesa sobre todo poner de relieve, por someramente que sea, son los riesgos que la carrera prometeico-utópica de la tecnología supone para la condición misma del hombre, su naturaleza interna. Es éste el punto en que el análisis filosófico puede arrojar más luz sobre la crisis que se avecina. El “dios con prótesis” de Freud, ebrio de su prepotencia técnica, puede atentar, está atentando ya, contra algunos de los aspectos esenciales de esa naturaleza que nos hemos acostumbrado, por impulso del congénito historicismo de nuestra cultura moderna y de su subproducto la ideología del progreso, a considerar como algo más o menos plástico, maleable, modificable, mejorable; aunque en los mo35
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mentos de crisis, particularmente en las grandes catástrofes históricas del siglo, el hombre descubre, es decir, redescubre que hay lo que podemos llamar un núcleo duro de esa condición humana que permanece por debajo de las vicisitudes de la historia y ha hecho que el hombre sea hombre, una misma especie, desde las cuevas paleolíticas hasta los rascacielos neoyorquinos. Pues bien, ese núcleo duro, es decir, las condiciones psicomorales de la permanencia del ser humano en el planeta Tierra, empieza a estar amenazado por la vertiginosa transformación de la tecnonaturaleza, a la que asistimos asombrados e inquietos. La formidable panoplia de útiles, instrumentos, máquinas y sistemas técnico-sociales cada vez más sofisticados y poderosos existe porque los ha creado, fabricado, el hombre de la tecnociencia; son su obra, él los utiliza, pero en un momento dado de su desarrollo, por un típico efecto de retroacción dialéctica, los objetos técnicos ejercen su acción sobre su creador el hombre, le convierten a su vez en su objeto, le modifican o, dicho más plásticamente, le fabric fabrican an. Es el mismo proceso de reificación que describe Marx en su genial análisis de la esencia de la mercancía en régimen capitalista: el proceso de fabricación aliena una parte de la humanidad del trabajador que la crea, su capacidad de trabajo, convirtiéndola en un objeto, lo cual atenta contra la integridad de su naturaleza de ser humano. Y eso es justamente lo que está ocurriendo, a escala planetaria y con mucha mayor gravedad en sus consecuencias a corto y sobre todo largo plazo, con la vertiginosa creación de objetos técnicos, que se ha convertido en la actividad y la meta esenciales de nuestra civilización, pese a y al margen de todas las declaraciones de derechos humanos y de las ideologías liberales o socialistas que nos ofrece el mundo de la política (lo que desde luego no quiere decir que todas las ideologías sean iguales desde el punto de vista de la justicia social y del respeto de la biosfera). En la realidad de los hechos y no de los ideales proclamados, la perspectiva que nos ofrece esta carrera aparentemente irrefrenable de la técnica es, como escribe el sociólogo francés Bernard Sève, “el infierno de una naturaleza destruida, dentro del hombre y fuera del hombre”. El mundo de lo natural se ve suplantado cada vez más por el artificio (en su sentido de creación de artefactos, pero también de lo superficial, facticio, fútil) y por la omnipresente virtualidad, una palabra, y una realidad, crecientemente de moda y que caracteriza correctamente una parte muy importante de la actividad social y privada del 36
hombre actual. ¿No vivimos ya, por poner un ejemplo sonado, en un mundo de imágenes virtuales que manipulan o desvirtúan las imágenes de la realidad? ¿No está sustituyendo a pasos acelerados el ciberespacio con su sutil irrealidad el mundo de la realidad cotidiana en que siempre ha vivido el ser humano? Puede así un autor serio como el francés Dominique Bourg publicar en 1996 un libro con el título L’homme artifice (El hombre artificio), que parece más que una profecía algo así como la cifra y emblema del actual Homo technologicus . La muerte de la naturaleza
Los más audaces teóricos del tecnologismo llegan a la conclusión de que la naturaleza como hecho planetario ha dejado de existir ; lo que existe realmente hoy es una tecnosfera en la que el hombre vive totalmente inserto y que le libera y le liberará cada vez más de sus servidumbres naturales. Para esos superoptimistas de la técnica, el hombre es, en definitiva, un “ser de antinaturaleza”. Ésa es su ilusoria y peligrosa perspectiva en lo que toca a la naturaleza fuera del hombre, la biosfera. De esa perspectiva podría vengarse un día esa naturaleza a la que se declara muerta con la más cruel e irónica de las revanchas, un poco a la manera caricaturesca, a base de chafarrinones toscos pero espectaculares, de la serie de filmes sobre Mad Max : el resultado de nuestro arriesgado olvido o menosprecio sería un mundo de monstruosas ruinas tecnológicas en que los hombres vivirían como trogloditas haciéndose una guerra implacable entre todos y cada uno por apoderarse de los restos herrumbrosos de nuestra civilización tecnológica. Pero lo que me parece más grave es que esos paladines de la ideología tecnologista no vacilen en afirmar, no siempre explícitamente pero es algo que se infiere de su proceder intelectual, que el hombre no tiene propiamente naturaleza, sino que es un ser que se va creando en su historia, un ser plástico y maleable cuya esencia es puro proceso de cambio, un ser permanentemente mejorable gracias a la tecnociencia que elabora intelectualmente las ideas positivas que nos rigen y fabrica objetos técnicos en cantidad y calidad crecientes. El hombre es puro artificio, y él mismo es el artífice de su artificio, de su esencia. Así es como la ideología tecnologista puede llegar a ser una de las formas más perversas del nihilismo contemporáneo. Contra esa perspectiva del historicismo tecnologista debe sublevarse, y se está ya sublevando, la consideración filosófica y moral de la integridad originaria del hombre como ser natural y cultural al mismo tiem-
po, cuya condición es sin duda mejorable pero no debe ser transformable en su contrario. Pese a la quizá excesiva radicalidad de su enunciado, me inclino a considerar válida la afirmación de Hans Jonas a este respecto: “En su esencia, en su sustancia, el hombre tal como fue creado, tal como surgió bien de la voluntad divina, bien del azar de la evolución, no necesita ser mejorado. Cada individuo puede desarrollar las posibilidades más profundas de su ser y no tiene por qué ir más allá de eso, porque el hombre es insuperable”. (Entiéndase “insuperable” no en el sentido cualitativo sino como algo que tiene su término en sí mismo, que no puede ser trascendido)6. Pensemos que puede llegar un día en que el Homo sapiens , víctima de su propio triunfo tecnológico, desaparezca de la faz de la tierra, de la misma manera que hace 30 o 40.000 años desaparecieron saparecier on los neandertales. ¿Qué o quién sustituiría al sapiens? Tal vez la nada si la humanidad se empeña en suicidarse. O tal vez una nueva especie de cuya conformación física y psíquica no podemos hacernos ninguna idea que no sea errática o fantasiosa. Pero nosotros somos hombres y, como tales, nuestro deber básico es proteger nuestra esencia, es decir, nuestra especie. No respetar esa norma es pura irresponsabilidad. El núcleo de la condición huama
La ideología tecnologista considera que todo en la vida humana es mejorable, pero olvida que todo es también empeorable (como nos lo ha demostrado trágicamente en nuestro tiempo un fenómeno como el sistema nazi) y que el efecto de retorno dialéctico de una utopía optimista puede ser, ahí está nuestra historia para confirmarlo (caso del socialismo soviético), un desastre humano incomparablemente mayor que la felicidad que se buscaba. En la vida del hombre hay cosas, debe repetirse una y otra vez, que han sido dadas, o conquistadas, para siempre, el núcleo duro de la naturaleza humana a que antes me refería7. Y ese núcleo duro que ahora comienza a poner en peligro la vertiginosa expansión de la tecnosfera terrestre hay que respetarlo por un elemental sentido de la responsabilidad no sólo para
6 Entrevista en la revista francesa Esprit , mayo de 1991, pág. 19. Citado por Cathérine y Raphaël Larrère en Du bon usage de la nature. Pour une phylosophie de l’environneme l’environnement nt , pág. 24. Aubier, París, 1997. 7 Léase a este respecto la fuerte descripción que de ese “paradigma perdido” hace el filósofo Edgar Morin en su libro Le paradigme perdu; la nature humaine. Editions du Seuil, París, 1973. (Hay traducción española en Seix Barral, Barcelona). Ante el furor tecnológico hoy dominante la naturaleza humana e mpieza a ser, efectivamente, un “paradigma perdido”.
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con nosotros mismos, sino sobre todo para con las generaciones futuras que han de sustituirnos en este planeta. Sin ese respeto esencial, la desenvuelta actitud nihilista (no confesada, claro) de muchos de nuestros tecnólogos y aun científicos puede llevarnos a la catástrofe irreparable. Veamos, aunque sea muy someramente, algunos aspectos de esa condición humana que pueden ser afectados por el embate de la tecnología:
• El hombre es un ser finito, sustancial-
mente determinado por el hecho de la mortalidad. König Königee der Endlichkei Endlichkeitt (Rey (Reyes es de la finitud) finitu d) llama en bellísimo verso Friedrich Hölderlin, el poeta del largo crepúsculo, a los hombres. La finitud es el reino propio del hombre y de él toma su sustancia. La conciencia de esa finitud es uno de los factores básicos del psiquismo humano que el hombre ha de esforzarse durante su vida entera por asimilar e integrar en su vitalidad para alcanzar, siempre precariamente, el equilibrio íntimo que la naturaleza le ha negado en este punto. Un ser humano no se concibe sin esa conciencia, es lo que le distingue esencialmente de los demás primates, y es muy probablemente su aparición en la escena de la vida primitiva lo que supuso el paso definitivo del homínido o prehumano a la especie homo. Pero la tecnología es –diría– visceralmente ajena a esa conciencia; no es que la niegue, es que la desconoce; para ella no existe. Los efectos, a mi juicio nefastos, de ese desconocimiento empiezan a observarse en la vida social e individual de todos nosotros. La moderna sociedad tecnificada hace todo lo posible por aparcar el hecho de la muerte del individuo en una especie de gueto social que impida el contacto con los vivos. Este ocultamiento de la muerte está casi institucionalizado en el país que va a la vanguardia de la tecnología, Estados Unidos, y se va extendiendo como práctica habitual al resto del mundo industrializado. Que el vivo tenga el menor contacto, de ser posible ninguno, con ese acontecimiento que parece incompatible con la todopoderosa civilización tecnoindustrial y que el agonizante se muera sin darse cuenta, o la menos posible, drogado de sedantes en caso necesario: ésta es la filo filosofía sofía cada vez más arraigada en la institución médico-hospitalaria. Con el pretexto de eliminar el sufrimiento de la agonía (finalidad altamente humanitaria que debe fomentarse, pese a los crueles pre juicios de tipo religioso o moral que aún subsisten), se le roba también al enfermo la conciencia de su muerte, cosa que atenta manifiestamente contra su integridad moNº124
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ral. El supuesto de que parte toda esta práctica de ocultamiento es que la mortalidad no forma parte de la vida: es como un error que hay que tachar de la conciencia de cada individuo. Se trata de una asepsia psicofisiológica que ninguna facultad universitaria enseña (¿o sí?), pero que está en la atmósfera moral en que se mueven los tecnólogos de la salud y de la nueva eugenesia. Así funcionan ya gran número de morideros supertecnologizados de los países ricos. Y la deriva tiene visos de que se agravará en el futuro. Pero el problema, ya grave, se convierte en auténtica pesadilla si tratamos de imaginar ese futuro tal como cabe concebirlo a la luz de las perspectivas más audaces de la biotecnología hoy ya floreciente. Hemos llegado a un punto de desarrollo tal que no es utópico prever la posibilidad de prolongar la vida humana no ya hasta los 120 años para los que los expertos estiman genéticamente programado el organismo humano, sino incluso por un perio periodo do indeterminado. Esto es, se trataría de matusalenizar la vida humana, de eliminar del horizonte individual y colectivo la muerte, que ya no sería, como escribe Hans Jonas, “una necesidad intrínseca de la naturaleza de los seres vivos sino un defecto orgánico evitable” o “por lo menos susceptible de ser aplazada por largo tiempo”8. Tenemos que preguntarnos si quienes proponen con visible euforia, a veces triunfalmente, semejantes perspectivas tienen conciencia, o al menos un vislumbre, de lo que éstas representan. La mayoría, me temo, mantienen su buena conciencia y siguen amenazándonos –porque es una amenaza– con convertirnos a todos en horripilantes matusalenes. Pero ¿es concebible una sociedad de ancianos de 300, 500, 700 años? Técnicamente, parece que sí. Es cuestión de cambiar el programa genético del ser humano, cosa que está ya al alcance de los biotecnólogos: los laboratorios elaboran ya planes con vistas a crear el hombre transgénico. Pero ¿moralmente, diría incluso ontológicamente? A poco que se reflexione sobre ello, tal sociedad no puede sino aparecérsenos como algo monstruoso, como una auténtica pesadilla. Suponiendo, como es de justicia, que el beneficio de la prolongación biotecnológica de la vida se aplicase a todos los humanos, nos encontraríamos con un mundo prácticamente privado de… niños y jóvenes, o en cantidad proporcionalmente muy limitada. En efecto, la procreación, que es la otra cara de la mortalidad, se vería, si no totalmente eliminada, 8 Op. cit., pág. 52.
sí enormemente restringida y dictatorialmente controlada por las autoridades al no poder soportar las condiciones del planeta una población de miles de millones de superviejos o matusalenes. ¿Qué sería una vida humana sin apenas infancia ni juventud, imposibles de prolongar indefinidamente y, y, por tanto, sin la renovación y el impulso vital que esas edades aportan a la sociedad humana? ¿Y qué ocurriría en el psiquismo de los matusalenes biotecnológicos que atestarían el planeta sin dejar espacio para lo nuevo y sin poder ellos mismos renovarse? ¿No sería una vida así prolongada inútilmente una permanente invitación al suicidio en masa, como en esas sectas locas que no saben qué hacer de la vida ordinaria de los hombres? Decía Platón que “la vejez es un estado de reposo y de libertad”. Y hay algo de profundamente verdadero en su afirmación; pero eso lo decía el filósofo en un país y en una época en que la vejez comenzaba hacia los 50 años y la vida humana rara vez pasaba de los 70. Parece, pues, evidente, y lo ha sido siempre a través de las épocas, que la mortalidad debe ser aceptada como un elemento constitutivo de la vida humana sin el cual ésta sería a la larga invivible, por lo que atentar contra aquélla, anularla o retrasarla más de lo razonable, es atentar contra la vida, menoscabarla gravemente, despojarla de lo que hace su integridad y su valor. Puede parecer una paradoja defender la mortalidad desde el punto de vista de la vida, pero ésa es la realidad antropológica inconmovible. Por desgracia, pocos biotecnólogos son hoy capaces de hacerse a sí mismos estas reflexiones; los demás, la mayoría, siguen erre que erre ofreciéndonos su regalo envenenado: la cuasi inmortalidad biotecnológica. Alguien que en otro tiempo fue un adalid de la biología molecular y de sus peligrosas novedades, el norteamericano Robert Sinsheimer, ha puesto los puntos sobre las íes en esta cuestión para aviso de sus colegas: “Por primera vez en todos los tiempos una criatura viva sabe cuál es su origen y puede emprender el diseño de su futuro. Hasta en los viejos mitos el hombre estaba limitado por su propia esencia. No podía alzarse sobre su naturaleza para escribir su destino. Hoy podemos imaginar esa posibilidad y, con ella, sus sombrías compañeras: una capacidad de elección y una responsabilidad sobrecogedoras”9.
No es, pues, absurdo afirmar que la primera regla moral que el biotecnólogo debe
9 Citado por Jeremy Rifkin, El siglo de la biotecnología, pág. 141. Crítica/Marcombo, Barcelona, 1999.
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EL “DIOS CON PRÓTESIS” Y LA CRISIS DE LA TECNOLOGÍA
acatar consiste no en respetar la vida sino en respetar la mortalidad natural, que en definitiva es lo mismo que respetar la vida. Naturalmente, otra cosa muy distinta de esta avalancha de dislates a que nos aboca la biotecnología es que, gracias a ella y a otras grandes conquistas de la tecnociencia, pueda prolongarse razonablemente la vida humana, como ya viene ocurriendo desde hace más de un siglo, siempre que ello se consiga en condiciones de vitalidad y autonomía compatibles con una vida digna y convenientemente placentera, lo que no suele ocurrir actualmente (piénsese en el número creciente de enfermos de Alzheimer y otras degeneraciones seniles que convierten a los superviejos, más que en carcamales lastimosos, en simples vegetales). Por otro lado, es previsible que la biotecnología va a ser un valioso instrumento para combatir enfermedades hasta ahora incurables y, en general, para procurar una mejor calidad de vida a los humanos. En cuanto a la manipulación de la mortalidad, habría que poner en cada laboratorio biotecnológico un rótulo irónico que dijera, como en las casetas de los transformadores eléctricos: “No tocar. Peligro de muerte”. Que los científicos, los tecnólogos y sus corifeos moderen sus entusiasmos “benefactores” y empiecen a pensar en las consecuencias probablemente desastrosas para la vida humana de algunas de las irresponsables perspectivas de su reforma genética del ser humano en un futuro que tal vez se halle más cerca de lo que suele creerse. No hay que permitir que la maquinaria de la tecnología se embale; de otro modo puede que en determinado momento ya no se la pueda detener. La regla debe ser la máxima prudencia cuando se trata de modificar eso que no podemos dejar de llamar la esencia del hombre. Última observación: ¿no sería más útil y justo dedicar gran parte de los esfuerzos biotecnológicos encaminados a ofrecer, por ahora, a los ricos edades disparatadas a liberar a gran parte de la humanidad del hambre, las enfermedades curables, la miseria, la ignorancia, permitiendo así a esos miles de millones de seres que puedan alcanzar la esperanza de vida (70 a 80 años) de que nosotros, los “señoritos” de la civilización tecnológica, disfrutamos hoy? Pero la lógica del beneficio de las grandes transnacionales del sector, aunque también la inercia de aceleración del mismo proceso tecnológico de jado a sí mismo, lo impiden y lo impedirán si alguien más poderoso que ellas, armado con los poderes de la democracia y la civilización, no lo remedia. 38
• No parece tecnológicamente muy correcto
hablar de libertad amenazada en estas cuestiones, pero el tema se plantea con suma agudeza. Es una funesta paradoja que el Homo sapiens, que desde sus cuevas paleolíticas hasta nuestros civilizados días se esfuerza en liberarse de la naturaleza de que ha surgido y a la que inevitablemente pertenece, vea ahora su sustantiva libertad amenazada y aun gravemente menoscabada por su propia obra, la tecnología avanzada, la tecnosfera en rápida expansión. El peligro que ese proceso hace correr al fundamento existencial de la especie es ya manifiesto en el presente y puede agravarse, se agravará seguramente, hasta límites insospechados en un futuro ya vislumbrable. El “dios con prótesis” de la modernidad, autoamputándose gran parte de sus poderes corporales, ha inventado y desarrollado en los dos siglos últimos esas inmensas “prótesis” que llamamos máquinas y el sistema que las engloba a todas, el maquinismo, que en su tendencia al gigantismo abarca ya el planeta entero. “La máquina ha trastocado todo”, escribe el filósofo francés François Dagognet; “sobre todo ha expulsado al hombre… Se autonomiza y se automatiza cada vez más… A causa de ese funcionamien funcionamiento to que se mecaniza, la máquina suscita legítimamente la cólera de aquellos a los que elimina, pero también el miedo del hombre desposeído. A medida que avanzamos, más nos desalojan esos ingenios ciegos y poderosos”10.
“El hombre desposeído”: ésa es actual y tendencialmente la situación del individuo en el mundo de la alta tecnología. ¿Ha vendido su alma (su libertad) a las máquinas a cambio de las muy abundantes ventajas materiales que éstas le proporcionan? En realidad, ni siquiera se eleva a ese nivel de grandeza fáustica. Esa sumisión existencial es, más que una decisión individual autónoma y consciente, un efecto estructural de la organización del complejo ciencia-tecnologíaeconomía que es la ley y los profetas de nuestro mundo. El individuo trabajadorconsumidor, más caracterizado hoy por lo segundo que por lo primero, se limita en medida creciente a seguir las pautas sociales que le dictan unos procesos que no domina y, a menudo, ni siquiera conoce. La sociedad cibernetizada y automatizada es una inmensa red de procesos físicos, psíquicos, técnicos, informacionales y organizativos que predeterminan al individuo desde la cuna sin que se dé cuenta y menos pueda rebelarse contra ellos. Lo que la tecnocien-
10
Considérations sur l’idée de nature , pág. 176.
Vrin, París, 2000.
cia y su mundo del maquinismo nos preparan para un futuro que no está lejos es una sociedad de hombres reconstruidos en cyborg (cybernetic organisms, o sea, organismos cibernéticos). En un universo de cyborg la libertad es un fantasma. Y ni siquiera quienes en los puestos de mando del poder económico-tecnológico manejan el cotarro pueden presumir de hombres libres: no es hombre libre el que se dedica a manejar esclavos. Esta visión pesimista puede parecer exageradamente negra si se aplica al presente, y quizá lo sea efectivamente. Pero los síntomas de la grave crisis a que la humanidad se encamina están a la vista. Y no sería disparatado afirmar que la sociedad de pesadilla que hace 60 años describía cruelmente Aldouss Huxley Aldou Huxley en Un mundo feliz empieza a asomar su rostro convulso y odioso tras los cercanos muros del presente11.
• La creencia en que el proceso de expansión de la tecnología no tiene límites, ni en el entorno natural ni en el medio humano, introduce en el psiquismo del Homo technologicus la idea triunfalista de que, gracias a la técnica y sus maravillas, nada es imposible para el hombre . Muerto el dios tradicional, el hombre de la técnica da un gran paso adelante y se proclama a sí mismo dios todopoderoso. Es el “dios con prótesis” de Sigmund Freud.
“Tiempos futuros”, escribía el gran pensador en 1930, “traerán nuevos y quizá inconcebibles progresos en este terreno de la cultura, exaltando aún más la deificación del hombre”. “Pero”, añadía, “no olvidemos que tampoco el hombre de hoy se siente feliz en su semejanza con dios”12.
No hace falta dar muchas vueltas a la cosa para comprender que tal endiosamiento es ontológicamente incompatible con la condición del hombre, en particular con su libertad. Y lo peor que podía ocurrir a nuestra civilización es que, una vez derribado por la misma ciencia el dios mítico que nos salvaba de la mortalidad, se erigiera en su lugar el hombre mismo, quizá incapaz de soportar ese estado de orfandad metafísica. Pero ni el dios viejo ni el nuevo son compatibles con la libertad humana: siendo como es un ser de la necesidad, el ser humano es finito, sujeto a limitaciones de to-
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En un artículo reciente, un destacado estudioso del tema, Jeremy Rifkin, afirmaba: “Los científicos estadounidenses y las empresas de biotecnología están utilizando la tecnología embrionaria (de los embriones humanos) para desarrollar el marco de una versión comercial de Un mundo feliz, de Aldous Huxley ” (El País , Madrid, 7-9-2001, pág. 11). 12 Op. cit., pág. 35 CLAVES
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do tipo, naturales y psíquicas, desde el sueño, la alimentación, la respiración y la procreación hasta la mortalidad. “Reyes del reino de la finitud”, como los llamaba Hölderlin, los hombres viven en la necesidad del “no todo es posible”, y ése es el asiento ontológico de la libertad. Porque la libertad humana no se concibe sin la necesidad, sin los límites que ésta le impone: es su anverso inseparable. En un mundo en que todo fuera posible para el deseo o la voluntad del Homo sapiens , éste no podría ejercer la libertad que le constituye como ser natural liberado de la naturaleza por la cultura, y que se extinguiría por falta de objeto, perdido el motor de la negatividad. Si el ser humano pierde sus límites, pierde su peso específico de humanidad: se convierte en un ser aéreo, gaseoso, rotas sus ataduras con la naturaleza que le creó y le limitó creándolo. Viene aquí a propósito recordar un consejo que uno de los más perspicaces y serios ecólogos norteamericanos, Aldo Leopold, daba a sus contemporáneos de la primera mitad del siglo XX : “Hay que pensar como la montaña”. No voy a explicar aquí lo que Leopold entendía por tal cosa. Pero, a los efectos de lo que aquí vengo diciendo, yo cambiaría la frase por “pensar con la montaña” o “ante la montaña”. Porque si una lección moral podemos extraer de ese paisaje terrestre que desde siempre fascina al hombre (cuántas culturas han llegado a considerar “sagrada” la montaña) es que no todo es posible para el hombre, que la soledad de las cimas le está vedada como hábitat y que esa realidad no puede cambiarla con su supertecnología actual, todo ello sea dicho sin prejuzgar el futuro, que podría ser funesto para ese enclave aun relativamente intacto de impasibilidad y de grandeza extrahumanas. Esa lección moral de la montaña debiera servir de correctivo al torpe “señoritismo de civilización” que invade el psiquismo y la moral del hombre de la tecnología. (En otra parte he escrito que los “tontos tecnológicos” son como los tontos de todas las épocas, pero con el agravante de que la ideología tecnologista les hace creer a aquéllos que son los señores del universo, los dueños de la vida). Los fines de la especie
Es ésta una deriva o quiebra más que amenaza el bagaje existencial del Homo sapiens si éste se deja dominar y manipular por la técnica y su ideología. Con ello he intentado esbozar, sólo esbozar, los graves riesgos con que nuestra tecnología nos amenaza y amenaza sobre todo a nuestros descendientes, en un plazo que puede calibrarse por centurias pero que, dado lo vertiginoso del Nº124
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proceso, parece cada vez más corto. Ha quedado fuera del marco de este análisis el problema, más urgente, aunque no más grave, de la creciente influencia del proceso tecnológico en el entorno natural, con la consiguiente perturbación de los ciclos de la naturaleza y los equilibrios de la biosfera y el previsible agotamiento de los recursos naturales no renovables, todo lo cual plantea temibles retos a la persistencia de esta civilización del despilfarro y el artificio. Esos temas están a la orden del día de nuestra sociedad planetaria, y en ellos los científicos suelen expresar su opinión responsable tratando de atajar los males inminentes o cercanos que se ciernen sobre la civilización tecnoindustrial. En cuanto al pensamiento filosófico, en particular la ética, debe tomar muy seriamente a pecho el porvenir de la humanidad y decir alto y claro las cosas esenciales que nuestros saberes nos permiten afirmar, mientras por desgracia los gobernantes, políticos y “decisores” en general, como los dirigentes de las grandes empresas transnacionales, suelen callarse las verdades que conocen o se niegan a conocerlas por considerarlas “incorrectas” y, claro es, poco compatibles con el funcionamiento apacible de la democracia y con la próspera marcha de los negocios. Decía Henri Bergson en su examen de la incipiente sociedad supertecnológica a principios del siglo XX que el “cuerpo agrandado” del hombre gracias a las prótesis que le ofrece la tecnociencia necesita un supplement d’ame (un suplemento de alma), frase célebre que desde entonces se ha repetido mucho, sobre todo en Francia. Yoo no haría enteramente mío el diagnósti Y co bergsoniano que me parece teñido de un cierto espiritualismo brumoso y regresivo. Así se demuestra en el tipo de soluciones que propone a la crisis y que son de un “arcadismo” perfectamente ilusorio y retrógrado. Los problemas de la tecnología no se solucionan con la supresión, o en todo caso la limitación radical, de la tecnología. No hay vuelta atrás hacia una arcadia pretecnológica de tipo rural que no ha existido nunca salvo en la literatura. Una solución como la que proponen Bergson y, tras él hasta hoy mismo, bastantes ecologistas radicales supondría, de llevarse a cabo a rajatabla, una catástrofe de dimensiones inauditas y, tal vez, la extinción de la especie humana. La supuesta naturaleza no tecnificada o poco tecnificada (imagino que a base de arado y mula) que se postula, si pudiera reinstaurarse, sería incapaz de sustentar a los 6.000 –pronto 10.000– millones de seres humanos que pueblan el planeta. Es más, sin el apoyo
que la tecnología presta a la naturaleza, convirtiéndola en una tecnonaturaleza, ésta sufriría una degradación irremediable, y lo que se temía llegara con el desarrollo galopante de la tecnología caería sobre las cabezas de la especie por lo contrario: su supresión o su limitación brutal. No, la solución no puede estar en ese arcadismo utópico a lo Bergson (por otro lado, un pensador tan consciente de la evolución humana, él que era el filósofo del tiempo), sino en algo que es perfectamente realista aunque muy difícilmente realizable: el control y la reorientación de la ubérrima y esplendorosa tecnología actual, tan beneficiosa en tantos aspectos, en función de los fines de la especie humana. Y ahí radica la clave de la crisis. Hans Jonas lo señala acertadamente: vivimos hoy “en el desamparo de un nihilismo en el que el mayor de los poderes va a la par con el mayor de los vacíos, la máxima capacidad (de la techné , del cómo hacer) con el mínimo saber del para qué”, es decir, de los fines. Para hacer frente a la tempestad tecnológica que se nos viene encima, el Homo sapiens tendrá que aprender a dominar, controlar y orientar debidamente su propia obra, la tecnología. Como observa Jonas, habría que emprender la gran tarea de la “domesticación de la técnica, que en cierto modo se ha vuelto salva je”.. El hombre, je” hombre, que según según Heidegg Heidegger er no ha aprendido aún a “habitar el Ser”, acaso no sea capaz por su propia naturaleza de habitarlo nunca; pero su tarea histórica es habitar este planeta (y otros si ello le es un día posible). El filósofo sabe que el fin de la tecnología debe ser el fin del hombre mismo, ese fin que, en su raíz, no es sino el imperativo ético categórico de proteger la especie y perpetuarla en unas condiciones de vida que sean dignas y propias del ser natural-cultural que es. Y en ello encontrará seguramente la medida de felicidad que le está reservada. La vida es nuestro tesoro supremo; la humanidad no puede permitir que la pongan en peligro empresas utópicas o proyectos irresponsables de una tecnología que se ha vuelto “salvaje” o, peor, “loca”. Cómo conseguir esa muy peliaguda domesticación debería ser objeto de todo nuestro esfuerzo intelectual –y político, claro– de hombres civilizados. n
Francisco Fernández Santos ha
dirigido la revista El Correo de la Unesco. Autor de El hombre y su historia y filosofía. 39
DEMOCRACIA, LEY Y VIRTUD Sobre el significado de ‘demokratia’ ANDRÉS DE FRANCISCO FRANCISCO
a democracia fue un invento griego, ateniense, pero un invento no repetido en la historia. No repetido en buena medida por el miedo, no exento de admirativo respeto, que suscitó en las élites políticas e intelectuales que la conocieron primero y que la reconocieron y recordaron después. Por no mencionar a los defensores del poder político absoluto, la matriz del pensamiento político republicano (la tradición de la libertad positiva y de la virtud cívica; la tradición, también, que pone los cimientos constitucionales del mundo moderno) no buscó, salvo raras excepciones, en la democracia ateniense (desde Efialtes y Sófocles hasta Cleón y Demóstenes) el modelo de polit politeia, eia, sino (por este orden) en Esparta, Roma y la Serenísima República de Venecia. Pensemos en Maquiavelo y Guicciardini, en Harrington y los neoharringtonianos del XVIII inglés; pensemos en los padres fundadores, desde Madison a Adams, por no hablar de Hamilton. Todos ellos (Jefferson es más difícil de ubicar) opusieron al modelo democrático radical ateniense el modelo aristotélicopolibiano de la constitución mixta (o gobierno mixto) y, ya en las puertas revolucionarias del mundo moderno, el del gobierno representativo, este último no como forma de gobierno popular adaptada a las condiciones del Estado-nación moderno (como han pretendido algunos, Robert Dahl entre ellos1), sino como alternativa al propio gobierno popular2. Este miedo a la democracia se debió (y se debe) a que estas élites –las de entonces y las de ahora– nunca se han engañado sobre el significado político y social de aquel régimen. Sabían muy bien que,
L
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Cfr. La democracia y sus críticos, esp., parte I, cap. 2. Paidós, Barcelona, 1992. 2 Cfr. R. Gargarella: Nos los representantes . Ciepp, Buenos Aires, 1995. 40
preparada a principios del siglo VI por la tiranía de Pisístrato y prefigurada por las reformas constitucionales de Clístenes en 560 a. de J. C., y finalmente consolidada y radicalizada por Efialtes y Pericles, la democracia ateniense supuso, durante un largo siglo y medio (hasta su desaparición a manos de un poder imperial superior, el imperio macedonio, en 322 a. de J. C.), la hegemonía política de los nullatenendi, de los ciudadanos pobres, de los teti de Solón o los misthotoi de Pericles3. El pensamiento político clásico operó con dos dicotomías categoriales básicas: oligarquía versus democracia y tiranía versus pol polit iteia eia (o república libre). La primera de ellas le permitió captar la esencia de la democracia; la segunda le sirvió para combatirla. Así, Aristóteles, su más fino y profundo conocedor del mundo antiguo, la definió como el gobierno de los libres pobres [eleutheroi kai aporoi], siendo muchos, en oposición a los gobiernos oligárquicos de los pocos ricos y nobles [plusioi kai eugenesteroi eugenesteroi oligoi ontes] ontes] (Po (Política lítica,, 1290b). Demokratia significó, ante todo, la quiebra de la alianza histórica –e históricamente dominante– entre la espada y el dinero, entre riqueza y poder político, entre monopolio económico y control de los recursos públicos del Estado, en fin, entre dominium e imperium4. Excepcionalmente, pues, la democracia rompió con esa constante histórica, y en su excep-
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El misthos era una paga, equivalente aproximadamente a una jornada de trabajo, que se daba a los 6.000 primeros ciudadanos asistentes a la Asamblea o a los que ocupaban alguna magistratura depediente ya del Consejo de los 500 (Boulé) ya de los tribunales populares (Dikasteria). Se podrá imaginar la importancia del misthos para los trabajadores libres de aquella república (los misthotoi): les permitió participar en política y no depender de los que, por tener recursos suficientes, tenían asegurado semejante privilegio. 4 Cfr. Philip Pettit: Republicanism, caps. 5 y 6, Clarendon Press, Oxford, 1997.
cionalidad radica, a mi entender, su auténtico sentido, su sustancia política: la democracia ateniense fue esa rara avis en la que tuvieron prioridad política las necesidades y los intereses de la parte más débil (y más numerosa) de la ciudadanía ateniense: los trabajadores asalariados, los campesinos pobres, los jornaleros del mundo antiguo. Esto es, la democracia originaria fue un régimen de clase –aquí nunca se engañaron ni críticos ni defensores– en el que los intereses de los autourgoi, de los que viven por sus manos, tuvieron plena visibilidad política. De ahí la demofobia y el miedo que generó desde entonces la democracia en los patriciados históricos, en los que la presenciaron y en los que posteriormente la combatieron, insisto, también en los tiempos modernos. Y fueron estas élites –otti –ottimati mati,, majo majo-res, divi divites, tes, gra grandi ndi uomi uomini, ni, beati possi possidente dentes s o selected few– las que construyeron el más fuerte argumento en su contra, las que –explotando la otra gran dicotomía del pensamiento clásico ( politeia politeia vs. tiranía)– pusieron el dedo en la llaga de su principal problema. Y, cómo no, fue Aristóteles el encargado de legarlo a la posteridad5. Aristóteles, la democracia democracia y la ley
Aunque Aristótel Aristóteles es es cauto y diferencia entre distintos tipos de democracia, es obvia su oposición a la democracia radical ateniense, la “forma de democracia que cronológicamente ha aparecido la última en las ciudades” (Política, 1293a), pues
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Cfr. A. Rosenberg: Democrazia e lotta di classe nell’antiquitá , Sellerio Editore, Palermo, 1921 Democracy y , The [1984]; A. H. M. Jones: Athenian Democrac John Hopkins University Press , Baltimore, 1957; G. E. M. Ste. Croix: La lucha de clases en el mundo griego antiguo, Crítica, Barcelona, Barcelona, 1988; y M. H. Hansen: The Athenian Democracy in the Age of Demosthenes , Blackwell, Oxford, 1991. CLAVES
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Aristóteles acertó en señalar el problema central de la democracia que, a la postre, es el problema de la política: cómo aunar intereses particulares e intereses generales, bien privado y bien público; el de cómo evitar el peligro de arbitrariedad del soberano (aunque éste sea el pueblo) y satisfacer la necesidad de universalidad y de ley. Que fuera injusto con la democracia ateniense es un detalle menor. Lo importante es la influencia –merecida– de su argumentación y las soluciones que el pensamiento político ha intentado construir desde entonces. para él –así lo deja escrito– el elemento soberano de este régimen es “la multitud de los pobres [aporon plethos kürion], y no la ley [nomoi]” (ibíd.). Y ello es tanto como decir que en la democracia radical –la ateniense–, siendo el pueblo [plethos] el soberano, los decretos [psephismata] de la Asamblea tienen supremacía sobre la ley ley.. La oposición entre democracia y politeia politeia se concreta en la oposición entre decreto y ley. ¿Qué quiere implicar Aristóteles con esta inflexión argumentativa? No otra cosa que una democracia radical es una forma de gobierno tiránico en la que “el pueblo se convierte en monarca [monarchos]…, en un déspota” (Política, 1292a). Y un gobierno despótico, sea de uno, de pocos o de muchos, es aquel en el que –como luego dirían los republicanos modernos– se defienden intereses faccionales, no intereses generales; es decir, en el que, lejos de honrarse y respetarse la ley, se gobierna según el capricho y la voluntad particular del grupo dominante. La ley, por el contrario, es la expresión de lo uni universa versall (ibí (ibíd d ), .), esto es, del bien común, de la racionalidad colectiva. En una democracia radical, sigue diciendo Aristóteles, donde los decretos prevalecen sobre las leyes, “todo está al arbitrio del pueblo, y la opinión popular lo está al suyo” (ibíd.). Decreto y democracia son, pues, sinónimos de arbitrariedad, particulaNº124
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rismo y, en fin, de tiranía de los muchos; república (politeia) es sinónimo de universalidad, racionalidad y, y, en fin, de libertad . Aunque Aristóteles Aristóteles detecta un problema grave de la democracia radical y lo argumenta con aséptico rigor, no resulta difícil defender a la democracia ateniense real de sus críticas. Primero porque seguramente no hubo un régimen en el mundo antiguo más respetuoso con la ley que aquella democracia. Más bien al contrario, si en algún momento de su historia se violó sistemáticamente la ley y se suspendieron las garantías constitucionales (el graph graphee para para-nomon, sin ir más lejos) fue durante las dos reacciones oligárquicas de finales del siglo V , feliz y prontamente superadas. Segundo, porque la propia democracia ateniense sufrió, desde desde 403 a. de J. C., un importante importante giro “constitucionalista”, donde la Ekklesia, sin dejar de ser soberana, perdió bastantes competencias en beneficio de otros órganos, como el cuerpo de nueva creación de los nomosthetai . La democracia ateniense en la época de Demóstenes, en el siglo IV , siguió siendo el gobierno de los muchos pobres, pero fue una democracia aún más respetuosa con la ley que la del siglo anterior6 (cfr. Hansen, op. cit ., cap. 7). 6 Cfr. Hansen, op. cit ., ., cap. 7.
