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Isidro Fabela. HISTORIA DIPLOMÁTICA DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA (1910 - 1914). PRESENTACIÓN. Esta obra del insigne político, historiador y diplomático carrancista, Isidro Fabela, constituye una interesante conjunción de documentos, opiniones y experiencias a través de los cuales el autor va hilvanando momentos cruciales, en el plano diplomático, principalmente de la gesta maderista y del golpe militar que le derrumbó. La participación del embajador norteamericano Henry Lane Wilson al estar directamente inmerso en el complot que Felix Díaz, Aureliano Blanquet, Mondragon y Victoriano Huerta desarrollaron para derrocar al régimen maderista, es puntualmente detallada gracias a la reproducción de varios documentos. Igualmente, I. Fabela aborda asuntos muy delicados, que terminaron convirtiéndose en auténticos dolores de cabeza para la dirigencia revolucionaria del movimiento constitucionalista, como la intromisión de gobiernos de otros países, principalmente de Estados Unidos, Gran Bretaña y España, que buscaban, cada uno por su lado, incidir en el desarrollo de los acontecimientos, para tratar de sacar la mejor tajada para sus intereses, generando así auténticas escaramuzas en el plano diplomático. La administración norteamericana, bastante interesada, trataba de canalizar lo que sucedía en México buscando no sólo la protección de sus ciudadanos e intereses, sino pensando a futuro, con el fin de adelantarse a los acontecimientos para favorecer ciertas previsiones y consolidar su dominio sobre la zona por muchos años adelante. De que los Estados Unidos se metieron en lo que jamás debieron haberse metido, eso es algo que Isidro Fabela deja al descubierto cuando expone los manejos francamente injerencistas y por completo contrarios a la normatividad internacional que, principalmente
el señor Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos en México durante el gobierno de Francisco I. Madero, realizó para expulsar a éste del cargo. Pero la injerencia norteamericana no terminó con la caída del señor Madero, sino que continuó, culminando con la invasión del puerto de Veracruz por sus fuerzas militares, cuyo objetivo principal fue el de deshacerse de la presencia del gobierno golpista encabezado por Victoriano Huerta. También I. Fabela aborda casos como el de la mina del Desengaño , y los referentes a los ciudadanos Benton y Bauch, británico el primero y norteamericano el segundo, ambos relacionados con el accionar del general Francisco Villa. En fin, este trabajo, Historia diplomática de la Revolución Mexicana (1910-1914), proporciona valiosos datos para comprender la importancia de las actividades desarrolladas por los diplomáticos cuando estalla una revolución. Chantal López y Omar Cortés PREFACIO. Emprendo hoy un estudio sobre la Historia Diplomática de la Revolución Mexicana , de la que fui actor y testigo. Mi propósito es el de que no se pierda la valiosa documentación que poseo, la cual, por ser de primera mano, constituye un factor importante para los historiadores. Al decir documentación no documentación no me refiero solamente a los papeles originales y a las copias valederas que conservo en mi archivo, sino también a la bibliografía que he aprovechado y a los recuerdos todavía vivos en mi memoria sobre los hechos que se desarrollaron a mi alrededor en el período revolucionario iniciado el año de 1910. O sea que, después de contribuir modestamente a hacer la historia, ahora voy a escribirla. De esta suerte cumplo un sagrado e inaplazable deber; sagrado porque atañe a la patria, como es la forja de sus anales; e inaplazable porque es urgente aprovechar la vida cuando todavía puede servirnos en las recordaciones del pasado. La heurística, que es la disciplina que se ocupa de la búsqueda y compilación de los documentos históricos, no me ha significado dificultades insuperables. Desde luego se trata de historiar una época no muy lejana. De 1910, punto de partida de mis relatos y comentos, a la fecha, han transcurrido sólo 48 años; y, por otra parte, las obras fundamentales que he utilizado para mi trabajo, aunque muy raras, existen, y me han prestado beneficios de incalculable valor. Los libros que me han servido de fuente básica para el corto período del Presidente don Francisco I. Madero son varios, y algunos de ellos de verdadero valor histórico. Debo hacer una mención especial de la obra La sucesión presidencial, del propio caudillo; de Madero, por uno de sus íntimos; Los últimos días del presidente Madero, por Manuel Márquez Sterling; la Memoria del licenciado Jesús Acuña; La Revolución Mexicana, del licenciado Federico González Garza; El régimen maderista, de Manuel Bonilla Jr.; Carranza, de Francisco L. Urquizo; La herencia de Carranza, de Luis Cabrera; La revolución y sus hombres, de Rip Rip, Carlos Samper y el general José P. Lomelín; De cómo vino Huerta y cómo se fue ( Apuntes para la historia de un régimen militar ); ); México revolucionario, de Alfredo Breceda; Los Estados Unidos contra la libertad, de Isidro Fabela; Por la verdad, de J. B. Cólogan; De la dictadura a la anarquía, de Ramón Prida; Arengas revolucionarias, de Isidro Fabela; La Revolución y
Madero, de Roque Estrada, etc.; un artículo periodístico del norteamericano Roben Hammond Murray, y el juicio acusatorio de Norman Hapgood; y entre lo desconocido hasta hoy las Memorias inéditas y archivo de mi dilecto amigo el culto ingeniero don Juan F. Urquidi que sus familiares tuvieron la gentileza -que nunca les agradeceré lo bastantede poner a mi disposición; así como también la importante obra inédita del licenciado don Ramón Prida La culpa del embajador norteamericano Henry Lane Wilson en el desastre de México. En cuanto a la época preconstitucional del gobierno revolucionario del Primer Jefe, don Venustiano Carranza, la obra que me ha servido de guía y que me servirá de fondo inapreciable para el estudio de nuestra política internacional y diplomacia es la mandada editar por el general Cándido Aguilar cuando era secretario de Relaciones Exteriores en el gabinete del Presidente Carranza, con el título de La labor internacional de la Revolución Constitucionalista; así como el libro de don Rafael Alducin titulado La Revolución Constitucionalista, los Estados Unidos y el A. B. C.; Informe de don Venustiano Carranza; La invasión yanqui, de Justino Palomares; Nuestros buenos vecinos, de Mario Gil; La intervención norteamericana en México desde la caída de Francisco I. Madero hasta abril de 1917, de Stanley Yohe, los artículos periodísticos de Ray Stannard Baker, etc. Respecto del importantísimo libro La labor internacional de la Revolución Constitucionalista, debo decir que esta obra fue destruida malintencionadamente al triunfar el movimiento rebelde de Agua Prieta encabezado por los señores Obregón, Calles y De la Huerta. Felizmente cuando se llevó a cabo tal desacato ya algunos ejemplares habían sido distribuidos. Los que se salvaron se pueden considerar como verdaderas joyas bibliográficas. Pero lo que avalora mi estudio de manera exclusiva es mi propio archivo histórico que contiene piezas auténticas, dignas de atención por las firmas que las calzan o por los hechos que consignan, todas ellas referentes a la Revolución. Entre los documentos que poseo encuéntrense buen número relativos a mi jefe directo el señor Carranza, los cuales por razones de mi cargo de entonces -oficial mayor de la secretaría de Relaciones Exteriores, encargado del despacho- obran en mi poder; y otros importantísimos que me fueron proporcionados por familiares de don Venustiano Carranza con el fin de que yo los aprovechara para escribir la historia que con este volumen inicio). Además de las anteriores fuentes nacionales de documentación me valdré de obras de autores norteamericanos que considero meritorias no sólo por su nutrida documentación sino por sus juicios serenos y atinados. Esto además de una fuente de inapreciable valor: los States Papers, de la Secretaría de Estado del gobierno de Washington, que arrojan plena luz sobre algunas cuestiones que en estas páginas vamos a tratar. Naturalmente que al final de este primer volumen de mi Historia diplomática de la Revolución Mexicana haré una relación de la bibliografía que he utilizado, mencionando no sólo las obras que consulté directamente sino también las que no tuve a la vista pero que sí aparecen citadas en los estudios que he aprovechado. Esto con el fin de que las personas que deseen ahondar en la materia tengan las referencias respectivas que las conduzcan a la fuente que les interese consultar. En la realización de mi empeño he fincado la ilusión de saldar un compromiso moral que, no obstante haber sido estrictamente privado, constituye para mí el más
solemne deber. Me refiero al ofrecimiento reiterado que hiciera a mi respetado amigo y superior jerárquico don Venustiano Carranza, de escribir la historia de las relaciones internacionales de México durante la Revolución. Esto fue cuando el propio señor Carranza me requirió para ello diciéndome que por ser yo su colaborador más cercano en el ramo de nuestros negocios exteriores, y además escritor, a mí correspondía escribir esa historia. Fue entonces cuando le empeñé mi palabra de honor de que, Dios mediante, yo cumpliría fielmente aquella manda. Comienzo a cumplir ahora esa promesa con entusiasta beneplácito no solamente por el amor congénito que siento por la historia de la Revolución sino porque antes amé a la Revolución misma considerando que era no solamente la salvación de México, sino la base de su porvenir como pueblo en el interior y, como Estado, desde el punto de vista internacional. LA DIPLOMACIA PORFIRISTA La diplomacia porfirista no tuvo en realidad problemas intrincados que resolver con nuestros vecinos; lo que es natural pues cuando entre dos Estados, uno poderoso y otro débil, el fuerte indica con señales de mando lo que el otro debe hacer, y éste obedece, las dificultades no tienen por qué surgir. La política del general Díaz hacia los Estados Unidos revistió las características de una amistad obsecuente dispuesta siempre a no permitir que el más leve obstáculo alterara nuestras relaciones con Washington. A este propósito considero pertinente citar el atinado juicio de mi dilecto amigo el talentoso polígrafo Luis Cabrera, que dice, en su interesantísimo libro La herencia de Carranza, lo que transcribo: La política del general Díaz de procurar el progreso de México a fuerza de protección a los capitales extranjeros llegó a producir un sistema aristocrático en el cual el extranjero, además de las ventajas que le daba su cultura, gozaba de una condición verdaderamente privilegiada con respecto al mexicano dentro de las leyes y fuera de ellas. Las garantías constitucionales de la vida y de la libertad, para él, sí eran efectivas, mientras que para el mexicano siempre fueron letra muerta. Y no solamente tenía medios legales de hacerse respetar, sino que había además, de parte del gobierno, un propósito espontáneo y empeñoso de dar al extranjero una protección especial. Como ejemplo bástenos citar que un extranjero no podía ser encarcelado cuando cometía algún delito sin todos los requisitos constitucionales y, además, sin haberse dado oportunidad a su ministro o a su cónsul de informarse de los motivos de su detención y, en cierto modo, de tocar los resortes posibles de su libertad. Y aun si era encarcelado, lo cual sólo sucedía cuando realmente había causa justificada, la libertad caucional era para el extranjero facilísima, mientras que para el mexicano era casi imposible. Recuérdese, por ejemplo, el caso de Hampton -creo que así se llamaba-, aquel americano que asesinó a un negro en un restorán porque así trataban a esos perros en Estados Unidos y que, después de ir hasta tres veces a jurado, por fin salió absuelto.
Por supuesto, no hay memoria de que en tiempo del general Díaz se haya aplicado el artículo 33. Por cuanto a sus intereses, la condición del extranjero era todavía más francamente privilegiada. No sólo las leyes y las disposiciones administrativas eran deliberadamente preferenciales para el capital extranjero, sino que las autoridades, en la práctica, llegaban al colmo de la abyección en cuanto se trataba de intereses extranjeros, tuvieran o no razón. En lo administrativo hay que recordar como ejemplos las concesiones para usar de la expropiación por causa de utilidad publica que se otorgaron a las empresas ferrocarrileras y que fueron usadas tan inicuamente por dondequiera que pasaban, tendiéndose las líneas. Recuérdese por ejemplo, el derecho que se concedió a la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza para expropiar una faja hasta de 70 metros de ancho desde Necaxa hasta El Oro para el paso de sus líneas de transmisión eléctrica y la forma tan poco humana con que usó ese derecho al atravesar pueblos y cortar las pequeñas propiedades. Por lo que hace a la justicia -protección en caso de disputa-, la historia de los últimos 10 años del gobierno del general Díaz fue una verdadera vergüenza. El extranjero tenía asegurado todo fallo judicial, por injusta que fuese su causa, mientras que el mexicano se debatía impotente y tenía que pagar grandes honorarios de abogados o perder su fortuna. Y si las autoridades judiciales espontáneamente, por costumbre y consigna tácita general no fallaban en favor del extranjero, el Presidente mismo se encargaba de recomendar el fallo final ante la Suprema Corte, fundándose en altas razones de conveniencia pública . Como ejemplo me viene a la memoria el caso' de las minas de San Juan Taviche, que se disputaban un señor Baigrs, mexicano, y un señor Hamilton, y en el cual estaba ya dicha la última palabra por la Suprema Corte en favor de Baigts, a quien patrocinaba nada menos que don Eutimio Cervantes. Bastó que Hamilton interesara en un 50 por ciento a un licenciado Wilfley y que éste viniera con una carta de presentación del Presidente Taft para el general Díaz, para que nuestro foro fuese testigo del caso más vergonzoso (aun suponiendo que Hamilton hubiese tenido justicia) deshaciéndose precipitadamente todo el procedimiento y pisoteándose la cosa juzgada. En los últimos tiempos del general Díaz era imposible litigar contra ningún extranjero. Si era español, el abogado de última instancia era don Iñigo Noriega que litigaba gratis y contaba siempre con la mayoría de la Suprema Corte y aun con magistrados a sueldo. Si era francés, lo defendía Limantour. Si era inglés, intervenía severamente Sir Reginald Tower. Y si americano, lo patrocinaba descaradamente; Mr. Henry Lane Wilson. Era público y notorio que mañana a mañana estaba de guardia en los corredores de la Suprema Corte de Justicia a la entrada y salida de magistrados, un abogado de la Embajada Americana para asegurarse del resultado de los amparos -todo litigio acababa en amparo-, en que pudiera haber un interés directo o indirecto de americanos. Puede decirse que en materia de protección a la persona y a los intereses de los extranjeros no sólo contaban con la que las leyes concedían (mientras esas leyes nunca se cumplían para los mexicanos) sino que tenían, además, la protección diplomática, que por supuesto raras veces se hacía sentir en forma oficial, porque ya antes se había dado al extranjero mucho más de lo que era suyo.
Nada de extraño tiene, pues, que los injustos privilegios en favor de los extranjeros se hayan contado entre las causas de la Revolución de 1910. Y así se explican las agresiones de que durante esa y la de 1913 fueron víctimas algunos extranjeros, dando lugar a las críticas severas que contra nosotros se hicieron. Otros extremos señalaré para que se vea hasta qué punto había caído nuestro decoro en materia internacional. Mi querido amigo el poeta Luis G. Urbina, que fuera secretario particular del maestro Justo Sierra, ministro de Instrucción Pública en el último gabinete del Presidente Díaz, me refirió este hecho histórico: Una mañana, después de su acuerdo ministerial con don Porfirio, llegó muy triste don Justo a su despacho de la calle del Relox (hoy Argentina). - ¿Está usted enfermo, señor?- le pregunté. - No viejecito, enfermo no, sino apenado ... Acaba de contarme el general Díaz que el gobierno de Washington le ha pedido que expulse de nuestro territorio a don José Santos Zelaya, ex-Presidente de Nicaragua que ha venido a refugiarse a México después de verse obligado a renunciar la presidencia de su país. - ¿Y qué ha hecho el señor Presidente? - Se considera comprometido, por razones de Estado, a complacer al gobierno de Washington. Y así fue Zelaya, al ser depuesto de su alto cargo por una revuelta intestina provocada y protegida por los Estados Unidos, solicitó de nuestro plenipotenciario en Managua, don Bartolomé Carvajal y Rosas, que le permitiera venir a México en el cañonero Guerrero, amparado así por la bandera mexicana. Con la venia de nuestra Cancillería el exPresidente vencido y desterrado llegó a nuestra República, de donde fue expulsado para complacer el deseo inhumano y arbitrario de las autoridades estadounidenses. Otro caso. Durante las fiestas del centenario de nuestra independencia, el año de 1910, el óptimo poeta de habla castellana en aquella época, Rubén Darío, fue nombrado répresentante diplomático del gobierno nicaragüense para asistir a la fastuosa celebración. Dispuesto a cumplir su encargo Rubén llegó a Veracruz, donde fue recibido con suprema admiración y acendrado cariño no sólo por nuestras autoridades municipales, sino por nuestros más prestigiados hombres de letras encabezados por el soberano de nuestro parnaso, Salvador Díaz Mirón. Pero ... el glorioso Darío no pudo llegar sino a Jalapa. Un úkase del secretario de Estado norteamericano, acatado servilmente por nuestro gobierno, impidió a Rubén llegar a la ciudad de México, la que tanto ansiaba conocer. ¿Y por qué? Razón sencilla: Darío había osado escribir su soberbio canto a Teodoro Roosevelt, que era un apóstrofe contra el irreductible dictador.
En su canto decía: ... La América del grande Moctezuma, del inca, la América fragante de Cristóbal Colón, la América católica, la América española, la América en que dijo el noble Cuauhtémoc: Yo no estoy en un lecho de rosas , esa América que tiembla de huracanes y que vive de amor; hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. Y sueña, y ama, y vibra, y es la hija del sol. Tened cuidado. ¡Vive la América española! Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo, el Riflero terrible y el fuerte Cazador para poder tenernos en vuestras férreas garras. Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios! Las inmortales estrofas del glorioso poeta del mundo hispánico deberían tener una sanción ejemplar. Y la tuvieron prohibiéndole a su autor venir a la ciudad de México.
PRIMERA PARTE PRESIDENCIA DE DON FRANCISCO I. MADERO Conviene ante todo fijar la posición histórica de nuestro estudio. La época revolucionaria a que nos vamos a referir comprende dos períodos: las postrimerías del gobierno del señor Presidente don Francisco I. Madero, hasta su caída, prisión y muerte el 23 de febrero de 1913; y el principio y desarrollo de la Revolución constitucionalista iniciada el 18 del mismo mes y año por el gobernador de Coahuila, don Venustiano Carranza, hasta el reconocimiento de su gobierno, por parte de la mayoría de Estados de América y de Europa, como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista encargado del Poder Ejecutivo de la Nación Mexicana. El señor Presidente Madero no tuvo serios problemas de carácter internacional hasta el fin de su administración, siendo ellos provocados por algunos señores diplomáticos, pero fundamentalmente por el embajador de los Estados Unidos, Henry Lane Wilson, que tomó una participación activa y directa en el derrocamiento del primer magistrado de la República. Pero antes de llegar a esas historias que culminaron en la tragedia del 23 de febrero de 1913, me parece indicado presentar el cuadro en que se desenvolvieron, no sólo los acontecimientos que tienen relación con la historia diplomática de la Revolución, que es nuestra finalidad, sino las circunstancias políticas que precedieron y causaron la caída del Presidente mártir. Don Francisco I. Madero fue el hombre de nuestro destino histórico el año de 1910. Fue el patriota en grado excelso que ruvo la hombría de enfrentarse al dictador Díaz que después de dominar al país durante 35 años aún pretendía perpetUarse en el poder; fue
el político desinteresado que no quiso nada para sí sino todo en beneficio de su pueblo; fue el apóstol que predicó la buena nueva de la democracia y la libertad conculcadas sistemáticamente por la tiranía reinante; fue, en suma, el predestinado por la suerte de la patria para acabar con la vieja dictadura de Porfirio Díaz que había de sucumbir por obra de la revolución proclamada en el Plan de San Luis Potosí el 5 de octubre de 1910. Conforme al artículo 5° de dicho plan, el señor Madero debió haber asumido el carácter de Presidente Provisional de los Estados Unidos Mexicanos ... y no lo hizo así, faltando a ese compromiso con toda buena fe, porque creyó que así aseguraba la paz de la República, pero cometiendo un error que fue de fatales consecuencias para su persona y para la patria. En vez de asumir la presidencia provisional para continuar cumpliendo todos los postulados del Plan de San Luis hasta la elección del Presidente Constitucional, celebró los convenios de Ciudad Juárez que significaron a nuestro juicio el suicidio de la Revolución maderista. Para que se palpe la verdad de nuestro aserto parécenos pertinente presentar a grandes trazos la situación del país en aquel momento histórico. LA REVOLUCIÓN CUNDE POR TODAS PARTES Iniciado el movimiento revolucionario en Puebla con el sacrificio del héroe Aquiles Serdán, la causa insurgente cundió por todos los ámbitos de la República tomando caracteres avasalladores que inquietaron al dictador Díaz, el cual tardíamente removió su ministerio y dictó leyes como la de no reelección y otras que resultaron un pueril expediente que no podía satisfacer a la opinión pública. La insurgencia impetraba con apremio un cambio radical de las instituciones y del personal político del gobierno y no había de transigir en su empeño hasta no lograr sus justos propósitos. La República ardla por todas partes. Veamos cómo describen los escritores revolucionarios Carlos Samper y el general José P. Lomelín la situación político-militar de la República. En dos meses -dicen- Luis Moya había recorrido grandísima parte de tres Estados, insurreccionando todo a su paso, venciendo cuantos obstáculos le puso el gobierno, y, circunstancia notable, organizando a sus tropas de tal manera que fue admirado por sus enemigos. Luis Moya después de tomar Fresnillo ocupó la Bufa que domina Zacatecas, entró en la ciudad, se hizo entregar dinero por el gobernador... y tranquilamente volvió a la Bufa. Después tomó Sombrerete donde, por desgracia para la revolución, perdió la vida. La revolución cundía también en el Estado de Coahuila. Partidas de insurrectos libraban constantemente acciones con los rurales entre Saltillo y Piedras Negras. El jefe Enrique Adame Macías tomó, tras de rudo ataque, Parras, el 16 de abril. Michoacán se agitaba también; algunos pueblos, como Uruapan, se sublevaron en masa. En los últimos días de abril, había caído San Pedro de las Colonias tomado a viva fuerza por Sixto Ugalde ...
Torreón y Durango estaban aislados y amagados lo mismo que Culiacán; Mazatlán estaba acosado por las fuerzas de Tirado, el doctor Domingo Yuriar, Conde y otros; Cananea y Hermosillo encontrábanse también en peligro, pues Ures, Nacozari y toda la línea fronteriza estaba en poder de los revolucionarios ... En el Estado de Guerrero ya no había más guarniciones federales que las de Acapulco, Chilpancingo e Iguala; Ambrosio y Rómulo Figueroa y Martín Vicario, levantados en armas el 19 de marzo, en Huitsuco, con numerosas tropas, hacían la campaña en su Estado y en Morelos ... El insurgente Camerino Mendoza amagaba Tehuacán; el general Rafael Tapia después de incursionar en Veracruz invadía también el Estado de Puebla. La campaña de Sonora ... se recrudeció en los primeros días de mayo. El día 13 de abril, el insurgente Juan Cabral ocupó Cananea; Naco lo fue por Lomelín el 18 ... Los insurrectos Tirado y Conde capturaron el puerto de Mazatlán ... Culiacán sitiada por 2,000 insurrectos a las órdenes de Iturbide, Cabanillas y Banderas ... al cabo de quince días de sangrientos combates fue tomada. En la primera decena del mes de mayo, los jefes insurrectos Mariano y Domingo Arrieta, Rodolfo Campos, Gabriel Galván, Tiburcio Cuevas y Calixto Contreras con 2,000 hombres comenzaron el asedio de Durango ... que se rindió en los últimos días del mes. Estos acontecimientos y la ocupación de Ciudad Lerdo y Gómez Palacio dieron en el Estado la victoria más completa a las armas revolucionarias. Los días 8 y 9 de mayo el ejército libertador, mandado por Sixto Ugalde, José Agustín Castro, Gregorio García, Orestes Pereyra, Benjamín Argumedo y Adame Macías, atacaron la guarnición federal -de Torreón- comandada por el general Lojero ... el cual la evacuó el día 15. El mismo mes el jefe insurgente Gabriel Hernández dominaba prácticamente el Estado de Hidalgo. En Guerrero dos plazas importantes fueron tomadas, Chilpancingo e Iguala; la primera resistió un duro asedio desde el día 10 hasta la madrugada del 15 en que fue evacuada ... siendo los atacantes Julián Blanco, Ramírez Meza, Astudillo y Morelos ... Iguala, después del sangriento combate del 14 de mayo entre las fuerzas de Ambrosio y Rómulo Figueroa, Martín Vicario y Rómulo Miranda, contra los mayores Ocaranza y Ortega, cayó también. La guarnición de Cuautla, durante toda una semana de lucha sostenida contra el terrible Emiliano Zapata, fue heroica; sitiados y sitiadores se disputaron la ciudad casa por casa; unos y otros cometieron atrocidades sin cuento, y cuando al fin Zapata fue dueño de la plaza ésta no era sino un montón de escombros. En el sureste de la República el revolucionario Castilla Brito inició formalmente el movimiento que en los últimos días del mes dominaba gran parte de Campeche. En Tabasco tampoco permanecieron inactivos los insurgentes que al mando del Jefe Gutiérrez llegaron hasta las inmediaciones de San Juan Bautista.
En Veracruz el Jefe insurrecto general Tapia levantó gran cantidad de gente llegando a amenazar Orizaba; y cruzando la Huasteca ... ocupó Tuxpan. Todo el Estado combatía en favor de la revolución: Acayucan, Minatitlán y otros puntos se encontraban en plena lucha ... Cándido Aguilar, Gabriel Gavira y otros jefes hacían una campaña feliz para la causa de la libertad, y ya a fines del mes de abril solamente quedaban sometidos al gobierno Veracruz, Orizaba y Jalapa. Pero donde la revolución revistió la mayor trascendencia fue en Ciudad Juárez, donde se habían concentrado las fuerzas insurgentes al mando de Pascual Orozco, don José de la Luz Blanco y Francisco Villa. El 19 de abril de 1911, el secretario general del gobierno provisional, licenciado Federico González Garza, intimó, desde El Paso, Texas, la rendición de Ciudad Juárez en nombre del jefe de la insurrección nacional y Presidente Provisional de la República Mexicana ... habiendo contestado el Brigadier don Juan Navarro, al día siguiente, serle imposible desocupar la plaza por no tener facultades para hacerlo. No obstante lo cual las fuerzas insurgentes no atacaron la importante plaza fronteriza, porque a ello se opuso terminante el señor Madero, temeroso de suscitar un conflicto internacional pues era lógico suponer que, desatado un combate en la línea divisoria con los Estados Unidos, las balas de los revolucionarios causaran daños a vidas y propiedades de ciudadanos norteamericanos, lo que a todo trance trató de impedir el caudillo revolucionario. Por esa causa, al recibir la respuesta negativa del general Navarro, aceptó entrar en negociaciones de paz formalizándose un armisticio que fue concertado entre los representantes de la revolución doctor don Francisco Vázquez Gómez, don Francisco Madero (Sr.) y el licenciado Pino Suárez, siendo representante del gobierno federal el licenciado don Francisco Carbajal. Este armisticio no fue cumplido por el ejército revolucionario por causas ajenas a la voluntad del señor Madero. El lunes 8 de mayo, los puestos avanzados próximos al Río Bravo cruzáronse palabras ofensivas ... Sonaron varios disparos, y por fin estalló una terrible fusilería ... La lucha no podía ser más intempestiva, pues nadie había dado orden (de ataque) ni dentro ni fuera de la plaza ... El punto donde había comenzado el combate era el menos a propósito para conservar nuestras cordiales relaciones con la cancillería de Washington. Urgía, pues, remediarlo si aún era tiempo, y esto fue lo que intentó varias veces el señor Madero, mandando suspender el ataque y pidiendo al general Navarro que lo imitara. Fue imposible ... el tiroteo continuó cada vez más reñido ... a las cinco y media de la tarde se ordenó el ataque en toda la línea y momentos después Pascual Orozco y Giuseppe Garibaldi, al frente de 600 hombres, penetraron al lado del río, y a las nueve de la noche estaban en posesión de tres manzanas de la ciudad. Al mismo tiempo Francisco Villa atacaba impetuosamente por el sur y José de la Luz Blanco y otros jefes por el oriente ... En toda la noche no cesó el fuego, y en la madrugada todos los insurgentes se lanzaron en conjunto al asalto ... En las primeras horas del 10 de mayo se dio el último ataque .., Francisco Villa y sus hombres eran un huracán de muerte irresistible; José de la Luz Blanco, audaz, revelando asombrosa táctica; Pascual Orozco, impasible, manejando a sus soldados como un haz de rayos; Garibaldi, impetuoso, terrible; Roque González Garza, Raúl Madero, Agustín Estrada, Caraveo, Blas Guillén, Amaya ... un héroe en cada hombre.
Como a las diez de la mañana hubo un gran silencio en el cuartel principal ... Garibaldi recibe a un emisario del general Navarro ... contesta Garibaldi dando a los defensores del cuartel un plazo de cinco minutos para rendirse; transcurre el lapso, y cuando nuevamente entabló sé el combate aparece una bandera blanca. Acto seguido el general Navarro, acompañado de su estado mayor, declaró su rendición ... De los hechos anteriormente relatados, se desprende como lo sostiene con acierto el licenciado Roque Estrada, veterano de la Revolución, que la toma de Ciudad Juárez fue la consecuencia de una insubordinación . ¿Y el origen de esa insubordinación?, se pregunta el mismo licenciado Estrada. Difícil es conjeturarlo con fuertes probabilidades de certeza ... Los sucesos inaugurales de la campaña de Chihuahua, como Las Escobas, Cerro Prieto y El Fresno, pudieron revelar las sanguinarias intenciones del gobierno de Díaz, y su ejecutor, el general Navarro, se hizo el objeto del odio intenso de los chihuahuenses, principalmente de Pascual Orozco, porque, según se afirmaba, por orden del mismo Navarro fueron inmolados con crueldad algunos parientes de aquél. Parece que uno de los más grandes deseos del joven y audaz cabecilla chihuahuense era el perseguir y capturar al general Navarro y vengar en él la sangre de sus deudos inmolados. Afirmóse también que al presentarse Pascual Orozco esta segunda vez ante Ciudad Juárez, defensor Navarro ahora de la plaza, protestó y juró no retirarse sin realizar sus deseos (3) Es indudable que a los cabecillas y a los propios insurgentes no les pareciera muy digno retirarse sin atacar Ciudad Juárez y lanzarse nuevamente en correrías de no muy palpables resultados, como hasta entonces. El asalto de Ciudad Juárez era quizá cuestión de honor. Ya en aquel entonces era preciso la toma de alguna ciudad de importancia, para conservar y avivar el ánimo insurrecto. Después de la rendición de la ciudad, el señor Presidente invitó al general Navarro y oficiales prisioneros a comer con él y estando a la mesa les manifestó que podían quedar libres bajo palabra de honor , dentro del recinto de la ciudad. Accedieron. Las fuerzas insurgentes esperaban con más o menos justificación que el señor general Navarro fuese pasado por las armas, como consecuencia de los hechos relatados arriba. Yo mismo juzgué conveniente e inevitable la ejecución de aquel alto jefe, no solamente por los motivos expuestos, sino también' porque así lo imponía el Plan de San Luis, como puede verse en el fnciso e, transitorio, cuya parte conducente textualizo: ... pero, en cambio, serán fusilados dentro de las veinticuatro horas y después de un juicio sumario, las autoridades civiles o militares al servicio del general Díaz que una vez estallada la revolución hayan ordenado, dispuesto en cualquier forma, trasmitido la orden o fusilado, a alguno de nuestros soldados . La extrema humanidad que comenzaba a revelar el señor Madero produjo en las filas insurgentes profundo desagrado, que fue manifestándose de una manera gradual y progresiva; y como todo indicara que el ánimo del C. Presidente Provisional se distanciaba del cumplimiento del Plan de San Luis, aquel descontento fue tomando síntomas amenazantes.
A raíz de la toma de Ciudad Juárez el C. Presidente Provisional procedió a la instalación formal de su gobierno y a escoger a las personalidades que juzgó más aptas y merecedoras de inmediata colaboración; constituyendo con ellas un Consejo de Estado, o gabinete, como se le llamó públicamente. Dicho gabinete quedó formado como sigue: Relaciones Exteriores, el doctor Francisco Vázquez Gómez; Gobernación, licenciado Federico González Garza; Justicia, licenciado José María Pino Suárez; Comunicaciones, ingeniero Manuel Bonilla; Guerra, don Venustiano Carranza. Todos revolucionarios. NEGOCIACIONES DE PAZ. LA REVOLUCIÓN TRANSIGE Mientras tanto las negociaciones de paz continúan hasta que el 21 de mayo de 1911 se pacta el Convenio de Ciudad Juárez en los términos siguientes: ... Considerando: Primero: Que el señor general Porfirio Díaz ha manifestado su resolución de renunciar la Presidencia de la República antes de que termine el mes en curso; Segundo: Que se tienen noticias fidedignas de que el señor Ramón Corral renunciará igualmente la Vicepresidencia de la República dentro del mismo plazo; Tercero: Que por ministerio de la Ley el señor licenciado don Francisco L. de la Barra, actual secretario de Relaciones Exteriores del gobierno del señor general Díaz, se encargará interinamente del Poder Ejecutivo de la Nación y convocará a elecciones generales dentro de los términos de la Constitución; Cuarto: Que el nuevo gobierno estudiará las condiciones de la opinión pública en la actualidad para satisfacerlas en cada Estado dentro del orden constitucional y acordará lo conducente a las indemnizaciones de los perjuicios causados directamente por la Revolución. Las dos partes representadas en esta conferencia, por las anteriores consideraciones, han acordado formalizar el presente CONVENIO Único: Desde hoy cesarán en todo el territorio de la República las hostilidades que han existido entre las fuerzas del gobierno del general Díaz y las de la Revolución, debiendo éstas ser licenciadas a medida que en cada Estado se vayan dando los pasos necesarios para establecer y garantizar la tranquilidad y el orden públicos
Como se ve, el pacto de Ciudad Juárez no sólo paralizó toda acción revolucionaria en la República, sino que no logró de inmediato, como lo esperaba todo el pueblo mexicano, la renuncia del general Díaz, sino que conformase con la manifestación que éste hiciera de renunciar la Presidencia de la República, antes de que termine el mes en curso , promesa que no satisfizo a la opinión pública, sobre todo en la capital, donde se excitaron los ánimos hasta un grado delirante. El día 24, la prensa capitalina aseguró que en la sesión vespertina de la Cámara de Diputados se daría cuenta con las renuncias ofrecidas de Díaz y Corral; y como no se presentaron, la multitud enardecida pidió a gritos, fuera del recinto parlamentario y después en manifestaciones cada vez más y más agresivas, la ansiada dimisión. Una masa popular como de 20,000 almas cantando el Himno Nacional penetró por la avenida del 5 de Mayo y San Francisco -hoy Madero- hasta el Zócalo, con pretensiones de invadir el Palacio Nacional. Entonces sobrevino la catástrofe: las fuerzas federales dispararon sobre la muchedumbre, haciendo multitud de muertos y heridos. El hecho trágico llevó al espíritu público al paroxismo, siendo entonces cuando exigió, con apremios terribles, la renuncia del general Díaz, que al fin fue presentada, después de la hecatombe que el propio dictador pudo haber evitado con sólo adelantar unas horas su prometida dimisión. Ésta fue presentada el día 25 y aceptada incontinenti, quedando así como Presidente interino, según lo pactado, el licenciado don Francisco León de la Barra. Con estos antecedentes la crítica histórica no puede considerar como un acierto la actitud del señor Madero. Los pactos de Ciudad Juárez fueron una seria equivocación realizada con el más eminente patriotismo pero con la más absoluta falta de sentido político. La revolución estaba en vías de triunfo y el apóstol la decapitó por haber hecho la paz en la forma en que la hizo, entregando el gobierno del país, no a los revolucionarios sino a elementos mixtos, revolucionarios y amigos de la dictadura, y por haber licenciado al Ejército Libertador que era el alma y sostén de la revolución misma, entregando la administración pública y su persona en brazos del Ejército Federal, cuyo jefe lo traicionó. Con la rápida reseña que hemos hecho sobre la efervescencia insurgente en toda la República, reseña que aunque esquemática e incompleta da una idea de la fuerza incontenible del pueblo en armas, se comprenderá fácilmente que, de no haber surgido la transacción político militar del 26 de mayo, la insurgencia habría arrollado al régimen porfirista como una fuerza de la naturaleza. Y entonces el Presidente Madero no habría estado sostenido por los mismos soldados porfiristas que lo combatieron como enemigo, sino por sus propios correligionarios, los que se levantaron en armas al conjuro de sus prédicas; los que lo querían como jefe, lo respetaban como caudillo y lo admiraban como su salvador. Pero desgraciadamente no fue así. Los componentes de las muy numerosas huestes insurgentes tuvieron no sólo que deponer las armas, sino que entregarlas a cambio de pequeñas sumas que no los dejaron satisfechos, quedando, por otra parte, humillados y en el fondo descontentos. Por lo expuesto nos explicamos cuán certera fue la oposición de don Venustiano Carranza a los convenios transaccionales de Ciudad Juárez. Como es justo conocer el
episodio respectivo, lo tomamos íntegro del interesante libro del general Francisco L. Urquizo titulado Carranza. REVOLUCIÓN QUE TRANSA ES REVOLUCIÓN PERDIDA Durante los ominosos días de las pláticas de La Casa de Adobe , pláticas que eran el mejor exponente de la inseguridad del bando porfirista y la más amplia confirmación de que las ideas de la revolución maderista habían permeado suficientemente el sentir popular de los mexicanos; en aquella reunión del día 7 de mayo de 1911, cuando los delegados oficiosos del gobierno porfirista, argumentando que los disparos que se hicieron sobre las fuerzas federales que defendían Ciudad Juárez podían llegar hasta El Paso y, por lo mismo, determinar un conflicto internacional; estando reunidos esa mañana en La Casa de Adobe que servía de Palacio Nacional provisional a los líderes de la revoluci6n, Francisco I. Madero, Francisco Madero Sr., licenciados José María Pino Suárez, José Vasconcelos, Federico González Garza, doctor Fernández de Lara, Venustiano Carranza, Rogelio Fernández Guel, general Pascual Orozco, coronel José de la Luz Blanco, Juan Sánchez Azcona, Alfonso Madero y los delegados oficiosos del gobierno: Oscar Braniff, licenciados Toribio Esquivel Obregón y Rafael Hernández, primo hermano eSte último del señor Francisco I. Madero, parentesco que trataron de usar como influencia los científicos para inclinar la voluntad del señor Madero; en esa ocasión, cuando las pláticas estaban prácticamente suspendidas, hablaba el licenciado Rafael Hernández y, en un momento de su peroración, partidarista y vehemente, dijo: ¿Queréis la renuncia del general Díaz? ¡Pedís demasiado! Se os dan cuatro Ministros y catorce gobernadores y aún esto, que es mucho, ¿se os hace poco? ¿Es que no os dais cuenta de vuestra situación? ¡Reflexionad!, ¡reflexionad! ...
Una voz grave, serena y sonora brotó diciendo: - Pues precisamente porque hemos reflexionado con toda atención y madurez nuestra situación frente al gobierno, por e so mismo rechazamos vuestros argumentos y no aceptamos lo que se nos propone .
El que interrumpiera al licenciado Hernández y al que todos viva y fijamente contemplaron era un hombre de edad madura, de elevada estatura; de complexión robusta, de nívea y poblada barba; de color blanco-rojizo. Su mirada al través de unos lentes semioscuros, penetrante y serena; de continente severo y majestuoso y pulcra y sencillamente vestido. De pie, erguido, lamentando con significativas y ceremoniosas inclinaciones de su busto y aire apenado no haberse podido contener interrumpiendo al anterior orador, en medio de un imponente y emocionante silencio, esperaba la venia del licenciado Pino Suárez, que presidía la asamblea, para proseguir. Una vez que el que luego fuera Vicepresidente de la República le concediera el uso de la palabra, el orador expresó, con voz fuerte y clara, Impregnada de profunda convicción: - Nosotros, los verdaderos exponentes de la voluntad del pueblo mexicano, no podemos aceptar las renuncias de los señores Díaz y Corral, porque implícitamente reconoceríamos la legitimidad de su gobierno, falseando así la base del Plan de San Luis.
La Revolución es de principios. La Revolución no es personalista y si sigue al señor Madero, es porque él enarbola la enseña de nuestros derechos, y si mañana, por desgracIa, este lábaro santo cayera de sus manos, otras manos robustas se aprestarían a recogerlo. Sí, nosotros no queremos ministros ni gobernadores, si no que se cumpla la soberana voluntad de la nación. Revolución que transa es revolución perdida.
Las grandes reformas sociales sólo se llevan a cabo por medio de victorias decisivas. Si nosotros no aprovechamos la oportunidad de entrar en México al frente de cien mil hombres y tratamos de encauzar a la Revolución por la senda de una positiva legalidad, pronto perderemos nuestro prestigio y reaccionarán los amigos de la dictadura. Las revoluciones, para triunfar de un modo definitivo, necesitan ser implacables. ¿Qué ganamos con la retirada de los señores DÍaz y Corral? Quedarán sus amigos en el poder; quedará el sistema corrompido que hoy combatimos. El interinato será una prolongación viciosa, anémica y estéril de la dictadura. Al lado de esa rama podrida el elemento sano de la Revolución se contaminaría. Sobrevendrán días de luto y de miseria para la República y el pueblo nos maldecira, porque por un humanitarismo enfermizo, por ahorrar unas cuantas gotas de sangre culpable, habremos malogrado el fruto de tantos esfuerzos y de tantos sacrificios. Lo repito: La Revolución que transa, se suicida . Palabras de vidente fueron aquellas que pronunciara aquel orador reposado, sí, pero convencido. Hubo un silencio imponente que duró unos instantes, como si la mano augusta de la Historia se diera el tiempo necesario para grabarla en sus páginas inmortales de gloria, igual que el nombre: Venustiano Carranza, que fuera el del orador que las pronunciara (6). El descontento de las huestes insurgentes no obedecía, en realidad, a la mínima indemnización que les ofrecían, puesto que muchos ni la aceptaron, retirándose a sus hogares; sino, en el fondo, por lo que algunos consideraban como una ingratitud, pues después de servir a la causa libertaría con apasionado entusiasmo no fueron objeto de las consideraciones que merecían. Y otros, la mayoría, por no estar de acuerdo con la transacción política que daba fin a la lucha libertadora, transacción que consideraron como el fracaso de sus ideales. El nuevo jefe del Estado don Francisco León de la Barra no podía estimar ni entender a los revolucionarios, sino que más bien era contrario a sus ideas y aspiraciOnes por la obvia razón de no ser, de no poder ser un revolucionario, pues toda su vida fue un elemento conservador que sirviera al país en puestos diplomáticos donde no podía compenetrarse de las necesidades y ansias del pueblo.
Producto de un arreglo transaccional, el gabinete del nuevo Presidente no fue constituido, sino en pequeña parte, por elementos revolucionarios. Su personal fue el siguiente: Relaciones Exteriores, licenciado Victoriano Salado Álvarez, quien luego entregó el despacho al licenciado Bartolomé Carvajal y Rosas; Justicia, licenciado Rafael Hernández, que semanas después permutó con el de Fomento, licenciado Manuel Calero; Hacienda, don Ernesto Madero; Instrucción Pública, doctor Francisco Vázquez Gómez; Comunicaciones, subsecretario ingeniero Manuel Urquidi, encargado del despacho, hasta que ocupó el puesto de secretario, el titular ingeniero Manuel Bonilla; Guerra y Marina, el general Eugenio Rascón; Gobernación, licenciado Emilio Vázquez Gómez. De tales ministros sólo habían pertenecido a la revolución los hermanos Vázquez Gómez y los ingenieros Manuel Urquidi y Manuel Bonilla. Por otra parte los poderes Legislativo y Judicial no sufrieron modificación, ya que en el Convenio de Ciudad Juárez ni siquiera se les mencionó. Es decir que, salvo el cambio del representante del Poder Ejecutivo, la nación quedó en manos de la administración que dejara don Porfirio Díaz. Hecho que desde el punto de vista político era absurdo, pues para que la revolución implantara sus propósitos y los hiciera efectivos era preciso que gobernara con los suyos y así poder desarrollar los ideales por los que había luchado, pero de ninguna manera con los elementos que heredara del porfirismo que habían de ser indiferentes, cuando no hostiles al nuevo régimen. Pero en fin como el interinato del Presidente De la Barra tenía pronto que pasar, el espíritu de la revolución, que vivía latente en la conciencia del pueblo, abrigaba la esperanza de que, al tomar el poder su caudillo, todo cambiaría operándose la transformación institucional, política, judicial y administrativa que todos anhelaban. EL GOBIERNO DEL PRESIDENTE MADERO Pero aquella esperanza resultó fallida. Los partidarios de Madero tuvieron su primera gran decepción al conocer la nómina del gabinete presidencial que quedó integrado como sigue: Vicepresidente, licenciado José María Pino Suárez; Relaciones Exteriores, licenciado Manuel Calero; Gobernación, don Abraham González; Hacienda, don Ernesto Madero; Guerra y Marina, general José González Salas; Justicia, licenciado Manuel Vázquez Tagle; Fomento, licenciado Rafael Hernández; Comunicaciones, ingeniero Manuel Bonilla; Instrucción Pública, licenciado Miguel Díaz Lombardo. El descontento de los maderistas tenía su fondo de razón porque si todos los señores ministros mencionados eran personalidades estimables por su probidad y algunos de ellos por su reconocido talento y cultura, la mayoría eran extraños a la revolución, motivo por el cual no podían sentirla, apreciarla en sus principios ni en su alcance.
Excepción hecha de los prestigiados revolucionarios licenciado Pino Suárez, don Abraham González y el ingeniero Bonilla, los demás secretarios de Estado eran, o apolíticos, o tenían nexos más o menos estrechos con el antiguo régimen, motivo por el cual los había escogido el Presidente con la mira de que sus colaboradores cercanos fuesen bien vistos por don José Ives Limantour, que había sido, desde el principio de las negociaciones de paz, el plenipotenciario del general Díaz. Con tal conducta, el señor Madero siguió en la presidencia de la República la misma política de conciliación que lo indujera a celebrar los tratos pacíficos que dejaran en pie la estructura del Porfiriato. De acuerdo con su espíritu bondadoso y crédulo tenía la convicción, arraigada en los trasfondos de su conciencia, de que la mejor manera de gobernar al país era además de haber nombrado el sobredicho gabinete, conservar en sus puestos a la mayoría de los antiguos funcionarios y burócratas de la dictadura porque así la máquina gubernamental podía seguir funcionando normalmente con la inercia de la costumbre. Madero pensaba, con su ingénita buena fe, que el término de la guerra civil y el restablecimiento de la paz era lo importante, y que la nación, en esas condiciones, podía seguir laborando y progresando dentro del flamante régimen de verdadera libertad que él había implantado. Además, fundado en su rectitUd innata, seguramente creyó que los miles de gentes que había respetado en sus antiguos puestos tenían que serle agradecidos, y que todos los servidores de su gobierno, los pocos revolucionarios que entraron a la administración pública y los muchos que permanecieron en sus viejos cargos, todos, fraternalmente, cumplirían sus deberes patrióticos. Y nada de eso iba a acontecer. La libertad que él garantizó y respetó cumplidamente tornóse en anarquía y desgobierno. Los alzados en armas que habían persistido en su rebelión después del interinato de De la Barra continuaron combatiendo al gobierno constitUcional del Presidente magnánimo. La prensa abusó de las bondades del señor Madero, transformando la libre expresión del pensamiento en procaces invectivas contra los más altos funcionarios gubernamentales, pero primordialmente contra los revolucionarios, de quienes hacía befa y escarnio. Esto a ciencia y paciencia del Ejecutivo que, por su candor idiosincrático, no quiso castigar a los periodIstas delincuentes; y también con la culpable inacción de las autondades judiciales y políticas competentes que contemplaron con desenfado o con beneplácito el libertinaje punible de la prensa enemiga, que era casi toda la prensa. Ante tal situación cada día más aguda de falta de respeto a las autondades constituidas, y más que nada, frente a las mamobras solapadas y verdaderas conspiraciones que ya se tramaban contra la estabilidad del gobierno, el Grupo Renovador de la Cámara de Diputados se dirigió al Presidente Madero, con toda franqueza, considerando que quizá el Ejecutivo no se daba cabal cuenta de las causas que habían originado la peligrosa realidad imperante. El memorial histórico de los renovadores decía entre otras cosas:
... La Revolución no ha gobernado con la Revolución. Y este primer error ha menoscabado el poder del gobierno y ha venido mermando el prestigio de la causa revolucionaria. La Revolución va a su ruina, arrastrando al gobierno emanado de ella, sencillamente porque no ha gobernado con los revolucionarios. Sólo los revolucionarios en el poder pueden sacar avante la causa de la Revolución. Las transacciones y complacencias con individuos del régimen político derrocado son la causa eficiente de la situación inestable en que se encuentra el gobierno emanado de la Revolución. Y es claro, y, por otra parte, es elemental: ¿cómo es posible que personalidades que han desempeñado o que desempeñan actualmente altas funciones políticas o administrativas en el gobierno de la revolución, se empeñen en el triunfo de la causa revolucionaria, si no estuvieron, ni están, ni pueden estar identificados con ella, si no la sintieron, si no la pensaron, si no la amaron, ni la aman, ni pueden amarla? Este gobierno parece suicidarse poco a poco, porque ha consentido que se desarrolle desembarazadamente la insana labor que para desprestigiarlo han emprendido los enemigos naturales y jurados de la revolución. Gobierno que no es ni respetado ni temido, está fatalmente destinado a desaparecer. Además, decían: Dada la estructura híbrida del gabinete de Vuestra Señoría, resulta lo más natural, lo más lógico, lo único posible, que los miembros del Bloque Renovador sean tenidos en muy poco por los hombres del gobierno. ¿Cómo pretender que quien no fue revolucionario, que quien es un injerto de la dictadura en el gobierno de la Revolución, tenga consideraciones para los renovadores de la Cámara, si debe, por consecuencia, y al contrario, tenerlas sólo para los que en la propia Cámara representan a la dictadura? ¿Cómo pretender que en las diversas secretarías de Estado se nos trate de otro modo, que desabridamente, si casi todo el personal de esas secretarías se amamantó en la era política anterior y siente ascos y repugnancias por el gobierno de la legalidad? Es necesario, señor Presidente, que la Revolución gobierne con los revolucionarios, y se impone como medida de propia conservación, que dará fuerza y solidaridad al gobierno, que los empleados de la administración pública sean todos, sin excepción posible, amigos del gobierno (7). El Presidente escuchó a sus leales amigos y fervientes correligionarios con toda atención, y aunque les agradeció su gestión colectiva que fue el S.O.S. de un navío que está a punto de naufragar, el señor Madero, íntimamente convencido de que los juicios de los representantes populares eran exagerados, no tomó en cuenta sus insinuaciones y consejos, sino que siguió, como hasta entonces, en su obcecado optimismo y en su ciega confianza en el porvenir. Hasta que sobrevino la catástrofe. EL CUARTELAZO.
El domingo 9 de febrero de 1913, un nutrido fuego de fusilería conmovió profundamente a los habitantes de la ciudad de México. Los generales Félix Díaz y Bernardo Reyes, presos por rebelión, habían escapado de sus respectivas cárceles y al frente de un ejército alzado atacaban el Palacio Nacional rebelándose nuevamente contra el gobierno constitucional presidido por don Francisco I. Madero, electo quince meses anes en el plebiscito más elocuente de nuestra historia política. Cuando el Presidente Madero en un gesto valeroso marchaba a caballo al lugar de los sucesos, arrostrando con serenidad el peligro de las balas que lo envolvían, se le presentó el general Victoriano Huerta, a ofrecerle sus servicios, que inmediatamente le fueron aceptados, nombrándosele Comandante Militar de la Plaza. La lucha entre los alzados y el defensor de la Ley, Huerta, fue desde un principio más aparente que real. Al cabo de una semana angustiosa, Félix Díaz, el sobrino de don Porfirio, y Huerta, se pusieron de acuerdo. Éste aprehendió en Palacio al Presidente y a su gabinete, forzó a los señores Madero y Pino Suárez a presentar sus renuncias al Congreso, resultando de aquella farsa trágica el ministro de Relaciones licenciado Pedro Lascuráin, jefe del Poder Ejecutivo, cargo que renunció cuarenta y cinco minutos más tarde, no sin antes dejar nombrado a Huerta, ministro de Gobernación, quien asumió así, conforme a la Constitución, cínicamente burlada, la Presidencia de la República. Dos días después, el que fuera apóstol de la democracia mexicana, y su fiel compañero Pino Suárez, morían asesinados, por orden de los usurpadores, en los aledaños de la penitenciaría del Distrito Federal. La Cámara de Diputados, por la presión terrorífica de las bayonetas que esperaban amenazadoras el acuerdo de los'legisladores para entrar en acción criminal en caso de repulsa, aceptó las renuncias que no debieron nunca haberse suscrito ni tampoco aceptado. Conforme a la Constitución de 1857, vigente entonces, a falta del presidente y del vicepresidente, correspondía la presidencia de la nación a los ministros del gabinete, por su orden, pero como todos ellos se eliminaron del escenario político y la Suprema Corte de Justicia aceptó los hechos consumados y reconoció al gobierno espurio, no obstante su notoria delincuencia política y común, tocaba sin duda a los gobernadores de los Estados y al país protestar de algún modo contra semejantes crímenes de lesa constitución y humanidad. El pueblo y un gran ciudadano resolvieron el conflicto de acuerdo con el espíritu de nuestra Carta Magna y, cumpliendo con inmanentes deberes de justicia y derecho, que se levantaban con imperio para exigir a la nación mexicana una inmediata y valerosa repulsa que salvara nuestra dignidad ante la historia y nuestra vergüenza ante el mundo. Aquel hombre fue Venustiano Carranza, Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila. El cual se enteró del golpe de Estado acaecido en la capital de la República por el siguiente mensaje de Victoriano Huerta lleno de audacia e impudicia, dirigido a todos los gobernadores y comandantes militares: Autorizado por el Senado, he asumido el Poder Ejecutivo, estando presos el Presidente y su gabinete.
LA ACTITUD DEL GOBERNADOR CARRANZA Al recibir dicho telegrama el señor Carranza reunió a los señores diputados al Congreso Local, a quienes manifestó que: no teniendo el Senado facultades constitucionales para nombrar otro presidente ni mucho menos para poner presos a los primeros mandatarios del país, era deber del gobierno (de Coahuila) desconocer inmediatamente tales acros . Y como agregara el señor Carranza que sería deber del ejecutivo del Estado desconocer esa misma noche los actos de Victoriano Huerta y de sus cómplices, aun cuando fuera necesario tomar las armas y hacer una guerra más extensa que la de tres años, a fin de restaurar el orden constitUcional, ... esperaba que la XXII Legislatura del Estado no solamente aprobara y secundara su actitud, sino que le otorgara facultades extraordinarias, por lo menos en los ramos de guerra y hacienda (1). Acto seguido el gobernador documentó su actitud enviando escrita su iniciativa correspondiente a la Cámara, la cual resolvió desconocer al usurpador en los términos del siguiente decreto expedido el mismo día: Venustiano Carranza, Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de Coahuila de Zaragoza, a sus habitantes, sabed: Que el Congreso del mismo ha decretado lo siguiente: El XXII Congreso Constitucional del Estado Libre, Independiente y Soberano de Coahuila de Zaragoza, decreta: Número 1,495 Art. 1° Se desconoce al general Victoriano Huerta en su carácter de Jefe del Poder Ejecutivo de la República, que dice él le fue conferido por el Senado, y se desconocen también los actos y disposiciones que dicte con ese carácter. Art. 2° Se conceden facultades extraordinarias al Ejecutivo del Estado en todos los ramos de la administración pública, para que suprima los que crea conveniente y proceda a armar fuerzas para coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República. Económico. Excítese a los gobiernos de los demás Estados y a los jefes de las fuerzas federales, rurales y auxiliares de la Federación, para que secunden la actitud del gobierno de este Estado (2). Una vez cumplidos tales requisitos legales, el gobernador Carranza redactó la histórica circular que lanzó a toda la nación y que a la letra dice: El gobierno de mi cargo recibió ayer, procedente de la capital de la República, un mensaje del señor general Victoriano Huerta comunicándome que con autorización del Senado se había hecho cargo del poder Ejecutivo Federal, estando presos el señor Presidente de la República y todo su gabinete. Como esta noticia ha llegado a confirmarse, y el Ejecutivo que represento no puede menos que extrañar la forma anómala de aquel nombramiento, porque en ningún caso tiene el Senado facultades constitucionales para hacer tal designación, cualesquiera que sean las
circunstancias y sucesos que hayan ocurrido en la capital de México, con motivo de la sublevación del brigadier Félix Díaz y generales Mondragón y Reyes, y cualquiera que sea también la causa de la aprehensión del señor Presidente y sus ministros, es al Congreso General a quien toca reunirse para convocar a elecciones extraordinarias según lo previene el artículo 81 de nuestra Carta Magna. Por tanto, la designación que hizo el Senado en la persona del señor general Victoriano Huerta para Presidente de la República es arbitraria e ilegal y no tiene otra significación que el más escandaloso derrumbamiento de nuestras instituciones y una verdadera regresión a nuestra vergonzosa y atrasada época de los cuartelazos , pues no parece sino que el Senado se ha puesto en connivencia y complicidad con los malos soldados enemigos de nuestras libertades, haciendo que éstos vuelvan contra ella la espada con que la nación armara su brazo en apoyo de la legalidad y del orden. Por esto, el gobierno de mi cargo, en debido acatamiento a los soberanos mandatos de nuestra Constitución Política mexicana y en obediencia a nuestras instituciones, fiel a sus deberes y convicciones y animado del más puro patriotismo, se ve en el caso de desconocer y rechazar aquel incalificable atentado a nuestro Pacto Fundamental y en el deber de declararlo así a la faz de toda la nación, invitando por medio de esta circular a los gobiernos de todos los Estados de la República y a todos los Jefes Militares a ponerse al frente del sentimiento nacional, justamente indignado, y desplegar la bandera de la legalidad para sostener por medio de las armas el Gobierno Constitucional emanado de las últimas elecciones verificadas de acuerdo con nuestra ley en 1910. El gobernador. Venustiano Carranza .
