JEAN BAYET
LITERATVRA LATINA
Jean Bayet
LITERATURA LATINA 6 .a edición Esta Literatura latina es un libro completo, siste mático, diacrónico, lleno de datos históricos, lite rarios, eruditos, para satisfacer al estudioso más exigente. La ingente máquina científica se asienta sobre una abundantísima base bibliográfica, que aparece corno remate de los onoe capítulos o “ci clos literarios” de que consta el libro. Pero el profesor Bayet, que es uno de los más destacados latinistas contemporáneos, ha querido darnos, aún, algo más: el autor ha querido adentrarnos direc tamente en la oame misma de su objeto; una habi lísima selección de textos latinos traducidos, de to dos los autores latinos de primero y segundo rango, intercalados en la exposición doctrinal, hacen de la obra un documento antológico de primer orden, que da una visión completa y directa de la reali dad literaria y cultural de Roma, tan difícil de lo grar — en síntesis — de otro modo. Literatura latina de Jean Bayet supera las tradioionftles "Historias” literarias. Recoge lo bueno de aquéllas, a la vez que nos da mudho más. Com prendiendo el autor que el quehacer literario se inscribe siempre en las coordenadas del “todo cul tural” de una época, trata de centrar cada período, cada grupo “generacional”, con una acertada expo sición de las corrientes ideológicas, las posturas políticas, sooiales, económicas, etc., vigentes en el momento de surgir el fenómeno literario, repre sentado par una escuela, un autor, una obra, o un aspecto de la misma. La deoadencia de la prosa oratoria en la época imperial se comprende si te nemos en cuenta la rígida oensura de los Césares y la tecndfieación de la justicia, que abandona el foro ciceroniano, al aire libre, para sumergirse en las tinieblas de las basílicas; asimismo, la elegía erótica, condicionada a los grupos sooiales refina dos de los “salones”, conoce una insospechada y original floración. Todo ello lo explica Bayet si guiendo los métodos científicos más modernos y atrayentes. Literatura latina reúne, entre otros atractivos, la sencillez del estilo, pedagógico en extremo; a ello :ontribuye también la división en epígrafes y la ice riada tipografía, con una adecuada disposición ie las columnas y márgenes. Unas dos mil notas aclaratorias, al final de los capítulos, hacen fácil y provechosa la lectura del volumen, y dan, de paso, profundas lecciones institucionales de religión, mi:ología, historia y geografía, numismática, etc. Hasía ahora, nada parecido teníamos en lengua caste(Continúa en la solapa posterior)
llana. Las obras anteriores se reducían — salvo li mitadas excepciones — a una seca y pobre amal gama de datos, sin valor demostrativo ni formativo. La difusión de esta obra contribuye eficaz mente a un acertado conocimiento de la literatura latina y es un imprescindible instrumento de tra bajo para filólogos, críticos, estudiantes y público culto.
Jo sé Alsina
LITERATURA GRIEGA La Literatura griega del profesor Alsina viene a colmar una laguna en el estudio de la cultura he lénica. La finalidad que ha movido a su autor ha sido proporcionar un instrumento eficaz para el conocimiento de muchos aspectos de la litera tura griega que en las historias literarias al uso suelen quedar relegados a un segundo plano, cuan do no totalmente olvidados. Así son abordados, entre otros, temas tan sugestivos como las relacio nes de la literatura con la sociedad, la religión, el arte y el mito, y se estudia la forma literaria del pensamiento filosófico. Sucesivamente se esbozan los grandes períodos de la literatura helénica, las conexiones entre tradición y aportación personal de los escritores, las vicisitudes por las que ha pa sado la tradición de las obras literarias y se traza un cuadro de la literatura griega perdida. Como complemento se ofrecen ai lector varias textos co mentados de autores importantes, lo que permite un contacto personal con los grandes espíritus de las letras griegas. La Literatura griega pone al leotor en contacto con los más eminentes críticos de las letras grie gas a través die la amplia información que su autor proporciona de los puntos de vista que de cada tema concreto se han defendido. Las posi ciones polémicas relativas a los principales temas abordados pueden seguirse sin dificultad gracias a la amplísima bibliografía crítica citada, lo que permite formarse una clara idea de la historia de cada una de las cuestiones estudiadas por su autor, y que van desde la historia de la investigación literaria griega a cuestiones tan concretas como crítica textual o problemas de cronología y deter minación de autor. E l libro no va dirigido exclu sivamente a estudiantes universitarios, sino a todo el que desee una amplia información acerca del fenómeno cultural griego. El historiador, el soció logo, el filósofo y el crítico hallarán en este libro un útil instrumento, un libro de consulta indispen sable para todo el que desee estar al día en los temas más importantes de la cultura helénica.
JEAN BAYET
LITERATURA LATINA Prólogo de JOSÉ ALS1NA CLOTA
EDITORIAL ARIEL Esplugues de Llobregat BARCELO NA
COLECCION CONVIVIUM 1. Historia del espíritu griego por W ilhelm Nestle
2. Metafísica por E m erich Coreth
3. Literatura latina por Je a n B ay et
4. Introducción a la sintaxis estructural del latín por L isard o Rubio 5.
ABC de la grafología por J . C ré p ie u x -Ja m in
6. Literatura griega. Contenido, problemas y métodos por Jo s é Alsina
7. Tragedia y política en Esquilo por C arlos M iralles
8. La investigación científica por M ario Bunge
9. Historia de la filosofía por F re d erick Copleston
10. Introducción a la lógica y al análisis formal por M anuel Sacristán
11. Lógica de primer orden por Je s ú s M osterín
12. Los orígenes de la civilización anglosajona por M icaela M isiego
13. Teoría axiomática de conjuntos por Je s ú s M osterín
14. Hipócrates y la nosología hipocrática por E u lalia V intró
15. Salustio. Política e historiografía por Jo sé -Ig n a c io C iruelo
16.
Cálculo de las normas por Miguel Sánchez-Mazas
Título de la obra original LITTÉRATURE LATINE Traducción del francés y del latín por A n d r é s Espinosa A la r c ó n
P r o fe s o r de la U n iv e rs id a d de B a r c e lo n a
I.* edición: febrero de 1966 2.* edición: noviembre de 1970 3.* edición: septiembre de 1972 4.* edición: julio de 1975
© 1965:
L ib r a ir ie A rm an d C o l in ,
París
© 1966 y 1975 de la traducción castellana para España y América: Editorial Ariel, S. A., Esplugues de Llobregat (Barcelona) ISBN: 84 344 3905 0 R ISBN: 84 344 3906 9 T Depósito legal: B. 35.104 - 1975 Impreso en España
1975. - A rie l,
-S’.
A ., A t . J. A n to n io , 134-138, E splittntes de Llobregat - Barcelona
PRÓLOGO a la quinta'edición castellana
La Literatura latina del profesor J . Bayet se recomienda por una serie de rasgos que debe, de un lado, a las cualidades áentíficas y pedagógicas de su autor, y, de otro, a la inmejorable tradición escolar francesa, que hace inconfundibles los libros que lanza al mercado. Porque el lector atento observará, al instante, que este libro de literatura se diferencia de la gran mayoría de textos más o menos parecidos por un rasgo típico: su autor, form ado en la mejor tradición gala, sabe que estudiar literatura no puede conse guirse proporcionando al lector y al estudioso simplemente dalos sobre los autores estu diados; sabe que es menester que los textos ilustren la doctrina. Y, en efecto, la Litera tura latina de J . Bayet es, junto a un libro que ofrece interesantes datos de todo tipo al lector, una auténtica antología de textos latinos, de modo que, aun en extracto, al p o nerse en contacto con sus páginas, se sale enriquecido por el considerable caudal de tex tos, que ofrecemos traducidos, que acompañan al texto principal. Una rica bibliografía, que se limita a lo esencial, a lo imprescindible, complementa la parte temática. En con junto, pues, un libro insuperable que me complazco en recomendar vivamente para co nocer no sólo los avatares de las letras latinas, sino incluso p ara entrar en contado con el estilo de los grandes escritores del Lacio. J
osé
A
l s in a
Catedrático de la Universidad de Barcelona
Barcelona, enero de 1981. Año del Segundo M ilenario de la m uerte de Virgilio.
PRÓLOGO a la s e g u n d a ed ic ió n castella n a
La rhagnífica acogida que en los medios intelectuales ha tenido la versión española de la Literatura latina de Jean Bayet ha animado a la Editorial a lan zar una segunda edición. Entre tanto, él profesor Bayet moría el 5 de diciembre de 1969, tras una magnífica labor como estudioso de los aspectos más im portantes de la cultura latina, en especial la literatura y la religión. Y es nuestro deseo que estas líneas que pretenden ser un prólogo a la segunda edición del hermoso libro de Jean Bayet constituyan un sincero homenaje a su recuerdo. Pocos libros como su Histoire politique et psychologique de la Reli gion romaine habrán tenido una acogida tan favorable por sus sobresalientes cualidades de claridad y rigor, atributos que no siempre por desgracia acom pañan a las obras de investigación. Por último, no podemos dejar de hacer constar nuestra satisfacción por el hecho de que un libro como la Literatura latina del profesor Bayet conozca una segunda edición castellana: los estudios clásicos están sufriendo en nues tro país, en poco tiempo, el segundo serio embate, y es un signo reconfortante comprobar que un libro como el del profesor Bayet es leído por los estudiantes y los estudiosos españoles. Signo que permite, a quienes nos dedicamos al es tudio del mundo clásico, esperar que no todo está perdido en España para el cultivo de las Humanidades. J o s é A lsina
Barcelona, noviembre de 1970.
PRÓLOGO a la p rim era ed ic ió n castellan a
He de agradecer cordialmente la amable invitación que E d i c i o n e s A r i e l me hace de prologar la versión que de la magnífica obra de Jean Bayet ha realizado mi discípulo Andrés Espinosa. Y he de agradecer, asimismo, a la mencionada casa editorial, la plausible iniciativa de ofrecer al público espa ñol un libro que sin duda habrá de ser muy bien acogido por los innumera bles valores que encierra. No estamos, por desgracia, demasiado bien dotados en España de libros de literatura latina. En general, cabe incluso decir que el cultivo de las letras y el pensamiento romano se ha dejado a un lado, con las naturales y eximias excepciones. Tenemos estupendos lingüistas, valiosísimos editores de textos antiguos, preclaros paleógrafos y arqueólogos. Y, sin embargo, es parco, excesivamente parco, el número de humanistas abocados al análisis y estudio de los valores literarios romanos. Es sintomático a este respecto el hecho mismo de que sea un helenista —que bien pocos méritos tiene, por otra parte—, quien prologue el libro que ahora, lector amable, tienes en las manos. Un libro de literatura latina prologado por un helenista, con todo, no es un hecho que pueda escandalizar a demasiadas personas. La unidad cultural del mundo clásico ha sido un hecho durante un largo período de años, y sólo ahora, y aún no enteramente, se tiende a separar el quehacer del latinista y el del helenista. El fenómeno de la delimitación de los campos ha coincidido, muy sintomá ticamente, con un movimiento de revalorización de las aportaciones romanas en el campo de la cultura. Con una nueva manera de ver las manifestaciones
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LITERATURA LATINA
del “genio” romano. Con una clara voluntad de entresacar, del material, diga mos, bruto, lo específicamente “romano”. El fenómeno merece estudiarse, y la ocasión es propicia para ello. Roma ha vivido, durante muchos lustros, bajo el impacto de la cultura griega. Ya Horacio, contemporáneo del momento culminante de las letras latinas, y él mismo uno de los espíritus señeros de la “romanidad”, había señalado el hecho: “Graecia capta ferum victorem cepit”. Grecia, sometida, sometió a su vez a su feroz vencedor. El fenómeno no es, por otra parte, aislado. Ahora bien, ocurre que, durante el siglo xix, las orientaciones de la filo logía clásica positivista dieron un cariz excesivamente negativo a la origina lidad romana. No sólo ya en el campo de la religión y de la mitología, sino, asimismo, en la literatura. Convencidos de que Roma no era, en última instancia, más que una prolongación de Grecia, se impuso el axioma de que los escritores romanos dependían estrictamente de los helenos. Y éstos eran, por definición, superiores. Tal es la tesis de Mommsen. La raíz de esta orientación se debe, indudablemente, al hecho básico y fundamental de los méritos positivistas, sobre todo al principio del “análisis de fuentes” (la célebre Quellenforschung alemana) y a la incapacidad radi cal del positivismo por penetrar —ya sea por medio de la Einfühlung, ya por el procedimiento de la fenomenología— en la esencia íntima del sentido de la obra literaria. El filólogo positivista —que ha realizado, sin duda, gran des aportaciones al conocimiento de la literatura antigua, aunque se quedara en lo que cabe denominar lo “extrínseco” a la misma— se preocupaba fun damentalmente por establecer los “lazos”, las dependencias, las relaciones entre el “original” y el modelo. Pero ocurría, además, que este “modelo” quedaba reducido a la simple categoría de modelo, sin que interesara hallar “lo original”, lo propio, lo sustantivo, dentro de su dependencia básica y esencial. Un ejemplo, bien ilustrativo por cierto, aclarará lo que acabo de decir. Fue creencia común durante el siglo xix que la elegía helenística era la raíz directa de la romana. Por tanto —y subrayamos esa locución causal porque la creemos sintomática— la elegía griega debía contener los rasgos específicos que hallamos en la latina, esto es, el elemento subjetivo y erótico. Tal es la tesis básica de Leo, que se preocupó a fondo de estos problemas. Que la inferencia era falsa, resulta claro si tenemos en cuenta que es poquísimo lo que ha llegado hasta nosotros de la elegía helenística. Por tanto, sólo podía llegarse a esta conclusión a base de un parti pris, esto es, el princi pio de que Roma era incapaz de “aportar“ algo propio. Mas he aquí que muy recientemente, Rostagni, en un volumen colectivo consagrado, precisamente, al influjo de la poesía griega sobre la poesía roma na ha señalado hasta qué punto hallamos un distinto planteamiento del 8
Frólogo
problema erótico en una y otra aportación. Mientras el elegiaco helenístico se mueve en un puro campo “objetivo” y “mítico”, el romano sabe descubrir una nueva inspiración, y, sobre todo, una subjetividad que en vano buscamos en los grandes helenísticos. No hay, pues, ninguna duda, que, aun sin olvi dar que es Grecia quien aporta el estímulo inicial, la base de inspiración, el poeta romano sabe hallar sus propios caminos y sus propios acentos. Jacoby había ya sostenido lo mismo en 1905. En este mismo sentido, son nuevas las interpretaciones del influjo de la comedia griega sobre la romana. Los trabajos de Ed. Frankel, sobre todo, se han orientado hacia el descubrimiento de lo típicamente plautino por debajo de las imitaciones que hace de los griegos. Y, en lo que hace referencia a Virgilio, Perrotta ha podido señalar lo “nuevo” frente a lo tradicional, a lo heredado, que hallamos en la obra del gran poeta (Virgilio e i Greet). Y así, hata el infinito; en el caso de Catulo —arquetipo de los neoterici— ha sido Jean Bayet, entre otros, quien ha señalado su originalidad dentro de la depen dencia de Grecia (Catulle, la Grèce et Rome); Kumaniecki ha escrito sobre Aportación personal y tradición en la obra de Cicerón. En el caso de Salus tio, Latte y Perrochat han señalado cómo por debajo de la imitación griega late un típico corazón romano, que lo distingue de su modelo, Tucídides. Pasquali (Orazio lírico) y Fränkel (Horace) han sabido situar a Horacio en su justo puesto, resaltando lo que hay en él de auténticamente romano, y Rostagni ha podido ilustrar maravillosamente las profundas diferencias que separan a Tito Livio de sus modelos griegos, gracias, precisamente, a su “romanidad” y a su fe en el destino de Roma. Y así podríamos seguir hasta el infinito. Libros como Humanitas romana de K. Büchner, y Römische Geisteswelt de Klingner son testimonios patentes, asimismo, de esta nueva orientación en el campo de la literatura latina. La misma actitud mental preside los estudios de religión romana. Hoy podemos, con razón, hablar de una verdadera vivificación de estos estudios, que cristalizan, entre otros, en los trabajos de la escuela francesa (Jean Bayet, Gagé, Le Bonniec) y en la magnífica Römische Religionsgeschichte de Kurt Latte. Si todavía en nuestro tiempo Rose ha podido hablar de la “pseudomitología italiana”, los estudios de Altheim, Eitrem, Beaujeu, entre otros, han iniciado una nueva tendencia que quiere rastrear los elementos propios de Roma en el campo de la religión, o, cuando menos, esclarecer la verdadera aportación romana. Y el título de un libro ya clásico en el campo de los estu dios latinos reza así: “El genio romano en la religión”. ¿Cuál puede ser la razón histórica de este cambio de perspectivas? Apunta, ahora, en las investigaciones literarias, una revalorización del principio herderiano de la “aportación personal”. En el campo concreto de la filología clásica es ésta una de las preocupaciones básicas, hasta el punto que uno de los recientes congresos se centró sobre el gozne “tradición y aportación per 9
LITERATURA LATINA
sonal”. El poeta, el escritor, el artista no es una mera máquina que copia, sin más, a sus modelos. Toda obra de arte es una contestación existential, una respuesta a un reto. La misma ciencia de la estilística se afana ardua mente en la labor de detectar los medios a través de los cuales el escritor da forma a su “mensaje”. El mecanicismo de la Quellenforschung, pues, ha sido sustituido por un dinamismo que busca, en la trayectoria del escritor, la esencia de su mundo interno. Y no es casualidad que también hoy, en los trabajos de filología clásica, abunden los estudios orientados hacia la inves tigación de la “autoconciencia” poética del artista. Queremos saber lo que Hesíodo pensaba de su misión, queremos comprender los sentimientos que Píndaro, o Virgilio, u Ovidio, tenían acerca de su profesión de poetas. Queremos, en suma, aislar, de la “circunstancia”, el “yo” del escritor, y su cristalización: en la obra poética.
Es Jean Bayet uno de los latinistas más eximios de la actual escuela fran cesa. Profesor de la Sorbona, miembro del Institut, sus trabajos se han orien tado hacia tres campos complementarios: la edición de textos —a él debemos un espléndido Tito Livio—, la historia de la religión romana (Histoire politi que et psychologique de la religion romaine, Paris, Payot, 1957)— y la his toria de la literatura. Autor de varios artículos sobre religión romana y poesía latina, es Bayet un espíritu claro, que sabe centrar los problemas con toda nitidez. El libro que hoy ofrecemos al lector hispano es una buena muestra de sus cualidades. Libro que no es simplemente de divulgación, puede llegar a serlo precisamente por esa claridad y esa sencillez que le caracterizan. El autor se ha propuesto dos cosas esenciales en su obra. Es la primera de tipo informativo: presentar los rasgos más sobresalientes de cada autor, centrarlo dentro de su época, resaltar su aportación personal. Pero Bayet sabe muy bien que es imposible hacerse una somera idea acerca de un escritor si éste no es leído directamente. Por ello cada uno de los autores presentados viene acompañado de una selección de textos, siempre acertada, siempre segura. De esta manera el lector entra en contacto directo con la literatura latina, de la mano de un seguro cicerone. Finalmente, el libro está completado con una abundante bibliografía. Eso lo convierte en un valioso instrumento de trabajo, en un auxiliar imprescindible para todo aquel que quiere profundizar los distintos problemas planteados. Esas tres cualidades hacen de este precioso libro una obra altamente recomendable. Esperamos, confiadamente, que cumplirá su misión. José
A ls in a
Catedrático de la Universidad de Barcelona
Barcelona, octubre de 1965.
INDICE Prólogo a la segunda edición castellana Prólogo a la primera edición castellana
I. LOS ORÍGENES DE LA LITERATURA LATINA 1. Condicionamiento histórico
Los latinos Los indoeuropeos, 22. — Sus migraciones, 22. — Los indoeuropeos itálicos, 22. — Los latinos, 23.
El medio mediterráneo
5 7 21
22 22 23
Los elementos de civilización, 24. — Diversidad de reacciones, 24.
Roma. Los inicios de su evolución
25
Situación de Roma, 25. — Roma, Etruria y el Lacio, 25. — Las vicisitudes históricas, 25.
2. El espíritu y la lengua
26
La inteligencia, 26. — La imaginación, 27. — La lengua, 28. — La escritura y el lenguaje hablado, 29. — El ritmo, 29. — El verso saturnio, 31.
3. Tendencias y directrices literarias
31
Tradición oral y literaria, 32. — Preparación para la historia, 32. — Tendencias al drama, 33. — El derecho y la redacción jurídica, 35. A p i o C l a u d i o e l C i e g o , 36. — Aspectos generales de la evolución literaria en Roma, 37.
Bibliografía Π. FORMACIÓN DE UNA LITERATURA GRECORROMANA
38 40
Las etapas de influencia griega, 40. — La plebe y el patriciado ante el helenismo, 41. — El helenismo en el s. m, 42. — Los géneros políticos: el teatro, 43. — La epopeya: el lirismo nacional y religio so, 46. — Métrica y música, 47. — Intentos individuales y tendencias comunes, 49. — Helenismo y nacionalismo, 49. L iv io
A n d r ó n ic o
49
Carácter y formación, 50. — Las obras, 50. — La lengua, 51. — Mi sión de Livio, 51. N e v io
51
Lai tragedias, 52.— Las comedias, 53. — El Poenicum bellum, 54. — Conclusión, 54.
11
LITERATURA LATINA
54
P lauto
Los temas, 55. — Los prólogos, 56. — La acción, 57. — Los perso najes, 59. — Las costumbres, 61. — Movimiento, 65. — Pintores quismo, 67. — Poesía y lirismo, 69. — Lengua y versificación, 71. — Alegría y vis cómica, 72. 72
E n n io
Caracteres generales, 72. — Los Anales, 73. — Historia y poesía, 74. Las tragedias, 76. — Otras obras, 77. — Filosofía y religión, 78. — La lengua y el estilo, 79. — Conclusión, 80.
Bibliografía
81
III. EL PURISMO HELENIZANTE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES
84
La aristocracia helenizante, 85. — La invasión del helenismo y la oposición senatorial, 85. — Los círculos cerrados, 86. — El pueblo y las cuestiones sociales, 87. — Conclusión, 88.
1. Los comienzos de la prosa artística C atón e l
88 89
C en so r
Sus obras, 89. — Los discursos, 90. — El De agri cultura, 92. — Los Orígenes, 95. — Conclusión, 96.
2. El teatro
96
Progresos materiales, 97.
La Comedia
97
Crisis y decadencia de la “palliata”, 97. C e c il io
98
E s t a c io
Escritor de transición-, 98. — La reflexión moral, 99. 99
T e r e n c io
El hombre y el poeta, 99. — Sus obras, 100. — Desarrollo de la acción, 101. — Análisis y composición psicológicos, 103. — Moral y sensibilidad, 104. — Comedia y drama burgués, 105. — Arte y verdad, .106. — Lengua y versificación, 107. — Conclusión, 108. L os a u t o r e s d e “ t o g a t a e ” T i t i n i o , 108. — A t a , 108___ A f r a n i o , 109.
La Tragedia
109
P a c u v io A c c io
108
109 1
Su teatro, 110. — Su fuerza descriptiva, 111. — El análisis psico lógico y moral, 111. — Grandeza nacional, 111. — El estilo, 112.
3. La creación de la sátira L u c il io
110 113 113
Su personalidad, 114. — Las sátiras, 114. _—. Realismo moral, 115. — Realismo literario, 116. — Conclusión, 117.
4. La evolución de la prosa
Los historiadores Los últimos analistas, 117. — Los arqueólogos, 118. — Nuevas ten dencias, 118.
12
117 117
índice
Los oradores Entre Catón 119. — G.
119 los Gracos, 119. — Los Gracos, 119. — Ti. G r a c o , 120. — Conclusión, 121. y
G raco,
122
Bibliografía IV. LA ÉPOCA CICERONIANA
126
Inestabilidad e individualismo, 126. ■— Las contradicciones de la aris tocracia, 127. — Independencia y modernidad de los poetas, 127. — Sus irregularidades, 128. — La medida entre Oriente y Occidente, 128. — La elocuencia y la prosa clásicas, 129. — Evolución de la prosa, 130. — La atmósfera intelectual y la filosofía, 130. — Las preocupaciones técnicas, 131. — Dignidad de la literatura, 131.
132
1. Los progresos de la prosa
Los historiadores
132
Historia animada e historia novelada, 132. — La erudición, 133. — Las memorias, 133.
La elocuencia La retórica, 134. —
134 A n t o n io
y
C r a so ,
134. —
H o r t e n s io ,
135.
2. Cicerón
136
El hombre; la Correspondencia, 137. — Las obras de oratoria, 141. — Los principios teóricos de la elocuencia ciceroniana, 142. — La prác tica; los dones del orador, 142. — Los tratados de retórica, 147. — Los tratados filosóficos, 149. — El arte en los diálogos ciceronianos, 153. — Los poemas, 153. — El humanismo ciceroniano, 154.
3. Lucrecio
154
Física y moral, 154. — Ordenación lógica del poema, 156. — El equilibrio literario, 156. — Ciencia y filosofía, 160. — Realismo e imaginación, 162. — Sensibilidad y pasión, 164. — La lengua y el estilo, 166. — Conclusión, 167.
4. La poesía innovadora
167
El antiguo y el nuevo "estilo alejandrino”, 167. — El "estilo alejan drino” romano, 168. C atulo La obra; la sociedad catuliana, 169. — La distinción de los géneros, 170. — La fantasia, 171. — Sensibilidad y pasión, 172. — Los poe mas “alejandrinos” y su técnica, 173. — El equilibrio clásico, 175. — Lengua y versificación, 177. — El lirismo de Catulo, 177.
5. La nueva prosa: Catulo Los neoáticos, 177. — C . L i c i n i o C a l v o , 178. — La historia, 178. CÉSAR Actividad intelectual de César, 179. — Los Comentarios, 179. — Do cumentación, 179. — Veracidad, 180. — La narración, 181. — Las cualidades dramáticas, 183. — Los discursos, 185. — César en su obra, 186. — Los continuadores de César, 187.
169
177
178
13
LITERATURA LATINA S a l u s t io
187
Cronología de las obras, 187. — Progresos del método histórico, 188. — Formación literaria, 189. — Filosofía de la historia, 189. — La psicología; los discursos, 190. — La narración, 193. — Lengua y estilo, 194. — Influencia de Salustio, 194. C o r n e l io N e p o t e
6. La ciencia y la erudición V arrón
194
196 196
Obras, 1 9 6 .__El hombre y su tiempo, 197. — Las Sátiras Menipeas, 197. — La Economía rural, 198. — Las Antigüedades, 201. — La Lengua latina, 201. — Fuentes y crítica, 202. — La composición, 203. — El espíritu filosófico, 203. — Conclusión, 203.
7. El teatro
203
La atelana, 204. — El mimo, 204.
Bibliografía V. EL CLASICISMO LATINO
205 214
De la República al Principado, 214. — De la protección privada al mecenazgo, 215. — Las escritores en el Estado, 216. — Literatura nacional, 216. — Los hombres y los géneros, 217. — Evolución y madurez de la poesía, 218. — El fin de la prosa clásica, 218. V ir g il io
219
El ambiente poético, 220. — La originalidad de Virgilio, 220. — Las Bucólicas, 220. — Las Geórgicas, 224. — Progreso de la imagina ción, 226. — Ampliación de la sensibilidad, 227. — Problemas socia les, 228. — Episodios y preludios, 229. — La Eneida, 231. — Homeriimo y alejandrinismo, 232. — La novela y la tragedia, 234. — La historia y la actualidad, 236. — Ëtica y sensibilidad, 239. — El verso virgiliano, 240. — La fama de Virgilio, 241. H o r a c io
242
El temperamento de Horacio, 242. — Las obras, 243. — La influen cia de Arqufloco y de Lucilio, 243. — La nueva sátira: Charla y “diatriba” moral, 244. — De la sátira a la epístola, 247. __ Los Sermones literarios: El Arte poética, 249. — La empresa lírica de Horacio, 251. — Los temas líricos, 252. — Las odas nacionales, 254. — El clasicismo de Horacio, 256. T i t o L iv io
256
La Historia de Roma, 256. — Su concepción, 257. — Las dificulta des, 2 5 7 .__Método y lealtad de Tito Livio, 257. — Evolución literaria de Tito Livio, 259. — La vida y el drama, 260---- El relato épico, 262. La psicología, 264. — Los discursos, 265. — El contenido didáctico, 269. — El nacionalismo romano y Tito Livio, 269.
Bibliografía VI. LA LITERATURA AUGUSTEA La Monarquía, 276. — La literatura auguitea, 276. — La Indiferen cia politica, 277. — L u transformaciones sociales, 278. — Las difi cultades de la prosa, 278. — El arte alejandrino en Roma, 279. — Noblen de la poesía, 279. — Caraoteres del arte augusteo, 280.
14
270
276
Índice 1. La floración de la elegía romaná
281
Métrica, 281. — Indeterminación antigua de la forma y de los temas, 281. — La síntesis augustea, 282. __ Diversidad de elemen tos, 282. — Lirismo y composición, 283. — Sinceridad, 283. C o r n e l io G a l o
283
T ib u l o
284
El círculo de Mésala, 284. — Tibulo y Virgilio, 285. — Armoniza ción de los temas, 285. — Composición musical, 287. — Tempera mento, convencionalismo y poesía, 287. L ig d a m o
288
S u l p ic ia
289
P b o p e b c io
290
Su obra, 290. — La tradición alejandrina, 290. — El realismo de la pasión, 291. — El sentimiento del drama humano, 293. — La imagi nación romántica, 294. — Poesías de encargo, 295. — Las elegías nacionales, 296. — Conclusión, 297.
297
O v id io
Los poemas eróticos, 298. — Los grandes poemas, 298. — Las elegías personales, 300. — Diversidad y monotonía, 301. — Retórica y psicología, 302. — La poesía de la vida cortés, 302. — El pintor de género, 304. — Colorido y puesta en escena, 304. — El arte en las Metamórfoaia, 306. — La sensibilidad de Ovidio, 307. — Con clusión, 309.
2. Los géneros poéticostradicionales
309
El teatro, 310. — La epopeya, 310. — La poesía didáctica, 311.
312
M a n il io
El tema, 312. — Filosofía y religión, 312. — La imaginación cientí fica y la observación, 313. — La poesía y los ornamentos, 314. — Determinismo y moral, 315. — Conclusión, 316.
3. La evolución de laprosa
316
La historia, 316. — Las obras técnicas, 317. — La filosofía, 317. — La retórica, 317. Sén eca e l
Los
V ie jo
h éto res
318 319
Conclusión, 320.
Bibliografía VU. LA LITERATURA CLAUDIANA
321 326
Loi principes claudianoi y la antigua aristocracia, 326. — La nueva sociedad: los libertos y el cosmopolitismo, 327. — Las bases de la unidad, 327. — Enriquecimiento de la sensibilidad, 328. — Ten dencias a una ideología universal, 329. — Tendencia innovadora de la literatura, 330. — Retórica, filosofía, ingenio de salón, 330. — El realismo y sus formas, 331. — Confusión entre prosa y poesía, 332.
15
LITERATURA LATINA
1. La poesía de espíritu clásico
332
La Fábula: F e d b o La poesía científica: El Etna La poesía bucólica: C a l p u r n i o
332 334 335
S íc u l o
2. Los prosistas: la ciencia; la historia
336
La literatura técnica
337
Juristas, 337. — Críticos y gramáticos, 337. — La agronomía: C o l u m e l a , 337. — La medicina: C e l s o , 337. — La geografía: P o m p o n i o M e l a , 337.
Los historiadores Veleyo
Patérculo,
C u r c io ,
339.
338
338. —
V a l e r io
M á x im o ,
339.
—
Q u in t o
3. La renovación de la literatura
342 342
SÉN ECA
Las obras, 342. — Séneca ante la filosofía, 343. — Su esplritualis mo, 343. — Moral y psicología, 345. — Problemas sociales y direc ción individual, 347. — El entrenamiento de la voluntad, 350. — Composición y estilo, 351. — Séneca satírico, 352. — Séneca drama turgo, 353. — Conclusión, 357. 357
P e r s io
Persio y el estoicismo, 357. — Persio y la retórica, 357. 360
L ucano
La Farsalia: proyecto y realización, 360. — El espíritu científico, 361. — La empresa épica, 363. — El arte de Lucano, 369. — Conclusión, 370. 370
P e t r o n io
El Satiricón, 370. — El autor: la sociedad mundana, 370. — El escéptico enervado, 370. __ La objetividad, 371. — La lengua, 375.
Bibliografía
376
Vin. EL NUEVO CLASICISMO
382
La sociedad, 383. — Condiciones morales del nuevo clasicismo, 383. Los caracteres literarios, 384. — Presagios de decadencia, 385.
1. La prosa científica y técnica
385
P l in io e l V i e jo
386
Q u in t il ia n o
388
La Institución oratoria, 388. — Cualidades y defectos de Quintiliano, 389. — La pedagogía, 390. — La vuelta a los clásicos, 391. — Lengua y estilo, 392. — Conclusión, 392.
2. La poesía neoclásica V a l e r io S il io
16
F laco
I t á l ic o
393 393 395
Indice E
sta cio
397
Las epopeyas, 397. — Las Silvas, 399.
3. La poesía realista
401
M a r c ia l
401
La obra y el hombre, 401. — Posición literaria de Marcial, 403. — El realismo, 404. — La técnica del epigrama, 405. — Arte y poe sía, 407. JUVENAL
408
Las sátiras, 408. — Carácter general, 409. — El espíritu nacional, 410. — La imaginación realista, 412. — Escasez de ideas, 414. — La potencia retórica, 414. — Estilo y versificación, 415.
4. La elocuencia y la historia T á c it o
416 416
Su obra, 416. — Formación y evolución de Tácito, 417. — Método y filosofía de la historia, 421. — La inquietud moral y la penetración filosófica, 421. — El sentido dramático y el pintoresquismo, 423. — Lengua, estilo, poesía, 426. — Conclusión, 427. P l in io
el
J o ven
428
Plinio orador: el Panegírico de Trajano, 428. — La correspondencia entre Plinio y Trajano, 429. — Las Cartas de Plinio, 430. __ Con clusión, 434.
Bibliografía
435
IX. LA DECADENCIA ANTONINA Y LOS COMIENZOS DE LA LITERATURA CRISTIANA
440
Divorcio entre la literatura y la evolución política, 441. — Desequi librio entre la literatura y la evolución social, 441. — Los géneros profanos, 441. — El auge de las religiones, 442. — El cristianismo, 442. — La apologética cristiana, 443. — Conclusión, 444.
1. La historia
444
S u e t o n io
444
El género: su valor histórico, 445. — Caracteres literarios, 445.
Los autores de resúmenes F lo ro,
447. —
J u s t in o ,
447
448. — La Historia Augusta, 449.
2. La oratoria y la prosa artística
449
F bo n tó n
449
A pu leyo
451
El hombre, 451. — Sus obras filosóficas y oratorias, 452. — Las Metamórfosis, 452.
3. La erudición y la prosa técnica
Los gramáticos A u lo
G e l io
Los juristas
456
456 456 457 17
LITERATURA LATINA
4. La literatura cristiana
458
T e r t u l ia n o
458
Obras, 458. — La elocuencia, 459. — La imaginación y la pasión, 462. — La lengua y el estilo, 464. — M i n u c i o F é l i x , 464. — S a n C i p r i a n o , 467. — Sus obras, 467. — A r n o b i o , 470. — L a c t a n c i o , 471. — Sus obras, 472. — Su valor, 472. — Conclusión, 474.
Bibliografía
475
X. EL RENACIMIENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO
481
El prestigio espiritual de Boma, 481. — La sociedad, 482. — La cultura cristiana y el cristianismo, 483. — La poesía y el arte cris tianos, 483. — El cristianismo romano, 484. — La catástrofe, 484.
1. La prosa: los géneros tradicionales
485
La oratoria
485
Los Panegíricos, 485. — Símaco, 486.
La historia
488
Los autores de resúmenes, 488. — Aurelio Víctor, 488. A m ia n o M a r c e l i n o
489
El hombre, 489. — Su concepción de la historia, 491. — Unidad espiritual, 492. — Lengua y estilo, 493.
La erudición Gramáticos
494 y
comentaristas, 494. —
M a c r o b io ,
494.
2. La poesía profana
494
A v ie n o
494
A u s o n io
495
La obra: pequeneces y éxitos, 495. — El genio descriptivo, 496. C la u d ia n o
498
Su obra: panegírico y sátira, 498. — Espíritu nacionalista y grandeza épica, 409. — La imaginación, 501. — La lengua y el estilo, 503. R u t il io
N a m a c ia n o
3. La prosa cristiana
503 505
S an H il a r io
505
S a n A m b r o s io
507
Sermones y tratados, 507. — Los himnos, 508. S a n J e r ó n im o
509
El hombre y la obra, 509. — El observador satírico, 510. — El direc tor espiritual y el asceta, 510. — El sabio, 511. — Las dotes litera rias, 513. S a n A g u s t ín
Temperamento e inteligencia, 515. — Obras filosóficas: los Solilo quios, 515. — La psicología: las Confesiones, 517. — La enseñanza dogmática, los Sermones, 519. — La síntesis cristiana: La Ciudad de Dios, 520. — Imaginación y movimiento, 522. — La lengua y el estilo, 522. — Conclusión, 522.
18
514
Índice
Los historiadores S u l p ic io
Sev er o ,
522
523. —
P aulo
O r o s io ,
523. —
S a l v ia n o ,
523.
4. La poesía cristiana J uven co,
C ip r ia n o ,
524 C o m o d ia n o ,
524. — Evolución
de
la poesía
cristiana, 524. P r u d e n c io
525
Poesía lírica, 525. — Poesía didáctica, 527. — Arte y poesía, 528. S a n P a u l in o d e Ñ o l a
Bibliografía
529 532
LA SUPERVIVENCIA DE LAS LETRAS LATINAS
541
Últimas prolongaciones de la literatura latina antigua, 541. — Conti nuidad del latín culto, 542. — La transmisión de las obras antiguas, 543. — La crítica y el estudio histórico de los textos, 544. — Vigor histórico y vigor perenne, 544.
Bibliografía B ib l io g r a f ía
546 gen eral
547
Indice de autores
553
Indice de textos
561
Téngase presente que: 1.° las equivalencias monetarias (siempre aproximadas) de las sumas es tipuladas en dracmas u otras monedas antiguas, han sido hechas en pesetas 1965; 2.° los exponentes *, 2, 3, pospuestos al título de una obra o al nom bre de un editor, significan primera, segunda, tercera....... edición; 3.° la bibliografía, que no pretende ser completa, mantiene el criterio de mencionar obras antiguas, pero cuya consulta se hará siempre con Además, en esta edición española, se ha completado bajo Í)rovecho. os epígrafes de "Ediciones españolas” y “Estudios españoles”, con aquellas obras publicadas en nuestra patria dignas de tener en cuenta por su utilidad.
CAPITULO I
LOS ORÍGENES DE LA LITERATURA LATINA
Un pueblo expresa en su literatura, de modo perdurable, la inteligencia y el alma propias. Una obra literaria no se concibe sin un escritor que intente darle una forma personal, lograda, lo más bella posible, Pero todo escritor, al margen de la atmósfera que lo envuelve, tiene tras sus espaldas todo el largo pasado de su pueblo. De ahí la importancia de los fenómenos de civilización y de lengua incluso antes de que nazca una literatura escrita, y especialmente en el caso de los latinos: porque entre la fecha tradicional de la fundación de Roma (753) y las más antiguas obras que podían leer los romanos de la época clásica —discurso senatorial de Apio Claudio el Ciego (280) y primera obra de Livio Andrónico (240)— una larga historia había elaborado el tempera mento latino, y lo había dotado de un pensamiento, de una imaginación y de una lengua que le permitieran continuar y enriquecer con plena originalidad la literatura de los griegos.
21
LOS ORIGENES DE LA LITERATURA LATINA
1.
Condicionam iento histórico
LOS LATINOS
Los indoeuropeos.— Desde la India, a través de Persia, Armenia y toda Europa,hasta el océano Atlántico, se hablan lenguas estrechamente emparentadas, cuyo estudio, apoyado por los resultados de las excavaciones arqueológicas, ha permitido imaginar bastante bien la vida y las migraciones prehistóricas de una parte considerable de la humanidad, que se designa con el nombre de “indoeuropeos”, para indicar además una comunidad originaria, no de raza, sino de lengua. Sus tribus patriarcales se desplazaban muy lentamente con sus rebaños; se asentaban, en ocasiones para largos períodos, en llanuras o valles que ponían en cultivo; después, bien por agotamiento del terreno, bien a consecuencia de inunda ciones, epidemias, o bajo la presión de pueblos recién llegados, reemprendían la marcha. Se trataba de hombres enérgicos, llenos de iniciativas, muy flexi bles para adaptarse a nuevas condiciones de vida sin perder sus cualidades nativas; poseían también una sorprendente capacidad de asimilación: los otros grupos humanos, a los que imponían su fuerza, se agregaban fácilmente a ellos y adoptaban su lengua. Sus migraciones.— Un buen número de tribus indoeuropeas marchó hacia el Oeste a través de las llanuras septentrionales de Europa o ascen diendo por el valle del Danubio. Pero de esta masa se destacaron en diversos momentos algunos grupos que se dirigieron, en sentido oblicuo, en espe cial hacia el Sur y cuya lengua, a partir de entonces, evolucionó con total independencia, de acuerdo con las nuevas exigencias y contactos: hi titas, escitas, tracios, griegos aqueos (luego dorios) forman parte de estos grupos, llegados, en fechas diversas, en medio de poblaciones mediterráneas, a las que impusieron, por más o menos tiempo, su dominio. Entre 1400 y 1000 a. C. y, según parece, en la región de Bohemia, se produjo la última escisión entre los indoeuropeos que, prosiguiendo su camino hacia el Oeste, iban a adoptar la lengua céltica, y los que, tras alcanzar Italia en lentas etapas, iban a asen tarse bajo el nombre de latinos, oscos y umbros. Los indoeuropeos itálicos.— Descendieron por los Alpes, en oleadas su cesivas de “bárbaros”. Los indígenas sufrieron su dominio, sin duda no por que se encontrasen mal armados (eran más civilizados y conocían también el bronce), sino porque los invasores poseían caballos y carros, sin contar el ímpetu y la voluntad. Aun siendo poco numerosos, se impusieron a la masa de los mediterráneos. Por otra parte, a medida que iban llegando otros grupos luchaban entre sí, tribus contra tribus. Los latinos, tal vez los pri meros en establecerse en la Italia central, parecen así haber quedado opri midos en el bajo valle del Tiber por los oscos (sabinos, samnitas, etc.) al Sur y los umbros al Nordeste. Se ha pensado que no habrían sobrevivido de
22
Condicionamiento histórico
no ser por la inmigración de los etruscos, pueblo no indoeuropeo llegado sin duda del norte del mar Egeo, que ocupó la Toscana desde el mar al Apenino (¿a partir del siglo vm?) y rechazó a los umbros. Los latinos. — El territorio que ocupaban los latinos, el Lacio, posee poca extensión: apenas la superficie del antiguo departamento del Sena. Los dosques de las vertientes del Apenino y del macizo volcánico de los montes Albanos, junto con los pastos naturales de la llanura, cuya toba guarda la humedad, debieron de agradar mucho a los inmigrantes llegados del Norte. La extensión, apenas ondulada, de la campiña romana no ofrecía mayores dificultades materiales para el cultivo de los cereales, y las colinas soleadas se prestaron más tarde para la plantación de la viña y del olivo. La civiliza
ción del Lacio fue de signo agrícola. Los indoeuropeos invasores únicamente formabar una aristocracia, pero ésta se hallaba en posesión de esquemas religiosos y jurídicos muy sóndos y especialmente dotada para imponer una organización social. Su lengua borró también la de sus súbditos. Éstos, lejos de desaparecer, modificaban poco a poco a sus vencedores, y los latinos de la historia representaban el resultado de una asimilación recíproca. La clase dirigente conservó, en el fon do, el instinto de guerra y de conquista, los hábitos del clan y de la autoridad bajo una clientela sometida; pero disminuida y estabilizada por las condi ciones de vida y tal vez por ciertas mezclas de sangre, adquirió, por espacio de siglos, una fisonomía nueva: a los señores de aspecto mas o menos feudal sucedieron los propietarios rurales. La dureza en el triunfo, la tenacidad, el espíritu de continuidad, la lenta meditación de los problemas prácticos les marcaron rasgos indelebles. En el conjunto de la población predominó el arraigo a la tierra, por pequeña que fuera, al hogar, a los sepulcros. La reli gión dé las grandes fuerzas de la naturaleza, que era propia de los indoeu ropeos, se tiñó de cultos agrarios, de viejas supersticiones, de prácticas do mésticas. Realismo a ras de tierra; firme organización política; sumisión a toda una red de obligaciones religiosas, sociales y morales; pero afirmación del indi viduo asentado en su hacienda: tal parece ser lo esencial de lo que legó a la mentalidad latina el largo período de fusión entre conquistadores y vencidos. EL MEDIO MEDITERRANEO
Sería absurdo pensar que el clima mediterráneo no hubiese actuado también sobre esos hombres llegados del Norte, en el sentido de un despertar más completo al mundo de las formas y de una expansión vital más plena. Pero cuando los latinos nos revelan su sensualidad estética, su gusto por el movimiento, el color y la música, han actuado ya sobre ellos tantas influencias diversas, y su descendencia se ha mezclado de tal suerte, que es imposible intentar recons truir la evolución. Es evidente que fueron, en todo momento, muy distintos de los griegos. Y a ello contribuye el hecho de que el marco mediterráneo no es idéntico en Italia y en Grecia: allí se percibe menos la sensación de claridad brillante y armoniosa, que la riqueza, vegetal y humana, de una 23
t o s ORIGENES DE LA LITERA TU RA LATINA
tierra feliz; y la mar no acude por doquier a invitamos al viaje y a la aven tura. Menos curiosidad, más apego a las tareas agrícolas: ello fue tal vez la
t-onftccticncia. Los elementos de civilización. — Unos emigrantes trajeron la civiliza ción de Oriente a los itálicos: los etruscos, que, al Norte, fueron los veci nos inmediatos de los latinos, y los griegos, que a partir del siglo vm es tablecieron sus colonias en las costas del sur de Italia. Tanto unos como otros fueron, en beneficio de la península, los promotores de una civilización
urbana fundada sobre activos intercambios por tierra y por mar. Más aún que la vecindad, fue el exotismo de la lengua y de la religión, unido a ciertas tendencias a la crueldad y a la voluptuosidad, lo que asegu raba a los etruscos, por contraste, una influencia especial sobre el Lacio. Y, por ende, dicha influencia fue de signo orientalizante: tanto por sus gustos como en el comercio, los etruscos miraban cara a Chipre y a Egipto. Si se helenizaron con rapidez, fue gracias a las relaciones que mantenían con la Jonia más que con la Grecia propiamente dicha; y, por otra parte, en la Italia meridional, los establecimientos griegos más ricos experimentaban, por gusto y por necesidades comerciales, las mismas influencias (siglos vn-vi). El “jonismo”, o sea una forma asiática de helenismo, selló toda la primera civili zación itálica y se prolongó entre los etruscos y sus vecinos más que en el mundo griego de Occidente. Se caracterizaba por un cierto extremismo, por un cierto exceso en la búsqueda de sensaciones y en su expresión; que se reconoce de un extremo a otro de la literatura latina, en mayor o menor grado. Diversidad de reacciones. — La civilización etrusca y los influjos extran jeros actuaron de modo muy diverso en los diferentes grupos de población. Dependía de que una vía comercial se afianzara o periclitase ante la compe tencia de otro trazado; dependía de los crecimientos y los retrocesos políticos: así la civilización material (y, con ella, los cambios intelectuales) ganaba o perdía terreno en tal o cual lugar. Además, muchas veces, aunque procediera de Etruria o (especialmente) ae las ciudades griegas, sólo llegaba al Lacio filtrada y modificada por los sabinos, los campanienses, etc. En la Italia central, todo cantón de alguna importancia se convertía así en una especie de crisol donde las cualidades del terruño y las influencias extranjeras se combinaban de modo desigual, y que a su vez actuaba sobre sus vecinos: Freneste, muy orientalizada en el siglo vn, volvió muy pronto a ser latina, o, mejor dicho, grecolatina en sus gustos; Falerii, oprimida por los etruscos, tomó una fisonomía mixta tan poco evolucionada, que los antiguos no podían alcanzar con exactitud su origen (próxima a la de los latinos). Sólo la impor tancia política creciente de Roma fue sistematizando paulatinamente esta anarquía cultural y permitió, transcurridos algunos siglos, Una orientación intelectual común.
24
Condicionamiento histórico
ROMA. LOS INICIÖS DE SU EVOLUCIÓN
Situación de Boma. — Las aldeas latinas y sabiñas, de vocación agrícola, que se establecieron en las colinas próximas a la isla Tiberina, sólo logra ron transformarse en una ciudad, según parece, gracias a la acción de elemen tos etruscos, procedentes de la otra orilla del Tiber. Y Roma debió su im portancia y una gran parte de su fisonomía al río cuyo tráfico controlaba en su totalidad y al puente que, a través de ella, ligaba el Lacio a la Etruria. Ciudad mixta, ciudad de paso, se hallaba desde un principio abierta a toda clase de influencias, incluso por su llanura de pastizales y cultivo, donde sabinos y latinos emprendían frecuentes y recíprocas “razzias”. En ello es triba su originalidad y, por decirlo así, su misión providencial. Boma, Etruria y el Lacio. — Dueños de la Campania en el siglo vi, los etruscos lo fueron también de Roma, y, gracias a ella sin duda, dominaron entonces al Lacio, que separaba sus dos zonas de dominio. Las consecuencias de estos acontecimientos fueron de extrema importancia. En primer lugar, prosperidad considerable de Roma: ello es patrimonio de las ciudades de tránsito, al establecer puerto franco y comisiones. Y, además, el vigoroso auge de la civilización etrusca: construcciones, artes plásticas, mentalidad, a excepción de la lengua sin duda; todo en Roma fue etrusco. Y este auge se mantuvo duradero, imborrable en algunos dominios. Sin embargo, la grandeza que Roma debía a los etruscos le aseguraba un papel de primer orden entre las ciudades latinas; y así se mantuvo en su beneficio la posibilidad de repre sentar el espíritu latino. Después, los intereses de los etruscos en la Cam pania osea, en contacto directo con ciudades griegas (Cumas, Posidonia, etc.), originó, a través del Lacio, y en beneficio particular de Roma, una corriente mixta de civilización, netamente helenizante, y en un momento en que el helenismo florecía vigorosamente. Las vicisitudes históricas. .— La expulsión de los reyes de Roma (fecha tradicional: 509), en coincidencia con un declinar universal del jonismo, señala la decadencia del poderío etrusco, que va a continuar durante dos siglos, bajo la efervescencia gala al Norte y los ataques de los latinos y de los griegos al Sur. Para el desarrollo intelectual ae Roma, ello representó un retroceso muy grave. Una aristocracia rural, en su mayor parte indoeuropea —en el caso de los latinos reforzada por poderosos elementos sabinos, anti guos o recientes—, rechazó vigorosamente los progresos que la “plebe” ( = mul titud de gentes mezcladas) urbana había realizado bajo los reyes etruscos. Al mismo tiempo Roma, desbancada de su posición preponderante y sin duda de su riqueza, debió emprender lentas y penosas luchas para imponerse de nuevo entre las ciudades del Lacio. Los logros de un siglo de civilización se perdieron así sin dejar otro rastro literario que vagas huellas en las antiguas leyendas de Roma. Parece adivinarse una especie de anarquía moral e intelectual: el etrusco continúa siendo lengua de cultura de la aristocracia; la plebe urbana se orienta más bien hacia las ideas y los cultos griegos. Sin embargo, en medio de guerras y de penosas discordias, se forja una Roma más latina. La conquista de 25
LOS ORÍGENES DE LA LITERATURA LATINA
Veyes (395) debía, sin duda, inclinarla de nuevo hacia Etruria, y la invasión gala (390) destruirla. Pero el último tercio del siglo iv marcó definitivamente la perfección de su conciencia nacional y su definitiva orientación intelectual: ciudad regente de la liga latina, a la que impone su política, estrechamente unida a la Campania, victoriosa de los montaraces samnitas y en contacto con las ciudades helenas de la Magna Grecia, Roma es una verdadera capital y vuelve a ser un gran mercado. Su aristocracia la ha puesto en posesión de un pasado y de una conciencia nacional; su plebe, provista de un estatuto y en progreso continuo, pacta sin renunciar a su espíritu renovador: tanto en lo uno, como en lo otro, pese a las reticencias oficiales, el helenismo ejerce su poder de atracción, un helenismo cada vez mejor asimilado.
2.
El espíritu y la lengua
En el curso de una historia tan accidentada, la lengua de los indoeuropeos del Lacio se mantuvo y se desarrolló por su fuerza íntima, al parecer sin graves contaminaciones. La influencia del etrusco sobre ella es prácticamente nula: algunas palabras tan sólo. La de las lenguas mediterráneas indígenas parece más notable: pero, reducida también al vocabulario, no afectó a la estructura misma de la lengua. Así se consuma una vez más la singular imposición de los dialectos indoeuropeos sobre las poblaciones sometidas y su tenacidad en un medio extraño. Y deben esta ventaja a su flexibilidad original y a su dotes de renova ción: eran capaces de adaptarse a condiciones diversas, morales y materiales, que los invasores hallaban en el lugar donde se asentaban definitivamente. Así el latín posee, en el grupo de las lenguas indoeuropeas, una poderosa originalidad, formal y psicológica; y, estudiándolo, incluso fuera de los textos, se puede hallar una primera muestra de esta relación entre el espíritu nacio nal y el lenguaje, del cual brota una literatura. Ünicamente habrá que obser var que este estudio pone de relieve las tendencias espirituales de los latinos del siglo IV más bien que las de los latinos primitivos: y aquéllos eran ya ricos en historia y entremezclados con elementos diversos. L a inteligencia. — La inteligencia latina es muy poco especulativa: la ciencia pura, las matemáticas, llevadas a tan alto grado de progreso por los griegos, no le interesarán nunca. Sin embargo, es precisa y continuada: pero su análisis sólo se basa sobre realidades, y especialmente realidades huma nas. El derecho práctico es su triunfo: los problemas concretos que plantean a cada instante en la sociedad las existencias más mezquinas le procuran una multitud de ocasiones para ejercitarse; compara, precisa, distingue infa tigablemente; pero, por sutil que llegue a ser, vuelve siempre a las realidades. El derecho sera (Cicerón lo notó acertadamente) la filosofía —psicología, socio-
26
El espíritu y la lengua
logia, dialéctica, lógica— de los romanos. Pero, a su lado, también la política, que juzga las diferencias, calcula las fuerzas que se le presentan, aprecia las consecuencias y busca en cada instante el equilibrio, será para ellos el gran estudio de la sabiduría: la historia interna de Roma es reveladora a este respecto. Nada de teoría hay en todo ello, al menos hasta el momento en que la influencia griega no rebasó el espíritu romano; pero se da también una cierta obstinación pasiva que, consciente de las presiones diversas, no cede hasta el último momento, casi siempre a tiempo, y justamente en lo que es necesario. Por ello los romanos fueron unos administradores fuera de serie: hasta la religión organizaron en beneficio del estado, mezclada como estaba de elementos indoeuropeos e indígenas, de aportaciones etruscas, griegas, sabi nas, etc. En el dominio intelectual, la generalización y la vulgarización serán formas esenciales del espíritu latino. Este genio de adaptación y de organización parece indoeuropeo en sus inicios; pero su forma romana, de una particular pureza, debe mucho tal vez a la serie de experiencias políticas muy diversas a las que fueron some tidos los latinos. Cierto espíritu de cuidado minucioso, de escrúpulo religioso, parece perpetuar la influencia etrusca. La fidelidad, sin cesar proclamada, a las tradiciones de los antepasados (mos maiorum) es un fenómeno de signo general, pero la aristocracia regente de los siglos v y iv le confirió una extrema rigidez; se hallaban mezclados a la vez orgullo nacional y preocupación moral: esta última coloreada de malevolencia y de sátira, como sucede cuan do un código muy estricto de conveniencias y de dignidad exterior se impone a personalidades variadas y enérgicas. Porque, a pesar de los hábitos que engendran los sistemas sociales, el respeto a la “majestad” del estado y un formalismo que llega a ser casi opresor, las voluntades personales se mantienen poderosas. El campesino, en su hacienda, es rutinario, pero dotado de personalidad y en vía de progreso; en las ciudades del Lacio, cuya decadencia se precipita, se cultiva un indi vidualismo a ultranza; en Roma, donde la plebe actúa en política de modo gregario, cada uno acoge, en cambio, a su modo, ideas e impresiones nuevas que aporta sin cesar el tráfico exterior, y persigue con energía contra todos su interés particular. De una sociedad en apariencia muy rígida no cesarán de emerger potentes personalidades, revolucionarias con toda audacia o conscientemente originales bajo las apariencias de una regla aceptada. La imaginación. — No parece posible, tratándose de un temperamento de esta índole, hallar en él gran capacidad para la poesía. No obstante, la imaginación latina posee sus recursos y su originalidad. El apego a las reali dades concretas y la atención escrupulosa para distinguir las diferencias, incluso poco aparentes, y los momentos sucesivos, desarrollaban las dotes de observación y las facultades descriptivas. Esto se evidencia, de modo bien inocente, en las listas (Indigitamenta) de dioses propiamente romanos: una gran cantidad de ellos no son sino epítetos, que revelan el análisis preciso de los servicios que se espera de ellos y que, de la guisa que sea, los describen. Especialmente en materia agrícola, o cuando se trata de algún detalle de la viaa familiar, de los progresos del niño, el empeño tiene cierto carácter 97
LOS ORIGENES D E LA LITERA TU RA LATINA
sorprendente, e incluso prometedor en su torpeza.1 Todas las realidades de la vida cotidiana, las minucias del campo, de la casa, de la familia, nutren la imaginación del latino: fuente de poesía íntima y realista. Las grandes fuerzas cósmicas se las representa, sin duda, de modo menos vivo y también menos antropomórfico que los griegos. Posee o adopta dioses de fisonomía oscura, mal definida: Jano, el de doble rostro; Vertumna, siem pre cambiante, en la que se mezclan confusamente las preocupaciones huma nas y un vago sentimiento del universo. Una comunión Dastante misteriosa se deja adivinar en el apego del romano a las fuentes, a los lagos montañeses cercados de bosques, en su gran familiaridad con animales-fetiches (lobo, oca, serpiente, etc.), en su fe en los prodigios, a menudo infantiles, pero ¡cuánto más poéticos que los oráculos en que se proyecta la perspicacia de los griegos! Se imagina, mejor que ellos tal vez, lo sorprendente de la metamórfosis; y lo maravilloso de las supersticiones se mantendrá tenaz en Italia... Actúan en ello fuerzas confusas, neutralizadas en la mayoría de los casos entre los romanos por las necesidades de la acción práctica, pero que entre los maes tros escritores, Lucrecio, Virgilio, Séneca, se convertirán en un sentimiento profundo y ansioso de relaciones entre el hombre y la naturaleza, o en pres ciencia de Dios en la soledad. L a lengua. — La lengua latina se nos muestra suavizada por el trabajo de los literatos, mientras que sus primas de Italia, el umbro y el oseo, sólo nos son conocidas a través de las inscripciones, por demás poco numerosas. Sin embargo, la comparación ayuda a definir la profunda originalidad del latín y su ritmo. El vocabulario, en el momento en que se abre el período literario, es homogéneo, a pesar de los préstamos, bastante numerosos, tomados de las antiguas lenguas mediterráneas (en particular en lo tocante a nombres de plantas), de los dialectos itálicos, del griego (en un principio por interme diarios, luego directamente), incluso del etrusco (términos de civilización, como los procedentes del griego). Un largo empleo oral fortificó, como sucede entre los “salvajes”, el valor propio de cada palabra: una multitud de voca blos latinos permanecerán siempre cargados de matices particulares, no lógi cos, sino afectivos; son algo más que signos. Los derivados ganan pronto su independencia; los compuestos son raros y, en lugar de ser de sentido claro, como entre los griegos, toman a menudo, como las palabras antiguas, un valor personal complejo. De ello resulta un embarazo para el ejercicio del pensamiento puro, una carencia de precisión en el diseño (agravada por la falta del artículo), pero, para escritores artistas, ello representa una tenta dora riqueza de tonos difusos, por demás difíciles de manejar. La tendencia de los latinos al análisis de las realidades humanas, en espe1. Veruactor, Reparator, Imporcitor, Obarator, Occator, Sarritor, Subruncinator, Messor, Conuector, Conditor, Promitor, cuidan de los barbechos, de su puesta en cultivo, de los surcos, de la última labor, del rastrilleo, de la binazón, del escardado, de la siega, del acarreo, del entrolamiento, de la acción de sacar el grano del troje, etc. El niño llora gracias a Vaticanus, habla gracias a Fabulinus; Cuba lo duerme; Educa y Patina le enseñan a comer y a beber; Abeotxa y Adeona, Iterduca y Domiduca le obligan a andar y pasear y a volver junto a los suyos.
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El espíritu y la lengua
cial las psicológicas y sociales, enriqueció progresivamente su lengua de térmi nos abstractos, pero no puramente psicológicos o científicos; se unen, pues, fácilmente, en la frase, al vocabulario concreto, y este tipo de alianza vendrá a ser —aunque bastante tarde— un recurso importante de la prosa latina. El sistema de flexiones (“casos” de los nombres y de los adjetivos) es menos usado que entre los griegos: el ablativo subsiste. Las ventajas son conocidas: flexibilidad en la construcción de la frase, posibilidad de grandes efectos psicológicos o descriptivos por la situación en lugar preferente (el la tín carga las tintas sobre el principio de las frases) de Jos términos esenciales, riqueza de sugestiones poéticas por la ligazón de palabras que, sin guardar relación entre sí, se tiñen, por así decirlo, de matices recíprocos. La conjugación latina no cuenta con la voz media de los griegos, tan rica en tonalidades individuales; pero una serie de verbos, especialmente con prefijo, revisten tales valores personales, ya en virtud de una muy lejana ascendencia, ya simplemente como consecuencia del uso. La gran innovación del latín reside en la rigurosa distinción de los tiempos, especialmente en la oposición entre lo ya acabado (perfectum) y lo no acabado aún (infectum). El admirable realismo de este pueblo se reconoce también en la neta distin ción entre el indicativo, modo de lo real, y el subjuntivo, modo de lo pensado. Por el contrario, el optativo (modo del deseo) no existe como forma distinta; los participios son poco numerosos, y los que existen son poco em pleados (a excepción del adjetivo-participio llamado pasivo) en el antiguo uso. L a escritura y el lenguaje hablado. — Los latinos no aprendieron a es cribir su lengua hasta que los etruscos les hubieron transmitido uno de los alfabetos de los griegos de Occidente. Pero la escritura fue ignorada por la inmensa mayoría del pueblo y durante mucho tiempo reservada para la transcripción oficial de contados documentos. Incluso en plena floración literaria, las personas más instruidas llegaban a conocer un libro no tanto por lectura muda como por escuchar ésta en voz alta. Y así es como siem pre debería apreciarse un texto latino. Y no sólo porque, en realidad, la flexibilidad y la armonía de las cons trucciones, junto con la razón de ser de las agrupaciones de frases por yuxtaposición, encadenamiento o círculo, no pueden ser percibidas sino de este modo. Es que el latín es, por entero, una lengua emotiva y dramática, que desarrolla sus efectos en el tiempo, y con el sentimiento innato de la vida. Multiplicó los procedimientos de reproducción de la palabra: estilo directo, estilo indirecto, estilo indirecto libre, con los matices más delicados. Si resulta poco idóneo para la investigación filosófica o científica, es admirable para la pintura de la acción y el movimiento psicológico.
El ritmo. — De sonoridad grave, bastante sorda, con cierta pesadez mo nótona en las flexiones, y con asperezas (en especial a causa de las guturales), pero sin aspiraciones y capaz de flexibles modificaciones, la lengua latina se articulaba bien, y cada palabra tenía una intensidad inicial y un acento. Este acento, al menos en la época clásica, era musical como el de los griegos y permitía, en los grupos de palabras, modulaciones variadas; más tarde, se 29
LOS ORIGENES D E LA LITERATURA LATINA
hizo intensivo, como en alemán; en los orígenes lo fue quizá también: en todo caso, los latinos fueron siempre particularmente sensibles al ritmo de la frase. El trabajo acompasado (siega, trilla, sirga, etc.), los juegos de los niños, requerían naturalmente el canto rítmico. Pero obedece a la religión espe cialmente que se fijen las primeras formas artísticas de la lengua latina: procesiones entrecortadas por estaciones (como en los Ambarualia: alre dedor de los campos: o en la fiesta urbana del Septimontium); danzas con triple redoble como la de los Salios, portadores de escudos sagrados; más tarde acompañamiento de flauta en las ceremonias, etc. Sin conocimiento de índole prosódica, las “fórmulas” (carmina) se organizan así en conformidad con el genio íntimo de la lengua: en suma, esta labor fue esencial tanto para el advenimiento de la prosa latina como el de la poesía. Estas fórmulas, encantos o plegarias, proceden por fácil acumulación de términos que insisten en la misma idea, precisándola a veces a continuación; o por balanceo simétrico; o por antítesis. Incluso algunos nombres de dioses ponen al descubierto estas tendencias y dan fe de su antigüedad: Aius Locu tius (“El que afirma, el que habla”), Panda Cela (“La que descubre y oculta”). Refranes mágicos y preceptos rústicos las llenan groseramente, en espera de que domine más tarde toda la retórica erudita de los autores clásicos. Así ocurre con la copla que se cantaba el 11 de octubre en los Meditrinalia, y que recuerda el tiempo en que el vino únicamente se utilizaba como medi camento: Vetus nouum uinum bibo, ueteri nouo m orbo m edeor.
Viejo o nuevo, bebo vino, viejo o nuevo, mi mal curo.
o la siguiente noción de experiencia agrícola que Virgilio recogió (Geórg., I, 47):
V.
Hiberno puluere, uerno luto, grandia farra, CamiUe, metes.
Con un invierno seco y una primavera segarás, Camilo, hermoso trigo. [fangosa
Más específicamente latino aún es el gusto por la aliteración, que agrupa numerosas palabras que empiezan por el mismo sonido, y por una asonancia muy semejante a la rima. Ambos procedimientos serán aún utilizados, aunque con criterios selectivos, por Lucrecio. El segundo escalona, con brutal clari dad, la serie de grandes hazañas de las que se vanagloria Apio Claudio el Ciego. ... Complura oppida d e Samnitibus cepit, Sabinorum et Tuscorum exercitum fudit, pacem fieri cum Pyrro rege prohibuit, in censura uiam Appiam strauit et aquam in urbem adduxit, aed em B ellonae fecit. Corpus Inscriptionum Latinarum, I, 28, p. 287. ... Se apoderó de numerosas ciudades entre los samnitas, derrotó al ejército de los sabinos y de los etruscos, se opuso al establecimiento de una paz con el rey Pirro; siendo censor, construyó la vfa Apa y dotó de agua a Roma; construyó un templo a Belona.
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Tendendas y directrices literarias El verso saturnio. — El propio verso nacional (de origen itálico, quizás etrusco, y no específicamente latino), el saturnio, presenta tantas libertades métricas —o lo que nosotros tomamos por libertades—, que da más bien la impresión de estar regido por un ritmo que por una voluntad melódica. Desde Varrón, los eruditos han querido ver en él un septenario yámbico cataléctico (7 yambos, uL >2 ^e l°s cuales el último estaría incompleto), o un senario trocaico (6 troqueos, ¿u) con anacrusa (una sílaba independiente al principio). Tal sería la escansión de un saturnio célebre: 3 u JL
J¿ 1
u i
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i
u !
u i u
Dabunt malum M etelli || Naeuto poetae, Los metelos darán su merecido al poeta Nevio
Pero la única realidad evidente es que el saturnio representa un sistema rítmi co de dos partes desiguales, de las que la segunda (al menos en este ejemplo) es la más breve, a la inversa de lo que ocurre en el antiguo verso épico francés: Rodlanz ferit || el pedrom d e sartaigne Roland golpeó en la masa de roca,
y es capaz, como éste, de grandes efectos a la vez monótonos y chocantes.
3.
Tendencias y directrices literarias
Los más antiguos monumentos de la lengua latina nada tienen de litera rio.4 Sin duda ciertos colegios de sacerdotes conservaban religiosamente algunas fórmulas o “cantos” (carmina) que en los tiempos clásicos ya no comprendían: poseemos, gracias a Varrón (De lingua latina, VII, 26), el de los danzarines Salios, sacerdotes de Marte, pero no estamos seguros de que se nos hayan transmitido correctamente; y, por una inscripción del siglo ni de nuestra era, el de los hermanos Arvales, que honraban a una antigua diosa agrícola, Dea Dia. Pero estos carmina no formaban parte, a los ojos de los romanos, de la literatura, y su interpretación es en extremo incierta. 2. El signo — indica una sílaba larga; u una sílaba breve. Normalmente una larga equi vale a dos breves. 3. Otra escansión, más sutil, divide al verso en una tetrapodía yámbica cataléctica y una tripodia trocaica. Véase más adelante, p. 51 s. 4. Una fíbula de oro (especie de horquilla) de Preneste, en la que aparecen cuatro pala bras que indican el artesano y el destinatario (¿hacia 600?); — un cipo mutilado, en el que sólo algunas palabras resultan comprensibles, encontrado en el foro de Roma (primera mitad del siglo v); — una dedicatoria religiosa (?) de la que no sabemos siquiera cómo separar las palabras, grabada con punzón de derecha a izquierda en tres pequeños vasos soldados entre sí, encontrados también en Roma.
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LOS ORIGENES DE LA LITERA TU RA LATINA
Tradición oral y literaria. — La ley de las XII Tablas (¿alrededor de 450?), de la que poseemos un considerable número de prescripciones bajo una forma remozada, era, por el contrario, aprendida en las escuelas roma nas; y ciertos discursos de Apio Claudio el Ciego, censor en 312, eran aún leídos por Cicerón. Antes de 240, con la primera obra de Livio Andrónico, se reduce a lo citado el contenido oficial de las letras latinas. Sin embargo, algunos han pensado que deberían transmitirse de generación en generación, oralmente, pero bajo una forma cada vez más lograda —tendiendo a adquirir el carácter de “obra literaria”— : tradiciones que reflejarían la experiencia y las aspiraciones del pueblo latino. La hipótesis nada tiene de absurdo: los galos poseían largos poemas religiosos, cósmicos, épicos, que se perdieron por completo porque no conocían la escritura. Para que una tradición oral adquiera una cierta solidez, se requiere ade más que su transmisión sea objeto de escrúpulo religioso, o se vea apoyada ior ciertos puntos de referencia inmutables, o al menos sea renovada a echas fijas en circunstancias solemnes, siempre idénticas. Los latinos conta ban, con toda seguridad, fábulas de animales: pero ¿adoptaron alguna vez dichas fábulas, en los siglos v y iv, una forma lograda, ya “literaria”? Y si poseían (es una hipótesis) cantos nupciales, funerarios, convivales, ¿debemos afirmar, por ello, la existencia de un lirismo nacional?... Únicamente en materia de historia semiépica (hipótesis de Niebuhr) y de arte dramático parece posible hablar, con bastante legitimidad, de tendencias preliterarias nacionales.
Í
Preparación para la historia. — La aristocracia dirigente, política y reli giosa, había acumulado en Roma, desde mucho tiempo atrás, una documen tación en extremo variada, en la que se satisfacían su espíritu de continuidad, su pasión organizadora y su vanidad nobiliaria. 1.° En principio, se trataba de simples listas, unas de contenido religioso (y también político), como el Calendario y la relación de los días fastos (en los que se podía administrar justicia); otras, aparte de su interés por el cómputo cronológico, atestiguaban la continuidad del gobierno y de la reli gión nacional: listas de magistrados anuales (Fastos consulares), de pontífices; 2.° Más tarde, Commentarii (o líbri) que registraban los actos más impor tantes de los reyes (o “reyes de sacrificios”), pontífices, augures, salios, etc..., de modo que se pudieran hallar y utilizar sus enseñanzas en caso de ne cesidad; 3.° De interés más general eran los Annales Maximi o Anales de los Pontí fices, en los que se registraban anualmente los grandes acontecimientos de la historia de la ciudad, en especial —es cierto— los prodigios y los aconteceres de orden religioso; 4.° Los tituli y los elogia, en los que, por el contrario, las más importantes personalidades del estado enumeraban con una sequedad orgullosa sus haza ñas y actos meritorios, tenían un carácter marcadamente civil y militar; docu mentos muy preciosos para la historia de Roma, de haber podido fiarse ente ramente de ellos. He aquí, a título de ejemplo, el epitafio de L. Cornelio Escipión, en dos
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Tendencias y directrices literarias
fragmentos, conservados en el Museo del Vaticano y en la Biblioteca Barberini: L. CORNELIO L. F . SCIPIO A ID ILES COSOL CESOR HONC Ο ΙΝ Ο P L O IR V M E C O SE N T IO N T r [ o M A 1] DVONORO O P T V M O F V I S E V IR O LV C IO M S C IP IO N E F IL I O S B A R B A T I CON SOL C E N SO R A ID IL IS H IC F V E T a [ p VD V O S ] H EC
C E P IT
C O R SIC A
A L E R IA Q V E V R B E
D EDET TEM PESTA TEBU S
A ID E M E R E T O [ d ]
El titulus nos indica el nombre y los principales cargos del difunto. El elogium, más reciente, está escrito en versos saturnios. He aquí la traducción: “L. Comelio, hijo de Lucio, Escipión, edil, cónsul (en 259 a. C.), censor (antes o después). Éste, según el testimonio común de los romanos, fue el mejor de todos los hombres honrados, Lucio Escipión. Hijo de Barbado, fue entre vosotros cónsul, censor y edil, conquistó Córcega y la ciudad de Aleria, y consagró a las Tempestades un templo en acción de gracias”.5 Si bien las inscripciones triunfales o funerarias no podían, sin duda, acrecentar hasta la desfachatez la exageración o el disfraz de los hechos, no es menos cierto que había otros elogia, cuyos excesos eran muy propios para revestir el pasado de colores épicos: elogios fúnebres (se atribuía la iniciativa a Valerio Publicola, en los primeros tiempos de la República), lamentaciones ante la muerte o nenias, y (si han existido en realidad) esos cantos heroicos sobre los antepasados, ejecutados en los banquetes, de los que nos habla Plutarco. Incluso parece que debemos reconocer en la antigua historia de Roma, tal como nos la han transmitido Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso, algo más que una mera novela imaginada por los griegos, como algunos han creído: no sólo las preocupaciones y las ideas centrales (inquietudes jurídicas, abnegación por el estado, rigidez moral) son de tinte romano; pero se desarro llan muchos episodios (Horacio Cocles, Coriolano, Virginia, etc.), en forma dramática, con puesta en escena, efectismos teatrales, conclusión religiosa o moral, en que podría probablemente ponerse de manifiesto una antigua ela boración mítica anterior a su puesta en forma literaria o pseudohistórica, como han demostrado los estudios de G. Dumézil. Pues se hallan entremezcla dos muchos elementos antiguos (indoeuropeos, etruscos, sabinos, campanienses), de los que no parece posible que los redactores de la época clásica hayan podido tener clara conciencia. De modo que la historia y la epopeya histórica poseen en Roma antiguos fundamentos. Tendencias al drama. — Las formas dramáticas poseen también lejanos orígenes aunque mucho más complejos, por ser en parte populares, incluso plebeyas, y por tanto sometidas a numerosas influencias extrañas. 5. p. 14-18.
Este epitafio aparece comentado en el Recueil ele textea latina archaïquea de A. Emout,
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LOS ORÍGENES d e l a l i t e r a t u r a l a t i n a
No obstante, en el fondo mismo de la religión nacional aparecen rasgos dramáticos: las ceremonias se componen de actos muy distintos, a menudo separados por largos intervalos; y el gesto debía acompañar con rigurosa exactitud al enunciado de las fórmulas inalterables. En ocasiones la mímica resultaba impresionante: el día 24 de febrero (Regifugium), por ejemplo, el “rey de los sacrificios” debía escapar inmediatamente del lado de la víctima inmolada; el 15 de octubre, los fieles se disputaban con ardor la cola del caballo que acababa de ser sacrificado (October equus). El ritual de los Salios y de los hermanos Arvales requería cambios de atuendo, procesiones y esta ciones, sacrificios, melopeas y danzas a tres tiempos (tripudium); el de los Lupercos estaba acompañado de mímica, disfraces y carreras en torno al Palatino: ambos ofrecían todos los elementos necesarios para una acción dramática. Pero, al lado de estas formas reglamentadas, las fiestas populares permi ten y dan pie a una creación más espontánea, que se esparce sin embargo a fecha fija: el tiempo de las cosechas en particular, al animar a la fiesta, a la par que obliga a las acciones de gracias hacia las divinidades fecundantes, exalta una imaginación realista, tosca, pero llena de vitalidad. En ese momen to, los italianos se entregan a su propio genio de improvisación, de gestos y de palabras. Así resulta que un mismo fondo de comicidad nutre a todos los temas iguales: de ello se espera obtener un placer. La bufonada, la obsceni dad, la sátira más libre, la mascarada se mezclan entre sí. La religión aporta un cierto orden, en especial la de las divinidades griegas de la Italia meridio nal, sobre todo Deméter (adorada bajo el nombre de Ceres), desde muy pronto adoptada por la plebe: este orden no tiene sin embargo ni la rigidez ni la solemnidad de las ceremonias patricias. Menos romana que italiana, esta actividad popular enriqueció la literatura latina con elementos importantes: los cantos fesceninos eran groseras impro visaciones satíricas en versos saturnios; su nombre indica su origen (Fescennium era una ciudad falisca), o bien su carácter semirreligioso, pues se decía que las obscenidades conjuraban la mala suerte: 6 se recitaba siempre en los cortejos nupciales y en la pompa del triunfo —el mismo espíritu reina ba en las farsas campanienses, que, mucho más tarde, se aclimataron en Roma bajo el nombre de atelanas—, y también, según parece, en la satura o “mezcla” 7 de coplas, bailes, mímicas, de donde podía surgir lo mismo una acción dramática que diferentes tipos de sátiras. Pero la organización artística, donde más tarde se insertó el teatro, se debe a los etruscos. Los juegos religiosos de Roma (ludí) con sus danzas, sus exhibiciones, sus “concursos” atléticos, sus carreras y combates de gladiado res recibieron su forma reglamentada de los etruscos y de los etruscocampanienses. De sus tierras llegaron a Roma los flautistas (tibicines), los danzarines
6. Fascinus significa amuleto f&lico. 7. Tal es la etimología de los antiguos: la satura lanx era una mezcla de frutas o legum bres, o un surtido de primicias ofrecidas a la vez a Ceres. Mommsen relacionaba la palabra con satur (harto): aludiría a las expansiones propias de las personas que salen de una fiesta bulliciosa. Un origen etrusco no queda del todo excluido.
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Tendencias y directrices literarias
de mimos (histriones), probablemente también los primeros usos de la más cara (persona): la tradición afirmaba que en 364 se producía una intrusión masiva de elementos etruscos (para conjurar una peste pertinaz), de donde debía surgir el teatro latino (Tito Livio, VII, 2). Sin embargo, la inclinación muy viva entre los latinos y los italianos en general, a mezclar los géneros y a buscar el contraste de los efectos subsistía en medio de aportaciones de toda clase; subsistirá, en parte, en la comedia de Plauto. Pero las leyendas griegas, en especial las trágicas, muy admiradas y a menudo representadas por los etruscos en sus sarcófagos o en sus urnas funerarias, y tal vez en yn teatro (pues sabemos por Varrón, De lingua latina, V, 55, que un cierto Volnio había escrito tragedias etruscas), puestas en escena con todo lujo en las ciu dades griegas de la Italia meridional, eran familiares a los latinos y les brindaban abundantes ejemplos de unidad dramática. El derecho y la redacción jurídica.— Sin embargo, estas aspiraciones i crear una literatura histórica o épica, dramática o satírica, no iban a encon trar formas estables hasta haberse enriquecido abundantemente de elemen tos extranjeros y, en particular, por imitación de los griegos. El derecho, en cambio, al desarrollarse desde una base substancialmente latina, formuló pronto sus principios de modo tan original, que pueden considerarse la prime ra expresión artística de la prosa latina. El proceso, como acto religioso, se representaba en la antigüedad, entre los latinos, como un drama: el que reivindicaba, por ejemplo, un campo debía trasladarse allí con el juez o, al menos, disputar ante su adversario con un terrón que representara el objeto del litigio; gestos y palabras, estereo tipados, eran esgrimidos por los litigantes como lo hubieran hecho dos perso najes de tragedia. Estos rigurosos sainetes, que representaban el proceso de lante del pretor, se llamaban “acciones legajes” y eran conservados secreta mente por los pontífices, que no “revelaban las fórmulas” mas que cuando les parecía bien: el edil Cneo Flavio las divulgó en 304. Pero ya sólo eran residuos arcaicos. La gran novedad databa entonces, según una tradición sospechosa, de hacía siglo y medio: consistía en la ley, laica y pública, válida tanto para patricios como para plebeyos, que los decenviros de 450, según se decía, habían grabado en doce tablas de bronce; un gran esfuerzo, en ver dad, de codificación y de redacción. Aunque modernizado, pero con un cierto gusto especial, el estilo de los fragmentos que nos han sido transmitidos justifica la admiración, incluso de grandes escritores, como Cicerón. En primer lugar, por la simplicidad, que pone de manifiesto el análisis y la deducción espontáneos del redactor: las estipulaciones que agotan una materia se continúan cronológicamente, sin ligazón expresa, sin indicación del sujeto de la acción, cuando ella misma basta para sugerirlo, con la libertad propia del hablante del “estilo oral”: Si nox furtum faxsit, si im occisit, iure caesus esto. Si [alguien] roba de noche, si [el propietario] le mata, sea legitima su muerte.
Pero se nota también una nitidez concisa, una autoridad hiriente, que dan la impresión del chasquido, mas no son sino preocupación por la exactitud 35
LOS ORIGENES DE LA LITERA TU RA LATINA
y procedimiento mnemotécnico. Antítesis, quiasmos, anáforas,8 que se trans formarán más tarde en ornamentos retóricos, gradúan y dan ritmo a las fór mulas, a veces como un carmen, con gran diversidad de recursos: Adsiduo uindex adsidues esto; proletario iam ciui quis uolet uindex esto. Un residenciado tenga como garante a otro residenciado; un proletario tenga por garante a quien le plazca. Si pater filium ter uenumdauit (?), filius a patre liber esto. Si un padre vende tres veces a su hijo, quede el hijo libre de la potestad paterna.
Apio Claudio el Ciego. — El estilo de las X II Tablas, adaptado a su materia y representativo de su tiempo, posee ya cualidades literarias. Incluso, tal vez, revela en ciertas partes la personalidad de un redactor bien dotado. Pero el primer “escritor” latino no aparecerá hasta finales del siglo xv: Apio Claudio el Ciego, censor en 312, cónsul en 307 y 296. De vieja y orgullosa nobleza sabina, Apio Claudio no dejó por ello de seguir una política casi revolucionaria en favor de la plebe, incluso de los_ Ubertos. Se inclinó también hacia el helenismo. Pero su helenismo nos parece complejo: tal vez sentía una vocación personal hacia el pitagorismo, filosofía de tendencias aristocráticas y religiosas ae la Magna Grecia; y también —como una gran parte de la plebe— hacia formas de culto más helenizantes (como lo revela, por ejemplo, la reglamentación del principal santuario romano de Hércules); pero también le caracteriza una clara voluntad política de orientar el porvenir de Roma cara al mediodía de la península: aDrió en esta direc ción la carretera que tomó su nombre; y si, ciego e inválido, mandó que lo llevaran al Senado para oponerse a que negociara con Pirro (280), ello se debió a su deseo de reservar para Roma el pleno dominio de la Italia griega. Su patriotismo y sus aficiones se conjugaban con una admirable visión del futuro: pero su audacia innovadora parecía sacrilega a los miembros de su casta. Se ocupó de la lengua, estableciendo como definitivo el paso del sonido s al sonido r entre dos vocales (rotacismo: Ntimasius se convirtió en Numerius); y del derecho (tratado De usurpationibus). Dejó escritos discursos que eviden ciaban, según parece, un cierto grado de elocuencia; y una colección de sentencias morales en saturnios (Carmen de moribus) que Cicerón (Tuscula nas, IV, 4) llamaba pythagoreum, comparándolas con los “versos dorados” de Pitágoras; sin embargo, los fragmentos tan escasos que nos han llegado no permiten juzgar acerca de su arte. Pero los temas, estrictamente prácticos y de acuerdo con una tradición aristocrática (de la que volveremos a encontrar rastros, ciento treinta años más tarde, en Catón), contrastan de modo curioso con el helenismo activo y ardiente de su política. Nuestro hombre, el mejor dotado para realizar la síntesis grecorromana y plebeyo-patricia, se detuvo a medio camino en lo que a literatura se refiere.
8. El quiaimo es un entrecnizamiento de expresiones simétricas (ABB'A'; AB'A'B; etc...); la anáfora consiste en repetir la misma palabra al principio de miembros sucesivos de frases.
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Tendencias y directrices literarias Aspectos generales de la evolución literaria en Roma. — El propio rit mo de la evolución literaria de Roma se deja ya sentir en esta lenta y desigual iniciación: sin cesar alternarán movimientos de abertura al Oriente griego y de aislamiento nacional; en unos momentos, las diferencias entre las dos formas de civilización, griega y latina, se atenuarán, hasta desaparecer prác ticamente; en otros, se agravarán de modo insospechado. Por otra parte, los autores latinos, en su impaciencia por servirse lo mejor posible de toda la literatura griega, llegarán o bien a mezclar todas sus enseñanzas o a in novar al mismo tiempo en sentidos muy diversos. Dominarán, así, individua lidades superiores, difíciles de inscriDir dentro de una línea regular de continuidad: entre Plauto y Terencio, entre Lucrecio y Virgilio, ¿quién diría que sólo media una generación de intervalo y que utilizaron los mismos modelos? No obstante, conviene no separar nunca el estudio de las letras latinas del de las griegas, sin las cuales no podrían ni comprenderse ni valorarse. Porque, de una parte, Roma continuó la literatura griega y llevó a un grado de perfección más amplio y más humano las conquistas inciertas del período alejandrino; 9 en otro sentido, realizó una síntesis doblemente original: com binó las lecciones de los clásicos con las de los alejandrinos, e integró en el helenismo el espíritu del Occidente mediterráneo y, más tarde, del septen trional. El estudio de esta evolución, desigual aunque continua, abundante y sabrosa aunque culta, compleja y original, ha de ser necesariamente complejo. Pero aparece rico en enseñanzas y en consecuencias, pues todo el equilibrio de civilización en el que vivimos hace mil quinientos años depende de esta necesaria transposición del genio griego bajo forma itálica, más tarde europea, en el esquema de la conquista y de la organización romanas. 9. Así se denomina al período que acompañó y siguió a las hazañas de Alejandro Magno (fines del iv, ni y n a. C.).
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CAPITULO II
FORMACIÓN DE UNA LITERATURA GRECORROMANA
Durante la segunda mitad del siglo m se forma en Roma, en muy breve plazo, toda una literatura completa, a imitación de la de los griegos, como resultado de la gran voluntad y el esfuerzo reflexivo de unos hombres de origen no romano: Livio Andrónico, Nevio, Plauto, Ennio. Corre el peligro, por tanto, de parecemos totalmente artificial. Mas no conocemos literatura alguna que no haya sufrido, en sus inicios, la influencia del prestigio de civilizaciones superiores: los propios poemas homéricos representan el fin de una larga elaboración de elementos muy diversos, y su novedad se debe, en cierto sentido, a la ignorancia en que nos hallamos respecto a sus orígenes. Por el contrario, vemos el proceso evolutivo de Roma en un medio totalmente saturado de helenismo y podemos seguir, sin sorpresas, el progreso de su formación intelectual. Y, por mucho que Roma corriera hada su perfecciona miento, tuvo tanto que aprender de una literatura multisecular, que hasta sus más originales creaciones revelan la influencia de sus modelos. Pero esto no implica en sí mismo muestra alguna de debilidad; y la belleza de las obras no sufre por ello menoscabo. Las etapas de influencia griega. — El influjo griego no había cesado de actuar sobre Roma al menos desde finales del siglo v i i , aunque en un princi
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Formación de una literatura grecorromana
pió fue por medio de los etruscos, y después no sin reticencias ni duras sacudidas. La disolución del imperio etrusco había dejado, al comenzar el siglo v, a Roma desorientada, entre una aristocracia rural retrógrada y una plebe urba na debilitada por la decadencia del comercio. Algunas ciudades etruscas, en especial Cere, la aliada de Roma, y Veyes, su rival, seguían siendo centros de cultura helenizante; pero ciertos poderosos movimientos de pueblos hacían más difíciles las relaciones con el mediodía griego. Sin embargo, desde éste llegaban a la plebe leyendas acerca de los dioses (Deméter-Ceres; HeraclesHércules) y tal vez ideas políticas. Los patricios debieron ceder paulatina mente ante la presión: aunque recurrían lo menos posible a las prescripciones religiosas de los libros Sibilinos, procedentes, según se decía, de Cumas, pero de profunda huella etrusca, sin embargo, antes de redactar el código de las XII Tablas, enviaron embajadores a informarse de las legislaciones helénicas en las ciudades de la Magna Grecia. La conquista de Roma por los galos (390) retrasó sensiblemente la evolu ción. Pero una vez que (a partir de 343) las conquistas latinas se orientaron hacia el Sur, contra los samnitas, los contactos repetidos de toda la juventud militar de Roma con poblaciones griegas, con mayor o menor grado de pure za, dio el espaldarazo decisivo. Conocieron de cerca a los campanienses, mezcla de oscos y samnitas, pero de cultura grecoetrusca, la ciudad de Nápoles, griega casi en su totalidad; más adelante, Locri y las restantes ciu dades de la Magna Grecia. Sin embargo, pese a formar con Capua un es tado romanocampaniense y reconocer a Nápoles una independencia casi completa, Roma dudaba en desprenderse de sus hábitos intelectuales, aún parcialmente etruscos. Y la verdadera capital de la Magna Grecia, Tarento, le era hostil. E l problema se planteaba en estos términos: ¿no iba a robustecerse, frente a la Italia romanocampaniense, la unidad de una Italia griega? Pero Alejandro el Moloso cayó, Pirro se cansó de guerrear contra Roma, y Tarento se rindió (272). Entre los tarentinos reducidos a esclavitud se encontraba un muchacho destinado a ser el promotor de la literatura grecorromana: Livio Andrónico. Treinta y un años después, Sicilia se convertía prácticamente en romana tras la primera guerra púnica (268-241): esta isla había sido el objeto en litigio, de carácter económico, de la lucha. Tierra griega casi en su totalidad, acrecentaba notablemente el sector helénico del estado romano. Fue conside rada como “provincia” y tierra de explotación; y la parte de la isla donde el helenismo era más activo, Siracusa y sus alrededores, continuó indepen diente bajo el rey Hierón. Fue precisa la segunda guerra púnica, la toma de Siracusa (212), la destrucción de Capua (211) y la segunda conquista de Ta rento (209) para que Roma, enriquecida con los despojos de todas las grandes capitales griegas o helenizadas de Italia, representara el único centro de atracción del helenismo occidental. Pero desde 240 se había iniciado ya en esta misión. L a plebe y el patriciado ante el helenismo. — Esta evolución, lenta en un principio, precipitada más tarde, explica que el helenismo romano sea, a
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lo largo del siglo m, antiguo e íntimo por una parte, superpuesto y artificial por otra. La plebe urbana, en relación constante desde hacía siglos con traficantes y transeúntes, creada en parte —y siempre renovada— por la manumisión de esclavos de orígenes muy diversos, adoptó el espíritu mediterráneo; se inte resa por los negocios, por la especulación, por el comercio marítimo, griego o púnico. Acepta también todas las aportaciones familiares de la vida de los campos y la experiencia viva de las expediciones siempre más lejanas; se roza todos los días con esclavos cada vez más helenizados. Así crea un lenguaje complejo, en el que una especie de “sabir” cosmopolita se entremezcla con el antiguo fondo rústico y jurídico del latín, y en el que el habla popular aña de sin tregua sus invenciones expresivas. El helenismo entra en gran medida en este compuesto cambiante; deformado, sin duda, pero asimilado. Una multitud de antiguas leyendas griegas, relativas sobre todo al ciclo de la guerra de Troya y a los dioses protectores de la salud y del comercio, resultan familiares a esta población, con nombres pronunciados, a veces, a la etrusca, con aspectos bien marcados de su paso a través de la Campania, de la Sa binia, de la Etruria y de todas las escalas de la navegación (sin contar su paso por Roma), pero aún susceptibles de ser reconocidas. La aristocracia dirigente, por el contrario, salvaguardó hasta el momento —en líneas generales— su antigua rigidez, y con ella la pobreza, altamente digna, de su lengua; igualmente vive por tradición, y con Dastante mezquin dad, en sus dominios, fuera de la urbe, y se mantiene, por orgullo, todo lo lejos que puede de la plebe y de los pueblos que somete; el comercio y los negocios le parecen algo vitando. Quinto Metelo, en los funerales de su padre (en 221), definía así su ideal: Quiso ser un guerrero de calidad, excelente orador, general enérgico, dirigir como jefe las grandes empresas, desempeñar el más alto cargo, demostrar la mayor sabiduría, ocupar la primera fila de los senadores, procurarse honradamente una gran fortuna, dejar muchos hijos, alcanzar la fama en la República. P l i n i o e l V i e jo , Hist, nat., V I I , 4 0 .
Pero se vio obligada a gustar del helenismo por diversas razones. En pri mer lugar, por ambición política, ha de halagar los gustos de la plebe y encauzar los grandes intereses del tráfico y de la especulación; sobre todo en un momento en que los plebeyos tienen acceso, cada vez en mayor número, a las magistraturas: vemos a grandes personajes revestidos con sobrenombres griegos (Sophus, el Sabio; Philus, el Amigo). La importancia creciente de la palabra en el foro y en el Senado despierta también deseos de imitación entre los patricios: se dedican a cultivar su lengua y a proveer de preceptores —griegos, naturalmente— a sus hijos. Además, a medida que se extiende la conquista, se convierte en una necesidad apremiante para ellos el conoci miento del griego, que es la lengua internacional: el propio Catón se verá obligado a aprenderlo en los días de su vejez. Se encaminan así hacia un conocimiento, de ordinario forzado y discutido, del helenismo. El helenismo romano en el siglo III. — El helenismo fue abordado, pues, de forma viva y escolar a la vez. En conjunto representa, a los ojos de
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los romanos, un refinamiento de vida muy atractivo, pero regalón, egoísta, cómodo: un poco sospechoso. Hay que imaginar la gran diferencia social y moral que separa entonces a Grecia de Roma: la evolución de los latinos marcha aproximadamente con tres siglos de retraso con relación a la de los helenos. El pueblo de Roma es, en su conjunto, brutal, pero vigoroso y moralmente recto: la segunda guerra púnica, terrible por sus peligros y su duración (218-201), sirve para poner de manifiesto sus virtudes. Pero la mul tiplicidad de contactos internacionales y la extrema rapidez de su expansión política despiertan en él muchas curiosidades más o menos sanas: el mundo griego le ofrece, para satisfacerlas, muy diversas y encontradas soluciones. Según las ocasiones, el romano las prueba y goza; o bien las desprecia y se mofa de ellas: de todos modos, las gusta. Acepta los temas novelescos, las leyendas heroicas, al lado de la herencia humana de los clásicos; en religión, renueva el antiguo y seco formalismo de sus antepasados no sólo mediante la búsqueda de la belleza plástica, sino además por el cultivo sensual y místico e inquietudes filosóficas: con Apolo se introduce en Roma el resorte feliz de las fiestas en que participan hombres y dioses; la diosa asiática Cibeles fue instalada oficialmente en el Palatino a partir de 204; el culto semisecreto de Baco hacía rápidos progresos; el pitagoreísmo contaba con audaces adeptos... Roma entraba así (prematuramente, si se tiene en cuenta su grado de desa rrollo) en el mundo griego de la actualidad. La literatura era la forma menos peligrosa del helenismo, no la más fácil de asimilar, aun cuando una lengua griega “común” ( κοινή ) sustituía pro gresivamente a los diversos dialectos, y esquemas de pensamiento comunes hacían también más fácil su acceso desde las conquistas de Alejandro. De este modo aparecía ya como universal. Pero su aspecto contemporáneo, el estilo alejandrino, era excesivamente refinado y de comprensión demasiado difícil para los romanos del siglo ni, que pusieron sus ojos en la literatura ática del iv, muy despojada de forma y muy humana; y, aún más allá, en los clásicos, trágicos atenienses del siglo v, y en Homero, cuyo estudio era habi tual en todas las escuelas griegas y del que se habían extendido multitud de temas legendarios, desde fecha muy remota, en Italia. De este modo pre tendían recuperar a un tiempo todo el retraso que llevaban con relación a sus maestros: pero ello no podía lograrse sin perturbaciones y flagrantes irre gularidades. Los géneros poéticos: el teatro. — En efecto, las exigencias de una lite ratura y la aptitud para gustarla diferían mucho según los sectores a los que apuntaba el poeta y los géneros en que se dirigía a ellos. El teatro era el único que había enriquecido ya a Roma con una tradición popular. En las danzas escénicas de los etruscos se habían combinado las chanzas fesceninas 1 y las “mezclas” (saturae) con mimos y cantos en ritmos variados. La penetra ción de los romanos en la Magna Grecia les había permitido también conocer suntuosas puestas en escena y toda clase de piezas intrigantes, trágicas, cómi 1. Véase, más atrás, p. 34 s. Desde un principio quizá, los versos fescenios tenian un aire dramático; cambios de insultos y de burlas entre personas o grupos opuestos.
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cas o paródicas. Y la multiplicación de los juegos públicos y privados, tanto en momentos de crisis para obtener el favor de los dioses como en coyunturas de prosperidad para darles gracias, hacía al público ávido de novedades. La misión de los poetas helenizantes consistió especialmente en distinguir entre tragedia y comedia, y en dar al desarrollo del “tema” un carácter regu lar y a la lengua una forma más literaria. Cada año, los ediles curules organizaban los Juegos Romanos en honor de Júpiter (4-19 de septiembre); los ediles de la plebe, los Juegos Plebeyos (4-17 de noviembre). A partir de 212 se sumaron los Juegos Apolinares (6-13 de julio), mantenidos por el pretor urbano; y a partir de 191 los Juegos Megalesios (4-10 de abril), dados en honor de Cibeles por los ediles curules. Además, cualquier momento era oportuno para que un magistrado o un rico patricio celebrara un acto religioso, captándose el favor del pueblo mediante juegos extraordinarios, votivos, dedicatorios, triunfales o funerarios. Y, al lado de ejercicios de toda índole y combates de gladiadores, estos juegos llevaban anejas representaciones teatrales. Los tablados, que primero se instalaban en las proximidades de los tem plos, en el ángulo de una plaza, son siempre provisionales durante el siglo xn; adquirieron las dimensiones de un escenario adornado con sobriedad (pulpi tum), sin decoraciones ni telón; ante él se extendía seguramente un espacio vacío semicircular, equivalente de la orchestra de los griegos, donde se ins talaban los asientos de honor, y un cercado en que se apiñaba, sentado o de pie, un público muy mezclado y agitador, al que un heraldo debía conminar a guardar silencio. El director de una compañía cómica se dirige a sus espectadores: ¡Yo os saludo! Pero observad mis prescripciones... Que ningún empleado* diga palabra, ni tampoco sus varas; que el aoomodadoi; no pase ante el público para dar su asiento a nadie cuando haya un actor en escena. Si alguno se ha retrasado en casa porque se le han pegado las sábanas, ánimo, quédese de pie: sólo tenía que haber recortado su sueño. Se prohíbe a los esclavos ocupar los primeros bancos; dejen lugar a los hombres libres, o bien compren la libertad. Si no tienen posibles, que se marchen a casa para evitar una doble desgracia: el adorno de las varas aquí, y del látigo en casa, si no está acabado su trabajo cuando regrese el amo. Las nodrizas deberán cuidar sus bebés en casa, no traerlos al espectáculo: así evitarán ellas su sed,* y los niños el hambre; no se les oirá llorar de apetito como a los cabritillos. Las señoras mirarán en silencio, y reirán en silencio: abstén ganse de hacer sonar su voz... armoniosa, y dejen para casa sus temas de conversación: no pretendan irritar al marido aquí y en casa a la vez. En cuanto a los presidentes de los juegos, no otorguen injustamente la palma* a ningún artista, y no eliminen a alguno por intrigas, de modo que el peor gane frente al mejor. ¡Ah! Y además esto, que se me olvidaba: durante el espectáculo, vosotros, los criados acompañantes, llenad la taberna, aprovechad la ocasión, mientras las tortas están aún humeantes; ¡vamos, eaf P l a u t o , Poenulus, v. 14-43.
El “director de la compañía” compra de ordinario al poeta la obra, que somete a la aceptación de los “patrocinadores de los juegos”. La representa 2. 3. 4.
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Encargado de mantener el orden a varazos. Las nodrizas pasaban por ser aficionadas a la bebida. Símbolo de la victoria.
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con sus esclavos-actores, todos hombres, entre los cuales alguños pueden representar incluso varios papeles en la misma obra. La máscara aún no se usa, pues el público romano es muy sensible a las expresiones del rostro; el atavío y las pelucas (blancas para los ancianos, rojizas para los esclavos) distinguen, convencionalmente, a los personajes. El público otorgaba el pre mio, no a la obra, sino a los actores. Comedias y tragedias —que habían sido tomadas del griego— se repre sentan con los atuendos griegos: se les da el nombre de palliatae, porque los actores llevan no la toga nacional, sino el pallium. Así queda a salvo la dignidad de la aristocracia romana y estimulado el gusto de la plebe ante los aspectos sabrosos del exotismo griego. Sin embargo, a partir de Nevio irrumpen algunas tragedias de tema romano, las praetextae (la pretexta es la toga bordada en rojo de los magistrados): tal vez se trata de obras de cir cunstancia, de finalidad patriótica o destinadas a servir los intereses de una gran familia con motivo de algún acontecimiento importante. Comedia y tragedia latinas parecen haber presentado pocas diferencias en su estructura: una y otra comprenden, en general, un prólogo, una serie de episodios y un epílogo. Entre unos y otros —como tampoco en los modelos ¡riegos—, no había cortes en actos propiamente dichos, con interrupciones en a acción: ésta se continuaba sin detenerse, como ocurre hoy en una película de mediano metraje, y tenía al público en tensión hasta el plaudite final. El papel del coro,5 que va disminuyendo en importancia desde Esquilo a Eurípides y de Aristófanes a Menandro, queda aún más reducido en Roma. De este modo la comedia (que nos es más conocida que la tragedia) se pre senta como descendiente de la comedia ática del siglo iv e (Comedia media y Comedia nueva), intrigante y burguesa: pero vuelve a introducir el elemento lírico, en parte, tal vez, por influencia de la tragedia, pero también porque el hombre italiano, muy sensible a la música, y en particular a la dramática, gusta de la “partitura” en sí misma, prescindiendo de toda trama argumen tai. Así se explica una audacia escénica que se remontaba, según se decía, a Livio Andrónico, pero cuyos orígenes pueden ser más remotos: se permitía que, en un canticum, el actor representara mímicamente la acción en escena, mientras que un profesional cantaba los versos. Roma participó intensamente en esta creación dramática imitada de los griegos, pero adaptada al gusto latino y cautivadora por su carácter sensible, , e incluso sensual· La comedia, sin duda, da hoy la impresión de haberse acomodado mejor a sus preferencias y grado de evolución: se comprende que la plebe encontrara el mayor placer en las obras de Plauto. Pero nada nos permite afirmar que los temas trágicos fueran menos populares: la ostentación de emociones y sufrimientos físicos podía agradar a este pueblo, que gus taba de la guerra y de los combates de gladiadores.
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5. Sólo conocemos un ejemplo en el teatro de Plauto, en unos versos del Rudens (v. 290-305), atribuidos a un coro de pescadores. 6. En el siglo v, en Atenas, la comedia (Comedia antigua) era una especie de “revista” extremada y lírica, llena de violentas alusiones politicas y personales. Al quedar éstas prohibidas, la comedia cambió de aspecto y trató temas generales (Comedia media y —'luego— Comedia nueva).
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L a epopeya: el lirismo nacional y religioso. — Es probable que, al ten der a la epopeya, los primeros poetas romanos cedieran ante el prestigio de Homero y ante las lecciones de los teóricos griegos, Aristóteles en particular, que la consideraban, juntamente con el teatro, el género literario más elevado. Pero Nevio y, a continuación, Ennio comprendieron que la epopeya debía ser nacional y que el temperamento de los romanos, militar ante todo, difería completamente del de los griegos. La exaltación de un período heroico, du rante el cual Roma había puesto en juego su destino frente a Cartago, les ayudó a concebir una materia casi enteramente histórica y, en parte, con temporánea, y a tratarla con el sentimiento de un patriotismo orgulloso y autoritario. Al hacer esto, se mantenían dentro de la tradición de los elogia y daban una forma artística a ciertas aspiraciones básicas de la aristocracia dirigente; prenunciaban también el rico desarrollo literario de la historia romana. Pero su materia era muy compleja, mezclada de viejas tradiciones itálicas y de fábulas griegas de toda fecha, algunas forjadas recientemente por helenos aduladores que, presintiendo la grandeza de Roma, intentaban relacionar los orígenes de la Ciudad con su propia mitología; y se creían incluso obligados a imitar los procedimientos homéricos, por hábito escolar. De este modo, sus epopeyas, a las que faltaba, además, la plena difusión que garantiza la escena, quedaron como obras artificiales. Por otra parte, al no creer posible utilizar en poemas de tanta gravedad la lengua corriente y expresiva, aunque caótica, de la plebe, y sirviéndose, con grandes dificultades, de la relativamente pura, aunque muy pobre, de la aristocracia senatorial, forjaban apuradamente palabras y expresiones, que sonaban a veces a pedan tería, y no siempre respondían al genio del latín. Parece que los cantos de carácter religioso y nacional, que el estado encaraba a poetas famosos, con ocasión —por ejemplo— de los “Juegos Seculares” e 249, o antes de la batalla de Metauro para implorar la ayuda de los dioses y después de ella para dar la gracias por la victoria (207), podían tener, en la misma dirección que la epopeya, un acento más auténtico y más popu lar. Pero no podemos juzgarlos. A lo sumo, ciertas pinturas prerromanas de la Italia meridional, especialmente la danza fúnebre descubierta en una tumba de Ruvo (siglo v), denuncian el origen de las ceremonias para las que Livio Andrónico fue invitado a componer himnos, y nos permiten deducir su carác ter espectacular. Finalmente, la narración lírica de la batalla, en el Anfitrión de Plauto, tan romana y de tono tan “actual”, debe, por consiguiente, repro ducir algunos aspectos: composición muy simple (cronológica), grave, recia y bastante prosaica, fórmulas y detalles de convencionalismo épico-histórico, con dobletes de expresión, aliteraciones, alguna exclamación únicamente en los finales de los monótonos cantos.
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Narración lírica de una campaña militar ' S o s ia . — ... Primero, en cuanto llegamos y tocamos tierra, en seguida Anfitrión escogió como embajadores a los primeros de entre los primeros; los envía con orden de comunicar
7. Métrica. — Las canciones 1 y 4 ion octonarios yámbicos (relato majestuoso, recitado o canticum propiamente dicho); las canciones 2 y 3 son tetrámetros créticos {relato vivo
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Formación de una literatura grecorromana sus resoluciones a los teleboos. “Si ellos consienten en entregar, juntamente con los objetos robados, a los ladrones, si devuelven lo que han tomado, él devolverá en seguida su ejército a sus casas, y los argivos abandonarán el territorio de los teleboos, dejándolos en paz y tranquilidad. Pero si tienen otros sentimientos y no atienden su petición, entonces atacará su ciudad con todas sus fuerzas y con todo ímpetu.” Cuando los teleboos oyeron -estas condiciones, referidas con exactitud por los jefes delegados por Anfitrión, con aire de hombres soberbios y confiando en su valor y en sus fuerzas, todo llenos de orgullo, cargan a nuestros embajadores de invectivas orgullosas y airadas. Les contestan que “se encuen tran en condiciones de protegerse en la lucha, ellos y los suyos”, y les conminan a sacar rápidamente los ejércitos de su territorio. Cuando los embajadores trajeron esta respuesta, en seguida Anfitrión despliega en el campo de batalla todas sus fuerzas; y, por su parte, los teleboos sacan de la ciudad sus legiones magníficamente armadas. Una vez que hubieron salido todos, dispuestos a la lucha, se dividieron los hombres y las filas. Nosotros formamos nuestras legiones a nuestro uso y costumbre; los enemigos, a su vez, preparan sus legiones. Luego ambos generales avanzan en el territorio inter medio y conversan fuera de la masa de las tropas. Convienen en que los vencidas, junta mente con su ciudad, se entregarán; y también su territorio, sus altares, sus casas. Tras esto, resuenan las trompetas de ambos bandos y se desafían; la tierra trepida, ambos ejérci tos lanzan su grito de guerra. De ambos bandos, el general dirige sus votos a Júpiter y ex horta a su ejército. Cada cual demuestra entonces lo que puede y lo que vale; los hierros chocan, las armas se quiebran; el cielo brama entre el estrépito y la confusión; las respira ciones y los alientos forman una niebla; los hombres caen, víctimas de las heridas. Al fin, nuestra voluntad triunfa: nosotros dominamos. Los enemigos caen en masa; los nuestros se arrojan, como vencedores fuertes e indómitos. Ninguno se vuelve para huir; ninguno retrocede. Combatiendo a pie firme, pierden la vida antes que abandonar su puesto: cada cual yace donde se encontraba; aún conser van su fila. A la vista de ello, Anfitrión, mi señor, ordena que avance en seguida la caba llería por la derecha. La orden se cumple rápidamente: por la derecha, con gran griterío, los caballeros se abalanzan sobre las tropas enemigas con ardor, las arrollan y aplastan, como justa venganza a la ofensa recibida... Nuestros enemigos se lanzan a la huida; el ardor de los nuestros se duplica. Las espaldas de los teleboos en fuga quedaban cuajadas de dardos. Y el propio Anfitrión dio muerte al rey Pterelas con su propia mano. Tal fue el combate que se sostuvo desde la mañana hasta el atardecer (no hay miedo de que lo olvide: durante ese día no comí). Pero finalmente intervino la noche para separar a los combatientes. Al día siguiente, los principales de la ciudad acudieron junto a nosotros, al campo, llorando, llenas las manos de insignias de suplicantes, implorando el perdón de su falta; y se entregan ellos, y todo lo divino y lo humano, su ciudad y sus hijos, al poder y al arbitrio del pueblo tebano. P la u to ,
Anfitrión, v. 203-247; 250-259.
Métrica y música. — Pero lo que más importancia tuvo para el ulterior desarrollo de la literatura latina fue la introducción de la métrica griega en todos los géneros poéticos. Ello no era una necesidad absoluta: Livio Andrónico escribió en saturnios su traducción de La Odisea, y así compuso tam bién Nevio su epopeya nacional. Pero la alternancia mesurada de las sílabas largas y breves, con las combinaciones variadas que ofrecían la posibilidad de sustituir en ciertos lugares dos breves por una larga (o inversamente) y de variar en cierta medida el lugar de la cesura, representaba con toda seguridad un progreso musical con relación al antiguo carmen latino y a la regularidad ágil, pero monótona, del saturnio. Ennio renunció a este último y, en su lugar, adoptó el hexámetro heroico, compuesto de seis pies dactilicos ( j.uu X de los o arrebatado, mucho más cantado que las coplas 1 y 4; es el mutatis modis canticum); ambas terminan en un trímetro crético cataléctico (a punto de órgano).
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cuales los cuatro primeros pueden ser espondeos ( χ _ ) y el último es, a vo luptad, espondeo o troqueo ( j.u )·8 He aquí dos ejemplos (las sílabas largas aparecen en negritas): Africa térribili \ tremit hórrida térra íumúltu La ruda tierra de Africa se estremece con aterradora agitación; m áerentés flentés | Zacrimántes cómmiserántes. tristes, llorosos, con lágrimas, llenos de tristes lamentos.
Esta desaparición del viejo saturnio ante el hexámetro dactilico señala sin duda un nuevo retroceso etrusco ante la influencia griega creciente. No obs tante, la lengua latina no se ceñía sin trabajo al nuevo ritmo, muy rico en breves. Por ello, Ennio no imitó el hexámetro, en extremo refinado, de los griegos de la época (alejandrinos); se inspiró en el de Homero con tanta for tuna y éxito, que, de súbito, el hexámetro latino se encontró dotado de los caracteres que únicamente debieron precisarse para hacer de él el verso virgiliano (v. p. 240 s.). La poesía dramática, al utilizar especialmente el yambo ( o ! ) y el troqueo (iu ), con la facultad de sustituir, en casi todos los pies completos (a excep ción del último), una larga (_ ) o su equivalente (dos breves: Uu ) en la sílaba breve, podía seguir mejor el decurso de la lengua hablada y tal vez ciertas formas de poesía indígena anteriores al triunfo del helenismo. El texto de una comedia se descomponía en dos elementos principales, el hablado y el cantado, el diuerbium y el canticum. El diuerbium se escribía en versos yámbicos de seis pies (senarios); en el canticum se empleaban yám bicos más largos, trocaicos y otros ritmos diversos fundados sobre el anapesto ( u u ! ), el baquio ( u i _ ), el crético ( ! u _ ) y otros. Además, con el nombre de canticum los modernos confunden dos elementos que distinguían Plauto y Terencio: el simple canticum (en versos largos, yámbicos o trocaicos) que era un recitado con acompañamiento musical, y el mutatis modis canticum (en anapestos, créticos, u otros metros), que era el auténtico trozo cantado r podría compararse con un canto de ópera (véase el anterior ejemplo de a p. 46 s.). Así, aun cuando el coro y sus cantos hubieran desaparecido de la comedia latina, la música conservaba un papel muy importante en ella. En las obras de Plauto corresponden a menudo a los cantica los dos tercios del texto, mientras que el recitado sólo ocupa un tercio. Esta preponderan cia del canto puede contribuir a explicamos por qué los romanos admitieron, sin dificultad aparente, la importación de la métrica griega: satisfacía su gusto innato por la música, en especial la dramática. El colegio de los “flautistas”, cuya participación era necesaria para la consumación de toda ceremonia reli giosa, parecía indispensable, desde mucho tiempo atrás, al estado romano. La música fue el obligado aditamento de las representaciones teatrales; un músico profesional componía la obertura, los intermedios y el acompañamiento
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8. Esquema métrico: J V|*¡ | | J.u“ | J “u | i uu | I “ . La cesura (ligero silencio entre do· palabras) se encuentra habitualmente tras el último tiempo marcado, pero puede hallarse también tras el segundo o el cuarto.
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Livio Andrónico
siguiendo los versos del poeta. Se ejecutaba con dos flautas (tibiae), de tono rave una (dextra), de agudo la otra (sanana), o bien graves o agudas las os, capaces así de interpretar una especie de sinfonía rudimentaria, que se ceñía al tono general de la obra, sin cuDrir la voz del cantante.
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Intentos individuales y tendencias comunes. — El grupo de poetas que impuso a una masa de aspiraciones opuestas estas formas de arte totalmente elaboradas obedecía, en su ferviente impaciencia, menos a su genio personal que a una inquietud pedagógica, por decirlo así: Livio, Nevio, Ennio son “polígrafos”, y cultivan todos los géneros (tragedia, comedia, epopeya, etc.), con idéntico entusiasmo, aunque con éxito desigual; Plauto fue el único que supo obedecer sólo a su verdadera vocación. Y es también el único que parece totalmente libre de esa especie de pedantería doctoral que se nota, aunque en grado desigual, en sus contemporáneos, especialmente en Livio y Ennio, ambos de origen griego o semigriego, llamados por ello a dirigir a los “bár baros” (los romanos). Livio, además, había desempeñado el oficio de precep tor. Porque Roma, advirtiendo lo que falta a su gloria, se encamina a la escuela: en 260 Espurio Carvilio inaugura la enseñanza pública de la gra mática. En las grandes familias, los esclavos pedagogos inician a sus alumnos mejor dotados en la literatura griega original; pero el pueblo reclama la puesta en escena de piezas griegas traducidas. El movimiento, iniciado por algunos escritores de gran energía, adquiere pronto importantes proporciones. Livio se ve ya rodeado de poetas que, por desgracia, conocemos mal,9 pero lo bastante conscientes de su importancia para obtener que se les permitiera reunirse (después de 207) en un Collegium (asamblea corporativa), sin duda análoga a la de los flautistas, en el templo de Minerva, sobre el Aventino. Helenismo y nacionalismo. — Ello no significa que el estado romano esté a punto de interesarse por la literatura. Mas, por el momento, no reina hosti lidad contra el mundo griego ni desprecio hacia la mentalidad helénica: por otra parte, los escritores contribuyen al realce de las ceremonias oficiales y son romanos en espíritu. Aunque Nevio y Plauto especialmente, como itálicos puros, nos parece que representan el espíritu latino con una lozanía más sabrosa, no son más nacionalistas que Livio o Ennio. Y no practican menos que éstos la imitación de los griegos (a veces con desmesura). Por todo ello se mantiene firme una unidad, torpe aún y mal equilibrada, de tendencias romanas y de forma griega; y, cuando alcance su perfección, nos hallaremos ante los grandes clásicos del primer siglo antes de nuestra era.
Hecho prisionero en Tarento (272), siendo aún niño sin duda, se convirtió en Roma en el escla vo de un cierto Livio (quizás el padre de Livio Salinátor, vencedor de Asdrúbal en la batalla de Metauro), que le nombró
LIVIO ANDRÓNICO Actividad: 240-207 a. C.
9. Se le debía, entre otros, un Carmen Priami en saturnios (referido al ciclo troyano), un Carmen Nelei en versos yámbicos (sin duda una tragedia imitada de Sófocles).
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preceptor de sus hijos, y después lo manumitió, tomando aquél el nombre de su dueño, según era costumbre, pero con un apodo griego que tal vez llevaba desde que nació. Livio Andrónico abrió una escuela y, mediante lecturas espíritus para la comprensión de comentadas una literatur; ¡n 240 estrenó en Roma su primera obra, no sabemos si una tragedia o una comedia; en 207 fue encargado oficialmente para enseñar a un coro, compuesto de tres grupos de nueve muchachas cada uno, un himno en honor de Juno Reina, por salvar la amenaza que significaba para Roma la entrada de Asdrúbal en Italia. Murió antes de 200. Carácter y formación. — Según parece (sólo poseemos unos sesenta ver sos), era un hombre carente de genio, pero “de juicio excelente”. Como resul ta difícil admitir que importara de su ciudad natal a Roma el espíritu del mismo Tarento, la ciudad refinada, suntuosa, llena de teatro, hay que suponer que lo halló de nuevo, en parte, en la lectura asidua de los griegos, y tal vez en el trato con sus compatriotas. Pero no se entregó a ello por completo; se dedicó, por el contrario, a descubrir en la lengua latina los recursos necesarios para una transposición literaria. Concibió ante todo su tarea como la de un educador, y parece que no quiso aislar sus obras de sus preceptos. Si el estado romano hubo de recurrir a él para nombrarle cantor oficial, tal vez desde 249, cuando en los juegos seculares se intentó crear “un coro para Proserpina”, y probablemente en 207; este hecho da fe —ante todo— de la escasez de joetas que había en Roma en esta fecha y la protección que sobre él ejercía a gens Livia; además se trataba de ceremonias religiosas griegas en su mayor arte, y la intervención de un poeta docto en motivos helenos podía parecer eseable.
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Las obras. — Los descubrimientos arqueológicos demuestran que a partir del siglo vi las leyendas homéricas eran bien conocidas de los etruscos. Livio quiso difundirlas en Roma: tradujo, con el ritmo tradicional del verso saturnio, el poema de La Odisea, la obra clásica a la vez más variada y más humana de los griegos, conocida además en Italia en fragmentos de fecha muy tem prana. La traducción era exacta, el estilo —de ordinario— simple y preciso, con algunos logros: ... Loe montes abruptos y los campos polvorientos y el inmenso max...
pero muy lejos de la flexibilidad cambiante del griego, y en ocasiones desvia do, lleno de epítetos inútiles: ... Que nada hay peor para abatir a un hombre que una mar embravecida; e incluso a aquel que posee gran fuerza, las aguas malditas lo arrollarán al punto... (Cf. Odisea, V III, V. 138).
Sus tragedias, tomadas del ciclo troyano (Aquiles, Ayax, El caballo de Troya) o del de los Atridas (Egisto, Hermione), o de temas novelescos pro pios para seducir la imaginación de los romanos (Andrómeda, Dánae, Ino, 50
Nevio
Terea), parecen haber sido escritos con un sensible refinamiento de forma y a menudo con voluntad de superar el modelo griego: . . . s e b r in d a la g lo ria a l v a lo r : p e r o s e d isu e lv e a n te s q u e u n a h e la d a e n p r im a v e r a ...
(Cf. S ó f o c l e s , Ayax, v . 1 2 6 6 s.).
Una firmeza un poco ruda, de estirpe romana, se nota en estos dos versos que pronunciaba sin duda Clitemnestra: ... ¿Por qué — pues mi majestad exige vuestra obediencia— no cumplir mis órdenes, y conducir al punto a esa m ujer...? (Egisto).
Además se nota un acento de súplica agobiante, enormemente patético: ... Otórgame este amparo que te pido, que te imploro; concédemelo, ampárame... (E l caballo d e Troya).
Acerca de algunas comedias cuyos propios títulos son inciertos (Gladiolo, Ludio, Virgo), nada podemos juzgar. La lengua. — La lengua de Livio es poco armoniosa, compleja, usa indis tintamente antiguas palabras latinas, términos griegos, adjetivos artificiales; su deseo de abundancia y de color le hace incurrir lo mismo en los galimatías más vulgares que en los esquemas expresivos de sabor alejandrino: ... Cuando aún no tenía dientes, lo alimentaba, haciendo fluir sobre su boca el remedio de mi leche... ... Entonces, dando brincos, el rebaño romo de Nereo rodea la flota con sus juegos, al ritmo del canto... (Egisto).
Tales irregularidades hacen sospechar que Livio no haya tenido una per sonalidad literaria muy marcada. Misión de Livio. — Su influencia fue, no obstante, considerable: se man tuvo viva durante mucho tiempo en las escuelas gracias a su Odisea ; dio además al teatro ejemplos de estilo brillante, y enseñó a los romanos a gozar a la vez de todos los períodos de la literatura griega, y de los más diver sos estilos. Fue poeta épico, lírico y dramático, e incluso actor de sus propias obras, y tan consciente de su adopción por Roma, que llega a latinizar todo el panteón griego, y no vacila incluso ante los términos jurídicos romanos. Inicia —del mejor modo posible en aquella fecha— a los inexpertos romanos en la riqueza de la tradición griega. NEVIO
Nevio, de origen campaniense, aunque ciudadano romano, había empuñado las armas durante la primera guerra púnica, que acabó en 241. Estre nó su primera obra en 235. A partir de entonces se consagró a la poesía: escribió nueve tragedias, más de treinta comedias, saturae, y un poema épico en saturnios, titulado La Guerra Púnica (Poenicum bellum). Era un carácter
Actividad: 235-204 a. C.
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agitado, indómito, amante apasionado de la libertad, en especial de la liber tad de palabra, que “prefiere a la fortuna”, y cuyo disfrute dejó plasmado en un verso lleno de aliteraciones: L ibera lingua loquem ur ludis Liberalibus... Nuestra lengua hablará libremente en los Juegos Liberales...“
Se lanzaba sin miedo a los ataques personales, incluso contra grandes personajes, como Escipión el Africano o la poderosa familia de los Metelos. Es célebre su saturnio de doble sentido: Fato Metelli Romai fiunt consules Es ley del hado que en Roma los Metelos sean nombrados cónsules, o bien : Es fatal para Roma que los Metelos sean nombrados cónsules;
a dicho verso le dieron una respuesta, cortésmente ambigua también, pero amenazadora: Dabunt malum M etelli N aeuio poetae. Los Metelos darán su merecido al poeta Nevio, o bien : Los Metelos harán un obse quio“ al poeta Nevio.
El desenfreno de su numen le costó un encarcelamiento —al que Plauto hace referencia— del que le libraron los tribunos de la plebe. En el fondo era un auténtico romano, tanto por su energía como por su altivez moral, que se transparentan en muchos de los versos que se nos han conservado de sus obras: Me complazco en que me ensalces tú, padre mío, a quien los otros ensalzan (L a partida d e Héctor). Ellos prefieren con razón morir en su puesto a volver cubiertos de vergüenza junto a sus compatriotas (Poenicum bellum).
Murió en África, en Útica (¿201 o poco después?), desterrado, según se ha supuesto. Las tragedias. — Las tragedias de Nevio (Dánae, El caballo d e Troya, L a partida de Héctor, Hesione, Ifigenia, Licurgo) obtuvieron un gran éxito: algunas se representaban aún en tiempos de Cicerón. Sin embargo, parecen haber estado escritas, con frecuencia, en un estilo bastante elemental. Tan sólo el Licurgo, que representaba la lucha de un rey mítico de Tracia contra Baco (tema análogo al de Las Bacantes de Eurípides), ofrece en sus fragmentos color y fluidez: puede tratarse de una escena de caza o de la evocación de las Ménades. Pero, ante todo, Nevio creó la “pretexta”; Clastidium, ponía en escena la victoria que M. Claudio Marcelo alcanzó en 222 sobre los galos insubres, en que dio muerte con su propia mano al caudillo 10. Fiestas de Liber (Bacchus, Baco) en las que reinaba extrema libertad. 11. Lateralmente: “darán una mangana" (símbolo de amor), si medimos mdlum en vez de mólum, pues la sustitución de una luga por una breve estaba admitida en el saturnio.
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Nevio
Virdomaros; Rómulo era la representación escénica de una especie de “canción de gesta”. Estas obras, que se prestaban para las exhibiciones triunfales y toda clase de desfiles, deberían su redacción a un encargo, con ocasión de una ceremonia nacional o una fiesta semiprivada de la gens Claudia: ello basta para indicar que Nevio contaba, tanto entre la nobleza como en el estado, con protectores y con enemigos. Las comedias. — No obstante, la tragedia se le daba menos que la come dia: en este último género, el poeta gramático Volcado Sedigito, en tiempos de Sila, le otorgaba el tercer lugar, después de Cecilio y Plauto. Los títulos de sus obras son muy variados, y rara vez totalmente griegos. En dos rasgos se adelanta a Terencio: su Acontizomenos (“el hombre alcanzado por un tiro”) iba precedido de un prólogo de tono personal; y se le ocurrió la idea de combinar dos piezas griegas para crear una latina, por un procedimiento que los enemigos literarios de Terencio ridiculizaban con el nombre de “conta minación”, de contaminare, “manchar, ensuciar, hacer una mezcla desfigu rada” (v. p. 100 y la n. 31). Pero mezclaba también en los temas tan generales de la Comedia nueva una vena satírica que recordaba a Aristófanes y a la antigua comedia ática, o a Epicarmo y a la comedia siciliana, al dirigirse, por su nombre, a individuos de toda especie, tanto a Escipión el Africano como al humilde embadumador Teodoto, que, sentado en su barraca llena de esteras, pinta con una cola de vaca la danza de los Lares en los altares de las encrucijadas... (Turnearía); o
(en una satura) toda la nueva generación dirigente:
Veamos; ¿cómo habéis podido acabar tan pronto con un estado tan poderoso?... Toda una generación de oradores nuevos, pequeños adolescentes estúpidos...
En este sentido, parece haber concebido la imitación de los griegos con mayor libertad que Plauto, del que anticipa a la vez el pleno carácter popular, la abundancia, el pintoresquismo, la gracia burlona: ... |Oh, tu!, j el peor de todos!, desvergonzado, pilar de taberna, glotón, jugador... (C om edia incierta). ... Crujen a llí“ las muelas y resuenan los grilletes... (C om edia incierta). ... Antes se vería nacer un elefante de un saltamontes... (Satura).
Tan sólo adivinamos, vagamente, el desenlace de una de sus piezas, la "Tarentina” (Tarentilla): una cortesana, dos jóvenes que vienen a divertirse a la ciudad, y los padres que se presentan al fin; el tema nos recuerda las Bacchides de Plauto. La heroína, verdadero símbolo de su patria frívola, suntuosa y acogedora, aparece descrita con una muy delicada vivacidad. Parece que Nevio se complacía en poner en escena a gentes de diversos
12. lus muelas.
En el molino, donde se imponía a los esclavos castigados la dura tarea de hacer girar
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FORMACIÓN DE UNA LITERA TU RA GRECORROMANA
oficios: el mundo de las carreras, jinetes y chalanes (Agitatoria), los adivinos (Hariolus), los carboneros (Carbonaria), las floristas (Corollaria), los alfare ros (Figulus), y quizás episódicamente, como en el caso de los sobrios aldea nos de Preneste y de Lavinio, que aparecen en un fragmento. El “ Poenicum bellum” . — Se mostró aún más original al crear la epo peya nacional romana. Su Poenicum bellum era un poema continuo, que C. Octavio Lampadio, en tiempos de los Gracos, dividió en siete cantos. El tema era la primera guerra púnica; pero el desarrollo histórico aparecía preparado por una serie de “causas” mitológicas: la huida de Eneas tras la toma de Troya, tal vez su estancia en Cartago, el amor de Dido hacia él; la partida del héroe; luego el nacimiento de Rómulo, considerado como su nieto. Virgilio tomará muchos elementos de esta primera parte (deliberación de los dioses, tempestad, consulta a la Sibila de Cumas), pero evitará con cuidado la falta de armonía que debía resultar de la brusca aproximación de leyendas novelescas a la narración de hechos casi contemporáneos. Falta de armonía tanto más sorprendente en cuanto que Nevio parece buscar una cierta elegancia y elevación en el desarrollo mitológico, mientras que los fragmentos de contenido histórico son de una rigidez y una sequedad tales, que recuerdan los antiguos Armales: ... La escuadra romana cruza hacia Malta; quema, devasta, despuebla la isla entera, y abate el poderío enemigo.
Sólo un acento de fuerza militar y patriótica, en que vibra el viejo sol dado, da un poco de relieve a estos datos: ... Si hubieran abandonado a esos heroicos varones, habría sido una gran vergüenza para la patria, a los ojos de los pueblos.
Conclusión. — Nevio, original, vivo y luchador, consiguió un gran avan ce en pro de la poesía romana: demostró que era posible tomar a Tos griegos por modelo sin imitarles servilmente. Sin duda, tenía también conciencia de que el prestigio de un arte muy superior iba a arrastrar a sus compatriotas cada vez más lejos del espíritu romano. Ello parece querer indicar el orgulloso epitafio que él mismo se compuso: Si fuera dado a los inmortales llorar a los mortales, las divinas Camenasla llorarían al poeta Nevio. Que, cuando O rco“ lo unió a sus riquezas,“ olvidaron en Roma hablar latín.
Hacía sólo una docena de años que Sarsina, en la Umbría, había quedado sometida a los romanos, cuan do nació T. Maccio Plauto. La región, que se hallaba bajo influencias diversas, etruscas y célticas, estaba poco latinizada. Pero
PLAUTO Hacia 254-184 a. C.
13. 14. πλούτος 15.
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Antiguas divinidades latinas, asimiladas a las Musas de los griegos. Dios de los Infiernos, considerado como el dueño de las riquezas (cf., en griego, relacionado con Πλούτων). Los muertos incontables “enriquecen” sin cesar los Infiernos.
Plauto
Plauto debió de llegar muy joven a Roma, a juzgar por la pureza de? su len gua; ignoramos cómo aprendió el griego. Muy activo, y con toda seguridad ambicioso de fortuna, se ocupó de empresas teatrales, en las que obtuvo beneficios, pero se arruinó en el comercio marítimo; tras un período de muy dura miseria, escribió comedias, se impuso en la escena y murió, ya entrado en años, en 184. Se le atribuían 130 obras; pero tan sólo en 21 de ellas estaban todos de acuerdo respecto a su autenticidad (Varrón, citado por Aulo Gelio, III, 3): son las que han llegado a nosotros (a excepción de una, la Vidularia). Tan sólo dos aparecen fechadas con precisión: el S i 'chus, de 200, y el Pseudolus, de 191. Algunas alusiones permiten suponer que los Menaechmi son anterio res a 215: sería, con mucho, la más antigua comedia; las más recientes (de entre las que podemos fechar) son las Bacchides, el Truculentus y la Casina (después ae 190). El período de gran actividad literaria de Plauto parece haber sido el comprendido entre 200-190: inmediatamente después de la segunda guerra púnica. Los temas. — Las obras están tomadas de los autores griegos de la Co media media, como Antífanes, o nueva, como Filemón, Dífilo, Menandro y otro» que ignoramos, una centuria anteriores —o más— a Plauto. Un tema general común dominaba en las obras de estos autores: un joven de buena familia, enamorado de una muchacha casi siempre de origen desconocido y esclava, la logra merced a las artes de un criado intrigante o gracias al súbito descubrimiento de que la joven es de cuna libre. Este tema se prestaba a dos tipos de desarrollo: ostentación de turbias acciones, y senti mentalismo novelesco y burgués a un tiempo. Parece, de acuerdo con lo que nos queda de Menandro, que su teatro se caracterizaba por una simplicidad elegante en la forma de plasmar las costumbres y en el estilo, por una preci sión un poco general, pero delicada, en la composición de los caracteres, por un desarrollo regular, aunque un poco descuidado. Todo ello constituía, a los ojos de los atenienses, el mérito de este teatro, en extremo diferente del de Aristófanes (en la segunda mitad del siglo v). Pero las obras de los diversos autores debían ser muy variadas en el detalle. En el teatro de Plauto podemos tomar como ejemplos de comedias de intriga, la Mostellaria (“la comedia del fantasma”) y el Pseudolus (nombre de esclavo ocurrente y embustero); como tipos de comedias de interés psico lógico, la Aulularia (“la comedia de la olla”) y el Trinummus (“las tres monedas”). Mostellaria. — E l joven Filolaques se ha unido a una mujer durante la ausencia de su padre, Teoprópides, que hace más de dos años que está de viaje. Pero el viejo regresa. E l esclavo Tranio cierra la casa y convence a Teoprópides de que está embrujada, y que su hijo ha tenido que abandonarla; dice que si su hijo debe dinero en la ciudad es porque ha comprado la casa de su vecino, el viejo Simo. Teoprópides se deja persuadir, visita la casa objeto de la supuesta compra, y se declara satisfecho. Hasta aquel momento, con un derroche de habilidad, Tranio ha podido resolver el asunto. Pero todo se descubre, y Teo própides no perdona a los culpables hasta que interviene un amigo de su hijo. Pseudolus. — El joven Calidoro se encuentra en un apuro: si no consigue inmediata mente 20 minas (unas 2.000 pesetas oro) para rescatar a su amiga Fenicio, esclava de
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FORMACIÓN DE UNA LITERA TU RA GRECORROMANA Balio, será entregada a un capitán de Sición, que ha dado ya dinero a cuenta. E l esclavo Pseudolo, conflando en su genio inventivo, desafía a Simo, padre de Calidoro, y expresa su confianza de apoderarse de Fenicio: Simo, pensando que su hijo no tiene dinero, le promete 20 minas si lo consigue. Pseudolo encuentra felizmente a Harpax, enviado por el capitán, hace que le entregue la carta de presentación y sustituye a Harpax un compa ñero suyo, Simia (el Mono): entra así en posesión de Fenicio. Y Balio, satisfecho por haber concluido este negocio, al ver a Simo, apuesta con él 20 minas a que Calidoro no le quitará Fenicio. Pronto se desengaña de ello: tiene que dar las 20 minas a Simo, que, a su vez, las entrega a Pseudolo. La obra termina en un alegre festín. Aulularia. — El viejo y pobre Euclión encuentra en su casa una olla llena de oro: no duerme, y sospecha hasta de un honrado burgués, ya maduro, llamado Megadoro, que le pide en matrimonio, sin dote, a su hija, la encantadora Fedra. Euclión acaba por esconder la olla en el templo de la Buena Fe; pero se la hurta el esclavo Estrobilo, cuyo dueño, Licónides, sobrino de Megadoro, está enamorado de Fedra. Licónides logrará que Estrobilo restituya el dinero, y que su tío le ceda la joven. Euclión, después de tantos azares, celebra felizmente el matrimonio. Trinummus. — Cármides marcha a arreglar sus negocios, y deja a su hijo Lesbónico y a su hija bajo la protección de su amigo Calicles. Lesbónico se arruina por su vida disoluta y pone en venta la casa paterna; Calicles, desafiando las habladurías, la compra (pues sabe que en ella se oculta un tesoro). Acto seguido, un amigo de Lesbónico le pide a su hermana en matrimonio, y como Lesbónico no quiere que por su culpa haya de casarse su hermana sin dote, llega a renunciar a su último dinero, e incluso a enrolarse como mercenario. Calicles finge una comedia: un sicofanta, por tres monedas (trinummus), se encargará de traer una carta falsa de Cármides, con el dinero para la dote. Pero el sicofanta cae en las manos del propio Cármides, que regresa. Se desencadenan parlamentos, preguntas, situaciones cómicas. Todo acabará bien, pese a las 'dificultades e — incluso— angustias morales.
Otras obras son verdaderos romances, como Menaechmi, en la que vemos a un hermano en busca de su gemelo al que no ha visto nunca, que se le parece exactamente, y al que no encontrará hasta que las más extrañas peri pecias hayan unido, sin saberlo ellos, ambas existencias; o Casina, cuyo tema es un precedente, aunque parcial, de Las bodas de Fígaro de Beau marchais. El Amphitryon, tan brillantemente imitada por Molière, es también un romance, pero de tono elevado (“una tragicomedia”, escribió Plauto), porque los avatares se deben a la voluntad del dios Júpiter que, para llegar junto a Alcmena, tomó el aspecto de su marido Anfitrión, mientras que Mercurio revestía el del esclavo Sosia. Como contrapartida, en Los Cautivos tenemos un verdadero drama burgués, en el que la amistad recíproca de Orestes y Pílades en Táuride se transplanta a la sociedad griega del siglo iv: un esclavo, cautivo en compañía de su dueño, se hace pasar por éste a fin de conseguirle la libertad. Parece, pues, que Plauto aceptó, sin inquietarse, la monotonía de un tema convencional, pero usó de invenciones de autores muy diversos, en pos de una extrema variedad de presentación, para agradar a un público muy ávido de novedades, aunque también por gusto personal. Los prólogos. — La mayoría de las obras de Plauto (12) se abren con un prólogo, que a veces ha sido retocado, con ocasión de un reestreno, con la adición o la modificación de algunos versos, pero cuya forma, en conjunto, 56
Plauto
parece totalmente plautina: estos prólogos presentan el tema de la obra, como los de Eurípides, y permiten al autor ganarse al público, como ocurre con las parábasis16 de Aristófanes. Son recitados por un dios (Mercurio en el Amphitryon, el Lar de la casa en la Aulularia, la estrella Arturo en el Ru dens), un personaje alegórico (Luxuria e Inopia, “Libertinaje” y “Pobre za”, en el Trinumnus), o uno de los actores de la comedia, o un actor que viste un traje especial y al que se da el nombre de Prologus. En otros casos, Plauto no introduce el prólogo-parábasis hasta después de una escena de alto relieve, rica en colorido (el Miles gloriosus) o un cuadro íntimo (Cistellaria). En el Curculio no hay prólogo, pero en medio de la obra irrumpe una parra fada satírica, de ' tono totalmente aristofaneo, recitada por el “director del coro” (v. 462-486). El autor busca evidentemente el contacto con los espec tadores y ciertos logros personales. La acción. — La acción en sí misma no se ciñe al tema general, dema siado lleno de convencionalismo: se presenta cargada de la vivacidad y las sorpresas de las Fourberies de Scapin. Plauto no siente la menor preocupa ción por la regularidad: pasa por alto detalles importantes, explicaciones necesarias, hace aparecer o desaparecer los actores a placer, presenta con brusquedad los desenlaces; alarga con delectación las escenas “rentables”, añade otras cuya idea le parece divertida, sólo aspira a llevar a su público de escena en escena. Por este motivo algunas obras son completamente inorgá nicas, como el Poenulus, que presenta solamente —seguidos e irregularmente desarrollados— tres sucesos de los que es víctima el traficante de esclavos (leño) Lico. Pero los episodios, al menos, forman un todo, y cada escena importante se despliega con una riqueza y una perfección sorprendentes. Algunas “exposiciones”de Plauto son obras maestras de precisión auténtica; algunas escenas finales,de un movimiento y una alegría arrolladores, evocan el “kómos” (fiesta llena de desenfreno) de Aristófanes. Un esclavo de la ciudad frente a otro del campo [Escena dedesarrollo excelente: da toda suerte de detalles de modo natu ral. — Con ritmo de "exhibición”, vivacidad, golpes e injurias. — Grumio no volverá a aparecer en la obra. — Contraste de caracteres y de formas de hablar. Parodia discreta de Odisea (XVII, v. 204-253) de acuerdo con el modelo griego, pero con el sentir romano, que gusta del campesino.] G r u m io . — Sal de la cocina, por favor; lárgate, tunante, en vez de andarme al asalto entre las cazuelas. Vamos, largo, fuera de esta casa, ruina de tus dueños. ¡Ay! Como yo viva, lo pagarás con creces en el campo!17 ¡Venga, sal! ¿por qué te escondes...? T r a n i o . — ¡Vamos! ¡Caramba! ¿Por qué tienes tú que gritar ante la casa? ¿Crees que estás en el campo? Lárgate de esta casa. Vete al campo; vete, bribón. Largo de esta puerta. ¡A h!... (le pega). ¿Es esto lo que buscabas? G r u m io .- — ¡Muerto soy! ¿Por qué me zurras? T r a n i o . — Porque estás vito.
16. La parábasis, normalmente hacia la mitad de la comedia, coincide con un alto en la acción; el capitán del coro, o corifeo, se dirige entonces al público en nombre del poeta. 17. Donde Tranio, mayordomo en la ciudad, quedará, en castigo, relegado como peón: víase mis adelante.
S7
FORMACIÓN DE UNA LITERA TU RA GRECORROMANA Grumio. — [Espera! Sólo quiero que regrese d viejo; Msólo q u e llegue con buena salud nuestro amo, a l que tú devoras cuando no está aquí. T r a n i o . — Ni es verdad, ni se le parece, zoquete. ¿Cómo vamos a devorar a uno que no está presente? G ru m io . — ¡ Mirad al gracioso de la ciudad, a este payaso q u e hace sus bromas para regocijar al pueblo! ¿Y tú eres el que se ríe de mis campos? Sin duda, Tranio, es que esperas que te envíen muy pronto al molino. No pasará mucho tiempo, ¡pardiez!, Tranio, antes de que vengas a aumentar el personal de la granja, la gente de los hierros.“ De momento, todo lo que puedas, hártate a placer, despilfarra, corrompe al hijo del dueño — ¡un joven excelente! Pasad noche y día bebiendo, llevando la vida griega: comprad amigas, libertadlas; alimentad parásitos, robad en el mercado para armar luego fiestas. ¿Es eso lo que el viejo te encargó al marcharse al extranjero? ¿Espera encontrarse su hacienda empleada de ese modo? ¿Te parece que es éste el papel de un buen esclavo: echar a perder a la vez la hacienda y el hijo de su dueño? Que bien corrompido anda ya para entre garse a esta vida, cuando entre toda la juventud ática no había ayer nadie que le igualara ni en moderación ni en sensatez. ¡Hoy se gana la palma en otro orden, gracias a ti y a tus lecciones! T r a n i o . — ¡Maldita sea! ¿Por qué tienes que ocuparte d e m í y de mis actos? Escú chame: ¿no tienes bueyes en el campo para cuidar? M e gustan los banquetes, el amor: mis lomos responderán, no los tuyos. G r u m io (acercándose hasta hablar sobre e l rostro d e Tranio). — ¡Qué atre v im ie n to ! ¡Qué planes! ¡Ay! T r a n i o . — ¡Ah! ¡Que Júpiter y todos los dioses te aniquilen! ¡ U f l ¡Cómo apestas a ajo! ¡Auténtico montón de basura, palurdo, macho cabrío, pocilga, mezcla de cabra y perro! G ru m io . — ¿Qué quieres que haga? Todo el mundo no puede, como tú, oler a perfu mes exóticos, ni ocupar en la mesa mejor lugar que el amo, ni comer bocados tan exqui sitos. Guárdate tus pichones, tus pescados y tus volátiles: déjame a mí, perfumado de ajo, llevar la vida de mi clase. Tú eres el afortunado; yo, el miserable: hay que resignarse. El bien para mí, y el mal para ti, nos esperan. T r a n i o . — Me parece que me envidias, Grumio, porque yo vivo bien y tú no. Pero cada cual tiene la suerte que le corresponde: para mí, el amor; para ti, el oficio de boyero; para mí, la gran vida; para ti, una existencia mezquina y miserable. G ru m io . — ¡Cedazo de verdugos!... Así t e pasará, según creo. Así te cribarán a agui jonazos al llevarte ligado a la horca por las calles, si el viejo regresa. T r a n i o . — ¿Estás seguro de que eso no te pasará a ti antes que a mí? G r u m i o . — Yo jamás lo he merecido. Tú, sí; y ahora mismo. T r a n i o . — Pon freno a tus palabras, si no quieres que te zurre vergonzosamente. G ru m io . — ¿ M e d a r é is a l m en o s fo r r a je p a ra m is b u e y e s ? .. . Y vosotros, ea, c o n tin u a d , p u es v o sotro s h a b é is e m p e z a d o : b e b e d , v iv id a l a g r ie g a , c o m e d , h a rta o s, m atad la s reses m ás c e b a d a s . T r a n i o . — Calla y lárgate a los campos. Que yo marcho al Pireo20 a comprar pescado
para esta noche. Ya me las arreglaré para mandarte mañana forraje a la granja... ¿Por qué te quedas ahora mirándome a los ojos, came de horca? G ru m io . — ... expresión que a tí te cuadrará “muy pronto”, según m e parece. T r a n i o . — De acuerdo con ese “muy pronto” , con tal que goce del presente. G ru m io . — Sea en buena hora. Pero aprende al menos que los pesares llegan con mayor rapidez que se realizan los deseos. T r a n i o . — Ya me estás cargando. Ahora, vete, lárgate al campo sin detenerme mucho. (Sale.) G ru m io . — ¿Se va de esa manera y no tiene en cuenta nada de lo que le he dicho? ¡Dioses inmortales, os conjuro! ¡que nuestro anciano dueño regrese cuanto antes — más
18. 19. dirles la 20. fre sen .
3H
El padre (que, en la comedía griega, llevaba una máscara de anciano). Los esclavos del campo, toscos y peligrosos, llevaban grilletes de hierro, para impe huida. El Pireo es ul puerto de Atenas; los gastrónomos acudían » í'l « comprar pescado
Plauto de dos años hace que marchó— antes que todo perezca devorado, casa y hacienda. Si no regresa ahora, eso sólo tardará algunos meses en ocurrir. M ostellaria, v. 1-81.
Los personajes. — Los personajes eran, en principio, tan convencionales como los temas: las máscaras, en la comedia griega, servían para reconocer al punto su “categoría”. Los encontramos iguales en cada obra: el joven libertino y despilfarrador, que de ordinario sólo aspira a arruinar a su padre; la cortesana, de espíritu y de tocado finos, ávida y diestra, o la jovencita modesta y simpática; el padre (o el “viejo”), antiguo calavera, en la actualidad severo y adusto, pero con frecuencia ingenuo, y a veces con inclinación a volver a sus hábitos de libertino; la madre, honrada, aunque tosca; el esclavo, desvergonzado e ingenioso, que desafía los golpes y los tormentos, al servicio de los amores de su joven amo, no sin complacerse en torturarle. El traficante en esclavos (leño) es también indispensable: su bru talidad, su avaricia, su cínica deshonestidad, su astucia hacen de él a la vez, para el mayor goce del público, el digno adversario y la víctima necesaria del esclavo. Otros papeles se incluyen también: el militar fanfarrón, a sueldo dé un rey helenístico; el parásito, que trata, con sus adulaciones y sus buenas palabras, que lo inviten a comer; el cocinero de alquiler, jactancioso y ladrón... Un “leño” y sus esclavos [Puesta en escena agitada y alterada por los golpes (cf. el Guignol). — Ca racteres generales y convencionales. — Inspiración y colorido en el lenguaje, que debía acentuar la música aún más (un “solo” variado que se atenúa un poco hacia el final). — Poderosa sensación de antipatía. — Recuérdese Molière, L ’A vare, III, esc. 1.] B a l i o . — Salid, vamos, salid, holgazanes, alimentados con demasiado regalo, adqui ridos a precio excesivo, a quienes nunca se les ha ocurrido nada bueno, y de quienes no se puede obtener provecho alguno a no ser por este procedimiento.21 No conozco hombres más asnos que éstos: tan endurecidas tienen las costillas por los azotes. Cuando los azota mos, nos hacemos más daño que a ellos: son del linaje de los que gastan estribo. No piensan más que en robar a la primera ocasión, en estafar, en tomar, en saquear, en beber, en comer,en huir... Éste es su trabajo. Será preferible dejar los lobos junto a las ovejas a semejantes guardianes en casa. En apariencia, sin embargo, nadie los juzgaría malos; ¡pero qué diferencia en las obrasl Por tanto, si todos vosotros no prestáis atención a mis órdenes, si no apartáis el sueño y la pereza de vuestros corazones y de vuestros ojos, mi látigo os decorará muy bien los riñones, hasta hacer palidecer en comparación los tejidos campanienses y los tapices rasos de Alejandría, con todos sus dibujos de animales.” Desde ayer lo ordené todo y asigné a cada uno su misión. Pero sois tan negligentes, tan corrompidos, tan malos, que es nece sario recordaros vuestro deber a fuerza de golpes. Por la dureza de vuestra piel podéis con esto y conmigo... Miradles un poco, cómo piensan en otras cosas. Vamos, a vuestro tra bajo ¡atentos! Los oídos abiertos a mis palabras, carne de patíbulo. ¡Por Pólux! Vuestro cuero no será más duro que este cuero.2* ¡Hala! ¿duele, eh? Así se les da a los esclavos que no obedecen a su dueño. Vamos, todos en pie ante mí, y atención a lo que digo.
21. Azota a sus esclavos o les muestra el látigo. 22. Yuxtaposición de un motivo italiano y otro griego. 23. Azota a sus esclavo» o les muestra el látigo.
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FORMACIÓN DE UNA LITERA TU RA GRECORROMANA Tú, el que tiene la cántara, ¡rápido a traer agua! Llena el caldero de la cocina. Tú, con tu hacha, te encargarás de cortar madera. E l e s c l a v o ___Es que está embotada. B a l i o . — ¡Déjalo!: ¿no lo estáis todos vosotros de golpes? ¿Es ésa una razón para que no os utilice a todos? — Tú, a limpiar la casa; tienes trabajo; rápido, entra. Tú ... tú prepararás el comedor. Tú limpia la vajilla de plata y colócala. — Cuando vuelva del foro, que lo encuentre todo dispuesto, barrido, rociado, terminado, colocado, preparado, arre glado.· Hoy es mi aniversario: y vosotros debéis celebrarlo. Pseudolus, v. 133-165.
Aunque Plauto no utilizó las máscaras, no dio nunca rasgos individuales —por decirlo así— a sus personajes; el esclavo Pseudolo, “pelirrojo, barrigu do, de gruesas pantorrillas, tez morena, cabeza grande, mirada penetrante, labios rojos y grandes pies” es una excepción. Pero acentuó de modo especial en cada una de sus obras el relieve del actor principal, en tomo al cual se concentra la acción: generalmente un esclavo-Scapin que es el retrato del poeta mismo. De ahí la unidad del tipo, y también el esfuerzo de variedad que en cada ocasión lo ha diversificado. Dos compañeros [Dos esclavos conscientes de su ingenio, y transformando en arte sus trapa cerías. — Mímica muy variada sugerida por el texto. — Mezcla de naturalidad y artificio en el lenguaje. — Bromas tradicionales: el saco de monedas com parado con un tumor (“una postema” , dirá Cl. Marot); la bolsa que contiene las bestias representadas por el precio en dinero. — Poesía de juego, indistintamente entre el autor y sus actores.] S a g a b i s t i o (aparte). — Helo aquí. Voy a presentarme elegante, como para pintarme. Avancemos, los puños en las caderas, magníficamente ataviados. T o x i l o . — ¿Quién se acerca aquí, como un puchero de doble asa? S a g a b i s t i o (aparte). — Un poco engallados: toseremos ostensiblemente. T o x i l o . — ¡Pero si es Sagaristio! ¿Cómo te va, Sagaristio? ¿Y esa salud? Y, del asunto que te encargué, ¿hay algo a la vista? S a g a r i s t i o . — Acércate. Ya veremos; por favor. Ven; ¿de qué setrata? T o x i l o . — ¿Qué hinchazón tienes aíhí, en el cuello? S a g a r i s t i o . — Un tu m o r. No a p rie te s . S i se to c a sin c u id a d o , es m u y d o lo roso . T o x i l o . — ¿Cuándo te ha salido esto? S a g a b i s t i o . — Hoy. T o x i l o . — Hazte operar. S a g a b i s t i o . — Temo que a ú n no esté maduro: entonces, aún me dolería más. T o x i l o . — Me gustaría examinar tu dolencia. S a g a b i s t i o . — ¡Anda! Vete. Preocúpate, por favor, de... los cuernos. T o x i l o . — ¿Cómo? S a g a b i s t i o . — Hay un par de bueyes aquí, en la talega. T o x i l o . — Déjalos salir, créeme, que se morirán de hambre;déjalos ir a pacer. S a g a r i s t i o . — Es que temo no poder traerlos de nuevo al establo, si echan a correr por el campo. T o x i l o . — Yo me encargaré de ello: pierde todo cuidado. S a g a b i s t i o . — Quiero creerte, y te los prestaré. Sígueme a esta parte, por favor. Aqui tengo el dinero que me has pedido. T o x i l o . — ¿Qué?
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N. del T. —Intentamos recoger el homoioteleuton del original,
Plauto S a g a h i s t i o . — El amo me ha mandado a Eretria“ a comprar bueyes: Ahora Eretria, para mí, es tu casa. T oxilo . — ¡Qué bien has hablado! Y yo, por mi parte, te devolveré muy pronto todo el dinero. Pues todas mis sicofantas están ya instaladas, preparadas para quitar esa suma al “leño” . Persa, v. 306-326.
El esclavo es el verdadero rey de la comedia de Plauto: seguro de su éxito, parece embriagado de su importancia hasta el heroísmo y el desinterés: todo lo arriesga, golpes y suplicios, para hacer reír y quedar a la altura de su reputación. Los demás personajes, o se ven arrastrados por su propio peso, o conservan muchos refinamientos psicológicos del modelo griego, en especial en los papeles femeninos. Resultan muchas desigualdades, pero se olvidan ante la potencia de la invención cómica y el resplandor del “héroe”. Las costumbres. — El público romano pedía que se le presentaran las costumbres griegas: Plauto toma la molestia de asegurarles muchas veces que no lo olvida, y llama “bárbaros” a los propios italianos, para dar la impresión de que traduce su modelo palabra por palabra. Pero está convencido de que un teatro, para ser vivo, tiene que ser actual; y él mismo se halla demasiado sumergido en el pueblo latino para no llevar a la escena sus acciones y sus gestos, sus preocupaciones y lo esencial de su psicología. Así, sus piezas son de una fórmula originalísima, y su análisis nos resulta muy difícil. Pues comedias burguesas de atmósfera muy griega, como Los Cautivos o Stichus, en que vemos a dos hermanas atendiendo solícitas a sus maridos que, por fin “regresan de las Indias” cargados de riquezas (P. Lejay), podían conmover también la sensibilidad romana en un período de guerra y de auge del comercio. Por el contrario, los tipos de ancianos vividores o de personajes tan complejos como el Hegión de Los Cautivos o el Euclión de La Aulularia, ¿no rebasarían la capacidad del público? Y, aunque el esclavo inteligente y desenvuelto era bien conocido en Roma, la infinita libertad de que goza en el teatro le debía parecer una verdadera fantasía escénica. Si a ello añadimos la policromía grecolatina de la lengua popular, la mescolanza de nociones de derecho griego y derecho romano, de mitología helénica y de concepciones religiosas latinas, las frecuentes alusiones a los sucesos contemporáneos, a la topografía de Roma, a las instituciones militares y políticas de la Ciudad, en un clima que se considera totalmente griego, podremos comprender la singu lar combinación. Esta combinación parece querida en cierto sentido, y por otra parte debida a la rapidez de un trabajo al que Plauto aporta a un tiempo el fruto de lecturas tal vez precipitadas, la experiencia de la vida y su sentido escénico. En todo caso, lejos de dañar a su obra, le aseguró el éxito que podríamos calificar de permanente a lo largo de los siglos. En efecto, satisfacía los gus tos más diversos, delicados o groseros, y podía prestarse con faciliad tanto a los progresos como a las retiradas de la influencia griega en Roma, según 24.
Ciudad de la isla de Eubea.
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FORMACIÓN DE UNA LITERATURA GRECORROMANA
que quisiera considerarse el colorido helénico o la savia romana. Y, al huir de la vida misma con los préstamos más librescos, era lo más indicado para familiarizar el espíritu latino con toda clase de aspectos íntimos, morales o poéticos de la Grecia postclásica. Ciudadanos de corta edad [Agorastocles, joven de “tipo cómico” (ligeramente apayasado), necesita tes tigos para sorprender al “leño” en flagrante delito, como culpable de encubrimiento de esclavos y dinero. — Contraste escénico y psicológico entre el joven y sus testigos, libertos. — Colorido romano: rudeza y afectado orgullo en los antiguos esclavos que ostentan su nueva dignidad de ciudadanos; pero también su tenden cia a no hacer nada, contentos con su vida miserable: neta evocación de la plebe en los albores del siglo n. — Pintoresco trabajo de la lengua (imágenes, adjetivos compuestos, aliteraciones). — Tono de recitado (acompañado por la flauta).] A g o r a s t o c l e s . — ¡Que los dioses me protejan! No hay cosa más insoportable que un amigo remolón, en especial para un enamorado que, en todos los casos, siempre tiene prisa. Fijaos en los testigos que me siguen, en esos hombres que caminan lentísimos,“ más lentos que una barca de carga en una mar en calma. ¡Y pensar que siempre cuidé de evitar los amigos maduros, pues temía, en pro de mis amores, la lentitud propia de sus años! Me busqué unos magníficos compadres, los hombres más lentos, pemituertos. — Va mos, si es para hoy; andad de una vez, o andad a que os ahorquen. ¿Así es como unos amigos deben ayudar a un enamorado? ¡Cómo cribáis los pasos con el fino cedazo, como si fueran flor de harina! ¿Acaso es la costumbre de los grilletes“ la que os hace cami nar así?
Los t e s t i g o s ____ Alto, alto, amigo; aunque a tus ojos seamos pobres plebeyos, si no nos hablas como corresponde, por rico y de buen linaje que seas, no nos molestaremos por ayudar a los poderosos. No estamos a tus órdenes, ni en tus amores ni en tus rencillas; cuando compramos nuestra libertad, lo hicimos con nuestro dinero, no con el tuyo. D ebem os sear tratados como hombres libres; no te apreciamos en más de un comino: no vayas, pues, a pensar que estamos condenados a servir como esclavos en tus amores. Los hombres Ubres suelen caminar por la ciudad con paso tranquilo; está bien que un esclavo se dé prisa, ello es corriente. Pero el ajetreo, en particular cuando el estado se mantiene en paz y el enemigo ha sido aniquilado, no es natural. Si tenías tanta prisa, nos debías haber traído ayer a declarar aquí. No te hagas ilusiones, que ninguno de nosotros correrá hoy por las calles y la gente no nos arrojará piedras como a los locos.” A g o r a s t o c l e s . — Si os hubiera invitado a comer al templo,“ habríais superado con vuestros pasos a los ciervos y a los que corren con zancos. En cambio, como os llamo en calidad de testigos para ayudarme en un juicio, os sentís gotosos y más lentos que un caracol.
Los t e s t i g o s . — ¿Y qué? ¿No es un justo motivo para correr con rapidez cuando se trata de beber, de comer a costa de otro, hasta hartarse a placer, sin estar obligado a de volver nada al anfitrión que os invita a comer? Pero, aparte de eso, aunque un poco justo, tenendos en casa para comer: no nos hundas, pues, con tu desprecio. Lo poco que tenemos,
25. 26. 27. 28. por los
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“A pasitos insignificantes.” Alusión a su antigua condición de esclavos (véase acontinuación). Para evitar el contagio de la locura. Después de un sacrificio, en que una parte de las carnes de la víctima era consumida asiitentei.
Plauto
es totalmente nuestro: no pedimos ni debemos nada a nadie. Ninguno de nosotros se matará por ti. A c o r a s t o c l e s . — ¡Cómo estáis!... Yo hablaba en broma. Los t e s t i g o s . — Broma, si quieres, es también nuestra respuesta. A g o r a s t o c l e s . — Os conjuro, por Hércules, a que m e traigáis hoy vuestra ayudae finos veleros, no en barcazas. Moveos al menos: no os pido que os deis prisa. Los t e s t i g o s . — Si estás dispuesto a proceder con calma y tranquilidad, te ayuda remos; si tienes prisa, mejor es que tomes por testigos a unos corredores. Poenulus, v. 504-546.
Las preocupaciones propiamente morales son ajenas a Plauto; antes bien, la desvergüenza del mundo llamado “griego” es uno de los atractivos del espectáculo. Los personajes edificantes son raros, aunque hallemos algunos tipos, incluso entre los esclavos; pero, como contrapartida, los dichos y los gestos de otros no pretenden llegar a ninguna conclusión, al no tener otro objeto que el entretenimiento. Si en Los cautivos,por excepción, encontramos versos eincluso coplas de una filosofía bastante profunda, ello se debe, de por sí, al original griego: además hay que admitir que una cierta abnegación teñida de estoicismo podía emocionar a la masa del pueblo latino. E igual mente la compasión, muy delicada, de un anciano hacia dos jóvenes náufra gos, como en el Rudens. Pero el fondo romano, que reaparece aquí y allá, es de un realismo muy rudo: la virtud se muestra, al fin, más provechosa que el vicio; el libertinaje es ruinoso; y, aunque la juventud tiene ciertos dere chos, debe evitar sin embargo perder la reputación. La buena fama vale más que una laja dorada [El parásito Saturio (“Estómago Bepleto” ), para ganar algún dinero atrapando al leño, fingirá que le vende una esclava, que será en realidad su hija. — Preocu pación moral por el qué dirán. .— Presentimiento de un nuevo derecho, que liberará al hijo mayor de la tutela del padre. — Dignidad y firmeza en el len guaje de la joven. — Ritmo gnómico, griego y romano a la vez (sentencias).] L a jo v e n . — Dime, padre, por favor, por mucho que te agrade la oodna de los demás, ¿puedes vender a tu hija para regalar tu vientre? S a t u r í o . — Lo raro sería q u e t e vendiera e n provecho del rey Filipo o Atalo,” no en e l mío; a ti, q u e eres mía. L a jo v e n . — ¿Me tienes p o r hija o p o r esclava? S a t u r i o ---- Del modo que mejor convenga a los intereses de mi estómago. Tengo, me parece, autoridad sobre ti; no tú sobre mi. L a jo v e n . — Sí, padre, tienes ese derecho... Pero, aunque estemos un tanto apurados, la reserva y la moderación ayudan a vivir mejor. Porque si los malos rumores vienen a sumarse a la pobreza, la pobreza se toma más agobiante, y el crédito más frágil. S a t u r i o ___ ¡Dioses, qué cargante eres! L a jo v e n . — No: no lo soy ni creo serlo, aunque, a pesar de mi juventud, dirija prudentes recomendaciones a mi padre. Piensa que los malos no cuentan las cosas como han pasado.
29.
El rey de Macedonia o el rey de Pérgamo.
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FORMACIÓN D E UNA LITERATURA GRECORROMANA S a t u r i o . —- Háganlo y que se vayan a paseo. De todas sus mezquindades no hago yo más caso que de una mesa vacía que ahora colocaran para mí. L a jo v e n . — Padre, la deshonra es inmortal; vive incluso cuando se la cree ya muerta. S a t u r i o . — Entonces ¿temes que te venda? L a jo v e n . — No p a d re ; p e ro n o q u ie ro q u e te a c u se n . S a t u r i o . — Tonterías. Esto se hará a mi acomodo, no al tuyo. L a jo v e n . — Bueno. S a t u r i o . — ¿Cómo? L a jo v e n . — Piensa aún en esto, padre mío: sí el dueño amenaza al esclavo con fustigarlo, incluso aunque no lo haga, ¡qué sufrimiento para el desgraciado que ve empu ñar el látigo, que se despoja de su túnica! Yo también, por un mal que no es un mal, tiemblo, sin embargo. S a t u r i o . — Nada vale hija o mujer cuando sabe más de lo que agrada a sus padres. L a jo v e n . — N a d a v a le h ija o m u je r c u a n d o s e c a lla , v ie n d o e n a lg o . S a tu r io .
q u e s e l a p e r ju d ic a
— ¡Eh! ¡Mira que te doy! ¿Entonces no puedo...? Si me preocupo por ti.
L a jo v e n . —
Tersa, v. 336-370.
Más netamente romana es sin duda la tendencia a la sátira: Plauto suele ocuparse, en cualquier momento, de las profesiones malolientes que infestan la ciudad (Cautivos, v. 794 ss.), o de los ricos “explotadores”, que no deia de nombrar el pueblo; banqueros y usureros, grandes comerciantes de trigo, ae aceite, grandes propietarios (Pseudolus, v. 188 s.)... Pasajes célebres descri ben con vivacidad el atractivo de las mujeres (Aulularia, v. 478 ss.), los chismorreos de los portadores de nuevas (Trinummus, v. 199 ss.), los embarazos de la clientela (Menaechmi, v. 571, ss.). En todos estos pasajes no hay ninguna intención moral, ni postura social bien acusada; pero hay, a buen seguro, deseos de complacer al bajo pueblo, dando satisfacción a sus inclinaciones maledicentes y a su complacencia en la crítica. Nevio había hecho lo mismo, pero apuntando a los individuos, como los autores de la antigua comedia ática. Plauto, generalizando, armoniza mejor estos rasgos romanos con el tono de conjunto de la comedia nueva de los griegos. El foro romano [El empresario del espectáculo (choragus) se dirige directamente al públi Orden topográfico: la descripción se desarrolla del norte al sur del foro. — Impresión de movimiento y de diversidad.] co . —
... Voy a deciros en qué lugares encontraréis, sin excesivo trabajo, a aquel que busquéis: viciosos o sin vicios, honrados o no. ¿Queréis encontrar a un falsario? Id al Comido." ¿Un charlatán fanfarrón? Junto al templo de Cloacina.*1 Los maridos ricos y pródigos buscadlos por la basílica; “ allí se encontrarán también cortesanas marchitas y negociantes. Los amantes de las comidas a escote, en el mercado del pescado. En la parte baja del foro se pasean los hombres de importancia, los ricos; en medio, cerca del canal,“ 30. 31. 32. 33.
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Antiguo lugar de reunión de la Asamblea de ciudadanos. Venus Cloacina. Gran sala pública, única aún: fueron luego construidas muchas en torno al foro. Servia de desagüe, aún entonces al descubierto.
Plauto la élite de los ilustres. Los portadores de noticias, los charlatanes y los maledicentes, que sin titubear deshonran a otro por nada, presentando ellos materia para duras verdades, sobre el lago Curcio. En tomo a las tiendas, viejas,* los que hacen préstamos y dan dinero a usura. Detrás del templo de Cástor, aquellos a quienes haríais mal en entregaros a la ligera; en la calle de los Toscanos, los que no paran de venderse... Curculio, v. 467-482.
Movimiento. — A pesar del confusionismo sumido en la acción por tantos elementos, la psicología, la descripción de las reacciones, este teatro da una impresión de unidad, e incluso de precisión. Se debe a que Plauto posee el temperamento dramático en un grado raro. Ve a sus personajes en movimiento, se mueve con ellos —por decirlo así—, y arrastra al público a que le siga, sin detenerse, de invención en invención. Es lógico que en este movimiento haya mucho juego de escenas tradicionales y adiciones que sólo valen por su vivacidad meridional. A veces es fácil darse cuenta cómo la invención es en un principio muy dudosa. Pero Plauto, por la rapidez y —según parece— por la alegría que pone en su trabajo, hace penetrar todo lo que toma prestado en su alma misma: se convierte en el esclavo que lleva el juego, da vida, en torno a él, a todos los personajes; y, como vive en comunión de espíritu con los espectadores, encuentra las palabras y, sobre todo, los gestos que les darán la impresión de vida. De este modo resulta que incluso los personajes de psicología nula actúan como se esperaba. E incluso cuahdo sus actos exageran la realidad, su exceso aparece exactamente proporcionado al tono general de la obra y a la óptica de la escena. Simulacro de locura [Menecmo Sosicles, en busca de su hermano gemelo, se encuentra, sin sos pecharlo, en la casa de éste, y es tomado por el de Epidamno: no sabe cómo salir del paso en medio de las preguntas y los reproches que le dirigen la mujer y el suegro de Menecmo de Epidamno. — Movimiento general y variedad de juegos en escena. — Precisión en las reacciones de los personajes. — Parodia (remontándose al original griego) de una escena de locura o “posesión” trágica.] El
— Vamos, Menecmo, y a está bien de bromas. Al asunto ahora. ¿Pero, qué asunto h a y entre nosotros? ¿De dónde vienes? ¿Quién eres? que ver contigo o con esa mujer que me importuna? L a m u j e r . — ¡Fíjate cómo sus ojos se ponen verdes! Un color lívido cubre sus sienes, su frente... |Ayl ¡Cómo brillan sus ojos! (Fíjate! M e n e c m o (ap arte). — Y a q u e m e c r e e n lo c o , n a d a m e jo r q u e sim u la r u n a ta q u e d e v ie jo .
M en ec m o . — ¿Tengo y o algo
lo c u ra p a r a v e r m e l i b r e d e ello s p o r e l te m o r.
L a mujeb. — ¡Cómo se estira! ¡qué bostezos!... ¿Qué debemos hacer, padre? E l v i e j o . — Ven aquí, hija. Lo más lejos que puedas de é l . M e n e c m o . — ¡Ah, Eviot, ¡ah, Bromio! * ¿no me invitas a cazar en los bosques? Sí, ya oigo; pero no puedo marchar de aquí: tengo a mi izquierda a una perra rabiosa que me detiene; y, del otro lado, a un viejo cabrito que mil veces en su vida fue la ruina de inocentes ciudadanos por el falso testimonio.
34. Serie de tiendas al sudoeste del foro. ' 35. Do· sobrenombres de Dioniso (Bacchus, Baco), dios de los éxtasis místicos y de la naturaleza salvaje.
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FORMACIÓN DE UNA LITERATURA GRECORROMANA El
v ie jo .
—
jAyl |Pobre de tí!
M e n e c m o . — A p o lo " a n to rc h a s a rd ie n te s .
m e m a n d a en su o rá c u lo
q u e m a r lo s o jo s d e e s ta p e r ra c o n
L a mujer . — [Muerta soy, padre míol |Quiere quemarme los ojos! M e n e c m o . — i Ay de mil Dicen que estoy loco, y los locos son ellos. E l v i e j o . — (Escucha, hija mía! L a m u j e r . — ¿Qué? ¿Qué debo hacer? E l v i e jo . — ¿Y si fuera rápidamente a llamar a los esclavos? Voy. Los traeré para que se lo lleven de aquí y lo aten en casa antes de que arme más escándalo. M e n e c m o (aparte). — Si no me decido, me llevarán a su casa. (Alto.) M e mandas golpear su rostro a puñetazos, sin miramientos, si ella no se aparta lejos de mí vista a los mil demonios. T e obedeceré, Apolo. E l v i e j o . — [Huye a todo correr, que no te aporree! L a m u j e r . — Estoy a salvo. Te pido, padre, que lo guardes bien y evitesque se escape. |Bastante desgracia tengo con oír tales cosas! M e n e c m o (aparte). — No está mal: ¡ya está! (Alto.) Ahora tú me mandas q u e ro m p a a este viejo infecto, a este barbudo, Titón 91 cacoquimio, de la raza de Cicnio," con su propio bastón, miembros, huesos, articulaciones. E l v i e j o . — Cuidado, que te doy si me tocas o t e acercas sólo. M e n e c m o . — Voy a obedecerte, a tomar un hacha de doble filo y quitarle los huesos como a carne de pastel. E l v i e j o . — [Ay! He de tener cuidado. Me da miedo oírlo, no sea que me dé algún mal golpe. M e n e c m o . — Tus órdenes me impulsan a hacerlo, Apolo. Ahora debo uncir caballos ardientes, indómitos, y subir en mi carro para aplastar a este viejo león que se agita, malo liente, desdentado. Ya estoy sobre el carro, ya empuño las riendas, ya tomo el aguijón, ya lo tengo. |Arre, caballos! Galopad, que resuene la tierra; soltad la agilidad y rapidez de vuestra carrera. E l v i e j o . — ¿Me amenazas con tu tiro? M e n e c m o . — Nueva orden. Sí, Apolo, voy a cargar sobre él y a matarlo... Pero, ¿ q u ié n me arroja abajo del carro, por los cabellos, en contra de tu orden, Apolo? E l v i e j o . — ¡Señor! ¡Qué enfermedad más dura y cruel! ¡Dioses·, asistidnos! Este loco estaba bueno y sano hace un momento. Y, de golpe, el mal terrible se ha lanzado sobre él. Vamos a buscar un médico, lo antes posible. M enaechmi, v. 825-875.
En busca de una arqueta perdida [En un momento de aturdimiento, la pequeña esclava Halisca ha extraviado la arqueta que contiene los juguetes que permitirán demostrar que su dueña Selenio es de nacimiento libre. Vuelve a buscarla, pero la arqueta ha sido reco gida por Fanóstrata, madre de Selenio, y su esclavo Lampadio. — Monólogo lírico con canto y mímica (canticum). — Naturalidad en los movimientos; los gestos y las emociones (esperanza, temor, entusiasmo, desaliento). — Sutileza en el patetismo y juego escénico convencional (Halisca se dirige a los espectado res). — Cf. Sófocles, Los Sabuesos, v. 57 ss.; Plauto, Aulularia, v. 713-726, y Molière, L ’Avare, IV, esc. 7.]
36. Dios que “se apodera” de aquellos a los que dicta su oráculo. 37. Esposo de Eos (la Aurora), único entre los inmortales que envejece sin cesar. 38. El insulto mitológico parece pura fantasia: Cieno hijo de Aree (Marte), cruel e impío, fue vencido y muerto por Heracles (Hércules).
m
Plauto H a l is c a . — Yo tenía en mis manos esta arqueta, la he tomado aquí, ante la casa; y no puedo sospechar dónde se encuentra... Sólo ahí, o no muy lejos, me parece, se me puede haber perdido. Decidme, buenos amigos, queridos espectadores, si alguno de vosotros la ha visto, ¿quién se la ha llevado?, ¿quién la ha recogido?, ¿por dónde ha marchado?, ¿por aquí?, ¿por allí? Mas ¡para qué preguntarles y molestarles! Sólo saben gozar con el sufrimiento de las mujeres. Voy a intentar seguir las huellas, si quedan aún. Pues si nadie ha pasado desde que yo entré... la arqueta debería estar aún aquí. ¿Sí, allí está? Estoy perdida, bien, bien perdida; no hay nada a hacer; |fuera! ¡Ay!, ¡dolor y maldición! No hay arqueta; yo también he acabado. Su pérdida me pierde... Ea, hay que continuar su búsqueda. Temor dentro, temblores fuera: el miedo me acosa por doquier, miseria de la miserable humanidad. Y ahora, ¡qué contento debe estar el que la posea! Una arqueta que no le sirve para nada, mientras que a m í... Pero, estoy perdiendo el tiempo. Animos. Veamos, escarbemos con la mirada; examinemos las huellas con una sutileza de augur. L a m p a d io . — i Señora! F a n o s t r a t a . — i Hola! ¿Qué hay? L a m p a d io . — ¡Es ella! F a n o s t r a t a . — ¿Quién? L a m p a d io . — La que ha perdido la arqueta. F a n o s t r a t a . — Seguramente señala el lugar donde ha caído; así lo parece. H a u s c a . — Se ha marchado por aquí: aquí veo, en el polvo, la huella de tin borceguí; voy a seguirla por aquí... Sí, en este punto se detuvo con alguien... Y luego... nada, (qué confusión! No veo nada... Por allí no ha continuado·, se ha detenido aquí, y se ha mar chado desde aquí... En este lugar, una reunión; son dos... ¡Ahí ¡Ahí ¡Sólo una huella! Pero, ahora, se marcha por aquí... ¡Cuidado! ¡Por aquí, en esta dirección!; y después... ¡nada!... Trabajo perdido. Tendré que lamentarme por mi piel y por la arqueta. Entremos.
Cistellaria, v. 675-704.
Pintoresquismo. — Si el movimiento de las escenas de Plauto es normal mente, pese a ciertas bufonadas, muy apropiado, su pintoresquismo puede parecemos desmedido. Se percibe a la vez el entusiasmo artístico del escritor que se embriaga de imágenes y la voluntad de imponer al público una visión potente, libre hasta rebasar lo natural. Con mucha frecuencia suponemos, bajo su comicidad tan abundante y tan sabrosa, una influencia de los iliacos, esas farsas de la muerte en las que autores como Rintón de Tarento (s. m a. C.) parodiaban las nobles leyendas trágicas para regocijo de los espectadores de la Magna Grecia o de Sicilia. Ése es, tal vez, el origen del Anfitrión. Tanto en los cambios de bromas como en los arrebatos de insultos, en las jactan cias o en los triunfos vanidosos de los esclavos, en los equívocos, en las bufonadas, Plauto no ha tenido en cuenta, evidentemente, mas que la diver sión de sus espectadores. Y esta diversión era recia, sensual y tosca, y tendía a las bufonadas ricas en color más bien que a sutilezas en la intriga. Pero el genio del poeta sacó partido de este gusto, al ofrecerle un incentivo mayor ael que esperaba. De ahí el engrandecimiento casi épico del cómico pinto resco, que transforma radicalmente la comedia griega original, y que a veces incluso parece anunciar a Rabelais. El peligro hubiera consistido en una ma yor lentitud en la acción. Pero, como hemos comprobado, ésta avanzaba más a saltos que por ligazón, y, como el movimiento mismo de los actores, era de extrema vivacidad y un pintoresquismo casi igualmente excesivos, para hacer de la comedia una obra maestra del naturalismo de la fantasía. 67
FORMACION D E UNA LITERATURA GRECORROMANA
El capitán fanfarrón y su parásito [Escena de comienzo de un juego entre el capitán Vencedor-de-torres-y-ciudades, vanidoso, salvaje y de aspecto desafiador, y su humilde parásito Comepán. — Autenticidad esencial en los caracteres, por lo demás estereotipados e inclinándose a k>s “fantoches". — Exageración caricaturesca e inverosímil en las jactancias, tanto por parte del parásito como del capitán. — Pintoresquismo en el detalle y riqueza de vocabulario. — Compárese con el personaje Matamore en L ’Illusion Comique, de Corneille.] P ir g o p o l in ic e . — Bruñid mi escudo, que resplandezca más claro que los rayos del sol en un cielo puro; que, cuando llegue el mom ento, en plena batalla, deslumbre con sus rayos, entre el fuego de la pelea, los ojos de los enemigos. ¿Y mi espada? Quiero consolarla, para que no se lamente ni pierda valor de sentirse ociosa en mi costado durante tanto tiempo, ardiendo en deseos de picar a los enemigos. ¿Y Artotrogo, dónde está? A r t o t r o g o . — En pie, junto a su héroe intrépido, afortunado, hermoso como un rey. Pero no osaría considerarse tan belicoso, ni comparar sus proezas con las tuyas. P ir g o p o l in ic e . — ¿El que yo salvé en los campos Curculionios,“ cuando era general en jefe Bumbomáquides Clutomistaiidisárquides,40 nieto de Neptuno? A r t o t r o g o ___ Ya recuerdo: tú te refieres a ese caudillo de las armas de oro, cuyas legiones dispersó tu aliento, como el viento dispersa las hojas o el bálago de los tejados. P ir g o p o l in ic e . — ¡Oh! Esto, en realidad, no es nada. A r t o t r o g o . — Nada, en efecto, comparado con otras hazañas tuyas... (aparte) que nunca realizaste. Si hay quien encuentre a otro hombre más embustero o jactancioso que éste, me entrego a él en propiedad. Mas, calma: las aceitunas aliñadas (com e) están soberbias. P ir g o p o l in ic e . — ¿Dónde estás? A r t o t r o g o . — Aquí me tienes. ¡A y , dioses! Y a este elefante, en la India, le rompiste la pata de un puñetazo! P ir g o p o l in ic e . — ¿Cómo la p a ta ? A r t o t r o g o ___Quería decir el muslo. P ir g o p o l in ic e . — Y lo h ic e d e scu id a d a m e n te . A r t o t r o g o . — Segurísimo; que, si hubieras puesto toda tu fuerza, tu brazo hubiera pasado, a través del cuero, la panza y la boca del elefante. P ir g o p o u n ic e . — Por ahora, ya está bien. A r t o t r o g o ___ Cierto, tú no necesitas contarme tus aventuras, que las conozco muy bien. (Aparte.) Mi vientre es el motivo de estas molestias: hay que ser orejudo y tener los oídos abiertos, para no volverse completamente dientes; y aprobar además todas sus mentiras. P ir g o p o l in ic e . — ¿Qué i b a y o a d e c ir a h o ra ? A r t o t r o g o . — ¡Ejem! Ya lo sé. Con toda seguridad lo recuerdo, caramba. P ir g o p o lin ic e . — ¿Qué e s ? A r t o t r o g o . — No importa.
FraoopouraCE. — ¿T ien es...? Ar t o t r o g o . — P ir g o p o l in ic e .
¿Tablillas? Sí; y mi estílete.11 — Ajustas perfectamente tu pensar al mío. A r t o t r o g o . — Es mi deber conocer a fondo tu carácter y prestar atención para olfatear tus deseos*
39. Región fantástica. 40. Nombres pomposos, de forma patronímica griega, parodiando a la epopeya: el pri mero, ruido e idea de combate; en el segundo se acumulan ideas de gloria, de sabiduría y de absoluto dominio. 41. Con el puntiagudo estilete se escribía sobre tablillas recuUeitas de cera. 42. En este caso, el parásito es bien sincero.
AB
Plauto ¿Y tú r e c u e r d a s ...? ciento cincuenta hombres en Cilicia, cien en Escitolatronia,“ treinta en Sardes y sesenta macedonios “ perecieron bajo tus golpes el mismo día. P ir g o p o l in ic e . — ¿Y, cuánto suma eso en total? A r t o t r o g o . — Siete mil. P ir g o p o l in ic e . — Ése es el número exacto: sabes calcular. A r t o t r o g o . — Y sin haber escrito nada, pero me acuerdo. P i r g o p o l in ic e . — ¡Por Póluxl T u memoria es excelente. A r t o t r o g o . — Con t a l q u e c o m a ... P ir g o p o l in ic e . — Si siempre te portas así, no te faltará nada: te admitiré siempre a mi mesa. A r t o t r o g o . — Y en Capadocia, si tu espada no se hubiera embotado, habrías dado muerte a quinientos de un tajo. P ir g o p o l in ic e . — Pero como no eran más que miserables soldadillos de infantería, los dejé vivir. A r t o t r o g o . — Y ¿para qué decirte lo que sabe todo el mundo: que tú eres, Pirgopo linice, único en la tierra en valentía, belleza, resistencia? Todas las hembras te adoran; y no andan equivocadas: ¡eres tan hermoso!... Por ejemplo, las que ayer me retuvieron por el manto. P ir g o p o l in ic e . — Y ¿ q u é t e d ije r o n ? A r t o t r o g o . — Un mar de preguntas. Una decía: "¿E s Aquiles?”. — "No, repuse, es su hermano". Otra exclamó entonces: “ ¡Por Cástor, es guapísimo, y de noble aspecto!; ¡fíjate en sus cabellos!, ¡qué hermosos! ¡Dichosas, en verdad, aquellas a quienes ame! P i r g o p o l in ic e . — ¿Así decían ellas? A r t o t r o g o . — Ya lo creo, y me pidieron que hoy pasaras por allí, ante sus ojos Henos de admiración. P i r g o p o l in ic e . — Es muy fastidioso ser demasiado guapo. A r t o t r o g o ---- Es verdad. No dejan de importunarme: súplicas, ruegos, instancias, para tener la dicha de verte. No cesan de llamarme: no me dejan tiempo para servirte. P i r g o p o l in ic e . — Ya es hora, me parece, de ir al foro, a distribuir la paga entre los mercenarios que recluté ayer. Pues el rey Seleuco“ me rogó encarecidamente que hiciera para él levas y reclutas de mercenarios. Pues desde hoy he decidido consagrar mi actividad al rey. A r t o t r o g o . — Bien. Vayamos, pues. P ir g o p o l in ic e . — ¡Guardias, seguidnos! * Miles Gloriosus, v. 1-78. P ir g o p o l in ic e . —
A r t o t r o g o ___ Sí:
Poesía y lirismo. — Este pintoresquismo sería, de por sí, únicamente poético. Pero se ha dicho, con razón, que Plauto tenía más imaginación audi tiva aún que visual. Su teatro es, ante todo, lírico; si bien una obra como el Miles gloriosus no comprende ningún canticum, las escenas habladas, en su mayoría, son de extensión muy inferior a las escenas cantadas o declamadas con acompañamiento de música: una tercera parte contra dos terceras, inclu so en el Persa y el Stichus. En mucho mayor medida que las comedias-
43. País de fantasía: el de los "mercenarios escitas” . 44. Obsérvese la dispersión geográfica de estos países. 45. Rey griego de Siria; la escena se desarrolla en Ëfeso, en la costa de Jonia, que de pendía de él. 46. Salida con efectismo, como la entrada en escena.
FORMACIÓN D E UNA LITERATURA GRECORROMANA
ballets de Molière, estas obras evocarían la ópera bufa, mas también en oca siones —tan variados son los tonos y los ritmos— la ópera cómica, o incluso la gran ópera. Esta proporción considerable de canto y de melodrama parece una originalidad de Plauto, aunque pudo tomar la idea de las representa ciones teatrales de la Magna Grecia. La música era de otro autor, pero aten diendo a los ritmos plautinos, de modo que el movimiento mismo de los cantica, en solo o cantado por varias personas, dramático, patético o lírico, nos hace presentir la riqueza de impresiones que podía despertar. Parodias elegiacas o trágicas, canciones burlescas de tono alejandrino o bufonadas latinas, dúos a dos tonos como en el Curculio (v. 96-155), monólogos líricos o psicológicos, como partes destacadas de la comedia, concentraban vivamente la atención de todos los espectadores; así se explica que la regularidad de la intriga sólo haya tenido, a sus ojos, como a los del poeta, una importancia secundaria: así ocurre también en la mayor parte de nuestras óperas. Como contrapartida, una infinidad de temas líricos, en extremo diversos, entraban, bajo una forma muy viva, en la literatura latina. Canciones de sabor alejandrino [Las dos canciones siguientes enmarcan un trio, cantado por el joven Fedromo, su esclavo Palinuro y la vieja Leena, que guarda a la joven amada y que es seducida aprovechando su pasión por el buen vino. — a) el tipo de la vieja es, artísticamente hablando, alejandrino; pero se relaciona con antiguas tradiciones itálicas (Magna Grecia) y latinas. — b) La súplica en la puerta o ante las aldabas, tema elegiaco (véase, más adelante, p. 303) parodiado con delicadeza. — Vivacidad, ritmo y poesía en la lengua.] L a v i e j a . — Un olor a vino viejo me ha hecho cosquillas en la nariz: una pasión amorosa me atrae hacia él fuera de las tinieblas. ¿Dónde está? ¿Dónde? Muy cerca. ¡Qué alegría! Ya es mío. Salud, corazón, flor de Baco: ¡cuán enamorada estoy de tu antigua solera! E l olor de todos los perfumes, comparado con el tuyo, es nauseabundo. Tú eres para mí mirra, cinamomo y rosas; azafrán, canela y alholva. Quisiera que me sepultaran allí donde tú te derramas. Curculio, v. 97-102. F e d r o m o . — ¡Cerrojos! ¡ah, cerrojos! Os saludo con todo mi corazón. Os amo, os quiero, os ruego y os suplico: ayudad a mi amor, queridos amigos míos. Convertios, para mí, en bailarines itálicos: escapaos de un brinco, os suplico, y dejad salid a aquella por la que muero de amor, que ha bebido toda mi sangre... Pero, fíjate cómo duermen estos malditos cerrojos: mis súplicas no apresuran sus movimientos; no hacen ningún caso, ya lo veo, de mi súplica... Pero... silencio, silencio... P a l d to b o . — ¡Caramba! Yo no digo nada. F e d r o m o . — Oigo ruido: ¡por fin, dioses, los cerrojos se me toman complacientes! Cure., v. 147-157.
Monólogo lírico [Gripo, esclavo de Demones, ha pescado un baúl, gracias al cual su amo encontrará a Palestra, su hija. La escena ocurre en Cirene, en Africa. — Combi nación de sueños y sentido práctico. — Elementos: copla del “buen esclavo” , copla de los "castillos en el aire”. — Primero, movimiento variado (baquíos y anapestos), luego (última copla) sostenido con extensión (octonarios trocaicos). — Compárese con La Fontaine, La laitière et le pot au lait (Fables, VII, 10).] Gripo. — Doy gracias a Neptuno, mi señor, que habita en la región de la sal y de los peces, pôr haberme permitido volver de sus dominios con tan buenas prendas, cargado
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Plauto con iin rico botín, y sin menoscabo de mi barca que, pese al oleaje, me ha enriqueci do con una pesca totalmente original y abundante. Esto es maravilloso, increíble: ¡qué pesca ha caído en mis manos tan fácilmente! Aunque hoy no he cogido ni una onza de pescado: tan sólo lo que traigo en mi red. Sí: levantándome en plena noche, sin pereza, he antepuesto mi ganancia al sueño y al descanso. He querido pröbar, pese al ímpetu de la tempestad, si encontraba algo para aliviar la penuria de mi dueño y mi miseria de esclavo: no he ahorrado esfuerzos por mi parte. — Un perezoso no es nada; nada vale; es una raza por la que siento horror. Es mejor estar despierto, si se quiere cumplir puntualmente las obligaciones. No hay que esperar a que el dueño diga: “ ¡Vamos, en pie! ¡a tu trabajo!” . E l que prefiere dormir yace sin obtener provecho y recibirá palos; en cambio yo, por no haber sido perezoso, he encontrado un motivo para serlo hoy, si quiero. He aquí lo que he encontrado hoy en el m ar...: tienes la ocasión de que te liberte muy pronto el p re to r...;" me presentaré razonable y correcto a mi dueño; sin aparentar nada, le ofreceré una suma por mi rescate, para ser libre. Y una vez libre... ¡oh! entonces me asentaré: casa y hacienda, esclavos. Tendré grandes buques para el comercio; seré poderoso entre los poderosos. Y además poseeré un yate para mi recreo e imitaré a Estratónico," paseando sin cesar de ciudad en ciudad. Cuando sea conocido y muy famoso, edificaré una ciudad; le daré mi nombre: Gripo. Será el monumento de mi gloria y de mis hazañas; y fundaré un gran imperio en su alrededor... ¡Tales son los proyectos que giran en mi cabeza! De momento, ocultemos esta maleta. El hombre poderoso va a desayunar con sal y vinagre, sin un buen bocado. Rudens, v. 906-937.
Lengua y versificación. — La poesía pintoresca y lírica de Plauto se halla secundada por una inventiva verbal y rítmica prodigiosa. Su experiencia personal y su temperamento de artista se alian en una creación eterna. Conoce y utiliza a la perfección la lengua formalista de la religión y del derecho romanos; pero además es capaz de combinar el ritmo del antiguo carmen latino con la retórica filosófica de los griegos, para alcanzar un estilo soste nido, lleno de dignidad, de Los Cautivos; y, en él, los proverbios saben reproducir la traza gnómica de las sentencias griegas, sin perder el sabor del terreno. Esta combinación única, vivida, crea “atmósferas” de un verismo impresionante: un aire marinero corre a través del Rudens, tan auténtico, que no parece tomado de fuente alguna; casi por todas partes el estilo y las palabras mismas resucitan la vida de Roma, en un momento y en un ambiente que no tenía nada de elevado. Las delicadezas y los mimos no son extraños a esta lengua; alcanzan incluso, en los momentos debidos, un grado de expresión excepcional. Pero, sobre todo, Plauto nos parece inimitable cuando se trata de captar la jerga imaginativa de los esclavos de la ciudad: forja sin cesar las palabras compuestas a la vez más burlonas y más claras; insultos, apodos, o, simplemente, una impresión viva y real, encuentran en él en seguida la forma pintoresca más nueva, que se impone. Pese a lo mal que nosotros, hombres de hoy, podemos juzgar, la versificación parece, por su variedad enormemente flexible, haber contribuido a sacar de esta lengua un efecto verdaderamente genial. 47. Magistrado romano encargado especialmente de la justicia. 48. Célebre citarista ateniense del siglo iv, que recorría todo el mundo griego dando audi ciones y lecciones.
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Alegría y vis cómica. — Juzgar a Plauto sin tener en nuestras manos los modelos griegos equivale, forzosamente, a correr el riesgo de admirarle en exceso. No obstante, su imitación parece haber sido, aunque con menos mesura, tan original en su género como la de Virgilio. Ello está de acuerdo con su temperamento. La alegría y la vis cómica rebosan en él. Todos sus personajes se encargan de demostrarlo, incluso burlándose de sí mismos y del espectáculo, con tal de envolver en su regocijo a los espectadores. A menudo nos sorprende comprobar cómo los actores se desprenden de sus personajes para hablar en nombre propio, trazar cabriolas o muecas en medio de situa ciones emotivas o patéticas: se persigue, en realidad, hacer en extremo alegre el espectáculo, ante el cual nadie pueda quedar al margen, y quiere éste agradar a todos, ya por la intervención de clowns, ya por el placer de las invenciones sutiles e inesperadas, ya por los solos o diálogos musicales, con juntado todo por un gran escritor. Rudias, en Mesapia, ' a menos de 70 kilómetros al este de Tarento, una ciudad en que se hablaba el griego y el oseo, fue la cuna —en 239-— del primer “legislador” de la alta poesía romana, Ennio. Sirvió como socius (en los contingentes de las ciudades sometidas a Roma), en Cerdeña, y recibió distinciones —desde un principio había contado con la ayuda de Catón—; luego, en Roma, donde daba clases de griego, tuvo el apoyo de personajes más pomposos y refinados: Escipión el Africano, el vencedor de Aníbal, Servilio Gémino, M. Fluvio Nobilior, que, en 189, lo llevó a Etolia como cantor semioficial de sus futuras hazañas. En 184, el hijo de M. Fulvio, Quinto, logró que le concedieran la ciudadanía romana y un lote en la colonia de Potentia. Después de su muerte (169), se le erigió una estatua en la tumba de los Escipiones. Había dejado escritos un poema épico (Los Anales), y algunas tragedias, saturae y comedias.
ENNIO 239-169 a. C.
Caracteres generales. — Su vida reprodujo —por decirlo así— en un grado superior, y con mayor brillantez, la de Livio Andrónico: un hombre ae formación totalmente griega se entrega por completo a Roma y trata de asegurarle la herencia de las letras helénicas. Sin duda los griegos de la Italia meridional parecían predestinados a esta tarea; sin embargo, durante la segunda guerra púnica se entregaron en masa al bando de Aníbal: parece de capital importancia que Ennio hubiera alcanzado la edad viril antes de esta crisis, en un momento en que Roma consolidaba tranquilamente su influencia en la Italia griega. Además, los protectores que tuvo Ennio revelan la atracción cada vez más fuerte que ejercen el espíritu y el arte griegos sobre un cierto número de aristócratas ambiciosos y de personalidad: ello es el origen de un movimiento que, cuando se precise, tenderá a hacer de la literatura latina una creación erudita reservada al goce de un pequeño grupo de espíritus selectos: pero, por el momento, el poeta no se confina en un círculo excesivamente restrin gido, y sus “mecenas , sin perder de vista su interés personal, tratan de ligarlo 72
Ennio' con el del estado. Entretanto, un pasaje de Ennio nos conserva la primera descripción, fina y vivida, de las relaciones de un escritor latino con sus nobles protectores: Con estas palabras llama " a aquel con quien muy a menudo y a gusto su generosidad comparte la mesa,“ la conversación, las preocupaciones, cuando está cansado de haber tratado casi todo el día de asuntos de estado, aportando su opinión en el foro o en el senado venerable. Con este amigo puede sostener sin temor conversaciones importantes, ligeras o agradables, soltar, según convenga, toda clase de palabras, buenas o malas, seguro de que quedarán en secreto. Con él experimenta mucha alegría, en privado y en público: es un hombre que no se deja arrastrar al mal por ligereza o mezquindad; prudente, fiel, agradable, de buenas palabras, contento con su suerte, que nada ambiciona, diestro, opor tuno en sus dichos, cortés, reservado en sus conversaciones, sabedor de muchas cosas de antaño, que el tiempo sepultó. (VII.)
Tales relaciones aseguraban la dignidad del escritor. Pero Ennio, además, supo afirmar poderosamente el mensaje de su obra y la calidad de su genio: recurriendo, al comienzo de los Anales, a la teoría de la metempsícosis, afir maba que su alma era la misma que había animado a Homero y luego a Pitágoras; consciente de la fuerza de sus versos, auguraba su inmortalidad: [Salve el poeta Ennio, que, desde el fondo de su ser, arroja sobre los mortales versos de fuego! (Sat. III.) Que nadie me honre con sus llantos, ni llene de lágrimas mis funerales. ¿Para qué? Yo vuelo vivo de boca en boca entre los hombres. (Epigramas.)
De este modo imponía a los romanos, con referencias a los griegos y con su propio ejemplo, el concepto del valor eminente del poeta en la sociedad. Los “ Anales” . — La gran obra de Ennio es su epopeya Los Anales, en 18 libros, de los que no nos quedan más que 600 versos. Parece que lo comen zó emulando a Nevio y con un espíritu del arte y de la poesía muy helénicos: los seis primeros libros desarrollaban ampliamente los orígenes de Roma, que Nevio solo había trazado en esquema, y su antigua historia, semilegendaria aún, hasta la primera guerra púnica; el metro adoptado era el hexámetro dactilico de los griegos, no el saturnio, que manejó de ordinario con una flexibilidad y variación ya notables. A continuación (¿1. VII-IX?), Ennio, omitiendo la primera guerra púnica, narraba brevemente la segunda, cuya unidad y patetismo constituían una auténtica materia épica, aunque total mente contemporánea. Pero tenía que superar a Nevio en su propio terreno; y, con la embriaguez patriótica de Roma, el éxito estaba asegurado. Ennio, llevado por el título mismo de su obra (que recordaba el resumen que los pontífices daban todos los años de los sucesos que afectaban a Roma), creyó oportuno continuar su poema de acuerdo con los acontecimientos; desde entonces dominaba en él el espíritu romano e histórico; nueve libros se suma ron a los nueve primeros, y sólo la muerte del escritor puso término a estas adiciones, que terminaron por restar toda unidad al poema. 49. 50.
Servilio Gémino en medio de una batalla. Ennio no ocultaba que había intentado retratarse a sí misma en el cuadro siguiente.
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Historia y poesía. — Al entregarse a un desarrollo continuo y controlable, año por año por así decir, en sus últimos libros, Ennio desafiaba las dificul tades. No faltan, en especial en los últimos, notaciones totalmente prosaicas, dignas de los Anales de los Pontífices: Appius indixit ¡Carthaginiensibus bellum . (VII.) Apio declaró la guerra a los cartagineses... Quintus pater quartum fit consul. (VIII; verso mutilado.) Quinto el padre es nombrado cónsul por cuarta vez...;
secas enumeraciones, torcidos intentos se suceden... Pero ello mismo da fe de su voluntad de historiador. Como confidente de los grandes hombres de estado, podíá como nadie apreciar las realidades del gobierno. Así nos expli camos que su obra inspirara, en consecuencia, a los analistas, e incluso a un Tito Livio. Mas, al mismo tiempo, la necesidad de idealizar los aconteci mientos para darles una grandeza épica y la tendencia fatal a colocar en primer plano a sus protectores o a su familia (¡un libro entero estaba consa grado a M. Fulvio Nobilior!) deformaban necesariamente los datos históricos. Pues el trazado es, ante todo, poético. Educado en Homero, es bastante dúctil para imitarlo ciñéndose a los hechos y a un mundo diferentes; posee ciertamente las virtudes innatas en un poeta épico: el don de la evocación, en primer lugar; un epíteto o el solo ritmo fugaz del verso le bastan: Explorant Num idae totum : quatit ungula terram. (VII.) Los Númidas todo lo exploran : los cascos golpean la tierra... Labitur uñeta carina uolat per aequora cana celocis. (Nótese la ligereza del verso : cinco dáctilos, un espondeo.) La nave embadurnada se desliza veloz por el canoso mar...;
el decorado se dibuja con un trazo animado y oloroso: ... los elevados cipreses de hojas rectas, el boj de amargo tronco... (VII.) ... los pinos de copa oscilante y los rectos cipreses...
Sus comparaciones son también precisas y brillantes, en ocasiones con más nervio que las de Homero: Entonces, como un caballo que se escapa de los pesebres en que se alimenta, rompe en su ardor las ligaduras, y de allí marcha a través de la verdosa llanura y sus fértiles praderas, con el cuello enhiesto: a menudo la cabeza alta, sacude sus crines; el soplo de su alma ardiente exhala blancas espumas, (cf. Iliada, XV, 262 ss.) Como, sujeta del lazo, sufre la veloz perra de caza, si su hocico olfatea la caza: con voz aguda ladra y aúlla. (X.)
Además, se le suma él tacto de elevar los hechos hasta el heroísmo sin falsear la impresión de realidad, como cuando, imitando a la Iliada (XVI, v. 102 ss.), nos presenta al tribuno C. Elio acosado por todas partes: De todas las direcciones caen sobre el tribuno los tiros como una lluvia: se clavan en su escudo, hacen resonar el umfeo,“ hacen brotar de su envoltura el sonido del bronce. 51.
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Abultamiento en el centro del escudo, destinado a desviar los tiros.
Ennio Pero nadie, por más que se esfuerce, logra herir su cuerpo con el hierro. Rompe y arroja de sí los tiros que sin descanso lo asaltan. Todo su cuerpo está envuelto en sudor; sufre mucho y no puede ni respirar. (XV.)
Y, finalmente, le acompaña el gusto por las grandes escenas; algunas, como el célebre sueño de Ilía, recuerdan un poco el artificio y los efectos de la tra gedia, pero otras son de un gusto simple y puro, un poco arcaico, en las que se descubre, no obstante, una emoción actual. La consulta a los auspicios [Imaginación fresca y rasgos “primitivos” en la escena. — Solemnidad ritual en el vocabulario. — Naturalidad en la comparación, de interés “actual”.] Víctimas de una gran inquietud, ardientemente deseosos del trono, se aplican el uno y el otro " a observar los pájaros y todo signo augural. En el Palatino, Remo, solo, el espíritu dirigido a los auspicios,“ espera un ave favorable; por su parte, el bello Rómulo, en lo alto del Aventino, busca el parecer del linaje de los altos vuelos: estaba en juego el nombre de la Ciudad, Roma o Remora. Todos los hombres están inquietos por saber cuál de los dos los mandará. Esperan, como cuando el cónsul se dispone a dar la señal y los espectadores miran con avidez los puntos de salida51 para sorprender el momento en que los canos saldrán de los recintos pintados; así aguardaba el pueblo, sin poder disimular su ansiedad ante los destinos del estado, al que la victoria de uno u otro iba a dar el jefe supremo. Entretanto, el claro sol se retiró a los abismos de la noche. Des pués, arrojada por los rayos [del astro que anuncia], la luz apareció brillante. Y al punto, de lo alto del cielo, voló un pájaro, del más hermoso augurio, por la izquierda. Al mismo tiempo que brota el sol de oro, aparecen desde el cielo, por tres veces, cuatro pájaros sagrados: y se presentan en buena y favorable postura. Esta visión es para Rómulo la confirmación de su primacía: el auspicio ha asentado firmemente las bases de su trono. (I.)
Parece, además, que Ennio haya participado con toda su alma en los hechos que refiere: evoca con tanta sensibilidad el dolor por la muerte de Rómulo como la gloria creciente de Fabio Cunctátor, que, por primera vez, logró derrotar a Aníbal. Un gran pesar embarga los corazones, y entre ellos dicen: ¡Oh Rómulo! idivino Rómulo! ¡Cuán gran protección otorgaron los dioses a la patria con tu nacimiento! lOh, venerable! ¡Oh, padre! ¡Oh, sangre brotada de los dioses! Tú nos diste el ser y la luz” . (I.) Un solo hombre supo aguardar y salvó las dificultades: que las habladurías no conta ban para él ante el interés público. Y, desde ha mucho tiempo, su gloria es brillante entre nosotros. (XII.)
Y esta simpatía auténtica del poeta por sus héroes iba a asegurar la vitalidad a la epopeya, incluso en las partes menos históricas. ¿Conseguía armonizar lo que la materia tenía de desigual en sí: una mito logía básicamente griega en un tema romano, las imprecisiones de la leyenda y las precisiones de la historia?... Al menos el clima moral podía, en cierta medida, acoplar todos estos elementos, dándoles una especie de unidad sentimental y poética. El heroísmo se muestra más obstinado que brillante, 52. 53. 54.
Los dos gemelos fundadores de Roma. La observación ritual de los presagios dados por los pájaros. Los coches de carreras salían de barreras (carceres) contiguas y distintas.
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como hubo de crearlo la segunda guerra púnica, y se aferra profunda y razo nadamente a la obra de generaciones pasadas. Algunas máximas profundas y solemnes, muy hermosas, jalonan el poema, recordando de formas diversas la “moral práctica” del estado romano-. Las costumbres y los héroes de antaño aseguran la duración de Roma... El que vence no es vencedor, si el vencido no confiesa su derrota... Hoy es el día en que la gloria se nos presenta en toda su grandeza, en que vivimos o morimos... (XIV.)
Pero el genio de Ennio amplió esta concepción nacional: opone a Roma adversarios dignos de ella, creando así una especie de monde cornélien, en el que lo sublime se corresponde con lo sublime. Esta concepción poética, un tanto rígida, estaba destinada a tener singulares consecuencias: en momen tos en que la moralidad pública de Roma tendía a relajarse considerable mente, permitió a los romanos exaltar la grandeza inmaculada de su tradición; la imagen legendaria de la Roma de antaño, tal como la trazara Ennio, pasó a través de Cicerón, Tito Livio, los retores y escritores de sátiras, hasta Guez de Balzac, P. Corneille y los revolucionarios de 1789. Pirro responde a los embajadores romanos [Una embajada romana presidida por Fabricio acude a negociar el rescate de los prisioneros hechos por Pirro. — Vehemencia. — Mística (romana) de la gue rra y de la fortuna. — Sublimidad y firmeza en el estilo.] “Oro, ni pido, ni me deis: sin hacer trueques, como legítimos guerreros, con el hierro, no con el oro, luchamos por la existencia. Que la Fortuna, Señora del mundo, os dé el imperio a vosotros o a mí, y donde quiera que nos lleve, encomiende a nuestro valor la realización de la prueba. Y sabed esto además: he decidido respetar la libertad de aque llos cuyo arrojo mereció el respeto de la fortuna de las armas. Yo os los entrego como puro regalo, de acuerdo con la voluntad de los grandes dioses.” (VI.)
Las tragedias. — Ennio no cuenta como poeta cómico. Pero es bien la mentable que sólo hayan llegado a nuestras manos apenas 300 versos de sus tragedias. Sin contar una o dos pretextas (Las Sabinas, episodio del reino de Rómulo, y, tal vez, Ambracia, poema en que cantaba la toma de esta ciudad por M. Fulvio Nobilior), había escrito vfiintp, la mayor parte tomadas de Eu rípides, y con predilección de los temas relacionados con la Iliada. Como en la epopeya, aparece también su víVa personalidad. Eurípides era el más “uni versal’ de los grandes trágicos griegos, y continuaba siendo representado y leído en todo el mundo griego; además, su racionalismo estaba destinado a agradar al poeta latino; y la lliada 53 era para Ennio su libro habitual. Supo conjugar en latín la simplicidad familiar de Eurípides y su patetis mo torturado (acrecentado por el acompañamiento musical), como escritor capaz de calibrar todos los recursos de una lengua variada y polícroma. 55. Dos Aquiles, Ayax, Alejandro¡ Andrómaca prisionera, El rescate de Héctor, Hécuba. Además, Alcmeón, Atamtis> Cresfontes, Las Euménides, Erecteo, Ifigenia, Medeay Fénix, Tela món, T éiefo..,
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Ennio [Solemnidad reposada. — Estilo antitético y, no obstante, natural.] A___Es una injuria inmerecida, padre mío. Porque si consideras indigno a Cresfonte, ¿por qué me lo diste por marido?; si es honrado,
Pero, en otros ejemplos, notamos mejor la fuerza de su temperamento personal, contento de encontrar en su modelo griego la ocasión de desplegar su vigor épico o de enunciar máximas de alto contenido social: ... ¿D e dónde brota esa llama?... Avanzan, avanzan, helas aquí; es a mí, es a mí a quien buscan... Socórreme; apártame de esta ruina, de estas terribles llamas que me acosan. Avanzan rodeadas de verdosas serpientes; me rodean con sus abrasadoras teas... Apolo, de larga cabellera, tensa su arco dorado; Diana lanza una tea por la izquierda...*· A lcum eo. E l hombre debe vivir una vida de auténtica virtud, con ánimo [e integridadl frente al adversario. E n esto consiste la libertad: en albergar un corazón puro y recio. Lo demás es una esclavitud envuelta en una noche oscura. Phoenix.
Otras obras. — Las Saturae (“poesías entremezcladas”, ¿en 4 libros?), de Ennio en nada se parecían a la antigua satura dramática y sólo ocasional mente pronunciaban lo que más tarde recibirá el nombre de “sátira”. Adivi namos en ellas —es cierto— el alegre apetito del parásito ante el consternado anfitrión, y sabemos que figuraba entre ellas la fábula de La Alondra y sus hijos... : ello parece anunciar a Lucilio y Horacio. Pero nada permite afirmar que el fondo de todas sus composiciones estuviera animado por una filosofía, moral de tonos fáciles; los diversos metros empleados parecen indicar una extrema variedad de inspiración. Si se hallaba incluido el Scipio, es fácil reco nocer la grandeza épica pura de los Anales, en sus partes más recias, con un acento de personal agradecimiento hacia el “Africano”. 56. coa teas.
Alcraeón, que ha matado a su madre, ve aparecer (como Orestes} las Furias» armadas
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l OlMACIO N DE UNA LITERATURA GRECORROMANA El campo brilla y se encrespa con las largas lanzas esparcidas... La inmensa bóveda del cielo se detiene y guarda silencio, y el fiero Neptuno apaciguó un instante la aspereza de las olas; el sol detuvo sus corceles de alado galopar; los ríos dejaron de correr, el viento no se extiende sobre los árboles.
No sabemos si hay que incluir en las Saturae otras obras, como el poema gastronómico titulado Hedyphagetica (“Los manjares exquisitos”), del que queda una enumeración de pescados y mariscos que recuerda la antigua poesía griega de Sicilia; o el Epicharmus, en que pone en escena al gran cómico pitagórico de Siracusa (siglos vi y v), exponiendo una teoría filosófica del universo. Nos hacen notar cómo Ennio, por muy romano que fuese, con servaba aún, por linaje y por sensibilidad, el helenismo italiota y siciliano. Filosofía y religión. — Lo anterior explica su audacia filosófica y religio sa en medio de una población cuya rusticidad supersticiosa aparece reflejada exactamente en el teatro de Plauto. Ennio emite —y no sólo como buen traductor de Eurípides— sus dudas sobre la religión popular, y quiere conce bir a Dios únicamente desde un punto de vista racional. Siempre dije y seguiré diciendo que los dioses celestiales existen. Mas no creo se ocupen de lo que hace el linaje humano: porque, de ocuparse,a los buenos sobrevendría la felicidad, a los malos la desdicha; lo que no sucede. Telam o.
Aporta, para tratar los problemas metafísicos, el conocimiento de diver sas filosofías griegas, críticas o místicas (en especial el pitagoreísmo, de ten dencias religiosas y morales; y el epicureismo, que, al explicar el origen del mundo por transformaciones materiales, deja a un lado a los dioses), unido al buen sentido práctico del romano, para el que toda visión del universo es buena, con tal que no violente el sentido común y dé vía libre a una activi dad provechosa para el estado. Además, la doctrina teológica de Ennio es muy oscilante: en Epicarmo, cuyo contenido debiera ser pitagórico, rebasa incluso al pitagoreísmo; en su adaptación en prosa de la Historia sagrada de Evémero (hacia 300 a. C.), los dioses se mostraban como simples mortales de tiempos remotos que, por sus buenas acciones habían merecido el eterno reconocimiento de los mortales. En sus ataques contra la astrologia y la adivinación notamos claramente el tedio de un hombre inteligente, que ha presenciado la crisis de poca credulidad de la guerra púnica y que querría Liberar a sus lectores. Allí está el Júpiter al que yo me refiero, al que los griegos llaman “aíre”, que es viento y nubes, y luego lluvia; y de la lluvia nace el frío, y el viento a continuación; el aire, finalmente.0" ¿Acaso no es Júpiter otra cosa que eso? Mortales y ciudades y todos los seres vivos se benefician.58
Epicharmus.
57. Doctrina estoica de la transformación de los elementos, unos en otros, (cf. Lucrecio, I, 782 ss.j Cicerón, De natura deorum, II, 33, 84). 58. Materialismo práctico, de corte especialmente epicúreo.
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Ennio Espía, observa, como un astrólogo, las constelaciones, el orto de la Cabra, de Júpiter, de Escorpión, y no importa qué nombre animal.“ ¡No miran a sus pies: escrutan las llanuras del cielo! Iphigenia. Mas los profetas tremendistas, los adivinos desvergonzados, holgazanes o atormentados, que, sin conocer su camino, lo muestran a los demás, prometen la fortuna y piden la limosna de una dracma.“ ¡Que tomen una dracma de esa fortuna y den el resto! Telam o.
De todos modos, al poner con eficacia a los romanos ante las especulacio nes más variadas del pensamiento griego, anunciaba la tarea de Lucrecio, Varrón y Cicerón. La lengua y el estilo. — Se ha escrito acerca de Ennio: “era una de esas personas que, por haber hablado muchas lenguas desde su infancia, no po seen con profundidad el genio de ninguna” (A. Meillet). Con toda evidencia su latín no tiene la naturalidad del de Plauto; pero también su objetivo era otro: tenía que crear una lengua elevada y poética partiendo del vocabulario pobre y poco expresivo de la aristocracia. Tuvo el escrúpulo, clásico ya, de recurrir muy poco al griego; se consagró a crear palabras latinas (en especial adjetivos) capaces de traducir compuestos griegos, a menudo sin pesadez: Bellipotentes sunt magis quam sapientipotentes Son más capaces como guerreros que como filósofos;
transformó también otras artificialmente, para poder encajarlas en el hexá metro (induperator en lugar de imperator); intentó fomentar el desarrollo del participio de presente... Dichos esfuerzos desembocan en resultados más o menos felices, pero son tan legítimos, en principio, como los de La Pléiade en Francia. Unicamente, resulta difícil detenerse en este camino: Ennio, al notar en Homero la frecuencia de lo que él tomaba por tmesis y apócopes, pero incapaz de discernir en qué casos eran legítimos estos procedimientos, corta a veces las palabras del modo más ridículo: Saxo c er e comminuit brum ( = saxo comminuit cerebrum ): ‘l e rompió la cabeza con una piedra” .
Mas sería injusto juzgarle por tales errores, que son más bien raros, y que la ausencia de contexto no nos permite apreciar. A causa de su estilo, el acierto bordea el error en él. Al poner en boca de la nodriza de Medea los lamentos por la construcción del navio Argo, escribe dos versos de consonancia sombría y lúgubre, de una poesía siniestra que no se encuentra en Eurípides, su modelo:
59. Las constelaciones llevan (por tradición oriental) nombres mitológicos, y en especial de animales: obsérvese el tono despectivo. 60. Moneda griega que equivale aproximadamente al denario romano (entre 24 y 30 pe setas).
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Nam numquam era errans mea domo efferret pedem Medea, animo aegro, amore saeuo saucia. Nunca mi dueña hubiera sacado los pies de su casa en aventuras, Medea, la de alma maltrecha, herida por un cruel amor.
O bien, utilizando la aliteración, logra efectos potentes y religiosos: Accipe daque fidem foedusque feri bene firmum. Recibe mi garantía, dame la tuya, y concluye un pacto en todo seguro
(Anales
I);
y también con ocasión de los juegos infantiles y casi bárbaros·. O Tite tute Tati tibi tanta tyranne tulisti. ¡Oh, tirano Tito Tacio! ¡te adjudicaste tantos cargos!
(An.
I.)
Ello denota una falta de equilibrio artístico. Y tal vez, en efecto, haya pagado Ennio hasta este extremo el no ser latino de origen. Pero, más proba blemente, estas fallas se deben al trabajo, rápido y penoso a la vez, de un escritor genial que lucha para conformar estéticamente el latín, a semejanza del griego, y que mide mal sus fuerzas en su trabajo. No faltan en los Anales y en las tragedias algunos pasajes en que el error de estilo no es —eviden temente— más que un exceso ae potencia imaginativa, que tal vez hubiera podido corregir una sociedad más íntimamente literaria y más refinada en sus sentimientos: Mientras la cabeza caía, la trompeta, sola, dio fin al canto; y mientras moría el hombre, un sonido ronco corrió por el bronce. (Anales.) La cabeza, arrancada del cuello, rueda en tierra: la boca se abre, los ojos, moribun dos, se estremecen y buscan la luz. (Anales.) Un buitre, entre zarzas, devoraba a un hombre: ¡en qué cruel tumba enterraba sus miembros! (Anales, II.)
Conclusión. — Ennio dio a la aristocracia latina la poesía que esperaba: nacional, llena de dignidad, halagando su cultura helénica, sin atentar contra el decoro romano. Su influencia fue de este modo inmensa y duradera; fue incluso predominante durante el primer siglo anterior a nuestra era y tomó gran parte en la formación del clasicismo romano: Lucrecio se remonta a él, y Cicerón lo tiene presente con asiduidad, Virgilio lo imita e incluso lo calca en algún pasaje de La Eneida. Tito Livio toma de él el aliento épico de su historia. Sólo los escritores de helenismo extremadamente puro, como Catulo y los innovadores de su grupo, o los poetas augusteos, desdeñan sus modelos. Destino, en verdad, raro, pero instructivo: este medio griego, para quien el latín es una lengua aprendida, representa mejor el ideal de las clases diri gentes romanas que Plauto, e incluso que Nevio. Es el mejor testimonio del poder de atracción y de asimilación de la Roma gubernamental, a partir de esta fecha: su lengua se impone no sólo sobre todos los dialectos, sino sobre el habla de la propia plebe urbana; y su ideal nacional y moral hace vibrar a Ennio antes de entusiasmar a Polibio. Roma se heleniza cada día más; pero los griegos también se “latinizan”: la amplitud de los triunfos políticos pre para al latín “oficial” un porvenir de lengua universal, que no tiene —durante siglos— el latín “popular . 80
BIBLIOGRAFÍA
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FORMACIÓN D E UNA LITERATURA GRECORROMANA
Nevio ED ICIO N ES: L. S t b z e l e c k i , B elli Punid carminis qu ae supersunt (Wroclaw, 1959), y las mismas colecciones que para Livio Andrónico y los trabajos citados a continuación: Estudios. ESTUD IO S: D e M ooh , Névius (Tournai, 1877); G. J achm an n , Naevius und d ie Meteller (Festschrift W ackem agel, Göttingen, 1923); T. F r a n k , Naevius and F ree Speech (American Journal o f Philology, 1927); D e G h a f f , Naevian Studies (Nueva York, 1931); L. S t r z e l e c k i , D e Naeviano Belli Putrid carmine quaestiones selectae (Krakow, 1935); E. V. M a b m o b a l e , Naevius poeta * [con los fragmentos] (Florencia, 1950); S. Μ α β ι ο τ π , II Bellum Poenicum e Varte d i N evio [con los fragmentos] (Roma, 1955); M . B a r c h ie s i , N evio épico [texto y abundante comentario] (Padua, 1962).
Plauto MANUSCRITOS; Ambroaianus (palimpsesto de Milán, siglos iv-v; hoy sólo se puede leer en el Apographum de W. Studemund, Berlín, 1889); — dos Palatini (B en el Vati cano, C en Heidelberg, siglos x-xi) y un Vaticanus (núm. 3.870, siglos x-xi); — Codex T u m ebi (hoy perdido, de los siglos rx-x: existe una colación parcial). ED ICIO N ES: Príncipe: Merula (Venecia, 1472); —-C ríticas: R itschl'“* (Loewe-GoetzSchoell) (Leipzig, 1879-1902); Leo (Berlín, 1894-1896); Goetz y Schoell (Teubner, 18951904); Lindsay * (Oxford, 1910); Em out (Budé, 1932-1940). — Con comentario latino: Ussíng (Copenhague, 1875-1892). — ED ICIO N ES PARCIALES, comentadas: Amphüruo, por W. B. Sedgwick (Manchester, I960), por E. Paratore (Florencia, 1959), con traducción italiana; Aulularia, por Kunst (Viena 1923); Bacchides, por Ernout (París, 1935); Captlui, por Lindsay (Londres, 1900), Waltzing (Lieja, 1920), Brix-Niemeyer-Köhler (LeipzigBerlin, 1930) y por Havet-Freté-Nougaret (París, 1932); Curculio, por J. Collart (Érasme, 1962); M enaechmi, por Brix-Niemeyer-Conrad (Leipzig, 1929); Miles, por Lorenz* (Ber lín, 1886), Brix *-Niemeyer (Leipzig, 1901) y M. Hammond (Cambridge, 1963); M ostella ria, por Lorenz* (Berlín, 1883); Pseudolus, por Lorenz (Berlín, 1876); Rudens, por F . Marx (Leipzig, 1928, y Amsterdam, 1959); Trinummus, por Waltzing* (París, 1930) y por Brix-Niemeyer-Conrad (Leipzig, 1931); Truculentus, por P. J. Enk (Leyden, 1953); etcétera... EDICIONES ESPAÑOLAS: M. Olivar, con com. y trad, catalana vols. I al X II (Barce lona, B em at M etge, 1934 ss.). TRADUCCIONES: Francesas: Naudet (París, 1830); Sommer (París); A. Emout (Budé); — Alemana, ilustrada: L. Gurlitt (Berlín, 1920-1922); — Inglesa: P. Nixon (Lon dres, 1916 ss.); — Italiana, con texto: E . Paratore (Florencia, 1959 ss.). LENGUA, SINTAXIS Y M ÉTRICA: G. L o d g e , Lexicon Plautinum (Leipzig, 19041933); — L in d sa y , Syntax o f Plautus (Oxford, 1907); — L in d sa y , T h e early Latin verse (Oxford, 1922); L . N o u g a b e t , L a m étrique d e Plaute et d e T éren ce (M émorial d es Êt. lat., Paris, 1943, p. 123-148). ESTUDIOS CRITICOS Y LITERA RIOS: F . L e o , Plautinische Forschungen zur Kritik und G eschichte der K om ödie * (Berlin, 1912); P. L e ja y , Plaute (Paris, 1925); E . P a r a t o b e , Plauto (Florencia, 1962), y L a structure du Pseudolus (Rev. d. Êt. lat., X L Ï, 1963); — E. F r a e n k e l , Plautinisches in Plautus (Berlín, 1922, trad. ital. por F . M u n a r i , Elem enti Plautini in Plauto, Florencia, 1960); G. J achm an n , Plautinisches und Attisches (Berlin, 1931); — A . F r é t é , Essai sur la structure dram atique d es com édies d e Plaute (Paris, 1 9 30); — K. A b e l , D ie P lautusprohge (Tesis. Francfort-s-M., 1955); B.-A. T a l a d o ib e , Essai sur le com iqu e d e Plaute (Mónaco, 1956); K. H. E. S c h ü t t e r , Quibus annis com oediae Plautinae primum actae sint quaeritur (Groninguen, 1952); A . d e L o r e n z i , Cronología e d evolu tion e Plautina (Nápoles, 1952).
