LOS ENSAYOS
Colette Soler
ESTUDIOS SOBRE lAS PSICOSIS
MANANTIAL
Colette Soler
ESTUDIOS SOBRE LAS PSICOSIS
MANANTIAL
'TITIJLOS ORIGINALES Y FUENTES
Actas de I'Ecolc de la Cause frcudlcnnc: Que/le ¡)lace pour
!'analys!.e? (N2 XIII, L'cxpélicncc psychanalytiquc des psycho· ses); "1\nlicipaf.ions de la.fin" (NQ XVI. L'entrcc en analysc: momcnt ct cnjcux). Quarto, Bruselas: Innocence paranoiaque et indignité mélan.colique; Quelle.fUl pour l'analysle? Ornicar'/: Rousseau le symbole (N° 48, Navarin, París, 198-9). Conferencias y presentaciones: J,e lra1.1aíl de la psychose (Buenos Aires, julio de 1988); Rccl!{ier l'Autre (cr.::m;nA, dlcicm· brc, de 1988); J'er(e etfaute dans la m{!/anco/i.e (Toulousc, enero de 1989); T...e sujet psychotique dans la pSJJcha.nalyse (CRAPP, junio de 1989); La mani.e: pl!ché morlel (mMA, mar.1.o de 1990); Dcux !;ocatron.s, deux écrilares (ECF, junio de 1988); Conste· llalion fam.iliale d'wt pa.ranoiaque de génie (oclubrc de 1988): Jeo.n·Jac:ques Rousseau et les Jemm.cs (Bruselas, octubre de l!l8!l); Une par une (fo;CF, noviembre de 1989)
Traducción: Irene Agoff
Impreso en la Argentina
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
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la edición en castellano. Ediciones Manantial SRL. 1991 Uruguay 263. 1° pJso, of. 16. Buenos Aires. Argentina Tel. 372-8029 ISBN 950-9515-54-X
Reimpresiones: 1992 y 1993 Prohibida su reproducción total o parcial Derechos reservados
EDICIONES MANANTIAL
INDICE
CUNlCA DE J.;.S PSICOSIS
¿Qué lugar para el analista?.......................................................... El trabajo de la psicosis................................................................. Rectlflcar al Otro............................................................................ PérdJda y culpa en la n1elancolía ... ......................... ........................ El suJeto pslcóUco en el psicoanálisis ...........:................................. La manía: pecado mortal................................................................
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EL CASO ROUSSEAU
Dos vocaciones, dos escrituras....................................................... 69 Con:slclaclón familiar de un paranoico de genio.............................. 75 inocencia paranoica e Indignidad melancólica ................................ 8 1 J can.Jacgucs Rousseau y las muJeres........................................... 91 Rousscau el simbolo ............................... , ............. , ...................... 111 FINALES DE ANAL!SIS
¿Qué fln para el analista? .............................................................. 141 Uno por uno . .................... ....... ...... ...... ...... .......... .................. ...... .. 153 ~Anticipaciones del fln" ........................................... ....................... 165
CLINICA DE lAS PSICOSIS
¿QUE LUGAR PARA EL ANALISTA?
Voy a presentarles simplemente un ejemplo. Se trata de la estabilización de una psicosis bajo transferencia. Trataré de aprehender la estructura y los componentes de esa estabilización y discernir lo que la condiciona en la acción analítica. Es una psicosis revelada desde hace doce años, con un automatismo mental marcado. Varios episodios delirantes agudos exigieron las respectivas hospitalizaciones y les siguió una intervención medicamentosa continua. aunque actualmente episódica. Esta mujer. que en sus delirios se acoplaba de pronto con la luna en experiencias orgásticas totales, que en otra ocasión cargó el cielo sobre sus espaldas, etcétera, se encuentra hoy, desde el punto de vista pragmático, en una relación con la realidad bastante restablecida: puede dirigir sus actos, vivir sola de una manera relativamente adaptada, y retomar sus estudios, donde su desempeño es brillante. Paralelamente, se embareó en una tentativa de obra artistica sobre la cual. lo que es más, escribe. Se comprenderá que no es una persona cualquiera. A su Inteligencia y cultura añade una posición subjetiva de notable elaboración en todos los aspectos, y sumamente favorable al tratamiento. La demanda de análisis se produjo al estallar el primer episodio delirante y sobre el filo de este episodio. La paciente se dirige a un analista más allá del cual está. para ella, el nombre del analista con A mayúscula, el propio Lacan... La demanda misma está connotada por la nota delirante y por una relación eufórica con respecto a ese otro ünico que permanecerá largo tiempo en el horizonte del analisls. Pero se desprende poco a poco otra demanda que, por su parte,
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es un pedido de socorro, éste patético. ¿De qué quiere ella que la curen? No de su delirio, que la sustenta y libera de lo que ella considera como su estado nativo, primero. el que vuelve a caérsele encima apenas el chaleco medicamentoso frena el empuje del delirio. ¿Qué estado es ese del que se quiere curar? Lo dice con claridad. Es la vivencia de una falla intima. más o menos acompañada por un acento de desgarradura, evocada como una especie de muerte subjetiva: "Yo no existo; floto o duermo, soy una pura ausencia, no tengo roles, no tengo funciones. ¿qué soy'r No se trata de la indeterminación subjetiva del neurótico; es, dice ella, •que no me han dado a luz". Reconozco aqullo que otro psicótico, Jean-Jacques Rousseau, llamaba "vacío inexplicable", pero también lo que evocaba Schreber como "asesinato del alma": ese "desorden provocado en la articulación más íntima del sentimiento de la vida" ins talado, según Lacan, en el sujeto psicótico por la falla del significante {"De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis"}. Es una falta, pues hay falta en la psicosis . No la de la castración pero .aun as í una falta, aquella que Lacan escribe de una manera precisa <1>0 . Hablar aquí de falta puede causar extrañeza, ya que la falla slgnificante se traduce en tm exceso de goce en lo Real, o sea lo contrario de una falta, y este exceso. este exceso mismo, que llama a la simbolización, a veces se impone en los fenómenos como Inercia y falta de s ubjetivación. La inercia es una de las figuras primarias del goce. figura que la clínica actual suele confundir con la así llamada depTesión pslcótica ¿Cómo remedió ella ese estado hasta el delirio? Lo remedió mediante una suerte de relación de objeto real. persecutoria, mediante un acoplamiento con un Otro único y sustentatorlo al que defme como el O tro que ·sabe lo que le hace falta• y se lo impone. De este Otro, ella ha sido la "masa·. la ·marioneta· . y pasó asi de mano en mano a través de una serie de vínculos pigmalionescos. Todas las figuras que ocuparon este lugar son figuras del saber. universitarios o médicos. EUa vivió estas relaciones como una violencia abusiva. originariamente mortlfera, pues esto empezó al comienzo de s u vida. Lejos de s entirse en esas relaciones como lo haría una neurótica, o sea como la musa inspiradora del sujeto s upuesto saber. se vive como el objeto de tormento de este saber gozoso del Otro. Se lo podría escribir ~ -+ a. De estas figuras del saber, convocadas. al igual que Jo híciera Schreber, como paliativo de la forclusión. ella dice: ·Ellos hablan de mí y por mí, yo apenas s i soy un ser hablante pues sólo el otro habla". Efectivamente. uno de sus grandes síntomas es quedar muda y petrificada ante un Otro del que ella está -dice- pendiente en todo momento, y del que lo espera todo. De la
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primera figura de esta serte dice: "Ella era 1a única en 1a inmensidad del universo.· En ruptura con este equilibrio dado por el acoplamiento, aparece el primer episodio. Es sorprendente constatar que en este momento se separa de su último partenaire único, uno, que encarnaba para ella lo que llamaré el ojo del saber; en ese momento las voces alucinatorias Vienen a sustituir a la voz que se encarnó hasta entonces en un otro de su entorno y. en lo reaL le dicen lo que ella es y lo que debe hacer. Uega entonces al análisis. Durante toda una fase inicial de éste su vida va a oscilar en una palpitación, en una pulsación que no es la del inconsciente sino la del delirio. En sus fases alternadas, éste sucede al vacío de una inercia con connotación depresiva. Las significaciones en su despegue le hacen entonce:; promesa y la arrancan de la muerte subjetiva, en la vertiente a la vez erotomaníaca y redentora. ¿A qué lugar es llamado el analista tras el estallido de la primera elación delirante? Está muy claro. El analista es llamado al lugar donde Schreber encuentra a Fleschig. Es llamado a suplir con sus predicaciones el vacío súbitamente percibido de la forclusión. La paciente demanda que el analista haga de oráculo y legisle para ella. Dice: ~Le voy a hacer preguntas·y tomaré la respuesta por verdadera. .. Cómo decir mejor que en el analista y en esas voces ella no sólo cree, sino que les cree... Mejor aún, que quiere creerles. diferencia capital con la neurosis, dice Lacan. Así pues, el analista es llamado a constituirse como suplente y hasta como competidor de las voces que hablan de ella y que la dirigen. Dicho de otra manera, ella le ofrece al analista el sitial del perseguidor, el sitial de aquel que sabe y que al mismo tiempo goza. Si el analista se instala en él sobrevendrá entonces, con toda seguridad, la erotomanía mortífera; o sea, en esta paciente, el retomo a la casilla "salida&. porque ella partió de ahí en su vida. La erotomanía mortífera no es inevitable en el tratamiento de los psicóticos. Intentaré precisar qué maniobra de la transferencia permitió evitar su emergenc:ia. Evidentemente yo no operé con la interpretación. que no tiene cabida alguna cuando se está ante un goce no reprimido. Sólo se interpreta el goce reprimido. Aquel que no lo está, sólo puede elaborarse. Un primer modo de intervención fue un silencio de abstención y esto cada vez que el analista es solicitado corno el Otro primordial del oráculo; para decirlo mejor, cada vez que es invocado como saber en lo real. Este silencio. esta negativa a predicar sobre su ser, tiene la ventaja de dejar el campo a la construcción del deliño, al que ya me referiré. Esto coloca al analista como un otro Otro, que no hay que confundir con el Otro del Otro,
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otro que no es el que ella llama la ·nera·, el perseguidor. Sin duda, no es otra cosa que un testigo. Esto es poco y es mucho, porque un testigo es un sujeto al que se supone no saber, no gozar, y presentar por lo tanto un vacío en el que el s ujeto podrá colocar su testimonio. Un segundo tipo de intervención corresponde a lo que llamaré: orientación del goce. Una, llmitab'va, que intenta hacer de prótesis a la prohibición faltan te, consistió en decir no, en poner un obstáculo cuando la sujeto parecía cautivada por la tentación de dejarse estrangular por el hombre que manifiestamente lo pretendla. La otra. posillva: yo sostuve su proyecto artlstico incitándola a considerar que ése era su cam1no. No vacilemos en reconocer en este caso el empleo de la sugestión. La tettera inte.r vención es la que tuvo un alcance decisivo. Provocó un viraje en la relacJón transferencia! tanto como en la elaboración de la cura. EI viraje consistió en que, en la cura, nunca más volvió a solicitar al analista como Otro, y en que comenzó a construir su delirio, esto es, también a depurarlo y reducirlo. Paralelamente a la desaparición -al menos en los últimos cinco años- de los episodios agudos, también la palpitación que describí en su vida, entre el vacío y el despegue del delirio, quedó como nivelada Yo entiendo que a partir de ese momento se entra en Ja reconstrucción del sujeto, al borde del agujero en Jo simbólico. No me deckli a esta lntenrenclón problemática, delicada. sino tras imponérmelo como deber, y tuvo lugar en varios tiempos. Les doy primero el tema y luego el fundamento. En el primer tiempo sostuve su negativa a trabajar y su demanda correlativa de obtener una pensión. No entre en el concierto de las personas que quedan hacerla trabajar. Más: apoyé categóricamente con mi aprobación la Idea de que era un abuso -subrayo el término- exigirle que se ganara la vída. Este punto puede parecer más que espinoso, porque tenemos la idea -fundada- de que el análisis debe apuntar a negativizar el exceso de goce en la psicosis. y de que el pago es una cesión de goce. Hago constar que esta persona siempre encontró justo pagar su análisis, pero ·ganarse la vida· era otra cosa para ella. a saber. una significación tomada en su relación delirante con el Otro perseguidor, que la equiparaba con un asesinato. Los datos biográficos apoyaban esta apreciación. Se hallaba presente un discurso sob.re la deuda, pues se habían conjugado una quiebra -extraña- del lado paterno y. del lado materno, la idea culpable, a vengar, de haber recibido en demasía. cosa que ella encarna en su ser. Ella, que fue dada en crianza -si puedo expresarme así- a la tía perjuéiicada. dice: "Soy una deuda viviente•. Nada que ver con la deuda del faJo en falta de la neurosis. Al no haber sacrificio simbólico, sólo la vida
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real podría saldar la cuenta. Precisamente de ella seria apropiado decir, $egúu la expre$ión de Lacan, que el legado viró a la liga. No olvido que en otra circunstancia -y debo decir que para mi sorpresa- frené una crisis de pánico suicida que no parecía dejar otra alternativa que una hospitalización inmediata, con esta simple sentencia relativa a los propósitos de un perseguidor del momento:· ~El no tiene d erecho". Efecto de calma que llena de estupefacción. Las nociones de abuso y de derecho son de ella. Yo se las tomo, pues son portadoras de la: significación de un limite respecto de las pretensiones del Otro sobre su vida, límite cuyo lugar es el mismo que lo q ue en· Schreber se llama "Orden del universo". La m aniobra analítica que intentó y que sostuvo la operatividad de esta cura consistió, por un lado, en abstenerme de la respuesta cuando en la relación dual se llama al analista a suplir para el sujeto. por medio de su dlecir, el vacío de la forclusión y a llenar este vacío con sus imperativos. Sólo a este precio se evita la erotomarúa. En segundo lugar, intervine profiriendo una función de limite al goce del Otro, lo que no es posible sino a partir de un lugar ya inscripto en la estructura. Aqui el voluntarismo sería Inútil. Esta intervención no está en verdad fundada. Es un decir en el que el analista se hace guardián de los límites del goce, sin los cuaies, como lo dice ella en todos los tonos, lo que hay es el horror absoluto. El analis ta n o puede hacerlo sino sosteniendo la única función que queda: h acer de límite al goce, esto es, la de significante ideal. único elemento simbólico que, a falta de la ley paterna. puede constituir una barrera al goee. El analista, cuando se sirve de este significante como lo hice yo·. se lo toma al psicótico mismo; el analista n o h ace otra cosa que apuntalar la posición del propio sujeto, que no tiene más solución que tomar él mismo a su cargo la regulación del goce. La paciente misma formula: "Estoy obligada a hace1·me mi propia ley.~ Es lo que hace Schreber cuando toma a su cargo el Orden del universo, lo que hace Rousseau, el Reformador, cuando quiere p oner orden en la sociedad desordenada. Esta alternancia d e l as intervenciones del analista entre un silenCio testigo y un apun talamiento del limite es otra cosa que la vacilación calculada de la neutralidad benévola. Es lo que yo !Jamaré la vacilación de la implicación forzosa del analista. Implicadón for~osa -si no quiere ser el otro perseguidor- entre la posición de testigo que oye y no puede más , y el significante ideal que viene a suplir Jo que Lacan escribe P 0 en su esquema l. Es indudable que a partir de aquí esta paciente subsume al analista. al que ella d]stingue cuidadosamente de mi persona, bajo este significante, y llegado el caso lo dirá casi en forma explícita.
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A11ora quisiera terminar diciendo algunas cosas muy rápidas, pues no tengo tiempo para desplegar el caso. Doce años de análisis son muchos y sólo quisiera darles una Idea de aquello en que culminó este análisis después de esa intervención: una estabilización, precaria ciertamente, pero sin embargo patente. La pregunta en una estabilización es la siguiente: ¿en qué se convierte el goce demasiado real que se encontraba a la entrada de la cura? Yo sitúo esa estabilización entre tres términos. Primero. la ficción del delirio; segundo, la fijación del goce, y tercero, la fiXión, con x. del ser. El delirio que la paciente acota al final tiene dos vertientes. Una construye el mito del desorden o de la falla original, que después de elaboraciones múltiples ella llama ·ros dos pilares de su existencia~ o, si usted lo prefiere -dice-, ~los dos abismos de mi existencia". Por un lado, la idea de que su madre, de la que quedó huérfana en su más Uerna edad, fue asesinada por el primer perseguidor; por el otro, la idea de que, en lo que concierne a su padre, hay una culpa enorme y original que la transformó a ella misma en una deuda viviente. Esta elaboración delirante merecerla por si sola una vasta exposición. Observamos aqui los datos de la b.iografia infantil. coordinados con los apellidos de diferentes linajes que se Intrincan en esas dos convicciones finales de los dos abismos. ¿Cuál es el efecto de esta construcción del delirio? Un efecto de tranquilización manifiesta. Correlativamente. la paciente se sostiene en un acoplamiento paralelo al que tuviera con la fiera de origen. Es acoplamiento doble. con el analista y con un hombre. que es preciso '!scrJblr con H mayúscula. Lo formula de muchas maneras: él es ~el Angel~. el puro opuesto al imperio de lo peor. Dice que ella misma no participa en este significante sino por procuración, puesto que es una mujer; sólo un hombre y el analista pueden participar en él. El acoplamiento con este hombre tiene un efecto de fijación del goce en una cena*; es una escena donde se come, y su lazo con este hombre, de múltiples caracterlsticas, tiene un pivole inamovible desde hace años: el de que se come de manera ritualizada un día fijo. Por lo demás, no hay ninguna duda sobre la dominancia de la pulsión oral. El a real es un "a" para comer; todas sus imágenes de goce lo confirman y ella misma es el pasto último del otro. Se le añade un cultivo de la imagen de la criatura que ella se afana
* En el ortglnal, cene: comida tomada por Jesús con los apóstoles la víspera de la Pasión, ceremonia del Jueves Santo. La autora añade que se trata de cene oon e, para marcar la diferencia y el juego con sct!m.e, "escena", que es homófono. (N. de T.l
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en sustentar en el campo escópico. Lo cual se advierte además sobre su persona; ella encuentra sus soportes en una serie de figuras del estrellato y de celebridad. Paso por alto esta faceta imaginaria. Resta. por úllimo, lo que yo llamo flx.lón de goce. Se trata de su obra plástica, que implica una eyección del Otro, A mayúscula. tanto como del otro a minúscula. En su dominio plásUco, la paciente se afana en liberarse de toda la inercia formal que pudiera transmitirse. ¿-Qué busca? Es notable cómo lo dice: esto concierne a su ser: "Yo busco la metáfora pl<1slica pura, el autorretrato pulslonal~ e inclusive el "retrato sin la mirada", procurando decir con todas sus expresiones que lo que busca es una letra :plástica que fije una parte de su goce. Yo situaría esto en el esquema I de Lacan alrededor del agujero de lo simbólico, como las criaturas que son para Schreber las criaturas de la palabra. Para ella, son las criaturas plásticas. Todos estos elementos podrlan ser trasladados al esquema l. Unas palabras como conclusión. Esta estabilización psicótica es frágil. pues está demasiado ligada a la función de la presencia y ello a pesar de la sublimación artistica: presencia de ese hombre. y presencia del analista. Lo que equivale a decir que esta estabilización no promete ningún fin de análisis.
EL TRABAJO DE lA PSICOSIS
Freud, al descifrar a Schreber, reconoció en el delirio una teniaUva de curación que nosotros confundimos -dice- con la enfermedad. De ahí la necesidad de distiinguir, en el propio seno de la psicosis, entre los fenómenos primarios de la enfermedad y las elaboraciones que se les ailaden, y mediante las cuales el sujeto responde a esos fenómenos que padece. Decir "!.rabajo de la psicosis" como se dice ~trabajo de la iransfcrencian en el caso de la neurosis, implica también marcar una diferencia fundamental entre neurosis y psicosis. Esta diferencia es la consecuencia de otra: entre la represión, mecanismo de lenguaje que Freud reconoció en el fundamento del síntoma neurótico, y la forclusión, promovida por Lacan como la causa significante de la psicosis. Mientras que el trab~jo de la transferencia supone el vínculo libidinal con un Otro hecho objeto, en el trabajo del delitio es el propio sqjeto quien toma a su cargo. solitariamente, no el retorno de lo reprimido sino los "retornos en lo real" que lo abruman. Mientras que no hay autoanálisis del neurótico. el delirio si es una autoelaboración en la que se manillesta con toda claridad lo que Lacan denomina Keficacia del sujeto". El delitio no es, evidentemente, su única manifestación: que se hable de prepsicosis antes del desencadenamiento y de eventuales estabilizaciones después, indica suficientemente que la forclusión es susceptible de ser compensada en sus efectos, con formas que no se reducen exclusivamente a la elaboración delirante. EL problema para el psicoanalista es saber s i este trabajo de la psicosis puede insertarse en el discurso analítico; y. en caso afir-
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matlvo. cómo. Indudablemente, estamos seguros de la pertinencia (le nuestras pautas estructurales concernientes a la psicosis -has-
tu los psiquiatras están empezando a considerarlas-, y sabemos que los psicoanalistas formados en la enseñanza de Lacan no se niegan a afrontar la psicosis; pero aún se necesita saber mediante qué operación. Para ser más precisos: ¿puede tener el acto analltlco incidencia causal sobre el autotrat.amiento de lo real. como La hay en el trabajo de la transferencia? Y, por lo menos, ¿hay una afinidad entt·e la mira, los efectos de aquél y Jos propios objetivos del tratamiento analillco? Dicho de otra manera. ¿hay al menos una simpatla entre la ~tlca del bien decir, y la euca del sujeto psicótlco? Primero necesito marcar la frontera entre la enfermedad propiamente dicha y las tentativas de solución, entre el psicótlco "mártir del inconsciente•, como dice Lac<:ln, y el pslc6Uco eventualmente trabajador. Llamarlo "mártir del Inconsciente- es otra manera de designar el retorno en lo real de lo que fue forcluido de lo simbólico y que se Impone al sujeto, para su tormento y perplejidad, en fenómenos que los psiquiatras clásicos ya sollan reconocer aunque sin comprender su estructura.
Aprehendemos la lógica de este retorno en lo real si advertimos que hay una solidaridad entre la eficacia del Nombre-del-Padre, la constitución de lo simbCili<:o, en el sentido de la cadena significante, y una limitación de goce que Freud percibió con las nociones de objeto perdido y, sobre todo, de caslmclón. Asimismo, la forcluslón es solidaria del s ignificante en lo real - lo que no quiere decir únicamente el significante en lo percibido alucinatorio, sino de modo más amplio el significante surgiendo solo, fuera de la cadena del sentido- y de emergencias correlativas de goce. En este sentido. el hecho ele qu e Lacan planteara, con la noción de forclus16n, la causalidad significante de la psicosis - que además Implica de por si una responsabllldad del sujeto- no impide que la psicosis siga siendo para nosotros lo que era ya para Freud: una enfermedad de la libido. Desde ese momento, el trabajo de la psicosis será siempre para el sujeto una manera de tratar los retornos en lo real, de operar conversiones: manera que civiliza al goce haciéndolo soportable. Asl como podemos real17-ar la cllnlca diferencial de los retornos en lo real segcm que se trate de paranoia, esquizofrenia o manla. podemos diferenciar también las mencionadas soluciones. Las mejor observables son las que echan mano a un simbólico de suplencia consistente en construir una ficción, distinta de la ficción c:d ípica, y en conducirla hasta un punto de establltzación: obtenido ···:-~ fl\ mcdhmte lo que Lacan consideró en una época como u na me-
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táfora de suplencia: la metáfora delirante. ¿Qué hace Schreber sino construir una versión de la pareja original, dlstlnta de la versión paterna y en la que el goce en exceso encuentra un sentido y una legitimación en el fantasma de procreación de una humanidad futura? Schreber Inventa y sustenta, por su sola deCisión. un ·orden del universo" curativo de los desórdenes del goce cuya experiencia t l padece: y, donde el Nombre-del-Padre forcluldo no promueve la significación féllca, aparece una significación de s uplencia: ser la mujer de Dios. con la ventaja de que el goce desde ahora consentido se localiza sobre la imagen del cuerpo, y con la diferencia de que la stgnlficaclón de castración de goce queda excluida en beneficio de un goce de la relación con Dios, marchando a la Infinitud. Unlca restricción: esa lnllnltud no es actual!zada -no todavta- sino aplazada al infinito. En muchos casos funciona la mlsl'na solución consistente en tapar la cosa mediante una ficción colgada de un signifi cante Ideal, pero no requiere por fuerza la lnvenUva delirante .del sujeto. Creo que, por ejemplo, esta solución brinda la clave de muchas sedaciones o de muchas fases "libres" de la melanco!Ia. Casi siempre se las presenta como enigmáticas, clebldo a s u carácter súbito y también a su reversibilidad: pero, en la mayo1ía de los casos, un enfoque metódico revela que estos virajes inesperados son efectos de la regencia restaurada de una significación ideal, significación que vuelve a dar al sujeto la posibilidad de deslizarse bajo el significante que daba sostén a su mundo. S
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Pensador político, primero -desde el primer Discurso hasta El contrato social-, después novelista del amor con La nueva Elotsa, luego educado,r con el Emilio y finalmente Pygmalión de sí mismo con sus Confesiones. En todos los casos, a la vez critico e innovador. Rousseau rectifica los ideales y los renueva. trata el desorden del mundo -de la sociedad, las costumbres, el individuo-, se encarga de la rectitud del orden social, de la pareja sexual y del individuo, para conjurar el goce nocivo y pervertido del hombre civilizado. Esta empresa culmina en el Emilio, que lo convierte casi en padre del hombre nuevo y que por este hecho, sin duda, lo precipita en el delirio efectivo. Existen otros tipos de soluciones que no recurren a lo simbólico sino que proceden a una operación real sobre lo real del goce no apresado en las redes del lenguaje. Así sucede con la obra -pictórica, por ejemplo- que no se sirve del verbo sino que da a luz, ex nthilo, un objeto nuevo, sin precedentes -por eso la obra está siempre fechada-, en el que se deposita un goce que de este modo se transforma hasta volverse *estético", como se dice. mientras que el objeto producido se impone como real Aqui es donde nos topamos con la paradoja Joyce. quien lleva a cabo esta operación con la literatura misma. Siendo el arte que más incluido está en el registro de Jo simbólico, Joyce logra hacerlo pasar a lo real, o sea al "fuera del sentido". Una proeza, sin duda. l.a diferencia con toda la demás llleratura es perceptible. Joyce no rectifica al Otro del sentido como Rousseau: lo asesina. En este aspecto sus Epifanías son paradJgmáticas. Esas breves frases sacadas del contexto que podría darles significación, esos fragmentos de discursos en los que el sinsenUdo reluce, dan fe de una operación que no carece de afinidad con la de Wolfson. Se opera con el lenguaje de tal modo que el Otro queda evacuado, y se procede a una verdadera forclusión del sentido, forcluslón que es al mismo tiempo una letrificación del significante mediante la cual éste se transforma en átomo de goce... real. En la. misma linea de tratamiento de lo real por lo real. tenemos los pasajes al acto auto -y hétero- mutiladores. Son totalmente antinómicos a la sublimación creacionista, pero sin embargo no la excluyen. Consideremos a Van Gogh, quien, a punto de alumbrar una de esas obras maestras que nos maravillan, corta en carne viva su cuerpo y su imagen, que él disimetri7..a para convertirse en el hombre de la oreja cortada. Esta oreja menos, como en muchos otros atentados de la psicosis - véase especialmente el Niño del Lobo de Rosine y Robert Lefort- realiza en acto. a título casi de su-
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plencia, el efecto capital de lo simbólico, esto es, su efecto de n egaUvización del ser viviente. Del daño causado en acto al cuerpo propio o también a la Imagen del semejante, de la agresión mutiladora hasta el suicidio o el asesinato, la mutilación real emerge en proporción a la falla de eficacia de la castración, y ello hasta el punto de adquirir a veces un alcance diagnóstico. Lo ilustraré con un caso ejemplar en el que Uegué a conocer. antes de que apareciesen de manera evidente para todos, los signos patognomónicas de su psicosis. Se trata de una mujer. Durante cerca de diez mi.os había estado en manos de médicos a causa de una grave enfermedad llamada saturnismo. que le hizo r ozar la muerte en repetidas ocasiones y le dejó secuelas importantes. Interrogada durante años, j amás soltó una palabra sobre la causa, causa que reveló un día - para su propia sorpresa- en una nueva consulta: lngeria plomo, obtenido por raspado de alambres eléctricos. De sus auto-atentados sólo puede decir una cosa, repetida como un' leitmotiv: "quena morir". ¿Desde cuándo? Desde que tenia diez a1i.os, o sea desde la muerte de su madre, enferma d e cancer hacía ya cinco. Antes de los cinco at1os -dice·-. era el paraíso; y de é l le queda un único recuerdo en el que se ve enroscada en el regazo de su madre. Podría hablarse aquí de reacción melancólica si no fuera que en el discurso de esta persona falta radicalmente cualquier matiz de trlste7..a. cualquier sentimlento de pérdida y más aún de culpabilidad, en provecho de la aHrmación, repeUda sin el menor afecto aparente, de una pura voluntad de muerte. Se descubre luego, m.f.ls allá de los atentados contra su vida, reales pero fracasados. un ím pulso al asesina lo que fue, en definitiva, más eHcaz. A los ocho años se le ocurrió la idea de suministrar a su madre enferma algún medicamento deHniUvo. Casada muchos años después. vierte somnlferos, subrepliciamente, en el café de su marido. Enfermera de profesión, inteiViene en la muerte de un anciano enfenno al que administra -a sabiendas- una dosis excesiVa. En el momenlo de la entrevista sabe que su hijo está amenazado: un día mató con veneno al gato que este hijo adoraba. Aclara que fue un impulso súbito e inexplicable, pues dice: ·yo quería a ese gato". Entonces, ¿por qué? Sólo puede responder: "lo vi". Luego: ~era o él o yo~. Más tarde agregará: "él o mi hijo". Vemos intervenir en acto una suerte de jort-da de la vida y la muerte del sujeto y de sus objetos. Lo que aquí importa no es tanto el carácter irreprimible del acto, que también aparecería en ciertos pasajes al acto de la neurosis. sobre todo la obsesiva, sino el hecho de que el sujeto no sólo no puede dar cuenta de él, sino que ni siquiera se considera responsable. Como indiferente a su gravedad. sólo puede enumerarlos, sin
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problemalizarlos nunca y teniéndolos por ajenos a ella misma. Esta persona se encuentra habitada por una necesidad casi presubjetiva de negattvtzar el ser-allí. y más precisamente de perder un objeto que está como en exceso. Pues cuando el objeto no es llamado a complementar la falta !alica. cuando es únicamente el doble especular del sujeto, funciona en exclusión y deViene para él sinónimo de muerte. Se entiende que un objeto asl, un objeto que, lejos de fundar un lazo social, lo ataca, deja poco espacio para el psicoanalista. Los diversos tratamientos de Jo real que acabo de cllstinguir -por lo simbólico, por Jo real de la obra o del acto- no son equivalentes, desde luego, a los ojos del psicoanalista: el último casi Jo excluye y el segundo lo vuelve superfluo. En efecto, el acto negativi7.ador se estrella a la vez con los límites de la legalidad, como tratamiento que al Otro social le es imposible soportar, y con sus limites propios, al no tener otro futuro que su repetición. En cuanto a las producciones del arte que alcanzan un bien -inventar, ellas no contradicen el imperativo de elaboractón del análisis pero, contrariamente al bien decir, que se despliega en el entre-dos decir del analizante y del intérprete y como producto del lazo analítico. estas obras se reali7.an en soledad y vuelven superfluo al analis ta. Queda aún el bien-pensar de las elaboraciones simbólicas que logran compensar la carencia de la significación fállca, y a su respecto habrá que plantearse qué papel causal puede cumplir en ellas el analista. En todos los casos hay una cosa segura: si el anaHsta acoge la singularidad del sujeto psicótico -como de cualquier otro sujeto-, n o lo hace como agente del orden, y la sugestión no es su instrumento. Sin embargo, si está preparado para escuchar y soportar a aquel que no es esclavo de la ley fálica. aún tendrá 'q ue medir los riesgos que asume en cada caso, para si mismo y para algunos otros.