Cuatro soluciones al problema de la democracia
Comoquiera que el problema de la democracia (y de la política) planteado por Aristóteles es el de la amenaza de tiranía, las soluciones que comentaré están necesariamente inscritas en la tradición de la libertad, tradición que es dúplice: la republicana, con un concepto más exigente y profundo de libertad (como ausencia de dominación y como autogobierno), y la liberal, con un concepto de libertad mucho más liviano (libertad negativa como ausencia de interferencia externa). A mi entender, cuatro son las soluciones que cabe hallar en la historia de ambas corrientes de pensamiento político, y no deben entenderse como soluciones en principio7 incompatibles entre sí: las manos invisibles pueden ser complementadas por la mano visible del diseño institucional; los derechos fundamentales deben ser complementados por una política de los derechos, y pueden y han de ser complementados por una ética de la virtud. Veamos esas soluciones.
7 Al final del del ensayo descubrir descubriremos emos que, de hecho, hay una fuerte tensión entre la concepción liberal de los derechos (no la republicana) y la ética de la virtud.
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1. La solución liberal-naturalista
Ésta es una solución naturalista porque apela a mecanismos sociales de autorregulación –manos invisibles– independientes de la voluntad de los individuos. Es liberal porque no depende de la consciente deliberación de sujetos comprometidos con el bien público y no es, por tanto, una solución política, sino una solución que aspira a sustituir a la política. Es la solución del llamado pluralism pluralismoo liberal . Aunque el recurso a manos invisibles (a las consecuencias no intencionales de la acción intencional) para la explicación de dinámicas sociales globalmente beneficiosas es un recurso ampliamente utilizado por la ciencia social desde su cristalización en la ilustración escocesa, su primera aplicación a la dinámica política como mecanismo antitiránico se debe en realidad al Maquiavelo de los Discorsi, donde el gran florentino –contra toda la herencia del humanismo cívico– convierte a la desunión entre nobles y plebeyos (los due umori diversi de toda república) en una de las principales herramientas de la fortuna que llevaron a la antigua Roma a la libertad, consiguiendo un equilibro de vigilancia mutua entre facciones [Discorsi I,4]. Pero el argumento llega al pluralismo liberal contemporáneo a través de Madison con un importante cambio de matiz. El célebre argumento madisoniano de Federalist 51 ya no apela, como Maquiavelo, a una bipolarización nobleza/plebe del poder social, sino directamente a la pluralidad de intereses en una sociedad compleja (moderna). Y será la propia multiplicidad de intereses (multiplicity of interests) la que evitará, de forma nuevamente invisible, la concentración de poder político y de influencia social, dejando a la “ambición contrarrestar a la ambición”. El pluralismo oficial durante el siglo XX depuraría después este principio de autorregulación política mediante el concepto del “overlapping multiple membership” (Truman, 1951)8, según el cual, dada la pluralidad de intereses de las complejas sociedades modernas, cabe esperar que los individuos tengan identidades múltiples que les lleven a pertenecer a grupos diversos y solapantes de presión, con lo que se evitará –sigue la argumentación– la cristalización de mayorías estables y hegemónicas, y el poder quedará diseminado por todo el cuerpo social. El problema de esta solución liberal-
8 D. Truman: The governmental process . Alfred A. Knopf, Nueva York, 1951.
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pluralista es que, o bien (i) es directamente falsa, pues la lógica del poder es más bien la de su concentración en arquitecturas políticas oligárquicas (sobre todo si operacionalizamos debidamente el propio concepto de poder9), o bien (ii) es insuficiente. Es por esto último por lo que el propio liberalismo ha propuesto una segunda solución complementaria: me refiero a la solución liberal constitucionalista basada en la asignación universal de derechos inalienables. 2. La solución liberal-constitucionalista
Los derechos fundamentales e inalienables del hombre no son, de hecho, un invento liberal. En rigor, tanto el republicanismo moderno como el liberalismo posterior en el siglo XIX se apropian, cada uno a su manera, de lo que no es más que una derivación decisiva de la gran tradición iusnaturalista moderna. Ambas filosofías políticas –republicanismo moderno y liberalismo– intentan una fundamentación epistémica de los derechos individuales en la ley natural. Si acaso, lo específicamente liberal es un salto selectivo a la doctrina iusnaturalista anterior a Pufendorf, esto es, a Grotius y, sobre todo, a Hobbes. Por el contrario, la doctrina de los derechos que subyace al constitucionalismo republicano moderno se asienta en el paradigma iusnaturalista de la ilustración escocesa, directamente influido por la síntesis de Pufendorf. Lo característico de esta doctrina de los derechos es su carácter derivativo . Para Pufendord, la ley natural (del hombre y de la sociedad) es prescriptiva, es decir, impone ante todo deberes: deberes hacia uno mismo (de preservación y autodesarrollo) y hacia los demás (de socialidad). Porque tenemos esos deberes, derivadamente tenemos derechos. Lo que estamos obligados a hacer (tal cual prescribe la ley de la naturaleza social del hombre), debemos tener el derecho de hacerlo10. El derecho abre así esferas de poder deóntico de los individuos, el principal de los cuales, la libertas, es definida por Pufendorf, no casualmente, como ausencia de sometimiento en el control de la propia personalidad física y moral11. Esta noción derivativa de los derechos llega a
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Cfr. S. Lukes: El poder: un enfoque radical . Siglo XXI, Madrid, 1974. 10 Cfr. Knud Haakonssen: ‘From natural law to the rights of man: a European perspective on American debates’, en Michael J. Lacey y Knud Haakonssen, comps, A culture of Rights , págs. 27 y sigs., Cambridge University Press, Cambridge, 1992. 11 Op. cit ., ., pág. 29.
la ilustración escocesa a través, entre otros, de Francis Hutchenson, quien no sólo funda el ius (el derecho) en lo rectum (el deber), sino que además define este último como aquello que contribuye al bien común, principal prescripción de la ley natural12. No sólo no cambió el republicanismo de los padres fundadores este marco iusnaturalista heredado. Antes bien, dicho marco permitió a la tradición republicana incorporar una doctrina de los derechos compatible con –si queremos decirlo así– la primacía de la virtud y el compromiso con el bien público, habida cuenta de la conexión lógica entre deber y virtud, y la naturaleza derivativa de los propios derechos. En cambio, la operación que acaba por hacer el liberalismo –también con fundamento en el derecho natural– es, retrotrayéndose a Hobbes, vaciar el contenido de los derechos de toda conexión con una doctrina objetiva de los deberes y, por ende, de la virtud. El derecho es así derecho subjetivo de libertad personal –y de protección negativa de esa esfera de libertad– para hacer lo que le permitan a cada individuo sus recursos y le dicten sus deseos, sean éstos cuales fueren. No es así de extrañar su naturaleza esencialmente formal 13. Pues bien, el formalismo de la doctrina liberal de los derechos fundamentales del hombre sufrió una crítica, esta vez a manos de Marx, en mi opinión plenamente vigente; al menos en su versión burguesa (derechos de propiedad y autopropiedad), los derechos fundamentales de libertad (negativa) son compatibles con distribuciones desigualitarias de recursos, siendo así que los recursos materiales son imprescindibles para la realización de los propios derechos de libertad. Sigue, pues, valiendo la metáfora de Anatole France del rico en carroza que cruza 12 13
Cfr. op. cit .,., pág. 32. Con todo, ya republicana, ya liberal, la fundamentación iusnaturalista de los derechos inalienables es igualmente atacable por la crítica –para mí acertada- que en su día hiciera Kelsen al iusnaturalismo en general, una crítica que, en esencia, dice lo siguiente: la génesis del contenido del derecho no es jurídica sino extrajurídica, esto es, política . La explicación de esos derechos –que terminó apropiándose (y vaciando) el liberalismo- está en la historia y no en la lógica o en la matemática de la filosofía de derecho; está en la voluntas y no en la ratio. Y es que en nombre del derecho natural se pueden justificar, y se han justificado, muy diversos derechos positivos: desde la propiedad privada a su abolición, desde el absolutismo al principio de soberanía popular. Cfr. H. Kelsen: ‘La doctrina del derecho natural ante el tribunal de la ciencia’, en H. Kelsen (1993 ), ¿Qué es justicia? , cap. 2. Planeta-De Agostini, Barcelona, 1982. CLAVES
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un puente bajo el que duerme un pobre sin hogar: ambos tienen los mismos derechos formales. En otras palabras, sin una política igualitaria de asignación y distribución de recursos la pretensión de universalidad del derecho queda secuestrada y comprometida por los procesos sociales de diferenciación, estratificación y segmentación social, procesos éstos bajo los cuales el lenguaje sociológico moderno suele ocultar el hecho crudo y descarnado de la exclusión social. Ahora bien, aun si lográramos dotar de contenido material efectivo a los derechos mediante un política igualitaria de asignación y distribución, aun así, como veremos en breve, la ética de la virtud seguirá siendo necesaria como solución al problema que nos ocupa aquí. Sin recursos materiales, los derechos son vacíos (formales); sin virtud son ciegos. El liberalismo –que desconecta derecho y propiedad (todos los ciudadanos tienen los mismos derechos, independientemente de su propiedad) y desconecta derecho y deber– cae víctima de ambas cosas: vaciedad (formal) y ceguera (ética). No parece bien pertrechado, pues, el liberalismo –ni por su doctrina del proceso político (pluralista) ni por su doctrina de los derechos– para hacer frente al problema de la democracia (y de la política en general) planteado por Aristóteles: la relación entre proceso político de toma de decisiones (régimen) y ley (bien común). Los equilibrios de intereses servidos por un proceso pluralista amparado en derechos formales no serán, de cierto, los equilibrios expresados en la noción fuerte –aristotélica– de ley, sino equilibrios con fuertes sesgos faccionales de naturaleza muy probablemente oligárquica. La solución liberal consecuente al problema de la democracia (supremacía de los decretos frente a la ley) es su inversión, es decir, la traducción del poder social y económico –el de los pocos– en poder político. Una forma de abordar este problema es intervenir el propio proceso político, ceñirlo institucionalmente, imponerle mediante el diseño constitucional consciente mecanismos visibles de equilibración. Esto nos lleva a la tercera solución histórica –republicana–, al problema de la democracia que, como veremos inmediatamente, es una solución de ingeniería institucional . Con ello, la política misma, la deliberación política, recobra su centralidad perdida en las soluciones liberales, las cuales –recordemos– eran en última instancia apolíticas (la primera: manos invisibles) o prepolíticas (la segunda: los deNº124
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rechos fundados en el derecho natural). 3. La solución político-institucional republicana
El republicanismo ideó dos formas de contrarrestar el sesgo populista de la teoría y la práctica democráticas. La primera (i) fue mediante la teoría de los Gobiernos o constituciones mixtas . La segunda (ii), mediante la doctrina de los checks and balances . Respecto de (i), preciso es decir que la teoría y la práctica de los Gobiernos mixtos tiene un gran interés histórico, pero: a) más que una solución al problema de la democracia (radical, ateniense) es una alternativa a la misma; y b) el republicanismo moderno la diluye en la doctrina del Gobierno representativo. En efecto, si algún modelo toma como referencia los harringtonianos (que no el propio Harrington) del XVII y los neoharringtonianos del XVIII, en sus complicados debates sobre la monarquía parlamentaria inglesa, es justamente la antigua constitución g gót ót ic a (modelo de gobierno 14 mixto) . Seguramente ésta es la razón de que la factura moderna del Gobierno representativo tenga un sesgo manifiestamente elitista y contramayoritario. Como está bien documentado históricamente, durante los debates del XVIII entre radicales y conservadores, entre antifederalistas y federalistas, entre populistas y elitistas, hubo dos modelos muy diferenciados de Gobierno representativo. Si el modelo radical abogaba por el control de los representantes por los representados y por la cercanía entre unos y otros (y propusieron mecanismos al efecto: mandatos imperativos, brevedad en la ocupación de cargos, revocabilidad de representantes, etcétera), los defensores del modelo conservador abogaron por todo lo contrario: por la independencia y el distanciamiento de los representantes respecto de los representados y por la limitación del acceso de las clases populares a la representación (y propusieron mecanismos al efecto: distritos electorales extensos, elección indirecta de presidente y Senado, mandatos largos, irrevocabilidad de representantes, carácter vitalicio del cargo de presidente, reducción del tamaño de la Cámara baja, etcétera). Triunfó el modelo conservador; la Convención Constituyente americana estuvo dominada por los federalistas; las
14 Cfr. J. G. A. Pocock: Politics, Language & Time , cap. 4. The University of Chicago Chicago Press, Chicago, 1989.
legislaturas rebeldes perdieron la batalla15. legislaturas La versión elitista conservadora del Gobierno representativo no es, pues, una solución al problema de la democracia. Madison y los madisonianos, como buenos republicanos, tenían un justificado temor ante el peligro de faccionalismo; pero como representantes de una élite social y económica que eran se centraron en un facción muy concreta: la facción de mayorías. Y la arquitectura constitucional que levantaron, lejos de favorecer el equilibrio de poderes, se encaminó a defender los intereses de minorías privilegiadas (propietarias, acreedoras) muy concretas: los selected few de Hamilton. Fue mucho lo que estas élites ilustradas aprendieron de la rebelión de Shays, de las iniciativas rebeldes del Estado de Rhode Island (bajo el liderazgo de Jonathan Hazard) y del “periodo crítico de la historia” (John Kiske)16 de Estados Unidos en los años anteriores al debate constituyente. Para equilibrar el propio Gobierno representativo hay que completarlo con (ii) una política de checks and balances, de frenos y contrapesos. Ahora bien, nuevamente estos mecanismos pueden tener sesgos contramayoritarios o elitistas o pueden tener sesgos contraelitistas y populistas. Nadie puede negar la necesidad de introducir frenos y contrapesos en la constitución estatal; el problema es qué equilibrios de poderes pretendemos conseguir con ellos. Porque si analizamos los tres mecanismos básicos propuestos por los padres del constitucionalismo republicano moderno (veto presidencial, bicameralismo y control judicial de las leyes), el sesgo elitista contramayoritario resulta evidente. El mecanismo del veto presidencial está brillantemente argumentado por Hamilton en el Federalist, 74 . El argumento es doble: “el poder en cuestión –escribe Hamilton–… no sólo sirve como escudo protector del ejecutivo, sino que proporciona una seguridad adicional contra la promulgación de leyes impropias” [cursiva mía].
Y el poder en cuestión consiste en la capacidad del Ejecutivo (el presidente) de devolver cualquier resolución o acto de las dos cámaras legislativas para su ulterior discusión y prevenir que se convier15 Cfr. R. Gargarella, op. cit .; .; y B. Manin, Los principios del gobierno representativo, cap. 3. Alianza, Madrid, 1997. 16 Fiske, John: The Critical Period of American History . Cambridge University Press, Cambridge, Mass., 1916.
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tan en leyes, “a menos que fueran ulteriormente ratificadas por dos tercios de cada uno de los miembros componentes del cuerpo legislativo” [ ibíd .,., cursiva mía].
El atractivo de este mecanismo es evidente: primero, el veto presidencial hace efectiva la división de poderes entre ejecutivo y legislativo y crea un escudo protector del presidente; segundo, al forzar la deliberación y exigir el acuerdo de dos tercios de la cámara favorece la racionalidad legislativa y el consenso. Pero –y esto no parece tenerlo en cuenta Hamilton– está poniendo en manos de una minoría de un tercio más uno de la cámara el poder de decisión definitivo. Y ¿quién garantiza que estas minorías no son cristalizaciones estables de intereses faccionales privilegiados? Todavía es más clara la naturaleza elitista del argumento en pro del Senado como Cámara llamada a frenar a los representantes del pueblo. Madison (Federalist, 63) llega a justificarla como mecanismo de autodefensa del propio pueblo “contra sus propio propioss errore erroress y engañ engaños os even eventuales”. tuales”. Porque siempre hay momentos en los asuntos públicos en los que el pueblo, “estimulado por alguna pasión irregular o alguna ventaja ilícita, o llevado a error por las arteras tergiversacioness de hombres interesados , puede reclatergiversacione mar medidas que serían los primeros en lamentar o condenar posteriormente” [ ibíd , cursiva mía].
Por eso es necesaria “la interferencia de algún cuerpo temperado y respetable de ciudadanos , a fin de frenar la insensata carrera y contener el golpe que el pueblo medita darse a sí mismo, hasta que la razón , la justicia y la verdad puedan reconquistar su autoridad sobre el espíritu público” [ibíd , cursiva mía].
La conceptualización madisoniana es cristalina, y sus prejuicios antipopulistas manifiestos: los representantes del pueblo (por no hablar del pueblo mismo) están prestos a dejarse llevar por la pasión, o por argumentos arteros de los embaucadores y los demagogos, con lo que la verdad, la justicia y la razón sólo pueden quedar garantizadas otorgando poderes de revisión a ese “cuerpo temperado y respetable de ciudadanos”, que es el Senado. Virtud y razón, nuevamente, quedan depositadas en manos de las élites. Y, para rematar el argumento, Madison no puede evitar una referencia crítica a la democracia ateniense: “¿Qué amarga angustia no se habría ahorrado 44
a menudo el pueblo de Atenas si su Gobierno hubiera dispuesto de tan prudente salvaguarda contra la tiranía de sus propias pasiones?” ( ibíd .). .).
Nuevamente reaparece el cuadro que ya dibujara Aristóteles sobre la democracia ateniense como un régimen secuestrado por los demagogos, un cuadro que en el XIX Burkhardt denostaría –como democracia de los sicofantes– hasta el paroxismo y hasta la exasperación del lector. lect or. Pero el sesgo elitista y oligárquico de la doctrina constitucional moderna de los frenos y contrapesos llega a su cenit con la revisión judicial de constitucionalidad por parte de una Corte Suprema. Como es sabido, este mecanismo no fue previsto por los Padres Fundadores, sino que fue catapultado tras el caso Marbury vs. Madison en 1803. Al respecto, me limitaré a transcribir lo que el último Jefferson escribió a William C. C. Jarvis el el 28 de septiembre de 182017: “Usted parece… considerar a los jueces como los árbitros últimos de todas las cuestiones constitucionales; una doctrina en verdad muy peligrosa y una doctrina que nos colocaría bajo el despotismo de una oligarquía . Nuestros jueces son tan honrados como los demás hombres, y no más. Tienen, como cualesquiera otros, las mismas pasiones partidarias, por el poder y el privilegio de su cuerpo . Su máxima es ‘boni judicis est ampliare jurisdictionem’, y su poder tanto más peligroso cuanto que ocupan el cargo de por vida, y no son responsables, como otros funcionarios lo son, ante el control electivol ” [cursiva mía].
El texto no necesita comentarios. Y todos sabemos –por poner un solo ejemplo– que si por los jueces de la Corte Suprema hubiera sido jamás Roosevelt habría llevado a cabo las reformas del new deal. Sólo cuando amenazó a aquellos jueces juec es ultr ultracon aconserv servadore adoress con la jubi jubilalación obligatoria éstos accedieron. Las democracias representativas modernas son, como luego acabaría reconociendo Schumpeter, democracias elitistas . Para la mentalidad antigua y para la ciencia política clásica, el concepto “democracia elitista” sería una contradi contradictio ctio in adjecto, una idea imposible. No me cabe duda de que Aristóteles, que siempre buscó la fusión entre oligarquía y democracia como condición del mejor régimen factible, tacharía de oligárquicos a los Gobiernos representativos modernos y estaría más de acuerdoo con John acuerd John Carlin, Carlin, con R. Dwor-
17 En R. A. Billington et al . (comps.): The making of American Democracy , p. 16. Rinehart and Company, Nueva York, 1950.
kin o con Rogers y Cohen18 que con las conclusiones de Bernard Manin al final de su interesante y desigual libro Lo Los s principios del Gobierno Gobierno representativo, representativo, donde reveladoramente dice: “En una constitución mixta de perfecta combinación”, escribió el filósofo, “deberíamos de ser capaces de ver democracia y oligarquía y, a la vez, a ninguna de ellas. El escrutinio genealógico discierne en el Gobierno representativo la constitución mixta de los tiempos modernos ”19 [cursiva mía].
Más bien, lo contrario es lo cierto. Pues, en verdad, es poco lo que en la democracia moderna cabe reconocer de la democracia antigua. Sus cuatro pilares básicos (el sorteo, la brevedad de mandatos, la rotación obligatoria en la ocupación de cargos y el misthos) han desaparecido no ya sólo de la práctica institucional, sino también del discurso político. El principio electivo para la selección de cargos –que históricamente estuvo ligado a los regímenes aristocráticos y oligárquicos– es la seña de identidad de la democracia moderna. Los numerosos mecanismos de control político desde abajo (accountability) y de responsividad ( responsiveness ) de la democracia antigua20 han quedado prácticamente reducidos en las democracias modernas al mecanismo de penalización retrospectiva que suponen las elecciones periódicas. La Asamblea popular (central en aquella democracia), esto es, la Cámara baja de representantes, ha quedado secuestrada implacablemente por la lógica y la aritmética de la representación par18 Cfr. John Carlin: ‘La democracia de los ricos’, El País, domingo, 5 de noviembre de 2000; R. Dworkin: ‘The Curse of American Politics’, The New York Review of Books , 17 de octubre, 1996; J. Rogers y J. Cohen: On Democracy . Penguin Books, Nueva York, 1983. 19 Op. cit ., ., pág. 292. 20 La dike idia, la euthynai , la hypomosia, la dokimasia ton archon pueden ser considerados mecanismos de accountability y de protección de la soberanía del demos. La existencia de un cuerpo independiente de nomosthetai (legisladores) a partir de 403, la centralidad política de la Asamblea, la división de la Boulé en 10 pritanías, la regulación de las relaciones Boulé -Ekklesia pueden ser considerados mecanismos de “responsividad” del sistema. La atimia, los filtros de edad para la ocupación de cargos, las diversas dokimasia , etc., eran claros mecanismos de responsabilización de la ciudadanía. El ekklesiastikos misthos , los decretos honoríficos y las recompensas al mejor rethor , a la mejor pritanía, al mejor comité de proedroi , eran mecanismos que estimulaban la participación política. Finalmente los distintos graphe nomon y paranomon , las distintas eisangelia y las distintas dokimasia pueden entenderse simultáneamente como mecanismos de accountability , “responsividad” o responsabilización. Para una descripción detallada de todos estos mecanismos institucionales, cfr. Hansen, op. cit . passim.
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tidaria; de partidos, además, que no logran desembarazarse de su configuración clientelar. Siguen valiendo, a mi entender, hoy incluso más que entonces, las críticas y los temores del Max Weber de 1918 sobre la minoría de edad y la impotencia del Parlamento para hacer frente al aparato burocrático de Estado, para controlar a sus altos funcionarios, para la creación –mediante el debate abierto público y libre– de liderazgo político, para frenar a los crecientes y terribles poderes fácticos que se acomodan entre bastidores, para contrarrestar –en fin– la herencia bismarkiana hoy más que nunca visible en la política contemporánea 21. Es Jefferson Jefferson –no la presente partitocracia– quien recoge y se toma en serio la propuesta aristotélica de una timocracia con base en la propiedad campesina; el Jefferson –finalmente derrotado por la historia– que funda el partido demócrata americano y que –frente a Hamilton y los moneyed interests emergentes– quiere una democracia de pequeños y grandes propietarios (agricultores y granjeros) independientes22. Y es Rawls, más cerca aún de nosotros, el que recoge ese guante aristotélico con su propuesta de una proper property-owning ty-owning democracy; el mismo Rawls que declara el actual modelo de sociedad (y Estado) incompatible con sus (liberales) principios de justicia20 . Muy al contrario que las democracias parlamentarias contemporáneas, y aun que las ensoñadas timocracias, la demokratia ateniense fue un sistema muy complicado y rico de mecanismos institucionales de freno y contrapeso, de control y equilibración, de incentivación a la participación responsable…; pero un sistema orientado no por el miedo a la facción de mayorías, como el sistema representativo moderno, sino por el miedo a la oligarquía. Ahora Aho ra bie bien, n, un sis sistem temaa pue puede de res res-ponder al más sabio de los diseños institucionales pero difícilmente funcionará bien (y resolverá el problema de la política) si es incapaz de promover la virtud de la ciudadanía, el compromiso y la identificación con el bien público; si no se levanta, en otras palabras, sobre la interdependencia de ética y política. Si la ley ha de prevalecer y ser una buena ley 21 Cfr. Max Weber: ‘Parlamento y Gobierno en una Alemania reorganizada’, en J. Abellán (comp.), Max Weber, Escritos políticos . Alianza, Madrid, Madrid, 1991. 22 Cfr. el maravilloso (y olvidado) trabajo de Charles A. Beard (1915) Economic origins of Jeffersonian Democracy . The Free Press, Nueva York, 1943.
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(donde quede reflejado el interés general y expresado lo justo y lo conveniente para la república), no sólo debe ser manifestación nifestaci ón del autogobierno colectivo sin más, sino de un cuerpo autogobernado de ciudadanos virtuosos. Ésta es la gran solución del republicanismo al problema de la democracia que tenemos planteado. Y hay que decir que si el republicanismo siempre reflexionó sobre posibles soluciones institucionales al problema del buen gobierno, fue porque él mismo estuvo atrapado en el siguiente dilema: siendo necesaria la virtud, es em pero un bien escaso e scaso. 4. La solución ética republicana: de- mocracia y virtud
La virtud es –para la tradición republicana– el nexo entre ética y política , entre bien privado y bien público. La prueba más clara de este puente que creo se puede encontrar es, al comienzo del libroo V de la Ética a Nicómaco, la discubr sión aristotélica de la justicia total como la emanación natural de la propia virtud. Si hay necesidad de una justicia parcial (distributiva o correctiva) es porque los hombres son más o menos virtuosos o porque también hay hombres malvados. Pero si la virtud traza el puente entre bien privado y bien público es porque en ella se da cita el elemento común de ambas: la racionalidad . En efecto, la recta razón es la que le marca al hombre, tanto en cuanto individuo como en cuanto ciudadano, el camino del bien. Y de la misma manera que la razón le permite al individuo cribar sus deseos, asimismo le permite al ciudadano cribar sus intereses. De esta suerte, el individuo virtuoso es aquel que antepone sus buenos deseos -mediados por la reflexión racional- a sus pasiones inmediatas; y el ciudadano virtuoso es aquel que antepone los intereses generales –tras deliberación pública– a sus intereses particulares inmediatos. Tres co ndicion es de la virtud y la cu ltura moral moderna
La ética de la virtud y el nexo entre ética y política, la cuarta solución al problema de la democracia, no es cosa fácil de conseguir. A mi juicio, exige una serie de condiciones, tres de las cuales expondré brevemente a continuación. Además de exponerlas en cada caso, las confrontaré con lo que creo son los dos principales obstáculos que, bien por liberal, bien por cristiana, pone la cultura moral moderna para su realización. Con ello
daré por concluido el presente escrito. I. Para empezar, exige una determinada articulación de la embededness, de la socialidad humana y de la administración de incentivos que organizan las expectativas humanas. Para entender lo que digo, detengámonos un momento en otro paso de la Ética a Nicómaco, esta vez en el paso del libro IV, en el que Aristótel Arist óteles es discu discute te una vir virtud tud a mi entender fundamental: la megalopsiquía . Del catálogo de virtudes éticas aristótelico, unas son asociales (por ejemplo: el coraje o la templanza); las demás son de naturaleza social, esto es, tienen que ver con la relaciones humanas (desde la liberalidad a la modestia o la veracidad). Pues bien, la magnanimidad o megalopsiquía es muy informativa respecto de lo que podríamos denominar una sociolo gía y una psi psicol cologí ogíaa rep republ ublica icanas nas de la virtud . En efecto, la magnanimidad tiene que ver con la aspiración al reconocimiento social del hombre bueno y es in45
DEMOCRACIA, LEY Y VIRTUD
separable del autorreconocimiento del propio mérito. El micropsichós , el pusilánime, puede ser bueno pero le falta la grandeza de ánimo para exigir el premio social de su virtud: la dignidad correspondiente. Pero la magnanimidad exige también que haya una comunidad dispuesta a aquel reconocimiento, dispuesta a premiar a los hombres buenos y virtuosos; a aquellos que destacan por sus acciones nobles, por el bien que han causado a la ciudad; exige una comunidad dispuesta a honrar la memoria de aquellos que dieron su vida por ella. La cultura moderna, bien por liberal, bien por cristiana, no satisface estos requisitos de psicología y sociología republicanos, y no incentiva pues la virtud . Por liberal cree poder prescindir de la virtud y dejar que las manos invisibles operen la transformación de los vicios privados (sobre los que el liberalismo político pretende mantener una exquisita neutralidad axiológica) en virtudes públicas. Y por cristiana, dadas sus premisas antropológicas paulinas (naturaleza caida y pecaminosa del hombre), no sólo cree al hombre incapaz de virtud (y fía en la gracia divina sus esperanzas éticas), sino que –aún con la ayuda de la gracia- prefiere al micropsichós (al humilde, al débil de espíritu, al pusilánime) y, como diría Maquiavelo, hace al mundo “presa de los hombres malvados” [“preda agli uomini scelerati”] (Discorsi , II, 2). II. Pero para que la virtud realice esta conexión entre ética y política es preciso además definir ética y política desde la libertad . Las virtudes éticas en Aristó46
teles sólo se predican de las acciones voluntarias y con conocimiento del sujeto agente. La vida es acción; la buena vida es actividad de acuerdo con la recta razón. Por lo tanto, la virtud es algo al alcance de la libre elección individual. El individuo se hace a sí mismo, se forma un carácter (virtuoso o no) eligiéndose a sí mismo, esto es, autogobernándose , esto es, eligiendo el curso de acción en cada momento adecuado a su bien privado. El malvado o el vicioso es esclavo de sus pasiones; éstas le tiranizan. Del mismo modo, la política republicana es una política de la libertad, esto es, del autogobierno ciudadano . El súbdito es esclavo del poder, que se le impone despóticamente; el ciudadano libre gobierna y es gobernado alternativamente; el súbdito entiende la ley como imposición exógena, como límite de su capacidad de acción e iniciativa; el ciudadano libre la considera como expresión de su propia libertad. La cultura moderna, bien por cristiana bien por liberal, no fomenta ni una ética ni una política de la libertad : renuncia a la libertad interior y es temerosa del poder político (bien filodespóticamente, como el cristiano, bien privatísticamente, como el liberal ). Pero vemos que sin libertad interior y sin libertad política sería imposible la virtud y, por tanto, sería imposible trazar el puente entre ética y política. Y sin este puente difícil será que la propia democracia, como régimen político, genere leyes buenas y justas, que es el problema que nos guía aquí.
truir una ética y una política de la libertad, pues si la libertad es autogobierno, éste es inviable sin la asistencia de la razón, que es una facultad del alma que sólo se objetiva ejerciéndola en la acción. Por eso, para la tradición republicana, el no libre, el que no ejerce el gobierno sobre sí mismo, como individuo o como ciudadano, está alienado, ya de sí mismo, ya de la comunidad política. La cultura moderna, ya por cristiana, ya por liberal-b liberal-burguesa, urguesa, no favorece una antropología de la autorrealización. Por cristiana premia la alienación total del hombre y su entrega a un ente trascendente –y hágase su voluntad- llamado Dios; por liberal-burguesa, nuestra cultura es una cultura hedonista y consumista en el más burdo sentido de la palabra. n
III. Más la ética y la política de la libertad exigen además determinados supuestos de antropología filosófica. Me refiero básicamente a la doctrina de la autorrealización . Desde Aristóteles a Dewey, pasando por Hegel y Marx, el supuesto clave de esta doctrina es que la vida humana es fundamentalmente actividad , acción; que, por tanto, lo que los seres humanos valoramos y necesitamos, no es acceder a estados pasivos de placer y satisfacción sino realizar actividades, productivas o práxicas, en las que objetivamos nuestras capacidades, nuestra riqueza. Y de entre todas nuestras capacidades, la más humana de todas, la de la razón. Sin una antropología de la autorrealización es, pues, impensable cons-
23 Cfr. John Rawls: Justice as Fairness. A Restatement , esp. parte IV. The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, Mass., 2001.