82
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CAPITULO III
EL PURISMO HELENIZANTE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES
Durante el siglo n tiene lugar la conquista romana, primero sobre eí Oriente helenístico (contra Filipo V de Macedonia, en 200-197; Perseo, en 172-168; reducción de Grecia y de Macedonia como provincia, en 146), luego sobre Occidente (destrucción de Cartago en 146; sumisión de España; esta blecimiento en la Galia meridional). De este modo se practica por vez prime ra el juego de balanza mediante el cual la Italia romana buscará su equilibrio político y moral en el centro de la cuenca mediterránea. Pero, de momento, el sector de Oriente es aiin —y en mucho— predominante. La vida económica y social —e incluso la sensibilidad— de Roma sufrie ron una profunda transformación: la afluencia de riquezas y de obras de arte impulsó al lujo y a la búsqueda de placeres; y como contrapartida, la bruta lidad y el orgullo nacional se agravaron. Ante todo, quedó rota la unidad moral entre las clases altas, adustas, y una plebe cada vez más cosmopolita. La vieja aristocracia se helenizaba complacida y a la vez preconizaba el puris mo; la masa, en cambio, se entregaba a los aspectos materiales y perturbadores del helenismo asiático; entre una y otra, el Senado defendía, no sin cierta hipocresía, el viejo ideal romano. De este modo la literatura, ya desde un principio demasiado clasicizante, perdió muy pronto el contacto con el gran público; únicamente hacia finales de siglo volvió a recuperarlo un tanto, pero a través de nuevas formas: la elocuencia y la sátira. 84
El purismo helenizante y las tendencias nacionales
La aristocracia helenizante.— Desde los últimos años del siglo m des taca el influjo de los pedagogos griegos en los jóvenes nobles mejor dota dos; Escipión, el vencedor de Aníbal, es el tipo perfecto: es un “héroe”, un poco al estilo de Alejandro Magno, que se impone como un ser predestinado al ejército, al pueblo, al Senado; humano, instruido, atractivo, enamorado de las letras y de las artes, logra atraerse muy pronto a los griegos. Más tarde Paulo Emilio, que, de todo el botín logrado sobre Perseo, tan sólo retiene para él y para sus hijos la biblioteca del rey, da muestras también de este empeño en el perfeccionamiento individual, incluso entre hombres consagra dos al engrandecimiento del estado. Además, el griego es la lengua diplo mática y la política exige su conocimiento: Flaminio, gracias a su profunda cultura helénica, trabajó para imponer a Grecia la hegemonía de Roma, lenta mente y sin violencias. Hubo, de este modo, un tiempo en que la aristocracia dirigente de Roma fue “filohelena”, tanto por afición como por deber patrió tico. Ello pudo verse en 196 cuando, en los Juegos Istmicos, Flaminio procla mó “la libertad de todos los griegos”; se trataba de Grecia propiamente dicha; de la Grecia clásica y casi muerta; y el manifiesto iba dirigido contra las monarquías helenísticas, muy pujantes (Macedonia, Siria, Egipto), que hacían sombra al Senado. La invasión del helenismo y la oposición senatorial. — Tan sólo el filohelenismo individual, en el terreno de la política, abría a Italia a toda clase de prácticas, a veces peligrosas. Algunas tenían sus raíces en la propia Italia, como el culto de Baco (Dioniso), que agrupaba, en ritos secretos, a “iniciados” de todos los estamentos y linajes diversos; o el pitagoreísmo, filosofía de tendencias religiosas, aparecida en el siglo vi, y que se había extendido durante el iv por el influjo de Tarento, fomentando la formación de círculos minoritarios y activos. El Senado temió no sólo una corrupción de la fe nacional, sino incluso la existencia de maniobras políticas encubiertas: en 186 fueron reprimidas duramente las Bacanales; en 181 tuvo lugar la quema de los libros pitagóricos, hallados —según se decía— en la tumba del rey Numa. A partir de este momento, el Senado se muestra hostil a la intrusión masiva del helenismo en Roma. Como reclutado en gran parte entre los grupos plebeyos de antigua educación, se aferra en mucho a su autoridad institucional y se muestra hostil a las ambiciones e incluso al relieve indivi duales: sospecha de todos los refinamientos. Tiende incluso a oponerse a los actos de quienes, siendo fieles en su servicio al estado, llenan a Roma de obras de arte, la sacian de espectáculos, pero consiguen la gloria personal: Escipión el Africano y su hermano, el Asiático, Fulvio Nobilior, Manlio, etc. Además, en contacto político permanente con los griegos de Europa y de Asia, y pese a adoptar lentamente sus métodos diplomáticos llenos de inten ciones encubiertas y sutilezas hipócritas, llegaron a despreciarlos, pues era un pueblo a la vez débil y peligroso. Todo lo que procede de ellos parece corrupto: el lujo e incluso el bienestar son ingredientes de la molicie; las artes y la literatura son un robo a los bienes del estado; la filosofía arruina la religión y la moralidad. 85
E L PURISMO HELEN IZA N TE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES
Sin embargo, en tanto que Grecia gozaba de un simulacro de indepen dencia, no era posible la radical supresión del helenismo; y, aunque dificul tados, sus progresos fueron .considerables. De los sistemas filosóficos en boga tan sólo el epicureismo fue, en principio, condenado: al aconsejar la búsqueda de la felicidad individual y sustraer al hombre y al universo ae la acción de los dioses, resultaba el sistema más asequible a los romanos, pero aparecía como el primer elemento destructor del estado; los epicúreos Alquio y Filisco fueron expulsados de la Ciudad en 173. En 161, todos, tanto retores como filósofos, sufrieron la misma suerte. Sin embargo, cuando, en 155, Atenas envió a Roma los jefes de sus tres escuelas filosóficas, el neoacadémico Carnéades, el peripatético Critolao y el estoico Diógenes, hubo que prestarles especial atención. Las conferencias de Caméades obtuvieron un éxito rodeado de escándalo: enseñaba que los hombres, incapaces de alcanzar la certidum bre, debían contentarse con probabilidades. Evidentemente estas especula ciones resultaban accesibles a los jóvenes nobles más cultivados; pero, para el término medio de los romanos, no eran sino atentados contra los antiguos hábitos morales. A los ojos del Senado el helenismo quedó definitivamente condenado. Durante ese medio siglo, un hombre representó la desconfianza sena torial frente a todo lo que era griego: M. Porcio Catón. Furiosamente hostil a los Escipiones, predicador de palabra infatigable contra el lujo, duro consi go mismo igual que con los demás, le eligieron —con plena conciencia de lo que hacían— censor en 184. Trató de restringir en todo lugar las ambicio nes y los enriquecimientos individuales, de depurar el Senado, de volver los espíritus hacia las antiguas formas, militares y agrícolas, de la civilización latina. A él debemos la más viva caricatura del joven noble helenizado: Celio... un holgazán... un bufón fescenino... En cuanto baja de su matalón, representa pantomimas, suelta sus bromas de payaso... Y luego canta cuanto le viene en gana, a veces recita versos griegos, lanza bonitas palabras, cambia de voz, hace remedos de actor... C a tó n ,
en Macrobio, III, 14, 9.
Él fue quien prohibió a su hijo que recurriese a la medicina, ¡so pretexto de que todos los médicos eran griegos y habían hecho juramento de matar a sus clientes no griegos...! Sin embargo, aprendió el griego en sus últimos días, y su prosa no carece de arte. Pero daba forma virulenta a un principio que debía mantenerse dominante a lo largo de todo un siglo: si bien la cultura griega puede admitirse en la vida privada, debe quedar excluida de la vida pública. Su censura excesiva provocó, por lo demás, una reacción inmediata. Los círculos cerrados. — El helenismo, reprimido oficialmente, se confinó en círculos aristocráticos restringidos: y ganó sin duda en refinamiento, pero perdió todo acento nacional. Un purismo desdeñoso lleva a los autores a inspirarse n'o en la literatura griega contemporánea, sino en los clásicos de los siglos v y XV. Pierden incluso el contacto de la lengua con el pueblo, pues los nobles protectores de aquélla no admiten ni el vocabulario mezclado ni la 86
El purismo helenizante y las tendencias nacionales
sintaxis flexible. Es cierto que así se elabora una lengua clásica, y muy bella: pero las obras son artificiales. De entre estos círculos, conocemos bastante bien al “de los Escipiones”. Se constituyó, de hecho, lentamente y evolucionó en tomo a Escipión Emilia no (185-129), hijo de Paulo Emilio, nieto por adopción de Escipión el Afri cano. Emiliano realizó en él una síntesis que parecía imposible: se impuso precozmente como un hombre providencial, se entregó al servicio del estado con todas las virtudes tradicionales y rudas que agradaban al estado, pero supo construirse al mismo tiempo una vida privada de la más armoniosa ele gancia que hasta entonces se había visto en Roma. Sin contar los políticos que frecuentaban cada vez más su casa, a medida que alcanzaba el liderato del partido central moderado, familiares, escritores y filósofos creaban en tomo suyo un grupo intelectual muy variado: Lelio era el amigo sabio y fiel, feliz en su medio anonimato; Terencio fue admitido en el círculo, al que aportó la vida mundana, se dejó aconsejar y se decantó hacia la comedia de salón; Lucilio, más tarde, pudo observar allí, como La Bruyère en Chantilly, una rica variedad de “caracteres” y de siluetas. Pero los primeros puestos parecen haberlos ocupado siempre griegos: Polibio que (hacia 205-125), llevado a Roma en calidad de rehén en 168, regresó por voluntad propia junto a Escipión (antes de 146), y escribió entonces una historia universal desde 218 a 146, en la que Roma ocupaba el centro; el filósofo Panecio (170-110) que, adaptando a la vida práctica y a la gestión del estado los principios estoicos del predominio del alma sobre el cuerpo y de la lucha contra las pasiones, logró que ciertos dirigentes romanos aceptaran la primera adapta ción de la filosofía griega al espíritu latino... Griegos de pensar casi romano y escritores latinos casi griegos en sus formas contribuían a la vez (pero como en un vaso cerrado) a una gran obra de fusión espiritual. El pueblo y las cuestiones sociales. — E l pueblo, en su conjunto, no po día secundar este movimiento: no acometía el helenismo en el mismo sentido. La serie de conquistas en tierra extranjera desarrollaba en los soldados itálicos la brutalidad, el espíritu de pillaje y de lucro, a la vez que los devolvía más crueles y perezosos a la vida civil. Y el helenismo que habían conocido y maltratado en las costas de Oriente no era el de los artistas y escritores clásicos: lujoso y complejo, invitaba más al goce material que a la penetración intelectual. Una especie de romanticismo grecoasiático, vivo, aunque muy mezclado, irrumpió de este modo en Italia, en especial cuando el rey Atalo legó sus estados al pueblo romano: el reino de Pérgamo, que se convirtió en la provincia de Asia (133-129). Al mismo tiempo, la población de Roma era cada vez menos latina, en raza y en tendencia: la anuencia de esclavos de todas las procedencias, de traficantes y de intrigantes de toda condición, un número creciente de libertos de los más diversos orígenes, hombres despla zados, antiguos campesinos oprimidos por la extensión de la gran propiedad y clientes famélicos modificaban a la vez el aspecto de la Ciudad y la menta lidad cívica. Por una parte, un proletariado miserable y complejo aparecía dispuesto a la agitación política más violenta para conquistar la propiedad o el derecho a la holgazanería al recibir del estado un mínimo de subsistencia 87
E L PURISMO HELENIZANTE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES
gratuita; por otra, una masa de hombres de negocios, que especulaban con las inmensas riquezas que la conquista romana ponía en circulación y en la explotación de fas provincias (Roma se había convertido en el único mercado de capitales y la “Bolsa” del mundo mediterráneo), influyendo de modo com plejo en la política, y encendiendo y multiplicando las cuestiones jurídicas. El arte de la palabra iba a beneficiarse de dicho estado de cosas. Sin duda las discusiones del Senado, que trataban los temas más diversos, refina das por los contactos con la diplomacia oriental, debían haberla hecho pro gresar. Los contactos con la filosofía y los problemas sociales, aunque tímidos, le dieron a la vez más altura y más extensión: los Gracos, al convencer a la masa con argumentos racionales, patetismo y una armonía ya musical tomada de los griegos, idealizaron las violencias de la oratoria tribunicia y abrieron las vías a la gran prosa retórica. Y, sin embargo, la labor de los abogados y jurisconsultos llevaba a sus últimas consecuencias al antiguo derecho civil, mientras empezaban a establecerse, en las provincias y en la propia Roma (por el pretor peregrino), los elementos de un derecho más universal (tus gen tium, el derecho de las naciones). Al mismo tiempo, los analistas, bajo la huella de Polibio, sin renunciar a las fábulas de antaño, relacionaban toda la agitación presente con la actividad del pasado. Así, aunque de modo confuso aun, aun cuando no faltara nada de lo esencial, se gestaba la madurez de la prosa de Cicerón y de Livio. Conclusión. — Pero el divorcio entre el helenismo cultural y el pueblo romano se había consumado. La literatura latina corre el riesgo de conver tirse —en sus empresas artísticas— en algo extraño a la masa: ésta, en verdad, es muy fluctuante y se modifica con excesiva velocidad, al menos en Roma, »ara ofrecer ciertas garantías a una labor literaria delicada y seguida; pero, a a inversa, la aristocracia cultivada corre el riesgo de sacrificar demasiado ante el esnobismo y la búsqueda artificial. El primer siglo, italiano más que ro mano, y humano más bien que senatorial, está reservado para la consuma ción del clasicismo latino.
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1.
Los comienzos de la prosa artística
Mientras que la poesía contaba ya en Roma con obras importantes, la prosa, confinada a los usos prácticos, ascendía difícilmente a la dignidad lite raria. Hay que creer (como hace Cicerón, aunque sin pruebas) que el arte de la palabra, pese a todo, progresaba, por la necesidad en que se hallaban los políticos, frente a adversarios, cada vez más numerosos y cultivados, de lograr que prevaleciera su candidatura o su opinión: de hecho, la elo cuencia aparece en Roma, desde el momento en que estamos en condiciones 88
Catón el Censor
de emitir un juicio, con cualidades artísticas muy superiores a las de los otros géneros en prosa. La historia, destinada entre los latinos a un porvenir tan excelente, inte resa a los espíritus de primer orden: a Q. Fabio Pictor (c. 254, p. 201), que fue enviado en embajada a Delfos, y a L. Cincio Alimento (pretor en 210), un tiempo prisionero de Aníbal. Pero escriben sus Anales en griego, porque intentan menos interesar al público romano que difundir el conocimiento y la gloria de Roma a través del extranjero. De ahí (a juzgar por los fragmentos que han llegado a nosotros) los defectos y las cualidades que, a partir de ellos, debían dominar durante mucho tiempo en la historiografía romana: un relato de los orígenes en extremo mezclado de fábulas más o menos poéticas, de todas las procedencias, en especial griegas o helenizadas; una parcialidad aristocrática y nacional de acuerdo con el ideal de expansión de la República; pocos escrúpulos para llenar de falsedades las historias de las grandes familias representativas del espíritu romano; pero también, en especial, en la narra ción de los hechos contemporáneos, una vida y una precisión propia de hombres que han participado en ellos; competencia, curiosidad, interés por las antiguas costumbres del territorio, que describían a la usanza de sus lec tores extranjeros. Así, sin contar como escritores latinos, estos analistas y quienes los secundaron, en la primera mitad del siglo π —P. Comelio Esci pión (hijo del Africano), C. Acilio Glabrio (introductor de filósofos griegos en Roma, en 155), A. Postumio Albino— alcanzaron importancia en la historia de la literatura latina, en especial cuando algunas obras suyas, retrovertidas al latín, filtraron un tanto en él la flexibilidad de la redacción original y el arte de los modelos griegos (Timeo en particular) que habían imitado. Pero la primera obra que cuenta para nosotros en la prosa latina es debida a un violento adversario del helenismo y de la expansión romana en Oriente: Catón el Censor. CATÓN EL CENSOR 234-149 a. C.
Importante colono en las "rocas” de Túsculo, trabajador obstinado, economizador hasta la ava ricia, pero litigante hábil y servicial, y de una caus ticidad temible, M. Porcio Catón imponía su ascendiente sobre los campesinos de los alrededores. Como soldado y oficial se había distinguido por su energía, su precisión en las visiones rápidas, su integridad en la acción. Los nobles, comenzando por un Valerio, lo impulsaron a la carrera de los honores: pretor, cónsul (195), triunfador tras dos años de guerra en España, censor (184-182), este hombre pelirrojo, de ojos grises, no cesó de acentuar su fisonomía carac terística de senador surgido del pueblo, defensor, por temperamento y por deber, de la antigua moralidad nacional contra las novedades corruptoras venidas de Grecia. Sus obras. — La obra de Catón se debe ante todo a la expansión natural de una personalidad extraordinaria. En su lucha contra la nobleza helenizante, en la que no siempre distinguía entre sus odios personales y el interés del estado, se vio obligado a pronunciar una multitud de demandas y de piezas 89
E L PURISMO HELENIZANTE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES
judiciales. Para formular sus ideales de “viejo romano” en medio de una sociedad que se modificaba à gran velocidad, escribió tratados de agricultura, de derecho y de arte militar. Preocupado, a la antigua usanza, de formar a su hijo —él mismo— a su imagen, escribió para él una especie de enciclo pedia práctica, una colección de sentencias morales (Carmen de moribus), de las frases que se habían conservado. Al fin de su vida, el mismo deseo de apología personal y de oposición a la “literatura histórica” contemporánea le obligó a abordar sus Orígenes (en 7 libros). Pero hay que admitir también, con los antiguos, que era un “apasionado de las letras”. Su voluntad de escribir sobre cualquier tema y de conservar lo que escribía no permite dudas. Tampoco su labor artística: se dedicó, ya anciano, a aprender el griego, a estudiar a Tucídides y Demóstenes. Y no aportaba los mismos cuidados ni los mismos procedimientos a cada género: y ello ya es prueba, en sí mismo, de un gusto literario. Los discursos. — Los antiguos conocían de Catón más de 150 discursos; solamente nos queda un escaso número de fragmentos. Los preparaba con cuidado, por escrito; pero sin grandes preocupaciones por la composición: en ellos aparecía una combatividad segura de su objetivo. Recogía las pala bras cáusticas de los demás, al igual que recogían también las suyas: materia para sátiras virulentas y “efectos de tribuna”. Los procedimientos retóricos, espontáneos o adquiridos, no le eran extraños: preterición, repeticiones, excla maciones... Discute acerca del sentido de los falsos sinónimos, como los anti guos sofistas: distingue properare de festinare, amor de cupido, falsarius de mendax. Los proverbios, los arrebatos de inspiración cómica, los diminutivos burlescos, áqüf y allí, evocan a Plauto. A esta elocuencia, desigual y tosca, mas no sin arte, dan un acento sabroso la vida, la convicción y un pintores quismo casi popular. Catón y su secretario [Apología personal y sátira de la decadencia moral de la nobleza. — Presen tación dramática. — Intimidad de fondo: elocuencia en la forma (procedimiento general de la preterición, pero plasmado de modo muy original; repeticiones, aná foras, exclamaciones).] Mandé que trajera los apuntes donde estaba escrito el discurso que había pronun ciado tiempo atrás en respuesta a M. Cornelio. Trae las tablillas. Lee las acciones bienhe choras de mis antepasados; acto seguido, lo que yo hice en pro del estado. Acabada esta enumeración, se leía en el discurso: ‘Tara solicitar una magistratura, jamás gasté mi dinero,ni el de los aliados” .1 jNo! no está bien,1 repliqué, escribir esto: es algo que ellos* no quieren oír. Al punto siguió: * “Jamás impuse legados6 a las ciudades de vuestras aliados que hicieran x oscabo a sus bienes, sus mujeres y sus hijos” . Borra esto también: es algo que no quieren oír. Continúa. “Cuando tenía botín, tomado al enem igo, o dinero
1. Los soctí eran italianos obligados a apoyar la política de Roma, sobre todo en materia financiera y militar. 2. Catón se dirige a su secretario. 3. Los nobles corrompidos, adversarios de Catón. 4. El secretario. 5. Delegados en algunas ciudades para administrarlas en nombre de Roma.
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Catón el Censor procedente de su venta, jamás los repartí entre mis amigos íntimos, de modo que defrau dara a los que lo habían conquistado.” Borra, borra eso también: no hay cosa que menos deseen oír: inútil leerlo. “Jamás di salida a correo oficial* alguno que permitiera a mis amigos, mediante consignas preestablecidas, obtener grandes beneficios.” Vamos, borra esto también, y hasta el fin. “Jamás disipé entre mis ayudantes y mis amigos el dinero que me era confiado para una distribución gratuita de vino, ni los enriquecí a expensas del pueblo.” Venga, de una vez, borra esto raspando hasta la madera.* Fíjate cómo está el estado, hasta el punto de que no me atreva hoy, por temor de resultarodioso, a recordar los servicios que hice al estado y que me granjeaban el favor. Tan grande ha sido la inclinación que han tomado de dejar impune el vicio, pero no la virtud. Oratorum romanorum fragm enta (Malcovati), I, C a t ó n , 171.
Discurso a los rodios [Rodas, aliada de Roma, pero agotada tras una guerra que arruinaba su co mercio, había intentado mediar entre ésta y el rey de Macedonia, Perseo, que había derrotado a las legiones tres años consecutivos. Tras la victoria de Pidna, algunos senadores quisieron declarar la guerra a Rodas, esperando obtener rico botín. Catón se opuso al Senado en un discurso que había incluido en sus Orí genes. — Cf. acerca de dicho discurso, las reflexiones de Aulo Gelio (VI [vn], 3): “aparecen en él todas las armas del arte retórica... Pero, como en un com bate dudoso, cuando la linea de batalla se ha quebrado, luchan en muchos luga res de modo diferente, así también Catón... usa entremezclados todos los recursos de defensa y lo mismo hace valer los servicios prestados por los rodios, que, como si justificase a unos inocentes, se queja de que se atente contra sus bienes y sus riquezas, otras veces defiende el error, o demuestra que son indispensa bles a Roma, o recurre a la compasión, o evoca la moderación de los mayores, o hace entrar en juego la utilidad pública. Y todos estos argumentos podrían mostrarse con más orden y armonía, aunque — al parecer— no con mayor fuerza ni viveza”. — Nótese la redundancia del estilo, a menudo inútil, mediante la cual Catón creía, sin embargo, dar mayor amplitud y dignidad a su frase.] Sé cómo, generalmente, cuando los negocios son prósperos, provechosos y felices, el ánimo de la mayoría de los hombres se exalta, y su orgullo y audacia crecen y aumentan. Por ello siento gran inquietud, al ver afirmarse con tanta plenitud nuestro florecimiento, no sea que nuestras resoluciones nos acarreen alguna desgracia que dañe nuestra prospe ridady que la superabundancia de nuestro regocijo no nos lleve a funestos excesos. La adversidad domina y enseña lo que hay que hacer. La prosperidad, a causa del júbilo, desvía nuestras decisiones y nuestro juicio. Por ello insisto en mi propuesta de aplazar esta decisión hasta transcurridos algunos días, cuando hayamos vuelto, de esta embriaguez, a la posesión de nuestras facultades... Estoy de acuerdo en que los rodios hubieran querido que vosotros no alcanzarais esa victoria tan absoluta, y que el rey Perseo no resultara vencido. Pero no fueron los rodios los únicosen desearlo: muchos otros pueblos y muchas otras naciones lo deseaban tam bién, según creo. Y tal vez algunos no querían ofendemos al desearlo. Antes bien temían que, si no teníamos nadie a quien temer, nos entregáramos a todos los arbitrios, y se vieran obligados a caer en esclavitud bajo nuestro dominio, convertido en único. A ello los llevaba, según creo, el anhelo de libertad. Y, además, los rodios no defendieron jamás oficialmente a Perseo. Fijaos cómo en nuestras relaciones privadas adoptamos más precauciones entre nosotros: pues cada uno de nosotros, si sospecha alguna maniobra contra sus intereses, se opone con todas sus fuerzas, para que no llegue a término. Ellos, por el contrario, se resignaron hasta el extremo... Y hoy, tan repentinamente, ¿renunciaremos a intercambio tal de favores, a tal amistad? 6. Viajando gratuitamente y con facilidades de transporte; ello le permitía traer noticias con mayor rapidez que otros y facilitar así especulaciones fructíferas a quienes lo conocían. 7. Las tablillas para escribir eran de madera cubierta de una capa de cera.
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E L PUBISMO H ELEN IZA N TE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES ¿Nos apresuraremos a hacer nosotros primero aquello que — según diremos— ellos han querido hacer?... La acusación más violenta que se dirige contra ellos es ésta: "han pretendido“ ser nuestros enemigos”. Pero ¿hay uno sólo entre vosotros que, en lo que le afecta, consideraría justo recibir un castigo bajo la acusación de haber querido obrar mal? Nadie, me parece; porque, en lo que a mí respecta, no lo aceptaría... ¿Entonces? En resumen, hay una ley lo bastante rigurosa, que dice: quien pretenda hacer tal cosa, su castigo sea la mitad de sus bienes, menos mil sestercios; * quien intente poseer más de quinientas medidas, sea ésta su pena; quien intente poseer tal número de bestias de carga, sea condenado a esto.10 Nosotros, en cambio, lo queremos todo ]y lo hace mos impunemente!... Mas, si no es justo gloriarse, según se dice, de haber querido obrar bien, sin haberlo llegado a realizar, ¿deberán los rodios, sin haber llegado a obrar mal, sufrir por haberlo que rido, según se dice?... Se afirma que los rodios son orgullosos: reproche que me resultaría de lo más desagra dable para m í y para mis hijos. Admitamos que sean orgullosos. ¿En qué os afecta esto a vosotros? ¿Os enfadáis por encontrar personas más orgullosas que vosotros? Historicorum romanorum reliquiae, I, C a t ó n , 95.
El “ De agri cultura” . — El tratado “De la agricultura”, que ha llegado a nosotros, reviste un carácter totalmente distinto. Debemos considerarlo un esfuerzo para aconsejar una nueva economía agrícola, más científica y más productiva, capaz de retener en el campo a la burguesía bastante acaudalada, que prueba fortuna por entonces en los grandes beneficios del comercio y ae la banca; y también como una colección de recetas de todas clases y de toda época, religiosas, mágicas, médicas..., que pueden ser necesarias al dueño de una “hacienda rústica”. Por ello comprende dos partes: la primera, bastante bien ordenada, trata de la compra del terreno, de su administración, de su conservación y de su rendimiento, de la granja y del material agrícola, insistiendo en el cultivo de los árboles (viña y olivar), y dando las instruccio nes más precisas acerca del precio de las instalaciones y de los centros de fabricación de los objetos manufacturados; la segunda se presenta casi como un libro escrito sobre la marcha y en el que aparecerían registrados, en el mayor desorden, los datos más diversos. Repeticiones y redacciones diferentes de los mismos preceptos cargan peso sobre el libro, que resulta así, a la vez, extremadamente arcaico y muy moderno. Sólo la personalidad de Catón, aferrada al pasado, aunque inquieto por el futuro, y su vieja práctica de gran jero afincado y de propietario rapaz, su apego a todo cuanto posee, lejos o cerca, en la vida campesina, aseguran al libro cierta unidad. Una buena campesina [Retrato ideal bajo la forma de preceptos ordenados (carácter; religión y lim pieza; cualidades de "ama de casa”). — Evocación involuntaria, debida a la precisión del detalle, de la atmósfera (autoridad, dignidad, abundancia con trolada).] 8. Argumentación de acuerdo con el principio jurídico de que es digno de castigo el acto, no la intención. 9. Fórmula corriente en las sanciones: la ley estipulaba que había que dejar un mínimo de su fortuna al condenado. 10. Medidas habituales en las “leyes agrarias” (destinadas a garantizar un reparto no muy desigual del “territorio público” = territorio tomado al enemigo).
Catón el Censor Hazte temer de ella.u Que no sea aficionada a gastar. Visite lo menos posible a las vecinas y a las demás mujeres, y no las reciba ni en la estancia ni donde ella está. No acuda a cenar a ningún sitio; no se regocije en el paseo. No tome parte en ninguna cere monia religiosa ni disponga sin orden del sefior o de la señora: sepa que es el señor quien realiza el acto religioso para toda la casa. Sea limpia: tenga la granja barrida y limpia; conserve el hogar ” puro, bien barrido alrededor cada día, antes de acostarse. En laskalendas, en los idus y en las nonas,“ y cuando es día festivo, deposíte una corona en el hogar; y en los mismos días haga ofrendas al Lar Familiar u según sus medios. Vele para tener preparada la comida para ti y los esclavos. Tenga muchas gallinas y huevos. Tenga frutas secas, peras, serbas, higos, uvas; serbas en vino cocido, peras y uvas en jarras y “manzanas de gorriones", racimos en pucheros y cántaros bajo tierra, nueces de Preneste frescas en cántaros bajo tierra. Manzanas escantinas en jarros, y guarde con diligencia todos los años los frutos de conserva, incluso los silvestres. Sepa hacer buena harina y fina flor de espelta. D e agri cultura, C X L III.
Propietario y administrador [Escenificación dramática de la administración de un terreno. — Realismo en la conversación (en estilo indirecto) entre el propietario y su granjero. — Clari dad imperativa y cruel de las prescripciones. — Absoluta despreocupación en cuanto al estilo.] En cuanto que el “padre de familia” “ llega a la hacienda, después de saludar al Lar Familiar, debe recorrer la propiedad el mismo día, si puede; y si no el mismo día, el siguiente al menos; pregúntele lo que se ha hecho, lo que queda por hacer, si los trabajos se han realizado a tiempo, sí es posible terminar los que quedan, y qué se ha hecho del vino, del grano y de los demás productos. Una vez pasada esta revista, hay que empezar la cuenta de los obreros y de las jomadas de trabajo. Si el rendimiento no aparece claro, el colono dice que se ha portado lo mejor posible, que algunos esclavos han estado enfermos, que ha hecho ma] tiempo, que algunos esclavos se han escapado, que ha habido cargas públicas; cuando haya mencionado estas y muchas otras excusas, haz rendir cuentas al colono de las obras y de los obreros. Si llovía, debía haber hecho trabajos que pueden realizarse mientras llueve: lavar las vasijas, untarlas de pez, limpiar los edificios, cambiar de lugar el grano, sacar fuera el estiércol, hacer una fosa para el estiércol, limpiar las simientes, componer las cuerdas, hacer otras nuevas, y que los esclavos remendasen sus trapos y capillas. Durante los días festivos se podían arreglar los antiguos fosos, empedrar el camino público, cortar los zarzales, cavar el jardín, limpiar los prados, rodrigar los esquejes, arrancar las espinas, moler la espelta, limpiar. Si los esclavos se encontraban enfermos, no había que darles tanto alimento. Una vez realizada así la revisión sin eno jarse, cuidará de que se terminen las obras que aún quedan por hacer. Contará el dinero, el grano y el forraje que hay en reserva; contará el vino, el aceite, lo que se ha vendido, lo que se ha pagado, lo que queda, lo que hay que vender; lo que hay que tomar como garantía, tómenlo; “ el exceso, quede en reserva con claridad. Si falta algo para el año en curso, cómprese; véndase lo que sobra; alquílese lo que hay que alquilar. Ordene las obras a hacer y a confiar por contrato, y deje las órdenes por escrito. Inspeccione el ganado. Haga una venta pública: venda su aceite si está a buen precio; venda el vino y el grano que le sobran; venda los bueyes ya grandes y los temeros y corderos destetados, lana, pieles, carretones viejos, hierros viejos, esclavos ancianos, esclavos enfermos y todo lo que no sea necesario. El padre de familia ha de tener espíritu de vendedor, no de comprador. D e agri cultura, II. 11. Catón se dirige al granjero o administrador. 12. Lugar sagrado. 13. Los días 1, 5 o 7, 13 o 15 del mes. 14. Dios del territorio, que reside en la casa o en sus alrededores. 15. Nombre tradicional del propietario en Roma: la “familia” es todo lo que depende de él: mujer, hijos, clientes, esclavos. 16. Se trata, sin duda, de garantías de deudas; los campesinos las prestaban siempre en especie (granos o ganado).
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Bueyes y boyeros Ocúpate de los bueyes con el cuidado más activo. Ten ciertas atenciones con los boyeros, a fin de que cuiden con mayor interés sus bueyes. Si un buey cae enfermo, dale en seguida un huevo de gallina crudo: haz que se lo trague entero. Al día siguiente, tritura una cabeza de ajo en una hémina17 de vino y haz que lo beba todo. Macháquese el ajo de pie y preséntese el brebaje en un vaso de madera; y el buey y quien se lo dé se encontrarán de pie. Al dárselo se estará en ayunas, y el buey también en ayunas.“ D e agri cultura, V, 6, LXXI.
Fabricación del “ vino griego” Si tu campo está muy lejos del mar, fabrica el vino griego “ de este modo. Echa en un depósito de bronce o de plomo veinte cuadrantales ” de mosto y enciende fuego debajo: cuando hierva el vino, aparta el fuego. Cuando se haya enfriado, viértelo en una vasija de cuarenta congios. Echa en un vaso aparte un cuadrantal de agua dulce y un celemín de sal, deja que se forme la salmuera. Cuando la salmuera esté hecha, arrójala también en la vasija. Machaca junco y ácoro en un mortero para un sextario; échalo tam bién en la vasija, para darle aroma. Treinta días después sella la jarra. En primavera, échalo en ánforas. Déjalo al sol durante dos años. Colócalo después bajo techado. Este vino no tendrá que envidiar al de Cos. D e agri cultura, CV.
El estilo de De agri cultura es de ordinario de una sequedad y concisión que recuerdan los más antiguos textos jurídicos; las oraciones simplemente yuxtapuestas lo confirman. Pero encontramos, dispersas, fórmulas breves y sorprendentes, en las que Catón empalma con los antiguos poetas gnómicos griegos, con una brusquedad popular que le es muy propia: Cuando nuestros mayores querían ensalzar a un hombre, lo ensalzaban con estos términos: "buen campesino y buen labrador”. Así es la agricultura: si haces un trabajo demasiado tarde, harás todos los demás demasiado tarde. ¿Cómo cultivar un terreno? Labrar bien. ¿Y luego? Labrar. ¿Y luego? Estercolar. Gasto, ninguno; y aunque se trata de un gasto, prueba sin embargo: se trata de la salud.
Y su convicción la eleva hasta una especie de singular lirismo cuando pre dica las extraordinarias virtudes que atribuye a la col, “la primera de todas las hortalizas”. Virtudes medicinales de la col [Tradición antigua y que parece llegar hasta Pitágoras al menos (siglo vi). — Autoridad dogmática e insistencia en el estilo. — Realismo en el detalle. — En tusiasmo autoritario y casi oratorio, del movimiento. — Compárese con Rabelais, Tiers Livre, caps. L-LII (Le Pantagruélion).] Hay también una tercera clase [de col], llamada “dulce”, con tallos cortos, tierna, y la más activa de todas, la más enérgica, pese a su poco jugo. Sépaslo bien ya de principio·. 17. Medida griega (0,27 litros). 18. Nótese el carácter arcaico y mágico de estas prescripciones. 19. Muy estimado, pero demasiado caro. 20. El "cuadrantal” contenía 8 “congios” (el congio = 3,28 litros), y el congio 6 sextarios. Parece que el texto se nos ha transmitido con errores en las cifras.
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Catón el Censor de todas las coles, ninguna es tan estimada como ésta paia los remedios medicinales. Aplícala machacada en todas las heridas y tumores, lim p iará todas las úlceras y las curará sin dolor. Con ella maduran todos los tumores, con ella revientan, con ella las llagas podridas y los tejidos infectados se limpiarán: cosa que no puede lograrse con ningún otro medicamento. Pero antes de aplicarla, límpiala con cantidad de agua caliente; después aplícala, machacada, dos veces al día. Eliminará todo hedor. E l tumor negro yede y des prende una sucia sangraza; el blanco es purulento, pero lleno de fistulas y supura en el interior de la carne. En úlceras de ese tipo, tritura col de esta clase; las curará. Y en caso de úlcera en el pecho y de “carcinoma” 11 aplícale col triturada y los curará. Y si la úlcera no puede soportar la aspereza, mezcla harina de cebada, y haz así la aplicación. Curará todas las úlceras de este tipo. Ningún otro medicamento puede hacerlo, ni limpiarlas. Y si es un niño, muchacho o muchacha quien tiene una úlcera de este tipo, añade harina de cebada. Y si quieres, una vez picada, lavada y seca, salpicarla de sal y vinagre, nada hay más sano. Para comerla con mayor deleite rocíala con vinagre y miel; con ruda, cilantro picado y espolvoreado con sal, la comerás con mayor placer. T e hará bien, destruirá en tu cuerpo todo germen de enfermedad y obrará de buen laxante. Y si ya se encerraba algún mal oculto, lo curará totalmente; limpiará completamente la cabeza y los ojos, y los sanará. Debe comerse por la mañana en ayunas. Y en caso de humor negro, y de hinchazón de bazo, y de afecciones al corazón, al hígado, a los pulmones o a las entrañas, en una palabra, curará todo aquello que en el interior hace sufrir... D e agri cultura, C LV II, 2-7.
Los “ Origines” . — La misma originalidad hallamos en la historia. Catón sigue la dirección contraria exacta a la de sus contemporáneos: escribe en latín y extiende su curiosidad fuera de Roma, lejos de los datos sin interés, “precio del trigo, eclipses de luna o de sol”, que figuraban en las tablas del gran pontífice, más allá también de las ambiciones de las grandes familias aristocráticas. En los tres primeros libros de su obra, refería los orígenes (de ahí el título) y el desarrollo de las principales ciudades de Italia que habían permanecido ligadas a la política romana; presentaba la vecina grandeza mili tar, económica, e incluso literaria de la Galia cisalpina... Por este sentido de la diversidad y de la unidad íntima de Italia, por su interés por el trabajo y el aliento de las masas anónimas que aseguran la grandeza de la patria, Catón anticipaba vigorosamente el porvenir y vislumbraba un ideal que no se expresará, imperfectamente, hasta un siglo después de él. Pero, al lado de estas tendencias de gran historiador, aparecía por doquier la afirmación de su arrolladora personalidad: en sus ataques contra la nobleza, en la exposición brutal de sus principios militares (permite y desea incluso el enriquecimiento individual de sus soldados), en la inserción de discursos enteros suyos. La economía de la obra debía resultar grandemente dañada. Pero estos detalles personales introducían en el relato, en contraste con pasajes de estilo muy conscientemente buscado, fragmentos de una vitalidad inocente que, de vez en cuando, permiten evocar a Villehardouin o a Joinville. Un héroe desconocido [El tribuno Q. Cedicio, durante la primera guerra púnica, salvó al ejército romano, en mala posición, inmolándose con 400 hombres. — Patriotismo, amargo frente a las clases dirigentes de Roma, celoso y sombrío frente a Grecia.]
21.
Nombre griego de una especie de tumor canceroso.
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E L PURISMO HELEN IZA N TE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES Los dioses inmortales otorgaron al tribuno militar una suerte de acuerdo con su mérito. Porque nicedió de este modo: aunque recibió bastantes heridas en ese lugar, ninguna le afectó sin embargo a la cabeza, y s.e le halló entre los muertos, agotado por sus heridas y por la pérdida de sangre. Lo recogieron y lo curaron, y demostró a menudo, después, su valor y su energía al servicio del estado. Pero hay gran diferencia entre la suerte que aguarda, según los casos, a la misma hazaña. £1 laconio Leónidas se portó de modo seme jante en las Termópilas: por sus méritos toda Grecia exaltó su gloria y manifestó su agra decimiento con monumentos, imágenes, estatuas del más brillante testimonio; manifestó su inmensa gratitud por esta acción con elogios, historias y de mil maneras más. Pero el tribuno militar no obtuvo, por sus hazañas, más que una gloria exigua; él, que había hecho lo mismo y salvado la situación. Historicorum rom anom m reliquiae, I , C a t ó n , 8 3 .
Notas pintorescas ... En estas regiones*9 hay minas de hierro, magnificas minas de plata, una inmensa montaña toda de sal, que crece a medida que se explota. E l viento Cercio os llena la boca si habláis; vuelca a un hombre armado, un carretón cargado...“ Hist. rom. rei., I , C a t ó n , 9 3 . ... Una vez pasada Marsella, un viento moderado del sur arrastra toda la flota: habríais visto las velas florecer en el mar...** Oratorum romanorum. fragm enta (Malcovati), I , C a t ó n , 31. ... Mujeres cubiertas de oro y de púrpura: adornos en sus cabezas, redecillas, diade mas, coronas de oro, cintas encamadas, adornos de lino, pieles, frontales...“ Hist. rom. rei.,
I,
C atón, 1 1 3 .
Conclusión. — La obra de Catón, tan característica del genio romano, ayu da a apreciar mejor, y también a juzgar más estrictamente, el esfuerzo de la literatura helenizante del siglo ni. Su voluntad de reacción brutal no llegó a las últimas consecuencias, pero su espíritu fue albergado, en gran parte, en los medios de la burguesía latina, y algunos rasgos suyos hallaremos, bajo formas de apariencia helénica, en los escritores del gran período clásico.
2.
El teatro
El siglo π es la edad de oro del teatro latino: cuenta, después de Plauto y Ennio, con un buen número de escritores de talento, en especial los cómi cos Cecilio y Terencio, y los trágicos Pacuvio y Accio. 22. España al norte del Ebro. 23. Nótese la admiración llena de avidez y la fuerza de la representación. 24. Extraído de un discurso donde pasaba revista a la actuación de su consulado. 25. Sátira acerca del lujo de las mujeres, contra el cual Catón tomó partido violentamente: la enumeración, muy expresiva, tiene un aire plautino.
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El teatro
Progresos materiales. — La serie continuada de guerras victoriosas tuvo como consecuencia que las representaciones se multiplicaran: muy a menudo los “juegos” oficiales se doblaron o incluso triplicaron bajo pretexto de que un fallo en el ritual había anulado la primera celebración; y los particulares, enriquecidos en el robo y ávidos de popularidad, aprovechaban todas las ocasiones (triunfos y funerales en particular) para halagar al pueblo. Por deseos de superación, la organización material se perfeccionaba también cons tantemente: los censores se encargaban de edificar teatros (aún provisionales); los de 154, Valerio Mésala y Casio Longino, se aventuraron a construir uno de piedra, que el Senado les mandó demoler inmediatamente; en 144, Mumio, que acababa de saquear y destruir Corinto, edificó un teatro, de madera aún, pero dispuesto a la griega, con. graderías. En cuanto a la decoración efímera ae estas escenas, debía de ser suntuosa: el primer telón que se menciona (en 133) era una tapicería de poco valor, procedente de los sucesores del rey Atala LA COMEDIA Crisis y decadencia de la “ palliata” . — La tragedia parece continuar sus progresos constantes. En cambio, la comedia pauiata va a decaer muy pronto. La culpa es del público, que exige en cada momento que se le ofrez ca una nueva obra griega, y de los autores,26 que han dado vigor teórico a esta descabellada exigencia. Y el repertorio de modelos no era inagotable-, los adaptadores latinos se esfuerzan en no malgastarlo, algunos se enfurecen cuando ven a Terencio combinar dos obras griegas para lograr una l a tin ales parece un robo al fondo común; y los autores, cuyo estilo se refina y heleniza cada vez más, agravan la crisis por la forma como la tratan: al eliminar las grandes bufonadas y las vivacidades clownescas con que Plauto había deleitado al pueblo, restringir el papel de la música y regularizar toda la obra, agradaban cada vez menos. Un director de compañía de gran estilo, L. Ambivio Turpión, tuvo que esforzarse para que aceptaran a Cecilio y Terencio: Cecilio se mantuvo en escena, pero Terencio fracasó muchas veces. La palliata moría por exceso de helenismo y falta de inventiva escénica. Ambivio Turpión presenta al público una obra de Terencio [Ambivio se presenta en lugar y en función de Prólogo (véase p. 56 t.), e in tenta hacer aprovechar a Terencio de su propia popularidad de actor. — Apologia personal, llena de sátira y de engaños. — Ideal literario: derecho a la contami nación (véase p. 100); desprecio hacia los personajes de convención; tendencia a la comedia de acción tranquila (stataria) frente a la agitada (motoria).]
Con relación a los rumores que han difundido personas malévolas, acusándolo de haber revuelto muchas obras griegas para hacer sólo unas pocas latinas, no lo niega, y pretende no avergonzarse ni cambiar ae sistema; tiene buenas autoridades ” cuyo ejemplo 26.
LUS CIO
27.
y
Además de Cecilio y Terencio, conocemos los nombres de T r a b e a , A t i l i o , A q u ilio , TUHPHJO.
Navio, Plauto y Ennio en particular.
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E L PURISMO H ELEN IZA N TE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES le autoriza a hacer Ιο que aquéllas hicieron. Y en cuanto a este viejo poeta malévolo* que repite sin tregua que nuestro autor “se entregó muy prematuramente al arte del teatro, confiando en el ingenio de sus amigos“ más que en su genio natural”, vosotros sois los llamados a decidir, a juzgar sin apelación. A todos vosotras, pues, se dirige mi súplica: no deis más crédito a las voces desfavorables que a las favorables. Sednos propicios: dejad crecer a quienes os permiten ver obras nuevas y sin defecto. No vaya a creer que se trata de él, quien, recientemente, apartaba a la gente *° delante de un esclavo que corría a todo correr. ¿Por qué habríamos de tener en cuenta sus desatinos? Sus faltas propor cionarán a nuestro autor más amplia materia en sus próximas obras, si no pone término a sus malas intenciones. C oncededm e una acogida favorable. Dejadme representar en silencio una obra de acción tranquila: ello me hará descansar, en mi vejez, de todos estos papeles tan repetidos, esclavo que corre, viejo irritado, parásito voraz, sicofanta desvergonzado, que destrozan la voz y fatigan excesivamente. Decidme claramente que defenderéis mi causa, con la del autor, aligerando un tanto mi pena. Pues los jóvenes que escriben nuevas obras no tienen ninguna consideración con mi vejez: cuando hay una obra de trabajosa representación acuden a mí en seguida; en cambio, cuando se trata de una fácil de representar, la llevan a otra com pañía. Ésta es de tono muy fácil: podréis apreciar de lo que yo soy capaz en mío y otro género. T e r e n c io , Heatítontimoroúmenos, v. 16-47.
Galo insubre de la Cisalpina, llegado a Roma en 194 a. C. como esclavo, fue manumitido con el nom bre de su dueño y familiar de Ennio. Cecilio alcanzó gran reputación en la Antigüedad: Volcacio Sedigito y Cicerón lo colocaron en primera fila entre los cómicos latinos. Escribió al menos 40 comedias con títulos latinos o griegos, o en una y otra lengua (Hypobolimaeus seu Subditiuos = [el niño] fingido: Obolostates siue Fenerator = el usurero), de las que apenas nos quedan 300 versos.
CECILIO ESTACIO muerto en 166 a. C.
Escritor de transición. — Atestigua, entre Plauto y Terencio, los rápidos rogresos del helenismo. Imita preferentemente a Menandro, el más equilirado de los poetas de la Comedia nueva; aporta inquietudes especiales en la intriga y composición de caracteres. Pero, a juicio de quienes podían com parar sus obras con los originales (por ejemplo Aulo Gelio, que establece el paralelo de su Flodum con la comedia de Menandro), su psicología aparecía sin sutileza y mezclada en una farsa bastante tosca. Su esfuerzo hacia la naturalidad aparece además dificultado por multitud de rasgos convencionales. Oímos a un marido decir de su esposa:
E
L a empecé a amar con todo mi corazón una vez que estuvo muerta y enterrada (Plocium);
un joven pródigo que se lamenta: Nada valgo si no me apresuro a gastar toda mi hacienda en las carreras. (F allada.)
28. 29. Labeón 30.
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Luscio de Lanuvio. Los jóvenes nobles del circulo de los Escipiones. Se cita a C. Sulpicio Galo, Q. Fabio y M. Popilio. Crítica, en nombre del sentido común, de un juego escénico estereotipado.
Terencio
Mas posee delicadeza y humor en este monólogo de un joven que quería ser malo y no puede: Cuando uno se halla muy enamorado y muy escaso de dinero, ¡qué placer tener un padre avaro, sin contemplaciones, duro con sus hijos, que ni os quiere ni os mimal Uno puede engañarlo en una cuenta de intereses, o distraer algún crédito por carta, o llenarlo de temor mediante algún esclavo diestro; en resumen, ¡qué placer más grande es gastar lo que se arranca a un padre mezquino! [Es muy molesto para mí tener un padre tan complaciente]; no sé cómo engañarle, qué tomarle, qué astucia o qué artificio emplear contra él: tan grande es su bondad, que invalida todas mis astucias, engaños, truhanerías. (Synephebi.)
La reflexión moral. — La justa imitación de los griegos, y en especial de Menandro, llevó a Cecilio a formular, de modo muy elegante, reflexiones de orden psicológico y moral a la vez, susceptibles de agradar a los espíritus romanos y de contribuir a su refinamiento. Tal vez Horacio pensaba en este aspecto de su teatro cuando reconoció en él la granitos. En todo caso, algunos de estos versos son capaces aún de emocionamos o de hacernos reflexionar, y marcan un progreso muy claro frente a Plauto. Porque los peores enemigos son esas personas de frente alegre, de corazón triste, que no sabemos ni cómo abordar ni cómo dejar. (H ypobolim aeus sitie Subditiuos.) No considerar a Amor como al más grande de los dioses es una tontería o una total inexperiencia: porque puede, como quiere, volver loco o cuerdo, sano o enfermo. Diantre, Vejez, cuando no traes ningún mal contigo, tu venida es suficiente. (Plocium.) Y además lo más triste en la vejez es sentirse a cargo de otro. (Ephesio.) Vivid como podéis, si no podéis como queréis. (Plocium.) El hambre es un dios para el hombre, si sabe su deber.
El estilo. — El estilo de Cecilio tenía muchos defectos: palabras griegas, recién forjadas, pero monótonas y sin la genial fantasía de Plauto; pesadez y monotonía... La pureza y la flexibilidad de la lengua de Terencio le han per judicado ciertamente, por comparación, en el espíritu de los clásicos. Si, a pesar de ello, no han dudado en colocarlo sobre su joven rival y del propio Plauto, ello da una alta idea del valor de conjunto de su obra. TERENCIO pitada 190-185? - 159 a. C.
P. Terencio Áfer fue también un antiguo es clavo, africano, y tal vez oriundo de Cartago. Su dueño, Terencio Lucano, aseguró al niño una educación esmerada, y más tarde lo manumitió. Su primera comedia, La Andriana, fue representada en 166 con la aprobación del viejo Cecilio. Entró en amistad con los Escipiones y los Emilios, donde se refinó y agotó a un tiempo. Tras su sexta obra, Los Adelfos (160), marchó a Grecia a recoger comedias aún inéditas en Roma; pero murió muy joven, sin duda en Estinfalo, antes de haber regresado a Italia (159). El hombre y el poeta. — Era hombre de la más tímida sensibilidad, pero como escritor poseía el arte más reflexivo e impersonal. 99
E L PURISMO H ELEN IZA N TE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES
Quería igualar el equilibrio escénico y la fineza psicológica de sus mode los griegos, en especial de Menandro. Pero, comprendiendo que una trama demasiado simple no ganaría la atención de sus espectadores, “contaminó” frecuentemente dos obras griegas para formar una sola acción más rica en incidentes (véase p. 53). Este procedimiento,31 muy latino, provocó las protestas de otros autores, que alardeaban de purismo, pero que temían sobre todo una “competencia desleal”. En su envidia llegaron incluso a acusarle de hacerse ayudar por sus nobles amigos, Escipión y Lelio, y atacaban su estilo, al que acusa ban de demasiado débil. Terencio, vivamente herido, puso a sus obras prólo gos muy diferentes de los de Plauto, especie de sátiras literarias, ardientes, violentas, acerbas, en que polemiza contra sus adversarios y defiende su sistema dramático. Estos “prólogos” contrastan muy vivamente, tanto en espíritu como en estilo, con las comedias en sí, reposadas y puras en su desarrollo. Sus obras. — Se nos han transmitido las seis comedias con su “didascalía”, noticia oficial registrada en los archivos, que indicaba el autor y el título, el original griego, la ocasión y la fecha de la representación, el director de la compañía y el actor principal, y el compositor de la música y de los modos musicales. Todos los títulos son griegos. Son, por orden cronológico: La Andriana (imitada de La Andriana y La Perintia de Menandro), El Eunuco (tomado de dos obras de Menandro) que tuvo un gran éxito, La Hecyra (Hecura: “La Suegra”), que en do's ocasiones no pudo representarse hasta el final, El Heautontimoroúmenos (“El torturador de sí mismo”, siguiendo a Menandro), el Formión (tal es el nombre del parásito que aparece en la obra, tomada de Apolodoro de Caristo) y Los Adelfos (“Los Hermanos”, imitada de Menandro, con una escena tomada de Dífilo). La intriga se anuda y desata de acuerdo con el tema común de la Come dia nueva (véase p. 55). Pero Terencio intentó visiblemente diversificar la trama e incluso el tono general de sus obras. Si La Andriana es del tipo más común, El Eunuco es un poema de juventud: La Hecyra es un drama: Un nuevo matrimonio aparece desunido. E l padre del joven sospecha que su mujer intriga contra su nuera, mientras que en realidad no hace sino trabajar por la reconciliación de su hijo con su nuera. Todas las’sospechas y todos los malestares acabarán por disiparse.
El Heautontimoroúmenos está construido sobre un contraste: miseria en el padre que, por su dureza, ha obligado a su hijo a expatriarse; alegría cada vez más pura, cuando el hijo regresa y han desaparecido las dificultades que se oponían a su unión con Antífila. Los Adelfos pueden pasar por una obra de tesis:
31. Procedimiento actualizado por los autores del siglo xvi, como atestigua Montaigne (n, x): “11 m’est souvent tombé en fantasie, comme en nostre temps, ceux qui-se meslent de faire de· comedies (ainsi que les Italiens, qui y sont assez heureux) employent trois ou quatre argu ments de celles de Térence ou de Plaute pour en faire une de leurs".
100
Terencio Demea, rudo campesino, tiene dos hijos: educa a uno, Ctesifonte, con el rigor más extremo, mientras que el otro, Esquino, adoptado por su tío Mición, encontró en él un educador más que fácil y complaciente. Aunque el método de Mición no aparece perfecto, porque Esquino, sin que aquél lo sepa, se ha unido a una joven, Pánfila, con la que casará al fin de la obra, el de Demea da resultados deplorables: Ctesifonte se encapricha de una citarista y se libera por completo de la sujeción en que se le ha tenido.
Desarrollo de la acción. — Las comedias están construidas con gran ha bilidad: en una sola, Los Adelfos, el artificio de la contaminatio se resiente, y aun ligeramente. La exposición del tema aparece con naturalidad en la rimera escena, y en adelante la intriga se desenvuelve de modo continuo a »largo de episodios y sorpresas variadas, pero sin saltos ni desproporción entré las partes, como en Planto. El interés se mantiene hasta el final, pese a algu nos momentos de lsntitud. La fluidez es tal, que sólo una lectura atenta revela la maestría con que han sido combinadas las escenas para crear una impresión de conjunto, en oposición o en correspondencia.
E
Una educación liberal: principios y resultados I [Monólogo de exposición natural (psicología de la inquietud) y convencional (confidencias de circunstancias) a la vez. — Carácter de Mición, un epicúreo de sensibilidad refinada. — Maestría en la composición, que combina y alterna loe desarrollos psicológico, narrativo y moral. — Helenismo muy acentuado en el personaje y en sus principios.] M ición. — ¡Estóraxl...“ Esquino no ha regresado esta noche después de cenar, ni tampoco ninguno de los jóvenes criados que marcharon delante de él...** Con razón dicen: “Si te ausentas y tardas un poco, mejor te será que rindas cuentas ante una esposa irritada que ante parientes queridos.” Pues la esposa, si te ausentas, piensa que andas enamorado, o que lo están otros de ti, o que estás bebiendo, o en diversiones, y que tú te diviertes, mientras que ella sola es la que sufre. E n cambio yo, lqué cosas pienso porque mi hijo no ha regresado aúnl |Qué inquietudes me agobian! ¿Se habrá helado? ¿habrá caído en algún sitio? ¿se habrá roto algún miembro? |Ay! ¿Acaso habrá algún hombre que quiera buscar algo que le sea más querido que él mismo? Y sin embargo este muchacho no es hijo mío, sino de mi hermano, cuyo carácter — ya desde la adolescencia— ha sido siempre opuesto al mío. Yo me he dejado llevar por esta dulce vida y este recreo de la ciudad y — lo que ellos consideran una delicia— jamás tomé mujer. Él, todo lo contrario: pasa sus días en el campo, siempre con estrecheces y asperezas; se casó y le nacieron dos hijos; de ellos, adopté al mayor; lo he educado desde pequeño, lo he tratado y querido como si fuera mío; en esto me complazco, y esto es lo único que me es querido. Me esfuerzo para que él me corresponda: le doy dinero, paso por alto muchas cosas, no creo necesario usar de todos mis derechos; incluso — cosa que otros hacen a escondidas de sus padres— he acos tumbrado a mi hijo a que no me oculte esos devaneos propios de la adolescencia. Pues quien se acostumbra a mentir o a engañar a su padre, llegará a mayores extremos con los demás. Creo que es mejor retener a los hijos con buenos sentimientos y generosidad, que no con temor. Mi hermano no comparte mi opinión, ni le agradan estos principios. A me nudo viene a mí gritando: “¿Qué haces, Mición? ¿por qué corrompes a nuestro hijo? ¿por que anda con mujeres? ¿por qué anda en francachelas? ¿por qué le das dinero para estos vicios y te ocupas en exceso de su vestido? |Eres, con creces, un ignorante!” É l es de masiado duro más allá de lo justo y razonable, y se equivoca en mucho, a mi parecer, al creer que es más firme y estable el poder que se conquista con la fuerza, que el que 32. 33.
Llama a un esclavo. Para alumbrarle en las calles.
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E L PURISMO H ELEN IZA N TE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES se gana con la amistad. Ésta es mi opinión y así lo creo: quien cumple con su deber a fuerza de castigos, sólo siente temor cuando cree que se van a enterar; si confía en que quedará oculto, vuelve de nuevo a su natural. Aquel a quien te conquistes con tus favores, en cambio, obra voluntariamente, se esfuerza en obrar igual, y siempre será el mismo, presente o ausente. Éste es el deber de un padre, acostumbrar a su hijo a obrar bien espontáneamente más bien que por miedo a los demás. Ésta es la diferencia que hay entre un padre y un dueño. Quien no puede lograrlo, reconozca que no sabe gobernar a los hijos.
[Esquino se presenta en casa de Pánfila, para verla, y también a su hijo recién nacido; su padre adoptivo, Mición, que ha sorprendido su secreto, le abre la puerta. — Flexibilidad natural en el desarrollo de la escena. — Exacto equilibrio entre las partes. — Variedad y delicadeza en los sentimientos (ex presos o sobreentendidos); patetismo y ternura. — Exactitud y sobriedad en la expresión. — Compárese con este tipo de experiencia psicológica Marivaux, L e jeu de l’amour et du hasard, II, esc. 11-13.] — Pero, ¿quién ha llamado? (aparte). — i Es mi padre! ¡Por Hércules, muerto soy! M i c i ó n . — ] Esquino! E s q u in o (aparte). — ¿Qué asunto le tendrá aquí? M ic i ó n . — ¿Fuiste tú quien llamó a esta puerta?... (Aparte.) Calla. ¿Por qué no bur larme de él un poco? Lo tiene bien merecido, porque nunca quiso decirme nada de este asunto. (Alto.) ¿No me contestas? E s q u in o ___No, no he llamado, que yo sepa. M ic i ó n . — De acuerdo, pues me extrañaba que tuvieras que ver en este asunto. (Aparte.) Se ha puesto rojo: el asunto está solventado. E s q u in o . — Dime, por favor, padre, ¿qué haces en este lugar? M i c i ó n . — Nada que me afecte, en verdad. Un amigo me trajo del foro hace un rato para que le sirva de testigo. E s q u in o . — ¿Para qué? M
ic ió n .
E s qu in o
M ic h Sn . — V o y a e x p l i c á r t e l o : a q u í v i v e n u n a s m u je r e s m u y p o b r e s ; m e p a r e c e q u e t ú n o l a s c o n o c e s , e s t o y s e g u r o ; n o h a c e m u c h o q u e v i n ie r o n a v i v ir a q u í. E s q u in o . — ¿Qué más? M i c i ó n . — Una doncella con su madre. E s q u in o . — Sigue. M i c i ó n . — D i c h a jo v e n h a p e r d i d o a s u p a d r e ; e s t e a m ig o m í o e s s u p a r i e n t e m á s c e r c a n o : l a s le y e s l e o b l i g a n a t o m a r l a p o r e s p o s a .“ E s q u in o (aparte). — Muerto soy. M i c i ó n . — ¿Qué sucede? E s q u in o ___Nada; está bien; sigue. M ic i ó n . — É l ha venido a llevársela; pues vive en Mileto. E s q u in o ___ ¿Cómo? ¿A llevarse a la doncella? M i c i ó n . — Claro está. E s q u in o . — Dime, por favor...: ¿hasta Mileto? M ic i ó n . — Si. E s q u in o (aparte). — |Cómo sufre mi alma! (Alto.) ¿Y ellas? ¿Qué dicen? M i c i ó n . — ¿ Q u é q u ie r e s q u e d i g a n ? N a d a . L a m a d r e h a f in g id o q u e h a b í a n a c i d o u n h i jo d e o t r o h o m b r e ; n o s é d e q u i é n s e t r a t a , p u e s n o d e c l a r a s u n o m b r e ; d i c e q u e e s e t a l t i e n e p r io r id a d , , y q u e s u h i j a n o d e b e s e r e n t r e g a d a a l p a r ie n t e . E s q u in o . — i Bueno! ¿ E s q u e no t e p a r e c e ju s t o e s o d e s p u é s d e l o o c u r r i d o ? M ic i ó n . — No. E s q u in o . — ¿Por q u é no, por favor? ¿Acaso va a llevársela ese hombre, padre mío?
34.
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Según una prescripción del derecho ático.
Terencio M ic i ó n .
— ¿Por qué no habría de llevársela?
E s q u in o . — H a b é is o b ra d o c o n d u re z a , sin c o n s id e r a c io n e s , y , si m e e s p e r m itid o d e c ir lo c o n m a y o r fr a n q u e z a , p a d re , d e m o d o in d ig n o d e se r e s lib r e s . M ic ió n . — ¿ P o r q u é m o tiv o s? E s q u in o . — ¿ M e lo p re g u n ta s ? ¿ E n q u é e s ta d o c r e é is q u e q u e d a r á e s e p o b r e q u e h a s ta a h o r a h a v iv id o c o n e lla , q u e t a l v e z e l d e s d ic h a d o l a a m a a ú n lo c a m e n te , c u a n d o v e a q u e l a a r r a n c a n d e su s o jo s e n su p re s e n c ia ? ¡E s u n c r im e n in d ig n o , p a d re! M ic ió n . — ¿Por qué razón? ¿Quién se desposó con ella? ¿Quién se la dio? ¿Cuándo
y con qué testigos se casó ella? ¿Quién es el responsable de lo ocurrido? ¿Por qué tomó una mujer que no era suya? E s q u in o . — ¿Acaso esta doncella debía, a sus años, sentarse en su casa a esperar que viniera de allá lejos su pariente? Esto, padre mío, me hubiera parecido justo que dijeras en su defensa. M ic ió n . — (Tonterías! ¿Iba acaso a litigar con quien me llamaba como testigo? — Pero todo esto, Esquino, ¿qué nos importa a nosotros? ¿Tenemos, acaso, algo que ver con ellos? ¡Vámonos!... ¿Cómo? ¿Por qué lloras? E s q u in o . — ¡Padre, por favor, escúchame'· M ic ió n . — Esquino, ya lo he oído y lo sé todo; porque te quiero y por eso me preocupo tanto de tus pasos. E sq u in o . — ¡A y ! ¡O ja lá m e a m e s to d a tu v id a , y y o l o m e r e z c a , p a d r e m ío , c o m o es v e rd a d q u e s ie n to h a b e r c o m e tid o e s t a f a lt a y m e a v e rg ü e n z o a n te ti! M ic ió n . — Te creo en todo, pues conozco tu buen natural; pero temo seas demasiado
atolondrado. ¿En qué ciudad crees que vives? Has deshonrado a una virgen, que tú no debías ni tocar siquiera. Esto es ya una gran falta; grande, aunque humana en fin; otros varones honrados la cometieron a menudo también. Pero, después de ocurrido esto, contés tame, ¿pensaste en algo?, ¿acaso te preguntaste, en tus adentros, qué sucedería y cómo sucedería? Si te daba vergüenza decírmelo, ¿pusiste los medios para que yo me enterara? Mientras andabas sumido en estas dudas, transcurrieron diez meses. Te has traicionado a ti mismo, a esa desdichada, y a tu hijo, en la medida en que pudiste evitarlo. ¿Qué? ¿Creías que los dioses te lo iban a resolver mientras tú dormías? ¿Y que admitirían a esta mujer en tu casa sin que tú te molestaras? No quisiera que en otras circunstancias demostraras la misma negligencia. ¡Vamos! ¡Ánimo! Te casarás. E s q u in o . — ¿Qué? M ic ió n . — Animo, t e digo. E s q u in o . — Padre, por favor, ¿te burlas de mí? M ic ió n . — ¿Yo de ti? ¿Por qué? E sq u in o . — No sé, pero cuanto más ardientemente deseo que esto sea verdad, tanto más siento temor. M ic ió n . — Marcha a casa y suplica a los dioses que puedas tomarla por.esposa: vamos. E s q u in o . — ¿Cómo? ¿Me casaré pronto? M ic ió n . — P ro n to . E s q u in o . — ¿Pronto? M ic ió n . — Pronto; en cuanto E s q u in o . — ¡Padre, que todos M
ic ió n .
—
¿C ó m o ? ¿M ás q u e
sea posible. los dioses me odien si no te quiero más que a mis ojos! ella?
E s q u in o . — Igual. M ic ió n . — ¡E n h o r a b u e n a ! E sq u in o . — Pero ese milesio ¿dónde está? M ic ió n . — ¡Acabó, se marchó, tomó un barco! Pero ¿por qué te detienes? E s q u in o . — E s m e jo r q u e m a rc h e s tú , p a d re, a r o g a r a lo s d io se s; p u es e s to y se g u ro d e q u e , c o m o e r e s m u c h o m e jo r p e r s o n a q u e y o , t e e s c u c h a r á n c o n m a y o r a te n c ió n .
A delfos, v. 26-77; 637-705.
Análisis y composición psicológicos. — Terencio heredó todos los tipos convencionales, padre, adolescente, esclavo, parásito, fanfarrón, leño, de los que el genio de Plauto había hecho muchas veces caricaturas truculentas, pero a quienes Cecilio había ya conferido mucha naturalidad. Terencio con 103
E L FUBISMO H ELEN IZA N TE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES
tinuó la tarea esforzándose por lograr una psicología exacta. Pero dificultado por la tradición para sacar a escena caracteres realmente originales, se entregó a dar tonos totalmente nuevos a los antiguos; sus hermanos, sus jóvenes tienen cada uno por sí su fisonomía moral, que no se distingue de ordinario sin un análisis cuidadoso. En especial porque pertenecen a un tipo medio de socie dad, sin arrastrar las distinciones propias de la práctica de los oficios diversos. De ahí la apariencia de monotonía, pese al cuidado que tiene Terencio (la contaminatio le ayuda) de contraponer en una misma obra aspectos distintos de un mismo tipo: los dos hermanos, el avisado y el ignorante, de El Eunuco; los dos padres, el indulgente y el severo, de los Adelfos . .. Además, como la imitación estricta de sus modelos lo lleva a representar costumbres que no tiene ante sus ojos, y de las que se forma una imagen en gran parte convencional, no llega a diversificar mucho el “medio” psico lógico en que se mueven los personajes. La urbanidad, el convencionalismo en los actos y en el lenguaje son comunes a todos. En este universo de buen tono, pero demasiado homogéneo, el parásito (Gnatón, de El Eunuco) es un epicúreo un tanto gorrón, la cortesana es a veces desinteresada, y el esclavo suele dar lecciones a su joven dueño con una finura digna de La Bruyère. Un esclavo director espiritual tEl joven Fedria duda en reanudar sus relaciones con la cortesana Tais. — Tragedia y comedia del amor-pasión yuxtapuestos. — Psicología íntima del enamorado. — Análisis moral y dramático de la pasión por la esclava. — Ligera ironia que libra de toda pedantería a la lección.] F e d r i a . — ¿Qué hacer, pues? ¿Ir ahora, que me llama espontáneamente? ¿ O por e l contrario ratificarme en mi decisión de no sufrir más las afrentas de las cortesanas? ¡Ella m e echó, ella me llama! ¿Volver? |No! Aunque me lo suplicara. P á r m e n o . — Si puedes hacerlo, la primera es la más valiente de las resoluciones. Pero si empiezas y no logras llegar al final, al considerar tu mal insoportable, y, sin que nadie te llame, sin tratado de paz, regresas espontáneamente junto a ella, manifestando todo tu amor y tu impaciencia, definitivamente, para siempre, estás perdido. Ella te tornará por un juguete cuando te vea vencido. Por tanto, ahora estás a tiempo, dueño mío, de pensar y volver a pensar; lo que no tiene en sí ni razón ni medida, no podéis dominarlo mediante la razón. E l amor tiene muchas debilidades: ultrajes, sospechas, riñas, treguas, la guerra, y de nuevo la paz. En estas incertidumbres, si pretendieras guiarte por la firme razón, equivaldría a pretender estar loco con razón. En cuanto a pensar como lo estás haciendo ahora en tu cólera: “¿Para mí esa mujer? que con éste..., conmigo..., ¡que rechaza...! ¡Paciencia! Preferiría la muerte. Así comprenderá qué clase de hombre soy” : jsólo pala bras! Una lagrimita hipócrita qμe ella haga brotar con trabajo, frotándose los ojos, apagará todo ese fuego; y tú serás el acusado, y cargarás con la pena. F e d r ia . — |Oh, canalla! ¡Ahora comprendo su maldad y mi miseria! Siento hastío y a la vez muero de amor. Noto, sé y veo palpablemente que muero; y no sé qué hacer.
Eunuco, v. 46-73.
Moral y sensibilidad. — Pero, a pesar de dicha uniformidad, la delica deza y el realismo del análisis psicológico nos da la impresión de que nos hallamos, no ante muñecos, sino ante seres humanos. Y de ello surge el con tenido moral de este teatro: representa una serie de experiencias poco dife renciadas, pero que, por ello mismo, invitan a imaginar, con mayor exactitud el mecanismo de los sentimientos, esencial en nosotros, como en los demás 104
Terencio
(relaciones entre los padres y los hijos, el dueño y sus esclavos; el amor) y nos arrastran a contemplar la evolución en nosotros mismos. Además, la atenua ción de los tipos más ajenos a la naturaleza (que eran también los más inmorales), de acuerdo con el principio, justo en sí mismo, de que ningún hombre es completamente bueno ni íntegramente malo, hace desaparecer de estas obras el escándalo detonante de ciertas escenas plautinas: el progreso es notable, en especial en la moralidad de los padres y la conciencia de los hijos, y también en la conducta de los esclavos. En una palabra: su pro greso moral positivo, debido tal vez a los ambientes aristocráticos que fre cuentaba Terencio, consiste en un estado de sensibilidad recíproca, y por ende humana. Terencio se deja, en su interior, arrastrar y emocionar por el sufrimiento moral; da a sus personajes esa curiosidad clarividente y un poco melancólica que impulsa a comprender y a amarse mejor, entre enamorados y amantes, por ejemplo, o entre padres e hijos. Comedia y drama burgués. — En consecuencia, es comprensible que, pese a algunas escenas muy alegres, la comedia de Terencio sea, en el fondo, apenas cómica: ello se lo reprochaba César por comparación con el propio Menandro, y, con mucha más razón, con Plauto. Terencio parece haber perseguido menos la risa irresistible que la sonrisa de las gentes que com prenden y gustan del juego sutil de los sentimientos: el público de Marivaux, si se quiere. De ahí el favor de que gozó en Francia en los siglos clásicos. Toda una obra, la Hecyra, y muchas partes de otras sólo pretenden emocio nar; nos hallamos ante el drama burgués (Diderot tenía razón al señalarlo), emocionante y en ocasiones casi trágico. Padre e h ijo I [Para evitar que su hijo Pánfilo se case con Glicerio, Simón pretende casarlo con la hija de su amigo Cremes; Misis es la sierva de Glicerio. — Animación y desorden en un monólogo apasionado. — Representación de un carácter (ardiente, altivo, enamorado, pero a la vez tímido y filial) por el movimiento mismo del estilo. — Patetismo en la situación y en la expresión.] P a n f i l o . — ¿Es eso una acción, un manejo digno de un hombre? ¿Es esa la conducta de un padre? M i s i s (aparte). — ¿Qué pasa? P á n f i l o . — (Dioses inmensos! Si hay atropellos injustos, ¿no es éste u n o de ellos? Había decidido casarme hoy. ¿No debía saberlo con antelación? ¿No debía haberme advertido? Misis (aparte). — |Qué oigo, desdichada! P á n f il o . — Y Cremes, que se había negado a otorgarme su hija en matrimonio, ha cambiado de sentir porque vio que yo no cambiaba. (Qué obstinación en querer separarme, ay, de Glicerio! Si sucede de ese modo, estoy perdido irremisiblemente. ¿Es posible quedar tan abandonado de Venus, tan desdichado como yo soy? jPor los dioses y los hombres! ¿No hay, pues, ningún modo de escapar del matrimonio de Cremes? ¡Qué desprecios! |Qué desaires! Todo estaba resuelto, en orden: me habían rechazado; ¡ahora me llaman! ¿Por qué? A menos que mi sospecha no sea cierta: es un monstruo; no se la pueden cargar a nadie, y me la dan a mí. M i s i s (aparte) . — J Ay! Esas palabras me matan de miedo. P a n f i l o . — Y ¿qué diré de mi padre? |Tan gran descuido en un asunto tan grave!
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EL PURISMO H ELEN IZA N TE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES Hace un momento pasaba junto a mí en el foro: “Pánfilo, tú te casarás hoy, me dijo, prepárate; vete a casa.” Me parecía oír: “Ve en seguida a ahorcarte." Yo quedé turbado. ¿Cómo hubiera podido decir una palabra, o alegar una razón, aunque hubiera sido falsa, absurda? Me callé. Si lo hubiera sabido antes, ¿qué hubiera hecho? Hubiera hecho algo para no hacer lo que quieren que haga.* Pero ahora, ¿qué resolución voy a tomar? Tengo tantas inquietudes que me agobian por todas partes: amor, compasión, la inquietud de este matrimonio; y además el respeto hacia mi padre, que hasta ahora me dejó hacer con tanta condescendencia lo que quería... Y ¡oponerme ahora! ¡Ay! ¡ay! ¿Qué hacer?... [El desenlace se acerca: Glicerio va a ser reconocida como ciudadana e hija de Cremes, y casará con Pánfilo. Pero Simón cree que se trata de una maqui nación de su hijo. — Violencia y dolor unidos en la desesperación del padre. — Dignidad moral. — Amor paternal que se transparente pese a todo. — Así se provoca entre los espectadores una emoción natural y patética hacia todos los personajes.] P a n f il o . — ¿Quién me llama? Estoy perdido: es mi padre. S im ó n . — ¿Qué dices tú, el más...? C h e m e s ___¡Ah! ¡Di lo que tengas que decir, y sin insultar! S im ó n . — ¡Cómo, si nada es demasiado duro para él! Luego,
¿sostienes que Glicerio es ciudadana? P a n f il o . — Así se dice. S im ó n . — “Así se dice.” ¡Qué desvergüenza! ¿Piensa acaso lo que dice? ¿Siente algún remordimiento? La vergüenza no le enrojece ni siquiera débilmente su cara. ¡Que sea tan dejado hasta el punto de intentar, contra la costumbre, contra las leyes, contra la vo luntad de su padre, poseer a esa mujer causando su deshonra! P a n f il o . — ¡Qué desgraciado soy! S im ó n . — ¿Sólo desde hoy te has dado cuenta, Pánfilo? Hace mucho tiempo, mucho tiempo, cuando decidiste saciar esa pasión a cualquier precio, podías llamarte des graciado. Pero yo, ¿para qué torturarme? ¿para qué agobiarme? ¿para qué turbar mi vejez con las locuras de este muchacho? ¿Debo yo cargar con la culpa de sus faltas? ¡Bueno! ¡Que se la guarde! ¡Que viva con ella! P a n f il o . — ¡Padre mío! S im ó n . — ¿Cómo “padre mío”? ¡Como si tú tuvieras necesidad de este padre! Tú has encontrado casa, esposa, hijos, sin la conformidad de tu padre. ¡Has mandado llamar personas que digan que esta criatura es ciudadana! ¡Vamos! ¡triunfa! P a n f il o . — ¡Padre mío! ¡dos palabras! S im ó n . — ¿Qué podrás decirme? C r e m e s ___ Escucha, no obstante, Simón. S im ó n . — ¿Escuchar? ¿qué, Cremes? C r e m e s . — Déjale hablar. S im ó n . — Está bien. Que hable: se lo permito. Andria, v. 236-264; 872-895.
Arte y verdad. — Así se desprende del teatro de Terencio una impresión de verdad. Verdad psicológica, no pintoresca; y monótona a la vez en temas y composición, pero subyugante y poderosa, gracias a su unidad sentimental. Se impone entre nosotros por la perfección de un arte muy consciente bajo apariencias de simplicidad: las “experiencias psicológicas” por las que se interesa el autor se desarrollan plenamente, no sólo en cada escena, sino de un extremo a otro de la obra; y el tono se eleva o desciende del modo más natural, en crescendos o decrescendos casi musicales. El autor “se escucha” incluso tal vez demasiado, y goza de la maestría con que aclimata en Roma •
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N. del T. — Nótese el juego de palabras.
Terencio
la elegancia inmaculada de Menandro. E l diálogo, muy entrecortado, no da sin embargo una impresión de vivacidad; avanza demasiado lento; los monó logos, y sobre todo los relatos, son en cambio, por lo regular, obras perfec tas: parece que el poeta los vivió sentimentalmente; tenía quizá más cuali dades como novelista que como dramaturgo. De todos modos, Terencio, que también era joven, se regocija con las timideces y audacias de los jóve nes que trae al teatro, con la simple y sana belleza de sus oponentes feme ninas: el ideal del arte griego postdásico brillaba entonces en Italia. El flechazo amoroso [Dos primos, Fedria y Antifonte, hacen de las suyas durante la ausencia de sus padres. El esclavo Geta, a quien había sido confiado Antifonte, cuenta a un compañero cómo el joven quedó enamorado de una huérfana. — Amor y com pasión. — Sensibilidad estética. — Sobriedad impresionante y dramática; ilusión de la realidad misma.] G e t a . — En un principio mi joven amo no hizo nada malo. Fedria, en cambio, descu brió en seguida a una pequeña citarista y se entregó a amarla locamente. Era esclava de un malvado ‘leno”; no había que darle nada; los padres lo habían provisto. No tenía sino que saciar sus ojos, seguirla, acompañarla a la escuela de música y volverla a acom pañar. Nosotros, que no teníamos nada que hacer, íbamos con Fedria. Y enfrente mismo de la escuela donde ella estudiaba había una barbería: * allí esperábamos casi siempre que ella regresara a casa. Un día, nos hallábamos sentados: se presenta un joven llorando." Sorprendidos, le preguntamos qué sucedía. “ ¡Qué carga, dijo, qué miseria es la pobrezal Nunca me di cuenta de ello como . hoy. Acabo de ver a una joven del barrio llorando lamentablemente a su madre que acaba de morir. Estaba allí, frente al cadáver, sin amigos, ni conocidos, ni vecinos; sólo una pobre vieja para ayudarla en las exequias. ¡Qué lástima! En cuanto a la joven, ¡qué hermosal” ¿Para qué decirte más? Nos dejó a todos sorprendidos. Y Antifonte dijo en seguida: “Y si fuéramos a buscarla?” Y otro añadió: “De acuerdo, vayamos; guíanos, por favor”. Marchamos, llegamos y vemos. Era una hermosa joven; y, sin embargo, no tenía nada con que realzar su belleza: los cabellos esparcidos, los pies desnudos, temblando, arrasada en llanto, con vestidos de mala calidad; si el cuerpo no hubiera sido perfecto, podía perjudicarle. E l otro, que amaba a su citarista, se limitó a decir: “Está bastante bien” ; pero nuestro Antifonte... D a v o . — Bueno, parece mentira: ¡está enamorado! G e t a . — ¿Y sabes cómo? Fíjate hasta lo que llegó. Al día siguiente se fue derecho a encontrar a la vieja, y le suplica que le deje ver a la joven. Ella se niega y lo rechaza: es una ciudadana de Atenas, dice, de muy buena cuna: sí la quiere por esposa, que obre de acuerdo con la ley; si no, no hay nada a hacer: deseaba casarse con ella, pero temía a su padre que estaba ausente... Phormio, v. 80-118.
Lengua y versificación. — La lengua de Terencio, muy simple en apa riencia, no tiene ningún resabio familiar; es la propia de la conversación tal como se hablaba en los círculos muy cultivados que frecuentaba el poeta. Integramente latina, un poco árida, precisa y sin mucho colorido, lleva las huellas de su origen aristocrático. Por eso mismo representa el primer modelo de clasicismo latino: y jamás hemos dejado de estimarla por este motivo. 35. Lugar de conversaciones amistosas, en Atenas y en Roma. 36. En el original griego era el propio barbero quien, tras cortar los cabellos a la huérfana (en señal de duelo) hablaba de ella a los jóvenes: Terencio modificó el argumento, que hubiera resultado poco comprensible a los romanos, y dramatizó la escena con la intervención de un nuevo personaje.
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E L PURISMO H ELEN IZA N TE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES
Pero es uniforme y contribuye, por su parte, a la impresión de monotonía que se desprende de este teatro. Por pobre que parezca, no obstante logra esa extrema diversidad de matices delicados que caracterizan al arte más cultivado. La versificación, muy correcta también, está muy lejos de presentar la variedad de Plauto. Tres obras, Formión, Heautontimoroumenos y Hecyra sólo contienen versos yámbicos y trocaicos. En la Andriana hallamos 16 ver sos de ritmo diferente, 9 en Los Adelfos, y 2 solamente en El Eunuco. En Terencio, la música queda, pues, relegada a un papel secundario de acom pañamiento y el canto propiamente dicho ( canticum mutatis modis) se esfuma ante el recitado (canticum). ¿Adopta el autor los gustos de la Comedia nueva? En todo caso, se observa una primacía marcada de la intriga y del diálogo a expensas de la fantasía. Conclusión. — En realidad, y pese a sus fuentes comunes, media un abis mo entre Plauto y Terencio. De la farsa lírica pasamos al drama psicológico. Esta segunda forma se hallaba más cerca de los originales griegos que la primera; pero, al mismo tiempo, resultaba menos accesible al público roma no: se le vio desertar de la primera representación de La Hecyra para irse a ver funámbulos. La evolución había sido demasiado rápida: sólo respondía a ciertos círculos aristocráticos. Mas, por ello mismo, este teatro da la impre sión de una madurez precoz: menos genial que el de Plauto, es más perfecto y ya clásico. Para dejar descansar al público, cansado de un helenismo excesivamente refinado, algunos autores pensa ron en representar personajes disfrazados a la romana (fabulae togatae) en obras con títulos latinos. La vida de los oficios y de las tiendas (fabulae tabernariae), una atmósfera muy nacional, jurídica y religio sa, que evocan los títulos (L a tintorería; El mayordomo; La venta a subasta; El divorcio; L a fiesta de las encrucijadas; Los juegos megalenses); parece que aseguraron a estas comedias la ventaja de un realismo pintoresco y popular que había dejado perder la palliata; la introducción de provincianos, oscos, volscos, en la vida romana o ante el público romano era una fuente de comi cidad (cf. Molière, Monsieur de Pourceaugnac) vulgar, pero sabrosa. Pero la escasez de los fragmentos que han llegado hasta nosotros apenas nos permi ten juzgar.
LOS AUTORES DE “ TOGATAE”
Titinio. — Contemporáneo tal vez de Terencio, Titinio se complacía en presentar sus tabernariae y en la caracterización de hombres de provincias (de Setia, Velitrae, de la Calia cisalpina). Tenía inspiración y pujanza, pre sentaba interiores en que reinaba una mujer dueña, una matrona típicamente romana. Los antiguos comparaban el esbozo de sus caracteres con el de Terencio. Ata. — Ata, al que conocemos menos aún, escribió una obra, Aquae Caldae (“Las aguas calientes”), en la que se dibujarían las costumbres de una 108
Pacuvio
ciudad-balneario: ¿no volvería a infiltrarse el helenismo en esta escenifica ción de la alta sociedad? Afranio. — L. Afranio, que escribió sin duda en tiempo de los Gracos, obtuvo un gran éxito. Se interesaba por los círculos burgueses, por los pro blemas familiares. Con ello se aproximaba a Terencio y a Menandro, a quie nes admiraba mucho, y cuyas técnicas imitaba muy de cerca: en él, incluso el prólogo era de estilo “terenciano”. De este modo, la togata no tenía de romano sino el traje, y perdía a su vez el contacto con el pueblo.
LA TRAGEDIA La tragedia latina sufrió una evolución análoga a la de la comedia: cada vez más erudita y helenizante. Sófocles, Esquilo incluso, más antiguos y de tendencias mucho menos universales que Eurípides, fueron imitados por Pacuvio y Accio. Pero el inconveniente era menor: el público de la tragedia busca un goce más ideal, o convencional, que el de la comedia; y debe aceptar el helenismo en los mitos griegos que se le presentan; siempre los mismos, por lo demás, y cuyo tono variaba según ios escritores griegos. Además, la supresión del coro, suplido musicalmente por los cantica patéticos, la afición por una especie de tensión moral y de heroísmo afectado, asegu raban enormemente en estas obras un acento particular y, si se quiere, nacional. PACUVIO 220-hacia 130 a. C.
Sobrino de Ennio, M. Pacuvio fue llamado por aquél de Bris a Roma, donde frecuentó el círculo de los Escipiones. Escribió por lo menos 12 tragedias87 y una “pretexta”.38 Parece haber poseído una rica personalidad: su afición por la filosofía era tan tiránica, que le. obligaba a incluir tiradas de versos, análo gas a las de Eurípides, que a la sazón hacían más lenta la acción en sus obras. ¿Fortuna o azar? [Digresión del tipo de las que Euripides incluye en roí coros. — Tendencia al determinismo científico, disfrazado bajo el nombre de azar. — Inquietud en la representación al no distinguirse la Fortuna (diosa) de la secuencia de sucesos imprevisibles. — Llaneza y pesadez en la expresión.] F o r t u n a e s l o c a , c i e g a , c a r e n t e d e r a z ó n , d i c e n lo s f il ó s o f o s . Y n o s l a r e p r e s e n t a n d e p ie s o b r e u n a e s f e r a m ó v il; d i c e n q u e e s l o c a p o r q u e e s v io le n t a , in c ie r t a , c a m b ia n t e ; a ñ a d e n q u e e s c ie g a p o rq u e n o v e a q u ie n e n c u e n tr a ; to s c a , p o rq u e n o s a b e d is tin g u ir q u i é n e s d i g n o o in d i g n o d e r e c i b i r s u s f a v o r e s . P e r o h a y o t r o s f iló s o f o s q u e , p o r e l
37. Antiopa, Juicio de ¡as arma», Atalante, Crises, Orestes esclavo, Hermiona, Iliona, Medo, Niptra, Penteo, Peribea, Teucro. 38. Petilo (sin duda Paulo Emilio, vencedor de Perseo en Pidna).
10Θ
E L PURISMO HELENIZANTE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES contrario, niegan que Fortuna exista: los azares fortuitos son los que, según afirman ellos, lo determinan todo. Ello es más verosímil; la práctica y la experiencia no lo enseñan en realidad: fijaos así en Orestes, que era rey, y en un instante quedó transformado en mendigo; [sin duda se trata de un naufragio: no es pues un revés de la Fortuna].
Cultivó también la pintura. Y esa afición se encuentra en pasajes en que el pintoresquismo se busca por sí mismo, como en la tan conocida descripción ae la tempestad que sorprende a los aqueos al partir de Troya: Alegres por la partida, contemplan los juegos de los peces, y no se hartan de mirarlos. De pronto, cuando el sol se ponía, la mar se enfurece, las tinieblas se extienden, la noche y los nubarrones ciegan con su negror; una llama chispea a través de las nubes. E l cielo se rasga ante el trueno; y un granizo mezclado con abundante agua se lanza de pronto rudamente; por doquier los vientos se lanzan y originan furiosos remolinos: la mar se encrespa y borbotea.
Pero hallamos por doquier, en los residuos que nos han llegado de su obra, una verborrea, una pesadez y monotonía provocada igualmente por las sentencias morales y las fórmulas más vigorosas. Aunque los dioses vayan a perderme, me ayudan, porque, antes de mi muerte, me dan ocasión para vengarme. (Ilíona.) Podemos quejamos de la adversidad, pero no lamentamos en ella: así debe obrar un hombre; las lágrimas son propias de las mujeres. (Niptra.)
Sin embargo quería y apreciaba la belleza del lenguaje, que celebra con frase muy feliz: O flexanim a atqu e omnium regina rerum oratio! ¡Oh tú que moldeas los corazones y reinas sobre todas las cosas, elocuencia!
Pero al formar sin método algunos palabras compuestas, más aún que su tío, y mezclar arcaísmos y neologismos, atentaba gravemente contra el genio del latín. El más grande poeta trágico romano, L. Accio, escrito a veces Attio, era hijo de un liberto que había recibido un lote de tierra cerca ae Pisauro, en la Umbría. Leyó, según se cuenta, su primera obra, Atreo, al viejo Pacuvio, en su retiro de Tarento, y éste apre ció su valor, aunque también sus asperezas; Accio compuso en breve tiempo más de cuarenta y cinco, de las que dos eran “pretextas” (Decius y Brutus). Además escribió, como Ennio, unos Anales, y algunas obras didácticas: Didas calica (¿en prosa?) sobre la historia de la poesía griega y romana; y Pragmatica (en verso) sobre la técnica literaria; sin contar las “obras diversas” reunidas en los Parerga. Se mantuvo al margen del círculo de los Escipiones, e incluso sostuvo polémicas contra Lucilio. Pero formaba parte del “Colegio de los Poetas” y tenía gran autoridad, sobre todo en materia de lengua, pues se ocupó también de cuestiones gramaticales. Cicerón pudo aún conversar con él.
ACCIO 170-86 a. C.
So teatro. — Accio tomó sus temas de Eurípides, en su mayoría, y tam bién de Sófocles y Esquilo, y de otros autores de segundo orden, con par
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Accio
ticular afición hacia el ciclo troyano. Su áspera energía, junto con la vehemen cia y la elevación de su estilo, sorprendía a los antiguos. Gustaba de los sentimientos violentos, muy cerca del terror. Sus tendencias le llevaban, por tanto, a comprender la grandeza de Esquilo: pero la lengua latina era inca paz de las ricas combinaciones poéticas del griego; Accio incurrió muchas veces —para suplirlas— en abundancias léxicas a menudo excesivas. Su fuerza descriptiva. — Como poeta descriptivo, Accio se muestra ad mirablemente dotado: ve y sabe evocar el color, la línea, el movimiento sobre todo. Mas cuando se entretiene rompiendo los esquemas, la expresión, rica en exceso, pierde naturalidad. Entonces, en la luz de la mañana, lo veo de prontoarrastrarse con paso vacilante aturdido, sale presuroso del bosque. (Astyanax.) Alegre en el Parnaso, entre los pinos, en su danza sagrada, jugueteaba... en medio del resplandor de las teas. (B acchae.) Aparece antes Aurora; oh, anunciadora de los rayos ardientes,en la hora en que los campesinos arrancan del sueño a los cornudos [bueyes] para el trabajo de la tierra, para rasgar, humeante, con el hierro, la tierra sonrosada y arrancar del suelo los pingües terrones. (Oenomaus.) Donde, en la curva orilla, ladra la ola al deslizarse sobre la ola... (Phinidae.)
y,
El navio “ Argo” descrito por un campesino [Nótese el exceso, casi alucinante, de imágenes.l Tan enorme es la mole que avanza deslizándose, ruidosa, desde altas mares; rechaza ante sí las olas y origina violentos remolinos; avanza con un rápido deslizar, haciendo fluir al mar con su roce y su soplo. Creeríais ver a una nube de tempestad que avanza, o una roca, que rebota por obra de los vientos o esas trombas giratorias que irrumpen en las tempestades o se levantan por el choque brutal de las olas. ¿Será el mar que arrastra un pedazo de continente? ¿O tal vez Tritón que, volviendo del revés con el tridente su antro, bajo cuyas raíces hierve profundamente el oleaje, vomita desde los abismos, hacia el cielo, una masa rocosa? (M edea.)
El análisis psicológico y moral. — Es más difícil juzgar el contenido de los fragmentos “morales”, cuya precisión o atrevimiento puede deberse a los modelos. Representan, sin embargo, un intento de redacción pulcra y sentenciosa, a veces mordaz y brutal, del que se acordará Séneca en sus tragedias. Muchos, mujer, por sus torpes inclinaciones, acrecentaron sus males en medio de males: y sus propios vicios les han dañado más que el azar o la fortuna. (A ndróm eda.) No tengo fe alguna en los augurios, que llenan de palabras los oídos de otros, para llenar mejor de oro sus propias casas. (Astyanax.) Quien vive sin honor, no debe huir de una muerte vergonzosa. (Athamas.) Que me odien, con tal que me teman. (Atreus.) No me pidas, hijo, lo que sería indigno concederte. (D iom edes.)
Grandeza nacional. — Sus cualidades, aplicadas a temas romanos, eran las más indicadas para realizar un conjunto armónico, en que la afectación de moral austera, el vigor realista e incluso el énfasis heroico de los romanos
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se revestirían de una poesía descriptiva muy brillante. No sabemos si las “pretextas” de Accio realizaban este ideal. Pero la grandeza real y la profun da dignidad del sentimiento nacional son innegables en los fragmentos del Brutus que han llegado hasta nosotros. Tarquinio y los agoreros [Un sueño (cf. el de Atosa, en Los Persas de Esquilo) anuncia a Tarquinio el Soberbio su calda: Bruto, a quien cree necio, será el autor. Tarquinio habla en senarios yámbicos (recitado corriente); el adivino, en tetrámetros trocaicos catalécticos (de tono religioso). — Unión de la familiaridad y la grandeza en el re lato de Tarquinio; racionalismo filosófico (un tanto extraño) y sentimiento religioso en la respuesta del adivino. — Patriotismo orgulloso en la conclusión.] T a r q u in io . — ... Apenas había confiado mi cuerpo a la llegada serena de la noche, calmando con el sueño el cansancio de mis miembros lánguidos: me pareció, en mi sueño, que un pastor guiaba hacia mí ganado lanar de maravillosa hermosura; se escogieron dos cameros de la misma sangre, y yo saqué al más hermoso de los dos; entonces su hermano se arrojó contra mí para embestirme con sus cuernos y del golpe me hizo caer. Y luego, extendido a lo largo en tierra, gravemente herido en mi espalda, veia en el cielo un prodigio enorme y maravilloso: a mi derecha, el circulo inflamado y radiante del sol se deslizaba en una carrera nueva (hacia Oriente)... E l a d i v i n o . — ... Rey, el proceder habitual de los hombres, sus pensamientos, sus inquietudes, sus sensaciones, lo que hacen y piensan hacer durante la vigilia, pueden aparecerse a ellos en el sueño: ello nada tiene de sorprendente. Pero, en una circunstancia tan grave, no sin motivo aparecen imágenes imprevistas. Así, cuida que el hombre que tú imaginas tan necio como un carnero no dirija contra ti un corazón lleno de astucia y no te arroje del trono. En cuanto al signo que te dio el sol, anuncia una próxima revuelta del pueblo. ¡Ojalá sea en provecho del pueblo! Pues si el astro soberano dirigió su camino de izquierda a derecha, es un feliz augurio de que el estado romano alcanzará la cumbre de la grandeza.
Brutus.
El estilo. — Aunque aún hallamos en Accio verborrea y monotonía, reali zó un esfuerzo considerable para crear en Roma un estilo verdaderamente trágico. En primer lugar por la abundancia de la expresión, por fatigosa que parezca algunas veces: IFuera de aquí; sal, vete, largo de esta ciudad! (Phoenissae.) Desterrado entre los enemigos, sin esperanzas, mísero, abandonado, errante. (M edea.)
por el uso mesurado de la aliteración, no como juego mecánico, sino como elemento de efecto artístico: T e sancte uenerans precibus, inuicte, invoco, portenta ut populo, patriae uerruncent ben e. A eneadae, sett Decius. A ti, dios santo, invicto, te invoco, dirigiendo mis preces, para que los portentos sean favorables al pueblo, a la patria.
y también por la plenitud misma de las palabras:
Delubra caelitum, maris sanctitudines!
IOh, santuarios de los celestes, sagrarlos del max!
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La creación de la sátira
De este trabajo es testimonio la discusión acerca de palabras de signifi cados próximos ( pertinacia, peruicacia), que recuerdan la antigua sofística de los griegos, pero que conserva no obstante la animación y casi la exactitud psicológica: Tú sostienes, Antfloco, que esto es obstinación; yo, en cambio, afirmo que es terque dad, y quiero mantenerlo. La una es compañera del valor; la otra, pertenece a la igno rancia. Tú insistes en los inconvenientes y olvidas el valor. Llámame terco y no hablemos más; yo lo admito de buen grado; obstinado, no. Myrmidones.
Pero después de Accio no hubo nadie capaz de continuar, con vitalidad, la evolución de la tragedia latina, aunque se citen los nombres de C. Titio y de C. Julio César Estrabón, que sobrevivió a Accio.
3.
La creación de la sátira
Durante el último tercio del siglo π nació en Roma un género literario: la sátira. El nombre no es nuevo; satura, como “ensalada" o “revoltillo” en español, era un vocablo de raigambre popular, que se aplicaba a las “mez clas” de todas las cosas: representaciones dramáticas heterogéneas anteriores a la imitación del teatro griego; reunión de obras didácticas de variados temas y metros (Ennio); agrupación artificial de leyes diversas a lasque quería dar vigor aun tiempo. El espíritu satírico, por lo demás, no es nuevo, ni tampoco su expresión literaria: en el mundo griego, Arquíloco (a princi pios del s. vn), Hiponacte (a fines del vi), Timón (a principios del ni) en sus Sílloi, lo habían cultivado ampliamente; los poetas de la comedia antigua ática, Aristófanes entre otros, se habían entregado a él, en especial en sus parábasis. Los latinos, personales, combativos, de espíritu crítico, iban a complacerse en él más que nadie: Catón puede pasar muchas veces por un satírico... Pero, de todos estos elementos, debía surgir una forma estable, capaz de imponerse en el devenir de los siglos. Lucilio mereció este honor. En sus manos, la sátira se convirtió en un poema de ritmo narrativo (con ten dencia a ligarse al hexámetro), pero de desarrollo a menudo dramático, varia do, e incluso de vivos contrastes, nutrido de la personalidad del autor, que realizaba la unión entre la burla mordaz y la lección moral. LUCILIO De rica familia ecuestre, Lucilio nació en Suessa Muerto en 103 a. C. Aurunca, no lejos de la Campania. Amante apasio nado de su independencia, se mantuvo al margen de toda función o cargo. Frecuentaba el círculo de Escipión Emiliano, a quien acompañó, como caballero, al sitio de Numancia (133). A partir del
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132 compuso 30 libros de sátiras (de los que nos quedan alrededor de 1.400 versos); en 105 se retiró a Nápoles, donde murió y fue honrado con funerales públicos. Su personalidad. — Rico, protegido por poderosos amigos, y libre de todo compromiso, Lucilio pudo exclamar, no sin orgullo: ¿Ser publicano en Asia o granjero del impuesto sobre los pastos," en lugar de ser Lucilio? No, jamás: esto sólo, para mí, lo compensa todo. (XXVI.)
Esta independencia le permitió atacar “al pueblo y a los grandes indis tintamente” (Horacio, Sat. II, 1, 69). Y con sinceridad. Tenía una afición muy decidida por la salud intelectual y moral, por lo verdadero y natural, un deseo de considerar todo lo que le rodeaba con una precisión y una familia ridad casi científicas. No siente sino desdén hacia los poetas que “representan prodigios, serpientes aladas y con plumas”, hacia los aspectos populares de la religión: Las lamias40 terribles, invenciones de los Faunos y de los Numas,‘‘ los asustan y turban su sueño: del mismo modo que los niños creen que todas las estatuas de bronce son hombres vivos, así estos individuos toman como verdaderos sueños falsos; creen que hay un corazón en las estatuas de bronce. ¡Artificios de pintor! Nada es verdad les pura ficción! (XV.)
Con mucho mayor motivo, no tiene miramientos para con nadie: escribe sus nombres, con todas sus letras, cuenta anécdotas reales. Escribió mucho, inspirado por su “genio”. Horacio le reprocha su continua improvisación (Sat., I, 4, 6 y sig.); pero a esa rapidez espontánea se halla ligado el don de la vivacidad. Las sátiras. — Lucilio escribió la gran mayoría de sus sátiras en hexáme tros dactilicos, y algunas en versos yámbicos o trocaicos, tomadas de los géneros dramáticos, o en dísticos “elegiacos” (véase pág. 281). En cuanto a los temas, aunque algunos (en particular los ataques contra la impericia de la nobleza dirigente) le pertenecen, trató un buen número de ellos que han sido repetidos sin agotamiento después: el lujo ridículo, comidas de glotones y gastrónomos maniáticos, a los que interpela furiosamente: Viuite lurcones, com edones, uiuite uentres; I Vivid glotones, comilones; vivid, vientres! (V.)
célebre es también el tema del viaje mezclado de detalles pintorescos, de episodios grotescos y de detalles geográficos que parodian una obsesión de la poesía helenística: 39. Dos cargos financieros fructuosos: la percepción de impuestos en la rica provincia de Asia y sobre los pastos de propiedad pública permitía grandes beneficios a las sociedades arren datarias. 40. Especie de ogros femeninos. 41. A Fauno, dios-rey del antiguo Lacio, y a Numa, antiguo rey de Roma, se atribuian las más antiguas instituciones religiosas de la ciudad.
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Lucilio Un rocín que andaba a sacudidas, feo y lento... Todas esas subidas y bajadas no eran sino juego y diversión; todas esas subidas y bajadas — repito— no eran sino juego y diversión. Cuando nos vimos apurados fue al llegar al país de Setia: " montañas “para quitar los alientos a las cabras”,*® rocas dignas del Etna, ásperos Atos! ** La alforja hería el costado de mi jaca. La tierra se pierde entre brumas y lluvia... (III.)
Otras sátiras trataban cuestiones literarias y gramaticales, atacando a la vez los errores de estilo y los primores excesivos, las lenguas cuajadas de provin cialismos y a los petimetres helenizantes: iQué maravillosa acumulación de “expresiones”! ** Diríase que eran teselas, sabiamente colocadas, de un pavimento de mosaicos, de una taracea en que se agitan los colores. (II.) T ú “ prefieres, Albucio,*7 pasar por griego en lugar de romano y sabino, de la misma ciudad que los centuriones Tito Pontio y Annio, varones ilustres, distinguidos combatientes y abanderados. Por tanto, yo, pretor y en tránsito por Atenas, te saludo, para complacerte, en griego, al acercarme a tu lado: “ |χαφε,“ Tito!”, dije. Y al punto lictores, escolta, autori dades, dijeron a un tiempo: “ \χαψα, Tito!” — Y por este motivo Albucio se convirtió en mi enemigo declarado. (II.)
Realismo moral. — Nos resulta difícil hablar de una “filosofía” de las sátiras de Lucilio. Su moral parece haber sido la del sentido común: debía mucho a la sabiduría popular, bajo la forma de fábulas (como la del león enfermo y la zorra, por ejemplo) y proverbios pintorescos, como el del avaro, que “cogería una moneda en el lodo con sus dientes” o “buscaría para ce nar en un incendio”, el atolondrado que “lava sus vestidos en el fango”... La virtud, tal como él la describe, es una regla de conducta vigilante y prác tica, completamente realista, a la romana: La virtud La virtud, Albino, consiste en poder dar su verdadero precio a cada circunstancia que acompaña nuestra actividad, nuestra vida; la virtud, para el hombre, estriba en saber a dónde conduce cada objeto; la virtud consiste para el hombre en distinguir lo justo, lo útil, lo honrado, lo que está bien o mal, lo inútil, lo vergonzoso, lo deshonesto; la virtud consiste en poder asignar el precio debido a las riquezas, dar lo que verdaderamente se debe a los hombres; ser enemigo declarado de las costumbres y personas malas, y, por el contrario, defensor de las costumbres y personas honradas, ensalzándolas, deseándoles el bien, siendo amigos suyos; y, además, tener en cuenta el interés de la patria en primer lugar, y a continuación el de los padres, y, por último, en postrer lugar, el de uno mis mo. (IV.)
Este realismo moral, a ojos de un observador que envejeció lejos de las ac tividades políticas y económicas, debía de conducir al pesimismo: la primera 42. Ciudad del Lacio, cerca de los Marjales Pontinos. 43. En griego en el texto. 44. El Etna es un enorme volcán deSicilia; elAtos una montaña escarpada que se su merge en el mar, en la Calcídica (Tracia). 45. En griego en el texto. 46. Es, según parece, Q. Mucio Escévola el fingido interlocutor:propretor en Asia, fue acusado de concusión, a su regreso, por Albucio. 47. Cicerón nos pinta a Albucio como lleno de helenismo y epicúreo (Brutus, 35; 131). 48. “Buenos días” en griego.
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sátira representaba la asamblea de los dioses que, para poner freno a la corrupción romana, deciden dar un ejemplo en la persona de un antiguo pretor, Lupo; toda la degradación de las costumbres a finales del “siglo de las conquistas” aparecía estigmatizada. Pero su pesimismo no carece de alien tos, e incluso es vigoroso: aún, como verdadero romano, Lucilio se enorgullece de su patria y confía en ella. Pero ahora, desde la mañana al atardecer, tanto día de feria como de trabajo, todo el pueblo por igual, la plebe y los patricios, todos se agitan en el foro y no salen de él. Y todos se entregan a un solo e idéntico afán, a un solo quehacer: engañarse con habilidad, combatir con la astucia, luchar con la hipocresía, hacerse pasar por buenas personas, tenderse trampas, como si todos fueran mutuamente enemigos. (I.) Sí, el pueblo romano fue vencido muchas veces por la fuerza y dominado en muchos combates, pero nunca en una guerra: y todo consiste en eso. (XXVI.)
Realismo literario. — El realismo literario es igualmente vigoroso y alen tador. Nos quedan muchas pinceladas breves, cuyo trazo y color se imponen inmediatamente, y algunos croquis de animales, en particular, o compara ciones mordaces, propias de un maestro: |Una magnífica asam blea:" calzones y sayas brillantes, collares!; y, en sus sayas, ¡resultaban tan grandes! (XI.) Corderos que pacían en las montañas, con su lana áspera y ruda... ... Como el cerdo gasta su lomo restregándose contra un árbol. (X.) ... Un gran tunante, tan atroz como un perro de carnicero. ... Un ojo, dos pies: como un cerdo cortado a lo largo.
La narración parece adquirir tonos muy diferentes, vivacidad compacta, humor sabroso, o violenta crudeza, como en la representación de los dos gladiadores Esernino y Pacideyano:50 Gladiadores Había, en los juegos dadospor los Flacos, un tal Esernino, samnita, persona innoble, digno de tal vida y de tal lugar; se le enfrentó con Pacideyano, en mucho el mejor (¡y para siempre!) de los gladiadores... “Lo mataré a buen seguro y alcanzaré la victoria, si deseáis saberlo, dijo [Pacideyano]. Pero mirad lo que creo que pasará: saltará sobre mi rostro antes de que hunda mi cuchilla en el pecho y en los pulmones de esa furia...” “Lo odio,“ emprendo este combate con rabia; nada es más largo para míque esperar a que el adversario empuñe el cuchillo. Tanto me inflama de coraje la pasión y el odio que siento hacia él...” (IV.)
La lengua está cuajada de helenismos, en especial en la crítica literaria y en la parodia descriptiva, sin pedantería, al parecer (como en las cartas familiares de Cicerón. Usa también la aliteración: C om m oda praeterea patriai prima putare¡ 49. 50. con sus 51.
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Se trata de galos con su traje nacional: pantalones y blusas. La anécdota se hizo célebre (Cic., ad Quintum fratrem, III, 4, 2): Esernino arrancó dientes la oreja de Pacideyano, que le mató. Sin duda es aquí Esernino quien habla.
Evolución de la prosa
y de la acumulación de <7«asi-sinônimos : Frigore, inluuie, inperfundie, inbalnitie, incuria;
procedimientos bien latinos. Conclusion. — No es exagerado atribuir una gran importancia a Lucilio; toda la sátira romana, Horacio (a pesar de que hablara mal del viejo maes tro), Persio, Juvenal, derivan de él. Es tal vez el género que, con sus preocu paciones morales y su numen popular, se acomoda mejor al carácter latino. Y, como su variedad permite esperar igualmente de él la extrema finura o el más cargado truculentismo, se presta a la expansión de las más diversas personalidades.
4.
La evolución de la prosa
La prosa latina, bien orientada tras Catón, evoluciona con mayor regula ridad que la poesía, aunque con lentitud: su “dignidad artística” no era aún bien apreciada. LOS HISTORIADORES
Los últimos analistas. — E l ejemplo de Catón, el dominio indiscutido de Roma y la difusión de sulengua por la conquista y el comercio impulsan a los analistas a escri bir en latín. L. C a s io H ém ina trazó a grandes rasgos (en 4 libros por lo menos) toda la historia de Roma a partir aeEneas, con algunas curiosidades arqueológi cas ya, y con inquietudes por la explicación racional: Admirábanse otros de que los libros " se hubiesen conservado. Pero él “ lo explicaba de este modo: había una piedra tallada casi en medio del cofre, ligada por todas partes por cuerdas llenas de cera; en esta piedra fueron introducidos los libros, por encima: de este modo, pensaba, no se habían podrido. Los libros, además, habían sido frotados con limón, por lo cual — pensaba— las polillas no los habían devorado. fr. 37 Peter.
M. C a lp u r n io P isón F r u g i (seguramente censor en 120), de espíritu mar cadamente “catoniano”, escribió 7 libros de Annales, en un estilo simple y puro, que Cicerón encontraba árido; amaba la verdad y se decantaba hacia el racionalismo; parece haber gustado de las anécdotas de tendencias morales: 52. 53.
Atribuidos a Numa y “descubiertos” en 181 (véase pág. 85). El escriba Cn. Terencio, que los descubrió.
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E L PURISMO H ELEN IZA N TE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES C. Furio Cresino, un liberto que obtenía de un campo muy pequeño cosechas mucho mayores que sus vecinos de propiedades muy extensas, era víctima de las envidias y se sospechaba que atraía hacia sí, con sus maleficios, las cosechas ajenas.8* Fue llamado a juicio bajo este cargo por el edil curul Espurio Albino y, temiendo ser condenado ante los comicios de las tribus, trajo al foro todo su utillaje agrícola, y presentó esclavos robustos y, como dice Pisón, bien cuidados y vestidos, instrumentos bien construidos, sus picos pesados, sus sólidas rejas, sus bien nutridos bueyes. Luego dijo: “He aquí, Quirites, mis maleficios; y no puedo mostrar ni . traer al foro mis cuidados, mis desvelos y mis sudores.” De este modo salió absuelto por unanimidad. £r. 33 Peter.
Los arqueólogos. — Hacia finales de siglo, el jurisconsulto y gran pontí fice P. Mucio E s c é v o la (cónsul en 133) suspendió la redacción de las actas oficiales llamadas Annales Maximi (véase pág. 32). Todas las del pasado fueron entonces publicadas, en forma reducida, en 80 libros. A partir de entonces la antigua Roma y sus instituciones anteriores a la influencia griega se convierten en objeto de curiosidad arqueológica. Ya Cn. G e l i o (¿hacia 159?) tendió a ello; C. Sem pronio T u d ita n o (cónsul en 129) escribió libros “Sobre las magistraturas”; M. Ju n io , apodado Gracano, trató de derecho público y del calendario romano... Así se prepara la erudición de Varrón. Nuevas tendencias. — Pero, en la historia propiamente dicha, dominan entonces dos influencias: el pintoresquismo patético —cuyo modelo era Timeo en Sicilia— y el racionalismo de carácter científico, alentado en Roma por la actividad, muy reciente, de Polibio. Los autores tienden también a imponerse limitaciones. L. C o r n e li o A n tip a te r , e n su m o n o g ra fía de la segu nd a g u erra p ú n ica , realizó u n in te n to de in fo rm a ció n , p e ro ta m b ién de ex a g e ra ció n é p ic a , y ca si rid icu la : Celio no nos da cifras,® pero exagera sin límites la sensación de la multitud: dice que los gritos de los soldados hicieron caer los pájaros del cielo, y que se embarcó una muchedumbre tan grande, que parecía que Escipión no dejaba mortal alguno en Italia ni en Sicilia. fr. 39 Peter.
Pero enriquecía la historia con toda una retórica: discursos puestos en boca de los grandes personajes y descripciones efectistas. Sem p ro nio A s e lió n (antes de 159 - después de 91) fue tribuno militar en el sitio de Numancia; se limitó a la historia de su tiempo; un pasaje de su introducción asegura la influencia de Polibio, pero revela también la preocu pación moral, que no dejará, en adelante, de dominar el género histórico romano: Entre quienes quisieron transmitimos Anales y los que se esforzaron en escribir la Historia romana, hay una distinción absoluta. Los Anales no hacían sino relatar lo que 54. 55.
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Este “crimen” comportaba la pena de muerte, según la ley de las XII Tablas. Se trata de la marcha de Escipión (el futuro Africano) hacia África.
Los Gracos sucedió cada año: eia, por decirlo así, un diario, o lo que en griego se llama “efemérides". Pero nosotros no nos contentamos con enunciar lo que sucede... Pues los Anales no pueden en modo alguno animar a defender el Estado ni a restar ánimos de obrar mal. Escribir bajo qué cónsul empezó la guerra, bajo qué otro terminó, a quién valió una entrada triun fal lo que sucedió, sin indicar también los decretos del Senado, los proyectos y votos de leyes, sin registrar las deliberaciones y decisiones previas a los actos, equivale a contar fábulas a los niños, no a escribir historia. fr. 1 Peter.
Entre Catón y los Gracos. — Uno de los últimos ad versarios de Catón, S e b . S u lp ic io G a lb a , fue el pri mero en aplicar a la elocuencia latina los procedimientos retóricos de los griegos, la revistió de intencionados adornos y dio paso al patetismo, incluso al de signo más vulgar. A continuación, fue enriquecida con el análisis psicológico, y ganó mucho en musicalidad gracias a M. E m ilio L ép id o P o r c in a (cónsul en 137); se hizo más elegante por obra de E s c ip ió n E m ilia n o y su amigo C. L e l i o (cónsul en 140): así la prosa oratoria no cesó de ganar, aun siendo bastante árida e irregular, según testimonia el Brutus de Cicerón, pues no poseemos apenas nada. LOS ORADORES
Los Gracos. — En el último tercio del siglo, la elocuencia progresa súbi tamente con C. Papirio Carbón (cónsul en 120) y los Gracos. Tal vez la dialéctica de los filósofos, en particular de los estoicos, y el espíritu de sátira virulenta contra los gobernantes contribuyeron a darles, muy en general, flexibilidad y nervio. Pero fueron los dos hijos de Sempronio Graco y de Comelio, Tiberio y Gayo, quienes aseguraron su auténtica elevación. Educa dos en un medio extremadamente culto, en que se hablaba el latín más puro, donde el estoico Blosio de Cumas desplegó su nobleza moral y su energía, se dirigieron al pueblo, con la esperanza de poder recrear —contra las miras estrechas del Senado— una clase media de pequeños propietarios terrate nientes, en los que Roma recuperaría su fuerza y su salud, moral y física. Actuaron como tribunos de la plebe, dirigiéndose directamente a las masas y tratando ante ellas los más graves problemas. Murieron, a los 30 años uno, a los 33 el otro, en revueltas provocadas por la aristocracia. Pero su grandeza de espíritu y la fuerza de sus convicciones habían puesto a menudo en primer lano los grandes problemas sociales y, desde el punto de vista literario, abían ampliado y dramatizado la elocuencia: el siglo primero anterior a nuestra era no puede explicarse, desde ambos aspectos, sin ellos.
E
Ti. Graco (163-133). — El mayor, según se cuenta, era de palabra pura, trabajada, agradable. Inmóvil en la tribuna, guardaba una compostura casi aristocrática. Pero la emoción de su elocuencia no era menos profunda y sobrecogedora, a juzgar por un fragmento conservado por Plutarco: Los animales de Italia tienen cada cual su cubil, su refugio, su guarida. Pero los hombres que luchan y mueren por Italia participan del aire y de la luz, de nada más: sin hogar, sin casa, andan errantes con su mujer y sus hijos. Los generales mienten a los. soldadas cuando, a la hora del combate, les exhortan a defender, contra el enemigo, sus tumbas y sus lugares de culto, porque ninguno de esos romanos posee altar de familia ni
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E L PURISMO HELEN IZA N TE Y LAS TENDENCIAS NACIONALES sepultura de sus mayores; sólo combaten y mueren por el lujo y el enriquecimiento de otro estos pretendidos señores del mundo, que no poseen ni un terrón de él. fr. 7 Malcovati = Plut., Ti. Gracchus, IX , 4.
G. Graco (154-121). — El más joven, Gayo, fue el primero que subió a la tribuna con un rostro ardiente, una “acción” violenta: agitando su toga, yendo y viniendo de acá para allá en la plataforma. Su palabra era “terrible, patética, atrayente, brillante” (Plutarco). Reinó verdaderamente gracias a ella: multitu des de tres y cuatro mil personas le seguían por las calles. Su arte era muy consciente: buscaba el ritmo y el período (que permiten a la palabra llegar más lejos), los efectos de repetición y de progresión, el movimiento dramático: Si renunciáis con esa ligereza a todo cuanto habéis buscado y deseado apasionada mente en estos años, es imposible que no os acusen, o de [excesiva] pasión en vuestros deseos pasados, o de [excesiva] ligereza en vuestra renuncia presente. fr. 30 Malcovati [Contra P. Poptlio Lenas]. A besse non potest quin eiusdem hominis sit probos im probare qui im probos probet. Es imposible no ocasionar el deshonor de las personas honradas al honrar a los indignos. fr. 23 Malcovati [A los Censores, al regreso de Cerdeña]. Tu niñez cubrió de vergüenza a tu juventud; tu juventud, de deshonor a tu vejez; tu vejez, de infamia a la patria. fr. 60 Malcovati. ¿A dónde ir, desdichado? ¿A dónde dirigirme? ¿Al Capitolio? Está húmedo de la sangre de mi hermano. ¿A casa? ¿Para ver a mi pobre madre hundida en lágrimas? fx. 58 Malcovati.
A veces hay errores en el empleo de estos recursos; pero al mismo tiempo hallamos una sinceridad impresionante. Se trata de una habilidad un poco simple e inocente aún, que paga su precio por otros fragmentos más logrados. Abasos en el poder [Relato objetivo: el orador se oculta tras los hechos. — Movimiento debido a la yuxtaposición muy sobria de detalles sucesivos. — Gradación insensible, pero ‘muy hábil. — La emoción y la cólera de los oyentes, nacidas de los propios he chos, no parecerán dictadas por el orador. — Cf. Aulo Gelio, Noches áticas, X, 3 (comparación con Catón y Cicerón).] Hace pooo tiempo llegó un cónsul a Teano de los Sidicinos. Su esposa dijo que deseaba bañarse en los baños de los hombres. E l cuestor“ de los sididnos, M. Mario, recibe la orden de hacer salir a todos los bañistas. La mujer cuenta a su marido que tardaron en franquearle la entrada a los baños y que no se encontraban muy limpios. Por lo cual se colocó un poste en la plaza pública, trajeron al primer ciudadano, M. Mario, lo desnu daron, y lo cubrieron de azotes. A consecuencia de esta noticia, los habitantes de Cales dictaron un decreto prohibiendo a todos bañarse en los baños públicos cuando un magis trado romano se encontrara en la ciudad. E n Ferentino, por el mismo motivo, uno de nuestros pretores dio la orden de prender a los cuestores: uno se arrojó desde lo alto de los muros; el otro fue hecho prisionero y cubierto de azotes.
56.
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Nombre dado a los dos magistrados municipales en muchas ciudades de Italia.
Los Gracos Con un solo ejemplo os mostraré a qué arbitrariedades y a qué excesos se entregan esos jóvenes. En estos últimos años, traían de Asia a un joven que aún no había desem peñado ninguna magistratura, pero actuaba como legado. Lo traían en una litera. Le salió al encuentro un boyero de Venusa, que, en broma (no sabía con quién trataba), preguntó si llevaban un muerto." Él mandó detener la litera y ordenó empuñar las correas y dar de palos al hombre hasta darle muerte. fr. 45-46 Malcovati [Oratio d e legibus promulgatis].
Una aristocracia vendida [Insinuaciones sin pruebas, pero propias para excitar a una multitud. — Apo logía personal bajo forma insinuante. — Habilidad en la composición y en el ritmo del conjunto. — Adorno en los procedimientos (nótese la anécdota final).! Porque, Quirites,“ si ponéis cuidado y atención, por más que busquéis, no encontra réis entre nosotros a nadie que venga aquí sin esperanzas de obtener un beneficio. Todos nosotros, los que hablamos, aspiramos a algo, y nada, sino el deseo de una ganancia, impulsa a nadie a acudir ante vosotros. Yo mismo, que os hablo para acrecentar vuestros negocios públicos y facilitar el progreso de vuestros intereses y de los del Estado, no acudo a la tribuna por nada; es cierto que no os pido dinero, pero sí buena reputación y honra. Los que acuden a hablar contra el proyecto de ley no os piden honra, sino dinero a Nicomedes; M los que aconsejan el voto, ésos no os piden buena reputación, sino una recompensa — que acreciente sus riquezas— a Mitrídates; e incluso esos, siempre hom bres de alta cuna y gran clase, que se callan, ¡ah!, esos son los más duros: pues reciben de todas las manos y engañan a todo el mundo. Vosotros, que les creéis libres de esas inquietudes, les otorgáis buena reputación; las embajadas de los reyes, que creen que callan en su beneficio, les ofrecen regalos y cantidades enormes. Del mismo modo, en Grecia, como quiera que un actor trágico se jactaba de haber recibido un talen to" por una sola representación, Demades, el mayor orador de Atenas, le respondió: “¿Te asombras de haber recibido un talento por hablar? Yo he recibido diez del rey*1 por callarme.” Igualmente hoy esos individuos de que os hablo reciben grandes cantidades por callarse. Malcovati, 41 [Dissuasio legis A ufeiae],
Conclusión. — La prosa latina, muy poco evolucionada a principios del siglo i i , alcanzará en adelante su madurez a gran velocidad, incluso antes que la poesía, primero gracias a los oradores; luego, por obra de los histo riadores. 57. 58. 59. Ponto. 60. 61.
Los muertos eran transportados en una litera. Nombre oficial del pueblo romano. Nicomedes II, rey de Bitinia, que disputaba la Gran Frigia a Mitrídates V, rey del Alrededor de 6.000 pesetas. El rey de Persia, llamado el Gran
Rey.
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Terendo MANUSCRITOS: Bem binus (Vaticano, siglos iv-v); y, derivando de la recensión de Caliopio (siglo iv?), dos grupos (Parisinus, Vaticanus y Ambrosianus [Milán] del siglo x; Victorianus [Florencia] del siglo x y Decurtatus [Vaticano] de los siglos xi-xn). — G. J a c h m a n n , D ie G eschichte d es Terenztextes im Altertum (Basilea, 1924). — Miniaturas comentadas del Ambrosianus y del Parisinus por J. v a n W a g e n i n g e n , Album Terentianum (Groningen, 1907); Reproducción fotográfica del Vaticanus 3868, ilustrado también, por G. Jachmann (Leipzig, 1930). ED IC IO N ES: Príncipe: Estrasburgo, 1470; — Crítica: Kauer-Lindsay (Oxford, 1926); J. Marouzeau (B udé, 1942-1949). — Con comentario inglés: Ashmore* (Nueva York, 1910). — ED ICIO N ES PARCIALES comentadas: A delphoe, por Plessis (París, 1884), Dziatzko-Hauler * (Leipzig, 1903), Moricca (Paravia, 1922); Andria, por E. Benoist (Pa rís, s. d.); A. Thief elder (Heidelberg, 1960), G. P. Shipp (Oxford, 1961); Eunuchus, por Fabia (París, 1895); H ecyra, por Thomas (París, 1887); Phorm io, por Dziatzko-Hauler * (Leipzig, 1913), R. H. Martin (Londres, 1959), e t c ...— COMENTARIO ANTIGUO de D o n a t o , ed. P. Wessner (Leipzig, 1902-1908); Scholia Terentiana, ed. Schlee (Teubner, 1893); Scholia Bem bina, ed. Mountford (Londres, 1934). EDICIONES ESPAÑOLAS: J. y P. Coromines, voís. I al III con com. y trad. cat. (Barcelona, B em at M etge, 1936); L. Rubio, vols. I y II con com. y trad. cast. (Barce lona, Alma Mater, 1961). TRADUCCIONES: Francesas: Dacier (Amsterdam, 1747); E. Chambry (Paris, s. d. [1932]); J. Marouzeau (Budé). — Inglesa: Sargeaunt (Londres, 1914); — Italiana: Limentani (Roma, 1923). L E N G U A , SINTAXIS y MÉTRICA: E. B . J e n k in s , In dex verborum Terentianus (Chapel Hill, 1932); P . Me G l y n n , Lexicon Terentianum, A - O ( L o n d r e s , 1963). — A l l a r b iC E , Syntax o f T erence ( O x f o r d , 1929); D. B a r b e l e n e t , D e l’asp ect verbal en latin ancien e t particulièrem ent dans T éren ce (P a r is , 1913); L in d s a y , T h e early latin Verse; A . K l o t z , D er Hiatus b ei Terenz (H erm es, 1925); W . A . L a i d l a w , T h e prosody o f T e rence ( O x f o r d , 1938); L . N o u g a r e t , L a m étrique d e Plaute e t d e T éren ce ( P a r i s , 1943). ESTUDIOS LITERA RIOS: S. P r e t e , T eren ce [vida, historia del texto, obras, biblio grafía de los trabajos recientes] (T h e classical world, L IV , 1961); O. B ia n c o , Terenzio (Roma, 1962); S a i n t e - B e u v e , Nouveaux Lundis, t. V; J. L e m a î t r e , Impressions d e
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Los autores de “ togatae” Scaenicae Romanorum poesis (Comicorum Rom.) fragm enta *. — E. D e com œ dia togata (París, 1899).
R ib b e c k , baud,
C our
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4. LA EVOLUCIÓN DE LA PROSA Los historiadores EDICIÓN: H. Peter, Historicorum Rom. reliquiae, I*. ESTUD IO S: H. P e t e r , W ahrheit und Kunst: G eschichtschreibung und Plagiat im
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Bibliografía klassischen Altertum (Leipzig, 1911); P. S c h e l l e r , D e hellenistica historiae conscribendae arte (Leipzig, 1911). Véase también, más atrás, p. 122, L os com ienzos d e la prosa artística.
Los oradores EDICIÓN; Malcovati, Oratorum romanorum frag m en ta * (Paravia, 1955). ESTU D IO S: A. B e h g e h - V . C u c h e v a l , H istoire d e l’éloq u en ce latine depuis l’origine d e R om e jusqu’à Cicéron (Paris, 1872; 3.* e d . 1892); A. C i m a , L ’eloqu en za latina prima d i C icerone (Roma, 1903); G. B o l s s œ h , L'introduction d e la rhétorique à R om e (M élanges Perrot, 1902); A. M e s p l é , L ’éloqu en ce d es G racques (Annales d e la F ac. d es lettres d e Bordeaux, 1890).
CAPITULO IV
LA ÉPOCA CICERONIANA
La vida de Cicerón (106-43 a. C.) abarca casi estrictamente un período de maduración literaria, de una pujanza y un sabor singulares; pero su obra, ya clásica por la unidad y el equilibrio, sólo revela algunos aspectos. Baste con citar a Lucrecio y Catulo, César y Salustio, y a Varrón, que, mayor que todos ellos, les sobrevivió aún (116-27), para evocar la diversidad, e incluso la lucha ardiente de temperamentos y de doctrinas que caracterizan este medio siglo. Inestabilidad e individualismo. — El Estado y la sociedad intentan vana mente restablecer el equilibrio perdido a consecuencia de la tentativa de los Gracos: es necesaria una guerra civil (Guerra Social, 90-88) para preparar la unidad italiana; y son menester proscripciones y una tiranía (dictadura de Sila, 82-79) para restablecer, aunque por poco tiempo, la autoridad del Senado; y sediciones y golpes de mano para dar al partido demócrata o al partido senatorial la efímera dirección de los negocios públicos. Esta inesta bilidad asegura el poderío y desarrolla las ambiciones de los grandes señores, verdaderos amos feudales de raza o de fortuna terrateniente o financiera, un César, un Pompeyo, un Craso. A través del Senado o del pueblo, aspiran a las provincias, a los ejércitos, a los triunfos, y por último al poder personal. El Senado se entrega a un parlamentarismo caaa vez más locuaz e ineficaz; lo dominan hábiles y ricos abogados, Hortensio, Cicerón, que creen —en su ilusión— ser dueños de la política. La plebe misma, pobre, holgazana y sedi ciosa, está en manos de agitadores de altos vuelos, Catilina, Clodio, Milón, cuya personalidad se patentiza sin pudor. Es la edad de oro de lo que los 126
La época ciceroniana
italianos llaman la “virtú”: la expansión amoral de la energía individual. Y los escritores también, con una sinceridad apasionada, participan de esta atmósfera de exaltación personal y de lucha, incluso cuando, como Lucrecio, pretenden refugiarse en la filosofía. Todos tienden a una perfección clásica, que sería la combinación original del arte griego y del espíritu romano; pero cada cual sigue su propia vía con intransigencia, entregándose materialmente, unos al arte, otros al pensamiento, seguros de su objetivo, dudando de los medios. Y, mientras la prosa llega a la perfección, la poesía la busca aún. Las contradicciones de la aristocracia. — En lugar de acercarse a la gran masa de público, los verdaderos poetas sólo pueden dirigirse a la aris tocracia, y a una aristocracia discorde consigo misma, romana de fachada, griega en los gustos. Ha de recurrir por fuerza al helenismo para lograr las supremas conquis tas de la poesía didáctica o lírica. Pues el helenismo, en sus momentos eleva dos y en sus verdaderos logros, no tenía nada de popular; no era sino el esnobismo de una élite; y Mario sabía ganar el favor de la plebe afirmando que ignoraba el griego. Los nobles y los ricos, en cambio, lo hablan habitual mente; mantienen en sus casas a griegos, eruditos, filósofos o poetas; gozan, como hombres refinados, de sus bibliotecas, de sus colecciones, del lujo de sus villas. Incluso no les importa que se desintegré todo el pasado político y religioso de Roma: no creen más que en sus placeres y en su ambición per soné. Pero en público, en el tribunal, ante la Asamblea o en el Senado, aderatan una máscara: fingen no saber nada de las fútiles elegancias de la Hélade, ignorar hasta el nombre de los artistas cuyas obras buscan; cumplen con solemnidad los ritos establecidos. Esta aristocracia hipócrita abandona el pasa do y reniega del porvenir: no puede ni nutrir una savia auténticamente roma na ni difundir generosamente por doquier su cultura helénica. Independencia y modernidad de los poetas. — Los poetas tuvieron ma yor audacia, porque, por bueno que fuese el linaje al que pertenecían, no esperaban alcanzar con sus versos ni méritos ni riquezas. Catulo y Jos de su grupo desafían los desdenes de un Cicerón: buscan en la más actual litera tura griega, en los alejandrinos y sus supremos discípulos, los atractivos, los encantos y hasta los diletantismos con que pueden agradar a la sociedad mundana de su tiempo; no sienten ningún escrúpulo en evocar el juego, la disipación y la galantería, mezcladas aún con rudezas y groserías, tales como se encontraban en una Roma equívoca o en los censurados baños de Bayas. Lucrecio, por su parte, predica religiosamente la irreligiosidad científica de Epicuro; sacude, casi con furor, los yugos antiguos; evoca incluso, como a pesar suyo, el espantoso miedo a la muerte de los arribistas ateos, para quie nes la filosofía griega, probada por casualidad, no fue sino una fuente de escepticismo, y se preguntan si no sería mejor renovar el pitagoreísmo, con Nigidio Figulo, para entrar en posesión de promesas místicas, o entregarse al epicureismo, tan fácil de interpretar, a placer, para lograr la dulcificación tranquila de todos los instintos. Sin duda estos escritores precisaron de su genio para trazar esta imagen imperecedera de su tiempo; pero les ayudó 127
LA ÉPOCA CICERONIANA
también la libertad de su postura: una obra de arte no es inmortal si, en el momento de su creación, no es moderna. Sus irregularidades. — Sufrieron, por tanto, el vivir en una sociedad heterogénea y en conflicto consigo misma: y la unidad de sus obras lo ha experimentado. Así, los autores de mimos, sus contemporáneos, Laberio, Publiiio Siró, se veían obligados, para llegar a todos los públicos, a mezclar las sententiae capaces de agradar a los delicados y las vulgaridades obscenas que hacen reír a la plebe. Por su gusto, tenacidad laboriosa y estilo, Lucrecio es un romano, que, siguiendo la línea de los “antiguos”, Ennio, Lucilio, se iguala con los más severos y más grandes de entre los griegos: pero su razonamiento conserva una pesadez arcaica, su sensibilidad parece la de un alejandrino recio e inocente, su pensamiento es el de un filósofo innovador y visionario, por decirlo así. Los poetas de la nueva escuela alimentan un gran desprecio hacia sus predecesores latinos; tienen demasiada “prisa” por incorporarse al “mundo”, donde cada cual, mujer u hombre de estado, com pone sus pequeños versos para meditar las lecciones de Homero o del si glo v ateniense; y, por ende, en su fiebre de actualidad o de pasión personal, utilizan, bien a su pesar, las reminiscencias de su educación clásica y su relación formularia con las viejas costumbres romanas: algunos pasajes vacuos de Catulo adquieren una majestad casi inconcebible. En todos ellos se une, con los alientos innovadores, una circunspección en las expresiones, que revela a la vez la vieja dignidad nacional y la cortesía que tímidamente comienza. Por ello se explica el atractivo joven y potente, aunque con fre cuencia ambiguo, de estas obras a la vez sinceras y artificiales, todo búsqueda y todo movimiento, a las que no falta para ser clásicas más que un equilibrio más moderado y también, sin duda, una más amplia difusión. La medida entre Oriente y Occidente. — Pero estos poetas desprecian la masa y se apartan de los géneros populares: el teatro languidece, a excep ción de los géneros vulgares ae la atelana y del mimo; la sátira se cultiva aún, pero, en el torbellino de esta vida en que chocan sin tregua los ambiciosos, se convierte a placer en personal y, para actuar con mayor rapidez, se concentra en epigramas mordaces; la epopeya, demasiado actual, toma aires de laudatio parcial, en beneficio de un hombre o de un partido. Además, el pueblo no es romano ni por raza ni por afición. Mezcla, cada vez más, elementos extran jeros, en especial asiáticos, por la afluencia de toda clase de comerciantes y de aventureros, y por las desmesuradas manumisiones de esclavos de todas las razas; no tiene tradiciones nacionales y se embriaga de exotismo: la tra gedia degenera en exhibiciones escénicas y cortejos suntuosos; África y Asia han de proveer al circo de animales fieros o extraños; los triunfos son sor prendentes ostentaciones de las más imprevistas rapiñas; e incluso los cultos lejanos, en especial los egipcios (Isis, Serapis), emocionantes y dramáticos, ganan rápidamente adeptos en los puertos y en Roma. La empresa de Oriente se consolida cada vez más, con toda evidencia, como consecuencia de las sorprendentes campañas de Sila, Lúculo, Pompeyo; y César, con sus proyectos de dictador, trata de sancionarlas. Ahora bien, la poesía de la época refleja 128
La época ciceroniana
sólo ocasionalmente, y de modo muy sobrio, el esplendor oriental. Sin duda ello obedece por una parte a las tendencias de la alta sociedad, helenizada ya desde mucho tiempo para entregarse sin reserva a los gustos del vulgo: se complace, es cierto, en encontrar en Asia marítima un lujo voluptuoso vestido a la griega, tapices, vajillas de plata, refinamientos culinarios, que se introdu cen para no desaparecer en la vida privada; pero, por educación, tiende a la Grecia clásica, y el estilo alejandrino le parece una novedad satisfactoria, y además de asimilación directa. Pero Occidente también empieza a influir en la vida intelectual del Imperio: sin hablar de los poetas de Córdoba, las Galias, y en especial la Cisalpina, latinizada ya mucho tiempo atrás, da a la nueva escuela su fundador, Valerio Catón, y sus más lozanos y flexibles ingenios, Catulo, Cinna, Casio de Parma, Terencio Varrón de Auda. Así podría afirmarse que en las tierras célticas de los Alpes y del Po la poesía alejandrina se hizo romana. Y la conquista de la Galia libre por César ayuda a Roma, en un instante crítico, a recobrar su equilibrio entre Oriente y Oc cidente. La elocuencia y la prosa clásicas. — La prosa ofrece todo un espectácu lo distinto: ha madurado con mayor rapidez; y, puramente latina, ha asimi lado sin embargo, e introducido en la actualidad de la vida romana, todas las cualidades ae la literatura griega. Debe la rapidez de sus progresos al ejercicio ilimitado y al valor práctico de la elocuencia. El joven que se dedica a la vida pública, tras una educación muy prolongada; que, al lado de la dialéctica y de la retórica, aborda la filosofía, las matemáticas, la astronomía, la música, y por lo general se perfecciona en Grecia —en Atenas, en Rodas, en Mitflene—, regresa a Italia muy helenizado, y ha de hablar sin embargo el latín más general o más técnico. Para el abogado la materia es amplia y se renueva sin cesar; los beneficios, inmensos, a pesar de la ficción de la ley Cincia.1 Las riquezas sobreabundaban y su manejo por parte de los caballeros era audaz, y la aventura y el fraude jugaban un gran papel. Las proscripciones y los repartos de tierras a los veteranos agitaban sin cesar la propiedad agraria. Además, los escándalos, violencias e ilegalidades multipli caban los procesos políticos y criminales. En verdad, la carrera podía ser espléndida: pero era preciso dominar el más exacto latín jurídico y dirigirse a diversos jurados, a menudo inmensos, del modo más variado y también más inteligible. El gusto se apodera de las grandes asambleas; la fama, la fortuna, cuando no el propio nacimiento, arrastran a la carrera política. Pero, en ella, no se trata sólo de refinarse con la educación griega; hay que “vivirla” en latín. El Foro exige procedimientos simples y potentes, frases comprensibles a todos; a veces la improvisación y explotación directa de los incidentes. En el Senado, al menos, entre aristócratas que hablan todos griego, ¿podrá volver el orador al encanto familiar de una lengua mixta? Se guardará bien de ello: las viejas tradiciones, un formalismo lleno de solemnidad, una especie de 1. Esta ley prohibía a los abogados percibir honorarios: pero burlaban la ley mediante la recepción de regalos, falsos préstamos, legados, etc.
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LA ÉPOCA CICERONIANA
dignidad de gran tono y diplomática le obligan a hablar un latín que excluye estrictamente hasta las palabras derivadas del griego. Pero ese latín ha hecho suyas las virtudes de la elocuencia helena. Evolución de la prosa. — Y. así, Cicerón y César son ya clásicos, aunque hermanos mayores de Lucrecio y Catulo. Y Cicerón lo es por temperamento: mesurado a pesar de su excesiva sensibilidad, creador de un término medio entre los extremos políticos, escogió bien como héroe a ese Escipión Emi liano, en tomo al cual había florecido —valga la expresión— un primer clasicismo romano. Pero el perfecto equilibrio literario de estos dos hombres no debe engañamos: una evolución rápida arrastra a personalidades muy diversas, desde la prosa arcaica o florida, a una sequedad refinada y a veces penosa. Y los teóricos dan nombres griegos a las etapas de esta carrera: la elocuencia “asiática” es de una blanda exuberancia o de una prolijidad rápi da; la “rodia” (Cicerón), sonora y rica; la “neoática” (Bruto), sobria hasta la dureza. Pero esta depuración progresiva de la prosa oratoria sólo repre senta uno de los aspectos de una maduración demasiado temprana: en una misma generación el esfuerzo artístico varía según el escritor y el género al que se entrega. Varrón (nacido en 116) y Hortensio (nacido en 114) evocan a un tiempo el siglo xvi francés: el primero, por la sabrosa falta de coordina ción entre su temperamento sabino y su educación griega, por su voraginosa curiosidad y su cuidado casi pedante por la composición; el orador, en cambio, por una intemperante fluidez y una coquetería a la vez joven y delicuescente, análogas, si se quiere, al italianismo a ultranza de la corte de los Valois. Cice rón (nacido en 106) conserva esta plenitud, porque la palabra al aire libre debe tener volumen; pero César, cinco años más joven, escribe Comentarios “desnudos y elegantes”, en que los propios discursos no tienden sino a la acción: entre uno y otro, por tanto, las cualidades se equilibran hasta el pun to de dar la impresión de una rara perfección, mientras que Comelio Nepote, su contemporáneo, es totalmente insípido. La generación en tomo al 85 sufre, más o menos conscientemente, una doble influencia: se dirige, con ideas pre concebidas, por reacción contra sus mayores, a los preclásicos griegos, al den so Tucídides, al sencillo Lisias, que Salustio trata de combinar; pero la “nue va” poesía, de alejandrinismo sutil y a menudo frío, la arrastra también a una pureza seca y muy trabajada: Calvo, uno de los mejores oradores de la escuela neoática, es también poeta, y del grupo de Catulo. La atmósfera intelectual y la filosofía. — Los discursos de los grandes oradores son recogidos y publicados frecuentemente por ellos mismos: hacen llegar lejos, bajo una forma espléndida, una muchedumbre de ideas generales y actuales, que afectan al derecho, a las cuestiones sociales y a la política. Los historiadores mismos, sin hablar de los autores de memorias, como Sila, hacen apelación, en mayor o menor grado, a una opinión pública clara: ello no ofrece audas en el caso de César; pero Salustio discute también de ideas que deben interesar a sus lectores. Así se crea una atmósfera intelectual de aftas preocupaciones: ello es ya una condición para el clasicismo. El desarrollo de la curiosidad filosófica es el índice más claro. Que Lucrecio se arriesgara a 130
La época ciceroniana
escribir un poema sobre tísica, con la estructura totalmente lógica, es un signo de su tiempo. Y Varrón, en sus Menipeas vulgariza de forma cómica los principales sistemas de los griegos. Y Cicerón, en los años de recogimien to en que parece dar cima a su vida política, escribe diálogos en forma aris totélica (o pseudoplatónica), en que sus personajes se enfrentan incluso con las ideas metafísicas de los filósofos helenos; y él mismo toma partido, con sus preocupaciones de hombre de estado romano, sus sutilezas de abogado y la ondulante diversidad de su espíritu inquieto. Dice que trabaja para el porvenir de la inteligencia romana, y hay que creerlo; pero, a pesar de ello, es muy de su tiempo y concluye una evolución que había llevado al siglo, del dogmatismo autoritario, al probabilismo escéptico. Las preocupaciones técnicas. — Por otra parte, todos esos escritores sien ten inquietudes técnicas; la gramática y la lengua son el objeto de sus cons tantes reflexiones y desvelos. Mientras que hombres como Varrón, Lucrecio y Salustio intentan conservar —en mayor o menor grado— el arcaísmo, se entabla una pugna entre los fanáticos partidarios ael libre empleo de las formas (los “anomalistas”, que no reconocen la existencia de leyes) y los de la analogía, entre ellos César, que controlan las innovaciones del vocabulario de acuerdo con los ejemplos del pasado. Del conflicto se desprende un ideal: una lengua puramente latina y moderna, que la pueda hablar un senador de rica cultura y buena sociedad, que se enriquezca más bien por figuras de estilo y combinaciones de palabras que por neologismos, con una clara ten dencia al ritmo musical. Los “nuevos” poetas introducen además en Roma metros griegos cada vez más sutiles (asclepiadeo, glicónico, sáfico, galiambo), a los que conceden una importancia tal, que la colección de Catulo, por ejemplo, agrupa las composiciones no por temas, sino de acuerdo con el metro: tienen también a un gramático por iniciador, Valerio Catón. Aligeran así singularmente la frase y abrevian la expresión: los neoáticos preparan una transformación de la prosa oratoria y melódica de Cicerón. Dignidad de la literatura. — Esta curiosidad artística, común a los “pro fesionales” y a los mundanos, concede una gran dignidad a la producción literaria. A partir de entonces, hombres de la mejor cuna, a quienes repugnan la inestabilidad y la inmoralidad política —Lucrecio, Catulo— pueden alcan zar la gloria viviendo en el otium, es decir, lejos de los cargos públicos. Y el favor de que gozan arrastra a los hombres de estado a no contentarse con la elocuencia, a practicar la poesía, didáctica o épica, como Cicerón, epigramá tica, como César. Habida cuenta que la literatura se convierte en un oficio provechoso, es, al mismo tiempo que las estatuas y las pinturas griegas, el adorno de las casas poderosas, la preocupación de toda la sociedad mundana, y el objeto de fervor o de diletantismo de todas las personas cultivadas de Roma, Italia y las antiguas provincias: el amigo de Cicerón, Ático, se enri quece a la vez con el comercio de las obras de arte y de los manuscritos que multiplica en sus talleres de copistas.
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LA ÉPOCA CICERONIANA
1.
Los progresos de la prosa
La evolución iniciada en la segunda mitad del siglo n continúa hasta los inicios del primero, con irregularidades: la historia buscaba aún su perfección, mientras que la elocuencia había llegado casi a su madurez. Historia animada e historia novelada. — Las tendencias representadas por Celio Antipater y Sempronio Aselión se afianzan sólidamente con V a l e r io y Q . C laudio C ua d r i g a r i o . Valerio, en su historia de Roma, en 75 libros al menos, se entre gaba a una retórica pintoresca y patriótica en exceso, en que los datos, en especial los numéricos, se exageraban hasta el absurdo. Claudio, por el con trario, no iniciaba su relato hasta la toma de la Ciudad por los galos —por falta de documentación anterior— y lo continuaba hasta la muerte de Sila (en 23 libros al menos), con una auténtica maestría, tanto de estilo como de composición. No desdeñaba las narraciones, ni los retratos, ni los discursos, pero les daba una claridad breve, ligeramente arcaica, tratando de animar la historia, no de novelarla.
LOS HISTORIADORES
Combate de Manlio contra el galo [Relaciónese el relato con Tito Livio (VII, 9-10). Cf. P. Mérimée, Carmen, III (Duelo entre José y García).] Y entonces se adelantó un gab, desnudo* a excepción de un escudo y dos espadas: superaba a todos sus compatriotas por su fuerza, su talla, su juventud y su valor. En el momento más duro de la batalla y en medio de la furia del combate cuerpo a cuerpo, hizo tina señal para que se detuviera por ambas partes. Se suspendió el combate. Cuando se hizo el s ilic io , desafía a grandes voces a quien quiera combatir contra él. Nadie osaba avanzar: tan enorme era su corpulencia y tan terrible su rostro. Entonces se puso a reír y a sacar la lengua. Un gran sentimiento de dolor se apoderó entonces de un tal T . Manlio, de muy buen linaje, cuando vio que, para vergüenza de la patria, nadie, en un ejército tan numeroso, se atrevía a adelantarse. Entonces se destacó él de entre las filas, no que riendo que la virtud romana fuera vergonzosamente presa de un galo. Con un escudo de infantería y una espada española* se detuvo frente al galo. Entablóse el combate singular, con gran clamor de los dos ejércitos que lo contemplaban. Tomaron así sus posiciones: el galo, siguiendo las reglas de esgrima de su nación, en guardia y con el escudo delante; * Manlio, confiando más en su valor que en el arte, golpeó su escudo contra el del adversario y deshizo la posición del galo. Y mientras el galo cuida de restablecer su guardia, Manlio
2. Antigua costumbre céltica, de origen religioso. 3. Instrumento bastante corto, puntiagudo y de doble filo (la espada gala, por el contrario, era larga, poco afilada, y cortaba a tajos, de un solo lado). 4. Dejando un intervalo entre él y su cuerpo (el escudo romano, por el contrario, se ajusta al cuerpo).
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Los progreso^ de la prosa entrechoca otra vez su escudo y le obliga de nuevo a retroceder; aprovecha el instante para acercarse al galo, pásando bajo su espada antes de que la abatiera con toda su fuerza,* y, con su cuchillo español, le atravesó el pecho y acto seguido, sin deshacer el cuerpo a cuerpo, le cortó el brazo derecho y no cesó hasta hacerle caer. Una vez abatido, le cortó la cabeza, le arrancó el collar, que se colocó, aún ensangrentado, en el cuello. Este acto le valió, a él y a sus descendientes, el sobrenombre de “Torquatus” .· fr. 10b Peter.
El honor romano Los cónsules de Roma al rey Pirro, salud. Tus reiterados ataques contra nosotros nos obligan y fuerzan a continuar contra ti una guerra encarnizada. Pero el honor y la lealtad nos obligan a quererte vivo, a fin de poder vencerte por las armas. Hemos recibido a Nicias, tu pariente, que nos pedía una recom pensa en el caso de que te diera muerte en secreto. Le hemos respondido que no lo queremos, y que nada podía esperar de nosotros por un acto semejante. Y hemos decidido también avisarte, para que, caso de accidente, nadie en el extranjero crea que nosotros hemos sido los inspiradores de un acto semejante, ni que combatimos (cosa que no quere mos) por dinero, corrupción o estratagemas. Estás en peligro de muerte: guárdate.'' fr. 41 Peter.
L. C o rn elio S isena (hacia 120-67) se limitó a los hechos contemporáneos: Guerra Social y guerra entre Mario y Sila (en 12 libros). Parece haber sentido inclinación hacia la literatura imaginativa,8 perto también por la exactitud y el gusto por una lengua muy arcaizante, que debía ser muy estimada a los ojos de Salustio. E u o T u b e b ó n escribió, p o r lo menos, 12 libros de Historiae, que n a rra b a n con prudencia y precisión la historia de Roma desde Eneas hasta el conflicto entre César y Pompeyo. La erudición. — Por otra parte, la inquietud por la erudición se paten tizaba en la historia: C. L ic in io M a cer decía utilizar, en sus Anales, los libri lintei (listas muy antiguas de magistrados, escritas sobre tejido de lino). L. E l io E stiló n se dedicó a escribir comentarios más sucintos: sobre las XII Tablas, sobre el canto de los Salios, las comedias de Plauto, etc. Le arras traría esta segunda tendencia, mientras la historia, cada vez más, se convertía en obra literaria y artística. Las memorias. — Entretanto, los hombres de primer plano en la vida política y militar de Roma, E m il io E scauro (cónsul en 115), Q. L uta cio C a tu lo que había vencido a los cimbros, y en especial S il a , el dictador (13878), escribían sus memorias: bajo apariencias de procurar así materiales a la historia, continuaban, en beneficio personal y bajo una forma más amplia, la tradición de los antiguos elogia (véase p. 32). Cicerón, César, Augusto, y una multitud de tantos otros recurrirán al mismo procedimiento, en verso, en prosa, con libelos o inscripciones, a lo largo del siglo que se abre. Este mis 5. Era preciso un cierto “espacio” para manejar con eficacia una espada gala. 6. O sea, el que lleva el collar (torques) galo. 7. Acerca del tono de este pasaje, cf. antes, p. 76, Pirro a los embajadores romanos. 8. Había escrito algunas Fábulas Milesias (novelas cortas de tono grosero), y gastaba de la lectura de Clitarco, que había novelado mucho la historia de Alejandro Magno.
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L A ÉPOCA CICERONIANA
mo abuso, como el de la erudición, preparará la eclosión de la historia sintéti ca de Tito Livio. La retórica. — El arte de la palabra era cada vez más necesario y provechoso en Roma: se impuso su enseñanza bajo una forma latina, sin que por ello los futuros oradores se creyeran dispensados de estudiar los modelos griegos ni de acudir a buscar en el mundo griego una especie de “enseñanza superior” de la elocuencia. L. P l o c io G a l o abrió la primera escuela de retórica latina en 94; fue clausu rada en 92, junto con las que le habían disputado una clientela asidua. Pero la prohibición fue breve. Muy pronto aparecieron tratados sistemáticos, que contribuyeron a la difusión de estas enseñanzas; la Retórica a Herenio debida tal vez a Cornificio, pero inspirada especialmente en el griego Hermágoras) nos muestran la situación hacia 86-82; era clara, sistemática, enri quecida de ejemplos que, aunque de aspecto romano, delatan más su proce dencia de una escuela que de la práctica, en lengua muy latina, aunque sosa e imperfecta aún. Pero los verdaderos oradores, en relación con las causas auténticas, tomaban flexible y rica esta retórica, aprovechándose a la vez del armazón que les brindaba.
LA ELOCUENCIA
Antonio y Craso. — Entre ellos, Cicerón reconoce como a sus maestro: a M. A ntonio (143-87) y a L . L ic in io C raso (140-91). Antonio escribió sobn retórica, pero era notable en especial por sus dones: memoria, porte, intuiciór psicológica, dominio del auditorio. Craso parece haber poseído todos lo; recursos de la palabra: alegría y solemnidad, mucha flexibilidad en la inven ción, riqueza y atractivo en su lengua. Todo ello lo convierten en el auténticc precursor de Cicerón. Defensa de Antonio en favor de C. Norbano [Tipo de proceso y de argumentación políticas: C. Norbano fue acusado de crimen de “majestad” (de atentar contra el Estado) por los aristócratas, ante un tribunal que creían de su bando.] Entonces Sulpicio’ dijo: “Sí; fue precisamente como tú recuerdas, Antonio. Jamás vi escaparse una causa de mis manos como aquélla. Yo no te dejé — tú lo has dicho— un proceso a debatir, sino un incendio para huir de él. Y entonces, ¡qué exordio, dioses inmor tales! ¡qué temores, qué dudasl ¡cuántas dificultades! ¡cuánta lentitud en la palabra! |De qué modo, para empezar, prolongaste este tema, el único que te excusaba — al parecer— de tomar la palabra: el acusado era íntimo amigo tuyo, tu cuestor!10 ¡Cómo supiste desde un principio, por decirlo así, introducirte entre tus oyentes! “Pero como creía que habías ganado completamente el perdón por haber asumido, por amistad, la defensa de un hombre tan nefasto a la patria, empezaste a avanzar imper ceptiblemente; los otros aún no sospechaban nada; pero a mí el miedo me dominaba al ver gracias a ti, cómo esta sedición de Norbano tomaba la figura de un arrebato del 9. P. Sulpicio Rufo (hacia 121-88), que había pleiteado contra Norbano aparece — en esta ficción— contando él mismo la defensa de Antonio y el efecto que le causó: de ahí la fuerza asombrosa del pasaje. 10. Magistrado encargado de las finanzas, colaborador inmediato del gobernador, al que acompañaba en su provincia.
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Los progresos de la prosa pueblo romano, y un arrebato no criminal, sino justo y legítimo. ¿Y qué diatriba dejaste de esgrimir al punto contra Cepión?11 ]Y de qué modo tus palabras creaban una atmós fera entremezclada de hostilidad, de odio y de compasión!“ Y tal fue tu actitud no sólo en tu defensa, sino en presencia de Escauro y mis otros testigos, cuyos testimonios tú no negabas, pero contra los cuales tu evocación de un arrebato popular te servía de refugio y de refutación.” C ic e r ó n , D e oratore, II, 2 0 2 - 2 0 3 .
Defensa de Craso en un pleito por un testamento [Tipo de causa civil: un hombre legó sus bienes, antes de morir, a Curio, con la condición de que dichos bienes volvieran a su hijo (que aún no había nacido) del que sería tutor, si llegaba a su mayoría. Pero el hijo no llegó a nacer. Curio se considera legítimo posesor de la herencia. Pero un pariente del difunto pide la anulación del testamento, alegando que se exigía para que fuera válido: 1.° que naciera un hijo; 2.° que muriera antes de su mayoría de edad.]
Pero Craso tomó la palabra. Imaginemos, dijo para empezar, a un niño mimado que, habiendo encontrado en la playa un trozo de remo se empeñara, por este solo motivo, en construir todo un barco. Escévola“ se le parece, pues, con una astilla, con una sombra de “peligro” 14 ha montado todo un proceso de herencia. Continuando este tema en su exordio agradó a todos los asistentes con sus rasgos ingeniosos, les hizo perder el ceño, los puso de buen humor. Ésta es una de las tres cualidades “ que exijo al orador. En seguida probó que la voluntad del testador, el meollo de su pensamiento, fue nombrar a Curio su heredero, en el caso que fuera, si no llegaba a asumirla tutela de u hijo suyo, ya porque ese hijo no viniera al mundo, o porque muriera prematuramente. Y la redacción del texto se había hecho de acuerdo con la forma corriente, que valía y había valido siempre en la práctica. Al desarrollar este argumento, Craso convenció a los jueces. Y ésta es la segunda misión del orador. En seguida se constituyó en defensor de la equidad, de la moral, de las intenciones y de las voluntades testamentarias. Mostró qué sutil peligro existía, en materia de testa mentos sobre todo, en atenerse a la letra despreciando la voluntad; y qué poder se arro gaba Escévola, si, a partir de entonces, ya nadie osaba testar sino ateniéndose a su parecer. Extendiéndose sobre este tema con energía y abundantes ejemplos, con variedad, agudeza y palabras agradables, consiguió un asentimiento tan lleno de admiración, que todos los argumentos contrarios parecieron inexistentes. D e este modo cumplió con la misión, tercera en su orden, pero de hecho la más importante de las misiones del orador. C ic e r ó n ,
Brutus, 1 9 7 - 1 9 8 .
Hortensio. — Mucho más joven, O. H o r te n s io H o r t a l o (114-50) se abrió paso desde^muy joven .gracias a la rica enTmSgenés, armoniosa y sugestiva: cualidades brillantes de las escuelas grieelegancia refinada de su porte y de su “acción” (actitudes, gestos, recitado). Se convirtió en el orador oficial del partido conservador y sostuvo litigios frectierrtreiiiafífg cötiffa Ciöerori à pär®"äel 70, ya~?u~IäHö"ctescTe "£T ano63. LoíTctos ri^T^l^hTcíeroñ'eñtonces amigos: pero HSrtenslo'WabaJaba ÏÎIÔIIUS 11. Enemigo acérrimo de Norbano. 12. Hostilidad contra Cepión, odio hacia la nobleza, compasión para con el acusado. 13. Q. Mucio Escévola (cónsul en 95), gran jurisconsulto, y, como tal, amante del detalle, litigaba contra Curio en defensa de la letra del testamento; Craso defiende su espíritu. 14. El peligro que había en no obedecer los testamentos “al pie de la letra” . 15. Cicerón toma este discurso de Craso como un “modelo de elocuencia” completo, que satisface sucesivamente, y a la perfección, las tres condiciones esenciales: agradar, instruir y conmover (es decir, convencer a la vez a la sensibilidad y a la razón).
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LA ÉPOCA CICERONIANA
que en su juventud, y su elocuencia pasó de moda con mayor rapidez que la de Cicerón. Hortensio ... Tenía más memoria que nadie de cuantos yo he conocido, a mi parecer; hasta el punto de que, sin notas, reproducía exactamente con las mismas palabras lo que había grabado en su cabeza. La ventaja que de ello obtenía era inmensa: pues recordaba sus pensamientos y sus escritos y, sin recurrir a la ayuda de secretarios, todas las palabras de todos sus adversarios. Ardía además con una pasión tal, que yo no he visto jamás un celo más ardiente por nuestros estudios. No dejaba día alguno sin defender una causa en el foro o ejercitarse fuera de él; y muy a menudo hacía ambas cosas en el día. Había intro ducido un tipo de oratoria muy poco común, con dos novedades: división preliminar de la materia que iba a tratar y recapitulación de los argumentos adversos y de los suyos propios. Su vocabulario era brillante y escogido; su frase bien proporcionada; su lengua, de una cómoda fluidez: todo ello cualidades que debía a su gran genio y a un arduo trabajo. Dominaba todo el conjunto del tema gracias a su memoria; escalonaba las partes con una precisión extrema, y no omitía en la causa, por así decirlo, nada de lo que debía probar o refutar. Su voz era melodiosa y sugestiva; sus actitudes y sus gestos en cambio denotaban más artificio del que hubiera convenido a un orador. C ic e r ó n ,
2.
Brutus, 301-303.
Cicerón, 106-43 a. c.
Hijo de una familia ecuestre de Arpino, M. Tulio Cicerón debía llegar, por su solo genio oratorio, al primer puesto del Estado. Su instrucción fue más amplia de lo que era habitual en este tiempo: estudió filosofía, que, en aquellos entonces, abarcaba las ciencias; se interesó por los trabajos de los jurisconsultos (Q. Mucio Escévola en particular) y los problemas técnicos de la elocuencia. Sus visitas al Fovo, donde Antonio y Craso defendían sus pleitos, acabaron de formarle. Debutó con una audacia extrema, tomando la palabra contra Hortensio en 81, atacando en 80 (como abogado de Roscio de Ameria) a un secuaz de Sila. Es cierto que los Metelos y Pompeyo le apoyaban secre tamente. Sin embargo, consideró más prudente marchar en seguida para pasar un tiempo en Grecia, donde encontró en Molón de Rodas a un maestro que le ayudó a fijar el tono de su elocuencia: ya podía preverse que el asiatismo pasaría de moda; y la “escuela rodia”, sin renunciar a la brillantez ni a la abundancia, daba a la palabra una apariencia más clásica. De regreso a Roma (77), Cicerón adquirió reputación y clientela como abogado; tuvo también muy fácil acceso a los honores. En 70 tomó brillante partido contra la nobleza al atacar a Verres, pretor arbitrario de Sicilia. Pero trataba —especialmente— que contaran con él. Muy pronto intentó, en medio de las crecientes agitaciones, lograr el acuerdo entre caballeros y senadores para asegurar el orden en el Estado. Siguiendo este programa sofo có —elegido cónsul— la conjuración de Catilina (63). Por tanto, los demó136
Cicerón
cratas le volvieron las espaldas; por sus vanidades imprudentes provocó los celos de Pompeyo y las iras de Clodio (más tarde tribuno de la plebe). Los triunviros Pompeyo, César y Craso lo abandonaron: sufrió el exilio por haber mandado ejecutar sin celebrar juicio a los cómplices de Catilina (58). Muy pronto fue llamado de nuevo (57), pero aniquilado políticamente por los triun viros, débil y vacilante entre César y Pompeyo, aceptó el gobierno de Cilicia (51-50), y sólo regresó para asistir, irresoluto y sin dignidad, a la guerra civil, diciéndose del partido de Pompeyo, mas sin hacer nada en su provecho. le perdonó; pero Cicerón sólo era un “preso” que limaba sus cadenas. el asesinato de César le llenó de una alegría sin límites. Se creyó de a la cabeza del Estado y atacó frenéticamente a Antonio, que aspir suceder al dictador, y favoreció sin comprenderlo los planes del joven Octa vio: cuando los dos ambiciosos se unieron con Lépido, Cicerón fue proscrito. Alcanzado en su huida, afrontó la muerte con valor (7 de diciembre de 43). El hombre; la “ Correspondencia” . — Cicerón es la vida misma. La can tidad de trabajo que realizó como abogado, político, escritor, es casi incon cebible; y lo hizo casi en todo instante con entera alegría. Hallaba en su sen sibilidad y en su inteligencia recursos que se renovaban sin cesar. A los pro pios italianos parecía de temperamento “meridional”, vibrante y artista, pron to al entusiasmo como al desánimo, pero gozando con fuerza de todos los aspectos de la vida y haciéndolos suyos en una creación literaria ininterrum pida. Es también de una inteligencia ávida y dúctil, deseosa de captar todo el helenismo, para darle forma latina y personal; gusta de la “teoría” que clarifica y ordena las ideas, mas introduce en todo en la retórica y en la filosofía, sus preocupaciones y las de su tiempo; tiende a todos los idealis mos, más por inclinación que por método. Su oficio de abogado, al dar siem pre alimento nuevo a su imaginación y estimular las sutiles discusiones de las pruebas y de las verosimilitudes, acentúa estos rasgos de su carácter. Se con virtió en amigo de las ilusiones, especulativo e irresoluto; su psicología, que normalmente procedía por reconstrucción, lo extravió en sus juicios y en su conducta política. Pero obliga a la simpatía por la nobleza de sus objetivos, la dignidad de su vida privada y la riqueza de sus dotes. Su Correspondencia es la mejor vía para juzgarle, al menos tras su consu lado. Se nos ha conservado la mitad aproximadamente: 16 libros de cartas a Ático, su amigo íntimo, al que no oculta nada y escribe con una vivacidad espontánea y llena de gracia, como si hablara; 16 libros “a sus parientes y amigos” (Ad familiares), que contienen un número bastante elevado de res puestas de sus corresponsales; 3 libros a su hermano Quinto, a quien acon seja con toda la autoridad de un hermano mayor; 26 cartas (en 9 libros) a Bruto, cuya autenticidad ha sido puesta en duda. Su naturaleza y variedad hacen de esta correspondencia una rara obra de arte de la literatura univer sal; su interés histórico, un documento de primera importancia para un pe ríodo decisivo.
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LA ÉPOCA CICERONIANA
El proceso de Clodio [Clodio fue sorprendido en flagrante delito de sacrilegio, y el testimonio de Cicerón anillaba una coartada en la que quería hacer hincapié; sus adversarios (los aristócratas) pensaban aprovecharse de ello para perderle para siempre (61). Vivacidad y alegría (un poco inconsciente) en el relato. — Vanidad ingenua y hábil del narrador. —- Pintoresquismo y adorno espontáneo en el estilo.]
... ¿A qué debió pues su absolución? A la pobreza y a la miseria de los jueces.“ La culpa fue de Hortensio, que, temiendo que F u fio” opusiera su veto a la ley propuesta por el Senado,“ no vio que era mejor dejar a Clodio con su vida de ignominia y oprobio a entablarle un proceso para reír. E l odio le impulsó a precipitar el juicio: decía que un cuchillo de plomo sería suficiente para degollarlo. En cuanto al proceso en sí, nada dejaba prever su resultado: y si todos ahora, tras el veredicto, censuran la iniciativa de Hortensio, yo lo hice desde el primer momento. Pues desde que, entreabundante griterío se pasó a las refutaciones (el acusador, como censor rígido, sólo rechazaba a los picaro el acusado, como buen lanista,“ dejaba fuera de combate a todas las personas de calidad), al punto los jueces, hombres excelentes, sentados, comenzaron a sentir mucho miedo. Nunca una casa de juego vio una asamblea más sospechosa: senadores de mala fama, caballeros sin una moneda, burguesía no de argentarios, como se les llama, sino de “desar gentados”.“ En algunos rincones, sin embargo, había hombres de bien, que no había podido rechazar, desolados ante tal compañía, que se sentaban contrariados y sufrían de estar en contacto con esos bribones. Y entonces, al comienzo, ante cada punto que pasaba a deliberación reinaba una severidad increíble, y ninguna voz discordante: el acusado no lograba nada; el acusador, más de lo que pedía. Hortensio (¡tú dudarás de esto!) triunfaba por su clarividencia; no había nadie que no creyese que nuestro hombre iba a resultar mil veces condenado. Pero cuando yo fui citado como testigo, ¡ah! tú debiste, ante el griterío de los defensores del acusado,” representarte a los jueces, levantados ante un solo movimiento, rodeándome, presentando a P. Clodio sus gargantas desnudas, dispuestos a dar su vida por la mía. La manifestación me pareció mucho más honrosa que el gesto de tus conciudadanos,a cuando no quisieron dejar jurar a Jenócrates,” o el de nuestros jueces, cuando se negaron a pasar sus ojos por las cuentas de Metelo el Numidico,“ que se les presentaba por tumo, de acuerdo con la costumbre. Pero ese día fue aún mejor. Al entender los jueces que mi vida y la salvación del Estado andaban unidas, el acusado perdió toda esperanza, y sus defensores en masa quedaron, de un solo golpe, abatidos. Y al día siguiente me vi rodeado de una multitud semejante a la que me acompañó hasta mi casa el día que dejé el consulado. Sin embargo, nuestros íntegros Areopagitas “ gritaban que no ocuparían sus puestos si no se les aseguraba protección militar. Deliberan: una sola voz se escucha en contra. La petición se eleva al Senado. Se dicta un senadoconsulto imponente y magnífico:
16. Llevados allí para dejarse comprar (véase más adelante). 17. Tribuno de la plebe: como tal podía oponerse contra toda medida a adoptar diciendo ueto (prohíbo). 18. Para nombrar los jueces de Clodio, en lugar de sacarlos a suerte, como era costumbre. 19. Lanista: “director de una escuela de gladiadores”. El lanista sacaba el mejor partido posible de sus mejores pupilos. 20. La Ley Aurelia (75) confiaba los juicios de Estado al arbitrio de tribunales tripartitos, compuestos por un número igual de senadores, caballeros y “tribunos del tesoro” (nacidos de la más rica burguesía y que respondían de la custodia del fisco del Estado y del pago de los sueldos, una especie de tesoreros-pagadores): de ahí el juego de palabras. 21. Cicerón supone — en broma— que Atico debió oírlo desde el Epiro, donde se en cuentra. 22. Los atenienses. T. Pomponio vivía casi siempre en Atenas: de ahí el sobrenombre de Atico. 23. Discipulo de Platón, de bien conocida integridad: su palabra valía por un juramento. 24. Cónsul en 109, y al margen de toda sospecha. 25. Broma: el Areópago de Atenas, tribunal supremo, era famoso por la severidad de sus costumbres.
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Cicerón felicitaciones a los jueces; órdenes a los magistrados de velar por su protección. Nadie pensaba que Clodio osara pleitear. “Decidme ahora, Musas, cómo el fuego prendió...” * ¿Tú conoces al Calvo,” de la tribu de los Naneyanos,” que me elogia tan bien, cuyo discurso, que tanto me halaga, te escribí? En dos días un solo esclavo (|y además un esclavo de una tropa de gladiadores!),“ resolvió todo el asunto: convocatorias, promesas, fianzas, dones... Así los buenos ciudadanos abandonaron en masa el foro, y éste se hallaba todo lleno de esclavos, pero halló aún a veinticinco jueces lo bastante valientes como para, en presencia del peligro más grave, preferir la muerte si era preciso a abandonarlo todo; y hubo treinta y uno que tuvieron más miedo del hambre que de la infamia.*0 Catulo se encontró con uno de ellos: “¿Por qué, le dijo, nos pedíais soldados? ¿Temíais que os quitaran... vuestras monedas?”
Ad Atticum, I, 16, 2-5. La conducta irresoluta de Cicerón [César regresó a Italia con sus legiones; Pompeyo se replegó en Brindis. Cicerón, retirado en su villa de Formias, no puede determinar su línea de con ducta (fines de febrero del 49). — Deliberación minuciosa y muy razonada. — Incapacidad para concluir de una inteligencia que mira demasiado el pro y el con tra. — Frialdad calculadora (cuando se trata de César) y desprecio mordaz (frente a Pompeyo). — Calor oratorio creciente.] En el paroxismo de la inquietud y del tormento, y no pudiendo discutir la situación contigo, deseo al menos conocer tu opinión. Todo el problema se reduce a esto: si Pompeyo abandona Italia (y lo temo) ¿qué debo hacer? Y, para que te resulte más fácil darme tu opinión, voy a resumirte los argumentos en pro y en contra que me vienen al ánimo. Todo lo que Pompeyo ha hecho por salvarmea y la profunda amistad que me une a él, y sobre todo el interés mismo del Estado, me obligan a pensar que debo compartir sus decisiones y su suerte. A lo que se añade que si abandono a esta gente, el honor y la gloria de Roma, que la acompaña, es caer en poder de un dueño** que, sin duda, busca muchas ocasiones de manifestarme su amistad (y hace mucho tiempo, tú lo sabes, que intento asegurarme, en la espera amenazante de esta tempestad); pero hay que examinar, por una parte, qué confianza podemos depositar en él, y por otra, una vez convencido que se mostrará amigo nuestro, si conviene a un hombre valiente y a un buen ciudadano permanecer en una ciudad donde, después de haber desempeñado las magistraturas y los cargos supremos, realizado magníficas acciones“ y honrado con el más excelente sacer docio,** no será ya nunca nada y donde le amenazarán peligros y deshonor a un tiempo, si un día Pompeyo recobra la dirección del Estado. De una parte, esto sucede; examinemos ahora la otra vertiente. Nuestro querido Pompeyo no ha hecho nada con sentido común, con arrestos, nada que no fuera contra mis consejos y mis sugerencias. Dejemos los antiguos errores: él es quien ha alimentado, desa rrollado y armado a César contra la República; él fue quien tomó la iniciativa de proponer las leyes por la violencia y contra los auspicios; ** él fue quien unió a sus provincias la
26. Cita en la Iliada, XVI, 112. Héctor se dispone a incendiar las naves de los aqueos. 27. Craso, el más rico ciudadano de Boma, que patrocinaba en secreto las empresas democráticas. 28. Broma cuyo sentido se nos escapa. 29. Menos que nada. 30. Juego de palabras. 31. Cuando hizo que volviera del destierro. 32. César. 33. Alusión a su consulado y a la conjuración de Catilina. 34. El augurado. 35. Tiránicas y sacrilegas por tanto.
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LA ÉPOCA CICERONIANA Galia Ulterior,** quien casó con su hija; fue el augur en la adopción de P. Clodio; m mostró más celo en llamarme que en retenerme; hizo que se prolongase el mandato de César y sirvió fielmente a sus intereses durante su ausencia; él fue además quien, en su tercer consulado, cuando empezó a adaptar la figura de defensor del Estado, impulsó a los diez tribunos de la p leb e * a proponer que se tuviera en cuenta su candidatura, a pesar de su ausencia" y sancionó su propuesta con una ley que lleva su nombre; se opuso al cónsul M. Marcelo que quería limitar el mando de César en las Galias a las calendas de marzo.40 Dejemos todo esto. Pero ¿qué más indigno, qué más loco que esa marcha, o, mejor dicho, que esa huida vergonzosa lejos de Roma? ¿No debía haberlo sufrido todo antes de aban donar la patria? Debía haberlo sufrido. Lo confieso. Nada hay peor que lo que ha hecho. — “Pero recobrará el mando del Estado.” — ¿Cuándo? ¿Con qué medios cuenta para ali mentar esa esperanza? ¿No se ha perdido el Piceno? ¿No está expedito el camino de Roma? ¿No están todos los recursos financieros, públicos y privados, en manos del enemigo? En una palabra, no hay ninguna bandera," ninguna fuerza, ningún punto en que puedan concentrarse los defensores de la patria. A d Atticum, V III, 3, 1-4.
Bromas de un desocupado [Cicerón, despreciado por los pompeyanos y considerado por los cesarianos vencedores como políticamente despreciable, trata de rehacer una situación acep table (46). — Bromas muy amargas, pese a la alegría de la forma; Cicerón apa renta ser un epicúreo sin escrúpulos, en contra de todos sus principios y de toda su vida.] Cicerón a L. Papirio Peto,“ salud. No tenía nada que hacer en mi villa de Túsculo — había enviado a mi discípulo“ ante su amigo, para que lo ganaran en lo posible en lo que a mí se refería— cuando me entregaron tu carta. Y me encantó. Veo que apruebas mi decisión de hacer como el tirano Dionisio,** que, expulsado de Siracusa,“ abrió, según se cuenta, una escuela en Corinto; y, puesto que ya no tengo procesos que defender, como he perdido mi reinado en el foro, apruebas que me dedique a regentar una especie de escuela. [Muy bien! Yo también me felicito por mi resolución, y encuentro en ello muchas ventajas. Para empezar (y de acuerdo con los tiempos presentes, es lo primordial), me aseguro de este modo contra las circuns tancias. De qué modo, no lo sé. Únicamente comprendo que, hasta este momento, soy yo mismo la cosa que más valoro. ¿Hubiera sido mejor morir? .Sí, en mi cama. Pero no se presentó ocasión. ¿En la guerra?“ Yo no estuve en ella; y todos, Pompeyo, tu querido Léntulo, Escipión, murieron de ese modo miserable. Pero Catón, por su parte, murió gloriosamente." — [Bueno! cuando quiera, yo también podré hacerlo; intentemos sólo no quedar reducidos a esos extremos. Yo tomo mis medidas para ello. Éste es el primer punto. He aquí el segundo: estoy mejorando. En .primer lugar, en la salud, que la interrup
36. La Galia Transalpina (Provenza y Languedoc), que permitirían a César entrar en la Galia libre, conquistarla y encontrar en ella riquezas y soldados. 37. Claudio, patricio, pero deseoso de intrigar en el tribunal, tuvoqueser adoptado por un plebeyo para tener este derecho; para esta ceremonia era necesario un augur, y lo fue Pompeyo. 38. Partidarios de César. 39. Normalmente era preciso estar en Roma para pretender una magistratura. 40. A primeros de marzo, cuando las elecciones consulares (en las que aspiraba César salir elegido) no debian tener lugar hasta el verano. 41. Militar: que serviría, como bandera o estandarte, para mantener la cohesión de una unidad. 42. Amigo muy querido de Cicerón, epicúreo espiritual. 43. Amigos de César, que venían a charlar con Cicerón de retóricayfilosofía, ytambién a espiarle. 44. Dionisio el Joven. 45. En 344. 46. En Farsalia. 47. Al no poder hacer frente a César, se suicidó, con maravillosa serenidad filosófica, en Otica (46).
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Cicerón ción de mis ejercicios48 me había hecho perder. Y además mis endebles dotes de orador, si no hubiera reemprendido tales ejercicios, habrían acabado por extinguirse. Y, para ter minar, esta última ventaja, que a tus ojos tal vez sea la primera: he comido ya más pavos" que tú pichones. Deléitate en tu casa con las salsas de Aterio; yo tengo aquí las de Hirtio.“ ¡Ven aquí, si eres hombre, ven aquí a aprender los principios que te faltan! Pero yo me asemejo al cerdo que amonesta a Minerva...61 Sin embargo, según veo, no puedes vender nada al precio de tasa “ ni llenar tu bolsa. Regresa, pues, a Roma. Es preferible morir aquí de indigestión a hacerlo allí de hambre. ¿Te has arruinado? La misma suerte espera, me parece, a tus amigos. Allá tú, si no tomas tus precauciones. Ya has comido tu jaca, me dices. Pero aún te queda el mulo: monta en él y vuélvete a Roma. Tendrás un puesto en mi escuela, muy cerca de mí, pues serás subdirector. ¡Y con un primo! Hasta la vista. A d fam iliares, IX, 18.
Las obras de oratoria.63 — Cicerón fue, ante todo, un gran abogado; abogado de pletitos en un principio, y muy minucioso; luego, y cada vez más, abogado criminal (véase el Pro Cluentio [66]): cuando uno de sus clientes tomaba (era lo más frecuente) varios defensores, Cicerón se encargaba de las generalidades llenas de patetismo que debían arrancar la absolución de manos de los jueces. Además, los procesos criminales, a menudo exaltados y seguidos con apasionamiento por Roma entera, afectaban de ordinario a la vida política, ya por el tema de la acusación: concusión (Verrinas [70], Pro Fonteio [69], Pro Flacco [59], Pro Rabirio Postumo [54]), lesa majestad o alta traición (Pro Rabirio perduellionis reo [63], Pro Sulla [62]); maniobras electorales (Pro Murena [63], Pro Plancio [54]), ya por las intenciones de los acusadores o de los defensores del encartado, ante el cual se enfrentaban los partidos (Pro Roscio Amerino [80], Pro Sestio y Pro Caelio [56], Pro Milone [52]). Los discursos propiamente políticos forman cuatro grupos principales: 1.° en favor de Pompeyo (De imperio Cn. Pompei [66]); 2.° discursos “consulares” [63], contra la ley agraria de Rulo (3 discursos) y contra Caiilina (4 discursos al Senado y al pueblo), redactados todos en 60; 3.° discursos del “retorno del destierro”, para dar las gracias al pueblo y al Senado, y volver a entrar en posesión de sus bienes; 4.° Las 14 Filípicas54 (del 2 de septiembre del 44 al 21 de abril del 43), discursos reales o ficticios, pero redactados a modo de panfletos, para ser difundidos por toda Italia y levantar los ánimos contra la indignidad moral y los proyectos sin escrúpulos de Antonio. A excepción de las Catilinarias y las Filípicas, en que el calor patriótico y la inspiración llena de odio son admirables, las arengas políticas no añaden nada a la gloria de la elocuencia ciceroniana: sentimos no encontrar en ellas ni alteza de miras ni una línea definida. En cambio, los discursos judiciales, 48. Oratorios (declamaciones en griego o latin). 49. Manjares de lujo, puestos de moda por Hortensio. 50. Lugarteniente de César, y gastrónomo. 51. Proverbio: el ignorante que quiere enseñar a su maestro. 52. Valores de la especulación que no pueden bajar de su precio decompra. 53. Poseemos 61 (de entre unas 120). 54. Llamadas así por recordar los enérgicos discursos que Demóstenes pronunció (entre 351 y 341) contra las empresas del rey Filipo de Macedonia.
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por la variedad de los efectos propios de una viva imaginación, son, con sus cartas, el triunfo de Cicerón. Los principios teóricos de la elocuencia ciceroniana. — Podemos, en rigor, apreciar los discursos judiciales de Cicerón de acuerdo con las reglas técnicas que comprendía la Retórica a Herenio, y que él mismo, en su juventud, reproducía en su tratado (inacabado) De inuentione. Al menos par tió de aquellos principios. Estas enseñanzas distinguían cinco partes en la obra oratoria: la invención reunía todos los elementos de la causa, narración de los hechos, su empleo a beneficio del cliente y refutación de los argumen tos adversos; la disposición determinaba el orden y la proporción de las par tes; la memoria permitía dominarlas; la elocución cuidaba de la pureza y adorno de la lengua; la acción (voz, gestos) ponía, en la obra, con ayuda del cuerpo, todo el esfuerzo del pensamiento. Cicerón, con toda seguridad, no cesó jamás de ejercitar su elocuencia de acuerdo con estos principios. Pero su experiencia lo llevó a prolongar y a simplificar el ideal del orador: su misión sólo consistía, según él, en probar (docere), agradar (delectare) y con mover (movere). La seducción de una inteligencia y de una sensibilidad excepcionales debían también contrapesar las minucias sistemáticas de la Escuela. La práctica; los dones del orador. — De hecho, un discurso de Cicerón, tal como lo leemos, es el resultado de una triple elaboración. Cicerón lo pre paraba primero muy a fondo, trazaba el plan y redactaba ciertas partes (el exordio en particular); luego lo pronunciaba, teniendo en cuenta todas las im presiones momentáneas que causaban en él la actitud de los asistentes o los incidentes de la causa; finalmente volvía a tomar las notas taquigráficas del discurso pronunciado realmente 55 y lo modificaba para la edición destinada a la lectura, tratando de conservar mediante determinados artificios la apa riencia de la palabra viva y la atmósfera de la asistencia real, pero dándole un carácter más literario y frecuentemente más amplitud y un interés más general. Para derrotar a Verres le bastó con poner al descubierto las maniobras aristocráticas que intentaban apartarlo de la causa (Dluinatio in Caecilium) y organizar y presentar bre vemente la multitud de pruebas (¡había más de 1.0001) en una Prima actio; pero, en seguida, desarrolló en cinco libelos, de una abundancia y una variedad admirables, todas las malversaciones, los negocios sucios y los crímenes de Verres durante su pretura urbana (D e praetura urbana) y en Sicilia, en la administración de justicia (D e iurisdictione siciliensi), la percepción de los impuestos y los diezmos en especies (De re frumentaria), sus robos de obras de arte (D e signis) y sus crueles abusos del poder (D e suppliciis).
Los discursos de Cicerón son, pues, obras de arte complejas, muy medi tadas y muy vivas, en que se vuelca su autor por entero, con su sensibilidad, su virtuosismo y muchas intenciones más o menos veladas. El plan varía mucho en detalle, según las exigencias de la causa, pero sin duda también por escrúpulos de gran escritor. 55. Los antiguos conservaban aún borradores (commentarii) de Cicerón, e incluso notas taquigráficas de las Besicnes (por ejemplo, del Pro Milone).
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Cicerón Plan del “ Fro Milone” " Exordio: E l aparato excepcional que rodea al proceso no significa una amenaza para el acusado, sino una garantía de imparcialidad. Cuestiones prejudiciales: La causa está íntegra: Milón puede confesar que ha dado muerte a Clodio sin ser por ello digno de condena; ni el Senado ni Pompeyo han decidido, con las medidas adoptadas, prejuzgar acerca de su culpabilidad. Narración: Hace destacar de la simple narración de Jos hechos que Milón no había premeditado el homicidio, sino que cayó en una emboscada. Confirm ación: A. Todas las probabilidades morales están en contra de Clodio; — B. E incluso las circunstancias materiales; — C. Sin contar con la actitud de Milón después del homicidio, que atestigua su inocencia. Refutación: No hay que tener en cuenta los falsos rumores que corren contra Milón. Argumentación subsidiaria: Por otra parte, si Milón hubiera pretendido dar muerte a Clodio, sólo merecería elogios. Pero sólo hay que dar las gracias de ello a los dioses. Petición: Milón es un héroe que no se entrega a las súplicas; Cicerón lo hace por él, y suplica a los jueces que lo absuelvan.
Lo que en los discursos judiciales aparece a menudo como la parte más débil es la argumentación jurídica, en la que Cicerón parece a menudo más enrevesado que vigoroso; como, sin embargo, conocemos su extrema concien cia de abogado, es posible que haya descuidado voluntariamente esta parte del desarrollo en la redacción destinada a los lectores. Por el contrario, en el arte de seducir y llegar al ánimo de los jueces, Cicerón no conoce rival. El pintoresquismo más delicado y vigoroso, los ejem plos y anécdotas del tono más natural y vivo, la suavidad en las transiciones y un avance tan insensible que no hay modo de notarlo obligan a un asen timiento lleno de admiración. Es también el maestro del patetismo: su sensi bilidad lo anima todo, con las apariencias de la espontaneidad; pero sabe distribuirla gradualmente, ampliar los efectos casi sin medida e imponer tirá nicamente sus más fuertes impresiones. Una caricatura: Fanio [Proceso para un arreglo de cuentas de sociedad promovido por Fanio Querea contra el gran comediante Roscio, amigo íntimo de Cicerón. — Discusión de las verosimilitudes, tomadas no sólo del carácter, sino incluso de la fisono mía. — Sugestión plástica de la descripción. — Exageración propia de una ima ginación aún demasiado artificial (la causa es del año 76).] ... jRoscio engañó a C. Fanio Querea! Os ruego y suplico a vosotros, que les cono céis: comparad sus vidas; y, quienes no los conocéis, considerad sus respectivas fisonomías. ¿Acaso no parece esa cabeza, esas cejas raídas por completo, oler a maldad y proclamar la astucia? ¿No parece que desde las uñas de los pies hasta la coronilla — si el aspecto externo de los hombres basta para identificarlos, sin que digan una palabra— todo su cuerpo está lleno de fraude, falacias y mentiras? Éste se afeita siempre la cabeza y las cejas, para que se diga de él que “no tiene un pelo de buena persona”, y este último Ipersonaje, Roscio, suele representarlo a menudo en escena con éxito, sin obtener de él la gratitud que merece un servicio semejante. En verdad, en el papel de Balio, ese
56.Milón, jefe de las bandas al servicio del partido aristocrático, mandó eliminar a Clodio, jefe de las del partido popular,que resultó herido en un tumulto entre sus hombres en la Vía Apia. Pompeyo, cónsul único, tomó en el momento del proceso medidas de orden muy severas. Cicerón, inquieto, realizóuna defensa mediocre y Milón tuvo que marchar aldestierro. Pero el discurso que poseemos esunaréplica muy hábil del proceso real.
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LA ÉPOCA CICERONIANA tipo de le n o E1 perverso y perjuro, encarna el papel de Carea. Todo lo que hay de fangoso, de impuroen ese personaje encuentra su expresión en las costumbres, en el carácter, en la vida deCarea. Y si ha podido suponer que Roscio se le parecía en los engaños y en la perversión, ello itie parece extraño, a no ser que advirtiera que era imitado maravillo samente en el papel del leño. Pro Roscio com oedo, 20.
Suplicio de los navarcas sicilianos [Las ciudades griegas de Sicilia debían proporcionar — para la custodia de los mares vecinos— naves de guerra con sus equipos y sus jefes (o “navarcas”). Verres desorganizó la escuadra al vender los permisos y licencias a los marinos y no cuidar de la tripulación. De este modo fue derrotado por los piratas. Verres, para eludir sus responsabilidades, atribuyó la falta a los navarcas y los condenó a muerte. — Modelo de patetismo progresivo: el horror — ya extremo en un principio— sigue creciendo. — Estrecha unión entre narración y comentario. — Animación en la forma (palabras añadidas; cambios ficticios de conversación con el público; preguntas de los jueces y de] acusado). — Arte de la insistencia y del desarrollo. — Virulencia de la conclusión, cuando el abogado cree haberse adueñado de todos sus oyentes. 1 Llevan a los condenados a prisión, secretamente; su suplicio se prepara, y empieza el de sus desdichados padres con la prohibición de ver a sus hijos, y de llevarles alimentos o vestidos. Esos padres, a quienes veis, yacían en el umbral, y las madres (¡desdichadas!) pasaban las noches en la puerta de la cárcel, sin permitírseles abrazar a sushijospor última vez; no pedían otra cosa sino recoger en un beso el último aliento de sushijos. El portero de la prisión estaba en su puesto, el verdugo del pretor, el terror y la muerte de los aliados y de los ciudadanos, el lictor Sextio; cada gemido, cada muestra de dolor le proporcionaba dinero al contado, y a precio fijo; “Una entrevista vale tanto; el permiso de entrar alimentos, tanto.” Nadie se negaba. “Dime: ¿qué me darás por que mate a tu hijo de un solo hachazo, para no prolongar su suplicio? ¿para ahorrarle muchos golpes? ¿para quitarle la vida sin que sufra?” Incluso por esto daban dinero al lictor. |Oh dolor excesivo, intolerable! ¡Atroz crueldad del destino! Los padres se veían obligados a comprar no la vida de sus hijos, sino la rapidez de su muerte. Los mismos jóvenes hablaban con Sextio del hacha, de ese golpe único; y la última súplica de los hijos a sus padres era que le pagaran al lictor para aliviar su suplicio. ¡Qué fecunda imaginación para torturar a los padres, a los allegados! — Muchos beneficios; pero, tras la muerte de los condenados, se acabará todo. — No. — ¿Cómo? ¿Puede llegar más lejos la crueldad? — Llegará. Porque, víctimas del hacha, muertos, sus cuerpos serán entregados a los ani males. Si los padres se afligen por ello, ¡compren el derecho de enterrar a los ajusticiados! Ya habéis oído de labios de Onaso, hombre principal de Segesta, que contó una cantidad a Timárquides “ por la sepultura del navarca Heraclio. Y no vale decir: “A buen seguro, son testimonios de padres amargados por la muerte de su hijo.” Quien habla es un hombre de primera fila, un principal de los más distinguidos, y no habla precisamente de su hijo. ¿Qué siracusano de ese tiempo hay que no sepa, que ignore que Timárquides discutía sobre las condiciones de la sepultura con los propios desdichados, antes de la ejecución? Estas conversaciones con Timárquides, ¿eran secretas?; ¿acaso no eran llamadas todas las familias de todos los interesados? ¿Era secreta esta cotización de los funerales de hom bres vivos? Cuando todo estuvo terminado y se hubieron tomado todas las medidas, los sacaban de la cárcel y los ataban a los postes. ¿Habría existido entonces un hombre tan duro, tan monstruoso (¡de no ser tú, y sólo tú!), que no se hubiera conmovido de su juventud, de su nobleza, de su infortunio? ¿Habría existido alguno que pudiera contener sus lágrimas; que, al afligirse por su desgracia, no hubiera también visto en ello un duelo personal y una
57. Véase antes, p. 59. 58. Liberto y agente de confianza de VerTes. Por tanto, se trataba de horribles abusos de poder por parte de un simple carcelero.
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Cicerón amenaza para todos? Se les mata a hachazos. ¡Tú te complaces en ello en medio del gemido universal, y triunfas! ¡Qué alivio, ver suprimidos los testigos de tu avaricia! — Te equivo cabas, Venes; te equivocabas gravemente: la sangre de los aliados inocentes6* no podía lavar tus robos ni tus infamias. Locura furiosa era pensar curar, con la crueldad, las Üagas de tu avaricia. Por más que cayeran muertos los testigos de tu crimen, sus allegados buscan tu castigo y su venganza; algunos navarcas, incluso, viven y están allí. Fortuna, según creo, los ha salvado sólo para vengar hoy la inocencia. He aquí a Filarco de Haluntio, que, al no huir con Cleomenes,"0 fue reducido y hecho prisionero por los piratas: feliz cautiverio, que le impidió caer en manos de ese bandido, pirata de nuestros aliados. Su testimonio saca a la luz las licencias de marinos, hambre en la tripulación, huida de Cleomenes. He aquí a Filacro de Centuripas, nacido del más noble linaje en la más noble ciudad: aduce el mismo testimonio. No hay discordancia alguna. |Por los dioses inmortales! ¿Qué pensáis pues, jueces, de vuestro tribunal? ¿Con qué corazón escucháis? ¿Soy yo, que deliro? ¿Es que tomo demasiado por lo trágico este abismo de miseria en el que se perdían nuestros aliados? O vosotros, también, ¿no sufrís como yo por ese luto, por esas torturas atroces impuestas a unos inocentes?
Verrinas: De suppliciis, 117-123.
Los discursos políticos ofrecen, en cada momento, las mismas cualidades. Pero conceden una parte más amplia al “gran estilo” periódico, amplio y musical, que desarrolla largas frases acompasadas y llenas de dignidad. Por otra parte, se muestra un hombre sensiblemente arrebatado en contra de sus adversarios: Catilina, Clodio, Pisón, Antonio; una violencia sin medida, una ironía corrosiva, un exceso brutal en las descripciones, una mala fe evidente en las interpretaciones ponen a Cicerón, armado con su sola elocuencia, al nivel de los ambiciosos sin escrúpulos que se disputaban el poder en torno a él. Política y religión® Si un espíritu divino, pontífices, parece haber inspirado a nuestros antepasados un gran número de sus invenciones y de nuestras instituciones, nada hay más admirable entre lo que nos han transmitido, que esa decisión de confiaros a la vez la presidencia de todo el culto de los dioses inmortales y la suprema dirección del Estado, de modo que los hombres más notables y más ilustres, dirigiendo sanamente al Estado “ como ciudadanos e interpretando con sabiduría la religión como pontífices, garantizan doblemente la salud de la patria. Ahora bien, aunque jamás una causa importante ha sido sometida al juicio soberano de los sacerdotes del pueblo romano, ésta, que afecta a toda la grandeza del Estado, a la seguridad, a la vida, a la libertad, a los altares, a los hogares, a los dioses penates de todos los ciudadanos, entrega y confía su defensa a vuestra prudencia, a vues tra conciencia, a la autoridad de vuestra jurisdicción. Debéis decidir hoy, de una vez para siempre, si preferís privar de la demencia de los magistrados perversos “ el apoyo de los malos y de los criminales, o fortificarla aún con la religión de los dioses inmortales. Pues si ese cáncer“ que roe al estado encuentra en la religión divina la justificación de su tribunal desastroso y maldito que condena la justicia humana, deberemos buscar otros ritos, otros sacerdotes de los dioses inmortales, otros intérpretes de la religión. Pero si 59. L os rom anos daban el nombre de aliados (socii) a las poblaciones sometidas que esta ban obligadas a ciertas obligaciones militares y fiscales. 60. Subordinado de Verres, que mandaba la escuadra y dio la señal de fuga: Verres no lo había incluido en las causas. 61. Al regresar del exilio, Cicerón reivindicaba sus bienes, que le habían sido arrebatados por las bandas de Clodio. Su casa del Palatino, en particular, había sido arrasada, y su solar consagrado a la diosa Libertad. Cicerón, para recobrar su propiedad, estaba obligado a pedirlo al colegio pontificio, jefe supremo de la religión romana. 62. Las funciones religiosas no eran en Roma algo distinto de las demás magistraturas. 63. Los tribunos de la plebe, enemigos del Senado aristocrático. 64. Clodio (véase, más atrás, p. 121 ss.).
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LA ÉPOCA CICERONIANA vuestra autoridad y vuestra prudencia, pontífices, anulan los actos que el furor de los malos impuso a nuestra patria oprimida, abandonada o traicionada por sus hijos, p o d r e m o s , legítimamente y con pleno derecho, celebrar la idea que tuvieron nuestros antepasados de escoger para sacerdotes a los hombres más importantes del Estado.
Pro domo sua ad pontifices, 1-2.
Pisón escarnecido [Para vengarse de L. Calpurnio Pisón (cónsul en 58), uno de los autores de su destierro, Cicerón provocó su llamada desde Macedonia; como el procónsul se quejara al Senado, Cicerón ridiculiza su pretendido desinterés (Pisón decía que no aspiraba al “triunfo” , honor ambicionado por todos los gobernadores de pro vincia de esa época) y ataca su integridad (55). — Ironía cruel. — Pintoresquis mo injurioso. — Tendencia a la comicidad.] Demasiado tarde para Cn. Pompeyo: no podrá seguir tus principios. Sí: se equivocó, aún no había probado tu filosofía: he aquí tres veces,05 al imbécil que triunfa. Craso, me avergüenzo de ti: ¿por qué, tras haber concluido la guerraM más formidable y haber trabajado tanto para obtener del Senado esta corona de laurel? P. Servilio, Q. Metelo, C. Curión, L. Afranio: ¿habéis escuchado también las lecciones de este sabio, de este hombre discreto, antes de cometer ese error? Para C. Pomptino, mi amigo, ha resultado demasiado tarde: ya ha contraído promesas con los dioses.“' ¡Oh, ignorancia de los Cami los,“ de los Curios, de los Fabxicios, de los Calatinos, de los Escipiones, de los Marcelos, de los Máximos! ¡Locura de Paulo Emilio! ¡Inconveniencia de Mario! ¡Imprudencia de los padres de nuestros dos cónsules! * ¡Obtuvieron el triunfo! Pero, como no podemos cambiar el pasado, ¿qué espera esta calamidad llena de cieno y fango para mostrar esos excelentes principios de prudencia a nuestro ilustre y gran general, a su yerno?70 E l deseo de gloria domina, con toda seguridad, a ese hombre. Arde en deseos de un justo y magnífico triunfo; no ha recibido las mismas lecciones que tú. ¡Bueno! Envíale una relación; y, para vuestra próxima entrevista, prepara un discurso que ahogue y extinga el fuego de su deseo. Tú tendrás sobre esa frívola pasión de gloria la autoridad de una pujante sabiduría, sobre la ignorancia la propia de la ciencia, sobre un yerno la de un suegro. Tú le explicarás, con esa seducción persuasiva, esa gracia, esa perfección, esa cortesía que posees de la escuela: n “¿Qué placer hay, César, en mandar que decreten tantas y tan largas ‘súplicas’? ” Es un error de los hombres, y los dioses no se preocupan de ello: ellos no sienten hacia nadie (así lo enseñó nuestro divino Epi curo)™ ni simpatía ni cólera.” Pero este argumento, sin duda, no dará resultado: su cólera contra ti fue — y sigue siéndolo— demasiado evidente. Entonces pasarás a otro lugar común de la escuela, a una disertación sobre el triunfo: “¿Para qué, en una palabra, ese carro, esos jefes encadenados que lo preceden, esas imágenes de las ciudades, ese oro, esa plata,74 esos legados7ä a caballo y esos tribunos,” esos gritos de soldados, y todo ese acompañamiento? Naderías, créeme, y casi un juego de niños, es eso de buscar los aplausos, que lo paseen a uno por la ciudad y pretender que lo vean. En todo ello no hay ningún
65. Tras sus guerras contra los partidarios de Mario (80-79), contra Sertorio en España (71), ·;η Oriente (61). 66. Contra Espartaco y los esciavos amotinados. 67. El triunfo era una ceremonia religiosa. 68. Tras los vivos, los muertos ilustres. 69. Pompeyo y Craso. 70. César, que entonces se encontraba en la Calia. 71. Nótese, por el contrario, la “mezquindad vulgar” del estilo que pone en boca de Catón. 72. Acciones de gracia a los dioses, especie de preludio del triunfo. El Senado determinaba su principio, importancia y duración. 73. La doctrina de Epicuro era mal vista por los dirigentes senatoriales. 74. Llevado sobre parihuelas. 75. Lugartenientes del general. 76. Comandantes de las legiones.
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Cicerón gozo estable, nada tangible, nada con lo que pueda disfrutar el cuerpo.” Fíjate en mí más bien: regresado de una provincia que valió el triunfo a T. Flaminio, a L. Paulo, a Q. Metelo, a T. Didio, y a muchos otros a quienes dominaba un frívolo deseo, para pisotear ante la puerta Esquilina los laureles de Macedonia. Sí: yo me presenté con mucha sed, con quince mozos mal vestidos,” en la puerta Celimontana, donde un liberto mío había alquilado en la antevíspera una casa para su esclarecido general; si no se hubiera hallado libre, hubiera montado mi tienda en el campo de Marte. E n cuanto al dinero, César, no he necesitado para nada de las andas triunfales. Ha quedado y quedará en mi casa. He presentado en seguida las cuentas al tesoro, como lo prescribe tu ley (es el único punto en que he obedecido a tu ley). Si quieres consultar esas cuentas, verás que nadie ha sacado nunca mejor partido de las letras ™ que yo. Están deducidas, en efecto, con tanta agudeza y un escrúpulo tan literal, que el escriba que las ha llevado al tesoro, tras copiarlas de extremo a extremo, se ha rascado la cabeza con su mano izquierda y ha exclamado para sus adentros: “¿Una cuenta? Sí, esto es una cuenta; pero de dinero, nada.” 60 Aunque César estuviera a punto de subir a su carro triunfal, es seguro que, ante estas palabras, bajaría.® In Pisonem, 58-61.
Los tratados de retórica. — Cicerón tenía plena conciencia de haber con quistado “el reino del foro” y de haber ampliado extraordinariamente, en la práctica, la teoría de la elocuencia. En 55, muy menguado ya su prestigio de hombre político, pero queriendo preservar su grandeza literaria, publicó un De oratore en 3 libros. En él presentaba un diálogo (en 91) entre Antonio y Craso (véase más atrás p. 134-135) y dos jóvenes, Cotta y Sulpicio. Exponía sus puntos de vista acerca de la iormación del orador, fundada en dones naturales y en conocimientos adquiridos (filosofía, historia, jurisprudencia) (1. I). Explicaba cómo deben adaptarse las normas tradicionales acerca de la invención y de la proporción (1. II), y cuáles son los secretos esenciales del estilo y de la “acción” (1. III). Difería a un tiempo de la filosofía de Aristó teles, que concede un papel muy reducido a la sensibilidad y al arte, y de las enseñanzas de los rétores griegos y latinos, que tendían a un mero análisis de los procedimientos técnicos; lo escribió con una fuerza llena de elegancia: el De oratore fundamentaba acertadamente el inmenso éxito de la elocuencia ciceroniana. Ciencia y oratoria Con frecuencia82 surgen, en procesos que, a todas luces, pertenecen a la oratoria, cuestiones que no denotan esa práctica forense a la que reducís el papel del orador, sino cuya solución queda reservada a cualquiera de esas ciencias más ignotas, y de las cuales hay que lograrla. ¿Es posible — os pregunto— hablar en pro o en contra de un general sin tener alguna práctica de la guerra o incluso, con frecuencia, sin una documentación geográfica de tierra y de mar? ¿Podemos impulsar al pueblo a votar o a rechazar una ley, o tratar en el Senado cualquier tipo de cuestión acerca del gobierno sin un estudio pro fundo, teórico y práctico, de los problemas políticos? ¿Podemos llegar a inflamar o apagar
77. Caricatura del más vulgar epicureismo. 78. Cuadro de miseria: este detalle y los siguientes muestran una mezquindad deshonrosa. 79. Para disimular con sutilezas sus rapiñas: nótese la abundancia en el juego de palabras. 80. Verso de un autor cómico desconocido (o tal vez de Lucilio). 81. Desanimado por esas payasadas. 82. Craso defiende aquí una de las ideas más caras a Cicerón: que la oratoria debe abar car todos los conocimientos humanos. Notemos, sin embargo, la prudencia de sus afirmaciones.
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LA ÉPOCA CICERONIANA incluso los sentimientos y las pasiones de los oyentes (y ello es el triunfo supremo del orador) sin haber explorado con el mayor esmero todos los sistemas filosóficos que analizan los instintos y las costumbres del hombre? Tal vez no logre convenceros; mas no dudaré en expresar mi pensamiento. La física misma, y la matemática, y esas otras ciencias especiales, cuyo campo estabas delimitando precisamente, dignifican sin duda a quienes las cultivan. Pero, incluso tratándose de tales ciencias, si queremos asegurarles el esplendor de la expresión, habremos de recurrir al arte del orador. Si Filón, el célebre arquitecto que construyó el arsenal de Atenas, supo dar buena cuenta ante el pueblo de su trabajo, debió hacerlo más como arquitecto que como orador. Pero imaginad que nuestro amigo M. Antonio hubiera tenido que hablar, en pro de Hermodoro, de la construcción de nuestra base naval: pese a tomar de segunda mano los datos de la causa, habría embellecido y enriquecido con su elocuencia un arte que ignora. D e oratore, I, 59-62.
La acción oratoria [La “acción” tenía una importancia especial ante las grandes asambleas, y al aire libre; e igualmente la amplitud de las frases y la repetición de las ideas esenciales, que permitían la comprensión, en conjunto, por parte de los oyentes más alejados. — Unión de naturalidad y arte que la pone de manifiesto. — Inte rés apasionado por la expresión psicológica exacta y matizada. — Estilo muy refinado y lleno de imágenes.] Sin duda, en todo, la verdad supera a la imitación; pero si ésta fuera suficiente para regir ntiestra acción, no precisaríamos del arte. Pero de hecho las emociones, que la acción ha de patentizar o imitar, son a menudo confusas, veladas o casi vacías; debemos, pues, disipar las brumas que las ocultan y dar valor a los rasgos relevantes que las evidencian. En verdad, todo movimiento del alma encuentra su expresión natural en la fisonomía, la voz y el gesto; y el cuerpo del hombre por entero, todos los rasgos de su rostro y los sonidos de su voz vibran como las cuerdas de una lira a cada sacudida de la pasión. Pues nuestra voz es como una cuerda tensa, capaz de responder al menor contacto, agudo o grave, rápido o lento, fuerte o débil; y cada uno de estos tres aspectos tiene también su grado medio. Derivan otros igualmente, en número mayor: la entonación es flatulenta o áspera, presurosa o pesada, conexa o entrecortada, lánguida o brusca, fina o hueca. Y, de entre éstas, no existe entonación a la que no haya que aplicar arte y método; y el orador las tiene todas a su arbitrio para matizar su discurso, como el pintor tiene los colores... Todas esas modulaciones deben ir acompañadas de gestos, y no de gestos teatrales,“ haciéndolos de un tipo distinto a cid a palabra, sino gestos que sugieran sin representarlo el pensamiento, la idea en su conjunto. Los movimientos del cuerpo serán de una simplicidad recia y viril, que evoque, no la escena y sus histriones, sino el ejército o incluso la palestra.“ La mano se mostrará menos parlante “ y los dedos seguirán las palabras con el gesto, sin modelarlas. E l brazo, un poco levantado, y tendido hada adelante como si asaeteara las palabras. Una llamada de atención discreta con pie puede hacerse al principio o al fin de las discusiones. Pero todo depende del rostro, y en él predominan enormemente los ojos. ¡Con razón — dijo Roscio— nuestros antepasados no gustaban de un actor con máscara! Pues el alma anima toda la acción; la fisonomía que refleja el alma; y los ojos que la revelan. Los ojos son, gracias a su movilidad, la única parte del cuerpo capaz de expresar todos los movi mientos del alma; y quien los esconde medio entornados no puede lograrlo. Teofrasto nos transmite las palabras de un cierto Taurisco: el orador — decía— que recita sus discursos con los ojos fijos, da la espalda a su público. D e oratore, III, 215-217; 220-221.
83. 84. 85.
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Como lo era a menudo el de Hortensio (véase más atrás, p. 135 ss.). Armoniosos y necesarios, como los de un atleta. Que la de los actores.
Cicerón
Nueve años después del D e oratore, Cicerón se sintió impulsado a escri bir nuevos tratados de retórica por dos razones: la dictadura de César lo reducía al silencio; y algunos jóvenes, Bruto y Calvo en particular, preconi zaban una elocuencia “neoática”, más simple y enérgica, menos variada y rica en formas que la suya. En el Brutus (46),86 Cicerón, siguiendo un diario cronológico (el L íber annalis) de su amigo Ático, reconstruye toda la historia de la elocuencia latina, terminando, con bastante discreción, en su apología personal; gracias a esta obra la crítica literaria encontraba en Roma un emi nente modelo. El Orator (46),87 que, siguiendo el principio de las “ideas” latónicas, reconstruye con carácter didáctico el retrato del orador ideal —es ecir, el propio Cicerón—, insiste sobre todo en la polémica contra los áticos, en el trabajo del estilo y en la extensión de los discursos. El De optimo genere oratorum (“Acerca del mejor tipo de elocuencia”) (44) opone a Demóstenes como modelo del aticismo a Lisias, simpre en demasía. Al mismo tiempo Cicerón, al entregarse, a falta de ocupación mejor en su soledad, a los ejercicios de enseñanza, publicó dos tratados puramente técni cos, sobre “las divisiones de los discursos” (Partitiones oratoriae) (45), y los "lugares comunes” (Topica) (44), resumen lejano el segundo de una obra de Aristóteles.
S
Los tratados filosóficos.88 — Durante el mismo período, en dos etapas, Cicerón se ocupó también —aunque con menos interés— de la filosofía. La había estudiado en su juventud en Roma y en Grecia, sobre todo desde un punto de vista de abogado: la sutileza dialéctica de los estoicos, la discusión de las probabilidades a que se entregaba la Nueva Academia, eran un entre namiento muy útil para un orador. Poco a poco la práctica de los negocios públicos le obligó a tomar un partido bastante claro, análogo al de Escipión Emiliano, contra el epicureismo y en favor de un buen número de ideas estoicas, pero con un estoicismo práctico, armonizado ya parcialmente con el ideal romano por Panecio y por Posidonio, del que había sido alumno. En 54 y 52, en medio de una creciente corrupción política, se lanzó a escribir dos diálogos, cuyos títulos tomó de Platón; “El Estado” (De re pu blica) y “Las Leyes” (De legibus). El De re publica, en seis libros,89 definía el gobierno ideal como una síntesis entre la monarquía, la aristocracia y la democracia; la encontraba (siguiendo a Polibio) en la Roma del siglo n; asen taba la justicia en la base de la vida social, cuyos aspectos describía siguien do —en especial— las costumbres tradicionales de la antigua Roma; hacía, para terminar, una llamada a todos los grandes espíritus para que sirvieran al Estado, prometiéndoles a cambio una inmortalidad metafísica en los cielos. 86. Se trata de un diálogo actual, cuyos interlocutores — tres— son Cicerón, Bruto y Atico. 87. Dedicado también a Bruto. 88. Conservamos 12 de los 21 que había escrito Cicerón. 89. Sólo conservábamos (gracias a Macrobio) el episodio del “Sueño de Escipión” (Véase más adelante), hasta que, en 1819, el cardenal Angelo Mai descubrió fragmentos de mayor o menor extensión, hallándose escritos los 5 primeros libros en un palimpsesto (antiguo manus crito sobre pergamino borrado o lavado en la Edad Media rara la transcripción de un nuevo texto).
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Del De legibus sólo conservamos tres libros;90 el primero, de inspiración estoica, aunque no carente de originalidad, establece como principio natural del derecho el parentesco espiritual del hombre con la divinidad; los siguien tes tratan, desde un punto de vista romano, de las leyes religiosas y de la organización política. Ambas obras formaban una síntesis idealista de los objetivos políticos de Cicerón, al igual que el De oratore trazaba la imagen sistemática de su elocuencia. El sueño de Escipión [Escipión Emiliano, joven oficial en Africa, es transportado en sueños a la re gión de los astros, donde su abuelo adoptivo, Escipión el Africano, y luego su padre, Paulo Emilio, se presentan ante él y le dan a conocer la vida eterna. Escipión aparece como el narrador de este relato, poco antes de su muerte ines perada. — Idealismo ciceroniano: combinación de estoicismo (Dios es el alma del mundo; de Él emana y a Ë1 vuelve el alma de los hombres), de sentimiento de la inmortalidad personal y de pitagoreísmo (filosofía astral). — Fuerza de la representación cósmica. — Dignidad grandiosa del estilo. Cf. Platón República, X, 20 (mito de Er el armenio).] ... En cuanto pude reprimir mis lágrimas y hablar, le dije: “Te ruego, oh el más venerable y el mejor de los padres, respóndeme: puesto que aquí reside la vida, como el Africano me explica, ¿qué debo hacer aún en la tierra? ¿Por qué no reunirme contigo en seguida?— Es imposible, me dijo. A menos que el Dios, cuyo templo es todo cuando ves, no te libere de la prisión del cuerpo, no puedes entrar aquí. Pues los hombres han sido creados para guardar ese globo que ves en medio del templo universal, y que se llama la tierra; pero les ha sido dada un alma, emanada de esos fuegos eternos que llamáis astros o estrellas, y que, redondos como esferas y animados de inteligencias divinas, dan sus revoluciones circulares a una velocidad sorprendente. Así debéis, tú, Publio, y todos los hombres religiosos, retener vuestra alma en la prisión del cuerpo y no abandonar la vida humana sin recibir la orden de quien os la ha dado, para que no parezca que desertáis de la misión impuesta por Dios a la humanidad. Ea, Escipión, imita a tu abuelo, y a mí, tu padre; cultiva la justicia y la piedad, ama a tus padres y a tus parientes, pero a la patria por encima de todo; y esta vida te llevará al cíelo, a la asamblea de los que vivieron y que, libres de su cuerpo, habitan en el lugar que ahora ves.” Por tanto, éste es el círculo cuya blancura brillante destaca en medio de los resplan dores celestes y que, siguiendo a los griegos, llamáis Vía Láctea. Y desde allí mis ojos contemplaban sin tregua fulgurantes maravillas: estrellas que no vemos nunca en nuestra tierra, y todas ellas de un tamaño que jamás sospechamos; la más pequeña era la que, más lejos del cielo y más cerca de la tierra, brilla con luz prestada. Pero las estrellas, por las dimensiones de su globo, superaban en mucho a la tierra; y la tierra empezó a mostrárseme tan pequeña, que nuestro imperio, que no ocupa, por decirlo así, más que un punto, me infundió lástima. D e re publica, V I, 15-16.
En 45, Cicerón perdió a Tulia, su hija muy querida; trató de amortiguar su pena escribiendo una Consolación, tema clásico de la filosofía moral. A par tir de entonces, durante dos años, brinda como sucedáneo a su actividad inte lectual, frenada por la dictadura de César, la adaptación latina de todas las adquisiciones filosóficas de Grecia. El Hortensius (45) era una llamada calurosa a este tipo de estudios. Los restantes tratados, que suponen una lectura inmen sa y una redacción de una rapidez asombrosa, exponen las tesis centrales de la 90.
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Debía tener 6, pero no sabemos si los 3 últimos fueron escritos, todos o en parte.
Ctccrùn
filosofía griega según Aristóteles, teniendo muy en cuenta a una multitud de pensadores griegos secundarios de los siglos π y i, que apenas conocemos prescindiendo de éstos; Cicerón traduce unas veces, otras resume o combina los diferentes sistemas, de acuerdo con sus tendencias personales, sin adver timos de estos cambios de puntos de vista. Tiende a aceptar un estoicismo ráctico integrado en un sistema neoacadémico, considerando que el homre, en general, sólo puede alcanzar apariencias, no realidades.91 En las “Definiciones del bien y del mal en sí” (De finibus bonorum et malorum, en 5 libros) (45), tras haber expuesto la teoría del supremo bien de labios de un epicúreo, un estoico y un académico, propone una solución intermedia. Las “Discusiones de Túsculo” (Tusculanae disputationes, en 5 li bros) (45), establecen la inmortalidad del alma y fundan la felicidad en la virtud. Los tres libros sobre “los Deberes” (De officiis) (44-43), de inspiración estoica, muestran, con un curioso espíritu jurídico; los conflictos entre lo ho nesto y lo útil, y sacrifican el interés personal ante la ley natural de la sociedad. Los problemas religiosos aparecen tratados en los tres libros sobre “la Naturaleza de los dioses” (45-44), de plan semejante al D e finibus y de ten dencias escépticas; y en los dos libros sobre “la Adivinación” (44), llenos de detalles curiosos, y más netamente escépticos aún en su conclusión. Al lado de estas grandes obras, los agradables tratados de psicología moral se ocupa ban de temas como la vejez (Cato maior) (44) o la amistad (Laelius) (44); ambos diálogos están dedicados a Ático.
E
Cansancio y dolor [Este análisis sigue la crítica de las teorías epicúrea y estoica acerca del do lor. — Estoicismo romano, de carácter práctico, cívico y militar. — Patriotismo marcado (ejemplos escogidos; elogio de la lengua latina comparada con la grie ga). — Minucia, exacta, pero demasiado insistente, en el análisis (cf. el ímpetu de los sofistas griegos, en la segunda mitad del siglo v). — Cualidades literarias (movimiento, pintoresquismo).] Hay una diferencia entre el cansancio y el dolor; son realidades en todo vecinas, pero sin embargo distintas. E l cansancio es un esfuerzo moral o psíquico ante la realización de una tarea bastante penosa; el dolor, una dura sacudida psíquica, que violenta nuestros sentidos. Son dos realidades, pues, y los griegos, cuya lengua es más rica que la nues tra, sólo poseen un término para ambos conceptos. D e modo que los hombres enérgicos son, para ellos, personas que se complacen, o mejor dicho, aman el dolor; para nosotros, con mayor exactitud, son personas resistentes al cansancio; una cosa es, en efecto, can sarse, y otra sufrir. [Cómo a veces te faltan las palabras, Grecia, cuando las crees tener siempre sobradasl Sí, una cosa es sufrir y otra cansarse; cuando le cortaban las varices,“ Mario sufría; cuando, con gran calor, avanzaba a la cabeza de su ejército, se cansaba. Entre ambos conceptos hay, no obstante, cierta analogía; a fuerza de habituamos a las fatigas nos volvemos más resistentes al dolor. De este modo, los que dieron a Grecia sus constituciones determinaron que endurecieran los cuerpos de los jóvenes por el cansancio;
91. A esta doble preocupación responden las Paradojas de los estoicos (46) y el tratado sobre E l Destino (44), que exponen las peculiaridades del estoicismo y critican su fatalismo; y las Académicas, redactadas primero en dos libros, luego en cuatro (sólo poseemos un libro de cada una de las dos redacciones). 92. Cf. Tuse., II, 53.
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LA ÉPOCA CICERONIANA y los espartíatas extendieron la regla incluso a las mujeres, que, en las demás ciudades, “permanecen escondidas en la sombra de las casas”, donde viven la vida más muelle. Nada semejante ocurría “a las vírgenes laconias que, más que una fecundidad asiática, tienen en el corazón la palestra, el Eurotas, el sol, el polvo, la fatiga, los ejercicios mili tares”.“ De modo que estos ejercicios agotadores se entremezclan a veces de dolor: somos arrollados, golpeados, rechazados, arrojados al suelo; y el cansancio mismo nos protege con un callo, por decirlo así, contra el dolor. Hablemos, por ejemplo, del ejercicio militar, entre nosotros se entiende, no entre los espartíatas, cuya falange avanza a los acordes de la flauta y siempre entra en combate al ritmo anapéstico. Nuestro ejército manifiesta en seguida el origen de su nombre; ·* y, como consecuencia, la fatiga agotadora de la marcha en columna: llevar encima más de quince días de víveres, todos los objetos de uso personal, llevar la estaca;06 pues el escudo, la espada y el casco nos los consideran nuestros soldados algo distinto de sus hombros, brazos y manos: dicen que las armas son los miembros del soldado; y, de hecho, se hallan tan bien dispuestas sobre ellos que, en caso de necesidad, les basta con despren derse de su carga para tenerlas dispuestas y servirse de ellas como de sus manos. Y el entrenamiento de las legiones no es gimnástico, sino de cargas y gritos de guerra; " ¡cuántas fatigas! Pero así nace ese valor, ese ardor guerrero que afronta las heridas. Poned en filas a un soldado de igual valor, pero sin entrenamiento: tendrá el aspecto de una mujer. Tusculanas, II, 35-37.
La doctrina neoacadémica w Queda un sector de adversarios: los que no aceptan la doctrina de la Academia. Su opinión sería un gran escollo, si nunca aprobara nadie un sistema filosófico distinto al suyo. Y sobre todo nosotros, que hacemos profesión de combatir a cualquiera que crea estar en posesión de la ciencia, no podemos negar a los demás el derecho de contradecimos. Sin embargo, nuestra causa es la más fácil de defender: pues queremos encontrar la verdad sin disputa alguna, y aportamos a nuestra búsqueda todo el cuidado y celo posibles. Cierta mente todos los conocimientos encuentran muchas dificultades; y en las cosas mismas hay tanta oscuridad, y tanta debilidad en nuestros juicios, que los más antiguos y sabios filó sofos tenían buenas razones para desconfiar en descubrir lo que deseaban. Sin embargo, no erraron en su labor; e igualmente, a nosotros, el cansancio no nos lleva a perder la afición al estudio; pues si discutimos contrastando las opiniones rivales, ello no sirve sino para sacar y hacer brotar — por decirlo así— la verdad o lo que más se le parezca. Entre nosotros y los que creen saber no hay más que una diferencia: éstos no dudan de la verdad de sus proposiciones; nosotros, en cambio, tenernos por probables muchas opiniones que podemos seguir sin dificultad, pero sin atrevernos a afirmarlas. Y nuestra libertad e inde pendencia son tanto más grandes en cuanto que nada dificulta nuestro juicio y ninguna necesidad nos obliga a defender preceptos imperativos; pues uno se encuentra con dificul tades por doquier antes de poder juzgar cuál es la mejor doctrina; luego, en la época más débil, bajo la dirección de algún amigo o la influencia de un solo discurso del primer filósofo que se oye, se juzgan realidades que no se conocen; y, cualquiera que sea el sistema hacia el cual uno haya sido arrastrado como por una ventolera, nos aferramos a él como a una roca. A cadémicas, II, 7-8.
Las obras filosóficas de Cicerón no se imponen ni como método ni como sistema. Incluso desde el punto de vista de la vulgarización presenta graves 93. 94. miento. 95. 96. 97. espíritu
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Citas de origen desconocido. El nombre latino del ejército, exercitus, sugerido por la idea de ejercicio, de entrena Cf. más adelante, p. 193 s., el texto de Salustio. Que acompañó al inicio del ataque contra el ejército romano. Nótese cómo la teoría neoacadémica del conocimiento cuadra a un abogado y a un tan fluctuante como el de Cicerón. (Cf. más atrás, p. 149 s.).
Cicerón
defectos, a causa de las prisas y de la inquietud literaria de su autor. Menores parecen los inconvenientes de su eclecticismo: Cicerón, que quiere estar libre de todo dogmatismo, se preocupa de los heterodoxos recientes (de los estoicos en particular), que apenas conocemos gracias a él, y muy fragmentariamen te; demuestra también, en algunos momentos, un cierto grado de inclinación en favor del aristotelismo. Y Cicerón exagera también cuando se jacta de aña dir a la literatura latina un nuevo sector, pues ya habían existido precurso res.98 Pero éstos se habían limitado a las opiniones de su escuela; Cicerón, en cambio, hizo accesible a los espíritus cultivados de Italia todo el conjunto de la filosofía griega, y sugirió que de la comparación y de la crítica recí proca de los sistemas podía nacer una moral, metafísica y práctica a la vez, adaptada al temperamento romano y a todo el Occidente: Séneca y los gran des precursores cristianos contrajeron una gran deuda con él. Creó también una prosa filosófica latina, que carece aún de precisión en algunos puntos, pero, por la exclusión de los vocablos griegos y la profundidad de significado de muchas palabras latinas, es ya elegante y sólida, aunque incapaz de una precisión tan nítida y pura como el griego. El arte en los diálogos ciceronianos. — Para dar a sus tratados de retó rica y de filosofía una forma más atractiva, Cicerón recurrió de ordinario a la escenificación del diálogo. En principio se inspiraba en Platón, al que admiraba grandemente como literato. También tomó rasgos de Aristóteles, quien, al dar a la conversación un aire menos flexible y entrecortado y con ceder una gran extensión a las largas exposiciones dogmáticas, brindaba un modelo más fácil, en especial para un divulgador temprano. Los personajes de Cicerón, en marcos naturales agradables, un tanto artificiales (por ejemplo los jardines de una de las villas del autor) encuentran una sobria y precisa caracterización; su noble porte y la uniformidad de su lenguaje los hace un tanto uniformes, pero deja todo su valor a la discusión de las ideas. Además, Cicerón introduce sus obras con un prefacio (y disponía de una serie abundante) de genio muy general y personal a la vez (por ejemplo, acerca de la muerte de Craso o de Hortensio, de la necesidad de participar en la vida política, del amor al terruño natal), sin tener nada en común con el tema de la obra: estas efusiones casi líricas, de estilo cuidado, poseen a menu do un encanto especial. Los poemas. — Sólo a título de recuerdo podemos citar los ensayos poéti cos de Cicerón: en su juventud adaptó del griego la obra astronómica de Arato (s. m), por el que sentía una muy profunda admiración; compuso algunos poemas históricos sobre Mario, su propio consulado (en tres libros) y su tiempo (en tres libros). Los fragmentos que él mismo nos ha conservado de estas obras son muy mediocres en general, aunque algunas traducciones del griego (en especial de los trágicos) son muy vigorosas y exactas. 98. Ennío con su Epicarmo y su Evémero; los estoicos Sex. Pompeyo, Q. Lucilio Balbo, etcétera; los epicúreos C. Veleyo, C. Amafinio, Rabirio, T. Catio y Lucrecio.
