Andrés Felipe Arenas Tendencias narrativas en Colombia I
Ciudad letrada y ciudad filtrada en la Virgen de los sicarios de Fernando Vallejo Durante el último siglo la violencia violencia en Colombia se ha manifestado manifestado en dos etapas diferentes: la violencia bipartidista y la violencia del narcotráfico. La violencia bipartidista tuvo lugar aproximadamente entre 1946 y 1967, el eje que movilizaba este fenómeno era el de la oposición política entre los partidos tradicionales (Liberal y Conservador). Los actores de este conflicto se propusieron acabar físicamente con aquellos que no pertenecieran a su partido y, en consecuencia, consecuencia, monopolizar el poder gubernamental gubernamental y representativo en el territorio colombiano. La segunda etapa es la violencia generada por la economía de la droga, empieza con la bonanza marimbera en la década de los 70 y se agudiza en los 90 con el auge del tráfico de cocaína. Estos dos fenómenos de la violencia son el núcleo diegético en el que se desarrollarán un gran número número de obras literarias colombianas. colombianas. Novelas Novelas como: como: “Viento seco”, “El día del odio” y “Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón” tienen como eje narrativo la violencia bipartidista. Estás novelas, según el profesor Oscar Osorio, se catalogan en cuatro grupos de acuerdo con sus características estéticas y diegéticas. El primer grupo corresponde a aquellas en que el hecho histórico prima sobre lo estético; en el segundo grupo, hay un distanciamiento del hecho histórico; en el tercer grupo, el hecho literario se impone sobre el hecho histórico, y, finalmente, en el cuarto grupo hay un equilibrio entre lo literario y lo histórico (105,106). Mientras que novelas como: “Leopardo al sol”, “La virgen de
los sicarios”, “Nadie es eterno”, “Los ejércitos” y “El ruido de las cosas al caer” tienen como eje la violencia causada por la economía de la droga. En este corpus de novelas, bastante prolífico, el eje de la narración es el narcotráfico, desde las novelas en las que “se puede ver cómo se pasa de una actitud marcada por la indiferencia social (Cadáver, Divino) a una lectura que lo entiende como un fenómeno que disloca las relaciones sociales y genera una enorme violencia en las segundas (Voz, Angosta, Batallas, Delirio, Eskimal) .” (Osorio, 25) Además, el profesor Osorio, en “El sicario en la novela colombiana”, divide este corpus en dos: la novela del narcotráfico y la novela del sicariato. En la primera, el narcotráfico es el elemento fundamental en la construcción del mundo, mientras que la segunda se ocupa de los asesinos a sueldo y su actitud violenta (14). En este trabajo analizaremos la imagen de ciudad que propone la novela “La virgen de los sicarios” del escritor antioqueño Fernando Vallejo . Esta pertenece a la segunda etapa de la violencia en Colombia enmarcada en la economía de la droga y haría parte de la novela del sicariato, ya que su diegésis gira en torno a los periplos que el narrador tiene junto a su amante sicario. Lo que me propongo a demostrar en este trabajo es que la cruzada genocida que emprende el narrador Fernando, no está solamente motivada por su ideología, sino que también es un modo de restaurar el poder del hombre letrado en lo que llamaré la ciudad filtrada. Los asesinatos que Alexis y posteriormente Wilmar cometen son motivados y celebrados por Fernando ya que cada una de sus víctimas representa la filtración de la sociedad anómica y el desorden del que el hombre letrado no tiene control. Primero analizaremos las versiones de ciudad que presenta el narrador: la ciudad letrada, la ciudad normalizada, la ciudad anómica y finalmente la ciudad filtrada. Es en esta última donde se desarrolla la cruzada
