WIL W ILLI LIAM AM WORDSW WORDSWORT ORTH H Nació en Cockermouth en 1770; murió en Rydal Mount en 1850. Es
el más importante de los poetas “lakistas” del prerromanticisrao inglés. En 1 7 9 3 hizo sus primeras publicaciones: The Evening Walk y Desc Descrip riptive tive Sketches of a Pedestrian Tour in the Alps. íntimo amigo de Coleridge, éste decidió su vocación literaria, publicando juntos en 1798 el tomo Lyric Lyrical al Ballads, que contiene algunos de los mejores poemas de ambos y que constituye un jalón capital en la historia de la poesía inglesa. Pronto famoso, y cada vez m ás le í d o , e n 1843 1843 suce s ucedi dió ó a Southey Sout hey en el título de de “Poeta Laureado”. Entre sus obras principales: Lyrica Lyr ica l Ballads with wit h Pastor astoral al and other Poems, 18021805; P o e m s , 1807; A Topog Top ogra raph phica icall Description of the Country of the Lakes, in the North of England, 1809; The Excursion, 1814; Poems in c l u d in g L y r ic a l B a lla ll a ds w it h A dd itio it io n al Poems, 1815; The White Doe of Rylstone , 1815; Thanksgiving Ode, 1816; Peter Bell, 1819; The Waggoner, 1819; T h e R i v e r D u d d o n , 1820; Vaudracour and Jolis and other Poems, 1820; M is c e ll a n e o u s P o e m s, 1820; Memor Mem orial ialss of a Tour To ur on the Continent, 1822; Eccl Ec cles esia iast stic ical al S o n n e ts , 1822; Yarrow revisited, 1835; Poem Poems, s, 1842; The Prelude, or Growth of a Poet's mind: an Autobiographical Poem, 1850; The Recluse, obra postuma, 1888.
VERS VERSOS OS E S C R I T O S V A R I A S M I L L A S ARR AR R I B A DE LA A B A D Í A D E T I N T E R N Cinco años han pasado; cinco estíos, y con ellos cinco largos inviernos; y de nuevo oigo estas aguas, fluyendo de sus manantiales rupestres con un suave murmullo... Una vez más con templo estos riscos escarpados y altivos, que con su escenario recluso inspiran pensamientos de una reclusión aún más profunda, acordando el paisaje con la quietud del cielo. Llegó el día en que de nuevo me es dado descansar aquí, al pie de este oscuro sicómoro, y ver esas manchas que forman los jardines de las ca Sas campestres, los huertos que, en esta estación, con sus frutos 167
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aún no maduros, aparecen vestidos de verdor, rodeados de hrques y malezas. I na \ez más co nt em pl o estos setos vivos qnl más que de mano del hombre parecen obra espontánea de U espesura en silvecida; estas granja s pastoriles, verdes hasta la puerta misma, con espirales de hum o que se elevan silenciosa, mente entre los árboles, vacilantes, como serían las de las borní* ras de Jos nómadas en los bosques despoblados, o de un ermitaño sentado en soledad junto al fuego que arde en su espelunca. Estas formas de belleza, a través de una larga ausencia, no han sido para mí como un paisaje a los ojos de un ciego. A menudo, y en medio del estrépito de las villas y ciudades, les he debido, en momentos de cansancio, dulces sensaciones, sentidas en la sangre y en el fondo del corazón; qu e hast a pasaban confortán dolo serenam ente, a lo más p uro de mi esp írit u: sentimientos tambi én de placer no recor dad o, capaces sin du da de ejercer una influencia ni leve ni trivial sobre esa parte mejor de la vida del hombr e: sus actos menudos, anónimos, olvidados, de bon dad y de amor. Y a ellos también acaso deba otro don aún más sublime: ese bendito estado