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LA ÉPOCA CICERONIANA
El humanismo ciceroniano. — Cicerón es sin duda uno de los más gran des escritores de todos los tiempos: la prosa latina alcanzó una pronta madu rez en sus manos, y fue capaz de expresar todos los tonos y matices. Trabajó con amor y con ímpetu. Y, en especial, hizo a su espíritu depositario de toda su riqueza. Fue un auténtico romano, poseído de su dignidad, amante de su familia, de sus amigos, del orden público, de la “majestad” de su patria; pero más italiano aún que romano por la dicha de vivir, la viveza de las impre siones, la ductilidad intelectual y el sentimiento estético; y sobre todo un humanista del espíritu más generoso y la voluntad más comprensiva: helenista y seguidor —como guía— de la “naturaleza”, enamorado de toda razón y de toda nobleza, persuadido de que debía trabajar para el bien de los hombres, dando preeminencia a las formas intelectuales y morales de la vida, fue y sigue siendo, pese a detractores esporádicos, uno de los puntales del pensa miento y de la expresión de Occidente.
3.
Lucrecio, ¿hacia 98?-55 a. C.
Casi nada sabemos de T. Lucrecio Caro. Una tradición recogida por san Jerónimo lo representa víctima de un filtro de amor, componiendo el De natura rerum en intervalos de lucidez y suicidándose a la edad de cuarenta y cuatro años durante una crisis más violenta. Nada nos obliga a prestarle fe. Debía de pertenecer a una buena familia a juzgar por el tono de franca amis tad con que se dirige a Memio (la dedicatoria de su obra), que pertenecía a la antigua nobleza. En febrero del 54, Cicerón escribió a su hermano Quinto (II, 9, 3): “El poema de Lucrecio denota a la vez mucho genio y mucho arte”. ¿Significa ello que fuera el revisor y editor, como afirma san Jerónimo? Física y moral. — El poema Sobre la naturaleza expone la física epicúrea, pero con una intención moral. Epicuro (342-270) proponía como ideal del hombre la perfecta serenidad de la dicha: una fina casuística de los placeres corporales mostraba que eran proporcionados a las necesidades, y que, cuan to más se reducían las necesidades, más ocasiones había para satisfacerlas; por otra parte, el alma lograría la paz al representarse el mundo libre de toda fuerza sobrenatural y regido por leyes inquebrantables: mortal, y no teniendo miedo alguno a los dioses ni a la vida futura, debía, en el orden impasible del universo, esperar también la “ataraxia” (liberación de las inquietudes pasiona les). Para Epicuro sólo importaba el resultado moral: por ello se contentó con adoptar en su Ρερί φύσεως (De la naturaleza) —con muy ligeros retoques— el sistema de la física materialista de Demócrito (hacia 410). Lucrecio no igno raba en modo alguno este orden de valores: su análisis psicológico, penetrante y amargo, revelaba una desmoralización profunda, llena de pasiones febriles, en la sociedad de su tiempo; veía a los propios epicúreos, que abundaban en 154
Lucrecio
la alta sociedad romana, excesivamente inclinados a los goces materiales e inquietos entre una incierta incredulidad y sus prácticas supersticiosas. Re salta, pues, con fuerza el contenido moral de su obra. El corazón impuro del hombre [Pesimismo en la observación moral. — Poder de la expresión psicológica. — Gran sobriedad en las metáforas; pero insistencia didáctica en la comparación final.] É l [Epicuro] vio que los hombres disponían ya de casi todo lo que exigen los usos de la vida y que su existencia era tan segura como posible; vio a los hombres poderosos rebo sar en riquezas, en honores, en gloria y llenaban aun de buen renombre a sus hijos: y, sin embargo, en la intimidad de las almas, no encontraba por doquier más que angustias, ingratos rencores que acusaban sin cesar a la existencia, quejas agrias, que nada podía refrenar. Comprendió que el mal provenía de la propia vasija, que perdía todo lo bueno que se podía echar en ella: ya porque estuviera llena de grietas o agujeros y nada pudiera llenarla, ya porque contagiara su infección al sabor de todo lo que se echaba en ella. Entonces proclamó las verdades destinadas a purificar los corazones, puso un límite al deseo y al miedo, explicó en qué consistía ese bien supremo al cual todos aspiramos y mostró la vía más corta que nos conduciría sin rodeos; explicó también los males que, por todas partes, afectan a la vida del hombre, los que nos vienen de fuera o se asientan en nosotros de modos diversos, por la acción fortuita o necesaria de la naturaleza, e indicó cómo convenía hacer frente a cada uno de ellos. Probó que en la mayor parte de los casos el linaje humano agita sin razón en su alma la ola de amargura de las inquietudes: porque, del mismo modo que se espantan los niños cuando sienten miedo de todo en las negras tinieblas, así resulta que en plena luz nos apercibimos de peligros que no son más dignos de temerse que aquellos de los que se espanta la imaginación de los niños en las tinieblas.“ Y ese terror, esas tiniebles del alma deben quedar disipadas, no por los rayos del sol ylos perfiles luminosos del día, sino por la contemplación racional del orden de la naturaleza. (VI, v. 9-41).
Epicuro y los dioses [Fervor entusiasta: 1.° por Epicuro, a quien sus discípulos veneraban con acentos de idolatría; 2.° por el esplendor de la ciencia. — Polémica irónica y breve contra el neopitagoreísmo (se atribuían a Pitágoras “versos de oro” , lla mados así a causa de su belleza moral) y las filosofías, como el orfismo, que concedían una gran parte a la vida de ultratumba (el Aqueronte es el río de los Infiernos). — Representación epicúrea de los dioses, inútiles ante el sistema ma terialista del mundo, pero que Epicuro conservaba (aún despojándoles de toda actividad) porque, según su teoría del conocimiento, todo aquello de lo que el hombre tiene noción debe tener una cierta existencia. — Influencia literaria dé Homero: cf. Odisea, VI, v. 42 ss.)] |Oh tú! |el primero que, desde el fondo de tan inmensas tinieblas supiste hacer brotar una luz tan clara e iluminamos los verdaderos bienes de la vida! Te sigo, oh gloria del pueblo griego, y coloco hoy mis pies en las propias huellas dejadas por tus pasos, menos deseoso de rivalizar contigo que guiado por tu amor que me impulsa a imitarte. ¿Puede acaso la golondrina rivalizar con los cisnes? Y, con sus miembros trémulos, ¿podrían igualar los machos cabríos en la carrera el ímpetu del fogoso corcel? Tú, padre, eres el descu bridor dela naturaleza: tú eres quien nos prodigas los paternales consejos; en tus libros, oh maestro glorioso, semejantes a las abejas que en los prados floridos vuelan libando por doquier, vamos también gustando de todas tus palabras áureas, las más dignas de conser varse para siempre que existieron. 99.
Relaciónese con la comparación de Lucilio, p. 114.
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LA ÉPOCA CICERONIANA Apenas tu doctrina empieza, con su voz poderosa, a proclamar este sistema de la natu raleza, surgido de tu genio divino, en seguida se disipan los terrores del espíritu; las murallas de nuestro mundo se apartan; a través del vacío entero veo cumplirse todo. Ante mis ojos aparece el poderío de los dioses y sus tranquilas moradas, que ni los vientos azotan, ni riegan las nubes con sus lluvias, que la blanca nieve comprimida por el frío no ultraja con su caída: y un éter siempre sin nubes las cubre con su manto y les esparce en amplias oleadas su luz sonriente. La naturaleza provee todas sus necesidades y nada viene jamás a turbar la paz de sus almas. Por el contrario, en ninguna parte aparecen las regiones del Aqueronte, y la tierra no me impide distinguir todo lo que, bajo mis pies, sucede en las regiones profundas del vacío. Ante todo ello, me siento presa de una delec tación divina y de horror, al pensar que la naturaleza, así descubierta por tu genio, ha retirado todos sus velos para mostrarse a nosotros. (III, 1-30).
Ordenación lógica del poema. — A diferencia de Epicuro, Lucrecio siente la pasión de la verdad científica en sí misma. Habiendo tomado por tarea la exposición de un sistema de física, siguió su trazado, desde un extremo al otro de sus 6 libros, con absoluto rigor, alargando únicamente las partes que tratan del hombre (1. III-IV) y sus relaciones con el universo (1. V-VI). En el vacío caen eternamente átomos indivisibles, indestructibles, simientes de todos los universos pasados, presentes o venideros: pues nada se crea, ni nada se pierde (I). El peso y una cierta “declinación” (clinamen) de la vertical los impulsa a agruparse, a dar nacimiento a los cuerpos inertes y animados, sin la intervención de los dioses (II). Así el hombre es material, hasta su espíritu (animus) y su alma (anima); material, y por tanto mortal: pues toda combinación de átomos acaba por disolverse en sus elementos. Y, si el alma es mortal, no hay que temer una vida futura (III). En los orígenes del conoci miento, las sensaciones, materialmente emanadas del cuerpo, no engañan, si se las inter preta sin ilusión pasional (IV). E l mundo no es obra de los dioses: su evolución y la de la humanidad pueden originarse a partir de combinaciones fortuitas por progresos conjun tos (V). Y los fenómenos más extraños que asustan a los hombres, hasta las epidemias, son debidos a causas naturales (VI).
Lucrecio tiende ante todo a la fuerza y a la claridad didáctica del razona miento. Por ello las transiciones son insistentes, con frecuencia fatigosas; las referencias a los puntos ya alcanzados son continuas; y el poeta no duda en expresar muchas veces bajo formas diversas las conclusiones esenciales. Esta voluntad es tan clara, que al parecer hay argumentos suficientes para hablar del estado incompleto de la obra (y, a veces, de la transmisión manuscrita), de las faltas de coherencia y las lagunas que encontramos a lo largo del poe ma. Igualmente su fin brusco, que nos deja con la impresión de la peste de Atenas.100 El equilibrio literario. — Siguiendo muy de cerca a Epicuro, cuya expo sición era muy árida, Lucrecio tenía la ambición de crear una gran obra literaria. Había estudiado a Ennio; pero retrocedió mucho más allá, hasta los grandes filósofos-poetas de Grecia, los eléatas (Elea es una ciudad griega de Italia) Jenófanes y Parménides (s. vi-v), y, en especial, hasta el siciliano 100. T al vez la conclusión prevista volvía sobro la teología epicúrea, el exordio del poema (1. I) acerca de los crímenes de Ia superstitio.
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contrapartida con
Lucrecio
Empedocles (s. v), a quien elogia e imita frecuentemente sin participar (ni mucho menos) de todas sus ideas. Lucrecio nos ha dejado el único ejemplo, completo y brillante, de este género grandioso, ya caduco desde hacía mucho tiempo en el mundo griego. Había leído a muchos otros poetas, Homero, Hesíodo, Tucídides, por ejem plo. Practicó la retórica y cultivó el “desarrollo poético”: de ahí los preludios brillántes, las amplias partes intercaladas, las comparaciones delicadas que podía introducir en algunos momentos para alegrar la aridez de la discusión. Pero, por bellos que sean estos cantos (la invocación a Venus, el treno por la muerte de Ifigenia, la descripción del cortejo de Cibeles, etc.) la continuidad misma del poema es aún más bella. Se muestra totalmente animada, del modo más natural, por la pasión que Lucrecio siente por seguir su razonamiento, »or la vivacidad de sus interrogaciones, de sus exclamaciones, de sus triunos lógicos; por la polémica contra las escuelas filosóficas rivales y el fervor de su fe epicúrea; en especial por el sentimiento, siempre presente, de' la na turaleza.
Í
Los átomos invisibles [Método: introducción del desarrollo por una objeción (procedimiento retó rico); enunciado del tema; prueba; acciones de elementos invisibles (primero los más violentos), disminuciones y crecidas insensibles. — Procedimiento de expli cación de lo desconocido por lo conocido (los efectos del viento explicados por los de las aguas). — Gran espontaneidad y abundancia en los ejemplos. — Pro cedimientos descriptivos de dos tipos: amplitud homérica (vientos y ríos), no imitada, sino natural; minucia alejandrina, breve y sorprendente, del detalle, y del detalle visto. — Coordinación entre los procedimientos descriptivos y los objetivos científicos.] Ahora, acabo de mostrarte que las cosas no pueden surgir de la nada, ni una vez nacidas volver al no ser. Sin embargo, para que no dudes de la autoridad de mis palabras por el hecho de que los elementos de los cuerpos no pueden ser objeto de percepción de nuestra vista, escucha a continuación los cuerpos que, necesariamente, debes reconocer que existen en la naturaleza, y que no pueden verse. En primer lugar la fuerza desencadenada del viento azota el océano, hace naufragar a las mayores naves y arrastra las nubes, rasgándolas. Otras veces, recorriendo las llanuras en torbellinos devastadores, abate los grandes árboles y azota las cumbres de las montañas, que arrasa con sus soplos, ruina de los bosques: así se enfurece cuando se acompaña de soplos agudos y de rugidos llenos de amenazas. Los vientos son, sin duda, cuerpos invi sibles que barren la mar, las tierras, y las nubes, y, agitándolas, de súbito las arrebatan en su torbellino. Sus corrientes se extienden y siembran la ruina, cuando un río de suaves ondas se lanza y sale de su cauce, acrecentado por los anchos torrentes que desde lo alto de las montañas arrojan las lluvias abundantes, arrastrando con él los restos de los bosques y de los árboles enteros. Los puentes más sólidos no pueden soportar el choque repentino del agua que se precipita: tanta es la fuerza con que la corriente, enturbiada por las gran des lluvias, se lanza violentamente contra los muros de contención; los desgaja con gran ruido, y revuelve entre sus aguas grandes bloques, y remueve todo lo que se opone a sus embates. Así, pues, deben entenderse los soplos del viento. Cuando, semejantes a un río poderoso, se lanzan sobre cualquier parte, todo lo arrollan y revuelven delante de ellos con sus repetidos embates, o arrebatan las cosas en sus torbellinos y las llevan repentinamente consigo en tromba. De modo que — lo repito otra vez— los vientos son cuerpos invisibles, puesto que se manifiestan, por sus actos y sus características, como los rivales de los grandes ríos, que son, en cambio, de una sustancia visible. Igualmente percibimos los diversos olores que desprenden los cuerpos, y sin embargo, jamás los vemos llegar a nuestras narices; ni tampoco podemos ver las emanaciones del
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LA ÉPOCA CICERONIANA calor, ni captar el frío con nuestra vista, ni tampoco el sonido, todo lo cual es, por nece sidad, de naturaleza material, ya que puede poner en movimiento nuestros sentidos: pues tocar y ser tocado no puede ser obra sino de un cuerpo. Para terminar, las ropas colgadas en la orilla donde se estrellan las olas se llenan de humedad, y extendidas al sol se secan, y sin embargo no nos es visible la forma cómo el aguapenetra en ellas, así como su desaparición por efeetos del sol. E l aguase divide enpequeñas partículas que los ojos no pueden ver en modo alguno. Y, a medida que se suceden las revoluciones del sol, el anillo que llevamos en el dedo se gasta por debajo; la caída de la gota de agua perfora la roca; aunque sea de hierro, la reja del arado disminuye invisible en los surcos del campo; bajo los pies de la gente se consumen las piedras de los caminos; también en las puertas de las ciudades las estatuas de bronce muestran a menudo sus diestras gastadas por el contactolm de los vian dantes que las saludan. Estos objetos disminuyen, como bien lo vemos, porque se gastan por el roce, pero la naturaleza, celosa, nos ha privado del espectáculo de las partículas que se escapan a cada momento. En fin, ninguna mirada, por aguda que sea, puede adver tir todo aquello que los días y la naturaleza añaden poco a poco a los cuerpos para asegurarles un crecimiento regular, del mismo modo que tampoco puede distinguir lo que pierden a cada instante los cuerpos que el tiempo seca y marchita, o las rocas que se bañan en la mar y consume la ola salada. La naturaleza actúa, pues, con cuerpos invisibles. I, v. 265-328.
El alma es materia [La Antigüedad no logró representarse jamás al alma como desprendida total mente de la materia. Aquí Lucrecio, siguiendo a Epicuro, admite una materia cada vez más sutil para el cuerpo, el alma (principio de vida) y el espíritu (principio de la inteligencia). — Intuición y experimentación psicológicas (estu diando las influencias recíprocas del alma y del cuerpo). — Demostración en dos puntos: el espíritu puede parecer independiente del cuerpo sin serlo en rea lidad; ciertas experiencias prueban de hecho que no lo es.] Ahora afirmo que el espíritu y el alma se mantienen unidos entre sí y forman una sola naturaleza en conjunto; pero lo que es la cabeza y domina, por así decirlo, en todo el cuerpo es ese consejo que llamamos espíritu y pensamiento. Y éste tiene su sede fija en medio del pecho. A él lo asaltan el miedo y el terror; en este lugar palpita dulcemente la alegría: ahí reside el espíritu y el pensamiento. La otra parte del conjunto, el alma, diseminada por todo el cuerpo, obedece y se mueve a la voluntad y bajo el impulso del espíritu. E l espíritu es capaz, él solo, de razonar por sí mismo y para sí mismo, y de regocijarse para sí mismo, cuando ninguna impresión llega a afectar al alma y al cuerpo a untiempo. Y al igual que la cabeza o el ojo pueden sufrir en nosotros bajo el ataque del dolor, sin que nosotros sintamos mal igualmente en todo el cuerpo, también sucede que el espíritu es el único en sufrir o en verse animado por la alegría, mientras que el resto del alma, esparcida en el cuerpo y en los miembros, no es afectada por ninguna impresión nueva. Pero, cuando un temor más violento viene a agitar el espíritu, vemos el alma entera conmoverse, acorde, en nuestros miembros; y bajo el efecto de esta sensación el sudor y la palidez se extienden por todo el cuerpo, la lengua se traba, la voz se apaga, la vista se nubla, zumban los oídos y los miembros desfallecen; en una palabra: vemos a menudo a los hombres sucumbir ante este terror del espíritu: en ello podrán todos reconocer fácilmente que el alma se halla en estrecha unión con el espíritu, y que una vez que es impresionada vivamente por el espíritu, impresiona a su vez todo el cuerpo y lo excita. III, v. 136-160.
101. En señal de adoración. Se trata de dioses protectores de la ciudad, con quienes intenta concillarse toda persona que entra en ella.
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Lucrecio Los sentidos, fuentes del conocimiento [Sutileza seguida de razonamiento: necesidad lógica de una certidumbre; im posibilidad psicofisiológica de refutar las pruebas de los sentidos; imposibilidad práctica de hacer abstracción de los mismos. — Diversidad y vida del estilo (polémica desdeñosa, lógica apremiante y fuerza retórica, buen sentido realista: intentos de variedad en el vocabulario).] En cuanto a esos 102 que opinan que no se puede saber nada, ellos tampoco saben nada si no es posible saber, ya que confiesan no saber nada. Yo no me lanzaré a discutir contra quien ha decidido andar con la cabeza boca abajo. Sin embargo, admitiendo que lo sepan, yo les preguntaré cómo saben — si el universo no les ha ofrecido aún ninguna verdad— distinguir entre “saber” y “no saber” . ¿Qué es lo que les ha dado la noción de lo verda dero y de lo falso? ¿O qué les ha enseñado que lo dudoso difería de lo cierto? Hallaréis que son los sentidos los primeros en crear la primigenia noción de lo verda dero, y que la prueba de los sentidos es irrecusable. Pues hace falta un crédito muy grande para hacer triunfar, por sí solo, lo verdadero sobre lo falso. ¿Y qué ha de merecer un crédito mayor que los sentidos? Y, si un sentido nos engaña, ¿hablará la razón en contra de éstos? ¡La razón, que ha surgido por entero de los sentidos! Sí; en caso de que no sean veraces, la razón es también error por completo. O ¿acaso los ojos sufrirán la censura del oído, y los oídos la recibirán del tacto? ¿O será el tacto, a su vez, censurado por el gusto, refutado por el olfato o desacreditado por la vista? No, creo que no. Pues cada sentido tiene su campo particular; cada uno su poder; y nosotros experimentamos de modo diverso la cohesión y el calor o el frío, y de distinta manera los colores y lo que se halla unido a los colores; distinta es la impresión del gusto, distinta la sensación de los olores, distinta la de los sonidos. Es, pues, completamente imposible que los sentidos se recti fiquen entre sí; y no podrán censurarse unos a otros, puesto que el crédito que hay que otorgarles es siempre igual.108 En consecuencia, es verdad la percepción que experimen tamos a cada instante. Y si la razón no puede aclarar por qué — por ejemplo— lo que de cerca es cuadrado aparece como redondo desde lejos,104 en la duda es preferible dar las razones del error del fenómeno que dejar escapar de las manos verdades manifiestas,105 atentar contra la fuente de nuestras creencias y arruinar los fundamentos mismos de nuestra vida, de nuestra defensa. Pues no sólo se hundiría la razón por completo; la vida misma se derrumbaría también en el mismo instante, si nos aventuráramos a no confiar más en los sentidos, y no evitaríamos más ni los precipicios ni los peligros de toda clase y buscaríamos nuestro mal.
IV, v. 469-510. Separación de los elementos [Los átomos son, más o menos, pesados o lisos; pero los átomos pesados y curvos arrastraron en su caída a otros más ligeros y pulimentados (los del agua, el fuego, y, más sutil, del éter), que en seguida fueron desalojados por pre sión, como el agua de una esponja. — Epopeya cósmica grandiosa. — Poesía original y lozana en la comparación. — Intención de explicar el movimiento de los astros sin reconocer su vida (como hacían, en líneas generales, los neopitagóricos y los estoicos).] En un principio, pues, todas las especies de átomos terrestres, a causa de su peso y de su compleja relación, se reunían en el centro, y tendían todos a ocupar las regiones pro fundas. Y cuanto más se estrechaba su entrelazamiento, más arrojaron de su masa los
102. Metrodoro de Quíos y los democriteos. Pero la polémica afecta también a todas las escuelas “escépticas” : los epicúreos eran muy dogmáticos. 103. De las dos impresiones, la una no es superior, en sí, a la otra. 104. Ejemplo clásico de error de los sentidos: una torre cuadrada, vista desde lejos, pa rece redonda. 105. Aquí nos hallamos ante la eminente preocupación moral de la física epicúrea.
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LA ÉPOCA CICERONIANA elementos propios para constituir el mar, los astros, el sol, la luna y los baluartes del ancho mundo. Pues todos estos cuerpos aparecen compuestos de gérmenes más lisos y más redon dos y mucho más pequeños que los de la tierra. Así, escapándose en primer lugar por los canales de una masa poco compacta aún, el éter portador del fuego se elevó y, en su ascensión ligera, arrastró mucho fuego. Es más o menos así como cuando en la hora matu tina, en las hierbas engastadas de rocío, brillan rojos los rayos dorados del sol, y vemos a menudo desprenderse una bruma de los lagos y de las aguas corrientes, y la tierra misma arroja humo; y esos vapores se concentran en las partes elevadas y se condensan, tejiendo en el cielo un velo de nubes. Igualmente entonces el éter ligero y volátil, al condensarse, se inclina por todas partes y se extiende por doquier alrededor del mundo, que rodea por completo en su ardiente abrazo. Sigue el nacimiento del sol y de la luna, cuyos globos ruedan entrambos en la zona de los vientos entre una y otro: ni la tierra ni el inmenso éter pudieron unirse a ellos, porque no eran ni bastante pesados para formar poso en la parte baja, ni bastante ligeros para deslizarse en las más altas regiones. Y quedaron, por tanto, entre una y otro, dotados de un movimiento de seres animados, aun no siendo más que partes del universo: en nuestro cuerpo también hay miembros que pueden permanecer inmóviles, mientras otros están en movimiento. V, v. 449-479.
Ciencia y filosofía. — Las ciencias físicas, en la Antigüedad, no disponían de un método de experimentación que aislara los fenómenos y, tratando de reproducirlos en circunstancias diversas, permitiera conocer mejor sus causas y sus acciones. Procedían por observaciones, aproximaciones, analogías y deducciones lógicas. Pero las observaciones, por finas que sean, aíslan difícil mente los hechos en su estado puro; las aproximaciones corren el riesgo de ser totalmente externas; la lógica, sin una masa de experiencias controladas, se extravía con facilidad. De este modo, los mejores espíritus se veían impoten tes para crear una ciencia positiva. Lucrecio reunía las más altas cualidades del sabio: objetividad y agudeza en la observación de los hechos; flexibilidad y riqueza de puntos de vista; fuerza y sagacidad (a veces sutil) en la deduc ción lógica; y, aparte de esto, una auténtica pasión por las audacias de la ciencia; el prurito de la originalidad, que impulsa a la investigación; y el de la claridad, que únicamente se satisface con ideas puras. Pero su obra nos conduce sin cesar de iluminaciones casi proféticas a errores que hoy nos pare cen groseros. La lógica, maestra de error y d e verdad I. Contra los antípodas y la gravitación universal. A este respecto, guárdate bien de creer, oh Memmio, que todo tiende (como dicen algunos) hacia el centro del universo, y que, gracias a esa atracción, el mundo se sostiene sin la ayuda de los choques externos y que las partes altas y bajas no pueden escaparse en modo alguno, pues todo tiende hacia un mismo centro. — ¿Pero, crees acaso que algún cuerpo pueda ser el propio punto de apoyo de sí mismo?— y, para terminar, que los cuerpos pesados puestos el uno al lado del otro tienden todos hacia la superficie superior, y que descansan en tierra, a la inversa de los nuestros, como las imágenes invertidas que vemos en el agua. En virtud del mismo razonamiento pretenden que debajo de nosotros se pasean animales con la cabeza hacia abajo, y que sin embargo no pueden caer de la tierra en las regiones inferiores del cielo en las que nuestros cuerpos no podrían, por sí mismos, lanzarse en los espacios celestes; y, cuando estos seres ven el sol, nosotros vemos los astros de la noche; y sus estaciones y las nuestras se distribuyen alternativamente, y nuestros días y sus noches se corresponden. Esto es un absurdo error...
I, v. 1052-1068.
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Lucrecio II. La caída de los cuerpos en el vacío. Se pensará, tal vez, que los átomos más pesados, al caer más de prisa y rectos a través del vacío, chocan desde arriba con los más ligeros y provocan así los choques de donde se siguen los movimientos generadores de los seres. Pero ello sería apartarse y extraviarse muy lejosde la verdad. Sin duda todos los cuerpos que caen a través del agua o del fluido tenue del aire deben acelerar su caída en proporción con su pesadez; pues los elementos del agua y la naturaleza sutil del aire no pueden retrasar igualmente todos los cuerpos, y ceden más rápidamente a la presión victoriosa de los más pesados. Pero, por el contrario, nada puede nunca y en ninguna parte encontrar resistencia en el vacío, que, por su naturaleza misma, no cesa de ceder; todos los cuerpos pues, cualquiera que sea la desigualdad de sus pesos, deben caer en un movimiento igual a través de la serenidad del vacío.“* II, v. 225-239.
Los orígenes del lenguaje [El problema del lenguaje, que es el signo externo de la superioridad del hombre sobre los animales, hapreocupado a todos los filósofos. — Audacia serena en la relación del hombre y los animales. — Hábil deducción de los ejemplos cuya sugestión acaba por probar. — Vigor en la observación.] Finalmente, ¿qué de extraño hay en suponer que el género humano, dotado de la voz y de la lengua, haya designado a las cosas, según la diversidad de sus impresiones, por sonidos diversos? Los animales, privados de la palabra y las propias bestias salvajes emi ten sonidos diversos y variados bajo la impresión del miedo o del dolor, o incluso de la alegría. En ello podemos hallar muy claros ejemplos. Cuando la cólera se apodera de los grandes perros molosos y rugen sordamente, sus blandas fauces recogidas descubren sus sólidos colmillos, y el coraje que contrae su hocico amenazador produce sonidos distintos de los ladridos que estallan en seguida y que llenan el espacio. Pero cuando lamen suave mente a sus cachorros con su lengua acariciadora, o los voltean con sus patas y, mordis queándoles, simulan cariñosamente que los devoran sin apretar sus dientes, los acarician con un ladrido que tampoco se parece a los aullidos que lanzan cuando quedan abando nados en las casas, ni a sus gemidos cuando huyen cabizbajos de los palos. Y, por otra parte, ¿no hay la misma diferencia entre los relinchos del caballo floreciente de juventud, cuando se desboca en medio de las yeguas, bajo el aguijón del Amor alado, y cuando otras pasiones sacuden sus miembros y el resoplido de sus narices abiertas llama “a las armas”? Finalmente, las razas aladas, todas esas especies diversas de pájaros, gavilanes, quebran tahuesos, somormujos, que en las aguas saladas del mar buscan su alimento y su vida, no lanzan en otras circunstancias los mismos gritos que los que profieren cuando luchan entre sí por su alimento, y contra una presa que les ofrece resistencia. Hay incluso algunos que modifican sus roncos acentos de acuerdo con las variaciones del tiempo: vivas cornejas, cuervos en bandadas, cuando anuncian, según se dice, la lluvia o atraen el soplo de los vientos. Por tanto, si las diversas impresiones impulsan a los animales, aunque privados de la palabra, a emitir sonidos diversos, ¿cómo no es posible admitir que los hombres expresaron realidades distintas a través de sonidos diferentes? V, v. 1056-1090.
Los simulacros [Los epicúreos explicaban las sensaciones afirmando que todos los cuerpos emiten sin cesar formas sutiles o “simulacros" parecidos a si mismos, y que pe netran en el organismo del ser capaz de experimentar sensaciones. — Riqueza y variedad de la observación (impresiones del campo y de la ciudad, finamente sentidas)· — Pero ésta no prueba nada.]
106.
Verdad demostrada por la experiencia de Atwood.
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LA ÉPOCA CICERONIANA ... Vemos muchos cuerpos faltos de sus elementos, que a veces se disipan en el aire, como el humo o el calor que se desprenden de la madera verde o de la llama, y otras veces forman un tejido más compacto, como esas delgadas túnicas que las cigarras des prenden a menudo en verano, o las membranas que se separan de los cuerpos de los temeros a su nacimiento, o la envoltura que la serpiente, deslizándose, deja en medio de las zarzas, y que a menudo vemos flotar entre las espinas de los matorrales. Lo mismo que esto, las pequeñas imágenes de las cosas deben separarse también de su superficie... Y ciertamente, nosotros vemos a muchos cuerpos emitir esas emanaciones, no sola mente de su profundidad, como ya hemos dicho, sino también de su superficie, y a menudo su mismo color.1®' Es lo que sucede a menudo con los toldos amarillos, rojos y azules, que extendidos y desplegados sobre nuestros grandes teatros,108 tiemblan y se ondulan entre los mástiles y los travesarlos. Pues, encima, la asamblea de los graderíos, los rostros de los senadores y de las damas, las estatuas de los dioses, se tiñen de sus colores ondulantes; y más estrictamente cierran el recinto del teatro, y más en el interior todo se alegra del encanto que extienden al filtrar la luz del día. Si las telas emiten los coloridos de la super ficie, todo objeto debe también emitir delgadas imágenes: en uno y otro caso la superficie las lanza al espacio. IV, v. 54-64; 72-86.
Otras veces, cuando se trata de explicar fenómenos inabordables en aquel entonces (dimensiones de los astros, fases de la luna, eclipses, iman tación, etc.), Lucrecio propone no una explicación, sino varias, entre las cuales deja escoger. Incluso cuando alguna de ellas se aproxima (como es bastante frecuente) a la verdad, se debe a un azar lógico, no a una adquisición cien tífica. Y, en todo caso, tiene buen cuidado, cuando no cuenta con medios suficientes de control, en no decidirse a tomar partido entre diferentes hipó tesis. Pero la duda no atormenta a Lucrecio. Pues su objetivo es, ante todo, filosófico: quiere demostrar que un espíritu reflexivo, si adopta la teoría atómica, encontrará siempre explicaciones naturales a los hechos en los que el vulgo ve la temible intervención de los dioses. Así le basta presentir con fuerza y afirmar como creyente ciertas grandes ideas directrices: permanen cia de las leyes físicas, determinismo, acción recíproca de los cuerpos y del alma, evolución, selección de los seres vivos en la lucha por la vida, correla ción orgánica, etc. Ideas todas que, para nosotros, representan largas clasi ficaciones científicas, pero que, en Lucrecio, sólo son intuiciones muy vivas y poderosas de una voluntad que se encamina hacia un fin moral. Realismo e imaginación. — Este escritor destaca, incluso desde el punto de vista científico, por la riqueza y precisión de sus sensaciones y por el rea lismo de su imaginación. Todos sus sentidos captan el universo, hasta en los los más pequeños detalles: una vista aguda, el tacto y el olfato en extremos sutiles, el oído apenas en menor grado. Por ello expresa, de modo mucho más completo que cualquier otro escritor griego o latino, la diversidad sensorial del mundo. Su física, que no descomponía los fenómenos de la apariencia, le proporcionaba un rico material descriptivo. Mediante ejemplos o compa raciones, se acumulan en él las impresiones vivas y atrayentes de la ciudad y del campo, con una precisión curiosa, pero sin sutilezas inútiles. Su cien cia se deja arrebatar también por los grandes espectáculos de la Naturaleza, .107. 108.
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Considerada como material. A cielo abierto.
Lucrecio
cuando se manifiesta en toda su fuerza y esplendor; cielos inmensos, aglome ración de nubes, largas contemplaciones de la mar infinita, líneas nebulosas o claras de las montañas, abordajes irresistibles de las aguas y de los vien tos, etc. La descripción, fruto de las meditaciones y el orden de su imagi nación científica, rebasa incluso los límites de la observación personal, recrea —llenos de vida intensa— los datos librescos, traza inmensos frescos de las revoluciones y batallas, reconstruye las edades prehistóricas, con un realismo tal —incluso en las hipótesis más audaces— que su obra adquiere realmente el sentido y el valor de una epopeya de la naturaleza. Es muy probable que la influencia del De natura rerum se dejara sentir no sólo en el campo de las letras sino también en el de las artes y en particular en el de la pintura. Sus descripciones pudieron contribuir al desarrollo de ese amor romántico hacia la naturaleza que descubrimos, un tanto insípido, en ciertos frescos de Pompeya que representan paisajes. Trombas [Imaginación científica siguiendo una descripción griega (precisión técnica, claridad en la representación). — Movimiento y pintoresquismo (nótese la sor prendente llaneza de la comparación). — Grandeza cósmica.] Además, lo que acabo de decir explicará fácilmente cómo se lanzan sobre el mar esos “torbellinos” [presteres], cuyo nombre griego indica el origen.108 A veces una especie de columna baja del cielo lanzándose en el mar, y las olas empiezan a hervir a su alrededor, azotadas por los vientos impetuosos; y todos los barcos que en ese momento se ven sorpren didos entre tales convulsiones corren el riesgo de perecer con sus cuerpos y bienes. Este fenómeno se origina cuando un viento de extrema violencia no logra romper una nube, sino que hace presión sobre ella y la obliga a descender, como una columna, desde el cielo sobre la tierra, poco a poco, a la manera de un puño, de un brazo, cuya presión impulsara una masa y la obligara a extenderse hasta tocar las aguas. Por fin el viento desgarra la nube, se escapa con violencia contra el mar y produce en sus aguas una ebullición extraor dinaria. Dicho viento de tromba desciende sobre el mar en sentido giratorio, arrastrando hacia abajo a la nube flexible en ese mismo sentido; en el preciso instante en que la incrusta pesadamente contra la superficie del mar, se precipita súbitamente, por entero, en el agua, que levanta por doquier en su alrededor y pone en ebullición con un fragor inmenso. Sucede a veces también que un torbellino de viento se reviste de nubes al arrancar por doquier, en el aire, los elementos de las mismas e imitar al “prester” bajado del cielo. Y cuando se lanza y estrella contra la tierra vomita un huracán con remolinos de una violencia espantosa. Pero esto último es muy raro, pues las montañas sirven necesaria mente de obstáculo: el fenómeno es más frecuente en el mar, en la inmensidad sin límites de las aguas y del cielo. VI, v. 423-450.
Guerras fantásticas [Imaginación fantástica (sus elementos: obras de arte grecoasiáticas repre sentando escenas de caza; la experiencia de los combates de circo entre hombres y animales feroces. — Claridad y animación en las representaciones. — Engran decimiento épico. — Cf. las “Escenas de caza del león” del pintor Eug. De lacroix.]
109. Significa “huracán abrasador” . Los antiguos establecían una relación entre el viento, el aire y el fuego (los relámpagos, en particular).
1Θ3
LA ÉPOCA CICERONIANA ... Se trató incluso de utilizar los toros en la guerra; se intentó arrojar contra los enemigos feroces jabalíes. Y los ejércitos iban también precedidos de poderosos leones, conducidos por domadores armados, sin piedad, capaces de moderar sus impulsos y con tenerlos con cadenas; precaución vana, porque, ardientes en medio de la confusión y la matanza, se lanzaban furiosos, ocasionando el desorden en todas las filas, sin distinción; sacudiendo por doquier sus espantosas crines; y los jinetes no podían calmar sus caballos, espantados por los rugidos, ni conducirlos contra el enemigo. Por todas partes no se escu chaban más que los brincos de leonas furiosas: saltaban al rostro de aquellos con quienes se encontraban o, sorprendiendo a un hombre por detrás, le hacían caer de su montura, le obligaban a rodar por el suelo con ellas y, teniéndole allí vencido, se aferraban a él con sus potentes mandíbulas y sus encorvadas garras. Los toros lanzaban al aire a los suyos y los hollaban con sus pezuñas; con los cuernos, bajando sus cabezas, abrían el costado y el vientre de los caballos, o hacían surcos en el suelo con su testuz amenazador. Y los jabalíes, con sus fuertes defensas, desbarataban a sus aliados; en vano se teñían de sangre los tiros que se estrellaban en su carne: furiosos se lanzaban a la carga en mescolanza contra caballeros y soldados de infantería. Y, paja escapar de sus fieros dientes, los caba llos hacían rápidos quiebros y se ponían en pie, golpeando el aire con sus cascos: hubierais visto cómo caían, con las patas seccionadas, aplastando la tierra con su peso. V,
v. 1308-1333
El hombre primitivo [Imaginación creadora (que utiliza las fábulas sobre “la edad de oro”, pero con un espíritu realista). — Inclinación idílica hacia la frescura de la naturaleza primitiva, incluso con sus asperezas. — Antítesis moral implícita del hombre “natural” con el tipo civilizado “corrompido” .] La raza de los hombres que vivía entonces en Jos campos era mucho más dura [que la de hoy], como correspondía a hijos de la tierra; el armazón de sus huesos era mayor y más sólido, su carne era una contextura de músculos potentes; y ni e] calor ni el frío, ni el cambio de alimentos, ni enfermedad alguna hacían fácil mella en ellos. Y durante muchas revoluciones solares y muchos lustros prolongaban su vida en el vagabundeo de los animales salvajes. No había ningún robusto labrador que guiara el corvo arado; nadie sabía mover la tierra con el azadón, ni hundir en el suelo los tiernos vástagos, ni cortar con la podadera las viejas ramas de los grandes árboles. Los dones del sol y de la lluvia y las producciones espontáneas de la tierra bastaban para contentar sus corazones. Cal maban casi siempre su hambre en las encinas cargadas de bellotas; y los madroños, que ahora veis madurar en el invierno, tiñéndose de púrpura, eran entonces más abundantes y más gruesos que hoy. Y el mundo, en su juventud florida, ofrecía entonces muchos otros alimentos agrestes, grandes riquezas para esos miserables. Cuando querían calmar su sed, los arroyos y las fuentes los llamaban, como aún hoy un torrente, precipitándose de las altas montañas, llama con su clara voz a los animales sedientos. Y, además, sus correrías errantes les enseñaban los refugios silvestres de las ninfas, donde ellos sabían que el agua, desbordándose en ancho velo, se deslizaba sobre las rocas húmedas, las rocas húmedas que gotean sobre el verde musgo; o las fuentes que gotean aún con un caudal abundante en el campo desnudo. Y aún no sabían utilizar el fuego, ni servirse — para cubrir sus cuerpos— de las pieles o desjtojos de los animales: habitaban los cobertizos, los antros y los bosques, y hundían en medio de la maleza su cuerpo lleno de barro para escapar del azote de los vientos y de las lluvias. V, v. 925-957.
Sensibilidad y pasión. — Esta epopeya no carece de alma: la personali dad de Lucrecio se impone de un extremo a otro del poema y logra algo dis tinto y mayor que una exposición de doctrinas epicúreas, o incluso que un himno entusiasta a la belleza y grandiosidad de la Naturaleza. En realidad hallamos en él contradicción y acuerdo entre una sensibilidad elegiaca y una voluntad científica autoritaria.
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Lucrecio
El placer de vivir, la ternura por la actividad espontánea de los seres, los presentimientos de idilios sonrientes podrían explicarse, en rigor, por el goce mismo de la contemplación poética. Mas no la angustia ante las debilidades y las miserias de los nombres, que nos hiere de vez en cuando, como a pesar de la voluntad del poeta, a menudo con una sola palabra o por una entona ción. Así ocurre cuando evoca a los mineros, o, con un aparente desapego, los cambios perpetuos entre la vida y la muerte: Por último, fíjate en esos lugares donde los mineros persiguen las venas del oro y de la plata, surcando con el hierro las entrañas de la tierra. ]Qué exhalaciones se elevan desde las galerías de Escaptesula!110 (Qué impurezas desprenden las minas de oro! |Qué rostro presentanl jQué tinte dan a los hombres! ¿No ves, no oyes decir cuán rápidamente mueren? ¿Cómo está presta a agotarse la vida de aquellos a quienes la urgente y dura necesidad obliga a afrontar este trabajo? V I, v. 808-815. Unas veces en un lugar, otras en otro, triunfan y perecen en el mundo los principios de la vida. Las lágrimas de los funerales se mezclan con los vagidos que elevan los niños cuando nacen a la luz; y nunca la noche sucede al día, ni la aurora a la noche, sin oír los vagidos dolientes de los recién nacidos mezclándose con las lamentaciones com pañeras de la muerte y de su negro cortejo. II, v. 575-580.
Lucrecio habla en particular de la muerte, con una fría objetividad unas veces; otras, con una dureza realista y cruel; en ocasiones busca efectos de terror macabro, como Villon en Francia: pero, por encima de todos estos rasgos, notamos la obsesión dolorosa por la que combate y sufre. Igual sucede cuando describe los vicios y los errores de los hombres. Esta sensibilidad aparece duramente contrastada. Pero Lucrecio, que bus có la serenidad en la contemplación científica, pretende, por este mismo ca mino, proponer a la humanidad el remedio supremo, al menos de su mi serias morales. Este objetivo, ardientemente perseguido, le parece difícil alcanzarlo en ocasiones. De ahí el pesimismo amargo en que desemboca. Fla gela, con una especie de alegría salvaje, las ilusiones y los vicios de los hombres, la avaricia, la ambición, la lujuria. No lo lograría si no hubiera alcanzado personalmente la paz espiritual y no quisiera el bien de sus se mejantes. Por ello la pasión, ardiente en medio de la exposición científica, revela un corazón que sufre noblemente. La combinación del pesimismo y la pasión explica el violento espíritu antirreligioso de Lucrecio. Quiso, siguiendo a Epicuro, encontrar en el temor de los dioses y de la vida futura el origen de todos los desequilibrios huma nos. Es, pues, para él, la gran enemiga. Por eso el tono con que habla de la religión no tiene nada de sereno; ataca con un coraje destructor los cultos, y a los sacerdotes en especial, cuando no a los dioses (Venus, Cibeles, etc.), de los que la física epicúrea postulaba su existencia (ya que se veían en sue ños sus “simulacros”), pero que, según su doctrina, vivían inactivos y serenos en los intermundos, sin preocuparse de los hombres. 110.
Lugar de la Tracia, rico en minas de plata.
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En cierto sentido, nuestro enemigo de la religión es un fanático. Se en tregó, como Pascal, a la ciencia, sin poder dominar su corazón; desprecia a los hombres pero sin dejar de sentir compasión por ellos y con intención de “salvarlos”. El hombre y la muerte [Escenografía muy dramática. — Espíritu de sátira y de violenta ironía. — Progresión grandiosa. — Elocuencia “de sermón” , viril, tomada de la Natu raleza. — Pintoresquismo íntimo.]
“De ahora en adelante,1“ ya no te recibirá alegre tu casa, ni tu excelente esposa, ni tus hijos queridos correrán a tu encuentro por tus besos y llenarán tu corazón de un dulzor secreto. Ya no podrás garantizar la prosperidad de tus negocios ni la seguridad de los tuyos. ]Ay desdicha!, dicen, ¡oh desdichadol ¡Tantas alegrías durante la vida, y ha bastado un solo día funesto para arrancártelas todas!” Sin embargo,“2 se guardan muy bien de añadir: “Pero el deseo de todos estos bienes no te acompaña, y no pesa sobre ti en la muerte.” Si tuvieran plena conciencia de esta verdad, y ajustaran sus pala bras, liberarían su espíritu de una angustia y un temor muy grandes. “Tú, al igual que te dormiste en la muerte, permanecerás el resto de tus días, exento de dolor y de mal. Pero nosotros,113 muy cerca de esa horrible hoguera111 en la que acabas de reducirte a cenizas, te hemos llorado sin saciedad, y esta pena eterna no la podrá arrancar ningún día de nuestro corazón.” A quien habla así hay que preguntarle qué puede haber realmente amargo en la muerte, sí todo se reduce al sueño y al reposo, para que alguien pueda consumirse en un luto eterno. Otros, en cambio, una vez recostados junto a las mesas y con la copa en la mano, y la frente llena de coronas, gozan en decir con un tono firme: “Breve es para los pobres hombres el goce de estos bienes; pronto pasarán, y jamás podremos invocarlos de nuevo.” Como si, en la muerte, el primer mal a temer por los desdichados fuera sentirse quema dos o abrasados por una sed ardiente o sentir pesar sobre sí la pena de cualquier otra cosa. Nada, en efecto, hace que nos arrepintamos de nuestra persona y nuestra vida cuando el espíritu y el cuerpo descansan igualmente dormidos... En fin, si, tomando de súbito la palabra, la Naturaleza en persona nos dirigiera a uno de nosotros estos reproches: “¿Qué es lo que tanto te importa, oh mortal, para entre garte a este dolor y a estas quejas desmesuradas? ¿Por qué la muerte te arranca estos gemidos y estas lágrimas? Si tú has podido gozar a placer de tu vida pasada, si todos esos placeres no han caído como en un vaso roto, si no se han derramado y perdido sin fruto, ¿por qué, cual un comensal harto, no te retiras de la vida?; ¿por qué, pobre igno rante, no tomar con buen ánimo un reposo tranquilo? Si, por el contrario, todo lo que gozaste se derramó, perdiéndose; si la vida era una carga para ti, ¿por qué querer alar garla con un tiempo que debe, a su vez, desembocar en un triste fin y disiparse por com pleto sin provecho? ¿No es mejor poner un término a tus días y a tus sufrimientos? Porque no puedo, en adelante, hallar cualquier invención nueva para complacerte: las cosas son siempre iguales. Si tu cuerpo no cae decrépito por los años, si tus miembros no languidecen de agotamiento, debes siempre esperar lo mismo, incluso si la duración de tu vida rebasara todas las generaciones, y, más aún, si no tuvieras que morir.” ¿Qué responder, sino que la Naturaleza defiende una causa justa y que pleitea con la verdad? III, v. 894-920; 931-951.
La lengua y el estilo. — Esta personalidad poderosa, con sus flujos y reflujos, da al Natura rerum una variedad sorprendente bajo la rigidez del 111. 112. 113. 114.
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E l autor finge que hablan los amigos del muerto. Nota sarcástica de Lucrecio. Ironía: la ternura de los supervivientes para con ellos mismos. Donde han quemado el cadáver.
La poesía innovadora
razonamiento doctrinal. Pero la lengua y la verificación andan unidas: pre sentan arcaísmos que se remontan a Ennio: se trata sin duda de una concep ción que relaciona la poesía didáctica con la epopeya y trata de darle un tinte de antigüedad. Hallamos, por tanto, en el poema muchas formas arcaicas y gran abundancia de adverbios yuxtapuestos, que precisan el pen samiento con precisiones sucesivas. La aliteración es frecuente, aunque reser vada normalmente para efectos pintorescos. El período poético, por el con trario, es ya casi clásico: amplio y variado, nutrido con adquisiciones de la oratoria, flexible y vivo en la descripción o en el apasionamiento, pero siem pre pesado en las deducciones puramente lógicas. En su conjunto, la esencia ael estilo corresponde a la grandeza de la obra. Conclusión. — No existe, sin duda, un poema científico más bello que el De natura rerum. Para juzgar mejor, deberíamos conocer los de los antiguos filósofos griegos. Parece que superaban a Lucrecio en serenidad, pero nunca en entusiasmo científico ni en sinceridad. Lo más importante es que hallamos en Lucrecio una de las naturalezas más ricas que jamás existieron: conserva tal vez de su raza el realismo, la viril voluntad de acción, el movimiento infatigable, la aspereza satírica y la riqueza descriptiva; pero la rebasa en mucho por su sentido realmente científico y su comprensión, sensible y psico lógica a la vez, de la Naturaleza universal.
4.
La poesía innovadora
A pesar de su epicureismo, Lucrecio pudo agradar a Cicerón, por el carácter tradicional y clásico —por decirlo así— de su arte. Pero, al mismo tiempo, algunos jóvenes poetas rompían, no sin escándalo, con los hábitos ya inveterados que había impuesto el éxito de Ennio y de los trágicos. Estos innovadores (νεώτεροι) se proponen sustituir los largos poemas imper sonales, que encuentran afectados y llenos de “clichés” convencionales, por piezas cortas, cuidadas, individuales en el sentimiento y en el arte, que se imponen incluso a las refinadas por la originalidad de la presentación. El antiguo y el nuevo “ estilo alejandrino-”. — Ello significa emprender bajo su propio riesgo el movimiento de reacción contra el clasicismo que, en el mundo griego, se había desarrollado en el siglo ni y había encontrado entonces su centro en Alejandría, en Egipto, donde el Museo y la Biblioteca de los Tolomeos agrupaban a sabios y escritores de todas las procedencias: de ahí el nombre de “alejandrino” que se da a este movimiento. En aquel entonces se renovó la poesía griega con la obra del elegiaco Filetas de Cos, 167
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Calimaco, autor de himnos y de epigramas, Eratóstenes y Arato, que escri bieron sobre astronomía y meteorología, el oscuro Licofrón, Teócrito y sus Idilios, Herodas y sus mimos, Euforión de Calcis, con sus elegías y epi gramas. Aunque muy diversos en el fondo, todos estos poetas se parecían por una voluntad artística refinada y mundana, por su complacencia en la erudición y en las maneras elegantes, y por su afición al detalle familiar y pintoresco. Detestaban los fárragos y sacrificaban de antemano la regula ridad del plan; practicaban las alusiones furtivas y los sobreentendidos según la práctica de los amantes muy diestros. Estas tendencias se habían perpetuado en la poesía griega, aunque muy débilmente, durante los dos primeros tercios del siglo n. Se manifestaron en seguida con un nuevo ardor, aunque tenían entonces a Roma por polo de atracción tanto, o más, que a Alejandría: Nicandro de Colofón escribió desde Pérgamo poemas didácticos sobre las mordeduras de los animales salvajes y los contravenenos; el pseudo-Mosco, idilios rústicos; Arquias, a quien Cice rón habría de defender, se constituyó en el cantor de las grandes familias romanas; Meleagro de Cádara, satírico y epigramatista de gran ingenio, editó la primera antología de pequeñas composiciones griegas (epigramas) de todas las fechas; Partenio de Nicea, llevado como esclavo a Roma en 73, y libertado después, ejerció gran influencia a través de sus elegías mitológi cas y, quizá de su enseñanza. El “ estilo alejandrino” romano. — El movimiento renovador de la poe sía romana no se explica sólo por la pendiente regular que debía conducir a los latinos a imitar a los alejandrinos a continuación de los clásicos griegos ni por el trabajo de los profesores que tratan de refinar a sus mejores discí pulos, ni por un deseo espontáneo de reacción contra una rutina más que centenaria, aun cuando todos estos factores hayan contribuido. También intervino una “atmósfera” de actualidad, en que una poesía griega tardía empezaba a desembocar en las tendencias mundanas de una parte, aún restringida, de la alta sociedad romana. El nombre de “estilo alejandrino” sólo le cuadra a medias, y sobre todo desde un punto de vista técnico; tanto más cuanto que los latinos (como también Meleagro) continuaban leyendo e imitando a los clásicos al lado de los alejandrinos. El erótico L e v io (¿en tiempos de Sila?) desempeñó el papel de precursor, el gramático P. V a l e r i o C a t ó n , de teórico, aunque también ofreció ejemplos (¿Dirae o “Imprecaciones”, y Lydia?). Luego estos poemas se multiplican, bajo la mirada reprobadora de Cicerón.115 Tres de ellos forman grupo, en amistad y en gustos literarios: H e lv io C iñ a tardó nueve años en dar sus
115. T i c i d a s , C o r n i f i c i o , S u e y o , C a s i o d e P a r m a , enemigo de César; C a s i o d e E t r u (?), del que se mofa Horacio. — Otros, pese a experimentar la influencia de los “innova·’ dores”, no renuncian al género clásico de la epopeya nacional: H o s t i o con su Guerra de Istria; F u r i o B i b á c u l o , que atacó a César y escribió una Guerra de las Galias; P . T e r e n c i o V a r r ó n d e A u d a , autor de elegías, de una epopeya mitológica sobre Los Argonautas y una Guerra de los Secuanos.
r ia
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Catulo
toques definitivos a su Zmyrna, que, desde su nacimiento, necesitó de co mentario; L ic in io C a lv o , a quien encontraremos como orador, autor de epipramas y de poesías eróticas y didácticas, escribió una epopeya mitológica, Io; C. V a l e r i o C a t u l o , el único, de entre todos, del que poseemos algo más que miserables fragmentos, nos permite, finalmente, penetrar en este “Cenáculo”.
Procedía de una excelente familia de Verona. Vino a Roma y se consumió entre estudios y pla ceres, sobre todo cuando se dejó arrastrar por su pasión hacia aquella mujer a quien llama Lesbia (sin duda Clodia, her mana de Clodio el tribuno). Una ruptura precedió al desempeño de su cargo oficial en Bitinia, en el estado mayor del propretor Memmio, que no llenó su bolsa como él esperaba; luego, el regreso a Verona, y a Roma, con un nuevo período pasional desesperado; tuvo lugar su reconciliación con César, antigua huésped de su familia, a quien había atacado en epigramas virulentos: murió poco después, en plena juventud.
CATULO Hacia 87-hacia
54a.C.
La obra; la sociedad catuliana. — Las 116 composiciones que nos han llegado de él, cortas en su mayor parte (algunas no tienen más que dos versos), no figuraban tal vez en su totalidad en el libellus editado por el pro pio Catulo con una dedicatoria a Cornelio Nepote. Actualmente se encuen tran agrupadas, no por temas ni por orden cronológico, sino de acuerdo con la extensión y el metro: en primer lugar los “epigramas” de forma lírica (gene ralmente en yambos); luego dísticos elegiacos (véase más adelante, p. 281). La colección no comprende todas las poesías de Catulo. Puede parecer preferible distinguir las composiciones de inspiración per sonal en que se pintan, bajo formas muy diversas, la pasión, las amistades y los odios del poeta; —las composiciones líricas de carácter semirreligioso: himno a Diana (n.° 34), epitalamios (núms. 61 y 62); —los poemas cultos (epyllia) de marcada inspiración alejandrina: La cabellera de Berenice, plagio de Calimaco, que había imaginado la metamórfosis de los cabellos de la reina de Egipto en cometa (n.° 66); Atis, que pinta mitológicamente el deli rio orgiástico de los secuaces de Cibeles (n.° 63); la pequeña epopeya de las Bodas de Tetis y de Peleo, el más largo de todos (cuenta con 408 versos) (n.° 64). Pero, de hecho, la colección nos pinta tal vez mejor, en su desorden de inspiración, esa sociedad de jóvenes ardientes, curiosos y alegres, estetas a un tiempo, que unen en ellos los fines “del arte por el arte”, la disi pación mundana y la vida sentimental más agotadora. Se retan, se invitan, se adulan, se injurian, cambian versos entre sí, juzgan los de los demás, y siempre con la misma viveza pasional, ya se trate de literatura o de amistad, de confidencia íntima o de cincelado “alejandrino”. Y Catulo parece haber pasado, con la mayor facilidad del mundo, de lo uno a lo otro. 169
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Un amigo1“ ¡Oh Veranio, el mejor de todos mis amigos, aunque tuviera trescientos mil! ¿Regre saste a tu casa, junto a tus penates,“7 a tus hermanos tan unidos, y tu anciana madre? ¿Sí? ¡Oh, qué feliz noticia! |Te veo regresar sano y salvo; te oiré hablar de Iberia,1“ lugares, historia, pueblos, como tú sabes hacerlo; y, tomándote por el cuello, besaré tu hermoso rostro y tus ojos! lOh! Entre todos los hombres, ¿hay alguno más contento, más feliz que yo? Carmina, 9.
Una “ cabeza de turco” “* Furio, vuestra pequeña quinta no está expuesta ni al soplo del Austro ni al de Fa vonio, ni al terrible Bóreas o al Afeliota,“0 sino a [una hipoteca de] quince mil dos cientos sestercios.121 [Oh viento horrible y pestilente! Carmina, 26.
A Calvo1“ ... ¡Dioses omnipotentes! ¡E l horrible, el maldito librillo! Sin duda, lo has enviado a tu Catulo para que muriera de repente, el día de las Saturnales, el día más hermoso. No, no, gracioso, no lograrás tu propósito: desde que salga el sol, iré corriendo a las tiendas de los libreros; reuniré los Cesíos, los Aquinos, Sufeno y otras drogas venenosas y te devolveré suplicio por suplicio. Y vosotros, entretanto, ¡salud! Marchaos a los lu gares que abandonasteis para poner aquí vuestros malditos pies, maldición del siglo, poetas detestables. Carmina, 14, v. 13-23.
A Cicerón |Oh el más elocuente de los nietos de Rómulo, que son, fueron y serán en los años futuros, Marco Tulio! Te da infinitas gracias Catulo, el peor de todos los poetas ***; tan mal poeta como tú eres el mejor de los abogados.
La distinción de los géneros. — Catulo tiene el firme oropósito de no aplicar los mismos procedimientos de arte a los diversos géneros que cultiva, Entiende que las conEdencias íntimas han de ser cínicas; los ataques perso nales, violentos hasta la descortesía; las finezas, elegantes y amaneradas; los poemas de corte alejandrino, tortuosos y pintorescos. Se ajusta a estos prin cipios, y la lengua y el metro y la estructura misma de la frase son conse cuentemente estudiados. De ahí la extrema variedad de tonos: el tempera mento, la edad y el género de vida de Catulo se prestaban a ello; pero trabajó también para adaptar de modo sistemático —podría decirse— la 116. Nótese la exaltación, muy llena de juventud, un tanto meridional, de los sentimientos. 117. Los dioses más intimos del hogar. 118. España, adonde Veranio tuvo que acompañar a un gobernador de provincia. Nótese la dosis de curiosidad intelectual,en esta amistad de juventud.
11 9 . Furto, pobre, pero que intentaba darse la “gran vida” de frecuentes burlas por parte de Catulo.
a base de préstamos, es objeto
120. Los antiguos sentían gran temor de los vientos que, según creían, acarreaban las enfermedades. 121. Más de 85.000 pesetas. 122. En las (17 de diciembre) en que se hacían regalos, Calvo envió a su amigo, en broma, lina selección de poemas malos, con los que le habían obsequiado a él tam bién. Nótese la alegría y la exageración bromista de esta cólera fingida. 123. Ciertos sabios creen que la obra es satírica. 124. Según Cicerón, que despreciaba a los “predicadores de Euforián” .
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Catulo
lengua latina En todo caso, tenía clara conciencia de ello, y algunas veces lo sorprendembs ensayando, contra su propia costumbre, la yuxtaposición de tonos, como para probar su maestría y su libertad de artista. Luto y poesía [La muerte, vivamente sentida, de un hermano mayor muy querido retrasó la terminación de un poema (La cabellera de Berenice) que Catulo había pro metido a Ortalo, y que le envía por fin (hacia 60). — Epístola elegiaca en dís ticos. — Graciosa desenvoltura con que Catulo se dirige a su amigo y deja morir la elegía sin terminar. — Oposición de un dolor muy sensible, aunque un poco amortiguado, y de un cuadro gracioso, a la moda alejandrina (que prepara a la lectura del conjunto del poema). — Precisión carente de retórica en el estilo.] La cruel pena que me abate sin cesar me mantiene alejado de las doctas vírgenes,“5 Ortalo,m y los dulces frutos de las Musas no pueden brotar en mi alma, agitada por tantas tempestades; que ha muy poco aún que la onda que avanza en la garganta del Leteo ha bañado los pálidos pies de mi hermano; que la tierra troyana lo cubre en las playas de Reteo, robándolo a nuestras miradas; aun si te dirijo la palabra, jamás te oiré hablar de lo que has hecho; jamás, oh hermano mío, que me eras más querido que la vida, te veré en el futuro; pero, al menos, te amaré siempre; siempre escribiré en mi retiro cantos tristes por tu pérdida, semejantes a los gemidos que deja escuchar, en las sombras espesas, la daulia,“7 lamentando la cruel muerte de Itilo. Sin embargo, a pesar de un dolor tan grande, Ortalo, te envío, traducidos por mí, estos versos del descendien te de Bato,128 para que no creas que tus palabras, abandonadas a los caprichos de los vientos, se escaparon de mi memoria como una manzana, presente furtivo enviado por un amante, cae desde el seno de una casta doncella cuando, sin acordarse de que la había dejado bajo su muelle túnica, se levanta, la pobre niña, de un salto junto a su madre y la deja caer a sus pies; la manzana rueda adelante en su rápida carrera; la joven siente cómo el rubor de la vergüenza se extiende en su rostro desolado. Carmina, 65.
La fantasía. — Esta voluntad artística viene acompañada por una fan tasía alegre, que parece totalmente espontánea. De hecho se trata de una adaptación de los mundanos ecos alejandrinos. Pero esta adaptación es muy viva y personal porque sólo entonces Roma se inicia en los suaves modos de la cortesía, a los que Catulo se entrega complacido. Por ello las “baga telas” (nugae): esquelas alegres, bromas en las que se descubre' con toda intensidad su temible violencia satírica, galanterías a la vez sutiles, tiernas e imperceptiblemente burlona, Roma no conocía aún ese arte de hacer algo de lo que no es nada. El gorrión de Lesbia Pierna aleiandriqp- dpi ¡initng|jlln an-^rln — Juego a modo de treno (poema funerario) sobre la muerte de un animal (numerosos “epigramas’’ griegos lo prac tican). — Galantería halagadora y muy discretamente irónica. ] Llorad, Venus; ™ llorad, Amores; y vosotros también, graciosos enamorados. Ha muerto el gorrión de mi amiga, el gorrión que hacía sus delicias, que ella quería más que 125. Tal vez el orador Hortensio. 126. Las Musas. 127. Filomele, esposa del rey de Daulis, transformada en ruiseñor tras la muerte de su hijo Itis (o Itile), que había matado a su hermana por venganza. 128. Calimaco, que pretendía descender de Batos, fundador griego de Cirene. 129. En plural: ¿Venus y las Gracias, sus compañeras?
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LA ÉPOCA CICERONIANA a sus ojos, pues era dulce como la miel y conocía a su dueña como una niña conoce a su madre; no se apartaba nunca de su seno, sino que, saltando de acá para allá, no cesaba de piar para ella sola. Ahora marcha por el camino de las tinieblas al país de donde nadie regresa, según suele decirse. En cuanto a vosotras, quedad, malditas, crueles tinieblas de Orco,1* que devoráis todo lo bello; m ¡y era tan bonito el gorrión que me habéis arre batado! ¡Qué desgracia, pobre gorrioncito! Ahora, por tu causa, los dulces ojos de mi niña se han lacerado, rojos de lágrimas. Carmina, 3.
Sensibilidad y pasión. — Pero, al aportar a estos juegos toda su sensi bilidad, que era muy viva y llegaba de grado al exceso, Catulo parece haber alcanzado muy pronto la pasión que fue a la vez su tortura y la fuente de su inspiración más elevada. Podemos, ordenando estos poemas dispersos, seguir una historia dolorosa de alegrías, de miserias y de rebeliones, trazada con una sinceridad y una simplicidad abrumadoras. El arte no está, sin embargo, ausente, y no faltan las imitaciones, en particular de la poetisa Safo (siglos vn y vi); y nada existe sin embargo más personal ni más auténtico. Al borde de la pasión11* [Oda breve en estrofas sálicas (3 endecasílabos, _ u^_ u _ u u _ u _ " y u n verso más corto, de 5 sílabas: _ uu _ * — Traducción libre de Safo en las tres primeras estrofas. — Eraotitud moral y sentimiento romano en la última.] Me parece que es semejante a un dios; me parece, si ello es posible, que supera a los dioses aquel que, sentado frente a ti, puede contemplarte y escucharte a menudo, con dulce sonrisa, dicha que priva a mi alma de todos mis sentidos; porque, apenas te veo, Lesbia, la voz se apaga en mi boca, mi lengua se paraliza, un fuego sutil corre por mis miembros, un zumbido interior colorea mis oídos y una noche doble se extiende sobre mis ojos. T.a ncinsidad. Catulo, es funesta para ti; la ociosidad crea en ti demasiados arre batos de excitación; la ociosidad, antes que a ti, ha perdido a tantos reyes y ciudades florecientes. Carmina, 51. La mujer que amo dice que no querría unirse con nadie más que conmigo, aunque el propio Júpiter se lo pidiera. Así lo dice; pero lo que la mujer dice a un amante ciego conviene escribirlo en el viento y en el agua deslizante. Carmina, 70. Fíjate a qué extremos ha llegado mi alma, Lesbia mía, por tu culpa; hasta qué punto se ha perdido por su fidelidad; en adelante, ya no podrá quererte, aunque te con viertas en la mejor de las mujeres, ni dejar de anhelarte, aunque pongas todo tu empeño. Carmina, 75. Odio y amo. Tal vez preguntes cómo es posible. No lo sé; pero lo siento, y es una tortura. Carmina, 85.
130. 131. 132.
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Dios de la muerte; o los Infiernos, en que habita. Cf. más adelante, p. 293, El drama de la enfermedad. La pasión amorosa era considerada por los antiguos como una enfermedad irresistible.
Catulo rMfiriitariAn,A am ática, en que el poeta se desdobla {se ha supuesto innlnsn Jin >di^ojgßiie n tr 6 _ fr^ ^ rG e ^ u » rV e a s e p. 2 4 9 , nota l£92¿<<^jiíIllÍ6j^¿£££££££8d>LA
ios dioses. — Irnnia,vipin y irinlSTni*. ° — Natu-, ¿glidgjl con que se precisa con todas sus tonalidades un dolorcomplejo; jjrnglicid^d absoluta en la expresión. — Cf. A. de Musset, La nuit d ’octobre.] Si el hombre encuentra placer en acordarse de sus buenas acciones pasadas, cuando dice para sí que ha cumplido todos sus deberes, que no ha faltado jamás al juramento, que en ningún pacto invocó falsamente el poder de los dioses para engañar a los hom bres, tú has preparado muchas alegrías, oh Catulo, por larga que sea tu vida, por este amor desgraciado. Pues todo el bien que los hombres pueden hacer al prójimo con sus palabras y sus obras, tú lo has dicho y hecho, y todo ha terminado por confiarte a un alma ingrata. Entonces, ¿por qué seguir torturándote? ¿Por qué no quieres robustecer tu ánimo, apartarte de allí, también, y dejar de ser desdichado, si tienes a los dioses en contra tuya? “Es difícil desprenderse bruscamente de un antiguo amor.” “Es difícil, pero debes lograrlo a toda costa. Ésta es tu única salvación, y ello es la victoria que debes alcanzar; así debes obrar, sea ello posible o no.” Oh dioses, si la piedad es vuestro atributo; si nunca los desdichados, presa de la muerte, recibieron ya de vosotros una asistencia suprema, volved hacia mí vuestras miradas en mi miseria, y, si es cierto que mi vida ha sido pura, arrancad de mí esta enfermedad, este azote, que, deslizándose como un letargo en mis fibras más recónditas, ha echado toda alegría fuera de mi corazón. No pido ya que esa mujer corresponda a mis ternuras, o, lo que es imposible, que quiera respetar su pudor; yo sólo aspiro a curar y a liberarme de esta enfermedad negra. Oh dioses: otorgadme esa gracia como premio a mi piedad. Carmina, 76.
Los poemas “ alejandrinos” y su técnica. — Catulo contaba sin duda en mayor grado, para cimentar su gloria, con los poemas de una cierta exten sión, en los que usaba todos los procedimientos alejandrinos, y cuyo modelo más completo son Las Bodas de Tetis y Peleo. Los dioses acuden para asistir a la boda de la Nereida que se ha enamorado del Argonauta Peleo: tema mitológico y delicado, que permitía a la vez la suntuosidad decorativa y el detalle familiar. Por otra parte, el desarrollo de la acción no es continuado ni regular: salta sin transición de episodio en episodio, y el poeta busca incluso el modo de intervenir en los hechos. Interviene además en el relato, comenta los acontecimientos. Incluso intercala en la acción principal, so pretexto de describir la tapicería que recubre una cama, una leyenda total mente distinta, como la de Ariadna abandonada por Teseo en la isla de Día y recogida por Baco; ¡y ese tema, tratado en sí mismo, ocupa más de la mitad del poema! En su conjunto, un epyllion de este tipo está muy lejos de la antigua epopeya. Lo está también por el detalle desigual, preciso y minucioso, mundano, amanerado a veces, o “artista”, destinado a excitar la curiosidad, a sugerir relaciones de carácter literario o el recuerdo de obras de arte conocidas a lectores tan sutiles y pedantes como el poeta mismo. Sin embargo, notamos la huella del gran poeta: la antítesis de las “bodas justas” y la pasión destructora da una cierta unidad a la obra; las quejas de Ariadna poseen un palpitar dramático en que se inspirará Virgilio para pintamos a su Dido; y algunos pasajes descriptivos muy hermosos nos hacen experimentar, sin demasía, las más fugitivas sensaciones. Sin duda Catulo prestó su mayor servicio, con esta labor minuciosa, a los poetas de la época clásica. 173
LA ÉPOCA CICERONIANA Quejas de Ariadna [Teseo, en los recovecos del laberinto cretense, ha logrado dar muerte al Mi notauro, monstruo de cuerpo de hombre y cabeza de toro, gracias a la ayuda de Ariadna, hija del rey Minos y hermanastra del Minotauro. Ha raptado a la joven, que marcha de buen grado, pero, al amanecer, la abandona dormida en la orilla de una isla desierta. — Composición psicológica ordenada y cambiante a un tiempo. — Movimiento dramático. — Ciertos efectos retóricos y gnómicos tomados de la tragedia. — Balanceos y palpitaciones líricas. — Cf. Virgilio, Eneida, v. 296-553.] ¿Así me trajiste lejos de los altares de mis padres sólo para abandonarme en una playa desierta, pérfido, pérfido Teseo? ¡Así obraste, sin temer el poder de los dioses, ingrato, y regresas a tu hogar con el perjurio maldito! ¿Nada pudo doblegar tu cruel propósito? ¿No había en ti generosidad bastante para que tu corazón bárbaro consintiera en compadecerse de mí? No es esto lo que otras veces prometía tu voz acariciadora; no es eso lo que me pedías que esperara, desdichadamente, sino una unión dichosa y un deseado matrimonio; todo vanas palabras que se llevaron los vientos. Y, ahora, que ninguna mujer dé crédito a los juramentos de los hombres; que ninguna espere oír de la boca de un hombre pala bras sinceras; mientras que el deseo de obtener algún favor les quema el corazón, no temen hacer toda clase de juramentos, no escatiman promesa alguna; pero, una vez que han saciado su ávida pasión, no temen el efecto de sus palabras, y no se inquietan por sus perjurios. Yo, cuando el torbellino de la muerte te envolvía, te liberé de él, y antes preferí perder a mi hermano que traicionarte, dejándote en el instante supremo; como recom pensa, seré entregada a los animales salvajes y a los pájaros como una buena presa para devorar, y, una vez muerta, no echarán sobre mí la tierra sepulcral.“3 ¿Qué leona te dio a luz bajo una roca solitaria? ¿Qué mar te concibió y vomitó de sus olas espumosas?, ¿qué Sirtis?,“ * ¿qué E scila135 rapaz?, ¿qué Caribdis125 monstruosa, para que me pagues a ese precio el placer de vivir aún? Si tu corazón no gustaba de este enlace, porque temías la autoridad inhumana de tu padre, podías, al menos, haberme llevado a vuestra casa; yo hubiera sido dichosa brindándote con mi trabajo los servicios de una esclava, de ofrecer el descanso a tus blancos pies en agua limpia o extender sobre tu lecho un tapiz de púrpura. Mas ¿para qué cansar con mis quejas, en el extravío de mi dolor, a la brisa indife rente, insensible, que no puede ni oír las palabras que se escapan de mi boca, ni res ponderme? É l casi ha alcanzado ya la alta mar y ni un ser humano aparece en medio de las algas desiertas. De este modo, la despiadada Fortuna, rebasando, para terminar, sus insultos, me ha negado incluso oídos abiertos a mis quejas. [Oh Júpiter omnipotente! ¡Ojalá hubiese querido el cielo que, desde un principio, los navios de la ciudad de Cecrops “ * no hubiesen ganado nunca las orillas de Cnosos; 137 y que nunca, al traer el abominable tributo ““ al toro indómito,1" un marinero pérfido110 hubiese fijado su amarra en Creta! ¡Nunca ese miserable, disimulando sus crueles intenciones bajo sus atractivos, hubiese venido a buscar en nuestra casa el descanso y la hospitalidad! ¿Dónde voy a re fugiarme? ¿Qué esperanza me sostiene en mi desgracia? ¿Regresaré a los montes del Id a ?"1 ¡Ay! ¿Ahora, que la inmensidad del Océano me separa y las aguas de un mar
133. Los antiguos creían que un muerto privado de sepultura era eternamente desdichado. 134. Golfo inhóspito (personificado) entre Túnez y Libia. 135. Monstruo que personifica los peligros del estrecho de Mesina: Cf. H o m e r o , Odisea, XII, V. 201-259. 136. Bey mítico fundador de Atenas. 137. Ciudad de Creta. 138. El Minotauro. 139. Siete muchachos y siete doncellas que los atenienses debian enviar anualmente, para expiar la muerte de Androgeonte, hijo de Minos. 140. Teseo. 141. En Creta;
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Catulo temible me detienen? ¿Podré contar con la ayuda de mi padre, cuando le he abandonado para seguir a un joven manchado de sangre de mi hermano? ¿Acaso hallaré consuelo en el amor de un esposo fiel mientras él huye, inclinando sobre el abismo del mar sus fle xibles remos?1“ Además, esta playa no cuenta con un solo techo; es una isla solitaria; no hay una salida abierta sobre las olas del mar que lo rodea; no hay medio alguno de huir, ninguna esperanza; todo calla, todo está desierto, todo presagia mi ruina. Sin embargo, la muerte no apagará mis ojos y mi cuerpo agotado no perderá todo su ánimo antes que haya pedido a los dioses el justo castigo de quien me ha traicio nado; antes de que invoque, en el último momento, la protección de los cielos. Ea, vos otras, que perseguís con penas vengativas los crímenes de los hombres, Euménides,143 vosotras, cuya frente, coronada con una cabellera de serpientes, manifiesta las iras que vuestro pecho exhala, ¡venid aquí, aquí! Escuchad mis quejas, que el sufrimiento, ¡ay!, arranca, de lo más profundo de las medulas de su cuerpo, a una mujer carente de todo, irritada, loca de un ciego furor. Demasiadas razones tengo para que broten del fondo de mi corazón; no permitáis, pues, que mi infortunio quede sin venganza; puesto que Teseo llevó su olvido al extremo de abandonarme en estas soledades, ¡arroje la ruina sobre sí y sobre los suyos “* con un olvido semejante! Carmina, 64, v. 132-201. El cortejo de Baco Pero, por otra parte, el floreciente Ia co 145 corría con su tiaso148 de sátiros y con los Silenos, hijos de Nisa; y te buscaba, Ariadna, inflamado de amor hacia ti... [Las Mé nades], ágiles, poseídas de un delirio furioso, andaban errantes de acá para allá, gritando ¡Evohé! ¡E vohé! y agitando sus cabezas. Unas movían la punta de su tirso147 cubierta de follaje; otras cogían pedazos de un toro descuartizado; otras ceñían su talle con serpientes entrelazadas; otras custodiaban los objetos sagrados escondidos en cestillas,148 esos obje tos que en vano intentan escuchar los profanos; otros golpeaban los tambores con sus palmas levantadas o sacaban del bronce1“ redondo sonidos agudos; muchos hacían sonar las cuernas, de las que se arrancaban roncos mugidos, y la flauta bárbara rasgaba el aire con sus notas estridentes110 Carmina, 64, v. 251-264.
El equilibrio clásico. — Catulo imitaba además a Homero, Píndaro, y los líricos de Lesbos: Alceo y Safo. Por ello es muy frecuente que hasta en sus poemas más artificiales, además de los rasgos de su sensibilidad y vigor naturales, hallemos una simplicidad llena de grandeza. Esta combinación será característica del clasicismo latino. Y también lo será de la forma griega y un sentimiento romano más o menos explícito. Los epitalamios de Catulo nos ofrecen ya modelos de ese equilibrio clásico, conteniendo además una
142. Por la presión que ejercen los remeros para avanzar a mayor velocidad. 143. Diosas que persiguen a los criminales. 144. La maldición de Ariadna se cumplirá: Teseo olvida colocar en su mástil la velablan ca indicadora de un feliz regreso; y su anciano padre Egeo que le divisa, creyéndole muerto, se precipita desde lo alto de las peSas de la Acrópolis. 145. Otro nombre de Baco. 146. Procesión de iniciados: demonios medio hombres y medio animales (sátiros y silenos) y mujeres poseídas (ménades) que representan las fuerzas tumultuosas de la naturaleza. 147. Lanza cuya punta quedaba oculta entre hojas de hiedra. 148. Cestos que contenían objetos sagrados que los no iniciados no podían ni ver niescu char su descripción. 149. Los platillos. 150. Nótese el ruido de movimientos y sonidos (J Catulo ha olvidado que se trata de una tapicería!) en contraste coa la soledad desesperada de Ariadna. — Cf. E u r í p i d e s , La»Bacante», 677-774; R o n s a r d , Himno de Baco.
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LA ÉPOCA CICERONIANA
especie deverdor, de graciosa juventud en la forma: uno, el de Junia y Manlio, es de tono romano casi por completo; el otro, une del modo más na tural a Grecia e Italia. Epitalamio
[Dos coros aguardan ante la puerta del esposo el cortejo nupcial (que se acer ca al son del estribillo: “Himeneo..., [oh, Himeneo!” ) y se contestan en estrofas simétricas, primero dramáticas e independientes, luego oponiéndose líricamente (estrofas "amebeas”) en un canto semirritual. — Desenvoltura íntima en el de talle, que recuerda a Safo. — Poesía rústica y sentimiento de la familia, que se remonta a la antigua tradición latina. — Sensibilidad de valor universal. — La obra está escrita en hexámetros dactilicos.]
L os jóvenes. — Ya ha llegado Vésper,m jóvenes. ¡Levantaos! Vésper eleva, por fin, en el Olimpo su antorcha, tanto tiempo esperada. Ya es hora de ponerse en pie, de dejar las bien provistas mesas; va a llegar la doncella, y ahora vamos a cantar el himeneo. ¡Himeneo, oh Himeneo!162 ¡Ven! ¡Himeneo, oh Himeneo! Las m uchachas. — ¿Veis, muchachas, a esos jóvenes? ¡Poneos en pie a luchar contra ellos! Que en el E ta “* la estrella de la noche deja aparecer su luz. Sí, no hay duda; ¿veis con qué rapidez se lanzaron? No sin razón se lanzaron; su canto será digno de la victoria.“* ¡Himeneo, oh Himeneo! ¡Ven! ¡Himeneo, oh Himeneo! L os jóvenes. — No nos será fácil alcanzar la palma, compañeros; fijaos cómo piensan esas jóvenes; sus meditaciones no son en vano; su canto será digno de recuerdo. ¿Por qué admirarse? Ponen todo su aliento, sin reservas, en ello. Nosotros, en cambio, pusimos nuestros espíritus a un lado, y nuestros oidos a otro; mereceremos, pues, la derrota; la victoria ama el esfuerzo. ¡Eaj Ahora prestad, al menos, toda vuestra atención a esta porfía; ellas van a comenzar su canto, y nosotros tendremos que responderles. ¡Himeneo, oh Hi meneo! ¡Ven! ¡Himeneo, oh Himeneo! Las m uchachas. — Oh Héspero. ¿Hay, entre todos los fuegos del cielo, otro más cruel que tú? Puedes arrancar a una hija de los brazos de su madre, arrancar de los brazos de una madre a su hija que la abraza y entregar a un joven ardiente una casta virgen. ¿Qué otra cosa más cruel cometen los enemigos en una ciudad tomada? ¡Himeneo, oh Himeneo! ¡Ven! ¡Himeneo, oh Himeneo! L os jóvenes. — Héspero, ¿qué fuego hay en el cielo más afable que el tuyo? Tú sellas con tu llama la unión de los esposos que antes prepararon sus padres y sus madres,*“ pero que no se unen hasta que aparece tu luz ardiente. ¿Qué bien de los dioses es más deseable que esta hora dichosa? ¡Himeneo, oh Himeneo! ¡Ven! ¡Himeneo, oh Himeneo! L as muchachas. — ¡Héspero ha robado a una de nosotras,1" compañeras! Carmina, 62. 151. La estrella vespertina, llamada aquí con su nombre latino, en la versión lírica de su nombre griego: Hésperos. 152. Nombre ritual del Dios del matrimonio (y también del canto que lo celebra). 153. Montaña de Grecia, mansión mitológica de Himeneo. 154. Se trata de un concurso: los dos coros adversos fingen una actitud modesta. 155. Padres y madres. 156. Una parte del texto ha desaparecido de nuestros manuscritos.Luego se oponen dos hermosas comparaciones, de la joven con la flor: "Como una flor, al abrigo en el recinto de un jardín, nace ignorada del rebaño, a cubierto del surco del arado; las brisas la acarician, el sol 1« da fuerzas, la nutren las lluvias; muchos jóvenes la quieren, y también muchas doncellas; mas una vez que, cogida conelcorte de una uña se marchita, ningún muchacho la desea, ni joven alguna...”, de la joven con la viña: “Como una viña sin sostén, que nace en tierra desnuda, jamás se alza, jamás nutre con sus dulzuras un racimo; pero, inclinándose bajo su peso, encorva su frágil cuerpo hasta tocar finamente su raíz con la punta de sus sarmientos: por ella no se preocupan ni campesinos ni toros; pero si se la casa con un olmo, con el que enlaza, la cuidan en multitud los labradores y los toros."
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La nueva prosa: la historia
Lengua y versificación. — Catulo modifica su lengua, según los géneros que trata. La de los epyllia, cuidada, helenizante, aunque sin mucha ampli tud, dista mucho de poseer las cualidades épicas que, con todos sus conven cionalismos, nos ofrece Lucrecio. Pero la de los pequeños poemas, con sus rápidas expresiones, sus términos familiares, sus palabras vulgares y sus dimi nutivos cariñosos, nos da una idea de lo que podía ser la conversación, llena de naturalidad un tanto áspera y de afectación, en los círculos mundanos de su tiempo. La traza del estilo es tal vez más personal: es de una elegancia un tanto escueta, viva y destacada; se adapta sin embargo al cante, y tam bién un tanto al baile, gracias a las repeticiones de palabras y a las referen cias a expresiones anteriores. La versificación es también flexible y variada, y no emplea las licencias arcaicas. El hexámetro, demasiado influenciado por los alejandrinos, es a me nudo espondaico (con un espondeo en el 5.° pie en lugar de un dáctilo). Pero Catulo es ya maestro de las formas líricas que introduce en Roma: estrofa sálica, endecasílabos falecios ( i _ i . u u j . u i ui u) galiámbicos (me tro jónico con abundancia de breves) en los cuales escribió su poema Atis: prueba de destreza para un escritor de lengua latina,157 pero que convenía a la crisis de fiebre que sigue a la mutilación sexual del servidor de Cibeles, la gran diosa frigia. El lirismo de Catulo. — Por esas formas métricas, Catulo es un lírico en el sentido que los antiguos daban al término: escritor de poemas que requieren música y ellos mismos son música. Por la expresión de su perso nalidad en sus poemas, lo es en el sentido moderno de la palabra. Es pues el precursor de Horacio y de los elegiacos del siglo de Augusto. Pero, por otra parte, él y los “innovadores” de su grupo modificaron toda la lengua poética latina liberándola de las fórmulas estereotipadas; un trabajo personal, delicado, intentará dar a cada detalle el más alto grado de intensidad y de expresión. Incluso al imitar a Lucrecio, Virgilio no olvidará nunca las lec ciones de Catulo.
5. L a n u e v a p ro sa : la h is to r ia Los neoátícos. — El movimiento encaminado a lograr el helenismo más puro tenía lugar también éntre los prosistas, en parte por oposición al género ciceroniano. En efecto, los innovadores encontraban en Cicerón una abundan cia vana y un abuso en los adornos, signo, a su parecer, de decadencia, y pretendían tomar por modelos a las primeras figuras de la prosa ática: el 157.
La proporción de breves era sensiblemente menor que en griego.
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LA ÉPOCA CICERONIANA
orador Lisias, escritor de una simplicidad exquisita y el historiador Tucídides, denso y oscuro, lleno de rudeza que parecían despreciar la retórica (hacia finales del siglo v). De ahí surgieron dos tendencias opuestas entre los “neoáticos” romanos, aunque les unía una misma afición hacia el purismo, la brevedad, la sobriedad de los efectos. Cicerón, que había simplificado el asiatismo de Hortensio, había sido superado en la misma dirección. Sostuvo polémicas contra los neoáticos, oponiendo Demóstenes a Lisias y reprochan do a sus jóvenes rivales158 su sequedad y falta de aliento; al mismo tiempo trataba de ganárselos. Pero perdía terreno constantemente. C. Licinio Calvo (82-47). — Calvo parece haber sido el más notable de estos jóvenes oradores. Era también poeta, y uno de los íntimos de Catulo. Cicerón, que hubiera querido dominarlo, reconocía, a pesar suyo, su cuidado estilo y profundidad; le reprocha su excesivo trabajo del detalle y su falta de vigor. Pero tenemos otros testimonios que nos lo representan en violenta acción, poseedor de una oratoria llena de contrastes y vehemencia: Vatinio, a quien atacaba, se levantó de súbito, espantado. —Os suplico, jueces —excla mo—, si mi adversario es elocuente, ¿es ésta una razón para que me con denéis?” La historia. — También en la historia se imponían las nuevas tendencias, contra el ideal ciceroniano, que preconizaba el estilo oratorio y los adornos retóricos. Nos hallamos ante puristas, ante “áticos”, que representan muy bien los diferentes aspectos del neoaticismo, como César, Salustio, Comelio Nepote, en los cuales la historia romana encuentra sus primeros clásicos.
CÉSAR 101-44 a. C.
C. Julio César no es un hombre de letras, sino un político ambicioso dotado de todo el refinamiento aristocrático de una antigua familia y de una inteligencia personal fuera de lo común. Sin embargo no logró imponerse hasta los cuarenta años, aun cuando ya había llegado, por torcidos amaños, a constituirse en uno de los jefes del partido demócrata-revolucionario. A partir de 60 es el dueño de Roma con Pompeyo y Craso (primer triunvirato); su consulado (59) estuvo lleno de irregularidades; pero la conquista de las Galias (58-51) le aseguró prestigio, riquezas, y un ejército incomparable. Apenas dudó en ir a la guerra civil contra Pompeyo, que había quedado solo frente a él; lo aplastó en Farsalia (48), destruyó los ejércitos “republicanos” de África y de España. Dictador perpetuo y señor absoluto del mundo romano, cayó en medio del Senado, víctima de asesinato a manos de Bruto y Casio, a los 57 años (15 de marzo del 44 a. C.).
158. Aparte de Calvo, sobre todo M. C e l i o R u f o (82-48), muy espiritual y mundano (cuyas cartas a Cicerón están agrupadas en el 1. VIII de las Ep. ad Fam. del orador” ; D. Ju n i o B r u t o (85-42), amigo personal de Cicerón y asesino de César, y M. P o r c i o C a t ó n (95-46), dominados por una austera simplicidad.
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César
Actividad intelectual de César. — Su clarividencia y flexibilidad espiri tual permitieron a César abordar a la vez las más diversas tareas. Y, de una parte, no se diferencia mucho de esos jóvenes de noble cuna como Calvo y Catulo, para quienes la vida mundana tiene sus exigencias, literarias y corteses. Escribió una tragedia (Edipo), un poema en honor de Hércules; y más tarde (46), otro de su viaje a España, y también epigramas. Dedicó a Cicerón un tratado de gramática purista, Sobre la Analogía (¿53-52?), y con testó a su apología de Catón de Útica con un Anticatón en dos libros (45). Pero esta última obra, en que atacaba a un pompeyano de renombre, defien de intereses políticos. Las obras de César que realmente contaban ocupaban el primer rango: sus discursos, por su pulcritud, pureza de la lengua y natu ralidad, parecían prenunciar el neoaticismo; y también sus “Comentarios”, lo único que ha llegado a nosotros. Los “ Comentarios” . — Comprenden 7 libros acerca de la guerra de las Galias (el séptimo, mucho más largo que los otros, fue tal vez redactado y publicado después de aquéllos), continuada año tras año hasta la rendición de Vercingetorix en Alesia; y 3 (o 2, según P. Fabre, pues I y II se refieren al mismo año 49) sobre la guerra civil hasta la muerte de Pompeyo. Estos mismos límites demuestran que César no trata de temas históricos en su con junto, sino que intenta atraer la opinión pública a su favor; una vez alcan zado el objetivo esencial, no le interesan “las prolongaciones”. El nombre de commentarii, por otra parte, indica un conjunto de notas o un fichero que reúne, simplemente los elementos de un trabajo en formación. De hecho, César trató más o menos bien a todos los hombres de estado de esta época y las relaciones de documentos del estado mayor o de los archivos: incluso a Cicerón le pareció que sus comentarios ocupaban el lugar de una obra his tórica; pero dispensado por el título de buscar dicho efecto, creó un estilo histórico que será, por ejemplo, el de Voltaire. Documentación. — La documentación es, en su conjunto, de primer orden, porque César narra hechos en los que participó personalmente o que conoció por los informes precisos de sus lugartenientes (que incluye a menudo tal como se los presentaron —según parece—, en su narracción, demasiado sim ple para que, de ordinario, no aparezcan errores). Su realismo y su curiosi dad natural le llevaron a observar bien los lugares, los hombres, los pueblos, a insertar en la Guerra de las Galias excursos etnográficos o geográficos bastante extensos (por ejemplo, sobre las regiones de allende el Rhin), que parecen puros plagios del griego Posidonio, y que, a veces, son pobres hasta quedar reducidos a nada. Defensa de A varico“" E l extraordinario valor de nuestros soldados tropezaba con toda clase de medidas hábiles de los galos: pues son un pueblo de gran ingenio y muy capaz de imitar a la per 159. AI huir ante César, Vercingetórix se vio obligado a prescindir de Avarico (Bourges), “la mis hermosa ciudad de las Galias” ; César la sitia con sus últimas energias, en espera de encontrar en ella las provisiones de que carece (52). Nótese la precisión técnica de los detalles.
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. LA ÉPOCA CICERONIANA fección todo lo que ven hacer. Por ejemplo, desviaban con lazos nuestras hoces“ ° y, ha biéndolas trabado bien con sus nudos, las sacaban, con cabresteantes, del interior de los muros; habían hundido nuestro terraplén“ 1 mediante zapas, practicadas ocn suma habili dad, puesto que en su territorio hay minas de hierro y ellos conocen y practican toda clase de galerías subterráneas. Habían protegido todo el circuito de su muralla con torres unidas por un entablado y protegidas con pieles.“ 2 Además, en sus frecuentes salidas de día y de noche, o bien arrojaban fuego sobre nuestra terraza,1“ o bien se lanzaban sobre nuestros soldados mientras trabajaban. Y, a medida que nuestras torres se elevaban por el crecimiento diario de nuestra terraza, alzaban en la misma proporción las suyas, ligando los postes verticales que constituían su osamenta. Retrasaban el avance de nuestras trin cheras “* arrojando en ellas maderos puntiagudos y endurecidos al fuego, pez hirviendo y piedras enormes; y no nos dejaban que las acercásemos a los muros. D e bello GaOico, V II, 22.
Veracidad. — El problema de la veracidad de César es mucho más com plejo. No hay duda alguna en que quiso explicar sus actos del modo que le era más favorable: intenta probar largamente que fue arrastrado, a pesar suyo, a la conquista de la Galia libre; disimula sus intenciones, atenúa sus fracasos; censura o felicita a sus lugartenientes y oficiales, según las necesi dades de su política y su prestigio; en La Guerra Civil —en particular— son evidentes por doquier sus intentos de apología personal y de detracción iró nica de sus adversarios. Pero La Guerra de las Gaitas mantiene, en su con junto, una serenidad tan fría, al parecer tan objetiva, que da la impresión de ser veraz. El propio César hizo justicia a algunos de sus adversarios galos: con ello su propio mérito quedaba realzado; además contaba mucho con los recursos de la Galia y con la clientela céltica para la guerra civil. La Guerra de las Gaitas posee un valor histórico real; pero, con César, hay que apren der a leer siempre entre línea y línea. Vercingetorix tras la toma de Avarico [César intenta explicar racionalmente una paradoja: que la autoridad de Vercingetórix creciera con su derrota. — Habilidad en el discurso de Vercingetórix (reconstruido por conjeturas, tal vez conocido en parte por espías o desertores). — Fino conocimiento de la psicología gala. — Imparcialidad, e incluso admiración secreta.] Al día siguiente, tras convocar la asamblea, animó“6 y arengó a los suyos, invitán doles a no perder los ánimos y a no dejarse abatir por un fracaso. Dice que los romanos no han vencido en batalla cuerpo a cuerpo ni por su valor, sino por un arte, una ciencia de los asedios, en los que ellos no tienen experiencia ninguna. Que, se equivoca aquel que en la guerra no espera más que ganancias. Por lo que que a él respecta, jamás había sido partidario de defender Avarico, de lo cual ellos eran testigos; habían sido los biturigos
160. Especie de garfios que se disparaban contra los extremos de los muros para arrancar de ellos partes enteras. 161. Dirigido perpendicularmente a la fortaleza para acercar torres de madera destinadas a alcanzar su altura y apartar de ella a los defensores. 162. Frescas o mantenidas húmedas, para preservar las torres de madera de las teas incendiarias. 163. Sin duda sostenida por estructuras de madera. 164. Dirigidas hacia los muros para acercar el ariete opreparar el asalto. 165. Vercingetórix. 166. Habitantes de la “ciudad” (territorio) de la que Avarico era la población principal.
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César por su imprevisión y los demás por su debilidad, los responsables del fracaso. Sin em bargo — dice— , lo reparará pronto con éxitos de mayor envergadura. Logrará atraerse a las restantes ciudades galas que se mantienen al margen y unificará las voluntades de toda la Galia, contra la cual el mundo entero sería incapaz incluso de ofrecer resistencia; y este resultado casi lo ha conseguido ya. Espera que consientan, en nombre de la común salvación, fortificar su campo, a fin de poder sostener más fácilmente ataques repentinos contra el enemigo. Este discurso no desagradó a los galos: le agradecían sobre todo no perder el valor 'después de un fracaso de aqyiella índole, y no ocultarse ni sustraerse a las miradas del pueblo; entendían que había demostrado una previsión y un discernimiento superiores al aconsejar, cuando aún estaban a tjempo, el incendio y abandono de Avarico. De modo que, mientras la autoridad de los otros jefes disminuía con tales fracasos, su prestigio, por el contrario, crecía día a día después de la derrota. Al mismo tiempo, sus promesas hacían concebir la esperanza de encontrar apoyo en otras ciudades. Entonces, por vez primera, los galos empezaron a fortificar su campo; y una confianza tan firme se apoderó del corazón de estos hombres, no habituados a soportar tales trabajos, que consideraban un deber someterse a todo lo que se les mandaba. D e bello Gaüico, V II, 29-30.
La narrración. — Cuando César ha asistido en persona a los aconteci mientos, nada hay más claro que su decir. Países, circunstancias; no explica más que lo esencial, pero con una precisión que tiene algo de pintoresco. Es la acción, el encadenamiento de los hechos, la parte de la voluntad huma na y del azar lo que le interesan por sobre lo demás. Su lucidez le permite dar acada elemento su valor exacto. Así, el lector se siente en contacto direc to con larealidad, y no desea, de ordinario, saber ningún otro detalle comple mentario. César le ha impuesto su propia visión de los hechos. Batalla del Sambre [César fue sorprendido por los nervios (pueblo que habitaba entre el Escalda y el Sambre) y sus aliados, sin duda cerca de Maubeuge (57). — Descripción de los parajes destinada únicamente a explicar el detalle de las operaciones. — Descomposición y clasificación de los hechos para explicar con claridad al lector una acción realmente confusa. — Preocupación constante en disculparse de ha berse dejado sorprender y no haber tomado la dirección efectiva de la batalla. — Elogio discreto (especie de orden del día de felicitaciones) hacia las tropas y los _ oficiales. — Pese a su dolor, César aparenta la naturalidad más sencilla.] He aquí cómo estaba formado el terreno que los nuestros habían escogido por campo de batalla. Una colina se inclinaba en pendiente uniforme hacia el Sambre, que hemos citado anteriormente; en la otra orilla, y frente a ella, se elevaba otra, de parecida incli nación, descubierta en su parte baja en una extensión· de unos doscientos pasos y cu bierta de árboles más arriba, tan por entero que la vista difícilmente la podía penetrar. En estos bosques se hallaban ocultos los enemigos; descubiertos, a lo largo del río, se veían algunos grupos de jinetes. La profundidad del río era de tres pies, aproximadamente.1" César,1" precedido de la caballería, seguía a poca distancia con todas sus tropas. Pero el orden de marcha era distinto del qyie los belgas “* habían comunicado a los nervios. Pues, en la proximidad del enemigo, César, según era costumbre en él, avanzaba primero con seis legiones sin bagajes; después venía el convoy del ejército; por fin, las dos legio nes de las últimas levas cerraban la marcha y protegían al convoy. Nuestros jinetes, con
167. Poco menos de un metro. 168. César alude siempre a sí mismo en tercera persona. 169. Galo del norte de Francia: habian prevenido a los nervios de que las legiones avan zaban escalonadas, separadas unas de otras por los bagajes.
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LA ÉPOCA CICERONIANA los honderos y arqueros, pasaron el río y trabaron combate con los jinetes enemigos. Éstos, periódicamente, se retiraban junto a los suyos en los bosques y volvían a salir para cargar sobre los nuestros; y los nuestros no se atrevían a seguirlos más allá del trozo descubierto. Sin embargo, las seis legiones que llegaron primero, tras delimitar el campo de batalla, ^empezaron a fortificarlo. Desde que vieron aparecer nuestros convoyes, los que permane cían ocultos en los bosques (era el momento que habían convenido para comenzar la batalla), en el orden y la disposición en que se habían colocado bajo el bosque, y que aseguraba su cohesión, se lanzaron de súbito todos juntos y arremetieron contra nuestros jinetes, que no resistieron ni un instante y se dispersaron. Entonces, con una rapidez increíble, descendieron a galope hacia el río, de modo que en un instante vimos a los enemigos en la orilla del bosque, en el río y sobre nosotros. Con la misma rapidez escala ron la colina opuesta, dirigiéndose a nuestro campo de operaciones contra nuestros obreros. César tenía que ocuparse de todo a la vez: mandó elevar la bandera de alarma, tocar el clarín, llamar a los soldados que trabajaban, concentrar a aquellos que se encontraban un tanto dispersos elevando el terraplén,1™ colocar las tropas en orden de batalla, aren garlas y dar la señal de ataque. Pero muchas de estas medidas eran imposibles: tan breve era el plazo y tan rápido el avance del enemigo. Entre estas dificultades, César tenía dos ventajas a su favor: en primer lugar, la instrucción y el entrenamiento de sus soldados, a quienes la experiencia de los combates precedentes había enseñado a tomar espontánea mente todas las medidas necesarias lo mismo que si se las impusieran; y, además, la orden que había dado a los legados 1,1 de que ninguno abandonase ni el trabajo ni a su legión hasta que el campamento estuviese terminado: én presencia de un enemigo tan próximo y tan rápido, no aguardaban ya las órdenes de César, sino que cada uno tomaba por su propia iniciativa las medidas que consideraba oportunas. César se limitó a dar las órdenes indispensables y corrió a animar a los soldados como pudo: el azar le guió a la décima legión.1” Su arenga fue breve: se limitó a recomendar a los soldados que se acordaran de su antiguo valor, que no se alterasen y se mantuviesen firmes ante el asalto; luego, cuando el enemigo se hallaba ya a un tiro de jabalina, dio la señal de combate1™ Marchó al ala opuesta para exhortar también a los soldados, pero los halló ya en plena lucha. Fueron sorprendidos en tan breve espacio y el enemigo demostró tanto ardor en el ataque que faltó tiempo no sólo para fijar las insignias,1” sino incluso para ponerse los cascos y quitar la funda a los escudos. Cada uno tomó posición al azar en el lugar donde había trabajado y junto a la insignia que primero veía, sin perder el tiempo que el com bate exigía. Como el ejército se había colocado más de acuerdo con la naturaleza del terreno, la ladera de la montaña y la fatalidad de las circunstancias, que con las exigencias de una táctica regular, y las legiones, separadamente, resistían cada una por su parte al enemigo, a quien, además — como ya dijimos antes— , los setos, muy espesos, ocultaban, no se podía ni maniobrar con seguridad con las reservas, ni proveer las necesidades de cada sector ni unificar todo el mando. Y las condiciones eran demasiado desiguales para que la fortuna de las armas no fuera también muy variable...175 D e bello Gallico, II, 18-22.
170. Del campo, hecho de los escombros de las fosas y trozos de césped coronado por una empalizada. 171. Comandantes de las legiones. 172. La preferida de César: escribe que el azar lo guió hacia ella, para no herir las sus ceptibilidades de las demás legiones. 173. El mando de jefe era el único que tenía en sus manos la religión de Roma por el “derecho de auspicios” y el carácter de un magistrado supremo por el imperium: pues la ba talla no empieza ritualmente hasta que no arenga a los soldados y da la señal. 174. Plumeros o penachos de los cascos; taraceas de los escudos; tal vez también sus de coraciones. 175. César se salvó gracias a la llegada de dos legiones de la retaguardia y a la iniciativa de su lugarteniente Labieno. Termina por excusarse haciendo un elogio muy insistente del valor de los nervios.
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César
Las cualidades dramáticas. — Cuando César narra los acontecimientos en los que no ha participado, los imagina con gran viveza, gracias a su cono cimiento del país y de los hombres, y revive la acción con tal intensidad, ue parece ser testigo ocular de ellos. En estas ocasiones sobre todo se pone e manifiesto el poder de su imaginación dramática y descubrimos un arte muy consciente, aunque muy sobrio, en las representaciones; arte ático más bien que romano por la discreción de los procedimientos, que no permite desliz alguno a la narracdón.
3
Un consejo de guerra [Dos legados, Q. Titurio Sabino y L. Aurunculeyo Cota se encuentran en los cuarteles de invierno con una legión y cin to cohortes (entre siete y nueve mil hombres) en Atuatuca (¿Tongres o Lieja?) entre los eburones. Se produce un ataque inesperado de los galos, que es rechazado. Pero Ambiorix, uno de los dos jefes de los eburones, intenta atraerse a los romanos fuera de su campamento prometiendo a sus enviados (Arpineyo y Junio) dejarles regresar a la legión más próxima (54). — Vida y movimiento progresivo. — Verosimilitud psicológica y oposición de caracteres. — Sobrio patetismo.] Arpineyo y Junio relatan a los legados lo que han oído. Muy inquietos por esta co municación imprevista, y aunque procedente de un enemigo, creían que no debían des atenderla: lo que más les sorprendía, y no se prestaba mucho al crédito, era que una ciudad sin nombre ni importancia, como la de los eburones, se hubiera atrevido — bajo su propio riesgo— a hacer la guerra al pueblo romano. De este modo plantearon la cues tión ante el consejo. Se suscitó una viva discusión. L . Aurunculeyo, y un gran número de tribunos — y los centuriones en primer lugar— creían conveniente no obrar a la ligera y no abandonar los cuarteles de invierno sin una orden de César; opinaban que, por numerosas que fuesen las tropas de los germanos,1™ podrían hacerles frente en un campamento fortifi cado; la prueba era que habían rechazado con gran éxito el primer ataque de los ene migos, infligiéndoles graves pérdidas; no faltaba trigo y llegarían víveres a tiempo, tanto de los campos limítrofes como de César; y, en una palabra, ¡qué ligereza y qué gran vergüenza permitir que un enemigo dictara una resolución de tan graves consecuencias! Pero Titurio exclamó que sería demasiado tarde actuar cuando los enemigos se hubiesen presentado en grandes masas con la unión de los germanos, o hubiese sucedido cualquier catástrofe en los campamentos vecinos. Por fortuna, no tenían más que un instante para decidirse. César debía haber marchado a Italia,1" pues, si no, los camutos no se habrían atrevido a matar a Tasgetio,17* y los eburones, hallándose él en la Galia, no habrían lle gado, en su desprecio hacia los romanos, a presentarse ante nuestro campamento. Los hechos — y no un enemigo— le dictaban su opinión: el Rhin estaba muy cerca; los ger manos estaban irritados por la muerte de Ariovisto y nuestras victorias precedentes; ]a Galia temblaba con tantas humillaciones, al sentirse sometida a Roma y ver apagado su antiguo renombre guerrero. Por último, ¿quién podía creer que Ambiorix hubiese dado ese paso sin una razón sólida? Tanto en un caso como en otro, su propuesta era segura: si la situación era menos grave de lo que se decía, podrían fusionarse sin peligro alguno con la legión más próxima; si la Galia entera estaba de acuerdo con los germanos, la única salvación residía en la rapidez. En cuanto a la opinión de Cota y sus partidarios, ¿cuál sería el resultado? Suponiendo que se evitara el peligro inmediato, quedaba la cer teza de un largo asedio y la amenaza del hambre.
176. todos los 177. 178. leans).
Ambiórix anunciaba que algunas bandas de germanos habían cruzado el Rhin y que campamentos romanos habían sido asaltados el mismo día. Hipótesis falsa: César se hallaba en Samarobriva (Amiens). A quien César había hecho “rey” entre los carnutos (región de Chartres y de Or
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LA ÉPOCA CICERONIANA Una vez presentadas las dos tesis contrarias, como Cota y los centuriones, en primez lugar, se obstinaran en mantener la resistencia, Sabino dijo: “ |De acuerdo! Me rindo, pues así lo queréis! — y elevaba la voz para que le oyese una gran parte de sus sol dados— No soy un hombre que me asuste más que alguno de vosotros ante un peligro de muerte.5" Ellos1“ decidirán; y, si algo sucede, te pedirán cuentas a ti. Pues, si tú quisieras, pasado mañana, unidos a sus compañeros de los cuarteles más próximos, se hallarían en condiciones de hacer frente a los azares de la guerra, en lugar de esperar aquí, aislados, exiliados lejos de los demás, la muerte por las armas o por hambre.” Todo el mundo se alzó; rodearon a los dos legados y le suplicaron que no se obstinase en un conflicto que los llevaba a la catástrofe: “Es fácil salir de la situación — decían — , tanto si nos quedamos como si marchamos, con tal que todos tengamos un solo senti miento y una sola voluntad; pero, si reñimos, no hay esperanza alguna de salvación.” Discutieron aún hasta la medianoche. Por fin, Cota, muy agitado, cede. Se anuncia que partirán con el alba. E l resto de la noche se pasó en vela, pues cada soldado se preocupaba por lo que podría llevar consigo y lo que debería abandonar de sus útiles de invierno. Nada les indicaba que estaban preparando el riesgo que les aguardaba al día siguiente y lo acre centaban con el cansancio de una noche de insomnio. En cuanto rompió el día abando naron el campamento, persuadidos de que seguían no el consejo de un enemigo, sino del mejor de sus amigos, Ambiorix: formaban una columna muy larga, con gran cantidad de bagajes.1* D e bello Gallico, V, 28-31.
Huida de Ambiorix [Tras deshacer el primer levantamiento de las Galias, César quiere tomar ven ganza ejemplar de los eburones y de Ambiorix (53). — Exactitud en la captación de la atmósfera general y precisión auténtica en los detalles. — La personali dad de César se transparents en el relato: odio ardiente; fría crueldad; creencia, casi fatalista, propia de un ambicioso, en el poder de la Fortuna. 1 Ê1,“* en cuanto los trigos empezaban a madurar, caminando contra Ambiorix a través del bosque de Ardena — el mayor de toda la Galia: llega, sin interrupción, desde las orillas del Rhin y desde el país trévero hasta los nervios, en una extensión de más de cinco mil millas— , pone en cabeza a L . Minucio Basilo con toda la caballería, ordenándole obtener toda ventaja que le ofreciera su rapidez en el avance o cualquier otra ocasión; le indica que prohíba encender fuego en las acampadas, para no señalar su avance a distan cia; le asegura que le sigue de cerca. Basilo acepta estas órdenes. La rapidez de su marcha le permite una sorpresa com pleta: sorprende en las tierras a numerosos campesinos que no desconfiaban; siguiendo susindicaciones, se encamina recto hacia Ambiorix, quesólo tenía unos pocos jinetes en tomo a él. L a Fortuna es muy poderosa en todo,, pero especialmente en materia militar. Pues fue una gran casualidad que Basilo se lanzara sobre Ambiorix de improviso, sin que incluso éste montara guardia; que se apareciera a los ojos del enemigo antes de que un rumor o un mensaje le advirtieran que se acercaba; pero Ambiorix tuvo gran suerte, al lograr escapar a la muerte, en el saqueo de todos sus arreos de guerra, de sus carros, de sus caballos. Ello se explica, sin embargo: su casa estaba rodeada de bosques, según la costumbre normal entre los galos, quienes, para evitar el calor, buscaban de ordinario la vecindad de los bosques y de las aguas comentes; sus amigos sostuvieron durante algunos instantes, en un paso estrecho, el ímpetu de nuestros jinetes. Mientras luchaban,
179. 180. ciones. 181. 182. inevitable 183.
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Que debían permanecer en la puerta de los barracones en que discutían los oficíale«. Considera el parecer de Cota como una condena: véase hasta el fin de sus inten Los soldados. César acumula con acritud, en estas últimas líneas, todas las faltas que hicieron el desastre. César.
César uno de los suyos le subió en un caballo; los bosques cubrieron su huida. Tal fue el poder de la Fortuna para ponerle en peligro y salvarle...
César, prosiguiendo su campaña de devastación, dispersa en todos sentidos su caba llería, reforzada por grandes contingentes de las ciudades vecinas. Todas las aldeas y edi ficios aislados que la vista alcanzaba aparecían quemados; los animales, degollados; todo saqueado; los cereales no sólo habían sido consumidos por una masa tan grande de ani males y hombres, sino que lo avanzado de la estación y las lluvias los habían arrasado, de modo que, si algún eburón había conseguido ocultarse por el momento, era evidente que moriría de hambre, una vez que marchara el ejército. Y a menudo, con una caba llería tan numerosa diseminada en todas direcciones, se llegaba a lugares en que las gentes, sorprendidas, decían que acababan de ver pasar a Ambiorix huyendo, le buscaban aún con los ojos y afirmaban que aún no estaba muy apartado de allí; entonces, la esperanza de alcanzarlo superaba toda fatiga: creyendo que César sentiría una gratitud infinita, llegaban incluso a rebasar las fuerzas humanas y siempre parecía que no habían alcanzado el obje tivo propuesto por una insignificancia; pero se les escapaba en las guaridas, en los ba rrancos de los bosques, y, con la protección de la noche, alcanzaba otros lugares, en una nueva dirección, sin más guardia que cuatro jinetes, a los únicos que se atrevía a con fiar su vida. D e b ello G allico, VI, 29-30 y 43.
Los discursos. — A ejemplo de los griegos, los historiadores latinos,se dedicaron a intercalar discursos, incluso ficticios, y en todo caso rebasando su documentación auténtica, que ponían en boca de los personajes princi pales en circunstancias notables, y que les permitían exponer con viveza o el conjunto de una situación o los fundamentos de una empresa. Pese al título que daba a sus obras, César no prescindió del procedimiento; aunque siempre bajo la forma del estilo indirecto, que reproduce el pensamiento sin tratar de transcribir los términos mismos del orador. Dichos discursos tienen como cualidades más importantes su sobria energía y la claridad lógica de sus deducciones. Pero César ha sabido sugerir también sobreentendidos, reaccio nes psicológicas, que dan la impresión de algo vivo. Y, en los instantes patéticos, no prescinde del estilo directo, cuyo efecto sobre el lector es mucho más intenso. Incluso, en estos casos, el arte de César continúa siendo de los más conscientes. César recibe la sumisión de Afranio y de Petreyo [Con sus inteligentes maniobras, César ha impulsado a capitular a los dos ejércitos pompeyanos de España, en Ilerda (49). — Discurso en estilo indirecto, pero con modulaciones muy distintas. — Los sentimientos apasionados de César te expresan con sobriedad, pero con vigor. — También sus intenciones: recon ciliarse con las tropas del adversario, justificar su conducta. — La composición y alcance de su discurso rebasan la ocasión momentánea en que figura que fue pronunciado.] Finalmente, privados de todo, sin forraje para los animales, encerrados en el cam pamento desde hacia tres días; sin agua, sin leña, sin pan, el enemigo solicita parlamen tar; pero, a ser posible, en un lugar apartado de las tropas. César se negó a acceder a esta demanda, pero accedió a celebrar conversaciones, si aceptaban que se célébrai públicamente; le presentaron como rehén al hijo de Afranio. E l encuentro tuvo lugo en elpunto señalado por César. Ante los dos ejércitos, Afranio toma la palabra: “No es Justoindignarse contra los jefes — d ijo— , ni contra los soldados, porque quisieron
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LA ÉPOCA CICERONIANA ser fieles a su general, Cn. Pompeyo; pero ya cumplieron plenamente su deber y sufrieron bastante; soportaron la carencia de todo lo indispensable; ahora, encerrados casi como bestias salvajes, se les impide beber y hacer un movimiento: no pueden soportar ya esas torturas físicas ni esa humillación moral. Por tanto, se reconocen vencidos; ruegan y su plican, si hay aún lugar para la piedad, que no se les obligue a caminar al último su plicio.” Hace estas declaraciones con toda humildad y sumisión. A estas palabras respondió César que a nadie menos que a él convenía un papel semejante, con esas quejas, esas invocaciones a la piedad y a la compasión: “A excepción de él, cada uno ha cumplido con su deber: él, César, que, incluso en circunstancias pro picias, cuando el terreno y el momento le eran favorables, no quiso pasar a la acción para que en todo el país se entregasen con la mayor solidaridad a la paz; sus soldados, que, a pesar de la traición de que fueron víctimas y el asesinato“ * de sus compañeros, per donaron y protegieron a los enemigos que estaban en sus manos; por último, las tropas del ejército enemigo, que, por su propia iniciativa, entablaron negociaciones de paz, pensando también en la vida de todos los de su partido. De modo que el papel de cada cual, en sus respectivas situaciones, había sido humanitario; en cambio, a ellos, a los ge nerales, les causaba horror pensar en la paz; no habían observado ni los principios de las negociaciones ni las de la suspensión de la lucha, asesinando cruelmente a hombres bien intencionados, confiados en la inmunidad de las conferencias. Les había ocurrido, pues, lo que a menudo origina la orgullosa terquedad de los hombres: recurrieron con ardientes súplicas a quienes habían despreciado hacía tan poco tiempo. En cuanto a él, César, no quería aprovecharse de su caída ni de una ventaja ocasional para acrecentar sus fuerzas; pero exigía la licencia de sus tropas, que habían mantenido contra él durante tantos años. Pues no existía motivo alguno para la concentración de seis legiones en España, para reclutar una séptima en el propio país, ni para el armamento de escuadras tan conside rables y el envío secreto de jefes experimentados. Nada de todo esto se ha previsto para la pacificación de España, nada para el interés de una provincia a la que una larga paz dispensaba de reclamar asistencia. Todo, y desde largo tiempo atrás, había sido preparado contra él; esos envíos inauditos, que aseguraban a la vez a un solo hombre“* la autoridad suprema e inmediata de la política en Roma y (¡por delegación!)“ * las dos provincias“ 7 los mejores ejércitos durante tantos años; contra él se preparó el derroca miento del estatuto de las magistraturas, para enviar al frente de las provincias no, como en todo tiempo, a antiguos pretores y cónsules, sino a los individuos partidarios de una pequeña facción; ÿ contra él también se alzó ese pretexto del intervalo necesario,“ 8 pre texto sin valor, puesto que los generales cuyo mérito se había probado en las campañas anteriores habían sido llamados siempre (normalmente) para ocupar nuevos cargos mili tares; contra él, y sólo contra él, se derogaba el derecho del que siempre se beneficiaron todos los generales, de poder, tras una victoria, regresar y licenciar su ejército, con alguna gloria o al menos sin oprobio. Todos estos ataques, sin embargo, los había soportado y los soportaría con paciencia; y su conducta actual no venía dictada por el deseo de guardar para él las tropas que reclutaba (lo que, sin embargo, le hubiera resultado fácil), sino por la voluntad de evitar que se sirvieran de ella contra él. De modo que, como había dicho, les ordena que licencien sus tropas; si le obedecían, no haría mal a nadie. Ésta era la única y última condición de paz.” D e bello ctuili, I, 84-85.
César en su obra. — Los Comentarios no carecen de defectos: desigual dades en el desarrollo, a veces, incluso, en el estilo... Fueron redactados 184. Poco antes, Afranio había arrojado sus tropas sobre los soldados cesarianos que, am parados por una tregua, charlaban con los pompeyanos intentando ganados para su causa. 185. Pompeyo. 186. Normalmente un gobernador de provincia debía resid’t en ella sin desempeñar nin guna magistratura en Roma. 187. Las dos Españas (Citerior y Ulterior). 188. Entre dos cargos o magistraturas: si César se hubiera convertido en simple ciuda dano, hubiera sido víctima de toda clase de ataques.
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Salustio
a gran velocidad, en ocasiones incluyendo sin modificación los relatos per sonales del procónsul, las narraciones de sus lugartenientes o de los servicios técnicos (por ejemplo, sobre la construcción ael puente en el Rhin). Las dotes personales de César nos parecen entonces más admirables aún. Siem pre se manifiesta, por encima de todo, como una inteligencia que se mueve con enorme facilidad en las realidades de la acción y de la ¿mbición; a lo más adivinamos en su estilo el refinamiento de su cultura. Pero los atracti vos del hombre, incluso su generosidad proverbial, no aparecen. No se in muta: lo asombroso es que a veces nos conmueve con su claridad evocadora; pero él no se lo propuso. Los continuadores de César. — Para quien consideraba los Comentarios no como obra de circunstancias, sino como historia, se hallaban inacabados. Un amigo de César, A u lo H ib t io , compuso con cierta elegancia un octavo libro para La Guerra de las Galias, en que refería las últimas resistencias y la pacificación (años 51-50). Tal vez escribió también La Guerra de Alejan dría (De bello Alexandrino: año 47); pero los dos libros que tratan de las campañas comprendidas entre 46 y 45 en Africa y en España (De bello Africano, De bello Hispaniensi) son de un redactor incorrecto y sin dotes. SALUSTIO 87 o 86-35 a. C.
De una familia acomodada de Amitemo, en tierra sabina, C. Salustio Crispo fracasó en su vida política y bu refugio en las letras. Fue tribuno de la plebe en 52 y tomó posición violentamente contra Cicerón y Milón: los censores lo exclu yeron del Senado en 50, bajo el pretexto (muy probable) de inmoralidad. César logró su reingreso, en calidad de cuestor, por segunda vez en 49. Sirvió a su protector en la campaña de África en 47, llegó a ser gobernador Africa Noua en 46, se enriqueció sin escrúpulos, pero no obstante salió torioso de un proceso de concusión. Siempre demócrata en su espíritu y partidario de César, pero sin carrera política a hacer, sobre todo después del asesinato del dictador (44), se entrega a la historia en el palacio rodeado de magníficos jardines que mandó construir en el Pincio (en Roma). Cronología de las obras. — Una carta y un discurso a César —si son auténticos—189 nos muestran a Salustio entre 50 y 47 preocupado por la rela ción entre los problemas políticos y sociales. No se ocupó de la historia hasta unos años más tarde, con La Conjuración de Catilina, episodio muy reciente (63), sobre el que debía poseer una información personal, y a partir del cual se había originado la potente agitación democrática en la que él mismo había desempeñado un papel. Cuando en el De bello lugurtino abordó la empresa de narrar la larga lucha (111-104) de Roma contra Yugurta, rey de 189. Su autenticidad es aún discutida, a causa de su contenido histórico o de su lengua: la segunda de estas obras, que traza un programa político sometido a César, ofrece más vero similitud que la primera. — Una invectiva contra Cicerón no es, con toda seguridad, auténtica: aparece como un ejercicio de retórica.
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LA ÉPOCA CICERONIANA
Numidia, reconoció sin duda que se trataba del período crítico en que la no bleza victoriosa de los Gracos terminó en sus excesos y comenzó a imponerse el gran general demócrata Mario. Incluso después de 39, al comprender en los cinco libros de sus Historias180 toda la multiplicidad de la vida romana en un período mayor (de 79 a 66), intentaba describir la destrucción del partido democrático, del que se había constituido en jefe. Así su actividad literaria prolongaba, sin interrupción, su vida política: pero, a la vez que continuaba muy cerca de su campo de acción, se liberaba de toda preocupación personal. Progresos del método histórico. — Salustio no aparece, ni siquiera furti vamente, como individuo de su obra: desde el Camina se muestra objetivo. Sin embargo, aún no posee la mentalidad histórica: trata —en breve digre sión— las primeras tentativas revolucionarias de Catilina, sin las cuales no se explican los sucesos de 63; prescinde de la descripción de las razones generales, económicas y sociales, que aseguraban su fuerza; trata de disimu lar la connivencia de César y se contenta con una cronología incierta o falsa. Tal vez su información era también errónea y sin precisión crítica. La de Yugurta, por el contrario, es de las más serias: a las Historias de Sisena y a las Memorias de los contemporáneos añade los libros pánicos del rey Hiem psal, que mandó traducir, y numerosos datos recogidos en el lugar de los hechos, en África. Profundiza en los problemas sociales, de los que —en un principio— tan sólo estudiaba los caracteres contemporáneos; deduce los acontecimientos actuales remontándose al pasado; escribe con mayor exacti tud. Robustece también considerablemente su sentido de la imparcialidad. Sin duda ello se explica en parte por su descontento de político fracasado, que se decide a no favorecer ni a los de su partido, ni a sus adversarios; de ahí su tono amargo, su pesimismo sin contrapartida. No es menos cierto que muchos aristócratas del Yugurta o de las Historias, Metelo, Cota, etc., desempeñan el papel de “buenos”. Salustio es un historiador, cada vez más consciente de sus deberes, mientras que César no lo fue nunca. Metelo toma el mando del ejército de África [Composición equilibrada; detalles minuciosos y evocadores. — Elogio de Me telo que se desprende de los propios hechos. — Compárese con la transposición de Frontón, Cartas al emperador Vero, II, 1, 19-20.j En cuanto llegó a Africa, recibió del procónsul Esp. Albino un ejército sin fuerza, sin valor, tan cobarde ante el cansancio como ante el peligro, más valiente en palabras que en acciones, ladrón de nuestros aliados y victima él mismo del saqueo del enemigo, sin disciplina ni continencia. De modo que la desmoralización de las tropas le causaba más inquietud que su número le inspiraba seguridad o confianza. Metelo, pese a que la demora de los comicios m había acortado el tiempo de la campaña de verano y adivi naba que en Roma estaban impacientes ante un desenlace, decidió no empezar las opera ciones hasta haber sometido a los soldados a las tareas de la antigua disciplina. Pues Albino, desanimado por el desastre de su hermano Aulo y de su ejército, tomó la decisión de no salir de la provincia romana; y, a partir de entonces, mientras
190. 191.
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Sólo nos quedan algunos fragmentos, en especial cuatro discursos y dos cartas. Asamblea del pueblo en la que tenían lugar las elecciones.
Salustio ocupaba el mando durante el buen tiempo, tuvo siempre a los soldados en un campa mento permanente, salvo cuando una infección o la falta de pastos le obligaban a des plazarse. Pero esos campamentos no estaban fortificados, ni protegidos por centinelas, como exigía la disciplina; todos se alejaban de su cuerpo como les placía; los cantineros, mezclados con los soldados, merodeaban noche y día y en sus vagabundeos arrasaban los campos, tomaban las granjas por asalto, robaban animales y esclavos a mano armada y los cambiaban con los mercaderes a cambio de vino de importación y otras golosinas, y ven dían incluso las raciones de trigo para comprar pan tierno todos los días. En una palabra, nada podríase decir ni imaginar que igualara o superara a lo que este ejército hacía en cuanto a molicie y vergonzoso desorden. Ante tales dificultades, Metelo mostró su talento y su prudencia tanto como en las operaciones militares: hasta tal punto supo mantenerse en el término medio entre la debi lidad y la dureza. Su orden, primero, quitó a la molicie toda posibilidad de satisfacción: prohibió vender en el cámpamento pan u otros alimentos cocidos; prohibió que los canti neros acompañasen al ejército; prohibió al soldado —- cualquiera que fuese su graduación — tener en el campamento o en las marchas esclavo ni bestia de carga alguna; todos los demás abusos fueron igualmente suprimidos. Además, cada día cambiaba el campamento de lugar, atravesando las tierras; lo fortificaba con empalizada y fosa, como si el enemigo estuviera cerca; colocaba un elevado número de centinelas, que él mismo visitaba con sus lugartenientes; en las marchas, igualmente, se le veía tanto en cabeza como en la reta guardia, y a veces en el centro, impidiendo que nadie saliese de la fila, y obligando a los soldados a caminar imidos en torno a los estandartes, cargados con sus provisiones y sus armas. De este modo, castigando menos las faltas que impidiendo que las cometieran, restableció muy pronto la moral de su ejército. BeUum Iugurthinum, XLIV -X LV .
Formación literaria. — La formación literaria de Salustio es, en cambio, perfecta desde los inicios de su obra. Es neoático, pero, por temperamento y en razón del género que cultiva, se inclina no hacia Lisias, sino hada Tuddides, el gran historiador de la guerra del Peloponeso: fría imparcialidad, escrúpulo en sus descripciones, minuda en los relatos, densidad en la forma, un tanto de rudeza arcaica, oscuro destello del pensamiento. Trata de imitar a su modelo en todo momento. Sin embargo, leía también a Isócrates, Licuro y Demóstenes; la filosofía de Posidonio parece haberle impresionado tamién. Pero su voluntad literaria es idéntica a la de Calvo y su grupo.
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Filosofía de la historia. — Tucídides le impulsó también a adquirir talla de pensador. En primer lugar, al avanzar lo más lejos posible en la explicadón de los hechos, en lo que Salustio representa una verdadera aporta ción, aunque un tanto limitada. Y también por sus inquietudes morales, aunque Tuddides describe las perversiones del hombre en la guerra con un pesimismo a ultranza y casi sin comentarios; en cambio, Salustio da paso en sus obras a diatribas en las que ataca duramente el materialismo y los vicios de su tiempo, para explicar las crisis políticas: por ello les ha dado un colorido netamente romano, a costa de exponerse él mismo (¡su moralidad era más que dudosal) a la acusadón de hipocresía y convencionalismo trivial. Sin embargo, trató a fondo la íntima reladón existente entre historia interna e historia externa de Roma, y también las cuestiones relativas al estado y al profundo individualismo a través de las fluctuadones del poderío romano: en ello se muestra como un auténtico precursor de Montesquieu.
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Ι.Λ r.POCA CICERONIANA
Moral histórica de Salustio: César y Catón [Digresión de carácter personal (Salustio acaba de insertar los dos discursos — de tesis opuestas— de Catón y de César, en la sesión del Senado en que se discutió la suerte de los cómplices de Catilina). — Lenguaje altisonante en la primera parte; destacada antítesis intencionada en la segunda; lenta transición entre ambas. — Profundidad psicológica y afectada imparcialidad. — Teoría y práctica de lo que los italianos llaman la “virtú” (potencia efectiva del carácter individual, sin tener en cuenta sus objetivos, morales o no).]
En mis asiduas lecturas y audiciones de las hazañas que el pueblo romano realizó en tiempos de guerra y de paz, por tierra y por mar, tuve la súbita idea de investigar las causas que habían permitido afrontar tamañas empresas. Sabía que muchas veces Roma, con un puñado de hombres, había luchado contra grandes legiones de enemigos. Aprendí que, con pobres recursos, se había enfrentado en la guerra contra reyes pode rosos, y — además— había soportado a menudo, sin temor, los envites de la fortuna; aunque los romanos eran inferiores a los griegos en la elocuencia y a los galos en la gloria militar. Después de muchas reflexiones sobre estos puntos, llegué a la conclusión de que todo lo había hecho la eminente valía de algunos ciudadanos; ésta era la que había asegurado la victoria de la pobreza sobre la opulencia, del pequeño grupo sobre la multitud. Pero cuando la ciudad cayó corrompida por el lujo y la ociosidad — a la inversa— , el poderío de la república era entonces lo bastante fuerte como para no sucumbir ante los defectos de sus generales y magistrados; y — al igual que una madre cuya fecundidad ha quedado exhausta — Roma permaneció durante largos años sin producir ningún hombre ilustre. Pero en mis tiempos existieron dos varones de eminente valor, aunque de caracteres opuestos: M. Catón y C. César; comoquiera que mi tema ha tenido que tratar de ellos, he decidido no silenciar su valía y trazaré sus respectivos temperamentos y caracteres del mejor modo posible. Linaje, edad y elocuencia fueron casi iguales en ambos; idéntica fue su nobleza de corazón, y también su gloria, aunque de signo distinto. César debía su prestigio a su generosidad y munificencia; Catón, a su vida íntegra. E l primero alcanzó fama por su dulzura e indulgencia; el segundo conquistó el respeto por su severidad. César ganó la gloria con sus dones, sus favores, sus indulgencias; Catón, por su voluntad de no dar nada. E l primero era el refugio de los desdichados; el segundo, la ruina de los malos. Las gentes celebraban la condescendencia de aquél y la firmeza de éste. En una palabra, César se propuso trabajar, estar en guardia, dejar a un lado sus propios intereses liara consagrarse a los de sus amigos, no negar nada digno de ser concedido; ambicionaba un alto mando, un ejército, una nueva campaña en la que pudiera brillar todo su valor. Catón, en cambio, deseaba para sí la prudencia, el cumplimiento del deber y, por encima de todo, la austeridad. No competía en riquezas con el rico, ni en intrigas con el intri gante, sino en continencia con el sobrio y en integridad con el varón honrado. Prefería ser honrado a parecerlo; y, cuanto menos buscaba la gloria, más le acompañaba ésta. D e coniuratione Catilinae, L III-LIV .
La psicología; los discursos. — Por sus dotes de psicólogo, Salustio supe ra a su maestro. En especial en lo referente a psicología individual. Pero, al analizar el carácter de los hombres de primera fila, sugiere la psicología colectiva de los grupos sociales o incluso de las razas; en Yugurta se con centran los rasgos esenciales de la raza númida; y los diversos matices de los tribunos de la plebe que pinta en escena representan los diversos impulsos y aspiraciones masivas de las multitudes romanas. Salustio tiene conciencia de esta fuerza y se recrea en sus retratos; posee el don de crear, por una parte, la vida sólo con rasgos abstractos; y, por otra, de sugerir, con las pala bras, los sentimientos íntimos de aquellos que hablan. El pintoresquismo es 190
Salustio
escaso: es raro que se vea al personaje. Pero adivinamos su acción, su gesto. De este modo ha encontrado su auténtica forma de expresión en la tradicio nal de los discursos: sus piezas oratorias, muy trabajadas, realzadas por sentencias breves y brillantes, son, como las de Tucídides, las partes sobre salientes de su obra; pero menos racionales en su totalidad, más vivas e indi viduales que las del autor griego, dramáticas y filosóficas a la vez, particu lares y generales. Del desenfreno a la guerra civil [U n retrato muy trabajado. — Composición incierta del conjunto (nótese el detalle pintoresco, raro en Salustio). — L a psicología en la base de la explica ción histórica. — Curiosidad por los bajos fondos morales y pesimismo. — Breves destellos de estilo. — Trazado final de la república romana presentada como un cálculo de Catilina.]
Desde su primera adolescencia, Catilina había sostenido repetidas veces amores sa crilegos con una doncella noble, sacerdotisa de Vesta,“ “ y cometido otros muchos atenta dos de este género contra toda ley divina y humana. Finalmente, enamorado de Aurelia Orestila, en la cual nada mereció nunca el elogio de un hombre honrado, exceptuando su belleza física, y comoquiera que ella dudara en casarse por temor a un hijo mayor que él tenía de su primer matrimonio, se cuenta que dio muerte al joven para dejar la vía expedita a una unión criminal. Y creo que ello fue la causa principal que le obligó a acelerar su empresa. Pues su alma mancillada, enemiga de los dioses y de los hombres, no encontraba sosiego ni en la vigilia ni en el descanso t hasta tal punto el remordimiento abatía su espíritu inquieto. Y su tez lívida, sus ojos desencajados, su paso unas veces precipitado, lento otras; en una palabra, su rostro y su expresión refle jaban su desorden interior. En cuanto a los jóvenes que había seducido, como dijimos anteriormente, les ense ñaba, por muchos procedimientos, la ciencia del crimen; los utilizaba como testigos falsos y falsificadores; los acostumbraba a mofarse de la palabra empeñada, de su fortuna, de los peligros que podían correr; más adelante, una vez que había matado en ellos todo sentimiento de reputación y de honor, les mandaba mayores atrocidades. Si faltaban oca siones para delinquir, no por ello cesaba. Hubiera o no injurias a vengar, mandaba espiar y degollar; temiendo, sin duda, que la ociosidad embotara las manos y los espíritus, pre fería ser malvado y cruel sin motivo alguno. Contando con el apoyo de amigos tan fieles, viendo, además, todo el liais lleno de deudas v también a la mayoría de los veteranos de Sila arruinados por sus prodigalidades y acordándose de sus rapiñas y de su victoria pasada, invocar la guerra civil, Catilina concibió el proyecto de derribar la constitución republicana. No había ningún ejército en Italia; Cn. Pompeyo sostenía una guerra en los confines del mundo; él mismo tenía grandes esperanzas de resultar elegido cónsul; el Senado permanecía inactivo: todo ello eran circunstancias favorables para Catilina. D e coniuratione Catilinae, XV-XVI.
Incitaciones de un tribuno [Episodio de la agitación democrática contra la constitución de Sila: el tri buno de la plebe C. Licinio M acer incita al pueblo a rechazar el servicio m ilitar para lograr que sean devueltos al tribunado los privilegios de los que Sila le había privado (73). — Influencia de Tucídides y Demóstenes, sumada a la expe riencia personal del estilo de las asambleas públicas. — Im petu arrollador en el movimiento unido a una constricción sentenciosa en la expresión.]
19 2 . 19 3 .
F ab ia, cuñada de Cicerón. Contra Mitridates, rey del Ponto.
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LA ÉPOCA CICERONIANA ... ¡Qué gran agitación contra mí! No habría justa razón, sin duda, para que — sin esperar a que vosotros acabéis con la esclavitud— ellos1,4 se dispusieran a acabar con su tiranía; máxime si tenemos en cuenta que nuestras guerras civiles no fueran, bajo otros nombres, más que la lucha entre ellos y nosotros a propósito de esta tiranía que hacen pesar sobre vuestras espaldas. En realidad, las llamaradas, que encendieron sus excesos en el poder, su odiosa insolencia y su avidez, sólo duraron un tiempo; pero, sin fin ni tregua alguna, tan sólo hubo y sigue habiendo — por la cual se luchó, se obtuvo, y des pués se perdió— esta arma que forjaron nuestros mayores para asegurar la libertad.““ Y no vayáis, os lo advierto, os lo suplico, complaciendo vuestra indolencia, a dar sen tidos nuevos a las palabras y a llamar “tranquilidad” a lo que es servidumbre. Aunque tengáis razón, no podréis esperar ni siquiera gozar de ella, si su inmoralidad triunfa sobre nuestra causa justa y sana: hubiera sido mejor no moverse.1“ Ahora que se ha despertado su atención, si no lo conseguís en el día de hoy, os esclavizarán aún más, pues toda la seguridad de la injusticia se encierra en la rigidez de la opresión. Acaso me preguntéis: “¿Qué pides?” Ante todo, que cambiéis vuestros modos de ser, lenguas activas, espíritus indolentes, que, una vez abandonada la asamblea, no os acordáis más de la libertad. Además — y no exijo de vosotros el heroísmo que permitió a vues tros antepasados lograr los tribunos de la plebe, y luego la magistratura patricia,1” y final mente la libertad en vuestras elecciones, sin el control de los patricios— ,“ puesto que en vosotros, Quirites,“* es todo poder, y todo lo que sufrís *" en provecho de los demás podéis hacerlo o no en vuestro propio interés, ¿acaso esperáis la ayuda de Júpiter o de cualquier otro dios? Vosotros sancionáis con vuestra obediencia, Quirites, el despotismo de las órdenes consulares y de los decretos senatoriales; por vuestra propia iniciativa os empeñáis en acrecentar y afianzar la arbitrariedad que os oprime. Y no vayáis a pensar que os invito a vengar vuestras injurias. Antes bien, os insto a preferir la paz. Yo no soy un sembrador de discordias, como ellos me acusan; tan sóld persigo un fin reivindicando, de acuerdo con el derecho de gentes, lo que nos es debido. Y si se obtinan en no ceder, no voy a predicar ni la guerra ni la secesión:201 únicamente os aconsejo que no derraméis más vuestra sangre. Que obren y mantengan ellos sus mandos como les plazca; que persigan los triunfos, que ataquen a Mitrídates, Sertorio y las facciones de desterrados, llevando por ejército las imágenes de sus antepasados.“ * Pero, basta ya de peligros y fatigas para quien no participa en modo alguno de los beneficios. ¿Compensa tal vez vuestros sacrificios esa ley autoritaria, que prescribe las distribu ciones de trigo?““ Sí; ellos han evaluado vuestra libertad, la de un pueblo, en cinco medidas por cabeza.”* E l alimento de un prisionero, todo lo más. En la cárcel, ello basta para no dejar morir de hambre a las personas, aun empleando, sus fuerzas; para vosotros, ello no puede cubrir el mantenimiento de una familia, y sólo la pereza puede contribuir a dejarse engañar por una esperanza tan exigua. Pero esta distribución de trigo aun cuando fuera considerable, desde el momento en que se presenta como un señuelo para vuestra servidumbre ¿no sería una solemne estupidez dejaros engañar por ella y tener aún que dar las gracias a vuestros opresores por lo que os pertenece? Historiae, III, 48, 11-27 Maur. 19 4 . L a aristocracia dirigente. 1 9 5 . A partir del año 4 9 4 , según se decía, la plebe, con sus “sesiones” , había obligado a los patricios a concederles protectores inviolables, los tribunos, que, gracias a sus derechos de “interrupción” y de “veto” , no habían cesado de aumentar su poderío. 1 9 6 . No comenzar una agitación contra la cual el partido senatorial emplearía desde el primer momento todos los recursos para reprimirla. 19 7 . E l consulado. 19 8 . Un voto del pueblo sólo era válido con la sanción del Senado. 1 99. Nombre oficial de los ciudadanos romanos. 2 0 0 . E l servicio militar. 2 0 1 . Procedimiento clásico para intimidar: L a plebe salía en masa de Boma, que no podia vivir sin ella. 2 0 2 . Mascarillas de los antepasados que habían ocupado magistraturas, y que las f a m ilia* nobles conservaban cuidadosamente y exhibían con orgullo. 2 0 3 . L a ley Terencia Casia (7 3 ): las distribuciones de grano habían quedado suprimidas por orden de Sila. 2 0 4 . Alrededor de 4 4 litros (por mes).
1Θ2
Salustio
La narración. — L a narración en Salustio es clara, a veces un tanto seca, y otras entra en pormenores minuciosos más “artísticos” que los de César: las proporciones están calculadas con vistas al efecto. En el Catilina, en espe cial, privaría el interés dramático en el curso de las peripecias de una trage dia aún presente en muchas memorias; como en una obra de Accio, en cambio, una lograda novela de aventuras, llena de maquinaciones tenebrosas, de asechanzas, de asesinatos fríamente premeditados, de osados golpes de mano. Hay poco pintoresquismo propiamente dicho, aunque muy justo y evocador, en particular cuando Salustio describe los paisajes de África, que le impresionaron vivamente. Subida a un fuerte de la Muluya [E sta “ Muluya” debe ser identificada, sin duda con la Uad M elej. — Mario establece, en vano, un fortín elevado sobre un pico de una colina aislada, donde se encuentra el “tesoro” de Yugurta. — Episodio extenso por su valor humano y su pintoresquismo. — Minucia y precisión en el detalle, que no deja nada sin explicar (cf. Tucídides, I I I , 2 0 -2 2 ). — Arte sobrio y plástico en la representa ción del movimiento]
... Un día, un ligur,206 soldado raso de las cohortes auxiliares, salió del campamento por agua, no lejos de la falda de la altura opuesta a la que atacaban, y encontró varios caracoles que subían por las peñas; como se dedicara a cogerlos, uno tras otro, y cada vez en mayor cantidad, el entusiasmo de su hallazgo lo condujo casi a la cima de la montaña. Al no ver a nadie allí, el deseo, connatural al hombre, de realizar una proeza difícil le inspiró otro proyecto. Allí había un gran acebo verde, que había crecido entre los peñascos, cuyo tronco era un tanto oblicuo en su parte baja, y luego formaba codo y se tomaba recto, siguiendo la ley común a todos los vegetales. Ayudándose unas veces en sus ramas, otras en los salientes de la roca, el ligur alcanzó sin dificultad la plataforma del fuerte que defendían los numidas, que sólo prestaban atención al sector del ataque.*“ Observa bien todos los detalles que puedan ser útiles para un ataque futuro, y luego regresa por el mismo camino, no con la misma despreocupación con que había subido, sino escudriñando y observándolo todo desde muy cerca. Marcha en seguida al encuentro de Mario, se lo cuenta todo, lo anima a realizar el ataque por el lado que él había subido, se ofrece para indicar el camino, y a correr el riesgo el primero. Mario envió con el ligur, para comprobar sus palabras, a muchos de los que le rodeaban; 307 cada uno de ellos, según su temperamento, juzgó la empresa como impracticable o como posible. E l cónsul, sin embargo, concibió alguna esperanza. Escogió, entre los trompetas y los tocadores de cuernas, a cinco de los más ágiles y, para controlarles, a cuatro centuriones; a todos les dio órdenes de obedecer al ligur y fija 1¿ operación para el día siguiente. Llegado el momento, una vez que todo estuvo preparado y tomadas las medidas, llegan al lugar. Los hombres designados para la escalada, de acuerdo con las indicaciones de su guía, habían modificado su armamento y su equipo: cabeza y pies desnudos, para tener más libre la vista y adherirse más firmemente a las rocas; espadas y escudos en la espalda, aunque escudos númidas, de cuero, a causa del peso * · y para, en caso de roces, no producir demasiado ruido. Entonces el ligur, caminando en cabeza, ligaba cuerdas en los extremos de las rocas y en las viejas raíces que salían, para ayudar a sus compañeros a ascender; a veces, cuando dudaban, como inexpertos en la empresa, les ayudaba con su mano; cuando
205.
Léase, sobre el temperamento físico y moral de los ligures, C.
206.
Al extremo opuesto. Oficiales de su estado mayor* Eran mAs ligeros que los escudos romanos.
la Gaule, I, p. 12 8 . 207.
206·
Ju llia n ,
Histoire d e
LA ÉPOCA CICERONIANA la ascensión se tornaba un poco más dura, les hacía pasar uno a uno delante suyo sin armas; luego venía él detrás trayendo sus armas; en los pasos peligrosos avanzaba él delante tanteando el terreno; luego, subiendo y bajando muchas veces, desaparecía al fin, para dejarles pasar tras haberles infundido confianza. De este modo, tras mucho tiempo y muchas fatigas, llegan por fin al fuerte, desierto de esa parte porque todos los defen sores se habían vuelto cara al enemigo, como los demás días. BeJlum lugurthinum, X C III, 2-XCIV, 3.
Lengua y estilo. — Salustio trató de dar a su lengua un aspecto ligera mente arcaico; siempre para parecerse a Tucídides. De este modo creó un vocabulario que a veces sugiera una relación con Catón el Viejo, pero que, en realidad, es artificial y complejo.208 Sigue sus procedimientos en la sinta xis, al combinar viejos giros latinos y construcciones imitadas del griego. El estilo también, tanto en su sencillez como en sus oscuridades, está cargado de intención: busca, por ejemplo, de modo preconcebido, la disi metría, la sorpresa; pero se trata de una retórica como otra cualquiera, opues ta sólo a la de Cicerón. El conjunto es de los más sabrosos, sobre todo en las partes especialmente trabajadas: reflexiones personales, retratos o discursos. A primera vista parece desigual, y, sin embargo, todo está en equilibrio. Aunque Salustio es muy inferior a Tucídides en amplitud y contenido intelec tual, le es superior en el manejo consciente de su arte: es un estilista, más aún y con más fortuna que Catulo. Influencia de Salustio. — Por ello su influencia, a diferencia de la de César, fue muy grande en la literatura latina: incluso en los oradores y los poetas, y con mayor motivo en los historiadores. Tito Livio la experimentó, y la combinó con su innato ciceronianismo. Tácito se impregnó de ella y modificó a su conveniencia los procedimientos de Salustio. Incluso sus ten dencias dominantes —psicología y pesimismo moral— colorearon más o me nos toda la historia romana posterior. Compatriota y amigo de Catulo, aunque íntimo también de Cicerón y de Atico, Cornelio Nepote es un vulgarizador que desempeñaría un exiguo papel, por lo dudoso de su ciencia y su estilo monótono o pretensioso, aun que, en sus abundantes obras, había “lanzado” en Roma algunas formas nuevas de la literatura histórica: el resumen, la biografía, la compilación anecdótica; y aconsejado un esfuerzo de comprensión moral hacia los pueblos extranjeros. Conservamos muchas de sus Vidas de los grandes caudillos de los pueblos extranjeros (había compuesto al menos 16 libros), una Vida de Catón el Viejo, una Vida d e Ático (que completó tras la muerte de su amigo) y nos conservó dos cartas de Cornelia a su nijo Graco.
CORNELIO NEPOTE Hacia 99-hacia 24 a. C.
209. Pero la ortografía es la de su tiempo: sólo que, a causa de su reputación d« arcaís mo, los copistas de manuscritos la mantuvieron, mientras que rejuvenecían las de los demás clásicos, sus contemporáneos.
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Cornelio Nepote Un nuevo tipo de historia No dudo, Atico, que muchas personas juzgarán este tipo de escritos frívolo e indigno de los grandes hombres cuyos hechos revive, al leer quién fue el profesor de música de Epaminondas o al ver entre sus méritos que sabía bailar con gracia y tocar muy bien la flauta. Pero tal vez también suceda que, ignorando la literatura griega, sólo encuentren bien aquello que se adapte a sus propios hábitos morales. L e será preciso aprender que lo honrado y lo censurable no es lo mismo en todas partes, sino que todo se aprecia de acuerdo con las tradiciones nacionales, para que dejen de admirarse del hecho de que, al exponer las· virtudes de los griegos, nos acomodamos a las costumbres de los griegos. En efecto, Cimón, uno de los grandes de Atenas, no sintió reparos en casar con su propia hermana, porque sus conciudadanos seguían la misma práctica... Era un gran honor en casi toda Grecia ser proclamado vencedor en los juegos de Olimpia; subir a escena y actuar en el arte dramático no acarreaba deshonor para nadie en aquel país. Todo ello son cosas que nosotros consideramos infamantes, o bajas e indignas. Por el contrario, nuestras costumbres admiten muchas prácticas que entre ellos resultan vergonzosas. ¿Qué romano duda — por ejemplo— en invitar a su esposa a comer en la ciudad? ¿O no le otorga el primer puesto en la casa, adonde acuden todos? Ocurre de modo bien distinto en Grecia. Pues la mujer sólo es invitada a comer con sus parientes; y está siempre en la parte más retirada de la casa, llamada gynaeconitis, donde nadie tiene acceso, si no es un pariente próximo. D e excellentibus ducibus, Prólogo.
Ático, señor de su casa [Tipo de biografía familiar, sin contenido histórico, pero representativa, no obstante, de las nuevas tendencias: complacencia en los ocios dedicados al estudio y la elegancia de buen tono; lejos de la política y hostil a la ostentación.] Sus méritos no fueron menores como señor de su casa que como ciudadano. Pues, aunque fuera muy rico, nadie se entregó menos que él a la pasión de comprar y edificar sin tener, sin embargo, una vivienda inferior a la de algún otro miembro de la alta socie dad y procurándose todos los refinamientos más apetecibles. Pues tenia en el Quirinal la casa de Támfilo, que le había legado un tío materno, cuya estructura se adaptaba más al parque que a la construcción: la casa, instalada a la antigua, era más cómoda que lujosa; y no la recargó más, salvo cuando los deterioros naturales del tiempo exigían reparaciones. Su servidumbre, para los diversos menesteres, era perfecta; en apariencias, apenas mediana. Pues contaba con esclavos muy instruidos, excelentes lectores y nume rosos copistas; y no había ni un criado que no desempeñara bien estas dos artes. En cuanto a los demás “especialistas” que exige el servicio de una casa, eran igualmente de primera calidad. Sin embargo, todos se habían formado en su casa: signo de modera ción, y también de trabajo. Pues el no desear desenfrenadamente lo que uno ve, las más de las veces es señal de moderación; y procurárselo con el trabajo más bien que con dinero es también señal inequívoca de ser activo y cuidadoso. Era hombre de buen gusto, no amante de la magnificencia; amante del buen gusto, no de la suntuosidad; todas sus atenciones perseguían la elegancia, no lo superfluo. Su mobiliario era discreto, sin excesos ni en uno ni en otro sentido. Y no voy a omitir un detalle que tal vez podrá parecer insignificante: aunque era uno de los más ricos caballeros romanas y su casa se encontraba abierta con gran liberalidad a hombres de todas las clases, todo ]o más inscribía cada mes en sus gastos tres mil sestercios 210 cuando más. Y lo afirmo, no de oídas, sino a ciencia cierta, pues mi amistad me obligó muchas veces a conocer sus asuntos privados. XXV, 13.
210.
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6.
La ciencia y la erudición
La curiosidad por las ciencias responde a ciertas tendencias del mundo griego alejandrino. Los romanos aportan su avidez enciclopédica, en la que se manifiesta, más que el espíritu científico, el deseo un poco bárbaro de lograr una utilidad inmediata. Llegan también —con mayor frecuencia— a los conocimientos a través de los sistemas filosóficos griegos, que los defor man, y a menudo con preocupaciones morales, muy latinas, pero extrañas al objeto de la investigación. La gramática progresa gracias a A t e y o P r etex ta to , llamado “el Filólogo”, consejero de Salustio; a C u r tio N icias, cuyos consejos atendía Cicerón; y a O rb ilio , que fue maestro de Horacio. La jurisprudencia es objeto de la aten ción de Se r . Su l p ic io R u fo (cónsul en 51), a quien Cicerón otorga el honor de haber introducido el espíritu filosófico como elemento unificador en el derecho; y de C. T rebacio T esta (tribuno de la plebe en 47), que trató igualmente del derecho sagrado y del civil. Gracias a estos hombres, ambas actividades llegaron a ser disciplinas precisas y limitadas. Pero los dos grandes “sabios” de esta época, P. Nigidio Figulo y Varrón, se consagran a una obra de vulgarización de los temas más diversos. Nigidio Figulo (muerto en 45). — Nigidio escribió sobre gramática, teo logía y astronomía; se entregó a la astrologia y al ocultismo y ejerció una gran influencia como fundador del neopitagoreísmo romano. M. Terencio Varrón, de Reata, en la Sabinia, pertenecía a la gran burguesía conservadora; un cierto oportunismo puede explicar en parte las nubes que se cruzaron en su amistad con Cicerón. Ferviente pompeyano incluso después de Farsalia, este varón tan honrado, ilustre por su sabiduría, no tuvo reparos en volver al favor de César, que le propuso para la primera biblioteca pública. Se libró de las proscripciones de Antonio, y no cesó de trabajar hasta su muerte, proporcio nando modelos a Virgilio, después de haber experimentado en su primera juventud la influencia muy reciente de Lucilio.
VARRÓN 116-27 a. C.
Obras, — Gran lector y escritor infatigable, Varrón compuso 74 obras que comprendían alrededor de 620 libros, sobre los temas más variados; poemas y saturae, obras de filosofía —moral, sobre todo—, biografías, cuadros histó ricos, compilaciones arqueológicas, tratados de historia literaria y de “gramá tica”; tratado de agricultura, enciclopedia para la juventud,211 etc. De esa 211. I. Filosofía: 76 libros de "Discursos históricos” (Logütorici), que trataban de lo· problemas morales o de interés general bajo el nombre de grandes personajes; 3 De forma
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Varrón
obra inmensa sólo poseemos los 3 libros de la “Economía rural” (Rerum rus ticarum libri III), los libros de V a X, y además mutilados, de D e lingua latina, y fragmentos dispersos de las Sátiras menipeas y de las Antigüedades. El hombre y su tiempo. — Este contemporáneo de Hortensio y amigo de Cicerón es un complejo singular de arcaísmo y actualidad. Su medio familiar sabino, su educación y sus aficiones lo inclinaban sobre todo hacia el pasado, y sus perseverantesinvestigaciones acerca de las antigüedades nacionales lo mantenían en su actitud. Pero, mientras criticaban su época como un Catón y un Lucilio, gozaba como hombre de acción, gustando de él, y, como literato, estaba al corriente de todos los movimientos: su progra ma de educación liberal es más variado incluso que el de Cicerón. Si su prosa parece casi “antigua” cuando se la compara con la de los oradores de su tiempo y sus preocupaciones pueden parecer periclitadas en un siglo tan agitado e innovador, el espíritu que lo anima, ordenado, realista y filosófico, era el más indicado para recordar a sus contemporáneos más agitados con relación a la tradición nacional y para preparar de ese modo el clasicismo latino. Alquerías y villas Antaño se alababa una alquería por tener buena cocina de campo, anchos establos, bodegas y almacenes de aceite proporcionados a su extensión, con pavimento inclinado hacia los depósitos: pues a menudo el vino nuevo hierve tan violentamente que rompe tantas vasijas en Italia como toneles en España. En una palabra, se cuidaba de proveer a las alquerías de todo aquello que necesitaba el cultivo. Hoy, por el contrario, nos preocu pamos de tener una villa de recreo, tan vasta y elegante como sea posible, que rivaliza con los castillos escandalosos de los Metelos o de los Lúculos; nuestros contemporáneos se inquietan por que se abran comedores de verano orientados hacia el fresco de levante, y los de invierno hacia el sol poniente, en lugar de preocuparse, como nuestros antepa sados, de orientar convenientemente bodegas y depósitos de aceite: pues el vino en toneles necesita un aire fresco, y el aceite un aire más caliente.
Res rusticae, I, 12.
Las “ Sátiras Menipeas” . — Desde muy pronto, Varrón se entregó a imitar la filosofía cínica de Menipo de Gádara (hacia 250 a. C.), que había tratado de problemas morales con un tono irónico y mezclando los metros. Escribió, a lo largo de su vida, 150 libros de Sátiras Menipeas, “ensayos” de filosofía popular, misceláneas de prosa y verso muy variadas: aparecen Ennio en la forma general, Lucilio en la lengua y el tono, como modelos literarios. Y allí está toda la vida de su tiempo: disputas filosóficas, movimientos reli giosos orientales, agitaciones mundanas, cambios políticos; todo ello cons tituía su materia. Con mucha frecuencia se indica el tema de la reflexión philosophiae; tratado acerca del bien supremo (De philosophia). — Historia: además de las Antigüedades: 7 0 0 biografías, cada una de ellas acompañada de un retrato literario (Imagines o Hebdomades); tratados acerca del origen y la civilización del pueblo romano (D e origine populi romani; De uita p. r.); cronología (Annales)·, investigaciones acerca de las familias ro manas de origen troyano; etc. — G ram ática: además del De lingua latina, trabajos sobre las representaciones teatrales, las comedias de Plauto, etc. — Los Disciplinorum libri trataban de los conocimientos necesarios, según Varrón, para una educación liberal (gramática, dialéctica, retórica, geometria, aritmética, astronomía, música, medicina, arquitectura).
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moral (en griego) a continuación del título, griego o latino, escogido para atraer la curiosidad: proverbios (El asno rasca al asno; La olla encontró su tapadera...), fórmulas morales (Entra tú solo; Espera el atardecer...) o de filosofía popular (Te creeré mañana; hoy, no, dicno escéptico), parodias del teatro (El Ayax de paja; Tapo denunciante; Pseudolo-Apolo o el Apolo men tiroso, contra el dios egipcio Serapis). El tono era muy variado: diálogos, fábu las, sueños, descripciones animadas, etc. La lengua es viva y recia, muy pinto resca con sus arcaísmos, sus aliteraciones y sus compuestos a la antigua usanza; la versificación es ágil y sencilla. Es muy lamentable que los fragmen tos que han llegado a nosotros no nos permitan determinar la importancia de Varrón en la historia de la sátira latina. “La Economía rural” . — Obra de la vejez (Varrón tenía 80 años cuando dedicó el primer libro a su esposa Fundania), L a Economía rural parece reflejar aún mejor el antiguo espíritu romano. Aun cuando utiliza muchas otras fuentes,212 Varrón tiene sin cesar presente en su espíritu a Catón el Viejo, al menos durante el primer libro, que trata del cultivo de las tierras. Y además, los temas catonianos —dignidad del trabajo de los campos, gran deza y poesía de la agricultura italiana, salud de los campesinos— aparecen desarrollados, con un calor elocuente, explicado por los apuros de la época: el cultivo de los cereales estaba en constante regresión desde hacía 200 años, y las geurras civiles, al perturbar los transportes marítimos, habían condenado muchas veces al hambre a Roma. Decadencia de la agricultura También, como hoy casi todos los padres de familia “* se han introducido en la ciu dad,*1* abandonando hoces y arados, y prefieren emplear sus brazos en el circo y en el teatro1“ más bien que en los barbechos y en los viñedos, para alimentamos tenemos que afianzar el transporte de trigo de África y Cerdeña y enviar naves a vendimiar en Cos y en Quíos.“ De este modo la tierra en que los pastores que fundaron Roma enseñaron la agricultura a sus descendientes m ve hoy, a la inversa, cómo las nuevas generaciones, por espíritu de lucro y contrariamente a las leyes, transforman las tierras de trigo en prados, olvidando la diferencia que existe entre el cultivo y el pastoreo. Pues no es lo mismo un campesino que un pastor; y, aunque los campos pueden ser objeto de pastoreo, ello no es una razón para confundir al vaquero con el boyero: un rebaño, lejos de contribuir a la producción en un campo, ramonea todo lo que encuentra; mientras que el buey doméstico ayuda a que crezca el trigo en los barbechos, y el heno en los añojales. Res rusticae, II, 1.
Pero sus intenciones y su documentación son actuales: además, Varrón no se contenta con fuentes librescas; se informa de sus contemporáneos, 2 1 2 . Además de los griegos, los hermanos Saserna, Tremelio Escrofa, y, sobre todo, la traducción oficial del tratado de agricultura del cartaginés Magón. 2 1 3 . Nombre antiguo del propietario-cultivador. 2 1 4 . Roma. 2 1 5 . Aplaudiendo. 2 1 6 . Islas del mar Egeo célebres por sus vinos. 2 1 7 . Lo que socialmente (Varrón lo demostró antes) marca un progreso.
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Vanón sobre todo de los grandes granjeros de Sabinia, de Apulia y del Epiro, así como de los proveedores muy documentados de los “mercados” de Roma; él mismo posee gran práctica en ello. El cultivo del trigo y de los árboles, único tema que interesaba a Catón, sólo ocupa un libro en la Economía rural; el segundo está consagrado por entero a la cría del ganado; el tercero, a los volátiles, colmenas y cotos de caza, caracoles, lirones, etc., cuyos ingresos podían ser inmensos, teniendo en cuenta la cantidad de tordos y jabalíes (entre otros productos) que solicitaban los mercados de Roma. Su espíritu es nuevo también: reina un orden. Se elimina todo lo que es ajeno al tema; la materia se trata según un plan de avance prefijado, lógico y completo. Los “especialistas” tratan de cada una de las cuestiones, pero con la inquietud de tener que explicarlo todo a quien no es del oficio. En cam bio, Catón, al dirigirse a personas entendidas, omitía muchos detalles, y pare cía abandonar a la rutina multitud de prácticas. Bueyes de labor Si se compran jóvenes, deben tener no menos de tres años ni más de cuatro; han de ser robustos y de buen aparear, para que durante el trabajo el más débil no se agote al seguir al más fuerte; han de poseer recia cornamenta, y, a ser posible, negra; la frente, ancha; la nariz, roma; ancho el pecho, recios los muslos. De entre los bueyes acostumbra dos al trabajo, no los toméis de la llanura para trabajar en tierras ásperas y montañosas; hacedlo al contrario, si queréis. Los novillos que compréis los adiestraréis en pocos días y los prepararéis para el trabajo, colocando su cuello bajo las colleras de labor y dándoles también comida abundante. Después se les uncirá, pero gradualmente y teniendo cuidado de aparear iino joven con uno viejo (el ejemplo ayudará para la doma): primero en terreno llano y sin arado; en seguida, con un arado ligero y, para empezar, en arena o en una tierra muy quebradiza.
Res rusticae, I, 20.
La sensibilidad es, asimismo, más refinada: aunque los esclavos siguen incluidos en el inventario de una finca al lado de los perros, manifiesta hacia ellos humanidad, e incluso dulzura. Y una especie de ternura, idéntica a la que siente Lucrecio por la vida, se manifiesta en ciertas prescripciones rela tivas a los animales. Cría de corderos Se coloca a los recién nacidos cerca del fuego, hasta que hayan cobrado fuerzas; se retienen las ovejas dos o tres días en el establo, de modo que los corderos aprendan a conocer a sa madre y se nutran hasta saciarse. Luego, cuando las madres salgan de nuevo a pacer con el ganado, se retienen los corderos en el establo; cuando regresan, por la tarde, las ovejas, maman y luego se les aparta, no sea que los aplasten durante la noche. Vuelven a mamar por la mañana, antes de partir sus madres hada los campos, hasta la saciedad. Al cabo de diez días aproximadamente, se clavan estacas a las que se atan los corderos con una cuerda de corteza o de otra materia suave, a distancia unos de otros, a fin de que, en su ternura, no laceren alguna parte de su cuerpo mientras juguetean corriendo juntos. Si no buscan la ubre de la madre, hay que acercarlos, untar sus labios con manteca o tocino, y luego mojárselos con leche. Pocos días después se les pueden dar arvejas mojadas o hierba tierna antes de marchar al pastoreo y a su regreso... Una vez destetados, hay que cuidar que la falta de la madre no los haga desfallecer: se les puede reconfortar con la calidad de los pastos y evitándoles las incomodidades del frío y del calor.
Res rusticae, II, 2.
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Este sentimiento casi estético de las cosas del campo, ignorado —en gene ral— por Catón el Censor (véase pág. 92 y s.), se entremezcla de vez en cuando con el realismo de las prescripciones y los cálculos más exactos sobre el “rendimiento” de tal o cual cría, y ello puede parecer extraño. Pero Varrón, que, a veces, habla tan mal de “las granjas de placer”, expe rimenta vivamente sus comodidades y sus encantos. El ancestral interés por las explotaciones productivas no es indicio de la rapacidad ni de la codicia de Varrón; todo ello aparece impregnado de una gran complacencia por la naturaleza y su viva animación. Cotos y viveros [Nótese a la vez la curiosidad de Varrón por esas nuevas formas de lujo ro mano, y su ligera ironía por los refinamientos artificiales y los excesos que aca rrean.]
Tú sabes también,”’ Axio, que se pueden tener en "cotos” a los jabalíes, y engordar — sin gran trabajo de ordinario— aquellos que están encerrados o que, menos salvajes, han nacido ahí. Has visto, en la finca que Varrón (que se encuentra aquí) ha comprado a M. Pupio Pisón, cerca de Tusculo,®" cómo los jabalíes y corzos se reúnen a hora fija al sonido del cuerno para tomar el alimento que se les arroja desde lo alto de una torre de la palestra: *® a los jabalíes, bellotas; a los corzos, arvejas u otros alimentos. — Yo en per sona, dijo Axio, he visto en casa de Q. Hortensio,“ en el Laurentino,®“ una escena más dramática. Había un bosque de más de cincuenta yugadas,1“ dijo, todo él rodeado de mu rallas, al que se llamaba no “coto” , sino “parque”.2“ Allí había una elevación del terreno donde se colocó la mesa y comíamos. Quinto mandó llamar a Orfeo: 225 llegó con traje talar, con una cítara, y recibió órdenes de cantar; entonces empuñó una trompeta; y al punto nos vimos rodeados de una multitud tal de ciervos, jabalíes y otros animales, que el espectáculo no me pareció menos hermoso que las cacerías que organizan los ediles en el Circo, con animales traídos de Africa. Res rusticae, I I I , 13. Cuando nuestro amigo ** Q. Hortensio tenía cerca de Bauli217 esos viveros que había mandado construir con tan grandes dispendios, fui a verle bastantes veces y me enteré que él mandaba todos los días criados a Puzzoles para comprar el pescado de su mesa. Y no contento con no comer sus propios peces, llegaba incluso a alimentarles personal mente. Estimaba en más el mantenimiento de sus mújoles 228 de vivero que yo el de mis asnos *” en Rosea; y, sin embargo, en comida y en bebida le costaban más caros que a mí mis asnos: pues yo, con un solo esclavillo, sin mucha cebada y con agua corriente crié asnos que me dieron mucho dinero; Hortensio, en cambio, tenía a su servicio un buen
2 1 8 . Habla Apio Claudio. 2 1 9 . Al este de Roma, en los montes Albanos. 2 2 0 . Lugar destinado a los ejercicios físicos. 2 2 1 . E l orador. 2 2 2 . Al sudoeste de Roma: el rey de Italia poseía hasta hace poco grandes cotos de caza en esta región. 2 2 3 . Alrededor de 1 3 hectáreas. 2 2 4 . Varrón emplea una palabra griega significativa: “lugar en que se alimentan los animales salvajes” . 2 2 5 . Habla Varrón. 2 2 6 . Semidiós cuyos cantos dominaban a la misma Naturaleza: en el pasaje se trata de un esclavo disfrazado. 2 2 7 . E n la Campania, no lejos del gran puerto de Puteoli. 2 2 8 . Mújoles, peces muy solicitados por los gastrónomos romanos. Pero el nombre da materia para una broma fácil, a la que se vuelve al final del pasaje citado. 2 2 9 . Región de la Sabinia: los asnos sabinos gozaban de fama.
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Varrón número de pescadores, que cazaban continuamente pececillos para alimentar a los grandes; además, cuando el mar estaba agitado, echaba en sus viveros peces salados que compraba expresamente; de modo que, durante las tempestades, gracias a los vendedores de pescado, les aseguraba el alimento, pese al estado del mar, cuando los pescadores no podían arribar a la orilla con sus barcos para alimentar al pueblo indigente. Antes os hubiera regalado Hortensio un tiro de muías de sus caballerizas que un solo mújol de sus viveros. fies rusticae, III, 17.
Además, es evidente que en otra obra, Varrón se propuso alcanzar efec tos literarios. La redactó en forma de diálogos, cuya escenografía es muy variada: templo de Tellus (la Tierra) durante la fiesta de invierno de las siembras; Epiro; “villa pública”, en el Campo de Marte, un día de eleccio nes. Ha entremezclado digresiones moderadas, anécdotas, que permiten des cansar a la atención. Con su invocación a los dioses del terruño, su amor casi sensual hacia Italia, su realismo práctico, e incluso la pedantería sabrosa de sus bromas, L a economía rural es a la vez una obra muy romana y repre sentativa de su autor, tradicional y actual. Las “ Antigüedades” . — La gran obra de erudición varroniana, los 41 li bros de sus Antigüedades —25 de Antigüedades humanas y 16 de Antigüe dades divinas, dedicadas a “César pontífice”), se presentaba, al parecer, bajo una forma más simple. Era un prodigioso compendio de datos arqueológicos sobre la antigua Roma, recogidos sin crítica, más o menos bien organizados (al menos en lo referente a religión) de acuerdo con los principios filosóficos. Varrón hubiera deseado el mantenimiento de las antiguas creencias, en nom bre del patriotismo tradicional, aun a riesgo de que fueran interpretadas de modo distinto por el pueblo, los poetas y las personas cultas. De esta obra derivan casi todos los datos arqueológicos que nos han transmitido los comentaristas y gramáticos antiguos. Los escritores cristianos (en especial san Agustín) nos han conservado, con mayor o menor exactitud, fragmentos bastante extensos; y la Edad Media aún extraía de Varrón la mayor parte de sus conocimientos sobre la antigüedad. La “ Lengua latina” . — Desde muy antiguo los escritores latinos se ocu paron de cuestiones gramaticales; pero los contemporáneos de Cicerón hicie ron una moda de ello, discutiendo, en particular, acerca de la constitución de la lengua de acuerdo con la “analogía” (formaciones derivadas) o la “anomalía” (sólo se tomaba por norma el uso). Varrón trató de los orígenes y de la etimología (libros I-VII), de las “declinaciones”, es decir, de las flexio nes y derivaciones (VIII-XIII) y de la sintaxis (XIV-XXV) del latín. No posee un método lingüístico bien conformado ni un plan fijo: los modelos helenís ticos de Varrón (estoicos, en particular) procedían por hipótesis y deduccio nes lógicas. En materia de etimología, sobre todo, los resultados son alarman tes (canis, “perro” deriva de canere, “cantar”; uolpes, “zorra”, de uoíat pedibus, “de pies rápidos”; nux, “nuez”, de nox, “noche”; ornatus, de ab ore natus, ¡porque al arreglarnos nos ocupamos primero de la cara!). No obstan te, sería injusto limitarse a ironías fáciles: estas etimologías, incluso las más
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fantásticas, pueden esclarecer los valores semánticos de ciertos vocablos latinos en aquella fecha. El De lingua latina contiene también ideas que encontra mos a veces en las teorías históricas y lingüísticas modernas; como por ejem plo las que se refieren a la influencia de Tos sabinos y del dialecto sabino en la historia de Roma y en la lengua latina.230 Además proporciona datos pre ciosos sobre el derecho romano, las instituciones (véas^ la explicación de los nombres de las monedas, V, 169-174) y la topografía ae la Roma primitiva (V, 41-56). En cuanto a los problemas teóricos propiamente gramaticales, como alumno del académico Antíoco de Ascalón, intentó discutirlos con un amplio espíritu filosófico. Argumentación en favor de la “ anomalía” ML De este modo, puesto que en el vestido, la construcción, el mobiliario y todo lo que concierne a las necesidades de la vida, domina necesariamente la diversidad,“ ésta no debe ser rechazada cuando se trata de la lengua, creada, también, para el uso diario. Puede pensarse que, en la práctica de la vida, la naturaleza nos brinda en todo dos objetivos, la utilidad y el buen gusto: y, cuando nos vestimos, no tratamos sólo de evitar el frío, sino también de vestimos adecuadamente; cuando nos instalamos, no sólo perse guimos encontrar un refugio para casos de necesidad, sino una casa cuyo confort nos retenga en ella; deseamos poseer muebles, no sólo adecuados, sino además de bellas formas y artísticos. Ésta es la diferencia que existe entre el individuo aislado y la humanidad: para un hombre sediento, cualquier recipiente es bueno; para la humanidad cultivada, ha de ser bello. Pero cuando nos alejamos de la utilidad para buscar el placer, entonces la disimilitud ofrece a menudo mayor atractivo que la similitud: por ello estucamos de modo distinto dos habitaciones contiguas y no construimos las camas ni de la misma altura ni de la misma forma. Si fuera menester buscar la analogía en el mobiliario, tendríamos en casa camas idénticas, con patas o sin ellas, y (¿por qué no?) con escabel para el dormitorio como para la mesa; y no nos complacerían excesivamente las costumbres de quienes emplean el marfil y los cincelados varios al igual que los grabados con la misma forma y materia aproximadamente. De modo que, o es menester negar que la diversidad nos resulta agradable, o bien, puesto que no puede negarse, hay que reconocer que la diver sidad de las palabras, tal como se presenta en la práctica, no se puede evitar. D e lingua latina, V III, 15-16.
Fuentes y crítica.:— Las fuentes de Varrón son muy buenas, pues leía mucho, sin perder por ello el contacto con las realidades, las materias que trataba estaban ya en parte elaboradas y su siglo, aun desprendiéndose muy rápidamente del pasado, conservaba aún más o menos el sentido del mismo. Pero su crítica histórica es insuficiente: casi se contenta con hacer acopio de datos; su prudencia y espíritu ordenado, así como la amplitud de sus cono cimientos, que le permiten sorprender las contradicciones y tratar de resol verlas, son las únicas garantías de su ciencia. Y bastaron para asegurarle, en la Antigüedad, un valor incomparable a sus compilaciones en extremo obje tivas, y la fama de gran sabio para él. 2 3 0 . Hay que notar sin embargo que Varrón, que era sabino, tiende a exagerar la dosis de “sabinismo” que habia en Boma. 2 3 1 . E l texto ofrece lagunas, pero el sentido queda a salvo. 2 3 2 . Se trata de una diversidad ( “anomalía” ) funcional: un vestido de hombre no es un .vestido de m ujer; un salón no es una cuadra; etc. Varrón acaba de desarrollar este primer punto.
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El teatro
La composición. — Además añade a la organización de su material —cual quiera que éste sea— una voluntad de composición literaria que llega a la obsesión. El segundo libro de La Economía rural tiene 81 partes (9 χ 9) (I). Las subdivisiones del De lingua latina son infinitas y molestas. Tanto más cuanto que sus distinciones no se fundan ni en meras realidades, ni en la lógica, sino que trata de combinar con ellas un sistema de cifras: 7 (número sagrado), 3 (pitagórico), 4 (estoico). Ello no impide que este plan riguroso, nuevo en la prosa latina y raro en toda la antigüedad, atestigüe una apreciable voluntad de método y un sentido exacto de las necesidades de la pe dagogía. El espíritu filosófico. — La unidad íntima de sus obras se ajusta a sus tendencias filosóficas. Un pensamiento campea siempre en sus exposiciones técnicas. Como Cicerón, simpatizaba con la doctrina académica, aunque más con la antigua (la de Platón) que con la nueva, encontrando en ella el equilibrio entre sus funciones morales y físicas; pero se inclinó en seguida, según parece, hacia el pitagoreísmo, aristocrático y semirreligioso. Buen conocedor de las diferentes doctrinas, trató de vulgarizarla en una forma amena; le divertían las disputas entre las escuelas: hubiera tratado sin duda de reconciliarlas, encaminándolas a todas hacia un racionalismo de acuerdo con el orden de la Naturaleza, demasiado vago por los demás. Conclusión. — Tales son los rasgos de este laborioso escritor, tan patrióti camente vinculado a la antigua Roma, al recuerdo de sus campesinos “que olían a ajo y a cebolla” y que “sólo se afeitaban cada ocho días”, pero que tenían el cuerpo robusto y el alma recia, aunque también siente la huella del helenismo. Lo que su pensamiento y su lengua presentan de la nobleza rústica y del arcaísmo sabroso tiende ya a ese amor estético por el pasado, que no impide gozar del presente, y que iba a añadir un condimen to nuevo a la literatura latina.
7. El teatro Sin embargo el teatro, el orgullo del siglo pasado, atravesaba una grave crisis. Los clásicos de la tragedia, Pacuvio, Accio, eran repuestos de ordinario en la escena: pero se hacía necesario, para conseguir el éxito, revestir las representaciones de una pompa completamente externa, y sabemos por Cice rón que había que defenderlas contra el desdén y el olvido. La comedia trató aún una vez más de volver a la comunión con el pueblo, a través de la atelana y el mimo: y una vez más fracasó, volvió a los usos de la antigua palliata, o cayó en la farsa grosera o en los espectáculos de las danzas de los mimos. 203
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La atelana. — Atela, pequeña ciudad campaniense entre Capua y Nápo les, tenía una especie de teatro de Arlequín, nacional: por consiguiente, los ciudadanos que representaban los papeles bajo sus máscaras no experimen taban por ello ninguna deshonra. No sabemos en qué fecha se introdujo este teatro en Roma, con sus carac teres propios y sus personajes convencionales, cuyos nombres expresivos sub rayaban los rasgos físicos esenciales y sugerían su carácter: Maccus, “el hombre de grandes mandíbulas”, tragón estúpido; Bucco, “boca de alcancía”, charlatán, presumido; Dossenus, “el de grandes espaldas”, jorobado lleno de malicia; Pappus, “el abuelo”, viejo maniático; Sannio, “la mueca”, payaso. Un, tema bastante general (Maco comerciante, Maco jovencita, Papo campe sino...) debía servir para toda clase de tramas y burlas improvisadas. El género era muy italiano, muy parecido a la antigua satura, del que sin duda alguna deriva —sin intermediario alguno— la Comedia de Arte. Bajo Sila, dos escritores italianos de talento, Novio, y —en especial— L. P om ponio de Bolonia, trataron a nivel literario temas de atelanas a modo de exordia (pequeñas piezas /alegres representadas después del espectáculo de una tra gedia); pero escribieron también, según parece, tabernariae y palliatae, y los escasos fragmentos que nos quedan no nos permiten apreciar su originalidad en el nuevo género. La atelana, eclipsada tras ellos por el mimo, recobró su vitalidad bajo el Imperio; aunque no como género literario, sí al menos como farsa popular. El mimo. — El mimo tiene orígenes mucho menos precisos: las farsas callejeras, danzas más o menos paródicas o lascivas, bufonadas y los cuadros realistas pudieron contribuir a su formación; Sicilia y la Magna Grecia no son tal vez ajenas a ello. En todo caso, se mención a un bailarín-actor de mimos en los Juegos Apolinares a partir de 211. Como género dramático, el mimo captó el favor popular por la simplicidad de su trama, la libertad de sus chistes, el ingenio o la belleza de sus protagonistas: los actores traba jaban sin máscara, y los papeles femeninos eran representados por mujeres. El caballero D. L a b e r io (hacia 106-43) les dio un contenido literario, no sin recurrir a préstamos (desarrollo de los caracteres, máximas morales) de la palliata, pero conservando su particular sabor. Atacó a César y el dictador le obligó a representar uno de sus mimos, lo que le obligaba a perder su dig nidad de caballero; conservamos un pasaje del prólogo, muy digno y doloroso, aunque prudente y casi adulador, en el que Laberio se queja de que le redujeran a este menester a sus años. Su joven rival, el liberto P u b li li o L oco Sibo , no escribía sus mimos, pero buen número de sentencias mora les elegantes que incluía en ellos fueron compiladas, y mezcladas con otras máximas de procedencia diversa (en total suman 857), cuyo tono recuerda a la Comedia Nueva y a Terencio. El mimo decayó tras Publilio Siro: volvió a la insípida deshonestidad de sus inicios; como contrapartida, la danza mímica sin palabras se desprendió de él, y nacieron la pantomima y el ballet, que compusieron —bajo el Im perio— una parte esencial de las representaciones teatrales. 204
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LA ÉPOCA CICERONIANA
2. CICERÓN EDICIONES COMPLETAS: Príncipe: Milán (1498); — Orelli ’-Baiter-Halm (Zurich, 1845-1862); Baiter-Kayser (Leipzig, 1861-1869); Friedrich Müller (Teubner, 1855-1898); Atzer-Klotz-Plasberg-Pohlenz-Reis-Sjögren... (Teubner, 1914 ss.); italiana: Centro d i Studi ciceroniani (Roma, en curso de publ.). — Con traducción francesa: V. Le Clerc * (París, 1827). EDICIONES ESPAÑOLAS: Guerra Civil, S. Mariner, vols. I y II (Barcelona, Alma Mater, 1961); Ù e los D eberes, E . Valenti, vols. I y II con com. y trad, catal. (Barcelona, R em at M etge, 1952 ss.); Discursos, J. Vergés y otros, con com. y trad, catal. (Barcelo na, B em at M etge, 1947 ss.); D el Orador, S. G aimés, con com. y trad, catal.; vols. I al III (Barcelona, B em at Metge, 1929 ss.); Tusculanas, E. Valenti, con com. y trad, catal., vols. I al III (Barcelona, B em at M etge, 1948 ss.); Bruto, con com. y trad, catal., por G. Alabart (Barcelona, B em at M etge, 1924). ESTUDIOS GENERALES: G e l z k r - K r o l l - P h i l i p p s o n - B ü c h n e r , M. Tullius Cicero (Resumen de la R eal-Encyclopädie, Stuttgart, s. d.); J. L. S t r a c h a n - D a v i d s o n , C icero and th e F all o f th e Roman R ep u blic’ (Nueva York, 1925); E. C i a c e r i , C icerone e i suoi tem pi, 2 vol.. (Milán-Roma-Nápoles, 1926-1930; 2.* ed. 1939-1941); T. P e t e r s s o n , Cicero: a biography (Berkeley, 1920); L. L a u b ä n d , Cicéron (Paris, 1933); H . F r i s c h , Cicero's fight fo r the R epublic (Copenhague, 1946); P. B o y a n c é , L e p roblèm e d e C. (L ’Information littéraire, 1958); M. M affh , C. e t son dram e politique (Paris, 1961); A. M i c h e l y C. Nîc o l e t , Cicéron (Paris, 1961); K. B ü c h n e r , Cicero (1964). — J. L e b r e t o n , E tudes sur la langue et la grammaire d e Cicéron (París, 1901); P. W u i l i æ u m i e r , L a théorie cicéronienne d e la prose m étrique (Rev. d es Études latines, V II, 1929); M . R a m b a u d , C. et THistoire rom aine (Paris, 1953); E. M a l c o v a t i , C. e la poesía (Pavía, 1943); A. H a u r y , L ’ironie e t l’humour ch ez C. (Leyden, 1955); J. H e l l e c o u a r c ’h , L e vocabulaire latin d es relations e t d es partis politiques sous la R épublique (Paris, 1963). — M . S c h n e e d e w i n , D ie antike Humanität' (Berlin, 1897); Th. Z i e l i n s k i , C icero im W an del d er Jahrhunderte* (Leipzig, 1929).
C artas MANUSCRITOS: Copia (s. xrv) de un ms. de Verona, en Florencia; M ediceus (Flo rencia, siglos jx-x) y dos H arleiani (Londres, s. x i y xn). ED ICIO N ES: Tyrrell-PurserM (Dublin, 1904-1933), con com. ingl.; L. ConstansJ. Bayet (Budé, 1934 ss.), con trad. fr. — ■A d Atticum (Göteborg, 1916; Upsala, 1960), por H. Sjögren y C. Thömell; por D. R. S. Bailey .(Oxford, 1916); por V. Moricca (Paravia, 1951-1953); A d Brutum y A d Quintum fratrem (Upsala y Upsala-Leipzig, 1910 s.), Ad Q. fr. y Ad Brutum, Fragro., W . S. W att (Oxford, 1958); Ad Q. fr. y Comment, petitionis, p or U. y A. Moricea-Caputo (P arada, 1954); A d fam iliares, pox Mendelssohn (Leipzig, 1893) y por Moricca* (Paravia, 1954); L ettres d e Caelius à Cicéron, por F. Antoine (Pa rís, 1894), por J. Bayet (Roma, 1965). ESTUD IO S: G. B o i s s e e b , C icéron et ses amis; J. C a r c o p b j o , L es secrets d e la corres pondance d e C. (Paris, 1947); O. E. S c h m i d t , D er B riefw echsel d es Cicero von seinem Prokonsulat in Cilicien bis zu Caesars Ermordung (Leipzig, 1893); M . R o t h s t e i n , G riechisches aus C iceros Briefen (H ermes, 1932); R. M o n s u e z , L e style épistolaire d e C. e t la langue d e la conversation (Pallas, I-II, 1952-1953); P. M e n n a , Aspetti sintattici e lessicali di carattere intimo e fam iliare y L ’erudizione greca nelle L ettere ciceroniane (Nola Basilicata, 1954-1955). IN D ICE, por Oldfather-Canter-Abbott (Urbana, 1938).
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Bibliografía Discursos MANUSCRITOS: Palimpsestos en Milán, Turin, en el Vaticano (s. iv-v); Parisini 7774 A (s. ix) y 7776 (s. xi), y Cluniacensis (s. rs) para las Verrinas, e tc...; T egem seensis (Munich, s. xi) y Erfurtensis (s. xn) para el Pro C aecina, e tc ...; G em blacensis (Bruselas, s. xn) para e l Pro Archia; Parisinas 7794 (s. rs) para los discursos post reditum ; VaticanusBasilicanus H. 25 (s. e s ) para las Filípicas; muchos mss. recientes, e n parte salidos de un m s . d e Cluny conocido por L e Pogge (en particular, Parts. 14749). ED IC IO N ES: Peterson-Clark’ (Oxford, 1905-1918); de la Ville de Mirmont-RabaudBoulanger-Bailly-WuiUeumier-Cousln-Boyaneé (Budé, 1921 ss.), con trad, franc.; — Con comentario francés: Pro A rchia y V eninas, por E . Thomas (París, 1883 y 1894); Pro M ilone y Pro Murena, por Antoine (París, 1891); Pro M ilone, por J. Martha (París, 1896); 1.“ F ilípica, por de la Ville de Mirmont (París, 1902); — Con comentario inglés: Pro Archia, Pro B albo, Pro M ilone, Pro Sulla, ,por J. S. Reid (1877-1894); Pro C aelio, por R. G. Austin (Oxford, 1960); Filípicas, por King (Oxford, 1878); — Con comentario latino: Pro C aelio, por Van Wageningen (Groningen, 1908); — Con comentario alemán·. Pro Roscio Amerino, por Landgraf (Erlangen, 1882-1884). ESCO LIOS: Stangl, II (Vienne, 1912); Asconius, ed. Clark (Oxford, 1907) y Giarratano (Roma, 1920). ESTU D IO S: H . M e r c u e t , L exikon zu den B ed en d e s C icero (Jena, 1877-1884; reimpr. en 1962); L. D e l a b u e l l f ,, É tu de sur le choix d es m ots dans les discours d e C icéron (Toulouse, 1911); L . L a u b a n d , É tudes sur le style d es discours d e C icéron M (Paris, 1926-1928, 4.* ed. 1940); T h . Z i e l i n s k i , D as C lauselgesetz in Ciceros R eden ( L e i p z i g , 1904); Der constructive Rhythmus in C iceros R ed en (Philologus, Suppi, b. X III, 1914); J. H u m b e r t , L es plaidoyers écrits et les plaidoiries réelles d e Cicéron (Paris, 1925); E. C o s t a , C icerone giureconsutio * (Bolonia, 1927); C u c h e v a l , C icéron orateur (Paris, 1901); L. L a u r a n d , L ’histoire dans les discours d e C icéron (Lovaina, 1911).
Tratados de retórica MANUSCRITOS: En especial, 2 Vaticani y 1 Florentinus (s. xv), que derivan de un ms. de Lodi, perdido; además, varios mss. incompletos (cod ices mutili). ED IC IO N ES: Wilkins (Oxford, 1903); Bomecque-Courbaud-Martha... (Budé, 1921 ss.), con trad, francesa; — con comentario: Piderit (Leipzig, 1867), Brutus, por Martha (París, 1907), Kellogg (Boston, 1902), Jahn'-Kroll (Berlín, 1908); D e oratore, por Courbaud (París, 1905), W ilkinsM (Oxford, 1890-1891); Orator, por Sandys (Cambridge, 1885), Marchi “-Stampini (Turin, 1920). ESTU D IO S: C a u s e r e t , É tu de sur la langue d e la rhétoriqu e dans C icéron (París, 1886); F. G a c h e - J . P i q u e t , C icéron et ses ennem is littéraires (París, 1882); B. R i p o s a t i , Studi sut T opica dt C. ( M i l á n , 1947); A. M i c h e l , R hétoriqu e et philosophie ch ez C. (Paris, 1960). INDICE, por K. M.
Abbo
t t ...
(Urbana, 1964).
Tratados filosóficos MANUSCRITOS: 2 L eiden ses (s. x y xi), Laurentianus (Florencia, s. x) y V indobonensis (s. x); para el D e re publica, un palimpsesto del Vaticano (s. iv?); para el D e finibus, el Palatino-Vaticanus 1513 (s. xi) y el Parisinus 6331 (s. xn); para las Tusculanas, el Gudianus 294 (Wolfenbüttel, s. ix-x) y el Parisinus 6332 (s. x), etc. E D IC IO N ES: Laurand-Martha-Fohlen y Humbert... (Budé, 1928 ss.), con trad, franc.; — con comentario: D e am icitia y D e senectute, por Reid (Cambridge, 1879); D e diuina-
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LA ÉPOCA CICERONIANA tione, por A. Stanley Pease (Urbana, 1920-1923); D e finibus, ppr Hutchinson (Londres, 1909) y Reid (I-II, Cambridge, 1925); D e finibus, con trad, de A. Kabza (Munich, I960) y K. Atzert (1964); D e legibus, por Du Mesnil (Leipzig, 1879) y por K. Ziegler (Heidel berg, 1950); por G. de PUnval {Budé, 1959); De natura deorum , por Mayor (Cambridge, 1880-1885) y por A. Stanley Pease (Cambridge M., 1956-1958); D e officiis, por Sabbadini* (Turin, 1913); K. Atzert (T eubner, 1958); D e república, por L. Ferrero (Florencia, 1950); 5.* ed. por K. Ziegler (Teubner, I960); D e senectute, por P. Wuilleumier {Budé, 1940; 2.* ed. 1961); Laelius, por Seyffert’-Mueller (Leipzig, 1876); Tusculanas, por HeinePohlenz (Leipzig, 1922-1929); por A. di Virginio (Milán, 1962), los libros I y III, por A. Barigazzi (Paravia, 1956); M. R u c h , L ’Hortensius d e C ic.: histoire et reconstruction (París, 1958); Academ icus primus, por R. Del Re (Florencia, 1961). E S T U D IO S : H . M e r g u e t, Lexicon zu d en philosoph. Schriften C iceros (Je n a , 1 8 8 7 1 8 9 4 ); M . O . L is c u , É tude sur la langue d e la philosophie morale chez C icéron (Paris, 1 9 3 0 ); L ’expression des idées philosophiques ch ez Cic. (Paris, 1 9 3 7 ); W . Sü ss, C . als philo sophischer Schriftsteller (H eid elb erg , 1 9 4 9 ); R . P o n c e l e t , C . traducteur d e Platon (Paris, 1 9 5 7 ; A . W e is c h e , C . und d ie neue A kadem ie (M ünster, 1 9 6 1 ); C . T h i a u c o u r t , L es traités philosophiques d e C icéron; leurs sources grecques (N ancy, 1 9 1 2 -1 9 1 5 ); R . H i r z e l , Untersuchungen zu Ciceros philosoph. S ch riften . (1 8 7 7 -1 8 9 3 ); D e sja b d jn s, L es devoirs. Essai sur la m orale d e C icéron (Paris, 1 8 6 5 ); M . R u c h , L e préam bule dans les œuvres philosophiques d e C. (E strasbu rg o-P aris, 1 9 5 8 ), P . B o y a n c é , Cicéron e t “le Premier A lcibiade” (R ev. d. Ét. lat., X L I , 1 9 6 3 ); M i l t o n V a l e n t e , L ’éthiqu e stoïcienne ch ez C. (Paris, 1 9 5 7 ); L . K r u m m e , D ie Kritik d er stoischen T heologie in Ciceros Schrift D e natura deorum (G öttingen, 1 9 4 1 ); C . V i c o l , C . espositore e critico dell'epicureism o (E phem eris Dacoromana, X , R om a, 1 9 4 5 ); M . R u c h , i a com position du D e rep. (Rev. d . Êt. lat., X X V I, 1 9 4 8 ); P. G re n a d e , R em arques sur la théorie cicéronienne du principat (Mél. É cole française d e Rome, L X II, 1 9 4 0 ); Autour du D e rep. (Rev. d. Êt. lat., X X I X , 1 9 5 1 ); K. B ü c h n e r , D ie beste Verfassung: ein e philologische Untersuchung zu d en ersten drei Büchern von C iceros Staat (Studi Ital. dt fth l. class., X X V I, 1 9 5 2 ); B o y a n c é , É tudes sur le Songe d e Scipion (Paris, 1 9 3 6 ); B ü c h n e r , Das Somnium Scipionis und sein Zeit bezug (Gymnasium, LXIX , 1 962).
Poesía ED ICfD N ES: Aratea, crit., trad, y com. por V. Buescu (París, 1941); I framm enti poetici, por A. Traglia (Verona, 1962). ESTU D IO : W. L e u t h o l d , D ie Übersetzung d er Phaenom ena durch C icero und G er manicus (Zurich, 1942).
3. LUCRECIO MANUSCRITOS: dos Vossiani, Oblongus y Quadratus (Leyden, s. ix) [reproducidos por Chatelain, Leyden, 1908-1913], y algunos Italici, procedentes de una copia (per dida) de Pogge, de un ms. perdido. ED ICIO N ES: Príncipe: Brescia, 1473. — Críticas, y con comentario: M unro' (Cam bridge, 1905), en inglés (traducida al francés en los cantos I-III por A. Reymond, París, 1890-1903); Giussani ’-Stampini (Turin, 1921 ss.), en italiano: Em out* (Budé, 1931), co mentario francés por Emout-Robin (Budé, 1925-1928); C. Bailey (Oxford, 1947); — Dieb (Berlín, 1923-1924); J. Martin (Teubner, 1959); — Parciales: I, por Pascal (Turin, 1928); I, III, V, por Duff (Cambridge, 1923-1930); III, por Heinze (Leipzig, 1926); IV, por Emout (París, 1916); V, por Benoist-Lantoine (París, 1884), por C. Giussani, E . Stampini y V. d’Agoetino (Turin, 1959). EDICIONES ESPAÑOLAS: D e la Naturaleza, J. Balcells, con trad, y com. catal., vols. I y I I (Barcelona, B em a t M etge, 1927 y ss.); E . Valent!, vols. I al III, con com. y trad. cast. (Barcelona, Alma Mater, 1961 ss.)·
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Bibliografía TRADUCCIONES: Francesas: Crouslé (París, 1871); A. Lefèvre (París, 1876), en verso; Emout (Budé); — Alemana: Diels (Berlín, 1923-1924); — Inglesa: Bailey (Ox ford, 1921). LENGUA, SINTAXIS Y M ÉTRICA: I. P a u l s o n , In d ex L u cretian u s1 (Leipzig, 1926); II. D i e l s , Lukrezstudien (Sitz. ber. d er Berliner A kadem ie d er W issenschaften, 1918 ss.; Berlin, 1920 ss.); C a r t a u l t , D e la flexion dans L u crèce (París, 1898); H o l t z e , Syntaxis Lucretianae lineam enta (Leipzig, 1868); C. J . H idén , D e casuum syntaxi Lucretiana (H el singfors, 1896-1899; Annal. A cad. Scient. Fenniae, B, X I, 13, 1920): W . A. M e r r i l l [Sur la m étrique] (Univ. o f California, Classical Philology, V II-V IÍI-IX , 1924-1929); C h . D u b o i s , L u crèce p oète dactyliqu e y L a m étrique d e L u crèce com parée a celle d e ses prédécesseurs, Ennius et Lucilius (Estrasburgo, 1935). ESTU D IO S: K. B ü c h n e r , L u krez und Vorklassik (Wiesbaden, 1964); U. P i z z a n i , II problem a d el testo e della com posizione del D e n. r. (Roma, 1959); G. d e l l a V a l l e , T. Lucrezio Caro e ΐ epicureism o ca m p a n o 1 (Nápoles, 1935); P . B o y a n c é , L. e t l’épicurisme (París, 1963); C. M a r t h a , L e p oèm e d e L u crèce (París, 1869); C. P a s c a l , Studi sul poem a di Lucrezio (Roma-Milán, 1903); J. M a s s o n , Lucretius, epicu rean an d poet (Londres, 1907-1909); M . R o z e l a a r , Lu krez (Amsterdam, 1943); R. W a l t z , L u crèce dans L u crèce (Lettres d ’Humanité, X II, 1953); L o g r e , L ’anxiété d e L u crèce (Paris, 1946); O. T e s c a r i , Lucretiana (Turin, 1935); D. v a n B e r c h e m , L a publication du D e nat. rer. et la V I* Ê glogue d e Virgile (Mus. Helveticum , 1940). — J. W o l t j e r , Lucretii philosophia cum fontibus com parata (Groningen, 1877); J. B a y e t , L u crèce devant la p en sée grecque (Museum H elveticum , 1954); W . K r a n z , Lukrez und E m p ed ocles (Philologus, 1943); P . B o y a n c é , L u crèce e t le m onde (Lettres d’Humanité, IV , 1945); H. F l e u r y , E n relisant L u crèce. L e livre “D e la N ature” e t la Physique m odern e (Paris, 1927). — J . B a y e t , É tudes lucrétiennes [Lucrecio y las Ciencias] (Cahiers du Collège philosophique, L a pro fondeur e t le rythme, Paris, 1948, p. 57-138); P . V a l e t t e , L a doctrine d e l’â m e chez L u crèce (“Cahiers de la Revue d’histoire et de philosophie religieuse”, publicados por la Facultad de teología protestante de la Universidad de Estrasburgo, núm. 27, 1934); J. M e h w a l d t , D er K am pf d es D ichters Lukrez g eg en d ie Religion (Viena, 1935); J. M u s s e h l , D e Lucretii libri I condicione ac retractatione (Tesis. Greifswald, 1912). — K . B ü c h n e r , B eobachtungen ü ber V ers und G edankengan b ei L u krez (Berlin, 1936); K . B ü c h n e r , D ie Proömien d es L u krez (Classica e t M ediaevalia, X III, 1951); P . G r i m a l , L u crèce e t l’hym ne à Vénus (Rev. d. Êt. lat., XXXV, 1957). — Ed. B e r t r a n d , L u crèce; un peintre d e la nature à Borne (Ann. d e l’Univ. d e G renoble, 1906); P. B o y a n c é , L u crèce et la poésie (Rev. d. Êt. anc., 1947); R. W a l t z , L u crèce satirique (Lettres d ’Hu manité, V III, 1949); W . A. M e r r i l l [In flu en ces d ’Ennius sur L u crèce, d e L u crèce sur H orace et Virgile] (Univ. o f California, I y III, 1905 y 1918); A. G u i l l e m i n , Promesses sans lendem ain; étu de lucrétienne (Bev. d. Êt. lat., X X I-X X II, 1943-1944); L. F e b r e r o , Poetica nuova in Lucrezio (Florencia, 1949); H. K l e p l , L u krez und Vergil in ihren Lehrgedichten (Leipzig, 1940). ESTUDIOS ESPAÑOLES: E. V a l e n t í F i o l , Poesía y v erd ad en e l “D e rerum natura” (en Actas d el II Congreso Español d e Estudios Clásicos, Madrid-Barcelona, 1961).
4. LA PO ESIA INNOVADORA A. Ph. E.
L a poésie alexandrine sous les trois prem iers P tolém ées (Paris, 1882); L a poésie alexandrine (Paris, 1924); — U. v o n W i l a m o w i t z - M o e l l e n d o r f f , H ellenistische Dichtung in d er Z eit des K allim achos (Berlin, 1924); E. C a h e n , C allim aque e t sa poésie (París, 1929), — L ’influence g recqu e sur la poésie latine d e C a tulle à Ovide (Entretiens sur l’Antiquité classique, II, Ginebra, 1953-1956). Fragm enta poetarum Latinorum epicorum et lyricorum (Praeter Ennium et Lucilium ), ed. por Baehrens-Morel (Teubner, 1927); ed. com. de la L y d ia por F. Amaldi (Nápoles, 1939). — L . A l f o n s i , Poetae novi (Côme, 1945). C ouat,
L
egrand,
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LA ÉPOCA CICERONIANA
Catulo MANUSCRITOS: Germanensis (París, s. xiv) y Oxoniensis (Oxford, s. xiv), que de rivan, con otros, de un ms. perdido de Verona; Thuaneus (París, s. ix), para el poema 62. EDICIO NES: Príncipe: 1472. — Críticas: Lafaye2 (Budé, 1932); L . Herrmann (La tomus, Bruselas, 1957), en dos libros; Μ. S c h u s t e r - W . Eisenhut (Teubner, 1958); R. A. R. Mynors (Oxford, 1958); — Con comentario: E llis’ (Oxford, 1878), Commen tary* (Oxford, 1889); Riese (Leipzig, 1884); Benoist-Thomas (París, 1882-1891), con trad en verso por Eug. Rostand; Friedrich (Leipzig, 1908, reimpr. 1959); Lenchantin de Gu bematis (Turin, 1928; reimpr. Loescher-Chiantore, 1953); W . Kroll (Leipzig-Rerlin, 1928, reimpr. 1959); C. F. Fordyce (Oxford, 1961); G. R. Pighi (Verona, 1961). Trad. A. Ernout (Paris, 1964). EDICIONES ESPAÑOLAS: J. Petit y J. Vergés, con trad, y com. catal. (Rarcelona, Bernai M etge, 1928); M. Dolç, con trad, y com. cast. (Rarcelona, Alma Mater, 1963). LENGUA Y MÉTRICA: Μ. Ν. W e t m o r e , Index verborum Catulltanus (New Haven, 1912); R. P ic h ó n , D e sermone amatorio apud latinos elegiarum scriptores (París, 1903); H . H e u s c h , Das Archaische in d er Sprache Catulls (Bonn, 1954); J . B a u m a n n , D e arte metrica Catulli (Progr. Landsberg, a. W . , 1881). ESTUD IO S: M . S c h u s t e r , Val. Cat. (Real-Encycl., V II A); J. G r a n a r o l o , Où en sont nos connaissances sur C. (L’Inform. lit., 1956); A. C o u a t , É tu de sur Catulle (Paris, 1875); A. C a r t a u l t , C., L ’hom m e et Vécrivain (Paris, 1899); G . L a f a y e , C. et ses m odèles (Paris, 1894); A. L . W h e e l e r , C. an d th e traditions o f ancient poetry (Berkeley, 1934); L e n c h a n t in d e G u b e r n a t i s , Il libro d i C. (Turin, 1964.) — O. W e i n r e i c h , D ie Distichen des C. (Tübingen, 1926); E . A. M a n g e l s d o r f f , Das lyrische H ochzeitsgedicht bei den Griechen und Römern (Hamburgo, 1913); D. B r a g a , Catullo e i poeti greet (Mesrna, 1950); E. V. M a r m o r a l e , L ’ultimo C. (Nápoles, 1952); O. H e z e l , C. und das griechische Epigramm (Stuttgart, 1932); H . B a r d o n , L ’art d e la composition chez C. (Paris, 1943); J. S v e n n u n g , Catulls Bildesprache. V ergleichende Stilstudien, I (Upsala, 1945); N. I. H e r e s c u , L ’assonance dans l’art d e C. (Reo. Clasica, X III-X IV , 1941-1942). — L . F e r r e r o , Interpretazione d i C. (Turin, 1955)---- J. B a y e t , en L ’influence grecqu e dans la poésie latine d e Catulle à O vide (Entretiens sur l’Antiquité classique, II, VandœuvresGinebra, 1956); K. P. H a r r in g t o n . Catullus and his influence (Boston, 1923).
5. LA NUEVA PROSA; LA HISTORIA E. N o r d e n , D ie antike Kunstprosa ‘ (Leipzig, 1909); F . B l a s s , D ie attische Beredsam k e it * (Leipzig, 1887-1898). — L a n t o in e , D e C icerone contra Atticos disputante (París, 1874). Sobre los textos, véanse las notas bibliográficas del cap. III, L os com ienzos d e la prosa artística. L os historiadores (pág. 124). C. Licinio Calvo EDICIÓN: Plessis-Poirot (París, 1896).— ESTUD IO S: F . P l e s s i s , Essai sur Calvus (Caen, 1885); M. K r ü g e r , C. Licinius Calvus (Breslau, 1913); E. C a s t o r i n a , Licinio Calvo (Catania, 1946). César MANUSCRITOS: De dos recensiones: mss. de los s. xi-xm (París. 5764, Vatic. 3324...), que representaban la antigua vulgata (ß), desdoblada en el D e bello ciuili; de 210
Bibliografía los siglos i x - x i (Amsterdam, Taris. 5763, Vatic. 3864, . . . ) , derivados de la revisión del único D e b ello gállico por obra de Julio Celso Constantino y Flavio Licerio Firmino Lupicino (o); hay manuscritos mixtos. ED IC IO N ES: Príncipe: Roma, 1 4 6 9 .— Klotz* (T eubner, 1950); Bellum Gallicum, por Holder (Friburgo de Br.-Tübingen, 1882), L. A. Constans (B udé, 1926); Bellum Ciuile, por Holder (Leipzig, 1898); P. Fabre (Bude, 1936; 4.a ed. 1954). — Con comen tario: B el. Gal., por Kraner-Dittenberger-Meusel (Berlín, 1913-1920-1960); B el. Ciu., por Kraner-Hofmann-Meusel (Berlín, 1906, 12.* ed. 1959); 1. I, por M. Rambaud (Érasm e, 1962). — Bellum Africanum, por R. Schneider (Berlín, 1905); B el. Alexandrinum, por J. Andrieu (Budé, 1953); Bel. Africum, por A. Bouvet (Budé, 1949); B ellum Hispaniense, por A. Klotz (Leipzig, 1927), todos dios con comentario. TRADUCCIONES: Bellum Gallicum, por L. A. Constans (Budé)·, B ellum ciuile, por P. Fabre (Budé), y, con Bellum Alexandrinum, por M. R at (París [1933]); Bel. Alexan drinum, por J. Andrieu (Budé); Bellum Africum, por A. Bouvet (Budé). J.
LENGUA Y SIN TAXIS: H. M e u s e l , Lexicon Caesarianum (Berlín, 1887-1893); e b r e t o n , Caesariana syntaxis quatenus a C icerone d iffera t (París, 1901).
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Salustio MANUSCRITOS: Dos clases para el Catilina y el Yugurta: la mejor (2 Parisini 16024 y 16025, s. x ...) con una laguna en el Yug.; la otra, de igual origen, cuenta con mss. del s. xi. — Para los frag, de las Historiae, ms. de Orleáns (s. iv-v) y (con las cartas y la invectiva) Vaticanus 3864. — Cf. R. Z im m e r m a n n , D er Sallusttext im Altertum (Munich, 1929). ED IC IO N ES: Completas: Jordan* (Berlin, 1887); Ahlberg-Kurfess (Teubner, 2.* ed., 1955). — Del Catilina y del Yugurta: Ahlberg (Göteborg, 1911-1915); dei Catilina, del Yugurta, de los discursos y de las cartas de las Historias: A. Emout (Budé, 1941). — Con comentario: del Catilina y del Yugurta, por F . Antoine-Lallier (París, 1883 y 1885) y Jacobs-Wirz-Kurfess (Berlín, 1922); de las 'Historias, por Maurenbrecher (Leipzig, 18911893); — Cartas a César e Invectiva contra Cicerón: A. Kurfess (Teubner, 1953); D. Ro mano (Palermo, 1948), y V. Paladini (Roma, 1952), con com.; K. Vretska (Heidelberg,
211
LA EPOCA CICERONIANA 1961); A. Emout (Budé, 1962). — BIBLIOGRAFIA: A. D. bliography o f Sallust 1879-1950 (Leyden, 1952).
L
eem a n ,
A system atical bi
EDICIONES ESPAÑOLAS: L a Guerra d e Yugurta, J. Icart, con trad, y com. cat. (Barcelona, B em at M etge, 1964); Catilina y Yugurta, 2 vols., con trad, y com. cast, por J. M. Pabón (Barcelona, Alma M ater, 1954). TRADUCCIÓN: A Exnout (Budé). LENGUA Y E STILO : O. E i c h e r t , Vollständiges W örterbuch zu den G eschichtsw er ken d es C. Sallustius Crispus (Hannóver, 1871); C o n s t a n s , D e serm one salhistiano (París, 1880); F i g h i e r a , L a lingua e la gram matica d i Sallustio (Savona, 1900); W. K r o l l , D ie Sprache Sallusts (Glotta, XV); E . K o e s t l e b , Untersuchungen ü ber das V erh ältn is von Satzrhythmus und Wortstellung bet Sallust (Bema, 1932); R. U l l m a n n , L es clausules dans les discours d e Salluste, T ite-L ive et T acite (Sym bolae Osloenses, 1925); J. P e r r e t , S. e t la prose m étrique (Rev. d. Êt. lot. XL, 1962); Μ. P . C a h n e v a l i , Clausole m etriche e critica d el testo (A tene e Roma, 1960). ESTU D IO S: D. N isa rd , L es qu atre grands historiens latins; K . L a t t e , Sallust (L eip zig, 1 9 3 5 ); V. P a la d in i, Sallustio: aspetti délia figura d el pensiero, dell’arte (M ilánM esina, 1 9 4 8 ); K . B u e c h n e r , Sallust (H eidelberg, 1 9 6 0 ); R . Syme, Sallust (B erkeley, 1 9 6 4 ); P. P e r r o c h a t , L es m odèles grecs d e Salluste (Paris, 1 9 4 9 ); D. C. E a r l , The political thought o f S. (C am b rid g e, 1 9 6 1 ). — O. S e e l , Sallust von d en Briefen a d C aesa rem zu Coniuratio Catilinae (L eip zig -B erlin , 1 9 3 0 ); B . E d m ar, Studien zu den Epistulae a d Caesarem (L u nd , 1 9 3 1 ). — W . S t e i d l e , Sallusts B riefe an Cäsar (Hermes, 1 9 4 3 ); M . C h o u e t, L es lettres d e Salluste à Cesar (París, 1 9 5 0 ). — H . W i l l r i c h , D e coniuraticmis Catilinae fontibus (G ö tting en , 1 8 9 3 ); G. B o is s ie b , L a conjuration d e Catilina (París, 1 9 0 5 ). — S. G s e l l , Histoire ancienne d e VA frique du Nord, V II (Paris, 1 9 2 8 ); C . L a u c k n e r , D ie künstlerischen und politischen Z iele d er M onographie Sallusts über den Jugurthinischen Krieg (Tesis. L eip zig , 1 9 1 1 ); D. E . B o s s e l a a r , Quom odo Sallustius historiam belli Jugurthini conscripserit (Am sterdam , 1 9 1 5 ). — K . B u e c h n e r , D er Aufbau von Sallusts Bellum Jugurthinum (Herm es, E in zelsch r. 9 , 1 9 5 3 ); A. L a P e n n a , L ’interpretazione sallustiana della guerra contro Giugurta (Annali d ella Scuola norm. sup. di Pisa, 1 9 5 9 ); E . B o l a f f i , I proem i d elle m onografie di Sallustio (Athenaeum, 1 9 3 8 ); M. Rambaud, L es prologues d e Sal. (Reo. d es Et. lat., 1 9 4 6 ); R . U llm a n n , L a technique d es discours dans Satt., T.-L. et T ac. (O slo, 1 9 2 7 ); G . T h e i s s e n , D e S ali, Lioii, Taciti digressionibus (B erlín , 1 9 1 2 ); P. P e r r o c h a t , L es digressions d e Salluste (Paris, 195 0 ).
Cornelio Nepote ED ICIO N ES: A. M. Guillemin (Budé, 1 9 2 3 ), con trad, franc.; Nipp;:rdey-Witte (Ber lín, 1 9 1 3 ), con comentario; las Cartas d e Cornelia en las Historicorum rom. reliquiae de Peter, II. EDICIONES ESPAÑOLAS: Vidas d e hom bres ilustres, M. de Montoliu, con trad, y com. cat. (Barcelona, B em at M etge, 1 9 2 3 ). ESTUD IO S: L u p u s , D er Sprachgebrauch des Cornelius N epos (Berlín, 1 8 7 6 ); E. BoCatullo e C. N. (Atti d ell’Istituto Veneto, CXV III, 195 9 ).
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6. LA CIENCIA Y LA ERUDICIÓN L a gram ática H. F u n a i o l i , Gramm aticae R om anae fragmenta (Teubner, 1 9 0 7 ), nueva ed. aument., por A. Mazzarino (Turin, 1 9 5 5 ).
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P. Nigidius Figulus, p h ilosop h e néo-pythagoricien orphiqu e
V arrón MANUSCRITOS: Para el D e lingua latina, un Laurentianus (Florencia, s. xi); para las R es rusticae, derivados (en particular dos ParisirU) de un antiguo ms. de San Marcos en Florencia, ED IC IO N ES: Sátiras M enipeas en la ed. de Petronio por Bücheler“-Heraeus (Berlin, 1912); — L ogistorid: Chappuis (Paris, 1868) y E . Bolisani (Padua, 1937); ed. y com. de B. Cardauns (Tesis. Colonia, 1960); — D e lingua latina: Götz-SchöU (Leipzig, 1910); R. G. Kent (L œ b, 1938), con trad, ingl.; i. V, eon com., por J. Collart (París, 1954); — Antiquitates: Francken [Fragm . apu d Augustini d e C iuitate D ei] (Leipzig, 1836); M. D. Madden, T h e pagan divinities and their W orship a s d ep icted in th e W orks o f St Augustine exclusive o f th e City o f G od (Washington, 1930); — R es rusticae: H. Keü (Leipzig., 1882-1894; Index, 1897); K eil’-Götz* (Teubner, 1929); — D e titta populi romani: B. Riposati (Milán, 1939). ED ICIO N ES ESPAÑOLAS: D el Cam po, con com. y trad, catal., por S. Galmés (Bar celona, B em at M etge, 1928). E STU D IO S: G. B o i s s i e r , É tu de sur la vie et les ouvrages d e Varrón (Paris, 1861); Fr. D e l l a C o r t e , Varrone, U t e ñ o gran lum e rom ano (Génova, 1954); P. F r a c c a r o , Studi Varroniani (Padua, 1907). — R . J. W a l k e r , L es catalogues varrorúens (París, 1927). — P l e s s i s - L e j a y , L a M énippée d e Varron (París, 1911); L . R ic c o m a g n o , Studio stille Satire M enippee d i M. Terenzio Varrone (Alba, Sacerdote, 1931) ------ H. D a h l m a n n , Varro und d ie hellenistische Sprachtheorie (Berlin, 1932); J. C o l l a r t , Varron grammairien latin (Es trasburgo, 1954); — Mi W a e h l e r , D e Varronis rerum rusticarum fontibus quaestiones selectae (Tesis. Jena, 1912). — D a h l m a n n , Studien zu V. D e poetis (Wiesbaden, 1963); R. K r u m b i e c e l , D e Varronianio scribendi gen ere quaestiones (Leipzig, 1892); E. d e S a in t - D e n i s , Syntaxe du latin p arlé dans les Res Rusticae d e Varron (Rev. d e phil., 1947); G. H e u r g o n , L ’effort d e style d e Varron dans les R. R. (Rev. d e Phil., 1950); E. L a u g h t o n , Observations on th e style o f V. (Class. Quart., X, 1960).
7. E L TEATRO ED ICIO N ES: Scaenicae Roman, poesis fragm enta (I: T rag.; II. Com. fragm.),* de Ribbeck (Leipzig, 1898; reimpr. Hildesheim, 1962); F a b . Atellanarum fr., por P. Frassinetti (Patavia, 1953); Publilio Siro, por Bickford-Smith (Londres, 1895). ESTU D IO S: P. F r a s s i n e t t i , Fabula Atellana: saggio sul teatro popolare latino (Gé nova, 1953); V. R o t o l o , Il pantom im o: studi e testi (Palermo, 1957); H. R e i c h , Der Mimus, I ( B e r l í n , 1903); F . G i a n c o t t i , R icerche stilla tradizione manoscrita d i Publilio Siro (Mesina-Florenda, 1963).
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CAPITULO V
EL CLASICISMO LATINO
El clasicismo es un equilibrio, de pensamiento, de sensibilidad y de for ma, que asegura a la obra de arte un interés humano y una difusión universal. El orden, la claridad, la plenitud, la maestría consciente son sus signos externos. Mas no puede hablarse de una “época clásica”: en un momento determinado, una literatura ofrece, al lado ae los clásicos, sus epígonos e innovadores. Sólo existen “autores clásicos", o incluso a veces únicamente “obras clásicas”, sobre todo en Roma, donde la evolución literaria alcanza una extraordinaria rapidez. Pues al auge febril de la utilización de los más variados modelos griegos se añade la inestabilidad política y social de ese último siglo anterior a nuestra era, para modificar a cada instante las condi ciones del éxito de los autores. Sólo gracias a una concordancia singular, y además momentánea, entre su temperamento y su tiempo, Cicerón pudo anticiparse treinta años al clasicismo latino. Es menester la impresión de una tregua repentina para que Virgilio y Horacio lleguen a ser clásicos y para que Tito Livio continúe siéndolo. Por la fatal impresión de grandeza, se perdió para nosotros la obra de sus contemporáneos, de modo que no pode mos sino suponer su variedad; pero el mero hecho de que fueran al punto reconocidos e imitados como maestros, a excepción de casi todos los demás (salvo Cornelio Galo y Vario), basta para aíslanos como excepciones. De la República al Principado. — Nacidos entre 71 y 59, alcanzaron los tres la edad adulta durante las últimas convulsiones de la República: 214
El clasicismo latino
en 52 Pompeyo se proclamó cónsul único; en 49 empieza la guerra civil; en 44 César cae asesinado; tras un período de desórdenes inauditos, Octavio no logra dominar todo el Occidente hasta 36 y no acaba con Antonio has ta 31. En esta fecha Tito Livio, el más joven de los clásicos, tiene ya veintio cho años por lo menos. La violencia de los conflictos y la magnitud de los desastres, unida a la tensión misma de las energías individuales, daban un gran realce al valor de los ideales en pugna. El de los ambiciosos era confuso, mientras la pa labra “libertad”, acompañada de todos los recuerdos del pasado, bastaba para alistar a Horacio en el ejército de Bruto y hacer de Tito Livio un pompeyano para toda la vida. Sin embargo, una aspiración cada vez más profunda, y casi desesperada, a la paz, a la unidad moral y a la disciplina preparaba el camino a un maestro hábil: Virgilio, cesariano desde su juventud, concibió durante las revoluciones un patriotismo monárquico. Mas para los tres fue provechoso haber vivido la potente crisis febril de una República práctica mente ilusoria antes de conocer el tranquilo esplendor de la Paz Augustea: consumaron en sí mismos el equilibrio nacional entre el pasado y el futuro. Octavio les ayudó al reafirmar la unidad italiana y rechazar la parte de los proyectos de César que tenían demasiado de oriental, o que eran hijos de un humanismo excesivamente amplio. A un ideal de fusión completa, tal vez prematura, de los vencidos con sus vencedores, Octavio opuso la primacía de Roma y de Italia sobre las provincias: la restauración de los antiguos cultos, la defensa de la moral de los antepasados y el respeto a las aparien cias políticas revelan un mismo plan. Tras haber sufrido la impresión de un irremediable derrumbamiento, los romanos llegaron a creer en la resurrec ción del pasado gracias al impulso de un hombre de genio: Horacio y Tito Livio trabajaron al igual que Virgilio para dar una forma literaria a este sentimiento. De la protección privada al mecenazgo. — La evolución de las condicio nes sociales fue favorable también para su desarrollo: se creó un equilibrio entre los refinamientos de los círculos aristocráticos y los gustos literarios del público; el arte tendía a convertirse en un negocio de estado, pese a conservar la desenvoltura de un solaz privado. La historia de las bibliotecas públicas es reveladora. La reproducción manuscrita de los textos hacía difícil y onerosa la formación de una biblioteca por un particular; y la correspon dencia de Cicerón muestra los obstácúlos que un personaje de su rango y un escritor de su renombre encuentra para adquirir un bien tan preciado. También los romanos, a imitación del mundo griego, se orientan cada vez más a la organización de bibliotecas para uso de todos. Ya Lúculo logró hacer acogedora la suya; César creó una pública, a ejemplo de la de Ale jandría, y nombró a Varrón “director” de la misma; pero, alrededor del 39, un particular, Asinio Polión, fundó otra cerca del Atrio de la Libertad, en las proximidades del foro; Augusto, al crear poco después la Octaviana, y a continuación, en 33, la Palatina, en los pórticos del templo de Apolo, decide sin duda promover y controlar a la vez una aspiración irresistible. Antes que 215
E L CLASICISM O LATINO é l, al igual que Fouquet antes que Luis XIV, A sin io P o l ió n ,1 que fue el pri mer protector de Virgilio, parece haber abierto el camino al porvenir: admite al público en sus colecciones de arte; lanzó la moda de las lecturas públicas (recitationes), en las que el autor recita ante los invitados la obra aún inédita. Purista arcaizante, se encuentra —por así decirlo— en la cuna de los clásicos, al tiempo que prepara el esteticismo amanerado del siglo siguiente. Además se conserva la tradición de los círculos literarios y de las protecciones aristo cráticas: M e c e n a s ,2 al acoger a Virgilio, Horacio y Propercio no es única mente el delegado de Augusto; M é s a l a 3 es más bien un oponente, que se rodea de poetas por su cuenta; Tibulo, Emilio Macer, Valgio Rufo, Comelio Severo. Los buenos oficios del príncipe son aún esporádicos: ofrece un cargo de secretario a Horacio, que lo rehúsa cortésmente; deja a Tito Livio influir más o menos en la dirección intelectual del joven Claudio.