La singular actitud del señor Carranza decidió nuestros destinos históricos llevando a México por el camino del honor y la justicia. Él fue el iniciador del movimiento nacional que derrocaría finalmente un régimen oprobioso que, basado en la traición, se impuso algún tiempo por la fuerza. Carranza sabía que era preciso tomar las armas y hacer una guerra más extensa que la de tres años a fin de restaurar el orden constitucional , según sus propias palabras; y consciente de su responsabilidad se enfrentó al tirano con un puñado de patriotas que compenetrados de sus deberes ciudadanos lo sostuvieron de manera decidida; unos, los diputados de la legislatura coahuilense, con su legal actitud de protesta, y los otros, los que constituyeron el núcleo inicial del Ejército Constitucionalista, con su resoluto empeño de dar su vida por salvar el honor de la República. Por fortuna para la causa revolucionaria el pueblo todo del país se irguió contra la dictadura huertista, muchos espontáneamente -lo que demostró a las claras la reacción inmediata del sentir popular-, otros secundando el movimiento reivindicador dirigido por don Venustiano Carranza. Todos demostrando con su digna conducta que la nación, herida en su alma por los crímenes de febrero, estaba dispuesta a vengar la muerte de su apóstol mártir.
Para estimar la grandeza de espíritu de don Venustiano Carranza al asumir de inmediato la trascendente responsabilidad que echó sobre sus hombros de estadista, es preciso darse cuenta de su situación real el 13 de febrero de 1913, cuando desafió a Huerta desconociendo su espuria jerarquía. El gobernador de Coahuila no tenía ejército local. El señor Presidente Madero, cometiendo un craso error, no había permitido que los gobernadores tuviesen fuerzas propias, ni aun a don Abraham González y al señor Carranza que tanto las necesitaban y tanto las requerían para combatir la rebelión orozquista. El novato estadista, por exceso de credulidad y carencia de sentido político, no estimó necesaria la creación de fuerzas rurales porque creyó y confió en el Ejército Federal como el mejor y único sostén de su gobierno, de ese Ejército que a la postre habría de sacrificarlo. El Presidente Madero fue así el irreflexivo responsable del desamparo en que se vio el gobernador de Chihuahua, don Abraham González, cuando fue preso y asesinado por los mismos esbirros que poco antes le garantizaran la vida bajo su palabra de honor (4). Y fue asimismo el causante de la precaria situación castrense en que hallábase don Venustiano Carranza cuando desconoció a los traidores de la capital. Porque el gobernador de Coahuila sólo contaba el día 13 de febrero con veintiocho hombres armados al mando de Francisco Cos, con sesenta de Cesáreo Castro y con la exigua policía municipal de Saltillo ¿Y con esos paupérrimos elementos de combate se atrevía el temerario Carranza a enfrentarse al poderoso Ejército de la Federación que disponía de toda clase de elementos bélicos de las tres armas y con el dinero necesario de la tesorería nacional? Sí, porque él confiaba en una fuerza inicial y permanente mucho más poderosa que todas, la incontrastable de la ley y del derecho, que le darían, como le dieron, el apoyo moral del espíritu público y el apoyo físico del pueblo que seguramente lo sostendría con las armas en la mano. Como sucedió. Por eso Carranza no vaciló un instante, porque él presentía, con los conocimientos que tenía de nuestra historia, en la que era un maestro, y con la fe que fincó en su causa, que era la del pueblo. que quienes no se hubieran levantado en armas contra la usurpación por falta de un jefe que los condujera a la lucha, al saber que el gobernador constitucional de Coahuila había enarbolado la bandera de la legalidad, acudirían a él para ponerse a sus órdenes. Además, Carranza tenía la robustez de alma que sólo da el cumplimiento del deber. Él no podía aceptar los hechos consumados en México callada y sumisamente. Era el gobernador que había protestado cumplir y hacer cumplir la Constitución Federal y la de su propia entidad federativa, y con fundamento en las dos constituciones, tenía que cumplir con su deber de gobernante y de hombre. Y como el gobernante era Integérrimo y el hombre era paradigma de probidad y energía, a sí mismo se marcó la recta línea de conducta que había de seguir y la siguió sin vacilaciones y con urgencia, porque su historia personal y la de su patria le reclamaban con imperio el fiel y pronto cumplimiento de su misión. Y la cumplió a sabiendas de que la causa que emprendía era no sólo militar y política sino social; y que, por consecuencia, sería larga y cruenta pues el enemigo era el antiguo régimen: el pasado porfiriano que levantaba la cabeza con ansias incontenibles de tornar
al poder. Y para esa contienda estaba listo porque él era un reformador, un espíritu flamante que comprendiendo el alcance de su empresa redentora estaba resuelto a llevarla al triunfo para salvar al país de una restauración reaccionaria. EL PRESIDENTE TAFT ANTE LA REVOLUCIÓN MEXICANA Mientras tan graves acontecimientos se desarrollaban en la República Mexicana, veamos cuál fue la acritud del gobierno de los Estados Unidos. El Presidente William H. Taft a la sazón representante del Poder Ejecutivo de su país, al enterarse de los sucesos de México, convocó a un consejo extraordinario de ministros (10 de febrero) para discutir la situación internacional. En ese consejo se acordó que los sucesos acaecidos en nuestro país no justificaban, en absoluto, una intervención armada, dictándose solamente algunas disposiciones preventivas que fueron las siguientes: El contraalmirante Badger recibía órdenes, en Guantánamo, de enviar un acorazado a Veracruz y otro a Tampico; y el contraalmirante Southerland, en el Pacífico, igualmente las tuvo de enviar el Colorado a Mazatlán. La secretaría de Guerra no dictó ningunas órdenes de movilización de tropas, limitándose con hacer pública la noticia de que la Brigada de 15,000 hombres que se había organizado bajo órdenes directas del Estado Mayor del Ejército Americano, ya que estaba destinada para casos fortuitos de intervención en países hispanoamericanos, se encontraba lista para cualquier eventualidad. En cumplimiento de esas órdenes, ese mismo día los acorazados Georgia y Virginia salieron para Veracruz y Tampico, respectivamente; y más tarde, en vista de la creciente alarma de las noticias que desde la capital mexicana trasmitía el embajador Henry Lane Wilson, el gobierno ordenaba la salida de dos acorazados más para aguas del Golfo. Las noticias que el expresado embajador Wilson trasmitió a Washington, desde el momento mismo en que estalló el cuartelazo, fueron siempre de carácter más exagerado y pesimista -dice el ingeniero Juan F. Urquidi- (6). Para nadie en México son un secreto las simpatías del embajador por Félix Díaz. A cuantos visitantes americanos y mexicanos acudían a la Embajada durante la Decena Trágica en busca de noticias, el embajador hacía creer que el triunfo de los rebeldes de la Ciudadela era inevitable y no podría tardar mucho. En noviembre de 1912, cuando Félix Díaz se rebeló contra el gobierno de Veracruz, Henry Lane Wilson se encontraba en Washington, y ahí, en su carácter oficial, hizo declaraciones públicas prediciendo el triunfo del felicismo y haciendo grandes elogios del sobrino de don Porfirio. La actitud inequívoca de Taft, de no intervenir por la fuerza armada en los asuntos de México, resistiendo con toda entereza la enorme presión que por todos lados se le hacía por los jingoístas y los imperialistas por los grandes intereses de Wall Street, fue grandemente elogiada por la prensa sensata de todo el país, y recibió el apoyo incondicional de la opinión pública. El mismo día 12, y a preguntas directas de los periodistas que le hicieron acerca de su actitud ante los sucesos de México, Taft reiteró sus propósitos de no intervenir, añadiendo que, en un caso extremo, no daría ningún paso en ese sentido sin la aprobación y autorización previa del Congreso.
Las exageradas noticias que venían de México habían cundido la alarma por todas panes. Se aseguraba, entre otras cosas, que los representantes diplomáticos extranjeros habían quedado en la zona de fuego y que sus vidas corrían inminente peligro, y ante esta amenaza, los intervencionistas habían puesto el grito en el cielo, pidiendo el envío de fuerzas a la capital. Los preparativos militares, en vez de suspenderse, parecían haberse redoblado y de esto supieron aprovecharse en México los enemigos de Madero haciendo propalar la noticia de que ya se habían dado órdenes para el desembarque de marinos en Veracruz. En realidad, lo que había pasado era que el general Wood había dictado órdenes para que la primera brigada, que se encontraba en Governor's Island, Nueva York, estuviera lista para movilizarse en caso necesario. Dicha brigada estaba compuesta de unos 3,800 hombres y se decía que formaba la vanguardia de los 15,000 hombres que la secretaría de Guerra enviaría a México, en caso de intervención. Pero si por un lado se hacían algunos preparativos de guerra en previsión de un caso extremo, por el otro, no faltaron personas en Washington que hicieran esfuerzos para resolver la crisis de México en forma pacífica -aunque ingenua y, en el fondo, tonta-. Entre esas personas debe mencionarse al señor John Barret, director de la Unión Panamericana. En efecto, ya para el día 13 de febrero, míster Barret había sometido un plan de mediación al gobierno de Washington. En esencia, dicho plan proponía la creación de una junta internacional, convocada bajo los auspicios de los Estados Unidos, y que debería estar integrada por prominentes americanos, sudamericanos y mexicanos, tales como Bryan, Root, don Ignacio Calderón (de Bolivia), el doctor Peña (de Uruguay) y otros. Entre los mexicanos que se proponían para formar parte de la junta figuraban, por de contado, el consabido De la Barra, el licenciado Joaquín Casasús, y otros, más o menos identificados con el antiguo régimen porfirista. El objeto de esa junta internacional, tal como la proponía el señor Barret, era hacer una investigación imparcial y cuidándose de las causas y motivos de la rebelión de Félix Díaz, después de la cual, la junta recomendaría las medidas que juzgara convenientes para el restablecimiento de la paz en México. El plan proponía, además, que el gobierno americano notificase oficialmente a Madero y a Félix Díaz, de la creación de esa junta de arbitraje, para que las hostilidades entre el gobierno mexicano y los rebeldes de la Ciudadela se suspendieran desde luego. Tan candoroso plan no encontró, como era de esperarse, ningún eco en la administración de Taft; antes bien, la forma poco discreta y antidiplomática en que el señor Barret, sin función oficial alguna, pretendía constituirse en el árbitro supremo de la situación, provocó vehementes ataques en su contra y lo malquistó con el elemento oficial del gobierno. El plan, por otra parte, no encontró mejor aceptación en México, ni aun entre aquellos en quienes era de esperarse que tuviera buena acogida, como se desprende del siguiente boletín que el Departamento de Estado dio a la prensa para su publicación. Dicho boletín decía: El embajador Henry Lane Wilson ha telegrafiado al Departamento preguntando si es posible hacer algo para contener las perniciosas actividades del señor Barret. Dice, en efecto, que las declaraciones de mister Barret han sido publicadas en México, y han causado muy mala impresión, pues la actual situación requiere todo menos
sentimentalismos políticos de amateur. El embajador añade que la colonia americana en México ha visto con malos ojos las declaraciones de míster Barret y protesta contra ellas . Este boletín expedido por el Departamento de Estado dio al traste con tan ingenuo plan. Es de notarse, sin embargo, que la idea de mister Barret, de hacer intervenir a las potencias sudamericanas en los asuntos de México, en combinación con los Estados Unidos, dio origen más tarde a la mediación del A.B.C. a raíz de la ocupación de Veracruz por los americanos, en abril de 1914, y más tarde, a las conferencias panamericanas en que tomaron parte, además del A.B.C., Bolivia, Uruguay y Guatemala. Mientras míster Barret hacía, así, sus primeros pininos diplomáticos, México había sido hondamente conmovido por una noticia que los enemigos de Madero habían hecho circular con una rapidez y eficacia pasmosas. Esa noticia era la de que Taft había declarado públicamente la intervención armada en México. La fuente de dicha noticia parecía ser la Legación Inglesa, o más bien, el ministro Stronge en particular, quien aseguraba que ya se habían dado órdenes para el desembarque inmediato de marinos en Veracruz. Pero es bien sabido que el ministro inglés, así como la mayoría del resto de sus colegas, no eran más que instrumentos del embajador americano, quien como decano del Cuerpo Diplomático llevaba la batuta en todas las cuestiones .
INDEBIDA CONDUCTA DEL EMBAJADOR NORTEAMERICANO
Henry Lane Wilson, no obstante que ya tenía conocimiento de la determinación de Taft, de no intervenir, dirigió a su gobierno un telegrama en los siguientes términos, que demuestran a las claras sus intenciones de intervenir en los asuntos internos del país donde estaba acreditado, lo que prohíben tanto el derecho internacional como el diplomático. En vista de la seria lucha, que probablemente será prolongada, entre las fuerzas revolucionarias y federales, que tiene lugar ahora en el corazón de una moderna ciudad capital, guerra que está violando las reglas del combate civilizado, e implicando indecible pérdida de vidas y destrucción de propiedades de los no combatientes, y privando de toda garantía de protección a los 25,000 residentes extranjeros, estoy convencido de que el gobierno de los Estados Unidos, por el interés de la humanidad y en el desempeño de sus obligaciones políticas, debería enviar aquí instrucciones de un carácter firme, drástico y tal
vez amenazante, para trasmitirlas personalmente al gobierno del Presidente Madero, y a los leaders del movimiento revolucionario. Si yo estuviera en posesión de instrucciones de ese carácter o investido con los poderes generales en nombre del Presidente, posiblemente estaría en aptitud de inducir la cesación de hostilidades, y la iniciación de negociaciones que tuvieran por objeto hacer arreglos pacíficos definitivos. El secretario de Estado -dice Bonilla- contestó a Wilson que no le daba tales poderes, ni las facultades pedidas, pues tenía temores de que si el embajador se mezclaba en la contienda más de lo que lo había hecho ... los estadounidenses de toda la República sufrieran mayores peligros o su gobierno se viera obligado a intervenir con las armas, que era lo que estaba tratando de evitar . La sola lectura del mensaje referido demostró cuál era la intemperante actitud del diplomático que esperaba instrucciones de carácter firme, drástico y tal vez amenazante, con el objeto de amedrentar al Presidente de la República obligándolo a que aceptara lo que él tenía in mente : su renuncia. El embajador Wilson a pesar de no tener instrucciones sobre el particular tomó la resolución de personarse con el señor Madero, lo que hizo en Palacio el 12 de febrero de 1913. He aquí cómo refiere en su memorándum del mismo día su entrevista con el señor Madero: Memorándum. México, febrero 12-1913 En compañía con los ministros alemán y español y con la autorización escrita del ministro inglés, fui a Palacio esta mañana, y después de algunas dificultades obtuve acceso al Presidente. Inmediatamente le manifesté, de parte de mi gobierno y de la de mis colegas, que habíamos ido a protestar contra la continuación de la bárbara e inhumana guerra que se estaba llevando a cabo entre las fuerzas revolucionarias y federales en medio de esta moderna ciudad capital. Le cité los enormes perjuicios que se habían causado, el hecho de que el consulado general americano había sido demolido por sus tropas, que numerosas residencias de americanos habían sido tiroteadas por sus fuerzas y que la Embajada estaba en estos momentos llena de americanos que habían sido arrojados de sus casas, ya directamente por sus soldados, o ya por sus cañones que con frecuencia eran apuntados a las casas de los no combatientes y disparados sin aviso previo ninguno. Le dije de mi parte propia, que el Presidente y el gobierno de Washington estaban profundamente impresionados y muy aprensivos por la situación existente, y profundamente preocupados por la seguridad, no sólo de los nacionales americanos, sino de los de otras naciones y otros gobiernos a quienes les debíamos obligaciones secundarias. El Presidente se mostró visiblemente embarazado y confuso en su respuesta, pero trató de arrojar la responsabilidad por el carácter de la guerra urbana al general Díaz. Como de costumbre, añadió algunas exageradas cuentas de las medidas que el gobierno estaba tomando y que creía que sofocarían la rebelión para mañana en la noche.
Sus declaraciones no hicieron impresión alguna en mí, ni en mis colegas, e insistimos en que debía haber alguna cesación de hostilidades hasta que pudiéramos tener una oportunidad de hacer algunas representaciones vigorosas al general Félix Díaz. Convino en esto, solicitando que se le notificara por teléfono lá hora a que visitaríamos al general Díaz y que, más tarde, se le avisara el resultado de nuestra entrevista. El ministro alemán llamó la atención al Presidente acerca del hecho de que mucha parte del fuego de sus soldados era desordenado y loco y que deberían hacerse esfuerzos para colocar la línea de fuego de tal modo que se causara el menor daño a los distritos residenciales. El Presidente replicó que la artillería estaba ya bajo la dirección del general Navarrete a quien se suponía el más competente oficial del ejército mexicano. Avisando al Presidente que intentábamos visitar al general Díaz lo más pronto posible, nos retiramos de su presencia. El ministro español observó al Presidente que con mucho placer se había unido al embajador y al ministro alemán, teniendo en cuenta fines humanitarios, pues ellos lo mismo que él consideraban que la continuación de la lucha podría tener muy serias consecuencias. Hasta entonces el pueblo se había portado en una forma extraordinaria, pero los trabajos están en suspenso y el hambre es mala consejera, pudiendo provocar nuevos conflictos, aparte de la pérdida de vidas y propiedades. Consideraba, por lo tanto, que era urgente que el gobierno pusiera fin al actual estado de cosas. (Firmado) Henry Lane Wilson . Pero Lane Wilson no se conformó con visitar al señor Madero, sino que, decidido a entremeterse a fondo en nuestros asuntos internos, entrevistó también a Félix Díaz, en la Ciudadela, siendo el siguiente memorándum, remitido a Washington, en el que da cuenta de tal paso: Al ser recibidos por el general Díaz en la Ciudadela, el embajador le informó de los propósitos de la conferencia. Comenzó declarando que, en vista de la gran cantidad de propiedad destruida y de la pérdida de vidas entre los no combatientes, creía que ambos combatientes deberían hacer algún esfuerzo a fin de continuar el fuego dentro de una determinada y particular zona. Que se habían hecho muchos perjuicios con los bombardeos a diestra y siniestra de la ciudad, que parecía dirigido sobre la parte ocupada en su mayoría por extranjeros, sin tener en consideración las residencias de los representantes extranjeros; que él no podía decir si esto era hecho por los cañones federales o los del gobierno, que no sabía qué actitud iban a asumir las otras naciones, pero que, como representante de los Estados Unidos, podía decir que el Presidente estaba muy preocupado y se sentía profundamente muy aprensivo por el resultado de este estado de cosas en México; que se habían enviado barcos tanto a puertos del Golfo como del Pacífico, y transportes con
marinos, que si se hacía necesario serían desembarcados y traídos a la ciudad con el fin solamente de mantener el orden y dar protección a las propiedades y vidas de los extranjeros. El embajador manifestó que estas mismas representaciones se habían hecho al Presidente, que inmediatamente después iría a ver a éste,
El general Díaz replicó que sentía mucho lo que estaba pasando a la ciudad y a sus habitantes, pero que podía probar que su actitud desde el principio había sido de defensa. Que en vez de atacar a la Ciudadela desde lejos, como las tropas gobiernistas lo estaban haciendo, habíase encaminado directamente al lugar y la había tomado en 26 minutos. Que al hacer esto había tenido en cuenta el deseo de no causar a la ciudad perjuicios, y que esto lo demostraba por el hecho de que, pudiendo hacerlo, se había abstenido de encaminarse a Palacio Nacional, que está seguro de poder tomar si se convence de que el gobierno no se rendirá sin que él recurra a ese expediente; dijo que no era asunto de ambición personal suya el de derrocar este gobierno, sino que lo hacía por el deseo de ser el portavoz de los sentimientos de toda la nación, que si triunfaba dejaría al pueblo que escogiera sus propios representantes, y él se retiraría a su casa como un ciudadano simple. Refiriéndose a los disparos de cañón, el general Díaz dijo que, consultando un mapa de la ciudad podría señalarse con certidumbre en dónde había colocado sus baterías el gobierno, sin tener en cuenta que muchas estaban localizadas en las secciones más populosas de la ciudad; que él consideraba esto una violación completa a las reglas de la guerra civilizada; que si sus cañones habían hecho algÚn daño, se sentía profundamente preocupado, pero que todo lo que él había hecho era haber respondido al cañoneo del enemigo, que era evidente que muchos mayores daños se habían hecho por los cañones del gobierno con sus disparos desordenados, pues muy pocos tiros habían pegado en la Ciudadela. El general repitió el hecho de que su actitud después de tomar la Ciudadela casi sin pérdidas de vidas había sido de expectación. Que creía que el gobierno, conocedor profundo de su impopularidad, se sometería a los sentimientos de la nación y no forzaría una lucha sangrienta en el corazón de la ciudad. Dijo que, como prueba de esto, no había dado él paso alguno después de la toma de la Ciudadela, permaneciendo absolutamente quieto y con la esperanza de que se evitaría todo derramamiento de sangre. Dijo que la moral de sus tropas era excelente, y que tenía unos mil quinientos hombres desembarcando en la estación de San Lázaro. (Firmado) Henry Lane Wilson . Lo asentado por Félix Díaz -si fueran ciertas las declaraciones que le hiciera a Lane Wilson- era inexacto. La mayor parte de los daños causados a la ciudad de México fueron producidos por ataques provenientes del centro a la periferia, es decir, de la Ciudadela al exterior, y no de la periferia al centro.
Además la afirmación de que en los momentos de la entrevista tenía unos mil quinientos hombres desembarcando en la estación de San Lázaro era mentira que creyó o aparentó creer el embajador americano, pues no hizo ninguna observación al respecto al trasmitir su mensaje al gobierno de Washington. CONTINÚA LA INTERVENCIÓN DEL EMBAJADOR WILSON Veamos ahora cuál fue la conducta del embajador Wilson después de aquellas sus primeras gestiones. En su carácter de decano, ya que era el único embajador acreditado en México, convocó al cuerpo diplomático a una junta en el recinto de su Embajada, a la cual asistieron todos los jefes de misión que se encontraban en la capital, reunión que no tuvo mayor trascendencia, según lo afirma el distinguido representante de Cuba, don Manuel Márquez Sterling, en su libro Los últimos días del Presidente Madero. Pero como en la junta general de los diplomáticos el estadounidense se percatara de que, si algunos ridiculizaban al gobierno hasta el punto de que uno dijera: Madero afirma ser el Presidente de la República. No me consta, no le consta a él tampoco, no lo cree nadie ; hubo otro, en cambio -latinoamericano-, opuesto a tan indignante conducta, que replicó: El gobierno es Madero, y no puede el cuerpo diplomático desconocerlo . Cuando Wilson se dio cuenta de estas encontradas opiniones, entonces tuvo la idea de reunirse con sus íntimos, que lo eran el ministro de España don Bernardo de Cólogan, el de Alemania, Von Hinze y el inglés Strong. Haciendo referencia a esta junta privada, le expresó Henry Lane Wilson a Márquez Sterling: - El Presidente Madero -dijo con lentitud- está irremediablemente perdido y tal vez logremos los diplomáticos persuadirlo de su fatal destino . - ¿Los diplomáticos? -le pregunté con sorpresa. - No, todos no, algunos. Yo he reunido a los ministros de Alemania, Inglaterra y España para eso ... - ¿Y qué se ha resuelto? El embajador se puso en pie como si un resorte desde el techo lo hubiera suspendido. - ¡Oh, si el Presidente fuese un hombre cuerdo estaría solucionada la crisis, pero ... ministro, no lo dude usted: ¡tratamos con un loco! Y de un loco no puede esperarse nada cuerdo. Confieso -comenta Márquez Sterling- que me sobrecogió una profunda pena. La intervención de los Estados Unidos o el derrocamiento súbito de Madero explicaban para mí la conducta tortuosa del embajador. La revolución no estaba ya en la Ciudadela, sino en el espíritu de míster Wilson; Madero no tenía enfrente a Félix Díaz sino al representante del Presidente Taft.
Así era en efecto. Madero tenía tres frentes enemigos, el primero en la Ciudadela, con Félix Díaz y Mondragón acompañados de su reducto de rebeldes fácilmente dominables a no haber sido por la traición de Huerta; el segundo, un enemigo temible: el embajador americano; y el tercero el Senado, cuya actitud culpable examinaremos después. El embajador era temible no porque significara aisladamente un serio peligro, pero sí como cómplice en los delitos que se preparaban. Porque así sucedía. Como persona no tenía influencia cerca de nuestras autoridades, y como diplomático tampoco, porque no contaba con el apoyo de su gobierno para obrar en contra del Presidente Madero, pues como hemos visto antes, el Presidente Taft había declarado repetidas ocasiones que su política en México era la de no intervención. Esto a pesar del cuartelazo militar y a pesar, también, de las informaciones exageradas o cínicamente mendaces de su representante en nuestro país. Wilson fue temible como cómplice efectivo y coautor de la traición a Madero. Sin él, los senadores y Huerta no se hubieran atrevido a dar el golpe de Estado que derrumbó al régimen. Sobre este particular aclaremos: si Taft hubiese creído a Lane Wilson, aprovechando el pretexto de la sublevación Díaz-Mondragón, habría encontrado razones aparentemente plausibles ante su partido y ante sus propios ojos para haber desembarcado en Veracruz a sus infantes de marina con órdenes de venir a proteger en la capital de la República los intereses materiales y las vidas de sus compatriotas en peligro, arriesgándose a una guerra con el pueblo mexicano. Pero no quiso obrar así, claramente lo declaró y ratificó. No precisamente por simpatía a Madero, la que en el fondo no sentía, sino por la muy atendible razón del más elemental sentido político de dejar la solución de un grave problema internacional al ya nombrado presidente electo Woodrow Wilson, quien tomaría posesión de su alto cargo breves días más tarde. ¿Cuál fue, mientras tanto, el resultado de la junta privada tenida en la Embajada de los Estados Unidos, entre los ministros de Alemania, Inglaterra y España, con el embajador americano? He aquí cómo relata la escena Márquez Sterling, basado en el testimonio fehaciente del plenipotenciario español: Míster Lane Wilson, pálido, nervioso y excitado, repitió su discurso de siempre: Madero es un loco, un fool , un lunatic que debe ser legalmente declarado sin capacidad mental para el ejercicio de su cargo. Y después, cubriendo sus propósitos y la conjura en que andaba metido, agregó: Esta situación es intolerable y yo voy a poner orden . Palabras, las últimas, que acompañó a un tremendo puñetazo a la mesa que tenía cerca, puñetazo dado, en verdad, a la patria de Felix Díaz en la cabeza de Madero. - Cuatro mil hombres vienen en camino , prosiguió con los puños cerrados, como si también amenazara con ellos a Cólogan- y subirán aquí si fuese menester . Los tres plenipotenciarios mirárosle t míster Wilson, poseído de fiebre, continuó: Madero esta irremisiblemente perdido. Su caída es cuestión de horas y depende sólo de un acuerdo que se está negociando entre Huerta y Félix Díaz .
En esta declaración enfática ¿no queda comprobada plenamente la complicidad del embajador Wilson en la traición de Huerta y el golpe de Estado? Todo esto se confirma con lo asentado por el señor Bernardo de Cólogan en su opúsculo citado por Márquez Sterling. Con Huerta -dijo más calmado- me entiendo por intermedio de un tal Enrique Zepeda ... Con Félix Díaz por un doctor americano que lo visita continuadamente en mi nombre . Pero todavía hay más datos que comprueban su complicidad; por más que, ante la historia, la convicción de los mexicanos es de que fue más que cómplice, coautor, no sólo de la prisión y renuncia de Madero, sino de su muerte, como veremos después. El ministro Cólogan sigue dando a conocer las palabras de Wilson: El general Blanquet ha llegado de Toluca al frente de dos mil soldados, y en él descansa Madero; más, Blanquet sólo espera el iniciamiento del golpe. El loco apenas cuenta con la insignificante batería del general Angeles, y está dominada. Y prosiguió: Ha llegado, señores, el momento -exclamó- de hacerle saber que sólo la renuncia podría salvarle (10). Y propuso, con toda la solemnidad ajustada al caso, que desempeñara el señor Cólogan la misión de comunicar al Presidente el inverecundo fallo. El ministro de España, después de un largo silencio, dijo en voz baja: Está bien . Y fue a cumplir su cometido sin ningún reparo, sino sumisamente, como quien acata la orden de un superior, sin darse cuenta cabal de que iba a faltar a sus deberes diplomáticos y sin comprender que estaba siendo el instrumento ciego e inconsciente del intrigante embajador que lo utilizaba en su tortuosa maniobra como su dócil ejecutor. Por supuesto, que en el fondo de esa condescendencia de Cólogan había -es lógico suponerlo- una completa conformidad respecto a los planes de la renuncia del señor Madero, porque, en realidad, el representante hispano era, como lo fuera la mayoría de los españoles en México, abiertos o solapados enemigos del Presidente mártir, tanto como fueron admiradores fervientes del antiguo régimen y de su simbólico representante, el general Díaz. LOS DIPLOMÁTICOS PIDEN SU RENUNCIA AL PRESIDENTE
A las nueve de la mañana de aquel tristísimo día 15 de febrero ya estaba el señor Cólogan en Palacio: - Señor Presidente -le dijo al señor Madero-: El embajador nos ha convocado, esta madrugada, a los ministros de Inglaterra, Alemania, y a mí, de España, y nos ha expuesto la gravedad, interior e internacional de la situación, y nos ha afirmado que no tiene usted otro camino que la renuncia, proponiéndome, como ministro de España, y por cuestión de raza, así dijo, que yo lo manifestara a usted . - ¿Qué opinaron los ministros? -preguntó Madero. -Mis colegas -exclamó- no se habían de oponer a lo que sólo a mí concierne. - ¿Y usted? -dijo a Cólogan el Presidente. - Toda objeción mía hubiese sido completamente inútil. Mister Wilson nos hizo afirmaciones terminantes y he venido a desempeñar un penoso encargo ... - Los extranjeros -le contestó el Presidente Madero- no tienen derecho a ingerirse en la política mexicana. Y abandonó precipitadamente la pieza y dejó solo al señor Cólogan. La Conducta del ministro Cólogan -comenta Márquez Sterling- fue en un principio diáfana, pero míster Wilson lo envolvió en sus tinieblas y, aunque no le tenga, ni mucho menos, por cómplice disimulado y pérfido, es indudable que no supo evadir la borrasca adonde míster Wilson lo había impulsado; y la prensa de los Estados Unidos interpretó a su modo que el de España fue instrumento del instrumento del yanqui . Como realmente lo fue, pues de haber tenido la menor consciencia de su responsabilidad como hombre y como diplomático, de seguro se habría opuesto a desempeñar un papel de obsecuente servidor del atrabiliario embajador americano que lo hizo faltar a las reglas más elementales del derecho diplomático. MADERO SE DIRIGE A TAFT. LOS SENADORES EN ACCIÓN La situación en la capital mexicana y en Washington era bien diferente. El Presidente Taft, a pesar de los informes exagerados o mentirosos de su embajador Wilson, tenía tomada su resolución de no intervenir en nuestro país. A cuyo efecto convocó un consejo de ministros que examinara las circunstancias existentes, después de cuyo cuidadoso examen se dio a la prensa el siguiente boletín: En consejo de ministros que se efectuó esta noche, diose lectura a varios mensajes procedentes de México, y de esa lectura acordóse que la información obtenida hasta la fecha no justifica ningún cambio en la política del gobierno de los Estados Unidos, la cual ha sido ya delineada varias veces durante estos dos últimos años .
En cambio, en la ciudad de México, la alarma era creciente por las versiones falsas propaladas por el propio Lane Wilson, que decía a voz en cuello que la intervención era inevitable y que las tropas de desembarque de los acorazados surtos en Veracruz vendrían a la capital a dar garantías a las personas e intereses de los extranjeros que andaban corriendo grandes peligros con motivo de la situación caótica creada por el cuartelazo. Ante tales rumores que crecían de momento a momento, don Francisco Madero consideró prudente dirigir al Presidente Taft el siguiente mensaje: Palacio Nacional, 14 de febrero de 1913. Sr. W. H. Taft. Presidente de los Estados Unidos de América. Washington. He sido informado que el gobierno que Su Excelencia dignamente preside ha dispuesto salgan rumbo a las costas de México buques de guerra con tropas de desembarque para venir a esta capital a dar garantías a los americanos. Indudablemente los informes que usted tiene y que le han movido a tomar tal determinación son inexactos y exagerados, pues las vidas de los americanos en esta capital no corren ningún peligro si abandonan la zona de fuego y se concentran en determinados puntos de la ciudad o en los suburbios, en donde la tranquilidad es absoluta y en donde el gobierno puede darles toda Clase de garantías. Si usted dispone que así lo hagan los residentes americanos en esta capital, según la práctica establecida en un mensaje anterior de usted, se evitaría todo daño a las vidas de los residentes americanos y extranjeros. En cuanto a los daños materiales de las propiedades, el gobierno no vacila en aceptar todas las responsabilidades que le corresponden según derecho internacional. Ruego, pues, a Su Excelencia ordene a sus buques no vayan a desembarcar tropas, pues esto causaría una conflagración de consecuencias inconcebiblemente más vastas que las que se trata de remediar. Aseguro a Su Excelencia que el gobierno está tomando todas las medidas a fin de que los rebeldes de la Ciudadela hagan el menor daño posible y tengo esperanzas de que pronto quede todo arreglado. Es cierto que mi patria pasa en estos momentos por una prueba terrible, y el desembarque de fuerzas americanas no hará sino empeorar la situación, y por error lamentable, los Estados Unidos harían un mal terrible a una nación que siempre ha sido leal y amiga, y contribuirían a dificultar en México el establecimiento de un gobierno democrático semejante al de la gran nación americana. Hago un llamamiento a los sentimientos de equidad y justicia que han sido la norma de su gobierno, y que indudablemente representan el sentimiento del gran pueblo americano cuyos destinos ha regido con tanto acierto. Francisco I. Madero .
Mientras el Presidente quedaba en espera de la respuesta de míster Taft, se desarrollaron los acontecimientos siguientes: El tercer frente enemigo del gobierno, al que hemos hecho referencia, esto es, el Senado, hacía por su parte lo suyo. Siendo lo extraordinario del caso que el ministro de Relaciones de Madero, licenciado Lascuráin, hubiera intervenido cerca de los senadores para que éstos pidieran al Ejecutivo su renuncia. El viernes 14, el licenciado don Pedro Lascuráin dirigió una comunicación al Presidente del Senado, doctor Juan C. Fernández, pidiéndole con urgencia que citara al Senado a una sesión extraordinaria, a la que concurriría él, oficialmente, para informar sobre el estado de nuestras relaciones con los Estados Unidos del Norte. La nota del secretario Lascuráin decía: Por acuerdo del C. Presidente de la República, tengo el honor de suplicar a usted se sirva convocar a una sesión secreta, extraordinaria, del Senado, en la cual el Ejecutivo de la Unión informará acerca de la situación actual. Espero se servirá usted comunicarme la hora en que los ciudadanos senadores se reunirán en el local de la cámara, a fin de proporcionarles seguridades debidas y de que concurra a la sesión el secretario de Estado que suscribe y que informará en nombre del Ejecutivo. Firmado, Pedro Lascuráin ... El señor doctor Fernández nos comunicó lo expuesto (hablan los senadores ...) y nos citó para concurrir a la casa del señor senador don Sebastián Camacho, a las cuatro de la tarde. Supimos entonces que ese mismo día, viernes, el señor Presidente de la República llamó en la mañana al señor ministro de España y al señor licenciado De la Barra encareciéndoles que fuesen a la Ciudadela y procurasen obtener de los generales Díaz y Mondragón una suspensión de hostilidades durante tres días, con objeto de ver si dentro de ese tiempo podían entrar en algunos convenios o arreglos para la paz y que las familias residentes en la región en donde se encuentra la Ciudadela pudiesen cambiar su domicilio, y que si no llegaban a un arreglo los jefes pronunciados y el gobierno, entonces continuarían las hostilidades después de esos tres días. Asistieron a la casa de dicho señor los senadores doctor Fernández, Camacho, Rabasa, Curiel, Guzmán, Flores Magón, De la Barra, Macmanus, Pimentel, Aguirre, Castillo y Obregón ... En seguida y para conocer el desarrollo de los acontecimientos insertamos el acta relativa del Senado del 16 de febrero: ACTA DE LA SESIÓN DEL SENADO Terminada la lectura del oficio, se presentó el secretario de Relaciones Exteriores, licenciado don Pedro Lascuráin, a quien se concedió el uso de la palabra para informar. El señor Lascuráin manifestó ser por extremo agustiosa la situación internacional de México,
con respecto a los Estados Unidos de América, pues se habían recibido telegramas de Washington, participando la decisión de aquel gobierno, ya en vía de ejecución, de enviar buques de guerra a aguas territoriales mexicanas del Golfo y del Pacífico, y transportes con tropas de desembarque. El señor secretario de Relaciones agregó que, a la una de la mañana de hoy, el embajador de los Estados Unidos reunió en el local de la Embajada a algunos miembros del cuerpo diplomático, a quienes hizo saber la próxima llegada de los buques y su opinión firme y resuelta de que tres mil marinos vengan a la ciudad de México a proteger las vidas e intereses de los americanos, así como de los demás extranjeros que en ella residen. No hay tiempo que perder, concluyó diciendo el señor Lascuráin; los momentos son preciosos y, ante el inminente peligro que nos amenaza, de invasión extranjera, acudo al Senado para que en nombre del más alto y puro patriotismo adopte las medidas enderezadas a conjurarlo . Es decir, que el canciller, tomando como ciertos los embustes del embajador Wilson, creía firmemente en la intervención y venía a pedir al Senado que adoptara las medidas enderezadas a conjurar el peligro. ¿En qué medidas pensaba Lascuráin? En la renuncia del Presidente; pero claro, no lo dijo con la mira de que el Senado asumiera la responsabilidad del hecho histórico. ¿Pero es que realmente dicho secretario de Estado hablaba en nombre del Ejecutivo u obraba por cuenta propia? No lo sabemos; pero lo evidente fue que el señor Madero no tenía entonces el deseo de renunciar, puesto que muy poco después se indignaría con el ministro de España y con los senadores que fueron a pedirle su renuncia, rechazando sus audaces demandas con dignidad y energía. De todas suertes, cualesquiera que hayan sido las instrucciones de Madero para su secretario de Relaciones, el hecho es que los senadores supieron aprovechar lo expuesto por el licenciado Lascuráin para interpretar sus palabras como a ellos les convenía, esto es, en el sentido de que para salvar a México de la intervención norteamericana lo patriótico era pedir al Presidente que dimitiera su alto cargo. Y esto fue lo que hicieron como se desprende del acta respectiva. En la misma sesión y estando presente el senador don Francisco León de la Barra; e invitado por el vicepresidente de la Alta Cámara para qué informara a los presentes sobre la comisión que le diera el Ejecutivo, expuso que el lunes 10 del corriente dirigió una carta al Presidente de la República, ofreciendo sus servicios como mediador, si podían ser útiles en las graves circunstancias presentes, carta que el Presidente contestó a la medianoche, manifestando que el gobierno no estaba dispuesto a tratar con los rebeldes de la Qudadela; que el viernes 14, el general Angeles se presentó en el domicilio del señor De la Barra invitándolo, en nombre del Presidente, a ir a hablar con él en el Palacio Nacional: tuvo con éste una conferencia y recibió el encargo de pasar a la Ciudadela a hablar con los jefes de la rebelión sobre que se suspendieran las hostilidades por tres días, que se emplearían en concertar la manera de poner fin a la situación presente, en vista, sobre todo, del peligro inminente de dar lugar a la intervención de una potencia extranjera que puede comenzar con el desembarque de tropas para proteger a sus nacionales y los demás extranjeros residentes en la capital. El señor De la Barra cumplió su comisión, no obteniendo resultado favorable, pues los jefes de la rebelión, señores Díaz y Mondragón, se negaron a aceptar proposiciones de armisticio, ni entrar en negociaciones que no vinieran sobre la base de la renuncia de los señores Presidente y Vicepresidente y secretarios de Estado, de todo lo cual dio cuenta al Presidente de la República; consideró con esto terminada su misión, aunque quedando a
la disposición del primer magistrado para cualquier esfuerzo que se creyera útil en pro del restablecimiento de la tranquilidad pública ... LOS ACUERDOS Con los antecedentes expuestos, los acuerdos de los señores senadores se produjeron en la forma que se consigna en el acta que venimos transcribiendo: El C. Senador José Diego Fernández -que después hiciera importantes rectificaciones acerca de esta su primera actitud- expuso que la inminente gravedad de la situación no consiente esperar la preparación de un dictamen, ni largas tramitaciones reglamentarias. La determinación que se impone, la que debe adoptar el Senado sin pérdida de tiempo, es la de aprobar los acuerdos que siguen: Primero. Consúltese al Presidente de la República, en nombre de la suprema necesidad de salvar la soberanía nacional, que haga dimisión de su alto cargo. Segundo. Hágase igual consulta al C. Vicepresidente de la República. Tercero. Nómbrese una comisión que haga saber, al señor Presidente Madero y al señor Vicepresidente Pino Suárez, los acuerdos adoptados. Las proposiciones anteriores fueron aprobadas por unanimidad de los veinticinco senadores presentes, en votación nominal. El señor secretario de Relaciones Exteriores indicó la conveniencia de que todos los senadores presentes se trasladen al Palacio Nacional, para comunicar a los señores Madero y Pino Suárez los acuerdos de que se trata, lo que fue aprobado unánimemente. El señor senador Rabasa propuso que haga uso de la palabra en nombre de los senadores presentes ante el Presidente y Vicepresidente de la República, el señor senador Gumersindo Enríquez. MADERO SE REHUSÓ A RECIBIR A LOS SENADORES Veinticinco senadores se trasladaron al Palacio Nacional, acompañados del señor secretario de Relaciones Exteriores, quien inmediatamente se dirigió a la Presidencia para dar aviso al señor Madero de que el Senado deseaba comunicarle algunos importantes acuerdos que había tomado. Mientras tanto, los senadores permanecieron media hora, aproximadamente, en el local a que pertenecen. Pasaron luego a una de las antesalas de la Presidencia y después de veinticinco minutos de espera se presentaron en esa antesala el C. Ernesto Madero, secretario de Hacienda; el C. Manuel Bonilla, secretario de Fomento; el C. Jaime Gurza, secretario de Comunicaciones, y el C. Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones. El C. secretario de Hacienda manifestó a los senadores que el señor Presidente de la República había salido veinte núnutos antes, acompañado del señor general García Peña, a recorrer las posiciones militares del gobierno; que él y los secretarios de Estado presentes no tenían la representación del primer magistrado, y no hablaban en su nombre; pero que creían debido dar conocimiento a los senadores, de que el gobierno
tenía fuerzas bastantes para dominar la situación, puesto que habían llegado refuerzos de importancia; que en el término de algunos días podía tomarse la Ciudadela, pues no era cierto que el brigadier Félix Díaz tuviera elementos bastantes para contrarrestar la acción del gobierno; que la situación de la República, en general, era satisfactoria, puesto que no había habido hasta hoy ningún levantamiento en los Estados, permaneciendo fiel Puebla, respecto del cual se había dicho que estaba regido por el coronel Pradillo, con el carácter de comandante militar; que respecto a peligro de una intervención americana, no lo consideraba serio, porque el Presidente estaba en espera de la respuesta que diera el señor Presidente Taft a un cablegrama que le había dirigido el señor Presidente Madero, al cual cablegrama dio lectura, en el que suplicaba revocar la orden de envío de buques de guerra y tropas de desembarque; que era necesario esperar la respuesta, debiéndose confiar en que el Presidente Madero hará todo lo que el patriotismo aconseje, pero que, por el momento, la renuncia de dicho magistrado seria contraproducente, puesto que sin duda alguna vendría la anarquía, porque tenía datos para asegurar que, desde luego, se levantarían en armas seis u ocho Estados de la República; manifestó, por último, que el pueblo está con el Presidente, inclusive las clases privilegiadas, en un noventa por ciento, pues sólo el diez por ciento, formado de políticos, le hacían oposición. El C. Gurza, ministro de Comunicaciones, manifestó que había recibido telegramas de todos los Estados de la República, en vista de los cuales podía informar que la situación era satisfactoria. DISCURSO DEL SENADOR ENRIQUEZ El senador Enríquez dijo: Señor ministro: -dirigiéndose al de Hacienda. Solicitado, por el oficio de la secretaría de Relaciones Exteriores, que el Senado se reuniera en sesión extraordinaria para oír el informe que el secretario del ramo le rendiría En nombre del grupo de senadores aquí presentes y que nos han prestado la honra al señor licenciado Diego Fernández y a mí, de designarnos para que llevemos aquí la voz, me tomo la libertad de suplicar a usted se sirva decirnos, si el señor Presidente de la República no habrá de recibirnos, cuando hemos venido aquí en número de veinticinco senadores para comunicarle un acuerdo importantísimo en las muy penosas y graves circunstancias públicas del momento; porque usted se ha servido decirnos que el señor Presidente no está aquí por haber salido a visitar a los puestos militares avanzados de la línea militar de circunvalación de la Ciudadela; pero no nos ha dicho si habrá o no de recibirnos después, y usted nos ha rendido informe sobre la situación general del país y la particular de la capital, para hacer lo cual será necesario un acuerdo con el Presidente. Contestó el ministro diciendo que el Presidente hacía veinte minutos que había salido con el señor general García Peña, con el objeto que había expresado. El senador Enríquez agregó: Supuesto que el señor Presidente no habrá de recibirnos, y que es a sus ministros aquí presentes a quienes tendremos que exponer el objeto que nos trajo al solicitar
una conferencia con el depositario del Poder Ejecutivo, creo de mi deber cumplir con el encargo a que antes me referí, de consignar que, habiendo aquél sobre las graves noticias recibidas del envío de barcos de guerra de los Estados Unidos de América al puerto de Veracruz, con orden de desembarcar fuerzas armadas y hacer avanzar éstas hasta la capital de México, si fuese necesario, para la defensa de los intereses y las personas de los residentes americanos en nuestro país, el Senado no pudo reunirse en número bastante para formar quórum, ni ayer, en que solo se reunieron doce senadores, ni hoy, en que ese número se aumentó a veinticinco en la Cámara de Diputados, donde esa junta, aunque sin el carácter de Senado, oyó los fnformes del señor ministro Lnscuráin, que causó la más honda impresión, y el que produjo el señor senador De la Barra respecto de la comisión que le confió el señor Presidente de la República, de conferenciar con los revolucionarios que mandan en la Ciudadela, sin éxito alguno, sobre la celebración de un armisticio y nombramiento de comisiones de paz; en vista de tales informes, los senadores reunidos acordaron unidos, como un solo hombre -pues aunque después han venido aquí tres discutientes, los señores Magaloni, Gómez y Tagle, ellos no estaban presentes en la reunión cuando esos acuerdos se tomaron-, acordamos, decía yo, suplicar al señor Presidente, al señor Vicepresidente y al gabinete, que renuncien su alta investidura en aras de la patria, a impulso del más sublime patriotismo, ya que sin ese paso de elevadísima abnegación no hay esperanza de paz, dada la actitud de los revolucionarios, expresada en el informe del señor De la Barra, y se acordó también que todos los presentes viniéramos en masa a comunicar al señor Presidente tal solicitud, inspirados por el más puro patriotismo y en la fe sincera de que el mismo anima al primer magistrado de la nación que tantas pruebas ha dado de ello.
NUESTRA INDEPENDENCIA AMENAZADA
Llegamos aquí, señor ministro, y nos encontramos con que no podemos hablar con el Presidente para cumplir lo acordado y con que no nos queda, por lo mismo, otro recurso que suplicar a usted se sirva expresar a aquel alto funcionario, el objeto con que este grupo de senadores se encuentra aquí, la pena de no haber podido desempeñar directamente ante él lo acordado en virtud del oficio relativo de la secretaría de Relaciones Exteriores, y el ahínco y empeño con que los presentes le suplicamos que
preste a su patria el inmenso servicio que de él reclama y que le llenará de gloria, y le hará acreedor a las bendiciones de la posteridad, porque no sólo en combates y con derramamiento de sangre se alcanza el nombre y la gloria, sino que más, mucho más eficazmente se sirve a la patria con el desprendimiento sublime que de él se espera y que aquélla apremiantemente le pide. Nuestra actitud no varía por los informes que usted se ha servido darnos, señor ministro, sobre las circunstancias generales del país y las particulares del conflicto armado que se desarrolla en esta capital, porque no es eso lo que ha inspirado el paso que damos, sino el peligro de la complicación americana , que es la amenaza de la independencia nacional; peligro ante el que todo amor propio debe ceder y aun los títulos de legitimidad, porque sobre todo interés humano está la patria (1). De lo anterior se desprende que don Pedro Lascuráin al convocar al Senado, al hacer causa común con los senadores que pedían con apremio la renuncia del Presidente y al acompañarlos a cumplir su cometido colocándose en contra de don Ernesto Madero y de los demás colegas del gabinete que no estaban por la renuncia, estaba obrando contra los intereses del gobierno que servía y contra el parecer del propio ejeCUtivo. Lo que demuestra que su interés no era el de arrostrar una situación difícil para el gobierno sino salir de ella para tranquilidad y seguridad de su persona. En el acta que transcribimos se hace constar -para honor de los aludidos, comentamos nosotros- que dos de los senadores que habían estado en la Cámara de Diputados, los señores Ignacio Magaloni y Salvador Gómez, se retiraron de aquel lugar con anticipación para ir a Palacio a hablar con el señor Presidente, y cuando los demás senadores llegamos a los salones de la Presidencia, les encontramos allí y nos dijeron que ya no era necesario hacer gestión alguna, porque todo estaba arreglado, pues el Presidente, con quien habían hablado, les había dicho haber recibido un telegrama de Washington, del Presidente americano, diciendo haber dado orden para que ni siquiera llegaran los barcos de guerra a los puertos del Golfo y que por telégrafo había ordenado que regresaran a los Estados Unidos. En vista de lo cual dichos señores Magaloni y Gómez declararon que ellos no estaban conformes con los acuerdos tomados por sus demás compañeros . Asimismo es de justicia dejar constancia histórica de que si es exacto que don José Diego Fernández, en un principio, estuvo de acuerdo en pedir su renuncia al señor Presidente Madero, después, al enterarse de la verdad de los hechos falseados tanto por algunos senadores como por el embajador Wilson en el sentido de que la intervención era inminente; y una vez además, que conoció el texto de los mensajes que se cambiaron don Francisco I. Madero y William H. Taft, rectificó su conducta no haciéndose solidario con la política de los veinticinco representantes del Senado que de manera ahincada insistieron, hasta conseguir, de acuerdo con Huerta y el embajador de los Estados Unidos, la renuncia de los señores Madero y Pino Suárez. En efecto, don José Diego Fernández, persona de la más acendrada probidad, declaró públicamente que, cuando el señor ministro de Relaciones, don Pedro Lascuráin, oficialmente expresara que el país estaba en grave peligro de una invasión extranjera; y cuando concluyó
Exhortándonos para que, ante el inminente peligro de esa invasión y sin pérdida de tiempo, adoptáramos los medios que el más alto patriotismo inspira para conjurarlo ... él había manifestado sinceramente que: si la condición de la guerra era la invasión y si para la paz era absolutamente necesaria la renuncia del Presidente, consultar esa renuncia era una necesidad fatal . Pero que posteriormente, cuando los senadores entrevistaron al ministro de Hacienda, y éste expuso, después de oír al senador Enríquez y en presencia del señor ministro de Relaciones, que no era cierto que los marinos fueran a desembarcar, y que la Ciudadela sería prontamente recuperada, entonces -sigue diciendo Diego Fernández- tomé la palabra, y dije que el señor ministro de Relaciones, por acuerdo del Presidente de la República, nos había informado lo contrario. Ante tan categórica afirmación mía, que ponía en evidencia la conducta del señor Lascuráin, el ministro de Hacienda reprodujo sin contradicción alguna su afirmación de que no había peligro de invasión. Con tales revelaciones -sigue diciendo don José Diego- nos retiramos profundamente conmovidos mis amigos y yo por haber aprobado proposiciones sólo justificadas por el error de que se cernía sobre la patria un peligro que no existía. LANE WILSON ARREGLA EL ARMISTICIO Supimos después -siguen diciendo los senadores-, que en la misma tarde del sábado, el embajador americano fue a Palacio a consultar una suspensión de fuegos por parte del gobierno, encargándose él de solicitar la misma suspensión por parte de la Ciudadela. Tanto el gobierno como los jefes de la Ciudadela estuvieron conformes con esta suspensión, a fin de que las familias pudiesen salir a buscar provisiones, y las que quisieran pudieran cambiar de residencia, pues estaban sufriendo graves daños, por razón de los fuegos. Se convino en que la suspensión durase hasta las seis de la mañana del día lunes. El domingo en la mañana se supo y observó en la ciudad esa suspensión de fuegos y desde luego se vieron todas las calles muy concurridas y mucha gente concurrió a la Ciudadela. Nos reunimos ese día en la casa del senador Camacho, los senadores Rabasa, Pimentel, Curiel, Guzmán, Enríquez, Macmanus, Castellot, Aguirre y Obregón. Se propuso que insistiéramos en ver al Presidente señor Madero. No lo creyó aceptable la mayoría, diciendo que no nos recibiría. Se propuso que hablásemos al ministro de la Guerra. No lo aceptaron. Se propuso fuésemos a la Ciudadela para hablar a los generales Díaz y Mondragón. Tampoco lo aceptaron. DOS SENADORES CON BLANQUET Pero los senadores enemigos del gobierno no descansan. Sabiendo que el general Aureliano Blanquet, brazo derecho de Huerta, ha llegado de Toluca a la Tlaxpana, allá van los licenciados Pimentel y Obregón para hablar con él y conocer su actitud. El general les dijo que estaba listo con sus tropas para cumplir las órdenes que recibiera; y les manifestó que acababa de estar allí el general Huerta y que no sería posible llevar a cabo con éxito un asalto a la Ciudadela, porque se necesitaría tener diez mil hombres de los cuales el gobierno carecía y aun así, morirían casi todos en el asalto . Esta exageración en labios de un general que asegura que casi todos los diez mil hombres que atacaran la Ciudadela morirían en el asalto es indicio muy sospechoso de
que, en la entrevista celebrada poco antes entre Blanquet y Huerta, los dos traidores fraguaron o reafirmaron el complot del golpe al Estado. Blanquet además recomendó a los senadores que le hicieran saber al general Huerta lo que había pasado en las juntas a que convocó el ministro de Relaciones a los senadores, e indicó que como el general Huerta acababa de separarse de ese lugar, se le podía encontrar en su casa o en la comandancia militar, en el Palacio Nacional . Y claro que con la mayor diligencia atendieron la indicación de Blanquet y fueron a la comandancia a enterar al general Huerta de lo sucedido, expresándole que creían conveniente que él hablase al señor presidente . De esta suerte el complot siguió su curso. HUERTA Y LOS SENADORES Al día siguiente, martes 18 de febrero -acta del Senado-, a las seis de la mañana, el general Huerta mandó llamar a los senadores, diciéndoles que concurriesen a la comandancia sin demora. Entendimos entonces -dicen ellos- que ya el general Huerta había hablado al Presidente. Se reunieron los señores Camacho, Enríquez, Juan Fernández, Rabasa, Castellot, Guzmán, Obregón, Aguirre y Pimentel, acordando unánimemente ir a Palacio para hablar con Huerta, al cual comunicaron lo sucedido. Entonces el comandante militar de la plaza aprovechando las circunstancias favorables a su criminal maquinación contestó a los senadores que creía patrióticos sus sentimientos y consideraba juicioso su modo de pensar, enseñándoles un acta que se había firmado ese mismo día, martes, por el señor ministro de la Guerra y por algunos generales, teniendo como base y a la vista el informe del comandante general de la artillería, señor Rubio Navarrete, en la cual acta se declaraba que no era posible tomar por asalto la Ciudadela, en virtud de las razones técnicas y de los hechos que los generales hicieron notar. Después de la lectura del acta Huerta agregó que el gobierno no tenía los elementos necesarios para dominar el movimiento revolucionario que existía en México y en una.buena parte del país. Esta afirmación la hacía cuando poco antes afirmara todo lo contrario, esto es, que la toma de la Ciudadela era cosa fácil. Pero, claro está, lo había sostenido rotundamente cuando todavía era leal. Después, y ya encaminadas las cosas al final que Huerta se había trazado, mandó llamar con urgencia al señor ministro de la Guerra, Angel García Peña, y a varios generales y todos llegaron a la comandancia. Entonces el general Huerta puso en conocimiento del señor ministro de la Guerra lo que los senadores le habían manifestado, diciéndole que él era el conducto indicado para comunicar todo eso al señor Presidente. Aceptó García Peña el requerimiento y fue a ver a Madero para regresar poco después diciendo que el señor Presidente esperaba a los senadores en el salón verde, en la Presidencia .