del ánimo en que el fardo del miste rio, la carga pesada y abrumadora de todo este mundo ininteli gible que grava nuestros hombros es aligerado; ese estado de ánimo bienaventurado y sereno en que el afecto nos hace dulce mente proseguir adelante, hasta que, suspenso casi el alentar de este armazón corporal y aun el movimiento de nuestra sangre humana, reposamos, dormido el cuerpo, y nos convertimos en un alma viviente; en que con los ojos aquietados por el poder de la armonía, y el poderío profundo del gozo, vemos la vida de las cosas. Aunque esto fuera sólo una creencia vana, no obstante, ¡con qué frecuencia, en las tinieblas y en medio de las formas múlti ples del día triste, cuando el bullir agitado c inútil, v la fiebre del mundo oprimían los latidos de mi corazón, con qué frecuen cia me he vuelto hacia ti en espíritu, oh Wye agreste, que vagas a través de los bosques, con qu é frecuenci a mi es pí ri tu se "ha vuelto hacia ti! Y ahora, con vislumbres de un pen sami ento me dio exti nto, con tantas percepciones débiles y opacas, y una melancólica per plejidad revi más el d del í it i t
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er presente, sino con los pensamientos placenteros de que l’'aC¡atante con tiene vid a y a lim en to para los años futuros, 'me atrevo a esperar, aunque distinto sin duda de lo que era ando Por vez P r i o r a v in e a estas montañas, cuando brinca ba como un corzo por tus breñas, ju nto a los ríos profundos y los arroyos solitarios, dondequie ra que la naturaleza me llevaha más como un h om bre que huye de algo que teme que como miien busca algo q ue le atrae. Pues la naturaleza entonces (ya ¡dos los placeres más toscos de los días de mi infancia y sus ale gres impulsos animales) estaba para mí toda en to d o ... No pue do describir lo que yo era entonces. La catarata sonora me obse sionaba como una pasión; la alta peña, la montaña y el bosque profundo y sombrío, sus colores y sus formas, eran entonces para mí una apetencia: un sentim iento y un amor que no necesita ban un encanto más remoto procurado por el pensamiento, ni in terés alguno ajeno a los ojos. Aquel tiempo pasó, y todas sus pun zantes alegrías ya no existen, ni el vértigo de sus éxtasis. No es eso lo que añoro, ni por lo que suspiro y me quejo; otros dones han venido luego, compensación sobrada a semejante pérdida. Pues he aprendido a contemplar la naturaleza, no como en el tiempo de la juventud irreflexiva, sino oyendo a menudo la mú sica queda y triste de la humanidad, ni áspera ni estridente, aun que con fuerzas su ficientes para imponerse y subyugar. Y he sentido una presencia que me perturba con el goce de pensa mientos elevados; la sensación sublime de algo mucho más pro fundamente difuso, cuya morada es la luz del sol poniente y el rotundo océano y el aire vivaz y el cielo azul y el espíritu del hombre; un movimiento y un espíritu que impulsa todas las co sas pensantes, todos los objetos del pensamiento, y fluye a traVes de todas las cosas. Soy, pues, todavía amigo de las praderas, bosques y montañas; de cuanto contemplamos desde esta verde tierra; de todo el mundo inmenso de los ojos y los oídos, lo mis1110 de lo que perciben que de lo que a medias crean; contento _e reconocer en la naturaleza y el lenguaje de los sentidos el c°ra de mis más puros pensamientos, la nodriza, el guía, el ^stodio de mi corazón y el alma de mi ser moral entero.