Los escritores en el Estado. — Sin embargo, es evidente que reserva a los escritores un puesto oficial en la nueva Roma. Hace del templo de Apolo Palatino como el santuario de las artes y de las letras al mismo tiempo que el símbolo de la unión religiosa de Roma y de su familia. Los poetas son invi tados a colaborar en los ornatos de cultura en los que un particular —aparen temente—, contando con todos los recursos del estado, llama al pueblo entero a participar en los gustos refinados de la antigua aristocracia: Horacio escribe el canto para los Juegos Seculares; Virgilio, en La Eneida, confunde las tradiciones de Roma con las de la familia Julia. En la generación prece dente, el hombre de estado, el feudal, soldado y político, buscaba en el lujo y en la compañía de escritores aduladores un descanso de los negocios públicos; bajo Augusto,4 Roma es invitada a olvidar las agitaciones políticas en el orden administrativo y en el encanto de las letras y de las artes. Más que la adulación personal o dinástica, notamos en nuestros autores una dis creción en el elogio, y a veces un recato, que son como el último perfume de los viejos tiempos: la historia de Tito Livio es un monumento de la Roma imperial por la majestuosidad regular de su arquitectura; pero, aunque afecta también a Augusto, tiende ante todo a la gloria de los antepasados. Literatura nacional. — Aún no ha llegado el momento en que, dominado entre la glorificación del Emperador y los encantos de su cultura individual, 1. C. A s i n i o P o l i ó n (7 6 a. C. - 4 o 5 d. C .), célebre como orador, escribió tragedias y empezó una Historia de las Guerras civiles (a partir del año 6 0 ), que no terminó por prudencia. 2. C. C i l n i o M e c e n a s (69-8 a. C .), caballero de alto linaje etrusco, parece haber tenido un estilo amanerado, excesivamenté ficticio y de mal gusto. Escribió un poema Sobre los ador nos, una Octavia, una Historia de los animales, un Tratado de las piedras preciosas, y diálo gos. — Edición de los frgts. por Avallona (Salermo, 1945). — Consúltese: Feugère, C . Cilnius Maecenas (París, 187 4 ). 3. V a l e r i o M é s a l a C o r v i n o (hacia 6 4 a. C. - 8 p.. C.) nos ha transmitido discursos, poesías ligeras y memorias: gustaba de una dulcedumbre graciosa y refinada. — Consúltese: Fontaine, De Valerio Messaía (París, 1 8 7 9 ). Véase más adelante, p. 284. 4 . A u g u s t o (C. Julio César Octaviano, 6 3 a. C. - 14 p. C.) escribió un poema en hexá metros acerca de Sicilia, epigramas, dos tragedias (Áyax, que destruyó antes de terminarla, y Ulises) y memorias. Nos queda, además de algunos versos, su Testamento político (Res gestae) en latín y en griego (inscripción de Ancira y fragmentos de Antíoco de Pisidia; texto mutilado de Apolonia). 216
El clasicismo latino
el escritor perderá el contacto con el sentimiento nacional. El triunfo de Octavio, al poner fin a las luchas de los clanes parlamentarios y de los generales ambiciosos, parece —durante algunos años— haber separado úni camente la eterna personalidad de Boma de todas las brumas que la oscure cían. Y, por otra parte, se creó un público capaz de gustar de la poesía: Las Bucólicas de Virgilio, escritas para un círculo mundano, son acogidas con aplauso en el teatro; Las Sátiras de Horacio alcanzan una gran venta; hay librerías, como la de los hermanos Sosia, que lanzan las novedades a la publicidad. Los autores, incluso los de baja cuna, como Horacio o (tal vez) Virgilio, no son en modo alguno prisioneros de sus protectores; se sienten en comunión con sus compatriotas. Además, su helenismo no es un disfraz aris tocrático, sino un conjunto de cualidades integradas en su genio y puestas al servicio de un ideal romano, o —mejor aún— italiano, como lo había sen tido ya Cicerón. Ello aparece muy claro en Las Geórgicas. Las Sátiras y Las Epístolas de Horacio muestran también cómo la filosofía griega se “romanizó”, a partir de Lucrecio, a través de Varrón y Cicerón: se impuso límites, sin duda, mas se tomó moral y práctica, adecuada al uso diario de una burguesía bastante numerosa. Más compleja, con su fervor juliano y su aspiración a la fusión grecolatina, La Eneida es por excelencia el poema de la Italia romana y el paralelo de la Historia de Livio. Por ello esos poetas merecen sobradamente su popularidad: la muchedumbre que se levanta en el teatro ante Virgilio, ese habitante de Cádiz que emprendió un viaje a Roma sólo para ver a Tito Livio, dan fe de un éxito que rebasa la personalidad y la voluntad de Augusto. Los hombres y los géneros. — E n un período de transición y ante conje turas tan particulares, los hombres cuentan más que los géneros. Más lamen table resulta por ello la pérdida de tantas obras contemporáneas. ¿Habrían salido ganando la tragedia y la comedia en manos de Polión, de V ario y de Fundanio, a cuyo estilo alude Horacio (St., I, 10), hacia 35, al igual que al de Virgilio? ¿Cuál fue el valor de la obra de C. M eliso, creador de la trabeata, comedia burguesa que hacía aparecer caballeros6 en escena? C ornelio G alo 6 dio a la elegía romana su forma clásica; pero no era el único en cultivarla y no sabemos en qué consistía su originalidad. Los epigramas y las sátiras de Casio de Parma y de Valgio R ufo,7 ¿recordaban a Catulo o anunciaban a Horacio? ¿Hay comunidad de tendencias entre Las Geórgi cas de Virgilio y los poemas didácticos de su amigo, E m i l i o M acer de Ve rona? 8 ¿Hay oposición por el contrario entre la integridad cortesana de Vario 5 . Véase Scaenicae Romanorum poesis fragmenta *, de O . R ibbeck. — Además de sus tragedias, de entre las cuales la más célebre es Tiestes, L . V a h í o R u fo (74-14 a. C.) escribió un poema Sobre la muerte de César y un Panegírico de Augusto. — F u n d a n i o escribió co medias. 6. Véase más adelante, p. 2 8 3 -2 8 4 . 7. C a s i o d e P a b m a , e l e g i a c o y satírico, fue muerto por orden de Octavio. C f . Nicolas, De Cassio Parmensi (Paris, 185 1 ). — C . V a l g i o R u f o (cónsul en 1 2 a. C .) escribió elegías y epigramas. 8. E m i l i o M a c e r (muerto en 1 6 a. C.) estimado por Quintiliano, compuso una OmUhog onto (Acerca del origen de los pájaros), Theriaca (Remedios contra las mordeduras de serpientes venenosas), y un poema acerca de las plantas (D e herbis).
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y la lisonja disimulada de La EneidaP Y ¿por qué Tito Livio continuó en paz su trabajo, a la par que la historia aparecía cada vez más sospechosa al régimen?... Con toda seguridad, esta época usa, en mescolanza, ae todos los géneros, antiguos o nuevos. Pero los clásicos saben ser nuevos incluso en los géneros antiguos. En Roma, como en otros lugares, su misión con siste en desarrollar los ensayos y las promesas de sus predecesores, y utilizar las en provecho de un arte original. Se han afirmado en la tradición, y sin embargo obran de buena fe cuando proclaman, como Horacio, la superioridad de los “modernos”. Evolución y madurez de la poesía. — Virgilio y Horacio son modernos: toman por primeros maestros a Catulo y a los de su grupo. No sólo le agradecen que creara una lengua poética ligera y variada, llena de color y de inspiración, y que hubiera desarrollado hasta el extremo todos los recursos ael arte, sino que aceptan —al menos en un principio—, hasta en los adornos, sus juegos antitéticos; conservarán siempre un lirismo discreto, de forma o de acento, que remonta a estos innovadores. Nada de extraño tiene que este ideal los lance a la guerra contra los partidarios de los viejos autores, artistas incompletos. Sin embargo aprovechan también a los “anti guos”, cuyo sabor romano place a su nacionalismo, y cuyos fallos intentan flevar a la perfección. Luego pusieron sus ojos —cuando sus gustos alcan zaron la madurez— con mayor decisión, en los grandes clásicos de Grecia, Homero, Hesíodo, Alceo, Safo, Arquíloco: aprenden de ellos su grandiosa sencillez, su sobria perfección y la exactitud en las proporciones. Esta combinación de modelos tan diversos no se logra bruscamente: admiramos, en las obras de Virgilio y Horacio, los progresos de una evolu ción ligada a la de la sociedad: no nacen clásicos, pero llegan a serlo. La naturalidad y lo regular de este desarrollo explican en cierta medida que tantas imitacionés tan diversas, tan meditadas, y que a menudo parecen literales, desemboquen en obras de arte homogéneas y originales. Pero, sobre todo, en Virgilio y Horacio, los pensamientos, las sensaciones y la sensibilidad son personales: poseen una lozanía en la impresión que da su primera nove dad a cada rasgo que creen imitar; conocen la naturaleza y los hombres por sí mismos, sienten la pasión por la verdad observada; en una palabra, son romanos. Las Bucólicas, Las Geórgicas, La Eneida y Las Odas son abso lutamente distintas de sus modelos griegos, pese a ser tan clásicas como ellos: son a la vez características de su tiempo y universales. El fin de la prosa clásica. — Esta correspondencia entre el genio indivi dual y las condiciones del progreso, esa exacta madurez en que notamos aún la juventud dan a la poesía de Virgilio y Horacio un encanto iniguala ble: sus sucesores inmediatos ya no lo lograrán. La prosa, que ha evolucio nado con mayor rapidez, sigue siendo clásica gracias a un cierto esfuerzo: la de Tito Livio no es la de su tiempo; mira atrás, hacia Cicerón. Reconoce también dónde se encuentra la perfección al tiempo que anuncia la deca dencia. Casi oratoria en su totalidad, pone su más especial empeño en los 218
Virgilio
discursos, que el historiador atribuye a sus personajes; al menos en ello se evidencia una evolución: breves en general por necesidad, estos discursos lo son también a causa de las tendencias contemporáneas; sus rasgos, su mordacidad, incluso bajo la rígida forma del estilo indirecto, son algo nuevo y vivaz. Pensamos en T. L a bien o , que, al decir de Séneca, unía también “el esplendor de la antigua elocuencia al vigor nervioso de la nueva”. Pero Tito Livio no adoptó un claro partido: Polión, con sus austeridades y sus extrava gancias, y Mésala, con sus logros lexicales y su fluidez de estilo darían sin auda una idea más exacta de las tendencias que preparaban el porvenir de la prosa latina. Hallamos sin embargo que, pagando el precio de ese ligero arcaísmo, el historiador se siente más apto para trazar una imagen de Roma concorde a la vez con el ideal oratorio del último siglo republicano y con la majestuosidad serena del principado de Augusto: sólo gracias a este equilibrio pudo tal vez prolongarse hasta después de Virgilio el clasicismo ciceroniano. Pero el equilibrio es personal, inestable: los poetas contemporá neos representaban una alianza más natural entre el arte y la vida. VIRGILIO 71 o 70-19 a. C.
De origen ínfimo, según se ha dicho, o tal vez de familia burguesa,9 el padre de P. Virgilio Marón procuró dar a su hijo la más esmerada educación. A los 12 años el muchacho abandonó Mantua y la hacienda familiar (muy próxima) de Andes, donde había nacido, para ir a estudiar a Cremona, Milán y, finalmente, a Roma. De temple muy débil y poco dotado para la improvisación oral, parece que encontró un sosten moral en el epicureismo que enseñaba Siión y en la astronomía astrológica (mathematica); escribía también y frecuentaba los círculos literarios de Roma, donde encontró algunos cisalpinos. Hacia 44-43 se hallaba ya de regreso en su país natal y empezaba a dar muestras de su originalidad poética en el círculo culto de que se rodeaba Asinio Polión, gobernador de la provincia por encargo de Antonio: sus Bucólicas, aparecidas una a una, causaron asombro en principio por su apa riencia rústica, y agradaron en seguida por su delicadeza mundana, hasta el punto que se reunió en tomo a Virgilio un grupo de admiradores, que, al parecer, se dieron el nombre de “arcadlos”.10 Pero en 44 Polión fue arrojado de la Cisalpina por los octavianos, y, en el reparto de tierras que exigieron los veteranos, Virgilio se vio privado de su hacienda paterna. La amistad de Galo, entonces en la Cisalpina, le facilitó el acceso hasta Octavio: recuperó sus tierras y, aunque renunció acto seguido, recibió una indemnización. 9. J. Perret, Virgüe, l’homme et l’oeuvre, p. 8, escribe: “λ lui seul, ce sentiment d’appar tenir à un peuple défini, de continuer une tradition, semble bien exclure que Virgile soit né d’une famille de journaliers besogneux, comme on l’imagina lorsqu’on lui fit une biographie d’après le Tityre de la Ire Bucolique. La famille du poète doit avoir appartenu à la haute bourgeoisie provinciale... C’est ce qui apparaît aussi par les rélations que nous lui découvrons à l’époque des Bucoliques” . 10. La Arcadia es, en Grecia, la región pastoral por excelencia (y Bucólicas significa “Poe sías de pastores de bueyes”); véase J. Bayet, Les origines de l’arcadisme romain (Mélanges d'archéologie et d’histoire de l’École franç. de Rome, XXXVIII, 1920, p. 63-143).
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A partir de entonces su vida se orienta definitivamente: abandona su pro vincia para marchar a Roma o a Nápoles y busca el apoyo de los pacifica dores ae Italia, Octavio y su ministro Mecenas. En 39, Virgilio publicó una “selección” (Églogas) de sus Bucólicas (las 9 primeras). De 39 a 29 compuso, en 4 cantos,, un poema completo acerca del cultivo de la tierra, Las Geórgicas. Luego, cada vez más ligado a Octavio Augusto y fomentando sus ambiciones, se entregó por entero a la poesía épica. Su Eneida le ocupó diez años. Antes de darfe los últimos retoques, quiso conocer Grecia; pero, habiendo caído enfermo en Megara, hubo de ser trasladado a Italia y, pocos días después de haber desembarcado en Brindis, murió (21 de septiembre de 19). Fue enterrado en Nápoles. En los últimos momentos mandó que quemaran su Eneida, que consideraba imper fecta; Augusto se opuso y encargó a uno de los más queridos amigos del poeta, L. Vario, que asumiera las tareas de la publicación. El ambiente poético. — Virgilio no aparece ante nosotros hasta los veinti siete o treinta años; sería muy interesante conocer sus obras de juventud. Una colección conocida bajo el nombre de Appendix Vergiliana tal vez nos ha conservado algunas, pero su atribución escapa a una demostración cierta. Nos permite, al menos, formamos un concepto del ambiente en que se formó Virgilio. Las breves composiciones del Catalepton son las más instructivas: demuestran la supervivencia del espíritu catuliano, cortés, irónico, paródico, entre los grupos en que los cisalpinos ocupaban un lugar. E l estilo alejan drino se perpetúa, con todas sus características, en la minúscula epopeya del “Mosquito” (Culex)11 y el epilio de “La Garceta” (Ciris), en que un amante muy hábil en la práctica de los versos cuenta (tal vez sensiblemente más tarde) la metamorfosis de Escila y de su padre Niso en pájaros. “La Ta bernera” (Copa), “La Pasta” (Moretum), y algunas Priapeas transparentar! un realismo sabroso, que debe ser posterior. La originalidad de Virgilio. — Virgilio aparece ligado a ese estilo ale jandrino pos catuliano: a él debe su hábito más minucioso de trabajo, y su gusto por la expresión sobria y plena. Pero su temperamento le preservó de la aridez, de los artificios y del snobismo del “arte por el arte”: gustaba de la soledad, del campo; su débil salud le obligaba a una vida retirada, en la que su sensibilidad se teñía fácilmente de melancolía; honesto y reservado, aun que derramando su sensibilidad sobre todos los seres, la poesía de las confe siones o de los ataques cínicos no podía cuadrarle. Los clásicos griegos y latinos, que le hicieron compañía, nutrieron su inspiración, desarrollaron su imaginación y lo introdujeron en tareas cada vez más amplias, cada vez más alejadas de los principios del estilo alejandrino. “Las Bucólicas” . — Diez poemas, de los que el más largo cuenta con 111 versos, alternando entre dialogados y narrativos, constituyen la colección 11.
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Virgilio escribió un
Culex,
que no parece ser el que poseemos.
Virgilio
de Las Bucólicas; la décima, posterior a las otras (de 37 sin duda), parece haber sido añadida con motivo de una “reedición”. Virgilio tomó por modelo los Idilios rústicos del siracusano Teócrito. La objetividad realista, la plasticidad, las crudezas mismas con las que el poeta griego había intentado agradar a un público cansado se acoplaban, solo a medias, a su temperamento; pero no había escuela que mejor hubiera obser vado y plasmado las cosas del campo. Los encuentros de pastores, desafián dose en torneos de improvisaciones poéticas —como sucedía realmente en Sicilia—, en cantos alternados (cantos amebeos),12 permitían además al poeta multiplicar y variar las impresiones, salir muy ligeramente del marco dramá tico de su pieza: el amor y el refinamiento, los disfraces de personajes reales, e incluso las curiosidades mitológicas y las alusiones sutiles cara al movi miento alejandrino podían encontrar un lugar. Virgilio, utilizando con una extrema libertad, en contaminatio, una diversidad de rasgos precisos toma dos de Teócrito, transformó por completo su modelo: el paisaje y la atmós fera fueron los de la Galia Cisalpina; los pastores, convertidos por completo en seres convencionales, se expresaron con mayor cortesía y un lenguaje delicado más regular; y la superabundancia de impresiones sensoriales se utiliza (Bue . II, III, V, VII) para crear una especie de embriaguez lírica, pero de un lirismo pintoresco que no deforma el detalle. Antítesis amebeas [Dos pastores “arcadlos” se encuentran a orillas del Mincio, y se entregan a un torneo poético: a cada tirada de Coridón (4 versos), Tirsis contesta con otra tirada de tema análogo, en que intenta superarle. Muchos rasgos, sobre todo al principio, están tomados de Teócrito (Id. V III, X I...). — Temas amorosos y pastorales entremezclados. — Superabundancia de rasgos y motivos pintorescos. — Precisión en la atmósfera cisalpina y prolongación original de la descripción en las cuatro últimas tiradas.] C o r id ó n . — Hija de Nereo,1* Galatea, más dulce para mí que el tomillo del Hibla,“ más blanca que los cisnes, más bella que la pálida yedra, cuando los toros, saciados, vuel van a sus establos, ven, si algún amor sierites hacia tu Coridón. Tmsis. — ¡Y yo! ¿Puedo parecerte más amargo que las plantas sardas, más áspero que el acebo, más vil que el alga arrancada, si este día no me parece más largo que un año entero? Regresad al establo, bueyes, tras haber pacido, si sentís recato. C o r id ó n . — F u e n t e s m u s g o s a s e n l a y e r b a m á s d u l c e q u e e l s u e ñ o , y t ú , v e r d e a r b u s t o q u e e s p a r c e s t u s o m b r a s o b r e e l l a s , g u a r d a d m is r e b a ñ o s d e lo s f u e g o s d e l s o ls t i c i o ; h e a q u í q u e l l e g a e l tó r r i d o v e r a n o , y y a e n l a f l e x i b l e v i ñ a s e h i n c h a n l a s y e m a s .“ T i r s i s . — Aquí tengo un hogar y leña resinosa; un gran fuego que nunca se apaga y que sincesar ennegrece de hollín las maderas de mi puerta.1“ Aquí nos inquietamos
por los fríos del Bóreas17 tanto como el lobo por el número de los corderos, o los torren tes por sus orillas.
12. versos, 13. 14. 15. que las 16. 17.
Uno de los competidores trata un tema; su adversario trata, en el mismo número de de superarle, ya embelleciendo el tema, ya oponiéndole otro contrario. Dios del mar: sus hijas eran las Nereidas. Montaña de la Sicilia oriental, célebre por sus abejas. Dato curioso: las viñas de la Cisalpina, que conoce Virgilio, son mucho más tardiás de Sicilia. La choza no tiene ni ventana ni chimenea. Viento del Norte.
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E L CLASICISM O LATINO C o b id ó n . — Se a lz a n firmes lo s enebros, se erizan lo s castaños; todos los árboles dejan caer a tierra sus frutos; hoy todo ríe; pero si el hermoso Alexis abandonara nuestras montañas, verías secarse hasta los ríos. Tmsis. — La tierra está seca; falta el aire, la yerba muere de sed. Pero la llegada de Filis reverdecerá el bosque; y Júpiter, en lluvia fecunda,“ descenderá a torrentes.
Bucólicas, V II, v. 37-60.
El género no dejaba de ser artificial, y sus recursos no eran ilimitados; y, si Virgilio quería evadirse de ellos, el academicismo mundano lo ace chaba. El espolio de 40 lo hizo más consciente de sí mismo: su sensibilidad se tomó más directa y más humana. Dos poemas (Bue . IX y I) escritos antes y después de su marcha junto a Octavio, dejan transparentar su personalidad, pero de una forma oculta, con un pudor delicado. El poeta desposeído [En un cuadrp libremente inspirado en las Talisias de Teócrito (lá. VII), Vir gilio (Menalcas) expresa su resentimiento por haberse visto arrojado de sus domi nios por un veterano con el que estaba en litigio, y su esperanza de ver restable cidos sus derechos gracias a protectores que sabrán apreciar la diversidad de sus dotes poéticas (julio del 40). — Impresiones familiares y sentidas del país natal; calor secreto en la queja. — Fina evocación psicológica, como contraste, del viejo granjero (Moeris) y del joven amigo (Lícidas). — Incertidumbre en la inspiración poética que, hasta el momento, ha mantenido Virgilio (cortesía de apariencia rús tica; lisonjas a Alfeno Varo; mitología bucólica; cesarismo). — Armonía en el desarrollo y habilidad en el “placet”. — Relaciónese con el agradecimiento de la Bucólica I.] L í c i d a s . — ¿A dónde, Moeris, te llevan tus pasos? ¿Acaso a la ciudad,“ término de este camino? M o e r i s . — ¡O h Lícidas! Nos hicimos viejos para oír a un extranjero (jamás temimos ” nada semejante), dueño de nuestro exiguo territorio, decir: “Es mío; vosotros, los antiguos colonos, marchaos.” Ahora, vencidos,“ tristes, que la suerte todo lo echa a rodar, enviamos estos chotos (¡que le sirvan de ruinai) a nuestro nuevo amo.“ L í c i d a s . — Sin embargo, había oído decir con certeza que, desde el punto en que las colinas comienzan a descender en dulce declive hasta el agua “ y las viejas hayas, ahora decapitadas, todo lo había conservado vuestro Menalcas“ en sus versos. M o e r i s . — Lo habrías oído decir, y corrió la voz; pero nuestros versos, Lícidas, no tienen mayor eficacia entre las armas de Marte que las palomas caonias “ — según se dice— , cuando se aproxima el águila. Y si, desde el hueco tronco de una carrasca una corneja, a mi izquierda, no me hubiera advertido“ que rompiera, no importa cómo, los nuevos litigios, tu Moeris no estaría aquí y el propio Menalcas hubiera dejado de vivir. L í c i d a s ___ ¿Cómo? ¿Es posible una locura tan criminal? ¿Cómo? ¿Acaso los consuelos de tus versos hubieran desaparecido contigo, Menalcas? ¿Quién hubiera celebrado a la Ninfas? ¿Quién hubiera esparcido en la tierra las yerbas en flor y revestido las fuentes
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Júpiter, dios del cielo y de la atmósfera, se manifiesta en el rayo y en la lluvia. Mantua. El viejo siervo hace causa común con su amo. Sobreentendido prudente: tal vez Alfeno Varo, que entonces mandaba en la Cisalpina. El veterano. El Mincio, o una de las lagunas que forma cerca de Mantua. Virgilio. Epíteto convencional: en Dodona, en Caonia (Epiro), las palomas eran pájaros sa Presagio doblemente inquietante (a la izquierda, en un árbol hueco).
Virgilio de una sombra verdosa? Como esos versos que yo leí el otro día, sin que tú lo supieras, mientras andabas junto a nuestra encantadora Amarilis: “Títiro, mientras me esperas — no voy lejos— , apacienta mis cabras; luego, llévalas a beber, Títiro; y cuando las conduzcas guárdate de encontrarte con el cabrito, que embiste con el cuerno.” 27 M o e r i s . — O , mejor aún, los que cantaba, inacabados aún, a Varo: 28 “Varo, mien tras se nos conserve Mantua — ¡Mantua! ¡ay!... demasiado próxima de la desdichada Cre mona—“ los cisnes,80 con sus cantos, elevarán tu nombre hasta las estrellas.” L í c i d a s . — ¡Oh! Te suplico — y ojalá tus enjambres rehuyan los tejos81 de Córcega, y tus vacas alimenten e hinchen sus ubres en el codeso— , dime lo que sepas. Que, al igual, a mí las Piérides32 me hicieron poeta; yo también escribo versos; y dicen los pastores que estoy inspirado, aunque no pongo demasiada fe en ello: ninguna de mis obras, hasta el momento presente, me parece digna ni de Vario 33 ni de Cinna,“ sino que grazno, cual oca entre cisnes armoniosos. M o e r i s . — Sí; espera un poco, Lícidas; trato de acordarme: ¡este poema es muy conocido!...: “Ven aquí, oh Galatea; ¿para qué jugar en las olas? Aquí reina una primavera purpúrea; aquí, al borde de las aguas corrientes, la tierra extiende sus policromas flores; aquí el álamo blanco se yergue sobre mi gruta, y las flexibles vides tejen sombras. Ven aquí; deja que las locas olas azoten las playas.” 86 L í c i d a s . — ¿Y esos versos que yo te había oído cantar solo en la noche serena? Recuerdo el metro. ¡Ojalá recordara las palabras!... M o e r i s . — ... “Dafnis, ¿por qué esperar el orto de las viejas constelaciones? He aquí que ha aparecido la estrella de César,86 descendiente de Dione,1" bajo el cual las cosechas darán la alegría de sus frutos y la uva cobrará su color en las colinas expuestas al sol. Planta tus perales, Dafnis, que tus nietos cogerán su fruto.” ... Todo se pierde con la edad, hasta la memoria; en mi infancia, recuerdo que a menudo cantaba a lo largo del día, y la voz misma falta ya a Moeris; los lobos vieron primero a Moeris.88 Pero en todo caso los versos a que aludes te los dirá muchas veces Menalcas, hasta saciarte. L í c i d a s . — ¡Con pretextos dilatas mi deseo! Fíjate: toda la superficie del agua, en calma, guarda silencio; los soplos de la brisa murmuradora se han callado. Henos a medio camino, pues la tumba de Bianor8“ empieza a aparecer. Aquí, donde los campesinos podan el espeso follaje," podemos cantar, Moeris; deja las cabras aquí: ya llegaremos a la ciudad. Y si tememos que, con la noche, nos sorprenda antes la lluvia, podemos continuar la marcha cantando (el camino es así menos penoso); para que marchemos cantando, te descargaré de ese fardo. M o e r i s . — No insistas más, muchacho, y ocupémonos de lo que ahora nos acucia. Cantaremos mejor cuando el propio Menalcas se halle de regreso. Bucólicas, IX.
27. Traducido de Teócrito (Id. III). 28. Alfeno Varo, delegado en el reparto de tierras y agente de Octavio en la Cisalpina. 29. Como las tierras de Cremona no bastaban para contentar a los soldados “licenciados” , tomaban también las de Mantua. 30. Los cisnes eran muy abundantes en el Mincio. 31. Los tejos (abundantes en Córcega) volvían amarga la miel. 32. Las Musas. 33. Amigo de Virgilio y autor trágico. 34. Poeta del círculo de Catulo, querido sin duda a Comelio Galo, que protegía entonces a Virgilio. 35. Cf. Teócrito, Id. XI, 42 y 63. 36. El cometa apareció en los juegos celebrados por Octavio en honor de César (en 43). 37. Madre de Venus, o la propia Venus, de la cual pretendía descender César a través de Eneas. 38. Superstición popular: si un lobo ve a un hombre antes de que éste lo vea, el hombre pierde la voz. 39. Fundador mítico de Mantua. 40. A partir del primero de julio, podaban los árboles (en especial los olmos), para obtener forraje para el ganado.
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Las Bucólicas que Virgilio compuso tras este suceso revelan a la vez el deseo de prolongarlas y el titubeo de la inspiración. Leía a los “clásicos”: Homero, Hesíodo, Ennio, Lucrecio; pero experimentaba también la influen cia, muy alejandrina, de su amigo Cornelio Galo, y escuchaba consejos acerca de la epopeya y el teatro de Alfeno Varo y Polión. Sus temas preferidos son por tanto el análisis psicológico de la pasión (Bue. VIII y X), ésta en honor de Galo y, tal vez, para “lanzar” su colección (de elegías); las curiosidades de la mitología y la cosmogonía semidentífica (Bue. VI); sobre todo una pode rosa aspiración a la paz y al descanso,en una naturaleza benévola (Bue. V y IV). Las impresiones son más sugestivas, los versos más amplios; la IV Bucólica, que describe, de modo oscuro e impresionante, el advenimiento de una nueva “edad de oro”, con motivo del nacimiento de un hijo de Polión (sin duda el mayor, Asinio Galo) y de la paz de Brindis entre Antonio y Octavio, derrocha el acento nacional y el tono épico. Sin embargo, cuando Virgilio publicó su primera “selección” (Églogas) de nueve poemas, las orde nó sin tener en cuenta la cronología, correspondiéndose de dos en dos “en círculos” (I-IX; II-VIII; III-VII; IV-VI), estructura cara a los latinos (Lucre cio, Catulo, etc.), la Bue. V en el centro celebrando el apoteosis de Dafnis (¿César?). La adición de la décima (de 39 o 38) da fe del renombre que se liga legítimamente al creador de un nuevo género, bucólico “arcadio”, que llamamos pastoril. Pero, presionado por sus modelos, Virgilio no pudo, pese a la diversidad de sus tentativas, llegar a la meta de su esfuerzo lírico; y desea medir sus fuerzas en una obra más decisiva. “ Las Geórgicas” . — Tuvo la idea de combinar, en un poema de unos 500 versos (que se convirtió por ello en el primer canto de las Geórgicas), los preceptos rústicos, muy primitivos, y en especial referentes al cultivo de los cereales, que Hesíodo (s. vrn) había puesto en verso sin gran orden en Los Trabajos y los Días y el poema astronómico y meteorológico de Sición (s. iii); en cuanto a la técnica, el tratado de agricultura del viejo Catón sustentaba las observaciones de Hesíodo y del propio Virgilio. Se trataba de una materia muy heterogénea. Virgilio habría podido imprimirle una unidad filosófica o nacional: en dos pasajes célebres describe la ley del trabajo impuesta por Júpiter a la humanidad para su perfeccionamiento (v. 121-154), e invoca con vehemencia la pacificación de Italia asolada por las luchas civiles (v. 489-514). Pero estos versos no encuentran eco en el resto del canto. Virgilio no puso gran empeño en una composición didáctica clara: omite narraciones esen ciales (sobre la calidad de las tierras, la construcción de las alquerías), resume o alarga otras sin razón aparente; sus hábitos alejandrinos, que no corregían ni Hesíodo ni Catón, le llevaban a preferir la yuxtaposición de detalles a una construcción orgánica, y las impresiones diversas, que se atraen o se oponen de modo variado y polícromo. Resulta de ello, cuando menos, una superabun dancia de vitalidad, que evoca, en mescolanza, aunque con una lozana suavi dad, gentes, animales, paisajes. Sin embargo, el estudio de Arato y de Lucre cio encamina a Virgilio a algunos tratamientos ordenados. Pero el primer canto de las Geórgicas conserva los caracteres de una obra de transición. 224
Virgilio Estaciones y tempestades [Preceptos e impresiones, primero flotantes, luego desarrolladas en cuadros antitéticos (como en h a t Bucólica»), se fijan poco a poco en la idea del mal tiempo y llegan a la descripción, progresivamente incrementada, de las tempes· tades de otoño, de primavera, de verano y de invierno (cf. Lucrecio, VI, 250-261 y 274-294).] La noche misma favorece muchos trabajos, o bien el momento de la aurora que tome rosada la tierra bajo los primeros rayos del sol. La noche facilita el corte de los rastrojos, y la siega de las praderas demasiado secas; nunca es de noche sin un frescor que reblan dezca. Y más de uno prolonga la vigilia de invierno a la luz de una lámpara retardada para afilar las teas con el filo del hient), mientras que, aliviando con su canto la lenta tarea, su esposa agita en su tela el peine vibrante," o cuece en el fuego el azucarado mosto y con una hoja espuma el líquido del tembloroso caldero. En cambio el trigo dorado se corta en plena calor, y en plena calor frota la era el grano seco. Ara desnudo,"siembra desnudo: el invierno es tiempo de vacación para los campesinos. Durante los fríos, disfrutan de sus cosechas y cambian, alegres, invitaciones entre sí: el invierno es alegría, jolgorio, olvido de las penas.“ Así cuan do, llenas de mercancías, las naves ganan por fin el puerto, y los marineros, alegres, coronan sus popas.M Es, sin embargo, el momento de recoger las bellotas, las bayas del laurel, la aceituna, el ensangrentado mirto; de tender lazos para las grullas, redes para los ciervos, perseguir las orejudas liebres; es el momento de flechar los gamos y poner en movimiento el flagelo de estopa de la honda balear," cuando la nieve se acumula a lo lejos y los ríos arrastran el hielo. ¿Qué decir de las tempestades y las constelaciones de otoño? ¿Qué cuidado hay que tener cuando ya los días menguan y se suaviza el verano? ¿Y cuando la primavera se cierne en lluvias sobre las cosechas, cuyas espigas toman erizado el campo e hinchan el lechoso grano bajo su túnica verde? Yo mismo he visto a menudo, cuando el dueño introducía al segador en sus rubicundos campos, cuando ya se cortaba el tallo endeble de la cebada, acumularse todos los vientos en tales combates, que arrancaban a lo lejos la pesada cosecha con sus raíces y la arrojaban por alto en los aires, como, en su torbe llino negro, el huracán de invierno arrastraría livianos rastrojos y volátiles pajuelas. A menudo aparece incluso en el cielo una inmensa masa de agua, las nubes se agolpan a lo ancho y acumulan negras lluvias para una horrible tempestad; el é te r " se descoma, una lluvia sin medida disuelve los pingües sembrados y arruina la labor de los bueyes; las fosas se llenan de agua, los ríos crecen ruidosamente en su lecho profundo, el mar hierve y jadea, y el propio Júpiter, en la noche de las nubes, arroja los dardos de su rayo con su mano llameante: al choque, la .tierra inmensa se agita, las bestias salvajes huyen, los corazones de los mortales tiemblan, aterrados por el pánico. £3 dios mutila con. su rayo abrasador el Ato o el Rodope o las cimas Ceraunias," los vientos ábregos redo blan su ímpetu, la lluvia es más copiosa: bajo la violencia del viento gimen los bosques, las riberas... G eórgicas, I, v. 287-334.
La publicación (hacia 36) de La Economía rural de Varrón (véase p. 198 s.) y, sin duda, los estímulos de Mecenas hicieron concebir a Virgilio 41. Que, en el oficio de tejedor, separa con sus dientes los hilos de la urdimbre. 42. La palabra puede también significar “con túnica sencilla” (especie de camisa); pero aquí se busca el valor más expresivo. 43. En la descripción que sigue, Virgilio dice taxativamente lo contrario que Hesiodo (Trobaiot, v. 504-558), acordándose de la Cisalpina, rico pais de cultivo, y también de bosques y caza. 44. En acción de gracias a los dioses. 45. Epíteto natural: lo· islefios de Baleareseran famosos como honderos. 46. La parte más elevada del cielo. 47. Montañas de Macedonia, de la Tracia y del Epiro.
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unas Geórgicas mucho más amplias y orgánicas: el primer canto pasó a ser el del cultivo de los cereales, al que seguían otros tres que trataban de los árboles y del cuidado de los arbustos, viña y olivo (canto II), de la cría del ganado (canto III) y de las abejas (canto IV)· Se abstiene, como autén tico poeta, de decirlo todo con detalles minuciosos y en orden pedantesco; no obstante, Virgilio intenta ser completo; su arte de la sugerencia, la vitalidad de sus impresiones personales, incluso su tendencia a los “episo dios”, en los que varía de materia, no impiden el complemento de las máxi mas, que dan fe de una ciencia cierta y se expresan con realismo y precisión. Ideas vigorosas y poéticas a un tiempo dominan en cada canto: energía y variedad creadora de la naturaleza vegetal en el segundo; antítesis trágica entre el amor y la muerte en el tercero; tema, opuesto, de la castidad y la inmortalidad en el de las abejas. Progreso de la imaginación. — Virgilio ve ahora la naturaleza con mayor potencia: recoge las oposiciones y relaciones íntimas entre ella y el trabajo humano. En la descripción, el rasgo y el color han ganado aún en audacia evocadora: ya no se puede ir más lejos. La imaginación, cuando precisa, fuerza la expresión para imponerse mejor. Vemos evocar en cuadros las tierras exóticas, el invierno escita, el nomadismo africano. Al describir la peste que había devastado la Nórica, rico país de cría de ganado, Virgilio, rivalizando con Tucídides y Lucrecio, les iguala en el vigor de la represen tación y los supera en su conmovedora sensibilidad. Diversidad de las tierras [Evocación vigorosa (y llena de contrastes) de paisajes muy diferentes: muy pocas palabras bastan a Virgilio (como a Michelet) para sugerirlos. — Realismo nada sobrecargado, como la naturaleza misma. — La exposición técnica se pro longa sin esfuerzo, por doquier, en cuadros complejos y en discretas efusiones.] Las tierras, rebeldes en principio, y los ribazos ingratos, con poca arcilla y guijarro en la maleza, hacen las delicias de los lozanos olivares consagrados a Palas." E l signo del país es la abundancia del olivo salvaje, el alfombrado de bayas'silvestres. Pero una tierra pingüe, llena de una suave y fecunda humedad, una llanura .poblada de yerbas, abundante (como vemos a menudo acumularse en los valles de las montañas, en los que se precipitan, de lo alto de las rocas, los riachuelos cargados de rico limo), o que, ex puesta al Austro," nutre él helecho odioso al curvo arado, un día te dará viñas robustas, de las que correrán raudales de vino; te prodigará los racimos y la savia que derramamos de las páteras de oro, cuando el pingüe tirreno,“ junto a los altares, haya henchido su flauta de marfil y nosotros presentemos a los dioses las carnes humeantes en sus anchos platos redondos. Mas si prefieres criar vacas y temeros, corderillos o cabras que devoran los sembrados, marcha al lejano Tarento y a sus ricos pastizales, busca una llanura semejante a la que perdió la desdichada Mantua:51 ni las límpidas fuentes ni la hierba faltarán a tus rebfeños; y todo lo que tus bueyes consuman a lo largo de un día de verano brotará de nuevo en una corta noche de fresco rocío. Casi siempre, una tierra negra y grasa bajo la reja del 48. Diosa de Atenas, que, según se decía, había hecho surgir de la tierra el primer olivo. 49. Viento del Sur. 50. Los etruscos, que habías dado a Roma sus primeros músicos, tenían cierta tendencia a la obesidad. Por otra parte, el personal de los templos se alimentaba muy bien. 51. Véase, más atrás, p. 219 y 222 s.
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Virgilio arado y quebradiza (lo que intentamos conseguir con las labores) es excelente para el trigo: ningún otro llano manda a la alquería más carros, cuyo peso hace lento el paso de los bueyes. O también la que el labrador impaciente ha ganado roturando un bosque, arrancando el arbolado después de tantos años improductivos y cavando con el pico las antiguas moradas de los pájaros: ellos abandonan sus nidos y alcanzan las alturas del cielo; pero la tierra virgen brilla bajo el corte de la reja. Pues una pendiente de tenue arena apenas basta para dar a las abejas el humilde dafne y el romero; la toba rugosa, la creta roída por las negras quelidras “ no tiénen parangón para ofrecer a las sierpes una vida cómoda y sinuosos escondrijos. G eórgicas, II, v. 177-215. La vaca [Compárese con Varrón, R. R. II, 5, 6: “Se escogerán vacas intactas y bien conformadas en sus miembros, de gran talla y de forma alargada, de cuernos negros, frente ancha, ojos grandes y negros, orejas vellosas, las mandíbulas pla nas, el perfil ramo, la espina dorsal más bien cóncava que convexa, los órganos nasales abiertos, los hocicos negruzcos, el cuello recio y largo, el papo colgante, el pecho desarrollado, las costillas amplias, las paletillas anchas, las nalgas car nosas, una cola que barra sus pezufias y termine en un ramillete de pelos ligera mente rizados, las patas cortas y rectas con las rodillas un poco salientes, sepa radas, vueltas hacia fuera, las pezuñas estrechas, sin entrechocarse mientras anda, las uñas lisas e iguales; el cuero suave y flexible al tacto. En cuanto al color, el negro ocupa el primer lugar; luego le sigue el rojo oscuro, el rojo pálido, y por último sólo el blanco” .] La ternera más hermosa tiene el ojo torvo, la cabeza pesada, la nuca recia; y los papos le cuelgan desde la barba hasta el suelo; y sus costados se prolongan sin medida; todo en ella es grande, hasta las pezuñas; y bajo sus curvados cuernos sus orejas son velludas. No me desagradaría que su pelo sombrío apareciera brillantemente marcado de blanco; que rechazara el yugo y a menudo fuera peligrosa a causa de sus cuernos, de estampa casi semejante a la del toro; alta, avanza a saltos, barriendo con su cola la huella de sus pasos. G eórgicas, III, v. 51-59.
Ampliación de la sensibilidad. — Al mismo tiempo la sensibilidad de Virgilio, ya liberada de las preocupaciones mundanas, se vuelve cada vez menos egoísta. Se une a los campesinos, se regocija en su fuerza y en sus ale grías, aspira a guiarles y a ennoblecerles al hacerles apreciar la sana belleza de su labor. Se extiende, con ternura exquisita, sobre los animales, que no interesan sólo por su gracia externa, sino que son comprendidos en lo oscuro de su alma, el caballo de sangre lleno de envidia y coraje, el buey de labor obstinadamente fiel a su hermano de yunta, el toro bravo y celoso... Las plantas mismas, animadas de una vida maravillosa, se convierten en dulces compañeras sin dejar de ser auténticas. La viña Mientras en su tierna juventud deja brotar sus primeras hojas hay que cuidar de su fragilidad; y mientras, simple vástago aún, se inclina con toda alegría hacia las brisas, encaminándose sin frenos en el aire puro, no hay que herirla aún con el corte de la
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Serpientes venenosas.
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E L CLASICISM O LATINO podadera, sino arrancar sus hojas can la punta de los dedos, aquí y allí, con atención. Más tarde, cuando sus sarmientos vigorosos, abundantes, abracen los olmos, entonces corta. sus cabellos, entonces corta sus brazos. Antes, sienten miedo al hierro. Pero ha llegado el momento en que tienes que reinar como dueño tiránico y reprimir la lujuria de su ramaje.
Hay, además, otro tipo de trabajo que exigen las viñas, un trabajo que jamás se agota: pues cada año es menester labrar tres y cuatro veces el viñedo entero y romper continuamente los terrones con el extremo de la azada. Es un círculo de esfuerzos que sin cesar retoman; y el año vuelve, parecido a si mismo, con sus propios caracteres. Y cuando, finalmente, hada el atardecer, se han desprendido de la cepa las últimas hojas y el soplo frío del Aquilón ha arrebatado su corana a los bosques, ya el campesino tra baja en previsión del año que se acerca: la curva podadera de Saturno " en la mano, sigue las hileras de viñas de aspecto desolado, las poda y descorteza. Sé el primero en cavar tu tierra, el primero en limpiar tu viña, quemar los viejos sarmientos y llevar los rodrigones a cubierto; el último en vendimiar. Dos veces invade la sombra las viñas; “ y dos veces sus promesas se ven amenazadas por el asfixiante enredo de las hierbas: duro trabajo ambas veces. Tú puedes ensalzar los grandes predios, pero el tuyo sea pequeño. Y, además, hay que ir al bosque a cortar los tallos rugosos del brusco, al borde de los arroyos las cañas, y fatigarte en el saucedal salvaje.“ Por fin, las viñas se han trabado; entonces deja descansar a la podadera; el viñador, entonces, canta al cabo de las hileras, acabada la tarea: sin embargo, aún debe atormentar la tierra, levantar polvo," y, cuando el racimo está ya maduro, temer [la tormenta de] Júpiter. Geórgicas, II, v. 361-369 y 396-418.
Problemas sociales. — E l interés por los campesinos, la certeza de que en ellos residía la fuerza de Roma y el amor por la tierra italiana no eran cosas nuevas. Pero la expresión es nueva en Las Geórgicas: Virgilio supo conferir a esas ideas y sentimientos un contenido universal; el poema es más humano que italiano: la naturaleza y el hombre son los héroes. Sin em bargo no deja de ser actual: en la fecha en que se escribe, Italia trata de recobrar su personalidad y vivir de nuevo en si misma; el ideal del pequeño campesino, cultivador y soldado, alienta a hombres de estado y economistas. Octavio y Mecenas no creerían sin duda que Las Geórgicas iban a restituir la plebe urbana a la tierra; pero debieron de pensar que su éxito no dañaría a sus proyectos. Virgilio, además, en su deseo ardiente de paz rústica, sueña con ellos una nueva sociedad de unión nacional y trabajo organizado bajo un caudillo venerable: la adulación a Octavio al comienzo de los can tos I y III es un testimonio casi excesivo; con mayor delicadeza, este sueño social se transparenta en la complaciente pintura de la "ciudad” de las abejas, a veces perturbada jx>r las luchas civiles, pero tan ordenadamente laboriosa en tomo a su “rey .
53. Antigua divinidad campesina del Lacio. 54. Al principio y al fin de la primavera; se refiere a lashojas de la viña. 55. Tres maneras de procurarse lazos y varas. 56. A principios de septiembre: los antiguos creianadelantar asi, impidiendo que se secara, la maduración de la uva.
Virgilio La ciudad de las abejas [Humanización discreta que no daña a la precisión de las observaciones. — Nótese la potencia épica del primer fragmento; la alegría laboriosa del segundo, c o d su "decrescendo” final. — Compárese con Maeterlinck, Vida de las abejas.] Mas si salen a una batalla... — Porque a menudo, con gran tumulto, la discordia se alza entre dos reyes." Entonces, rápidamente, presentimos la emoción idel pueblo, la exaltación belicosa de los corazones; pues un canto ronco, marcial como el del bronce, se eleva amenazador para las rezagadas y a veces imita los acentos quebrados de las trompetas. Entonces, atareadas, se agrupan, vibran las alas, agudizan con su trompa su aguijón, flexionan sus brazos, se agitan en filas rápidas, provocan al enemigo a grandes voces. — Y, escogiendo un día de serenidad primaveral, cuando las llanuras del aire se abren sin nubes, hacen una escapada; los adversarios se encuentran, un zumbido asciende en el éter; mezcladas, componen un gran torbellino y se lanzan a tierra: el granizo no es más espeso, la lluvia de bellotas, cuando sacudimos una encina, es menos densa. Los reyes, en medio de su ejército, distintos por sus alas, encierran un valor inmenso en su pequeño pecho y se obstinan en no ceder.
Una pasión innata obliga a las abejas a reunirse, cada una en su oficio. Las de más edad cuidan de la urbe, de la construcción de los panales, del modelado de las vi· viendas trabajadas con arte. Pero las más jóvenes regresan cansadas, bien corad a ya la noche, con las patas cargadas de tomillo: * van a saquear por doquier los madroños, los sauces pálidos, el dafne, el croco que se toma rojo, el tilo cargado de flores y los som bríos jacintos. Todas se recuperan a la vez de su trabajo; todas laboran a la vez; por la mañana se precipitan fuera de las puertas; ninguna se retrasa; luego, cuando el atar decer les advierte, por fin, que es hora de abandonar las llanuras en las que liban, re gresan al hogar; y entonces piensan en descansar: se las siente zumbar, emiten sus murmullos en los accesos y en el umbral de la colmena. Luego, cuando han cesado de retirarse en sus viviendas, todo calla en la noche, y el sueño se apodera de sus fatigados miembros. G eórgicas, IV, v. 67-84 y 177-190.
Episodios y preludios. — Semejantes cualidades bastan para conferir a las Geórgicas una perfección de una rara riqueza y de un encanto que se renueva sin cesar en la lectura. Virgilio, sin embargo, creyó oportuno elevar el tono y suspender a veces la minucia de los preceptos técnicos -por “episo dios”, en que su imaginación y la de sus lectores descansarían sin perder de vista el tema por completo: elogio de Italia o de la primavera; descripción del invierno escita, de la peste de Nórica; graciosa evocación del jardinero de Tarento; y, sobre todo, un verdadero “epiüo” (IV, v. 315-557), que a propó sito de la regeneración de los enjambres, pone en escena dramáticamente y con todos los refinamientos alejandrimos al dios rústico Aristeo e incluso, por pura casualidad, a Orfeo. Por sugestivo que sea, este episodio parece de un arte tardío, y tal vez la influencia de Cornelio Calo (acerca del cual Virgilio había introducido en su poema un elogio que debió más tarde borrar cuando su amigo, caído en desgracia, se suicidó) no le es ajena. Por el contrario, los preludios altisonantes en los que —al fin de su trabajo— 57. Los antiguos no sabían que el rey de la colmena es una “madre” o "reina” . 58. Loi antiguos no habían advertido que las abejas llevan en sus patas no el material oon el que elaborarán la miel, sino el polen de las flores.
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Virgiliopromete la inmortalidad a Octavio, que había llegado a ser dueño de todo el mundo romano, anuncian, por su amplitud musical, al poeta de La Eneida. Alegoría [Fervor dichoso que use la gloria de Augusto al amor hacia la patria chica. Exuberancia descriptiva (Virgilio imagina grandes juegos de color romano-griego alejandrino) y lo chocante de los nombres propios. — Vida vigorosa que anima hasta a las figuras alegóricas. — Es posible que esta narración haya sido com puesta en 27-26, cuando Virgilio trabajaba ya en L a Eneida.'] Primero, por poco que me quede de vida, transportaré a las Musas desde el pico de Aonia“ a mi patria; primero te traeré, Mantua, las palmas ídumeas.60 Y en la llanura verde elevaré un templo de mármol, al borde del agua, allí donde, potente y sinuoso, el Mincio se detiene, bordeando sus riberas de flexibles cañas. En el centro estará César,*1 a quien nombro señor del templo. Para él será la fiesta de mi triunfo: brillando en mi púrpura tiria, daré rienda suelta a cien cuadrigas a lo largo del río;“ Grecia entera dejará para mí el Alfeo“ y los bosques de Molorco** para disputar las carreras y el premio de la brutal manopla.“ Yo mismo, coronado con ramos de olivo cultivado,” re compensaré a los vencedores. He aquí cómo, lleno de alegría, llevo a los santuarios las galas solemnes y veo caer los toros de los sacrificios; o se abre la escena, cambian los decorados,” y luego los bretones, con púrpuras bordadas, levantan la cortina.“ En la puerta [deltemplo] mandaré esculpir en oro y marfil macizo la guerra de los gangáridas * y lasarmas victoriosas de Quirino,70 y el Nilo de grandes olas, que ondea durante la guerra,” y las columnas de bronce rostral que se alzan.” Sumaré, además, las ciudades de Asia conquistadas, la huida de N ifate” y del parto, temible cuando huye arrojando sus flechas.” |Dos trofeos arrebatados en tierras opuestas y dos naciones sometidas en las orillas de Oriente y de Occidente! ™ En pie, en mármol de Paros, como estatuas vivas, veremos la raza de Asaraco," gloriosa descendencia de Júpiter. Tros, el abuelo, y el dios de Cinta," que fortificó Troya. Y el Odio siniestro callará, por miedo a las Furias, al rigu roso Cocito, a los nidos de serpientes que ligan a Ixión a su cruel rueda y a la peña de cima inaccesible.” Geórgicas, III, v. 10-39. 59. El Helicón, en Beocia. 60. La Judea meridional era célebre por sus palmeras; y la palma era entre los romanos el símbolo de la victoria. 61. Augusto. 62. El Mincio. 63. Río de Olimpia^ donde se celebraban los juegos más célebres de Grecia. 64. Habitante mítico del bosque de Nemea: los juegos ñemeos eran famosos. 65. Especie de guantelete de boxeo. 66. En Olimpia se daba a los vencedores una corona de olivo silvestre. 67. Dos grandes prismas triangulares, que giraban a ambos lados de la escena, presen tando decorados distintos. 68. En los teatros romanos el telón no descendía, pero aparecia al fin de la representa ción; las figuras bordadas en él parecen alzarlo. 69. El Ganges simboliza a todo Oriente vencido con Antonio en Actium. 70. Nombre sabino de Marte, considerado como dios nacional de Roma. 71. Véase el desarrollo del mismo tema más adelante, p. 238. 72. Las columnas rostrales, levantadas en conmemoración de una batalla naval, aparecían adornadas con mascarones (rostra) de los navios enemigos o fundidas con su bronce. 73. Montaña de Armenia = ios armenios. 74. Los caballeros partos, mientras huían, se volvían para disparar. 75. ¿Arabes y cántabros? Estos dos versos serían del 25, lo más pronto. 76. Antepasado de Eneas, de quien pretendían descender los Julios, y por tanto César y su hijo adoptivo Augusto. 77. Apolo, dios de Délos (donde se eleva el Cinto). 78. Sísifo, que figuraba con Ixión entre los torturados del Infierno, debía, sin lograrlo nunca, empujar a una peña hacia la cima de una montaña.
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“ La Eneida” . — Una evolución natural había llevado a Virgilio hasta el umbral de la epopeya. Pudo dudar en cuanto al tema; ninguno de los tres géneros épicos que cultivaban sus contemporáneos se adaptaba a su genio: imitaciones de Homero79 o mitologías alejandrinas,80 sin actualidad ni emo ción; epopeyas históricas, incluso contemporáneas (al modo de Nevio y Ennio),81 que permitían un margen muy reducido a la imaginación poética. Deseaba combinar la belleza griega y el espíritu nacional romano, sumer girse en los tiempos homéricos y servir a la gloria de Augusto. E l estable cimiento del troyano Eneas en Italia le pareció adecuado a su proyecto. Era una vaga leyendía que se remontaba a Estesícoro (s. vn-vx), y que no se había precisado y ordenado un tanto hasta mediados del siglo ni, con las narra ciones del historiador Timeo y del poeta Licofrón; pero encontró apoyo en santuarios antiguos, de Venus en particular, y agradó a la imaginación de los griegos que se ocupaban de Roma; el culto de los dioses Penates de Lavinio y de Roma se unía al tema; y muchas familias nobles de Roma pretendían entroncar con antepasados troyanos: en particular los Julios, familia adoptiva de Augusto, consideraban antepasado suyo a un hijo de Eneas, nieto de Venus. Varrón, en último término, había coordinado una serie de detalles relativos a estas tradiciones. Virgilio trazó, pues, el plan de una Eneida, en doce cantos, una especie de Odisea seguida de una Ihada. Eneas, con su flota, está a punto de alcanzar Italia cuando la diosa Juno levanta contra él una tempestad, dispersa sus naves y lo arroja contra la costa de Africa. Es acogido cordiabnente por la reina Dido, ocupada en la fundación de Cartago (I). Eneas relata a Dido, en quien Venus despierta un amor hacia él, la toma de Troya, su huida (II) y sus largas peregrinaciones hacia “la Hesperia”, que los oráculos le reservan (III). E l amor de Dido hacia Eneas se vuelve apasionado; Eneas se entrega a él; pero las órdenes de Júpiter le recuerdan su misión; escapa con sus compañeros, y Dido se da muerte (IV). Al pasar por Sicilia, Eneas celebra juegos fúnebres junto a la tumba de su padre Anquises, que había muerto el año anterior; deja allí, en la colonia troyana de Acesta, a las mujeres, cansadas de tan largos itinerarios (V). Luego alcanza las costas de Italia en Cumas, donde la Sibila le predice el porvenir y le da acceso a los infiernos: allí encuentra, entre las sombras de los héroes pasados y futuros, a su padre Anquises, que le revela algunas de las grandezas de la futura Roma (VI). Llegado al Lacio, Eneas esta blece las bases de un acuerdo con el rey del país, Latino, que le promete en matrimonio a su hija Lavinia. Pero Juno provoca la guerra y arroja contra los troyanos al rey de los rótulos, Turno, pretendiente a la mano de Lavinia (VII). Eneas asciende por el Tiber hasta la altura de Roma; allí, un rey arcadio, Evandro, se ha establecido en una aldea en la que se prefiguran algunas de las más venerables antigüedades romanas; Evan dro concierta alianza con Eneas y le da su hijo Palante y algunos caballeros (VIII). Mientras Eneas marcha a asegurarse también el apoyo de las ciudades etruscas, Tumo ataca a los troyanos en las bocas del Tiber, quema sus barcos y se apodera casi por completo de su campo de operaciones (IX). Los dioses reunidos deliberan acerca de los troyanos; Juno y Venus se enfrentan; Júpiter dejará obrar al destino. Eneas llega con la flota etrusca y gana una gran batalla, en la que muere Palante (X). Tras haber velado en la sepultura de sus muertos, marcha contra la capital “laurentina’ de Latino, deshace
79. Traducciones de La litada por Cn. Matio; de La Odisea por Tuticano; Antehomerica y Posthomerica por Mácer el Joven. 80. Esmima de Helvio Cinna; Los Argonautas de Furio Bibáculo. 81. Guerra de Istria, de Hostio; Guerra de las Gaitas, de Furio Bibáculo; Guerra de los Secuanos, de Varrón de Auda; Muirte de César, de L. Vario Rufo, etc.
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E L CLASICISMO LATINO la caballería de Camila, reina de los volscos, y asalta la ciudad (XI). Por fin, la suerte de k guerra se concentra en un combate singular entre Eneas y Turno; si Eneas vence, se casará con Lavinia y remará sobre una población mixta, en la que se combinarán las virtudes de los latinos y de los troyanos. En vano la hermana de Tumo, la ninfa Yutuma, intenta salvar a su hermano: Eneas lo derriba y le da muerte (XII).
Virgilio, al armar una estructura detallada de su poema, desarrolló y retocó los diferentes episodios con cierto capricho, según los progresos de su documentación, pero en especial de acuerdo con los brotes de su inspiración. Por ello, al lado de largos episodios perfectamente elaborados, hallamos ciertas partes desiguales (por ejemplo en el canto III); y, a lo largo de todo el poema, versos inacabados y un cierto número de contradicciones. Pero este procedimiento de trabajo ha dado a La Eneida —en casi toda su exten sión— un vigor en la expresión que es muy difícil encontrar en las “epopeyas cultas”. Numerosos indicios literarios y arqueológicos (frescos, mosaicos, ba jorrelieves) revelan la rápida popularidad del poema. Homerismo y alejandrinismo. — Sin embargo, Virgilio pasaba incluso entre los antiguos, por un prodigio de erudición: arqueología, historia, reli gión... Y su conocimiento de los poetas griegos82 y latinos83 era, si ello es posible, más sorprendente aún. Pero todo quedó organizado de acuerdo con la voluntad de dar a los procedimientos alejandrimos una amplitud clásica en la imitación y la transposición continua de los poemas homéricos. E l uso frecuente de Homero puede parecer inconveniente en algún pasaje; Virgilio no se limita a tomar de él una multitud de episodios (tempestad, explora ción, juegos, bajada a los Infiernos, descripción del escudo, cerco del campo de batalla, etc.), sino que en todo momento le arrebata versos con una pasión febril. Sin embargo, el tono es totalmente distinto; los alejandrinos, y en particular Apolonio de Rodas, ofrecieron a Virgilio unos “postulados” más modernos, de variación y brevedad, hostiles a los clichés, menos amantes de la narración, pero llenos de una mayor autenticidad, propios de un arte más consciente. Como contraste, Homero impuso al arte alejandrino una pon deración llena de grandeza; y Virgilio añadió toda su fortuna de inteligencia y de sensibilidad. De ahí la seducción casi infinita de los versos de Virgilio para todo hombre culto que trate de profundizar en ellos. L a id a de C irce [Transposición muy original de Homero (Od., X, v. 203 ss.) y de Apolonio de Bodas (Arg., IV, v. 659 ss.). — Poesía de ensueño, llena de contrastes y román tica. — Atmósfera legendaria, a la cual la autenticidad de las impresiones con fiere una impresión de verosimilitud. — Sobriedad trabajada en la forma: fuerza y variedad en las sugerencias.] La brisa del crepúsculo despierta, la blanca luna no se niega a los bajeles, un res plandor luminoso tiembla sobre el mar. Rozan las riberas de la tierra de Circe. Allí, la
82. Aparte de Homero, Pisandro — en especial— (poeta épico del siglo vn), Hesiodo, Pindaro, los trágicos, Apolonio. 83. Ennio, Nevio, Lucrecio, Catulo y los trágicos.
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Virgilio opulenta hija del Sol llena sin cesar de sus encantos los bosques inaccesibles y, en su soberbia mansión, quema toda la noche en teas el cedro perfumado, recorriendo la tela fina con su peine sonoro.** Se escuchan los coléricos gemidos de los leones, que resoplan contra sus cadenas y rugen entre las sombras nocturnas; se oye la cólera de los jabalíes de rudo pelo, los osos en su establo y los aullidos de los fantasmas de los grandes lobos: hombres en otro tiempo, a quienes la cruel diosa, por el poder mágico de las hierbas, transformó en bestias. Para evitar a los fieles troyanos esta suerte monstruosa, si erraban hasta el puerto, y el propio contacto de esas temibles orillas, Neptuno hinchó sus velas de un viento favorable y les obligó a huir y rebasar esas aguas hirvientes. Y he aquí que el mar se tomaba rojo y, desde lo alto del éter, la rubicunda Aurora brillaba en su carro de rosas:* los vientos se calmaron, y pronto descendió el último soplo."
Eneida, VII,
v. 8-28.
Muerte de Camila [Se traba un combate de caballería cerca de la ciudad de Latino; el etrusco Arruns, aliado de Eneas, acecha a la reina de los volscos, Camila. Virgilio ha empleado, para trazar la figura de Camila, las ricas tradiciones griegas acerca de las amazonas, conocidas también desde antaño en Italia. — Continuidad en la narración, con diversidad de aspectos (nótese, en particular, el episodio de Cloreo : pintoresquismo asiático y psicología sentimental; — la súplica de Arruns: anti guos ritos itálicos sobriamente helenizados; — la comparación homérica (Iliada, XV, v. 586 ss.) final. — Sobria y poética precisión en los movimientos. — Tierna y discreta simpatía de Virgilio hacia la víctima.]
Entregado a la muerte, Arruns divisa a la rápida Camila, cuya jabalina es menos segura que la suya; acecha la ocasión propicia. La joven se langa en medio del tumulto, Anuns la sigue, silencioso, tras su rastro; regresa atrás victoriosa; y él, sin ser visto, impulsa su corcel hacia ella. Se aproxima por todas partes y siempre la cerca con su carrera errante, y alza con disimulo su lanza fatal. Cloreo, desde antaño consagrado a la sacerdotisa de Cibeles, brillaba a lo lejos con el resplandor de su armadura frigia y guiaba su jadeante corcel cubierto por un manto todo lleno de escamas de bronce con adornos de oro. Y, gloriándose en su jacinto y en su púrpura,*' el extranjero arrojaba las flechas cretenses con su armo licio: ** de oro es el arma que descolgó de su hombro, y de oro el casco del sacerdote profético; y su clá mide“ azafranada,*0 cuyos pliegues de lino crujen,“· la sostiene un broche de oro ama rillo, las túnicas y forros que, a la usanza bárbara, cubren sus piernas, están bordados con vivos colores. Atrae a la joven: ya porque desee clavar en la pared de los templos los despojos del troyano, ya porque sueñe, como cazadora, adornarse con el oro con quistado, ella tan sólo veía a éste entre todo el tumulto y lo perseguía sin guardarse a través de las líneas, ardiente y apasionada, con codicia de mujer... Cuando por fin, a cubierto, tras escoger el momento, Arruns arroja el tiro, invocando así a los dioses: “Suprema divinidad, Apolo del santo Soracte,** tú, que tienes entre nosotros tus primeros adoradores, por quien arde el tronco resinoso que en nuestra suprema piedad nosotros, tus fieles, atravesamos en medio de las llamas en un camino de brasas,** concédeme, Padre todopoderoso, borrar nuestro deshonor. No quiero alzar trofeo por una muchacha,
84. Véase p. 225, n. 41. 85. Nueva versión de un cliché homérico. 86. Eneas llega, sin sospecharlo, a las orillas del Lacio. 87. Dos tonos violetas distintos. 88. Las jabalinas de Creta y los arcos de Licia eran famosos. 89. Especie de esclavina abrochada en el hombro. 90. De un amarillo vivo. 91. Los tejidos nacionales, tanto en Grecia como en Italia, eran de lana. 92. Sorano (identificado con el Apolo de los griegos), dios de los hirpinos, era adorado en el monte Soracte, en la Etruria del Sur, cerca de la Sabinia. 93. Este antiguo rito debe probar anualmente la alianza entre el dios y los fieles.
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E L CLASICISMO LATINO ni apoderarme de sus despojos: ya ganaré mi fama en otras ocasiones; pero sucumba esta furia bajo mi tiro, y consiento en entrar sin gloria en nuestras ciudades”.“ Febo le es cuchó y quiso concederle una parte de su súplica, pero el resto dejó que se perdiera entre los vientos: accedió a su deseo de dormir a Camila en la muerte; pero le negó volver a ver su elevada patria,"8 y la tormenta confundió su voz con el soplo de los aquilones. Saliendo de su mano, la jabalina silbó en el aire; con su ánimo y sus miradas, todos los volscos se volvieron al instante hacia su reina. Tan sólo ella no oyó nada, no vio venir el tiro alado, que, al instante, se clava en su seno desnudo y hace brotar de lo más hondo la sangre de la joven. Sus compañeras acuden en desorden y cogen a su señora en brazos. Arruns huye, más azorado que todas ellas, lleno de alegría y temor a la vez: su lanza no le inspira ya confianza y no se atreve a exponerse a los tiros de la joven. Al igual que un lobo a quien asusta su propia audacia; incluso antes que le persigan los tiros enemigos, se retira sin tardar hacia los escondrijos de la alta montaña, tras haber dado muerte a un pastor o a un fuerte novillo; m u eve y oprime bajo su vientre su cola temblorosa y alcanza la selva: así Arruns, turbado, se apartó de las miradas y, bus cando sólo la huida, se mezcló entre la masa de guerreros que luchaban. E neida, X I, v. 759-815.
La novela y la tragedia. — En su conjunto el poema es novelesco: los alejandrinos habían enseñado a multiplicar las sorpresas. Novela de aven turas, de amor y de guerra, elaborada con vistas al efecto, La Eneida no da la impresión “natural” de los poemas homéricos; incluso los epílogos pare cen en ocasiones bastante fríos. Pero Virgilio halló pie para crear un pinto resquismo muy variado, de vigorosas escenificaciones, de imprevistas lumino sidades que llegan hasta la magia romántica, sin que por ello se turben las proporciones ni se pierda de vista el objetivo general. Por otra parte, esta bilizó su poema al insertar verdaderas tragedias: las del amor pasional entre Eneas y Dido, la política matrimonial de Latino entre Eneas y Tumo, la amistad de Niso y Eurialo, sin contar algún episodio construido de acuerdo con la técnica aristotélica del teatro, con exposición, peripecias y desenlace. Este procedimiento no sólo concentra y da forma a las partes centrales del poema, sino que permite a Virgilio profundizar en la psicología. No es, sin embargo, un gran creador de almas: el carácter de Eneas per manece flotante largo tiempo; agente de los destinos y, en cierto sentido, imagen del estoicismo grecorromano, se muestra a menudo torpe y sin ardor, cuando el poeta no le presta una de sus emociones personales. Los ancianos, Latino, Evandro, representan ante todo un ideal filosófico de dignidad lenta, poco activa. Los personajes secundarios, o los que únicamente son acción, son más auténticos, en particular los jóvenes de apasionada existencia, abocados a una pronta muerte, Tumo, Camila, Palante, Lauso. La pasión femenina, con sus altibajos y violencias irracionales, interesa especialmente a Virgilio, tal vez como antítesis de su ideal de perfección. La traza con rasgos muy generales, excepto en el personaje de Dido, en la que se unen de modo sorprendente los rasgos viriles y femeninos. Igual ocurre con los dioses, a los que Virgilio obliga a actuar a la manera de Homero, pese a los progresos realizados por la conciencia religiosa tras 9 4 . V irgilio observó acertad am en te que, en la an tigu a Ita lia , los etruscos im portaron una civilización urbana. 95. L as ciudades etruscas se constru ían , norm alm ente, en altu ras que dom inaban el llano.
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siete u ocho siglos: su vida psicológica está en razón inversa a su dignidad moral; Júpiter es inexistente; Juno y Venus, diosas apasionadas, dominan, por el contrario, en su imaginación. Virgilio supo dar a sus escenas de tragedia una expresión retórica llena de belleza. No aparece el diálogo; sólo hallamos monólogos y en tiradas: aunque tan justas en su tono general y tan flexibles en su desarrollo, tan variadas desde lo majestuoso hasta la extrema vehemencia, tan ricas en suge rencias psicológicas, que, hasta Racine, no hallamos a nadie que las haya superado. Troya destruida por los dioses [R e la to de E n e a s : d esesp erad o , al v e r de sú b ito a H ele n a , cau sa p rim era d e la ru in a de T ro y a , está a punto de d arle m u erte. — V irg ilio sigue aq u í ta l vez a l griego P isand ro. L a re p rese n ta ció n d e los d io ses, de u n pintoresquism o grandioso y extrem ism o casi ro m án tico , p a re ce influid a p o r el a rte h elen ístico de P érg am o. — N ótense los efecto s m isteriosos d e lu ces y la im p resión de h orror fa ta l: proced i m ien tos de ép ica m a rav illo sa.]
... Me embargaba el furor cuando de pronto se apareció a mis ojos mi madre que rida, más brillante que nunca y llena de fulgor de luz pura en medio de la noche, como auténtica diosa, tan hermosa y de tan gran talla ** como suele ser vista por los inmor tales; me tomó de su mano, me contuvo y sus labios rosados añadieron estas palabras: “Hijo mío,’7 ¿qué resentimiento te inflama sin medida? ¿Por qué ese furor? ¿No te preocupas de nosotros? ¿No debes, ante todo, tratar de encontrar a tu padre Anquises, agotado por los años, y saber si tu esposa, Creusa, vive aún, con el pequeño Ascanio? D e todas partespasan en tomo a ellos, y vuelven a pasar, las tropas de los griegos, y, si yo no me ocupara, ya las llamas los habrían devorado o traspasado la espada enemiga. No es la odiosa belleza de la hija de Tíndaro, ni la falta de París: es la crueldad de los dioses — sí, de los dioses— la que arruina este esplendor y hace que Troya se derrumbe. Mira — pues voy a disipar toda esta bruma que envuelve a los mortales y embota y em paña tu vista— ; no tengas miedo, confía, obedece las órdenes de tu madre. Allí donde veas separarse las multitudes, arrancarse las piedras y mezclar sus torbellinos el polvo y el humo, es N eptuno* quien, con su gran tridente, sacude los muros, socava los ci mientos y arranca de raíz toda la ciudad. Aquí, Juno, llena de cólera, se apresura a salir por las Puertas Esceas:“ la espada al cinto, furiosa, llama desde las naves a las fuerzas enemigas. Mira, en la cúspide de la ciudadela, a Palas Tritonia,“ implacablemente firme entre los rayos de una nube en la que brilla su cruel Gorgona.1“ E l propio Júpiter da valor y fuerza a los dáñaos;101 él mismo arroja a los dioses contra el poderío dardano. Rápido, hijo mío; huye y deja de combatir: yo estaré junto a ti y te protegeré hasta el umbral.” Con estas palabras se borró en la espesura de las sombras nocturnas: fieras, enormes, aparecen las formas de los dioses hostiles a Troya. Entonces vi hundirse en llamas a Ilión toda entera101 y caer sobre ella la obra de Neptuno. Del mismo modo que en los picos de los montes un fresno antiguo mordido del hierro y sobre el que,
96. Im a g in a b a n a los dioses, en su asp ecto re a l, m ucho m ayores que a los hom bres. 97. V enus ap arece idealizad a en V irg ilio : M adre y P ro te cto ra , com o lo e ra , a p arece lle n a de dignidad en las figuraciones cu ltu a les latin as. 98. N eptuno, que h a b ía constru id o co n Apolo los m uros d e T ro y a , se h a b ía v isto defrau dado en el salario conv en id o; Ju n o y M in erv a (P alas T rito n ia : e l sobrenom bre n o está expli cado) se v iero n preterid as an te V enus p or o b ra de P a ris, lla m a d o p ara designar la m ás b e lla de las diosas. 99. L a p u erta de T ro y a que d a b a a l cam p am ento de lo s griegos. 100. L a ca b ez a de la G orgona (q u e p e trific a b a ), co ro n ad a d e serp ien tes, e sta b a esculpid a en la égid a (m an telete) de M inerva. 101. N om bre h om érico de los griegos. 102. N om bre sagrado de T ro y a.
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E L CLASICISM O LATINO ensañándose a porfía, los campesinos redoblan los golpes de sus hachas: hasta el fin permanece amenazador y, temblando bajo los golpes, deja oscilar su cumbre poblada; pero, domeñado poco a poco por las heridas, se desploma al fin, con un largo gemido, desprendido de las cimas...“* Eneida, II, v. 588-631.
El enojo de Juno [Una diosa apasionada, como en Homero, pero exbalando su enojo con una vivacidad patética, como entre los más humanos de los trágicos.] “¿Renunciar yo a mi empresa? ¿Confesarme vencida? ¿No poder alejar de Italia al rey de los teucros? |Ah! |Los destinos! ¿Y Palas pudo quemar la flota de los argivos10* y sepultarlos entre las olas por el solo error y locura de Ayax, hijo de Oileo?106 Arro jando con su mano, desde lo alto de las nubes, el fuego devorador de Júpiter, ella ha dispersado sus bajeles y vuelto a someter la mar al soplo de los vientos; y mientras vomitaba las llamas que le habían atravesado el pecho, lo arrebató en un torbellino y lo clavó en la punta de una roca. Y yo, la reina de los cielos, la hermana y esposa de Júpiter, debo sostener la guerra contra un solo pueblo durante tantos años. ¿Hay aún fieles para adorar el poder de Juno? ¿Habrá quienes, suplicantes, lleven ofrendas a mis altares?” E neida, I, v. 37-49.
La historia y la actualidad. — El interés dramático de La Eneida se incrementa con su contenido histórico. Apareció a los ojos de los contempo ráneos como la “Gesta del pueblo romano” (Gesta populi romani): título extraño si pensamos en su idea inicial y en los refinamientos de su elabora ción literaria, pero que justifica la preocupación constante, que embargó a Virgilio, de crear una obra nacional. Aportó una singular intuición histórica en la descripción de esa Italia aún bárbara en la que empiezan a penetrar, de modo desigual, algunos elementos griegos y orientales: una verosimilitud muy lograda, resultado del hábil cotejo de los estudios contemporáneos sobre antigüedades, hace olvi dar la incertidumbre de la cronología y la inconsistencia de muchas leyendas. Es histórica también la importancia que atribuye al predominio del carác ter itálico sobre los influjos civilizadores; Eneas reinará sobre una población mixta, en la que la aportación de los troyanos se limitará al culto, pero cuyo espíritu será latino por entero. Así, con las apaiiencias homéricas, se impone un sentir romano. Virgilio ha hecho más: ha intentado por todos los medios evocar por anticipación los grandes hechos de la historia nacional. La teoría del Destino (Fatum) que, por toda la eternidad, determina los progresos de la grandeza romana, le permite, mediante predicciones y testimonios proféticos, sugerirlos a los lectores informados; los ha descrito más directamente mostrando, en los Infiernos, las almas de los héroes futuros que esperan su encarnación
103. Comparación tomada de L a Ufada, IV, v. 482 ss. 104. Nombre homérico de los griegos. 105. Que, en la toma de Troya, había ultrajado a la profetisa Casandra en el templo de Minerva (Palas).
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(canto VI), y mandando grabar por Vulcano, en el escudo de Eneas, el bri llante porvenir de una ciudad que el héroe no podía presentir siquiera en la aldea de Evandro. Se trata de artificios diestros, pero muy poco emo cionantes. La poesía se le muestra mejor a su temperamento en los símbolos más secretos: la atracción, y luego la ruptura, entre Dido y Eneas prefigura la rivalidad entre Boma y Cartago; la alianza de Eneas con los etruscos evoca el largo período de civilización etrusco-latina; la conjuración de Italia contra las ciudades del Tiber (que serán Ostia y Roma) recordaba la guerra social; y muchos detalles aparecían tomados de episodios recientes. Sobre todo, podía reconocerse en Eneas, obstinadamente sereno y creando, sin aparen tarlo, un mundo nuevo sin renegar del antiguo, al mismo Augusto, apoyado en sus divinidades protectoras: una Venus purificada, un Apolo lleno de cordura. Así Virgilio había sabido ligar a Homero una prehistoria nacional refundida, y toda la evolución de Roma hasta las inquietudes dinásticas, aún veladas, del príncipe. Itálicos y orientales [El latino- Numano Rémulo (a quien el niño Ascamo, seguidamente, atrave sará con una flecha) insulta a los troyanos asentados en su campamento. — Ex ceso brutal en la antítesis (aunque está de acuerdo con el tema dramático y con la psicología del personaje). — Habilidad en la reconstrucción etnográfica: Vir gilio utiliza, para pintamos a los antiguos itálicos, lugares comunes acerca de la dureza de la disciplina en los sabinos y datos contemporáneos de los pueblos del Noroeste, galos y germanos. — Evocación de un idearium nacional.]
" ... Como raza dura desde los comienzos, llevamos a los recién nacidos a nuestros ríos para endurecerlos en el frío cruel de las aguas. De niños roban tiempo a la noche para ir a cazar y apuran nuestras selvas; su juego consiste en dominar los corceles, en tensar los arcos. Y de jóvenes, sufridos ante los trabajos, acostumbrados a vivir con poco, o cavan la tierra con sus picos, o hacen temblar los alcázares con su ataque guerrero. Toda su vida se desliza con las armas en la mano: vuelven su lanza para apresurar el paso lento de los bueyes. Y cuando la vejez llega, tardía, no debilita nuestro valor, ni menoscaba nuestra fuerza: cubrimos con el casco nuestros blancos cabellos; nuestra ale gría consiste en acarrear siempre a nuestra mansión botín reciente y vivir de las rapiñas. En cambio, en vosotros, con vuestros vestidos bordados, teñidos de azafrán y de bri· liante p ú r p u r a ,la pereza se anida en vuestros corazones; os complacéis sin mesura en la danza; ¡vuestras túnicas tienen mangas! |Cintas en vuestras mitras!1” ¡Oh auténticas frigias, no frigios!; marchad a las alturas dindimeas,1“ id a buscar los sones quebrados de la doble flauta; los tamboriles, las flautas de boj de la Madre Idea os llaman: dejad las armas para los hombres; marchad, dejad el hierro a otros.” E n eida, IX , v. 603-620.
106. Compárese, más atrás, p. 233-234, Muerte de CamÜa. 107. Gorros cónicos, entre la tiara y el fez. IOS. Díndima es una montaña de Frigia, consagrada a Cibeles (o diosa madre del mon te Ida). 109. Evocación de la música asiática, muy conocida en Roma, en la que Cibeles tenia un templo desde 204.
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E L CLASICISMO LATINO
Accio [Escena central del escudo que, a instancias de Venus, Vulcano ha cincelado para Eneas'(el tema está tomado de la Iliada, XVIII, v. 478 ss., y de E l Escudo de Heracles, atribuido a Hesíodo). Virgilio vuelve con dimensiones épicas al es quema de las Geórgicas, III, 26-29 (véase más atrás, p. 230 s.). — Equilibrio difícil entre la descripción (de sabor alejandrino) de una escena que se pretende inmóvil y la progresión de una acción animada (preparativos; batalla, desen lace). — Precisión expresiva y mitología convencional (pero sostenida por el re cuerdo de obras de arte). — Sentimiento patriótico italiano.] En medio se podían ver las flotas armadas de bronce, la batalla de Accio, Léucate1101 llenarse por entero de batallones y las olas brillar con destellos de oro. De una parte, César Augusto, sacando a combatir a los italianos, con los senadores y el pueblo romano, los Penates111 y los grandes dioses: se dirige al techo del castillo de popa; de sus sienes dichosas “* brota una doble llama, y el astro paterno brilla en su cabeza.“” Y, con la frente alta, aparece Agripa,“* a quien los vientos y los dioses impulsan a la victoria: se le re conoce por su glorioso atuendo, por la corona naval, que hace brillar los espolones alre dedor de sus sienes.“* De otra, la opulencia bárbara, la abigarrada mescolanza de armaduras: es Antonio que, habiendo regresado vencedor de las regiones de la Aurora y de las purpúreas riberas,“* lleva consigo, a Egipto, a las fuerzas de Oriente y, desde los confines del mundo, a las de los bactros; tiene por aliada, ¡qué oprobio!, a una egip cia,“T su esposa. Todos se lanzan a la vez; y el agua hierve en espuma por doquier bajo los envites de losremos y alrededor de los triples espolones. Ocupan el mar a lo ancho; se diría ver flotar sobre el mar las Cicladas“® y correr altas montañas, una sobre otra; navios de mole prodigiosa contra barcos armados de torres.“* Estopas inflamadas, tiros, flechas Vuelan y llueven; las llanuras de Neptuno se enrojecen de muertos extraños. La reina llama a los suyos al sonido del sistro1,0 nilótico, y no ve aún alzarse tras ella las dos serpientes fúnebres;“ 1 [la muchedumbre monstruosa de sus dioses, el ladrador Anubism han tomado las. armas contra Neptuno y Venus y Minerva! En medio de la refriega, Mavorte“ * despliega su furor, cincelado en hierro; con él están las lúgubres Impreca ciones celestes; con las vestiduras rasgadas, llena de alegría, pasa la Discordia, a la que sigue Belona con su látigo ensangrentado. Ante esta visión, Apolo“ * tensaba su arco desde lo alto del promontorio de Actium: aterrorizados, los egipcios, indios, árabes y sabeos volvían la espalda. La propia reina, invocando la ayuda de los vientos, desplegaba sus velas y las lanzaba sin cesar aún más. E l Dios del Fuego “ la había representado im 110. Promontorio junto a Accio. 111. Los dioses “íntimos” de la patriaromana. 112. Porque la llama que brota esde feliz presagio. 113. Véase, más atrás, p. 223, n. 36. 114. Almirante de Octavio Augusto. 115. Había merecido primero esta distinción por su victoria sobre Sex. Pompeyo. 116. Antonio había dirigido una expedición (muy desafortunada) contra los partos: las hipérboles de Virgilio, al encumbrarlo, hacen más meritorio el triunfo de Octavio. 117. La reina de Egipto, Cleopatra: el matrimonio de Antonio con ella era, a los ojos de los nacionalistas romanos, un escándalo. 118. Islas del mar Egeo. 119. El verso parece evocar, en antítesis, el distinto aspecto de los barcos de Antonio y ide los de Octavio (más ligeros, pero con torres de madera). 120. Instrumento musical egipcio, en bronce o hierro, que emitía un sonido de casta ñuelas. 121. Las dos serpientes, símbolos del mundo subterráneo, recuerdan también el suicidio de Cleopatra. 122. Dios egipcio coa cabeza de chacal: para los romanos, los dioses de los egipcios eran dioses de salvajes. 123. Marte. 124. Protector de Augusto, que mandó construirle un templo suntuoso en el promontorio de Actium. 125. Vulcano.
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Virgilio pulsada por las olas y por el Yápix126 en medio de los cadáveres, pálida por el presenti miento de su muerte; enfrente, el Nilo de inmenso“ 7 cuerpo, triste y, para hacerle una señal, haciendo flotar toda su túnica, abría a los vencidos su azulado seno y los refugios secretos de sus canales. E neida, V III, v. 675-713.
Ética y sensibilidad. — De este modo, mediante ciencia y buen gusto, Virgilio había logrado las condiciones básicas de la epopeya: extensión narrativa, magnitud heroica, interés nacional. Pero La Eneida no se habría librado de la frialdad que desprenden todas las obras de este género cuando no se apoyan en un “sentimiento épico” colectivo (como el Ramayana en la India, los poemas homéricos, las canciones de gesta, los romanceros y La Divina Comedia en los tiempos medievales), si Virgilio no hubiera impreg nado sus versos con toda su sensibilidad, moral y emotiva. Sin renunciar a evocar el viejo espíritu de guerras y de triunfos militares, esencial a la mentalidad romana, elevándose con el pensamiento de que la dominación de Roma será universal y eterna, Virgilio propone a la refiexión un ideal superior: las familias predestinadas (la de César entre otras), los hombres fuertes, sencillos y piadosos, a los que Roma debe su grandeza, aportan al mundo mediterráneo, embellecido por los griegos, el bienestar de una organización estable y pacífica. El canto VI, tan confuso desde el junto de vista propiamente religioso, pero que recoge la experiencia de siglos, lega aún más lejos: clasifica los valores morales, y obliga a los distintos sistemas filosóficos a colaborar en un ideal de vida teórico y práctico a un tiempo, de pureza, de valor, de entrega, que, enriquecido por el cristianismo, será el legado de Roma a los tiempos modernos. Y el Destino todopoderoso perturba la acción del individuo, aunque la sustrae del capricho de los dioses. Virgilio, sobre todo, hace brillar prácticamente por doquier —en su obra— su inmenso don de simpatía. De este modo se animan, con una palabra, con una sugerencia, los personajes más fugitivos, las escenas y hasta los paisajes más convencionales. El arte alejandrino permitía al poeta épico intervenir en algunos momentos de su narración. Pero el alma de Virgilio está siempre pre sente en la suya, y el eco de su sensibilidad se prolonga, por así decirlo, sin cesar. De modo que toda la humanidad se encuentra a sí misma.
Î
Duelo de la madre de Eurialo iD o s jó v en es, dos am igos, Niso y E u ria lo , se proponen ir. a través d e las lín ea s enem igas, a preven ir a E n ea s qu e su cam p am ento está sitiad o. Son m uer tos y los rútulos llev an sus ca b ez a s, clavadas en lanzas, an te las posiciones troyan as. L a an cian a m adre d e E u ria lo que, p a ra acom p añar a su h ijo , no h ab ía querido perm anecer en S ic ilia (véase p. 2 3 1 ) , co rre y se en treg a a estas quejas conm ovedoras, egoístas y m aternales a u n tiem p o .]
"¿Estás ahí? ¿Eres tú a quien contemplo, Eurialo? ¿Tú? ¿El tardío refugio de mi vejez? ¿Me dejaste sola, cruel? Y, cuando te mandaban a afrontar tan grandes peligros, ¿no pudo tu desdichada madre decirte una última palabra? lAyl Yaces en una tierra éx-
126. 127.
V ien to del N oroeste, que arra stra a C leo p atra h a c ia E g ip to . R epresen tad o com o un h om bre de ta lla colosal.
239
E L CLASICISM O LATINO
traña, como pasto de los perros y de los pájaros del Lacio. Yo, tu madre, no he acom pañado tus exequias, ni cerrado tus párpados o lavado tus heridas, ni cubierto tu cuerpo con el tejido que noche y día me apresuraba en acabar, aliviando con este trabajo las penas de la vejez. ¿Dónde te buscaré? ¿Dónde hallaré tu cuerpo, tus miembros destro zados, tus restos? ¡He aquí, hijo mió, lo que me entregan de tu cuerpo! ¡He aquí lo que acompañé por tierra y por mar! ¡Ah! Si sentís alguna compasión, heridme, rútulos; arrojad contra mí todos vuestros dardos; (haced de mi vuestra primera víctima! O, más bien, siente compasión de mí, poderoso señor de los dioses: aniquílame con tu rayo, arroja al Tártaro esta odiosa cabeza, que de otro modo no puedo quebrar el curso de una existencia tan cruel.” IX, v. 480-496.
Eneida,
El verso virgiliano. — El hexámetro dactilico,128 que Ennio había con quistado para la poesía latina, conserva aún una cierta rigidez en Lucrecio. Virgilio lo lleva a la perfección: nunca, ni antes ni después de él, tuvo lugar, en la litératura latina, una correspondencia más maravillosa entre la imagi nación poética y su expresión rítmica. La cesura, hasta entonces monótona o variada al arbitrio, se manifiesta a la vez como un elemento métrico y de estilo apto para poner de relieve ciertas palabras o para enriquecer un pensamiento. La rapidez de los dáctilos, ligeros o combativos, alterna oportunamente con la lentitud de los espondeos, dramáticos o serenos: E t fugit ad salices et se cupit ante uideri.
Bue., En.,
Ill, 65. Apparent rari nantes in gurgite uasto. I, 118.
La brevedad de las palabras o su amplitud, en particular al final de los versos, contribuye a la resonancia afectiva o descriptiva:
incrementum. Bue., IV, 49. procumbit humi boa. En., V, 481.
Cara deum suboles, magnum louis Sternitur exanimisque tremens
Las palabras en concordanda, los nombres y sus epítetos por ejemplo, a veces unidos y otras separados, se corresponden con gran variedad y contri buyen a dar matices a la expresión. Frecuentemente uno aparece en la cesura y el otro al final: Liber
pampinea» inuidit collibus umbras; Bue., VII,
58.
a veces se encuentran en los dos extremos dei verso:
Infandum, regina, iubes renouare dolorem. En., II, 3. 128. du ver».
240
Viaje en el TraM d · tty littiqu e de J. Marouaeati, el capitulo Structure rythm ique
Virgilio y otras presentan correspondencias más sutiles: H úm ida solstitia atque h i e m e s orate s e r e n a s , Agricolae; hiberno l a e t i s s i m a puluere f a r r a . Geórg., I, 100-101.
E incluso hay “verbos que constituyen como una clave de bóveda” (J. Marouzeau) y ocupan una posición central. Ingentes Rutulae
s p e c ta b it
caed is acernos. En., X, 245
De todo ello resulta que la simplicidad misma se transforma en un efecto de arte, y un epíteto sin pretensión, en vecindad con el nombre, da una impresión de calma y serenidad (acusada en el ejemplo siguiente por la lentitud de los espondeos): Deuenere locos laetos et a m o e n a v i r e c t a Fortunatorum nemorum, s e d e s q u e b e a t a s . En., VI, 638-639.
Las transferencias, siempre calculadas, son descriptivas o evocadoras: In segetem ueluti cum flamma furentibus austris Incidit... En., II, 304. Intersintque patris lacrimis, ingentis.
s o la c ia
luctus
E X ic v A
En., X I, 62.
Finalmente la armonía imitativa interviene con discreción y fortuna: lili indignantes magno cum murmure montis... En., I, 55. Quadrupedante putrem sonitu quatit ungula campum. En., V III, 596.
Fue precisa la existencia de un gran poeta para que el hexámetro entre gara sus tesoros. Después de Virgilio, Ovidio sabrá jugar con este instru mento como virtuoso, pero ya notaremos pesar en él el artificio que suplirá a veces una cierta debilidad en la inspiración; luego, entre sus sucesores, el artificio quedará relegado con mucha frecuencia al nivel de simples fór mulas de versificación. La fama de Virgilio. — Tan pronto como apareció La Eneida, Virgilio se vio consagrado como poeta nacional, equiparable a los más grandes de entre los griegos. Toda la poesía latina, a partir de entonces, dependerá más o menos ae el, y a menudo en un grado incalculable. Pero su sensibilidad 241
E L CLASICISMO LATINO
lírica, a la vez tan profunda y tan delicada, escapa, por supuesto, a la imitación. Su lengua, su estilo, su versificación, que atraen por su maestría y su ciencia, parecen prestarse mejor a ello. Pero fue una ilusión nefasta. Virgilio había creado para su uso una lengua muy latina que podía ser helenizada o revestida de arcaísmos en dosis discretas, sin que el equilibrio del conjunto sufriera menoscabo; un estilo noble, aunque normalmente breve, elocuente sin infatuación, y extraordinariamente expresivo por la selección de epítetos y las relaciones de palabras. Esta creación natural, cuando el alma se ausentaba de ella, quedaba reducida a procedimientos convencionales y a una lengua artificial. Pero la imposibilidad misma de igualarle engran decía de siglo en siglo la figura del poeta: en la Edad Media se le consideró, en todo Occidente, como la llama de las ciencias y de la belleza antiguas, el relicario de la grandeza romana; aunque fue también valorado en sí mismo, por todo el encanto de su poesía, por Dante, Camoëns, Racine, Michelet, Hugo, etc. Y su sensibilidad es tan rica, que le gana sin cesar nuevos adep tos. Ningún latino ha ejercido una influencia semejante. Venusa, en Apulia, muy cerca de la Lucania (muy helenizada) vio nacer a Q. Horacio Flaco. Su padre, liberto de la ciudad y recaudador de las subastas públicas (coactor), con la digni dad de funcionario y el deseo perseverante de mejorar, no escatimó nin gún sacrificio en pro de su hijo: el niño, criado primero en una finca pró xima a su ciudad, realizó pronto sus estudios en Roma, adonde su padre hubo de acompañarlo, y luego, solo, en Atenas. Bruto acudió allí tras el asesinato de César; Horacio se inscribió en su ejército con el grado honorífico de tribuno militar y combatió en Filipos (42). Regresó a Italia y, arruinado y sospechoso, compró para vivir un cargo de escribano (scriba) de la cuestura y se lanzó al mismo tiempo a escribir sátiras, sin dudâ para imponerse por medio del escándalo. Virgilio y Vario lo presentaron a Mecenas en 39; supo ser discreto, agradó pronto y llegó a hacerse indispensable. Mecenas le regaló, en 33, una finca en el risueño valle de la Licenza, en la Sabinia; Augus to intentó atraérselo, en vano, como secretario. Ese hombrecillo rechoncho, lleno de sabiduría práctica, conservaba, cada vez con mayor habilidad, sin desagradar a nadie, su ocio en provecho de las letras y de la filosofía, unas veces en Roma, otras en Sabinia o en el sur de Italia. Murió pocos meses después que Mecenas, el cual, en su lecho de muerte, lo había reco mendado una vez más a Augusto.
HORACIO 65-8 a. C.
El temperamento de Horacio. — Horacio es un espíritu delicado muy amante de sí mismo, aunque muy abierto a los espectáculos externos. Su agudeza psicológica, su inspiración, su espontaneidad mundana le permitie ron hacer las delicias de la sociedad más escogida de Roma dando satisfac ción a su epicureismo práctico y sin perder su libertad. Gozó los placeres de un lujo sin estridencias, banquetes en la ciudad, conversaciones delicadas, y también los goces más secretos del paseante ciudadano, indolente, al que nada pasa inadvertido. Todo lo llena de encanto, pues posee en todo momento 242
Horacio
una sensibilidad de artista, poco cargada de emociones, aunque fácil y pre cisa. Su vida se armoniza gracias a esas dotes: sociedad y soledad, ciudad y campo le reservan goces iguales; prudentes disfrutes y moral de modera ción, siempre práctica y próxima a las realidades, le inspiran igualmente. Por encima de todo, la inquietud minuciosa de la perfección equilibrada: es también muy escrupuloso en sus gustos literarios; pero, como contrapar tida, es el más capaz para lograr —incluso sin profunda inspiración— una expresión artística superior, a veces admirable. Las obras. — Las obras de Horacio fueron clasificadas muy pronto con títulos distintos, cómodos, aunque no responden a ninguna realidad profunda: de 41 a 30, Los Épodos, 17 poemas cortos, la mayor parte en dísticos yámbi cos (un senario seguido de un cuaternario) y de tono violento o sarcástico; y dos libros de Sátiras (hacia 35 y hacia 30) en hexámetros dactilicos, con un repertorio de 10 y 8 poemas de temas muy variados; —de 30 a 20, tres libros de Odas líricas y un primer libro de 20 Epístolas de extensión muy desigual; — de 20 a 8, el segundo libro de las Epístolas, que sólo contiene tres (comprende el Arte poética, pero de gran extensión; el Carmen saecu lare, canto oficial en honor de Apolo y Diana, que le fue encomendado con ocasión de los juegos seculares (en 17); y un cuarto libro de Odas. La crono logía es, además, difícil de establecer en sus detalles. De hecho, prescindiendo de los Épodos, que llamaba “yambos”, y de las Odas (Carmina), todas las obras en hexámetros eran para Horacio “Charlas” (Sermones), de tono mordaz o relajado: el término evoca mejor su origina lidad. En su conjunto, la vida del poeta se manifiesta como una evolución de la sátira personal a la filosofía moral, en un sentido; y, en otro, la adopción de la tarea de dotar a Roma de una obra lírica completa: familiar, religiosa y nacional. La influencia de Arquíloco y de Lucilio. — E l propio Horacio (Ep. 1, 19, 23-25; Sát., II, 1, 28-34) proclama sus inspiradores. La fama de Lucilio era asfixiante para todo nuevo satírico romano. Horacio volvió de nuevo a tratar muchos temas del viejo maestro: cuando cuenta por ejemplo una lucha entre litigantes ante el tribunal de Bruto (Sát., I, 7) o su viaje a Brindis siguiendo a Mecenas (Sát., I, 25). Trató sobre todo de imitar su audacia llamando por su nombre a las personas a las que atacaba y sacando todo el partido posible de los colores realistas y la vena cómica (Sát., I, 2; 3). Pero su esfuerzo quedó incompleto: sin protector aún, sólo osaba atacar a perso nas sin valimiento; y su propio gusto literario lo apartaba de los extremismos y las negligencias de Lucilio. Trató de hallar la originalidad en una especie de negación de la sátira latina; imitó al poeta griego Arquíloco (s. vn) cuyos yambos virulentos ofrecían un modelo más breve, más artístico, nuevo en Koma. Pero además la forma le interesaba en sí misma, y encerró en metros semilíricos, en algunos de sus Épodos, temas de una ironía más ligera (como el sueño rural del usurero Alfio (2) o incluso simplemente amorosos (11; 14; 15). 243
E L CLASICISMO LATINO
Invectiva contra Mevio [C o n tra M evio, m al p o eta a l que tam bién detestab a V irgilio, H oracio im ita m uy de c e rc a un pequeño poem a, llen o de có le ra , de A rquíloco. — M ovim iento y pintoresquism o realista de alcan ce lírico . — N ótese la p arte del ju eg o , com o en m uchos (por ejem p lo , las im precaciones contra el a jo : 3 ). — Com p árese, como co ntrap artid a, la oda 3 del lib ro I : a la nave que llev a a V irgilio.]
Épodos
É.
Que un ave siniestra acompañe la partida del navio mal trabado que lleva al mal oliente Mevio. Flagela sus costados con olas monstruosas, Austro,12” no lo olvides; que el negro E u ro“0 disperse en el mar agitado los cables rotos y los restos de los remos; que el Aquilón“ 1 se alce con toda su magnitud, como cuando en la cumbre de los montes quiebra las temblorosas carrascas; ningún astro amigo aparezca en la oscuridad de la noche, en el momento en que decline el lúgubre Orion;122 marche sobre un oleaje tan enconado como el ejército victorioso de los griegos, cuando Palas volvió su cólera de O ión arrasada sobre el impío bajel de Áyax.1® [Oh, qué terrible fatiga aguarda a tus marineros! [Qué lívida palidez en tu rostro y qué gemidos cobardes! |Qué vanas súplicas a Júpiter cuando, respondiendo con su bra mido al Noto“* lluvioso, las olas jonias destrocen tu nave! Si, arrojado en una ensenada de la playa, tu cadáver da a los somormujos un gran festín, inmolaré un lascivo cabrito y una cordera a las Tempestades.1“
Êpodos,
X.
La nueva sátira: charla y “ diatriba” moral. — Pero Horacio debía al canzar su verdadera originalidad por otra vía. Los ataques a los que se exponía el género satírico en sí (véase I, 4; II, I), las tendencias propias del poeta a la observación más entretenida y a la generalización moral lo lleva ron a ocuparse cada vez más de los vicios o de los lugares comunes, sin graves alusiones personales: inconstancia y falta de mesura (I, 1 y 2), parcia lidad (I, 3), indiscreción molesta (I, 9), gustos culinarios (II, 4), al lado de asiones funestas: avaricia, ambición, intemperancia (II, 3). De este cuadro e desequilibrio moral de los hombres se desprendía una lección de vida sencilla o de moderación (II, 2 y 6), de progreso sin ostentación hacia lo mejor, a través del cual Horacio tenía ocasión de hablar de su padre (I, 6) y de sí mismo. La forma, en especial, salía ganando. Al inspirarse en discu siones libres (“diatribas”) en las que ciertos filósofos griegos, en especial los cínicos, iniciaban en las cuestiones morales, de modo animado, a auditorios populares, convirtió a la sátira en una “charla”, cada vez más dramática (en especial en el libro II), entre interlocutores anónimos, aunque vivos, con cambios bruscos de puntos de vista, una mezcla de generalidades, de esque mas pintorescos, de inicios de diálogos, de fábulas, de confidencias y de reflexiones personales, que elimina toda monotonía de la perpetua repetición de temas previstos. La sátira entendida de este modo era un manjar exquisito.
S
1 2 9 . V ien to del Sur. 1 3 0 . V ien to del E ste. 131. V iento del N orte. 1 3 2 . A principios de n oviem bre, cuando el d eclinar de la constelación de O rion parecía anunciar las tem pestades del Su r. 1 3 3 . V éase p. 2 3 6 . 134. V ien to del Sur, com o e l Austro. 135. L a s Tem pestades te n ía n un tem plo en Rom a.
244
Horacio Horacio y su esclavo [E n las fiestas de las Satu rn ales (1 7 - 1 9 de d iciem b re), los esclavo s ten ían en R om a to tal lib erta d de p a la b ra : D avo (un n o m b re de com edia) la aprovecha para d ar una lecció n a su señ or H oracio, co n u n a m ez c la de sentido p ráctico popular y verbosidad esto ica , que é l’ conoce a través del portero del filósofo C rispino. — In ten cio n es co m p leja s: la sá tira es a la vez u n a e sc en a de com ed ia, u n a parodia de los estoicos (de los que H oracio se b u rla a m en ud o), u n a confesión personal y u n a lecció n m oral. T o d o ello con lin a iro n ía m uy fina. — C om posición diáfana, aunque con la viv eza p rop ia de la tran sició n de la “d iatrib a” filosófica. — E x a c titu d en la rep resen tació n psico ló gica (o b sérven se algu nas vu lgarid ades en el len g u a je de D avo) y en e l análisis m o ral, c a si sin m a licia n i dureza. — Com p á rese con I I , 3 .]
Sat.
*— Hace rato que te escucho y quisiera decirte algunas palabras; pero yo soy tu esclavo y siento miedo. —-¿Eres tú, Davo? — Sí, Davo, servidor fiel del amo que lo compró, y todo lo sobrio que es preciso; es decir, que puedes estax tranquilo por mi vida. — ¡Bien! Ya que nuestros antepasados así lo quisieron, usa de la libertad de di ciembre. Habla. — Entre los hombres, aman algunos el vicio con constancia y persiguen sin cesar su meta; muchos nadan, otros se afirman en el bien, otros son dóciles agentes del mal. Reconocido muchas veces por sus tres anillos, Priscolse fue durante su vida la irregularidad misma: cambiaba cada hora el laticlavo por el augusticlavo, salía de un palacio para encerrarse en lugares de los que un liberto un poco escrupuloso no hubiera podido salir decentemente; unas veces optaba por seducir a las mujeres en Roma, otras por enseñar filosofía en Atenas, como hombre nacido bajo la influencia maligna de todos los Vortumnos m reunidos. Volanerio,1“8 el dicharachero, cuando la bien merecida gota “* entumeció las articulaciones de sus dedos, contrató a un hombre a sueldo diario para que agitase e introdujese en su lugar los huesos “® en el cubilete; cuanto mayor cons tancia demostró en sus propios vicios, tanto más suave fue su desdicha y su parte mejor que la de aquel otro que sufre con la cuerda tensa unas veces, relajada otras.10 —¿Vas a decirme de una vez, bribón, a dónde se encaminan esas pláticas? — A ti; sí, a ti. — ¿Cómo, malvado? — Alabas tu condición y las costumbres de la plebe de antaño, y, a pesar de ello, si algún dios te llevara a ellas, protestarías bruscamente, bien porque no crees en la superioridad moral de los principios que proclamas, o porque los defiendes sin tener fuerza para practicarlos y sigues atascado con el vano deseo de arrancar tu pie del fango. En Roma deseas el campo; en el campo pones por las nubes la ciudad ausente; así es tu inconstancia. Si por casualidad no recibes ninguna invitación para cenax, te enorgulleces de tus hortalizas libres de inquietudes, y como si únicamente fueras a comer a la ciudad forzado y constreñido, te declaras feliz y te congratulas de no tener que ir a cenar a ningún sitio. Mecenas te invita a acudir, convidado tardío, en el momento en que se encienden las luces: “¿Nadie va a traerme aceite1“ con mayor ra pidez? ¿No me oye nadie?” Así gritas con gran estruendo, y huyes como un ladrón. Mulvio y los demás dicharacheros1“ se marchan, con imprecaciones que es preferible no repetir. "Sí, lo confieso — podría decir Mulvio— , yo me dejo guiar fácilmente por mi estómago; el olor de la cocina eleva mi nariz; carezco de energía, soy perezoso, y añadid, si queréis, tabernario. Tú,1“ en cambio, siendo igual que yo, y peor aún tal vez, ¿debes atacarme
136. D esco no cid o . 137. V ortum no era el dios (de origen etrusco) de los cam b ios. 138. D esconocido. 139. P o r sus excesos gastronóm icos. 1 4 0 . T a b a s , o estrágalos. Se ju g a b a con ello s, al igual qu e con dadcs. 141. Por ejem p lo, en u n a sirga. 142. P a ra la lam p arilla: las c a lle s no estab an alum bradas. 143. H o racio , que no gusta de la soledad (véase m ás a d e lan te), h a b ía invitad o, para dis traerse, a algunos parásitos, que pagan la com ida con sus atin ad as p alab ras; la invitación de M ecenas les o b lig a a irse con la b a rrig a v acía. 144. H o racio : M ulvio la tom a con él porque no está allí.
245
E L CLASICISMO LATINO espontáneamente, como si tuvieras mayor valía, y ocultar tus vicios con elegantes pa labras?” «¿Qué decir, si es manifiesto que tú eres más necio que yo, comprado por quinientas dracmas?...1*5 Deja de intimidarme con ese rostro terrible; contén tu mano y tu cólera mientras te explico lo que me ha enseñado el portero de Crispno. «A ti te atrae la mujer de otro, mientras que Davo se contenta con una cortesana de baja ralea: ¿cuál de los dos, en su pecado, merece antes la cruz?... “Yo no soy un libertino”, dices; ni yo tampoco soy un ladrón, por Hércules, cuando, por prudencia, paso sin detenerme ante los vasos de plata. Quita el peligro, y la naturaleza, ya sin frenos, se lanzará en libre carrera. ¿Eres tú mi dueño? ¿Tú, a quien tantas cosas y tantos indi viduos hacen esclavo de tiranías tan imperiosas? ¿Tú, a quien la fusta — si cayera dos o tres veces “* sobre tus hombros— no podría librar de una esclavitud miserable? Añade aún una consideración que no debe tener menos peso; pues, si llamamos “esclavo some tido” “T a quien sirve a un esclavo, como dice vuestra costumbre, o compañero de escla vitud, ¿qué soy yo para ti? Con toda seguridad, tú, que me das órdenes, eres esclavo miserable de otro señor y, como una marioneta, te pones en movimiento por resortes extraños. «¿Quién es libre, pues?' E l sabio, el hombreque posee el dominio de sí mismo, al que no espantan ni la pobreza, ni la muerte, ni las cadenas; quees fuerte para luchar contra las pasiones, para despreciar los honores, que constituye un todo en sí mismo, ofreciendo a las cosas externas como la superficie lisa de una esfera, en la que ninguna de ellas“* tiene poder para adherirse, y no se deja domeñar por los asaltos impotentes de la Fortuna. De todos estosrasgos, ¿hay alguno que puedas reconocer como tuyo propio? Una mujer exige de ti cinco talentos,1" te atormenta, te cierra su puerta y te rocía con agua helada; luego te llama; aparta tu cuello de su yugo vergonzoso; entonces di: “Soy libre; sí, libre.” No puedes,“0 pues un rudo señor urga en tu espíritu, te ataca duramente con su espolón si estás cansado y te obliga a cambiar de dirección a pesar de tus esfuerzos contrarios.“ 1 «Cuando quedas, insensato, paralizado de admiración ante un pequeño cuadro de Pausias,“1 ¿en qué eres menos culpable que yo cuando admiro, extendidas las pantorrillas, los combates de Fulvio, de Rutaba o de Pacideyano,“ * dibujados con minio o carbón“ * de un modo tan impresionante que diríase que vemos a los hombres, blandiendo sus armas, luchar, herir y esquivar los golpes? Davo, sin embargo, es una mala persona, un calle jero; a ti te llaman experto fino y hábil en materia de antigüedades. Yo no valgo nada, si me dejo seducir por un dulce humeante; tu gran virtud, tu gran valor, ¿resisten la lucha contra las comidas exquisitas? Mis concesiones al estómago me resultan más funes tas. ¿Por qué? Porque cargan mi espalda de golpes. Pero ¿en qué respecto resultas tú menos castigado cuando buscas esos alimentos que no se pueden comprar a bajo precio? Pues las buenas comidas repetidas en exceso causan acidez, y los pies, temblorosos,“ 5 se resisten a sostener al cuerpo enfermo. ¿Es culpable acaso el esclavo que, cuando se acerca la noche, cambia furtivamente un estrigilo “ * por un racimo de uvas? Y el amo que, para dar gusto a su glotonería, vende sus tierras, ¿no tiene nada de servil? «Añade que tienes el defecto de no poder permanecer una hora contigo mismo, que
145. 146.
A lrededor de 5 0 0 p eseta s; p recio muy m ódico. E x ag eració n có m ica y pro fu n d a: la filosofía popular in sistía en el te m a del hom bre de las pasiones” . 1 4 7 . U n esclavo podía co n tratar un auxiliar con su p ecu lio; pero uno y otro dependían igu alm ente del señor. 1 4 8 . C om paración trilla d a en tre los estoicos. 1 4 9 . A lrededor de 3 0 .0 0 0 p esetas. 1 5 0 . Situ ació n id én tica a la d e T e re n c io , m ás atrás, p. 1 0 4 . 1 5 1 . C om o un c a b a llo em pacón q ue se adiestra. 1 5 2 . P in to r de n iños, n acid o en Sició n (siglo rv). 1 5 3 . G ladiad ores. C f. m ás a trá s, p . 1 1 6 . 1 5 4 . E n las paredes por los viandantes. 1 5 5 . P o r la gota. 1 5 6 . E s p e c ie de alm ohaza, de la que se servían com o cep illo duro después de los ejercicio s violentos o en e l bañ o.
“esclavo
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Horacio no sabes hacer una perfecta clasificación de tus diversiones, que tratas de esquivarte como de un esclavo fugitivo y errante, intentando acallar tu inquietud con el vino o con el sueño; trabajo vano, pues este compañero sombrío se une al fugitivo y le sigue paso a paso.“7 — ¿Dónde hay una piedra? — ¿Para qué? — ¿O flechas? — Este hombre está loco, o compone versos. — Si no marchas pronto de aquí, irás a ocupar el noveno lugar entre los trabajadores de mi finca sabina».“ 8 Sátiras, II, 7.
De la sátira a la epístola. — Dos de las Sátiras (I, 1 y 6) estaban dirigidas a Mecenas; y el tono de “charla” que había adoptado Horacio es el de la conversación o de la correspondencia entre amigos de igual cultura. Todos sus sermones, después de 30-29, se presentaron como cartas en verso, o “Epístolas”. Horacio no había creado el género: pero enriqueció los chistes conocidos en Roma bajo ese nombre dándoles (como las cartas, en prosa, de Epicuro, de Catón, de Varrón) un contenido didáctico y engalanándolos con todos los atractivos de gracia, inspiración, humor, urbanitas, de la que está llena ya la correspondencia de Cicerón. La elegancia y la agilidad munda nas se acrecentaron; la moral fue a un tiempo menos llamativa, más personal y más profunda: la de un hombre honrado que, al hacerse viejo, encuentra un apoyo cada vez más seguro en la filosofía, pero que no quiere hacer exhibición de ello (1, 1). A la ironía solapada siguió un buen sentido amable, firme sin rigidez, cuya negligencia es sólo aparente. Socialmente, estas Epístolas poseen para nosotros el más vivo interés: recogen los inicios de una nueva aristocracia y al mismo tiempo tratan de orientarla. Las tarjetas de invitación, de súplica, de recomendación, las inquietudes de una estancia en el campo unen los medios literarios con lus de la corte; las cartas de “dirección espiritual” (I, 2; 3) muestran qué huella empieza a ejercer la filosofía sobre los mundanos; Horacio, en especial, se convierte en el guía sonriente del cortesano, fina flor de educación, pero que deberá continuar independiente, fiel a sus ocupaciones (I, 17; 18), dueño de s í mismo, libre para buscar el recogimiento en la relativa soledad del campo (I, 10; 14; 16). La independencia de Horacio [M e cen a s se q u ejó de u n a a u sen cia pro lo n gad a de H o ra cio : e l p oeta se de cla ra dispuesto a d evolverle todos sus dones, si d eb e p agarlos con su indepen d en cia (¿ h a cia 2 0 ? ) . — L a dureza de la le c c ió n se rev iste de una g ra cia literaria en cantad o ra. — H ab ilid ad p ara pasar de un p u nto de vista a otro. — A rte y va ried ad en la n arració n (e sce n a fa m ilia r; fá b u la ; recu erd o h o m é rico ; apólogo trans p a ren te). — P recisió n d escrip tiva sin esfuerzo y pintoresquism o. — V alo r m oral un iversal en una atm ó sfera rom an a y Contem poránea. — N ótese la gran com p la cen cia con que H o racio tra ta de m oral y de fís ic a .]
Te había prometido no permanecer muchos días en el campo, y me he dejado desear indo el mes de agosto: |qué engaño! Pero si tú quieres para mí una buena salud por todos los medios, debes, Mecenas, de igual modo que me perdonarías si estuviera en-
157. 158.
Odas
V olvem os a en contrar esta im agen líric a en las ( I I I , 1 , v. 4 0 ). E n el territorio donado por M ecen as. V éa se m ás a trás, p. 2 4 2 .
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E L CLASICISM O LATINO ferino, perdonar mi temor a la enfermedad: los primeros higos del estío1“ rodean al maestro de ceremonias de lictores“0 vestidos de negro; padres y tiernas madres tiemblan todos por sus hijos; las diarias obligaciones mundanas y las tareas del foro causan fiebre y abren los testamentos. Y, si el invierno cubre de nieve el territorio de Alba, tu poeta descendía al m ar“1 y se cuidará, ocupado — con el frío— en sus lecturas. Volverá a verte, querido amigo, con los Zéfiros y la primera golondrina, si tú lo permites. Si me has hecho rico, no ha sido al modo del calabrés 182 que invita a su huésped a comer peras: "Come, si te agradan. — Ya he comido bastante. — jBah! Come todo lo que quieras. — Muchas gracias. — Llévate para tus niños; les gustarán. — Te estoy tan reco nocido por tu ofrecimiento como si me fuera cargado. — Como quieras: lo que quede será para los cerdos.” Neciamente generoso, ofrece aquello que desdeña y desprecia: se siembra y se sembrará así siempre semilla de ingratos. Quien tiene sentido y gusto se muestra dispuesto a hacer un servicio a personas de calidad, sin ignorar nunca la dife rencia que hay entre la buena moneda y los altramuces.“ “ Yo sabré mostrarme igualmente reconocido por todos los beneficios. Si me niegas el derecho a ausentarme, devuél veme mi pecho fornido; haz que mis negros cabellos vuelvan sobre mi frente; devuélveme la armonía en la voz y la gracia en la sonrisa. Un día,1“ por una grieta estrecha, un delgado zorrillo se introdujo en un granero de trigo; una vez saciado, con el vientre henchido, en vano intentaba volver a salir. Una comadreja, desde lejos, le decía: “Si quieres escapar de ahí, debes salir delgado por donde delgado entraste.” Si se me echa en cara esta fábula, devuelvo todos los regalos. Yo no soy un hombre que compre un sueño plebeyo, con el vientre lleno de hortalizas, ni dispuesto a cambiar la libertad plena de mis diversiones por todos los tesoros de Arabia.1“ Has alabado con frecuencia mi reserva; yo te he dado los nombres de “rey” , de “padre”, en tu presencia y también muy lejos de ti. Fíjate si puedo renunciar a la ligera a tus beneficios. Dio buena respuesta Telémaco, el hijo del paciente Ulises: “ * “ltaca no es país de caballos, pues no existen ni vastas llanuras ni hierba abundante, hijo de Atreo. Permite que deje en tus manos unos dones que te son mucho más útiles que a mí.” A los pequeños corresponden pequeñas necesidades: ahora me encantan — más que Roma real— el desierto Tibu rm de la suave Tarento. E l ilustre Filipo,“* animoso e influyente abogado, cuando regresaba de sus litigios hacia la hora octava,“ * lamentándose — ya anciano— de que las Carenas170 se hallaran tan lejos del foro, vio, según se cuenta, en una barbería oscura, a un hombre solo, recién afeitado, que, con su cortador, arreglaba sus uñas sin prisa. “Demetrio” (ese esclavo se destacaba por cumplimentar las órdenes de Filipo) "ve, pregunta e infórmame de dónde es ese hombre, cómo se llama, quién es su padre o su dueño.” E l esclavo marcha, vuelve y dice: un tal Volteyo Menas,:m vendedor público, de escasa fortuna y buena repu tación, muy conocido, activo y trotamundos, desenvuelto y alegre según las ocasiones, satisfecho de poseer compañeros modestos y residencia fija,171 de ver los juegos y, en los 1 5 9 . L o s inicios del otoño era n m uy m alsanos en Rom a. 1 6 0 . Em plead os de las pom pas fú nebres. 1 6 1 . T a l vez en T a re n to : véase m ás adelante. 1 6 2 . Prototipo de ru sticid ad : las m ontañas de la Ita lia m eridional perm anecen aún hoy día m uy apartadas de la civilización . 1 6 3 . L o s granos de los altram u ces (com o en tre nosotros las alubias) servían de m onedas en las com edias. 1 6 4 . C f. L a F o n ta in e, I I I , 17. 1 6 5 . A rab ia, país de tránsito de todas las m ercan cías apreciadas (seda, perlas, esp ecias, etcétera) del E xtrem o O riente y de la In d ia , gozaba de fam a de riqueza. 1 6 6 . A quien M enelao o frecía ca b a llo s de raza ( , IV , v 6 0 1 s s .) . 1 6 7 . C iudad en otro tiem po im portante, T ib u r sólo era entonces una m arav illosa aldea veraniega. 168. L . M arcio F ilip o , m uerto en 7 7 ; su h ijo fue el suegro de Augusto. C f. L a F o n tain e, V I I I , 2. 1 6 9 . H a cia las dos de la tarde. 1 7 0 . E l b arrio de C arenas no esta b a lejos del fo ro : pero sólo se podía lleg a r a él por pendientes escarpadas o escaleras. 1 7 1 . E l sobrenom bre in d ica la cond ición de liberto. 1 7 2 . M enas posee m uchos de los rasgos de H oracio en su juventud.
Fables,
Odisea
Fables,
248
Horacio momentos oportunos, de acudir al Campo de Marte.17' “Me gustaría conocer de sus pro pios labios todo lo que me refieres; dile que venga a cenar conmigo.” Y Menas, con toda seguridad, no lo creía y rumiaba en silencio su admiración. “Muchas gracias”, repuso. "¿Cómo? ¿Me dices que no? — Rechaza con descortesía: inquietud o temor.” Al día siguiente, Filipo ve a Volteyo vendiendo míseras telas al bajo pueblo que viste túnica:1” toma la delantera y lo saluda primero: “Para que te perdone, basta con que aceptes comer hoy conmigo.176 — Como quieras. — ¡D e acuerdo! Hacia la hora nona, pues. Ahora, ánimo: cumple bien tus encargos.” Helos en la mesa: Menas charla de lo divino y de lo humano, hasta que, al fin, lo acompañan a dormir. Tras haber mordido muchas veces en el anzuelo engañoso, cliente matinal y comensal ya asegurado desde entonces,176 en las ferias latinas,177 Filipo lo invita a acompañarle a su campo. Al trote de los corceles, no cesa de alabar el campo y el cielo de la Sabinia. Filipo lo contempla y ríe, y escoge el momento para una distracción divertida: con la entrega de siete mil sestercios178 y la promesa de un préstamo equivalente, persuade a Menas para comprar una pequeña finca. Negocio concluido. Para no alargar sin motivo mi narración, el elegante ciudadano se convierte en campesino, sólo habla de surcos y viñas, arranca los olmos, se mata traba jando y se entierra por amor a la fortuna. Poro le roban sus corderos, la enfermedad le arrebata sus cabras, la cosecha defrauda sus esperanzas, el buey de labor se aspea; agotado por estas pérdidas, a medianoche, toma mi rocín y se encamina derecho al en cuentro de Filipo, el corazón lleno de congoja. Y, viéndole sucio y con la barba descui dada, Filipo le dice: “Eres demasiado rudo — creo— , Volteyo, y aferrado en exceso a tu labor. — ¡Ay, mi amo! Sería más exacto llamarme miserable. ¡Ay! Por tu Genio,17* por tu fe, por tus Penates,“0 te ruego y te conjuro para que me devuelvas a mi antigua vida.” Una vez descubierto cuánto supera lo que habéis dejado a lo que deseabais, no resta sino retomar sin demora sobre vuestros pasos para volver a encontrar el pasado: la verdad es, para cada uno, calcular su propia medida. Epístolas, I, 7.
Los “ Sermones” literarios; “ E l Arte Poética” . — Muchas “charlas” de Horacio (Sát., I, 4 y 10; Ep., I, 19; II, 1 y 3) son obras de polémica y de doctrina literarias. Los satíricos anteriores habían tratado temas de este tipo. Pero Horacio, al parecer, les concedió una importancia especial, personal en principio, para defenderse de las críticas que lo enfrentaban sin cesar con Lucilio; luego, más general, para imponer a la opinión pública la superio ridad de la nueva escuela poética, de Virgilio, Fundanio, Vario, y de sí mismo. En su conjunto, se trata pues de una pugna entre “antiguos” y “modernos”, sostenida por un moderno. Horacio se muestra en ella muy exclusivista: no salva a ninguno de los antiguos poetas de Roma, ya se trate tie Plauto o de Catulo, y critica a fondo a Lucilio. Pero esos viejos maestros contaban con partidarios que obligaron a Horacio a una palinodia parcial. Alcanzó ventaja cuando el éxito de su obra obligó a callar a los pedantes y
173. Que era “zona deportiva” . 174. Sólo las personas de condición elevada vestían normalmente la toga, sucia, pesada y enojosa. 175. Que se tomaba hacia las tres de la tarde. 176. Los protegidos o clientes de un personaje elevado acudían a saludarlo por las ma ñanas temprano. 177. Cuatro días, en abril, durante los cuales se suspendían las actividades. 178. Alrededor de las 40.000 pesetas: con ello se podía comprar, en estaépoca, 7 arapendes (alrededor de 2 hectáreas). 179. Divinidad personal, protectora del individuo. 180. Divinidades del hogar.
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“fracasados” de la bohemia literaria de Roma, y llevó sus discusiones al campo de la teoría. Horacio insiste en el papel social de poeta, en la importancia y en la dignidad de su labor. Exige de él cualidades morales y un escrúpulo técnico absoluto. El escritor tomará por guía, en cada género, a la razón y a la naturaleza; un gusto “puro”, aunque muy flexible, asegurará a estas obras “auténticas” una forma a la vez lograda y diversa. Los griegos clási cos, no los alejandrinos, son los maestros que hay que estudiar sin tregua: al imitarlos sin servilismo podremos igualarlos. Muy representativo de su grupo por esta tendencia hacia el severo helenismo, Horacio manifestaba sin duda una auténtica estrechez de espíritu al negarse a concebir el alto valor huma no de una síntesis consciente entre el espíritu romano y el griego alejandrino. Estos preceptos aparecen muy claros, pero no se expresan con un orden, ni, de ordinario, bajo una forma didáctica; incluso su larga Epístola a los Pisones (II, 3), que ya Quintiliano llama El Arte Poética, parece poco siste mática. Inspirándose en Platón, Aristóteles, Neoptolemo de Parion (poeta didáctico del siglo m), Horacio insiste sobre todo en el teatro, ya porque los dos jóvenes a los que se dirige hubieran decidido consagrarse a él, ya porque tratara de evitar la decadencia, a partir de entonces irreparable, del teatro latino, ya por la simple tradición aristotélica. Consejos generales acer ca de la composición y la forma de la obra literaria, y de la conducta que debe imponerse el escritor, enmarcan los preceptos y los datos históricos en torno al drama. Nada hay forzado en esta larga epístola de alrededor de 500 versos: al tratar de los aspectos más diversos, y sin transiciones aparen tes entre las múltiples relaciones entre el arte y el artista, Horacio dio a un esquema retórico todos los atractivos de una conversación; insinúa consejos sin tener intenciones aparentes de imponerlos: parece así más rico, y es ciertamente más agradable, que Boileau. “ Antiguos” y “ Modernos” [Prudente rectificación sobre Lucilio, a quien Horacio había atacado sin mi ramientos en su ÏV sátira: ofensiva — a pesar de ello— a favor de la literatura moderna, pura y armoniosa en la forma— . Ataques y elogios personales a los procedimientos lucilianos. — Viveza (fingidos diálogos) en la “diatriba” . — De licadeza en la lengua de la crítica literaria.] Sí; ya dije que el ritmo de los versos de Lucilio carecía de forma. ¿Qué defensor de Lucilio sería tan inhábil que lo confesara? Sin embargo lo alababa en el mismo texto por haber frotado bien con sal“ 1 los vicios de la Ciudad.“ 2 Por ello, sin embargo, no voy a otorgarle las demás cualidades; en ese caso admiraría también como hermosos poemas los mimos de Laberio.183 No basta con saciar de risa al auditorio (aunque ello sea también una cualidad): se impone la brevedad, que la frase se deslice sin lastre ni hinchazón de palabras que fatiguen los oídos; se requiere también un estilo en ocasiones grave, a menudo jovial, en el que reconozcamos al orador y al poeta, pero en el que se transparente también el hombre de mundo que ahorra sus esfuerzos y los atenúa a voluntad. La broma es más
181. liana. 182. 183.
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Como se haría con una llaga viva: la imagen evoca la violencia de la sátira luciBoma. La buena sociedad consideraba los mimos como un esparcimiento grosero.
Horacio vigorosa que la acritud y a menudo aborda mejor los grandes problemas. Por ello continúan teniendo éxito los autores de la antigua comedia,“ * y es preciso imitarlos, aunque el magní fico Hermogenes,186 no los lea nunca, al igual que ese sim io 186 que sólo sabe celebrar a Calvo y a Catulo. — ¡Qué obra de arte, sin embargo, haber mezclado las palabras griegas con las latinas! — ¡Oh viejos pedantes de lozana edad ¿podéis encontrar difícil y admirable algo en lo que triunfa un Pitoleón de Rodas? — Pero, i qué dulce armonía en la confluencia de las dos lenguas! Igual que cuando mezclamos el vino de Quíos con el Falemo .“ 8 — ¿En poesía, por favor, o también cuando te ocupas de defender la causa de un Petilio? “ * Sin duda, te olvidaste de tu patria y de tu descendencia latina, y, cuando sudan Pedio1” y Corvino Poplicola 1"1 en sus lides, qui sieras oírles mezclar palabras extrañas en su lengua materna, como las gentes de Canusio.““ Y yo, nacido en este extremo del Adriático, cuando quise escribir versillos en griego, me lo prohibió Quirino,198 apareciéndose después de media noche, cuando los sueños son verí dicos: “Menos locura, me dijo, sería llevar leña al bosque, que querer ocupar un puesto en el ejército de los griegos.” Mientras el cantor ampuloso de los Alpes “ * asesina a Memnón 196 y caricaturiza al arcilloso Rhin, yo me divierto con poemas que no intrigarán en un templo acerca del juicio de Tarpa ,180 ni, cada vez que se interpreten, el de los espectadores. Sólo entre los vivos puedes, Fundanio,m hacer bromas con gracia, engañando al viejo Cremes a través de D avo 198 y de una asendereada cortesana; Polión canta en ritmos temarios las acciones de los reyes; 189 el ardiente V ario 800 comprende mejor que nadie la epopeya heroica ; 201 las Camenas 202 amantes de los campos concedieron a Virgilio una connatural elegancia ; 808 el género que yo cultivo, y que ensayaron en vano Varrón de Auda y tantos otros, es el que podía componer mejor; y me confieso inferior a su creador,204 a quien no osaría arre batar su gloriosa corona. Sátiras, I, 10, v. 1-49.
La empresa lírica de Horacio. — En sus Sermones, Horacio usa el hexá metro con un virtuosismo admirable, haciéndolo capaz de expresarlo todo con los recursos más vivos y sobrios, y únicamente al precio de algunas liber tades, que evitaba, por demás, en lo posible. Decía modestamente, en cambio, que ello no era poesía. Su gran empresa se volcó en el lirismo. 1 8 4 . G riega: por ejemplo, Aristófanes. 1 85. Célebre cantante. 1 8 6 . Un tal Demetrio, desconocido por lo demás. 1 8 7 . Desconocido. 1 8 8 . E l F alem o , gran vino de Italia, aunque un tanto áspero, quedaba endulzado con el vino griego de Quíos. 18 9 . Un concusionario. 1 9 0 . Resobrino de César. 1 9 1 . ¿M . Valerio Mésala Corvino, amigo de Horacio? 1 9 2 . Que hablaban una lengua m ixta, grecolatina. 1 9 3 . M arte del Quirinal, considerado dios nacional de los romanos. 1 9 4 . M. Furio Bibáculo, que había incluido en su poema acerca de la Guerra de las Ga lias una descripción ridicula de los Alpes. 1 9 5 . Hijo de la Aurora, muerto ante Troya. ¿H ablaba de él Furio en un episodio de su poema? 19 6 . Espurio Meció Tarpa había escogido las obras para la inauguración del teatro de Pompeyo, en 5 5 (cf. C ic., Ad familiares, V II, 1, 1). Se trata aquí de una lectura preliminar hecha ante una Academia improvisada, reunida en un templo. 1 9 7 . Amigo de Mecenas, poeta cómico. 1 9 8 . Dos personajes de La Andriana de Terencio. 1 9 9 . E s decir, compone tragedias. 2 0 0 . Gran amigo del poeta. 2 0 1 . Sobre la muerte de César. 2 0 1 . Diosas latinas, identificadas con las Musas. 2 0 3 . Las Geórgicas tal vez no se habían publicado aún.
204.
Lucilio.
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E L CLASICISMO LATINO
Roma no desconocía los poemas líricos: Catulo los había escrito. Pero Horacio quería recabar el honor de ofrecer a su patria, en un corpus sin rival, toda la variedad del lirismo griego. Tuvo, sin embargo, la previsión de no imitar la técnica de las odas corales, cantadas y bailadas, de Píndaro: por la forma y el espíritu, eran muy propias de su país y de su época. Se aproximó a los eolios, Alceo y Safo, cuyas estrofas imitó (basadas en el yambo uj., el troqueo u! y el coriambo _uui ), prescindiendo del aire musical, pero fijando su ritmo con mayor rigor. Impuso la misma regular severidad a los diversos metros que empleó, ya aisladamente, ya en estrofas: se obligó así a obtener de la lengua latina efectos admirables con una forma muy sobria, que se abstiene severamente de todos los adornos de la poesía catuliana. Los temas líricos. — Todos los temas se prestan al lirismo; y Horacio no prescindió de ninguno; incluso los mezcló en sus libros de odas. Encontra mos así en proximidad composiciones mitológicas y personales; paisajes y reflexiones filosóficas; esquelas a amigos, que nos recuerdan las Epístolas; frases maliciosas, consejos o confidencias, que las relacionan con las Sátiras. Una parte considerable de las Odas, de tono epicúreo o moral, es simple transposición lírica de las “Charlas”. Otras, burbujas de cortesía o de mito logía en particular, nos ponen de manifiesto a un Horacio amante del arte, muy sensible a las formas, a los reflejos, a los colores, sin otra emoción que la estética. Cuando pone en escena mitos, añade, como los griegos, un simbo lismo moral, con mucha frecuencia; pero no hay sentimiento religioso alguno capaz de realizar la unidad de la leyenda y de su interpretación. Por doquier aparece la imitación culta y el recuerdo de los griegos: no sólo Alceo y Safo, sino también Estesícoro (s. vn-vi), Anacreonte, Teognis (s. vi-v), Simónides (fines del s. vi), Píndaro, y muchos otros, a veces en un simple detalle de estilo, e incluso en giros que parecen de inspiración bien latina. En muchas Odas de una cierta extensión, Horacio ha vertido al campo lírico la libertad de desarrollo de los Sermones. Al seguir este procedimiento tenía por garante a Píndaro, cuyo estilo es tan encontrado y sorprendente; pero imitaba con su temperamento personal, y midiendo sus efectos con mucha ciencia, hasta las ausencias de transición o los cambios de una estrofa a otra: su audacia está especialmente calculada para que el lector no pierda jamás el hilo. Pero, incluso desde el punto de vista “musical”, no parece carecer de significación. Sosiego [Meditación aceica del otium (el descanso tranquilo), bien espiritual que no pueden garantizar ni la ambición ni las riquezas. — Deslizar insensible de una idea a otra. — Vigor ligeramente oratorio de las afirmaciones filosóficas; intimi dad en las evocaciones personales. — Nótese la perfección del ataque y la pro longación sentimental de la conclusión.]
“Sosiego” : anhelo suplicante del piloto sorprendido en pleno mar Egeo, cuando una tempestad ha ocultado la luna y los astros no muestran a los marinos sus fuegos conduc252
Horacio tores; “Sosiego”, dice el tracio loco por la guerra; “Sosiego”, repiten los medos** orgu llosos de sus aljabas: aunque no pueden comprar, Grosfo,20“ ni gemas ni púrpura ni oro. Sí; ni los tesoros de Oriente ni el lictor del cónsul apartan las perturbaciones lastimeras del espíritu y las inquietudes que asedian con su vuelo a los ricos palacios. No obstante, podemos vivir bien con modestos dispendios, viendo brillar en la mesa modesta el salero de plata heredado del padre, no dejando que el temor o la sórdida codicia os arrebate los sueños serenos. ¿Para qué, siendo efímeros, poner todo nuestro corazón en lograr tantos objetivos? ¿Para qué buscar tierra que calienta otro sol? ¿Quién — en una palabra— al desterrarse ha podido huir de sí mismo? La inquietud perniciosa sube con nosotros al barco, a la proa de bronce y acompaña el galope de los escuadrones, más rápido que los ciervos, más rápido que el Euro disipador de nubes. Que el alma, un instante feliz, deseche el pensa miento en una inquietud futura; que, con tranquila sonrisa, endulce sus pesares. Nada existe totalmente dichoso; una muerte prematura arrebató en plena gloria a Aquiles; una prolongada vejez agotó aTitón; * y un mismo instante me dará tal vez a mí lo que a ti te ha negado. En tomo a ti mugen cien rebaños, vacas de Sicilia; para ti lanza el relincho la yegua de carrera; te revistes de lanas teñidas dos veces de púrpura africana. A mí la Parca veraz me ha dado un pequeño campo, un soplo de poesía llegado de Grecia y el desprecio al vulgo malvado. Odas, II, 16.
El momento presente [Horacio trata de acabar con la inquietud agotadora de L. Munatio Flanco con consejos de epicureismo práctico, apoyados (como lo hacían ciertos filósofos) en un relato mitológico. — Composición circular, dos evocaciones brillantes de G recia enmarcando descripciones graciosas y familiares de Italia. — Fuerza con centrada en la expresión (en especial en la narración legendaria, al modo de Pindaro). — Poesía en los nombres propios.]
Otros alabarán a Rodas la clara o a Mitílene,“* o a Éfeso, o bien a las murallas de Corinto, entre dos mares,”* o a Tebas, que se honra en Baco, a Delfos, que se glorifica en Apolo, o a la tésala Tempe.210 Hay quienes se consagran únicamente a celebrar en un poema continuado a la ciudad de la virgen Palas 211 y no cogen por doquier más que ramos de olivo para dar sombra a su frente. Muchos, para celebrar a Juno, cantarán a Argos, abundosa en corceles, y a la opulenta Micenas.213 A mí, en cambio, no me impresionan tanto la dura Lacedemonia ni la llanura de la pingüe Larisa,2“ como la mansión de la resonante Albúnea,2“ la caída del Anio y el bosque sagrado de Tiburno 111 y los vergeles húmedos adonde corren los arroyuelos. A menudo el claro Noto M disipa las nubes del cielo oscuro, y no siempre engendra lluvias: igualmente tú, si eres prudente, trata de limitar tus inquietudes y endúlzalas bebiendo, oh Planoo, las fatigas de la existencia, lo mismo en los campamentos, en los que brillan los estandartes, que, muy pronto, bajo la espesa sombra de tu querida Tibur.
205. 206. 207. la eterna 208. 209. 210. 2 11. 212. 213. 21 4 . 215. 21 6 .
Los partos. Pompeyo Grosfo, caballero, amigo de Horacio. Por amor a Titón, la diosa Aurora había obtenido para él la inmortalidad, p juventud de los dioses. Dos lugares casi apartados del mundo. E l istmo de Corinto está situado entre el mar Jónico y el mar Egeo. Valle feraz y célebre (curso inferior del Peneo). Atenas, célebre por sus olivares consagrados a la diosa Palas Atenea. Epítetos homéricos. E n Tesalia. Fuente sulfurosa del bosque sagrado deTibur (Tívoli). Argivo, fundador mítico de Tibur. E se viento del Sudoeste, lluvioso en ocasiones, aclaraba el cielo otras veces.
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E L CLASICISMO LATINO Como Teucro “T huyera de Salamina y de su padre, se ciñó, sin embargo, según es fama, con una corona de álamo en su frente bañada de vapores de Lieo ,218 y diri giéndose a sus amigos abatidos, dijo: “A donde quiera que nos lleve una fortuna mejor que mi padre, iremos, ¡oh aliados y compañeros! No hay que desanimarse por nada, bajo la égida de Teucro, bajo ios auspicios de Teucro. Pues el infalible Apolo me ha prome tido que en una tierra nueva ®0 nacería una segunda Salamina. ¡Oh, héroes animosos, que habéis soportado peores males conmigo! De momento, apartad vuestros pesares con el vino: mañana volveremos a cruzar el mar inmenso.” Odas, I, 7.
Las odas nacionales. — En los tres primeros libros de las Odas (de 30 a 23), Horacio no cesó de apoyar las intenciones religiosas y morales de Augusto, sobre todo en la medida en que aquéllas se ajustaban a su propio deseo de orden y de tranquilidad y a su filosofía de buen sentido y mode ración. Ello compone también el tema de las 6 primeras Odas del libro ter cero. El emperador concedió tanta importancia a esta labor, que trató de asegurarse en Horacio a un cantor nacional y dinástico. Le encargó, en 17, la redacción del himno que 27 jóvenes y 27 doncellas debían cantar el tercer día de los “Juegos Seculares”; en el Palatino y en el Capitolio, en honor de los dioses, en especial de Apolo, su protector personal. Horacio se entregó a su tarea con erudición y dignidad, sin gran entusiasmo. Consintió, no obstante, en ensalzar a Augusto y a algunos miembros de su familia, Druso y Tiberio en particular, en muchos poemas de su cuarto libro. Pero la preci sión en el tono da fe de la perfección del arte más bien que del fervor del poeta. Horacio, por lo demás, asegurada su gloria, se desprendía del lirismo para albergarse en una filosofía sonriente, aunque muy egoísta. Contra el lujo de los particulares [Lugar común (cf. Demóstenes, Contra Aristócrates, 2 0 7 -2 1 0 ): Varrón, Res rusticae, II, 1) en favor de la tradición romana. — Fuerza en las antítesis. — Brevedad expresiva en el vocabulario descriptivo.]
Pronto las enormes moles de los palacios de nuestros principales221 sólo dejarán peque ñas porciones al arado, los estanques aparecerán por todas partes, más extensos que el lago Lucrino,222 y el plátano egoísta 228 ganará la partida a los olmos; violetas 221 y mirtos y todo lujo de aromas extenderán su perfume donde antaño los olivares se cargaban de fruto; por el espesor de sus ramas, el laurel detendrá las flechas de fuego.225 No es eso lo que querían Rómulo, ni Catón, de ásperos cabellos,2“ ni las normas de nuestros antepasados. Poseían una pequeña fortuna, pero los bienes del Estado eran vastos. No veían alargarse ningún pórtico privado para captar la sombra de la Osa; 227 sino
2 1 7 . Hijo de Telamón: a su regreso de Troya, fue expulsado por su padre, que le objetaba no haber sabido impedir (o vengar) el suicidio de su hermanastro Áyax. 2 1 8 . “E l Liberador” : sobrenombre de Baco, escogido intencionadamente. 2 1 9 . Expresión romana: la orden autorizada por los dioses. 2 2 0 . E n Chipre. 2 2 1 . Alusión general (cf. Salustio, Catilina, 13, 1), pero apuntando tal vez a las cons trucciones célebres de Lúculo, cerca de Nápoles. 2 2 2 . E n la Campania. 2 2 3 . Porque sólo sirve de adorno, mientras que los olmos servían de sostén a la viña. 2 2 4 . ¿O tal vez alhelíes? 2 2 5 . D el sol. Pero el laurel es también un árbol estéril. 2 2 6 . Catón el Viejo: en su tiempo, los romanos nose afeitaban. 2 2 7 . Un pórtico orientado hacia el norte, para que diera frescor en verano. 254
Horacio que las leyes, al prohibir el desprecio hacia el rastrojo, que encontramos por doquier, orde naban los gastos en pro de los edificios públicos y ornar con piedras exóticas los templos de los dioses. Odas, II, 15.
Para exaltar el sentimiento patriótico [Al tiempo (en 27 ) que Augusto prepara expediciones contra Bretaña (Ingla terra) y los partos a la vez, Horacio propina un golpe al patriotismo m ilitar de los romanos: recientemente se habían visto (tras la derrota de Craso en Carras, en 53) soldados romanos prisioneros establecidos entre los partos, a sueldo: ¡qué vergüenza, si pensamos en el antiguo heroísmo de Régulo! (cf. T ito Livio, X X II, 5 9 -6 1 ). — Nobleza evocadora en la escena final.]
En el cielo, así lo creemos, truena y reina Júpiter; Augusto será dios en la tierra tras haber sumado a su imperio los bretones y los temibles persas. ¿Llegó un soldado de Craso, a vivir como marido deshonrado de una esposa bárbara y a envejecer entre el enemigo (ioh, Senadol ¡oh, cambio de usanzas!), cubierto con las armas de su suegro, obediente, él, marso o de la Apulia, a un rey medo, olvidándose de los anciles 09 y del nombre romano y de la toga y de la eterna Vesta, cuando ni Júpiter ni Roma habían sufrido menoscabo? Este temor agobiaba el espíritu profético de Régulo “ cuando se negó a entablar tratos vergonzosos y a un ejemplo que arrastrara una ruina total para los siglos futuros, si no dejaba morir sin piedad a los jóvenes cautivos: “Mis ojos han visto — dijo— con los ojosdirigidos a los muros de los templos púnicos, las insignias y las armas arrebatadas a nuestrossoldados vivos; 280 yo he visto con mis ojos de hombre Ubre a ciudadanos, a los que cogían y ataban los brazos tras su espalda, y a Cartago, con todas las puertas grandes abiertas,231 y el cultivo que retomaba a sus campos arrasados por nuestros brazos. Comprado a precio de oro, ¿regresará el soldado con más ardor a su patria, seguramente? Perdéis a la vez el honor y el dinero. La lana impregnada de púrpura no recobra ya su color primi tivo: el verdadero valor, una vez perdido, no vuelve al corazón de los cobardes. Si la cierva escapa de las mallas de la red, se vuelve belicosa; será buen soldado quien se entregue a pérfidos enemigos; ¡abatirá a los púnicos en una nueva guerra quien sin sobresaltos ha sentido las correas morder sus brazos y quien ha temido la muerte! ¡Ah! Sin reflexionar a quién debían la vida, ¿han confundido la paz con la guerra? ¡Qué ver güenza! ¡Oh, gran Cartago, que te eriges más alta sobre las ruinas del honor itálico!” Se dice que apartó de sí, como privado de todo derecho,“ 2 el beso de su casta esposa y de sus pequeños, orgulloso, y con su mirada heroica fija en tierra, hasta que convenció y consiguió de los senadores, vacilantes ante una resolución inaudita, marchar en seguida al destierro, entre las lágrimas de sus amigos, lleno de gloria. Sabía sin embargo la suerte que le preparaba el bárbaro verdugo: pero, abriéndose paso entre sus amigos y el pueblo que intentaba detenerle, hubiérase dicho que simplemente, tras haber resuelto las largas polémicas de sus clientes,1aB marchaba a los campos de Venafro2** o a la laconia Tarento .2“6 Odas, III, 5.
2 2 8 . Escudos sagrados que llevaban a Roma los salios, sacerdotes de Marte. 2 2 9 . M. Atilio Régulo, cónsul en 2 5 6 , hizo la guerra en A frica; pero, vencido por los i iirtagineses, fue enviado por ellos a Roma para negociar el rescate de cautivos. Aconsejó, por d contrario, dejarlos prisioneros, y regresó, cumpliendo la palabra dada, a Cartago, donde lu mataron entre torturas. 2 3 0 . Hubieran debido morir con las armas en la mano. 2 3 1 . Poco antes estuvo a punto de sitiarla. 2 3 2 . Como prisionero, y, por tanto, esclavo. 2 3 3 . E l “patronus” era el primer ju ez de las respuestas de sus clientes. 2 3 4 . Ciudad de la Campania, célebre por sus olivares: evocación de la riqueza agrícola. 2 3 5 . Evocación de una ciudad lujosa, de clima ideal.
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El clasicismo de Horacio. — El clasicismo de Horacio posee una mesura totalmente helénica; es la expresión de un temperamento de artista, muy fino, sensual y delicado a la vez, muy equilibrado. El modo de que goza de la vida sin comprometer su dignidad, su desprendimiento escéptico o irónico, gracias al cual la fantasía y la recta razón se armonizan en él para damos lecciones de una gracia especial, son rasgos que lo relacionan con los griegos más cultivados del siglo iv. Sin embargo, Horacio debía agradar a una sociedad aristocrática desen gañada tras las guerras civiles. Aunque pertenece a todos los tiempos, en cuanto su realismo es sobre todo psicológico y moral: la naturaleza, el campo, no son para él una ocasión de comunicar con el universo; sólo trata de buscar un descanso sin cesar de aplicar su perspicacia a experiencias más simples y a espíritus más rudos. Es también eminentemente clásico por el escrúpulo de un trabajo muy consciente, que aspira al máximo provecho del mismo, a la sobriedad, a la plenitud. En ello es insuperable. Pues aunque su expresión no tenga el íntimo tono cálido de la de Virgilio, es un modelo mucho más accesible de gusto y sensibilidad: y su precisión, su variedad y realismo plástico aparecieron como un ideal a los ojos de los profesores de gramática y a los más dóciles discípulos. Padua, en Venecia, era una ciudad antigua, trabajadora, patriota, en que las viejas virtudes eran un timbre de honor; Tito Livio, c|ue nació allí, en un ambiente burgués, de ideas republicanas, sólo abandono su ciudad para ir a Roma y regresó a ella a pasar sus tres últimos años. Ni los acontecimien tos ni su temperamento lo ligaban a una vida política; se consagró por entero a las letras: retórica, diálogos filosóficos, pero sobre todo su Historia de Roma, obra inmensa (la única de la que nos queda una parte) en la que trabajaba ya en 27 y que le ocupó hasta su muerte. Sin viajar, sin actuar, desde su gabinete de trabajo ganó la gloria en su época. Sin sacrificar nada de sus convicciones “pompeyanas”, sin adular a Augusto, fue acogido en la intimidad de la familia imperial. Fue el más indicado, por su lealtad inte lectual y su benévola moderación, para transmitir a la edad imperial una ima gen auténticamente nacional de la antigua Roma, que no fuera ni una apo teosis ni un panfleto del nuevo régimen. TITO LIVIO 64 o 59 a. C.-17 p. C.
La “ Historia de Roma” . — Los 142 libros de la Historia de Roma (Ab Vrbe condita libri), que iban desde los orígenes hasta el año 9 a. C., apare cieron en grupos desiguales, a menudo de 5 o 10 libros, formando un todo. La división por “décadas” (conjunto de 10 I.) pareció muy pronto (¿antes del siglo X V ?) la más indicada. Solamente se nos h a transmitido la primera (que llega hasta 293 antes de nuestra era: de los orígenes a la víspera de la guerra contra Pirro), la tercera (segunda guerra púnica), la cuarta y la mitad de la quinta (hasta 167: sumisión de Macedonia como provincia) con lagunas, más algunos fragmentos. Una tan grave mutilación de una obra tan célebre se explica por su propia extensión: era difícil multiplicar los ejemplares manus 256
Tito Livio
critos en su integridad. Por otra parte, como figuraba como prototipo de historia romana, se habían redactado desde muy pronto sumarios sucintos por libros (periochae), útiles para manejar la extensión de los volumina de Livio, y que, al contener lo esencial de los hechos, bastaban como un “ma nual” de historia nacional.236 Su concepción. — Adivinamos causas complejas en el nacimiento de la obra. El fin de las guerras civiles primero, junto con el advenimiento de Augusto, marcaron época: en esta fecha, aunque continuara avanzando, la historia romana podía aparecer como un todo, como la de Francia a Michelet, tras la revolución de 1830. Por otra parte, las ideas matrices del nuevo régimen tendían a una concentración nacional y a una restauración de la antigua moralidad, favoreciendo con ello la exaltación del pasado más remoto y la pintura sin adornos de las crisis recientes, al fin resueltas. Tito Livio se limitó, por tanto, a la historia de Roma, mientras algunos de sus predecesores o contemporáneos, Cornelio Nepote, Trogo Pompeyo, trataban, sin tener su genio, de prolongar el campó de su visión. Y, por lo demás, los votos ardientes de Cicerón en pro de una historia nacional que reuniera todas las cualidades de la elocuencia y ciertos encantos de la poesía debían decidir a un escritor consciente de sus fuerzas y ávido de gloria a emprender esta colosal tarea. Las dificultades. — Las dificultades eran inmensas, y de algunas era per fectamente consciente el propio Tito Livio: sospechaba que toda la historia primitiva de Roma, al menos hasta el advenimiento de la República, no era sino una trama de narraciones fantásticas; sabía que toda la documen tación exacta anterior a la toma y al incendio de Roma por los galos (en 390) había tenido que desaparecer, y que una buena parte de la que seguía había sido amañada por las familias y los clanes que, sucesivamente, habían diri gido la política de Roma. Y aunque hubiera querido utilizarla, prácticamente no hubiera podido: los archivos públicos sólo se concentraron a partir de 78; los archivos privados, celosamente guardados y sospechosos, hubieran debido ser objeto de una severa crítica de acuerdo con métodos que no se perfeccio naron hasta hace apenas cien años; muchas obras oficiales se encontraban
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hasta que se halla en plena labor; normalmente, sigue muy de cerca dos o tres para cada parte ae su historia (Valerio Antias y Claudio Quadrigario para la primera década; Fabio Píctor, Celio Antipater y Polibio para la terce ra), mezclando en cada momento con sus datos recuerdos o notas de otras jrocedencias. Sólo a fuerza de manejarlas llega a hacer su crítica; además, as mentiras y las exageraciones de los analistas deben ser manifiestas para que las rechace; una verosimilitud lógica, un término medio entre dos cifras le ayudan a emitir una hipótesis. En cuanto a los autores no latinos, parece ignorarlos, a excepción de Polibio, cuyo enorme valor no supo apreciar en sus comienzos, aunque empezó a resumirlo pronto, no sin modificarlo con mayor o menor prudencia de acuerdo con tal o cual analista, ni sin incurrir en contrasentidos. Pero Polibio, que era de sentimientos prerromanos, no corrige lo que las fuentes de Tito Livio tienen de excesivamente nacional. Un método tal permitió a Tito Livio trabajar con rapidez y dar a su obra una movilidad regular y unas proporciones que, aunque se prolongan extra ordinariamente (cosa casi fatal) a medida que avanza, permanecen en equi librio. Tal método le impidió ser un sabio original: no supo extraer de las antigüedades latinas y de los monumentos un colorido siquiera vero símil para los siglos más antiguos de Roma; no sospechó el contenido reli gioso de las leyendas que narraba; ni la diversidad de pueblos y de intereses que veía en los datos; ni la importancia de los problemas económicos que descubría. Sin embargo nos ayuda, más que Polibio, a comprender el tem peramento romano, con su mezcla de razón y práctica supersticiosa, o tam bién las relaciones entre los problemas internos y externos. Y, en la narración del último siglo de la República (en mucho, la parte más extensa de su obra) se patentiza su facilidad para abarcar vastas lecturas, su imparcialidad, la proximidad de los hechos y la actualidad de las cuestiones, que permitían recrear una atmósfera exacta; todo ello debió conferir a su obra —se nota en su relato de la muerte de Cicerón— un valor histórico muy elevado. Y, aunque a menudo le falte espíritu crítico, su honradez es total; refleja así para nosotros, incluso sin dudar de ellos, antiguos estadios de la tradición romana que otros, como su contemporáneo Dionisio de Halicarnaso, oscure cen con sus rectificaciones. Su independencia es también una virtud de histo riador: y, al consolidar cada vez más su “alma de antiguo”, la robusteció, por decirlo así, haciendo de la historia su vida. Sin duda la concibe predo minantemente como una exaltación nacional, un tema de reflexiones morales, y desde el punto de vista de los conservadores moderados, hostiles a las experiencias democráticas: esta forma de historia parecía, en esta fecha, muy legítima, y Tito Livio ha desempeñado su tarea con completa honradez.
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Historia y moralidad nacional [Severidad moral que llega al pesimismo, y tiende a convertirse en tra dicional en la historia romana (cf. Salustio, Tácito). — Poesía oratoria en forma de períodos o “tiradas” . — Acento religioso en la conclusión. — Ritmo y tono general de gran tono, aunque sin monotonía.]
... E l objetivo esencial que propongo a la escrupulosa atención de cada cual es la vida y las costumbres de antaño, las grandes figuras y la política, interna y externa, que crea
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Tito Livio ron y engrandecieron el imperio. Más adelante, con la relajación insensible de la disci plina, seguiremos con el pensamiento una especie de desviación de las costumbres primero, un desliz progresivo después, y, finalmente, un movimiento brusco hacia la ruina, hasta nuestros días, en que la corrupción y sus remedios nos resultan igualmente intolerables. Lo que la historia ofrece de saludable y fructífero son precisamente los ejemplos ins tructivos de toda índole que se descubren a la luz de la obra: todos hallan modelos a seguir para su propio bien y el de su patria; encuentran también acciones indignas tanto por sus causas como por sus consecuencias, que es preciso evitar. En una palabra: si la pasión que siento hacia mi empresa no me engaña, jamás existió estado más grande, más puro, más rico en buenos ejemplos; jamás existió pueblo alguno tan inaccesible por tanto tiempo a las pasiones y al lujo, que guardara tan profundamente el culto a la modestia y a la economía: hasta tal punto que, cuantas menos riquezas tenían, tantas menos deseaban: ahora, en cambio, con las riquezas nace el deseo, y con la afluencia de placeres el anhelo de arruinarlo todo y de arruinarse a sí mismo en los excesos del lujo y el desenfreno. Dejémonos, sin embargo, de lamentaciones: no nos agradarán tal vez en las ocasio nes mismas en que sean necesarias; y no quiero formularlas ya al comienzo de la gran obra que voy a desarrollar. Si los deseos, los votos, las súplicas a los dioses y a las diosas estuvieran de moda entre nosotros, como entre los poetas, preferiría comenzar pidiéndoles un gran éxito para mi gran empresa. P refacio, 9-12.
Evolución literaria de Tito Livio. — La doctrina literaria de Tito Livio era muy precisa: admiraba la amplitud y el colorido de Demóstenes y de Ci cerón, y censuraba las asperezas y los arcaísmos de Salustio. Pensaba, con Cicerón, que la historia debía ser “obra oratoria”; y la tarea que se había im puesto la asociaba a la idea de un largo desarrollo regular y majestuoso. Por ello reaccionaba contra las tendencias de la prosa de su tiempo; es, además, imposible, que en un trabajo de tan grandes dimensiones no evolu cione un escritor. Por ello existen diferencias entre las Décadas, que serían sin duda más notables si poseyéramos las últimas. La primera —en la que el estilo es más actual— es la más atractiva; en especial en los cinco primeros libros (la materia misma lo predisponía), en que Tito Livio traza cuadros bastante breves, a menudo con efectos de con traste, que resaltan vivamente; no se priva aún sistemáticamente de los incisos; la lengua sorprende también con frecuencia al lector por sus giros familiares, poéticos o enfáticos, que se escapan de la trama general. Luego Tito Livio se hizo progresivamente ciceremano: la tercera Década, con algu nos destellos muy esporádicos, alcanza una perfección casi continua, real mente épica, que mantiene vivo el recuerdo, e incluso la imitación, de Ennio. Las siguientes pierden brillantez, y gana en solidez oratoria. En ellas Tito Livio dejaba de ser un escritor de su tiempo; los primeros libros anuncian mejor, por ciertos rasgos, a los historiadores del siglo i de nuestra era, e incluso a Tácito. En su conjunto, el estilo de Tito Livio es periódico. Pero los períodos, muy estudiados, son más densos y más simétricos que los de Cicerón; por ello se originan a veces confusiones, aunque ofrecen una extrema variedad de ideas, y enormes riquezas estilísticas bajo la apariencia de monotonía. La lengua empieza a aceptar una gran cantidad de expresiones antiguas o poéticas; 237 237. Atinio Pollón reprochaba a Tito Livio los provincialismos (lo que él llamaba su "patavinitas”); nosotros somos incapaces de hallar qué entendía aquél por tal.
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EL CLASICISMO LATINO
las metáforas son frecuentes, vivas y atrevidas; las comparaciones aparecen a veces desarrolladas plenamente, lo que era muy raro en Cicerón. Por tanto, el clasicismo de Tito Livio es original y prenuncia, pese a todo, el porvenir. La vida y el drama. — Su arte está al servicio de una rica imaginación. No orque Tito Livio llegue a “resucitar íntegramente el pasado”. No pinta ni i. tierra ni los paisajes de Italia, ni las condiciones materiales de vida, ni (aunque utiliza ciertos datos de los autores de antigüedades) las mentali dades en su complejidad. No obstante, revive los hechos con una intensidad sorprendente, sin preocuparse de las diferencias de medio o de costumbres, como si se tratara de acontecimientos actuales, en los que se hallara envuelto él mismo. Resulta, incluso ante los acontecimientos mas remotos, un tono de eneralización humana muy de acuerdo con el objetivo moral que se había jado Tito Livio, y a la vez una intensidad dramática igual, con otra forma, que la de Tácito.
Ê f
Advenimiento y muerte de Servio Tulio [Entre los reinados de Tarquinio el Viejo y Tarquinio el Soberbio, el de Ser vio Tulio representa, al parecer, la fusión de las tradiciones etruscas (dramáticas) y latinas (políticas). Pero Tito Livio trata ambos episodios por su valor humano general. — No pecan ni de brevedad ni de amplitud excesiva. — Precisión en los movimientos, que llega hasta la impresión de veracidad. — Fuerza, en oca siones ta l vez exagerada y tensa, en las palabras. — Colorido fam iliar y pintura de las masas. — Reacciones morales, más o menos explícitas, del autor (en el segundo pasaje).]
I ... Tarquinio cae, moribundo,“ en brazos de quienes le rodeaban, mientras los fugi tivos vienen a manos de los lictores. Se eleva un griterío y la gente se agolpa. Preguntan qué sucede. Tanaquil,”* en medio del tumulto, manda cerrar el palacio, y arroja fuera a los testigos. Dispone sin tardar todo lo necesario para curar una herida, como si aún conservara esperanzas; pero, al mismo tiempo, por si dicha esperanza se ve defraudada, toma otras precauciones. Llama urgentemente a Servio*" y le muestra a su esposo casi exangüe; y, tomándolo de la mano, le ruega que no deje impune la muerte de su suegro, que no laabandone a ella, a su suegra, al arbitrio de los enemigos. “Tuyo es el reino, Servio — le dijo— , si eres hombre, y no de los criminales que han cometido, con manos mercenarias, este crimen. Ponte en pie, y déjate guiar por los dioses, que han proclamado la gloria reservada a tu frente coronáindola con un fuego celestial. Ya llegó la hora de sentirse animado por ese fuego divino. He aquí ]a hora del auténtico despertar.*“ Nosotros, aunque extranjeros,*** obtuvimos el reino. No pienses sino quién eres; olvida tu nacimiento. Si este accidente imprevisto desalienta tu decisión, sigue al menos la mía.” Los gritos y el ímpetu de la muchedumbre eran casi irresistibles; desde lo alto del palacio, por una ventana que daba sobre la calle Nueva (el rey habitaba cerca del templo de Júpiter Estátor), Tanaquil se dirige al pueblo: “Debéis permanecer tranquilos. E l rey ha quedado
2 3 8 . Tarquinio se había proclamado rey al morir Anco; los hijos de Anco habian pagado a unos asesinos para que vinieran à eliminarlo a palacio. 2 3 9 . M ujer de Tarquinio, prototipo de energía y decisión. 2 4 0 . Pese a ser un niño de humilde origen, aunque favorecido por un prodigio (una llama había rodeado su cabeza mientras dormía), Servio Tulio se convirtió en el favorito y yerno de Tarquinio. 2 4 1 . Por oposición al sueño del niño después del prodigio. 2 4 2 . Tarquinio era de origen griego; Tanaquil era etrusca.
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Tito Livio inconsciente a causa de la repentina violencia del ataque; pero el arma no ha penetrado profundamente y ya ha vuelto en sí; han curado su herida y atajado la hemorragia; todo se halla en perfecto estado; está convencido de que dentro de poco volverá a verlos. Mientras tanto, hay que obedecer a Servio Tulio; él hará justicia y cumplirá las restantes funciones del rey.” Servio avanza con la trábea *“ y los lictores; sentado en el trono decide unas veces, otras finge que va a elevar una consulta al rey. Así, durante algunos días, aunque Tarquinio había expirado ya, su muerte se mantuvo en secreto y Servio, con 1a apariencia de suplir a otro, reafirmó su propia autoridad; sólo entonces se elevaron las lamentaciones fúnebres en el palacio, y todo se hizo público. II ... Finalmente, cuando consideró que era tiempo de actuar,“ * escoltado de una tropa armada, hizo irrupción en el foro. Entonces, en medio del temor general, marchó a sen tarse en el trono en la curia *“ y dijo al heraldo que convocara a los Padres en el Senado, junto al rey Tarquinio. Se reunieron al fin, preparados unos ya para los acontecimientos, temiendo otros perderse con su abstención, estupefactos ante este hecho inaudito y prodi gioso y persuadidos de que todo era obra de Servio. Entonces Tarquinio empezó a hablar contra él y la bajeza de su origen: “Un esclavo, hijo de esclavo,*“ aprovechándose de la muerte indigna de su padre y, sin establecer el interregno “ 7 tradicional, sin reunir los comicios,“ 8 sin obtener los sufragios del pueblo ni la ratificación del senado, recibió de una mujer, como regalo, el trono que usurpó. Con un nacimiento semejante y una procla mación tal, para favorecer al vil populacho, del que nació,*" y por odio a una aristocracia a la que no pertenecía, arrebató sus tierras a los grandes para distribuirlas a los ínfimos del pueblo; todas las cargas, aunque fueran comunes, las hacía recaer sobre los grandes; había establecido los censos, para designar a medida de sus deseos la fortuna de los poderosos y poder de este modo disponer de ella para prodigar sus larguezas a los indigentes.” Mientras pronunciaba este discurso, llegó Servio, apresuradamente, avisado por un emisario, y, entrando en la curia, gritó en alta voz: “¿Qué significa esto, Tarquinio? ¿Qué audacia te permite, estando yo vivo, convocar a los Padres y sentarte en mi trono?” E l adversario contesta, con insolencia, que ocupa el trono de su padre; en lugar de un esclavo, es preferible que ocupe el poder el hijo del rey; que ya se ha burlado e insultado a sus amos por bastante tiempo. Se alzaron gritos en pro y en contra de los respectivos parti darios; ya acudía el pueblo hacia la curia; era evidente que el trono quedaría en manos del vencedor. Entonces Tarquinio, obligado por la fuerza de los acontecimientos a intentarlo lodo, y muy favorecido por su edad y por su fuerza, tomó a Servio por la cintura, lo sacó fuera de la Curia y lo arrojó por las escaleras abajo. L a escolta del rey y su séquito emprenden la huida. É l mismo, casi exangüe y con un séquito inferior al propio del los reyes, huía hacia su refugio, cuando unos enviados de Tarquinio lo sorprendieron y le dieron muerte. Se sospecha de T u lia 250 (y sus otros crímenes no lo contradicen) como instigadora de este golpe de mano. Lo que está probado, al menos, es que ella acudió en coche al foro, sin turbarse ante esta masa de hombres, y pidió a su marido que acudiera tuera de la curia y fue la primera en darle el título de rey. Invitada por éste a salir ile entre una masa tan tumultuosa, regresó a su casa; llegó a lo alto del barrio Ciprio, donde había estado poco antes el templo de Diana, y torció a la derecha hacia la cuesta
2 4 3 . Manto de rayas rojas horizontales, de solemne antigüedad, reservado para los reyes sacerdotes (¿de origen sabino?). 24 4 . E l hijo de Tarquinio el V iejo (que será Tarquinio el Soberbio, último rey de Roma) derrocará a Servio. 2 45. Sala de deliberación del Senado. 246. L a tradición más infamante acerca del origen de Servio, cuyo nombre (tal vez etrus co en realidad) evoca el nombre latino del esclavo (seruus). 2 47. Garantizado por los senadores antes de la elección del nuevo rey. 2 4 8 . Asamblea electiva. 2 49. La tradición atribuía a Servio un gran número de disposiciones democráticas, de' hecho tres posteriores. 25 0 . Mujer de Tarquinio.
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E L CLASICISMO LATINO Urbia, para ganar la colina de las Esquilias, cuando el cochero se detuvo, asustado, frenando con las riendas, y mostró a su dueña el cadáver de Servio. Aquí sitúa la tradición un crimen horrible y contra la naturaleza, cuyo recuerdo quedó perpetuado en el lugar: se llama calle del Crimen aquella en la que Tulia, fuera de sí, acosada por las furias vengadoras de su hermana y de su esposo,“ 1 obligó a pasar el carro — según es fama— sobre el cadáver de su padre. Con las manchas de sangre del parricidio en su coche enrojecido, y ensangrentada ella misma por las salpicaduras, regresó al hogar conyugal; aunque la cólera de los penates 852 hizo muy pronto suceder a este mal comienzo del reino un fin de la misma índole.“* I, 41, 1-6; 47, 8-48, 7.
El relato épico. — Ese don de vida es muy consciente en Tito Livio, y su potencia creadora muy controlada. El escritor compone sus relatos con rigor, distinguiendo los momentos, escogiendo y ordenando los detalles para lograr la unidad en vigor y fuerza expresiva. Algunas palabras puestas en boca de los personajes esenciales, un cierto calor retórico elevan dema siado el tono en las escenas de la primera Década. Tito Livio llegó a enlazar todas estas narraciones hasta realizar conjuntos cada vez más vastos, amplios, sin dispersión. Logró entonces una narración épica, casi homérica, de un curso regular, ininterrumpido, en que las propias monotonías (inevitables) se armonizan con el tono general. Por desgracia conservó la costumbre de los analistas de dividir su materia año por año, lo cual mutila a veces los perío dos históricos más grandiosos. Batalla de Metauro [Aníbal se halla confinado en la Italia meridional; su hermano Asdrúbal le envía desde España un ejército de socorro y correos para prevenirle su lle gada. Pero dicho mensaje es interceptado por el cónsul Claudio Nerón, que se ocupa de Aníbal, mientrasel otro cónsul, M. Livio, se enfrenta con As drúbal. E l encuentro tiene lugar durante la noche, y sin establecer un campo de operaciones nuevo, como era costumbre, para engañar a Asdrúbal. Los adversa rios están cerca del rio Metauro (Metaro); la batalla tiene lugar tal vez no lejos de Fano (2 0 7 a. C.). — Narración documentada, de gran valor histórico. — Ausencia de precisiones geográficas; exactitud en el relato táctico y estratégico. — Psicología dramática y sabor de intimidad en el relato. — Leal homenaje al ene migo (obsérvese sobre todo la conclusión, de tinte retórico.]
... Iba a trabarse la batalla cuando Asdrúbal, habiendo avanzado con algunos caba lleros ante los estandartes, notó que en las filas enemigas se hallaban escudos usados que no conocía y caballos flacos; el ejército le pareció también más numeroso. Sospechando la verdad, mandó tocar retirada, y envió destacamentos al río, donde los dos ejércitos tomaban agua: allí podrían hacer prisioneros, o, en todo caso, notar si el tono curtido de ciertos rostros revelaba una marcha reciente; manda también seguir desde lejos todo el contorno del campamento romano para examinar si el cerco se había alargado en algún punto; y observar si la trompeta sonaba una o dos veces en el campamento. La relación detallada que se le dio podía engañarle: los campamentos no habían sido prolongados; sólo había dos, el de M. Livio y el de L. Porcio, sin ninguna extensión originada por un incre mento de tiendas. Pero, como jefe experimentado y curtido en la lucha contra los romanos, se sorprendió al notar que los toques, únicos en el campo del pretor, se oían redo
251. 252. 253.
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Las Furias, divinidades infernales de los remordimientos. Dioses de la casa, custodios de su prosperidad. Tarquinio seria el último rey de Boma.
Tito Livio blados en el del cónsul. Se hallaban pues allí, a ciencia cierta, ambos cónsules. Y se pre guntaba, con ansiedad, cómo había roto el contacto el que hacía frente a Aníbal. Se hallaba muy lejos de sospechar la verdad: Aníbal había sido burlado hasta el punto de ignorar dónde se hallaba el general y el ejército cuyo campamento lindaba con el suyo: “Con toda seguridad, hubiera sido preciso que ocurriera una catástrofe para que no se atreviera a seguirlos. ¿Se había perdido todo? ¿No llegaba demasiado tarde el socorro que traía? Ya los romanos tenían por suya la Fortuna, tanto en Italia como en España...” Pero, en algunos momentos, suponía que Aníbal no había leído su carta; que había sido interceptada, y que el cónsul había acudido para aplastarle. En esta dolorosa incertidumbre, manda apagar los fuegos, y a partir de la primera vigi lia da orden de recoger los bagajes en silencio y emprende la marcha. En la confusión y el desorden de la noche, los guías, mal vigilados, habían huido; uno a un escondrijo en el que había pensado antes; el otro, que conocía los vados del Metauro, atravesando el río a nado. Así, sin guías, el ejército se dispersa primero en la campiña: un buen número de soldados, extenuados por las vigilias, se extienden por doquier para dormir, deser tando de sus filas. Asdrúbal, esperando la luz del día para seguir la ruta, manda costear la orilla del río; y, siguiendo al azar los lazos y sinuosidades de su curso tortuoso, no avanzó gran trecho, hallándose en todo momento dispuesto a atravesarlo, en cuanto el menor destello de luz diera alguna posibilidad. Pero, cuanto más se alejaba del mar, tanto más aumentaba la altura de las escarpadas riberas: perdió así un día para buscar, en vano, un paso, dando tiempo a los romanos para alcanzarlo. Nerón llegó primero, con toda la caballería; detrás de él, Porcio, con las tropas ligeras. Inquietaban y aturdían por todas partes a ese ejército cansado: el cartaginés, renunciando a una retirada que tomaba las trazas de una huida, se decidió a trazar un campo de acción en una altura, sobre el río, cuando llegó Livio con toda la infantería pesada, colo cada y dispuesta, no para la marcha, sino para una batalla inmediata. Cuando todas las tropas romanas se unieron y constituyeron un solo frente, Claudio tomó el mando del ala derecha, Livio el de la izquierda; el centro fue confiado al pretor. Asdrúbal, viéndose obligado a la batalla, mandó abandonar el trabajo de fortificación. En primera fila, ante sus estandartes, sitúa a los elefantes; a los galos a la derecha, para que le cubran, contra Claudio, no tanto porque tuviese confianza en ellos como porque creía que los romanos les temían; él se reservó el ala derecha, contra M. Livio, con los españoles, viejas tropas en las que depositaba su esperanza; los ligures ocuparon el centro, tras los elefantes. Su línea do batalla era más larga que profunda. Una colina prominente cubría a los galos. Los españoles iniciaron la lucha con el ala izquierda de los romanos. Toda la derecha quedó en suspenso, sin actuar: la colina, frente a ella, se lo impedía, tanto de frente como de lado. La acción se había concentrado, con gran fuerza, entre Livio y Asdrúbal; las pérdidas eran inmensas por ambos bandos. Allí se hallaban los dos generales y la mayor parte de la infantería y de la caballería romanas; y los españoles, veteranos hábiles en los métodos de guerra romanos, y los ligures, raza curtida en los combates. Allí habían arrojado también los elefantes. Al primer choque, ocasionaron el desorden en las líneas de protección e incluso alteraron el cuerpo que luchaba; pero en seguida, con el creciente tumulto del alboroto y su griterío, iban — más difíciles de controlar— como sin saber uniones eran sus dueños, en medio de los dos adversarios, parecidos a naves sin timón t|ue flotan a la ventura. Claudio, por su parte, gritaba a sus soldados: “¿Para qué, pues, tanta diligencia, y una marcha tan larga?” Se esforzaba, en vano, por alcanzar el pico tli· la colina que aparecía frente a él; viendo que era imposible llegar por allí hasta el enemigo, separa algunas cohortes de su ala derecha, que veía confinada a un papel más tlr observación que de acción; y las obliga a pasar, por detrás del frente, al extremo opuesto. A menudo, con la sorpresa, no sólo del enemigo, sino de los suyos, ataca en conversión, por la izquierda, y con una fuerza tan vigorosa que, habiendo aparecido por el costado del enemigo, casi al punto llevó el combate a sus espaldas. Entonces, rodeados por todas partes, españoles y ligures caen abatidos; y la matanza alcanzaba ya a los galos. Allí es donde menos resistencia tenía, pues un buen número había abandonado las filas, se había dispersado durante la noche y acostado para dormir por doquier en los campos; v los que quedaban, agotados por el viaje y las vigilias, siendo individuos físicamente incapaces de resistir el cansancio, apenas podían con el peso de sus armas. Era entonces mediodía: la sed y el calor los entregaba jadeantes al enemigo; se les decapitaba y cap
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E L CLASICISM O LATINO turaba en masa. En cuanto a los elefantes, murieron más a manos de sus çonductores que de los romanos. Dichos conductores tenían un cincel y un mazo: cuando veían que las bestias se enfurecían, y rodaban en medio de los suyos, aplicaban el cincel entre las dos orejas, en la misma articulación de la cabeza con la nuca, y, con el golpe mayor que podían dar, los abatían. Era el medio más expedito para matar a monstruos de esa talla, cuando no podían guiarlos. Y el propio Asdrúbal fue el primero en concebir dicha idea. Este general, famoso por muchas hazañas, ganó en esa batalla la gloria suprema. Los soldados encontraron la confianza en él, en sus exhortaciones, en su valor para afrontar los peligros; él fue quien, pese a estar extenuados y abatidos, llenos de desánimo y de cansancio, los llenó de coraje tanto con sus ruegos como con sus reproches; él fue quien se atrajo de nuevo a los desertores y restableció el combate en muchos puntos. Por fin, cuando la Fortuna se declaró sin remedio a favor del enemigo, no queriendo sobrevivir a un ejército tan grande, al que había ligado su nombre, lanzó su caballo en medio de una cohorte romana; allí, como digno hijo de Amílcar, y digno hermano de Aníbal, cayó con las armas en la mano. X X V II, 47, 1-49, 4.
La psicología. — Más aún que por el movimiento dramático, Tito Livio se interesa por los factores psicológicos de la historia. Gusta de concentrar la luz sobre figuras lo bastante representativas como para indicar las tenden cias, ya del pueblo romano entero, ya de uno de sus partidos políticos en una fecha determinada. Llega a trazar retratos de molde, ficticios como el de Papirio Cursor, o bien fundados en documentos verídicos, como los de Aníbal, de Catón el Viejo. Pero prefiere desarrollar los caracteres de los protagonistas en el curso de las acciones variadas, mezclándolas con la marcha de los acontecimientos: así crea con la apariencia de una evolución viva, a Camilo, el héroe de los tiempos antiguos, a Escipión el Africano, y a muchos otros. Es capaz también de captar, en una palabra, en un gesto, las diferencias entre los miembros de las familias célebres y representativas, como los Clau dios o los Fabios; o el móvil de un personaje secundario. Pero la originalidad más sorprendente la reveló en la evocación de las emociones colectivas, en los movimientos de las masas. Su psicología es, sin duda, de un carácter muy general, pero casi infalible dentro de esos límites, presentando trazas de verosimilitud. Papirio Cursor [Típico retrato, sin documentación segura, de un cónsul y dictador célebre de finales del siglo rv. — Mezcla de héroe "homérico” (Aquiles; Alejandro Magno, que alardeaba de virtudes “homéricas” y con el que Tito Livio compara, más adelante, a los generales romanos) y de general en jefe romano. — Rudeza e ironía campesina. — Aspecto anecdótico, raro en Tito Livio, pero que, tomado de él, se actualizará progresivamente.]
Sin duda alguna, reunía todas las cualidades del gran guerrero; y su fuerza física, tanto como el vigor de su espíritu, no tenían parangón. Su rapidez, en especial, era asom brosa; a ella debía su sobrenombre. Se decía que a caballo superaba a todos sus contempo ráneos y que era también, por exigencia física o por entrenamiento, el más grande comedor y bebedor; que ningún jefe realizaba servicios más duros que él, ni en caballería,“* ni en infantería, porque era insensible a la fatiga. Como los caballeros se atrevieran un día
25 4 . elevadas. 264
Los caballeros formaban aún una élite restringida, perteneciente a las clases más
Tito Livio a pedirle, como recompensa a un combate feliz, un descanso en el servicio, dijo: “Paia que no vayáis a creer que no concedo tregua alguna, os dispenso de acariciar la grupa del caballo cuando echéis pie a tierra.” Y la autoridad de su mando era tan rigurosa sobre los aliados como sobre los ciudadanos. E l pretor de Preneste,2“ por temor, había tardado en pasar de la posición de refuerzo a la primera línea; Papirio, paseando ante su tienda, lo mandó llamar, y luego dijo al lictor que tomara su hacha. E l temor se apoderó del prenestino. “Ea, lictor, corta esta raíz que obstaculiza el paso” , dijo; y, habiendo llenado al culpable del temor al último suplicio, lo despidió con un arresto. IX , 16, 12-18.
Boma conoce la victoria sobre Perseo [Perseo, rey de Macedonia, fue vencido por el cónsul Paulo Em ilio en Pidna (en 1 6 8 ). — Psicología de las masas muy sutil y atinada. — Indiferencia ante una crítica de tradiciones opuestas. — Com placencia en un pintoresquismo sin excesos.]
Los emisarios de la victoria, Q. Fabio, L. Léntulo y Q. Metelo, por más que se apre suraron, al llegar a Roma hallaron ya extendida la alegría por el acontecimiento. Tres días después de la batalla, en los juegos del Circo, un súbito murmullo corrió entre todo el graderío: había tenido lugar una batalla en Macedonia; la derrota del rey era completa. Luego el rumor creció, y, finalmente, sonaron vítores y aplausos, como si se tuviera una noticia segura de la victoria. Los magistrados, sorprendidos, trataron de averiguar quién había provocado aquella súbita alegría. No hallaron a nadie; y la alegría se borró con la certidumbre, dejando sin embargo en los corazones una tensa espera.“ * Y cuando la llegada de Fabio, Léntulo y Metelo la hubo justificado, la alegría de la victoria no rebasó la de haberla instintivamente presagiado. Se da, es cierto, otra versión, verosímil también, de esta explosión de alegría en el Circo. E l día decimoquinto de las Calendas de Octubre ” y el segundo de los Juegos Romanos subía al carro el cónsul C. Licinio, para acudir a dar la señal de la carrera de cuadrigas, cuando un correo a caballo procedente, según decía, de Macedonia, le entregó, según se cuenta, una carta laureada.“ 8 Partidas las cuadrigas, el cónsul, regre sando en carroza por el circo al palco oficial, mostró al pueblo las tablillas envueltas en laurel. Ante esta visión, de súbito, sin preocuparse ya del espectáculo, el pueblo se pre cipitó del graderío al coso; el cónsul convocó allí mismo al Senado, dio lectura a las tablillas y, con su autorización, anunció al pueblo desde el palco oficial que L. Emilio, su compañero, había trabado batalla con el rey Perseo; el ejército jnacedonio había sido destruido; el rey había huido casi solo; todas las ciudades de Macedonia se habían entregado al arbitrio del pueblo romano. Se produjo entonces una explosión de vivas con inmensos aplausos: muchos, dejando los juegos, marchaban a sus casas a comunicar la feliz noticia a sus esposas y a sus hijos. Era el día duodécimo tras la batalla. X LV, 1.
Los discursos. — Un número muy elevado de discursos (se cuentan más de 400 en los libros conservados) jalonan la narración; son, normalmente, bastante breves, aunque algunos alcanzan grandes proporciones, y todos, a la usanza antigua (véase p. 185), son de invención de Tito Livio y sin base 2 5 5 . Primer magistrado y jefe del contingente m ilitar de Preneste, ciudad latina "aliada” dr Roma. 2 5 6 . Que tenía, para este pueblo supersticioso, el valor de un presagio. 2 5 7 . E l 1 6 o 17 de septiembre, según el calendario utilizado. Pero las indicaciones cro nológicas de Tito Livio aparecen aquí muy confusas (los manuscritos escriben “ decena” , no "<|iiincena" [2 1 o 2 2 de septiem bre], lo que está en contradicción con el dato final), y en contradicción con las investigaciones modernas, que fijan la batalla en el 2 2 de junio. 2 5 8 . E l laurel es el símbolo de la victoria.
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E L CLASICISMO LATINO
histórica; incluso cuando el autor goza, por ejemplo, al hacer hablar a Catón el Viejo, imita más o menos su estilo (XXXIV, 2-4). Parece, pues, que dichos discursos no hacen sino dar fe de la riqueza y flexibilidad ae la retórica de Livio; o, al menos, en la composición artística de la obra, sirven para equili brar, por contraste, los períodos descriptivos y narrativos. Pero van más lejos: a veces desarrollan en todos sus rasgos la psicología de un personaje; con más frecuencia la política de un partido: así ocurre en los admirables discur sos puestos en boca de los representantes del Senado o de la facción popular (de Apio Claudio: VI, 40-41; de Canuleyo: IV, 3-5; etc.). Otras veces tratan de exponer el ambiente general de una situación, como lo haría un historia dor moderno, aunque en nombre propio. Casi siempre con el tono más exacto y la forma más viva. Esinnegable, pues, que Tito Livio alcanza su objetivo; tuvo conciencia de que rivalizaba en otro género, más breve, menos forense, con el propio Cicerón. Cuando su temple dramático le ayuda, lo consigue plenamente. Pero en ocasiones cede a inspiraciones puramente retóricas, cargando su énfasis en el relato heroico y acumulando rasgos cada vez más brillantes a expensas de la verosimilitud. Escipión reprime la sublevación de Suero [E n 2 0 6 , en España, en. el curso de una enfermedad de Escipión, algunas tropas acuarteladas en la desembocadura del río Suero (¿el Jú car?) se sublevaron. Escipión ordena que regresen a Cartagena y las toma de nuevo bajo su mando con una sorprendente maestría psicológica y una sabia y humana indulgencia. — Discurso revelador de toda una personalidad (enérgica, fina y seductora). — Cien cia y sutileza en el plan (entre un exordio y una conclusión, en que se combinan diversamente los temas de la severidad y el perdón: inconsciencia de los amoti nados; monstruosidad de su falta; sinrazón de su conducta; la patria está por encima de los individuos). — Riqueza en el movimiento y en la imaginación. — Nótese la verdad de las reacciones de la masa que encuadran los discursos. — Compárese: Lucano, F arsalia, V , v. 3 1 6 -3 7 3 ; T ácito, Anales, I, 24-3 0 .]
... Convocados a la asamblea, se concentran en la plaza cerca del tribunal del jefe, con aire audaz y pensando que sus clamores bastarían para aturdirle. Al mismo tiempo subió el general a pisar el tribunal y a extenderse tras su séquito sin armas las tropas ar madas traídas desde las puertas de la ciudad. Entonces toda su audacia se desplomó. Confesaban ellos mismos más tarde que nada los había impresionado tanto como el ines perado aspecto de fuerza y de salud de un hombre al que esperaban hallar debilitado y una expresión que no recordaban haber visto en su rostro, ni siquiera en plena batalla. Se sentó y permaneció un momento sin decir una palabra, hasta que le anunciaron que los fautores de la sedición habían sido conducidos y que todo estaba dispuesto. Entonces el heraldo mandó guardar silencio y Escipión empezó su discurso: “Jamás habría creído que pudieran faltarme las palabras para dirigirme a mi ejér cito. No porque no me haya ejercitado más en la palabra que en la acción; pero, ha biendo permanecido casi desde mi infancia en los campos de batalla, creía conocer el espíritu de los soldados. Para hablar con vosotros me faltan palabras e ideas. No sé si quiera con qué palabras he de dirigirme a vosotros: ¿ciudadanos? Habéis traicionado a la patria. ¿Soldados? Habéis renegado de vuestro jefe y de sus auspicios,*® quebrantado la santidad *° del juramento. ¿Enemigos? Los cuerpos, rostros, vestidos, porte, me obligan a 2 5 9 . Sólo el general era depositario de la religión nacional, y, por tanto, de la pres ciencia- que dan los dioses. 2 6 0 . Un juramento de fidelidad ligaba religiosamente a los soldados con su general.
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Tito Livio reconocer en vosotros a unos ciudadanos; las acciones, propósitos, proyectos y voluntades me obligan a ver a unos enemigos. Pues vuestros deseos y esperanzas, ¿no eran los mismos que los de los ilergetas y lacetanos? 3,1 Pero ellos, en su aturdimiento, siguieron a Mandonio e Indíbil, caudillos de raza real; vosotros, en cambio, habéis conferido los auspicios y el mando a un Atrio de Umbría, a un Albino de Cales. Decís que no todos estuvisteis unidos en hacerlo ni en quererlo, soldados míos; que fue la enajenación, la locura de algunos. Quiero creeros; pero estos crímenes han sido tan grandes que, si se hubieran extendido a todo el ejército, habrían sido precisas expiaciones sin cuenta para borrar la mancha. Me encuentro, sin yo quererlo, con estas heridas; mas es menester tocarlas y pro fundizar en ellas para curarlas. Pues bien, una vez arrojados los cartagineses de España, yo creía que en toda la provincia no habría una aldea, un corazón que atentara contra mi vida: tal había sido mi dulzura no ya para con mis aliados, sino hasta con mis ene migos incluso. Y es en mi propio campamento donde el rumor de mi muerte fue no sólo aceptado, sino dado por cierto. No es que tenga la intención de hacer recaer la falta sobre todos vosotros — ]ayl Si creyera que todo mi ejército desea mi muerte, moriría aquí mismo, al instante, ante vuestros ojos; mi vida no se mantendría si fuera odiosa a mis conciudadanos y a mis soldados; — pero una muchedumbre es semejante al mar, inmóvil en sí; según actúen en vosotros los vientos o las brisas, la calma o el huracán; la causa y el origen de esta enajenación reside en los agitadores; vosotros os enloquecisteis por contagio. Y me parece que vosotros mismos os dais cuenta hoy de hasta qué punto de locura llegasteis, qué crimen osasteis perpetrar contra mí, contra la patria, vuestros padres y vuestros hijos; contra los dioses testigos del juramento; contra los auspicios bajo los cuales prestabais servicio, contra el orden militar y la disciplina de los antepasados, contra la majestad del mando supremo. En cuanto a mí, guardo silencio; supongamos vuestra credulidad debida a la irreflexión más que a un deseo atroz; supongamos incluso que mi mando sea uno de esos que justifican la desazón de un ejército. Pero ¿qué os había hecho la patria? ¿Por qué la trai cionabais, uniendo vuestros proyectos a los de Mandonio e Indíbil? ¿Qué os había hecho el pueblo romano para que, arrebatando el poder a los tribunos,2“ elegidos regularmente, lo transfirierais a unos particulares, e, insatisfechos incluso por tenerlos como tribunos, vosotros, un ejército romano, transmitierais los haces de vuestro general a gentes que no habían tenido nunca un esclavo a quien mandar? Un Albio, un Atrio durmieron en el pretorio,®* presidieron los toques, mandaron exigir la consigna, se sentaron en el tri bunal de P. Escipión, tuvieron lictores, apartaron a la gente a su paso y llevaron ante ellos los haces con las hachas. Consideráis prodigios las lluvias de piedras, la caída del rayo, el nacimiento de animales monstruosos; pero he aquí el verdadero prodigio, que ningún sacrificio, ninguna “súplica” “* podría expiar, excepto la sangre de aquellas que planearon un crimen semejante. Y esta acción es tan impía que quisiera saber con certeza (aunque ningún crimen se justifica) qué idea, qué proyecto os arrastró a ella. Antaño, en Region, una legión que había sido enviada como guarnición aplastó traidoramente a los principales habitantes y dominó durante diez años esta ciudad opulenta: por este crimen, cuatro mil hombres, toda la legión, fueron pasados por el hacha en el foro, en Roma. Y no había seguido a un vendedor ambulante umbro, a un Atrio, cuyo nombre mismo es funesto,*“ sino a D. Vibelio, tribuno militar; y no habían unido sus fuerzas contra Roma al lado de Pirro, ni de los samnitas o de los lucanios; vosotros, en cambio, habéis introdu cido de pleno a Mandonio e Indíbil en vuestros proyectos y estabais dispuestos a unir vuestras armas a las suyas. Ellos, siguiendo el ejemplo de los campanienses, que arreba taron Capua a los antiguos habitantes etruscos de los mamertinos que en Sicilia se apo deraron de Mesina, pretendían habitar para siempre en Region sin dirigir la guerra contra
261. P u eb lo s españoles que se h a b ía n sublevado a l m ism o tiem po c o n tra los rom anos. 262. L o s tribunos m ilitares, elegidos por el pu eb lo, m an d ab an las legion es con turnos de rotación. 2 6 3 . L a tie n d a (y e l p ab elló n ) del gen eral en je fe . 264. Sú p lica solem ne. 265. sign ifica “negro” o “ fu nesto” .
Ater
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E L CLASICISMO LATINO Roma y sus aliados,- vosotros, ¿ibais a habitar en las riberas del Suero? Si, marchando con la labor concluida, vuestro general os hubiera abandonado, hubierais, a ciencia cierta, implorado la fe de los dioses y de los hombres para que os condujeran hacia vuestras es posas y vuestros hijos. Pero, bueno, vosotros lo habíais olvidado todo, tanto a la patria como a mí. En cuanto a los medios de ejecución de este proyecto criminal (¿y no absolu tamente descabellado?), examinémoslos. Estando yo vivo y en presencia de otro ejército íntegro, de un ejército con el cual me hubiera bastado un día para tomar Cartagena, con el que he deshecho, dispersado y arrojado fuera de España a cuatro generales, cuatro ejércitos púnicos, ¿pretendíais, con número de ocho mil solamente, y no siendo digno de man daros ni Albio ni Atrio, a los que os habíais entregado, arrebatar la provincia de España al pueblo romano? Aparto y borro deliberadamente mi nombre; supongamos que, salvo en una gran precipitación por creerme muerto, no me habéis ofendido en nada; bien; si hubiera muerto, ¿iba a perecer conmigo la patria? ¿Iba a derrumbarse conmigo el poderío ro mano? [Ay! Que el bondadoso Júpiter no permita que la suerte de una ciudad ritualmente fundada para la eternidad bajo los auspicios de los dioses permanezca ligada a la de un cuerpo frágil y mortal. Flaminio, Paulo, Graco, Postumio Albino, M. Marcelo, T . Quin tio Crispino, Cn. Fulvio, los Escipiones, que me siguen de cerca, y tantos generales emi nentes que arrebató esta sola campaña dejan al pueblo romano vivo, y continuará están dolo, aunque murieran aún mil más bajo las armas o por una enfermedad. ¿Bastaría, pues, mi muerte para amortajar al pueblo romano? Vosotros mismos aquí, en España, tras la muerte de vuestros dos generales, mi padre y mi tío, escogisteis a Septimio Marcio como jefe contra los cartagineses, ebrios de su reciente victoria. Y hablo como sí mi muerte hubiera dejado a España sin jefe. Pero M. Silano, que fue enviado con los mismos derechos, el mismo mando que yo; mis lugartenientes, Ludo Escipión — mi hermano— y C. Lelio, ¿hubieran dejado de reivindicar en nombre de Roma el mando supremo? ¿Era posible .una comparación entre los ejércitos, entre los jefes, entre los méritos, entre los derechos? Y, aunque hubierais aventajado vosotros en estos puntos, ¿debíais llevar las armas contra la patria, contra vuestros conciudadanos? ¿Queríais que Africa impu siera su dominio sobre Italia, Cartago sobre Roma? Antaño, Coriolano"* fue impulsado, por una injusta condena y un exilio triste e in merecido, a dirigir la guerra contra su patria; un sentimiento personal le apartó, sin embar go, de su crimen contra la nación. Pero a vosotros, ¿qué dolor, qué resentimiento os im pulsó? ¿Un retraso de algunos días en el pago de la soldada, cuando vuestro general se hallaba enfermo, era un motivo suficiente para declarar la guerra a la patria, abandonar al pueblo romano por los ilergetas, violar todo lo divino y lo humano? Sin duda, se trató de una locura, soldados: era menor el mal que atacaba mi cuerpo que el que asaltaba vuestros espíritus. Tiemblo al referir vuestras credulidades, vuestras esperanzas, vuestros deseos; que el olvido se lo lleve, lo anule todo, si es posible; si no, que el silencio lo cubra al menos. Mis palabras, lo dudo, deben pareceres duras y amargas: ¿cuánto más amargos no pensáis que fueron vuestros actos? ¿Debo yo soportarlos con un corazón se reno cuando vosotros no podéis ni siquiera soportar su enumeración completa? Pero no seguiré con mis reproches. Ojalá olvidéis vosotros vuestras faltas con la misma rapidez con que yo las olvido. De modo que, si os arrepentís de vuestra locura, yo ya os he castigado suficiente y demasiado. Albio de Cales, Atrio de Umbría y los restantes agita dores de esta infame sedición lavarán con sangre su falta; la presencia de su suplicio, si habéis vuelto a la razón, debe causaros no dolor, sino alegría: pues sus proyectos eran menos hostiles y funestos para cualquiera que para vosotros mismos.” Apenas hubo acabado cuando, de acuerdo con sus órdenes, todo llenó a la vez de terror sus ojos y sus oídos. E l ejército que rodeaba a la asamblea hizo sonar los escudos con su cuchillo; se escuchó la voz del heraldo pronunciando los nombres de aquellos a quienes el consejo había condenado; los trajeron, desnudos, al foro y, al propio tiempo, se montaban todos los instrumentos de su suplicio; fueron atados al poste, azotados con
266. C oriolan o, expuesto al odio de los tribunos de la p lebe e injustam ente cond enado, h a b ía traído a los volseos contra R o m a: pero las súplicas de su esposa y los reproches de su, m adre le h icieron retroced er.
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Tito Livio látigos y golpeados con el hacha: el terror embargó entonces a sus compañeros, que, en vez de pronunciar una palabra de reproche contra la crueldad del suplicio, no emitieron ni un gemido. X X V III, 26, 12-29, 11.
El contenido didáctico. — Tito Livio sabía que, por más esfuerzos que realizara, no se libraría de una cierta monotonía, en especial en la primera parte de su Historia: los analistas, en efecto, al no tener ningún sentido de las diferencias cronológicas, y para suplir las lagunas de la tradición habían desplazado al pasado una multitud de sucesos, batallas, luchas tribu nicias de los últimos períodos de la República. De este modo, la originalidad misma de los acontecimientos recientes aparecía menoscabada. Pero, en aras de sus objetivos morales y racionales especialmente, Tito Livio palió lo mejor osible tales inconvenientes. Primero trazó el esquema del romano ideal, eroico, laborioso, tenaz, amante de la justicia, arquetipo que se había formado principalmente entre los siglos xv y n, imagen que su psicología sutil convierte prácticamente en verosímil y cuyo fervor patriótico eleva como símbolo y premio de la perseverancia y de la eternidad de Roma. Más ade lante dedujo una serie de lecciones de estas continuas batallas, de esas luchas políticas incesantes, siempre iguales: esquemas de estrategia, maniobras polí ticas, que su acierto psicológico y su afán de variedad patentizaron adecua damente para que cada cual pudiera encontrar en ellas materia para la reflexión e incluso una línea de conducta en momentos diversos. En este sentido, podemos hablar, en Tito Livio, de una filosofía práctica de la histo ria; o, si se prefiere, su obra se presenta como una vasta colección de expe riencias generalizadas acerca de la vida de un estado.
E
El nacionalismo romano y Tito Livio. — Pese a su grandeza, Tito Livio dista mucho de igualar, como sabio y como artista, a un Michelet. Pero supo unir al sentimiento de la escenificación dramática y pintoresca, que habían puesto de moda los historiadores griegos del período helenístico, la amplitud de su visión histórica, la solidez continuada en el desarrollo, el equilibrio entre las partes, la armonía del conjunto. Sobre todo trazó la majestuosa ima gen de la antigua Roma, que alimentó el nacionalismo romano durante todo el Imperio entre la presión de Oriente y la amenaza de los bárbaros, y que se impuso en la historia hasta finales del siglo xvn. Su importancia es, pues, superior al papel social de Horacio, igual a la empresa poética de Virgilio: consuma el clasicismo romano que, a partir de entonces, no podrá coneeDirse sin contar con él.
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1. VIRGILIO MANUSCRITOS: Siete mss. muy antiguos (s. m al vi), en capital, fragmentarios o can lagunas; en especial: Palatinus (Vaticanus 1631), con Vaticanus 3225 y Veronensis; M edíceos, Florencia), revisado por Aproniano, cónsul en 494; Romanus (Vaticanus 3867). Numerosos manuscritos de los siglos ix-xn.
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Bibliografía EDICIO N ES COMPLETAS: Príncipe: Roma, 1469; — O. Ribbeck* (Leipzig, 18941895), con Prolegom ena; E. Benoist*~* (París, 1882-1890) y Conington-Nettleship-Haverfield (Londres, 1883-1898), con com.; Goelzer-Bellessort (Budé, 1915-1930), con trad, franc.; Sabbadini (Roma, 1930); abundantes ediciones escolares (R. Pichón, Plessis-Lejay) y traducciones. EDICIO N ES ESPAÑOLAS: Bucólicas, M. Dolç, con com. y trad, catal. (Barcelona, B em at M etge, 1956); Geórgicas, M. Dolç, con com. y trad, catal. (Barcelona, B em at Metge, 1963); E neida, M. Dolç, trad. cat. (Barcelona, Alpha, s. d. [1958])· COMENTARIOS ANTIGUOS: V itae Virgilianae; ed. Brummer (Teubner, 1912); Do nato, ed. Georgi (T eubner, 1905-1906); Servio, ed. Thilo-Hagen (Leipzig, 1880-1902) y E. K. Rand y sus colaboradores (Lancaster Pr., 1946 ss.). Cf. E. T h om a s , L es scoliastes d e Virgile: Essai sur Servius (Paris, 1879). LENGUA: H. M e h c u e t , L exikon zu Vergilius (Leipzig, 1912); M . N. W verborum Verg. (New Haven, 2.* ed. 1930).
etm ore,
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Geórgicas ED ICIO N ES: er. por E. de Saint-Denis (Budé, 1956), con trad, franc.; cr. com. por W . Richter (Munich, 1957); L. Castiglioni-R. Sabbadini (Paravia, 2.* ed., 1961). ESTU D IO S: J. B a y e t , L es prem ières G éorgiques d e V. (R. d e p h ä., 1930); R. B i l L ’agriculture dans l’Antiquité d ’après les Géorg. d e Virgile (Paris, 1928); P. d ’H é r o u v il l e , Géorgiques, I-II: cham ps, vergers, forêts (Paris, 1942); E . B u r k , D ie K om po sition von Vergüs Georg. (Hermes, 1929); M. S c h m id t , D ie Kom position von Verg. Georg. (Paderborn, 1930); H. K i m , L u krez und Vergil in ihren Lehrgedichten (Leipzig, 1940); C. A. D is a n d r o , L as G eórgicas d e Virgilio: estudio d e su estructura poética (Buenos Ai res, 1956-1957); J. E c h a v e - S u sta jeta , A cotaciones al estilo d e las G. (Helmantica, X II, 1961); J. B a y e t , Un procéd é oirgïUen: la description synthétique dans les G éorgiques (Mélanges G. Funaioli, Roma, 1954); E . d e S a in t - D e n is , N otes sur le I. IV (fleo. d. Êt. L, X X V III, 1950). l ia r d ,
Eneida ED ICIO N ES: Sabbadini (Turin, 1918 ss.) y Sabbadini-Castiglioni (Paravia, 4.* ed., 1958); Mackail (Oxford, 1930); Goelzer-R. Durand, trad, por Bellessort (Budé, 1925-1935); Canto IV, por Buscaroli (Milán, 1932); A. Stanley Pease (Cambridge-Londres, 1935); VI, por E. Nonien * (Leipzig-Berlin, 1926). ESTUD IO S: J. P e r r e t , L es origines d e la légen de troyenne d e R om e (París, 1942); A. G e r c k e , D ie Entstehung der Aeneis (Berlín, 1913); H il d , L a légen de d ’Ê n ée avant Virgile (París, 1883); H . d e l a V i l l e d e M ir m o n t , L es Argonautiques et l'Ênéide (Paris, 1894); E . N o r d e n , Ennius und Vergil (Leipzig-Berlin, 1915); W . F . J. K n ig h t , Vergiss Troy, Essay on th e second bo o k o f th e Æ n eid (Oxford, 1932); J. C a b c o p in o , Virgile et les origines d ’Ostie (Paris, 1919); P. C o u is s in , Virgile et l’Italie primitive (Rev. d es Cours et C onférences, 1932); B. T i l l y , Vergil’s Latium (Oxford, 1947); — A. C a r t a u l t , L ’art d e Virgile clans l’Ê n éide (Paris, 1926); R. H e in z e , Vergils epische T echnik * (Leipzig, 1928); A. C o r d ie r , Études sur le vocabulaire ép iq u e dans l’Ê n éid e (Paris, 1939); L. C o n s ta n s , L ’Ê n éid e d e Virgile (Paris [1938]); A. M . G u il l e m in , L ’Ê n éide dram e d e la cons cien ce (Cahiers d e Neuiüy, V II); V. P ö s c h l , D ie Dichtkunst Virgils. Bild un Symbol in d er A eneis (Wiesbaden, 1950); F . J. W o r t s b r o c k , E lem en te einer P oetik d er Aeneis (Münster, 1963).
2. HORACIO MANUSCRITOS: Por una parte, el Blandinius uetustissimus, destruido, conocido sólo por la edición de Cruquius (Amberes, 1578); por otra, numerosos mss. de los siglos ix-x (Parisinus 7900 A; B em ensis 363; de Munich, 14685; Estrasburgo [destruido]; Oxford; Reginensis 1703, en el Vaticano; etc.), muy mal repartidos en tres clases.
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E L CLASICISMO LATINO
Obras líricas EDICIO NES: C. L. Smith ‘-Darnley-Maylor (Cambridge, 1922); Ussani* (Turin, 19221923); A. Y. Campbel · (Liverpool, 1945); É podes, por Giarratano (Turin, 1930), con comentario. ESTUD IO S: G. P a sq u a l i , Orazio Lírico (Florencia, 1920); Th. Bnvr, Horaz’ L ied er (Leipzig, 1926); L. P. W il k in s o n , H orace and his Lyric Poetry (Cambridge, 1945); S t . C o m m a g er , T he O des o f H. (New Haven-Londres, 1962); Th. P l ü s z , Das Iam ben bu ch d es Horaz (Leipzig, 1904); F . O l i v i e r , L es Ê p od es d ’H orace (París, 1917). — A. H a u v e t t e , Un p o ète ionien au V II“ siècle: Archüoque e t ses poésies (Paris, 1905); W . J. O a t e s , T he Influence o f Simonides o f C eos upon H orace (Princeton, 1932); E . F r ä n k e l , Das Pindargedicht des Horaz (Sitzungsb. d er H eidelberg A kad., 1932); T. F r a n k , Catullus and H orace (Nueva York, 1928). — S c h i l l e r -R ie m a n n , M ètres lyriques d'H orace (Paris, 1883); R . H e in z e , D ie lyrischen Versmasse d es H oraz (Leipzig, 1918). — W . G e b h a r d t *A. S c h e f f l e r , Ein ästhetischer Kommentar zu d en lyrischen Dichtungen des H oraz (Pa derborn, 1913). — E. S t e m p l in g e r , Das Fortleben d er horazischen Lyrik seit d er R e naissance (Leipzig, 1916). 3. TITO LIVIO MANUSCRITOS: Para la 1 .a D écada, palimpsesto fragmentario de Verona (s. iv), y mss. de la recensión de Símaco, por Victoriano y los Nicómacos (Floriacensis del λ i x y Parisiensis del s. x, París, 5724 y 5725; M ediceus de Florencia, s. x-xi; etc.). Para la '3.· D écada, un solo ms. (París, 5730, s. vi) y (1. XXVI-XXX) copias de un Spirensis per dido. Para la 4.a D écada, ms. de Bamberg (s. xi). Para la 5.* D écada, ms. de Viena (s. v-vi). — Cf. M a d v ig , Em endationes livianae * (Copenhague, 1877); A. H a r a n t , Em en dationes et adnotationes a d T. Livium (París, 1880); R o o b o l , Exercitationes criticae in T. L . L ibros X LI-X LV (Utrecht, 1916). EDICIONES: Príncipe, por Juan de Aleria (1460). — Crevier (París, 1735-1742); Drakenborch (Leyden-Amsterdam, 1738-1746), con los comentarios de los humanistas. Críticas: Conway-Walters-Johnson (Oxford, 1914 ss.); J. B a y e t . . . (Budé, 1940 ss.), con trad. fr. (por G. B aillet...).— Con trad, fr.: E. Lasserre (París [1934 ss.]). — Con comen tario alemán: Weissenbom-Müller (Berlín, 1880-1924). — Parciales: 1. I-II por Moritz Müller, con coment, alemán; 1. I, por J. Heurgon (Érasme, 1963); 1. V I-V III, por Weissenbom-Müller-Rossbach (Berlín, 1924); 1. XXI-XXX, por Harant-Pichon, Goelzer, Riemann-Benoist-Homolle (París), con comentarios escolares; 1. XXV I-XXX y XXI-XXX, por Luchs (Berlín, 1879 y 1888-1889). LENGUA, SINTAXIS Y E STILO : E r n e s t i ’ - S c h Xf e r - R r e y s s ig , Glossarium lioianum (Leipzig, 1827). — K u h n a s t , U viantsche Syntax (Berlín, 1872); O. R ie m a n n , Études sur la langue et la grammaire d e T ite-L iv e* (Paris, 1885). — E . B a l l a s , D ie Phraseologie d es Livius (Posen, 1885); S . G. S t a c e y , D ie Entwicklung d es livtanisches Stiles (Archiv für lateinische Lexikographie und Grammatik, X, 1898); N. I. H e r e s c u , Points d e vu e sur la langue d e T ite-Live (Rev. Clasica, X III-X IV , 1941-1942); A. H . M c D o n a ld , T h e style o f L ivy (Journal o f Roman Studies, 1957); K . L ind em ann , B eobachtungen zur livianischen Periodenkunst (Marburgo, 1964). ESTUDIOS GENERALES: H. T a in e , Essai sur T ite-L ive (Paris, 1856); D. N is a r d , L es quatre grands historiens latins (Paris, 1874); H. B o r n e c q u e , Tite-Live (Paris, 1933); P. Z ancan , Tito Livio: Saggio storico (Milán, 1940); Fr. H e l l m a n n , LM us-lnterpretationen (Berlín, 1939). — HISTÓRICOS: H. P e t e r , W ahrheit und Kunst: G eschichtsschreibung und Plagiat im klassischen Altertum (Leipzig, 1911); A. N is s e n , Kritische Untersuchungen ü ber d ie Quellen d es Livius (Berlin, 1863); S o l t a u , Livius' G eschichtsw erk: sein e K om po sition und seine Quellen (Leipzig, 1897); A. K l o t z , Livius und sein e Vorgänger (Leipzig, 1 8 4 1 ) ; J. B a y e t , Réflexions sur la m éthodologie d e la plus ancienne histoire classique: Liv., 11, 6-15 (R echerches philosophiques, 1932); Fr. L c t e r b a c h e r , D e fontibus L XXI-
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narrations Livius der 3. Livy’s indirekte sur discours Livio
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CAPITULO VI
LA LITERATURA AUGUSTEA
L a monarquía. — En 27 a. C. el Senado otorgó a Octavio el nombre de Augustus, que se aplicaba a los dioses y a los templos consagrados ritualmente: podemos fechar con este acto el reconocimiento oficial del nuevo régimen, que convierte al Imperio romano en una monarquía. Pero Augusto, muy prudente y temeroso de sucumbir asesinado como su padre adoptivo, César, trató de salvar, sobre todo en los títulos que se arrogaba, las aparien cias republicanas: sólo era, teóricamente, “el primero de los senadores”, princeps, y únicamente imponía su voluntad por su influencia o “autoridad” personal. De ahí el nombre de principado que se le dio al régimen. Sin embargo, Augusto trabajaba lentamente para asegurarse nuevos poderes y convertirlos en perdurables, en especial a partir del año 23, en que obtuvo a perpetuidad el poder tribunicio y el imperium proconsular; es decir, plena inviolabilidad y total acceso, civil y militar, al Imperio. En 12 a. C. terminó por apoderarse de la religión del Estado, al hacerse proclamar gran pontífice. A partir de entonces, ningún romano podía tener dudas acerca de qué se había hecho de la libertad pública. Pero el período de transición había dura do quince años. L a literatura augustea. — En este intervalo se forma la literatura augus tea, a la vez nutrida de clasicismo y limitada por las nuevas condiciones políticas y sociales. Augusto tuvo —es cierto— la habilidad de anexionar los grandes escrito res a la gloria de su reino; éstos se habían ya formado antes de su adveni
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L a literatura augustea
miento: Virgilio, cesariano desde fecha muy temprana, se entregó a él con sensible entusiasmo; Horacio se afilió, conservando su libertad, al círculo de Mecenas; ambos complacieron los encargos oficiales. Y Tito Livio, que gozaba como ellos del orden y de la paz que el príncipe aseguraba a Roma, entró también —aunque “pompeyano”—, en la amistad del emperador. Mas nin guno de estos tres hombres representa el arte propiamente augusteo: fueron los maestros. Y, sin embargo, la literatura augustea es totalmente distinta —en tono y en contenido— de sus obras. Se debe a que la vida nacional cambió de sentido; la sociedad, en parte por la necesaria evolución y también por voluntad de Augusto, se organizó sobre bases nuevas: las costumbres y los gustos habían cambiado, y el arte se había transformado también. La indiferencia política. — El antiguo nacionalismo romano se apoyaba, de modo desigual, en el honor militar, la rigidez moral y la observancia religiosa. Pero, cuando Augusto tomó el poder, hacía ya tiempo que la moral y la religión habían entrado en decadencia. Trató de restaurarlas y, por un tiempo, causó la ilusión de que lo lograría: Virgilio y Horacio se vieron alentados por esta esperanza. Pronto se notó el fracaso. Augusto —entre otras— había tomado una serie de medidas, las “leyes Julias” para proteger los matrimonios prolíficos, combatir el celibato y reprimir el adulterio; pero basta con abrir los elegiacos para comprobar el poco interés que prestó la sociedad mundana a tales disposiciones: algunos poemas de sentimiento fami liar fueron compuestos con tacto por el poeta (de acuerdo con un criterio seguido ya por los griegos y por Catulo) para dar realce a la libre fantasía del mundillo cultivado. De igual modo los grandes esfuerzos de Augusto, para reconstruir, con los santuarios en ruinas, la religión nacional, no lograron sino despertar la atención hacia las curiosidades de los anticuarios, encamina das al entretenimiento, de signo totalmente externo, sin sombra siquiera de veneración: los Fastos de Ovidio dan testimonio de ello. Y el culto a Apolo Palatino, del cual Augusto había querido hacer un símbolo religioso del nuevo régimen, suscita, al parecer, un fervor cada vez más apagado. Quedaba el ejército. Pero las bajas de las guerras civiles le habían endu recido el ánimo, y Augusto lo relegó a las fronteras, en las que se consagró —silenciosamente— a la defensa del territorio y del poder monárquico. Lo habían perdido de vista; el orgullo de las últimas grandes conquistas se desvaneció. E incluso los jefes más enérgicos no gustaban, como antes, de los grandes cargos, una vez que faltaba el incentivo de los triunfos, reservados (a partir de 20 a. C.) al emperador y a su familia. Así se forma un estado de ánimo casi antimilitarista, que no es uno de los caracteres menos curio sos de la nueva literatura. El propio príncipe no puede, con su sola persona, suscitar un nuevo interés por la política. Debe procurar que el entusiasmo hacia él se mantenga en el mismo nivel a que lo habían llevado Virgilio y Horacio. E l legalismo, con gran frecuencia, se resuelve en fórmulas pruaentes o convencionales con respecto al poder establecido; no existe un auténtico entusiasmo: ni, mucho menos, cariño hacia la dinastía reinante. Abrumado por la hipocresía
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que mantiene, en plena monarqu' ’ r ’ ’ canas, Augusto no puede hacerse adorar libremente derechos su sucesión. Así la sociedad romana, privada de la antigua estructura nacional, no puede interesarse por un porvenir político nuevo. A los problemas altamente humanos que se plantea un pueblo responsable de sus destinos suceden inves tigaciones y curiosidades individuales, tanto en moral como en psicología y en arte. Las transformaciones sociales. — Como contrapartida, la sociedad culta se extiende y puede dedicar más tiempo a las letras. El nuevo orden, al establecer el reinado de la paz y reprimir las ambiciones particulares, crea una situación de descanso para todo el antiguo personal dirigente del es tado. Aquellos que aspiren en adelante a los cargos gubernamentales de berán seguir, etapa por etapa, una carrera de funcionario: con mayor o menor rapidez, pero casi con seguridad, los senadores alcanzan así los go biernos de provincias, de entre los cuales los de África y Asia son los más estimados; los caballeros, a través de diversos “negociados” (cargos) impe riales bien remunerados, pueden aspirar a la prefectura de Egipto o al mando de la guardia (prefectura del pretorio). Pero, para los primeros, las exacciones abusivas se han hecho mucho más difíciles; para los segundos, las limitacio nes impuestas al arrendamiento de los impuestos eliminarán la posibilidad de especulaciones financieras de gran envergadura. Su vida privada está así menos mezclada con su actividad pública; pueden entregarse con mayor libertad a los goces desinteresados del espíritu; muchos, incluso, se conten tan con una vidá de ocio refinado. Por otra parte, el gran comercio y la banca se vulgarizan y caen en manos de clases menos elevadas, incluso de libertos; y la cultura intelectual prende en la burguesía enriquecida por una paz universal. Estos nuevos quehaceres dan impulso a una literatura abun dante, sin inquietudes sociales ni políticas, pero siempre renovada en sus expresiones, y sometida en las formas a la moda. Las mujeres, cuyo papel en sociedad crece de día en día, dan impulso a los refinamientos ingeniosos y “de buen tono”; y los acontecimientos “de salón” incitan a los autores a buscar la diversidad en el detalle en un fondo común de cortesía. Las dificultades de la prosa. — La nueva organización política y el estado de ánimo resultante parecen impulsar la prosa a un declive irremediable. Su ran maestro clásico, Cicerón, la había cimentado sobre la oratoria y la losofía. Pero la verdadera elocuencia, la que se dirigía a las multitudes y regía la vida de Roma, ha quedado reducida al silencio; en el estrecho recinto de los nuevos tribunales sólo se puede pensar en ella sin aplicarla. Queda la obra, muy divergente y muy artificial, de los maestros de retórica, deseosos de lograr efectos en la sala pública, a la vez librescos e improvisa dos, sin preocuparse de la composición. En cuanto a la filosofía, sólo se manifiesta un tanto en círculos muy restringidos, con un ideal de perfeccio namiento individual, muy nuevo en Roma. Tenemos también la historia. Pero se convertirá en sospechosa para el régimen: el prudente Polión no se atreve a terminar su relato acerca de las guerras civiles; la obra de
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T. Labieno es quemada por orden del Senado, mientras que Cremucio Cordo paga la suya con la vida. El arte alejandrino en Roma. — La poesía, por el contrario, encuentra condiciones favorables en la nueva sociedad. Vemos desarrollarse plena mente el arte alejandrino romano que maduraba desde hacía tres cuartos de siglo. Roma, en paz bajo un dueño, y con una aristocracia —en sus cla ses activas— fundada más bien de acuerdo con la inteligencia que con la casta, no dista mucho de la Alejandría de los primeros Ptolomeos, incluso en lo concerniente al aspecto externo. El helenismo mundano no es ya un privilegio de los círculos minoritarios, como en tiempos de Catulo o en la juventud misma de Virgilio; sus refina mientos y atractivos parecen prendas de toda la sociedad cultivada: de este modo vuelve a ganar todas las cualidades de la vida. Sólo que las tendencias augusteas aportan a él ciertos trazos originales. De este modo el exotismo está ausente por completo: Octavio e Italia han sentido demasiada inquietud ante el mundo oriental, agrupado alrededor de Antonio antes de Actium, para gustar complacidos de su pintoresquismo; en la organización de Augusto Italia ha resultado privilegiada y lo sabe: el resto del mundo mediterráneo le es aún netamente tributario. De ahí un nacionalismo muy estrecho, cerra do a Occidente, y ajeno a Oriente, que se contenta con prestarle un poco de su exotismo. Por otra parte, los clásicos latinos habían demostrado que podían combinar el arte de los maestros griegos más antiguos para crear obras de mayor alcance. Sus sucesores recuerdan la lección: no cesan, inclu so entre galanuras fútiles, de pensar en los “grandes géneros”: la epopeya, la tragedia. Combinan, a menudo con acierto, los clasicismos griego y latino, el estilo alejandrino del pasado y el del presente. Nobleza de la poesía. — Tienen, por supuesto, conciencia de la dignidad superior de las letras: la protección que les concede Mecenas y Augusto no parece ser únicamente fruto del interés; toma a veces la forma delicada de una aprobación de “cofrades en poesía”. Estos poderosos, el señor y el minis tro, sienten las mismas pretensiones literarias1 que todos esos grandes seño res de la República en declive que llevaban una doble existencia y, al igual que los Frondistas, sostenían la guerra civil con legiones y epigramas a un tiempo, y entre los cuales Virgilio había encontrado sus primeros sostenes. ¿Qué de extraño hay en que los escritores reciban los halagos del públi co? Pero, al propio tiempo, para corresponder a esta aprobación y distin guirse de los numerosos dilettantes” que los rodean, para satisfacer así las exigencias de un público muy numeroso y ávido sin cesar de novedades, tienden, a ejemplo del propio Virgilio y Horacio, a convertirse en profesio nales: 2 los secretos del arte, ¿no merecen el estudio de toda una vida? 1. Véanse, la p. 3 1 5 y notas 1 4 4 y 146. 2. Augusto protege personalmente a los poetas y asiste a las lecturas públicas. Instituye también concursos oficiales de poesía: un jurado de cinco miembros era el encargado de elegir y recompensar al vencedor.
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¿No les permite la organización de la sociedad “hacer carrera” en las letras? Si no pueden hacer carrera, sí es posible al menos obtener un provecho. Caracteres del arte augusteo. — De este modo se afianzan algunos de los caracteres más notables del arte augusteo. Se colorea bastante, como el conjunto de la vida frívola, de helenismo alejandrino; nacional con decoro, exótico con mucha discreción, se ciñe más bien a los aspectos exteriores que al alma o a las aspiraciones profundas de Italia. A este respecto podemos decir que el valor cívico de este arte no predomina y que el estudio del hombre tiende a perder posiciones ante el interés del estado. La erudición está de moda;3 pero por esta misma razón se vulgariza; un Ovidio la trata a la ligera; Properdo presume con sus oscuridades mitológicas: tanto uno como otro dan fe, bajo apariencias tan opuestas, de la misma realidad. En los círculos, ajenos desde ahora a la acción política, y entregados como conse cuencia a la aventura sentimental, la psicología se hace más penetrante, aunque continúa avanzando en el mismo sentido: el poeta se estudia a sí mismo con cierta profundidad, refina sus sentimientos, y, gracias a esta “cultura del yo”, se escuchan acentos nuevos en toda la latinidad, cuyo eco se prolonga hasta nosotros; pero, con mucho mayor frecuencia, la fineza galante y la gracia, que ayudaron al escritor en sus experiencias psicológicas, contribuyen a anquilosar la expresión: bajo diversas formas tiende a impo nerse un sentimiento de monotonía. En cuanto a la lengua y la versificación, el continuo ejercicio las toma flexibles casi con exceso: la fluidez en el relato, una regularidad tan fácil, que —en ella— el más mínimo detalle adquiere en seguida importancia, obligan muy pronto a echar de menos el trabajo más austero de los escritores del pasado. Sólo faltaba que este supremo dominio de la forma acabara por imponer la imagen de una sociedad mundana que ha llegado a la plena conciencia de poseer un gusto perfecto: este criterio estético no puede agra dar, y no ha favorecido la creación de obras tan grandes como las de las dos generaciones precedentes; aunque ello da igualmente fe del progreso defini tivo conseguido por la alta sociedad romana hada una cultura digna de su riqueza y de su poderío.
3. H i g i n i o (C. Julio Higinio, hacia 6 4 a. C. - 1 7 p. C .), español, liberto de Augusto y bibliotecario de la Palatina, a quien se atribuyen unas Fabulae (ed. M. Schmidt, 1 8 7 2 ) y le yendas astronómicas (De astronomia, ed. B . Bunte, 1 8 7 5 ), escribió sobre 'lo s hombres ilus tres” , “las ciudades de Italia” y "las familias troyanas” (ed. H. Peter, Historicorum romanorum reliquiae, t. I I , 1 9 0 6 ). — M. V e r r io F l a c o , gramático muy erudito, cuyo D e uerborum significatu (Sobre el sentido de las palabras) sólo nos ha llegado a través del extracto incom pleto de Pompeyo Festo en el siglo n (ed. Lindsay, Teubner 1 9 1 3 ), resumido por Pablo el D iá cono (siglo ? m ); escribió también De ortographia y De priscis uerbis Catonis (Sobre el vocabu lario arcaico de Catón). — C e c ilio E p ir o t a , liberto de Ático, explicaba en su escuela a Virgilio y a los poetas contemporáneos. — C o r n i f i c i o escribió un tratado de etimologías. Cf. H. Funaioli, Grammaticae romanee fragmenta, I ( Teubner, 1907).
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La floración de la elegía romana
1. L a flo r a c ió n d e la e le g ía r o m a n a Los romanos determinaron —para la posteridad— la esencia del género elegiaco: lirismo moderado y bello, que concede la mayor parte a las emo ciones personales del poeta. Pero no son originales los elementos que combi naron para llegar a este magnífico logro: su originalidad consiste en haber consagrado un sistema métrico concreto para la expresión de sentimientos de un orden particular; su éxito estriba en la perfecta armonía entre esta forma artística y las tendencias de la sociedad augustea. Métrica. — El dístico elegiaco es una estrofa muy simple: un hexámetro dactilico al que siguen dos semihexámetros incompletos, unidos entre sí (pentámetro).4 He aquí un dístico de Propercio, con las sílabas largas indica das con caracteres negros: (1) (3)
Cynthia prim a suis mise rúm me cépit océllis, côntactûm nullis ânte cupidtntbûs
(2) (4)
(“Cintia fue la primera que me cautivó, desdichado, con la dulzura de sus ojos; a mí, a quien ninguna pasión había antes herido.”) En este ejemplo, los hemistiquios 1, 3 y 4 son enteramente análogos, y la unidad métrica de la estrofa es evidente. Pero, como es sabido, la cesura del hexámetro puede variar, y, como consecuencia, sus hemistiquios pueden ser más o menos largos; la cesura del pentámetro, por el contrario, es fija, y los latinos acentuaron aún más la pureza de la resolución musical con reglas más estrictas que las de los griegos.5 Desde su primer verso, el dístico conserva un acento narrativo que recuerda su origen épico. Mas su impre sión general es la de la ola que avanza (hem. 1) y luego retrocede (hem. 2) de modo desigual, y luego avanza con dos brotes distintos (hem. 3 y 4), el segundo más deslizante y más prolongado gracias a sus dos dáctilos obliga torios. La diversidad de las cesuras en el hexámetro y la proporción de'" largas y breves permiten explosiones afectivas muy variadas. Los elegiacos augusteos no gustan del encabalgamiento de un dístico en otro: acentúan así el ritmo musical y lo mantienen incluso en los poemas más largos. Indeterminación antigua de la forma y de los temas. — “En la elegía desafiamos también a los griegos”, dice Quintiliano (X, 1, 93); pero Tos 4.
E l esquema métrico del dístico elegiaco es, pues, el siguiente: J.U U I J.U U I J.U U I J.U U I J.U U | iu (hexámetro dactilico), J.U U I J.U U I J . ¡I J.U U I J.U U I ú (p e n tá m e tr o d a c tilic o ) .
5. Lo« griegos toleraban, en el pentámetro, las elisiones en los dos hemistiquios, incluso a veces en la cesura; admitían palabras de más de dos sílabas en final de verso (como lo hace Propercio en el ejemplo antecitado).
