Etnohistórica incanismo e indigenismo: una aproximación a Valcárcel
Domingo 06 de Febrero de 2011 15:03 - Ultima actualización Domingo 06 de Febrero de 2011 15:22
Por Julio A. Gutiérrez Samanez.
Como homenaje al Amauta del Indigenismo Dr. Luis E. Valcárcel Vizcarra en el 105 aniversario de su nacimiento, el Centro de Estudios Históricos Luis. E. Valcárcel del Cusco, presidido por el dinámico y joven estudioso de la Historia, Martín Romero Pacheco, ha organizado en ésta ciudad, un interesante seminario llevado a efecto en los días 16,17 y 18 de octubre en el Salón Consistorial del Municipio.
El evento auspiciado por la Comisión de Cultura del Municipio (presidida por la Profesora Telma Chacón, el INC y el Hotel Monasterio (cuyos directivos muestran una singular y saludable sensibilidad con la cultura y el arte), ha contado con la presencia del historiador Dr. Franklin Pease, docente de la Pontificia Universidad Católica de Lima, y autor de una vasta obra historiográfica y de nuestros paisanos escritores e investigadores: Jorge Flores Ochoa, Juan Núñez del Prado, Marco Álvarez, Eduardo Luza, Héctor Espinoza y Luis Nieto Degregori.
Muchos de los asistentes oyeron y vieron, por primera vez, al Amauta Valcárcel; todos enriquecimos nuestros conocimientos sobre las obras de este insigne cusqueño y moqueguano universal.
Alcanzamos a escuchar las disertaciones de Nieto, Núñez del Prado, Flores Ochoa y Franklin Pease, de ellas comentamos lo que sigue:
Nieto, retomó el tema sobre el discurso cusqueñista y el papel de Valcárcel en su elaboración. En un somero examen documentado de la obra juveniles “Del Ayllu al Imperio” y “Tempestad en los Andes”, nos mostró al incanista radical, autor de una visión lírica y romántica del incanato, que había vertebrado lo medular de un discurso que después fue repetido por sus seguidores hasta degenerar en pose demagógica, facilista y esquizofrénica, del chauvinismo etnocentrista de nuestra politiquería. Sin percatarse que el maestro, en estudios posteriores, había madura su pensamiento hacia una visión científica universalizadora de la Etnohistoria y Culturología del pasado incaico y el presente indígena.
Nieto Degregori estableció comparaciones entre el pensamiento de Uriel García en “El Nuevo Indio” y el de Valcárcel en “Tempestad en los Andes”. García era el opositor y complementario dialéctico de Valcárcel, tanto por su filiación marxista, como por estudios sociológicos y
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estéticos. Ambos condiscípulos de la Escuela Cusqueña, copartícipes de la Huelga universitaria de 1909, colaboradores del Rector Alberto Guisecke, de Roberto Latorre en “Kosko” y Mariátegui en Amauta, discreparon después. En 1926, Valcárcel lideró el grupo “Resurgimiento”, mientras, bajo la inspiración de García, apareció el grupo Ande y “kuntur”. El año 25, Valcárcel publicó “Del ayllu al Imperio” y en el 27 “Tempestad en los Andes”. Ese año García fue propuesto para postular al rectorado, al no ser admitido se declaró una Huelga estudiantil y la clausura del centro de estudios. En 1930 se publicó “El Nuevo Indio” de García y don Luis se mudó definitivamente a Lima.
Franklin Pease hurgó los pormenores del incanismo en el Perú y Sudamérica, sobre el origen de la visión romántica de un pasado esplendoroso del que se consideraron herederos los fundadores de la independencia, como lo reclaman en los Himnos Nacionales del Perú y Argentina (El prócer Belgrano, en la Argentina, quiso restaurar el incario y aún el propio Virrey La Serna estuvo tentado de coronar un soberano descendiente de la nobleza incásica)
Felipe Paz Soldán y el coronel Manuel de Mendiburo se había ocupado, superficialmente de algunos temas de aquel pasado. Por entonces era común el criterio de que los indígenas americanos eran supérstites degenerados y embrutecidos por la explotación colonial de una civilización ya arruinada y, hubo quienes pretendieron exterminarlos o cruzarlos, como si fuesen ganados, con razas superiores. Estudiosos y viajeros como el norteamericano Prescott, el español Sebastián Lorente, Squier y Midendorff estudiaron a los incas y su cultura, recopilaron y publicaron las crónicas y describieron sitios arqueológicos y tomaron i nformación oral sobre restos culturales incaicos. Cabe anotar que en el Cusco de ese siglo, hubo también inquietud por estudiar a los cronistas y revalorar el pasado. José Palacios en su “Museo Erudito” (1837) publicó acerca del drama “Ollantay” y la Revolución de Túpac Amaru; Clorinda Matto escribió sus tradiciones tomadas de la tradición oral que todavía existía sobre el incario; en sus novelas denunció la explotación del indígena y en su actuación en el Círculo Literario de Lima y en la redacción de “El Perú Ilustrado” enarboló, junto con González Prada, el Indigenismo literario.