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da, amiga querida entre todas; y en tu voz oigo el lenguaje de mi corazón de antaño, y leo mi júbilo de antaño en la luz resplandeciente de tus ojos zahareños. ¡Ah, pueda todavía algún tiempo contemplar en ti lo que fui antes, hermana mía muy querida, hermana! Y hago este voto sabiendo que la naturaleza jamás hizo traición al corazón que la amó sinceramente. Tal es su privilegio: a través de todos los años de esta vida nuestra con ducir de gozo en gozo; pues ella es capaz de inspirar de tal manera el espíritu que late en nosotros, de impregnarlo de tal mo do de serenidad y de belleza, y de así sustentarlo con altos pensamientos, que ni las lenguas malignas, ni los juicios precipita, dos, ni las burlas de los hombres egoístas, ni los saludos desprovistos de bondad, ni todas las relaciones enojosas de la vida cotidiana, prevalecerán jamás contra nosotros, o perturbarán nuestra gozosa convicción de que cuanto nos rodea es cosa bienaventurada. Por consiguiente, deja que la luna te alumbre en tu paseo solitario, y que los vientos neblinosos de la montaña soplen contra ti; y dentro de unos años, cuando estos éxtasis arrebatados madu ren en un placer tranquilo, cuando tu espíritu sea una mansión para todas las formas bellas y tu memoria como una morada para todos los dulces sones y armonías, ¡oh!, entonces, si la soledad, el miedo, el dolor o la melancolía te tocaren en suerte, ¡con qué reparadores pensamientos de tierna alegría habrás de recordarme, y conmigo estas palabras mías! Y quizá —si estoy ya donde no pueda oír tu voz, ni percibir en tus ojos zahareños esas vislumbres de la vida pasada— no olvidarás qu e un día estuvimos juntos a la orilla de este río transparente y que yo, tanto tiempo un adorador de la Naturaleza, aquí vine traído por mi amor constante —¡ah!, por u n amor cada vez más hondo y santo—. Ni olvidarás tampoco que, al cabo de tantos vagares y tantos años de ausencia, estos bosques escarpados y estos riscos majestuosos y este verde paisaje rupestre me fueron todavía más queridos, por ellos y por ti. (Traducción de Ricardo Baeza)
OD A pjgjOS DE INMORTALIDAD, A TRAVES DE RECUERDOS DE LA 1
PRIM ERA INFANCIA INFANCIA PRIMERA El niño es padre del hombre; y yo descarta que una piedad natural uniera entre si todos los días de mi vida. W o r d s w o r t h
En otras épocas, las praderas, los arroyos y las arboledas, la tierra, y todo lo que comúnmente vemos, me parecían adornados por una luz celestial, por la gloria y la frescura de un sueño. Pero eso ya no ocurre; hacia dond eq uiera mire, de día o de no che, ya no consigo ver lo que antes veía.
II El arco iris aparece y desaparece; bella es la rosa; la luna mira deleitada en torno de sí, en medio de los límpidos cielos; las aguas son hermosas y tersas en las noches estrelladas; el sol nace majestuosamente. Y, sin embargo, yo sé, dondequiera que vaya, que cierta gloria ha desaparecido de la tierra.
III Hace un instante, mientras los pájaros cantaban esta alegre canción, y los corderitos saltaban como al compás del tamboril, sólo yo sufría el peso de un triste pensamiento; su expresión oportuna me alivió de él, y ya soy fuerte nuevamente. Las cataratas suenan sus trompetas en los precipicios... Mis penas ya no turbarán la estación, oigo los ecos que se multiplia través de las montañas; desde los campos del sueño los lentos acuden hacia mí, y toda la tierra está alegre. La tierra y el mar se entregan a la jovialidad, y todos los animales feste jan el espíritu de la primavera; ¡tú, criatura de la alegría, grita
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IV Benditas criaturas, he oído vuestro mutuo llamado; veo que Jos cielos ríen con vuestro júbilo; mi corazón asiste a vuestro festival, mi frente lleva su guirnalda; siento Ja plenitud de vues. tra felicidad, ampliamente la siento. ¡Oh día. funesto, si yo me mostrara sombrío cuando la tierra misma se adorna, en esta ma. nana de mayo, y los niños recogen, en mil valles lejanos y dis persos, las flores frescas! C uando el sol brilla cálidamente, y la criatura salta en brazos de su madre. ¡Escucho, escucho, escucho con alegría! Pero hay un árbol entre tantos, hay un prado entre esos prados: ambos me hab la n de algo que se ha ido; y también esta margarita, a mis pies, me repite la misma historia: ;adónde hu. vó ese esplendor imag inario?, ¿dónde están ah or a esa gloria y ese ensueño?
