LEYENDA URBANA BOLIVIA PANDO La leyenda de EL jichi de Isirere Era un extenso yomomo en el departamento de Pando, lugar húmedo y fangoso donde el transeúnte puede hundirse si camina desprevenido. Los vecinos habían cavado allí un pauro, nombre que se da al pozo de agua o vertiente, en donde se aprovisionaban del líquido para el consumo diario. Una tarde, una mujer acompañada de su hijo fue al pauro a recoger agua. Llenó su cántaro y luego lo coloco sobre su cabeza y cuando se disponía a regresar su camino, su hijo ya no iba a su lado, había desaparecido misteriosamente.
Lo busco por todos lados creyéndose víctima de una jugarreta del pequeño y al no encontrarlo,
desesperada
comenzó
a
gritarle
por
su
nombre:
¡Isirereee! ¡Isirereee! en principio no tuvo respuesta pero luego escucho que el niño contestaba
aterrado,
desde
el
fondo
del
yomomo.
¡Mamá! ¡Mamá! Y mientras la madre más desesperada gritaba, la voz más se alejaba como si la persona fuera sumergiéndose más, hasta que llegó el momento en que se perdió
la
voz
y
cundió
solo
el
silencio.
Un
terrible
silencio…
De ese modo se formó la laguna, que es “un encanto”. Tiene por Jichi al niño que se llamaba Isirere.
BENI Mística, leyendas y rutinas de la “madre de todas las aguas” Un sinfín de historias se agolpan alrededor de uno de los pocos cauces navegables de Bolivia. Se habla desde una serpiente enorme hasta de una civilización perdida. Contado
por
Álex
Ayala.Revista
Escape.
En mis sueños hay siempre un río que está despierto. Su nombre es el Mamoré, eje de las rutinas y las historias de parajes como Trinidad y los llanos de Moxos. De aguas del color del chocolate, su cuenca cubre una superficie de 222.000 kilómetros cuadrados, por donde los barcos suben y bajan cargados de garrafas de gas, frutas, ganado y encomiendas de toda clase. También de leyendas, porque el Mamoré es un río místico, literario, como lo son el Congo y el Amazonas, en el que todo tiene
un
sabor
a
viejo,
y
un
olor
fuerte
a
vidas
y
muertes.
Mi travesía comienza en Puerto los Puentes, un lugar en el que la jornada transcurre entre tablones de madera, donde los barcos son las casas y las casas son los barcos; donde se lava la ropa en el mismo río, desde una canoa; donde en las embarcaciones —casi todas con la forma de gran pontón cuadrado— se cocina sólo a leña; donde los niños crecen junto a los relatos de las aguas, pues cuando su “hogar” se llena con mercadería, la navegación
inicia
ya
su
curso.
Un barco de época, con el estilo de los vapores que antaño cruzaron el río en los tiempos del auge de la goma, es mi cobijo. Fiel inquilino del Mamoré, lleva escrito en su cuerpo de metal y madera una parte del alma del río. Su nombre es Reina de Enín, en honor a una civilización antigua que pobló estas mismas pampas, selvas y lagunas, y bajo su coraza arrastra la esencia de los seres del río, tanto de los conocidos como de los extraños, fantásticos
o
mitológicos.
Entre extraños animalesEl rugido del motor al encenderse es como un bufido. “Su sonido me recuerda al jichi”, comenta Carmelo Ortiz Nosa, oriundo de una de las comunidades que velan el Mamoré día y noche. “Yo no lo he visto, pero dicen que es como una serpiente de 25 metros de largo y un grosor como los barriles de 200 litros. Cuando sale a flote, parece un tronco negro. Va casi siempre corriente arriba, y se aparece antes de las tormentas eléctricas. Su fuerza es tal, que es capaz de arrancar las redes de los pescadores”. El jichi no es el único animal extraño que surca la cuenca. Los más ancianos cuentan que todo un entramado de cuevas aloja en el fondo de las aguas a los seres más increíbles
que
el
hombre
puede
imaginar.
Se dice, además, que los bufeos —delfines de agua dulce— se convierten en mujeres algunas noches para adentrarse en las comunidades y conseguir una pareja. Y que, cuando están cerca, jamás dejan ahogarse a nadie. Por eso es que, salvo alguna vez para usar su aceite como medicina, no son atacados por los habitantes de las orillas. En las proximidades del río también camina el tigre-gente, “un ser humano que tiene la capacidad de convertirse en tigre”, dice Carmelo.Mientras, la dueña de las lagunas que circundan el Mamoré es la reina Victoria, que emerge de un tarope de hoja grande los días
de
eclipse.