Andrés de Francisco es profesor de Ciencias Po-
líticas y Sociología en la UCM.
CLAVES
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DIÁLOGO
DIÁLOGO CON ULRICH BECK La sociedad cosmopolita y sus enemigos JOHANNES WILLMS WILLMS
Para com- dos entre ciudad y anticiudad pletar el quinteto de los jine- en África, en Europa y en tes del Apocalipsis, considere- otras partes. mos una vez más la globalizaPero la globalización tamción en particular y en bién significa comercio, activigeneral. ¿Cuál es la esencia de dad. La globalización es trabaesta terrible palabra que está jo, el trabajo trabajo de los globaliza globalizadodoen boca de todo el mundo? res. Este trabajo se desarrolla desarrolla en unos lugares determinados, Ulrich Beck. Se trata menos de una palabra que de una nebu- entre los que destacan las melosa o, si se quiere también, de trópolis –que, por cierto, viven un pudín. El significado de la a un ritmo particular dado que palabra globalización se ha vis- la actividad laboral dura aquí to desfigurado por bastantes 24 horas al día los siete días de malentendidos. No logro des- la semana, como, es el caso, hacerme de la impresión de por ejemplo, de las transaccioque muchos se aferran a estos nes financieras–. En el país de malentendidos –y se lanzan a los globalizadores no se pone muchas batallas fantasmas– nunca el sol. Pero el trabajo para no tener que enfrentarse globalizado supone a su vez a estos fenómenos en la reali- trabajo local, servicios in situ, dad. Bueno, en primer lugar, desde peluqueros hasta asesola globalización no significa res jurídicos y financieros, paprecisamente lo que parece sando por servicios de limpiesignificar: globalización. Sig- za y de seguridad. Éstos deben nifica, antes que nada, locali- organizarse antes de manera zación. En las circunstancias sedentaria para que pueda suractuales, en que el mundo se gir toda una red de actividades ha vuelto global, en el que los locales. Y así sucesivamente. El viejos ordenamientos y fronte- lugar no sólo está ganando imras ya no tienen fuerza, el lu- portancia en la situación labogar adquiere una nueva y tras- ral sino también como centro cendental importancia. Es, cultural y como centro polítipues, esencial esta visión dia- co, como lugar de trato persoléctica de la globalización co- nal en un mundo que se ha mo gl mism smoo deslizado completamente ha gloc ocal al iz ac ió ión. n. Al mi tiempo, la globalización no cia lo abstracto. Podríamos inimplica solamente que se de- cluso decir que la globalizaban esfumar las fronteras, sino ción, que ya no deja nunca a incluso que se trazan otras los globalizadores globalizados nuevas y se refuerzan las exis- globalizar sin fin y a su antojo, tentes. Es posible que los su- sino que produce la necesidad perricos y los más pobres vi- de volver a poner los pies en el van incluso en vecindad direc- suelo, pues de lo contrario se ta, separados sólo por unos detendría todo el proceso, está corredores de seguridad. Áfri- obligando a plantearnos una ca y Europa se están, por así nueva sociología del lugar. decir, deslocalizando, al tiemEl lugar vuelve a ser descupo que vemos surgir nueva- bierto, pero no –esto es otro mente unos fantasmales híbri- malentendido– en su vieja esJohannes Willms.
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tructura, en tanto en cuanto que se encapsula frente el mundo, sino como punto nodal de redes globales. Los que antes comprendan qué relaciones hemos de crear para posibilitar estas redes y hacerlas interesantes a los humanos que viven en ellas, seguramente van a ser los primeros en la carrera de la competencia. En este orden de cosas, la globalización tiene también un efecto doloroso para todos nosotros: seremos víctimas de nuestro propio provincialismo si no hacemos un esfuerzo para asumir lo que está ocurriendo, a veces amenazadoramente, más allá del horizonte relativamente estrecho en el que nos hemos instalado. No existe vuelta atrás para la mayoría de los municipios y demás tipos de corporaciones y agrupaciones retrospectivamente idealizadas, homogeneizadas y aisladas del exterior. La necesidad de que el lugar se abra al mundo no es un constructo mental, sino una realidad global que, por cierto, tampoco conviene idealizar. Un malentendido ulterior consiste en creer que, en las circunstancias de la globalización, lo nacional sigue siendo nacional. Pero, en realidad, lo nacional se globaliza de dentro afuera. Se puede decir que está teniendo lugar una globalización internalizada. La idea del contenedor Estado-nación, que ha dado pie hasta ahora a la sociología, pero también a la política y a la politología, es falsa. No es fuera, sino dentro del contenedor, donde se traman en silencio las distintas revoluciones.
Existe un cosmopolitismo banalizado de los productos, servicios y corrientes culturales. Todos estos etiquetados –o certificados de origen– conducen sistemáticamente al error. Los taxis londinenses, por ejemplo, esa vieja imagen de lo británico, se fabrican en Singapur. Lo cual tampoco es enteramente cierto, ni mucho menos: ¡sabe Dios de dónde proceden las piezas y dónde se ensamblan! Este “sabe Dios” vale también para las cuestiones atañederas a la propiedad, la identidad y el origen. ¿A quién pertenece esto? Esta pregunta deja perplejo a cualquiera. Las empresas y los productos que siguen enarbolando la bandera nacional están cosmopolitizados en su mayoría de dentro afuera en sus relaciones de producción y de propiedad. El concepto de “sociedad nacional” cada vez se topa más con la evidencia de una básica disminución de etiquetas: lo que aparece y se marca como nacional es en realidad más o menos transnacional o cosmopolita. Por eso, para los fines del análisis sociológico, debemos diferenciar sistemáticamente entre las formas fenoménicas nacionales (y su fabricación estadística como “realidad social”) y la realidad cosmopolita de las corrientes de capital, las corrientes culturales, etcétera. A resultas de la cosmopolitización de dentro afuera se incrementa, por tanto, la probabilidad de un cortocircuito territorial o de un diagnóstico errado a nivel de Estado-nación, según el cual lo que se ventila en el contenedor del CLAVES
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Ulrich Beck
Estado-nación también se puede desplazar, comprender y aclarar causalmente. Lo mismo vale también, por ejemplo, para las biografías. Quien suponga que una persona de color no puede hablar con acento bávaro puede llevarse una sorpresa bávara. La vieja lógica identitaria territorial según la cual se puede descubrir el lugar de nacimiento de una persona, su nacionalidad, su lengua materna y su pasaporte mirándole la cara o detectando su acento ya no tiene tiene validez. validez. El que lo intente puede llevarse sorpresas muy grandes. En una palabra, que las personas actúan internacionalmente, internaciona lmente, aman internacionalmente, nacionalmen te, se casan casan interna interna-cionalmente, cionalment e, invest investigan igan intern internaacionalmente, cionalm ente, educan a sus sus hijos internacionalmente, y éstos a Nº124
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su vez hablan muchas lenguas o se orientan divinamen divinamente te en el nowhere de Internet y de la televisión. Esto significa que la vieja idea que ha configurado al Estado-nación de que existe un espacio social cerrado en sí, en el que unos grupos más o menos homogéneos conviven políticamente, y son administrados y exprimidos para que paguen impuestos, se sientan motivados, maten a otros llegado el caso allende las fronteras…, esta idea se resquebraja de dentro afuera. ¿Qué significa, entonces, el concepto heurístico de “sociedad cosmopolita”? Dicho en pocas palabras, significa una experiencia básica existencial según la cual los presupuestos de la vida, así como de la alimentación, la producción, el
miedo y el placer ya no están ciones e interdependencias endeterminados nacional o lo- tre las distintas unidades del calmente, sino sólo, y todavía, Estado-nación. Planteado esto globalmente –ya sea en forma de una manera algo más sutil, de cadenas de alimentación, podemos decir que en la dende corrientes de capital, de ca- sidad, en la intensidad, en la tástrofes económicas o ecoló- profundidad, en la velocigicas globales o en ese espe- dad… aumentan las intercoranto que es la música pop–. nexiones entre los Estados-naLa pregunta sociológica clave ción y, al mismo tiempo tames, pues, la siguiente: ¿en qué bién, en las dimensiones de la medida el espacio experiencial cultura, de la información, de transnacional disuelve el espa- la ciencia y de la economía, cio experiencial nacional, éste por supuesto, pero también de se superpone a aquél o aquél la seguridad militar y otros se traga a éste? Es decir, ¿en ámbitos. De esto han tratado qué medida lo cualitativamen- en particular, con gran penete nuevo se dibuja, y oculta, tración, mis colegas David mediante las actuales formas Held y sus colaboradores en el jurídicas y organizativas de lo libro Globale Transformatioviejo –incluidas las formas de nen [Transformaciones globala conciencia–? He aquí una les]. En mi opinión, ésta es serie de enormes problemas una forma sutil de entender la para la investigación empírica. globalización como internaCon todo, en sociología la cionalización en el sentido de globalización es tratada, si es unos crecientes entramados que se la llega a tratar, de ma- internacionales. Pero el pensanera mucho más profana. En miento de la interconnectedness primer lugar, la globalización sigue presuponiendo el contese plantea frecuentemente sólo nedor de la sociedad nacional. de manera aditiva. Es decir, El nacionalismo metodológico, que se parte del hecho de que que naturalmente ha determisiguen existiendo sociedades nado hasta ahora a la socioloorganizadas en el ámbito del gía y la política, no queda en Estado-nación y que la globa- última instancia trascendido. lización es un punto de vista La tercera idea, de la que suplementario –aditivo, no voy a hablar aquí y que he elasustitutivo–. Vista así, la glo- borado en mis últimos trababalización aparece como algo jos, la llamo con c on el nombre de que está ahí fuera y que no cosmopolitización. Por esta panos impide seguir practicando labra no entiendo yo la histonuestra sociología inspirada ria de las ideas del cosmopolien el modelo del Estado-na- tismo, es decir, lo que siempre ción. se ha llamado, con una sonrisa Según el segundo punto de esbozada, la jauja de la filosovista, la globalización se debe fía –pues las más de las veces entender, como dicen los in- los intelectuales se dedican gleses, como una especie de con esta palabra a hablar más interconnectedness, es decir, co- de sí mismos, de sus propios mo unas crecientes imbrica- deseos, que de la realidad. 49
LA SOCIEDAD COSMOPOLITA Y SUS ENEMIGOS
La cosmopolitización es, antes bien, una hipótesis empírica, es decir, el intento de proponer un análisis de las clases después del análisis de las clases, o, formulado de otro modo, de abrir el tradicional análisis de las estructuras sociales de la sociología a la segunda modernidad, a la globalización. Con el concepto de clase, y de sociedad de clases, Marx se propuso dos cosas al mismo tiempo. Por un lado, suministrar una descripción teórica y, por el otro, aplicarla de tal manera que dejara al descubierto la conflictiva dinámica política de la sociedad. Pues bien, la cosmopolitización significa también ambas cosas. El concepto de “sociedad cosmopolita” exige un nuevo marco descriptivo y diagnostica una nueva dinámica clave del conflicto político. En efecto, quien hable de la sociedad cosmopolita estará hablando al mismo tiempo de la sociedad cosmopolita y de sus ‘enemigos’ . J. W. Cosmopolitización es una creación verbal muy particular. Recuerda en parte a kosmopolit, esa figura marginal ridiculizada las más de las veces u objeto de xenofobia. Los nazis ponían la etiqueta de kosmopolit a todas las personas que exterminaban en las cámaras de gas, es decir, a judíos, comunistas, gitanos… Pero en usted la cosmopolitización significa claramente un cambio interno producido dentro del contenedor del Estado-nación o sufrido por este mismo. Como si se tratara de un microcosmos de la sociedad, la sociedad mundial se desarrolla en la nación, en la región, in situ, en las metrópolis e incluso en la propia habitación, donde, a través de la televisión, entran y salen las catástrofes de todo el mundo. ¿Qué peso nos echamos encima con la elección de semejante concepto, que tiene una fuerza de gravedad histórica propia? ¿Adónde nos lleva? 50
aparece, por ejemplo, en U. B. Fuera de Occidente, en los denominados países pe- Kant, pero también en muriféricos, se observa a menudo chos otros– para abrirse al recon escepticismo la importan- conocimiento de la multiplicicia del cosmopolitismo y se le dad, y comprometerse con relaciona de manera crítica ella. Para ello, debe desprencon los intelectuales elitistas derse también de sus adherenoccidentales que representan cias de lo sólo-global y conla Edad Media del capitalismo trastarse en el ámbito local. Es burgués y su arrollador des- decir, que hay que bajar el pliegue colonial. Y entonces cosmopolitismo del cielo del tenemos que hacer frente al amor a la humanidad y retroreproche –hablo por experien- traerlo a la nueva significación cia– de que estamos forjando, e importancia del lugar. Esa voluntaria o involuntariamen- aparente oposición, que está te (lo último es probablemen- ganando terreno muy deprisa, te lo más convincente), unas entre cosmopolitans y locals depalabras que embellezcan el bería superarse mediante una poder global del capital. Por ética cosmopolita del lugar tanto, se impone tratar con abierta al mundo, una ética de mucho cuidado tales relacio- la glocaliza ción. nes conceptuales. No deja de Kant habló ya en su moser curioso que, para la des- mento de que el ser humano es cripción de la segunda moder- “un palo torcido”. Esta imagen nidad, nos remitamos a un del hombre, que no se propone concepto que vivió su mejor enderezar los amables cerrilismomento en una Europa an- mos –¡esto sería globalismo!–, terior incluso a la primera sino conservarlos, es, a mi enmodernidad, es decir, en el si- tender, el núcleo de un cosmoglo XVIII . En aque aquella lla época época,, a politismo con toma de tierra, es los intelectuales europeos les decir, que echa raíces en un ludio por debatir sobre las, co- gar. Esto significaría, entonces, mo se les llamó, “palabras a la que no se debe medir todo por moda” cosmopolita y cosmo- un mismo rasero, que no se depolitismo, estudiadas siempre ben crear superestructuras y con relación al nacionalismo. superinstituciones que lo reguDebemos, pues, someter esta len todo, que tengan todo a la diferenciación que hizo la vista, lo vigilen, controlen, Ilustración entre cosmopolitis- normalicen, sino precisamente mo y nacionalismo, como di- apostar, dentro del macroám jeraa Walter Benj jer Benjami amin, n, a una bito, por la independencia. No “crítica salvífica” para poderla un solo capitalismo, una sola reutilizar en los inicios del si- modernidad –esto sería ciertaglo XXI . mente the American way of liPara aclarar bien el concep- fe–, sino muchos capitalismos y to globalización, es particular- modernidades divergentes. Esto mente importante diferenciar supone a su vez abrir bien los nítidamente entre cosmopoli- ojos para ver las particularidatismo y globa globalism lismoo. Digamos, des de las distintas culturas, lupor fijarnos en un solo punto, gares, caracteres, historias, paique cosmopolitismo significa sajes históricos y fuentes de el reconocimiento de la verda- sentido que orienten los camidera multiplicidad y globalis- nos locales hacia futuros cosmo la negación de la misma. mopolitas. Así pues, deberíaPor tanto, debemos desarrollar mos preguntar –e interesaruna nueva comprensión –más nos– en plural por fuentes de crítica, y también más autocrí- cosmopolitismo islámicas, jutica– del cosmopolitismo. Este días, chinas, africanas, etcétera. concepto, tan arraigado en la No cabe duda de que nos volhistoria, debe desprenderse de veríamos más ricos. sus adherencias originales de Al mismo mi smo tiempo, tiemp o, sería se ría imi muniversalismo imperial –como portante preguntarnos qué
significa que el cosmopolitismo “con toma de tierra” asuma la conciencia de crisis de un futuro distribuido colectivamente y la exprese como crisis del cosmos (la naturaleza), como crisis de la polis (la política), como crisis de la racionalidad occidental, como ya hemos visto en las distintas manifestaciones de la sociedad de riesgo mundial. Pero esto significa entonces que la conciencia de crisis cosmopolita es una conciencia de futuro. No es el pasado, sino el futuro en peligro el que integra –s –sii nos atrevemos a decir tamaña ingenuidad– esa naciente sociedad cosmopolita. La tradición de la sociedad cosmopolita sería, entonces, la tradición del futuro, de un futuro extremadamente extremada mente frágil; y algunos dirán incluso: “El futuro de la falta de futuro”. Es asimismo importante preguntarnos por los límites de la cosmopolitización de las sociedades nacionales. Por una parte, el espacio de experiencia nacional se desnacionaliza y solapa con experiencias cosmopolitas. Por la otra, la vida social sigue estando religada (a través de la educación, el dinero, los derechos políticos, la lengua, la opinión pública, las imágenes hostiles, etcétera) a instituciones nacionales, y el microcosmos cosmopolita se rompe y filtra a nivel del Estado-nación. Esto deja ver a las claras lo contradictoria, pero también lo conflictiva y contingente que es actualmente –y es muy probable que lo siga siendo también en el futuro– esta relación entre las realidades y estructuras del Estado-nación y las transnacionales. Así, pode podemos mos perd perder er last lastiimosamente el tiempo, y el rumbo, en varios órdenes de cosas. Actualmente nos amenaza un sofisma cosmopolita, pero también un sofisma nacional. En el sofisma cosmopolita, lo que yo he denominado “cosmopolitización” se prolonga sin altibajos en la conCLAVES
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ciencia y la acción, es decir, parte del presupuesto de que la globalización conduce desde dentro a la correspondiente actitud sensible y abierta de los humanos. Dicho de manera realista, es más probable lo contrario, es decir, el predominio del reflejo nacional. Pero, como hemos dicho, también es falso localizar y entender nacionalmente lo que se desarrolla en el contenedor del Estado-nación. Debería sin duda ser mucho más difícil desbaratar este sofisma nacional. J. W. ¿Cuál es la mejor manera de entender y comprobar el pensamiento de la cosmopolitización de las sociedades nacionales, pensamiento que sin embargo Kant incluye en la teoría de la sociedad? ¿Podríamos tal vez –no sé si esto coincide con el sentido que le da usted– hablar incluso de una teoría de la sociedad “en perspectiva cosmopolita”? ¿Cómo se puede contemplar y verificar este pensamiento? U. B. En primer lugar, es preciso distinguir entre las variables, los conceptos y las relaciones esenciales capaces de contestar a la pregunta de hasta qué punto y cómo se globalizan desde dentro las sociedades nacionales. Al mismo tiempo, tienen como objetivo hacer ver a los sociólogos y, naturalmente también, a la propia sociedad hasta qué punto la cosmopolitización se está volviendo reflexiva y política, es decir, que se puede -y debe- entender en el sentido de una politización de la sociedad. En este contexto se deben formular varias preguntas, como propone Elisabeth Beck-Gernstein en su libro Ju de n, De ut sc he un d an de re Jude Erinnerungslanschaften Erinnerungslans chaften [Judíos, alemanes y otros paisajes del recuerdo]; a saber, ¿cuántas per-
sonas se casan en Alemania, Reino Unido, Francia, etcétera, con extranjeros?, ¿de qué nacionalidad son?, ¿cuántos hijos crecen en condiciones de doble nacionalidad?, ¿cuántas Nº124
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lenguas hablan?, ¿cuál es la tasa de trabajadores que pueden considerarse actuales o potenciales ganadores o perdedores de la globalización?, ¿se puede decir, por ejemplo, que en la clase media, o en el centro de la sociedad, la globalización afecta esencialmente a grupos profesionales que, sobre la base de la estructura de su actividad, están territorialmente religados y, en este sentido, apenas si se ven afectados por la globalización?, ¿o no ocurre más bien lo contrario; es decir, que estas actividades se ponen en tela de juicio precisamente a causa de la globalización percibida?, ¿o se puede decir, finalmente, que volvemos a sentir el aire fresco de nuevas actividades y puestos de trabajo, y de oportunida oportunidades des de ganar más? ¿Hasta qué punto se intercambian las emisiones y los productos culturales?, ¿cuál es la cuota de publicidad en la televisión, la radio, el sector editorial, etcétera?, ¿cuál es el comportamiento telefónico en un país?, ¿cuál la proporción entre las llamadas nacionales y las internacionales?. Lo mismo se puede estudiar en el ámbito del turismo. Los alemanes, por ejemplo, son los número uno mundiales en materia de turismo. En suma, pues, sería interesante descubrir el mayor o menor grado de homogeneidad étnica o de insipidez, como siempre, que siguen teniendo las instituciones clave en sus plantillas o distintos comités, desde la policía hasta los tribunales y Gobiernos, pasando por los partidos, escuelas y universidades. La imagen fenoménica sería sin duda bastante parecida al equipo de fútbol francés que ganó el Mundial de 1998. ¿O sigue en pie el primado de la homogeneidad étnico-nacional? Otra pregunta, a tenor de estas variables: bueno, y ¿qué significa que los alemanes via jen mucho al extranjero, o que la frecuencia de las llamadas
internacionales o de los vuelos al extranjero aumente exponencialmente mientras en el plano interno está disminuyendo o permanece más o menos igual? En este campo hay suficientes datos para elaborar un análisis en regla. Pero siempre hay que preguntarse qué significa esto exactamente y, como hemos dicho, ser prudentes para no interpretar los resultados de manera rectilínea, en el sentido de una conciencia y una postura decididamente favorables a la sociedad cosmopolita. Se impone, asimismo, hacer otras dos preguntas. En primer lugar, ¿hasta qué punto favorece esto realmente unas nuevas sensibilidades y unas actitudes cosmopolitas? ¿Es verdadero, y general, el deseo de abandonar la vieja monogamia territorial de la vieja sociedad para enamorarse de otros territorios, de otras culturas, y de llevar esto al terreno del debate político, con las consecuencias que esto pueda acarrear?, o ¿no se está convirtiendo más bien la globalización interior en un espectro que quita el sueño a la gente?, o ¿no se producen tal vez las dos cosas al mismo tiempo, y, en tal caso, qué es lo que resulta de la mezcla? ¿Cómo reacciona, por tanto, la sociedad en su autocomprensión, en los debates oficiales, en las instituciones de la policía, en las universidades y, sobre todo, en las escuelas elementales a la cosmopolitización de las situaciones vitales? ¿Está teniendo lugar un cambio en el subsuelo, en la trastienda, de la experiencia nacional? ¿Se está sustituyendo un marco de referencia y de experiencia nacional por otro cosmopolita, y está el primero unido contradictoriamente al segundo o se enfrentan de manera explosiva? ¿Cómo, y con qué asincronías, se refleja desde dentro, pues, esta paulatina cosmopolitización del pensamiento, de la autoconciencia y del quehacer hu-
manos? ¿Podemos, y debemos, investigar esto separadamente en distintos ámbitos, como, por ejemplo, la economía, la política o la defensa? J . W . ¿Puede poner un ejemplo al respecto? U. B. Tal vez deberíamos volver la mirada sobre un factor o actor cuya renovación cosmopolita se observa con cierta desconfianza. Me refiero a la política militar, en especial de la OTAN. Dentro de Europa, pero también con relaciónn a EE UU, la gesti lació gestión ón militar ha creado la curiosa situación de que precisamente la institución que pasa por ser la encarnación de lo más sacrosanto de lo nacional se encuentre desnacionalizada, de que se haya vuelto transnacional en su ser más íntimo, es decir, tanto en su organización como en el desempeño de sus misiones. Ni en su plantilla ni en su jerarquía refleja la burocracia de la OTAN la voluntad de cada una de las naciones, ni siquiera del potente potente EE UU. Las decisiones sobre sistemas de armamentos, estrategias y tácticas militares, etcétera, ya no se toman a nivel nacional, sino transnacional. Personalmen Personalmente, te, encuentro particularmente interesante que la transnacionalización interna de la fabricación de armas (los tanques, los recientes aviones de combate y de transporte, los sistemas de información, etcétera), haya desechado tiempo ha, y convertido en su contraria, la otrora sagrada premisa de la autarquía nacional. La seguridad y la capacidad militares apuntan hoy en la dirección de la cooperación internacional, es decir, que sólo son posibles mediante la autosupresión de la soberanía y la seguridad militar nacionales, que, sin embargo, siguen figurando entre los principales objetivos. Los centros de donde emanan las órdenes supremas hace tiempo que están afectadas y desagregadas por virus multiculturales, convertidas incluso 51
LA SOCIEDAD COSMOPOLITA Y SUS ENEMIGOS
en sociedades multinacionales nadas con la guerra y la paz. en miniatura. En ellas se mezJ. W. Sin duda, éste es un clan y colaboran –por cierto, ejemplo sumamente interesancomo en las empresas multi- te. Sin pretender en absoluto nacionales– oficiales y equipos negar a los generales de la de todos los países miembros. OTAN su redescubierto amor Las grandes prácticas militares por los derechos humanos, no se convierten en empresas cabe duda de que la liquidatransnacionales y no sirven en ción del Pacto de Varsovia ha última instancia para el estu- supuesto también una peligrodio de esta transnacionalidad. sa liquidación de muchos La retirada de los franceses de puestos de trabajo. Así, no dela OTAN en 1964, que tuvo ja de ser dign dignaa de cons consider ideraacomo objetivo proteger y de- ción la circunstancia de que mostrar la soberanía de la hayamos arramblado con la grande natio nation, n, en muchos as- retórica nacional y nos presenpectos ha resultado tener el temos y vistamos cosmopoliefecto contrario. Los france- tamente. Con frecuencia, aún ses, avispados como son, siem- se les nota a los viejos sables el pre han sabido utilizar la con- esfuerzo que les cuesta tener sulta estratégica como sustitu- que ponerse la piel de cordero to de la pertenencia. Además, en muchas misiones internala guerra de Kosovo ha de- cionales de carácter fundamostrado que, llegado el caso, mentalmente asistencial. es la nueva transnacionalidad, Yo encuentro enc uentro también tambi én U. B. Yo y no ya la nación, la que deci- significativo el que sea precisade sobre las cuestione cuestioness relacio- mente en el ámbito de lo mili52
tar donde se puede volver a ver lo breve que ha sido la fase nacional, que sigue aún captando nuestra atención. En efecto, la idea de que se deben formar ejércitos nacionalmente, es decir, étnicamente homogéneos, no la habrían suscrito los anteriores imperios y emperadores. Las grandes conquistas mundiales, desde César hasta Napoleón, sólo fueron posibles basándose en ejércitos multiétnicos. Sólo alistando, y reteniendo, a soldados más allá de las fronteras de la propia ciudad-Estado podían establecerse y asegurarse los imperios. Lo que posibilitó en última instancia las victorias de Roma no fue su disposición a conceder los derechos cívicos s in tener en cuenta consideraciones étnicas, sino su voluntad de abrirlos a un círculo cada vez más amplio de posibles reclutas. Propiamente hablando, de aquí no sale un camino directo hacia la idea de la homogeneidad étnica, tal y como ésta se tornó vinculante a la sazón en el mundo conceptual de nación, Estado-nación y ejércitos nacionales, de manera que debemos reflexionar profundamente y preguntarnos cómo se pudo dar este paso. Al mi mism smoo ti tiem empo po,, qu qued edaa también bastante claro que, cuando hablemos de “misiones cosmopolitas”, debemos tener muy presente el planteamiento militar de una sociedad posnacional y multiétnica. El inminente paso del servicio militar nacional a un ejército profesional también en Alemania, un ejército profesional que esté orientado a “misiones de paz” internacionales –Orwell manda saludos…–, se debe entender teniendo presente este planteamiento ambivalente. Debe quedar claro, pues, que la cosmopolitización no es un escenario de color rosa, sino que entraña unos riesgos completamente nuevos; por ejemplo, el de ofrecer una legitimación ideológica-semántica, median-
te el concepto de “sociedad cosmopolita”, a los poderes imperiales, al capital y al Ejército. J. W. Propiamente hablando, para captar bien la lógica del riesgo, deberíamos hacer worst-case-studies para no incurrir inocentemente en viejos errores. U . B . En realidad, en la época de las consecuencias asociadas, la cosmopolitización debe plantearse también a partir de sus consecuencias asociadas no contempladas. También aquí vale eso de que la buena voluntad es lo contrario del arte. Además, no sólo se ha producido un cambio en estructura, sino también un cambio en la función. En las circunstancias cosmopolitas, la OTAN puede desempeñar funciones completamente distintas y desarrollar modos de actuación también completamente distintos. Es probable que nos encontremos en el umbral de las guerras posnacionales, como ha escrito Mary Kaldor. Por tanto, las ciencias sociales cosmopolitas no significan que haya que confundir las buenas intenciones con la realidad, sino que hay que mirar con ojos cosmopolitas –y, por tanto, con otros conceptos y otros vectores teóricos– a los contenedores del Estado-nación cerrados en sí y estudiar bien cómo y dónde se forman las redes y los nudos transnacionales. Conviene constatar, asimismo, que el lugar ya no es el consabido lugar, sino un terreno y espacio de intersección para cometidos y entramados globalizados y transnacionales. Estos secretos de la sociedad interior conviene descifrarlos y airearlos bien; a eso apunta precisamente mi concepto de cosmopolitización. Friedrich Nietzsche se refirió ya a algo parecido al hablar, con especial clarividencia, de la “era de la homologación”. Por esta expresión entendía que la globalización no es lo muy grande, CLAVES
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ULRICH BECK
lo muy exterior, lo que se produce muy atrás, sino algo que se cristaliza en el microcosmos, en el lugar, en el microcosmos de la propia vida. La vida con los demás, con seres lejanos-próximos, exige una tolerancia muy grande y contiene al mismo tiempo una violenta carga explosiva. Por otra parte, las diferencias con que nos las vemos aquí son completamente nuevas. No son los típicos conflictos por el reparto, que permiten que una comunidad tome cuerpo y cobre fuerza en la medida en que se esfuerza y lucha junta. Se trata, más bien, como dicen los ingleses, de contraditory certainties, de certezas que se excluyen, de cosas que no sabemos poner en relación recíproca, y mucho menos reconciliar reconciliar.. Sabemos, por ejemplo, centrándonos en el caso de Alemania, hasta dónde está llegando esta globaliza globalización ción interna, interna, esta constelación interna de la sociedad mundial: además de las iglesias católica y evangélica, tenemos también muestras de casi todas las religiones, incluidas comunidades pequeñas. Sabemos, además, que hay unos 5.000 soldados musulmanes del ejército federal alemán, que prestan obediencia a su imam. Si tenemos esto presente, nos haremos una idea de la enormidad, y quizá también de la violencia, de los procesos de aprendizaje con que se enfrentan las sociedades nacionales en el camino hacia la cosmopolitización. J. W. Si no he comprendido mal, la globalización –como usted ha dado a entender– tiene algo de dios Jano: una cara resplandeciente y amable, que siempre afirma, y que usted ha asociado precisamente a esta cosmopolitización; y otra cara, la odiosa, que se deja ver cuando la globalización se confunde con el neoliberalismo, con la americanización. ¿Cómo podríamos separar estas dos caras? ¿Podemos decir que una de las caras es un maNº124
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lentendido, pues en realidad sólo existe una, o más bien que se entremezclan las dos de manera monstruosa, de manera que la globalización puede significar también americanización en el sentido de la cosmopolitización? U. B. No, no se pueden separar. La idea que acabo de exponer es el resultado de una discusión muy larga. Usted lleva toda la razón del mundo: debemos, vuelvo a repetirlo, afianzar, apuntalar, la distinción entre cosmopolitización y globalismo. El globalismo es la ideología del dominio del mercado mundial, la ideología del neoliberalismo. Aquí, la globalización se iguala unidimensionalmente con la globalización económica, es decir, que obedece los dictados del mercado mundi mundial. al. El discurso sobre el mercado mundial oculta una estrategia política. En efecto, existen determinados grupos, determinadas organizaciones, que bajo la etiqueta de “mercado mundial” llevan a cabo un programa político. En tal sentido podemos hablar también de una americanización, de un nuevo imperialismo. El globalismo es también, en cierto modo, afán de nivelación de clases. Todos deben adaptarse a la dieta de la hamburguesa. Esto es una exageración; pero no es del todo descabellado. Queda la elección entre un yogur y otro yogur. Esta elección aparente es incluso objeto de perfeccionamiento con el fin de que cada cual pueda –y deba– elegir permanentemente y por doquier, pero que al mismo tiempo pueda elegir cada vez menos en las cuestiones básicas. Dicho escuetamente, que la democracia se sustituye por el consumo. La apariencia de ser libre de escoger entre 12 yogures distintos hace que nos olvidemos de preguntar sobre quién determina nuestras vidas. J. W. ¿No se podría afirmar que la cosmopolitización es también una consecuencia
asociada del globalismo? quería ía yo lle llegar. gar. U. B. Ahí quer La cosmopolitización banal, sobre la que hemos hablado desde distintos puntos de vista, es una consecuencia asociada del globalismo, que modifica desde dentro a la propia sociedad. Aquí vuelve a ser de gran utilidad la idea maestra de consecuencia asociada; por ejemplo, en el marco de la empresa transnacional, a nadie se le escapa el carácter heterogéneo y abigarrado de sus plantillas, y no es descabellado decir que, lo que a su estructura social se refiere, posiblemente dicha empresa no esté en condiciones de funcionar sin una especie de cosmopolitización, es decir, sin el reconocimiento de la diferenciabilidad de los demás. Esto contradice, en parte, a su agresiva política promocional y también a la ideología neoliberal, cuando ésta se orienta a la liquidación de las estructuras democráticas, de las culturas democráticas y de las autoridades estatales, y trata de sustituir la política por el mercado. La situación es en sí contradictoria; pero no debemos olvidar que el capital global –concepto éste que, naturalmente, debemos utilizar con prudencia–, pues también el capital global es extraordinariamente múltiple y actúa de por sí de manera contradictoria, se encuentra todavía dominado por la ideología del globalismo. No dudo de que pueda haber partidos que se preocupen por estas nuevas posibilidades de democratización cosmopolita –o, al menos, transnacional– y que incluso se tomen en serio los puntos de vista de una nueva –permítaseme la expresión– domesticación humanitaria de la explotación del trabajo desmenuzado, o que quieran cumplir realmente las normas medioambientales, incluso contra el capital y los inmediatos intereses crematísticos. Pero no podemos decir que hayan alzado la voz hasta aho-
ra ni que estén presentes en todas las páginas de los diarios de noticias. n
Traducción de Bernardo Moreno Carrillo. [Capítulo V del libro Libertad o ca pitalis mo . Conversaciones con Johannes Willms , que publicará en octubre de 2002 la la editorial Paidós, Paidós, Barcelona].
Ulrich Beck es
autor de La sociedad del riesgo y ¿Qué ¿Qué es la glob alización?
