Era necesario escribir una obra sólida, fundamental, si se quería llegar a disponer de la espada del poder secular. Había que coaccionar a los tribunales públicos mediante una bien dirigida propaganda y un inflexible sistema de razonamientos morales, para que tomasen decididamente cartas en el asunto de las brujas. En los dos años de 1485 y 1486 apareció el «Malleus maleficarum», o «Martillo de brujas», como manual de la Inquisición y de los jueces de lo criminal, y texto, por así decirlo, explicativo de las diferentes clases de brujas, con las características correspondientes a sus respectivas influencias. En la obra había colaborado Jacobo Sprenger. En menos de dos siglos se tiraron de ella veintinueve ediciones de un número de ejemplares desconocido. Solamente en Alemania aparecieron dieciséis, nueve de las cuales salieron en vida de su autor Enrique Institor. Once ediciones vieron la luz en Francia y dos en Italia. Mientras en España el «Martillo de brujas» se consideró la obra de un loco y se despreció su edición. Todo lo cual suponía suponía un éxito asombroso asombroso para aquellos aquellos tiempos y para la clase de publicación de que se trata. Contra lo que en el mismo «Martillo de brujas» se decía, la colaboración del afamoado teólogo Jacobo Sprenger en la redacción de la obra había sido de poca monta, pues ya entonces se había distanciado de Institor. En realidad, había firmado éste sin la menor intervención de nadie la declaración de responsabilidad para publicarla. Pero nada más de acuerdo con su especial mentalidad, que parapetarse tras del respetado nombre de Sprenger. Ahora era cuando podía Institor, al fin, hacer uso eficaz de la Bula contra brujas brujas del Papa. Para ello le bastaba insertarla, como lo hizo, al frente del «Martillo», simulando así una auto autori riza zaci ción ón papa papall de la obra obra.. Ad Adem emás ás,, como como saga sagazz prop propag agan andi dist sta, a, comp compre rend ndía ía perfectamente el dominico los efectos y el alcance del nuevo invento de la prensa. Antes del hallazgo del arte de imprimir eran caros los libros y, consiguientemente, raros. En explicable coincidencia, también el éxito de los Inquisidores, carentes de prensa y de vasta publicidad, había sido moderado. Ahora, tras la aparición de un manual de brujerías bien ordenado y completo, juntamente con el apéndice de un Código de lo criminal que las ediciones masivas permitían distribuir sin restricciones, era de esperar que también los jueces seculares se dejasen convencer. co nvencer. Con todo, aún quedaba una barrera que salvar entre la redacción de la obra y su impresión: la Universidad Universidad de Colonia, Colonia, suprema instancia censora para todas las obras destinadas destinadas a las prensas. Únicamente si la Universidad emitía dictamen favorable, podría recomendarse a todo el inun inundo do la lect lectura ura del «Mart «Martil illo lo de bruja brujas». s». Pero Pero los los profe profesor sores es de Teol Teolog ogía ía de la correspondiente Facultad decepcionaron a Institor. El tenor reservado de su dictamen, plagado de distingos y restricciones, era peor que una ausencia de tal examen, pues de antemano cortaba los vuelos de la obra, previniendo en contra a los lectores. El Inquisidor entonces optó por arrumbar los últimos escrúpulos y, valiéndose del notario Amold Kolich, falsificó el acta de los universitarios de Colonia.