Al salir de la comandancia los senadores indicaron al señor Enríquez que llevara la palabra ante el Presidente. Los hicieron pasar a una sala de la Presidencia y, cuando llegó el señor Presidente acompañado de varios ministros y ayudantes, el comisionado señor Enríquez comenzó a hablar; pero, tal vez por la gravedad de las circunstancias que lo rodeaban, no pudo expresarse con claridad, por lo que entonces don Guillermo Obregón se adelantó y haciendo a un lado a su confuso colega se expresó en los términos que relata el hoy general de división don Marciano González, quien era, en aquellos momentos históricos, secretario particular del gobernador del Distrito Federal, licenciado don Federico González Garza. Señor Presidente: Como no fuimos recibidos por usted cuando por conducto del señor secretario de Relaciones solicitamos una entrevista, hemos tenido que recurrir al jefe militar para venir a pedir a usted ... - Que digan qué -indicó el licenciado don Manuel Vázquez Tagle, ministro de Justicia. - Digan qué -repite el señor Presidente, y continuando el licenciado Obregón habla de esta suerte: - Que con la renuncia del Presidente y del Vicepresidente se haría la paz en la República ... Entonces el Presidente Madero exclamó: - No me extraña que ustedes los senadores del régimen porfirista, que hubieran deseado que aquel hombre continuara en el poder toda la vida, me vengan a pedir que entregue el gobierno en manos de quienes han tenido la osadía de dar un cuartelazo. Estoy aquí por mandato del pueblo y sólo muerto saldré del Palacio Nacional ... Entonces el senador Camacho habló y dijo: - Es que el señor ministro Lascuráin nos ha hecho ver un peligro inminente de intervención extranjera ... - Me extraña eso -dice airado el señor Presidente, pues aquí tengo este mensaje del Presidente Taft. Lo lee y exclama-: Como ustedes ven, se deja al pueblo y al gobierno de México la solución de este problema, pero contrasta la conducta de ustedes con esta otra, pues mientras que Zapata y Radilla me ofrecen mil hombres en el Sur para combatir a los traidores de la Ciudadela, ustedes me demandan el poder para los soldados sin honor; por lo tanto, repito que sólo muerto o por mandato de mi pueblo saldré del Palacio Nacional. - Siendo que no hay peligro de intervención extranjera, señor Presidente, no hemos dicho nada, y con permiso de usted nos retiramos ... -dijo el senador Camacho; y avergonzados, al parecer, salieron del recinto del Palacio Nacional, donde habían sido recibidos por el señor Presidente Madero, rodeado de casi todo su gabinete (7). El mensaje que leyó el Presidente Madero a los senadores era éste:
Por el telegrama de V. E., que recibí el día 14, se desprende que V. E. ha sido un tanto mal informado acerca de la política de los Estados Unidos hacia México -la cual ha sido uniforme en estos dos años- así como de las medidas navales o de otra índole que hasta aquí se han tomado, las cuales únicamente son de precaución natural. El embajador telegrafió ya diciendo que cuando V. E. se dignó mostrarle el texto del telegrama que me dirigía, él mismo le hizo notar a V. R este hecho. V. E. debe en consecuencia estar persuadido de que los informes que parecen haberle sido transmitidos acerca de que ya se habían dado órdenes para desembarcar fuerzas son inexactos. El embajador, que está perfectamente bien informado de esto, ha recibido instrucciones de nuevo, no obstante, de suministrar a V. E. la información que desee a este respecto. Nuevas protestas de amistad son innecesarias después de dos años de haber dado pruebas de paciencia y de buena voluntad. En vista de la especial amistad y de las relaciones existentes entre ambos países, no puedo llamar lo bastante la atención de V. E. acerca de la importancia vital que tiene el pronto restablecimiento de esa paz verdadera y orden que este gobierno ha ansiado desde hace tanto tiempo, tanto por la necesidad que existe de que las vidas y propiedades de los ciudadanos americanos sean protegidas y respetadas, cuanto porque esta nación simpatiza profundamente con las aflicciones del pueblo de México. Al corresponder a la ansiedad manifestada en el telegrama de V. E. creo de mi deber agregar, sinceramente y sin reserva alguna, que los acontecimientos que se han registrado durante estos dos últimos años y que finalmente han culminado en la gravísima situación actual, han creado en este país un profundo pesimismo y traído a la convicción de que el deber más imperioso en estos momentos está en aliviar pronto esta situación. William H. Taft . Al mismo tiempo que Taft dirigía este telegrama a Madero, la secretaría de Estado en Washington enviaba una circular a todos los agentes consulares de los Estados Unidos en México, en la que se reiteraba, para conocimiento de los mexicanos, el propósito del Ejecutivo de no intervenir. LA APREHENSIÓN DEL SEÑOR MADERO No obstante que el transcrito mensaje del Presidente Taft era claro y terminante; no embargante asimismo que por aquella declaración oficial del huésped de la Casa Blanca, el peligro de la intervención quedaba descartado, los senadores rebeldes siguieron aferrados a sus propósitos de hacer renunciar al Presidente lo mismo que el embajador Wilson. Huerta, que ya para entonces tenía bien resueltos sus criminales propósitos, quedó esperando en la puerta de la comandancia militar el resultado de la conferencia de los senadores con el señor Presidente, y cuando éstos regresaron y le dieron cuenta de su fracaso, salió en busca de don Gustavo Madero, hermano del Presidente, para invitarlo a comer en el restaurante Gambrinos donde fue aprehendido, enviado a la Ciudadela y posteriormente asesinado de la manera más cobarde y cruel. Por su parte el general Aureliano Blanquet, cuya conducta era para el gobierno hasta esos momentos una incógnita, llegó a Palacio el mismo día 18, puesto de acuerdo con
Huerta, para ir juntos a ver a Madero con el fin de alejarle toda sospecha de su deslealtad. Habló Blanquet con el Presidente, le reiteró su respeto y subordinación suplicándole que le permitiera salir al balcón con él y con el general Huerta, y como el señor Madero aprobara la idea se asomaron los tres al balcón, los dos traidores y la víctima condenada de antemano. Blanquet, dirigiéndose a sus soldados del 29 batallón, los arengó preguntándoles si estaban inconformes con el gobierno, teniendo por respuesta un estentóreo Viva Madero que halagó los oídos de don Francisco. Y en seguida para rematar la escena de la tragicomedia Blanquet abrazó al Presidente y le juró fidelidad pidiéndole finalmente permiso para retirarse. Y se retiró, para consumar su traición. Inmediatamente después, confabulados los dos infidentes, relevaron las guardias de Palacio que estaban compuestas del 20 batallón, y las reemplazaron con piquetes del 29, del que Blanquet era jefe nato. Mandaron llamar al teniente coronel Riveroll y al mayor Izquierdo, así como al ingeniero Enrique Zepeda, les dieron las instrucciones del caso y una vez aleccionados se encaminaron los tres ejecutores escaleras arriba hasta llegar a los salones de la Presidencia. El relato que sigue de los hechos históricos acaecidos en Palacio lo tomo textualmente del libro del licenciado Federico González Garza, por haber sido dicho eminente revolucionario testigo presencial de las escenas dramáticas que terminaron con la prisión del Presidente Madero. Dice don Federico González Garza: ... Era la una y media de la tarde del día 18 de febrero; el señor Presidente acababa de obtener una victoria moral sobre un grupo de senadores que había ido a manifestarle la conveniencia de que faltara a su deber, entregando las riendas del gobierno a sus enemigos. En esos momentos se hallaba en un saloncito contiguo al gran salón de acuerdos de la Presidencia, acompañado de sus ministros Pino Suárez, Lascuráin, Hernández, Vázquez Tagle, Bonilla y Ernesto Madero. Estaban ausentes los ministros De la Peña y Garza. Se hallaban también uno o dos de sus ayudantes de Estado Mayor y yo. Se trataba sobre la necesidad de aumentar la cantidad que se había destinado para proporcionar alimentos a la clase pobre mientras durase la lucha en la capital, cuando intempestivamente penetró a la pequeña estancia el teniente coronel Jiménez Riveroll, haciéndose acompañar en seguida por el señor Presidente a un pasillo en donde le comunicó, como cosa urgentísima y de parte de Huerta, que se acababa de recibir la noticia de que el general Rivera se acercaba a la capital procedente de Oaxaca, que venía rebelado y dispuesto a unirse a los alzados de la Ciudadela, y que para colocar al Presidente en un lugar enteramente seguro y fuera de todo peligro, era necesario que en seguida lo acompañara para que fuera protegido debidamente. Simultáneamente a esta escena, observé que detrás de Riveroll comenzaba a penetrar al salón de acuerdos un pelotón compuesto poco más o menos de 25 soldados rasos bien armados.
Como un relámpago cruzó por mi mente la idea de que en esos momentos comenzaba a desarrollarse una escena de traición y sangre, y lancé un grito: ¡Señores, están penetrando soldados y vienen a aprehender al señor Madero!
Todos se levantaron instantáneamente a la vez que el señor Madero regresaba, viniendo a un lado Riveroll, quien daba muestras del mayor afán por convencer al primer magistrado de que debía acompañarlo, llegando hasta ponerle una de sus manos en las espaldas, como empujándolo insinuantemente. Penetra el señor Madero al umbral del salón de acuerdos con paso acelerado, seguido de Riveroll, Marcos Hernández, hermano del Ministro Hernández, de varios ayudantes de su Estado Mayor y de algunos de los que estábamos en el saloncito; se encuentra frente a frente de aquel pelotón de soldados, que ya empezaba a evacuar el salón obedeciendo órdenes enérgicas de un fiel ayudante, y comprendiendo que Huerta le ha tendido una celada, se detiene y le dice todavía sonriendo a Riveroll que no lo acompañaría y que diga a Huerta que pase a su presencia para que le imponga de los acontecimientos. Se inicia entonces un diálogo rapidísimo, seguido de un violento forcejeo, y comprendiendo el ejecutor de las órdenes de Huerta que su víctima está por escaparse, detiene a los soldados, exclama con vez estentórea: ¡Alto! media vuelta a la derecha; ¡levanten armas! ¡apunten...!
Y antes de que pudiera dar a los soldados, cuyas armas estaban ya dirigidas hacia nosotros, la terrible orden de hacer fuego, advierto yo en un b;avo ayudante. que se hallaba inmediatamente delante de mí, un vivo movimiento de su brazo derecho, veo brillar en sus manos el pavonado cañón de una pistola, lo dirige instantáneamente en la dirección de la sien izquierda del teniente coronel Riveroll, se escucha una tremenda detonación y el infidente militar recibe su castigo desplomándose en tierra, con el cráneo atravesado por la certera bala de un lea1 . No concluye ahí la tragedia; los soldados, quizá por haber creído oír la orden de fuego, o por haber adivinado la intención de su jefe, o por la simple inercia del que está acostumbrado a obedecer órdenes semejantes, dispararon también sus armas, haciendo retemblar con su múltiple detonación los cristales de las ventanas, agitando los cortinajes y llenando el ambiente de una nube espesa de humo, fuertemente saturado por el olor acre de la pólvora; y entonces, el salón que antes fuera asiento de deliberaciones serenas y en el que el Presidente y sus ministros celebraban sus consejos sobre las graves cuestiones nacionales, se convirtió en teatro de una espantosa discusión: sobre un charco de sangre yacían juntos los cadáveres de Riveroll y Marcos Hernández, y en el extremo opuesto el mayor Izquierdo, segundo jefe del pelotón, que también encontró la muerte a manos de otro leal ayudante (Federico Montes), y sobre aquella escena de horror se destacaba, como producto de milagrosas contingencias, la serena y noble figura del señor Presidente, que con los brazos abiertos en cruz, como un nuevo Cristo sobre la tempestad, avanzaba majesroosamente de cara al peligro, hacia los soldados, a quienes les decía: ¡Calma, muchachos, no tiren! , hasta llegar a ellos y parapetarse tras de sus propios cuerpos.
De este modo, él pudo ganar la puerta que conducía a la antesala y dirigirse a los salones que dan frente a la Plaza de la Constitución, mientras los soldados, desconcertados por la muerte de sus jefes, se desbandaron, buscando como pudieron una salida. El señor Madero no perdió tiempo, se asomó a uno de los balcones y arengó a las tropas rurales que rodeaban a Palacio, participándoles la asechanza de que estaba siendo víctima. Ellos le contestaron con entusiasmo delirante estar prontos para su defensa y que esperaban sus órdenes. Entretanto, todos sus ministros habían abandonado el lugar en que se encontraban, bajando al primer patio por la escalera de honor y dirigiéndose a la comandancia militar, en busca de Huerta, imaginándose que no fuera obra de éste todo lo que ocurría. Yo bajé por la misma escalera y acompañado por el Vicepresidente nos dirigimos con rapidez hasta la puerta central de Palacio, en busca del general Blanquet, en cuya fidelidad hasta esos momentos nadie dudaba, para pedirle el auxilio necesario para la defensa del señor Presidente. Al llegar a su presencia y con la sorpresa que es fácil imaginar, en lugar de cumplir con su deber ordenó nuestro arresto inmediato, desarmándonos y recluyéndonos en el garitón de la derecha de la puerta central mencionada, poniéndonos incomunicados entre sí, con centinelas de vista, quienes recibieron órdenes estrictas. El señor Madero, entretanto, junto con tres o cuatro de sus ayudantes y de varios amigos de los más fieles, descendió por el elevador hasta el patio en busca de apoyo en algún cuerpo del ejército que estuviera cercano, y encontrándose ahí formado una parte del 29 batallón, que él siempre había reputado como de los más fieles y por haber llenado de consideraciones a su jefe Aureliano Bhinquet, quien había ascendido al grado de general de brigada, por todo lo cual el mismo Presidente había dispuesto qup este jefe se encargara de la custodia de Palacio; con entereza se adelantó hasta las filas, las que al reconocerle, le presentaron respetuosamente las armas, y en vibrantes palabras les dijo: Soldados; se quiere aprehender al Presidente de la República; pero ustedes sabran defenderme; pues que si estoy aquí, es por la voluntad del pueblo mexicano .
Al mismo tiempo, desde el centro de Palacio y seguido por varias compañías de soldados del mismo batallón, Blanquet se había desprendido a paso largo para venir al encuentro del señor Madero y empuñando aquél en su mano un revólver, avanzó hacia él hasta colocarse a pocos pasos de su persona y le intimó rendición en estos términos: Señor Madero, es usted mi prisionero .
Entonces el Presidente con ademán de indignación profunda, revistiéndose de toda la dignidad que su puesto y sus convicciones le imponían, le contestó con este apóstrofe: ¡Es usted un traidor!
Blanquet repitió: Es usted mi prisionero .
El Presidente responde con más virilidad: ¡Es usted un traidor! , pero viendo que ya toda resistencia era inútil, se dejó
conducir en seguida hasta la comandancia militar, cuyas oficinas están situadas en el mismo patio de Palacio, y en una de las cuales fueron internados el señor Presidente y los ministros, con excepción del señor Bonilla que logró escaparse y del señor Pino Suárez, que, como antes dije, se hallaba preso conmigo en otro lugar .
UN EMBAJADOR ANTIDIPLOMÁTICO
Antes de continuar el relato de los sucesos posteriores a la prisión del señor Madero, que fue el 18 de febrero de 1913, considero indicado hacer referencia a la conducta que observó con su gobierno el embajador de los Estados Unidos en México, Henry Lane Wilson, al referirse a los acontecimientos de la Decena Trágica ; y, en particular, a la personalidad del Presidente Madero y su gobierno. Sobre ese período el distinguido jurista y literato, licenciado don Ramón Prida, escribió una importante obra histórica, titulada La culpa del embajador norteamericano Henry Lane Wilson en el desastre de México. La cual es el complemento de los dos tomos escritos por el ilustre revolucionario, periodista e historiador, licenciado don Luis Manuel Rojas: el primer tomo publicado el año de 1928, con el mismo título, y el segundo que sigue inédito. El interesante libro de don Ramón Prida, también inédito, me fue gentilmente facilitado por los hijos del autor, don Pablo y don Antonio Prida, a quienes reitero públicamente mi reconocimiento por la confianza que en mí depositaron y por su gesto patriótico, ya que su mira, como me lo expreSaron personalmente, es la de que los trabajos de su señor padre sean, como él quería que fuesen, útiles para la formación de nuestra historia, al ser divulgados lo más posible.
En la obra de don Ramón he encontrado valiosos documentos que demuestran cuál fue la conducta antidiplomática, antijurídica, inhumana y perversa que observó dicho representante en los sucesos trágicos del mes de febrero de 1913 que culminaron con la prisión y asesinato del señor Presidente don Francisco I. Madero y de su leal compañero el señor licenciado don José María Pino Suárez, Vicepresidente de la República. Para que se conozca la actitud parcial e injusta del embajador estadounidense hacia el señor Madero examinaremos el informe que Lane Wilson dirigió a su gobierno refiriéndose a las apreciaciones que la prensa de su país hacía respecto del Presidente mártir, informe que nos da a conocer el señor Prida. Transcribo algunos de sus párrafos. Decía Wilson: Estudiando la prensa de los Estados Unidos descubro que prevalece una opinión errónea respecto al carácter del gobierno del señor Madero. Es cierto que el señor Madero llegó al poder con un programa altruista y aparentemente con grandes ideales, pero su carácter y el de su administración se alejaron más, día a día, de esa meta; sobre todo en lo que se supone carácter bondadoso, degenerando rápidamente en un despotismo del peor carácter, acompañado por las pruebas más evidentes de corrupción, incompetencia, impotencia, ineficiencia y nepotismo. En los últimos meses de su existencia, prácticamente fue un reinado de terror, sostenido por el espionaje, el despilfarro más escandaloso del dinero público, ilegales e inmotivadas confiscaciones y prisiones, la más rígida censura de la prensa y el engaño del público en el país y el extranjero por agentes pagados, nativos y extranjeros; el soborno del Congreso y del Ejército, el desconocimiento y falta de atención a los compromisos internacionales y prácticamente el gobierno de la nación por una familia que no estaba educada para el ejercicio del poder, a la que faltaba el debido patriotismo, la prudencia y la política, que eran imperativos esenciales dado el estado anormal y caótico del país. Refiriéndose al señor Madero, dice: Que era activo en las pequeñas cosas y evasivo, disimulado y negligente en las grandes; que llegó al poder como apóstol de la libertad, pero era simplemente un hombre de cerebro desordenado que tuvo la oportunidad de aparecer en el momento psicológico. Que las responsabilidades del puesto y las decepciones que recibió, motivadas por intrigas y rivalidades, habían hecho pedazos completamente su cerebro; que durante el bombardeo de la ciudad sus cualidades mentales, siempre anormales, se habían desarrollado en esa forma peligrosa de locura del que el mejor ejemplo en los antiguos tiempos había sido Nerón, en los modernos Castro. Que si no hubiera llegado al poder probablemente sus buenas cualidades habrían hecho de él un hombre de campo, benévolo, caballero, con ideales y sin mancha alguna en su vida. Pero que envuelto en el manto del poder sus diabólicas cualidades, que estaban dormidas en su sangre o en su raza, salieron a la superficie y dieron como resultado la ruina no sólo del individuo sino de millares de personas del pueblo mexicano. Pintar así al señor Madero es más que una calumnia, es una infamia, es el engendro de un espíritu malévolo que no oculta su insania hacia ese bueno inmejorable que cayó al peso de su magnanimidad.
Quienes tuvimos el honor de conocer personalmente al mártir de nuestra libertad y todos aquellos que nos enteramos de los actos públicos de su corta vida política estamos de acuerdo que ese ser teratológico que fue Henry Lane Wilson, al juzgar de aquella manera a su víctima, cometió uno de los actos más vituperables que un hombre puede perpetrar en su vida. No, el señor Madero no sabía lo que era la maldad humana; era, al contrario, el símbolo de la bondad como desgraciadamente también fue el símbolo del candor político, defecto que pagó con su martirio. La última vez que viera al Presidente Madero fue el día en que me llamó para darme sus instrucciones verbales, antes de marcharme a Chihuahua al lado del Gobernador Abraham González a ocupar el cargo de oficial mayor de su gobierno, puesto para el que me recomendara el propio Ejecutivo Federal. Aquel día, inolvidable en mis recuerdos, don Francisco me dejó la impresión de que tenía un alma diáfana como el cristal. Al través de sus ojos claros se adivinaban la pureza de su corazón benevolente y la nobleza de sus pensamientos. ¿Loco el señor Madero? Si la pasión desmedida por la libertad y el amor enfervorecido por la patria -sentimientos que dominaban su espíritU- pudieran considerarse, en aquellos momentos históricos de la dictadura porfirista, como actos de un loco porque se enfrentaba, a pesar de su pequeñez política, al coloso dictador Porfirio Díaz, entonces sí, don Francisco Madero tUvo la divina locura de los apóstoles de la libertad. Pero fuera de ese su quijotismo cuerdo, puro y valiente que, al fin y al cabo, tUmbó la tiranía porfirista, era el más normal y el más probo de los hombres. Decir que sus diabólicas cualidades estaban dormidas y salieron a la superficie , es descubrir que el verdadero espíritu infernal estaba en realidad en el pecho de aquel infame calumniador que merece los anatemas de la historia. Comparar al santo laico que era el señor Madero con Nerón es el colmo de la irreverencia y la inverecundia. Para comprender la parcialidad que guiaba a Lane Wilson al emitir sus juicios sobre los protagonistas de aquel drama nacional, veamos el parecer que da a su gobierno sobre el general Victoriano Huerta: El general Huerta -dice- es sobre todo un soldado, un hombre de acero, de gran valor, que sabe lo que quiere y cómo alcanzar su objetivo; no creo que sea muy escrUpuloso en sus procedimientos. Es fervoroso creyente en la política del general Díaz y según creo es un convencido de la necesidad de cultivar las más amistosas relaciones con los Estados Unidos. Lo creo un patriota sincero y, hasta donde mis observaciones del momento me permiten formar una opinión, se separará gustoso de las responsabilidades de su puesto tan pronto como la paz y el restablecimiento de las condiciones financieras del país lo permitan. Respecto al rebelde brigadier Félix Díaz, su opinión es la siguiente: No creo que sea un hombre de carácter tan enérgico como el general Huerta, pero es un hombre de carácter muy compasivo, adverso al derramamiento de sangre y a cualquiera clase de crueldad. Se parece muchísimo a su tío el ex-Presidente Díaz, tanto en aspecto como en sus maneras y sin duda alguna, con el tiempo y el entrenamiento, desarrollará sus aptitudes de gobierno en alto grado y con verdadero éxito.
Llama la atención la circunstancia de que a pesar de que a Huerta lo describe con encomio, sin embargo al final de su juicio dice de él: No creo que sea muy escrupuloso . Y, sin embargo, el inmoral embajador ayudó al inescrupuloso, se puso de acuerdo con él para que realizara el golpe de Estado, y después también fue responsable, por negligente mala intención, del crimen proditorio cometido contra el señor Madero. Por eso, don Ramón Prida enjuicia a Lane Wilson con estas certeras apreciaciones: Esa pintura que hace el embajador, a su gobierno, de los tres personajes políticos que jugaron parte esencial en el episodio de nuestra historia conocido con el nombre de Decena Trágica , es, seguramente, el mejor retrato que de Henry Lane Wilson puede pintarse; al hacerla se muestra como es: mentiroso, falso, hipócrita, rencoroso, con apasionamientos de hombre inculto, con perversión absoluta. Se necesita una desvergüenza inaudita para calificar el régimen maderista de neronismo. ¡Madero un Nerón! Si de algo pecó el señor Madero fue por su benevolencia; pudo legalmente fusilar al brigadier Díaz, sentenciarlo por un tribunal legítimo y con arreglo a la ley vigente, y no lo hizo; toleró periódicos como El Mañana y el Multicolor que lo injuriaban diariamente a él y a sus ministros; y no puede conscientemente imputarse" a él ni a su gobierno un solo acto de crueldad, ni envió a ninguno de los redactores de esos periódicos a las trincheras para que observaran los hechos de cerca, ni los desterró, ni puso a nadie a dos metros bajo tierra. Hay que tener en cuenta que ese informe, que lleva fecha 24 de febrero de 1913, está hecho a raíz de los asesinatos ejecutados en la Ciudadela en la madrugada del 19 de febrero de ese mismo año, que si no fueron hechos por orden directa del brigadier don Félix Díaz, cuando menos tuvieron su anuencia tácita ... DOCUMENTOS DE LA SECRETARIA DE ESTADO Múltiples mentiras del embajador Wilson a su gobierno Avalora de un modo considerable el trabajo del licenciado Prida un documento auténtico del gobierno de los Estados Unidos del que dicho letrado mandó sacar copias fotostáticas de las piezas que le parecieron Utilizables para historiar los sucesos de aquellos días, y, primordialmente para el mejor conocimiento del papel que jugó en los sucesos de la Decena Trágica , especialmente en la caída y muerte del Presidente Madero, el embajador norteamericano. Tal documento es el expediente que el Departamento de Estado repartió entre los senadores y diputados que formaban el Comité de Relaciones Exteriores del Congreso de los Estados Unidos. Uno de esos ejemplares -dice el señor Prida- llegó a mis manos e hice tomar copia fotostática de todo él, que conservo en mi poder. Ese expediente tiene el carácter de confidencial y fue impreso y repartido el 14 de mayo de 1913 . De dicho acervo documental el licenciado Prida utilizó algunos telegramas de entre los cuales entresaco los que me han parecido más interesantes de los que el embajador'Wilson envió a Washington durante los días 9 al 18 de febrero de 1913, y algunos más pertinentes a mi objeto. El día del levantamiento, 9 de febrero, Henty Lane Wilson dirigió a su gobierno varios mensajes; en uno de ellos dice:
La muchedumbre gritaba vivas a Díaz y mueras a Madero . Esa afirmación es mendaz, pues quienes estuvimos entonces en la capital de la República, sabemos que no hubo tales manifestaciones favorables al rebelde y contrarias al Presidente, sino todo lo contrario. El viaje que hiciera el señor Madero del Castillo de Chapultepec hasta el Palacio Nacional demostró las simpatías que el pueblo tenía por él, pues durante ese trayecto mucha gente lo siguió, haciéndole manifestaciones notorias de adhesión, lo que puede comprobarse al ver las fotografías de la época. Otro telegrama de la misma fecha dice que no habiendo podido dar el gobierno las garantías que pidió para los extranjeros, las había pedido al general Félix Díaz, por conducto de un emisario, a quien previamente exigió credenciales en forma . Este mensaje demuestra la ninguna consideración que merecían al embajador de los Estados Unidos las autoridades legalmente constituidas, únicas a las que debía pedir las garantías que creyera convenientes para seguridad de los extranjeros; y no al rebelde que no estaba en condiciones de darlas, y tampoco de recibirlas, pues no tenía la capacidad jurídica indispensable para que un diplomático consciente de sus deberes le pidiera nada. Siendo de extrañar que el Departamento de Estado al recibir tal mensaje no reprendiera muy seriamente por su conducta a aquel su representante que se dirigía a un rebelde dándole una beligerancia contraria a derecho. Además en el informe que rindió al secretario de Estado con esa misma fecha expresa que: ese día dirigió una carta al Inspector de Policía y a todos los comisarios en las diversas demarcaciones encargándoles la clausura (requesting) de todas las cantinas y pulquerías . Esa intromisión inaudita en los negocios internos de un Estado era una falta grave que el gobierno de Washington debía haber castigado con la destitución de su representante en México; y, sin embargo, no lo hizo. Tal atrevimiento sólo puede concebirse en un hombre que, o no estaba en completo uso de sus facultades mentales, por ser un ebrio consuetudinario, o que, si estaba en estado normal, acusaba una falta absoluta de sus deberes diplomáticos, y en todo caso, un desprecio total hacia las autoridades ante quienes estaba acreditado. Al día siguiente de estallado el movimiento rebelde, en telegrama del día 10 dice a su gobierno: Advertido de esta situación -la que ha expuesto en anteriores mensajes-, el Departamento debe tomar medidas para procurar que se envíen barcos de guerra de tonelaje suficiente para que hagan impresión y con marinos que puedan desembarcar en caso necesario. Medidas semejantes deben tomarse en la frontera. A juzgar por el telegrama que en seguida insertamos, el Departamento de Estado contestó a su embajador el anterior mensaje en términos que no conocemos. Entonces Lane Wilson, refiriéndose a esa respuesta, replicó a las 4 de la tarde del mismo día: Me refiero al del Departamento de 10 de febrero a las 11 a. m. Según parece mis miras han sido bastante claras aunque no suficientemente amplias ... Actualmente hay aquí sobre 5,000 americanos y quizá 25,000 extranjeros de diversas nacionalidades absolutamente sin ninguna protección c0ntra los zapatistas, que de hecho se están
moviendo sobre la ciudad, ni contra la plebe, la que aunque hasta ahora no ha dado indicios de hacer algo, pero puede sin embargo en cualquier momento precipitar los conflictos. Nuestro gobierno tiene como principal deber el de proteger a nuestros connacionales y como deber secundario, nacido de nuestra proximidad y nuestra proclamada política en relación con los otros países, de dar protección a todos los extranjeros. No puedo indicar al gobierno de los Estados Unidos cómo debe hacer extensiva esa protección a los americanos y extranjeros que están en esta ciudad de México, por estar ésta en el interior del país, y demás dificultades; y además, también por lo incierto de la situación que puede en un momento dado cambiar radicalmente mejorando o empeorando. Éste es un problema que pueden resolver mejor el Presidente y sus consejeros que esta embajada. Para mí, sin embargo, no hay duda de la inmediata necesidad, en anticipación a los trastornos y levantamientos, que por simpatía pueden surgir en los puertos mexicanos, de enviar a ellos formidables unidades de guerra, con suficiente número de soldados que puedan desembarcar, los que deben ser enviados a los puertos tanto del Atlántico como del Pacífico; también deben darse señales visibles de actividad y prevención en la frontera. Estamos formando aquí una guardia de extranjeros, y espero en breve poder anunciar que ha quedado efectivamente organizada. Actualmente sólo los americanos están haciendo servicio de patrullas en la parte de residencias de extranjeros. No hay ni soldados ni policías en servicio. Por este mensaje se advierte claramente cuáles eran los deseos de Lane Wilson: los de alarmar a su gobierno haciéndole creer que la situación era de tal manera grave en la República Mexicana que era preciso dar garantías a sus nacionales y demás extranjeros residentes en este país, el de rodear nuestras costas con formidables unidades de guerra y suficientes marinos de desembarco que, en un momento cualquiera, pudieran llevar a cabo una invasión militar, provocando así una guerra del todo innecesaria y absolutamente injusta. En aquellos momentos sólo en la ciudad de México había alarma, no obstante lo cual todos los extranjeros tUvieron completas garantías, y en cuanto al resto del país, es bien sabido que los rebeldes no fueron secundados por el pueblo, el que fue contrario, no sólo a los alzados de la Ciudadela, sino al traidor Huerta; a cuyo efecto se levantó en armas por todos los ámbitos del país para secundar el movimiento reivindicador de la honra y de las leyes de la República, poniéndose a las órdenes del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista don Venustiano Carranza, que levantó en Coahuila la bandera de la Revolución. Persiguiendo la idea de que llegaran barcos de guerra a los puertos mexicanos -dice el señor Prida- Henry Lane Wilson telegrafió al cónsul de los Estados Unidos en Veracruz, señor Canada, a efecto que reuniera a los cónsules extranjeros en dicho puerto y les arrancara una solicitud dirigida a él para que a su vez dicho cónsul pidiera al gobierno norteamericano el envío de barcos de guerra. Para el mejor éxito de su intriga, solicitó del ministro de Cuba, señor Márquez Sterling, que éste telegrafiara al cónsul Sanjenís, que patrocinara la petición del embajador, naturalmente el ministro señor Márquez Sterling hizo todo lo contrario, y el cónsul de Cuba en Veracruz frustró los planes del embajador. Éste, días después, decía al señor Márquez Sterling, que el cónsul cubano en Veracruz era muy bruto, pues no había sabido secundar el proyecto del cónsul señor Canada.
Después de leer este mensaje a cualquiera se le ocurre, conociendo los hechos acaecidos y el comentario del señor Márquez Sterling, que el bruto no era el estimable cónsul de Cuba en Veracruz, señor Sanjenís, sino el embajador yanqui que estaba maquinando cosas contrarias a su misión, al tratar de sobornar a un probo funcionario extranjero que sí sabía cuáles eran sus obligaciones oficiales. Al mediodía del 10 de febrero telegrafió lo que sigue: La situación en estos momentos parece no haber cambiado materialmente desde el telegrama de esta Embajada el 9 de febrero a las 7 p. m. El Presidente y su gabinete han abandonado Palacio y esta Embajada ignora dónde se encuentra. El general Huerta, cuya lealtad es discutible, se ha hecho cargo de Palacio. Prácticamente, todas las autoridades locales en los Estados, la policía y las fuerzas rurales, se han pronunciado en favor de Díaz, que se está atrincherando fuertemente en la Ciudadela con 2,500 o 3000 hombres bajo su mando inmediato. Según parece Blarquet está cortado en Toluca con las tropas federales, o es desleal. También Ángeles que manda las fuerzas federales en Morelos está cortado. Dos trenes llegarán hoy de Querétaro con tropas que se suponen leales. Según se dice De La Barra y Huerta están en inteligencia con el objeto de llegar a un arreglo que evite nuevo derramamiento de sangre. No puede obtenerse protección alguna para los extranjeros residentes en ésta ni para las Legaciones. Estoy en unión de mis colegas, que calurosamente aprueban esta acción, organizando una fuerza extranjera que proteja la vida y las piedades de los extranjeros. Espero que quedará lista aptes del anochecer pues se teme una invasión de zapatistas provenientes del sur. La situación no sólo se presenta aquí con caracteres alarmantes sino amenazantes en los Estados, donde parece haber tenido eco, especialmente si triunfan los revoucionarios ... Este mensaje está lleno de falsedades. El Presidente y su gabinete no abandonaron el Palacio Nacional sino al contrario, los ministros del señor Madero apenas se enteraron de la asonada militar se dirigieron a la residencia oficial del poder ejecutivo para acompañarlo. Este hecho me consta personalmente porque los días 9 y 10 dejé mi domicilio que se encontraba entonces en la calle de Bucareli, frente al Reloj, para presentarme al gobernador del Distrito, licenciado don Federico González Garza, a quien acompañé a Palacio quedando en la comandancia militar donde vi al general Huerta recién nombrado comandante militar de la plaza. El licenciado González Garza, que bajó por mí a la comandancia poco después de hablar con el señor Presidente, me dijo que todos los miembros del gabinete acompañaban al señor Madero con el fin de ponerse a sus órdenes en aqueltos momentos críticos. Decir que todas las autoridades locales en los Estados, la policía y las fuerzas rurales se habían pronunciado en favor de Díaz era una mentira absoluta, pues no hubo uno solo de los gobiernos locales que se pronunciara en favor de los rebeldes. Lo que asevera acerca de que De la Barra y Huerta están en inteligencia con el objeto de llegar a un arreglo que evite nuevo derramamiento de sangre ; eso, de haber sido cierto, demuestra que el embajador sabía de esa connivencia que después se verificó plenamente. El 11 de febrero telegrafió lo siguiente al cónsul general de los Estados Unidos:
Señor: Sírvase usted informar a los cónsules y agentes consulares que están bajo la jurisdicción de usted, si fuere posible por telégrafo y si no por correo, lo siguiente: El domingo en la mañana hubo un levantamiento en esta ciudad. Los generales Reyes y Díaz fueron sacados de la prisión militar de Santiago e inmediatamente tomaron el mando del ejército que se había amotinado. El general Reyes fue muerto al atacar el Palacio Nacional, pero el general Díaz con sus fuerzas capturó el arsenal y ahora está al frente de una considerable parte de la ciudad, habiéndosele unido gran parte de las fuerzas militares que aquí estaban, la policía y una parte de los rurales. Soy de usted ... Henry Lane Wilson. También en este mensaje el embajador falta a la verdad al decir que a los rebeldes Díaz, Reyes y Mondragón se les unió una gran parte de las fuerzas militares, de la policía y de los rurales . Lo cierto es que fuera de las tropas que desde un principio se unieron a los citados rebeldes no se les agregaron después ningunas más, sino al contrario: se les segregaron los alumnos de la Escuela de Aspirantes que fueron reducidos al orden por el general Villar en el propio recinto del Palacio Nacional, del que se habían apoderado. Por lo demás, la policía y las fuerzas rurales permanecieron leales al gobierno desde el principio de la rebelión. El día 12 (9 p. m.) envía a Washington esta información: La lucha ha sido terrible, pero a intervalos ... Dos mil revolucionarios han llegado a la estación de San Lázáro para ayudar al general Díaz, pero no puedo asegurar que hayan logrado unírsele. A cada momento la situación se pone más y más peligrosa y el pánico es enorme ... Llama la atención la mentira garrafal de este mensaje. La aseveración de que 2,000 revolucionarios han llegado hasta la estación de San Lázaro para ayudar al general Díaz era completamente falsa. El día 12 telegrafía: Mis informes sobre las pérdidas habidas en los encuentros del lunes y martes están bajo la realidad. La Cruz Blanca ha informado a la embajada que tenía aproximadamente 1,200 heridos y la Cruz Roja no ha enviado informe alguno. No se ha dado el número de muertos, pero indudablemente es muy grande. Ni la Cruz Blanca ni la Roja son respetadas por las fuerzas federales. El Presidente de esta última organización fue muerto. Algunos miembros de la Cruz Blanca fueron sorprendidos acarreando municiones, y fuerzas de Díaz los ejecutaron. En ese mensaje -dice el licenciado Prida- hay varias falsedades y quizá una confusión. El presidente de la Cruz Roja era en esa época el licenciado don Rafael Pardo que aún vive. Ninguno de los miembros de la Cruz Roja, no obstante la labor ardua que tuvieron, sufrió daño. Uno de los médicos de la Cruz Blanca, el doctor Antonio Márquez, cometió la imprudencia de atender un herido en medio de la plaza en vez de hacerlo llevar al portal donde él y el herido habrían tenido abrigo, y pagó cara su imprudencia pues murió a consecuencia de un balazo que recibió al estar haciendo la curación.
Respecto a la afirmación de que la Cruz Blanca tenía en sus salas 1,200 heridos, hay que decir lo que don Ramón Prida se tomó el trabajo de averiguar con el muy honorable doctor don Rosendo Amor, que era entonces el presidente de la Cruz Blanca. Dicho doctor Amor en carta que envió al señor Prida el 15 de mayo de 1929 le dice: ... Los datos de la Asociación que coinciden exactamente con mis recuerdos son los siguientes: heridos 527, muertos 27. Como usted justamente lo piensa son muy exageradas las informaciones del embajador americano y muy encomiable su propósito de rectificarlas. El día 13 a las 3 de la tarde, dice a su gobierno: Desde temprano ha habido a intervalos fuerte cañoneo. A lo que parece el combate de hoy ha sido favorable para Díaz, pues ha desmontado dos o tres cañones federales y ahora está cañoneando el Palacio Nacional con cañones de grueso calibre desde la Ciudadela; también está cañoneando desde la Escuela de Tiro del gobierno y desde la Escuela de San Lázaro; ambos puntos parece que están bajo su control. Desde la azotea de la Embajada se puede ver que el Palacio Nacional y toda la plaza se encuentran envueltos en una nube de humo y polvo, lo que indica que el daño sufrido por el Palacio ha sido grande. 440 rurales acaban de llegar y se han situado frente a la Legación Alemana. Los oficiales han dicho al ministro alemán que no saben de qué lado están, pero que su coronel había tenido una entrevista con Díaz. Por fin ha salido Blanquet de Toluca, marchando por las líneas nacionales hacia el Norte, a González, para regresar haciendo un rodeo al Sur. No creo que su llegada haga cambiar gran cosa la situación, pues tengo informes de que sus tropas son dudosas. No obstante estos informes favorables a Díaz hay que recordar que según los datos que tenemos las fuerzas del gobierno son muy superiores. Durante el fuego de esta mañana el Club Americano fue completamente destruido, y cuatro americanos cuyos nombres se ignoran se dice fueron muertos en una iglesia protestante. No he podido confirmar esta última afirmación. Han llegado a la Embajada informes de que hay un tren listo para llevar al Presidente. Esta información proviene de un despachador de trenes. Todo este telegrama -comenta el señor Prida- es un tejido de embustes; el Palacio Nacional no se vio un solo momento envuelto en humo, durante la Decena , ni podía verse, porque los disparos de la Ciudadela no podían hacer llegar el humo hasta allá. No pudo por lo tanto ver el embajador desde la azotea de la Embajada un humo que no existió, ni menos confundirlo con una polvareda que tampoco pudo existir. Aún más, es suficiente consultar el plano de la ciudad para quedar convencido de esa imposibilidad dada la situación de la Embajada. Ni la Escuela de Tiro ni la Estación de San Lázaro estuvieron un solo momento en manos de los felicistas. En esos puntos como en todo el norte y este de la ciudad dominó el gobierno hasta qud cayó. Los cuerpos rurales ni un solo momento vacilaron en su actitud, y ello se explica, esos cuerpos estaban formados por antiguos revolucionarios, voluntarios que habían
combatido al lado del señor Madero, bajo las órdenes de jefes netamente maderistas. Tan es así que como veremos más adelante, cuando Victoriano Huerta preparaba, de acuerdo con Henry Lane Wilson, la traición que debía llevarlo al poder por medio del crimen, su primer cuidado fue alejar a loS rurales que estaban en los alrededores del Palacio Nacional, y así expresamente lo dice el embajador a su gobierno en telegrama del 17 de febrero. El día 13 (3 p. m.) sigue telegrafiando Lane Wilson: Informes no oficiales que llegan de Oaxaca, Manzanillo, Guadalajara, Veracruz, Puebla y otras varias ciudades dicen que se han declarado en favor de Díaz. Estas informaciones son completamente faltas de 'veracidad, pues ninguno de los Estados mencionados se levantó en favor de Félix Díaz. El día 14 (11 a. m.) dice: ¿Quisiera el Departamento darme instrucciones inmediatas sobre las medidas que puedo tomar o que me permita tomar para disponer de los barcos y marinos que deben llegar mañana a puertos mexicanos? Con relación a la situación que prevalece en México y Veracruz recomiendo se me faculte dentro de las disposiciones legales, y cUando el Departamento lo juzgue debido, con facultad de proceder inmediatamente según las circunstancias y sin necedidad de nuevas instrucciones. La situación a cada momento se pone más peligrosa y las condiciones aquí son casi caóticas. La escasez de víveres y la amenaza del hambre son en realidad fait accompli y el Departamento debe considerar al contestanne este telegrama todas las contingencias que pueden sobrevenir. El 14 (2 p. m.) sigue mintiendo el embajador al decir: Se han recibido telegramas que dicen que Puebla y Tlaxcotlalpan han sido tomados por los revolucionarios y han reconocido a DÍaz. Lo que era del todo inexacto. IMPROPIA CONDUCTA DEL MINISTRO INGLÉS
SIGUEN LAS FALCEDADES DE LANE WILSON Para seguir cronológicamente con los documentos del expediente oficial y confidencial a que hemos hecho referencia, insertamos en seguida la carta privada que el ministro de la Gran Bretaña, Francis Strong, dirigió al embajador Wilson con fecha 14 de febrero: Privada. Muy confidencial. Estimado señor Wilson: Como usted debe saberlo, en caso de faltar el Presidente de la República, en el ministro de Relaciones recae la jefatura de la administración. Ahora bien, tengo muy buenas razones para creer que si se consigue que el señor Madero renuncie y quede como Presidente Provisional el señor Lascuráin, este señor contaría con el apoyo cordial de personas de gran influencia política y reputación. Debo agregar, que aunque el señor Lascuráin no pertenece al Partido Progresista , ha estado por la fuerza de las circunstancias en contacto íntimo con sus principales líderes y, por lo tanto, tendrían menos dificultades que con cualquiera otra persona (que no pertenezca al Partido) para sortear la situación. Presento a fa consideración de usted esta sugestión ... De usted. Francis Strong. Esta nota no fue contestada por el embajador americano hasta el día 17 en los términos siguientes: Mi querido señor Strong. Recibí su carta relativa a que es deseable que el señor Lascuráin sea quien se encargue del poder ejecutivo en el caso que éste falte. Estimo al señor Lascuráin en alto grado, pero temo no sea lo suficiente enérgico para el puesto, pues mi experiencia en los últimos días me ha enseñado que es vacilante y fácilmente, cuando se excitan sus nervios, cae en depresión nerviosa. Han llegado a la Embajada noticias de que Huerta es de hecho prisionero de sus oficiales en Palacio y esa noticia aunque no confirmada explicaría por qué faltó ayer a la cita que él mismo me había dado. Según la noticia, los oficiales están en comunicación directa con Díaz y le dan aviso de cómo debe dirigir sus fuegos para que tengan mayor efecto. Si puedo ser a usted útil en algo, tendré verdadero placer en poner mis servicios a su disposición.
De usted sinceramente. Henry Lane Wilson. Esos papeles muy confidenciales y privados demuestran que también el representante diplomático inglés se entremetía en nuestros asuntos internos hasta el grado de proponer a su colega norteamericano, a quien creía el verdadero hombre fuerte de la situación mexicana, que en lugar del señor Madero, cuya renuncia esperaba, quedara como Presidente Provisional el señor Lascuráin, a quien Wilson juzga como hombre débil y vacilante, en lo que tenía razón. El mismo día 14 (3 p. m.) sigue informando: Díaz envió anoche, a las doce, dos mensajeros con la correspondencia que se ha cambiado con el gobierno sobre la manera de hacerse la guerra en esta ciudad. Hace en ella varias recomendaciones al gobierno con objeto de salvar vidas e intereses e incluye esas recomendaciones. La contestación es breve, no entra el gobierno en discusión de las cuestiones que se le presentan y exige la rendición permitiéndole salir de la ciudad. Con la nota en que envía esa correspondencia Díaz insiste en que se le reconozca el carácter de beligerante por el gobierno de los Estados Unidos, haciendo constar que controla la ciudad aunque hasta ahora se ha limitado en lo posible su fuego. Enviará los documentos. No dice el embajador cuál fue la respuesta que diera a la petición de Félix Díaz de que se le reconociera la beligerancia por parte del gobierno de los Estados Unidos, sencillamente porque no supo o, mejor dicho, no quiso cumplir con su deber, que era el de haberle mandado a decir que se abstuviera de semejante pretensión, pues teniendo reconocido el gobierno de Washingron al del señor Madero, era imposible, dentro de los principios del derecho internacional, que se reconociera al rebelde de la Ciudadela. Pero, claro está, no procede de esa guisa el señor embajador sino que quedó en espera de los documentos que le ofreciera el brigadier levantado en armas, así como de los acontecimientos que, él sabía, se precipitarían en contra del gobierno. El mismo día 14 a la medianoche sigue informando: Las fuerzas federales en Ozumba, Miraflores, la Compañía, Chalco, Tláhuac y San Rafael se han rebelado declarándose en favor de Díaz. En la mayor parte de los casos la oficialidad ha sido muerta. El contenido de este mensaje es también una sarta de inexactitUdes porque no es verdad, en absoluto, que las fuerzas federales de aquellas pequeñas poblaciones se hubiesen rebelado en favor de Díaz, siendo también mentira que su oficialidad hubiese sido sacrificada. Misma fecha (12 a. m.): El ministro alemán me ha informado que el señor De la Barra estuvo en Palacio y tuvo una conferencia con el Presidente y con el general Huerta. Al salir el señor De la Barra fue aplaudido por el pueblo, al que dirigió una arenga. Si el ministro alemán Von Huintze dio efectivamente esa versión al embajador Wilson, el diplomático germano faltó a la verdad, pues don Francisco de la Barra jamás se dirigió al
pueblo, ya que siempre guardó una posición cautelosa durante todo el tiempo de la rebelión hasta que ésta triunfó, subiendo entonces a la superficie para ocupar el puesto de colaborador del traidor Huerta en el ministerio de Relaciones Exteriores. Al llegar a este punto y por razones cronológicas inserto la carta que el señor Francis Strong, ministro británico, dirigió a mister Wilson con fecha 14 de febrero: Legación Británica. Mi querido señor Wilson. El señor Brencheley acaba de decirme que usted privadamente ha hecho presión sobre el señor Lascuráin para que, en unión de varios miembros del Senado, obliguen al señor Madero a renunciar. Enteramente de acuerdo con lo que usted ha hecho, considero sería ésa la manera mejor de acabar con esta situación intolerable. De usted muy sinceramente. Francis Strong. Este documento ratifica de manera evidente el vivo interés que el señor Stronge tenía en el golpe de Estado al estar enteramente de acuerdo en obligar al señor Madero a renunciar. ¿Tendría la Foreing Office en aquel entonces informaciones relativas a la arbitraria conducta de su representante diplomático en México? Porque de haber tenido conocimiento de aquel acto hubiera sido motivo más que justificado para destitUirlo de su imponante cargo. Telegrama de 15 de febrero a las 7 p. m.: Según parece el Senado ha votado que se pida al Presidente su renuncia, por 27 votos contra 3, que eran los presentes, lo que hace una mayoría, pero no quórum legal. Al salir de Palacio varios senadores arengaron al populacho pidiendo apoyaran al Poder Legislativo impidiendo así la intervención de los Estados Unidos que habían pedido las potencias europeas. También esta información es mendaz. Los senadores urdieron sus maquinaciones contra el gobierno y la persona del señor Madero a puerta cerrada y maniobraron en grupo minoritario, hasta tener la osadía de pedir al Presidente de la República su renuncia. Pero nunca arengaron al populacho, como dice el señor embajador. Para eso les faltaba valor. 16 de febrero (11 a. m.): Se dice que los zapatistas tomaron Cuernavaca. Creel estuvo a verme y me dijo que los federales en Chihuahua se han volteado y he recibido telegramas de que Nuevo Laredo se ha declarado por Díaz y que hay movimiento peligroso en Monterrey ...
Ni los federales de Chihuahua se voltearon ni tampoco Nuevo Laredo se declaró por Díaz, de manera que, mensaje por mensaje, como hemos visto, el embajador mentía a su gobierno. EL EMBAJADOR Y HUERTA PRINCIPIAN A PONERSE DE ACUERDO El golpe de Estado. Prisión del Presidente y su gabinete El 16 de febrero comienzan a entenderse Henry Lane Wilson y Victoriano Huerta, segúnse desprende de los mensajes siguientes: Confidencial. El general Huerta me ha indicado su deseo de tener una plática conmigo y lo veré en cualquier momento del día de hoy. Quizá pida a los ministros de Alemania y España me acompañen. Espero muy buenos resultados de esto. Si antes de esa fecha el desleal Huerta y el embajador norteamericano no estaban ya de acuerdo en dar el golpe de Estado, es seguro que, en la entrevista a que se refiere Wilson, deben haber acordado la prisión del señor Madero y su gabinete. Espero muy buenos resultados de esto , dice el representante de los Estados Unidos. El resultado no podía ser mejor para las malévolas intenciones del embajador de los Estados Unidos, ni peor para la patria mexicana. Febrero 17 (4 p. m.): El general Huerta acaba de enviarrne nuevamente un mensajero anunciándome que puedo estar seguro de que va a tornar medidas que den por resultado la remoción de Madero, esto es, su caída del poder en un momento dado, y que el plan para ello ha sido perfectamente meditado, obedeciendo la dilación a que desea evitar violencias y efusión de sangre. No hice ninguna pregunta ni sugerí nada, pidiendo únicamente que no se matara a nadie si no era ajustándose a las prescripciones de la ley. No estoy capacitado para decir si esos planes se llevarán a efecto o no. Me limito a trasmitir al gobierno lo que se me ha dicho y accedí a escuchar por la íntima conexión que tiene con la situación que guardan nuestros nacionales en esta ciudad. Este mensaje está redactado seguramente después de haber conferenciado Huerta y Lane Wilson acerca de la caída del gobierno constitucional del Presidente Madero. Naturalmente no lo dice a su gobierno, sino que en forma hipócrita dice lo que le dijo Huerta: Que va a tomar medidas que den por resultado la remoción de Madero, esto es, su caída del poder en un momento dado, y que el plan para ello ha sido perfectamente meditado . La hipocresía consiste en que dice a su gobierno no haber hecho ninguna pregunta ni sugerido nada, sino solamente recomendado que no se matara a nadie.
Si no hubiera gran cúmulo de pruebas para demostrar la complicidad del diplomático Wilson en la caída del señor Madero, este mensaje da la comprobación plena de su culpabilidad. Lo extraño es que el gobierno de la Casa Blanca, al tener en sus manos semejantes informes que denotaban hasta la eVidencia la conducta delictuosa de su representante en México, no lo hubiera destitUido o llamado para hacerle un riguroso extrañamiento. 17 de febrero (1 p. m.). Al enterarse el representante de los Estados Unidos del telegrama que el señor Madero envió al Presidente Taft y que ya conocemos, ataca al Presidente en los siguientes términos: Respecto al telegrama del Presidente debo decir que es irregular, falso y enredador, y que habiéndolo dicho a él también, debo informar al Departamento en el mismo sentido. Mis colegas, que en unión mía enviaron una representación al Presidente pidiéndole renunciara, desean que exprese SU completa desaprobación al telegrama del Presidente en lo que se refiere a la naturaleza de nuestra gestión, que fue perfectamente entendido tanto por ellos como por el Presidente, que nuestra acción era amistosa y sin carácter oficial. Harán la misma manifestación a sus respectivos gobiernos. Apreciaré enormemente y espero que así se hará, que el Presidente en su contestación al Presidente de México desapruebe francamente el velado ataque que se hace a esta Embajada, la que está procurando hacer cuanto es posible por cumplir con su deber en esta situación excepcional; también espera que la nota de la Embajada Mexicana será refutada como falsa, y enteramente irregular en el cambio de impresiones entre gobiernos. Aunque sólo los representantes de las grandes potencias han obrado de acuerdo conmigo, en el caso tengo la aprobación de todo el cuerpo diplomático. El señor Presidente Taft, por fortuna, no sólo no tildó de falsa y enteramente irregular la nota telegráfica del Presidente Madero, sino que le dio toda atención y la contestó en términos tranquilizadores y justos, asegurándole al señor Presidente Madero que el gobierno norteamericano no tenía absolutamente intenciones de intervenir en México. A las 10 p. m. del día 17 da a su gobierno informes preparatorios respecto al fin de la contienda. Dice: El general Díaz ha avanzado sus líneas hasta la esquina de Niza e Insurgentes con el manifiesto propósito de atacar la batería que está frente a la Legación Británica, también ha avanzado otra manzana en la calle de Orizaba y según todas las apariencias bien pronto tendrá el control de todo el distrito de residencias. Las tropas federales están siendo retiradas esta noche de todos los puntos avanzados y llevadas a Palacio. Los cañones del general Blanquet están apuntados hacia el Castillo de Chapultepec, lo que indica que está en connivencia con Díaz. Los soldados de Blanquet han quedado encargados de la custodia de Palacio, lo que está de acuerdo con el mensaje enviado por el general Huerta de que todos los soldados maderistas serán retirados y reemplazados por tropas de su personal confianza. Hasta que por fin, el día 18 a las 5 de la tarde, envía el telegrama que da cuenta de la traición de Huerta:
Acabo de recibir una nota oficial del generál Huerta anunciándome que ha hecho prisionero al Presidente y a sus ministros, y pidiéndome que la noticia sea comunicada al Presidente Taft y al cuerpo diplomático residente en ésta. El cuerpo diplomático estaba reunido cuando recibí la nota del general Huerta y previa consulta acusé recibo, agregando que la petición de que se unieran todos los elementos mexicanos para mantener el orden. En mi nombre particular, le dije que tenía confianza en su habilidad y buena intención para llevar a efecto sus expresiones de patriotismo y buenos efectos. También le expresé mi confianza de que pondría al ejército a las órdenes del Congreso mexicano. También le dije que trasmitiría su nota al Presidente Taft y al general Díaz como lo solicitaba en dicha nota. Así trasmitía a su gobierno, seguramente con profunda satisfacción, el segundo acto del drama mexicano en el que tan directamente había intervenido y que muy pronto se tornaría en tragedia. FUNCIÓN DE LA DIPLOMACIA Lane Wilson viola el derecho internacional El fin esencial de la diplomacia -dice el maestro Calvo- es asegurar el bienestar de los pueblos, mantener entre ellos la paz y la buena armonía, garantizando siempre la seguridad, la tranquilidad y la dignidad de cada uno de ellos . El señor Lane Wilson, lejos de mantener la armonía entre su país y el nuestro, se puso de acuerdo con los rebeldes al gobierno quebrantando el respeto que debía a la dignidad del Estado mexicano representado por el gobierno constitucional del Presidente Madero. El diplomático en el territorio que ejerce sus funciones -dIce el internacionalista italiano Giulio Diena- tiene el deber esencial de no tomar ninguna ingerencia en los negocios interiores del Estado . Lo mismo dice el jurisconsulto inglés Oppenheim, al sostener: Se debe especialmente hacer énfasis en el deber de los enviados diplomáticos de no intervenir en la política del país en que están acreditados . Igual tesis sostiene el profesor argentino Antokoletz al decir: El agente diplomático debe respetar la soberanía del Estado extranjero, no inmiscuirse en sus asuntos internos o externos, ni favorecer a los partidos políticos en la lucha . Podría multiplicar las citas acerca de este deber primordial de un diplomático, pero con las anteriores basta para darse cuenta cabal de que Henry Lane Wilson violó estos principios del derecho de gentes, no sólo mezclándose en nuestros asuntos internos de una manera flagrante, irrespetuosa y cínica, sino que favoreció con todo descaro a uno de los partidos en lucha, hasta hacerla triunfar. El ejercicio de la diplomacia -he dicho en mi opúsculo Condiciones que han menester los diplomáticos- requiere, desde luego, una facultad de gran peso, en el éxito o fracaso de los negocios internacionales: el tacto.
