Los Azcuénaga, una familia de 1810 En la casa de la familia Azcuénaga, una familia de élite de Buenos Aires, la primera en levantarse era Ramona, una negra que hacía ya mucho tiempo habían comprado como esclava.
contradecirlos; si lo hacían eran castigados. José Maria, a pesar de ser chico, trabajaba la mayor parte del tiempo, como su papá, y también iba a la escuela donde aprendía a leer y escribir.
Ramona tomaba unos mates y enseguida preparaba el desayuno para todos. En esa casa, además de los Azcuénaga, vivían otros parientes: hermano, primos, abuelos… ¡eran un montón! Don Fernando, el padre de la casa, enseguida se vestía con la ropa que cosía su propia mujer, tomaba el bastón, su galera y salía para encontrarse en el café con otros hombres importantes, donde conversaban de negocios y política. ¡En esos cafés las mujeres tenían la entrada prohibida! En 1810 solo los hombres tomaban decisiones importantes.
Catalina, en cambio, iba al convento, un lugar donde las monjas le enseñaban a rezar, y después volvía a su hogar, para seguir aprendiendo con su mamá las cosas que todas las niñas de bien tenían que saber hacer. A ella le encantaba zurcir.
La señora de la casa se llamaba Maria Casilda Remedios, Remedios, pero la llamaban solo por su último nombre. Ella se ocupaba de los quehaceres del hogar y de la educación de sus hijos: José Maria y Catalina. Remedios se había casado muy joven con Don Fernando, sus padres le habían elegido este marido para ella y desde el día de su casamiento estaba mucho tiempo en su casa, cosiendo, bordando y preparando a su niña para que se convirtiera en una buena esposa. Cuando llegaba la hora del almuerzo, todos se reunían alrededor de la mesa y saboreaban las delicias que cocinaba Ramona. ¡La carbonada era su especialidad! Cuando terminaban de comer todos dormían dormían una larga siesta. siesta. José Maria y Catalina se acostaban sin chistar, porque en esa época los padres eran muy severos y los chicos no podían
Ni José Maria, ni Catalina tenían mucho tiempo para jugar, tampoco tenían juguetes, pero cuando tenían un tiempo libre jugaban a la rayuela. Al atardecer, la familia se volvía a reunir. Don Fernando tomaba mate cimarrón y Remedios, mate dulce. Los chicos disfrutaban de los deliciosos alfeñiques, los caramelos que cocinaba Ramona. Las únicas golosinas que existían. Cuando se escuchaban las campanadas de las iglesias sabían que había llegado la hora de la oración, entonces todos, incluso los criados, rezaban el rosario. Cuando la luz del sol ya no alumbraba lo suficiente, se encendían las velas de la casa y todos se preparaban para cenar una rica sopa de fideos o arroz, tortillas de acelga o carne hervida. Llegada la noche, se iban a dormir. A veces escuchaban la música de alguna tertulia vecina y esperaban que el piano terminara para poder conciliar el sueño.