Este libro es el último que escribió Elisabeth Kübler-Ross. Es una especie de autobiografía y también el testamento vital de la autora. Inicia con su primera infancia, en Suiza su país natal, y sigue narrando su juventud, la determinación de estudiar medicina y los hechos que a ello la condujeron, su viaje a Polonia después de la Segunda Guerra Mundial, su matrimonio con un estadounidense y el traslado a los EE.UU., su labor con enfermos mentales y su posterior entrada en el mundo de la tanatología -disciplina y estudio que ella misma contribuyó a edificar. Así pues, este libro viene a trazar una especie de arco que abarca la vida entera de esta fascinante figura. Desde el inicio de la lectura las páginas se devoran con rapidez, la autora es amena y ocurrente, al iniciar la narración de su interesante vida me cuestioné acerca de la veracidad, ya que siendo tan pequeña
ser tan obstinada e
impaciente me hizo dudar de su veracidad , pero después de consultar varias fuentes y verla y escuchar de sus labios y los de sus familiares repetir la misma historia quedó comprobada su fascinante vida. En este libro se fusionan la biografía personal con su vocación profesional, su mensaje de que la 'muerte no existe', que la existencia continúa en otro plano de la realidad, la importancia de despedirse de los seres queridos al finalizar este 'corto' trayecto por la existencia en forma humana; la necesidad de no 'esconder la muerte debajo de la alfombra', y de aceptarla y reconocerla como una parte natural de la existencia humana. Por lo demás, este no es un libro que trate sólo de tanatología. Con su fascinante lectura nos adentramos a las meditaciones de la autora con respecto a la práctica médica, comparando su labor como médica rural en su juventud con lo impersonal que es en la actualidad, con todo el automatismo y parte comercial que la rodea; en su labor como psiquiatra, logró más avances tratando a los enfermos como seres humanos y escuchándolos. Pero como el vivir y el morir son hechos inseparables, este libro también es una investigación sobre el fenómeno de la vida: la importancia de vivir plenamente; sobre la búsqueda del significado de la existencia individual, sobre el peligro de
dar demasiado poder a los maestros espirituales. Sobre el vivir sinceramente para morir plenamente. Antes de partir hay varias tareas que necesitamos aprender como: superar la negación y el miedo, para así sentirnos liberados, algunos nos aferran a la vida sólo porque aún nos quedaba una tarea que concluir, pero es importante que todos expresen sus sentimientos y el amor incondicional. Es una mujer que no cree en los fantasmas de la muerte y sí en el poder de un amor incondicional capaz de guiamos cuando abandonemos la tierra en busca del hogar definitivo: un remanso de paz y de luz Este texto me enseño que hay que tener una buena vida para tener una buena muerte y que para dejar este mundo en paz tenemos que aprender lo que necesitamos, a aceptar nuestra eminente partida a perdonar y otorgar perdón vivir el hoy como si fuera el último día de mi vida, decirle las personas cercanas lo mucho que las quiero y lo orgullosa que estoy de ellas, luchar por lo que creo justo, no rendirme nunca y perseverar para lograr mis sueños.
Elisabeth Kübler-Ross supo desde muy joven que su misión era la de aliviar el sufrimiento humano y ese compromiso la llevó al cuidado de enfermos terminales. Mucho fue 10 que aprendió de esta experiencia: vio que los niños dejaban este mundo confiados y serenos; observó que algunos adultos partían, después de superar la negación y el miedo, sintiéndose liberados, mientras que otros se aferraban a la vida sólo porque aún les quedaba una tarea que concluir, pero todos hallaban consuelo en la expresión de sus sentimientos y en el amor incondicional de quien les prestaba oído. A Elisabeth no le quedaron dudas: morir es tan natural como nacer y crecer, pero el materialismo de nuestra cultura ha convertido este último acto de desarrollo en algo aterrador. Ahora, sintiéndose cercana a su propia muerte tras setenta y dos años de vida dura e intensa, la autora ha decidido escribir estas memorias para recordar junto a los lectores los
pasos importantes que han marcado su trayectoria personal y profesional, desde su infancia en Suiza hasta las cátedras de las mejores universidades americanas. El magnífico resultado de este esfuerzo es La rueda de la vida, un libro tan singular como la misma Elisabeth Küb1er-Ross, . Si algo llama la atención de los consejos que la doctora Kübler-Ross ha dado a las personas que acompañan a un ser querido en su lecho de muerte, es sobre todo la sencillez de sus premisas. "Cuando se está junto a su cama y se les escucha de verdad -afirmaba Elisabeth- percibes que ellos saben que la muerte está próxima". Cuando el enfermo nos dice que sabe que va a morir, debemos aceptar su declaración sin contradecirla. Según Kübler-Ross, la comunicación, aunque el enfermo no pueda hablar, es continua; si prestamos atención, él nos dirá lo que necesita. Estas son las cuatro funciones que Kubler-Ross pide a los que acompañan a un moribundo: escucha verdadera y sin juicios, aceptación, permanecer a su lado y comunicación. Pero para poder escuchar de verdad, necesitamos antes vaciarnos de nuestros propios asuntos, estar en un estado de calma interior que pueda transmitirse al enfermo, quien de ese modo también se liberará poco a poco de sus propios asuntos pendientes. "Estar sentado en la cabecera de un moribundo es un regalo -sostiene la psiquiatra-, nuestro mejor maestro. De ahí saldremos más enteros, más enriquecidos" Elisabeth Kübler-Ross Nació el 8 de Julio de 1926 en Zurich (Suiza), siendo una más de las trillizas Ross, hijas de una típica pareja conservadora de clase media alta de Zúrich. El 24 de agosto de 2004 moría a los 78 en Scottsdale - Arizona (Estados
Unidos)
Se graduó como médica en la universidad de Zurich en el año 1957.
Comenzando su interés por la muerte en su época de estudiante, cuando visitó algunos de los campos de exterminio nazi tras la guerra. Elisabeth se sorprendió entonces de que en las paredes de los barracones donde los judíos esperaban su muerte, los más pequeños de ellos, tan jóvenes que ni tan siquiera poseían creencias religiosas, de una manera natural e instintiva, consideraban la muerte no como un final, sino como un proceso de cambio. Como carecían de conceptos para expresar tales sentimientos, aquellos niños lo plasmaron en dibujos de orugas que se transformaban en mariposas. Esos dibujos infantiles tocaron profundamente a Elisabeth.
http://www.medicinadeldolor.com.mx/hospice.php