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griegos, que habían inventado el dístico elegiaco, no lo habían reservado para la poesía personal. Se sintieron antes dominados, al parecer, por sus dotes para la gnome: y es, en efecto, muy indicado para encerrar sentencias. Calino y Tirteo (en el siglo vn) lo utilizaron para sus “Exhortaciones” morales y militares; Solón (siglos vn-vi) y Teognis (final del siglo vi) lo convirtieron en el órgano de sus aspiraciones sociales y políticas; aunque Mimnermo (fines del siglo vn) y Simónides (siglo vi-v) lo emplearon para expresar los aspectos más generales de la sensibilidad humana, hubo que esperar a los alejandrinos, Calimaco, Filetas (principios del siglo ra) para hallarlo casi reservado a la pasión amorosa, aunque sin particularidades individuales aún, y teñido —de modo increíble— de erudición mitológica. Como contrapartida, los temas que nos parecen la materia misma de la elegía, audacias y temores de los amantes, aspiración a la naturaleza bucó lica, la enfermedad, la separación y la muerte, los arrebatos y la desespera ción, eran cultivados indiferentemente en toda clase de metros, algunos tan complicados y denotando un virtuosismo tal, que parecían una caricatura de la pasión sincera. Además, los “aficionados”, y los propios poetas, daban una importancia excesiva a las dificultades técnicas, y no dudaban en agru par las vivencias líricas de una pasión no según su evolución psicológica, sino de acuerdo con su forma externa. Catulo y su obra son una prueba de este estado de confusión. La síntesis augustea. — Los latinos realizaron la síntesis de la forma y de los temas. Pero, en la madurez misma de la elegía romana, quedan huellas de la indeterminación precedente. Aunque la pasión amorosa domina en la inspiración de los poetas, y, es, corrientemente, individual con un barniz un tanto general en ocasiones, concede aún una parte considerable, que varía según los autores, a los recuerdos, o incluso a las aberraciones mitológicas; y el poeta se preocupa tan poco de mostrar la evolución de sus sentimientos, que da la impresión de complicar adrede los poemas relativos a un mismo amor. De ahí la perplejidad de los críticos modernos cuando tratan de rehacer la historia de una ae esas pasiones ilustres: su único guía es la verosimilitud psicológica; y no pueden averiguar a ciencia cierta, inclu so entre poemas de una misma forma, los móviles de una agrupación que parece a todas luces arbitraria. ¡Cuán lejos están esas compilaciones diva gantes de la continuidad de los opúsculos en que se revela toda la existencia de un Verlaine! Diversidad de elementos. — Además, no trataban simplemente de verter en forma poética la crónica de su alma. Para diferenciarse de los griegos, se habían servido de los propios griegos, utilizando de todas las proceden cias, en donde los encontraban, los temas familiares indicados para un cuadro de una sociedad viva. Los mimos, las obras de la Comedia nueva, los tratados morales de los observadores y filósofos de las diversas sectas, los temas “burgueses” de la oratoria judicial, las serenatas y los epigramas hele nísticos nutrieron su inspiración; los hechos claves, eternamente parecidos, dé toda vida humana, nacimientos, bodas, muertes, se expresaron en ellos a 282
Cornelio Galo
través de “combinaciones” variables de elementos narrativos, dramáticos y líricos tomados de los griegos y de los latinos que los habían precedido. Incluso en la epopeya, el nacionalismo romano y el legalismo augusteo se combinaron con los restantes elementos para hacer de la elegía latina una imagen completa de la sociedad romana de esta época. Lirismo y composición. — A esta rica variedad contribuyen también, en cada poema, los bruscos cambios de punto de vista: era un recurso lírico que los romanos habían aprendido a utilizar después de Catulo al menos y del que había gustado Virgilio en su juventud. En este aparente desorden se multiplican y adquieren diverso valor las sensaciones y las impresiones, pues la unidad es sólo musical o pasional. Pero estos artificios en la composición escandalizaron mucho a los editores modernos que trataron de restablecer, con la transposición de grupos de versos, un orden lógico que el poeta anti guo no había querido. Ovidio es el primero qtie se propone organizar en poemas extensos los temas elegiacos; aún no se priva, en el detalle, de des pertar sugerencias o recuperar la atención mediante rupturas lógicas. Sinceridad. — La dosis del arte —y del más refinado— es, pues, muy elevada en estos poemas. Sin embargo hay que dejar al margen, en ellos, el elemento individual, que, aun cuando parece el máximo secreto, deforma toda realidad en provecho de la sensibilidad y la expansión de un poeta. Son íntimamente sinceros, hasta en la imitación y en la búsqueda del efecto; y el lector se une a Tibulo, Propercio, Ovidio: hombres de distintas provin cias, cada cual con su temperamento y sus aspiraciones particulares. El iniciador del progreso decisivo, que introdujo a la elegía romana en sus auténticos cauces, parece haber sido Comelio Galo, un hijo de liberto nacido en Forum Julii (muy probablemente Fréjus, en Provenza). Llamado por los triunviros para proceder, al lado de Polión, al reparto de tierras para los veteranos en la Cisalpina, se decidió con mayor claridad que éste al lado de Octavio, y desempeñó un gran papel en la victoria de Actium y fue recompensado con la prefectura de Egipto (30). En este puesto de confianza su actividad no disminuyó: pero, como envuelto en los hábitos milenarios de un pueblo en el que los soberanos eran casi dioses, mandó que le eleva ran estatuas y se deslizó en asuntos comprometedores. Octavio lo dejó con denar por el Senado; Galo se dio muerte y su memoria fue execrada. * Este amigo íntimo de Virgilio se afilia claramente, por su origen y sus inicios, a los círculos literarios de la Galia Cisalpina, que tendían a la origi nalidad, aunque en los cauces abiertos por los innovadores y por Catulo: había escrito una “pequeña epopeya” sobre el Apolo de Grinio. Y, si no hay motivos para creer, como se ha pensado, que los temas mitológicos, de una rara psicología, c^ue enumera Virgilio al final de su Bucólica VI represen tan un “catalogo ’ de otras obras de Galo, es cierto al menos que fueron evocados por él y le agradaron. Escritor desigual (durior) a juicio de Quin-
CORNELIO GALO Hacia 69-26 a. C.
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tiliano, tomó por modelo a un alejandrino lleno de erudición y de oscuridad, el bibliotecario Euforión de Caléis (finales del siglo m). Pero finalmente publi có, con el título de Amores, cuatro libros de elegías, que debían combinar el convencionalismo con la realidad; la realidad, es decir, su pasión desdichada hacia una actriz de mimos, Volumnia, llamada Citeris, que cantaba bajo el nombre de Licoris. Virgilio, tal vez para “lanzar” como una novedad la obra de su amigo, escribió la X Bucólica, en la que trasladó al hexámetro algunos dísticos de Galo. Es el único reflejo que nos queda de esta poesía; pero nos obliga a sentir su pérdida: Mas no... una loca pasión me encadena, hasta en medio de las armas de Marte cruel, entre los tiros, cara al enemigo. Y tú, lejos de la patria (dudarlo quisiera), |tan lejos! Te encuentras sola, sola sin mí, |ay!, [cruel!; las nieves de los Alpes y las escarchas del Rhin. |Ay!, que no te dañen los hielos; |ay!, que el áspero cristal no corte tus tiernas plantas, (v. 44-49.) *
La vida de Albio Tibulo es muy incierta. Hijo de una familia ecuestre, que conservaba aún restos de sus bienes raíces, sin duda en las proximidades de Pedum, entre Tibur y Preneste, nos habla de su madre y de su hermana, no de su padre. Su educación parece haber sido de las más cuidadas. A par tir del año 31 unió su fortuna a la de M. Valerio Mésala Corvino, uno de los últimos grandes señores del bando republicano: general, administrador, cón sul y triunfador (en 27), y protector de todo un grupo de poetas. Tibulo estuvo agregado en su estado mayor de la Galia, y lo acompañó incluso a Oriente, cuando cayó enfermo en Corcira (29). A partir de entonces se con sagró a la poesía, y cantó sucesivamente a Delia (la plebeya Plania), Glicera y la pródiga Némesis. Su primer libro (10 elegías) apareció en 26-25; no sabemos si el segundo (6 poemas) vio la luz en vida del autor: parece que se ha respetado el orden cronológico. TIBULO Hacia 50-19 o 18 a. C.
El círculo de Mésala. — A esta colección se añade un tercer libro (de 20 poemas), que es ficticio, pero que representa con bastante exactitud la vida del círculo de Mésala: un aficionado, que se oculta tras el nombre de Ligdamo, compuso las seis primeras elegías; un adulador mediocre realiza un Panegírico de Mésala; una joven, Sulpicia, escribió seis ardientes madri gales acerca de su amor por Cerinto: y Tibulo, que entre ellos representa en cierto modo el papel ae “jefe de coro”, al volver a esta pasión viva, la adornó con un arte delicado en sus elegías (8 a 12 y 19-20) que encuadran los epigramas de Sulpicia. Pese a lo prematuro de su muerte, se le conside raba ya como un maestro.
6. Entre los elegiacos que siguieron inmediatamente a Galo, y cuyas obras no han llegado a nosotros se cuentan C. V a l g i o R u f o , cuyas elegias fueron muy admiradas (las de Horacio en particular); escribió también epigramas y obras científicas (cf. Unger, De Valgii Rufi poe matii, Halle, 1848).; y D o m i c i o M a r s o (54-4 a. C.), autor de elegías a Melenis, de epigramas (Cicuta), de una Ámaxonida, y un tratado en prosa sobre urbanidad (De urbanitate).
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Tibulo Tibulo y Virgilio. — Tibulo se adhiere en principio a Virgilio: toma todo aquello que, en forma y fondo, creía que convenía al género elegiaco; pero desazonándolo las más de las veces ae acuerdo con un ideal de muelle dulzor. Su tendencia hacia una naturaleza en calma se desvía hasta la rusti cidad; la descripción se generaliza; el acento de las sensaciones directas y la fuerza de los trazos se pierden en una lengua demasiado fluida. El sentimien to nacional se ha volatilizado: una predicción hecha a Eneas acerca de la grandeza futura de Roma se enmarca en vacuidades rústicas (II, 5); la epo peya tiende a la égloga cortés... Pero, con su estudio, Tibulo adquirió el gusto por los conjuntos amplios: cada una de sus elegías (al menos en los dos primeros libros) se extiende con bastante amplitud para que reconoz camos en ella la influencia clásica del “poema seguido”. Armonización de los temas. — Sin embargo, encontramos en sus poemas todo el bagaje de recursos elegiacos: diatribas contra el oro, contra la guerra, contra las alcahuetas, contra el rival, contra el indiferente; quejas por la enfermedad, la muerte, los funerales; oposición entre los Campos Elíseos y el Tártaro; preceptos acerca del tocado y del arte de amar; escenas mágicas, fiestas en el campo, aniversarios, viajes amorosos... Además Tibulo trata estos temas en coplelas que se suceden sin orden aparente, como si quisiera continuar la antigua lírica grecolatina y sus efectos de sorpresas o de antítesis. Pero, por el contrario, la impresión de conjunto es más bien monótona. Tiende a una ejecución expresamente desvaída: las fiestas rústicas romanas, por ejemplo, son discretamente helenizadas, y del mismo modo las narraciones, bastante numerosas, acerca de los cultos orientales y de las prác ticas de magia. A esta uniformidad contribuye también el gusto por la ampli ficación retorica, clásico y escolar a la vez. De este modo se armonizan, como en contra de su voluntad, los temas más diversos. Aspiraciones [Sentimiento personal: el poeta, cuya enfermedad ha interrumpido su carrera militar (cf. I, 3), se entrega a las dulzuras del ocio en su hacienda familiar. — Composición: los temas elegiacos se ordenan primero de acuerdo con el ideal de un bienestar modesto en el campo (antítesis riqueza/pobreza; religión rústica} antítesis guerra/vida campesina; plegaria rústica), luego (con una nueva antítesis: bienestar/intemperie) sobre la idea del amor (antítesis lucha/amor; ternura ante la muerte; vivacidad amorosa). Los últimos versos combinan bruscamente los dis tintos temas. — Influencias, en general difusas, a veces precisas, de Lucrecio (cf. II, 1 ss.). Virgilio (cf. Geórg., II, 457 ss.; IV, 116 ss.), Horacio (cf. Odo*, I, 4; 6 ). — Caracteres literarios: fluidez y naturalidad; algún descuido negligente (abundancia de epítetos); voluptuosidad recóndita.] ue otro gane una fortuna de oro amarillo y gane más y más trozos de tierra, luo sin cesar con miedo a la proximidad del enemigo y privadodel sueño que bata la trompeta guerrera;7 en cuanto a mí, yo consiento en llevara término, siempre pobre, una vida blanda, con tal que el fuego brille sin tregua en mi hogar y que, en su momento, yo plante, como campesino, las tiernas vides y, con mano hábil, los árboles
S
7. Las antiguas expediciones militares se consideraban, según la antigua tradición romana, como »in· ocasión de enriquecerse.
285
LA LITERATURA AUGUSTEA frutales ya crecidos; y que la Esperanza 8 no me traicione, sino que todos los días acu mule el grano para mí y llene mis cubas de un mosto espeso. Pues si un tronco perdido en los campos o una piedra antigua de las encrucijadas merecen coronas de flores," la saludo piadosamente; y deposito a los pies del dios rústico “ las primicias de cada fruto que da el año. Blonda Ceres, para ti una corona de espigas que, de mi campo, colgará en la puerta de tu templo; y en mi fructuoso vergel colocaré al rojo guardián, a Príapo,u que con su falce cruel ahuyentará los pájaros; vosotros tam bién, guardianes de una finca rica antaño, ahora empobrecida, recibís mis regalos, dioses Lares:“ entonces, una ternera purificaba con su sangre a un innúmero rebaño; ahora, una oveja es la ofrenda mínima de un puñado de tierra: una oveja caerá para vosotros; grite a su alrededor la juventud campesina: “ lió! Dadnos cosechas y buen vino”. |Con tal que yo pudiera, que lograra ahora, contento con poco, vivir sin el pesar constante de las marchas prolongadas y huir del agobiante orto de ia Canícula“ en la sombra, en tomo al agua corriente! Sin avergonzarme, a la sazón, del trabajo de la azada o de dirigir con el aguijón a los lentos bueyes, ni sentir repugnancia de llevar en mi seno a la cordera o al cabritillo a quien la madre olvidadiza dejara atrás. Pero vosotros, ladrones y lobos, apartaos de mi reducido establo: debéis lanzaros sobre un gran establo. Aquí, todos los años, sin falta, purifico yo mismo mí establo y rocío con leche a la apacible Pales.14 Acudid a mí, acudid, dioses; los dones que os ofrece mi pobre mesa y mi vajilla de tierra unida no los despreciéis: de arcilla, ha mucho tiempo, hizo el campesino sus primeras copas, y la tierra se ofreció dócilmente para su modelado. Yo no añoro las riquezas de mis padres ni las rentas que consiguiera mi antepasado al entrojar sus cosechas: un campo pequeño me basta, si la usanza de un lecho familiar se ofrece para el descanso de mi cuerpo. Qué placer oír desde el lecho los vientos sal vajes o tener a la dueña tiernamente abrazada contra el pecho, o, en invierno, cuando el Austro“ difunde sus heladas aguas, entregarse tranquilamente al sueño, al calor del fuego. Esos son mis deseos. En cuanto a la riqueza, bien merecida está de parte de quien puede soportar el furor del mar y las lúgubres lluvias. I Ah! Perezca todo el oro del mundo, y también las esmeraldas, antes que una amiga llore por mi partida. Tú, Mésala, tú debes combatir por tierra y por mar para ornar tu mansión con los enemigos despojos; yo estoy encadenado a las trabas de una amiga hermosa, sentado como portero ante su umbral inexorable.“ No siento ningún deseo de gloria, Delia mía: con estar contigo, quiero que me llamen perezoso y cobarde. Mirarte cuando llegue la hora suprema; tenerte, moribundo, con mi mano sin fuerza. Tú llorarás por mí, Delia, cuando me halle sobre el lecho destinado a las llamas, y mezclarás tus besos con tus amargas lágrimas. Llorarás: no aprisiona tu pecho un hierro rígido; tu corazón no es de piedra. Ni joven ni doncella alguna regresar podrá de esas exequias con los ojos secos. Mas tú, sin ofender á mis manes," no cortes tus cabellos en desorden; no laceres tus tiernas mejillas, Delia, no las laceres. Entretanto, mientras los destinos lo permiten, amémonos entrambos; pronto vendrá la Muerte, con la cabeza envuelta en tinieblas; muy pronto, sin sentirlo, la edad nos embotará: el amor ya no se posará — ni las caricias de las palabras— sobre nuestras cabe zas blanquecinas. Ahora hay que servir a la ligera Venus, mientras no es vergonzoso des trozar las puertas y gusta que la riña entre con uno. En ello soy buen general y buen soldado; vuestros estandartes y trompetas, lejos de aquí: dejad las heridas para los héroes
8 . Adorada como diosa en Boma. 9. Lo que indica que ella está consagrada a undios (el diosTérm ino, sin duda), o que ella misma es dios (cf. Ovidio, Fast., I I , v. 6 4 1 ss.). 10. Silvano. 11. Cuya tosca imagen, en madera embadurnada de rojo, servía de espantapájaros. 12. Dioses familiares de la tierra y de la casa. 1 3 . L a constelación que señala el punto cumbre del verano. 14. Diosa de los rebaños. 1 5 . E l viento del Sur, que Causa la lluvia en Italia. 1 6 . M etáfora cortés, corriente, desplazada a este lugar. 17. No mostrando excesivo dolor.
286
Tibulo que las quieren, dejadles la fortuna. Que yo reuní mis provisiones, y estoy tranquilo: voy a mofarme de los ricos, a reírme del hambre.
I, 1,
Composición musical. — La unidad de cada una de las piezas es de orden musical. Un estado dominante de sensibilidad (por ejemplo, obsesión por los recuerdos militares, goces del campo, languidez de la enfermedad, celos) aparece al principio, colorea más o menos la sucesión de los temas diverentes, vuelve a aparecer, a veces con un nuevo matiz, en un “final”. Incluso esde el punto de vista psicológico, este procedimiento puede defenderse: el espíritu móvil del poeta vuelve siempre a los mismos sentimientos, pero con un acento particular según el momento en que escribe. Por otra parte, la vuelta constante a lugares comunes y las reminiscencias literarias —repro che que se ha dirigido frecuentemente contra Tibulo— se explican de acuerdo con el procedimiento de las “variaciones” musicales: las relaciones a que invitan ciertos pasajes deben permitir gustar mejor de la originalidad de la forma. Era una práctica muy cara a los círculos literarios romanos. Mas, para apreciarla, deberíamos calibrar no sólo el equilibrio delicado de breves y largas que realizan los versos de Tibulo, sino experimentar todas las resonan cias que despertaban en los espíritus de los contemporáneos.
f
Temperamento, convencionalismo y poesía. — Estos poemas fáciles nos dan idea —sin embargo— de una temperamento muy particular: poca salud y una viva sensualidad; una melancolía voluptuosa; inspiración, con frivoli dad, y, cortesía; aspiración a una vida tranquila, sin alteraciones, casi bur guesa, en la que se gustan mejor los goces sentimentales. La energía no es su nota característica, aunque ama la vida: notamos sus ironías amargas acerca de la vejez, su temblor ante la enfermedad y la muerte... Sin duda hay que admitir una parte de convencionalismo en la efusión de esta perso nalidad: la moda gustaba de los enamorados débiles, lánguidos. Y el ideal estético de Tibulo velaba su natural, lo alejaba de la expresión breve y soste nida. Pero sus esquemas alejandrinos ganaron una fácil verosimilitud; y sus efusiones —a veces— una especie de misterio poético. El amor guerrero. E l amor soldado ... Entonces se caldean las disputas de enamorados; la joven estalla en quejas sobre sus cabellos arrancados, su puerta hecha astillas. Ella llora, con sus tiernas mejillas un tanto marchitas. Pero el vencedor también llora por los excesos de sus manos extraviadas. Sin embargo, el Amor maulero suscita la riña con mala intención y permanece sentado, impasible, entre los adversarios irritados. I, 10, v. 53-58. Macer” parte para la guerra: ¿qué hará el tierno Amor? ¿Seguirle? ¿Llevar, como valeroso escudero, las armas al cuello? ¿Marchar, a lo largo de la interminable via o a
18.
Amigo de Tibulo.
287
LA LITERA TU RA AUGUSTEA la merced de las olas, can la espada al costado? Quema, niño,1' por favor, al cruel que se ha burlado de tus placeres, y llama a ese desertor bajo tus banderas.” II,
6,
v. 1-6.
La emocionante proximidad de la noche ... Gozad; ya la noche enyuga sus corceles; y tras el carro de su madre canta el coro de los rubios astros; y detrás camina en silencio, velado con sus negras alas, el Sueño, con las Pesadillas tenebrosas, con el pie tembloroso. II, 1, v. 87-90.
LÏGDAMO
Ligdamo era tal vez el hermano de Ovidio, de un año de edad mayor que él, que murió muy joven. Sus elegías a Neera son tibulianas, con menos armonía y más retórica. La pobreza de vocabulario le obliga a incurrir en faltas aún más pintorescas que las de su maestro; su temple dramático (por ejemplo, III, 6) lo relaciona más bien con Propercio. Pese a sus abundantes imitaciones y numerosas torpezas, su poesía transparente una sensibilidad viva e impresionante.
Regalo de poeta [Tema doble: encargo dado a la Musa (cf. Horacio, Epístolas, I, 8 ) y des cripción del libro enviado por el poeta (cf. Catulo, 1 y 22; Ovidio, Tristes, I, 1). — Pintoresquismo demasiado minucioso. — Movimiento pasional.] Llegaron las Calendas de marzo, la fiesta del dios romano — para nuestros mayores era el comienzo del año— : y he aquí que marchan a su destino, corriendo por todos los extremos de las calles y de las casas, los regalos solemnes.“ Decidme, Piérides:” ¿qué honras debo tributar a la que es mía — o tal vez yo tengo esa ilusión— , a mi muy amada Neera, en todo caso? Las hermosas se ganan con la poesía; las ambiciosas, con el oro: Neera bien merece los versos; ojalá se complazca en los míos. Que una cubierta de amarillento pergamino envuelva al libro puro como la nieve; que la piedra pómez corte primero a tajadas su blanca pelusa; en la superficie, bórdese la hoja ligera con tu nombre bellamente trazado, y el mástil en tomo al que se enrolla hállese pintado en ambos extremos: la obra merece ese elegante adorno.” Os ruego, Musas inspiradoras de mis poemas, por la sombra de Castalia 11 y las aguas de Pieria: id a su casa y entregadle mi pequeño volumen bien ataviado. No se marchiten ni confundan sus colores. Ella sabrá corresponderme, si su amor es equivalente al mío; o tal vez conoceré que ha menguado, o que su corazón ya me ha olvidado por completo. Mas empezad por saludarla de acuerdo con su rango, solemne, y decidle con voz sumisa: “Es el don de quien tú antaño consideraste como a un esposo y que ahora es sólo un hermano para ti, casta Neera; te suplica que aceptes su modesto presente; tú
19. El Amor, representado por una luz, representado por los “fuegos de pasión” . 20. Los sirvientes del amor se comparan a los del quehacer militar: véase más atrás, p. 287; cf. Ovidio, Amores, I, 9. 21. El 1 de marzo, fiesta de las Matronalia, se enviaban regalos a las mujeres casadas: el obsequio de Ligdamo es también una invitación (véase el final de la obra). 22. Las Musas: Pieria, en Macedonia, junto al Olimpo, era su morada. 23. El libro es un papiro enrollado (uolumen) alrededor de un bastoncillo en forma de cuerno; una etiqueta, en la parte superior, lleva el nombre del destinatario; un forro de per gamino teñido protege el cuerpo. 24. Fuente que brota en una falla del Parnaso en Delfos: las Musas son diosas de las fuentes.
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Sulpicia eres para él, lo jura, más cara que su vida; debes ser su esposa o su hermana; mejor, su esposa: esa esperanza le acümpañaíá hásta la onda pálida de los Infiernos” .15 III, 1.
SULPICIA
Hija de Servio Sulpicio, y sin duda sobrina de Mésala, Sulpi cia, muy hermosa (cf. Ill, 8), apasionada y enérgicá, intentó, pese a todos los obstáculois, su unión con Cerinto, cuya condición era inferior a la suya. Sus breves epigramas, de vivos contrastes, son la vida misma. Comparados con los poemas cuidados que éste romance real inspiraron a Tibulo, son los más indicados para hacernos comprender a un tiempo cómo la elegía reflejaba la vida íntima de la alta sociedad, y la cantidad de adita mentos artísticos con que el gran poeta del círculo de Mésala creía preciso envolver los sentimientos más sinceros.
El aniversario de Cerinto I Odioso aniversario, que habré de pasar en una maldita campiña, triste, sin Cerinto! ¿Qué más dulce que la U rbe?“ Una casa de campo, un río glacial a través de los cam pos de Arretio,” ¿corresponden a una joven? Ahora, Mésala — te ocupas demasiado dé mí—-, descansa: estos viajes suelen ser a menudo a destiempo, pariente. Aquí quedan, cuando me llevas, mi alma y mis pensamientos, por poca libertad que me dejes. ΙΠ, 14. ¿Sabes que tu amiga no se inquieta ya por ese penoso viaje? Puedo ya estar en Roma para tu aniversario. Celebremos todos ese aniversario: tú no: lo esperabas y lo logras de súbito.” III, 15.
Las “variaciones” de Tibulo [Aderezos poéticos mediante temas secundarios (poder de la belleza, súplicas, celos). — Convencionalismos del vocabulario elegiaco. — Perspicacia psicológica (nótese, al final, la ironía, ligeramente amarga, que era característica de los epi gramas de Sulpicia).] El día que te entregó a mí, Cerinto, debe serme siempre sagrado y de los más so lemnes: al nacer tú, las Parcas3* predijeron a las jóvenes una esclavitud desconocida y te otorgaron reinar orgullosamente sobre ellas. Yo me abraso, sí, más que ninguna: mas me place abrasarme, si tu fuego responde al mío. T e suplico que tu amor responda al mío, |x>r nuestros dulces instantes, por tus ojos y por tu Genio.“ Buen Genio, acepta este Incienso y sé propicio a nuestros votos si aún lo inflama mi recuerdo. Mas si desde ahora suspira por otros amores, entonces te ruego, dios santo, que abandones su hogar infiel. Y tú, Venus, sé justa también: haz que seamos ambos siervosen la misma cadena, o alivia mi cadena. Pero, mejor aún, que el mismo lazo, tenaz nos una, sin que día alguno llegue
25. El Leteo, río del olvido. 26. Roma. 27. En la Toscana (hoy Arezzo). 28. Juego ingenioso: para Cerinto, que no cayó en la cuenta, su propio aniversario pasó Inadvertido. 29. Diosas del destino. 30. Cada hombre posee *u genio protector, ligado a él e independiente — a un tiempo— •le él.
LA LITERATURA AUGUSTEA a soltarlo. Mi joven amigo eleva el mismo voto, aunque más recatado: siente cierto reparo en pronunciar tales palabras en voz alta. Pero tú, Aniversario81 (tú eres dios, todo lo sabes), cede a nuestros deseos: ¿qué importa que sean secretos o públicos? III, 11,
Sex. Propertio nació en Umbría, sin duda frente a las murallas de Asís; era hijo de una familia plebeya, aun que de la gran burguesía, próxima a alcanzar el orden ecuestre. Nació “no lejos de la profunda llanura en que se baña Mevania, entre el rocío de las brumas”. Su padre murió pronto; y los hermosos predios que poseía en esa fértil zona agrícola y ganadera fueron confiscados con motivo del reparto de tierras, en 41. El niño cursó no obstante altos estudios en Roma, pero renunció al foro para consagrarse a la poesía. Protegido por Mecenas, cerca del cual habitaba, en el Esquilmo, frecuentaba la compañía de grandes personajes, y unido a hombres de letras, en especial Póntico, Baso y Ovidio, vivió en Roma y cantó en un principio su pasión por “Cintia”; 32 evolucionó más tarde hacia otras formas de inspiración, religiosa y nacional, y murió muy joven, en 16 o 15.
PROPERCIO ¿47?-¿15? a. C.
Su obra. — De sus cuatro libros de elegías, el primero (Cynthia Monobihlos) fue publicado seguramente por él mismo; el último es postumo; los otros debieron ser compuestos entre 27 (o 26) y 22, sin que podamos afirmar nada acerca de su publicación. Los tres primeros tratan, con diversidad, de su amor hacia Cintia: Propercio utiliza en principio (1. I: 22 poemas) el recurso griego de la “epístola a los amigos” benévolos o celosos, que traza la imagen del medio en que vive su pasión hasta la ruptura (discidium) momentánea; luego parece entregarse (1. II: 34 elegías) a sentir y represen tar mejor, como artista y psicólogo, los diversos aspectos de su amor; el libro III (25 poemas) es más variado y transparenta alguna incertidumbre en su inspiración: a Cintia sólo le reserva la mitad de sus poemas, junto a lamen taciones fúnebres (por Peto y Marcelo) y “elogios” (a Elia Gala, Mecenas, Augusto). Cintia sólo inspira dos del libro IV, en que predominan las elegías sobre las leyendas itálicas o romanas (6 sobre 11). L a tradición alejandrina. — Propercio afirma su voluntad de aclimatar en Roma a los eróticos alejandrimos, Calimaco y Filetas. Sin embargo, ya habían sido —antes que él— objeto de atención de otros poetas latinos, aunque ocasionalmente. Propercio captó la aspiración de la sociedad munda na de su tiempo hacia formas lo más puramente griegas posible; y él mismo, por su temperamento ciudadano, su amor a las obras de arte, la niti dez de su visión y la plasticidad de sus imágenes, era el indicado para asimilar a tales maestros, como André Chénier entre los franceses de su época. 3 1 . Divinizado (cf. Ovidio, Tristes, I I I , 13). 3 2 . Sin duda Hostia, hija del poeta Hostio; o tal vez Roscia, nieta del gran actor Roscio, estimado de Cicerón: en todo caso, procede de un ambiente culto.
290
Propercio
No obstante, no es exclusiva la influencia de aquéllos sobre él; la de Virgilio y Comelio Galo es indiscutible en algunos pasajes (I, 8; III, 5 y 22...). Ahora bien, no hay que considerar “plagios” las páginas de Propercio más alejan drinas en apariencia, las más erizadas de una fatigosa y monótona mitolo gía o de finezas en extremo convencionales; son una recreación. Hilas [Tem a de “pequeña epopeya” : trillado (Virg., Bue., V I, 43; Ceórg., III, β). Cf. Teócrito, Idilios, X I I I ; Apolonio de Rodas, I, 1207 ss. Relaciónese con A. Chénier, Bucólicas (ed. Dim off), p. 41. — Artificios: nombres propios, recuer dos mitológicos, vocabulario griego, trabajo en el estilo (orden de las palabrai, repeticiones), intervención del autor. — Cualidades: viveza en la recreación; va riedad descuidada en los episodios; movimiento y plasticidad; colorido; unión de las impresiones sensoriales. — Posible contam inación: la enemistad de los hijo· de Bóreas contra Hércules, reducida aquí a una porfía, es una tradición local, conocida por Apolonio.]
... Mas el compañero del Invicto“ había marchado más lejos, a buscar un agua exquisita que brotaba allá. Fue seguido por los dos hermanos, linaje de Aquilón:** sobre él vuela Cetes, sobre él vuela Calais, siempre dispuestos, con las manos extendidas, a recoger besos y a llevarlos, en un rápido vaivén, por los aires; él, con el paso incierto, escapa al fuerte roce de las alas, y con una rama trata de esquivar los ataques aladoi. Ya se rinde la raza de Orintia,"6 descendiente de Pandión. Pero, loh dolor!, los pasos de Hilas lo llevaban hacia las Hamadríadas.“ Allí, bajo las cimas del monte Arganto, esta ban las P egae,” fresca y cara mansión de las ninfas de Tinia.” Sobre ella colgaban, nacidos sin cuidados, con toda libertad, bajo los árbo]es salvajes, frutos sonrosados, y del frescor de los prados subían alrededor los cándidos lirios mezclados con la púrpura de las ama polas. He aquí al niño que, unas veces, corta las flores con el extremo de sus uñas, olvi dándose de su misión, de su deber; otras, inclinado — en total inconsciencia sobre las hermosas ondas— , se une a la dulzura cambiante de su engañosa imagen. Por fin se dis pone a sacar agua con las manos sumergidas en las olas y el brazo derecho tendido para coger la jarra llena. Pero las jóvenes Dríadas ** se inflaman en su esplendor; deslumbradas, abandonan las danzas de ritual. Él se desliza, y dulcemente se deja arrebatar en la ola sutil: un brusco ruido indica el rapto de Hilas... I, 20, v. 23-48.
El realismo de la pasión. — Propercio se libera de las minucias de la literatura refinada por su ardor apasionado, irresistible y consciente, ávido a la vez de las alegrías más dulces y de los dolores que llegan hasta la apariencia del encono (III, 8, 25; IV, 8). La descripción del amor-enfermedad, tal como lo habían concebido los griegos y modificado Virgilio, se enri quece en él de un abandono de todo su ser, que posee el calor mismo de la vida. Además, Propercio analiza sus sentimientos con una avidez insatisfecha 3 3 . Hércules, que, en la expedición de los Argonautas, fue acompañado del joven Hila·. 3 4 . Nombre latino de Bóreas, padre de hijos alados, Zetes y Calais. 3 5 . H ija de Erecteo, esposa de Bóreas, que la raptó en las orillas del I lis o , c e r c a d · Atenas. 3 6 . Impropiedad: las Hamadríadas eran ninfas encerradas e n lo s á r b o l e i y lig a d a « a (II existencia. 3 7 . E n el texto Pegae: palabra griega que significa “fuente que brota” . 3 8 . O “bitinias” . Los tinos habitaban en la costa oriental de la Propóntide; le h a to m a d o la parte por el todo. 3 9 . Ninfa· de los árboles: v. nota 3 6 anterior.
»I
L A LITERATURA AUGUSTEA
y renueva así lös temas más trillados. Es taró que la inquietud, la amargura y él sufrimiento no señalen al menos con un rasgo los episodios más equili brados de este amor: el lector se identifica más aún con el poeta a quien torturan los caprichos y las infidelidades de Cintia. Dulzuras [Tem a elegiaco: el aniversario (cf. más atrás, p. 2 8 9 , y Tibulo, I, 7 ; I I , 2). — Renovación: imaginación poética; — amor egoísta; — tierna pasión; — realismo frívolo. — Movimiento : prolongación progresiva (4 + 6 + 8 + 10 versos).]
¿Qué mensaje podían traerme esta mañana las Camenas," en pie al sol en la hora bermeja, ante mi lecho? ¡Ah! Es el cumpleaños de. mi amiga: ellas dieron la señal, y tres veces batieron sus manos, claramente, como feliz presagio. Siga el día sin nubes, suspendan los vientos su carrera aérea y se difuminen suave mente, sin (jue là ola, amenazadora, móje là playa. Que mis ojos nó vean hoy a ningún desgraciado: que la propia estatua de Niobe“ cese en suS lágrimas; que los alciones, en calma, cesen en sus lamentos y que la madre de Itis 4S dé una tregua a sus fúnebres lamentos. Y tú, querida mía, de quien el nacimiento se llenó de vuelos propicios,“ levanta y da a los dioses su deuda con tus súplicas. Pero antes dispersá él Sueño con agua pura: recoge y modela tus brillantes cabéllós; y luego viste estos vestidos, los primeros con que sedu jiste los Ojos de Propercio; no olvides coronarte de flores; y pide a los diosès que siempre, con tu belleza, tu poderío y tu imperio sobre mí. Al punto, cuando tu incienso haya santificado los áltares cuajados de guirnaldas, y una Vez que por toda la casa brille la llama con un resplandor propicio, pensemos en la mesa, y que la noche se marche entre copa y copa, entre la pingüe olor a azafrán que exhala el ónice dorado. Que se canse la flauta y se una a nuestras danzas nocturnas; libres sean las ideas dé tu loca inspiración; que la dulzura del festín ahuyente el sueño celoso, llene nuestro tumulto la calle Vecina. Echemos suertes: los dados sabrán decimos cuál de tos dos ha sido más duramente azotado por el ala del N iño..." III, 10, v. 1-28. Tormentos
,
I !
[Tem a elegiaco : los celos, cuyos aspectos pueden ser muy variados (cf. T i bulo, I, 6 ); tomado de las costumbres latinas, como demuestran Plauto, Epid., 6 3 9 , y T erencia, For?n-, 4 8 ,.— Originalidad:, paradoja -psicológica (el apasionado déscribe una pena, a la que confiesa estar ligado, para apartar a su rival de la experiencia). — Recursos retóricos deformados por la pasión; búsqueda dé desorden lógico y váriedad de tono. — Fuerza en la expresión: véase el comienzo d el segundo párrafo.]
¿Te decidirás, codicioso, a contener tu lengua inoportuna y a dejamos continuar, el uno junto al otro,, nuestro, camino? ¿Qué pretendes, insensato? ¿Conocer mis iras? Des graciado, ardes en deseos de conocer el peor de los males: es querer, desdichado, cami nar a la ventura sobre fuegos secretos y beber todos los venenos de la Tesalia. No se pue-
4 0 ; Véase p. 5 4 , n. 13. 4 1 . Níobe, que había retado a Letona, vio perecer a todos sus hijos b ajo las flechas de Apolo y D iana, y luego fue metamorfoseada, en el Sípilo, en una roca (o una estatua) de la que brotaba agua sin cesar. 4 2 . Procné, metamorfoseada én golondrina (o tal vez confundida aquí con su hermana Filom ela, convertida en ruiseñor). 4 3 . Alusión a los presagios derivados del vuelo de los pájaros. 4 4 . E l Amor.
292
P¥opeœio
v
den comparar con las jóvenes veleidosas: nunca ceden, créeme, ea su cólera. Supongamos que no se opone a tus deseos: (cuántas inquietudes te reserval Dejarás en ello tu sueño y tus pobres ojos: no tiene igual en someter los corazones rebeldes de los hombres, |Ay! (Cuántas veces sus desdenes te arrojarán a mi umbral, temblando entre sollozos, en los que se perderán tus alardes,’ agitado y helado en lágrimas de desesperación; el miedo estigmatizará tu rostro; querrás quejarte y las palabras huirán; y ni siquiera sa brás quién eres, ni dónde te encuentras, desdichado. Entonces habrás de aprender cuán pesadas son las cadenas de mi amiga y qué es el retorno al hogar cuando ella te haya cerrado su puerta. Y no te asombrarás ya tan a menudo de mi palidez, de mi cuerpo reducido a nada. Y tu pasión de amor no encontrará refugio alguno en tu nobleza;.las imágenes de los antepasados" no obligan al Amor a retroceder. [Que tú vayas a come ter un delito y a dejar la más mínima huella, inoportuno desliz, en tu gran nombrel No tendré entonces Consuelos para tí, aunque los implores; que no sé siquiera curar mi propio mal. Asociados en la miseria de un común amor, sólo podremos llorar mutua mente sobre nuestrcs pechos. Deja, pues, Galo," de intentar conocer el poder de mi Cintia: no se rinde impune mente ante una súplica. '
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5 -
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El sentimiento del drama humano. — Esta pasión, con sus altibajos y sus choques, es muy patética: la idea de la fatalidad, la descripción minuciosa de las miserias del amor le confieren una grandeza trágica. Aunque cdrtas, las obras de Propercio son todo movimiento. Y un movimiento humano, nada teatral: sin cesar desviado y modificado por reacciones psicológicas ines peradas. Y ese desorden no es, sini duda, sino un recurso artístico: lo encon tramos en elegías (por ejemplo IV, 8), que son una pura sucesión de cuadros en contraste. Pero en ellos incluso el incentivo del movimiento y del color da la ilusión de vida; de una vida por demás turbulenta y agitada. El drama de la enfermedad [Tem a corriente (of. Tibulo, I, 5 , v . 9 es.; XII; 1 0 ) . ----- F alta de unidad lógica (algunos editores separan los dos primeros párrafos de los siguientes); yuxtapo sición de epigramas m ás p menos completos. -— Alternancia de la depresióh y de lá exaltación, con avance cronológico y sentim ental.] .
Los rom bos" que giraban se detienen bajo la fórmula mágica; el laurel no se con sume en el fuego que se apaga; y la Luna sé niega· a descender una vez más del cielo; y el pájaro negro da también con su canto un funesto presagio. La misma barca fa ta l" transportará nuestro doble amor con sus velas azules* hacia los lagos infernales. jAyl No quiero pedir para ella sola; (compasión para los dosl Yo viviré si ella vive; si ella perece, pereceré. Acoge mi súplica, y te ofréceré un canto sa grado; escribiré: “E l gran Júpiter salvó a mi dueña”; y ella misma, después del sacri ficio, sentada a tus pies, te contará sus muchos sufrimientos. ; Que se nos conserve, Perséfone, imagen cierta de tu clemencia, y tú, esposo de Perséfone," no seas cruel. Tenéis en los infiernos tantas y tantas bellezas: dejad una, una, por favor, sobre la tierra. Cerca de vosotros está Iope, y cerca está la blanca Tiro, cerca
4 5 . Que, colocadas en los armarios del tablinum, daban testimonio, por su abundancia, do la antigua prosapia de la familia. 4 6 . No se confunda este personaje con Cornelio Galo, 4 7 . Ruedas mágicas. 4 8 . L a de Caronte. 4 9 . Color de luto. 5 0 . Plutón.
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LA LITERATURA AUGUSTEA está Europa y la impura Pasifae, todas las bellezas que diera a luz Troya y las de Acaya, las que vieron los reinos destruidos de F eb o 61 y del viejo Príamo; y todas las jóvenes con que Roma contaba han muerto: a todas las arrebató la ávida llama. La belleza no es eterna, la suerte no dura: pronto o tarde, la muerte llega a cada uno. Como ya te veo, llama mía, libre de un gran peligro, marcha hacia Diana y otórgale los coros prometidos; vela también la diosa que fue una ternera;“ y no olvides tu voto para conmigo. II, 28 B. Invectiva [Compárese con las invectivas de Catulo (en particular 8). — Diversidad de tonos y de modulaciones. — Grandeza: el poeta se muestra justiciero y profeta (uates).]
Desde que se pusieron las mesas, yo era el motivo de risa de los convidados y todos tenían derecho a hablar a mi costa. |Y he podido durante cinco años ser tu fiel esclavo! Morderás tus uñas, muchas veces te lamentarás una vez que cese mi fidelidad. Pero tus lágrimas no me conmueven: ése es el ardid con que me dominaste; tus lazos, Cintia, van siempre acompañados de lágrimas. Yo también lloraré al marchar; pero el senti miento de la ofensa sobrepasa mi llanto; tú eres quien rompes la armonía para la que estaban trazadas nuestras vidas. Pórtico regado con mis lágrimas, sensible a mis palabras, adiós; a ti también, puerta, que mi mano irritada no rompe. Y tú, que no reparas en la marcha de los años, que la edad se abalance sobre ti y aparezcan las arrugas, siniestro atentado contra tu belleza. ]Ay! Querrás arrancar entonces tus blancos cabellos, cuando tu espejo te reproche tus arrugas. Nadie te acogerá; entonces tú sufrirás los orgullosos desdenes y lamentarás los males que hiciste sufrir y que sufrirás. Serás una vieja. Este es el oráculo fatal de esta página, su cruel presagio: tu belleza camina hacia su fin; tiempo es ya de que lo sepas, para que te alarmes. III, 25.
L a imaginación romántica. — La irregularidad en el conjunto, unida al poder de la expresión da con frecuencia a los poemas de Propercio un aspecto “romántico”, con el que parece anunciar la poesía innovadora de tiempos de Nerón. En especial cuando relaciona estrechamente los temas de la muerte y del placer: lo hace con mayor fuerza y frecuencia que los demás elegiacos. Tal vez debamos reconocer en esa indinación un carácter de raza: los umbros eran vecinos de los etruscos, cuya imaginación tenía algo de sombrío. Propercio creó así magníficas variantes sobre el cañamazo clásico del sueño, o mejor, de la pesadilla, unas veces con muchos adita mentos alejandrinos (II, 26), otras con un vigor que roza lo horripilante. Aparición [Atmósfera intencionadamente confusa (¿tiene Cintia razón en ser celosa?). — Realismo en la descripción y recreo en el detalle alucinante. — Vehemencia en la narración.]
Los Manes tienen fuerza, la muerte no es el fin de todo, y la sombra lívida escapa triunfante de la tumba. Me ha parecido que Cintia se inclinaba sobre mi lecho — Cintia, que acabamos de amortajar a orillas de la vía resonante, cerca de Tibur— cuando, tras
51. 52.
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L a primera Troya, cuyos cimientos fueron edificados por Apolo y Poseidón. L a diosa egipcia Isis, confundida con la lo de los griegos.
Propertio las exequias de mi amor, tin sueño vacilante volaba sobre mí, cuando gemía en la frialdad de mi lecho. Los mismos cabellos que cuando se la llevaron; 'los mismos ojos. De una parte, su ropa aparecía quemada; el fuego había atentado contra la esmeralda de su dedo y el agua del LeteoM había roído la superficie de sus labios. Un hálito de vida, una voz salió de ella; mas los dedos de sus manos crujieron al chocar: “Pérfido, de quien ninguna mujer puede esperar nada, ¡ya has podido entregarte al sueño! ¿Ya lo has olvidado todo?... ¡Ay! ¡Nuestros juramentos secretos! Palabras falsas que los vientos no debieran haber oído“ y que han dispersado. Cuando mis ojos vacilaron, nadie dirigió una llamada sobre ellos: tu voz habría rescatado un día para mí. Nadie guardó mi cuerpo con el sonido de la caña cortada; “ mi cabeza se lastimó bajo las tejas rotas.55 Y, en suma, ¿quién te ha visto en mis exequias encorvado por el dolor o calentando con lágri mas tu negra toga? Si no tenías ánimos de rebasar las puertas,87 podías al menos haber disminuido el paso hasta allí. ¿Por qué no invocaste tú mismo a los vientos, oh ingrato, sobre mi hoguera?88 ¿Por qué el nardo no perfumó la llama para mí? ¿Te hubiera pesado también arrojar algunos pobres jacintos o romper piadosamente una jarra58 sobre mis cenizas?../’ IV, 7, v. 1-15; 21-35.
Poesías de encargo. — Por tradición, Propercio mezcló con sus elegías personales poemas más o menos espontáneos, de conveniencia mundana o de circunstancias. Dos epigramas sorprendentes sobre un pariente llamado Galo, que fue asesinado en Etruria (I, 21 y 22) manifiestan un pesar íntimo; la elegía sobre la muerte del joven Marcelo (III, 18) evita con gracia un tono demasiado oficial. Las otras son cantos funerarios de un virtuosismo extremo: a veces (III, 7: sobre el naufragio de Peto) de un refinamiento de forma casi excesivo; en otras ocasiones (IV, 11: sobre la muerte de Cornelia), demasiado jactanciosas tal vez, pero con un contenido moral muy romano. Sus cualidades imaginativas, sus hábitos de análisis psicológico, su originali dad en la presentación y composición le prestan gran servicio en estas ocasiones. Su sinceridad se muestra más dudosa cuando comparamos, sobre un mismo tema —la ausencia de un esposo amado que está en la guerra— el poema consagrado a Postumo y Elia Gala (III, 12), y su réplica novelesca (IV, 3), aunque muy superior, cuando el exotismo se opone finamente a la imagen del hogar solitario. Aretnsa a Licotas ... Todo calla en silencio; y apenas, a grandes intervalos, siempre en las calendas,® se abre la puerta de nuestros Lares para dar paso a una amiga fiel. De modo que sólo encuentro placer en los ladridos quejumbrosos de mi pequeña Glaucis: sólo ella ocupa tu puesto. Cubro de flores los templos; lleno de verbena 81 los altares de las encrucijadas,
53. Que bebió en los Infiernos para olvidar su vida pasada (pero la recuerda muy bien). 54. Los vientos arrastran los juramentos (lugar común elegiaco); hay que abstenerse cuan do se quiere ser fiel. 55. Para apartar con ese ruido de palillos, los malos espíritus que pueden mutilar el cadáver. 56. ¿Que no la protegían en la cámara mortuoria? E l sentido del verso queda muy oscuro. 57. Las tumbas se alineaban a lo largo de ¡as carreteras, fuera de la ciudad. 58. Para que arda más rápidamente. 59. De vino, para perfumar y tal vez para santificar los huesos. 60. E l día primero del mes. 61. Planta sagrada.
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LA LITERA TU RA AUGUSTEA y la yerba sabina * crepitam ante los hogares antiguos. Que sobre alguna viga próxima ulule el pájaro nocturno,“ o que la lámpara languideciente pida una gota de vino,45 sig nifica para el día señal de muerte para los corderos, y cálida alegría para el ministro de los sacrificios," que se arremanga para obtener un nuevo provecho. jAyl jT e pido que no consigas a ese precio la gloría de escalar Bactres " o de arre batar sus velos de muselina a un caudillo perfumado, cuando el girar de las hondas siem bre las balas de plomo, cuando vibre el pérfido arco sobre las grupas que hayenl * Pero — y ojalá entonces, una vez dominados los hijos de la tierra parta, acompañe la lanza de honor * a tus caballos triunfantes—· consérvame intacta la fidelidad que me prometiste. Con esa sola condición deseo tu retomo; y, una vez que consagre tus armas a la puerta Capena,™ escribiré abajo: “Una joVen agradecida, a su marido sano y salvo” . IV, 3, v. 53-72.
Las elegías nacionales. — Muy pronto, tras su primer libro, Propercio entró en relaciones con Mecenas, que lo impulsó hada la gran poesía nacio nal. Sólo se aproximó a ella con reticencias (resolución, II, 10; excusas o evasivas ante un género en parte convencional, III, 3, 4, 9, 11, 22), no sin un secreto deseo de imitar a Virgilio. Al fin se decidió, aunque tomando por modelo “El Poema de las Causas” (Αίτια), erudito y artificial, de Su amado Calimaco y ciñéndose al dístico elegiaco. Seis poemas escribió así, muy desiguales. Uno aparece consagrado a la victoria de Aetium (IV, 6); los otros (1, 2, 4, θ, 10) remontan al lector a los primeros tiempos de Roma, lo que da al poeta ciudadano ocasión de trazar lozanos paisajes; describe algunos dioses raros u olvidados, como Vertumna, divinidad del cambio, y Júpiter Feretrio, episodios mal conocidos o penetrados de amor legendario (Hércules y Bona Dea; Tarpeya). Mas así no podía expresar su patriotismo —muy sincero—. Ensaya otro camino que siguió con mayor resolución, aun que con menos convicción íntima, su amigo Ovidio (en Los Fastos). T a rp e y a
[Tem a: L a Vestal Tarpeya queda enamorada del rey sabino T acio, y se dis pone a entregarle el Capitolio (cf. L iv ia, I , 11). E n G recia, un tem a análogo (Escila había traicionado a su padre Niso, rey de M egara, por amor a Minos) había sido tratado por la poesía alejandrina. — Recursos rústicos y familiares (de la pe queña epopeya alejandrina). — Intervenciones líricas del poeta (idéntico origen). Imprecisión topográfica y vaguedad histórica. — Influencia de l a tragedia griega clásica en el principio del monólogo.]
Aludiré al bosque tarpeyo, a la tumba infame de Tarpeya, y a cómo fue tomada la an tigua sede de Júpiter. Habia un robusto bosque, que, compacto en tomo a un antro envuelto en hiedra, ocultaba con el murmullo de sus hojas el sonido del agua natural: umbrosa mansión de
6 2 . E l enebro. 6 3 . Señal feliz. 6 4 . M al augurio. 6 5 . Desprendiendo irregulares destellos: signo propicio, si se arroja vino en seguida. 6 6 . E l m atarife ritual de los templos. 6 7 . Recuerdo de las expediciones de Alejandro Magno. 6 8 . Se trata de caballeros partos que, mientras huían, sevolvían para arrojar sus flechas. 6 9 . Hasta pura (sin hierro): enseña reservada a los oficiales, en Roma (pese alos nombres griegos de los héroes). 7 0 . E n Roma: véase la nota precedente.
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Ovidio Silvano, en que su dulce flauta, invitaba a los corderos, en las horas calurosas, a acudir a beber. En esta fuente, Tacio guarda los accessos con una empalizada de arce y una pendiente de tierra71 con la que rodea su sólido campo. — ¿Qué era en Roma, cuando la trompeta de Cures73 sacudía con la prolongación de sus raucos clamores la roca de Júpiter, muy próxima, y cuando en el foro romano, donde se dan boy las leyes al mundo, se alzaban los p ila” sabinos? Por muralla tenía sus montes; donde ahora se eleva la Curia con su recinto ™ había una fuente en la que bebía el caballo de guerra. — Allí acudió Tarpeya a tomar el agua para la diosa;74 una urna de arcilla oprimía su cabeza. — Vesta, ¿cuántas muertes no merecería esa hija funesta, que quiso traicionar tu llama?® Vio a Tacio entrenándose en la llanura arenosa y alzando su escudo pintado con el vuelo de su leonado penacho. Un estupor se apoderó de su rostro ante las armas del rey; y sus manos, olvidadizas, dejaron caer la urna. Unas veces alegó un sueño lunar, diciendo que tenía que mojar su cabellera en el agua; otras llevó plateados lirios como ofrenda a las ninfas bienhechoras para que la lanza romúlea” no lacerara el rostro de Tacio. Luego, subiendo por las pendientes bru mosas del Capitolio, a la hora en que empiezan a elevarse los humos de la noche, con los brazos desgarrados por las espinas de las zarzas, se sentó y sobre la cindadela Tarpeya gimió su mal de amor, muy cerca del ofendido Júpiter: “Fuego del campo, tiendas de los escuadrones de Tado, armas sabinas gloriosas a mis ojos... ¡ay! si estuviera cautiva en vuestros hogares, cautiva, sí, a la vista de todos, de mi Tacio...” IV, 4, v. 1-34.
Conclusión. — La poesía de Propercio, cautivadora toda ella y llena de un acento tan original hasta en los convencionalismos, es sutil y difícil. La composición nos sorprende de tal modo, que muchos editores modernos suponen necesariamente algunas transposiciones debidas a los copistas. Pero los versos reflejan también 77 lo inesperado de los recursos de poesía culta, con ecos, casi con rimas, de un hemistiquio a otro, con disyunciones en la expresión, con duras abreviaciones. E l empleo de palabras impropias es más singular: es tal vez intencionado (así lo hacía Verlaine) para sugerir reso nancias secundarias con relación a la idea esencial. Por ello puede creerse con mayor razón que las dotes de evocación pintoresca son muy raras en Proper cio, y que se lanza a veces a la búsqueda del trazo y del color llegando a precisiones bastante crudas. Tanto por ello como por el conjunto de sus cua lidades y de sus defectos, no pertenece a su siglo: no posee la agilidad armoniosa ni el acento clásico de Tibulo u Ovidio. OVIDIO 43 a. C.-17 o 18 p. C.
P. Ovidio Nasón descendía de una rica familia ecuestre de Sulmo (Sulmona), en el país de los pelignios. Aunque sobresalió entre los discípulos de los retores Arelio Fusco y Porcio Latro, se sentía irresistiblemente incli-
71. E l arte bélico de los sabinos es descrito como el de los romanos de los tiempos clásicos. 72. Ciudad sabina importante en la antigua tradición romana: aquí representa a toda la Sabinia. 73. La sala de reunión del Senadq, acababa de ser rodeada con un cercado por Augusto. 74. Vesta. 75. Doblemente: al entregar la ciudad que protege la diosa, y al faltar a la castidad que Vesta exigía de sus sacerdotisas. 76. De Rómulo, o, más vagamente, de los romanos. 77. Nótese la abundancia de espondeos ( J. _ ).
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LA LITERATURA AUGUSTEA
nado a la poesía. Tras un largo viaje por Grecia se dedicó, para compla cer a su padre, a la carrera judicial; pero muy pronto, frecuentando la compañía de Horacio, Tibulo y Propercio, y muy adentrado en sociedad, se consagró a la poesía. No era ni un apasionado, ni un místico, ni tampoco un libertino. Observador y artista por encima de todo, distinguió tendencias muy diversas en la poesía elegiaca de los latinos y se entregó a la compo sición de obras largas y continuas, que respondían a una de esas tendencias en cada caso. Los poemas eróticos. — Los Amores, editados en cinco libros hacia 15 o 14 antes de nuestra era, luego compilados en tres, son una colección de elegías en tomo a una “Corma”, cuya fisonomía ha sido muy generalizada por el poeta. Ovidio volvió a todos los temas habituales, pero ordenándolos en una especie de novela de amor. El arte es sorprendente, la expresión de sentimientos sinceros muy rara (véase, sin embargo, el poema III, 8, acerca de la muerte de Tibulo). Al mismo tiempo trabajaba en sus Heroidas, cartas atribuidas a heroínas mitológicas (Briseida a Aquiles, Fedra a Hipólito, Ariana a Teseo, etc.). Se trataba de una creación original, inspirada en los ejercicios practicados en casa de gramáticos y retores, donde se componían monólogos de una psicología precisa (etopeyas) y deliberaciones profundas (suasoriae). Ovidio imita a los trágicos griegos, Homero, Apolonio de Rodas, Calimaco, Catulo, Virgilio... Pero realiza la unión de elementos diversos, dramáticos, descriptivos y retóricos; el tono es intencionadamente mundano y actual. Las quince primeras fueron publicadas entre 20 y 15. Las seis últi mas, que comprenden respuestas de hombres, mucho más tarde (en 8 p. C.): en ocasiones se ha dudado de su autenticidad.78 Finalmente Ovidio dio forma a la teoría de la seducción en su Arte de amar (tres libros), al cual no corrige en nada el libro de los Remedios de amor (entre 1 a. y 2 p. C.): poemas didácticos, penetrados por doquier de un tono de ironía y de parodia alegre, que reflejan un mundillo refinado e ingenioso. Para el mismo público fue escrito el libro de los Afeites, del que sólo nos queda un fragmento. Los grandes poemas. — Sin embargo, Ovidio soñaba con obras de ma yor talla. Trabajó en una Gigantomaquia y leyó en un salón público, con muy buen éxito, una tragedia, Medea (en 12 a. C.). Reunía cualidades dra máticas, y se hallaba versado en el uso de la mitología: el tema de las Metamórfosis le pareció adecuado (¿hacia 1 a. C.?) para un largo poema épico (en hexámetros). La leyenda griega ofrecía una multitud de transfor maciones de dioses y de hombres en animales, en plantas, etc. En la época alejandrina algunos poetas trataron de agruparlas, narrando por ejemplo aquellas que se referían al origen de los pájaros (Omithogonia), luego de modo más general: Nicandro de Colofón sobre todo (s. m o n), y también 78. Un amigo de Ovidio, Au. Sabino escribió respuestas para las cartas de las heroínas» lo que da fe del éxito de estos poemas.
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Ovidio
Antigono de Caristo (hacia 270) y Partenío de Nicea, el maestro de Comelio Galo, parecen haber sido las fuentes principales de Ovidio. Por lo demás, la poesía latina se sentía atraída hacia esos pintorescos encantos.79 Y también una renovación en la fe hacia el pitagorismo (v. p. 306-307) daba actualidad a la doctrina del transformismo. Ovidio catalogo de modo diverso —en 15 libros— centenares de fábulas, desde el caos y el diluvio hasta la apoteosis de César,80 desarrollándolas, tocándolas de pasada, o haciendo referencia a ellas. Lo más difícil era imprimir una composición a esta materia heterogé nea: Ovidio se inspiró en los Catálogos y en las Genealogías de Hesíodo y de sus sucesores, no sin emplear toda suerte de artificios alejandrinos. Al mismo tiempo (a partir de 3 p. C.) se consagró a la confección de un “Calendario nacional” (los Fastos), en que eran descritas las fiestas de Roma, cada mes en un canto: sólo llegaron a escribirse los seis primeros (en dísticos elegiacos),81 con un tono menos regular, más sencillo que en las Metamórfo sis. Ovidio consultó los Fastos Prenestinos del gramático Verrio Flaco, Las antigüedades divinas de Varrón, Tito Livio, etc. Aunque con una curiosidad más festiva que piadosa, y creyendo un deber realzar con adornos a la griega lo que la materia —a su parecer— tenía de árido. Jano [Aparición del dios: tema poético corriente. — Caracteres griegos (míticos y filosóficos) atribuidos a una divinidad itálica. — Sencillez en el tono y comicidad. — Preciosa documentación para los historiadores modernos.]
E l dios, teniendo en su mano derecha un bastón y una llave en su izquierda, me apostrofó en estos términos: “No tengas miedo; aprende, laborioso cantor de los días, lo que preguntas y graba bien mis palabras. Los antiguos (pues yo soy “algo” antiguo) me llamaban Caos:“ mira qué lejos me remonto. Este aire diáfano y los otros tres elementos, el fuego, el agua y la tierra, eran una masa. Pero, una vez que, por el choque mismo de sus partes, esa masa se deshizo para ganar nuevas mansiones, ascendió la llama; junto a ella se emplazó el aire; en el centro se fijaron la tierra y las aguas. Entonces yo, de jando de ser un bloque informe, cobré figura y miembros de dios. Aún ahora conservo un mínimo rasgo de mi confusión primitiva:“ soy el mismo por detrás y por delante. Pero hay también otra razón de esa peculiaridad que te asombra: cuando la conozcas sabrás también mi misión. Todo lo que ves por doquier, cielo', mar, nubes, tierra, lo
79.
La cabellera de Berenice Ornitología
lo
Zmyrna
de Catulo; el de Calvo; la de Helvio Cinna; la la de Emilio M ácer, amigo de Ovidio. 80. Principales episodios: Los Gigantes, D afne, ío (I); Faetón, Calisto, Júpiter y Euro pa (II); Cadmo, Acteón, E co, Penteo (III); Píramo y T isbe, las hijas de Mineo, Perseo y A drómeda (IV ); Fineo, rapto de Proserpina (V ); Aracne, Niobe, T erea (V I); Medea, Céfalo y Procris (V II); Niso y E scila, Dédalo e ícaro, Filem ón y Baucis (V III); mito de Hércules, Bi blis (IX ); Euridice, Jacinto, Pigmalión, Adonis (X ); Orfeo, Midas, Ceix y Alcíone (X I); Ifigenia, Centauros y Lapitas, Aquiles (X II); sitio de Troya, Eneas ( X III ); E scila, Eneas, Rómulo (X IV ); Pitágoras, Hipólito, Esculapio, César (XV). 8 1 . Principales divisiones: Jano, Carmenta, C aco, Concordia (I); los Fabios, Quirino, Térm ino, Lucrecio (II); M arte, los Salios, Numa, Ana Perenna, ( III); Venus, Cibeles, Ceres, fundación de Roma, (IV ); los Lares, Mars Ultor (V ); Juno, Carna, Vesta, Mater Matuta, T ulia, flau tistas de Tibur (VI). 8 2 . E s falso: Ovidio parece "nfrascarse aquí en un juego de palabras, grecolatino, sin ningún contenido. Jano fue creado dios desde el principio; como consecuencia, el primero de los dioses en la Roma antigua. 8 3 . Se representaba a Jano con doble rostro.
Ciris;
percalia,
Feralia, Quinquatria Floralia, Lemuria,
Agonalia,
Palilia,
Matronalia,
Lu
Vinalia
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LA LITERA TU RA AUGUSTEA cierra y lo àbre nuestra mano. A mí sólo ha sido confiada la custodia del vasto mundo; los goznes sólo giran a mi orden. Cuando quiero que salga la Paz de mi templo tran quilo, camina ésta libre a lo largo de todos los caminos.“ La sangre de las matanzas inun dará el universo, a menos que'mis cerrojos no encierren las guerras. Presido la puerta del cielo con las dulces Horas: si Júpiter camina de acá para allá, ló hace gracias a mí. También me llaman Jano, Cuando el sacerdote me ofrece un pastel de harina o espelta mezclada con s£tl, reirías si lo oyeras; pues me llama ritualmente, unas veces, Patulcio; otras, Clusio.“ Con esta alternancia, la antigüedad inocente quiso indicar la diversidad de mis funciones. Tal es mi poderlo; ahora voy a explicarte mi faz, aunque tú adivines ya en parte sil signifieadtí. Toda puerta tiene dos caras, que miran una a lös viandantes, otra'al Lar doméstico. Al igual que vuestro portero, sentado en el umbral de vuestra puerta, ve salir y entrar, yo, portero de la corte celestial, veo al mismo tiempo la Aurora y el Ocaso. Del mismo modo encuentras a Hécate, dotada de tres rostros, para guardar, en las encrucijadas, el cruce de tres caminos. Y yo, para no perder un instante en girar el cüeilo, püédo, sin moverme, ver por ambos lados.” Fastos, I, v. 99-144.
Las elegías personales. — Mientras se escribían Los Fastas y las Metamórfosis aún no habían recibido los últimos retoques, Ovidio fue exiliado cruelmente a Tomos, en el Ponto (Constanza, en el mar Negro), en noviembre del año 8 p. C. El pretexto oficial de esta decisión era la inmoralidad del Arte de amar (¡que contaba ya diez años!); la causa real permanece oscura: tal vez Ovidio, cuya tercera esposa, Fabia, mantenía relaciones personales con la emperatriz Livia, había intervenido indiscretamente en las intrigas que perseguían dar por sucesor a Augusto a su hijastro Tiberio, con preferencia a su nieto Agripa Póstumo. Ovidio marchó solo a un país peligroso y que le pareció terrible. Desde que, en su puesto de guardia, el centinela dio la alarma, nosotros, apresurada mente y con mano temblorosa, nos revestimos con nuestras armas. E l enemigo,* con su arco y sus flechas envenenadas, merodea con feroz aspecto en torno a nuestras forti ficaciones, con su caballo jadeante. Tristes, IV, 1, v. 75 ss. ■ Tú encierras" el mar bajo hielos; y con frecuencia el pez nada encerrado en un caparazón. Y no tienes fuentes; sólo un agua casi salada, que no se sabe ,si alivia o agrava ,la sed. De vez ea cuando, en la campiña desnuda se alza un árbol, por demás infecundo; y la tierra no tiene un aspecto' distinto del mar. No hay cantos de pájaros, salvo los roncos chillidos de los que, en el fondo de bosques lejanos, apagan su sed en las lagunas salobreñas. E l lúgubre ajenjo siembra las llanuras vacías, amarga cosecha, digna de esta tiara. Póntícas, ΠΙ, 1, v. 15-24.
A partir de entonces, durante diez años, envió a Roma libros de elegías (cinco Tristes, cuatro Póntícas) con la fgrma de cartas, de súplica o desespe ración, llenas de bajas lisonjas al emperador y a su familia, de súplicas a Su esposa, y luego, nominalmente, a los amigos. Contra un enemigó aedara8 4 . E l templo de Jano permanecía abierto durante la guerra ycerrado en las épocas depaz. 8 5 . Epítetos divinos: “el que abre” y “el que cierra” . 8 6 . Sármata o geta independiente, que trataba de hacer razzias en botín, o incluso en hombres. 87. Ovidio se dirige al propio país.
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do escribió una larga imprecación imitada de Calimaco o de alguno de sus discípulos, el Ibis. Aprendió incluso la lengua de los getas, en la cual com puso un panegírico al emperador, que no ha llegado a nosotros. Un poema sobre la pesca (Las Haliéuticas) y la revisión de las Metamorfosis lo ocupa ron con mayor entrega. Tras la muerte de Augusto sólo confió, aunque sin ilusiones, en Germánico, al que dedicó Los Fastos. Incluso su cuerpo no fue traído a Italia. Diversidad y monotonía. — Nada existe más variado, en apariencia, que los temas tratados por Ovidio. En cambio, si leemos sus poemas segui dos, los encontramos monótonos. Todos derivan de la elegía: los esquemas acerca del arte de amar y de las fiestas latinas se hallaban ya en Tibuló; las alusiones mitológicas llenaban la obra de Propercio. Y Ovidio, en el fondo, no sintió mayor ambición que ser “el Virgilio de la Elegía” (Rem . Am. v. 395 s.). Mas al organizar —con una voluntad artística muy fría— los teméis elegiacos en largos poemas seguidos, excluía la pasión y corría el riesgo de sacrificarlo todo a la verbosidad. En especial teniendo en cuenta que sus hábitos de vida lo inclinaban a una desenv oltura bastante superficial. En una sociedad elegante y frívola, le animaban a cultivar sus dotes de “cro nista” mundano, a hacer valer su ingenio, desde el humor más delicado hasta la invención graciosa y burlesca o la “broma pesada” (B. Pichón). Él mismo, que goza sin malicia ae todos los aspectos del mundo exterior, no profundiza nunca ni en una idea ni en una sensación: depende en todo del momento actual. Es un gran artista, pero se recrea demasiado en su arte. Condescendencias masculinas [Fluidez un tanto laxa en la narración. — Variedad en fe ex p resió n .-----Ra pidez en la descripción. — Humor m itológico (Hércules y Onfalo.]
Haced concesiones a sus caprichos: cediendo, venceréis. Obrad de modo que sólo representéis el papel que ella quiera. ¿Increpa? Increpad; aprobad todo lo que ella apruebe; decid lo que ella diga; negad lo que ella niegue. ¿Ríe? Reíd también; si llora, tratad de llorar. Reine en las expresiones de vuestro rostro. ¿Quiere jugar? Si ella arroja los dados, arrojadlos vosotros al par, pero mal, y dadle ganancia. Si jugáis a las tabas, para evitarle sensación de una derrota, obrad de modo que saquéis a menudo el “perro” “ funesto. Si vuestros peones avanzan con actitud de “ladro nes”,“ dejad que vuestros soldados mueran ante sus adversarios de cristal. Tened vos otros su sombrilla abierta, abridle paso entre la muchedumbre. Daos prisa en preparar el estribo junto a su lecho elegante. Además, muchas veces, cuando vuestra dama sienta frió, debéis calentarle la mano, dejando a un lado vuestros escalofríos. Y no os avergoncéis si desea que vuestra mano, como la de un esclavo, sostenga su espejo. Aquel que; a fuerza de matar monstruos, llegó a cansar a su madrastra *0 y ganó el cielo después de haberlo sostenido,” sostuvo el canastillo entre las jóvenes jonias” y trabajó en los cuidados de
8 8 . L a jugada peor. 8 9 . Juego análogo a nuestro juego de damas o ajedrez. 9 0 . Juno, que impuso doce trabajos a Hércules. 9 1 . Hércules fue acogido entre los dioses; pero h ab ía soportado (realmente) la bóveda celeste mientras que Atlas — a quien correspondía la misión— , había ido a buscar las man zanas de las Hespéridos. 9 2 . E n poder de O nfale, a la que había sido vendido como esclavo.
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LA LITERATURA AUGUSTEA las lanas brutas. Fue décil a las órdenes de su señora el héroe de Tirinto: ¡quejaos ahora de soportar lo que él soportó! Arte d e amar, II, v. 197-222.
Retórica y psicología. — Para mantener y variar su inspiración natural, Ovidio siguió los consejos de los rétores, su arte de la composición, su complacencia en las enumeraciones, sus efectos de sorpresa o sus artificios de transición deben mucho a ellos. Aunque no el carácter general de sus obras: su gracia natural lo libró del exceso. Su escollo hubiera sido más bien la falta de originalidad. Se defiende de él sobre todo con su ingenio y su psicología, muy fina y profunda en ocasiones. Una retórica moderada y aguda psicología debió lograr la belleza de su Medea, que hubiera sido muy interesante comparar, por ejemplo, con las tragedias de Séneca. Algunas Heroidas y ciertos pasajes de su Metamórfosis suplen en parte esta pérdida. Al margen de La Odisea [Monólogo bajo la apariencia de una carta. — Nitidez en la composición. — Combinación de movimiento dramático, lirismo descriptivo e intimidad psicoló gica. — Juego literario: el escritor, que se divierte, se siente un poco detrás de su personaje.] (P e n é l o p e
a
U
l is e s )
Pero ¿de qué me vale a mí que tus brazos hayan dispersado los despojos de Ilión, que en lugar de un muro sólo quede tierra, si continúo viuda al igual que cuando Troya se cernía contra ti, si mi marido sigue faltando, lejos de mí? Pésrgamo “ ha sido destruida para los demás; sólo para mí se conserva; y, sin embargo, el vencedor vive allí y labra con los bueyes conquistados. Ya la cosecha se yergue en los campos donde existió Troya, y la tierra abonada con la sangre frigia llama, lujuriosa, al segador; los corvos arados chocan con los huesos. mal sepultados de los héroes, y la hierba oculta la ruina de las casas. Vencedor, tú continúas ausente, y no puedo adivinar qué te retiene o en qué lugar del mundo te ocultas, corazón de hierro. Si algún marino lleva a nuestras playas su extranjera nave, no parte sin recibir antes el acoso de mis preguntas acerca de tu suerte, y sin llevarse para ti, por si alguna vez te encuentra, una hoja escrita por mi mano. Hemos enviado embajadas a Pilos, donde reina el anciano Néstor, hijo de Neleo: “ rumores inciertos han llegado a nosotros de Pilos. Hemos enviado también a Esparta: Esparta ignora también lo acaecido.“ ¿Qué tierras habitas? ¿Dónde te demoras? Más valdría que se alzaran aún las murallas construidas por Febo** — ¡ay!, ¡hilvano, inconsecuente, mis propios deseos!— . Sabría dónde combates, y sólo habría de temer la guerra, y mi queja sería común a muchas otras. No sé qué temer; mas lo temo todo en mi frenesí; y un campo infinito se abre a mis inquietudes: todos los peligros del mar y todos los de tierra sospecho que son la causa de un tan largo retraso. Y tal vez mientras yo, ignorante, los lamento — ¡conocidos son vuestros caprichos!— permaneces bajo el hechizo de amores exóticos; tal vez incluso cuentas cuán rústica es tu mujer, que sólo sabe ablandar la lana de los corderos. Heroidas, I, v. 47-78.
La poesía de la vida cortés. — Ovidio, por lo demás, fue muy sensible a la poesía particular, un poco amanerada, de la vida frívola. Supo revalo93. 94. 95. 96.
302
Ciudadela de Troya (estilo poético). Cf. Odisea, III. Cf. Odisea, III-IV . Los baluartes de Troya (estilo poético).
Ovidio
rizar con delicadeza, en los episodios trillados de los Amores, las ingenio sidades y los goces estéticos o el movimiento lírico, cosas de las que un observador toma mejor nota que un corazón apasionado. También su pers picacia, móvil y burlona, le hacía extraer rasgos de la viveza de las escenas de comedia frívola, que plasmó, sobre todo en el Arte de amar, con una precisión y una rapidez en los toques que acentúan ciertas tendencias de Terencio, y parecen anunciar a Marivaux. Ante la puerta cerrada [Tem as combinados: la puerta cerrada, la súplica al portero y la serenata (cf.: Teócrito, Id., I I I ; Plauto, más atrás, p. 7 0 ; Tibulo, I , 2 , v. 7 s s .) .— Forma lírica (grupos de 8 versos con estribillo); composición y conclusión dramáticas. — Juego ingenioso y poesía.]
... Mira — y para ver abre esas crueles barreras— , mira cómo mis lágrimas han mojado lapuerta. Yo fui, sí, yo, quien, el día en que, en pie, desnudo, tembloroso, espe rabas los azotes, intercedió por ti ante tu dueña. Así, por ti y por otros tuve mucha influencia; para mí, |qué vergüenza! ¡Tengo demasiada poca! Págame con la misma mo neda: tienes una ocasión de mostrarte agradecido. De acuerdo con tus deseos, las horas de la noche se deslizan: corre el cerrojo. Córrelo: ojalá puedas verte un día aliviado de tu larga cadena *7 y beber, por fin, el agua de la libertad. Portero sin piedad, por más que suplico no me escuchas. Sólida mente formada de encina, la puerta no se mueve. Bien está que las puertas cerradas defiendan del asedio a las ciudades; pero ¿para qué temer las armas en plena paz? ¿Qué reservas al enemigo, si rechazas así al amante? Las horas de la noche se deslizan: corre el cerrojo. Ni soldado ni arma alguna me acompañan; solo estaría, de no acompañarme el cruel Amor. Pero a él, aunque lo deseara, sería imposible despedirlo: antes me desprendería de mí mismo. E l Amor, un ligero vapor de embriaguez y una corona que pende de mis cabellos perfumados: eso es todo. ¿Quién puede temer tales armas? ¿Quién no iría a su encuentro? Las horas de la noche se deslizan: corre el cerrojo. iQué lento eres! ¿O es tal vez el sueño, funesto para el amante, quien cierra tus oídos a mis palabras y deja que se pierdan al soplo de los vientos? Mas hubo un tiempo, lo recuerdo, durante el cual, cuando quería escapar a tus miradas, velabas a la luz de las estrellas hasta media noche. ¿Tienes tal vez a tu amiga contigo? ¡Cuán preferible es entonces tu suerte a la mía! |Pasen a mí, con esta condición, tus duras cadenas! Las horas de la noche se deslizan: corre el cerrojo. ¿Me equivoco? ¿No ha chillado la puerta, girando sobre sus goznes? Las hojas, movidas silenciosamente, ¿no me han dicho que entre? Me equivoco: ha sido una ráfaga de viento que las ha movido. |Ay! Un soplo de aire ha arrastrado muy lejos mis espe ranzas. Si recuerdas aún, Bóreas," el rapto de Orintia, acude a ayudarme y quebranta con tu soplo esta puerta que no me escucha. En la ciudad todo es silencio; húmedas de un rocío de cristal, las horas de la noche se deslizan: corre el cerrojo. O mejor: yo, con el arma y el fuego de mi tea en la mano, voy, antes que tú, a atacar esa orgullosa mansión. La Noche y el Amor y el vino aconsejan valor: ella no conoce el reparo; L ib e r * y el Amor ignoran el miedo. Amores, I, 6 , v. 17-60.
9 7 . E l portero estaba frecuentemente encadenado cerca de la puerta (cf. más atrás, p. 2 8 6 , nota 16). 9 8 . E l fuerte viento del Norte; véase, más atrás, p- 2 9 1 , nota 3 4. 9 9 . B aco, entre loi latino·.
303
Ι . Λ I I I I l i Al I Ί Ι Λ
Al C l SI I Λ
Ribalderías femeninas [Consejos al enamorado (tema de los dos primeros cantos del Arte de amati el tercero se dirige a las mujeres). — Parodia: cf. el tema habitual del aniver sario (más atrás, p. 289 y 292). — Escenas cómicas, una de las cuales es más am plia. —
T ono de prosa ágil y rápid a.]
Guardad un santo temor al cumpleaños de Vuestra amiga; y cada vez qué sea neee-; sario hacerun regalo, sea para vosotros un día »efasto. Pese a todas vuestras precaut ciones, ossaqueará; estad bien seguros. ¡La mujer tiene tantos recursos para apoderarse de los bienes de un amante apasionado! E l buhonero llegará arrastrando sus vestidos a casa de vuestra dama, siempre dispuesta a comprar; él desembala*— vosotros estáis alli» sentados— sus mercancías. Ella os pide “echad un vistazo”, con el pretexto de que sea dç vuestro agrado. Luego os besa, y luego os pide... que compréis. Jura que durará años: lo necesita — dice— ; y el precio es hoy ventajoso. Si alegáis no tener en ese momento encima el dinero en efectivo, os rogará que extendáis un recibo: ¡maldita sea la ins trucción! ¿Y si, para aprovechar la ocasión tradicional del regalo de cumpleaños, nace”* cada vez que le conviene? ¿Y si, desgarrada por una falsa pérdida, llora y muestra su oreja desprovista de la piedra que la adornaba? Muchas veces piden que se les preste, pero no quieren devolver nunca: sois inocente, y sin provecho alguno. A rte d e amar, I, v. 417-434.
El pintor de género. — Semejantes cualidades dan a la narración una gracia amena, una naturalidad sin vulgarismos. Ovidio introdujo en sus largos poemas cuentos sugestivos, como el de Filemón y Baucis (Met-, VIII, v. 611 ss.), con una alegre simpatía hacia las gentes que describe. Como pintor de cuadros de género es difícilmente ígualable: muchos esquemas de su obra representan del modo más vivo los aspectos de la Roma augustea. Siesta de las barreras En los Idus ™ se celebra la alegre fiesta de Ana Perena, no lejos de tus riberas, Tiber töscanö. La plebe acude, se dispersa en los verdes prados y bebe, ellos extendidos al lado de ellas. Unos quedan al sol, otros construyen tiendas; algunos hacen cabañas con ramas frondosas; otros plantan estacas a modo de fuertes columnas, y encima extienden sus togas. E l sol y el vino los calientan: pues piden a los dioses tantos años de vida como copas vacías, y los cuentan mientras beben. He aquí uno que absorbe los años de Néstor,10* una que iguala a la Sibila 108 con sus tazas. Se entregan también a cantar lo que han oído en el teatro y el abandono del gesto sigue al de las palabras; con la crátera vacía, «nsayan danzas de vivos contrastes: la buena amiga, adornada, se entrega a placer, con los cabellos sueltos. Y luego regresan, vacilantes; los miran al pasar y les dicen: “Dichosos”. Fastos, III,
V.
523-540.
Colorido y puesta en escena. — Por último, Ovidio hizo beneficiaria a su poesía de su trato asiduo con las obras de arte, pinturas y esculturas. Llega a hacer “transposiciones de arte”, como decía Th. Gautier; pero, habítualmente, su movilidad natural anima y transforma la imagen de la que parte. Además, posee en un grado excepcional (sobre todo entré los escritores de la Antigüedad) el gusto por el colorido en sí mismo y los contrastes de tonos, 1 06. 101. 10 2 . 103.
804
Si pretende que es su aniversario de nacimiento. E l 15 de marzo. Héroe de la guerra de Troya, que vivió durante tres generaciones de hambres. Antigua profetisa de Climas (al norte de Nápoles).
Ot’íffto
uno sc aprecia eu esta página en la que colaboran el poeta y el visitante asiduo de ios “salones de alta costura”.
11
Vr«tldos ¿Y los vestidos? No siento deseos de vosotras, cordonerías de oro, ni de las lanas mrojecidas bajo un doble tinte de múrex tirio.1“ Cuando por menos precio se ofrecen (untos colores ¡qué locura llevar encima la fortuna! He aquí el color del aire, cuando el »Ire está sin nubes y cuando el tibio Austro no arroja la lluvia. Éste es el del camero,1" ijne antaño, según se dice, apartó a Frixo y Hele de las trampas de Ino. Éste imita las olas, las olas también le dan su nombre: me imagino que las Ninfas no poseen otro vrstido. Aquél recuerda el azafrán: el azafrán envuelve a la diosa del rocío,10* cuando ilrtiene sus caballos luminosos. Éste reproduce los mirtos de Pafos; este otro las purpúreas umutistas o las rosas blanquecinas, o el reflejo de la grulla de Tracia. Encontramos el colo rido de tus castañas, Amarilis, el de las almendras y el de la cera, que ha dado nombre a uno de nuestros tejidos. Como la tierra en su lozanía alumbra flores, cuando en la tibia primavera la viña muestra sus brotes y se retira el lánguido invierno, de igual suerte la luna absorbe tantos — y aún más— zumos distintos. Escoged sin error: que todos los colores no convienen a todas. E l negro supera a los tintes de nieve; Briseida,“ ’ de negro, *o superaba a sí misma; el día del rapto vestía de negro. E l blanco supera a los tonos tostados; de blanco, hija de Cefeo,106 cautivaste los corazones; así vestías cuando tu pie tocó en la isla de Serifo.10“ A rte d e am ar, III, v. 169-192.
No es, pues, sorprendente que el mosaico o la pintura decorativa (por ejemplo esos paisajes de fantasía, sin realidad profunda, pero llenos de vida y de poesía, caros a los pintores de frescos), le inspiren —al parecer— más que la escultura clásica efe los griegos, que —no obstante— conocía. En esto se muestra bien latino. Y más aún en su tendencia a la puesta en escena tea tral y suntuosa. El palacio del Sol [Refinamiento en la composición: amplia escenificación del ballet que encua dra la descripción minuciosa del cincelado de las puertas. — Animación ilusionista en las obras de arte. — Unidad en los tonos; diversidad en los tonos y en los reflejos. — Compárese: lUada, XVIII, v. 478 ss.; [Hesíodo], Escudo d e Hera cles, v. 139 ss.] E l palacio del Sol se alzaba sobre altas columnas, brillante del centelleo del oro y de los destellos del piropo;ιω el reluciente marfil coronaba la techumbre; y la plata lanzaba rayos luminosos sobre las hojas de su doble puerta. Pero la materia era inferior al trabajo. Pues Mulciber 111 había cincelado las olas que ciñen todas las tierras, y el círculo de las tierras, y el cielo suspendido sobre él. E l mar tenía sus azulados dioses; Tritón, con la sonora caracola, el cambiante Proteo, Egeón, que oprime con sus brazos el torso monstruoso de las ballenas, Doris con sus hijas : 111 unas parecen nadar; otras, sentadas sobre una roca, 104. La mejor púrpura. 105. El camero del pelo de oro. 106. La Aurora. 107. Raptada por Aquiles. 108. Andrómeda. 109. Patria de Perseo, que había salvado a Andrómeda, a punto de ser devorada por un monstruo marino. 110. Sin duda el carbunclo, piedra que — según se decía— brillaba en la noche. 111. Epíteto latino de Vulcano, dios del fuego y de las artes plásticas (por asimilación con el Hefaistos griego). 112. Las Nereidas.
305
LA LITERA TU RA AUGUSTEA secan su verde cabellera; otras se dejan llevar por los peces; cada una posee sus rasgos, y sin embargo se parecen, como es propio entre hermanas. La tierra tiene hombres y ciu dades, bosques y animales y ríos, las Ninfas y demás divinidades de los campos. Encima aparece fija la imagen del brillante firmamento, seis constelaciones en la hoja de la derecha, y otras tantas en la de la izquierda. Cuando el hijo de Climene,1“ viniendo por el camino ascendente, entró en la mansión de aquel a quien no osa llamar su padre, fue primero derecho a su encuentro, pero se detuvo a distancia: pues la luz, muy próxima, era insopor table. Cubierto con un manto de púrpura, Febo aparecía sentado en un trono brillante, con el resplandor de las esmeraldas. A su derecha y a su izquierda el Día, el Mes, el Año, los Siglos, y, a intervalos iguales, las Horas.114 Veíase también, en pie, a su lado, la joven Primavera, con la cabeza coronada de flores; y el Verano, desnudo, con trenzas de espigas; y el Otoño, sucio tras haber pisado las uvas; y el glacial Invierno, con los cabellos blan quecinos y erizados.“ 5 Metamórfosis, II, v; 1-30.
El arte en las “ Metamórfosis” . — Todas las cualidades innatas de Ovi dio, unidas a las adquisiciones que debía a sus maestros, a los “salones” que frecuentaba y a los goces artísticos de la vida romana se encuentran en las Metamórfosis, aunque dosificadas, por decirlo así, de manera especial, para responder a las líneas generales del poema. Trata de lograr ricas expresio nes, incrementa en gran manera el pintoresquismo y la plasticidad, a menudo con acierto, y en ocasiones, lleno de brutal realismo, como en el retrato del Hambre (VIII, v. 740-749). ... Ella buscaba al Hambre: la vio en un campo pedregoso, en el que se esforzaba por arrancar, con sus uñas y dientes, escasas motas de hierba. Sus cabellos eran hirsutos, sus ojos hundidos, su tez lívida, sus labios grises y gastados, sus dientes llenos de sarro. Su piel, seca, transparentaba las entrañas; los huesos descamados asomaban bajo los riñones. Del vientre sólo tenía el sitio; las rodillas presentaban unas salidas redondas enormes, y los talones se alargaban, sin mesura, sin forma...
La psicología, más variada, se sirve —en el momento preciso— de todos los recursos de la retórica, e incluso de la declamación: así en la disputa de Ulises y Áyax en tomo a las armas de Aquiles (XIII, v. 1 ss.). El movi miento dramático, en especial, se amplifica: ciertos combates (Perseo y Fineo, Lapitas y Centauros) presentan realmente caracteres épicos. Pero Ovidio no pudo renunciar ni a su frivolidad natural ni a las seduc ciones mundanas: el ingenio, la presunción, las sutilezas aduladoras en el estilo y en la composición, en especial la malicia del poeta que no quiere salir burlado en sus relatos, dañan al contenido literario del poema. No lo rige ninguna idea unitaria. Sin embargo, hubiera bastado con combinar el sentimiento de las religiones antiguas, que animaban por igual todos los obje tos, con la elevada filosofía de Pitágoras, que establecía una escala ininte rrumpida de los seres desde la planta hasta el dios. Y precisamente el pitagoreísmo, renovado, no cesaba de ganar terreno en la alta sociedad roma na; y Ovidio parece, al menos, haberlo conocido. Pero únicamente le deja 113. 114. 115.
306
Faetón. Divinidades en Roma. Estas personificaciones son creaciones de arte plástico.
Ovidio
intervenir en su último canto, con una cierta magnificencia en los términos, es cierto, pero sin profundidad alguna.
Metamorfosis de los piratas en delfines [Narración de Acetes (único superviviente de la tripulación que había raptado al joven Baco) a Penteo, perseguidor del dios. — Unión del elemento natural con el fantástico. — Movimiento y vida. — Recreo en la descripción. — Com párese con el Himno homérico, VII; A. Chénier, Bucólicas (ed. Dimoff), p. 14.] ... Al fin Baco (pues era Baco), como si los gritos hubieran disipado su' aturdimiento y despertado su razón embotada por el vino, dijo: “¿Qué hacéis? ¿Qué son esos gritos? ¿Por qué me encuentro aquí, marineros? ¿A dónde queréis llevarme? — Deja de sentir temor, repuso el timonel; di solamente el puerto en que quieres anclar: te llevaremos a tierra según tus deseos. — Dirigid vuestro rumbo hacia Naxos, dijo Liber: es mi patria; esta tierra os dará hospitalidad.” Los pérfidos juran por el mar y por todos los dioses que así lo harán; y me ordenan que suelte a los vientos el velamen de la nave pintada. Naxos quedaba a la derecha: volví el navio hacia la derecha y, entonces, todos gritaron a coro: "¿Quéhaces, insensato? |Eh!, Acetes, ¿te has vuelto loco? Gira a la izquierda.” La mayor parte me hacía señales; otros me indican su voluntad al oído. Inmóvil por el miedo dije: Que otro tome el timón”. Y me negué a prestar servicio en este pérfido crimen. Me llena ron de invectivas y toda la tripulación murmuraba. “¿Te crees acaso, dijo Etalión, el d *e ñ o exclusivo de nuestra salud?” Vino a ocupar mi puesto y volvió la espalda a Naxos. Entonces' el dios, en broma, como si únicamente descubriera la treta, dirige, desde lo alto de la curvada popa, una larga mirada al mar; y fingiendo llorar, dijo: “Marineros, no están allí las orillas que me habíais prometido; no es ésta la tierra que os pedí. ¿He mere cido este castigo? ¿Qué gloria encontráis, siendo fornidos y en número abundante, en i ngañar a un niño?” Mientras, yo lloraba; pero la cuadrilla impía se rió de nuestras lágrimas; los remos apartan las olas presurosos... — |Ay! Te juro por su nombre (y no hay dios más poderoso) que mi relato es tan cierto como poco verosímil. — He aquí que el liurco se detiene sobre las olas, como si estuviera en tierra firme, en su cala. Ellos, estu pefactos, continúan azotando el mar con sus remos y sueltan todas las velas, esperando, por ese doble procedimiento, hacer avanzar al navio. Pero unas hiedras obstaculizan los remos, serpentean con flexibles lazos y suspenden sus brazos de las embotadas velas. E l dios, coronado de racimos, empuña una lanza envuelta en pámpanos; y en tomo a él se alinean tigres, figuras de linces, formas crueles de manchadas panteras. Los hombres, de vértigo o terror, saltan al mar. Y Medón, el primero, se ennegrece, se estrecha en aletas, se curva en arco. Y Licabas dice: “ |Qué milagro! |qué metamorfosis!” Pero, mien tras hablaba, su boca se ensancha, su nariz se prolonga, su piel endurecida se cubre de escamas. Libis, que trataba de hacer girar los remos, ve reducirse y contraerse sus manos: ya no tiene manos, sino aletas. Otro quería extender los brazos para soltar las cuerdas: ya no tiene brazos; privado de miembros, con la espalda abovedada, salta a las olas; y su cola su asemeja a una hoz o a la curva del creciente de la luna. Saltan por doquier y hacen saltar el agua a burbujas, emergen y vuelven a penetrar en el oleaje, y juegan como un coro danzante y lanzan caprichosamente sus cuerpos, aspiran el mar y lo lanzan con sus anchas fosas nasales... M etam orfosis, III, v. 629-685.
L a sensibilidad de Ovidio. — No debemos exigir a Ovidio ni filosofía del mundo, ni pensamiento hondo, ni siquiera simpatía hacia aquello que no es de su tiempo. De ahí las inconsistencias de sus grandes obras: es siempre un ingenioso espíritu mundano. Pero su sensibilidad, tal como aparece sobre todo en las obras del exilio, es atractiva y ejemplar. Predomina el espíritu de sociabilidad: no poder dejarse oír de los bárbaros del Ponto, es uno de sus mayores pesares ae desterrado; representa, en su más alto grado, la unión espiritual grecolatina, de la cual Roma se había convertido en capital. Su 307
¡.A UTERATVHA
MCVSTEA
sensualidad, viva y universal, nada tiene tampoco de egoísta: nace del sentimiento inmediato que posee de la elegancia y de la Delleza, del que intenta hacer partícipe a los demás. A pesar de todos los juegos de ingenio, es tierno: los versos más sentidos que pone en boca de Pitágoras son de compasión hada los animales que el hombre sacrifica; y de sus narraciones rústicas se desprende muchas veces un sentimiento afectuoso un tanto muelle. Podemos imaginar cuán cruel debió resultarle el exilio en esas condiciones, y perdonar en parte las bajezas y redundancias de las Tristes y de las Pónticas; tanto más dado que, con su excesivo hábito —desde hacía casi treinta años— a escribir versos fáciles, los escribió a menudo en un tono que choca con la sinceridad de sus sentimientos. No faltan, sin embargo, las páginas patéticas, como la descripción de la escena agitada, muy meridional, en su marcha de Roma (Tristes, I, 3), con vigorosas notas descriptivas y lamentos desgarradores. Incluso sus debilidades no carecen de contrapartida: sabe recobrar su dignidad para amenazar a un enemigo cobarde. Recuerdos Ya los muchachos y las jóvenes sonrientes recogen sus violetas, abiertas sin sembrarlas en los campos; los prados se revisten como de un vellón florido en mil colores; el pájaro chacharero endulza su canto primaveral; y, para reparar su crimen de madre desnatura lizada, la golondrina construye en las vigas, como cuna, su casita. La hierba, oprimida hasta ahora en los surcos de Ceres, rompe con su frente el suelo tibio. Dondequiera que hay viñas, la yema asoma en la cepa: pero la viña sólo crece muy lejos de la orilla geta. Donde existen los árboles, las ramas se hinchan de savia: pero los árboles sólo se encuen tran muy lejos de las fronteras getas. Allí donde te encuentres, es el tiempo del ocio: la secuencia ordenada de los juegos lanza fuera del verboso foro las charlas judiciales. Carreras de caballos, galantes torneos de armas, la pelota, el rápido arco; y cuando la juventud se ha entrenado y untado de aceite, en el gimnasio, toma los benéficos baños en el agua “virgen” .11' E l teatro está en auge, ardiendo en facciones y grupos opuestos, y las tres escenas llenan con su tumulto los tres foros.“ 3 lOh, cuatro veces — y más de lo que nadie podría expresar— dichosos aquellos a quienes no está prohibido el goce de la Urbe! *“ Yo, en cambio, si adivino el sol de prima vera, es porque se funde la nieve, porque ya no es menester ahondar penosamente en la albercà para tener agua, porque la mar no aparece ya constreñida por el hielo; y, por fin, sobre el Istro,1“ el boyero sármata no conduce ya sus carros vocingleros. Por fin muy pronto se acercarán aquí algunos navios, y una vela extranjera se verá en las orillas del Ponto. Tristes, III, 12, v. 5-32. Advertencia a un enemigo [Razones llenas de cólera y de compasión. — Lirismo breve y de vivos con trastes. — Confianza en la poesía.] Si soportas que ¿.jeda hacerlo, callaré tu nombre y tu delito; y tus actos llegarán a las aguas del Leteo: “ tus lágrimas tardías ganarán mi clemencia. Pero tu arrepentimiento
116. Procné, tras dar muerte a sus hijos, quedó metamorfoseada en golondrina. 117. Agua especialmente pura, conducida a Roma a través de las montañas de Sabinia por Agripa, yerno de Augusto (en 19 a. C.). 118. Los teatros de Pompeyo, de Balbo y de Marcelo, alejados los tres de los foros (R07 mano, de César y de Augusto). 119. Roma. 120. El Danubio. 121. Río infernal del Olvido.
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Los géneros poéticos tradicionales di: be ser visible; debes condenarte tú mismo, querer arrancar con tu vida, si ello es posible, rsos días dignos de Tisifone.“ * Si no, si tu corazón arde en odio contra mí, mi dolor — el de un desdichado— 1“ se alzará, forzado y obligado. Por más que esté exiliado en los confines del mundo, mi cólera sabrá sorprenderte donde te encuentres. César,“ * por si lo ignoras, me ha dejado todos mis derechos; sólo me ha privado de residir en la patria. Y aún espero recobrar de su mano esa patria, si los dioses lo conservan. A menudo se toma verde la encina, después de haber sido alcanzada del fuego de Júpiter .“ 5 E incluso si no tengo ningún medio de vengarme, las Piérides“* me cederán su fuerza y sus armas. Por más confinado que esté en las riberas escitas y muy cerca de las constelaciones que nunca se sumergen en el mar,“ 1 mis mensajes llegarán sin obstáculo de nación en nación, mi queja se conocerá en toda la faz del mundo. Todo lo que diga llegará desde Oriente hasta Occi dente; y la Aurora contestará a la voz del Ocaso.“ 8 Me oirán a través del continente, a través de la extensión de las aguas: mis quejidos hablarán alto el día de mañana. Confío en que tu crimen no se mostrará sólo a tu siglo: la posteridad te acusará siempre. Estoy dispuesto a combatir; pero aún no he empuñado mi arco, y deseo que nada me obligue a ello. E l circo permanece aún cerrado: sin embargo, el toro furioso levanta ya polvo; próximo a atacar, golpea ya la tierra con sus patas. — Ello, sin embargo, excede a mis deseos. Suena la retirada. Musa: puedo aún ocultar su nombre. Tristes, IV , 9.
Conclusión. — La libertad y movilidad poéticas de Ovidio han obligado a decir que era ya más italiano que romano (G Boissier). La observación es muy atinada, con algunas reservas. Ovidio trabaja con rapidez, pero no es un improvisador: trata, constantemente, de demostrar su talento en obras cada vez más desafortunadas. Aunque —por otra parte— notamos en él signos precursores de su decadencia, abuso del ingenio y frivolidad, aleja miento del tema, irregularidad en la composición, es clásico aún por su límpida fluidez y, sobre todo, por su pureza intelectual: su visión es sincera, su sensibilidad sin rodeos, su razón intacta. Se confía a sus estudios y a la psicología, y no yerra. Pero ¿por qué se lanzó al mundo de las maravillas si sólo perseguía entretenerse?
2.
Los géneros poéticos tradicionales
Ovidio cita un gran número de poetas, sus contemporáneos (Trist., IV, 10; Pont., II, 10; IV, 13 y 16). Muchos debieron de contribuir a la rica diver sidad de la elegía romana. Pero los géneros más antiguos se cultivaban tam bién, y —sin duda— con ciertas novedades de concepción o de estilo que resultaría precioso conocer; por desgracia, casi todas las obras se han perdido. 122. 123. 124. 125. 126. 127. 128.
U na de las Furias. L a desdicha, según las ideas antiguas, es contagiosa. E l emperador. E l rayo. L as Musas. L a O sa Mayor y la Menor (vecinas del polo Norte): exageración poética. Nótese el acento profético y casi bíblico.
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LA LITERA TU RA AUGUSTEA
El teatro. — Desde finales del período republicano, se precipita la deca dencia de la tragedia: después de Actium, Vario había mandado representar aún su Tiestes; dieciocho años más tarde, Octavio se contenta con leer en público su Medea. Estas dos obras, célebres en la Antigüedad, han desapa recido: parecen haber sido los últimos representantes de un género caduco. Las antiguas tragedias seguirán siendo representadas, pero acompañadas de gran lujo escenográfico, efectos y vestuario que las deforman totalmente. Las nuevas están destinadas a las salas de declamación: escritas para un público particular y restringido, tendrán un interés menos teatral que político o filosófico. La comedia goza —apenas— de mayor vitalidad. Conocemos el nombre de C. F undanio . Un liberto de Mecenas convertido en bibliotecario, C. M e u so de Espoleto, trata de resucitar la trabeata, especie de comedia burguesa, con un tono más noble que la togata.129 Pero su tentativa no parece haber engendrado seguidores. De hecho el teatro romano vuelve, con más arte, a las tendencias elemen tales frenadas, a partir del siglo m, por la imitación de los griegos: ofrece, separadamente, espectáculos de danza mímica y audiciones líricas. Por una parte, la pantomima, que trata de representar toda acción, trágica, o cómica, únicamente con gestos, adquiere desde sus inicios gran auge, con Pilades y Batilo. Además, se cantan en escena poemas que no habían sido escritos para ella, de Virgilio (Bucólicas, discursos de La Eneida) y de Ovidio en particular. La epopeya. — Muy abundantes eran los poetas épicos: mas ninguno poseía suficiente envergadura para lograr una obra viva, griega y romana a la vez, como La Eneida. La mayoría se conforman con adaptar temas o poemas griegos.130 Sin embargo, la epopeya moderna y nacional, de colorido histórico, cuen ta con sus partidarios: Albinovano Pidón —que escribió, no obstante, una Teseida— compuso un poema sobre acontecimientos muy recientes: Séneca el Viejo nos ha conservado (Suasoriae, I, 15) una descripción de la llegada de la escuadra de Germánico (en 16 p. C.) a las orillas del océano Ártico; algunos rasgos vigorosos se unen a la ampulosidad retórica. R abirio trató la guerra de Octavio contra Egipto: se ha creído posible atribuirle un frag mento sobre la batalla de Actium, descubierto en Herculano. De Cornelio Severo conservamos una veintena de versos patéticos sobre la muerte de Cicerón; notamos cómo el fervor hada un pasado todavía reciente podía man tener una oratoria vigorosa. Pero ignoramos si, además, se perseguía el tono épico, y los medios que se seguían, en tales poemas: ¿encontró Lucano en ellos ideas o modelos?
L a trabeata ponía en escena caballeros, vestidos con la trabea (toga con rayas rojas). (Guerra de Tebas); T u t i c a n o (Odisea); M a sucesos anteriores y posteriores a los poemas homéricos). 129. 130.
c es
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e l
D o m i c i o M a r s o (Amazonida) ; P ó r t i c o J o v e n (Antehomerica y Poshomerica: los
Los géneros poéticos tradicionales Las rostras m vuelven a contemplar, inmóviles, casi vivas aún, esas magnánimas cabe zas; pero todas parecen borrarse en tomo al solo espectro de Cicerón asesinado. Entonces se evocan los recuerdos del sublime consulado: la conjuración de las fuerzas culpables, el rápido descubrimiento de la conjura, el impío crimen de los patricios sofocado, el suplicio de Cetego, y Catilina derrocado de sus esperanzas sacrilegas. ¿De qué le sirvieron el favor, el entusiasmo de las masas, los años llenos de honor, una vida, unos cargos, todos vene rables? Un día bastó para borrar todo el honor de un siglo; cruelmente sumida en el luto, la elocuencia latina ha callado. Los afligidos perdieron para siempre su amparo, su salva dor, la más alta cabeza del estado; este héroe del Senado, órgano público del foro, de las leyes, de las costumbres, de la paz civil, quedó reducido por la crueldad de las armas al silencio eterno. Su rostro desfigurado, sus cabellos blancos manchados con su sangre por unos sacrilegos, sus manos venerables,™ que a tantas hazañas se prestaron, arrojadas a los pies orgullosos del vencedor, fueron holladas en triunfo, sin respeto a la incertidumbre de los destinos ni a los dioses. Nunca, nunca barrará Antonio su crimen.“ *
La poesía didáctica. — Sobre la poesía didáctica, siempre muy cultivada siguiendo los grandes ejemplos de Lucrecio y Virgilio, tenemos más elemen tos de juicio, en la obra de Gratio Falisco y Manilio. G r a t i o , rico propie tario oriundo del país falisco, nos dejó un poema sobre la caza (Cynegeticon) inacabado (escrito entre 30 a. C. y 8 p. C.). No está probado que imitara un poema griego concreto; se inspira particularmente en Varrón, Lucrecio y Virgilio; mas conoce, por práctica personal, el arte que describe. Sus aspe rezas e inexperiencias de poeta se compensan de este modo con la precisión y —en ocasiones— la nitidez del detalle. Perros comentes y sabuesos [Precisión técnica. — Torpeza en los recursos (apóstrofe; comparaciones ba nales). — Vitalidad en las impresiones personales. — C f. L e Roman de Tristan et IseuU, adaptado por J . Bédier, cap. IX (L a forêt du Moroií).]
Si te dejas seducir por una tarea fácil, si te agrada seguir a los temeros corzos o las huellas artificiosas de una humilde liebre, escoge los perros indicados para este tipo de caza, el petronio, los ligeros sicambros “ * y el veltro,““ lleno de manchas extendidas. El veltro corre más veloz que el pensamiento, más rápido que la flecha, pero, aunque sabe acosar una pieza descubierta, no sabe descubrirla en la madriguera, en lo que, con toda razón, gozan de fama los petronios. Si, cerrando de cerca la presa, pudieran retenerla hasta el momento oportuno y contener su alegría excesiva, si se acercaran en silencio, lograrían todo el honor de que gozáis vosotros ahora, sabuesos: pero, en el bosque, les daña su vano ardor. Es sin embargo una hermosa raza, y de patria ilustre: Esparta y Creta“* se jactan siempre de haberles dado origen. Pero el primer perro cuyo cuello alzado recibió una correa fuiste tú, Glímpico. E l beocio Hagnón te llevó a los bosques. Hagnón, hijo de Hastiles, a quien nuestras costumbres evocarán sin cesar con reconoci miento inmenso. Ê 1 fue quien, en la época en que el arte de la caza se hallaba incipiente y a merced de su novedad, encontró el método más simple. Sin reunir una muchedumbre de amigos ni un largo y pesado aparato, sólo tomó a su sabueso para que le ayudara: magnífica esperanza de éxito en tal empresa. E l perro recorre los lugares saturados de caza, los pastizales, los abrevaderos, los cubiles en que la hierba se ve pisada. Rompe el 13 1 . 13 2 . la picota. 133. es cierto), 134. 135. 13 6 .
P icota, lugar público en que se exponían las cabezas de los ajusticiados y proscritos. Además de la cabeza, las manos de Cicerón habian sido clavadas, por excepción, en E l crimen de los triunviros se atribuye exclusivamente a Antonio (el mayor culpable, para proclamar la inocencia de Octavio. Perros de la región de la W estfalia. Especie de lebrel galo grande (Gratio emplea el término celta). Pais famoso por sus excelentes perros de caza.
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LA LITERA TU RA AUGUSTEA dia: aún nada perturba los indicios que da el olor de los animales. Los sigue; si en un punto los rastros se mezclan, demasiado abundantes, para no equivocarse ensancha el circulo que corta los caminos. Y entonces, seguro en adelante de lo que ha encontrado, se entrega por entero como está, arrojado en el estadio de Corinto,1" a la cuadriga, orgullo de la Tesaùa,1* que mueven la antigua gloria y la esperanza palpitante de una primera corona. Pero, para moderar y hacer provechoso este ardor, una ley se le ha impuesto: estaba obligado a no perseguir al enemigo con sus ladridos, a no cambiar por una presa menos hermosa ni a perder sus primeros esfuerzos ante el incentivo de una pri mera victoria. Cynegeticon, v. 199-233.
M. Manilio (su propio nombre es incierto) sólo nos es cono cido por su poema en cinco cantos: “La Astronomía” (Astro nomica). Su vida parece haber sido la de un sabio y un pensador, entusiasta y apartado. Acabo seguramente sus dos primeros cantos en vida de Augusto (entre 9 y 15 p. C.); el cuarto siguió inmediatamente al advenimiento de Tiberio; no tuvo tiempo —sin duda— de escribir un sexto canto (sobre los planetas) aunque al parecer no murió antes de 22.
MANILIO
El tema. — Para un antiguo, no hay distinción entre el estudio objetivo del cielo (astronomía) y la pretendida acción que ejercen los astros sobre el carácter y el destino de los hombres (astrologia). El objeto mismo de la investigación consiste en determinar las leyes ael destino. Por ello Manilio, tras describir la esfera celeste (1. I), el zodíaco, sus divisiones y relaciones con el resto del universo (1. II), explica el modo de determinar exactamente el horóscopo (momento del nacimiento y signo bajo el que se produce) tenien do en cuenta la desigual duración de las horas (1. III); luego pone en relación los diferentes caracteres de los hombres con los signos ael zodíaco (1. IV) y el orto de las constelaciones no zodiacales (1. V). Sus fuentes griegas parecen ser Arato, Posidonio y Asclepiades de Mirlea (contemporáneo de Pompeyo). Filosofía y religión. — Nosotros, modernos, consideramos esta materia como algo lleno de infantilismos y de errores. No obstante, la idea general —la interdependencia de todos los elementos del mundo, incluido el hom bre— es grandiosa. Y, además, Manilio, ferviente adepto del estoicismo, cree que el alma divina llena el universo, sólo en los astros en su estado más puro, de donde deriva por emanación el alma humana. De este modo sus inves tigaciones son, a la vez, científicas y religiosas. Siendo hombre en lo que hace al cuerpo, pero infinitamente poderoso en su espíritu (IV, v. 923 s.), aspira a la divinidad por la ciencia, seguro de que su empresa, lejos de ser sacri lega, rinde un homenaje a Dios al definirlo. Dios y el hombre [Idea general: ia escala gradual de los seres y la excelencia del hom bre; el determinismo prueba la existencia de Dios (por preterición); la búsqueda de Dios por la ciencia prueba a la vez la existencia del alma y de Dios. — Sublimidad en el estilo.] 137. 138.
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E n los Juegos Istmicos. País famoso por sus excelentes corceles.
Manilio Incluso los cuadrúpedos y demás seres mudos que habitan en las tierras, aunque igno rantes siempre de sí mismos ÿ de las leyes de su existencia, sin embargo reciben la llamada de la naturaleza hada el cielo creador, elevan su atención, observan el cielo y los astros, y purifican su cuerpo cuando la lima nueva muestra su cuarto creciente,“* y prevén la proximidad de las tempestades, el retomo de la serenidad. ¿Quién podría negar, pues, al hombre la unión intima con los cielos? La naturaleza lo creó de modo sin igual, diole lengua, amplio entendimiento, espíritu alado; sólo a él, en una palabra, desciende Dios, habita en él y se busca a sí mismo. Omito hablar de las otras ciencias a cuyo conocimiento tiene acceso, inciertas por lo demás y en las que no quiero extenderme; dejo de lado la desigualdad de las condiciones naturales; no repito que el destino es fijo, inevitable, que la materia fue creada para permanecer sujeta, y el cielo para contenerla. Mas ¿quién podría, sin un don del cielo, conocer el cielo, y descubrir a Dios, si él mismo no fuera una emanación divina? ¿Quién podría discernir esta bóveda enorme, ilimitada, los coros de constelaciones, la cúpula ardiente del mundo, la marcha de los planetas, eternamente opuesta a la de los signos estelares, y abarcar todos esos esplendores en un pecho limitado, si la naturaleza no hubiera dado al alma una visión tan amplia, no hubiera encaminado hacia ella una inteligencia con la que está emparentada, si no hubiera deletreado para nosotros esta ciencia inmensa, si no viniera desde el cielo esta llamada al cielo, que nos hace participes del santo misterio del mundo y de las leyes principales que los astros imponen a los seres nacientes? Pues ¡qué sacrilegio sería pretender abarcar el cielo contra su voluntad y obligarle a descender, como prisionero nuestro — por decirlo así— en nues tro globol II, v. 99-128.
No es sorprendente que Manilio —que persigue un objetivo tan sublime— desprecie toda poesía que viva de ficciones, y de ficciones trilladas. La ver dad, dice, debe prescindir de ornamentos. Como en mi canto soy portavoz de las leyes del destino y de los sagrados movimientos del cielo, mi palabra sólo debe obedecer. Nada he de fingir; sólo tengo que trazar aquello que existe. Es suficiente, y excesivo, mostrar a Dios; él mismo sabrá acreditarlo. Es sacrilego subordinar la esfera celeste a la palabrería. IV ,
v. 4 3 6 -4 4 0 .
La imaginación científica y la observación. — Mas un poema no es un tratado de matemáticas. Manilio se apoya en la lectura de Lucrecio —como era de suponer— y en la de Virgilio; y también en Catulo y Ovidio. Sin embargo, su estilo es frecuentemente de una severa grandiosidad que con trasta con la frivolidad de los elegiacos contemporáneos. Supo no sólo ver, sino imaginar con fuerza y representarse hasta la ilusión ciertos espectáculos celestes. El plan de su obra le permitió poner también de manifiesto sus dotes de observador con relación a los hombres, cuyas actitudes y caracteres describe frecuentemente con mucho realismo; incluso la sátira de los con temporáneos no le es desconocida. Sin duda la relación de estos esquemas psicológicos con la naturaleza de los signos (masculinos o femeninos; diurnos o nocturnos; terrestres, acuáticos o anfibios, etc.) o el nombre de las conste laciones nos parecerá llena de infantilismo o de morosidad en el detalle; mas no debemos olvidar que ello, para Manilio, era verdad científica.
139.
Se Ies llamaba elefantes.
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Día y noche polares [Fuerza en la descripción imaginaria (la tierra es considerada como una esfera inmóvil en torno a la que gira el cielo). — Intentos de pintoresquismo y exac titud — a un tiempo— en la expresión. — Restos de convencionalismos (el sol representado por Febo y su carro.] ... E l cielo os parecerá estar derecho en tomo a su eje,"* y su circunferencia arras trada por un giro semejante a un trompo completamente recto. De ahí que sólo se descu bran a vuestras miradas seis signos del zodíaco en un semicírculo oblicuo sin apartarse jamás de él, acompañando en todo momento, en su oblicuidad, a la curva giratoria del cielo. Allí sólo existirá un día de seis meses completos, un lento encadenarse .de claridades durante medio año, pues Febo no se acostará en momento alguno en tan largo plazo, recorriendo sin cesar seis constelaciones y fingiendo dar vueltas en tomo al círculo polar. Pero, cuando se sumerja en el círculo ecuatorial, inclinando su carrera hacia las conste laciones australes y precipitando a todo correr su carro por la pendiente, en tantos meses una sola noche unirá tinieblas con tinieblas en el polo celestial. III, v. 360-374.
Los inquietos Y cuando, inadvertido y com o errante a través de las constelaciones apartadas, el Chivo10 parece buscar las huellas de sus hermanos y se entretiene lejos del rebaño, enton ces se modelan los espíritus hábiles, inquietos por actividades múltiples, ávidos de aventuras, insatisfechos de su hogar. Se hacen servidores del pueblo, se encaminan a las magistra turas, a los tribunales. Donde ellos están, nunca faltará postor para las ventas, ni adjudi catario a la proclamación de los bienes confiscados, ni escapará a su vista un malversador de fondos, ni un fraudulento banquero en quiebra. Son los agentes de la ciudad entera. V,
V.
312-322.
La poesía y los ornamentos. — La búsqueda (apasionada o penosa en ocasiones) de la expresión justa, la precisión en las metáforas, la fuerza del pensamiento no bastan corrientemente a Manilio. La antigua concepción que asignaba a las constelaciones una forma humana, de animal o de objeto le obligó a introducir en su poema toda una mitología, a veces muy brillânte y a medio camino entre Ovidio y Virgilio, como en el episodio de Andrómeda (V, v. 536-615). Trató también de amenizar sus narraciones con excursos históricos o geográficos. Por último, cultivó su estilo, tratando de hacer olvidar, en la diversidad de la expresión, la monotonía de la materia. La Vía Láctea [Imaginación fecunda. — Carácter heterogéneo del discurso. — Yuxtaposi ción de mitologia, ciencia y filosofía. — Abundancia y cuidado en la expresión.] ... En la bóveda azul brilla una blanca estela, de la que el día parece dispuesto a brotar, o el cielo parece abrirse. Y, al igual que los verdes prados se abren en un camino al paso, sin cesar renovado, de las ruedas, al igual que en el mar brilla el surco de una nave que señala las olas con un camino de espumas movedizas, donde giran las aguas
140. Manilio se refiere a la simetría de la bóveda celeste en tomo a un eje vertical: como una sombrilla abierta con relación al mango sostenido bien recto. 141. Constelación cuya salida anunciaba (según se decia) los huracanes.
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Manilio en el torbellino labrado, así estalla en blancura en las tinieblas del Olimpo ”* una vía que con su luz inmensa divisa la bóveda azul. Y, al igual que Iris *“ curva su arco a través de las nubes, esa luz imprime en lo más alto del cielo su brillante sello, y, dominadora, obliga a los mortales a elevar hacia ella sus miradas. Quedan admirados ante esta luminosidad inaudita, que obstruye la oscuridad de la noche, y su corazón de hombres se inquieta a causa de la divinidad, preguntando si la masa celeste no tiende a separarse,"* si la amalgama, ya degradada, no se rasgará, dejando filtrar, a través de su contextura resquebrajada, una luz nueva (¿y cómo no temblar cuando vemos heridas en lo alto del firmamento; cuando, a nuestros ojos, la ruina amenaza a la bóveda celeste?); o bien si allá se unen los bordes de una concha doble, uniendo las playas del cielo y sus constelaciones, si, a lo largo de la linea de contacto aparece como una cicatriz la sutura de la esfera, si esta curva es un conglomerado y, bajo el aspecto de una nube aérea, es una amalgama de luz en que se oprimen y elevan*“ los cimientos del empíreo. ¿Hay — mejor— que aceptar la tradición que pretende que en los siglos remotos, los caballos del sol trazaron por allí un camino distinto del de hoy y que durante largos afios, quemando a su paso, calcinando los astros con sus llamas, borraron el azul celeste bajo la ceniza con que los cubrieron y enterraron? Una antigua leyenda ha llegado también a nosotros: Faetón, que, en el carro de su padre, volaba de signo en signo,“ 7 mientras admira de cerca los resplan dores, nuevos para él, del firmamento, y, como nifio que era, orgulloso de su tiro, juega y se entrega a sus fantasías en el cielo, y, deseoso de superar a su padre, abandona — según es fama— el camino previsto y pasó con su carro por el polo helado; y las nuevas conste laciones no pudieron soportar esas llamas peregrinas, esa ruta a la deriva. ¿Nos lamenta remos de que las llamas hayan arrasado el universo entero?, ¿que la tierra, convertida en su propio homo, haya quemado todas sus ciudades, cuando las llamaradas, esparcidas por doquier del carro, marcharon flotando por todas partes y el cielo fue arrasado? La propia esfera pagó la culpa del incendio, y los astros que por vez primera se acercaban a las llamas ardieron, y su aspecto recuerda aún la antigua catástrofe. Y no puedo ocultar otra antigua leyenda muy conocida, y más dulce: del seno de nieve de la reina de los dioses “ escapó — según se cuenta— un chorro de leche y dio ese color al cielo. De ahí el nombre de vía láctea, que recuerda el origen. O tal vez una multitud más compacta de estrellas ha reunido ahí sus fuegos y condensado la blanca luz, dando — con la unión de los rayos— mayor brillantez a la vía. O quizá las grandes almas, las glorias que, habiendo merecido el cielo, se han despojado de las ataduras del cuerpo y liberado de la tierra, emigraron aquí, y, en este délo que es suyo, los héroes viven una vida etérea, en la contemplación del mundo.1“ I, V . 703-761.
Déterminisme y moral. — Al igual que Lucrecio, Manilio no separó la investigación científica de los quehaceres morales. Para ambos, la contem plación del universo debe desembocar en la serenidad del alma: así se unen a un tiempo el deterninismo epicúreo y el fatalismo estoico. Libertad, mortales, vuestras almas; olvidad vuestras inquietudes y cesad de llorar en la vida con tantas quejas vanas: los destinos rigen el universo, todo depende de una ley eterna y el sello de inmutables encadenamientos se impone a la continuidad de los siglos. Al nacer, morimos: el fin depende del origen. IV , v. 12*15.
142. 143. 144. 145. 146. 147. 148. 149.
£1 cielo (vocabulario poético). Piosa del arco iris. La esfera celeste se considera una construcción sólida que limita la visibilidad. La Vía Láctea. En franjas, sobre la esfera celeste, tal como se nos muestra a nosotros. Los doce signos del Zodíaco. Juno al amamantar a Hércules (según se cuenta). Cf. Cicerón, El sueño de Escipión, y su comentario porMacrobio.
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Pero la cuestión insoslayable es si en tales sistemas no se difumina la noción de responsabilidad moral. Manilio no está de acuerdo en ello, al igual que, en el mundo moderno, los calvinistas o los jansenistas: el crimen es siempre tan detestable, dice, como las hierbas venenosas, por deterministas que sean sus creencias. E l razonamiento es débil. Pero, de aecho, el estoico se eleva sobre la miseria moral por su alta concepción de ser partícipes del ser divino; y Manilio, en particular, por el respeto a la razón científica, que comprende religiosamente al universo. Conclusión. — La grandeza de concepción y el valor intelectual de las Astronómicas permiten relacionarlas con el poema de Lucrecio: son menos humanas y, literariamente, menos logradas y vivas, aunque honran en mucho al siglo de Augusto. Fueron imitadas, aunque poco difundidas; sin embar go, respondían a una tendencia muy actual en la espiritualidad romana: Augusto y Tiberio creían en la influencia de los astros sobre el destino huma no. Pero esta fe era tal vez demasiado limitada en los medios aristocráticos.
3. L a e v o lu c ió n d e la p ro s a Durante todo el reinado de Augusto, los caminos de la prosa son muy inciertos. Tito Livio, que la domina plenamente, es sin duda alguna un rezagado del período anterior. La tendencia a la exposición técnica, a la elegancia desnuda, choca con el culto a la más refinada oratoria. De ahí la variedad extrema, acerca de la cual, desgraciadamente, apenas pode mos juzgar. La historia. — Ciertos escritores hacen de la historia un instrumento de enconada oposición al régimen: Aquilio Niger, y en especial T. L abieno, cuya violencia rabiosa (rabies) hizo que le llamaran de sobrenombre Rabieno, y cuyas obras fueron quemadas por orden del Senado. La historia contempo ránea, sospechosa, se derrumba en la decadencia. Y, por otra parte, la acu sación contra Tito Livio, considerado “literario” en exceso, se ratifica tras los Anales de F enestela (52 a. C. -19 p. C.), muy ávido de detalles y de crítica, con C. C lodio L icinio (cónsul en 4 p. C.), protector del erudito Higinio, y el galo T rogo P ompeyo, que escribió una historia universal en 44 libros, que tenía como centro la conquista macedonia: 150 los tres sienten inquietu-
150. De sus Historias Filípicas sólo tenemos un resumen debido a Justino (cf. más ade lante, p. 448).
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des científicas y son hostiles a la oratoria. Vemos prolongarse los horizontes de la historia romana. Las obras técnicas. — Estas tendencias se hallan, más puras aún, entre los juristas: el estoico M. Antistio L abeón (54 a .-17 p. C.), hostil al princi pado, defensor de un derecho universal; C. Ateyo C apitón (34 a. C. - 22 p. C.), que sigue la antigua jurisprudencia romana, pero presta su entero apoyo al nuevo régimen. La obra “Sobre la Arquitectura” de Vitrubio (M. Vitrubio Polión), antiguo militar, muy culto, aunque informado deficientemente acer ca del arte griego, es un modelo de redacción exacta y clara, no carente incluso de elegancia. De este modo se extendía a nuevos campos la tradición erudita de Varrón. La filosofía. — La filosofía ha cambiado de cariz. No posee ya las amplias bases, jurídicas y nacionales, sobre las cuales Cicerón había intentado trans formarla en empresa romana; pero —igualmente— tampoco se confina en el utilitarismo mediocre de Horacio. Los predicadores, cínicos en especial (de los que se burlaba el autor de sátiras) expanden a los cuatro vientos —cada vez con mayor intensidad, hasta calar en el pueblo— ciertos principios mora les. En los círculos más elevados, un fervor que llega al ascetismo anima a los discípulos del neopitagórico ScmÓN y de ambos (padre e hijo. Q. Sextio Nigeb, cuyo estoicismo se tiñe de pitagoreísmo. Para ellos, al igual que para Atalo y F abiano, las cuestiones morales pasan al primer plano: pero se trata de una moral austera que llega al extremo del perfeccionamiento indi vidual, utilizando procedimientos totalmente monásticos (ayunos, penitencias corporales). La retórica. — Como contrapartida, la retórica se muestra como género externo y mundano. La verdadera elocuencia había muerto, pero nadie puede renunciar en esta sociedad al cultivo de la palabra, al igual que nosotros a nuestras lecturas cotidianas. Y las lecturas públicas sólo satisfacen en parte el amor al gesto y al efectismo. Los ejercicios escolares, deliberativos (suaso riae) o los llamados judiciales (controuersiae), y sus “correcciones”, dadas a menudo brillantemente por los maestros de retórica famosos, atraen a indivi duos de todas las edades. Los temas son convencionales, a menudo compli cados y absurdos, como el siguiente: Un joven ha dado muerte a sus dos hermanos, el uno que era tirano, el otro sorpren dido en adulterio, a instancias de su padre. Cautivo de los piratas, escribió a su padre para que le rescatara. £1 padre escribió a los piratas diciendo que, si cortan ambas manos del prisionero, les pagará doble. Los piratas dejan en libertad al joven. Éste se niega a dar el sustento a su padre, venido en la miseria.
Permiten toda clase de recursos: patéticos o íntimos, históricos, geográfi cos, e, incluso, de filosofía científica. Los virtuosos de la palabra intentan destacar por la abundancia, o por sus rasgos, o por la sutileza de su imagina ción. Buscan el efecto momentáneo y pierden de vista a menudo la composi ción del conjunto.
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Lo conocemos a través de la compilación que, ya muy anciano, hizo para sus hijos L. Ánneo Séneca, de Córdoba. Historiador de las guerras civiles, era un hombre realista, de sana inteligencia, de cos tumbres tradicionales, patriota y gran admirador de Cicerón. Pero, llegado muy joven a Roma, se apasionó por el arte de los retores, en especial por el de Pordo Latrón, español como él. Su memoria prodigiosa le permitía repro ducir, a más de medio siglo, los temas de sus ejercicios, y, en cada uno, el plan, las fórmulas y hasta largos fragmentos de los principales rétores que había escuchado hasta entonces. Los juzga, uno a continuación del otro, en sus prefacios, con mucha agudeza y dándose perfecta cuenta de sus puntos débiles. Ágil e intencionadamente partidario de la anécdota, posee fragmen tos de excelente crítica literaria. SÉNECA EL VIEJO Hacia 55 a. C.-hacia 39 p. C.
Escuela y plaza pública Quien prepara una “declamación” escribe no para vencer, sino para agradar. De este modo persigue todos los atractivos; omite las argumentaciones, que son aburridas y causan poco placer; se contenta con seducir al auditorio con sus salidas, sus amplificaciones. Desea, en efecto, ganárselo, no la causa. Pero en ocasiones los declamadores llevan al foro este defecto de abandonar lo indispensable para lanzarse tras lo brillante. Añádase que ima ginan tener adversarios estúpidos: les contestan lo que quieren y cuando quieren. Y luego, si se equivocan, no tienen sanción alguna. Ellos no pagan sus necedades. De este modo, es lastimoso si en el foro, ante un riesgo inminente, se disipa su ilusionismo, acrecentado por la seguridad de la escuela. Y ¿qué decir de los laudes repetidos con que se mantienen, intervalos regulares de descanso en los que habitúan su memoria? Cuando llegan al foro, y cada uno de sus gestos deja de ser recibido con aplauso, pierden en seguridad o titubean.“ 1 Controversias, IX , Pr. 1-2.
El filósofo Fabiano y el rétor Arelio Fusco [Antítesis entre realismo moral y afectación retórica. — Agilidad e imparcia lidad de juicio. — Riqueza en el vocabulario crítico.] Fabiano se entrenaba en casa de Arelio Fusco, cuyo estilo imitaba: pronto tuvo más trabajo para deshacerse de él que había tenido para reproducirlo. La amplificación de Arelio Fusco era brillante, mas laboriosa y compleja, su ornato demasiado artificioso, la combinación rítmica de sus períodos demasiado suave para cuadrar a un espíritu que encerraba una moral tan rigurosa. Una extrema desigualdad en la redacción, fría unas veces, desbordándose al azar sin medida otras: datos, argumentos, narraciones aparecían enunciadas con toda sequedad; pero, en las descripciones, daba rienda suelta a su verba lismo, sin otra ley que el efecto de las palabras; ninguna idea mordaz, estilo poco riguroso, carencia de expresiones recias: su estilo era brillante, menos embellecido que afectado. Fabiano se apartó muy pronto de él; mas, si bien se desprendió, cuando quiso, de la abundancia, no pudo prescindir de la obscuridad; este defecto lo acompañó hasta en la filosofía: con frecuencia no dijo lo suficiente para hacerse entender, y en la exquisita simplicidad de su estilo subsisten aún restos de sus antiguos defectos. Controversias, II, Pr., 1-2.
151. Este juicio severo se atribuye a un profesional, el rétor Montano Votieno. Cf., entre otras anécdotas, la referente a Porcio Latrón que, forzado a sostener una causa real, comenzó con un solecismo y ganó al auditorio basta que se le concedió hablar, no al aire libre, sino en una basilica (Controv., IX, Pr., 3.).
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La evolución de la prosa
LOS RÉTORES
Cada rétor trataba de acentuar su originalidad para ga narse incondicionales partidarios. De ahí la extrema di versidad en el quehacer literario; y también la falta, casi constante, de natu ralidad. El más grande de todos. M. P o b c io L a tbó n (muerto en 4 o 3 a C.), un español de temperamento desigual, lleno de vida y trabajador infatigable a un tiempo, apoyaba su continua improvisación en una serie de lugares comu nes que podían introducirse en cualquier momento. Su potencia tiene un aire romántico. Una “ suasoria” sostenida por Porcio Latrón [Tema no inverosímil, pero irreal. — Plan desigual y deshilvanado (en la segunda parte), con “relleno” de salidas fáciles. — Ejercicio de estilo antitético con numerosas reminiscencias (de las Filípicas de Cicerón); exceso de imágenes y metáforas yuxtapuestas; rudeza en el vocabulario; potencia (excesiva) del efecto. Compárese con el estilo de Lucano; cf. más atrás, p. 310-311.] Tema. — Cicerón delibera acerca de si va a pedir gracia a Antonio. Plan. — Dos partes: I. — Aunque logre obtener la vida, la pagará demasiado cara. A: a) Es vergonzoso para todo romano, y sobre todo para Cicerón, suplicar por la vida. b) Ejemplos de todos los que han ido voluntariamente a enfrentarse con la muerte. B : a) La vida sin libertad, para Cicerón, sería inútil y más dura que la muerte. b) Descripción de todas las durezas de la servidumbre futura. II. — Pero, además, Cicerón no puede obtener la vida. Suponiendo que Antonio le dé su palabra, no gozará de tal beneficio: todo desagra dará en él, hasta su silencio o su rostro. Fragm ento de I, A, a. — “¿Puede así salir una palabra de la boca de Cicerón sin hacer temblar a Antonio? ¿O una palabra de Antonio puede hacer temblar a Cicerón? Un nuevo Sila, sediento de sangre de ciudadanos, que ha regresado a la ciudad, y en las pujas de los triunviros proclaman a gritos, como si se tratara de una subasta de impuestos, la muerte de los ciudadanos romanos; una sola tablilla incluye en su lista una ruina más grande que Farsalia, Munda, Módena; “ ■ |las cabezas consulares se pagarán a peso de orol Es el momento, Cicerón, de volver a pronunciar tu frase: “ |Oh, tiemposl [oh, costum bres!” ”* Verás sus ojos brillantes a un tiempo de crueldad y de orgullo; verás ese rostro, rostro no de hombre, sino de guerra civil; verás esa garganta que ha comido los bienes de Cn. Pompeyo, ese pecho, esa corpulencia de gladiador. Verás, ante el tribunal, el lugar cjue, no ha mucho tiempo,“* holló ese jefe de caballería, que debía sentir vergüenza de un singulto, manchó con sus vómitos. Suplicante, cayendo a sus rodillas ¿te rebajarás a sus súplicas? Y ¿te humillarás hasta la adulación con esa boca, a la que la República debió su salvación?“5 E l propio Verres se enrojecería de vergüenza: siendo un proscrito, ha sabido morir mejor.” “* S é n e c a , Suasoriae, V I, 8 y 3 .
(nacido hacia 60), griego de origen, volvía al asiatismo por muelle elegancia, realzada con citas poéticas. Sus párrafos suelen ser
A r e l io F u sco su
152. Dos victorias de César y una de Octavio: las proscripciones de los triunviros (An tonio, Lépido, Octavio), causarán la muerte de más ciudadanos. 153. Catilinarias, I, 1, 2. 154. Dictador en vida de César. 155. Alusión al consulado de Cicerón y a la conjuración de Catilina. 156. Error histórico: según Lactancio, Verres murió después que Cicerón, aunque la ocu rrencia es oportuna.
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LA LITERATURA AUGUSTEA
deshilvanados. Parece haber ejercido mayor influencia sobre Ovidio que sobre Porcio Latrón. U ta "controversia” sostenida por Arelio Fusco [Tema artificial y con efectismo. — Patetismo íntimo y melodramático a un tiempo; atomización en los párrafos; recreo en lo exótico y en las agudezas; lugares comunes de moral sentimental.] Texto legal. — Los hijos deben alimentar a sus padres bajo pena de prisión. Tem a de la controversia. — Dos hermanos están en desacuerdo; uno de ellos tiene un hijo. E l otro cae en la miseria. Pese a la prohibición de su padre, el joven lo alimenta. Por esta razón, recibe el desprecio de su padre, y él no protesta. Su tío lo adopta y llega a ser rico por herencia. Su padre cae en la miseria: pese a la prohibición de su tío, lo alimenta. E l joven a su padre adoptivo.— “¿Me abres tu hogar? No acompaño a un gran huésped: sólo traigo a un anciano. Es el mismo delito, padre mío, por el que te complací. Viene un anciano desconocido; estoy a punto de acercarme a su cuerpo inerte: me lo pide en nombre de su padre. Entonces ¿dejaré morir de hambre a un hombre que querría tener un hijo vivo? iQué azar! ¿Va, pues, unida una mala suerte a quienes reniegan de mí, para que cambien tan a menudo de fortuna como yo de padre? Reconciliaos; dos ejércitos dispuestos a la lucha se tienden las manos para hacer la paz. Ello sucedería con el uni verso si la piedad no pusiera un freno a la cólera. O también, si os complacéis en un odio obstinado, libradme a mí al menos. Entre dos padres, hijo del uno y del otro, en cada ocasión despreciado por el más rico, sorprendido entre dos riesgos ¿qué debo hacer? Renegar de quienes me alimentan; pedir limosna para quienes no me dan de comer. Yo tomo a los dioses como testigos de esto, padre mío: a ti, al rico, voy a abandonarte.” S én ec a ,
Controversias, I, 1, 6.
C . Albucio Silo (nacido hacia 55) pecaba de intemperancia, al querer decir, no lo que debe decirse, sino todo lo que puede decirse; su vocabulario, rico y complejo, introducía en la declamación muchas palabras del lenguaje vulgar. C . C a s io Severo (hacia 50 a. C . - hacia 37 después de C .) se mostró más tarde como el auténtico creador de la nueva oratoria, ingeniosa, ardien te, impulsiva, tal como debía ser practicada por los delatores del siglo i. L. Junio G alo era brillante y sutil.
Conclusión. — El éxito y los excesos de la retórica causaron funestas con secuencias: el arte de la palabra se consideró un fin en sí mismo, y se conde nó por ello a sutilezas sin contenido alguno; y, lo que es peor, este ejemplo llegó a dañar hasta la labor exacta de los abogados. Pero su influencia es primordial, atendiendo a la evolución de la prosa latina: se ensayaron toda suerte de fórmulas literarias; el molde uniforme de la frase clásica se quebró, y. fueron yuxtapuestos los tonos más diversos, se mezcló la oratoria con la poesía, y el vocabulario recibió un gran caudal. Combinada con la enseñanza de los filósofos-moralistas, la retórica dio a luz al gran prosista de la genera ción siguiente: Séneca el Joven.
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extracto incompleto de un Cujacianus (Leyden); — colecciones de extractos en Munich (*. z) y París (s. xn y xm).
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LA LITERATURA AUGUSTEA . ED ICIO N ES: Príncipe, por Puccius, 1502; — Críticas: Hiller* (Leipzig, 1891); Postgate (Oxford, 1905; 2Λ ed., 1914); Cartault (París, 1909); Ponchont* .(Budé, 1931); Lenz* (Teubner, 1937); — Con comentario: G. Némethy (Budapest, 1906), a i latín; K. F. Smith (New York, 1913), en inglés; L. Pichard (París, 1924), en francés (comentarios filológicos); F . W . Lenz* (Leyden, 1964). EDICIONES ESPAÑOLAS: E legías, C. Magrinyà y J. Mínguez, con trad, y com. catal. (Barcelona, B em at M etge, 1925). TRADUCCIÓN: Francesa: Ponchont (Budé). LENGUA Y MÉTRICA: Brink, índice, en la edición de Hiller; A. distique élégiaqu e chez Tibulle, Sulpicia, Lygdam us (París, 1911).
C a rtault,
Le
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Propercio MANUSCRITOS: N eapolitanus (biblioteca ducal de Wolfenbüttel, ¿s. χιιι?); Vossianus (Leyden) y Laurentianus (Florencia); — Daventriensis (Deventer, Holanda) y OttobonianoVaticanus (Vaticano): todos recientes. Véase A. L a P e h n a , Studi sulla tradizione d i Pr. (Studi 1tal. dt Füol. Classica, 1951 y 1952). ED ICIO N ES: Príncipe: Venecia, 1472; — Críticas: J. S. Phillimore’ (Oxford, 1907); Hosius (Teubner, 1932); Paganelli (Budé, 1929); Butíer-Barber (Oxford, 1933); E. A. Bar ber ’ (Oxford, 1960); Schuster-Dornseiff, con índice (Teubner, 1958). — Con comentario: [Rouxelle] (Coll. Lem aire, París, 1832); F. A. Paley* (Londres, 1872), en latín; H. E. Butler-E. A. Barber (Oxford, 1933), en inglés; M. Rothstein * (Berlín, 1920-24), en alemán; 1. I (M onobiblos) y L ib er secundus, P. J. Enk (Leyden, 1946 y 1962), en latín. EDICION ES ESPAÑOLAS; E legías, A. Tovar y M. T. Belfiore, con trad, y com. cast. (Barcelona, Alma Mater, 1963); J. BalceÚs y J. Mínguez, con trad, y com. catal. (Barcelona, B em at M etge, 1925). TRADUCCIONES: Francesa: Paganelli (1929); — Alemana: P. Mahn (Berlin, 1918); — Inglesas: Phillimore (Oxford, 1906); Butler (Londres, 1924). LENGUA Y M ÉTRICA: P h i l l i m o r e , Index verborum Propertianus (Oxford, s. d. [1906], nueva edición: Darmstadt, 1961); S c h u s t e r - D o r n s e i f f en su edición; E. N e u m a n n , D e cottidiani. sermonis apud Propertium proprietatibus (Königsberg, 1925); Hosius, índice “métrico, prosódico y gramatical” en su edición (1922); A. W a g n e r , D e syntaxi Propertiana (1887); H. T ra n k le , D ie Sprachkunst d es Pr. und d ie Tradition d er latei nischen D ichtersprache (Wiesbaden, 1960). ESTU D IO S: F . P l e s s i s , É tudes critiques sur P roperce et ses élég ies (Paris, 1884); Propertiana (Paris, 1886); L . H a v e t , N otes critiques sur Pr. (Paris, 1916); R . H e l m 1, Sex. Propertius (R eal-E ncydopädie, X X III, 1, 1957); E. R e i t z e n s t e i n , W irklichkeitsbild und Gefiihl&entwicklung bei Pr. (Philologus, Suppl. b., Leipzig, 1936); L . A l f o n s i , L'elegia d i Pr. (Milán, 1945); A . L a P e n n a , Properzio (Florencia, 1951); B o n a f o u s , D e Sex. Pro-
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Ovidio MANUSCRITOS; Tradiciones distintas para las obras eróticas (2 mss. d e París, s. jx), las M etamorfosis (2 Marciani d e Venecia, s. x-xi; N eapolitanus, s. xi), los F astos (Patavianus, s. x, y Vrsintanus, s. xi, Vaticano), Bruxéüensis, s. x i; las Tristes (Laurentianus, Florenda, s. xi), las Pónticas (Fragmento de Wolfenbüttel, s. vi; H am burgensis y Bavaricus, s. xn), el Ib is y las H aliéuticas. — Cf. F . W . L e n z , Parerga O vidiana (Roma, 1938). ED IC IO N ES: Príncipe: Roma y Bolonia, 1471___ Completas: R. Merkel-R. Ehwald, F. Levy (Leipzig, 1880 y 1915-1928); S. G. Owen (Oxford, 1915 ss.). — H eroidas: ed. crít.: Bomecque (Budé, 1928); comentada: A. Palmer-L. C. Purser (Oxford, 1 8 9 8 ).— Amores: ed. crít.: Bomecque (Budé, 1930) y Fr. Munari (Florencia, 1951); com.: G. Némethy (Budapest, 1907), en latín; P. Brandt (Leipzig, 1911), en a l e m á n ; F. Munari (Florencia, 1959), en italiano; Amores, M edie, fac., Ars am ., R em ed. am ., E . J. Kenney (Oxford, 1961); Ars am ., R em ed. am ., G. Vitali (Bolonia, 1959); Ars A m .: ed. crít.: Bomecque (B udé, 1924); com.: P. Brandt (Leipzig, 1902), en a l.__R em ed ia Am.: cd. crít. Bomecque (B udé, 1930); com. G. Némethy (Budapest, 1921). — M etamórfosis: ed. crít. H. Magnus (Berlín, 1914); Fabbri (Paravia, 1918-1921); Lafaye (Budé, 1928); E. Roesch* (Munich, 1961); com.: Magnus (Gotha, 1885-1903 y 1919); EhwaldHaupt-Kom (Berlin, 1915-1916); De Bosselaar *-B. A. van Proosdij (Leyden, 1959); — Fasti: ed. crít.: Merkel (Berlín, 1841); Peter‘d (Leipzig, 1889-1907); Landi*-Casüglioni (Paravia, 1950); Ehwald*-Lenz (Teubner, 1932); com .: J. G. Frazer (5 vol.: Lon dres, 1929); F. Boemer (Heidelberg, 1957); I. I: H. L e Bonniec (Érasm e, 1961). — Tristia: ed. crít.: S. G. Owen (Oxford, 1889); com.: Owen, 1. II (Oxford, 1924); T h. J. de Jonge, t. IV (Groningen, 1952). — Ex Ponto: ed. crít.: Lenz (Paravia, 1938), ed. com.: G. Nèmethy (Budapest, 1915); libro I: A. Schölte (Améisfoort, 1933). — Ib is: ed . corn.: R. Ellis (Oxford, 1881); A. L a Penna (Florencia, 1957); J. André (B udé, 1963). — H aliéutica: J. Richmond (Londres, 1961). — Nu*: S. Wartena (Groningen, 1928). ED ICIO N ES ESPAÑOLAS: M etamórfosis, A. M. Trepat, vols. I al IV, con trad, y com. ratal. (Barcelona, B em at M etge, 1929 ss.); A. Ruiz de Elvira, vol. I, con trad, y com. cast. (Barcelona, Alm a M ater, 1964). TRADUCCIONES: Francesas: de las H eroidas (M. Prévost, 1928; del Arte d e am ar y de los R em edios d e Amor (Bomecque, 1924); de las M etam órfosis (Lafaye, Budé). Itá l ic a s : de los A m ores (F. Munari, 1959); del Arte d e am ar y de los R etn edios d e am or (G. Vitali, 1959). Alemanas: de los Fastos (F. Boemer, 1957); de las M etam órfosis (E. Roesch, 1961). LENGUA Y M ÉTRICA: D e f e r r a r i - B a h r y - M c G u i r e , A concordan ce o f O vid (Wash* ington, 1939); O. E i c h e r t , V ollständiges W örterbuch zu d e n V erw an d lu n g en d es P. Ovi dius Naso (Hannóver, 1882); Siebeus-Polue, W örterbuch zu Ovids M etam orp h osen · ( L e i p z i g , 1893); J . F a v h e , D e Ovidio novatore vocabulorum in M eta m o rp h o seo n libris (París, 1885); I. H i l b e h g , D ie G esetze d e r W ortstellung im Pentam eter d e s O vid (Leip zig, 1894).
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CAPITULO VII
LA LITERATURA CLAUDIANA
Los emperadores que se sucedieron de 14 a 68 descienden todos de la antigua familia de los Claudios: únicamente entroncan con los Julios por adopción. Sus reinados, llenos de atroces tragedias, representan todas las tentativas —de índole más diversa— para consolidar la monarquía en Roma, ya sea adaptando en cierta manera las antiguas tradiciones latinas (Tiberio, Claudio), o desafiándolas (Caligula, Nerón). Administrativamente, el imperio aparecía bien consolidado; la prosperidad de Oriente y de Occidente se equilibraban; Roma se transformaba en la gran ciudad cosmopolita, adonde afluía todo, y de donde se extendía el arte y el pensamiento a través de todo el mundo mediterráneo. Los príncipes daudianos y la antigua aristocracia. — En los cuatro em peradores citados hallamos trazas del diletantismo literario y artístico de la antigua aristocracia: Tiberio, por su oscuridad pedante y severa, continuaba la elocuencia neoática; Caligula criticaba los autores clásicos; Claudio, admi rador de Cicerón, presumía de hombre erudito y añadió tres letras al alfa beto latino; Nerón, músico, poeta y auriga a un tiempo, lleno —hasta la demencia— de helenismo y de genio de histrión, quería encamar la figura de Apolo en la tierra. Pero el resto de la nobleza, que, desde hada dos siglos, había apoyado los progresos de las letras romanas, desaparecía rápi damente. Ella —que había llegado al poder con las segundas nupcias de Livia con Augusto— representaba un peligro permanente para los Claudios. Cualquier noble de rancio linaje podía aspirar al Imperio. De suerte que los 326
La literatura claudiana
emperadores intentan sin tregua la destrucción de sus antiguos iguales: la ley de lesa majestad facilita el medio de eliminar a cualquiera que atente, no importa de qué modo (ya de palabra, ö de intención sólo) contra la persona del emperador, que representa al Estado. Es más: al asegurarse de este modo su seguridad personal, sacian al tiempo su locura o su crueldad, y se enriuecen con las confiscaciones (ellos, sus esposas o sus favoritos, que no son e la nobleza).
3
La nueva sociedad: los libertos y el cosmopolitismo. — Como contra partida, aumenta sin cesar la sociedad ilustrada, que garantiza público y entusiasmo para los escritores. Se unen a los senadores, relevados de los auténticos avatares de la política, y a los caballeros, funcionarios predilec tos del régimen, la rica burguesía de las provincias e incluso un grupo selecto de libertos. En efecto, con la pacificación del Imperio y la prosperidad que de ella dimanó, se incrementó por doquier la importancia de los esclavos inteligentes, encargados, secretarios, directores, entre la burguesía burocratizada y la plebe holgazana; una vez libertos, con su hábito de actividad y don de gentes, se enriquecen a menudo, deseosos de que su valía intelectual brille también y se olvide su origen, constituyen el auténtico fermento de la nueva sociedad. Son, con mucha frecuencia, oriundos de Oriente. Y las provincias asiáticas envían ahora hacia Roma, única capital existente, una masa de indigentes ávidos de abrirse camino. De modo que un gran número de personas, que tenían el griego como lengua materna, se incorporan al habla latina. Pero no renuncian por completo ni a su mentalidad ni a sus aspiraciones; su influjo llega a modificar —en breve plazo— las costumbres y hasta el espíritu roma no: las clases se mezclan, se pierde el orgullo nacional, se multiplican tanto las más nobles aficiones como las más degradantes. Esta oleada de orientalismo helenizante queda neutralizada en parte por la aportación de las provincias occidentales en que lá lengua latina, fijada por las normas clásicas, domina poderosamente. Tras la Cisalpina y la Narbo nense, da ahora España a Roma una legión de escritores, Porcio Latrón, los Sénecas y Lucano, y más tarde Quintiliano y Marcial; y, desde el año 48, puede aspirar la nueva Galia al completo derecho de ciudadanía, mientras que Bretaña empieza a recibir la formación romana y el Imperio se extiende en África del Norte hasta el Océano. Sin duda esos provincianos enriquecen también el cosmopolitismo romano con sus caracteres nacionales: se ha reconocido —en el caso de los españoles— el aire y el carácter altivo de la raza. Pero su formación, más íntegramente latina, les une mejor al pasado de Roma. Las bases de la unidad. — Esta sociedad posee, pese a su mescolanza, una unidad intelectual, gracias a la escuela. Toda la élite de la juventud, tanto en Oriente como en Occidente, se forma de acuerdo con un ideal uni forme, artificial y rígido: el del orador potente y sutil. Ese tipo de “humani dades” tenía sus ventajas: el análisis del tema, la riqueza en la argumenta ción, la lógica y la inventiva eran cualidades que se exigían en el aprendiz 327
LA LITERA TU RA CLAUDIANA
de orador. Y más tarde el conocimiento de los grandes escritores de un mismo linaje intelectual: griegos y latinos. Todos no podían, ciertamente, ser oradores en la vida práctica, y menos entonces, cuando todos los grandes debates políticos habían sido abolidos, cuando en el Senado se hablaban solamente vacuidades y las causas judiciales, encerradas ya en adelante en la sombra de las basílicas, ante los restringidos jurados de centumviros, requie ren más precisión jurídica que elocuencia. El ejercicio del orador y del auditorio corre así el riesgo de convertirse, no en una justa valoración de las realidades, sino en un placer estético. En todo caso debemos agradecer a esta actividad el haber permitido —en fechas tan tempranas— un contacto entre los mejores espíritus de Occidente, en materia de gustos y aspiraciones, y los del Oriente helenizado. Y precisamente en Roma era donde todos perfeccionaban su formación, en los círculos sociales cultos. Allí se mantenían a la perfección, en beneficio de grupos más amplios,' las costumbres refinadas de la antigua aristocracia: reuniones de salón, sabrosas charlas, intrigas femeninas, curiosidades de coleccionistas, lecturas públicas de aficionados o profesionales, paseos, invi taciones y visitas recíprocas, intercambio de regalos; todo ello en Roma. Tam bién solían marchar de veraneo, con los calores estivales, a casa de un amigo al campo, o al monte, y con más frecuencia a un balneario o a una playa en boga del golfo de Nápoles; algunos viajan grandes distancias, por curiosidad o afán de descanso, dispuestos a regresar a Romá con el alma siempre ávida de ambiente mundano, con algunos recuerdos. Sin duda alguna, este tipo de existencia es en extremo vacio: pero engendra espíritus más desenvueltos, vivos, llenos de paradojas y menos esclavos del pasado. Enriquecimiento de la sensibilidad. — En el fondo, la sensibilidad media sale ganando. Un interés más tierno y más comprensivo rodea a la esposa y al niño, la vida de familia parece también más trascendente y más apacible. Ello obedece, por una parte, a la renovación social que da paso a una buruesía más humilde, inocente, que ama la comodidad y un cierto grado e cultura. Y en las clases elevadas la mujer asume también con frecuencia un papel lleno de dignidad e influye poderosamente en la vida moral de su tiempo: Marcia, Helvia reciben las Consolaciones de Séneca, en las que ate núa, sin empequeñecerse, el tono de un género filosófico trillado; Arria y Pompeya Paulina eligen la muerte junto a sus esposos (Peto, Séneca); otras, por su energía y fidelidad en la prueba, llevan también hasta el heroísmo las virtu des familiares que encierran tantas tumbas desconocidas. La psicología y la moral humanas se enriquecen y dulcifican. La misma ampliación tiene lugar en el caso de los esclavos y libertos. El propio Augusto, severo ordenador de las clases sociales, se vio forzado a reconocer la evolución de las costumbres al otorgar a los libertos el derecho a un auténtico matrimonio, el conubium, en vez de la unión libre (contuber nium): lentamente, la humanidad recupera —por así decirlo— ese mundo servil que la antigua ley romana colocaba en el rango de los bienes muebles; Séneca pedirá que cada cual considere a sus esclavos como a sus hermanos. Este reconocimiento de un derecho ignorado por tanto tiempo debió modi-
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L a literatura claudtana
ficar muy diversamente la sensibilidad de los seres de origen e inteligencia .tan varia. Mas lo que revela quizá mejor la audacia innovadora de este momento en que un escritor se fije en esas tendencias que aspiran al refina miento, por las que un antiguo esclavo alcanza la dignidad ae hombre y el lenguaje de ciudadano romano: Petronio —es cierto— convierte en cruel escarnio sus observaciones psicológicas, pero sus personajes son más revela dores que risibles. Y la curiosidad del novelista no era un brote aislado. Dan fe de ello la afición malsana de Mesalina y Nerón hacia los antros y lugares de mala fama. Tendencias a una ideología universal. — Por su línea ideológica, es esta época más griega que romana. El antiguo espíritu romano, político y domi nador, aparecía profundamente amortiguado bajo una monarquía con fre cuencia tiránica y entre una sociedad tan mezclada; el patriotismo ya no tenía razón de existir en un Imperio que, sólo rara vez, organizaba expedi ciones “coloniales”. De ahí la entrega a actividades desinteresadas, con un objetivo más individual o humano que nacional. Las ciencias están de moda, bajo la forma romana de vulgarización. Se cultiva, en especial, la filosofía, considerada como liberación: las arbitrariedades del príncipe no tienen acce so a la vida interior, y la sistemática afiliación al epicureismo o al estoicismo permite aguardar en paz una orden de destierro o de muerte. Los predicado res públicos y los propagandistas al estilo de los cínicos son perseguidos por la autoridad; pero el director de conciencias estudia y moldea las almas en la paz del ambiente familiar. La filosofía moral se convierte así en un quehacer más psicológico e individualista; y, por ello mismo, superando el cuadro de las costumbres y prejuicios nacionales, se convierte en más general y elevado. El propio Oriente empieza a determinar el pensamiento latino, en especial con sus cultos. La ansiedad ante el destino del alma después de la muerte, avivada por la reflexión personal y por los frecuentísimos contactos con los asiáticos, no se contentaba ya con el neopitagoreísmo, demasiado complicado y aristocrático en exceso. Los dioses de Asia Menor (Cibeles, Atis) y de Egipto (Isis, Serapis) acaban por triunfar bajo Claudio y Caligula: prometen la purificación y la salud del alma, y se atraen a las multitudes con sus ceremonias apasionadas, sus grandes efectismos teatrales y acompañamiento de músicas exóticas. El judaismo, austero, receloso y con menos ostentación, se gana no obstante numerosos adeptos, preparando el camino al cristianismo: lo que da fe del carácter realmente espiritual de tales aspiraciones. La intro ducción de los cultos sirios tuvo un precedente, de carácter científico, en la afición a los astros. Dicho orientalismo origina —incluso en la sociedad cultivada— el sentido del misterio y la alción a lo extraordinario, sin contar con una especie de confusión sensual que surge entre la materia y el espíritu. Las fuerzas del sueño se liberan, se pierde el sentimiento de lo imposible. Se puede hablar casi de un “romanticismo” greco-oriental, que se manifiesta plenamente en la Casa de Oro de Nerón, con sus efectos colo sales y su simbolismo, su mezcla de arte y de naturaleza, sus excesos cal culados: Vespasiano, que se jactaba de ser un romano “puro”, destruirá esta 32Θ
LA LITERA TU RA CLAUDIANA
obra de arte excesiva. La obra de Quinto Curdo, aunque pertenece a los tiempos de Claudio, responde también a esta inclinadón hada las maravi llas de Oriente, vistas aún a través de Greda. Pero lo esendal es que, tanto por ello como por el helenismo dentífico y filosófico, el pensamiento latino evoludona hada un universalismo extremadamente humano. Tendencia innovadora de la literatura. — Desde un primer momento, esta nueva mentalidad no alcanza —como era de esperar— su perfecta expresión, y la reacción que siguió a la muerte de Nerón ahogó un brote tal vez prematuro. La literatura de esta época se presenta bajo formas com plejas y contradictorias, que contrastan con el fluir armonioso de la época precedente: por doquier notamos la ludia entre la educadón escolar y el nuevo espíritu. Los autores, nutridos con los clásicos, encaminados a la retórica y cono cedores de todas las “fórmulas” que permiten escribir con rapidez, pueden —con poco esfuerzo— complacer a una sociedad que consume grandes can tidades de literatura con sus adaptaciones de Virgilio, Ovidio, Salustio, Tito Livio, etc., puestos a la moda del día: más secos, más rebuscados, con un gusto insípido o excesivamente aderezado, según los casos. Entre los mejores, un Fedro, un Veleyo Patérculo, la elegancia forzada es el síntoma del can sancio. Y se dieron cuenta de ello; en algunos círculos de alta burguesía, buscaban sus modelos, más allá de los clásicos, en los grandes escritores arcaicos: con ello sólo se ganaba en pesadez y oscuridad ridicula. Hubieron de nacer hombres dotados de una muy poderosa originalidad para renovar la literatura latina sin romper con el pasado: Séneca, Persio y Lucano, entre los ataques de los difíciles autores arcaizantes y los clásicos fáciles, afirman conscientemente su personalidad sin dejar por ello de pertenecer a su tiempo. Retórica, filosofía, ingenio de salón. — Ál parecer, la retórica (espedalmente) dotó a estos escritores de cualidades negativas y brillantes a un tiempo: complacenda en la minucia, en la fórmula deslumbradora e inespe rada, en las parrafadas llenas de efecto; despredo de la composición, de la simple realidad. Recursos todos que pusieron de moda los “snobs” y los espí ritus hastiados de las salas de declamación. No olvidemos sin embargo que la grandeza o la elegancia ciceronianas aseguran aún la gloria a abogados como Domido Afer y Julio Segundo, galos ambos; y algunos discursos de Lucano aparecen aún ampliamente trazados. Los ataques virulentos de los delatores, instados a perseguir a los enemigos del emperador por el incentivo de la cuarta parte de los bienes confiscados, mantienen en la oratoria de esta época una espede de ardor tumultuoso, como parte de la herencia de los antiguos tribunos. Incluso los ejerdcios escolares, con sus temas extraídos de la historia republicana de Grecia y Roma, con sus problemas de concien cia, que oponen con frecuencia el derecho a la fuerza y la razón humana a la tiranía, incitan a una reflexión enteramente actual y liberan en cierto modo las pasiones del pueblo, retenidas bajo un príncipe tiránico. Entre el detallismo frívolo y el dceronianismo, que tiende al énfasis, entre la extrema 330
La literatura claudiana
generalización y el rasgo mordaz, la oratoria de esta época adopta su propia posición. Sin embargo, en Lucano, en Séneca, su acento es inolvidable. Aunque for zada y llena de expresiones oblicuas, conserva (más que cualquier otro género), gracias a Cicerón y a Tito Livio, el recuerdo de las antiguas libertades y se tiñe —al parecer— de tonos republicanos; pero al mismo tiempo aparece toda ella penetrada de reflexión filosófica, de interés supranacional. La filo sofía de esta época corrige a la retórica por su preocupación por la psicología individual y el progreso interior; incluso cuando tiende a lo universal, pre fiere los casos concretos a la amplificación oratoria. Al mismo tiempo, cuando quiere servirse de la elocuencia, contiene sus ímpetus, o insiste; y cuando la elocuencia quiere servirse de ella, se fracciona y da a cada uno de los exempla (anécdotas morales) un relieve tal, que notamos en ello una búsque da de efectos a expensas de la verdad. Pero nadie intenta sacrificar totalmen te —en provecho de la otra— a una de ambas nodrizas de su inteligencia. De ahí un nuevo factor de desorden, aunque sea un desorden vivo. Debemos unir, a la retórica y a la filosofía, el ingenio de los salones, que daña a ambas, pero que ayuda a los provincianos a liberarse de una forma ción demasiado escolar. Entre mujeres y petimetres, el conocimiento de los clásicos sólo sirve para hacer finas alusiones o citas discretas; la palabra, que pronto se ve cortada, debe aspirar a la brevedad mordaz. Incluso la filosofía, condenada a agradar, se torna superficial, mundana. Séneca revela plena mente esta destacada novedad, al jugar con la retórica, dejar brillar las paradojas y emplear fórmulas tomadas de un fondo común. Las sátiras de Lucilio —si se quiere— y, en especial, los sermones de Horacio habían pre parado el crecimiento de este género literario: pero los “diálogos” del filó sofo son cada vez más frívolos y apuntan más alto. Hallamos otra síntesis en Persio, sincera sólo en apariencia: una elocuencia brusca reniega de la retórica, de la que se nutre, y finge la libertad de conversación por tradición satírica. El uno gracias a su esfuerzo, y el otro por su ingenio representan las tendencias de la nueva literatura: pero la prosa, como en tiempos de César, es más madura que la poesía. El realismo y sus formas. — Nos engañaríamos, sin embargo, si sólo halláramos en esta literatura las acciones y las reacciones de estos tres ele mentos: empieza —además— a animarla un realismo nuevo. En ello se manifiesta sin duda la renovación social y la afluencia de sangre joven; y también la más perfecta educación de los sentidos, afinados por la práctica y el çoce de las artes. Dicho realismo reviste las formas más diversas, según los generos y los hombres. En Persio encontramos la brusquedad de un pre dicador cínico; en Séneca, una viva curiosidad de hombre de mundo, que frecuenta los círculos refinados, y dotes de pintor de género; en Lucano, extremismos épicos, resabios de joven romántico. En estos grandes artistas no predomina el realismo: emerge en algunos momentos, como un elemento literario, entre otros; y, al hacerse frívolo o retórico según las exigencias, con tribuye por su parte al sabor complej'o de las obras. Sin embargo, la sensi bilidad acrecida y amplificada de la época tendía a una representación más 331
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LA LITERA TU RA CLAUDIANA
objetiva, y en apariencia más desinteresada, de la vida. Se ha notado con razón que muchos temas de controuersiae escolares evocan situaciones de novelas, familares los unos, melodramáticos los otros. ¿Respondía la inter pretación a lo que nosotros —hombres modernos—, vemos en dichos temas? Es más difícil contestar. Petronio representa, mejor que nadie, lo que era capaz de hacer un hombre de genio bajo Nerón: de manera que su realismo, de un escrúpulo admirable en la observación y en la representación, oscila constantemente entre la exageración mímica y una nitidez irónica que obliga a pensar en los Contes de Voltaire. Confusión entre prosa y poesía. — Por diversas que fueran las persona lidades que renovaron la literatura latina bajo Claudio y Nerón, sus recursos tienen todos algo en común: todos los autores buscan los efectos de yuxtapo sición sorprendente, y practican la mezcla artística de los géneros. En la lengua —incluso— y en el estilo, se eliminan las fronteras existentes entre la prosa y la poesía: Lucano se considera historiador; y ¿quién puede contar las páginas en las que Séneca es realmente más lírico que Horacio? Alianzas de palabras, metáforas, comparaciones; la brevedad, la elevación; el ligero arcaísmo del vocabulario poético junto a los neologismos discretos aún: la prosa se enriquece tanto, que pierde toda rigidez y llega al impresionismo. La poesía ganó menos al hacerse retórica: aunque más tensa, y cayendo en excesos de todo orden, conservó sin embargo carácter y grandeza suficientes para representar, en el Renacimiento, a la propia Roma y a la imagen de Grecia. Ante tales obras no podemos libramos de una impresión de confusionis mo: pero así se incubaba una literatura latina auténticamente “imperial” y universalista. La reacción de signo nacional que siguió debía dar nacimiento a obras más equilibradas, y retrasar dos siglos la fatal evolución.
1.
L a poesía de espíritu clásico
Entre los géneros poéticos, la elegía se hallaba en decadencia: reciente, y ya agotada, sólo hallaba favor entre los aficionados del mundo refinado. El ejemplo de los clásicos (Virgilio, Horacio) y de Lucrecio orientaba hacia los temas científicos, descriptivos o morales. Pero los autores parecen sentir agobio ante tan grandes maestros; sólo Fedro, al hacer de la fábula un género literario distinto, supo desplegar cierta originalidad. C. Julio Fedro (o Feder) era un tracio de for mación griega, liberto de Augusto, que vivió tal vez hasta el reinado de Nerón. Escribió 123 fábulas (en 5 libros) a imitación
LA FÁBULA: FEDRO
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La poesía d e espíritu clásico: Pedro
de Esopo, pero en versos (senarios yámbicos), con el tono de un hombre de letras escrupuloso. Exigencias de la labor literaria [Epístola sin encanto especial. — Contraste entre una altivez grandilocuente y un desencanto de ironía muy amarga. — Sentimiento vivo de la importancia del trabajo desinteresado. — Nótese la rápida evocación de la vida de un alto funcionario bajo Tiberio.] Si deseas leer, Eutico,1 las ,delgadas plaquillas de Fedro, debes abandonar todos tus quehaceres, para, con el alma libre, gustar de la poesía con todo su valor. “Pero, dime, ¿merece tu genio que yo distraiga de mis ocupaciones el plazo de una hora?” Entonces no vale la pena que te entregues a algo que tus ocupaciones te impiden escuchar. Tal vez digas: “Ya se presentará algún momento de vacación, que, librándome de mis preocupa ciones, me animará al estudio desinteresado.” |Ea, pues! L a lectura de estas rapsodias se olvidará ante los cuidados de tu hacienda, las obligaciones de cortesía para con tus amigos, el tiempo que dediques a tu esposa, al descanso del espíritu y del cuerpo que restituirán su vigor para el acostumbrado esfuerzo. Debes cambiar de objeto y género de vida, si quieres tener acceso a la mansión de las Musas. Yo mismo, que nací en el monte Piero, donde la sagrada Mnemosyne,1 nueve veces madre, dio a luz, para Júpiter Tonante, al coro de las diosas de las Artes,* aunque tengo por patria a la propia Escuela [del Universo],* aunque borré de mi corazón todo deseo violento, y me entregué, como gran honor a esta vida, por entero, me acogen en su compañía casi con pesar. ¿Qué imaginas tú que ocurre a quien no escatima vigilia alguna para amasar grandes bienes y prefiere las dulzuras del lucro? III, Prólogo, v. 1-26.
Algunas alusiones de su obra atrajeron sobre él la venganza de Seyano, favorito de Tiberio: contenían ciertamente la complacencia en la sátira y una queja llena de dolor contra los poderosos, contra los envidiosos, que disimula mal bajo el velo del apólogo.® Tiende a lograr una elegancia pura y concisa. Muy lejos de la fluidez de Horacio, de la sensibilidad, de la riqyeza lírica y del genio de expresión de La Fontaine, fue sin embargo el primero en demostrar que la fábula es capaz de expresar los más variados tonos, desde el epigrama o la anécdota coútemporánea hasta el drama y la meditación moral. La zorra y la máscara [Epigrama intencionadamente oscuro y con alusiones personales sobreentendi das. — Cf. Esopo, 2, y La Fontaine, Fables, TV, 14.] Una zorra vio un día una máscara trágica: “ |Oh! |Qué gran aspecto! — dijo— , pero de seso, nada.” Apliqúese a quienes la Fortuna dio consideración y gloria, pero privó del buen sentido.
I. 7.
1. 2. 3. 4. 5. genes,
Liberto, alto funcionario, protector de Fedro. Madre de las Musas y diosa de la Memoria. Las Musas. Grecia. "La fábula está ideada para ocultar el pensamiento de quien no es libre; en sus orí fue una invención de los esclavos” (L. Havet).
333
LA LITERA TU RA CLAUDIANA El perro y el lobo [Pequeña comedia, sin gran pintoresquismo, pero con diálogo de tono apro piado. — C f. Esopo, 3 , y L a Fontaine, I, 5 .]
Fables,
Hablaré brevemente del encanto de la libertad. Un perro gordo y lúcido encontró un lobo muy flaco, totalmente exhausto; se saludan y se detienen: “¿De qué te viene a ti, respóndeme, esta corpulencia? ¿Qué alimentos te han dado semejante robustez? Yo, que soy mucho más valiente que tú, me muero de hambre.” E l perro respondió sin alterarse: “Te aguarda mi misma suerte, en el caso que puedas hacer iguales servicios a tus amos. ¿Qué servicios?, inquirió el lobo. — Guardar el umbral; defender la casa, incluso durante la noche, contra los ladrones. — ¡Estoy dispuesto a ello, sí, totalmente dispuesto! Ahora sufro nieves y lluvias, llevando una vida muy dura en los bosques; ¡cuánto más fácil me resultará vivir bajo un techo y, sin hacer nada, hartarme y saciarme dé alimento! — Sígueme, pues.” Por el camino, el lobo observa el cuello del perro, cuyo pelo había caído por efecto de la cadena: “¿Por qué te ocurre esto, amigo? — No es nada. — Contéstame, por favor. — Creen que soy demasiado feroz: por eso me atan de día para que descanse cuando sale el sol y vele cuando llega la noche. Con el crepúsculo, me sueltan y marcho adonde me place. Sin que me mueva, me traen pan; el amo me da los huesos de su mesa; las personas de la casa me dan trozos de pan y todo aquello que no quieren. Así, sin cansarme, se llena mi estómago. — Y, dime, si deseas ir a algún sitio ¿puedes hacerlo? —-En modo alguno, repuso. — Sé feliz a tu manera, perro; no querría nunca un trono que mermara mi libertad.” IH, 6.
La zorra y el dragón [Fábula- no esópica, sin vida, pero que deja paso a una violenta invectiva contra la avaricia. Nótese la diferencia de tono con relación a Horacio, más atrás, p. 2 4 7 s.]
Una zorra cavaba en su madriguera: excavando en la tierra y llevando siempre ade lante sus galerías, llegó a lo más profundo de la caverna de un dragón, que guardaba tesoros ocultos. Cuando lo vio, dijo: “Te suplico que, en primer lugar, perdones mi error; y luego, una vez bien sentado que el oro no sirve para nada, que accedas a contestarme. ¿Qué provecho obtienes tú con tu trabajo? ¿Qué recompensa es lo bastante grande para pagar la falta de sueño y toda una vida pasada en las tinieblas? — Nada, repuso él; mas fue el gran Júpiter quien me asignó esta tarea. — Entonces, ¿no toma nada para ti? ¿No das nada a nadie? — Así lo quieren los destinos. — No quisiera molestarte al hablar libre mente, pero todo aquel que se te parezca es un maldito de los dioses.” ¿Por qué, si estás próximo a unirte a quienes te precedieron,“ te atormentas ciegamente y pasas una existencia miserable? Hablo por ti, Avaro, delicia de tu heredero,7 por ti, que privas a los dioses de su incienso, y te privas a ti mismo de alimento; que escuchas con pesar el sonido musical de la cítara, a quien entristece el dulzor de las flautas, a quien el precio de los artículos logra arrancar gemidos; que, uniendo una moneda a otra de tu hacienda, cansas al cielo con tus sórdidos perjurios;a que por doquier escatimas para tu entierro, para que Libitina * no gane nada en ti. IV, 15.
LA POESÍA CIENTÍFICA: EL “ ETNA”
Tras Cicerón y Manilio, Arato encontró un nuevo adaptador en G e r m á n i c o , sobrino de Tiberio, que tradujo con bastante libertad sus Fenómenos y sus Pronósticos. Virgilio, que en sus Geórgicas apenas había 6. 7. 8. 9.
334
Los muertos. Porque no se aprovecha de los bienes que acumula. Para ganar más en su comercio. Diosa cuyo templo era la “oficina de pompas fúnebres” de Roma.
La poesía bucólica: Calpurnio Siculo
apuntado incidentaliriente el arte de los jardines, inspira al agrónomo C o lu a escribir en verso la parte de su tratado que le dedicó: el encanto del tema y ciertas expresiones felices dan un tono atractivo a su exposición, excesivamente técnica· Y, finalmente, se remonta a Lucrecio el autor descono cido de un poema de 644 versos sobre el Etna. Se han preguntado algunos si se trataba de una obra de juventud de Virgilio; la han atribuido también a Comelio Severo, contemporáneo de Ovi dio, o Lucilio Junior, amigo de Séneca. Es tal vez del tiempo de Claudio o Nerón: el autor sien te afición —sin decidirse a seguirlas— por las teorías astrales, muy en boga en aquel entonces; y, pese al arcaísmo aparente de su estilo, emplea una lengua muy compleja, en la que se cruzan influencias diversas. Trata de explicar, siguiendo a Posidonio, las erupciones por la acción de los vientos oprimidos en las cavidades de la tierra. El gran desprecio por las fábulas mitológicas, el deseo de verdad científica, la honradez de un testi monio ocular, contribuyen a veces a dar fuerza a este poema árido y mutilado.
m ela
LA POESÍA BUCÓLICA: CALPURNIO SICULO
T. Calpurnio Siculo vivió sin duda bajo el reinado de Nerón. Utilizó, con extrema liber tad, multitud de reminiscencias, en especial de las Bucólicas y de las Geórgicas de Virgilio, en siete poemillas rústicos, descriptivos y am orosos. Numerosas alusiones contemporáneas dan un tono interesante a estas églogas, en las que la complacencia en la naturaleza aparece con un ca rá cte r sincero y artificial a un tiempo, muy típico de este momento. Un campesino en el anfiteatro [Halago ingenioso dirigido a Nerón, organizador de suntuosos espectáculos (un joven cam pesino, sin experiencia en las cosas de la ciudad, cuenta lo que ha visto en Roma). — Narración llena de vida. — Idea de conjunto maravillo sam ente evocada, y precisión en los detalles pintorescos.]
Vi cómo subía hasta el cielo un anfiteatro de vigas trabadas,“ tan alto que llegaba a la altura del Capitolio» con inmensas graderías escalonadas en suave pendiente. Me mezclé entre la muchedumbre con mi sencillo sayal de color castaño, alrededor de las localidades de las m u je r e s .11 Pues todo el amplio espacio a cielo abierto queda reservado para la masa n ivea“ de los caballeros y de los tribunos.“ D el mismo modo que nuestro valle se curva y, bajo los bosques que se agolpan por todas partes, colgantes, se hunde en un ancho barranco Que rodea la línea continua de las montañas, imagínate el coso plano que en vu elven __ ovaladamente— las masas simétricas de dos teatros.14 Y ¿qué decir además? Apenas podía ver tantas cosas a un tiempo: tantos eran los resplandores que me cegaban por todas partes. Estaba allí, en pie', helado, abierto a todo, admirando tantas
10. Se trata de un anfiteatro provisional, de madera (el Coliseo, totalmente de piedra, no fue inaugurado hasta e l 8 0 ). 11. L as m ujeres ocupaban asientos movibles en la g alen a superior, cubierta, del an fiteatro. 12. Con togas muy lla n ca s. 13. ¿L os tribuni aer&rii (cf. p. 1 3 8 , nota 2 0 )? 14. Dos teatros sem icirculares, unidos en su diámetro.
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LA LITERATURA CLAUDIANA cosas sin distinguir las distintas maravillas. Entonces un viejo que se encontraba precisa mente ¿en te a mí, a la izquierda, me dijo: “¿Es extraño, buen hombre, dijo, que te extasíes ante tantas riquezas, tú, que ignoras el oro, y sólo conoces establos, cabañas y chozas? Ves mis gestos temblorosos, mi cabeza canosa; he envejecido en Roma, y, sin embargo, todo ello me asombra. Pero lo que hemos visto hasta hoy no era nada: míseros espectáculos. ¿Ves las luces rivales de las gemas que brillan en tos b a lte i11 y el oro que cubre las columnas del pórtico?” ¿Ves, bajo la pared de mármol, que rodea el coso, a lo largo de los últimos graderíos, esa admirable orilla de marfil pulido, que, en piezas engarzadas, reina en círculo para desconcertar a las fieras con un vértigo repentino y obligar a sus garras a resbalar? ” También de oro aparecen trenzados los bordes brillantes que sostienen, del lado del coso, las defensas de los elefantes, enteras y totalmente regulares...” “ Y cada defensa (¿me vas a creer, Licotas?) era más larga que nuestro arado. ¿Te lo diré todo? ¿Cómo? Vi toda clase de animales, liebres blancas como la nieve, jabalíes cornudos, manticoros,“ fieros, en su bosque nativo; * vi toros, cuyo testuz se alza monstruosamente en abolladura, y otros que agitan una espesa melena, que tienen en la quijada una larga y ruda barba y cuya papada temblorosa se eriza de seda.“ Y no nos mos traron sólo esos monstruos de los bosques; vi el espectáculo de los terneros marinos“ en batallas contra osos, y animales que podríamos llamar “caballos”,“ pero deformes, que nacen en ese río,“ cuyos desbordamientos periódicos fertilizan los cultivos de sus riberas. ¡Ay! ¡Con qué pánico vi muchas veces, con los ojos fijos en los puntos del coso que se hundían," salir del torbellino terrestre animales o crecer un bosque de madroños con la corteza de oro. V II, v. 23-72.
2.
Los prosistas: la ciencia; la historia
A l hallamos privados de las obras, no podemos juzgar con éxito acerca de la oratoria bajo los emperadores claudianos. Los mejores abogados, por ejemplo J u l io A fr ic a n o y P a sien o C r is p o en tiempos de Claudio, trataban de lograr, según parece, un estilo refinado y elegante. E l vigor residía más en los casos de acusaciones de lesa majestad, o en los delatores, aunque con matices diversos: el más grande, el galo D o m ic io á f e r (14 a. C . -5 9 p. C.), fue un clásico de formación ciceroniana; E p r io M a rc elo era de una violencia cínica; y la ardiente acritud, permitida a personas apoyadas por el empe rador, iba a convertirse más tarde, bajo Domiciano —por decirlo así— en la ley del género.
15. E l balteuí: galería de circulación continua entre las gradasinferiores y las superiores. 1 6. E l pórtico cubierto, que domina ¡as últimas gradas, en el que se colocan las mujeres y la plebe. 17. Para que no salten sobre los espectadores. 1 8. Precaución con el mismo objeto. 19. Animal no identificado. 2 0 . Reconstruido en el coso. 2 1 . Bisontes. 2 2 . Focas u otarios. 2 3 . Hipopótamos (la palabra, griega, significa “caballo de río” ). 2 4 . E l Nilo. 2 5 . E l subsuelo, preparado, permitía cambios en el decorado a la vista.
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La literatura técnica
LA LITERATURA TÉCNICA
La ciencia era más apreciada por momentos: los reiterados contactos con G recia y Oriente acrecen taban sin cesar las adquisiciones de los romanos; la curiosidad se despertaba; y se mantenía una paz duradera propicia para el estudio de las regiones del Norte recientemente conquistadas. Por último, la unificación política animaba a componer en latín síntesis de contenido universal; y la lengua latina, muy flexible, lo permitía. Pero la investigación científica propiamente dicha languidecía, falta de método, y a causa del gusto decidido del público por lo inexplicable y lo extraño (mirabilia).
Juristas. — Dos escuelas de juristas se forman durante este período, inno vadoras ambas, y preparando al mismo tiempo un derecho universal: la de los Sabinos, por su aceptación sin reservas del régimen imperial, y la de los Proculeyos, que utilizaban tan sólo los principios de la razón como base del derecho. M a su r io S abino era alumno de Capitón, y escribió bajo el reinado de Tiberio; P r ó c u l o , discípulo de Labeón, vivió en tiempos de Nerón. Críticos y gramáticos. — Los clásicos suscitan comentarios eruditos y rigu rosos, en especial los de Q. A sco nio P ediano (3-38), que estudió a Salustio, Virgilio y los discursos de Cicerón. M. V a l e r io P r o b o , de Berite (Beirut) se ocupó de Terencio, Lucrecio, Virgilio, Horacio e incluso de Persio, y estudió <‘1 latín arcaico. Q. R e m io P alemón escribió una famosa gramática. Gracias a ellos, la lengua y la literatura latinas afirman en adelante su importancia mundial. La agronomía: Columela. — Español de Gades (Cádiz), L. Junio Mode rato Columena fue un apasionado estudioso de la agronomía: ya había escrito u n resumen sobre agricultura (del que nos queda el libro II, sobre los árbo les); escribió a continuación un tratado completo De re rustica, en 12 libros, de los cuales el décimo era en verso (véase más atrás, p. 335). Se afilia a la antigua tradición latina por su gusto del campo, sus conocimientos perso nales y prácticos, su convicción — sobre todo— de que la fuerza y la mora lidad de Roma se hallan indisolublemente ligadas al cultivo de la tierra, cuyo abandono lamenta con elocuencia. Pero su curiosidad rebasa el ámbito de Italia; había viajado y acumulado las observaciones no sólo de la Galia, sino
La geografía: Pomponio Mela. — Pomponio M ela, de origen español y emparentado con los Sénecas, escribió, bajo Caligula y Claudio, una Geogra337
LA LITERATURA CLAUDIANA
fia (Chorographia) en 3 libros, que, partiendo de la Mauritania (Marruecos) y siguiendo las costas del Mediterráneo (África, Asia, Europa), lleva al lector a su punto de partida. Países y pueblos aparecen descritos con brevedad, aunque con viveza de estilo. L a obra respondía a un tono general penetrante, notable — por ejemplo— en Lucano y, más tarde, en Tácito, por las diversi dades locales y étnicas, como fuente de pintoresquismo y de reflexión moral.
LOS HISTORIADORES
L a historia del s. i revestía caracteres muy di versos, algunos muy interesantes. Aunque le esta ba vedada la total independencia: A. C rem ucio C ordo , para quien Bruto y Casio eran “los últimos romanos”, hubo de suicidarse en 25. No podemos juz gar con exactitud acerca de él, ni de A u f id io B aso (Historia romana de las guerras civiles hasta Claudio; Historia de las guerras de Germania), ni de M. S e r v il io N oniano , lleno de giros oratorios. Veleyo Patérculo, Valerio Máximo y Quinto Curdo representan las tendencias hacia la historia retórica, moralizante y novelesca. Las memorias estaban en boga: Córbulo, Suetonio Paulino y la emperatriz Agripina dejaron algunas muestras, de las que no han llegado nada a nosotros.
Veleyo Patérculo. — Veleyo Patérculo, hombre inteligente, de espíritu claro y comprensivo, lleno de práctica en la guerra y en la administración — fue legado de Tiberio en Germania y pretor— , hubiera podido desarrollar toda su capacidad en una obra considerable, en la que pensaba; pero los dos libros de historia universal que escribió en 30 son un resumen muy desigual y desconcertante. Mucho le preocupa la precisión cronológica; gusta de las visiones de conjunto de los grandes problemas (fundación de colonias; creación de pro vincias); presenta en la historia el relato de la vida total de los pueblos, y por vez primera, hace mención de los grandes escritores. Posee también grandes cualidades formales: en una selección de retratos comparados, de escenas agudas, de escorzos vigorosos, supo mantener la vida en un género que tien de a la aridez. Pero la obra no es equilibrada: consta de una primera parte imparcial, aunque reducida hasta el extremo, se opone entonces un relato, muy de cir cunstancias, de los reinados de Augusto, y en especial de Tiberio, que es objeto de las más excesivas alabanzas y adulaciones. Por doquier los detalles míni mos se suman a los datos esenciales. E n resumen, el efecto retórico se per sigue desmesuradamente, y en ráfagas breves, frías y rudas, que fatigan la atención y dan la impresión de artificio. Huida de Mario [Relato concentrado, lleno de impresiones pintorescas. — Movimiento retó rico, en busca de la antítesis. — Frases largas y embrolladas, no periódicas.]
Mario, tras seis consulados, cumplidos ya los setenta años, desnudo y sumido por e] limo, del cual sólo emergían la nariz y sus ojos, salió del amasijo de cañas en el pantano
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Los historiadores de Marica, en que se había ocultado para huir de los caballeros de Sila,“ empeñados en perseguirle, con la cuerda al cuello, y fue conducido al calabozo de Minturnas, por orden de un duumvido.*7 Fue enviado, con un cuchillo para matarle, un esclavo de la ciudad, germano de nacimiento, que precisamente había sido capturado por él cuando mandaba las fuerzas contra los cimbrios; ® y cuando reconoció a Mario, rebelándose entre clamares acompañados de gemidos contra la muerte del héroe, arrojó el puñal y huyó del calabozo. Entonces, los ciudadanos, ante quien un enemigo, momentos antes, había invocado el per dón — poco antes había sido el primero del Estado— , le aseguraron provisionej para el ca mino y un vestido, y lo introdujeron en un barco. Y él, tras encontrarse con su hijo en Enaria, puso vela a Africa; llevó una existencia miserable en un cuchitril de las ruinas de Cartago: Mario veía Cartago, Cartago contemplaba a Mario, y así se consolaban mu tuamente. II, 19.
Retirada de Tiberio a Bodas
[Los hechos aparecen deformados: T iberio se retiró a la isla de Rodas por despecho, y casi en desgracia. — Adulaciones simples y excesivas. — Tono hin chado, que no alcanza, sin embargo, la auténtica grandeza. 1
Poco tiempo después, Tiberio, dos veces cónsul' y tantas veces triunfador, igualado a Augusto al compartir la potestad tribunicia y, sólo después de aquél (así lo quería) el primero de los ciudadanos, el más grande de los generales, en la cumbre del honor y de la felicidad, y, con toda razón, una de las dos cimas brillantes del Estado, con una delicadeza asombrosa, increíble, indecible, cuyos motivos sólo se descubrieron más tarde, como quiera que Cayo César “ había tomado ya la toga viril y Lucio se mostraba también apto para los negocios, para no ofuscar con su brillo los inicios de estos jóvenes astros, sin decir la razón que lo alejaba, pidió a aquél® de quien era a la vez suegro y yemo, per miso para descansar de las tareas que había asumido sin descanso. En cuanto al aspecto de la Ciudad” por aquel entonces, los sentimientos de la masa, las lágrimas de quienes se separaban de un hombre tan ilustre, la prisión por deudas que el estado iba a impo nerles, dejemos todos esos detalles para una historia de conjunto. He aquí lo que, incluso <·η im rápido resumen, debemos decir: aunque pasó siete años completos en Rodas, quienes llegaban a las provincias de allende el mar en calidad de procónsules o legados, al saludarle no dejaron nunca de inclinar sus haces ante el simple particular, ni de proclamar que su retiro era más digno de honor que su mando. II, 99.
Valerio Máximo. — Otro adulador de Tiberio, Valerio Máximo, nos dejó 9 libros de Hechos y dichos memorables: era uno de esos manuales cómodos en que filósofos y rétores encontraban un arsenal de anécdotas perfecta mente ordenadas (culto; ceremonias; carácter y peculiaridades; moderación; humanidad; fidelidad de los esclavos, etc.). Se trata de una recopilación de relatos breves, curiosos o morales, sin valor científico, en que una retórica vulgar de exclamaciones e interrogaciones sustituye al ingenio. Quinto Curcio. — No sabemos cuándo vivió Q. Curcio Rufo: algunos crí ticos han rebajado su existencia a los tiempos de Constantino (principios del s. iv); lo más probable, a juzgar por su estilo y sus preferencias, es que 2 6 . Sila entró en Roma con su ejército y declaró proscrito a Mario. 2 7 . Magistrado municipal (nótese la antítesis con relación al principio de la frase). 28. Mario los había exterminado en V ercelli (101). 2 9 . Gayo y Lucio César, hijo de Agripa, y nieto de Augusto, eran los “presuntos” here daros: pero murieron jóvenes. 3 0 . Augusto. 3 1 . Roma.
33Θ
LA LITERA TU RA CLAUDIANA fuera contemporáneo de Claudio. Escribió, en 10 libros, una Historia d e Ale jandro (se han perdido los dos primeros), que es más bien una “vida nove lada”. No sólo creyó ciegamente en las fuentes griegas (Clitarco, Timágenes, y tal vez Tólomeo), que habían incorporado, ya algunas de ellas, ciertas leyen das, sino que, al querer escribir una obra moral y pintoresca, no crítica, corría el riesgo de gustar de muchos detalles sospechosos. Literariamente, obtuvo un éxito innegable. L a delicadeza psicológica de Quinto Curcio y su sentido dramático le permitieron reconstruir, en cada escena, una evolución grandiosa del carácter de Alejandro, que se pierde por los excesos de despotismo, sin dejar de ser heroico. Sus inclinaciones románticas y su talento excepcional de pintor dieron a sus descripciones de “tierras extrañas” un colorido y una vida apasionantes. Pero se complace excesivamente en la retórica: y los discursos, prodigados en exceso, se pro longan a menudo de manera agobiante. Y el tono oratorio y moralizante llega a desfigurar incluso en ocasiones el relato o la descripción. Sin embargo, el estilo es de ordinario rápido, objetivo; la lengua, sabrosa por la mezcla de diversos giros poéticos, se vincula aún a la tradición clásica de Tito Livio. Asesinato de Clito [L a escena ocurre en Maracanda (Samarcanda), capital de la Sogdiana, en la que Alejandro acaba de nombrar gobernador a Clito, “antiguo soldado de Filipo” , su padre, y uno de los amigos más fieles. L a víspera de la marcha, en un banquete en que ambos han bebido inmoderadamente, las jactancias de Alejan dro provocan vivas réplicas de Clito. — Modelo de narración dramática deta llada sin recargo, con la impresión de auténtica realidad (sin embargo, la anéc dota de los hechos y su orden no están asegurados.]
... E l rey” se contuvo y tan sólo le mandó salir, sin añadir nada, excepto: “tal vez, si continúa, va a echarme en cara que me ha salvado la vida, que bastante se jacta.” Y Clito tardaba en levantarse, pese a que sus compañeras de mesa, con reproches y con sejos, trataban de llevárselo fuera. Ya lo arrastraban cuando, uniéndose la cólera a su vio lencia natural, grita que su pecho cubrió la espalda“ del rey; pero que, con el tiempo, se le ha hecho odioso el recuerdo de tal servicio. Le reprocha también el asesinato de Atalo;“ y, por último, burlándose del oráculo de Júpiter, que afirmaba que Alejandro era hijo suyo, decía que el rey había escuchado más verdades de él que de su padre. L a cólera del rey era ya tal que difícilmente hubiera podido contenerla en ayunas; ante esto, con el espíritu Heno de embriaguez, se arrojó bruscamente de su lecho.®5 Sus amigos, aterrados, se levantan, arrojando sus copas para no perder tiempo en dejarlas, preguntándose a qué acto conducía ese terrible arrebato. Alejandro, tras empuñar la pica de un guardia, iba a golpear a Clito, que no cesaba de desvariar sin tregua. Tolomeo y Pérdicas se lo impiden; sujetándole el cuerpo por los brazos, lo retenían pese a sus esfuerzos; Lisímaco y Leonato le arrebataron la pica. Él, llamando a los soldados en su ayuda, grita que sus más íntimos amigos atentan contra él, como en otra ocasión los de Darío contra su jefe;“ ordena que toquen la trompeta y que las tropas se reúnan en
3 2 . Alejandro. 3 3 . E n el paso del G ránico; nótese la virulencia del insulto: Clito pretende insinuar que Alejandro huía. 3 4 . T ío de la segunda m ujer de Filipo, que había insultado gravemente a Alejandro, hijo de la primera. 3 5 . Comían acostados y apoyando los codos en lechos. 3 6 . D arío, vencido por Alejandro, fue encadenado y luego muerto por dos sátrapas am biciosos, Beso y Nabarzano.
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Los historiadores armas en la puerta real. Entonces Tolomeo y Pérdicas, cayendo a sus rodillas, le suplican que reprima su cólera y que tome tiempo para reflexionar, diciéndole que al día si guiente podría examinarlo todo con más justicia. Pero la ira le impedía atender nada. Fuera de sí, corre al vestíbulo, arrebata su lanza a un centinela y se planta en la salida, por la que debían pasar todos los convidados. Todos habían marchado; Clito salía el último, en la oscuridad; el rey le pregunta quién es. Y su propia voz revelaba su im placable y criminal resolución. E l interpelado, sin acordarse para nada de su cólera, sino de la del rey, responde que es Clito y que sale del banquete; dichas estas palabras, la lanza le atravesó; y el asesino, cubierto con las salpicaduras de su sangre, le dijo: “Ve a reunirte con Filipo,87 Parmenio88 y Atalo.”
Rajás y faquires de la India [Encanto pintoresco, en que se complace el escritor. — Contraste brusco. — O bjetivo moral (el desprecio de la m olicie “oriental” es un lugar común, que pasa de Grecia a Rom a: véase, más atrás, p. 2 3 7 ).]
Los reyes viven entregados a una lujosa sensualidad, que llaman magnificencia, a la que no iguala la corrupción de pueblo alguno. Cuando el rey accede a mostrarse en pú blico, colocan en su presencia incensarios de plata, con los que perfuman todo el camino que debe recorrer; se acuesta en una litera dorada, rodeada enteramente de colgantes de perlas; las muselinas que la revisten aparecen realzadas de oro y púrpura; detrás de la litera caminan hombres armados y guardias de corps, en medio de los cuales se posan, sobre ramas, pájaras adiestrados en oponer sus cantos a la proximidad de los negocios. El palacio tiene columnas de oro; una parra de oro labrado las enlaza de arriba abajo, corriéndose de una a otra y realzada por pájaros de plata, que embelesan la vista. Todos pueden entrar cuando el rey se peina y arregla los cabellos: entonces responde a las embajadas y administra justicia. L e quitan las sandalias y perfuman sus pies. Para él, la caza, su mayor cansancio, consiste en atravesar los animales encerrados en un parque, en medio de los ánimos y cantos de sus esposas; sus flechas tienen dos codos de largo y son más difíciles de manejar que eficaces: el arma, que basa todo su éxito en la rapidez, se hace difícil de manejar a causa de su peso. Para las distancias cortas, el rey usa el caballo; en caso de expediciones largas, los elefantes arrastran su carro, y tan enor mes animales llevan su cuerpo cubierto de oro. Y, paja que nada falte a la depravación, viene tras él, en literas doradas, la larga fila de sus esposas; separado un trecho de la reina, el ejército, cuyo lujo no es menos considerable. Mujeres preparan sus comidas; le sirven también el vino, que los indios emplean en gran abundancia. Sumido en el letargo del vino y del sueño, el rey es acompañado a su cuarto por sus esposas, que invocan con cantos rituales a los dioses de la noche. ¿Quién podría creer que, entre tales vicios, hay lugar a la cordura? Hay algunos hombres, retirados en la soledad, de sórdido aspecto, a los que. llaman “sabios” ." Para ellos es cosa buena precipitar el fin inevitable; y se queman vivos cuando la edad los agobia o los aflige la enfermedad. Esperar la muerte es, para ellos, ultrajar la vida, y no conceden honor alguno a los cuerpos abrumados por la vejez: creerían mancillar el fuego al entregarle un hombre que no estuviera vivo. Quienes,“ en las ciudades, llevan una existencia vulgar observan rectamente (según se afirma) el curso de los astros, predicen el porvenir y creen que nadie precipita el día de su muerte, si pueden aguardarla sin temblar.11 V III, 9. 3 7 . E l padre de Alejandro, del que Clito hace el elogio. 3 8 . Uno de los mejores generales de Filipo, después de A lejandro: el rey lo había man dado asesinar sin pruebas, como cómplice de una conspiración dirigida, según se decía, por su hijo Filotas. 3 9 . Los faquires. 4 0 . Los brahmas. Hay mucha confusión en Quinto Curcio sobre la filosofía y la religión de la India, que influyeron sin embargo por aquel entonces, en cierta medida, en el pensa miento occidental. 4 1 . Fórm ula complicada para decir que, a la inversa de los sabios de la soledad, con denan el suicidio.
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LA LITERATURA CLAUDIANA
3.
L a renovación de la literatura
D e entre los grandes escritores que por sinceridad de su posición lite raria aseguran la gloria del reinado de Nerón (54-68), tres aparecen estre chamente ligados por sus convicciones — estoicas— de parentesco y de amistad. Lucano es sobrino de Séneca y admirador de Persio. Petronio queda al margen: el modo con que une el pasado con el porvenir es totalmente perso nal; y representa en cierta medida la oposición a los intentos innovadores, que fue muy viva.
SÉNECA Hacia la era cristiana-65 p. C.
L. Anneo Séneca es tan representativo de su tiempo como Cicerón lo había sido del suyo. Nacido en Córdoba, el segundo de los tres hijos 42 de Séneca “el Rétor”, estaba predestinado a las letras; pero, nervioso e impulsivo, se apasionó pronto con la filosofía de sus maestros, rigor moral del estoico Atalo, ascetismo vegetariano del pitagórico Sotión. Llevó una dura existencia monástica, a la que le obligaron a renun ciar sin embargo su salud y su padre. Abogado brillante, se dio al público con ardor igual y no sin imprudencias en su conducta: la primera esposa de Claudio, Mesalina, lo mandó relegar a Córcega (41), donde creyó hallarse enterrado para siempre; pero la segunda, Agripina, lo llamó, y muy pronto le confió la educación de su hijo Nerón (49). Preceptor más tarde con Burro, primer ministro del nuevo emperador, Séneca vivió durante trece años la vida cortesana más lujosa y desordenada: cortesano encargado de dirigir al joven potentado sin desagradarle, incluso al precio de vergonzosas com placencias (sátira de Claudio, apología por el asesinato de Agripina, etc.), olítico comprometido en negocios financieros más o menos honrados, gozaba e una inmensa riqueza, mientras cultivaba la poesía y la filosofía. Pero sus enemigos minaban sin cesar su influencia; él mismo experimentaba cada vez más la necesidad dp un perfeccionamiento moral. Se retiró de la corte (62), y volvió a un ascetismo capaz de prepararle para la muerte. Ya era sospechoso: comprometido en la conjura de Pisón, recibió orden de morir, y se abrió las venas (65).
S
Las obras. — Nuestro escritor, admirablemente dotado, osciló sin cesar, tanto en su arte como en su vida, entre una facilidad impulsiva que llegaba a la relajación y un ideal de firme voluntad, hasta el exceso. D e este modo, sus dotes le guiaron en su producción. Al igual que Voltaire, Séneca, con su viva inteligencia y la posesión de una lengua muy flexible gracias a los clásicos, cultivó géneros muy diversos. 42. E l mayor, M. Anneo Novato, fue adoptado por L . Junio Galión y se convirtió en procónsul de Acaya; el más joven, M. Anneo Mela, procurador imperial, tuvo por hijo a Lucano.
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Séneca Pero no conservamos ni sus poesías, ni sus discursos, ni, salvo los 7 libros de
Problemas físicos (Quaestiones naturales), sus tratados científicos (geografía y ciencias naturales). Aparte de su panfleto acerca de Claudio (llamada la
Apocolocyntosis: la “metamórfosis en calabaza”), únicamente se nos han con servado de él tragedias y una buena parte de sus obras filosóficas: 3 Consola ciones, escritas antes y durante su destierro, a M arcia, a su madre Helvia y al liberto Polibio; Dialogi, cuya forma se inspira en la viva “diatriba” de los griegos (sobre La tranquilidad del alma, La ira, La brevedad de la tAda; luego, bajo Nerón: La dicha, La constancia del sabio, la Liberación del mun do [De otio], La Providencia); tratados escritos bajo Nerón: 2 libros de los 3 del De clementia (La Clemencia); 43 y los 7 libros sobre Los Beneficios (De beneficiis); por último 20 libros de Cartas morales a Lucilio — apare cen 124— , que datan de sus últimos años. Entre las tragedias y las obras filosóficas, es difícil establecer una rela ción exacta. Sin embargo hallamos la misma moral estoica, diversamente interpretada, en unas y otras: adaptada a las necesidades de la vida o endu recida con énfasis trágico. Hay que tener asimismo en cuenta que Séneca, muy moderno y espontáneo, prefiere la comodidad de su prosa rápida, mien tras que se siente agobiado ante las tradiciones seculares del teatro. D e hecho se revela e impone por su creación filosófica. Sén eca ante la filosofía. — Para Séneca, la filosofía es la vida misma. Por otra parte no se adhiere a sistema alguno: es ecléctico, y más aún que Cice rón, porque, en materia de conducta psicológica, el camino importa menos que el objetivo; y, al igual que los estoicos Zenón o Cleantes, Epicuro puede perfeccionar al hombre. L a dialéctica no le interesa: obliga a perder de vista las realidades, a las que es muy sensible, y aparta de los resultados prácticos, a los que tiende su inquieta movilidad. No menos la. ciencia, aunque, como buen representante de su tiempo, se sacrificara en su juventud a un saber enciclopédico y volviera, en momentos tardíos, a sus Quaestiones naturales: pero en ellas sólo emprende una revisión de opiniones, sin doctrina, y se evade en todo momento a prefacios morales. Queda la moral, que él concibió desde muy pronto como una lucha: toda la experiencia de su tiempo le obligaba a ello. Mientras duró su influencia en la corte, tuvo sin duda ten dencia a tratarla de modo oportunista; pero, al presentarla acto seguido como un trabajo de perfeccionamiento íntimo, volvía a los primeros alientos de su juventud. S u esplritualism o. — Séneca, lleno de aspiraciones tan limitadas, no trató de resolver ningún problema metafísico: Dios, ¿es personal o se halla ligado al universo? E l mundo ¿está regido por la Providencia o por la Fatalidad? El alma ¿es perecedera, o, como emanación de Dios, retorna a sí misma, o Hoza de una inmortalidad personal? Deriva, lleno de incertidumbre, entre las soluciones propuestas por los diversos sistemas de los griegos. Pero siente,
43.
Según F. Préchac; «in embargo, poeeemoa el conjunto del tratado.
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en una intuición muy clara, que es necesaria la relación de estos problemas con el instinto moral del hombre; que este instinto moral sólo halla plena satisfacción en la subordinación de la materia al espíritu, y de este modo nos obliga a aspirar a Dios. Por ello el esplritualismo de Séneca, sensible en todos los puntos de su obra, se ha podido considerar como un precursor inconsciente del cristianismo. Abandono al Creador [Plegaria atribuida por Séneca a Dem etrio, filósofo cínico contemporáneo, cuyo estilo (repetición de las mismas ideas, bajo forma más o menos imaginaria o brillante) es muy propia de Séneca. — Doctrina estoica casi en su totalidad: abandono a Dios como a una Providencia: determinismo del universo; especie de panteísmo (confusión final del hombre con el mundo). — Elevación de ideas; calor íntimo de la expresión.]
“Sólo puedo, dioses inmortales, reprocharos una cosa: no haberme mostrado antes vuestra voluntad. Hubiera acudido espontáneamente, en lugar de limitarme a responder, hoy, a vuestra llamada. ¿Queréis tomar mis hijos? Para vosotros han nacido. ¿Queréis una parte de mi cuerpo? Tomadla. No es obligarme a mucho: pronto lo abandonaré por entero. ¿Queréis mi vida? Bien. No os haré esperar demasiado: recuperad lo que me habéis dado. Os entregaré de buen grado lo que me pidáis. Hay un “pero” : hubiera preferido ofrecerlo a entregarlo." ¿Para qué quitármelo? Hubierais podido recibirlo. Mas, de hecho, no me lo quitaréis: se quita algo a quien lo retiene. No habrá violencia ni vicisitud a que no me someta: no soy esclavo de Dios, pero me someto a sus designios. Sobre todo porque sé que una ley fija, dictada por la eternidad, rige el curso del universo. Los destinos nos guian, y todo lo que nos resta de vida aparece determinado por la hora de nuestros nacimiento.46 Una causa depende de otra causa; un largo enca denamiento de hechos condiciona los sucesos públicos y privados. Debemos también so portarlo todo con buen ánimo: pues, contra lo que creemos, no hay accidentes, sino un simple camino. Nuestras alegrías y nuestro llanto están fijados desde tiempo atrás; y, aun que las vidas humanas parecen ofrecer cierta diversidad, todas vuelven, en su conjunto, al mismo punto de partida: como mortales, hemos recibido bienes mortales. ¿Por qué indignamos? ¿Por qué quejamos? Fuimos creados para eso. Que la naturaleza use a su antojo de los cuerpos que ha creado: alegres y animosos, digamos siempre que en nosotros nada perece. ¿En qué se conoce el hombre de bien? Se ofrece al destino. |Qué gran consuelo marchar al unísono del universo! Cualquiera que sea la necesidad que nos hace vivir y morir así, obliga también a los dioses: un curso inflexible arrastra a la vez las cosas humanas y las divinas. E l - propio Creador, que rige el universo, fijó los destinos, mas se somete a ellos; ordenó una vez, pero obedece sin cesar.” D e la Providencia, 5, 5-8.
El dios oculto [Dos aspectos de la filosofía de Séneca, muy modernos en apariencia: carácter sagrado del alm a; presentimiento romántico de Dios en las soledades. E l primero descubre el orgullo estoico; el segundo entronca con los viejos cultos latinos.]
Dios está cerca de ti, contigo, a i ti. Sí, Ludlio, en nosotros mismos reside un espí ritu sagrado, al que no se oculta nada de cuanto hacemos, bueno o malo; y, al igual que le tratamos, nos trata. Nadie es honrado sin Dios: ¿podría alguien, sin su ayuda, triunfar sobre la fortuna? £1 nos inspira las resoluciones grandes y animosas. En el corazón de todo hombre de bien “reside un dios; no sabemos cuál”.“
44. 45. 46.
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E l filósofo querría anticiparse a las voluntades divinas. Creencia astrológica unida a la del Destino, superior incluso a Dios. C ita de Virgilio (Eneida, V IH , v. 3 52).
Séneca Si encuentras un bosque en que se agolpan viejos árboles de extraordinaria altura, cuyas ramas, en peldaños de verdor, ocultan la visión del cielo, el vigor de este creci miento, silvestre, el misterio del lugar, la espesura continua de esa sombra en medio del campo te imponen la idea de un poder divino. Una gruta que roe profundamente la base de un monte, cuya sorprendente anchura no se debe a la mano del hombre, sino a causas naturales, embargará tu espíritu de un presentimiento religioso. Veneramos las fuentes de los grandes ríos; el flujo repentino de un agua oculta es acompañado por los altares; un culto se relaciona con los manantiales de agua caliente; y los lagos deben a su negror o desmesurada profundidad un carácter sagrado. Y si un hombre se muestra inaccesible al miedo, a cubierto de los deseos, feliz en la adversidad, sereno entre las tempestades, dominador de la humanidad, al nivel de los dioses, ¿no sentiréis veneración hacia él, y diréis: “es demasiado grande y sublime para hallarse a la altura de ese cuerpo mez quino; una fuerza divina ha descendido sobre él”? Un alma selecta, equilibrada, que pasa desdeñosa ante los objetos y ríe de nuestros temores y de nuestros deseos, es mo vida por un poder divino. Sin la asistencia de la divinidad no podría subsistir semejante maravilla: en lo mejor, aparece ligada al lugar de donde descendió. Al igual que los rayos del sol, pero sin abandonar el centro del que parten, así también un espíritu sublime y sacro, descendido para hacemos conocer de más cerca las cosas divinas, vive en nosotros, pero continúa vinculado a su origen: de él parte y a él eleva sus deseos, sus esfuerzos, superior a esta vida humana a la que se une. Cartas a Lucilio, X L I, 1-5.
Moral y psicología. — L a teoría moral de Séneca se remonta a los estoi cos: el supremo bien se identifica con la virtud, a la que debe tender el filósofo (De uita beata). Pero prácticamente la obtenemos ciñéndonos a las necesidades de la vida, sin ser prisionero de ellas (De uita beata), creando en nosotros la paz del alma (De tranquillitate animi), elevándonos sobre todo mal exterior, proceda de los hombres o de los acontecimientos (De constantia). Todo ello eran lugares comunes en tiempo de Séneca. Pero los renueva sin cesar, y sin aridez, gracias a una fecundidad psicológica desconocida hasta entonces. Su análisis, poco sistemático en sus primeras obras, acompa ñado preferentemente de notas psicológicas, acumula pronto las observacio nes más agudas, las pone de relieve con una sutil delicadeza, y penetra también en ocasiones hasta lo más profundo del hombre. No es frecuente que una sociedad sea estudiada con tanto detalle y semejante profundidad. Las etapas de la pasión [Análisis exacto, aunque escueto y un poco rígido; intenciones prácticas (¿en qué momentos podemos actuar sobre la pasión?).]
Aprende, pues, cómo nacen, crecen y se comportan las pasiones. Hay un primer movimiento, involuntario, como un preludio o una especie de amenaza de pasión. Un segundo, acompañado de una voluntad sin vigor; por ejemplo: conviene que me vengue, pues me han perjudicado; o: conviene que sea castigado, pues es culpable. E l tercer movimiento es, en sí, totalmente desenfrenado: se lanza peligrosamente siempre, sin con siderar conveniencias; deja la razón al margen. E l primer movimiento de que hablaba no podemos evitarlo con la razón, al igual que (cuando se trata, como decimos, del cuerpo)" no podemos abstenemos de bostezar cuando vemos que otro bosteza, ni de cerrar los ojos ante la rápida aproximación de una mano. La razón nada puede: tal vez el hábito, unido a la atención constante, debilita las reacciones. E l segundo movimiento, nacido del raciocinio, se contiene con el raciocinio. De la ira, II, 4. 47.
Para Séneca, como para todos los pensadores de la Antigüedad, el alma no es abso
lutamente distinta del cuerpo.
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LA LITERATURA CLAUDIANA
L a ira [Descripción de carácter objetivo (psicológico y médico), pero de trazos ro mánticos (acumulación de síntomas opuestos, tintes sobrecargados, comparaciones violentas), destinada a inspirar horror a la ira.]
Ninguna pasión tiene peor aspecto: ruda y agria, unas veces lívida por un brusco reflujo de sangre, otras por el flujo de todo e l calor vital, se pone al rojo, en color de cáme viva, con las venas hinchadas, los ojos vacilantes y exorbitados algunos momentos, otros rígidamente fijos e inmóviles. Añadid los dientes, que crujen, sin poder emitir otro sonido que el castañeteo que producen los jabalíes al afilar sus colmillos. Añadid el crujido de las articulaciones, cuando las manos chocan una contra otra; y los golpes repetidos contra el pecho, la respiración jadeante, los estertores profundos, el cuerpo que tiembla, las palabras confusas y en ráfagas bruscas, con los labios oscilantes o a menudo cerrados, dejando escapar silbidos siniestros. Los animales, en verdad, aunque estén irritados por el hambre o por un hierro hundido profundamente en su cuerpo, ofrecen un aspecto menos terrible — incluso cuando, moribundos, buscan al cazador para darles la última mordedura— que un hombre ardiendo en cólera. D e la ira, III, 4. Del vicio a la voluptuosidad del tedio [Análisis que aumenta progresivamente en pujanza y en detallismo, en el que se complace el autor. — Penetración alucinante, aunque no sin fallas. — Vaci lación en las proporciones, que da la impresión de una página improvisada. — Fuerza y variedad en el estilo, todo él animado de metáforas, sin excesos de colorido. — C f. el estilo de Aristóteles, con sus rasgos nerviosos, pero mucho menos “artista'’ . Influencia directa de Lucrecio (III, 1 0 2 4 -1 0 7 5 ), que Séneca cita en e l capitulo siguiente.]
E l vicio reviste mil formas y un solo resultado: el hombre siente hastío de sí mismo. Ello conduce a un desequilibrio en el espíritu, a una insatisfacción de los deseos, que temen todo atrevimiento o faltan a sus objetivos y se inclinan por completo hada vanas esperanzas en una inestabilidad y movilid, Ί constantes. Es fatal tomar por medida sus deseos. Permanecen“ toda su vida en suspenso, se trazan un programa deshonesto, di fícil, y se someten a él; y, cuando su trabajo no se ve recompensado, sienten el tormento de verse deshonrados sin provecho y sufren no por haber querido el mal, sino por haberlo querido en vano. Entonces los domina el pesar, y la duda vuelve a empezar; y poco a poco se manifiesta en ellos una inquietud, la de un espíritu que no encuentra salida, por que es tan incapaz de obedecer como de imperar sobre sus deseos; privada de salidas, su vida’ se acompasa y, en medio de sus deseos abortados, su espíritu se duerme torpemente. E l mal es más grave cuando la desgana de una dolorosa esterilidad le obliga a buscar un refugio en los entretenimientos solitarios de una vida ociosa: existencia insostenible para un espíritu inclinado a la vida social, deseoso de acción y de natural inquieto, que, como consecuencia, no halla bastantes consuelos en si mismo: entonces, privado de las distracciones que los propios negocios ofrecen a la actividad de los hombres, no soporta ni su casa, ni su soledad, ni las murallas, y, solo consigo mismo, no se atreve a contem plarse. De ahí la desgana, el descontento intimo, el flotar de un alma que no se fija en ningún punto, morosa y enferma, impaciente de su inactividad. Y siempre, como no se atreve a confesar las causas y la vergüenza, reprime los tormentos en el fondo de si mismo; sus deseos, estrechamente albergados y sin salida, se ahogan en sí. Entonces, abatimiento, atonía, los mil vaivenes de un alma irresoluta, a quien sus objetivos man tienen en suspenso, a quien ensombrecen las renuncias; entonces, deseos de maldecir su ocio, de quejarse por no tener nada a hacer, y el odio más feroz hacia los progresos de
48. Los hombres cuya enfermedad acaba de ser definida en general, y de los que Séneca va a estudiar ahora las diversas reacciones.
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Séneca los demás. Pues la inacción improductiva alimenta la envidia: desean la ruina de todos porque no han podido impulsarse a si mismos; y este odio hacia los éxitos ajenos se une a la desesperación de no esperarlo para sí, y crea un alma que se rebela contra el destino, se encoleriza contra su generación, se retira en los rincones, incuba su pesar con cansancio y repugnancia de sí misma. Pues el alma humana es, de natural, ágil e inclinada al movimiento: gusta de toda ocasión de agitarse y de distraerse; y más aún gusta el alma viciada, que gusta de agotarse a fuerza de negocios. Al igual que ciertas llagas gustan del tormento de las manos y se complacen en ser tocadas, como una lepra encuentra placer en las uñas que la enconan, así dejadme decir que esas almas a quienes enconan las pasiones se hallan invadidas como de llagas infecciosas, y gozan de su pena y de sus tormentos. D e la seren idad d él alm a, 2, 7-11.
Problem as sociales y dirección individual. — La moral de Séneca no lo obligaba al estudio de los problemas sociales: el filósofo, nos dice, debe mantenerse al margen de la complejidad de los intereses humanos (De otio). Sin embargo, Séneca participaba demasiado de la vida de su tiempo, y era además excesivamente oportunista, para no tomar en consideración ciertos aspectos: había escrito acerca de la amistad, acerca del matrimonio; el trata do De los beneficios examina con sutileza filosófica, siempre viva, entre la aristocracia y sus clientelas. Por otra parte, como preceptor de un príncipe, tenía que medir las consecuencias sociales de su enseñanza: el De (dementia es un escrito de carácter político, y no trata de ocultarlo. Es justo también reconocerle otro mérito, el de haber revelado a sus contemporáneos la dignidad de cada persona humana, y en particular la de los esclavos. La idea de que el hombre es, siempre, un hombre, cualquiera que sea la condición en que el destino lo ha hecho nacer, era entonces prácticamente desconocida para muchos romanos. Desde el esclavo astuto y sufrido de Plauto (cf. p. 57-58) y el viejo esclavo anciano y enfermo de Catón, que se vende con la chatarra usada (cf. p. 93), obsérvese el camino recorrido hasta llegar a los capítulos in, 18-28 de los Beneficios y la carta XLVII a Lucilio (cf. p. 328). La reversibilidad de ios méritos: justificación de Dios [Problema social de la indignidad de los gobernantes, llevado al plano metafísico, por simple comparación de Dios-Providencia con ,el hombre. — Impresión general de evidencia. — Elocuencia enérgica y sencilla a un tiempo aplicada a Dios. — Sátira apenas disimulada de los emperadores, a los que Séneca alude personalmente. — Complejidad general: humana y filosófica.] Los dioses también," sin duda: favorecen a unos a causa de sus padres y abuelos; a otros, en consideración a sus nietos, bisnietos y lejana descendencia; pues conocen bien la cadena de consecuencias, y en cada instante descubren lo que en el futuro les suce derá; los sucesos que para nosotros aparecen* de repente y bajo el aspecto de lo inespe rado, los previeron como algo corriente y familiar. "A éstos, el poder real, porque sus antepasados no lo tuvieron,“ puesto que, en lugar de soberanía, sólo conocieron la jus ticia y el desinterés y se volcaron sobre el Estado, en lugar de volcar el Estado sobre
49. Acaba de ocuparse de los magistrados indignos que el pueblo — no obstante— elige, en consideración a la gloria de su casta. 5 0 . Alusión a Germánico, padre de Caligula; o a Druso, padre de Claudio y abuelo de Caligula.
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LA LITERA TU RA CLAUDIANA su persona. A éstos, el trono, porque apareció, entre sus ascendientes, un hombre hon rado 51 cuya alma era superior a la Fortuna, que, en las discordias civiles; prefería las derrotas a la victoria para el bien de la patria; no hemos podido, en tan largo trecho, recompensarle: que, en consideración a él, este pobre individuo “ quede al frente del pueblo, no porque él posea ciencia o capacidad, sino porque otro lo mereció por él. Este otroM es deforme, repugnante y ridiculizará las insignias de que es portador; me acu sarán y dirán que soy ciego, inconsciente, que ignoro las conveniencias del orden su premo: pero yo sé que mi regalo se dirige a otro, a otro a quien se lo debo desde mucho tiempo atrás. ¿Conocerán acaso mis censores a ese hombre preclaro de otro tiempo, obs tinado en huir ante la gloria, que marchaba al peligro lo mismo que otros vuelven, y que nunca separó su interés del del Estado? “¿Dónde está? Decídmelo. ¿De quién habláis?” ¿Cómo lo ibais a saber? Soy yo quien ajusto las cuentas de las deudas y los haberes; yo conozco cada una de mis deudas: pago unas a largo plazo, otras por adelantado, según la ocasión y recursos de mi gobierno.” D e los ben eficios, IV, 32.
Se es rico por las buenas acciones [Renovación paradójica de un tema trillado: no debemos aferramos a los bienes materiales. — Estilo de “diatriba” oratoria: el autor se dirige a interlo cutores 'ficticios. — Colorido y movimiento.] ¡Qué ocasiones de enriquecerse, si hubiera querido! “ Én ello residen los bienes auténticos, los únicos que ningún capricho del destino obliga a cambiar de manos; los únicos cuyo crecimiento disminuye la envidia. ¿Qué tienes que ahorrar, como si fueras un propietario? Tú eres tan sólo un administrador. Todos esos bienes que os hinchan de orgullo, que os elevan sobre la humanidad y os hacen olvidar vuestra fragilidad; que guardáis, con armas, tras puertas de hierros; que, despojos ensangrentados, defendéis al precio de vuestra sangre; por los que armáis flotas dispuestas a enrojecer las aguas de los mares; por los que quebráis con arietes las ciudades, sin sospechar todos los tiros que la Fortuna reúne por detrás contra vosotros; por los que tan poco dudáis en romper los vínculos de parentesco, de amistad, de compañerismo, y en hollar el mundo con vues tras rivalidades, |no son para vosotros! No son sino un depósito que, de hora en hora, aguarda a otro dueño: un enemigo, o un heredero con el corazón de enemigo, se apode rará de ellos... ¿Me preguntas cómo asegurarlos? Dándolos. Vela, pues, por sus intereses; da títulos de propiedad fijos, inexpugnables, en los que el honor, al igual que la seguridad, saldrá ganando. Esta fortuna que consideras complacido, creyéndote por ella rico y pode roso, por tanto tiempo como la poseas, sólo son palabras“ vulgares, que nada aprove chan: casa, esclavo, sestercios; cuando lo hayas dado, será un "beneficio” . D e los ben eficios, V I, 3.
Beneficios perdidos [Sucesión rápida de reacciones morales de matices muy diversos (valor del acto moral en sí; orgullo intelectual; benevolencia; sabiduría práctica), ni ex tensas ni desarrolladas entre si.] “He perdido mi beneficio.” ¿Cómo? ¿Diremos que se ha perdido una ofrenda a los dioses? E l beneficio es una ofrenda: aunque la pagaran mal, el acto fue bueno. ¿Nuestro beneficiario no se porta como esperábamos? Sepamos portamos nosotros como éramos antes y no nos parezcamos a él. No deberíamos hablar en estos instantes de pérdidas, sino de comprobación. Nunca denunciamos a un ingrato sin sentir vergüenza: pues quejarse 51. 52. 53. 54. a darse 55.
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¿Ti. Claudio Nerón, bisabuelo de Caligula? Caligula se volvió loco. Claudio. Séneca acaba de citar la frase atribuida por el poeta Rabirio a M. Antonio, obligado muerte: Hoc habeo, quodcumque dedi (“Tengo todo lo que di”). Juego de palabras sobre nomen, que significa “nombre” o "crédito, deuda” .
Séneca de haber perdido un beneficio es confesar que lo hemos depositado equivocadamente. Tanto como nos sea posible, defendamos ante nosotros la causa del ingrato: “Tal vez no ha podido; tal vez no ha sabido; tal vez lo haga.” Hay deudas que se logran mediante paciencia y táctica, esperando y dejando madurar. Hay que obrar de igual modo: si el crédito se tambalea,“ mantengámoslo. D e los ben eficios, VI, 29.
Pero, en el fondo, Séneca sólo aspira a conmover al individuo, y, de pre ferencia, al aristócrata instruido. La dirección personal es su triunfo: cada opúsculo, cada tratado incluso aparece dirigido a un “enfermo” particular, para el cual el filósofo propone una medicación. Mas resulta que el tema, siempre muy humano, le invita a generalizar; se decanta de preferencia (cada vez más con los años) hacia las experiencias morales que le ofrecen las personas del vulgo: todo ello es para interesar en el juego al noble consul tante. Las Consolaciones muestran ya el arte refinado con que Séneca adapta los lugares comunes a los casos especiales, aunque lo hace con excesivo derroche de ingenio. Las maravillosas Cartas a Lucilio, por el contrario (mu chas son auténticos opúsculos), al tomar por punto de partida toda ocasión fortuita, cansancio, paseo, encuentro, incendio en la ciudad, momento de nerviosismo, conducen con dulce facilidad al lector a las más altas reflexio nes; una palabra escogida del gran filósofo cierra cada carta, y prolonga doblemente el efecto de esta meditación, que debe, sin tener la apariencia de ello, conducir a un amigo querido a la perfección moral. A una mujer de la aristocracia [Marcia había perdido un hijo adolescente, lleno de promesas. — Compla cencia en la paradoja (tratar cruelmente el dolor). — Fuerza en la penetración psicológica. — Potencia y monotonia en las metáforas y comparaciones.] Queden para otros las precauciones y las tácticas aduladoras: yo quiero luchar contra vuestra pena, y dejaré secos esos ojos maltrechos, agotados, que, si queréis creerme, lloran más hoy por costumbre que por la fuerza de la pena; con vuestra ayuda, si la logro, y, si no, incluso contra vuestra voluntad, y por fuerza que pongáis en aferraros a vuestro dolor, que perpetuáis para tenerlo en lugar de vuestro hijo. Pues ¿cuándo cesaréis? Todo se ha intentado en vano: habéis acabado con los alientos de vuestros amigos, con los consejos de hombres ilustres de vuestro parentesco; las cien cias, esa preciosa herencia de vuestro padre, os hallan sorda a la dulzura de su calma o apenas logran distraeros un instante; incluso ese remedio natural, el tiempo, que entierra los más graves pesares, ha perdido, sólo para vos, su poder. Ya han pasado tres años, y la impresión nada ha perdido de su fuerza primera: vuestra pena reverdece y toma fuerzas cada día; ahora, a consecuencia del hábito, se ha afirmado en sus derechos y sentiría vergüenza en desistir de él. Todo mal se afianza profundamente si no se dese cha tan pronto como aparece: así, esas lúgubres miserias, enconadas en sí mismas,, se nutren en último término de su amargor, y el alma desdichada encuentra en su dolor un placer perverso. Por ello hubiera preferido que me llamaran a curaros desde el prin cipio: una medicación más dulce habría reprimido el ímpetu del mal naciente; una vez inveterado, tendremos que sostener contra él una lucha ardiente. También las heridas son fáciles de curar cuando la sangre acaba de cortarse; en cambio, hay que quemarlas, volverlas a abrir, hurgarlas con el dedo, cuando la infección ha depositado en ellas la gangrena. No puedo hoy desviar con dulces complacencias un dolor tan endurecido: debo romperlo. C onsolación a M arcia, Z, 5-8. 56.
O: “si el honor falta” . Juego de palabras con fideí.
« /n
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E l entrenam iento de la voluntad. — La intuición psicológica de Séneca debe mucho a la precisión de sus exámenes de conciencia; y, al aconsejar a íos otros, trata de lograr con mucha frecuencia su propia cura. Tanto como a Paulino o a Lucilio, necesita convencerse a sí mismo de que la vida no es demasiado corta para quien sabe emplearla (De breuitate uitae), que la vir tud debe luchar necesariamente para fortificarse (De prouidentia). Y las cartas a Lucilio son para él un camino hacia la sabiduría suprema, en especial un entrenamiento ascético ante la contemplación de las catástrofes inespera das y la muerte que a cada instante puede provocar o exigir de cualquiera la fantasía del príncipe. Pues Séneca era, es cierto, capaz de una voluntad firme; pero la perseverancia le faltó muchas veces. En sus últimos años trata de endurecer su cuerpo arruinado y su alma, guardando ante aquellos a quie nes dirige las precauciones sutiles y casi femeninas de un Fenelón. Ascetismo [Preocupación actual (temor a las confiscaciones que Nerón, necesitado de dinero, practica en masa) y personal (Séneca, muy rico, vive como monje en sus palacios y sus jardines, los últimos años de su vida). — Evocación ligera y pin toresca de la vida de su tiempo (snobismo de los ricos, miseria de los pobres). — Erudición fácil. — Serenidad en su estilo, breve, sencillo y elocuente a un tiempo.] Contente, en intervalos, durante algunos días, en los cuales, contentándote con alimentos tan humildes y pobres como puedas, con un vestido rudo y áspero, puedas decirte a ti mismo: “¿Es esto ]o que se teme?” Que, en el seno de la tranquilidad, el alma se prepare para las dificultades y que se afirme contra los ataques de la Fortuna en medio de sus beneficios. En plena paz, sin enemigos, el soldado” hace maniobras, planta la empalizada del campamento, se cansa en vanos trabajos, para hallarse, en caso de necesidad, a la altura exigible. ¿Queréis que no se altere en la acción? Entrenadlo antes de la acción. Eso es lo que hacen quienes, todos los meses, imitan la pobreza, y se reducen casi a la indigencia, para no temblar, una vez que han aprendido a soportarla. No vayas a creer que te aconsejo esas comidas ligeras, esas austeras viviendas y todas las fruslerías con que la opulencia gozosa entretiene su tedio. Yo quiero un auténtico camastro, un sayo, pan duro lleno de paja. Permanece tres y cuatro días, en ocasiones más tiempo, para que no sea un juego, sino una prueba. Entonces, créeme, Lucilio, te sentirás lleno de alegría, saciado por dos ases,® y comprenderás que la satisfacción del hambre no depende de la Fortuna; pues lo estrictamente necesario te lo debe incluso cuando está en contra tuya. Sin embargo, no vayas a creer que esto es una gran hazaña: tú harás lo que hacen muchos miles de esclavos, muchos miles de pobres. Un único mérito tienes: lo harás voluntariamente. Y te será tan fácil soportarlo siempre como ensayarlo de vez en cuando. Entrenémonos en el tiro y, para no ser sorprendidos sin preparación por la Fortuna, séanos familiar la pobreza. Más tranquilos nos hallaremos en la riqueza si sabemos cuán liviana es la indigencia. Epicuro, ese maestro del placer, tenía sus días señalados, en los que apenas calmaba su hambre para ver si faltaba algo, y en qué medida, al placer perfecto y entero, y si por él valía la pena torturarse. Lo dijo en sus cartas a Polieno, que escribió bajo el arcontado de Carino; y se gloría de alimentarse por menos de un as, mientras que Me trodoro, que no se hallaba tan adelantado, tenía que emplear el as entero. ¿Tú no crees que ese género de vida pueda producir satisfacción? Sí, y mucha: da placer; y un placer
57. Estas comparaciones militares, caras a los filósofos romanos (véase p. 151), serán utilizadas de nuevo, repetidamente, por los apologistas cristianos. 58. Menos de cinco pesetas. .
