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00 1 4 2 7 COLECCION: PLANETA INSOLITO D ise is e ñ o de p o rta rt a d a :
Patricia Díaz y María Consuelo Vega
D e r e c h o s R e s e r v a d o s p a r a A m e r i c a L a t i n a
© 1980, Michael Harner Publicado mediante acuerdo con Michael Harner c/o John Brockman Associates, Inc., New York © 1993, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V. , Grupo Grup o Editorial Planeta de México ISBN: 968-406-362-8
PLANETA COLOMBIANA EDITORIAL S.A. Primera reimpresión (Colombia): julio de 1994 Nin N ingu gunn a part pa rtee de esta es ta publ pu blic icac ació ión, n, incl in cluu ido id o el dise di seño ño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Impreso en Colombia - Printed in Colombia
A S a nd ndra ra,, T e r r y y J im .
Mi más sincero agradecimiento por dejarme utilizar material registrado de los libros siguientes: Spint, Spirit: Sbamun Songs d e David Cloutier. Copyright 1975 por David Cloutier. Publicado con el p e r m i s o d e l a u t o r y d e C o p p e r B e e c h P r e s s . « E l j u e g o d e la m a n o d e los indios Cabeza Plana» de Alan P. Merriam. Jo J o u rn a l o f A m e r i c a n Fo F o lklo lk lore re 68, 1955. Copyright 1955 del American Folklore Society. También me gustaría agradecer a Bruce Woych y Karen Ciatyk su ayuda en la inv estigación y lo loss consejos consejos de mi editor Jo h n Lo udon así así como los de mi mujer Sandra Harner.
«...Los curanderos aborígenes, lejos de ser unos granujas, ignorantes o charlatanes, son hombres de una gran categoría; esto quiere decir, hombres que han llegado a un estado de conocimiento sobre la vida secreta, que va más allá de lo que la conocen la mayoría de los adultos, esto implica disciplina, entrenamiento mental, valor y perseverancia... son hombres que merecen nuestro respeto, a menudo poseen una personalidad sobresaliente... son de una gra n imp ortancia social, la salud psicológica de su gru po dep end e en gran p arte en la cre encia en su s poderes... los num erosos poderes psíquicos que se les atribuyen no deben ser dejados a un lado pensando que sólo se trata de magia primitiva y "de mentirijillas", ya que muchos de ellos se han especiali zado en el funcionamiento de la mente humana y en la influencia de la mente en el cuerpo y de la mente sobre la propia mente...». T o m a d o de A b o rig in a l M e n A. P. Elkin (1945: 78-79).
o f H tg h D egree
del antropólogo australiano
Sobre el autor:
M ichael J. H arn er enseñ a en la Gradú ate Faculty del N ew School for Social Research de Nueva York, donde fue director del departa mento de Antropología desde 1973 hasta 1977. En la actualidad es co-director de la Sección de Antropología de la Academia de Ciencias de N ueva York. H arn er ha enseñad o en Columbia, Yale, y la U niversi dad de California e n Berkeley, don de se doctoró y des em pe ñó el puesto de director adjunto del Museo Lowie de Antropología. Sus investiga ciones sobre las culturas de los indios americanos le han llevado a las regiones amazónicas de Sudamérica, así como a muchos otros lugares de México y Norteamérica. Entre los libros escritos por Harner se encuentran Th e Jívaro, Hallucinogens and Sham anism, y una reciente novela, Cannibal, de la que es co-autor.
índice
Exordium C apítulo I. D escu briend o la senda C apítulo II. El viaje cham án ico: Introdu cció n C apítulo III. C h am an ism o y estados de conciencia C apítulo IV. A nim ales de pod er C ap ítulo V. El viaje p ara recu pe rar el po d er C apítulo VI. Práctica del p od er C apítulo VII. Extracción de intrusion es da ñina s Epílogo Apéndice A: Tambores,maracas yde m ás ayudas A pé nd ice B: El juego de la m ano de losindioscabeza p lan a Bibliografía
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EXORDIUM
os c h a m a n e s , A q u i e n e s e n n u e s t r o m u n d o civ ilizado den om in a m os « curanderos » y «brujos», so n poseedores de un im po rta n te corpus de antiguas técnicas que utilizan para curar y procurar bienestar tanto a los m iem b ros de la com unid ad com o a s í m is m os. Curiosamente, estos métodos chamánicos son similares en todo el mundo, incluso en tre pueblo s cuyas culturas difie ren en otros m uchos aspecto s y que, separados p o r océanos y contin ente s durante decenas d e m iles d e años, no han tenido nin gún tipo d e contacto. Estos pueblos a los que llam am os p rim itivos, al carecer d e nuestra avanzada te cnolo gía médica, tu vieron que desarrollar las capacidades natu ra le s d e la m e n te en lo referente a salu d y m étodos cu rativo s. La un iformida d d e las técnicas chamánicos pare ce in dita r que, a fuerz a d e probar y equivocarse, pueblos div ersos llegaron a las m ism as conclu siones. El cham anism o es una gran aventura m e n ta l y em ocional, en la que paciente y cham án participan en ig ual m edid a. Con sus esfu erzos y su viaje heroico, el chamán ayuda a sus pacientes a trascender su concep ción no rm al y cotidia na de la realidad, que in clu ye la visión que de s í m ism os tienen com o enferm os. El cham án com parte sus p oderes esp e ciales con los pacien tes y, en un n ive l profundo de conciencia, les convence d e que hay alg uie n que p on e lo m e jo r d e s í m ism o en ayudar les. El autosacrificio del chamán provoca en el paciente un compro m iso m oral que le obliga a lu char codo a codo con aquél para ayudarse a s í m ism o. Esta m os em pezan d o a dam o s cuenta d e que n i siq uie ra la m oderna
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m edicin a occidental, que a veces parece obrar milagros, pu ede solu cio nar to dos los p roblem a s que tien en los enferm os o aquéllos que quieren p reven ir la enferm edad. Profesionales y pacien tes buscan cada día nue vos m étodos su plem entarios y muchos de los que se encuentran e ntre la pobla ció n sana llevan a cabo ex perim en tos p o r su cuenta para descubrir alternativas via bles que procuren bienestar. A m enudo, en el transcurso de esto s experim en tos, se hace difícil, no sólo para el profano, sino incluso para el profesional, distinguir lo falso de lo eficaz. Los antiguos m éto dos chamánicos, p o r el contrario, han superado la prueba d el tiem po ; se han experim en ta do, de hecho, durante m ucho m ás tiem p o que, p o r ejem plo, el psicoanálisis y otras técnicas psicoterapéuticas. Uno d e los prop ó sito s d e este libro es brin dar al h om bre occidental, p o r p rim era vez, la oportu nidad d e beneficiarse de esto s conocim ie nto s en su búsqueda de tratam ien tos que co m p lem en ten la m edicin a tecn oló gica actual. E m pleando los m éto dos descritos en este libro ten d rá Ud. la o p o r tu nidad de adquirir experie ncia en el p o d er cham ánico para ayudarse a s í m is m o v a los dem ás. En m is sem in ario s d e aprendizaje de p o d er y curación cham ánicos en N orteam érica y Europa, los estu dia nte s han dem ostrado rep etid am en te que a la m ayoría de los occidentales se les pu ed e in icia r sin dific ultad en las técnicas chamánicos. Son ta n po d ero sas y conectan ta n profu n dam en te con la m e n te hum ana que las creen cias, prin cipio s y concepcio nes culturales resultan irrelevantes. Quizá alguien se pregunte si el chamanismo puede aprenderse en un libro. H asta cierto pu nto la pre gu nta está justificada: en última instancia, los conocimientos chamánicos sólo se pueden adquirir por experiencia personal. Sin embargo, hay que aprender los métodos para p o d er utilizarlos, y esto se pu ede hacer de muchas maneras. P or e je m plo, en tre los com bos d el A lto A m azonas «.a prender de los árbole s » se considera m ejor m éto do que a pren der de otr o cham án. En la Siberia aborig en una d e las prin cipale s fu en tes d e conocim ie nto cham ánico era la e xp erienc ia m u erte ¡resurrección. En ciertas culturas preliterar ias hay g en te que responde d e m anera espontá nea a la « llamada » d el cham a nism o sin nin gún en tr enam ie n to específico, m ientras que en otras se aprende bajo la guía de un cham án practicante durante un período que pu ede abarcar de uno a cinco años o más. En la cultura occidental, la m ayoría de la g en te jam ás co nocerá un
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chamán, p o r no habla r de apren der con uno. Pero, dado que la nuestra es una cultura literaria, no tien e p o r qué darse e l tán de m m aestro discípulo; una guía escrita p u ed e ofrecer la inform ació n m etodoló gica esencial. Aunque al principio parezca difícil aprender las técnicas cha mánicas en un libro, no lo deje. SuS p ropias experie ncia s dem ostrarán su eficacia. Com o en cualquier otro cam po de conocim ie nto , sie m p re es m ejor trabajar p erson alm en te con un profesional. A quéllos que a sí lo deseen pu eden p articipa r en los sem in ario s (ve r apéndice A ). En el cham anism o, la conservació n d e la p ro p ia energía es f u n d a m en tal para el bienesta r. El libro le enseñará algunos m éto dos para m a n ten er y recuperar esa energía y usarla en ayuda de los déb iles, en fer m os o heridos. Las técnicas son sencillas y eficaces. Su utilización no requiere «fe» ni cam bio alguno en las concepcio nes que se tien en de la realidad en un estado n or m al de conciencia. D e hecho, e l sistem a ni siquiera requie re un cam bio a n ive l d e conciencia profunda, porque só lo « desp ierta » lo que y a está ahí. Sin em bargo, aunque los m étod os cha m ánicos elem entales son sencillo s y fáciles de aprender, el ejercicio efectivo requiere autodisciplina y dedicación. A l practic ar el cham anism o, uno se traslada de lo que yo denom in o Estado N o rm a l de Conciencia (E N C ) a un Estado Cham ánico de Con ciencia ÍECC). Estos esta dos d e concienca son la cla ve para entender, p o r ejem plo, a qué se refie re Carlos Castañeda cuando habla de « reali dad norm al» y «realidad nonorma l ». La diferencia en tre am bos esta dos se p u ed e en ten d er m ejo r si habla m os d e anim ale s: dra gones, grifos y otros anim ale s que en un E N C consid eraría m os «m ític os», son «reale s » en un ECC. La idea de que hay animales « m íticos » es válida y ú til en la «vida cotidiana», pero superflua e irrelevante en las experiencias que se tienen en un ECC. El térm in o « fantástica » se p uede aplic ar a una experiencia en ECC p o ru ñ a persona que se halle en EN C. A la inversa, una persona en ECC puede percibir que las experiencias en ENC son ilusorias en términos del ECC. Ambas tienen razón, considerando el punto de vista particula r de sus respectivos estados de conciencia. El cham án tie n e la ventaja de p o d er trasla darse d e un esta do a otro a volunta d. Puede entrar en e l E N C d el nocham án y com partir una m ism a realidad con éste. Luego pu ede vo lver al ECC y o b ten er confir m ació n directa d e l testim on io de otros que han rela ta do sus ex p erien cias en ta l estado.