Esta cualidad, innata en el hombre, pero desarrollada, y también, a veces, adquirida a fuerza de experiencia social, no es la inteligencia, ni la ilustración, ni el savoir faire , ni la simpatía personal, ni el agudo ingenio, ni la discreción; nada de eso aisladamente, sino todo eso en conjunto, con otros factores del espíritu, que no es sencillo determinar ni definir. El señor Wilson parecía estar reñido con el tacto, pues su carácter versátil, e irascible sobre todo cuando estaba bajo la influencia del alcohol, lo inclinaba a la desatención, al tono imperativo, descortés y desdeñoso. De esa suerte dicho personaje nefasto estaba muy lejos de ser el digno representante del gran pueblo norteamericano que merecía tener en México un caballero que tuviera las cualidades innatas de los norteamericanos bien nacidos, la franqueza y la decencia, cualidades legendarias heredadas de sus mayores los gentlemen ingleses que han dado en el mundo la pauta de la hidalguía y de las buenas maneras. HUERTA VISITA A SUS PRISIONEROS. SU CÍNICA ACTITUD Estando presos el señor Presidente Madero, sus ministros, el genera! Felipe Ángeles y el gobernador del Distrito, licenciado Federico González Garza, como a eso de las 5 de la tarde del mismo día 18, se presentó Huerta en nuestra prisión -dice González Gárza-, sin duda para cerciorarse por sí mismo de que el Vicepresidente también estaba bien preso. Su llegada la anunciaron sus acicates que resonaban en el pavimento de asfalto, con la pesadez propia de una persona que va arrastrando los pies porque el alcohol que ha ingerido ha privado a sus músculos de la energía suficiente para levantarlos. Llega al umbral de nuestra prisión; escudriña con la mirada todos los rincones; descubre a Pino Suárez de pie en el garitón de centinela que da para la plaza de la Constitución, se informa que yo también estoy allí en un separo adyacente y queda satisfecho ... Después, según la versión de Bonilla hijo, dirigiéndose al señor Madero trató de pronunciarle un discurso: - Señor Presidente ... -comenzó a decir el traidor. El señor Madero le interrumpió con energía: - ¡Ah! ¿Conque todavía soy Presidente? ... Huerta trató de reanudar su perorata, y dijo: - Desde el combate de Bachimba ... Madero volvió a interrumpirlo: - Ya era usted traidor. Entonces el pretoriano le dijo estas cínicas palabras, según González Garza:
- Sepa usted, señor Madero, que desde que me confió el mando de la División del Norte, usted era mío, había usted caído en mis redes y su vida estaba a mi disposición (1). Después, tendiendo su mano a! Presidente, le dijo: Ya me voy; sólo vine a saludar a mis prisioneros ... El señor Madero le volvió la espalda y diciéndole secamente no , le rehusó el saludo. En seguida el beodo fue estrechando la mano de cada uno de los presentes. Al llegar al señor licenciado Manuel Vázquez Tagle, ministro de Justicia, este caballero, dando pruebas de gran entereza, se cruzó de brazos y mirando fijamente a Huerta le dijo: Yo no le doy la mano a un traidor, señor Huerta . La respuesta de éste fue: Dios guarde a ustedes, señores . A las siete de la noche fueron puestos en libertad los ministros, ordenándose que los acompañaran a sus domicilios algunos oficiales ayudantes de la comandancia militar. A don Ernesto Madero y a don Rafael Hernández, que salieron juntos, los acompañaron el mayor de Rurales, Francisco Cárdenas -el que después asesinara personalmente al mártir Madero ... LA IMPRESIÓN EN WASHINGTON. TAFT NO OCULTA SU SATISFACCIÓN. MADERO NO CONTABA CON SU SIMPATIA El día 18 en la noche se recibe en Washington la noticia de que Madero ha sido hecho prisionero por Huerta. El elemento oficial de la administración, y el mismo Taft, no pueden ocultar su satisfacción , comenta el ingeniero Urquidi (3). La situación peligrosa creada por el bombardeo de la capital se creía así resuelta, y esto era todo lo que al gobierno de Washington le importaba. Digo esto porque en una entrevista dada a la prensa por Huntington Wilson, uno de los subsecretarios del Departamento de Estado, y gran amigo y protector del embajador americano, a raíz del golpe de Estado de Huerta, dijo que lo que el embajador Henry Lane Wilson quería era únicamente la paz; que el Departamento de Estado nunca había sido muy entusiasta por Madero y que el modo como esa paz era obtenida no era cosa que concerniera a los Estados Unidos. Para terminar, añadió que los actos del embajador contaban con la aprobación del Departamento de Estado. (The New York World, 21 de febrero de 1913). Esta declaración pública del subsecretario de Estado Huntingron es una prueba palmaria de la falta de justicia internacional con que el gobierno republicano del PresIdente Taft trató a México en aquel crítico trance de nuestra vida nacional. Aprobar el Departamento de Estado la conducta de su inmoral y atrabiliario embajador que no había hecho otra cosa que mentir a su gobierno constantemente durante la Decena Trágica , como lo hemos demostrado ampliamente; aprobar la ingerencia de su representante en los asuntos interiores de nuestro país era violar el derecho internacional en uno de sus principios fundamentales, que establece que todo Estado soberano debe ser respetado en el manejo de sus asuntos internos. No reprender a H. L. Wilson por sus descaradas confesiones respecto a sus maniobras encaminadas al derrocamiento del señor Presidente Madero, constituyéndose en verdadero coautor de su caída y prisión, es una falta grave que no honra al Partido Republicano en la historia de su política internacional y diplomática hacia la América Latina.
El gobierno de Madero -dice Urquidi-, sobre todo en sus postrimerías, no contaba con la buena voluntad de la administración de Taft. Los quince meses de continuas dificultades interiores y exteriores de ese período, principalmente provocadas por el embajador, hablan hecho circular en Washingron la idea de que Madero no podría nunca dominar la situación y establecer esa paz real de que hablaba Taft. Ya desde fines del año anterior, las relaciones entre Estados Unidos y México habían quedado muy tirantes, al grado de que cuando el embajador volvió a México, en enero de 1913, de regreso de su viaje a Washington, llegó a asegurarse que era portador de una nota del gobierno amencano en que se exigía la renuncia de Madero como única alternativa para evitar el desembarque de marinos en Veracruz. Tal rumor resultó una verdadera patraña, inventada por la prensa alarmista, pero no por eso deja de ser un hecho que el gobierno americano veía con el más grande desasosiego los pocos progresos que Madero había realizado en la restauración de la paz. La tirantez entre ambos gobernantes, Taft y Madero, había ya alcanzado en esa época su período crítico, para lo cual no habían sido óbice las hábiles gestiones de nuestro embajador en Washington, licenciado Manuel Calero, quien durante diez meses y según su propia cínica e indigna confesión en el Senado, había estado mintiendo al gobierno de Washington acerca de la verdadera situación del país . La caída de Madero fue un motivo de satisfacción para Taft, quien esperaba que Huerta o Félix Díaz dominaran por completo la situación. Otra circunstancia había además, que en los días de la Decena Trágica vino a acabar con las pocas simpatías con que el maderismo contaba en Washington, y fue que en Estados Unidos se atribuyó insidiosamente a Madero la propagación de los rumores de intervención. La idea de que aquél, en efecto, había hecho cundir la voz de alarma con el objeto de ganarse el apoyo de las masas, incitándolas contra el gringo , causó una profunda impresión de disgusto y de desconfianza en Washington, y le restó a Madero, como se ha dicho antes, las pocas simpatías oficiales a que pudiera haber sido acreedor en la hora aciaga de su derrocamiento. Parece ser que el primero que comunicó oficialmente a Washington la noticia de que el gobierno de Madero había hecho propalar los rumores de intervención para incitar a las multitudes en contra de los americanos, restándole así elementos a la rebelión, fue el contraalmirante Southerland, que a la sazón se encontraba en el puerto de Mazatlán. El cónsul Miller de Tampico también había telegrafiado al Departamento de Estado diciendo que el gobernador de Tamaulipas, Matías Guerra, pasaba por el autor de una circular profusamente repartida, en la que se hacía un llamamiento al pueblo de su Estado para combatir a los supuestos invasores . De todo esto, el Departamento de Estado hacía responsable a Madero, directamente. WASHINGTON SE ESTREMECE DE HORROR ANTE LOS MAGNICIDIOS
Es de justicia decir, sin embargo, que si la renuncia de Madero fue vista con satisfacción en Washington, la forma brutal y villana en que Huerta y sus secuaces consumaron el derrocamiento no encontró ningunas simpatías ni entre el elemento oficial, ni entre el público en general. Más tarde, cuando la prensa comunica las primeras noticias del asesinato de Gustavo Madero y Bassó, Washington se estremece de horror y comienza a entrever la sima de aquel abismo de sangre en que México había caído. La figura de Huerta, soldadón y brutal, les es repulsiva. La mano del Tío Sam rehuye desde entonces estrechar aquella mano manchada de sangre y lodo, y que más tarde, como la de Macbeth, va a asesinar el sueño . No es de extrañarse, así, que cuando Huerta en un telegrama lleno de cinismo, de suficiencia y ridículamente vano y pomposo, da cuenta a Washington de su crimen, el gobierno de Taft, y con él todos los Estados Unidos, vuelven la cara con repugnancia y desdén. Ese desvergonzado mensaje estaba concebido en los siguientes términos: Ciudad de México, febrero 19 de 1913. A su Excelencia el C. Presidente de los Estados Unidos, William Howard Taft. Washington, D. C. Tengo el honor de informar a usted que he derrocado este gobierno. Las fuerzas están conmigo, y desde hoy en adelante reinarán la paz y prosperidad. Su obediente servidor. Victoriano Huerta. Obediente servidor , dice el menguado; ¿pero cuándo un Jefe de Estado ha sido obediente servidor de otro? Sólo aquel servil dipsómano podía humillarse así, con villana falsía. Pero el resultado de su actitud le fue contraproducente, pues es seguro que Taft y el elemento oficial de su administración no pensaron nunca en darle apoyo moral a Huerta para consolidar su gobierno considerándolo como el lógico restaurador del orden constitucional en México. LAS SIMPATIAS DEL GOBIERNO NORTEAMERICANO ESTABAN CON FÉLIX DIAZ Las simpatías del gobierno americano estaban visiblemente del lado de Félix Díaz, y así lo manifestaron con toda claridad desde el fracasado levantamiento de Veracruz, Félix Díaz de Presidente -o todavía mejor-, Francisco de la Barra de Presidente y Félix Díaz de consejero áulico de su gobierno, para hacer uso de una expresión común en esos días, the power behind tlte throne , era el supremo ideal del gobierno americano que se obstinaba en ver en el sobrino de don Porfirio la continuación natural de la leyenda del hombre fuerte para gobernar a México.
La administración de Taft estaba íntimamente ligada con los grandes intereses americanos e ingleses en México; Rockefeller, Aldrich, Lord Cowdray, los Guggenheim, etc. Henry W. Taft, hermano del Presidente, representaba en compañía del procurador general, mister Wickershan, valiosos intereses de la Pearson & Son, Limited (Cowdray); Nelson W. Aldrich, conocido por la ley de tarifas que lleva su nombre, representaba la compañía Rockefeller-Aldrich; y finalmente los Guggenheim estaban representados por el secretario del Interior, Ballinger, quien era también gran amigo y protector del embajador americano. Todos estos grandes intereses estaban naturalmente opuestos a Madero, y desde un principio ejercieron su poderosa influencia para conseguir el apoyo de Washington en favor de De la Barra (1). La participación de Huerta en el derrocamiento de Madero y su elevación a la Presidencia no eran claramente entendidas en Washington, así como no lo era, en cierto modo, la participación del embajador Henry Lane Wilson en los trágicos sucesos de la Decena Trágica , ni las relaciones ostensibles de éste con el general Huerta, relaciones que para los mexicanos habían alcanzado las proporciones de una bien fraguada conspiración. Que el embajador americano se había excedido en sus funciones diplomáticas, tomando una participación demasiado directa en el derrocamiento de Madero, era aparente a la administración de Taft, y sus actividades y la influencia capital que parecía haber ejercido en el ánimo de Huerta y de sus cómplices eran considerados como un enigma, pero la característica de la política de Taft y de su secretario de Estado, Knox, había sido, desde el principio, dejar que las cosas siguieran el curso que más plugiera a su representante diplomático, y nada se hizo, ni para contener las perniciosas actividades del funesto embajador, ni para encauzarlas en mejor sentido. No parecía sino que el gobierno americano había dado carta blanca a su representante para que hiciera lo que mejor le cuadrara en sus relaciones con Huerta, aun al grado de permitirse señalar a este último la línea de conducta que debería seguir a raíz de la prisión de Madero. ¿Fue esto correcto y justo? De ninguna manera. Ante un criterio imparcial, la diplomacia estadounidense seguida en México en relación con su embajador y con el gobierno del Presidente Madero no podrá nunca justificarse. El daño que causó a México y los mexicanos fue irreparable, dejando en el ánimo de nuestra nación un resentimiento profundo que no puede olvidar. LA RENUNCIA DEL PRESIDENTE Al día siguiente el general Huerta mandó llamar al licenciado Lascuráin -dice don Ramón Prida-. Hizo ver al ministro de Relaciones del señor Madero, que era indispensable que este señor renunciara para así legalizar la situacion del nuevo gobierno, diciéndole que el asunto urgía, antes de que los felicistas se repusieran y comenzaran a disponer de los presos, como habían hecho en esa madrugada con don Gustavo Madero; y refirió al señor Lascuráin el trágico fin del hermano del Presidente. El general Huerta ofreció al señor Lascuráin, que inmediatamente que renunciaran los señores Madero y Pino Suárez, saldrían para Veracruz, donde podrían embarcarse e ir en libertad al lugar del extranjero que escogieran. El señor Lascuráin, profundamente emocionado por lo sucedido a don Gustavo Madero, fue inmediatamente a ver al Presidente de la República, para exponerle el deseo del general Huerta. Ya con la misma misión, y por orden expresa del jefe de la plaza, había
hablado con el señor Madero al general don Juvencio Robles, a quien hizo salir de su casa donde estaba enfermo, con ese objeto. El licenciado Federico González Garza, testigo presencial de los siguientes sucesos, dice que el general Robles le planteó prácticamente al Presidente este dilema: Es usted vencido; el ejército, que todavía antier era el primero y principal apoyo de usted y su gobierno, lo ha abandonado; está usted rodeado de enemigos y ni hay tiempo, ni manera de que alguien intente rescatarlo; su vida en estos instantes depende en lo absoluto de la voluntad de Huerta y Félix Díaz, habiendo sido ya reconocido el primero, de hecho, como jefe de ese ejército. Ahora bien, vengo a participar a ustedes que, o renuncian a sus respectivas magistraturas, en cuyo caso tendrán la garantía de la vida, o de lo contrario quedarán expuestos a todas las consecuencias. El señor Presidente, con aquel optimismo que jamás lo abandonó, creyó que de buena fe Huerta le mandaba hacer aquella proposición, puesto que, habiéndosele reducido a la impotencia y despojado de toda probabilidad de volver a ganar lo perdido, a lo menos por el momento, no necesitaban sus enemigos arrebatarle también la vida, y bajo esa consideración se resolvió a investigar en qué condiciones, además de la renuncia, se le dejaría en libertad, y al efecto manifestó al comisionado que, como el asunto de que se trataba era de suma gravedad, deseaba que interviniesen en su arreglo altas personalidades diplomáticas para que así revistiese toda la solemnidad y para mejor garantía de su cumplimiento. Los diplomáticos que propuso fueron al principio los señores ministros del Japón y Chile. Luego que se retiró el general Robles, el señor Presidente discutió con nosotros el asunto y al fin fijó sus ideas en el sentido de exigir a su vez a Huerta que la renuncia se haría bajo estas condiciones: 1° Que se respetaría el orden constitucional de los Estados, debiendo permanecer en sus puestos los gobernadores existentes; 2° no se molestaría a los amigos del señor Madero por motivos políticos; 3° el mismo señor Madero, junto con su hermano Gustavo, el licenciado Pino Suárez, y el general Angeles, todos con sus respectivas familias, serían conducidos esa misma noche del día 19, y en condiciones de completa seguridad, en un tren especial que los llevaría hasta Veracruz, para embarcarse en seguida para el extranjero y; 4° los acompañarían en su viaje los señores ministros del Japón y Chile (más tarde se sustituyó el primero por el ministro de Cuba), quienes recibirían el pliego conteniendo la renuncia del Presidente y del Vicepresidente, a cambio de una carta en que Huerta debería aceptar todas estas proposiciones y ofreciera cumplirlas. Poco tiempo después se presento el señor Lascurain a quien el Presidente impuso de lo anterior, manifestándose el primero lleno de satisfacción al saber que al fin se había encontrado una forma decorosa de concluir el conflicto, retirándose en seguida para encargarse de arreglar todo lo conducente.
Llegó el mediodía y se nos dijo que la mesa estaba servida, y cuando empezábamos a comer, se presentó de nuevo el señor Lascuráin, pero ya no satisfecho como antes, y acompañado del señor ministro de Chile, Hevia Riquelme, del señor Ernesto Madero y un cuñado de éste, los cuatro con sus semblantes sombríos, y el último de ellos me llamó aparte con disimulo, para decirme que en la noche anterior habían matado a Gustavo Madero en las circunstancias que antes indiqué. Disimulé mi emoción y entonces comprendí por qué los recién llegados traían en sus rostros las huellas de una honda pena; pero los señores Madero y Pino Suárez no se dieron cuenta de ello y todos procuramos ocultarles la terrible verdad. El ministro Lascuráin manifestó piadosamente, con fingida satisfacción, que todo estaba ya arreglado; que Huerta aceptaba todas las proposiciones del señor Madero, en las que estaba inclusa la libertad de su hermano Gustavo, quien desde una noche antes había pasado a la eternidad. Sólo faltaba ahora formular la renuncia, lo que en calidad de borrador verificó en el acto el señor Madero, al mismo tiempo que con tranquilidad comía, escribiendo en una hoja de papel que colocó al lado de su platillo. Concluida la operación, Pino Suárez manifestó con altivez no estar conforme con la razón que se daba como causa de las renuncias y pretendía que se hiciera constar que lo hacían obligados por la fuerza de las armas. Los intermediarios, que se daban cuenta exacta del verdadero e inminente peligro que estaban corriendo las vidas de ambos magistrados, lo persuadieron con tacto de lo inconveniente que sería redactar ese documento en los términos en que lo deseaba Pino Suárez, y al fin se puso como causa la idea general que contiene esta frase: Obligados por las circunstancias ... Los ministros presentes pasaron en limpio el borrador, y una vez examinado de nuevo y aprobado, salieron presurosos para ir a mostrarlo a Huerta, guardándose el borrador original el señor Lascuráin. La diligencia empleada por este señor en todo este asunto se debía a que, más que ninguno, estaba presenciando y sufriendo a toda hora la terrible presión de los enemigos, siendo él el verdadero intermediario entre ellos y el señor Madero, y tenía la convicción de que si no obtenía la renuncia de éste en un término perentorio, le arrebatarían la vida al Presidente, como se la habían arrebatado ya a Gustavo Madero y a otras personas adictas a la administración. De allí que pronto regresara nuevamente para llevarse aquel anhelado documento, modificando así el propósito original del señor Madero. En cambio, trajo la novedad que, como prueba de buena fe con que se quería conducir, Huerta comenzaba a cumplir una de las condiciones estipuladas, poniéndome a mí y a los cuñados de Pino Suárez, según orden que por escrito nos mostró el señor Lascuráin, en absoluta libertad. LAS RENUNCIAS EN LA CAMARA DE DIPUTADOS Una o dos horas más tarde la Cámara de Diputados entraba en sesión en las condiciones más contrarias para la libre acción de sus miembros y no fue difícil obligar al señor Lascuráin a presentarse en ella para dar cuenta con las renuncias. En las afueras del edificio, en lugares apropiados para que no fuese visible la maniobra, se habían apostado fuerzas competentes, por orden de Huerta, listas para obligar por la fuerza a los diputados a admitir de plano dichas renuncias y a declarar Presidente Provisional por ministerio de ley al ministro de Relaciones. A obligar en seguida a éste, en su efímero interinato de horas, a nombrar ministro de Gobernación a Huerta, a renunciar incontinenti la
Presidencia para que ésta en definitiva fuera a recaer en la persona de Huerta, también por ministerio de la ley, obligando, por último, a la Cámara a hacer la declaración respectiva. Todo esto ocurría entre 6 y media y 8 de la noche, entretanto que los señores Madero y Pino Suárez, sin sospechar lo que allá pasaba, daban en su prisión las últimas disposiciones, antes de que fueran conducidos a la estación del ferrocarril, según estaba convenido, y creyendo que ya no sobrevendría otra complicación; pero habiendo llegado a su conocimiento a última hora que Lascuráin se había dirigido a la Cámara sin obtener previamente la carta en que Huerta aceptara las condiciones que antes he enumerado, pretendió el señor Madero que su tío Ernesto, o cualquier otro amigo, corriese a alcanzar a Lascuráin para que, cuando menos, no renunciara éste su puesto de Presidente interino, ni nombrara a Huerta ministro de Gobernación -que era una parte del plan que los enemigos tenían para que este militar llegara a hacerse cargo del Ejecutivo- hasta que todos estuvieran enteramente a salvo en las aguas del Golfo. Poco tiempo después regresó Ernesto Madero para informar a don Francisco que ya no se pudo hacer nada, que todo estaba consumado y que ya Huerta era Presidente de la República. El señor Madero comprendió entonces que se le había tendido un nuevo lazo y comenzó a darse cuenta, esta vez seriamente, de que sus enemigos eran implacables y a temer por su vida y por la de su compañero Pino Suárez. El señor Lascuráin no era el hombre a quien se pudiera exigir actos de suprema energía como los que era menester ejecutar para poder cumplir los deseos del señor Madero. El ministro de Relaciones sucumbió a la fuerza de las circunstancias, todas adversas para la causa de la legalidad, aunque es responsable en buena parte, como lo son varios de los que fueron ministros del gabinete del señor Madero, de haber contribuido a amontonarlas, todo por su falta de entusiasmo y de convicciones en favor de las libertades e intereses del pueblo. LA GRAVE RESPONSABILIDAD DEL MINISTRO LASCURAIN Examinando serenamente los hechos históricos que precedieron a la presentación de la renuncia de los señores Madero y Pino Suárez, es evidente que el único responsable de esa entrega anticipada es don Pedro Lascuráin. Este señor, cuya honorabilidad no lo escuda de los severos juicios de la historia, no cumplió con sus deberes hacia el amigo y jefe que le había ordenado, con recomendación expresa, no presentar su dimisión hasta que no hubiese salido del país. No acató esas órdenes, y al no cumplirlas entregó a la muerte al Presidente y al Vicepresidente de la República. Y su culpabilidad se acentúa cuando sabemos que el señor Lascuráin se apresuró, desalado, a hacer lo contrario que el señor Madero le recomendara poniendo en manos de Huerta los documentos que éste necesitaba para apoderarse del Poder Ejecutivo de la Unión, por ministerio de la ley y con visos de aparente legalidad que le dieron fuerza en el interior y en el extranjero.
La disculpa de que la no presentación de las renuncias significaría la muerte de los presos no es valedera. Esa excusa no estaba basada en el deber ni en la razón, sino en el miedo; no era la defensa de las víctimas sino la defensa personal de quien así procedía. El temor agudo oscureció la lógica del señor Lascuráin que no vio, o no quiso ver, que si no presentaba aquellas renuncias que le quemaban las manos, Victoriano Huerta habría tenido que asesinar al Primer Magistrado de la República, en cuyo caso no hubiera tenido, como tuvo, la legalidad aparencial que le dieron los diputados a la XVI Legislatura del Congreso de la Unión. Por supuesto que tampoco el señor Presidente Madero y el Vicepresidente Pino Suárez debieron haber dimitido su alto cargo, no solamente porque era ingenuo creer que el amigo desleal y soldado traidor cumpliría su palabra, pues quien es traidor una vez, lo será ciento, sino por una cuestión de principio: ellos eran supremos mandatarios de la República por la voluntad y la confianza del pueblo y el pueblo nunca quiso quitarles su sagrada investidura que debieron haber conservado hasta el último extremo, es decir, hasta el de ser víctimas de un magnicidio, pero no de un crimen del orden común, por no tener ya la investidura oficial de que ellos mismos se despojaron. El señor Madero debió haber cumplido al pie de la letra lo que dijera a los senadores cuando le pidieron su renuncia: ... Estoy aquí por mandato del pueblo y sólo muerto saldré del Palacio Nacional. Y por no haber cumplido ese su altivo y dignísimo deber, dejó de ser héroe para ser solamente un mártir. NatUralmente que esos hechos no rebajan ante la historia patria los merecimientos excelsos de don Francisco Madero, y en cambio sí hicieron más sucia y repugnante la obra delictUosa de Victoriano Huerta. Respecto a la actitud de la Cámara aceptando las mencionadas renuncias, he aquí mi parecer, escrito el 25 de agosto de 1913, en Piedras Negras . LOS DIPUTADOS RENOVADORES INCORPORADOS A LA REVOLUCIÓN SE DIRIGEN A SUS COMPAÑEROS A la Cámara de Diputados de la XXVI Legislatura. El Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos tiene ante la historia de nuestra patria una grave responsabilidad: la aceptación de las renuncias del Presidente y Vicepresidente de la República, don Francisco I. Madero y don José María Pino Suárez. Ni por razones de necesidad nacional, ni legalmente, ni ante los principios de la justicia absoluta, puede fundarse el expresado acto parlamentario. Don Francisco I. Madero ha sido en nuestra historia política el Presidente de la República mejor electo. Ninguna elección democrática en nuestros anales puede compararse a la suya. La oportunidad de su obra apostólica, la sinceridad de sus doctrinas, sus energías de luchador y revolucionario, el desinterés de su conducta y su noble magnanimidad le
abonaron con largueza ante un pueblo oportunamente preparado para recibir con todo el entusiasmo de su alma al redentor de una pesada dictadura. Así fue; y por eso, ante los preceptos escritos de la ley y ante los principios de la democrafia, la elección casi unánime del señor Madero fue inatacable. Subió al poder por la voluntad soberana del pueblo. ¿Quién tenía derecho a arrebatarle su augusta investidura? Nadie, ni el pueblo mismo. Sólo él, por virtud del Art. 82 de nuestra Constitución, tenía facultades para renunciar su alto cargo ante la Cámara de Diputados, que podría aceptar tal renuncia sólo por una causa grave. Ahora bien: las renuncias presentadas a la Cámara la tarde del 19 de febrero de 1913, por los ciudadanos Presidente y Vicepresidente de la República ¿eran admisibles, debían ser admitidas? No, en absoluto. Ninguna de las personalidades que se atrevieron a pedir al señor Madero que renunciara la presidencia tenían derecho alguno para tan absurda demanda. Algunos de sus secretarios de Estado, antes de su prisión y durante el cuartelazo, cometieron la debilidad de aconsejar al primer magistrado de la nación que renunciara por razones de salud pública, sin comprender que el movimiento rebelde era aislado y producido, no por un acto plebiscitario, sino por la reacción conservadora representada por los fuertes intereses creados, de los grandes responsables llamados científicos ; por la ambición y la rabia de algunos militares favoritos del dictador Díaz, y por el despecho y el rencor de los herederos de una especie de dinastía que se creía inacabable. Porque el cuartelazo de la Ciudadela no fue una revolución sino una asonada militar; y nunca en la historia del mundo los cuartelazos han llevado en sus bayonetas envenenadas de odios y despechos la voz de todo un pueblo. Los señores secretarios de Estado que opinaron por la renuncia no obraron patrióticamente. Su deseo estaba informado, no en necesidades sociales, sino en un espíritu de conservación personal. Los señores diplomáticos que se permitieron insinuar al Presidente Constitucional de la República Mexicana que debía renunciar a su cargo cometieron un acto de osadía pleno de ignorancia y de falta de respeto. Ninguna ley de derecho internacional público, ninguna práctica diplomática autorizan a un ministro extranjero a inmiscuirse en los asuntos políticos, esencialmente internos del país del cual están acreditados. Afortunadamente, el Presidente Madero con gallarda entereza supo acallar con palabras de razón, de dignidad y de justicia, las pretensiones absurdas de la necedad diplomática. Y principalmente algunos de los señores senadores al Congreso de la Unión, sin ningún apoyo constitucional y solamente guiados por una perversidad sutil, hija del miedo y de la conveniencia personal, aconsejaron la traición y fueron el sostén público del atentado Huerta-Díaz.
Ellos tendrán que responder, no sólo ante el fallo mediato de la historia, sino ante los tribunales competentes, acerca de la responsabilidad criminal que les resulta en la ruptura del orden constitucional de nuestra República y en la muerte infamante del apóstol Madero. Estos antecedentes fueron la causa determinante de los crímenes que Huerta tenía premeditados y resueltos desde que fue nombrado por el propio señor Madero jefe de la División del Norte. Al aprehender Huerta al Presidente y Vicepresidente de la República y arrancarles por la violencia la renuncia de sus altos cargos, cometió los siguientes delitos: El de rebelión, Art. 313 del Código de Justicia Militar: Serán castigados con la pena de muerte los militares que, sustrayéndose a la obediencia del gobierno y aprovechándose de las fuerzas que manden, o de los elementos que hayan sido puestos a su disposición, se alcen en actitud hostil, para contrariar cualquiera de los preceptos de la Constitución Federal . Art. 1095, del Código Penal: Son reos de rebelión los que se alzan públicamente y en abierta hostilidad . Fracción IV. Para separar de su cargo al Presidente de la República o a sus ministros . Fracción V. Para sustraerse de la obediencia de gobierno en toda o una parte de la República, o algún cuerpo de tropas . Fracción VI. Para despojar de sus atribuciones a alguno de los supremos poderes, impedirles el libre ejercicio de ellas o usurpárselas . Usurpación de funciones. Capítulo II del Código de Justicia Militar: Extralimitación de mando o usurpación de él o de comisión o funciones del servicio o nombre de los superiores . Art.271. Todo militar o asimilado que tome un mando o comisión del servicio, o ejerza funciones de éste que no le correspondan, sin orden o motivos legítimos, o que contra lo dispuesto por sus superiores, retenga un mando o una comisión siempre que no hubiere abusado de una o de otra, perjudicando gravemente a los intereses del servicio o al exito de las operaciones, será castigado con prisión de dos a cinco años. Si ocasionare ese perjuicio se duplicará la pena, y si ocasionándose ese mismo perjuicio, la usurpación de que se trata se hubiese efectuado al frente del enemigo, en marcha hacia él ... la pena será la muerte . (Después de cometer estos delitos y de haber aceptado la Cámara de Diputados las renuncias del Presidente y del Vicepresidente de la República, el reo Huerta, faltando a su honor de soldado, a su dignidad de hombre y al respeto que debía al primer magistrado de la República, jefe del ejército, perpetró el delito de homicidio en contra de las personas siguientes: Francisco I. Madero; José María Pino Suárez; Gustavo A. Madero, diputado al Congreso de la Unión; Abraham González, gobernador constitucional del Estado de Chihuahua; general Gabriel Hernández; general Ambrosio Figueroa; Adolfo Bassó, intendente de las residencias presidenciales; general Camerino Mendoza, y, últimamente,
a los diputados Edmundo Pastelín, Néstor Monroy, Serapio Rendón y A. G. Gurrión, sin contar otros centenares hasta hoy desconocidos). Ahora bien, al ser presentadas a la representación nacional las renuncias de los señores Madero y Pino Suárez, todos vosotros, señores diputados, como la República entera, tuvieron conocimiento perfecto de las circunstancias precedentes a la sesión del 19 de febrero, sabían que Huerta era reo de varios delitos que merecían pena de muerte, y, sin embargo de esto, fuisteis a la Cámara, y no sólo fueron aceptadas por vosotros unas renuncias arrancadas con amenazas de muerte, sino que cometisteis el atentado inexcusable de autorizar con vuestra presencia la usurpación que del Poder Ejecutivo de la República hiciera Victoriano Huerta. Políticamente no tenéis ninguna exculpante en vuestra culpabilidad. Bien es cierto que muchos de vosotros, los renovadores honrados, obrasteis de buena fe, creyendo que vuestro voto salvaría la vida del Presidente Madero. Pero, examinando serenamente el caso, no teníais ningún derecho para pasar por encima de la ley. Primero son los principios que la vida de un hombre. Y vosotros altruistamente, pero con una confianza imprudente, sacrificasteis a la justicia y al honor nacional por salvar a nuestro apóstol, resultando al cabo y al fin muerto don Francisco I. Madero, maltrechos los principios y vosotros con tremendas responsabilidades históricas. Esto, sin contar con lo que la opinión pública severamente afirma de la actitud del Parlamento. Dice que vosotros, por temor de perder la vida o la libertad, aceptasteis dichas renuncias excusando vuestro voto con la salvación de dos vidas. Si en realidad el miedo grave fue el causante de aquel acto, probablemente los asistentes a la sesión del 19 de febrero, ante los preceptos del código penal, no son culpables; pero ante el pueblo y ante la historia, la responsabilidad colectiva existe. Esto es porque precisamente en los momentos difíciles el pueblo exige de sus representantes actos de heroísmo. Porque el pueblo sabe que las páginas de la historia de todos los países ostentan honrosamente millares de episodios en que los buenos ciudadanos sacrifican sus vidas en aras de la patria. No, no supisteis algunos diputados cumplir con vuestro deber de representantes del pueblo. Y no cumplisteis con vuestros deberes algunos de vosotros, no especialmente por falta de heroísmo, que no todos los hombres nacen héroes, sino porque hay algo más grave y absolutamente inexcusable en vuestra conducta: vuestra asistencia a la Cámara de Diputados la tarde del 19 de febrero. Si sabíais que al cumplir con la ley, aunque poco probable, era posible un atentado en contra vuestra y no sentíais fuerzas bastantes para desafiar el peligro, ¿por qué asististeis a la sesión del 19 de febrero?
¿Que esto era difícil por la vigilancia y el apremio policiacos? Pues qué ¿ni las dificultades creísteis obligatorio zanjar de alguna manera, cuando en aquel momento histórico naufragaba sin vuestra intervención la legalidad del Estado? O acaso, señores compañeros, ¿creísteis salvar a la patria deshaciendo con un voto lo que el pueblo mexicano hiciera en el más solemne plebiscito de nuestra historia política? Señores diputados: vuestra responsabilidad es grave, no sólo porque entraña una de vuestras vergüenzas históricas; no sólo por lo que tiene de injusta e ilegal, sino por las consecuencias que vuestros actos han traído a la República trascendiendo en inmensas desgracias nacionales. Vuestro voto ha dado ante el mundo apariencias de legalidad a un gobierno de asesinos. Vuestro voto ha sido la causa de que las naciones extranjeras hayan reconocido un gobierno fundamentalmente ilegal, dándole una fuerza moral que no merece. Vuestro voto ha hecho que los Estados Unidos de Norteamérica todavía se manifiesten remisos en reconocer a los constitucionalistas la beligerancia que nos daría una victoria rápida. Por consiguiente, algunos de vosotros, señores diputados, sois principales culpables en la prolongación de esta guerra a muerte entre el pasado y el porvenir, entre los conservadores y los progresistas, lucha en la que palpitan dos pasiones irreconciliables: el odio a la Revolución y un ideal de libertad. Es cierto, compañeros, que la actitud de muchos de vosotros después del cuartelazo ha sido digna, pero vuestra dignidad, aparte de exponeros al peligro, ha sido estéril. Para que vuestra oposición fuera eficaz necesitaría ser temeraria y resultaría al fin de martirio. Finalmente, señores diputados, o estáis con Huerta o estáis con la Revolución; o estáis con la ley, en cuyo caso sois revolucionarios, o estáis fuera de la ley sancionando con vuestros actos de presencia los actos de un usurpador. Vuestro sitio, el que os señala vuestro amor de patriotas, vuestro honor de mexicanos y vuestra dignidad parlamentaria no están en la Cámara de Diputados, no están en la capital de la República, sino al lado de Venustiano Carranza, encarnador del régimen constitucional. Aún es tiempo, señores diputados, de atenuar vuestras faltas y dejar a salvo ante el porvenir nuestro honor parlamentario. Es preciso que no olvidéis que es imperiosa, que es urgente la cooperación de todos vosotros al derrumbamiento de la dictadura criminal que ha asaltado el poder. ¿Cómo? No autorizando con vuestra presencia los actos legislativos de un gobierno espurio. Seguid el ejemplo del pueblo, que comprendiendo sus deberes cívicos y sus derechos políticos, ha sabido contestar los crímenes más tremendos de la historia contemporánea
muy dignamente, por medio de una verdadera revolución que sintetiza sus ideales en la redención política, social y económica que reclama ardientemente desde el año de 1910. EL DECANO REÚNE AL CUERPO DIPLOMATICO. HUERTA INFORMA AL EMBAJADOR DE LO QUE HA HECHO Mientras los relatados sucesos se precipitaban aceleradamente, Henry Lane Wilson esperaba en su Embajada el resultado del golpe de Estado que se daría en Palacio. El 18 de febrero, el embajador americano reúne en su Embajada, a la una de la tarde, a los principales miembros del cuerpo diplomático con el propósito de discutir asuntos muy importantes en relación con la situación de la capital, haciendo circular entre sus colegas el rumor de que algo muy grave iba a ocurrir. El embajador estaba muy nervioso -dice Juan F. Urquidi en sus Apuntes históricos- y a cada momento se dirigía al teléfono en demanda de noticias que parecía esperar con gran ansiedad. A las dos y media de la tarde, Enrique Zepeda entró intempestivamente a la Embajada, con la cara cubierta de una mortal palidez y la sangre chorreando abundantemente de una herida que tenía en una mano. Zepeda, próximo a desmayarse y con voz ahogada, se acercó rápidamente al embajador y le dijo en inglés, de manera perfectamente audible para los otros miembros del cuerpo diplomático: We got him! We got him! Agotado por el esfuerzo y por la hemorragia, Zepeda cayó desmayado en una silla. Al volver en sí, poco después, dijo al embajador: He cumplido mi promesa: le dije a usted que una vez sucedida la cosa, usted sería el primero en saberlo, y aquí estoy . El ministro alemán, que estaba presente, ha relatado este incidente a un amigo de su entera confianza, de cuyos labios he oído más tarde esta anécdota. Si no hubiera otras muchas pruebas en contra de Henry Lane Wilson, este incidente, perfectamente auténtico, demostraría hasta la evidencia su culpabilidad (2). Deseoso el embajador de tener oficialmente la confirmación de la noticia que Zepeda acababa de comunicarle comisionó al secretario de su Embajada, mister Tennan, para que viese a Huerta con urgencia, se cerciorara personalmente de lo sucedido y expresara su deseo de que se reunieran en la casa de los Estados Unidos él y los principales cabecillas de la Ciudadela, para resolver lo que debería hacerse . Tennan llegó poco después entregando a Wilson una nota, en la cual le participaba Huerta la comisión de su delito. La nota decía: A Su Excelencia el embajador americano. Presente. El Presidente de la República y sus ministros se encuentran actualmente en mi poder, en el Palacio Nacional, en calidad de prisioneros. Confío en que V. E.
interpretará este acto como la mayor manifestación de patriotismo de un hombre que no tiene más ambiciones que servir a su país. Ruego a V. E. que se sirva aceptar este acto como uno que no tiene más objeto que el de restablecer la paz en la República, y asegurar los intereses de sus hijos y los de los extranjeros que nos han traído tantos beneficios. Presento a V. E. mis saludos, y con el más grande respeto le ruego que se sirva hacer llegar el contenido de esta nota a la atención de su Excelencia el Presidente Taft. También ruego a usted que trasmita esta información a las varias misiones diplomáticas de la ciudad. Si su Excelencia quiere hacerme el honor de enviar esta información a los rebeldes de la Ciudadela, vería yo en este acto un motivo más de gratitud de parte del pueblo de esta República y de la mía propia, hacia usted y el siempre glorioso pueblo de los Estados Unidos. Con todo respeto, soy de V. E. obediente servidor. (Firmado.) Victoriano Huerta. General en jefe del ejército de operaciones y comandante militar de la ciudad de México. México, febrero 18 de 1913. Esta sola nota, con la recomendación de que el embajador le haga el honor de mandar informar a los rebeldes de la Ciudadela , revela de modo innegable la complicidad que existía entre el representante de mister Taft y los traidores acaudillados por Félix Díaz. ¿No prueba lo anterior, lo que llevo dicho acerca de que el embajador yanqui era el alma del complot, y el conducto por medio del cual se comunicaban los traidores con los ciudadelos? Esta comunicación huertiana nunca fue publicada completa en México; pero en 1916 la publicó, ¡para defenderse!, Henry Lane Wilson, y obra en los archivos del Departamento de Estado, en el cuerpo de una nota fecha 18 de febrero de 1913 (3). Al mismo tiempo que Huerta enviaba a Lane Wilson la nota anterior, redactó el siguiente manifiesto que circuló públicamente en todo México: Al pueblo mexicano: En vista de las circunstancias difíciles por que atraviesa la nación y muy panicularmente en estos últimos días en la capital de la República la que por obra del deficiente gobierno del señor Madero, bien se puede calificar de situación casi de anarquía, he asumido el Poder Ejecutivo, y en espera de que las Cámaras de la Unión se reúnan desde luego para determinar sobre esta situación política actual, tengo detenidos en el Palacio Nacional al señor Francisco I. Madero y su gabinete, para que una vez resuelto este punto y tratando de conciliar los ánimos en los
presentes momentos históricos, trabajemos todos en favor de la paz, que para la nación entera es asunto de vida o muerte. Dado en el Palacio del Poder Ejecutivo, a 18 de febrero de 1913. (Firmado) Victoriano Huerta. El mismo día en la noche -dice don Ramón Prida- reuniéronse en la Embajada algunos ministros extranjeros, que deseaban saber la realidad de los acontecimientos. El señor embajador no pudo recibirlos desde luego, porque estaba atendiendo a otras visitas. En uno de los salones de la Embajada, conversaban los generales Victoriano Huena y Félix Díaz, en presencia del embajador. Acompañaban al primero los señores Enrique Zepeda y Joaquín Maas. Al brigadier lo acompañaban los señores Rodolfo Reyes y Fidencio Hernández, estando también presente el senador don Guillermo Obregón. Ahí se discutieron los términos en que quedaba pactado el repano que del poder hacían dos ambiciosos frente a frente. Sucedió, como lo pinta la fábula y acontece siempre en tales casos; todo se lo llevó el león. El general Huerta discutió uno que otro nombre de ministros, más bien por fórmula: así se quitó la cartera de Hacienda a don Carlos G. de Cosío, para darla a don Toribio Esquivel Obregón, a quien ni consultaron, limitándose a enviarle un recado para que al siguiente día se presentara en el ministerio de Gobernación a protestar. Formada la lista, el embajador Wilson, con ella en la mano, fue al salón contiguo, donde estaban los ministros extranjeros esperándolo. Después de los saludos correspondientes, el embajador les dijo: Señores, los nuevos gobernantes de México someten a nuestra aprobación el ministerio que van a designar, y yo desearía, que si ustedes tienen alguna objeción que hacer, la hagan para trasmitirla a los señores generales Huerta y Díaz que esperan en el otro salón. Con esto demuestran el deseo que les anima de marchar en todo de acuerdo con nuestros respectivos gobiernos, y así, creo firmemente que la paz en México está asegurada . (5). Los ministros se apresuraron a tomar copia de los nombres que estaban en la lista, y al llegar al señor Garza se iba a crear, uno de los presentes objetó: Este señor Aldape, que figuraba en el ministerio de Agricultura que -dijo- es un ladrón . El señor Garza Aldape -repuso el embajador- no es más que un proyecto de ministro . Nosotros -dijo el ministro de Cuba- no creo que debamos rechazar ni aprobar nada, sino simplemente tomar nota de lo que se nos comunica y trasmitirlo a nuestros gobiernos . La mayoría de los presentes apoyaron las palabras del señor Márquez Sterling, y el embajador regresó al salón donde lo esperaban los señores Huerta, Díaz y personas que los acompañaban. El embajador manifestó que los representantes diplomáticos no hacían
ninguna objeción a los ministros propuestos -siendo así que debió haber dicho la verdad, lo que dijo Márquez Sterling: Nosotros no tenemos que rechazar ni aprobar nada , lo que era muy diferente. Momentos después, los diplomáticos eran invitados a pasar al salón, donde estaban los generales Huerta y Díaz, y ante ellos, el licenciado Rodolfo Reyes, con gran énfasis, dio lectura a lo que el público ha dado en llamar el pacto de la Ciudadela y que mejor debería designarse como lo hago yo: El Pacto de la Embajada , que es el siguiente:
EL PACTO DE LA EMBAJADA
En la ciudad de México, a las nueve y media de la noche del día dieciocho de febrero de mil novecientos trece, reunidos los señores generales Félix Díaz y Victoriano Huerta, asistidos, el primero por los licenciados Fidencio Hernández y Rodolfo Reyes, y el segundo por los señores teniente coronel Joaquín Maas e ingeniero Enrique Zepeda, expuso el señor general Huerta, que en virtud de ser insostenible la situación por parte del gobierno del señor Madero, para evitar más derramamiento de sangre y por sentimientos de fraternidad nacional, ha hecho prisionero a dicho señor, a su gabinete y a algunas otras personas; que desea expresar al señor general Díaz sus buenos deseos para que los elementos por él representados fraternicen, y todos salven la angustiosa situación actual. El señor general Díaz expresó que su movimiento no ha tenido más objeto que lograr el bien nacional y que, en tal virtud, está dispuesto a cualquier sacrificio que redunde en beneficio de la patria. Después de las discusiones del caso, entre todos los presentes arriba señalados se convino en lo siguiente: Primero. Desde este momento se da por inexistente y desconocido el Poder Ejecutivo que funcionaba, comprometiéndose los elementos representados por los generales Díaz y Huerta a impedir por todos los medios cualquier intento para el restablecimiento de dicho Poder.
Segundo. A la mayor brevedad se procurará solucionar en los mejores términos legales posibles la situación existente, y los señores generales Díaz y Huerta pondrán todos sus empeños a efecto de que el segundo asuma, antes de setenta y dos horas, la Presidencia Provisional de la República, con el siguiente gabinete: Relaciones, licenciado Francisco León de la Barra. Hacienda, licenciado Toribio Esquivel Obregón. Guerra, general Manuel Mondragón. Fomento, ingeniero Alberto Robles Gil. Gobernación, ingeniero Alberto García Granados. Justicia, licenciado Rodolfo Reyes. Instrucción Pública, licenciado Jorge Vera Estañol. Comunicaciones, ingeniero David de la Fuente. Será creado un nuevo ministerio, que se encargará de resolver la cuestión agraria y ramos conexos, denominándose de Agricultura y encargándose de la cartera respectiva el licenciado Manuel Garza Aldape. Las modificaciones que por cualquier causa se acuerden en este proyecto de gabinete deberán resolverse en la misma forma en que se ha resuelto éste. Tercero. Entretanto se soluciona y resuelve la situación legal, quedan encargados de todos los elementos y autoridades de todo género, cuyo ejercicio sea requerido para dar garantía, los señores generales Huerta y Díaz. Cuarto. El señor general Díaz declina el ofrecimiento de formar parte del gabinete provisional en caso de que asuma la presidencia provisional el señor general Huerta, para quedar en libertad de emprender sus trabajos en el sentido de sus compromisos con su partido en la próxima elección, propósito que desea expresar claramente y del que quedaban bien entendidos los firmantes. Quinto. Inmediatamente se hará la notificación oficial a los representantes extranjeros, limitándola a expresar que ha cesado el Poder Ejecutivo, que se provee a su sustitución legal, que entretanto quedan con toda la autoridad del mismo los señores generales Díaz y Huerta, y que se otorgarán todas las garantías procedentes a sus respectivos nacionales. Sexto. Desde luego se invitará a todos los revolucionarios a cesar en sus movimientos hostiles, procurándose los arreglos respectivos. Firmados. El general Victoriano Huerta. El general Félix Díaz. Terminada la lectura del documento, el embajador Wilson y los mexicanos presentes aplaudieron. Después, el general Huerta, alegando que tenía ocupaciones urgentes, se despidió. Intencionalmente había dejado al brigadier Díaz para lo último, y al llegar a él se detuvo un momento. Pareció que ambos vacilaban. Al fin Huerta abrió los brazos, y dos ambiciones contrarias se estrechaban, pensando, probablemente, en el momento en que
pudieran destruirse una a la otra. Nuevamente resonaron los aplausos en el salón, aplausos que otra vez encabezaba Su Excelencia el embajador americano, mister Henry Lane Wilson. Al reunirse el embajador americano con sus colegas que sólo lo esperaban para despedirse, todos ellos, casi a un tiempo, exclamaron: ¿No irán estos hombres a matar al Presidente? - Oh, no -dijo mister vVilson-, a Madero lo encerrarán en un manicomio; el otro sí, es un pillo, y nada se pierde con que lo maten . - No debemos permitirlo -dijo inmediatamente el ministro de Chile. - Ah -replicó el embajador-, en los asuntos interiores de México no debemos mezclarnos: allá ellos que se arreglen solos . Al traspasar el umbral del edificio, ya en la calle, uno de ellos dijo: Es curioso este embajador. Cuando se trata de dar auxilio a un jefe rebelde y que bajo el pabellón de su patria se concierte el derrumbe de un gobierno legítimo ante el cual él está acreditado, no tiene inconveniente en intervenir, ser testigo del pacto y aun discutir las personas que formarán el nuevo gobierno, sin que le preocupe si se trata o no de asuntos interiores del país; pero cuando se trata de salvar la vida de dos personajes políticos, a quienes la traición y la infamia quizá están discutiendo la manera de matar, encuentra que su posición de representante de una potencia extraña no le permite intervenir, aunque sí califica a rajatabla y con notoria indiscreción, a los gobernantes del país ante quienes está acreditado . LA NOBLE ACTITUD DE MARQUEZ STERLING Conozcamos ahora cómo relata los hechos acontecidos después del golpe de Estado S. E. don Manuel Márquez Sterling, ministro de Cuba en México y testigo presencial de los sucesos históricos desarrollados, y que, por venir de un diplomático paradigma de probidad, consideramos auténticos. Pero antes creemos pertinente presentar al lector una breve semblanza del gran amigo del mártir Madero y de nuestro país. Don Manuel Márquez Sterling era un distinguido caballero, escritor de muy buenas letras y diplomático, que prestó a su patria eminentes servicios, que descollaron de manera relevante en su actuación como representante de nuestra hermana Cuba, en México, durante la Decena Trágica , según veremos en seguida. Al señor Márquez Sterling lo conocí en La Habana el año de 1913, cuando llegué al bellísimo puerto de paso para incorporarme a la Revolución Constitucionalista, que era mi destino final. Había salido de México huyendo de las órdenes de aprehensión que Victoriano Huerta había dictado en mi contra con sobrado motivo, pues no sólo había atacado al gobierno usurpador desde mi curol de diputado renovador como fervoroso maderista que era, sino, principalmente, en mi discurso que pronunciara en el Teatro
Xicoténcad al celebrarse por primera vez en México la fiesta del Trabajo (1° de mayo de 1913), discurso en el que increpé con dureza y temeridad a los asaltantes del poder público (2). Escapado, no sin muy serias dificultades, de la capital federal y amparado por la generosa y resoluta protección del capitán del vapor francés La Navarre, llegué a la gran antilla donde, desde luego, me personé con el señor Márquez Sterling, director de un magnífico diario independiente, El Heraldo de Cuba, quien después de recibirme con la caballerosa condición muy propia de su hidalga personería, me publicó en su diario el artículo El apóstol Madero, pequeña estampa biográfica del mártir que fuera en esa época trágica el símbolo más puro del desinterés patriótico, la probidad ciudadana y la ingenua pureza del hombre nacido para ser, -después de sacrificado-, la bandera invencible de la Revolución, vencida en sus manos y levantada poco después por el gobernador de Coahuila don Venustiano Carranza. Márquez Sterling era un varón de elevada estatUra, pero no mucho, de tez moreno pálida, de maneras muy pulcras, de atuendo siempre Impecable. Don Manuel hablaba en voz muy baja, en ocasiones apenas audible, y su expresión era parsimoniosa y adecuada al objeto de su conversación. No era un conversador de digresiones, sino directo y preciso, y además su nutrido léxico denotaba mucha lectUra y talento literario. Dice Márquez Sterling: Representaba yo en México, el 9 de febrero de 1913, a mi patria, enaltecido por las funciones de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República de Cuba. La revolución encabezada por los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz estalló al mes cabal de haber presentado a don Francisco I. Madero, en cordialísima ceremonia, las cartas credenciales de estilo; y conviene advertir que antes de aquella fecha jamás había tenido relación alguna, oficial ni particular, con el apóstol de la democracia mexicana. Pocos días después de conocerle, y muchos, muchísimos después de admirarle, fue sacrificado a las cóleras de la vieja y extinguida dictadura dispuesta a retoñar en frenética tiranía. Todo cuanto paso a referir es rigurosamente cierto, copia fiel de impresiones y recuerdos imborrables. Sólo callo, retoco, tacho y guardo en la mente aquello que, a juicio del diplomático, por prudencia o por no encender pasiones o por no comprometer a los actores, deba ignorar, al menos por ahora, el historiador de estos fragmentos. El ministro Márquez Sterling describe así sus impresiones respecto a la junta convocada por el embajador Wilson en el recinto de la Embajada de los Estados Unidos, minutos después del cuartelazo: Estas reuniones, en general resultan estériles; porque es difícil poner de acuerdo los intereses diversos que representan los ministros. Unos hablan mucho menos de lo que pueden. Otros hablan mucho más de lo que deben. Algunos callan. No se pronuncian discursos. La elocuencia del diplomático es el monosílabo. El ministro inglés ocupaba su puesto y fingía dormir. Era el más alerta de todos, aunque no el más acertado. La discreción es la cualidad fundamental del diplomático. Por eso es, comúnmente, la cualidad de que carece. Los hay que son indiscretos con la palabra y con el silencio. Los hay también que son indiscretos con el gesto y con la mirada. Reunidos, ofrecen un curioso espectáculo. Se miran entre sí con cierto desdén ceremonioso. Y cuando uno de ellos habla, los demás dicen que no con la cabeza. Si les pica la cólera, abandonan el francés y rabian en su idioma: la Torre de Babel. Éste refunfuña en ruso, aquél gruñe en
alemán, el otro se queja en italiano. Y el embajador, con su carácter de respetable y dignísimo decano, solicita que le pongan atención. Es de los que hablan lo que deben callar y callan lo que deben hablar. Es el hombre más indiscreto concebible. Más indiscreto de tarde que de mañana. Y más todavía de noche que de tarde. El general Huerta le ha comunicado en una breve nota lo que sigue: 1° Que tiene preso, por patriotismo, al Presidente de la República y a sus ministros; 2° Que le ruega lo participe así al cuerpo diplomático; 3° Que también le ruega lo haga saber a mister Taft, y; 4° Que si ello no es abuso, informe de su aventura a los rebeldes . Un ministro: ¿A qué rebeldes? Él es un rebelde ... Otro ministro: ¿Quiénes son ahora rebeldes? El embajador: Ésta es la salvación de México. En lo adelante habrá paz, progreso y riqueza. La prisión de Madero la sabía yo desde hace tres días. Debió ocurrir hoy de madrugada . No cabía de gozo y se le escapaban las confidencias. Presentó la lista de los afortunados que integrarían el gabinete del general Huerta. Y no se equivocó en un solo nombre. Sin embargo, Huerta no era todavía Presidente Provisional. Un ministro: ¿Ya usted avisó a Félix Díaz? El embajador: ¡Mucho antes de que Huerta me lo pidiese! . UN GRAN CONTRASTE EL EMBAJADOR DE LOS ESTADOS UNIDOS Y EL MINISTRO DE CUBA. Lane Wilson traspasó así las lindes de sus funciones diplomáticas constituyéndose en el director intelectual del Pacto de la Embajada , interviniendo de manera descarada en la política interior de México, produciéndose en sus palabras y actos como acérrimo enemigo del gobierno ante quien estaba acreditado y partidario entusiasta de los rebeldes al régimen constitucional. Su carencia de ética diplomática y humana se exhibe ante la historia cuando dice: ... A Madero lo encerrarán en un manicomio ... y cuando agrega refiriéndose al Vicepresidente, o a don Gustavo Madero: el otro sí, es un pillo, y nada se pierde con que lo maten ... Si el antidiplomático se refería al político romántico que era Pino Suárez, sólo la inquina exacerbada por el alcohol podía inspirar esa frase que delata el más maligno estado de alma. Desear que mataran a aquel abnegado y lealísimo amigo de Madero que jamás dejó en su paso por la vida un acto contrario a la bondad y a la justicia, acusa un sentimiento perverso que no tiene perdón ni ante Dios ni ante los hombres.
Si aludía al hermano del Presidente, era un vil calumniador porque Gustavo Madero no tenía nada de pillo: era un hombre recto y sagaz cuya culpa -para sus enemigos- consistió en querer salvar a su ingenuo hermano de sus características debilidades extrahumanas, que lo perdieron. Conozcamos ahora las impresiones que dejaron los acontecimientos de aquellos días en el ánimo de S. E. don Manuel Márquez Sterling: La noche del 18 de febrero fue noche muy triste para quienes, amando profundamente a la patria mexicana, comprendieron que era presa del furor de la ambición. Y a las diez de la mañana del día 19, salí de casa para observar el aspecto de la ciudad, el ánimo del pueblo y el cariz que presentaba la dolorosa situación. Atravesé, en coche, la avenida de San Francisco (el bulevar mexicano) y las aceras o las banquetas , como allá se dice, no daban abasto a las damas y caballeros de todos tipos y estilos, que circulaban entre sonrientes y azorados, entre placenteros y compungidos. Como yo, también las gentes iban a caza de noticias y formando grupos, comentaban sus impresiones, caso de ser favorables al abrazo moral de Huerta y Félix Díaz, que el abrazo material el pueblo soberano acaso lo ignore todavía. Al cabo de algunas vueltas del Zócalo a la Alameda, donde parecía acongojado el rostro de la estatUa de Benito Juárez, detUve el coche en un establecimiento de tabacos, y saltando del estribo a la ancha puerta, me dirigí al mostrador de cristales. A un lado hablaban en tono grave unas cuantas personas, y al otro un señor de mi amistad escucha con gesto solemne. De pronto el que llevaba la voz cantante me dice: - Señor ministro: ¿ya usted sabe lo que pasa? Reconocí en seguida al súbdito alemán que, a guisa de mensajero de Félix Díaz, llevara al cuerpo diplomático ciertas proposiciones que no fueron oídas. Continuó: - Ayer fusilaron a ojo parado (el apodo con que sus enemigos distinguían a Gustavo Madero) y hoy mismo fusilarán también al Presidente ... Aquellas palabras, pronunciadas con cierto cinismo, me produjeron una sensación helada que recorrió toda mi piel. Al salir, el amigo silencioso me detUvo con esta queja: - ¡Oh! señor ministro, fusilarán a don Pancho, son capaces de todo . - No haga usted caso -le contesté-. Lo que ese hombre dice es inverosímil ...