Este funcionario extendió un instrumento notarial fechado en mayo de 1487, en el cual siete profesores de Teología aprobaban sin la menor reserva el contenido del «Malleus maleficarum» y calificaban de meritoria la actuación del Inquisidor contra las brujas. El falso documento fue dado a la imprenta como apéndice del «Martillo de brujas», si bien cuidando de que solamente apareciera en los ejemplares destinados a la venta y reparto fuera de Colonia. Los apartados para la clientela de esta ciudad carecían del apéndice. Considerado en su totalidad, ni siquiera podía pasar por original el «Martillo», toda vez que antes de su aparición abundaban ya los escritos ajustados a la forma tradicional de las guías o manuales para los jueces eclesiásticos y seculares, a los que instruían en la manera de reconocer y castigar la herejía y la magia. Manuscritos, tratados y documentos que Institor tuvo muy en cuenta al redactar su propia obra, que a ellos trasciende en casi todas sus páginas. Original, en cambio, en un sentido francamente atroz, era la radical tendencia del «Martillo» contra el sexo femenino, al que se atribuía la exclusiva representación de la imaginada secta nueva de brujas. Institor se atenía escrupulosamente a la frase de Jesús Sirach: «La hembra es más amarga que la muerte». Ninguno de sus predecesores literarios se había situado tan resueltamente contra la mujer. Llegaba a decir de ella que se distinguía netamente entre los humanos por su acusada propensión al libertinaje y desenfreno sexual, y que como el diablo no se concebía sino con sexo masculino, a la hembra le estaba reservado el comercio carnal con el Malo. Si en algo más podemos considerar como original al «Martillo», seguramente será, ante todo, en su rudeza y en la crueldad y en la insania con que se complace en recomendar, en un extenso capítulo aparte, las más variadas clases de tortura. Sólo por ella se podían arrancar las confesiones y poner a los tribunales seculares en el trance de tener que condenar a muerte. No se puede negar tampoco que algo de novedad había asimismo en el virtuosismo fisco, el de su sistema interrogatorio. Ideó, en efecto, un refinado sistema de preguntas desconcertantes y dio instrucciones a los futuros inquisidores y jueces sobre cómo deberían insinuarse en la confianza del acusado y prometerle clemencia, para llevarlo más fácilmente a una confesión. En su nefasta obra enseñaba la manera de confundir a las víctimas en interrogatorios contradictorios y llevarlas de esta suerte a manifestaciones imprudentes, de las que fácilmente podrían salir nuevas inculpaciones de otras brujas. Actualmente convienen significados elementos representativos de ambas confesiones (católicos y protestantes, quiero decir) en la siguiente unánime conclusión: El Malleus maleficarum es la obra más perniciosa y triste de la literatura universal; una increíble amalgama de maligna necedad y vesánica barbarie, una monstruosa hipérbole de cenagosos fangos espirituales lastrando una conciencia de suyo ofuscada. Caracterizan al «Martillo de brujas» una metódica brutalidad y obtuso infantilismo entreverado de pedantería teológica; un frío y gárrulo cinismo; una perversa inclinación a la
tortura humana y un manifiesto instinto sanguinario, que el autor quiere revestir de gravedad doctrinal, aunque su intento no pase de énfasis grotesco. Seis breves pasajes tomados del «Malleus», que es un volumen de más de quinientas páginas, podrán caracterizar de sobra la índole y condición auténticas de la obra: «Las brujas de la clase superior engullen y devoran a los niños de la propia especie, contra todo lo que pediría la humana naturaleza, y aún la naturaleza simplemente animal. Esta es la peor clase de brujas que hay, ya que persigue causarles a sus semejantes daños inconmensurables. Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las tormentas y las tempestades; provocan la esterilidad en las personas y en los animales; ofrecen a Satanás el sacrificio de los niños que ellas mismas no devoran, y, cuando no, les quitan la vida de cualquier manera. Claro está que en estos casos se trata casi siempre de niños aún no bautizados; si alguna vez llegan a devorar a los bautizados, es que lo hacen, como más adelante explicaremos, por especial permisión de Dios. Pueden también estas brujas lanzar los niños al agua delante de los mismos ojos de los padres, sin que nadie lo note; pueden tornar de pronto espantadizo al caballo bajo la silla; pueden emprender vuelos, bien corporalmente, bien en contrafigura, y trasladarse así por los aires de un lugar a otro; son capaces de embrujar a los jueces y presidentes de los tribunales, como lo son de conseguir mediante hechizos un inviolable silencio propio y de otros acusados en la cámara del tormento; saben infundir en el corazón y en la mano de quienes se disponen a descubrirlas una angustia paralizante, y tienen, por último, poder para penetrar las cosas secretas y aún para predecir muchas futuras con la ayuda del diablo. Los ojos de estas mujeres tienen la virtud de ver lo ausente como si estuviera