“Muchas etnias, como la yuracaré, la trinitaria y la mojeña —explica Cristian Vaca Zelada, borjeño afincado en Trinidad—, por su cultura piensan que todos los animales son personas. Así, creen, por ejemplo, que el marimono es un niño al que su mamá lo abandonó. Por eso, no lo matan. También nombran a sus hijos con elementos relacionados con la naturaleza. Si mataron a un tigre al mediodía, lo llaman ‘Tigre del Mediodía’. Si nació en medio de truenos y de rayos, le dicen ‘El Hijo de la Tormenta’…”. Es tarde. En el Mamoré anochece y decenas de animales reclaman su pedazo de mística. Son bufeos que emergen como en una improvisada danza, caimanes que dormitan al sol, garzas en una pose casi estática y parabas. Son pirañas, monos bromistas y tortugas. Son, en definitiva, una gran parte de la esencia encadenada al río.
LA PAZ Los fantasmas en el Hospital de Clinicas de La Paz.
Este relato me lo encontré en una página española, habla del hospital de clínicas de la ciudad de La Paz y los “visitantes” que tienen en las noches… Espíritus y fantasmas componen este relato. Espero les guste!!!! Y si tienen relatos de terror o alguna experiencia que les haya ocurrido, compártanla con todos nosotros…Aquí va el relato…
"La proximidad del Hospital del Tórax a la morgue es su avatar y su sello. Irrelevante para la mayoría del personal de los turnos de la tarde y la mañana, pero no para quienes trabajan
en
horas
nocturnas,
especialmente
enfermeras.
Una de ellas, Wilma Huañapaco, encargada de la sala de Terapia Intensiva en el primer piso
del
edificio,
jamás
olvidará
lo
sucedido
el
sábado
4
de
agosto.
Cinco minutos antes de las dos de la mañana de ese día, Huañapaco transcribía, como cada noche, el reporte del estado de los pacientes, cuya situación delicada no consiente equivocación
alguna.
Enseguida, una pesadez repentina invadió el ambiente y el cuerpo de la enfermera quedó paralizado. Ni brazos ni piernas, ni siquiera sus párpados respondían. La desesperación la llevó a realizar un esfuerzo mayor hasta poder voltearse. En ese momento vio a un hombre alto, contorneado por un aura de un verde oliváceo y sin cabeza. Aunque la figura desapareció en el instante, la sensación de inmovilidad permaneció por algunos segundos más. “Lo único que sabía era que estaba despierta”, relataría más tarde a sus compañeras, algunas aún incrédulas ante la experiencia de Huañapaco, para quien las apariciones son, después de todo, normales, ya que dice tener contacto con este tipo de fenómenos desde niña.
Pero esta enfermera no es la única que ve apariciones en el Hospital del Tórax, ni esta forma
decapitada
la
primera
vez
que
se
presenta.
De hecho, por los pasillos aún se cuenta la historia de un hombre que cada noche pasea por los jardines próximos al hospital rumbo a la morgue. Aunque algunos lo han bautizado con el nombre del Jinete sin Cabeza, no tiene ninguna relación con el relato de Washington Irving.
Tan fuerte es la presencia de este hombre sin rostro, como la de una madre cargada de su niño que ha puesto los pelos de punta a más de una enfermera en la sección conocida como Pensionados, en el segundo piso del hospital, que es donde están internados los pacientes pudientes y donde hasta hace algunos años se trasladaba a las personas en estado
delicado.
“Aparece en completo silencio, visita algunas salas, se detiene frente a alguna persona en particular, la observa y luego desaparece”, es el relato coincidente de quienes han vivido
en
carne
propia
la
presencia
de
la
llamada
Mamá
de
los
Pensionados.
A unos pasos del Tórax está el Hospital de Clínicas, también conocido como General, el más antiguo del complejo de Miraflores y también de la ciudad de La Paz. Por sus largos pasillos pasaron miles de personas, entre médicos, enfermeras y pacientes, algunos de cuyos espíritus se niegan a dejar el lugar. De esto da constancia don Eloy Ticona, portero del nosocomio y quien cada noche, durante 25 años, recorre de punta
a
punta
la
vieja
estructura.