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FILOSOFÍA
EL HOMBRE, ESE ANIMAL QUE DELIBERA MANUEL CRUZ
Problemas Ernst Tugendhat. Gedisa, Barcelona, 2002
ducción a la filosofía analítica del lenguaje . Pero, sobre todo, ha
contribuido el propio Tugendhat, con esa vigorosa y persuasiDurante un tiempo, después del va capacidad de argumentar de inicial tirón que supusieron la forma clara y rotunda acerca traducción al castellano de sus de las cuestiones genuinamente obras Problemas de la ética1 y importantes que posee. Capaci Autoconciencia Autocon ciencia y autodeterminaautodetermina- dad que, si bien siempre estuvo 2 ción y sus primeras visitas a presente en sus libros anterionuestro país, constituía casi un res, se hizo del todo manifiesta y lugar común destacar el desfase asequible en textos como Diáloentre el valor filosófico de la go en Leticia5 o El libro de Mapropuesta de Ernst Tugendhat nuel y Camila6, que han permiy el eco que la misma estaba ob- tido que la figura de Tugendhat teniendo. Todavía en la prima- fuera conocida (y, en su caso, vera del año pasado, cuando an- conocerle es admirarle) fuera de daba por España hablando de los circuitos exclusivamente acaalgunos de los temas que se re- démicos. cogen en el libro al que se refiere la presente nota, algún perio- Un filósofo sereno y solidario dista se sorprendía y lamentaba No estará de más añadir que ese del relativo silencio con que se salto al exterior del ámbito de había saludado su presencia. los especialistas se hizo sin el Hoy, merced a diversos es- más mínimo perjuicio del rigor fuerzos, aquel tópico ya ha per- expositivo o de la calidad del dido buena parte de su sentido. discurso. A poco que se piense, A ello ha contribuido, contribuido, qué duda la cosa no tiene nada de extraña. cabe, el esfuerzo del sello edito- Tugendhat, como se le definía rial que ha publicado sus últi- en una entrevista reciente, es un mos trabajos, empeñado en la filósofo “sereno y solidario”, prenoble tarea de intentar escribir ocupado por no dejar de forfilosóficamente recto sobre los mularse las grandes preguntas renglones torcidos del actual que siempre se hizo la humanimercado editorial, poniendo en dad, precisamente porque le la calle libros de tanto fuste co- preocupa el destino, la suerte mo, Lecciones de Ética3 o Ser- que puedan correr los seres huVerdad-Acción4 y anunciándonos manos. De esta preocupación la versión castellana de su Intro- hay sobradas muestras también en su último libro, titulado sencillamente Problemas, y que quisiera yo utilizar a modo de falsi1 Ernst Tugendhat, Problemas de la lla teórica sobre la que plantear ética. Crítica, Barcelona, 1988. 2 Ernst Tugendhat: Autoconciencia y algunas cuestiones teóricas del autodeterminación. México, FCE, 1993. 3 Ernst Tugendhat: Lecciones de ética.
Gedisa, Barcelona, 1997. Librito del mismo autor en cierto modo complementario de éste es Ética y política. Tecnos, Madrid, 1998. 4 Ernst Tugendhat: Ser-Verdad-Acción. Gedisa, Barcelona, 1998.
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Ernst Tugendhat, Diálogo en Leticia. Gedisa, Barcelona, 1999. 6 Ernst Tugendhat: El libro de Manuel y Camila. Gedisa, Barcelona, 2001
más alto interés, precisamente por lo que dicho texto tiene de muestra representativa de las posiciones que el autor ha defendido a lo largo de su obra. Este Problemas, acertado complemento a Ser-Verdad-Acción (así, la cuarta sección de Problemas , titulada “Problemas en la interpretación de Heidegger” completa algunos de los trabajos de la primera parte de Ser…, como, por ejemplo, “La pregunta de Heidegger sobre el ser”, y lo propio podría decirse de sus otras partes), hilvana 15 trabajos dedicados a diversas cuestiones, pero en los que el lector reconocerá sin dificultad el temple especulativo y la voluntad polémica del autor. Temple y voluntad que Tugendhat acredita, dicho sea de paso, no sólo en sus escritos (el trabajo “Poder y antiigualitarismo en Nietzsche y Hitler”, incluido en la primera parte de de este volumen volumen,, debi debiera era levantar ampollas en determinados sectores filosóficos de este país, aunque lo más probable es que aquellos que se suelen atribuir los títulos para intervenir sobre estos temas en momentos de bonanza teórica ahora rehuyan el enfrentamiento de ideas duro con nuestro autor), sino también en su quehacer habitual. Quienes le conocen personalmente cuentan y no paran acerca de su gusto por la discusión filosófica, de la vehemencia, no exenta de ternura y magnanimidad, con la que rebate a sus críticos, del inocente entusiasmo con el que defiende lo que cree, cuando sea, donde sea y ante quien quiera que sea. En el prefacio a Autoconci Autoconcienencia y autodeterminación , Tugendhat había dejado dicho:
“La concepción según la cual el método del análisis del lenguaje es el único método filosófico genuino implica la tesis de que dicho método es asimismo el único método de interpretación adecuado de toda la filosofía hasta el presente”7.
Es una afirmación mayor, potente, ambiciosa, que, además de señalar el rumbo de buena parte de sus investigaciones posteriores, dibuja el marco global en el que inscribir uno de los ejes argumentativos principales de este Problemas, al tiempo que proporciona una pista de utilidad para abordar la interpretación de alguna de sus tesis más destacadas. Reconstruyamos los pasos principales del planteamiento de Tugendhat al respecto del asunto que quisiera abordar a continuación. “Los seres humanos, debido a su lenguaje, poseen la capacidad de deliberar, y todo el que delibera pregunta por razones”8 (cursi (cursiva va M. C.), se sossostiene en el capítulo 8 (titulado
La moral en una perspectiva evolucionista). En el bien entendido de que preguntar por razones r azones es confrontarse con aquello que nos mueve a actuar de una determinada manera, sean estos móviles deseos o creencias. No nos detengamos en el uso que hace el autor del término “razones” como equivalente a “móviles”, uso que podría ser objeto de alguna discrepancia no trivial por parte de algún especialista en filosofía de la acción, para ir directamente al elemento que en el propio texto queda subrayado, a saber, el lenguaje. El
Autoconciencia: op. cit .,., pág. 7. Problemas: Proble mas: op. cit .,., pág. 143.
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Ernst Tugendhat
lenguaje humano es esa facultad que ha abierto un espacio, irreversible, en lo que de otro modo sería el continuo de nuestro obrar. En dicho continuo, por cierto, es en el que se hallan instaladas otras especies animales (Tugendhat insiste en hablar siempre del “res “resto to de especies animales”, en vez de contraponer genéricamente el conjunto de los animales al de los hombres –como todavía suele hacerse demasiado–, con el objeto de no perder de vista en ningún momento la condición animal que la especie humana comparte con las otras). Pues bien, frente al comportamiento de esos animales que, aunque también vivan en sociedad y posean un lenguaje, sólo puede entenderse en términos de determinismo causal, los hombres disponen de una herramienta, su lenguaje, que no queda agotada en la función comunicativa: es una herramienta que sirve finalmente para cuestionarse el mundo. Y sirve para ello en la medida en que la estructura proposicional del lenguaje (con oraNº124
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ciones que expresan creencias, por un lado, y oraciones que expresan deseos, por otro) permite separar los componentes prácticos y teóricos del comportamiento, esto es, lo que un individuo cree y lo que quiere . Sin esa separación la deliberación no puede tener lugar (en sentido propio: no tiene dónde instalarse): con la acción como un todo no cabe deliberación. En cambio, con una acción así escindida la racionalidad puede empezar a actuar de la manera que le es propia: preguntándose por las justificaciones para nuestras proposiciones, esto es, preguntando por razones. Ello no significa, claro está, que el actuar humano no esté causalmente determinado: lo es-
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Ibídem: pág. 188. Esta misma afirmación se repite, casi textualmente, en la pág. 144. 10 Hay que decir que a Freud, y al psicoanálisis en general, le dedica Tugendhat en el primer capítulo (titulado Identidad personal, person al, particular particular y universal) universal) alguna alusión, tan breve como contundente.
tá también, sólo que ese régimen de determinación no rige en el nivel del comportamiento. Tugendhat admite en más de una ocasión a lo largo del libro que ahí hay un serio problema: “Hoy simplemente no sabemos todavía cómo la deliberación está determinada causalmente, y no sabemos de qué manera están conectadas las causas y las razones”9.
Llegados a este punto, y una vez sentada (y aceptada) la importancia del lenguaje como condición necesaria del ejercicio de la racionalidad, tal vez cupiera plantearse si semejante premisa, así formulada, no deja abiertos ciertos interrogantes. Por ejemplo, el de si es posible establecer algún tipo de relación entre la mayor competencia lingüística por parte de un hablante y una capacidad proporcional para percibir los nexos y las diferencias entre la esfera racional-deliberativa y la causal, que, si bien tienen puntos nítidamente separados, también presentan territorios fronterizos en
los que la línea de demarcación resulta difícil de trazar. Así, si nos situamos en una perspectiva de inspiración freudiana10 se puede atribuir a determinados elementos (supongamos, experiencias) del pasado una eficacia causal, pero en todo caso una eficacia causal de una calidad distinta a la que se predicaría en una perspectiva, pongamos como contrapunto, conductista (que a lo mejor enfatizaría la importancia de ciertos trastornos neuronales para explicar la conducta anómala de un individuo), de tal forma que en el caso del psicoanálisis no se excluye la posibilidad de una intervención en (o una reconducción hacia) la esfera del lenguaje y, más allá, de la racionalidad. (De cualquier forma, y más allá de que la destreza lingüística parezca lógicamente –quiere decirse: a la luz de las premisas planteadas por el propio Tugendhat– conectada con la capacidad del agente para dilucidar el peso y la importancia de los diversos elementos que intervienen en su decisión, lo que parece fuera de toda duda es que, así planteada, la afirmación tajante según la cual “aún no sabemos de qué manera la deliberación y las razones están relacionadas con las causas” difícilmente puede ser valorada como una buena noticia para el desarrollo de la deliberación). La naturaleza de la deliberación
Esta insistencia en el vínculo fuerte entre lenguaje y lo más propio de la condición humana (ese no ser “de alambre rígido”, rígido”, expresión que se utiliza para dar título al capítulo 10, uno de los 55
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mejores del texto) proporciona asimismo indicaciones pertinentes acerca de la naturaleza de la deliberación. Porque si una diferencia fundamental entre un tipo de individuos que viven en sociedad, como los hombres, y otro, como las abejas, es que aquellos pueden plantear pre guntas acerca de razones, tal vez el siguiente interrogante va de suyo: lo afirmado por Tugendhat, ¿podría equivaler a afirmar, dando el paso que falta, que lo específico es, no ya el hecho de preguntar, sino, utilizando la expresión de Collingwood recogida por Gadamer, el juego de la tan pregunta pregu nta y la respuest respuestaa y, por tanto, el diálogo? La cuestión resulta relevante a efectos de entender adecuadamente la propuesta de Tugendhat, habida cuenta de que, si no estoy equivocado, el nombre de Gadamer no aparece mencionado en el libro, ausencia destacable en la medida en que responda a alguna razón teórica particular (cosa que, todo hay que decirlo, el texto mismo no termina de dejar claro). No se trata, por tanto, de deslizar una objeción –que resultaría a todas luces menor– referida a la ausencia (o poca presencia) de un determinado autor, autor, sino de intentar esclarecer si existe una cuestión teórica de fondo que merezca un comentario particular. Vaya por delante mi opinión según la cual no creo que Tugendhat ponga en cuestión que la estructura del preguntar es intrínsecamente intersubjetiva (que es cosa distinta del hecho de que en la práctica podamos plantearnos preguntas en solitario, sin interlocutor expreso delante). De la (idea de) pregunta podría decirse algo parecido a lo que se dice del concepto de responsabilidad, a saber, que es estructuralmente intersubjetivo: ser responsable es, por definición, tener que responder a la imputación o al requerimiento que alguien nos hace (lo que tampoco excluye que quepa quepa fantasear usos más o menos privatiza privatizados dos del concepto). Pues bien, al margen de que podamos considerar que 56
la condición intersubjetiva de la pregunta constituye casi un principio general (sería de utilidad recordar en este punto la definición clásica del pensar como un “diálogo del alma consigo misma”), el mismo Tugendhat nos ha proporcionado indicaciones muy claras acerca de su opinión al respecto: así, en Auto-
conciencia y autodeterminación nuestro autor ya se había mostrado muy interesado en el planteamiento de Mead11 en relación a la formación del yo (yo que se caracteriza por la autoconciencia y la reflexión) en términos de un hablar consigo mismo, proceso que a su vez se constituye en internalizaciónn del hablar con la internalizació otros. En este planteamiento, por tanto, no viniendo en absoluto rechazada la idea de autorrelación, su aceptación se funda sobre una base muy clara. Uno habla consigo como hablaría con cualquier otra persona. De lo que se trata, a mi entender, no es tanto de si Tugendhat tiene presente todo lo anterior como de si le saca el suficiente partido teórico. En su reciente libro El futuro de la naturaleza humana12, Jürgen Habermas ha hecho consideraciones acerca de este asunto que será de utilidad recordar aquí. Ha señalado como fundamental el dato según el cual, en la medida en que somos seres históricos y sociales “nos encontramos ya siempre en un mundo de la vida estructurado lingüísticamente” 13. Lo que es como decir que, aunque, evidentemente, los usuarios del lenguaje son (y sólo pueden ser) individuos, eso no quita para que el lenguaje sea siempre lenguaje de la tribu (el lenguaje privado es un imposible conceptual o, como dice Habermas, “el lenguaje no es una propiedad privada”). privada”). Ese medio de entendimiento lo debemos compartir intersubjetivamente,
11 Autoconciencia…, op. cit .,., especialmente lecciones 11 y 12, págs. 193-228. 12 Jürgen Habermas: El futuro de la naturaleza humana, Paidós, Barcelona, 2002. 13 Ibídem: pág. 22.
no existiendo ningún participante aislado que controle la estructura ni el rumbo de los procesos de entendimiento y autoentendimento. Por supuesto que los usuarios, sean hablantes o sean oyentes, poseen libertad comunicativa para posiciones-sí o posiciones-no, pero el uso que hagan de tal libertad no es cosa de la arbitrariedad subjetiva: “En el logos del lenguaje se encarna un poder de lo intersub jetivo que precede p recede a la su bjetividad del hablante y subyace en ella”14. En las palabras habermasianas queda prácticamente anunciado el paralelismo que queríamos destacar: algo extremadamente parecido a lo que sucede con el lenguaje como tal podríamos decir que sucede también con la deliberación, esto es, que transcurriendo en la cabeza de una persona en concreto, constituye siempre y forzosamente en un determinado sentido la deliberación de un grupo humano, de una comunidad, de una sociedad. La perspectiva social
En realidad, todo lo que he planteado hasta aquí apunta en una sola (y bien modesta) dirección. Parece claro que la caracterización de la especificidad humana no se agota en la simple afirmación de que tiene opciones sino que debe incluir también la forma en que se relaciona con esas opciones, esto es, la naturaleza de la deliberación. Tugendhat tiene escrito en otro lugar (Autoconciencia y autodeterminación) que la única perspectiva a partir de la cual estamos hoy capacitados para poner en cuestión la relevancia de la autorrelación práctica es ciertamente la perspectiva social, pero en algunos momentos se diría que duda en aplicar su propio principio. Al menos menos eso podría podría inferirse inferirse de su resistencia a aceptar que la dimensión intersubjetiva (y, en consecuencia, social y política) de la deliberación, más allá de las genéricas declaraciones de principios, afecte a la caracterización de
la misma, pareciendo inclinarse por una concepción individual, por no decir solitaria, de esa actividad. Obviamente, al tomar esta actitud el autor de Problemas se evita tener que plantear el asunto de cuál sería el esquema que en su opinión desarrollaría de manera más adecuada la dimensión intersubjetiva de la deliberación (interiorización, a fin de cuentas, del hablar con otros ).). Pero que Tugendhat prefiera no transitar por este sendero no significa que no pueda resultar de utilidad plantearse las preguntas que, de haberse animado a hacerlo, hubieran surgido, inevitables. ¿Nos proporcionaría el modelo habermasiano de acción comunicativa alguna indicación de provecho para pensar en la estructura que han ido adquiriendo nuestros procesos de deliberación (lo que se parecería a preguntarse por si la acción comunicativa puede ser, en algún sentido, la clave para una hipotética acción deliberativa)?, ¿o resultarían más útiles alguna de las herramientas categoriales aportadas por Gadamer?, ¿o habría que pensar más bien en propuestas de terceros autores? Tras todas la reiteraciones anteriores habrá quedado suficientemente claro que lo de menos es adentrarse en el territorio de las preferen pref erencias cias y las antipatías de Tugendhat por un pensador u otro; lo importante es fijar el debate en el lugar que corresponde, que no es otro que el de la deliberación (o, si se prefiere, el de la deliberación como problema). No voy a ocultar que en algún momento de la lectura de este muy recomendable Problemas –y, valdrá la pena declararlo de nuevo, altamente representativo del conjunto de su propuesta filosófica– he tenido la sensación de que el autor no se había buscado las mejores compañías y que, por ejemplo, su recurso a Scanlon15 y a la definición que éste ofrece de razón (recuerdo: como “algo que
15 Concretamente a su libro: What we owe to each other , Harvard University 14
Ibídem: pág. 23.
Press, Harvard (Mass.), 1998, # 1.
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MANUEL CRUZ
cuenta a favor de algo”) podía subjetivo del diálogo: hay que vidad diacrónica, lo que equivaterminar, si no jugándole ma- añadir algo importante acerca le a afirmar, a los efectos de lo las pasadas pasadas en sentido sentido fuerte, sí de la naturaleza de los sujetos que estamos planteando, que ni generando algunas pequeñas in- que intervienen en él. O, mejor el diálogo ni la deliberación emcomodidades teóricas. Puede dicho, acerca del vínculo que piezan desde cero, ni tienen un que sea cierto, como se lee en el han de mantener para que el carácter limpiamente inaugural, texto de Tugendhat, que “cuan- diálogo sea posible. En una si- sino que, por el contrario, se do deliberamos, deliberamos so- tuación de opresión, o de sojuz- inscriben en un ámbito (una debre qué cuenta a favor o en con- gamiento, el diálogo simple- terminada sociedad) y en un tra de querer o de creer algo” 16. mente no puede tener lugar. La tiempo (un concreto momento En todo caso, lo relevante de jerarquía o la cadena de mando de la historia) que constituyen, mis extrañezas y perplejidades son incompatibles con el diálo- en un sentido fuerte, sus condies lo que puedan tener de sínto- go (aunque no forzosamente ciones de posibilidad. ma o indicio de que una cues- con el conocimiento). Y no por Condiciones de posibilidad tión, nada menor, ha quedado razones externas, sino por la lógi- –valdrá la pena enfatizarlo para abierta. A mi juicio, la pregunta ca misma misma del proceso. proceso. Gadamer aproximarnos ya a la concluque Tugendhat deja pendiente ha hecho pertinentes observa- sión de este comentario– de las –tal vez porque Scanlon le pro- ciones acerca de lo que convier- que surge y a las que al mismo porciona escasa ayuda para la te a una pregunta en genuina tiempo responde el sujeto que respuesta– se podría formular en pregunta y a una respuesta en delibera. Pero su deliberación, los siguientes términos: ¿y, por respuesta de verdad, esto es, siendo lógicamente impredecible qué en un momento dado algo acerca de la necesaria apertura e en cierto sentido, no puede secuenta a favor? Lo que es como indeterminación que ambas re- guir –como si la cosa le resultara decir, con una dosis mínima de quieren para que el proceso sea indiferente– cualquier dirección. verá hasta hasta qué qué punto la redundancia, ¿por qué el móvil fructífero. La pregunta ha de Ahora se verá mueve? (pregunta cuyo conteni- cuestionar tanto a lo real como insistencia anterior en el valor del do teórico queda más especifi- al que pregunta. Una pregunta texto de Tugendhat no contenía cado añadiéndole otra, de corte en exceso respetuosa con lo exis- el más mínimo elemento de corun punto más académico: ¿no tente o una pregunta en la que tesía o, menos aún, de retórico es ésta, a fin de cuentas, la sus- quien la formula no corra el ries- convencionalismo. Si páginas potente e la tancia de la pregunta davidso- go de verse sorprendido (o in- atrás calificábamos de potent niana acerca de la debilidad de cluso sobresaltado) por la res- afirmación con la que se abría la voluntad?) puesta no es propiamente una Auto Autoconci conciencia encia y autod autodetermin eterminaaPero de mayor alcance que pregunta: es una afirmación dis- ción, ahora deberíamos calificar esto, en orden a plantear ade- frazada con signos ortográficos de igual manera la propuesta contenida en Problemas, no sólo cuadamente la naturaleza de la interrogativos. deliberación (o el problema de por las líneas de desarrollo argumentativo que deja apuntadas, la deliberación, si se prefiere la La dirección histórica formulación anterior), es la co- De lo que se desprende que a la sino especialmente por la riqueza mentada vacilación del autor en condición tendencialmente igua- del instrumental categorial preaplicar sus propios principios, litar litaria ia del diálogo diálogo deberíamo deberíamoss sentado. Si al hombre le define su vacilación que tiene como con- añadirle, a idéntico rango, otra capacidad para deliberar, el efecsecuencia que el debate termine determinación, igualmente ins- tivo ejercicio de la deliberación desembocando en un territorio crita en la entraña misma de la constituye a su vez el mejor criargumental en el que el plantea- situación, la determinación que terio para juzgar del valor de la miento de Tugendhat no mues- bien pudiéramos denominar su sociedad en la que vive. De tal tra todas sus potencialidades. tensión hacia la crítica. Este sig- manera que un modelo de sociePorque si se persigue la idea de no del proceso dialógico, lejos dad en el que una parte de las que el mecanismo de la delibe- de agregarse desde fuera a la se- personas que viven en ella se ven ración se deja pensar bajo la fi- ñalada tendencia igualitaria, privados del ejercicio de la deligura del diálogo, ello tiene como permite desarrollar ésta en di- beración (pongamos por caso, consecuencia que cabe predicar versas direcciones, siendo tal vez porque no se les reconoce el esde la deliberación alguno de los la más importante la dirección tatuto de ciudadanos de pleno rasgos que se predican del diálo- histórica. Porque si la historia derecho o, peor aún, el estatuto go. Como, por ejemplo, su con- puede intervenir de pleno dere- de seres humanos: recuérdese la dición tendencial y estructural- cho en este planteamiento es caracterización de los esclavos mente igualitaria. En efecto, no precisamente porque, al igual presentada por Aristóteles en su basta con señalar, de manera va- que en todo lo anterior, el dise- Política) es un modelo condenacía o formal, el carácter inter- ño teórico presentado por Tu- ble, pero no tanto por razones gendhat lo posibilita por de lle- éticas (que remitirían a un códino. A fin de cuentas, la historia go respecto al cual siempre cabe, 16 Problemas: cit., pág. 188. no es otra cosa que intersubjeti- por decirlo a la manera de HaNº124
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bermas, una abstención fundamentada) como por razones antropológicas: una sociedad así organizada es, si se me permite el liviano juego de palabras, una sociedad contra natura, una sociedad que violenta aquello que a la condición humana le es más propio (entre otras cosas, porque viene inscrito en última instancia en su mismo código genético). Tirar más de este hilo quizá terminaría alejándonos en exceso del punto del partida, del estímulo inicial que no quisiéramos perder en ningún momento de vista. Pero sólo por dejarlo apuntado: el cuestionamiento de las insuficiencias y de las restricciones que sufren los procesos de deliberación también podría alcanzar a nuestro presente, lo que nos llevaría a preguntarnos por las formas concretas que adoptan tales procesos en nuestras sociedades. De perseverar en la pregunta, probablemente terminaríamos encontrándonos con alguna (aparente) sorpresa, como sería, por ejemplo, la constatación de que reclamar las modalidades de deliberación adecuadas a la situación real de cada momento constituye una de las reivindicaciones menos acomodaticias y conservadoras del estado de cosas existente que podamos concebir. Tugendhat, como se ha venido señalando, no muestra en el libro que hemos comentado demasiado interés en transitar por las líneas indicadas, pero hay que reiterar, para que el comentario no sea malinterpretado como si pretendiera deslizar subrepticiamente la denuncia de una insuficiencia, que son líneas en las que él mismo con sus afirmaciones nos ha invitado a pensar. En todo caso, ése representa un buen motivo añadido para esperar, con mayor impaciencia si cabe, sus próximos trabajos. n
Manuel Cruz es catedrático de Filoso-
fía en la Universidad de Barcelona.
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DERECHO
INMIGRACIÓN Y EXTRANJERÍA EN ITALIA ÁNGELES SOLANES SOLANES
l duro debate que, desde septiembre de 2001, ha enfrentado a las distintas fuerzas políticas italianas y a la opinión pública, con posturas contrapuestas acerca de la oportunidad de modificar la ley 40/98 sobre inmigración de 6 de marzo de 19981, junto con situaciones como, la llegada a Sicilia en marzo de 2002 de un barco cargado de kurdos que llevó al Gobierno italiano a la declaración del Estado de emergencia creando una fuerte alarma social2, han puesto otra vez de manifiesto, que la inmigración en Italia, como en toda la Unión Europea, es un tema sensible y caliente, es decir, un fenómeno que, afectando a los intereses (económicos, políticos, sociales, etcétera) tanto nacionales como europeos, no puede ser obviado3.
E
1 La norma que se reforma es la Ley 40/98, de 6 de marzo, relativa al régimen de la inmigración y a las normas sobre la condición de extranjero (publicada en la Gazzetta Ufficiale, núm. 59, de 12 de marzo de 1998), concretada y modificada por el Decreto núm. 286, de 25 de julio de 1998, que contiene el texto único relativo a dicha ley (publicado en la Gazzetta Ufficiale, núm. 191, de 18 de agosto de 1998). 2 Vid. XIV Legislatura, Atto Senato 1408, Conversione in legge, con modificazioni, del decreto-legge 4 aprile 2002, n. 51, concernente disposizioni urgenti recanti misure di contrasto all’immigrazione clandestina e garanzie per soggetti colpiti da provvedimenti di accompagn accompagnaamento alla frontiera. 3 Incluso hay quien ha advertido que el éxito o fracaso de ese gran reto que llamamos Unión Europea depende, en buena medida, de cómo se gestionen los flu jos migratorios, puesto que Europa parece no tener todavía un proyecto claro. Vid. Zapata-Barrero, R.: Política de in-
migración y Unión Europea,
LAVES S CLAVE
DE
RAZON PRACTICA ,
núm. 104, págs. 2632, 2000; Naïr, S.: Europa y el Mediterráneo. La solidaridad necesaria, CLAVES DE
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RAZON PRACTICA,
núm. 116, págs.
El 28 de febrero de 2002, el Senado italiano aprobó un proyecto de ley que establecía modificaciones en la normativa sobre inmigración y asilo. Dicho proyecto fue remitido a la Cámara de Diputados, Diputados, la cual, tras algual gunas modificaciones, lo aprobó el 4 de junio de 2002 devolviéndolo al Senado, donde se espera que sea aprobado definitivamente gracias a la mayoría conservadora4. El texto de la Cámara de Diputados italiana, conocido como ley BossiFini en honor a dos de sus principales impulsores, ha sido considerado por miembros del Gobierno como una “ley rigurosa”, mientras que la oposición lo cataloga como “inaceptable y racista”. Tras Tras una batalla bat alla política en la que, por supuesto, se ha recordado más de una vez que Italia no puede pensar en adoptar una política de inmigración diferente a la del resto de los países de la Unión, lo significativo es que se ha aprobado un texto que, aun siendo coherente con la política común de mano dura contra la inmigración clandestina5, implica un importante recorte de derechos al estrechar la relación en-
18-21, 2001, y La Calle, A.: ‘La construcción de la política comunitaria de inmigración’, en Pimentel, M. (coord.), Procesos migratorios, economía y personas,
págs. 87-104. Instituto de Estudios Cajamar, Almería, 2002. 4 Vid . XIV Legislatura Atto Senato 795 (28 Febbraio 2002), Atto Camera 2454 (4 Giugno 2002), Atto Senato 795B (5 Giugno 2002), modifica alla normativa in materia di immigrazione e di asilo. 5 Vid. Comunicación de la Comisión al Consejo y Parlamento Europeo relativa a una política común de inmigración ilegal, COM (2001) 672 final.
tre el permiso de residencia y el de trabajo, y una serie de medidas de control permanente del extranjero que son más que cuestionables. El análisis de algunas de las principales modificaciones que se introducen en la reforma aprobada por la Cámara evidencia hasta qué punto la política italiana en materia de inmigración se mueve hacia parámetros cada vez más restrictivos, potenciando el modelo del inmigrante como traba jador hués huésped ped que, a pesar de ser contrario a una realidad marcada por una inmigración de asentamiento, no acaba de superarse. 1. El control de los flujos de entrada
Dos de los instrumentos más importantes para el control de los flujos migratorios son el visado y los contingentes. Por lo que se refiere al visado, la Ley 40/98 y el texto único requerían la motivación en todos los casos, especificando que debía comunicarse al interesado en una lengua que éste fuera capaz de comprender. La ley Bossi-Fini establece que, por motivos de seguridad y orden público, la denegación del visado no debe ser motivada, salvo en los casos que se señalan: visados para trabajo subordinado, temporal, autónomo; en casos especiales, por reagrupación familiar, para curas médicas y para el acceso a la universidad. En el supuesto de que se presente documentación falsa o que haya sido alterada de cara a la obtención del visado, además de la denegación de la demanda podrá exigirse la responsabilidad penal. Cuando se otorgue el visado, el
extranjero será informado, a través de una comunicación escrita en una lengua que pueda entender, de los derechos y deberes que tiene con relación al ingreso y residencia en Italia. La importancia de que la ley obligue o no a la motivación del visado radica en el hecho de que sin motivación no puede haber recurso. Si el visado es el documento imprescindible para entrar en Italia y puede denegarse atendiendo a conceptos jurídicos indeterminados como la seguridad y el orden público, lo que en realidad se está haciendo es aumentar el poder de actuación de la Administración. Administr ación. Esta previsión prev isión resulta lógica, aunque no por ello justificable, en el marco de una Europa preocupada por su seguridad, que ve en los inmigrantes potenciales terroristas frente a los que protegerse. Dada la importancia que el visado tiene como instrumento de control y limitación de la entrada en territorio nacional, debería ser preceptiva su motivación en todos los casos. Sólo así es posible asegurar la tutela de los derechos del extranjero acudiendo a una instancia posterior, por medio del recurso, que valore las razones que apoyan la denegación. Además de continuar con la política de de visados, visados, la Ley 40/98 junto con co n el texto único únic o consagraron el sistema de contingentes anuales. Esta norma dio cobertura legal al establecimi establecimiento ento de cuotas pero dejó en manos del denominado documento programático (que se aprueba cada tres años) el fijar los criterios generales para la definición de los flujos migratorios en ItaCLAVES
DE RAZÓN PRÁCTICA Nº124 n
Bossi y Fini
lia6. El sistema de cuotas, fuertemente limitativo de la entrada en territorio nacional, fue pensado, al igual que en otros países, como instrumento de protección del mercado de trabajo italiano y completado con el establecimiento de cuotas reservadas a favor de los nacionales de los Estados que firmaran acuerdos bilaterales con Italia 7 por los que, entre otras
6 Vid. Decreto del presidente della Re-
pubblica 5 agosto 1998 “Approvazione del documento programmatico relativo alla politica dell’immigrazione e degli stranieri nel territorio dello Stato, a norma dell’art. 3 della legge 6 marzo 1998, n. 40” y Decreto del Presidente della Repubblica 30 marzo 2001 “Approvazione del documento programmatico, per il triennio 2001-2003, relativo alla politica dell’immigrazione e degli stranieri nel territorio dello Stato, a norma dell’art. 3 della legge 6 marzo 1998, n. 40”. 7 Cfr. Decreto del presidente del Consiglio dei Ministri 16 ottobre 1998 “Integrazione al decreto interministeriale 24 diciembre 1997 recante programm programmazione azione dei flussi di ingresso per l’anno 1998 di cittadini stranieri non comunitari” ( Gazzetta Ufficiale n. 249, de 24 de octubre de 1998) y Decreto del Presidente del Consiglio dei Ministri 9 aprile 2001 “Programmazione dei flussi di ingresso dei lavoratori extracomunitari nel territorio dello Stato per l’anno 2001” (Gazzetta Ufficiale n. 113, de 17 de mayo de 2001) en los que se reservan importantes cuotas a nacionales de Albania, Marruecos y Túnez. Vid. Solanes, Nº124
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cuestiones, se comprometieran Además Adem ás de esta prev previsió isiónn exa colaborar en la repatriación tensiva de las cuotas inicialrápida de sus nacionales, tal co- mente establecidas, se contemmo ha comenzado a hacer más pla también la alternativa de recientemente España8. que el presidente no apruebe el La ley Bossi-Fini propone la decreto de programación anual, continuación del sistema de en cuyo caso éste puede provecuotas hasta ahora vigente, pe- er en vía transitoria, a través de ro con algunos matices: el 30 un decreto, dentro del límite de noviembre de cada año, el de las cuotas establecidas para presidente del Consejo de Mi- el año anterior. anter ior. En la mism mismaa lílínistros, a través de un decreto, nea de actuación, atendiendo a las establecerá el número de ex- circunstancias (básicamente labotranjeros extracomunitarios que rales) de cada momento, se conpueden entrar en Italia. Cabe, templa la aprobación de un único sin embargo, la posibilidad de documento programático cada que dentro de ese mismo año se tres años, como ha ocurrido hasta aprueben otros decretos si se ahora ahora,, o en un plazo más breve breve de demuestra la oportunidad (en- tiempo si se demuestra la necesitiéndase necesidad para el mer- dad de dell mi mism smo. o. Se deja, por cado laboral) de los mismos. tanto, un importante margen de actuación para que la Ad A.: El espejo italiano. Un estudio de la normativa sobre la inmigración en Italia, págs. 68-73. Universidad Carlos III de MadridDykinson, Madrid, 2001. 8 España, en 2001, firmó acuerdos bilaterales con Ecuador, Colombia y Marruecos, perfilando otros con Polonia, Rumania y la República Dominicana, Dominicana, en los que se establecen ayudas con programas al retorno voluntario de los trabajadores inmigrantes. Vid. Izquierdo, A., ‘Panorama de la inmigración en España al alba del siglo XXI’, en Pimentel, M. (coord.), Procesos migratorios, economía y personas , op. cit., págs. 247-264; en concreto, págs. 263-264.