V Nuestro nacimie nto no es más que u n sueño y un olvido. Esa alma que surge con nosotros, esa estrella de nuestra vida, se ha puesto en alg una otra parte, y viene de muy lejos. No entera mente olvidados, y no enteramente desnudos, sino arrastrando nubes de esplendor, venimos desde Dios, que es nuestro hogar; durante nuestra infancia, el cielo aún nos rodea. Las sombras de la cárcel ya empiezan a circundar al niño que crece; pero él ve la luz, y ve de dónde proviene; la ve en su alegría. El adolescente, que ya se aleja cada vez más del Oriente, es aún el sacerdote de la naturaleza, y la espléndida visión acompaña su camino. El hombre, finalmente, la ve morir y desvanecerse en la luz del día vulgar*
VII ¡Mirad al niño entre sus nacientes felicidades: un tesoro de seis años, del tamaño de un pigmeol Miradlo entre las obras de su mano, impaciente ante los impetuosos abrazos de su madre, iluminado por la mirada de su padre. Mirad a sus pies un diminuto croquis, un plano, un fragmento de su sueño de vida hu-
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miento o un festival, una desgracia o un funeral; esto lo absorbe ahora, y de acuerdo con esto canta su canción. Luego adaptará su lengua a los diálogos del amor, de los negocios o de la guerra; pero no tardará en dejarlos a un lado; con nueva alegría y or gullo, el actorcito estudiará otro rol, y llenará su “humorístico escenario” con todos los personajes, hasta la decrépita vejez, que la vida trae en su equipaje; como si toda su vocación fuera una interminable imitación.
VIII Tú, cuyo aspecto exterior disimula la inmensidad de tu alma; tú, el mejor de los filósofos, que aún conservas tu herencia; tú, ojo entre los ciegos, que sordo y silencioso lees la profundidad eterna, eternamente sondeada por la eterna mente, ¡poderoso profeta, bendito adivino!, donde se ocultan las virtudes que du rante toda una vida nos esforzamos por descubrir; tú, cuya in mortalidad te cobija como la luz del día, como el amo al escla vo, como una presencia que no puede hacerse a un lado; tú, criatura, que sin embargo te glorificas en tu poder de liber tad celestial, en la altura de tu ser, ¿por qué con tan ávido esfuerzo solicitas a los años que te impongan su yugo inevita ble y ciegamente luchas con tu beatitud? ¡Pronto deberá so portar tu alma todo su fardo terrestre, y la costumbre pesará sobre ti como una carga, grávida como el hielo y casi tan pro funda como la vida!
IX ¡Qué felicidad que todavía haya algo viviente entre nuestras cenizas, y que la naturaleza rememore aún lo que fué tan fugi tivo! El recuerdo de los años pasados despierta en mí perpetuas bendiciones; no, en verdad, por aquello que más merece ser ben decido: el placer y la libertad, inocente religión de la infancia , que ya en la acción o en el reposo aletea siempre en su pecho con nov el esperanza. N o es por eso que elevo una c anción de elogio y agradecimiento; sino por esa duda obstinada de los sentidos y del mundo exterior; esas caídas, esas desapariciones,
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acto culpable. Por esos primeros afectos, esos difusos recuerdos que, sean lo que sean en realidad, son todavía el manantial de toda la luz que nos ilumina, y la luz directora de toda nuestra visión; que nos sostienen, nos alimentan y tienen el poder de hacernos creer que nuestros ruidosos años son meros instantes en el proceso del silencio perpetuo; verdades que se despier. tan para no perecer nunca más, y que ni la distracción, ni los actos insensatos, ni el hombre, ni el niño, ni todo lo que se opone a la alegría, pueden abolir o destruir completamente. Por eso, en las épocas de calma, por más lejos que estemos de la costa, nuestras almas divisan ese mar inmortal que nos trajo hasta aquí; y en un instante pueden viajar hacia él, y ver los niños que juegan en la playa, y oír las aguas poderosas, eternamente agitadas.
X Entonces, ¡cantad, pájaros, cantad, cantad un canto alegre! Y que los corderitos salten como al compás del tamboril. Nosotros nos uniremos mentalmente a vuestra comitiva, a los que cantan y a los que juegan, a los que hoy sienten en sus corazo nes la alegría de la primavera. ¿Qué importa que el fulgor, anta ño tan brillante, se haya alejado para siempre de mi vista? Aunque nada podrá devolvernos el instante de esplendor en la hierba, de gloria en la flor, no nos lamentaremos, y más bien buscaremos fuerzas en lo que h a p e rd u ra d o , en la primitiva simpatía que, habiendo existido, siempre existirá; en los pensamientos consoladores que surgen del sufrimiento humano, en la fe que sabe ver a través de la muerte, y en los años que forman nuestra mente filosófica.