En el Cusco, las familias terratenientes cultas, poseían colecciones de huacos tejidos arqueológicos, como la familia del Dr. Lucas Caparó Muñiz. Se sabe también que en la Exposición Departamental del Centro Científico del Cusco (1897) se mostraron públicamente esos vestigios que hoy forman parte del museo de la Universidad.
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Valcárcel bebió el indigenismo de sus maestros del Centro científico; el sabio Antonio Lorena (introductor de la cátedra de antropología física en la Universidad) y el botánico Fortunato L. Herrera; su contacto con Riva Agüero (1912) y con Hiram Bingham, el descubridor de Machupicchu, le señalaron el derrotero a seguir.
Pease advirtió las influencias de la sociología evolucionista alemana en Valcárcel, un sociólogo había planteado la tesis sobre el carácter comunista agrario del ayllu andino. Víctor Andrés Belaúnde había publicado “El Perú Antiguo y la Moderna Sociología”. Riva Agüero su Historia del Perú” (1910). Aquí agregamos la prédica indigenista de Ángel Vega Enríquez en “El Sol” y a través del Centro Nacional de Arte Historia; los estudios de Uriel García sobre el arte incaico y los de González Gamarra, sobre el mismo tema; la tesis de Alviña sobre la Música Incaica; la influencia de Sabogal durante su estadía en Cusco; los estudios de Luis F. Aguilar sobre las comunidades de los indígenas; la “Misión de Arte Incaico”, que viajó a Buenos Aires, bajo la dirección del propio Valcárcel, influyeron en su obra “Del Ayllu al Imperio” (1925, escrito desde 1916) hito remarcado por Pease, para la formulación del indigenismo cusqueño, porque puso en el orden del día el debate sobre los temas del indio y el incario, prédica que recogiera José Carlos Mariátegui en “Amauta” y los intelectuales y políticos de la revista “La Sierra” de Lima.
Tanto Flores Ochoa como Pease y Núñez del Prado, rescataron y diferenciaron las obras de madurez de Valcárcel. Ya en Lima, al alcance de las últimas investigaciones arqueológicas y antropológicas, en contacto con las publicaciones más recientes, que él mismo hacía traducir, el historiador fue recreando y transformando su antigua versión romántica y pasadista del “incario sin inca” o de vuelta al incario, por una concepción cultural científica del incanato, elaboró un sistema y metodología propios, para el manejo de la enorme masa de conocimientos brindados por los investigadores de campo con los que reconstruyó la historia inca en su más aproximado proceso real. Para ello, hizo uso de una clasificación sistemática de categorías sociológicas que, como expresó Núñez del Prado, dieron como resultado una matriz universalizable para la clasificación del material cultural. Hecho que cobra enorme importancia sabiéndose que “la base sustentatoria de toda sociedad, es el despliegue de su material cultural o informativo”. La matriz mencionada constituye un poderoso instrumento para el estudio científico de las sociedades y una herramienta para la ingeniería social del futuro. Se trata de los estudios críticos y sintéticos sobre la cultura, publicados por Valcárcel en “Historia de la cultura antigua del Perú”. (1948). Una obra que como dijo el Dr. Flores llenó un vacío en la información bibliográfica, antropológica y sociológica de su tiempo.
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Esos estudios teóricos junto con las excavaciones arqueológicas en Sacsayhuaman, hechas por él y las realizadas por Tello y otros investigadores en Chavín, Paracas, Wari y Tiahuanaco; los estudios de campo en las comunidades campesinas andinas, realizadas por antropólogos profesionales de universidades norteamericanas; el cotejo de datos con las crónicas, algunas recién descubiertas como las de Guamán Poma y los estudios lingüísticos del Quechua y Aymara, procesados en la obra del Valcárcel dieron una nueva concepción de los incas y preincas, su comunidad y enlace directo con la sociedad indígena andina contemporánea. Esta es la concepción etnohistórica, según explicación de Flores Ochoa.
Este esclarecimiento de lo que antes fuera mitología y retórica sentimental (como en “De la vida incaica” y “Del Ayllu al imperio”) permitió a su autor y a las nuevas generaciones de científicos formularse una definición de lo que es el Perú en su contexto histórico. Formulación que es un instrumento eficaz para la creación de programas y proyectos de desarrollo que, considerando la dinámica histórica real y existente en este espacio geográfico, puedan transformar efectivamente el país.
Así, el profeta avizor del Socialismo y el comunismo de los años veinte, activo conspirador antileguiísta y prisionero de ese régimen que, sesenta años antes, en “Tempestad de los Andes”, había reclamado un Lenin para el proletariado indígena, pronosticando la época del Yawar Inti y el baño de sangre que desató recientemente el terrorismo, prefirió trabajar en su gabinete, alejado de las luchas populares y campesinas forzado a colaborar con democracias y dictaduras; regímenes masacradores de indios, sin poder alzar su voz de protesta y aparentando, con astucias, cierto reaccionarismo, con el propósito expreso de descubrir el por qué y no sólo el cómo de los cambios sociales, dotó al país de un arma más eficaz que el fusil y la dinamita para revolucionarlo: el auto-conocimiento o reconocimiento del propio país, la toma de conciencia de su grandeza y limitaciones, la potencialidad para construir, como quería el Amauta Mariátegui, un Perú nuevo en un mundo nuevo.
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