Una noche de un año que don Eloy no recuerda, la figura de una mujer de talla alta y porte fino apareció en el jardín. “¿Doña Mercedes?”, preguntó don Eloy esperando encontrar una respuesta de la delgada dama a quien confundió con una enfermera que trabajaba
en
ese
entonces.
En ese instante, la misteriosa mujer salió del jardín, tomó el pasillo y se alejó a paso lento en dirección hacia una sala donde descansaban algunos pacientes. El animoso portero la siguió e ingresó a la habitación casi por detrás de la mujer, pero no encontró nada, lo que fue corroborado por un paciente que estaba despierto y no vio ingresar a nadie. Desde entonces, muchas de estas apariciones han inquietado las noches de don Eloy, quien, sin embargo, ha dejado de lado su miedo para dar paso a la curiosidad. Son innumerables las oportunidades en que la dama de negro ha reaparecido y algunos ya la conocen
como
la
Viuda
del
General.
Los funcionarios más antiguos de éstos y otros hospitales aseguran que estas apariciones son
ánimas
de
personas
que
murieron
dejando
algo
pendiente.
Tal el caso de la figura de una enfermera de capa azul que ha hecho de las rampas del Hospital
del
Niño
su
lugar
preferido
de
paseo
nocturno.
Quienes la han visto aseguran que es el espíritu de una antigua funcionaria del nosocomio, a la que su aprecio y dedicación por los niños aún la mantiene junto a ellos. Al respecto, algunos personeros aseguran que los infantes tampoco han olvidado a su enfermera preferida.
Una de estas personas es la actual jefa del servicio de Neonatología, Teresa Aguilar, quien en sus 20 años de trabajo en este nosocomio jamás había vivido una experiencia como la de hace cuatro años.
Fue una noche en la que el paseo rutinario de visita por las salas fue interrumpido por unas escurridizas risas de niños un piso más arriba. Creyendo que un grupo de sus pequeños pacientes había decidido iniciar una ronda de juegos en plena oscuridad, subió en
silencio
intentado
sorprenderlos.
Mientras más se acercaba más fuertes eran las risas. Sin pensarlo dos veces y a dos gradas
del
piso
indicado
espetó
un
grito,
pero
no
había
nadie.
Un frío intenso le estremeció de los pies a la cabeza y la sensación de inmovilidad se apoderó de su cuerpo por algunos segundos. “Estoy loca”, se dijo a sí misma como convenciéndose de no haber escuchado las multitudinarias voces. La incertidumbre terminó al día siguiente cuando la portera le pidió, en tono de reclamo, que controle a sus niños
porque
habían
reído
toda
la
noche.
Aunque no son muchas las personas que hoy en día dicen oír voces y risas de niños en el hospital, los funcionarios aseguran que sus pequeños visitantes rondan todo el día por las salas. La encargada de Farmacia del turno de la tarde no se explica por qué algunas de las cajas de los medicamentos aparecen desordenadas siempre que deja el lugar por algún tiempo."
POTOSI El diablo de corregidor Endiablada es la tradición que voy a contar, pero ella es la purísima verdad, y el que la ponga en duda puede consultar las crónicas de Potosí, y acaso de no dar crédito ni a las crónicas, puede preguntarlo a los sencillos vecinos de Paucarcollo, y sin duda del testimonio de estos apele a la palabra de los habitantes de ese lugar a principios de 1600 que a fe han de tener la memoria fresca. Y basta de introducción y adelante con los faroles. Cerca de Puna existe un pueblo llamado Paucarcollo, célebre por haber sido gobernado durante siete años por su majestad cornuda en persona, allá en los primeros tiempos de la Conquista.