presente; entre sus artes está la de inspirar odio y amor desatinados, según su conveniencia; cuando ellas quieren, pueden dirigir contra una persona las descargas eléctricas y hacer que las chispas le quiten la vida, así como también pueden matar a personas y animales por otros varios procedimientos; saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos, causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre de la madre con sólo un tocamiento exterior; llegan a herir o matar con una simple mirada, sin contacto siquiera, y extreman su criminal aberración ofrendándole los propios hijos a Satanás. En una palabra: pueden estas brujas, como antes decimos, originar un cúmulo de daños y perdición que sólo parcialmente estaría al alcance de las demás. Bien entendido que todo esto lo pueden con permisión de la justicia divina. En cambio, la facultad que todas tienen en común, así las de superior categoría, como las inferiores y corrientes, es la de llegar en su trato carnal con el diablo a las más abyectas y disolutas bacanales. Puede concretamente suceder por virtud brujeril que un hombre o una mujer al contemplar el cuerpo de un muchacho, lo exciten con la sola mirada, por aprensión o por influjo de apetitos lascivos; y como estos influjos suelen traducirse en mutaciones corporales y los
ojos son tan sensibles que fácilmente captan las impresiones, no es raro que por efecto de una íntima emoción resulten afectados seriamente los ojos y queden en mal estado. Ahora bien; cuando los ojos han evolucionado por efecto de algún influjo pernicioso, bien puede suceder que, a su vez, influyan fatalmente en la atmósfera circundante y la maleen lo mismo que ellos habían sido maleados, trasmitiendo de capa en capa de la atmósfera la influencia nociva, hasta llegar a la zona inmediata a los ojos del muchacho. Entonces es cuando este ambiente origina una mutación desfavorable en los ojos infantiles, que la transmiten a otras partes y órganos internos de la misma persona juvenil. Esto está cumplidamente demostrado por la experiencia, ya que muchas veces hemos visto y vemos que una persona víctima de alguna afección a los ojos, infecta y daña con su sola mirada los de aquellos que la contemplan. Escríbanse las siete palabras que Cristo pronunció en la cruz en unas cuantas tarjetas, cosiéndolas luego o pegándolas unas a otras, para que juntas den la medida de la estatura de Cristo. Una vez hecho esta, como cosa fácil que es, enróllense estas cadenas o guirnaldas de tarjetas al cuerpo desnudo de las brujas. La experiencia ha demostrado que esos seres nefastos se sienten entonces extrañamente inquietos y abrumados, y propicios, por tanto a la confesión. Pero si con todo esto se obstinasen en guardar silencio o en negar su culpabilidad, puede recurrirse a la intimidación de un largo y duro encarcelamiento, hasta quebrantar su contumacia. Y todavía queda el recurso extremo: el de que el juez visite en la prisión a la acusada y le prometa influir para conseguir clemencia, haciéndolo sin embargo con la reserva mental de que él mismo entienda la clemencia referida a la función judicial o a la causa pública, que en su cargo ampara. ¿Cómo pretender que se acceda a la concesión de defensa y defensor, cuando todo el mundo sabe que hay el deber de mantener en riguroso secreto los nombres de los testigos? En todo caso, solamente se le podrían facilitar éstos al defensor, cuando se tratase de un hombre intachable y de un celoso defensor de la justicia, que, además, habría de prometer bajo juramento mantenerlos también en secreto. No es lícito tomar en cuenta las preferencias del acusado al escoger un defensor, ni éste debe hacerse cargo de una causa, sino después de haberla examinado detenidamente y haberse persuadido de su justicia. El juez deberá exhortarle a que se guarde de incurrir en complicidad de herejía y sectarismo; complicidad de la que ya se haría culpable por el solo hecho de aceptar «indebite» la defensa de una persona sospechosa de herejía. También ha de tener cuidado el juez con la familia y con los sucesores de las brujas encarceladas o ejecutadas en la hoguera, por la frecuencia con que unos y otros están complicados con ellas y entregados a las mismas prácticas. Así como los parientes de un hereje se hacen por lo regular sumamente sospechosos de herejía por la mera circunstancia del parentesco, así sucede también con esta suerte de herejía de las brujas. Abundan por cierto las personas superficiales que recusan sistemáticamente las declaraciones de mujeres enemistadas con las acusadas, por suponer que no merecen crédito alguno y más bien han de estimarse dictadas por un ciego deseo de venganza que por la realidad de los hechos. ¡Qué poco conocen estas gentes la cautela, sutileza y