genocida en pro de la restauración, ya que como veremos más adelante, cada uno de los asesinatos promovidos por Fernando se justifican en la axiología del hombre letrado que pretende acabar con las irrupciones que la ciudad anómica ha hecho en la normalizada. La Virgen de los sicarios fue publicada en 1994, por la editorial Alfaguara. La novela narra la travesía del narrador Fernando quien ha regresado a Colombia después de muchos años a morir. La historia tiene dos núcleos narrativos: el de Fernando-Alexis y el de Fernando-Wilmar. Ambos núcleos poseen la misma estructura y se repiten para establecer “que la violencia en Colombia es una repetición incesante de un mismo fenómeno en diferentes escenarios y con distintos actores (Osorio, 138). El eje central que sostiene a estos dos núcleos es el encuentro con la ciudad simbólica y física que el protagonista encuentra a su regreso. Es la ciudad de Medellín la que ocupa las reflexiones e improperios del personaje Fernando. Para el narrador, la Medellín que encuentra a su regreso es “la capital del odio”, “la ciudad maldita”, “Medellín en la noche es bello”, “Medallo y Metrallo”, “Medellín son dos ciudades”, “Medellín son dos en uno”. A propósito de la ciudad en la Virgen de los sicarios el doctor Gabriel Inzaurralde dice que: Quiero considerar La virgen de los sicarios como un acercamiento a la ciudad que vincula recorridos y lecturas, calles y textos y a su narrador, Fernando, como un experto de la ciudad ideal, un letrado, extraviado en la "ciudad sumergida". Él es, parece, el último letrado (el “último gramático” como él mismo dice) en una gran ciudad globalizada que ha perdido sus contornos. En este sentido, su anunciada muerte, o su condición de "muerto en vida", se pueden interpretar como la encarnación de una conciencia agonizante. (163)
Para Inzaurralde la novela de Vallejo se enmarca en dos categoría: la primera es la crónica urbana, en la que “se confronta al narrador sobre todo con la extensión, en la múltiple horizontalidad del presente” (Inzaurralde 163). Y la segunda es la ficción del regreso en la que se presenta “evolución de la ciudad en el tiempo” (Inzaurralde 163). Por otro lado, la profesora Elena Valdez propone que Vallejo hace dos versiones de Medellín: “que encarna la imagen de una ciudad contemporánea, heterogénea e híbrida, e incluye la sobreposición de las imágenes de la ciudad letrada transformada por el desarrollo urbano e industrial” (70). Para la autora la primera versión se hace de la ciudad es la oposición entre el espacio privado, (representado por el apartamento céntrico del narrador) y el espacio público (las calles, comunas, iglesias, etc.) Según Valdéz el primer espacio le permite separarse de la ciudad y su desorden, al establecer una línea de intimidad y refugio para Fernando y su amante. La segunda versión de ciudad que plantea es la de la memoria pasada. El narrador rememora un pasado idílico de la ciudad “ Los paseos por las calles lo llevan al narrador-flaneur a los tiempos antiguos, percibidos a través del momento presente. No es un pensador pasivo, sino un observador que posee un conocimiento secreto” (Valdez 75). Esta versión muestra la oposición entre la ciudad preindustrial y la ciudad contemporánea, al establecer símbolos binarios de la ciudad: el silencio del pasado en contraste con el ruido moderno, los ríos que la industrialización ha vuelto arroyos y la paz que dio paso a la violencia de los nuevos habitantes. Finalmente, el profesor Oscar Osorio, en “El sicario en la novela colombiana” nos dice que aunque el texto esté lleno de ironía, juegos del lenguaje e hipérboles este tiene una clara posición ideológica: la del hombre letrado que desprecia a las
clases populares, es misógino y racista. Está posición queda reforzada con la cruzada genocida que emprende el narrador a través de sus sicarios amantes. El protagonista Fernando hace parte de lo que Rama llamó la ciudad letrada, el grupo privilegiado de intelectuales que tenían como propósito dirigir la sociedad a través de la ciudad simbólica. La imagen de José Rufino Cuervo, héroe del narrador, simboliza el poder del letrado y se contrapone a la realidad del protagonista quien vive “la caída del lugar hegemónico del intelectual” (150). Está caída es provocada por la masificación de la ciudades y la democratización del lenguaje. Durante la novela el protagonista se