Pues, señor, un día de esos, se presentó en el mencionado pueblo un caballero de capa colorada, a tomar posesión del Corregimiento, con despacho en forma del mismo Virrey de Lima; visto lo cual se le entregó el mando sobre la marcha. Nadie sabía quién era ni por dónde había venido, aun él protestaba ser de raza española y se daba todo ese tono y ese aire de importancia que se dan, cuando les sopla el viento de la fortuna los que nada valen y de ella tienen conciencia. Poco tiempo tardó para que los vecinos empezaran a sospechar que su nuevo Corregidor era el mismo Diablo; y sus sospechas crecieron cuando observaron que la daba de beato, aunque sin querer nunca penetraba en la iglesia pues no oía misa ni en los días de fiesta; aunque el mismo se colocaba en la puerta del templo, los domingos -y apuntaba en un libro, (rojo que había de ser puesto que era del diablo) a todos los vecinos que iban a la misa, a los que después les hacía aplicar cincuenta azotes en la plaza pública, por esta falta y para corregir la indevoción, como él decía. "El, entre tanto, dice Walker, se paseaba a largos pasos por la plaza frente a la parroquia, mirando al soslayo a la puerta, envuelto en los anchos pliegues de su capa colorada". Fiscalizaba hasta la vida privada de todas las personas y era tan excesivamente severo con los pobres indios, que ya los tenía desesperados. Jamás aflojaba la capa roja y bajo de ella un gran sable, que es el arma favorita de los diablos. Visitaba a todos los del lugar, menos al cura, pretextando que no era de sus mismas opiniones en política. Muchas veces se había pensado en hacer una revolución para derrocar a tan odioso corregidor, pero apenas un individuo pensaba en esto cuando ya estaba preso; así es que el Corregidor infundió tal miedo en el lugar que ya todos se conformaron a soportar tan endemoniada tiranía. En tal estado se hallaban los infelices habitantes de Paucarcollo, cuando un día, y como caído del cielo, llegó un santo misionero, al que con la mayor reserva del mundo, algunos honrados vecinos manifestaron sus sospechas respecto del maldito Corregidor. —"Hijos míos, les dijo el religioso: puede ser que efectivamente vuestro Corregidor actual sea el mismo demonio en figura humana y que Dios haya permitido que él os gobierne, a él entregándoos por vuestras culpas.
Lo mejor es hacer penitencia para que Dios se digne libraros de él y gracias a que estamos bajo el gobierno del Rey nuestro Señor, que bajo el régimen monárquico, el diablo puede aspirar a ser Corregidor cuando más; pero yo os profetizo que día vendrá que en estos más; pero yo os profetizo que día vendrá que en estos países de América desconozcan la autoridad paternal de los reyes de España y reclamen la república... Entonces, hijos míos, el rabudo no se contentará con un humilde corregimiento y aspirará a puestos mejores en las repúblicas de esta América española". Al día siguiente de esta conversación, el misionero que no sabía qué pensar acerca de este misterioso corregidor y de las mil diabluras que a él le habían contado los vecinos más respetables del pueblo, resolvió encaminarse a visitarle y observarle atentamente. Encontró al señor Corregidor que era de elevada estatura y de larga barba, paseándose en su salón, siempre envuelto en su capa roja, se sentó junto a él, después de saludarse ambos muy cortésmente, y como le sintiera cierto olor a azufre, de golpe le leyó un exorcismo cuando él menos lo pensaba. "Hubo un trueno terrible, dice la crónica... una llamarada de fuego salió de la tierra y el Corregidor, convertido en lo que realmente era se hundió en ella". Todavía se ve la piedra partida, por donde, juran todos los habitantes de Paucarcollo, que el diablo se volvió a los infiernos, después de haber estado allí siete años de Corregidor. Conclusión: — Cuando algún diablo, no de más que por puro diablo intente subir a la primera magistratura, en cualquier república de la América libre, léale el pueblo soberano un exorcismo que de fijo se irá en el acto, donde se fue el Corregidor de Paucarcollo
ORURO El origen del Sajama El viajero que cruza la sabana desértica, silenciosa, desnuda de vegetación y observa al soledoso titán de forma cónica, que se yergue en medio de una ventisca helada, meditativo se pregunta: — Qué hace coloso tan impresionante al centro de este inhóspito paisaje? — Así existirá hasta el fin de los siglos por castigo de Wiracocha, dios de dioses; él lo ha mandado y su mandato es eterno... Fueron lapsos cíclicos que vivía entonces el universo, en los que el hombre, estupefacto observaba que los dioses lidiaran en el cielo, o metamorfoseando en monstruosas montañas se asentaran sobre la tierra. La leyenda señala a tres titanes, hijos de Wiracocha, de protagonistas en la gesta: Illimani, el resplandeciente; Mururata, el descabezado y Sajama, el solitario. Un día inmémore, el joven Mururata, queriendo emular la gallardía, el vigor, la valentía del sereno Illimani, quien para Wiracocha, era su hijo predilecto, le desafió con un alarido que repercutió en el infinito, quebrando montes, provocando cataclismo y formando simas tan profundas que aún el mismo dios del viento, no se atrevía a ingresar. Illimani, titán entre los titanes, al escuchar el reto lo re-chazó, con gesto irónico. El joven Mururata, jactancioso gritó al universo que Illimani era un pusilánime, un cobarde, echándole en cara que ocupaba inmerecidamente el sitio de los titanes que formaban la comunidad de los Antis. Illimani trató de ser persuasivo, pero más fuerte era la euforia de Mururata que aguijoneada por la envidia y sin mayores dilaciones se dispuso a la lucha. Wiracocha que observaba la escena, llamó a Illimani y entregándole un proyectil áureo, le recomendó:
— Arma tu honda con este proyectil, mi amable hijo Illimani, y arroja a la cabeza de Mururata. Pero hazlo pronto, antes que la luz de nuestro padre Inti se haga en la tierra. Y cuando el joven Mururata se desesperaba para iniciar el combate, sintió venir un proyectil tan inmenso y vertiginoso que no le dio tiempo para hacerse a un lado. El impacto lo recibió en pleno rostro y como si se desgajara una parte del mundo, voló su cabeza hacia lejanas tierras, mientras una voz como huracán enfurecido, le gritaba: — ¡Sarjam!... ¡Sarjamü!... que en lengua aimará quiere decir ¡¡Ándate!!... ¡¡Ándate!!!... Este es el origen de ese cerro inmenso, elevado, que hoy conocemos con el nombre de Sajama.