XI ¡Y vosotras, fuentes, praderas, colinas y arboledas, o h no penséis en una separación de nuestros afectos! Todavía siento vuestro poder en lo más íntimo del alma; si he renunciado a aquel deleite, sólo fué para vivir ba jo el h á b it o de vu es tro imperio. vSí,
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dean al sol poniente, reciben ese sobrio colorido de ojos que han contemplado la mortalidad del hombre; otra raza ha existido, y otros laureles fueron conquistados. Gracias al corazón humano, por quien vivimos; gracias a su ternura, a sus alegrías, y a sus temores; la más modesta de las flores puede provocarme pensamientos a veces más profundos que las lágrimas.
I WANDERED LONELY AS A CLOUD... Un día erraba solitario como una nube que flota en las alturas sobre valles y colinas, cuando de pronto vi una muchedum bre, un ejército de narcisos dorados; junto al lago, bajo los ár boles, se estremecían y bailaban en la brisa. Sin interrupción, como las estrellas que brillan y titilan en la vía láctea, se extendían como una línea infinita a lo largo de las márgenes de aquella ensenada; de una sola mirada vi más de diez mil narcisos, que movían sus cabezas en animada danza. También las olas danzaban a su lado, pero ellos estaban más contentos que las brillantes olas. Un Poeta sólo podía sentirse alegre en tan jovial compañía; yo miraba y miraba; pero no sa bía aún cuánta riqueza me había proporcionado esta visión. Porque muchas veces, cuando descanso en mi lecho, ocioso o pensativo, vuelven repentinamente a brillar ante ese ojo interior que es la felicidad de los solitarios; y mi alma se llena entonces de deleite, y danza con los narcisos. (Traducción de J. R. Wilcock)
ERA UN FANTASMA DEL GOZO Era un fantasma del gozo cuando por vez primera resplandeció a mis ojos, una aparición jubilosa enviada para adorno de un instante: sus ojos, como estrellas de un bello crepúsculo; como el crepúsculo tam bién su cabellera oscura; pero todo el resto en ella provenía del mes de mayo y de la aurora gozosa:
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Vista más de cerca, advertí que era un espíritu y hasta una mu jer tam bién. Sus m ov im ien tos en el hoga r er an leves y suel tos, su paso de una lib er ta d vi rgin al: u n sem bla nte en el que se encontraban dulces recuerdos y promesas igualmente dulces una criatura no demasiado brillante ni excelente para el sostén cotidiano de la humana naturaleza, para los dolores fugaces, los engaños pequeños, la alabanza, el reproche, el amor, los besos, las lágrimas y las sonrisas. Y ahor a veo con ojos serenos el pulso mismo de la máquina: un ser que vive una vida pensativa, un viajero entre la vida y la muerte, razón firme, voluntad moderada, paciencia, previsión, fuerza y destreza: un a mu je r per fecta, no ble me nte planeada, pa ra advertir, para consolar, para ordenar; y, no obstante, siem pre un espíritu, y respla ndeciente con no sé qué luz angélica. (Traducción de Ricardo Baeza)
KUBLA KHAN En Xanadu, Kubla Khan mandó levantar un majestuoso palacio de deleites, allí donde Alf, el río sagrado, corre a través de mil cavernas al hombre inmensurables, hasta desembocar en un mar no alumbrado por el sol. Dos veces cinco millas de terreno fértil, con murallas y torres, eran así circundadas, y allí dentro veíanse jardines surcados de brillantes arroyuelos, en los que florecían muchedumbre de árboles perfumados, y selvas tan vetustas como las montañas, encerrando en su seno verdes rincones sonrientes. Mas, ¡ah, esa profunda romántica quebrada que se adentra oblicuamente al pie de la verde colina, al reparo de un grupo de cedros! ¡Paraje agreste! ¡E ncanta do y santificado como si en otro tiempo bajo la luna en menguante alguna mujer hubiese ido llorar s de io ! Y de esta quebrada bull
KUBLA KHAN En Xanadu, Kubla Khan mandó levantar un majestuoso palacio de deleites, allí donde Alf, el río sagrado, corre a través de mil cavernas al hombre inmensurables, hasta desembocar en un mar no alumbrado por el sol. Dos veces cinco millas de terreno fértil, con murallas y torres, eran así circundadas, y allí dentro veíanse jardines surcados de brillantes arroyuelos, en los que florecían muchedumbre de árboles perfumados, y selvas tan vetustas como las montañas, encerrando en su seno verdes rincones sonrientes. Mas, ¡ah, esa profunda romántica quebrada que se adentra oblicuamente al pie de la verde colina, al reparo de un grupo de cedros! ¡Paraje agreste! ¡E ncanta do y santificado como si en otro tiempo bajo la luna en menguante alguna mujer hubiese venido a llorar su demonio am ante! Y de esta quebrada, bullendo en incesante gorgoteo, como si la tierra alentase con respirar hondo y frecuente, brotaba por momentos una fuente tumultuó
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sa cuyos intermitentes borbotones proyectaban al aire grandes f r a g m e n t o s como granizo que rebota o granos que saltan bajo el jiiayal del trillo; y en medio de estas rocas danzantes, junto con ellas, saltaba también hacia las alturas el río sagrado. Durante cinCo millas, en laberíntico trazado, a través de bosques y valles corría el río sagrado, antes de entrar en las cavernas al hombre inmensurables y de sumirse tumultuosamente en un muerto océa n0, Yen medio de este tumulto, Kubla oyó en la lejanía voces ancestrales que predecían la guerra.