RECTIFICAR AL OTRO
El libro yuxtapone
de Rosine y Robert Lefort, Las estructuras de la pslcosis, 1 al relato de una cura minuciosamente anotada un trabajo de matematización de dicha cura, trabajo que es posterior y que en cierto modo recubre y fractura un tanto su marcha. En un pri-
mer momento, leyéndolo de un tirón y sin detenerme en las pequeñas etapas de la teorización, pude advertir que se trataba de una gran marcha Sabemos en qué c ulmina: culmina cuando el pequeño Roberto adquiere figura humana. Al fmal , esta humanizado. Puede insertarse mas o menos en un lro:o social. Pero. ¿de dónde partió? Todo emple7.a en el Lazareto. El término posee siniestras resonancias de exclus ión, de segregación, de reparto de esos seres que son los desechos del discurso. Aquí no estamos en el limbo, y este Lazareto, al llegar Roberto, pasa a ser incluso un infierno. Es un siti.o impresionante, un mundo de miedos, gt;tos. mocos, pipi y caca, un universo de golpes y trasudor. Imagínenlo ilustrado por Jéróme Bosch. mas bien que meditado por Dante; podria ser grandioso. Cuánto admiro a la que avanza por este lugar provista de su soLo deseo de analizar: Rosine Lefort. Avan7.a. por lo demás, y le rindo homenaje, s in esa onza de obscenidad que estos sitios podrian convocar. ¿No se advierte acaso cuán desesperada habría parecido su empresa? En cualquier caso, de ninguna forma razonable, si llamamos razonable a aquello que responde a las empresas del sentido común. Esta empresa resulta por ello más litanesca aún. Es verdad que al leer este libro de un tirón , se percibe que el universo de miasmas en que vive el pequeño Roberto es atravesado, gracias a la llegada de esta analista, por un intenso soplo. Más precisamente,
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por el impulso de una voluntad. Prefiero el término voluntad al de deseo, que connota más la veleidad, mientras que aquí tenemos una feroz determinación. Es cierto que por momentos adopta aires de pasividad, pero esto no significa que no esté totalmente decidida. Esta voluntad merece el apelativo de injustificable, en el sentido de que las justificaciones nunca vienen de otra cosa que del saber del Otro. Es una voluntad que parte precisamente de la barra sobre el Otro. Esta cura es un desafio a lo real. No dudo de que este desafio a lo real cumple una función subjetiva para la analista, mejor dicho para la analizante que era por entonces Resine Lefort; ella no lo oculta y leyendo este libro es perceptible que sus apuestas superan de lejos a la simple cura del pequeño Roberto. Permítanme calificar esta tentativa de aventura del espíritu. Si André Gide escribe Los alimentos terrestres, los que encontramos en el texto de Rosine Lefort son alimentos espirituales. simbólicos. Esta joven analista me parece Increíblemente hegeliana. en este sentido: ella no duda de que lo real que se presenta es racional: lo dice, además, apuntando que por momentos el comportamiento de Roberto parece absolutamente incoherente y sin orden alguno y, por lo tanto. inaccesible al influjo de la operación analítica. Pero añade: pese a !as apariencias. yo no lo creo. Ahora voy a decicles algunas de las cosas que lei en esta aventura transferencia! y haré. necesariamente, una selección. ¿Qué encontró Roberto cuando llegó Rosine Lefort? No encontró lo mismo que Schreber con Fleschlg. Schreber encontró en Fleschig una figura del saber sobre fondo de anatomía cerebral, figura que actualizaba para él la gran cuestión de la impostura paterna. En cuanto a Roberto. ¿no podriamos decir que sobre él se posó una mirada? Tal es el punto de partida, me parece, en la fase de observación. Y este niño lnmirable -Rosine Lefort lo dice, cuesta mucho mirarlo-. este niño inmirable ve una mirada que se posa sobre él, en silencio. El niño loco -nombre que ella le da- responde a esta mirada en el primer movimiento. Escribámoslo así: · el niño loco
....~1-----~9
la analista
Tomemos esta mirada como una oferta específica. Es la oferta que precede a la demanda; sucede siempre. aunque no siempre se lo advierta. Es la oferta de una presencia atenta y silenciosa. Y el niño responde a esta oferta mediante juegos de dar-retomar, que Rosine califica de esfuerzo por llamar la atención. En determinado momento habla inclusive de "sed del Otro~. Digamos que él respon-
Recttfu:ar Cll Otro
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de con una solicitación. Y lo primero que nos preguntamos es si esta solicitación -<¡ue en lo descriptivo no deja dudas- es una demanda: ¿la situaríamos en lo que Lacan denomina -en ·observación sobre el Informe de Daniel Lagache... · - relación de objeto ~en lo real"?; puesto que precede, al menos lógicamente, a lo que es propiamente la demanda, la demanda por la que el sujeto hace ·su entrada en lo real". En lo que atañe a Roberto, en este momento es muy dlficü hablar de entrada del sujeto en lo real, que también quiere decir entrada en la falta en ser. Y por lo tanto, si decimos que esta sollcitación oscura no es, hablando con propiedad, una demanda, ¿qué nos permitirá hablar de transferencia? Podemos hablar de transferencia desde el momento en que entre Rosine Lefort y el niño loco se interpone un saber supuesto. Rostne dice desde el principio que en toda la gestualidad de este niño hay un "vector de organización·, ilustrado clar:amente por la flecha que va del niño loco a Roslne Lefort. . . __ _ _ _ IV>,
niño loco
Ros!nc Lefort
Sin embargo, quien dice vector dice orden y dirección, lo cual no puede darse sin el significante. Es totalmente indudable que aqul es supuesto un saber. Es ·supuesto• bajo el significante del niño loco. J{osine lo nombra: un saber de lo real. para Indicar sin duda aquello que particulariza el caso presente. esto es, que la suposición está soportada en su Integridad -muy gailleanamente- por el Otro. por la analista. Aun asi. hay producción de una significación de saber. lo cual nos autoriza a utilizar una escritura análoga al materna de la transferencia. Completo así la primera escritura: ..__ _ _ _ 'V ,
analísta
niño loco
saber de lo real -
Sz (R)
Vemos iniciarse de hecho un proceso que permite responder a la pregunta analítica por excelencia: ¿qué es la anatista pa ra este niño?,Y está muy claro que la secuencia de la cura produce primero. en forma prioritaria, nombres del Otro; no significantes arrancados a l Otro y pasados a la función de significantes amos del sujeto. sino
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nombres del Otro como partenaire real. Tenemos la serie: ·SeñoraM, "mamá" y "lobo". Me detengo un instante en la configuración de partida. Rosine nos dice que el pequeño Roberto dispone de tres palabras: "Señora", "sí-no" con guión, y "bebé". Las primeras veces que Rosine entra en la habitación el nifto grita este "Señora" en su dirección: "¡Señora!" ¿De qué Otro es índice este ·Señora"? Rosine observa atinadamente que no es un significante del sujeto sino un significante totalmente exterior. Yo creo que este ·Señora" está un tanto explicitado por el "si-no", del que en un primer momento me pregunté si podíamos reconocerlo como un fort-da. No lo creo, y precisamente por el guión; lo entenderé más bien como una holofrase del capricho del mandamiento del Otro. El fort-da es una pulsación significante que permite simbolizar la ausencia materna. Aquí, en el "síno", si y no no se diferencian. Sí y no son todo uno, como se dice; no se trata de un binarto que simbolice una ausencia. Es del orden del uno que señala la presencia de un mandato arbitrario. Este "Señora" es el nombre de un Otro jamás ausente. Rosine lo indica: hasta tal punto jamás está ausente que siempre es alucinado detrás de la puerta. Ya fin de cuentas podemos pensar que la institución asistencial. con la omnipresencia y constancia del personal, se propone muy bien para encarnarlo. No es, estrictamente hablando, un significante que supondña a otro. Basta con que esté solo para que sea un significante en lo real. El realiza la confusión del uno y del Otro, de un otro compacto, sin alteridad, donde en consecuencia el niño Roberto no puede encontrar espacio. Le quedará, pues, constituirse en su doble, proponerse en una identidad al otro o. mejor dicho, constituirse de algún modo en el espejo de ese otro mandante. Esta respuesta del sujeto es la primera que el libro de Robert y Rosine Lefort desarrolla. Se trata de una solución, de una respuesta que, a mi juicio, presenta diferencias con la respuesta schreberiana. En Schreber es incuestionable que hubo simbolización de la ausencia materna, aquella que Lacan escribe: DM, deseo de la madre, primer significante sobre el cual va a establecerse, o no, la metáfora paterna. Este significante no tiene otro significado que el enigma de la falta que la ausencia evoca: x. En Schreber, la falla de la metáfora paterna descubre esta estructura elemental: DM , a la cual él responde X
mediante el hacerse mujer; al no ser el falo, le queda convertirse en la mujer que les falta, si no a los hombres -que no están-, al menos a dios. Todo el esfuerzo de Schreber habrá consistido en hallar una ficción significante -y no solamente significante- que le per-
Rectiftcar al Otro
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mita saturar esta x de una manera viable para él. Esta es la tesis de "Cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis". El problema de Roberto es más primario. más radical. No se trata en verdad de responder a la pregunta: ¿qué ser en el lugar de la falta de la madre?, sino a esta otra: ¿dónde hallar un lugar de falta? Dicho de otra manera. a su respecto no se puede escribir: DM . La X
metáfora paterna no funciona como todo o nada. Jacques-Alain Miller ha propuesto una cadena metafórica que me parece perfectamente utilizable para este caso. El primer materna, .M_, escribe a G
la madre como objeto primordial del goce, a la madre como fi gura absoluta del goce, y sólo en un segundo tiempo la simbolización de. la ausencia permite que se escriba deseo de la madre, y s u significado: x; dicho de otra manera, una incógnita. Tenemos, pues, una secuencia: M 1 DM 1 NP . G x DM Me parece que en el inicio de la cura el pequeño Roberto no efectúa esa transformación del goce en x. que también implica una cierta elisión. Y por eso cabe dudar de que la palabra "bebé" simbolice el ser d el bebé. Nos hallan10s en esa dificil frontera donde nos preguntamos sobre el poder d e simboli:r.ación de las palabras, que Implica una elisión de lo real. Este nii'ío Roberto parece confrontado con un doble ser-ahí. Está dividido -podríamos decir- entre un ser-ahí del mandamiento y un ser-ahi del objeto-goce, con guión. Lo que le falta completamente al bebé es el no-estar-ahí; el no-estar-abl merced al cual se podría escribir el deseo de la madre. En todo caso, así es como leo yo el comienzo de la cura. Segundo tiempo: vemos surgir otro significante. "mamá ". En la diacronía de la cura aparece en segundo término, pero podemos s u poner que en la vida del pequeilo Roberto fue el prtmero. Este · Mamá" lanzado ante el va cío, no es ·señora"; es, por el contrario, el significante de la perdida real de la presencia, y también de la pérdida real de la satisfacción de las necesidades subordinada a la presencia. En lo cual vemos que este ~mamá" es el significante exactamente inverso al "Señora·. En un caso es un ser todo-ahí y, en el otro, un ser todo no ahí, por decirlo en esta forma sumaria. Tenemos. pues, un binario significante de dos significantes absolutos. Un "significante absoluto• es una contradicción en los términos. pero sirve para expresar, justamente, su carácter real. Por un lado la figura absolutamente mandante cuyo único significado es la voluntad de goce; por el otro, la figura toda ausencia de aquella que, más que el dios de Schreber, solamente fue "adecuada para vaciar los
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lugares". Entonces. entre estos dos significantes bien podemos decir. si queremos, que hay una alienación, pero una alienación sin dialéctica: o bien el sujeto se propone como espejo del Otro, o bien cae en un dejar caer absoluto. Desde ese momento. estos dos significantes, MSeñora" y •Mamá", tlenen una significación Igualmente mortal; la sustitución de "Señora· por "Mamá" no es una metáfora. Es simplemente la aparición del binario prlmordlal, revelándonos lo que llamaré, por analogla con el •filo mortal" del estadio del espejo que Lacan menciona respecto de Schreber, el ftlo mortal de la binarldad significante primordial. Luego aparece un "significante nuevo·, producto de la cura, confirmándonos -si es que hacía falta- que se está de lleno en la transferencia, o más bien en una elaboración de transferencia. Oigamos que este significante nuevo es el significante del perseguidor, lo cual nos explica sin duda el diagnóstico de paranoia. Perseguidor. pues "lobo" es el signlficante -tan hierático como "Señora" y "Mamá"- que porta la amenaza de ver pedazos de cuerpos tomados. y hasta el cuerpo entero. Lo importante a ml juicio es la correlación entre este "lobow y el agujero real: el niño lo grtta por primera vez ante el agujero de los excusados, donde las materias del cuerpo corren peligro de desaparecer. Sabemos además que no sólo en el niño pslcótico surge la idea de que podría escurrirse por el agujero de los excusados. Ten[amos el nombre de una presencia toda goce, "Señora·. Teníamos el nombre de una toda ausencia, ~Mamá", y tendrlamos ahora el nombre de un agujero en lo real. Una hipótesis del libro de Robert y Roslne Lefort es suponer que el agujero de los excusados suple - término que ellos mismos emplean- al agujero simbólico que no h ay en el Otro, y que "lobo" suple al significante de ese agujero en el Otro. Al no poder escribir: ~, se escribe: lobo ,/L agujero R Serta un retorno en lo real no de una positividad de goce, sino de la negación que lo simbólico Implica. O. mejor dicho. recogiendo la afortu nada expresión propuesta por Jacques-Alatn Miller, una "real-ización" [réélisation] de la negatividad del lenguaje. La producción de este significante hace concluir a Robert y Rosine Le(ort que en el niño Roberto hay un saber del agujero, un saber que las voracidades mismas del otro suponen una falta. Si el •Jobo", en efecto, es un perseguidor, tanto como "Señora· es significante de un Otro inmellado e inmellable, el hecho de que surja ante el agujero por donde los pedazos del cuerpo pueden precipitarse prueba que hay un saber operando en lo real y que este saber es el de una negatlvización. Y advertimos en efecto ---
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ción. debernos decir- que a partir de este signlficante se instaura una dialéctica, una dialéctica que los autores llaman dialéctica de los objetos de cuerpo. Desde que surje este significante del agujero ~un si es u n agujero falso- se ve Intervenir un objeto, un pedazo de cuerpo entre ese Otro y el pequeño sujeto, que se declinará en la cura de múltiples maneras. Entiéndase la lógica de esta dialéctica: al no haber falta del Otro y al no haber slgnl.!icante falo, son objetos reales los que vienen a especlficar y a saturar el agujero real. Y esta dialécttca se formula en: hacerse mutilar o mutilar al Otro, y se fantasea como todo o nada. No es como la castración simbólica; al no haber efectivamente un s ignificante mediador. funciona como todo o nada. Es una dialéctica en el cuerpo a cuerpo que a veces hace pensar, por la manera en que se la describe, en lo que invoca Lacan en "Posición del inconsciente~ al hablar de la separación, esto es: la cola del lagarto "soltada en el desamparo~. el peda7..o d e cuerpo soltado para no dejar el pellejo en él. Salvo que aqut no se trata de una separación entre el sujeto y la cadena significante sino de una separación entre el sujelo encamado y un Otro que existe como perseguidor. Examinemos ahora la causa del mOVimiento dialéctico Iniciado asi en la transferencia. Primero quisiera poner de relieve el b~nefi do que Importa este borramlento del significante del lobo: el de que el goce queda localizado y parcializado. Tenemos, pues, tres nombres del Otro sucesivamente producidos en torno a la persona de la analista: ~Señora~. con el significado del goce encarnado por el mandamiento; "Mamá", único significante de la ausencia absoluta: reuniéndose ambos en su significación mortal Después surge "laboR. que implica el agujero donde queda localizado el peligro. Se.ñora
mamá
lobo (agujero)
utiliZo el mismo materna significante/significado que en la metá fora, pero sólo por paráfrasis. En realidad, estos significan tes son más índices que significantes. ¿Qué ha pasado para que surja este "lobo~? Pues bien, ha habido intromisión de la analista. es decir, en este caso. de un Otro otro; de un Otro, <>tro que aquel Otro de triple nombre. Rosine Lefort está en un lugar de Otro, ella misma lo postula en todo el libro. No se propone como la que va a analizar el inconsciente que no hay; se propo-
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ne como quien sostiene lo que voy a llamar una ~rectlficaclón del Otro". Obsérvese que todas las fórmulas que utiliZo están invertidas en relación con la neurosis. Cuando en la cura de un neurótico se habla de rectificación. es la del sujeto. Aquí la analista procede a una rectificación del Otro, precisamente porque en el caso de Roberto no se está apostando al más allá del padre. Pero, ¿qué quiere ser la analista para este niño? lacan hace esta pregunta en el libro XI del Seminario: ¿qué quiere ser el analista para su paciente? Dicho de otra manera, ¿qué encarnación presenta ella del deseo del analista? Hay una cosa segura: no quiere ser la madre. Ella lo dice y lo justifica en las páginas 173 y 399. No quiere ser la madre, qufere ser el relevo del Nombre-del-Padre. Esta no es una interpretación: el texto lo reitera en varios pasajes. Rosine Lefort dice: el analista no tiene que orientarse a reemplazar a la madre, aun en el caso de que ésta haya faltado por completo. En este sentido se opone diametralmente a cualquier propósito de reparación de un abandonismo cualquiera. Ella no quiere ser sustituto de la madre perdida. El texto dice lo siguiente (cf. págs. 398-399): ·A} decirle a Roberto que no soy su madre me desmarco, seguramente, de la madre real, pero no por ello me propongo como madre reparadora de sus privaciones. Es importante recordar que el analista de cualquier niño, y sobre todo de un pslcótico, no debe tomar un lugar motor que a él mismo lo harta caer en lo real, asi ocupe por la transferencia el lugar de la que priva o de la que atiborra, sin ningún beneficio simbólico para el níño. La construcción que está en juego en lo que respecta a 'la madre' es 'no serlo', pero -podríamos decir- dejándole todas las posibilidades de ser el vehículo del Nombre-del-Padre, el cual marcará toda la diferencia entre devoración e incorporación, entre real y simbólico~. Esto aparece bien explicitado y nos permite apreciar qué idea tiene Rosioe Lefort de la madre. Después de todo son muchas las maneras en que se puede deflnir la estructura de la madre: para ella. la madre es la que priva o atiborra, o, peor aún, la que representa lo insondable primordiaL ¿Cómo opera Rosine Lefort? Primero está lo que se prohíbe a si misma, lo que se prohíbe exigir: no exige nada. No da órdenes. No es mandante en ninguna circunstancia. Sin embargo. y en segundo lugar, está aquello en lo que consiente: consiente en soportar el cuerpo a cuerpo con el niño; porque es evidente que con Roberto no se trataba solamente de escuchar. Se trataba de soportar muchas cosas: que le metiera los dedos en la boca, que le volcara agua encima... En síntesis, ella presta su cuerpo, pero el postulado de la transferencia, aquí gestual, le habla siempre, y por lo tanto está articulado y es descifrable. A lo cual se dedica Rosine en ese comentario. Pero sobre
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lodo, tercer punto, ella es un Otro que habla y que hasta considera q111: la Iniciativa de la palabra está de su lado. También aquí hay una
luvcrsión con respecto a la cura del neurótico. ;,Cuál es su uso de la palabra? Diré ante todo que este uso con~oi~;lc en hacer que la regla funcione. y esto se percibe en varias oca~;!ones. Rosine es por momentos el Otro del pacto. realmente; aquel q11e cumple su palabra. Lo advertimos sobre todo con respecto a la pn:scncia y a la ausencia: le explica a Roberto que, efectivamente, "d sabe que ella vuelve siempre". Me gusta mucho esta noción: la que. vuelve siempre; porque se partió de la que estaba siempre ahí 1·on su mandamiento y que ocultaba a otra que se había ido para Nkmpre. La que siempre vuelve es, en la simplicidad de la expre~•lún. precisamente una simbolización de la ausencia. Ella hace al1!-rnar a f.a que se va y a la que vuelve. ¿No es esto una suplencia a la operación primordial de simbolización de la ausencia? También 1:<.: da el caso de que acepte poner límites. como cuando dice, respedo del armario: yo no puedo dar Jo que no es mío, hay objetos qne no me pertenecen, que conciernen a otros niños. Aquí ella introduce enunciados legales, introduce la idea de que en la dialéctica rlt; la apropiación no sólo inte1vienen el tú o el yo del apetito. sino q11e hay un tercer término de la regla. No dar lo que no es suyo no k Impide "dar lo que ella no tiene": precisamente, el amor. Inversión completa. pues. de lo que sucede en la cura del neurótico. Es ella la que hace la oferta del amor a este nii'lo caído bajo el golpe de una ¡;,Jia demasiado radical. Por úllimo, también se propone a mientender como el Otro que protege: yo le protejo y te protegeré del lobo, ~'S decir, de la voracidad del Otro. No sólo protege sino que autoriza • 111a apropiación de gor.e, por ejemplo beber la leche, puesto que 1111.1eho gira alrededor de Ja pulsión oral. Esto no es todo. Vemos qne la analista que suple o intenta suplir la falla de la simbolización de la ausencia, también asume una Bejahung (pág. 356). A falta del ~;lgnificante fálico que, si existiera la metáfora del padre, vendtia a snslituir al enigma del deseo materno, ella plantea -y es una posidún en la existencia, una Bejahtmg, la palabra está ahí- que: la leche, se recibe; la caca, se da, mientras que con el pipí, uno se afir· 111a. Es decir que intenta introducir con enunciados la dimensión contractual que el significante del padre hace normalmente posible. t\1 asumir la simbolización primordial y la Bejahung de una suplencia al falo, Rosine construye también una suplencia del miio del r H·igen. y esto en el actuar ·comentado" de la sesión del cuerpo a rucrpo del nacimiento. No es el sujeto el que forja esta construcción, es la analista. Rosine Lefort lo dice antes de la gran escena: ~A mi me toca decir Jo que él va a hacer.~ En resumen, lo que el sujeto
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efectúa en esta cura es la real-Ización de la negatividad de lo simbólico. En cambio. lo que la analista asume es la rectificación del Olro, para introducir un Otro en el que fundonaria ]a regulación normalmente imputable al Nombre-del-Padre. Y esto hace que la cura a parezca como una gran declinación, por la analista, de las funciones del padre. La analista construye aquí una suerte de Otro a medida qu e permitiña suplir las carencias simbólicas de las que sufrió este niño. ¿Cuál es el efecto? Al comienzo teníamos el binario "Señora", ~Mamá" , funcionando como todo o nada en exclusión absoluta; después tenemos el "lobo" y la analista. nuevo binario que en algún aspecto hace pensar en Ormuz y Arimán. los dioses de Schreber. Luego el nh1o cesa de decir. "elloboft. ¿Que "el lobo" desaparezca quiere decir que s e logró cabalmente un efecto de metáfora? Es una pregunta. En cualquier caso, se trata de saber qué término ocupó su lugar. Robert y Rosine Lefort intentan escribir una suerte de metáfora donde el pene que da leche ocuparía el lugar del significante del padre. Por mi parte, me inclinaría a pensar que, si hubo sustitución, lo q ue expulsa al lobo es el texto de la analista y que, donde estaba el agujero amenazador, hace s urgir la sign.l.ficación del don, tener el pene que da leche. Habña que escribir entonces: texto de la a nalista. ¿Es esta sus· pene que da leche titución u n a verdadera metáfora que repxime ~el lobo" y que entonces podiia escribirse: Texto de la analista
Lobo
Lobo
agujero
~
¿Otro? don
Sin duda, habrla que completar la serie de los nombres del Otro:
Señora ; goce
M a má ;
ausencia
lobo ; agujero
analista don
No es poca cosa, pues al mismo tiempo y por primera vez. el núio se nombra a si mismo.
Consideremos ahora el resultado, pues en una cura hay que preguntarse por él y además con es to temüna el libro. Hubo un efecto de pacificación. una integración en el lazo social; n o diré más al respecto pues ya se trató bastante. Los autores se preguntan si este res ultado no se alcanzó al precio de la debili7.ación, es decir, de la sumisión al discurso del Otro. Por mi parte subrayaría quizás un rasgo. Este niño fue introducido al dolor o. mejor dicho, s u dolor
Rectificar a! Otro
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mtnbió de forma. Al principio era el susto, el terror constante. Al fill:ll , su dolor tiene figura humana. ¿Por qué no evocar aquí el dolor de existir? Esto se observa en el caso. El niño comienza a adquirir rasgos de depresión, rasgos de tristeza; aprende a llorar a lágrima vJv•1. Es conmovedor. Se apropia de algo del Otro amante, se vuelve " bueno~ por imitación del Otro maternante, tras haber gritado como d Olro del mandamiento. Descubre también los celos. Al principio los gritos de los niños del Lazareto lo persiguen, pero se trata de 1ma persec1Llclón totalmente distinta. Al final, por el contrarto. cae bajo la acción de unos celos posibles, es decir que otros pueden quitarle su lugar, lo que parece indicar que él ha adqulrtdo uno. Pero no nos entusiasmemos demasiado rápido, pues vemos que la furia puede llevarlo a intentar estrangular a una chiqullla que comete d error de estar ahí. La pacificación no es aqui una pastoral. Que 1111 chiquillo de cuatro años intente estrangular a una nifla no es algo que traiga consecuencias; más tarde tendría quizá más efectos, y es grave en los dos casos. Concluyo: este niño que lo babia perdido todo de su madre y que no conocia más que al Otro del que huir, tiene ahora un Otro al que perder. Hay que entender esto en el sentido delliesgo. Lo que este nlt'l.o arriesga perder es claramente a la analista, es decir, a ese Otro rectificado que le permitió hallar un lugar tolerable en el mundo. Ese Otro que -les propongo la fórmula- realizó al Otro de la ley. Ahora bien. no tenemos ninguna razón para pensar que. una vez fuera del análisis, y especialmente cuando haya crecido. el mundo y la vida seguirán ofreciéndole un Otro pacificante. En este sentido es un niño que, en su progresión, fue conducido a un riesgo absoluto. Nota
l . Rosine y Robert Lefort, Les Structures de la Psychose, Scuil, París, 1088.