- Aquí, desgraciadamente, lo inverosímil sería lo contrario, ministro. Me consta que a don Gustavo lo asesinaron ayer, sometiéndole antes a horrible tormento ... y si ustedes los diplomáticos no lo impiden, correrá la misma suerte el Presidente ... Fui a responderle, pero se ahogaron las palabras en mi garganta ... - ¡No hay tiempo que perder, ministro, tome usted la iniciativa! Y después de meditarlo un instante, respondí: - Esa iniciativa corresponde al embajador, que es hoy la más poderosa influencia . - Tómela usted, ministro, sólo usted ... -afirmó mi amigo, y con un apretón de manos, más afectUoso que nunca, nos despedimos. ¡Costaba trabajo convencerse de que no era aquello la ficción de una pesadilla! Y subiendo al carruaje ordené al cochero que me llevase a mi Legación. Frente al monumento de Juarez. De regreso, más contristado que la ida, tropecé con el Ministro Z, que me detuvo. - ¿Sabe usted algo? -pregunté. - Sí ... lo que sabe todo el mundo. Que han matado a Gustavo Madero y que ... probablemente matarán también a su hermano . - ¡Eso sería espantoso! -respondí-. ¿No cree usted que podríamos proteger la vida del Presidente? - Los intereses de partido harán necesaria su muerte ... Pero los intereses de la humanidad, que son más elevados, exigirán que su vida sea respetada ... - Si el embajador quisiera ... Yo: - ¡Querrá! El ministro Z: - ¡O no querrá! Al llegar a mi residencia profunda agitación me impulsaba. Aquellas palabras: No hay tiempo que perder , vibran en mi mente: y juzgué abominable cobardía cruzarme de brazos ante la presa desgarrada. Hice entonces lo más cuerdo, lo más sensato; comunicar al embajador mis informes, invitarlo a que fuera suya la iniciativa si mía, débil e ineficaz, brindarle el crucero Cuba, surto en el puerto de Veracruz, para el caso, a mi entender probable, de que se acordara, con los jefes del golpe de Estado, expatriar al señor Madero. Y escribí en un segundo esta nota privada que, momentos después, recibía Mister Wilson: Legación de Cuba.
México, febrero 19 de 1913. Señor embajador: Circulan rumores alarmantes respecto al peligro que corre la vida del señor Francisco I. Madero, Presidente de la República Mexicana, derrocado por la revolución y prisionero del señor general Huerta. Inspirado por un sentimiento de humanidad, me permito sugerir a Vuestra Excelencia la idea de que el cuerpo diplomático, de que Vuestra Excelencia es dignísimo decano, tomara la honrosa iniciativa de solicitar a los jefes de la revolución medidas rápidas y eficaces, tendientes a evitar el sacrificio inútil de la existencia del señor Madero. Me permito rogar a Vuestra Excelencia que disponga del crucero Cuba, anclado en el puerto de Veracruz, por si la mejor medida fuese sacar del país al señor Madero; y, asimismo, que cuente con mis humildes servicios para todo lo relativo a dar asilo en dicho crucero al infortunado Presidente preso. Seguro de que participa Vuestra Excelencia del mismo anhelo que yo, propio de hombres nacidos en el suelo de América, reitero a Vuestra Excelencia mi más alta consideración. M. Márquez Sterling. A su Excelencia el señor Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos de América, Decano del Honorable Cuerpo Diplomático, etc., etc. Claro que no aludí al señor Pino Suárez porque lo hacía a salvo de todo riesgo. En seguida me dirigí a la Legación japonesa donde se hallaba refugiada la familia del Presidente cautivo. En una pequeña sala interior, amueblada con el exquisito gusto de madame Hurigutchi, la esposa del encargado de negocios, recibían los padres y hermanas del señor Madero la visita de algunos fieles amigos, y la de varios diplomáticos. Al verme, el señor Madero, padre, salió a mi encuentro: - ¡Qué le parece, ministro! ... ¡Yo nunca tuve confianza en Huerta! Advertí que ignoraba el asesinato de don Gustavo y expresé el sentimiento que me causaban sus tribulaciones. Y como al cabo de breves minutos se retiraran las demás visitas, el señor Madero me rogó, porque así lo querían él y su esposa, que presentara, a nombre de ellos, una petición al cuerpo diplomático. - El señor Hurigutchi acompañará a usted. Les quedaremos eternamente agradecidos . Y el señor Madero me entregó un documento concebido así: Al Honorable Cuerpo Diplomático residente en esta capital. Señores ministros:
Los que suscribimos, padres de los señores Francisco I. Madero, Presidente de la República Mexicana, y Gustavo A. Madero, diputado al Congreso de la Unión, venimos a suplicar a Vuestras Excelencias que interpongan sus buenos oficios ante los jefes del movimiento que los tiene presos, a fin de que les garanticen la vida; y, asimismo, hacemos extensiva esta súplica en favor del Vicepresidente de la República, señor J. M. Pino Suárez, y demás compañeros. Anticipando a Vuestras Excelencias nuestras más sinceras demostraciones de profundísimo reconocimiento y el de los demás allegados y parientes de los prisioneros, quedamos con la mayor consideración de Vuestras Excelencias, atentos y seguros servidores. Francisco Madero. Mercedes G. de Madero. México, 19 de febrero de 1913. En la Embajada estaban, con mister Wilson, el ministro inglés, el de España y el encargado de negocios de Austria-Hungría, un joven de gran entendimiento. Al exponer al embajador el asunto que llevábamos, no pudo reprimir una mueca de cólera ... Tomó el pliego que le entregué y después de leerlo, contestó que se oponía a que el cuerpo diplomático acordara nada. - ¡Eso es imposible! -me dijo, en el mismo lugar donde la víspera se abrazaron Huerta y Félix Díaz. Y reflexionándolo mejor, o intentando recoger la mueca , añadió-: ¿Por qué ustedes no le piden directamente al general Huerta un trato benigno para los prisioneros? Y volviéndose al de España: Usted y el señor ministro de Cuba podrían ir a Palacio y entrevistarse con el mismo Huerta, hablando en nombre de cada uno de los ministros, pero no en nombre del cuerpo diplomático . EL PROYECTO DE SALVACIÓN EL PESIMISMO DEL GENERAL ÁNGELES El señor Cólogan, excelente persona, y dispuesto siempre a secundar a su colega yanqui, accedió y nos pusimos en camino. Bajo la bandera cubana, y en mi automóvil, que volaba manejado por manos cubanas, fue cosa de un abrir y cerrar de ojos el vernos frente al Palacio, entre la tUrba de curiosos y los pelotones de soldados. Un oficial nos condujo al entresuelo y nos hizo pasar a la sala donde veríamos al general Blanquet, héroe de la jornada, que recibía, por coincidencia, al ministro de Chile, señor Hevia Riquelme. Blanquet nos acogió amablemente y el señor Cólogan hizo uso de la palabra, explicando el objeto de nuestra misión. El chileno sonreía y Blanquet, hombre de aspecto rudo, pero no desagradable, afectaba tranquilidad de espíritu y ... de conciencia.
¿Correr peligro la vida del señor Madero? ¡Qué absurdo! El Presidente, en un principio, se negó a renunciar, y esto complicaba el caso; pero cedió, al fin, a la razón . El ministro de Chile confirmó las palabras de Blanquet y quedamos enterados de que se habían seria y definitivamente estipulado estas bases: Primera: Respetar el orden constitucional de los Estados, debiendo permanecer en sus puestos los gobernadores existentes; Segunda: No se molestaría a los amigos del señor Madero por motivos políticos; Tercera: El mismo señor Madero, junto con su hermano Gustavo, el licenciado Pino Suárez y el general Angeles, todos con sus respectivas familias, serían conducidos, esa misma noche del día 19, y en condiciones de completa seguridad, en un tren especial a Veracruz, para embarcarse, en seguida, al extranjero; y, Cuarta: Los acompañarían, en su viaje al puerto, varios señores ministros extranjeros, quienes recibirían el pliego conteniendo la renuncia del Presidente y del Vicepresidente, a cambio de una carta en que el general Huerta aceptara estas condiciones y ofreciera cumplidas. - Los señores Madero y Pino Suárez firmaron ya la dimisión que fue entregada al ministro de Relaciones Exteriores -dijo el señor Hevia-. Y aguardan la carta del general Huerta -y mirando a Blanquet, preguntó-: ¿Está hecha la carta? Blanquet, con su habitual tranquilidad, pidió informes a un ayudante que nada sabía. - Estarán escribiéndola en máquina -dijo Blanquet-; y giró entonces la conversación sobre el buque mercante o de guerra en que los prisioneros embarcarían. El crucero Cuba es el más indicado , convenimos todos. - Y si ustedes no piensan otra cosa -añadió Blanquet-, sería bueno que conferenciasen con el general Huerta ... Introducidos cortésmente por uno de los oficiales del Estado Mayor, nos encontramos en el salón de Acuerdos, en donde mismo fue depuesto el gobierno del señor Madero. El oficial se perdió detrás de una cortina y se acercaron a saludarnos algunos personajes entre los cuales era uno Rodolfo Reyes. - ¿Firmó Madero la renuncia? -nos preguntaron. El chileno respondió afirmativamente y los personajes dieron rienda suelta a su alegría, mientras Rodolfo Reyes enseñaba los estragos de las balas en )os adornos del salón. El oficial reapareció comunicándonos que el general Huerta dormía. Y resolvimos ir a la intendencia de Palacio a ver a los vencidos. El mismo oficial nos condujo hasta la puerta. Pino Suárez escribía en un bufete rodeado de soldados. En un cuarto contiguo varias personas, en estrado, acompañaban a Madero, que, al vernos, desde el fondo se adelantó hasta el centinela. - Señores ministros, pasen ustedes -exclamó, bañado de júbilo el semblante. Y nos estrechó las manos con efusión. El de España ocupó su derecha y yo la derecha del señor Cólogan.
- Estoy muy agradecido a las gestiones de ustedes -y señalándome, añadió-: y acepto el ofrecimiento del crucero Cuba para embarcar. Es un país la Gran Antilla, por el que tengo profunda simpatía. Entre un buque yanqui y uno cubano, me decido por el cubano . De allí surgió el compromiso -para mí muy honroso- de llevar al señor Madero en automóvil a la estación del ferrocarril, y de allí acompañarle a Veracruz. Pregunté la hora de salida. - A las diez -respondió el Presidente-; pero si le es posible venga usted a Palacio a las ocho. Podría ocurrir algún inconveniente y estando usted aquí le sería fácil subsanarlo . ¿Qué duda cabía de que Madero y Pino Suárez no correrían la suerte de Gustavo? Cumpliendo mi promesa, a las ocho entraba en el despacho de Blanquet. - Usted puede entrar solo y cuando guste a la intendencia -me dijo el general-. Además, hay orden de permitir la entrada libre a cuantos deseen despedirse del señor Madero . Sin embargo, juzgué prudente que me acompañase un oficial, evitando así cualquier pérfida interpretación. Blanquet me proporcionó un oficial amable y simpático. Era cubano. Su apellido: Piñeyro. Su grado: capitán. Pronto lo ascenderán a comandante. - Es usted hombre de palabra -exclamó Madero al recibirme- y ministro que honra a su nación . El ambiente era franco . Nada hacía presentir la catástrofe. Echado en un sillón, el general Angeles, que no quiso incorporarse al golpe de Huerta, y le tenían por su lealtad encerrado, sonreía con tristeza. Es hombre de porte distinguido; alto, delgado, sereno; ojos grandes, expresivos; fisonomía inteligente y finas maneras. Acababa de cambiarse de la ropa de campaña por el traje de paisano. Era el único de todos los presentes que no formaba castillos de naipes, en la esperanza ilusoria del viaje a Cuba. Una hora después nos declaraba en lenguaje militar la sospecha de un horrible desenlace. - A don Pancho lo truenan ... MARQUEZ STERLING DUERME CON LOS PRISIONEROS Componían la intendencia tres habitaciones grandes y una chica. La primera, depósito de trastajos, servía de comedor a los cautivos. La segunda, por la cual se comunicaba todo el departamento con el patio, y era sin duda el despacho del intendente, fusilado la víspera, la invadían uniformes, fusiles y sables. En la puerta que daba al exterior, un grupo de soldados charla su jerga, comiendo tortillas de maíz, que unas cuantas mestizas de pelo lacio y salientes pómulos cocinan y sirven a la mano; en la puerta de la derecha, el centinela, bayoneta calada, parece una estampa de cartón.
Esa puerta da acceso a una sala modestamente amueblada en la que reciben sus visitas los tres caídos. En el último cuarto, el más reducido, tenía su tocador el intendente. Un gran espejo se veía desde fuera. En él se miraban el rostro las víctimas, y, después, perecían en la emboscada. Se despedían de sí mismas en aquel espejo siniestro. Y al irse del marco de caoba, tardaban instantes en traspasar, para siempre, el marco de lágrimas de la vida ... En el centro de la sala, una mesa de mármol; y sobre ella, varios retratos del Presidente. Forman el estrado, a la derecha del centinela, seis butacas de piel oscura y un sofá. Varias sillas del mismo estilo, regadas a lo largo de las paredes. En el fondo una ventana herméticamente cerrada, y delante de la ventana, un bureau de lujo del intendente. Madero me hizo sentar en el sofá y a mi izquierda ocupó un sillón. Pequeño de estatura, complexión robusta, ni gordo ni delgado, el Presidente rebosaba juventud. Se mOvía con ligereza, sacudido por los nervios; y los ojos redondos y pardos brillaron con simpático fulgor. Redonda la cara, gruesas las facciones, tupida y negra la barba, cortada en ángulo, sonreía con indulgencia y con dignidad. Reflejaba en el semblante sus pensamientos que buscaban, de continuo, medios diversos de expresión. Según piensa, habla o calla, camina o se detiene, escucha o interrumpe; agita los brazos, mira con fijeza o mira en vago; y sonríe siempre; invariablemente sonríe. Pero su sonrisa es buena, honda, franca, generosa. Una sonrisa antípoda de la sonrisa de Taft. Era como el gesto del régimen que con él se extinguía. De pronto me enseña un reloj de oro. - Fíjese, ministro -exclama-: falta una piedra en la leopoldina ... Después, no sospechen que la robaron ... ¿Qué súbito presentimiento lo asaltaba? A grandes pasos recorrió la distancia del espejo, del cuarto contiguo, al centinela inmóvil. Acercándose de nuevo, me dijo: - Un Presidente electo por cinco años, derrocado a los quince meses, sólo debe quejarse de sí mismo. La causa es ... ésta, y así la historia, si es justa, lo dirá: no supo sostenerse ... Ocupa una butaca y cruza las piernas. - Ministro -añade-: si vuelvo a gobernar a mi país, me rodearé de hombres resueltos que no sean medias tintas ... He cometido grandes errores. Pero ... ya es tarde ... y cortó el giro de la conversación ... - ¿Qué cosa es la Enmienda Platt? Después, interrumpiéndome: - ¡No se me ponga triste, ministro! No habrá Enmienda Platt, porque no rige en el corazón de los cubanos. Cuando ustedes aceptaron la Enmienda Platt no habían sido libres todavía. Pudo serles impuesta, por eso; en el camino de la servidumbre a la independencia . Y reanudó sus paseos del espejo al centinela. Y paseando, hablaba de su tío, don Ernesto, ministro de Hacienda, que con el de Justicia, un respetable caballero, el señor
Vázquez Tagle, eran las únicas visitas que no se habían marchado todavía. Repentinamente, una duda lo alarma. - Y la carta de Huerta ¿dónde está? Sacudidos por un mismo impulso nos pusimos todos en pie. Don Ernesto resolvió salir a informarse. - Convendría que la redactases a tU gusto ... -dijo el señor Madero, y en un pequeño block de papel escribió el Presidente varios renglones que acto seguido nos leyó. Era un salvoconducto en el que incluía a su hermano don Gustavo, muerto lo mismo que el intendente. - ¿Sabe alguno de ustedes dónde está Gustavo? -preguntó entonces sin la menor sospecha del crimen-. ¡De seguro lo tienen en la penitenciaría! Si no lo encuentro en la estación para continuar conmigo, no me embarco ... Procuré disuadirlo de semejante proyecto. - Eso ... realmente, comprometería la sitUación. Es a usted señor Madero, a quien hay que salvar, en las actUales circunstancias. El pobre don Gustavo ... ya veremos . Volvió el Presidente a su mansa plática: - El crucero Cuba ¿es grande, es rápido? He pedido que la escolta del tren la mande el general Ángeles para llevármelo a La Habana. Es un magnífico profesor del arma de artillería y acaso el Presidente Gómez le dé empleo en la Escuela Militar ... Escríbale usted, ministro, en mi nombre; recomiéndelo. Si dejara al general aquí concluirán por fusilarlo ... Don Ernesto llegó con una extraña noticia: -El señor Lascuráin, ministro de Relaciones Exteriores, va en este momento al Congreso a presentar tU renuncia ... Madero saltó de la butaca. - ¿Y por qué no ha esperado Lascuráin a la salida del tren? Tráelo aquí, en seguida, Ernesto; que venga en el acto; sin demora, corre, tú; vaya usted, señor Vázquez, tráigalo en seguida ... Y a largos pasos, nerviosamente, cerrados los puños, rectos los brazos hacia atrás, recorría la distancia del espejo al centinela, más allá del centinela ... Don Ernesto vuelve con peores noticias. La renuncia ya fue presentada ...
- Pues vé y dile a don Pedro que no dimita él la Presidencia interina hasta que no arranque el tren ... - Iré -contesta don Ernesto-; pero cálmate, Pancho, que todo tendrá arreglo . Y yo también intermedié, infundiéndole confianza en su destino. - Llamen por teléfono ál ministro de Chile -exclamaba ansioso-: que venga a buscarnos; y traigan el salvoconducto de Huerta . Lentamente fue recobrando su habitual sonrisa, e inundándose de conformidad su espíritu. - Huerta me ha tendido un segundo lazo; y firmada y presentada mi renuncia no cumplirá su palabra ... El señor Vázquez Tagle salió con don Ernesto para no regresar. ¡Todo estaba ya resuelto y decidido! Momentos antes, Huerta, proclamado Presidente Provisional, entró en Palacio con los honores de su alta investidura. Fue el último informe que nos trajo don Ernesto, disimulando su profunda angustia. Lascuráin había evitado, a mi juicio, una matanza. Prolongó así tres días más la vida de los mártires. Y Madero no tuvo para él, en mi presencia al menos, una palabra de reproche. Intentó que don Ernesto hablase al propio Huerta, en persona; pero Huerta, fatigado por el trabajo , se había recogido en las habitaciones presidenciales. Flaqueaba el optimismo de Madero; Pino Suárez temía un atentado si los dejábamos aquella noche solos; y Angeles opinaba que no saldrían vivos del arriesgado trance. Cada uno pretendía, sin embargo, reanimar a los demás, y bordaba, sobre simples conjeturas, la vana y deleznable explicación. Madero corre la distancia del espejo al centinela y don Ernesto recomienda serenidad. Es posible -advierte- que Huerta haya ordenado la salida del tren para las cinco de la mañana, como hizo con don Porfirio Díaz, cuando lo escoltó en su fuga a Veracruz ... y aunque no me pareciera fundada la consecuencia, la di por lógica y evidente. Si el señor ministro se quedara con ustedes hasta esa hora -continuó don Ernestoapartaríamos el peligro y podría realizarse el viaje sin obstáculos . Madero se opuso en un principio. ¡Como!, él proporcionarme molestia semejante, allí donde no tenía siquiera una cama que brindar ... Pero, a la vez, todos convenían en que si me marchaba era probable una desgracia ... Irme, tomar el sombrero tranquilamente y despedirme, hasta la vista , abandonándolos a la bayoneta del centinela, hubiera sido impropio de mi situación de ministro, de mi nombre cubano, de nuestra raza caballeresca. Amparar con la bandera de mi patria al Presidente a quien, un mes antes, había presentado, solemnemente, mis credenciales, era cumplir con el honor de nuestro escudo, interpretar, en toda su intensidad, la misión de concordia que en aquellas circunstancias desempeñaba.
Momentos después, don Ernesto salía de Palacio ocultándose para escapar de sus perseguidores, en la casa de un amigo. Y en seguida un oficial llegaba a la intendencia, solicitando al señor ministro de Cuba, en nombre del nuevo Presidente ... - No es posible ya, esta noche, la salida del tren; y el señor Presidente de la República lo comunica al Excelentísimo señor ministro por si desea descansar ... - ¿Cree usted que podrá efectuarse el viaje por la mañana? El mensajero nada sabía; y haciendo una corta reverencia me pidió permiso para retirarse. - No saldrá el tren a ninguna hora -dijo Madero en tono de suprema resignación. Tomando un retrato suyo, de la mesa del centro, me dijo: - Guárdelo usted en memoria de esta noche desolada ... y escribió: A mi hospitalario y fino amigo Manuel Márquez Sterling, en prueba de mi estimación y agradecimiento . Francisco I. Madero. Palacio Nacional, febrero 19 de 1913 . Era la una de la mañana. Diez y nueve días antes, precisamente a esa hora -continúa relatando el señor Márquez Sterling- había yo salido de ese mismo Palacio, alegre y contento, despues de un banquete servido con la vajilla de oro del emperador Maximiliano, y el intendente, hombre de elevada estatura y cierta distinción, don Adolfo Bassó, hacía los honores en la escalera a las damas y personajes que desfilaban por el patio, subiendo a sus coches y automóviles. Si entonces algún agorero me hubiera profetizado la dramática escena de la noche del 19 al 20, le habría tomado por un loco. Si nos fuese permitido contemplar a través de los misterios del horizonte el curso futuro de la vida, pensaríamos que una mano divertida y cruel jUega con los destinos del hombre. Descienden de sus tronos los reyes, y se elevan, y mandan y tiranizan los vasallos; el rico empobrece; el pobre se forja un potentado; y barajando, como naipes, voluntades y apetitos, hay un azar que pone, en estas manos, los triunfos de la partida, y en aquéllas coloca los desastres. El intendente, que me despedía, doblando la cintura, en el último escalón, ignoraba que pronto doblaría la esquina de otro mundo más allá, y que ésa era fatalmente su postrera despedida en el último escalón de la existencia. Huerta, en algún bar de las inmediaciones, bebía, seguramente, su tequila, tres semanas antes de dormir, en Palacio, su primer sueño de Presidente, sin el derecho y sin la tranquilidad de conciencia de Madero que, en estos momentos inolvidables, de tres sillas hacía una cama para el ministro de Cuba, rogándole que se acostara. De una maleta, marcada con las iniciales de Gustavo, sacó varias frazadas y mantas que suplieron sábanas y almohadas; revelando Madero, en el semblante, la gracia de quien afronta, dichoso, las peripecias de una cacería en la montaña profunda. El general Angeles, agazapado en su capote militar, se retiró al que fue despacho del intendente; y Pino Suárez, riendo, tuvo ánimo para esta frase: Ministro: jamás pensó usted hallar en la diplomacia lecho tan duro ...
- El tiempo lo ablandará en la memoria -interrumpió Madero-. ¡Y por Dios, ministro, no informe usted a su gobierno de que, en México, necesitan los diplomáticos andar con la cama en la bolsa! ... Me quité la chaqueta, la corbata, el cuello, los tirantes ... - ¡Vaya que es desarreglado este cubano -exclamó Madero recogiendo del sofá aquellas prendas y doblándolas prolijamente. Era un rasgo de su carácter el orden, la simetría, la regularidad. Y comenzó a desnudarse como en su alcoba del castillo de Chapultepec. Iba de un lado a otro acomodando las cosas y disponiendo los muebles que hacían de colgantes. De repente, soltó la carcajada: Pero ministro querido, ¿va usted a donnir con zapatos? Y me descalcé, disimulando el proyecto, adecuado a las circunstancias, de estar despierto. Frente a nuestra cama a dos metros de distancia, improvisó Madero la suya; y se tendió en ella como Apolo, según Moratín, en un mullido catre de pluma . Envuelto en la frazada blanca de Gustavo, apenas le quedaban visibles los ojos, simulando una figura morisca. Pero, al contacto de la ropa de Gustavo, como si el muerto le apretara entre sus brazos, se incorporó en el mullido catre de pluma , apartando, nerviosamente, aquella funda : Ministro -exclamó, ahogado por súbita emoción-, yo quiero saber dónde está Gustavo . Y en ese instante, desde fuera, apagaron los guardias la luz, desbordándose en el recinto las tinieblas. La ventana del fondo, cerrada hennéticamente, daba a una calle solitaria, y, por los cristales del montante, entraron los pálidos reflejos de una lejana farola que iluminaba la bayoneta del centinela. Poco a poco fuéronse aclarando, a nuestra vista, los objetos como si renacieran de la borrasca; y observé a Madero que dormía un sueño dulce, reposando en el alma de Gustavo. Respiraba con la fuerza de unos pulmones hechos para la vida sana y larga y en su disfraz morisco, entre las sombras pavorosas de la noche y el brillo de la bayoneta, que anticipaba la aureola del inmediato martirio, acaso transportábase al teatro de sus hazañas de héroe. Intenté adivinar el torbellino de su mente; y escuchaba el vocerío de las triunfadoras huestes de Ciudad Juárez que le piden la cabeza del general Navarro, su prisionero; y, en la oscuridad que sirve de cómplice a su corazón magnánimo, lo veo cómo sustrae de los verdugos al reo; y cómo, vencedor y vencido, en un automóvil, veloz como el viento, se internan en el bosque y ganan la orilla del río Bravo, y saltan sobre el dorado musgo. Es el primer acto del régimen inverso al de Porfirio. Y, después de estrecharse las manos, el viejo Navarro atraviesa, a nado, las aguas rizadas y desde la orilla opuesta, ya en territorio americano, da las gracias agitando su pañuelo ... Madero vuelve a vivir su gloria y sonríe bajo el sudario de Gustavo ... Pino Suárez duerme sentado en el sofá, abrigándose con una colcha gris. Ambas manos, descarnadas, sujetan sus bordes; y sobre el pecho, y las piernas, caídas sobre la alfombra, ensayan la rigidez de la muerte. La cabeza reclinada sobre el hombro flaco, en
desorden los cabellos, afilada la nariz, trasparente la mejilla, rendidos los párpados, da frío contemplarlo. Por la boca entreabierta escapa suave, fino, el resuello; y, a veces, coptrae los labios como secando con un beso las lágrimas de sus tiernos hijos, que habían comenzado a ser huérfanos. Despertó a la incipiente claridad de la madrugada y, enderezandose díjome muy quedo, para no importunar el sueño de su amigo: ¿No ha dormido usted? Es una noche helada, ¿verdad? ¿Ha oído usted el constante, sordo y amenazador ruido de los aceros? Temen que inspiremos simpatía en cada centinela y los cambian por minuto . Frotóse los ojos con el pañuelo, arrancándoles la visión del pesar que lo amargaba y respiró con todo el pecho como si no hubiera respirado mientras dormía. El poeta, seguramente, anulaba en su alma al político; y turnábanse en ella, deslumbrándola, el ideal de la patria por quien moría, y el amor de la esposa, por quien anhelaba vivir. Al general Angeles -murmuro- no se atreverán a tocarle. El ejército lo quiere porque vale mucho, y, además, porque fue maestro de sus oficiales. Huerta peca por astucia, y no disgustará, fusilándolo, al único apoyo de su gobierno. En cuanto a nosotros, ¿verdad que parecemos en capilla? Sin embargo, lo que peligra es nuestra libertad, no nuestra existencia. Nuestra renuncia impuesta provoca la Revolución; asesinarnos equivale a decretar la anarquía. Yo creo, como el señor Madero, que el pueblo derrocará a los traidores, rescatando a sus legítimos mandatarios. Lo que el pueblo no consentirá es que nos fusilen. Carece de la educación menester para lo primero. Le sobra coraje y pujanza para lo segundo . Pino Suárez, en lo íntimo, muy adentro, desconfiaba de la virtualidad de su lógica y argüía, con palabras optimistas, al pesimismo interno y secreto de su pensamiento. Yo -añade- ¿qué les he hecho para que intenten matarme? La política sólo me ha proporcionado angustias, dolores, decepciones. Y créame usted que sólo he querido hacer el bien. La política al uso es odio, intriga, falsía, lucro. Podemos decir, por tanto, el señor Madero y yo, que no hemos hecho política, para los que así la practican. Respetar la vida y el sentir de los ciudadanos, cumplir leyes y exaltar la democracia en bancarrota, ¿es justo que conciten enemiga tan ciega, y que, por eso, lleven al cadalso a dos hombres honrados que no odiaron, que no intrigaron, que no engañaron, que no lucraron? ¿Es acaso que, el mejor medio de gobernar los pueblos de nuestra raza lo da el ánimo perverso de quienes lo explotan y oprimen? Sumergido en esta dolorosa meditación, cerró los ojos y apoyó la frente en ambas manos. El centinela entregaba la guardia a otro centinela. Y el nuevo ocupó su puesto como un objeto inanimado que se coloca sobre una mesa. Lo miraba con curiosidad. Era un indio pequeño, de ojos pequeños, de brazos pequeños, de piernas pequeñas. Todo él era pequeño y representaba, no obstante, la brutalidad de la fuerza. El uniforme no le cuadraba: un uniforme descolorido, cortado para un cuerpo de mayor volumen que el suyo. Los calzones muy anchos y arrugados, producían el efecto de que se le estaban cayendo. En cambio, la bayoneta, erguida, se mantenía recta como el patriotismo de los presos a quienes cerraba el paso. Lejos, alguien caminaba con prisa franca de vendedor; una voz distante pregunta y otra voz aguda, más cercana, contesta sin que se entiendan las palabras. Es la luz que domina y la vida que comienza de nuevo a reinar. Y el propio Madero, despierto, se incorpora sobre los brazos de Gustavo para saber qué hora es.
- Las cinco y media . - ¿Ve usted, ministro? Lo del tren a las cinco era una ilusión ... y continuó su sueño dulce y tranquilo, en el espíritu de su hermano ... La esperanza, nunca marchita en su ineptitud para el mal, había perdido un pétalo entre millares de hojas que al riego de su apostolado retoñaban. Pino Suárez, poeta, concebía mejor la realidad que Madero, agricultor; y aunque disertando apartaba de sí la idea del martirio, no se desvanecía en su mente vigorosa la horrible visión del suplicio. Más tarde, cuando en torno de la mesa rústica sirve un muchacho desarrapado el desayuno, se sobrepone a la lógica de sus meditaciones el temor intenso: No, ministro, no pruebe usted la leche, que podría estar envenenada . Tomando rápidamente un sorbo, resolví el punto; y charlamos, a la manera de antiguos camaradas que se preparan a reanudar alegre cacería en la montaña profunda. Madero recorre con la vista los trastajos y cachivaches amontonados en el extraño comedor; y volviéndose al sirviente, le dice: - Con este peso, cómprame los periódicos del día. Quiero saber qué ocurre . Ángeles, Pino Suárez y yo cambiamos una mirada de inteligencia. En los periódicos leería, con espantosos detalles, la muerte de Gustavo, Pero, a una sola reflexión, en el fondo hábil pretexto, cedió el desventurado Presidente: - Sería peligroso para el criado y, de averiguarlo sus carceleros, acaso pagara la imprudencia con la vida . - Entonces, permítanme ustedes dormir la media hora de sueño que aún debo a mi costumbre ... y se envolvió en el sudario de Gustavo (2) ... Entretanto, el embajador de los Estados Unidos, míster Wilson, dirigió a Washington este informe telegráfico: México, febrero 19 de 1913. La ciudad ha estado perfectamente tranquila durante todo el día, aunque anoche anduvieron fuera muchos saqueadores. Hay muy pocas personas alrededor de la Embajada, y es completamente evidente que el público cree que la tormenta ha pasado. Esto puede ser o puede no ser cierto, pues depende de que Díaz y Huerta continúen trabajando de acuerdo. A ese fin estoy dedicándome ahora. Los originales de los dos arreglos hechos entre Huerta y Díaz anoche están archivados en esta Embajada. Estos documentos proveen a la reunión del Congreso, nombran el nuevo gabinete, estipulan la elección de Huerta como Presidente Provisional por el Congreso y contienen varias otras cláusulas para el mantenimiento del orden en toda la República.
Hay tres arreglos que yo estipulé, pero que no se pusieron por escrito: Primero, la libertad de los ministros maderistas; Segundo, la libertad de la prensa y el servicio telegráfico sin censura; Tercero, acción conjunta entre los dos generales para el mantenimiento del orden en esta ciudad. El Congreso está ahora en sesión, pero me imagino que la ratificación del arreglo hecho en la Embajada anoche será poco más o menos que una simple fórmula. El Presidente y el Vicepresidente están todavía en el cuerpo de guardia del Palacio, lo mismo que los generales Delgado, Angeles y el ministro de la Guerra. Esta mañana corrió el rumor de que Gustavo Madero había sido muerto por el simple procedimiento de la ley fuga. No he verificado esto todavía. He estado asUmiendo considerable responsabilidad al proceder sin instrucciones en muchos asuntos importantes, pero no se ha causado ningún daño con esto, y creo que se han obtenido grandes beneficios para nuestro país, y especialmente para nuestros paisanos residentes en México, quienes, según creo, encontrarán ahora removido el obstáculo del odio racial. La protección de sus intereses recibirá justa consideración a cualquier precio. Nuestra posición aquí es más fuerte de lo que ha sido menca, y sugeriría que se me dieran instrucciones generales inmediatamente para elevar, a la atención de cualquier gobierno que se pueda formar aquí, las quejas expuestas en nuestra nota del 15 de septiembre y apremiar, cuando menos, por un arreglo que las solucione todas ellas. (Firmado). Henry Lane Wilson (3). En esta nota oficial el embajador de los Estados Unidos confiesa paladinamente su intromisión en nuestros asuntos internos: Hay tres arreglos que yo estipulé, pero que no se pusieron por escrito . LA SEÑORA PINO SUAREZ VISITA A LOS PRISIONEROS.
Pero continuemos con el relato del ministro Márquez Sterling:
A las diez de la mañana -del día 20 de febrero- todavía nos hallábamos en la intendencia del Palacio Nacional de México. El dormitorio acaba de recobrar sus preeminencias de sala de recibo ; Pino Suárez, encorvado sobre el bufete, escribía una carta para su esposa, que ofrecí entregarle; y Madero, sumergido en el remanso de su dulce optimismo, formulaba planes de romántica defensa. Desde luego, no concebía que tuviese Huerta deseos de matarle; ni aceptaba la sospecha de que Félix Díaz consintiese en el bárbaro sacrificio de su vida, siéndole deudor de la suya. Pero, a ratos, la idea del prolongado encierro le inquieta; y sonríe compadecido de sí mismo. Educado al aire libre, admirable jinete, gran nadador y, además, amante de la caza, la tétrica sombra del calabozo le amargaba. Pino Suárez, que concluye su tarea, declara que el peligro consiste en permanecer dentro de la intendencia y prefiere que les trasladen ... Madero: ¿Adónde? Pino Suárez: A la Penitenciaría. Estamos aquí a merced de la soldadesca ... Y el poeta canta sus desventuras: Me persiguen los mismos odios que al Presidente, sin la compensación de sus honores, ni su gloria. Mi suerte ha de ser más triste que la de usted, señor Madero ... Ambos callan dirigiendo los ojos, casualmente, al centinela. Y Madero, rompiendo el silencio, exclama: Somos hoy simples ciudadanos y debemos buscar protección en las leyes. ¿No lo cree usted así, ministro? Pino Suárez: La única protección eficaz sería la del cuerpo diplomático . Y analizaron el problema. Pino Suárez opinaba que convendría prometer a Huerta, por medio de los ministros extranjeros, un manifiesto, suscrito en Veracruz a bordo del crucero Cuba, obligándose a no tomar parte en la política; mas, a juicio de Madero, Huerta recordaría que jamás cumplieron compromisos de este género los caídos que firmaron tales manifiestos. Y añadió con altivez: ¡Pues, vaya! Que crea en nuestra palabra y ... en la suya! Fácilmente llegaron a un acuerdo. Madero: Pino Suárez escribirá a su esposa para que presente al juez recurso de amparo a su favor; y yo suplico a usted, ministro, que les diga a mis padres que presenten uno por Gustavo, y a mi señora que presente otro por mí ... En ese instante apareció, ante nuestra vista, envuelta en tupido manto negro, la esposa de Pino Suárez. Al acercarse, descubrió el rostro y se arrojó deshecha en lágrimas a los brazos de su ilustre marido. Un caballero que la había guiado nos explicó aquel milagro:
En estos momentos cambian la guardia y casi de sorpresa hemos penetrado hasta aquí ... En efecto, minutos después, el nuevo jefe saludaba con respeto a Madero, y le rogué que pidiese, por teléfono, para retirarme, el coche de la Legación de Cuba. Madero: Usted gestionara con el cuerpo diplomático ... si lo considera prudente. Pero no queremos causarle otras molestias ... y lo relevo del recado a mi familia, que trasmitirá la señora de Pino Suárez . Nos despedimos como quienes en corto plazo han de volver a verse; y el general Angeles, a la salida, nos apretó la mano fraternalmente. EL CUERPO DIPLOMATICO RECONOCE A HUERTA. El patio era todo sol y alegría. Centenares de soldados, en amoroso deleite con sus mujeres, comían hartándose las clásicas tortillas de maíz, sentadas las parejas, unas, en los pretiles de las ventanas, las más en el suelo, y rodando en simpático desorden fusiles y mochilas. El coche atravesó lentamente los grupos de tropa y de curiosos. Los caballos, a paso de ceremonia, produclan ruido sordo, ondulante, retumbando arriba en los oídos de Huerta. Entre los arcos del patio contiguo, varias chisteras andaban de prisa. Y el coche, pesadamente, asoma a la vida de la calle por la inmensa puerta del Palacio. Rodeé el Zócalo, que guardaba su gesto de locura; y marché por la avenida de San Francisco. Estaba de fiesta el gran mundo mexicano. Lucían damas y magnates, en magníficos trenes, el júbilo de una victoria funesta. De extremo a extremo saludos inefables como caricias. Y mientras Madero iba al suplicio envuelto en el sudario de Gustavo, los elegantes, los ricos, los dueños del latifundio, regresaban del ostracismo en el alma de Portirio. Mi familia era presa de honda angustia. Circulaban, por la ciudad, noticias espeluznantes de la suerte de los cautivos; y habían informado a mi esposa de que Madero y Pino Suárez murieron en súbita refriega, con riesgo de sus acompañantes; falso rumor que fue personalmente a desmentir el señor Lascuráin, y que desvaneció en seguida el telefonema desde Palacio pidiendo el coche del señor ministro . De la Legación pasé a la casa del ex-canciller, donde encontré a la familia del señor Madero, quien me refirió los tormentos y zozobras de la noche anterior. Dispuesto el convoy para emprender viaje a Veracruz, familiares y amigos ocuparon los vagones. Transcurren inútilmente las horas; el señor Lascuráin y nuestro colega de Chile van a Palacio, sin conseguir entrada; y a las dos de la mañana, cuando los prisioneros dormían, resignados al infortunio, sus deudos abandonaban la Estación, refugiándose, conscientes de la inmensidad de su desgracia, bajo la noble bandera japonesa ... Finalizaba el doloroso relato, hecho simultáneamente por muchas voces, al entrar el señor Lascuráin profundamente emocionado. Las circunstancias le habían discernido, en el drama, el trance más difícil, y sólo el tiempo será escrupuloso depurador de su conducta, limpia de la falta que sus adversarios le atribuyen. Uno tras otro, llegan varios colegas; y se proyectan gestiones desesperadas; hablar a Huerta, conmover a Wilson ... Luego desfilaron poco a poco ministros, damas, parientes y amigos, cada cual a mover algún resorte de piedad.
Las nueve de la noche. Al frente de la Embajada americana se detienen varios automóviles. Los grupos que charlan en torno del pintoresco edificio dejan franco el peso de la verja. Y unos caballeros de aspecto grave suben la escalinata y hablan y se saludan. Son todos ministros extranjeros y acuden a la invitación de míster Wilson, el decano, que les recibe cortésmente. Yo, de una mirada, reconozco el lugar donde Huerta y Félix Díaz, queriendo devorarse, en homenaje a la dura conveniencia, se abrazaron, y precisamente a la derecha de la mesa que conmemora el famoso Pacto de la Ciudadela , en realidad Pacto de la Embajada , ocupó hermosísima butaca el insondable diplomático, enemigo férreo del blando Madero. Una docena de potencias de todos tamaños en las personas de sus enviados formaron, enviados formaron, en círculo, sobre la alfombra verde y roja, el tendido del próximo torneo. Míster Strong, ministro inglés, cierra los párpados y respira fuerte por las narices. Cólogan, el de España, en un sofá, cruza sus largas piernas, frota con ambas manos su barba gris y conversa, a un lado, en buen francés, y al otro, correctamente, en la lengua de Shakespeare. Junto a Cólogan el señor Cardoso, del Brasil, mi amigo desde Petrópolis. Más allá el de Alemania, un contraalmirante chico, redondo, lampiño, amable por hábito, que llega el último y ríe, con el de Noruega, una gracia germánica. El embajador abre la sesión y sesión y dice en castellano: - Señores ministros ... ministros ... Podía escucharse con sus palabras el vuelo de una mosca. El objeto principal de aquella junta lo proporciona la nota del subsecretario de Relaciones Exteriores en que participa, al decano, la ascensión del general Victoriano Huerta a la Presidencia de la República, por ministerio de la ley , y su propósito de recibir, al siguiente día, a las once, en el Palacio Nacional, donde estaban presos todavía Madero y Pino Suárez, al honorable cuerpo diplomático. El embajador: Dos cuestiones plantea el despacho del señor subsecretario. El cuerpo diplomático ¿asiste a la recepción? El cuerpo diplomático ¿reconoce al general Huerta, Presidente de la República? Para el señor Cólogan no pueden los ministros extranjeros negarse a reconocer el gobierno provisional, producto de la Constitución mexicana, igual que lo fue el señor De la Barra, al renunciar Porfirio Díaz. Míster Wilson asiente, el inglés abre los ojos, el alemán parece que dice algo de importancia. Me dispongo a prestarle atención. Pestañea; nervioso y sonriente frunce los labios imitando con ellos un adorno de trapo; y, mudo, gana la delantera, por discreto, a las demás potencias. Míster Wilson, satisfecho y dando por resuelto con el segundo el primer extremo de la consulta, recupera la palabra: - El acto será solemne y de rigor; debo leer en él un discurso que ahora convendría confeccionar . El embajador se detiene y con la mirada interroga a diestra y SImestra. Algunas cabezas afirman. Otras, a semejanza de la del centinela de la intendencia, se mantienen como talladas en mármol. Propuso entonces el afanado embajador una comisión redactora, que supiese el habla de Cervantes. Y a renglón seguido pronunció tres palabras: - España, Inglaterra, Alemania .
Jamás le ocurría, y es de observarse, a míster Wilson, que en las comisiones de ese carácter figurasen ministros latinoamericanos, el de Chile o el de Brasil, por lo menos, en materia diplomática doctísimos y no inferiores, en saber, a los europeos allí presentes. La cuestión mexicana afectaba directa y hondamente a la diplomacia continental; a la política y a los intereses de las naciones latinoamericanas; y debieron siempre hallarse representadas por sí mismas, en la constante labor del cuerpo diplomático. Retiráronse a deliberar los tres personajes, y en cuatro rasgos interpretaron la expresa voluntad y el manifiesto anhelo de mister Wilson. Cólogan es hombre inteligente. avezado a los empeños diplomáticos, bondadoso, hidalgo. El embajador lo quiere, y nunca estorba al embajador en sus designios. - ¡Muy bien! -exclama bien! -exclama míster Wilson a cada sílaba que lee ufano el ministro de España; y Cólogan disfruta de una gloria deleznable, es cierto, efímera, sin duda, pero intensa: la gloria literaria. El documento circula de aquí para allá, lo examinan muchas gafas de oro; y su autor, complaciente y animoso, lo traduce al francés, al inglés, al alemán, al italiano, al noruego, al portugués, al ruso, a más idiomas que lo hayan sido las novelas de Pérez Galdós, los dramas de Echegaray, las comedias de Benavente y los versos de Núñez de Arce ... El honorable cuerpo diplomático rubrica y sella, con sus sellos particulares, en espíritu, el convenio del reconocimiento. Ahora toca el turno a la suerte de Madero y Pino Suárez. El embajador (amable, señalándome con la hoja de papel escrita por España, Inglaterra y Alemania): El señor ministro de Cuba acompañó a los prisioneros; y yo le ruego que nos ilustre con sus informes . El cubano: Señores ministros ... ministros ... LOS DIPLOMÁTICOS DELIBERAN Pero el señor ministro de Chile había presenciado el acto en que firmaron los prisioneros la renuncia de sus cargos, y le cedimos el turno en provecho de mejor infbrmación. El señor Hevia Riquelme es un diplomático de brillante ejecutoria; y andaba, con paso firme y seguro, en terreno conocido. Ojos pequeños, vivaces; nariz recortada; y, sobre la fina perilla, copo pendiente del labio, erguidos y largos los bigotes blancos. Era su silueta la de un noble de los tiempos de Felipe IV: aristócrata por el gesto, los modales y el generoso arranque. Habla con lentitud y refiere, detalle por detalle, el singular proceso. Reproduce con minucioso encanto el escenario; y cita nombres, retrata personajes, describe situaciones. El auditorio escucha con respeto. Míster Wilson mueve pausadamente la cabeza; y de nuevo nos brinda la palabra apenas concluye el chileno su relato. Las miradas vuelven sobre el ministro de Cuba, que explica cuanto no ignora quien haya leído estas notas , y algunos colegas le interrumpen con preguntas que en seguida responde: El ministro H. (europeo): ¿Es cierto que al señor Madero le maltratan?
El ministro de Cuba: ¿Maltratarle? Según lo que se entienda por maltrato . El ministro H.: Entiendo por maltrato una residencia incómoda, mala comida, falta de servidumbre . Otro ministro (también europeo): Se dice que no han proporcionado al señor Madero cama en que dormir ... dormir ... El cubano: Los señores Madero y Pino Suárez no se quejan de la comida, ni es incómoda la habitación. Sólo les falta lecho en que acostarse ... y más prudencia de centinelas . El ministro H. (señalado por su enemistad al gobierno y a la persona de Madero): Oh, eso es impropio. No se puede olvidar que el señor Madero ha sido hasta ayer el Jefe de la nación . El ministro X.: Yo no creo que peligre la vida de Madero y Pino Suárez . El embajador: El Presidente Huerta no consintió la salida del tren que había de conducirles a Veracruz, por razones de orden político . El chileno: Todos los ministros convinimos en recomendar personalmente al señor Huerta el trato más benigno para ambos presos . Y uno por uno fue preguntando a cada colega si había gestionado en favor de los caídos. Míster Wilson: El señor ministro de Alemania me acompañó a entrevistar, con ese fin, al Presidente . El de España dio pormenores de su conferencia con el general Huerta; y otro tanto el del Brasil. Uno sólo no quiso unir sus votos a los nuestros. Lo declaró con tono solemne, con frase intencionada, corta, maciza. Al despedirme míster Wilson, regocijado, sostuvo conmigo, a media voz, un diálogo sugestivo y trascendental: El embajador: ¿Piensa usted, ahora, ir allá? El cubano (sonriendo y procurando leer en el alma de míster Wilson): ¿Adónde? El embajador: Allá ... Allá ... al Palacio, con el señor Madero ... Madero ... El de Cuba: No, señor embajador. Nadie me lo ha pedido ... Yo fui anoche, porque así lo concertaron los señores Huerta y Madero. Me quedé porque, a última hora, una de las partes, Huerta, faltó al compromiso y hubiera sido repugnante que yo abandonara en ese momento a la otra parte, al señor Madero, que me consideraba su única garantía, y como tal garantía fui llamado, en acuerdo con el propio Huerta . El embajador: Se condujo usted noblemente, ministro; y al general Huerta no le ha disgustado su proceder, porque usted es ahora buen testigo de que nada sufre el señor
Madero. De ayer a hoy las circunstancias han variado por modo extraordinario. El jefe del ejército sublevado contra el señor Madero, a quien pudo fusilar, se ha convertido en Presidente de la República y tiene ante los Estados Unidos, y ante el mundo, la responsabilidad de la vida del señor Madero . El cubano: Usted cree, embajador ... El embajador: Sería una desgracia para Huerta el matar al señor Madero. Anoche, estando usted a su lado, no se hubiese atrevido Huerta a tocarle; pero hoy la vida del señor Madero corre menos riesgo que la de usted y la mía. Su único peligro (añadió riendo) es un terremoto que lo sepulte bajo los escombros del Palacio Nacional ... El señor Madero no necesita ya de que usted le ampare. Todo se ha hecho para salvarle y está salvado ... (míster Wilson se detuvo como reflexionando y continuó): al general Huerta le han dicho que el señor Madero daba anoche muestras de completa demencia y que esto decidió a usted a no dejarle ... Para el embajador, la solución del problema consistía en encerrar a Madero en un manicomio, y me produjo honda alarma la idea de que esa cruel medida se adoptase, dando yo la falsa prueba. El cubano: Han engañado al general Huerta. Jamás he visto al señor Madero tan sereno y tan lúcido ... Míster Wilson es hombre flaco, estatura mediana, nervioso, impaciente, impresionable; facciones duras y semblante seco; bigote gris, caído, mirada penetrante, y los cabellos, en gran pobreza, divididos en raya sobre la mitad de la frente ... - ¡Oh! -interrumpe-. ¿Es cierto eso? El cubano: Sí, embajador; Madero guardó anoche tranquila compostura; y más en calma que ahora estamos nosotros. En todo el tiempo que estuve junto a él no habló mal de nadie, ni siquiera de sus peores enemigos, de Huerta, de Félix Díaz, de Mondragón ...
EL CUERPO DIPLOMÁTICO ANTE EL USURPADOR
En la calle el grupo de curiosos contemplaba el desfile de ministros. Varios caballeros, casi en su totalidad yanquis, me detuvieron:
- Señor ministro -dijo. uno de ellos-, ha sabido usted conquistar para Cuba los corazones honrados ... Habrás penetrado, lector, en la importancia que tuvo, para los destinos de México, la última reunión del honorable cuerpo diplomático, toda ella repleta de enseñanzas para los que reconocíamos, en el dolor de la patria de Juárez, algo de nuestras propias desventuras. Vagando, en torno de los representantes europeos, la sombra de Monroe, nadie intenta contrariar al embajador americano. Al romper la tempestad, el europeo se acoge a la diplomacia intermediaria de míster Wilson, a quien supone intérprete de su gobierno, sólidamente respaldado por la sesuda cancillería de Washington. No se escapaba desde luego al sereno observador lo turbio y contradictorio de la política seguida por el yanqui, exagerado en sus juicios e impropiamente enardecido en contra del indefenso Madero, que tuvo en él epiléptico adversario; pero los ministros del Viejo Mundo imaginaban los hilos en manos del Presidente Taft y amoldaban sus principios, y los ideales del derecho y la justicia, a míster Wilson, especie de providencia de los intereses mundiales, confiados a la táctica de los Estados Unidos. En las relaciones de Europa con la América Latina, ése es el régimen vigente. ¿Podrían negarse aquellos ministros al dictamen de míster Wilson que oficialmente encarnaba el poderío, la voluntad, el firme propósito, los designios de la gran república del Norte? El embajador se alza entre ambos continentes; y ejerce el supremo delegado universal. Necesita libres los brazos para la inmensa responsabilidad que descarga el planeta sobre sus hombros; y no le oponen resistencia los europeos, ni combaten sus prejuicios, ni les preocupa el móvil de sus planes, diplomacia expectante y en cierto modo subalterna, estrecha, limitada, estrictamente profesional, sujeta a resortes fijos y distantes que, a veces, los propios ministros desconocen. El diplomático europeo, que sabe de memoria su papel, lleva el espíritu cortado a la medida que exigen las circunstancias; obedece a un mecanismo de tradicional habilidad, y cumple su misión, ahora fingiéndose indiscreto, después apretando los tornillos de la reserva; si violento, obedece algún mandato; si calla y se resigna y endulza su lenguaje, es el soplo de su gobierno que lo inspira y lo dirige y lo demanda. Míster Wilson, en cambio, desborda sus iras y refleja en el semblante el interno fuego de sus pasiones. Le falta benevolencia; y lo aturde la fuerza que guardan sus espaldas. juguete de medieval orgullo, su diplomacia es ciencia de coloso. Y sintiéndose coloso está satisfecho de su obra. En un regio departamento del Palacio Nacional conversa con sus colegas, todos, y él mismo, de uniforme. Desperté de un sueño luctuoso, entre casacas bordadas de oro, radiantes de luz y espadines y tricornios y plumas y penachos; y en orden de rigurosa procedencia, a la señal del flamante jefe del protocolo, fue la marcha al salón de embajadores. Un grupo de chambelanes en la puerta presenciaba alegremente el diplomático desfile, rodeando al héroe del cuartelazo vestido de paisano, que disfrutaba de las efímeras ventajas de un simple abrazo; y anticipaba la sensualidad presidencial con secas reverencias a los ministros que halagaron sus ansias en artificiosa cortesía. Está triste ... me dijo alguien al oído; y, en efecto, disimulaba sus recelos llenando de aire los cachetes.
No tiene cara de Presidente ... observó la misma voz al chocar nuestros ojos con la mirada lánguida y el redondo cráneo de Félix Díaz. Mas, de improviso, ilumináronse las mejillas del aparente vencedor; y soltando el buche de aire que retenían, bajo el espeso bigote, sus labios de mixteca, rindió homenaje de cariño a míster Wilson, que harto merecía expansiones de positiva gratitud. Entramos uno a uno en silencio y formamos dorada elipse. Por el fondo apareció Huerta, ceñida la vieja levita, que no hubo tiempo de hacerla nueva, acompañado, en triunfo, de sus ministros. El traje le caía tan mal como los pantalones al centinela de Madero. Pausadamente se adelantó inclinando a derecha e izquierda la cabeza. Erguido, acomodó los espejuelos para mirar, persona por persona, a los representantes extranjeros; y repitió la inclinación de la cabeza, a diestra y siniestra. Fue aquélla su primera ceremonia; y no lo turbaron el recuerdo de sus víctimas, encerradas en la intendencia del mismo Palacio, bajo sus pies de sultán, ni el solemne aparato diplomático. Míster Wilson leyó entonces la pieza literaria del señor Cólogan: Señor Presidente: El subsecretario de Relaciones Exteriores me informó, por medio de una nota de fecha 20 del actual, que Vuestra Excelencia había asumido el alto puesto de Presidente Interino de la República, de acuerdo con las leyes que rigen en México. Al mismo tiempo me manifestó que Vuestra Excelencia recibiría con gusto a los representantes de los gobiernos extranjeros acreditados en México; esta misma nota, que el subsecretario de Relaciones tuvo la deferencia de enviarme, fue comunicada también a mis colegas. Por lo tanto, nos hemos reunido aquí para presentar a Vuestra Excelencia nuestras. sinceras felicitaciones, no dudando que, en el desempeño de vuestras altas funciones en las actuales circunstancias por que atraviesa México, que tanto interés despierta en sus países amigos, Vuestra Excelencia dedicará todos sus esfuerzos, su patriotismo y conocimiento al servicio de la nación y a procurar el completo restablecimiento de la tranquilidad, ofreciendo a mexicanos y a extranjeros la oportunidad de vivir en paz y contribuir al progreso, a la felicidad y al bienestar de la nación mexicana . En ayunas se hubiera quedado el Presidente de cuanto dijo su cuanto dijo su camarada, a no ser la costumbre de remitir previamente, al ministerio de Relaciones Exteriores, copia de tales discursos. A cada coma y a cada punto, asentía Huerta con gesto convencido; y, al llegarle el turno de contestar, pronunció cuatro párrafos de acartonada prosa, pegados a la memoria: Señor embajador: Agradezco profundamente las bondadosas palabras que acabáis de dirigirme en vuestro nombre y en el del honorable cuerpo diplomático aquí reunido, en esta solemne ocasión en que por primera vez tengo la honra de recibiros como Presidente Interino Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Los acontecimientos que acaban de pasar han sido el epílogo (?) de la lucha fratricida que ha ensangrentado a la patria, y podéis estar seguros de que pondré todo lo que esté de mi parte -hasta el sacrificio de la vida si fuere necesario- para conseguir la paz que todos anhelamos.