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Séneca no superficial y escurridizo, que debamos no hay placer en el agua, en el cuévano, premo placer consiste en poder encontrar no puede ocasionamos ningún ultraje de
reanimar sin tregua, sino estable y firme. Pues o en un trozo de pan de cebada: pero el su placer incluso en esto y en reducirse a lo que manos de la Fortuna. Cartas a Lucilio, X V III, 5-10.
Suicidios [Cuestión actual (a menudo el emperador concedía a sus víctimas la “gracia*’ de escoger el tipo de muerte; al mismo tiempo, en el s. i, el desprendimiento filosófico de la vida tomó el cariz de una preparación sistemática al suicidio). — Hechos diversos, voluntariamente vulgares, tomados de los juegos de circo (donde eran sacrificados, de suerte diversa, los condenados o los prisioneros de guerra), para servir de exempla (rasgos a imitar, tomados lo más corrientemente de la historia de los grandes hombres). — Hacia el final, además, un rasgo retórico inútil, tomado del bárbaro.] Hace poco conducían a un condenado, bien custodiado, al espectáculo de la ma ñana: como si se sintiera dominado por el sueño, tambaleó la cabeza y la inclinó hasta dejarla entrar en los radios de la rueda, sin abandonar ese puesto hasta que la rotación la hubo fracturado: el carro que lo conducía al suplicio le hizo escapar del suplicio. No hay ningún obstáculo para quien desea acabar, partir: la naturaleza no nos tiene ence rrados. Si la necesidad que os oprime no es demasiado agobiante, escoged tranquilamente un fina1 dulce; si tenéis a vuestra disposición muchos medios de ser vuestro dueño, esco gedlos y meditad cómo queréis liberaros; si las ocasiones son raras, tomad la primera que se os ofrezca como si fuera la mejor, aunque sea inaudita y extraña. La imaginación no os escatimará recursos para morir. ¿No ves cómo incluso los últimos esclavos, cuando los acosa la desesperación, se despiertan y engañan a las guardias más estrechas? Si, es un gran hombre aquel que, no contento con prescribirse su muerte, inventa una. Te prometo muchos ejemplos tomados de los mismos juegos. En la décima naumaquia,“ un bárbaro, al recibir una lanza para batirse, la hundió por completo en su garganta: “¿Có mo? — dijo— . ¿Aún no he escapado a las penas, a los ultrajes? ¡Estoy armado y aguardo para morir!” Espectáculo tanto más bello, porque es preferible morir a matar. |Ay! El valor que demuestran los individuos del vicio y del crimen, ¿no lo hallaremos entre aquellos que han fortificado contra tales accidentes una larga vida de meditaciones y la razón, soberana del universo? Cartas a L ucilio, LXX , 23-27.
Composición y estilo. — Séneca admiraba los clásicos y se sacrificó ante el gusto literario de su tiempo. Esta contradicción se explica en parte: soste nía que la forma no debía importar en las obras filosóficas; y se dirigía a personajes mundanos, hablándoles, como lo haría en un salón, en la lengua que les convenía: breve e ingeniosa, con altibajos y atisbos. Pero su desen voltura natural, su sutileza y viva imaginación encontraban terreno propi cio en ello: se complacía en ser artista de ese “estilo hablado”. La composición no le preocupa: se esfuerza por lograrla en ocasiones, sobre todo en sus tratados (de cuidado formal) y en sus Consolaciones; pero olvida muy pronto su plan, lo incrementa con digresiones, lo amplifica o mutila. Por consiguiente, no hay proporción alguna entre las partes, y no pone cuidado en las transiciones. Triunfa en todo momento la improvisación. Sus temas no son excesivamente variados, pero .Séneca, ante cada uno de 59.
Combate naval celebrado a modo de juego.
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ellos, es capaz de lograr infinitas variantes, ya porque cambie bruscamente de punto de vista, ya porque una repentina intuición psicológica enriquezca el lugar común o, simplemente, su imaginación infatigable lo revista de un nuevo adorno. De ahí la monotonía de conjunto y la fuerza del detalle: pensamos en Ovidio. Notamos la rapidez: los giros se repiten; la expresión no es siempre justa, sobre todo cuando Séneca empieza a escribir: pues, una vez lanzado, crea con entusiasmo, con ingenio, con poesía. En todo ello reside un cierto mal gusto: sutilezas oscuras, ampulosidades, adornos innecesarios, tintes sobrecargados, juegos de palabras desplazados. En especial notamos que nada se mantiene firme: “arena sin cal”, decía acertadamente el empe rador Caligula. Pero su lengua, rica y compleja, es de las más sabrosas: la elocuencia, incluso la retórica, y el ingenio, hasta el preciosismo, se enmien dan por su rápida alternancia; dicho estilo puede cansar, pero entusiasma; y en sus mejores páginas nos seduce, a un tiempo, por su arte y su carácter espontáneo. Séneca satírico. — Como moralista observador, Séneca sembró todas sus obras filosóficas de anécdotas, de escorzos pintorescos, de rasgos maliciosos, que evocan con una vitalidad asombrosa la Roma de Claudio y de Nerón. Preludia también el amplío desarrollo de la sátira latina, que, con Persio, Petronio, Marcial y Juvenal, venía a ilustrar el fin de este siglo y los inicios del siguiente. Escribió asimismo una “Menipea” muy divertida sobre la muer te del emperador Claudio (¡tras haber escrito el elogio fúnebre oficial!). Se ve a Claudio como a un pobre ser, bestial, ridículo y perverso, que, al presen tarse en el Olimpo para ser recibido entre los dioses, es, a petición de Augus to, conducido a los Infiernos, donde jugará eternamente a los dados con un cubilete horadado. Los funerales de Claudio Descendían [a los Infiernos] siguiendo la Vía Sacra;"0 Mercurio ” pregunta qué sig nifica aquella muchedumbre, si es el acompañamiento de Claudio. Sí, y el más hermoso de todos, el más cuidado: se veía, sin lugar a dudas, que enterraban a un dios. Trom petas, cuernos, metal de toda clase; una masa, un concierto para que lo escuchara el propio Claudio.“ Por doquier, personas alegres, radiantes: el pueblo romano paseaba con el sentimiento de la libertad. Agatón y algunos abogados lloraban, pero con todo su corazón. Los jurisconsultos salían de las tinieblas, pálidos, enjutos, sólo (¡y apenas!) con el aliento: volvían a vivir.“ Uno de ellos, viendo a los abogados en conciliábulo y deplo rando la pérdida de sus bienes, se acercó y les dijo: “Ya os lo decía, que no siempre iban a durar las Saturnales.” “ Claudio, al ver sus funerales, comprendió que estaba muerto.“6 Y un coro inmenso cantaba un nenia®1 anapéstica:" “Derramad vuestro llanto,
6 0 . Que atravesaba el foro. 6 1 . Conduce a Claudio a los Infiernos. 6 2 . Que oía con dificultad. 6 3 . Claudio alardeaba de sus conocimientos de jurisprudencia y gustaba de administrar justicia personalmente : lo que causaba la desesperación de los jurisconsultos y la alegría de j los abogados. 6 4 . Período de diversiones desenfrenadas. 6 5 . Claudio era lento de entendimiento. 6 6 . Canto fúnebre. 6 7 . Ritmo de marcha, en este caso muy alegre.
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Séneca lanzad vuestras quejas, que el foro se lamenta tristemente; ha muerto un hombre, el más sensato, que nunca tuvo igual en todo el mundo. Triunfaba en las carreras, era de los más veloces;“ podía derrotar a los partos enemigos, perseguir al persa con sus flechas y, con mano firme, tensar la cuerda para, finamente, atravesar con sus flechas al enemigo en huida...” " Apocolocyntosis, 12.
Séneca dram aturgo. — Diez obras han llegado a nosotros con el nombre de Séneca.70 La Octavia —única “pretexta” que conservamos íntegra—, que pone en escena el repudio de Nerón contra su esposa Octavia y asigna un papel a Séneca, no es de él. El Hércules en el Eta tal vez tampoco. Pero las restantes parecen haber sido escritas durante el período de su vali miento (49-62), con destino a las lecturas públicas, aunque también con inquietudes escénicas. Imitan a Esquilo (Agamenón), a Sófocles (Edipo y Las Fenicias: esta última incompleta o mutilada) y —en especial— a Eurí pides (Hercules furens, Las Troyanas, Medea, Fedra); ignoramos la fuente del Tiestes. El helenismo gozaba por aquel entonces de tanto favor, que se representaban en Roma dramas griegos en griego. Pero, al imitar, Séneca transforma sus modelos. Prefiere, a una acción progresiva, los cuadros sucesivos, en que la pasión del héroe, ya en el paro xismo cuando empieza la obra, se manifiesta bajo aspectos diversos antes de la catástrofe. De este modo, los caracteres no tienen la ductilidad de la vida misma: pero, como contrapartida, las pasiones, en particular las de las heroínas, son analizadas con precisión a lo largo de la obra, con frecuencia en largas tiradas, a veces en diálogos muy rápidos, en los que se afirma de modo brillante, frente a un confidente, la personalidad del personaje princi pal. Este tipo de drama se orienta a lo excepcional: Séneca gusta de las situaciones ruera de lo natural, de los efectismos impresionantes de teatro, ciue revelan almas monstruosas; crea también situaciones patéticas, como la (le Andrómaca que vacila entre el recuerdo de su esposo y el amor de su hijo, Fedra confesando en persona su amor a su hijastro Hipólito, que mere cieron inspirar a Racine. Dicho teatro proclama ampliamente las ideas estoicas; ello era una ten dencia antigua de la tragedia romana; pero Séneca la lleva a las últimas consecuencias: Hércules es el tipo mismo del estoico que lucha con la adver sidad; y en muchos párrafos, hay un amasijo de réplicas que escalonan las máximas de la escuela, con estilo tenso, jactancia e hinchazón oratoria, que tínicamente volveremos a encontrar, con exceso, en el teatro español y en Corneille. Por otra parte, la imaginación de Séneca suple la puesta en escena, con el gusto complejo y suntuoso de la época, por un lujo descriptivo excep cional, aunque con frecuencia recargado; en especial cuando nos pinta las es cenas sangrientas, los sacrificios mágicos, las evocaciones de los muertos; pero escribió al mismo tiempo coros en los que, acordándose de Horacio, mezcla auténticas y lozanas visiones de la naturaleza con las reflexiones morales. 68. 69. 70.
Claudio era cojo. Era cobarde y jamás se atrevió a ir a la guerra. Podemos citar, como otro poeta trágico de su tiempo, a F. Pomponio Secundo.
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Así se revela, frente al filósofo locuaz, el artista que, uniéndose al pasado y tratando asimismo ser de su tiempo, crea una obra desigual, que refleja el esfuerzo, pero lo bastante rica para suscitar en los siglos xvi y xvn el naci miento del teatro clásico. Andrómaca y su hijo [Troya ha sido tomada; Andrómaca ha visto en sueños a su esposo Héctor, que le ha rogado que salve a su hijo, Astianacte, que buscan los griegos para matarle. La escena entre Adrómaca, un viejo troyano y el niño (personaje mudo) tiene lugar ante la tumba (especie de capilla) elevada por Príamo a Héctor. — Patetismo de la situación. — Tono normal, excepto en el final, en que se persi guen efectos especiales. — Monólogo de hecho: el anciano sólo aparece para permitir un cambio de réplicas brillantes.] A n d r ó m a c a . — ...M e desperté, helada de terror, temblorosa, y paseando, llena de terror, los ojos por doquier, olvidándome de mi hijo, buscaba a Héctor. Pero, ¡ay!, su sombra engañosa escapó a mis brazos. jOh hijo mío! Descendencia cierta de Un héroe, única esperanza de los frigios, única esperanza de una raza abatida, brote de sangre an tigua, muy ilustre y muy semejante a tu padre... Tus rasgos tenía Héctor; tal era su porte y tal su semblante; igual se extendían sus manos animosas, de modo parecido se erguían sus hombros, así la amenaza gravaba su frente cuando, con un movimiento del cuello, sacudía su flotante cabellera... ¡Ay hijo mío! Naciste demasiado tarde para los frigios, demasiado pronto para tu madre. ¿Llegará al fin ese día feliz en que, campeón y vengador de la tierra troyana, resucitarás Pérgamo y congregarás allí a sus ciudadanos, dispersos en la huida, y harás que su nombre sea glorioso para los frigios y para su patria? Mas yo me acuerdo de mi suerte y temo hacer tan audaces votos. Cautivos, ya nos basta con vivir. [Ay! ¿A qué lugar me confiaré, temblorosa? ¿Dónde te ocultaré? Esta ciudadela, enriquecida y fortificada por los dioses, célebre y envidiada de todo el universo, ya no es más que un espeso montón de cenizas; la llama lo ha nivelado todo, y de esta ciudad inmensa [no queda siquiera donde ocultar un niño! ¿Qué lugar seguro escoger? ¡Ah! L a tumba inmensa consagrada a mi esposo querido, respetable al enemigo, elevada, en su vasta mole, por su padre, a muy alto precio, oomo rey pródigo con sus muertos: es mejor confiar el hxjo a su padre. Un sudor frío baña mis miembros; ¡ay! Temo el presagio de este lugar fúnebre. E l a n c i a n o . — Muchos han escapado a la muerte porque los otros creían que habían perecido. A n d r ó m a c a . — Sólo queda una sombra de esperanza. Carga pesada, su ilustre cuna lo condena. ¿Y si un traidor...? E l a n c i a n o . — Aparta los testigos. A n d r ó m a c a . — ¿Y si lo buscan? E l a n c ia n o . — Si permanece en las ruinas d e la ciudad, muerto es. A n d r ó m a c a . — ¿Para qué ocultarle, si debe por fin caer en sus manos? E l a n c i a n o . — La victoria sólo es violenta en sus primeras ráfagas. A n d r ó m a c a . — ¡Qué pena no verle más! E l a n c ia n o . — Queda tranquila, podemos escoger; desgraciada, hay que acogerse al primer refugio. A n d r ó m a c a . — ¿Qué lugar, qué región apartada, inaccesible, te mantedrá a cubierto, hijo mío? ¿Qué nos amparará en nuestro pánico? ¿Quién nos protegerá?... Tú, que lo has hecho siempre, Héctor, guárdalo también hoy entre los tuyos: guarda el rapto de una esposa fiel; ceniza piadosa, ampáralo, ¡hazlo vivir! Entra en la tumba, hijo mío. ¿Por qué retrocedes y, con aire orgulloso, te niegas a emprender esta retirada? Reconozco tu carácter: sientes vergüenza ante el miedo. ¡Ay! Aparta este orgullo de antaño; toma el que la desgracia te obliga. Mira, fíjate lo que queda: una tumba, un niño, una cau tiva. Hay que ceder al infortunio. Ahí está la mansión sacra de tu padre caído: atrévete a entrar en ella. Si el destino ampara nuestra miseria, es tu salvación; si el destino te niega la vida, es tu sepulcro. L as Troyanas, v. 457-512.
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Séneca El abandono de Medea [Medea ha seguido a Jasón, del que tiene dos hijos. Pero en Corinto, adonde se han retirado como desterrados, Jasón decide casarse con la hija del rey Creonte. Desde su casa, Medea acaba de oír el coro que canta el himeneo. — Monó logo nervioso, seguido de una disputa cada vez más viva y entrecortada entre Medea y su nodriza. — Mezcla de naturalidad y retórica en el monólogo. — En el diálogo, resonancia de fórmulas brillantes, en las que notamos la inspiración estoica. — Carácter sobrehumano (e incluso inhumano) de la heroína. — Fuerza auténticamente trágica del conjunto: situación y expresión.] M e d e a . — Muerta soy: el canto del himeneo ha golpeado mis oídos. Apenas puedo yo creer tamaña desgracia. 1Jasón ha podido hacer tal cosa! Después que yo he perdido a mi padre, a mi patria, a mi reino, ha podido entregarme a mí, sola, en tierra extraña. lAy, cruel! Desprecia mi poderío, después de haber visto cómo mis sortilegios vencían al fuego y al mar. ¿Cree acaso que he agotado todos mis recursos criminales? Vacilante, en loquecida, busco por doquier cómo vengarme, i Ah! Si tuviera un hermano... Tiene una mujer: ¡contra ella blandiré mi puñal! Pero <¡es ello lo bastante?... Sí las ciudades pelasgas, si las ciudades bárbaras conocen algún crimen que ignoran tu s71 manos, ha lle gado la hora, prepáralo. Que tus crímenes pasados acudan todos, para infundirte ánimos: he acabado con lo que daba la gloria a un reino;” yo, virgen cruel, he despedazado con el puñal al niño ™ que me acompañaba; y, esparciendo sus miembros en el mar, he obli gado a nuestro padre a recoger sus despojos fúnebres. He hecho hervir en el bronce el cuerpo del viejo Pelias.” j Cuántas veces, criminal, he extendido la sangre, y siempre sin cólera! Pero hoy el amor me arrebata, siniestro. ¿Qué podía hacer, sin embargo, Jasón, prisionero de la voluntad, del poderío de otro? Hubiera débido ofrecer su pecho al fuego... Paz; lah, dolor demente, habla mejor! Si ello es posible, que viva Jasón para mí, como antes; si no, que viva, sin embargo, con el recuerdo de mis dones, pero continúe muerto para mí. E l único culpable es Creonte.. que, abusando de su poderío, ha roto nuestra unión, que arrebata una madre a sus hijos y rompe los estrechos lazos de una promesa solemne: sólo me moveré, pues, contra él; que sufra el castigo que merece. Enterraré su palacio bajo un montón de ce nizas; el negro torbellino que levanta el incendio se verá desde Maleo,·" el cabo que obliga a los navios a lentos rodeos. L a n o d r i z a . — Calla, te lo suplico; que tus quejas se' encierren en el fondo de tu dolor. Quien sabe soportar en silencio, con un corazón paciente, ecuánime, las graves heridas, puede también devolverlas: el resentimiento que se oculta actúa; los odios al descubierto pierden la ocasión de vengarse. M e d e a . — Liviano es el dolor que puede atender razones y sustraerse: los grandes males no se ocultan. Voy a afrontarlos. L a n o d r i z a · — Conten ese furioso impulso, hija mía: difícilmente, si continúas silen ciosa y tranquila, podrás salvarte. M e d e a . — La Fortuna teme a los fuertes y domina a los cobardes. L a n o d r i z a . — E l valor sólo merece elogios cuando es oportuno. M e d e a . — E l valor es en todo momento y siempre oportuno. La n o d r i z a . — Ninguna esperanza se abre en tu catástrofe. M e d e a . — Quien nada tiene que esperar, no ha de desesperarse por nada. L a n o d r i z a . — Los colquidios han marchado; tú no puedes confiar en tu esposo; no te queda ningún recurso. 4 M e d e a . — Sí, yo misma; y, en' mí, mar y tierras y hierro y fuegos y dieses y rayos.
71. Medea se dirige ahora, sin naturalidad, a sí misma. 72. El vellón de oro que, por orden de Pelias, había ido a buscar Jasón a la Cólquida con los Argonautas. 73. Su hermano: en su huida, Medea le había dado muerte, descuartizándolo y espar ciendo sus miembros en el mar, para retrasar la persecución de su padre. 74. Con la promesa de rejuvenecer a Pelias, Medea lo había matado y cocido en un caldero para vengar a Jasón. 75. En el otro extremo del Peloponeso {!).
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— Un rey es digno de temor. padre era rey. L a n o d r i z a . — ¿No temes las armas? • M e d e a , — Pueden salir de la tierra.™ L a n o d r i z a . — Morirás. M e d e a ___ Así lo deseo. L a n o d r i z a . — Huye. M e d e a . — He lamentado ya mi anterior huida. L a n o d r i z a . — Medea... M e d e a .·— [Sí, Medeal n o d r iz a
.
M edea. — M i
M edea, v. 116-171.
La belleza [Tras la confesión, por parte de Fedra, de su amor incestuoso, Hipólito huye, lleno de horror. — Agil meditación lírica, unida a la acción y de interés general a un tiempo: belleza viril de Hipólito; fragilidad de la belleza física (a conti nuación se trata de sus peligros). — Variedad en las imágenes, potentes o gra ciosas.] E l c o r o d e m u j e r e s a t e n i e n s e s . — Huye, semejante al furioso huracán, más veloz que el Coro,’7 amontonador de nubes, más rápido que la llama errante, la larga estela de fuego que sigue a la estrella arrastrada por los vientos.” Que la fama, admiradora del pasado, te compare con el esplendor de tiempos pasa dos: el resplandor de tu belleza los superará al igual que la plena luz de Febo,™ cuando ha reunido todos sus fuegos en su arco y sobre su rápido carro la noche muestra todo su rostro, dorado, que le dan los astros menores. Así es, cuando congrega las primeras sombras y anuncia la noche, saliendo lozano de entre las olas, Héspero, o cuando ha dispersado las sombras y reaparece el mismo con otro nombre, Lucifer.“ Y tú, Liber,® al regresar de la India portadora de tirsos;82 tú, cuyos bucles jamás cortados ornan tu eterna juventud, que espantas los tigres con tu lanza revestida de pámpanos y cubres con una m itra“ tu frente cornuda,“ no superarás los recios cabellos de Hipólito. No estimes en exceso tu rostro: por doquier, en el universo, se ha extendido el nombre de aquel“ que la hermana de Fedra“ prefirió a Bromio.81 Belleza, bien ambiguo para los mortales, bien perecedero y efímero, |qué pronto estás a huir! Con menor rapidez, la gracia de los prados de la naciente primavera es agostada por los ardores del estío cuando, en el solsticio, el mediodía se encoleriza y las noches menguan su curso. Al igual que languidecen los pálidos lirios, así se esfuma el orgullo de las cabelleras y se borra en un instante el resplandor que ilumina las frescas mejillas, y no hay día que no saquee en algo un cuerpo hermoso. Fedra, v. 736-772.
76. Medea había dado a Jasón la fórmula para aniquilar a una masa de guerreros nacida de la tierra. , 77. Viento del Noroeste. 78. El cometa. 79. "La Brillante” : la luna. 80. El planeta Venus, que brilla unas veces por la tarde (Héspero, cf. p. 176, nota 151), otras al alba. 81. Nombre latino de Baco. 82. La India está considerada como patria de Baco, que tenía como arma un tirso (Véa te p. 175, nota 147). 83. Tocado oriental y femenino. 84. En las antiguas representaciones griegas, Dioniso (Baco) aparece con cuernos de toro, símbolo de fuerza. 85. Teseo, padre de Hipólito. 86. Ariadna. 87. Sobrenombre de Baco: se trata de una variante de la leyenda conocida (cf. más atrás, p. 175, nota 145).
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Conclusión. — La reacción clásica que siguió a la muerte de Nerón dañó la fama de Séneca: Quintiliano y Tácito lo juzgan, no injustamente, pero —sin duda— sin ninguna simpatía. El cristianismo antiguo (Tertuliano, san Agustín, san Jerónimo), por el contrario, pretendió encontrar en él a un precursor, a pesar del orgullo aristocrático del estoicismo que, aunque mode rado, no invita ni a la devoción ni a la caridad. No obstante, es innegable que, más que nadie, Séneca permite a un hombre de sensibilidad moderna tomar contacto con el pensamiento pagano en su forma moral más elevada, con la vida antigua en los más refinados aspectos; y, desde Montaigne, mu chos espíritus nobles han encontrado en él un sostén y una guía. PERSIO 34-62 p. C.
A. Persio Flaco pertenece a otra generación distinta de la de Séneca, y así lo notamos: se aparta mucho del refinamiento augusteo. Era un etrusco de Volaterra, de humilde origen «cuestre. Entre sus maestros de retórica, Remio Palemón y Virginio Flaco, conoció y se unió a Lucano. Pero la filosofía fue la razón de su vida, cuando hizo del estoico-poeta Cornuto su estimado director espiritual. Bajo su in fluencia, compuso seis cortas sátiras (Contra la poesía de la época; Acerca de la verdadera religión; Contra la pereza; Contra la presunción de los grandes; Acerca de la verdadera libertad; Contra los avaros), que retocó Comuto tras su muerte prematura y publicó el poeta Cesio Baso. Una trage dia pretexta y un Itinerario completaban su caudal poético. Persio y el estoicismo. — Persio es en cierto modo un “joven predicador puritano” (R. Pichón), de un “pudor virginal”, que desprecia y fustiga sin indulgencias, e incluso con una amarga alegría, tanto las irregularidades como los vicios de su época. Posee el dogmatismo del estudiante sin experiencia personal: el puro estoicismo le inspira una moral dura y simplista, que qui siera aplicar a todos; es lo contrario de la flexible dirección espiritual tal como Séneca la concibe. Se expresa con la cruda rudeza de un joven muy puro, que se representa con violencia la fealdad del pecado, de modo que en él se unen la rigidez triste de la oposición aristocrática 88 y la inspiración cínica de los predicadores callejeros. Sin embargo, presentimos algunas veces, bajo la voluntad enérgicamente tensa, el advenimiento de la dulzura V de la caridad; y su entusiasmo y sinceridad militante sorprenden fuerte mente al lector. Persio y la retórica. — Su poesía es de una obscuridad legendaria. Su juventud y su inexperiencia contribuyen sin duda a ello. No obstante tenía un plan: quería hacer de la sátira un “gran género”, a la par que conser vaba sus cualidades tradicionales de pintoresquismo y libertad de estructura. La falta de amplitud en las situaciones, la ausencia de lazos lógicos, son 88. e s to ic a
Era primo de Arria, esposa del senador Trasea, uno de los héroes de la oposición al emperador.
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defectos que obedecen al tiempo, y el segundo un tanto al género; la alter nancia del soliloquio y el diálogo con un interlocutor indeterminado se ins pira en Horacio y en Séneca, y se remonta, en un último análisis, a la “diatriba”; las escenificaciones cómicas (un tanto pobres, y mal desarrolladas) no son, ni mucho menos, nuevas. Pero por el trabajo serio, incluso oratorio, pese a las inconveniencias que en él se infiltran, por su ardor constante, rígido o móvil en sus versos, y su voluntad de dar al realismo espontáneo de las descripciones el más expresivo vocabulario pintoresco, aunque sea excesivamente recargado, anuncia la voluntad e incluso los logros de Juve nal. Su éxito, inmediato, prueba que literariamente se mantenía en la justa medida. La verdadera religión [Objetivo claro (nobleza de Macrino, que basa, por antítesis, la “diatriba” sobre la falsa religión; las súplicas criminales; el reconocimiento de la divinidad; las plegarias inútiles; las plegarias contrarias a la razón; las prácticas vanas; la verdadera religión); desarrollo entrecortado y desigual (ausencia de transiciones; diversidad y brevedad de las escenas a través de las que avanza; multiplicación presurosa de interrogaciones y de exclamaciones variadas). — Nobleza precris tiana en el pensamiento (cf. Tertuliano, Apologeticum, 30, 5-6).] Señala, Macrino, con una piedra blanca ese día cuyo puro resplandor marca para ti la huida de un año; haz a tu genio · una libación de vino puro. Tu súplica no es un re gateo de esos que sólo pueden sostenerse cara a cara con los dioses. Una buena parte de nuestras grandes figuras tienen incluso la prudencia de callarse mientras dejan que el incienso eleve su humo; mas jqué pocos hombres hay cuyos mur mullos y discretas conversaciones en voz baja podrían elevarse fuera de los templos y expresarse al descubierto! “Prudencia, Fama, Conciencia” : he aquí lo que se pide de modo distinto y de manera que el vecino lo oiga. Y para sí, sin que se estremezca la lengua: “jOh, si el tío muriera, qué duelo tan grato!” O “ jsi mi azada chocara, por la gracia de Hércules,“0 contra una olla llena de dinero!...” O “Quiera el cielo que pueda borrar el nombre de mi pupilo.“ Está completamente gangrenado; que un duro madero lo aplaste”; “ ¡Ay! Nerio, que va a enterrar ya a su tercera esposa”.“ Para formular santamente estas súplicas, ¿sumerges tu cabeza, por la mañana, en el Tiber,” por tres y cuatro veces consecutivas, y purificas tu noche en sus aguas consa gradas? |Vamos! Contesta, por favor, no tiene importancia, ¿qué opinas de Júpiter? ¿Vale la pena preferirlo...? ¿A quién? ¿A quién, pues? ¿A Estayo, por ejemplo?“ ¿Cómo dudas? ¿Hay juez más íntegro? ¿Mejor defensor de los huérfanos? |Vamos! Di a Estayo lo que intentas introducir en los oídos de Júpiter. “ |Oh!, ¡oh, Júpiter!, se escandalizará. ¡Oh buen Júpiter!” Y Júpiter, ¿no se invocaría a sí mismo? ¿Cuentas tú con su indulgencia porque, cuando truena, ha destrozado antes con su azufrado fuego una encina que a ti y tu casa? Porque la sangre de los corderos y los conjuros de Ergena“ no han hecho del lugar de tu caída una lúgubre fragosidad cuya aproximación fuera maldita,"1 ¿te 89. Véase p. 249, nota 179. 90. Medio para descubrir, según se decía, los tesoros ocultos. 91. Que figura, soló, en el testamento del padre del huérfano antes que eltutor de ins tintos criminales. 92. De quien heredará, como ha heredado de las dos precedentes. 93. Rito que practicaban los fieles de la diosa egipcia Isis. 94. Júpiter — sugerencia maliciosa de Persio— debe ser definido, al menos, de acuerdo Con los caracteres de un hombre honrado; pero Estayo tapará sus oídos ante las súplicas dirigidas a Júpiter. 95. Sacerdote o sacerdotisa etruscos, que conjuraba los prodigios con losrayos. 96. E l lugar donde caía el rayo, consagrado con la sangre de un cordero y cercado (fre cuentemente con un simple muro de piedras), quedaba vedado al uso.
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Persio crees con derecho para tirar de la barba a Júpiter como de la de un idiota? O, ¿a qué precio has comprado la complacencia de los oídos divinos? ¿Con un pulmón y unas grasientas entrañas?" He aquí una abuela o una tía temerosa de los dioses que saca al niño de la cuna, pasa el dedo por medio de su frente y sus tiernos labios húmedos y lo purifica con saliva lustral: excelente conjuro contra el mal de ojo. Luego agita en sus manos esa débil esperanza humana y, con un ruego suplicante, lo manda a tomar posesión *· de los cam pos de Licinio, de los palacios de Craso:“ “ ¡Que un rey o reina lo deseen por yemol jQue las mujeres hermosas se lo disputen! ¡Nazca la rosa bajo sus pasos!” Pero una nodriza no debe hacer votos: recházalos, Júpiter, aunque se haya vestido de blanco”0 para hacértelos. ¿Pides la fuerza? ¿Un cuerpo que sirva fielmente a tu vejez? Bien. Pero esos menús extremados, esos grosores de carnes rellenas impiden a los dioses acogerte y molestan a Júpiter. Quieres obtener lucro; inmolas un buey e invitas a Mercurio““ al sacrificio: “Enriquece mis Penates.”“ Dame rebaños; haz que se multipliquen. ¿Puede multiplicarse, joh necio!, si pierdes en las llamas las entrañas de tantas temerás?... Nada contribuye a ello: victima sobre víctima, pretende obligar al dios a fuerza de ofrecerle sacrificios: “Veo cómo crece mi campo, cómo crece mi granja. Ya llega, ya llega, ya llega...” , hasta que, decepcionado, y sin mayores esperanzas, en vano suspira: “ ¡E n el fondo de la bolsa, sólo una moneda!” Si te diera como don cráteras “ * de plata lahrada y vajilla de oro macizo, sudarías, tu pecho gotearía,“* tu corazón palpitaría de gozo. De ahí ha venido la idea de cubrir con el oro de los triunfos el rostro de los dioses.“* Así, aquellos hermanos de bronce,“* que os envían los sueños menos brumosos, tendrán una distinción: (que se les dore la barba! E l oro ha desterrado los vasos de Numa“" y el bronce de Saturno;“ * reemplaza los cántaros de las Vestales y la arcilla toscana... (Oh, almas hundidas en el barro, vacías de pensamientos celestes! ¿Para qué tenéis que hacer penetrar en los templos nuestras depravadas costumbres y juzgar lo que agrada a los dioses de acuerdo con las debilidades de nuestra carne maldita? Ella ha dañado el aceite al hacer que macerara la canela; ha quemado los corderos de C alabria"* con una púrpura corrompida,“ 0 ha arrancado la perla de los mariscos y extraído de la tierra bruta el metal destinado a la fundición. Pecado, es pecado: la carne, sin embargo, saca partido de su vicio, pero vosotros, pon tífices, decidme, ¿qué misión desempeña el oro en el santo lugar? Así, Venus, sin duda, recibe las muñecas de las niñas...111 No ofrezcamos a los Inmortales lo que nunca hubiera podido ofrecerle en sus anchas fuentes la legañosa descendencia del gran Mésala: un alma en la que el cielo y la tierra armonicen sus santas leyes, un espíritu puro hasta en sus últimos rincones, un corazón robustecido de honor y de nobleza. Dejadme llevar a los templos esta ofrenda, y la espelta bastará para reconciliarme con los dioses. Sátiras, II. 97. Quemaban habitualmente para los dioses las entrañas y la grasa de lavíctima, y los fieles consumían, la mayor parte de las veces, la carne. 98. Fórmula jurídica que garantizaba la plena propiedad. 99. Nombres típicos de hombres proverbialmente ricos. 100. Color de fiesta y buen augurio, obligatorio en loscultos de losdioses celestes. 101. Dios del comercio y de las ganancias. 102. Dioses de la casa: aquí la propia casa. 103. Grandes vasos para mezclar el vino y el agua. 104. Con un sudor de codicia. 105. “Rejuvenecimiento” de las estatuas del culto, periódica, y también practicada en acción de gracias por una victoria. 106. Júpiter, Neptuno y Plutón eran hermanos; los demás dioses eran todos hijos de J npiter. 107. Segundo rey de Roma, organizador de la religión, y símbolo del culto más simple y más puro. 108. Rey mítico del Lacio, en la época de una “edad de oro" rústica. 109. La lana fina de Tarento (en Calabria). 110. La púrpura se obtenía por la putrefacción y el tratamiento complicado de cierto· moluscos (del múrex). 111. La joven ofrecía a Venus las muñecas de su infancia.
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Entre la pasión y la molicie [Escenificación dramática y pintoresca. — Viveza en el diálogo. — Carácter expresivo del vocabulario. — Fuerza en la antítesis (transposición del mito de Hércules entre el Vicio y la Virtud, imaginado en el siglo v por Pródico de Ceos). — Cf. la imitación de Boileau, Sat., VIII, 69-89; A. Daudet, Tartarín de Tarascón (Tartarin-Quichptte et Tartarin-Pança).] Una mañana perezosa: roncas. “En pie — dice la Avaricia— . ¡Vamos! ¡E n pie!” Tú te niegas, y ella presiona: “En pie”, te dice. “No puedo.” “En pie.” “¿Para qué?” “¿Y lo preguntas? Para traer boquerones del Ponto, castoreum,1“ estopa, ébano, incienso, vinos suaves de Cos; ”* ocupa tu puesto para descargar, el primero, la pimienta del ca mello, aún cansado. Comercia, y sin ahorrar juramentos.” “Júpiter me escuchará.” “ ¡Ay, ay, necio!:11* Te contentarás toda tu vida con pasar el dedo por el fondo del salero,“* si pretendes vivir con Júpiter.” Ya has atado tu túnica; tus esclavos tienen el saco y el ánfora; démonos prisa: ¡al barco! Sí, en verdad, vas a partir sobre una larga quilla a surcar el mar Egeo, a menos que, hábil, la molicie no te eche atrás. Te dice al oído: “¿A dónde corres, loco? ¿A dónde? ¿Por qué? Tu pecho es fuego; hierve en él una bilis ardiente; las olas de cicuta1“ no podrían apagarlo. ¿No? ¿Tú vas a atravesar el mar? ¿Comer sobre un banco de remeros, sentado junto a una pila de cuerdas? ¿Beber de la tinaja de Veyes, venteada y oliendo a pez?117 ¿Por qué? ¿Para que tus dineros, modestamente colocados aquí al cinco por ciento,1“ te produzcan, a fuerza de sudores, él once por ciento?1“ Cuídate, y aprovechemos el buen tiempo. Sólo tenemos este momento de vida; luego serás ceniza, manes, vanas palabras.1“ Vive pen sando que vas a morir; el tiempo huye, el momento en que hablo está ya lejos de mí.” Bien. ¿Qué vas a hacer? Doble anzuelo que te desgarra, de una parte y de otra. ¿Irás por aquí? ¿Irás por allí? Debes ser esclavo y seguir a uno de los dos señores, y girar sin tregua. Sátiras, V, v. 131-156.
El sobrino de Séneca, M. Anneo Lucano, nacido en Córdoba, educado en Roma, fue un prodigio: a los 16 años había compuesto tres poemas; a los 21 era poeta laureado y gozaba del pleno favor de Nerón. Pero muy pronto el emperador, lleno de celos, le prohibió dar lecturas públicas. Como venganza, Lucano entra en la conjura de Pisón; le denuncian y se ve obligado a darse muerte. A la edad de sólo 26 años, dejaba una obra considerable (Iliaca, Saturnalia, Catachthonion, Silvas, una tragedia, Medea, 14 libretos de pantomimas-ballets, etc.), de la que sólo nos queda su epopeya en 10 cantos sobre La guerra civil entre César y Pompeyo, o Farsalia. Pero basta para conservar su gloria.
LUCANO 39-65 p. C.
La “ Farsalia” : proyecto y realización. — Lucano vuelve a la antigua tradición romana de la epopeya histórica, con la intención de no hacer intervenir ningún elemento maravilloso irracional: ello equivalía a entrar en 112. Narcótico, extraído del castor. 113. Isla del mar Egeo. 114. Véase más atrás, p. 358 s. 115. Para sólo recoger residuos. 116. Remedio contra las crisis de locura. 117. Echaban pez al vino para asegurar su conservación. 118. 5 % al mes (6 0 % ). 119. 11 % al mes (132 %). 120. Recuerdo de Horacio (Odaa, I, 4, v. 16).
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Lucano contradicción con sus contemporáneos, fanáticos admiradores de Virgilio, que sólo concebían la epopeya como algo legendario y mitológico. La audacia era tanto mayor teniendo en cuenta que el tema escogido, casi actual y conocido a través de muchas obras (historias o memorias), trataba de los orígenes del régimen imperial. Lucano pensaba llevar su poema hasta la muerte de César, o tal vez a la batalla de Filipos, en la que murieron los asesinos del dictador. Pero no tuvo tiempo. Causas de la guerra civil. César atraviesa el Rubicón y marcha sobre Roma, espan tada ante los prodigios (I). Sin embargo, Catón y su sobrino Bruto se deciden, con una filosofía serena, a defender la libertad. Pero, ante los progresos de César, Pompeyo aban dona Italia (II). Ve en sueños a su primera esposa, Julia, que le predice sus desgracias futuras. César, dueño de Roma, marcha a sitiar Marsella, que sus lugartenientes obligan a capitular (III), mientras él mismo lucha contra los pompeyanos en España (IV). En el Epiro, el Senado ha confiado el mando supremo a Pompeyo. César, nombrado dic tador y cónsul en Roma, concentra sus tropas con dificultad al otro lado del Adriático (V); dirige operaciones desafortunadas ante Dirraquio y, perdonado generosamente por su ad versario, se retira a la Tesalia (VI). Pompeyo es vencido en la Farsalia y huye (VII); pero, cuando quiere desembarcar en Egipto, el rey Ptolomeo lo manda asesinar (VIII). Catón, convertido en jefe de los ejércitos republicanos, los conduce a través del desierto de Libia, lleno de serpientes, hacia la provincia de África, mientras César se instala en Egipto (IX) y se establece en Alejandría, donde Cleopatra lo seduce y una suble vación le obliga a corrér los más graves peligros (X).
Escrito con mucha rapidez, y sin dificultad de composición, pues seguía el orden cronológico, el poema progresa con un movimiento regular y sin altibajos de estilo; únicamente la ola retórica cobra incremento a partir del canto VI, lo que es normal cuando nos acercamos a los sucesos esenciales. Pero, sometido a las impresiones momentáneas del autor, refleja la desgracia de Lucano con un notable cambio de tono: los tres primeros cantos son históricamente imparciales entre ambos contendientes, y el primero contiene un elogio ampuloso de Nerón;121 los demás (que Lucano no publicó direc tamente) no pierden ninguna ocasión de exaltar a los pompeyanos y de añorar la libertad republicana. El espíritu científico. — Lucano se había documentado muy bien. Mejor dicho, posee el sentido de la historia: su cuadro de causas morales y sociales de la guerra civil es admirable. Tiene el tacto de la precisión, aunque ello le obligue a ciertas sequedades o prosaísmos: se le reprochaba el ser un “his toriador” en verso. Pero, participando de la curiosidad científica de su siglo, encontró en toda clase de conocimientos (como en Francia los poetas de La Pléyade) nuevas fuentes de poesía. Primero la geografía y la etnografía: en cada canto, largos rodeos llevan al lector por todos los lugares del Mediterráneo, como ya había hecho Pomponio Mela. A ello se suman la astrologia y la magia: ellas solas, con la descripción de los prodigios, introducen en el poema
121. Seremos menos severos tras la lectura de P. Grimai, L ’éloge de Néron... est-il ironi que? (Rev. des Êt. lat., XXXVIII, I960, p. 296).
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LA LITERA TU RA CLAUDIANA
el elemento maravilloso, aunque un elemento maravilloso actual y vivo: pues los contemporáneos creían en él. Por último, la fisiología y la historia natural: la sed, el hambre, las serpientes venenosas, dan amplia materia a Lucano. Sinembargo, utiliza estas ciencias más como poeta que como sabio: podemos sorprender sus faltas con frecuencia: generaliza o concentra cono cimientos prontamente adquiridos para lograr un efecto intencionado. Así, la descripción de los datos astrológicos en la víspera de la guerra civil no res ponde a ninguna realidad: agrupa arbitrariamente todos los signos aterrado res de los que Lucano ha podido encontrar mención en los tratados “cien tíficos”. Pompeyo y César [Retratos antitéticos y simétricos; históricamente justos (con menos simpatía hacia César). — Estilo breve y mordaz (cf. Salustio y, en ocasiones, Veleyo Pa térculo). — Dos comparaciones “homéricas” (desarrolladas por si mismas) con una fuerte originalidad.] Entre los adversarios, por lo demás, no había ningún punto en común. E l uno, bajo el peso de los años, gastado tras largos años de vida civil, había perdido en la paz su ciencia de general; ansioso de gloria, prodigaba los avances, se entregaba por entero a las corrientes populares, gozaba de los aplausos de su teatro,“ “ y, sin asegurar fuerzas nuevas, volvía sin medida a su antigua fortuna. Se mantenía como sombra de un gran nom bre. Al igual que en una fértil campiña se yergue, altiva, una encina cargada de los despojos del pasado y de ofrendas de victorias:“ · pero no enraíza con vigor, tan sólo su peso la une a la tierra; en los aires sólo extiende sus ramas desnudas; su tronco, no su follaje, da sombra: sin embargo, aunque vacilante y pronta a caer ante el primer viento, y aunque alrededor de ella se alza un vigoroso bosque, atrae la veneración. César no tenía un nombre tan grande ni una gloria militar semejante, pero tenía un valor que se encendía sin tregua y sólo sentía vergüenza a no vencer; un ardor indómito; un brazo dispuesto siempre a inclinarse hacia la esperanza, hacia la venganza; no sentía escrúpulos en enrojecer el hierro; “ crecía de éxito en éxito, conseguía el favor divino, abatía todo lo que hacía frente a su carrera, gozoso de abrirse paso entre las ruinas. Al igual que el rayo que, a través de las nubes, hacen brotar los vientos,1* chocando con el éter, sacudiendo con su estrépito el cielo, brilla fulgurante de súbito, eclipsa el día con un brillo desgarrador, y llena de espanto a las gentes temblorosas que deslumbra con su llama oblicua; hace estragos en sus mansiones celestes; nada se opone a su paso, cae y se alza sembrando a lo lejos la ruina, antes de congregar“ * sus fuegos esparcidos. I, v. 129-157.
El bosque de Marsella [Intercalado brillante (César, que necesita maderas de construcción para sitiar Marsella, no dudará en violar el misterio sagrado de este bosque). — Curiosidad etnográfica acerca de las formas primitivas de las creencias humanas. — Ejecu ción romántica, muy recargada, pero de gran efecto. — Escepticismo latente y despreocupado, que se concentra (hacia el final) en una fórmula mordaz.]
122. Pompeyo había construido el primer teatro de piedra en Roma. 123. En los países musulmanes aún j¡e cuelga toda clase de ofrendas (incluso jirones de vestidos) en árboles sagrados. 124. De sangre. 125. Teoría aceptada por Séneca (Cuestiones naturales, II, 22 ss.), pero combinada aquí con la de Lucrecio (VI, v. 211 ss.). 126. En el cielo, adonde se remonta — según creían los antiguos— el rayo (porque el fuego tiende hacia la altura).
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Lucano Había un bosque sagrado, no violado desde hacia siglos, cuyas ramas entrelazadas encerraban, ál abrigo de los rayos, un aire tenebroso y una sombra glacial. No es la man sión ni de Tos Panes“ 7 campestres ni de los Silvanos“ * nemorosos, ni de las ninfas: loe dioses bárbaros le imponen sus ritos. Bajo las piedras del sacrificio se elevan soberbioe altares; cada árbol ha recibido la repetida consagración de sangre humana.“* Si se puede dar fe a una antigua superstición^ los pájaros temen posarse en las ramas de este bosque, las fieras no buscan morada en él; el viento no penetra, ni el relámpago que se desprende de las nubes sombrías; ningún soplo de viento levanta el follaje, y los árboles se n1«»n terriblemente rígidos. E l agua se esparce por doquier en fuentes negras. Lúgubres, sin arte, las imágenes de los dioses se esbozan informes, en los troncos; podridas y carco midas, su lividez basta para provocar el espanto; pues no se teme a los dioses cuya santidad es bien conocida: en cambio, el terror crece cuando ignoramos los dioses a los que tememos. Decíase también que la tierra suele temblar, que los antros profundos gimen, los tejos colgantes se alzan a menudo, que un brote de incendio, sin llamas, invaaía d bosque, y los dragones deslizaban sus nudos sobre los troncos de los árboles. Las gentes no acuden en masa a rendirle homenaje: los abandonan a los dioses. Cuando Febo está en su cénit o el cielo sepultado en la noche, el propio sacerdote tiembla al acercarse y sorprender al Señor del Bosque.
III, v. 399-425.
La empresa épica. — E l racionalismo científico de Lucano, su propósito de no hacer intervenir a los dioses en la acción, y el hecho mismo de sus traer la acción a la magia del antiguo pasado eran otras tantas dificultades para la creación de una atmósfera épica. Lucano tuvo, a un tiempo, clara conciencia del genio que se imponía y de los medios con los cuales se puede convertir la historia en una gesta heroica. El principal consiste en pintar con energía la grandeza de los seres excep cionales. Pero Lucano no quiere hacer un héroe de César: desde un prin cipio, no siente simpatía hacia él; y, para equilibrar la acción, ha de situarlo al nivel de Pompeyo, que, pese a todo, se mantiene en un nivel mediocre; por otra parte, la sola potencia intelectual es difícilmente un resorte épico. Catón será el personaje sobrehumano, símbolo complejo de todas las antiguas virtudes romanas, de la libertad que muere y del estoicismo militante. En él se idealizan la sumisión a la Fatalidad y el orgullo de la moral estoica, de que aparece penetrado todo el poema; y, recíprocamente, las máximas y sermones estoicos de la Farsalia, al recordar a Catón, amplían su papel, históricamente bastante reducido.130 Por lo demás, ya se trate de protago nistas o de personajes secundarios, la psicología de Lucano se mantiene esquemática y sin vida real. Catón ante la guerra civil [Ante una guerra civil inminente, Bruto (el futuro asesino de César) viene, de noche, a pedir consejo al virtuoso Catón. — Civismo de Catón: no tolera permanecer separado de la colectividad; incluso quisiera sacrificarse por ella. La argumentación se hace confusa por la sobreabundancia dé formas estoicas y los adornos poéticos. — Pero lo cálido del sentimiento y de la imaginación da vida real al párrafo. — Cf. más atrás, las páginas de Séneca (p. 344 s.).] 127. Semidioses (griegos) de los campos. 128. Semidioses (latinos) de los bosques. 129. En la Galia libre se celebraban aún, conbastante frecuencia,sacrificios humano·. 130. Un busto encontrado en Volubilis(Marruecos), de impresionantebelleza presenta — casi por la misma fecha— la noble serenidad, casi heroica, del rostro de Catón.
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LA LITERATURA CLAUDIANA “Sí, Bruto, no hay peor crimen que una guerra civil. Pero mi virtud avanzará, tran quila, siguiendo los Destinos que la mueven: la falta recaerá en los dioses, por haber hecho culpable al propio Catón. “¿Quién estaría dispuesto, sin sufrir su parte de terror, a contemplar la caída de las estrellas γ del cielo? ¿Quién querría, cuando el éter“ 1 se desprende del empíreo y la tierra se tambalea al recibir por doquier el peso de los derrubios del cielo, permanecer con los brazos cruzados? ¿Quién? Pueblos desconocidos entroncarán con las locuras de Hesperia; “* reyes de allende el mar y del otro hemisferio acompañarán a los ejércitos romanos; ¿yo solo quedaré ocioso? ¡Apártese de mí, dioses omnipotentes, esa locura de querer, en un desastre que azotará a los dahos183 y a los getas,“ 1 ver impasible cómo se hunde Roma! Un padre a quien la muerte ha privado de sus hijos lleva el largo cortejo hasta la sepultura; oprimido por el propio dolor, se complace en introducir sus manos en medio de los fuegos sepulcrales y en mantener las teas fúnebres: yo también, Roma, no me separaré de ti hasta que haya conducido tu nombre a la tumba, ¡oh libertad!, y tu sombra vana. Sea así: que los dioses implacables reciban intacto el sacrificio de Roma; no libre mos una sola víctima de la guerra. ”Oh, |si al menos los dioses del Erebo ^ aceptaran mi frente cargada con todos nuestros crímenes! Decio se entregó,““ y los ejércitos enemigos lo aniquilaron: que ambos ejércitos me acribillen, que la masa de bárbaros del Rhin me tome por blanco de sus tiros; yo iría, con el pecho descubierto, a desafiar todas las lanzas y a concentrar en mí todas las heridas de la guerra. ¡Ojalá mi sangre redima a los pueblos, y mi muerte lave la deuda de la inmortalidad romana! ^ ¿Por qué condenar a morir a pueblos dóciles al yugo, dis puestos a sufrir una tiranía cruel? Sólo debéis acometerme a mí solo, que me obstino en defender en vano las leyes y un derecho trasnochado. Aquí está mi cuello: en él reside la paz, en él el fin de los males para Hesperia. Tras mi muerte, quien quiera reinar no tendrá que combatir.“ ' ’’¿Por qué, pues, no seguir las enseñas de la República y de Pompeyo? Con seguridad, si la Fortuna le ayuda, puede, él también, dominar el mundo: pero, si le ayudo a vencer, sabrá que el beneficio de la victoria no le está a él reservado.” II, v. 286-323.
Catón y el oráculo de Ammón [Dirigiendo el resto del ejército republicado hacia la provincia de Africa (Tu nicia) Catón llega al oasis (entre Egipto y la Tripolitania) donde el gran dios Ammón revelaba sus oráculos: insisten en que pida uno. — La religión de Catón: evidencia y valor absoluto de la moral, innata en el hombre; la idea de Dios superior a las formas de la divinidad. — Orgullo de estoico sometido al orden universal, pero, por sus actos, imagen espiritualizada de Dios sobre la tierra. — Sublimidad lenta, un tanto descuidada, en la expresión.] Labieno, más que nadie, presionaba para que interrogara al cielo acerca de los acon tecimientos futuros: “E l azar, decía, y nuestra suerte nos hacen encontrar en nuestro camino el oráculo y los consejos de un dios tan grande; puede guiamos a través de los sirtos“* y enseñamos los destinos de la guerra. Pues, ¿a quién antes que al santo Catón abrirían los dioses sus secretos y le dirían la verdad? En verdad, tu vida ha tomado siem-
131. La parte más alta y más sutil del aire, vecina a la región del fuego y de los astros (empíreo). 132. Nombre poético de Italia. 133. Pueblo bárbaro, al otro lado del mar Caspio. 134. En el sur de Rusia. 135. Las profundidades tenebrosas de los Infiernos. 136. Tres Decios habían practicado la deuotio·. acto religioso por el que el general subs tituía, como víctima debida a los dioses infernales, a su ejército en peligro. 137. Lucano atribuyó la causa colectiva esencial de la guerra civil a la decadencia de las costumbres: Catón representa la virtud ofrecida como víctima expiatoria. 138. Catón, que representa la libertad, debe desaparecer para dejar paso al Imperio. 139. Parajes marítimos peligrosos entre la Cirenaica y la Tunicia.
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Lucano pre por regla sus leyes supremas, y caminas tras los pasos de los dioses. He aquí una ocasión de conversar con Júpiter: pregúntale qué suerte correrá el odioso César, y qué ocurrirá a nuestra patria; ¿vivirán libres los pueblos bajo sus leyes, o la guerra civil será en vano? Llena tu corazón de las palabras del dios. Tú, amante de la rígida virtud, ase gúrate, al menos, cerca de él de qué sea la virtud, pregúntale la regla infalible del bien.” Y él, lleno a rebosar del dios que llevaba, en silencio, en el fondo de su alma, dejó que de su corazón se escaparan palabras dignas del santuario profético: “¿Qué quieres que pregunte, Labieno? ¿Si prefiero morir libre bajo las armas a ver reinar a un tirano?“ 0 ¿Si esta vida no es nada? 140 ¿Si su prolongación le da valor?141 ¿Si hay alguna violencia capaz de dañar al hombre de b ien?141 ¿Si la Fortuna deja sus amenazas al enfrentarse con la virtud?111 ¿Si basta con desear aquello que es laudable?110 ¿Y si nunca el éxito es un incremento del honor?140 Ya sabemos todo eso; y Ammón no lo ha de grabar con mayor profundidad en nosotros. Todos dependemos de los dioses; el templo podría callar: la voluntad divina no dejaría por ello de regir todos nuestros actos. Y no necesita palabras: cuando nacemos, ya nos ha dicho, de una vez para siempre, todo lo que debemos saber. Dios no ha escogido las arenas estériles para comunicarse sólo con algunos; no ha ente rrado la verdad entre este polvo: su mansión sólo hay que buscarla en la tierra, en el mar, en el aire, en el cielo, en la virtud. Y ¿para qué buscar a los dioses? Júpiter es todo cuanto ves, todo cuanto sientes.1“ Que pregunten la suerte aquellos que dudan y flotan sin cesar en la incertidumbre: mi certeza no se encierra en los oráculos, sino en la verdad de la muerte.143 Cobarde o valiente, hay que morir: Jú piter144 lo ha dicho, y eso basta.” Dijo estas palabras, y sin menguar el crédito de los altares,1“ se alejó, dejando a las gentes su Ammón, al que no había querido consultar.14* IX, v. 549-586.
De hecho, los acontecimientos, muy próximos aún, rebasan a los acto res. Lucano trató, pues, de dar a la narración misma un carácter épico. Lo ha hecho, a menudo, con bastante tosquedad, por el abuso de los procedimientos de amplificación retórica o por exageraciones que desafían a la naturaleza e incluso al sentido común. Se complace, por ejemplo, en amplificar las descripciones (paisajes, costumbres exóticas, palacios egipcios, etc.), que pasa ban por uno de los adornos de las historias. Por último, ha intercalado en la secuencia de los hechos un buen número de pasajes en que su imaginación romántica ha podido correr libremente: sueños de Pompeyo (III; VI); consul tas de la pitia délfica por Apio (V), una necromancia por Sexto Pompeyo (VI). Si el objetivo del poeta es demasiado visible en tales casos, sin embargo hay que reconocer que algunas de estas partes son las más impresionantes tie la Farsalia. Las torturas de la sed [Los ejércitos pompeyanos de España se ven bloqueados por César en las montañas, cerca de la confluencia del Ebro y del Segre. — Descripción del más subido realismo, en que la imaginación agrupa arbitrariamente e intensifica los datos psicológicos. — La indignación patriótica contenida de Lucano nos obliga a perdonar su complacencia excesiva en un pintoresquismo que excita los nervios del lector.]
140. 141. 142. 143. 144. 145. 146.
Respuesta: sí. Respuesta: no. Teoría estoica del panteísmo (Dins está en todo). Necesaria a través del suicidio: Catón sematará en Otica (cf. más atrás, p. 351). Es decir: la Naturaleza exige. Los estoicos respetaban las apariencias de la religión tradieional (popular). La palabra final pone a Catón por encima de Ammón, al que hubiera podido abatir.
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LA LITERA TU RA CLAUDIANA Ya faltaba el agua: cavan en la tierra para buscar manantiales secretos, corrientes ocultas. Pero no les bastan ni azadones ni robustos picos; emplean sus puñales; y el pozo se hunde a través del monte hasta el nivel del llano fresco: el pálido buscador de oro asturiano1" no cavaría tan profundamente, tan lejos de la luz. Pero no se consigue nada: no se oye ruido alguno de corrientes subterráneas, ni se produce un brote repentino de agua ante el golpe que rompe la piedra árida, ni un fino rocío se filtra en el fondo de las cavidades, ni un hilillo perdido, tortuoso, en la arena removida. Salen, tan sólo, más exhaustos de esas minas de sílex: de la búsqueda de las aguas sólo han ganado poder soportar menos la ardiente sequedad. Cansados, no mantienen con ningún manjar sus cuerpos desfallecidos; rechazan los alimentos, y apelan al hambre para que les ayude. Cuando la tierra más blanda transparenta alguna humedad, aprietan con sus manos, contra sus labios, los terrenos frescos; cuando ven un charco pequeño e infectado, lleno de limo negro, se lanzan a ras de tierra y se disputan ese terrible brebaje, bebiendo para morir de aquello que no habrían querido tomar para seguir viviendo. Se cuelgan, como animales, de las ubres del ganado, las oprimen y agotan y, a falta de leche, chupan la sangre que brota de las entrañas agotadas. Entonces, roen hierbas y hojas, arrancan las ramas hume decidas por el rocío, exprimen, cualquiera que ésta sea, la savia de los tallos jóvenes y de la tierna medula de los árboles. ¡Ay, dichosos aquellos que mueren esparcidos en los campos, junto a las aguas que ha envenenado, huyendo, un enemigo bárbaro! |Tú puedes, César, sin guardar secreto, infectar los ríos de pus y sangraza, mezclar en ellos el lívido acónito de las rocas de D icteo :148 estos jóvenes romanos beberán a sabiendas. Una llama roe sus entrañas; su lengua raspa su boca dura y seca; sus venas languidecen; su pulmón, no regado por líquido alguno, se abre menos a los pasos altemos del aire; el aliento brusco y entrecortado, roe su gaznate; su boca se abre, sin embargo, para aspirar el fresco de la noche. Esperan ahora esas lluvias que poco ha azotaban y anegaban los campos; y sus ojos se fijan en las nubes áridas; y, para agotar más a esos desdichados a quienes tortura la sed, no se encuentran en el ardiente Meroe,1" bajo los fuegos del Cáncer,en las arenas que labran los garamantos “° desnudos; no: el ejército está bloqueado entre el lánguido Sícoris y las rápidas aguas del Ebro; muere de sed con los ríos a la vista, muy próximos. IV, v. 292-336.
Las hazañas de Esceva [Ante Dirraquio, un puesto de César ha sido sorprendido por los pompeyanos: el centurión Esceva, solo, lo salva. — Irrealidad de los hechos e hinchazón en las expresiones. — Realismo extremo en los detalles físicos (exageración con una tendencia ya homérica). — Antítesis retóricas.1 En pie sobre el vallado que se hunde, arroja los cadáveres, de que estaban llenas las torres, y aplasta a los enemigos que se acercan; no hay nada en las ruinas, madera o piedra, que no procure armas al héroe: llega a amenazar al enemigo con su propia caída. Con una estaca, con una robusta palanca, arroja a aquellos cuyo pecho rebasa el muro; con la espada corta las manos de los que se abalanzan sobre el techo; aplasta una cabeza; hace crujir los huesos a pedradas y esparce los sesos, mal protegidos con su frágil cubierta; prende fuego a los cabellos y la barba de otro: los ojos crepitan en el fuego que los quema. Cuando el creciente montón de cadáveres hubo unido lo alto del muro con la tierra, un salto tan rápido como el que lanza a la rápida pantera en medio de las jabalinas, lo precipita por encima de las armas en el justo punto medio de las armas enemigas. Enton-
147. En Asturias, rica zona minera, los romanos explotaron las minas de oro y — sobre todo— de plata. 148. Montaña de Creta, en la que se cogían las hierbas medicinales y venenosas: el acó nito es llamado “livido” porque acarrea la muerte. 149. Isla del alto Nilo, en Etiopía; Cáncer, constelación en la que parece hallarse el Sol en verano, simboliza la extrema calor. 150. Pueblo del Sahara.
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Lucano ces, oprimido entre compactos batallones y rodeado por los combatientes, mata a quien se para ante sus ojos. Ya se había embotado su espada, la sangre untaba la punta: como ya no podía hacerla servir como espada, quebraba la carne sin penetrar en ella. E l enemigo, con todas sus armas y toda su masa, lo asedia: ni una mano deja de dar golpe, ni una lanza se aleja de su objetivo; la Fortuna contempla un raro combate, combate igual: ¡la guerracontra un hombre! Su robusto escudo resuena bajo una granizada de golpes; las ruinas desu casco oprimen y queman su frente; y sólo cubre su pecho desnudo el bosque de tiros que alcanzan hasta sus huesos. VI, v. 169-195.
Nécromancie [Sexto, hijo de Pompeyo, consulta, antes de la batalla de Farsalia, a una hechicera de Tesalia (el país estaba saturado de ellas). Esta, Erictó, ha tomado el cuerpo de un soldado muerto recientemente y, durante la noche, ha traído su alma hasta él, para que, por su boca, profetice el porvenir. — Inciso en una poesía extraña, llena de imaginación pintoresca y de retórica efectista. — Mundo maravilloso y actual: los contemporáneos de Lucano creían en la magia. — Fuer za en el estilo.} Con estas palabras, levantando su cabeza y su boca espumante, ve en pie la sombra del muerto, que tiembla ante su cuerpo yacente y teme volver a entrar en su odiosa prisión: ese pecho abierto, esas carnes desnudas, desgarradas por una herida mortal, le inspiran horror; ¡desdichado aquel a quien sin piedad privamos del supremo beneficio de la muerte! ¡No poder morir! Ericto se asombra de que los destinos se resistan a obedecerla; se indigna contra la Muerte; flagela el cadáver inmóvil con una serpiente viva y, por las grietas que su encanto ha abierto en la tierra, grita contra los Manes 1B1 y rompe el silencio del reino infernal: “Tisífone, y tú, Megera,”“ ¿despreciáis mi voz, no arrojáis con vuestros crueles látigos “· esta alma miserable a través de los espacios del Erebo? Cuidad que no os evoque llamándoos por vuestro auténtico nombre,15* perras de la Estigia,““ a la luz del mundo superior; que no os arroje, guardiana vigilante, de las hogueras y los cadáveres, que no os aparte de las tumbas y os separe de todas las urnas.1" Y tú, Hécate,“ 7 que disfrazas tus rasgos cuando vas al encuentro de los dioses, les mostraré tu lividez purulenta y tu cara de Erebo, sin que puedas cambiarla; les diré qué impuros alimentos,“ 8 oh enea,1“ te retienen prisionera en el fondo de la tierra, qué amor culpable“0 te liga al rey lúgubre de la noche, qué manchas impiden a Ceres1“ llamarte a ella. En cuanto a ti, el peor de los dioses1“ que comparten el universo, tiembla si, rompiendo tus cavernas, dejo entrar a Titán“· y te inundo con un fulgor repentino. ¿Obedecéis? ¿O tendré que nombrar a aquel1“ cuyo nombre jamás lo escucha la tierra sin experimentar una sacudida, que mira a la Gorgonalm cara a cara y castiga a Erinis,“ “ temblorosa bajo su látigo; el que, 151. Aquí, divinidades de los Infiernos. 152. Dos de las Furias. 153. Látigos de serpientes, como el de Erictó. 154. El que sigue. 155. Río de los Infiernos. 156. Las Furias, según se creía, buscaban las hogueras funerarias y las tumbas, como las mismas hechiceras. 157. Diosa de los Infiernos, bajo su nombre mágico. 158. Sin duda, como permiten sospecharlo los papiros mágicos, carne humana: la Muerte, como la tumba, “devora” los cuerpos. 159. Había sido raptada por Plutón cerca de Hena, enSicilia. 160. La ley romana prohibía el matrimonio de unasobrina con su tío. 161. Madre de Proserpina. 162. Plutón (hermano de Júpiter y de Neptuno). 163. El sol, temido por los dioses infernales. 164. El “dios creador”, que residía en el centro de la tierra, y cuyo auténtico nombre no se osaba o no sç sabía pronunciar. 165. Monstruo de ojos petrificantes, muerto por Perseo, que figuraba entre los demonios más temibles de los Infiernos. 166. Nombre genérico (griego) de las Furias; aquí, diosa de la venganza.
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LA LITERATURA CLAUDIANA lejos de vuestras miradas, posee el Tártaro,1* para quien vosotros sois dioses de las alturas y que puede perjurar en nombre de la Estigia?“ 8 Al ponto la sangre detenida del cadáver se calienta, anima las heridas negruzcas, corre a través de las venas hasta las extremidades de los miembros. Bajo el pecho helado, las visceras tiemblan, palpitan; una vida nueva se desliza por las medulas insensibles y se mezcla con la muerte. Entonces los miembros se estremecen; los músculos se ponen tensos. El cadáver no se levanta lentamente, encogiendo sus miembros: la tierra lo rechaza, se alza bruscamente. Los párpados se abren ampliamente, descubren las pupilas: el suyo, no es aún el rostro de un vivo, sino el de un hombre que va a morir; conserva su palidez y su estado rígido, con el aturdimiento grotesco de un ser vuelto al mundo. V I, v. 719-760.
Por fin, Lucano dio una amplitud totalmente nueva al recurso alejan drino que, a través de la intervención personal del poeta permite dar calor a la epopeya en los momentos patéticos. Una doctrina dogmática, el estoicis mo, y un caluroso entusiasmo (en parte literario) por la libertad animan y unifican en la Farsalia las efusiones del poeta. Dichas efusiones son menos líricas que oratorias; pero, como consecuencia, se fundan mejor en el conjunto del poema: las convicciones de Lucano se expresan de modo semejante en boca de Catón o de Bruto o por los apostrofes o las meditaciones de que ha llenado la Farsalia. Añoranza por la Roma republicana [Meditación llena de elocuencia, antes de describir el poeta la batalla de Far salia: orgullo de la grandeza romana; condena de los dioses; odio irónico hacia los emperadores (Lucano se halla en ese entonces en desgracia). — Abuso del vocabulario convencional de la poesía. — Irregularidades en la invención, feliz o forzada. — Y, sin embargo, cuidado continuo del estilo.l Todos los años las guerras te entregaban naciones; Titán te ha visto m overte en ambos hemisferios. Sólo quedaba una porción de tierra por conquistar, en Levante, para que toda la noche fuera tuya, y tuyo el día, tuya la rotación del éter, para que, a su paso, las estrellas no contemplaran por doquier más que el dominio de Roma. Mas, para hacer volver atrás a tu destino, para destruir la obra de los siglos, ha bastado esta funesta jomada tesalia. Este día ensangrentado ha liberado a la India del pánico a los haces "* latinos, deja a los dahos andar errantes sin que un cónsul, premioso, con la túnica alzada y la esteva del arado sármata,1™ los encierre en un recinto urbano; m por él los partos te deben siem pre el castigo de su cruel victoria;1,1 por él, huyendo del crimen de la guerra civil, para no volver más, la Libertad se ha retirado más allá del Tigris178 y del R h in;1,4 y, por más que la hemos llamado, dispuestos a dejamos matar por ella, va, prodigando sus beneficios al germano y al escita, sin volver ya los ojos hacia la Ausonia.175 i Ay! Preferiría que nuestros pueblos no te hubieran conocido; que, desde el momento en que el vuelo augural del
167. La parte más profunda de los Infiernos. 168. Cuando los dioses juraban por la Estigia, estaban obligados a mantener su juramento. 169. Signo de autoridad de los magistrados romanos. 170. Epíteto aproximativo: los sármatas (Polonia, Ucrania) habitaban muy lejos de loi dahos (mar Caspio). 171. El cónsul aparece representado trazando con el arado el recinto de una colonia: 1· civilización grecorromana era más de signo urbano que rural; con mayor razón se opone al nomadismo. 172. Sobre Craso, en Carrhae (53 a. C.). 173. Aproximación: se trata de los escitas, no de los partos (que tienen reyes absoluto«). 174. Entre los germanos. 175. Nombre poético de Italia.
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Lucano buitrem permitió a Rómulo fundar tu recinto y llenar el bosque de refugiom de una población sin nombre, hasta el hundimiento tesalio, hubieras sido esclava, (oh, Roma! Yo, la Fortuna, tengo que lamentarme de los Brutos.1™ ¿Dónde están los tiempos en que las leyes reinaban, en que los años eran nombrados por los cónsules? Dichosos los árabes, los medos, la tierra de la Aurora, a quienes los destinos impusieron una tiranía perpetua. De todos los pueblos que sirven bajo un rey, el nuestro es el peor, pues sentimos ver güenza de nuestra esclavitud. No, no, para nosotros no hay dioses: un azar ciego mueve los siglos; mentimos al decir que reina Júpiter. ¿Cómo? ¿Permanecería, con el rayo en la mano, cual cómodo espectador de la matanza tesalia? Sin duda, lanza sus fuegos sobre Foloe, sobre el Eta, sobre los inocentes bosques de Rodope y los pinos de Mimas,1” ¡dejando que hieran la cerviz inocente de Casiol “ ° Hizo que las estrellas se aparecieran a Tiestes [en pleno día], condenó a Argos a una noche repentina,“ 1 |y concederá la luz a la Tesalia, donde tantas espadas se preparan también para el fratricidio y el parricidio! No, ningún dios se ocupa de los mortales. Toda la venganza que la tierra puede obtener del cielo, la tenemos en las manos. Las guerras civiles igualarán a los Olimpicos con nuestros tíranos difuntos; ”* les dará un adorno de rayos y estrellas; |y Roma acudirá a los templos de los dioses a jurar por las sombrasl V II, v. 421-459.
El arte de Lucano. — La concepción de Lucano es, por tanto, de una rara originalidad; su arte es desigual: pero hemos de tener en cuenta la juventud del poeta y la falta de conclusión de su obra. Su retórica, pese a la brillantez y fuerza, llega a cansamos: no deja suficiente relajación al lector; las fórmulas brillantes de que se nutre son a menudo deshilvanadas u oscuras. Cultivada las más de las veces por ella misma, tiñe demasiado uniformemente las efusiones del autor y Jos discursos que pone en boca de sus personajes. Incluso cuando llega a la sublimidad —Lucano puede entonces compararse a Corneille o Hugo— , la amplificación y el énfasis la deslucen muchas veces. Pero es capaz también de llegar a la brevedad mordaz, a la plenitud, al calor: Lucano tenía el temperamento de un orador. Es también un autor de potente imaginación, sobre todo visual. Erró al buscar en exceso el efecto y querer rebasar los límites de sus predeceso res: sus descripciones son largas y recargadas. Manifiestan asimismo un gusto romántico hacia la violencia, hacia lo horrible. Pero se imponen por su fuerza evocadora: con Persio, Lucano se halla en los orígenes de ese tipo de realismo que cree necesario extremar la expresión para dejarse oír. Contemporáneo de las suntuosas y fantásticas arquitecturas con que los pintores del “Cuarto estilo” decoraban las paredes de las casas de Pompeya, Lucano anuncia, por decirlo así, la estética “barroca”, que produjo entre nosotros muchas obras de arte, desde Agripa d’Aubigné a P. Claudel.
176. Véase más atrás, p. 75. 177. Para poblar Roma, Rómulo había abierto un asilo a los refugiados de todas las pro cedencias. 178. Quien arrojó a los Tarquinios y estableció la República; y el asesino de César, que no supo asegurar la libertad en Roma. 179. Montañas deshabitadas de Arcadia, de Tesalia, de Tracia y de Jonia. ISO. Uno de los principales asesinos de César. 181. Tiestes sirvió a su hermano Atreo sus propios hijos para que los comiera, y Zeus (Júpiter) hizo retroceder al sol. 182. Sátira de la divinización de los emperadores romanos después de su muerte.
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Su lengua es muy compleja e irregular; oscila entre la reminiscencia clásica, la invención feliz y sus aproximaciones. Pero está llena de colorido y ofrece combinaciones de palabras que revelan el gran poeta. Muy cons ciente de sus efectos, Lucano da, cuidadosamente, valor a sus hallazgos con el corte de los versos (a veces muy fraccionados) y los repetidos brotes. Corre el riesgo de dureza y monotonía; pero si nos imaginamos el poema declamado en pública lectura, quedamos impresionados ante la potencia de tales efectos. Conclusión. — Tanto en su arte como en su pensamiento, Lucano parti cipa sólo limitadamente de] diletantismo cosmopolita del período claucfiano: su patriotismo romano, su tendencia a la elocuencia continua hacen de él un precursor del nuevo clasicismo, del que Tácito y Juvenal serán los más ilustres representantes. PETRONIO El descubrimiento de la conjura de Pisón obligó también a mo?-65 p. C. rir a C. Petronio Arbiter, a quien —al parecer— debemos identi ficar con el autor del Satiricon. Se trataba de un gran señor epicúreo, durante mucho tiempo amigo íntimo de Nerón, y que rodeó todos los actos de su vida de sibaritismos, placeres, funciones públicas, y hasta su suicidio, la misma inquietud de perfección fácil. “ El Satiricon” . — De su novela, sólo nos quedan fragmentos (al parecer resúmenes de los libros XIV a XVI). Es la narración, hecha por un hombre disoluto, Encolpo, de sus andanzas en compañía de dos amigos tan poco escrupulosos como él, Ascilto y Gitón; la escena que se nos ha conservado ocurre en muchas ciudades de la Italia meridional. Los episodios, muy varia dos, se entroncan a menudo entre sí, como en la novela picaresca: el más importante nos pinta ampliamente un festín ridículo en casa de un libertó riquísimo, Trimaldón. El tono, muy libre, y la mezcla de prosa y verso emparentan la obra con las Fábulas Milesias de los griegos y la Sátira Menipea. Aunque presenta una originalidad tan compleja, que sólo puede explicarla la personalidad de su autor. El autor: la sociedad mundana. — Petronio pertenece a la gran sociedad de Roma. Es clásico por formación; lo continúa siendo en sus gustos: repre senta para nosotros la continuidad de la corriente que disimula el éxito arrollador de los Sénecas, Persio y Lucano. Sus sentidos son delicados y finos, como los de un Ovidio. Pero su experiencia es mucho más amplia y variada: el desenfreno de la alta sociedad bajo Nerón avivó su curiosidad y le permitió satisfacerla. El escéptico enervado. — Aporta ya, en sí, un escepticismo que tales experiencias sólo pueden fortificar. Mira con sutileza o pone de relieve lo ridículo de toda actividad humana: vana retórica con la que se nutre a la juventud, resortes usados de teatro (mimo o tragedia), prédicas de los filóso370
Petronio
fos, carácter grotesco de los nuevos ricos, miseria moral y material del pueblo, preciosismos de la corte, etc. Incluso, al parodiar a través del ridículo Eumol po el primer canto de la Farsalia —con estilo convencional—, encuentra el medio de criticar a la vez la epopeya nueva y el mal clasicismo. Teoría de la poesía clasicizante [Gran sutileza en las intenciones, y extrem a fineza en el estilo lleno de imá genes (que anuncia el de Quintiliano). — ¿Afirm a Petronio todo lo que pone en boca de Eumolpo? ¿N o se contradice al exigir, a un tiempo, del poeta épico, mucha erudición literaria y un “delirio profético” ? . — En resumen, gustos clá sicos, y espíritu predominantemente crítico (contra los poetas aficionados; contra la nueva poesía de Lucano) : Petronio anuncia a Valerio F laco y Estacio.]
Muchos jóvenes confían entusiasmados en sus dotes poéticas. Pues, desde el momento que logran introducir un verso en su pie y deslizar en la trama de una perífrasis una idea un poco delicada, ya se creen sobre el Helicón.“ * También algunos abogados, hartos de la agitación del foro, se refugian, como en una ensenada más segura, en la calma de la poesía, figurándose que es más fácil edificar un poema que un debate iluminado de hermosos puntos muy brillantes. Pero un poeta de cuna no gusta de estas bagatelas, y ningún espíritu puede concebir o dar a luz si no se baña por entero en el río inmenso de las letras. Hay que huir de toda expresión vulgar, por así decirlo; escoger palabras excluidas del uso de la plebe; realizar, por fin, lo que dice Horacio: “Odio al vulgo profano y lo mantengo a raya.” “* Además, hay que cuidar que los rasgos no broten fuera del cuerpo de la obra, sino que su color brille en él, sin apartarse, como el adamascado de un tejido; lo atestiguan Homero y los l í r i c o s , e n Roma Virgilio y la feliz empresa de Horacio. Pues los demás o no han visto el camino que conduce a la poesía, o bien, habiéndolo visto, han dudado seguirlo. He aquí este inmenso tema de la “Guerra Civil” : quien pretenda abordarlo sin rebosar en conocimientos literarios, sucumbirá bajo su carga. Que no se trata de poner en verso los acontecimientos (los historiadores lo hacen mucho mejor); es preciso que, a través de giros sinuosos, intervenciones divinas, complicaciones fabulosas y brillantes, se desborde una inspiración sin frenos, de modo que nos encontremos en presencia de un delirio pro fético antes que de un relato fundado sobre lo religioso respecto a los testimonios. CX V III, 1-6.
La objetividad. — De un escepticismo tan completo nace una ironía per petua, pero tan satisfecha de encontrar su alimento por doquier, que no deforma la realidad; y la sensibilidad del escritor se complace en notar cada rasgo, sin insistir, seguro de ser comprendida por los lectores del mismo círculo. Petronio es también un gran realista; formas, colores, gestos y pala bras, son registradas por él; es uno de esos raros escritores que, sin muestras de esfuerzo, dan una imagen completa, material y psicológica, de su tiempo. No pone freno a su fantasía; era obligada en la novela antigua. Ni la exage ración cómica: en el banquete de Trimaldón, intenta darnos una caricatura magistral de los libertos nuevos ricos; pero notamos en ella una documentación innegable: detalles materiales que saltan a los ojos, caracteres matizados en su vulgaridad, hasta los solecismos y los barbarismos que, con sabrosos 1 83. Montaña de las Musas. 18 4 . Cita de Horacio (Odas, I I I , 1, v. 1.). 18 5 . Los nueve grandes líricos griegos - (Alceo, Safo, Estesícoro, Ibico, Anacreonte, Baquílidee, Simónide«, Alemán, Pindaro).
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proverbios, esmaltan su conversación. Sólo la superabundancia de detalles auténticos crea la comicidad. Entrada de la casa de Trimalción [Realismo material incrementado hasta la ilusión de verdad (nótese la brillan tez intencionada — pintoresca, pero de m al gusto— de los colores). — Ironía latente, que prepara lo ridículo del largo festín dado por Trim alción a sus hués pedes. — Juegos escénicos tomados de la comedia o del mimo (el espanto de Encolpo, que narra los hechos). — Precisión en el estilo.]
Lo seguimos, hartos ya de asombros, y, con Agamenón, llegamos a su puerta. En las columnas, un cartel decía: “Todo esclavo que salga fuera “ * sin orden de su dueño, recibirá cien azotes.” Pero en la misma entrada aparecía firme un portero, vestido de color verde pera, ceñido en la parte superior con colores rojo cereza, que desgranaba guisantes en una fuente de plata. En el dintel aparecía colgada una jaula dorada, en la que, negra y blanca, una hurraca saludaba a los visitantes. Yo miraba, extasiado; y, por un momento, creí que me caía de espaldas y me rompía las piernas. Pues, entrando a la derecha, junto a la habitación del portero, había un perro enorme con su cadena, pintado en la pared, y encima se leía e n letras capitales: “ c u i d a d o c o n e l p e r r o ”.“7 Mis buenos amigos se hartaron de reír. Yo, cuando hube recobrado el aliento, no dejé de mirar con detalles toda la pared. Aparecía pintado en ella un mercado de esclavos, incluidos los rótulos,“8 entre ellos Trimalción, con largos cabellos de adoles cente, que tenía en su mano un caduceo “* y entraba en Roma bajo la guía de Minerva; “* luego se veía cómo había aprendido a contar; cómo, acto seguido, se convertía en tesorero: el pintor lo había representado todo con un cuidado meticuloso, sin olvidar los rótulos.1“ Hacia el extremo del pórtico, Mercurio, sosteniendo a Trimalción por la barba, lo alzaba sobre una elevada tribuna; a sus lados estaban la Fortuna, bien provista con su cuerno de abundancia, y las tres Parcas hilando un copo de oro.1“ X X V III, 6-XXIX, 6.
Conversación de libertos [Trimalción ha abandonado un momento la m esa; durante su ausencia, se desatan las lenguas. Son libertos o hijos de liberto de origen grecooriental (como indican sus nombres) que hablan; pero habitan una “colonia” romana y se inte resan por ella como si fueran de origen latino (cf. más atrás, p. 6 2 s.). — Pintura general psicológica y expresiva (por medio del lenguaje: abundantes probervios, pintorescas metáforas, insistencias y viveza de la conversación del pueblo), aun que distribuida en párrafos antitéticos, donde se delinean, bajo formas comunes, las más diversas individualidades.]
Seleuco tomó parte en la conversación y dijo: "Yo no me baño todos los días. E l lavado“3 es un batanero:“ * el agua tiene dientes, y el corazón se derrite, cada día un poco más. Y, cuando he bebido una copa de vino meloso, me burlo del frío. Por lo demás, no he podido bañarme: he estado en un entierro. Un tipo muy elegante, ese bravo
1 8 6 . Pleonasmo (popular) intencionado. 187. E n un mosaico, encontrado en la puerta de una casa de Pompeya, aparece un perío tirando de su cadena con la misma inscripción (Caue canem). 18 8 . Este detalle subraya la vanidad de Trimalción, el nivel cultural inferior de sus visi tantes habituales y la torpeza del pintor al que recurrieron. 1 8 9 . Varilla rodeada de dos serpientes, símbolo de Mercurio, dios del comercio y pro tector de Trimalción. 1 9 0 . Diosa de la inteligencia y de la ciencia. 1 9 1 . Véase lo dicho en la nota 188. 192. E l hilo de la vida de Trimalción sólo puede ser de oro. 19 3 . Están en invierno; y Trimalción acaba de decir: “Apenas me ha calentado el baño” . 19 4 . Los bataneros limpiaban las lanas, pero no sin hacerles perder espesor.
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Petronio Crisanto, que ha muerto. Ayer, todavía ayer, me hablaba: tengo en la imaginación su modo de hablar. |Ayl, |ay! No somos más que tripas hinchadas. Valemos menos que las moscas: ellas, al menos, tienen resistencia; pero nosotros valemos menos que las burbujas de agua. Y, al menos, lsi no se hubiera impuesto una dieta! Durante cinco días, no tomó nada, ni una gota de agua, ni una migaja de pan. Y ello no le ha sido obstáculo para marchar a reunirse con los demás.1" Los médicos lo han matado, o más bien su desgraciado Destino: pues el médico sólo sirve para reconfortar en estos casos. De la forma que sea, ha tenido un buen entierro, en su cama auténtica,1“ con buenos cobertores. Lo han llorado muy sentidamente — había dado la libertad a algunos— ,m aunque su mujer haya sido parca en sus lágrimas. |Qué hubiera sido si él no le hubiera dejado un legado tan bueno! Pero las mujeres, como tales, son siempre mezquinas. Es inútil hacerles un bien: es como si lo arrojaras al pozo. Pero un viejo amor es una úlcera.” Ya estaban hartos, y Filero ahogó su voz: “Ocupémonos de los vivos. Ya tiene lo que merecía: buena vida, buena muerte. ¿De qué puede quejarse? Se ha marchado por un as,“8 y hubiera cogido en el barro un cuarto de as con los dientes. Ha crecido siempre, siempre se ha engrandecido como un pastel de miel. Caramba; ha dejado, según creo, sus buenos cientos de miles, y todo en monedas. Pero, de hecho, y para decir verdad (decid, si queréis, que he comido lengua de perro),1“ arrancaba el pedazo, mala lengua si las hay, la discordia hecha hombre. — Habladme de su difunto hermano, un hombre íntegro, amigo de sus amigos, con la mano siempre llena y buenos platos sobre la mesa. — Marchó con píe derecho, pero la primera vendimia ha alzado su espalda: ha vendido todo el vino que quería. Y además, lo que le ha hecho erguir la barba ha sido una herencia, en la que ha robado más aún de lo que le habían dejado. Y este zoquete, irritado contra su hermano, ha dado todo su patrimonio a yo no sé qué pie plano.*" |Ay, qué lejos va uno cuando se aleja de los suyos! Escuchaba, como si fueran oráculos, a algunos esclavos, que lo han hundido.*“ Es un error, en todo momento, dar crédito a alguien desde un principio, sobre todo cuando se trata de negocios. Por último, con toda seguridad, ha gozado bien de la vida, de cabo a rabo: y de realidades, nada de promesas; un auténtico hijo de la Fortuna. En sus manos, el plomo se convertía en oro. Así todo es fácil, cuando todo va viento en popa. ¿Su edad? ¿Cuántos años creéis que tenía? Setenta, y más aún. Pero estaba como un roble; w llevaba muy bien sus años, con el pelo negro como un cuervo. Hacía siglos y siglos que lo conocía, y siempre había sido apuesto...” Así habló Filero, y Ganimedes replicó: “Nos cuenta historias que no interesan ni al cielo ni a la tierra, y nadie se preocupa del precio del trigo, que nos agobia. Demontre, no he podido encontrar hoy un trozo de pan. Y como continúe la sequía... Ya tenemos un año en que la gente se muere de hambre. Mal rayo parta a los ediles,*“ que van a la parte con los panaderos: “Ayúdame; yo te ayudaré.” En consecuencia, el bajo pueblo es quien sufre; pues, para los grandes gaznates, siempre son Saturnales.*“ |Ayl |Si tuviéramos esos hombres fuertes, esos leones que encontré aquí al llegar de Asia! Eso era vivir. Si habla fraude en la harina de Sicilia, los abofeteaban,” y con tanto coraje, que Júpiter estaba celoso. Ahora me acuerdo de Safinio: vivía entonces, cuando yo era niño, cerca del arco viejo: la pimienta encamada en hombre; quemaba el pavimento. Pero recto, seguro, amigo de sus amigos: hubierais podido jugar sin temor a la morra*” con él, en la obscu ridad. Únicamente, en la sala del éonsejo, |hubierais visto cómo los injuriaba a uno tras 195. Los muertos: pero es una palabra que no se pronuncia con agrado. 19 6 . E l muerto era transportado y quemado en una cam a: pero a menudo, por économie, sólo se utilizaban unas parihuelas de desecho. 19 7 . A sus esclavos, en el testamento. 1 9 8 . Veinte céntimos; equivale a “nada” . 19 9 . E l perro es símbolo de desvergüenza. 2 0 0 . ¿Desheredando a su sobrino? 2 0 1 . Sin duda equivale a : que han “hundido” a su hermano en su espíritu.
202.
En el texto, “un cornizo” , madera muy dura.
203. 204.
Magistrados de la colonia. Días de fiesta.
205. Los estafadores. 206. Juego en que se debe adivinar cómo cierra lo* dedo* el adversario: 1· comproba ción ha de ser también posible con un compafiero poco escrupuloso.
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LA LITERATURA CLAUDIANA otrol No empleaba frases, iba recto al asunto. Y cuando tomaba la palabra en el foro, su voz se hinchaba como una trompeta. Nunca desprendió una gota de sudor, nunca escupió: creo que tenía algo de asiático.*’' iQué cortesía al devolvemos el saludo, al llamamos a todos por nuestros nombres, como el que llega primero entre nosotros! Además, en aquellos años, el trigo apenas valía. Por un as que dos no podían acabarse. Hoy es más delgado que el ojo de un buey. ]Ay!, ]ay! Cada día es peor. Esta colonia crece retroce diendo, como la cola de un becerro. Pero ¿por qué tenemos un edil que vale no más de tres higos, que daría nuestras vidas a todos por un as? De esta manera, en su casa, disfruta de lo lindo; toca en un día más monedas que otro tiene en su hacienda. Sí, sí, sé de dónde ha recibido mil denarios de oro.“" Pero si nosotros fuéramos hombres, no haría tanto de las suyas. Hoy, la gente del pueblo son leones en casa, zorras fuera.2“ En cuanto a mí, ya me he comido mis ropas; y si sigue la carestía, venderé mis casuchas. Parque ¿qué pasará, si ni los dioses ni los hombres sienten compasión hacia esta colonia? Al igual que deseo aprovecharme por mucho tiempo de mis cosas, creo que todo esto proviene de los dioses.*10 Nadie cree ya que el cielo es el cielo, nadie observa el ayuno, nadie estima a Júpiter en una guinda: todos tienen los ojos cegados, ocupados en contar su dinero. Antaño, las damas de la alta sociedad m subían a pie desnudo, con los cabellos esparcidos, el corazón puro, a implorar a Júpiter que derramara agua. Entonces, al punto, llovía a cántaros; y, bueno, todos reían mojados como ratones. A buen seguro que, si los dioses tienen los pies de lana,*“ es porque nosotros no tenemos devoción. Los campos siguen baldíos...” “Por favor, dijo el trapero Equión, habla mejor. Unas veces así, otras asá, decía el labrador: había perdido un cerdo blanco y negro. Lo que no sucede hoy, sucederá mañana: así es la vida.” X L II, 1-XLV, 1.
Sin embargo, en resumen, el banquete de Trimalción es excepcional. Petronio no profundiza normalmente en los caracteres; pero, al sorprender con una viveza inigualable el exterior de las cosas, enfrente sin cesar los esquemas más opuestos, desde la vulgaridad más repulsiva hasta la elegan cia más refinada. Jardín bajo la brisa del verano [Descripción en verso, clásica (cf. Horacio), llena de una fresca animación.]
E l plátano movedizo extendía sus sombras estivales; con él Dafne,*“ coronada de bayas y los temblorosos cipreses y los pinos cortados cuya cima se agitaba en confusión. Entre los árboles retozaban las aguas caprichosas de un arroyo que, en su fresca espuma, sal taba los ribazos con un murmullo quejumbroso. ]Lugar escogido para el amor! Yo doy fe de que el ruiseñor de los bosques y la ciudadana Procne,“* por doquier entre el césped y las flexibles violetas, celebraban con cantos su tierra. CXXXI, 8.
2 0 7 . Ganimedes, un asiático, enamorado de su tierra, ha oído hablar, sin entenderlo, dq la “elocuencia asiática” (cf. p. 130). 208. Alrededor de 7 0 0 .0 0 0 pesetas. 209. Valientes en palabras, cobardes en acciones. 2 1 0 . Se usa un barbarismo intencionado. 2 1 1 . Tomamos la traducción de esta expresión, entre otras, de A. Eroout. 2 1 2 . Blandos; es decir: si los dioses no actúan, si no vienen en nuestra ayuda. 213. Nombre mitológico del laurel. 2 1 4 . Nombre mitológico de la golondrina.
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Petronio Una joven [Vivo sentimiento de la belleza (en la naturaleza y en el arte). — Elegancia un poco delicada, pero viva.]
Rogué a la doncella que guiase a su señora a la avenida de los plátanos. Consintió en ello y, levantando su túnica, s e deslizó en el bosque de laureles contiguo al paseO. Muy poco después, saca a su dueña de su retiro y conduce junto a mí a una joven más perfecta que cualquier obra de arte. No hay palabras que puedan expresar su belleza; todo lo que dijera no llegaría al nivel de la verdad. Sus cabellos, ensortijados de natural, se derramaban sobre sus hombros y bordeaban con precisión una frente estrechísima; sus cejas se prolongaban hasta los contornos de las mejillas y se agrupaban casi en el naci miento de la nariz; sus ojos brillaban más que las estrellas resplandecientes en una noche sin luna; su nariz se levantaba un poco; y su linda boca se asemejaba a la que Praxiteles concibió para su Diana. |Y su mentón, y su cuello, y sus manos y la blancura de sus pies en su frágil red de oro! Hubiera eclipsado el mármol de Paros.215 CXXVI, 12-18.
La lengua. — Petronio es artista hasta el extremo: incluso cuando hace hablar con un escrúpulo casi científico a vulgares libertos, notamos la deli cadeza que gotea de cada palabra. Habitualmente la narración avanza entre cortada, límpida, evocadora, sin nada del extremismo ni el calor de uir Persio o de un Juvenal. Es el estilo de un clásico libre de toda traba, de un cuentista nato: diríase que nos hallamos ante un Voltaire más pintoresco.
215. E sta descripción ha sido hecha siguiendo un modelo vivo. <¿0 tal vez tenía el autor ante sus ojos estatuas femeninas, de un tipo próximo a la D iana de Gabies, hoy en el Louvre?
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Persio MANUSCRITOS: a) ms. de Montpellier 125, o Pithoeanus (s. ix); b) mss. de Mont pellier 212 (s. x) y del Vaticano (s. ix-x), que se remontan a la recensión de Julio Trifoniano Sabino (hecha en 402). ED ICIO N ES: Príncipe: Roma 1470; — Casaubonius (París, 1605; 1617), con notable comentario; O. Jahn (Leipzig, 1843), con escolios e índice; Némethy (Budapest, 1903), con com. latino; Villeneuve (París, 1918), con com. francés; Cartault* (Budé, 1927), con traducción francesa; O. Seel (Munich, 1949); W . V. Clausen (Oxford, 1956); E. V. Marmorale * (Florencia, 1956); A. Marsili (Pisa, 1960). — COMENTARIOS de las Sat. I y III, por G. L. Hendrickson (Classical Philology, 1928); de la Sat. 1, por Kukula, Persius und Nero (Graz, 1923), y Gaffiot (Revue de Philologie, 1929); de la Sat. II, por V. d’Agostíno (Convivium, I, 1929). EDICIONES ESPAÑOLAS: Sátiras, M. Dolç, con trad, y com. cat. (Barcelona, Bemat Metge, 1954). ESTUD IO S: V i l l e n e u v e , Essai sur Perse (París, 1918); M e n d e l l , Satir as popular philosophy (Classical Philology, 1920). — F isk e , Lucilius and Persius (Transactions of the American philological Association, 1909); P. B u s c a r o l i , Persio studiato in rapporto a Orazio e Giovenale (Imola, 1924). — V . D’A g o sT iN O , De A. Persii Flacci sermone (Rivista indo-greco-latina, 1928, 1929, 1930) y Gli studi su Persio dal 1957 al 1962. Nota bibliográfico (Rivista di Studi class., X I, 1963).
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b) Vossianus
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CAPITULO V III
EL NUEVO CLASICISMO
A la muerte de Nerón (68) siguieron terribles guerras civiles: tres empe radores, Galba, Otón y Vitelio, se sucedieron en un año, y perecieron toaos de muerte violenta. Cuando fue proclamado Vespasiano (21 de diciem bre de 69), parecía abolida toda norma política; las provincias se hallaban vacilantes, Italia asolada en parte, Roma notablemente decaída; el Capitolio, centro religioso del poderío romano, incendiado. Vespasiano, como otrora Augusto, inaugura un período (69-117) de reconstrucción, en el que se gesta ría una nueva literatura clásica. Pero los Flavios (Vespasiano y sus dos hijos: Tito y Domiciano), al resta blecer el orden administrativo y financiero y mermar incluso el dominio de la burguesía, no suprimieron el recuerdo de las costumbres claudianas. Incluso tuvieron bajo Domiciano, el último de ellos (81-96), una especie de revivis cencia: el emperador era autoritario, caprichoso, cruel, de gustos asiáticos. L a paz cívica no llegó a ser completa hasta los primeros Antoninos, Nerva y Tr?jano: la libertad de pensamiento, de palabra, y la seguridad personal se aunaron entonces. AI mismo tiempo, la civilización romana volvía a sus aspectos característicos: como general victorioso, administrador severo y gran constructor, Trajano (98-117) las llevó a su punto culminante. E s verdad que dicha resurrección nacional, más aún que la presidida por Augusto, compren día algún artificio inevitable: el retomo al pasado era más una afirmación que una realidad, una sugestión para defenderse del peligro de las nefastas tiranías grecoasiáticas.
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El
nuevo clasicismo
La sociedad. — E l fenómeno social típico de este período es la constitu ción de un nuevo Senado: Vespasiano y Tito, durante su ejercicio de la censura en 75, reemplazaron los hombres de Nerón por italianos y ciudada nos de provincias de la burguesía solvente y de sentimientos “romanos”; Domidano les dejó el camino expedito al destruir los últimos restos de la antigua aristocracia, y, al pretender restringir sus atribuciones, y obligarles a la adulación grosera, les dio — a causa del odio despertado— el senti miento de colectividad que les faltaba. Conscientes de su recobrada dignidad cuando murió el tirano, y ganados por las maniobras de Nerva y de Trajano, dichos senadores fueron los primeros en proclamar con mayor ardor el renacimiento de las virtúdes republicanas bajo un príncipe amante de la liber tad; en ellos se combinaban el orgullo de ser la clase dirigente y su con ciencia de funcionarios cultos, que habían relegado a los libertos a su lugar: Plinio el Joven y Tácito son los ejemplos más ilustres. E sta sociedad elevada es más simple y más severa que la precedente; la vida mundana es menos trepidante y más fam iliar que en tiempos de Nerón. Nos hace pensar en las postrimerías del siglo xvrn francés: la misma exaltación, un tanto retórica, de l a moral; la misma emoción, un poco parlera, ante la virtud; y una sensibilidad saludable, que tiende a la sensiblería. Ello no significa que hayan desaparecido los refinamientos y las corrupciones del período precedente: se han vulgarizado, aunque fuera del área de la clase dirigente. Y la vida de la alta sociedad comprende también muchas frivoli dades. Pero, al menos, se aclara la conciencia social; vemos actuar, en las costumbres y en las leyes, ciertos preceptos de los filósofos. Parece que los esclavos reciben mejor trato; Trajano establece una fundación pública asistencial en amparo de los niños pobres. Condiciones m orales del nuevo clasicism o. — Al igual que con Octavio, la renovación logró plenamente su forma gracias a algunos hombres que, tras sufrir las guerras civiles y la tiranía de Domiciano, sentían una especial atracción por el presente: Tácito, Juvenal, Plinio el Joven. Como, también en este caso, era Roma el punto que más había sufrido bajo los malos empera dores, gustaba también con mayor intensidad del presente respiro, y por ello, con un espíritu estrictamente nacional, la literatura de este momento alcanzaba su más alta expresión gracias a los italianos. L a valoración del tradicionalismo se remonta al clasicismo augusteo y, a través de aquél, a la herencia republicana. L a diferencia, no obstante, es notable y grandes las ilusiones de que viven los contemporáneos de Trajano. La libertad de que presumen es muy relativa. L a oratoria no es tampoco más libre: con los delatores, ha desaparecido la inspiración; laudatoria y gubernamental, desemboca en los panegíricos. L a filosofía decae, desciende a escribir vidas edificantes. E n su lugar, florece la sátira. Nada asombroso en todo ello: sólo los tiranos nutren Iu oposición liberal; los buenos príncipes se suceden sin sorpresas, consolidan (1 regimen imperial, a la vez que encuentran provechoso permitir las críticas tic los reinados precedentes: la rencorosa voluptuosidad que encuentran en
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E L NUEVO CLASICISMO
ello Tácito, Plinio y Juvenal constituye el fondo de su pretendido espíritu republicano. E l nacionalismo de estos autores es, por otra parte, mezquino e inactual: su aversión — de la que alardean con frecuencia— a Grecia y al Oriente revela el miedo a un cosmopolitismo que ofrecía sin duda el inconveniente de las disgregaciones y los peligros, pero al que Roma debía resignarse si no quería decaer; y, aunque era razonable estimular las fuerzas intelectuales de O ccidente1 para contrapesar las influencias orientales, no era justo ni oportuno propone — en mayor o menor medida— la Germania como modelo a Roma, como hace Tácito. Desde el punto de vista religioso, representa también un retroceso el retorno a una religión llamada “nacional”, puramente formal y carente de todo entusiasmo, por lo demás no exenta de supersticio nes, en un momento en que el judaismo y el cristianismo naciente ganan cada vez más almas. Es, al mismo tiempo, completamente vano ese espíritu de reacción; pese a todo lo que se dice y se hace, la política romana se inclina de nuevo hacia Oriente: de él partió Vespasiano a la conquista del Imperio; a él apunta la empresa suprema de Trajano (la guerra contra los partos).
Los caracteres literarios. — Desde el punto de vista literario, este período se presenta también como una reacción clásica contra las innovaciones del remado de Nerón, pero se trata de una reacción que nada tiene de brusco ni de absoluto, y cuyos caracteres son muy diversos. E l clasicismo no había dejado de tener sus defensores en los momentos mejores de Séneca y Lucano; éstos aumentaron al alcanzar la madurez, bajo Vespasiano; eran hombres que se habían formado en una atmósfera de lucha. Quintiliano se presenta como partidario de Cicerón y adversario decidido de Séneca; su éxito y la aprobación oficial marcan el triunfo del nuevo clasicismo. L a prosa latina volverá a ser, pues, ciceroniana; y los poe tas, Valerio Flaco, Estacio y Silio Itálico, seguirán, como buenos discípulos, a Virgilio. Al mismo tiempo, el arte se racionaliza. Así es la primera genera ción neoclásica. Pero Quintiliano posee al mismo tiempo un estilo más ador nado de imágenes y más sutil que el de Cicerón; Marcial une al trabajo minucioso y delicado de un Horacio el mordaz e incisivo preciosismo de un asiduo de los nuevos salones mundanos: podemos ya presentir la vigorosa síntesis, que hará de T ácito y de Juvenal escritores de una originalidad tan profunda. E n estos dos últimos maestros, una retórica sólida y constante sirve de soporte a las más vivas audacias de estilo*y realismo más acentuado: así se armonizan, hasta la acritud o el extremismo de ciertas descripciones, en las que volvemos a encontrarnos con el gusto romántico del período cice roniano, despojado de su gracia, aunque incrementado y sometido a normas. E l clasicismo produce, como fruto inevitable, a Plinio el Joven, alma deli cada, escritor tímido; los mayores logros de sus cartas son un pálido reflejo 1. La enseñanza de la retórica latina produjo sus frutos en la Galia, de donde son origi narios Aper y Julio Segundo, y en Africa, "nodriza de abogados".
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Lo prosa
científica y técnica
de Petronio y Marcial; pero, cuando “ciceroniza” a fondo, lamentamos las lecciones que le dio su maestro Quintiliano.
Presagios de decadencia. — E n consecuencia, él es el hombre represen· tativo de su tiempo: se vislumbra, pues, la decadencia. Los buenos empera dores ponen poco empeño en favorecer las letras: el ejemplo nefasto de Nerón, repetido por Domiciano (que era poeta y organizador de certámenes literarios), induce a Roma a ver un tirano en el príncipe excesivamente amante de las artes — y que presuma de ello— ; cuando, después de Trajano, llega Adriano al trono, su cultura bastará para hacerlo sospechoso. Al mismo tiempo, el público disminuye: Plinio, pese a su innato optimismo, nota la rápida decadencia de las lecturas públicas. Sin duda la nueva sociedad de la gran burguesía, por sus propias virtudes, se aparta de los refinamientos de la antigua aristocracia; aunque también cuenta con muchos nuevos ricos de mediocre nivel intelectual, que, vanidosamente ávidos de clientela, atien den más a la cantidad que a la calidad de sus aduladores. A estos signos de can sancio se une la miseria, física y sobre todo moral, de las clases infe riores; el prodigioso anfiteatro del Coliseo proclama las auténticas preocupa ciones de Roma en esta época: exhibiciones sorprendentes, muertes de anima les y hombres, todo ello sin medida. Pero lo más grave es que la propia literatura, en vez de intentar seguir la línea de amplitud humana que se esbozaba a lo largo del período prece dente, se encierra en un nacionalismo limitado, intolerante, y, en gran parte, artificial. L a auténtica vocación de Roma era crear y proclamar una civili zación mediterránea: al desertar de esta tarea, los “clásicos” de 70-117, por brillantes y atractivos que — por lo demás— puedan ser, condenaron a sus sucesores a la inercia. L a lengua griega, durante un siglo, recobrará en el Imperio su ventaja sobre el latín como instrumento del pensár universal.
1. L a p r o s a c ie n tífic a y té c n ic a Durante este período, el crecimiento científico, tan intenso en la genera ción precedente, acaba por dar sus frutos: se trata siempre de obras de vulgarización que tratan de conseguir la claridad técnica (como los libros ile Frontino 2 sobre agrimensura, artificios de la guerra o aguas), o la abun dancia de información, como los de Plinio el Viejo; pero incluso estas cua lidades, y hasta la curiosidad científica, están a punto de agotarse.® El 2. S e x . J u l i o F r o n t i n o ( 4 0 - 1 0 3 ) , dos veces cónsul, gobernador de Bretaña (Inglaterra) y "encargado” del servicio de aguas de Roma, trata cuestiones que conocía personalmente. 3. En el mismo período aproximadamente: el ingeniero H ic i n i o (De munitionibus castro rum, ed. Gemoll, Teubner, 1879; D t Umtíibus constituendis, en el Corpus agrimensorum ño-
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E L NUEVO CLASICISMO
derecho, por el contrario, se mantendrá floreciente; 4 y con él, por supuesto, la retórica, que encuentra entonces en Quintiliano a un maestro, legislador riguroso y buen escritor a un tiempo.
P L IN IO E L V IE JO 23-79 p. C.
C. Plinio Segundo era oriundo de Coma, y de familia ecuestre. Oficial de caballería en Germania, pro curador de Vespasiano en España y, por último, jefe (almirante) de la flota de Misena, puso fin a una vida singularmente activa por una heroica curiosidad: quiso observar de cerca la erupción del Vesubio, que sepultaba a Pompeya, Herculano y Estabias, y murió asfixiado, a los 56 años. No había cesado de acrecentar su experiencia personal con las más varia das lecturas, sin perder un solo instante, ni en la mesa, ni en el baño, ni en el viaje; sus notas y resúmenes llenaban 160 volúmenes. Y, al igual que Catón y Varrón, tenía también tendencia a escribir sobre todos los temas. Daban fe de su experiencia personal un tratado Sobre el empleo de la jabalina en caballería, 20 libros acerca de Las guerras de Germania; una Vida de Pom ponio Segundo, que había sido su general. Continuó también, en 31 libros, la historia de Aufidio Baso. Escribió al mismo tiempo sobre gramática (Studiosi libri III; Dubii sermonis libri VIII). Todo ello se ha perdido, pero conservamos los 37 libros de sus Investigaciones acerca del universo, llama das “Historia natural" (Naturae historiarum libri), y dedicadas, con un tono de llana y respetuosa amistad, a Tito, hijo de Vespasiano. Tras un índice de materias y una bibliografía (Plinio había resumido 2000 volúmenes) (1. I), la obra describe el universo (II), luego trata de geografía y etnografía (III-VI), del hombre (VII), de los animales (VIII-XI), de los vegetalés (XII-XIX), de botánica y zoología medicinales (XX-XXXII), de los minerales y sus usos, de las bellas artes y de las piedras preciosas (XXXIII-XXXVII).
Es una inmensa compilación erudita, sin método, sin crítica, sin aporta ciones científicas originales, pero enormemente preciosa por la mole de datos transmitidos. Plinio hubiera podido asegurarles una unidad filosófica, pero se sintió dominado por una intuición de auténtico sabio: debía limitarse a las reali dades físicas, sin profundizar en cuestiones metafísicas (acerca de Dios, el alma, etc.), Y, sin embargo, dichos problemas le inquietaron: en materia religiosa, es, en el fondo, escéptico, y preferiría confundir a Dios con la Naturaleza; pero la tradición romana le obliga a tener en cuenta el valor social de la religión; cuando trata del hombre, se siente pesimista, encuentra lamentable su miseria física y sus locas pasiones; pero lo admira por los
manorum de T h u lin , Teubner, agrimens. Rom., de T hu lin ).
1 9 1 3 ), el geóm etra B a l b o y el agrim ensor S í c u l o F
laco
(Corpus
4. L o s jurisconsultos “proculeyos” C oceyo N erva, P egaso, N eratio P risco, Ju v en cio C elso ; y “sabinos” (véase p. 3 3 7 s.) : C elio Sab in o , Jav o len o P risco , T ic io Aristón. — Fragm en tos en B r e m er, (L eip zig, 1 8 9 6 -1 9 0 1 ) .
Jurisprudentiae antehadrianae quae supersunt
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Plinto el Viejo progresos materiales que ha realizado; le aplaude visiblemente por el ejer cicio de la razón y la ampliación de sus conocimientos. L lega a muchos extre mos de incertidumbre y confusión.
El hombre y la divinidad [Plinio acaba de atacar las vanas supersticiones y la inmoralidad cínica y a los que creen en la Fortuna y en la astrologia. — Pensamiento confuso en que campea una confianza — unida a una dosis de desazón— en la Naturaleza y un pesimismo irónico respecto al hombre (compárese con la actitud, mucho más re suelta de Lucrecio).] Todas estas creencias, cada cual en su grado, entorpecen nuestra naturaleza mortal, carente de todo medio de previsión, aunque ninguna certidumbre aparece en todo ello; antes bien, se hace evidente que no hay ninguna, y que el hombre es el ser más miserable o más orgulloso que hay. Pues los demás animales sólo sienten una preocupación, el ali mento, y la bondad de la naturaleza se lo proporciona espontáneamente y en grado sufi ciente; condición muy preferible a todos los bienes que podamos imaginar, por el solo hecho de excluir las pesadillas por la gloria, el dinero, la ambición y — en especial—· por la muerte. Sin embargo, la creencia de que los dioses se ocupan, en lo tocante a estas materias, de las cosas humanas, es útil a la vida social. Se dice que la Divinidad castiga los crí menes, a veces no sin demora, a causa de las obligaciones que le impone un dominio tan vasto, pero sin falta; y que el hombre no ha sido creado tan próximo a ella, para reba jarlo al nivel de las bestias. Pero la imperfección humana halla especial consuelo en la idea de que Dios no lo puede todo. Porque, suponiendo que lo desee, no puede darse la muerte, que es lo más hermoso que ha logrado el hombre en medio de las penas inso portables de la vida; no puede dar la eternidad a los mortales, ni resucitar a los muertos; ni hacer que quien ha vivido no haya vivido, que quien ha desempeñado magistraturas no las haya desempeñado; sobre el pasado no tiene más derecho que el de olvidar; y (para, incluso, relacionar con argumentos festivos nuestra alianza con Dios), éste no puede im pedir que dos veces diez sumen veinte, y otras cosas semejantes. Lo que da prueba indu dable del poder de la naturaleza y de su identidad con lo que nosotros llamamos “dios”. II, 7, 25-27;
E l valor literario de la obra es muy desigual. Con frecuencia, Plinio se contenta con transcribir sus “fichas”, una a una, sin preocuparse de la com posición. Pero a veces ocurre que la secuencia de los hechos aparece engar zada con las reflexiones personales, que acostumbran ser pesimistas o satí ricas e ingeniosas, a la- manera de Seneca. Otras veces la frase busca una elegancia tortuosa y difícil, E l vocabulario es de una riqueza prodigiosa, y no se atiene sólo a la diversidad de conceptos técnicos: en presencia de las realidades materiales, Plinio experimenta un auténtico goce distinguiendo las más tenues diferencias y descubriendo la palabra rara que las sugiere con precisión.
Las perlas [Combinado de verdades y errores sin control. — Poesia del detalle anecdó tico y de la interdependencia de los fenómenos naturales. — Ataques contra el lujo de los contemporáneos.] En cuanto a origen y producción, no hay gran diferencia entre el marisco perlífero y la ostra. Se dice que en el período generador se abren en una especie de bostezo, y conciben por la acción de un rocío fecundante; luego crían perlas, cuya calidad responde a la del roclo: si es puro el xocio, engendra un producto de radiante blancura; si es turbio,
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E L NUEVO CLASICISMO mancha la perla. Ësta es pálida si ha sido concebida cerca de una tempestad; lo que prueba que guarda mayor relación con la calma de los aires que con la del mar: toman del cielo un tinte nebuloso o la pureza radiante de la mañana. Si los mariscos disponen de un alimento apropiado, sus frutos aumentan con ellos; el relámpago les obliga a ce rrarse y disminuyen en relación con el ayuno; el trueno los espanta, se cierran con rapi dez y sólo producen “burbujas”, semejantes a perlas, vacías y sin consistencia: son abortos. Y las perlas sanas tienen muchas bandas superpuestas, lo que las hace semejantes a un callo: las gentes entendidas saben purificarlas. Lo que me asombra es que sólo el cielo las haga dichosas: expuestas al sol, se toman rojas, y, como el cuerpo humano, pierden su blancura. Ésta se conserva mejor en las profundidades del alta mar, donde no puedan penetrar los rayos. Sin embargo, estas perlas también se vuelven amarillas cuando enve jecen, y se arrugan; la plenitud, que buscamos en ellas, es un atractivo de la vejez. En gordan con los años, se adhieren al marisco y sólo la lima puede separarlas: entonces sólo tienen una superficie curva, pues el dorso es plano, y de ahí su nombre de “timbales”. Hemos visto a algunos que hacían masas de mariscos, y sabían hacer con ellas frascos de perfumes. Además la perla fina, blanda en el agua, se endurece al punto que la extraen. Cuando ve aproximarse la mano, el marisco perlífero se cierra y cubre sus tesoros, pues sabe que se le busca por ellos; y, si prevé que ha de acercarse la mano del pesca dor, la corta con su filo: no hay castigo más merecido. Y éste no es el único, pues en medio de las rocas en las que suelen vivir, y en alta mar, crecen los perros marinos en torno a ellas: las orejas de las mujeres no se adornan menos. IX, 54, 107-110.
QUINTILIANO ¿Hacia 30?-después de 95 p. C.
De origen español, M. Fabio Quintiliano, de Calagurris (Calahorra) en la T a rraconense, reagrupó a los “clásicos” contra la influencia del español Séneca, y devolvió a la prosa latina un cierto grado de ciceronianismo. Su padre era rétor y le había obligado a cursar sus estudios en Roma, donde volvió a establecerse tras una estancia en España, de 60 (?) a 68. Siendo abogado ya famoso, abrió una escuela de retórica, que muy pronto alcanzó la celebridad. Vespasiano le hizo especial distinción: fue de los primeros en gozar de una paga anual importante (500.000 ptas.) asig nada a los rétores; hacia 90, Domiciano le confio la educación de sus sobri nos: estas consideraciones oficiales demuestran hasta qué punto era Quinti liano representante de las tendencias literarias de esta época. L o es también de la renovación moral: honrado y consciente de sus deberes, se entregó para siempre a la juventud, pese a los graves disgustos familiares (perdió a su esposa y a sus dos hijos aún niños).
L a “ Institución oratoria” . — Su opúsculo S obre las causas de la corrup ción d e la elocuencia se ha perdido. La colección de D eclam aciones, que lleva su nombre, no es — con toda seguridad— de él. Pero, hacia 92-94, dio comienzo a una obra en 12 libros Sobre la form ación del orador (D e institu tione oratoria), que se nos ha conservado entera. Quintiliano toma al niño en la cuna, le acompaña en su primera educación, en casa del “gramático” (1. I), y luego en la del rétor. Expone lo que es la retórica en general (II); sus divisiones clásicas (invención, disposición, elocución) y los géneros de elocuencia (de mostrativo, deliberativo, judicial) (III). Trata a continuación, en detalle, de la composición del discurso y de sus partes (IV-VII), de la elocución y de los autores sobre b s que es preciso ejercitarse (VIII-X), de la memoria y de la acción (XI); de las cualidades gene rales que debe poseer el orador: moralidad y amplios conocimientos (XII).
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Quintiliano E l plan nada tiene de original, y Quintiliano no se jacta de haber innovado en lo esencial. Pero, al escribir al fin de toda una vida de práctica judicial y de profesorado, y en un momento en que la reacción contra el romanticismo neroniano se hallaba en pleno auge, dio una claridad y una solidez extremas a las conclusiones de su experiencia personal y a la exaltación de un clasi cismo que cree puro y en el que ve la salvación de las letras latinas.
Cualidades y defectos de Quintiliano. — Aportó a su labor, además de una sensibilidad en extremo refinada, una gran dosis de sensatez y una con ciencia muy minuciosa. Sus juicios —de igual modo— son siempre comedidos y leales. Sentía el más noble cuidado por la moralidad del profesor y del orador, para quien exhuma la definición del anciano Catón: “hombre de bien, hábil en el decir”. Su obra es también de altos vuelos, intelectuales y morales. Pero sus objetivos son bastante limitados. Tiende a recomendar la vasta cultura de un Cicerón y a desdeñar las sutilezas de la teoría. Aunque, de he cho, cree con demasiado exclusivismo en la retórica, a la que sacrifica gustoso la filosofía y la enseñanza, más enciclopédica, que dispensaba el “gramático”; se extasía, por el contrario, en todas las sutilezas de la profesión de abogado; y, cuando pasa revista (en el libro X) a los grandes escritores griegos y lati nos, sólo los estima desde el punto de vista retórico. Táctica del altercado [ E l altercad o es u n a v iv a discusión en q ue se en fren tan los abogad os d e las dos partes. — P rescrip cio n es claras y m in u cio sas, en q u e notam os a l an cian o p rá ctico , curtido en la ta re a . — N ótese el arg u m en to fin al, ingenioso y c ín ico .]
Una vez bien trabado el combate, un abogado de recursos hábiles y prudente tiene mucho ganado si deja que su adversario siga un falso camino, lo más lejos posible, de tal modo que, por instantes, le dé la emoción de una vana esperanza. Es, pues, conveniente disimular por algunos instantes ciertos recursos, porque el adversario se lanza entonces a fondo y arriesga a menudo el todo por el todo, en la idea de que nos faltan las pruebas; y, a fuerza de invocarlas, acrecienta su importancia. Es también conveniente abandonar en sus manos ciertas posiciones, a las que sienta tantos deseos de aferrarse, que desprecie otras más importantes; o proponerle en ocasiones una alternativa en que la elección sea tan peligrosa en un extremo como en el otro. Es un medio más eficaz en e] altercado que en el alegato, pues en este caso, en lugar de contestamos a nosotros mismos, dominamos, por así decirlo, al adversario en su propio testimonio. Un abogado sagaz comprenderá desde un principio las palabras a las que el juez es sensible o rebelde, y ello lo revela con mucha frecuencia su fisonomía, y en ocasiones una palabra o un gesto. Insistirá entonces en los argumentos útiles para su causa y abandonará insensiblemente los demás en prudente retirada. Es lo que también hacen ]os médicos: continúan o suspenden su medicación, según la tolere o no el enfermo. Cuando se hace difícil continuar con un argumento enunciado, hay que introducir entonces otra cuestión, y desviar hacia ella, en lo posible, la atención del juez. ¿Qué hacer — en verdad— cuando no podemos responder, sino hallar otra cuestión a la que tampoco pueda responder el adversario?
VI, 4, 17-20.
Efectismos de audiencia: del patetismo a la comicidad [A n te un auditorio m erid io n al, m uy em otivo y m uy sen sible a las m an ifesta cion es extern as, los abogad os ten ían costu m bre d e rep resen tar escen as p a té tic a s:
E L NUEVO CLASICISMO exh ib ían (sobre todo en el m om ento del alegato) h erid as o m iserias de su clie n te, su fa m ilia , sus h ijo s de c o rta ed ad sobre todo, vestidos de luto llo ra n d o ... Quin tilian o a ca b a de re ferir u n a serie de anécdotas que p ru eban que e l pretendido efecto no se lo g ra siem p re; se dispone a co n tar otras p ara dem ostrar que la m isión del abogado co n trario , que tra ta d e ah ogar e l patetism o con e l efe c to rid icu lo, presen ta ta m b ién sus peligros. — P ru d en cia y m esura. — C om p lacen cia en la n arración b reve e in gen iosa.]
y
He aquí el consejo esencial: hay que tener gran agudeza para exponerse a hacer llo rar. Porque si nada iguala — es cierto— la fuerza del patetismo cuando éste se ha adue ñado de los corazones, cuando no logra su efecto enfría de tal modo [el alegato], que un abogado mediocre obraría mejor si dejara, sin decir nada, la emoción a la reflexión de los jueces. Pues, muy a menudo, el rostro, la voz e incluso la fisonomía del acusado que se trae a escena hacen reír al auditorio, si no se halla vivamente emocionado. Es también importante que el abogado mida y estime escrupulosamente sus fuerzas, y aprecie bien el peso de la tarea que va a emprender: no hay término medio; recogerá, o las lágrimas, o las risas. Además, el alegato no tiene únicamente la misión de excitar la compasión, sino tam bién de disiparla, ya por un razonamiento que lleva a los jueces a la idea de la justicia, ya mediante alguna palabra ingeniosa, por ejemplo: “Dad pan a ese niño, para que no llore”, o el que dirigió a su cliente, hombre muy corpulento, un abogado que veía cómo su rival, un niño, era paseado entre los jueces, en brazos de su defensor: “¿Qué vamos a hacer?, dijo. No puedo hacer lo mismo que él”. Sin embargo, abstengámonos, en casos parecidos, de bromear. Por ejemplo, no he oído yo que aprobaran a quien — pese a ser uno de los más célebres oradores de su tiempo— arrojó, en medio de los niños que su adversario aducía para ganar su pleito, un puñado de huesecillos que los pequeños se disputaron: pues su inconsciencia podía suscitar aún más la compasión. Ni quien, al ver que el acusador blandía una espada ensangrentada como testimonio probatorio, huyó bruscamente de su banco, como aterrorizado; luego, con su cabeza oculta, en parte, en la toga, cuando fue llamado a defenderse, echó una mirada temerosa preguntando “si el otro se había marchado ya con su espada” : hizo reír, pero dio motivo para reír. V I, 1, 44-48
La pedagogía. — L o que coloca a Quintiliano en posisión excepcional es su pedagogía. Demostró la psicología más delicada en la observación de los niños, y el más fino tacto en la dirección de su inteligencia. Insiste en las precauciones a adoptar desde la cuna, se preocupa por su educación, sin envidias ni control recíproco, tal como se da entre las familias. Aconseja la escuela pública bajo un maestro seguró. A la vez que recomienda el esfuerzo regular y sin altibajos, lo pondera de acuerdo con los temperamentos. Perma nece siempre en la vida real, y con la inquietud constante de la salud moral. La sobreabundancia en torno al niño [C om prensión cariñ o sa h a cia e l niño, d el que se sien te pad re y profesor con sagrado. —- R ea cció n co n tra las m inucias insustanciales a las que te n d ía el período preced en te. — Adorno en el estilo , rico en im ágenes y en com p aracion es, tom a das del arte y de la n atu raleza, sin abstenerse de frases incisivas.]
Dicha edad debe ser atrevida, descubrir y hallar un placer en ello, aunque sus imaginaciones carezcan a menudo de nitidez y sobriedad. La abundancia es fácil de reme diar; pero la esterilidad es un mal invencible. La naturaleza que, en los niños, me da me nos esperanzas, es aquella en que el raciocinio supera las dotes espontáneas. Quiero en contrar primero amplio campo, aunque éste sea sobreabundante e incluso desbordante. Los años lo reducirán mucho; el propio uso, por decirlo así, quitará algo; (quede sólo lo sufi390
Quintiliano cíente para dar materia al trabajo de cincel y buril! Pero para ello es preciso que, desde un principio, no hayamos adelgazada tanto el metal que no resista una impresión un poco profunda. Mi opinión acerca de los niños de esa edad os asombrará menos si habéis ya leído en Cicerón: “No soy partidario de que la savia se desborde en el adolescente.” Es preciso evitar también, sobre todo en el caso de los jóvenes, -un maestro árido, al igual que, para las plantas aún tiernas, una tierra seca y carente de humedad. Pues con un maestro de tal condición en seguida decaen y se inclinan, por decirlo así, hacia la tierra, sin osar ya elevarse sobre el lenguaje vulgar. L a anemia ocupa el lugar de la salud; la debilidad, el del juicio; creen que basta con estar exento de defectos y caen en el de no tener cualidades. De modo que, creedme, la madurez misma se abstiene de avanzar dema siado aprisa, el vino nuevo no se apresura a fermentar en la cuba: con esta condición, se soportan mejor los años, y se gana envejeciendo. I I , 4 , 6 -9 .
La vuelta a los clásicos. — E l realismo y el equilibrio moral de Quinti liano lo relacionaban con los clásicos: no cesa de recom endar una elocuencia honrada, natural, de belleza viril. No era el primero en denunciar los falsos aditamentos de los “recitadores” : Persio y Petronio ya lo habían hecho. Persio, además, se había levantado contra los dos movimientos afectados de su época, el ultramoderno y el que reivindicaba a los autores arcaicos. Pero Quintiliano escribe con toda la naturalidad de un hombre de profesión: ataca con precisión a Séneca, que iba “de mano en mano”, y proclama sin cansarse a Cicerón, olvidado hacía mucho tiempo, en nombre de los mismos principios, de razón y de gusto: su opinión señala una nueva estructuración ponderada de los valores, que no será discutida, pero pesará sobre la libre evolución de la prosa latina. La naturaleza y el arte en la composición literaria [C o n sejo s “clásico s” , es d ecir, interpretand o la n atu ra lez a co n p ru d en cia y m esu ra, p o r consig u ien te de interés co m p letam en te a c tu a l. — D esen v oltu ra en la fo rm a : la a n écd o ta y los consejos son a la vez son rien tes y en érg ico s.]
y
En los tiempos en que Julio Segundo * frecuentaba aún las escuelas, su tío,* al verle un día preocupado, le preguntó a qué venía aquel semblante triste. E l joven le declaró que, por más que trabajaba ya tres días, no hallaba el exordio para la materia que se le había asignado, lo cual no sólo le atormentaba por el presente, sino que lo desazonaba para el porvenir. Entonces Floro, sonriente, le dijo: “¿Quieres decir, mejor, que no puedes?” Sí, hay que intentar escribir lo mejor posible, pero, sin embargo, sin rebasar las fuer zas; se progresa, en verdad, gracias al estudio, no por el desdén. Así, para lograr escribir mucho y con rapidez, ayuda mucho el ejercicio, pero también el método. Si, en lugar de esperar la inspiración acostados,7 con los ojos en el techo, murmurando para despertar el pensamiento, consideramos primero lo que el tema exige,8 lo que conviene a las personas, a las circunstancias, al carácter del juez, para lanzamos en seguida a escribir con un inge nio sencillo, normal, la propia naturaleza nos dicta el exordio y la continuación. Pues la mayor parte de cuanto hay que decir es necesario y acude por sí solo a impresionar nues tros ojos, a menos que los cerremos: los ignorantes y los zafios no gastan mucho tiempo en pensar por dónde hay que empezar; mayor vergüenza aún si la ciencia sólo sirve para creamos dificultades. No creamos, pues, que lo que permanece oculto es siempre lo mejor;
5. U no de los am igos íntim os de ju v en tu d de Q u in tilian o. 6. Ju lio F lo ro , c é le b re abogado galo. 7. M uy frecu en te m e n te, los antiguos m editaban o escrib ía n reclin ad os sobre un lech o (al ¡tjual q ue en las co m id a s): e ra grand e l a ten ta ció n de aco sta rse, b a jo p retexto de reflexionar. 8. S e tra ta , co m o lo ind ican los d eta lles sigu ientes, de u n a c a u sa ficticia.
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E L NUEVO CLASICISMO optemos, antes, por callarnos, si creemos que sólo debemos decir aquello que no se nos ocurre. ( Caen también en el defecto contrario quienes, desde uñ principio, tratan de recorrer — con un estilo rápido— su materia de un extremo a otro, y escribir entregándose al ardor y a la improvisación. Llaman “silva” a este primer brote; vuelven en seguida a él y lo acomodan. Pero sólo corrigen ya las palabras y los ritmos; en cuanto a los conceptos, con tinúan tan superficiales como antes y se acumulan al azar. Será, pues, conveniente obligarse a un cuidado continuo, desde un principio, para sólo tener que pulir la obra, en lugar de rehacerla por completo. X , 3.
Los “rasgos de ingenio” [C rític a ju sta y sim p ática de los “efecto s litera rio s” , que h acían estragos cada vez m ayores desde e l rein ad o d e Augusto: Q u in tilian o apunta aquí, sin d ecirlo , a S é n eca . — P ero é l m ism o se in clin a an te un virtuosism o de otro género: e l ju ego de im ágenes abundantísim as, en que se m an ifiestan la am plitud de sus co no ci m ientos y la riq u eza, siem pre jo v en , de su esp íritu .]
Hay dos opiniones opuestas: unos sólo se ocupan de los “rasgos”; otros los condenan absolutamente. Yo, por mi parte, me mantengo entre ambos. En exceso apretados, los rasgos son inconvenientes: de igual modo que las plantas de cultivo y los árboles no pue den alcanzar un justo desarrollo cuando les falta espacio para crecer; de igual modo, en la pintura, nada resalta si no hay un fondo neutro; por eso los artistas, incluso cuando acumulan los objetos en un mismo cuadro, los espacian para evitar las sombras encontra das. L a acumulación de rasgos ocasiona también una composición demasiado entrecortada: cada uno de ellos es, en efecto, suficiente. Tras ellos, vuelve a empezar. Resulta una amal gama deshilvanada, inorgánica, hecha con piezas sueltas y sin carácter arquitectónico, cuyos elementos, redondos y pulidos a la perfección, no pueden, por decirlo así, unirse uno a otro. E l color mismo del estilo se resiente: por brillantes que sean los rasgos inge niosos, se asemejan a un plantel confuso de colores abigarrados; al igual que la púrpura, en bandas y aplicaciones bien hechas, realza un vestido, un traje cuajado de colores será siempre ridículo. De igual modo, pese a su viveza y relieve, estos ornamentos se aseme jan, no a llamas claras, sino a esas chispas que se desprenden de la humareda: incluso no se las ve cuando resplandece todo el conjunto, como, ante la luz del sol, quedan ab sorbidas las estrellas; y quienes, a fuerza de sobresaltos, llegan a imponerse, sólo son un arenal irregular y escabroso, sin la magnificencia de las montañas ni el encanto de las llanuras. V III, 5.
Lengua y estilo. — Sin embargo, Quintiliano no trató de copiar íntegra mente el estilo de Cicerón; escribió en la lengua compleja de su tiempo; más aún, se creyó obligado a dar a su tratado técnico (como Montesquieu a su Espíritu de las leyes) las mejoras de toda clase de aditamentos: metáforas e imágenes muy abundantes, fórmulas sugestivas, rasgos ingeniosos, e incluso afectados... E l lector no se queja de ello: pues, con mayor frecuencia, dichos “adornos” contribuyen a hacer más expresivo el pensamiento del autor, sin privarle de su claridad. Pero nada demuestra m ejor cuán profunda e imbo rrable había sido la acción de los escritores postaugusteos, y de Séneca en particular, sobre la prosa latina. Conclusión. — Pese a todos sus méritos, de hombre, de pedagogo y de escritor, Quintiliano carece de amplitud: conserva una timidez de profesor que se adhiere en exceso a maestros ya superados; y, lo que es más grave, carece de todo sentido histórico: no supo ver, como veía Tácito en sus mis 3Θ2
La poesía neoclásica: Valerio Flaco mos años, que la decadencia de la oratoria obedecía a causas sociales y políticas contra las que nadie podía nada. Y, al hacer creer que la retórica ciceroniana debía ser la base de la educación, contribuyó gravemente a este rilizar los últimos siglos literarios de Roma.
2. L a p o e s ía n e o c lá s ic a Los versificadores abundaban: un contemporáneo de Domiciano llegó a creer que vivía la edad de oro de la poesía.9 Pero el virtuosismo técnico no logra disimular las insuficiencias de los escritores que se hicieron esclavos de Virgilio y carecen, casi por completo, de sinceridad. E l neoclasicismo hace de la epopeya — en especial— una obra convencional, llena de episo dios estereotipados, de los más fríos recursos maravillosos: pues nadie cree ya en la mitología, convertida en pura atmósfera de arte, pero de un arte ya gastado. Sin embargo, en ocasiones esas obras se animan y cobran aliento: ello ocurre cuando los sucesos u ocurrencias mundanas, o el recuerdo persis tente del “romanticismo” neroniano hacen olvidar a los poetas Horacio y Virgilio en provecho de Ovidio, Séneca y Lucano.
VALERIO FLACO Muerto hacia 90
L a historia de Jasón, que fue, con los Argonautas, a conquistar del fondo del mar Negro el vellón de oro, ayudado en su empresa por Medea, traidora a su padre por amor al extranjero, su huida osada y las secuencias trágicas de su pasión, eran campo bien trillado cuando (hacia 70) C. Valerio Flaco comenzó su Argonautica. E l poema, bruscamente interrumpido hacia la m i tad del libro octavo, no debió de recibir culminación. Valerio Flaco siguió, aunque muy libremente, al griego Apolonio de Rodas. E l exceso de retórica, los largos párrafos (sobre todo al principio) y las vanas intervenciones divinas malogran el conjunto de su obra. Sin embar go, gana mucho el tono de los caracteres: en particular el de Medea, cuya pasión naciente es descrita de modo magistral. Algunas escenas están llenas de grandeza. Y el estilo, muy trabajado, obtiene nuevos efectos de una len gua que, en su conjunto, es la de Virgilio.
Medea y Jasón [Para preservar a Jasón de las asechanzas de Aetes, rey de la Cólquida, Venus ha infundido amor hacia el joven héroe en Medea, cuyo poder mágico puede sal varlo. Es de noche: Venus está junto a Medea, con los rasgos de su hermana
9.
Podemos citar, entre los escritores anteriores a Domiciano, cuyas obras no poseemos, orador y dramaturgo, y a S a l e y o B a s o , poeta épico.
a C u b ia tio M a t e r n o ,
3ÖS
E L NUEVO CLASICISMO Circe. — Autenticidad psicológica: Medea no duda que es el amor lo que la impulsa hacia Jasón; de ahí la conmoción de sus sentimientos, plasmados en sus más finos matices. — Grandeza trágica: la pasión, para los antiguos, es una enfermedad; Venus, que se adivina más que se ve, simboliza su fuerza irresisti ble. — Atmósfera misteriosa, llena de poesía rom ántica: incluso los datos mágicos parecen reales y vivos. — Cf. J.-M . de Hérédia, Trophées, “Jason et Médée” .]
jAy! ¿Qué hacer? Ella se contempla a sí misma, criminal, dispuesta a traicionar a su padre por un extranjero; adivina la inmensa fama de sus crímenes [futuius], cansa con sus quejas al Cielo y al Tártaro, abate su pie y, con las manos crispadas, invoca a la Reina de la Noche y al Dios de los Infiernos: “|Ay! Que le den por fin la muerte y devo ren a un tiempo al objeto de su pasión”. Su furor se dirige unas veces contra Peüas, ese tirano que quiere perder a Jasón; con frecuencia decide ofrecer al desdichado el socorro de su arte, y súbitamente se resiste a ello, adopta una resolución: nunca cederá ante un amor tan vergonzoso, no prestará a un desconocido su potente ayuda. Se echa sobre un le cho y aguarda. Oye como la llaman, de nuevo; empujan la puerta, que se abre ruidosa mente. Ella siente en el fondo de su alma cómo la desgarra un dios, más fuerte que ella misma; mueren los consejos del pudor. Entonces se retira a una habitación trasera a buscar el remedio mejor para la salud del rey de la nave hemonia.10 Los antros que exhalan el aliento de mágicos venenos, las puertas temibles, quedan abiertas: ahí está todo lo que ella ha raptado del mar, de las fúnebres profundidades, lo que ha disputado a las ensan grentadas iras de la Luna.“ “Entonces, se dice, ¿estás decidida“ a todo, al deshonor, cuando cuentas aquí con mil muertos, y tantos medios para escapar bruscamente del crimen?” Así habla y con la mirada busca (vano deseo) el más veloz de los venenos; concentra, para morir, todo su ardor. ¡Oh, dulzura del día, más cara en el momento de Ja muerte! Se detiene; se espanta de su propia turbación. “¡Ay! Morir, siendo apenas una joven... No conocerás, se dice, las alegrías de la luz y las de la juventud, ni la lozana floración de tu hermano.“ Y él, Jasón, tan joven aún, ¿no sabes que morirá con tu muerte, él, que sólo tu nombre tiene en su boca, que te llama? ¿A quien yo he visto la primera en pie sobre esta orilla? ¿Por qué, padre mío, lo laureaste con tu alianza, y no lo entregaste de un principio a los monstruos?1* Sí, hu biera estado de acuerdo contigo en ese momento. Amor mío, oh Circe, raza de Titáú,“ invócame con tus palabras; tú me guías y yo te sigo; tus consejos de hermana mayor me obligan a ceder; soy demasiado débil para ofrecerles resistencia.” Así habla; y, desde en tonces, sólo piensa ya en el joven hemonio, sólo por él teme; sólo por él siente deseos, a su voluntad, de vivir o morir. Invoca los más poderosos encantos, pide a H écate“ le acreciente su poder: ella permanece allí, vacilante, dudando de sus venenos. Por fin oprime su cintura. Toma la flor cuya virtud supera a todas las demás, que el Cáucaso alimenta con la sangre de Prometeo17 y con los fuegos del trueno, que la sangre consagrada “ hace crecer y la fortifica en medio de las nieves y escarchas, cuando el bui tre se eleva entre las rocas, harto de las entrañas del Titán,“ mientras pico gotea. Es una yerba que no languidece bajo los siglos; se muestra verde, inmortal, resiste el rayo y florece en medio de las llamas. Hécate la cortó por vez primera, con un hierro impreg nado en las aguas de la Estigia” y privó a las rocas de sus tallos robustos; la mostró a
10. IX . su arte; 12. 13. triunfe. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20.
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O “tesalia” : es la nave “Argo” . L a L u na, diosa de la magia, incuba con sus rayos los productos misteriosos útiles para un tejid o rojo (“ensangrentado” ) bajo la luna se consideraba un signo temible. M edea se dirige a sí misma. Absirto, al que sacrificara más tarde por lograr salvar a Jasón, cuando su pasión Los toros que arroiaban fuego, y el dragón, guardián del vellón de oro. Descendiente del Sol. L a diosa de los Infiernos, que es también la Luna considerada en su aspecto mágico. Encadenada en el Cáucaso, donde un buitre no cesaba de roerle el hígado. E l de Prometeo, que es dios y objeto de la venganza de un dios (Júpiter). Prom eteo tenia por padre a Japeto, uno de los Titanes (hijo del Cielo y de la Tierra). Río d e los Infiernos.
La poesía neoclásica: Silio Itálico su sierva Medea; y ella, cada mes, en el décimo día de Febo,” acude por la cruel cosecha y saquea los restos de una sangre divina. Prometeo gime, en vano, cuando ve a la joven colquidia; en el monte, encoge de dolor sus miembros y tiemblan sus cadenas cuando la hoz desciende.“ Tal es el encanto de que se rodea la infortunada, fatal a su patria; y se sumerge, temblorosa, en las nocturnas tinieblas. Venus la toma de su mano, la acaricia con suaves palabras, y, sin abandonarla un paso, la lleva a través de la ciudad. Como, del alto nido, los jóvenes frutos se arriesgan por fin a desafiar el aire con sus frágiles alas, bajo la dirección de la madre, temblorosa y el azul destello del cielo les hace primero temblar, y quieren regresar a su árbol; así Medea desfallece entre los muros de la oscura ciudad, en medio del silencio de las casas. Se detuvo aún, vana incertidumbre, y su ánimo flaqueó. Volvió los ojos hacia la diosa“ y, con indecisión murmuró: “¿Es cierto que Jasón me llama, me implora? ¿No hay error en ello? ¿Mi pudor, sigue sin mancha? ¿No es amor? ¿No es vergonzoso quedar a las órdenes de un suplicante?” Venus no le contestadlas pa labras se pierden en vano. Pero la colquidia avanzaba en medio del denso silencio, al son de los mágicos conjuros: y los astros velaban sus rostros, los ríos y las colinas se movían; un temblor recorre los establos, los rebaños; un murmullo llena las tumbas; la noche se toma lenta, llena de pesada angustia ante esta sombra; y la propia Venus, temblorosa, se distancia. Pero al llegar a los profundos ramajes, bajo las sombras de la Triple Diosa,“ bruscamente, sin que lo esperaran, apareció Jasón, radiante; y la joven, aturdida, lo vio primero. Entonces Iris “ huye, elevándose sobre sus alas; y Venus escapó de las manos de Medea. Al igual que vemos, en la noche cerrada, a pastores y rebaños helados de un mismo pánico; o, como, en las profundidades del Caos,26 se encuentran sombras suaves y silenciosas: así, en medio de las tinieblas de la noche y del bosque, aparecieron bruscamente el uno ante el otro, estupefactos, muy próximos, semejantes a abetos silenciosos, a cipreses rígidos, en los que aún no se ha mezclado el soplo espantoso del Austro. V II, v. 309-406.
T. Catio Silio Itálico, orador y alto funcionario, cónsul en 68, consagró los veinte últimos años de su vida a la poesía. Gustaba del arte casi con obsesión y era un devoto de Cicerón y Virgilio: compró sus quintas, de Túsculo, y cerca de Nápoles. Osó verter, en versos “virgilianos” la tercera década de Tito Livio, que narra la segunda guerra púnica. Dichos Punica (en 17 cactos) no guardan proporción: los primeros suce sos (los más patéticos, es cierto) alcanzan gran extensión; en cambio, los siete últimos pantos acaban con el resto de la materia. No hallamos acento patriótico ni aliento épico: se suceden las más inútiles intervenciones divinas y los episodios más extravagantes y convencionales (descenso de Escipión a los Infiernos; Escipión entre el Vicio y la Virtud). No hallamos ningún estudio psicológico. Aníbal es, sin más, un hombre enfurecido, medio loco. No hay idea central alguna que dé, a falta de un héroe, unidad al poema. Pero las
SILIO ITALICO Hacia 25*101
2 1 . E l décimo día tras la luna nueva: día consagrado. 2 2 . Hay una relación física entre Prometeo y la planta nacida de su sangre: sufre cuando la cortan. (Cf. Virgilio, Eneida, I I I , v. 19-48.) 2 3 . Venus, que Medea confunde con Circe. 24. H écate, a quien se representaba a menudo con tres rostros, y velando, de noche, en Ins encrucijadas. 25. Diosa alada, mensajera de los dioses, que acompañó a Jasón. 26. Palabra intencionada ( = el desorden primitivo del mundo no organizado), empleada para indicar los Infiernos.
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E L NUEVO CLASICISMO
Punica son un excelente repertorio de “máquinas” épicas, llamadas virgilianas, que gravarán en adelante toda la epopeya latina. Muerte del cónsul Flaminio [For su imprudente presunción, el cónsul Flaminio se dejó sorprender por Aníbal junto al lago Trasim eno, en la Toscana (primavera de 2 1 7 a. C .); la ba talla es encarnizada. — Fuente: T ito Livio (X X II, 4-6), que escribió ya con influencias retóricas: “E l combate era tan ardiente que ningún guerrero notó un temblor de tierra que dem im bó barrios enteros en muchas ciudades de Italia, sacó de su cauce a los ríos veloces, e hizo penetrar el mar en los ríos” . — L a historia aparece deformada material (Flaminio no fue un héroe; el temblor de tierra no causó la derrota de los romanos) y psicológicamente (Aníbal nada tenia de loco furioso que buscara los combates singulares). — Falsa grandeza épica: vuelo ridículo de la imaginación y excesos de estilo; falta de veracidad.]
Mientras habla,27 un torbellino de vapor humeante sale de su boca, y la cólera, en singultos, inflama su pecho de ronquidos, al igual que el agua, sobre un fuego violento, escapa furiosa, hirviendo a grandes borbotones, de su caldero. Entonces se precipita, con la. cabeza baja, entre el tumulto, y sin cesar busca y provoca sólo a Flaminio. Ya el cónsul, tan rápido como la palabra, se hallaba dispuesto a combatir. Ya Mavorte“ se alzaba cerca de ellos: ambos se habían encontrado y se oponían... Cuando de súbito se quiebran las rocas con ruidos; las colinas — ¡qué horror!— se tambalean, y las cimas de los montes tiemblan por doquier; en las cimas, los bosques de pinos oscilan; y los derrubios de las rocas ruedan sobre los ejércitos. Revuelta en sus grietas profundas, la tierra ruge, estalla, se rompe en enormes quebradas; y el inmenso abismo mostró en sus simas las sombras estigias; ” y los manes,90 desde el fondo de su morada, se espantaron al ver de nuevo, tras tanto tiempo, la luz. E l lago negro, devado hasta los picos de los montes, arrancado de su lecho ancestral, bañó, con su inesperado rocío, los bosques tirrenos. Y este cataclismo destructor sumió en la muerte a naciones enteras, a urbes de poderosos monarcas. Los ríos se debatieron contra los montes, pugnando por remontarse a sus veneros; retrocedió la mar, quebrándose sobre sí misma, y los Faunos ” del Apenino, huyendo de la mon taña, se refugiaron en las riberas. El combate, sin embargo (¡oh, furor de la guerra!) continúa: el soldado, vacilante sobre la tierra temblorosa, lanza sus tiros inciertos, mientras que la tierra se le escapa y lo arroja. Al fin, perdidos los ánimos, las falanges dauniasw huyen en tumulto hacia el lago, se arrojan a los pantanos. El cónsul, a quien el temblor de tierra había arrojado entre los que huían, les persigue con sus reproches: “ ¡Ea! ¿Qué esperanza ponéis en la huida? ¿Vosotros, vosotros conducís a Aníbal a las puertas de Roma? ¿Vosotros mismos le dais el hierro y el fuego contra la ciudadela de Júpiter Tonante? Detente, soldado; aprende de mí a luchar; o, si no se puede luchar ¡aprende a morir! Sí, Flaminio dará un glorioso ejemplo a las generaciones futuras : n o se jacte ni libio ni cántabro ** alguno de haber visto huir a un cónsul. Yo solo, si un vértigo de miedo os domina, consumiré todos los tiros del enemigo; y mi muerte, cuando exhale mí alma a los aires, os llamará al combate.” Mientras habla y hace frente a las masas enemigas, Ducario se lanza ardiente contra él, terrible en su aspecto y en su ánimo: era, en su nación, el nombre de un guerrero intrépido que, desde mucho tiempo, guardaba en su pecho bárbaro el recuerdo de la derrota sufrida por los boyos, sus mayores.“ Reconoció los rasgos del audaz vencedor: 2 7 . Aníbal, exasperado por la muerte de uno de sus lugartenientes. 2 8 . Marte. 29. De los Infiernos. 3 0 . L a muerte. 31. Dioses rústicos. 3 2 . Las legiones romanas: la Daunia es una región de Italia. 3 3 . Ni africano ni español: el ejército de Aníbal estaba formado por mercenarios de todas las razas. 3 4 . E n 2 2 3 , Flaminio venció, en las riberas del Adda, a los galos insubres (no boyos: pero los boyos fueron dominados antaño por Roma) del valle del Fo.
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La poesía neoclásica: Estacio “ 1All! ¿Eres tú ese héroe, terror de los boyos? Quiero, con este dardo, probar si de ese cuerpo sublime puede brotar sangre. No dudéis, compañeros, en inmolar su cabeza a las sombras aguerridas de nuestros muertos: él fue quien llevó ante su carro triunfal, camino del Capitolio, a nuestros padres vencidos: la hora de la venganza lo pide.” Al instante, los dardos que brotaron por doquier lo abatieron; vuelan en nubes y lo cubren: nadie se pudo gloriar de haber derribado con su mano a Flaminio. V, v. 603-658.
P. Papinio Estacio posee distinto valor. Aun cuando improvisa con una facilidad muy italiana, como en sus Silvas, o com pone con minucioso cuidado epopeyas que —según cree— le ganarán la inmortalidad, presenta, con mucho convencionalismo y destreza, una sensibilidad auténticamente poética. Tenía por esposa a una profesional de la música, Claudia, muy unida a la vida frívola de Roma; él mismo tomó parte, con éxito diverso, en los concursos “académicos” oficiales (Augustales, fuegos Albinos, Juegos Capitolinos); rindió adulación a Domiciano, en par ticular en un poema sobre su campaña en Germania, e intrigó para obtener los aplausos en las lecturas públicas. Pero lo salvó, aparte de su gusto innato por el detalle pintoresco o plástico, su adhesión voluptuosa a su Campania natal, donde la mitología, nutrida de recuerdos griegos, parece tener, aún hoy día, una cierta realidad viva:
ESTACIO ¿40?-96
Muy bien me parece, Polio,*6 que ames y frecuentes estos campos helénicos;" y que Dicearquia,” tu patria, no se muestre celosa: tenemos más derecho que ella a poseer a nuestro sabio alumno. ¿Debemos hablar, ahora, de las riquezas de esta campiña, de las cosechas que se inclinan sobre el mar, de las rocas empapadas en néctar de Baco? Con frecuencia, en otoño, cuando L ie o * empieza a tomar toda su fuerza, la N ereida" salta de escollo en escollo y, velada por la sombra de la noche, enjuga sus párpados humedecidos en los pámpanos maduros y arrebata a los montes los azucarados con frecuencia, la vendimia recibe de muy cerca el rocío de las olas; los sátiros “ caen al mar y los Panes“ de las montañas arden en deseos de abrazar en las olas a la blanca J Joris." Silvas, II, 2, v. 95-106.
Las epopeyas. — Su Tebaida, en 12 cantos, imitada de Antímaco de Colo fón (poeta griego del s. v, muy estimado de Quintiliano), cuenta la guerra sostenida por Polinice y sus aliados, Tideo y Capaneo entre otros, contra su hermano Eteocles, rey de Tebas. Era un tema preferido de los trágicos griegos, y conocido desde hacía mucho tiempo en Italia. La composición es, en su conjunto, defectuosa: la práctica de las lecturas públicas animó a Estacio a escribir párrafos brillantes, pero mal conjuntados entre sí. La imi tación de la retórica de Lucano se combina con multitud de recuerdos de 35. Uno de los amigos más queridos y protectores de Estacio (v. más adelante, p. 3 9 9 s.). 36. Estacio acaba de describir una rica "villa” de Polio, que m ira a Nápoles y a todas lai ciudades de su golfo. 3 7 . Puzzoles. 3 8 . Sobrenombre de Baco. 3 9 . Divinidad marina. 4 0 . Divinidad«« campestre).
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Virgilio y de Ovidio. Pero el poema contiene escenas enérgicas y sobrecogedoras; dista mucho de ser indiferente. La Aquileida, en cambio —en la que Estacio se proponía narrar toda la vida de Aquiles— se halla inacabada, a >artir del canto segundo: ha volcado toda su fresca inspiración en describir a infancia de su héroe, junto al centauro Quirón, o entre las hijas de Licomedes.
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La infancia de Aquiles [Sabiendo que si Aquiles, su hijo, marcha a la guerra de Troya morirá, la diosa Tetis acaba de enviarlo de nuevo junto al prudente centauro (mitad hombre y mitad caballo) Quirón, que lo educaba, con la intención (no declarada) de ocultarle entre las hijas del rey Licomedes. — Inspiración natural, no mermada por la erudición. — Sensibilidad precisa y delicada.]
E l Centauro le contesta: “Mándalo, obrarás bien; sí, mándame a tu hijo. Y que branta las voluntades divinas con humildes súplicas. Pues tus deseos se han visto com placidos muchas veces, y hay que calmar la envidia.*1 No quiero aumentar tus temores; pero hay que decir la verdad. Sí, mi corazón paterno" siente presagios, y no se engaña: no sé qué grandeza hay en esa fuerza ardiente, que supera ampliamente su edad. No hace mucho aún, toleraba que le amenazaran, obedecía mis órdenes y no se alejaba mucho de nuestra inorada. Pero ahora la Osa no es para él grande en demasía, ni el enorme Pe llón,*" ni las nieves de la Tesalia. Incluso los Centauros acuden con frecuencia a mí, a quejarse de que ha saqueado sus casas, les ha arrebatado el rebaño ante sus ojos y les ha atrojado a ellos mismos en las llanuras y a través de los ríos. Tratan de tenderle emboscadas, de luchar con él. Vanas amenazas. Antaño, cuando el navio tesalio** se llevó de aquí a los reyes Argonautas, vi al joven Alcida“ y a Teseo. Pues... me callo.” Una mortal palidez heló a la Nereida. Estaba allí, crecido entre el polvo mezclado de sudor. Sin embargo, ni sus armas ni sus ardientes fatigas habían aún alterado la dulzura de su rostro: un fuego brillante se extiende en su nivea tez, y su rubia cabellera es más bella que el oro; el vello no señala aún el fin de su infancia, sus ojos arden profundamente, semejante a su madre: era igual a Apolo cazador, al regresar de Licia," cuando se desprende de su cruel aljaba para tomar la lira. Y hoy estaba muy contento (¡cuánto gana con ello su belleza!): sobre una roca de Foloe47 ha herido a una leona madre y, dejando el cadáver en la cueva vacía, viene con los cachorros, acariciando sus garras. Pero cuando en el umbral amigo ve a su madre, los arroja y la envuelve con sus brazos, ávidamente; su abrazo es ya fuerte, y ya su talla igual a la de su madre. A sus espaldas, ya unido a él por una viva amistad, venía Patroclo,“ crecido en la imitación de esas grandes acciones, semejante a él en aficiones y en edad, pero no en la fuerza, en la que mucho distaba: y, sin embargo, bajo Pérgamo,“ los unirá una misma suerte. Rápido, Aquiles escapa de un brinco y va al vecino río, donde lava sus ardientes mejillas y sus cabellos manchados. Se asemeja a Cástor “ sobre el corcel jadeante, cuando
4 1 . Los antiguos creían que la felicidad excesiva acarreaba la envidia y la venganza incluso, de los dioses. 4 2 . Quirón usa para Aquiles de una ternura de padre. 4 3 . L a Osa y el Pelión: montañas de Tesalia. 4 4 . L a nave Argo. 4 5 . Hércules, descendiente de Alceo. 4 6 . E n Asia Menor. 4 7 . Montaña elevada de Arcadia (¡está muy lejos de la Tesalia!). 4 8 . Su amigo, cuya muerte es el “ nudo” central de la Ilíada. 4 9 . Ciudadela de Troya. 5 0 . Héroe, hijo de Leda (hermano de Pólux, Helena y Clitemnestra), tipo de caballero, convertido, tras su muerte, en una brillante estrella.
La poesía neoclásica: Estacio entra en el Eurotas “ y reanima el brillo amortiguado de sus destellos. E l anciano lo admira, lo peina, toca su pecho y sus fuertes hombros: la angustia de la madre aumenta al compás mismo de su alegría creciente. Entonces Quirón les ruega que gusten de las viandas, de los dones de Baco; y, para dulcificar el estupor de Tetis ante tan variadas y agradables impresiones, toma al fin su lira, hace vibrar las cuerdas consoladoras y, tras probarlas con sus rápidos dedos, ofrece el instrumento al niño; éste se complace en cantar las hazañas prodigiosas que engendran la gloria; el hijo de Anfitrión,“ triunfante de las órdenes de su violenta madrastra;“ Pólux, aplastando con sus puños al cruel bébrico;“ el terrible abrazo con que Teseo rompió los brazos de Minotauro;“ por último, las bodas de su m ad re" y Pelión, temblando bajo el peso de los dioses; entonces Tetis hurtó sus ansias con una sonrisa engañosa. Luego, la noche los impulsa al sueño: el enor me Centauro se extiende en su roca y Aquiles anuda sus hrazos a sus fieles hombros; por más que esté junto a él su madre querida, prefiere el pecho sobre el que duerme cada día. A qu ileida, I, v. 143-197.
Las “ Silvas” . — Sin embargo, hallamos más interés en sus Silvas (o “Im provisaciones”). Son 32 poemas, en cinco libros, escritos la mayor parte de ellos en hexámetros dactilicos, sobre “sucesos cotidianos” de todo orden: inauguración de una estatua ecuestre de Domiciano, de una nueva carretera; descripción de obras de arte o de villas propiedad de ricos protectores; lamentaciones por la muerte de un león domesticado o de un loro; acciones de gracias, consuelos, etc. El tacto cortés y la rapidez de ejecución (Estacio no empleó nunca más de dos días para escribir poemas que constan, en algunos casos, de casi 300 versos) garantizan la unidad y la precisión en el tono; la facilidad con que se acumulan los detalles da una impresión de natu ralidad.Pero, además, la sensibilidad de Estado, su simpático modo de adherirse a sus ricos amigos, la precisión de sus impresiones de la Campania dan a esta poesía rápida y henchida de reminiscencias de Virgilio y de Hora cio una especie de encanto espontáneo. Un día de campo: Hércules y Polio [Facilidad graciosa de la narración. — Mitología humanizada (recordemos a Ovidio), casi verosímil. — Adulación delicada.]
e ingeniosa
Era el día de Trivia." Cansados de la estrechez y de la monotonía de nuestra casa, lo pasamos sobre la húmeda orilla, protegidos de los ardores del sol por la espesa sombra de los árboles. E l délo se cubrió' y, bruscamente, las nubes arrebataron la luz
51. 52. 53. 54. lo mató 55. 56. 57. 58. 59. 60. 61.
E l río de Esparta, en que L eda era reina. Hércules. Juno, que le impuso doce trabajos sobrehumanos. Amico, rey inhospitalario de los bébricos, había provocado a los Argonautas. Pólux en una lucha de pugilato. (Véase p. 2 3 0 , nota 6 5 ). Monstruo de C reta, mitad hombre y m itad toro. Con Peleo. Diosa de las encrucijadas, asimilada a D ian a y a la Luna. Viento del Sur. Viento dulce del Oeste. Otro nombre de Dido. Cf. Virgilio, Eneida. IV, v. 1 6 0 -1 7 2 .
3ΘΘ
E L NUEVO CLASICISMO dispersándonos; los esclavos se llevan los manjares consagrados,** los vinos coronados de flores. Mas ¿a dónde trasladar el festín? Sin duda, innumerables casas dominan estos campos felices,” y resplandecen muchos techos en estas colinas; pero las amenazas de la tormenta invitaban a ganar la más próxima, y no menos la confianza en la vuelta del buen tiempo. Veíase una frágil capilla, que sólo tenía el nombre de templo, humilde estancia en que moraba oprimido el gran Alcida,** capaz apenas para brindar refugio a algunos pescadores o marineros errantes. Allí entramos todos en tumulto, nos apiñamos en corto espacio, las mesas y los suntuosos lechos, y las personas, y la compañía encantadora de la hermosa Pola. Todos no pudieron entrar: el templo era demasiado estrecho. E l dios se enrojeció y echó a reír; se manifestó en el amado corazón de Polio, y, rodeando su alma de caricias, le dijo: “¿Es aquella la mano liberal, la ingeniosa profusión que ha saturado a la vez a Dicearquia “ y a la joven Partenopea? “ ¿Que ha embellecido nuestras colinas con tantos bosques verdosos, con tantas estatuas de mármol y bronce, con tantos cuadros animados por el trazo y el color? Pues ¿qué era ese palacio, ese territorio, antes de tu bienhechor advenimiento? Has trazado, a través de las peñas desnudas, un largo camino cubierto; allí, donde antes sólo aparecía una llanura, se eleva hoy, para embellecimiento del paseo, un alto pórtico sostenido por columnas de mármoles policromados;®7 y, en la curva del río, has encerrado bajo una doble bóveda a las ninfas de las fuentes termales.“ Difícil mente podría enumerar todo cuanto has hecho. ¿Es Polio pobre y sin recursos sólo para mí? Sin embargo, yo frecuento estos Penates " sin acrimonia, tal como son: gusto de esta ribera que tú has hecho acogedora. Pero, muy cerca, Ju n o” mira desde lo alto mi mansión y ríe bajo mi sede. Dame un templo, altares dignos de tus empresas, que pueda detener los navios, incluso con viento favorable; un templo que puedan visitar en oca siones mi padre celestial,71 los convidados de los banquetes de los dioses y mi hermana,” cuando deja su mansión sublime. No te dejes asustar por ese malévolo monte que te opone su duro y rígido entrante, y que nadie ha cortado desde tiempo inmemorial: pues yo estaré allí, te ayudaré en este trabajo inmenso y, pese a sus esfuerzos, quebrantaré la tierra hasta en sus ásperas profundidades. Comienza la obra; y, confiando en la palabra de Hércules, atrévete. Verás si se levantaron antes las torres de Tebas o las murallas de Pérgamo.” ” Silvas, III, 1, v. 68-116.
6 2 . Muy a menudo los banquetes se presentaban como una ofrenda al dios, lo que no im pedía que los alimentos fueran consumidos por los hombres. 6 3 . A orillas del golfo de Nápoles. 64. Hércules. 65. Puzzoles, patria de Polio. 66. Nápoles ( “la Ciudad Nueva” ). 6 7 . Los pórfidos y los mármoles de color eran uno de los grandes lujos de la arquitectura en esta época. 6 8 . Polio ha canalizado, para los baños, fuentes de agua caliente, frecuentes en esta re gión volcánica. 69. E sta vivienda, 70. Véase página anterior y nota 5 3. 7 1 . Júpiter. 7 2 . Minerva, nombre que llevaba un promontorio vecino. 7 3 . Los muros de Tebas se construyeron espontáneamente al sonido de la lira de An fión; los de Troya fueron edificados por los dioses (Apolo y Neptuno).
400
Marcial
3.
La poesía realista
La epopeya neoclásica estaba cuajada de convencionalismos; ningún em peño podía dar vida a los temas .griegos que se repetían con elegancia, pero sin convicción. Una vez más, como en tiempos de Lucilio, de Horacio y de Persio, el realismo satírico, que subyace en el fondo del temperamento roma no, reacciona con vigor; y ahora alcanzó su expresión más completa: concen trado en Marcial, oratorio en Juvenal. M. Valerio Marcial procedía de Bilbilis (en España, en la provincia de la Tarraconense); acudió a Boma para acabar sus estudios. Permaneció en ella sedu cido por la variedad de impresiones que la gran ciudad ofrecía a su viveza natural, pero hubo de soportar, para subsistir, la vida dura y humillante del adulador y pedigüeño: aduló de modo humillante a Domiciano, y prodigó sus lisonjas a los mismos ricos protectores que Estacio. Acabó por lograr, tras múltiples desabrimientos, un limitado bienestar económico; y, gracias a sus Epigramas, la celebridad. A excepción de Estacio, del que lo alejaban a un tiempo una completa oposición en gustos literarios y, sin duda,una rivali dad de parásitos, fue amigo de todos los escritores de su tiempo: de Quinti liano, Silio Itálico, Juvenal y Plinio el Joven en particular. Ya viejo y triste, aceptó, en 98, una finca que en su tierra natal le ofrecía una admiradora, Marcela; Plinio le ayudó con su dinero a regresar a España. Pero, tras las primeras alegrías del regreso, se dejó embargar por la añoranza de Roma, y desde entonces comenzó a declinar.
MARCIAL Hacia 40-hacia 104
La obra y el hombre. — Gracias a Marcial —sobre todo— cambió el sentido de la palabra “epigrama”: aplicada primero a toda poesía breve, se convirtió en sinónimo de broma mordaz. Sin embargo, de sus 15 libros, el pri mero (Líber de spectaculis; publicado en 80), celebra las maravillas del anfi teatro Flavio (o Coliseo); los dos últimos (Xenia y Apophoreta: en 84 u 85) sólo contienen lemas, de dos versos cada uno, propios para acompañar los regalos que se enviaban o encargaban para los amigos e invitados con ocasión de las Saturnales. Incluso en los otros (después de 85) no aparece ningún amigo atacado por su nombre, y muchos poemas, de acento personal y frívolo, nos trazan con rapidez la imagen del poeta y de su sociedad. Roma inhospitalaria [Form a dialogada. — Contraste entre el recién llegado (provinciano) lleno de presunción y M arcial, desengañado y amargo. — Trem endo pesimismo en la “palabra final” .]
¿Qué razón o, mejor, qué audacia te impulsa hacia Roma, Sexto? ¿Qué esperas? ¿Qué buscas? Contesta. — Defenderé las causas, dices, con más elocuencia que el pro-
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E L NUEVO CLASICISMO pio Cicerón; y en los tres foros71 nadie se levantará ante mí.” — Atestino ha hecho de abogado, Civis también (ya lo conoces): ni el uno ni el otro han ganado para pagar el alquiler. — “Si no conseguimos nada a través de ese camino, compondremosn poem as; al escucharlos, creerán que son de Virgilio.” — Estás loco; todos esos que ves tiritar aquí bajo su capuchón son ” Ovidios y Virgilios. — “Me moveré en tomo a los grandes/’ — Sólo tres o cuatro personas encuentran en ello su medio de vida: los demás están pálidos de hambre. — “¿Qué hacer? Aconséjame: pues estoy totalmente decidido a vivir en Ro ma.” — Bueno, Sexto, si eres honrado, puedes contar... con el azar. III, 38.
El éxito del poeta [Tono ardiente y relajado. — Ironía sin m alicia frente a quien sólo considera las ventajas materiales.]
Carino está verde de envidia, estalla, rabia, llora y busca una rama bien alta para colgarse. Y ello no es porque me canten y me lean por doquier, porque difundan mis versos en ediciones de lujo en todos los pueblos que Roma comprende: sino porque, en las afueras, tenga un campo para el verano, y ya no tengo que tomar, como antes, muías de alquiler. ¿Qué voy a desearle al envidioso, Severo? Eso mismo: muías y una casa de cam po. V III, 61.
Los ruidos de Roma [Bajo la forma de una epístola, una descripción, en que los detalles acumula dos acaban por dar la impresión de la realidad, el efecto general es amplificado por la antítesis. — Alguna expresión afectada.]
¿Por qué voy cón frecuencia a la árida Nomento,” a mi exiguo campo y pequeña granja? Esparso: el pobre, en Roma, no puede ni pensar ni dormir. No se puede vivir por las mañanas con los maestros de escuela, ni por la noche con los panaderos, ni con los martillos de los artesanos del cobre a lo largo del día; aquí, un cambista7* ocioso hace sonar sobre su mostrador mugriento monedas con la efigie de Nerón;” allí, un ba tidor” llegado de las marismas de España deja caer sin descanso su brillante mazo sobre la piedra gastada; siempre, y por todas partes, la muchedumbre poseída de Belona,“ el náufrago, lleno de interminables quejas, con su pancarta al cuello;“ el judío," adiestrado por su madre para la mendicidad; el legañoso buhonero de fósforos azufrados... Quien puede contar, en un penoso sueño, a sus enemigos, sería capaz de decir cuántas manos golpean en Roma los calderos,81 cuando el rombo colquidio® ha impuesto una disminución a la luna. Tú, Esparso, lo ignoras; no puedes saberlo: te cuidas del reino de Petilio, cuya
7 4 . Las plazas (foro romano; foros de César y de Augusto) que rodeaban las basílicas en que se sostenían los procesos. 7 5 . Nótese el énfasis del plural. 7 6 . Así lo creen ellos. 7 7 . Pequeña ciudad al norte de Roma. 7 8 . Los cambistas se instalaban (como hasta poco ha en Atenas) en las calles. 7 9 . Para comprobar si su ley es buena. 8 0 . D e lino: era célebre el lino de España; se golpea la fibra con una maza de madera para ablandarla. 8 1 . Las procesiones de los sacerdotes y fieles de Belona eran especialmente agitadas y tumultuosas. 8 2 . Los náufragos, para inspirar compasión a los transeúntes, llevaban al cuello una representación pintada de su naufragio. 8 3 . Los judíos eran cada vez más numerosos en Roma. 8 4 . Medio, según se decía, de hacer cesar los eclipses de luna. 8 5 . Con una especie de trompo, los magos (la Cólquida e t la patria deMedea, célebre encantadora) pretendían provocar los eclipses.
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Marcial casa,“ sin subir un peldaño, domina los picos de las colinas; tiene campo en la ciudad, viñador de Roma (y el otoño no es más abundante en Falemo),87 carrera para sus caba llos sin tener que abandonar el umbral, sueño en el fondo de las habitaciones apartadas, reposo sin lengua inoportuna y luz del día sólo cuando lo desea. A mí, la gente que pasa riendo me despierta; Roma está en la cabecera de mi cama. Cuando, en el paro xismo del cansancio, deseo dormir, marcho a mi granja. X II, 57.
La nostalgia de Roma [Prefacio en prosa de la penúltima colección de poemas de M arcial. — Sim ple y sorprendente oposición en que Roma y la provincia se pintan con rasgos sueltos, sin el menor aderezo. — Revelación de la vida y el carácter de M arcial.]
L a principal, la auténtica razón (de mi silencio) se debe a que me falta la audiencia a la que estaba habituado: parece que defiendo una causa en país extranjero. Pues, si mis breviarios tienen algún rasgo feliz, me lo han dictado mis oyentes. Esa delicadeza de juicio, esa inteligencia de las ocasiones, esas bibliotecas, teatros, reuniones, en que, go zando, nos instruimos sin damos cuenta, todo lo que, en una palabra, he dejado con el desdén de hombre hastiado, lo añoro hoy, cuando vivo como defraudado. Añádase a ello estos dientes perversos de las provincias, en que la envidia ocupa el lugar del juicio, uno o dos hombres malvados que se acumulan en un agujero y frente a los cuales es difícil conservar todos los días el buen humor. No te asombres, pues, de que haya re nunciado por descontento a lo que hacía antes con feliz entusiasmo.
Posición literaria de Marcial. — Marcial confiesa buenamente que prac tica un "género menor” y que "se divierte” con “insignificancias”: le basta agradar sin cansar. Ello equivalía a la antítesis de los poemas regulares y monótonos, largos e insípidos, oscuros y pedantes. El beneficio es grande: al renegar de la retórica, las letras pueden recobrar la" naturalidad. Sin embar go, Marcial se muestra también orgulloso de su oficio; incluso llega a ser »■rudito·, conoce a los “antiguos”, apela al testimonio de Catulo; admira a Persio y Lucano. Pero el sentido palpitante de la vida, el gusto por una clara sobriedad y una fina desenvoltura aseguran a su obra, pese a las numerosas irregularidades, una auténtica espontaneidad. Epigrama [L a naturalidad sólo tiene un auténtico com etido; y está seguro de conmover a las personas.]
No sabe (créeme, Flaco) lo que es un epigrama quien sólo los llama juego y chanza. I,a verdadera chanza es escribir en verso la comida del feroz Tereo," o la cena que no digeriste,“ Tiestes o Dédalo a punto de unir a sus hijos las alas de cera,*0 o Polifemo apacentando sus corderos sicilianos.*1 No hay vejigas en mis breviarios: mi Musa no se hincha con los pliegos insensatos de un vestido de tragedia. “Aquello es, sin embargo, !o que todos alaban, admiran, idolatran.” Lo confieso: se admiran esos grandes desplieuues, pero se leen mis juguetes. IV , 49. 8 6 . Sobre el Janiculo (colina romana de la orilla derecha del T iber). 8 7 . Región campaniense célebre por sus viñedos. 8 8 . Tipo de bárbaro desenfrenado, a quien se obligó a com er sus hijos. 8 9 . Los hijos de Tiestes fueron tam bién servidos a su padre. 9 0 . Para librarse de Minos, Dédalo fabricó, para sí y para su h ijo lca ro , alas artificiales que Ir* permitieron dejar Creta. 9 1 . Aquí, M arcial parece burlarse de la bucólica de tema mitológico (cf. Oditea, canto IX, y Teócrito, Id., XI).
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El realismo. — El mérito supremo de Marcial reside en la precisión de sus observaciones: la vista, el oído, el olfato son, en él, de una agudeza igual; sabe reflejar sus impresiones con una palabra, con toda su fuerza y su vigor. Pero no se contenta con calcar los rasgos auténticos en un pasaje: los agrupa, ara acentuar el efecto de sus cuadros; los lleva, para darles mayor energía, asta la trivialidad y la grosería, como han hecho entre nosotros los autores de novelas “naturalistas”. Sus personajes, cuyos caracteres evoca (al modo de Teofrasto,92 aunque con más arte y concisión) únicamente por el exterior, gestos, porte, vestido, adquieren con frecuencia el aspecto de una caricatura: pero son inolvidables.
E
Boma abastece al campo [Con un gusto descriptivo un tanto afectado en sus comienzos, el epigrama pinta en seguida una naturaleza muerta fresca y sabrosa antes de acabar con una "palabra” de efecto seguro.]
Faustino estaba allí donde la puerta Calpena” gotea ampliamente, donde los sacer dotes de Cibeles lavan, en el Almo, el cuchillo frigio,“ donde verdea el campo consa grado de los Horacios* donde se cuece al sol el templo de Hércules Niño: Baso pasaba con el coche lleno hasta los topes de toda la abundancia de una rica campiña de coles de hermosos cogollos, puerros y cebollinos, lechugas bien sembradas,“ acelgas útiles para hacer la digestión; y, además, una pesada guirnalda de tordos rollizos, una liebre muerta por el diente de un perro galo, un lechón que aún no había dañado las habas; y el propio auriga*' que iba delante de este carro tampoco tenía las manos vacías: llevaba huevos escondidos entre el heno. — ¿Regresaba Baso a Roma? — No: iba al campo. III, 47.
Un miserable [Realismo a ultranza. — Por finura cortés (cf. Horacio) y adulación a Domi ciano (que los había echado de Roma), Marcial ataca a los predicadores calle- j jeros, tipo pintoresco de la ciudad.]
Ese hombrecillo que ves con frecuencia, Cosmo, bajo los pórticos interiores de nues tra Palas“ y en el umbral de] Templo Nuevo," con su bastón y sus alforjas; ese viejo, de cabellos blancos y polvorientos, muy erizados, cuya barba desciende, sucia, sobre su pecho, cubierto por una amarillenta levita, único ornamento de su yacija, que mendiga^ a ladridos su alimento de cuantos pasan, lo tomas, por su aspecto embustero, por u n 1 filósofo cínico. Pero no es un filósofo cínico. ¿Qué es, pues? Un perro.100
Un nuevo rico ¿Ves, Rufo, a ese espectador que se arrellana sentado en primera fila? Incluso desde aquí vemos brillar su mano llena de anillos de sardónice, su capa mojada muchas vece*
9 2 . Filósofo y naturalista griego de los siglos rv-in. 9 3 . Sobre ella pasaba una derivación de un acueducto (la Aqua Marcia) cuya agua go teaba sobre la bóveda. 9 4 . E n el Almo, afluente del T iber, los sacerdotes de la diosa frigia Cibeles lavaban todoi los años su ídolo y el cuchillo de los sacrificios. 9 5 . Los tres salvadores de Roma, enterrados en un espacio consagrado. 9 6 . U na de las dos especies de lechugas que distinguían los romanos. 9 7 . O criado a caballo que precedía al coche. 9 8 . Domiciano había elevado un templo a Minerva, diosa de los "intelectuales” 9 9 . E l templo elevado por Domiciano a su padre Vespasiano. 1 0 0 . La palabra x¿u>v = perro, designaba también en Atenas a los filósofos cínicos.
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Marcial en púrpura tina,“ y su toga, cuya blancura ha de superar la de la nieve virgen; el per fume de sus cabellos llena el teatro de Marcelo; sus brazos brillan, depilados y limpios; la lengüeta de su borceguí de lúnulas “ * sólo data de ayer; un cuero flexible reviste de escarlata su pie sin lastimarlo; y un enjambre de moscas, rondando en tomo a su frente... ¿Por qué me lo preguntas? Retíralas y lo leerás.103 II, 29.
La técnica del epigrama. — La única obligación del epigrama es despren der el rasgo mordaz al final, para que nada debilite su efecto; las más de las veces, también, la “palabra final” es inesperada, para excitar la curiosidad. Pero, fuera de estas dos reglas, Marcial trató de diversificar lo más posible las dimensiones y los procedimientos de sus pequeñas obras. Las hay de uno o dos versos sólo; muchas, en dos dísticos, saben ser animadas y picantes a un tiempo. Cuando el poeta se concede más extensión, traza un retrato, una escena, que se acaba en una brusca antítesis. Se dirige a un amigo supuesto, a un adversario fingido; se da la lección a un original... Su ingenio es extremo; un tanto excesivamente visible, tal vez. Lo compras todo, Cástor: lo venderás todo. V II, 98. Ciña quiere parecer pobre: lo es. V III, 19. Tais tiene los dientes negros, Lecania los tiene de nieve. ¿Por qué? — Ésta los com pra; la otra tiene los suyos. V, 43. Gemelo pide en matrimonio a Maronila, arde de pasión, se apresura, suplica, hace dones.10* ¿Es, por ventura, muy hermosa? En modo alguno: la fealdad personificada. ¿Qué tiene ella, pues para atraer la súplica, el deseo? Tose.106
Un aficionado dandi [Retrato satírico con un ataque final antitético. — Juegos catulianas.]
de expresiones
Tú "recitas” maravillosamente, defiendes causas, Ático, maravillosamente; escribes maravillosas crónicas, maravillosos versos; compones mimos maravillosos, epigramas ma ravillosos; tratas maravillosamente de gramática, maravillosamente de astrologia; tienes una voz maravillosa y bailas, Ático, maravillosamente; tienes un talento maravilloso para la lira, un maravilloso talento para la pelota. Sin duda, no haces nada bien, pero lo haces todo maravillosamente. ¿Quieres mi opinión? Eres un engreído.
En el tribunal [Escenificación cóm ica: el litigante interrumpe a su abogado que “habla demasiado bien” . Relaciónense ciertos detalles con el acto I I I de Los Litigantes de Racine]
101. 102. 103. 104. 105. heredero.
La mejor. Los borceguíes de los senadores llevaban un pequeño semicírculo de plata. Antaño lo marcaron con hierro candente, por mal esclavo. La colma de regalos. Su pretendiente confía en que morirá poco después del matrimonio, nombrándole
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E L NUEVO CLASICISMO No se trata de violencia, de asesinato, de veneno: sostengo este juicio por tres cabras, de cuyo robo acuso a mi vecino. De esto quiere el juez que se le aduzcan testimonios. Pero tú te pones a hablar de Cannes,1“ de la guerra de Mitrídates,107 de los perjurios de la pasión púnica, de los Silas, de los Marios, de los Mucios:108 tu voz truena, tus brazos se agitan. Habla, Póstumo, que estás a tiempo, de mis tres cabras. IV, 19.
La fiebre demasiado bien tratada [Consejo prudente, disimulado bajo una descripción pintoresca y un juego ingenioso rebuscado. — Relaciónense ciertos detalles con La gota y la araña de L a Fontaine.]
Me preguntas, Latino, por qué no te abandona la fiebre desde hace tantos días; y gimes y gimes. Va en litera contigo, va contigo al baño; come setas, ostras, tetillas de lechona, jabalí; se embriaga a cada momento de vino de Setino, de Falerno, y sólo bebe el Cécubo frío en agua helada; sólo se acuesta entre rosas, con su tinte plomizo, y en el amomo;1M duerme entre plumas y púrpura. Tan bien recostada, viviendo tan bien en tu casa, ¿para qué quieres que tu fiebre vaya a la de Dama?™ X II, 17.
La rana que quiere hacerse tan grande como el buey [Variante de actualidad sobre un modelo esópico. — Oscilación
irónica.]
En la milla cuarta1“ tiene Torcuata su castillo: en la cuarta, Otaciliocompraun campo. Torcuato ha construido baños en los que brillan los mármoles jaspeados: Otacilio ha construido una bañera. Torcuato, en su propiedad, ha mandado plantar un jardín de laureles: Otacilio ha sembrado cien castaños. Cuando Torcuato era cónsul, el otro era alcalde de barrio, y no creía que su honor fuera más escaso. Queriendo igualarse con un gran buey, la rana reventó antaño: de igual forma, creo, Torcuato hará reventar a Otacilio. X, 79.
Coquetería trasnochada [Parodia de aire enteramente catuliano: inclinación a la burla, repeticionei oscilantes, extremismos de vocabulario realista.]
“Ríe, hermosa niña; ríe, por favor.” Creo que es el poeta pelígneo“ quien daba este consejo; pero no lo daba a todas las jóvenes; y, aunque lo hubiera dado para toda'| las jóvenes, no es para ti: tú no eres una joven, y, en total, Maximina, tienes tres dientes, y dientes totalmente' teñidos de pez y boj. Por tanto, si nos crees a los dos, a tu espejíjj y a mí, temerás tanto la risa como Espanio el viento, Prisco el contacto, Fábula un cha parrón por sus polvos, Sabela el sol por su cerusita;1“ acentúa en ti unos rasgos más se¿ veros que la esposaω o la mayor de las nueras115 de Príamo : huye de los mimos taqi
1 0 6 . Gran derrota infligida por Aníbal a los romanos. 107. Uno de los adversarios más encarnizados de los romanos (comienzos del siglo i a. C.). 108. Mucio Escévola, héroe de la guerra contra el rey etrusco Porsena (5 0 6 a. C.). 1 0 9 . Planta olorosa y el perfume que se sacaba de ella. 1 10. Un pobre diablo. 11 1 . A una distancia de 6 kilómetros (de Roma). 1 1 2 . Ovidio, en un verso que no ha llegado a nosotros. 113. Cuatro epigramas en dos versos; la cerusita servía para dar al rostro un “esmalte” blanco que el sol deshacía. 1 1 4 . Hécuba, tipo de desgracia consumada entre los griegos. 115. Andrómaca, afligida por la muerte de su marido, Héctor, y de su hijo, Astianacte.
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Marcial burlescos de Filistíon,1“ las comidas alegres, y todas las ocasiones en que las salidas ingeniosas abran los labios hermosos en una limpia sonrisa. Tu puesto está junto a tina madre afligida, junto a una viuda o una hermana de duelo; y tus esparcimientos debes agradecerlos a las Musas de la tragedia. Sigue mi consejo: llora, por favor, niña her mosa, llora. II, 41.
Arte y poesía. — Marcial había prometido (X, 4) una obra“en que Vida pudiera decir: “Soy yo misma’ . Llegó, en cierto sentido, a superarla, El vigor de su pintoresquismo, por sí solo, revela al gran artista. Pero lo que hace de él un verdadero poeta es la flexibilidad cambiante con que combina juegos de ingenio e imágenes de la vida: sus mejores epigramas, los que no decaen en la grosería ni se desvían a la afectación, deleitan la imaginación como una pintura maravillosa, que sorprende por la ingeniosa finura de su conjunto y satisface por la armonía imprevista entre paradoja y realidad. Algunos dan fe de que no le hubiera faltado la sensibilidad, si el género se hubiera prestado a ello. [E n el ámbar, resina fósil de un color amarillo transparente, se encuentran a veces insectos "momificados” (véase más adelante, p. 4 1 9 , nota 2 1 5 ). M arcial tiene ocasión de encerrar por ello, en cuatro versos, al igual que un poeta japo nés, un mundo de poesía en que se combinan la precisión y el sueño.]
En el corazón de una gota de ámbar, oculta y visible, una abeja parece encerrada en su propio néctar. Tiene allí la verdadera recompensa de todas sus penas: ella misma debió de escoger esta muerte. IV , 3 2 .
Sobre la m u erte de u n a n iñ a [Epitafio delicado para una pequeña esclava que M arcial había libertado. — E l deseo de una vida perenne que continúe la terrestre se une a la m elancolía de las fórmulas funerarias rituales (hacia el final).]
He aquí una pequeña, joh Frontón, padre mío!, 1Fiadla, madre!,11'' que os enco miendo: era la alegría de mis labios, hacía mis delicias. Procurad que la linda Erotion no sienta miedo a las sombras negras ni a las fauces monstruosas del perro del Tártaro.1” Iba a ver las escarchas de su sexto invierno: no debía existir tanto tiempo. Dejadla jugar y brincar entre vosotros, sus viejos amos; y que su boca sonriente balbucee mi nombre. Que la yerba no le sea ruda, que cubra sus tiernos huesos; tú, tierra, no eches peso sobre ella: ella no lo ha echado sobre ti. V , 34.
Una versificación muy variada (predominan el dístico elegiaco y el ende casílabo) completa los méritos de esta obra, que podríamos realmente llamar clásica si el contenido fuera más elevado, si Marcial hubiera sondeado más a fondo en la sociedad que se entretiene en observar ridiculizándola, y si hubiera sacrificado menos partes de su obra a los pasatiempos ligeros que, en él, recuerdan aún la época neroniana. 11β. Autor y actor de la época de Augusto. 117. Ya muertos, que recibirán a la niña. 118. Cerbero, con tre* boca».
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JUVENAL Antes de 65-después de 128
D. Junio Juvenal de Aquino, en la Campania, no peca por ligereza. Pasó la mitad de su vida junto al rétor y en las salas de lec turas, en donde su elocuencia le había ganado un puesto, cuando hacia 100, se lanzó a escribir sátiras. ¿Tal vez no podía ya realizar el esfuerzo físico que exige hablar en público? E l ejemplo de Marcial, su viejo amigo, y el sentimiento de una mayor libertad tras la prolongada opresión del reinado de Domiciano, pudieron impulsarle a volcar su fuerza de rétor en violentos ataques contra las costumbres de su tiempo y los abusos de los reinados precedentes. Es muy dudosa la noticia que afirma que pagó su locuacidad con un destierro disimulado, en Egipto o en Bretaña, tal como cuentan sus biógrafos. Sus Sátiras no parecen, ni mucho menos, haberle asegurado en vida la gloria de Marcial: pero poseía una independencia honesta y no parece haber llegado a los extremos apurados de su amigo.
Las sátiras. — Distinguimos dos aspectos sucesivos en la obra de Juvenal: crítica áspera y pintoresca de los vicios; predicación, más árida, de los luga res comunes de la moral. D el primero da idea el libellus de cinco poemas (La vocación satírica; Los hipócritas; Los obstáculos de Roma; E l rodaballo de Domiciano; Los parásitos), que apareció hacia 100, que reveló en seguida una auténtica y lograda originalidad; y, mucho más tarde (después de 115), los libros I I (Sátira V I: sobre las mujeres) y I I I (Sátiras V II a IX : Miseria de las profesiones liberales; La nobleza; E l libertinaje). E l tono cambia, apro ximándose al de Persio, con el libro IV (Sátiras X a X II: Las Súplicas; E l lujo en la mesa; La auténtica afección), y, en especial, en el quinto (Sátiras X III a X V I: Remordimientos y sanciones materiales; Valor del ejemplo en la educación; Crueldad del fanatismo egipcio; Ventajas de la profesión militar: ésta incompleta). De amplitud muy irregular, las sátiras constan desde 130 a 661 versos (la sexta). Una mañana, en casa de una dama frívola de la alta sociedad [Descripción brillante y animada, con el detalle más exacto y más concreto, pero sostenido y unificado por la retórica, llena de cólera o ironía virulenta.] N o h a agradado al esposo: ello es cu lpa de la encargada; con la tú n ica b a ja ,11,1 aguar dan los peluqueros; el lib u rn io 120 se retrasa; por tanto, ¡castigúesele! A qu í se q u iebran los azotes, a llí se en rojecen las correas; m ás allá, los látigos. H ay m ujeres qu e aseguran una paga anual para sus torturadoras. A z o ta 121 y, al m ismo tiem po, se acicala; escu ch a a sus am igas, exam ina la am plia ban d a d e oro d e un traje bordado, y azota; revisa las colum nas d el lib ro d e cuentas, con su am plio d etalle de los jóm ales, y azota. Por fin, cuando los verdugos no pueden m ás, d ice : “ S al” , co n una voz que h ace tem b lar: la en cu esta ha term inado. L a cond ucta d e esta casa iguala e n crueldad a la corte del tirano de Sicilia.“ * H a dado u n a cita y desea h allarse m ás com puesta qu e de costum bre; tien e prisa; la espe-
119. 120. correo de 121. 1 22.
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Para pegarles. Este esclavo liburnio (costa este del Adriático) es tal vez el ujier introductor o el esta gran dama. E s decir: da la orden de flagelar. Fálaris, tirano de Agrigento; lugar común en las escuelas de retórica.
Juvenal ran ya en los jard in es o ce rca del santuario de Isis. L a in fo rtu n ad a P secas pone en orden la ca b e llera d e su señora, con la suya y a arrancad a,128 desnudos los senos y los hom bros. “¿P a ra qu é este rizo tan alto ?” : u n a co rrea castig a al p u nto ese crim en, ese desaguisado capilar. P obre m u ch ach a, ¿q u é h a h e ch o ? ¿T ie n e ella cu lp a si no te agrada tu nariz? O tra, a la izqu ierd a, extiend e y p eina los cab ello s, los dom a en flecos. In terviene en la cuestión una v ieja esclava, q u e servía va a la m adre, y q u e h an colocado en la lan a porque ya n o podía m anejar la a g u ja : e lla d irá prim ero su opinión, y luego opinarán las otras, desde la m ás a la m enos im portante en edad y en cap acid ad , com o si estuviera en ju icio e l honor o la vida. T a n im p o rtan te es la cu estión de h acerse herm osa, y tantos flecos unidos y tantos ensam blajes son precisos para realzar esa cab eza. D e fren te veríais a una A nd róm aca;12* de espaldas p arece tan p eq u eñ a q u e la tom aríais por otra.1” V I, v. 4 7 5 -5 0 4 .
Ternura y sociabilidad humanas [Plan demasiado fácil, aunque con un sentimiento penetrante. — Serie de rasgos sin pintoresquismo: la intención moral nos lleva al arte realista. 1 M uy tiern o es el corazón qu e la N aturaleza h a dado a los h o m bres: se v e en las lágrim as qu e le s h a conced id o. So n la porción m ejor d e n u estro ser. A sí, h e aqu í qu e llo ra m os, sin poder contenernos, por un am igo que defiende su cau sa co n el m ísero atuendo de acusado,“ “ por un h u é rfa n o 127 q u e llam a a ju sticia a un tutor taim ado, y cuyo rostro, regado en lágrim as b a jo su larg a ca b ellera, se asem eja tanto a u n a d oncella com o a un joven. L a natu raleza nos obliga a gem ir cuando en con tram os el co rtejo fú n eb re de una gran d on cella o cubrim os b a jo la tierra a un niño d em asiado tiern o para que lo ex ija la llam a de la h o g u era.128 ¿Y qu ién, pues, si es bu en o y digno d e la antorch a de los m is terios,1“ y ta l co m o qu iere el sacerd o te d e C eres, puede cre er qu e el m al de otro le es ajen o ? E llo nos d istingue d e la m ultitud d e seres m ud os;1”0 por ello, dotados ún icam en te de una in telig en cia augusta, cap aces d e cap tar los m isterios divinos, y aptos para ejercer y crear las artes, tenem os un alm a intelig en te, d escen d id a de las m ansiones celestiales,“ 1 de la q u e están privados los seres cu y a fren te se in clin a, qu e tien en los ojos fijos en tierra. E n los orígenes del m undo, el com ún cread or sólo les dio el aliento v ital; y a nosotros, adem ás, un alm a, para qu e un sentim iento n atu ral nos lleve a pedir y a ofre cem os ayudas en tre nosotros, a reu nim os en pueblos, a arrasar el antiguo bosq ue y las selvas frecu en tad as por nuestros m ayores,182 a co n stru ir casas, a u n ir nuestro h ogar a otro tech o , p ara que, de la v ecin d ad , n azca la confianza qu e h a c e tranquilo el sueño, a cu b rir co n nu estras arm as al conciud ad an o qu e m u ere, o v acila gravem ente herid o; a congregam os a la señal d e la trom preta, a d efen d em os co n las m ism as torres y a en ce rram os co n la m ism a llave. X V , v. 1 3 1 -1 5 8 .
Carácter general. — Lento en hallar su vocación, Juvenal, lo fue también en su evolución: aparece constantemente retrasado con relación a su tiempo. 12 3 . Por la dueña, impaciente y furiosa. 124. Tipo de prestancia elegante. 12 5 . Los bustos de mujer de principios del siglo π ayudarán m ejor a comprender la “pa labra final” : la cabellera, muy recogida atrás, pasa por encim a de la frente y domina en elevada semidiadema. 12 6 . Para implorar compasión, los acusados se presentaban ante los jueces con el aspecto más pobre y descuidado. 1 2 7 . C f. más atrás, p. 3 8 9 s. 12 8 . No se quemaban (recibían sepultura) los niños que aún no tenían dientes. 12 9 . Los misterios de Deméter (Ceres) en Eleusis (cerca de Atenas): los iniciados, que, puros, aspiraban a una vida futura, se reunían allí llevando antorchas. 130. Los animales. 13 1 . Concepción estoica. 13 2 . Cf. Lucrecio, V , v. 9 2 5 ss., y Cicerón, De inuentione, I, 2.
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La indignación — dice— ha hecho al poeta; pero se trata de una indignación retrospectiva y cuidadosamente alentada: nombra a sus víctimas, que son — únicamente— muertos; ataca sus vidos, pero selecciona los mayores extre mismos en las costumbres de los reinados precedentes. Las últimas sátiras responden mejor a la regeneración moral de la alta sociedad bajo Trajano: pero no fueron escritas hasta Adriano. Juvenal no es un satírico de “actuali dades” : combina siempre lecturas y experiencias del pasado y del presente.
El espíritu nacional. — La unidad de espíritu aparece garantizada por un nacionalismo rígido, aunque muy vigoroso, nutrido de historia y de reacción ante el presente. E n las escuelas de retórica, los temas históricos eran muy tratados; la lectura de Cicerón y de Tito Livio imponía a los espíritus imágenes idealizadas de una Roma fuerte y pura: Juvenal emplea, como “contraposición”, las ignominias registradas por la crónica escandalosa del primer siglo del Imperio. Pero, además, tiene razones personales para atacar el cosmopolitismo de su tiempo: el predominio de las religiones exóti cas choca con su racionalismo; en especial, la invasión de los advenedizos orientales crea una dura competencia con los hombres de letras en busca de protectores. Juvenal sueña entonées con una Roma estrictamente latina, que no ha existido nunca, pero las pequeñas ciudades en decadencia de Italia y sus costumbres aldeanas le brindan esa imagen maravillosa, por antítesis. La auténtica nobleza [Tratamiento de un lugar común de la moral (la auténtica nobleza reside en el mérito, no en el nacimiento) con ejemplos ricos en detalles animados. — E l tema y los ejemplos proceden de las escuelas de retórica y están nutridos de reminiscencias clásicas (Cicerón, Salustio). — E l aparente entusiasmo republi cano (inspirado en parte por Lucano) es sólo una forma de nacionalismo decla matorio, que no podía desagradar en tiempos de Trajano.]
¿Encontraremos nacimiento más alto que el tuyo, Catilina,“ * que el de Cetego?“ * Sin embargo, vosotros, en persona, os armáis para introducir de noche el hierro y la llama en Roma, en sus templos, como lo haría la raza que usa bragas y los descendientes de los senones:“ 5 crimen digno de la túnica de azufre.“ 6 Pero hay un cónsul que vela“ 7 y derrota vuestras tropas. Es un hombre nuevo de Arpino, a la sazón aún caballero de provincia, desconocido en Roma. Coloca puestos militares por doquier, con sorpresa de vuestra parte, y se extiende de colina en colina.“8 Y también, sin salir de las murallas, su toga le valió tanta gloria y títulos tan grandes como los que en Leúcade“* y en los campos de Tesalia140 obtuvo Octavio, con su espada chorreando por los homicidios; y
13 3 . Véase, antes, p. 190. 134. Noble, cómplice de Catilina. 135. Los galos, que tomaron e incendiaron Roma en 3 9 0 (o 3 8 7 ): las bragas (pantalones) eran una parte de su traje nacional. 136. L a tunica molesta era una camisa untada de azufre en la que eran quemados vivos los incendiarios. 13 7 . Cicerón. 138. Las siete colinas de Roma. 139. Alusión a la batalla de Actium (véase p. 2 3 8 s.). 140. E n Filipos, donde Antonio y Octavio vencieron a los asesinos de César,
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Juvenal Roma, libre aún, proclamó a Cicerón, con amor filial, “padre de la patria”.“1 Otro hijo de Arpiño,1“ en los montes de los volscos, se entregaba a su tarea, cuando, cansado, abandonaba el mango del aiado ajeno; al punto, su paciente cerviz quebraba la cepa nudosa del centurión,1“ si su dolabra“ * se tomaba demasiado lenta para fortificar el campamento: pero fue él quien recibió el envite de los cimbrios,““ suprema responsa bilidad, y él solo defendió a Roma, temblorosa. Igualmente, cuando la matanza de cimbrios entregó a los vuelos de los cuervos tan enormes cadáveres, su compañero,“ * por noble que fuera su linaje, sólo obtuvo el segundo lugar en el triunfo.
Contra los griegos [Discurso de una energía llena de sinceridad, pero sin elevación. — Fuerza del retrato psicológico del advenedizo oriental, realzado con algunos rasgos de crudo realismo.] No puedo soportar, Quirites,“ 7 una Roma griega. Pero, además, ¿cuál es el papel de la Acaya “* en esta confusión? Hace ya mucho tiempo que el Orontes “ * sirio se ha volcado en el Tiber, con su lengua, sus costumbres, flautas, salterios y tímpanos del país, y jóvenes bárbaras que merodean en tomo al Circo con sus mitras policromas.“ 1 Tu rústico, [oh Quirino!, calza babuchas,“ 8 y en su cuello brillante de ungüentos “* lleva las insignias de sus éxitos deportivos.“ ’. E l uno desciende de Sición,“ * el otro deja Amidón;“* éste, Andros; aquél, Samos;“5 este otro, Tralles o Alabanda,““ y todos llegan a las Esquilias o a la colina Viminal,“ 7 para introducirse en el corazón de las grandes casas y hacerse los dueños. Ingenio sutil, audacia impudente, lengua siempre dispuesta, que corre más rápida que la de Iseo.“ " ¿Qué pensáis de este hombre? Es todo cuanto queráis: maestro de gramática, de retórica, geómetra,1® pintor, masajista,“* augur, funám bulo,“ * médico, mago; todo lo sabe ese meteco1M que se muere de hambre· si se lo man darais, subiría al cielo: y no era ni moro, ni sármata, ni tracio quien se construyó unas alas,“ 1 sino ateniense de Atenas. ¿No voy a huir de su púrpura?“ 1 ¿Soportaría que firmara antes que y o 1** y que se acomodara a placer en una cama m ejor1“ un individuo que trajo a Roma un carga-
14 1 . Título honorífico, muy raro en la República, prodigado por adulación a los empe radores. 14 2 . Mario. 143. E l centurión (comandante de compañía) tenía, como enseña de su grado, una cepa de parra. 14 4 . Herramienta del soldado romano en campaña, hacha y pico a un tiempo. 14 5 . E n 1 0 2 y 1 0 1 , Mario destruyó a los invasores teutones y cimbros, que causaban temor en Italia. 146. Q. Lutacio Catulo, cónsul con Mario en 102. 1 4 7 . Los romanos legítimos. 148. G recia propiamente dicha, desde hacía tanto tiempo obligada a pagar contribución, que ya sólo quedaba la mezcla, unida al Oriente helénico. 149. Río de Siria, que evoca aquí todo el Oriente. 1 50. Especie de arpas asiáticas. 1 51. Sombrero oriental elevado, bordado corrientemente con vivos colores. 1 5 2 . P alabra griega. 1 53. Ciudad de Grecia. 154. E n Macedonia. 155. Dos islas del mar Egeo. 1 56. Dos ciudades de Asia. 1 5 7 . Dos de las colinas de Roma. 1 58. Rétor de origen asirio, de extremo virtuosismo, muy popular en Roma en la época en que escribe Juvenal. 15 9 . Palabra griega. 160. E n el texto Graeculus (propiamente: griego miserable). 161. D édalo: véase p. 4 0 3 , nota 9 0 . 1 62. Su lujo (de vestidos): cf. p. 4 0 4 s., Un nuevo rico. 163. E n un acto, como testigo. 164. En la mesa.
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E L NUEVO CLASICISMO mento de ciruelas e higos de Siria? Entonces, ¿no nos sirve de nada haber respirado desde nuestra infancia el aire del Aventino,1" y comido las aceitunas sabinas? Añadid que esta raza, acostumbrada a la adulación, sabe alabar el lenguaje de un iletrado, el rostro de un monstruo, iguala un largo cuello débil con la nuca de Hér cules levantando a Antea del suelo,“" se extasía ante una vocecilla más agria que el canto del gallo. Por más que nosotros alabáramos también, sólo se da crédito a ellos. Y ¿quién superará a Un griego“ 7 representando, en una comedia, a Tais, la mujer, o a Doris con su refajo? Se juraría que es una mujer1® auténtica; nos olvidamos del actor: Antíoco, Estratocles, Demetrio o el flexible Hemo1“ perderán todos ellos su fama. E s una raza de comediantes. Os reís; estalla en carcajadas. Llora al ver las lágrimas de un amigo sin afligirse por ello; si, al final del otoño, echáis de menos el aire caldeado, corre a ponerse su abrigo forrado; si decís "tengo calor”, suda. Por tanto, no tenemos fuerza: llévese la palma quien sin cesar, noche y día, puede modelar sus rasgos sobre el rostro ajeno, dispuesto a ofrecer sus servicios, a corresponder, si el amigo millonario ha eructado fuertemente, si orina bien y evacua en abundancia. III, v. 60-108.
La imaginación realista. — Con Juvenal, el realismo latino alcanza sus límites. En la autenticidad del color y la pureza del trazo es sin duda inferior a Marcial. Pero su pintura es más clensa, de atmósfera más profunda, evoca los interiores con su sabor particular, las masas, las escenas complejas. Por otra parte, nos hace penetrar mejor en el alma de los personajes, y, por sus reacciones propias, de indignación y de desgana, nos acerca más a su propia existencia. Dicho realismo no vive sólo de impresiones momentáneas: es enormemente imaginativo; da la verdad misma a las escenas del pasado y a los sueños que a las visiones directas. De ahí una riqueza descriptiva con tinua y variada, en la que predomina una vulgaridad vigorosa, pero en que todos los rasgos tienen igual penetración. Los atascos de circulación en Roma [Lugar común (cf. más atrás, p. 402 s.), trazado con un aparente descuido de composición, en realidad con un sentido muy artístico de los recursos de la antí tesis. — Poesía del realismo, qve evoca, al lado de los hechos, el sentimiento que originan, y se expande en imágenes tiernas y burlonas. — Cf. Boileau, S<£ttra VI.] Es casi fatal que, enfermos, muramos en ella1" de sueño; pero el mal proviene, en sí, de los malos alimentos: se digiere mal y el estómago se inflama. Pues, decidme, ¿dónde encontraríais, para alquilarlo, un piso que os dejara tranquilo el sueño? Hay que ser muy rico para dormir en Roma: de ahí el mal. Los carrosim que se esfuerzan por pasar por la angostura de las calles tortuosas, la parada de un vehículo ante las palabras soeces de los muleros, privarían del sueño a Druso171 y a los becerros de mar.17* Aunque es una
165. Colina de Roma. 166. Hércules logró vencer a Anteo, hijo de la Tierra, por último, asfixiándolo levantándolo en alto con sus brazos. 167. Los papeles de mujeres (cortesana [Tais] dueña de la casa o esclava [Doris]) eran representados en el teatro por hombres. 168. Estratocles y Demetrio eran célebres bajo Domiciano; Hemo es, tal vez, contem poráneo de Juvenal; no conocemos a Antíoco. 169. En Roma. 170. Para no obstaculizar la circulación durante el día, los carros de carga sólo podíaq atravesar Roma de noche. 171. El emperador Claudio, hijo de Druso: enigma precavido aunque transparente. 172. Los otarios, que, según se decía, tenían el sueño muy largo,
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Juvenal obligación agobiante, la multitud se aparta ante un ricacho que, en su gran litera liburnia,1” corre por encima de las cabezas, sin dejar por ello de escribir, de leer o de donnir: pues, con las cortinas echadas, la litera invita al sueño. Sin embargo, llegará antes que nosotros. Nosotros, por más que nos apresuremos, la ola que nos precede nos detiene, la inmensa columna que sigue nos hunde los riñones, uno nos toca con el codo, el otro con un tablón bien duro; éste nos echa una viga en la cabeza, aquél un pequeño barril. El barro unta nuestras piernas; con frecuencia, una suela enorme me aplasta todo el pie, y el clavo de una bota de soldado se hunde en mi dedo gordo. ¿No ves a toda esa bu * mareda, esa multitud en torno a la espórtula?111 ¡Cien convidados, cada cual seguido de su cocina!175 ¡Difícilmente podría Corbulonio174 llevar los cascos de la vajilla, todo el aparejo que, sobre su cabeza, con el cuello erguido, lleva un miserable esclavillo; es más: corre tan aprisa que reanima la llama con su calor. Las túnicas, que apenas se ajustan, se desgarran. Se acerca un cairo pesado, en que oscila un largo abeto; otros llevan cada cual su pino; oscilan profundamente y amenazan a los transeúntes. Poto ¿y si llega a inclinarse el e je 177 cargado de bloques de mármol, si la carreta vuelca y ex tiende sobre las filas de los transeúntes toda esa montaña? ¿Qué queda de los huesos? ¿Quién puede encontrar un miembro o un hueso? Quedan aplastados todos los cadáveres, evaporados como un soplo. Sin embargo, tranquila, la casa178 lava las fuentes, sopla el fuego, unta los estrigilos que resuenan, llena las vinagreras y prepara las toallas: m los esclavos se mueven agitados en tareas diversas; pero él está sentado junto a la orilla de la Estigia, siente pánico de niño ante el piloto infernal:“0 no confía en que el aliso“ siniestro le lleve a atravesar el remolino fangoso; en su boca no está la paga del barquero.“* III, v. 232-267.
La sencillez en la mesa: hoy y ayer [Lugar común (véase p. 431), de una sabrosa rusticidad, ampliado con re cuerdos históricos, animados por una imaginación viva y realista.] Escucha ahora el menú; los mercados no intervendrán en él para nada. De mi finca de Tibur llegarán los más grasos cabritos, la ternura misma, un cabrito que no conoce la hierba y que aún no ha intentado morder las ramas bajas de un sauce, que tiene más leche que sangre; y espárragos de montaña que ha cogido la granjera entxe dos ruecas. Y, además, he aquí hermosos huevos bien calientes, aún con sus huellas de heno, y las gallinas que los han puesto; y racimos de uvas que se han podido conservar muchos meses como estaban en la parra, peras de Signia188 y “sirias” “ * de Tarento, y manzanas de fresco olor, en las que el frío ha disipado su verdor y aspereza.“8 Ello hubiera sido antaño un banquete lujoso de senadores. Curio“ * ponía él mismo 173. En forma de barco liburnio (esquife muy rápido); o llevado por esclavos liburnioa (véase p. 408, nota 120). 174. Los ricos distribuían a sus clientes “raciones” (sportula significa “cestílla” de pro visiones). 175. Platos y braseros portátiles para llevar a casa, sin que se enfríen, los alimentos obtenidos. 176. General de Claudio, muy alto; o, tal vez, un atleta contemporáneo. 177. Incluso los carros para piedras talladas sólo tenían entonces dos ruedas. 178. Los esclavos (de quien acaba de ser aplastado). 179. El servicio de ba&o que el dueño, de regreso de sus paseos matinales, debía llevar consigo para sus abluciones. 180. Caronte, que pasa a los muertos de una orilla a otra de laEstigia. 181. La barca deCaronte (hecha de madera de abedul). 182. Se colocaba, antes del entierro, una pequeña moneda en la boca del muerto, desti nada a pagar su pasaje a Caronte. 183. Ciudad del Lacio. 184. Clase de peras, cultivadas en Tarento, en la Italia meridional. 185. Las naturalezas muertas, apreciadas desde antaño por los cómicos y satíricos de Sici lia y de Italia (el griego Epicarmo, Ennio, etc.) por su pintoresquismo y valor sugestivo, son tratadas con maestría bajo el Imperio, tanto por parte de los pintores como por los poetas. 186. Representante de la antigua nobleza republicana, sencillo y severo.
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E L NUEVO CLASICISMO a cocer en su estrecho hogar las delgadas legumbres cogidas en su huerto, que hoy no querría un sucio peón atado con cadena,1” halagado con el recuerdo de la trucha188 que se sirve en la taberna. Un espinazo de cerdo secado en el. cañizo del techo188 se guardaba entonces para los días de fiesta, y, para un aniversario de nacimiento, se servía a los pa rientes tocino con un poco de carne fresca, si una víctima la proveía. Y se veía a algún pariente, tres veces cónsul, caudillo de ejércitos y dictador, acudir a esa comida, habiendo terminado su trabajo antes que de costumbre y llevando sobre el hombro la azada con que domeñaba el monte. X I, v. 64-89.
Escasez de ideas. — Las ideas no organizan esta abundancia de realismo. La moral, muy mediocre, de un honrado burgués, basta para justificar —en las primeras sátiras— la violencia contra los extravíos monstruosos de la alta sociedad y los pintorescos errores del bajo pueblo. La oleada estoica de las últimas tiene más de fáciles recursos de escuela que de una auténtica con vicción filosófica. Incluso desde el punto de vista político y social, Juvenal es pobre: no tiene nada de republicano ni de demócrata; la miseria social —igualmente— no le inquieta: atrae su curiosidad, hastiándole un tanto. Eso es todo. La potencia retórica. — Pero todo se ordena gracias a la retórica. Juve nal compone con gran acribía sus sátiras, incluso cuando, por tradición, trata de conseguir una impresión de libertad, de vivos contrastes e impulsos. A veces se nota el esfuerzo; otras veces, hay que aplicar la reflexión para descubrir el artificio del plan; pero, las más de las veces, Juvenal se muestra en este punto más riguroso que Horacio y más desenvuelto que Persio. La retórica le infundió también inspiración: sus temas alcanzan más am plias dimensiones que en satírico alguno; sus amplificaciones, pese a los recursos fáciles de conocer (interrogaciones, exclamaciones, enumeraciones, antítesis, etc.), tienen una vida que conmueve al lector, obligado a ello, hasta olvidar lo que las bromas tienen de exagerado y la ironía de violento. ¡Ambicioso! [Una lección moral de un recuerdo tomado de un episodio de historia casi contemporánea: la caída de Seyano, favorito de Tiberio (Seyano, convertido en prefecto del pretorio y casi “viceemperador” , había eliminado, por la calumnia o el veneno, a todos aquellos que podían aspirar a la sucesión de Tiberio, hasta su propio hijo; bruscamente, Tiberio abrió los ojos; Seyano fue condenado por el Senado y ejecutado el 18 de octubre de 31). — Vida psicológica y material in tensa. — Pesimismo amargamente irónico. — Fuerza en las fórmulas. — Cf. Tá cito (más adelante, p. 419 s.).] Algunos derrumban todo su poder, expuestos, a la violencia de la envidia: los derroca la lista misma de sus honores. Abajo sus estatuas; las cuerdas las arrojan al suelo; luego, el hacha se ensaña en las propias ruedas de las carrozas190 y quiebra, pena inmerecida, las patasde bronce de los corceles. Ya silban las brasas, soplillos y hornos: esa cabeza
187. 188. 189. 190.
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Un esclavo de más baja condición. Platos preferidos por los romanos. El sobrado que servía para curar las carnes y como despensa. Los carros con dos caballos de las estatuas aparatosas de Seyano.
Juvenal adorada del pueblo arde, el coloso de Seyano cruje; y luego, de esa imagen del segundo personaje del universo, se hacen cántaros, cacerolas, sartenes, vasijas. “Coloca laurel en tu puerta; lleva al Capitolio un pingüe buey blanqueado con yeso:“ 2 sacan a Seyano con un gancho;“ · acudid a verlo.” Universal regocijo. “ iQué labios tenía! [Qué rostro! Nunca he estimado a ese hombre, créeme. Pero ¿por qué lo han condenado? ¿Quién, pues, le ha acusado? ¿Con qué denunciantes? ¿Con qué testigos? — Nada de eso: ha llegado de Capri “* una larga misiva. — Eso me basta; no pregunto más.” ¿Qué hace ahora la turba romúlea? Sigue a la fortuna, como siempre; siente odio hacia los condenados. Este mismo pueblo, si la diosa Nortia ““ hubiera favorecido a su compatriota, si en silencio hubiera ahogado“* la vejez del príncipe, en estos momentos proclamaría incluso a Se yano emperador. Hace mucho tiempo que no vendemos a nadie nuestros votos,“ 7 que este pueblo ha arrojado al viento sus inquietudes; él, que daba otras veces órdenes, haces, legiones, todo, se mantiene ahora quieto y sólo siente dos ansiosos deseos: “ |pan y es pectáculos!” “¿Morirá mucha gente, como se cree? — No hay duda: el homo está cal deado; un homo muy pequeño y bueno. — Acabo de encontrarme (estaba un poco pá lido) con el amigo Brutidio cerca del altar de Marte. Temo que Áyax,“8 por despecho, acuse a los suyos de haber sido mal defendido. Entonces, rápido, corramos, mientras aún yace en la orilla, para aplastar con los pies al enemigo de César. Pero llevemos a nuestros esclavos: sin este requisito, uno de ellos podría decir que no es cierto y traer ante la justicia a su amo, tembloroso, con la cuerda al cuello”. Así hablaban entonces de Seyano: así murmuraba la gente en voz muy queda. ¿Quieres tener una corte como Seyano? ¿Ser tan poderoso? ¿Dar los más altos cargos curules a unos, poner a otro al frente de los ejércitos, pasar por guardar al príncipe en tutela, qué no se mueve de la roca de Capri con su corte de caldeos?198 ¿Quieres, en verdad, las centurias, las cohortes, la caballería selecta, toda la guardia imperial? *“ ¿Por qué no lo deseas? Incluso aquellos que no quieren matar a nadie, quieren la libertad de acción. Pero ¿qué brillante fortuna merece que nos arriesguemos a los males que la contrapesan exactamente? m X, v. 56-98.
Estilo y versificación. — Cada sátira avanza, así, con un movimiento continuo, alternando los cuadros pintorescos y las exaltaciones retóricas. La lengua es admirable por su riqueza y su fuerza evocadora. El estilo, un poco monótono, es de gran efecto, y abundan los versos resonantes, en fórmulas mordaces. La versificación se permite algunas libertades, tradicionales en la sátira. Lo admirable es que, nutrido de Virgilio y Lucano, y siguiendo a tan grandes satíricos, Juvenal haya sabido ser tan original, en su concepción artística y en su lengua, que se ha considerado la típica del género.
191. Como señal de victoria. 192. A los dioses celestes sacrificaban animales blancos o (en su defecto) cuidadosamente Manqueados de tiza. 193. Sacaban con un gancho los cadáveres de los ajusticiados de la prisión donde habían sido ejecutados por la escalera de los Gemonios, que descendía hasta la calle. 194. Isla del golfo de Nápoles, a la que se había retirado Tiberio. 195. Diosa de la Fortuna en Etruria: Seyano era de la ciudad etrusca de Volsinias. 196. Era el único atentado que Seyano tenía que temer. 197. Sentimiento y sátira, a un tiempo, ante los últimos tiempos de la República. 198. Expresión disimulada para aludir a Tiberio (Áyax, tras la muerte de Aquiles reivin dicó, contra Ulises, las armas del héroe; los aqueos se las negaron; se volvió loco por su ( spiritu de venganza). 199. Astrólogos: Tiberio, como muchos de sus contemporáneos instruidos, creía en la ustrología. 200. Progresión (una cohorte cuenta con 6 centurias): el prefecto del pretorio mandaba t»da la guardia imperial. 201. Los antiguos creían que toda felicidad comportaba una desdicha equivalente.
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EL NUEVO CLASICISMO
4.
La elocuencia y la historia
El despotismo de Domiciano había perjudicado menos a la elocuencia que a la historia: la Institución oratoria de Quintiliano y el Diálogo de los oradores de Tácito prueban cómo, bajo su reinado, se mantenían vivas las discusiones técnicas; y no faltaban rétores o delatores de talento.202 A partir de Trajano la oratoria, convertida ya en puro quehacer académico con Plinio, decaerá definitivamente. La historia, por el contrario, se revela entonces con todo su vigor, y Tácito encuentra en ella el auténtico vehículo de expresión de su alma. TACITO Hacia 55-120
P. Comelio Tácito, de origen ecuestre (su padre, o su tío, fue procurador de la Galia belga), alcanzó los honores sena toriales en el mismo año que casó (en 78) con la hija de Agrícola (cónsul en 77). Su carrera fue de las más regulares; y no parece haber sufrido los rigores de Domiciano, al hallarse ausente de Roma entre 89 y 93. Cónsul en 97, y más tarde procónsul de Asia, presenta el aspecto de un “alto funcionario” abrumado ae honores. Integro por nacimiento y educación, su elocuencia le ganó muy pronto un muy alto renombre; ño se entregó a la historia hasta después de 97.
Su obra. — No sabemos ni cuándo fue compuesto (¿entre 80 y 96?) ni publicado (antes de 82, o más bien después de 96) el Diálogo de los oradores, brillante ensayo de crítica literaria en que, bajo una forma muy próxima a la de Cicerón, pero muy viva y más animada, se expresan puntos ae vista de rara amplitud. La escena tiene lugar entre 74 y 77, sin duda en los primeros meses de 75. Se des arrolla en la casa del poeta Materno, que, el día anterior, dio lectura a una tragedia con alusiones política acerca de Catón de Útica; con él están los oradores Áper, Julio Se gundo y Vipstano Mésala, que discuten primero de los méritos respectivos de la oratoria y de la poesía, luego de los de la oratoria antigua y moderna y — por último— de las causas de la crisis de la elocuencia: decadencia moral, insuficiencia pedagógica, transfor mación política y social que restringe la libertad de palabra.
En 98 publicó Tácito dos opúsculos. En el Agrícola narra como historia dor, aunque no sin idealizarla ligeramente, la vida de su suegro, uno de los conquistadores de la Bretaña, muerto en 93; lanza una violenta reprobación contra Domiciano y justifica a los funcionarios (¡como él mismo!) que habían servido bajo un príncipe, sin participar de su tiranía. El estilo es aún muy 202. El rétor Sacerdos Nicetes; los abogados M. Aper y Tulio Segundo, maestros de Tá cito, Julio Africano, galos los tres; los delatores Eprio Marcelo (muerto en 79), Q. Vibio Crispo •(muerto en 93) y M. Aquilio Régulo (muerto hacia 105).
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Tácito
oratorio, sobre todo al principio y en el final. La Germania, por el contra rio, cuadro etnográfico y geográfico de las tribus de más allá del Rhin, muy documentado y clarividente en su exposición, presenta un estilo nervioso, con efectismos, y no faltan las alusiones satíricas; tal vez equivale al acabado perfecto de “conferencias” de actualidad: Traiano se ocupaba por aquel entonces de la fortificación de la frontera del Rhin. Después de 98, Tácito aborda por último sus grandes obras históricas, de una sorprendente originalidad efe fondo y de forma. Primero las Histo rias (Historiae), que, en 12 o 14 libros, tratan del período más reciente, desde la muerte de Nerón a la de Domiciano (69-96): sólo tenemos los cuatro pri meros libros y el comienzo del quinto. Luego, a partir de 115-117, aparecieron los Anales, en 16 o 18 libros, que volvían a los más lejanos acontecimientos, desde la muerte de Augusto a la de Nerón (14-68): quedan los libros I-IV y XI-XVI (el decimosexto mutilado) y fragmentos del quinto y sexto. Tácito pensaba completar este conjunto con una historia de Augusto y otra de los reinados de Nerva y de Trajano. Mas no tuvo tiempo para ello. Formación y evolución de Tácito. — Sus obras han desconcertado —en diversos sentidos— a la crítica. Es difícil hallar una relación lógica entre la vida equilibrada de Tácito y su apasionada obra: ciertos eruditos opinan —aún hoy— que el Diálogo no pudo ser suyo, por lo ciceroniano —en extre mo-^- del estilo; se discuten las intenciones del Agrícola, de la Germania; se ha llegado incluso a dudar de la autenticidad de las Historias y de los Ana les, cuya lengua parecía extraña. Pero tales dudas desconocen la complejidad de las influencias sufridas por Tácito y las posibilidades de renovación de un gran artista. Tácito se encontraba ante contradictorias tradiciones de elocuencia y ante muy diversos ensayos históricos; heredaba la psicología moral graduada de Séneca y las curiosidades eruditas de la generación precedente; sentía admi ración, libresca, por el pasado de Roma, y contaba con la práctica adminis trativa de un leal servidor del régimen imperial; su ingenio era, por lo demás, penetrante y comprensivo. De manera que ninguna de sus obras es simple, ni en forma ni en pensamiento. Pero cada una ae ellas contribuye· a precisar particulares aspectos de su personalidad. Pasó de la elocuencia a la historia. Pero su sentido histórico ya se revela en el Diálogo; y sus obras de historia no se explican sin su formación retó rica. E l Diálogo parece indicar que en su juventud se sentía atraído casi paralelamente por el ciceronianismo y la elocuencia “contemporánea”, muy viva y henchida de poesía: acabó por inclinarse hacia la segunda, sin renun ciar a su connatural gravedad; y el género histórico le ayudo a tomar partido. El Agrícola y la Germania señalan, a este respecto, la fecha esencial. A partir de entonces, Tácito, más dueño de un estilo que no dejará de perfeccionar, toma siempre conciencia de la necesidad de encadenar las causas históricas: en principio sólo quiso oponer, con la pasión de un testigo, el período flaviano al reinado reparador de Trajano; sentirá inmediatamente la necesi dad de explicar los Flavios por los reinados precedentes, y así, hasta el fundador del Imperio. 417
E L NUEVO CLASICISM O L a nueva oratoria y la antigua [E l prim er pasaje es atribuido a l abogado Aper, ferviente entusiasta de la oratoria y partidario de los modernos; el segundo, a Materno, que ha renunciado a l foro para entregarse a la poesía, y cuya imaginación se decanta — preferente mente— a los tiempos republicanos. L a conversación tiene lugar bajo Vespasiano. Precisión en el análisis de las condiciones actuales de la oratoria, virtuosismo en el estilo, recargado de imágenes, y próximo a l de Quintiliano; cf. más atrás, Petronio, p. 3 7 1 s. — I I . Vigor en la representación histórica; moderación im parcial del juicio. — E n ambos pasajes, inteligencia elevada y clara.]
I E l juez supera ahora al orador; y, si el curso rápido de los argumentos, la brillantez de los rasgos, la elegancia refinada de los retratos no lo atraen y seducen, no presta aten ción. Incluso la mitad de los asistentes, los oyentes que sin cesar acuden de pasada, han tomado la costumbre de exigir a los oradores una belleza llena de adornos; y en los tribunales toleran tan poco e l estilo seco y descuidado de los antiguos, como en el teatro no soportaría que un actor copiara a Roscio o a Ambivio Turpión.*0* Pero hay más: los jóvenes cuyo ingenio se está forjando aún y que, para perfeccionarse, siguen al pie de la letra a los oradores famosos, no se contentan con escuchar, sino que quieren tam bién llevar a sus casas algún éxito sorprendente y digno de memoria; se repiten unos a otros y con frecuencia escriben en su colonia o en su provincia natal lo que les llama la atención, ya porque un rasgo ingenioso y rápido haya dado brillantez a algún pensamiento, ya porque la poesía haya embellecido algún retazo con delicados colores. Pues incluso pretenden injertar en un discurso los ornamentos de la poesía, no la que mancilló la he rrumbre de Accio o de Pacuvio, sino una poesía que se desprenda del santuario de Horacio, de Virgilio o de Lucano. Para complacer, pues, el gusto de sus oyentes, la ‘elo cuencia de nuestros tiempos se muestra más bella y más llena de adornos. Y nuestras palabras no son menos poderosas, pues llegan a los oídos de los jueces acompañadas de placer: ¿puede decirse que los templos de nuestros días estén construidos con menos so lidez porque, en lugar de piedras rústicas y tejas informes, veamos resplandecer el mármol y brillar el oro? II No tratamos aquí“ 4 de un período artístico ocioso y tranquilo, amigo de la honradez y de la moderación. La elocuencia auténticamente grande, en verdad sorprendente, la de antaño, es hija de esa licencia que, inconscientemente, se llama libertad; es com pañera de las sediciones, el aguijón de los furores populares; incapaz de obediencia y de austeridad, terca, temeraria, arrogante, no puede desarrollarse en una sociedad dotada de una constitución inteligente. ¿D e qué orador lacedemonio o cretense hemos oído ha blar alguna vez? Y, sin embargo, Esparta y Creta son célebres par la austeridad de su disciplina y la severidad de sus leyes. Ni en Macedonia, ni en Persia, ni en ninguna otra nación que haya estado sometida a un gobierno regular conocemos la oratoria. Rodas tuvo algunos oradores, Atenas poseyó un gran número de ellos: el pueblo lo podía todo, los ignorantes lo podían todo; todo el mundo, por así decirlo, lo podía todo. Roma también, mientras divagó sin dirección, mientras se consumió en las pugnas de los partidos, en las disensiones, en las discordias, mientras no hubo paz en el foro, ni acuerdo en el Se nado, ni norma alguna ante los tribunales, ni respeto hacia los grandes, ni límite fijo a la autoridad de los magistrados, dio nacimiento, sin duda alguna, a una oratoria más Vigo rosa, al igual que un campo no labrado produce algunas hierbas de vegetación más exuberante. Pero la República pagó demasiado caro el genio oratorio de los Gracos, si
2 0 3 . Contemporáneos, el primero de Cicerón, el segundo de Terencio. Véase m is atrás, p. 1 4 3 y p. 1 3 8 s. 2 0 4 . Materno recuerda el último siglo de la República, de los Gracos a la muerte de Cicerón (1 3 3 -4 3 a. C .).