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Observar con los propios sentidos es la base de una definición em pírica de la realidad; y aún no se ha dem ostrado de man era feh a ciente, n i siq uiera en e l ám bito de las ciencias de la «realidad normal», que haya un único estado de conciencia que permita observaciones directas. El m ito en tra den tro de la realidad n orm al de un ECC, m ien tras que para el E N C e l m ito p erten ece a una realidad nonorm al. Es m u y dif ícil e m itir ju icios im parciales sobre la validez de un estado determ in ado de conciencia desde su opuesto. Para com pren der la hostilidad « emocional », profun dam en te arrai gada, con que algunos círculos recib ieron lo s trabajo s de Castañeda, hay que tener en cuenta que prejuicios de este tipo son inevitables: Es connatu ral a l etnocen trism o en tre culturas. P ero en este caso no se tr ata d e la estrech ez de m ir as d e una experie ncia cultural, sin o mental. Los que más prejuicios tienen respecto al concepto de realidad nonormal son aquéllos que ja m á s la han experim entado. A este parale lo d e l etnocentrismo podríamos denominarlo cognicentrismo. Un paso hacia la solución de tal problema sería que cada vez hubie ra m ás chamanes, que la g en te experim en tara p o r su cuenta el ECC. Tales cham anes, com o se ha venido haciendo en otras culturas desde tie m p o s rem otos, podrían ento nces tra n sm itir sus viv encia s en la realidad n on orm al a aquellos que jam ás las han te nid o. Su p a p e l sería com parable a l d e l antropólogo, quien, particip ando a ctivam en te en una cultura diferen te a la suya, p u ed e hacer co m p ren d er esa cultura a los que la sienten extraña, incomprensible e inferior. Los an tr opólogos contribuyeron a que evitem o s los peligros d e l etnocentrism o enseñándonos a co m pren der una cultura en términos de las concepcion es que sobr e la realidad tien e dicha cultura. Los cham anes occid enta les pu ed en ren dir un servic io sim ilar en lo que se refiere al cognic entr ism o. Los an tropólogos nos han descubierto e l relativismo cultural. Lo que lo s cham anes occidenta les pu eden h acem os co m pren der, hasta cierto punto , es e l relativismo cognitivo. M ás tarde, una vez que se haya adquirido u n conocim iento em pírico d el ECC, em peza rán a respeta rse sus prin cipios m eto doló gic os. Q uizá ento nces estarem os p r e parados para lleva r a cabo un análisis im parcial y científico d e las experiencias en el ECC desde un ENC. Puede que algunas personas m anten gan que la razón d e que los hum anos pasem os la m ayor p a rte d e nuestra vida en e l E N C se debe a
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la selecció n natural, que lo estableció as í po rq u e ésta es la realidad real y cualquier otro esta do de conciencia, a excepció n d el sueño, es una aberració n que p o n e en peligro nuestra superviv encia . En otras pala bras, y según ta l argu m en to, percibim os la realidad como lo hacem os porqu e es lo m ejo r en térm in os de supervivencia . Sin em bargo, avances recie ntes en neuroquím ica han dem ostr ado que el cerebro hum ano p osee su s propias su stancias alucinógen as, tales com o la dim etiltripta m in a x. En té rm in o s de selección natural, pues, parece im probable que existieran tales sustancias si no fuera p orq ue su capacidad de alterar el estado de conciencia aporta ciertas ventajas. Es como si la Naturaleza m ism a hubiera decid ido que, en determ in adas ocasiones, un estado de conciencia alterado es superior a un estado norm al. En O ccid ente esta m os sólo em peza n d o a d am o s cuenta de las importantes repercusiones que puede tener el estado mental en lo que hasta ahora había m os considera do cuestiones m eram en te « físic as ». Cuando, en un caso de emergencia, un chamán aborigen australiano o un lama del Tíbet practican el «.viaje rápido » — un estado de tr ance o técnica d e l ECC que p e r m ite recorrer largas distancias a mucha velocidad — , estamo s claram ente fre n te a un caso de técnicas de sup ervivenc ia que, po r definición, no son factibles en un E N C 2. A h ora sabem os tam bién que m uchos de nuestros m ejo res atletas entran en un estado alterado de conciencia en el transcurso de las pruebas en que consiguen sus m ejores marcas. En resum en, pues, no parece apropia do decir que un único estado d e concien cia es su perior en cualquier circunstancia. E l cham án sabe que ta l afirm ació n es, no sólo falsa, sin o pelig rosa para la salu d y el bienestar. El ch amán, haciendo uso d e unos co nocim ientos atesorados duran te milenios, as í com o d e sus experiencias personales, sabe cuándo es apropiado, e incluso necesario, un cambio de conciencia. En el ECC, e l cham án no sólo experim en ta lo que es im posible en un ENC, sino que lo hace. Incluso si se demostrara que todo lo que experimenta el chamán que se encuentra en ECC es sólo fruto de su m ente , para é l la realidad de ese m undo no sería m enor. D e hecho, ta l conclusión vendría a sig nific ar que las experie ncia s y las acciones d e l cham án n o son im posibles en té rm in os absolutos. Los ejercicios que ofrezco en este libro represen tan m i in terp reta ció n person al de algunos d e los m éto dos chamánicos, d e m iles d e años
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d e antigüedad, que yo he aprendid o directam en te de los in dios de N o rte y Sudamérica y que he com ple tado con la in form ació n que brin da la literatura etnográfica, incluyendo la de otros continentes. He adaptado los métodos de manera que los lectores occidentales, cualesquiera que sean sus creencias religiosas o sus prefe rencia s filosóficas, puedan usar estas técnicas en la vida diaria. Los m étod os son para aqu éllos que go zan de buena salu d a sí com o para los que está n «sin espíritu » o padecen otro tipo de enferm edad. D esde el p u nto de vis ta cham án ico, la energía person al es básica para la salu d en cualquier circunstancia de la vida. Si se le quiere sacar el m ayo r partido a este libro, hay que procurar llevar a cabo los ejercicios precisamente en el mismo orden en que se presen tan y no pasar al sig uie nte hasta haber obte nid o los resultados deseados con el ante rio r. H ay personas que pu eden cubrir las distin tas fases en sólo unos días, p ero lo m ás n orm al es que se ta rden sem anas o meses. Lo im p o rta n te no es la rapid ez, sin o la práctica personal cons ta nte. M ie ntras se sig ue la disciplina en la práctica de los m éto dos que se han aprendid o, uno está en cam tn o de convertirse en chamán. ¿ Y e n qué m om ento ya se es cham án? Tal sta tu s sólo p u ede ser conferid o p o r aquéllos a quienes se in ten te ayudar en cuestiones que tienen que v e r con la energía y con la curación. En otras palabras, lo que determ in a la condición de cham án es el éxito reconocido en la práctica d e l cham anism o. Te nd rá ¡Jd. op ortun idad de descubrir que, prescindiendo po r com p le to d e l uso d e drogas, Ud. pu ede alte rar su estado d e conciencia y en trar en la realidad no n orm al del cham anismo siguiendo los método s cham ánicos clásicos. Una v e z en e l ECC, pu ede Ud. convertirse en viden te y llevar a cabo persona lme nte el viaje chamánico con e l fin de adqu ir ir conocim ie nto s d e prim era m ano sobre un univ erso oculto. D escubrirá tam bién cóm o beneficia rse de sus viajes en térm in os de curación y salud, usando antiguos m éto dos que prefiguran, a la v e z qu e ' sobrepasan, la psicología, la m edicin a y la espir itualidad occidentales. A pren derá, adem ás, otr os m étodos, aparte de los viajes, para conservar y acrecenta r la energía personal. Los occidentales, a l enfrenta rse p o r p rim era v e z con estos ejercicios, suele n se n tir una cierta in quietu d. En to dos los casos que yo conozco, sin embargo, la ansiedad inicial ha dado un paso a sentimientos de descu brim ie nto , excitación positiva y confianza en uno m is m o. N o es acci
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d en ta l que el térm in o éxtasis haga referencia tan to al trance chamánico o ECC com o a un estado d e gozo desbordante . La experie ncia chamá nica es de carácter positivo, según se ha venido dem ostran do durante m iles d e años y com o y o he podid o com probar repetidam en te en m is sem in ario s, cuyos particip an te s han representado una am plia gam a de perso nalidades. Puede decirse que el ECC es m ás seguro que soñar. En los su eños uno no puede librarse voluntariamente de experiencias no deseadas o pesadillas. En un ECC, p o r el contrario, se entra a volunta d y, dado que se trata de un estado de vig ilia consciente, se pu ede salir de él con la m is m a facilid ad y regresar en cu alquier m o m en to al EN C. A diferencia de las experie ncia s que se tien en con los alucinógenos, no se da un pla zo d e tiem p o prefijado qu ím icam en te durante el que uno deba hallarse en un estado alterado d e conciencia; tam poc o existe la posibilidad de verse atrapado en un « m al viaje». Los únicos p eligros dig nos de m enció n que p u ede acarrear el cham anism o son, que yo sepa, de carácter so cial o político. Ser un cham án en Europa en tiem p o s de la In quisición fue, sin duda alguna, pelig roso; incluso hoy en día, entre los jíbaros, se pu ede correr el riesg o de ser tachado de brujo o cham án «maléfico», que es una vertiente del chamanismo que no se enseña en este libro. Esta presenta ción es esencia lm ente fenom enoló gic a. N o voy a explicar con ceptos y prácticas cham ánicos en térm ino s d e psicoanálisis o cualquier otro siste m a te óric o occid enta l m oderno. Las razones ú lti m as d el cham anism o y los m éto dos curativos ch am ánicos son, desde luego, m uy interesan tes y m erecen un estudio a fondo, per o una in ve sti gació n científica encam in ada a descubrir los m ecanism os de funcio na m ie nto d el cham anism o no es necesaria a la hora de enseñar el m étodo, que es lo que aquí se pretende. En otras palabras, las preguntas que el occid enta l pueda hacerse sobre p o r qué es efectivo el cham anism o no son necesarias para apren der y po n er en práctica los m étodos. Inte nte prescin dir de to do preju icio crítico cuando com ience a estu dia r las técnicas ch amánicas y, sencilla m ente, disfrute de las aventu ras que éstas le brindan. A sim ile lo que lea, pónga lo en práctica y obse rve a dón de le conducen sus exploraciones. En los días, sem anas y años sig uientes a la utilización d e estos m étodos, ya te n drá tiem p o de refle xio nar acerca de lo que significan desde un pu nto de vista occidental. El m odo más efectivo de apren der el sis te m a i e los cham anes es m an e
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ja n do los m ism os concepto s básicos que pilos usan. P or ejem plo, cuan do hablo d e « espíritus » es porque ésa es la expresión que utilizan los cham anes. Para practicar e l cham anis m o resulta innecesario, y
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NOTAS ' E.g„ Mandell 1978: 73. 2 Elkin 1945. 66-67; 72-73.