COCHABAMBA Puente de Melgarejo La alegría reina en la fiesta, es el matrimonio de su mejor amigo y era su deber acompañarle y desearle las congratulaciones consabidas. Junto a un grupo de amigos, Remberto, departe amigablemente al calor de la bebida, aquellos años mozos cuando niños solían deambular por todas las campiñas de Tarata, en son de "mack'unquear" las sabrosas frutas aún frescas que colgaban de las huertas de toda la región. De pronto la conversación se centra en el famoso puente de Melgarejo construido sobre el río Pilimayu junto a un centenario árbol de ceibo, donde el ex-presidente solía bailar y tomar la deliciosa chicha junto a sus amigos y las infaltables cholitas, festejando sus triunfos. — Dicen que a altas horas de la noche, el General aún festeja en ese lugar sus triunfos, comenta uno de ellos--- Es verdad, dicen que a don Jacinto se le había aparecido Melgarejo en persona que estaba junto a una hermosa cholita. — Qué ca... todo es mentira, cómo es posible en tiempos como estos aún se tenga esa creencia en apariciones, —arguye Remberto-- cortando la conversación para continuar bebiendo. Transcurre la medianoche, cerca al amanecer, Remberto, aún entre copas, decide recogerse a su vivienda. Se levanta de la silla, donde había estado dormitando bastante tiempo, levanta su sacón y sale. Es una fría y oscura noche, un silencio sepulcral presentan los callejones serpenteantes que se pierden en el silencio de la noche de Tarata. Con paso lento, pero seguro, avanza el hombre, en tanto se escucha el canto lejano de un gallo, anunciando el amanecer. La luna alumbra tenuemente el ambiente, que es suficiente para que él se pueda orientar hasta llegar al famoso puente de Melgarejo. Cuando se dispone a cruzarlo, siente que algo se le enreda en los pies. Se inclina y descubre que un ovillo de lana se le había
envuelto por todo su alrededor. Un poco molesto por este imponderable, intenta desenredarse y en eso siente la presencia de una persona. Al levantar la vista, estaba ahí, junto al ceibo, alumbrado levemente por la luz de la luna una hermosa chola de grandes ojos, labios carnosos y seductores; turgentes y endurecidos pechos envuelta en un manto negro; junto a ella sentado a los pies del árbol con su capa y espada toledana y sombrero alón de alta ancha el General Melgarejo. No puede dar crédito a lo que sus ojos están mirando, restrega los mismos y al volverlos a abrir, la imagen de la aparición continúa. Es tan grande la impresión que sus piernas flaquean y no le responde, es decir, quedan paralizados, instantes en que la imagen se va disipando y todo queda tal como antes, en silencio. Retorna a su vivienda y no puede conciliar el sueño, la imagen en su mente se repite en forma constante, sabe que nadie le creerá lo que vio. Muchas personas atestiguan y testimonian, con sus propios ojos que ven la imagen de Melgarejo algunas veces sentado al pie del ceibo o en otras montado en su caballo blanco y junto a él una chola muy hermosa. De ahí que, nadie pasa por ese lugar a determinada hora de la noche, por temor a encontrarse con la chola o Melgarejo; los táratenos en su buena fe piensan que los dos deben estar juntos por los siglos de los siglos.