PERDIDA Y CULPA EN lA MELANCOLIA
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depresión está de moda - lo prueban las pubticaciones surgidas en el medio psiquiátrico o los temas de los coloquios- y su nodón. que diluye las fronteras diagnósticas, tiende a absorber a la de melancolla. Hubo en el siglo XIX. sin embargo. sobre todo en Franda. un gran debate respecto de la melancolía. en el marco de la clínica que llamamos clásica. En esa época el interés se volcaba espedalmente hacia la paradójica culpabilidad del melancólico, hacia el hecho de que se dirigiese a sí mismo tan feroces acusaciones; ob~-~~rvese que de esto mismo partió Freud. Se indagaba acerca de las fronteras y la diferencia con la paranoia, d onde, como regla general, d sujeto dirige sus reproches más bien al otro. En la actualidad, el éxito de los efectos medicamentosos ha modilkado un tanto las pautas clínicas: es visible que los progresos de la [;u·macología tienen incidencias sobre la nosografia y a la vez sobre la concepción misma de la enfermedad, pues la tendencia general es rr.ducir la melancolía a Jos trastornos asl llamados del ·humor". El 11:'10 de este término, enteramente situado en el registro del cuerpo ~~omo organismo, y cuyas resonancias excluyen la problemática de la culpa {faute] y de la culpabilidad, indica por si solo hasta qué punto se elimina la idea de una causalidad propiamente subjetiva Es indudable que nosotros, los psicoanalistas orientados en funl'lc'm de la enseñanza de Lacan, no podríamos avalar esta exclusión 1lc los fenómenos del sujeto en el campo de la enfermedad mentaL l'or el contrario, abordamos el así llamado "humor·, y de manera mM general los estados afectiV'os, en particular La tristeza, como ,.,msecuencias de la posición del sujeto. Véase Televtsión. Razón de
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más para eliminar resueltamente el término M depresión·. Es un término inadecuado, pues desde el punto de vista diagnóstico los estados afectivos, sea cual fuere su pregnancia, no son discrtmlna tlvos. Esta tesis será el marco en el que se desplegará mi exposiCión de hoy, siendo mi intención tratar la melancolía corno parte de una cuestión más vasta: la de los efectos de la forclusión. Lacan hizo de la forclusión, en tanto ella es ·rechazo del inconsciente·, la causa primera de la psicosis. Pues bien, procuraré demostrar que los diferentes fe nómenos de la melancolía. si se los toma desde la perspectiva de este rechazo del inconsciente, pasan a ser inteligibles. No nos asombrará que en el pasaje al acto suicida haya rechazo del inconsciente, puesto que el acto es en sí mismo separación respecto del inconsciente; pero debemos comprender que tal rechazo ínterviene igualmente en todos los otros hechos de la melancolía. Ya no se trata de enumerar los fenómenos de la melancolía. Sin embargo, quisiera ordenarlos en dos grupos: los que pertenecen a la categoría de la m ortificación y otros, d!stintos, que podemos ubicar bajo el título de delirio de indignidad. ¿Cómo se desencadena el episodio melancólico? Todos los clínicos con cuerdan en un punto: hay una pérdida, invocada u observable en los hechos. ¿Pérdida de qué? Su naturaleza parece más dificil de precisar. Veamos en el propio Freud: la sitúa de manera diferente según los textos. El ·Manuscrito e· dice primero M pérdida" e Incluso "hemorragia" de libido. Después, en 1914, ~ouelo y melancolía· introduce la famosa pérdida del objeto. No es lo mismo. en absoluto: la libido es lo que funda a la apetencia; el objeto, lo que seña s usceptible de s atis facerla. Los dos podñan ser articulados. s in duda. pero Freud en cierto modo nos previene de ello al insis tir en el hecho de que al melancólico, y también al clínico, le es muy dificil decir k> que era ese objeto para el sujeto. Es un objeto cuya esencia debe ser precisada, y no podemos limitarnos a creer saber, por analogía con la neurosis, lo que es un objeto. Los fenomenólogos. especialmente Otto Binswanger. cuyo libro Man1.a y me[ancolia fue traducido al francés en 1987, insisten en que las pérdidas a parentemente desencadenantes son tan diversas que parecen tener tan sólo un valor ocasional. Puede tratarse de la pérdida de un ser querido -hijo, esposo, amante- pero asimismo la de u na pertenencia material -
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Concluyo: como psicosis. la melancolia no se desencadena tanto por el encuentro de un padre como por el de una pércllda: y desde luego, la asonancia que en francés une a la pérdida [perte] con el padre (pere/ no carece de una resonancia de sentido apta para dejar I'IUponer un lazo de causalidad oculto. Esta pérdida introduce al su-
Jeto en algo que va mucho más allá del sentimiento de pérdida: esto r.l'l, a fenómenos de mortificación bien reales. Sabemos de sujetos que un buen día no quieren levantarse más de la cama. presas de una indiferencia y una abulia tales que quedan descartadas tanto In queja como la demanda. La modificación libidinal se traduce en c:onductas de desapego respecto de los objetos, en repliegue sobre la persona, como si el vector de la apetencia. que va del sujeto hacia sus objetos, diera media vuelta en su trazado, en un verdadero movimiento de involución sobre el cuerpo propio. - - - -.-Objeto
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Sin embargo, el repliegue de la libido no es patrimonio exclusivo de la melancolía. Se lo obseiVa también en la hipocondría, por ejemplo ~ la tesis de Freud-, donde se fija sobre el órgano elegido para un beneficio de goce. En la melancolía se le añade algo más, un daño que se extiende más allá de lo que habitualmente llamamos libido de objeto y que involucra a la vida misma y a la conservación del organismo. Por ejemplo, el insomnio y la anorexia melnncóllcos, muy diferentes de sus homólogos neuróticos. participan de una mortificación que afecta incluso a la homeostasis vital y conduce al sujeto a diversas formas de petrificación. Hasta el punto de r¡ue podriamos decir. por analogía con la expresión que Freud lnlrodujo para el objeto, que la sombra de la muerte ha caído sobre el sujeto. El problema es saber cómo referiremos estos fenómenos a la causa de lenguaje del sujeto, y al mecanismo de la forclusión. Hay que partir de lo que Lacan enfatizó: la negatlvldad esencial del lenguaje, que procede al asesinato de la cosa. El lenguaje, que Introduce a la falta en lo real, que implica una sustracción de vida, condiciona en este sentido, para todo hablanteser, una virtualidad melancólica. El nombre de esta negativización, tal como es revelada :¡:x>r la neurosis, es castración, que simbolizamos por -(jl y que se significa como renuncia al goce masturbatorlo. Se trata de una mutilación de goce, en efecto, pero de una mutilación parcial y, ndemás, compensada: es una pércllda que reclama una ·condición de cornplt:mentarlooad·, promoviendo ésta al objeto, precil:Xillleutt::, en su valor compensatorio. El esquema es muy simple: el menos-
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de-goce de la castración condiciona la búsqueda del objeto plus-degoce.
En la melancolía se observa que la instancia de la sola perdida se ha desencadenado y absolutizado. La inercia estuporosa del melancólico no es sino el estado de un sujeto para quien ya no ope:ra la condición de compiementariedad y que cae bajo la exclusiva acción de la negatiVidad del lenguaje. El lazo con la forclusión se deja adivinar: lo que retorna en lo real es la castración forcluida. La paranoia de Schereber nos suministraba ya un ejemplo de este mecanismo en forma de amenaza: alucinada o delirante que se cernía sobre él desde el exterior. pero a ello se sumaban en su caso los fenómenos de goce en exceso, no regulado, deslocallzado, ligados a la feminización. Lo que la melancolía acentúa en forma exclusiva es el retorno en lo real del ·mo mortal del lenguaje". Este retorno no está ausente jamás en la psicosis y en cada caso irán a obseiVarse los estragos causados por la instancia de la muerte, siempre presente; sucede así. por ejemplo, hasta en Rousseau , el gozador, pero la melancolía. al absolutl7..ar esa instancia, nos permite distinguir, con mayor claridad, que la forclusiión del falo condiciona una doble serle de fenómenos: de negativización y de positivización del goce. La función fálica tiene precisamente el efecto de articularlas, de combinarlas, mientras que la psicosis las disocia. Es sabido el lugar que otorgó Lacan a esta frase tomada de un sueño relatado por Freud a propósito de un padre: ·estaba muerto y no lo sabía". Lacan lo tiene por la esencia del sujeto al que el significante determina. Pues bien. del melancólico se podría decir, no que •estaba muerto y lo sabia" - primera fórmula que se me ocurrió- , pues también él puede creerse agobiado por una intolerable y delirante imposibilidad de morir, slno más bien: ·debió estar muerto, y lo sabía-.
Esto me lleva a una característica que Freud considera esencial y de la que se sliVe como elemento diagnóstico fundamental: el melancólico subjetivlza la pérdida como "dolor rnoral No es sólo un sujeto que se vive desposeído, mutilado de la libido. y que cree carecer de todo lo que puede dar valor a la vida. amor, fortuna, fuerza, coraje, ele. Es un sujeto para quien la falta adopta la significación de la culpa. y por eso me parece adecuada la expresión "delirto de lndlgrúdad". Es más que "delirio de pequeñez", pues se le suma una idea de responsabilidad d!elirante. El sujeto eleva la falta a la culpa y toma la culpa a su cargo. Esta es la defmición misma de la 8
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t•u lp•lhilidad. De ahí que sea lo opuesto del paranoico, siempre funtlmllcntalmente inocente pues, incluso cuando se h ace r eproches, 11r. Imputa nada más que errores. Remitámonos nuevamente a J.-J. l
Entre este pathos de existir y el sentimiento de culpa opera exactamente la incidencia de una posición subjetiva: la que hace asumir el mal. Con esto se comprende que pueda haber melancolías sin deItrio de indignidad -está probado- , y que sin embargo éste se en<:uentre íntimamente ligado a los otros fenómenos de la melancolia. Insisto sobre este punto: las modificaciones libldinales de la melant'olia que nosotros categorizamos en el registro de la mortificación , y el delirio de culpabilidad, por heterogéneos que sean desde el punto de vista fenomenológico, están estrictamente coordinados en el plano estructuraL como "efectos de· y · respuesta a~ la forclusión. Considerar exclusivamente las primeras como lo hace Widlócber. por
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ejemplo, en su libro Lógicas de la depresión. es escamotear el fenómeno a toda inteligibilidad. Detengámonos un momento en el delliio de culpa y en la extraña insistencia con que los sujetos melancólicos se dedican a veces a autoinsultarse. Está obrando aquí una certeza causal, no dialéctica, psicótica. El sujeto no sólo sitúa al mal en posición de causa, reduciendo todo el registro del $COtldo al de la culpa. culpa ~asl siempre oscura, primordial y que él cree encarnar, sino que no duda de que se trata también de una culpa de excepción, inmensa y única, que a veces lo convierte en el más grande culpable de todos los tiempos. Los psiquiatras llamaron a esto megalomanía de la culpa. El delirio melancólico no es florido. Carece de la fantasía intuitiva del parafrénlco y de la lógica sutil del paranoico. Casi s iempre se reduce a un único postulado causal. incesantemente machacado, a un mea culpa obsesionante, repetido como un leitmotiv. El sujeto melancólico tiene una certeza sobre su ser: lo trata como a la hediondez del mundo, como al kakon fundamental del universo en el que él reconoce el goce malo -ese que el paranoico Identifica en el lugar del Otro-. y en este sentido podemos decir que se identifica con la cosa. Es a ella a quien Insulta dentro de sí, con esa complacencia feroz que tanto asombraba a Freud. Ella hace de él un perseguido de sí mismo y. más precisamente, un perseguido del superyó que se injuria iodo el tiempo. El Insulto alucinatorio es el primer ejemplo de retorno en lo real que Lacan nos haya proporcionado. Recuérdese el ejemplo famoso de la "Cuestión preliminar... R: marrana. El hecho de que sea un autoinsulto no cambia nada: el insulto es significante en lo ren1, en el limite de toda slgnUlcactón. ·Se hace oír una palabra que viene al lugar de lo que no tiene nombre•, decía Lacan. No es el sentido de la palabra lo que importa, como nos moverían a pensar esas injurias corrientes que han llegado a ser nombres comunes: cochino, puerca. etcétera. Lo ilustra un excelente ejemplo de la lite ratura analítica. El Hombre de las Ratas, de niño. asaltado por la ira y no poseyendo aún los recursos de la lengua. Inventa la esencia misma de la injuria entresacando de la lengua signfficantes de por si indiferentes y elevándolos a su dimensión de Injuria, por el solo hecho de extraerlos de su cadena. para utilizarlos como índices sin mediación del ser execrado del Otro. Asl pues, cualquier significante puede ser injuria para el sujeto. con sólo que quiera fijar su ser, del que no hay significante. No hay significante salvo el falo que hace sus veces, hasta el punto de que, si fuera un nombre. casi se podría decir que es el nombre común del neurótico. por poco que el Nombre-del-Padre esté en s u lugar. Desde aquí podemos enten-
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clrr· (¡tte la forclusion condicione. en boca del melancólico -tanto corno en la del paranoico-, el ascenso invasor de la injuria que da ucnubre al ser fuera del Otro: S(.q\). Es una figura del goce. Al comlc~nzo de mi exposición mencioné la sombra de la muerte que cu11re al melancólico. y ahora añado que la capa protectora del goce lo ul>nuna otro tanto, en la difamación furiosa a la que se abandona. 1Al Instancia negativa del l~ngn::~j~ y la posltlvici:'ici ci~l goce, por más clhm<:ladas que estén, aun así están presentes las dos. Me he deslizado del insulto a la difamación con el fin de resaltar tm equivoco que Lacan supo señalar y que tiene una importancia muy grande. Si pérdida tiene asonancia con padre, difamar [dilfarll(!d forma equívoco con mujer [femme]. Donde se ve que la lengua lnl'lcrlbe algo de la estructura. Lacan dice: se la dice mujer {on la dll.femme], se la difama [on la diffame]. En efecto, decirla mujer no rH designar una anatomía o un estado civil sino decirla no-toda, no loda fálica, o sea Otra, por estar fuera del lugar del Otro. Dicho de otro modo: dividida entre ct> y S(~. Corno puede observarse, "mujer" 1/i•mmej es también un nombre de lo que no tiene nombre. El melnncóllco no se feminiza como Schreber, pero se difama. Esta es su pmpla versión del empuje-a-la-mujer. Versión más asoladora, pues ohsérvese que en Schreber corre a la par con la estabilización y se nt:ompaña de una homeostasis del goce que tiene nexos con la ima1-(r.n feminizada y cuyos beneficios son evidentes para el sujeto; el r~~nl. por otra parte. nos lo dice. En la difamación hay un goce, sin duda, pero reducido a un goce como masoquista con el cual no hay Olro, divino o no, que haga pareja. Por eso creo que los casos o los momentos en que el sujeto espera todavía un castigo, en que cree, por ejemplo, que por la puerta que se abre un mensajero le trae el nnunclo de un veredicto, no son los más desfavorables. Pues esta rspera enlaza aún al sujeto con un Otro capaz de lavar la culpa; c•tmndo se suprime incluso esta expectativa, el sujeto está verdadet·amente fuera de alcance. Para concluir, quisiera hacer un sucinto paralelo entre melancolla y paranoia. Ya he señalado que la melancolía hace patente el fentlmeno de la mortificación. Pero este fenómeno está también pret~cnte en la paranoia, sólo que con frecuencia pasa desapercibido. Al menos es el término que utiliza Freud refiriéndose a lo que él juzga la enfermedad propiamente dicha de Schreber, aquella que desde su punto de vista precede al delirlo como tentativa de curación; esto es, In "catástrofe libidinal", que es el fenómeno primario de su psicosis. 1A> dañado es la relación de objeto: hay un repliegue sobre la propia pcl'sona que puede tomar formas diversas según Jos casos y que
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confirman en Schreber ciertos episodios un tanto imprecisos, de fatiga excesiva atribuida al surmenage y de cierta hipocondría. Schreber mismo -que se expresa evidentemente en otros términos- habla de un dolus lndeterminatus, bonito término para designar un daño que se parece a la pérdida del melancólico como dos gotas de agua entre sí. Según Freud, este fenómeno pasa desapercibido porque se le da toda la importancia al delirio, pero el clínico tiene que saber distinguir, en fenómenos de inhibición o indiferencia masivos que a veces se confunden fenomenológicamente con la obsesión, los preliminares de un desencadenamiento, pues la mortificación, como retorno en lo real de la instancia negativa del lenguaje, de hecho jamás está ausente en la psicosis. Constituye más bien un avatar regular de la libido, que puede adoptar formas diversas pero que siempre será hallado a título de "trastorno en la articulación más intima del sentimiento de la vida·, según la bella fórmula aplicada a Schreber por Lacan en su "Cuestión preliminar...• La diferencia entre melancolía y paranoia se impone en la etapa siguiente, en la subjetivación de este daño prtmario. El melancólico asume la culpa. el paranoico la carga sobre el Otro. El primero se difama, el segundo dice, por ejemplo, "asesinato del alma". En los dos casos juega la hipótesis causa], pero aquí se detiene la simetría, pues el sujeto paranoico está del lado del buen derecho, del lado del orden. Esto en Schreber es muy claro: es Dios el que quiere gozar, en efracción con el orden del universo, y es la víctima la que, a falta de ley paterna, torna a su cargo la legalización del goce y quien, en su delirio, construye un orden nuevo en el que el goce se torna justificable. Acentuemos esta oposición: si el paranoico identifica el goce en el lugar del Otro según la expresión que proponía Lacan en 1966, ¿no deberemos decir que el melancólico lo localiza, o más bien lo encarna, fuera del lugar del Otro? Schreber identifica el goce en el lugar del Otro en forma triple y no homogénea: porque se lo imputa al partenaire. Dios: porque lo correlaciona con el significante, puesto que su pensamiento es la condición del goce divino; finalmente, porque cuando ese goce irrumpe en el cuerpo, que por este hecho cesa de ser ·desierto de goce·, él intenta componer su cartografía y su nomenclatura mediante su lucubración sobre la acción y el efecto de los rayos. Nada parecido ocurre en el melancólico, quien cree encarnar lo inmundo y .Jo innornbrable: él no se alcanza por el verbo sino en el limite de lo simbólico, por el insulto, y no se realiza sino en el silencio del acto, por el suicidio.
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1Hsc:usión lh ~¡rmta: En la clínica nos topamos muy a menudo con algo que lluutan ~psicosis maníaco-depresiva·. ¿Cómo sitúa usted a la manla <'
uu la.
Su pregunta nos permite indicar ahora un punto muy imporlnnt.c. En efecto. a nivel descriptivo, la mania se presenta exactaruc:nte como lo inverso de la melancoli~. y sin embargo las dos con csponden a la misma causa (forclusión) y al mis mo mecanismo (n:Lorno en lo real). Al menos, me parece. esta es la tesis de Lacan, til es cierto además que nin& IUila ciencia, ninguna inten ción expllc·ullva se limita al mero inventario de los fenómenos. En la ensenan:r..a de Lacan hay u na tesis explicita y con cisa que se puede hallar en Televisión. De la melancolía, Lacan habló durante toda su rnseñanza. pero de una manera menos condensada y también más evolutiva. Sobre este asunto Eric Laurent está preparando un nrUculo que aparecerá en Omicar? y que u sted podrá consultar. l'c~ro, más allá de los enfoques sucesivos que pudo dar Lacan a la 111clancolia, me parece que siempre la situó en el campo de la psimsls. y que la tesis de Teleuisión sobre la marúa, lejos de oponerk\s, las homogeneiza. Lacan reduce aqui la mania a la excitación mortal, y la tiene por un retorno en lo real de lo que él llama "el filo mortal del lengu aje". Así pues, en los d os casos la que triunfa es 1:1 Instancia negativa del lenguaje. emancipada, y triunfa, o bien t·n forma de excitación mortal, ó bien en fonna de a batimiento mortífero y de pasaje al acto. J>rC'gWlta: Respeclo de las depreslones llamadas ~cíclicas" y que con frt:cuencia observamos que los psiquiatras llaman ·endógenas", podl:mos notar que en la mayor parte de los casos n o aparecen alucinac:íones ni deUrio de indignidad, y que por otra parte. fuera de los rn
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que se le planteaba tanto a los internos como a nuestros colegas. Esa es la razón, además, por la que hoy les hablo de la melancolía. Como ya he apuntado, es verdad! que el delirio de indignidad no está siempre presente, pero la cuestión es saber si los rasgos de psicosis no lo están, por su parte, en todos los casos. En la serie de casos que hemos estudiado. puedo atestiguar que siempre los hemos encontrado. No es una prueba.. por supuesto, pero sí una presunción, pues cuando yo hablo de estudiar un caso, no me refiero a unas pocas y sumarias entrevistas. Se trata de pacientes que fueron seguidos durante mucho tiempo por colegas que estaban al tanto de la enseñanza de Lacan y que eran conscientes de lo que la cuestión implicaba para los pacientes mismos. Insisto en esto porque cuando se dice que, fuera de los episodios agudos, estos pacientes vuelven de golpe a ser normales, Jo que significa que retoman sus pequeñas vidas cotidianas sin llamar más la atención, a menudo se lo dice en el nivel de lo que llamaré, si me lo permiten, la clínica del vecino de piso. A veces tiene su valor, pero no registra apenas sino los rasgos más visibles de los comportamientos, y esto es un tanto insuficiente cuando de lo que se trata es de saber si el paciente está alucinado o delirante. ¡Cuántos supuestamente normales vemos que en unas pocas verdaderas entrevistas revelan un postulado, o fenómenos. francamen te presentes! Esta es al menos mi experiencia Obsérvese además que estos fenómenos de fases alternándose de manera súbita y aparentemente incomprensible, obedecen a una temporalidad que es precisamente la del significante. La temporalidad del viviente es una temporalidad de asimilación, de cicatrización progresiva, y hasta los famosos antidepresivos necesitan un tiempo de acción. El significante solo preside una temporalidad de ruptura, de vuelco brusco, que procede por todo o nada Por eso, en estos casos de estabilización-sorpresa, nos fijamos la tarea de buscar e identificar el elemento significante que, por encuentro, ha podido operar como causa de modificación y de restauración. Pregunta: ¿Cómo entiende usted Ja relación entre la estrategia qui-
mioterapéutica y la analítica? C. Soler: No tienen nada de incompatible. A fm de cuentas, los medicamentos son muchas veces necesarios. Entre los analistas hubo en una época una moda antimedicamentosa. Fue en la estela de mayo del '68. Creo que se trata de un falso dilema, siempre que las prescripciones sean las correctas. La dificultad que se le plantea al análisis con el sujeto melancólico no se debe a los medicamentos, sino al rechazo del inconsciente.
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1•:1 psicoanálisis procede por elaboración y subjetivación. El rechazo dd inconsciente se opone a esto, y en la melancolia más radicalmente que en la paranoia, pues ésta tiene al menos cierta afinidad mn la elaboración, cuando no con la subjetivación, hasta el punto i11: que Lacan llegó a hablar del anális.1s como de una paranoia diri¡.tlda. Concretamente, rechazo del inconsciente suele querer decir f!IIC el sujeto, una vez terminado el episodio. no quiere pensar en él y menos aún hablar de él. Para el psicoanálisis es una dificultad mayor. H·egunta: Usted habló de goce malo. ¿Por qué? ¿Es propio del me-
t. mcólico? C . Soler: ¿Acaso podríamos suponerlo bueno? El goce es pensado I'Onto un mal. Lacan mencionaba esto en su Seminario La ética,
porque el goce perjudica al lazo social y también a la homeostasls dr.l Viviente. En este aspecto. el goce sexual, con su componente de placer, no es representativo; es un goce acomodado ya al lazo sodal. En si mismo. el goce primario es goce del cuerpo propio, autisllco. Hace falta toda una elaboración de discurso -véase la educ-.arlón- para hacerlo compatible con el otro. Dicho de otra manera. la barbarie es -si puedo expresarme así- natural al hablanteser. por lo mlsmo que, debido a que habla. est~ más allá del principio de placer.