Descubriendo la senda
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de cierta duración como antro pólogo fu e hace m ás de vein te años, en las la deras del este de los Andes ecuatorianos entre los indios jíbaros, Untsuri Shuar. Por aquel entonces los jíbaros eran conocidos por una práctica casi desaparecida en nuestros días, la reducción de cabezas, y por el ejercicio intensivo del chamanismo, que aún conservan. Entre 1956 y 1957 conseguí reunir gran cantidad de información sobre su cultura, p ero e n lo que co ncierne al m u n d o de los ch am an es no fui m ás que un mero espectador. U n par de años después el Museo A m ericano de H istoria N atural m e ofreció hacer una ex pedición a la Am azonia perua na p ara estudiar, durante un año, la cultura de los indios conibos de la región del río Ucayali. Acepté, enc an tado de ten er la op ortu nid ad de inv estigar m ás a fondo las culturas de la selva del A lto A m azonas. E se trabajo de cam po tuvo lugar en los años 1960 y 1961. Dos experiencias singulares entre los jíbaros y los conibos me alentaron a seguir la senda del chamán; me gustaría compartirlas con Ud. Quizá le descubran algo de ese mundo oculto e increíble que tiene ante sí aquél que comienza su peregrinaje chamánico. Llevaba casi un año viviendo en un poblado conibos a orillas de un lago alimentado por un afluente del Ucayali. Mi investigación antropo lógica sobre la cultura conibos iba muy bien, pero cuando intenté recabar info rm ación sobre sus prácticas religiosas no tuv e m uch o éxito. La gente era amistosa, pero se mostraba muy reticente a hablar de lo sobrenatural. Por fin, me dijeron que si de verdad quería aprender,
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tendría que tomar la bebida sagrada de los chamanes, hecha a base de ayahuasca , la «planta del alma». Dije que sí con una mezcla de curiosi dad e inquietud, pues me advirtieron que la experiencia iba a ser espantosa. A la m añ ana siguiente, mi am igo To m ás, el más venerable anciano del poblado, fue a la selva a cortar las plantas. Antes de marcharse me dijo qu e a yu na ra’, poco des ayu no y nad a de alm orza r. Volvió a m ed io día con hojas y plantas de ayahuasca y cawa como para llenar una olla de cincuenta litros. Le llevó toda la tarde cocerlo, hasta que sólo quedó un a cu arta p ar te del líquido negruzco. Lo ech ó en un a botella vieja y lo dejó enfriar hasta el atardecer, cuando, dijo, lo tomaríamos. Los indios abozalaron a los perros de la aldea para que no ladrasen. Me dijeron que los ladridos podían volver loco al que tomara la aya huasca. Se hizo callar a los niños y el silencio invadió el poblado con la caída del sol. Cuando la oscuridad engulló el breve crepúsculo ecuatoriano, To m ás vertió apro xim adam ente un tercio de la botella en un cuenco de calabaza y me lo pasó. Todos los indios observaban. Me sentí como Sócrates en tre sus co m pa triotas ateniense s acep tando la cicuta; recordé que uno de los nombres que los pueblos de la Amazonia peruana daban a la ayahuasca era «la pequeñ a m uerte». M e tom é la poción sin vacilar; tenía un sabo r extraño , un poco amargo. Esp eré entonces a que Tomás bebiera, pero dijo que, al final, había decidido no participar. M e tum ba ron en el suelo de bam bú bajo el gra n techo de paja de la choza com unal. E n la aldea no se oían m ás que el chirriar de los grillos y los gritos distantes de un mono aullador, allá en la jungla. Mientras contemplaba la oscuridad que me rodeaba, aparecieron difusas líneas d e luz. Se hicieron m ás nítidas, má s intrincad as, y estalla ron en brillantes colores. Venía un sonido de muy lejos, como de catarata, cada vez más fuerte hasta llenarme los oídos. Unos minutos antes me había sentido decepcionado, convencido de que la ayahuasca no m e iba a hacer ning ún efecto. A ho ra el sonido de aquel torrente inundaba mi cerebro. Sentí que se me entumecía la mandíbula y cómo se me iban paralizando las sienes. Por encima del mí, aquellas líneas pálidas se hacían más brillantes y, poco a poco, se entrecru zaron h asta form ar un dosel parecido a un a vidriera de dibujos geométricos. D e u n fuerte tono violeta, no dejaban de extenderse com o
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haciendo un tejado que me cubría. Dentro de esta caverna celeste escuché, cada vez más intenso, el ruido del agua y vi unas figuras difuminadas que se movían vagamente. A medida que mis ojos se acostumbraron a aquella penumbra, la escena fue tomando forma: parecía u n a barraca d e feria, u n so b ren atu al carn aval de d em onios. En el centro, cual maestro de ceremonias y mirándome a los ojos, había un a en orm e cabeza de cocodrilo; enseña ba los dien tes y de sus cav erno sas fauces manaba un amplio torrente de agua. Paulatinamente las aguas rem itieron y con ellas se fue desvan eciend o el dosel, hasta que la escena se resolvió en un a sim ple dualidad: cielo azul arriba y m ar abajo. Todas aquellas criaturas habían desaparecido. D esde d on de m e en con traba, junto a la superficie del agua, em pecé a ver dos extraños barcos meciéndose, flotando en el aire, acercándose cada vez más. Se fundieron en una sola nave con una enorme proa de cabeza de dragón, muy semejante a la de un barco vikingo. En medio tenía una vela cuadrada. Poco a poco, mientras la nave se balanceaba suav em ente allá arriba, oí un rítmico ch apo teo y vi que se trataba de un gigantesco galeón con cientos y cientos de remos que se movían al unísono. Escuché entonces el más bello cántico que había oído en mi vida, agudo y etéreo, qu e e m ana ba de m iles de garg antas a bordo del galeón. Me fijé en la cubierta y vi una multitud de seres con cabeza de arren dajo y cuerpo de hombre, parecidos a los dioses ornitocéfalos de los frescos funerarios del antiguo Egipto. En ese momento una especie de ene rgía o fluido elem ental com enzó a bro tar de m i pecho hacia la nave. Aunque era un ateo convencido, tuve la certeza de que me estaba muriendo y que aquella gente con cabeza de pájaro había venido para llevarse mi espíritu en aquel barco. A medida que el alma se me escapaba p o r el pech o em pecé a notar que se m e entum ecían los brazos y las piernas. Parecía que mi cuerpo se estaba cuajando como el cemento. No podía moverme ni hablar. Cuando aquella sensación de parálisis m e llegó al pecho, al corazón, in te n té p e d ir auxilio a lo s indios p a ra q ue m e d ie ra n u n an tíd o to. P e ro no p u d e articu lar palabra. N o té el cuerpo rígido como una piedra y tuve que hacer un tremendo esfuerzo para que mi corazón siguiera latiendo. Empecé a llamarle «amigo mío», «querido amigo», a hablarle, a animarle a latir con las fuerzas que me quedaban. Entonces fui consciente de la presencia de
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m i cerebro. S entí — físicame nte— que se había com partim en tado en cuatro niveles distintos y separados. El superior, consciente del estado de m i cuerpo, obse rvaba y ordenab a, y se ocupaba de que el corazón m e siguiera latiendo; percibía, aunque sin tomar parte alguna en ellas, las visiones que emanaban de lo que parecía ser la parte inferior de mi cerebro. Inmediatamente por debajo de ese nivel había un estrato paralizado, com o si h ub iera dejado de fu n cion ar p o r efecto de la droga; simplemente, no existía. El siguiente nivel era la fuente de mis visio nes, incluida la nave. Ahora estaba completamente seguro de que iba a morir. Intenté aceptar mi destino y entonces una parte aún más baja de mi mente comenzó a transmitir más visiones e información. Me «dijeron» que este nuevo material me estaba siendo revelado porque iba a morir y, p o r tan to, estaba «a salv o» p ara recib irlo . E ran secretos reservados a los moribundos y los muertos, según me comunicaron. Apenas podía distinguir a quienes me transmitían tales pensamientos: enormes cria turas con aspecto de reptil agazapadas en las regiones más remotas de mi cerebro, donde acababa la espina dorsal. Los entreveía en aquellas oscuras, tenebrosas profundidades. Entonces proyectaron una escena visual ante mí. Primero me mostraron la Tierra tal y como fue hace m illones de años, antes de qu e hu biera vida en ella. Vi un océano, tierra yerma y un cielo azul y brillante. Del cielo cayeron entonces cientos de partículas negras que aterriza ro n an te m í, sobre el yerm o. Vi que eran unos seres gigantescos, negros y relucientes, con carnosas alas de perodáctilo y rec ho nch os cue rpos de ballena. N o po día verles la cabeza. Se dejaban caer como fardos, exhaustos por el viaje. Me explicaron, en una especie de lenguaje telepático, que venían del espacio exterior y habían llegado a la Tierra escapando de su enemigo. Me mostraron luego cómo habían creado vida en el planeta para enmascararse bajo múltiples formas y ocultar así su presencia. Ante mis ojos se desarrolló, a escala y con una realismo imposible de descri bir, el esp len d o r de la creación y especialización de anim ales y plantas, cientos de millones de años de actividad. Supe que aquellos seres draconianos estaban en toda forma de vida, incluyendo al hombre*. * Ahor a podría compararlos al A D N . Por aquel entonces (1961), sin embargo, yo no sabía nada sobre tal tema.
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Eran, m e d ijeron, los verda deros seño res de la H um an idad y de todo el p lan eta; los h u m a n o s no é ra m o s sin o m e ro s receptáculos y servidores de aquellas criaturas. Esa era la razón por la que podían hablarme desde dentro de mi propio ser. Estas revelaciones, que brotaban desde lo más recóndito de mi mente, alternaban con visiones del galeón, que casi había completado su tarea de trasladar mi espíritu a bordo; con su tripulación de hombres-pájaro, empezaba a alejarse, arrastrando tras de sí mi fuerza vital mientras enfilaba un gran fiordo flanqueado de colinas peladas y romas. Me di cuen ta de que sólo m e qued aban unos m om en tos de vida, pero, qué curio so, no te n ía m ied o de aquella g en te; si iban a p ro teg e r mi alma, que se la llevaran. Lo que sí temía es que mi espíritu, en vez de permanecer a flote, pudiera, de algún modo que ignoraba pero que temía, ser alcanzado y utilizado por aquellos monstruos que habitaban el abismo. De pronto fui consciente de mi humanidad, que me distinguía de los reptiles, nuestros ancestros, y luché por alejarme de!,ellos, a los que ya empezaba a ver como seres cada vez más ajenos y, no había duda, malignos. Cada latido me suponía un esfuerzo indescriptible. Recurrí a los humanos en busca de ayuda. En un último intento conseguí mur murar una sola palabra, dirigida a los indios: «¡Medicina!». Vi cómo se apresuraban a preparar un antídoto y supe que no llegarían a tiempo. N ecesitab a de alguien que p u d ie ra vencer a los d rag on es y traté d eses p e ra d a m e n te de convocar a algún ser p o d ero so que m e defendiera de aquellos reptiles. Apareció uno ante mí y en ese mismo momento los indios me abrieron la boca y me hicieron tragar el antídoto. Los dragones fueron desapareciendo, hundiéndose en el abismo; ya no había barco ni fiordo. Me sentí tranquilo y aliviado. ,E1 antídoto me procuró un gran bienestar, pero no consiguió que desaparecieran del todo las visiones, más superficiales ahora. Podía controlarlas e incluso disfrutar de ellas: Hice fabulosos viajes por luga res remotos; llegué incluso más allá de la galaxia; podía crear edificios de en sue ño y ob ligar a los burlone s diablillos a que p usiera n e n p ráctica m is fantasías. A m enu do m e sorpren dí a m í mism o riendo a carcajadas al ver cuán incongruentes eran mis aventuras. Por fin, me dormí. Me despertó el sol, que se filtraba por el tejado de paja. Me quedé tumbado escuchando aquellos sonidos cotidianos del amanecer: los