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sa cuyos intermitentes borbotones proyectaban al aire grandes f r a g m e n t o s como granizo que rebota o granos que saltan bajo el jiiayal del trillo; y en medio de estas rocas danzantes, junto con ellas, saltaba también hacia las alturas el río sagrado. Durante cinCo millas, en laberíntico trazado, a través de bosques y valles corría el río sagrado, antes de entrar en las cavernas al hombre inmensurables y de sumirse tumultuosamente en un muerto océa n0, Yen medio de este tumulto, Kubla oyó en la lejanía voces ancestrales que predecían la guerra. La sombra del palacio de deleites flotaba sobre las olas, y desde él se oían las cadencias concertadas de la fuente y las cavernas. ¡Milagro de invención sutil en verdad este resplandeciente palacio de deleites con sus cavernas de hielo! Una doncella, tañendo un dulcémele, vi en sueños; una doncella abisinia, tañendo su dulcémele y cantando suavemente del monte Abora. ¡Ah!, si yo pudiera resucitar en mis adentros su música y su canción, en tan profundo éxtasis me sumirían, que me sería posible construir con música en el aire aquel palacio. ¡Aquel palacio resplandeciente, aquellas cavernas de hielo! Ycuantos me oyeran los verían ante sus propios ojos, y todos ellos gritarían: “ ¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Ved sus ojos fulgurantes, ved su flotante cabellera! Trazad un triple círculo en torno de él y cerrad vuestros ojos en sagrada reverencia, pues él se ha alimentado de dulce rocío y bebido la leche del Paraíso”. 1797
(Traducción de Ricardo Baeza)
M E L A N C O L I A
ODA Anoche, tarde, vi la luna nueva con la luna vieja en su regazo; y temo, mi amado señor, que tengamos una tormenta mortal. Ba l a d a
I
de
Sir
Pa t r i c k
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hasta ahora tan tranquila, no se alejará imperturbada por vien tos más activos que estos que desmenuzan perezosamente a q u e . lia nube, o que el soplo lá ng uid o y sollozante que gime y Se arrastra entre las cuerdas de esta arpa eólica, cuyo silencio sería preferible. Porque he aquí la luna nueva, con su brillo invernal; e iluminada po r un a luz fantasmagórica (inundada por una luz fantasmal, y rodeada por un círculo plateado), veo la luna vieja en su regazo, que profetiza lluvia inminente y borrascosas ráfagas. ¡Ojalá se desatara ya el viento, y la oblicua lluvia nocturna estrepitosa y fuerte! Esos sonidos, que tantas veces me exaltaron y atemorizaron, y trasportaron mi alma hacia otras regiones, quizá pudieran comunicarme hoy su acostumbrado im pulso; quizá pudieran estremecer este sordo sufrimiento, conmoverlo, y hacerlo vivir 1 II Un sufrimiento sin crisis, vacío, oscuro y lóbrego; un dolor ahogado, soñoliento y desapasionado, que no encuentra desahogo natural ni alivio en palabras, o suspiros, o lágri m as... ¡Oh Señora! Con este humor desanimado y descolorido, y a otros pensamientos incitado por aquel lejano zorzal, durante todo este largo crepúsculo, tan sereno y perfumado, he contemplado el cielo del Oeste, y su matiz peculiar de verde amarillento. Aún lo contemplo, ¡y con qué mirada inexpresiva! Y aquellas finas nu bes, listadas y escamadas, que comunican su movimiento a las estrellas; esas mismas estrellas, que se deslizan entre las nubes, y detrás de ellas, ora brillantes, ora apagadas, pero siempre visibles; y esa luna creciente, tan fija como si creciera en su propio lago celeste, sin nubes y sin estrellas; a todas las veo, tan eminentemente hermosas; ¡veo qué hermosas son, mas no lo siento! III Mis ánimos desfallecen; ¿y de qué me servirían mis ánimos para alejar de mi pecho este peso abru mador? Sería una empresa vana, aunque contemplara eternamente ese verde resplandor que se demora en el ocaso; es inútil esperar que las formas exteriores nos otorguen la pasión y la vida, cuyas fuentes son m teriores.