E~L
SUJETO PSICOTICO EN EL PSICOANALISIS
[~¡ p1imer encuentro entre el psicoanáli<;ís y la psicosis respondió
.ulc~cuadamente
a Jo que soñaba el Presidente Schreber, a utor de
file ·monas
de un neurópata: en 1903, su libro se dirlgia a la ciencia cid futuro. y en 1911, Freud, el hombre de un saber nuevo, se intc-
' c·saba en su caso. Es indudable que la demostración de Schrcber tiene como destinalario a un oyente virtual; pero esto no la convierte en demanda '!e: análisis. El d~.sciframiento del texto por Freud tampoco consUtuvc: un análisis. sólo una demanda ele saber; y la interpretación, en c·st"s clrcunslnncias, sólo tiene efectos sobre el propio descifrador. lo Instruye. 1.::1 asunto seria determinar si la configuración de este primer enc'llcnü·o es contingente o, por el centrarlo. necesaria: es decir, imP''':sla por la forma en que se estructuran los hechos de la psicosis. A fin de hace1me entender. recordaré algunas de nuestras preurlsas. Y en primer lugar que, cuando hablamos de ·hechos de la psico:cls", consideramos, junto con Lacan, que difieren de los hechos de la neurosis y no sólo por su intensidad, por el más o el menos. sino c·>H?.ncialmente por su estructura. Pues los hechos están estructurados. Si ahora tuviese que definir concisamente la estructura, esco¡~r~ria la siguiente fórmula: la eslrucl.ura es el efecto de lenguaje. Adviertan que esta fórmula no es equivalente a aquella otra. célebre. sin duda la más conocida de la enseñanza de Lacan. que dice: ''d inconsciente esta estructurado como un lenguaje". Esta plantea1>a la tesis más simple, más económica, para explicar el hecho de
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que el síntoma se descifra - lo cual no podría realizarse fuera del lenguaje- y que, al descifrarse, cambia. Pero decir ·estructurado como un lenguaje" no significa que sea sólo lenguaje. pues, de origen freudiano, el slntoma es ... una manera de gozar. Una versión , patológica si se quiere, del goce sexual. Pero ¿qué quiere decir aquí goce? Pues me han dicho que en otras lenguas. especialmente en inglés, el término es dificil de entender. Lo cierto es que no es ni placer, ni satisfacción. ni lust ni befriedlgung, sino en rigor esa satisfacción paradójica que se enlaza al síntoma a despecho del displacer y cuya fuerza cualquier psicoanalista comprueba todos Jos dlas. Es sabido que esta satisfacción no deja nunca de Implicar una de esas pulsiones que se ha llamado · parciales". Asi pues, goce es la palabra que designa ante todo la satisfacción correlativa de la penrerslón. original tanto como polimorfa, de los instintos para el ser hablante -afirmada por Freud ya en 1905- . pero tan1bién la caulivaci6n por el más allá del placer. cuyas mismas paradojas requirieron la invención de la no menos paradójica pulslón de muerte. la cruz de las doctrinas
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dlanas. Porque. precisamente. está la estructura: o sea. el efecto del lenguaje sobre lo que no es el lenguaje sino el ser viviente, que padece de él. al que él hace sujeto. lo cual implica un efecto sobre el goce primario del vivtente. ¿Hay a Lodo esto un solo, no digo psicoanalista, sino educador, que no sepa que el gt'3.11 problema de su tarea imposible es obtener, meramente por el discurso. la regulación del goce del cuerpo llamado ·proploft, precisamente para volverlo un poco menos impropio respecto del lazo social? Si seguimos la lógica de este hilo doctrinatio, Lendrá que ser posible deslindar un mecanismo de lenguaje especifico para cada entidad clínica y distinguir sus efe.c tos diferenciales a nivel del sujeto y de su goce. Hagamos la prueba con la psicosis. El mecanismo que Freud indivi.dualizó respecto de la neurosis es la represión , que implica una sustracción de satisfacción pulsional. Lacan, instruido por Saussure y Jakobson, supo reconocer aquí un mecanismo significante de sustitución metafórica: un significante expulsa a otro. y esta es la estructura de la represión. Este otro no es un s ignificante cualquiera, sino, digamos, el del Lrauma sexual, sea el que fuere: expulsado, de todos modos sigue estando presente -latente- en la metonimia de las asociaciones del paciente, y es efectivamente correlativo de un efecto de pérdida que bien podemos denominar: castración de goce. Desde aquí. la forclusión se define diferencialmente. No es la presencia en otra parte del significante reprlmido, sino la falta radical de un significante; no una sustitución, sino una falla, un simple agujero. Tam-
El SI.!Jeto psicótico en el psicoanálísi.s 1)1H:o
recae sobre
un
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significante cualquiera, sino electlvamente so-
hrr. d significante del Nombre-del-Padre, y el defecto simbólJco trae npnrcJado un defecto de sus efectos a nivel del goce. y fundamentalmente un defecto del electo castración. Esta es la tesis de base y,
c•twlcsquiera que sean sus complementos y modificaciones ultertot·rl'l, podemos intentar ponerla a prueba Advertimos entonces que la psicosis permite j ustipreciar, como ru ucgaUvo. el efecto de la función del Nombre-del-Padre. Partiré inicialmente de los fenómenos y en particular de aquel 11 1111 dato clínico que Lacan denominó ·el sentimiento de la vida·. El 1111jelo pslcótlco testimonia, a este respecto. más bien un defecto. En ht psicosis nunca falta la constatación de un sentimiento de la muerte. Sin necesidad de mayores desarrollos. pernútanme poner ru to:~crle el "asesinato de alma" schreberiano -mediante el cual tkhrcber designa un atentado cometido contra su vida y hasta con1m f'IU raza- con la desvitalización y el dolor de existir del melancóllc·o y también con la mecanización esquizofrénica. Pero, paralelacur.nle. Jos mismos sujetos no dej an de padecer fenómenos de exceJm de goce. Exceso significa aqtú, a la vez, un demasiado en el sentl¡Ju de un insoportable. y una atipia en las formas o en la locallzac·I(JII del goce. Schreber lo ilustra: se siente invadido por un goce '1''~ dista mucho de localizarse en su órgano peruano: incluso es rJutclamente lo contrario; este goce invade todo su cuerpo salvo su pr11e, primero en una forma deletérea, impuesta y destructiva, y h 1r.~o en la forma de una voluptuosidad consentida y cultivada. Los t'nl'lns expuestos esta tarde nos proporctonarian muchos otros ejemplo~. Por un lado. entonces. la instancia de la muerte; por el otro, el J,llll!c no regulado, aparecen en la superficie misma de los fenómeIHIH. Vemos yuxtaponerse así. sin dialéctica, fenómenos de negativi1.nrfón y de positlvización de la vida. Por contraste apare.cen, mejor llfm que en la neurosis y gracias a la mediación paterna. el menos•Ir. ~oce de la castración y la posibilidad de una compensación de ~~u~c haBada en la llamada ·relación de objeto·, que se articulan en lurma conjunta. Aquello que la neurosis dialectiza. la psicosis Io 11111dta. y esto en fenómenos contrastados de mortificación y goce 'lrncnfrenados. De ahí la cuestión de los efectos de la forclusión sohn: la posible "relación de objeto·. CUestión esencial. pues se trata !In Haber qué lazo puede anudar un analista con un sujeto pslcótico. !.a noción de relación de objeto es conceptualmente confusa. puesto que abarca a la vez la relación del sujeto con el Otro de la pnlnhra y del lenguaje, la relación del semejante con el semejante que encuentra su matriz en el estadio del espejo- y la relación con
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el objeto al que se llamó pli.mero parcial y que Lacan subvirtió con su objeto a. Ahora bien, se trata de saber dónde puede colocarse el psicoanalista en la estructura para un sujeto psicótico. En este punto tenemos una tesis de Freud que es fuerte y que no necesariamente debemos barrer demasiado rápido en nombre del tiempo que pasa y del progreso de la ciencia. La tesis de Freud es que, fundamentalmente, el psicoanalista no puede hacer nada por el sujeto psicótlco. ¿Por qué? En resumen, su respuesta es la siguiente: el psicoanálisis supone la transferencia, el amor de transferencia -que además no es por fuerza lo que se cree-, y. o bien el sujeto psicótico no tiene otro objeto que él mismo -eolocación narcisista de la libido, decia Freud, designando en esta forma el autismo del famoso "no amo más que a mi mismo·, que vacia al mundo de sus objetos y no deja ningún espacio para el psicoanalista-. o bien, cuando hay una restauración de la relación de objeto, ésta se efectúa según el modo de la persecución, como sucede en Schreber con Fleschlg. Freud, no demasiado optimista, ve tan sólo el paso de Caribdis a Escila del ~no amo más que a mi mismo· de la catástrofe libldinal, al "él me odia· del delirio de persecución. Pero lo cierto es que hoy los psicoanalistas aceptan psJcóticos, y para curas a veces prolongadas. Lo primero que debemos plantearnos es si esto puede causar un daño. No está excluido, pues sabemos que el encuentro mal indicado con la interpretación puede desencadenar el episodio psicótico. También está probado que en la actualidad los sujetos psicóticos se ctirtgen al psicoanalista y a menudo de un modo espontáneo, convencidos de que les hace falta un analista y hasta de que es su último recurso. Sabemos desde hace tiempo que en la psicosis hay un destinatario. El paranoico apela al Procurador de la República para demandar reparación o justificación: Schreber quiere enseñar a los científicos del futuro, Rousseau confia en la postertdad y Joyce pretende ocupar a los joyceanos durante siglos, etcétera. Hay. por lo tanto, un destinatario, pero ¿qué le pedimos a un destinatario para que haga posible el psicoanálisis? Pues bien. yo diría que él tiene que dar ocasión a la interpretación, y no es éste el caso de todos. Sobre este punto creo que Jacques Lacan era freudianamente rigorista: lo que constituye a la transferencia, y por lo tanto condiciona al psicoanálisis, es el lazo entre el intérprete y el sujeto. Pero el lazo humano no es sólo eso; hay otro aspecto, imaginario, la relación del semejante con el semejante, el lazo del yo con el yo. que sin duda dista mucho de ser secundarlo pero que difiere del lazo entre el sujeto y el intérprete. Por otra parte, este es el modo en que entendí hace un rato el testimonio de nuestra colega, cuando dijo que
El sr..yeto psicótico en el psicoanálisis
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nrn:c-liliaba establecer una relación con la parte ·no loca" de su pa¿Qué es esa parte no loca sino la parte en que ella es nues-
t •lrml~.
tro ttclllejante, en que la identificación reciproca se hace posible? lln hecho, esta dimensión puede hallarse preservada en la psicosis; ~~~ Schreber, por ejemplo, donde la dimensión imaginarta permanel'f' lutada, pero también en muchos casos de esquizofrenia. La rela1'1{111 Imaginarla se extiende muy lejos. Lacan lo señalaba ya en el t'nmlnarlo 1; incluye el amor, la amistad, la llamada al testigo. la •·uulldencia, en los que además no falta una participación real de la 1111 bd ó n. l.rjos de nú la idea de minimizar este registro de la experiencia; • filo que un psicoanálisis apunta a otra cosa: el psicoanálisis conl'lrrue a un sujeto -no a un yo- y más precisamente por e1 sesgo de 1111 palabra, en la cual la interpretación apunta, más allá de los ~'llllllclados del yo, a •Ja enunciación inconsciente" del sujeto e Jnhht:iCCarnente al goce reprimido que en ella retorna. Ahora blen, la u¡•r.raUvidad de la interpretación es solidaria del mecan.i sma de la reprcMión. El sujeto sólo está abierto a la interpretación cuando se l'lllnple la condición de que esté presente la doble suposición de sallf"r Inconsciente y de s u sujeto. En este sentido, el psicoanálisis exc•hayc al sujeto que no está ya en la transferencia, la cual es primenuucnte relación con el saber supuesto en el inconsciente, antes de lfllc se advierta -oh sorpr esa- que a aquel que interpreta, yo lo 1\IIIO . En el psicoanálisis, la relación signiftcante de interpretación mmllciona la relación libidinal de objeto. Podemos situar esta esle 11clura en el grafo de las relaciones del sujeto con el Otro de la palnhra. El vector de la interpretación va del Otro intérprete .al s ujeto f!ll;ulzante, mientras que el vector del amor de transferencía va del 1111jclo al Otro. interpretación Otro amor de transferencia Pues bien. en la psicosis no se realiza esta condición. ¿Qué es de
In Jlccha de la libido transferencia! en esle caso? O bien se repliega nul!s licamente sobre el sujeto, poniendo término a la relación, o llku la certeza psicótica la supone procediendo del Otro y yendo hat•ln el sujeto. Schreber sigue siendo el prtmer ejemplo. ¿Quién es llhjclo? Schreber mismo, y en cambio es Dios el que lo quiere para " ll persecución o su satisfacción. En este aspecto la eslructura de lu erotomanía es la misma que la de la persecución. En la erotomanln, entidad clínica muy conocida por todos los psiqwatras clásicos
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y a la que Clérambault dedicó magnificas estudios, el sujeto está seguro de que el Otro lo ama, incluso a pesar de algunas contrapruebas eventuales, mientras que en la persecución está seguro de que lo odia. El rasgo común es la presuposición de que la libido Viene del Otro y que el sujeto ocupa el lugar del objeto al que se dirige la voluntad de goce de este Otro. As1 pues. primera inversión de la estructura de la transferencia. Pero hay otra, correlativa. ¿Quién interpreta?: Schreber, y en cambio es Dios el que habla. el que ofrece a la interpretación los mensajes de las voces o los signos de lo real. Reaparece aquí la solidaridad entre "ser intérprete" y "ser objeto~. pero en una estructura Invertida donde quien descifra es el sujeto y el interpretado es el Otro. ¿Qué lugar le queda entonces al analista, dado que su lugar no depende de su mero querer y ni siquiera de su exclusiva maniobra. sino de puestos ofrecidos como posibles por la estructura? Distingo tres de estas posibilidades: -O bien el analista será como el dios de Schreber, el Otro de la voluntad de goce que toma al sujeto por objeto, en forma de persecución o de erotomanía -O bien quedará ubicado bajo el slgniftcante del Ideal, que en la paranoia desempeña un papel tan importante. Consideremos nuevamente el dios de Schreber: no es uno. por más que sea único; se desdobla como lo hace el significante, a veces hasta se multiplica. pero para reducirse finalmente a los dos nombres de Ormuz y Artmán. Por un lado, el dios ideaüzado que respeta el orden del universo, y el Ideal ocupa entonces el lugar de la !ey inconsciente que falla; por el otro. el dios malo y desordenado. Schreber apela permanentemente al uno contra el otro. asi como un paranoico menos inspirado apelaría al Procurador de la República contra su vecino de piso. El analista puede ser también ese otro de recurso, pero hay que agregar que el sujeto mismo es el primero que se postula como garante del orden, que se aloja bajo este significante del ideal, y en este aspecto el analista idealiZado no será sino su doblete simbólico, en una suerte de identificación al revés. Queda un tercer lugar. el del semejante, el del testigo, el del que escucha. que toma nota, que supuestamente comprende y se apiada. Es el lugar del bálsamo al que el sujeto psicótico es tan sensible como cualquiera, pero lugar del que está excluida la posibilidad de que se modifique al sujeto. Lo que modifica al sujeto es la interpretación; ahora bien, ésta emana de él. Schreber. en efecto. durante el enonne trabajo de su delirio -que reinterpreta al Otro- , alcanza durante un tiempo la estabilización, deteniendo una nueva significación delirante. Pasar de
El sujeto psicótico en el psicoanálisis
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·perseguido de DiosR a "mujer de Dios" es cabalmente una tentativa lograda de curación, cosa que Freud señaló: y ello porque el sentimiento de la muerte se aleja y el goce se limita con esta significantización del objeto que él es. Y justamente. ¿qué es un delirio sino un proceso de signillcantización, por reducido que sea, mediante el cual el sujeto logra elaborar y fijar una forma de goce aceptable para él? Así pues, finalmente, ¿qué puede hacer el psicoanalista? Indudablemente, el psicoanalista presta su significante, su nombre de psicoanalista, y también su presencia, o sea su capacidad para soporlar la transferencia delirante. Pero esto no es todo: de él se espera una maniobra. Quizás es siempre azarosa, pero sólo estará bien orientada cuando el analista tenga cierta idea de la estructura en la que él mismo está ubicado. El analista no puede operar esta maniobra sino desde el lugar del Otro. que es el partenaire de las elaboraciones espontáneas del sujeto. Así pues. él mismo será interpretado en todas sus palabras y en todas sus intervenciones; será incluso vigilado, asignado a un lugar. Pero desde ahí. siguiendo el hilo de la problemática singular del sujeto. a veces podrá maniobrar a fin de orientar la construcción persecutoria o las exigencias erotomarúacas por las sendas de lo soportable. En todos los casos, por más diversas que sean sus maniobras, jamás podrán apuntar a otra cosa que a difertr la. inminencia del encuentro fatídico y aniquilante del sujeto, mediante la interposición de una elaboración simbólica en el caso de la persecución. o mediante el retraso de la realiZación en el caso de la erotomanía. Ahora bien. en este punto el fenómeno esquiZofrénico constituye un obstáculo insalvable. Si el esquiZofrénico se define, según lo indicara Lacan, por el hecho de que en él lo simbólico es real -y Freud lo advirtió cuando dijo que el esquiZofrénico trata las palabras como cosas-, entonces las asociaciones del sujeto, vertiginosas a veces. no forman una cadena significante del sentido; sus significantes no reprimen nada y permanecen faltos de influjo sobre el goce anómalo que invade su cuerpo. Sin embargo, curiosamente, la literatura analítica presenta muchos más casos de esquiZofrénicos que de paranoicos. ¿Habrá que concluir que se los toma simplemente en las mallas del lazo con el semejante, sin reducir por ello los hechos de la psicosis? Pero volvamos a la maniobra analítica. Cuando es posible, ¿a qué apunta? Al operar con los sujetos neuróticos o eventualmente perversos el psicoanálisis es a la vez revelación y elaboración de un goce reprimido, lo que para nosotros quiere decir ya metafolizado -no todo,
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por supuesto-. Este moVimiento va acompañado de una declinación y hasta de una reducción de las identificaciones correlativas a las represiones. La cura irá, pues, del símbolo a la revelación del plus de goce qu~ en él se anuda. Ahora bien, si el sujeto psicótlco es presa de fenómenos de goce que surgen por fuera del desfiladero de la cadena significante, a •cielo abierto•, dice Freud, en lo rear, dice Lacan, se tratará más bien de obtener un influjo de lo simbólico sobre este real, con el efecto de negativización consiguiente. En lo fundamental, el goce no va a ser revelado en la arquitectura significante del síntoma, pues es patente: tendrá que ser, más bien, refrenado. El movimiento irá entonces de lo real en exceso hacia el símbolo, lo que justificarla el término de contrapsicoanálisis del psicótico, de no ser que Lacan utilizó este término en otro contexto. Señalo, para concluir, que hay otras soluciones de la psicosis además de las que pasan por la elaboración simbólica, pero estas soluciones dejan de lado al psicoanalista. Son en particular las de la sublimación y la obra, y también las tentativas que se sirven del acto, como por ejemplo las mutilaciones del cuerpo, que casi siempre se orientan a una negativización real del goce demasiado real. Una última acotación sobre el más allá de la preocupación terapéutica. Es indudable que la psicosis interesa al psicoanalista y que éste se instruye con ella. Por otra parte. eso es lo que intentamos hoy: tomar al psicótico como objeto de nuestro cuestíooamiento y someter nuestra práctica a su prueba hasta el punto en que esta práclica renuncie. En este sentido. Schreber tuvo éxito. Tuvo éxito, como pretendía, al constituirse en un caso excepcional que marca una falta en el saber analítico. 4
LA MANIA: PECADO MORTAL
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ecado mortal~ es la definictón de la manía que se deduce de las pocas líneas que Lacan le dedica en Televisión. Curioso título para una reunión que es, y quiere ser, del tiempo de la ciencia El debate que aquí desarrollamos. entre psiquiatría y psicoanálisis, no es reciente. Empezó con Freu d, cuando se planteó la cuesUón de aplicar el psicoanálisis a lo que constituía el objeto de la psiquiatría, a saber: la locura. Para el inventor del psicoanálisis que se ocupaba de Schrcbcr, lo que estaba en juego era demostrar ni mundo la fuer.r.-a y coherencia de la nu eva teoría. Freud aboga: por la potencia de la doctrina analítica y, también, por la impotencia de la terapéutica analítica en materia de psicosis. Para nosotros es una ocasión más de verificar cuán disociado estaba a sus ojos el valor del psicoanálisis de su poder terapéutico. Freud ganó su npuesta. Traigo como prueba el último manual de psiquiatría, publicado a comienzos de este mismo año 1990: Compendio de psi(/lLíatria clínica del adulto, bajo la dirección de Deniker, Lampériere y Guyotat. El espíritu que anima a u n manual es, por defmición, menos el de investigación que el de balance. Pues bien. comprobamos que en este texto aparecen inventariadas y resumidas las tesis de Freud tanto sobre la paranoia como sobre la llamada psicosis maníaco-depresiva. Muy distinto es el nódulo del debate que mantuvo Lacan con los psiquiatras de su tiempo. ~Sobre la causalidad psíquica~. texto de 1946 en el que discute el órgano-dinamismo de Henrl Ey, lo mues1ra a las claras. En ese entonces se trataba de considerar a la locum. por invalidante que sea con respecto a Jos Jazos sociales, no co-
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mo un simple déficit de los aparatos del cuerpo -más allá del modo en que se lo conciba- sino como un fenómeno del sujeto, con toda la inellminable responsabilidad que el término implica. Si Freud abogaba por el psicoanálisis, Lacan lo hace por lo que yo llamaré: los derechos de los sujetos. Se trata de dar derecho a su presencia en este campo, y de esto deberían deducirse algunas consecuencias en lo que atañe al derecho en sí. Si no me equivoco. en la actualidad la apuesta sigue siendo la misma, sólo que se ha tornado más crucial pues ni la psiquiatría ni el psicoanállsis son ya lo que eran entonces. Es indudable que la definición ·social del psicoanállsis fue diluyéndose y ello a causa de su extensión, pero ahora dispone también de los inmensos recursos doctrinarios que se sedimentaron en la enseñanza de Lacan. En cuanto a la psiquiatría, es palpable que el avance de los conocimientos biológicos le hizo dar un salto; en efecto, los medicamentos funcionan, al menos en parte, como nuevos Instrumentos de discriminación. El saldo de esta ganancia no obstante es una pérdida. pérdida que se observa a nivel del enfoque propiamente clínico de los fenómenos. Basta comparar, por ejemplo, los Estudios de psiquiatría de Ey publicados en 1954 -me limito aqui al interlocutor de Lacan- con el cuadro de criterios de la mania inserto en el DSM III. De un lado, la riqueza, la minucia y el tacto en la descripción penniten ir siguiendo los fenómenos del sujeto aun a despecho de la doctrina del autor. haciendo siempre Instructivos estos textos; del otro, una constemante reducción nos lleva a preguntamos cómo podria ser realmente operatoria, puesto que no otra es su justificación. En muy pocos años hemos pasado de una psiquiatria colindante con las así llamadas ·humanidades· y donde, además, el estilo del autor conservaba aún su peso, a una psiquiatría biológica, enteramente ganada por el discurso de la ciencia. Esta evolución muestra en forma patente que. con el avance de la ciencia, es la forclusión del sujeto la que gana La forclusión adopta una forma muy precisa en este terreno: consiste en reducir la enfermedad mental a una enfermedad del organismo. El movimiento se inició hace ya unos años; por ejemplo, la tesis de Jean Delay sobre los Desarreglos del humor, que data de 1947, y que emitía la hipótesis de una regulación del h umor por los centros diencefálicos. tenía ya esa orientadón: no olvidaba menos al sujeto que. por ejemplo, la suposición actual de que el cromosoma X seria promotor de melancolía Claro está que no se trata de objetar a la ciencia sino de ajustar nuestros· métodos a nuestro objeto. y estamos aquí metidos en la empresa -necesariamente polémica- de demostrar la presencia del
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sujeto en los hechos de la psicosis. Este es el espiritu con el que yo abordo la manía. Evocarla como pecado mortal implica recordar de entrada que no se encuentra fuera del campo de la ética. No se insiste lo suficiente en que asi la entiende Freud, toda vez que, desde un inicio, vincula la manía con la problemática de la prohibición. Sin embargo. pienso que la tesis freudiana de la manía - mucho menos elaborada, es verdad, que su tesis sobre la melancolia- culmina en cierto fracaso. Los textos que Freud consagró a la mania son poco numerosos: nlgunas páginas de "Duelo y melancolía", de Psicología de las masas y análisis del yo (cap. v) y de El yo y el ello (cap. Vll). Además, están Inconclusos: es verdad que "Duelo y melancolía" plantea el problema de la manía, pero no lo resuelve, pues Freud renuncia sin desentrañar su mecanismo. El yo y el eUo trata el problema de la melancolía en función de la pulsión de muerte y del superyó. pero la doctrina de la manía queda s in reformular. En definitiva, la tesis freudlana sólo se despliega en el capitulo de Pstco!.ogía de las masas y análísís del yo. Lo que en la actualidad llamamos humor maniaco aparece descripto por Freud en el plano del afecto. como una alegría y un alborozo aparentemente Inmotivados, y en el plano de la conducta, como un levantamiento de la inhibición. La definfctón es muy sucinta, muy condensada, y no presenta en absoluto el florido aspecto de las descripciones de algunos grandes psiquiatras clínicos. Pues sucede que F'reud va en pos del mecanismo y de la causa, como lo hiciera con la melancolía Su tesis es simple: la mania aparece como lo simétrico de la melancoiia El duelo había sido considerado como un análogo de la tristeza melancólica, y la fiesta lo será de la elación maníaca. La alegría de la transgresión pasa a ser así la clave de la mania, como lo era de la melancolia el dolor de la pérdida. Según F'reud, la fiesta es un levantamiento. una puesta en suspenso, perióWca y socialmente orquestada. de las limitaciones y prohibiciones que yugulan las pulsiones. Se trata de un momento de líberlad libidinal donde lo que estaba sofrenado. o bien reprimido, puede darse libre curso. De este modo, la festividad maniaca se deja concebir como la derrota de la instancia que censura. en provecho de la afirmadón narcisista y triunfal de las exigencias pulsionales. Está claro que Freud considera el afecto maníaco no como un fenómeno primario sino como un efecto producido por una causa anlecedente. causa que él identifica con un avatar de la libido; espedalmente. con una liberación de libido. Esto le permite ponerlo en serie con esos fenómenos de retorno de lo reprimido -en apariencia
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sumamente heterogéneos- que son Jos sueños, los chistes y los sintomas. Largo tiempo atrás había relacionado la satisfacción que éstos entrañan con la Irrupción de lo reprimido en la cadena de la vigilan cia. En 1924 cree legítimo reconocer la causa de la represión en las instancias ideales del sujeto; en este caso, precisamente. en el ideal del yo. Así pues, puede completar su antigua construcción. Ella opera con dos términos: lo reprimido y el ideal del yo. Lo reprimido, que implica una exigencia de satisfacción rechazada pero siempre insistente, y el ideal del yo. que es la instancia que juzga y que rehúsa. La tesis es simple: las formaciones del inconsciente son forzamiento -astuto- de una censura en ejercicio. mientras que la manía la pone fuera de juego, quedando sus exigencias momentáneamente suprimídas. Este esquema pennite comprender la desinhibieión del maníaco, que es apenas una transgresión, pues ésta supone la s ubsistencia de lo prohibido. Pero, ¿cómo explicar la nota jubilosa de la alegña maníaca? En efecto, la satisfacción pulsional no implica en si misma el afecto de trtunfo. Conocemos incluso una transgresión metódica, la de Sade, que no es alegre n1 festiva sino más bien sombña y saturnina. De hecho, Freud respondió ya a esta pregunta en 1914, en · ouelo y melancolía". Lo hizo por analo¡fta con el triunfo normal y utilizando Wta explicación económica a la que ya había recurrido para explicar el chiste: el júbilo maniaco seña el efecto de la cesación del gasto psíquico que la represión exigía. convirtiéndose la energía liberada en afecto. En 1914 no podía decir sobre qué cosa bahía trtu nfado el sujeto maníaco; en 1924 completa su explicación, reconociendo en el ideal del yo. ligado para él a la figura del padre, aquello sobre lo que el sujeto de la manía habría vencido. La explicación de Freud no carece de simplicidad ni de coherencia. pero debemos decir que, aunque producida en 1924. no sincroniza con su más allá del prtncipio de placer. Podña pensarse que el esquema del conflicto psiquico que utiliza es el mismo que interviene en El malestar en la cultura -pues. en efecto, este último opone, a las reivindicaciones pulsionales, la eJdgencia de la cultura. y a la exigencia de goce, lo prohibido como principio de limitación-, pero se descon ocería así hasta qué punto la pulsión de muerte. y lo que Freud nos enseñó sobre la naturaleza del superyó en sus últimas elaboraciones, complejizan este esquema. Sería olvidar que el supe:ryó no es tanto un principio de limitación como un principio de exceso, al servicio de la e.'tigencia de goce. Ahora bien, nos sorprende advertir que Fre ud no alcanza a Integrar estas últimas elaboraciones en su comprensión de la manla. El yo y el eUo reactualíza su interpretación de la melancolía en función de sus nuevas concep-
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dones sobre el superyó, pero la manía queda al margen. Freud no llegó a decir que la manía es el Eros en acción, pero en cualquier t~so no logró -con su idea de la manía como fiesta- dar cuenta clcl riesgo mortal a ella enlazado. En este nivel podemos hablar cabalmente de cierto fracaso en la conceptualización de Freud, quien rtueda en falta con respecto a los fenómenos de la manía. Por esta vez Freud no ha satisfecho la ambición metodológica de todo pensamiento racional: la de que la causalidad invocada dé cuenta del conjunto de los fenómenos involucrados. De hecho, ¿se podía sostener realmente que el ser maniaco es el ser orgiástico. aquel que no ceja en su satisfacción? Si así fuese, profesor. ¿qué diferencia hace usted entre la psicología del jefe tal como la describe en el mismo texto, ese que no admite ningún sacrificio de su libido, y la del maníaco? De una manera más general. ¿no se debe hacer una distinción entre la exuberancia maniaca y la asunción de sus pulsiones por un sujeto? El maníaco no es ni el cínico ni el vividor ni el hombre de las pasiones, y es necesario poder diferenciar esa vitalidad bizarra que lo caracteriza y que amenaza la vida, de la afirmación.asumida y sin trabas de las pulsiones. La posición de Freud pare.c e haber dejado huellas en muchos autores; a decir verdad, después de él. muchos dejaron escapar la justa distinción que impondría la incidencia de la forclusión. Así sucede especialmente en el caso de Abraham, quien muestra al maníaco como un ser arrebatado por sus pulsiones -intrínsecamente orales-, librado a una embriaguez de libertad, fuerza, grander.a, precisamente en razón de los desfallecimientos de Ia represión. Un esquema análogo reaparece en diversos autores. A título de ejemplo, Rado publica en 1928 (vol. IV del fJFt The Problem. of Melan· cholla. El sujeto al pecho ofrece aqui el modelo del momento maníaco. Este consistirta en reencontrar el pecho perdido, en una casi anulación de la pérdida del destete. I.a tesis fue recogida por Melanie Klein. a cuyo respecto me extenderé más adelante. y también por un tal Bertram Lewin, a quien I.acan cita en su Seminario ·La angustia" y que publicó, en 1951, Psycoanalysis ofElation, donde el humor es pensado como repetición del encuentro exitoso con el pecho. Se advierte que estos autores apuntan a captar un más acá de Ia castración, pero no consiguen marcar verdaderamente la frontera de la psicosis. Por lo demás, la descripción ofrecida por Henry Ey -a quien ya he mencionado- cae en parte bajo el golpe del mismo reproche. Ey evoca la bacanal, la orgía canibalistica. los desbordes de la gran juerga. concluyendo: "ser maniaco es jugar y gozar". La fórmula es bella, pero el maníaco no es un jugador ni un gozador. ni un rabelaisiano, ni un Tom Jones. l.a exaltación maníaca se dis-