9 Como acertadamente mantiene Costa-Lascoux, la eficacia de las políticas públicas para regular el mercado de trabajo y controlar un fenómeno de carácter transnacional como la inmigración es cuestionable. A menudo se cede ante la tentación de la seguridad que acaba siendo represiva, porque en realidad la capacidad de previsión es mínima. Siguiendo a Wihtol de Wenden, puede afirmarse que “el mercado de trabajo global es tal que las tentativas de restringir las entradas llevan a un aumento de la inmigración clandestina”. Vid., respectivamente, Costa-Lascoux, J.: ‘L’illusion de la maîtrise, la
ministración pueda aumentar o disminuir el número de extranjeros que entran en territorio italiano o, incluso, modificar algún criterio de la política italiana en materia de inmigración sin vulnerar la legalidad. En realidad, la nueva propuesta normativa italiana, como hiciera su predecesora, olvida que las políticas migratorias basadas en elecciones cuantitativas, en el intento de querer encerrar en categorías y cifras la realidad que regulan, se ven atrapadas en una inmensa burocracia. La ilusión de conseguir el control cae, muchas veces, en el cálculo arbitrario9. En esa arbitrarieda arbitrariedad, d, legalmente justificada, se evidencia que la discriminación a la hora de limitar la entrada en la mayoría de los países de la Unión ya no obedece sólo al binomio nacional-extranjero, sino al de europeo-no europeo o, lo que es peor, al de ricos y pobres10. Realizada (o, mejor aún, legitimada e institucionalizada) esa selección del extranjero pobre como candidato al trato arbitrario y discriminatorio, su exclusión del ámpolitique migratoire en trompe-l’oeil’, en Balibar, E. et al., Sans papiers: papiers: l’archaïsme fatal , págs. 35-62, en concreto págs. 4952, Éditions La Découverte, París, 1999, y Wihtol de Wenden, C.: ¿Hay que abrir las fronteras?, págs. 65-74, Bellaterra, Barcelona, 2000. 10 Vid. Ugur, M.: ‘Libertad de circulación versus exclusión: una reinterpretación de la división propio-extraño en la Unión Europea’, en Malgensini, G. (comp.), Cruzando fronteras. Migraciones en el sistema mundial , págs. 289-335, en concreto págs. 289-318. Icaria. Fundación Hogar del Empleado, Barcelona, 1998, y Wihtol de Wenden, C.: L’immigration en Europe , pág. 21. La Documentation Française, Nancy, 1999. 59
INMIGRACIÓN Y EXTRANJERÍA EN ITALIA
bito de disfrute de los derechos ción, en la cooperación judicial no se cuestiona porque se con- y penitenciaria y en la aplicasidera como natural 11. ción de la normativa internaciointernacioEl recurso constante a políti- nal en materia de seguridad en cas de cuotas, que han demos- la navegación. Además, contrado su ineficacia en otros pa- templa la posibilidad de revisar íses con un potencial de con- los programas de cooperación y trol policial mayor que el de de ayuda que la nueva norma Italia, se justifica desde la pers- sobre inmigración prevé en el pectiva de que los contingentes, caso de que los Estados interemás que una solución real, son sados no adopten las medidas una respuesta a las presiones xe- de prevención y vigilancia necenófobas. Frente a quienes ven sarias para evitar la entrada ileun peligro desmesurado en la gal en el territorio italiano de llegada de extranjeros, especial- sus ciudadanos expulsados. Los mente para el mercado nacio- países de origen, por tanto, tienal de trabajo, el contingente se nen un interés directo en la lupresenta como un instrumento cha contra la inmigración clancapaz de garantizar la tranquili- destina, son copartícipes del dad de los ciudadanos asegu- buen funcionamiento de la porando que cada año sólo entra- lítica migratoria italiana de conrá un número determinado de trol de flujos, puesto que de ello extranjeros (preseleccionados) dependen las relaciones con Itaque es rentab rentable le y beneficio beneficioso so pa- lia y las ayudas que de ésta pue12 ra el interés general . dan percibir. Por otra parte, el texto aprobado por la Cámara de Dipu- 2. La regularización tados italiana señala, a propósi- La ley Bossi-Fini, como hiciera to de la cooperación con los Es- en su día la norma de 40/98, no tados extranjeros, que en la contempla ningún proceso exelaboración y revisión de los traordinario de regularización programass bilaterales de coope programa coope-- con carácter general. Tan sólo ración y de ayuda para actua- se establece la posibilidad de reciones con fines no humanita- gularizar a las personas emplearios con relación a países no per- das en el servicio doméstico tenecientes a la Unión Europea, (colf) y a las encargadas de cuiel Gobierno tendrá en cuenta la dar enfermos, discapacitados y colaboración prestada por di- ancianos (badanti). La norma, chos países en la prevención de sin embargo, incorpora una lilos flujos migratorios ilegales, en mitación para el primer caso: la lucha contra las organizacio- como expresamente señala el nes criminales que operan en el artículo 33 del texto aprobado ámbito de la inmigración clan- por la Cámara de Diputados itadestina, en el tráfico de seres hu- liana (relativo a la “declaración manos, estupefacientes, armas, del trabajo irregular”), la regulaen la explotación de la prostitu- rización puede realizarse únicamente a favor de “una unidad por núcleo familiar” en el caso del servicio doméstico. En el su11 De Lucas, J.: El desafío de las fronpuesto de los conocidos como teras. Derechos humanos y xenofobia frente badanti, no se establece un lía una sociedad plural , págs. 117-130. Temas de Hoy, Madrid, 1994, y Puertas que mite cuantitativo sino que se se cierran. Europa como fortaleza, págs. exige certificación médica de la 28-29. Icaria-Antrazyt, Barcelona, 1996. patología o handicap del com12 Se distingue así, como señala De Lucas, entre “inmigrantes necesarios”, que ponente de la familia a quien el son aquellos que pueden insertarse en el trabajador prestará su asistencia. mercado formal de trabajo y ser asimilaLa regularización no depende dos por la cultura nacional dominante y los “inmigrantes rechazables” que han en- del extranjero, sino de que el trado clandestinamente, han cometido empleador se decida a denunactos delictivos, etcétera. De Lucas, J.: ciar la existencia de una relación Política de inmigración: 30 propuestas, laboral en situación irregular. , núm. 121, C R P Según el mencionado artículo, págs. 32-36, en concreto pág. 33, 2002. LAVES DE
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quien en los tres meses anteriores a la entrada en vigor de la nueva ley haya empleado a un extranjero extracomunitario en el ámbito del servicio doméstico o del cuidado de personas con alguna patología o handicap, puede denunciar (en el plazo de dos meses desde la entrada en vigor de la reforma) la subsistencia de la relación laboral a la oficina del Gobierno Civil territorialmente competente, mediante la presentación de la “declaración”. claración ”. Dicha declaración se presenta por el solicitante en las oficinas de Correos, dando fe de la fecha de la solicitud el sello de la oficina postal aceptante. A partir de ese momento, en el plazo (aproximado) de 30 días13, el extranjero puede obtener un permiso de residencia por un año, renovable previa verificación, por parte del órgano competente, de la “continuación de la relación y la regularidad de la posición contributiva de la mano de obra ocupada” (artículo 33.5), es decir, únicamente si sigue siendo útil para el mercado laboral italiano. Evidentemente Evidentemente,, la norma se preocupa por asegurar que el empleador que decida presentar “la declaración” no será sancionado por dicho hecho. Lo que sí se penalizará, con reclusión de dos a nueve meses, salvo que el hecho constituya un delito más grave, será la presentación de una falsa “declaración”. Aunque las nuevas previsiones legales pueden favorecer a un importante número de extranjeros en situación irregular, es obvio que resultan totalmente insuficientes por la limitación 13 Se trata de un plazo aproximado porque dependen de cuándo se reciba la declaración. Ese plazo de 30 días, según el artículo 33, apartados 4 y 5, se divide en dos: 20 días para que la oficina del Gobierno Civil territorialmente competente verifique la posibilidad de admitir la declaración y la Jefatura de Policía señale si existen obstáculos para que se conceda el permiso; y 10 días más, a partir de la comunicación de la ausencia de obstáculos, para que la oficina del Gobierno Civil invite a las partes a presentarse con la finalidad de estipular el contrato de residencia en la forma prevista en la ley.
a dos sectores laborales que, si bien han sido especialmente propensos a la contratación de trabajadores en situación irregular debido a la precaria regularización legal existente, tan sólo representan una parte de la economía sumergida italiana, que se beneficia de la inmigración irregular14 . Esta limitación sectorial, unida a la de carácter cuantitativo en el caso del servicio doméstico, hace previsible en mi opinión que, como ocurrió con la Ley 40/98, el legislador italiano se vea obligado, a posteriori de la entrada en vigor de la reforma, a establecer una regularización extraordinaria que permita a todos los extran jeros que se encuentran en Italia Italia normalizar su situación de acuerdo con los principios inspiradores de la nueva nu eva ley. Tarde o temprano, el Gobierno italiano tendrá que hacer frente a una situación seme jante a la que se dio entre 1998 19 98 y 1999: tras una ley que no había previsto un proceso de regularización, un informe (tres meses después de la ley) sobre la presencia extranjera que aconsejaba dicha regularización y un decreto de regulación de flujos, el de 1998, que se excedió en sus funciones al no limitarse a controlar sólo los nuevos ingresos, la única alternativa para intentar asegurar la efectividad de los futuros contingentes fue modificar el texto único con un decreto que establecía una regularización extraordinaria15. Salvo
14
Vid., entre otros, Ambrosini, M.: ‘Intereses ocultos: la incorporación de los inmigrantes a la economía informal’, Mi graciones gracione s , núm. 4, págs. 111-151, 1998, y La fatica di integrarsi , págs. 47-78. Il Mulino, Bologna, 2001. También pueden consultarse los distintos informes presentados por Caritas: Immigrazione. Dossier statistico 1998, 1999, 2000, 2001 . Anterem, Roma. (Se trata de cuatro estudios separados publicados al final de cada uno de los años que contemplan). 15 La ley 40/98 y el texto único optaron por no establecer procesos de regularización. Sin embargo, el documento programático de 1998, mucho más realista, señaló la imposibilidad de regular los flu jos migratorios de los próximos años sin tener en cuenta los extranjeros que ya se encontraban en Italia, y que podrían norCLAVES
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que la nueva ley quiera permanecer de espaldas a la realidad, fuertemente marcada por la presencia de de inmigrantes en situación irregular en todos los sectores, y fomentar el funcionamiento inadecuado de los contingentes, que acabarán siendo, como ya ha ocurrido, instrumentos de regularización implícita de los extranjeros que de hecho ya se encuentran en el territorio nacional, la regularización extraordinaria será imprescindible16. Sin ser excesivamente recomendables los procesos extraordinarios de regularización (puesto que resultaría mucho más adecuado que la ley arbitrara mecanismos de regularización permanente que hicieran innecesario el recurso a aquéllos), son ineludibles cuando se heredan las deficiencias de las normativas anteriores.
malizar su situación de acuerdo con los principios legales. Por eso, el Decreto de 13 de abril de 1999 núm. 113 estableció un proceso de regulación que, no estando contemplado en la ley, podía ser susceptible de ilegitimidad constitucional. Para ello modificó el artículo 49.1 (introduciendo un 1 bis) del texto único. De ahí que algunos autores, como Bonetti, plantearan la posibilidad de una violación del artículo 76 de la Constitución, por no respetar los criterios y principios propios de la delegación legislativa. Bonetti, P.: ‘Anomalie costituzionali delle deleghe legislative e dei decreti legislativi previsti dalla legge sull’immigrazione straniera. Parte II. I decreti legislativi correttivi del testo unico delle leggi sull’immigrazione’, sull’immigrazione’, Diritto, Immigrazione e Cittadinanza , núm. 3, págs. 52- 83, en concreto págs. 64-65, 1999. 16 Así lo demuestra la repetición cíclica, en los últimos años, de procesos extraordinarios de regularización como consecuencia, a menudo, de la adopción de nuevas medidas legislativas, no sólo en Italia (donde se han producido procesos extraordinarios de regularización en 1986, 1990, 1995-1996 y 1998-1999), sino también en otros países de reciente inmigración, como España (en 1986, 1991, 1996, 2000-2001), Portugal (en 19921993 y 1996) o Grecia (en 1997-1998). Vid., entre otros, Bonifazi, C.: L’immi grazione straniera in Italia, págs. 83-104. Il Mulino, Bolonia, 1998; Bolaffi, G.: I confini del patto. Il governo dell’immigrazione in Italia, págs. 49-60. Einaudi, Torino, 2001; Izquierdo, A.: La inmigración inesperada. La población extranjera en Es paña (1991-1995 (1991-1995 ), págs. 141-151. Trot-
ta, Madrid, 1996, y ‘Panorama de la inmigración en España al alba del siglo XXI, op. cit., págs. 252-262; Dias Urbano de Sousa, C.: ‘La régularisation des étranNº124
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3. El permiso de residencia
En general, la Ley 40/98 junto con el texto único y el documento programático partían de la vinculación del permiso de residencia con el de trabajo; de hecho, buena parte de la norma hablaba de “trabajadores” y no de “personas extranjeras” o simplemente “extranjeros”. El tipo de trabajo que se potenciaba entonces, como ahora, era el subordinado y temporal. Sin embargo, en este esquema que apostaba por la utilidad laboral del inmigrante, la ley de 1998 introdujo una excepción: la entrada en territorio nacional para la búsqueda de empleo. Sin necesidad de que tuviera previamente un contrato de trabajo, el extranjero podía entrar en Italia si un garante respondía por él, es decir, le aseguraba un alo jamiento, el sustento y la asistencia sanitaria durante la duración del permiso (que era, como máximo, de un año). Este permiso tenía, sin embargo, una importante limitación: su vinculación al contingente. La ley Bossi-Fini suprime la figura del garante. En lugar de permitir la entrada del extranjero en territorio nacional para que, una vez en Italia, éste pueda buscar empleo, se establece la posibilidad de realizar actividades de instrucción y formación profesional en los países de origen. Los extranjeros que participen en dichas actividades tendrán una preferencia en la contratación en los sectores a los cua-
gers illégaux au Portugal’, en De Bruycker, Ph. (direc.): Les régularisations des étrangers illégaux dans l’Union Eur opéenne,
págs. 389-396. Bruylant, Bruselas, 2000; Fakiolas, R.: ‘Immigration and Unregistered Labour in the Greek Labour Market’, en King, R.; Lazaridis, G., y Tsardanidis, C. (eds.): Eldorado or fortress? Migration in Southern Europe, págs. 5778. Macmillan Publisher, Londres, 2000; Guidotti, M.: ‘L’immigration au Portugal’, Migrations Société , núm. 79, págs. 131-137, 2002; Skordas, A.: ‘The Regularisation of Illegal Immigrants in Greece’, De Bruycker, Ph. (direc.), Les régularisations des étrangers illégaux dans l’Union Européenne , op. cit., págs. 343-387; Maf-
fioletti, G.: ‘L’immigration en Grèce’, Migrations Sociéé , núm. 79, págs. 139-
146, 2002.
INMIGRACIÓN Y EXTRANJERÍA EN ITALIA
les dichas actividades se refieren. potenciación de las representa- de 1989 núm. 416, convertido convertido Estos “títulos de prelación” vie- ciones diplomáticas y las oficinas con modificaciones en la Ley de nen a sustituir a la prestación de consulares (artículo 30 del texto 28 de febrero de 1990 núm. 39. garantía para el acceso al trabajo aprobado por la Cámara de Di- La nueva norma regula el perque se contemplaba en el artícu- putados italiana), permitiendo el miso de residencia para los solilo 23 del texto único de 1998. aumento del personal con con- citantes de asilo. Sin entrar en el Con ello se suprime uno de los tratos temporales de seis meses y análisis pormenorizado de estas instrumentos más transparentes con funcionarios. disposiciones, conviene señalar de oferta de trabajo flexible17 Ese control y gestión de la in- alguna de las novedades que la Con la nueva ley, el permiso migración hacia Italia que esta- reforma incorpora. El nuevo de residencia irá unido al de tra- blece la ley Bossi-Fini se comple- texto aprobado por la Cámara bajo, de forma que la duración ta con una de las medidas más de Diputados italiana establece del primero se determinará en polémicas de las debatidas en el internamiento de los solicivirtud del tiempo para el cual se el nuevo texto: todos los extran- tantes de asilo en los denomitenga un contrato; de ahí que jeros jeros que que soli solicite citenn (o renu renueve even) n) elel nados centros de identificación: se utilicen expresiones como la permiso de residencia deberán fa- para verificar o determinar la de “contrato de residencia por cilitar sus huellas dactilares. Se nacionalidad o identidad si el trabajo subordinado” (artículo 6 trata de una previsión destinada extranjero no tiene documentos del texto aprobado por la Cáma- básicamente a reconocer al ex- o los que presentó eran falsos, ra de Diputados italiana). Si el tranjero que falsifica o altera sus para verificar los elementos socontrato laboral es por tiempo documentos; ahora bien, deberá bre los que se basa la demanda indeterminado, el permiso de re- (teóricamente) ser aplicada a to- de asilo (cuando no se pueda sidencia deberá renovarse cada dos los extranjeros extracomuni- disponer inmediatamente de tados años18. El extranjero, en caso tarios que pretendan residir en les elementos) o mientras esté de repatriación, conserva los de- Italia (incluidos, por ejemplo, es- pendiente el procedimiento rerechos relativos a la Seguridad tadounidenses, suizos, etcétera, lativo al reconocimiento del deSocial y podrá disfrutar de los aunque no respondan propia- recho a ser admitido en territomismos al cumplir los 65 años, mente al patrón de inmigrante rio italiano. aunque haya cotizado menos de económico frente al que la ley Además, el internamiento se cinco años y con independencia quiere protegerse). llevará siempre a cabo cuando: de la existencia de reciprocidad. Por lo que se refiere a la posia) Se presente la solicitud de Para que la previsión legal de bilidad de obtener la carta de re- asilo por parte de un extranjero concesión del permiso de resi- sidencia o residencia permanen- que ha sido detenido por haber dencia, previa acreditación de te- te, la ley Bossi-Fini aumenta el eludido o intentado eludir el ner un trabajo, funcione míni- plazo de cinco años, previsto por control de fronteras o inmediamamente (aunque eso todavía es- la ley 40/98, a seis años, mante- tamente después, o, en cualtá por ver que sea posible), la ley niendo que podrá acceder a la quier caso, en condiciones de convierte a las embajadas y con- misma el extranjero, junto con residencia irregular. La novedad sulados italianos en oficinas de su cónyuge e hijos menores, que introducida por la Cámara resempleo que tratarán de satisfacer resida en Italia por un periodo pecto al texto inicial aprobado las solicitudes de empleadores y no inferior al señalado y que sea por el Senado consiste en la popotenciales trabajadores que se titular de un permiso de residen- sibilidad de que la mera tentatirealicen, en principio, anual- cia que le permita un número in- va de eludir el control de fronmente. Siendo consciente del es- determinado de renovaciones teras conlleve el internamiento. fuerzo que dicha exigencia su- (siempre, claro está, que cumpla b) Se presente una solicitud pondrá para estos organismos, el las otras exigencias legales, bási- de asilo por parte de un extranlegislador establece medidas de camente disponer de medios de jero respecto al cual ya ya existe un 19 vida) . decreto de expulsión o rechazo. La ley Bossi-Fini contempla, En este caso, el extranjero será en su capítulo segundo, algunas conducido a un centro de in17 Vid. Zincone, G.: ‘Se il governo disposiciones en materia de asi- ternamiento, no al de identifistimola la xenofobia. Una norma che colpisce i deboli, l’analisi’, La Repubblica, lo introduciendo reformas en el cación. 16 de septiembre de 2001. Decreto Ley de 30 de diciembre La ley Bossi-Fini establece, 18 Conviene tener en cuenta que estas de forma expresa, que las codisposiciones legales relativas al trabajo misiones territoriales deben vasubordinado por tiempo determinado o 19 La reforma se separa en este punto indeterminado y al trabajo autónomo delorar las consecuencias de una berán adaptarse a las pautas comunitade las directrices europeas, que con relarepatriación del extranjero sorias. Cfr. Propuesta de la Comisión, ción a la carta de residencia o residencia licitante de asilo teniendo en COM (2001) 386, propuesta de directi- permanente proponen la exigencia de un va del Consejo relativa a las condiciones máximo de cinco años. Cfr. propuesta de cuenta las obligaciones interde ingreso y residencia de ciudadanos de directiva del Consejo relativa al estatuto nacionales de Italia 20. En la terceros países que quieran dasarrollar una de los ciudadanos de terceros países que misma línea, prevé un sistema actividad de trabajo subordinado o autósean residentes de larga duración, COM de protección para los solicinomo. (2001), 127. 62
tantes de asilo y refugio que permite que los entes locales presten servicios de acogida a dichos extranjeros. Incluso intenta “racionalizar “racionalizar y optimar el sistema de protección del solicitante de asilo, de refugio y del extranjero con permiso humanitario”” creando un servicio manitario central de información, promoción, soporte técnico, etcétera, de los entes locales que presten servicios de acogida. Para hacer posibles todas estas previsiones crea el Fondo Nacional para la Política y los Servicios de Asilo. En realidad, lo que se pretende con esta reforma es coordinar a todos los organismos que intervienen en la demanda y gestión de las solicitudes de asilo y refugio, asegurando que la vía del asilo no se convierte en una forma de legalizar a los extranjeros que quedan fuera del contingente anual. Con la reforma queda claro que el asilo y el refugio son sólo un medio excepcional de entrada en Italia respecto a la cual el control debe ser estricto. 20 Cfr., entre otras, Directiva 2001/55/CE del Consejo, de 20 de julio de 2001, relativa a las normas mínimas para la concesión de protección temporal en caso de afluencia masiva de personas desplazadas y a medidas de fomento de un esfuerzo equitativo entre los Estados miembros para acoger a dichas personas y asumir las consecuencias de su acogida, DO L 212, 7-8-2001; 7-8-2001; propuesta propuesta de Directiva del Consejo por la que se establecen normas mínimas sobre los requisitos y el estatuto al que pueden optar ciudadanos de países terceros y personas apátridas para ser refugiados o beneficiarios de otros tipos de protección internacional, COM (2001) 510 final; Comunicación de la Comisión al Consejo y al Parlamento Europeo sobre la política común de asilo, por la que se introduce un método abierto de coordinación. Primer informe de la Comisión sobre la aplicación de la Comunicación COM (2000) 755 final, de 22 de noviembre de 2000, COM (2001) 710 final; propuesta de Directiva del Consejo por la que se establecen normas mínimas para la acogida de los solicitantes de asilo en los Estados miembros, COM (2001) 181 final y propuesta de Reglamento del Consejo por el que se establecen los criterios y mecanismos de determinaciónn del Estado miembro responterminació sable del examen de una solicitud de asilo presentada en uno de los Estados miembros por un nacional de un tercer país, COM (2001) 447 final.
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Á N G EL ES S O LA N ES
4. La reagrupación familiar y la situación de los menores no acompañados La ley Bossi-Fini reduce los suje-
tos que se consideran reagrupables manteniendo los criterios exigibles para poder beneficiarse de la reagrupación. Como ya establecía la Ley 40/98, junto con el texto único, los requisitos para permitir que el extranjero (titular de la carta de residencia, de un permiso de residencia no inferior a un año o que se encuentre en Italia por motivos de asilo, estudios o religiosos) pueda acudir a la reagrupación familiar son exigirle un alojamiento y una renta anual no inferior al importe de la pensión social, en el caso de que sólo se quiera reagrupar un familiar, el doble, si son dos o tres los reagrupables, y el triple, si son cuatro o más los familiares a reagrupar. A efectos de la determinación de la renta se tiene en cuenta también la renta anual global de los familiares que conviven con el solicitante21. Con la reforma, sólo el cónyuge, los hijos menores, los hijos mayores a cargo que por razones objetivas no puedan sostenerse a causa de su estado de salud que comporte invalidez total y los ascendientes que hayan cumplido 65 años y que ningún otro hijo pueda tener a su cargo pueden ser reagrupados. Desaparece la posibilidad de reagrupar a los parientes hasta el tercer grado que se contemplaba en la norma de 1998. En el caso de que el extranjero sea hijo único, podría reagrupar a sus padres cuando éstos cumplieran 65 años sin ulteriores comprobaciones y sin que se especifiquen casos como el de enfermedad de alguno de los ascendientes antes de cumplir dicha edad. Si tiene otros hermanos en el país de origen habrá que comprobar (no se di-
21 Vid. Miele, R.: La nuova legislazione sugli stranieri, págs.193-197. Union
Printing Edizioni, I quaderni della rivista 3, Gli Stranieri, Italia, 1999, y Solanes, A.: El espejo italiano. Un estudio de la normativa sobre la inmigración en Italia, op. cit., págs. 121-131. Nº124
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ce cómo) que éstos no pueden hacerse cargo de sus ascendientes.. Así, la tes la ley Bossi-Fini ataca el derecho a la vida familiar consagrado por instrumentos internacionales y normas comunitarias22, establ estableciend eciendoo discr discriiminaciones entre las familias numerosas y las que no lo son totalmente inaceptables. Con esta norma deja de existir el derecho a la unidad familiar del que hablaba el artículo 28 del texto único de 1998 y se opta por imponer una noción de familia reducida a su mínima expresión. En cuanto a los menores no acompañados, la ley Bossi-Fini establece que si éstos han sido admitidos por un periodo no inferior a dos años en un proyecto de integración social o civil gestionado por un ente público o privado, podrán acceder al cumplir la mayoría de edad al permiso de residencia por motivos de estudio o de trabajo. El ente gestor del proyecto debe garantizar y probar, cuando el menor extranjero haya alcanzado los 18 años, que éste se encuentra en Italia desde hace al menos tres años, que ha seguido el proyecto por un periodo no inferior a dos años, que dispone de un alojamiento y que estudia o trabaja en alguna actividad laboral prevista por la ley italiana, o al menos dispone de un contrato de trabajo aunque todavía no haya iniciado la actividad. Con esta previsión se intenta hacer frente a la difícil situación de los menores extranjeros no acompañados que, una vez en territorio italiano, no pueden, en virtud de la prohibición legal, ser expulsados pero tampoco reúnen los requisitos para acceder al mercado laboral. Los proyectos de inserción social y civil se con22 Cfr. Comunicación de la Comisión al Consejo y al Parlamento Europeo sobre una política comunitaria de inmigración, COM (2000) 757 final; Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, JOCE 18 18 de diciembr diciembree de 2000 2000 (2000/ C 364/01) y propuesta de la Comisión, COM (2000) 624, propuesta modificada modificada de la Directiva del Consejo sobre el derecho a la reagrupación familiar.
vierten en la alternativa mientras se alcanza la mayoría de edad. El inconveniente de este tipo de permisos es que se vinculan a los contingentes, es decir, los permisos que se concedan atendiendo a esta modalidad se restarán de las cuotas de entrada anuales. Con esta previsión, el legislador refuerza la imposibilidad de una regularización permanente en el ámbito de la ley de inmigración, reafirmando el papel del contingente como controlador del número de extranjeros legales que Italia está dispuesta a admitir cada año. 5. La expulsión
Los motivos de expulsión establecidos en la Ley 40/98 y el texto único se mantienen en el texto aprobado por la Cámara de Diputados italiana y pueden resumirse en cuatro: a) Cuando el extranjero suponga un peligro para el orden público y la seguridad del Estado. En este supuesto es el Ministro del Interior el que decide la expulsión. Se trata de una de las medidas más agresivas de la ley (puede darse incluso en el caso de extranjeros titulares de la carta de residencia), por lo cual sólo se aplica en casos de especial gravedad. b) En el caso de entrada clandestina, sin someterse a los controles de frontera. Una de las principales dificultades de este supuesto es la prueba, es decir, demostrar que la misma se produjo y que no se trata de una irregularidad sobrevenida. c) En el supuesto de residencia irregular, es decir, porque no se haya solicitado el permiso de residencia en el plazo de ocho días laborables (que es el plazo legal para hacerlo), porque no se haya renovado, sin que concurra en ninguno de los dos casos fuerza mayor, o porque el permiso se haya revocado o anulado. d) El último caso que justifica la expulsión es el que reenvía a las categorías establecidas en el artículo 1 de la Ley de 27 de diciembre de 1956 núm. 1423, teniendo en cuenta todas las
modificaciones posteriores. Este apartado se refiere básicamente a extranjeros dedicados habitualmente al tráfico delictivo (la habitualidad debe deducirse de elementos de hecho); a sujetos sobre los cuales pueda deducirse que sus medios de subsistencia proceden de fuentes ilícitas; a aquellos que con su conducta (en su caso constitutiva de delito) ofendan o pongan en peligro la integridad física o moral de los menores, la sanidad y el orden público; y a los sujetos que pertenezcan a las asociaciones (mafiosas) a las que se refiere el artículo 416 bis del Código Penal. Con la reforma se considera inmediatamente inmediatamen te ejecutivo el decreto por el cual se establece la expulsión. Las diversas hipótesis sobre la concreción de un delito relacionado con la clandestinidad que se barajaron en los distintos borradores se han concretado en el texto aprobado por la Cámara de Diputados italiana teniendo en cuenta la reincidencia del extranjero. Se sanciona la primera entrada clandestina en Italia con la expulsión; el extranjero podrá permanecer en los centros de internamiento hasta un total de 60 días, aumentado así el tiempo de detención que señalaba la ley de 1998 (30 días). La figura del acompañamiento coactivo a la frontera se mantiene23. Si una vez expulsado, el extranjero vuelve a entrar en territorio italiano, será sancionado con un arresto de seis meses a un año y nuevamente expulsado con acompañamiento inmediato a la frontera. En el caso de expulsión dispuesta por el juez, el transgresor de la prohibición de reingreso será castigado con la pena de reclusión de uno a cuac uatro años. La misma pena se aplicará al extranjero que, una vez sancionado con el arresto de seis 23 Sin embargo, no se tiene en cuenta el punto de vista comunitario recogido en la Directiva 2001/40/CE del Consejo, de 28 de mayo de 2001, relativa al reconocimiento recíproco de las decisiones de alejamiento de ciudadanos de terceros países.
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INMIGRACIÓN Y EXTRANJERÍA EN ITALIA
meses a un año y expulsado, vuelva a entrar en territorio nacional24. Aunque la concreción de las penas por la entrada en territorio italiano tras la expulsión en el último texto es más benévola que la de propuestas anteriores a la aprobada por la Cámara italiana, no está exenta de problemas. En principio, hay que plantearse a quién afectará este tipo de norma, es decir, ¿con quién funcionará esta previsión que puede conducir al extranjero a la cárcel? No servirá para encarcelar a los explotadores (especialmente a los explotadores sexuales, que han hecho de la prostitución de inmigrantes en Italia un floreciente negocio25), mafiosos y terroristas que están acostumbrados a vulnerar leyes más graves y a arriesgar mucho más en la línea penal. En realidad, esta propuesta conducirá a la cárcel a los sujetos más débiles cuya desesperación les lleve a intentar volver a entrar en Italia sin esperar el tiempo oportuno 26. El inaceptable paso del ámbito administrativo al penal por la 24 La reforma tampoco, en este punto, aprovecha la ocasión para ajustar la normativa italiana a la comunitaria, con relación a las sanciones previstas en la lucha contra la inmigración clandestina. Vid. Directiva 2001/51/CE del Consejo, de 28 de junio de 2001, que integra las disposiciones del artículo 26 de la Convención de aplicación del Acuerdo de Schengen de 14 de junio de 1985, a la cual cada Estado miembro debe adaptarse antes del 11 de febrero de 2003. 25 Vid. Mottura, G.: ‘Immigrazione, lavori tradizionalmente femminili, traffici a scopo di sfruttamento sessuale: considerazioni su un esempio di complessità sociale’; Campani, G.: ‘Traffico a fine di sfruttamento sessuale e sex businnes nel nuovo contesto delle migrazioni internazionali’; Picciolini, A.: ‘Il quadro normativo italiano sul problema del t raffico internazionale finalizzato alla prostituzione e allo sfruttamento sessuale delle donne’, los tres tres en en VV AA, I colori della notte.
Migrazioni , sfrutta mento sessuale, esperienze di intervento sociale , págs. 21-38,
39-75 y 79-89, respectivamente, Franco Angeli, Milán, 2000; y VV AA, ‘La tratta di esseri umani. Esperienza italiana e strumenti internazionali’, internazionali’, en Zincone, G. (a cura di): Secondo rapporto sull’integrazione degli immigrati in Italia, págs. 621685. Il Mulino, Bolonia, 2001. 26 Vid. Zincone, G.: ‘Se il governo stimola la xenofobia. Una norma che colpisce i deboli, l’analisi’, op. cit. 64
comisión de una sanción hasta ahora considerada estrictamente administrativa y que está lejos de revestir la gravedad del resto de los tipos penales conllevará otros inconvenientes para la Administración italiana que no se han contemplado: aparecerá (¿proliferará?) la figura del inmigrante clandestino en espera de juicio, el cual, si no se puede superar el plazo de 60 días de internamiento, ¿será encarcelado hasta que se celebre su juicio y se concrete qué sanción le corresponde por su reincidencia? El texto aprobado por la Cámara de Diputados ha caído en el error de sancionar con medidas penales la actuación del inmigrante en lugar de centrar la lucha contra la clandestinidad en la configuración de tipos penales que persigan la actuación de las mafias, no de sus víctimas. Para que ello sea posible, hay que comenzar por superar la vinculación entre inmigrante y criminal. Este esfuerzo de superación de fobotipos aceptados y repetidos repetidos requie requiere re la colaboración del legislador, del con junto de la sociedad, de la Administración, de las organizaciones que actúan en el ámbito privado y, por supuesto, de los propios inmigrantes. En lo relativo a la lucha contra la inmigración clandestina, la ley Bossi-Fini incorpora medidas especialmente novedosas: a) la posibilidad de que los barcos de la Marina militar italiana sean utilizados para desempeñar funciones de policía (junto a los propios de este cuerpo); en concreto, para detener e inspeccionar los barcos (que se encuentren en el mar territorial o en una zona contigua) sobre los que exista motivo fundado para pensar que están implicados en el transporte ilícito de inmigrantes, de forma que si se confirma la implicación del barco en dicho tráfico podrá ser secuestrado y conducido a un puerto del Estado (artículo 11); b) la medida preventiva establecida en el artículo 36 en virtud de la cual el Ministerio del Interior podrá enviar a las embaja-
das y consulados italianos funcionarios de la policía expertos en la lucha contra la inmigración clandestina. Con estas previsiones de carácter estrictamente policial, que se completan con otras como la puesta en marcha de la ventanilla única para la inmigración y la Dirección Central de la Inmigración y de la Policía de fronteras, se pretende acabar con las migraciones clandestinas, olvidando que para ello es necesaria, además, una normativa de apertura de los ingresos legales que desincentive aquéllas. El mensaje que la ley Bossi-Fini lanza es básicamente represivo: se reducen las vías legales de acceso al trabajo, se dificulta el disfrute del derecho de reagrupación familiar y se contempla la ejecución inmediata de la expulsión. El verdadero objetivo parece ser la precarización de la situación del inmigrante a través de su continuo control, más que la potenciación de la inmigración legal. Con esta reforma se han obviado dos de los principios que deben tenerse presentes al establecer medidas relacionadas con la extranjería27: a) la inmigración no puede y no debe ser considerada como un arma impropia de los partidos políticos para saldar sus cuentas pendientes en el mercado de votos y de la lucha por el liderazgo político; no debe reducirse a una mera cuestión política; b) además, debe tenerse presente que la inmigración puede contribuir al futuro social, económico, político y cultural de los países de acogida. En definitiva, la propuesta del Gobierno italiano olvida que, junto a la gestión legal de los flujos migratorios, es necesario apostar por el codesarrollo y
la integración de los inmigrantes para poder hablar de una verdadera política de inmigración28. Resulta imprescindible hacer el esfuerzo por conseguir un pacto que incluya a los inmigrantes, con un sistema preciso de derechos y deberes recíprocos que no se mueva en la alternativa de los nacionales o los extranjeros, sino en la dinámica de que ambos constituyen una misma comunidad a la que pueden hacer aportaciones necesarias. n
27 Bolaffi, G.: I confini del patto. Il governoo dell’imm govern dell’immigrazio igrazione ne in Italia, op. cit., cit.,
págs. 10-12. 28 Tal como han señalado, entre otros, De Lucas y Naïr. Vid. Naïr, S., y De Lucas, J.: Le déplacement du monde. Immi gration et thématiques identitaires . Éditions Kimé, París, 1997; y De Lucas, J.: ‘Política de inmigración: 30 propuestas’, op. cit., pág. 34.