Me complazco en aprovechar esta oportunidad para declararos que el gobierno de la República seguirá inspirándose en los más puros principios de equidad y de justicia y en el estricto cumplimiento de sus deberes internacionales, y os prometo, señores representantes de las naciones amigas, que mis esfuerzos y los de mis ilustres colaboradores se encaminarán a garantizar plenamente las vidas y los intereses de los habitantes del país, nacionales y extranjeros. Recibid, señor embajador, para vos y para todos los respetables miembros del honorable cuerpo diplomático, acreditado en México, mi más atento y cordial saludo . En el rudo aspecto de don Victoriano despuntaba la fibra de un carácter de bronce y nada vulgar entendimiento. Salimos, en procesión, de igual suerte que habíamos entrado; Huerta dedicó lucidas flores de su ingenio selvático al hijo del sol naciente, iniciando allí su política japonesa, no obstante la protección del generoso Hurigurchi a la familia Madero; y transcurridos breves instantes rodeábamos, en el cercano departamento, una mesa cubierta de pasteles, dulces y licores. Míster Wilson, alegre como unas pascuas, mojaba con finísimo jerez el regocijo; y en pleno delirio de entusiasmo, concluyó por levantar la copa rebosada, y brindar por Huerta, por su gobierno que devolverá la paz al pueblo mexicano ... Y para mañana, queridos colegas, aniversario del nacimiento de Jorge Washington añadió-, os invito con vuestras damas, en nombre también de la mía, a que vayáis a la Embajada a las cinco de la tarde ... EN WASHINGTON SE INQUIETAN Mientras tanto, en Washington, las esperanzas de una rápida pacificación de México empezaban a desvanecerse. El cónsul americano Holland, de Saltillo, telegrafiaba al Departamento de Estado dándole cuenta del decreto expedido por la Legislatura de Coahuila, desconociendo a Huerta y dando facultades extraordinarias al gobernador del Estado, Venustiano Carranza; para tomar las medidas que creyera convenientes para sostener al gobierno constitUcional. Iguales noticias procedían de otros Estados, como Sonora y Chihuahua, en donde la rebelión contra el gobierno usurpador de Huerta se había extendido rápidamente. En varios lugares de la frontera había habido ya desórdenes que presagiaban una nueva revuelta, y aun de los Estados del centro y del sur los cónsules estadoumdenses enviaban noticias poco tranquilizadoras. En vista de tales noticias, el Presidente Taft continuó sus preparativos militares. El Departamento de la Guerra dio órdenes para la movilización a Galveston de las brigadas cuarta y quinta de la 2a. división, con, un total de unos ocho mil hombres. Taft se encargó de explicar esta movilización inesperada de tropas, diciendo que lo hacía en prosecución de planes anteriores y para dejar a su sucesor, Woodrow Wilson, cuya toma de posesión estaba ya muy cercana, en aptitud de tomar las medidas enérgicas que creyera convenientes en caso de intervención. La suerte de Madero era otra de las punzantes preocupaciones de la administración de Taft en esos días. A los primeros telegramas de México, dando cuenta de que Huerta había consentido en permitir que Madero se embarcara para el extranjero, habían
sucedido otros, más alarmantes, diciendo que Madero sería juzgado por malversación de fondos o que sería considerado como un demente y enviado a un manicomio. Pero los asesinatos proditorios de Gustavo Madero y de Bassó, la era de atentados y persecuciones que iniciaron los traidores, apenas consumado su vergonzoso triunfo, había ya dado a Washington la medida de lo que eran capaces. Sus promesas inspiraban muy poca, o ninguna fe. El gobierno americano abrigaba ahora muy serios temores por la vida de aquel infortunado Presidente a quien indirectamente habían ayudado a derrocar. Y esos mismos temores existían en todas partes, así en los Estados Unidos como en México. De todas partes llegaban a Washington mensajes haciendo un llamamiento a Taft y a los otros miembros del gobierno para que intercedieran en favor de Madero y salvaran su vida. Entre los numerosos telegramas que se recibieron en Washington intercediendo por la suerte de Madero, merece especial mención el que enviaron al senador Sheppard, de Texas, cuarenta y cinco miembros de la Legislatura de su Estado, telegrama vibrante de emoción y de piedad para el infortunado Presidente, y que da idea no sólo de la indignación que en todas partes había causado el cobarde atentado de los traidores, sino también del elevado concepto en que se tenía a Madero. El telegrama, decía así: Los diputados y senadores suscritos excitan a usted encarecidamente, en nombre de la humanidad y de la justicia, a que interponga su influencia para salvar la vida de Madero. Nosotros creemos que Madero se ha conquistado un lugar prominente en México, adelantándose en mucho a su propio pueblo. El mundo entero reconoce que su gobierno fue magnánimo y humanitario. Debido a su benevolencia viven aún los hombres que ahora desean destruirlo. Su ejecución no sería más que un asesinato a sangre fría y un ultraje a la civilización, contra el cual protestamos con toda energía (2). Es evidente que el pueblo norteamericano, aunque no conocía al detalle los acontecimientos políticos y militares que se desarrollaron desde el levantamiento febrerista, sí estaba al cabo de los hechos salientes de la rebelión pues toda la prensa estadounidense informaba a diario a sus lectores de los episodios que con rapidez y gravedad tenían lugar al otro lado del Río Bravo. Fuera cual fuese la actitud del gobierno republicano hacia el Presidente Madero y su gobierno, estaba en la conciencia del bondadoso pueblo estadounidense que don Francisco I. Madero era un hombre de buena fe, patriota enardecido que se había levantado en armas contra una dictadura, sin más miras que dar a la nación mexicana la verdadera libertad que por tantos años había sido negada. De tal suerte Madero resultaba un apóstol heroico que no podía inspirar sino simpatías a un país que vivía en plena democracia. Por eso se explica la actitud humanitaria del senador Sheppard y sus compañeros que sabían perfectamente lo que había pasado en México y quiénes eran los autores del cuartelazo y del golpe de Estado, motivo por el cual temieron con justificada razón por la vida del Presidente cautivo. El senador Sheppard era uno de los más desinteresados amigos de la causa constitucionalista. Fue quien en unión del diputado George, también de Texas, presentó
ante el Congreso, en los primeros meses de la Revolución, una iniciativa para que se acordara la beligerancia a los constirucionalistas. Que Washington se interesó por la vida de Madero e hizo algunos esfuerzos para salvarlo está fuera de toda duda; pero ¿fueron esos esfuerzos todo lo activos y eficaces que las circunstancias reclamaban? Es ésta una cuestión que no está claramente definida. Dada la innegable participación del embajador americano en el derrocamiento de Madero y la influencia preponderante que ejercía sobre Huerta y los rebeldes de la Ciudadela, es de creerse que su intercesión oportuna en favor de Madero y en nombre del gobierno americano hubiera atado las manos de los asesinos. Pero ¿hubo siquiera esa intercesión de parte del embajador? LAS TRIBULACIONES DE LA FAMILIA MADERO. ENTREVISTA DE DOÑA SARA CON WILSON La madre, la esposa y las hermanas del Presidente caído gestionaban, de puerta en puerta, la salvación, ocultos, en lugar seguro, porque de otro modo habrían sido encarcelados, por pronta providencia, don Francisco Madero, padre, y don Ernesto Madero, tío del Apóstol. En continua diligencia las nobles señoras iban y venían de la casa de España, de la de Cuba, de la del Brasil, de la de Chile, de la del Japón, esta última, hasta entonces, asilo piadoso de la conturbada familia. Cada hora, fracasado un plan, intentaban otro; aquí, acudían buscando consejo, allá, una mano protectora; y en todos lados el desaliento y el pesimismo o el miedo, las rechaza ... Los amigos huían disfrazados, ya en los trenes o a la montaña; o hurtaban el cuerpo a la borrasca en algún sótano apartado, en la mísera buhardilla o en rincones y agujeros del suburbio; y no había jueces, ni abogados, ni otras leyes que el sable tinto en sangre, el espía, el delator y el tenebroso esbirro. Las señoras de la católica aristocracia que imploraban a Madero la vida de Félix Díaz, ¿por qué no exigen ahora de Félix Díaz la vida de Madero? Y la ilustre familia, que encuentra cerradas las puertas y sordos los corazones, va de una Legación a otra y sólo mantienen activa su esperanza unos pocos ministros extranjeros que se estrellan en la cálida inquina de míster Wilson (3). En la tarde del 20 de febrero, la señora esposa de Madero, acompañada de una de sus cuñadas, se dirigió a la Embajada americana a solicitar del embajador Lane Wilson que interpusiera su influencia para salvar al Presidente y al Vicepresidente. El embajador, que estaba bajo la influencia del alcohol, recibió fríamente a la señora Madero, contentándose con protestarle vagamente que tenía seguridad de que Madero no sería fusilado. El embajador: Vuestro marido no sabía gobernar; jamás pidió ni quiso escuchar mis consejos ... No cree que sea Madero degollado; pero no le sorprende que expíe Pino Suárez en el cadalso la tacha inmortal de sus virtudes ...
La señora Madero: ¡Oh, eso, imposible! Mi esposo preferiría morir con él ... El embajador: Y, sin embargo, Pino Suárez no le ha hecho sino daños ... Es un hombre que no vale nada; que con él nada habría de perderse ... La señora de Madero: Pino Suárez, señor, es un bello corazón, un patriota ejemplar, un padre tierno, un esposo amante ... El brusco diálogo se prolonga, y no tiene míster Wilson una palabra de alivio ... ¿Pedir él la libertad del señor Madero, interesarse por Pino Suárez? Huerta hará lo que mejor convenga ... La expatriación por Veracruz ofrecía peligros; ¿por qué no se logra en Tampico? El embajador, inexorable. La señora de Madero: Otros ministros se esfuerzan por evitar una catástrofe. El de Chile, el de Brasil, el de Cuba . El embajador (sonriendo con crueldad): No ... tienen ... influencia ... (4) Convencida la señora Madero de que la suerte de su marido estaba ya decidida y de que sus súplicas al embajador serían completamente ociosas, suplicó a éste que trasmitiera a Taft un telegrama firmado por la madre del Presidente. El embajador, fríamente, repuso que ese mensaje era innecesario. Sin embargo, lo tomó y se lo echó al bolsillo. Ese mensaje fue recibido, según veremos después, en la Casa Blanca. Si el Presidente Taft se hubiera dirigido a su embajador, quizá hubiera salvado la vida de Madero y Pino Suárez; pero como de este hecho no existe constancia, su responsabilidad histórica en el caso resulta muy grave. Más tarde, a su llegada a La Habana, la señora Madero dirigió de nuevo un mensaje a Taft preguntándole si había recibido el telegrama. Taft no contestó. Este segundo telegrama fue sin duda recibido en Washington cuando ya Taft había dejado de ser Presidente. Pero ¿y el primero? No era el telegrama de un político, era de una madre que pedía por la vida de su hijo. Ese mismo día, el diputado Luis Manuel Rojas había enviado un telegrama semejante a Taft, pidiéndole que intercediera por la vida de Madero y Pino Suárez, y ese telegrama había sido prontamente contestado por el secretario de Estado Knox. Rojas había telegrafiado como masón; la señora Madero lo había hecho como madre. MÁRQUEZ STERLING SE ENTREVISTA CON EL EMBAJADOR DE LOS ESTADOS UNIDOS En los momentos en que la señora Madero entrevistaba al embajador Wilson para que interpusiera su influencia y salvara al Presidente y al Vicepresidente, sin conseguirlo, llega el ministro de Cuba señor Márquez Sterling a la Embajada con objeto de entrevistar al embajador. He aquí cómo relata los hechos el señor Márquez Sterling: ... En el sitio donde Félix y Victoriano, queriendo devorarse, accedieron a un abrazo, encontré a la señora del doctor Nicolás Cámara Vales, hermano político de Pino Suárez y gobernador de Yucatán.
- Aguardo al señor embajador -me dijo-, que está en conferencia con la señora de Madero ... Y al asomar al vestíbulo la esposa del mártir seguida de la señorita Mercedes, cuñada suya, salía del salón del frente. Míster Wilson saluda, y la señora Madero, sollozando, me informa de la entrevista ... Llevé a las dos damas a su automóvil y no hallé consuelo mejor que dirigirlas a mi Legación. Volví a la Embajada y un secretario me proporcionó teléfono: El embajador de Cuba (a su esposa): La señora Madero y su cuñada la señorita Mercedes van hacia allá en este momento. Dales valor y enjuga sus lágrimas ... Míster Wilson ahoga el agrio gesto en la sonrisa diplomática; y nos atiende. Míster Wilson: Si desea usted que hablemos extensamente, recibiré primero a la señora del gobernador de Yucatán . Y temiendo que en cada hueco, detrás de las ventanas y de los espejos aguardasen individuos de misteriosa catadura, dispuestos a demorarme, juré urgente la materia y breve mi discurso ... - Un despacho en cifra me informa de la actitud que ayer asumieron las autoridades del puerto de Veracruz. En acuerdo ejército y armada no reconocerían al general Huerta, Presidente, mientras el Senado no les comunicara que lo es conforme a las Leyes; y destacaron fuerzas a Orizaba en espera del tren que llevase al señor Madero ... El embajador: Lo sé todo y a ello se debió que Huerta impidiese la salida ... El ministro de Cuba: Por lo menos, el hecho sirve de pretexto ... Huerta resultó Presidente a las nueve y media de la noche del 19. A las diez ¿se sabía en Veracruz, habían deliberado las autoridades y telegrafiado al general? El embajador: Desde luego que no; pero el Presidente a esa hora tenía noticias en que fundar desconfianza ... Se han arreglado las cosas y ya no constituye Veracruz preocupación ... El ministro: Entonces ¿por qué no dispone Huerta el tren? El embajador: De todos modos sería peligroso ... El ministro: Hay peligro en Veracruz. ¿Y en Tampico? Míster Wilson: En Tampico no hay peligro ... pero tampoco hay buque para embarcarles ... El ministro: Yo daría órdenes al comandante del crucero Cuba ... y antes de llegar los expatriados habría buque ...
El embajador (en voz baja): Oh, no; yo no hablaré de eso al Presidente, es imposible, ministro, imposible, imposible ... imposible ... La visión de Madero libre, encaminándose a la frontera norte de México, arengando a las multitudes, armando a los ciudadanos y encendiendo la revuelta legalista , perturbaba, sin duda, la mente del yanqui, toda ella abstraída en el propósito de restablecer la paz material , o sea la única paz que al diplomático interesaba ... LA FIESTA EN LA EMBAJADA Abre sus puertas la Embajada, y luz y flores decoran su interior. La señora de Wilson hace los honores; elegantes, como reinas, las damas; erguidos, como príncipes, los caballeros; contando y riendo, a través de los salones, las peripecias de la víspera. El ministro de Bélgica se lamenta de una granada que hizo explosión en su lujoso comedor. La señora d,e Strong, esposa del inglés, hace, en tono triste y con fina gracia, la apología de su yegua, muerta de un cañonazo. Una sola bala atravesó a dos sirvientes del de Guatemala, y Piratita , el caballo del hijo del de Cuba, pereció destrozada el anca por la metralla ... Una voz (a mi oído): El embajador está nervioso, inquieto ... inquieto ... El ministro de Cuba: ¿Por qué? La misma voz: Aguarda a la divinidad salvaje que tarda demasiado ... demasiado ... Míster Wilson atraviesa, en ese instante, nuestro grupo; reparte sonrisas y mira su reloj: - Llegarán pronto -dice pronto -dice consolado. El ministro de Chile (llevándome a parte): Corre la especie de que han sido trasladados los prisioneros a la Penitenciaría ... Penitenciaría ... El de Cuba: Nada sé ... y no lo creo ... creo ... Una voz: No falta, sin embargo, quien afirme que al señor Madero le han herido ... herido ... Otra voz: Es falso. Vivo o muerto. Herido, no . El de Chile: Insisto en gestionar la expatriación de los prisioneros ... prisioneros ... El de Cuba: Yo, lo mismo . Una voz: ¿Y si dejaran, por ello, de ser gratos al gobierno actual? El chileno: Absurdo. Somos ministros de naciones amigas, hermanas; y no actuamos contra nadie, sino en pro de todos. Es un servicio a México . El cubano: Tengo este cablegrama de mi gobierno que apoya nuestros esfuerzos. Lea usted, ministro .
El señor Hevia leyó: Ministro de Cuba. México. Presidente y gobierno felicitan a usted por sus nobles y humanitarias gestiones para ayudar gobierno de México a resolver actual situación asegurando la vida del ex-Presidente Madero y del ex- Vicepresidente, y fía en la nobleza de las autoridades y pueblo mexicanos el éxito de tan plausibles esfuerzos para honra de la humanidad y como la mejor manera de apagar las cóleras en beneficio de la paz y consolidación de las instituciones. Estamos persuadidos de que el pueblo todo de Cuba así como todos los demás verían regocijados el respeto de la vida de Madero y sus compañeros como prueba de la magnanimidad de la nación mexicana. Sanguily. El cubano: mañana me dirigiré en nota al ministro de Relaciones Exteriores, transcribiendo ese hermoso despacho . Al señor Hevia Riquelme le parece salvadora la salvadora la idea. La concurrencia se replega como replega como un ejército en derrota ; y entran al salón, Presidente y embajador, seguidos de los miembros del consejo, los ayudantes del general y media docena de chambelanes. En el acto, reconocemos la vieja levita de la víspera ... Huerta se detiene; inclina a derecha e izquierda la cabeza, pelada a punta de tijera; acomoda los espejuelos; observa aquí, allá; y a diestra y siniestra repite el saludo reglamentario. La corte forma en tomo a la heroica legión recién llegada; y la señora Wilson estrecha la mano del caudillo . Huerta dobla la cintura en respetuosa reverencia. Y la señora Wilson, acostumbrada a las grandes ceremonias, presenta con gesto afable a las damas. Huerta, moviéndose lentamente, vuelve los ojos de un lado a otro; pronuncia frases de tímida urbanidad: - Beso a usted los pies ... pies ... - Mucho gusto ... gusto ... - Servidor ... Servidor ... La señora Wilson tómale del brazo y rompe la marcha al buffet . Le siguen las parejas que ella misma ha designado. A la señora del ministro de Cuba la conduce el de Hacienda, el muy ilustre y muy sabio don Toribio Esquivel Obregón ... Rodeamos la amplia mesa, cubierta de primores, y cobra ánimo y calor de fiesta la recepción. Míster Wilson, tieso, grave, solemne, levanta su copa de champagne. Huerta, mirándole fijamente, le imita. Cien copas más derraman sus espumas. Era en memoria de Jorge Washington. Tres horas y media de vida les quedaban a Madero y Pino Suárez (6).
CÓMO SE SUPO EN LA LEGACIÓN DE CUBA EL ASESINATO DE MADERO Y PINO SUÁREZ
LA VIUDA RECLAMA EL CADÁVER DE SU ESPOSO El ministro de Cuba, después de brindar en la Embajada de los Estados Unidos, el 22 de febrero de 1913, por la gloria de Jorge Washington, se encerró en su despacho a trabajar, que tenía cien informes y oficios pendientes, mucho asunto en examen y mucho problema en estudio; montañas de papeles; expedientes y firmas y sellos que aguardaban y cartas y telegramas pidiendo turno; y mediada la noche, al parecer tranquila, dióse el ministro blandamente al sueño, reclamándole descanso las magulladuras del cuerpo y del espíritu y la prolongada vigilia (1). ¿Qué pasa? ... Un sirviente llama desde fuera de la alcoba. ¿Ocurre algo? .... Despierta el ministro y se yergue sobre las almohadas. El sirviente avisa que la señora Madero quiere hablar por el teléfono desde la casa del Japón. ¿Es tarde? Las siete de una fría mañana. Corre la esposa del ministro al receptor y escucha el desolado ruego: ¡Señora, por Dios; al ministro que averigüe si anoche hirieron a mi marido! ¡Es preciso que yo lo sepa, señora! Y no podía la del ministro consolarla, desmintiendo aquella versión, piadoso anticipo de una dolorosa realidad, porque, en ese mismo instante su doncella le mostraba todo el ancho del periódico El Imparcial, en grandes letras rojas, la noticia del martirio ... Transcurre escasamente una hora. Y el ordenanza, él, partidario de Félix Díaz, también emocionado anuncia que aguardan en el salón la señora Madero y su cuñada, la señorita Mercedes. Un mes antes, el mismo ordenanza anunciaba, con distinta emoción, a la señora del Presidente de la República , radiante de felicidad que honraba, en amable visita, a sus señores bajo las armas de Cuba ... La esposa regresa viuda, y en vez de la gracia regia lleva regia lleva un manto negro y arrasados de lágrimas los ojos. No puede explicar lo que pasa; y es tal su angustia y tan extraordinario el espanto de su alma, que habla y luego calla y se estremece. Nos mira y tiembla, con temblor de todo su cuerpo ... Es el pesar que la levanta en un suspiro y la deja caer en un lamento ... como ahogados en el llanto sus sentidos; y cubre con el húmedo pañuelo su rostro desencajado; y solloza, en queja, una orden, una súplica:
Quiero ver a mi marido, que me entreguen su cadáver, quiero llevarlo a su tierra de San Pedro, donde nadie lo traicionaba, y darle sepultura con mis propias manos y vivir sola, junto a su tumba ... La señora del ministro le prodiga sus cuidados y procura apaciguar la excitación de sus nervios. Inmensa es la desventura que la arrebata, señora; pero es también inmensa la resignación cristiana y eterna la misericordia del cielo ... - Hemos ido a la Penitenciaría -exclama la señorita Mercedes entre gemidos- y la guardia nos prohibió la entrada. En seguida acudimos a Blanquet, y penetramos a su despacho. ¡Qué diferencia! Hace dos semanas ¡nos habría recibido de rodillas! No se atrevió a negarnos el permiso escrito; pero de vuelta a la Penitenciaría, la soldadesca arrebata el papel y nos rechaza. ¡Asesinos! ¡Traidores! Fue el grito que se escapó de mi garganta ... ¡Sí, asesinos, traidores, miserables! - Necesito ver el cadáver de mi marido -interrumpe la viuda, caminando de un extremo a otro de la sala-, contemplar su rostro; persuadirme así de que es a él a quien sus protegidos han asesinado. Yo quiero su cadáver, es mío, me pertenece, nadie puede disputármelo ... Y en tono de súplica, anegada de nuevo en llanto, añade: - Ministro, pídalo usted ahora mismo, sin pérdida de tiempo . El ministro: En estas circunstancias, en medio del incendio, la única influencia positiva la tiene el embajador ... La señora de Madero: No, no ... del embajador no quiero nada, no me nombre usted al embajador ... él es el culpable lo mismo que los otros ... Al cabo cede. Ella quiere ver a su marido; ¡quiere verlo de todos modos! ... Bueno, ministro, sí, el embajador ... pero usted, no yo ... usted! Y ésta es la carta que en el acto remitimos a míster Wilson: Legación de la República de Cuba. México, febrero 23 de 1913. Mi querido señor embajador: La desdichada viuda del señor Madero se encuentra en la Legación de Cuba en los actuales tristísimos instantes; y me refiere que estuvo a solicitar del general Blanquet una orden para entrar en la Penitenciaría a ver el cadáver de su infortunado esposo; el general le dio la orden por escrito pero en la Penitenciaría no la respetaron, le arrebataron de la mano el papel y tuvo que retirarse. La señora Madero quiere, de cualquier modo, que le
entreguen el cadáver de su marido para ella darle cristiana sepultura; y yo le ruego a V. E., Sr. embajador, en nombre de la piedad que la desventura y el dolor inmenso inspiran, y por la nobleza y generosidad del carácter de V. E. (?) (2), que interponga su influencia para que la señora Madero sea complacida. Sólo V. E. podna conseguirlo. Lo saluda con su distinguida consideración, afectuosamente, S. S. y amigo. M. Márquez Sterling. A su Excelencia el señor Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos de América. Míster Wilson respondió en seguida a nuestra carta: Embajada de los México, febrero 23 de 1913.
Estados
Unidos
de
América.
Mi querido colega: Acabo de recibir su nota relativa a que las personas encargadas de custodiar el cuerpo del extinto Presidente rehusaron que su viuda pasara a verlo. Casualmente el señor De la Barra estaba en la Embajada cuando llegó su citada nota, y atendiendo mi súplica salió a ver personalmente al Presidente de la República para procurar no tan sólo orden necesaria sino para interponer su influencia con este fin. Ruego a su Excelencia me haga el favor de expresar a la señora Madero mi profunda simpatía y la de mi señora esposa, por ella y su familia, y decirle que en estos momentos difíciles deseo ayudarla en todo cuanto sea posible, y que puede dirigirse a mí para todo cuanto guste. Soy, mi querido señor ministro, sinceramente suyo. Henry Lane Wilson. A su Excelencia el señor Manuel Márquez Sterling, ministro de Cuba (3). CÓMO SACARON EL GRAN CRIMEN
A
LOS
PRISIONEROS
DEL
PALACIO
NACIONAL.
Veamos ahora cómo relató el señor general don Felipe Ángeles -según la versión de Márquez Sterling- la forma detallada de cómo los esbirros de Huerta sacaron de su prisión a don Francisco I. Madero y don José María Pino Suárez, para llevarlos al sacrificio: ... Aquella tarde instalaron las guardias, en la prisión, tres catres de campaña con sus colchones, prenda engañosa de una larga permanencia en el lugar. Sabía ya Madero el martirio de Gustavo, y en silencio ahogaba su dolor. A las diez de la noche se acostaron
los prisioneros: a la izquierda del centinela, Angeles; Pino Suárez, al frente; a la derecha, Madero. - Don Pancho -refiere Angeles- se envolvió en la frazada ocultando la cabeza. Apagáronse las luces. Y yo creo que lloraba por Gustavo . Transcurrieron veinte minutos y de improviso iluminóse la habitación. Un oficial, llamado Chicarro, penetró seguido del mayor Cárdenas. -Señores, levántense -dijo Chicarro. Angeles, alarmado, preguntó: - Y esto ¿qué es? ¿Adónde nos piensan llevar? Chicarro entregaría los presos a Cárdenas; y ambos esquivaron el contestar. Pero Angeles insistió con tono imperativo de general a subalterno: - Vamos, digan ustedes ¿qué es esto? -Los llevaremos fuera ... -balbuceó Chicarro- a la Penitenciaría ... a ellos; a usted no, general ... - Entonces, ¿van a dormir allá? Cárdenas movió la cabeza afirmativamente. - ¿Cómo no se ha ordenado antes que trasladen la ropa y las camas? Los oficiales procuraban evadir las respuestas. Al fin, Cárdenas gruñó: - Mandaremos a buscarlos después ... Pino Suárez se vestía con ligereza; Madero, incorporándose violentamente, preguntó: - ¿Por qué no me avisaron antes? La frazada había revuelto los cabellos y la negra barba de don Pancho -añade Angeles- y su fisonomía me pareció alterada. Observé las huellas de sus lágrimas en el rostro. Pero, en el acto, recobró su habitual aspecto, resignado a la suerte que le tocara, insuperables el valor y la entereza de su alma. Pino Suárez pasó al cuarto de la guardia, donde los soldados le registraron a ver si portaba armas. Quiso regresar y el centinela se lo impidió: Atrás ... Don Pancho, sentado en su catre, cambió conmigo sus últimas palabras ... Angeles (a los oficiales): ¿Voy yo también? Cárdenas: No, general; usted se queda aquí. Es la orden que tenemos .
El Presidente abrazó a su fiel amigo. Y cuando los dos apóstoles salían al patio del Palacio, Pino Suárez advirtió que no se había despedido de Angeles. Y desde lejos, agitando la mano sobre la indiferente soldadesca, gritó: - Adiós, mi general ... Dos automóviles los llevaron por camino extraviado. En la Penitenciaría -dice Angeles- algunos presos, de quienes a poco fui compañero, escucharon doce o catorce balazos, disparados uno tras otro, poco a poco ... ¡Quién presenció el espantoso crimen! ¡Quién puede referir, instante por instante, la inicua felonía! Esta carta, que más tarde un desconocido entregó al portero de la Legación de Cuba, acaso contribuya a descubrir el secreto: A su Excelencia, el señor ministro de Cuba, como embajador de nuestro Gobierno en México. Señor ministro: Todo un pueblo rechaza indignado la mancha que se le quiere arrojar de asesino, pues nunca como ahora ha dado pruebas de cordura y civilización; mas para que las naciones extranjeras conozcan cómo fue el asesinato del señor Presidente Madero y para que la historia no quede ignorante, voy a consignar los siguientes datos del asesino que ha sido el mismo gobierno, pues bien, el señor Madero fue sacado de Palacio y llevado a la Escuela de Tiro y allí fue arrastrado en compañía del señor Pino Suárez y en seguida pasados a bayoneta y después se les hicieron disparos para simular el atentado de asalto pasando todo esto tras de la Penitenciaría donde el público puede convencerse; de los acontecimientos que se desarrollaron pues la renuncia fue falsa pues digno era de un Presidente entregar el Poder quien no se lo había entregado supuesto que el pueblo lo nombró el primer magistrado de la nación y en nombre de todos los hijos de México le suplicamos ponga toda su influencia para bien de todos los hijos del suelo mexicano. ¿Presenció la matanza el autor de esas mal escritas líneas? -dice Márquez Sterling-. ¿Es la palabra de un testigo que vio el crimen desde la sombra, un obrero, un gendarme, un vendedor ambulante, o es quizá uno de los soldados de Cárdenas que descarga su conciencia? ... Pino Suárez, al decir de los que lograron observar su cadáver, estaba horriblemente desfigurado. La mortaja sólo dejaba descubierta la esclarecida frente de Madero. Y aquellos disparos, uno a uno, que contaron los presos de la Penitenciana, ¿no son los que simularon el asalto a que alude el singular anónimo. LA VERSIÓN OFICIAL DEL MAGNICIDIO Al día siguiente la prensa dio la siguiente explicación de los asesinatos en esta forma mendaz:
El señor Presidente de la República ha reunido su gabinete a las doce y media de la noche para darse cuenta de que los señores Madero y Pino Suárez, que se encontraban detenidos en Palacio, a la disposición de la secretaría de Guerra, fueron conducidos a la Penitenciaría, según estaba acordado, cuyo establecimiento se había puesto bajo la dirección de un jefe del Ejército, para mayores y mutuas garantías; que al llegar los automóviles, en que iban los prisioneros, al tramo final del camino de la Penitenciaría, fueron atacados por un grupo armado, y habiendo bajado la escolta para defenderse, al mismo tiempo que el grupo se aumentaba, pretendiendo huir los prisioneros; que entonces tuvo lugar un tiroteo, del que resultaron heridos dos de los agresores y muerto otro de ellos, destrozados los autos y muertos también los dos prisioneros. ( De la versión oficial publicada el 23 de febrero ) LAS MANOS DE TAFT TEMBLARON. EL EMBAJADOR WILSON ACEPTA COMO CIERTA LA VERSIÓN OFICIAL La noticia del asesinato de Madero y Pino Suárez -narra Urquidi en sus Memoriasempezó a circular profusamente en las primeras horas del domingo 24 de febrero. El mundo entero se estremeció de horror. Desde aquellos trágicos sucesos en que el trono de Serbia se había manchado para siempre con la sangre de Alejandro y de la reina Draga, la historia moderna no registraba un atentado semejante. La prensa unánime de Estados Unidos y de Europa lo condenó como un ultraje a la civilización y puso el estigma de asesinos y de traidores en las frentes de los autores. Desde ese momento el gobierno de Huerta se había suicidado. Su reconocimiento por los Estados Unidos, que en otras circunstancias hubiera sido posible, quizá probable, quedó desde ese instante fuera de la cuestion. La prensa inglesa, la misma que más tarde prevaricó, haciendo una campaña activa en favor de Huerta, pidió la intervención de los Estados Unidos con acentos de la más viva indignación, calificando el asesinato de Madero y Pino Suárez de crimen injustificable , que pone un fardo de ignominia sobre los hombros de la nueva administración. La noticia de este crimen proditorio que todos esperaban, pero que nadie tuvo el valor de evitar, fue recibida por Taft en una iglesia de New York, durante el servicio religioso. Al saberla, sus manos temblaron y pareció ser presa de una profunda agitación, dice un cronista que relata aquella escena. ¿Era compasión? ¿Era remordimiento? Quizás las dos cosas a la vez. Ante los ojos de Taft debe haberse presentado en ese instante, como una visión fatídica, el cuerpo ensangrentado de aquella víctima de los feroces apetitos de la canalla política de México y de la insaciable concupiscencia de un intrigante embajador americano. El crimen había sido tan villano -comenta Urquidi-, los móviles tan bajos, y el procedimiento tan canallesco, que el mismo embajador americano que aún tenía en el cerebro los humos de la champaña con que había brindado por la consumación del Pacto de la Embajada , tuvo un sentimiento de pundonor y de humanidad, y rehusó asistir al lunch que para ese día había ofrecido graciosamente al cuerpo diplomático el exquisito señor De la Barra. Macduff rehusando asistir al banquete de Macbeth no hubiera sido ni más digno ni más noble. ¿O fue que temía acaso ver sentado en su silla al espectro mutilado de Banquo?
Pero aquel sentimiento de dignidad y de pundonor fue pasajero. Apenas disipados los humos del champaña, el hombre volvió a ser político , y en una declaración oficial que es modelo de ligereza, de perfidia y de maquiavelismo, Henry Lane Wilson absolvió de una plumada a Huerta y a sus secuaces, del crimen con que el mundo entero los había estigmatizado. A falta de informes fidedignos -telegrafió el embajador a su gobierno-, estoy dispuesto a aceptar la versión del gobierno acerca de la manera como el Presidente y el Vicepresidente depuestos perdieron la vida. Es indudable que la muerte violenta de estas personas fue sin la aprobación del gobierno, y si su muerte fue resultado de un complot, éste fue de un carácter restringido y fuera del conocimiento de los altos miembros del gobierno. La opinión pública en México ha aceptado esta versión y ha considerado los hechos sin excitación alguna. El actual gobierno está dando aparentemente marcadas muestras de actividad, firmeza y prudencia, y las adhesiones que ha recibido, en cuanto me ha sido posible observar, son generales en todo el país, lo cual indica que la paz se restablecerá bien pronto ... La declaración del embajador terminaba aconsejando al público americano que cerrara los oídos a las horripilantes y exageradas historias que habían hecho circular algunos corresponsales, y que viera la situación con calma. Es decir, que Henry Lane Wilson, después de ser cómplice y coautor de los crímenes cometidos contra el gobierno legal de México, se constituía en el abogado defensor del traidor Huerta y de los asaltantes del poder público. Pero esa defensa era irrisoria. Nadie creyó en toda la República que elementos del gobierno huertista no fueran ajenos al magnicidio cometido. Ni el embajador mismo, estamos seguros, pero él tenía que defender a sus cómplices. Estaba en su papel. Washington recibió las declaraciones de su embajador con marcado disgusto. Su participación en el derrocamiento de Madero, su camaradería con Huerta, el celo exagerado y jactancioso con que se constituyó en el salvador y protector de la colonia extranjera, haciendo aparecer más grandes los peligros para que la recompensa fuese más alta, dejaron ya de ser un enigma para el gobierno americano: Henry Lane Wilson había sido uno de los rebeldes de la Ciudadela, quizá el más peligroso de todos; esto era ya bien claro ... Pero Taft no era ya Presidente más que de nombre: su gobierno de lenidades, vacilaciones y corruptela tocaba su fin; ya el ilustre profesor de Princeton preparaba su magistral discurso de inauguración y con él la sorprendente era de reformas políticas y administrativas que más tarde le habían de hacer acreedor al título de el más notable representante de los principios de humanidad , que Europa, en los primeros días de su conmoción titánica, le confirió. ¿Para qué molestarse con averiguar si la conducta de su embajador merecía censura o aprobación? El mal estaba ya hecho y era otro hombre el que pronto iba a heredar y echar sobre sus espaldas las mil y una dificultades de la situación más crítica con que un Presidente ha inaugurado su período en los Estados Unidos, desde los tiempos de Lincoln . Por lo pronto era más cómodo y más sencillo dejar pasar las cosas sin parar
mientes en detalles, y proseguir la rutina ministerial, aprobando, sin investigar, los actos de los representantes diplomáticos. Esa rutina ministerial dio a Henry Lane Wilson la oportunidad de poder exhibir una carta en extremo laudatoria en la que se le daban las gracias por sus brillantes servicios diplomáticos, y esta carta junto con algunos otros documentos que el embajador tuvo cuidado de recoger de entre sus compatriotas agradecidos fueron las bases de la campaña iniciada con toda actividad y eficacia para mantenerlo en su puesto hasta muchos meses después de la inauguración del gobierno de Woodrow Wilson. Pero a la historia no se la engaña. Lane Wilson era un gran culpable y al fin y a la postre el pueblo, al que no se sorprende impunemente, dio a ese personaje siniestro el castigo que merecía no ante los jueces de su patria que debieron haberlo juzgado, sino ante el severo tribunal de la opinión pública que lo sentenció definitivamente como un indigno representante de su gran país, como un ente sin corazón, como un cómplice y coautor de los crímenes cometidos en México Contra el Presidente Constitucional de la República Mexicana don Francisco I. Madero. EL WORLD DE NUEVA YORK CONDENA A HENRY LANE WILSON En comprobación de este nuestro aserto he aquí cómo juzgó a Henry Lane Wilson el World de Nueva York (marzo de 1913): 1. Hizo uso de toda la influencia del gobierno americano para hostilizar a Madero. 2. Alentó y dio ayuda indirecta a los traidores de manera tan abierta que por ese hecho sentó los más funestos precedentes de intromisión diplomática. 3. Se valió de los otros diplomáticos extranjeros en la capital como fácil instrumento de sus intrigas para obligar a Madero a que renunciara. 4. Los mensajes que envió a su gobierno prueban o que estaba perfectamente al tanto del complot anticipadamente, o que desplegó una maravillosa previsión e intuición al predecir la caída de Madero la víspera del día en que acaeció y cuando todo hacía presumir su victoria sobre los rebeldes de la Ciudadela. 5. Antes de que Huerta consumara su golpe de Estado, celebró varias conferencias y entrevistas con él. 6. Las noticias de que Huerta había depuesto a Madero fueron enviadas a la Ciudadela por él, e inmediatamente sugirió a Félix Díaz la conveniencia de entrar en arreglos con Huerta. 7. Estos arreglos se verificaron, bajo su dirección, en la Embajada americana, adonde Félix Díaz acudió protegido por una escolta de cuatro americanos y bajo la bandera de los Estados Unidos. 8. Sin estímulo y aprobación, Huerta jamás hubiera osado traicionar a Madero, y éste no hubiera caído sin la intromisión diplomática de afuera. 9. Apenas consumado el crimen, recomendó inmediatamente el pronto reconocimiento de Huerta, por un acto precipitado y poco diplomático. 10. Dio su aprobación inmediata y sin reservas al desvergonzado informe oficial que el gobierno rindió sobre la muerte de Madero. EL DIPUTADO LUIS MANUEL ROJAS ACUSA AL EMBAJADOR NORTEAMERICANO En México, un gran mexicano, el licenciado don Luis Manuel Rojas en plena tiranía huertiana publicó profusamente una acusación tremenda contra Henry Lane Wilson. El
documento histórico lleva este título: Yo acuso al embajador de los Estados Unidos. Y estaba dirigido no sólo al pueblo de nuestro país, sino a la prensa de los Estados Unidos para que la nación americana se diera cuenta de la culpabilidad de su representante en nuestro país. He aquí la acusación: Yo acuso a míster Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos en México, ante el honorable criterio del gran pueblo americano, como responsable moral de la muerte de los señores Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, que fueron electos por el pueblo, Presidente y Vicepresidente de la República Mexicana, en 1911. Yo acuso al embajador Wilson de haber echado en la balanza de los destinos de México todo el peso de su influencia como representante del gobierno de Washington, para inclinarla en el sentido de los gobiernos de la fuerza. Yo acuso al embajador Wilson de haber esgrimido en contra de la legalidad, representada por el Presidente Madero y por el Vicepresidente Pino Suárez, la amenaza de una inminente intervención armada por el ejército de los Estados Unidos, durante los días del combate en las calles de la capital, y cuando, por el contrario, todos los liberales y demócratas mexicanos esperábamos contar con la simpatía y apoyo moral de los liberales y Repúblicas de aquel pueblo que es uno de los más libres y demócratas de la tierra. Yo acuso al embajador Wilson de haber tenido conocimiento oportuno del golpe de Estado contra el orden constituido ... y de haber recibido en la Embajada a los enviados de los jefes de la revolución, que acaso deseaban contar con su apoyo, de consumar su ataque a la legalidad. Yo acuso al embajador Wilson de haber mostrado parcialidad en favor de la reacción, desde la primera vez que don Félix Díaz se levantó en armas en Veracruz; pues entonces el señor Wilson concedió entrevistas a la prensa americana, alabando francamente al jefe rebelde; faltando así a la conducta nonnal de un embajador y dando pruebas de no ser digno de tan alta misión. Yo acuso al embajador Wilson de que por un resentimiento personal hacia el Presidente Madero, de que dio pruebas claras en algunas ocasiones, no ha hecho uso de su gran poder moral ante los hombres del nuevo orden de cosas, en ayuda de los prisioneros. Es evidente que los hombres de la nueva situación no se habrían negado a una petición franca y verdadera del embajador Wilson, lo cual era el único medio de salvar las vidas de los señores Madero y Pino Suárez. y no hizo esto a pesar de las instrucciones cablegráficas de Washington; a pesar de las apasionadas y dolientes súplicas de las señoras de Madero y Pino Suárez; a pesar del magnífico deseo de varios otros representantes diplomáticos; a pesar de la formal petición que yo le hice en la Embajada, como gran maestre de la Logia del Valle de México, y a pesar de los clamores de clemencia del pueblo en general. Yo acuso al embajador Wilson de haber presumido que los señores Madero y Pino Suárez podían ser sacrificados por el pretexto de una imperiosa necesidad política, dados los apasionamientos y contingencias del momento, sin embargo que los señores
generales Huerta y Félix Díaz, en presencia del señor Wilson y de otros representantes diplomáticos, habían hecho la promesa de respetar las vidas de los prisioneros, siempre que consintieran en firmar su renuncia, permitiéndoles salir inmediatamente al extranjero. Yo acuso al embajador Wilson de haberse lavado las manos como Pilatos, cuando ya firmadas y aceptadas por la Cámara las renuncias de los señores Madero y Pino Suárez, no se les permitió a los prisioneros salir inmediatamente rumbo a Europa, haciendo esperar en vano a sus esposas y familiares, que los esperaban en la estación del ferrocarril de Veracruz, fiados en las seguridades que les había dado el mismo señor Wilson. Yo acuso al embajador Wilson de que ni por un natural sentimiento de humanidad se le ocurrió, en el último extremo, amparar a los prisioneros bajo la bandera americana, a pretexto de que no quería cargar con la responsabilidad de lo que después hicieran los señores Madero y Pino Suárez. Yo acuso al embajador Wilson de haber observado una doble conducta; pues una fue su actitud efectiva acerca de los nuevos poderes, y otra la que aparentó ante los señores Madero y Pino Suárez. Yo acuso al embajador Wilson de no haber informado exactamente a su gobierno de lo que aconteció en México, y de haber justificado en todo y por todo la necesidad de un cambio de poderes. Yo acuso al embajador Wilson de haberse inmiscuido personalmente en la política de México, habiendo contribuido de manera poderosa a la caída de los gobiernos del Presidente Díaz y del Presidente Madero. Al contestar una comunicación del general Huerta le aconsejó que se hiciera autorizar por el Congreso de la Unión para legalizar el nuevo orden de cosas. Yo acuso al embajador Wilson de estar valiéndose de algunos miembros de la colonia americana de la capital de México, para que el gobierno de Washington lo conserve en su elevado puesto; por más que esto no sería grato para la mayoría de los mexicanos, después del papel asumido por el señor Wilson en la última tragedia política de nuestra patria. Yo hago estos cargos concretos al embajador Wilson, bajo mi fe de hombre honrado y con peligro de mi vida, esperando justicia del pueblo americano. EL ACUSADOR, ¿TRAIDOR A LA PATRIA? La acusación pública que el diputado don Luis Manuel Rojas había hecho en contra del embajador norteamericano Lane Wilson causó profunda sensación en los Estados Unidos, lo mismo que en México. Los periódicos de esta capital durante varios días se ocuparon del palpitante asunto, sosteniendo algunos el criterio -para dar gusto al tirano- de que el Procurador General de la República debería intervenir en el caso, pues los hechos imputados al embajador estadounidense podían implicar una traición a la patria por parte del acusador.
El Procurador General, que lo era entonces el licenciado Cayetano Castellanos, declaró: Efectivamente se ha pensado que, en vista de las declaraciones que ha hecho este señor (el licenciado Rojas) a la prensa americana y a la del país, así como la acusación que envió a los Estados Unidos en contra del señor embajador, pudieran implicar el delito de traición a la patria, puesto que tienden a buscar un conflicto internacional, él -el señor Procurador- estaba estUdiando el asunto ... No, el señor licenciado Rojas lejos de cometer una traición ejecutó un acto de audaz valor porque se expuso a terribles represalias. Por supuesto que, como era natUral, Huerta y Félix Díaz defendieron al embajador Wilson, absolviéndolo de toda culpa. Díaz declaró que la conducta del acusado siempre había sido correcta y en cuanto a Huerta, su opinión fue la que sigue: Señor Presidente -se atrevió a decir un periodista-, se dice que el señor embajador Wilson es responsable moralmente de la muerte de los señores Madero y Pino Suárez. El general Huerta contestó: - Ese dicho es una calumnia, la culpa de la desgraciada muerte de los citados señores la tienen solamente sus imprudentes partidarios, como lo demostrará el gobierno dentro de muy pocos días, con la publicación de las escrupulosas diligencias judiciales que se están llevando a cabo. (Escrupulosas diligencias que, como era de esperarse, nunca se publicaron porque no se hicieron.) Para concluir, señor repórter, me permito manifestarle a usted como caballero y como Presidente de la República, que la gestión diplomática del honorable míster Wilson ha tenido por finalidad en las actuales circunstancias solamente el restablecimiento de la paz y la armonía entre nosotros, por cuyo motivo hago público mi agradecimiento hacia ese alto funcionario. Aquel reconocimiento de Huerta para su cómplice en el complot parecía lógico, pues sin su venia y ayuda inmoral y manifiesta, el soldado infidente no se habría atrevido a perpetrar los delitos políticos y del orden común que cometió. Tales declaraciones, dadas a la publicidad en toda la República, precisamente después del holocausto de los mártires Madero y Pino Suárez, exacerbaron la vindicta popular, sirviendo de abono al deseo de punición y venganza que crecía como ola arrolladora en toda la nación contra los delincuentes. REVELACIONES DE LA SEÑORA MADERO Pero volvamos a las culpas del embajador Lane Wilson. Un documento fehaciente que para la historia es de fundamental importancia, porque aclara la indudable responsabilidad que tuviera el embajador Henry Lane Wilson en las renuncias y muerte de los señores Presidente Madero y Vicepresidente Pino Suárez, es el que ahora reproducimos y que se refiere a la entrevista que el periodista norteamericano Robert Hammond Murray celebró con la señora doña Sara Pérez viuda de Madero, el día 15 de agosto de 1916.
Tal entrevista escrita y debidamente firmada se depositó en la Embajada de los Estados Unidos de donde fue copiada más tarde con fecha 21 de abril de 1927, habiendo sido autenticada por el honorable Arturo L. Meyer, vicecónsul de los Estados Unidos de Norteamérica, actuando en su carácter oficial. En tal documento se insertó la siguiente constancia: Soy la viuda de Francisco I. Madero, antiguo Presidente de los Estados Unidos de México. Mi domicilio es Zacatecas N° 88. Ciudad de México, México. El día quince de agosto del año de 1916 escribí y entregué a Robert Hammond Murray, en la ciudad de México, un documento que contiene la verdadera relación de lo que pasó entre el señor Henry Lane Wilson, en esa época embajador de los Estados Unidos de América en México, y yo, en una entrevista que tuvimos ambos y que tuvo lugar en la tarde del veinte de febrero de 1913, en el local ocupado en aquella época por la Embajada americana en la ciudad de México. Hoy he examinado e identificado ese documento y la reproducción fotográfica de él, documento escrito en cinco hojas de papel, con las dimensiones legales, escritas en máquina hasta el final de cada hoja, a las que hoy he puesto mi firma que va al calce de la última hoja, o sea la quinta hoja de esa declaración, habiendo puesto esta última firma originalmente en el documento a que se refiere esta declaración el día quince de agosto de 1916, cuando el mencionado documento fue firmado y entregado al expresado señor Murray. También juro ser verdad todo lo aseverado en el mencionado documento en cada una y en todas sus partes ... Al calce esta certificación: Arturo L. Meyer, vicecónsul de los Estados Unidos de América. Servicio Consular Americano. Abril 29 de 1927. He aquí los términos de tal entrevista con las preguntas del periodista Robert Hammond Murray y las respuestas de doña Sara Pérez viuda de Madero. PREGUNTA. Antes de que entremos en los detalles personalmente acaecidos entre usted y el antiguo embajador de los Estados Unidos en México señor Henry Lane Wilson en los días transcurridos desde el arresto de su esposo, el 18 de febrero de 1913, hasta su asesinato el 22 del mismo mes y año, cuando usted y otros miembros de la familia del Presidente trataron en vano que el embajador americano utilizara el poder del gobierno de los Estados Unidos y su indiscutible influencia en el ánimo de Victoriano Huerta para que salvara la vida del Presidente Madero y del Vicepresidente Pino Suárez, ¿es verdad que la actitud del embajador americano hacia el Presidente Madero y su gabinete fue siempre poco amistosa? RESPUESTA. El Presidente Madero y virtualmente todos los miembros de aquel gobierno creían firmemente, y al parecer con razón, que la actitud del embajador americano no sólo para el gobierno de mi esposo, sino también para la República Mexicana, era no sólo poco amistosa sino descaradamente enemiga.
PREGUNTA. ¿Se hicieron indicaciones al Presidente Madero para que pidiera el retiro del embajador al gobierno americano? RESPUESTA. Muchas veces sus amigos pidieron al Presidente Madero y le urgieron para que solicitara del gobierno de Washington que fuera retirado aquel embajador. PREGUNTA. ¿Por qué rehusó hacerlo? RESPUESTA. Siempre decía: Va a estar aquí poco tiempo y es mejor no hacer nada que contraríe a él o a su gobierno . PREGUNTA. Durante el tiempo que duró la rebelión contra el gobierno del Presidente Madero, esto es, del 9 a 18 de febrero en que Huerta se apoderó del poder y puso presos al Presidente y a sus ministros, ¿la conducta del embajador fue amistosa, y se vio que ayudara al gobierno Federal? RESPUESTA. Al contestar esta pregunta permítame usted que yo haga una: ¿durante ese intervalo hizo el embajador algo, o dijo una palabra amistosa en favor del gobierno legítimo que estaba asediado por rebeldes y traidores? ¿Hay persona honrada, sin prejuicios, que crea que si el embajador simplemente hubiera puesto mala cara a Huerta y a su traición, habría caído el gobierno de Madero? ¿Hay persona honrada y sin prejuicios que crea que si el embajador hubiera hecho en firme y con energía una representación ante Huerta las vidas del Presidente y del Vicepresidente habrían sido sacrificadas? PREGUNTA. ¿Estuvo usted con el Presidente durante la rebelión? RESPUESTA. No volví a ver a mi esposo desde que dejó el castillo de Chapultepec para ir al Palacio Nacional en la mañana del 9 de febrero. Él permaneció en el Palacio Nacional y yo en el castillo de Chapultepec. PREGUNTA. ¿Cuándo supo usted la prisión del Presidente y que Huerta se había apoderado del gobierno? RESPUESTA. Temprano en la tarde. Traté de hablar con mi esposo por el teléfono privado y no pude obtener contestación; entonces hablé al ministerio de Comunicaciones de donde me dijeron que todo marchaba perfectamente y que los combates de ese día habían sido favorables al gobierno y que el ejército y el pueblo en su totalidad permanecían fieles al Presidente Madero. Cuando estaba aún en el teléfono llegaron tres ayudantes del Presidente, los capitanes Garmendia, Montes y Casarín, que habían podido escapar de Palacio. Me refirieron lo que había pasado en el Palacio; que Huerta se había apoderado del poder, que se había atentado contra el Presidente en su misma oficina; que varios hombres habían muerto, y que el Presidente había escapado de las balas y había bajado al patio de Palacio para arengar a los soldados cuando Blanquet lo había hecho prisionero. PREGUNTA. El embajador en sus mensajes dice que el Presidente había asesinado a algunos hombres durante la pelea en sus oficinas, ¿esto es verdad? RESPUESTA. No es verdad. Jamás andaba armado.
PREGUNTA. ¿Cuándo se fue usted del castillo? RESPUESTA. Inmediatamente que los ayudantes del Presidente me refirieron lo que había pasado; busqué refugio en la Legación japonesa. PREGUNTA. ¿Cuáles fueron las condiciones que pusieron para su renuncia el Presidente y el Vicepresidente? RESPUESTA. Por convenio con Huerta y bajo la oferta que él hizo de que podrían abandonar el país sin que nada se les hiciera y marchar a Europa, fue como se obtuvo la renuncia. PREGUNTA. ¿Pretendió usted ver al Presidente? RESPUESTA. Sí, varias veces, pero infructuosamente. PREGUNTA. ¿Cuándo tuvo usted su entrevista con el embajador? RESPUESTA. La misma tarde del 20 de febrero de 1913. Mercedes, mi cuñada, me acompañó. El embajador no estaba en la Embajada cuando llegamos; la señora Wilson nos recibió y ordenó que se le llamase por teléfono a Palacio diciéndole que estábamos allí. PREGUNTA. ¿Cuál fue la actitud y continente del embajador? RESPUESTA. Mostraba que estaba bajo la influencia del licor. Varias veces la señora Wilson tuvo que tirarle del saco para hacerlo que cambiara de lenguaje al dirigirse a nosotros. Fue una dolorosa entrevista. Dije al embajador que íbamos a buscar protección para las vidas del Presidente y Vicepresidente. Muy bien, señora -me dijo-. ¿Y qué es lo que usted quiere que yo haga? - Quiero que usted emplee su influencia para salvar la vida de mi esposo y demás prisioneros . - Ésa es una responsabilidad -contestó el embajador- que no puedo echarme encima ni en mi nombre ni en el de mi gobierno . ¿Responsabilidad por salvar la vida de un hombre? La responsabilidad la tuvo por no salvarlo. - Sería usted tan bondadoso -le respondí entonces- de enviar este telegrama al Presidente Taft escrito y firmado por la madre del Presidente . Únicamente por conducto de la Embajada podíamos esperar que ese mensaje llegara a poder del Presidente Taft. Suponíamos que el cable estaba en manos del gobierno y que era inútil esperar se dejara pasar un telegrama de esa naturaleza. Aquí tiene usted una copia de ese telegrama.
México, D. F. 20 de febrero de 1913. Al Presidente de los Estados Unidos. Señor William H. Taft. Ruego a usted interceda a efecto de que el convenio hecho por mi hijo y sus amigos con el general Huerta de permitirle irse a Europa sea cumplido. Sus vidas están en peligro y sobre todo tienen derecho a su libertad porque son hombres honrados, y ésa fue la condición expresa que pusieron para renunciar, como es bien sabido por los diplomáticos que intervinieron en el convenio. Acudo a usted con el carácter de madre afligida, que apela a la única persona cuya influencia puede salvar la vida de su hijo y asegurar su libertad. Mercedes G. de Madero. PREGUNTA. ¿Cuál fue la respuesta del embajador una vez que leyó el mensaje que usted le entregaba? RESPUESTA. Es innecesario enviar esto , dijo, pero insistí. Entonces el embajador dijo: Está bien. Lo enviaré . Y se echó el mensaje en la bolsa. PREGUNTA. ¿Envió el mensaje el embajador? RESPUESTA. Puede usted ver la contestación que recibí del Departamento de Estado. Abril 10 1913. Señora de Madero. Ciudad. Nueva York. Señora: Su carta de 2 de marzo dirigida al H. William Taft, en esa época Presidente de los Estados Unidos, en la que pide usted se le informe si el mensaje que envía usted en copia con su carta llegó a manos del Presidente Taft, fue enviada a este Departamento. Las constancias existentes en este Departamento demuestran que dicho mensaje fue tomado en consideración por el Presidente Taft y que inmediatamente se dieron instrucciones en la materia a la embajada, y los pasos que se dieron en favor del ex-Presidente Madero y el ex-Vicepresidente Pino Suárez fueron con conocimiento y bajo la dirección del Presidente. El embajador aseguró al dar cuenta de los pasos que se dieron en favor del ex-Presidente y el ex-Vicepresidente que no pudieron ser más enérgicos de lo que fueron. Soy de usted, señora, su atento servidor. John B. Moore, secretario de Estado en funciones. PREGUNTA. ¿Hizo usted algún otro esfuerzo para asegurarse que el mensaje en cuestión lo había recibido el Presidente Taft? RESPUESTA. Cuando estuve en La Habana en camino para Nueva York, envié al Presidente Taft la siguiente carta:
Habana, 2 de marzo de 1913. A Su Excelencia el Presidente de los Estados Unidos, Honorable William H. Taft. Washington, D. C. Señor: Dirijo a Su Excelencia esta carta para incluirle copia de un mensaje que mi madre política la señora Mercedes G. de Madero dirigió a Su Excelencia el 20 de febrero último por conducto del embajador de los Estados Unidos, Honorable Henry Lane Wilson, telegrama que personalmente entregué a dicho señor para que tuviera la bondad de trasmitirlo en clave. Como Su Excelencia puede ver en el texto de dicho mensaje, implorábamos su influencia para salvar la vida de mi esposo, el señor don Francisco I. Madero, tan querido para nosotros. Dados los hechos que ocurrieron y como no recibimos respuesta de Su Excelencia, deseamos saber si ese telegrama llegó o no a sus manos. PREGUNTA. ¿Qué pasó después de que usted entregó al embajador el telegrama dirigido al Presidente Taft? RESPUESTA. El embajador me dijo: Seré franco con usted, señora. La caída de su esposo se debe a que nunca quiso consultarme . Nada pude responder a eso, porque había ido a pedir un favor y a solicitar intercediera por la vida de mi esposo y no a discutir cuestiones de política, ni la conducta de nadie con el embajador. PREGUNTA. ¿Qué más dijo el embajador? RESPUESTA. El embajador continuó diciendo: Usted sabe, señora, que su esposo tenía ideas muy peculiares . Yo le contesté: Señor embajador, mi esposo no tiene ideas peculiares, sino altos ideales . A esto el embajador nada replicó y en seguida le dije que también solicitaba la misma protección y seguridad que pedía para el Presidente Madero, para el Vicepresidente Pino Suárez. El embajador se exaltó repentinamente y me dijo: Pino Suárez es un mal hombre y no puedo dar ninguna seguridad respecto a él. Es el culpable de la mayor parte de las dificultades que ha tenido su esposo de usted. Esa clase de hombres debe desaparecer, es uno de los jefes de la porra . El embajador usaba el nombre con que vulgarmente se designaba al Partido Progresista que el Presidente Madero fundó durante su campaña política. PREGUNTA. ¿Qué quería decir el embajador al decir que el Vicepresidente Pino Suárez debía desaparecer?
RESPUESTA. Yo entendí que decía que debía ser sacrificada la vida del Vicepresidente y por eso le hice saber que el señor Pino Suárez tenía una mujer y seis hijos que quedarían en la miseria si llegaba a perder la vida. PREGUNTA. ¿Y qué dijo a eso? RESPUESTA. Se encogió de hombros. Me dijo que el general Huerta le había consultado qué debía hacerse con los prisioneros. ¿Y qué le contestó usted , le pregunté. Le dije que hiciera lo que fuera mejor para los intereses del país , me dijo el embajador. Mi cuñada no pudo menos que interrumpirlo diciendo: ¿Cómo le dijo usted eso? Usted sabe bien qué clase de hombre es Huerta y su gente, y van a matarlos a todos . PREGUNTA. ¿Qué contestó el embajador a eso? RESPUESTA. No contestó nada, pero dirigiéndose a mí me dijo: Usted sabe que su marido es impopular; que el pueblo no estaba conforme con su gobierno como Presidente . Bueno, le contesté, si eso es cierto ¿por qué no lo ponen en libertad y lo dejan irse a Europa, donde no podría hacer daño alguno? El embajador me contestó: No se preocupe usted ni se apure, no harán daño a la persona de su esposo. Sé sobre el particular todo lo que va a suceder. Por eso sugerí que renunciara su esposo . PREGUNTA. El embajador en una entrevista publicada en el New York Herald de 21 de marzo de 1916 dijo que usted le había pedido suplicara a Huerta pusiera a su esposo en la Penitenciaría para mayor seguridad. ¿Le hizo usted esa petición al embajador? RESPUESTA. No; hablamos únicamente de su seguridad personal y de la urgencia de exigir a Huerta que permitiera al Presidente y a los otros prisioneros salir del país. Le hablé de la falta de comodidades que había donde estaba. Según parece -contestó el embajador- la lleva muy bien donde está. Durmió cinco horas de un tirón . PREGUNTA. ¿Cuál fue el final de esa conversación?