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indios charlando, el llanto de los niños, el cacareo de los gallos. Me sorprendió descubrir que me encontraba bien, descansado y en paz. Mientras contemplaba el hermoso trenzado del techo me volvieron a la mente los recuerdos de la noche anterior. Me esforcé en no recordar más hasta haber cogido una grabadora que tenía en la mochila. Mien tras la buscaba, los indios me saludaron, sonrientes. Una anciana, la mujer de Tomás, me ofreció un cuenco de pescado y sopa de plátano p a ra desayunar. ¡Qué bie n sabía aquello! M e dispuse luego a g rab ar m is experiencias antes de que se me olvidara algún detalle. No me resultó difícil recordarlo todo, excepto una parte del trance que no conseguía hacer volver a mi memoria. No había más que un espacio en blanco, como cuando se borra una cinta. Estuve horas intentando acordarme de qué había pasado y al fin lo conseguí; resultó ser la revelación de los dragones, incluyendo lo que me habían dicho sobre su papel en la evolución de la vida en el planeta y su dominación de la materia viviente y del ho m bre. D escubrir aquello me em ocionó sob rem anera, y n o p u d e p o r m e n o s q u e p e n s a r e n q ue , e n t e orí a, n o p o d ía r e m e m o r a r tales cosas. Llegué incluso a tem er p o r m i pro pia seguridad, pues ahora poseía un secreto que, según aquellos seres, sólo les estaba destinado a los m oribundos. D ecidí com pa rtirlo con otros de m an era que saliera de mí y así m i vida no corriese nin gú n peligro. Instalé el m o tor fuerab orda en una canoa y me puse en camino de la misión evangelista americana. Llegué hacia el mediodía. Bob y M illie1, la pa reja q ue e staba al fre n te de la misión, eran hospitalarios, compasivos y con gran sentido del humor, mucho más simpáticos que la mayoría de los evangelistas que llegaban de los Estados Unidos. Los conté mi historia. Cuando les describí el reptil de cuya boca m an ab a agua se m iraron , alcanza ron la Biblia y m e leyeron el siguiente versículo del capítulo 12 del Apocalipsis: «Y la serpiente arrojó de su boca como un río de agua...» Me explicaron que, en la Biblia, la palabra «serpiente» era sinó nim o de «dragón » y «Satanás». Seguí con m i relato y cuando m encioné que los dragones procedían de algún lugar lejos de la Tierra y que hab ían llegado aqu í para escon derse de sus perseg uidores, Bob y M illie
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empezaron a ponerse nerviosos. Me leyeron entonces unas cuantas líneas del mismo pasaje del Apocalipsis: «Y hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles peleaban con el dragón, y peleó el dragón y sus ángeles y no pudieron triunfar y perdieron su lugar en el cielo. Y fue arrojado el gran dragón, la antigua serpiente, llamada Diablo y Satanás, que extravía al universo todo. Fue precipitado en la Tierra, y sus ángeles con él». Escuché aquello con sorpresa y asombro. Por su parte, los misio neros parecían admirados de que un antropólogo ateo, tomando el brebaje de los «m édicos brujos», hu biera p o d id o llegar a las m ism as santas verdades reveladas en el libro del Apocalipsis. Cuando acabé mi narración me sentí aliviado por haber compartido lo que sabía, pero estaba exhausto. Me quedé dormido en la cama de los misioneros mientras ellos seguían comentando lo que acababan de escuchar. Por la tarde, en el viaje de vuelta al poblado, la cabeza empezó a latirme al ritmo trepidante del motor; creí volverme loco. Tuve que taparme los oídos para alejar aquella sensación. Dormí bien, pero al día siguiente tenía la cabeza pesada. Me apremiaba el deseo de recabar la opinión del más experto conocedor de lo sobrenatural entre los indios, un chamán ciego que había viajado con frecuencia al mundo espiritual con la ayuda de la ayahuasca. M e parecía lógico que m i guía en el m un do de las tinieblas fuera un ciego. Fui a su choza con el cuaderno de notas y le relaté mi experiencia p u n to p o r p u n to . Al p rin cip io sólo le co ntab a lo s m o m e n to s cu lm in an tes; así, cuando llegué a los dragones, me salté lo de su llegada y dije: «Eran unos enormes animales negros, como murciélagos gigantes, más grandes que esta cabaña, y me dijeron que eran los verdaderos amos del mundo». En conibo no hay una palabra que signifique «dra gón», así que «murciélago gigante» era la expresión más apropiada p ara d escribir lo que había visto . Me miró con sus ojos ciegos y esbozó una sonrisa: «Siempre dicen lo mismo. Pero no son más que los Señores de las Tinieblas Exteriores». C om o sin darle im po rtancia al gesto, alzó una m an o al cielo y sentí
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un escalofrío en la espalda, pues aún no le había dicho que, en mi trance, los había visto venir del espacio. Me dejó pasmado. Mi experiencia le resultaba familiar a aquel ch am án ciego y descalzo; sabía de todo aquello po r sus pro pio s viajes al mundo oculto en el que yo me había aventurado. En aquel momento decidí aprender todo lo que pudiera sobre chamanismo. Y había algo más que me animaba en la búsqueda. Tras relatar mis vivencias, aquel hombre me dijo que no sabía de otro que hubiera llegado tan lejos y visto tantas cosas en su primer viaje con la ayahuasca. «N o hay dud a de que puedes llegar a ser un m aestro cham án», dijo. Así es como empecé a estudiar el chamanismo en serio. De los conibos aprendí lo referente al Mundo Inferior y la recuperación del espíritu, métodos que describiré más adelante. En 1961 regresé a los Estados Unidos, pero volví a Sudamérica tres años después para pasar una temporada con los jíbaros, con quienes ya había convivido en 1956 y 1957. Esta vez mi tarea no sólo consistía en estudios antropológicos, sino en tener u n conocim iento de prim era m ano sobre el cham anism o tal y como lo practicaban los jíbaros. Lo que quería, por tanto, era ir a la zona noroeste de la región jíbara, donde, según se decía, vivían los chamanes más expertos. P rim ero fui a Q uito, Ecuador, en un trim o tor Junke rs. A terricé en un aeródromo al pie de los Andes, junto al río Pastaza. Desde allí un monoplano me llevó a Macas, antiguo asentamiento blanco en pleno corazón de la región jíbara. Macas era un pueblo curioso. Lo había fundado en 1599 un puñado de españo les q ue h abían sobrevivido a las m atanzas llevadas a cabo po r los indios e n la leg en da ria Sevilla del O ro, y, d u ra n te siglos, fue qu izá la com unidad m ás aislada del m und o occidental. An tes de que se con stru yera la pista de aterrizaje en 1940 su única conexión con el exterior había sido un sendero resbaladizo que cruzaba los Andes, ocho días cuesta arriba hasta alcanzar la ciudad de Riobamba. Tal aislamiento había moldeado una comunidad blanca sin parangón en el mundo. Incluso en el siglo XX los hombres cazaban con cerbatana, vestían a lo. indio y declaraban con orgullo que eran descendientes directos de los conquistadores. También tenían sus propias leyendas y sus mitos. Contaban, por
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ejemplo, que habían tardado casi un siglo en encontrar otro camino a través de los An des tras la m asacre y po sterio r huida de Sevilla del Oro. El ho m bre que lo había conseguido aún era recordado en los cuentos e historias infantiles. Y también se hablaba de un caballo fantasma que, con todos sus arreos y gran estrépito, cabalgaba cada noche por las calles del pueblo mientras sus habitantes se agazapaban aterrados en las chozas de palma. Aquellas incursiones acabaron en 1924, coinci diendo con al asentamiento permanente de los misioneros católicos. Por cierto que, en aquel entonces, aún no había caballos en Macas; el p rim e ro , u n p o trillo , lo trajero n a h o m b ro s desde R io b am b a e n 1928, casi tres siglos y medio después de que se fundara la comunidad. Sobre el pueblo, coronando la cordillera oriental de los Andes, se alzaba el Sangay, un gran volcán en actividad, con la cima nevada, que escupía humo durante el día y resplandecía de noche. A los macabeos les gu stab a decir que aqu el resp lan do r lo prod ucía el teso ro de los Incas, que, al parecer, estaba enterrado en las faldas del Sangay. Mi primer día en Macas transcurrió sin novedad. El guía, un muchacho jíbaro, me recibió en el aeródromo y la gente se mostró hospitalaria y generosa. La comida no escaseaba y había mucha carne. Como no había modo de transportar el ganado por los Andes, tenían que consumirlo allí mismo y todos los días había matanza. Me ofrecie ron también un té nativo, la guayusa, que los macabeos tomaban a todas ho ras en lugar del café. Aquel té prod ucía un a cierta sensación de euforia, y todo el mundo allí se pasaba el día ligeramente borracho. El hábito que crea la guayusa es tal que cua ndo se le ofrece a un forastero, se le suele decir que volverá muchas veces a la selva ecuatoriana. Cuando me retiré a dormir aquella noche me envolvió i na luz b rillan te y ro jiza. T u v e u n a visión de lo m ás curio so: curvas que se entrelazaban, separaban y enroscaban formando preciosos dibujos; luego vi un as caras de dem onio, pequeñ as y rojas, que hacían guiños y muecas y se esfumaban para volver a aparecer. Me dio la sensación de estat contemplando a los habitantes espirituales de Macas. D e rep en te hu bo una ex plosión y una sacudida y estuve a pu nto de caerme del camastro. Los perros de la aldea comenzaron a ladrar, frenéticos. Mis visiones se desvanecieron. La gente gritaba. Se trataba de un terremoto; el Sangay iluminaba el cielo nocturno con sus fuegos de artificio. Pensé, no con mucha lógica desde luego, que la erupción
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del volcán era obra de aquellos demonios, que me daban así la bienvenida y me recordaban que su existencia no era un sueño. Me reí ante lo absurdo de tal pensamiento. A la mañana siguiente, el misionero católico me enseñaría su colección privada de fragmentos prehistóricos, recogidos en los alrededores. Estaban decorados con trazos rojos, casi idénticos a los que yo había visto la noche anterior. Un día después, muy temprano, emprendí viaje al norte con el guía jíbaro. Cruzamos el río Upano en piragua y co ntinuamos a pie el resto del camino. Al atardecer, ya exhaustos, llegamos a nuestro punto de destino: la cabaña, oculta en la espesura, de Akachu, un fam oso chamán. Aquella tarde no tomamos guayusa. En su lugar, nos ofrecieron cuencos y más cuencos de cerveza de mandioca, muy refrescante, de carne de mono, y unas larvas crudas que no dejaban de retorcerse pero que tenían un agradable sabor a queso. Cansado pero contento de verme de nuevo entre chamanes, me quedé profundamente dormido en el lecho de bambú. Por la mañana Akachu y yo nos sentamos con mucha ceremonia uno frente a otro, en escabeles de madera, mientras sus esposas nos traían cerveza caliente. Akachu llevaba el pelo largo y negro recogido en una coleta que sujetaba con una cinta roja y blanca que acababa en una borla. Tenía algunas canas; calculé que debía andar por los sesenta. «He venido», dije, «para hacerme con espíritus ayudantes, tsent
sak». Me miró muy serio sin decir una palabra; luego sus facciones se relajaron un poco. «Buen rifle ese», dijo, señalando con la barbilla el Winchester que yo .llevaba para cazar. Estaba claro a qué se refería; entre los jíbaros el pago por iniciarse en el chamanismo era, como poco, una escopeta de esas que se cargaban por la boca. El Winchester, de cartuchos, era muchísimo más potente que cualquier escopeta y, por tanto, de más valor. «Por adquirir conocimientos y los espíritus ayudantes te daré el rifle y mis dos cajas de cartuchos», le dije. Akachu aceptó y alargó el brazo como reclamando el Winchester; lo cogí y se lo di. Lo sopesó y se lo acercó a la cara; apuntó. Entonces, sin más miramientos, se lo puso sobre las rodillas. «Primero has de bañarte en la catarata», dijo. «Luego ya veremos».