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tingue de la que se hace oír en el exu.ltate jubílate de Mozart tanto como la fusión de Schreber con su Dios, donde la voracidad se alterna con el asco, se distingue -en palabras de Lacan- de la ·alegria y la presencia que iluminan la experiencia mística~. En realidad, muchos psiquiatras procuraron aprehender la especificidad de la vivencia maníaca y determinar su punto de divergencia con la vitalidad del narcisismo conquistador. De este intento resultaron con gran frecuencia ricas y floridas descripciones. Consideremos sólo a Henry Ey, el interlocutor de Lacan: criticado por ~s te en 1946 a causa de su órgano-dinamismo, en 1954, en el texto de sus Estudlos psiqulátrt.cos consagrado a la manta, para el no hay más que Binswanger, de quien traduce además el artículo de 19311932 sobre la fuga de ideas; y lo que él contrapone -explícitamente- al psicoanálisis, es la fenomenología. A falta del sujeto, se convoca a la lntenclonalldad del Dasein para que dé cuenta del fenómeno del humor. Desde este momento Henri Ey objeta que pueda ser •btotonus·, ·ractor Umtco elementalft, ·propiedad funcional", y más generalmente, enfermedad de los aparatos del cuerpo o del organismo, para afirmar que es una enfermedad de la conciencia, del ·proyecto existencial del Dasein". Para ser más precisos: déficit "de la estructura temporal ética". Asi, Henri Ey no habrá recibido de Lacan, su camarada, la causalidad s ubjetiva, pero s í habrá aceptado de Binswanger, diez años después, el rechazo de toda causalldad externa a la •inte nclonalidadft de la conciencia. De este modo la manía. al menos en su aspecto negativo, va a ser captada como una anomalía, como un defecto a nivel de la supuesta estructura trascendental de la constitución del tiempo y del alter ego. Desde aquí florecerán largas y ricas descripciones cuya lujurlosldad es por momentos tan Intensa que parece rivalizar con la profusión maniaca misma. El humor maniaco es pintado como una efervescencia que ha perdido, a la vez que la dirección que orienta, el control que atempera. Henrl Ey abreva entonces en diversos autores que intentaron estigmatizar el rasgo distintivo de una existencia que ha perdido su historicidad. "Fuera de sí", librado al ·salto" y aun a la "danza~. al torbellino en todo caso, a la pura existencia momentánea y "aproblemátlca". fuera de la preocupación heideggeriana, enteramente siervo del ambiente, "sintónico~ y "estetlco·. sometido al régimen de la ocasión -que no es, por supuesto, el encuentro- del que no es en el plano mímico, gestual y vocal sino el caleidoscopio "vaciado de substancia". Etcetera. Volvamos a La.can. De un revés. éste reduce toda esta profusión a una palabra: excitación. Hago constar también que no dice "la
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mnnia·, sino "'la excitación maniaca· de la psicosis: menos que a la eulldad, se apunta a un tipo de fenómenos. Pues bien, hay una efi~~nela en este laconismo de Lacan. Quiero decir que permite dar <:uenta del conjunto de los fenómenos de la manía mejor que cuanIn pudo hacerlo Freud, mejor también que la profusión de una cierln pslquiatrla y sin excluir, no obstante, la implicación del sujeto, eu lo que sl incurre la psiquiatría biológica con su reduccionismo. Las pocas lineas que dedica Lacan a la manía en Te!eutstón. se ~tllúan en un desarrollo en el que se nos invita a "reconsiderar el nfecto• a partir de sus declres, y al hilo de una redefinidón de la lrlsleza que dice (lo cito): "se califica, por ejemplo, a la tristeza de depresión, dándole el alma por soporte, 1...) Pero no se trata de un estado de alma. simplemente de una culpa moral, como se expresa ()ante, y aun Spíno7..a: un pecado, lo que quiere decir una cobardía moral 1...) Y lo que de esto resulta por poco que esa cobardia, por ecr rechazo del inconsciente, llegue a la psicosis, es el retorno en lo real de lo que es rechazado, del lenguaje; es la excitación maniaca por la cual este retorno se hace mortal". Tal es el hilo secreto que, n su entender, enlaza las contrastadas manifestaciones de la exaltación maniaca con lo que llamamos habitualmente depresión. De la una a la otra, el mismo pecado. Freud decía: el mismo contenido; Abraham: los mismos complejos. Lacan dice: la misma causa subjetiva, la cobardia. Así pues, es una causa que adopta la forma de la culpa, y que no deja de evocar las resonancias de la libertad, con lo que Lacan denominaba en 1946. Mla insondable decisión del ser". Esta tesis es única en el movimiento psicoanalítico. Seria un tralmjo útil precisar lo que la distingue y la acerca a todo cuanto se elaboró sobre el tema, especialmente en Freud. Pero yo quisiera, a litulo de paréntesis. marcar el lugar de Melanle Klein. A mi juicio fue de los pocos que advirtieron la necesidad de referir las manifeslaclones de la manía a algo así como una posición del sujeto. No otra cosa implica su noción de defensa maníaca, y más aún su fórmula de que la manía se apoya en una "negacíón -subrayo- de la realidad psíquica·. Las formulaciones de Melanle Klein no tienen el rtgor de la de Lacan y por eso no es tan fácil deslindar los compo· nentes elementales de lo que ella denomina realidad psíquica, y por clerto no es posible identificar ésta lisa y llanamente con el incons· clente tal como lo define Teleotsfón. Pero es muy Interesante verla retener el término -freudiano- de negación, e insistir en él. Indudablemente, M. Klein no aclara la naturaleza de esta negación. Sobre todo, no hay nada que evoque la distinción entre una negación de represión y una negación de forclusíón: además, su negación no
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está claramente referida al registro del significante: incluye a la omnipotencia, qu e obra romo si eso no existiera, o bien a la fuga. que evita; es decir, a alguno de esos comportamientos anonadadores caros a Heidegger y para Jos cuales no es necesario invocar una trascendencia cualquiera de la nada -a decir verdad, impensabledesde el momento en que la antecedencía del lenguaje, ella s í muy pensable, explica suficientemente la entrada de Jo negativo en el mundo. Sin embargo, más allá de las dlversas reservas a q¡ue las formulaciones kleinianas invitan. la n oción de negaCión de 1a realidad psíquica entraña algo asi como la intuición de una causa subjetiva, casi de una elección operando en la base de la manía y cuya dimensión es silenciada. a mi juicio, en cualquier texto anterior a Lacan. A esto se añade que, cuando Melanie Klein relaciona explícitamente la realidad psiquica con el efecto depres ivo de la pérdida, la manía pasa a ser -también según sus puntos de vista- negación de la depresión, a cercándose así al rechazo del ·ruo mortal del le nguaje" que caracteriza la manía para Lacan. Sin embargo, este último aspecto de la tests kleiniana -la manía, defensa contra la depresión- no tuvo siempre felices consecuencias. De esta Idea se apoderó Winnicott, pero la cond ujo casi al ridículo en s u texto La defensa maníaca. de 1935; si la manía aparta al sujeto de la maceración en el dolor intimo. toda la reladón con la realidad se le aparece a Winnicott como maniaca: la compañía, el amor, la amistad, el trabajo -desde luego-. dicho de otra manera. todo el lazo social. el erotismo Incluido. de la acción no hablemos, y al fmal. en una progresión que no tiene desperdicio, ¡no hay otra salida que acabar teniendo a la vida misma por una defensa ma níacal Asimilar la tristeza a una culpa moral n o está casi en el espíritu de nuestro tiempo. Lacan restablece aquí una tradición anterior a la ciencia y anterior al psicoanálisis, religiosa, además, por cuanto es una tesis de los Padres de la Iglesia, sobre todo de Santo Tomás. Sin embargo, la referencia a Dante y sobre todo a Spinoza laiciza inmediatamente la idea. Asimismo, la precisa: para Spinoza. la tristeza no es tanto una culpa contra la fe como una culpa contra la razón. Puesto que la idea adecuada procura una alegría sin resto, quien se atiene a ella. quien piensa bien. no puede estar triste_ Posición extrema, sln duda. que no es la nuestra, pero que n os pone en el camino de comprender qué es esta cobardía que menciona lacan y que, por supuesto, -no implica en nada la convicdón s pinoziana. Consiste en ceder sobre el deseo de saber. de saber. no cualquier cosa, s ino precisamente lo que la ciencta forcluye, o sea ~1 i (lCQnscien te que determina al sujeto. Ella es pecado contra ~el det:>er de
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bien decir o de situarse en el inconsciente. en la estructura-, pecado t'llltlra el deber freudiano, aquel que invita al sujeto al coraje de la verdad y que se enuncia, en boca de Freud, así: ~ahí donde eso era. yo debo advenir". El pe~ado de manía es mortal en sentido propio, por cuanto conduce a la muerte, pero tampoco debemos omiUr las resonancias religiosas de la expresión, con las que juega Lacan, ndemás, a lo largo del texto~ sobre todo en la página siguiente, 1:uando sitúa el pecado original como el limite de la gaya-ciencia, ret:onociendo en él su punto de tropiezo con la impotencia de la cifra para .absolver a quienquiera de la culpa princeps, la de e:xistir. Tenemos, pues, una tesis. Esta tesis unifica la tristeza -que no c:s llamada melancólica- con la excitación maniaca, a nivel de
una misma causa subjetiva. Sin que signifique detenemos en las dificultades enlazadas a la noción de causalidad sUbjetiva. pref.tuntemos: ¿volvería I..acan sobre su doctrina discontinulsta de la psicosis, y con travendría por añadidura ese gran postulado del pensanúento clentiflco por el cual una misma causa engendra Jos mismos efectos? Hay como un efecto de sorpresa en esle texto. Si nos hubiera dicho, tras referirse a la tristeza como cobardía: por poco que esa cobardia llegue a la psicosis. es ... la melancolía. entonces nos habríamos sorprendido menos y nos habría parecido c:oherente que a una gradación de la causa le correspondiese una ~radación del efecto en el mismo registro de humor. Pues bien. no hay nada de esto, y por lo tanto nos es preciso explicamos la lógiea oculta del texto, así como el hecho de que efecto.c:; de humor muy contrastados se supongan referibles a esa única causa que es la cobardia moral. De hecho, estas pocas líneas incluyen claramente a la manía en la doctrina general de la psicosis que Lacan ha elaborado previamente. El "rechazo del inconsciente", o recha7..o del lenguaje. no es Ylno ~otro nombre de la forclusión, un nombre que tiene la ventaja de implicar a la causalidad subjetiva. Así pues, se nos invita impllcltamente a deslindar una coibardía forclusiva, aquella que va a la psicosis, de otra. en la cual el ·no quiero saber nada de eso· no seria incompatible con la admisión -Bejahung- del inconsciente. Conocemos ya su nombre freudiano: la cobardía represora; y si la forclusiva es pecado mortal. a ésta la calificaremos, para conseiVar las mismas resonancias, de ... pecado venial. ¿No se le dice acaso a quien cede al agobio: no te morirás de esto? Nos será fácil disponer en un cuadro de doble entrada la única causa, su gradación y los mecanismos diferenciales que marcan la discontinuidad entre neurosis y psicosis.
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Causa subjetiva Sus grados Mecanismo
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Tristeza cobarct1a moral pecado venial represión
Excitación maníaca cobardía moral pecado mortal rechazo del inconsciente
Pero, ¿de qué modo se traduce el retorno en lo real de lo forcluido, es decir del inconsciente -Lacan dice también del ·lenguaje", que en todo este texto él equipara al inconsciente- como excitación maníaca? ¿Cómo es que la mera noción de retomo en lo real funda suficientemente la famosa fuga de ideas, la anarquía y desorientación de la lntencionalidad, tanto como la desregulación de los ritmos vitales? En su ·cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", Lacan despejó el paradigma de los fenómenos de retorno del significante en lo real que caracterizan a la psicosis con un famoso ejemplo de alucinación recogido en su presentación de enfermos del Hospital Sainte-Anne. Sin embargo, aun cuando la alucinación sea la forma paradigmática del retorno en lo real, ella no es el único ejemplo, y la mania da aqul ocasión para completar la paleta de estos fenómenos. Distingamos bien entre la estructura y su traducción fenoménica. De la primera, Lacan dio una definición precisa: el retomo en lo real es ruptura del encadenamiento del significante. Se presenta cada vez que un elemento del lenguaje se emancipa de la estructura binaliamente ordenada de todo mensaje. para imponerse en su presencia de auno". Munidos de esta definición, advertimos enseguida que los fenómenos de la manía, tan copiosos, se ordenan en su totalidad y se dejan concebir como defecto del... punto de almohadillado. La fuga de ideas, por ejemplo, esa logorrea en la que se pierde la intención de significación en provecho de una yuxtaposición de frases desorientadas, ¿qué es sino un poner fuera de juego el almohadíllado del sentido del discurso? El grafo elemental de Lacan, que inscribe -entre otras cosas- el engendramiento del mensaje en la palabra, nos permite situar con toda exactitud aquello que falla en la palabra maníaca. Esta, lejos de redondear su sentido entre la anticipación del término significativo y la retroacción del sentido, en la puesta en cadena de los significantes que simbolizamos mediante el binario ~ - S 2 • se reduce a la yuxtaposición no orientada de elementos de lenguaje que podemos simbolizar mediante una sucesión de unos: S 1 , S 1 , S 1 • Si parece tan festiva y despreocupada, pero también tan desorientada, es porque se ha liberado de las obligaciones de la semántica, y emancipado de ese real que está en juego en
La manía; pecado mortal
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la gramática y que Lacan menciona unas páginas antes. Escribamos esta diferencia: Punto de almohadillado retroacción
Lenguaje maniaco
S¡........-------..- ~ anticipación
Es el mismo efecto que se manillesta a nivel del tiempo. Todo lo que se ha podido inventariar, el fuera del tiempo. el tiempo "circular~, el presente siempre renovado, la existencia momentánea, no son otra cosa que la ausencia del tiempo histórico, propiamente humano; pues éste no es el tiempo del reloj y tampoco la vivencia bergsonlana. Es movimiento de historización, tendido. como el mensaje mismo, entre anticipación y retroacción." Es visible la diferencia entre este tipo de retomo en lo real y el que aparece descripto en el modelo de la alucinación de ·cuestión preliminar..." Vayamos al ejemplo. Una frase atravesó primero al sujeto: ·vengo de la fiambreria". Enigmática. esta frase lo deja perplejo en euanto a la cuestión del "yo" (je] involucrado. Se hace oír entonces una palabra: marrana. Es la "respuesta de lo percibido". como dirá Lacan en El atolondradtcho, suprimiendo la incertidumbre del sujeto y supliendo en lo real el cierre de la signlllcación fallante. En la manía, la huella de la pregunta núsma. que en nuestro ejemplo se manifiesta como perplejidad, está casi siempre ausente. Del sujeto maniaco no se puede decir, como del alucinado, que el nombre de su ser de goce le vuelve en lo real de la injuria escuchada, ni tampoco que está disperso en lo inillnito de su delirio, corno dice Lacan refiriéndose a Schreber. Más bien está disperso en lo infinito del lenguaJe que lo atraviesa. en el automaton de los signos de los que él es marioneta -y ésta es una versión de la muerte del sujeto-, pues, al no estar localizado ahi, n o puede ni parar -como decla cierto paciente- ni tampoco reconocerse. Para eso le falta no sólo el significante amo, localizador, sino asimismo la metonimia como lugar de la deriva del plus de goce. Refiriéndose a la manía, Lacan, en su SemJnarlo "La angustia", habla de "no función del objeto a". Debemos advertir. en efecto, que ~ate está Implicado en la constitución de todo mensaje. El es lo real que juega en la gramática, hasta el punto de que podemos decir que si lalengua es ~ra condición del sentido" -véanse también aquí los eapítulos precedentes de Televisión-. el objeto es su causa Además es esto Jo que explica la eficacia de la asociación libre, bien diferente. justamente, de la fuga de ideas: todo su artificio descansa sobre
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el hecho de que ·decir cualquier cosa· es, precisamente, imposible. Imposible, salvo para el maníaco. El fracaso de los autores que mencionábamos, Abraham, Rada, Lewin, se debe a que, limitados a la noción de fijación oral, dejaron escapar la distinción entre metonimia del goce y deriva maniaca. Pues sucede que un daño a nivel del discurso es siempre, también, un daño a nivel de la regulación del goce. La excitación maniaca es un ejemplo notable de ello, pues no es sólo desenfreno de la palabra y desorden de la historicidad; es sobre todo esa conmoción de la homeostasis del viviente que reduce las necesidades vitales del cuerpo, que lo hace Infatigable, insomne, animado por una vida paradójica que marcha hacia la muerte con la misma firmeza que el suicidio melancólico. El lenguaje trastorna sin duda al cuerpo vivo. Afecta su goce, negativizándolo, pero el discurso también lo regula. y especialmente cuando el Nombre-del-Padre está en su lugar. En esta regulación sobre un fondo de desregulaclón del ser hablante, el sujeto es "función de la castraclónft, con la consecuencia de que el goce es extraido del cuerpo, extemaltzado en objetos fuera del cuerpo que compensan, con un plus de goce, el menos de la castración. Desde ese momento, el "sujeto es feliz•. Lacan introduce esto en las páginas siguientes. significando que no puede no estar librado a la repetición del encuentro que le hace recuperar, siempre, el objeto de su fantasma. Esto no lo garantiza contra el humor sombrio, al contrario, si este humor es lo que dice Lacan: el cuerpo afectado "por no hallar alojamiento a su gusto". A menos que sea pecado o grano de locura, este mal humor será "toque de lo real", dice Lacan, o sea -así lo entiendo yo- traducción del hecho de que el goce que se acomoda con el dos del encuentro deja al margen el del uno del cuerpo; efecto, pues. de la imposibilidad, con sus dos goces de no formar sino uno, y manifestación de que el primero permanece corno sobrante. Esto nos permite situar lo que llama.r<é excepción maniaca. El sujeto maníaco no es feliz: no se repite en el encuentro con "a", no conoce el dos. Pero por eso, tampoco está taciturno. y no podría sufrir de que uno y •a•... formen dos. Añado que tampoco es místico y no sueña que el uno y el Otro formen Uno, enteramente apresado como él está en el uno: los unos del lenguaje y el uno del cuerpo; narcisismo, han dicho los autores. Más precisamente, la excitación maniaca es ese goce que la función fálica no regula y en el cual el uno del cuerpo es asediado por Jos unos múltiples del lenguaje en lo real, hasta que -después de la del sujeto- sobrevenga la muerte para el ser viviente.
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J•;spero haber logrado hacer patente la fuerza, la coherencia y lumbién la economía de la tesis de Lacan en cuanto a la manía, (.{~ué decir entonces, para concluir, de lo que afirma respecto de[ dudo en el fin de análisis, esto es, que el duelo afecta al sujeto "mús bien maniaco-depresivamente"? · ¿,Llamaremos pecado a la posición depresiva del momento del pase? Quizás. pero entonces no es el mismo que el del cobarde. Seria más bien aquel que no le está ahorrado a la virtud misma, aquel que se cierne sobre la prueba de lo imposible de decir, el pecado original. al que la gaya-ciencia vuelve a llevar indefectiblemente por d hecho mismo de que no hay más saber que de la castración. En C~ll<:mto a la nota maníaca. reconozcamos en ella el afecto frontera. c-1 afecto borderlirne que surge para un sujeto reducido a su vací0 por la desatadura de las identificaciones, en la juntura dehlscente (·on un objeto, reducido éste a su Dasein por la reabsorción de la Idealización, y en !instancia de ser evacuado.
EL CASO ROUSSEAU
DOS VOCACIONES, DOS ESCRITURAS
Esta noche elegí situarme en una comparac10n entre Joyce y ({ousseau. El paralelo se justifica en el hecho de que los dos, a side distancia, nos plantean el mismo problema: comprender la I'Otnpatlbilidad y aun las afinidades entre la estructura psicótica y In creación. He construido un Rousseau anli-Joyce. o un Joyce anti-Rouslt(:au. Lo que me sugirió en un principio el paralelo fue el contraste rntre las dos azotainas, y al hilo de esta primera oposición se me UJlarecíeron una serie de otras que ahora no voy a tratar, pero que me condujeron a Ia pregunta sigui en le: ¿No hay que oponer a Joyce col síntoma, un Rousseau lo imaginario? Se1ía coherente con la defi· nlclón que dio Lacan de la paranoia en 1975, de ·enviscamiento 1cnaginario•. Voy a detenerme en tres puntos: ei desencadenamiento de las dns vocaciones, la oposición de los dos tipos de escritura y su fund 6n subjetivamente diferencial. J!(OS
1k>s vocaciones
Sabía desde hacía tiempo cómo la escritura le llegó a Jean-Jacqucs Rousseau por lo que él mismo denomina ·revelación d!e Vinl:~ nnes·. En fechas más recientes descubrí el momento correspondiente en Joyce; al menos si nos dejamos guiar por su Stephen el htroe, para lo cual te nemos ciertas razones. Rousseau se h izo escritor en un movimiento de interlocución,
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para responder a un Otro. El contexto es muy Interesante. Diderot está prtslonero en la Bastilla. Rousseau, el afectuoso amigo, va a visitarlo. y a pie, por supuesto. Lleva bajo el brazo el Mercure de France para leer un poco si necesita descansar. Es entonces cuando tropiel.a con la famosa proposición de la Académie des S<:iences et des Belles-Lettres de Dijon, donde se anuncia que el premio de moral del año 1750 ·sera adjudicado a qUlen mejor haya resuelto el problema siguiente: si el restablecimiento de las Ciencias y las Artes ha contribuido a depurar las costumbres·. La coyuntura objetiva es, por tanto, muy simple. Sobre el eje imaginario, los dos amigos: Jean..Jacques y Diderot la víctima. Entre ellos. el gran Otro de la ley que ha hecho prisionero a Díderot. Aquí no se habla de esto. pero por otros datos sabemos que Rousseau se hallaba muy conmovido. muy perturbado por el golpe que castigaba a su alter ego, Diderot Este Otro de la ley implicitamente presente se duplica de pronto en un Otro del saber, que se dirige a los sabios para indagar en el valor de Jos saberes de la época. Es aquí cuando Rousseau se siente Invadido por aquella perturbación ine>..-presable descripta por él en diferentes ocasiones. sobre todo en las Cartas a Malesherbes. y que algunos autores. Janet en particular, compararon con los trances de los místicos. Relean ustedes el texto. A la pregunta sobre el Otro del saber. la respuesta del sujeto Rousseau es la revelación intima. o sea la presencia de una verdad que sólo se pone en palabras parcialmente -Rousseau insiste en ello-, pero hondamente conmovida como certeza del sujeto. Desde luego, esta verdad es rechazo del mensaje implícito del Otro, y toda ella contestat~uia. Rousseau se mantiene en el registro de la comunicación. del intercambio de sigoificaciones con las que podemos ídentifir.arnos, pero ello para denunciar y hacer llegar un nuevo mensaje. Otro de la ley Otro del sabcr ¡: oO
Jcan.Jacques - - - - -- + 1 3 - - - -- --Ji.- Didcrot ~ .., idcnuncactón B t:
8 la verdad conmovida certeza del sujeto
Las Epifanías de Joyce son muy otra cosa. Constituyen un fenómeno extremadamente opaco al que la comprensión no va, segura-
Dos vocaciones, dos escrituras
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mente, a introducirnos. Ahora bien. esos pequeños textos en prosa que Joyce escribió al comienzo de su carrera. él los identifica con IU vocación de escritor. Es sabido que los quería como a la niña de lliS ojos, y que muy pronto confió a su hermano la tarea de salvarlos del desastre del olvido, si él llegaba a desaparecer. Y sin embarestos textos escritos en trozos de papel no tienen nada de lnvenUvo. No son, esbictamente hablando, creaciones. Son fnlgmentos fuera de contexto, lonjas de descripción o conversación captadas al vuelo en los lugares públicos. Trozos entresacados de discursos. Así pues, yo opongo a la Iluminación de Vincennes el "poeta premeditado" de las Epifanías; expresión ésta del propio Joyce. El primer palO que da su héroe es consultar el diccionario etimológico de Skate: ·~t encontraba palabras para su tesoro. También las recogía al azar cm las tiendas. sobre los carteles, en los labios de la muchedumbre que deambulaba pesadamente. Se las repetía tanto y tanto que al final perdían para él su significación inmediata y se transformaban en expresiones admirables. Había resuelto vedarse, con todas las energías de su alma y de su cuerpo, la menor adhesión posible a lo c¡ue ahora tenía por el mayor de los Infiernos; en otros térmlnos. la reglón en que todas las cosas aparecen como evidentes. (... ] Ciertas expresiones llegaban a él reclamando ser interpretadas. El se decía: debo esperar a que la Eucaristía venga a mi. Luego se dedicaba a transformar la expresión, apartándola del sentido común·. Habrán observado la expresión: u las palabras de su tesoro·. que inmediatamente nos hace pensar en el tesoro de los significantes de Lacan o en la lengua fundamental de Schreber. He aquí un sujeto que va a recoger restos de discursos y que, extrayéndolos de su contexto, lo"ra desestimar su significación, pues ésta sólo se sostiene a cond1r.l6n de que un significante esté referido a otros. Es magnífico que ,Joyce nos diga cuál es su blanco: la evidencia. la de las significaciones comunes. Las Epifanías desmontan al Otro del sentido común. Al Otro del discurso corriente. En Rousseau, este Otro no debe ser clestruido, debe ser impugnado, y Rousseau se queda en su nivel. el de la significación. la operación epifanía es mucho más radical: ajeflll a la polémica, ella rompe el lenguaje mismo de ese Otro. Me he interrogado sobre el contexto de esta operación. Busqué cm ella los rastros de la relación con el semejante y también con el ¡zrnn Otro. Descubrí con sorpresa que Joyce se tomaba el cuidado de aclararnos que su héroe sufría de sus camaradas. Sobre el eje hnnglnario, sus compañeros de colegio le resultaban insoportables, Incluso le causan Masco·, como sucederá después con la paliza. Y .,demás hay también un Otro de la disertación. Extraña colncidenI'IR, ¿verdad? Joyce explica el empeño de Stephen en composición
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inglesa: UEn ella se distinguía por cierta originalidad un tanto sumaria. Apenas si se tomaba el trabajo de desplegar las osadías expresadas o sobrentendidas en sus escritos... ~ El Otro de la disertación encarnado por el padre Butt es el Otro de la tradición jesuita en la que Joyce se educó. Aqui hay una gran diferencia entre Rousseau y Stephen, pues Rousseau se vive a sí mismo como autodidacta. Cuando empieza a escribir, no está a la par con los eruditos y pensadores de la época. Stephen. en cambio, es un heredero de la tradición. aunque atípico por la posición de su familia. Al igual que Descartes, quien, educado en los mejores colegios, puede trazar una raya sobre todos los saberes de su tiempo y producir su cogito, Joyce-Stephen. experto en Humanidades, fabrica Epifanías, subver.sivas de toda significación. ¿Qué busca. entonces? El lo dice: hacer surgir la cosa misma. Más allá de las significaciones, hacer aparecer lo que él llama. con un término que extrae de Santo Tomás: la Mclaritas~. en cierto modo el ser de las cosas. Otro de la disertación
Stephcn
-as-c-0------t+~ le revelación eplfántca
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los compañeros
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La escritura de Joyce es destructora del lenguaje. Esto comienza en las Epifanías y concluye en Fínnegans Wake, publicado primero con el titulo de Work tn Progress. Las Epifanías destruyen lo que yo llamaré el uno de significación, puesto que unos hay varios. El procedimiento es simple. El uno de significación es producido por el punto de almohadillado. que esquematizamos con el binario significante s 1 - S2 • Joyce extrae una pieza de recambio, que por este motivo resulta ser insensata; lt1 1- ~· La Epifanía es un fragmento, fuera de sentido y, por este echo, cargado con el peso de un enigma. En Finnegans Wake esta destrucción del lenguaje llega más lejos aún. Joyce no sólo embiste contra la sintaxis de .su lengua sino también contra el uno del significante. Atenta contra los elementos de la lengua. aquellos que el diccionario enumera. Los deshace. los combina, les inyecta lenguas extrañas. De ahí un imposible a descifrar que impulsa el equivoco hasta lo ininteligible. Es un saber ha-
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nr.r con la lengua que culmina en una forclusión del sentido. Es vi~tlhle que Joyce encuentra un goce en este ejercicio, lo que fue señal"
Tenemos la tesis de Lacan: para Joyce, la escritura cumple una de síntoma. Esto no significa únicamente que Joyce goce al r.scribir. lo que sucedería en todos los escritores. Quiere decir, primero. que él alcanza un goce de la letra, fuera del st:ntldo, desconectado del Otro y de los efectos de comunicación. Ciertamente, es dificil decir qué cosa en lo que escribe pertenece al cálculo poético untes que a las palabras impuestas; de todos modos esto no explica que publique. El sínthoma implica que publique. pues ésta es la vía por la que con su síntoma de la letra se hace un nombre para los t~lglos de los siglos -cree él-. corrigiendo asi el desfallecimiento de lo imaginario que padece. Rousseau no tiene una escritura síntoma. Por el contrario, él t~onstruyó significaciones capaces de colonizar el agujero de la fordusión. Construyó varias, al hilo de sus obras, pasando del registro político al registro novelesco de La nueva Eloísa, luego a la meditadón pedagógica con el Emilio, en cuya ocasión tuvo su primer r.plsodlo francamente delirante , y por último con las obras autobio1'1 mción
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gráficas. De este modo Rousseau asume ideales sucesivos en una estrategia que inscribe un simbólico nuevo alli donde el Nombredel-Padre falta. Alrededor de este agujero se instalan sucesivamente Rousseau el legislador. el rectificador de la sociedad corrompida, luego el Rousseau de la novela moralista del amor. después Rousseau el educador. el visionario del Hombre verdadero y, más generalmente, hasta el ftnal, Rousseau el inocente ejemplo del bien Innato. el legislador moralista del amor
el inocente el educador
En este sentido podemos decir que Rousseau intentó fabricar suplencias simbólicas. Mientras que Joyce hace pensar a veces en la lengua fundamental de Schreber, Rousseau está más cerca de evocarnos el trabajo del delirio. Pero él fracasa donde Joyce tuvo éxito. Lo que él forcluye por su lado le vuelve desde afuera, y él. que se *cree· bueno, acaba perseguido por los malos que lo acusan. Rousseau fracasó, no en hacer una obra, sino en tratar su paranoia con su obra.