Ángeles Solanes es profesora en el departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política de la Universitat de València. CLAVES
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P O L Ï T I C A
MEMORIAS DEL INFIERNO MANUEL QUIROGA CLÉRIGO
Cómo llegó la noche
Huber Matos Tusquets Editores Barcelona, 2002 A veces las las fotografía fotografíass se conserconservan como el fiel testimonio de tiempos que parecen no haber existido. Al desaparecer, de una manera siempre dramática, parte de las personas que formaban el conjunto gráfico, éstas pasan a formar parte de la historia, de la memoria. Pero, al tiempo, desfiguran el hecho que retienen para toda la eternidad, ese hecho que, de ninguna manera, nadie puede borrar, aunque lo intente. Sería como arrancar su vitalidad a un paisaje, como romper de golpe una imagen, como borrar una figura del lugar en que podía seguir estando. Unas memorias sin odio
Ése es el caso de la célebre foto en que aparecen triunfales, de izquierda a derecha, los comandantes de la revolución cubana Camilo Cienfuegos, Fidel Castro Ruz y Huber Matos entrando en Santa Clara, camino de La Habana, al frente de la guerrilla victoriosa, cuando iban tomando posesión de las ciudades, invitando a sus conciudadanos a participar en una era nueva de presunta gloria y prosperidad, ya vencida la ominosa dictadura de Fulgencio Batista. Enseguida llegaría, no obstante, el momento de otras violencias, la instalación en el poder de unas ideas y de unos proyectos harto diferentes a los que se habían prometido, desde la sierra Maestra, al siempre sacrificado pueblo cubano. Como si de algo premonitorio se tratase, del testimonio foto66
gráfico indicado, hoy únicamen- leros. No olvidemos que todo sute se mantiene en los ámbitos del cede a lo largo de dos décadas poder la figura central. Y se man- exactas de dramático confinatiene precisamente con aquel po- miento, donde, es preciso decirder que la revolución, es decir, lo, ni una sola vez el preso solicilos comandantes, los combatien- tó ningún tipo de clemencia a tes y el pueblo le habían enco- unos guardianes tan inhumanos mendado, y también con la ca- como innecesariamente crueles, pacidad de decisión que al frente aunque María Luisa, su abnegadel nuevo Estado, el tiempo y las da esposa, y sus hijos acudieran a conveniencias habían ido acu- muy distintos foros e instituciomulando para quien o quienes nes, más en busca de una recta finalmente fueran señalados diri- justicia que suplicando ningún gentes de la paz. La extraña perdón. Cómo llegó la noche constituye muerte de Camilo Cienfuegos privó a semejante paisaje huma- un libro de memorias. Un exceno de ser uno de sus protagonis- lente libro de memorias, podría tas; y otras circunstancias, afor- decirse. La portada exterior nos tunadamente menos trágicas pe- muestra la fotografía a que se aluse a todo, aunque igualmente de al comienzo de este comentadolorosas, eliminaron de la geo- rio, además de la blancura imgrafía de la libertad al tercer con- poluta de un uniforme de maritendiente. no y la sutil advertencia de las En cerca de seiscientas páginas armas y las ropas de campaña, y, Huber Matos, quien fuera co- bajo todo ello, una inscripción mandante de los barbudos y un que podría constituirse en subtíeficaz colaborador de Castro en tulo para un testimonio tan premultitud de ocasiones, relata su ciado: “Revolución y condena de caída en desgracia, su aparta- un idealista cubano”. Y es que, miento de aquella revolución, su efectivamente, a lo ancho de las desastroso y embrollado juicio, confesiones de Huber Matos, y la condena de 20 años de prisión sin que él lo cite expresamente, y el cumplimiento exacto de tan podemos concluir que eso es lo férrea condena. Lo hace de una que contiene el libro: la narramanera apacible, sin invertir más ción exhaustiva y, acaso, pormeodio del necesario en el relato de norizada de la biografía de un tanta iniquidad y, sobre todo, idealista, de alguien que dio todo con la valentía de quien, desde el lo que tenía por un ideal de la comienzo, llama a las cosas por Cuba libre a que él aspiraba y tal su nombre y mantiene una línea como entendía esa libertad. Todo de conducta única, limpia, es de- nació con los iniciales postulacir, sin dejarse llevar nunca por dos de la revolución cubana, luetriunfalismos innecesarios ni por go modificada por cuestiones de lacrimosas consideraciones, y ele- diferente ambición o simplegantemente, o sea, sin recurrir a mente de un estudiado oportula conmiseración que puede lle- nismo político que personas cogar a darse en el límite de los su- mo Matos no contemplaban befrimientos a que un condenado neficioso para un país como el como él es tratado por sus carce- suyo, y menos aún en un mo-
mento en que se creía que las cosas iban a funcionar de otra manera; por ejemplo, dentro de los espacios naturales de una democracia abierta que contara con la opinión del pueblo, a quien, teóricamente, se había salvado de la dictadura hipócrita de Batista. Ésta sería primeramente la base para el distanciamiento entre los hermanos Castro y Huber Matos; la campaña de desprestigio vendría después y, por fin, el juicio, hábil y perversamente, dirigido desde las alturas del poder, y la consecuente y sabida condena del ahora apartado de la nueva dirección del país. Matos visto por Hugh Thomas
Este libro ha sido galardonado con el XVI Premio Comillas que convoca Tusquets Editores y que dicha editorial publica en su colección Tiempo de memoria. Contiene dos suculentos y breves prólogos que nos pueden permitir conocer el panorama literario con que nos vamos a enfrentar a lo largo de una confesión tan apasionada como vehemente. El primer prólogo está firmado por el historiador Hugh Thomas, en el cual, mediante unas sencillas y breves palabras, hace una no deseada alabanza de Huber Matos, al relatar de manera coloquial la trayectoria del autor de este libro, de quien dice: “Fue en su juventud un maestro de escuela lleno de ideales. Tenía además experiencia en el cultivo del arroz. Esta combinación debería haberle convertido en un ciudadano extremadamente valioso en la Cuba moderna. De hecho, eso es lo que originalmente parecía que iba a ocurrir. Matos, incapaz de aceptar al corrupto dictador Fulgencio Batista, se sumó a las protestas contra él y, más tarde, a la rebelión. Se unió al MoviCLAVES
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miento 26 de Julio de Fidel Castro (movimiento insurreccional surgido a raíz del asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953), donde prestó destacados servicios. Tras el triunfo de la revolución en enero de 1959, Matos fue nombrado gobernador militar de la región de Camagüey, la principal región ganadera de la isla”.
Ésta podía haber sido casi toda la biografía de Matos, quien, al parecer, no aspiraba a mucho más dentro del nuevo orden social que había implantado en Cuba aquella revolución que, también, el propio Matos había ayudado a convertir en victoriosa. Desde luego, el destino de gobernador militar y una vejez más o menos tranquila no era un premio demasiado excesivo a la hora de apreciar el valor de los servicios que, desde su llegada de Costa Rica con otros compañeros portando armas y municiones para el ejército rebelde hasta la entrada en La Habana, había llevado a cabo, con toda la carga de entrega que, desde fuera, podría llamarse heroísmo y que le fue valiendo los sucesivos ascensos hasta su grado más elevado. Es como cuando a Enrique Tierno Galván un periodista le preguntó si estaba satisfecho con haber llegado a ser alcalde de Madrid y el viejo profesor le recordó sus años en la universidad; sus luchas contra la dictadura franquista; su fundación del Partido Socialista del Interior, luego denominado Partido Socialista Popular; su trabajo a favor del socialismo democrático; su unión con el PSOE; su dedicación a la investigación, su política municipal casi razonable en un momento tan confuso, etcétera. Parece que la labor de Huber Matos, junto con la de otros deNº124
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más insurgentes de la sierra Maestra, no estaba siendo apreciada de manera calurosa cuando había llegado el momento de repartir el poder que esa insurgencia había conseguido al vencer a un régimen como el de Batista. Pero en ese momento, además, recuerda Hugh Thomas, la revolución, con los Castro a la cabeza y el Che Guevara, comenzaba ya a coquetear con el comunismo, tal vez como vía de implantación de unos modos de gobernar que suponían los más adecuados para Cuba y que, por supuesto, ya perfilaban o prometían un choque frontal con Estados Unidos, la gran nación a quien Castro, según señala Thomas, “consideraba, como muchos nacionalist nacionalistaa cubanos, el genio maligno de la Cuba independiente”. Matos no hizo más que oponerse a ese cambiante rumbo de la revolución, pero casi sin criticarle, aunque formando parte, deseada o no, de todos aquellos que no estaban de acuerdo con semejante situación. Su crimen consistió, simplemente, en dirigir una carta a Fidel Castro, con fecha 19 de octubre de 1959, pidiendo su licenciamiento del ejército rebelde, algo, por cierto que ya había solicitado unos meses antes, y renunciando a “toda responsabilidad dentro de las filas de la revolución”. revolución”. El arresto, unido a todo tipo de vilipendios y amenazas, juicio sumario y condena, fue la respuesta del líder máximo a esa incomprendida y criticada renuncia. Una larga noche de penurias
En el segundo y escueto prólogo del ex ministro de Cultura de Costa Rica Carlos Carl os F. F. Echeverría, indica que
Manuel Quiroga Clérigo
“En su interés por ceñirse a los hechos, Matos se mantiene equidistante del elogio y de la diatriba. A lo largo del texto palpita la pasión de quien vio traicionados los ideales por los que él y muchos otros cubanos se sumaron a las filas del ejercito rebelde, pero esa pasión nunca se desborda, nunca altera el flujo de una narración precisa y ordenada. El autor se muestra concentrado más en describir las cosas como fueron, o como él las pudo ver, que en blandir su dedo acusador o emitir juicios o proclamas políticas”.
Es cierto que resulta incluso sorprendente el lenguaje, en general amable y paciente, que Huber Matos emplea para describir las torturas de todo tipo a que es sometido en prisión, la de trampas que tratan de tenderle militares y civiles, el sufrimiento moral que puede suponerle a un hombre saber que está naciendo su hija o que ha muerto su madre sin poder ser testigo de hechos tan vitales y trascendentes para cualquier ser humano. Hay, sin embargo, un grado de satisfacción en el relato de Matos cuando sabe que, pese a tantos atro-
pellos, él se está conduciendo de una manera consecuente con su sentido de la responsabilidad, cuando no se rebaja a solicitar ningún tipo de clemencia o a colaborar con sus carceleros en determinados momentos en que, ladinamente, se le promete algún beneficio como el de ver a sus primas que han venido, o las han traído, a la prisión a cambio de ciertas colaboraciones como reconstruir determinados hechos de armas para los archivos de la revolución, etcétera. Con una pasmosidad total vamos asistiendo, efectivamente, al simple relato de la calamidad, de la desgracia, de tanta violencia y obscenidad como se cierne sobre quien va relatando algo tan anormal, como un enclaustramiento demasiado prolongado, doloroso e inexplicable, mientras un hijo suyo sufre un atentado o le es dado conocer la crisis de los misiles o, incluso, el escuchar los fusilamientos de los enemigos de un régimen por el cual, además de estar prisionero, está siendo de continuo amenazado, humillado 67
MEMORIAS DEL INFIERNO
y provocado. Aquí, únicamente, están los sucesos, la historia, los detalles de una larga noche de penurias y atropellos. Todo ello es relatado con una total frialdad y como si se tratara de algo ajeno, algo que no forma parte del dolor de quien lo está relatando. Posiblemente, en esa actitud llegará a caber algún tipo de satisfacción, al saber o intuir que nada sería capaz de doblegar unas ideas y una conciencia recta frente a tanta iniquidad. El filósofo alemán Ernst Tugendhat Tugendhat recuerda a Platón cuando decía que una persona sólo puede ser feliz si es moral. Tal vez Huber Matos estaba consiguiendo acercarse a alguna felicidad gracias a mantener, durante tantos años, una rectitud moral basada en el convencimiento de que la resistencia a la opresión es la única manera de lograr una victoria íntima, personal. “Vístase, usted se va hoy”. Esa frase, al comienzo y al final del libro, encierra los 48 capítulos de Cómo llegó la noche, una serena muestra del valor del ser humano ante la adversidad, el relato más conmovedor sobre la insurgencia de la revolución cubana, su resonante y esperanzado triunfo y la caída en desgracia de uno de sus gestores. Estamos asistiendo, pues, a una reconstrucción efectiva de hechos y de leyendas, dolorosas y reales, siempre estremecedoras, todas enraizadas en los mundos casi oníricos del heroísmo y, sobre todo, a la necesidad del ser humano de relatar su pretérito tal vez para intentar comprender su futuro. Pero, en algún momento, nos parece que no puede ser posible tanta insensatez como la que vamos conociendo a lo largo de estas páginas de un libro que es testimonio candente de la vileza y la aberración más inhumanas. No parece posible que alguien pueda justificar tanta amargura, ni por una razón de Estado ni en aras de alguna desconocida defensa de la estabilidad o la seguridad de un país. Es cuando llegamos a suponer que nos encontramos ante algo imaginado, un universo de ficción, un producto literario de 68
la imaginación del autor, a lo que se suma no sólo la valentía de relatar aquellos sucesos, sino la capacidad, casi inhumana, para haberlos podido soportar. En un precioso artículo titulado Entre la realidad y la ficción, el escritor argentino Tomás Eloy Martínez, ganador del V Premio Alfaguara de novela por El vuelo de la reina, escribe: “Sólo me preocupaba saber por qué ciertos hechos que parecen corresponder sólo al orden de la ficción suceden en la realidad o de qué manera la realidad impregna, aun involuntariamente, las ficciones”. (El País/Babelia, 13 de abril de 2002). Leer el libro de Matos a veces nos enfrenta con algo semejante. Tan tremenda es la situación del protagonista que se nos antoja una verdadera historia producto de la imaginación de un sorprendente autor, como si tanto dolor, continuo y multiplicado en cada minuto siguiente, fuera algo incapaz de ser soportado por ser humano; nos referimos a un ser humano normal, no investido de los ropajes del héroe, sino alguien que piensa en sus hijos, en su esposa, incluso en sus amigos. ToTodo recobra, entonces, un profundo deje de tristeza, con esa le janaa visió jan visiónn infan infantil til que tie tienen nen los recuerdos cuando se torna difícil el volver a hacerlos realidad. Cuanto discurre en este libro parece haber sucedido en los literarios terrenos de la ficción y no en los ámbitos de la más dura y sorprendente realidad. Del golpe de Estado de Batista a la Revolución
Pero, además, más de la mitad del libro contiene la minuciosa descripción de los hechos que desembocaron en el triunfo de la revolución. Es como si el propio Matos no tuviera ninguna prisa por contar el objeto real de sus memorias, que es la llamada con juración juraci ón comunista, comunista, su volunta volunta-rio apartamiento de la revolución y consiguiente caída en desgracia. Los datos que se nos da sobre el golpe de Estado de Batista del 10 de marzo de 1952, cuando Huber Matos se encuentra dando clase en la escuela de d e Manzanillo
y la respuesta a esta acción, la implicación de tanta gente en rebelarse contra ese hecho, la conspiración y el asalto al cuartel Moncada, donde “Fidel Castro, un joven jov en del Part Partido ido Ortodo Ortodoxo, xo, es el jefe del grupo revolucionario que ha lanzado los dos ataques”, son la base de la implicación de Matos en los inicios de lo que después será una revolución en toda regla, con una guerra de desgaste y una estrategia capaz de hacer de las guerrillas un oponente combatido y eficaz frente a todo un ejército bien armado y organizado. El asalto a Moncada es aplastado, los elementos civiles simpatizantes perseguidos sin cuartel, y es entonces cuando el pueblo queda desarbolado e indefenso, sin saber responder de ninguna manera a la fuerza brutal de una dictadura y un ejército, y, lo que es peor, sin defensa alguna ante el Gobierno de Batista, firmemente apoyado por Estados Unidos. Es hora de rebeldías, exilios, juicios y exaltaciones. Recordemos el alegato de Fidel Castro ante el tribunal que le juzga con su célebre alocución “La historia me absolverá”. Al final del primer capítulo Matos escribe, a las pocas horas de ser puesto en libertad: “Una y otra vez los recuerdos me envuelven en obligado recuento, como si fuera imposible emprender nuevas jornadas sin inventar el pasado. Hasta las arenas de mi conciencia llegan en olas las impresiones de toda una vida: mi infancia campesina, mi rebeldía ante la injusticia, mi vocación de maestro, el golpe de Estado de Batista el 10 de marzo de 1952, la conspiración, los camiones en la noche lluviosa, el exilio, la expedición, la sierra Maestra, las horas del triunfo, la traición de Fidel, la muerte de Camilo, la farsa del juicio, las prisiones por dentro. He sobrevivido a la tortura, a las golpizas, a 20 años de acoso y barbarie. He sobrevivido sin renunciar a mis ideales, resuelto a seguir adelante hasta que Cuba sea libre o la muerte me separe de la lucha”.
Nos recuerda aquellos versos del poeta griego Miltos Sajturis: “Me corté corté la cabeza cabeza / la puse en un plato…”. Matos, al enfrentarse a lo que él denomina “la conjura comunista”, pasa a inmolarse ante quienes no quieren
ver obstáculos a sus decisiones; es como si estuviera ofreciendo su cabeza a los nuevos amos de la situación, convertidos en férreos e irreconciliables enemigos, igual que si estuviera dando una razón suficiente para ser, o convertirse de la noche a la mañana en objeto de una persecución que es justificada como necesaria para el mantenimiento de la integridad de la patria. Es ya la época en que el primer presidente de la Cuba revolucionaria, Manuel Urrutia, un hombre al parecer honesto, ha renunciado a su cargo; y cuando Camilo Cienfuegos ya se expresa tajantemente así: “Estoy en desacuerdo con la forma en que se conducen las cosas. Creo que se han dado pasos hacia un Gobierno dictatorial, probablemente de signo marxista, con el que no puedo comprometerme por cuanto significa volverme contra mis principios”. Ya ha enviado aquella primera carta de renuncia a Fidel Castro. Espera pacientemente el desarrollo de los acontecimientos que, supone, se llegarían a desencadenar en su contra. Aún mantiene su cargo, se relaciona con los demás comandantes y participa en actos oficiales, como en la fiesta que celebra el asalto al cuartel Moncada, donde hablará el ex presidente mexicano Lázaro Cárdenas. Castro contesta a Cárdenas, explica Matos “su discurso es largo, como de costumbre. Abarca el proceso revolucionario desde sus comienzos y exalta los valores de la lucha y la actual gestión en lo económico y lo social; lanza recriminaciones para los que, desde las sombras, quieren volver atrás el reloj de la historia y retornar a una sociedad de privilegiados y entreguistas”. Juicio y condena
En la presentación de Problemas, el libro de Ernst Tugendhat, recientemente editado por Gedisa, el filósofo Javier Muguerza decía que “la última razón para ser amoral es la felicidad”. felicid ad”. Tal Tal vez la amoralidad del régimen de Castro consistía, consiste, en lograr felicidad (sic) para el pueblo cubano. Pero el preso Huber Matos ni siquiera para lograr su feliciCLAVES
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dad, su excarcelación, su libertad, pretende ser amoral, allanar sus principios, colaborar con los carceleros. En una nota al comienzo del libro, Matos deja algunos párrafos muy aclaratorios de su conducta y, con ello, de la fuerza que determinadas cuestiones le dieron para soportar tantos años de penurias: “La vida de un individuo que ha luchado durante largos años contra dos tiranías es inseparable de la de su familia. María Luisa siempre ha compartido ideales y sacrificios conmigo. Por eso esta historia es también suya. Ella está presente como inspiración en estas páginas”... “Nuestros hijos no han sido ajenos a mis luchas. Huber y Rogelio comparten ideales y mis esfuerzos. La publicación de este libro es una forma de agradecer a quienes desde diferentes países gestionaron mi libertad o se interesaron por mi suerte. Sin solidaridad, en la que creo ver el favor de Dios, mi existencia habría concluido en las prisiones y este relato nunca se habría escrito”.
Lo cierto es que las injustificadas palizas en prisión, el atentado contra su hijo, algunas humillaciones sufridas por sus familiares, el no ver durante años a su padre anciano, el no conocer apenas a su hija Carmela, no son más que añadidos a la condena que, no olvidemos, habría podido ser de muerte y se quedó en 20 años de prisión. Enfrentarse a esa condena únicamente puede hacerse con algunos añadidos, además del valor y la entereza del prisionero. Estos añadidos son el apoyo, a veces nebuloso, de quienes, además de su familia, estaban en contra de la injusticia y a favor de la inocencia: muchas personas en Costa Rica, ciertas instituciones incluso. El agradecimiento que hace Matos a quienes le apoyaron o creyeron en sus ideas y en su inocencia se une a esa capacidad de creyente de la que el protagonista de la historia real y relator de estas memorias habla poco o deja entrever en algunos momentos concretos, igual que se refiere a su adscripción a la masonería o hace ciertas referencias a su hermana y cuñado como personas activas en los ámbitos religiosos de donde aparece ese “favor de Dios” que vieNº124
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ne a cobrar, en tan dramáticos fensor, que tomó el caso sin immomentos, todo el valor de una portarle las posibles represalias, afirmación de esa religiosidad ca- van relatando cómo la conducta paz de colaborar para lograr mi- ciudadana del reo es impecable; nimizar sufrimientos y vejacio- miembros de una sociedad todanes durante los años de prisión. vía abierta, como un coordinaHuber Matos obtuvo la ma- dor del Movimient Movimientoo 26 de Junio yor condena de todos cuantos en Camagüey; una líder sindical; eran juzgados por delitos como dos hermanos de la fraternidad traición a la patria, o cosas pare- masónica; un sacerdote de la cacidas, aunque está bien claro có- tedral de Santiago de Cuba; un mo funciona todo en ese mo- profesor; un pastor bautista; un mento y, por ello, queda poca ca- capitán rebelde… Todo inútil. El pacidad para la sorpresa. juicio no es más que la portada de una condena previa. Matos es “Fidel tiene el monopolio completo condenado a 20 años y el resto del juicio. Me juzgará un tribunal mili- de los llamados conjurados a petar seleccionado por él mismo en el que todos sus miembros le son incondicio- nas entre siete y tres años. De tonales. También escogió al fiscal y a los dos ellos es Roberto Cruz, siete funcionarios a cargo de las tareas auxi- años, quien más apoyará y acomliares. Tribunal, testigos, lugar y público. pañará a Matos en sus primeros Pero él será el verdadero fiscal, y también tiempos de prisionero. se reserva el papel de testigo acusador. Él ordenará la sentencia al tribunal para que la comunique directamente”.
En estas condiciones todo es posible, de ahí el que Matos llegue a pensar en un momento dado que va a ser fusilado, pese a lo cual el reo sigue afirmando: “Voy a decir la verdad y me van a tener que escuchar. Vivo, soy un problema para ellos; muerto, también. Así que, me lleven a la cárcel o al paredón, ellos pierden”.
Para mayor ensañamiento fue, precisamente, Camilo Cienfuegos quien recibió la orden de apresar a Matos y quien, viendo cómo está el panorama, le aconseja no afrontar el juicio y fugarf ugarse a Estados Unidos, cosa que Matos desestima. Para lograr un mayor impacto en la opinión pública se organizan manifestaciones, dirigidas desde el poder, juicios paralelos y acusaciones en todo tipo de medios; se contratan testigos de cargo, como el caso del comandante Castiñeira, que se niega a acusar a Matos de nada; y, finalmente, se hace aparecer el juicio como dirigido a aplastar una conspiración donde, dice Matos, se colocan “suspicacias, intrigas, mentiras y, sobre todo, ficción”. Frente a esta situación, a cambio aparecen voluntarios que defienden de una manera honesta al acusado; quienes, llamados por el abogado de-
Veinte años en prisión prisión
Atrás ha quedado quedado la sierra sierra Maestra, la relación siempre rara con Fidel Castro, los ascensos de Matos, su capacidad para dirigir a los rebeldes, sus sonados éxitos militares, su exposición a peligros y violencias, su conocimiento de determinadas cuestiones no acordes con su visión de la situación, como cuando descubre que Castro permite cierto tráfico de drogas, etcétera. A partir del juicio, Matos se prepara para ir superando un día tras otro. Y lo hace con entereza. Es precisamente a través de estas memorias, de la desesperada posición de la población civil, del deseo de libertad de gentes que tratan de llegar a Florida en los medios más precarios, de la intransigencia de los dirigentes cubanos durante tantos años, como es posible comprender el mundo que envuelve la prisión de Matos, las justificacio justi ficaciones nes que que el régimen va inventando día tras día para someter al privado de libertad a todo tipo de torturas físicas y psíquicas, tal vez para verle doblegado ante una situación que nunca tiene visos de cambiar. Es así cómo los intentos de fuga de los compañeros de infortunio, algunos de los cuales llegan a buen fin, no resultan atractivos a Matos. Para él lo importante es mantener su integridad espiri-
MEMORIAS DEL INFIERNO
tual, no dejarse llevar por la desesperación, ir acumulando experiencias y esperanza para superar los tristes días de encierro, como si una fuerza superior le llevara a superar esa larga noche de la indignidad y del odio menos justificables. Mientras tanto, Fidel Castro sigue con su política de alineación con la Unión Soviética; y el mundo, de una manera insólita, asiste impasible al lamentable bloqueo que Estados Unidos somete a la isla, asfixiando no sólo a sus gobernantes, sino a los ciudadanos que aspiran a vivir en un mundo libre que no lo es tanto. Es la época en que el señor Kissinger hace de la suyas, organizando operaciones salvadoras en Chile y otros lugares; el momento de la invasión de la isla de Granada con el humanitario pretexto de salvarla del comunismo; cuando se asaltan palacios de Gobierno o se colocan jefecillos a gusto de los modernos colonizadores. Curiosamente, en Cuba sigue implantada la pena de muerte, la misma que ha vuelto a determinados Estados norteamericanos. Matos inicia huelgas de hambre, escribe cartas de protesta, se entrevista con carceleros férreos, pero nada de ello sirve para aliviar su prisión excesiva e incomprensiblemente dura. Cuando compartía prisión con Roberto Cruz se dedicaban ambos a leer, a comentar textos y estudiar temas de historia o de literatura. Después va encontrando otros compañeros, con los cuales va comentando la situación del país, conociendo lo que sucede en los lugares en que está encerrado (Isla de Pinos o Guanajay) o los sucesos que hacen más difícil mantener abierta la ventana de la esperanza. Un caso tremendo es el de Rafael del Pino, que había entrado clandestinamente en la isla para llevarse a algunos cubanos: cae en una trampa y es hecho prisionero. Como tiene nacionalidad norteamericana se habla de que será canjeado, con otros presos, por cinco independentistas puertorriqueños. En víspera de este can je, Del Pin Pinoo aparec aparecee ahorca ahorcado do en en 70
su celda. Nadie lo cree. Así van quedando atrás héroes y mártires, a quienes no se les quiere ver en libertad. La familia de Matos sigue pendiente de él. “Mi hijo Huber da pasos muy importantes para mi liberación. Lo que me cuenta mi padre me da ciertas esperanzas de que los comunistas no se atreverán a matarme en la etapa final de mi condena condena”. ”. La libertad
La noche quedó atrás es el título
de un libro de un patriota –¡siempre las patrias!– húngaro o polaco. Gracias al trabajo de su familia, a determinadas presiones internacionales y, sobre todo, por haber llegado el momento en que la férrea condena llegaba a su fin, Huber Matos queda en libertad. “Son las seis de la mañana del 21 de octubre de 1979, he cumplido, desde el primero hasta el último día, una sentencia de 20 años de cruel e injusta prisión”, escribe el idealista cubano. El Gobierno de Costa Rica envía una misión para hacerse cargo del excarcelado, quien aún pregunta: “Pero… ¿estoy o no estoy en libertad?”. Tantos han sido los sufrimientos de los últimos tiempos, las palizas innecesarias, las amenazas de muerte, la tortura sistemática, el abandono en las enfermedades y los padecimientos, la crueldad continua, la soledad, que la salida de Villa Marista, “antiguo seminario de los Hermanos Maristas convertido en cuartel general de la Seguridad del Estado”, se le torna a Matos todavía increíble. Sin embargo, tras un extraño proceso burocrático, la libertad es un hecho. Atrás queda esa larga noche, esa prisión inhóspita, esa desolación incomprensible. El argentino Ernesto Sábato, que trabajó en un concienzudo memorándum sobre la dictadura del país del Plata (y que, en Nunca más, sentó los principios para que en el futuro pudieran evitarse las tremendas consecuencias de una dictadura inhumana como la que azotó a aquella nación), escribió un libro titulado La resistencia, publicado en España por Seix Barral (2000),
donde, en cinco cartas, hace un res que las naciones, las revoluanálisis del mundo actual, de la ciones o los dividendos han crerealidad de nuestras sociedades ado en estos siglos de sumisión y demasiado abocadas al lucro, al de violencia. “Lo esencial de la progreso, a la explotación del ser vida es la fidelidad a lo que uno humano; en ese escrito trata de cree su destino”, indica Sábato. llevarnos a la idea de un nuevo Huber Matos, en Cómo llegó la humanismo, de una concepción noche, hace realidad las palabras Abbadón ón el extermiarmónica del mundo donde no del autor de Abbad sólo exista el poder, el capital, la nador y, así, su cautiverio se conviolencia, la globalización brutal vierte en una monstruosa indigy corrupta, sino que aparezca el nidad, al tiempo que el logro de gusto por las artes, el diálogo, la su liberación hace del protagobelleza en todas sus manifesta- nista un ejemplo de fortaleza e ciones, la esperanza en un mejor integridad digno de ser tenido en destino para quienes nos suce- cuenta. dan. Tal vez ésa sea la llamada que también subyace en el libro de Huber Matos, el legítimo deseo de encontrar un mundo sin tiranos, un país donde el odio sucumba ante la fraternidad y la bondad de todos los hombres. En La resistencia, Sábato pide que resistamos ante la injusticia, ante la indignidad, ante todos los maltratos que la sociedad o los esbi- Manuel Quiroga Clérigo es doctor en rros del poder tratan de ejercer Ciencias Políticas y Sociología, y poeta. contra el hombre sencillo, aquel Autor de de Las batallas de octubre (de própublicación). ón). que aún cree en el ser humano y xima publicaci no en los grotescos depredadon
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L I T E R A T U R A
VINDICACIÓN DE CHESTERTON CHESTERTON RAMÓN EDER
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or una parte, uno se alegra Wells, Wells, ateos, ateos, mater materiali ialistas stas y bri- daderamente nos debería imporde que ciertos autores que llantes contemporáneos suyos, tar, hoy día, es que Chesterton es admira no se hagan tan fa- por ejemplo, le estimaron pro- un gran escritor escritor.. Sucesivas genemosos que se acaben convirtien- fundamente Y lo consideraban raciones de lectores han sudo en vedettes cuyos nombres se- un rival peligroso en las numero- cumbido al encanto de las an citados abusivamente, a dies- sas polémicas ideológicas que tu- aventuras del padre Brown. tro y a siniestro, en los medios vieron con él en los periódicos, El hombre que fue jueves y El de comunicación. Porque es un porque era, como dijo Josep Pla, Napoleón de Notting Hill son placer poder disfrutar de esos un dialéctico formidable. Pero la novelas extraordinarias. La singrandes escritores sin tener que lista de lectores entusiastas de gular poesía de Chesterton (aquí ver cómo su vida es manoseada Chesterton quizá deje perplejos inencontrable) es muchas veces G. K. Chesterton obscenamente (sin excluir secre- a algunos sectarios despistados. magnífica, y un poeta como Eliot tos de alcoba) por maniáticos Talentos tan diferentes como el la elogió en su tiempo. Como biógrafos, igual que si se trataran guru de la contracultura Allan biógrafo, Chesterton escribió biode personajes de la prensa del co- W Wats, ats, el mago del suspe suspense nse Al- grafías de deliciosa lectura sobre que se está haciendo en un país razón. Pero, por otra parte, se im- fred Hitchcock o el radical ana- numerosos escritores victorianos. como España, en el que se pupone hacer justicia. Y es un asun- lista de la modernidad Marshall Y libros libros hist histórico óricoss como como El hom- blican miles de libros anualmeneterno, ensayos literarios como te (casi todos innecesarios, para to ético y estético contribuir a dar MacLuhan fueron algunos de sus bre eterno, a cada escritor lo que uno cree atentos lectores. Lo mismo que su Robert Louis Stevenson (quizá el qué nos vamos a engañar) y en el que le corresponde. escritores de la talla de Graham estudio más profundo que se ha- que es imposible encontrar alguEs evidente que Chesterton es Greene, Anthony Burgess, Al- ya realizado sobre el autor de La nas obras maestras de este gran un escritor minusvalorado en Es- doux Huxley, Evelyn Waugh, isla del tesoro) y recopil recopilacio aciones nes de escritor escritor,, uno de los gigantes de la paña. Actualmente no se pueden Lampedusa o Alfonso Reyes. Y artículos como Enormes minucias literatura del siglo XX . Alarmas as y digr digresion esiones es no deberíencontrar en las librerías más que Borges, sin duda un inteligente y o Alarm unos pocos libros suyos, cuando agudo lector, le hizo, entre otros, an faltar en ninguna buena bi- La risa de Chesterton Chesterton fue un escritor prolí- este importante y justo elogio: blioteca. Por el placer que pro- Cuenta Hugh Paynter: “Esa risa fico. Y raro es el crítico literario “La obra de Chesterton es vastí- porcionan esos libros sólidos, irri- suya, una vez escuchada, no se que osa hablar de él, cosa que no sima y no encierra una sola pági- tantes y divertidos, llenos de podía olvidar. Parecía poner en ocurre en Francia o en Italia, por que no ofrezca una felicidad”. inteligencia y de magia. (Por cier- ella toda la alegría de su naturaleno hablar del mundo anglosajón, (Aunque en libros escritos hace to, algunos psiquiatras recomien- za. En el teatro, la gente apartaba en el que Chesterton es un clási- un siglo, sobre todo en los ensa- dan a sus pacientes la lectura de la vista de la obra para escucharco. (Aunque hay que resaltar el yos, también es normal encon- Chesterton para salir de una de- la. Era espontánea, sincera, agrainterés que algunos jóvenes y trar ideas superadas, plantea- presión). decida; no hay palabras que pueavispados escritores españoles es- mientos obsoletos y argumentos Por supuesto, la apreciación li- dan hacerle justicia. Era algo más tán demostrando últimamente defendibles...) teraria es y debe ser subjetiva. Pe- que la risa de un poeta, de un arpor este autor que no figura en el Indudablemente, Chesterton ro negarle a Chesterton el talento tista o de un genio, aunque él era canon). Y es que a este escritor ha sido el mejor publicista que literario es sospechoso. Y casti- todo eso. Era tan sólo una parte sorprendente no se le perdona su ha tenido el catolicismo. Nadie garle con el silencio mezquino es de él mismo y, cuando se marextrañísima ideología católica; pe- como él ha defendido esa remota una estupidez, una más de las chó, dejó detrás el eco como rero, dicho sea de paso, no se la concepción del mundo con tanta muchas estupideces de nuestra cuerdo”. Esa risa prodigiosa era la perdonan los sectarios. La culpa, inteligencia, tanta cortesía y tan- época, que se caracteriza por con- risa sana de un sabio alegre al que en gran medida, la tienen algunos ta eficacia. Incluso con sentido vertir en mitos a personajes in- le gustaban las tabernas. Y el eco círculos católicos españoles que del humor. Algo realmente ex- significantes y por olvidar a per- de esa risa aún podemos “oírlo” siempre han tratado de patrimo- cepcional ya que la Iglesia católi- sonas eminentes. Se podrá prefe- en muchas de sus páginas, en las nializar la obra de Chesterton en ca se ha caracterizado siempre por rir a otros autores, se podrá que excepcionalmente (no abunsu propio beneficio. Algo que ha utilizar métodos intimidadores y preferir otro tipo de literatura, se dan los casos) se mezclan la sabihecho que ciertos lectores, asque- tenebrosos en defensa de su cre- podrá tener unas ideas políticas duría y la alegría. ada con razón, hayan dado la es- do, siendo la amenaza del infier- opuestas; pero no reconocer la palda a este interesante escritor. no (a veces en la Tierra) su argu- importancia de Chesterton co- Ramón Eder es escritor, autor de LáPero Berna Bernard rd Shaw Shaw y H. H. G. mento máximo. Pero lo que ver- mo escritor es ridículo. Y es lo grimas grimas de cocodril cocodriloo (poesía). n
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MÚSICA CLÁSICA, GLOBALIZACIÓN Y MULTICULTURALISMO FERNANDO PEREGRÍN GUTIÉRREZ
aduré, como tantos otros de mi generación, idolatrando la cultura. Por entonces, no se usaba calificarla de eurocéntrica, selecta, auténtica o alta. Todos sabíamos lo que era cultura: leer a Cioran, Proust o Cortázar; ver cine de autor en las salas de arte y ensayo; asistir a un concierto sinfónico o a un recital de música electroacústica de alguna de las vanguardias cultas y académicas; visitar las exposiciones monográficas de artistas contemporáneos y comprometidos… También teníamos muy claro lo que no lo era. Hasta los periódicos ayudaban a no mezclar las cosas: un recital semiclandestino de un cantautor, o se silenciaba o aparecía en la sección de política (cuando no en la de sucesos); un concierto de la Orquesta Nacional, en las páginas de cultura, y un show de una folclórica, en el espacio dedicado a espectáculos o a la crónica social, que era el eufemismo que se usaba para referirse a los cotilleos. Puede que, en realidad, no fuera exactamente así, y que si consulto las hemerotecas me encuentre con que me traicionan los recuerdos; mas lo dicho creo que se ajusta bastante a la forma en que algunos de nosotros veíamos las cosas de la música y la cultura en los tiempos finales del franquismo. Treinta años después, dichas dich as cosas ya no son como eran. En los grandes diarios de carácter general y difusión nacional, el estreno de la última composición de un reputado y culto compositor académico aparece en el hueco que deja libre una crónica encomiástica de un concierto, puede que tan mino-
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ritario o más que el del estreno, reportaje (la mayoría de las veces no se le puede llamar crítica ni reseña) en el que las palabras fusión, mestizaje y tradiciones musicales del mundo se esparcen por todo el texto sin que el lector, ni probablemente el cronista, las conozcan bien o alcancen a entender del todo su significado. El anuncio del nuevo disco de un o una cantante popular aparece a toda plana en la sección de cultura, mientras que la visita de un cuarteto de cuerda de renombre internacional en el ámbito de la música clásica queda relegado a un cuarto de columna en el espacio dedicado a espectáculos. Las barreras divisorias han caído al son de las trompetas del relativismo cultural. Y una brisa de aire fresco nos ha permitido tomar una saludable distancia del mito de cierto tipo de cultura a la que otorgamos en su momento un gran prestigio y etiquetamos como única y verdadera. Bien pensado, y como dice la cita bíblica, nada hay nuevo ba jo el Sol. El relativismo estético es la versión actualizada de la clásica máxima que afirma que sobre gustos no hay nada escrito; asimismo, es la lógica consecuencia del relativismo cultural de la antropología moderna y de la abolición del concepto de progreso, de avance o mejora, que propugna por la historiografía del arte actual. Racionalmente, es imposible justificar que la preferencia de unos por Mozart signifique que tienen mejor gusto que los que se contorsionan en una discoteca al son de los collages sonoros del DJ de turno. Ni tan siquiera es posible recurrir, nos dice el rela-
tivismo, a las teorías estéticas, pues todas ellas necesariamente habrán de basarse en una cierta concepción filosófica de valores que siempre puede refutarse por el simple hecho de preferir otro tipo de ellos. Máxime, si estos intentos de comparación intracultural (entre subculturas) –Mozart y la música discotequera son ejemplos de subculturas de la misma cultura: la occidental– los intentamos realizar interculturalmente, esto es, entre culturas o civilizaciones distintas, como puede ser, por ejemplo, la nuestra y la magrebí. Sucede, no obstante, que una de las consecuencias de lo que se ha venido llamando globalización moderna es precisamente la posibilidad, probablemente por primera vez en la historia, que se nos ofrece de comparar todas –o casi todas– las manifestaciones artísticas de una misma cultura y de otras muchas diferentes. En ese sentido, y por aparecer una verdadera oferta y demanda de bienes de ciertas categorías culturales, se puede hablar de un mercado, un auténtico supermercado, de las culturas. Y en un pequeño hueco de alguno de los muchos expositores, en una de las esquinas menos concurridas, apartada para lo que menos demanda tiene, encontramos la música de la alta cultura occidental, dividida, a su vez, en sus géneros y periodos: sinfónica, de cámara, ópera, instrumental, renacentista, barroca, clásica, moderna, contemporánea, etcétera. En estas circunstancias, cabe entonces preguntarse: ¿Desaparecerá esta música o alguno de sus géneros, en un futuro más o menos cercano y previsible, de la ofer-
ta del supermercado de los bienes artísticos de las culturas del mundo? Globalización del mercado y crisis de las grabaci ones de música clásica
Antes de centrarnos en esta prepregunta y sus posibles respuestas, respuestas, tal vez sea conveniente examinar, siquiera brevemente, la metáfora del supermercado musical. En primer lugar, no existe un único mercado para los bienes artísticos. Tan fraccionada y diversificada como está la oferta, lo está la demanda. En el caso que nos ocupa, el de la música, no se puede hablar de demanda uniforme, ya que, incluso la mayoritaria, la llamada música popular occidental, está muy fragmentada. Examinando los datos de Estados Unidos, el mayor mercado mundial para la música grabada, que es, es, con difere diferencia, ncia, la que más se oye en el mundo (mencionemos que la que se escucha a través de los medios audiovisuales, la ambiental, etcétera, es música grabada), vemos que, en contra de lo que pueda esperarse, la música de rock and roll, la más emblemática de la cultura musical de masas de Occidente en la era de la globalización, cayó estrepitosamente desde el 41,7% del total del mercado discográfico en 1989 al 25,7% del mismo en 1998. El jazz no le anduvo a la zaga, perdiendo en esos mismos años una importante cuota de mercado, ya que en 1998 constituía el 1,9% del mercado total, frente al 4,9% de 1989. El pop y la new age perdieron en ese mismo periodo entre un tercio y la mitad de su mercado. La CLAVES
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Schumann, Brahms, Schubert
música country, por el contrario, dobló su presencia en el mercado en dicha década hasta llegar a un 14%, lo que aparentemente concuerda con la moda de hacerse una identidad cultural recurriendo a lo que se considera o imagina como elementos idiosincrásicos, básicos y diferenciales de cada grupo étnico1. El mayor mayor crecimi crecimiento ento se dio en ese cajón de sastre que
1 Aparentemente,
mientras muchos americanos negros buscan las místicas esencias de su identidad en una África imaginada e idílica, y se autodenominan afroamericanos, se puede decir, con cierta ironía, que los blancos que no se sienten euroamericanos ni de ninguna etnia en particular se tienen que contentar con buscar sus raíces entre los cowboys. En este sentido, es Nº124
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se llama otras músicas o músicas del mundo (incluyendo la llamada latina), que de una presencia marginal ha pasado a significar más del 10% del mercado americano de grabaciones musicales2. Se sigue de estos datos, más el relativo a la música clásica, que representaba en 1998 el 3,3% del total, que no hay estilo musical dominante en el supuestamente uniforme todo un símbolo de los tiempos que corren ver a algunos afroamericanos –curiosamente, los que más reniegan de este apelativo– pertenecientes a las clases sociales más acomodadas, asistir a la Lyric Opera de Chicago con vestidos de gala inspirados en túnicas, ropajes y adornos de origen africano, lo que algunos consideran, más que una afirmación de identidad, puro exhibicionismo narcisista de la diferencia.