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Le dije que estaba dispuesto a hacer todo lo que me pidiera. «Tú no eres un shuar, un indio», dijo Akachu. «No sé si conseguirás pasar las pruebas. Pero yo te ayudaré». Señaló con la barbilla en dirección a los Andes, al oeste. «Pronto nos pondremos en camino hacia la catarata». Cinco días más tarde, Akachu, su yerno Tsangu y yo emprendimos nuestro peregrinaje hacia la catarata sagrada. El guía, una vez terminada su misión, había vuelto a casa. El primer día seguimos un sendero junto al río, que serpenteaba por el valle. Mis compañeros andaban a buen paso y me sentí aliviado cuando, al caer la tarde, hicimos un alto junto a unos rápidos. Akachu y Tsangu construyeron un entoldado de palma e hicieron unas camas con hojas. Dor m í sin sob resaltos, al abrigo del fuego que habían enc en dido a la entrada del refugio. El segundo día el cam ino fue todo cuesta arriba por la jungla envuelta en neblina. Allí el sendero se perdía y la ascensión se hacía más difícil; paramos en un cañaveral a cortar unos palos que hicieran las veces de bastones en que apoyarnos. Akachu se fue y volvió con un palo de madera de balsa. Mientras descansábamos, le hizo con el cuchillo unos sencillos dibujos geométricos y me lo dio. «Este es tu bastón mágico», me dijo. «Te protegerá de los malos espíritus. Si te topas con alguno, tíraselo. Es mucho mejor que una escopeta». Cogí el palo. N o pesaba nada y la verdad es que no habría servido de mucho para defenderme de algo «material». Pensé entonces que éramos como niños, viviendo una aventura de mentirijillas. Pero aquellos hombres eran guerreros, siempre enzarzados en luchas a vida o muerte con sus enemigos. ¿Acaso no dependía su supervivencia de un contacto directo con la realidad? A medida que avanzábamos, el camino se hacía más empinado y resbaladizo. En aquel fango parecía que anduviéramos un paso y retrocediéramos dos. Teníamos que parar con frecuencia para recuperar las fuerzas y tomarnos un trago del agua mezclada con cerveza de mandioca que llevábamos en la cantimplora; de vez en cuando, mis compañeros mordisqueaban un trozo de carne ahumada que llevaban en sus morrales de piel de mono; a mí me habían prohibido tomar alimentos sólidos.
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«Tienes que sufrir», me explicó Tsangu, «para que los abuelos se apiaden de ti. Si no, el antiguo espíritu no aparecerá». Aquella noche, bajo el colgadizo de palma que mis compañeros habían construido en lo alto de una loma fría y húmeda, no pegué ojo. Poco antes del alba empezó a llover. Estábamos empapados y tem blan do de frío así que lev antam os el ca m p a m en to y seguim os casi a tientas. La lluvia se hizo más densa. Empezaron a oírse truenos; los relámpagos lo iluminaban todo con su resplandor fugaz. Los rayos caían ya cerca de nosotros y tuvimos que echar a correr montaña abajo. En aquella penumbra del amanecer casi no podía ver a los otros, que estaban acostum brados a un paso m ás rápido. Incluso en circunstancias normales, los indios podían andar siete u ocho kilómetros por hora. Ahora parecían diez. Acabé por perderlos de vista; quizá pensaban que podía seguirles. Seguramente estarían esperándome más adelante, así que continué, empapado, sin fuerzas y medio muerto de hambre, aterrado de pensar que podía perderme para siempre en aquella selva deshabitada e inmensa. Pasaron una, dos, tres horas y no había rastros de ellos. Dejó de llover y la luz se hizo m ás intensa . Busqué ram as rotas, algún indicio de que hubieran pasado por allí. Nada. Me senté en un tronco, intentando situarme. Con toda la potencia de m is pulm on es di u n g rito, un a llam ada especial de los indios que se oye a cientos de m etros de distancia. G rité dos veces m ás, pe ro n o hub o respuesta. M e h allaba al bo rde del pánico. N o pod ía ni cazar, pue s no llevaba rifle; no sabía a donde ir. Los únicos seres humanos que había en aquella jungla eran mis compañeros ausentes. Recordé que habíamos caminado siempre hacia el oeste, pero las copas de los árboles me impedían ver la dirección del sol. Había tantos senderos y bifurcaciones que no sabía cuál elegir. Escogí uno al azar, caminando con mucho cuidado, partiendo ramas cada pocos metros para g uiar a m is co m p añ e ro s en caso de que m e buscaran p o r allí. D e vez en cuando lanzaba el grito de llamada, pero nadie constestaba. Llené la cantimplora en un riachuelo y me senté a descansar, sudando p o r los cuatro costa dos. D ocenas de m arip osas rev o lo teab an a m i alrededo r y se m e posa ban e n la cabeza, ho m bros y brazos; ch up ab an el sudor y luego orinaban en él. Me levanté y seguí, apoyándole en el bastón. Oscurecía. C o rté cc n el pu ñ a l unas hojas de palm a e im provisé
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una cabaña. Estaba agotado; tomé un poco de cerveza y, cubriéndome con hojas, me eché a dormir. La luz difusa qu e se filtraba a través del dosel de hojas m e despe rtó. Un estampido sordo taladró aquella verde quietud. Me cogió tan de sorpresa que n o pu de d istinguir de qué dirección venía. Escuché ate n ta mente; al cabo de unos quince minutos lo volví a oír, esta vez a mi izquierda. No había duda, era un rifle. Me levanté de un salto y eché a correr hacia el lugar del que procedían los tiros. Bajé por una pen diente, tropezando a cada paso, resbalándome. Otro estallido, a la derecha ahora. Cambié de rumbo y pronto me vi al borde de un escarpado cañón, po r el que descendí ag arrán do m e a las ram as para no p e rd e r pie. O í u n retu m b a r lejano y co n stan te, co m o u n tre n d e m e r cancías. De repente fui a parar a la orilla de un río; unos cientos de metros río arriba una imponente catarata se precipitaba sobre el acan tilado de roca desnuda. Y cerca de la base estab an m is com pañ eros. En aquel momento eran los mejores amigos que tenía en el mundo. Tuve que trepar a gatas por los inmensos cantos rodados y vadear los trechos de agua entre bancal y bancal. Según me iba acercando sentía en la cara y los brazos la refrescante espuma que el viento traía de la catarata. Tardé casi un cuarto de hora en llegar hasta donde estaban Akachu y Tsangu, ante quienes me desplomé, rendido. «Creíamos que te había llevado un demonio», dijo Akachu con sorna. Le devolví la sonrisa y acepté con alivio la cantimplora de cerveza que me alargaba. «Estás cansado», dijo. «Eso es bueno; así los abuelos se apiadarán de ti. Y ahora, tienes que bañarte». Señaló mi bastón. «Cógelo y ven conmigo». Me llevó, saltando por las rocas, hasta el borde del pozo que formaba la cascada y nos acercamos a la boca; las gotas de espuma nos acribillaban la piel como diminutos alfileres. Akachu me cogió de la mano y se dispuso a atravesar aquella masa de agua que nos caía enc im a com o si fuera sólida y casi nos a rrastra b a. M e ayudé del bas tón con una mano mientras con la otra me agarraba fuerte a Akachu. Parecía im posible dar un paso m ás cuando, de pro nto , nos enco n tramos en el interior de una caverna oscura, bajo la cascada. Era como un a cueva en cantada ; la luz se filtraba a trav és d e la inm en sa cortina de
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agua que nos aislaba del resto del mundo. Su incesante fragor era aún m ás fu erte que aquél de m i prim era v isión, años atrás. Parecía pe ne trar todo mi ser. Habíamos perdido todo contacto con el exterior, rodeados p o r lo s elem e n to s, agua y tierra. «La Casa de los Abuelos», me gritó Akachu. Señaló m¡ bastón; ya me había dicho antes de entrar lo que tenía que hacer, Empecé a caminar de aquí para allá por aquella increíble estancia, poniendo el b astó n a n te m í a cada p aso que daba. Siguiendo las in strucciones de Akachu, no dejaba de gritar «¡tau, tau, tau!», con el fin de llamar la atención de los abuelos. Estaba tiritando de pies a cabeza, pues el agua de la cascada venía de los lagos glaciales de las cumbres andinas. Seguí caminando, entre gritos y escalofríos. Akachu iba a mi lado, pero él no llevaba bastón. Poco a poco una extraña calma invadió mi mente. Ya no sentía el frío, el ha m b re ni el cansan cio. E l ruido d e la cascada se alejaba h asta convertirse en un sedante murmullo. Sentí que aquél era mi sitio, que estaba en casa. La pared de agua brillaba con suaves irisaciones; era un torrente hecho de miríadas de prismas líquidos. Verlos caer me hacía sentir que flotaba, como si ellos estuvieran quietos y fuera yo el que se m oviera. ¡Volar po r den tro de una m ontaña! Me hizo gracia lo absurdo que era el mundo. Al cabo de un rato Akachu me tocó el hombro y me detuve. Me cogió d e la m an o y m e sacó de la m on tañ a mágica, de vuelta al exterior, donde nos esperaba Tsangu. Sentí dejar aquel lugar sagrado. Cuando nos reunimos con Tsangu en el bancal nos pusimos en camino. Ibamos en fila india, aferrándonos a las ramas que cubrían el send ero p ara no resbalarnos; el suelo era puro fango. Estuvim os cam i nando durante una hora; la espuma de la cascada, azotada por el viento, nos e m pap ab a. A. p u n to d e caer la noche, alcanzam os la cima de una lom a desde d ond e se precipitaba la catarata. D escansam os unos minutos para reemprender viaje cruzando el altiplano. Al principio la vegetación era tan espesa que apenas sí podíamos avanzar, pero no habíamos recorrido mucho trecho cuando nos vimos enfilando un corredor de enormes árboles. Al poco, Tsangu se detuvo y empezó a cortar ramas para construir el colgadizo. Akachu cogió un palo al que hizo dos cortes por un extremo, en forma de V. Clavó el palo, por el otro extremo, en la tierra. Introdujo
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en los cortes dos pequeñas ramas que, con la presión, acabaron por abrir el palo en cuatro. Sobre aquel improvisado soporte colocó un cuenco de calabaza —del tamaño de un puño— que llevaba en su bolsa de piel de mono. Sacó luego un manojo de tallitos verdes de maikua (una datura de la especie B rugm am ia ) que había recogido antes de emprender aquel viaje. Los fue pelando uno por uno sobre el cuenco, que estaba casi lleno cuando terminó la operación. Akachu metió la mano en la olla y cogió las virutas, que exprimió; cuando hubo sacado todo el jugo verdoso que contenían, las tiró. «Ahora Jo pondremos al fresco», dijo. «Te lo tomarás al anochecer. Sólo beberás tú, pues nosotro s tenem os que velar por ti. N o nos apartaremos de tu lado un momento, así que no temas nada». «Lo más importante», añadió Tsangu, «es que no tengas miedo. Si ves algo que te asuste, no debes huir. Tienes que acercarte y tocarlo.» Empecé a sentir que me invadía el pánico. Aquellas palabras no me tranquilizaban, precisamente, y además había oído que la m aikua podía producir locura permanente e incluso la muerte. Los jíbaros contaban casos de gente que, bajo los efectos de la planta, se había trastornado de tai manera que había salido corriendo por la jungla sin saber a dónde iba y había caído por un despeñadero o se había ahogado. Por eso nunca se tomaba la m aikua sin que hubiera alguien que te vigilara de cerca2. «¿Me sujetaréis fuerte?», pregunté. «Pues claro que sí, hermano», dijo Akachu. Era la primera vez que me dirigía tal apelativo y me calmé un poco. Pero mientras esperaba a que oscureciera, no pude evitar que el miedo, junto a una creciente curiosidad, se apoderara de mí. Aquella noche no encendieron el fuego; la penumbra nos sorprendió uno junto a otro con el oído atento al silencio de la selva y el apagado murmullo de la catarata. Por fin, llegó el momento. Akachu me dio el cuenco. Me lo acerqué a los labios y bebí. Sabía un poco mal, como a tomates verdes. Sentí un entumecimiento y pensé en aquel otro brebaje que tomé con los conibo hacía ya tres años y que me había hecho venir hasta aquí. ¿Merecía la pena correr tales peligros en pos de la sabiduría chamánica? En pocos minutos todo pensamiento lógico desapareció de mi mente para dar paso a una indescriptible sensación de terror. ¡Mis
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compañeros iban a matarme! ¡Tengo que escapar! Traté de levantarme, pero se me echaron encima. Tres, cuatro, infinidad de salvajes me atacaban y conseguían acorralarme, reducirme, someterme. Veía sus caras, sus muecas espantosas de malicia. Luego, la oscuridad. Me despertó un relámpago, seguido de un trueno. La tierra temblaba. Me levanté, horrorizado, y un viento huracanado me volvió a tirar al suelo. Conseguí ponerme de nuevo en pie. La lluvia me acribillaba y el viento me desgarraba la ropa. Restallaban los rayos y el fragor de los truenos no cesaba. Me agarré fuerte a un arbusto para no caer. Los indios habían desaparecido. De repente, a unos cientos de metros, vi una masa luminosa que se me acercaba flotando entre los árboles. Me quedé petrificado contemplando aquella cosa que se retorcía y se hacía cada vez más grande. Era un reptil gigantesco; su cuerpo, tornasolado, lanzaba mil destellos de verde, rojo y púrpura. Me miraba y sonreía de un modo extraño y burlón. Eché a correr y entonces me acordé del bastón. Lo busqué pero no di con él. La serpiente se cernía sobre mí a escasos metros, enroscándose y desenroscándose. Se dividió en dos. ¡Venían a por mí! Volvieron a fundirse en una sola. A unos pasos vi un palo de unos treinta centímetros. En un último intento desesperado, lo cogí y me abalancé contra el monstruo. Un alarido ensordecedor llenó el aire y el bosque quedó vacío de repente. El monstruo ya no estaba. Sólo había silencio y calma. Perdí el conocimiento. Cuando desperté era mediodía. Akachu y Tsangu estaban en cuclillas junto a la hoguera; comían y charlaban en voz baja. Me dolía la cabeza y tenía hambre; por lo demás, me encontraba bien. Al incorporarme, los indios se acercaron. Akachu me ofreció cerveza caliente y un trozo de carne seca de mono. La comida me supo a gloria, pero yo estaba ansioso de compartir mis experiencias con mis compañeros. «Creí que ibais a matarme anoche», dije. «Entonces desaparecisteis y hubo unos relámpagos espantosos...» Akachu me interrumpió. « N o debes contar a nadie, ni siquiera a nosotros, lo que has visto, pues, si lo hicieras, tus sufrimientos habrían sido en vano. Algún día —sabrás cuál cuando ese día llegue— podras hablar, pero ahora no. Come, que en seguida volveremos a casa.»