CONSTEI.ACION FAMILIAR DE UN PARANOICO DE GENIO
El
genio en cuestión es Jean.Jacques Rousseau, según lo calificaba Jacques Lacan en 1932. ¿Quién lo rodea en sus primeros años? S u padre y su tía, Suzanne Rousseau, pues su madre, que (amblen se llamaba S u?.anne Rousseau, murió en el parto. La evidencia de los hechos llevó a concluir que a Rousseau le faltó madre. Correcto. pero ¿es verdad? Al empe7.ar a escribir s us Corifesiones. avejentado y perseguido, Rousseau proclama: Le costé la vida a mi madre, y mi nacimiento fue el primero de mis infortunios· .I ¿AutoriZa esta ?.posición sintácUca a establecer un lazo de causalidad. como lo hicieron muchos comentadores y en especial René Laforgue? Entonces habrá que encontrar otro lazo entre esa primera ausencia de una madre - supues· tamente traumática- y el desarrollo ulterior del delirio paranoico. que está hablando de una ausencia muy diferente. la de la forclusión del Nombt·e-del-Padre. ¿Qué responde sobre este punto el texto m ismo de Rousseau? El autor traza el cuadro de una infancia sin conllictos, idilic-.a e idealizada. que sólo trastabilla ante los aprendiZajes educativos y sociales, más tardíos: ~Ni los hljos de los reyes podrían ser cuidados con tanto celo como lo fui yo durante mis primeros años, idolatrado por cuantos me rodeaban y siempre. lo que es mucho más raro, tratado corno h ijo querido. pero nunca como hijo mimado. 1... ) Mi padre, mi tía. mi ama. mis parientes, nuestros amigos, nuestros vecinos, en fin, todos los que me rodeaban, no me obedecían en verdad. pero me querían. y yo también los queriaw.2 Sin duda. este niño-rey no es para psicologizar. pues aquel que escribía: "Odio a los grandes", anuncia aqui al mundo qu e no es ne-
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cesarlo ser grande para tener una Infancia de hombre. Sin embargo. subsiste el testimonio de la felicidad. por más nota de ideall7..aci6n que se le sume. No se trata de la memoria de las desgarraduras y renunciamientos subjetivos propia del neurótico, sino, por el contrario, de una memoria donde sólo se han depositado las imágenes del pacifico contento de la primera infancia. De sus progenitores, de sus primeros años, Rousseau no se queja nunca, y si en este conle.:do familiar quiere hallarse un ind icio que estaría traduciendo a nivel de los fenómenos u na deficiencia de lo simbólico, habrá que proceder a un desciframiento.
¿Cuál es la cronología de los h echos? Hasta los die.z años el pequeno Jean-Jacques se cría con su padre y su tia. En octubre de 1722 su padre debe abandonar preclpltadnmente Ginebra y él pasa a la tutela de su tío Bemard, que lo envía al campo como interno j unlo con su primo. Uega. pues, a Bosscy. a casa del pastor Lambercier. •para que aprendiésemos junto con el latín toda la hojarasca con que acompai'lan su enseiianxa y a la que dan el nombre de educaclón·_3 Tienen lugar aqu i dos episodios cruciales: el de la deliciosa azotaina aplicada por Mlle Lambercier. y el de la injusta corrección infligida por el tío Bemard. Tras pasar dos ruios en Bossey. Jean-Jacques vuelve a Ginebra junto a su lío y s u na. Si algo falta en este contexto. no es precisamente una madre. Rousseau encontró una y de las más cariñosas en la persona de su tía; y s i bien n o fue t:lla su progenitora, es verdad que nació casi moribundo y que debe su vida a sus cuidados - él lo cree al menos así- . Pocas cosas sabemos de esla tia, pem entre ellas:
Constelación familiar de un paranoico de genio
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Al rememorar la dicha de los años ulteriores con Mme de Warcns, Rousseau reproducirá las mismas construcciones: ~Me paseaba y era feliz. veía a mamá y era fetiz·. etcétera. S Nada autortza a dudar de que en este rostro de su tia. de tranquila y satisfecha devoción, Rousseau no encontrara a la "'madre suficientemente buena· cara a Winnicott que, con su presencia Incondicional, sostiene las primeras satisfacciones narcisistas del niño. Mlle Lambercier, que sucede a esta tía, lleva también las inBlgnias maternas pero, encargada de velar por los aprendizajes, nilade a las del amor, las de la exigencia educativa: ·As¡ como Mlle Lambercier nos profesaba el cariño de una madre. tenia también su autoridad·;6 y además "yo la quena como a una madre y tal vez más".?
De haber aquí una carencia no sería la de la madre sino más bien la del hombre que les falta a estas dos mujeres. entregadas por entero a los cuidados del niño. En cualquier caso. lo cierlo es que ambas son solteras y que ambas viven bajo el techo de su hermano. Son madres -adoptivas- y hermanas, no esposas. Ahora bien, ya en las primeras páginas de Las confestones hallamos un rastro claIisimo del hecho de que, para Rousseau, la pareja hermano-hermana recubre a la pareja matrtmonial. También se prestaba a ello la coyuntura famlllar, puesto que el tío Bernard, hermano de lamadre, se casó con la señorita Rousseau, hermana del padre. "Mi tío era también el marido de mi ua·,s dice Rousseau, y al evocar el matrimonio de las dos hermanas con los dos hermanos forja una extraña fábula: *Gabriel Bernard, hermano de mi madre. se enamoró de una de las hermanas de mi padre; pero ésta no consintió en casarse con el joven más que a condición de que su hermana se casase con mi padre. El amor arregló todo y las dos bodas se celebraron el mismo día. -s De haber sido esto así, el casamiento de sus padres habría respondido a una solidaridad fraterna. Pero es tan sólo una invención, c.ontraria a Jos hechos por lo menos en un punto, pues la boda del Ho se celebró cinco años antes que la de los padres de Rousseau. En el mismo sentido, cómo no mencionar la larga cohabitación con 'lbérese, a quien Rousseau desposó muy tardíamente; siempre la llamó ·ua·, y en algún caso la hizo pasar por su hermana Otros tantos estigmas de la perpetuación del modelo femenino que elide la
categoría de la esposa, en provecho de un ideal de abnegación asexuada. Opuestamente, el retrato de Isaac Rousseau. padre de Jean..Jacques, parece absolutizar la dimensión del amor conyugal. Las pri-
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meras lineas que Rousseau consagra al recuerdo de su padre lo colocan bajo el signo de un duelo interminable: "No he sabido cómo pudo mi padre soportar esta pérdida. pero sé que no logró consolarse nunca. (... ) ¡Ayl -decia, glmlendo-. Devuélvemela, consuélame de ella, llena el vacio que ha dejado en mi alma".9 ¿Son palabras que puede pronunciar un viudo más de cinco años después (ya que Rousseau data este recuerdo de cuando él tenia esa edad)? No persigamos aqtú una improbable exactitud. Los hechos nos dicen solamente que Isaac Rousseau no puso tanto ardor en el goce de la presencia de su mujer: casado con Suzanne Bernard el 2 de junto de 1704·, no pasa un año para que decida partir hacia ConstanUnopla, a finales de junio de 1705, aunque en marzo le haya nacido un primer hijo. Pasan seis anos hasta su regreso, que se produce en noviembre de 1711 y, tras el tiempo de una gestación, pierde a su mujer a principios de julio del año siguiente. Pero Rousseau construye la Imagen de un padre Inconsolable, atribuyéndole un discurso en el cual se lo convoca a él mismo, en forma ambivalente, al lugar vacante de su madre. René Laforgue encuentra en esta coyuntura la razón del Mcarácter afeminado" que el propio Rousseau se reconoce, y de la culpabilidad que le supone. Hay una sola cosa segura: la mujer del padre falta, y todo el problema es saber a titulo de qué. No sólo la lógica lleva a concluir, partiendo de aquel "cons uélame de ella", que Rousseau es llamado a un lugar femlnlzante. Seria Igualmente posible leer aqui la confesión de que la mujer ocupaba el lugar del hijo. Pero en realidad no se trata de una formulación del deseo, que baria pensar en un lugar sexuado; se trata mé.s bien de una demanda de colmar la falta en ser; dicho de otra manera: de una Uamada del amor, que elide precisamente la dlmenslón sexuada del objeto. Por otra parte. no sólo los hechos -que Rousseau no Ignorabamuestran a un hombre poco apremiado por compartir la vida con su mujer, s ino que el discurso que evoca a esta últlma la Idealiza demasiado para tornar presente la dimensión propiamente sexuada del deseo. Para Rousseau, la pareja original de sus padres está colocada ciertamente bajo el s igno del amor, pero de un amor que habla la misma lengua que el amor parental o que el amor fraterno. ¿Qué padre fue este Isaac Rousseau? Su recuerdo enternece al hijo, pero los rasgos que ~ste d estaca son los del desfallecimiento, y por parUda doble: por su negligencia y brutalidad respecto del hijo mayor, al que dejó solo con su madre a poco de nacer. y a quien Rousseau recuerda haber tenido que cubrir con su cuerpo para protegerlo de los golpes. pero tambltn por
ConstelacU>nfami!iar de un paranoico de genio
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fltl camaraderla enteramente paritaria con Jean.Jacques. Recorclando las noches pasadas en la lectura de novelas, cuando no tenia más de seis años. consigna: MNo podíamos dejarlo hasta que no llegábamos al final delllbro. A veces mi padre, al olr el canto ma tutino de las golondrinas, decia todo avergonzado: 'Vamos a dormir; soy más niño que tú'", lO Este personaje excesivamente sentimental distaba mucho, sin duda, de las figuras de aquellos grandes hombres ilustres que Housseau, ex.."\ltado. descubrió muy pronto en Plutarco. Por lo delll<'ls. a ral7. de una quere1la, y con la coartada de defender su honor, no tardatia en abandonar definitivamente no sólo su vida y s u ho· ~-:ar. sino tambl ~ n ... a su hijo. Es explicable que, buscando sus mo·
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que lo caracterizaron, más bien habrá h echo manifiesto el desmerecimiento de s u p ersonaje con respecto a su nombre de padre. NOTAS El volumen citado es el tomo 1 de las CEuvres completes de Rousscau, Gallimard, colecclón La Pléiade. [La traducción castellana tomada como referencia es: Rnusseau, Lo.s COI\fesiones, Madrid, EDAF, 1980. {N.T.)) L Pág. 7. 2. Pág. 10. 3. Pág. 12. 4. Pág. 11. 5. Pág. 225. 6. Pág. 15. 7. Pág. 22. B. Pág. 6.
9. Pág. 7. 10. Pág. 8. ll. Pág. 9.
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s mi culpa, es mi grandislma culpa·. dice el pecador de la oración cristiana, golpeándose el pecho. Pero, ¿por qué redobla su primera confesión? ¿Por qué redobla retóricamente el ·es mi culpa" con un "es mi grandísima culpa·? Siempre tuve la sensación de que cargaba las tintas y de que su contrición mostraba un excesivo énfasis para no tener algo de una conjuracion. En efecto, sl no fuera culpa suya, entonces de quién sería sino del Otro_ Asi pues, culpable o perseguido. ¿Hay que elegir? Se percibe de inmediato que la culpabilidad es un sentimiento de alcance epistémico: el ·es mi culpa· implica una hipótesis sobre la causa. La culpabilidad es lo que sucede cuando la causa adopta la forma de la culpa, ¿Causa de qué? Todo parte de una Interrogación sobre el origen de la desgracia, del sufrimiento. La desgracia se impone como real desde el momento en que el dolor no tiene sentido. Y si se toma la desgracia como un efecto, adopta el nombre de mal. y la causa adopta entonces el de culpa. • Es una manera de dar senUdo a La desgracia, la manera más corriente, en todo caso la manera que encontró la religión. Obsérvese -y esto no se señala tantoque se da también sentido a la felicidad . Cuando todo va bien. cuando no hay problemas, el nombre que se da a la causa de la felicidad es el mérito. No se dice "es ml culpa", sino ·gracias a mí·. Asi pues, la búsqueda del culpable es una de las formas mayores del pensamiento causalista. El sentinúento de culpabiUdad es una • En francésfaute remite a falta y culpa. (N. de T.)
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res puesta que consiste en hacerse cargo de la culpa. No es la única respuesta posible, y la clínica lo pone en evidencia. Hay otra: la persecución. Esta plantea un · a causa del Otro·, del Otro malvado y hasta ·supremamente malvado", s i se trata del Dios de Sade; del Otro que quiere m1 mal. Es decir que la persecución s upone un Otro que existe, ella hace existir al Otro. Introduzco aquí, pues, una gran oposición, muy simple, entre el culpable por un lado, más exactamente aquel que tiene el sentimiento de culpabilidad - y se trata en general del neurótico- y, por el otro, el paranoico, que no es culpable sino perseguido. Y precisamente porque la culpabilidad neurótica se opone a la persecución paranoica, los problemas que planteamos en cuanto a estas dos estructuras se invierten. Con el neurótico, el problema son los fenómenos persecutorios, los accesos para noldes -deCimos-. ¿De qué modo llega este neurótico a escapar por momentos de su culpabilidad, median te la pers ecución? Para el para noico, por el contrario, la cuestión es exactamente invers a: cómo puede el inocente paranoico - aquel que Jean-Jacques Rousseau estigmatizó con una expresión incomparablemente acertada: -el inocente perseguido·-. ¿cómo puede "el Inocente perseguido·. en ciertos casos , manlfestar en la experiencia fenómenos que se presentan como culpabilidad? En cualquier caso, está probado que el sentimiento de culpabilidad existe. La experiencia del discurs o a nalítico n os conduce, según Freud y Laca n, a creer en el pecado onginal. Pues la culpabilidad no es un hecho contingente y limitado. Evocare a mi vez ll".s paradojas del sentimiento de culpabllldad. En primer lugar. es un hecho que el sentimiento de culpabilidad va m ucho m ás allá de la responsabilidad factual. El surgimiento de una desgracia, la muerte de un niño rival, la desaparición de un progenitor amado, la enfermedad del sujeto mismo son otros tantos fenómenos de los que no puede responsabilizarse a este sujeto y de los que sin embargo, llegado el caso, se sentirá culpable. Freud atribuye este fenómeno de desfasaje al pensamiento, al anhelo del sujeto. Punto de encuentro con la tesis cris tiana: us ted es culpable no sólo de sus actos sino también de s us pensamientos secretos. La segunda paradoja del s entimiento de culpabilidad es el hiato patente que la experiencia indica en tre los actos co.lpab les y el s entimiento de culpabilidad . Ya se ha apuntado que los verdugos en general no se siente n culpables, lo son. Se trata justamente de un rasgo clínico definitorio: jamás obtendrá u sted el arrepentimiento de un verdadero verdugo. El inocente, en cambio -hay un doble s entido en la palabra Inocente-, el inocente, por lo menos en el sentido de aquel que no cometió el a cto culpable, se siente culpable
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y. paradójicamente, se hace reproches injustificados. Esto sucede especialmente con el obsesivo y también con el melancólico, en quien estos reproches llegan incluso al delirio. En tercer Jugar, la culpabilidad es impotente. No entraña garantla alguna de que el sujeto hará frente a sus responsabilidades. de que cumplirá con su deber, como se dice. ¡Hasta sucede lo contrario! ~Se siente culpable -dijo una vez Lacan en una de sus presenlaclones de enfermos-, señal de que está listo para lavarse las manos realmente. Al fin, cuarta y última paradoja: la culpabilidad empuja al crimen. Freud lo descubrió muy pronto: hay delitos cuya finalidad es el castigo efectívo. que procura un alivio en el sentimiento inmotivado de culpabilidad. Para concluir con estas paradojas haré algunas precisiones sobre el estatuto del sentimiento de culpabilidad. Es el único que F'reud consiente en llamar inconsciente. SI la angustia es para Lacan el único sentimiento que no engai'la, la culpabilidad es el único sentimiento inconsciente, para Freud. Lo cual -hay que decirlo- es impensable. Aquí necesitamos hacer un distingo -me parece- entre los sentimientos de culpabilidad que se experimentan o enuncian y aquellos que no. Tenemos por un lado la clínica de los auton·eproches, de los escrúpulos y. digamos. en forma más amplia, del malestar culpable del sujeto, en la neurosis obsesiva y en la melancolía esencialmente. Y luego, del otro lado, algo diferente que no es una culpabilidad ·vívida" sino una culpabilidad deducida, deducida precisamen~e de las conductas de fracaso. Todo se presenta -y Freud lo notó muy pronto- como si determinado sujeto buscara fracasar; de ahí su noción de una necesidad de castigo, que él refiere a un sentimiento inconsciente de culpabilidad. Por otra parte, ésta es la puerta por la que Lacan entró en el psicoanálisis. con su caso Airnée y su paranoia de autocastigo. En realidad, estos últimos fenómenos atestíguan sólo Jo siguiente: que el sujeto no quiere sólo su bien, sino que hay un goce más allá del principio de placer que lo cautiva mas allá de sus intenciones. En cuanto a la culpabilidad propiamente dicha, no es tanto un sentimiento como una posición del sujeto que acepta considerarse responsable de lo que le sucede. Es la condición misma del psicoanálisis. En lo que a mí respecta, me inclinaré a diferenciar estos fenómenos de la problemática de la culpabilidad. por cuanto esa supuesta culpabilidad, que no se siente ni se enuncia pero que resulta lógicamente necesaria para explicar Jo que le ocurre al sujeto, está exactamente en el lugar del postulado, es decir, en el Jugar del fantasma; y no es del todo lo mismo. me parece. R
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¿De qué es uno culpable? Tenemos dos mitos que nos dJcen que el mal engendró la desgracia. El de la manzana maldita del saber, que habria tentado a Adán; el saber era lo único que faltaba en el Paraiso Terrenal, donde además no babia otra cosa que goce. Y luego el de Edipo, menos cretfni.zante, dice Lacan, y que sitúa la culpabilidad en la conjunción de la madre con el parricidio. Ambos ligan la culpabilidad con la transgresión de un límite del goce. La culpa es una culpa de goce, dejándole a la expresión su amblgl1edad. A mi juicio, todos los textos de Lacan sobre la culpabilidad conciernen a esta frontera entre el goce y su limitación: el goce que cargamos en la cuenta de lo real, y el límite, que cargamos en la cuenta de lo simbólico. Concretamente, ¿cuál es esta culpa del goce? En primer lugar, hay culpa porque hay un defecto de goce: Lacan dice que hay. al comienzo, falla en gozar. Es esto también Jo que Freud procuraba establecer y limitar con su idea de un objeto ortginalmente perdido, de una prtmera experiencia de satisfacción, inigualable, cuya nostalgia se despierta necesartamente con toda situación de goce. Pero el defecto de goce es también s u inapropiación. El goce que no falta, aquel que se e.'Cpertmenta a pesar de todo, ·e s inapropiado para la relación sexual. En este sentido es fallida. no alcanza para constituir relación, es aquel •que no se debería", dice Lacan. Esle doble defecto. falta e tnapropiación del goce, funda el imperativo del superyó, que ordena ferozmente lo imposible: -goza". Se lo puede entender ya sea como un lmperativo de gozar un goce total - primer imposible-, ya sea como el imperativo de gozar del Otro sexo -segundo Imposible- . puesto que en la relación sexual el goce fálico hace que nunca se goce del Otro, aun abrazando su cuerpo. Por último, hay defecto de goce por su exceso y por su atopia en el síntoma, sea neurótico o psicótico. Vuel\ro al culpable. ¿De quién es la culpa? En "Subversión del s ujeto... ", Lacan pone en serie tres cu lpables de Jos cuales uno solo es el correcto. ¿Es culpa de la "mala organización de la sociedad", como creen los imbéciles? No. ¿Entonces es culpa del Otro? ¿Del Otro de lo simbólico y de s u incidencia sobre el ser viviente, que hace del hombre un animal enfermo? Sería culpa de él. del Otro, si existiera. Dicho de otro modo, falto de existencia, el Otro no puede responder del mal que él introduce en el campo d el hablanteser, y desde ese momento ya no queda otra cosa -dice Lacan - que adjudicar la culpa a "yo" {je/. ayo· designa, del sujeto, su existencia de ser viviente, tanto como su ser sexuado. He aquí disociados, pues, la causa -simbóllca- y la culpabilidad que corresponde al ser viviente
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hecho sujeto. el único que queda pa ra llevar la ·carga· -en el doble sentido del término- del goce. No extraña entonces que tengamos una clínica diferencial de la culpabilidad. dado que la culpabilidad se s itúa en la articulación del sujeto y el goce. Ahora bien, neurosis y psicosis se diferencian en cuanto a la posición respecto del goce, como efecto de las posiciones d iferenciadas de los s ujetos neurótico y psicótico respecto del Otro. Opongo aqut dos polos extremos: el paranoico inocente y el melancólico culpable. El paranoico se siente víctima. no se s iente culpable. Perseguido, afirma en todos los tonos su inocencia, y acusa. Tenemos al Schreber del buen derecho. que denuncia el desorden de Dios: tenemos -otro ejemplo que me es caro- a Jean-Jacques Rousseau; el M tnocente perseguido·. Es un sujeto habitado por la convicción de su bondad. No cesa de afirmar, como en una canUlena, su ·natural amante y tierno·. y se postula como ·e1 mejor de los hombres·. Veamos dos momentos cruciales para aprehender esta posición de inocencia. En el prim ero ha cometido una falta real, probada, que él reconoce como tal: ha dejado a sus hijos en la asistencia pública. Sin embargo comienza a escribir el Emilio y a dar lecc iones de educacien. Entonces. respetando la lógica, descubre la contradicción y la somete a un trabajo de pensamiento que acaba demostrando su inocencia a pesar de las apariencias. En una página sobrecogedora. desborda nte de entusiasmo retórico, explica que dado quién era la madre de sus hijos, él mismo se e stremece ante la idea de haiber podido pensar s implemente en no abandonarlos. y que al hacerlo entendía cumplir con s u deber de verdadero padre y de ciudadano. Otro pasaje hace jugar una dialéctica diferente: MHe cometido un error -dice-, pero no una faltaM. Simple matiz entonces... Tiene que reconocer que se ha equivocado en los medios. que debió arreglárselas de otra manera para sustraer los niños a su madre, pero fue sólo u n error de j uicio. no de voluntad. ¡Y protesta. indignado, que habiendo confesado este error. encima se lo reprochan! Es ·muy curioso, debemos decir. Un te rcer pasaje situado al comienzo de Las confesiones relata un segundo m ()mento s umamente ilustrativo: Rousseau cree estar, por primera vez en su vida, frente a una acusación injustificada. Tiene u nos diez u once años, es muy joven. Vxve entonces en casa del pastor Lambercier. Se haJló solo en una habitación en la que la señorita Lambercier había dejado sus peinetas y encuentran una peineta rota. Lo apremian entonces, puesto que había estado s olo en la habitación, a confesar que lo babia hecho él; opone a est'o una
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negativa feroz y se mantiene en una posición de infalibilidad absoluta. Reconoce q ue tiene que haber una causa, que él estaba solo, que tiene que haber sido él, y sJn embargo su certeza es total: él no fue. Rousseau hace de este episodio un momento crucial, el instante de una discontinuidad absoluta. Desde ese día -dice- la naturaleza misma perdió sus chiSpeantes colores y los adultos, el respeto y el amor que él les profesaba. etcétera. En estos dos episodios se ve operar. expresado en forma admirable, exactamente lo que Freud llama el Unglauben del paranoico. Es decir que el paranoico no cree, en cierto modo, en los reproch es que a él apuntarían; no cree en la cosa que lo habita. En algún otro caso este Unglauben puede hallarse en la propia base del despliegue de un delirio de posesión : el sujeto cometía actos delictivos y lo sabia. pero argumentaba lo siguiente: -yo no puedo ser porque soy bueno, entonces necesariamente estoy poseído". Lacan relaCiona este Unglauben freudiano con la forcluslón. Este rechazo de la culpabilidad es la negativa a admitir en lo simbólico a los signillcantes que constituirían la huella de la Implicación del s ujeto: negativa a responder de ellos. En cuanto a Rousseau, no cabe duda de que las circunstancias de su naclmlento lo predispusieron . En su 'erección de viviente• él fue para el Otro paterno la causa real, y asi explicitada, de la muerte de su madre. Cabe suponer que el sinsenHdo de esta responsabilidad. anterior al advenimiento del sujeto, contribuyó a asentar una posición de protesta y un sentimiento tan vivo de la injusticia. Pero a causa de esto la culpabilidad forclulda le vuelve desde afuera, en la forma de los reproches que supuestamente los otros le dirigen. Culmina en la idea de un complot que le hace mal visto por toda su época y que apunta nada menos que a ens uciar su memoria. Y esto, ¿de qu~ modo? Haciendo creer que es "un malvado• - son s us ténnfnos- , éL el bueno. el estupendo Rousseau. Si ponemos cara a cara al sujeto y al Otro, la partición es clarísima: en el delirio, el Otro acusa al sujeto supuestamente inocente. La posición real de és te es, por lo tanto, la del acusador del Olro, supuestamente malo. En Rousseau. esta posición se afirma mucho antes del delirio y ;en una forma concreta: la denuncia de las cost umbres corruptas de su época. Así como Schreber denuncia el goce de su Dios que atenta contra el orden del universo, Rousseau denuncia los modos de goce de su tiempo. y uno de los nombres que da a este goce corrompido es, como ustedes saben, la ciencia y las artes. La naturaleza. la buena naturaleza orig'mal, de la que él se hace mensajero y garante, es otra versión del orden u niversal schrel.Jeriano.