declara el “último gramático de Colombia”, “el eco entre las sombras”, el máximo erudito que hay sobre la ciudad: “yo sé más de Medellín, que Balzac de París” , fan de José Rufino Cuervo y evocador de don Pedro Justo Berrío y don Recaredo Villa. Es decir, el protagonista es un sobreviviente de la ciudad letrada. Según Ángel Rama, la ciudad letrada fue el grupo de ciudadanos cuyo privilegio era el uso de la letra y ostentándolo se encargaban de diseñar y producir las ideologías públicas, de controlar los mecanismos de las instituciones y reordenarlos para que su modelo de ciudad ideal permaneciera. Esta ciudad ideal se encuentra formada por dos redes: la red real y la red simbólica. La red simbólica se encarga de establecer el orden de la física, crear su ideología y proyectar su imagen ideal. La red simbólica es obra de la ciudad letrada “Sólo ella es capaz de concebir la ciudad ideal, proyectarla antes de su existencia, conservarla más allá de su ejecución material, hacerla pervivir aún en pugna con las modificaciones sensibles que introduce sin cesar el hombre común”( Rama 40). Entonces, Fernando, al ser el último gramático de Colombia (“país de gramáticos, siglos ha”) es quien puede leer la red simbólica y real de la ciudad. Pero
estas redes, esta nueva gramática de Medellín es detestable y apocalíptica ya que el diseño y la ideología no están trazados por el hombre letrado, sino por la economía de la droga y la modernización. El hombre letrado ha perdido su lugar de privilegio y no ejerce ningún control sobre los símbolos de esta. Entonces, puedo afirmar que la ciudad que añora el narrador protagonista no corresponde a una memoria pasada como propone Valdez, sino a un status quo en el que las élites practicantes de las letras eran quienes decidían en rumbo de las ciudades, de ahí las referencias del narrador a José Rufino Cuervo y a los antiguos gobernadores de Antioquía. Para Fernando la Medellín idílica no es la del pasado, sino la de los seres antediluvianos que la diseñaban y dirigían: Dios aquí sí se siente y el alma de Medellín que mientras yo viva no muere, que va fluyendo por esta frase mía con los ciento y tantos gobernadores que tuvo Antioquia, a tropezones, como don Pedro Justo Berrío, quien sigue afuera, en su parque, en su estatua, bombardeado por las traviesas e irreverentes palomas que lo abanican y demás. O como don Recaredo de Villa a quien, apuesto, usted no ha oído ni mencionar. Yo sí, lo conozco. Yo sé más de Medellín que Balzac de París, y no lo invento: me estoy muriendo con él. (46) Entonces, el narrador vuelve a una ciudad que ya no es la suya, que se ha transformado para mal, para convertirse en la más criminal de Colombia a causa de los nuevos habitantes que han llegado a ella ¿Quiénes son estos nuevos habitantes? Fernando los señala “Los fundadores, ya se sabe, eran campesinos” (17). Los pobres del campo son la razón del desorden de la ciudad, la pobrería de las comunas que los campesinos en su éxodo hacia las ciudades han formado en las periferias
Las comunas cuando yo nací ni existían. Ni siquiera en mi juventud, cuando me fui. Las encontré a mi regreso en plena matazón, florecidas, pesando sobre la ciudad como su desgracia. Barrios y barrios de casuchas amontonadas unas sobre otras en las laderas de las montañas, atronándose con su música, envenenándose de amor al prójimo, compitiendo las ansias de matar con la furia reproductora. Ganas con ganas a ver cuál puede más. (32) El profesor Romero en las ciudades masificadas hace referencia a esta explosión demográfica del campo hacia las urbes: “después de la crisis de 1930 consistió sobre todo en una ofensiva del campo sobre la ciudad, de modo que se manifestó bajo la forma de una explosión urbana que transformaría las perspectivas en Latinoamérica. (Romero 1976:321). Este éxodo y posterior formación de las comunas hará que el narrador afirme a lo largo del libro que hay dos ciudades en una, dos ciudades completamente opuestas: Medellín y Medallo, la ciudad normalizada y la ciudad anómica. Sí señor, Medellín son dos en uno: desde arriba nos ven y desde abajo los vemos, sobre todo en las noches claras cuando brillan más las luces y nos convertimos en focos. Yo propongo que se siga llamando Medellín a la ciudad de abajo, y que se deje su alias para la de arriba: Medallo. Dos nombres puesto que somos dos, o uno pero con el alma partida. ¿Y qué hace Medellín por Medallo? Nada, canchas de fútbol en terraplenes elevados, excavados en la montaña, con muy bonita vista (nosotros), panorámica, para que jueguen fútbol todo el día y se acuesten cansados y ya no piensen en matar ni en la cópula. (92)