SANTA CRUZ La Virgen de Cotoca La efigie de la Madre de Dios que se venera en la iglesia parroquial de Cotoca, distrito municipal de la provincia Andrés Ibáñez, es objeto de ferviente devoción de parte de los pueblos de Bolivia llamados orientales. Ordinariamente colocada en un regular baldaquino, hacia la parte alta del altar mayor de la iglesia, suele ser sacada afuera y llevada en andas por las calles, a la expectación de los fieles. Es en esas ocasiones cuando puede ser contemplada mejor y observada con ojos de curiosidad no exclusivamente piadosa.
Una vez al año, por lo menos, la pequeña efigie es traída a la ciudad por determinación expresa de su ilustrísima el prelado diocesano. En todo tiempo lo que no ha menguado es la fe que el pueblo tiene depositado en ella, una fe que excluye razonamientos, la veneración cariñosa que se le profesa y la confianza con que a ella acude en procura de bienes. En cuanto al tiempo y circunstancia en que pasó a ser patrimonio de la comunidad santacruceña corre en el pueblo una pintoresca leyenda. Ocurrió a mediados del siglo XVIII. Cotoca, la comarca que había aposentado durante años a Santa Cruz en su peregrinaje de oriente a occidente, era por entonces un predio perteneciente a cierto señor rural de horca y cuchillo que respondía al nombre de Daniel Cortés de Miranda. Esta tenía establecida allí una hacienda con cultivos de caña, arroz y bananas, que eran trabajados por hombres de la tierra con la calidad de braceros y cuatro o cinco familias de negros y mulatos en la condición de esclavos. A buen seguro que el don Daniel dejaba sentir en el predio su autoridad de señor feudal, acaso con mayor rigor y riendas más cortas que sus congéneres hacendados de esta parte del país. Dizque por cualquier falta que cometieran sus peones, y tanto más sus esclavos, el capataz o el amo en persona les propinaban una ración de azotes cuya cuantía jamás era inferior a la bien contada veintena. Cierto día la cuenta hubo de alargarse, medida sobre las espaldas y los glúteos de dos de los esclavos. La tradición ha conservado los nombres de ellos y aun el de su madre, que era Elvira Barroso. Al enterarse ésta de la tremenda azotaina y ver en los cuerpos de los suyos las huellas del flexible y a la vez inflexible instrumento, dizque prorrumpió en anatemas y maldiciones contra el patrón. No mucho después, don Daniel aparecía muerto a puñaladas dentro de la arboleda que rodeaba la casa. Vista la cosa a la luz de sus precedentes, a nadie podía imputarse el homicidio sino a los Barroso, y a su madre como instigadora y quizás actora. Conocedores de lo que les esperaba en ese caso, madre e hijos se alzaron de la alquería para ganar asilo y escondrijo en la floresta. Pero, devotos cristianos como eran, les asistía la esperanza de que tarde o temprano su inocencia habría de salir a luz. Tirando de Cotoca al norte los fugitivos hubieron de llegar al paraje de Asusaquí, en aquel entonces selva cerrada y carente de toda vecindad. Habiendo penetrado a lo más espeso
de ella, ocurrióseles cierta noche, tomar algún alimento caliente. Mientras la madre encendía el fuego y lo avivaba arrimándole alguna hojarasca, los hijos fueron por leña, sin apartarse mucho de la jara. Habían recogido ya algunas ramas secas cuando avistaron un recio tronco que parecía ofrecerles para el empeño pedazos de corteza semidesprendida. Unos pocos golpes de hacha sobre el arrugado madero dejaron ver que el interior de éste resplandecía extrañamente. Aunque el fulgor les ofuscaba la vista, los fugitivos acertaron a advertir un rostro de tez morena que parecía sonreirles con ternura. Un impulso de temor o de recelo les llevó a abandonar en ese momento el sitio, bien que proponiéndose volver apenas rayara la aurora del día siguiente. Así fue, en efecto, a la rubia luz del amanecer pudieron ver que en el descubierto hueco del árbol yacía una pequeña talla policromada que representaba a la Virgen María en su advocación de la Concepción Purísima. Tras de haberse prosternado ante ella fervorosamente, procedieron a sacarla del vegetal cobijo para llevarla consigo al poblado. Habían resuelto de improviso dar término a la fuga y volver a la casa y hacienda del finado patrón, llevando a la bella imagen milagrosamente encontrada. Alentaban la fe y la esperanza de que ella, con su gracia y su misericordia, haría que se desentrañase lo de la muerte de aquél y probara la inocencia de doña Elvira y de sus hijos. Como se pensó se hizo seguidamente. Días después los de la suspendida evasión entraban en Cotoca llevando a la Aparecida. Grande fue su sorpresa al advertir que se les recibía con particulares muestras de agrado. No tardaron en dar con la razón de ello. Algunos días antes, el verdadero autor de la muerte del patrón, había confesado públicamente el crimen. Lo curioso, o más bien portentoso del hecho, fue que tal confesión habría sido consumada a la hora misma en que los Barroso encontraban a la imagen de la Virgen. Fue el primer milagro de la Virgen apuntado por los buenos cotoqueños. Tal es la leyenda que corre acerca de la aparición de la imagen de la Virgen de Cotoca.