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La inocencia paranoica es correlativa al hecho de que la paranoia Identifica al goce en el lugar del Otro. según la fórmula que dio Lacan en 1965. Identificar al goce en el lugar del Otro quiere decir, a !11 vez. locali.zarlo en este lugar y nombrarlo, decir lo que ese goce es. Y tanto en Schreber como en Rousseau existe cabalmente este Intento de designar el goce del Otro. En Rousseau se llama corrupción de las costumbres, a la que él opone su inocencia y. Jo que es más, su redención propia. Legislador, apóstol novelesco de la vir· lud, predicador de educación, pretende llevarla de nuevo a lo que él denomina Mplaceres inocentes·. Como Schreber, quiere hacer entrar al goce en un orden que no sea el orden corrompido del Otro. Yo dirta que se trata de una denuncia del goce injustificado del Otro y de una tentativa de hacer justificable el goce, según la naturaleza Mientras que el neurótico quiere justificar su existencia, nuestro sujeto paranoico, Schreber o Rousseau, busca más bien justificar el goce. El melancólico es aparentemente todo lo contrario de un paranoico. A la postulación de inocencia de éste él opone su postulación de culpabilidad. Mientras que el paranoico arroja la culpa sobre el Otro, el melancólico se la apropia toda. Ambos absolutizan un extremo de lo que en la neurosis se dialectiza y se mixtura: reivindicación y culpabilidad. Pero el postulado de la culpabilidad, que se traduce en fenómenos de autorreproche -autodifamación, dice Lacan- no es toda la melancolía. Es su vertiente de delirto. Pero Jo prioritario en la melancolía es lo que una clínica degradada tilda -utilizando un término comodín- de depresión. Se trata en rigor de inhibición vital -anorexia. insomnio, abulia. indiferencia- y convicción poderosa y dolorosa de pérdida. De una pérdida esencial e irremediable, siempre susceptible de actualizarse en las múltiples pérdidas que la vida impone a cada cual. Se ha indagado mucho en la naturaleza y en el objeto de esta pérdida. El propio Freud lo explora a lo largo de toda su obra. y dice, sucesivamente: pérdida de libido, pérdida de objeto, pérdida de autoestima. pérdida de la pulsión vitaL En cualquier caso, estos fenómenos deben ser distinguidos de las elaboraciones delirantes. a las que ellos mas bien motivan, y bien podemos suponer. según la via indicada por Lacan en Teleuisión, que se trata de fenómenos de retomo en lo reaL No, ciertamente. del retorno en lo real del automatismo mental. No la "respuesta de lo percibido· que dan las voces del alucinado. Eso no vuelve por el Otro. sino sobre el sitio mismo del sujeto, y tal vez es lo que nos impide leerlo. Si la tristeza neurótica tiene su motivo en el Mno querer saber nada· del inconsciente, podemo5 entender que el "rechazo del inconsciente• de la psicosis. que es algo por comple-
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to distinto, tenga efectos así llamados "de humor'". De hecho, se trata más bien de ese trastorno "en la articulación más íntima del sentimiento de la vida" que Lacan revelaba en el caso Schreber, pues el rechazo del inconsciente descubre, por decirlo así, la incidencia mortificante del lenguaje. Es ésta, me parece, la que se impone aqul en lo real a través de fenómenos que van de la inhibición vital del melancólico a la excitación maniaca. que perturba la homeostasis del organismo. La postulación de culpa que llega hasta el delirto de indignidad es ya una elaboración de estos fenómenos primarios de la enfermedad. Esa postulación es la que aquí me interesa. Por otra parte, ha· bria que detenerse en sus diversas manifestaciones y distinguir, por ejemplo, el delirio de pequeñez del delirio de Infamia. El primero, desplegando toda la paleta de la falta-en-tener y de la falta-en-valer, supone siempre la medida de los significantes ideales del Otro. El segundo importa un reproche más radical, no sometido a los valores del Otro, y que apunta a otra cosa: al corazón mismo, invisible e inevaluable, de Mla Cosa", das Dlng. Para sorpresa de Freud, el melancólico es el que se reconoce como infame. Pero único. El es excepción, pero en la indignidad. Lo paradójico, desde luego, es que esta hiperculpabilldad de principio exime de hecho al melancólico de todos sus deberes. Pero, ¿cómo definir un deber que no esté dictado por el Otro? El psicoanálisis, en efecto, se jacta de no ser ni una religión ni una moral y de no pertenecer a la dirección de conciencia. Se trata, pues, de saber si es posible defmir un deber que no se confunda con las normas del Otro. Nos inclinamos a pensar que los deberes se definen en relación con lo que yo llamaría las tres '"I" del Otro: lo interdicto o prohibido, lo ideal y lo imperativo. Lo prohibido que limita, lo ideal que prescribe las formas, las buenas formas del goce, y lo imperativo que obliga. Pero el psicoanálisis, en lo que le compete, defme un deber sin Otro, pues ahí donde el Otro no responde. esto es, sobre el goce, sólo el sujeto puede responder, y a él le incumbe la carga del goce. Asl pues, ¿de ese goce cuya falta hace al Otro inconsistente, ten.: go yo la carga? Sí, sin duda, dice Lacan en '"Subversión del sujeto y dialéctica del deseo...~ Ahora bien, si la forclusión implica el rechazo de la regulación fálica y de la castración de goce que ella implica, se plantea la cuestión de lo que el sujeto pslcótlco hace con el goce asi liberado, sobre el cual el Otro no ha tenido influjo. El paranoico inocente es el que se niega a responder de él y lo elabora como persecución por imputación al Otro. Rousseau lo ilustra brillantemente. pero demuestra asimismo no ser un paranoico
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como los demás, pues con su rebeldía a someterse a la Ley del Otro aupo también, en su obra y en su vida, dibujar nuevas figuras de Jtoce. Sus ideales de virtud y de vida campestre, sus placeres de pafJcante solitario supieron infiltrar el gusto de su tlempo. El paranoi(',o Rousseau rehúsa, ciertamente, la rectificación subjetiva que el otro busca imponerle haciéndolo entrar en el rango de la barra fálica, pero él lo compensa, y en forma brillante, logrando rectificar las posiciones de goce de su época. Hasta el punto de que, al fm y al cabo, aún hoy llevamos sus marcas. ¿Qué sucede con el melancólico? Su posición en cuanto tal es la opuesta y va mas bien a contrario de la elaboración sublimatoria. El delirio de indignidad en sí mismo, que es todo lo que resta de elaboración simbólica en la melancolía, se propone en la fijeza coagulada de la conciencia culpable, cuya inercia contrasta con el dinamismo interpretativo del delirio paranoico. Si el estupor petrificado y la inhibición silenciosa identifican al melancólico con lo inanimado, si el pasaje al acto suicida lo realiza como desecho del lenguaje, la culpa de existir que lo agobia le proporciona esa figura ambigua del ajusticiado en la que el dolor se reúne con el goce. De ahí esa paradoja de una culpabilidad de tal modo absoluta que sólo causando estragos llega a confundlrse con la culpa misma que ella designa, la del goce. Termtnaré ref&riéndome al neurótico. Este oscila de la culpabilidad a la reivindicación. En la transferencia apela al Otro, al sujeto supuesto saber cómo regular el goce, cómo hacer entrar el goce anómalo del síntoma en el gran vientre del Otro. Sobre esto recae la demanda de análisis: que la culpa del síntoma, la culpa contra las tres ·r· del Otro. el sujeto supuesto saber la reabsorba en lo simbólico. En parte lo logra y esto es un progreso para el neurótico, un progreso que justamente afloja sobre él la tenaza del sentimiento de culpabilidad. Pe.ro hay un limite: lo simbólico no llega a hacerse cargo de todo el goce. Queda algo, y de ahí los fenómenos de reacción terapéutica negativa en los que el sujeto cede bajo la carga, o de reivindicación furiosa con la que se quita de encima la culpa. echándola sobre el Otro. De este modo, aunque el psicoanálisis logre un impacto sobre la culpabilidad, no es seguro que consiga, en todos los casos, que el neurótico se decida a "cumplir con s u deberw.
JEAN~JACQUES
ROUSSEAU Y LAS MUJERES
Había anunciado como título el caso Jean..Jacques Rousseau. Esto es exactamente lo que J.-J. Rousseau queria: que lo trataran como un caso; pero como un caso único. capaz de instruir a la posteridad sobre el hombre que fue, y a través de él, sobre el hombre en general. Una pequeña nota de apertura a Las confesiones dice: MHe aqul el único retrato que existe, y que probablemente existirá jamás, de un hombre pintado fielmente del natural y en toda su veracidad·. Y el primer párrafo: aEmprendo una obra de la que no hubo jamás ejemplo y cuya realización no tendrá imitadores. Quiero mostrar a mis semejantes a un hombre en toda la verdad de la naturaleza, y ese hombre seré yo. Yo. sólo yo. Comprendo mis sentimientos y conozco a los hombres·. etcétera Por menos experiencia clínica que se tenga, se habrá reconocido el matiz típicamente paranoico del tono. "Paranoico de genio", dice Lacan al final de su tesis sobre el caso Aimée; en efecto, y además incomparable y monumental, pero sin embargo paranoico. No tenemos ninguna razón para pensar. como postulaba Michel Foucault, que obra y locura se excluyen. La experiencia indica más b ien lo contrario y. al fin y al cabo. opuestamente a las apariencias, esta posición es harto segregativa con la psicosis. Yo formulo una pregunta al caso J.-J. Rousseau para que, conforme él lo anhelaba. nos instruyamos con su ejemplo. Yo interrogo a Rousseau el enamorado. La pregunta se impone a causa de nuestra tesis sobre la forclusión. Se trata de los efectos de ésta sobre el acceso del sujeto psicó-
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tico al otro sexo. Hay aquí un problema que a todas luces desborda el caso J.-J. Rousseau. La cuestión se introduce inevitablemente, lógicamente. desde el momento en que por una parte reconocemos en la castración , en lo que en determinado momento llamó Lacan su asunción, aqu ello que -regula el deseo s exual, en lo normal y en lo patológico· . y en que, por la otra, identificamos en la psicosis una forclusión fálica, lo que quiere decir una forclusión de la castración. ¿Qué acceso al otro sexo le deja abierto al sujeto psicótico esta forclusión de la castración? Lacan situó su efecto capital en cuanto a la sexuación. El lo califica de ·sardónico~ y lo nombra: empuje a la mujer. La expresión no está des tinada a decir simplemente de ot ra manera la tesis freudiana sobre la homosexualidad del paranoico; por el contrario, está destinada a corregir la ambigüedad de esta última. La tesis freudiana tiene el merito de insistir sobre la función del padre en la psicosis. Sin emba rgo, no aísla claramente, en el problema de la relación con el sexo, el registro clásicamente llamado de la identificación sexual y el de la elección de objeto. Ahora bien, aunque estén ligados no se confunden, y así lo demuestran los casos de h omosexualidad masculina en los que el sujeto. aunque inscripto en el lado hombre. no elige el objeto femenino. La noción d e empuje a la mujer, en cambio, se sitúa claramente a nivel de la sexuación del s ujeto. Esta implica u n modo de goce - a precisar-. pero deja en suspenso la elección de objeto. Si el paranoico se ve empujado a ser mujer, por no poder inscribirse en la función fálica, esto a ún no nos dice cuáles serán sus objetos y si amará a las mujeres o más bien a los hombres, y a un Indiferentemente a ambos. Se ve empujado a ser mujer, de acu erdo; pero, ¿a ser una mujer horno o h eterosexual? Entonces, aqu el de quien decimos, no que es mujer sino que está empujado a serlo, que está en trance de pasar a serlo, ¿cómo afronta el encuentro de amor, de deseo o de goce con las mujeres? Dicho de otra manera: aquel que está empujado a ser mujer. ¿cómo puede sentirse llamado a tenerlas, en el sentido de poseerlas? Para esta pregunta, apelo a Rousseau. Es evidente que s ólo podrá responderme con su texto, y se plantea el problema de saber cómo tomar este teA1:o de Las confes(ones en lo que h ace a nuestro tema. No basta tomarlo con pinzas, es decir, con prudencia; además hay que saber qué uso se puede hacer de él. Personalmente considero, aunque no lo fundamentaré aquí. que la paranoia de Rousseau estaba desencadenada y activa cuando empezó a escribir sus Confesiones. El texto se divide en libros que presenta n claras diferencias, pero el conjunto a parece escrito
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desde la perspectiva de la persecución y del alegato que a ésta responde. La elaboración justificadora está presente por todas partes y no hemos de confiar en que el relato, ahí donde resuena la verdad paranoica. nos garantice una exactitud biográfica. Ya no hace falta demostrarlo; sabemos por ejemplo que incluso desde Jas primeras páginas, cuando nos habla de su familia, sus padres, el matrimonio de éstos, y de su nacimiento, Rousseau nos presenta una historia casi mítica en la que nada es como él lo cuenta pero que nos pennile reconocer la verdad de su ficción paranoica Si lo abordamos de este modo, no nos será dificil identificar algunos claros índices de un discreto empuje a la mujer. La página 7 del libro I (volumen de La Pléiade)• evoca las relaciones del niño Rousseau con su padre (en cuanto a la madre, saben ustedes que murió en el parto). Dice: ·No he sabido cómo pudo mi padre soportar esta pérdida, pero sé que no logró consolarse nunca. Creia verla en mí, sin poder olvidar que se la babia arrebatado. Cada vez que me abrazaba, yo sentia en sus suspiros y en sus convulsos abrazos que un amargo recuerdo se mezclaba en sus caricias, volviiéndolas más tiernas. Cuando me decia: 'Hablemos de tu madre. Jean.Jacques', yo le respondía: 'Bueno, padre; vamos a llorar', y estas palabras le hacían brotar ya las .lágrtmas. '¡Ay! -decía gimiendo-. Devuélvemela. consuélame de su pérdida, llena el vacio que ha dejado en mi alma. ¿Te amarla yo tanto, por ventura. si no fueses más que h ijo mío?' Cuarenta años después de haberla perdido. murió en los brazos de su segunda mujer, pero con el nombre de la primera en los labios y su imagen en el fondo de su corazón•. Ya en estas primeras lineas se advierte que. frente al Otro barrado, precisamente evocado por la expresión ·el vacío del alma·, Rousseau se siente llamado al lugar del objeto. De modo explícito está él. el niño vivo. en el lugar de una mujer perdida. muerta. Es indudable que esta sustitución puede leerse en doble sentido, asunto que ya traté en otro texto: ¿es el nii'io que se feminiza o la mujer que se desfemfniza? Sin embargo. la certeza de Rousseau está fuera de dudas: el Otro lo quiere objeto. La posición schreberiana es la misma, y ello nos permite concluir.que, con toda probabilidad, también Rousseau había sido ·advertido por la adivinación del inconsciente• de que •por no ser el falo que le falta a la madre. le queda(ba) la solución de ser la mujer que les falta a los hombres·. Pero esto nada nos dice todavía de las pulsiones del sujeto y de su manera de asumirlas. Precisamente es eso lo que vamos a examinar. • La traducción castellana tomada como referencia es: Las COf\(estones. Madrid, EDAF, 1980. [N. de T.]
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Rousseau mismo nunca cesó de afirmar su "carácter afeminado", término con el que designa -parece- su repulsa de las obligaciones y el esfuerzo, su molicie, su inclinación a hacer libremente lo que le place, a su hora, sin reloj, sin imposición procedente del Otro. Lo que detesta por encima de todo es el imperativo, marchar al paso de todos, digamos, como todos los hombres. A esto le llama él ser afeminado. En la página 47 de Las confesiones nos cuenta una anécdota. Tiene 16 años y se encuentra con un hombre que, siendo él protestante. intenta convertirlo al catolicismo. Rousseau dice haber reaccionado como una mujer y lo explica -es bastante divertido-: la cosa consistió en no dectr que si, aunque sin decir que no, dejándolo al otro en la espera y no concediéndole nada. Se comprende que mostrarse categórico no seria femenino, pero que la tenacidad no está, sin embargo, excluida. Rousseau no se contenta con encontrarse disposiciones femeninas: en ellas mismas se reconoce. Se ha interrogado mucho acerca de su ser propio -"Pero yo, separado de ellos y de todo, ¿qué soy?"-, y cuando se reconoce como "él mismoft -expresión que en él tiene mucho peso-, nunca es por el sesgo de las identificaciones heroicas o viriles que lo dieron a conocer al mundo. El ciudadano de Ginebra que exalta las virtudes de la civilidad es un Rousseau del que dirá: '"yo era otro". En cambio, se reconoce. Jo que quiere decir que se asume, en el buen Jean..Jacques que sueña con el amor como una mujer, que vaga distraídamente por el campo, que experimenta goces exquisitos al abandonarse a la naturaleza o que trenza lazos con las mujeres en el umbral. A diferencia de Schreber, Rousseau no aboga jamás por su virilidad. Muy lejos de protestar o luchar contra la femineidad, más bien se asombra de que le tocara adquirir la estatura del Hombre. Lo comenta con un: no era yo. y reconoce aquí el artificio de un enchapado identificatorio tomado en sus lecturas infantiles de la antigua Roma. Rousseau, que afirma ser femenino, también dice haber preferido s iempre la compañia de mujeres. De hecho. quiso a hombres con pasión, a muchos hombres, tuvo grandes amigos y no lo niega, pero siempre declaró que, efectivamente, entre la compañía de un hombre y la compañia de una mujer, hay en la segunda una cierta cosita que no es el amor pero que tiene que ver con el sexo, y que supera los encantos de la amistad. Sin duda, este rasgo es susceptible de interpretaciones diversas, pero de todas formas sabemos que al final de su vida Rousseau adoptó la vestimenta armenia. Llevaba túnica -¡que consideraba más cómodo para los cuidados que requeña su enfermedad de la Vf.'jigal- y se dedicaba como mujer, con las mujeres, a trenzar lazos. En esta época le escribe a una
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mujer y le dice, en sustancia: aquí me tiene, un poco de su sexo, y en él me sien to mejor que en el mío. Podemos avanzar más. Qulslera referirme a un texto ~ue hace poco citó Ala.in Grosricbarcl- que nos permite ir más allá de las dedaraciones expresas de Rousseau y percibir algo de su posición con respecto al reconocimiento de la diferencia de sexos, de lo que son hombres y mujeres sexualmente hablando. El texto se encuentra en eu EmUlo. Rousseau medita entonces sobre cómo debería ser la educación sexual ideal. Le preocupa cómo debería contestar el preceptor a la pregunta ..¿De dónde vienen los niños?". La respuesta nos interesa porque, después de Freud, supimos que esta pregunta encubre otra sobre la diferencia de sexos y de goces. Y veamos lo que dice Rousseau: Conozco la respuesta admirable de u na madre. Su hijo la interrogaba y ella respondió: h ijo mio, las mujeres los mean como piedras en medlo de dolores atroces. ¡Y esta respuesta tan apropiada maravillará a Rousseau! Ahora bien, ¿qué es lo que nosotros sabemos? Si alguien meaba piedras en medlo de dolores ntroces éste era precisamente él, que sufrió toda su vida de la vejiga y que al final no podía orinar sin ayudarse con sondas. CasualmenLe, lo afectado en la enfermedad de Rousseau es la función orgániea destinada a simbolizar la potencia fálica. Agresividad uretral, clccla Freud; alegría fálica, replicaba Lacan. para designar este al~~nce simbólico del acto de Oiinar. Ahora bien. en otro de sus textos Rousseau nos indica que ésta no le fue ajena. En la página 10 de Las confesiones se enternece con su inocencia y su bondad infantiles y, procurando recordar alguna fechoría propia, encuentra sólo una cuya evocación le suscita aún hoy, cincuenta años después, una rtsa incontenible: recuerda haber meado una vez en la olla de una vecina. una buena mujer, vieja y gruñona. Comparando los dos textos. cómo n() inferir que para Rousseau su enfermedad realizaba un fantasma de mujer pariendo y que funcionaba en lo real como mortificación fálica (sin contar esta figuración del niño vivo como equivalente de la piedra inanimada). Este hombre que sitúa a las mujeres casl como sus hermanas, ¿cómo pudo amarlas en tanto hombre? Tres fueron importantes, t res encuentros que modificaron el curso de s u Vida. Hubo algunos otros, claro, y los encontrarán ustedes al paso de Las confesiones, pero sólo tres adoptaron para él el rostro del destino. Tomemos estos encuentros como ocasión para Indagar, en la elección de objeto, el juego respectivo del automaton y de la tyché, la combinación de la repetición de lo mismo y de lo que nos cae encima por azar. Tratemos de leer la forma en que esta
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oferta de lo real que es el azar viene a ponerse en consonancia coJ 1 la insistencia del fantasma. Conocen ustedes la afiiilla.cion de La can en Televisión: la mujer no existe, ·a través de lo cual El hombR: se encuentra con una mujer, con la cual todo sucede, o sea, por lo común, ese malogro en el que consiste el éJdto del acto sexua l~. Pues bien, cuando Rousseau se encuentra con una mujer, todo no sucede. Esas tres mujeres son Mme de Warens, Teresa y, sobre todo, Mme de Houdetot. Con cada una de ellas Rousseau reconoce estar en deuda. No es ya una posición corriente reconocerse en deuda respecto de las mujeres; habitualmente. un hombre está en deuda más bien con '· el padre, así fuese en la denegación. Conoce a Mme de Warens en 1728. El tiene dieciséis años. Este encuentro, dice. ·decidió mi carácter". Aquí está la deuda. Rousseau, tan susceptible en lo referente a su ser propio. siempre p•onlo para forcejear ante la influencia y para sublevarse contra sus abu sos, se presenta a si mismo como la obra -término que reitera en múltiples ocasiones- de Mme de Warens. La segunda es Teresa. Rousseau la conoce en 1745: ya no es tan joven, tiene 32 años. Escribe: •El di.a en que me uní a Teresa determinó mi ser moral." Permanecerá con ella hasta su muerte, y al final de su vida la desposará. Y después, en 1757, viene la tercera, Mme de Houdetot. Es también la primera. pues a ella debe el haber conocido el amor, lo que él con sidera como el amor verdadero y que pasó por su vida. hay que decirlo, como una catástrofe. Duró una estación, primavera-verano; en otoño, el desastre. Pues bien, afortunadamente Rousseau hace un esfueno extraordinario para decirnos qué fueron para él estas tres mujeres. Y aquí se advierte que, con respecto a las mujeres, menos que hacer serie con ellas, busca distinguirlas. No se satisface con contarlas. como sucede generalmente con el hombre; él Intenta unicisarlas, tanto como él mismo querría ser único, y respecto de cada una de ellas se pregunta: ¿qué fue para mí? El encuentro con Mme de Warens acontece en el instante de una mirada. En la obra de Rousseau hay muchas escenas e>..1.ra.ordinarias de intercambio de miradas - con Mme Basile, con la señorita Debray. etcétera-, y buen número de comentadores señalaron la importancia del registro escópico en el lazo que une a Rousseau con s us semejantes. Pero primero yo quisiera poner de relieve, en este primer encuentro, su dimensión narcisista. Renútanse ustedes a las p~ginas 48, 53 y siguientes de l..l:ls corifeslones, y después a las páginas 194 y 197 para lo que atañe al encuentro propiamente sexual.
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Housseau llega a Chambéry. Hay que entender el contexto. Acabn de escapar de Ginebra, pues era incapaz de soportar la posición •ervll que lo esperaba desde que lo pusieron como aprendiz en casa c1e un artesano. Es. por tanto, un joven vagabundo, hambreado y •In recursos. Da con un buen sacerdote que lo envía a una buena cltwota, y Rousseau se dirige a Chambéry con una carta de reco-
mendación. Calcula que se encontrará con una devota dedicada a la caridad. Ahora bien, el joven Jean..Jacques conoce a los devotos y no le gustan: ha tenido tres tías y entre ellas a la tia Suson, que lo crió, a quien dice deberle la vida y por quien conservó siempre un cunor inalterable; en cuanto a las otras dos. a lo único que lo movieron fue a denunciar su santurroneña. Así que ha preparado una Ntrtita bonitamente compuesta, pues sabe que no es hombre de lnbla. Veamos el comienzo del texto: aLlego al fin; veo a Mme de Warens.. Esta época de mi vida decidió mi carácter, y no puedo rellolverme a pasarla a la ligera. Tenía dieciséis añosM, etcétera. Impresiona esta construcción que vira de la imagen apenas entrevista de Mme de Warens, al retrato más bien favorable del mu~~hacho visto por ésta. Sólo en la página siguiente el proyector alt~anza a esta mujer. Sin duda, hay aquí cierta retórica utilizada para ~~rear cierto ·suspenso·. pero también algo más. El fenómeno de espejo es patente. como presto a traducirse en movimiento de cámara. Ella caminaba delante de él, y él la llama: aMme de Warens se vuelve al oír mi voz. ¡Qué sorpresa la mía! Me había figurado a una beata vieja y ceñuda [... j. Vi un rostro lleno de gracia, unos hermosos ojos azules llenos de dulzura. una tez resplandeciente y el contorno de una garganta encantadora. Nada escapó a la rápida mirada del joven prosélito: porque lo fui suyo desde aquel instante·. En el instante de ver, la figura femenina llena de gracias -los ojos, la tez. la garganta- aparece contrapuesta a la máscara de la santurrona. ¿Debemos pensar que Mme de Warens resucitó --elecdón por apuntalamiento- los que fueron atractivos de tía Suson? Leyendo la descripción de ésta en las primeras páginas de Las con· festones, podemos calcularlo. Más allá, los rasgos de identificación narcisista son más legibles aún en toda la continuación del texto. De su nuevo ídolo Rousseau nos dice: ·Abandonó a su marido. a su familia y su país, por una ligereza muy semejante a la mía". Jgual que él, perdió a su madre al nacer y también ella era víctima de los charlatanes a causa de su buen corazón. Por último -caracleñstica muy poco señalada-. tenía un toquecito de virilidad: aNo eran intrigas mujeriles lo que precisaba, sino grandes empresas que foljar y dirigir. j ...) En todo lo que estaba a su alcance, se forjaba siempre un .plan en su mente y todo lo veía en grande", etcétera.
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Se trata, pues, de una elección de objeto compuesta, a la vez narcisista y por apuntalamiento, elección que Inviste a Mme de Warens con el poder tutelar de la mujer protectora. Rousseau dice: ·ne inmediato me consideré como si viviese bajo su dirección·. Desde ese momento la llamará ·mamá·; ella le dirá "pequeño" y más tarde él podrá precisar (pág. 196): ·A fuerza de llamarla Mamá, a fuerza de emplear con ella la familiaridad de un hijo, me acostumbré a considerarme como tal". Rousseau intenta precisar sus sentimientos y dice que no se lrata de deseo sexual. Tampoco es amistad, sino algo ""más voluptuoso y más tierno· que no implica ·ru deseo, ni transporte• y que imagina que no se puede e;"q>erimentar por alguien del mismo sexo. Hay sin embargo una paradoja. y Rousseau se asombra de que un sentimlento tan pacifico y que evoca la tranquilidad del niño junto a su madre, le lleve a cometer toda clase de locuras y extravagancias. corno por ejemplo besar su cama pensando que babia estado acostada sobre ella... A veces, hasta en su présencia, dice. ·se me escapaban unas extravagancias que sólo el más violento amor parecía poder inspirar. Un día. en la mesa. al introducirse ella un bocado, grité que veía en él un cabello. Ella lo suelta, yo me apodero de ese trozo con avidez, y lo trago· . Son. como vemos, toda clase de anumacos. de abra;r.os; ella le mete los dedos en la boca para hacerle tragar unas pociones, para impacientarlo; ríen los dos como locuelos. Suficiente para hacemos ver que la relación no deja de implicar cierto cuerpo a cuerpo, pero un cuerpo a cuerpo que elide la dimensión fálica y que evoca más bien el objeto erótico que un nn1o pequeño puede ser para una "tierna madre". Es notable la posición subjetiva de Rousseau respecto de Mme de Warens: él puede soportarlo todo de ella y en particular lo que en general le es insoportable. Todas las coacciones, todas las exigencias se le aligeran, y él. el rebelde, resulta ser el más sumiso de los hombres. Rousseau lo dice con su precisión habitual: "Yo estaba al servicio de la mejor de las madres·. No tardamos en descubrir. sin embargo, que todo se presenta como si no hiciera falla estar enteramente a s u seiVicio. Este se interrumpe en un punto bien determinado: cuando podría convertirse en ·servicio sexual", en el sentido fálico del término. Uegó no obstante el momento en que Mme de Warens creyó tener que iniciar al joven Rousseau, y consideró adecuado ofrecérsele. no sin habérselo avisado con dos semanas de antelación. Aquí todo cambia. El adora a esta mujer. siente una confianza absoluta en ella. pero no la desea. A lo largo de vat'Ws páginas explica su espanto - teñido de impaciencia-, su repugnancia y temo-
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res: declara cuánto habría querido decir que no y cuánto se percalAba de que no era una respuesta para darle a ninguna mujer, ni 1lc¡utera a ésta. Uegó, pues, el dia fatídico: ·por vez primera me vi en los brazos de una mujer, y de una mujer a la que adoraba. ¿Fui dichoso? No, 86lo gusté el placer. No sé qué invencible tristeza envenenaba su_ L'ncanto. Era como si hubiese cometido un incesto·. Ahora bien, Rousseau no aprendió de Freud el Edipo y esto da rnás valor aún a su declaración, valor de verdad. A partir de entonces las relaciones de Mme de Warens y Rousaeau comenzarán a deteriorarse, y esto mucho antes de que ella le Imponga un rival. Tenemos muchos indicios: Jean~acques enferma vartas veces, viaja muchísimo, va y viene con tanto afán que no forl'.wnos nada si suponemos que la rehúye sin saberlo, y además, en In primera oportunidad, decidirá interrumpir su comercio. Evidentemente no es una oporturúdad cualquiera: dlurante una ausencia de Jean-Jacques. Mme de Warens ha tomado otro amante. Pero debe upun1arse que Rousseau tampoco había sido hasta entonces el único amante de Mme de Warens. Cuando él llegó, ya estaba instalado olro hombre que desempeñaba el papel de amante, un tal Claude Anet Volveré sobre él enseguida, pero ya se advierte que lo que repella a Rousseau no era la situación triangular en sL Sin embargo, le declara que renuncia a su posesión. Cesa, pues, de estar al servicio de la mejor de las madres y no duda de que ella no se lo perdonó nunca y de que el enfriamiento de sus relaciones comenzó ahí. Así pues. con respecto a Mme de Warens, la fórmula seña: todo el serv:ici.o, salvo el serviCio sexuaL La segunda es Teresa, quien, si le creemos, fljó su ~ser morar. Seré rápida, aunque Teresa fuera y siga siendo un enigma para
t.odos. Rousseau, el genial Rousseau. encontró por mujer a una mentecata. una de veras. El mismo la describe: no sólo carece de formación e instrucción, lo cual no seria nada. sino que es incapaz de adquirirlas. Jamás pudo aprender a leer la hora; cosas simplísimas le están absolutamente vedadas, para gran diversión de Rousaeau, quien compone incluso el diccionario de sus disparates. Analfabeta y. lo que es más, un tanto desvergonzada -pues ni siquiera le fue fiel-. ésta es la mujer que eligió el amigo de todos los encic~o pedistas, el hombre que no tardaría en ser el más célebre de Europa. El encuentro se produjo en el instante de una mirada. una vez más (véase pág. 330). La de Rousseau se cruzó con otra "viva y dulce· que, <.lit--e. ~jamás tuvo igual par.::~. Iill~. El conlext.o de este Instante dista de ser superfluo: ella es una simple camarera de hotel,,
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él está cenando con nnos amigos, éstos se burlan de ella con supe rioridad y de inmediato· Jean.Jacques se yergue en su defensa. El rasgo de identificación narcisista está presente desde un inicio, pues no olvidemos que el orgulloso Rousseau también ha servjdo en la mesa de los grandes -escribió sobre esto páginas admira· bles-. situación que muchas veces lo mortificó aunque en ocasiones supiera hacerse notar y respetar a causa de sus conocimientos. Así pues, Rousseau, el humillado, toma la defensa de la simplona objeto de burla. y el idilio comienza. ¿Cómo situar a esta nueva figura en la linea de las mujeres? Con categórica lucidez, Rousseau escribe: ·Necesitaba, para decirlo de una vez, un sucesor de Mamá; puesto que ya no debía vivir con ella. me hacia falta algulen que viviese con su alumno y en quien yo encontrase la sencillez y la docilidad de corazón que ella había encontrado en mí. [...} Encontré en Teresa el suplemento que precisaba·. Teresa será, pues, la suplencia de Mme de Warens, pero en un esquema invertido; y dado que Rousseau era la obra de esta última, intentará -por un tiempo- hacer de Teresa su propia obra. Esto no sale bien, y finalmente ella aparece en el lugar de la madre o del doble: él la llama "tia· , llegado el caso la hace pasar por su hermana y, cuando toma un nombre falso, utiliza el suyo. Pero jura por lo más sagrado que no se trataba ni de amor ni de deseo: "'Qué pensará el lector cuando le diga [... ] que desde el primer momento en que la vi. hasta este dia. nunca sentí por ella la menor chispa de amor, tampoco deseé poseerla más que a Mme de Warens, y las neces idades de Jos sentidos que satisfice a su lado fueron únicamente las del sexo, sin que tuvieran nada propio del individuo·. Tal es, sin duda - con otro vocabulario-, su manera de distinguir entre amor y goce sexual. En resumidas r.uentas. lo que él le habrá demandado y lo que habrá obtenido de eUa es, con toda claridad. la presencia incondicional. Por eso me permití declr una vez que ella ocupaba el lugar del fiel animal doméstico. Lo siguió, en efecto. a todas partes, indefectiblemente. en los tiempos de infortunio y de persecución. Uego ahora a Mme de Houdetol ~Por esta vez, hubo amor. • Para nosotros será ocasión de indagar en lo que permitió elevar a Mme de Houdetot a la posición del objeto, ~el primero y único· . dice Rousseau. Hablaré primero de lo que casl podrta llamar los preliminares del encuentro -como se dice los prellminares de un desencadenamiento- que en mi opinión lo enmarcan y lo condidonan. Es notable cómo avanza aqui el automaton al encuentro de la tyché.