El narrador entonces está enfrentado a una ciudad fragmentada donde conviven una al lado de la otra la sociedad normalizada y la anómica, Romero define estas: la ciudad contendría dos sociedades coexistentes y yuxtapuestas pero enfrentadas en un principio (…) Una fue la sociedad tradicional, compuesta de clases y grupos articulados, cuyas tensiones y cuyas formas de vida transcurrían dentro de un sistema convenido de normas: era, pues una sociedad normalizada. La otra fue el grupo inmigrante, constituido por personas aisladas que convergían en la ciudad, que solo en ella alcanzaban un primer vínculo por esa sola coincidencia, y que como grupo carecía de todo vínculo y, en consecuencia, de todo sistema de normas: era una sociedad anómica instalada precariamente al lado de la otra como un grupo marginal. (331) La ciudad anómica, esa sociedad sin normas que destruye todo, es la visión infernal de Fernando. Sin embargo, no es la que realmente molesta al narrador y motiva su cruzada genocida, ya que la ciudad anómica como tal no está al alcance del narrador, no hace parte de su cotidianidad céntrica, la anomia que mira desde su apartamento e imagina no es la causante de sus odios e improperios, ya que son “una yuxtaposición de guetos incomunicados ”(322) es decir, por más numerosos que sean están apartados físicamente de la sociedad normalizada. Lo que realmente motiva la serie de asesinatos del narrador y sus sicarios amantes son las filtraciones de la periferia sobre el centro, que a causa de estás ha dejado de ser una ciudad normalizada para convertirse en una ciudad filtrada por las conductas y habitantes de la ciudad anómica. Esto lo reafirma el narrador al decir: “La ciudad de abajo nunca sube a la ciudad de arriba pero lo contrario sí: los de arriba bajan, a vagar, a
robar, a atracar, a matar.”(89) Es realmente la ciudad filtrada la que ha desplazado el lugar de privilegio del hombre letrado, la que de manera inconsciente se ha salido del control ideológico de las élites y busca a la fuerza su lugar dentro de la ciudad. Está ciudad filtrada se manifiesta a través de dos redes: la ideológica mediante el uso masificado del parlache (lengua opuesta a la de la sociedad tradicional)
y la física mediante la trasgresión de espacios de la sociedad
tradicional. El parlache que encuentra Fernando ha dejado de ser una variedad diástratica, es decir, “un fenómeno lingüístico muy particular, porque tuvo su origen en los sectores periféricos y marginales ” para convertirse en un dialecto social, un argot difundido masivamente que se ha convertido en “un bien común puesto a disposición de todos los usuarios de la lengua ” Francois (Francois 58). No habla español, habla en argot o jerga. En la jerga de las comunas o argot comunero que está formado en esencia de un viejo fondo de idioma local de Antioquia, que fue el que hablé yo cuando vivo (Cristo el arameo), más una que otra supervivencia del malevo antiguo del barrio de Guayaquil, ya demolido, que hablaron sus cuchilleros, ya muertos; y en fin, de una serie de vocablos y giros nuevos, feos, para designar ciertos conceptos viejos: matar, morir, el muerto, el revólver, la policía... Un ejemplo: "¿Entonces qué, parce, vientos o maletas?" ¿Qué dijo? Dijo: "Hola hijo de puta". Es un saludo de rufianes. (26) Por otro lado, la filtración física se da mediante los miembros de la sociedad anómica, ya que irrumpen en los espacios tradicionales de la ciudad, incluso en los sacralizados, donde no obedecen las mínimas reglas de la sociedad normalizada, sino que ocupan estos lugares, los vuelven propios y los criminalizan. Para Fernando, la irrupción de los pobladores periféricos, de las clases populares a los