TARIJA "Dos pistolas" Cuentan las viejas agoreras que hace mucho tiempo por el sector sud del Fortín Margarinos en el Gran Chaco, una figura sin cabeza aparecía entre las doce de la noche, subiendo y bajando sin destino sin forma al compás de un trote pesado y cansino. Jinete y caballo despedían por las cuencas de sus ojos ascuas de relámpagos. Al aparecido lo llamaban "Dos Pistolas". Decían que era el ánima de un cuatrero, de un bandido tan malo como la yarará, que perseguido por la justicia argentina, se refugió en territorio boliviano y fue denunciado y reclamado por la Gendarmería del vecino país… Cuentan que cayó el cuatrero en una operación de limpieza efectuada por el ejército boliviano contra los indeseables que abundaban en el sector. Juzgado por las autoridades militares, fue sentenciado a la horca. El criminal vanamente intentó rezar alguna oración... tarde comprendió que se había alejado demasiado de Dios. Lo sentía en la muerte caminando al cadalso. Así quedó colgado en las ramas más altas y resistentes de un quebracho. Desde ese día por las noches en el sector, algo se lamentaba como una calavera que grita su queja, retumbándose con sonido lúgubre los cascos del caballo, era una aparición sobrenatural que a los mismos soldados les hacía helar la sangre por lo que al escuchar y sentir esa presencia retornaban presurosos a su base de operaciones haciendo la señal de la cruz. Todo esto iba a continuar hasta que el Capellán de la división en cierta ocasión en que se bañaba en el rio Pilcomayo, de pronto tuvo un estremecimiento súbito. Aturdido lanzó una mirada a la orilla de la playa, en tanto que un silencio profundo se dejó sentir en el lugar. Era la presencia de un ser sobrenatural que pretendía decirle algo. Cruzó los dedos y exorcizó al aparecido musitando dos avemarias.
Al retornó al Fortín se enteró del ajusticiamiento del susodicho bandolero del "Dos Pistolas" y sus apariciones frecuentes por las noches por las inmediaciones del lugar. Al día siguiente con un piquete de soldados el capellán se dirigió al lugar del ahorcamiento hallándolo entre la espesura de la selva todos los huesos desparramados por todo el sector. Hizo recoger todos y le dio cristiana sepultura a estos despojos encontrados al pie de ese árbol nudoso y carcomido que sirvió para el colgamiento. Enterrado como Dios manda, se tranquilizó el alma en pena del ajusticiado. Desde ese día dejaron de sentirse las apariciones y la tranquilidad retornó al lugar.
CHUQUISACA La leyenda del maíz (Sara Chojllu) En la región de Kollana existieron dos viejas tribus formadas por los aillus de los chayantas y los charcas, y a pesar de toda la armonía de todos los pueblos en la circunscripción del Kollasuyo, aquellos aillus no pudieron acabar con sus tradicionales disputas. Eran, en realidad querellas originadas sin causa de enojo alguno. Una antigua costumbre había establecido que en determinada festividad se dispusieran pugilatos, luchas y guerrillas conocidas con el nombre de champamackanacus o tincus. Estos combates tenían un cierto parecido a los lances de honor de tiempos del medioevo europeo, y los guerreros asistían a aquellas justas revestidos de coraza de cuero. Por el bando de los charcas se indicaba la lucha con flecheros que hacían hábiles escaramuzas y enviaban con los arcos de sus flechas proyectiles formados de ramas de árboles y cuando se enardecían sustituían sus inofensivas armas con flechas de ckuri (bambú). Estas flechas estaban hábilmente aguzadas. Los chayantas, por su parte hacían llover con sus hondas los frutos de los árboles, pero los proyectiles, tan luego la fiereza de la lucha animaba a los combatientes, eran cambiados con piedras de agudas aristas.