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IV Oh Señora, tan sólo recibimos lo que damos, y sólo en nosotros vive la Naturaleza; nuestros son sus atavíos nupciales, nuestra su mortaja! y si quisiéramos ver algo más valioso que lo que este frío m u n d o inanimado nos ofrece, ¡ah!, del alma misma debería s u r g i r ese algo, como una luz, un resplandor, una espléndida n u b e luminosa que envuelve la tierra... Del alma misma debe s u r g i r una voz dulce y potente, de sí misma nacida, vida y elem e n t o de todos los sonidos melodiosos. V tú, alma pura! ¡No necesitas preguntarme cuál es esa poderosa música del espíritu! Cuál es, y dónde existe, esa luz, esa gloria, esa espléndida niebla luminosa, ese hermoso y hermoseante poder. ¡La Alegría, virtuosa dama! La alegría, que sólo fué concedida a los puros, y en sus más puros momentos; vida, y efluvio de vida, nube y lluvia a la vez; ¡la alegría, Señora, es el espíritu y el poder que nos trae en dote la Naturaleza al desposarnos! Una nueva Tierra y un nuevo Paraíso, no soñado por los sensuales y los org ullosos . . . La alegría es la dulce voz, la alegría es la nube l u m in o s a ... Nos alegramos en nosotros mismos, y de allí surge todo lo q ue encanta la vista o el oído; todas las melodías son ecos de esa voz, todos los colores una difusión de esa luz. VI ¡Oh
En otras épocas, aunque mi sendero era áspero, esta íntima alegría gozaba en mí con la desdicha, y mis desventuras sólo eran el material que permitía a mi Fantasía forjar sueños de felicidad; porque la Esperanza crecía en torno de mí, como la en foseada vid, y sus frutos y su follaje, ajenos, parecían míos. Pero ahora los pesares me inclinan hacia la tierra; y tampoco me im porta que me roben la alegría. Pero ¡ay!, cada aparición sus pende lo que la natu raleza me concedió al nacer, el esp íritu creador de mi Imaginación. Porque no pensar en lo que necesa
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riamente debo sentir, sino permanecer tranquilo y paciente, l0 más que puedo, y quizá mediante una abstrusa búsqueda d e s c u . brir por mi propia naturaleza la verdadera naturaleza del hom. bre, ése era mi único recurso, m i único plan; hasta que lo que convenía a una parte infectó el todo, y ahora casi se ha convertido en la única costumbre de mi alma.