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Una vez de regreso, y bajo la guía de Akachu, comencé a hacerme con los ts ents ak (dardos mágicos) esenciales a las tareas chamánicas. Se cree que los tsen tsak , o espíritus ayudantes, son los causantes de la enfermedad a la vez que el remedio para curarla. Son invisibles para el nochamán; incluso los chamanes sólo pueden verlos en un estado alterado de conciencia. Los chamanes «malos» o hechiceros hacen que estos espíritus se introduzcan en el cuerpo de sus víctimas para que caigan enfermas o mueran. Los buenos cham anes, los que curan, usan sus tsentsak para que les ayuden a extraer, chupándolos, los espíritus que han hecho enfermar a los miembros de la tribu. Los espíritus ayudantes forman también un escudo que, junto con el poder del espíritu guardián del chamán, le protegen de cualquier ataque. Un chamán que empieza recoge toda clase de insectos, plantas y otros objetos, que serán sus espíritus ayudantes. Cualquier cosa, incluyendo gusanos y otros insectos vivos, puede convertirse en ts entsak con tal de que sea lo bastante pequeña como para qlie el chamán pueda introducírsela en la boca. Diferentes tipos de ts entsak se usan para infligir o curar grados diferentes de enfermedad. Cuanto más amplia sea la variedad de estos objetos, mayores serán las habilidades del chamán como médico. Todo ts entsak consta de un aspecto normal y un aspecto no normal. El aspecto normal del dardo mágico es el de un objeto material corriente, según se ve sin beber ayahtiasca. Pero el aspecto nonormal, «verdadero» del tsentsak le es revelado al chamán cuando toma esta planta; entonces los dardos mágicos aparecen como espíritus ayudantes en sus formas ocultas: mariposas gigantes, jaguares, serpientes, pájaros y monos, que, de una manera activa, ayudan al chamán en sus tareas. Cuando el chamán acude a ver a un paciente, lo primero que hace es un diagnóstico. Bebe ayahuasca, agua de tabaco verde y, a veces, el jugo de una planta llamada p iríp trt , en los momentos que preceden al anochecer. Las sustancias alucinógenas le permiten ver a través del cuerpo del paciente como si fuera de cristal. Si ha sido la brujería la que ha producido la enfermedad, el chamán verá claramente el ser (no normal) extraño que se ha introducido en el cuerpo del enfermo y
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decidirá qué espíritu ayudante es el apropiado para extraer aquel ser mediante succión. El chamán extrae los dardos mágicos por la noche, en un rincón oscuro de la casa, pues sólo en la oscuridad puede percibir la realidad nonormal. A la caída del sol alerta a sus tsentsak silbando la melodía de su canto de poder; unos quince minute» después, comienza a cantar. Una vez preparado para succionar, el chamán se coloca en la boca (uno junto a los dientes, el otro más atrás) dos tsentsak, del mismo tipo que los que ha visto en el cuerpo del paciente. Están presentes en sus dos aspectos, material y nomaterial, para apoderarse del aspecto nonormal del dardo mágico que el chamán extrae del paciente. El tsentsak más cercano a los labios del chamán tiene como misión el absorber la esencia extraída. Si, por cualquier motivo, esta esencia nonormal no llega a ser absorbida, el segundo espíritu ayudante bloquea la garganta del chamán de manera que el agente maligno no em re en su cuerpo y le dañe. A sí, atrapada en la boca, la esencia se incorpora a la sustancia material de uno de los tsentsak del chamán, que lo «vomita» y lo enseña al paciente y los familiares de éste, diciendo: «Ya lo he sacado. Aquí está». Los nochamanes pueden creer que ha sido el objeto material mismo lo que el chamán ha extraído; éste no les desilusionará dicién doles lo contrario. Y no les estará engañando, porque él sabe que el único aspecto importante de los tsentsak es el nomaterial, o no normal, que cree sinceramente haber sacado del cuerpo del paciente. Explicar que ya tenía esos objetos en la boca no serviría de nada y le impediría mostrarlos después como prueba de que la curación se había llevado a cabo. La habilidad de succión del chamán depende en gran medida del número y poder de sus tsentsak. , de los que puede llegar a tener centenares. Sus dardos mágicos adoptan el aspecto sobrenatural de espíritus ayudantes cuando el chamán toma la ayahuasca, y los ve como criaturas zoomórficas planeando sobre su cabeza, encaramados a sus hombros o sobresaliendo de su piel. Ve cómo le ayudan a succionar el cuerpo del paciente. Cada pocas horas, bebe agua de tabaco para «alimentarlos» e impedir que le abandonen. Un médico chamán puede sufrir daños infligidos por los tsentsak. de un hechicero. Para evitar este peligro bebe agua de tabaco a todas horas, día y noche. El agua de tabaco contribuye a mantener alerta a sus propios tsentsak para que
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co ntra rres ten los posibles efectos de dardos m ágicos ajenos. El cha m án ni siquiera sale a dar un paseo sin llevar sus hojas de tabaco. El gra do de violencia y co m pe tencia e n ' la sociedad jíbara es un 'lugar com ún en antropología, y con trasta radicalm ente con el carácter pacífico d e los conib os. A m bos pueblos d ifieren de los aborígenes australianos y otras comunidades primitivas que han venido practi cando el chamanismo sin emplear alucinógenos. Con todo, el chama nismo jíbaro es muy sofisticado, complejo y excitante, así que volví en 1969 para Completar mis conocimientos y en 1973 realicé algunas prácticas cham ánic as m ás con aquel pueblo . D ura nte los diecinueve años qu e siguieron al prim er contacto que tuve con el chamanismo conibo, también he estudiado un poco con chamanes de unas cuantas tribus indias de Norteamérica: los wintun y los po m o en California, los salish d e las costas del estado de W as hin g ton, y los sioux lakota en Dakota del Norte. De ellos aprendí cómo se puede p racticar el c h a m an ism o sin la ayuda de la ayahuasca y otros alucinógenos empleados por los jíbaros y los conibos, lo cual ha sido especialmente útil a la hora de enseñar a los occidentales. Aprendí también muchas cosas de los libros que tratan el chamanismo en sus m últiples variedades, inform ación que com pleta y con firm a lo que a m í me enseñaron los propios chamanes. Y ahora ya puedo transmitir a aquéllos que hasta ahora los desconocían algunos aspeaos de este antiguo legado de la Humanidad.
NOTAS 1 Se han cambiado sus nombres. 2 Este relato no implica u na reco m enda ción del uso de la ayahuasca o de la maikua por parte del lector. La es pecie D atu ra es muy tóxica y su in gestión puede producir efectos contraproducentes muy graves, incluida la muerte. 5 Más información del cham anism o jíbaro puede encon trarse en H arn er 1972: 116124, 152-166; y en Harner 1968 ó 1973a.
El viaje chamánico: Introducción
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a p a l a b r a « c h a m a n » p r o c e d e de los t u n g u s de Siberia y la u s a n
ya la mayoría de los antropólogos para referirse a ciertos indi viduos de culturas no occidentales a los que antes se conocían como «médicos brujos», «hechiceros», «curanderos», «encantadores», «magos» y «videntes». Una de las ventajas del término «chamán» es que carece de las connotaciones negativas que se asocian a las otras p alabras. A d em ás, n o todo cu ran d ero o m édico b ru jo es u n ch am án. Un chamán es una persona (hombre o mujer) que entra en un estado alterado de conciencia para contactar con una realidad que normalmente desconocemos, y utilizarla con el fin de adquirir sabidu ría y poder ayudar a otras personas. El chamán tiene, al menos, un espíritu a su servicio*. Según M ircea Eliade, el cham án se distingue de o tro tipo de mago s y curan deros p o r el uso que aquél hace de un estado de conciencia que Eliade, siguiendo a los místicos occidentales, denomina «éxtasis». Pero la sola práctica del éxtasis, apunta el autor con acierto, no define al chamán, que tiene técnicas específicas para entrar en tal estado. En p alab ras de Eliade: « N o todo el q ue e x p e rim e n ta u n estad o d e éxtasis p u ed e ser calificado de ch am án ; éste se especializa en u n tip o d e trance durante el que, se cree, su alma abandona el cuerpo y se eleva por los cielos o descien de al M un do In ferio r» 1. A lo cual yo aña diría qu e lo que * D e aho ra en a delante, y para simplificar, usaré el gén ero masculino para referirm e a chamán o paciente, pero que quede bien entendido que ambos papeles puede desem peñ ar-' los una mujer.