mercado americano de la música grabada y que los gustos musicales son cada vez más variados y eclécticos. En las publicaciones especializadas se puede leer con frecuencia que el mercado del disco de música clásica atraviesa una enorme crisis. Sin embargo, y leyendo el artículo citado en la nota 2 al pie de página, el mercado de la música clásica grabada ha permanecido muy estable durante la década que hemos considerado en el párrafo anterior. Así, como ya se di-
jo, si en 1998 estas grabaciones grab aciones significaban el 3,3% del mercado en Estados Unidos, en 1989 eran el 3,6%, una variación del 1% que se puede atribuir a simples fluctuaciones del mercado en dicho periodo. Entonces, ¿por qué se habla y se escribe tanto de crisis y desfondamiento del mercado? Según Klaus Heymann3, el fundador de Naxos Records, una firma independiente especializada en grabaciones de calidad con artistas excelentes pero que no pertenecen al club de los grandes nombres, las
2
Dempster, D.: Wither the Audience for Classical Music?, número 11. Harmony. Symphony Orchestra Institute. octubre de 2000.
3 http://www.naxos.com/NewDesign/fopinions.files/bopinions.files/industry39.htm
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MÚSICA CLÁSICA, GLOBALIZACIÓN Y MULTICULTURALISMO
ventas de discos de música clásica no se han colapsado sino que han vuelto al nivel porcentual que tenían antes del gran boom del disco compacto o CD (cuando llegó a alcanzar más del 7% de la totalidad del mercado mundial). Adicionalmente –continúa este empresario de la industria discográfica– se han creado nuevos canales de distribución, especialmente para los CD más baratos: cadenas de droguerías, grandes superficies, quioscos de prensa… cuyas ventas no figuran en las estadísticas de la industria. Es un mercado que no se puede llamar de música clásica en el sentido tradicional, pero que tampoco es el del pop. Además, Estados Unidos, según Heymann, donde las cifras de clásico han disminuido bastante, no es representativo tocante al mercado de clásico, cuyas ventas son cada vez mayores en mercados como el chino y otros de Extremo Oriente (las de Japón son verdaderamente importantes, aunque crecen menos que las de los países del gran desarrollo económico asiático). La crisis, enorme, se da en las grandes multinacionales –ninguna de las cuales, por cierto, es estadounidense– que tradicionalmente han representado casi la totalidad del mercado y cuyas ventas han disminuido algunas veces a la mitad. Mas los principales sellos independientes e imaginativos, que siguen la demanda del mercado, no están en crisis, pues se han creado su propio nicho de clientes fieles a los que llegan muchas veces, de forma directa, mediante boletines informativos, listas de correo electrónico o sitios de Internet4. Surge de lo expuesto, y casi como consecuencia inmediata, que, frente frente a la actitud actitud que mantienen los que opinan que el 4 En Francia hay incluso sellos nacionales que están subvencionados por la autoridades culturales en aplicación de la política de proteccionismo basada en la llamada exception culturelle française. Algo semejante sucede en otros países.
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mercado abierto y global vulgariza el arte y los bienes de la alta cultura, y que por tanto hay que desconfiar de un mercado mundial y uniformador, dominado por la publicidad y los logotipos de las multinacionales, está la actitud de los que, con pragmatismo, ven en las características de ese inevitable mercado mundial nuevas oportunidades para crearse sus propios nichos donde subsistir e incluso lograr mejores resultados que los más grandes y poderosos. Es sintomático, en este sentido, lo que hemos visto que le ha ocurrido a la gran industria del disco de música clásica, a los sellos más conocidos, cuando la oferta –y los medios de hacer llegar ésta a los consumidores (los que piensan que el arte no es bien de consumo pueden cambiar este término por degustadores, gozadores o similar)– se ha globalizado y fragmentado simultáneamente. Lo mismo puede decirse de ciertos estilos de música popular, dominadores antes del mercado y que han perdido parte importante de su cuota a medida que éste ha ido creciendo en internacionalidad internacionali dad y diversifica diversifica-ción. Por eso se dijo en un párrafo anterior que el mercado, pese a su globalización, no es único, afortunadamente, y que es posible, con imaginación y voluntad, hacerse un sitio para difundir o salvaguardar, según los casos, muchas categorías culturales. Se puede empezar ahora a responder a la pregunta central de este artículo, la relativa a la supervivencia de la música clásica, o mejor dicho, en el lenguaje del respeto multicultural, la de la alta cultura occidental, diciendo que, pese a que la competencia con otros tipos de música ha aumentado notablemente, dicha música ha mantenido estable su porcentaje del mercado mundial de las grabaciones musicales en los diez últimos años. Las importantes pérdidas de ventas sufridas por el mercado tradicional, esto es,
el que controlan los grandes sellos multinacionales que monopolizan a los artistas e instituciones musicales de renombre internacional y las grandes cadenas de distribución, se han compensado con el aumento de ventas de otro tipo de productos, comercializados por vías no habituales y dirigidos a nuevos públicos, principalmente de Asia. Aparen Aparenteme temente, nte, se trat trataa de una buena noticia para la supervivencia de la música clásica occidental por dos razones. Por un lado, se observa que ésta –o al menos parte de ella– tiene características que la pueden hacer atractiva a oyentes de culturas diversas. Se ha dicho que la música clásica es un lenguaje universal, algo con lo que muy pocos etnomusicólogos puede que estén de acuerdo, aunque es difícil negarle el carácter internacional y el talante cosmopolita que siempre ha tenido. Mas aunque no hay estudios multiculturales conclusivos al respecto, parece que ciertos géneros y estilos de la música culta occidental –en particular, el clasicismo sinfónico vienés– son relativamente fáciles de apreciar favorablemente por algunos oyentes de enculturaciones distintas de la occidental 5.
5 Los etnomusicólogos objetan de es-
tos estudios diciendo que hoy día es prácticamente imposible encontrar oyentes de otras culturas que no estén en mayor o menor medida contaminados por la música tonal, sea culta, de cine o popular, de Occidente. Hay estudios publicados en revistas como Nature Neurosciences, donde se analiza el efecto de la tonalidad y de las consonancias y disonancias sobre los circuitos neuronales correlacionados con el placer, en niños occidentales de escasos meses de vida. No conozco ensayos equivalentes con niños de otras culturas. Respecto de la facilidad de algunos niños asiáticos para aprender a interpretar instrumentos y música occidental con gran destreza y rapidez, algunos lingüistas y etnomusicólogos lo achacan al carácter de ciertas lenguas orientales, basadas en sonidos de naturaleza marcadamente musical y cuya afinación, que juega un papel esencial en dichos lenguajes, es sorprendentemente semejante a la del sistema tonal europeo. Los musicólogos, por su parte, prefieren como explicación de este fenómeno la de que las bases teóricas esenciales de algunas tradiciones orientales son similares a las de Occidente.
Por otro lado, se puede decir, para satisfacción de los que se oponen al sistema de entronizar al intérprete, relegando a veces a un segundo lugar al compositor, que cada vez se venden más quintas de Beethoven y menos de Karajan o del divo de la batuta de turno. El sector del mercado de clásico en mayor crecimiento corresponde a colecciones de varios discos conteniendo una u otra parte de lo más conocido y de mayor gancho popular del repertorio sinfónico occidental, cuyos intérpretes (muchas veces excelentes, mas nunca grandes estrellas) figuran en letra pequeña en alguna esquina de la contraportada de la caja. O en discos sueltos de bajo precio, comercializados por las vías no convencionales citadas anteriorme anteriormente, nte, también interpretados por artistas de escasa nombradía y que se compran por la obra en sí y no por los intérpretes 6. No obstante, los discos de clásico pueden desaparecer porque dejen de comprarse o porque no haya músicos para grabarlos, ya sea en estudios de grabación o durante interpretaciones públicas. Desde principios de la década pasada, se oyen cada vez más voces bien informadas y preocupadas por la crisis que afecta principalmente a la parcela más importante de la música clásica en vivo, esto es, la de los conciertos sinfónicos7. Incluso hay expertos que vatici-
6 Los discófilos tradicionales, tantas ve-
ces auténticos coleccionistas compulsivos de música enlatada, argüirán que muchosde muchos de esos discos baratos nunca se oyen del todo o no se llegan a conocer y apreciar a fondo. Puede que tengan cierta razón y que muchos de estos discos reposen en estanterías sin apenas oírse. Pero, gracias también a estas compras, la música clásica continúa. 7 La crisis afecta a toda la música clásica, si bien de forma distinta. Aparentemente, y según los datos de asistencia y de situación financiera, la ópera y la música de cámara se encuentran en mejor situación que la música sinfónica. sinfónica. Tal es, asimismo el caso de los grupos de música antigua y de las orquestas de instrumentos originales, los únicos que parecen interesar a las audiencias más jóvenes. No obstante, se trata de una actividad minoritaria respecto de los clásicos conciertos sinfónicos. CLAVES
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nan su desaparición a corto o medio plazo. Entre estos profetas de la extinción catastrófica, posiblemente, los más conocidos sean el crítico y ensayista musical Norman Lebrecht8 y el ya fallecido musicólogo y crítico musical norteamericano Samuel Lipman. Oigamos ahora a Lebrecht:
él son las causas del declinar de la música clásica, en general, y de la sinfónica, en particular. Entre las intrínsecas, la incapacidad de los compositores contemporáneos de ampliar el repertorio sinfónico.
“Pues la crisis de la música clásica no es un problema de falta de medios económicos. Lo que contemplamos como testigos cuando el milenio concluye es el final de una forma de arte: el declinar del concierto instrumental según ha venido siendo desde los días de Bach y Händel. La audiencia disminuye y envejece. La mayoría de los asistentes a conciertos en Estados Unidos tiene edades comprendidas entre 45 y 55 años; en Alemania, entre 59 y 64. A la gente joven no le tienta asistir a un concierto sinfónico; los más mayores temen aventurarse por las noches por las calles solitarias de los alrededores de los auditorios. Donde quiera que uno mire, se encuentra con butacas vacías. El Festival de Salzburgo ha perdido un 10% de espectadores en veranos sucesivos. En mi ciudad de residencia, Londres, el Royal Festival Hall y el Centro Barbican informan que la media de espectadores de pago es del 61% y el 62%, respectivamente, por concierto. Uno de cada tres asientos está vacío9”.
De la falta de renovación o ampliación del gran repertorio sinfónico, asunto que da para varios ensayos más largos que éste, volveremos a ocuparnos más adelante. Mas ahora conviene considerar un importante reto que tiene la música clásica occidental en Estados Unidos, Canadá y, en alguna menor medida, en el Reino Unido, así como en otros países donde el multiculturalismo11 es algo más que una moda del tercermundismo progresista o del lenguaje “políticamente correcto”. La preservación del repertorio sinfónico orquestal depende de dos instituciones decimonónicas: la orquesta sinfónica y la sala de conciertos. Ambas son muy caras de sostener, por lo que si se quiere que las entradas se mantengan dentro de un margen de precios asequible para aficionados y demás público interesado, debe buscarse financiación adicional. Básicamente, existen dos modelos de financiación para los conciertos sinfónicos: el europeo y el americano, ambos con sus correspondientes variantes. En los dos casos, las orquestas y los auditorios, para sobrevivir, dependen de subsidios públicos o privados, o de unos y otros. En Estados Unidos, las or-
Por su parte, y en un extenso artículo que tuvo gran repercusión en su día, Samuel Lipman10 analiza las que para
8 Autor del polémic polémicoo libro libro Who Killed Classical Music? Maestros, Managers and Corporate Politics. Birch Lane Press, Se-
caucus, N. J., 1997. Existe traducción española. Lebrecht tiene una sección fija en la revista española Scherzo en la que raro es el mes en que no ofrece datos o señales –a veces se reducen a simples cotilleos o detalles anecdóticos– de que su profecía del fin de la música sinfónica está a punto de cumplirse. Para Lebrecht, quien parece haber encontrado un filón periodístico en los chismes del mundo filarmónico, la muerte de la música clásica vendrá por culpa de directores de orquesta anodinos, rutinarios y peseteros, y por la de gerentes incompetentes y casi corruptos, y no por causas sociológicas y del mercado de bienes artísticos. 9 Lebrecht, N.: A Classic Réquiem. The WorldPaper Online, diciembre de 1997. (http://www.worldpaper.com/Archivewp/1997/DEC97/lebrect.html). 10 Lipman, S.: ‘The culture of classical music today’. Music and More: Essays. Northwestern University Press, Evanston, IL, 1992. Véase también: The New Criterion, vol. 10, núm. 1, septiembre de 1991. Nº124
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Subvenciones a la música clásica en las sociedades multiculturales
11 Este término sirve lo mismo para referirse a un movimiento social, a una ideología política, a una moda académica que a una teoría antropológica, deudora del particularismo histórico de Franz Boas. En este artículo se usará, bien para referirse a la estructura de sociedades organizadas según mayorías y minorías de diferente origen cultural, y a las relaciones entre ellas y con las instituciones públicas de la comunidad o nación que constituyen, bien como teoría política y antropológica que defiende el derecho de todas las culturas a un trato de igualdad, tanto estética como moralmente.
questas sinfónicas tienen que buscar y conseguir el mecenazgo de individuos, fundaciones y empresas, pues la institución federal que canaliza las subvenciones gubernamentales a las artes, la National Endowment for the Arts, apenas si representa el 10% del total de las donaciones y patrocinios de la actividad artística. Su presupuesto, además de haber disminuido de 176 millones de dólares en 1992 a 98 millones de dólares en 1998, ba jo la presión política de los movimientos que abogan por el multiculturalismo igualitario, ha ido cada vez más dirigido a apoyar las actividades culturales de las minorías étnicas, recortando substancialmente su aportación a la llamada alta cultura musical de Occidente. Además, se da entre la intelectualidad de izquierdas estadounidense, donde está de moda el relativismo cultural más extremo del posmodernismo, una crítica feroz y un desprecio creciente hacia la mayoría de los logros de la civilización occidental, entre ellos, el gran repertorio sinfónico, al que tachan de elitista y eurocéntrico. Acusan,, además Acusan además,, a la derech derechaa prooccidental de oponerse al multiculturalismo para negarle la voz “al otro”, a fin de conservar la actual jerarquía de valores morales y culturales –y de poderes– de la sociedad. En este ambiente, las grandes fundaciones y corporaciones que tradicionalmente han sustentado con sus donaciones y patrocinios una gran parte de la actividad orquestal americana, basada principalmente en las grandes ciudades, están reduciendo sus apoyos y derivándolos hacia las manifestaciones culturales de las minorías étnicas y hacia las actividades de corte popular de comunidades rurales y pequeñas poblaciones de la llamada América profunda. Si unimos el hecho, que se considerará más adelante, del continuo envejecimiento del público de los conciertos de música clásica (que también está ocurriendo en Europa), público mayoritariamente blanco y de las clases más
educadas y pudientes, no debemos extrañarnos de la marginación creciente a la que están sometidos auditorios y orquestas sinfónicas. A su vez, a medida que escasean las subvenciones, los precios de las entradas aumentan, alejando aún más a las nuevas generaciones. En Canadá encontramos un panorama muy semejante, aunque las subvenciones públicas las aportan tanto el Estado como las provincias y los municipios, y son, proporcionalmente, mucho más importantes que en su vecino del Sur, pues representan de un 40% a un 50% del total de las ayudas públicas y privadas, frente al 10%-15% en en EE UU. La asisasistencia a conciertos durante la temporada 1998-99 disminuyó un 5% respecto de la anterior, y los abonos, un 8%. El resultado, una crisis financiera y de confianza en el futuro verdaderamente importante. No merece la pena recurrir ahora a ejemplos concretos para ilustrar las tribulaciones de muchas de las orquestas sinfónicas del norte de América; baste con señala señalarr que en el órgano oficial del Symphony Orchestra Institute de Estados Unidos se publicó no ha mucho la siguiente concisa y cabal exposición de esta difícil y compleja situación: “Las orquestas están amenazadas por varias condiciones externas, incluyendo la competencia desde dentro y fuera del sector: bajo nivel de la educación general y básica, y la desaparición de las enseñanzas musicales de ella; cambios en la industria discográfica y en la de los medios de difusión audiovisuales; saturación del mercado, creciente rechazo por parte de los patrocinadores y mecenas, presiones provenientes del multiculturalismo y la diversidad cultural, el poder dominante del pop y del consumismo, así como un desarrollo económico urbano y regional muy desigual. Además, muchos expertos coinciden en que las propias orquestas son organizaciones obsoletas cuya uniformidad actual es indicativa de un bajo y peligroso ritmo de innovación y evolución, de forma que si las orquestas no son capaces de adaptarse a un entorno en rápido cambio, están condenadas al fra-
12 Spich, R. S., y Sylvester, R. M.: The Jurassic Symphony: An Analytic Essay on the Prospects of Symphony
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MUSICA CLASICA, GLOBALIZACION Y MULTICULTURALISMO
caso, e incluso a la extinción12”.
Como es lógico suponer, todo el mundo allí se ha puesto a buscar soluciones, pues nadie quiere pasar a la historia como “la generación que mató la música sinfónica 13”. Mas no es fácil. Si se programa más conservadoramente aún, esto es, a base de las obras más populares y conocidas del repertorio, que es lo que, según algunos, atrae al público, se cae inmediatamente en la rutina y hasta en el aburrimiento, tanto de los músicos como del sector de la audiencia más fiel, interesado y conocedor del repertorio, el cual, por otro lado, es bastante minoritario. Según un estudio de la Andrew W. W. Mello Mellonn Foundation, basado en una muestra representativa del conjunto de las orquestas de Estados Unidos, la mayoría del público que asiste a los conciertos carece de interés por las novedades e incluso las rechaza. Los responsables de la programación de los conjuntos sinfónicos reconocen su temor a introducir en ella obras nuevas o las menos familiares del repertorio, ya que dependen mucho más de la taquilla que sus homólogas europeas, fuertemente respaldadas por sus administraciones públicas. Las orquestas y los compositores contemporáneos –resume el informe de la citada fundación– han sido incapaces de fomentar la confianza suficiente de las audiencias que les permita experimentar e introducir nuevas obras en el repertorio14. Casi todo lo dicho hasta aquí es aplicable a la situación europea, que, sin ser única, ya que varía según los países, presenta muchos rasgos que son comunes a casi todos ellos. Uno de aquellos, que también se da
en EE EE UU como como ya que quedó dó apuntado y que tiene mucho que ver con la globalización y las migraciones que ésta está propiciando, es la cada vez mayor uniformidad de sonido de todas las orquestas. Salvo alguna excepción (la Filarmónica de Viena, la Filarmónica Checa o la Filarmónica de Leningrado, hoy Filarmónica de San Petresburgo, aunque también todas ellas están perdiendo sus características personalidades), las escuelas locales y nacionales de instrumentistas o han desaparecido o están en vías de hacerlo. Hoy,, los conservatorios de todo Hoy el mundo producen alumnos cada vez más jóvenes, internacionales y virtuosos, pero sin la idiosincrasia sonora de antaño. Son músicos intercambiables entre conjuntos sinfónicos; y solamente la personalidad de un gran director de orquesta impide que toquen todos igual, como si pusieran un piloto automático al principio de cada interpretación. Claro que este hecho, que acaba por producir tedio, cansancio y desinterés, afecta al sector de las audiencias que conocen (bien en vivo, por haberlo oído desde hace bastantes años, bien a través del disco) la historia de la tradición interpretativa de las grandes obras del repertorio. Empero, gracias a ese internacionalismo, a esa movilidad de los jóvenes intérpretes, se han podido formar (pese a las quejas de los que consideran que, más que el mérito y la calidad a la hora de seleccionar los instrumentistas, debe primar la partida de nacimiento15), entre otras, la mayoría de las nuevas orquestas españolas. Situación de las orquestas sinfónicas en Europa
La diferencia básica entre amOrchestra Survival, número 6. Harmony.
Symphony Orchestra Institute. abril de 1998. 13 Reich, H.: There’s a crisis in classical music. Chicago Tribune, 26 de octubre de 2001. 14 The Orchestra Forum: A Discussio Discussion n of Symphony Orchestras in the US. The Andrew W. Mellon Foundation Report, Nueva York, 1998. 76
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Sucede otro tanto con muchos compositores sinfónicos españoles, que reclaman la protección a ultranza del Estado de la producción nacional. Este absurdo cantonalismo en una Europa que ve cómo su música culta está en serio trance de desaparecer o quedar más marginada aún de la sociedad resulta patéticamente ridículo.
bos lados del Atlántico está en las subvenciones y en las presiones del multiculturalismo sobre éstas. En Europa, compositores y orquestas sinfónicas subsisten gracias a los presupuestos públicos, en mayor o menor medida según los países. Así, el sistema de subvenciones británico es el más parecido al de Estados Unidos. Si a esto añadimos que socialmente el Reino Unido se asemeja más que otras naciones europeas al modelo de mosaico multicultural de de EE UU y Canadá, Canadá, no debe extrañarnos que se den los mismos problemas en ambos lados del Atlántico y que la crisis amenace la existencia de alguna de las principales orquestas británicas, como la City of Birmingham Symphony Orchestra, que, bajo la dirección de sir Simon Rattle, alcanzó renombre y actividad internacional16. Mas los tiempos de subvenciones ilimitadas e incuestionadas, que se basan en la concepción de la música clásica, tradicional y convencionalmente envuelta en una aureola de prestigio, como una de las máximas manifestaciones de la cultura en su sentido más elevado, selecto, idealista y metafísico de expresión espiritual, se están acabando por toda Europa. La antropología científica moderna hace tiempo que derrumbó ese concepto mítico de la cultura; y el pensamiento relativista posmoderno remató la faena aboliendo las jerarquías establecidass en los cánones estétiestablecida cos, promoviendo la desaparición de categorías antitéticas tales como arte y artesanía, folclórico y aristocrático, popular y refinado, vanguardismo y academicismo, etcétera, a fin de acabar con el llamado elitismo del arte de la alta cultura occidental. Tras la desaparición de las repúblicas socialistas, que establecieron su política cultural y su prestigio frente al mundo capitalista en el fracasado
16 Ward, D.: ‘Top Orchestra Cash Crisis’, The Guardian, 30 de mayo de 2001.
intento de popularizar a la fuerza y en régimen de monopolio de oferta de esparcimiento artístico el patrimonio musical de la alta burguesía y la aristocracia europea de siglos anteriores17, jun junto to con con el llamado arte musical socialista, todo el mecenazgo estatal se ha venido revisando a fondo, incluyendo las bases ideológicas y sociales en las que se asentaba. En consecuencia, y dentro de las actuales tendencias a reducir y controlar el déficit público, las subvenciones se han estancado e incluso recortado. Pero, además, la política imperante se orienta a repartir las ayudas cada vez más en función de las muy diversificadas ofertas y demanda demandass de bienes bienes artísartísticos y opciones de ocio y esparcimiento; y menos del prestigio de ciertas manifestaciones culturales como la música clásica, muy minoritaria en todas las sociedad soci edades es europe europeas. as. Así, en Rusia, las subvenciones a la música se han reducido en un 65%; y en Berlín, prácticamente todas las instituciones musicales, símbolos en su día de la lucha ideológica en torno al valor social de la alta cultura europea, tienen graves problemas de financiación y hasta de supervivencia, incluyendo a la emblemática Filarmónica de Berlín 18. Europa se encamina, a pasos agigantados, hacia una sociedad muy diversificada cultural-
17 Lo que no impide que los que nos pudimos aprovechar de esto y asistir a óperas y conciertos de las más prestigiosas instituciones musicales de esos países, a precios increíblemente bajos, sintamos nostalgia de ello. Claro que luego se supieron los salarios miserables que se pagaban a los músicos y demás artistas e intérpretes. 18 La reducción importante de las subvenciones y patrocinios ha propiciado que los precios de las entradas hayan aumentado notablemente, un hecho que se ha sentido mucho, sobre todo, entre la población estudiantil y la de economías más modestas. Adicionalmente, a los 10 años de la caída del muro de Berlín, un tercio de las orquestas de la antigua República Democrática Alemana habían desaparecido (Xoan M. Carreira. Programa de mano del concierto conmemorativo del X aniversario de la Orquesta Sinfónica de Galicia. A Coruña, 4 de mayo de 2002).