espacios reservados para la sociedad central, causa su degradación física y simbólica. Ha de saber Dios que todo lo ve, lo oye y lo entiende, que en su Basílica Mayor, nuestra Catedral Metropolitana, en las bancas de atrás se venden los muchachos y los travestis, se comercia en armas y en drogas y se fuma marihuana. Por eso, cuando está abierta, suele haber un policía vigilando. Pregúntenle a ver si invento. ¿Y Cristo dónde está? ¿El puritano rabioso que sacó a fuete a los mercaderes del templo? ¿Es que la cruz lo curó de rabietas, y ya no ve ni oye ni huele? Al olor sacrosanto del incienso se mezcla el de la marihuana, la que sopla desde afuera, desde el atrio, o la que se fuma adentro. (59) Entonces la cruzada genocida que emprende el narrador está motivada por la restauración del hombre letrado sobre la ciudad ya para esto tiene que usar una de las herramientas que la anomia ha normalizado: los sicarios. Es a través de la violencia de la pobrería, pero desde la ideología de las élites, que el protagonista configura sus asesinatos. En esta medida los crímenes que Alexis y posteriormente Wilmar cometen son justificados por el sistema axiológico de Fernando, ya que, cada una de sus víctimas representan la irrupción de la sociedad anómica, que es la causa del desorden del que el hombre letrado no tiene y no puede ejercer control mediante la palabra, son entonces las balas la opción adecuada para ejercer nuevamente su poder. Por esta razón, las balas siempre dan en los mismos puntos del cuerpo, el ángel exterminador siempre castiga por dos razones: las ideas o la lengua, y son esos sitios en los que las balas asesinas de Fernando apuntan. ¡Los caballos no tienen por qué trabajar, el trabajo lo hizo Dios para el hombre, hijueputa!" le grité al carretillero sacando la cabeza por la
ventanilla del taxi. Al oírse llamar como dije el carretillero miró, y así, al volver la cabeza, le quedó en posición perfecta para Alexis, quien con un tiro en la frente me le remarcó lo dicho y como quien dice le tomó la foto. (82) Cuando cayó el muñeco, uno de los del corrillo en voz baja, que creyó anónima, comentó: "Eh, qué desgracia, aquí ya no dejan ni trabajar a los pobres". Fue lo último que comentó porque lo oyó el ángel, y de un tiro en la boca lo calló. (72)
Finalmente, puedo afirmar que Vallejo presenta tres versiones de ciudad: la filtrada, la anómica y la letrada. Estas versiones de urbe son las que impulsan el eje diegético de la novela. También se puede decir que, Fernando Vallejo presenta una visión fascista y clasista de la transformación que la modernidad y la economía de la droga han efectuado sobre la ciudad. Para el protagonista la pérdida del poder hegemónico ha causado la degeneración y caos de la sociedad. El hombre de bien, el perteneciente a la sociedad tradicional ha sido desplazado por el caos del hombre común. Entonces en el afán de restaurar el poder sobre las vidas de los que están fuera de su élite, utiliza a los sicarios para borrar los signos de la anomia que han invadido a su antiguo reino.
BIBLIOGRAFÍA Inzaurralde, Gabriel. “La ciudad violenta y su memoria”. Tesis. Universidad Leiden, 2007. Impreso. Osorio, Oscar. El sicario en la novela colombiana. Cali: Programa editorial de la Universidad del Valle, 2015. Impreso Rama, Ángel. La Ciudad Letrada. Uruguay: Editorial Del norte, Hanover, 1984. Impreso. Romero, José Luís. Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Buenos Aires: Siglo XXI editores, 1976. Impreso. Lander, María Fernanda. La voz impenitente de la “sicaresca” colombiana. Revista Iberoamericana. Enero-marzo 2007: pp. 165-177. Impreso. Valdez, Elena. “La representación multifacética de Medellín en La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo: el espacio urbano desde el centro hacia la periferia”.Revista Letras Hispanas. Rutgers University, 2008. Impreso.