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suele h acer u n cha m án en trance es curar a un paciente «recargándole» de energía vital o benéfica, o extrayendo la negativa. El viaje al que alude Eliade se lleva a cabo para recuperar la energía o un espíritu perdido. El es tado «extático» o alterado d e conciencia y el aspecto ap rend ido que caracteriza la tarea del cha m án pu ede deno m inarse Estado Cham ánico de Conciencia (de ahora en adelante, ECC). El ECC no sólo conlleva un trance o estado perceptivo transcendente, sino el conoci miento de los métodos y presupuestos que operan en un estado alte rado. El ECC contrasta con el Estado Normal de Conciencia (ENC), al que regresa el chamán tras acabar su tarea. El ECC es una situación cognitiva en la que uno percibe la «realidad no-normal» de Carlos Castañeda y las «manifestaciones extraordinarias de la realidad» de Robet Lowie2. El componente aprendido del ECC incluye 1) información sobre la geografía cósmica de la realidad no-normal, con el fin de conocer en qué lugar de termina do puede hallarse el anim al o plan ta apropiado, u otro tipo de p oderes; 2) el m ecanism o m ediante el que el ECC pe rm ite el acceso al Mundo Inferior chamánico, y 3) la toma de conciencia por p a rte del c h a m á n de que el e n tra r e n u n ECC resp o n d e a una m isión específica. E n la realidad n o-n orm al no se ade ntra uno p or p uro juego, sino con intenciones serias. El cham án es alguien qu e tiene una tarea que cum plir en el ECC, y debe conocer los métodos básicos para llevar a cabo su misión. Si, por ejemplo, quiere recuperar del Mundo Inferior el animal guardián de p o d er de algún individuo, debe saber cóm o e n tra r a ese M undo, en c o n trar el anim al de pod er y traerlo de vuelta sin incidentes. A dem ás, en el ENC, ha de darle las instrucciones pertinentes al paciente. En un ECC el cham án suele expe rim en tar un eno rm e regocijo con lo que ve, a la vez que un gran asombro y admiración por los mundos bello s y m isterio sos que aparecen an te él. Es com o si estu v iera soñando, pero despierto; en tales «sueños» se pueden controlar las situaciones y dirigirlas. Mientras se encuentra en ECC, el chamán no puede p o r m en o s d e so rp re n d e rse a n te el realism o d e lo que ve; ha entrado en u n antiguo universo, com pletam ente nuevo para él, pero en cierto modo familiar, que le suministra importante información sobre el sentido de su propia vida y de su muerte y del lugar que ocupa en el
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p la n o del ser. E n el tran scu rso de sus via je s, el c h a m á n conserva siempre un control sobre la dirección a seguir, pero no sabe qué es lo que descubrirá. Seguro de sí mismo, explora las infinitas mansiones de un universo oculto y magnífico. Terminado el viaje, regresa cargado de descubrimientos, que ampliarán su campo de conocimiento y le p e r m itirá n ayudar a lo s dem ás. El cham án es un consum ado vidente, que, no rm alm ente, trabaja en la oscuridad o, al menos, con los ojos tapados, con el fin de ver claramente. Por eso suele realizar su tarea por la noche. Algunos tipos de visión cha m ánica p ue de n llevarse a cabo con los ojos abiertos, pero, p o r lo g en eral, la s p ercep cion es so n de carácter m ás superficial. E n la oscuridad, la realidad no rm al n o distrae tan to la m en te, lo qu e hace posib le qu e el ch a m á n se co n cen tre e n la realidad n o -n o rm al, que es la esencia de sus prácticas. Sin embargo, la oscuridad por sí sola no es suficiente. El vidente debe entrar en el ECC asistido por el sonido del tambor y la maraca, por el canto y la danza. La iluminación chamánica es la habilidad de alumbrar, literal mente, la oscuridad, para v e r en ella lo que o tros n o pu ede n percibir. Este puede ser, de hecho, el significado original de «iluminación». Entre los chamanes esquimales Iglulik a esta capacidad especial de v e r se le llama qaumanEq, «lucidez», «iluminación», «que le permite ver en la oscuridad, literal y metafóricamente hablando, pues puede, incluso con los ojos cerrado s, ver cuan do es tá oscuro y perc ibir objetos y hechos futuros ocultos a los demás; pueden ver el futuro y los secretos de la gente»3. Aua, un chamán esquimal, describía así su iluminación chamánica: ...Intenté convertirme en chamán con la ayuda de otros, pero fracasé. Visité a muchos chamanes famosos y les hice grandes regalos... Busqué la soledad y acabé por sentir una gran melancolía. De repente me daba por llorar y m e se ntía muy triste sin saber por qué. Entonces, sin razón aparente, todo cambió de pronto y sentí una alegría enorme, indescrip tible; un gozo tal que no podía con tenerm e y tenía que rom per a cantar, un canto poderoso hecho de una sola palabra: ¡Alegría! ¡Alegría! Tenía que gritarlo a todo pulmón. Y entonces, en aquella exaltación miste riosa que me envolvía, me convertí en chamán, sin saber cómo había sucedido. Pero era chamán. Podía ver y oír de un m odo diferente. Hab ía alcanzado mi qaumanEq , mi iluminación, la luz chamánica mental y
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física, de tal manera que no sólo podía ver en la oscuridad, sino que aquella misma luz emanaba de mi cuerpo, invisible para los humanos, pero que podía n perc ibir to dos los espíritus del cielo, la tierra y el mar, que vinieron a mí y se convirtieron en mis espíritus ayudantes4. Entre los wiradjeri de Australia un neófito se convierte en «iluminado» al ser asperjado con un «agua sagrada y poderosa» que se cree está hecha de cuarzo líquido. Eliade apunta: «Es como decir que uno se convierte en chamán cuando se le impregna de "luz solidificada", es decir, con cristales de cuarzo». El autor sugiere que «se establece una relación entre la condición de ser sobrenatural y una sobreabundancia de luz»’. La imagen del chamán como alguien que irradia luz, especialmente en forma de «corona» o aura alrededor de la cabeza, existe también entre los jíbaros. El halo, multicolor, se forma únicamente cuando el chamán se halla en un estado alterado de conciencia producido por la ayahuasca, sólo puede verlo otro chamán en un estado mental similar (ver fig. 1).
Fig. I. Ha lo rodean do la cabeza de un ch am án jíbaro en un estado alterado de conciencia, lil dibujo es de otro ch am án jíbaro.
1.A s e
nda
de l
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A la vez que irradia luz, el chamán jíbaro es capaz de ver en la oscuridad y a través de objetos opacos. Ya lo he descrito con anterioridad: Había bebido y se puso a cantar en voz baja. Poco a poco empezaron a formarse líneas difusas en la oscuridad y la música estridente de los tsentsak, espíritus ayudantes, lo envolvió. El poder del bebedizo los alimentaba. Los llamó y vinieron. Primero p a n g i , la anaconda, que se enroscó en torno a su cabeza, transfigurada en corona de oro. Luego w a m p a n g , la mariposa gigante, revoloteando sobre su hombro y can tándole con sus alas. Serpientes, arañas, pájaros y murciélagos danzaban en el aire, po r enc im a de él. En sus braz os apa reciero n un m illar de ojos, sus ayudantes demoníacos, escrutando la noche en busca de enemigos. El sonido del agua fluyendo le llenaba los oídos y, escuch ando su m u r mullo, supo que poseía el poder de Tsungi, el primer chamán. Ahora podía v e r.6
Los chamanes suelen trabajar en total oscuridad, aunque a veces lo hacen con un pequeño fuego o una luz tenue. Sin embargo, hasta un diminuto foco de luz puede entorpecer la visión. Así, entre los chuckchee de Siberia, la sesión chamánica: ...comenzaba, como de costumbre, a oscuras, pero cuando el chamán dejaba, repentinamente, de tocar el tambor, se volvía a encender la lámpara y de inmediato se cubría la cara del chamán con una tela. La dueña de la casa, mujer del chamán, cogía el tambor y empezaba a tocarlos muy despacio, con suaves golpes, y no paraba hasta el final...7.
Yo, por mi parte, suelo dejar una vela encendida en el suelo de la habitación cuando en tro en el ECC y entonces, cuando m e desplom o o me tumbo, me tapo los ojos con el brazo izquierdo. Cuando el chamán cae al suelo, los chuckchee dicen que «se hun de» , lo que traduce no sólo el acto en sí, que los de m ás ven, sino la «creencia de que el chamán, durante el período de éxtasis es capaz de visitar otros mundos y, en especial, el subterráneo»8. De modo seme jan te, al c h a m á n esq u im al que está a p u n to de hacer su viaje se le llam a «el que se hu nd e has ta el fon do del m a r» 9. N o sólo cae al suelo de la casa, sino que se sumerge en un Mundo Inferior oceánico (ECC).
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El viaje es una de las funciones más importantes del chamán. La vertiente básica de este viaje, generalmente la más fácil de aprender, es el viaje al Mundo Inferior. Para llevarlo a cabo, el chamán cuenta con un agujero especial de en trad a a este m undo. La entrada existe tanto en el plano normal como en el no-normal. Entre los indios de California, p o r ejem p lo, solía ser un m a n an tial; m ás co n cretam en te, de agua caliente. Los chamanes viajaban cientos de kilómetros bajo tierra, entrando por un manantial y saliendo por otro. Asimismo, se cree que los chamanes australianos de la tribu Che p ara se su m e rg ían e n la tie rra y volv ía n a salir p o r d onde querían; de los de la isla Fraser se decía que «entraban en la tierra y salían de nuevo, a considerable distancia» u). Un chamán bosquimano de Kung, del desierto de Kalahari, África del Sur, contaba lo siguiente: Am igo, así es este n / u m (poder). Cuan do cantan, yo bailo. Me adentro en la tierra. Lntro por un sitio como esos donde la gente bebe agua (una charca). Hago un largo viaje; voy muy lejos".
Otra entrada usada por los indios californianos era un tronco hueco. Entre los arunta (Aranda) de Australia también podía ser un tronco la en trada al M und o In fe rio r12. Los conibos m e ense ña ron cóm o seguir las raíces de los gigantescos árboles catahua para adentrarm e en el suelo y llegar al Mundo Inferior. En ECC, mis amigos conibos y yo veíam os esas raíces com o se rpien tes negras po r cuyos lomos nos desli zábamos hasta alcanzar regiones de bosques, lagos y ríos, y extrañas ciudades relucientes como el día, iluminadas por un sol que ya había desaparecido allí arriba, en el mundo normal, pues aquellos viajes los hacíamos de noche. O tros accesos al M un do Inferior pu ede n ser cuevas, m adrigueras, e incluso orificios hec ho s en el suelo de ba rro d e las casas. Los tw ana de la costa noroccidental de Norteamérica cuentan que a menudo «el suelo se abría» para que el chamán descendiera15. La en trad a al M un do Inferior conduce, po r lo general, a un tún el o tubo por el que el chamán acaba saliendo a lugares maravillosos y llenos de luz. Desde allí el chamán viaja a donde quiere, durante minutos e incluso horas, para volver de nuevo al túnel y salir a la superficie, por donde entró. Una buena descripción de este método
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clásico y tan extendido es la que da Rasmussen de los esquimales iglulik de la Bahía de Hudson: ...Ante los grandes (chamanes) se abría un orificio en la casa misma, desde donde invocan a sus espíritus ayudantes; un sendero a través del suelo, si están en una tienda en tierra firme, o bien a través del mar, si es en un iglú; y por ahí el chamán baja sin toparse con ningún obstá culo. Casi se desliza, como si cayera po r un tubo que se adaptara perfec tamente a su cuerpo y por el que se puede avanzar cómodamente. Este tubo lo mantienen abierto para el chamán todas las almas de sus tocayos, hasta que regresa de nuevo a la sup erfic ieu . Cuando el chamán esquimal vuelve de su viaje al Mundo Inferior, la g en te que está e n la tienda o en el iglú «le oye ve nir desde m uy lejos; p o r el pasad izo q u e sus esp íritu s le ab ren se le oye cada vez m ás cerca, y con un grito estentóreo: "¡Plu-a-he-he!”, emerge tras la puerta»15. A la m ayoría de los que practicam os el viaje cha m ánico el tún el no nos resulta ang osto e n absoluto; suele ser espacioso y p erm ite un a gran libertad de m ov im ientos. A veces el tún el pu ede hallarse obstruido, p e ro sie m p re se e n c u en tra u n a a b e rtu ra o resquicio p o r lo s q ue seguir adelante. Con un poco de paciencia se consigue continuar el viaje y no tener que volver antes de tiempo. A veces, una vez dentro del agujero, el chamán puede verse inm erso e n un a especie de corriente o río que le em pu ja hacia arriba o hacia abajo, sin que esté claro si este torrente forma o no parte del túnel. Así lo indicaba un chamán samoyedo de Tagvi* al contar su p r im e r viaje al M u n d o Inferio r: Mirando a mi alrededor vi un agujero en la tierra; cada vez se hacía más grande. Por él descendimos (el chamán y su espíritu guardián) y llegamos a un río que se bifurcaba en dos afluentes, que seguían direc ciones opuestas. «Mira», dijo mi compañero, «un riachuelo va del cen tro al no rte; el otro va hacia el sur, a la tierra del sol» 16. Algunos chamanes destacados no sólo pueden ver en ECC, sino
* Los samoyedos pertenecen al grupo de mongoles siberianos. (N. del T.)