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Tácito las leyes se resintieron de él; y el renombre oratorio de Cicerón no compensó el infor tunio de su muerte. D iálogo d e los oradores, XX y XL.
Poesía de las regiones septentrionales [M ezcla de informaciones parcialmente exactas y de rasgos imaginativos feli ces. — Intento de rebajar los méritos de Oriente en provecho de Occidente (la cartografía antigua, falsa, representa a los países del Norte situados al Oeste de Italia). — Extraño colorido, lleno de errores (mitología, frescor “primitivo” , ex travagancias científicas.]
Más allá de los suyones** hay otro mar,** perezoso y casi inmóvil. Se cree que es el ceñidor y el límite del mundo, porque los últimos destellos del sol se prolongan hasta su nueva salida,*” y arrojan luz suficiente para eclipsar la de las estrellas; la credulidad añade que incluso se oye el ruido que produce al salir de las aguas, que se percibe la forma de sus caballos y los rayos de sus cabezas.“08 La Naturaleza, y al menos en esto se dice la verdad, acaba en estos parajes. Al llegar, pues, a la orilla derecha del mar Suévico,““ encontramos en su litoral las tribus de los estíos; tienen las costumbres y vestidos de los suevos y una lengua más relacionada con la de los bretones.“ Adoran a la Madre de los dioses;“1 como símbolo de ese culto supersticioso, llevan la imagen de un jabalí:21* ocupa el lugar de las armas y de la protección por doquier; da al adorador de la diosa, aunque se halle rodeado de enemigos por todas partes, una seguridad plena. Los estíos combaten poco con armas de hierro; normalmente lo hacen con la espada. Cultivan el trigo y otros frutos de la tierra con mayor paciencia que la tolerada por la pereza habitual -de los germanos. In cluso pescan en el mar, y son los únicos, entre todos los pueblos que recogen, en los bajo fondos y en las orillas, el sucinoj“ que llaman gless.211 No se han preocupado, como bárbaros que son, ni de su naturaleza ni de su formación. Incluso durante mucho tiempo quedó confundido entre las materias que arroja el Océano, hasta que nuestro lujo le dio estimación. Las gentes del país no lo usan para nada; lo recogen en bruto, nos lo envían informe y se impresionan ante las sumas que reciben. Del modo que sea, debe tratarse de la resina de ciertos árboles: con frecuencia, en efecto, su transparencia permite ver algunos insectos terrestres, e incluso alados, que caen envueltos en esta sustancia aún líquida, y acaban, cuando se solidifica, aprisionados en ella.“ Como consecuencia, al igual que existen en las lejanías de Oriente bosques y selvas vírgenes de un» fecundidad des conocida, donde se destilan el incienso y el bálsamo, así me atrevería a creer que en las islas y en las tierras de Occidente existen también vegetales cuyo jugo, exprimido por los rayos de un sol siempre próximo, corre en estado líquido al mar vecino, y la violencia de las tempestades los arroja a las costas de enfrente. Germania, XLV.
Denuncia y muerte de Sabino [Relato terrible y vulgar a un tiempo. — Psicología flexible y matizada, llena de notas generales de una profundidad sentenciosa. — Aversión no disimulada
. 205. 206. 207. 208. falía del 209. 210. 2 1 X. 212. 213. 214. 215.
Habitante de Escandinavia. E l océano Artico. Se trata del “día polar” , que dura seis meses. Los antiguos imaginaban al Sol cubierto con sus rayos y subido en un carro que mar por la mañana y volvía a sumergirse por la tarde. E l mar Báltico. Habitante de Inglaterra. Asimilación (habitual) con una divinidad adorada en Boma. Algunas insignias de guerra y el casco galo llevaban la misma imagen. Nombre latino del ámbar. C f. alemán glass = vidrio. C f. p. 4 0 7 , Marcial, IV , 32.
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BL NUEVO CLASICISMO hacia los acusadores. — La atmósfera, moral y psíquica, aparece trazada con una sorprendente fuerza de ilusftn.] E l año empezó bajo malos auspicios; llevaron a la cárcel a un ilustre caballero ro mano, Tito Sabino, culpable por simpatizar con Germánico.“ No había cesado de honrar a su viuda“ y a sus hijos, visitándoles en su casa, acompañándoles en público; era el único que había quedado de entre tantos clientes y, por esta causa, era ensalzado por los buenos y se hacía odioso a los hombres inicuos. Latinio Latiaris, Porcio Catón, Petilio Rufo, M. Opsio, antiguos pretores, se coaligan para perderle. Aspiraban al consulado, al que sólo se llegaba por mediación de Seyano, y sólo con el crimen se obtenía el apoyo de Seyano. Concertaron entre sí que Latiaris, que mantenía ciertas relaciones con Sabino, le felicitara porque, siendo amigo de una casa floreciente, no la había abandonado, como los demás, en sus reveses. Al mismo tiempo, habló favorablemente de Germánico y la mentó la suerte de Agripina. Los desdichados se enternecen fácilmente en la desdicha: Sabino derramó lágrimas y se lamentó a su vez. Entonces Latiaris ataca con mayor coraje a Seyano, por su crueldad, su orgullo, su ambición. E l propio Tiberio no se ve libre de sus invectivas. Estas conversaciones, como confidencias sediciosas, tomaron entre ellos la apariencia de una estrecha amistad. Pronto Sabino fue el primero en buscar a Latiaris, en visitarlo, en confiarle sus dolores como al amigo más firme. Los hombres a qué he aludido deliberan acerca del medio de hacer oír sus inten ciones a través de un auditorio más numeroso. E l lugar de la cita debía aparecer soli tario. Si se escondían tras la puerta, podían temer alguna mirada, un ruido, una sos pecha que el azar suscitara. E l espacio que separa al techo del suelo ve ocultarse a tres senadores en un escondrijo tan vergonzoso como la infame astucia; aproximan sus oídos a través de las grietas y hendiduras. Latiaris, por su parte, tras encontrar a Sabino en la calle, finge tener secretos totalmente nuevos que comunicarle y le lleva a una habi tación de su casa. Penetra allí y la situación presente le da materia abundante, que acrecienta con nuevos terrores. Sabino se entrega a las mismas quejas, y más prolongadas aún; pues el dolor, una vez que se exhala, no encuentra freno. Al punto se eleva la acusación. Los traidores escriben a César y, con los detalles de la intriga, le cuentan su propio deshonor. Nunca se extendió por Roma más alarma ni más consternación. No sabían cómo comportarse con sus parientes más próximos; no se atrevían a lanzarse, a ha blar; conocido o no, todo oído era sospechoso. Incluso las cosas mudas e inanimadas, las paredes y los techos, se miraban con ojos inquietos. Pero, el día de las calendas de enero,“18 Tiberio dirigió al senado el mensaje ordi nario para la renovación anual. Tras los votos, llegó Sabino, al que se acusaba de haber corrompido a algunos de sus libertos y haber querido atentar contra sus días. Exigía la venganza en términos nada equívocos, y dicha venganza fue pronunciada al instante. Sa bino, ya condenado, mientras lo arrastraban al suplicio, no cesaba de gritar con todas sus fuerzas, en la medida en que lo permitía su toga, echada sobre su cabeza, y su gar ganta, oprimida por la cuerda: “ [Así empieza el año! |He aquí las víctimas que sucum ben en honor de Seyano!” Dondequiera que ponía la mirada, adonde llegaban sus pala bras, huían y lo dejaban solo; las calles, las plazas, se hallaban desiertas. Sin embargo, algunos se volvían sobre sus pasos y se mostraban de nuevo, espantados de su propio terror. Preguntaban qué día sería de descanso para los suplicios, si, en medio de los sa crificios y los votos, cuando la costumbre prohibía hasta las palabras profanas,*“ veían poner cadenas y lazos.““ Pero Tiberio no había asumido a la ligera el riesgo de impo pularidad por semejante acción. Había querido y estudiado que los romanos esperaran
2 1 6 . Sobrino del emperador T iberio, gran general, muerto joven en circunstancias sospe chosas, y cuya viuda e hijos, herederos posibles del Imperio, eran objeto de las asechanzas de Seyano (véase p. 4 1 4 s.). 2 1 7 . Agripina, llam ada “la Antigua” , mujer orgullosa y de virtudes tradicionales. 2 1 8 . E l primero de enero de 2 8 . 2 1 9 . Los asistentes debían observar silencio durante la pronunciación de las fórmulas ritua les y la consumación de un sacrificio. 2 2 0 . Con el que se estrangulaba a los condenados en la cárcel.
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ver, en adelante, abrirse la cárcel al mismo tiempo que los templos y mesas de los sacrificios.1" Anale*, IV, 68-70.
Método y filosofía de la historia. — Tácito se documentaba bien. A los historiadores que lo habían precedido (Aufidio Baso, Cluvio Rufo, Plinio el Viejo, Fabio Rústico), añadió las memorias (de Córbulo, Suetonio Paulino, Mésala, la emperatriz Agripina, etc.) y testimonios orales; recurrió también al “Diario Oficial” de Roma (Acta diurna populi Romani) y a los Archivos del Senado (Acta Senatus). Se enorgullece de haber usado con imparcia lidad de estas fuentes. Mejor sería decir “con sinceridad”. No quiso engañar; y su penetración psicológica, unida a su desconfianza pesimista, le permi tieron, de ordinario, apreciar con prudencia el valor de los testimonios. Pero su vigorosa personalidad de hombre y de artista deforma la historia. La obra trata en todo momento de ser muy actual: las ignominias y cruel dades de los reinados anteriores hacían resaltar más los méritos de Nerva y de Trajano. Tácito, con la mejor intención del mundo, trazó un cuadro negro de ellos. Por otra parte, su estudio es desigual: Tácito se interesa sobre todo por la corte imperial, que ofrece rica materia para el análisis psicológico y moral, y por el mundo bárbaro, cuya pintoresca extrañeza le seduce; las materias administrativas, financieras, el detalle de las guerras, etc., distan mucho de la perfección, tanto en extensión como en exactitud. Por últi mo, Tácito no pudo desprenderse de una especie de elevación senatorial, ligeramente teñida de estoicismo, que huele a aristocracia de fecha tem prana, y daña la imparcialidad de sus juicios. Su filosofía política ofrece alguna vacilación: no se decide a escoger entre la antigua noción romana del estado senatorial, dirigido por los más dignos, y la idea helenística (e imperial) de un universo organizado bajo un monar ca. Su religión parece asimismo ser muy vaga: adivinamos en él una creen cia bastante fría en un Destino fatal (Fatum) que encierra siempre a la hu manidad en el mismo círculo. Pero los acontecimientos particulares, sometidos a la acción individual de los hombres, y, al parecer, a las sorpresas del azar, pueden ser fácilmente dramatizados: y Tácito no desaprovecha la ocasión de hacerlo. La inquietud moral y la penetración filosófica. — En definitiva, su obje tivo es de carácter moral: quiere salvar del olvido las virtudes y estigmatizar los vicios. Los móviles humanos le interesan, por tanto, más que las causas enerales. Los estudia con auténtica pasión, remontándose lo más lejos posile. Y se ve auxiliado por una penetración extraordinaria. La psicología de Tácito debe mucho a Séneca y a otros expertos en la dirección de almas. Y también a su propia experiencia de la corte sospechosa de Domiciano, en que los menores indicios debían ser interpretados con precisión, bajo pena de desgracia o muerte. De ahí, a un tiempo, su extremo refinamiento y su pesimismo: Tácito cree con mayor fuerza en el mal que en el bien; y el conjunto de su obra adopta una acritud terrible. Y también
f
221.
Muchos lugares sagrados sólo se abrían al público los días de fiesta.
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EL NUEVO CLASICISMO los personajes aparecen pintados en ella con una verdad alucinante; el alma misma de las masas es analizada en sus movimientos cambiantes; y el histo riador impone al lector su interpretación amarga de toda una época. En estos dos puntos, Tácito ha superado infinitamente a los dos maestros que, en su tiempo, eran considerados como los clásicos de la historia: Tito Livio, más sensible a la moralidad pública que a la de los individuos; Salustio, cuyo presimismo psicológico es menos profundo, menos variado, y parece más convencional. Desgracia de Séneca [Auténtica escena de tragedia clásica a la francesa: riqueza psicológica ex presada y sugerida por cada palabra; cortesía refinada en el argumento; drama latente; verdad particular y general a un tiempo.]
L a muerte de Burro*“ quebrantó el poder de Séneca: el partido de la virtud quedó debilitado con la pérdida de uno de sus jefes, y Nerón se inclinaba hacia los perversos. Ëstos atacan a Séneca de cien modos diversos: "Pese a que sus bienes eran inmensos y desmesurados para su condición de hombre particular, seguía acrecentándolos; traba jaba para su popularidad personal; el embellecimiento de sus jardines y la magnificencia de sus casas podían llegar a eclipsar al príncipe.” Le reprochaban también el arrogarse sólo para él la gloria de la elocuencia y entregarse con mayor insistencia al cultivo de la poesía desde que Nerón se gloriaba en ella. “Y después, siendo censor público, criti caba las diversiones del príncipe, riéndose de su habilidad para conducir los caballos; se mofaba a cada momento de su modo de cantar. ¿Cuándo, pues, dejarían de atribuirle la iniciativa de todo lo que de glorioso se hacía en el estado? Ciertamente, la infancia de Nerón ha terminado. Está lleno de vigor juvenil: que se deshaga de ese preceptor pedante; cuenta con consejeros lo bastante grandes para orientarse: sus antepasados.” Séneca no desconocía estas acusaciones: de ellas le informaban algunos hombres sensi bles aún al honor; y veía que el emperador rehuía en todo momento su trato particular. Pide una audiencia y, habiéndola obtenido, se expresa en estos términos: “Ya han pasado trece años, César, desde que fui llamado para velar por las grandes esperanzas que tú representabas; y siete desde que reinas. En este espacio de tiempo has acumulado sobre mí tantos honores y riquezas, que nada, sino una justa medida, falta para mi felicidad. Tomaré grandes modelos, no de mi rango, sino del tuyo. Tu tatarabuelo Augusto“ * dejó retirarse a M. Agripa a Mitilene,*“ y a Mecenas, en la propia Roma, gozar de todo el encanto de un retiro lejano. Habían merecido ambos — el uno en los campos de batalla, donde le acompañaba; el otro en Roma, en el tormento de los múltiples negocios— , am pliamente, las recompensas, aunque éstas fueran grandes, que de él habían recibido. Pero yo, ¿qué méritos he podido alegar para tu munificencia, sino los estudios realizados, por decirlo así, en la sombra, que no tendrían valor alguno si no pareciera que te ayudé en tus experiencias primeras de juventud, recompensa ya desproporcionada para mi apor tación real? Además, me has rodeado de un crédito sin límites, de una riqueza infinita, hasta el punto que, muchas veces, me he dicho a mí mismo: “¿Soy yo, insignificante caballero de provincia, quien soy contado entre los grandes del Estado? ¿Ha penetrado mi obscuridad a través de tantos nobles que pueden alardear de largos siglos de gloria? ¿Dónde se halla ese espíritu filosófico tan fácil de satisfacer? ¿Ha sido él quien ha cons truido tales jardines, que se pasea en esas casas de placer, que posee en abundancia vastos dominios, capitales colocados por todas partes?” Sólo tengo una excusa: no he podido rechazar tus dones. Pero tanto tú como yo hemos colmado la medida; tú, de lo que un príncipe puede conceder a un amigo; yo, de lo que un amigo puede recibir de su príncipe.
2 2 2 . Prefecto del pretorio, y gobernador de Nerón con Séneca, muerto (tal vez enve nenado) en 6 2 . 2 2 3 . E l bisabuelo de Nerón, Druso, había sido adoptado por Augusto. 2 2 4 . Ciudad de la isla griega de Lesbos.
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Tácito M is favores irritarían la envidia. Bien sé que, como toda cosa mortal, languidece a los pies de tu grandeza; pero pesa sobre mí, y debes ayudarme. Si fuera un soldado o viajero exhausto, imploraría un apoyo: igualmente, en este camino de la vida, envejecido e inepto para los menores cuidados, no puedo soportar más tiempo el peso de mi fortuna, y pido una ayuda. Ordena que sea administrada por tus procuradores,1“ y contada en el número de tus bienes. Y ello no equivale a reducirme a mí mismo a la pobreza, sino que, dejando una riqueza cuyo resplandor me ciega, daré a mi espíritu todo el tiempo que le robo para ocuparme de estos jardines y estas casas. En ti sobreabunda la fuerza, y durante muchos años has visto cómo se gobierna el imperio. Nosotros, tus viejos amigos, podemos solicitar ahora el descanso. Ello mismo te servirá de gloria, el haber alzado hasta la cumbre a hombres capaces de soportar su medianía.” Nerón le contestó casi inmediatamente de este modo: “Que pueda replicar tan rápi damente a tu discurso, preparado, es el primer don que te debo, pues me has enseñado a hablar tan bien sobre temas fortuitos como sobre asuntos previstos. Sí, mi tatarabuelo Augusto permitió a Mecenas y Agripa descansar de sus fatigas, pero entonces se hallaba en una edad tal, que su autoridad dejaba sus actos fuera de toda interpretación, cualquiera que fuese; y, sin embargo, no privó ni a uno ni a otro de las recompensas que les había concedido. Sin duda las habían merecido en medio de la guerra y de los peligros: tales fueron las circunstancias de la juventud de Augusto; yo también hubiera podido contar con tu brazo y tu espada, si me hubiera visto obligado a tomar las armas. Pero tú has hecho lo que el momento presente reclamaba: tu elevado raciocinio, tus conse jos, tus preceptos, han cultivado mi infancia, y luego mi juventud. Y tus dones se perpe tuarán mientras yo viva; los míos, jardines, casas, rentas, están sometidos al azar; y, por considerables que parezcan, mucha gente que tenía menos talento que tú poseyó más; por no hablar de los libertos, cuya opulencia hace ostentación. Yo mismo me avergüenzo al pensar que, siendo el primero en mi corazón, tu condición no sobresale entre los demás. Pero tus años, llenos aún de vigor, pueden soportar los problemas y los goces que ellas ocasionan; yo, sólo acabo de entrar en mi carrera de emperador. Tú serás el primero en admitir que no eres inferior a ese Vitelio que fue tres veces cónsul, ni yo a Claudio.” Y, ¿puede mi liberalidad realizar en ti lo que una vida de avaricia dio a un Volusio?,” 1 ¿quieres, pues, si mi juventud va a deslizarse en una pendiente peligrosa, guiarla y asegurar, más aún que antes, tu apoyo a la conducta de este poder que has asentado? No sería tu moderación, si renunciaras a tus bienes, ni tu placer por el retiro, si dejaras a tu príncipe; sino mi ambición, el supuesto temor a mi crueldad, el tema de la conversación general; pero, aunque tu desinterés te atrajera mil alabanzas, no seria en nada decoroso para un filósofo ganar la gloria a expensas de la reputación de un amigo.” A estas palabras añade besos y abrazos, guiado por la naturaleza, ejercitado por el hábito de encubrir su odio con carantoñas hipócritas. Séneca — tal es la conclusión de toda conversación con un amo— da las gracias; pero rompe con los hábitos de su poder de antes, cierra su puerta a la masa que le rodea, se exhibe poco en la ciudad, como si su salud o sus estudios filosóficos lo retuvieran en su casa. Anales, XIV, 52-56.
El sentido dramático y el pintoresquismo. — Tácito es, según Racine, “el mayor pintor de la Antigüedad”. Es gran pintor, en efecto, y él lo sabe. De las dos partes de que consta la historia, minucia en la investigación cien tífica y fuerza de la evocación, limita en principio la primera. Sus obras se componen en tomo al estudio de un alma y avanzan por cuadros. Pero los 2 2 5 . Especie de funcionarios públicos que administraban los bienes privados del empera dor (o las provincias cuya administración le estaba reservada). 2 2 6 . Si, dice Nerón, me reprochan tener en ti a un favorito, reconocerán que he depo sitado m ejor mi favor en ti que Claudio en Vitelio; y, sin embargo, no he llegado a nom brarte tres veces cónsul. 2 2 7 . Y si, prosigue, te reprochan tu riqueza, adquirida durante tu servicio al Estado, ¿qué dirán de la de Volusio, mucho mayor, que sólo ha pensado siempre en sí mismo?
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EL SUEVO CLASICISMO retratos, exhumados de modo irregular, de acuerdo con la importancia de los personajes, no están aislados de los acontecimientos: por el contrario, se precisan y enriquecen paulatinamente gradas a ellos. Y los cuadros no están determinados: cobran su ánimo de la psicología de los individuos y de las multitudes y se suceden con un movimiento casi continuo. Sin embargo, arre batado por su pasión de psicólogo o su imaginación visual, Tácito desarrolla desmesuradamente ciertas escenas sobrecogedoras; pero es raro asimismo que en él un episodio, aunque sea de importancia mínima, carezca por com pleto de acento. Notamos en todo ello un arte muy consciente, muy seguro de sus efectos. Tácito persigue la emoción dramática y la obtiene con las antítesis: vicio y virtud, sombra y luz. Impresiona también profundamente al lector, no sin extremismos románticos: la vida del Imperio romano adquiere en sus manos una apariencia en extremo excepcional. Una alarma en el palacio imperial [Otón es emperador desde hace unas semanas, gracias al apoyo de los pretorianos (la guardia imperial), que han asesinado a su predecesor, G alba, un anciano rigido y avaro (69). — Episodio sin contenido histórico real, pero ampliado por su valor psicológico (mentalidad de los pretorianos, de los senadores; valor per sonal y debilidad política de Otón frente a los pretorianos) y dramático (grados de la revuelta, pintura de las masas y del desorden).]
Otón acababa de llamar de Ostia a la decimoséptima cohorte, y su armamento fue confiado a Vario Crispino, uno de los tribunos de los pretorianos.”8. Éste, pensando que reinaría una mayor tranquilidad cuando el campamento estuviera dormido, mandó abrir el arsenal y cargar los furgones de la cohorte a principios de la noche. La hora se prestó a la sospecha, el motivo a las acusaciones, y, por un exceso de precauciones se originó an tumulto. La vista de las armas despierta el deseo entre los soldados ebrios de bebida. Rugen de ira, acusan de traición a tribunos y centuriones: "armaban, según se decía, a los esclavos de los senadores para asesinar a Otón” Algunos lo decían en la incons ciencia de una pesada embriaguez; pero los más criminales buscaban una ocasión para el pillaje; la masa, corrientemente, estaba deseosa de agitación y de novedad, fuesen como fuesen; y la noche privaba a los mejores de la ocasión de dar ejemplo. E l tribuno que se oponía a los sediciosos y los más rígidos centuriones fueron asesinados; se apoderaron de las armas, desenvainaron las espadas; a caballo, corrieron a la ciudad y al Palatino.” · Otón daba un festín en el que se encontraban muchas mujeres y hombres de primera fila. Los convidados, temblorosos, preguntan si este alud de soldados se debe al azar o está preparado por el emperador, si hay más peligro en permanecer y dejarse hacer prisionero o en huir y dispersarse; unas veces fingen serenidad, otras su terror les delata, y sus ojos, mientras tanto, no se apartan del rostro de Otón; y, como sucede cuando los espíritus se inclinan a la sospecha, Otón, que sentía miedo, inspiraba miedo. Pero, no me nos alarmado ante el peligro de los senadores que ante el suyo propio, envió sin demora a dos prefectos del pretorio*“ para calmar los ánimos de los soldados, y mandó que sus invitados se dispersaran rápidamente. Entonces, en completo desorden, los magistrados, arrojando las insignias de su dignidad y ocultándose a su séquito y a sus esclavos, ancianos y mujeres se pierden^en las tinieblas, por las calles más opuestas: pocos regresaron a sus casas; la mayoría se refugiaron en las de sus amigos o buscaron en un cliente muy humil de un escondrijo difícil de ser descubierto.
228. 229. 230.
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Los tribunos son oficiales superiores. Colina que dominaba el Foro, en la que se hallaba el palacio imperial. Licinio Próculo y Plotio Firmo.
Tácito La violencia de loi toldados no se contuvo ni a las puertas de palacio: hacen irrup ción en la sala del banquete, exigen que se les muestre a Otón.1*1 El tribuno Julio Marcial y Vitelio Saturnino, prefecto de la legión,*** fueron heridos al oponerse a su avance. Por doquier se veían armas desnudas y amenazas, unas veces contra los centuriones y los tribunos, otras contra el Senado completo: en el delirio de un pánico ciego, y no pudiendo designar nominalmente la víctima que su cólera exigía, piden plena licencia contra todos. Por fin Otón, en pie sobre un lecho de mesa, sin preocuparse de la majestad de su rango, a fuerza de súplicas y lágrimas acabó por aplacarlos. Regresaron al campamento de mal talante, y no sin violencias. Al día siguiente, Roma presentaba el aspecto de una ciudad tomada: casas cerradas, poca gente en las calles, la plebe consternada, los soldados, con los ojos bajos, que delataban más descontento que pesar. Los prefectos Licinio Próculo y Plotio Firmo se dirigieron a las tropas por manípulos,*" cada cual según su carácter, conciliador o abrupto. Conclusión: distribuyeron cinco mil sestercios para cada soldado.*** Entonces Otón osó entrar en el campamento. Al punto es rodeado por los tribunos y los centuriones, que arrojan a sus pies las insignias de su grado, y le suplican que les releve de sucargo garantizándoles la vida.““ Los soldados notaron cuán desconsiderados habían sido, y, con todos los extremos de la sumisión, pidieron espontáneamente el suplicio de los
instigadores.
Historias, I, 80-82.
B campo de batalla de Bedriaco [Las tropas de la frontera de Germania han proclamado emperador a su jefe, Vitelio; en Bedriaco (entre Verona y Cremona), han vencido a Otón, que se ha dado muerte (abril de 69) Vitelio llega tras la batalla. — Fuerza descriptiva que utiliza la antítesis y los efectos macabros románticos (cf. Lucano). — L a sensi bilidad del autor interviene (disgusto, indignación, anticipación del porvenir).]
Desde allí Vitelio torció hacia Cremona y, tras los combates de gladiadores dados por Cecina, sintió deseos de recorrer los campos de Bedriaco y contemplar con sus propios ojos las huellas de su reciente victoria. ¡Horrendo y desolador espectáculo! Habían pasado unos cuarenta días tras la batalla: cuerpos destrozados, miembros dispersos, podredumbre en forma de hombres y caballos, la tierra empapada en sangraza, y el saqueo de los árboles y las cosechas arrasadas que sólo daban paso a una siniestra soledad. No era menos impresionante ver la parte de la calzada*“ que los crémonenses habían cubierto de laurel y de rosas, en la que se alzaban altares en los que caían las víctimas como para honrar a un rey: consiguieron alegrarse un instante para pagarlo luego pronto con su ruina.**7 Valente y Cecina acompañaban al emperador y le mostraban el detalle topográ fico de la batalla: “de esta parte habían cargado las legiones; desde esta otra desembo có la caballería; de este punto empezaron los auxiliares *** su movimiento envolvente”. Y tribunos y prefectos comenzaron a jactarse por su parte de sus proezas, mezclando la falsedad, la verdad y la exageración. La propia masa de soldados, con estrepitosa alegría, abandonaba la calzada; reconocen los lugares donde han combatido, miran, extasiados, los montones de armas y las masas de muertos; hubo también quien se dejó ganar por el sentimiento de las vicisitudes humanas, por las lágrimas y la compasión. Pero Vitelio no pestañeó; vio, sin sentir horror, tantos miles de ciudadanos sin sepultura: antes 2 3 1 . Temen (o fingen temer, para justificar su alboroto) que lo hayan asesinado. 2 3 2 . E l “prefecto del campamento” , comandante de plaza, en aquellas circunstancias co mandante de la legión (aquí la 1.a Adiutrix de los soldados de marina) allí acampada. 2 3 3 . Grupo de dos centurias. 2 3 4 . Unos dos mil quinientos francos: se trata de lograr su adhesión, incluso ciega, al emperador. 2 3 5 . Dan con ello a entender hasta qué punto consideran violada la disciplina. 2 3 6 . E n el valle del Po, donde las inundaciones son frecuentes, las carreteras están ele vadas. 2 3 7 . Las tropas de Vespasiano (que lo han proclamado ya emperador contra Vitelio), vic toriosas por su parte en Bedriaco (octubre de 69 ), destruyeron completamente Cremona. 2 3 8 . Tropas regulares del ejército romano, que no estaban constituidas como legiones (las legiones quedaban reservadas a los ciudadanos romanos).
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bien, alegre e ignorante de la suerte que ya le acechaba,"* fundó un culto para las divini dades del lugar. Historias, II, 70. Confusión de Vitelio Mientras dirigía su arenga*" ((prodigio increíblel), volaron sobre su cabeza tantos pájaros fúnebres, que su negra nube veló la luz del día. A ello se sumó un presagio siniestro: un toro se escapó del altar, tirando todos los objetos del sacrificio, y hubieron de darle muerte lejos del lugar consagrado, y no ritualmente. Pero el peor de los prodi gios*“ fue el propio Vitelio: sin conocimiento de la guerra, incapaz de toda decisión, sin saber cómo se ordena una marcha, ni cómo se iluminan, ni las precauciones a observar cuando se quiere precipitar o diferir la acción, no cesaba de preguntar; cada noticia descomponía su rostro, hacía sus pasos temblorosos e inciertos; y luego, se embriagaba. Historias, III, 56.
Lengua, estilo, poesía. — En las Historias, Tácito ensayó una lengua y un estilo nuevos, que llevó a su perfección en los Anales. Una gran variedad de vocabulario, nutrido de arcaísmos, de neologismos, de giros poéticos, un manejo muy seguro de las formas verbales, según su valor narrativo, dramá tico o descriptivo, le permiten lograr todos los efectos. Supo aligerar esta riqueza, al llevar a sus límites extremos la concisión de los elementos de la frase (elipsis, braquilogías, incluso supresión del verbo); pero no organiza la frase, en sí misma, en períodos al modo clásico; se complace, por el con trario, en prolongarla, según los progresos sucesivos de su reflexión, libre para marcar enérgicamente el fin con un rasgo brillante o amargo. Encontra mos en ello, con la imitación de Tucídides y de Salustio, el gusto de su tiempo. Lo que es bien propio de Tácito es la poesía con que esa lengua y ese estilo ayudan a la expresión; los aspectos de la vida toman, por alianzas de palabras, una fuerza nueva y singular; su agitación se pinta en los sobre saltos de un estilo nervioso, irregular, asimétrico; la imaginación se une de modo extraño a la realidad; incluso la oscuridad invita a sondear en un pen samiento que nunca se muestra indiferente. Pues Tácito aparece en todos los rincones de su obra: en su retórica, más sincera que la de Lucano; en su aspereza satírica, casi idéntica a la de Juvenal; en la honradez, un poco afec tada, pero noble, que da al conjunto el acento de la época. Episodio de las guerras de Germania [Germ ánico (v. p. 4 2 0 , nota 2 1 6 ) dirigió contra Germania, hasta el otro lado del E m s, y en los parajes en que, en 9 p. C . había sido asesinado Varo con sus tres legiones, una expedición de castigo, mas no logró exterminar las fuerzas del caudillo germano Arminio. E l ejército romano se retira al punto hacia el R hin; el sector mandado por Cecina, atacado entre desfiladeros cenagosos, rodeados por colinas pobladas de bosques, se ve en grave peligro (1 5 ). — Evocación ml-
2 3 9 . Cogido por los soldados flavianos que entraban en Roma, lleno de insultos por el populacho, y muerto ignominiosamente. 2 4 0 . Vitelio decidió, por fin, reunir sus tropas, para oponerse al avance victorioso de lus Flavios. 2 4 1 . T ácito, al parecer, sólo ha relatado los prodigios precedentes para crear una atmós fera de poesía siniestra, a la vez que sigue una antigua tradición.
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Tácito nudoM y pintoresca de las condiciones de la guerra en Germania. — Poesía exótica, aunque natural (los romanos, que acaban de enterrar los restos de sus compañeros caídos seis años atrás, se sienten cautivados por el recuerdo de Varo).] Llegó la noche, sin sueño para ninguna de ambas partes, aunque por razones opues tas: los bárbaros,*“ en fiestas, llenaban con sus alegres cantos y sus feroces gritos las pro fundidades de los valles y los bosques resonantes; entre los romanos se veían fuegos lan guidecientes, voces entrecortadas, soldados que dormían frente a las empalizadas o que andaban de tienda en tienda, menos vigilantes que dominados por el insomnio. E l gene ral *“ durmió, pero con un terrible pesar: se le apareció Quintilio Varo, manchado de sangre; lo vio salir del fondo del pantano, y creyó oír su voz que le llamaba; pero, recha zando su mano extendida, se negó a seguirle. Cuando volvió la luz, las legiones enviadas como destacamento, ya por miedo, ya por insubordinación, abandonaron su puesto y ga naron rápidamente un espacio descubierto al otro extremo de las tierras esponjosas. Armi nio tenía el camino expedito: sin embargo, no se lanzó al punto a la carga. Pero cuando vio los bagajes hundidos en el cieno, detenidos por los fosos, y, en tomo a ellos, el des orden de los soldados, las unidades confundidas, y cada cual (como sucede en tales cir cunstancias) más dispuesto a salir del apuro que a atender las órdenes, da la señal de ataque diciendo: “ ¡Vuelvo a encontrar a Varo; vuelvo a encontrarle! *“ [E l mismo destino nos entrega las legiones encadenadas!” “ Así habló y, al mismo tiempo, con la élite de los suyos, rompe nuestra columna y se lanza a herir, sobre todo, a los caballos. Deslizándose sobre la arcilla empapada en su sangre, los animales tiran a sus caballeros, y lo dispersan o arrasan todo ante ellos. La resistencia se enconaba en tomo a las águilas,“ * que no po dían seguir adelante entre la nube de tiros ni fijarse en el fango.“ 7 Cecina vio morir a su caballo, mientras impedía a los suyos replegarse; cayó e iba a ser arrollado, si la primera legión no le hubiera servido de parapeto. Felizmente, la codicia impulsó al enemigo a dejar la matanza por el saqueo; y, hacia el atardecer, las legiones llegaron por fin a tierra firme y libre. Pero las desgracias no habían terminado; había que elevar las fortificaciones, y buscar los materiales, cuando habían perdido una gran parte del utillaje que sirve para cavar la tierra y cortar el césped; *“ no había ni tiendas para los manípulos,*“ ni material sanitario para los heridos; se repartían algunos víveres manchados de lodo y de sangre, maldecían las tinieblas y gemían, pensando que el día siguiente sería el último para tantos millares de hombres. Anales, I, 65.
Conclusión. — Tácito es muy complejo: inteligente y emotivo, observador lúcido y visionario lleno de imaginación, agrio moralista y estilista siempre insatisfecho, creó una forma literaria nueva, en la que se complace-, la histo ria se transformó en sus manos en una documentación psicológica y, al mismo tiempo, en la expansión de su propia personalidad. Se ha podido rela cionar a un tiempo con Balzac y Michelet. Es, con Virgilio y Séneca, el autor más cargado de sentimiento. 2 4 2 . Los germanos. 2 4 3 . Cecina. 2 4 4 . Arminio había destrozado el ejército de -Varo. 2 4 5 . E s decir, incapaces de defenderse: ante las legiones en orden de batalla, huyeron, por el contrario, del combate. 2 4 6 . E l águila es la insignia (la bandera) de la legión desde Mario. 2 4 7 . E l águila clavada en tierra significa la resistencia hasta la muerte. 2 4 8 . E l campo romano se hallaba rodeado de un foso y de una pendiente de tierra recu bierta de trozos de césped. 2 4 9 . Alrededor de 1 7 0 hombres.
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EL NUEVO CLASICISMO
C. Plinio Cecilio Segundo, de una familia ecuestre de Coma, en la Cisalpina, sobrino de Plinio el Na turalista, que le adoptó en su testamento, pareció, en su tiempo, el paralelo de Tácito, su amigo. Su carrera fue brillante tam bién: cuestor y pretor bajo Domiciano, llegó al consulado en 100, y en 111 fue nombrado legado del emperador (gobernador) en Bitinia. Su fama fue al menos igual, y más extendida: a los catorce años, ya había compuesto una tragedia griega; era ya célebre como abogado, antes de haber publicado nada. Pero hay que insistir en un hecho: este hombre honrado, orgullo de la humanidad, solo es un escritor de segundo orden.
PUNIO E L JOVEN 61-hacia 113
Plinio orador: el “ Panegírico de Trajano” . — Frente a Tácito, que se consagraba cada vez más a la historia, Plinio se reservó complacido la gloria de la elocuencia. Era alumno de Quintiliano: Cicerón era su dios, junta mente con Demóstenes. Sus discursos forenses, que revisaba con un escrúpulo casi patológico, y que publicó después de 96, no han llegado a nosotros. Pero conservamos el discurso de acción de gracias que dirigió al emperador, según era costumbre, cuando fue nombrado cónsul (en 100). Dicho Panegírico de Trajano, muy ampliado para la publicación, cansa por su extensión, por la continuidad y el exceso pueril del elogio, por el abuso intencionado de las figuras de retórica. Demasiado arte y carencia de genio suficiente: es de temer que toda la oratoria de Plinio haya presentado las mismas inconsis tencias. Pero el Panegírico es un documento histórico inestimable: muestra cuán profundos eran, en esta generación, el odio hacia Domiciano y el justi ficado amor a Trajano, unido al de la patria romana. Y, literariamente, esta obra de elocuencia oficial es el primer representante, y el más destacado, de un género que debía florecer en los siglos in y rv; sincera bajo sus excesivos adornos, ofrece muchas fórmulas felices, e incluso fuerza, cuando se evoca al abominado tirano. El orgullo de Egipto, humillado [L a cuestión del suministro de trigo a Roma e Italia era angustiosa: en In mensos graneros se acumulaba el trigo llegado de Africa y, en especial, de Egipto, cuyas flotas “frumentarias” eran esperadas con impaciencia. Resultó que, un año que Egipto sufrió una sequia, los graneros eran tan abundantes, que pudieron suministrarle ellos -a su vez: excelente ocasión para amplificaciones retóricas (e incluso enfáticas) en que se combinan el orgullo nacional, el desprecio y el temor a Oriente (véase más adelante, p. 4 1 1 s. y 4 1 9 ). — Vuelta al período “en ba lanza” de tipo ciceroniano; y también logros ingeniosos.]
Pido a los dioses, para todos los pueblos, años abundantes y tierras fecundas; pero no puedo persuadirme de que, al dañar así a Egipto, no ha querido la Fortuna probar vues tro ” poderío y vuestra vigilancia. Como no merecéis que triunfe en todo y por todo es evidente que una circunstancia enojosa es una puerta abierta a vuestras hazañas, una materiapara ejercer vuestras virtudes, puesto que la prosperidad pone de relieve nuestra dicha, y la adversidad nuestra grandeza? Desde hacía muchos años se había afirmado la
¿no
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Plinio se dirige a Trajano.
PUnio el Joven leyenda de que Roma no podía vivir ni subsistir sin los recursos de Egipto; esta vana e insolente nación se enorgullecía de alimentar a su vencedor y retener en sus manos, con su río ** y su flota, nuestra abundancia o nuestra hambre. Hemos devuelto sus riquezas por el Nilo: ha recibido el trigo que había enviado, reimportado sus cosechas exportadas. Que Egipto aprenda, pues, y sepa por experiencia, que nos envía, no la vida, sino un tri buto; sepa que el pueblo romano no depende de ella, sino que exige su sumisión. E l Nilo puede, si así lo desea, cerrarse en su cuenca, como otro río cualquiera. ¿Qué importa para Roma, e incluso para Egipto? Sus navios zarparán vacíos y huecos, como antes regre saban a él, y marcharán de aquí rumbo a la patria llenos y cargados, como llegan a noso tros: se pedirá al mar un inmenso servicio, y las súplicas implorarán, de Italia [hacia Egipto] vientos favorables y una rápida travesía. Panegírico, XXX I, 1-5.
Castigo de los delatores [Tras el énfasis del principio, en que Plinio celebra los juegos organizados por Trajano (combates de gladiadores, luchas y exhibiciones de animales, magia sorprendente; cf. p. 3 3 5 s.), irrumpe una auténtica elocuencia, nutrida por el odio hacia los delatores que, bajo Domiciano, habían hecho temblar a muchos senadores (y a Plinio en particular) bajo la amenaza de denunciarle.]
Ásí, aunque vuestra magnificencia, unida a vuestra grandeza, nos haya ofrecido como espectáculo, unas veces, en los hombres, el colmo de la fuerza sostenida por un ánimo igual,** otras la ferocidad, otras la dulzura inesperada de los monstruos,*“ otras esas rique zas fastuosas ocultas en otros tiempos, y prodigadas a los ojos por vez primera durante vuestro reinado, nada fue más agradable, ni nada más digno de vuestro siglo que haber nos dejado contemplar, erguidos hacia nosotros con esfuerzos, los rostros de los delatores. Los reconocemos, nos alegramos viéndolos, como víctimas expiatorias de nuestras alarmes civiles, conducidos, entre la sangre de los criminales,“ * hacia suplicios más lentos y penas más duras. Los han colocado en naves requisadas, los han entregado a la ventura de los mares. “Marchad, se les decía; huid de estas tierras que vuestras delaciones han despo blado. Y si las olas y los huracanes os destinan a los acantilados, habitad en esas rocas desnudas y esas riberas inhóspitas; llevad en ellas una vida angustiosa, y, lejos de la feliz seguridad en que vive el género humano, llorad.” Panegírico, XXX I, 3-5.
La correspondencia entre Plinio y Trajano. — Con esta oratoria alam bicada contrasta la correspondencia administrativa, muy sencilla, aunque de forma cuidada que Plinio, gobernador de Bitinia, cambió con el empera dor (en 111-112); 122 cartas preciosas para el historiador, algunas de elevado contenido, como las relativas a las persecuciones contra los cristianos, cuya autenticidad ha sido puesta en duda sin razón suficiente. Pero, con mucha frecuencia, las materias acerca de las cuales Plinio consulta a Trajano son muy intrascendentes (establecimiento de un cuerpo de bomberos, edificación de baños públicos, etc.). Se nos muestra escrupuloso, aunque tímido y caren te de toda iniciativa; su bondad, un tanto débil, pierde mucho frente al sentido práctico, robusto y firme, del Emperador. Medimos los progresos del
2 5 1 . E l Nilo, con sus inundaciones anuales, asegura la fertilidad en Egipto. L a misma inocente vanidad nacional aparece en dos grupos colosales simétricos, que representan, el uno el Nilo y el otro el Tiber (conservados en el Vaticano y el Louvre). 2 5 2 . E s decir,- los gladiadores vencidos eran “de primera calidad” . 2 5 3 . Se trata de animales feroces amaestrados. 2 5 4 . L a escena tiene lugar tras los combates de gladiadores; se obligaba a menudo a combatir a los criminales condenados a muerte.
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monárquico, no sólo de acuerdo con el tono, sino también con la carencia de originalidad y carácter que estas cartas revelan en un funcionario, distin guido pese a todo. Humanidad y justicia [Contraste entre un hombre honrado, pero indeciso y débil (Plinio) y un Jefe severo y justo, consciente de sus responsabilidades sociales (Trajano); — entre un estilo en que se acumulan la inm ediata sumisión de los individuos ante un señor, y la im paciencia cortés, aunque un poco altiva, del emperador. — C f. Joinville, Vida de tan Luis, cap. 12 7 y 1 3 3 .]
Plinio a Trajano Sin perder vuestra grandeza, Señor, conviene que descendáis hasta mis preocupaciones, pues me habéis dado el derecho de consultar acerca de mis dudas. En muchas ciudades, en especial en Nicomedia y en Nicea, algunos individuos, condenados o a las minas11“ o al circo,*“ o a otra pena de este tipo, cumplen la misión de esclavos públicos y, al mismo tiempo, como los esclavos públicos, reciben sus emolumentos.1” Tras informarme de ello, he dudado durante mucho tiempo, y profundamente, de la actitud a adoptar. De una parte, estimo demasiado riguroso hacer purgar durante tanto tiempo su pena a hombres, en su mayor parte ya ancianos, y que llevan, según me afirman, una vida decente y orde nada. Por otra, encuentro muy inmoral retener a los condenados en los servicios públicos; pero también me parece oneroso jubilarlos con pensión; sin ella, peligroso. Me veo, pues, obligado a dejar la cuestión en suspenso hasta vuestra decisión. Me preguntaréis, tal vez, cómo bnn podido librarse de la pena dictada contra ellos. Me he informado, pero nada cierto he conseguido averiguar; me presentan las sentencias de condenación, pero nin gún documento acredita su liberación; algunos dicen, no obstante, que, ante sus reiteradas súplicas, fueron puestos en libertad por orden de los procónsules o legados: lo cual es verosímil; pues no es probable que nadie haya tenido semejante atrevimiento sin el con senso de la autoridad. Trajano a PlitUo Recordad que, si fuisteis enviado a esa provincia, fue porque había mucho por refor mar. Y es, en consecuencia, uno de los abusos más flagrantes el hecho de que unos con denados, no sólo hayan quedado libres de su pena sin el consenso de la autoridad, como me escribís, sino que, además, se hallen reintegrados en la sociedad como honorables funcionarios. Por tanto, los que fueron condenados en el curso de los diez últimos años, sin hallarse en libertad por un acto legítimo de la autoridad, deberán purgar su pena; quienes se encuentran demasiado caducos y los ancianos castigados desde hace más de diez años, distribuyámoslos en los servicios que más se asemejan a los trabajos forzados: se adscriben de ordinario estas personas a los baños, a la limpieza de alcantarillado, y también a la reparación de carreteras y calles. Cartas, X , 31.
Las “ Cartas” de Plinio. — Las cartas de Plinio (nueve libros) son una obra original y atractiva. No fueron escritas realmente a amigos, al menos en la forma que presentan en la colección: destinadas a la publicación, cada una trata sólo de un tema, de interés general incluso cuando el punto de partida es personal; no están fechadas y no piden respuesta. Flinio quiso pintamos en forma animada y varia la sociedad en que vivía: 2 5 5 . Duro trabajo reservado a los condenados. 2 5 6 . A combatir como gladiadores. 2 5 7 . Los esclavos públicos (del Estado o de las ciudades) eran auténticos funcionarios de segundo orden.
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PUnio el Joven como habian hecho Catulo, Horacio, los elegiacos augusteos, Estacio y —aun— Marcial (y él se inspira, diversamente, en todos ellos), pero en prosa y sin insistir en los rasgos satíricos o pasionales. Los unos, breves y “corte ses”, evocan una vida mundana llena de urbanidad y diversiones (cumplidos, invitaciones, acciones de gracias, devaneos); otras, más severas, discuten pro blemas morales y, ante todo, cuestiones literarias; algunas son históricas (pro cesos en el Senado; erupción del Vesubio); un número bastante amplio se extienden, con especial complacencia, en descripciones (paisajes, villas, obras de arte). El conjunto traza un ambiente simpático, pero sin gran fuerza inte lectual. El estilo une a una afectada simplicidad y una elegancia real muchos rasgos de ingenio que llegan a la ampulosidad. A un invitado inseguro [Bromas graciosas, de espíritu y tono catulianos (cf. también M arcial, I , 3 5 , V. 7 9 ). — L a expresión nada tiene del realismo pintoresco de Juvenal (más atrás,
p. 3 8 6 s.).]
(Vamos! ¿Te invitan a comer, das tu palabra y no acudes? Alto: “ me lo pagarás hasta el último as; ** y va para largo. Cada uno tenía una lechuga, tres caracoles, dos huevos; cerveza, vino con miel y nieve*” (y la nieve también se contará, e incluso por encima de todo, pues se funde desde que se sirve); aceitunas, remolachas, calabazas, cebollas, y otros mil manjares tan distinguidos.*1 Hubieras escuchado, a elección, a un comediógrafo, a un lector o a u n concertista de lira; o a los tres, que a tal extremo llega mi generosidad. Pero has preferido, en no sé qué casa, ostras, asadura de cerdo, equinos,** y bailarinas españo las. Serás castigado no digo cómo. Es una alevosía. Y no en perjuicio tuyo, sin duda, sino en el mío; e incluso, sí, en el tuyo: ¡cuánto nos hubiéramos divertido! ¡Cuántas situacio nes alegres y serias! Te es fácil encontrar en otro sitio una mesa mejor servida, pero en ninguno más alegre, más cordial, más independiente. Por lo demás, haz la experiencia; y si, al punto, no rechazas cualquier invitación antes que la mía, rechaza — te lo concedo— siempre la mía. Salud. I, 15.
Beneficios morales de la enfermedad [Corta meditación al modo de Séneca, aunque sin profundidad. — Dulzura desoladora en que se presienten ciertos aspectos del cristianismo.]
Hace pocos días, una visita a un amigo doliente me hizo reflexionar sobre el hecho de que la enfermedad nos hace mucho mejores. ¿Quién se atormenta, estando enfermo, por el deseo de riquezas, de placeres? No Se es esclavo del amor, ni deseoso de honores; se desprecia la fortuna: por poco que ello sea basta a quien va a dejarlo todo. Entonces pen samos en los dioses, nos acordamos de que somos hombres. No sentimos envidia, ni admi ración, ni desprecio por nadie; incluso las habladurías no causan al enfermo ni impresión ni placer. Sueña con sus bafios, con sus fuentes: sus deseas y sus propósitos no van más allá. Piensa, si sale con vida, llevar una existencia dulce y blanda; es decir, inocente y feliz. Puedo, pues, sin los discursos, sin los gruesos volúmenes de los filósofos, decir, de mi propia invención, una máxima para tu uso y para el mío: tratemos de ser siempre en salud igual que nos proponemos serlo una vez enfermos. Salud. V II, 26.
258. 259. 260. 261. 262.
D e la justiciq. Hasta la última moneda. Se filtraba el vino a través de la nieve, para refrescarlo. Broma. Enumeración de los manjares predilectos de los romanos.
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La pena de Régulo [M . Régulo, célebre delator, había intentado perder a Plinio bajo Domiciano; era la viva antítesis de aquél, tanto por los recursos oratorios como por el ca rácter. — E l odio da a esta carta una acritud y una fuerza raras en Plinio, que ayudan a comprender ciertos extremismos de T ácito y de Juvenal.]
Régulo ha perdido a su hijo: desgracia que, sin duda, merecería, si es que lo consi dera como una desgracia.*“ Era un joven de ingenio agudo, pero desviado: sin embargo, hubiera podido seguir el camino recto apartándose del ejemplo de su padre. Régulo lo había emancipado para permitirle entrar en posesión de la herencia de su madre.·“ Tras ello (éste es el público rumor, confirmado por el carácter del personaje), Intentaba enre darlo con una afectada indulgencia vergonzosa e insólita en un padre.3“ Es increíble; pero piensa que se trata de Régulo. Sin embargo, ahora que lo ha perdido, lo llora con demen cia. E l muchacho tenía toda una cuadra de caballos enanos, arreos y sillas; tenía perros grandes y pequeños; tenía ruiseñores, papagayos, mirlos: Régulo lo ha sacrificado todo en tomo al hogar.““ Y ello no era por aflicción, sino por simulacro de aflicción. Su casa es un extraño herbazal; todos le detestan, le odian y todos, como si lo apreciaran y estima sen, seapresuran y acuden junto a él; y, para decirlo de alguna manera, al rodear a Ré gulo, se ponen al nivel de Régulo. Se ha retirado a sus jardines, al otro lado del Tiber: pórticos desmesurados cubren un vasto espacio, sus estatuas bordean el río: porque, a la extrema mezquindad, asocia la magnificencia; al colmo de la infamia, la vanidad. Mo lesta, pues, a toda la ciudad en la estación más mala; y molestarla le parece un alivio. Dice que quiere casarse: ¿no se comporta acaso exactamente al revés? No tardará mucho la noticia: ¿Bodas de hombre de luto? ¿bodas de anciano? Demasiado pronto y demasiado tarde. ¿Por qué lo sospecho? No de lo que él dice, porque no hay mayor embustero; es que Régulo no puede dejar de hacer lo que no debe hacerse. Buena salud. IV , 2.
El filósofo Éufrates [E n Éufrates (filósofo-conferenciante estoico, nacido en Egipto, muerto en Roma bajo Adriano) Plinio admira una armonía lograda m ediante convenciona lismos; menos vigorosa que elegante y cortés. De ahí el sabor insípido que re vela la decadencia. — Presentimos, al mismo tiempo, la reviviscencia del pla tonismo.]
Es delicado, sobrio, florido en la discusión; con frecuencia incluso hallamos en él la sublimidad y amplitud excelsa de Platón. Su estilo rebosa en abundancia y en variedad; y posee, en especial, una dulzura atrayente que acaba por ganarse al auditorio, aun en contra de su voluntad. Unid a ello un tipo elegante, un rostro agradable, largos cabellos, una barba majestuosa, blanca por completo. Todo ,ello son ventajas, que, por pequeñas e insignificantes que parezcan, captan en gran manera la veneración. No hay ninguna afectación de aspereza en su porte, sino gran severidad; su presencia impone respeto, no temor. Su extrema cortesía iguala la pureza de sus costumbres; ataca los vicios, no a los hombres: no castiga, sino que atrae a aquellos que se desvían. Escuchan sus preceptos con ferviente atención; y, una vez persuadido, querrías volverle a oír persuadiéndote de nuevo. I, 10, 5-7.
Un bronce de Corinto [Afición excesiva al detalle realista y al virtuosismo en la composición: ten dencia muy italiana en los períodos que siguen a las grandes épocas creadoras.]
2 6 3 . Pues va a heredar de é l; esta acusación monstruosa, simplemente sugerida en prin cipio, se precisa a continuación. 2 6 4 . Que, sin esa condición, hubiera perdido. 2 6 5 . Dicho de otro modo: su hijo, por herencia, era rice; él le adulaba (al modo de los cazadores de testamentos) en lugar de educarlo debidamente. 2 6 6 . Rito funerario muy arcaico y caído en desuso por estas fechas.
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Plinio el Joven Con una herencia xeciente he comprado, hace poco, un bronce de Corinto,ln pequeño, verdad, pero bonito y bien trabajado, al menos para mi gusto, que tal vez es siempre discutible, y sobre todo en esta materia. Dicha estatuilla, sin embargo, me satisface: como ettá desnuda, no oculta los defectos que pudiera tener, ni tampoco disimula sus bellezas. Es un anciano en pie: huesos, músculos, tendones, venas y, hasta las arrugas, aparecen como en un ser vivo; un resto de cabellos sin vida, la frente al descubierto, el ceño frun cido, delgr.dos los codos; los brazos le cuelgan, los músculos del pecho quedan desdibu jados, el vientre hundido. La espalda -misma, en la medida en que una espalda puede ha cerlo, da fe de su edad. Hasta la pátina de la materia, sin retoques, revela la edad. Todo, en una palabra, está tan acabado, que cautiva los ojos de un artista y deleita los de un profano. Y yo, como un novato, me he dejado seducir y la he comprado. Pero la he com prado, no para guardarla en mi casa (no tengo, hasta este momento, ningún bronce de Corinto en casa), sino para colocarle en algún lugar público de nuestra ciudad natal,"* y, de preferencia, en el templo de Júpiter. El presente me parece digno de un templo, digno de un dios. III, 6, 1-5. E3 temblor de tierra en Misena [Dos cartas de Plinio a Tácito (V, Ï 6 y 20 ) describen la erupción del Vesu bio, en 7 9 , que sepultó a Pompeya, Herculano y Estabias: la primera cuenta la partida de Plinio el Viejo, que quiso observar de cerca el fenómeno, y su muerte; la segunda narra de visu lo que sucedió en Misena (promontorio al norte del golfo de Nápoles). — Gran simplicidad en la narración, que sorprende por su acento de autenticidad, no por la búsqueda de la impresión pintoresca (como en Juvenal o T ácito.]
Una vez que marchó mi tío, continué el trabajo que me había impedido acompa ñarle. Luego el baño, la comida, el lecho. Dormí mal y poco. Hacía muchos días que la tierra temblaba: se le da menos importancia, por la costumbre, en Campania. Pero, esa noche, fue tan violento, que diríase que era no una agitación, sino un derrumbamiento total. Mi madre entró bruscamente en mi habitación: yo mismo me levantaba en ese mo mento para despertarla, si dormía. Nos sentamos en el estrecho patio de la casa, entre los edificios y el mar. No sé si debo llamar valor o imprudencia a lo que hice entonces, pues sólo tenía diecisiete años: pedí un libro de Tito Livio, y me puse a leerlo con la mayor calma, llegando incluso a tomar notas. Un amigo de mi tío había llegado de España hacía poco para verlo. Cuando nos ve sentados a ambos, y a mí con un libro en la mano, critica la tranquilidad de mi madre*10 y mi despreocupación: yo no dejé por ello de leer. Era ya la primera hora del día; m y la claridad se mantenía turbia y como lánguida. Los edificios vecinos se veian tan sacudidos, que el lugar en que nos encontrábamos, descu bierto pero muy estrecho, no ofrecía seguridad alguna ante un derrum'bamiento inevitable. Sólo entonces nos decidimos a abandonar la ciudad. Detrás nos seguía una multitud llena de estupor; todos (en el pánico, que priva de la inteligencia) siguen a los otros para no adoptar por sí mismos una resolución; en columna inmensa, nos acosan y empujan. Nos detenemos tras las últimas casas. Estábamos rodeados de prodigios y terrores. Los carros que habíamos traído con nosotros, aunque estaban en el llano más completo, corrían de acá para allá, e incluso calzados con piedras no se mantenían en su sido. Vimos cómo el mar se acostaba sobre sí mismo, como rechazado por el temblor de tierra: de hecho, había crecido la playa, y una multitud de animales marinos yacían en tierra seca. Por el
2 6 7 . L a calidad de la aleación y del trabajo daba un gran valor a los bronces llamados “de Corinto” . 2 6 8 . Coma. 2 6 9 . Los templos, llenos de obras de arte de toda clase ofrendadas por los fieles, repre sentaban el papel — y tenían el aspecto— de museos. 2 7 0 . L a madre de Plinio, gruesa y poco ágil, le suplicaba en vano que la abandonara para salvarse com más rapidez. £ 7 1 . Alrededor de las 5 de la mañana.
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E L NUEVO CLASICISM O lado opuesto, una nube negra y temible, que un soplo de fuego desgarraba en todas direc ciones en r&pidos surcos, se abría para dejar escapar como inmensas llamas, parecidas a relámpagos, pero más grandes...“7* V I, 20, 2-9.
Conclusión. — Plinio es un hombre honrado, de sutil ingenio; su lectura es agradable. Pero excesivamente literario, y se complace en serlo: sobre él pesan demasiadas lecturas, y quiere que lo notemos, mientras se esfuerza en decir de otro modo lo mismo que sus estimados maestros. En el fondo, es un neoclásico de gran talento; continúa un movimiento que Marcial, Juvenal y Tácito, entre otros, habían superado en un derroche de genio; más represen tativo que ellos de este tiempo revela el agotamiento de una literatura que iba a languidecer durante más de un siglo.
2 7 2 . Luego la obscuridad fue total, y empezó a llover ceniza, cubriéndolo todo “como la nieve” .
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BIBLIOGRAFÍA
Condicionamiento histórico Aparte de las obras generales indicadas más atrás (p. 321 y 376): St. G s e l l , Essai sur le règne d e l’em pereur Dom itien (París, 1894); R. P a r i b e n i , Optimus Princeps:Saggio sulla storia e sut tem pi deU’im peratore Traiano (Mesina, 1926-1927); — G . L u l l y , D e sena torum Romanorum patria, sive d e Romani cultus in provinciis increm ento (Roma, 1918). H. B a r d o n , L es em pereurs et les lettres latines d ’Aguste à H adrien (Paris, 1940).
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43β
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3. LA POESIA REALISTA Marcial MANUSCRITOS: o) recensión de Torcuata Gennadio (401), en particular el ms. de Berlín (s. xn); tí) Edinburgensis (s. x), Puteanus (s. x, París), Vossianus (s. xi, Leyden); c) florilegios (Viena, París, Leyden). ED IC IO N ES: Príncipe, en Roma, 1470; — Críticas: Lindsay (Oxford, 1902); Heraeus (Teubner, 1925); L. Friedländer (Leipzig, 1886), con comentario alemán; Izaac (Budé, 1930-1933), con traducción francesa; C. Giarratano2 (Paravia, 1951); — Parciales, con com. inglés: Post (Boston, 1908); Bridge-Lake (Oxford, 1908). ED ICIO N ES ESPAÑOLAS: M. Dolç, vols. I al V, con trad, y com. catal. (Barcelona, B em at M etge, 1949 ss.). ESTU D IO S: G. B o i s s i e r , T acite (París, 1903), p. 281-335; O. W e i n r e i c h , Studien zu Martial (Stuttgart, 1928); G. B e l l i s s i m a , M arziale (Siena, 1932); L. P e p e , M arziale (Nápoles, 1950); G. L u g l i , L a R om a d i Domiziano nei versi d i Marziale e d i Stazio (Studi Romani, IX , 1961); R. M a r a c h e , L a poésie rom aine et le problèm e social à la fin du J " s.: Martial e t Juvénal (L’Inform ation littéraire, X III, 1961).
Juvenal MANUSCRITOS: a) Pithoeanus (s. ix, Montpellier 125), Parisinus 8072 (s. x), flori legio de Saint-Gall (s. ix) y fragmentos (Milán, s. v-vr; Aarau, s. x-xi); b) mss. inter polados (Paris, s. ix; Vaticano, s. xi; Oxford, s. xi) y fragmentos de Bobbio (s. in-iv, Vaticano). — Cf. U. Knoche, D ie Ü berlieferung Juvenals (Berlin, 1926). ED IC IO N ES: Príncipe, en Roma, 1470. — Críticas: Owen2 (Oxford, 1907), JahnBücheler-Leo 5 (Berlín, 1932); Housman (Cambridge, 1931); Vianello (Paravia, 1935); U. Knoche (Munich, 1950); W . V. Clausen (Oxford, 1959); — con comentario completo: Friedländer (Leipzig, 1895); parcial: Mayor1-1 (Londres, 1893-1888); — con traducción francesa: de Labriofie-Villeneuve (Budé, 1921); — Sátira V II, con comentario: Hild (París, 1890); Uri (París, 1890); — Escolios: ed. P. Wessner (Teubner, 1931); y en la edición de Jahn-Bücheler-Leo. ED IC IO N ES ESPAÑOLAS; M. Balasch, vols. I-II, con trad, y com. catal. (Barcelona, B em at M etge, 1961 ss.). E STU D IO S: A. W i d a l , Juvénal e t ses satires * (París, 1870); J. A. H i l d , Ju vén al: note» biographiqu es (Paris, 1884); J. D ü rr, Das L eb e n Juvenals (Ulm, 1888); P. SB L abrioixe, Le» latires d e Juvénal (Paris, 1932); E. V. M arm orale, G iov en ale* (Bail,
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4. LA ELOCUENCIA Y LA HISTORIA Tácito MANUSCRITOS: Del D iálogo y de la G erm ania: copias (s. xv), en el Vaticano y en Leyden en particular, de un ms. perdido de Hersfeld (s. x); — del Agrícola: ms. de Toledo (s. xv) y dos, mediocres, del Vaticano; — de los Anales y de las Historias: dos M edicei (Florencia, s. ix y xi); el primero sólo contiene el principio de los Anales; Vati canus 1958 S. EDICIO N ES COM PLETAS: Príncipe, por Vendelino de Espira (Venecia, 1470); — Críticas: Fisher-Fumeaux (Oxford, 1900-1910); Goelzer-Bornecque-Rabaud (Budé, 19211925), con trad, fr.; E. Köstermann-H. Heubner (Teubner, 1960-1962). — Con comenta rio: latino: Orelli'-Meusel (Berlin, 1883 s.); francés: L. Constans-Girbal (Paris, 18961900). — EDICION ES PARCIALES comentadas: del Diálogo: Peterson (Oxford, 1893); Gœlzer* (París, 1910); Gudeman’ (Leipzig, 1914); A. Michel (Érasme, 1962); — del A grícola y de la Germ ania: Gudeman ’ (Boston, 1928); — del Agrícola: Furneaux “-Anderson (Oxford, 1923); crítica del Agrícola, E. de Saint-Denis (Budé, 1942), con trad. fr. — de la Germania, Reeb (Leipzig, 1927); J. G. C. Anderson (Oxford, 1938), con com. inglés; J. Perret (Budé, 1949), con trad, fr.; I. Forni (Roma, 1962), con com. ital.; — de las Historias: Gcelzel (París, 1920); C. y W. Heraus (Leipzig, 1929-1937), con com.; Giarratano (Roma, 1939); del 1. I de las Hist.: P. Wuilleumier (Érasme, 1959); Heubner (Heidel berg, 1963); — de los Anales: Ja co b (París, 1875-1877); Menghini (Turin, 1923); Lenchantin de Gubernatis (Roma, 1940 ss.); 1. I-III: E. Köstermann (Heidelberg, 1963); 1. I-V I: E. Röver-R. Till (Stuttgart, 1962); 1. X III: P. Wuilleumier (Érasme, 1964). EDICIONES ESPAÑOLAS: Anales, F . Soldevila, con trad, y com. catal., vol. I (Barcelona, B em at M etge, 1930); vol. II, M. Dolç (ibid., 1965); Historias, I al IV, M. Bassols y otros (Barcelona, B em a t M etge, 1949 y ss.). TRADUCCIONES: francesas: Burnouf (París, 1858); Goelzer-Bornecque-Rabaud (Budé). DICCIONARIOS: A. G e r b e r - A . G r e e f - J o h n , Lexicon Taciteum (Leipzig, 1876-1903); P h . F a b i a , Onomasticon Taciteum (París-Lyon, 1900). — LENGUA, GRAMATICA, E S T IL O : E. W œ l f f l i n , Tacitus (Philologus, 1867-1868); J . G a n t r e l l e , Gramm aire et style d e T a c ite ’ (Paris, 1882); D r X g e r , Ü ber Syntax und. Stil des Tacitus (Leipzig, 1882); L. C o n s t a n s , É tude sur la langue d e T acite (Paris, 1893); J . P e r r e t , L a form ation du style d e T acite (Rev. d. Ét. anciennes, LVI, 1954); F . D e g e l , A rchaistische Bestandteile d er Sprache des Tacitus (Tesis. Erlangen, 1907); R. U l l m a n , L es clausules dans les discours d e Salluste, T ite-L iv e e t T acite (Sym bolae Osloenses, 1925); A . E n g e l h a r d t , T acitea, Untersuchungen zum Stil d es Tacitus (Karlsruhe, 1928). ESTUDIOS G EN ERA LES: D. N i s a r d , L es quatre grands historiens latins (París, 1874); G. B o i s s i e b , T acite (París, 1903); C . M a r c h e s i , Tacito (Mesina-Roma, 1925); E. C iA C E R i, Tacito (Turin, 1945); Ph. F a b i a - P . W u i l l e u m i e r , T acite, l'homm e et l’œuvre (Paris, 1949); R. S y m e h , Tacitus (2 vol., Oxford, 1958); E. P a r a t o r e , T a c ito ' (Roma, 1962); Ph. F a b i a , L a carrière sénatoriale d e T acite (Journal d es Savants, 1926). — F . A r n a l d i , L e id e e politiche, m orali e religiose d i T acito (Roma, 1921); R e i t z e n s t e i n , Tacitus und sein W erk (Leipzig-Berlin, 1927); R . v o n P ö h l m a n n , Die W eltanschauung des Ta-
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Plinio el Joven MANUSCRITOS: del Panegírico: 3 hojas palimpsestas de Bobbio (s. vi-vm, Milái ); copias (s. xv) de un manuscrito desaparecido de Maguncia (que contenía también los Panegíricos de los siglos m y iv); — de las Cartas: los diez libros en un manuscrito fran cés muy antiguo, perdido, pero utilizado en las ediciones de Avantio (1502) y de Aldo (1508); los nueve primeros en un M ediceus (s. i x - x , Florencia); las 100 primeras cartas en un Florentinus (s. x-xi) y un Riccardianus (s. r x - x , Florencia); otros mss. parciales, de los que queda un fragmento en unciales (hacia 500, col. Morgan). ED IC IO N ES: Príncipe: Veneda, 1471. — Críticas: H. Keil (Leipzig, 1870), con índice por Mommsen; Kukula* (Teubner, 1912); — de las Cartas: Merrill (Leipzig, 1922); A. GuiUemin (Budé, 1927-1928), con trád. francesa, y (libro X) M. Durry (B udé, 1947), con trad, franc.; M. Schuster *-R. Hanslik (T eubner, 1958); Mynors (Oxford, 1963); — parciales, con comentario: libro I, por D’Agostino (Turin, 1931); 1. I ll , por Mayor* (Londres, 1889). — Libro IV, por Duff (Cambridge, 1906); 1. X, por Hardy (Londres, 1889). — Del Panegírico, con com. por M. Durry (París, 1938) y con traducción fran cesa, por el mismo autor, con el 1. X de las Cartas (Budé, 1947); con comentario italiano por E. Malcovati (Florencia, 1952); crít. en la ed. de los X II Panegyrici, por R. A. B. My nors (Oxford, 1964). ED ICIO N ES ESPAÑOLAS: Correspondencia con Trajano, M. Olivar, trad, y com. cat. (Barcelona, B em at M etge, 1932); Panegírico, ídem (ibid., 1927); Cartas, vols. I y II, ídem (ibid., 1927). ESTU D IO S: Th. M o m m s e n (trad, por Morel), É tu d e sur Pline le Jeu n e (Paris, 1893); A. M . G u n jL E M iN , Pline e t la v ie littéraire d e son tem ps (Paris, 1931); E. A l l a j n , Pline e t ses héritiers (Paris, 1901-1902). — G a l d i , Il sentim ento délia natura nelle lettere di Plinio ( P a d u a , 1905); H. H. T ä n z e r , T h e villas o f Pliny th e Younger (Nueva York, 1924); V. A. S ir a g o , L e proprietà di Plinio il G iovane (L’Ant. Class., 1957). — J. N œ m i r s k a P l i s z e z y n s k a , D e elocutione Pliniana in Epistularum libris IX conspicua ( L u b l i n , 1955); C. E . P u l c i a n o , II diritto privato romano neWEpistolario di Plinio il G iovane (Turin, 1913).
43Θ
CAPITULO IX
LA DECADENCIA ANTONINA Y LOS COMIENZOS DE LA LITERATURA CRISTIANA
La decadencia de las letras latinas coincide con el período más pacífico y, en apariencia, más próspero del Imperio, el “siglo de los Antoninos” (siglo π de nuestra era); y tanto más sorprendente resulta aquél, cuanto que la literatura griega volverá a florecer entonces tras un prolongado declive.1 Pero los dos fenómenos resultan de las mismas causas. Después de Trajano, se produce un esfuerzo de concentración nacionalista: Italia pierde definiti vamente el privilegio de representar el espíritu latino; y, mientras ésta se despuebla y empobrece, la parte oriental del Imperio, que habla griego, adquiere una creciente importancia económica y política. Trajano ya se había dado cuenta de ello; Adriano, su sucesor, que pasó los dos tercios de su reina
1.
Los autores griegos profanos de este periodo son, después de Dión Crisóstomo y PluFavorino y G recia (ha cia 1 8 0 ); el irónico Luciano (muerto en 1 9 0 ); el erudito Ateneo; el historiador Dión Casio (muerto en 2 2 9 ); el gran filósofo neoplatónico Plotino (2 0 5 -2 7 0 ). Entre los cristianos: san Ignacio de Antioquía y san Ireneo, obispo de Lyón, en el siglo n ; en el siglo u i, el poderoso doctor de Alejandría, Orígenes. — Muchos de Occidente hablan y escriben el griego: así el emperador Marco Aurelio escribe en griego sus Pensamientos. Reciprocam ente, los grandes auto res latinos son entonces traducidos al griego: Virgilio y Salustio por ejemplo. Y los historiadores griegos se interesan principalmente por la historia romana. (muerto en edad avanzada en 1 2 0 ): el filósofo estoico E picteto; los sofistas Íarco 'lio Aristides; los historiadores Apiano y Arriano (1 5 0 ); Pausanias, que describe
440
Decadencia antonina y comienzo» de la literatura cristiana do viajando lejos de Roma, lo proclamó con sus aficiones, de un helenismo muy orientalizante. La latinidad no recobra su vigor, a fines del siglo π y durante el m, más que en las provincias occidentales, de vitalidad más fuerte que Italia, y sobre todo en Africa, donde Cartago, reconstruida, inmensa y próspera, sostenía célebres escuelas; y por óbra de los autores cristianos, que pretendían romper violentamente con el pasado espiritual de Roma. Divorcio entre la literatura y la evolución política. — En tiempos de los Antoninos (después de Nerva y Trajano, de 117 a 192: Adriano, Antonino, Marco Aurelio, Cómodo), la literatura permanece indiferente a los hechos políticos y poco sensible a la acción de los emperadores: diletantismo helé nico de Adriano, nacionalismo romano caro a Antonino, estoicismo griego de Marco Aurelio. Tras ellos, no hay ninguna influencia real de la historia sobre las letras. Puede anotarse el advenimiento de una dinastía africana (Septimio Severo, Geta, Caracalla: 193-217), coincidente con el auge literario de la provincia de Africa; luego, los emperadores sirios (Heliogábalo, Alejandro Severo), que dan testimonio de la empresa oriental. Siguieron la anarquía y las invasiones. La necesidad de orden y de autoridad acabó por reforzar prodigiosamente, primero con Aureliano (270-275), con Diocledano después (284-305), el absolutismo de los emperadores, convertidos, por así decirlo, en dioses sobre la tierra. Pero, por ello mismo, acabó también por anular el espíritu público. Sólo después de Constantino (306-337), cuando el cristia nismo comienza a ser la religión del Estado, se restablecen en parte las rela ciones entre las ideas políticas y la producción literaria. Desequilibrio entre la literatura y la evolución social. — Los escritores de oficio no mantenían ya un contacto suficientemente estrecho con el con junto de la sociedad. Bajo los Antoninos se agrava el contraste entre la ciu dad, de lujosa civilización y favorecida por la administración imperial, y el campo, muy retrasado todavía, pero cada vez más inquieto y hostil; y, dentro de las ciudades mismas, entre los ricos (honestiores) y los pobres (humiliores). Ahora bien, los escritores paganos no han tratado de comprender a las clases populares ni de llegar a ellas; con temas y con procedimientos repetidos, han refinado y sutilizado para un público enormemente reducido. Han seguido escribiendo una lengua clasicizante, artificial, cada vez más alejada del uso corriente; asimismo, en el siglo h, han leído e imitado preferentemente a los autores arcaicos, cediendo a una tendencia ya notable en tiempos de Cicerón pero que, triunfante doscientos años más tarde, era un verdade ro absurdo. Los géneros profanos. — Donde más evidentes son el convencionalismo y la decadencia es en la poesía y la oratoria. Mejor dicho, la poesía es inexis tente; se agota en juegos complicados y sin interés, que parecen anunciar los de los grandes retóricos del siglo xv; se entretienen en componer, con trozos de versos sacados de los clásicos, tiradas de versos de sentido opuesto 441
DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS DE LA LITERATURA CRISTIANA
(centones); los menos malos son poemas didácticos sin inspiración.3 La elo cuencia apenas tiene más valor; la pedantería y el preciosismo parecen medios más seguros de seducción; cuando la elocuencia aspira a mayor grandeza, con los “panegiristas” galos del siglo m, es sobre temas conven cionales donde ni siquiera la sinceridad acierta a expresarse con precisión. La historia conserva alguna vitalidad; pero, o bien (como en Floro, Justino) no tiende más que a compendios, cuya aridez o inexactitud se disfrazan bajo el aparato retórico; o bien, sin conseguir una visión general de los hechos y su encadenamiento, se contenta con edificar minuciosas biografías de los emperadores: Suetonio será imitado por los redactores de la Historia Augus ta. Es la erudición, ávida de detalles precisos, objetiva, directa, la que asegura el valor de estas últimas obras, como de las Noches áticas de Aulo Gelio; aquélla es también la que, en los siglos π y in, se dedica a la síntesis del viejo derecho romano y prepara, a largo alcance, las inmensas compila ciones de Teodoro y Justiniano; y ella es, sin duda, el honor de este período. Pero con ello, nada ha ganado el gusto literario. El auge de las religiones. — Sin embargo, nuevas fuerzas actúan en el fondo de esa literatura marchita. Las religiones orientales, de la Gran Madre (Cibeles), de Mitra, del Sol, se extienden cada vez más en Roma, en los puertos, en las ciudades cosmopolitas, donde tiene acceso el comercio asiático o egipcio. Para la mayoría, son religiones “de salvación”, que se dirigen a iniciados, les invitan a la purificación y a la penitencia, y les prometen la felicidad eterna tras la muerte; son también religiones universalistas, que ejercen su proselitismo sobre gentes de toda raza y condición. Se adaptan, pues, al creciente auge de la conciencia individual e indiferencia hacia el Estado, que son los aspectos espirituales más relevantes de este período. Cada fiel tiende a ver en su dios de elección el más importante de todos, el único prácticamente en todo caso, el que une en su persona la mayor parte de los atributos divinos; pero no se impone la prohibición de honrar simultá neamente a otros dioses, que elige a su gusto, sin atender a las tradiciones nacionales. Mas una viva religiosidad, patente en prácticas antiquísimas de sentimientos auténticos y muy exaltados, gana una buena parte de la socie dad y hasta de los sistemas filosóficos (que vuelven a tomar gran importancia a mediados del siglo n), como el estoicismo y el neoplatonismo, creando una atmósfera metafísica común. El cristianismo. — En medio de estas religiones, el cristianismo se distin gue porque repudia todos los demás dioses, en contradicción con los hábitos romanos de siempre. Se presenta escandaloso porque afirma la divinidad de Cristo, muerto en . H acia el final del siglo n : Métrica del mauritano T ; — a comienzos del Medicina de Q . S S ; — hacia la mitad del siglo m : Poema sobre la caza Cinegética) y cuatro Églogas de N de Cartago, que se inspira en Gratio y en Colpurnio Sículo (cf. ed. de los fragmentos, p. 3 2 3 , y de Calpurnio, p. 3 7 7 ; D . Martin, The Cynegetica of Nemesianus (Cornell Univ. 1 9 1 7 ). 2. guiente: (
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e r e n c ia n o
eren o
a m o n ic o
e m e s ia n o
si
Decadencia antonina y comienzos de Ja literatura cristiana la cruz como un esclavo, hace muy poco tiempo, bajo Tiberio. Las reuniones cristianas dan pie a los más absurdos relatos, que alimentan la imaginación popular y suscitan violentas revueltas de carácter espontáneo contra los cristianos; la negativa de sus fieles a sacrificar a los dioses del Imperio y en particular al Genio del Emperador, les hace sospechosos de lesa majestad y provoca persecuciones oficiales (bajo Nerón y Domiciano quizá; por de nuncias individuales, en Bitinia bajo Trajano, en Lyón bajo Marco Aurelio; más sistemáticas en el siglo m). Pero la hostilidad de los paganos lleva a los cristianos a ir formando una sociedad en la sociedad; se organizan; los grupos cristianos de cada ciudad, o iglesias, están en constantes relaciones entre sí; una mentalidad común, mantenida por los obispos, jefes de iglesias, se afirma r prepara, sin ninguna consideración clasista, una transformación radical de a sociedad.
Í
La apologética cristiana. — Cuando fueron numerosos y contaron con hombres instruidos, los cristianos comenzaron, en el siglo n, a propagar al público “defensas” o apologías de su fe, primero en griego (san Justino y Taciano) porque Oriente estaba más cristianizado que Occidente, después en latín, con Tertuliano y Minucio Félix. Nacía así, en el declinar intelectual de la latinidad, una nueva literatura, no adaptada aún al conjunto de la sociedad romana, pero destinada a representarla mucho mejor a medida que el cristianismo progresara. De ello podía esperarse mucho: ante todo, una fe viva y una voluntad de acción, ausentes lamentablemente en los juegos literarios de los paganos. Ade más, numerosos temas, que suponían un descanso frente a las banalidades convencionales y las repeticiones molestas. Una exposición más firme y gran diosa de altas verdades morales; un análisis más profundo de fenómenos psico lógicos casi desconocidos hasta entonces; y, como colofón, una lengua original, enriquecida con las audacias líricas de la Biblia, suavizada por la imitación más o menos consciente del griego, más cercana al habla del pueblo, en el que se reclutaba la gran masa de fieles; en definitiva, una lengua que cobraba vida y se hacía capaz de una nueva evolución. No se mantuvieron todas las promesas. Los temas de la apologética fue ron catalogados con rapidez; y si al principio se expresaron con brillantez, por un Tertuliano, no tardaron en repetirse, la mayoría de las veces sin gran talento. Fue el progreso mismo del cristianismo lo que impidió una renova ción literaria completa: su difusión en la alta sociedad, la creciente impor tancia del clero, oficiosamente reconocido —salvo en los períodos, siempre cortos, de persecuciones— y que representaba un papel semioficial (de arbi traje, de asistencia pública), el progresivo acercamiento del pensar y, sobre todo, de la sensibilidad entre paganos cultos y cristianos instruidos, cortaron en seguida el rejuvenecimiento de la lengua y de la expresión; el latín clásico volvió a adquirir prestigio y, sin notables modificaciones, se impuso en los escritores cristianos —ya en Arnobio y Lactancio. Sólo individualidades supe riores, sostenidas por el poder de su inteligencia o la poesía de su imagina ción, pudieron crear obras originales. Pero la difusión de la literatura entre el pueblo se logró con grandes limitaciones. 443
DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS DE LA LITERATURA CRISTIANA Conclusión. — La eficacia de la educación retórica uniforme, que se daba desde hacia tiempo en todas las escuelas del mundo romano, queda bien patente. En estos dos siglos, la mayoría de los autores de talla son africanos; pero de ninguna manera podemos determinar un conjunto de rasgos comu nes que definan de modo claro una “escuela literaria africana” o una “lengua latina africana”: lo afectado de Apuleyo, el ardiente realismo de Tertuliano, el florido academicismo de san Cipriano, incluso los rasgos de carácter orien tal que en ellos se encuentran en grados diversos, no son provincialismos, sino que tienen su origen en toda la literatura latina posterior a Augusto. La huella de la Escuela era tan profunda, que ni los temperamentos más vigo rosos podían desprenderse de ella por completo; pero, al mismo tiempo, tan potente que, ante la decadencia de Italia, las provincias de habla latina se encontraron entonces en estado de suplirla y continuar su obra intelectual sin visos de ruptura.
1.
L a historia
En vida de Tácito, la “gran historia”, narrativa y filosófica, está ya con denada; él mismo no había podido evitar rendir culto a ciertos procedimien tos de la biografía, en la exposición de los sucesivos reinados. Es en el camino de la biografía, en que, ya de una manera abierta, C. Suetonio Tran quilo emprende la investigación histórica, siguiendo en esto el ejemplo ya lejano de Comelio Nepote y el contemporáneo del griego Plutarco, pero enriquecidos por el cuidado de una erudición precisa que da el tono de la época. Protegido de Plinio el Joven, secretario del emperador Adriano, caído luego en desgracia, Suetonio fue un asiduo visitante de bibliotecas y de archivos, y dejó constancia de sus “descubrimientos” de toda índole, en latín o griego, en tratados cuya mayor parte se ha perdido. Si dispusiéramos de ellos, no se nos presentaría como un historiador, sino más bien como un “enciclopedista erudito”, de espíritu menos amplio que Varrón, de intenciones menos firmes que Plinio el Viejo, con minucia y una cierta inestabilidad de gustos bastante características de su tiempo. Desconocemos el contenido de sus Prata (Los Prados). Se había ocupado de historia natural, de cuestiones de lengua; bastante de antigüedades, grie gas y romanas (juegos, en particular); mas parece ser que se dedicó con preferencia al género biográfico: de sus Hombres ilustres (De viris illustribus), en que sin duda se limitaba a los escritores latinos, nos quedan las Vidas de Terencio y de Horacio, y la parte correspondiente a los gramáticos y maestros
SUETONIO Hacia 75-hacia 160
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La historia: Suetonio de retórica. Poseemos completas sus Vidas de los doce Césares, en ocho libros (César, Augusto y los emperadores siguientes hasta Domiciano inclusive), publicadas hacia 120 y que nos dan buen testimonio del autor. El género: su valor histórico. — Estas biografías imperiales no pueden reemplazar a una historia; no se atiende a la importancia relativa de los hechos generales y la cronología resulta incierta con frecuencia. Por otra parte, cada emperador interesa a Suetonio más como hombre que como jefe de estado. Con todo, las biografías revelan grandes cualidades de historiador: búsqueda del detalle preciso y particular, abundancia y seguridad de la infor mación, espíritu crítico, fría imparcialidad. Asimismo, Suetonio se presenta muy “moderno”, porque explica el carácter de los hombres por la herencia y la recíproca acción del plano físico y el moral; y, a diferencia de los histo riadores precedentes, cita fuentes de los archivos en su texto original: es una de las conquistas esenciales de esta época de erudición. Caracteres literarios. — La composición, muy monótona, dista mucho de la perfección; trata sucesivamente de la familia, nacimiento, adolescencia; a continuación, de la actividad pública; más adelante, de la vida privada y del exterior de sus personajes, y, por fin, de su muerte; nunca da Suetonio la impresión clara de un desarrollo psicológico regular. Pero la amalgama de datos exactos, la constante yuxtaposición de rasgos físicos y morales, la nitidez de una lengua impersonal y sin afectación, aunque de rico vocabulario, dan a sus mejores páginas el atractivo de la vida. Quizás haya tenido concien cia, asimismo, de que, sin los destellos de indicación o la retórica de Tácito, podía aspirar (como un novelista “impasible’ del tipo de Flaubert o de Maupassant) a efectos de poesía o de horror igualmente poderosos. Caligula [Retrato físico, que transparente el aspecto moral (como los mejores bustos, realistas, del arte romano), de un loco, a la vez repugnante y digno de lástima. — Ninguna intervención del autor, mas un cierto presentimiento de la siniestra poesía de lo anormal.]
Caligula era de talla elevada, tez pálida, cuerpo desproporcionado, cuello y piernas extremadamente delgados, ojos hundidos y sienes profundas, la frente ancha y arrugada, los cabellos escasos y ausentes por completo en la parte alta de la cabeza; el resto del cuerpo, velludo. Además, cuando pasaba, era un crimen capital mirarle desde arriba o pronunciar la palabra “calvo” por el motivo que fuese. Su rostro era horroroso y repug nante por naturaleza; pero él se empeñaba en hacerlo todavía más salvaje, dándole, con ayuda de su espejo, todos los rasgos capaces de causar mayor terror y espanto. No tuvo salud ni de cuerpo ni de espíritu. Víctima de epilepsia en su infancia, la adolescencia le fortificó, pero poco; pues un frecuente desfallecer casi le impedía andar, mantenerse en pie; y en esos casos se veía en serias dificultades para recuperarse y levantarse de nuevo. En cuanto a su debilidad mental, tenía conciencia de ella; y en arrebatos, pensaba en retirarse para cuidar su dolencia. Se cree que Cesonia, su mujer, le había dado un filtro amoroso que le volvió loco. Sobre todo era víctima de insomnio; no dormía más de tres horas cada noche, y era un sueño agitado, acosado de extrañas visiones; en cierta ocasión, creyó conversar con el fantasma del mar. Además, durante gran parte de la noche, can sado de velar echado, lo mismo se sentaba sobre su cama que se dedicaba a pasear por los inmensos pórticos, implorando sin cesar y esperando la luz del día. Vita Gai, 50. 445
DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS DE LA LITERATURA CRISTIANA Muerte de Nerón [Las provincias se han sublevado; Nerón está abandonado de todos, incluso de sus guardias, que han saqueado su habitación (9 junio 68). — Claridad de detalles que, encadenándose sin lagunas, no dejan lugar ni a la imaginación ni a la duda; en consecuencia, ilusión de realidad. ;— Problema: ¿de dónde ha extraído Suetonio un relato tan detallado? ¿ha combinado varios? — Misteriosa maestría literaria: Nerón permanece en primer plano, cuando todas las acciones se deben a comparsas.] Faón, su liberto, le propuso como retiro su casa de las afueras, a unas cuatro millas* de Roma, entre la via Salaria y la via Nomentana. Nerón, tal como estaba, desnudos los pies y en túnica, no hizo más que ponerse un capuchón de color gastado y, cubierta la cabeza, con un pañuelo sobre el rostro, montó a caballo, acompañado de cuatro personas solamente, entre ellas Esporó. Inmediatamente la tierra tembló y un relámpago resplan deció ante sus ojos. Ya asustado, escuchó, al pasar el campo* los gritos de los soldados que daban voces contra él y en favor de Galba; luego, alguno que cruzó ante ellos di ciendo: “Mirad, persiguen a Nerón” . Y otro que les preguntó; “¿Qué novedades hay en Roma para Nerón?” E l olor de un cadáver abandonado sobre el camino hizo tropezar a su caballo, su rostro se descubrió y fue reconocido por un pretoriano libertado que le saludó. Llegados a un camino lateral, dejaron los caballos; en medio de espesa maleza, una plantación de cañas le permitió, a través de una senda difícil por donde era preciso extender los ropajes bajo los pies para no hundirse, alcanzar el muro meridional de la casa. Allí, Faón le invitó a esconderse algún tiempo en una cantera de arena abandonada; pero él declaró que “no se enterraría vivo”.5 Esperaba que se le procurase en la casa una entrada subrepticia y tomó para beber, en el hueco de la mano, agua de una charca, diciendo: “Éstos son los refrescos ‘ de Nerón”. Luego, desgarrando su capuchón entre las zaizas, se abrió paso a través de la maleza y, arrastrándose por un estrecho pasaje que· se había cavado, alcanzó la celda de esclavo más próxima, donde se acostó sobre una cama guarnecida con un mal jergón, con una vieja capa a guisa de cobertura. E l hambre y aun la sed, le atormentaban; le presentaron un pan tosco, que rechazó; pero bebió bastante agua tibia. Entonces, como de todas partes le invitaban a sustraerse en seguida a los ultrajes que le amenazaban, ordenó cavar en presencia suya una fosa a medida de su cuerpo, guarne cerla con los trozos de mármol que pudieran encontrarse y llevar el agua y la madera que acto seguido fueran necesarias para los menesteres fúnebres. A cada uno de estos preparativos lloraba y no cesaba de repetir: “ ¡Ah, qué pérdida para el arte!”.’ A todo esto un correo trajo a Faón una nota, que Nerón le arrebató; leyó en ella que el Senado le había declarado enemigo público y que se le buscaba para castigarle según la costumbre de los antepasados. Preguntó Nerón de qué género de castigo se trataba; y cuando le dijeron que consistía en desnudar al condenado, ponerle el cuello en una horquilla y azotarle con juncos hasta la muerte, Nerón, en el colmo del terror, coge dos puñales que llevaba y prueba su punta; luego, los vuelve a meter en la vaina pretextando “que la hora del des tino aún no había llegado”.8 A continuación, ya invitaba a Esporó a comenzar las lamen taciones y los llantos funerarios, ya suplicaba que alguien le ayudara, con su ejemplo, a darse muerte; a veces, recriminaba su propia cobardía en estos términos: “ ¡Qué vergüen za, qué ignominia!” — Es indigno de Nerón, sí, indigno.” — Hace falta sangre fría en mo mentos semejantes. — Vamos, despertemos”.“ Y ya se acercaban los jinetes a quienes se 3. Alrededor de 6 kilómetros. 4. El de los pretorianos sublevados: Nerón se veía forzado a pasar no lejos de él para ganar la ciudad de Faón. 5. Nerón teme parecer muerto*, lo cual, para un espíritu supersticioso, es considerado como producir la muerte real. 6. Del agua hervida y después refrescada en la nieve; bebida ideada por el propio Nerón. 7. La manía de Nerón, que se creía dotado para todas las artes, parece haber tomado en las últimas semanas de su vida la traza de una verdadera locura. 8. ¿Cobardía o superstición astrológica? 9. En griego.
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La historia: Floro había ordenado conducirle vivo. Cuando los oyó, pronunció con voz turbada: “E l galope de los corceles de pies veloces hiere mis oídos”,10 y se hundió el hierro en la garganta con ayuda de Epafrodita, su ayudante de reclutamiento. Todavía respiraba, cuando entró brus camente el centurión; u y como éste, fingiendo venir en su ayuda, pusiese su capa sobre la herida, Nerón le dijo: “Demasiado tarde” y “ ¡Esto es fidelidad!” “ Y con estas palabras en los labios expiró, exorbitados sus ojos y tan fija la mirada, que inspiraba horror y espanto. Vite Neronis, 48-49.
L O S A U T O R E S D E R E SÚ M E N E S
E l afán por el detalle erudito y las anécdotas de actualidad aparecía contrarrestado por el de la gran historia del pasado, pero a condición de que se ofreciera en forma de resúmenes apropiados para economizar tiempo y cansancio a un público frívolo.
F lo ro. — Sin duda contemporáneo de Suetonio, y quizás africano, P. Anneo Floro resumió de modo caprichoso a Tito Livio en dos libros, uno sobre las guerras en el extranjero, otro acerca de las guerras civiles. En su obra no son pocas las omisiones o los errores. La preocupación del autor es, sobre todo, literaria: persigue un estilo a base de efectos, lleno de exageraciones, de expresiones poéticas, de exclamaciones inútiles. Pero en la elección de sus trazos y en su vigor, emotivo o pintoresco, se advierte un temperamento de escritor, poco natural si se quiere, mas no ausente de habilidad. L a g u e rra de E spartaco
Con todo, hay ^ue lolerar“ el deshonor de los levantamientos de esclavos: aunque la Fortuna haga de ellos sus juguetes, constituyen, a fin de cuentas, una clase de hombres de segundo rango, que podemos incluir entre los bienes de nuestra condición de libres.“ Pero la guerra que promovió y sostuvo Espartaco, ¿cómo llamarla? Esclavos soldados bajo el mando de generales gladiadores; los más viles, a las órdenes de los peores; fue la irri sión “ unida a la calamidad. Espartaco, Crixo, Enomao rompieron las puertas de la escuela de gladiadores que man tenía Léntulo, y con treinta (¡no más!) compañeros de fortuna, huyeron de Capua. Tras llamar a los esclavos bajo su estandarte, el pilleus,“ pronto hubo a su alrededor más de diez mil hombres. No les bastaba con haberse escapado: ahora querían vengarse. Tomaron por así decir como primer altar el Vesubio. Y, como Clodio Gláber les tenía allí bloquea dos, se dejaron deslizar por maromas de sarmientos en el cráter de la montaña, hasta al canzar su base.11 Y por un pasaje impracticable cogieron desprevenido al jefe romano, que no esperaba nada semejante, consiguiendo así levantar el sitio. Entonces, cambian "cíe
10. En griego: verso de la Iliada (X, 535). 11. El oficial encargado de su seguridad personal. 12. Palabra en la que no se puede ver su valor exacto (¿credulidad o ironía?), que no parece más que auténtica y turbadora. 13. Floro acaba de hablar sobre las revueltas de los esclavos de Sicilia: pero la revuelta de Espartaco, en Italia, fue mucho más grave (73-71 antes de Cristo). ]4. Se toma el ablandamiento de las costumbres con respecto a los esclavos. ]5. Burla del ejército, una de las formas más respetables del poder romano. 16. Gorro de vellón de cordero, con el que los nuevos libertos se cubrían. 17. Espartaco se había establecido en el cráter (extinguido) del Vesubio; Floro deja creer que se ha introducido por la chimenea (vuelta a abrir tan sólo por la erupción de 79 después de Cristo) hasta las entrañas del volcán (!).
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DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS DE LA LITERATURA CRISnANA sede: oonquistan Cora y van recorriendo toda la Campania; no contentos con el pillaje de fincas y aldeas, devastan totalmente Ñola y Nuceria, Turio y Metaponto. EI continuo flujo de nuevas tropas acaba por hacer de ellos un auténtico ejército; con mimbre y pieles se confeccionan informes escudos; vuelven a forjar su hierro en lanzas y espadas; y para que no faltase a su armada brillo ninguno, doman las manadas que encuentran a su paso y forman una caballería; a sus jefes les proporcionaron insignias y fasces arrebatadas a los pretores. |No las rehusó ese mercenario tiacio admitido en nuestro ejército, convertido de soldado en desertor, y nombrado gladiador a causa de su fuerza! Incluso llegó a cele brar, por sus lugartenientes muertos en el combate, funerales de im perator,“ ordenando que combatiesen los cautivos entre si junto a la pira, como si lavara todo el deshonor de su pasado al convertirse, de gladiador, en promotor de juegos.1* Hasta con los consulares se enfrentaba: en el Apenino, destrozó el ejército de Léntulo; cerca de Mutina, destruyó el campamento de C. Casio. Envalentonado con estas vic torias, pensó (basta para nuestra vergüenza) en atacar Roma. Finalmente todas las fuerzas del Imperio se pusieron en pie contra este mirmilón,*0 y Licinio Craso salvó el honor ro mano: vencidos y puestos en fuga, estos... me da vergüenza llamarles enemigos, se refu giaron en el extremo de Italia. Allí, encerrados en un rincón del Brutio y tratando de escapar a Sicilia, sin tener barcos, intentaron en vano pasar la violenta corriente del estre cho en balsas y ensamblajes de tinajas; “ por fin, en una salida, arrostraron una muerte digna de hombres enteros; y tal como convenía a un general gladiador, fue una lucha sin perdón.** E l propio Espartaco, que combatía con gran bravura en primera fila, cayó muerto como un im perator. II, 8 [III, 20].
Ju stin o . — También de la época de los Antoninos (otras veces, por el con trario, del siglo ni) suele datarse Justino, que resumió las Historias Filípicas del galo Trogo Pompeyo (ver más atrás, p. 316) en una Historia Universal sin proporciones: después de tratar rápidamente (1. I-V I) de Oriente y de Grecia, insiste Justino sobre la dinastía macedonia: Filipo, Alejandro y sus sucesores (1. V II-X V II); luego trata de las guerras llevadas a cabo por los romanos, desde Pirro a M itrídates (1. X V III-X X X V III); se suceden de cual quier manera los libros sobre Siria y los Partos (1. X X X IX -X L II), los orígenes de Roma y sobre Marsella (1. X L III), España y la historia de Cartago (1. X LIV ). Justino parece haber seguido con bastante exactitud su modelo, elimi nando, no obstante, todo lo que no tuviera un interés dramático o moral. Logró así un “elenco” que prueba su carencia de sentido histórico y que no revela auténticas cualidades literarias: algunas descripciones geográficas, algunos datos étnicos, mantenida la escena bastante bien con procedimientos retóricos convencionales, no escapan a la mediocridad.
18. Nombre del general en jefe victorioso. 19. De los gladiadores. Los combates de gladiadores tienen su origen en un antiguo rito funerario, en Campania especialmente. 20. Nombre de una clase de gladiadores (cubiertos por una armadura completa). 21. Las grandes jarras de terracota que se usaban como toneles, podían flotar si se las cerraba herméticamente. 22. Sine missione: los combates de gladiadores más apreciados eran aquellos en que el vencido, sin posibilidad de indulto, era condenado a muerte.
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LM uraum a y ut p roté «n u n ca L A H IS T O R IA A U G U ST A
E n cuanto a la historia '‘original”, no puede sobrepasar el nivel de la biografía. Mario Máximo, del que no conservamos nada, se había logrado un nombre. Los seguidores de Suetonio, E lio Espartiano, Julio Capitolino, Vulcacio Galicano y Trebelio Polión bajo Diocleciano, Elio Lampridio y Flavio Vopisco á co mienzos del siglo IV, redactaron las “vidas” de los emperadores de 117 a 284, formando cada, uno un todo; de ellas se hace, bajo Juliano o más bien bajo Teodosio (muerto en 395), quizá más tarde incluso, una compilación artificial, pero sin lagunas, llamada Historia Imperial (Historia Augusta). No se puede pedir a este conjunto ni unidad literaria ni comprensión histórica. Una multitud de detalles curiosos o eruditos, subordinados aï mismo plan, excitan la curiosidad del lector: eso es todo. Conviene advertir que este tejido de anécdotas y documentos sin personalidad definida se presta al intrusismo de frases tendenciosas y de fragmentos falsos o sofisticados, ya sea antes de la reunión de las diferentes biografías, o bien por la acción de quien realizó el conjunto. D e forma que la Historia Augusta no puede ser utilizada más que con muchas precauciones por los historiadores modernos, que no saben a ciencia cierta en beneficio de qué emperador o de qué dinas tía se compuso la colección bajo su forma actual.
2.
L a o r a to r ia y la p r o s a a rtís tic a
E l ciceronianismo de Plinio el Joven se prescribió con la misma rapidez que la serena grandeza de Tácito. Sin embargo, la elocuencia aparecía siem pre cómo el más alto ideal. E l gusto por los arcaicos y los arcaizantes (Catón el Viejo, los Gracos, Salustio) triunfaba en la literatura como en el arte; se combinaban una voluntad de precisión absoluta y, al mismo tiempo, de nove dad personal en el vocabulario, que con facilidad conducía al preciosismo; y además, la influencia de los conferenciantes o “nuevos sofistas” griegos, entre otros Dión Crisóstomo, su discípulo Favorino de Arles, luego Elio Aristides (129-189) de Bitinia, floridos y sutiles a un tiempo. L a oratoria de abogacía se vio definitivamente corrompida; la elocuencia política, más dismi nuida cada vez en el Senado, sería reservada al emperador, que no se preo cupaba de ella; sólo el cristianismo dará vida, no sin esplendor, a esta nueva retórica. Mas nace también ahora una prosa artística, a la vez complicada y expresiva, cuyo más brillante cultivador es Apuleyo. FRO N TÓ N
M. Cornelio Frontón, africano, de Cirta (Constantina), maestro consagrado y preferido del emperador Marco Aurelio, tuvo, en este sentido, tanta o más importancia que la que pudo tener Quintiliano.
Cónsul en 143
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A JV i ν /π ι ι τ η
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w v m i u K M v u
Ma.
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Cicerón juzgado por Frontón Hace rato que te debes estar preguntando qué puesto reservo en este resumen" para Cicerón, que tiene fama de ser la cabeza y la fuente de la elocuencia romana. Pues bien: opino que su lenguaje es de los más hermosos y que sobrepasa al resto de los oradores cuando se trata de adornar suntuosamente algún aspecto del tema que pre tende mostrar. Pero me parece que tuvo escasos escrúpulos en la búsqueda de las palabras, ya por su altura de espíritu, ya por pereza, o quizá por la confianza en que, sin preocuparse de ello, podría disponer de un vocabulario que difícilmente se procu rarían los demás a fuerza de buscarlo. Creo poder afirmar también, después de leer con gran cuidado todos sus escritos, que son espléndidas su riqueza y abundancia en el em pleo de las palabras en sentido propio o figurado, bajo forma simple o compuesta: de modo que brilla por doquier en sus escritos, de efecto noble e incluso, a menudo, gra cioso; pero creo también que, en todos sus discursos, es bastante restringido el número de palabras inesperadas y sorprendentes que no pueden detectarse más que a fuerza de trabajo, con mucho celo, noches en vela y sabiendo de memoria los antiguos poetas. Llamo inesperada y sorprendente a una palabra que atrae la atención o evoca el senti miento del oyente o del lector; y que, si se suprime, al tratar el lector de volver a en contrarla, o no halla ninguna, o se le ocurre un término de precisión mucho menor. Te felicito, pues, efusivamente, por dedicarte a la búsqueda laboriosa de la palabra justa y expresiva. Pero, como dije al principio, cabe aquí un grave peligro: el colo carla fuera de lugar, como hacen los pseudoletrados, en perjuicio del brillo o de la gracia; porque vale mucho más emplear palabras comunes y vulgares que raras y re buscadas, si con ellas no se gana en expresividad y precisión. Cartas a Marco Aurelio, IV, 3, 3.
Su gran debilidad es conceder mayor importancia a las palabras que a las cosas, matando así la espontaneidad. No por eso hay en él una total ausencia de buen gusto; su admiración por la Correspondencia de Cicerón da testimo nio de ello. E l lenguaje de sus cartas resulta de notable pureza y relativa sencillez. Pero se entretiene en juegos pueriles: elogios del Humo, del Polvo, de la Pereza; narración mitológica bastante vulgar sobre la creación del Sueño. Sus efusiones de afecto dedicadas a su imperial discípulo son conmo vedoras, pero a menudo caen en el amaneramiento. A la búsqued a de u n a com p aración
Para la comparación que me dices que busque, al tomarme como compañero de encuesta y ayudante,“ ¿qué te parece si trato de encontrarla en la transposición de vues tra recíproca ternura, de tu padre * y tuya? De la misma manera que una isla, en el mar Jónico, en el Tirreno, en el Adriático,2“ sobre todo, o en el mar que me quieras decir, se vale sola para soportar y rechazar el oleaje marino y todo Upo de vio lencia de las olas, de los piratas, de los monstruos, de las tempestades, pero al mismo tiempo contiene en su interior otra isla, en medio de un lago, y la pone a cubierto de todo peligro o apuro, haciéndole partícipe, sin embargo, de todas sus alegrías y placeres (porque esta isla interior, en su lago, goza también de la caricia de las olas, recibe bien hechoras brisas, está habitada y tiene el mar a su vista), así también tu padre carga solo, en tu lugar, con el peso de las molestias y obstáculos del Imperio, y te protege abri gándote en la tranquilidad de su corazón amante, haciéndote partícipe de su gloriosa
23. Frontón acaba de citar con elogio a Catón, Salustio, Plauto, Ennio, Nevio, Lucrecio, Acio, Cecilio y Laberio. 24. Metáfora militar. 25. El emperador Antonino, que había adoptado a Marco Aurelio y a Lucio Vero. 26. El mar Adriático tenía fama de ser el más peligroso de los mares italianos.
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dignidad y de toda clase de bienes. Puedes servirte de esta comparación de diversas maneras cuando des gracias a tu padre: porque se trata de tin discurso que requiere mucha riqueza y abundancia. Cartas a M arco Aurelio, III, 8, 1. Dos infantes imperiales [Dulzura familiar con una capa de afectación.] A mi señor Antonino* Augusto. He visto tus pequeños polluelos,“ lo que me hace el mayor placer del mundo: de tal manera se te parecen, que no puede encontrarse parecido semejante. He tomado deci didamente el trayecto más corto para llegar a L o rio " a través de caminos resbaladizos y escarpadas cuestas: pero no sólo- te he visto cada a cara a ti, sino a varios ejemplares, conforme me volvía a derecha e izquierda. Son, gracias a los dioses, de buen aspecto y voz fuerte. Uno tenia un trozo de pan muy blanco, como conviene a un hijo de rey; el otro una papilla de cebada sin pelar, como corresponde a tin hijo de filósofo. Pido a los dioses que salven al sembrador, que salven las semillas, que salven la tierra tan felizmente fecunda. He oído también sus tiernas voces, tan dulces, tan agradables, que, no sé cómo, me hacían reconocer la belleza y nitidez de tu voz en el piar de cada uno. Y ahora (jmucha atención!) voy a mostrame mucho más glorioso: porque puedo amarles no sólo con los ojos, sino con los oídos también. Cartas a M arco Aurelio em perador, I, 3
D e su elocuencia, muy admirada en su tiempo no adquirimos una opinión demasiado positiva al leer algunos párrafos en forma de panegírico (de L. Vero en particular) en que la adulación, que trata de mantenér dentro de cierta medida, se expresa penosamente por medio de procedimientos convencionales o de trazos demasiado llamativos (de Salustio solare todo). Uno se explica que Marco Aurelio, emperador, haya renunciado a estos vanos ejercicios. Y Frontón tuvo que soportar que su discípulo sacrificase la retórica en provecho de la filosofía.
APULEYO H acia 125-después de 170
D e una rica familia de Madaura, en Numidia (departamento de Constantina), Apuleyo mar cho a Atenas a realizar estudios superiores de filosofía; de allí fue a Roma, para luego volver a Africa: Cartago se convirtió en su residencia habitual y el centro de su fama, que fue considerable.
E l hom bre. — Era un ser singular, muy representativo de su época, pero por encima de ella. Gran viajero y muy observador, abiertos los ojos a todo espectáculo, obras de arte del pasado o costumbres del presente, ávido de detalles pintorescos y de anécdotas de todo tipo, también a las ciencias se dirige su curiosidad, las naturales en especial; ansioso de los enigmas, hasta el punto de interesarse y, sin duda, bien de cerca, por la magia, que desde
27. Marco Aurelio, que ya emperador, adoptó el nombre de su padre adoptivo. 28. El futuro emperador Cómodo y su hermano gemelo Antonio Gémino, nacidos el 31 de agosto de 161 (la carta debe de datar de 163; Antonio Gémino murió en 165). 29. imperial a 17 kilómetros de Koma.
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DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS DE LA LITERATURA CRISTIANA un siglo atrás hacía inquietantes progresos en todas las clases sociales. Filó sofo, muy orgulloso de llamarse “platónico”, sin despreciar por eso a Aris tóteles, biisca sobre todo en la enseñanza del maestro la satisfacción de apetitos místicos, preludiando así la brillante especulación neoplatónica del siglo siguiente; se había hecho iniciar en todos los misterios religiosos grecoorientales, buscando en ellos un reposo físico y moral, como el que, en una forma más pura, ofrecía el cristianismo. Como escritor, presenta la misma diversidad: se preciaba de cultivar por igual las nueve musas; verso o prosa, griego o latín, todo le cuadraba; exquisito narrador a nuestros ojos, era ante todo, para sus contemporáneos, el conferenciante modelo, que deleita por su belleza, la elegancia die su exposición, la armonía deliciosa de su palabra, y sobre todo la inagotable variedad de su talento. E n suma, una personalidad nada vulgar. S u s obras filosóficas y oratorias. — Apuleyo escribió mucho. Sus trata dos técnicos, perdidos (sobre los árboles, la medicina, la astronomía, los iroverbios) debían ser simples compilaciones o resúmenes, como los opúscuos filosóficos en que condensa las enseñanzas platónicas (De Platone et eius dogmate); insiste sobre la teoría de los démones intermediarios entre el hombre y la divinidad (De deo Socratis), o se inspiraren la teoría peripatética del universo (De mundo). D e sus obras oratorias, nos queda una pequeña “antología” (Floridas) de pasajes brillantes, donde todas las fiorituras del estilo tienen la función de hacer resaltar una idea, una descripción o una anécdota ingeniosa: pode mos apreciar en estos pasajes el placer delicado pero artificial y fútil, que el úblico del teatro de Cartago esperaba de sus conferenciantes. Destaca el iscurso que Apuleyo, acusado de haber obtenido por medio de magia la mano de una rica viuda en Oea (Tripolitania) hacia 158, escribió en defensa propia, reclamando para sí mismo el nombre de “filósofo” (Apologia o De Magia): redactado más tarde, se presenta como una larga conferencia, entre tenida, brillante, lleua de amenidad, más apta para seducir que para con vencer.
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S
L a s “ M etam orfosis” . — Su obra maestra es una novela en once libros,
Las Metamórfosis o El asno de oro. E l joven Lucio (es el propio autor, que narra sus aventuras), de viaje por Grecia y rodeado de narraciones de magia y de bandidos, descubre que su hostelera es una bruja; quiere transformarse en pájaro, se equivoca de pomada y se convierte en asno (1. I-III). Desde este momento realizará, a través de las más diversas incidencias, el aprendizaje de la miserable vida reservada a los animales, manteniendo su espíritu cri tico y pudiendo juzgar la vida de los hombres desde un nuevo ángulo. En una cueva de bandidos, oye a una anciana narrar la historia de Psique (el Alma), .querida del Amor, que lo pierde por su imprudencia y recupera después de pasar por las pruebas (1. IV-VI). Al servicio continuado de los sacerdotes de la Diosa siria, de un molinero, de un jar dinero, de un soldado, de un pastelero y de un cocinero, se escapa lleno de disgusto y desesperación (1. V II-X). Pero la diosa Isis, en su bondad, le devuelve por fin su forma humana. Purificado de cuerpo y alma, Lucio se inicia en el culto de Isis y de Osiris, su esposo divino, y se consagra a su servicio (1. XI).
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Apuleyo Hay una gran diferencia entre el último libro, de un fervor religioso muy personal y sorprendente, y los diez primeros, que en una trama muy bien seguida, acumulan anécdotas, descripciones, fábulas, sólo para gusto, al parecer, a la imaginación, a manera de “fábulas milesias”. Además, de este género novelesco, conservamos una redacción griega, pero mucho más árida. Apuleyo, por el contrario, es escritor de notable abundancia — sin exce sos— de narrador nato; ofrece en todo instante modelos del más sano y cautivador realismo; su lenguaje descriptivo es de un virtuosismo increíble: artificial y rebuscado, suele ser, sin embargo, singularmente expresivo. Com parada con la de Petronio, revela el esfuerzo de un siglo entero hacia la prosa artística”, encanto de temperamentos refinados. El inspector de mercados [Escena de mimo: la vivacidad natural de la narración da más delicadeza a la ironía bufonesca de la conclusión.] Hechos mis negocios, salgo para ir a los baños, pero quiero pasar antes por el mer cado, para comprar la comida. Encuentro en él abundancia de buen pescado; pido precio, y lo que se me ofrece en cien denarios acabo por obtenerlo en veinte. Ya me iba tan tranquilo cuando me encuentro con Piteas, mi compañero de Atenas, que me reconoce después de tanto tiempo, se me echa al cuello y me dice, en medio de amables besos: “Caramba, mi querido Lucio, hace una eternidad que no te veo, por Hércules, desde que dejamos la escuela, cada uno por nuestro lado.
30.
Magistrado municipal.
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if^ y jtw c .c y K jin n n i u c v i N A
I (JU M IÜ N ZVS
DE LA LITERATURA CRISTIANA
AI día siguiente, revestidos de mantos de colores diversos, y disfrazados, cada cual
a su guisa, de modo innoble, el rostro untado con una crema de buey y los párpados pintados, hacen su salida: llevaban turbantes, togas azafranadas, velos de seda o muse lina; algunos, túnicas blancas moteadas de púrpura; llevaban también cinturones y cal zado amarillo. Revisten a la diosa con un manto de seda y me la dan para que la lleve, y luego, arremangadas las mangas hasta los hombros, salen de la casa con ' espadas y hachas, gritando “Evohé” al son de la flauta que marca el ritmo de su frenética danza. De cabaña en cabaña llegan, por fin, a una rica propiedad. Entonces, desde el umbral, estallan todos en un discorde griterío y se revuelven furiosos: baja la cabeza, imprimen a su cuello veloces y prolongados movimientos de torsión, hacen revolver su cabellera, se muerden de vez en cuando los brazos con brusquedad y, por último, con sus cuchillos de doble filo, se hacen cortes en aquéllos. Pero uno de ellos todavía se conduce con mayor desorden: lanza múltiples suspiros del fondo de su pecho, como si la divinidad lo llenase con su soplo, y finge que un irremediable desvarío hace presa en él. |Como si la presencia de los dioses, en lugar de mejorar a los hombres, los debilitara y los hiciera malos!... Ruidosamente y en tono de profeta, se agarra a sí mismo, pura mentira, se acusa de una falta contra las sagradas leyes* de la religión y llega incluso a reclamar, de sus propias manos, un justo castigo a su pecado. Entonces, cogiendo el látigo, que es como la insignia de estos afeminados, y cuyas cuerdecillas de lana guardan en sus nudos tantos huesecillos que parecen tocarse unos con otros, se da mil golpes, encon trando en su desvergonzada audacia el modo de soportar su dolor. Los cuchillos cortan, los látigos azotan: el suelo se moja con su sangre infame. Comenzaba a inquietarme, viendo tantas heridas y tanta sangre, y a preguntarme si el estómago de esta diosa exótica iba a desear sangre de asno, de la misma manera que algunos hombres gustan de la leche de burra. Hasta que, cansados ya, o por haberse desgarrado bastante, ponen término a esta carnicería; luego tienden sus vestimentas, reciben monedas de bronce, de plata incluso, que les llevan a porfía; se les da, además, una jarra de vino, leche, queso, harina, buen trigo candeal; algunos ofrecen también cebada al portador de la diosa. Recogen todo con avidez y llenan sacos dispuestos ex profeso para este tipo de colecta. Los cargan luego sobre mí, de manera que, some tido a un doble peso, me siento a un tiempo vendedor y templo ambulantes. M etamórfosis, V III, 27-28. E n e l m olino
[Realismo despiadado que se expresa en un lenguaje minuciosamente com plejo.] Me compra un molinero de una aldea vecina y, después de cargarme en seguida de trigo, que acababa de comprar, me lleva por un tosco camino, lleno de piedras y de troncos, hasta su molino. Encontré allí cantidad de caballos y mulos que, caminando en círculo, hacían girar muelas de diversa magnitud. Y estas máquinas molían el trigo no sólo de día, sino hasta de noche, a la luz de las lámparas, sin cesar de girar en ningún momento. Por temor, sin duda, de exasperarme, dedicándome en seguida, nada más llegar, a esta esclavitud, al principio mi amo me dio, en habitación y pienso, un trato de em bajador: Todo ese día descansé frente a un pesebre abundantemente provisto. Pero toda esta felicidad de ocio y buena comida no fue muy lejos. Al día siguiente, bien de ma ñana, me puso junto a una muela que me pareció enormemente grande; en seguida me cubrieron la cabeza y me pusieron en un surco circular, donde debía andar a tientas y sin equivocarme, girando de una manera mecánica y volviendo siempre sobre mis pasos. No fui tan estúpido de prestarme de buen grado a este aprendizaje, como una bestia sin conocimiento. Aunque, cuando vivía entre los hombres, muchas veces había visto funcionar máquinas de éstas, yo permanecía sin rechistar, inmóvil por completo, fingiendo no conocer absolutamente nada de ello. Pensaba que, si me mostraba torpe e inútil para este trabajo, se me impondría otro menos penoso, o que incluso me ali mentarían sin trabajar nada. Pero mi habilidad resultó vana y perjudicial. Porque, rápida mente, me rodearon varios hombres armados de bastones; y, como la cinta que me cubría 454
Apuleyo los ojos nada me hacía sospechar, descargaron sobre mí tal cantidad de golpes y me causaron tanto terror, que sin pensar más en mis proyectos, concentré toda mi feurza sobre las cuerdas y me puse a correr rápidamente en derredor. Este repentino cambio de conducta hizo estallar de risa a toda la cuadrilla. Había transcurrido gran parte del día y ya no podía más, cuando me quitaron el collar de esparto y las cuerdas que me sujetaban a la máquina, para meterme en la cua dra. Pero allí, pese a que, extenuado, tenía necesidad de reparar fuerzas y pese a mi hambre canina, cedí a mi curiosidad natural: dejando para más tarde la comida abun dante que se me había servido, examiné con estupor y ansiedad, y no sin una especie de placer,“ cómo estaba organizado este horrible molino. |Oh dioses bondadosos! iQué pobres hombres eran! Tenían la piel salpicada de cardenales, la espalda molida a golpes, mal cubierta por unos andrajosos harapos, algunos con un paño tan sólo; las túnicas incluso dejaban ver el cuerpo a través de sus agujeros: tenían letras marcadas en la frente," los párpados roídos por el negro humo de los hornos, la vista debilitada; y todos sucios de blanco por la harina, que les cubría de polvo como a los atletas." Pero ¿qué decir, y cómo, de los animales, mis compañeros? Viejos mulos, rocines deslomados, a i tomo al pesebre, baja la cabeza, comiendo todos juntos enormes gavillas de paja: tenían la nuca pustulosa de infectas heridas; sus narices respiraban enfermizas y se abrían a las sacudidas de una tos perpetua. E l roce continuo de las cuerdas de esparto les había lacerado el pecho. Los golpes, asestados sm cesar en sus costados, les habían despellejado hasta los huesos; a fuerza de andar en círculo, los cascos de las patas se les habían hundido y ensanchado desmesuradamente; acumulada la suciedad, la podredumbre y la sama ha cían rugosos sus cuerpos. Metamórfosis, IX , 10-13.
Aparición de Isis [Visión m ística, objetiva e intelectual a la vez, de una divinidad, egipcia de origen, peto sincrética (o sea, que reúne los atributos de muchas otras divinida des; progreso h a d a la noción de “dios único” ). — D e esta representación, Apu leyo encuentra sus elementos sólo dispersos (en estatuas, pinturas, te x to s...): ha sabido combinarlos sin que lo adicional parezca inverosímil. — Impresión de encantadora plenitud y calma, que prepara el espíritu a las palabras de la diosa. E l estilo se fuerza sobremanera para llegar a una expresión a la vez precisa y nueva (oí. p. 4 5 0 ) del detalle plástico o pintoresco.]
La masa espesa de sus cabellos, suavemente anillados, se esparcía con abandono, en blandas ondas, sobre su divino cuello; una corona de variadas flores trenzadas de mil formas le rodeaba la cabeza; y, en medio, sobre su lisa frente, se destacaba un círculo en forma de espejo o, mejor, una blanquísima lumbrera donde se reconocía la luna. Ser pientes con la cabeza alta encuadraban sus nudos (su disco), que dominaban espigas de trigo. Llevaba un vestido de lino muy sutil que cambiaba de color, y lo mismo era de una viva y luminosa blancura como amarillo de flor de azafrán, o rojizo como una llama;“ y, para deslumbrarme más aún, un largo manto de negro intenso," cuyo brillo sombrío relampagueaba; este manto, envolviéndole, pasaba sobre la cadera derecha y remontaba, formando una especie de nudo," hasta el hombro derecho, sobre el que estaba echado uno de sus faldones, mientras que por delante caía en múltiples pliegues, bordado de arriba abajo con bandas trabadas que ondeaban con gracia. Hasta su recamado borde, y en toda su extensión, estaba moteado de fulgurantes estrellas, en medio de las cusJes la luna llena despedía vivos resplandores; y todo el contomo de este manto maravilloso
3 1 . Singular refinamiento psicológico, donde se traiciona la curiosidad de Apuleyo. 3 2 . Ver. p. 4 0 5 , nota 103. 3 3 . Para poderse coger m ejor el uno al otro, los atletas se revolcaban en el polvo. 3 4 . E l vestido egipcio, de lino puro, está aquí provisto de una luminosidad celeste. 3 5 . E l manto asemeja la bóveda celeste sembrada de astros “vivientes” (que eran dioses). 3 6 . E ste nudo ritual lo volvemos a encontrar en las estatutas de Isis que han llegado a nosotros. 455
DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS DE LA LITERATURA CRISTIANA se acompañaba de una guirnalda continua que comprendía toda clase de flores y frutos.*' Llevaba también objetos muy diversos:" en la mano derecha, un sistro de bronce, cuya estrecha montura, doblada en forma de tahalí, estaba atravesada por una serie de va rillas que, sacudidas tres veces, emitían un sonido nítido; en la izquierda, un vaso de oro, del que se veía en parte el asa en forma de áspid," flechada la cabeza, y mostrando él cuello toda su anchura. E l calzado que contenía sus inmortales pies estaba trenzado con palmas de victoria," Así de sublime apareció, exhalando perfumes de la Feliz Arabia, y se dignó dirigirme estas divinas palabras: “Aquí estoy, Lucio; tus súplicas me han conmovido. Yo soy la madre Naturaleza, dueña de los Elementos, generadora primera de los siglos; el mayor de los poderes divinos, la reina de los mares, la primera entre los habitantes del cielo, la forma única en que se reflejan todos los dioses y todas las diosas...'’ M etamórfosis, X I, 3-5.
3.
L a erudición y la prosa técnica
El estilo arcaizante favorecía la erudición y, como contrapartida, se alimentaba de ella. Pero dicha eru dición no tendía a especializarse en ramas diversas: los “gramáticos” lo abar caban todo. Y resulta muy difícil distinguir, en sus escritos, lo que es apor tación propia y lo que tan sólo es repetición o resumen (a menudo, por otra iarte, precioso para nosotros) de obras anteriores. El Arte Poética de Horacio ue comentada, bajo Adriano, por G. T e r e n c i o E s c u a r o , que ha dejado tam bién una Gramática (Ars Grammatica) y una obra sobre ortografía (De ortho graphia); todo Horacio, bajo los Severos, por A c r ó n y P o r f i r i o . De la primera mitad del siglo ni data el libro de C e n s o r i n o sobre astrologia (De die natali) que proporciona detalles interesantes; de la segunda mitad, la Colección de curiosidades de S o l i n o , muy inspirada en Plinio el Viejo, y las Artes gram maticae (sobre métrica en especial) de P l o c i o S a c e r d o t e .
LOS GRAMATICOS
f
A. Gelio, nacido en Roma, aunque discípulo del africano Sulpicio Apolinario, infundió cierta gracia desen fadada a este tipo de investigación. Anotando en la calma de la noche, en el campo, cerca de Atenas, todo lo que el azar le brindaba en sus lecturas, compone veinte libros de Noches Áticas. Todos los temas,, históricos, literarios, científicos, le son buenos; la facilidad de su estilo, puro y sin afectación, le permite pasar de uno a otro sin dificultad; y nos dejamos seducir por su gracia. Roza un poco la filosofía, pero no le atraen los filósofos; los que más le atraen son los “nuevos sofistas” griegos, Plutarco, Herodes Ático, Favorino;
AULO GELIO Nacido hacia 130
37. 38. 39. 40.
Símbolo grecorromano de universal fecundidad. Puramente egipcios, y requeridos por el ritual. Serpiente sagrada de Egipto (el uraeus). Combinación de color local egipcio y simbolismo grecorromano,
La erudición y la prosa técnica
entre los latinos, se documenta en particular en Catón, Varrón, C. Baso. Inclinado a los escritores arcaicos, copió extensos fragmentos de sus obras, que felizmente volvemos a encontrar en él. Pero, por otra parte, es un crítico fino y agudo, cuyo conocimiento de las dos lenguas, griega y latina, ha per mitido relaciones sabrosas. Severidad de los antiguos censores [Cada cinco años, los dos censores contaban la población de Roma, clasifi cándola según la fortuna, pero con derecho de sanción contra las faltas mora les. — Fluidez un tanto árida en la narración. — Preocupación por las referen cias exactas. — Facilidad (como en una conversación) para injertar un tema en otro.] Se deliberó el pronunciamiento de censura contra un ciudadano que, convocado para asistir a un amigo ante el censor, y durante la audiencia, bostezó abierta y ruido samente; allí mismo hubo de golpeársele como "despistado, distraído, negligente y de una cínica despreocupación”. Para que la censura, dispuesta ya contra él, le fuera perdo nada, hizo falta que jurase que aquello había sido completamente involuntario y que no había podido resistir, pese a todos sus esfuerzos, al deseo de bostezar, que era en él una enfermedad irreprimible.“ P. Escipión el Africano, hijo de Paulo Emilio, introdnjo este ejemplo en el discurso que pronunció durante su censura para recomendar al pueblo la vuelta a las costumbres de los antepasados. Un hecho análogo es relatado por Sabino Masurio “ en el séptimo libro de sus M em orabilia: “Los censores — dice— . P. Escipión Nasica y M. Pompilio, haciendo el censo de los caballeros,** vieron un caballo descar nado y en malas condiciones, mientras que su jinete rebosaba salud y prosperidad. “¿Cómo cabe, le dicen, que tú estés mejor ciudado que tu caballo? — Porque de mí cuido yo; de mi caballo, mi esclavo Estacio.” Su respuesta pareció poco respetuosa; y, según la costumbre, se le degradó a la clase más baja.” Estacio era, pues, un nombre de esclavo; y hubo muchos esclavos que tuvieron ese nombre. Cecilio, entre otros, el célebre autor cómico, había sido esclavo, y, por esta razón, llevó el nombre de Estacio; pero pronto se creó un sobrenombre y se llamó Cecilio Estacio. IV, 20.
LOS JU R IST A S
Pero los verdaderos maestros de la erudición son, en esta época, los juristas. Sostenidos, por una parte, por la voluntad de los príncipes, que tienden a codificar el antiguo derecho y a refundirlo en uno nuevo conforme a la razón universal (según los principios estoicos) y aplicable a todo el Imperio (Edicto perpetuo de Adriano; Edicto Provincial de Antonino; Edicto de Caracalla en 212); por otra parte, por las costumbres de análisis riguroso y de redacción precisa y firmemente fortale cidas por tantos siglos de práctica, llevan a cabo una tarea verdaderamente científica de explicación y puesta en orden de los antiguos documentos, enca minado todo a la humanización del derecho. Después de G a yo (110-180), que redactó cuatro libros de Instituciones y siete de Cotidianae, los más famo sos de dichos juristas vivieron bajo los Severos: P apiniano (muerto en 212), U lpia n o d e T ir o (muerto en 228) y P a ulo . Pero ellos escriben como espe cialistas; son interesantes para la historia de la lengua y del espíritu latino, pero lo son poco para el de la literatura. 41. 42. 43.
Aulo Gelio emplea voluntariamente una palabra de sabor muy arcaico: oscedo. E n tiempo de Tiberio. Aquel día los caballeros debían presentarse pon su caballo, como para una revista.
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DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS D E LA LITERATURA CRISTIANA
4 . La literatura cristiana La lengua del cristianismo fue, en un principio, el griego: de sus libros sagrados, la Biblia había sido traducida al griego en Alejandría por orden de los Tolomeos, a partir del siglo m a. J. C., y los Evangelios fueron escritos directamente, o traducidos en seguida a esta lengua; es en Oriente donde se desarrolló más pronto y rápidamente, y donde suscitó los primeros defensores de la fe o “apologistas”; en el siglo n, en las comunidades cristia nas de la propia Roma, el griego era aún la lengua más corriente. En África, por el contrario, donde la nueva religión se extendió rápidamente, el latín era mucho más común: es en estas provincias donde quizá fuera llevada a cabo en el siglo π una primera versión de la Biblia, donde la apologética griega fue vertida de acuerdo con el espíritu latino y se creó también una lengua cristiana de Occidente. En ciento cincuenta años se pueden distinguir tres períodos: la fe nueva se afirma, ya segura de su fuerza, pero en espera de las persecuciones, con Tertuliano y Minucio Félix; hacia la mitad del siglo m, san Cipriano nos muestra la Iglesia organizada, presa de los peores peligros de la persecución y del cisma (formación de grupos fuera de la fe común); antes de la perse cución de Diocleciano (303-305) y bajo Constantino, ya pacificado y más mez clado con el mundo, se manifiesta en forma más clásica, pero menos pura, con Arnobio y sobre todo Lactancio, en quienes, sin embargo, pueden presentirse ciertos aspectos de la brillante literatura cristiana del siglo iv. TERTULIANO Entre 150 y 160-222?
C. Septimio Florens Tertuliano, pagano de nacimiento, natural de Cartago, hijo de un agregado al pequeño estado mayor del procónsul de África, se vio arrastrado por un impulso irrefrenable a causa de la violencia heroica de su temperamento: ya cristiano, sacerdote y defensor de la fe, se pasa a la herejía montañista (era una secta muy severa) por repugnancia ante la tibieza de ciertos fieles, y funda al fin un grupo particular donde su intransigencia podía verse satisfecha; toda su vida tendió al extremismo. Obras. — En 197, Tertuliano publicó sucesivamente una virulenta crítica del paganismo (Ad nationes) y su célebre defensa del cristianismo (Apolo geticum) dirigida a los gobernantes de provincias. De 200 a 208 su ánimo batallador se dirige contra los heréticos (Sobre el argumento de prescripción a oponer a los heréticos; Sobre el bautismo; Contra Marción...) y se dedica a regentar severamente las costumbres (Sobre los espectáculos; Sobre el vestir de las mujeres...). En las filas del montañismo, censura con ardor las más mínimas concesiones a las costumbres paganas (Sobre la corona; De la idola tría) y predica el ascetismo más extremado, exigiendo el ayuno (De ieiunio), 458
La literatura cristiana: Tertuliano
prohibiendo flaquear ante las persecuciones (De fuga), etc. Es necesario colocar en lugar aparte el extraño De pattio (209), en que Tertuliano se aban dona a una exhibición de ingenio y afectación, con el pretexto de defen derse por haber tomado como vestimenta el palio griego en lugar de la toga romana: al menos, por ello, se trabó una relación literaria entre él y Apuleyo, al que había tratado mucho. La elocuencia. — Esta obra es uno de los monumentos de la elocuencia latina. Muy inteligente, insaciable de conocimientos, Tertuliano sabía tan bien el griego como el latín, y su erudición es prodigiosa; rompe con la práctica jurídica y aporta a la discusión una lógica, un rigor implacables; está plenamente convencido, y su convicción encuentra sin esfuerzo textos y argumentos que le apoyen: asimismo, los procedimientos más trillados de la retórica tienen de ordinario en él un tinte de soltura y de espontaneidad muy raras en Roma desde hacía dos siglos. Por lo demás, su ardiente natu raleza le hace modificar con frecuencia la marcha e incluso el ritmo de sus desarrollos. La paradoja del proceso cristiano [Discusión jurídica sobre la ilegalidad del proceder contra los cristianos. — Rigor del razonamiento; 1. No hay n i instrucción ni debate; 2. E stá prohibido buscar, y prescrito castigar a los cristianos; 3 . L a tortura es empleada contra ellos no para obtener la confesión, sino la negación; 4 . E l juez persigue así, contra toda lógica, la absolución de un supuesto culpable. Todas estas medidas absurdas tienden a que en los cristianos se busque no unos actos, sino un nom bre). — D ialéctica obstinada que vuelve sobre todos los detalles. — Ironía pe netrante como conclusión de cada desarrollo.]
SI es cierto que somos unos peligrosos criminales, ¿por qué nos tratáis de distinta manera que a nuestros semejantes, es decir, que a los otros criminales? Porque, a faltas iguales, debería ser aplicado el mismo trato. Todos los nombres que se nos da, cuando se les da a otros, no impiden que éstos puedan defender su inocencia con su boca y con la de un mercenario;“ se les da toda clase de facilidades para responder y discutir, puesto que está absolutamente prohibido condenar a nadie sin que sea defendido, sin que se le haya oído. Sólo los cristianos no tienen la licencia para alegar algo que Ies disculpe, que sostienen la verdad, que perdona al juez una injusticia; no se oye de ellos más que lo que atrae el odio público: la confesión de su nombre, no la realidad de la acusación. Porque, si descubrís un crimen y el acusado tiene a bien reconocerse homicida, sacrilego, .incestuoso, enemigo del Estado — éstos son los nombres que nos dan vuestras actas de acusación— , esta confesión no os basta para pronunciar; investigaréis las circunstancias: naturaleza del hecho, número, lugar, modo, momento, confidentes, cómplices. Con nosotros, nada parecido; cuando sería preciso igualmente arrancamos por la tortura “ la confesión de las falsedades que se nos lanza sobre la cabeza, en cuántos infanticidios " ha tomado parte cada uno de nosotros, qué cocineros lo han presidido, qué perros han asistido: ¡soñáis en la gloria de un gobernador si destierra a un cristiano que haya devorado ya a cien niños recién nacidos! Pues bien; queda aún lo mejor: existe la prueba de que está prohibido buscamos.
4 4 . E l abogado. 4 5 . L a tortura se empleaba únicamente para obtener confesión de un presunto culpable: sobre esto se funda toda la discusión de Tertuliano. 4 6 . Se acusaba a los cristianos de sacrificar niños en sus misterios: ver más abajo, p. 4 6 5 s.
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DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS D E LA LITERA TU RA CRISTIANA Plinio el Joven," en efecto, siendo gobernador de una provincia, después de haber con denado a algunos cristianos e intimidado a, otros, asustado por su gran número, con sultó al emperador Trajano sobre la conducta a seguir en adelante: expuso que, salvo la obstinación en no hacer sacrificios, no encontraba ningún mal en sus misterios: sólo unas reuniones antes de clarear el día en que, en versículos cadenciosos, celebraban a Cristo como a un dios y estrechaban las ligaduras de una disciplina que prohibía el homi cidio, el adulterio, el fraude, la perfidia y todos los demás crímenes. A lo que le respon dió Trajano que no debía buscar a la gente de este modo, sino que, si le eran denunciados, debía castigarlos. 1Contradicción fatal! Prohíbe buscarlos, como si ellos fuesen inocentes; ordena castigarlos, como si se tratara de culpables. Esta decisión, ¿no se condena implí citamente ella misma? Si condenas, ¿por qué no persigues? Si no persigues, ¿por qué no absuelves? Tras las huellas de unos bandidos se lanza en cada provincia un destaca mento militar designado a suertes; contra los culpables de lesa majestad y los enemigos del Estado, cada hombre es un soldado; la búsqueda alcanza hasta los cómplices, hasta los confidentes. No hay derecho a buscar al cristiano, no hay derecho a denunciarle: ¡como si buscar no apuntara a otra cosa sino a denunciar! Denunciado, sin que nadie haya querido que fuese buscado, le condenáis vosotros: ¡castigo que él ha merecido, creo yo, no porque sea culpable, sino porque se le ha puesto la mano sobre él, sin tener derecho a buscársele! Pero henos aquí aún ante un punto en el que no os atenéis, a nuestro modo de ver, al procedimiento criminal: los acusados niegan, y Ies torturáis para hacerles confesar; a los cristianos sólo los torturáis para hacerles negar. Ahora bien, si hubiésemos obrado mal, y nos negáramos, nos forzaríais a confesar por los tormentos. Y no iréis a decir que la tortura os parece inútil para buscar unos crímenes que la confesión del nombre de cris tiano basta para hacerlos evidentes: porque, cada día, cuando un homicida confiesa (¡y sabéis bien lo que es homicida!), no seguís buscando, por medio de la tortura, las cir cunstancias de su crimen. Peor contradicción: presumiendo nuestros crímenes por la con fesión de nuestro nombre, buscáis por la tortura que nos retractemos de nuestra confesión; mas entonces, si negamos nuestro nombre, negaremos también todos los crímenes que presumís en la confesión del mismo. ¿Es que vosotros, pienso, no queréis hacemos perecer, pese a juzgamos criminales? ¿Es así o no? ¿Que no dejéis de decirle a un homicida “niega”, que hagáis desgarrar a un sacrilego si él se obstina en confesar?" Pero, si no es así vuestra conducta al tratar a los criminales, se deduce que nos juzgáis completamente inocentes: y, siendo inocentes, no queréis que nos obstinemos en una confesión que una fatalidad, y no la justicia, os obliga a condenarnos. Un hombre grita: “Soy cristiano” . No dice sino lo que es; tú, tú quieres oír lo que no es: encargados de arrancair la verdad de nosotros (y sólo de nosotros), os preocupáis en obtener la mentira. ¿Me preguntas, dice uno, si yo soy cristiano? Lo soy. ¿A qué vienen estas torturas a destiempo? Yo confieso, y tú me torturas; ¿qué harías si negara?” Muy claro: cuando los otros niegan, no los creéis fácilmente; y a nosotros, si nos negamos, tampoco nos creéis. Inquietaos por esta contradicción: ¿no habrá algún poder ocu lto" que se cierna sobre vosotros sin que lo sospechéis y os ponga en contradicción con las formas jurídicas, con la esencia de la justicia, incluso con las leyes mismas? Porque, si no me equivoco, las leyes ordenan descubrir a los malos, no encubrirlos; prescriben que, una vez hayan confesado, se les condene, no que se les perdone. Ésta es la meta que persiguen los decretos del Senado, los mandamientos de los príncipes. E l poder del que vosotros sois ministros es una soberanía cívica,” no una tiranía. Pues los tiranos podían muy bien emplear la propia tortura como castigo: en vosotros, ésta se limita y está en proporción con la investigación. Sed fieles a vuestra ley, la cual no reconoce los tormentos como necesarios más que hasta la confesión, que los juzga inútiles si la confesión los precede; luego viene la sentencia: la pena exige como deber que el culpable sea suprimido, no
4 7 . Análisis (con detalles que no atañen a los ritos y costumbres de los cristianos) de dos cartas de la correspondencia entre Plinio y Trajano (X, 96). 4 8 . L a frase es, por supuesto, irónica. 4 9 . Tertuliano piensa en el demonio. 5 0 . E l poder del emperador todavía pasaba por ser unadelegación de la ciudad.
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La literatura cristiana-. Tertuliano que sea víctima de sutilezas.61 Por último, ningún juez desea absolver en este caso: le prohíben hacerlo. Esto ocurre porque tampoco se obliga a nadie a negar. Un cristiano, culpable, según tu criterio, de todos sus crímenes, enemigo de los dioses, de 1os empe radores, de las leyes, de las costumbres, de toda la naturaleza, lie obligas a negar Pa*a poder absolverle, no pudiendo absolverle más que en el caso de que niegu®* Estás traicionando la ley. Quieres que niegue su crimen para declararle inocente, muy a PÇsaj: suyo, e incluso limpiarle de todo su pasado. ¿De dónde viene esta aberración que os hace olvidar que una confesión espontánea merece más crédito que una negación forzada y que, por tanto, obligado 3 negar, no lo hace quizá sinceramente, sino que, retirándose absuelto de vuestro tribunal, se ríe del odioso trabajo que os habéis dado, sieo“ 0 cris tiano como antes? Así, pues, ya que, en todos los puntos, nos tratáis de distinta manera a l°.s otros culpables, sin atender más que a hacemos quitar este nombre (ya que nosotros *° P®1' demos por poco que hagamos lo que hacen los que no son cristianos),“ podéis coH1Prel}“ e r que no es un crimen lo que se ventila en el proceso, sino un nombre. A este nombre, un odio activo le persigue metódicamente, aplicándose desde un principio, a lo l°,s hombres no quisieran conocer con certidumbre, lo que ellos tienen la certeza “ e n0 conocer.“ Esto ocurre porque ellos cargan sobre nuestra cuenta cosas que no están pro badas y seniegan a una investigación que probara la inexistencia de lo que ellos prefieren creer, demanera que este nombre, tan odioso a su odiosa actividad, entraña una c®n' dena por presunción, no por pruebas, desde el momento en que se hace la Si la tortura sigue a nuestra ■confesión, el castigo a nuestra constancia, la absoluc*on a nuestra negación, ello quiere decir que la batalla se libra en tomo a un nombre· A pologeticum , I I , Χ·19·
Un soldado cristiano [Principio de un libelo de actualidad, que ofrece todas las vivaci^ ® ^ 8 un excelente periodismo de combate, expresivo y mordaz. — Rigor montañista que se adapta en él a la menor apariencia de idolatría (la corona, que los paganos llevaban en sus ceremonias religiosas) y con el oportunismo de los cristianos moderados. — Estilo figurado de color oriental (bíblico).]
Se trata de un hecho muy reciente. La generosidad de las majestades imperiales, en un campo, incitaba a los Soldados a cobrar; “ se presentaban coronados de laureles. Uno de ellos, soldado d e Dios más bien, con más firmeza que sus hermanos, que se habían figurado que podía11 servir a dos señores,“ llevaba la cabeza desnuda, con su inútil corona en la mano, d e s c u b r ié n dose ya por este detalle como cristiano. Cada vez más cerca, se le empieza a señalar con pullas de lejos y con gritos de cerca. E l ruido llega hasta el tribuno “ y ya hom bre había salido de la fila. E l tribuno le pregunta al momento: “¿Qué modales sol» éstos? E l otro le contesta que no podía hacer como los demás. ¿Motivo? “Soy cristiano’% res" ponchó: [Oh soldado glorioso de Diosl Votos; expediente criminal; devolución a l° s Pre~ fectos.57 Hele aquí que ha depuesto el peso abrumador de Ja esclavina “ para estai prepa rado para el levantamiento que se aproxima; hele aquí que se ha quitado sus b o í c e g u ies, incómodos para empezar a caminar sobre la tierra do los santos, que ha rendido su es pada, inútil a la defensa del Señor; que incluso ha lanzado el laurel que tenía! reves
5 1 . Se capta aquí, y en las líneas que siguen, una aspiración al martirio. 5 2 . Un acto de idolatría cualquiera. 5 3 . Vigorosa alusión al “pecado contra la razón” que censura Tertuliano. 5 4 . C aracalla y Geta, al suceder a su padre Septimio Severo, hacen distribuir u í“a suma de dinero a cada soldado, como regalo por el fausto acontecimiento (donatiuum). 5 5 . Dios y el emperador. 5 6 . Oficial (superior) de servicio aquel día en el campo. 5 7 . Comandante· superiore·.
58. El capote militar (eapecie de esclavina).
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DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS DE LA LITERATURA CRISTIANA tido de rojo por la esperanza de verter su sangre, calzado con la espera del Evangelio,“ ceñido por la palabra de Dios, más penetrante que la espada, completamente acorazado por el Apóstol “ y mejor que coronado a causa de la blancura del martirio, espera en pri sión la libertad de Cristo. Por allá abajo van criticando... ¿es preciso decir que son unos cristianos? Porque todos ellos piensan como los gentiles: “ “Es un hombre rudo, un degenerado, que aspira a la muerte; con una cuestión tocante a su conducta, él nos crea problemas a todos nos otros; (se cree, sin duda, el único valiente entre tantos "hermanos”,“ que son soldados como él, el único cristiano!” No les queda, a buen seguro, más que renunciar al mar tirio: ¿no ban 'rechazado ya las profecías del Espíritu Santo?“ Cuchichean ellos que esta hermosa y larga paz en que se regocijan es un peligro, ΐ no dudo de que algunos sacan ya las Escrituras,“ preparan sus cosas y se aprestan para huir de ciudad en ciudad: es el único pasaje del Evangelio que se preocupan de guardar en su memoria. Conozco también a sus pastores: leones en la paz, ciervos a la hora del combate.“ D e Corona, I, 1-2.
La imaginación y la pasión. — La elocuencia de Tertuliano está alimen tada incluso por una admirable imaginación, sobre todo visual: se repre senta y representa todo con las apariencias mismas de la vida; inclinado a tratar muchos temas satíricos por su severa moral, iguala a Juvenal en su expresión pintoresca, le supera por su cruel ironía; sostenido por el conoci miento de los textos sagrados y por las tendencias simbólicas de la antigua Iglesia, crea las metáforas más audaces para oponer, sugiriendo el uno por el otro, el mundo espiritual del de los sentidos; llega incluso, como Dante o Víctor Hugo, a dar una realidad alucinante a sus sueños sobre un más allá, que el montañismo imaginaba muy cerca. Por el color, la violencia, el movi miento, se halla más cerca de los profetas judíos que de los Evangelios. En él no hay ningún juego literario, sino una pasión constantemente insacia ble. También, cuando se ha dejado arrastrar por el torrente de esta prosa patética, nada parece más natural que estas representaciones tan excesivas, tan sostenidas por los procedimientos más visibles (la antítesis principalmente) de la retórica. El “espectáculo” del juicio final [Tertuliano acaba de condenar todos los espectáculos profanos: llega a la conclusión, por este desarrollo de una imaginación extraña, de saber que lot cristianos tendrán una compensación en el espectáculo del Juicio final. — Fur riosa pasión; orden y movimiento. — “Sinfonía” en rojo. — Elocuencia de tono« muy variados.]
5 9 . Las promesas del Evangelio. 6 0 . D e la fe de los apóstoles. 6 1 . Los paganos. 6 2 . Nombre que se daban entre ellos los cristianos. 6 3 . Montano, y sus diseículos preferidos, Priscila y Maximila, pretendían estar directa mente inspirados por el Espíritu Santo. 6 4 . Uno de los primeros cuidados, cuando la persecución era inminente: para evitar la dettrucoión de los libros santos. 6 5 . L a pasión de Tertuliano retruena: pero pronto va a contenerse, para tratar del tema: por qué los cristiano· no deben coronarse.
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La literatura cristiana: Tertuliano Pero |qué espectáculo pronto,“ a la llegada del Señor, inconmovible, altivo y triun fante! |Qué alegría de los ángeles, qué gloria de los santos que resucitan! |Qué reino el de los justos! jQué ciudad:” la nueva Jerusalén! Sí; pero nos' queda por ver otros espectáculos: este último día, día sin fin, del jui cio; este día que los pueblos“ no esperan y del que se burlan; ese día en el que una antigüedad tan prolongada y tantas generaciones sucesivas se hundirán en un solo fuego. jQué espectáculo tan amplio! IAdmiración y felicidad por doquier! ¿Hasta dónde llevar mi alegría, mi entusiasmo? ¿Aquí, donde veo tantos tiranos, que se dicen elevados al cielo,“ gimiendo amontonados con el mismo Júpiter y sus sirvientes en las tinieblas del abismo?70 ¿Allí, donde los gobernadores que persiguen el nombre del Señor se con sumen ahora, bajo los insultos de los cristianos, en llamas más crueles que las del siglo?” ¿Qué más? |Ah!, esos sabios filósofos que, ardiendo con sus discípulos, enrojecen en su presencia; porque o les afirmaron la inexistencia de las almas,” o que éstas no volverían sobre los cuerpos a los que daban vida.™ Y los poetas, palpitantes ante el tribunal no de Radamanto o de Minos,” sino de Cristo, cosa que no preveían. Entonces es cuando merecerá la pena oír a los trágicos y los cantores, expresando su propia desgracia; en tonces habrá de apreciarse el valor de los mimos, más flexibles75 en medio del fuego; contemplar el auriga ” enrojecido sobre su rueda de llamas; contemplar a los atletas ejercitando sus músculos, impulsando su cuerpo, no en gimnasios, sino en el fuego. Sin embargo, ni siquiera entonces me gustaría verlos, para llevar mis ojos insaciables sobre aquellos que se enfurecerían contra el Señor. “Aquí lo tenéis, es él, les diría, este hijo del carpintero" o de la cortesana, este destructor del sábado,78 este samarítano,” poseído por el demonio; es el que habéis comprado80 a Judas: al que han desgarrado las espinas y las bofetadas, han mancillado los esputos y habéis dado de beber hiel y vinagre; al que han robadoa en secreto sus discípulos pára hacer creer en su resurrección; que ha comprado a un jardinero para que sus lechugas no sean maltratadas por tantas idas y venidas” .8* Un espectáculo tal, un gozo como éste, ¿quién será el generoso que lo costee?“ ¿Pretor, cónsul, cuestor, sacerdote? Pero, de alguna manera, lo imaginamos, lo tenemos a la vista gracias a la fe. ¿Qué puede ser eso que el ojo humano no ha visto, ni escu chado su oído, ni concebido su inteligencia? Algo más hermoso, en mi opinión, que todo lo que puede ofrecer el circo, el teatro, el anfiteatro o el estadio.81 D e spectaculis, 30.
La compostura de la mujer cristiana [Elocuencia autoritaria, de predicador que no economiza sus efectos. — Am plificaciones nutridas de imágenes y antítesis; pintoresquismo evocador; audacia de estilo figurado. — Brillantez y dureza, sin ninguna suavidad ni delicadeza femenina.] 66. 67. 68. 69. 70. 71. 72. 73. 74. 75. 76. 77. 78. (sábado). 79. 80. 81. 82. 83. 84.
Los primeros cristianos creían muy próximo el fin del mundo. L a ciudad de Dios (reunión de los justos en tom o a él). Los paganos. Tras su muerte, los emperadores romanos, salvo excepciones, eran divinizados. E l infierno. D el mundo humano. Como los epicúreos. Mientras que los cristianos creen en la resurrección de los muertos (cuerpos y almas). Jueces mitológicos de los infiernos. E ra la cualidad más apreciada en los mimos. Cochero del circo. Por desconocimiento de la divinidad de Cristo, considerado como hijo de José. Los judíos reprochaban a Cristo hacer milagros incluso el día consagrado del “sábbat” Los samaritanos eran menospreciados por los judíos. Comienza aquí un resumen de la pasión de Christo. Hipótesis formulada inmediatamente después del entierro de Cristo. D e los discípulos al ir a la tumba. Los patrocinadores de los juegos hacían allí grandes dispendios para agradar al pueblo. Todos los lugares donde se daban “espectáculos” .
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DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS D E LA LITERATURA CRISTIANA E l pudor cristiano no se contenta con ser, además se ha de manifestar. Tal debe ser su superabundancia que se desborde desde el alma hacia afuera, brote de la intimidad de la conciencia a la superficie del cuerpo, a fin de que, también en el exterior, luzca el signo de una fe que ha de mantenerse a perpetuidad. Es preciso, pues, rechazar todos los refinamientos cuya blanda delicadeza pueda afeminar las fuerzas de la fe. Sí, ignoro si una mano habituada a llevar pulsera soportará entorpecerse bajo la dureza de una cadena; si una pierna que se adorna con precioso anillo soportará la estrechez de los grilletes; temo que un cuello cubierto de un collar de perlas y esmeraldas no admita la espada. Además, mujeres santificadas, si meditamos sobre los suplicios, no los senti remos; olvidemos los placeres y no los añoraremos; estemos siempre firmemente prestos" a toda violencia, sin que haya nada que temamos perder. Ésas son las amarras que sujetan nuestra esperanza [ávida de partir]; echemos a tierra los adornos terrestres, si es que deseamos los celestes. No améis el oro, que simboliza todos los pecados del pueblo de Israel debéis repudiar aquello que perdió a vuestros padres, lo que adoraron los que abandonaron a Dios. Incluso hoy, el oro es el cebo del Fuego.” Por otra parte, la vida de cada cristiano, siempre, pero hoy sobre todo, no pasa por el oro, sino por el fuego." se preparan en el cielo las ropas de los mártires, los ángeles flotan en el aire, prestos a subir las almas. Mostraos ahora con los afeites y las alhajas de los profetas y de los após toles, sacando de vuestra sencillez vuestro blanco, de vuestro pudor vuestro rojo, vuestros ojos teñidos de espera y vuestra boca de silencio; en vuestros oídos, la palabra de Dios; en vuestro cuello, el yugo de Cristo. Inclinad la cabeza ante la autoridad de vuestros maridos, y estaréis bastante adornadas; ocupad vuestras manos en el trabajo de la lana, no os mováis de la casa, y os gustará más que estar sepultadas en oro; vestios con la seda de la honestidad, con el lino de la pureza, con la púrpura del pudor. Con tales vestidos tendréis a Dios por amante. D e cultu feminarum, 13, 3-7.
La lengua y el estilo. — Tertuliano ha dado al cristianismo de Occidente su arsenal de argumentos, tanto de elementos de su poética como su lengua m i s m a . Pero tamoién es uno de los grandes escritores del período del Impe rio: por la riqueza de su vocabulario, que toma de la lengua popular, y de sus uniones de palabras; por la armonía de sus frases; por la amplitud de las narraciones y la fuerza de la composición. Infaliblemente, es difícil, a veces, oscuro; y, si no se deja llevar por su pasión, parece con frecuencia compli cado; éstos son los defectos de su siglo, excusados en parte por la plenitud de su pensamiento y la novedad de ciertas ideas que expresa. Abogado en Roma, pero de origen africano, Minucio Félix se dirige, en su corto dialogo Octavius, a un público distinto al de Tertuliano: a los paganos instruidos en tendencias filosóficas. La manera precavida con la que él habla de los dogmas cristianos se explica sin lugar a dudas por ello, y no por la hipótesis (que también se puede sostener) de que había precedido a Tertuliano: por el contrario, parece que le imita. Con una forma muy delicada y bajo la apariencia de imparcia lidad, el Octavius contiene a la vez una justificación del cristianismo y una refutación del paganismo.
MINUCIO FÉL IX
85. 86. ausencia 87. 88.
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Tertuliano se identifica con aquellas a quienes predica. Por ejemplo, en la historia del becerro de oro, adorado por las tribu* israelitas en de Moisés. Del infierno. De lai prisiones y de los suplicio*.
La literatura cristiana: Minucio Félix El autor se halla en los baños del mar de Ostia, durante las vacaciones de septiembre; costea la playa con unos amigos: Octavio Januario, cristiano como él, y el pagano Ce cilio Natal. Los dos cristianos, al ver a Cecilio saludar, al pasar, a una estatua de Sera pis, lamentan en voz baja su ceguera. Cecilio se molesta. Acuerdan discutir con tran quilidad: Cecilio expone la tesis del paganismo; Octavio le responde. Cecilio casi es con vencido: se advierte su pronta conversión al cristianismo.
Muy ciceroniana es su manera de componer y su estilo en el Octavio, obra seductora pero de mucho menor alcance que los escritos de Tertuliano. Gran parte de su encanto radica en la apariencia ingenua de que se reviste el cristianismo y en la amistosa atmósfera de dulzura que rodea la conver sión de Cecilio: uno se cree transportado al misterio idílico de los primeros tiempos cristianos. Pero, de hecho, el verdadero cristianismo está sombreado en la obra, en forma de un monoteísmo filosófico, para arrastrar a él a los paganos de medios elevados; con todo, se observa, en cierto vigor secreto, que Minucio se nutría de obras mucho más fuertes. En su actitud de escritor reside un temperamento clásico reposado, bastante extraño en una época en que el refinamiento del estilo prefería manifestar a ocultarse. Calumnias populares contra los cristianos [Discurso de Cecilio, retórico, pero ardiente (Cecilio, hombre de mundo, ins truido y escéptico, aborrece la miseria y la ardorosa convicción de los cristianos, y es incapaz de admitir la resurrección; hombre de orden, exige el respeto a la religión oficial y siente terror ante las sociedades secretas). — Se ha pensado que Minucio Félix se había inspirado aquí en un discurso de Frontón contra los cristianos; en todo caso, ha expuesto la tesis pagana con fuerza e imparcialidad.]
¿Qué? ¿No es para llorar que hombres — permitidme la vehemencia con que abogo esta causa— , que hombres, digo, de una secta incurable, ilícita, infame, se ensañen contra los dioses? Una hez infecta, un manojo de ignorancia y de rmjjeres crédulas por la debi lidad de su sexo, componen esa turba sacrilega y sediciosa, cuyas reuniones nocturnas, sus ayunos rituales y su extraña forma de alimentarse aseguran la cohesión no por un acto religioso, sino por una perversidad impía. Raza de escondrijos y de tinieblas, muda en público, charlatana en los rincones, esquivan los templos como las tumbas, escupen a los dioses, se burlan de las ceremonias sagradas; muy lastimeros, hacen gala de piedad y (iserá posible!), semidesnudos, miran con desdén la pompa y la púrpura de los sacer dotes. Además — extraña estupidez e increíble audacia— , menosprecian los suplicios pre sentes, pero temen los futuros,8“ inciertos por completo; y, decidiéndose a morir antes de su muerte, sin embargo, no se deciden a morir. Hasta tal punto su miedo se endulza de la engañosa esperanza en una resurrección consoladora. Y, como que nada hay de mayor fecundidad que el mal, por el insensible progreso de la inmoralidad,1“ toman fuerza en el mundo entero los odiosos misterios de esta coalición impía. Hay que extirpar, ahogar con definitiva condena este complot.*1 Se re conocen entre ellos por signos y símbolos secretos; se aman incluso antes de conocerse; una especie de lazo pasional les ata unos a otros; todos, sin distinción, se llaman “herma nos” y “hermanas” ... He oído decir que, por no sé qué aberración fanática, adoran reli giosamente la cabeza del animal más indecoroso, el asno: creencia bien digna de sus costumbres. Pero, incluso si es falso lo que de ellos se cuenta,“ la verdad es que el
8 9 . Los suplicios del infierno, si ellos reniegan de su fe. 9 0 . Lugar común sobre los continuos progresos del vicio. 9 1 . Como en tiempo de las Bacanales (ver más atrás, p. 8 5 ), la nueva religión es pre sentada como una empresa contra el Estado. 9 2 . El eiplrltu critico de Cecilio se impone por un instante a su vehemencia de abogado.
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DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS D E L A L1TÈRATURA CRISTIANA secreto de sus ceremonias nocturnas es para darle crédito. Y cuando, a propósito de sus ritos, se babla de un bombre condenado a muerte por sus delitos, y de la cruz de los condenados,w uno atribuye a enviciados criminales el culto de aquello que merecen. Res pecto a la iniciación de los neófitos, lo que se dice es tan detestable como conocido: le es presentado un niño cubierto de harina, irreconocible así al iniciado; se invita al neó fito a clavetear a puñaladas, que él cree inocentes, a esa superficie de barina basta que el niño muere por ciegas y ocultas beridas; entonces, |qué borrorl, lamen ávidamente su sangre y dispersan sus miembros, ligados por este asesinato, por la complicidad de un crimen, a un mutuo silencio.“ V III, 3-IX , 5. Escarnio de los ídolos paganos [Discurso de Octavio: demuestra cómo la religión pagana está, en el pueblo, a nivel inferior. — Ironía, sin lucimiento verbal, pero tenaz, que agota el tema. — Arte del desarrollo. — Pintoresquismo simple, sin buscarlo.] ¿Es que el pueblo no dirige a las imágenes de vuestros dioses sus plegarias, su culto público? L a imaginación y el espíritu de estos ignorantes se dejan captar por las habi lidades del arte, deslumbrar por el resplandor del oro, aturdir por el bruñido de la plata y la blancura del marfil. Si se hicieran a la idea de los tormentos, de las berramientas por las que ba pasado cada estatua antes de tomai forma, se enrojecerían de temblar ante una materia de la que el artista ha becbo su juguete para crear un dios con ella. Porque un dios de madera puede ser el residuo de una pira funeraria o de un trozo de borca: se coge, se corta, se desbasta, se alisa; un dios de bronce o de plata muchas veces está fundido de un vaso de noche (como ocurre con frecuencia con las estatuas de los reyes de Egipto); las mazas lo machacan, toma forma sobre el yunque; de piedra, es tallada, esculpida, pulida por un peón indigno. Pero, lejos de tener con ciencia de lo poco noble de su origen, brilla, más tarde, el homenaje de vuestra ve neración. ¿Quizá todavía no es dios cuando es piedra, madera o plata en bruto? ¿Cuándo, pues, nace a la divinidad? Se le funde, se le da forma, se le esculpe: aún no es dios. Se suelda, se ajusta, se endereza: aún no es dios. Se prepara, se consagra, se le reza. Entonces, por fin, ya es dios. (Cuando un hombre lo ba querido, lo ha declarado oficialmente! Pero una multitud de animales juzgan a vuestros dioses según su sentido natural: ratones, golondrinas, milanos saben, lo han reconocido, que no tienen sensibilidad alguna; van o se posan sobre ellos, y, si se les deja, hacen su nido en la boca de vuestro dios; en su rostro tejen sus telas las arañas, suspenden sus hilos en su cabeza. Vosotros frotáis, lim piáis, pulís; a esos dioses, obra vuestra, los protegéis; |y los teméisl X X II, 1-7. E l Dios único [Octavio se dirige a los paganos cultos, cada vez más inclinados al mono teísmo en nombre del sentido común y de la razón. — Elocuencia moderada, de calor íntimo, — Firmeza armoniosa. — Pero el desarrollo no tiene nada de específicamente cristiano.] Las abejas no tienen más que un rey; los rebaños de ovejas o de vacas, un solo guía o /efe: y ¿creéis vosotros que, en el cielo, el supremo poder está repartido; que ese do minio, verdaderamente sin restricción, divino, universal, esté dividido? La evidencia nos hace ver en Dios al padre común, sin principio ni fin, que a cada cual asegura el naci miento, y a Sí mismo la eternidad; el que, antes de la creación del mundo, existió sólo
93. La cruz, sobre la que Cristo había muerto, estaba reservada a los criminales de ibás baja estofa y a los esclavos (ver más abajo, p. 445). 94. Esta acusación de infanticidio era una ancestral invención del odio popular, bastante anterior al cristianismo: Tertuliano no habla de ello más que con ironía (más arriba, p. 459 s.). Joa
L a literatura cristiana: san Cipriano y para él el mundo; el que con su palabra impone al universo su voluntad, por su razón una norma, y por su virtud lo perfecciona. No puede ser visto; su resplandor deslumbra' los ojos; no se puede tocar; su pureza ahuyenta el tacto; ni apreciado; traspasa los sentidos. Infinito, sin dimensiones, sólo él es capaz de percatarse de su propia grandeza. Pero nuestra inteligencia es demasiado limitada para comprenderle. Además, sólo podemos apreciarle dignamente llamándole inapreciable. Yo voy a expresar mi propio sentimiento: quien cree conocer la grandeza de Dios, la disminuye; y el que no quiere disminuirla no la conoce. No os preguntéis más por el nombre de Dios: su nombre es Dios.Muy diversas pala bras hacen falta cuando en una multitud bay que distinguir a cada uno por un apelativo particular: Dios, que es único, está todo entero en la palabra “Dios”. Que yo le lláme “padre” y lo creáis ligado a la tierra; “rey” y lo supongáis corporal; “señor” y seguiréis imaginándole mortal. Alejad esos nombres accesorios y lo contemplaréis en todo su es plendor. ¿Qué? ¿No poseo sentido común? Escuchad a las gentes del pueblo cuando tienden las manos al cielo; no dicen más que “ (Dios!” , y “Dios es grande” o “Si Dios quiere..." Decidme; ¿es esto lenguaje natural del pueblo o fe cristiana? X V III, 7-11.
SAN CIPRIANO Obispo de Cartago desde 248 hasta 258
Ningún contraste más notorio que entre Tertuliano, teórico violento, y Tascio Cecilio Cipriano, hombre que regula su conducta con calma, muy a la romana, según las circunstancias. Sin embargo, Cipriano admi raba a Tertuliano como a su maestro: mas era responsable de los destinos de la iglesia de Cartago. Maestro pagano de retórica, convertido luego, fue elegido obispo en 248. En 250 estalló la persecución de Decio. La Iglesia se encontraba debilitada y dividida por un largo período de paz; la muerte del obispo había acabado de desorganizarla. Cipriano se mantuvo al margen, dirigiéndola sin exponerse personalmente. Superada la crisis, se dedicó a curar las heridas, a restablecer la concordia moral entre los cristianos debilitados y los que se enorgullecían de su intransigencia, y a reafirmar por todos los medios la disciplina. En 258, el emperador Valeriano promulgó un nuevo edicto de persecución: entonces Cipriano coronó su tarea y afrontó el martirio con sencillez (14 de septiembre).
Sus obras. — San Cipriano sostuvo disputas dogmáticas (sobre el bautis mo, la penitencia, la eucaristía); pero la mayor parte de sus tratados versan sobre la conducta moral de los fieles y la cohesión social de la Iglesia, espe cialmente en tiempos de persecución (Sobre las obras y las limosnas; De la condición mortal; 96 Los errados; ee De la unidad de ¡a Iglesia católica). Las mismas cuestiones son tratadas en sus Cartas, que nos permiten apreciar me jor cómo se unían en él una viva sensibilidad personal y unos principios bien definidos. Es un escritor más agradable que vigoroso, con tendencia a la amplitud retórica; no carece de imaginación sino de poder expresivo. Florido como lo 95. Instrucción sobre el sufrimiento y la muerte, donde se combinan las ideas estoicas y las esperanzas cristianas en la inmortalidad. 96. Los que habían abjurado, por temor, y pedían volver a la Iglesia, después de la co rrespondiente penitencia.
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será san Francisco de Sales, no llega nunca a la precisión de la metáfora, que Tertuliano consigue incluso en el exceso y el mal gusto. Pero su mode rado buen sentido, una caridad auténticamente evangélica y, en sus mejores páginas, una sencillez llena de corazón, le unen con el lector. Un sueño profetice [Instrucción de tono evangélico (Cipriano, por otra parte, cree en la realidad del sueño que le ha sido relatado) sencilla y emocionante.] En este sueño se veía, sentado en el centro, un padre de fam ilia;" a su derecha, un joven ansioso,“ pero indignado al mismo tiempo, triste el rostro, con la mano puesta en la barbilla; pero, a su izquierda, otro" se mantenía en pie y llevaba una rea, con la que casi envolvía el pueblo que le rodeaba. Y, como el que soñara se preguntase lo que esto significaba, le fue dicho que el joven sentado a la derecha se entristecía con dolor al ver el incumplimiento de sus preceptos, y que el otro, el de la izquierda, estaba loco de contento al tener ocasión de obtener del padre de familia el poder de castigar con rigor. Este sueño fue muy anterior al tiempo de pruebas que comienza para nosotros. Y lo vemos realizarse: despreciando los preceptos de Dios y no observando las saludables órdenes de su ley, hemps dado al Enemigo la posibilidad de hacer daño y, al encon tramos menos armados y menos prestos a la resistencia, de envolvemos en su red. Cartas, X I, 4, 1-2.
El año de los mártires [Carta escrita a los “confesores de la fe”, aprisionados durante la persecución de Dedo. — Idea retórica (comparación de los confesores con los magistrados anuales de Roma). — Estilo figurado, poético, a la manera de Tertuliano, más gracioso, pero manejado con menos maestría. — Lenguaje sutil, poco consecuente con el tema: pero Cipriano no está satisfecho de haber tenido que dejar a otros la gloria de sufrir por la fe.] |Que los magistrados, los cónsules y los procónsules se vanaglorien ahora de las insignias de su dignidad anual y de sus doce fasces! He aquí que la dignidad celeste se ha grabado en vosotros por el resplandor de un año transcurrido en el lugar de honor y, prolongando la gloria de vuestra victoria, ha sobrepasado ya el círculo sobre el que gira el año. E l cielo se iluminaba al nacer el sol y al pasar la luna; pero, en vuestra prisión, vosotrosteníais la luz, más viva, del q u e100 hizo el sol y la luna. En vuestro corazón y en vuestro espíritu, el brillante resplandor de Cristo que iluminaba con su blanca luz eterna las tinieblas del infame calabozo, terribles y fúnebres para otros. Mes tras mes, ha pasado el invierno; pero vosotros, encerrados, equilibráis la estación del invierno con el invierno de las persecuciones.1“ Vino, después del invierno, la dulzura de la primavera, rebosante de rosas y coronada de flores; pero las delicias del paraíso os daban rosas y flores, y guir naldas celestes coronaban vuestra cabeza. Ahí está el verano con su abundancia de mie ses, el aire lleno por completo de trigo: pero vosotros, que habéis sembrado la gloria, recogeréis el fruto de la gloria, y después de probar el aire del Señor, viendo a lo lejos el inextinguible fuego devorar los rastrojos,10* separados como trigo candeal y cereal de
97. Dios Padre. 98. Dios Hijo. 99. El Demonio, o el Enemigo (que sójo con permiso de Dios tiene derecho a obrar contra los hombres). 100. Dios. 101. Hay armonía entre la estación y los sufrimientos de los mártires. 102. Después de la siega, se prendía fuego a loi rastrojo«, para destruir las malas hierbas y fertilizar los campos.
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La literatura cristiana: san Cipriano calidad,1“ os sentís en prisión como en el granero de Dios. Tampoco en el otoño, para las tareas propias de la estación, falta la gracia celeste. En el campo, se apresura la ven dimia, los racimos se prensan en el lagar, para llenar con el tiempo las copas; vosotros, racimos espesos de la viña del Señor, que ha prensado en vuestra madurez la hostilidad del siglo, sentís, en las torturas de la prisión, la torsión de las cuerdas de nuestro lagar, echáis vuestra sangre como el vino y, afrontando el sufrimiento, espíritus valerosos, vaciáis de un trago la copa del martirio. Así pasa el año para los servidores de Dios; así, el transcurrir de las estaciones se llena de beneficios espirituales y recompensas celestes. Cartas, XXXV II, 2, 1-2.
El buen pastor [Contra los cristianos intransigentes, que se negaban a admitir a la penitencia a aquellos que se habían debilitado durante la persecución de D ecio. — Buen sentido político y caridad evangélica. — L a parte de discusión está reducida por la que Cipriano otorga, voluntariamente, a la. autoridad de las Escrituras (Evan gelios y Epístolas apostólicas).]
Si rechazamos su penitencia, cuando tienen alguna confianza en el perdón del error, y, además, con mujer e hijos, sanos y salvos hasta el momento, se dejarán llevar, sedu cidos por el diablo, a la herejía y el cisma. Y el día del juicio seremos acusados de haber descuidado la oveja herida y de haber perdido, por una sola dañada, muchas intactas. ¿Cómo es eso? E l Señor dejó noventa y nueve ovejas en buen estado por ir en busca de una sola que se había perdido y, después de encontrada, no tuvo inconve niente en cargarla sobre sus espaldas.101 Mientras que nosotros, ¿no sólo no vamos a ir en busca de los que están cansados, sino que los vamos a rechazar cuando vienen a nosotros y, en el momento en que falsos profetas106 no cesan de desgarrar y destrozar el rebaño de Dios, vamos a dar a los perros y a los lobos, por nuestra dureza y crueldad, ocasión de arrebatamos aquellos a quienes las violencias y la persecución no nos han arrebatado? ¿Qué vamos a hacer, mi querido hermano, con las palabras del apóstol: “Trato de agradar a todos en todo, no buscando mi provecho, sino la salvación del mayor número posible. Imitadme, como yo imito a Cristo”? Y más aún: “Si un solo miembro sufre, todos los demás miembros sufren con él; si uno -solo está contento, todos los demás lo están con él” .”“ Cartas, LV, 15, 1-2.
La última carta [Cipriano, conociendo oficiosamente el "rescripto” que acababa de promulgar Valeriano (y cuya primera cláusula ordenaba la ejecución inmediata de los obis pos, sacerdotes y diáconos), se dispone a volver a su ciudad episcopal de Cartago, queriendo reservar a la comunidad que dirige la lección de su muerte y las “reli quias” de su cuerpo. — Firm eza sencilla. — Cuidado politico de no compro m eter inútilmente en aventuras sediciosas el porvenir de la comunidad cristiana.]
Cipriano a los sacerdotes, a los diáconos y a todo el pueblo, salve. Muy queridos hermanos:me han contado que los “frumentarios” 1OT habían sido enviados para conducirme a Ütica,“ “ y amigos muy queridos me han convencido de que abandone por algún tiempo mis jardines. Hay un motivo justo para que consienta en
1 03. Los mejores granos seleccionados para simiente. 1 0 4 . Parábola narrada en el Evangelio de san Lucas (1 5 , 4). 1 05. Los que predican el cisma o la herejía, debilitaban la Iglesia en el momento del peligro. 10 6 . Textos sacados de la Epístola I a los Corintios, de san Pablo. 107. Especie de miembros de policía. 10 8 . Donde se encontraba el nuevo gobernador, Galerio Máximo, portador de las órdenes de Valeriano. O tica no está lejos de Cartago, pero constituía una comunidad cristiana distinta.
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DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS DE LA LITERA TU RA CRISTIANA ello: que conviene el que un obispo confiese al Señor en la ciudad donde preside la Iglesia del Señor, y que todo el pueblo sea glorificado por la confesión pública de su jefe. Porque todo lo que, en el momento mismo de su confesión, pronuncia un obispo confesor bajo la inspiración de Dios, la boca de todos lo pronuncian con él. Por otra parte, será un atentado al honor de nuestra tan gloriosa iglesia ai es un Otica, donde yo, obispo de otra iglesia, recibo, tras mi confesión, la sentencia que me enviará, mártir, junto al Señor. Eso sí, no dejo de pedir por vosotros y por mí en mis oraciones, de invocar con todos mis deseos el cumplimiento de lo que es mi deber: confesar a Dios en medio de vosotros, sufrir aquí el martirio, y partir luego hacia Dios. Espero, pues, aquí, en un retiro seguro,“* la vuelta a Cartago del nuevo procónsul, para saber de é l “® qué medidas han prescrito los emperadoresm acerca de los cristianos, laicos “* y obispos, y para pedir lo que Dios quiera que se diga en ese momento. En cuanto a vosotros, queridos hermanos, para seguir la norma, conforme a las pres cripciones del Señor, que siempre habéis recibido de mí, y las enseñanzas que con tanta frecuencia os he dado, permaneced en todo momento serenos y tranquilos; que ninguno de vosotros mueva revuelo entre nuestros hermanos, ni se presente él mismo a los gen tiles.1“ Cuando se está entregado y detenido es cuando hay que hablar, si Dios nos habla entonces:11* porque prefiere la confesión a la profesión de la fe. Respecto a las medidas que deben tomarse antes de que el procónsul traiga sobre mí la sentencia que entrañará la confesión del nombre de Dios, iré disponiendo sobre la marcha, de acuerdo con la inspiración divina. Que el Señor Jesús, queridísimos hermanos, os mantenga sanos y salvos en su Igle sia y se digne perdonaros. Cartas, LXXXI.
Rétor envejecido en su oficio en Sicca Venena (África), Arnobio recibió la grada y se convirtió hacia los sesenta años: como prenda de la sinceridad de su fe, escribió siete libros Adversus nationes (Con tra los paganos) hacia el año 300. Se trata, primero (1. I-II) de una refutación filosófica de la acusación, con frecuencia lanzada contra los cristianos, de >rovocar con su impiedad las catástrofes que sufría el Imperio; luego, una arga irrisión de la mitología (lo que no era nuevo, incluso entre los paganos), llevada con una implacable ironía. Cristiano de incorporación reciente, Amebio, por así decir, desconocía las Escrituras (Biblia y Evangelios) y comete un buen número de errores dogmá ticos. Su erudición es de origen pagano, y el fondo de su filosofía está en el platonismo. Sin embargo, es sincero, y los milagros de Cristo le impresionan; nos ayuda a hacemos idea de la mezcolanza, cada vez más confusa, que el cristianismo trata de organizar entonces, y también la incipiente interpe netración del pensamiento cristiano y el pensamiento pagano. Su valor lite rario es escaso; posee todos los defectos del rétor o del predicador mediocre: AENOBIO Segunda mitad del siglo III
Í
10 9 . Para no ser víctima de un movimiento popular, que habría privado de alcance oficial a su confesión de fe. 11 0 . Los conocía ya, pero quiere todo con claridad y orden. 111. Valeriano y su hijo Galieno, asociado en titulo al Imperio. 112. L as penas previstas contra los laicos eran tanto más graves cuanto más elevada era su clase social. 11 3 . Los paganos. 11 4 . Lección llena de tacto de un hombre delicado, contra la tendencia a la verbosidad heroica.
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La literatura cristiana: Lactando
amplificación, interrogación infatigable, vana abundancia de palabras... Pero su fuerza agrada. Hay que “apostar” por la religión cristiana [Razones humanas (referidas al probabÜismo) para adoptar el cristianismo. — Creciente calor oratorio, no carente de belleza. — Reproducido con poder y so bre bases matemáticas por P ascal, en sus Pensamientos (el "argumento de la apuesta” ).]
“Nosotros no creemos, decís, en la verdad de las palabras de Cristo.” — ¿Y qué? Lo que negáis ser verdadero, ¿no aparece evidente su verdad, en vosotros, cuando bien cer cano el hecho, aunque no experimentado todavía, no admite ya denegación alguna?— “Es que é l 1“ no aporta por sí mismo la prueba de sus promesas.” Sí; yo os lo he dicho; lo que va a venir no comporta prueba alguna. Pero puesto que tal es la condición del por venir que ninguna anticipación puede captarlo o abarcarlo, ¿hay razón más sana, entre doseventualidades inciertas y próximas, que creer más bien en la que da alguna espe ranza, que en la que no deja absolutamente ninguna? E n el primer caso, nada hay que temer tanto si el acontecimiento esperado se resuelve en un sentido como si se resuelve en otro. En el segundo caso, el da&o es inmenso o (¡la pérdida de la salvación!) si, llegado el momento, se descubre que no se trataba de una mentira. ¿Qué decís de esto, ignoran tes,1“ que merecéis hasta que se llore sobre vosotros de compasión? ¿No os asusta la perspectiva de que pueda ser verdad lo que menospreciáis, lo que tanta risa os produce? ¿No reflexionáis, además, en el interior de vuestros corazones, que vuestras negaciones in sensatas y obstinadas de hoy pueden encontrar, al cabo del tiempo, su refutación y su castigo irrevocable? ¿No encontráis, al menos, motivos para creer, al comprobar que esta religión en poco tiempo se ha extendido enormemente por todo el mundo; que no hay un solo pueblo, por bárbaro y cruel que sea, cuya dureza no haya suavizado, con su amor, y que ella no haya conducido a la calma y a sentimientos pacíficos; m que hombres del mayor talento, oradores, gramáticos, rétores, jurisconsultos, médicos, aquellos incluso que investigan los secretos de la filosofía,138 buscan en ella enseñanza y menosprecian los cono cimientos en los que antes confiaban; que, antes que traicionar la fe cristiana y los jura mentos de la milicia de la salvación,138 los esclavos prefieren ser sometidos al suplicio que sea, las mujeres renunciar a su marido, los hijos a la herencia de sus padres; que, pese a todos los castigos que dictáis contra los seguidores de esta religión, su poder crece, su pueblo resiste con bravura todas las amenazas y las espantosas prohibiciones, que no hacen sino estimularle a mejor amar su fe? A dversus nationes, II, 4-5.
L. Cecilio Firmiano, conocido por “Lactanció”, había sido pagano y discípulo de Amobio. Llamado como rétor a Nicomedia, en Bitinia, donde residía el emperador Diocleciano, encontró allí pocos alumnos (la ciudad era de habla griega) y tuvo tiempo libre para escribir; pero debió perder su sustento durante la persecución
LACTANCIO Nacido hacia 250. Muerto en tiempo de Constantino
1 1 5 . Jesucristo. 11 6 . U ltraje reciente: un siglo antes, era a los cristianos a quienes se trataba de igno rantes o retrógrados (ver p. 4 6 5 s.). 117. Presentimiento del papel del cristianismo, elemento moderador entre Rom a y los bárbaros. 1 1 8 . V er notas 1 2 0 -1 2 3 , p. 4 7 2 -4 7 3 . 11 9 . L a vida cristiana es representada con frecuencia (como en otro tiempo la de algu nos filósofos) bajo el aspecto de la disciplina m ilitar y del combate.
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de 303-305. Su vejez fue más tranquila, al encargarle el emperador Constantino enseñar literatura latina a su hijo Crispo (nacido en 307). Sus obras. — Antes de su conversión, Lactancio había compuesto ver sos, discutido temas de erudición, escrito cartas molestas (en opinión del papa Dámaso): todo se ha perdido. Una vez cristiano, todas sus obras fueron domi nadas por la idea de la Providencia, idea más filosófica primero que reli giosa en el De opificio Det), y luego de un cristianismo cada vez más ardiente. Su gran obra es una exposición completa de la doctrina cristiana, las Divinae institutiones, en siete libros, donde trata de demostrar a los paganos instruidos e imparciales no sólo que el politeísmo es indefendible (1. I-II) y los sistemas filosóficos engañosos (1. III), sino también que la razón obliga a admitir los dogmas (1. IV) y sobre todo la moral del cristianismo (1. V-VII). De las Instituciones divinas dio, bastante más tarde, un resumen (Epitome), de plan y doctrina muy consistente. Sus dos últimas obras defienden la idea de que Dios no es impasible, que es capaz de “cólera”, por justicia e incluso por bondad: el De ira Dei expone la tesis; el De mortibus persecuto rum (hacia 315) le proporciona ejemplos, describiendo con brevedad triun fante las atroces muertes de los príncipes perseguidores. Su valor. — El plan de Lactancio era grandioso.· erigir el cristianismo como sistema filosófico, frente a la sabiduría pagana. En su ejecución ha faltado genio. Sin embargo, Lactancio ha tomado bastante bien el camino de Cicerón y de la especulación latina más característica, dando primacía a la razón, a la justicia y a la moral sobre el misticismo y la teología. No es que descuide por completo ese aspecto: tiene, a ratos, una sensibilidad, una psico logía auténticamente cristianas; pero, sobre todo en las Instituciones divinas, las subordina a una especie de racionalismo clásico. Su estilo también es cice roniano y clásico, puro y armonioso, más breve y cáustico solamente, con algunas cualidades del genero histórico, en el De mortibus persecutorum. Quiebra de la flloeofia [Conclusión viva y efectiva. — Necesidad de una dirección firme y práctica, consecuente con el temperamento magistral del autor y con las necesidades de la época turbulenta en que vivía. — Retórica fácil (expresiones triplicadas sin progreso marcado; abuso de las interrogaciones retóricas; imprecisión de los ata ques contra los filósofos por individual).]
Así, con toda mi voz, atestiguo, proclamo, declaro: ahí está lo que todos los filósofos durante toda su vida han buscado, sin poder descubrirlo nunca, ni alcanzarlo ni captarlo, o bien se inclinan a una religión errónea, o bien suprimen por completo toda religión. Lejos de nosotros, pues, todos aquellos que, en lugar de formar la vida humana, la tur ban. ¿Qué enseñan, en efecto, o que forman, quienes ni siquiera han llegado a formarse a sí mismos? ¿Qué curación de enfermos esperar, qué tutela para los ciegos? A todos nosotros, que nos preocupamos de la sabiduría, de contribuir a ella. ¿Esperaremos que Sócrates sepa alguna cosa,110 o que Anaxágoras “ encuentre la luz en medio de las tínie1 20. Sócrates aparentaba ignorar, pero con el fin de mejor adquirir las verdades primeras interrogando a hombres de toda especie. 121. Filósofo espiritualista natural de Clazomene (hacia 5 0 0 -4 2 8 a. C.).
La literatura cristiana: Lactando blas, o que Demócrito saque la verdad de sus pozos, o que Empédocles122 ensanche los caminos por donde va su inteligencia, o que Arcesilao y Caméades “* vean, sientan, com prendan? Ahí está una voz del cielo que enseña la verdad y nos muestra una luz más brillante que el mismo sol. ¿Por qué nos perjudicamos a nosotros mismos y nos hacemos vacilar por alcanzar la sabiduría que hombres muy instruidos, y que han pasado su vida en la búsqueda, todavía no han podido encontrar? E l que quiere ser prudente y bien aventurado, que oiga la palabra de Dios, aprenda la justicia, conozca el misterio que rige su nacimiento,1“ menosprecie lo humano, acoja lo divino, a fin de poder obtener este bien supremo1* para el que ha nacido.
Divinae institutiones, III, 30, 4-8.
El'misterio de la cruz [Vigorosa defensa del símbolo cristiano, que parecía de lo más escandaloso a los paganos. — A la vez, alta especulación y creencias materialistas. — Solidez del desarrollo.]
Hablaré ahora del misterio de la cruz, para que nadie trate de decir: Si le1* era preciso padecer la muerte, al menos nada de una muerte infame ni horrorosa, sino, en cierta medida, honorable”. Sí, yo sé que muchos, como la palabra “cruz” les repugna, se apartan de la verdad, por muy sólida que sea su teoría y grande su poder. Pero enviado precisamente para abrir el camino de la salvación a los más humildes, él mismo se hizo humilde para redimirlos. Tomó, pues, el género de muerte que suele aplicarse a los humildes, para que todos puedan imitarle. Además, como tenía que resu citar, era preciso que no se cortase parte alguna de su cuerpo, que ningún hueso se rom piese, como ocurre en caso de decapitación: ” era preferible la cruz, reservando para la resurrección el cuerpo con los huesos intactos. Añádase que la pasión y la muerte que sufría, debían elevarle, cosa que, en sentido propio y figurado, hizo la cruz, si bien su grandeza y su virtud fueron reveladas a todos en su pasión misma. Porque, al extender sus manos sobre la cruz, abrió sus brazos hacia Oriente y Occidente, para llamar al des canso común1" a todos los pueblos de las dos partes del mundo. Respecto a la eficacia y poder de este símbolo, resulta evidente, por cuanto que no hay banda de demonios que no sea expulsada y ahuyentada por este símbolo.“* Y así como él, antes de su pasión, derrotaba a los demonios con una palabra, con una orden, hoy también, por su nombre y por el símbolo de su pasión, los mismos espíritus inmundos son ahuyentados de los cuerpos humanos en los que se han introducido: atormentados, torturados, confesando que son demonios, ceden al azote de Dios. <¡Qué esperanza pueden conservar en las prácticas de su religión estos griegos“ “ tan sabios, cuando vean a sus dioses (de los cuales no nie gan que son precisamente "demonios”) m vencidos por hombres armados del signo de la cruz?
Institutionum divinarum epitome, 46.
12 2 . D e Agrigento, en Sicilia (mitad del siglo v). 12 3 . E l fundador (siglo m ) y principal representante (siglo u) de la escuela escéptica llamada la Nueva Academia. 12 4 . E l pecado original. 12 5 . L a vida eterna bienaventurada. 1 2 6 . Se trata de Jesucristo. 12 7 . Además los cristianos enterraban a sus muertos, mientras que los paganos conser vaban la costumbre de quemarlos. 12 8 . O tra fórmula que significaba la paz eterna de los justos al lado de Dios. 12 9 . Se consideraba que los culpables y los enfermos estaban "poseídos” por demonios a los que se debía expulsar religiosam ente: de ahí la importancia de los "exorcistas" en la primitiva Iglesia. 1 3 0 . E l nombre se hará, muy pronto, sinónimo de "paganos” . 1 3 1 . Lactancio juega con la palabra: en su antiguo uso δαίμων quería decir “dios” ; luego significó ‘’genio” , intermediario entre Dios y el hom bre; finalmente, “demonio” .
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Muerte de Maximino Daya [Maximino Daya se había ensañado en perseguir a los cristianos, en Oriente, a pesar de Constantino y de Licinio. Murió en el verano de 313, sin que se puedan considerar rigurosamente históricos los detalles aportados por Lactancio. — Combinación del realismo más objetivo con la fuerza visionaria del creyente con vencido. — Sobriedad de expresión.] Perseguido por Licinio y su ejército, volvió a los desfiladeros del Tauro, que se esforzó en obstruir con torres y atrincheramientos; pero, tras destruir todos los obstáculos, los vencedores le desalojaron de allí y acabó por refugiarse en Tarso. Allí, acosado por tierra y mar, sin esperanza alguna de escapar, lleno de ansiedad y temor, recurrió a la muerte como remedio de todos los males que Dios acumulaba sobre su cabeza. Pero primero se atracó de comida y bebió hasta la saciedad, en la idea de que era la última vez; y en este estado bebió el veneno. E l estómago Úeno entorpeció la acción, que fue diferida, pero produjo en seguida una maligna debilidad, semejante a la peste, y que prolongó su vida al precio de grandes torturas. Cuando el veneno comenzó a actuar, le quemó las entrañas; el dolor, insoportable, llevó su espíritu a tal grado de furor que, durante cuatro días, presa de la locura, cogía tierra en sus manos para devorarla, como un hambriento. Después, en medio de terribles dolores, golpeando la cabeza contra las paredes, los ojos se le salieron de sus órbitas. Fue entonces, finalmente, cuando, perdida la vista, comenzó a ver a Dios, en medio de sus servidores vestidos de blanco,“ * dispuesto a dictar sentencia contra él. Gritaba como un hombre en el suplicio, y decía que no era él, sino otros, quie nes lo habían hecho; “* después, apurado por los dolores, confesó a Cristo, sin cesar de suplicarle e implorarle que tuviera piedad de él. Así, en medio de llantos semejantes a los de aquellos a quienes puso él en la hoguera,“ * entregó su alma criminal a un género de muerte horroroso. D e mortibus persecutorum, 49.
Conclusión. — Con Lactancio se cierra el primer período de la literatura cristiana, al mismo tiempo que la era de las persecuciones. Él mismo conserva algunos aspectos del cristianismo primitivo, por ejemplo, al esperar el fin del mundo como algo inminente. Pero anuncia también el período de triunfo en que el cristianismo va a convertirse en la religión oficial del Estado, no sin contaminaciones recíprocas de las dos sociedades, pagana y cristiana.
132. Los santos. 133. Habla de las persecuciones que ha ordenado, como un niño que achaca a otros, pero sin precisar, su travesura. 134. Que anuncia las penas del infierno.
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L
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Apuleyo MANUSCRITOS: Derivan todos del único Laurentianus 68, 2 (Florencia, s. xi). ED IC IO N ES: Príncipe: Roma, 1469. — R. Helm-P. Thomas*"* (Teubner, 1908-1931). — De la A pología, con comentario, C. Marchesi (Castello Lapi, 1914); Butler-Owen (Oxford, 1914). — De la A pología y de las Floridas: P. Vallette (Budé, 1924), con trad, franc. — De las M etamórfosis: Adlington-Gaselee (Londres, 1915), con trad, ingl.; Giarratano'Frassinetti (Parama, 1960); D. S. Robertson-Vallette (Budé, 1940-1945). — Parciales, co mentadas: E l Amor y Psyque, por Purser (Londres, 1910); por D. S. Robertson y por E. Neumann (Zurich, 1952); por P. Grimai (Érasme, 1963); libro X I, por Médan (París, 1925). Comentario del 1. I por M. Molt (Groninga, 1940), del 1. II, por B. I. de Jonge (Groninga, 1941); del 1. V, por J. M. H. Fernhout (Groninga, 1949). — Index Apuleianus, por Oldfather-Canter-Perry (Middleton, 1934). ED ICIO N ES ESPAÑOLAS: L as M etamórfosis, M. Olivar, con trad, y com cat., vols. I y II (Barcelona, Bernât Met ge, 1929 y ss.); A polo g ..., M. Olivar, idem (ibid., 1932). TRADUCCIONES: Francesas: completa, por V. Bétolaud 2 (París, 1861); de la A polo gía, de las Floridas y de las M etamórfosis, por Vallette (Budé, 1924-1947). — De las M etamórfosis: alemanas, por A. Rohde (Berlín, 1920); R. Helm (Berlín, 1961); SchmidtJanthur (Berlín, 1924); A. Rode-E. Burck (Hamburgo, 1961); italiana, por F . Martini (Roma, 1927). ESTU D IO S: P. M o n c e a x , A pu lée (París, 1889); E. C o c c h i a , Romanzo e realtà nélla vita e nelVattività letteraria di L u cio Apuleio (Catania, 1915); P. V a l l e t t e , L ’A pologie d ’A pulée (París, 1908); E. M. H a i g h t , Apuleius and his influence (Nueva York, 1927). — M . B e r n h a r d , D er Stil d es Apuleius von M adaura (Tubinga, 1927); P. M é d a n , L a latinité d ’A pulée dans les M étam orphoses (Paris, 1926); P. J u n g h a n n s , D ie Erzählungstechnik von Apuleius’ M etam orphosen und ihrer Vorlage (Philologus, Suppl., Band XXIV, I, 1932); R. H e l m , Apuleius’ Apologia, ein M eisterwerk d er zw eiten Sophistik (Das Altertum, I, 1955).
3. LA ERUDICION Los gramáticos H. K e i l , Grammatici Latini, V II. — Para Aerón y Porfirio, véase más arriba, p. 273, H oracio. — Ediciones: de Censorino, por O. Jahn (Berlín, 1845; reimpr. Amsterdam, 1964); de Solino, por Th. Mommsen* (Berlín, 1895).
Aulo-Gelio MANUSCRITOS: los más antiguos no contienen más que un grupo de libros, o I-V III (Palimpsesto del Vaticano, ¿s. vi?), o IX -X X (mss. de Leyden y del Vaticano, s. x). ED IC IO N ES: Hosius (Teubner, 1903); Rolfe (Londres-Nueva York, 1927-1928), con trad, inglesa; del prefacio y extractos (con comentario), por P. Faider (Mons, 1924, y Lieja, 1927); del 1. I, por M. Hornsby (Dublin, 1936).
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DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS D E LA LITERA TU RA CRISTIANA EDICIONES ESPAÑOLAS: N oches áticas, C. Montserrat, con trad, y com. cat., en vols. I y II (Barcelona, Bernât M etge, 1930 ss.). ESTUD IO S: M o n c e a u x , L es Africains (p. 249-264); D e ^v a u i æ , A. Gellius quatenus philosophiae studuerit (Toulouse, 1891); R o m a n o , L a critica letteraria in Aulo G ellio (Tu rin, 1900); R . M abache, L a critique littéraire d e langue latine... au I I * siècle d e notre ère (Rennes, 1952) y Mots nouveaux et mots archaïques chez Fronton e t A ulu-G elle (Pa ris, 1957). Los ju ristas H u s c h k e - S e c k e l - K ü b l e h , Jurisprudentiae anteiustinianae q u ae supersunt (T eubner; 1908-1927). — Gaïus; ed. Seckel-Kübler * (Teubner, 1928); Poste ‘-Whittuk (1904), con coment, y trad, ingl.; J. Reinach (Budé, 1950), con trad, franc.; M. David-H. L. W . Nelson (Leyden, 1952), con coment, alemán.
4. LA LITERATURA CRISTIANA Chr. M o h r m a n n , Quelques traits caractéristiques du latin d es chrétiens (M iscellanea Mercati, Vaticano, 1946) y L e latin com m un e t le latin d es chrétiens (Vigiliae Christianae, 1947); J. S cH B ijN E N , Charakteristik d es altchrisiUchen Lateins (Nimega, 1932); E . D e k k e r E. G a a b , Clavis Patrum latinorum * (Brujas, 1961). — F . v a n h e r M e e r - C I u:. M o h r m a n n , Atlas d e YAntiquité chrétienne (París-Bruselas, I960).
Tertuliano MANUSCRITOS: el único bueno de verdad es el A gobardinus (París, s. ix). Otros en Montpellier (s. xi) y Sélestat. ED ICIO N ES: Patrologie latine de Migne, t. I y II; Corpus Scriptorum ecclesiasticorum de la Academia de Viena, vol. XX, 1; X LV II; L X IX ; L X X (1890 ss.); Corpus Christia norum Scriptorum latinorum: I, 1 ss., por Dekkers-Borleffs (Turohout, 1953 ss.); — Ad nationes y D e testimonio anim ae: M. Haindenthaller (Paderborn, 1942), con trad, y com. alem.; C. Tibiletti (Turin, 1959), con com.; A d nationes: Borleffs (Leyden, 1929); — Aduersus lu daeos: H. Tränkle (Wiesbaden, 1964); — A pologeticum : Löfstedt (Lund, 1915); Mayor (Cambridge, 1917), con trad. ingl. por Souter y coment.; Souter (Aberdeen, 1926); Waltzing (Budé, 1929), con trad, franc, y Com entaire (Lieja, 1919); C. Becker (Munich, 1962), con trad, y coment, alemán; del mismo: Apol.: W erden und Leistung (Munich, 1954); — Aduersus H erm ogenem , J. H. Waszink (Utrecht, 1956). — Aduersus Praxean: G. Scarpat (Turin, 1959), con trad. ital. — A d Scapulam: A. Quacquarelli (Roma, 1957), con coment. — D e anima: J. H. Waszink (Amsterdam, 1947); — D e baptism o: Rauschen (Bonn, 1915); Borleffs (Leyden, 1921); R. F. Refoulé (Paris, 1952); — D e corona, D e cultu feminarum: Marra * (Parama, 1927 y 1951); — D e fuga: J.-J. Thierry (Amsterdam, 1941), con trad, y coment, holandés; — D e oratione: Muncey (Londres, 1924); C. F. Diercks (Amsterdam, 1947), con coment, holandés; — D e poenitentia, D e Pudicitia: de Labriolle (Paris, 1907), con coment.; Rauschen (Bonn, 1915);— D e poenitentia: Borleffs (Mnemo syne, 1932); — D e pallio: A. Gerlo (Watteren, 1940), con trad, y coment, flamencos; — D e praescriptione haereticorum: de Labriolle (París, 1907), nueva ed. por R. F. Re foulé (1957), con trad, y coment:; Rauschen'-Martin (Bonn, 1930); — D e spectaculis: Boulanger (Estrasburgo-Paris, 1933); E . Castorina (Florencia, 1961). EDICIONES ESPAÑOLAS: A pologético, M. Dolç y F . Sentís, con trad, y com. cat. (Barcelona, B em at M etge, 1960). ESTUD IO S: J . T o r m e l , Tertuüien ( P a r ís , 1905); Ch. G u i c n e b e r t , Tertuüien: étu de sur ses sentiments à Yégard d e YEmpire e t d e la société civile (Paris, 1901); ]. L o r t z , Tertuüian als A pologet (Münster i. W ., 1927-1928); Th. B r a n d t , Tertulliane E thik (Gü-
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Bibliografía tersloh, 1928); B . A x e l s o n , Das Prioritätproblem Tertullian-Minucius Felix (Lund, 1941); D. v a n B e r c h e m , L e D e pallio d e Tert. et le conflit d u Christianisme e t d e ÏE m p ire (Mus. H elveticum , 1944); G. S ä f l u n d , D e pallio un d d ie stilistische Entwicklung Tertuttians (Lund, 1955). — H . H o p p e , D e serm one Tertullianeo quaestiones selectae (Tesis. Marburgo, 1897); Syntax und Stil d es Tertullians (Leipzig, 1903); B eiträge zur S prache und Kritik Tertullians (Lund, 1932); E. L ö f s t e b t , Zur S prache Tertullians (Lund, 1920); S t . W . J. T e e u w e n , Sprachlicher Bedeutungswandel b e i Tertullians (Paderborn, 1926); Chr. M o h r m a n n , Observations sur la langue et le style d e Tertullien (Nuovo Didaskaleion, IV, 1950-1951).
Minucio Félix MANUSCRITO: Parisinus (s. ix) que da el Octavius como V III libro de Arnobio. ED IC IO N ES: M. Pellegrino’ (Paravia, 1963); W altzing* (Teubner, 1926); J. Martin (Bonn, 1930); — Con comentarios: Fahy (Dublin-Belfast, 1919); J. Van Wageningen (Utrecht, 1923); H. von Geisau (Münster, 1927); G. Quispel (Leyden, 1949); J. Beaujeu (Budé, 1964). TRADUCCIONES francesas: W altzing* (Lovaina, 1914); Beaujeu (Budé). ESTU D IO S: J. P. W a l t z i n g , L exicon Minucianum (Lieja-Paris, 1909)___G. B o i s s i e h , L a fin du Paganisme (París, 1891), I, p. 261-290; H. J. B a y l i s , Minicius Felix an d his place am ong th e early fathers on th e latin church (Londres, 1928).
San Cipriano MANUSCRITOS: muy numerosos, y algunos muy antiguos: Seguerianus, TauHnensis, Aurelianensis... (s. vi-vn) para los tratados; de Viena, Troyes, Roma (s. ix-x), Munich (s. xv) para las cartas. ED IC IO N ES: Patrologie latine de Migne, t. IV ; Corpus Script. E ccl. Latinorum de Viena, vol. III, por G. von Hartel (1868-1871)---- D e habitu virginum: Keenan (Wash ington, 1932), con com. y trad, ingl.; — D e im m ortalitate y Carta X : Pauchenne (Lieja, 1930); — D e lapsis: J. Martin (Bonn, 1930); — D e op ere et eleem osynis: E. V. Rebenack (Washington, 1962). — D e unitate E cclesiae: Blakeney (Londres, 1927), con trad, ingl.; P. de Labriolle (Paris, 1942), con trad, y com. franc.; — Cartas: Bayard (Budé, 1925), con trad, franc. E STU D IO S: P. M o n c e a u x , Saint Cyprien, év êq u e d e C arthage (210-2S8) (Paris, 1913); Saint Cyprien et son tem ps (Histoire littéraire d e l’A frique chrétienne, t. II) (Paris, 1902); A. d ’A l è s , L a théologie d e saint C yprien (Paris, 1922); B a y a r d , L e latin d e saint Cyprien (Paris, 1902); M e r k x , Zur Syntax d er Kasus und T em pora in den Traktaten d es hl. Cy prian (Nimega, 1930).
Arnobio MANUSCRITOS: Parisinus (s. ix), que contiene también el Octavius. ED IC IO N ES: Patrologie latine de Migne, t. V; Corpus Script. E ccl. latinorum de Viena, vol. IV, por Reifferscheid (1875); C. Marchesi* (Paravia, 1953). ESTU D IO S: F. G a b a r r o u , A m obe, son œ uvre (París, 1921); L e latin d ’A m obe (Pa rís, 1921); W . K r o l l , Amobiusstudten (Rheinisches M useum, L X X II); E. L ö f s t e d t , Arnobiana (Lund-Leipzig, 1917); H . H a g e n d a h l , L a prose m étriqu e d ’A m obe (Goteburgo, 1937).
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DECADENCIA ANTONINA Y COMIENZOS D E LA LITERA TU RA CRISTIANA
Lactancio MANUSCRITOS: Numerosos, y diferentes según los tratados, desde el siglo vi: Bono niensis (Bolonia), SangaUensis, en Orleáns, etc... E l D e mortibus persecutorum en un Colbertinus de Paris (s. ix). ED ICIO N ES: Patrólogie latine de Migne, t. V I-V II; Corpus Script. E ccl. latinorum de Viena, vol. X IX y XXV II, por Brandt-Laubmann (1890 ss.). — D e m ortibus persecu torum: Pesenti (Paratia, 1922); Slijpen-Van Everdingen (Utrecht, 1925); A. De Regibus (Turin, 1931), con comentario; J. Moreau (Paris, 1954), con trad, y coment.; S. Prete (Bolonia, 1962). ESTUD IO S: R. P ic h ó n , Lactan ce (París, 1901); Th. S t a n g l , Lactantiana (Rheinisches Museum, LXX); G. K u t s c h , In Lactanti D e ira D ei librum quaestiones phü ologicae (Leipzig, 1933).
CAPITULO X
EL RENACIMIENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO
Diocle ciano y Constantino (muerto en 337) habían roto audazmente con las tradiciones latinas, para organizar el Imperio contra el doble peligro de las revoluciones e invasiones; por un lado, la persona de los emperadores se había revestido de un carácter casi divino, y su absolutismo desde ese momento no tenía límites; por otro, se había dividido el Imperio en dos par tes, Oriente y Occidente, cada una de ellas con un jefe, cada una en situación de resolver sus dificultades particulares, cada una dotada de residencias imperiales (Nicomedia y luego Constantinopla, fundada en 330; Milán y luego Rávena), más cercanas a las fronteras, y en mejores condiciones que Roma para el desarrollo de una administración nueva. Desde el punto de vista polí tico, se anunciaba así la división y ruina del vasto conjunto heterogéneo que la conquista romana había constituido. Pero es un hecho que el siglo iv y los comienzos del v marcan un vivo renacimiento de las letras latinas, un autén tico y franco clasicismo: nutrido en el pasado, nacional y humano, actual y lleno de vitalidad. ¿Cómo explicar tal contraste? El prestigio espiritual de Roma. — En principio, la idea de unidad se mantuvo vigorosa; varias veces, en el curso del siglo iv, hay un emperador que se impone como dueño único: Constancio, hijo de Constantino y empe rador en 337, de 353 a 361; Juliano, su sobrino (emperador en 355), de 361 a 363; Teodosio (emperador en 379), de 388 a 395. Sólo a partir de 395, con los hijos dtf Teodosio, Arcadio en Oriente, Honorio en Occidente, los destinos 481
E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO
de las dos partes del Imperio se separaron definitivamente. El símbolo de la unidad es Roma. Y si Roma ha salido perdiendo económicamente, al dejar de ser residencia imperial, ha ganado en cambio espiritualmente: escapa al orientalismo cada vez más exagerado en que se complacían las cortes, la de Constantinopla en particular; se mantiene latina o, mejor dicho, vuelve a serlo. Con ello su prestigio aumenta en las provincias occidentales (Galia, España, Africa) que, adquiriendo cada vez mayor conciencia de su indivi dualidad nacional, sin embargo, no dejan de tener fijos sus ojos en la ciudad que les ha dado su lengua y su civilización: una vez más, el nacionalismo latino se concentra, apoyándose en Occidente. Sobre Oriente, la atracción de Roma es distinta: al quedar, pese a los constantes progresos del cristia nismo, más pagana que las provincias del Este y que las cortes imperiales, representa para muchos espíritus cultivados, el depósito sagrado de todo el pasado, mitología e historia. Se produce un fenómeno inverso al que se observaba en el siglo n: hombres efe raza y habla griegas, como el historiador Amiano Marcelino, el poeta Claudiano, rétores como Hierio de Siria y Paladio de Atenas, se entregan al latín; cinco de los colegas de Ausonio en la Uni versidad de Burdeos eran griegos. Así se explica que sea entonces cuando aparezca el nombre de Romania para designar el Imperio, y que Roma suscite los testimonios de admiración y de afecto más sorprendentes, del egipcio Claucfiano, como del español Prudencio o del galo Rutilio Namaciano: Roma se convertía en la ciudad ideal de las inteligencias, en el momento mismo en que iba a perder la ilusión de ser capital del Imperio. La sociedad. — Por otra parte, Roma aparecía cada vez más aislada en un mundo nuevo. Las crisis del siglo m, guerras civiles e invasiones, lo habían transformado todo, preludiando la Edad Media. De la antigua socie dad, de las viejas familias, fuera de Roma (¡y todavía!) no quedaba casi nada. Debilitadas, medio arruinadas, encerradas en estrechos recintos, muy cristiani zadas ya, las ciudades no se parecían en nada a las amplias urbes municipales de la época antonina. En el campo, que había quedado muy paganizado, los grandes propietarios estaban muy independizados del poder central: pagaban ocos impuestos, vivían en “villas” (que son, al tiempo que viviendas, castios frente a los bárbaros); reinan sobre esclavos o colonos ligados a la tierra, toman cada vez más iniciativas, se les ve convertirse en señores feudales; sin embargo, su ocio les ocupa en la cultura literaria casi tanto como en la caza. Pero en muchos lugares, sobre todo en Occidente y en las regiones fronterizas, bárbaros al servicio del Imperio, francos, burgundos, visigodos, son instalados en tierras, en contacto con los antiguos habitantes; están muy orgullosos de ser “romanizados" así, pero lo que nacen es “barbarizar” a sus vecinos. En contraste, en las cortes imperiales se extiende una suntuosidad muy asiática, inspirada en Persia, poderosa ahora, y que obsesiona las imaginaciones: una multitud de nobles rigurosamente jerarquizados, de funcionarios; policías, servidores imperiales, viven allí en medio de refinamientos y de intrigas de toda especie. Este mundo, pintoresco y confuso, no se proyecta tanto al pa sado como anuncia el porvenir.
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EZ renacimiento constantino-teodosiano
La cultura pagana y el cristianismo. — Durante todo el siglo rx, pudo jensarse, sin embargo, que este mundo tendría tiempo de armonizarse según as formas, desde tan antiguo experimentadas, del espíritu latino: los bárba ros que, por todas partes, presionaban sobre el Imperio, eran mantenidos a raya por emperadores enérgicos. Los hombres cultivados se volvían hacia las enseñanzas de la vieja historia de Roma, que les proporcionaban confianza para el futuro. Un vivo impulso de afecto hacia el clasicismo o, mejor, una justa comprensión de sus fines y de sus medios, manifestábanse entonces, sobre todo en los paganos: el emperador Juliano, Símaco, Nicómaco (prefecto de Roma en 392) y muchos otros que se agrupaban en torno a ellos. Pero también los cristianos, ahora que se reclutaban en masa en las clases elevadas, entienden que poseen el beneficio de toda la antigua cultura clásica, llena de bellezas y que permite dar una forma atractiva a los más altos conceptos: el emperador Juliano creyó hacerles el daño suficiente con su prohibición de enseñar en las escuelas. Este general gusto clásico tuvo consecuencias diversas: muchos autores, prosistas y poetas, volvieron a encontrar una amplitud, una facilidad de len gua y de estilo que podían considerarse perdidas; trataron con predilección, incluso cuando eran cristianos, temas clásicos, o sea, paganos; así hizo Ausonio. Pero otros cristianos se dedicaron a la tarea más difícil de dar a la expresión de su fe, de sus afanes, de su personalidad, una forma pura y a la vez viviente: en san Jerónimo, en san Agustín, las preocupaciones (muy diversas) del estilista, lejos de perjudicar la novedad del pensamiento, le aseguran mayor plenitud. Por este camino llegó el Renacimiento teodosiano a un auténtico clasicismo de creación, no de imitación; porque estos escri tores realizan, por fin, de manera original, la conjunción, tanto tiempo buscada, entre la expresión técnica y la generalización filosófica, entre el ritmo oratorio de la prosa y la poesía del vocabulario. Pero, fuera de estas poderosas individualidades, la fusión entre el arte antiguo y el pensamiento futuro queda aún incompleta, cuando el imperio de Occidente fue inundado por los Dárbaros.
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La poesía y el arte cristianos. — Nacía, sin embargo, la poesía cristiana; r muy pronto determinó su camino a seguir. Pero quizá no fuera esto o mejor. Había entonces para ella ricas posibilidades: al extenderse en úblico, las ceremonias del culto, el canto comunitario de los himnos, nutri os de toda clase de imágenes sacadas de las Escrituras o suscitadas por una sensibilidad muy delicada, se ofrecían a un lirismo nuevo; el arte, salido de las sombras de las catacumbas y que adornaba los santuarios con lujosos ornamentos, mosaicos o pinturas que representaban los símbolos de la fe o el heroísmo de los mártires, dramático y pintoresco, llenaba de imágenes plás ticas el espíritu de todos los fieles y los preparaba para la comprensión de una larga poesía narrativa, a la vez épica y didáctica. El fervor místico se renovó poderosamente en la segunda mitad del siglo iv, haciendo brotar en los conventos, en la vida ascética, una multitud de seres selectos; a falta de martirios, el sacrificio voluntario de los placeres mundanos renovaba en alguna manera el heroísmo apasionado de los primeros cristianos. Faltó sólo
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO
que los poetas intentaran romper con la lengua o, al menos, con las fórmulas clásicas, para acercarse más a la sensibilidad de la mayoría: las obras de Prudencio, las de Paulino de Ñola incluso, buscan más que nada probar a los clasicizantes depurados que el cristianismo puede acomodarse a los giros de Virgilio, Horacio o Estacio, e incluso mejorarlos. El cristianismo romano. — Quizás hubiera necesitado más tiempo esta poesía para adquirir plena originalidad. Pero el espíritu latino había impreso ya su marca indeleble sobre el cristianismo de Occidente: entre el edicto de tolerancia de 313 y la proscripción del paganismo por Teodosio (391-392), se vio claro quién debía salvaguardar para el mundo futuro la herencia esencial del pasado. El trazado político primero: el episcopado, establecido en la estructura del imperio, se na acostumbrado, por así decir, a la nece sidad de administración y de representación oficial, mirando hacia Roma, pero con absoluta particularización en cada provincia. Y, sobre todo, las tendencias espirituales: el cristianismo occidental, más que el de Oriente, posee el sentido romano del orden, de la organización, de la unidad; en materia de fe, para él es fundamento de autoridad, y ésta, como en otro tiempo la “majestad” del Estado, tiene algo de absoluto e inquebrantable; en materia social, la Iglesia impone su moral con la misma seguridad que antes se afirmaba la mos maiorum (tradición moral) y trata de darle un alcance político: se vio con san Ambrosio. Su carácter es también muy roma no: el cristianismo occidental no se pierde en vanas discusiones dogmáticas, como el de Oriente; trabaja con energía para fines realistas: san Hilario no deja en paz al arrianismo hasta que lo expulsa de la Galia; san Martín es un buen ejemplo de pionero de la fe, al ir, sin descanso ni distracción, hacia la meta que se ha fijado. La catástrofe. — Los acontecimientos se encargaron de revelar la gran deza de estas virtudes que pueden parecer vulgares. Tras la muerte de Teodosio (395), el malestar y luego la angustia, se apoderaron del mundo romano que, sobrecargado de impuestos y presionado por los bárbaros, no acababa de reconstruir su unidad moral. Uno de los dos últimos grandes defensores de Occidente, Estilicón, se esforzó por regir la política de Oriente: Honorio lo mandó matar en 408. Y, en 410, el visigodo Alarico tomó y saqueó Roma en medio del estupor universal. Ya desde el 406 los bárbaros se des plegaron sobre Galia y España. La agonía de Occidente, sin embargo, se prolongaba: en 451, la espantosa invasión de los hunos todavía pudo ser detenida por Aedo, cerca de Troyes. Pero esto era el final: en 456, Roma volvió a ser tomada, esta vez por Genserico, rey de los vándalos; en 476 no había ya, en las antiguas provincias de Occidente, sino reinos bárbaros. Así que, en medio de estas catástrofes, el firme realismo de la Iglesia occidental anticipó, al menos en cada provincia, una dislocación definitiva; asimismo, mantuvo para los siglos venideros la idea de unidad; moral y socialmente, pudo reservarse la dirección de las almas. Además, pese al poco tiempo transcurrido desde que, libre de inquietudes, el cristianismo había podido tomar conciencia de ser heredero necesario del pensamiento antiguo, se 484
La prosa: los géneros tradicional* *
hizo, principalmente gracias a él, más universal y supo salvaguardar entro los bárbaros lo esencial del patrimonio literario latino.
1.
La prosa: los géneros tradicionales
Es entre los reinados de Diocleciano y Constantino cuando comienza a manifestarse, con el sentimiento de un retomo al orden, una neta voluntad de enlazar con el clasicismo de la época de Trajano: Plinio el Joven principal mente, pero también Tácito y Juvenal, son, en efecto, los modelos cuya influencia se advierte mejor en la prosa pagana del siglo iv, cuando ya su esfuerzo parecía haberse perdido a lo largo de casi doscientos años, en el curso de la expansión, menos romana que imperial, que había favorecido la dinastía antonina, y de las crisis políticas y civiles que habían seguido.
Los “ Panegíricos” . — El primer testimonio es el gru po de discursos pomposos o Panegíricos, hábilmente compuestos por rétores g^los —Eumenio en particular— en honor de Maxi miano, Constancio Cloro y su hijo Constantino (son nueve en total); luego, poco más tarde, en honor de Juliano y Teodosio. La Galia, muy castigada en el siglo ni, había afirmado su personalidad por entonces: sus escuelas, de Marsella, Autun, Burdeos, Tréveris, eran las más célebres; en fin, estaba muy ligada a Constancio, a Constantino, posteriormente a Juliano, que la defendieron enérgicamente contra los germanos y aliviaron sus cargas. Ade más, estos discursos no son tan sólo unas piezas de oratoria convencional, de espíritu gubernamental y cortesano; ni unas imitaciones elegantes y de len gua pura, sin demasiado color, del Panegírico de Plinio (que en la colección figura en primer lugar); contienen páginas de un tono auténtico, e incluso conmovedor.
LA ORATORIA
Constantino y la Galia devastada [Agradecimiento llevado a Tréveris (capital política de las Galias) en 311 o 312, por un noble de Autun, cuando Constantino (entonces emperador de Occi dente con Majenoio, acababa de exonerarles de una parte de los impuestos. — Tensión oratoria constante dando a todos los hechos una apariencia excepcio nal. — Pero realjsmo territorial y precisión de sentimientos, que evocan el país, los hechos e incluso las almas con una verdad sobrecogedora. — Patriotismo romano y local.] ¿Para qué hablar de otras ciudades de esta región que — vosotros mismos lo habéis confesado— , os llenaron de lágrimas? Ante vuestros ojos no se os aparecen, como en otros lugares, campos en su mayoría cultivados todos, despejados, florecientes, de accesos fáci les, caminos, ríos navegables hasta las puertas mismas de las ciudades; desde el codo
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO donde arranca el camino de Bélgica,1 todo era devastación ante vosotros, terrenos baldíos abandonados, mudos, tenebrosos; * existía la calzada militar, pero llena de baches, plagada de cuestas y bajadas, tales que no se podía hacer pasar por ella más que carros a medio llenar, y a veces sólo vacíos. Esto es lo que con frecuencia hace retardar nuestras pres taciones: nos tropezamos con muchas dificultades para transportar pocas mercancías que otros no tienen para transportar muchas.* Tanto más, Im perator,* agradeceremos vuestras bondades: porque, al ver tantas dificultades y tantos hombres en los caminos y el aspecto de nuestras regiones, no os habéis desviado de nosotros, consintiendo iluminar con vues tra presencia esta ciudad,5 a la que sólo la esperanza en vuestra ayuda la mantenía viva. Es bondad en un príncipe complacerse ante el espectáculo de bienestar de los suyos; pero mayor bondad es la de querer visitarles incluso en sus sufrimientos. (Buen OiosI (Qué día aquel cuando — primer presagio de salvación para nosotros— las puertas de la ciudad se abrieron por sí mismas * ante vos, atrayéndoos hacia su pórtico arruinado entre sus dos torres, como para mejor abrazaros! Fue ésta una sorpresa para vos, Im perator, al ver dirigirse a vuestro encuentro de todas partes una semejante multitud, cuando desde la colina cercana no habíais visto sino soledad. Es que desde los campos, todos habían acudido, sin excepción de edad, para ver a quien ellos tendrían el honor de prolongar la vida más allá de las suyas. Porque unas fórmulas solemnes piden para todos nuestros príncipes la prolongación de sus días, sois el único, Constantino, a quien podemos prometer con certeza un destino más perdu rable que el de cada uno de nosotros, tanto como os es debido en propiedad.' |Poderosa es la explosión de la alegría después de tantos años de inquietudes y tristezas! E l júbilo prendió en nosotros hasta el punto de exceder a nuestras fuerzas: como exaltados por el presentimiento de la felicidad, os hemos recibido con una alegría que parecía agradeceros vuestras bondades futuras. Habíamos engalanado las calles que conducen al palacio, mo destamente, sin duda: pero habíamos sacado los emblemas de todas las corporaciones, las imágenes de todos los dioses, habíamos [reclutado] un pequeño número de músicos a los que se hacía volver por unas callejas de atrás para presentároslos con más frecuencia. Se nos hubiera creído ricos, a juzgar por las apariencias creadas por nuestro celo. Pero, si bien pudimos disimularla, nuestra miseria no puede escapar a vuestra bienhechora pe netración: habéis presentido, en nuestro homenaje, el vano esfuerzo de una extrema po breza que quería obrar bien. Panegíricos, V III, 7-8.
Símaco (345-405). — Q. Aurelio Símaco, prefecto de Roma en 384, cón sul en 391, es de familia rica e ilustre, pagano tolerante, de los más culti vados, de la más refinada cortesía, que cuidaba mucho. Demasiado, sin duda: ni espontaneidad, ni sentimientos vigorosos, ni riqueza de pensamiento pres tan a sus escritos un valor muy original. Sus contemporáneos tenían, sin embargo, un concepto muy elevado de su gusto y elocuencia. Sus Cartas, distribuidas en diez libros como ías de Plinio, son áridas, sin temperamento ai animación; apenas se supone, en algunas fórmulas, el calor íntimo de su patriotismo y de su perspicacia, un poco melancólica, frente a los graves problemas que se planteaban entonces al Imperio. Entre los
1. Parte noroeste de la Galia. 2. Autun había sido arruinada y su región devastada, hacia 270, por los levantamientos militares y tal vez por los movimientos de campesinos. 3. Excusa hábilmente introducida de paso. 4. Título m ilita r antaño pero equivalente, en esta (echa, de "soberano” . 5. Augustodonum (Autun), ciudad principal de los eduos (Borgoña). 6. Muchas subsisten aún. 7. Constantino no rebasaba en mucho los 24 afios; en una medalla de 303-306 lleva el titulo oficial de “Prindp· de la juventud"
La prosa: los géneros tradicionales
“informes oficiales” (Relaciones), que compuso como prefecto de Roma, el más sentido es el que dirigió, en nombre del Senado a Valentiniano II y a Teodosio para defender la tradición pagana y pedir, en particular, el resta blecimiento en la sala de sesiones de la estatua y el altar de la Victoria, cons truido dos años atrás por orden del emperador Graciano; esta defensa, que establece una relación estrecha entre el culto pagano y la grandeza de Roma desde sus orígenes, inquietó a los cristianos: san Ambrosio y Prudencio le replicaron con viveza; pero no lograron nada. Los fragmentos que nos que dan de sus Discursos se relacionan con la elocuencia pomposa de los Pa
negíricos. Símaco conoce todos los resortes de la oratoria clásica; pero se sirve de ellos de una forma mezquina, con los escrúpulos de una persona delicada que ha leído demasiado, y se encuentra obstaculizada por sus recuerdos literarios. Su prosa está ritmada con mucho cuidado y delicada armonía, pero sin soltura. Preocupaciones patrióticas
Símaco a Agorio Pretextato.6 Estaba decidido a quedarme todavía en el campo. Pero, conociendo las pruebas por las que pasa la patria, he cambiado mis proyectos; los males públicos empañan, creo yo, mi tranquilidad. Y además, la administración pontifical exige mis cuidados en estos mo mentos en que me corresponde entrar en funciones.* Porque yo no tengo corazón para, cuando los sacerdotes son tan negligentes, hacerme reemplazar por un colega. Era muy sencillo en otros tiempos delegar en otro los servicios a los dioses; pero hoy día desertar de los altares, en Roma, es una manera de abrirse camino en la corte.10 Y tú ¿hasta cuando te retendrá la Etruria? Empezaremos a condolemos de nosotros al verte durante tanto tiempo descuidar a nuestros conciudadanos.11 Sin duda la vida en el campo es más dulce: pero no se puede gozar del ocio cuando se teme por los suyos, lejos de ellos. Salud. Cartas, I, 51. Hay que salvaguardar el paganismo [Informe dirigido a los emperadores Valentiniano II y Teodosio en 384, por Símaco, siendo “Prefecto de Roma” . — Se respira su formación retórioa, en especial en la “prosopopeya” (Roma, personificada, tomando la palabra); pero una extremada aridez en el desarrollo, no permite en ninguna idea alcanzar grandeza oratoria: de ahí, una división fatigosa. — Paganismo tolerante, fiel a la vez a la antigua concepción religiosa romana y filosófica. — Ferviente pa triotismo.] Constantino tenía otra religión,“ pero conservó la del Imperio. Pues cada uno tiene su costumbre, cada uno su rito. La Inteligencia Divina ha dado como salvaguardia a las ciudades unos cultos diferentes: como las almas a los niños que nacen, así son impartidos a los pueblos los Genios a los que se liga su destino. Sumadle las ganancias: nada acerca
8. Filósofo deísta, de doctrina muy depurada. Θ. Los pontífices formaban un “colegio” , que ejercía la alta supervisión sobre el conjunto de la religión pagana: este cargo es asumido por sus miembros, en nombre del colegio, en tumo de rotación. 10. Hasta tal punto se mostraba favorable la corte imperial a los progresos del cristia nismo: en cien años, cambiará totalmente la situación a su favor. 11. Los habitantes de Roma. 12. Era cristiano (aunque arriano, como Valentiniano II).