RESPUESTA. Cuando terminó la entrevista y dejamos la Embajada no habíamos ganado más que la promesa del embajador de que al Presidente no se le haría daño alguno en su persona, y la oferta de que enviaría al Presidente Taft el mensaje en que se le pedía salvara las vidas de los presos. PREGUNTA. ¿La oferta del embajador se cumplió? RESPUESTA. Dos días después los presos fueron asesinados. PREGUNTA. ¿La conversación entre usted y el embajador fue en inglés o en español? RESPUESTA. Fue en inglés. PREGUNTA. ¿Sabe usted si la señora de Pino Suárez tuvo alguna conversación con el embajador en la que éste empleara la expresión: Debe de desaparecer en forma similar a la que usó en la conversación con usted? RESPUESTA. La señora de Pino Suárez y otros miembros de la familia me han dicho, y tengo motivos para creer en su dicho, que el embajador les dijo: Madero debe desaparecer , naturalmente ellos interpretaron que esa frase indicaba la opinión del embajador que la vida del Presidente debía ser sacrificada. PRENGUNTA. ¿Cree usted que el embajador pudo salvar las vidas del Presidente y Vicepresidente? RESPUESTA. Tengo la firme convicción de que si el embajador hubiera hecho enérgicas representaciones, como era razonable esperar las hiciera, en interés de la humanidad, no sólo se habrían salvado las vidas del Presidente y Vicepresidente, sino que habría evitado la responsabilidad que recae con esos hechos en los Estados Unidos por los actos de su representante diplomático en México. México, D. F., agosto de 1916. Sara Pérez de Madero. Al calce de la firma anterior se inserta el certificado siguiente: República de México, D. F. Ciudad de México. Consulado General de los Estados Unidos de América. S. S. Yo, Arturo L. Meyer, vicecónsul de los Estados Unidos de América de la ciudad de México, debidamente comisionado y autorizado, certifico que la copia anexa de una declaración hecha por la señora Sara Pérez de Madero y ratificada bajo juramento ante mí el 29 de abril de 1927, referente a una entrevista habida entre dicha señora Madero y el señor Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos, en 20 de febrero de 1913, ha sido cuidadosamente cotejada por mí con el original, hoy día exhibido ante mí, la que encuentro exactamente igual palabra por palabra y número por número. Y en fe de lo cual firmo el presente certificado y lo autorizo con mi sello hoy, 9 de junio de 1927.
Artbur L. Meyer, vicecónsul de los Estados Unidos de América. Servicio N° 3436. Honorarios $2.00 equivalente a $5.00 moneda nacional. SUS COMPATRIOTAS CONDENAN A HENRY LANE WILSON. TREMENDA REQUISITORIA DE NORMAN HAPGOOD
En los Estados Unidos aquellos sucesos causaron verdadero escándalo por la participación que se atribuía al representante diplomático de Washington en la tragedia mexicana. En la prensa se atacó tan duramente a Lane Wilson que éste se vio obligado a reaccionar acusando de difamación a uno de los periodistas que más lo habían denigrado ante la opinión pública, el señor Norman Hapgood, en junio de 1916. Una copia de la causa seguida contra dicho acusado obra en nuestro archivo histórico. La defensa que de sí mismo hizo el señor Hapgood es una requisitoria de tal manera tremenda contra el que ya entonces había dejado de ser embajador en México; y sus cargos son tan precisos, contundentes y bien provistos de pruebas, que bien vale la pena dejarlos consignados en nuestra Historia Diplomática de la Revolución, especialmente porque el contra-acusador es un compatriota de aquel pésimo representante de su patria que tanto mal hiciera a México. Dice el acusado transformado en acusador: Podemos tener la certeza ... de que Wilson era conocedor de antemano de la asonada de Huerta. Se puede probar que Wilson era confidente de Huerta en cuanto se refería a la intención de éste de deponer a Madero. Se puede probar que la noche del asesinato -y con anterioridad a este hecho- Wilson sabía que Madero y Pino Suárez serían sacados de su cárcel preventiva en el Palacio Nacional para conducirlos a la Penitenciaría, tal como lo explica a Washington donde estarían cubiertos hasta que las pasiones públicas pasaran . Se puede probar que, la tarde que precedió al asesinato, Wilson y Huerta se encerraron a solas en la Embajada americana por más de una hora. Wilson se ha indignado y protestado de que se hayan levantado sospechas contra él. ¿Pero quién sino el propio Wilson alimentó esas sospechas con su conducta en México, con su actitud hacia Huerta y con sus mensajes a su gobierno?
Las pruebas que existen contra Wilson deben su existencia a lo que él mismo hizo y escribió. Son pruebas proporcionadas por el mismo Wilson. Ésta no es una historia grata para ser escrita por un americano o leída por él. No es una historia digna; porque ella explicará la forma en que se derrocó al gobierno de Madero y la parte que en su caída tuvo nuestro embajador en México. Explicará asimismo la razón de la mucha desconfianza que tiene el pueblo mexicano contra los Estados Unidos. Al mismo tiempo se podrá aclarar que la traición de Huerta hubiera sido imposible de llevarse a cabo a no haber sido instigada por Henry Lane Wilson en nombre de un gobierno que Wilson mal representaba. Después, Norman Hapgood concreta de la siguiente manera sus acusaciones: Los mensajes que se citan en el curso de la causa demuestran: Primero: Que nuestro embajador tenía conocimiento, con una antelación de 2 días, de la asonada de Huerta con que se inició el golpe de Estado. Segundo: Que él anunció estos sucesos al Departamento de Estado. Tercero: Que los informes sobre lo que iba a suceder se repitieron al Departamento de Estado durante los días 13, 14, 16 y 17 de febrero. Cuarto: Que nuestro embajador tenía tal seguridad en su información respecto a lo que Huerta se proponía y en cuanto al momento en que iba a proceder, que en un despacho del mediodía del jueves -unas dos o tres horas antes de que Huerta tomara el gobierno y presionara a Madero y a su gabinete- Wilson anunció al Departamento lo que ya había sucedido. Quinto: Que nuestro embajador al notificar al Departamento de Estado que Huerta había sucedido a Madero declaró que un despotismo indigno había caído . Sexto: Que nuestro embajador ofreció a Huerta y a sus compañeros conspiradores las seguridades verbales y no oficiales respecto a la seguridad de Madero. Aunque en la estimación del público en la capital, Madero era un hombre perdido desde el instante en que las garras de Huerta se cerraron a su alrededor.
Séptimo: Que después de que nuestro embajador a las ocho del Jueves 20 de febrero cablegrafiara al Departamento de Estado pidiendo instrucciones sobre el reconocimiento de Huerta, esa misma noche, probablemente antes de que su mensaje hubiera salido de la oficina del cable ... decidió, en una reunión del cuerpo diplomático que tuvo lugar en la Embajada americana, reconocer a Huerta a las 12 del día siguiente. Octavo: Que nuestro embajador recomendó a Huerta, refiriéndose a Madero y a otros prisioneros políticos, que no los ejecutara a no ser con el debido procedimiento legal ... Noveno: Que nuestro embajador inspiró a ciertos senadores antimaderistas para que pidieran a Madero, en nombre del Senado, su dimisión ... Décimo: Que nuestro embajador en su mensaje al Departamento de Estado fechado a las 5 de la tarde del día siguiente al golpe de Estado (19 de febrero) mencionó insistentemente y como un rumor, que Gustavo Madero, hermano del Presidente, había sido asesinado poco después de la media noche de aquel día, aun cuando el crimen debió ser conocido por nuestro embajador desde la tarde de ese mismo día. Undécimo: Que después de la llegada de Huerta al poder, nuestro embajador instó confidencialmente al Departamento de Estado para que ordenara el envío a la ciudad de México de oficiales americanos de los navíos de guerra anclados en el puerto de Veracruz, al mando de tantos marinos como fuera posible. Décimosegundo: Que nuestro embajador aceptó oficialmente y sin reserva las explicaciones insuficientes e inexactas de Huerta respecto a las circunstancias que rodearon los asesinatos de Madero y Pino Suárez sin preocuparse de hacer ninguna clase de investigaciones por su cuenta propia. Décimotercero: Que nuestro embajador manifestó el haber aceptado, en nombre de su gobierno, la versión de los asesinatos dada por Huerta. Décimocuarto: Que nuestro embajador en vista de haber sido informado por un miembro de la Legación de su Majestad Británica. de que era dudoso que su gobierno otorgara el reconocimiento
de facto a causa de los asesinatos de Madero v Pino Suárez, cablegrafió al Departamento de Estado Que esto sería un error mayor porque pondría en peligro la seguridad de los extranjeros y sugería que se discutiera el punto en Washington con la Legación Británica. Décimoquinto: Que nuestro embajador instó al Departamento de Estado para que llamara al corresponsal del Times de Londres, en Washington, para explicarle cuál era la situación de la ciudad de México, a fin de que se corrigiera la vasta ignorancia existente en Londres en cuanto a la verdadera situación aquí. Décimosexto: Que nuestro embajador supo de un rumor según el cual el ex-Presidente De la Barra iba a ser detenido, en vista de lo cual con toda serenidad manifestó al ministro de Relaciones Exteriores (Lascuráin) que cualquier acto de violencia en contra de De la Barra sería motivo de indignación profunda en los Estados Unidos y en todas las naciones civilizadas. Y esto mismo no lo hizo por Madero. Décimoséptimo: Que nuestro embajador, casi por su último acto antes de abandonar la ciudad de México dejando su puesto, cablegrafió al Departamento de Estado, respecto de Huerta y su gabinete: ... Estoy convencido de que el presente gobierno es tan corrompido e incompetente como cualquiera otro de los que lo han precedido ... En el mismo expediente Mr. Hapgood observa: A fin de apreciar debidamente los actos oficiales y no oficiales de Wilson como embajador de los Estados Unidos durante la agonía y muerte del régimen de Madero ... debe uno conocer algunos antecedentes personales del hombre ... En la vida pública Henry Lane Wilson tenía la característica desgraciada de meterse continuamente en líos ... incidentes desagradables que se granjeaba por su temperamento inestable, falta de tacto y conceptos extravagantes de lo que él creía que debían ser las prerrogativas de su puesto. Era irascible, molesto, nervioso, egoísta, vano ... En México no fue un diplomático respetado. Para ser exacto, Wilson tenía pocos admiradores entre los americanos residentes en el país. Tenían amistad con él porque lo utilizaban o esperaban utilizarlo para llevar a cabo sus propósitos particulares; pero de corazón lo detestaban cordialmente y en privado escupíanle su veneno ... En la ciudad de México se aconsejaba de los peores elementos de la comunidad; despreciaba abierta y venenosamente a los mexicanos; le disgustaba Díaz en forma abierta; escarnecía a De la Barra; odiaba a Madero, daba la mano a Huerta sin darse cuenta de las gotas siniestras y rojas que las manchaban; luego lo odió también; ambicioso y pobre económicamente, soñaba en que un posible ataque americano al sur del Río Grande lo lanzaría a ser Gobernador General de México.
Norman Hapgood, al referir cómo llegó Henry Lane Wilson a la Embajada de México, comenta cómo salió de su puesto el anterior embajador David E. Thompson ... Wilson SUpo que Thompson había considerado con mayor interés sus propios asuntos que los de su gobierno. Al respecto conocía los rumores desagradables sobre la forma en que su antecesor llegó a obtener la propiedad del Ferrocarril Panamericano de México. Los americanos que tenían dificultades en México se quejaban de que Thompson no los ayudaba, que abiertamente evitaba presionar sus asuntos porque podrían molestar al gobierno de don Porfirio Díaz. A veces, la calidad y la actuación de los representantes que hemos enviado a México o a otros países hispanoamericanos no han robustecido la confianza de los nacionales en la buena voluntad y en los motivos desinteresados de los Estados Unidos hacia las Repúblicas hermanas menores que se encuentran al sur. Taft destituyó a Thompson. Convirtió una cosa mala en otra peor al nombrar a Wilson ... El Presidente y el secretario de Estado Knox cometieron el error más grave de todos. Dejaron a México y a los asuntos mexicanos, sin reserva alguna, en manos de Lane Wilson y de un tercero del mismo nombre Huntington Wilson, principal colaborador de Knox en el Departamento de Estado. Estos dos Wilson se aliaron bien, aparentemente pensaban de la misma manera en cuanto se trataba de México. Taft y Knox rara vez, si es que lo hicieron alguna, intervinieron en esos asuntos. Esta indiferencia puede atribuirse a dejadez, falta de información, o una crasa ignorancia de la verdadera situación de los asuntos mexicanos y de lo que Lane Wilson estaba haciendo ahí. De la copiosa documentación que hemos presentado, podemos deducir cuál fue, en síntesis, la conducta del representante diplomático de los Estados Unidos en México, y cuál la política internacional del gobierno del señor Presidente Taft hacia nuestro país en las postrimerías del gobierno del señor Presidente Madero, hasta que acaeció su muerte. Con el convencimiento que producen las pruebas documentales exhibidas y las manifestaciones de los actores y testigos que hemos mencionado llegamos a la conclusión de que la diplomacia de Washington hacia México fue desenfadada por no decir despreciativa, pues, a sabiendas de quién era y cómo se comportaba su representante en nuestro país, no lo retiró ni lo reconvino sino que lo dejó que siguiera aquí obrando prácticamente como le viniera en gana; lo que dio por resultado el fin lamentable del que se dieron cuenta en Washingron cuando ya las cosas no tenían remedio. Falta grave que México no merecía. Una nación tan poderosa como los Estados Unidos, con tantos recursos y medios de influencia tan efectivos, podrá, siempre y cuando se lo proponga, ayudar al débil en sus graves conflictos internos en las mil formas que el altruismo internacional puede hacerlo con fines humanitarios o simplemente justicieros. Y en los últimos tiempos del Presidente Taft es evidente que no hubo buena voluntad de la cancillería ni de la Casa Blanca hacia la nación mexicana. Pero, independientemente del caso concreto que hemos historiado, debemos decir, porque ésta es la oportunidad de remarcarlo, que no siempre los gobiernos de allende el Bravo se han preocupado como debieran, al nombrar como sus representantes en
nuestros Estados latinoamericanos a personas de la mayor responsabilidad moral e intelectual, es decir, a diplomáticos dignos, que respetándose a sí mismos y a su propia nación, supieran respetar al pueblo y al gobierno donde van a trabajar, haciendo que su elevada misión sirviera para crear, bajo bases firmes y duraderas, una política de atracción y no de recelo y desconfianza de nuestros pueblos y gobiernos hacia la admirable potencia cuya amistad necesitamos y queremos y para la que siempre estaremos bien dispuestos a condición de que se nos trate con justicia y decencia. Para llegar a esa finalidad no sólo es preciso que el imperialismo estadounidense amaine en nuestros pueblos sino que se tenga un mayor cuidado en la elección de sus diplomáticos, nombrando a personas que honrando a su admirable país sepan respetar a la nación donde se les destine. Unos cuantos ejemplos citaremos de representantes indeseables que vinieron a nuestro país no a hacer todo el bien posible en nuestras relaciones exteriores, sino a dejar el peor recuerdo de su gestión y de su persona en nuestra patria. Al Presidente Jackson le debemos la presencia en México de su amigo Anthony Butler, que era un tahur y dipsómano . Otros diplomáticos de su país cerca del nuestro fueron aquellos individuos de la más infausta memoria y que se llamaron: Thompson, Sheffield y Lane Wilson; Thompson, a quien ya citamos; Sheffield que fraguó una intervención de su país en México, cuyas maniobras sucias le descubrió el general Calles al Presidente Coolidge, quien oportunamente lo retiró de su cargo, y por último Henry Lane Wilson, el peor de todos por las múltiples causas que ya conocemos. Pero no es esto lo que nos importa subrayar al ocuparnos de la historia diplomática de México en sus relaciones con los Estados Unidos, sino algo de mayor importancia y trascendencia. Ya sabemos que si algunos diplomáticos estadounidenses han faltado a sus deberes técnicos hacia las naciones latinoamericanas, no es porque desconozcan en general cuáles son las características esenciales de sus funciones, sino porque en Washington no ha existido siempre una política cordial y sincera hacia las naciones de nuestra América. La política internacional de los Estados Unidos hacia nosotros ha sido inestable, versátil; a las veces justa pero generalmente egoísta, basada en tendencias de dominio económico y hegemonía política. Los consejeros jurídicos de la secretaría de Estado han sido personalidades de la más alta categoría no sólo intelectual sino moral: Basset Moore, Brown Scott, Ralston, Borchard, Jessup, Hackworth, de manera que las instrucciones de la cancillería norteamericana a sus jefes de misión en el exterior seguramente fueron basadas en una técnica jurídica correcta; pero la diplomacia estadounidense hacia nuestros países no está basada en las normas del derecho interpretadas por sus juristas, sino en las órdenes de sus políticos, y los políticos de Washington siguen las normas que les señala el Poder Ejecutivo de la Unión y su secretario de Estado. Y esas normas no son siempre las más adecuadas para mantener y fomentar la armonía internacional, sino para quebrantarla. Pero no hay que perder la esperanza de que se opere un cambio de táctica en Washington hacia nuestras Repúblicas, táctica verdaderamente diplomática que llegue a conquistar nuestra confianza. Y eso será cuando los jefes de misión que nos envíe la gran
potencia, así como todos y cada uno de los funcionarios del servicio exterior que sirvan a la Embajada estadounidense en México, no traten de intervenir sino en aquello que les con cierna y no en lo que es de la competencia exclusiva del gobierno y del pueblo mexicano. Porque entonces las consecuencias pueden llegar, como en el período de nuestra historia de que nos hemos ocupado, al desquiciamiento de nuestras instituciones y aun al sacrificio de las máximas autoridades del país como cuando perdimos a Madero y Pino Suárez. PERIODO DEL PRESIDENTE WILSON
Observando el orden cronológico que nos hemos propuesto seguir en esta historia, analizamos ahora la actitud del señor Presidente Woodrow Wilson hacia México después de los asesinatos de los altos mandatarios de nuestro país don Francisco I. Madero y licenciado José María Pino Suárez. El mismo día 18 de febrero en que la Casa Blanca tuvo noticia de que el Ejecutivo mexicano había sido aprehendido por Victoriano Huerta y que este desleal soldado se había hecho cargo de la presidencia, Míster Wilson manifestó a un grupo de periodistas que, a su juicio, no podía ocurrir ningún daño al Presidente depuesto (1). Y todos sabemos cuán hondamente le conmovió la noticia recibida bien pronto, de que habían sido asesinados a sangre fría el Presidente Madero y el Vicepresidente Pino Suárez, noticia de la cual infería que, directa o indirectamente, Huerta era responsable del crimen. Había claras pruebas, en los mensajes recibidos, de que el embajador norteamericano, H. L. Wilson, después de fracasar en sus gestiones para lograr que el gobierno de Huerta fuera reconocido inmediatamente por la administración del Presidente William Howard Taft, había adoptado la extraordinaria táctica de trabajar para que todos los elementos del interior del país se sometieran a Huerta, a fin de que la administración de éste, gracias a su eficacia, conquistara la buena voluntad del nuevo Presidente de los Estados Unidos. El día 26 de febrero de 1913, Lane Wilson escribía lo siguiente al cónsul norteamericano en Mazatlán, Sinaloa: Debéis esforzaros sin cesar por conseguir la sumisión general al gobierno provisional ... El gobierno provisional está siendo respaldado generalmente en toda la República y está demostrando gran firmeza y actividad .
Al otro día de que Wilson tomó posesión de la Presidencia, el embajador Lane Wilson aseguraba al nuevo secretario de Estado, William Jennings Bryan, que los Estados que se han sometido representan al noventa por ciento de la población de México, y el orden se ha restablecido en las tres cuartas partes del territorio, que ellos representan . Mas bien pronto había de ver el Presidente Wilson los informes de los agentes consulares norteamericanos, lo mismo que muchas cartas de individuos que tenían alguna autoridad para hablar sobre la sitUación, y los cuales presentaban un relato muy distinto, era evidente que en muchas partes de México había causado horror el asesinato de Madero, personaje que era considerado como un libertador, y que el espíritu de revuelta contra Huerta, mucho más generalizado de lo que descubría el embajador Lane Wilson, estaba aumentando a diario. Venustiano Carranza, a la sazón gobernador del Estado de Coahuila, había telegrafiado el 26 de febrero al Presidente Taft: La nación mexicana condena el villano golpe de Estado que ha privado a México de sus gobernantes constitucionales por medio de un cobarde asesinato . Pero había otra fase del problema que se imponía a la atención de Wilson: la actitud de la América Latina en general. Los informes de los embajadores, ministros y agentes consulares norteamericanos en Centro y Sudamérica comunicaban la opinión del momento acerca de la situación mexicana, y todos denotaban mucha inquietud, amplias sospechas y temores hacia el Coloso del Norte , hacia la intervención yanqui, el materialismo yanqui, y las consecuencias de la doctrina Knox acerca de la diplomacia del dólar . México, en una palabra, era una parte del complejo de problemas que afectaban a toda la América Latina. Lo que se necesitaba era una política que fuera aplicable a toda la situación. La declaración presidencial del 11 de marzo de 1913, juntamente con la renuencia de Wilson -el Presidente- a satisfacer las urgentes demandas en pro del reconocimiento de Huerta, contrariaron amargamente al embajador Lane Wilson, el cual no creía de ninguna manera en las finalidades idealistas del primer magistrado. Tampoco tenía confianza en el buen éxito de cualquier gobierno mexicano que no se fundase en la fuerza. Por eso escribía el 12 de marzo al secretario Bryan: ... a menos de que se establezca de nuevo el mismo tipo de gobierno implantado aquí por el general Porfirio Díaz, estallarán nuevos movimientos revolucionarios y se renovará la intranquilidad general . En verdad, las condiciones de México empeoraban a gran prisa. Antes de que terminara el mes de marzo, estaba en su apogeo una revolución contra Huerta, encabezada por Carranza. Para complicar más las cosas, el gobierno británico revocó su primera determinación y anunció su deseo de reconocer a Huerta como Presidente Interino . Era muy probable que los demás gobiernos siguieran el ejemplo, afianzando así la autoridad del dictador y debilitando el prestigio de la nueva administración norteamericana a los ojos de los latinoamericanos. Wilson comprendió bien pronto que la situación era por demás complicada y que él necesitaba contar con los informes más completos acerca de ella. Había perdido la
confianza en su embajador y estaba desorientado por la babel de informes y consejos que le llegaban de todas partes. En consecuencia, recurrió a su método favorito de enviar un agente especial, a quien juzgaba poder tenerle confianza, para que hiciera investigaciones. Escogió a William Bayard Hale, brillante periodista, que, sin embargo, estaba incapacitado por su temperamento para semejante labor. También fueron a México otros agentes, y entre ellos W. H. Sawtelle, viejo amigo de Bryan; pero como Hale, conociendo poco el idioma y los antecedentes históricos, bien pronto aumentó la confusión con sus informes y consejos. En cierta época, durante los agitados meses posteriores, logró Wilson adquirir, de libros e informes, un amplio conocimiento de la historia y problemas de México. Era un método característico del intelectual el buscar una firme base de acción para lo presente, en el conocimiento de lo pasado. Empero, los acontecimientos no podían permitir una investigación académica como la que deseaba el Presidente, el cual no sólo era apremiado a obrar por el embajador y los irritados residentes norteamericanos en México, sino que también se enteró al poco tiempo de los complicados intereses pertenecientes a los grandes bancos, ferrocarriles e industrias de los Estados Unidos, los intereses de los mismos individuos a quienes se había opuesto en Nueva Jersey y con quienes, según estaba convencido, debía enfrentarse una vez más al proponer las leyes acerca de las tarifas y el sistema monetario. A principios de mayo el banquero neoyorquino James Speyer visito a John Basset Moore, consejero del Departamento de Estado, y le comunicó sus temores por el empréstito de diez millones de dólares hecho a México y que debía vencer en junio. Huerta no hacía preparativos para pagarlo, y Speyer insinuó que, sin el reconocimiento por parte de los Estados Unidos, el mismo Huerta tropezaría con dificultades para reunir fondos; que su gobierno podría caer y que, a causa de los trastornos que resultasen, quizá los Estados Unidos se verían obligados a intervenir. El punto fue sometido desde luego a la consideración de Woodrow Wilson. También estaba muy preocupado uno de los grandes directores ferrocarrileros de los Estados Unidos, Julius Kruttschnitt, director de la junta del ferrocarril Sud pacífico, cuyas líneas cruzaban por los Estados meridionales para entrar en México. Por conducto del coronel House, envió al Presidente Wilson un discreto y ponderado infonne de las condiciones preparado por el juez D. H. Haff, de Kansas City, personaje que tenía mucha experiencia como abogado de empresas norteamericanas en Mexico. Entendíase que este infonne contaba con la aprobación de los intereses representados por la Phelps Dodge Co., la Greene Cananea Copper Company (la empresa minera más poderosa de México) y otros. En una palabra: era la propuesta de los grandes intereses acerca de la situación de México. WOODROW WILSON PROYECTA EL RECONOCIMIENTO DE VICTORIANO HUERTA Aunque en gran parte los consejos contenidos en el informe eran contrarios a las inclinaciones de Wilson, ya que él desconfiaba profundamente de Huerta y del embajador
norteamericano, la comunicación lo impresionó mucho, y esa impresión se vio reforzada días más tarde por una visita del juez Haff en persona, el cual fue presentado por Cleveland H. Dodge, amigo del Presidente. El juez amplio sus declaraciones originales y Wilson quedó convencido en tal forma, que empezó a pensar en el reconocimiento provisional de Huerta, a condición de que en breve se celebrasen elecciones generales y se nombrase un Presidente Constitucional. Por lo tanto, preparó, para enviarla por conducto del embajador Lane Wilson, una declaración en la cual desarrolló los puntos principales con sus notas mecanográficas. En vista de que este documento no ha sido publicado hasta ahora, lo transcribo aquí íntegramente. Decía así: Servíos manifestar a Huerta que teníamos entendido que él debería buscar un pronto arreglo constitucional de los asuntos de México por medio de una elección libre y popular y que nuestra demora y vacilación acerca del reconocimiento se han debido a la aparente duda e incertidumbre acerca de sus verdaderos planes y propósitos. Nuestro sincero deseo es servir a México. Estamos dispuestos a ayudar en todas las formas que podamos, para lograr un arreglo pronto y halagüeño que traiga la paz y restablezca el orden. La continuación del actUal estado de cosas sería funesto para México y sería susceptible de trastornar en extremo peligrosamente todas sus relaciones internacionales. Estamos dispuestos a reconocerlo ahora a condición de que cesen todas las hostilidades, de que convoque a elecciones para una fecha próxima, pues a nuestro juicio es muy remoto el 26 de octubre, de que se habla ahora, y de que el se comprometa absolutamente, como requisito para nuestra acción en favor suyo, a lograr una elección legal y equitativa, con todo el mecanismo y las salvaguardias necesarias. En esta inteligencia, el gobierno de los Estados Unidos empleará sus amistosos oficios para conseguir, de los funcionarios de los Estados que ahora se niegan a reconocer la autoridad del gobierno de Huerta, un convenio para suspender las hostilidades, mantener el statu qua hasta que se hayan efectuado las elecciones y someterse al resultado de éstas, si se desarrolIan libremente y sin intervención arbitraria de ninguna especie, como hemos sugerido. Debe insinuarse a Huerta que no es probable que el gobierno de los Estados Unidos asienta a cualquier método de arreglo obtenido por el gobierno de México, interesando a los gobiernos de Europa a fin de que presenten su protección y ayuda, a cambio de ventajas especiales concedidas a sus súbditos o ciudadanos. Empero, después de haber preparado esta comunicación, Wilson vaciló en enviarla a su destino. (Mientras tanto), Huerta, alentado por el reconocimiento otorgado por la Gran Bretaña y los gobiernos de la América Latina, se hacía más arrogante y dictatorial y aun anunció su propósito de negar el reconocimiento diplomático al representante norteamericano en México. Wilson empezó a pensar, si aun en el caso de que el feroz dictador aceptase sus proposiciones, podría esperarse que las cumpliera. ¿Cómo era posible esperar que tal hombre hiciera elecciones legales y cediese el puesto a un nuevo Presidente elegido por
el pueblo? Y una vez que fuese reconocido, siquiera fuese como Presidente Interino, ¿habría algún medio, aparte de la intervención armada, de tratar con él, si faltaba a sus promesas? Es evidente, en vista de sus cartas y documentos, que el interés de Wilson en México era más amplio y profundo que el simple problema del reconocimiento. Los Estados Unidos debían favorecer los mejores intereses de México. ¿Y cómo era posible esto si se imponía a la nación un sanguinario tirano? ¿Cómo era posible que esto fuese una ayuda positiva para el 85 por ciento del pueblo que estaba subyugado? En una palabra: no se conformaba Wilson con seguir la línea de conducta que con tanto apremio y empeño recomendaban los grandes negocios, sino que pensaba en una especie de intervenciones democráticas mexicanas y del bienestar del pueblo. Eso puede parecer idealista; pero era lo que Wilson pensaba más honrada y sinceramente (3). El anterior relato de Ray Stannard Baker nos da a conocer los sentimientos que el Presidente Wilson experimentó al ir conociendo más y más la verdadera realidad mexicana que en un principio no comprendió casi en absoluto. Fue necesario que se derrumbara el régimen democrático del gobierno del señor Madero y el holocausto de éste, para que el incomprensivo señor Wilson abriera los ojos y obrara con mayor acierto respecto al problema mexicano. Sin embargo, a pesar de los hechos trágicos acaecidos al otro lado del Río Bravo y no embargante los informes que le fueron siendo proporcionados por sus diferentes agentes personales que le merecían confianza, como William Bayard Hale, W. H. Sawtelle, y Lind, el Presidente norteamericano no se dio cuenta cabal de las causas y anhelos de la Revolución Constitucionalista, del fondo social que entrañaba y de la justicia de su causa. Incomprensión que lo llevó a tomar medidas que en teoría le parecieron apropiadas, pero que eran del todo inaceptables por los revolucionarios, lo que no llegó a entender sino después que sus errores habían causado serios daños a la nación mexicana. Emitimos este juicio fundados en los hechos que sigue exponiendo en su ponderado historial el escritor Baker, el cual continúa diciendo: LOS INFORMES DE HALE Habiendo demorado el envío a Huerta, del mensaje que él mismo había redactado, Woodrow Wilson acabó de eliminarlo del todo. Este acuerdo motivó una nueva acción por parte de míster Kruttschnitt y de las empresas petroleras que lo apoyaban, absteniéndose entonces de proponer el reconocimiento, pero pidiendo que la administración norteamericana usase sus buenos oficios para que se efectuasen elecciones en fecha próxima y para arreglar las diferencias entre Huerta y los revolucionarios del Norte. Para entonces habían comenzado a llegar los informes del agente confidencial Hale, los cuales censuraban acremente al gobierno provisional y especialmente al embajador Lane Wilson. El Presidente los leyó con cuidado y los trasmitió a Bryan, con notas anexas, las cuales indicaban que daba no poco crédito a las noticias que contenían. Al mismo tiempo recibía mucha información desfavorable de otras fuentes, algunas de las cuales se referían a la actuación de los intereses financieros norteamericanos en México, y de la cual había tenido Wilson poco o ningún conocimiento.
Después de todo ¿hasta qué punto podía seguir el consejo de hombres que, aunque competentes, más se interesaban por la seguridad de sus inversiones que por el bienestar y el buen gobierno del pueblo mexicano? Sin embargo, había que hacer algo. La situación empeoraba y el embajador Lane Wilson enviaba urgentes mensajes a Bryan (4). En uno de ellos le decía: . . . Aunque he sido su representante personal (del Presidente) en este puesto, por espacio de tres meses, no se me ha indicado la actitud de la administración en lo que toca al reconocimiento. INSTRUCCIONES COMPLETAS AL EMBAJADOR LANE WILSON El 14 de junio, después de una conferencia con los secretarios Bryan y Garrison, se enviaron instrucciones concretas al embajador, que constituían la primera declaración franca del nuevo gobierno. Es imposible decir quién hizo el borrador original que la pluma del Presidente corrigió y enmendó a su manera característica. Aunque contenía ciertas ideas de los mensajes que antes se había pensado trasmitir, eludía toda promesa de reconocimiento. Wilson empezaba por hacer hincapié en la profunda desconfianza del gobierno de los Estados Unidos, el cual ... está convencido de que, dentro de México mismo, hay una fundamental carencia de confianza en la buena fe de los que dominan en la ciudad de México y en su propósito de salvaguardar los derechos y métodos constitucionales de acción . Sin embargo, luego seguía diciendo: Si el actual gobierno provisional da satisfactorias seguridades al gobierno de los Estados Unidos de que se celebrará próximamente la elección libre de coerción y compulsión; de que Huerta cumplirá su promesa original; de que no será candidato en esa elección, y de que a ella seguirá una amnistía absoluta, el gobierno de los Estados Unidos se complacerá en hacer uso de sus buenos oficios, para lograr un genuino armisticio y obtener la aquiescencia de todas las partes interesadas en el plan. También se complacería en servir de instrumento para provocar entre los jefes de los diversos partidos de México, la reunión de un Congreso que pueda prometer paz y arreglo (5). Esta idea, entre otras, nos explica hasta dónde llegaba el error craso del mandatario yanqui al pensar que en plena revolución, honda y enconada, se pudieran celebrar elecciones y que éstas fueran libres. Tal ingenuidad demostraba la inepcia del profesor Wilson para captar el complejo caso político, militar y social del pueblo mexicano, que ya en plena guerra civil sólo pedía dar fin a su aguda crisis por el aniquilamiento total de uno de los bandos en lucha. Mientras tanto, el embajador Lane Wilson siguió apremiando al gobierno de Washington en favor del reconocimiento de las autoridades provisionales y, lo que fue peor, cometió la indiscreción de invitar a Huerta a comer en la embajada norteamericana. El Presidente y Bryan
quedaron consternados, y el primero de ellos escribió estas palabras en un memorándum a Hale que le daba la noticia: Creo que Wilson debería ser retirado . Notad hasta cuándo el inexperto estadista vino a pensar, y nada más que a pensar, en el retiro de su indigno representante en México. El embajador, y quizá la cosa fuese natural, se ofendía por la presencia de Hale en México. No tenía el periodista los métodos tranquilos llenos de tacto, nada estorbosos, que formaban gran parte de las cualidades del coronel House como emisario presidencial. Su evidente posición, como autoridad, molestaba al embajador Wilson y producía confusión e irritación entre los funcionarios mexicanos. El embajador protestó ante Bryan por la intervención de Hale en la ciudad de México, y más tarde el mismo Hale informó al Presidente que se creía en peligro de ser aprehendido por las autoridades. Sin embargo, sus informes ejercieron mucha influencia sobre el Presidente y sirvieron para apresurar el retiro del embajador. ENTRA EN ESCENA LA GRAN BRETAÑA Otra fase de la complicada situación era la actitud de los gobiernos extranjeros, que causaba a Wilson constante inquietud. El reconocimiento de Huerta por la Gran Bretaña contrarió a Wilson. El cual reconocimiento fue también otorgado al gobierno usurpador por los gobiernos de España, China, Italia, Alemania, Portugal, Bélgica, Noruega, Rusia, y más tarde por las más de las naciones latinoamericanas. En el caso de la Gran Bretaña, tanto Wilson como Bryan estaban convencidos de que los grandes intereses petroleros encabezados por Lord Cowdray eran en gran parte responsables del reconocimiento de Huerta, y había muchas circunstancias que confirmaban tal creencia. Walter Page, embajador de los Estados Unidos en Londres, escribió a Washington en julio, diciendo que el ministro mexicano en Londres le había manifestado que era grande la influencia de las empresas petroleras, en vista del contrato que tenía la flota inglesa de guerra con la compañía de Lord Cowdray. NO HUBO ENTENDIMIENTO CON LA GRAN BRETAÑA Es de lamentar -comenta Stannard Baker- que en este terreno no haya habido una inteligencia más pronta y una mejor colaboración diplomática entre Inglaterra y los Estados Unidos, porque con ella se hubiesen evitado muchas confusiones, pérdidas y derramamiento de sangre. El ministro de Relaciones Exteriores de Inglaterra, Sir Edward Grey, era de opiniones liberales, como Wilson, y si los dos hombres se hubiesen puesto en contacto, se habría observado que compartían muchos modos de ver. Mas no había instrumento adecuado para provocar tal inteligencia. La crisis se había producido en un desdichado intervalo entre dos gobiernos de los Estados Unidos. Debido al cambio operado en la política norteamericana, y a la ascensión de un partido que por
espacio de 16 años no había empuñado las riendas del gobierno en Washington, los que dirigían las relaciones exteriores eran novicios. Wilson, como se ha visto, tenía escasos conocimientos acerca de México y de la técnica diplomática. Y aunque Bryan había visitado ese país, era probable que tuviese menos conocimientos aún. En todo caso, Wilson quería ser su propio secretario de Estado. Page, el nuevo embajador de Londres, y el coronel House no eran más experimentados. Porque siempre se necesita tiempo para que aun los hombres más hábiles dominen complicaciones tales como las que presentaba la situación de México. Ciertamente que podía Wilson consultar más ampliamente a los peritos del Departamento de Estado; pero tanto él como Bryan habían llevado al gobierno ideas progresistas y desconfiaban de la silenciosa, lenta, poderosa y a veces muy útil burocracia permanente del Departamento de Estado, que, era tradicional hasta la médula, bajo la dirección de los republicanos. PARALIZACIÓN DE LAS RELACIONES NORMALES Pero el empleo de embajadores especiales o secretos, tales como House, Hale, Lind, aunque presentaba ciertas ventajas y reportaba a Wilson muchos informes recogidos por hombres que compartían sus opiniones liberales, tendía a paralizar las relaciones normales y el acuerdo entre el Departamento de Estado y los ministros de Relaciones de los demás países. Ese sistema debía ejercer un profundo efecto, no sólo en el problema mexicano, sino también, más tarde y más gravemente, en la guerra universal. Por ejemplo, quizá el coronel House, con el deseo más sincero de ayudar a Wilson, haya agravado las dificultades con que éste tropezaba, al tratar de explicar a Sir EdWard Grey lo que él mismo no entendía claramente acerca de los asuntos mexicanos. Era una situación extraordinaria. House había hablado con el Presidente poco después de la conversación de éste con el juez Haff, cuando se pensaba en el mensaje que proponía el reconocimiento de Huerta siempre que hubiera elecciones legales, mensaje que, como hemos visto, nunca fue despachado a México. Poco más tarde, House partió para Europa. No hay indicios de que después de su partida haya sido advertido en alguna forma sobre los rápidos cambios del problema, y sin embargo, al reunirse con Sir Edward Grey por vez primera el 3 de julio, expuso con una seguridad completa el modo de pensar de Wilson acerca del problema de México. Y como House era representante personal de Wilson, pues llevaba cartas que eran inequívocas credenciales, Grey no tenía motivo para dudar de lo que le decía. House da una relación de la entrevista con Grey, en su diario personal. Dice así: Le manifesté que el Presidente no quería intervenir y que estaba dando a las diferentes facciones todas las oportunidades para reunirse (?). Quiso saber Grey si el Presidente se oponía a determinada facción. Le dije que, según pensaba yo, no tenía importancia para mi gobierno el que ocupara el poder una u otra faccion, siempre que se salvaguardara el orden. Creía yo que mi gobierno habría reconocido al gobierno provisional de Huerta si éste hubiese cumplido su promesa, dada por escrito, de convocar en breve a elecciones y aceptar el resultado de ellas. Después de oír -Sir Edward-, de labios de House, una exposición de las opiniones de Wilson, no era contrario al orden natural de las cosas que Grey hiciera uso de su
influencia para recomendar al Presidente que reconociera a Huerta como jefe provisional del gobierno mexicano. Desorientados, sin duda, por no comprender la actitud de Washington y urgidos por sus empresas petroleras, los ingleses nombraron a Sir Lyonel Carden para que se encargara de la Legación en la ciudad de México. Apenas habría sido posible hacer otro nombramiento más desagradable. Carden había servido varios años en las Legaciones británicas de la América Central y las Indias Occidentales. Era un imperialista económico y notoriamente antiamericano. El secretario Knox había insinuado al gobierno inglés dos veces que el retiro de Carden, el cual estaba a la sazón en Cuba, sería grato a los Estados Unidos; pero la insinuación fue desoída y Carden recibió el título de caballero. Hacia el mes de julio, Wilson había ido más allá del punto en que estaba dispuesto a considerar el reconocimiento, siquiera provisional, de Huerta, y comenzaba a entender más claramente que nunca, que sus verdaderos antagonistas eran los petroleros y otros propietarios de intereses consagrados en México, tanto norteamericanos como ingleses. Por eso escribió: Tengo que detenerme y recordar que soy Presidente de los Estados Unidos y no de un pequeño grupo de norteamericanos con intereses fincados en México . El embajador Lane Wilson se hacía más apremiante en un mensaje, el cual decía en parte: ... me veo obligado de nuevo a exponer al Presidente, que persuada al gobierno ... de que es preciso garantizar las vidas y haciendas de nuestros nacionales y de que debe cesar la bárbara e inhumana guerra que se ha desarrollado por espacio de tres años . HENRY LANE WILSON, LLAMADO A WASHINGTON La respuesta de Wilson consistió en llamar a Washington al embajador para una consulta relacionada con la situación mexicana , pero con la idea de destituirlo. Lane Wilson llegó a Washington el 25 de julio y el 28 fue a ver al Presidente a la Casa Blanca. El 4 de agosto, Bryan informó al embajador que Wilson había decidido aceptar su renuncia, ya que era evidente que había una amplia divergencia en sus opiniones respecto a la política hacia México. ¿Por qué tuvo Wilson en su puesto, aún por cinco meses, a un embajador que evidentemente simpatizaba tan poco con las opiniones y los designios del nuevo gobierno? En primer lugar, no hay duda que el Presidente suponía que su representante en México (un embajador es el portavoz de su gobierno) aceptaría inmediatamente las consecuencias de su declaración del 11 de marzo y, especialmente, las instrucciones del 14 de junio y que haría todo lo posible por colaborar con él. Claro está que tenía derecho a esperar esto. Cuando se aclaró que el embajador no sólo se oponía a los designios de su jefe, sino que hacía lo más que podía por derrotarlo, y seguía aferrado a su empleo, es probable que el Presidente haya vacilado en llamarlo, pensando que un cambio en tan
críticos momentos aumentaría la gravedad de las dificultades que él esperaba resolver en breve. Por ende, era patente que Wilson no quería obrar precipitadamente en un problema acerca del cual estaba tan poco informado; pero había otra fase personal o temperamental en el caso. A Wilson le repugnaban particularmente los cambios de personal. Durante todo su gobierno prefirió seguir trabajando con un funcionario que era severamente atacado, o de quien él desconfiaba, antes que afrontar la dificultad de nombrar otro y adiestrarlo (1). Esta repugnancia por los cambios de personal constituyó, en el caso singular de Lane Wilson, un error grave, porque si en principio tal proceder es prudente en bien de la administración pública que se puede alterar y perjudicar en su buen manejo cuando las personas que son retiradas se sustituyen por otras que no conocen los asuntos que ponen a su cuidado; aunque tales cambios no son en general aconsejables, sin embargo, en el caso específico de Lane Wilson, fue evidente entonces, y lo es ante la historia, que el profesor de Princeton pecó de falta de energía e incomprensión al no destituir, mucho antes de que lo hiciera, a su embajador en México, cuando tuvo innúmeras pruebas de su ingerencia en la política interna mexicana hasta el grado de llegar a ser lo que fue, un coautor de los acontecimientos trágicos de febrero de 1913. Pero es más todavía, Lane Wilson después de llamado a Washington no fue destituido inmediatamente, sino que pasaron meses en los cuales siguió ostentando sin merecerlo el título de embajador en México, siendo así que era una afrenta para el pueblo mexicano y una vergüenza para el de los Estados Unidos el que un hombre de tal calaña siguiera perteneciendo al servicio exterior de su patria a la que deshonraba con su conducta antidiplomática y delictuosa. A grandes pasos se hacía más caótica la situación de México y al mismo tiempo que se extendía en el Norte la revolución contra Huerta, el obtinado y viejo indio afianzaba su posición en la capital. De todas partes se urgía a Wilson, o a que empleara la fuerza en una forma o en otra, o a que reconociese a Huerta. Mas el empleo de la fuerza podría comprometer a los Estados Unidos en una guerra y enajenar aún más los buenos sentimientos de la América Latina ya recelosa de las intenciones del gobierno de Washington. Por otra parte, no interviniendo, se ponían en riesgo las vidas y haciendas de los norteamericanos, se sublevaba a la opinión de los Estados Unidos y se lesionaba el prestigio del país, así en Europa como en la América del Sur (2). Este criterio era del todo equjvocado, como lo comprobaron los hechos históricos que se realizaron después del Cuartelazo, porque en realidad las personas y propiedades de los norteamericanos en México no sufrieron sino leves daños, como se demostró más tarde cuando se vino en conocimiento que durante los años de la revolución sólo unos cuantos estadounidenses fueron muertos y no por cierto por causas directas de la guerra civil. Y en cuanto a sus bienes, muy pocos daños recibieron, como se comprobó al conocer las demandas aceptadas y mandadas pagar por la Comisión Especial de Reclamaciones aceptada por Obregón en los convenios de Bucareli, tan inconvenientes y perjudiciales para México.
En cambio la intervención armada en Veracruz el año de 1914 sí causó en unas cuantas horas de combate más de mil muertos entre las tropas yanquis que atacaron el puerto y los patriotas que lo defendieron. Y esto cuando tan atentatoria intervención se concretó solamente a la toma de la ciudad jarocha, que si tal acto inconsulto se hubiese extendido a toda la República, entonces la tragedia habría sido máxima y el destino político del continente se hubiese torcido por rumbos imprevisibles pero muy graves para la América Latina y también para los Estados Unidos. No, la intervención total en México no era el deseo del buen pueblo estadounidense, tampoco lo era del Presidente Wilson y de su partido, sino de sus hombres de negocios, de los capitalistas de Wall Street y en general del Partido Republicano que en la historia de nuestras relaciones exteriores se ha significado por su celo imperialista de dominio económico y político del Nuevo Mundo. Wilson se había abstenido de actuar, buscando más luz -dice Stannard Baker-, esperando contra toda esperanza que de alguna manera la situación se resolviese por sí sola y que los mexicanos arreglaran sus problemas sin intervención extraña; pero estaba inquieto. LA MISIÓN ESPECIAL DE JOHN LIND. Habiendo llamado a Washington al embajador, pensó Wilson que había que hacer algo positivo, y a fines de julio acordó enviar un representante personal a México para que expusiera sus opiniones acerca de un arreglo satisfactorio. Este representante especial fue John Lind, de Minnesota, sueco de nacimiento, ex- miembro del Congreso de la Unión y ex-gobernador de aquel Estado. No hablaba el castellano, ni tenía experiencia en la diplomacia; pero era un hombre de firme honradez y de buen juicio (Baker). Antes de marchar a su destino, Lind tuvo una conferencia con el Presidente y el secretario de Estado el 2 de agosto. Wilson leyóle la declaración que había preparado y le entregó una carta credencial, escrita por él mismo y dotada de la mayor autoridad . A su vez, Bryan envió una nota, revisada por Wilson, a los principales diplomáticos a fin de obtener su buena voluntad para el Plan del Presidente. Algunos gobiernos, de buen grado, pidieron a las autoridades mexicanas que escuchasen amistosamente al emisario presidencial. Sir Edward Grey telegrafió al ministro inglés en la ciudad de México, rogandole que informara extraoficialmente al gobierno mexicano que si se negaba a recibir a algún enviado en misión por el gobierno de los Estados Unidos, o a escuchar lo que quería decir en un espíritu amistoso, incurría, a nuestro juicio, en un grave error y perjudicaría a México. Francia, aunque tardíamente, aconsejó también un espíritu conciliador, y Alemania obró en la misma forma, pero con renuencia. Por desgracia, es claro -telegrafiaba al embajador americano en Berlín, Joseph C. Grewque las opiniones del gobierno alemán son diametralmente opuestas a las del gobierno de los Estados Unidos . Negociaciones como las que reseñamos no podían ser desarrolladas calladamente, y la llegada de Lind a México, así como los indicios de la oposición del gobierno de Huerta, llenaron las columnas de la prensa
LIND Y EL GOBIERNO DE HUERTA El 6 de agosto de 1913 la secretaría de Relaciones del gobierno huertista fue notificada oficialmente por la Embajada de los Estados Unidos de la llegada a México, en misión de paz, del señor John Lind como agente confidencial del señor Presidente Wilson, habiendo recibido dicha notificación el licenciado Manuel Garza Aldape que estuvo encargado de nuestra cancillería interinamente. La secretaría de Relaciones contestó a la Embajada norteamericana, con todo acierto, que si el señor Lind no tenía a bien justificar debidamente su carácter oficial, su permanencia no podía ser grata en el sentido diplomático ... Con tal advertencia míster Lind se presentó al ministro de Relaciones de Victoriano Huerta, que lo era Federico Gamboa, para hacerle entrega de la carta que lo acreditaba como enviado especial del Presidente norteamericano. Gamboa, según sus propias palabras, encontró en Lind un hombre lleno de luces y animado de los más sanos propósitos porque la desgraciada tirantez de las relaciones que existen entre el gobierno de usted y el mío, alcance una solución pronta y satisfactoria ... En la segunda entrevista que tUvieron los mismos señores el 14 de agosto en la casa particular de Gamboa, Lind le entregó la nota oficial firmada por Woodrow Wilson y dirigida A LAS PERSONAS QUE ACTUALMENTE TIENEN AUTORIDAD O EJERCEN INFLUENCIA EN MÉXICO. Llame usted muy seriamente la atención de aquellas personas que actualmente tienen autoridad o ejercen influencia en México, sobre los siguientes consejos y consideraciones: El gobierno de los Estados Unidos considera que no puede ya por más tiempo permanecer inactivo, siendo que día a día se hace más patente que en realidad nada se adelanta hacia el establecimiento, en la ciudad de México, de un gobierno que el país obedezca y respete. El gobierno de los Estados Unidos no se encuentra en el mismo caso que los demás grandes gobiernos del mundo, respecto a lo que está sucediendo o lo que es probable que suceda en México. Ofrecemos nuestros buenos servicios, no sólo por nuestro sincero deseo de hacer el papel de amigos, sino también porque las potencias del mundo esperan de nosotros que obremos como amigo más próximo a México. Queremos actuar en las presentes circunstancias, inspirados en la amistad más viva y desinteresada. Es nuestro propósito, en cuanto hagamos o propongamos con motivo de esta intrincada y angustiosa situación, no sólo rendir el más escrupuloso respeto a la soberanía e independencia de México, y damos por supuesto, que estamos obligados a ello por todos los deberes del derecho y del honor, sino también dar todas las pruebas posibles de que estamos obrando solamente por el interés de México, y no por el interés de ninguna persona o grupo de personas que puedan tener reclamaciones relacionadas con ellos o con sus propiedades en México, y que se consideren con derecho a exigir su arreglo.