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tam bién oír, se n tir y percibir m ás allá de sus cinco sentidos, com o este cham án samo yedo q ue oía a su espíritu guardián, o aquella india pom o de California, también chamán, que me contaba que había sentido moverse bajo ella un gigantesco animal de poder mientras recorría el túnel, esta vez de ntro de una m o n tañ a17. Se dice que entre los indios bellacoola todas las casas tenían un agujero en el suelo que servía como entrada al Mundo Inferior: El mundo que hay bajo nosotros... se llama Asiuta’nEm. Las descripciones (que tenemos de ese Mundo Inferior) son las que dan los chama nes que han visitado esas regiones durante el trance. Según dice una anciana que visitó el Mundo Inferior cuando era niña, la entrada... se efectúa por un agujero que hay en la casa, entre la puerta y la chimenea 18.
D e u n m odo c uriosam ente similar, la entrada al M undo Inferior en las kiv as circulares (cámaras ceremoniales) de los indios zuni del suroeste de América es un agujero en el suelo. Lo que les diferencia de los bellacoola es que este orificio, llamado sip apu, se encu entra en tre la p are d y el h o g ar (la p u e rta de e n trad a está e n el te c h o ) 19. E sto s sipapu eran corrientes en las kiv as preh istóricas d e los indios pueblo, p ero no hay rastro de ellos en grupos de pueblos más modernos. Es interesante observar que, entre los zuni, donde aún se mantiene el sipapu en la forma circular de la kiva, también sobreviven las sociedades médicas chamánicas20. Aunque no tengo pruebas suficientes para afirmar tal cosa, es posible que los miembros de estas sociedades usen tales orifi cios com o entrad a al M undo Inferior en un estado de trance. Desde un p u n to d e vista etn ológico o rtod o x o, sin em b arg o , el sip apu no es m ás que «un sím bolo que repre sen ta el acceso m ítico al m und o subterráneo p o r el que se su p o n e que n u estro s an cestro s lo g raro n salir al m u n d o » 21. Los hop i, a diferenc ia de los zuni, no hac en sip apus en el suelo de sus kivas22, pero creen que hay ciertas rocas o piedras que, teniendo un agujero en la parte superior, son sip apus naturales, y, como tales, sirven de entrada al Mundo Inferior (ver fig. 2). N o está d e m o strad o que los h op i u sen el sipapu p ara visualizar sus viajes chamánicos, pero es muy posible que lo hagan así. Los no hopis nunca podrán llegar a saber si es cierto, pues las tareas que desempe-
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Fig. 2. Sepapu (sipapu). Entrada hopt al Mundo Inferior. Situado en el Gran Cañón, al oeste de los asentamientos Hopi. Fuente: Centro de Investigación y Estudios Astrogeológicos. E.E.U.U.
ñan las sociedades médicas de las tribus Pu eblo se m an tien en en el más absoluto secreto. Sin em barg o, hay indicios que parecen d em ostra r que p u ed en d arse tales prácticas; a este respecto, es m uy ilu strativ o el dibujo de un artista hopi titulado «Se Pa Po Nah» (sipapunah), que inten ta reflejar la exp erienc ia del túnel a mo do de m and ala (ver fig. 3). Por cierto que los círculos concéntricos de un mandala a menudo recuerdan el aspecto acanalado que suele presentar el túnel, y meditar con la ayuda del mandala puede llevar a una experiencia que en parte se asemeja al viaje por el túnel. Joan M. Vastokas, que ha llevado a cabo estudios sobre ciertos aspeaos del arte chamánico, ha observado que «...el motivo concéntrico parece ser una característica de la expe riencia visionaria en sí, y representa la abertura por la que el chamán se introduce en el mundo subterráneo o el aéreo, trascendiendo así el universo físico»25. La autora señala que las m áscaras que usan los cham anes esqu im a les de Alaska tienen forma de «círculos concéntricos rodeando un orificio central». La ilustración 4 muestra una máscara de estas caracte rísticas, que recuerda inmediatamente al túnel acanalado. De modo semejante, en el budismo tibetano —muy influenciado por el chama nismo— hay mandalas muy elaborados que presentan un círculo cen
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tral, com o si fuera un tún el p o r el que se accede al m un do de los dioses y espíritus representados a su alrededor (ver tanka tibetano —fig. 5— y su pa recido c on el dibujo h o p i de la fig. 3). E n la oscuridad, y guiado p o r los tam b o res, el ch a m á n n o se cen tra e n el m andala, sin o que e n tra directamente en el túnel y continúa el viaje al más allá.
Fig. 3. Se Pa Po N ah (sipapunah). Dibujo contemporáneo del artista hopi Milland Lomakema (Dawakema). Fuente: Pintura Hopi. El mundo de los Hopi, de Patricia ]anis Broder. Nueva York: Dutton, 1978.
Fig. 4. Máscara de chamán esquimal del Bajo Yucón. Siglo XI X. Fuente: Museo Nacional de Historia Natural, Instituto Smithsoniano. Fotografía de Víctor E. Krantz. El p rim e r via je
Ahora ya está Ud. preparado para su primer ejercicio chamánico práctico. Será un sim p le viaje de exploración p o r el túnel h asta llegar al
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Fig. 5. M andala de K unrig . T ank a budista tibeta no sobre tela. Siglo X V . aprox.
Fuente: Museo Real de Ontario.
Mundo Inferior. Su única misión consistirá en atravesar el túnel, ver, quizá, lo que hay al final, y volver. Asegúrese de haber entendido bien las instrucciones antes de empezar. P ara llevar a cabo el ejercicio necesita un tam bo r (o una grabación de tam bo res c ham ánicos) y alguien q ue lo toque p ara Ud. *. Para realizar estas prácticas debe estar tranquilo y relajado. Abs* El Apéndice A ofrece información sobre tambores y cassettes.
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| téng ase de tom ar alcohol o alucinógen os du ran te las an teriores veinti1cuatro horas, para que su po de r de concentración sea bueno y su m en te | no se vea asaltada po r im ágene s que pue da n interferir el proceso. ' Coma poco o ayune totalmente en las horas que precedan al ejercicio. Elija una habitación oscura y tranquila. Quítese los zapatos; aflójese el cinturón o cualquier otra prenda que le oprima y túmbese en el suelo; p ó n g a se cóm odo, p e ro no utilic e u na alm ohada. R e sp ire p ro fu n d a mente unas cuantas veces. Relaje los músculos de brazos y piernas. P erm anez ca e n esa posición unos m inutos, m editand o sobre su misión. Cierre entonces los ojos y tápeselos con la m an o o el brazo pa ra evitar íí la luz. f ,■ V isu alic e a h o r a u n a a b e r tu r a e n la tie r ra , u n or ific io q u e h ay a v is to en la vida real. Puede ser alguno que viera en su infancia o la semana pasada, in clu so hoy m ism o. C ualquie r e n tra d a e n la tie rra servirá: una madriguera, una cueva, un tronco hueco de árbol, un manantial, un p a n ta n o , o inclu so u n orificio artific ial excavado p o r el ho m bre. La mejor entrada es la que le resulte más cómoda y la más fácil de visualizar. Contémplela durante un par de minutos, sin entrar. Observe sus detalles con atención. Pida a su compañero que empiece a tocar el tambor, alto, a un ritmo rápido y uniforme. No debe haber ruptura del r i t m o ni cambio alguno en la intensidad de los golpes; de unos 205 a 220 golpes por m inuto producen, no rm alm en te, los efectos deseados. Calcule que tiene unos diez minutos para hacer el viaje. Indique a su c o m p a ñ e r o q u e, transcurridos los diez minutos, debe golpear fuerte el tambor cuatro veces para avisarle de que es hora de volver. Inm ed iatam ente después, su ayudante debe tocar el tambor a un ritmo muy rápido durante medio minuto para guiarle en el viaje de vuelta, y acabar con cuatro golpes secos más como señal de que el experimento ha concluido. 1 Cua ndo el tam bo r em piece a sonar al comenzar el ejercicio, visua!', lice el orificio que ha elegido, entre por él y comience su viaje hasta I entrar en el túnel. Al principio el túnel puede parecerle oscuro y I lúgubre; tiene un grado de inclinación no muy grande, pero hay veces que la pendiente es muy pronunciada; suele presentar un aspecto l acanalado y, a menudo, curvas y recodos. Suele suceder que uno va a ¡, tan ta velocidad p o r el túne l que ni siquiera pu ed e ver cóm o es. E n i, ocasiones quizá se tope Ud. con alguna piedra, muro u obstáculo
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MICHAEL HARNER
similar; en ese caso, lo único que tiene que hacer es rodearlo o buscar una rend ija qu e le pe rm ita pa sar a su través. Si no pued e hacerlo así, lo mejor es que regrese y lo intente otra vez. En cualquier caso, no se esfuerce demasiado. Si hace lo indicado, hará el viaje sin cansarse. El éxito radica en adoptar una actitud que sea el término medio entre hacer un gran esfuerzo y no esforzarse lo suficiente. Al final del túnel le espera un espacio abierto. Examine el paisaje con atención; viaje po r él e inte n te reco rdar sus rasgos principales. Siga explorando hasta que reciba la señal de volver y, entonces, regrese por el túnel de la m ism a fo rm a en que descendió. N o toque ni s e lleve nada de lo que ha visto. Este viaje es de simple exploración. Una vez en la superficie, incorpórese y abra los ojos. No se sienta descorazonad o si no lo consigue a la prime ra. Intén telo de nuevo, con un ritmo de tambor más lento o más rápido. El ritmo es cuestión de p erso n a s y d e m o m e n to s d eterm in ad o s. Cu ando haya com pletado el ejercicio, cuen te a su com pa ñe ro lo que ha v isto pa ra no o lvidar ning ún detalle de su experiencia. Puede tam b ié n escribirlo o grabarlo . R e co rd an d o esto s detalles e m p e z a rá a acu mular conocimientos sobre el ECC. Algunas de las personas que han asistido a mis seminarios me han b rin d a d o a m a b le m e n te sus p rim e ra s experiencias. C reo m uy in stru c tivo que las compare Ud. con las suyas propias. Puede leerlas a conti nuación; va n precedidas de' com entarios míos. Ob servará que en algunos casos se menciona que yo les doy la señal para que vuelvan; esto suelo hacerlo en los seminarios para m an tene r un cierto orden de particip ació n d e lo s asistentes.
Viajes
Lo que va Ud. a leer ahora son testimonios directos de personas que hicieron su viaje chamánico al Mundo Inferior por primera vez. Estas personas son, principalmente, americanos medios de proceden cia muy diversa. Podrá observar que no suelen utilizar expresiones' calificadoras del tip o de «Im ag iné que...» o «M e figuré que...». Sólo con el tambor y el sencillo método que he descrito más arriba, llegaron a ten er expe riencias q ue no dud aron en calificar de reales y de en tre las