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIÁNO tanto a los dioses con el hombre.“ Porque, siendo posible toda prueba, ¿qué medio más directo de conocer los poderes divinos que las lecciones de historia y el recuerdo de las prosperidades?“ Y, si es verdad que el tiempo acrecienta la autoridad de las religiones, hay que preservar una fe milenaria y seguir a nuestros mayores, los cuales sólo han ga nado al seguir a los suyos. Imaginémonos a Roma, erguida aquí junto a nosotros, y dirigiéndonos estas palabras: “Vosotros, los mejores de entre los príncipes, padres de la patria, honrad estos siglos de vida que una santa religión me proporcionó. Dejadme practicar los ritos de los antepa sados: No tengo de qué arrepentirme. Dejadme vivir a mi modo: ¡pues yo soy libre! “ Éste es el culto que ha subyugado el universo bajo mis leyes; que ha alejado a Aníbal de mis murallas,“ y a los Senones del Capitolio.” ¿He sido salvada para ser expuesta a la burla en mi vejez? No es el momento de inquirir cuáles son estas novedades“ que han querido implantar. Mas para gobernar mi vejez, es ya tarde — sin contar con la inmo ralidad". Imploremos también la paz para los dioses de nuestros padres; para los dioses indí genas.” Es justo creer en la unidad de las piedades.10 Contemplemos los propios astros; el cielo nos es común; un mismo universo nos envuelve. ¿Qué importa para aquella sabiduría que cada uno llegue a la verdad? Es imposible que un solo camino conduzca a un mis terio tan sublime. Relationes, III, 7-10.
Los autores de resúmenes. — E l renacimiento de la his toria fue más firme, pero más lento. Bajo Valente (364378) aún florecían los autores de resúmenes. Uno de ellos, E u t r o p io , es un hombre de cierto talento. Su resumen en diez libros de la historia romana es hábil e imparcial, con un lenguaje puro. También fue resumida por R u f io (o R o t o ) F e s t o . Durante la misma época, J u l io O bseq u en s recogía los prodigios anotados por Tito Livio ¡y no sobre el texto del historiador, sino sobre su Epitome !
LA HISTORIA
Aurelio Víctor. — Existe otro compendiador, Sexto Aurelio Víctor, quien, en 360, daba término a un libro sobre los emperadores (Caesares). Tiene algu nos aspectos de historiador: armonizan las biografías que le sirven de fuentes, procurando sacar los hechos esenciales; por su estilo, se inspira en Salustio y Tácito. Tuvo bastante éxito como para dedicarse a continuar su obra hasta la muerte de Teodosio (pero nosotros no tenemos más que un resumen o Epitome), y para suscitar dos compilaciones complementarias sobre el período real y la República (Origo gentis Romanae y De viris illustribus).
13. Las religiones paganas eran propias de cada pueblo, no universalistas como el cris tianismo. 14. Los dioses paganos se manifiestan en sus beneficios, mientras que la Providencia cris tiana puede manifestarse incluso en sus castigos. 15. Orgullosa ficción, que se remonta a la apologia histórica de la Boma republicana. 16. Aníbal había llegado hasta las puertas de Roma (en 211 a. C.). 17. Los galos, dueños de Boma, no habían podido conquistar el Capitolio (390 a. C.). 18. Esta expresión desdeñosa alude al cristianismo (que los teóricos cristianos tratan de demostrar, en esas fechas, remontándose, por la Biblia, hasta los orígenes del mundo). 19. "Del país mismo.” 20. Idea filosófica, admitida entonces ya en muchos cultos paganos.
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Amiano Marcelino
La historia romana vuelve a recobrar a finales de siglo toda su grandeza, separada de la bio grafía anecdótica y de los compendios, merced a un griego de Antioquía: Amiano Marcelino. Se impone la tarea de conti nuar a Tácito. Sus trece primeros libros, que llevaban al lector desde el reina do de Nerva (96) hasta el 353, se han perdido; los libros XIV-XXXI relatan con gran detalle los hechos (desde el 353 a 378: fecha de la muerte de Valente) de los cuales Amiano fue testigo.
AMIANO MARCELINO Hacia el 330-400
El hombre. — Estos libros nos revelan al hombre, un oficial activo y re flexivo, realista, empapado de la grandeza de Roma en los campos de batalla, asqueado de las intrigas y crueldades de la Corte. Toda una parte de su obra está compuesta con recuerdos e impresiones personales, de una frescura de líneas y una lucidez asombrosas, qúe dan la imagen más viva de los ambien tes romanos, principalmente militares, del siglo iv. Impresiones de guerra [Sapor, rey de los persas, ha invadido bruscamente Mesopotamia, franqueando el Tigris (359). — Impresiones revividas en toda su vivacidad primera. — Mo vimiento rápido, que evoca la fisionomía general de las guerras contra los persas, y donde las reacciones y gestos aparecen como espontáneos. — Pintura de un hombre por si mismo (como en una novela de aventuras) sin timidez ni jactancia.] I. Ursicino ” s e escap a d e N isibe n Se aceleraba la defensa de la ciudad, cuándo el humo y el abundante fuego, que se propagaba sin cesar entre el Tigris y Nisibe, por Castra Maurorum Sisara y las localidades vecinas, mostraron a las claras que las partidas devastadoras del enemigo habían franquea do el río. Así, temiendo que los caminos no fuesen ocupados, salimos lo más a prisa posi ble.” A la segunda milla,“ nos encontramos llorando en medio del camino a un hermoso niño de unos ocho años, con un collar; decía “que era de noble familia; que su madre, asustada por la proximidad del enemigo, había huido, y, en su confusión y enloqueci miento, le había dejado solo” . A la orden del general, enternecido de piedad, lo tomo y lo vuelvo a llevar a la ciudad; pero ya cerca de las murallas, los veloces persas saqueaban por todas partes, y temía que me dejase encerrar. Dejé al niño detrás de una poterna aún entreabierta; y, a galope tendido, perdiendo el aliento, partí a reunirme con los nuestros. Poco faltó para que me cogieran prisionero; un tribuno,® llamado Abdigido, huía con su asistente, perseguido por un escuadrón enemigo; logró escapar, pero el esclavo fue pren dido; pasé entonces yo como una flecha; los enemigos, tras preguntar a su prisionero el nombre del jefe que acababa de salir de la ciudad, y una vez que se enteraron de que se trataba de Ursicino, que había entrado en ella hacía poco tiempo y que ocupaba el monte Izala, lo mataron, y luego, en pelotón, se volvieron a perseguimos a nosotros sin descanso. La velocidad de mi caballo me permitió tomar la delantera. Cerca de Amudís, pequeño fortín en malas condiciones, veo unos caballos pastar al azar y los nuestros que, echados, reposaban con seguridad. Levanté los brazos tanto cuanto pude, agitando los
21·. General enérgico, apreciado por Amiano. 22. Gran plaza romana, al oeste del Tigris. 23. Pues es preciso defender el campo contra los persas, muy móviles, y hace falta un jefe, pues el mando romano estaba entonces muy desorganizado. 24. Alrededor de 3 kilómetros. 25. Oficial superior.
E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO pliegues de mi saya“ que había enrollado alrededor de mi puño para hacerles seña (era éste el procedimiento acostumbrado) de que el enemigo se acercaba; y habiéndolos reunido me alejé con ellos, a pesar del cansancio de mi caballo. Para nuestra desgracia, había luna llena e íbamos a través d e una llanura lisa y despoblada, incapaz de ofrecemos un escon drijo en caso de peligro inmediato, donde no había ni árboles ni matorrales, sólo unas hierbas cortas en lontananza.” Se ideó colocar bien atada, como para que no se cayese, una lámpara en el lomo de un caballo, al cual abandonamos a su suerte después de haberle echado por la izquierda, mientras nos volvíamos nosotros hacia la derecha, hacia las pri meras avanzadas de la montaña: ” pensábamos que los persas, imaginándose que veían la antorcha" con la que nuestro general iluminaba nuestra prudente marcha, se inclinarían por el lado de la luz. A no ser por esta precaución, hubiésemos sido envueltos y apresados por el enemigo. X V III, 6, 9-15. II. Amiano s e encierra en Am ida * Al separarme de mis camardas, examino lo que tengo que hacer. Veo a Vereniano, protector doméstico” como yo, con el muslo atravesado por una flecha; en tanto que a petición suya, intento arrancársela, los persas nos rodean y pasan por todas partes. Entonces emprendo a correr, sin darme respiro, hacia la ciudad muy escarpada, por el lado en que los enemigos nos perseguían: una sola rampa, muy estrecha, conducía allí, cavada en la roca, e incluso más estrecha aún a causa de unas espigas de manipos tería. Mezclados con los persas que corrían por la escalada a nuestra misma velocidad, nos quedamos allí hasta el día siguiente, de pie, inmóviles y tan apretados como los cadáveres que, sostenidos por la muchedumbre, no encuentran por ninguna parte donde caer: delante de mí, un soldado, con la cabeza hendida y separada en dos partes iguales por un espadazo, quedaba en pie como una estaca, sostenido por todos lados. Y toda clase de máquinas de guerra lanzaban una lluvia de dardos desde lo alto de las murallas, y estábamos tan cerca de ellas, que no teníamos nada que temer. Habiendo penetrado den tro por fin por una poterna, encontré la ciudad llena de una inmensa multitud de lós dos sexos, venida de toda la vecindad. Pues precisamente por estas fechas se celebraba en los arrabales la gran feria foránea anual que hacía afluir hasta allí desde todas partes una multitud de paisanos. No había más que confusión y voces discordantes: unos lloraban la pérdida de los suyos; los heridos, gritaban al verse morir; muchos llamaban a sus seres queridos, a los que no podían ver en medio de la multitud. X V III, 8, 11.
La inteligencia de Amiano es muy viva. Su curiosidad la iguala: ha adqui rido los conocimientos más diversos y precisos; los expone gustoso; antigüe dades, geografía, balística, medicina, astronomía... Pero no se ve agobiado por ellos. Juzga con personalidad los hombres y los hechos, con frecuencia de una manera mordaz; pero, cuando se trata de los emperadores o de los grandes intereses del Estado, lo hace con la más elevada imparcialidad: reco noce los méritos de Constancio, de quien no es partidario, las debilidades de Juliano, que es su héroe; siendo pagano, de una religión por otra parte vaga y etérea, no manifiesta ni odio ni aprobación a la conducta de los cristianos 26. Vestido galo de sobretodo, usado en el ejército. 27. Nótese la precisión y la sobriedad evocadora del pasaje. 28. Los primeros refuerzos. 29. Amiano dice “la tea untada en sebo’’ . 30. Plaza romana muy fuerte en el alto Tigris: Sapor la tomó, mas después de un sitio encarnizado, que lo agotó. 31. Los “protectores domésticos” , todos con el rango de oficial, formaban la guardia montada del emperador.
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sinceros. Esta extraña serenidad la debe sin duda a su espíritu científico, pero también a su patriotismo realista, que pone como primer plano de sus preocupaciones la unidad y la integridad del Imperio. Su concepción de la historia. — Amiano imita abiertamente a Tácito; pero además, la dualidad guerra-intrigas interiores es el tema habitual de los historiadores antiguos. Da a las digresiones, de todo orden, pero principal mente a las geográficas y etnográficas, una importancia totalmente nueva; cada libro está dotado de ellas y aporta un sentido notable de las diversi dades, exteriores y psicológicas: la historia gana así en amplitud y variedad de colores; tiende a volverse universal, y al mismo tiempo a dar el cuadro de toda la actividad y de toda la mentalidad de los pueblos en un período dado. Los discursos son en Amiano más frecuentes y más desarrollados que en Tácito. Las descripciones, de un tono pictórico más consistente y más sólido. La preocupación moral, igual: pero el pesimismo, menos constante, aparece más matizado; su expresión plástica, al contrario, realzada con todos los colo res de Juvenal, es más brutal. Hay en Amiano unas páginas de pura sátira, cercanas a las virulentas invectivas de Claudiano, que, con voluntad histórica, lo deja todo mucho más imparcial. El populacho de Boma En cuanto al populacho que no tiene ni hogar ni lugar, unos pasan la noche en los lupanares, algunos otros al abrigo de las colgaduras con las que el edil Catulo cubrió el primer teatro para imitar el lujo sibarita de los campanienses; o se entregan con apasio namiento a los juegos de dados, reteniendo su respiración con un grosero ronquido de la nariz para luego echarlo con ruido; ** o bien (ésta es la más seria de sus ocupaciones), desde el clarear del día hasta la noche, bajo el sol o la lluvia, discutir hasta la saciedad, hasta el detalle más pequeño, de los méritos o las debilidades de los cocheros y de los caballos. ¡Extrañeza sin nombre la de ver una plebe innumerable, en una especie de fiebre, pendiente de los resultados de una carrera de carros! XIV, 6, 25.
Mercurio, el “ conde de los sueños” Mercurio era llamado el “conde” de los sueños” porque, como un perro rabioso que mueve humildemente la cola, deseando morder a todo el mundo, no cesa de insinuarse en los festines y las reuniones, acechando si, en la intimidad, cualquiera cuenta lo que él ha visto en su sueño, en el momento en que los instintos naturales quedan con mayor facilidad sueltos. Entonces, recargando el relato con los más negros colores, lo susurra al oído, siempre abierto, del Emperador; y esto es suficiente para que un hombre vea caer sobre sí el peso de una acusación de la cual corre el riesgo de no poderse liberar. Se le conoce, la fama aumenta el peligro: nadie habla jamás de sus sueños; apenas si se le confiesa haber dormido, y esto en presencia de extranjeros; y en verdad, quienes alar deaban de erudición, lamentaban no haber nacido en la Atlántida,“ donde, según dicen, los sueños no existen: yo dejo en manos de los más sabios la explicación de este suceso tan raro. XV, 3, 5. 32. Nótese cómo el anhelo de exactitud descriptiva lleva a Amiano a recargar las ex presiones. 33. Uno de los nuevos títulos romanos (propiamente “compañero” del emperador), que pasarán a la Edad Media. 34. Continente misterioso que los griegos pretendían que se había sumergido de pronto en las aguas del Océano.
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Unidad espiritual. — Aplicada al relato de un período contemporáneo y bastante oscura por sí misma, esta combinación de cualidades originales espontáneas y de procesos literarios deseados no se desarrolla siempre sin desigualdades y aun con confusión; por muy inteligente que sea Amiano, no está siempre proporcionada su narración a la importancia real de los aconte cimientos. Su imparcialidad y su poderoso sentido de la vida, salvan el efecto general. Mas la admiración que siente por Roma sobre todo, la confianza en su futuro, le aseguran la unidad; y, en él, son éstas efusiones sentimentales solamente, como en muchos de sus contemporáneos: ésta es la idea maestra razonada de un hombre de acción, que sin embargo no se hace ninguna ilu sión sobre las realidades. Entrada de Constancio en Boma [En 356, Constancio II vino a Roma, donde ningún otro emperador había entrado desde hacía cuarenta años. — Narración en efecto muy cuidadosamente compuesta, de un color pictórico muy elaborado que envuelve intenciones mo rales (juicio sobre Constancio; ironías de Ormizda). — Contraste deseado entre el lujo oriental, pero pasajero, del cortejo, y la grandeza permanente de Roma. — Patriotismo romano sincero, pero enfático.] Como si quisiera espantar al Êufrates o al Rhin “ con el aspecto de sus armas, Cons tancio iba precedido de batallones que avanzaban en columna de a dos; él mismo iba sentado, solo, en un carro dorado en el que resplandecía el brillo de las piedras preciosas, y cuyo centelleo parecía responder a la luz del día, mezclándose con ella; a su alrededor, tras los que le precedían, se desplegaban los dragones " bordados en púrpura," llevados en alto con las puntas de las picas incrustadas en oro y pedrería: el aire, hendiéndose por sus fauces abiertas, les hacía como silbar de cólera, mientras que las curvas de sus colas ondulaban al viento. Aparte y por otro lugar, marchaba una fila de soldados con el escudo, el casco reflejando la luz sobre su radiante penacho, con la coraza toda brillante; y a intervalos, los caballeros acorazados," que con frecuencia se les llama clinabaros, todos cubiertos y revestidos de hierro, que se hubiera dicho que no eran hombres, sino estatuas pulidas por la mano de Praxiteles: “ un tejido de finas mallas de metal, que se ajustaba a la flexibilidad del cuerpo, les cubría de la cabeza a los pies, si bien a cada gesto, la armadura se plegaba según convenía a las articulaciones. Recibido con clamores de una buena acogida, Augusto no tembló ni por un instante ante los gritos y las trompetas, tan inmóvil como se mostraba en sus provincias." Se veía obligado, aunque era pequeño, a agacharse al pasar bajo las altas puertas; pero con el cuello como en una argolla, con la mirada intensamente fija hacia adelante, no inclinaba su vista ni a derecha ni izquierda; avanzaba como una estatua: sin moverse con las sacu didas, sin escupir ni limpiarse o tocarse la nariz ni la boca, sin mover la mano ni una sola vez. Era una afectación; pero había quienes, junto con otros indicios notables de su vida privada, descubrían en él una maestría y una resistencia poco comunes, o, por mejor decirlo, únicas. También he dicho además, que, durante todo su reinado, no admitió jamás a nadie junto a sí en su cairo, que no unió a ningún particular como colega en el consulado, como lo hicieron los otros príncipes consagrados, y otras muchas fantasías de orgullo extremado que observó rigurosamente como si de las leyes más justas se tratasen.
35. 36. 37. 38. 39. ninguna 40. gado en
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Las dos fronteras más amenazadas: por los persas y por los germanos. Insignia imperial. La púrpura estaba entonces reservada a los emperadores y a su familia. Acofazados (como los caballeros del siglo xm); la palabra “clinabaro” es persa. Erudición aproximativa : el gran escultor griego Praxiteles (siglo rv a. C.) no hizo estatua de caballero, ni, mucho menos, acorazado. En Oriente, Constancio era el único “Augusto” (primer emperador); pero había dele la Galia, como "César” (segundo emperador) a su primo Juliano.
Amiano Marcelino Por fin entró en Roma, hogar del Imperio y de todas las virtudes. Cuando hubo llegado al Rostral," y a la vista del Foro, santuario del antiguo poderío, quedó sobrecogido; a donde quiera que dirigía la mirada, las maravillas le asediaban en gran número. Des pués de una alocución a la nobleza en la Curia," y otra al pueblo desde lo alto de su tribuna, se retiró al palacio en medio de las aclamaciones que se multiplicaban. Saboreaba una alegría durante largo tiempo deseada; y haciendo varias veces algunos juegos ecues tres, se complacía al ver los ímpetus de la plebe que, sin obligación, supo renunciar a su libertad nativa,“ al mismo tiempo que el príncipe guardaba también una justa medida (entre la dignidad y la simpatía): No imponía él, como en otras ciudades, su fantasía como límite de las pruebas, sino, según la costumbre, dejaba decidir a las circunstancias diversas. Después, recorrió todos los barrios de la ciudad, en los valles y sobre las siete colinas, y asimismo los arrabales; a cada vista nueva, creía no poder contemplar algo más bello: el templo de Júpiter Tarpeyo," tan maravilloso, que representa la superioridad de las cosas divinas sobre las humanas; las termas“ tan alargadas como las de las provincias; la mole del Anfiteatro “ de travertino " indestructible, hasta el punto que la mirada del hombre teme llegar; allí el Panteón “ con su techo abovedado en forma de esfera celeste; y estas columnas gigantescas " en cuya altura se puede subir, y que llevan la imagen de los cónsules y de los príncipes de otros tiempos; y el templo de Roma, y el Foro de la Paz,“ y el teatro de Pompeyo, y el Estadio, y todos los otros esplendores de la Ciudad Eterna. Mas, cuando llegaba al Foro de Trajano, construcción única en el mundo, según creo, y a la que el propio Cielo debe ofrecer el homenaje de su admi ración, quedó estupefacto, interesándose a menudo con atención en la armonía de estos edificios gigantes que desafían toda descripción y desalientan al esfuerzo humano. Per diendo toda esperanza de abarcar tanta grandeza, decía que quería y podía contentarse con imitar la estatua ecuestre de Trajano que se erige en medio de la plaza. Detrás de él, un príncipe de la casa real de Persia que, según hemos dicho, había buscado refugio junto a él, Onnizda, respondió con la agudeza de su raza: “Comenzad, Señor, por hacer construir una cuadra de este tamaño, si queréis hacerlo bien: para que el ca ballo que proyectáis esté tan bien alojado como éste.” Lo mismo que, cuando se le preguntaba que qué le parecía Roma, respondió: “Lo que no me gusta es que se muera aquí igual como allá” .61 XVI, 10, 6-16.
Lengua y estilo. — Amiano es un escritor muy complicado y difícil. El la tín no era su lengua natal: ello se deja notar. Pero, no contento con utilizar a los mejores, ha querido sacar efectos nuevos, hacerle volver hasta en los matices más sutiles, toda la variedad de sus impresiones; la imitación de Tácito sirve de marco al conjunto. Se trata pues de un estilo fabricado, no natural, a veces cercano al embrollo; pero capaz también, llegada la ocasión, de una energía y de un color poco comunes.52
41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52. de arte presente
L a tribuna de los discursos. Lugar de reunión del Senado. Roma tenía siempre fama de gustar de las libertades. Sobre el Capitolio. Establecim ientos de baños públicos. E l Coliseo o Anfiteatro FlaviO. Piedra de construcción de los alrededores de Roma. Inmensa sala con cúpula, construida por Adriano. Las columnas esculpidas, como las de Trajano, Antonino, M arco Aurelio, etc. O de Vespasiano. L a higiene era deplorable y la mortalidad enorme en Roma. Por los mismos afios, sin duda, V e g e c i o (Flavio Vegecio Renato) escribió un “Resumen m ilitar“ (Epitoma rei militaris) en 4 libros, que pretende remediar la decadencia del siguiendo los ejemplos del pasado.
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LA ERUDICIÓN El renacimiento literario está acompañado en el siglo iv de un nuevo fervor por los estudios de los “antiguos”: de esta época datan muchas obras maestras de la erudición romana. Gramáticos y comentaristas. — La gramática propiamente dicha está representada por Elio Donato; posteriormente, por C arisio y D iomedes . Pero la explicación de los antiguos autores debe mucho principalmente al Léxico (Compendiosa doctrina) de N onio M abcelo , a los comentarios sobre Terencio de E vantio y de E u o D onato, bajo Constantino; al célebre comentario de Virgilio por Servio H onorato , bajo Teodosio. La revisión y edición de los textos clasicos eran motivo de preocupación también para los hombres de alto rango: los N icómacos F lavianos, amigos de Símaco, se interesaron así or Tito Livio. Se nota en ellos una inquietud por el trabajo preciso y, por así ecirlo, científico. Pero desde los comienzos del siglo siguiente, el africano M arciano C a pela lo convierte en una enciclopedia superficial de las artes liberales bajo una forma extrañamente romanesca (Las bodas de Mercurio
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y la Filología). Macrobio. — El más interesante, por sus ideas, de estos gramáticos, es Macrobio Teodosio. Escribió (hacia el 400) dos obras que nos han llegado. Una es un comentario del Sueño de Escipión de Cicerón (ver p. 150): a la vez explicación matemática y astronómica del episodio, y teoría neoplatónica del alma y de la divinidad. El otro se titula Saturnales. Macrobio ha pretendido tratar en él, con un cierto orden, pero bajo la forma fácil del diálogo, de todas las clases de cuestiones de que se ocupaban los gramáticos. De hecho, la obra es principalmente literaria y dedicada a Virgilio (4 libros de 7), en la que los interlocutores alaban casi sin medida los conocimientos retóricos, astronómicos, arqueológicos. Por otra parte, tiene un cierto interés filosófico: Macrobio interpreta las leyendas de la mitología en pagano-monoteísta, sec tario del Sol. Incluso sin profunda originalidaa, la obra de Macrobio es pues interesante y rica en enseñanzas para nosotros.
2. L a poesía profana Las sutilezas tradicionales de la mitología conservaban su valor en poesía, sin que se le diera otra importancia fuera ae la artística: cristianos y paganos podían así utilizarlas, sin escrúpulos y sin incredulidad. Lo asombroso es que tales adoraos hayan tomado brillantez en el siglo iv, como en Ronsard por ejemplo, por el fervor de humanismo y sentimiento de la vida. Quizás ya, en medio ae las vanas complicaciones y dél manierismo de los siglos n-rn, la graciosa pieza del Teruigtlium Veneris ("La velada de las fiestas de 494
L a poesía profana: Ausonio
Venus”) 53 había anunciado este renacimiento. No se hizo de una sola vez: las sutilezas técnicas le hicieron competencia casi hasta el final del siglo, aun en Ausonio. Pero bajo estos dos aspectos, la poesía profana aparece aún vigorosa y llena de posibilidades.54 Avieno. — Oriundo de Volsinii en la Etruria, Rufo Festo Avieno fue un gran personaje, quizá procónsul de Acaya. Continuó la tradición didáctica de la poesía romana; por él fueron traducidos de nuevo los Fenómenos de Arato. Compuso una Descripción de la tierra, según Dionisio el Periegeta (que vivió bajo Adriano); sus “Riberas marítimas” (Ora maritima), en trímetros yámbi cos, combinan fuentes muy diversas y sin duda unos recuerdos de viajes; es para nosotros la más interesante de sus obras; pero no nos queda más que una parte del primer libro. Avieno es un versificador ágil y puro, educado en los clásicos (había pues to en verso a Tito Livio e imitado a Virgilio; tiene el sentimiento de la variedad y de la nobleza en su estilo). AUSONIO Hacia 310-hacia 395
D. Magno Ausonio era natural de Burdeos, honesto cristiano, ante todo maestro de retórica: de sus dos alumnos más ilustres, el emperador Graciano le cu brió de honores y le llevó al consulado (en 379), y san Paulino le cautivó por sus dotes poéticas y le afligió por su ascetismo cristiano. Debió de ser un hombre encantador, epicúreo en el fondo, sensualmente enamorado de su país, afectuoso para con los suyos, que reconocía a sus maestros, y de una gentileza cortés para con sus colegas, que pone en versos muy trabajados todos sus sentimientos espontáneos. La obra: pequeneces y éxitos. — Colocando aparte un discurso enfático de agradecimiento a Graciano, la obra de Ausonio revela principalmente el buen gusto de lo pequeño y la impotencia de lo grande; al mismo tiempo el amor profesoral de series bien clasificadas y llevadas hasta su fin. En cor tas piezas, celebra a toda su parentela (Parentalia), a sus maestros de la Uni versidad de Burdeos, las ciudades ilustres del imperio, los héroes de la guerra de Troya (Epitaphia), los Siete Sabios de Grecia, los Césares; o bien, retrata con una minuciosidad feliz sus ocupaciones durante el día (Epheme ris). Quiere también hacer apreciar toda las finuras de su arte; ya variando los metros y sus combinaciones, ya componiendo muchos epigramas sobre el mismo tema, ya tratando en ellos unas cuestiones “de gramático”, tan poco poéticas como es de esperar (Eclogae). En sus Epístolas, y principalmente en sus Idilios, el desarrollo es a veces más amplio, pero se dejan sentir 53. En septenarias trocaicos, con estribillo. 54. Del siglo ni al v, podemos mencionar, además de los autores que siguen, los Dicta CatonU, sentencias morales en disticos hexamétricos; las 42 fábulas, imitadas de Babrio por A v ia n o , en dísticos elegiacos; la comedia del Querolut ("E l pleiteante”), de tono plautino, pero de métrica muy confusa.
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continuamente estos aspectos esenciales de su talento. Hay que notar también que ciertas piezas pequeñas son encantadoras, de tierno sentimiento o de un color pintoresco concentrado. Tolosa No, jamás negaré a mi nodriza, a Tolosa, con sus murallas de ladrillos rojos, que envuelve con su bucle y baña el Garona de bello curso, tan poblada entre las nieves de los Pirineos y los pinos de Cevennes, a mitad de camino entre unos pueblos aquitanios y de raza ibérica. De ti han salido cuatro ciudades; tú no has sentido nunca el abatimiento, sin dejar de abrazar en tus sienes las colonias que de ti han nacido. Ordo nobilium urbium, X II.
A sn mujer Vivamos, esposa mía, como hemos vivido: guardemos los nombres de nuestra ju ventud y de nuestro primer amor. Que ningún día se piense que nos va a hacer cambiar jamás; que, siempre joven a tus ojos, te vea siempre joven también. Si yo pasara de la edad de Néstor, si tú rivalizaras con Deífobo " y la Sibila de Cumas, ¿qué nos im porta la vejez y su tono marchito? Para nosotros cuenta el precioso tesoro de los años, y no su número. Epigramas, X IX .
El genio descriptivo. — Se halla en la poesía descriptiva el verdadero triunfo de Ausonio. El género era conocido: el temperamento latino sentía debilidad por él. Presenta graves peligros: convención y amaneramiento. Ausonio ha acertado gracias, a un tiempo, a la frescura de su visión, a su afi ción por el detalle pintoresco y plástico, y también, hay que decirlo, a la sol tura que había adquirido en el manejo de la lengua y de los versos. Escribió también las páginas más graciosas, y con la atmósfera más justa, a pesar de la minuciosidad del trabajo, sobre la bajada del Mosela de Tréveris al Rhin o sobre un jardín de Rosas al amanecer, sin contar un gran número de im presiones esparcidas por sus obras. El arte y la naturaleza se unen con sol tura, gracias a la simpatía feliz que Ausonio hace resplandecer en tomo suyo. El Mosela [Dos narraciones enumerativas (el lecho del rio; los peces), sin esfuerzo de composición, y en las cuales el éxito está #n el detalle, realista y minucioso a la manera japonesa. — Impresiones generales de frescor, porque se nota en el autor el placer de la observación. — Gusto por el color.] Tu superficie pulida deja penetrar tu cristal, oh río: así, el aire bienhechor se abre plenamente a la soltura de nuestras miradas, cuando los vientos en calma le dejan libre acceso. Sostenidos fijamente, nuestros ojos se sumergen hasta tus profundidades, donde se descubren tus secretos maravillosos, cuando te deslizas perezosamente y al filo de tus aguas transparentes se esbozan unas formas diversas en medio de reflejos azulados. Sobre la arena sinuosa, en el paisaje trémulo de la marea, están las hierbas que, colgando, se inclinan sobre la corriente; sin dejar de moverse en las aguas que le hicieron nacer, las deja pasar, ondulándose, y en la sombra brilla un guijarro, o verdea un musgo sobre la grava.
55. Dos ejemplo» de fabulosa longevidad. La melancolía está envuelta en la idea de que la mujer muy amada de Ausonio murió muy joven.
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L a poesía profana: Ausonio De la misma manera, en la costa bretona de Caledonia," la marea deja al descu bierto algas verdes y rojo coral y la blancura de las perlas, que germinan en sus conchas para delicias de los hombres: diríase, bajo las aguas opulentas, los collares que hacen nuestro ornato. Y así, entre la verde hierba, quedan al descubierto los guijarros de colo res bajo el curso tranquilo y alegre del Mosela. Sin embargo, los ojos atentos se cansan de seguir los juegos entrecruzados, los fluidos correteos de loe peces. Cuántas especies, cuántos movimientos de un lado para otro; todos los enjambres que, el uno tras el otro, remontan la corriente, sus nombres, su enu meración sin fin, no me está permitido decirlo: lo prohibe el dios que obtuvo la segunda parte del mundo," al cual le está reservado el tridente marino. Háblame, no obstante, oh Náyade de este rio, de los coros del rebaño guarnecido de escamas; enumera las ban dadas que, en tu nítido lecho, nadan en la onda azulada. En las arenas pobladas de hierbas se transparenta el chevesno escamoso, con su carne tierna llena de espinas, que hay que servirlo en la mesa después de seis horas por lo menos.“ Y luego, salpicada de gotas de púrpura, la trucha; y la locha, cuya espina no hace daño; y la sombra ligera, que huye y escapa a la vista; y tú que, rechazado en el torbellino del Sarre, que retumba en seis torrentes entre los pilares rocosos de su puente, después de deslizarse hasta un río de mayor renombre, allí nadas con más tran quilidad, oh barbo. La edad te mejora: eres el único a quien la vejez proporciona ala banzas. Que me guarde de olvidarte, salmón de carne sonrosada, cuyos fuertes coletazos vienen desde el centro de las aguas y repercuten en su superficie cuando, removida de repente, descubre la agitación profunda de tu paso: recubierto de escamas y con tu frente lisa, honrarás una mesa refinada; y tú puedes, sin corromperte, esperar durante mucho tiempo, con tu cabeza brillantemente salpicada, tu vientre que se agita y la carnosa anchura de tu cuerpo... Idilios, X, v. 55-105.
Las rosas [De la selección de detalles nace una poesía natural, que Ausonio ha querido realzar con rasgos líricos donde se nota un poco de artificio. Estilo refinado, aquí e incluso allá precioso. — Ciertas dudas sobre la atribución de la obra a Ausonio.] Era primavera: un acariciador y alegre frescor parecía el aliento del día que re nacía esplendoroso. Temblorosa, la brisa corría delante de los corceles de la Aurora,® invitando a gozar del día antes que apretara el calor. Iba yo por los jardines cortados por arroyuelos, deseoso de revivir con los soplos de la mañana. La escarcha blanca doblaba las hierbas, hacía crecer las legumbres; sobre las hojas caídas de las coles se reunían unas gotas redondas, un agua celeste que pesaba. Los rosales que cultiva Pesto “ se re gocijaban en el rosado de esta nueva aurora; en los troncos brillaba aquí y allá una cristalina blancura, unas perlas prestas a evaporarse a los· primeros rayos del día. Dudaríais vosotros si era la Aurora quien tomaba de las rosas su brillo sonrosado o ella la que le daba el suyo, peinando las flores con su frescura coloreada. E l mismo color rosado, el mismo brillo policromo, la misma gracia matinal: el lucero“ y la flor, ¿no tienen acaso la misma dueña, a Venus? Quizá también el mismo perfume: pero uno se exhala desde muy cerca, el otro se esparce en los espacios celestes. Diosa del lucero y señora de la flor, la reina de Pafos “ ha dado al uno y a la otra el brillo de la púrpura. Idilios, X II, v. 1-22.
56. Al norte de la Gran Bretaña. 57. Neptuno tiene las aguas, como Júpiter el cielo y Plutón los Infiernos. 58. El “tema” de los pescados está acompañado del “tema” de los preceptos culinarios. 59. La Aurora aparece montada sobre un carro, como el sol. 60. La antigua ciudad griega (Posidonia), al sur del golfo de Salerno; recuerdodeVir gilio, Gtdrg., IV, 119. 61. La estrella da la mañana, o de Venus, aparece confundida con la Aurora. 62. Ciudad de la isla de Chipre, consagrada a Venus.
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CLAUDIANO Hacia 307-poco después de 404
Oriundo de Alejandría y pagano, Claudio Claudiano realizó una carrera breve, pero brillante. Cuando llegó a Roma en 394, se le conocía ya por sus poesías griegas. Durante diez años, en los que escribió en latín y fue protegido por grandes personajes, se afirmó como el poeta oficial del imperio de Occidente, de Honorio y ae su enérgico general Estilicón. Murió poco después de 404, antes de la catástrofe de la gran inva sión y la muerte de Estilicón (408). Durante su vida, le fue erigida oficial mente una estatua en el foro de Trajano : la inscripción que hemos conser vado le compara a Homero y a Virgilio.
Su obra: panegírico y sátira. — Además de las Epístolas, de virulentos Epigramas, de los Epitalamios, Claudiano escribió, en muy pocos años, poe mas mitológicos y poemas de actualidad. Sus mitologías no parecen haber interesado mucho: su Rapto de Proserpina se interrumpe al final del canto tercero; la Gigantomaquia (guerra de los gigantes contra los dioses) latina quedó también sin terminar. La realidad de la vida presente producía en él mayor impacto: ya se trate de adular a sus poderosos protectores en pane gíricos convencionales (Sobre el consulado de Olibrio y Probino; de Manlio Teodoro) u oficiales (sobre los consulados, sobre la boda de Honorio) o de una profunda sinceridad (Guerra contra Gildón; Consulado de Estilicón; Guerra contra los godos); o bien de lanzar invectivas contra los ministros del imperio de Oriente, Rufino, Eutropio, y sus maniobras contra la política de Estilicón. Estilicón es, en efecto, el héroe de Claudiano; la continua presencia de su pensamiento da forma a esta poesía de actualidad, proporcionándole a un tiempo alcance político, nobleza en el elogio, vehemencia en el rencor. Porque Claudiano, como panegirista y sobre todo como satírico, supera con mucho su época: su énfasis brillante y su brío en la injuria son igualmente dignos de admiración. Contra Jacob, maestre de caballería [Un general cristiano es ridiculizado por su confianza en los santos, su em briaguez y su cobardía.] Por las cenizas de Pablo, por el santuario de Pedro, el de blancos cabellos, no des trocéis mis versos, gene:al Jacob. A cambio, ique Tom ás“ os sirva de escudo y man tenga firme vuestro ánimo; que Bartolomé os acompañe en la guerra; que la ayuda de los santos cierre los Alpes al bárbaro; que santa Susana os dé fuerzas; los crueles invasores que quieren franquear el frío Istro,“ que se ahoguen en él, como los veloces caballos del faraón;“5 que la espada exterminadora destruya las hordas géticas; que Tecla proteja con su favor a las tropas romanas; que el convidado sucumba a la embriaguez, procla
63. Fórmula de voto: a condición de que no rompáis mis versos, que todos los santos os presten su ayuda. 64. £1 Danubio. 65. Persiguiendo a Moisés y a los judíos, el faraón de Egipto fue tragado con sus carros, según la Biblia, por el mar Rojo.
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L a poesia profana: Claudiano mando vuestro triunfo, y que las oleadas de vino pongan fin a vuestra sed; que vuestra mano no se mancille nunca con sangre enemiga! Pero, |general Jacob, no vayáis a di· famai mis versos! Epigram a», XXV.
Eutropio, envejecido [Eutropio, antiguo esclavo, nombrado cham belán de Arcadio, emperador de O riente, y primero protegido de Estilicón, se había puesto frente a él, en apoyo del godo Alarico (3 9 7 -3 9 9 ). — Retrato escrupuloso hasta la caricatura, según e l género de la invectiva. — Unidad y amplitud del desarrollo. — Riqueza en la creación de imágenes (nótese la comparación final) que no impiden la impre sión realista del retrato.]
La edad le había ajado la piel, las arrugas le surcaban las mejillas, en mayor nú mero que en las pasas: a menor profundidad se hunden los campos bajo el peso del arado, menos se arrugan las velas con la agitación del viento. Los piojos habían corroído su horrible cabeza; espacios desnudos reinaban en su cuero cabelludo entre mechones de pelo, como en los campos agostados luce el erial desnudo entre gráciles espigas, o como la golondrina se despluma en el invierno antes de morir en las ramas de un árbol. La Fortuna, sin duda para que su indignidad creciese el día en que se pusiera la trábea," colmándole de favores, quiso ultrajar así su frente y deshonrar asi su rostro. Pálido fan tasma descamado, ofrecía a sus sueños un horroroso espectáculo; su decrepitud ofendía a los que pasaban, asustaba a los niños, repugnaba en los convites, escandalizaba a los seguidores, ponía de malhumor a quienes acompañaba; era desalentador intentar obtener algo de este tronco seco. Preparar una cama, partir leña para la cocina, eran funciones a las que sus miembros se negaban; encargarse del dinero o de la ropa, guardar secretos, era algo a lo que se oponía su infidelidad. En fin, como una carroña o fantasma funesto, todos le echaban a la calle. Pero el menosprecio va a proporcionarle la libertad. Como cuando el pastor ceba con leche y mantiene atado al perro vigoroso cuya fuerza protege al rebaño y es capaz de asustar con sus aullidos a los acechantes lobos; pero cuando, más lento y ya sarnoso, deja caer sus orejas descamadas, se le suelta, para economizar el collar que lo retenía. Contra Eutropio, I, v. 110-137.
Espíritu nacionalista y grandeza épica. — Por vivo que sea, sin em bargo, un sentimiento personal de hombre a hombre no bastaría para soste ner por mucho tiempo ni a demasiada altura una producción poética de este género. Pero para Claudiano, el Imperio de Occidente y su venerable capital constituyen la auténtica sede de la grandeza romana; y Estilicón, defensor de sus eminentes derechos frente al Imperio de Oriente, tiene en depósito, por muy germano que sea su origen, la herencia de todas las generaciones latinas. Una vez mas —la última—, el nacionalismo romano se afirma con vigoroso orgullo. Excelentes condiciones para la creación épica: toda la histo ria del pasado vuelve a tomar vida en un sentimiento colectivo, y encuentra su representante en un “héroe” individual. Poco importan todas las reminiscen cias de Virgilio, Horacio o Juvenal que sostienen la inspiración de Claudiano: esta inspiración, de por sí, es natural y latente; nuestro poeta tiene el sentido de la epopeya como el de la sátira; y con ella, su obra adquiere un movi miento, una amplitud hacía tiempo olvidados. 66. Vestido ricamente bordado que vestían para estas fechas lo i cónsules. Eutropio fue cónsul en 3 0 9 , y ejecutado el mismo año a consecuencia de intrigas palaciegas.
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Estilicen marcha contra los hunos [Claudiano presenta la lucha de Estilicón contra el galo Rufino, consejero de Arcadio y que se servia para sus fines de los visigodos de Alarico como la lucha de Roma contra los bárbaros, representados por los hunos, recién lle gados de Mongolia y que suscitaban inmenso terror (395). — Procedimientos de la epopeya clásica (súplicas, intervenciones mitológicas, bravatas de divinidades) utilizados con un espíritu actual (realismo en la descripción de los hunos; dioses representando la lu d ia entre el cielo y el infierno). — Abundante utilización de Virgilio, de cuya Bucólica IV hay una hábil transposición al final del pasaje.]
En los confines de la Esdtia, hacia Oriente, más allá de los hielos del Tanaiso," existe una raza, la más despreciable de las que cobija la Osa Menor:“ su apariencia eshorrible; su físico, de una fealdad repugnante; su tenacidad, a prueba de las más durasfatigas; vive de la rapiña, no le gusta Ceres;“ se entretiene en cortar la frente y le parece bien jurar sobre los cadáveres de sus padres asesinados. Los hijos de la Nube,™ con su doble naturaleza, no unían más estrechamente un torso de hombre a un cuerpo de caballo; sus ataques, de una movilidad terrible, no siguen ningún orden: cuando menos se espera vuelven a la carga. Sin embargo, para enfrentarse a ellos levantas” tu campamento, sin miedo alguno, junto a las espumosas aguas del Ebro; ” y, antes del tumulto de las trompetas y del combate, haces la oración que sigue: “Mavorte,” ya estés descansando sobre el Hemo,7* cargado de nubes; ya te retenga el Ródope,” blanqueado por la escarcha, o el Atos,7* que afrontó el remo™ de los medos, o el Pangeto bajo las tenebrosas brumas de sus encinas, toma tus armas y ven conmigo a defender a tus hijos los tracios: si la gloria me sonríe, cubriré de despojos un roble para ti.” E l dios le escuchó. Desde las nevadas rocas del Hemo se levanta y a grandes voces estimula a sus veloces sirvientes: “Tráeme el casco, Belona;78 aprieta las correas de las ruedas, Terror; Espanto, pon las bridas a mis rápidos corceles; apresuraos, daos prisa. Aquel a quien amo, Estilicón, está ya presto; no cesa de enriquecerme con trofeos" y de colgar en los troncos de los árboles los penachos enemigos. A un tiempo para ambos suenan siempre las trompetas y retumba la señal del combate; y mi carro sigue de cerca su tienda.” Así habló y retumbó en la llanura: Estilicón por un lado, Gradivo78 por otro, semejantes en escudo y en figura, llevaban hacia adelante los escuadrones. Sus dos cascos estaban rematados con un penacho de hierro. En la carrera humean sus corazas; inunda la sangre sus ávidas lanzas. Sin embargo, Megera,7* en el colmo de sus deseos y recreándose en medio de los males, encuentra en el Capitolio a la Justicia de luto y la provoca con crueles palabras: “¡Bueno! Has vuelto a encontrar esa paz de antes; ahí están de vuelta, a tu gusto, los buenos tiempos pasados; mi poder ha retrocedido. ¿Ya no hay sitio, en ninguna parte, para las Furias? Mira hacia aquí; mira las murallas que se arruinan por el fuego bár-
6 7 . E l Don. 6 8 . Constelación del Norte. 6 9 . Del pan. 7 0 . Los Centauros. 7 1 . Claudiano se dirige a Estilicón (como en un Panegírico). 7 2 . Río de la Tracia. 7 3 . Nombre antiguo de M arte, dios de la guerra. 7 4 . Montaña de la T racia: el pais se consideraba consagrado especialmente a Marte. 7 5 . E l Atos forma un promontorio peligroso que Jerjes (en 4 9 1 a. C.) trató de atravesar con un canal para evitar a su flota el riesgo de una catástrofe. 7 6 . Diosa de la guerra. Nótese, a continuación, las personificaciones de ideas abstractas, conforme al antiguo espíritu romano, que estuvieron muy de moda, bajo otro aspecto (la ale garía) durante la Edad Media. 7 7 . E l trofeo de la victoria consistía en las armas arrebatadas al enemigo, colgadas en un tronco de árbol o en un poste alzado. 7 8 . Sobrenombre latino de Marte. 7 9 . Una de las Furias.
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L a poesía profana: Claudiano baro; mira las pilas de cadáveres, la oleada de sangre que Rufino me ofrece: (Vaya ban quete para mis serpientes! 80 Deja a la humanidad, que me pertenece; llégate a los astros, al sitio que te reservan las constelaciones de otoño, la morada, cercana al León*1 estival, donde el Zodiaco se inclina hacia el Polo Sur: hace tiempo que te espera en sus con· fines la doble Balanza.*1 |Ojalá te siga yo hasta por los espacios de la bóveda celeste!” Responde la diosa: “Insensata, va a terminar tu furor; tu miserable defensor está próximo al castigo:* mira cómo se alza el esperado vengador; y el que ahora daña cielo y tierra no encontrará para cubrirse, a la hora de la muerte, ni un poco de arena. Mira venir a Honorio, prometido a la felicidad de nuestra época, semejante en valor a su padre," a su brillante hermano,M que domeñará al medo® y evitará la expansión de los indios. Los reyes pasarán bajo su yugo; hollará su caballo el obstinado Faso; “ el Araxo,“1 a pesar suyo, tendrá que soportar un puente. Y tú, entonces, encadenada con pesados hierros, serás arrojada de los dominios de la luz y, con la cabeza despojada de tu cabellera de serpientes, serás relegada a lo más profundo del báratro." La tierra en tonces será de todos;6* ningún mojón separará los campos; el curvo arado no hendirá más surcos; el trigo crecerá sin cultivarlo, llenando de gozo al segador; las encinas des tilarán miel; brotando por doquier, correrá el vino a raudales, el aceite se derramará en lagos; ya no habrá que buscar múrex80 para embellecer la lana; el pastor, asombrado, verá cómo sus rebaños se colorean de púrpura; · y, en todos los mares, las verdes algas contemplarán sonrientes el nacimiento de las perlas.” Contra Rufino, I, v. 323-387.
La imaginación. — La fuerza imaginativa alcanza tal grado en Claudiano, que remoza, sin esfuerzo aparente, los temas más convencionales. Se ha reco nocido en su obra cierta influencia oriental y el profundo conocimiento de la literatura griega. En todo momento ha representado las realidades con un vigor excepcional, pintándolas a grandes rasgos o exagerándolas subjetiva mente, de modo burlesco, sin hacerles perder por ello la apariencia de vero similitud. Lo más sorprendente es que, tras tantos siglos de intensa producción literaria, cree metáforas nuevas, halle comparaciones insospechadas y preci sas, con feliz libertad, superior a la de Virgilio en la Eneida. L eón," el león [D oble sátira con caracteres de Eutropio: un antiguo tejedor convertido en general; un viejo cocinero, transformado en “maestro de oficios” . — Entusiasmo lírico y riqueza imaginativa.]
Tarbígilo“ simula la huida y llena de esperanza la vana jactancia de León, hasta que, por fin, sorprendiendo de súbito a su ejército embotado por los banquetes, que, en medio de las copas, se jacta de cargar de cadenas al enemigo, sepultado en la em8 0 . L as Furias aparecían con serpientes en los cabellos y en las manos. 8 1 . Constelaciones que limitan con la de la Virgen, identificada con la Ju sticia (cf. Vir gilio, Geórg., I , 3 2 -3 5 ). 8 2 . Rufino había sido asesinado aquel mismo año por los soldados, por m aniobra de Estilicón. 83. Teodosio. 84. Arcadlo. 85. Los persas. 86. Hío de la Cólquida. 8 7 . Hío de Armenia. Nótese que Claudiano sólo habla de países orientales,pareciendo reivindicar su conquista por Honorio, emperador de Occidente. 8 8 . E l profundo fin de los Infiernos. 8 9 . Sigue una descripción de la “edad de oro” . 90. Mariscos de los que se extraía la púrpura. 9 1 . E n griego o en latín, el nombre León significa tam bién "león” . Claudiano juega con esta homonJmia. 9 2 . Sublevado en Asia Menor; contra él había sido enviado León.
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO briaguez, se lanza sobre su campamento. Unos perecen al punto que elevan lentamente sobre su lecho sus miembros aletargados; otros se limitan a pasar del sueño a la muerte; otros, en un vértigo, se arrojan al pantano próximo e hinchan las olas con la masa de sus cuerpos. En cuanto a León el león, más escurridizo que el ciervo o el gamo, corría tembloroso sobre un caballo empapado de sudor; bajo el peso, el animal tropieza y se hunde en la ciénaga, y él — su cabeza se inclinó primero— bullía penosamente en la balsa, enfangándose en el lodo blando; se hunde, y resopla con to la su pingüe masa, igual que un puerco, ya cebado para los banquetes, gruñe vergoña jsameate en el mo mento en que Hosio, armado con un hierro brillante y la túnica arremangada, piensa los trozos que destinará al asador, los que echará al agua hirviendo, y la cantidad de castañas necesarias para rellenar la piel. E l trabajo se acelera; los golpes redoblados de la piqueta hacen resonar el Bósforo y el aroma de la cocina alcanza a bañar Calce donia." Un ligero soplo mueve las hojas que hay tras él: León, cree que son las flechas; el miedo equivale a una herida. Fue como un tiro perforador; sin herida alguna, herido sólo de su pánico, exhala su alma suda. ¿Por qué descendiste a manejar la espada en lugar del peine?“ ¿Quién te aconsejó abandonar el taburete de tus padre por la vida de los campos? ]Qué suerte tenías cuando podías ensalzar, libre de los tumultos, los cantos de los tejedores, caldeando tu cuerpo por la mañana con un desayuno confortable! jHete aquí ahora, desgraciado, por los suelos! ] Sólo dejaste tus lanas para dar ocasión a las parcas de cortar la última hebra de tu vida! Contra Eutropio, II, v. 432-461.
Estilicón en los Alpes [E n 4 0 2 , Estilicón liberó a Italia, invadida por Alarico; dos años más tarde, Claudiano leyó solemnemente en Boma su poema Sobre la guerra de los godos, el último que de él conocemos. — Tem a trillado (el paso de las montañas en invierno) revitalizado por su poderosa imaginación que une coherentemente la elevación y el detalle familiar. — Comparación original (hacia el fin) construida a modo homérico.]
Hay una cadena montañosa, en los confines de la Retía y de la Hesperia,“ cuyas dmas abruptas chocan con los astros, dejando sólo un camino temible de recorrer, incluso en verano. Muchos soldados, como si hubieran visto la Gorgona,*1 fueron sorprendidos por el pánico; muchos se deslizaron en las insondables profundidades de las nieves; y con frecuencia, con sus tiros de bueyes, naufragan los carros y se hunden en el blanco tor bellino. En ocasiones cede el hielo, y el monte se desmorona súbitamente, por el aire tibio del Austro,” que ha minado los dmientos, dejando una apariencia engañosa al suelo que se desploma. Tales son los parajes en que acampa Estilicón en pleno invierno; Baco no ofrece allí ni una copa, Ceres se muestra avarienta: hay que descansar sin dejar la armadura y, cargado con un manto gravado por la lluvia, comer rápidamente algunos alimentos, forzando el paso de un caballo agotado. No hay ningún descanso para el cuerpo exhausto: cuando llega la noche, cuando la luna oscura acaba por impedir la marcha, halla para refugiarse o la horrenda cueva de los animales o la cabaña de un pastor, en la que se acuesta con su escudo por almohada: en presenda de tan gran huésped, el pastor palidece, inmóvil; y su rústica esposa muestra a su rollizo retoño el rostro vivo que para ella no tiene nombre. Esos lechos detestables bajo el pánico de los bosques, esos sueños asaltados por las nieves, esas inquietudes, esas penas incesantes, nos aseguran a nosotros, al universo, el descanso y la tranquilidad inesperada. En esas cabañas alpinas se gestaba tu salvadón, Roma. Ya los pueblos no pensaban en los lazos de los tratados: exaltados por la notida
93. 94. 95. 96. 97.
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Ciudad de la costa de Asia, frente a Constantinople. D e tejedor. Italia. Monstruo mitológico cuya mirada petrificaba. Viento del Sur.
La poesía profana: Rutilio Namaciano de la derrota latina, habían escogido los pasos boscosos de VindeliciaM y los campos de Nórica.” Igual que vemos a los esclavos, ante la falsa noticia de la muerte de su amo, entregarse a todos los excesos, a la languidez de la mesa, a la licencia desenfrenada de los bailes llenos de embriaguez en salas inmensas, si un azar imprevisto lleva entonces a su amo hasta allá quedan presa de un pánico paralizador, y la conciencia de su servi dumbre hiela su corazón y les hace odiar sus licencias; del mismo modo, la sola pre sencia del héroe inmovilizó a todos los rebeldes; sólo en él brilló, inesperadamente, el esplendor del emperador del Lacio y de Roma en toda su majestad. D e bello G othico, v. 340-375.
La lengua y el estilo. — Lo más asombi o, además, es que siendo grie go escriba en el latín más clásico como si ie fuera connatural y emplee los metros con una maestría armónica admirable. Ello prueba más bien la per fección de una educación erudita que el jasto sentimiento de la lengua actual. Pero, a distancia, podemos valorar la justa admiración de sus contem poráneos hacia ese poeta, muerto en plena juventud, que, por cualidades distintas, menos libre de fondo, menos filósofo e incluso menos psicólogo, pero más artista y más perfecto en la forma, merece ser comparado con Lucano. Muy clásico también por la forma es el Itine rario de Rutilio Namaciano, escrito en dísticos elegiacos (canto I, de 664 versos; canto II, inacabado o mutilado, de 68 versos). Era pagano, uno de esos altos funcionarios patriotas que la Galia daba entonces en gran número a Roma. Fue prefecto de la ciudad en 414, y regresó a su patria, por mar, en octubre-noviembre de 417. El relato de su retorno (De reditu suo) es una fórmula estereotipada en la Antigüedad. De ello quizá los innegables rasgos tradicionales: precisión afectada, pulcritud descriptiva bastante monocroma del tipo de las Guías, intento de variedad en los episodios o, en su defecto, mediante efusiones o invectivas personales. Rutilio, pese a algunos rasgos felices, no tiene gran pintoresquismo ni viveza: pero apreciamos en él la sinceridad de sus impresiones; y su célebre súplica a Roma (casi al comienzo del poema) revela de modo inolvidable la unión a ella, intelectual y sensible a un tiempo, un poco melancólica tras la invasión de Alarico (410), que inspiraba a los provincianos de Occidente la Ciudad antaño conquistadora, ahora símbolo de paz y de orden universales.
RUTILIO NAMACIANO
Boma venerable y decadente [Dulcificación del antiguo ideal de Rom a conquistadora. — Ternura conso ladora.]
“Los autores de tu raza son Venus y Marte, sí, la madre de los enéadas y el padre de los romúlidas.100 La clemencia victoriosa alivia [en ti] el poderío de las armas: las dos
98. 99.
Región de Augsburgo. E ntre los Alpes (Tirol) y el Danubio. 100. Los descendientes de Eneas (hijo de Venus) y los de Rómulo (hijo de M arte), por su madre albana, “enéada” también.
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO divinidades se unen en tu carácter. For ello te gozas, de igual suerte, en combatir y en perdonar, lo que se experimenta al domeñar a quien se lia temido y al amar a quien se ha domeñado... "Aparta los laureles de tu frente; cubre, Roma, con un velo, la blancura de tu tez sagrada bajo el verdor de sus hojas. Que de tu casco rodeado de torres1“ brille el oro de tu diadema, y que broten fuegos sin fin de tu escudo áureo. Que se borre en el olvido, con la ofensa, el recuerdo de la hazaña siniestra:’“ desprecia el dolor para mejor cica trizar tus llagas. En la adversidad, siempre has salido airosa. Eres, como el cielo, rica por tus derrames: las llamas de los astros, al apagarse, se preparan a renacer; la luna sólo acaba su carrera para volver a comenzarla.” I, V . 87-72 y 115-124.
En el Mediterráneo, entre Córcega y la costa toscana [D e acuerdo con las leyes del género, Tutilio simula redactar su “diario de viaje” a lo largo del mismo; con ello persigue la variedad (descripción, leyenda, invectiva, precisión técnica, incident^ imprevisto). — Pobreza descriptiva. — Sin ceridad en los sentimientos (en los grandes funcionarios de] Imperio retirarse a un convento parecía una deserción de los deberes cívicos).]
Se ha retirado10’ el Aquilón: lo aprovechamos para lanzarnos a la vela desde que, bajo su corcel rosado, brilla la estrella ae la Aurora.10* En masas oscuras empiezan a mos trarse las montañas d e Córcega y, en la bruma, sus cimas proyectan sombra, de tinte parecido, que las realza: y el delgado creciente de la luna se desvanece por instantes en un hálitoimperceptible, y los ojos, cansados, lo pierden tras haberlo encontrado. Es aquí el martan estrecho, que ha adquirido forma una leyenda: se dice que un rebaño de bueyes lo atravesó a nado cuando las playas de C im o“6 vieron por vez primera a un ser humano, una mujer llamada Corsa, que se lanzó a seguir a uno de esos bueyes des mandados. Avanzamos a lo ancho; y he aquí que se alza la isla de Capraria, hollada toda ella por la presencia de esos hombres que huyen de la luz.“” Se dan a sí mismos el nombre griego de “monjes”, porque aspiran a vivir solos y sin testigos. Comprendiendo los reveses de la fortuna, tienen miedo de sus bienes. ¿Es posible que uno se haga desgraciado para no serlo? ¿Cómo ser tan necios, tener la cabeza perdida hasta el punto que el terror al mal os impida gozar del bien? ¿Se condenan tal vez a trabajos forzados como justo castigo de sus crímenes? ¿O tal vez un negro humor llena sus corazones desesperados? Un exceso de bilis fue, según Homero, el origen morboso de las melancolías de Belerofonte: mordido por crueles dolores, se entregó, según se cuenta, a odiar al género humano. Al entrar en las aguas de Volaterra (que bien merecen su nombre de Vada),im se en cuentra un canal estrecho y poco seguro. En proa, el timonel mantiene fijos los ojos en el fondo del mar, para guiar la maniobra con el mando dócil, transmitiendo sus indica ciones a popa. Un grupo de árboles marca la entrada en el incierto paso; lo circunda una doble fila de estacas: en la cima se perciben altas ramas de laureles, cuyas ramas y el follaje del bosque se dibujan con claridad. Así, esos parajes traicioneros donde se ex tiende la hierba en la espesa cuenca presentan entre los jalones inquebrantables un pa saje netamente trazado. En este lugar hube de detenerme ante una borrasca de Coros,“* de las que con frecuencia quiebran en los bosques profundos. Con dificultad pudieron guarecernos las casas contra la violencia de las lluvias. I, v. 429-485. 1 01. 102. 103. 104. 105. 106. 10 7 . 108.
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Las ciudades, personificadas, eran representadas con una corona de torres. L a toma de Roma por Alarico (en 410). Viento del norte, que no les dejaba avanzar. Véase p. 4 9 7 , n. 6 1. Nombre griego de Córcega. Los monjes. Vado significa "los bajos fondos” . Viento del Noroeste.
La prosa cristiana: san Hilario
3.
La prosa cristiana
Quizás el rasgo más neto de la literatura cristiana del siglo iv sea la necesidad de una floración artística; el fin de las persecuciones liberaba todo el poder creador por largo tiempo alimentado en las comunidades primitivas. Hubo, asimismo, entre los cristianos una intención muy decidida a rivalizar, tanto en las letras como en las artes, con el espléndido pasado del paganis mo. Por ello el papa D á m a s o (305-384) compuso y mandó grabar con gran pompa inscripciones métricas monumentales o sepulcrales: Epitafio de Dámaso dedicado a sí mismo Vos, qu e im prim isteis vuestros pasos sobre las olas am argas, qu e disteis vida a las sem illas m ortales de la tierra, q u e salvasteis a L á z a ro d e los lazos d e la tu m ba en medio de las tin ieblas de la m uerte y devolvisteis tam b ién a M aría M agd alena, tras las tres revoluciones del sol, a su herm ano vuelto a la luz, creo q u e haréis ren acer a D ám aso del seno del polvo.
Otros obispos, san Hilario y san Ambrosio, no se limitaron al dogma, a la disciplina o a la política: incrementaron el uso de himnos en las ceremonias religiosas, y ellos mismos los compusieron. La prosa resultó beneficiada ante tales tendencias: por variados que se muestren los temperamentos individuales, aspiran todos a la uniformidad, a la elegancia, a la belleza. Sus temas, por lo demás, resultan modificados y, en cierto sentido, enriquecidos. Sin que hubiera cesado por completo la polémica contra los paganos,109 la misión de los obispos consistía, principal mente, en mantener la unidad de la fue frente a las herejías: de ahí surgieron a la vez las tendencias a la precisión y a la profundidad en los dogmas. Por otra parte, la necesidad científica de solidificar el contenido de un pasado ya extenso suscitó el estudio minucioso de los libros santos y de los primeros asos de la historia cristiana. En esas direcciones diversas, el cristianismo alió, para expresarse, hombres de valor excepcional.
E
El primer “doctor” de la Iglesia latina es un galo, Hilario, nacido de una gran fami lia pagana de Poitiers y convertido, poco después de 350, en obispo de su ciudad natal. En él se reúnen por vez primera todos los^ caracteres esenciales del cristianismo en el siglo iv: de fiende la ortodoxia (Sobre la Trinidad, en 12 libros); comenta las Escrituras (san Mateo); busca en la Biblia, siguiendo al griego Orígenes, la prefigura ción de los misterios cristianos (Comentarios sobre los Salmos, sobre el libro
SAN HILARIO Período de actividad: 355-367
109.
nes profana* , de astrologia
Sobre el error de las religio
E n tre 3 4 6 y 3 5 0 fu e escrito un tratad o m uy vio len to , por F í r m i c o M a t e r n o , autor tam b ién (¿ a n te s de su con v ersión ?) de un tratado
(Matheseoa libri V III).
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO
de Job; Tratado de los Misterios); compila una documentación histórica (Fragmenta histórica: sobre el arrianismo); escribe himnos; proclama la nece sidad de honrar a Dios en el cuidado de la forma literaria. Pero su obra, como su vida, aparece por entero dominada por la lucha contra la. herejía arriana, que no reconocía para Cristo la misma naturaleza que para Dios Padre. Por haber atacado (en 356) a los obispos arríanos de las Galias, Hilario fue desterrado a la Frigia por el emperador Constancio, que era arriano. Al penetrar en el fondo de la literatura griega cristiana, más sutil y más dialéc tica que la latina, y componer su De Trinitate, con el que continúa la lucha en Oriente, gana en aquellas tierras una fama tan temible, que los arríanos exigen que sea “apartado” a la Galia. De regreso a Poitiers, en medio del entusiasmo de sus conciudadanos, no cesa hasta vencer la herejía en las Galias. En él, la discusión teológica es inseparable de la acción y de la influencia más violenta sobre las almas: incluso sus himnos, de temple muy dogmático, fueron compuestos para competir con la himnología arriana y lograr la unión popular en torno a la ortodoxia. Hilario estudió con mucha atención a Quintiliano: su prosa es vigorosa y rítmica, sin gran personalidad. Pero su alma clara, leal y noble aumenta su precio. Recuerdo de las antiguas persecuciones [R esu m en de un ard ien te panfleto escrito poco antes y pu blicad o, ta l vez, tras la m uerte de C onstancio I I (3 6 1 ) , arriano y perseguidor de los ortodoxos. — R ea cció n d e un alm a pura contra u n a corru pción h ip ócrita. — F e rv ie n te adm i ració n h a cia los tiem pos heroicos de la Ig lesia (que despiertan en la ép oca pre sen te la inclin ación a l ascetism o). — P árrafos oratorios, m uy fá ciles, pero llen os de alien to.]
|Ay! ¡Ojalá, Dios todopoderoso, creador del mundo, Padre de nuestro único Señor Jesucristo, hubieras concedido a nuestra generación confesar tu nombre y los méritos de tu Hijo único a los tiempos de Nerón o de D eciol110 En verdad que, con el ardor con que me hubiera henchido tu hijo Jesucristo, mi Señor y mi Dios,m nö hubiera temido al p o tro ,s a b e d o r de que Isaías fue destrozado, ni huido de las llamas, al acordarme de que en medio de ellas cantaron los niños hebreos;1“ tampoco hubiera evitado la cruz ni que me quebraran las piernas, pensando en el ladrón11* llevado al Paraíso; no hubiera temblado ante los abismos del mar y el torbellino ante el Ponto: que, por Jonásm y Pablo,“* enseñaste que el mar es vida para los que creen. En presencia de los enemigos declarados contra ti, hubiera estado seguro de mi triunfo; pues no habría en ningún mo mento duda alguna de que serían perseguidores, que intentarían nuestra apostasia me diante los suplicios, el hierro y el fuego; y, para su glorificación, sólo la muerte podrían exigir de nosotros. Entonces combatiríamos al descubierto y con confianza contra las nega 1 1 0 . E n 6 4 y 2 4 9 -2 5 0 . 111. H ilario insiste m ucho en la divinidad de C risto, porque los arríanos no lo ponían al mismo nivel de D ios Padre. 112. Instrum ento de tortura. 1 1 3 . T re s com pañeros de D an iel, que no fueron c o n s u m i d o s por el horno adonde los h ab ía arrojado Nabucodonosor. 1 1 4 . E l “buen la d ró n ", crucificado al lado de Cristo. 1 1 5 . Jo n á s, tragado por un pez y devuelto a la luz al cab o del te rcer día pa saba por ser u n a prefiguración de C risto. 116. San P a b lo , navegando h a cia R om a, h ab ía naufragado 2 7 ).
(Jonás, 2), (Actos de Ins Apóstoles,
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La prosa cristiana: san Ambrosio ciones, contra las torturas, contra los suplicios; y tus pueblos nos acompañarían a nosotros como a sus jefes, unidos por nuestra confesión, comprendiendo que la persecución les liga a todos con nosotros. Pero, hoy, la lucha se sostiene contra un perseguidor disfra zado, contra un enemigo lleno de dulzura, contra Constancio el Ántícristo.1” No desgarra las espaldas, sino que se adueña de los vientres; no proscribe para la vida [eterna], pero enriquece para la muerte [sin fin]; no aprisiona para liberar, sino que, en su palacio, tributa honras para encadenar; no azota los costados, pero se apodera del corazón; no corta la cabeza, pero mata el alma con el oro; no amenaza con la hoguera en la plaza pública, pero en privado enciende una gehena.“® No lanza sus fuerzas para evitar la derrota, mas adula vilmente para dominar. Confiesa a Cristo para negarle;“* vela por la unidad,110 para hacer imposible la paz; reprime las herejías,111 para que no haya cris tianos; honra a los sacerdotes, para que no haya obispos; construye iglesias, para destruir la fe. Te lleva por doquier en sus palabras, en su booa: ¡todo lo hace, en toda ocasión, para que Tú, Dios mío, no estés al lado de tu Padre! Contra el em perador Constancio, 4-5.
Alto funcionario en Milán, Aurelio Ambrosio llegó bruscamente al episcopado, nombrado a la vez por los arríanos y los ortodoxos (374). Aunque de familia tradicionalmente cristiana, aún no había recibido el bautismo. Adquirió rápi damente una educación teológica completa por la lectura de los libros santos y de las obras griegas, de Orígenes en particular, y también de los escritores más recientes: Atanasio, Gregorio Nacianceno, Basilio. Tenía en especial, heredado de familia (su padre había sido prefecto del pretorio en la Galia, y se hallaba emparentado con Símaco), el tacto y el sentido de la política, mucha autoridad y una gran capacidad para la fasci nación. Adquirió gran influencia sobre los emperadores, en especial sobre Teodosio, obligándoles a olvidar todo favor para el paganismo y a mantener la ortodoxia cristiana, pero sin intervenir en la administración interna de la Iglesia y sometiéndose ellos mismos, como fieles, a sus prescripciones mora les: por ejemplo, impuso una penitencia pública a Teodosio que, en un mo mento de cólera, había dado la orden de asesinar, tras un motín, a la pobla ción de Tesalónica. De esta actividad, administrativa y política, la Corres pondencia de san Ambrosio ofrece un interesante cuadro. SAN AMBROSIO Entre 330 y 340-397
Sermones y tratados. — Inclinado a lograr los resultados más inmedia tos, Ambrosio redactó un gran número de sermones: su palabra era “suave”, dice san Agustín. Pero, publicados tal como habían sido pronunciados, sus sermones se resienten de improvisación: con frecuencia relajados y difusos, henchidos de citas bíblicas y de reminiscencias clásicas. Incluso sus Oracio nes fúnebres (por su hermano Sátiro, por Teodosio), que renuevan el género de “Consolación”, no están libres de tales defectos. Como contrapartida, la 11 7 . Nombre dado por los cristianos al “Adversario por excelencia” , cuya venida debía preceder al fin del mundo. 1 1 8 . U n Infierno. 11 9 . Rechazando en £1 la igualdad con el Padre. 12 0 . L a unidad de la Iglesia: pero una unidad arriana. 12 1 . Lo que Constancio llama “herejías” , incluyendo entre ellas la ortodoxia.
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imaginación, sobre todo cuando se trata de espectáculos de la naturaleza, tiene un enorme vigor; y la interpretación alegórica constante de la Biblia debía dar rica materia a la especulación y, sobre todo al arte de la Edad Media. Los tratados de san Ambrosio son, también casi todos, “orales” y presen tan los mismos caracteres. Son, en especial, morales, e insisten sobre todo en los méritos de las jóvenes que se consagran a Dios. En su ‘obra “Sobre los deberes de los sacerdotes” (De officiis ministrorum), siguiendo de cerca el contenido del De officiis de Cicerón, establece una síntesis nueva: funda los preceptos esenciales del estoicismo en la moral del cristianismo. El mar [L a descripción es viva y sentida; el comentario es excesivamente monocromo
y material.]
“Y Dios vio que el mar era bueno”.1” En verdad, es un admirable espectáculo ver cómo las olas se levantan, se crispan y se revisten de espuma e inundan los acantilados con un niveo rocío; o, bajo brisas suaves, cómo se riza la superficie de las aguas; o, bajo una caricia serena del cielo, devuelve un brillo de púrpura a los ojos del espectador lejano; cómo golpea las orillas con sus olas rabiosas, pero las acaricia y halaga, por decirlo así, con una dulzura envol vente: Iqué dulces son! (Cuán voluptuosamente se quiebran! ¡Qué armonías en sus re flujos! Mas no creo que los ojos sean buenos jueces de la creación: hay que hallar la ar monía en el plan total del creador. Sí, la mar es buena: pero, en principio, porque da a las tierras humedad indispensable, penetrando en ellas por debajo, gracias a canales se cretos, con su zumo fecundante. La mar es buena porque recibe los ríos, nutre las fuentes, absorbe los aluviones; porque ayuda a las relaciones comerciales entre los pueblos alejados, disminuye los riesgos de guerras, limita los furores bárbaros,“* socorre en caso de calamidades, sirve de refugio en los peligros, embellece los placeres, cura a los en fermos, une a quienes están separados, acorta las distancias, transporta plácidamente a los que sufren, lleva las mercancías, da de comer al hambriento. Hexámeron, III, 5, 41.
Los himnos. — San Ambrosio volvió, con mayor acierto, a la tentativa de san Hilario de crear una poesía litúrgica popular. De entre los himnos que le son atribqidos, cuatro al menos son auténticos. Son naturales y llenos de animación, aunque quizá demasiado densos en cuanto al pensamiento; y su sentimiento sigue siendo, aún hoy, muy penetrante. El domingo en los laudes [Himno de la primera hora del día. — Contraste entre la angustia de las tinieblas que simbolizan el pecado y la alegría de la luz que figura la salud. — Lirismo de la liberación. — Gran cantidad de citas de la Escritura.]
Eterno Creador de todas las cosas, vos, que regís los días y las noches y hacéis que siga un tiempo a otro para aliviar nuestras penas — ya se escucha el canto del día,“ *
122. G énesis, 1. 123. Con frecuencia, los bárbaros, que no tenían experiencia alguna del mar, no podían alcanzar a los fugitivo» refugiados en las islas. 124. El gallo.
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San Jerónimo que vela durante la noche profunda, luz nocturna de los viajeros, que divide en dos partes las tinieblas de la noche. A su voz, la estrella de la mañana se levanta y disipa la oscuridad del cielo; a su voz, el ejército entero de los espíritus del m al“ 5 abandona el sendero maligno. — A su voz, el marinero recobra sus fuerzas y los mares abandonan su cólera; a su voz, quien debía ser“* la piedra de la Iglesia borra su pecado.1” Levantémonos, pues, pronto: el gallo despierta a los que duermen, censura a los perezosos, enmienda a los que reniegan de Jesucristo. — Al canto del gallo renace la esperanza, los enfermos recobran la salud, él facineroso vuelve a colocar su puñal en la vaina, la fe despierta en las almas caídas.11* Jesús, poned los ojos en nosotros, que estamos a punto de caer, y purificadnos con vuestras miradas: si os dignáis mirarnos, nuestros pecados desaparecerán y nuestras lá grimas borrarán nuestras faltas. — Sed la luz de nuestros espíritus; disipad el sueño de nuestras almas: que los primeros sonidos de nuestra voz estén consagrados a Vos y os ofrezcan nuestras súplicas.
Jerónimo nadó en el seno de una poderosa familia cristiana en Estridón, en Dalmacia (cerca de Grahovo). En Roma cursó excelentes estudios, en especial con Donato, pero en medio de una vida disipada; viajó a las Calías, luego vol vió a Oriente, decidido a llevar una vida monástica; pasó así tres años en el desierto de Calcis en Siria (375-378). Consagrado sacerdote, fue llamado a Roma por el papa Dámaso, que le nombró su consejero íntimo (382-385); al mismo tiempo, era director espiritual de grandes damas romanas, en especial de Paula y su hija Eustaquio. Muy calumniado, tras la muerte de Dámaso se retiró de nuevo a Oriente: además estaba detenido su gran proyecto de revi sión de los libros santos. En Belén fundó un convento en el que enseñaba a los niños la gramática y las letras, trabajaba sin descanso en sus obras, científicas y mandaba copiar manuscritos a sus monjes. Paula, que volvió a su lado, dirigía un convento de mujeres.
SAN JERÓNIMO Entre 340 y 350-420
El hombre y la obra. — San Jerónimo es un espíritu inquieto, por largo tiempo inestable, pero dueño de la inteligencia más clara y más rica. En él predomina el espíritu crítico: nada ni nadie escapa a sus ojos, ni él mismo, en primer lugar. De ahí una insatisfacción moral de las más nobles: las crisis de desesperación, de misticismo son frecuentes y violentas en él. Espiritual mente, posee una curiosidad sin límites; su ardor por el trabajo es insaciable. Pero siempre bajo el control de su crítica. Con dicha organización, sólo halló complacencias en un círculo muy restringido, el de la aristocracia de la inteligencia y de la sensibilidad. La abundante Correspondencia de san Jerónimo revela todos los aspectos de su genio: muchas de sus cartas son, por otra parte, verdaderos tratados. Pero su gran obra científica es la revisión de las Escrituras, que tradujo 125. Los demonios. 1 2 6 . San Pedro (Mateo, 16, 18). 1 2 7 . San Pedro, en la noche de Pasión, renegó de Cristo; con el canto del gallo “lloró amargamente” (Mateo, 2 6 , 3 4 y 73-75). 12 8 . Recuerdos de las Epístolas de san Pablo (A los romanos, 13, 1 1; A los efesios, 5, 14).
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al latín remontándose al griego y al hebreo (dicha traducción se conoce con el nombre de Vulgata), y estudió en sus Comentarios, qué utilizan las inves tigaciones precedentes, las de los griegos (de Orígenes) en particular, pro fundizando con un método exegético ya totalmente fundado. erónimo pensaba también escribir una gran historia del cristianismo, ía traducido la Crónica del griego Eusebio (muerto en 340), que resumía la historia del mundo desde el nacimiento de Abraham, y la había continuado hasta la muerte de Valente (378): obra preciosa, pese a sus errores. Por otra parte su De uiris illustribus (392) pasa revista a los escritores cristianos hasta los tiempos presentes, para reivindicar para ellos el lugar que les correspon día frente a los autores paganos. Las Vidas de monjes (Paulo, Hilario, Maleo), escritas en la primera parte de su vida, son menos históricas que populares y poéticas.
¿
El observador satírico. — San Jerónimo posee la visión más ágil y viva de las cosas, la ironía más mordaz. Con un trazo, con un toque de color, evoca, caricaturiza y censura todo aquello que le desagrada: el advenedizo, el pedante, el presumido, el abad de salón, el monje vicioso. Toda la sociedad de finales del siglo iv revive así bajo su pluma con un ingenio y una ligereza en las líneas y en los tintes, que le asignan un lugar aparte entre los satíricos. Ese ingenio espontáneo hizo de él un polemista terrible; y, con mucha fre cuencia, convencido plenamente de su razón, ataca a sus adversarios con asombrosa violencia, en medio de la cual el pintoresquismo no disimula la grosería. El maestro debe desconfiar de la adulación [La lección general, sometida ya a los esquemas de pintoresquismo, se con vierte en satírica; y la sátira acaba en epigrama. — Ingenio sin excesos; metá foras y palabras vivas que fluyen espontáneamente.] Hay que aprender, durante mucho tiempo, aquello que debemos enseñar. No deis crédito a los aduladores; mejor será decir: no inclinéis, complacidos, vuestra atención a los burlones. Cuando, bañados en la dulzura de las adulaciones, vayáis a tomar de nuevo el control de vosotros mismos, revolveos rápidamente: y observaréis cómo, a vuestras espaldas, los oyentes os hacen el “cuello de cigüeña”, o, con las manos, las orejas de asno, o sacan la lengua como un perro sediento. No despreciéis a nadie; y no os conside réis santos para lastimar la reputación del prójimo. Nuestras críticas nos afectan a me nudo a nosotros mismos; atacándonos a nosotros mismos, aludimos a nuestros propios defectos; tartamudos, nos atrevemos a criticar la oratoria. Como Grunio; hablando era una tortuga; con dificultad encontraba alguna palabra a largos intervalos; hubierais dicho que eran sollozos más bien que frases. Y, sin embargo, en su pulpito, tras un montón de libros, con el ceño fruncido, las narices contraídas, la frente arrugada, hacía sonar sus dedos para atraerse la atención de sus alumnos; y luego lanzaba puras necedades y declamaba contra todos: lo hubieran tomado por el crítico Longino, arremetiendo contra la elocuencia romana como censor que anota a su arbitrio y excluye [al que quiere] del Senado de las gentes doctas. Como poseía una gran renta, lo encontraban más agradable en su mesa. Cartas, CXXIV, 18.
El director espiritual y el asceta. — E n una sociedad que criticaba de ese modo diariamente, san Jerónimo se entregó a escoger almas selectas que 510
San Jerónimo elevó, juntamente con la suya, a la vida ascética. Se dirigía, en especial, a las mujeres, cuya finura y sensibilidad se adaptaba m ejor a su naturel y a través de las cuales confiaba ganarse a los hombres, como había sucedido con fre cuencia en los primeros tiempos cristianos. E n el ascetismo que predicaba y se imponía a sí mismo veía, a un tiempo, una simplificación atrayente de la vida, purificación moral y una cierta exaltación cristiana, débil imagen del martirio, hecho ya imposible. Contribuye a extender en Occidente la mís tica monacal, practicada ya desde antiguo en Oriente.
La purificación monástica [Pamaquio, viudo de Paulina (hija de Paula), había repartido sus bienes a los pobres y se había hecho monje. San Jerónimo le prodiga ánimos, presentán dole la vida ascética como una imitación de Cristo y una tensión física y moral en que se manifiesta la calidad de un alma.] Aunque seáis de raza patricia y el primero entre los primeros, no debéis jactaros por haberos hecho monje; ello invita más bien a la humildad, si recordáis que el Hijo de Dios " se hizo “Hijo del hombre”.“ 0 Por más que os humilléis, no superaréis la hu mildad de Cristo. Vamos: caminad con los pies desnudos, revestios con una tónica par da, poneos al nivel de los indigentes, entrad sin repulsión en los tugurios de los pobres; tened ciegos los ojos, débiles las manos, cojos los pies; no llaméis a nadie para que os traiga agua, parta la madera, os ayude en el hogar... Pero ¿dónde están las cadenas?“ 1 ¿Lasbofetadas? ¿Los salivazos? ¿Los azotes? ¿El madero? ¿La muerte? Y, cuando ten gáis todo eso que os he dicho, distaréis aún mucho de vuestra querida Eustaquio y de Paula, no por vuestras obras, tal vez, sino en razón de vuestro sexo.“ * Ya no me encontraba en Roma, ya me poseía el desierto ([Ay! [Si me hubiera poseído siempre...I), cuando, en vida de vuestro suegro Toxotio, eran esclavas del mundo. Y yo sé, por referencias, que no podían soportar el lodo de las plazas públicas, que se hacían transportar por los brazos; que un sol arduo era un suplicio para ellas; que los vestidos de seda les pesaban; que el calor del sol era un incendio. Y hoy, con toscos y sombríos 'vestidos, tan animosas en comparación a como eran, preparan las lámparas, encienden el fuego, barren el suelo, pelan las legumbres, echan las verduras en la olla que hierve, ponen las mesas, ofrecen bebida, sirven los alimentos, corren de acá para allá. Y, sin embargo, todo un coro de vírgenes “* convive con ellas; ¿no podrían impo nerles a otras esos trabajos serviles? Pero no quieren dejarse vencer físicamente por aquellas a quienes superan en fuerza de alma. Y si hablo así no es porque dude en absoluto del ardor de vuestra alma, sino para acelerar vuestra carrera, y, al ardor de un valiente luchador, unir un nuevo ardor. Cartas, LXV I, 13.
E l sabio. — Nadie, sin duda, después de Aristóteles, ha tenido un espíritu más científico, en el sentido moderno de la palabra, que san Jerónimo. Siente pasión por la verdad, estudia el griego y, no satisfecho, aprende el hebreo pese a las dificultades, e incluso a sus repugnancias. Se aferra a las realidades, se atiene a los textos, en lugar de razonar en ábstracto. Desconfía de las apa riencias prudentes, no se detiene hasta lograr una verdad comprobada, asegu rada en todos sus puntos. Además, por amante que sea del detalle particu 129. 130. 131. 132. 133.
Cristo. Nombre que se da Cristo en el Evangelio. Sigue la sobria enumeración de los sufrimientos de Cristo. Un hombre debe hacer más que una mujer. Las jóvenes consagradas a Dios en el convento que dirige Paula.
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO
lar, sabe también generalizar: ve la historia, en su conjunto, como un medio y un objetivo — a un tiempo— de la investigación filológica. E n esta obra enterró mil desencantos: muchos cristianos, incluso san Agustín, no veían la utilidad de su trabajo. Ello nos lo convierte en una empresa más importante, casi heroica.
San Jerónimo en su trabajo [Una lección de método (no contentarse ante la apariencia fácil). — Ejemplo de honradez científica (justicia hecha a los comentaristas anteriores). — Intimidad auténtica en los rasgos finales.] En el salmo siguiente se equivocó Heliodoro, no nuestro Hilario. Donde está escrito: “Comerás los trabajos de tus frutos”, con diversas conjeturas, afirma que la frase tendría más sentido si se escribiera ‘los frutos de tus trabajos” más que “los trabajos de tus frutos”; y que hay que partir de esa lectura para captar el sentido espiritual. Con este motivo se lanza a una larga discusión, poniendo en juego, para hacerse entender, toda la penosa dialéctica de la que se reviste siempre el error para cobrar la apariencia de verdad. Pero los Setenta“* n o.se desviaron en este punto, sino los traductores latinos: han vertido χαρπούς por “frutos”, cuando puede significar también “manos”, que es el sentido que en este punto tiene: pues, en el hebreo, leemos “chaphach” . Símaco y la quinta edición han traducido por “de tus manos”, para suprimir la ambigüedad de la primera expresión. Cuando la rápida mano de mi secretario trazaba, a mi dictado, estas ideas en la noche, robadas, por decirlo así [a mi tarea], y que aún quería aumentar, ya había pasado la cuartahora de la noche;““ de pronto, mordido por vivos dolores de estómago, me entregué ala oración para conjurar, en las horas restantes, con el insidioso dominio del sueño, las debilidades de la carne. Cartas, XXXIV, 5-6.
A Agustín [Sobre la interpretación de un pasaje de las Actas de los Apóstoles, san Agustín, que no estaba de acuerdo con san Jerónimo, escribió una carta de refu tación, de la que san Jerónimo sólo tuvo noticia indirectamente. Se lamenta en una larga carta dirigida “al señor auténticamente santo, al papa bienhechor [el titulo no estaba reservado entonces al obispo de Boma] Agustín, Jerónimo, salud en Dios Nuestro Señor” . — Lección de cortesía científica (hay que debatir cortésmente las cuestiones entre sabios antes de someterlas al juicio público). — Contraste entre un respeto afectado y el sentimiento de su propia superioridad. — Rasgos finos de estilo (ironías y coacciones secretas).] Confieso sencillamente a Vuestra Dignidad que, aunque me parecía reconocer vuestro estilo y vuestra argumentación,“ * no quise creer a la ligera en la autenticidad de esta carta, de la que me llegan copias: podríais, al recibir mi respuesta, haberos molestado y quejaros de que no me hubiera informado del origen de dicho escrito antes de refu tarlo. También me he retrasado por la larga enfermedad de nuestra santa y venerable Paula;“ 1 retenido largo tiempo junto al lecho en que sufría, he olvidado necesariamente vuestra carta — o la carta que lleva vuestro nombre. E l versículo lo dice bien: “Música en el duelo; ruido inoportuno”.“ 8 Por tanto, si la carta es vuestra carta, escribid al descu bierto y enviadme copias fidedignas; entonces discutiremos, sin acritud alguna, sobre
134. 135. 136. 137. 138.
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Los traductores griegos de la Biblia. Era alrededor de las 23 horas. En griego. Acababa de morir; Jerónimo se hallaba débil y víctima de unas fiebres. Eclesiástico, 22, 6.
San Jerónimo las Escrituras: o yo me retractaré de mi error, o demostraré que me han atacado sin razón. |Bien lejos está de mi intención la audacia de afirmar en punto alguno que se trate de escritos de Vuestra Beatitud! Me basta con fundar los míos en pruebas, sin atacar los ajenos. Pero, por otra parte, Vuestra Prudencia sabe perfectamente que cada cual abunda en su propio entendimiento, y es pueril jactancia obrar como los jovencitos de antaño, que acusaban a los hombres ilustres para intentar crearse un nombre. No soy tan necio que me crea herido porque vuestras explicaciones se opongan a las mías; no menos que vos, si soy de una opinión contraria a la vuestra. Cuando los amigos se atacan, no ven ambos, como dice Persio, la joroba que notan en el otro en su propia espalda. Debéis amar a quien os ama y, en la carrera de las escrituras, no provocar, como jóvenes, a un viejo. Nosotros también hemos vivido nuestro tiempo, y hemos corrido tanto como hemos podido; vos podéis correr ahora, andar vastos espacios: pero concedednos el descanso al que tenemos derecho. Y también — con toda la reverencia que os debo— dejadme, a mi vez, evocar el pasaje de un poeta: acordaos de Dares y de Entelo,1” y del refrán popular: “Buey cansado afirma mejor el pie”. Me entristezco al dictar estas palabras: séame permitido estrecharos entre mis brazos ÿ cambiar con vos dudas y adquisiciones. Cartas, CI, 1-2.
L a s dotes lite ra ria s. — Nutrido de los grandes autores del paganismo y no logrando, pese a todos sus esfuerzos, desprenderse de su atracción, san Jerónimo tiene un sentido muy vivo de la belleza y una sensibilidad literaria excepcional: apreciaba las diferencias de estilo incluso en los autores hebreos. É l mismo, bajo una apariencia general de facilidad y de precisión elegante, ofrece una gran variedad de tonos. Ciertos refinamientos extremos (cuando habla de los niños, por ejemplo) y alguna com placencia en la pintura idílica, un tanto convencional, de la naturaleza, obedecen a su época. Como dietaba es también, con demasiada frecuencia, prolijo y difuso. Pero su viveza natural y su sensibilidad lo salvan muchas veces. Supo adaptarse a los más diversos lectores: sus vidas de anacoretas son cuentos edificantes, sencillos y graciosos, pero sus comentarios a los profetas son de una poesía casi romántica; sus cartas son satíricas o íntimas, destinadas a cautivar los espíritus selectos; pero, en su traducción de la Biblia, empleó un latín casi popular, en todo caso más próximo a la lengua hablada de su tiempo. D e este modo, el gran sabio apa rece coronado como un gran artista.
Maleo y las hormigas [Raptado por los sarracenos, el joven Maleo guarda los rebaños de su amo en la soledad. — Imagen familiar, llena de espontaneidad, de la vida monacal, apta para hacerla deseable.] Tras largo tiempo, como estaba sentado en el desierto, sin ver otra cosa que el cielo y la tierra, entre mil reflexiones silenciosas, empecé a acordarme de la sociedad de los monjes y,sobre todo, de ese Padre que me habia creado, tenido cerca de él y luego perdido. En medio de tales reflexiones, veo un ejército de hormigas agitarse en su estrecho sendero. Acarreaban pesos superiores a ellas. Unas habían cogido granos con las tenazas de sus bocas; otras extraían la tierra de sus galerías y rechazaban, con tales diques, los hilillos de agua [que las amenazaban!; éstas, previendo la mala estación, y para evitar
139. En la Eneida (V, v. 362-484), el viejo Entelo, provocado por el joven y entrometido Darei, triunfa »obre él en el combate del pugilato.
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO que la humedad de la tierra transformara en hierba sus graneros, arrancaban el germen de los granos recogidos; aquéllas acompañaban en masa un entierro. Y, lo que es más admirable entre tamaña multitud, ninguna de ellas, al salir, estorbaba a la que entraba; antes bien, si veían a alguna sucumbir bajo su carga, le prestaban el auxilio de sus hombros. En resumen: ese día me brindó un hermoso espectáculo. Me acordé entonces de Salomón,1“ que nos remite a la sabia actividad de las hormigas y despierta, con su ejemplo, nuestras almas perezosas; sentí el pesar de mi cautiverio; deseaba hallarme en las celdas del monasterio, deseando, a ejemplo de esas hormigas, trabajar en una empresa común, sin tener nada en propiedad, y participando en todo. Vita M alchi, 7.
Las catacumbas [Recuerdo de una impresión personal que ayuda a la comprensión de un pa saje misterioso de la Biblia. — La imaginación romántica se nutre de citas to madas, indiferentemente, de la Biblia o de la literatura clásica profana.] Mientras estaba, de niño, en Roma y me formaba en los estudios liberales, iba frecuentemente, los domingos, con mis compañeros de mi misma edad, a las tumbas de los apóstoles y de los mártires. Y entrábamos frecuentemente en las criptas, exca vadas en las profundidades de la tierra, cuyas paredes, de un lado y del otro del visi tante, encierran los cuerpos allí enterrados. Todo aparece tan sombrío en aquel lugar, que casi se realiza la palabra del profeta: “Que desciendan en plena vida al infierno”.“1 A raros intervalos se desliza un rayo desde lo alto y atempera el horror de las tinieblas: diríase que la luz ha sido admitida no a través de una ventana, sino del ojo de una aguja. Y caminamos más lejos, paso a paso, envueltos en una noche oscura, acordándonos del verso de Virgilio: “E l estupor general y el mismo silencio espantan".11* Digo esto para que el lector sagaz comprenda la idea que me hago de la descripción del templo de Dios en Ezequiel; pues está escrito: “Nubes y oscuridad son sus pies”;1“ y en otro lugar: “Las tinieblas lo envuelven y lo ocultan”.144 C omentario a Ezequiel, XL, 5, 1. X II.
SAN AGUSTIN 354-430
Aurelio Agustín nació en Tagaste, en la Numidia, de un padre pagano y una madre profundamente cristiana. Tras brillantes estudios, llegó a ser profesor de retórica en Tagaste, y luego en Cartago: ya entonces sentía inquietudes religiosas; se afilió al maniqueísmo, que alardeaba de poseer verdades racionales y repre sentaba la vida como una lucha entre dos principios iguales, el del Bien y el del Mal; pero pronto empezó a encontrar dificultades en tales doctrinas. Marchó a Roma, y luego a Milán, ejerciendo siempre sus funciones de rétor, y con la conciencia cada vez más inquieta. L a influencia de san Ambrosio y la lectura de la Biblia lograron su conversión (386). Bautizado, regresó a Africa, fue ordenado sacerdote, y más tarde obispo de Hipona (Bona) (396). Se consagró entonces a la instrucción de los fieles y a la lucha contra las herejías. Murió, ya entrado en años, en su ciudad episcopal sitiada por los vándalos.
140. 141. 142. 143. 144.
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Proverbios, 6 y 30. Salmos, 54, 16. Virgilio, Eneida, II, 755. Salmos, 96, 2. Salmos, 17, 12.
San
Agustín
Temperamento e inteligencia. — San Agustín posee un temperamento de excepcional pujanza: aprehende todas las realidades de la vida y goza de ellas con una vehemencia y una riqueza de impresiones extraordinarias. Pero, al propio tiempo, su pensamiento no le ofrece descanso alguno; una vez que (a partir de 373) el Hortensio de Cicerón le abre las perspectivas de la filo sofía, no cesará ya, en medio de la riqueza de las apariencias, de buscar por la dialéctica la prueba de una espiritualidad cada vez más pura. Cuando dejó el maniqueísmo, muy propio para seducir un temperamento tan físico e intelectual a un tiempo, se entregó al escepticismo de la Academia Nueva; luego el neoplatonismo le guió hacia un sentimiento más místico de la vida y de la Divinidad. E l cristianismo acabó por asentarlo: su sensibilidad se recreó en la idea del Dios del amor, que le había perdonado sus faltas y lo había llamado a él con el don puro de su gracia; y una armadura dogmática cada vez más sólida dio fuerzas, desde entonces, a sus conocimientos. San Agustín dejó una obra inmensa: filosófica, moral, dogmática, hasta un Tratado sobre la música, sin contar más de 200 Cartas, de las que muchas son opúsculos. Pero podemos seguir su evolución en algunas de sus obras fundamentales, a las que aportó un esmero literario especial, en particular los Soliloquios (386-387), las Confesiones (397-398) y la Ciudad de Dios (413-426). Obras filosóficas: los “ Soliloquios” . — Los Soliloquios forman parte de un grupo de obras redactadas entre la conversión y el bautismo de san Agus tín: retirado en Casiciaco, cerca de Milán, con algunos amigos íntimos, discutía con ellos, deseando hallar un fundamento racional y filosófico a la fe que le había iluminado. D e esas discusiones nacieron unos “diálogos” semejantes a los de Cicerón: Contra los Académicos (sobre lógica), De la felicidad (De uita beata), Del Orden (física). Los Soliloquios, en dos libros, tratan de las aspiraciones metafísicas del hombre: son un debate, de forma muy pura, pero de planteamiento dramático, entre Agustín y la Razón; la necesidad del cristianismo dulcificador se transparenta a veces bajo los rigores de la dialéctica. La razón y la gracia [Imagen patética de una flaqueza en la ascensión filosófica hacia la Verdad. — De ahí se revela la necesidad de la gracia divina. — Inesperado dramatismo hacia el final del primer diálogo: crecimiento moral de Agustín, en quien nota mos una viva sensibilidad (descrita también en las Confesiones, antes de la con versión); lucidez consoladora de la Razón.] L a r a z ó n . — ¿No veis con qué seguridad afirmamos ayer que no había nada ex traño en nosotros, que únicamente amábamos la sabiduría y que no buscábamos ni de seábamos otros bienes aparte de ella? Sin embargo, esta noche, mientras velábamos los dos, reflexionando sobre el mismo tema, habéis experimentado, de modo contrario a vues tra firme atención, cómo la imaginación de los encantos terrestres y su amarga voluptuo sidad hervía en vuestro corazón. Sin duda, en mucho menor grado que de costumbre; pero también de modo muy distinto a lo que esperabais. De manera que ese médico
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO oculto de las almas116 os ha hecho notar a la vez de qué abismo os han sacado sus pre cauciones y lo que aún debéis cuidar. A g u s t í n . — Callaos, os lo suplico, callaos. ¿Para qué torturarme? ¿Por qué ahondáis y caláis tan profundo? No puedo sino llorar. Nada prometo; no me alabo de nada. No me hagáis más preguntas sobre esos temas. Afirmáis que Aquel ante cuya vista siento ardientes aspiraciones sabrá el momento en que me halle puro. Que haga lo que quiera; que se manifieste cuando quiera; ahora me entrego por entero a él y a sus cuidados. Una vez para siempre, he creído que no dejaba de mostrarse a quienes abrigan tales sentimientos hacia él. Ya no diré una palabra de la salud de mi alma mientras no vea Su belleza. L a r a z ó n . — Manteneos en esa línea de conducta. Pero contened ahora vuestras lágrimas y concentrad las fuerzas del alma. Ya habéis llorado mucho y vuestra enfer medad del pecho se ha agravado. A g u s t í n . — ¿Queréis que ponga un término a mis lágrimas cuando no veo fin a mi miseria? ¿Me ordenáis que cuide de la debilidad de mi cuerpo cuando lo íntimo de mi ser está hollado por el mal? Mas, os lo suplico, si algún poder tenéis sobre mí, tratad de conducirme por los caminos más cortos, al menos hasta acercamos a esta luz, cuyos rayos, si he hecho algún mérito, puedo ahora soportar, para que sienta horror, en seguida, a volver mis ojos hacia esas tinieblas que he dejado... ]Si puedo decir que las he dejado, que se atreven aún a alimentar mi ceguera! Soliloquios, I, 14.
Las exigencias primordiales de la inteligencia humana [Intento netamente filosófico para separar, en un análisis estricto, el espíritu humano de los principios metafísicos (cf. Descartes). — Minucia y claridad dia lécticas. — Realismo (amor a la vida) e intelectualismo. — Sobriedad en la for ma, belleza serena.] L a r a z ó n . — Vos, que deseáis conocer, ¿sabéis A g u s t í n . — L o sé. L a r a z ó n . — ¿Cómo? A g u s t ín . — N o l o s é . L a r a z ó n . — ¿Os sentís simple o complejo? A g u s t í n . — No lo sé. L a r a z ó n . — ¿Sabéis si sois mudo? A g u s t í n . — No lo sé. L a r a z ó n . — ¿Sabéis si pensáis?
si existís?
A g u stín . — Lo sé. L a r a z ó n . — ¿Es, pues, seguro que pensáis? A g u s t ín . — S í. L a h a z ó n . — ¿Sabéis si sois inmortal? A g u s t í n . — No lo s é . L a r a z ó n . — De todo lo que ignoráis, ¿qué desearíais
saber primero?
A g u s t í n . — Si soy inmortal. L a r a z ó n . — ¿Amáis, pues, la vida? A g u s t í n ___ Lo confieso. L a r a z ó n . — Y, una vez — supongamos— que seáis inmortal, ¿ello A g u s t í n . — Será mucho, sin duda; mas aún poco para mí. L a r a z ó n . — Pero ese poco, ¿no os será de gran alegría? A g u s t í n . — Inmensa. L a r a z ó n . — ¿No lloraréis? A g u s t í n . — Mucho. L a r a z ó n . — Sí; pero si halláramos que esta vida no os permite
os bastará?
ya adquirir más conocimientos, aparte de los que ya poseéis, ¿podríais reprimir vuestras ligrim as?
145. La comparación de Dios con un médico es frecuente en loi escritos e incluto en los monumentos figurativos cristianos.
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San Agustín A
g u s t ín .
La
— |No! Lloraré tanto que ya no será vivir. — Luego no amáis la vida en sí misma, sino por la ciencia. — Admito la conclusión.
razón.
A g u s t ín . L a r a z ó n . — ¿Y si esa cien cia os h iciera inclu so m iserab le? A g u s t í n . — No lo creo posible en modo alguno. Pero, si ello
fuera, nadie podría en tonces ser feliz: pues mi miseria presente sólo viene de mi ignorancia; y, si la ciencia también hace miserable, no hay ya fin para nuestra miseria. L a r a z ó n . — Ahora veo todo lo que deseáis. Y, puesto que pensáis que la ciencia no hace miserable a nadie, resulta probable que la comprensión dé la felicidad. En con secuencia, nadie puede ser feliz sin vivir, y nadie vive sin existir. Queréis, pues, existir, vivir y oomprender; pero existir para vivir, y vivir para comprender. Sabéis, por tanto, que existís, sabéis que vivís y sabéis que comprendéis. Pero ello ¿durará siempre o de jará de ser por completo, o bien subsistirá una parte eternamente, mientras que la otra perecerá? ¿O bien estas cosas, al durar eternamente, estarán sujetas al crecimiento o a la disminución? He aquí lo que deseáis saber. A g u s t í n . — Sí. Soliloquios, II, 1.
La psicología: las “ Confesiones” . — L a fuerza dialéctica de san Agustín es superada aún por la penetración de su análisis psicológico. Lo ha aplica do sobre todo a él mismo, con un deseo ansioso de seguir los decaimientos y los progresos de su alma; pero con tanta sutileza, y él mismo poseía una rica naturaleza, que el hombre, hasta el presente, no había encontrado un conocedor tan profundo. E n sus Confesiones (en 13 libros) intentaba descri bir su lenta y dolorosa ascensión hacia la fe católica, para glorificar a Dios, mostrando las bondades de su gracia sobre el pecador: así se explica la abun dancia de comentarios y de efusiones, ya a lo largo de los nueve primeros libros, en los que sigue el orden de los hechos desde su tierna infancia hasta su regreso a África (en 387). Pero los siguientes, que discuten problemas metafísicos y comentan, desde ese punto de vista, los primeros capítulos del Génesis, tratan de fijar el estado del pensamiento agustiniano en el momento que escribía. Esta necesidad de revisión se manifiesta de nuevo, mucho más tarde, en las Retractaciones (en 426-427), en las que san Agustín repasa, para juzgarlas, todas sus obras precedentes. Pero las Confesiones, en donde la pasión y el drama se mezclan con los arrebatos místicos y los esfuerzos de la más alta abstracción, adquieren una originalidad única; y san Agustín las escribió con auténtico entusiasmo de artista, con un estilo sutil, lleno a la vez de adornos y de elevación, pero expresivo y emocionante en la medida de lo posible. El frenesí del circo [Ejemplo para poner en guardia frente a la excesiva confianza en uno mismo, probando así la necesidad de la gracia divina. — Pintura insistente, rebuscada, que se complace demasiado en la antítesis, pero de poderosa huella sobre la imaginación del lector.] Alipio1" no pensaba, ciertamente, dejar el camino de los bienes terrestres, al que lo encaminaban la fascinación de sus padres. Me había precedido en su llegada a Roma
146. s ig u ió en
Uno de lo s a m ig o s su conver«tón.
m á s q u e r id o s d o s a n
A g u s t ín , s u
c o m p a t r i o t a , su
a lu m n o , q u e
le
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO para estudiar derecho. Allí, de modo increíble, se dejó arrastrar por una pasión inaudita hacia los combates de gladiadores. Sin embargo, un día se volvía del camino, y sentía horror, cuando unos compañeros y condiscípulos, que lo encontraron a la salida del comedor, en la calle, lo arrastraron con violencia amistosa, pese a la fuerza de sus negaciones y su resistencia, hacia el anfi teatro, donde precisamente se daban esos juegos crueles y funestos. Decía: “Podéis arras trarme y colocar allí mi cuerpo; pero ¿cómo obligaréis a mi espíritu y a mis ojos a fijarse en tales espectáculos? Yo no estaré allí presente: y vosotros, vosotros y ellos, sentiréis vergüenza”. Por más que dijo, lo llevaron de todos m odos, curiosos tal vez de comprobar si obraba como decía. Llegan, se colocan como pueden: era un hervidero universal de atroces placeres. Ê1, manteniendo cerrado el acceso de sus ojos, impidió..a su espíritu sumergirse en él. ¡Ojalá se hubiera cubierto también los oídos! Un incidente del combate suscitó un inmenso cla mor entre todos los asistentes; experimentó tal sensación que, vencido por la curio sidad, y creyéndose lo bastante seguro para despreciar como vencedor cualquier cosa, aun si lo veía, abrió los ojos. Y la herida que recibió en su alma fue más grave que la que azotó el cuerpo del que deseaba ver; y cayó más miserablemente que aquel cuya caída había provocado el clamor. E l grito penetró por sus oídos y abrió sus ojos para encontrar el medio de arrojar y precipitar a un alma más audaz que fuerte, y más débil de lo que creía, en lugar de encomendarse a Vos.147 Pues, desde que vio aquella sangre, al punto tragó de un sorbo todo el salvajismo; y no se volvió ya, sino que, fijando sus ojos, bebía la cólera sin darse cuenta, deleitándose con esos combates criminales y emborrachándose de una voluptuosidad de sangre. Ya no era el que había entrado al Circo; sólo uno de tantos con los que se había mezclado, y auténtico compañero de quienes le habían llevado. ¿Qué añadir? Gritó, miró, se embriagó; de ello ganó para sí un frenesí que le obligaba a volver, no sólo con quienes primero le habían llevado, sino con mayor número y con otros que arrastraba. Confesiones, VI, 8, 13.
El éxtasis de Ostia [Al regresar de Milán a Africa, Agustín, bautizado, y su madre, Mónica, se detienen en Ostia, el puerto de Roma. — Atmósfera conmovedora (inminencia de la muerte de Mónica). — Elevación mística con un tono natural, sencillo y sublime a un tiempo (la evasión de dos almas gemelas, liberadas del mundo, fuera del ámbito de los sentidos). — El último párrafo de Agustín representa la expre sión palpitante de su pensamiento actual, diez años después (cf. Conf., X, 6 ss.). — Intimidad nítida de la conclusión. 1 Así se acercaba el día en que mi madre iba a partir de esta vida: y ese día tú lo sabes bien, Dios mío, pero nosotros lo ignoramos. Sucedió — por una de esas acciones providenciales, estoy convencido, que dirigís misteriosamente— que ella y yo estábamos solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa que habitábamos: era en Ostia, junto al Tiber, donde, lejos de las multitudes, tras el cansancio de un largo viaje, nos retirábamos esperando realizar la travesía. Hablábamos, pues, solos, con mucha dulzura; y, “olvidando el pasado para lanzamos hacia el porvenir”,1“ nos pregun tábamos, en presencia de la Verdad que sois Vos, cómo ha de ser la vida eterna de los santos, “que el ojo no ha visto ni oído la carne, que no llega al corazón del hombre".1" Pero nuestro corazón tendía sus labios ávidos hacia las corrientes celestes “de vuestra fuente, fuente de vida, que está cerca de Vos”,“0 para aspirar, en la medida de nues tras fuerzas, algunas gotas, que nos permitieran de algún modo imaginar esta gran realidad. Llegamos a la conclusión que el placer que dan los sentidos camales, por grande y de poderoso efluvio físico que lo supongamos, está tan lejos de ser comparable a los
147. 148. 149. 150.
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Dios. San Pablo, Epístola a los Filipenses, 3, 13. San Pablo, Epístola I a los Corintios, 2, 9, Salmos, 35, 10.
San Agustín encantos de la vida futura que no merece siquiera ser mencionado en relación a éstos. Nosotros, elevando entonces una aspiración más ardiente hacia “el Ser en sí”, recorrimos, de grado en grado, todos los ámbitos corporales, hasta el cielo, de donde se expande sobre la tierra la luz del sol, de la luna y de las estrellas. Y ascendíamos sin cesar, medi tando, celebrando, admirando vuestras obras; y llegamos a nuestro pensamiento intelec tual, y aun lo superamos, para llegar a la región de la inagotable abundancia, en la que nutrís eternamente a Israel151 con el alimento de la Verdad. Allí, Vida y Sabiduría son una sola cosa:162 de ella viene todo lo que es, fue y será; y ella misma no cambia, sino que es tal como fue y será siempre. Antes bien, no posee ni pasado ni futuro, sino su solo ser, dado que es eterna. Y mientras hablábamos, inclinándonos hacia ella con todas nuestras fuerzas, alcanzamos un poco con todo el entusiasmo de nuestro corazón. Y luego, con un suspiro, dejando unidas a ella “las primicias del Espíritu”,158 descendimos al vano rumor de nuestros labios, en que la palabra nace y acaba. ¡Qué diferente de la vuestra, Señor, que sin envejecer se perpetúa en sí misma y lo renueva todo a la par! Dijimos, pues: “Sea un ser ante el que calle el tumulto de la carne, y las aparien cias de la tierra, de las aguas, del aire; ante el cual callen los cielos y hasta su propia alma, para dejarle, sin que piense en sí, ir más allá; callen también sueños y revelaciones imaginarias; que toda lengua, todo signo, toda realidad pasajera calle absolutamente para él (pues, para quien sabe oírlas, todas las cosas dicen: “No hemos sido hechas por nos otras mismas, sino por Aquel que vive eternamente” . Que lo digan, pues, y callen luego, tras inclinar su oído a Quien las ha creado). Que Éste hable solo, por sí mismo y sin in termediarios, para dejamos escuchar su palahra: no con una lengua camal ni por la voz de un ángel, ni en el ruido de la nube, ni en el enigma de una comparación, sino Él mismo, a Quien amamos sobre todas las cosas. ¡Oigámoslo sin ellas! En un instante, in clinados hacia É l en una ráfaga del pensamiento, hemos alcanzado la eterna Sabiduría, inmutable por encima de todo. Si dicho contacto se perpetuara, si, al borrarse las demás visiones exteriores, sólo ésta encantara a quien la contempla, lo absorbería, lo sepultaría en la profundidad de sus goces, aunque sea una vida eterna semejante a ese instante de auténtico conociminto, tras el que hemos suspirado... ¿No equivale ello realmente a “entrar en la alegría de su Señor”? 151 ¿Cuándo? “En el día en que resucitemos todos”, aunque sin ser “todos cambiados” :1“ ¿no es cierto?” Tales eran mis palabras: con otros giros, sin duda, y otros términos. Pero ese día, Vos lo sabéis, Señor, en medio de esta conversación, y cuando, mientras hablábamos, el mundo se envilecía con todos sus placeres, me dijo: “Hijo mío, a mí nada me complace más en esta vida. No sé qué puedo hacer aquí, ni por qué permanezco aquí aún, tras agotar las esperanzas que depositaba aquí abajo. Sólo una cosa me hacía desear una prolongación de mi vida: era, antes de morir, verte cristiano católico. Pero Dios me lo ha dado con creces, pues te he visto despreciar la felicidad terrestre para servirle. ¿Qué debo hacer ya, pues, aquí?” Confesiones, IX , 1, 23-26.
La enseñanza dogmática: los “ Sermones” . — Muy diferente se muestra san Agustín en su misión sacerdotal: inquieto ante el objetivo a cubrir, sin preocupaciones literarias. Así se presentan sus Cartas, que no tienen ni 'Ia nitidez ni el encanto de las de san Jerónimo. Sus Sermones, muy numerosos (aunque estamos muy lejos de poseerlos todos), no los redactaba previa mente: los taquígrafos o los fieles los recogían. Presentan, en ocasiones, 151. Es decir, los fieles. 152. Véase, más atrás, p. 516 s. 153. San Pablo, Epístola a los Romanos, 8, 23. 154. Mateo, 25, 21. 155. San Pablo, Epístola I a los Corintios, 15,51. Pero sanAgustín modifica, para mayor espiritualidad, la fórmula: san Pablo decía que “todos seríancambiados” , porque todos los cuerpos se volverían, de corruptibles, en incorruptibles; sin dudar de la resurrección del cuerpo, lan Agustín parece querer considerar aquí, exclusivamente, la del alma.
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EL RENACIMIENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO
ciertos adornos de estilo, pues san Agustín no podía desprenderse de su sólida formación retórica; pero la simplicidad en el plan y en la forma es mucho más notoria; sin que olvidemos la riqueza espiritual del predicador, notamos cómo se amolda al nivel de su auditorio. Homilía para la festividad de la Ascensión [Simple esquema, rico dogmáticamente (encadenamiento de la Resurrección y la Ascensión) y en imágenes. — El sermón se continúa acto seguido en el tema, de orden práctico, de la humildad.] Nuestro Salvador, muy queridos hermanos míos, subió al cielo: no nos turbemos, sin embargo, en la tierra. Elevemos nuestro pensamiento a lo alto; y aquí, abajo, hallare mos el reposo. Ascendamos de corazón con Cristo, en esperanza; cuando llegue el día prometido, lo seguiremos también con el cuerpo. Sin embargo, debemos saber, hermanos míos, que con Cristo no sube ni el orgullo, ni la avaricia, ni la lujuria; ninguna de nues tras lacras sube con nuestro Médico.“ · Por tanto, si queremos subir tras nuestro Médico, debemos dejar defectos y pecados. Tantos como sean, nos retienen a la tierra como pe sados grilletes, y los pecados tratan de liamos en sus redes. De modo que, con la ayuda de Dios, y, como dice el Salmista: “rompamos sus lazos”,w para que, tranquilos, poda mos decir al Señor: “Tú has roto mis lazos; yo te sacrificaré la víctima de alabanza”.158 La Resurrección del Señor es nuestra esperanza; la Ascensión del Señor es nuestra glo rificación.“ · Sermones, CLXXVII, 1.
Trató también, con una justa psicología (véase, por ejemplo, su tratado sobre El arte de catequizar), de robustecer el dogma católico entre los fieles. Por otra parte, sostenía una lucha muy violenta, con conferencias contradic torias y obras dogmáticas, contra las herejías y los cismas: en particular el maniqueísmo; el donatismo, que se inclinaba a un rigor excesivo y perturbaba las almas; el pelagianismo, que sostenía que la naturaleza humana es funda mentalmente sana; el arrianismo también. Una gran parte de la obra de san Agustín está consagrada a esta tarea. La síntesis cristiana: “ La Ciudad de Dios” , — En 410, Roma fue to mada y saqueada por el visigodo Alarico: en el horror de la catástrofe, los paganos acusaron a los cristianos de haberla provocado con su impiedad hada los dioses. San Agustín trató de refutarlo. Pero, poco a poco, la obra creció y se transformó en una potente y extraña síntesis, filosófica e histórica a un tiempo, del pensamiento cristiano en esas fechas. Acabada sólo en 426, La Ciudad de Dios (en 22 libros) opone de una parte la labor de los buenos a la actividad de los malos, de otra las falsas grandezas terrestres al reino celestial; la “ciudad de Dios” es el conjunto de justos que luchan aquí abajo (Iglesia militante) y que se unirán a Dios en la eternidad: sólo ella cuenta. San Agustín trata pues, siguiendo la historia romana, de mostrar la vanidad de su orgullo; luego, de refutar las formas religiosas y filosóficas del paga 156. 157. 158. 159.
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Véase p. 516, n. 145. Salmos, 2, 3. Salmos, 115, 16-17. La promesa de eternidad en el cielo.
San Agustín
nismo; por fin, de exponer el desarrollo del cristianismo partiendo de la histo ria de los judíos, y el carácter de su metafísica. Polémica y constructiva a la vez, la obra es incierta —en cuanto al plan— hasta en los detalles; erudita, narra (pero sin control) una masa de hechos tomados, casi todos, de Varrón y vuelve a todos los temas de los apologistas cristianos a partir de Tertuliano. Es grandiosa por su voluntad de construir una filosofía de la historia universal, por la nobleza y la poesía de su idea central. Puede incluso parecer de una audacia visionaria: san Agustín, resig nado a la muerte de Roma y del mundo antiguo, aspira a una sociedad cris tiana, que será el ideal de la Edad Media occidental. Grandeza nacional y justicia [Reivindicaciones: 1.a, del valor moral frente a la grandeza material; 2.a, del valor individual frente a la omnipotencia del Estado. La segunda es, sobre todo, muy cristiana, subversiva contra el Imperio, aunque corregida parcialmente en el antepenúltimo párrafo. — Para introducirlas, una sola cita de la Escritura, atenuada, y numerosas fórmulas filosóficas, análogas a las de Séneca. — Poca claridad en el plan. — Imaginación sobria.] Quisiera, por mínima que fuera, hallar alguna razón, alguna causa prudente para gloriarse en la grandeza y en la extensión de un imperio, cuando ello no puede probar que los hombres sean [más] felices, siempre en guerra, siempre empapados en sangre humana, la de sus conciudadanos o sus enemigos, siempre en un terror tenebroso o en una pasión sanguinaria: aunque su alegría es comparable al estallido frágil del vidrio, al que vemos quebrarse bruscamente y temblamos. Para juzgar mejor, no nos perdamos en vanas jactancias, no entorpezcamos nuestras miradas con esas palabras enfáticas de los pueblos (pues cada hombre, como cada letra en la escritura, es, por decirlo así, el elemento de la ciudad y del reino, tan vasto como lo supongamos), pobre el uno o, mejor, de mediana fortupa; el otro, muy rico: pero un rico asaltado de terrores, corroído por los pesares, ardiendo en pasión, sin seguridad alguna, siempre inquieto, jadeante entre luchas perpetuas contra sus enemigos, y, al precio de todas esas miserias, aumentando inmensamente su patrimonio, y, por ello mismo, sus inquietudes y sus amarguras; mien tras que ese hombre mediocre y de pequeña y limitada fortuna se basta a sí mismo, es querido de los suyos, goza de la paz más dulce entre sus parientes, sus vecinos, sus amigos; vive lleno de piadosa bondad, de salud, sobriedad, casto y con la conciencia tranquila. ¿Quién sería tan loco que dudara en preferir el uno al otro? Como en esos dos hombres, así ocurre en dos familias, en dos pueblos, en dos reinos. Apliquémosles la misma regla, sin desviarla: y veremos muy fácilmente dónde se encierra la vanidad y dónde la dicha. También, a ojos de quien honra al verdadero Dios y le ofrece, en sacrificio de verdad,“0 las costumbres puras, es útil que el imperio de los buenos se prolongue y se extienda a lo lejos, y no tanto en su propio interés como en el de sus súbditos. Pues, para ellos, su piedad y honradez (que son grandes dones de Dios) bastan para hacerlos felices en la tierra y hacerles gustar, previamente, la felicidad de 1a vida eterna. En nuestra tierra, pues, el reino de los buenos es menos ventajoso para ellos mismos que para las cosas humanas; el de los malos, por el contrario, les es más nocivo a ellos, puesto que, más libres de obrar criminalmente, acumulan las ruinas en su propio corazón, mientras que sus esclavos sólo sufren su iniquidad individual. Pues todo el mal que algunos hom bres ven impuesto por señores injustos no es castigo merecido, sino prueba de valor. El hombre de bien, por otra parte, incluso entre hierros está libre; el malo, por el con trario, aunque rey, es esclavo y esclavo no de uno solo, sino (lo que es peor) de tantos
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Sacrificio realmente capaz de agradar a Dios.
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EL RENACIMIENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO dueños como vicios tenga. De estos vicios dice la Sagrada Escritura: “Vencido por uno de ellos, se es esclavo.” Sin la justicia, pues, ¿qué son los reinos, sino inmensas cuevas de bandidos? Pues una banda reconoce a un jefe, se somete a una ley, parte el botín siguiendo una regla convenida. Si esta banda se incrementa suficientemente en agentes de rapiña y escala dores para tomar una ciudad, organizarse en sedes, apoderarse de las plazas, subyugar a los pueblos, entonces, con toda evidencia, toma el nombre de “reino”, no porque haya renunciado a la rapiña, sino porque ha ganado la impunidad. Una respuesta justa e in geniosa dio a Alejandro Magno un pirata a quien habían hecho prisionero. Como el rey le preguntara por qué tenía que causar estragos en el mar, le repuso con libre audacia: “Y tú, ¿por qué tienes que causar estragos en el mundo? Porque sólo tengo un pequeño navio, me llaman pirata; tú, que tienes una gran flota, tomas el nombre de conquis tador.” L a C iudad d e Dios, IV, 3-4.
Imaginación y movimiento. — Las cualidades literarias principales de san Agustín obedecen a su propio temperamento: la riqueza de sus sensa ciones ha despertado en él una imaginación admirable, realista en el fondo, a la que el conocimiento de la Biblia añade muchas veces un cierto carácter oriental, más variado y más poético que en su compatriota Tertuliano; la actividad ardiente de su pensamiento y la inquietud de sus deseos dan a sus obras un movimiento apasionado: la dialéctica se convierte en lucha palpi tante, en análisis psicológico, en un drama angustioso. La lengua y el estilo. — La forma no es menos original. Varía, como he mos visto, según las obras: incluso tenemos de san Agustín un Salmo abecedario, en que, para unir las almas populares en la expresión de la fe católica, ha empleado una versificación tan poco clásica como le ha sido posi ble, ya casi romance. Pero su ideal (patente sobre todo en Las Confesiones) es el de una prosa armoniosa que parte de un rasgo hasta el fin, pero que vuelve sobre sí misma en seguida, antes de proseguir más lejos; esta serie de avances y retrocesos acaba por producir un efecto atractivo. La lengua es menos pura que la de san Jerónimo. Los adornos y resonancias de palabras son continuos, aunque también aparecen las más audaces imágenes y las más bellas, llenas de un lirismo auténticamente creador: si tratando, después de tantos siglos, de poetizarse, la nueva prosa latina había engendrado, con Tácito, sus primeras obras maestras, encuentra su perfección en san Agustín. Conclusión. — San Agustín apareció cada vez más, en el curso del tiempo, como el defensor de la “gracia”: es decir, del don gratuito por el que Dios salva al pecador. Él lo había experimentado en sí mismo; y el camino que le llevó a Dios fue el estudio profundo de los apetitos torcidos y las debilidades del alma. Pero, psicólogo y místico, es también un gran filósofo y un vigoroso teórico: uno de los más raros espíritus que han existido. Hacía ya mucho tiempo que los cristianos tra taban de llegar a la historia. Las grandes obras históricas del pasado parecían uno $e los sostenes esenciales del orgullo paga no; convenía acabar con él. Se podía lograr científicamente, ampliando el
LOS HISTORIADORES
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Severo, Orosio, Salviano campo de las investigaciones; o tendenciosamente, sacando un nuevo partido de los hechos registrados. Ello trataron de hacer, en la escuela de san Jeró nimo o de san Agustín, aunque con bastante desacierto, los primeros espe cialistas cristianos de la historia. Sulpicio Severo (hacia 360-hacia 425). — Aquitano de nacimiento, abo gado famoso, Sulpicio Severo dejó el mundo, como su amigo Paulino de Ñola, aunque ya en 399. Es un san Jerónimo en miniatura, polarizado en el resumen histórico y hagiográfico. Su “Crónica” (Chronica) condensa en un estilo rápido, sin indicación de fuentes, la historia “universal” desde la creación del mundo hasta el consulado de Estilicón (en 400). Además, difun dió el ascetismo de san Martín “el apóstol de las Galias”, que había conocido, al igual que san Jerónimo preconizaba el de los monjes de Oriente. Pero puso mayor empeño en ello: una Vida (397), ciertas Cartas complementarias sobre la muerte del santo y algunos Diálogos (hacia 403-404) exhiben sus méritos y milagros, con la reiterada intención de no dejar nada (¡más bien se excede!) que pueda contribuir a hacer popular una figura. Dichas obras de actualidad (san Martín murió en 396), tuvieron un éxito inmenso: tenían gran vigor, estaban bien escritas, y permitían a los occidentales oponer por fin a los célebres monjes de Oriente un héroe del ascetismo bien suyo. Paulo Orosio. — El sacerdote español Paulo Orosio continuó la obra de san Agustín. Éste había aconsejado refutar más plenamente de lo que él hacía en su Ciudad de Dios la idea pagana de que las calamidades presentes se debían a la impiedad de los cristianos. Eñ dos años (415-417), Orosio hilvanó siete libros “Contra los Paganos” (Aduersum paganos), tratando de demostrar que, desde la creación del mundo, no habían faltado los males a la humani dad y que incluso habían superado en horror a los del tiempo presente: los bárbaros, por sí mismos, no deben inspirar tan gran pánico; y la Providencia divina, al probar a los hombres, los conduce hacia destinos mejores. La obra insiste sobre todo en la Roma real y republicana (libros II-VI). Aparece escri ta con cierta retórica y presenta múltiples imitaciones de los clásicos. Salviano. — Sólo faltaba ya renegar de Roma, volviéndose resueltamente hacia el porvenir inevitable: los reinos bárbaros, pero cristianos, se repartían el imperio de Occidente. Tal hizo, o poco menos, un sacerdote de Marsella, Salviano, en su De gubernatione Dei (“Sobre el gobierno de Dios”), redac tado entre 439 y 451. Se trata de un panfleto más de moralista que de historiador: si los romanos son desgraciados, lo merecen por sus vicios; los bárbaros poseen grandes virtudes de honor, de pureza: la Providencia divina los ha llamado para castigar a una ciudad corrompida. La obra de Salviano es notable por la descripción, incluso exagerada, de ciertos ambientes contem poráneos; es estimable también por su fuerza retórica; y, por último, como testimonio de los nuevos tiempos. Sin embargo, por las mismas fechas, el papa L e ó n e l G ra n d e protegía a Roma contra Atila, contra Genserico, y celebraba su grandeza inmortal. 523
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4. L a p o e s ía c ris tia n a No parece que antes de la “paz de la Iglesia” (313) haya necesitado el cristianismo una poesía. Pero, en el siglo iv, vemos a diversos escritores esforzarse, en múltiples direcciones, para dotarlo de ella. La tentativa del emperador Juliano de prohibir a los cristianos la enseñanza de las letras paganas parecía estimular esta actividad: los cristianos debían bastarse a sí mismos. El objetivo estaba claro: el método a seguir continuaba, en cambio, confuso. En ello había un medio para mantener el contacto con el pueblo, e incluso de invitarle a unirse a la liturgia, mediante el recitado o el canto en común de himnos o salmos; san Hilario, san Ambrosio y san Agustín trata ron de hacerlo. Pero, entonces, era totalmente necesario adoptar la lengua y la métrica, más que inciertas, de las clases humildes: de los tres, san Agustín lo intentó parcialmente. O bien se decidían a verter temas y sen timientos cristianos en el molde de las fórmulas y la métrica clásica: se respondía así mejor al desdén de los paganos, pero se ponía coto a la espe ranza, aunque arriesgada, de crear antes o después una poesía auténtica mente nueva. La influencia de Virgilio, Horacio y Ovidio fue la más poderosa. Juvenco, Cipriano, Comodiano. — Hacia 330, un sacerdote español, C. V e t i o A q u ilin o Ju v e n c o vertió el Evangelio en más de 3.000 hexámetros, sin evitar, unas veces, una seca y demasiado respetuosa literalidad, y otras una libertad sin medida. La misma tarea se impuso, para la Biblia (Hepta teuchos), otro versificador, C ip ria n o , ilustrado, pero bastante incierto en cuan to a la prosodia clásica. Mucho más curiosa es la figura de C om odiano, que escribía, sin duda, después de 440161 (otros críticos lo sitúan en el siglo m o iv): puritano áspero, predica la moral para todos en sus dos libros de Instrucciones (ochenta poemas en acrósticos) y en su Carmen apologeticum (en 1.060 versos), que termina en un cuadro apocalíptico de los últimos tiem pos del mundo. Bárbaro en la lengua y en la versificación, ¿trató Comodiano de hacerse accesible a un público popular, o —lo que es más creíble— no es más que un escritor de cultura mediocre? Evolución de la poesía cristiana. — Bajo Teodosio, habida cuenta que el cristianismo triunfaba en una sociedad muy refinada literariamente, su poesía se lanzó por fin a la imitación de los clásicos, sin que, por lo demás, la elegancia de la forma afectara a la pureza de la doctrina. Pero hubo dos nuevos aspectos en el cristianismo que favorecieron dicha síntesis: en primer lugar, la floración al descubierto de un gran arte cristiano (arquitectura, y sobre todo pintura al fresco y mosaicos) destinado a alimentar la inspiración plástica de los autores; a continuación, una especie de amalgama entre la 161.
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Según la demostración de P. Courcelle, Rev. des Ét. lat., XXIV, 1956, p. 227-246.
La poesía cristiana: Prudencio
fe cristiana y la devoción pagana con respecto a las tumbas y los santuarios de los mártires, hasta el punto que los sentimientos populares perennes, hasta entonces esveramente reprimidos por la nueva religión, hallaron una nueva ocasión de manifestarse. Así se relacionaban dos mentalidades tan opuestas en sus principios como la espiritualidad cristiana y el realismo esté tico de los paganos. Aurelio Prudencio Clemente, de Calahorra o de Zaragoza, tras una vida mundana harto intensa, como abogado y alto funcionario, se decidió, hacia los cincuenta años, a rendir exclusivamente gloria a Dios. Lo hizo en verso, con una fecundidad extraordinaria —escribió cerca de 20.000 versos en siete u ocho años, de 398 a 405— y un auténtico genio.
PRUDENCIO 348-410 aproximadamente
Poesía lírica. — Prudencio descubrió en el cristianismo dos nuevas fuen tes de poesía lírica: la santificación de las horas cotidianas y ciertos días escogidos, en que toda suerte de realidades se revisten de un brillante simbo lismo; y el heroísmo sobrehumano de los confesores de la fe, exaltados por visiones supraterrenas. De ahí, por una parte, los 12 himnos del Liber Cathemerinon (o “libro de las ocupaciones de la jomada”); y, por otra, las 14 odas, acerca de tantos santos, sobre todo españoles y romanos, del Líber Peristephanon (o “sobre las coronas” de los mártires). Prudencio empleó en estos poemas una gran variedad de ritmos, que maneja con maestría. Demues tra, en ello, sus grandes cualidades: sentimiento, vigor, energía en los mo mentos necesarios, colorido y variedad en la descripción. Unicamente se excede en la cantidad; en especial en los discursos que atribuye a los santos, en que su prolijidad llega a cansar, y no se libra del énfasis ni del mal gusto. La acumulación de milagros, por poética que sea en principio esta materia, se convierte en monótona. Acabamos por desear una mayor moderación hu mana. Himno del fuego nuevo en el Sábado de Pascua [El sábado (sabbatum) víspera de Pascua, se renueva en las iglesias el agua bendita y el fuego del santuario; y a las luces se atribuía por parte de los cris tianos un simbolismo muy rico y una delectación semisensual y semiintelectual. — Sentimiento de misterio, en el más pequeño objeto de la industria humana y en la naturaleza grandiosa. — Fuerza de la evocación de la luz. — Riqueza y poesía del vocabulario descriptivo. — Fuerza de un simbolismo no dominador. — La composición está escrita en estrofas de 4 asclepiadeos (dáctilos _uu, y tro queos _u )·] Guía bueno,1“ Creador de la luz brillante; Tú, que impones a los tiempos retornos periódicos, el sol se ha sumergido y el caos espantoso invade el universo. Devuelve la luz, Cristo, a tus fieles. Sin duda, son innúmeras las estrellas de la [bóveda] real y la luna baña el cielo con su [resplandor] de colores. Enséñanos también a golpear el sílex para encontrar en la piedra el germen de la claridad. E l hombre no debe ignorar que en
162.
Criatu, en quien se revelaba bondad divina.
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EL RENACIMIENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO el cuerpo de Cristo, oscuro, se oculta, escondida, la luz: quiso ser llamado piedra inmóvil Aquel para el que están destinados nuestros frágiles fuegos. Del graso rocío1“ del olivo alimentamos nuestras lámparas, o con leña secada; o tam bién oprimimos en tomo a una mecha de cáñamo la cera, hija de las flores,1“ que albergó la miel. La llama vive, crece, ya sea el zumo vegetal el que, en su cóncava arcilla,1“ embriague sin cesar las hebras del lino, o el pino de su resinoso alimento, o el hilo de estopa, que bebe, calentándose, la fina cera. En la cima [del cirio] hierve el néctar y se extiende y destila gota a gota en lágrimas perfumadas. Así el poder del fuego le obliga a extenderse, en lágrimas, en una lluvia ardiente; pero tus dones, Padre, son los que alumbran los santuarios con móviles llamas: el día ausente es remplazado por una luz rival, que arroja ante ella la noche en retazos.Y ¿quiénno ve en Dios la elevada fuente, inagotable, de la luz devoradora? Cathemerinon, V, v. 1-50.
Martirio de santa Eulalia [Una especie de júbilo, debido al metro (3 dáctilos, seguidos de una sílaba indiferente) y a la rapidez de las estrofas, armoniza con los temas: heroísmo de la mártir, descripción de la hermosa tumba, fiesta juvenil (de carácter semipa gano). — Fina precisión descriptiva y gusto por el color (nótese el hábil contraste entre la blancura milagrosa de la nieve y el tornasolado del san tuario). — Cierta tensión oratoria que no llega, en este caso, al énfasis.] ... Sin más demora, dos verdugos desgarran su flexible cuerpo; de una y otra parte, las uñas de hierro azotan ese pecho virginal y lo cortan hasta el hueso: Eulalia cuenta sus llagas. — “Vos seréis escrito en mí, Señor. iQué placer tomar estas marcas que se ñalan, oh Cristo, vuestros triunfos. Que sólo la púrpura de sangre que brota proclama vuestrosanto nombre.” — Sin lágrimas, sin gemidos, hablaba con intrépida alegría. El dolor cruel no afecta aún a su alma; y la sangre que baña sus manos es para ella como el agua tibia de un baño. Esa laceración mortal no fue el fin de su suplicio; sólo en sus costados la azotaron; mas he aquí que la llama furiosa se eleva, de todas partes, hacia su pecho, hacia su vientre. — Sus cabellos perfumados flotaban sobre su cuello, envolvían sus hombros, aho gaban todo el cuerpo de la joven. — La llama, crepitando, vuela hasta su rostro, se mul tiplica en medio de los cabellos, domina su cabeza, y la rebasa: la virgen anhela una muerte rápida: aspira, con todo su aliento, el fuego. De súbito surge una paloma que parece, más blanca que la nieve, salir de la boca de la mártir y volar hacia las estrellas: era el aliento de Eulalia, de una dulzura de lac tante, viva, ¡nocente.“ 1— E l cuello se dobla al marchar el alma; el fuego se extingue; la paz de la muerte domina el cuerpo; el alma, dichosa, triunfa en los aires y gana, alada, las mansiones celestiales. — E l mismo ayudante [del verdugo] ha visto escaparse el pájaro de su boca de mujer: estupefacto, fuera de sí, corre y huye de su misión; y el líctor también se marcha, espantado. He aquí que se acumula nieve invernal, que cubre todo el foro: envuelve también el cuerpo de Eulalia, que yace bajo el frío, cual un lienzo de lino. — Detrás, el amor lloroso de los hombres, que rodea a los muertos; detrás, las lágrimas acostumbradas: Dios ordena, y los elementos mismos celebran, oh joven, las exequias. Hoy, Emérita posee tu tumba, la ilustre colonia de los vetones, regada por el Anas, de nombre glorioso, costeando los hermosos baluartes con sus verdes torbellinos. —
163. 164. 165. cocida. 166. 167. 168.
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£1 aceite. Donde liban las abejas. Las lámparas comunes (muy abundantes en las necrópolis cristianas) eran de arcilla Símbolo habitual del alma. Los epítetos, aplicándose a Eulalia, son propios también de la paloma. Mérida, en España.
La poesía cristiana: Prudencio Allí baña entre el brillo de los mármoles, indígenas y· exóticos, tu augusto santuario, cübriendo la tierra venerable donde reposan tus reliquias y cenizas; encima alumbran y se enrojecen los artesonados recubiertos de oro, y los mosaicos, en el suelo, parecen un jardín de flores que se esmalta bajo el rocío. Coged los purpúreos alhelíes; segad los ensangrentados azafranes: un feliz invierno1" no nos priva de ello; el calor funde la nieve y esponja la tierra para cubrir de flores vuestros cestos. — En vuestras cabelleras de hojas, llevadlas, doncellas y mancebos. Yo, en medio de vuestro coro, llevaré mis guirnaldas trenzadas en metro dactilico, modestas y ya marchitas, pero guirnaldas de fiesta al fin. Peristephanon, III, v. 131-210.
Poesía didáctica. — Las obras didácticas de Prudencio son también, en su mayor parte, polémicas: defienden la ortodoxia contra los herejes, los judíos y los paganos. Son la Apoteosis, la Hamartigeneia (o “Poema sobre el origen del mal”); dos libros Contra Símaco, de forma elegante y rivali zando en patriotismo con el adversario. La misma flexibilidad, el mismo aliento, y gran dosis de claridad y confianza en el efecto de estos poemas: Prudencio hace interesantes incluso sus discusiones o exposiciones harto abs tractas. No podremos decir otro tanto de su Psychomachia, combate alegórico entre las virtudes y los vicios personificados, que acaba con el triunfo de la Fe: pero dicho tema estaba destinado a alcanzar gran éxito en la literatura y sobre todo en el arte de la Edad Media occidental. Por último, bajo el oscuro título de Dittochaeon, reunió Prudencio 49 cuar tetos hexamétricos, de los que cada uno explicaba una escena relativa al Nuevo Testamento. En ellos notamos cómo poco a poco se unificaba la socie dad cristiana, confusa durante tanto tiempo en el siglo iv, durante el cual el arte y la poesía albergaron los mismos ideales constructivos: pero las repre sentaciones alegóricas podían ejercer influencia sobre los iletrados, mientras que la poesía sólo afectaba al público culto. Un sacrificio del emperador Ju lian o [Escena simbólica (triunfo irresistible del cristianismo) tratada ampliamente, con tonos épicos. — Unión fácil de los rasgos realistas con el misterio. — Sere nidad de una fe firme, que no teme hacer justicia al adversario. — Nuevo pa triotismo, uniendo la idea de Roma a la de la cristiandad.] Entre todos estos príncipes,1™ sin embargo, tan sólo uno fue una excepción. Yo era niño, y me acuerdo de ello; era un caudillo muy valiente, un legislador, famoso por la palabra y la acción, ferviente sostén de la patria, mas no de la religión:171 amaba a tres cientos mil dioses, y faltaba a Dios, pero no a Roma; inclinaba su cabeza augusta ante una Minerva de arcilla, lamía las sandalias de Juno, se arrojaba ante Hércules, llenaba de tablillasde cera las rodillas de Diana; inclinaba incluso su frente bajo un Apolo de yeso y ofrecía al caballo de Pólux172 entrañas humeantes. Un día sacrifica a H écate1™ entre raudales de sangre. Aguardando las hachas con sagradas de los pontífices, había allí rebaños de vacas y terneras con la frente velada con adornos de ciprés.17* Ya el anciano, ceñido con las bandeletas rituales, había abierto con 169. 170. 171. 172. 173. 174.
La fiesta de santa Eulalia se celebra el 12 de febrero. La familia de. Constantino, todos cristianos. Cristiana, por supuesto. Representado a caballo: parece ofrecer el sacrificio a su montura. Diosa infernal. Arbol funerario, adecuado para el sacrificio.
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E L . RENACIMIENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO su cuchillo las carnes de la víctima; con sus manos ensangrentadas movía las visceras agitadas por el temblor de la muerte, y, como sabio intérprete, contaba las pulsaciones moribundas del corazón, tibio, donde se desvanecía la vida, cuando, súbitamente, en medio del sacrificio, totalmente pálido, exclama el sacerdote; “ |Cómo! ¿Qué sucede? Una divinidad desconocida, excelente príncipe, más grande que las nuestras, que no se con tenta ni con las copas de leche espumosa, ni con la sangre de los rebaños, ni con la verbena,175 ni con las coronas, aparece sobre nuestros altares. Las sombras que ya he llamado veo cómo se disipan a lo lejos; Proserpina,1™ espantada, con sus teas apagadas, se aleja, tras perder su látigo. E l murmullo de fórmulas misteriosas no ejerce efecto al guno; los encantos tésalos177 son impotentes; las víctimas son incapaces de confirmar y llamar a los manes. ¿No ves cómo desciende el fuego en los incensarios fríos? ¿Cómo lan guidece la brasa bajo las cenizas blanquecinas? E l servidor imperial no tiene fuerza para sostener la pátera, de su mano temblorosa se derraman, gota a gota, los perfumes; el propio flamen178 ve con estupor cómo de su cabeza cae el laurel, y la víctima escapa al hierro que mata. No sé quién se ha deslizado entre nosotros: con seguridad, uno de esos adoradores de Cristo; ante ese linaje de hombres tiemblan nuestras bandas sagradas, y hasta la asamblea de los dioses. Que ese bautizado, que ese ungido178 marche lejos de aquí, para que la hermosa Proserpina vuelva a asistir a la repetición de su sacri ficio.” Así habla, y cae sin vida: y, como si hubiera visto a Cristo, con su rayo amenazador en la mano,“0 el propio príncipe, en entredicho, palidece y aparta su diadema, y re corre la asistencia con su mirada, para ver si algún iniciado marcaba su frente con la señal de la cruz, perturbando así las fórmulas del culto de Zoroastro.“1 Entre la masa de jóvenes de cabellos rubios,1“ guardias personales del Emperador sorprenden a un soldado: no lo niega; arroja las jabalinas de hermosos astiles, guarnecidas con doble hierro, y confiesa estar marcado con el signo de Cristo. En su espanto, el príncipe corría a saltos, derribando al sacerdote; huye, sin su séquito, lejos del templo de mármol. Y la guardia, temblorosa, olvidándose del Emperador, eleva al cielo sus rostros suplicantes e invoca a Jesús. Apotheosis, v. 449-502.
Arte y poesía. — La lengua de Prudencio es muy rica: multitud de pa labras abstractas se suman en ella al vocabulario virgiliano. Su sintaxis, su prosodia y su métrica aparecen en principio muy clásicas: pero presentan también de vez en cuando rarezas o errores; ello basta para revelarnos lo inactual de esta forma poética. Sólo sabiéndose a Virgilio de memoria y con la mente nutrida de otros autores de la época clásica, pudo Prudencio lograr una relativa pureza en la forma, que no deja de ser un intento forzado. Sin embargo, el empleo —con gran seguridad— de los metros líricos revela, ade más de su erudición, su sentido rítmico. Prudencio es, pues, una artista de estilo logrado. Pero el ser un gran poeta lo debe, como su contemporáneo Claudiano, a sus dotes naturales: fuerza imaginativa, sentido del simbolismo,
175. Planta sagrada. 176. Aquí identificada con Hécate (el látigo, por lo demás, le es menos propio que a las Furias). 177. Epíteto “homérico” : la Tesalia pasaba por ser el país de los magos por excelencia. 178. Los flámines eran, juntamente con los pontífices, los más importantes sacerdotes romanos. 179. Que ha recibido la marca, la unción del bautismo. 180. Cristo aparece aquí representado en la actitud de Júpiter. 181. Legislador religioso de Persia: Juliano, adorador de Sol, podía pasar (¡con buena voluntad!) por un fiel de los dioses orientales. 182. La guardia de los emperadores se reclutaba con frecuencia entre los bárbaros del Norte.
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La poesía cristiana: san Paulino de Ñola
tendencia a la expresión enérgica y seductora, y a la sinceridad de sus sentimientos. El raro temple del alma ejerce un influjo atrayente en el caso de Meropío Pontino Paulino. Nacido en Burdeos, de una fami lia inmensamente rica, que poseía vastos dominios agrícolas en la Galia y en Italia, renunció al mundo en 393, al igual que su esposa, con gran escán dalo de sus iguales y con el asombro doloroso de su maestro, Ausonio. Orde nado sacerdote, se retiró a Ñola, en la Campania, junto a la tumba de san Félix, donde vivió como asceta. Fue nombrado obispo en 409, murió allí y fue enterrado en la nueva y suntuosa basílica que había construido en honor del santo. Su Correspondencia, muy célebre en su tiempo, nos disgusta por sus fili granas retóricas y la abundancia excesiva de citas de la Escritura. Sus Epístolas a Ausonio muestran ala vez lo que el alumno y el maestro tienen de común por su formación intelectual y cómo Paulino lo supera en inquietud espiritual. Pero lo más original de su obra son las 14 composiciones escritas, una por año, con ocasión de la fiestas de san Félix (el 14 de enero), hacia quien Paulino sentía la más viva y rendida devoción. Vemos aparecer en ellas, al natural, las circunstancias de un culto convertido en fastuoso y las prácticas casi paganas de la piedad popular, una religión por entero napolitana, sincera, no obstante, y profunda; notamos un anticipo de las inocentes actitudes de la Edad Media; y el propio Paulino, por elevado que sea su pensamiento reli gioso, pone su alma en ello de buen ánimo, no sin puerilidad en algunos momentos.
SAN PAULINO DE ÑOLA 353-431
En la basílica de san Félix [Narración fácil, más enumerativa que descriptiva: tema de la nieve símbolo de pureza (cf. p. 526); tema de las ofrendas, materiales y espirituales. — Ins tructiva más que evocadora: no vemos la masa. — Pese a todo, impresión hon da: Paulino, como Ausonio, gusta de toda clase de detalles.] Mirad cómo brilla la alegria del cielo, con signos sagrados, en medio del esplendor de este día:“* todo se reviste de un blancor alegre; de las nubes sutiles no cae lluvia, sino un vestido de nieve que envuelve la tierra. Cubiertos de nieve aparecen los techos; de nieve, la gleba y los bosques y los ribazos de las colinas. Todo proclama la gloria inmaculada del santo anciano;“ * notamos cómo la luz y la paz angélicas rodean a Félix, que resplandece en el reino de los justos, para ver desde el cielo silencioso nevar los blancos copos... Cedo el lugar a otros. Que lleven preciosas ofrendas y me superen en el lujo de su devoción; que lleven, para las puertas, velos magníficos, en que brille el puro es plendor del lino, o bordados de figuras de ricos colores; moldeen y pulan aquéllos lá minas de plata y revistan el sagrado dintel, fijando allí sus exvotos; que otros enciendan cirios pintados y cuelguen de los artesonados del techo lámparas de múltiples llamas, temblorosas bajo el balanceo de su sostén; dense estos otros prisa a inundar de nardos
183. 184.
El día de la fiesta anual. San Félix.
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EL RENACIMIENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO la tumba del mártir y llevar al santo sepulcro los ungüentos perfumados que le deben. Cedo también el lugar a todos aquellos cuya ofrenda es más preciosa que el oro sin contenido: en el pliegue alzado de sus vestidos pesa enormemente el cobre,“ 5 toman a los pobres y, con mano liberal, distribuyen abundante comida; están allí, uniendo su alma [al cielo] “* con dones diversos, con un mismo corazón, con recursos diferentes; y, con prisa semejante, para la comida en común, platos exquisitos, gran cantidad de víve res, ciervos y otras carnes. Yo, en cambio, sirvo al santo con mi boca, a falta de otros bienes, dándole, con mi ser, lo quele debo, entregándome a mí mismo, ofrenda mez quina: mas no temeré su desprecio: que Cristo no encuentra viles las ofrendas de un pobre fervor. É l recibió con alegría y celebró las dos monedas de bronce de la pobre viuda.“ 1 X V III, v. 16-24, 29-51. Petición de un campesino de la Campania a san F élix [Milagro popular, en el que se goza plácidamente Paulino, creyendo en él sin duda: un campesino, a quien han quitado los bueyes, acude a buscarlos a la basílica de san Félix. — Precisión en los movimientos psicológicos y en su expresión, un tanto prolongada únicamente. — Arte en la narración y precisión en el detalle.] Baña“* con sus lágrimas la tierra, inclinado por completo ante el umbral sagrado, y pide sus bueyes que le han robado aquella noche; los suplica de manos del piadoso Félix, como si fuera su guardián, con reproches y quejas entremezcladas con la plegaria: “Santo de Dios, Félix, sostén de los miserables, siempre rebosante en gracias para los desdichados y rico para los pobres, Dios ha depositado en ti el descanso de los hombres maltrechos, el consuelo de los afligidos, el remedio de la tristeza de los cora zones heridos. También, con confianza, como al pecho de un padre, la pobreza viene a descansar, con la frente inclinada, en tus brazos.“ * San Félix, tú que siempre has tenido compasión por mis penas y que ahora me olvidas, ¿por qué, por qué me dejas desnudo? He perdido mis bueyes tan apreciados, que me habías dado tú, que con tanta frecuencia te encomendaba en mis súplicas, sobre los que se ejercía sin tregua tu protección, que alimentabas para mí: tus cuidados los conservaban con buena salud, tu mano liberal los alimentaba. Y esta noche, pobre de mí, me los han robado. |Ay! ¿Qué hacer ahora? ¿A dónde ir? ¿A la ventura? ¿A quien atacar? ¿Me quejaré de ti? ¿Acusaré a mi dueño de negligencia? ¿Cómo? ¿Has permitido que me durmiera tan profundamente, que no he oído cómo los ladrones rompían mi puerta? |No has golpeado esos corazones culpa bles con un súbito terror! ¿No has dejado brillar el día en las tinieblas para hacer pú blico el robo? ]Ni hallado ningún medio de denunciar su huida! ¿A dónde correr? ¿A dónde ir? Estoy como en un hueco de tinieblas; mi propia casa parece cerrada, pues el robo de mis alimentos me deja sin nada en que poner mi corazón, sin esa dulzura de mis ojos y de mi trabajo, cuyo sólido bien enriquecía mi pobreza.“ 0 ¿Dónde buscarlos ahora, desdichado? ¿Dónde hallaré nunca otros semejantes? Y si los encuentro, ¿cómo voy a comprarlos? Pobre campesino, ellos me bastaban, pero eran toda mi fortuna. Me los tienes que devolver: no quiero otros. Y no iré a buscarlos a otra parte: me lo debes dar aquí; esta iglesia me los devolverá. En ella, suplicante, te conmino y me acerco a ti. ¿Para qué buscar, y dónde, a unos ladrones que no conozco? Aquí me los deben; al señor de este edificio, sí, a él mismo, lo retendré como deudor. Sí, te acuso a ti, santo mío; tú eres su cómplice; no te dejo: tú sabes dónde están, pues la luz de Cristo te hace ver todo lo oculto y lo lejano; tú puedes rescatarlos, que Dios lo abarca todo. Así, no
185. La moneda destinada a las limosnas. 186. La práctica de la caridad es condición primordial para la unión eterna con Dios. 187. Véase Evangelio de Marcos, 12, 42-44. 188. El campesino. 189. Este preludio, en forma de letanías, tiene una elevación conmovedora, pero no se corresponde con el tono que sigue. 1Θ0. Esta frase, de expresión rebuscada, desdice un poco del resto.
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La poesía cristiana: san Paulino de Noté hay escondrijo alguno que puedan ocultarte los ladrones, y no pueden escapar; una mano basta para prenderles: Dios, el único que está en todas partes, la mano de Cristo, dulce para con las personas piadosas, rigurosa con los malos. Devuélveme, pues; devuélveme mis bueyes; y detén a los ladrones. Pero no quiero acusar a nadie, que se vayan; yo sé, gran santo, cómo tú obras: no devuelves nunca mal por mal; prefieres enmendar a los malos con tus gracias a perderles con tus castigos. Hagamos un buen negocio, tú por tu parte y yo por la mía: encuentre yo mis bienes sin menoscabo, gracias > ti; y tu cle mencia compense con prudencia el castigo. En una balanza equitativa, )uzgt sin ape lación: deja libres a los culpables, pero devuélveme mis bueyes. He aqui un negocio bien convenido; nada te impide ahora ayudar a tu siervo; apresúrate a sacarme del apuro. Pues estoy dispuesto, hasta que me socorras, a permanecer aquí, sin dejar un paso esta puerta. Y, si no te das prisa, moriré en este umbral; y no tendrás ya a quien dar. dema siado tarde, mis bueyes.” Así se quejaba, con una voz agria, pero con un corazón lleno de fe; ello dwi, sin fin, durante todo el día. £1 mártir lo escuchó; sus súplicas sin adornos le agradaban, y, con el Señor, rió de buena gana ante sus acusaciones. L a fe de la suúplica le baeft ptaar a la libertad de las quejas; se dispone a ayudarle, haciéndole esperar imas hom. X V III,
V.
251-310.
Paulino había hallado una buena escuela en Ausonio : emplea metroe ve nados, pasando con facilidad de uno a otro en una misma composición; lo· clásicos le proporcionan un vasto y puro vocabulario; por otra parte, recuerda a su maestro en ciertos recursos estilísticos y complicaciones descriptiva*. Pero se extiende más en sus escenas, y es a veces más difuso. Sin poseer la grandeza de un Claudiano ni, incluso, de un Prudencio, su desenvoltura sonriente da la impresión de que la poesía latina aún podía producir obras seductoras y naturales. en cuanto al sentimiento, si no en lo relativo a la forma.
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Bibliografía L ib er d e consolatione Valentiniani (ib., Washington, 1940), por Th. A. Kelly; D e sacra mentis, d e mysteriis, por B. Botte (París, 1961), con trad, y com.; Oratio d e obitu T h eo dosii, por Mannix (Cath. Un. Am., IX , Washington, 1925); D e obitu Satyri fratris, por Albers (Bonn, 1921); Expositio Evangelii sec. Lucam , por M. Adriaen (Tumhout, 1957); P e bono mortis y D e fuga saeculi (Turin, 1961 y 1959), con trad, ital.; Hexaem eron, Paradis, Cain e t A bel, trad. ingl. J. J. Savage (Nueva York, 1961); Himnos, por Walpole, Early latin hymns (Cambridge, 1922). ESTU D IO S: T h . F o e r s t e r , Ambrosius, B ischof co n M ailand: eine Darstellung seines L eben s und W irkens (Halle, 1884); A. P a r e d i , S. A m brogio e la sua e t à 1 (Milán, 1960); D e B r o g l i e , Saint Am broise (Paris, 1899); P . d e L a b r i o l l e , Saint Ambroise (Paris, 1908); T h a m in , Saint A m broise e t la m orale chrétienne au TV’ siècle (París, 1895); J. R. P a l a n q u e , Saint A m broise et l’em pire rom ain (Paris, 1933); — U. P e s t a l o z z a , L a religione di Ambrogio (Milán, 1949)---- M. F. B a r r y , T h e vocabulary o f the m oral-ascetical w orks o f St. A m brose (Cath. Univ. Am. Patr. St., X, Washington, 1926); M. A . A d a m s , T h e latinity o f th e Letters o f St. A m brose (Ib., X II, Washington, 1927); P. C a n n a t a , D e syntaxi Ambrosiana in libris qui inscribuntur D e officiis (Catania, 1911); M. D . D i e d e r i c h , Vergil in th e w orks o f St. A m brose (Cath. Univ. Am., Patr. St., X X IX , Washington, 1931).
San Jerónimo MANUSCRITOS abundantes y aún mal clasificados. ED IC IO N ES: Príncipe, por Erasmo (Basilea, 1516); Patrologie de Migne, t. X X IIXXIX; Corpus de Viena, vol. LIV -LV I (Cartas) y L IX (In H ierem iam prophetam ), por Hilberg y Reiter (1910-1918); Bareille (París, 1878-1885), con trad, francesa; Cánones d e Eusebio, por Fotheringham (Londres, 1923); Cartas, por J. Labourt (Budé, 1949 ss.), con trad, franc.; Vulgata, ed. Vaticana (Roma, 1926 ss.). Hieronymus (L e ip z ig -B e r lin , 1901-1908); F . C a v a l l e Saint Jérôm e: sa vie et son œ u vre (L o v a in a , 1922); P . A n t in , Essai sur saint Jérôm e (P a ris, 1951) y Autour du songe d e saint Jérôm e (R e o . d. Ét. lat., X L I , 1963); Y. C h a u f f in , Saint Jérôm e (P a ris, 1961); P . M o n c e a u x , L a jeunesse d e saint Jérôm e (P a ris , 1932); B r o c h e t , Saint Jérôm e et ses ennem is (P a ris , 1905); C h . F a v e z , L a satire dans les lettres d e S . Jérôm e (R e o . des Êt. lat., X X I V , 1946) y Saint Jé rô m e peint par lui-m êm e (B ru s e la s, 1958); J . N. H r i t z u , T he style o f the letters o f St. Jero m e (T e s is . W a s h in g to n , 1939); — H . G o e l z e r , É tude lexicographique e t gram m aticale d e la latinité d e saint Jérôm e (P a ris, 1884); A . O t t o l in i , L a rettorica nelle E pistole d i Girolam o d a Stridone (C r e m o n a , 1905); K . K u n st , D e s. Hieronymi studiis Ciceronianis (Diss. philol. Vindobonenses, X I I , 2, 1918); H. H a g e n d a h l , Latin fathers and th e classics (G ö te b o r g , 1958). E S T U D IO S : G . G rü tzm ach er,
ra,
San Agustín MANUSCRITOS: Muy abundantes y diversos según las obras, algunos muy anti guos (por ejemplo, para las C onfesiones, el Vaticanus E u gippii 3375, del s. vn, y el Sessorianus de la Bibl. Víctor Manuel en Roma, de los s. v i i - v i i i ) , que no son necesariamente los mejores. ED IC IO N ES: Príncipe, por Amerbach (Basilea, 1506); — de los benedictinos de san Mauro (París, 1679-1700); Patrología de Migne, t. X X X II-X LV ; Corpus de Viena, vol. X II, XXV, X X V III, X X X III, XXXIV, XXXVI, X L, X L I-X L IV , L I-L III, LV II, LVIIT, LX, L X III, L X X V II, por Goldbacher, Hoffmann, Knœll, Urba, Weihrich y Zycha (18871923); Péronne-Êcafie-Vincent... (Paris, 1869 ss.), con traducción francesa; de la Bi blioteca agustiniana, en orden doctrinal y con trad. fr. (Brujas-París, 1937 ss.); — D e beata uita, por Kurfess (Bielefeld, 1926); Schmaus (Bonn, 1931); — Confesiones, por Knœll (Teubner, 1898); Skutella (Teubner, 1934); P. de Labriolle (Budé, 1925-1926), con trad, francesa; — D e doctrina Christiana, por Vogels (Bonn, 1930); Sullivan (Cath. Univ. amer., Patr. St., X X III, Washington, 1930), con trad, inglesa; — D e catechizandis rudibus,
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO por Christopher (Brooldand, 1926); — D e d u itate D ei, por Welldon (Londres, 1924); Dombart ‘-Kalb (Teubner, 1928-1929); P. de Labriolle-J. Perret (Paris [1941] ss.), con trad, franc.; Bardy-Combès (París, 1959), con trad, franc.; J. Morán (Madrid, 1958), con trad, española; W . Ch. Greene (Londres, I960), con trad, ingl.; — Sermones post Maurinos reperti, por G. Morin (Roma, 1930); Sermones d e V etere Testamento, por D. C. Lambot (Turnhout, 1961); Sermones selecti X VIII, por D. C. Lambot (Utrecht, 1950). TRADUCCIONES: Pérorme-Écalle-Vincent (París, 1869 ss.); de los Asuncionistas (Pa rís, É tudes augustin.); L. Bertrand, L es plus belles pages d e saint Augustin (Paris, 1912); P. de Labriolle, L es Confessions (Budé, 1925-1926); L es Soliloques (Paris, 1927). G E N E R A L E S : T il l e m o n t , Mémoires, X I I I (Paris, 1710); E . P o r t a l t é , Vacant-Mangenot, Dictionnaire d e T héologie catholique, I , 2, c o l. 2268 s s. (1909); Augustinus Magister (Congreso in te r n a c io n a l a g u s tin ia n o , É tudes august., París, 19541955); T . V an B a b e l -P . H u ism a n , R épertoire bibliographique d e saint Aug. (Augustiniana, II, 1952 y ss .); — Ê. G il s o n , Introduction à l’étu de d e saint Augustin (Paris, 1929); P. A l f a r i c , L ’évolution intellectuelle d e saint Augustin: du m anichéism e au néo-platonism e (Paris, 1918); Ch. B o y e r , Christianisme et n éop laton ism e dans la form ation d e saint Augustin (P a ris, 1920); L . G o u r d o n , Essai sur ία conversion d e saint Augustin (Cahors, 1900); W . T im m e , Augustins geistige Entwicklung in den ersten Jahren nach seiner Bekehrung (386-391) (B e r lin , 1908); P. C o u r c e l l e , R echerches sur les Confessions d e saint Augustin (Paris, 1950) y L es “Confessions” d e saint Augustin dans la tradition litté raire. A ntécédents et postérité (P a ris , 1963); P . M o n c e a u x , Saint Augustin et le Dona tism e (Paris, 1923); F r . V an D e r M e e r , Augustin pasteur (Pâmes (E s tr a s b u rg o , 1956); A . M a n d o u z e , Notes sur Vorganisation d e la v ie chrét. en A frique à Tépoque d e s. Aug. (L ’année théolog. augustin., X I I I , 1959); H .- I . M a r r o u , Saint Augustin et l’augustinisme (Paris, 1955). — P. B a t t i f o l , L e catholicism e d e saint Augustin (Paris, 1920); B. R o la n d G o s s e l in , L a m o r d e d e saint Augustin (P a ris , 1925); Ch. B o y e r , L ’id é e d e vérité dans la philosophie d e saint Augustin (P a ris , 1920); J. H e s s e n , Augustins M etaphysik d er Erkenntnis (Berlin-Bonn, 1930); G . C o m b é s , L a doctrine politique d e saint Augustin (Paris, 1927); M a n d o u z e , S . Aug. et la religion rom aine (R echerches augustin., I , 1958); K . S v o b o d a , L ’esthétiqu e d e saint Augustin et ses sources (P a ris, 1933); G . C o m b é s , Saint Augustin et la culture classique (P a ris , 1927); M . T e s t a r d , Saint Augustin et Cicéron (P a ris, 1958); F . C a y r e , L a contem plation augustinienne (P a ris , 1927); M a n d o u z e , Où est la question d e la mystique augustin.? (Augustinus Magister, I I I , 1955, p. 103-164). H . - I . M a r r o u , Saint Augustin et la fin d e la culture a n tiq u e* (P a ris, 1949). E S T U D IO S
en
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G
œ lzer
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1934
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E L RENACIM IENTO CONSTANTINO-TEODOSIANO
Prudencio MANUSCRITOS muy abundantes, el más antiguo (Parisinas 8084) del siglo vi. ED ICIO N ES: Arevalo (Roma, 1788 s.), con comentario; Patrologie d e Migne, t. LIX L X (superada); Corpus de Viena, vol. L X I, por Bergman (1926); M. Lavarenne (Budé, 1943-1951), con trad, fr.; H. J. Thomson (L oeb, 1949 ss.), con trad, ingl.; la Psychom aehia, por Lavarenne (Paris, 1933), con trad, y comentario; por E. Rapisarda (Catania, 1962), con trad, ital.; U. Engeknann (Friburgo, 1959), con trad, al.; Hamartigenia, por I. Stam (Amsterdam, 1940), con trad, y com. inglés; Cathemerinon, por Pellegrino (Alba, 1954); F. Sciutto (Catania, 1955); R. Argenio (Milán, 1959). ESTUD IO S: A. P u e c h , Prudence, étu de sur la p oésie latine chrétienne au IV ' siècle (Paris, 1888); J. B e r g m a n , Aurelius Prudentius Clemens, d er grösste christliche D ichter des Altertums (Dorpat, 1921); I. L ana , L a biografía, la cronología, la poetica di Prudenzio (Roma, 1962); M . L a v a r e n n e , É tude sur la langue du p oète Prudence (Paris, 1933); Fr. D e x e l , Des Prudentius Verhältnis zu Vergil (Tesis. Erlangen, 1907); B . A. M a h o n e y , Vergil in the w orks o f Pr. (Washington, 1934). San Paulino de Nola MANUSCRITOS: el más antiguo, de Bobbio, fechado en el siglo vn. ED ICIO N ES: Patrologie de Migne, t. L X I; Corpus de Viena, vol. XXIX-XXX, por Haxtel (1894). ESTUD IO S: F . L a g r a n g e , Histoire d e saint Paulin d e N o ie 2 (Paris, 1882); A. B a u Saint Paulin, év êqu e d e N oie (Paris, 1905); P . F a b r e , Essai sur la chronologie d es œuvres d e s. Paulin d e N oie (Paris, 1948); Saint Paulin d e N. et Yamitié chrétienne (Paris, 1949); P . d e L a b r i o l l e , L a correspondance d ’Ausone e t d e Paulin d e N oie (Pa ris, 1910); L. V il l a n i , Sur l’ordre d es lettres échangées par Ausone et Paulin d e N. (Rev. d es Ét. anc., 1927); P . C o u r c e l l e , Paulin d e N. et saint Jérôm e (Rev. d. Êt. lat., XXV, 1947); M. P h i l i p p , Zum Sprachgebrauch d es Paulinus v. N. (Tesis. Erlangen, 1904); P. L. K r a u s , D ie poetische Sprache d es Paulinus Nolanus (Tesis. Augsburgo, 1908); A. H u e m e r , D e Pontii M eropii Paulini Nolani re métrica (Tesis. Viena, 1903). d r il l a r t ,
CAPITULO XI
LA SUPERVIVENCIA DE LAS LETRAS LATINAS
Una literatura que, en cincuenta años, ofrece escritores como Amiano Marcelino, san Jeronimo, san Agustín, Prudencio y Claudiano, no puede desaparecer bruscamente, aun en medio de las crisis más violentas. Y con mayor razón en un momento en que, incluso en los reinos bárbaros que se repartían el imperio de Occidente, la idea casi mística de Roma, de su grandeza, de su civilización, continuaba imponiéndose y todas las personas cultas, cualquiera que fuera su raza, hablaban el latín y trataban de escri birlo a la perfección. Pero la ruptura definitiva de la unidad política dejaba en libertad las iniciativas de las provincias; y en cada región, los bár baros, establecidos como dueños, actuaban menos por su número que a modo de un reactivo, y desarrollaban el individualismo de cada pueblo según sus íntimas tendencias. Es cierto que estos fenómenos de individualis mo disperso surgieron todos a partir del latín, pero con predominio del latín popular sobre el literario: así empezaron a nacer, a partir del siglo vm, las lenguas, y luego las literaturas llamadas “románicas (italiana, francesa, española, portuguesa, rumana...). Últimas prolongaciones de la literatura latina antigua. — En cambio, las tendencias de la literatura latina en el siglo iv habían sido rétrógradas: recreaba, no sin artificio, una lengua por entero clásica. De ello resultó, como consecuencia de lo potente del esfuerzo, una supervivencia de muchos siglos; aunque una supervivencia estéril, porque las obras escritas bajo esa tendencia 541
SUPERVIVENCIA D E LAS LETRA S LATINAS
sólo llegaban a un público cada vez más restringido. Notamos también cómo una mitología trasnochada entorpece, más que anima, los poemas de S idonio A polinar , un vecino de Lyon nacido en 430, obispo de Clermont en 472; el estilo ciceroniano más auténtico se halla en la célebre Consolación Filosó fica de B o ec io (entre 475 y 480-524), comentador de Aristóteles, favorito del godo Teodorico, luego cruelmente condenado al suplicio por él. Hallamos una mayor personalidad y vida en las Poesías varias de V enancio F o rtun ato , de Treveris (¿530?-600), que llegó a obispo de Poitiers: pero se trata de poesía eclesiástica o cortesana, destinada a círculos muy reducidos, y especialmente indicada para despertar la vanidad de los príncipes merovingios. Esta poesía, refinada y perseverante, sostenida por reglas enteramente artificiales, llega en ocasiones a sugestionar. Pero, en los mismos años, la Historia de tos Francos, de G r eg o r io , obispo de Tours (538-594), muy animada y del más alto interés, revela por completo la corrupción de la lengua latina. Desde el punto de vista literario, la herencia del siglo iv se agotaba, pues, poco a poco. Pero su entusiasmo por la Antigüedad y sus escrúpulos de orden científico crearon un último y perdurable benefactor. C asiodoro (hacia 487hacia 583), noble romano retirado en el monasterio de Vivarium, que había fundado (en la Italia meridional), introdujo la norma de copiar con esmero los más insignificantes manuscritos antiguos: no sólo continuaba así la tradición de los grandes copistas y salvaba obras que corrían el riesgo de perder se, sino que creaba el movimiento destinado a mantener, en numerosos mo nasterios de la Edad Media, los “conservatorios” del pensamiento antiguo y los propagadores de sus creaciones. Casiodoro había trazado también un plan de enseñanza y compilado obras de erudición. Un siglo aún después de él, I sid o ro d e S e v il l a (hacia 570-636) recogió, sin crítica, en sus Etimoloías una gran cantidad de conocimientos que, en medio de las sucesivas estrucciones originadas por la gestación de los nuevos reinos, se mostraron como uno de los legados más preciosos de la Antigüedad. Por otra parte, el Imperio de Oriente conservaba el derecho romano. Por orden de Justiniano, fueron compiladas y publicadas, entre 528 y 534, en un Corpus oficial —dirigido por T ribon iano , D o r o t e o , etc.— las leyes imperia les y las prescripciones de los juristas: un manual de estudio, los Instituta; un “Código” en 12 libros, el Codex Justinianus; y una colección, en 50 libros, de los textos de los antiguos jurisconsultos, el Digesto.
f
Continuidad del latín culto. — A partir del siglo vm, desaparece el latín como lengua literaria; se mantiene, e incluso se desarrolla, como lengua culta. La influencia de la comedia y de la oratoria se perpetuó aún durante cierto tiempo: en el siglo x, la abadesa H r o sw it a escribió seis comedias al estilo de Terendo; la oratoria dialéctica y sagrada no cesó de nutrirse de Cice rón, y, en el siglo xn aún, Abel a r d o y san B ernardo la cultivan con éxito brillante. Pero la epopeya, la poesía lírica y descriptiva, la sátira actual, la historia animada, que habían alcanzado la cumbre de la perfección en los tiempos clásicos, ya no se renovarán con plena vitalidad hasta florecer en las nuevas lenguas, en manos de escritores de “lengua vulgar”, más o menos nutridos de obras antiguas. En el terreno científico y filosófico, por el con 542
Supervivencia de h s letras latinas
trario, la evolución del latín no habían concluido: notamos, al leer a san Agus tín, sus limitaciones y posibilidades. Ésta continúa avanzando. Enriquecién dose al ritmo de las nuevas exigencias del pensamiento, el latín se presta durante mucho tiempo para la expresión de sistemas vigorosos, algunos de profunda originalidad: los de santo T omás de A quino , de R o g e b io B acon y ae V ic e n t e d e B ea u v o is en el siglo x n i; los de C a lvin o , F rancisco B acon, en el siglo XVI; los de D e sc a r t e s , S pin oza y L e ib n iz aún en el xvn. Incluso la historia, como ciencia, creció durante mucho tiempo en lengua latina. A ello debemos añadir que toda la Iglesia y escuelas conservaban una constante familiaridad con el latín, lo que le aseguraba, hasta en el empleo corriente por parte de personas cultas, una vida real. Incluso hemos llegado a plan teamos en una actualidad muy próxima, ante la multiplicidad de lenguas modernas de cultura y la dificultad de seguir, a través de tantos idiomas, los derroteros de la investigación científica, si no importaría para el porvenir del progreso humano volver a un latín de sintaxis simplificada, pero de voca bulario ampliado, como lengua culta internacional (Congreso tie Latín vivo, celebrado ■—el tercero— en Estrasburgo, en 1963). La transmisión de las obras antiguas. — Como el latín se conservaba en los ámbitos cultos, la transmisión de las obras literarias de la Antigüedad quedó asegurada en condiciones bastante aceptables de continuidad y pure za, aunque no sin vacíos. Como los libros, antes de la invención de la imprenta, eran copias reali zadas a mano, los ejemplares de cada obra no eran muy numerosos, incluso en un período culto, en el siglo n, por ejemplo. Sin embargo, trataban de multiplicarlos del mejor modo posible, sirviéndose de papiros, especie de papel tela fabricado con la fibra de una planta de los lugares pantanosos •de Egipto. Todas las obras clásicas griegas y romanas se transmitieron escri tas así durante siglos; y las hojas de los papiros se unían por los extremos, de modo que forman un rollo (uólumen). Pero el papiro era frágil; las copias tenían que sucederse sin interrupción; y, con cada copia, se multiplicaban los riesgos de error: los antiguos se reproducían y se sumaban otros nuevos. A partir del siglo m de nuestra era, el libro tomó una nueva forma, la del codex, que se ha conservado hasta nuestros días; y, para los ejemplares más cuidados, emplearon la piel de cordero especialmente preparada, ligera, y casi indestructible, de un blanco fulgurante: el pergamino (pergamena [char ta] o papel de Pérgamo, lugar donde se fabricaba). Dichas copias sobre pergamino eran muy caras; fueron menos numerosas y reservadas sólo para una parte restringida de las obras hasta entonces conservadas. Subsistieron solas en medio del naufragio de la civilización latina, y transmitieron la lite ratura del pasado coa inmensas reducciones. Pero se acreditaron por su escaso número y por el cuidado que se puso en su establecimiento. En los siglos iv y v los manuscritos se escribían aún, corrientemente, en letras capitales, como las inscripciones: aún conservamos algunos. Pero ya se estaba gestando una escritura más cursiva, de trazos más redondeados: la uncial. Las copias en uncial que han llegado a nosotros no son, por lo demás, demasiado numerosas. Bajo Carlomagno, el renacimiento de la cultura latina 543
SUPERVIVENCIA DE LAS LETRAS LATINAS
se vio acompañado de un nuevo sistema, del que resultó la escritura minúscu la Carolina, origen directo de nuestros caracteres de imprenta. Al mismo tiempo, los monasterios multiplicaron las copias de obras latinas conservadas, normalmente, con enorme escrúpulo: los manuscritos “carolingios” (de los siglos ix a xi) sirven de base a la mayor parte de nuestros textos. En los si glos xm-xv, en una escritura más angulosa, llamada “gótica”, los manuscritos sólo difundieron algunas obras de la Antigüedad, en mayor número —es cierto— y en ocasiones admirablemente adornadas con iluminaciones y minia turas, pero —en general— con menos exactitud. La crítica y el estudio histórico de los textos. — En todo tiempo, los errores de ignorancia, distracción o cansancio de los copistas obligaron a hacer correcciones. Pero dichas correcciones se hacían corrientemente aten diendo a simples conjeturas, sin remontarse al texto original. Los gramáticos del Imperio impusieron poco a poco la idea de que había que revisar los textos transmitidos penetrando en el pensamiento del autor en el momento de la creación, para comprender el sentido exacto de sus expresiones y reconstruirlas debidamente sin error. Éste es el origen de la “crítica textual”. Los críticos del siglo iv se dedicaron a ello; pero su método no era seguro; y, tras nueve siglos más de transmisión, su obra aparecía también alterada: nuevas faltas o correcciones sin fundamento. A partir del siglo xiv, un nuevo Renacimiento, latino, e incluso griego, abortado en Francia a causa de las guerras inglesas, florece en Italia: los “humanistas” cultivan entonces el latín clásico, escribiéndolo en verso y prosa; buscan afanosamente los manuscritos, los estudian, los corrigen, en ocasiones con feliz intuición, pero otras veces, en cambio, con peligrosa audacia. Sólo a partir del siglo xiv, y con una extrema lentitud en sus comienzos, comienza a fijarse un método científico: estudio del mayor número posible de manuscritos de una misma obra; compa ración de sus lecturas, que permiten agruparlos por familias, que descienden de un mismo manuscrito o arquetipo; con la intención de remontarse así al texto leído por los antiguos, al menos el del siglo iv (en este mismo sentido trabaja en nuestros días, en París, el Institut de recherche et d’histoire des textes). Dicha crítica se apoya también en los progresos de nuestros conocimien tos históricos sobre la Antigüedad. Las excavaciones arqueológicas, en par ticular, al proporcionarnos sin cesar inscripciones y nuevos monumentos figu rativos, nos permiten precisar y rectificar los hechos, conociendo así mejor el espíritu o las alusiones de una obra literaria. Aplicados con prudencia, tales resultados pueden sugerir correcciones, justificadas o no por el estudio de las escrituras manuscritas antiguas (paleografía) y la crítica comparativa de los manuscritos. Permiten, sobre todo, un comentario cada vez más vivo de las obras: restablecidas en su texto más puro, comprendidas —en particular— de acuerdo con los matices de su lengua, recobran su actualidad y, al menos en parte, su integridad primera. Vigor histórico y vigor perenne. — Sería extremadamente injusto re prochar a las letras latinas falta de originalidad o vigor con el especioso 544
Supervivencia de las letras latinas
pretexto de que han imitado la literatura de los griegos. “La elasticidad, el poder de renovación, escribe A. Meillet, son los rasgos que caracterizan al mundo indoeuropeo, y, en el mundo indoeuropeo, de forma eminente, ul mundo latino.” ¡Qué gran variedad en las civilizaciones europeas occidenta les, artes y letras, todas ellas surgidas, sin embargo, de la latinidad y con caracteres tan opuestos! Pero, aunque en los siglos xu y xiu su ligno era francés, y en el xv y xvi italiano, ¿son por ello menos sabrosas las diversidades locales, menos ricas en enseñanzas humanas? Así ocurre con la literatura latina: su helenismo era vivo y original, como el hispanismo de Corneille y el italianismo de Molière en algunas de sus obras maestras. El espíritu helénico, actual y con rasgos particulares en cada instante de la evolución intelectual de Roma, se vio modificado por ella en la misma medida en que él actuó sobre el país vecino: la comedia de Plauto, surgida de la comedia ática, aporta, sin embargo, algo nuevo; el estilo alejandrino sólo se libró de su anquilosamiento y alcanzó una grandeza clásica gracias a los latinos; la oratoria griega, también, siguió su evolución gracias a ellos: y, a partir del siglo π de nuestra era, es pura ilusión querer distinguir —exceptuando la lengua— entre letras griegas y latinas; sólo representan una cultura, en la que la aportación de Roma equilibra la de Grecia. Vuelta a colocar en un momento, cada obra latina recobra así su originalidad: a un tiempo tensión vigorosa hacia la expresión artística, espontaneidad en las impresiones, energía nacional y afirmación de la personalidad. Pero el don de la literatura latina al espíritu humano conserva también, con sus colores propios, un pleno vigor y un acento moderno. La tendencia al orden monumental queda compensada por la inquietud de la psicología indi vidual. De una de dichas tendencias deriva el lirismo elegiaco, las sutiles intuiciones morales cuya descendencia es tan rica y sorprendente hasta nuestros días; de la otra, la amplitud regular de las exposiciones didácticas, la magnificencia de las disertaciones oratorias, que produjeron tan grandes obras hasta el predominio del espíritu científico y técnico en el siglo xrx. El movimiento cómico, el sentido ae los efectos patéticos, se enriquecen gra cias a los latinos; la sátira realista y pintoresca, la novela “naturalista” sólo adquieren su forma gracias a ellos; el sentido de la naturaleza, tan vivo en ellos, al menos, como entre los griegos, suscita únicamente en Roma el movi miento hacia la descripción artística y sugestiva. El supremo beneficio estriba en que el hombre moderno puede llegar gracias a Roma, por una pendiente más dulce, a las maravillas del más puro helenismo. Pero en el terreno de las ideas, igualmente, la aportación de Roma se mantiene siempre viva: su espí ritu progresista de trabajo y de organización consciente, tan sensible a lo largo de su historia literária, se perpetúa doblemente, por el ideal de una unidad europea heredada del Imperio y por la realidad de una iglesia univer sal; su patriotismo, prescindiendo de la rudeza bárbara de sus principios, supo guardar su orgullo y su temple viril en la síntesis más amplia del Impe rio, demostrando que el espíritu nacional puede conservar sus virtudes primi genias en el más completo esfuerzo de comprensión recíproca y de fusión intelectual y moral entre el Oriente y el Occidente mediterráneos. 545
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Bibliografía general Colecciones de textos COLECCIONES ANTIGUAS (superadas, salvo alguna excepción): Lemaire, con co mentarios útiles en ocasiones e índice aún valioso; Nisard, con traducciones francesas des iguales; Panckoucke, con traducciones francesas mediocres. COLECCIONES ACTUALES (en curso de publicación): B ibliotheca scriptorum grae corum et romanorum (Leipzig, Teubner), en mucho, la más completa (sólo textos); Scrip torum classicorum B ibliotheca Oxoniensis (Oxford) (sólo textos); Collection d es Universités d e France (B udé, París), con traducciones francesas; L o e b classical Library (Londres), con traducciones inglesas; Corpus scriptorum latinorum Parationum (Paravia, Turin) (sólo textos); Érasm e (París), textos y comentarios; Fundació Bernât M et ge, escriptors llatins (Barcelona) en catalán; Colección Hispánica d e autores griegos y latinos (Alma Mater, Barcelona) en castellano; ediciones del C. S. I. C. (Madrid), etc. La Anthologia latina (T eubner) agrupa las poesías anónimas o aisladas recogidas en los manuscritos (por A. Riese, 1906) o transmitidas a través de inscripciones (F. Buecheler, 1895-1897-1926); reproducción anastática: Amsterdam, 1964. COLECCIONES D E AUTORES CRISTIANOS: Patrología latina, del abad Migne (París, 1844-1855), completada por el Supplementum (Series Latina), de A. Hamman (París, 1958 ss.); Corpus Scriptorum ecclesiasticorum latinorum de la Academia de Viena (Viena, 1866 ss.), en curso de publicación; Corpus Christianorum Scriptorum Latinorum (Tumhout, 1953 ss.). — Repertorio de E. D e k k e r , Clavis Patrum Latinorum (Brujas-La Haya, 1951); Florilegium patristicum, de G. R a u s c h e n (Bonn, 1904 ss.), selección, en curso de publicación; Sources chrétiennes (París), con trad, franc, y com., en curso de publicación. Instrumentos bibliográficos La documentación primaria (sobre los mss. y la transmisión de las obras en particular) la ofrece el Institut d e recherche et d ’histoire d es textes (París), dirigido por Mlle. J. Viei llard: un boletín anual informa acerca de los trabajos realizados. Paja establecer una exacta bibliografía, consúltense las obras siguientes: De 1700 a 1878: E n g e l m a n n - P r e u s s , B ibliotheca scriptorum classicorum (LeipzigLondres, 1880); — de 1878 a 1896: K l u s s m a n n , Suplemento (1913) al Jahresbericht über d ie Fortschritte d er klassischen Altertumswissenschaft (véase más adelante); — a partir de 1896: B ibliotheca philologica classica, anual, en el Jahresbericht ü b er d ie Fortschr, d. klass. Altertumswissenschaft, de Bursian-Kroll... (Berlín), que publicaba periódicamente revistas críticas sobre cada autor griego o latino; reemplazado, desde 1956, por Lustrum (Göttingen). Biobibliographisches Verzeichnis von Universität und H ochschuldrucken vom Ausgange d es XVI. Jahrh. bis E nde des XIX. Jahrh. (Leipzig, I, 1934). C ollection d e bibliographie classique, bajo la dirección de J. Marouzeau (Paris): Sc. L a m b r d jo , B ibliographie d e l’Antiquité classique d e 1896 à 1914, I (Paris, 1951); De 1914 a 1924: Dix années d e philologie classique, 2 vol.; — de 1924 a 1926: L ’Année philologique; — a partir de 1927: Mlle. J. E r n s t , L ’A nnée philologique, anualmente.— N. I. H e r e s c u , Bibliographie d e la littérature latine (Paris, 1943); J. C o u s in , B iblio graphie d e la langue latine d e 1880 à 1948 (Paris, 1951). Selección anual en T he y ear’s W ork in Classical Studies (Bristol). Balances críticos, cada semana, en la Philologische W ochenschrift (Berlin-Leipzig), en la revista especializada Gnomon, y periódicamente en las diversas revistas filológicas (Revue d e philologie. Revue des études anciennes, R evue d es études latines, etc.). Consúltese también Gymnasium y Classical W orld (antes Classical W eekly). L ’infor mation littéraire publica a veces estudios sobre las obras y sobre los autores y, periódica mente, indicaciones bibliográficas sobre los programas franceses de agregación.
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INDICE DE AUTORES
Los nombres en cursiva indican las obras anónimas. Las cifras en negritas envían a los pasajes principales, especialm ente a las reseñas biográficas; los números en cursiva envían a las listas bibliográficas; la letra n indica las notas.
Academia (Nueva), 149. Accio, 9 6 , 1 0 9 , 110-112, 124, 1 9 3 , 2 0 3 . Acilio Glabrio, 8 9 . Acron, 273, 4 5 6 . Afranio, 10 9 . Agustín (san), 4 8 3 , 5 0 7 , 5 1 2 , 514-522, 5 2 4 , 537-538, 5 4 3 . Albinovano Pedón, 3 1 0 . Albucio Silo, 3 2 0 . Alceo, 1 7 5 , 2 1 8 , 25 2 . Alquio, 86. Ambivio Turpion, 9 7 . Ambrosio (san), 4 8 4 , 5 0 5 , 507-509, 5 2 4 , 5 3 6 537. Amiano Marcelino, 4 8 2 , 489-493, 5 3 3 , 5 4 1 . Anacreonte, 2 5 2 . Annales Maximi, 3 2 , 3 9 , 11 7 , 118. Antigono de Caristo, 2 9 9 . Antifanes, 5 5 . Antistio Labeo, 3 1 7 . Antonio, 134, 1 3 6 , 1 4 7 , 205. Aper, 3 8 4 n., 4 1 6 , 4 1 6 n. Apio Claudio, 2 1 , 3 0 , 3 2 , 36. Apolodoro de Caristo, 10 0 . Apolonio de Rodas, 2 3 2 , 2 9 1 , 2 9 8 , 3 9 3 . Appendix Vergiliana, 2 2 0 . Apuleyo, 4 4 4 , 451-456, 477. Aquilio, 9 7 n. Aquilio Niger, 3 1 6 . Aquilio Régulo, 4 1 6 n. Arato, 1 5 3 , 1 6 8 , 2 2 4 , 3 1 2 , 3 3 4 , 4 9 5 . Arelio Fusco, 2 9 7 , 319-320. Aristófanes, 4 5 , 5 3 , 5 5 , 5 7 , 113, 1 8 4 n. Aristóteles, 1 5 3 , 2 5 0 , 4 5 2 , 5 1 1 , 5 4 2 . Arnobio, 4 5 8 , 470-471, 4 7 1 , 4 7 9 . Arquias, 168. Arquiloco, 1 1 3 , 2 1 8 , 2 4 3 . Arvales (canto de los), 3 4 , 39. Asclepiades de Mirlea, 3 1 2 . Asconio Pediano, 337Λ 3 7 7 -3 7 8 . * \ Asinio Pollón, 2 1 5 , 2 1 7 , 2 1 9 , 2 2 4 , & 1 , 2 5 9 n., 2 7 0 , 2 7 8 \
Atalo, 3 1 7 . Atelanas, 1 2 8 , 204, 211. Ateyo Capitón, 3 1 7 . Ateyo Pretextato, 196. Ático, 1 3 1 , 1 3 7 , 1 9 4 , 210. Atilio, 9 7 n. Ata, 1 0 8-109. Aufidio Baso, 2 9 0 , 3 3 8 , 3 5 7 , 4 2 1 , 4 5 7 . Augusto, 1 3 3 , 2 1 5 , 2 1 6 , 2 3 7 , 2 4 2 , 2 5 4 , 270, 276 s., 2 7 9 , 2 9 0 , 3 2 8 , 4 4 5 . Aulo Gelio, 5 5 , 9 8 , 456-457, 477-478. Aurelio V ictor, 488, 5 3 3 . Ausonio, 495-497, 5 2 9 , 5 3 1 , 535. Aviano, 4 9 5 n. Avieno, 495 s., 5 3 5 . Bacon (François), 5 4 3 . Bacon (Roger), 5 4 3 . Basilio, 5 0 7 . Bernardo (san), 5 4 2 . Blosio de Cumas, 119. Boecio, 5 4 2 , 546. Bruto, 1 3 0 , 1 3 7 , 1 4 9 , 178 n., 215.
Calendario, 3 2. Caligula, 3 2 6 .. Calim aco, 1 6 8 , 1 6 9 , 209, 2 8 2 , 2 9 0 , 2 9 6 . Calino, 2 8 2 . Calpurnio Pisón, 117. Calpurnio Siculo, 335-336, 377. Calvino, 5 4 3 . Calvo, 1 3 0 , 1 4 9 , 169, 178, 210, 251. Cantos fescenios, 3 4 , 43. Carisio, 4 9 4 . Carmen Nelei, 49 n. Carmen Priami, 4 9 n. Carmina, 3 0 , 3 1 . Cam éades, 8 6. Casio de Etru ria, 16 8 n. Casio de Parm a, 1 2 9 , 16 8 n., 2 1 7 . Casio Hémina, 117. Casio Severo, 3 2 0 .
555
LITERATURA LATINA Casiodoro, 5 4 2 . Catón (de Otica), 178 n. Catón el Censor, 8 6 , 89-96, 113, 117, 119, 1 2 2 s„ 1 3 1 , 19 0 , 197, 199, 2 0 0 , 2 2 4 , 2 4 5 , 3 4 7 , 3 6 3 , 3 6 8 , 3 8 9 , 44 9 . Catulo, 8 0 , 12 6 , 12 7 , 128, 129, 1 3 0 , 131, 169-177, 1 7 8 , 17 9 , 19 4 , 210, 2 1 8 , 2 2 4 , 2 3 2 n„ 2 4 9 , 2 5 1 , 2 5 2 , 2 7 7 , 2 7 9 , 2 9 8 , 3 1 3 , 40 3 . Cecilio Epirota, 2 8 0 n. Cecilio Estacio, 9 6 , 9 7 n., 98-99, 103, 123. Celio Antipater, 11 8 , 132, 2 5 8. Celio Rufo, 1 78 n. Cesarianum (Corpus), 210 s. Celso, 337, 3 7 8. César, 1 26, 13 0 , 131,, 133 , 178-187, 188, 190, 2 04, 210 s„ 2 1 5 , 257. Cicerón., 2 6 , 3 2 , 3 6 , 7 6 , 79, 80, 8 8, 116, 117, 119, 125, 1 26, 127, 130, 131, 133, 1 35, 136-154, 167, 168, 177, 179, 187, 194, 19 6 , 197., 203., 206-■208, 2 1 5 , 2 1 7 , 21 8 , 2 57, 2 5 9 , 2 6 0 , 2 6 6 , 2 7 8 , 3 1 0 , 3 1 1 , 334, 337, 343, 384, 389, 391, 392, 395, 4 1 1 , 4 2 8 , 4 7 2 , 4 85. Cincio Alimento, 89. Cínicos (los), 2 44. Cinna, 1 2 9 , 2 2 3 . Cipriano (san), 4 4 4 , 467-470, 4 7 9 . Cipriano, 524, 5 3 9 . Claudiano, 4 8 2 , 498-503, 5 2 8 , 5 3 1 , 5 3 5 -5 3 6 , 541. Claudio, 2 1 6 , 3 3 2 , 33 5 . Claudio Cuadrigario, 13 2 , 2 58. Cleantes, 3 4 3 . Clitarco, 3 4 0 . Clodio Licinio, 3 1 6 . Codex Justinianus, 5 4 2 . Columela, 3 3 5 , 337, 3 7 8 . Comedia palliata, 45, 9 7 , 20 4. Comedia togata, 10 8 , 124. Comedia trabeata, 2 17. Comentarii, 3 2 . Comodiano, 524, 5 3 9 . Controversiae, 3 1 7 , 3 32. Cornelio Escipión, 89. Cornelio Galo, 2 1 7 , 2 2 4 , 2 2 9 , 283-284, 2 9 1 , 2 9 9 , 321. Cornelio Nepote, 1 3 0 , 1 6 9 , 1 7 8 , 194-195, 212, 257, 444. Cornelio Severo, 2 1 6 , 3 1 0 , 335. Cornelio Sisena, 183. Cornificio, 2 8 0 n. Cornuto, 3 5 7 . Corvino Poplicola, 2 51. Craso, 134-135, 1 3 6 , 147. Curiato Materno, 3 9 3 n. Curtio Nicias, 1 96.
Dámaso, 505, 509, 5 36.
De Bello Africano, 187. De Bello Alexandrino, 187. De Bello Hispaniensi, 187. Demócrito, 154. Demóstenes, 9 0 , 178, 189, 191, 2 5 9 , 4 2 8 . Derecho, 35-36, 4 1, 3 1 7 , 3 3 7 , 5 4 2 . Descartes, 5 4 3 . De Viris illustribus, 4 8 8 . Dicta Catonis, 122, 534, 4 9 5 η. Dífilo, 100. Digesto, 5 4 2 . Diógenes, 86. Diomedes, 4 9 4 . Dionisio de Halicarnaso, 3 3 , 258. Domiciano, 4 1 6 . Domicio Áfer, 3 3 0 , 336. Domicio Marso, 28 4 n. Donato, 4 9 4 . Doroteo, 5 4 2 . Elia Elio Elio Elio E lio
G ala, 2 9 0 . Lampridio, 4 4 9 . Espartiano, 4 4 9 . Estilón, 133. Tuberón, 133. Elogia, 3 2 , 39. Emilio Lépido, 119. Emilio M acer, 2 1 6 , 2 1 7 , 2 9 9 n. Emilio Euscauro, 133. Empédocles, 157. Ennio, 4 0 , 4 6 , 4 7 , 4 8 , 4 9 , 72-80, 83, 9 6 , 110, 113, 1 2 8 , 153 n„ 1 6 7 , 1 9 7 , 2 2 4 , 2 3 1 , 2 3 2 n., 2 4 0 , 259. Epicuro, epicureismo, epicúreos, 8 6 , 1 2 7 , 154, 155, 1 5 6 , 1 6 7 , 2 0 5 s„ 2 1 9 , 2 4 5 , 543. Eprio Marcelo, 3 3 6 , 4 1 6 n. Eratóstenes, 168. Escipión Emiliano, 100, 1 1 9 , 1 3 0 , 149. Esopo, 3 3 3 . Esquilo, 4 5 , 1 1 0 , 1 1 1 , 353. Estacio, 3 8 4 , 397-400, 4 3 1 , 4 3 6 -4 3 7 , 4 8 4 . Estesícoro, 2 3 1 , 2 5 2 . Estoicismo, estoicos, 2 0 3 , 205, 2 08, 2 4 5 , 3 1 2 , 34 5 . Etna, 3 0 5 , 3 3 4 , 3 7 7 . Euforión de Calcis, 168. Eumenio, 4 8 5 . Eurípides, 4 5 , 5 7 , 7 6, 78, 1 0 9 , 110. Eutropio, 4 8 8 , 533. Exempla, 3 3 1 . Fabiano, 317. Fabio Pictor, 8 9 , 258. Fábulas, 3 3 , 2 8 0 η. Fábulas milesias, 133 n., 3 7 0 , 4 5 3 . Favorino, 4 5 6 . Fedro, 3 3 0 , 332-334, 3 7 6 -3 7 7 . Fenestela, 316.
Festo, 280 n.
Indice de autores Filetas de Cos, 1 6 7 , 2 8 2 , 290. Filisco, 86. Firm ico Materno, 4 7 5 η., 536. Flavio Vopisco, 4 4 9 . Floro, 2 5 7 n., 4 4 2 , 447 s., 476. Frontino, 3 8 5 , 435. Fronton, 449-451, 4 7 6 s. Fundanio, 2 1 7 , 2 4 9 , 2 5 1 , 310. Furio Bibaculo, 1 6 8 n., 2 31 n., 2 2 9 n. Gayo, 4 5 7 , 478. Gelio (Cn.), 118. Germánico, 3 3 4 , 377. Gracio Falisco, 311-312. Graco (C.), 11 9 , 120-121, Graco (Ti.), 119-120. Gracos (los), 5 4 , 8 8 , 119-121, 125, 126, 4 4 9 . Gregorio Nacianceno (san),. 507. Gregorio de Tours, 5 4 2 . Helvio Cinna, 1 68, 231 η., 2 9 9 η. Hermágoras, 134. Herodas, 168. Herodes Ático, 4 5 6 . Hesiodo, 1 5 7 , 2 1 8 , 2 2 4 , 2 2 5 η., 2 3 2 , 2 3 8 , 299. Hierio de Siria, 4 8 2 . Higinio, 2 8 0 n., 3 1 6 . Hilario (san), 4 8 4 , 5 0 5 , 505-507, 5 2 4 , 5-36. Iliponacte, 113. Hirtio, 187. Historia Augusta, 4 4 2 , 449, 476. Homero, 4 3 , 4 6 , 4 8 , 7 3 , 15 5 , 157, 1 7 5 , 2 1 8 , 2 2 4 , 2 3 2 , 2 3 4 , 2 9 8 , 49 8 . Horacio, 7 7 , 11 4 , 11 7 , 177, 196, 2 1 5 , 2 1 6 , 2 1 7 , 2 1 8 , 242-256, 272-274 , 2 7 7 , 2 7 9 , 2 9 8 , .132, 3 3 3 , 3 3 7 , 3 5 8 , 3 6 0 , 3 9 3 , 3 9 9 , 4 0 1 , 114, 4 4 4 , 4 5 6 , 4 8 4 , 4 9 9 , 524. Hortensio, 1 2 6 , 1 3 0 , 135-136, 178, 1 9 7 , 200. Hostio, 2 31 n., 2 9 0 n. Ilroswitha, 5 4 2 .
Indixitamentay 27. Instituta, 5 4 2 . Isidoro de Sevilla (san), 5 4 2 , 546. Isocrates, 189. Irnmimn (san), 4 8 3 , 509-514, 5 1 9 , 5 2 2 , 5 3 7 , r>41. lucuns, 3 4 , 4 4 , 4 6 , 204. hunos seculares, 4 6 , 216. julio AfricanOy 3 3 6 , 4 1 6 n. Julio Capitolino, 4 4 9 . I'ilio César Estrabón (C.), 113. Julio Obsequens, 4 8 8 , 533. lulio Segundo, 3 3 0 , 4 1 6 , 4 1 6 n. 1111tío, 118. Iniiio Galo, 3 20. ] IIHtillO, 4 4 2 ,
448.
47β.
Juvenal, 101, 3 5 2 , 3 5 8 , 3 7 0 , 3 7 5 , 3 8 3 , 3 8 4 , 4 0 1 , 408-415, 4 3 4 , 437-438, 4 6 2 , 4 8 5 , 4 9 1 . Juvenco, 524, 5 3 9 . Laberio, 1 2 8 , 2 0 4 , 250. Labieno, 2 1 9 , 2 7 9 , 316. Lactancio, 4 5 8 , 471-474, 480.
Laudationes, 39, 270. Lelio, 1 0 0 , 119. Levio, 168. Leibniz, 5 4 3 . León el Grande, 5 2 3 , 5 3 9 . Ley de las X I I Tablas, 3 2 , 3 6 , 3 9 , 4 1 , 133. Licinio Craso, 134. Licinio M acer, 133. Licofrón, 231. Licurgo, 189. Ligdamo, 2 8 4 , 288-289, 321-322. Lisias, 1 3 0 , 1 7 8 , 189. Livio Andrónico, 2 1 , 3 2 , 4 0 , 4 1 , 4 5, 4 6 , 4 7 , 49-51, 7 2 , 81. Lucano, 3 1 0 , 3 2 7 , 3 3 0 , 3 3 1 , 3 3 2 , 3 3 8 , 3 4 2 , 3 5 7 , 360-370, 380, 3 8 4 , 3 9 3 , 4 0 3 , 4 1 5 , 41 7 . Lucilio, 7 7 , 1 1 0 , 113-117, 124, 128, 196, 197, 243, 249, 250, 331, 335, 350, 401, Lucilio Junior, 3 3 5 . Lucrecio, 2 8 , 3 0 , 3 7 , 7 9 , 8 0 , 1 2 6 , 1 2 7 , 128, 130, 131, 154-167, 177, 1 9 9 , 208-209, 2 1 7 , 2 2 4 , 2 2 6 , 2 3 2 η., 2 4 0 , 3 1 1 , 3 1 3 , 3 1 5 , 3 3 2 , 337. Ludi: véase Juegos. Luscio, 9 8 n. Lutacio Catulo, 133. Macer el V iejo: ver Emilio Macer. Mácer el Joven, 231 n. Macrobio, 494, 534. Magón, 198. Manilio, 3 1 1 , 312-316, 324, 3 3 4 . Marcial, 3 2 7 , 3 5 2 , 3 8 4 , 401-407, 4 0 8 , 4 1 2 , 4 3 1 , 4 3 4 , 437. Marciano Capela, 4 9 4 , 534. Mario Máximo, 4 4 9 . Masurio Sabino, 3 3 7 . Matio, 23 1 n. Mecenas, 2 1 6 , 2 2 0 , 2 2 8 , 2 4 2 , 2 7 7 , 2 7 9 , 2 9 0 , 296. Meleagro de Gádara, 168. Meliso, 3 1 0 . Menandro, 4 5 , 9 8 , 9 9 , 1 0 0 , 1 0 5 , 107. Menipo de G ádara, 197. Mésala: véase Valerio Mésala. Métrica, 3 1 , 3 8 , 81 s„ 1 2 3 s„ 209 s.. 271 s., 281. Metrodoro de Quíos, 159 η. Mimnermo, 2 8 2 . Mimo, 2 0 3 , 204, 2 1 3 . Minucio Félix, 4 4 3 , 4 5 8 , 464-467, 479.
557
LITERATURA LATINA Molón de Rodas, 136. Mucio Escévola, 1 1 8 , 1 3 5 n. Nemesiano, 4 4 2 n.
Nenia, 33. Neoptolomeo de Parion, 2 5 0 . Nerón, 3 2 6 , 3 2 9 , 3 3 2 , 3 3 5 , 4 4 6 . Nerio, 3 1 , 4 0 , 45, 4 7 , 4 9 , 51-54, 80, 82. Nicandro de Colofón, 1 6 8 , 2 9 8 . Nicómaco, 4 8 3 . Nicómacos Flavianos, 4 9 4 . Nigidio Figulo, 1 2 7 , 196, 213. Nonio Marcelo, 4 9 4 , 5 34. Novio, 2 0 4 .
Póntico, 2 9 0 . Porcio Latrón, 2 9 7 , 3 1 8 , 319, 3 2 7 . Porfirio, 2 7 3 , 4 5 6 . Posidonio, 1 4 9 , 1 7 9 , 1 8 9 , 2 0 5 , 3 1 2 , 3 3 5 . Postumio Albino, 89. Próculo, proculeyos, 3 3 7 . Propercio, 2 1 6 , 2 8 0 , 290-297, 3 0 1 , 322-323. Prudencio, 4 8 2 , 4 8 4 , 525-529, 5 3 1 , 540, 541. Ptolomeo, 3 4 0 . Publilio Siro, 128, 2 0 4 , 2 1 3 .
Querolus, 4 9 5 , 534-535. Quintiliano, 3 2 7 , 3 5 7 , 3 8 4 , 3 8 5 , 3 8 6 , 388393, 3 9 7 , 4 0 1 , 4 1 6 , 435-436, 4 4 9 , 5 0 6 . Quinto Curcio, 3 3 0 , 3 3 8 , 339-340, 3 7 9 .
Octavia, 379. Orígenes, 5 0 7 .
Origo gentis Romanae, 4 88. Orosio, 523, 5 39. Ovidio, 2 4 1 , 2 7 7 , 2 8 0 , 2 8 3 , 2 8 8 , 2 9 0 , 2 9 6 , 297-309, 3 1 0 , 3 1 3 , 3 1 4 , 323-324, 3 3 0 , 3 3 5 , 370, 393, 398, 524. Pacuvio, 9 6 , 1 0 9 , 109-110, 124, 2 0 3 . Paladio de Atenas, 4 8 2 . Panecio, 8 7 , 1 22, 1 4 9 , 205. Panegíricos, 485-486, 5 32. Papiniano, 4 5 7 . Papirio Carbón, 119. Partenio de Nicea, 1 6 8 , 2 9 9 . Pasieno Crispo, 3 3 6 . Paulino de Ñola (san), 4 8 4 , 4 9 5 , 5 2 3 , 529531, 5 40. Paulo, 4 5 7 . Pedio, 2 5 1 . Persio, 1 1 7 , 3 3 0 , 3 3 1 , 3 3 7 , 3 5 2 , 357-360, 3 6 9 , 3 7 0 , 3 7 5 , 380-381, 3 9 1 , 4 0 1 , 4 0 3 , 414. Pervigflium veneris, 4 9 4 , 5 3 5 . Petronio, 3 3 2 , 3 4 2 , 3 5 2 , 370-375, 381. Pindaro, 1 7 5 , 2 3 2 n., 2 5 2 . Pisandro, 2 3 2 n., 2 3 5 . Pitágoras, pitagorismo, neopitagorismo, 7 3, 155, 2 0 3 , 2 9 9 , 3 0 6 , 3 0 8 , 3 2 9 . Platón, platonismo, neoplatonismo, 1 4 9 , 153, 203, 470. Plauto, 35, 3 7 , 4 0 , 4 4 , 4 5 , 4 6 , 4 7 , 4 8 , 4 9, 54-72, 7 8 , 7 9 , 8 0 , 82-83, 9 6 , 9 7 , 9 8, 9 9, 10 0 , 1 0 1 , 1 0 3 , 1 0 5 , 1 0 8 , 1 2 3 , 2 4 9 , 3 4 7 . Plinio el V iejo, 4 2 , 3 8 5 , 386-388, 4 2 1 , 435,
444. Plinio el Joven, 3 8 3 , 3 8 4 , 3 8 5 , 4 0 1 , 4 1 6 , 428-434, 439, 4 4 9 , 4 8 5 . Plocio Galo, 13 4 . Plocio Sacerdote, 4 5 6 . Plutarco, 3 3 , 1 1 9 , 4 4 4 , 4 5 6 . Polibio, 8 7 , 8 8 , 1 1 8 , 1 4 9 , 2 5 8 , 3 4 3 . Pomponio, 2 0 4 . Pomponio Mela, 337-338, 378.
558
Rabino, 3 1 0 . Remio Palemón, 3 3 7 , 378. Rétores (los), 3 1 7 , 319-320, 325. Retórica a Herenio, 134, 142, 2 0 5 . Rufio Festo, 4 8 8 . Rutilio Namaciano, 4 8 2 , 503-504, 536. Sabino (Au.), sabinjanos (los), 2 9 8 , 337. Sacerdos Nicetés, 4 1 6 n. Saleyo Baso, 3 9 3 n. Salios (canto de los), 39, 133. Salustío, 1 2 6 , 1 3 0 , 131, 1 7 8 , 187-194, 212, 2 5 7 , 2 5 9 , 3 3 7 , 4 2 6 , 4 4 9 , 488. Salviano, 523, 5 3 9 . Safo, 1 7 2 , 175, 1 7 6 , 2 1 8 , 2 5 2 . Saserna, 19 8 n. Sátira, 113, 1 1 7 , 124, 2 5 2 , 2 7 3 . Sátiras menipeas, 197-198, 3 7 0 . Saura, 3 4 , 3 9 , 4 3 , 113, 204. Sempronio Aselión, 1 1 8 , 132. Sempronio Tuditano, 118. Séneca, 2 8 , 1 1 1 , 1 5 3 , 3 0 2 , 3 2 0 , 3 2 8 , 3 3 1 , 3 3 2 , 3 3 5 , 342-357, 3 5 7 , 3 5 8 , 3 7 0 , 379-380, 3 8 4 , 3 9 1 , 3 9 3 , 4 2 1 , 427. Séneca el V iejo, 318, 3 2 5 , 370. Sereno Samónico, 4 4 2 n. Servilio Noniano, 338. Servio, 2 7 1 , 4 9 4 . Sextio Niger, 3 1 7 . Sidonio Apolinar, 5 4 2 , 5 46. Silio Itálico, 3 8 4 , 395-397, 4 0 1 , 436. Simónides, 2 5 2 , 2 8 2 . Sirón, 2 1 9 . Sófocles, 110. Solino, 4 5 6 , 477. Solón, 2 8 2 . Sotión, 3 1 7 . Spinoza, 5 4 3 . Suasoriae, 3 1 7 . Suetonio, 444-447, 4 4 7 , 475-476. Sueyo, 1 6 8 η. Sulpicia, 289, 321-322.
211-
330, 360, 422,
INDICE DE TEXTOS
Accio
E l navio Argo descrito por un campesino, 110. — Tarquín o y los agoreros, 112.
A g u s t ín
L a razón y la gracia, 5 1 5 . — L as exigencias primordiales de la inteligencia humana, 5 1 6 . — E l frenesí del circo, 5 1 7 . — E l éxtasis de Ostia, 5 1 8 . — Hom ilía para la festividad de la Ascen sión, 5 2 0 . — Grandeza nacional y justicia, 5 2 1 .
A m b r o s io Am ia n o
( sa m )
M a r c e l in o
E l m ar, 5 0 8 . — E l domingo en los laudes, 5 0 8 . Impresiones de guerra, 4 8 9 . — E l populacho de Bom a, 4 9 1 . — M ercurio, el “conde” de los sueños, 4 9 1 , — Entrada de Cons tancio en Roma, 4 9 2 .
Apu leyo
E l inspector de mercados, 4 5 3 . — Sacerdotes mendigos de la diosa siria, 4 5 3 . — E n el molino, 4 5 4 . — Aparición de Isis, 4 5 5 .
A r n o b io
Hay que “ apostar” por la religión cristiana, 4 7 1 .
Au l o
Severidad de los
antiguos censores, 4 5 7 .
Tolosa, 4 9 6 . — rosas, 4 9 7 .
A su m ujer, 4 9 6 . —
G e l io
A u s o n io
C a l p u r n io C ató n
e l
S íc u l o C en so r
E l Mosela, 4 9 6 . —
Las
Un campesino en el anfiteatro, 3 3 5 . Catón y su secretario, 9 0 . — Discurso a los rodios, 9 1 . — Una buena campesina, 9 2 . — Propietario y administrador, 9 3 . — Bueyes y boyeros, 9 4 . — Fabricación del “vino griego” , 9 4 . — Virtudes medicinales de la col, 9 4 . — Un héroe desconocido, 9 5 . — Notas pintorescas, 9 6.
C atu lo
Un amigo, 1 7 0 . — Una “cabeza de turco” , 170. — A Calvo, 170. A Cicerón, 1 7 0 . — Luto y poesía, 171. — E l gorrión de Les bia, 171. — Al borde de la pasión, 1 7 2 . — Quejas de Ariadna, 1 7 4 . — E l cortejo de Baco, 1 7 5 . — Epitalam io, 176.
C ís a u
Defensa de Avarico, 1 7 9 . — Vercingetórix tras la toma de Ava rico, 1 8 0 . — B atalla del Sam bre, 181. — Un consejo de guerra, 183. — Huida de Ambiórix, 184. — César recibe la sumisión de Afranio y de Petreyo, 185.
C ic e r ó n
Defensa de Antonio en favor de C . Norbano, 1 3 4 . — Defensa de Craso en un pleito por un testam ento, 135. — Hortensio, 136. — El proceso de Clodio, 138. — L a conducta irresoluta de Cicerón, 139. — Brom a· de un desocupado, 140. — Una caricatura: Fa-
563
LITERATURA LATINA nio, 143. — Suplicio de los navarcas sicilianos, 144. — Política y religión, 1 4 5 . — Pisón escarnecido, 146. — Ciencia y oratoria, 1 47. — L a acción oratoria, 148. — E l sueño de Escipión, 1 5 0 . — Cansancio y dolor, 151. — L a doctrina neoacadémica, 152. C l a u d ia n o
Contra Jacob , maestre de caballería, 4 9 8 . — Eutropio envejecido, 4 9 9 . — Estilicón marcha contra los hunos, 5 0 0 . — L eón, el león, 5 0 1 . — Estilicón en los Alpes, 502.
C l a u d io
Combate de Manlio contra el galo, 132. — E l honor romano, 133.
C u a d r ig a r io
C o r n e l io
Nepote
Un nuevo tipo de historia, 195. — Atico, señor de su casa, 195.
C o r n e l io
Severo
L a muerte de Cicerón, 3 1 1 .
C ip r ia n o
(sa n )
Un sueño profético, 4 6 8 . — E l año de los mártires, 4 6 8 . — buen pastor, 4 6 9 . — L a última caita, 4 6 9 .
El
D á m a so
Epitafio de Dámaso dedicado a sí mismo, 505.
E n n io
E l poeta y su protector, 7 3 . — L a consulta a los auspicios, 7 5 . — Pirro responde a los embajadores, 7 6 .
E s t a c io
L a bahía de Nápoles, 3 9 7 . — L a infancia de Aquiles, 3 9 8 . — Un día de campo: Hércules y Polio, 3 9 9 .
F edro
Exigencia de la labor literaria, 3 3 3 . — L a zorra y la m áscara, 3 3 3 . E l perro y el lobo, 3 3 4 . — L a zorra y el dragón, 3 3 4 .
F loro
L a guerra de Espaxtaco, 4 4 7 .
F rontón
Cicerón, juzgado por Ftontón, 4 5 0 . — A la búsqueda de una comparación, 4 5 0 . — Dos infantes imperiales, 4 5 1 .
G r a c io G raco
F a l is c o ( G .)
H il a r io
( sa n )
Abusos en el poder, 1 2 0 . — Una aristocracia vendida, 121. Recuerdo de las antiguas persecuciones, 506. Invectiva contra Mevio, 2 4 4 . — Horacio y su esclavo, 2 4 5 . — L a independencia de Horacio, 2 4 7 . — “Antiguos” y “Modernos” , 2 5 0 . Sosiego, 2 5 2 . — E l momento presente, 2 5 3 . — Contra el lujo de los particulares, 2 5 4 . — Para exaltar el sentimiento patriótico, 2 5 5 .
H o r a c io
J e r ó n im o
Perros corrientes y sabuesos, 3 1 1 .
(sa n )
E l maestro debe desconfiar de la adulación, 5 1 0 . — L a purifica· ción monástica, 5 1 1 . — San Jerónimo en su trabajo, 5 1 2 . — A Agustín, 5 1 2 . — Maleo y las hormigas, 5 1 3 . — Las catacum bas, 5 1 4 .
J uven al
Una mañana, en casa de una dama frívola de 4 0 8 . — Ternura y sociabilidad humanas, 4 0 9 . nobleza, 4 1 0 . — Contra los griegos, 4 1 1 . — Los lación en Roma, 4 1 2 . — L a sencillez en la mesa: lAmbicioso!, 4 1 4 .
L a c t a n c io
Quiebra de la filosofía, 4 7 2 . — E l misterio de la cruz, 4 7 3 . — Muerte de Maximino Daya, 4 7 4 .
TjontMp
Regalo de poeta, 288.
564
la alta sociedad, — L a auténtica atascos de circu hoy y ayer, 4 1 3 .
Indice de textos L ucano
Pompeyo y César, 3 6 2 . — E l bosque de M arsella, 3 6 2 . — Catón ante la guerra civil, 3 6 3 . — Catón y el oráculo de Amón, 3 6 4 . Las torturas de la sed, 3 6 S . — L as hazañas de Esceva, 3 6 6 . — Necromancia, 3 6 7 . — Añoranza por la Roma republicana, 3 6 8 .
L u c il io
D e viaje, 114. ·— E l noble helenizante, 114. — L a virtud, 115. Al foro, 1 1 6 . — Gladiadores, 116.
L u c h x Cio
E l corazón impuro del hombre, 1SS . — Epicuro y los dioses, 1SS. Los átomos invisibles, 1 5 7 . — E l alm a es m ateria, 158. — Los sentidos, fuentes del conocimiento, 1 5 9 . — Separación de los ele mentos, 1 5 9 . — L a lógica, m aestra de error y de verdad, 160. Los orígenes del lenguaje, 1 6 1 . — Los simulacros, 1 6 1 . — Trom bas, 1 6 3 . — Guerras fantásticas, 1 6 3 . — E l hombre primitivo, 164. E l hombre y la muerte, 166.
M a n il io
Dios y el hombre, 3 1 2 . — D ía y noche polares, 3 1 4 . — Los in quietos, 3 1 4 . — L a vía láctea, 3 1 4 .
M a r c ia l
Roma inhospitalaria, 4 0 1 . — E l éxito del poeta, 4 0 2 . — Los ruidos de Roma, 4 0 2 . — L a nostalgia de Roma, 4 0 3 . — Epigra m a, 4 0 3 . — Roma abastece al cam po, 4 0 4 . — Un miserable, 4 0 4 . Un nuevo rico, 4 0 4 . — Un aficionado dandi, 4 0 5 . — E n el tri bunal, 4 0 5 . — L a fiebre demasiado bien tratada, 4 0 6 . — L a rana que quiere hacerse tan grande como el buey, 4 0 6 . — Coquetería trasnochada, 4 0 6 . — Sobre la muerte de una niña, 4 0 7 .
M in u c io F é l i x
Calumnias populares contra los cristianos, 4 6 5 . — Escarnio de los ídolos paganos, 4 6 6 . — E l Dios único, 4 6 6 .
O v id io
Jano, 2 9 9 . — Condescendencias masculinas, 3 0 1 . — Al margen de L a Odisea, 3 0 2 . — Ante la puerta cerrada, 3 0 3 . — Ribalde rías femeninas, 3 0 4 . — Fiesta de las barreras, 3 0 4 . — Vestidos, 3 0 5 . — E l palacio del Sol, 3 0 5 . — E l Hambre, 3 0 6 . — Metamórfosis de los piratas en delfines, 3 0 7 . — Recuerdos, 3 0 8 . — Adver tencia a un enemigo, 3 0 8 .
P a c u d io
¿Fortuna o azar?, 1 0 9 . — Comienzo de una tempestad, 110.
P a n e g ir is t a s P a u l in o d e
Constantino y la Galia devastada, 4 8 5 .
(L o s) Ñola
(s a n )
E n la basílica de san Félix, 5 2 9 . — Petición de un campesino de la Campania a san Félix, .. .
P e r s io
L a verdadera religión, 3 5 8 . — E ntre la pasión y la molicie, 3 6 0 .
P e t r o n io
Teoría de la poesía clasicizante, 3 7 1 . — Entrada de la casa de Trimalción, 3 7 2 . — Conversación de libertos, 3 7 2 . — Jardín bajo la brisa del verano, 3 7 4 . — U na joven, 3 7 5 .
Plauto
E l director de una compañía cómica se dirige a sus espectadores, 4 4 . — Narración lírica de una cam paña m ilitar, 4 6 . — Un esclavo de la ciudad, frente a otro del campo, 5 7. — Un “leño” y sus esclavos, 5 9 . — Dos compañeros, 6 0 . — Ciudadanos de corta edad, 6 2 . — L a buena fam a vale más que una faja dorada, 6 3 . E l foro romano, 6 4. — Simulacro de locura, 6 5 . — En busca de una arqueta perdida, 6 6 . — E l capitán fanfarrón y su parásito, 68. Canciones de sabor alejandrino, 7 0 . — Monólogo lírico, 70.
565
LITERATURA LATINA P l in io
el
J o ven
E l orgullo de Egipto, humillado, 4 2 8 . — Castigo de los delato res, 4 2 9 . — Humanidad y justicia, 4 3 0 . — A un invitado inse guro, 4 3 1 . — Beneficios morales de la enfermedad, 4 3 1 . — L a pena de Régulo, 4 3 2 . — E l filósofo Eufrates, 4 3 2 . — Un bronce de Corinto, 4 3 2 . — E l temblor de tierra en Misena, 4 3 3 .
P l in io
el
V ie jo
E l hombre y la divinidad, 3 8 7 . — Las perlas, 387.
P r o p e r c io
Hilas, 2 9 1 . — Dulzuras, 2 9 2 . — Tormentos, 2 9 2 . — E l drama de la enfermedad, 2 9 3 . — Invectiva, 2 9 4 . — Aparición, 2 9 4 . — Aretusa a Licotas, 2 9 5 . — Tarpeya, 296.
P r u d e n c io
Himno del fuego nuevo en el Sábado de Pascua, 5 2 5 . — Martirio de santa Eulalia, 5 2 6 . — Un sacrificio del emperador Juliano, 5 2 7 .
Q u in t il ia n o
T áctica del altercado, 3 8 9 . — Efectism os de audiencia: del pate tismo a la comicidad, 3 8 9 . — L a sobreabundancia en tomo al niño, 3 9 0 . — L a naturaleza y el arte en la composición literaria, 3 9 1 . — Los “rasgos de ingenio” , 392.
Q u in t o
Asesinato de Clito, 3 4 0 . — Rajás y faquires de la India, 3 4 1 .
C u r c io
R u t il io
N a m a c ia n o
Roma venerable y decadente, 5 0 3 . — Córcega y la costa toscana, 5 0 4 .
E n el Mediterráneo, entre
Sa l u s t io
Metelo toma el mando del ejército de África, 188. — Moral his tórica de Salustio: César y Catón, 190. — Del desenfreno a la guerra civil, 191. — Incitaciones de un tribuno, 191. — Subida a un fuerte de la Muluya, 193.
SÉN ECA
Abandono al Creador, 3 4 4 . — E l diosoculto,3 4 4 . — Las etapas de la pasión, 3 4 5 . — L a ira, 3 4 6 . — Del vicio, a la voluptuosidad del tedio, 3 4 6 . — L a reversibilidad de los méritos: justificación de Dios, 3 4 7 . — Se es rico por las buenas acciones, 3 4 8 . — Bene ficios perdidos, 3 4 8 . — A una mujer de la aristocracia, 3 4 9 . — Ascetismo, 3 5 0 . — Suicidios, 3 5 1 . — Funerales de Claudio, 352. Andrómaca y su hijo, 3 5 4 . — E l abandono de Medea, 3 5 5 . — La belleza, 3 5 6 .
Sén eca
S in o
el
V ie jo
I t á l ic o
Escuela y plaza pública, 3 1 8 . — E l filósofo Fabiano y el rétor Arelio Fusco, 3 1 8 . — Una “suasoria” sostenida por Porcio Latrón, 319. — Una "controversia” sostenida por Arelio Fusco, 320. Muerte del cónsul Flaminio, 3 9 6 .
S ím a c o
Preocupaciones patrióticas, 4 8 7 . — Hay que salvaguardar el paga nismo, 487.
S u e t o n io
Caligula, 4 4 5 . — Muerte de Nerón, 446.
Sd l p ic ia
E l aniversario de Cerinto, 2 8 9 . — lo, 289.
T á c it o
L a nueva oratoria y la antigua, 4 1 8 . — Poesía de las regiones septentrionales, 4 1 9 . — Denuncia y muerte de Sabino, 4 1 9 . — Desgracia de Séneca, 4 2 2 . — Una alarma en el palacio impe rial, 424. — E l campo de batalla de Bedriaco, 4 2 5 . — Confusión de Vitelio, 426. — Episodio de las guerras de Germania, 4 2 6 .
566
Las
“variaciones”
de Tibu
Indice de textos T e r e n c io
Ambivio Turpión presenta al público una obra de Terencio, 9 7 . — Una educación liberal: principios y resultados, 101. — Un esclavo, director espiritual, 1 0 4 . — Padre e hijo, 105. — E l flechazo amoroso, 107.
T e r t u l ia n o
L a paradoja del proceso cristiano, 4 5 9 . — Un soldado cristiano, 4 6 1 . — E l “espectáculo” del juicio final, 4 6 2 . — L a compostura de la mujer cristiana, 4 6 3 .
T ib u l o
Aspiraciones, 2 8 5 . — E l amor guerrero. E l amor soldado, 2 8 7 . — L a emocionante proximidad de la noche, 2 8 8 . — “Variacio nes” , 2 8 9 .
T it o
Historia y moralidad nacional, 2 5 8 . — Advenimiento y muerte de Servio Tulio, 2 6 0 . — B atalla de Metauro, 262. — Papirio Cur sor, 2 6 4 . — Roma conoce la victoria sobre Perseo, 2 6 5 . — Esci pión reprime la sublevación de Suero, 2 6 6 .
L iv io
V a l e r io
F laco
Alquerías y villas, 1 9 7 . — Decadencia de la agricultura, 198. — Bueyes de labor, 199. — Cría de corderos, 199. — Cotos y vive ros, 2 0 0 . — Argumentación en favor de la “anomalía” , 2 0 2 .
V arrón
Veleyo V ir g il io
Medea y Jasón, 3 9 3 .
Patérculo
Huida de Mario, 3 3 8 . — Retirada de Tiberio a Rodas, 3 3 9 . Antítesis amebeas, 2 2 1 . — E l poeta desposeído, 2 2 2 . — Estacio nes y tempestades, 2 2 5 . — Diversidad de las tierras, 2 2 6 . — La vaca, 2 2 7 . — L a ciudad de las abejas, 2 2 9 . — Alegoría, 2 3 0 . — L a isla de Circe, 2 3 2 . — Muerte de Camila, 233. — Troya des truida por los dioses, 2 3 5 . — E l enojo de Juno, 2 3 6 . — Itálicos y orientales, 2 3 7 . — Actium, 2 3 8 . — Duelo de la madre de Eurialo, 2 3 9 .