Lo que intentamos es aconsejar a México por su propio bien y por interés de su propia paz, y no con ningún objeto sea el que fuera. El gobierno de los Estados Unidos se consideraría desacreditado si abrigara propósito alguno egoísta o ulterior, tratándose de negociaciones en que va de por medio la paz, la prosperidad y la felicidad de todo un pueblo. Obra, no por un interés egoísta, sino conforme a los dictados de su amistad hacia México. La situación actual de México es incompatible con el cumplimiento de sus obligaciones internacionales, con el desarrollo de su propia civilización, y con el sostenimiento de condiciones políticas y económicas en Centroamérica. No es, pues, en ocasión ordinaria cuando los Estados Unidos ofrecen sus consejos y ayuda. La América entera clama, por un arreglo. Una solución satisfactoria nos parece requerir las siguientes condiciones: a) El cese inmediato de hostilidades en todo México, un armisticio definitivo solemnemente concertado y observado escrupulosamente. b) Dar seguridades de una pronta y libre elección, en la que todos tomen parte por mutuo consentimiento. c) El consentimiento del general Huerta, de comprometerse a no ser candidato en las elecciones de Presidente de la República en las presentes elecciones; y, d) El compromiso general de someterse al resultado de las elecciones, y de cooperar de la manera más leal a la organización y sostén de la nueva administración. Complacería al gobierno de los Estados Unidos desempeñar cualquier papel en este arreglo, o en la manera de llevarlo a término, siempre que se halle honorablemente de acuerdo con el derecho internacional. Se compromete a reconocer y ayudar de todos los modos posibles al gobierno que se elija y establezca en México, de la manera y bajo las condiciones indicadas. Tomando todas las actuales condiciones en consideración, el gobierno de los Estados Unidos no concibe que haya razones suficientes a justificar a los que en la actualidad tratan de dar forma o ejercitan la autoridad en México, a rechazar los servicios amistosos que de esta manera se les ofrecen. ¿Puede México dar al mundo civilizado una razón satisfactoria para rechazar nuestros buenos servicios? Si México puede indicar algún medio mejor de demostrar nuestra amistad, de servir al pueblo de México, y de cumplir con nuestras obligaciones internacionales, estamos más que deseosos de tomar en consideración lo que proponga. Firma. Woodrow Wilson (6). La respuesta del secretario de Relaciones fue la siguiente: El gobierno de México ha prestado la atención que ellos se merecen, a los consejos y consideraciones que el de los Estados Unidos se ha servido dirigirle; y ello, por tres razones principales: Primera, porque, según queda ya dicho arriba, le merece toda clase de respetos la personalidad del excelentísimo señor W. Wilson;
Segunda, porque algunos gobiernos europeos y americanos, con los que México se halla en las mejores relaciones de amistad internacional, se han servido del modo más delicado y respetuoso -lo que México profundamente agradece- interponer sus buenos oficios para el efecto de que México oyera a usted, supuesto que era portador de una misión privada del Presidente de los Estados Unidos; y, Tercera, porque México estaba ansioso, no de justificar la actitud que tiene asumida en la actual emergencia, cerca de los habitantes de la República, que en su gran mayoría y con manifestaciones tan imponentes como ordenadas, le han significado su adhesión y aplauso, sino para que la justicia de su causa circunstanciadamente se aquilate en todas partes. No es exacta la imputación que se formula en el primer párrafo, de que hasta hoy nada se haya adelantado para establecer en la capital de México un gobierno que merezca el respeto y la obediencia de la nación mexicana. Contra imputación tamaña, lanzada sin ningunas pruebas, entre otras causas porque no puede haberlas, compláceme, señor agente confidencial, enumerarle los siguientes hechos numéricamente elocuentes, y que en cierta medida a usted mismo tienen que constarle de vista. Forman la República Mexicana, señor agente confidencial, veintisiete Estados, tres territorios y un distrito federal en el que radica el poder supremo de la República. De esos veintisiete Estados, dieciocho de ellos, los tres territorios y el Distrito Federal (lo que hace un total de veintidós entidades) se hallan en dominio absoluto del gobierno actual, quien dispone, además, de la casi totalidad de sus puertos y, por consiguiente, de las aduanas en ellos establecidas ... Esta situación descrita por Gamboa, si coincidía con la verdad al principio de la Revolución, se modificó rápidamente con los triunfos del Ejército Constitucionalista que fue ensanchando su radio de acción al par que el gobierno de Huerta en la República disminuía a ojos vistas. Por lo demás -sigue diciendo Gamboa-, mucho agradece mi gobierno los buenos oficios con que le brinda el gobierno de los Estados Unidos de América en estas circunstancias; reconoce que vienen inspirados en el noble deseo de desempeñar el papel de un amigo, así como en el de todos los demás gobiernos que esperan actúe como el más próximo amigo de México. Pero si tales buenos oficios han de ser de la naturaleza de los que hoy se nos ofrecen, habremos de renunciar a ellos del modo más categórico y definitivo. En lo que tenía toda la razón, pues más que buenos oficios lo que estaba haciendo el señor Lind era intervenir de hecho y contra derecho en los asuntos internos de un Estado soberano, que no dejaba de serlo por estar representado en la capital federal por un gobierno espurio. Consiguientemente -agrega Gamboa-, México no puede ni por un momento tomar en consideración las cuatro condiciones que el Excelentísimo señor Wilson se sirve proponerle por el respetable y digno conducto de usted. Diré a usted por qué: Un cese inmediato de la lucha en México, un armisticio definitivo solemnemente concertado y observado escrupulosamente no es posible, pues para ello sería menester que hubiera alguien capaz de proponerlo -sin ultrajar espantosamente a la civilización- a los muchos bandidos que, so capa de aquel o este pretexto, merodean hacia el Sur cometiendo las
depredaciones más incalificables, y yo no sé de país alguno, los Estados Unidos de América inclusive, que se haya atrevido nunca a entrar en pactos o a proponer armisticios a individuos que quizá hasta por un accidente fisiológico se encuentran en todas las latitudes fuera de las leyes divinas y humanas. A los bandidos, señor agente confidencial, no se les amnistía; se principia por tratar de corregirlos, y cuando esto, desgraciadamente, no es dable, se siegan sus vidas con el objeto biológico y fundamental de que las espigas útiles crezcan y fructifiquen. Afortunadamente para el porvenir de México, nosotros, los bandidos de la revolución, que nos encontrábamos fuera de las leyes divinas y humanas , seguimos luchando con ahincado tesón hasta triunfar de un ejército y de un gobierno que habían dejado en nuestra historia patria la mancha indeleble de sangre del mártir Madero, de su leal compañero Pino Suárez y de los miles y miles de patriotas que sucumbieron por derrumbar la tiranía huertista. Respecto a los revolucionarios -sigue diciendo Gamboa-, que a sí mismos se llaman constitucionalistas y alguno de cuyos representantes ha sido escuchado por miembros del senado de los Estados Unidos de América, ¿qué más querríamos sino que, convencidos del abismo a que nos arrastra su pasión de vencidos, reaccionaran y depusieran sus enconos para venir a sumar sus esfuerzos con los nuestros, al efecto de emprender juntos la magna e ingente tarea de la reconstrucción nacional? Por gran ventura también la pasión nos arrastró , no a la condición de vencidos , que deseaba el señor Gamboa, sino a la de triunfadores, pues si hubiera sido lo contrario México se habría encaminado por los precipicios de un desastre que quizá nos habría conducido a la pérdida de nuestra nacionalidad. Por eso no podíamos los revolucionarios deponer nuestros enconos para sumarnos a sus esfuerzos; porque esos esfuerzos de los usurpadores tendían a restablecer el antiguo régimen caído que, de haber surgido, hubiese significado no sólo un retroceso en nuestra política sino una vergüenza histórica, pues habría demostrado que el pueblo mexicano no contaba con la virilidad y el decoro precisos para castigar a un gobierno nacido de la violencia y la inmoralidad. Desgraciadamente -sigue diciendo el canciller de Huerta- no se acogieron a la ley de amnistía que dio el gobierno del Presidente interino a raíz de su inauguración, antes al contrario, connotados revolucionarios que ejercían en la República cargos electivos o que disfrutaban de empleos remunerados abandonaron el país sin que nadie los molestara ... Afirmación temeraria, pues los diputados que se incorporaron a la Revolución como Francisco Escudero, Roberto Pesqueira, Roque González Garza, el doctor Unda, Alfredo Álvarez, Eduardo Hay y el autor de esta Historia salieron del país clandestinamente, evadiendo la persecución de la policía huertiana. De mi persona, sé decir que si escapé de los esbirros del dictador no fue sin que nadie me molestara sino, al contrario, salvándome milagrosamente de tres órdenes de aprehensión dictadas en mi contra, la última en Veracruz, de la que me pude salvar gracias a la humanitaria bondad del señor capitán del barco francés La Navarre, donde me había embarcado, y que se negó a entregarme a dos sicarios que pretendían sacarme del trasatlántico obedeciendo órdenes directas del señor Presidente de la República . El consentimiento que se solicita del señor general don Victoriano Huerta -continúa diciendo Gamboa-, para que se comprometa a no ser candidato a la Presidencia de la
República en aquellas elecciones, no es de tomar en cuenta porque, aparte de lo peregrino y atentatorio de la solicitud, se corre el riesgo de que cualquiera lo interpretase como animadversión individual. Este punto solamente le toca resolverlo a la opinión pública mexicana cuando se manifieste en los comicios. Contestación digna y enérgica del ministro de Relaciones de Huerta, que en esa forma demostraba que los dos bandos mexicanos que luchaban entere sí rechazaban la intervención. Por dicha -termina diciendo Gamboa- la parte final de las instrucciones del señor Presidente Wilson, que aquí me permito transcribir y que dice: Si México puede indicar cualquier medio mejor con el que le demostremos nuestra amistad, que sirva al pueblo de México y que se compadezca con nuestras obligaciones internacionales, estamos más que deseosos de examinarlo , me hace proponer el siguiente arreglo, igualmente decoroso: I. Que se acepte en Washington a nuestro embajador. II. Que los Estados Unidos de América nos envíen uno nuevo, sin condiciones previas. Y toda esta situación amenazante y angustiosa habrá alcanzado un término feliz; no se hará mención de las causas que aún podrían llevarnos, si la tirantez persiste, a quién sabe qué extremidades, incalculables para dos pueblos que tienen la obligación ineludible de continuar siendo amigos, siempre que esa amistad repose en el mutuo respeto indispensable entre dos entidades soberanas que ante el derecho y la justicia son totalmente iguales. A esta nota del canciller huertista, contestó míster Lind: Señor ministro: No he recibido instrucciones del Presidente para contestar las observaciones que contiene la nota de usted fechada el 16 de agosto de 1913, y como a mi juicio no son pertinentes con respecto a las que contienen mis instrucciones originales del Presidente ... En cuanto al camino que usted indica sigan los Estados Unidos, me permito decir que el Presidente considera que la cuestión del reconocimiento del gobierno de facto, y de cualquier gobierno futuro de México, es cosa que sólo a los Estados Unidos toca decidir. En el ejercicio de sus derechos soberanos, a este respecto, los Estados Unidos no vacilarán en indicar al gobierno de facto que solicite ser reconocido, especialmente en época de serios trastornos domésticos, que siga el camino que a juicio de los Estados Unidos puede solamente conducir al reconocimiento en lo futuro. En el caso actual, el Presidente de los Estados Unidos sincera y ardientemente cree que el gobierno de facto de México encontrará en sus indicaciones el medio más práctico para favorecer los más altos intereses de México y para asegurar el pronto restablecimiento de la tranquilidad doméstica. Con ese espíritu, que es el mismo de las instrucciones originales, el Presidente me autoriza para someter a la consideración del gobierno de facto de Mexico las siguientes proposiciones:
I. Que las elecciones convocadas para octubre 26 de 1913, se lleven a efecto de acuerdo con la Constitución y las leyes de México; II. Que el Presidente Huerta, de la manera que en un principio indicó el Presidente, dé las seguridades a que se refiere el párrafo c de mis primeras instrucciones; III. Que las demás proposiciones contenidas en mis primeras instrucciones se discutan más tarde, pero prontamente, y se resuelvan según lo permitan las circunstancias y con el espíritu que se propusieron. El Presidente me autoriza, además, a decir que si el gobierno de facto obra inmediatamente y conforme a las indicaciones mencionadas, entonces el Presidente asegurará a los banqueros americanos y a sus socios que el gobierno de los Estados Unidos vería con agrado la contratación de un préstamo inmediato, en cantidad suficiente para cubrir las necesidades del momento del gobierno de facto de México (8). Esta segunda nota del agente confidencial del Presidente Wilson fue rechazada también con patriótica entereza por Federico Gamboa, al decir: ... si las proposiciones originales de usted eran ya inadmisibles, en la forma más restringida en que ahora se reproducen y agravan son más inadmisibles todavía; y llama la atención que se insista en ellas, si se atiende a que las primeras ya habían sido rechazadas. Precisamente porque comprendemos el inmenso valor que tiene el principio de soberanía que con tanta oportunidad invoca el gobierno de los Estados Unidos para reconocernos o no, nos hizo creer que nunca se atrevería a proponernos el que nosotros vulneráramos la nuestra, admitiendo que un gobierno extranjero modifique la línea de conducta que hayamos de seguir en nuestra vida pública e independiente. Si en principio siquiera fuéramos a admitir los consejos y advertencias (llamémoslos así) de los Estados Unidos de América no sólo vulneraríamos, como digo arriba, nuestra soberanía, sino que comprometeríamos para un porvenir indefinido nuestros destinos de entidad soberana, y todas las futuras elecciones de Presidente quedarían sometidas al veto de cualquier Presidente de los Estados Unidos de América. Y enormidad tamaña, señor agente confidencial, yo le aseguro a usted que, a menos de no registrarse un cataclismo monstruoso y casi imposible en la conciencia mexicana, ningún gobierno se atreverá nunca a perpetrarla ... A mi vez, señor agente confidencial, reproduzco a usted aquí la grata impresión que me deja como ciudadano de los Estados Unidos de América y como hábil, recto y bien intencionado representante personal del Excelentísimo señor Woodrow Wilson (9) ... Parece ser, en efecto, que el agente confidencial del Presidente Wilson era un sujeto de muy buenas prendas personales, a quien se le encomend6 una tarea harto ingrata y desprovista del más absoluto fundamento jurídico y de una carencia total de sentido político. Para convencerse de ello, basta percatarse de las pretensiones de Wilson, prácticamente imposibles de realizarse en México durante la Revoluci6n iniciada en 1913 a raíz del golpe de Estado:
I. Que cesaran las hostilidades entre los revolucionarios y el ejército federal. Sólo en la mente del ingenuo profesor de Princeton podía caber semejante idea absurda. ¿C6mo podía imaginarse míster Wilson que la Revolución se aviniera a pactar una cesación de hostilidades cuando, según la frase de Federico Gamboa, a los bandidos no se les amnistía; se principia por tratar de corregirlos, y cuando esto desgraciadamente no es dable, se siegan sus vidas con el objeto biológico y fundamental de que las espigas útiles crezcan y fructifiquen ... Lo que felizmente aconteció, sólo que las espigas que crecieron y fructificaron no fueron las que sembró con su traición y fertilizó con sangre de patriotas Victoriano Huerta, sino las que nacieron al conjuro de la Revolución Constitucionalista iniciada por Carranza, prohijada y sostenida por el pueblo mexicano y abonada por el mayor fertilizante: la sangre de sus mártires y de la justicia social que había de ser la médula de la Constitución de 1917. II. Que hubiera elecciones libres. ¡Como si en una nación en armas, dividida por el abismo que existe entre la tiranía y la libertad, pudiese existir la más mínima posibilidad de que los pretorianos y el pueblo en armas dejaran sus fusiles en la paz del hogar para depositar sus votos en unas urnas que nadie respetaría! DON VENUSTIANO CARRANZA, GOBERNADOR DE COAHUILA, DESCONOCE AL USURPADOR..
Los asesinatos del Presidente y del Vicepresidente de la República Mexicana, don Francisco I. Madero y don José María Pino Suárez, conmovieron hasta lo más hondo la conciencia nacional. En los Estados Unidos de Norteamérica los trágicos sucesos causaron estupor e indignación, despertando en el mundo entero un sentimiento repulsivo para el asesino y de piedad para los mártires. El pueblo, que amaba a Madero sinceramente porque estaba convencido de la pureza de sus principios y de la buena fe de sus intenciones, se sintió herido en los trasfondos de sus sentimientos humanitarios y patrióticos y aunque reaccionó desde luego, cordial e ideológicamente, contra los crímenes proditorios de febrero, su reacción no se externó de inmediato, sino esporádicamente, en actos violentos. La inmensa mayoría nacional esperaba al hombre que interpretando la justicia, la dignidad popular y la ley, se levantara erguido para decir al mundo y a la historia que no sancionaba con su silencio y su inacción los hechos delictuosos que habían dejado acéfalo el Poder Ejecutivo de la República. La masa del verdadero pueblo mexicano, la que había derrumbado con su potencia arrolladora la dictadura de Porfirio Díaz, no podía conformarse y no se conformó a la postre con los hechos consumados; pero ese pueblo, anonadado por los magnicidios y estupefacto por la actitud del ejército que no se levantó en armas inmediatamente
después que el general Huerta aprehendiera al representante del Poder Ejecutivo, como era su elemental deber; y rebelde ante los deplorables actos legislativos que aceptaban al propio criminal como Presidente de la República, dando así apariencia de legalidad al gobierno espurio, apenas encontró al hombre que interpretara su estado de alma, su dignidad, sus deseos de venganza, la decencia de su ética y el ardor de sus patrióticos anhelos, lo recibió como a un Mesías reconociéndolo como el representante de sus derechos ultrajados y de la hidalguía mexicana. Ese gran ciudadano fue Venustiano Carranza, el gobernador constitucional del Estado de Coahuila. Carranza no vaciló un instante, no consultó con nadie cuál debiera ser su conducta, ni tampoco quiso investigar la actitud que asumiría el pueblo de su entidad y el de la República. Él sólo consultó con su conciencia y se guió por su moral y por la ley; y en cumplimiento de sus deberes de ciuldadano y gobernante, apenas recibió del general Huerta el cínico mensaje que le daba cuenta de haberse hecho cargo del Poder Ejecutivo de la Unión, asumió en seguida la responsabilidad histórica de desconocer a los usurpadores del poder público. El 18 de febrero, el gobernador de Coahuila recibió el telegrama circular que el traidor Victoriano Huerta dirigió a todos los gpbernadores y jefes de zonas militares de la República, que decía: Autorizado por el Senado, he asumido el Poder Ejecutivo estando presos el Presidente y su gabinete. Firmado. Victoriano Huerta. Al recibir el señor Carranza dicho mensaje convocó a una junta urgente en su casa habitación a todos los diputados del Congreso local, que eran los siguientes: José García Rodríguez. Epigmenio Rodríguez. Gabriel Calzada. Doctor Alfredo V. Villarreal. Pablo López Bosque. Perfecto Fuentes. Valeriano Guzmán. Vicente Dávila Ramos. A esa junta asistieron, además, los militares:
Luis G. Garfias. Jacinto B. Treviño. Antonio Delgadillo. Aldo Baroni. Jesús Hernández, su secretario particular. Gustavo Espinosa Mireles, ayudante de éste. Alfredo Breceda. Ernesto Meade Fierro. De pie, y entre un librero y el escritorio principal, se encontraba el señor Carranza, que con su mano derecha alargaba un papel amarillo a los allí presentes, a fin de que se enteraran de su contenido -dice el testigo presencial de esa escena, Alfredo Breceda-. Cada uno de los presentes lo leía dos o tres veces y lo pasaba a lo siguiente persona sigue diciendo Breceda- hasta que en el más profundo silencio llegara otra vez a manos del señor Carranza, quien volvió a darle lectura en voz alta: Autorizado ... V. Huerta . Nadie interrumpía aquel silencio sepulcral, hasta que el señor Carranza manifestó que no autorizando la Constitución General de la República al Senado y a la Cámara de Diputados para nombrar otro Presidente que no fuera electo por el pueblo ni menos otorgar la facultad de poner presos a los primeros mandatarios del país, era deber del gobierno desconocer inmediatamente tales actos (2). Agregó el señor Carranza que sería deber del ejecutivo del Estado desconocer esa misma noche los actos de Victoriano Huerta y de sus cómplices aun cuando fuera necesario tomar las armas y hacer una guerra más extensa que la de tres años a fin de restaurar el orden constitucional, para cuyo efecto esperaba que la XXII Legislatura dé! Estado no solamente aprobara y secundara su actitud, sino que le otorgara las facultades extraordinarias por lo menos en los ramos de guerra y hacienda. Estando todos los señores diputados de acuerdo con las ideas del ejecutivo estatal, el gobernador del Estado mandó a la Cámara la nota textual que sigue: Gobierno del Estado de Cmhuila de Zaragoza. República Mexicana. Sección tercera. Número 5,565.
Con fecha de ayer, y procedente de México, recibí el siguiente telegrama del general Victoriano Huerta: Autorizado por el Senado, he asumido el Poder Ejecutivo, estando presos el Presidente y su Gabinete. V. Huerta . El telegrama preinserto es por sí solo insuficiente para explicar con claridad la delicada situación por que el país atraviesa; mas como el Senado, conforme a la Constitución, no tiene facultades para designar al Primer Magistrado de la Nación, no pudo legalmente autorizar al general Victoriano Huerta para asumir el Poder Ejecutivo y, en consecuencia, el expresado general no tiene legítima investidura de Presidente de la República. Deseoso de cumplir fielmente con los sagrados deberes de mi cargo, he creldo conveniente dirigirme a esta Honorable Cámara para que resuelva sobre la actitud que deba de asumir el gobierno del Estado en el presente trance, con respecto al general que, por error o deslealtad, pretende usurpar la Primera Magistratura de la República. Esperando que la resolución de este Honorable Congreso esté de acuerdo con los principios legales y con los intereses de la patria, me es grato renovar a ustedes las seguridades de mi distinguida consideración y particular aprecio. Libertad y Constitución. Saltillo, 19 de febrero de 1913. Venustiano Carranza. E. Garza Pérez. Secretario. A los ciudadanos secretarios del H. Congreso del Estado. Presente. Acerca de la iniciativa del gobernador de Coahuila, transcrita antes, la Comisión de Puntos Constitucionales del Congreso Local rindió el siguiente dictamen: Señor: Siendo en nuestro poder una comunicación del Ejecutivo del Estado, de esta fecha, en la que informa a esta Honorable Cámara del siguiente mensaje que le dirigió el general Victoriano Huerta: Autorizado por el Senado, he asumido el Poder Ejecutivo, estando presos el Presidente y su gabinete ; y siendo esta Comisión del mismo sentir que el Ejecutivo del Estado, cuando dice en su citada comunicación: El Senado, conforme a la Constitución, no tiene facultades para designar al Primer Magistrado de la Nación , considerando la presente situación grave por demás, no vacilamos en presentar la resolución que sigue, como nacida del patriotismo que anima a los miembros de esta Honorable Cámara, a fin de procurar de la manera más conveniente la solución del presente conflicto. En tal virtud, pasamos a proponer a la deliberación de V. H. el siguiente proyecto de decreto:
ArtícuJo 1° Se desconoce al general Victoriano Huerta en su carácter de Jefe del Poder Ejecutivo de la República, que dice él le fue conferido por el Senado, y se desconocen también todos los actos y disposiciones que dicte con ese carácter. Artículo 2° Se conceden facultades extraordinarias al Ejecutivo del Estado en todos los ramos de la administración pública para que suprima los que crea conveniente y proceda a armar fuerzas para coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República. Económico. Excítese a los gobiernos de los demás Estados y a los jefes de las fuerzas federales, rurales y auxiliares de la federación para que secunden la actitud del gobierno de este Estado. Sala de Comisiones del H. Congreso del Estado. Saltillo. Febrero 19 de 1913. José García Rodríguez. A. V. Villarreal. Gabriel Calzada (4). Con la debida autorización del Congreso de la Legislatura el Ejecutivo expidió el siguiente decreto que transcribimos: Venustiano Carranza, Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de Coahuila de Zaragoza, a sus habitantes, sabed: Que el Congreso del mismo ha decretado lo siguiente: El XXII Congreso Constitucional del Estado Libre, Independiente y Soberano de Coahuila de Zaragoza, decreta: Número 1,495 Artículo 1° Se desconoce al general Victoriano Huerta en su carácter de Jefe del Poder Ejecutivo de la República, que dice él le fue concedido por el Senado, y se desconocen también todos los actos y disposiciones que dicte con ese carácter. Artículo 2° Se conceden facultades extraordinarias al Ejecutivo del Estado en todos los ramos de la administración pública, para que suprima los que crea conveniente y proceda a armar fuerzas para coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República. Económico. Excítese a los gobiernos de los demás Estados y a los jefes de las fuerzas federales, rurales y auxiliares de la Federación, para que secunden la actitud del gobierno de este Estado. Dado én el salón de sesiones del Honorable Congreso del Estado, en Saltillo (Coah.), a los 19 días del mes de febrero de 1913.
A. Barrera, diputado presidente. J. Sánchez Herrera, diputado secretario. Gabriel Calzada, diputado secretario. Posteriormente, y sin pérdida de tiempo, el señor Carranza formuló una circular que fue trasmitida telegráficamente el día 19 a toda la República. Tal circular estaba concebida en estos términos: El gobierno de mi cargo recibió ayer, procedente de la capital de la República, un mensaje del señor general don Victoriano Huerta, comunicando que, con autorización del Senado, se había hecho cargo del Poder Ejecutivo Federal, estando presos el señor Presidente de la República y todo su gabinete, y como esta noticia ha llegado a confirmarse, y el Ejecutivo de mi cargo no puede menos que extrañar la forma anómala de aquel nombramiento, porque en ningún caso tiene el Senado facultades constitucionales para hacer tal designación, cualquiera que sean las circunstancias y sucesos que hayan ocurrido en la ciudad de México, con motivo de la sublevación del brigadier Félix Díaz y generales Mondragón y Reyes, y cualquiera que sea también la causa de la aprehensión del señor Presidente y sus ministros, es al Congreso General a quien toca reunirse para convocar inmediatamente a elecciones extraordinarias, según lo previene el Art. 81 de nuestra Carta Magna; y, por tanto, la designación que ha hecho el Senado, en la persona del señor general V. Huerta, para Presidente de la República, es arbitraria e ilegal, y no tiene otra significación que el más escandaloso derrumbamiento de nuestras Instituciones, y una verdadera regresión a nuestra vergonzosa y atrasada época de los cuartelazos; pues no parece sino que el Senado se ha puesto en connivencia y complicidad con los malos soldados, enemigos de nuestra patria y de nuestras libertades, haciendo que éstos vuelvan contra ella la espada con que la nación armara su brazo, en apoyo de la legalidad y el orden. Por esto, el gobierno de mi cargo, en debido acatamiento a los soberanos mandatos de nuestra Constitución Política Mexicana, y en obediencia a nuestras Instituciones, fiel a sus deberes y animado del más puro patriotismo, se ve en el caso de desconocer y rechazar aquel incalificable atentado a nuestro pacto fundamental, y en el deber de declararlo así, a la faz de toda la nación, invitando por medio de esta circular a los gobiernos y a todos los jefes militares de todos los Estados de la República, a ponerse al frente del sentimiento nacional, justamente indignado, y desplegar la bandera de la legalidad, para sostener al gobierno constitucional, emanado de las últimas elecciones, verificadas de acuerdo con nuestras leyes de 1910. Saltillo (Coah.), febrero 19 de 1913. Venustiano Carranza. Así como hemos expuesto la viril y oportuna actitud del gobernador Carranza, que alumbró la sombría situación del país, encauzando la opinión pública desorientada con el terror que produjera la serie de crímenes proditorios cometidos por Huerta y sus secuaces, es justo dejar constancia histórica del encomio que merecen los señores diputados coahuilenses, los cuales, coordinando sus actos con la gallarda postura del
Ejecutivo, dieron a éste la fuerza constitucional y el apoyo moral que requería para lanzarse a la lucha contra el poderoso ejército que sostenía al usurpador. Por eso declaró ante el Congreso Federal, el Primer Jefe, en su infonne al Congreso de la Unión el año de 1917: Afortunadamente la protesta viril, entusiasta y oportuna de la legislatura de Coahuila, que sin medir los peligros, ni tener en cuenta la insignificancia de los recursos con que se contaba para tan grande empresa, como que se iba a combatir contra los hombres resueltos a todo, faltos de escrúpulos y de todo sentimiento de moralidad, y sí sobrados de toda clase de elementos materiales, dio el resultado apetecido. La acción noble y generosa de los diputados, abrazando, al llamado del Ejecutivo del Estado, la causa de la legalidad, era sencillamente el patriotismo en acción, desbordante en pujanza y pronto a revestirse en formas heroicas, múltiples, para reivindicar la ley ultrajada y devolver al pueblo mexicano las libertades perdidas (7) . La excitativa del señor Carranza, dirigida a todos los gobernadores del país no tUvo eco en ninguno de los mandatarios locales, pues aun cuando los de Yucatán, San Luis Potosí, Michoacán, Aguascalientes, Sinaloa y Campeche -o sean el Dr. Nicolás Cámara Vales, el doctor y general Rafael Zepeda, el Dr. Miguel Silva, Alberto Fuentes D., don Felipe Riveros y Castilla Brito-, sinceros maderistas, no reconocieron el régimen de Huerta, sin embargo, el hecho fue que no se atrevieron o no pudieron levantarse en armas, limitándose a dejar sus gobiernos y salir del país para incorporarse a la Revolución como Cámara Vales, Riveros y Castilla Brito, quienes salieron al extranjero poco después. Riveros fue aprehendido y llevado preso a México por la gente de Huerta. Y en cuanto a don José María Maytorena, de Sonora, no sólo no se adhirió de inmediato al movimiento revolucionario, sino que mandó entrevistar al gobernador Carranza por medio de su secretario general de gobierno, don Ismael Padilla, a fin de convencerlo de que depusiera su actitud por ser imposible, a su juicio, vencer a Victoriano Huerta. La entrevista de entrambos señores fue secreta y de ella da cuenta el señor Carranza en su Informe al Congreso ya citado, en los siguientes términos lacónicos: ... el gobernador del Estado de Sonora José María Maytorena no se mostró muy dispuesto a ponerse del lado de la legalidad. La Legislatura sí reprobó abiertamente la usurpación y nombrando gobernador interino (al general Ignacio Pesqueira], por decreto de 4 de marzo del mismo año de 1913, desconoció a Huerta. Como es bien sabido, el señor Maytorena pidió penniso a la Legislatura local para dejar la Primera Magistratura a su cargo y pasar a los Estados Unidos, por causa de enfermedad; pero después, al saber que el señor Carranza había salido de Coahuila para trasladarse a Durango, Sinaloa y Sonora, y convencido de que el movimiento revolucionario tomaba una fuerza incontenible, regresó a Hermosillo a hacerse cargo del Poder Ejecutivo. Este cambio de actitud, de parte de Maytorena, provocó una honda escisión entre los elementos civiles y militares del Estado, pues mientras la mayoría encabezada por los jefes revolucionarios Obregón, Calles y Alvarado, vio con profundo desagrado el régimen del hombre que no había sabido cumplir sus estrictos deberes en los momentos críticos, otros, los indios yaquis y algunos diputados y generales, sí estuvieron de acuerdo en el retorno de Maytorena, prestándole todo su apoyo.
Es evidente que si el gobernador Maytorena no estuvo a la altura que las circunstancias demandaban, desconociendo a Victoriano Huerta desde el primer momento que supo de los asesinatos del Presidente y del Vicepresidente de la República, como lo hiciera el gobernador de Coahuila, la Legislatura local de Hermosillo cometió un error al darle licencia al señor Maytorena sabiendo que en un principio -como está comprobado- no aprobó el desconocimiento del traidor Huerta, y aun intentó disuadir al señor Carranza que depusiera su irreprochable actitud, por tales motivos la Cámara de Diputados de Sonora debió haber designado, no gobernador interino como lo hizo, sino gobernador sustituto que supliera definitivamente al gobernador saliente. Si así se hubiera procedido, muy probablemente se habría evitado la división política que el Primer Jefe encontró entre los sonorenses cuando llegó a la capital del Estado. Es cierto que la estancia de escasos cuatro meses del señor Carranza en Hermosillo aplacó un tanto los ánimos divergentes de los políticos y militares sonorenses; pero apenas el Jefe de la Revolución abandonó aquella entidad, para emprender la campaña de Chihuahua y seguir al sur de la RepÚblica, aquella división latente se tradujo al fin en una rebelión. El gobernador don José María Maytorena se puso del lado del general Francisco Villa que había desconocido la autoridad del Primer Jefe, provocando con ello la primera contienda civil entre los constitucionalistas cuando todavía Victoriano Huerta estaba en el poder. Con estos antecedentes históricos que prevalecían en los Estados de Coahuila y Sonora, abordamos ahora el relato de los acontecimientos de carácter internacional que surgieron entre el gobierno de la Revolución y las autoridades de Washington al sobrevenir el desconocimiento del señor Carranza respecto al gobierno del usurpador Victoriano Huerta. Apenas se enteró el embajador de los Estados Unidos, Henry Lane Wilson, de la actitud del gobernador coahuilense, dio instrucciones a su cónsul en Saltillo, míster Holland, para que entrevistara a dicho mandatario. Al efecto hace constar dicho gobernante estos hechos: ... Se presentaron ante mí, en el palacio de gobierno de Saltillo, el cónsul y el vicecónsul de Estados Unidos, expresando que tenían instrucciones del embajador americano Henry Lane Wilson para decirme que desistiera de mi actitud de desconocimiento para el gobierno del general Huerta, pues según afirmaron sería inútil toda resistencia, ya que el usurpador disponía de inmensos recursos para sofocar el movimiento de Coahuila; y me hicieron saber que acababa de ser reconocido el gobierno de Huerta por todos los gobiernos que tenían acreditada representación en la ciudad de México, inclusive el de Estados Unidos. Agregaron también, por instrucciones del embajador Wilson, que todos los gobernadores de los Estados habían aceptado el nuevo orden de cosas, y que yo únicamente era el que se ostentaba en actitud de rebeldía. A todo esto contesté que tenía conocimiento de los elementos con que contaba la usurpación y los reducidos de que yo disponía, pero que no aceptaba ningún arreglo y cumpliría con mi deber como gobernador del Estado, cualquiera que fuese el resultado de la lucha. Posteriormente obtuve copia del mensaje que Wilson dirigió sobre el particular al cónsul y al vicecónsul citados, para que ejercieran presión sobre mí y obtuvieran mi sumisión al gobierno emanado del cuartelazo.
Pocos días después, estando en el cuartel general mío en Villa de Arteaga, volvió a presentarse el vicecónsul Silliman, pidiéndome que dijera cuáles eran las condiciones que yo pondría para evitar la guerra y que él se comprometía a hacerlas llegar al general Huerta por conducto del embajador Lane Wilson. Le di un oficio para el expresado embajador, refiriéndome a las indicaciones que me habían sido comunicadas en la entrevista anterior, celebrada con el cónsul y vicecónsul de los Estados Unidos, y manifestando que para evitar la lucha armada exigía yo que salieran del país Victoriano Huerta, Félix Díaz, Aureliano Blanquet y todos los demás complicados en el cuartelazo y en el asesinato del Presidente y Vicepresidente de la República; que evacuaran la capital las fuerzas que habían contribuido a la caída del gobierno legítimo, y quedaran substituidas por fuerzas de los Estados de Coahuila y Sonora; que el Congreso designara substituto legal del Presidente, y que implantado el nuevo gobierno, resolviera éste qué castigo merecían los soldados que habían faltado a su deber. El Vicecónsul Silliman se comprometió a hacer llegar ese oficio a la capital de la República, del cual no llegué a recibir contestación, y me reiteró que sus buenos deseos eran únicamente los de evitar el derramamiento de sangre (9). Al cónsul Holland no lo conocí, sabiendo de él solamente que era un enemigo de la Revolución y los revolucionarios y un incondicional de Henry Lane Wilson, lo que se comprueba con la falsa actitud que asumiera con el gobernador Carranza. En cuanto al vicecónsul Silliman, lo traté con mucha frecuencia el año de 1914, por haber sido nombrado por el Presidente Woodrow Wilson su representante personal cerca del Primer Jefe del Ejército ConstitUcionalista. Silliman era viejo amigo de su mandante como lo fue también del señor Carranza, quien lo trataba, no sólo con las consideraciones debidas a su cargo sino con el afecto amistoso que supo crear, en el ánimo de don Venustiano, aquel varón sencillo y siempre correcto en su conducta oficial y privada. De los representantes que el gobierno de Washington tuvo en México durante la Revolución: Rull, Carotters, Leon Canova, Fuller y Lind -todos anteriores al embajador Fletcher-, ninguno conoció tan bien al señor Carranza y a los mexicanos como John R. Silliman. El cual era muy aventajado de estatura, de lento y pesado caminar, muy parco en palabras y de serena y modesta parsimonia que nunca se alteraba aun en los momento más críticos de nuestras relaciones internacionales. A don Venustiano le mostraba verdadera estimación y respeto, pues conocía el valor de su vigorosa personalidad como nombre y como estadista. Digo esto porque en la comunicación oficial que tuvimos míster Silliman y yo durante todo el año de 1914, en mi carácter de encargado de la secretaría de Relaciones Exteriores, me percaté claramente, hasta adquirir un efectivo convencimiento, de que dicho funcionario consular, transformado transitoriameue en diplomático, llegó a tener por el señor Carranza una notoria admiración. La que se colegía no sólo de sus juicios sobre su amigo don Venustiano sino por sus reiterados actos de consideración respetuosa hacia aquel mexicano dignísimo que en todo momento tenía presente su alto papel de representante de una nación y de un ideal de transformaciones políticas y sociales que había al fin de triunfar.
Es indudable que eran sinceros los deseos del señor Silliman cuando le expresó a don Venustiano, en Arteaga, que sus buenos deseos eran únicamente de evitar el derramamiento de sangre ; pero creo asimismo que dicho funcionario fue víctima de su embajador y de su cónsul, y que, al cerciorarse de la verdad de los acontecimientos sucedidos en México, reaccionó en favor de los constitucionalistas teniendo yo la creencia de que, cuando fue llamado a Washington por su Presidente y amigo Woodrow Wilson, sus informes sobre los hechos reales de la Revolución y' de la persona del Primer Jefe fueron la causa determinante de su nombramiento de agente confidencial del ejecutivo estadounidense ante el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. El señor Carranza no dudó de las aseveraciones categóricas del cónsul Holland y de su amigo el señor Silliman; pero como no le amedrentaron los informes alarmantes que le proporcionaron dichos agentes consulares, y ya se había trazado a sí mismo la norma de conducta que había de seguir ante la rebelión huertiana; y creyendo realmente que el Presidente Taft había reconocido a Victoriano Huerta, el gobernador Carranza le dirigió el siguiente telegrama fechado en Ramos Arizpe el 26 de febrero: La festinación con que el gobierno de usted ha reconocido al gobierno espurio que Huerta trata de implantar sobre la traición y el crimen ha acarreado la guerra civil al Estado de Coahuila, que represento, y muy pronto se extenderá en todo el país. La nación mexicana condena el villano cuartelazo que la ha privado de sus gobernantes constitucionales; pero sabe que sus Instituciones están en pie y que está dispuesta a sostenerIas. Espero que vuestro sucesor obrará con más circunspección acerca de los intereses sociales y políticos de mi país. Firmado: Venustiano Carranza, gobernador constitucional de Coahuila. Los augurios de aquel experimentado estadista se realizaron del todo en su vidente predicción, pues la guerra civil se extendió muy pronto en todo el país . Para que se juzgue con la actitud que merece el proceder falaz de Holland ante su propio gobierno a fin de tratar de conducirlo al reconocimiento del general Huerta, transcribimos el telegrama que envió a su cancillería: De Saltillo, fechado el 21 de febrero de 1913. Recibido febrero 22, 12 a. m. Secretario de Estado. Washington, D. C. Febrero 21, 1 p. m. Gobernador Carranza acaba de anunciarme oficialmente que dará su conformidad para con la nueva administración de la ciudad de México. Toda oposición abandonada aquí. Ferrocarriles quedarán abienos desde luego. Prevalece perfecta quietud. Embajada notificada. Holland. Por fortuna la insidia del embajador Wilson, secundada por su expresado cónsul, se estrellaron ante la actitud de los Presidentes Taft y Wilson.
Como lo reconoció el señor Carranza, al manifestar, años más tarde, y con motivo de su incidente con el secretario de Estado del gobierno de Taft, Phillander Knox, lo que Slgue: Doy con esto por terminada la discusión que el senador Knox ha intentado sostener, respecto de este asunto, pretendiendo justificarse y justificar al gobierno en que sirvió, por el indigno proceder del embajador Lane Wilson, y considero oportuno hacer una franca manifestación respecto de que la intriga manejada por dicho embajador, con objeto de obtener el reconocimiento del gobierno de los Estados Unidos para la administración del general Victoriano Huerta, fracasó ante la rectitud y buen juicio del gobierno del Presidente Woodrow Wilson, quien tomó posesión de su elevado cargo el 4 de marzo de 1913; debiendo reconocer igualmente que con toda serenidad el Presidente Taft se abstuvo, en los últimos días de su período constitucional, de otorgar ese mismo reconocimiento, dejando a su sucesor la responsabilidad de lo que decidiera acerca de los sucesos que en febrero de aquel año se desarrollaron en la capital de la República. Mexico, junio 15 de 1917. Venustiano Carranza. Por considerarlo de un gran interés histórico reproducimos en seguida las declaraciones que hiciera el ex-Presidente William Taft sobre el criterio que lo guió para no reconocer a Victoriano Huerta, las cuales declaraciones confirman el parecer del señor Carranza respecto a los motivos que dicho estadista tuviera con toda serenidad para dejar a su sucesor la responsabilidad internacional que correspondía políticamente más bien al Presidente entrante que al saliente. He aquí lo declarado por míster William Taft el 25 de abril de 1914: Huerta, el dictador-caricatura que ahora sufre México, antes de rendirse a los rebeldes, obrando en carácter, provocará una intervenci6n armada por los Estados Unidos con la cual él tendrá dos ventajas: ser vencido por fuerza mayor y salvarse de ser ahorcado sumariamente por sus vencedores y paisanos. Quiero creer que los informes que en esa época me proporcion6 mi agente oficial allí, el ministro americano (míster Henry Lane Wilson), si no fueron todo lo exactos e imparciales que yo tenía derecho a esperar, eso se debió a tan usual confusión que experimentan los testigos oculares y participantes con responsabilidades oficiales en situaciones anormales y críticas; pero nunca dudé, sin aventurar ningún juicio compatible con mi posición oficial entonces, que la evidencia circunstancial se acumulaba abrumadoramente incriminatoria para Huerta como parte instigadora en el doble asesinato de los presidentes mexicanos, y la circunstancia que agravó su traición al deponer al jefe de aquel Estado fue aprovecharse del delito apropiándose ilegalmente del poder. De no haberme yo hallado a la sazón, como he dicho, próximo a abandonar el gobierno a una nueva administración, o si la llamada a suceder la mía hubiera sido integrada por republicanos, es decir, con punto de vista y tendencias políticas en armonía con las mías, yo habría adoptado una actitud enérgica contra Huerta; pero aparte de la perplejidad en que me hallaba al darme cuenta de que mi ministro aconsejaba contemporización con aquél, por aquello de que donde todo es malo hay que preferir lo menos perjudicial, mientras que la prensa de los Estados Unidos y los americanos residentes en México se
dirigían a mí y a los miembros del Congreso pidiendo protección contra Huerta y censurando a mi ministro, la circunstancia de asumir las riendas del poder mi sucesor, míster Woodrow Wilson, personaje que con tanta insistencia había proclamado que gobernaría en ayuntamiento con sus teorías políticas sui generis en cuanto a su impracticabilidad de adaptarse como reglas inflexibles, fue causa de que yo me decidiera a seguir una política de statu quo ante la situación mexicana; algo así como lavarme las manos, por más que preveía y temía que esa situación creada por la traición y la violencia inevitablemente nos envolvería, más o menos temprano, en complicaciones internacionales con el régimen improvisado allí. El incidente Carranza-Knox a que he aludido se desarrolló en la forma que sigue: El señor Knox, siendo senador por Pensilvania, pronunció un discurso en Washington en el que hizo referencia al mensaje que pronunció el Primer Jefe Carranza el 15 de abril de 1917 ante el Congreso de la Unión, sosteniendo que, por los informes que recibiera la secretaría de Estado, entonces a su cargo, resultaba que el señor Carranza, siendo gobernador de Coahuila, había reconocido a la administración ilegal. del general Victoriano Huerta. Con tal motivo, el Primer Jefe del Ejército ConstitUcionalista ratificó los hechos históricos sucedidos a raíz del golpe de Estado de febrero, en los siguientes términos: Me veo en la necesidad de rectificar nuevamente los conceptOs emitidos por el senador Knox, quien afirma que yo reconocí al usurpador Victoria no Huerta, después del cuartelazo que dio en la ciudad de México, el 18 de febrero de 1913; pues no sólo es falsa esta afirmación, según lo consigno en mi citado informe leído ante el Congreso de la Unión el 15 de abril del presente año, sino que los sentimientos personales del senador que se ha ocupado de esta cuestión lo hacen dar carácter de autenticidad a una declaración del cónsul Holland, que éste dice haber obtenido de mí; pero que no tiene pruebas de que yo se la haya hecho, y que no fue sino un ardid empleado durante el transcurso de los sucesos posteriores al 18 de febrero de 1913 para impresionar al gobierno de los Estados Unidos en el sentido de que todos los gobernadores de las diversas entidades federativas de la República habían aceptado el nuevo orden de cosas y, por tanto, procedía el reconocimiento del gobierno americano para el gobierno de la usurpación ... La falsedad de estos hechos está demostrada con mi actitud invariable desde que tuve conocimiento de lo que ocurrió en la capital de la República el 18 de febrero; pues, al comunicarme el general Huerta que, de acuerdo con el Senado, había asumido el Poder Ejecutivo de la Nación y tenía prisioneros al Presidente y al Vicepresidente legítimamente electos, puse estos hechos en conocimiento de la Legislatura del Estado de Coahuila, y el 19 de febrero expidió ésta el decreto número 1,495, por medio del cual, en representación del Estado, cuyo gobIerno me estaba encomendado, se desconocía al general Victoriano Huerta, con su carácter de jefe del Poder Ejecutivo, se desconocían también los actos de éste, se me concedían facultades extraordinarias en todos los ramos de la administración pública, para coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República, y se ordenaba que se excitase a los gobiernos de todos los Estados y a los jefes de fuerzas federales, rurales y auxiliares de la federación, para que secundasen la actitud del gobierno de Coahuila.
Inmediatamente me dirigí por telégrafo a los gobernadores de los Estados más cercanos, comunicándoles que el gobierno de Coahuila rechazaba el incalificable atentado cometido contra el pacto fundamental, desconocía al gobierno de Victoriano Huerta, e invitaba a todos los gobernadores y jefes militares para ponerse al frente de la legalidad. Cuando se tuvo en la ciudad de México noticia de mi actitud, el embajador Lane Wilson dio instrucciones por telégrafo al cónsul Holland para que ejerciera presión sobre mí, con el objeto de que cambiara mi actitud ... Mi respuesta fue de completa negativa para reconocer a Victoriano Huerta, y tan es cierto esto, que en vista de las afirmaciones que el cónsul me había hecho, de que el gobierno de los Estados Unidos había reconocido al de la usurpación, dirigí al Presidente Taft, por la vía del ferrocarril internacional, el telegrama transcrito … Independientemente de las aclaraciones históricas que el señor Carranza hiciera para dejar establecida la verdad respecto a su conducta política interna e internacional ante la asonada cuartelera Huerta-Díaz-Mondragón, los hechos realizados por el gobernador de Coahuila a partir del mismo instante en que se enteró de la prisión del Presidente Madero y del Vicepresidente José María Pino Suárez son de tal manera elocuentes en su realismo que nos parece innecesario insistir en ellos. Corresponderá a los historiadores de la Revoluci6n Constitucionalista relatar los detalles, muy interesantes por cierto, de los aprestos guerreros del señor Carranza para iniciar la lucha contra las poderosas huestes federales comandadas por los generales Blásquez, Troucy Aubert y Joaquín Maas, y de los ardides de que se valiera para detener su avance al norte, el mayor tiempo posible. Todo esto mientras reunía y organizaba al pueblo armado que a diario engrosaba las filas del ejército de patriotas que reconocieron su jefatura en toda la República. Comprendiendo el señor Carranza la importancia suma que tenía para su noble causa el que en los Estados Unidos de Norteamérica se conocieran las causas de su actitud y las razones que la justificaban ante su propio país y ante el mundo, el 4 de abril de 1913 dirigió este manifiesto: AL PUEBLO AMERICANO Por las consecuencias que, para los intereses americanos en la nación mexicana, pudiera traer el conflicto armado que ha surgido entre los Estados de Coahuila y Sonora y los demás que los están secundando, en contra del llamado gobierno del general Victoriano Huerta, quiero que el pueblo americano juzgue acerca de la justificación de la actitud asumida por los gobiernos antes expresados y por una gran parte del pueblo de otros. Despues de treinta y cinco años de la dictadura del general Porfirio Díaz, el pueblo de México, no queriendo soportarla más, en una conmoción unánime en 1910, arrojó del poder al general Díaz, en la elección más espontánea verificada en la nación desde su independencia, llevó a la Presidencia de la República al ciudadano Francisco I. Madero, Jefe de la lucha democrática en contra de la dictadura del general Díaz.
Los elementos del viejo gobierno, no conformes con el nuevo régimen, intentaron tres veces, por medio de la revolución, derrocar del poder al señor Madero; pero la nación estaba con él y todos los esfuerzos de sus enemigos fueron inútiles. Los descontentos, en su impotencia, recurrieron a sobornar al ejército y lograron conseguirlo con parte de la guarnición de la ciudad de México, que se sublevó contra el gobierno legalmente constituido. El Presidente confió el mando de las fuerzas para someterlos al general Victoriano Huerta, a quien el general Díaz había tenido en el olvido, por indigno e inmoral, y a quien el señor Madero había colmado de favores y de honores, que pagó con la más negra ingratitud arrojando una mancha, que no se lavará, en la historia del ejército. Se unió a los sublevados de Félix Díaz, sobrino del ex-dictador, aprehendiendo al señor Presidente, al Vicepresidente y al gabinete, comunicando a los Estados este acto indigno y atentatorio contra las instituciones de la nación, en los siguientes términos: Autorizado por el Senado, he asumido el poder Ejecutivo de la nación, estando presos el Presidente y su gabinete . Tal procedimiento, empleado por el ejército para hacer desaparecer el gobierno del pueblo, trajo como consecuencia el desconocimiento, por parte de los gobiernos de Sonora y Coahuila, del llamado gobierno del general Huerta, emanado de una asonada militar, y el referido desconocimiento originó el conflicto armado que empieza a asolar de nuevo a la nación y que no tendrá más solución que por medio de las armas, pues los que creemos que debe imperar el derecho sobre la fuerza no consentiremos en la restauración de la dictadura, que sería hoy mil veces más funesta que la pasada. Expuesto lo anterior, yo pregunto al pueblo americano y a los gobiernos de sus Estados, ¿si se hubiesen desarrollado en Washington los acontecimientos acaecidos en la ciudad de México, y un jefe de su ejército se hubiese apoderado de su Presidente y Vicepresidente, y asesinándolos, asumiendo después por la fuerza de unos cuantos soldados armados la primera magistratura de la nación, seguirían otra conducta que la que hemos seguido los gobiernos de Sonora y de Coahuila? Yo creo que no. El Presidente usurpador seguramente no habría durado veinticuatro horas en el poder, sin haber sido arrojado de él. Espero, pues, que el pueblo americano encuentre justificada la lucha actual en contra del llamado gobierno del general Huerta y nos disculpe de los perjuicios que a sus intereses se ocasionen, contra nuestra voluntad, en la contienda que nos envuelve. Piedras Negras, 4 de abril de 1913. El gobernador constitucional de Coahuila, y Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Venustiano Carranza . Es indudable que el pueblo estadounidense simpatizó desde sus comienzos con la revolución iniciada por don Venustiano Carranza y repudió la villana actitud del soldado que volviera sus armas contra el Ejecutivo de la República que había confiado en él la defensa de las instituciones y de su persona; y es un hecho también que los presidentes Taft y Wilson, como hemos expuesto desde la primera parte de este estudio, contemplaron con horror los crímenes cometidos por Huerta y los suyos; pero a pesar de
tales circunstancias, y no embargante el sentimiento general del buen pueblo norteamericano en favor de los constitucionalistas, la conducta oficial del gobierno de Washington hacia las autoridades revolucionarias se mantuvo mucho tiempo dentro de los cánones de una injusta neUtralidad diplomática que, de hecho, favorecía al usurpador. A tales circunstancias se refirió el Primer Jefe cuando decía al Congreso de la Unión en abril de 1917: Desconocida la usurpación huertista por el gobierno y la legislatura de Coahuila, y organizada la campaña contra aquélla, de acuerdo con lo establecido en el Plan de Guadalupe, fue el principal cuidado de la Primera Jefatura, por lo referente a las Relaciones Exteriores, ponerse en contacto con el gobierno de los Estados Unidos, único con quien podría hacerlo, desde el momento que los gobiernos de las principales naciones europeas se apresuraron a reconocer, como si fuera legítimo, el gobierno de Huerta, sin dar importancia a la serie de crlmenes sobre que se había establecido. No obstante que el Presidente de los Estados Unidos del Norte en diversas ocasiones expresó el concepto de que el gobierno de Huerta era completamente ilegítimo, y que, por tanto, no podía ser reconocido, es lo cierto que no se prestó tampoco a reconocer al gobierno de Coahuila, y todavía más, a quitarle toda traba para que fácilmente pudiera proveerse del material de guerra indispensable para la lucha. Con este motivo, los primeros esfuerzos de mi parte se encaminaron a gestionar ante el gobierno de los Estados Unidos que levantase el embargo que tenía decretado sobre toda clase de pertrechos de guerra, haciéndole ver que con semejante prohibición no se conseguía otra cosa que ayudar a Huerta de una manera muy eficaz, supuesto que el gobierno constitucionalista, no habiendo podido hacer una preparación suficiente, no estaba en posibilidad de fabricar las municiones y las armas que su ejército necesitaba imperiosamente y, además, carecía de puertos por donde introducirlos, mientras que Huerta podía proporcionárselas sin la menor dificultad de las fábricas de armas y municiones de Europa y podía también traerlas sin el menor obstáculo teniendo, como tenía, en su poder todos los puertos de altura. El gobierno de los Estados Unidos, en vista de que la situación creada por su prohibición de exportar pertrechos de guerra favorecía la usurpación, tuvo al fin que derogarla, un año después de empezada la lucha contra Huerta; y de esta manera ya fue fácil atender a una de las necesidades más imperiosas de la campaña . ¡Un año después!, durante el cual los constitucionalistas se proveían de armas y pertrechos de guerra, en los Estados Unidos, con muy arduas dificultades y peligros, lo que se apreciará en su justa medida con los siguientes datos: Estando resguardada nuestra frontera nórdica para impedir, y en su caso decomisar, el armamento y municiones con destino a los constitucionalistas, los revolucionarios tenían que valerse de toda clase de ardides para burlar la vigilancia de las autoridades fiscales y policiacas estadounidenses, e introducir, de contrabando, los elementos bélicos que requerían con apremio. En tales circunstancias, unas veces con exito y otras teniendo que sufrir las sanciones decretadas para los casos de infracción, como las multas, que cuando no se podían pagar eran sustituidas por fianzas costosas, o la cárcel, y en todo caso el embargo de los armamentos, transcurriendo así el primer año para los constitucionalistas;
mientras Victoriano Huerta, como decía el señor Carranza, teniendo dinero y posibilidades de importación por nuestras costas, y aun a las veces, por el Río Bravo, se pertrechaba en forma que a los insurgentes les estaba vedada. Como prueba de esto último transcribo el mensaje que el gobernador Carranza se vio obligado a dirigir como protesta al Ejecutivo noneamericano: Eagle Pass, 21 de abril de 1913. Excmo. señor Woodrow Wilson, Presidente de los Estados Unidos de América. Washington, D. C. Me comunican de Laredo, Tex., que la autoridad militar de aquel lugar concedió la importación a Laredo, Méx., para el general Troucy, jefe de las fuerzas de Huerta, de dos ametralladoras y cinco mil cartuchos. Como el gobierno ilegal de Huerta no ha sido reconocido por Vuestra Excelencia, estimo que debe colocarse al general Huerta y a sus jefes en condiciones inferiores a aquellas en que me encuentro colocado yo, como gobernador constitucional del Estado, y aun como jefe de todas las fuerzas constitucionalistas de la República, y que han desconocido al gobierno emanado de una asonada militar y, por tal motivo, el gobierno de mi cargo cree que si se ha permitido o permite, por parte de los Estados Unidos, la introducción de armas y parque, para las fuerzas de Huerta, igual concesión debe hacerse al gobierno constitucionalista de este Estado, que yo represento, y a los Estados y jefes que luchan ror el restablecimiento del orden legal en México. Con tal concesión, los contendientes en la guerra que envuelve actualmente la República quedaremos en iguales condiciones, por lo cual suplico al gobierno de Vuestra Excelencia se sirva conceder, sin que se pongan dificultades por las autoridades de ese país, la introducción de armas y parque necesarios, para las fuerzas del orden legal que represento. Sírvase usted perdonar, Excelentísimo señor Presidente, que el gobierno de mi cargo se dirija directamente a usted, aun cuando no sea la forma en que debiera hacerlo, como gobierno de un Estado, por no poder verificarlo por conducto del ministro de Relaciones de mi país, toda vez que no reconozco como legal el llamado gobierno del general Huerta. El gobernador constitucional de Coahuila. Venustiano Carranza . Sobre tan importante asunto de las importaciones referidas, y para que se verifique ante la historia los innúmeros escollos que tuvo que vencer la Revolución en ese sentido, damos a conocer algunos documentos que corroboran la constante lucha de los constitucionalistas para abastecerse de las armas y municiones que tanto necesitaban y la actitud injusta del gobierno norteamericano hacia la parte débil de la guerra civil mexicana, en su primera etapa. El 1° de mayo de 1913 decía el señor Carranza a González Gante, agente del gobierno constitucionalista en los Estados Unidos: ... Haga usted cuanto sea posible porque se disimule la introducción de armas y parque para nuestras fuerzas; y deseo que usted vea si es posible conseguir dos cañones de montaña, mientras nos podemos hacer de más, con su correspondiente dotación de municiones, sin incluir accesorios para evitar dificultades al pasarlos a este lado, pues
esto nos serviría mucho en el combate, para igualarnos en parte a las fuerzas de Huerta ... Venustiano Carranza. Poco después, con fecha 12, escribió el Primer Jefe al mismo destinatario: ... Me permito suplicar a usted se sirva decir a mi sobrino, el señor Gustavo Salinas, remita los fulminantes, cien libras de pólvora para cartuchos 30-30, y cien libras para cartuchos máusser, en empaque que diga ropa , dirigido a Juan B. García a Eagle Pass, Tex. Igualmente que, la máquina para reformar cartuchos, así como la ametralladora, la envíe con el carácter de maquinaria en varias partidas a la misma consignación. Los cartuchos para ametralladora, que vengan. en partidas parciales, con empaque disfrazado ... Venustiano Carranza. El 3 de junio, don Venustiano dirigió al señor Roberto Pesqueira, nombrado agente confidencial del gobierno, consritucionalista en Washington, el siguiente telegrama: Ataque a Matamoros empezó 10.30 a. m. Acabo recibir siguiente mensaje: Durante ataque, federales han pasado parque, por puente internacional. He protestado ante autoridades militares y empleados fiscales dícemne tienen autorización Washington. Proteste usted por tal acto . El Primer Jefe del E. C. Venustiano Carranza . Luego, en junio 16, el abogado Hopkins, desde Washinton decía: Considero urgente telegrafíe (Carranza) inmediatamente al secretario Bryan que ha sido nombrado Pérez Romero agente confidencial Washington. Notifíquelo luego que}o haga pues deseamos presentar mañana dura protesta relacIonada paso armas para Nuevo Laredo. Firmado. S. G. Hopkins. Pero no solamente respecto a la importación de armamentos encontraron dificultades los constitucionalistas, sino que los vendedores de pertrechos no tuvieron facilidades para sus operaciones comerciales, según se desprende del siguiente mensaje de Pérez Romero a Carranza: ... He tomado nota de lo que me dice el señor Pesqueira referente a las hostilidades que han notado de las autoridades en contra de los vendedores de parque y armas, pero
sobre ese asunto es difícil hacer algo; sin embargo, procuraremos ver si de alguna manera y por alguna fuente queda una puerta que tocar y mejorar eso. Manuel Pérez Romero. Tal hostilidad llegó a sus extremos cuando la prohibición a las importaciones a México se extendieron al papel moneda que el Primer Jefe mandó grabar en una casa especializada, norteamericana, asunto al que se refiere el abogado Hopkins en estos términos: Washington, octubre 14 de 1913. Memorándum para el señor don Manuel Pérez Romero, agente confidencial. Refiriéndome al telegrama del señor don Roberto Pesqueira, fechado el día 10 del presente: El asunto del derecho de exportar papel moneda en él mencionado se halla actualmente ante la Corte Federal y la audiencia tendrá lugar en Del Río en este mes. El señor Belden es nuestro abogado. El departamento de Justicia no pretende que ese dinero sea municiones de guerra, pero dice que es un deber internacional de los Estados Unidos prevenir su exportación y circulación en México en virtud del gran perjuicio que de ello pudiese resultar. Yo estoy en lo justo al creer que este acto del departamento de Justicia ha sido sugerido por el consejero del departamento de Estado, John Basset Moore ... El criterio de John Basset Moore, que fuera durante muchos años consejero jurídico del departamento de Estado, tenía que pesar, por más que fuese equivocado, en el ánimo del Presidente y de su secretario Bryan, por ser sin duda, en su época, el más capacitado jurista internacional de su país y considerado, en el mundo entero, como un gran maestro del Derecho de Gentes . El embargo del papel moneda fue transitorio; no podía ser de otra manera, pues las reglas de la neutralidad que prohiben la exportación de armamentos y municiones para los países en guerra civil cuyas facciones no estaban reconocidas por el gobierno de Washington no podían extenderse, sino con criterio político y no jurídico, a los billetes constitucionalistas que el Primer Jefe mandó imprimir en los Estados Unidos. Por fortuna, como se ha dicho antes, la prohibición precipitada duró poco, porque no era sostenible legalmente, y así, pudo contar la Revolución con un capital ficticio que fue su salvación en los primeros tiempos de la lucha. Este hecho histórico demuestra hasta qué grado tUvo que sufrir la causa revolucionaria, no solamente por falta de ayuda, sino por la hostilidad oficial norteamericana que tantos y tan serios males le causara en la primera etapa de nuestra guerra civil.
MI INGRESO EN LA SECRETARÍA DE RELACIONES EXTERIORES
Antes de pasar adelante en esta historia, me parece pertinente consignar los hechos que siguen: Poco después que tuvieron lugar las conferencias mencionadas, el Primer Jefe comisionó al licenciado Francisco Escudero para que se entrevistara con el general Francisco Villa, en Ciudad Juárez, con el fin de comunicarle ciertas órdenes de la Primera Jefatura; y después se trasladase a Washington, en misión especial. Pero desgraciadamente nuestro secretario de Hacienda y Relaciones fue separado de su alto cargo por el señor Carranza, no pudiendo cumplir las comisiones que se le habían confiado. En otra parte (1) he pormenorizado los motivos que el Primer Jefe tuvo para tomar tan penosa decisión que, en síntesis, fue ésta: el señor Escudero padecía una enfermedad esporádica precisamente cuando se entrevistó con el general Villa en Ciudad Juárez. Cuando don Venustiano quedó impuesto, por informes fidedignos que urgentemente le proporcionaron, de que era cierto aquel lamentable suceso, ordenó por telégrafo al señor Escudero que regresara inmediatamente a Sonora; y como no obedeciera, continuando su viaje rumbo a Washington, después de reiterarle sus órdenes a bordo del ferrocarril donde viajaba, con el resultado negativo de la misma desobediencia, le telegrafió lo siguiente, a cargo de nuestra agencia confidencial en aquella capital federal. Por haberle perdido su confianza esta Primera Jefatura, queda usted separado de los cargos de secretario de Relaciones y Hacienda del Gobierno Constitucionalista. Venustiano Carranza. Dos días antes de la partida del señor Escudero para los Estados Unidos, me había yo incorporado a nuestra secretaría de Relaciones Exteriores por acuerdo del señor Carranza, con el cargo de jefe del departamento diplomático de nuestra cancillería. Esto, después de haber renunciado el cargo de oficial mayor en el gobierno de Sonora. De manera que al tener noticia de la separación inesperada de mi querido amigo y superior jerárquico, el licenciado Escudero, me presenté a don Venustiano para proponerle lo siguiente: que en vista de la acefalía de nuestro ministerio de Relaciones Exteriores, don Enrique Llorente, encargado del departamento consular, acordara con él los asuntos de su incumbencia; y que yo, por mi parte, le llevara para su consideración las cuestiones diplomáticas.