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mente. No sólo se tendrá que contar con las tradicionales culturas nacionales europeas, a fin de cuentas ramas del mismo tronco, sino con las propias de los emigrantes, que, en un plazo más o menos corto, formarán una mayoría de minorías. Tarde o temprano, y con todo derecho, los distintos grupos étnicos y culturales exigirán, para sus propias actividades artísticas, su parte de los presupuestos públicos destinados a subvencionar la generalmente denominada cultura19. Y es poco probable, a la vista v ista del escasísimo interés que demuestran los actuales jóvenes europeos de casi exclusiva enculturación occidental por asistir a los conciertos sinfónicos, que los hijos y nietos de los emigrantes, probablemente educados en una sociedad multicultural donde se fomentará la diversidad y la defensa de las tradiciones artísticas, cultas o populares de cada tradición cultural, ocupen los asientos que hoy se están quedando vacíos en los auditorios y salas de conciertos de toda Europa20. Enseñanza de la música
Son muchas las razones que se aventuran para explicar la falta de interés de las nuevas generaciones por los conciertos sinfónicos, incluso entre aquellos de ellas que escuchan con mayor o menor asiduidad grabaciones de música clásica, bien en sus propios equipos reproductores, bien a través de la escasa oferta radiofónica. Entre las causas de esa indiferencia se menciona siempre la falta de enseñanza musical en una edu-
19 El Festival del Ruhr (Alemania) de
este año (1 de mayo-16 de junio) dedicó más de un tercio de su programación a la música y danzas de la cultura turca. 20 En España, la relación entre multiculturalismo y música clásica parece que consiste, según algún que otro cronista o crítico musical despistado, en el espectáculo de la sala grande del Musikverein, de Viena, llena de quimonos de gala durante el pasado concierto de año nuevo de la Filarmónica de Viena, dirigido por el japonés Seiji Ozawa. Nº124
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cación general cada vez de menor calidad. En vista de lo dicho, no parece realista pensar que se vaya a cambiar el sistema educativo a fin de promover la música clásica entre los jóvenes jóven es y conf confiar iar en e n que q ue así se empiece a renovar el encanecido público de las salas de conciertos. Más bien, la tendencia es promover el interés de los escolares por otra músicas. Debido a que el pensamiento relativista está cada vez más en boga entre los docentes y pedagogos, se ha puesto de moda enseñar a los alumnos otras músicas, a fin –se dice– de fomentar en ellos la tolerancia hacia otras culturas y tradiciones. En España, poco o nada se hace para atraer nuevos públicos a través de conciertos escolares, familiares, etcétera, un interés impuesto –la mayoría de las veces– por consignas populistas de los políticos de turno, pero que no parten de ningún criterio serio basado en el estudio riguroso sobre la forma más eficaz de interesar a niños y adolescentes por el mundo sinfónico. Y aunque en otros países las orquestas realicen labores docentes más juiciosas y sistematizadas, no parece que se obtengan resultados muy alentadores para solucionar este problema generalizado en todo el mundo occidental, pues las orquestas sinfónicas, cada vez más, tocan en auditorios medio llenos de un público envejecido que ha hecho de la asistencia a los conciertos de abono una rutina formal, tranquila y sosegada. En un futuro, y a medida que la escuela se llene de alumnos hijos de emigrantes de culturas no occidentales, la enseñanza de la música culta occidental, caso de querer impartirse, se verá contestada por las comunidades étnicas, que exigirán para sus tradiciones musicales un trato equivalente al que se da a las de Occidente. A fin de cuentas, indostanos, coreanos y vietnamitas, por ejemplo, tienen también un amplio patrimonio de música culta. No es éste el momento ni el
lugar para seguir analizando la Cultura holandés se deduce enseñanza musical 21 , aunque que las razones principales de no quiero dejar en el tintero la esa desidia son de tipo demoparadoja de una sociedad co- gráfico, por un lado, y por mo la española, que ha sem- otro, debidas a la gran compebrado de auditorios la geogra- tencia entre las múltiples oferfía nacional (sin atender a la re- tas de distracción que se ofrealidad de la demanda) y que cen para ocupar el escaso tiemsubvenciona una importante po de ocio de que disponen cantidad de orquestas sinfóni- ciertos segmentos de la poblacas cuya implantación social es ción, precisamente los que, por muchas veces nula, pues desa- educación y disponibilidad rrollan su actividad de espaldas económica, deberían estar rea la comunidad en que residen, emplazando a sus mayores. La mientras que los responsables consultora Social and Cultural de las políticas educativas de Planning Office (SCP) realizó dicha sociedad y los gerentes en 1995, por encargo del Mide las mencionadas orquestas nisterio de Educación, Cultura olvidan enseñar a los más jóve- y Ciencias de Holanda, un nes a apreciar y degustar como análisis de las causas del camalgo propio, gratificante y re- bio de tamaño, composición y creativo el rico patrimonio sin- hábitos de las audiencias de las fónico europeo. El hecho de artes escénicas y musicales 23. que la red de auditorios espa- Se encontró que el grupo meñola sea relativamente reciente jor edu educad cadoo de la pob poblac lación ión enmascara la realidad de la cri- comprendida entre los 30 y 45 sis sinfónica occidental que, años tenía poco tiempo para el muy probablemente, se pre- ocio, ya que, además de las larsentará en nuestro país antes gas jornadas de trabajo necesade diez años. rias para entrar lo antes posible en la exigente carrera de las Audienci as envejecidas, envej ecidas, promociones profesionales, teauditorios medio vacíos nía que atender a los asuntos El desinterés de la juventud oc- domésticos en mayor medida cidental por los conciertos sin- que lo hubiesen tenido que hafónicos y el continuo envejeci- cer unas cuantas décadas atrás miento de las audiencias crean (y mucho más que en 1935, una situación que preocupa en por ejemplo). Respecto de sus los países donde los responsa- gustos, ese público tiene interés bles de las subvenciones públi- por las novedades y es sensible cas quieren saber la función so- a la mercadotecnia imaginativa cial de éstas 22. Así, de los estu- que se usa muchas veces para dios realizados por la National promover la diversión y el ocio. Endowment for the Arts ame- Y aunque aunq ue manifies ma nifiesta ta cierto cier to inin ricana y por el Ministerio de terés por la música clásica y considera la asistencia a conciertos una actividad social 21 Para el musicólogo Charles Rosen, prestigiosa, tiene otras priorila razón por la que los jóvenes no se acer- dades, por lo que rara vez se can a las salas de conciertos es porque caplantea acudir a alguno. Sin da vez hay menos niños que aprenden a embargo, a partir de los 50 tocar el piano. Además, enseñar a apreciar la música clásica es una tarea de ámbito años, aparece un grupo social privado, más de la familia que de las es–formado en muchos casos por cuelas. Concluye Rosen diciendo que retirados– que dispone de muaprender la música en las grabaciones, en cho tiempo libre; y, lo que es vez de tocándola, ha restado interés por la música en vivo (Rosen, C.: The future of Music. New York Review of Books, 20 de diciembre de 2001). 22 Evidentemente, no es el caso de España, donde las subvenciones están burocratizadas y no hay interés alguno en evaluar críticamente ni sus resultados sociales ni artísticos, lo que propicia que medre el amiguismo muñidor.
23 The performing arts in an age of remote control: a study on the causes of chan ge in the size and composition composition of entertainment outside the home. Social and Cultu-
ral Planning Office. Summary Cahier 117. Amsterdam, mayo de 1995. 77
MUSICA CLASICA, GLOBALIZACION Y MULTICULTURALISMO
más importante, que al desaparecer la presión de los horarios, tiende a ocupaciones más sosegadas y físicamente descansadas. Además, estos espectadores mayores se han vuelto más pacientes y rutinarios, y han desarrollado una cierta educación humanística a través de muchos años de lectura, por lo que manifiestan un interés creciente por las actividades artísticas y culturales. Los datos holandeses indican, según esta situación sociológica, que los conciertos de música clásica están atrayendo nuevos espectadores de edades superiores a los 50 años. De hecho, es la manifestación artística que consigue más audiencia entre los mayores de 60 años que han recibido educación superior y disponen de razonables medios económicos. Algoo muy sem Alg semeja ejante nte est estáá ocurriendo en Estados Unidos, donde las audiencias de música clásica están envejeciendo mucho más rápidamente que la población general24, por lo que las orquestas se han lanzado con nuevas ideas de mercadotecnia a captar espectadores entre los mayores de 50 años. Si esta situación se puede generalizar a la sociedad occidental, en España tal vez fuese conveniente que el Imserso incluyese, junto con los viajes a Benidorm y Palma de Mallorca y los bailes para la tercera edad, cursos de apreciación de música clásica y llegase a acuerdos con orquestas y auditorios para insertar los conciertos en su programa de actividades artísticas. A fin de cuentas, cada día aumenta el número de jubilados; y qué mejor que ofrecer a nuestros mayores, si así lo desean, el disfrute del rico patrimonio sinfónico de nues-
tra cultura. Preservación del patrimonio sinfónico
Si las envejecidas audiencias de los conciertos sinfónicos del mundo occidental no se renuevan, o, al menos, se mantienen con nuevas incorporaciones de espectadores, peinen o no también canas, la crisis puede acabar con muchas instituciones orquestales y reducir este género musical a una especie de museo destinado a preservar lo que fue el gran repertorio sinfónico de Occidente. Tengo para mí, en vista de los datos demográficos disponibles, que la incorporación de oyentes más jóvenes por debajo de la edad media actual es una causa perdida, al menos por unos cuantos años, por lo que solamente cabe esperar que se mantenga o crezca el interés por los conciertos entre los más maduros y los nuevos jubilados, y que éstos los disfruten durante mucho tiempo. Puede incluso que, dentro de un plazo más o menos largo, haya que viajar a Viena, Helsinki 25, Berlín, Múnich, Amsterdam, Chicago o alguna que otra ciudad europea o estadounidense donde aún haya orquestas sinfónicas para oír un concierto. O que, en virtud de la globalización, el centro de gravedad de la actividad filarmónica se desplace hacia Extremo Oriente, donde los jóvenes llenan los conservatorios de tradición occidental y asisten regularmente a los conciertos, situación posible (aunque bastante improbable), ya que no sería la primera vez que una categoría cultural, un género artístico originario de una cultura, se transplantara, absorbiera, continuara e incluso prosperara de nuevo en otra. Seguramente, y como afirma Charles Rosen, la tradición
24 Age
and Art s Par tic ipat ion. Research Division Report #42. National Endowment for the Arts. NEA Publications. Seven Locks Press, Santa Ana, CA, 1998. Según este informe, entre 1982 y 1997, la proporción de oyentes mayores de 60 años en las salas de conciertos pasó del 15,6% al 30,3%.
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25 Junto Junto con Austria, Finlandia es el país con más demanda por habitante de música clásica y uno en los que ésta goza de mejor salud. No obstante, las audiencias siguen una pauta parecida a la del resto de Occidente.
sobrevivirá, pues siempre ha- incapaces de conservar y ambrá documentación (partituras, pliar el gran repertorio sinfónigrabaciones, tratados de musi- co, una de las cumbres absolucología, etcétera) disponible, tas de la inventiva y el ingenio, aun en el caso de que la músi- junto junt o con la cienci cienciaa modern m oderna, a, ca sinfónica desapareciera co- que la cultura occidental ha damo estilo, como forma artísti- do a la humanidad. ca. Mas no será lo mismo, pues n
“Es esencialmente la naturaleza fundamentalmente insatisfactoria de la notación lo que ha permitido a los monumentos monumen tos de la música occidental la supervivencia, escapar de la ruinosa erosión del tiempo. De hecho, es el antagonismo básico entre partitura e interpretación,, de concepto y realizainterpretación ción, lo que constituye la gloria de la música occidental”26.
Si se rompiese la tradición interpretativa, se perdería la continuidad y la admirable habilidad que ha demostrado hasta ahora la música culta occidental para adaptarse a diferentes condiciones sociales e históricas, para evolucionar según los gustos y sensibilidades artísticas de las audiencias que se interesaron por ella, flexibilidad que no puede conservarse ni en fonotecas ni en bibliotecas. Desaparecería, así, la música como género artístico vivo. ¿Sería una pérdida irreparable? Para mí, y para los que hemos gozado y seguimos gozando ampliamente de esta música, sin duda. Para los que, entre nosotros, en nuestro país, viven a costa del presupuesto público que propicia el gran prestigio cultural de la música clásica, también, mas por razones fundamentalmente distintas. Las lágrimas de cocodrilo de algunos de ellos, sus continuas fustigaciones al público por su falta de interés en una actividad artística mal gestionada y peor difundida, o sus eternos lamentos reclamando un respaldo para sus aburridas composiciones y una consideración intelectual y artística que tantas veces no merecen, me dejan frío. Hay demasiado en juego como para hacer caso a los que se han demostrado 26 Rosen, C.: obra citada.
[Agradezco a Xoan M. Carreira el intercambio de opiniones mantenido durante la redacción de este artículo].
Fernando Peregrín Gutiérrez es
ensayista de Epistemología e Historia de la Ciencia, autor de divulgación científica, crítico y ensayista musical,
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HANS BLUMENBERG Hans Blumenberg (1920-1996) ha sido uno de los filósofos alemanes más importantes de este siglo, tal vez el más original y enigmático de todos ellos. Su trabajo filosófico empieza a ser conocido en lengua castellana pero apenas ha tenido el tiempo necesario para ser asimilado e interpret interpretado ado como se merece. Tras la primera sensación que deja en el lector (provocación, erudición avasalladora, fortaleza de estilo, asalto a la división de poderes en filosofía) uno tiene la impresión de que no entendería nada si se empeñara en sintetizarla para su acomodo en el abanico de las teorías filosóficas de este siglo. Las perplejidades sólo se resuelven si uno acepta el desafío de este pensamiento paradójico. Por eso quien mejor ha acertado en el núcleo de esta filosofía ha sido Koerner al describirla como “una gran síntesis de literatura, filosofía, historia y filología cuyo propósito es, en La formación es lo que queda [Bildung ist, was übrigbleibt (24-25)]
Las definiciones son obras de arte. La que más admiro es la del cristal: “El cristal es un líquido helado de una extremada resistencia y con una velocidad mínima de flujo prácticamente infinita” (Gustav Tammann, 1903). En seguida se advierte cuál es el propósito de esta definición: mantenerse lo más alejada posible de la tautología. Extrae propiedades cuyo valor consiste en determinar lo que no describe la apariencia. En lo que menos piensa uno cuando está delante de un escaparate es en “liquidez” y “velocidad de flujo”. n
De ahí procede también la insuperable disposición de las definiciones a la parodia. Por ejemplo: “La salud es el estado precario que no hace presagiar nada bueno”. O este otro: “El ruido es la información acústica no deseada”. Por Por último: “El mundo es el lugar geométrico de todos los puntos”. La parodia pone de manifiesto qué es lo que las definiciones proporcionan y que se las infravalora cuando son definidas como reglas para sustituir palabras.
parte, historizar y desmantelar la misma posibilidad de una síntesis total y absoluta”. Lo que Blumenberg empezó a llamar a partir de 1979 la teoría de lo inconcebible se tradujo en una tarea de rastreo de aquellos elementos no conceptuales en el proceso mismo de las configuraciones teóricas. Lo inconcebible aparece como una magnitud inmanente del lenguaje filosófico. La de Blumenberg es una filosofía empeñada en defender el valor de lo inconcebible, un proyecto teórico que surge del malestar frente a las significaciones que se presentan como definitivas, contra las pretensiones universales de toda recepción particular. Los textos que presentamos pertenecen a su libro Begriffe in Geschichten, Suhrkamp, Francfort, 1998.
dicho que “la formación es lo que queda cuando se ha olvidado todo”. Uno agradece, antes de admirarse, que nos esté permit permitido ido olvidar, que olvidar sea algo legítimo.
Uno puede olvidarse de las definiciones. Pero hay una sola cosa que no debería olvidarse, aunque en ella el olvido es esencial. Procede de uno de los muchos presidentes franceses, de uno al que sería injusto olvidar: Edouard Herriot. Dejó NºXX
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formación no formación no es un un arsenal, arsenal, la formación formación es un horizonte. Emancipación [Emanzipation (41-42)]
Cuando Eugen Gerstenmaier todavía presidía el Parlamento alemán, hacía sus visitas oficiales preferentemente en países donde había algo que cazar. n
Esta definición no se burla de aquellos cuya “formación” “formación” se expresa en fórmulas asociativas como: “Ah, por cierto, esto me recuerda aquello de que…”. Esto es correcto, pero es un estado transitorio. Uno debe poder acordarse de muchas cosas antes de obtener la licencia para poder olvidarlo todo. Pues el olvido del que aquí se trata no es otra cosa que la indeterminación homogénea del recuerdo. n
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Traducción y selección de Daniel Innerarity
El mundo se ha atiborrado de referencias y relaciones, por lo que ya no hace falta destacar ésta o aquélla en particular. El conglomerado de la “significatividad” “significatividad” surge a partir de la “significación” “significación” que debe aprenderse en el camino de la formación y cuyo sistema de coordenadas asegura contra la idea de que nada tiene que ver con nada. En ese conglomerado todo tiene que ver con todo. A pesar de ello, el frenesí relacionador no sirve para nada. Uno está protegido para no quedarse con la boca abierta ante las singularidades. A quien todavía algo le parece poco, que espere. n
Si hubiera que elevar este sencillo asunto a una fórmula pretenciosa, dispóngase así: la
En una visita a la antigua colonia alemana de Togo, Togo, fue recibido en Lomé por el presidente Sylvanus Olympo. Al borde de las calles que conducían del aeropuerto a la ciudad había una masa de gente entusiasmada entre cuyos gritos Gerstenmaier identificó la palabra uhuru. A la pregu pregunta nta acerca acerca de qué sign significa ificaba, ba, su anfitrión le contestó: co ntestó: “Independencia”. “Independencia”. El asombrado huésped de Estado tuvo que volver a preguntar: “¿Cómo? Si ya la tienen desde hace tiempo”. A lo que Olympo le contestó con sorna que la gente ya se había acostumbrado a ella. n
Esta explicación suena inofensiva y no sabemos por sus memorias si el visitante alemán se contentó con la respuesta. Es una pena. n
Con la expresión uhuru, ¿habían entendido las masas que gritaban algo distinto e incomparablemente mejor de lo que ahora tenían? En ese caso, estarían n
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todavía esperándolo y exigiéndolo. ¿Podría ser que creyeran que el visitante alemán –procedente del país de los recuerdos olvidados de los abuelos– era capaz de proporcionárselo? Algo peligroso para la siguiente cacería. Pero tal vez es que ya no lo entendían de ninguna manera y lo tomaban como un grito de júbilo para las buenas ocasiones, como los cristianos el aleluya. Pero si se lo hubieran explicado así al presidente Gerstenmaier,, como practicante que era, Gerstenmaier habría podido fácilmente objetar con otra pregunta: “¿Acaso no han entendido antes cuando no la tenían? ¿O es que la indeterminación de entonces es lo que impulsa la esperanza de cambiar las cosas y lo que impide reconocer cuando han cambiado?”. n
Hacer historia [Geschichtemachen (63-65)]
¿Qué significa que el hombre hace la historia? Las respuestas que se han dado nunca han sido satisfactorias, al menos no tanto como parece la afirmación contenida en la pregunta. Puede estarse de acuerdo con esa afirmación y sin embargo extraer de ella interpretaciones muy polémicas. n
El hombre hace la historia, pero no sabe lo que de ello resulta; es el tenor de un grupo de interpretaciones. El hombre hace la historia, pero no pone las condiciones bajo las cuales la hace; es el tenor de otro grupo. Éstos ofrecen inmediatamente la receta estimulante de que el hombre ponga ahora las condiciones, en lo que parece acechar la trampa de una contradicción. Dado que no sabemos exactamente –y tal vez tampoco podamos saberlo– qué decimos al afirmar que el hombre hace la historia, debe bastar que todos puedan alegrarse si, al equiparar el hacer con el actuar, todo el problema se transfiere a la ética. Pero esto es lo más m ás inverosímil. n
Precisamente la consideración de las expresiones del ordinary language, rastrear el habla cotidiana del espíritu simple o no tan simple, conduce a los síntomas y productos confeccionados. Cuando un historiador de Marburgo informa que, durante las jornadas agitadas de su seminario, una mañana puso en la puerta un cartel que decía: “Aquí se hace historia”, historia ”, eso es algo demasiado ambivalente en un seminario de historia como para que pudiera proceder de un espíritu simple. n
Estaría bien si sólo fuera una exageración. Y es que tras tras esa puerta ni siquiera siquiera se escribe la historia, y tal vez sea ésta la única manera en que la historia se hace. La expresión “hacer” es también una de aquellas esforzadas minusvaloraciones en las que, no obstante, aún resuena toda la carga del “creacionismo” “crea cionismo” idealista, sin quererlo reconocer, como el uso temprano de la expresión por parte de Gottfried Benn para la actividad de construcción lírica y como lo testimonia el uso posterior para los “productores “pr oductores de películas”. n
This is history, lady! Éste es el grito de un fotógrafo tras el atentado a Robert Kennedy en julio de 1968 exigiendo el paso libre y haciendo valer su derecho frente a lo privado. La mujer del hombre abatido quería proteger a su marido frente a los flases de los reporteros. ¿Está confirmado el carácter histórico de un acontecimiento únicamente cuando adopta la forma definitiva de un muerto? ¿O es que simplemente se había confundido la opinión pública con la historia? ¿Es un hecho histórico precisamente aquello que debe ser accesible a cualquiera? ¿O es sólo aquello que constituye la misión de quien ha renunciado globalmente a la totalidad de su esfera privada, de modo que ya ni siquiera su muerte puede ser privada? n
Quizá demos ahora un paso adelante si cito una carta postal cuyo understatement me ha fascinado desde que lo conozco. El 19 de abril de 1922 escribe Walther Walther Rathenau desde Génova a su madre: “Querida madre: hoy, domingo de Pascua, he hecho una excursión a Rapallo. Más detalles, en el periódico… Un abrazo. W.”. El nombre de Rapallo es mencionado aquí por primera vez en un contexto implícito que tendría para el siguiente medio siglo una evidencia amenazadora como ningún otro nombre de los muchos tratados y conferencias del periodo de entreguerras. El hecho de que el hijo remita a la madre al
periódico, al periódico del día siguiente, es lo que produce aquí el contraste casi grotesco al elegir la palabra “excursión”, “excursión”, que con la fecha del domingo de Pascua puede ser entendida como una trivialidad burguesa, pero también en la tradición culta de otro espíritu pascual: el del Fausto. El hecho histórico y el hacedor de historia no hacen otra cosa que una payasada cuando remiten a la opinión pública posterior, a la planificada, a la opinión de la prensa instrumentalizada para conseguir un efecto determinado. En este caso no se describe, sino que se publica. n
Lo propiamente fenomenológico en esa postal puede traducirse en la fórmula de que ella manifiesta como ninguna otra la simultaneidad de una historia con la historia. En el texto aparece la palabra “hacer”, pero lo que se hace es la excursión a Rapallo, no lo que en Rapallo se hace. n
Intersubjetividad [Intersubjektivität (96-97)]
Schopenhauer ofrece en tres líneas una historia que debería ilustrar drásticamente la soledad del hombre razonable en medio de ruidosos trastornados: este hombre tenía un reloj que daba la buena hora en una ciudad cuyos campanarios estaban todos equivocados; sólo él sabría la hora verdadera. La gracia de esta historia está en la escueta pregunta: ¿pero de qué le sirve? sirve? n
El destino de este solitario es digno de compasión. No sólo por culpa de los otros, que se guían por los relojes públicos; tampoco es culpa de aquellos que pueden saber y saben que aquel hombre se limita a llevar consigo un reloj que da la hora buena. Éstos no son peores que quienes sólo miran a las torres; basta un poco de experiencia de la vida para no preocuparse en este caso por la verdad que custodia el solitario. n
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Una orden de marcha fenomenológica en este asunto debería permitir describir situaciones en las que la historia es hecha o pudo ser hecha. Si se mira a los historiadores se advierte en seguida que su presentación de tales situaciones se apoya generalmente en conjeturas. Los documentos de la historiografía son ya resultado y producto secundario o terciario del hacer historia. Apenas documentan el origen de las situaciones en que se gestó la historia. Una fenomenología de este tipo tiene que ver con síntomas que realmente no le interesan. n
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Éste no es exactamente el modo en que Schopenhauer quería ser leído. Los ciudadanos del doble sentido –guiarse por los relojes equivocados y, al mismo tiempo, saberse poseedor del tiempo correcto– aparecen bajo una doble luz que les impide percibir la obligación de corregir los relojes de las torres. Quien es consciente con orgullo del tiempo correcto de su reloj no ha pensado al menos una cosa: ¿qué motivo podría haber para adaptar su reloj al curso mayoritario de los relojes? ¿Por qué habría de hacerlo si lleva el tiempo correcto? n
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DANIEL INNERARITY
Lo podría hacer con la única intención de no estropear sus posibilidades de relacionarse con todos los demás habitantes de la ciudad al llegar demasiado tarde o demasiado pronto a todas las citas y actos. Pero no sentiría esta necesidad, ya que la peculiaridad de su reloj le impediría percibir las correspondientes ganancias y satisfacciones. O tal vez llegara a la pacífica resolución de mantenerse en su tiempo correcto, pero tener en cuenta la diferencia con el tiempo público y llegar así puntualmente. Sería tan ridículo como quien se mantiene en una verdad que ha de falsificar continuamente con el fin de hacerla aplicable. n
El núcleo de este absurdo no está en quienes salen en la historia, sino en el que la cuenta. El narrador supone, a efectos ilustrativos, que uno podría tener el tiempo verdadero, y todos los demás, no. Olvida que el carácter público pertenece a las determinaciones elementales del concepto de tiempo. No hay tiempos secretos, medidores del tiempo, tiempos individuales, relojes privados. La rotación de la Tierra o el aparente movimiento del cielo indican la duración del día, pero ni su comienzo ni su fin, como tampoco su división. Se trata de reglas de la convención pública. Qué alcance ha de tener semejante convención para ser “medida” “medida” y convertir todas las desviaciones en un sinsentido es algo que depende del radio de la propia vida y del ámbito de relaciones.
pronto la vuelta y que entonces yacería correctamente. Hubo posteriormente quien refirió esta sentencia a las revoluciones que provocaron los macedonios. Desde siempre se ha deseado que los filósofos sean clarividentes. También éste, por muy poco querido que hubiera sido, habría de tener razón al menos después de morir. n
Pudo ser que Diógenes hubiera pensado qué mala reputación tenía en todas partes; únicamente tras su muerte se contaría sin rodeos que su vida habría de dar la vuelta en la tumba. Y entonces yacería correctamente. n
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El solitario poseedor del tiempo verdadero en una ciudad cuyos campanarios tocan una hora equivocada no es un sabio sino un loco. Por no tener esto en cuenta, el narrador de la historia se delata más a sí mismo que lo que pretendía: dar un plazo adecuado a los que llevan un tiempo equivocado para que caigan finalmente en cuenta de lo que siempre había visto una cabeza clarividente. Esta historia desaconsejaría entonces la impaciencia de que se podría y se debería ir muy rápido, de modo que todos los demás hubieran de seguir al poseedor de la verdad. El relato explica de hecho lo contrario: por qué nunca le seguirían. n
Oportunismo [Opportunismus (134)]
A Diógenes Diógenes de Sinope Sinope le pregunta preguntaron ron cómo quería ser enterrado. “Con la cara hacia abajo”, fue su respuesta. n
Viendo la sorpresa en los rostros a su alrededor, añadió que el mundo daría alrededor, n
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Un día le preguntó un huésped: “¿Cómo puede usted saber que éste es mi sombrero sin que yo le haya dado el número?”. n
Lo más verosímil es que Diógenes tuviera el vicio de los filósofos: oportunismo a largo plazo. Pues siempre ha tenido razón quien no confiaba en la estabilidad de la situación del mundo y se ponía de parte de la siguiente revolución, con independencia del lugar del que las cosas vinieran y en el sentido en que quisieran revolucionar. En cualquier caso, él yacería entonces correctamente. n
Nominalismo [Nominalismus (132-133)]
La anécdota se opone al anonimato. Si utiliza siempre un nombre célebre es porque lo necesita para alcanzar la cumbre de su carrera: como anécdota móvil. n
Cuando, no obstante, ha de permanecer anónima por motivos de educación social, mantiene su capacidad de ser transplantada cambiando de localidad. n
De modo que el botones de un gran hotel puede no aparecer con su nombre en una anécdota. La anécdota no conoce todo el bien que hace. El botones puede haber sido de Stresa o de Biarritz, de Adlon o de Claridge. En cualquier caso, la extensión en el tiempo no debe ser excesiva, pues ha de ser en una época en la que todavía haya botones y todavía no entren en competencia con la cabeza lúcida de un docente, si es que la historia pretende ser creída. También También el público participante debe cumplir unas determinadas condiciones mínimas: clara distinción de sexo en la indumentaria. n
“Perdóneme, señor”, fue la respuesta. “Perdóneme, “Yoo no sé si éste es su sombrero. Sólo sé “Y que usted me lo ha dejado hace dos horas”. Otra vez le hizo una señora la misma pregunta. La respuesta sufrió la correspondiente variación de acuerdo con el género: “Perdóneme, señora. Yo Yo no sé si éste es su sombrero. Sólo sé que usted me ha dejado este objeto hace dos horas para que lo guarde”. n
Ahora ya no no quedan quedan boton botones es así. así. Ya todos todos pudieron estudiar filosofía. Y es que ambas respuestas presuponen que se sabe qué es identidad y qué es una forma esencial, qué problema únicamente puede resolverse de manera nominalista y qué problema únicamente puede resolverse de manera realista. n
Si la anécdota hubiera viajado mucho, su forma originaria procedería de Sócrates. Es una variante peculiar de lo que había demostrado al esclavo de Tesalia en el diálogo Menón. También Platón nos silencia su nombre, y por los mismos motivos por los que resistir la curiosidad de conocer el nombre del botones de hotel. n
Realidad. Ser más real por no aparecer [Realität- An Wircklichkeit gewinnen durch Nichterscheinen (145-147)]
Desde hace 10 años sabemos con un poco más de precisión lo que, en conjunto, sólo sabemos de manera imprecisa: qué es la realidad y qué decimos, en consecuencia, cuando hablamos de realismo. Hay que moverse al margen de los acontecimientos, donde incluso las noticias periodísticas discurren al margen de lo fiable y fusionan la realidad con lo imaginario, que a menudo nos ocupa más intensamente que lo real. n
Resulta que hace 10 años se dio un pequeño paso que debería formar parte –y a partir de ahora así es– de la historia de los conceptos en historias. n
El 3 de octubre de 1977 la agencia alemana de prensa comunicó por extenso la retirada de los observadores profesionales del lago Ness en Escocia, que habían estado esperando todo el verano con un equipo sofisticado la aparición del polémico monstruo. Es algo n
La historia discurre así: el botones del guardarropa de un lujoso hotel era conocido por su extraordinaria memoria en el trato con los huéspedes y sus depósitos. Nunca necesitaba el resguardo para devolver el objeto que se le había confiado. n
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así como el oficioso punto final tras la sequía periodística de todos los años. De la temporada resultaban tres puntos de vista, que también son interesantes para el observador de nuestros problemas con la realidad y el realismo. n
mordidos por él. Contra todas las tradiciones del sentido histórico, se aferra a la simple experiencia de que no escapa a la mirada lo que produce dolor. ¿Qué indicio de realidad hay más sencillo, también para la realidad no reconocida y desconocida? El hombre no es sólo un ser realista; es también alguien necesitado de consuelo. Se entiende que los turistas atraídos por un letrero de carretera, fracasada su visita, necesiten un consuelo. En una tienda local de Drumnadrochit pueden adquirir un certificado en el que se les asegura: yo he he visto a Nessie. Puede ser que este trofeo no encuentre en el regreso a casa tantos creyentes como esperaban al comprarlo. Más interesante es tratar de hacerse una idea de lo que concluirán los historiadores dentro de dos siglos a partir de ese certificado. No les cabrá otra posibilidad que lamentar que también ese tipo de animal se extinguiera con el hombre. n
El más importante es la simple constatación por parte de la agencia de noticias de que el verano de 1977, a diferencia de los anteriores, no había ofrecido motivos para sostener la existencia del prehistórico animal. Nadie había afirmado haberlo visto. No había sonidos ni fotos ni huellas ni testimonios. Habría que pensar que, de este modo, se acercaba a su fin la larga historia de la espera al animal en el lago, un final de resignación, incluso de negación. Asombrosamente, es todo lo contrario. El balance negativo del año 1977 revalorizó los testimonios de los años anteriores, los liberó un poco de la fama ilusionista que tenían. Incluso las supuestas fotografías ganan por el hecho de que no ha habido nuevas. Las fotografías subterráneas de 1975 no habían podido convencer a todos los realistas del mundo. Pero si eran falsificaciones o interpretaciones equivocadas de objetos confusos realizadas bajo el dominio de los deseos, ¿por qué en 1977 no se había cumplido ningún deseo? n
Este asunto es muy interesante para nuestra relación con la realidad: la resistencia a contemporizar con nuestras expectativas y deseos tiene más que ver con la realidad que su satisfacci satisfacción, ón, también cuando la experiencia satisfactoria satisfactoria inclina a ver en su objeto todo y más de lo que se esperaba. La percepción de lo que no hay nos convence más de la posibilidad de que lo no dado podría ser, puesto que es tan extraño prestar atención a lo que no existe. El teórico hace a menudo sus hallazgos más importantes en la medida en que advierte huecos en el contexto de las apariciones. apariciones. La retirada de los observadores decepcionados de las orillas del lago escocés, en un verano deslucido por la lluvia, es una grandiosa demostración demostración del éxito de los observadores anteriores. anteriores. Si no fuera así, la agencia de prensa no habría transmitido este asunto. Ahora está mejor armada para la guardia de los próximos años. n
Entonces se informa de que el autor de un prospecto sobre el fenómeno escocés, William Willi am Owen, Owen, ha ha escrito escrito que que quienes quienes dudan y los sedicentes realistas sólo creerían en el monstruo nacional si fueran n
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Los fracasos de una teoría por no comparecer lo que prometía sólo son productivos por medio de una parateoría que pueda explicar, bajo los mismos supuestos, por qué tenía que fracasar. Algunos Algu nos persp perspicac icaces es pais paisanos anos del pací pacífico fico entorno escocés han hecho culpable al ruido procedente de una cercana carretera de que el asustadizo monstruo no se haya dejado ver. Pero resulta que esa carretera se construyó intencionadamente para la tromba de curiosos del lago Ness. El monstruo sacó las consecuencias de sus anteriores apariciones y reaccionó al exceso de su éxito, produciendo la justa medida de decepción y reduciendo así nuevamente el ruido a un nivel soportable. No parece muy descabellado descabella do decir que habrá que contar con una reaparición sólo cuando el número de posibles testigos se haya reducido hasta lo que es propio de milagros y fenómenos naturales. El hecho de que haya un motivo para que el monstruo no aparezca es un indicio no sólo subjetivo sino objetivo de su realidad: hay una teoría del comportamiento que explica su permanencia en estado de inmersión. Pero ¿quién se habría considerado a sí mismo uno de aquellos que eran muchos como para que se dejara ver un fenómeno asustadizoo y necesitado de una pacífica asustadiz normalidad? n
Reflexividad [Reflexivität (150-151)]
El hombre es un ser precavido. Cuanto más opacas son las circunstancias en las que tiene que vivir, tanto más artificiosas son las disposiciones de su precaución. n
El absolutismo de un régimen le hace aproximarse a la absoluta prevención. En un sistema totalitario es imaginable que el funcionario de una formación que protege la seguridad del Estado se prevenga para el caso de que a otra organización encargada de la misma tarea pudiera ocurrírsele proteger al Estado de él. Esto no es tan absurdo cuando las fuerzas rivales de un sistema semejante son puestas a competir entre sí, mientras el mando queda al margen de tales antagonismos. Hitler fue el maestro de este juego, unas veces sangriento, otras grotesco. n
En la “policía secreta del Estado” no eran algo insólito –según se informa autorizadamente– autorizadame nte– las detenciones por otros órganos policiales. Un comisario de lo criminal consideraba conveniente ponerse bajo la protección de una detención que ya había tenido lugar. Llevaba consigo en todo momento la orden de detención contra él. Si su organización se hallaba en una situación equívoca y se debilitaba la seguridad que le proporcionaba, entonces lo previsible era que una mañana apareciera el sustituto del lechero. Mostrar la orden de arresto y declararse ya detenido servía al menos para confundir al policía y ganar tiempo. El aparato burocrático de tales sistemas les hace tan inflexibles para esas desconcertantes eventualidades eventualidades que resultan incapaces de reaccionar. ¿En dónde está escrito qué debe hacerse al llevar a cabo una orden de detención cuando el sujeto en cuestión puede demostrar oficialmente que ya está detenido? n
La autodetención es la imagen perfecta del sistema totalitario en un caso límite. Pero las burocracias tienen una brigada de artimañas desconcertantes también en los Estados bien constituidos, especialmente allí donde se actúa contra ellas a partir de espacios de “vacío legal”. Tras el pertinente retraso, la burocracia muestra entonces su sagacida sagacidad. d. Se las ingenia para inventar instituciones para los vacíos legales, que a su vez inventan un derecho que no hay. También aquí se obtiene al menos una ganancia de tiempo. El mismo aparato que, en medio del tejido regulatorio estatal, estatal, pone a disposición el derecho para los vacíos legales, crea las oficinas de información jurídica cuyos oráculos son aceptados incluso por los espíritus más enardecidos porque “ponen punto final al asunto”. n
Daniel Innerarity es profesor de Filosofía
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