discreción de los jueces! Como un ciego podría juzgar los colores, juzgan ellos de la perspicacia judicial». En nuestros días ya no es objeto de controversia confesional la campaña de persecución de brujas desatada por Institor. Cuando los nazis quisieron jugar la baza de la persecución de las brujas hacia el fin de la Edad Media con objeto de confundir a la Iglesia católica, encomendaron al escritor preso en un campo de concentración Herbert Blank la redacción del oportuno panfleto. Blank, que pertenecía al Frente Negro de Otto Strasser, era autor de las obras «Weichensteller Mensch» y «Adolf Hitler - Wilhelm III». Los servicios de las SS recogieron a carretadas los documentos restantes de los procesos de brujas y los pusieron a disposición del escritor, para que le sirviesen de fuentes. Blank habría de estudiarlos y sacar de ellos el escrito que a las SS interesaba, seguramente para rehabilitación o justificación de un nazi muy significado. Pero como a medida que iba estudiando todo aquel archivo, parecía más evidente que también los protestantes habían perseguido alas brujas; que la obsesión de las masas en este sentido resultaba tan intensa en el período de la Reforma como en cualquier otro, y que los procesos de brujas en los territorios de credo protestante se habían suscitado con la misma cruel insensibilidad que en las jurisdicciones católicas, no les quedó más remedio a las SS que retirar en silencio el material y eximir a Blank del compromiso de redactar la acusación contra la Iglesia. Ya después de un siglo de la primera aparición del «Martillo de brujas», encargaban los protestantes otras ediciones nuevas en Franckfurt lanzadas por el escritor y jurista Fischart. Los dictámenes jurídicos de las Facultades reformadas, así como teólogos, juristas y particulares autoridades intelectuales invocaban el «Malleus» en apoyo de sus asertos, mientras que entre los ortodoxos luteranos gozaba de crédito similar. Hoy no sabríamos explicarnos cómo pudo tener tan desmesuradas consecuencias el escrito de Enrique Institor: una obsesión persecutoria, activa y pasiva, en las masas, persistente por espacio de tres siglos. Es incomprensible que el europeo perdiese su buen sentido y se dejase obcecar por un cúmulo de insensateces impresas, echando sobre pila ignominia de la persecución de las brujas, al cabo de varios siglos de plausible comportamiento. «Al pensamiento y a la sensibilidad modernos -opinaba Joseph Hansen al término del siglomás bien despiertan de esta lejana y terrible pesadilla, a pesar de que solamente dos siglos separan a nuestra época de la culminación de aquella vesania. ¡Tan ajena nos es ya la manera de pensar y sentir de la Edad Media!». Un oscuro resto queda, sin embargo, entre las causas radicales de la obsesiva prevención contra las brujas y de su persecución. No sería, si no, comprensible que un inquisidor de enfermiza propensión criminal, con la sola ayuda de un procedimiento de impresión nuevo
y con la de la consiguiente publicidad, consiguiese lanzar esta oleada de necedad, vengativo rencor, lascivia y crueldad. Una verdadera tempestad que agitó las masas, por espacio de tres siglos. Los historiadores calculan que el número de víctimas no ha bajado de millones. Y uno se pregunta cómo pudo ser que los pueblos de Europa sufriesen durante generaciones y generaciones que les fueran arrebatados a las familias el padre, la madre o los hijos bajo los pretextos más futiles y arrojados luego en el infierno de las mazmorras, para subir a la pira y morir abrasados, después de haber pasado por todas las torturas imaginables. Jamás había conocido el mundo personas que por tanto tiempo aguantasen sin rebelarse tormentos tan atroces y estados de angustia tan hondos y duraderos. Porque en la época de la persecución de las brujas no hubo revolución alguna ni alzamiento contra los jueces o contra los tribunales inquisitoriales. Bajo el poder omnímodo de la prevención masiva, del prejuicio fomentado por los mejores recursos sugestivos, toda rebelión quedaba sofocada. La violencia y tenacidad de la sugestión, así como la sumisión de todas las clases sociales y culturales a su despótico poder, sigue siendo un enigma. En los siglos siguientes únicamente unos pocos se resolvieron a emprender la lucha contra la tenaz obsesión de las brujas. Concretamente fueron en el siglo XVI el médico renano Johan Weyer, y en el XVII el jesuita Friedrich Spee quienes, con certero golpe de vista, supieron calar en las raíces sicológicas y comprender la verdadera naturaleza de las confesiones en que descansaba la persistencia y arraigo de tales creencias. Pero no sólo se percataron de que la errónea creencia reclamaba las confesiones y éstas sostenían y prolongaban la vigencia de aquélla, sino que, además, tuvieron el valor de enfrentarse con la peligrosa corriente y tratar de restablecer el predominio de la sensatez y de los sentimientos humanitarios. Fue la suya una pugna inflexible, pero mesurada y sin ruido, carente de ludo matiz revolucionario; una campaña estrictamente de minorías, en la que no intervenía la masa. En ésta seguía influyendo la provocativa incitación del «Martillo» y sofocando la libertad de pensamiento en el occidente de Europa. Todavía no se han extinguido enteramente las repercusiones de su sectaria literatura, fácilmente identificables en nuestros días en ciertos aspectos dela vida pública.