VII ¡Fuera, ponzoñosos pensamientos, que se enlazan en torno de mi mente; fuera, oscuro sueño de la realidad! Me alejo de vosotros, y escucho el viento, que durante todo este tiempo se deba tía sin que yo lo advirtiera. ¡Q ué gri to de agonía, prolongada por la tortura, lanzó ese la úd! ¡T ú, viento, que allí afuera te agitas, escúchame: el desnudo risco, el lago montañés o el árbol abatido, el pinar donde nunca treparon los leñadores, o la casa solitaria, durante mucho tiempo tenida por morada de las bru jas, serían instrumentos más apropiados p a ra tu canto, oh Laudista loco! ¡Tú, que en este mes de lluvias, de oscuros jardines pardos y de flores nacientes, festejas la pascua de l diablo, con cantos peores que los invernales, entre los capullos, los brotes y las tímidas hojas! ¡Tú, perfecto actor en todos los sonidos trá gicos!, ¡tú, poderoso poeta, audaz hasta el frenesí! ¿De qué nos hablas ahora? Del estrépito de un ejército en retirada, con gemidos de hom bres pisoteados, entre acerbas heridas; hom bres que gimen de dolor, y se estremecen a la vez de frío. Pero escuchad: hay una pausa de profundo silencio. Y todo ese ruido, esa impetuosa muchedumbre, con gemidos y trémulos estremecimientos... to do ha cesado. Ahora nos habla de otra cosa, con voces menos profundas y menos ruidosas; u n a histo ria menos terrible, tero perada por pasajes encantadores, com o si el mismo Otway hu biera compuesto esa tierna balada; h a b la de u n a niñita perdida en un paraje solitario, cerca de su casa; h a pe rd id o el caniir10> y ora gime en voz baja, con amarga aflicción y con temor, grita desesperadamente, con la esperanza de que su madie
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VIII £s medianoche, pero ya no tengo muchas esperanzas de dor mir. ¡Que Pocas veces a flijan a mi amiga vigilias semejantes! Visítala, Sueño gentil, con alas consoladoras, y que esta tormenta sólo sea un parto de montañas; que todas las estrellas ru tilen sobre su morada, silenciosas como si contemplaran el sueño de la Tierra. Que ella se despierte con ufano espíritu, alegre fantasía y animosa mirada; que la alegría exalte su corazón y module su voz; que todo viva para ella, desde un polo hasta el otro, con una vida que emane de su alma viviente. ¡Oh espíritu simple, guiado desde lo alto, oh querida Señora, amiga de mi más devota dilección: que ese regocijo sea eterna, eternamente el tuyo! JUVENTUD Y VEJEZ La poesía, y una brisa que erraba entre flores donde la Esperanza, como una abeja, se demorab a y se n u tr ía ... jambas fueron mías! Para mí, la vida era una fiesta, con la Naturaleza, la Esperanza y el Arte, cuando yo era joven. ¿Cuando yo era joven? ¡Ah, lamentable cuandol ¡Ah, si pudiera cambiar el presente por el antaño! Esta morada que no fué construida con las manos, este cuerpo que me hace sufrir tan cruelmente, ¡con qué ligereza atravesaba antaño las altas cum bres y las rutilantes arenas! Como esos modernos esquifes, otrora desconocidos, sobre los curvos lagos y los anchos ríos, que no requieren ayuda de velas ni de remos, que no temen vientos ni Mareas. Poco le importaban a este cuerpo el viento o la tormenta, cuando en él convivíamos la Juventud y yo. Hermosas son las flores; el amor es como las flores; la amistad es como un árbol protector. ¡Oh los placeres de la Amistad, del Amor, y de la Libertad, cómo llovían sobre mí, antes de mi vejez! {Antes de mi vejez? ¡Oh lamentable antes, que me revela que ^a Juventud ya ha huido! ¡Oh Juv en tud, sabido es que durante
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SAMUEL TAYLOR COLERIDGE
no ha sonado para ti la víspera. Realmente, eras una alegre en. mascarada. ¿Qué nuevo disfraz has vestido, para hacer creer que te has ido? Veo estos cabellos que caen en mechones plateados, esta espalda encorvada, esta forma alterada; pero la primavera florece en tus labios, y las lágrimas reflejan el sol de tu mirada. La vida es pensamiento; pensaré entonces que la Juventud y yo todavía estamos reunidos. Las gotas de rocío son las gemas de la mañana, pero también son las lágrimas del melancólico atardecer. Donde no hay esperanza, la vida es una admonición que sólo sirve para hacernos sufrir, cuando somos viejos; que sólo sirve para hacernos sufrir con tediosos y repetidos adioses, como un pobre pariente en una fiesta, que se ha quedado demasiado tiempo, pero que no puede ser despedido de mal modo; y que trata de parecer alegre, pero ya no puede reír. (T r a d u cci ón de J. R. Wilcock)