Y así de año en año, se sucedían los champamackanacus, que resultaban magníficos cuando había víctimas, señal cierta de que serían años de abundante cosecha; pero malos cuando no corría sangre o si salían ilesos los combatientes de ambos bandos. Uno de aquellos años, siguiendo esta costumbre guerrero-deportiva, Huyru, un muchacho del aillu de los chayantas, recientemente casado con Sara-Chojlu, la dulce y preciosa indiecita de Charcas, había ido al combate contra el aillu de su mujer; pero, ésta, en su angustia, se le había colgado del cuello, rogándole que evitara marchar contra los suyos; pero aquello habría sido cobardía, que habrían censurado los chayantas, y no hubo disculpa ni persuasiónposible. Huyru marchó a la lid pero le siguió su esposa, para evitar desgracias que presentía llegar. Comenzó la lucha, seguida de bárbara algazara. Llovieron las piedras, y los charcas, enardecidos por la muerte de dos de los suyos, lanzaban flechas. Los chayantas, por su parte, enviaban guijarros que, hendiendo el aire, al girar de las hondas, iban a caer en las filas contrarias. Las voces y los gritos hacían más patético y más bárbaro el combate. Huyru hacía girar su honda que chasqueaba al lanzar el proyectil. Sara Chojllu, se encargaba de proporcionar las piedras. Cuando la noche amenazaba ocultar al dios de los incas, enrojeciendo el crepúsculo encendido de púrpura, y como nunca, bañando el horizonte de montañas con siniestro fulgor, una flecha de los charcas, que salió del arco del padre de Sara Chojllu, se clavó en el corazón de esta ñusta, que rodó por el suelo pálida y sonriente, Huyru dejó su honda e inclinado sobre el cadáver de su mujercita, le rogó con su llanto. Ayudado por sus compañeros, se hizo la sepultura en aquel mismo lugar y cuando todos se habían retirado a sus ranchos, solo Huyru quedó junto a la tumba de su adorada Sara Chojllu. El inconsolable esposo, lloró; mucho, y con su llanto regó la tierra; que a la mañana siguiente dejó brotar una planta hasta entonces desconocida. Creció el tallo, que cuidó con solicitud el inconsolable viudo. La nueva planta fue creciendo lozana con el riego del llanto de Huyru, mostrando su tallo erguido, esbelto y arrogante como en vida había sido Sara Chojllu y algo raro: esa planta tenía los mismos trajes, con los mismos colores que usaba la indiecita: enaguas de verde claro, pollerines superpuestos: y algo más, cuando llegó a su total crecimiento, devolvió a la tierra los cabellos de Sara Chojllu, los cuales se hicieron rubios con la luz del sol que le envió sus rayos de oro. En el fruto de la planta se reprodujeron también los dientes de Sara Chojllu, su rostro pálido, pero sonriente, como aquel que mostrara la tarde fatal en que la flecha la
hirió mortalmente. La hermosa indiecita, al salir del seno de la tierra en forma de planta, con todos los atributos que en vida tuvo, creció sostenida por la flecha de bambú que salió del arco de su padre y que la hirió en el corazón. Por eso la planta de maíz tiene la forma de flecha, cuyas cañas cerca de la cabeza del choclo conservan las lágrimas de Huyru. A esto se debe que sean dulces y un tanto saladas; dulce, porque es la dulzura del amor; saladas, porque en ellas queda la amargura del infortunado Huyru. ---------------------------------Vocabulario Kollana o Kollasuyo, una de las divisiones del imperio de los incas, actualmente ocupada por el territorio nacional. Chayanta, pueblos que forman la región de la actual provincia de Chayanta. Charcas, los antiguos habitantes de Chuquisaca. Champa-Mackanacus, enredo y pelea, respectivamente, de donde se forma la palabra que, traducida, sería pelea enredada. Tinku, encuentro, pelea. Churi, Bambú. Chojllu, choclo. Huyru, la caña de la planta del maíz. Nota.- Esta leyenda fue tomada en Pitantora, provincia de Chayanta, del departamento de Potosí, límite con el de Chuquisaca.