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Housseau se prenda de Mrne de Eplnay en la primavera de 1757. momento su posición subjetiva? Ha hecho su •¡tron revolución·. Habiendo decidido acordar su conducta a sus pttlabras. en una decisión espectacular •que dio que hablar·. Rousteuu ha abandonado los engañosos fastos de la sociedad pervertida runa vivir conforme con la naturaleza. lejos del mundo, en medio tlel campo que siempre amó y donde -cree él- va a reencontrarse a ei mismo, liberado del juego de las apariencias mundanas. Mme de Epinay, su amiga, quiso hacer de hada buena y realizar IIU sueño de una morada solitarta y campestre. Puso a su disposición una casita arreglada para él. Tenemos así a Jean-Jacques en el Hermitage, en pleno campo y atravesando. para su sorpresa, una crisis profunda. Hoy se diria, toscamente. que se deprime. El nos r.xpllca de qué modo las identificaciones heroicas del ciudadano de Ginebra fueron como barrtdas de un soplo no bien se encontró separado de sus interlocutores mundanos: se desvanecieron tan súbitamente como habían aparecido con su primer discurso. Escribe a uno de sus corresponsales: '"Ya no tengo genio·. Al no haber conservado su Inspiración polémica, declara. en unas páginas sumamente doloridas, que se veía alcanzar las puertas de la veJez sin haber vivido, sin haber conocido el amor; él. que se sentía lodo amor. Ya -debemos apuntarlo- zumban en sus oídos ciertos ecos malévolos de sus amigos. Diderot. su mejor compañero, ha esc:rHo: •EJ único que está solo es el malvado•; él se ha sentido aludido y le envía una respuesta plena de sentimiento. inspirada absolutamente en la verba paranoica. ¿Qué sucede entonces? Aún no es el encuentro, primero es la fabulación. Rousseau, solitario y abatido, se abandona a su recurso habitual, la "'benefactora imaglnaciónft. Sueña: M¿Qué hi~e en esta or.asión? Ya lo adivinó el lector. por poco que me baya seguido. La imposibilidad de alcanzar a los seres reales me arrojó en el país de las quimeras, y no viendo nada existente que fuese digno de mi delirio, lo aUmenté en un mundo ideal que mí Imaginación creadora pobló de seres conformes con mi corazón·. ¿Y qué inventa? Ln nueva Eloísa, dirán ustedes. Sí, pero este libro no es otra cosa, a nivel del esquema amoroso. que la invención anticipada de su encuentro con Mme de Houdetot. Digamos, como se dice en geometría: sea una pareJa de amigas, Julia y Clara, dos mujeres virtuosas; sea Volmar, el derechobabiente, y Saínt-Preux, el amante desdichado, privado de ella por su virtud. Este dispositivo sumerge a Rousseau en la enajenación: · En mis continuos éxtasis. me embriagaba a torrentes con los sentimientos más deliciosos que jamás hayan entrado en el corazón de tm hombreft. Tal ec; d aporte del fantasma. No es un ensueño de transgresión; es, por el
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contrario, la instalación de lo que podríamos llamar una estructm.• tantalizante: la mujer amada es protegida por la "virtud" y prolúbt da en razón de los lazos legítimos que la unen a un tercero. ¿Qtw hacer con una mujer prohibida -que no sea sólo pensar en ella sino hablarle. o mejor, escribirle? Hablar de amor es en si un goc"~:. decia lacan en el Seminarto Aun. La nueva Eloísa lo ilustra lnmejo rablemente. Es una novela por cartas donde uno se deleita con la:; privaciones reales en provecho de los placeres del verbo. No se ima glnan el éxito que tuvo lA nueva Eloísa; fue uno de los prtmero:-best·sellers de la literatura amorosa. El efecto de contagio fue in menso y sostenido. Rousseau mantuvo correspondencia durank cerca de quin-ce años con dos desconocidas que le escribían como si fueran encarnaciones de Julia y Clara. y a las que, entrando en el juego, él respondía como Saint-Preux. Hacía falta gozar de este dell· rlo de virtud -que hoy nos parece absolutamente latoso- para consagrarle tanto tiempo y tanta energía. Sea como fuere, el bosquejo del texto estaba terminado cuando la realidad, por una oferta aparecida como al azar, comenzó a responder a la ficción y a superarla rápidamente. Nos encontramos con algo insólito: vemos en qué forma la suerte fheurj de la tyché trabaja para la buena suerte fbon·heurl o felicidad del sujeto. Casi palpamos hasta qué punto "la realidad es el fantasma", desarrollándose éste primero en ensoñación antes de que un objeto venga a deslizarse en su lugar preformado. No hay que olvidar, por supuesto, que todo el relato de Rousseau está orientado por la Intención justificadora que lo anima, pero ello no cambia la estructura descripta. Rousseau babia Imaginado a Clara y a Julia y tendrá a Mme de Epinay, la amiga benefactora, asi como a Mme de Houdetot, su joven cuñada, que tiene un amante oficial, St.-Lambert. Es un conocido de Rousseau, quien además se la envia. El lugar del amante transido tendrá que ser ocupado. Se necesitarán dos Visitas para que Mme de Houdetot se aloje verdaderamente en el marco dlel fantasma diurno de Rousseau. Su amor estalla en toda su amplitud a la segunda, pero creo que la primera tiene su importancia. Entre una y otra podemos intentar descubrir, pues, los rasgos que condicionan este amor. La primera visita -relatada en la página 432- tuvo lugar en enero. Tuvo un airecillo a romanza que Rousseau destaca, al insistir en un rasgo destinado a agradarle: la carroza de Mme de Houdetot se atascó, ella quiso hacer el trayecto a pie, pero ·su lindo calzado se agujereó enseguida· y llegó finalmente ·en botas~. toda embarrada. pero riendo a carcajadas. · Hubo que cambiarla de arri·
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t. abajo"; !eresa la proveyó de todo" y la dama aceptó incluso una 10111cl6n rústica ·que le sentó muy bien·. Ya podemos deducir: por encumbrada que sea , esta dama no comparte la altivez de los eneumbrados, tan odiosa aJ corazón del ciudadano de Ginebra: ha r.onsetvado, como el propio Jean.Jacques. una simplicidad bien Mrcana a la naturaleza. El segundo encuentro. falidlco, es otra cosa Nada de zapatos IJtUJereados, todo lo contrarto: "vino a caballo y vestida de hombre". "Aunque apenas me gustan estas mascaradas. me ganó el aire novelesco de aquélla", dice Rousseau -otra vez el rasgo novelesco-. y ' por es!a vez, hubo amor·. Rousseau nos describe a Mme de Houdelot. su rostro, su aspecto, etcéte.r a... "Vino, la vi; yo estaba ebrio de amor sin objeto: esta embrtaguez fnsclnó mis ojos y este objeto se plasmó en ella; yo vi a mí Julia en Mme de Houdetot. y muy pronto no vi más que a Mme de Houdelol. [•.. )
"Por último. sin que me diese cuenta de ello y sin que ella se diecuenta. me Lnsplró por ella misma todo lo que ella manifestaba por su amante. ¡Ayl Fue demasiado tarde y fue muy cruel arder en una pasión, no menos ardiente que desgraciada, por una mujer cuyo corazón estaba lleno de otro amor.· Hay una cosa segura: se sabe que Mme de Houdetot y Rousseau conversaron mucho, hablaron mucho de amor. pero que él no la poaeyó. Dice: "Estábamos los dos ebrios de amor, pero con objetos diferentes" y. por única vez, ·estuve sublime". Lo estuvo hasta arranc.-arle la confesión de que ella jamás había visto un amante como él; donde el amante se.r ia el que habla, no el que realiza. Se plantea un Interrogante en cuanto a la función de lo que he llamado estructura tantalizante del libreto imaginarlo, así como los rasgos decisivos que - además del de ser la mujer de otro y estar, así, prohibida- permitieron que Mme de Houdetot viniera a alojarse en e:1 fantasma. Precisemos: él advirtió en p.rlmer lugar que Mme de Houdetot compartía su simplicidad: los dos calzaban, pues, el mismo punto, porque no olvidemos que él fue prtmero un ... arrastra-chancletas. En un segundo tiempo él llegó a amar... como ella. SI ella es su hermana en inocencia natural, entonces él es su hermano en materia de contagio amoroso. A esto se agrega la serte: zapatos agujereados. bota de sustitución, atuendo viril que, metonímlcamente. evoca claramente la castración. ¿Qué conclusión sacar? Hay vartas hipótesis posibles; quiero decir, plausibles. Primero se podría pensar que el ensueflo diurno de la mujer prohibida se despllega en sentido inverso al fantasma Inconsciente, IIC
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como defensa, y supondremos entonces tm anhelo oculto de traw; gresión. fomentando la situación del tercero peijudicado que Frew 1 aisló como una de Jas condiciones posibles del deseo masculino. y en la cual una mujer sólo puede ser codiciada a condición de qt w pertenezca a otro, a quien le podrá ser quitada A menos que ~tra hipótesis posible- de la presencia-ausenci;t del rasgo fálico se infiera, en los dos encuentros, o bien que Rou-. seau ama a Mme de Houdetot como hombre, o bien que, amandc1 en espejo con ella, por lo tanto como una mujer;, él deba amar a un hombre; aquí, naturalmente, a St.-Lambert. Se coincidiría entonc.c~; con otra tesis freudiana que considera a la posición homosexual, si no como la causa, al menos como la condición libidlnal de la psicosis. Y existe quizás una tercera vía. Examinemos la primera hipótesis. El fantasma del amante trans ido que renuncia a poseer en provecho de otro ¡pone en escena una siluación de tercero no perjudicado. Es un hecho. El problema es saber si lenemos alguna razón para pensar que se trata de una formación reactiva. o sea de una defensa contra el anhelo inverso. Para responder, examinemos algtmos datos de la biografia de Rousseau. Hubo muchos otros trios en su vida y el primero es sin duda el que constituyeron su padre y sus dos objetos: su mujer muerta y el niño que ésta Je deja. Con Mme de Warens. Rousseau tampoco estuvo a solas. Esto podria sorprendernos pues él mismo insistió siempre en su funcionamiento por todo o nada. en su anhelo de un ser todo para él. sin reparto: si yo no era todo, no era nada, dice. Sin embargo, cuando llega a casa de Mme de Warens. ésta tiene ya un amante, un joven llamado Claude .Anet. Jean-Jacques ocupa la posición de tercero, realizando de hecho la situación del tercero perjudicado, con la salvedad de que éste lo consintió. Claude Anet murió en 1734 y Mme de Wa:rens no ttllldó en retntroduclt a un tercero, un tal Vln.tzenried. Esta vez es Rousseau el que ocupa el lugar del tercero petjudicado -·encontré ocupado mi lugar"- y comprobamos que no sonaba IguaL Mme de Warens Ie asegura que conserva ~ todos sus derechos", pero él ya no los quiere desde el momento en que hay que compartidos. Se lo dice y hace vibrar para el lector sus primeros acentos trágicos: "Me vi solo por vez primera. Fue un momento honíble: los que le sucedieron fueron siempre sombríos. Aún era joven: pero ese dulce sentlmllento de goce que vivifica la juventud me abandonó para s iempre·. SI nos quedáramos con esto tendríamos alg1Ulla probabllldad de mencionar al tercero perjudicado como condición Inconsciente del amor y reinterpretar bajo esta luz como dije, la relación con Mme de
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Uuudetot. Pero hay una objeción: en el momento en que conoce a Mme de Warens. Rousseau ignora su relación con Cfaude Anet, y IIOI.Jre todo lo que estaba en juego no era, en apariencia, la posesión de Mme de Warens. Ya mendoné esa espe<:ie de repugnancia que h ta parece haberle inspirado, y señalé también que antes de que atpareciera su nuevo rival.- Rousseau había iniciado una estrategia de distanciamiento. Al fin y al cabo, Rousseau comenta el In terés c¡ue le promovía la presencia de Claude Anet. indicando que los tres formaban una sociedad encantadora. mientras que el cara a cara hnbrta Introducido Incomodidad y malestar. Sabemos por último de qu~ manera satisfacía Rousseau las "necesidades de los sentidos". pues no nos ahorra detalles, precisando que se trata de la masturbación. •ese peligroso suplemento• que... ¡"lo garantizaba de ella y de todo su sexo"! Curiosa expresión, sin embargo. Como vemos. nqul el tercero no parece interventr como tercero perjudicado, conclJción del deseo, sino más bien como tercero pantalla, protegiendo nl sujeto del riesgo de ser todo para el objeto. Tomemos la segunda hipótesis: Rousseau amaría al hombre. no n la mujer. Y en este caso. habria que suponer que esta última le SI[Ve para desconocer su deseo homosexual. De hecho. Rousseau quiso y hasta adoró a las mujeres, pero ¿las amó como un hombre? Una vez. una sola vez en su vida dice haberse sentido hombre Junto a una mujer. Fue con Mme de Larnage durante un viaje a Montpellier. una breve relación de cuatro días sin la cual -dicehabrta muerto ·sin haber conocido el placer". ¡Aun hay que apuntar que fue ella la que se le echó encima, y que Rousseau no la poseyó sino bajo un disfraz, pues se habla hecho pasar por un inglesito de veraneo! De una manera general Rousseau nunca se ·autorizó por sí mismo· a poseer a una mujer. El mismo lo dice. Ya recordé que Mme de Warens se ofreció y hasta se impuso: él no tenia opción, la cortesía le mandaba obedecer. Hay además muchos otros episodios; con una tal Mme de Breille. por ejemplo. El se arroja a sus pies, temblando, pero no tJace nada más. explicando que espera una señaL En este sentido. Rousseau es lo contrario de un peiVerso. Este. en su voluntad de goce., fuerza el consentimiento del otro; Rousseau. por su parte. espera de éste una autorización. Pero hay más. Veamos lo que nos dice sobre lo que le sucede en las escasas experiencias donde se ha saltado esta barrera. Dos veces intentó acercarse a prostitutas, durante su e,...tada en Venecia. No es que las buscara. pues en los dos años que pasó allí se limitó a •e ngañar· sus necesidades -entiéndase, masturbación-. slno
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porque no siempre podía escapar a las Invitaciones de sus amigos. La primera vez fue la Padoana. Resultado: dos semanas de 1111 auténtico delirio de infección. La segunda es Zulietta (el relato es(;, en las páginas 321 y siguientes de Las corifesiones): ~Quienes d e: seen conocer a un hombre, quienquiera que sea, que lea las dos o tres páginas siguientes: conocerá plenamente a J.-J. Rousseau·. Voy a resumir. Zulietta lo ha encandJlado. Rousseau cree haber en tracto en ~el santuario del amor y de la belleza·. y dice: "Jamás hu blera imaginado que, sin respeto y sin estimación. se pudiese sentir nada semejante a lo que me hizo experimentar". Pero, "de pronto. en vez del fuego que me devoraba, siento que un frío mortal con·c por mis venas·. etcétera. ¿Quién podría adivinar la causa? Pues bien. ¡Rousseau se enfrasca en una meditación sobre el orden del mundo y sobre la perfección, miserablemente ~entregada al público~l Concluye: ao mi corazón me engaña[...] y me convierte en juguete de una indigna ramera. o es fuerza que algún secreto defecto, que yo ignoro. destruya el efecto de sus encantos y la haga odiosa a quienes deberían disputársela". Así pues, el conflicto subjetivo estalló en el momento preciso del acercamiento sexual. Luego el arte de Zulletta consigue expulsar sus pensamientos, pero sólo por un instante, pues Rousseau dice: *En el momento en que estaba próximo a desfallecer sobre aquel seno que parecía recibtr por primera vez la mano y la boca de un hombre. me di cuenta de que tenia un seno sin pezón". Este seno sin pezón, cual la castración revelada formando una mancha en el cuadro de la perfección, lo mira hasta tal punto que. en un instante. él Vio aclaro como la luz del día" que no atenía en [susl brazos más que una especie de monstruo, desecho de la naturaleza, de los hombres y del amor·. Y todo acaba con esta fria declaración de Zulietta: "lascía le Donne. e studta la matematica".
Como puede verse. haya o no amor, el miedo a la mujer se Interpone entre Rousseau y su partenalre. En este sentido tampoco pertenece al tipo que Freud describió como degradación de la Vida amorosa y en el cual las mujeres se distrtbuyen en dos series. la del amor y la del deseo. ¿Milita por la tesis de la homosexualidad refrenada este elemento de aversión hacia la mujer en tanto Otro del sexo? Con toda seguridad no la contradice, y podríamos pensar que Rousseau interpone. con el carácter de defensa entre él y el objeto masculino. a una mujer de la que él no quiere gozar pero con la cual se identifica para alcanzar por procuración el objeto inconsciente, un poco como hace la mujer histérica que alcanza a la otra mujer identificándose con el hombre tercero. Rousseau dice así de Mme de Houdetot: ~Me habló de St.-Lambert como una amante
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J paeslonada. Fuerza contagiosa del amor, al escucharla. sintiéndo·; nc junto a ella, se apoderó de mí un estremecimiento delicioso que f\0 había experimentado jamás junto a nadie. Ella hablaba, y yo me Jent!a conmovido; yo creí no hacer más que interesarme por sus aenllmientos, cuando arraigaban en mí sentimientos semejantes. f,.. ) Por último, [... )me inspiró por ella misma todo lo que ella manifl•laba por su amante~. Este pasaje me permite concluir que, en efecto. él ama como ella. Pero, ¿ama él el mismo objeto protegiéndose? Para afirmarlo, al menos tendriamos que disponer de algunos indicios convergentes que c:erttficaran la presencia de una d efensa respecto tanto de su femineldad como de la intimidad con los hombres. Ahora bien , es todo lo contrarto. Rousseau no sólo no lucha contra su femineidad. como ya dije. sino que la asume expl1citamente, casi con orgullo, siendo en esto muy diferente de Schreber. En cuanto a la intimidad con los hombres y a la amenaza que deberla representar en un sujeto que •e defendiera de una oscura tentación, Rousseau está muy lejos de haberla rehuido alguna vez. Si da un paso atrás. es con respecto a las mujeres. En lo que 5e refiere a los hombres. amó a muchos, sin resexva. hasta la pasión. Conocemos sobre todo a Dlderot y a Grtmm, pero hubo muchos otros ·entusiasmos·, como él dice, antes y después: los señores Bacle, Venture, etcétera. Rousseau siempre aludió a ellos con un énfasis y un lirismo que nada tienen que ver. realmente, con el tono más que moderado que utiliza para evocar a su amigo Sl-Lambert De hecho, en un comienzo tste no era para t) sino una relaCión mundana de pura conveniencia y no vemos por qué razón. de golpe. le habtia hecho falta erigir una defensa ahi donde siempre se había movido sin reservas. Si es así. ¿dónde hallar el secreto del fantasma del amante desdichado. surgido con La nueva Eloi.sa y realiZado con Mme de Houdetot? Nosotros sabemos cómo fue el fantasma de goce -que yo distin· go del libreto imaginario- de J.~. Rousseau. Lo expone a plena luz en las primeras paginas de sus Confesiones: hacerse dar una azotaina por una mujer. Fue éste su anhelo casi exclusivo durante toda su vida. La primera corrección le fue aplicada por su Institutriz, Mlle Lambercter. También ella forma parte de las mujeres que determinaron su destino. Mlle Lambercier decidió, no su carácter o su ser moraL sino. dice: ~mis aficiones, mis deseos, mis pasiones ·para el resto de mi vida". Y en las páginas 16 y siguientes del Libro l. declara haber devorado durante mu cho tiempo •con mirada ardiente a las mujeres bellas; (... )únicamente para utilizarlas a mi modo, convirtiéndolas en otras tantas señoritas Lambercier. (... } Cuando con el curso de los años me convertí en un hombre {... } mi antigtt
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ci.ón de niño. en vez de desvanecerse, se a soció de tal manera a 1.1 otra, que jamás pude separarla de los deseos encendidos por 111b sentidos. (...]No atreviéndome a declarar mi inclinación, la entrch' nia al menos gracias a las interrelaciones que su recuerdo des perlaba en mi aJma. Estar a los pies de una que:rida imperiosa, ob" decer sus órdenes y tener que pedirle mil pe.r dones, eran para 1111 gozos inefables, y cuanto más me inflamaba la sangre mi viva tma ginación. más parecía un amante timldo. (... ) Por consiguiente, he poseído muy poco, pero no he dejado de gozar mucho a mi manera, es decir, con la imaginación·. En cuanto a nosotros, dirlamos: •con el fantasma·. No bus quemos más lejos el secreto del trío tantalizante: el tercero no peJjudlcado es en él la condicion del goce masoquista del amante infortunado. Y cuando todo vaya mal, Rousseau escribirá a Mme de Houdetot: ¡Ah, si al menos pudiera arrojarme bajo los caballos de su carroza para que me pisoteen! De Mme de Houdetot no recibió los azotes. pero el amante suplicante era la metonimia del niño flagelado. Yo agrego que, si blen no la poseyó, no gozó menos de ella. .. masturbatoriamente. Ello explica (página 445) con la sinceridad y el tacto que lo caracteriZan. Dice cuánto ardía por eUa, qué largo era el camino qu e debía hacer por el campo para unirsele y cómo se enardecía su sangre y cómo le daba vueltas la cabeza y cuán encandilado es taba que (lo cito): "Creo que nunca pude hacer solo ese trayecto impunemente". Rousseau se pregunta incluso por un momento s i no está estropeando s u salud. MEra el primero en llega r, estaba hecho para esperar. pero cuán cara me costaba esa espera·. Al fm y al cabo, el goce de la lelra. no estaba proscrlpto, puestD que la espera se consagraba también a fabricar pequeñas esquelas de amor que él dejaba en un escondite apropiado, como testigos d el desorden en el que ella lo había arrojado. Observo, además, que en este aspecto tampoco falta la referencia freudiana, ya que, mucho después de la tesis sobre la homosexualidad del paranoico, Freud insistió sobre la presencia en él del fantasma masoquista. Retomo mi pregunta inicial, y voy a responderla. •¿De qué mo9o la forclus ión y el empuje a la mujer son compatibles para un s ujeto, para este s ujeto, con la proximidad de las mujeres?· Me parece que te nemos la respuesta. El sujeto puede aprox.lmárseles, si lo hace, por la mediación de un fantasma de goce que.. muy exactamente, cortocircuita la castración; hasta podria declr: la forcluye. Obsetven por otra parte que cuando Freud intTodujo para Schreber, en 19 11, la tesis del lazo homosexual con el padre, lo considera precisamente una elección de objeto "antertor· a la elección hete-
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r011exual, y que por Jo tanto precede y no pone en juego el recoJIIIClmiento de la diferencia de sexos, o sea lo que Freud llama la wlrkltchkeít de la castración, s u eficacia Otro tanto podemos decir del fantasma masoquista. No olvido, desde Juego, que cuando 1rreud habla del fantasma masoquista, especiaLmente en "Un niño M pegado· pero también en aEl problema económico del masoquis1110 ", lo attibuye al paranoico, pero lo hace equivalente a un fantasma de posición femenina respecto del padre, lo que quiere decir, en (!llanto al hombre, a un fantasma de homosexualidad. Pero Freud
r.n este momento se ocupa de neurosis. y está !insistiendo sobre la función del Edipo en la génesis de los síntomas. Ahora bien. las pordclones homosexuales o masoquistas del neurótico o del perverso tienen que ser distinguidas radicalmente de las del psicólico. Debemos decir que en este punto Freud carece de la distinción capital, Introducida por Lacan. entre el padre como Nombre y el padre como objeto, y que no logra disociar el problema de la sexuación del ser de la elección de objeto propiamente dicho. Ahora bien, el paranoico no se distingue por SiU objeto sino por su ser, que cae bajo la acción del empuje a la mujeir, lo que quiere decir empuj e a un goce que escapa a la barra fálica. Y si hay que invocar u n texto de Freud, de buena gana me referiña al de 1923 sobre "La organi.7.ación genital Infantil·. donde Freud reconoce una elección de objeto antetior al reconocimiento de Ja castración, y que no es la elección narcisista homosexual sino la elección ligada. justamente, a lo que él llama la fase sádico-anal: sólo están aquí en juego -dice Freud- lo a ctivo y lo pasivo - con los que precisamente Rousseau nos entretiene tan bien- . no siendo tomado en cuenta el sexo del objeto. Podemos traducir. una elección de objeto que forcluye la castración. Esta es, a mi juicio, la función del fantasma masoquista en Rousseau. Rousseau no fue ni un homosexual ni realmente un heterosexual. aunque sólo haya tenido relaciones con mujeres: Rousseau fue un masturbador masoquista. A las mujeres las amó como a sí mismo. con todo el peso que hay que dar a este aél mismo". pues Dios sabe cuánto se quiere. Hay acceso por el amor. no por el sexo. Al respecto las mujeres no se engañaron, pues ellas promovieron el éxito de La nueva E[oísa. Ninguna de las histélicas de ese tiempo pensó que él amaba a Volmar a través de Julia; todas entend ieron que este hombre amaba a las mujeres. que las amaba con amor. De ahí el entusiasmo que dio lugar a su éxito como novelista. Es un signo que no engaña. Sin embargo, si como sujeto de la palabra Rou.s.se<111 (lm::\ ~ l~s muj~res, romo sujP.to del g()('.~ le es ne~eAAria, para su fantasma, la mujer imperiosa, o sea no castrada; Jo que. dicho sea entre paréntesis. está lejos de convertirla en un hombre, s i
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éste se define por la castración. Pero no es ·del cuerpo del otro de Jo que Rousseau goza; con su propio órgano le es suficiente. Se sintii> mujer, lo he dicho, pero sin llegar al extremo de sacrificar, como Schreber, el órgano del que él goza. Indudablemente, esto limitó en él el alcance del empuje a la mujer y lo cUspensó de tener que convertirse en la mujer de díos, o incluso de todos los hombres. Es también, sin duda. lo que le permitió elevar curiosamente el goce masturbatolio, habitualmente más bien sumario, hasta la nota extátlca generalmente reservada a las mujeres.
ROUSSEAU EL SIMBOLO "Jim es un personaje de genio. {...} Posee un extraordinarto coraje moral; tan inmenso, que hasta lmaginé que un día llegaría a ser el Rousscau de Irlanda. Sin embargo, se podía acusar a Rousseau de pretender desviar subrepticiamente, confesándose a ellos, la cólera de los lectores que lo desaprobaban, de lo que en ningún caso puede hacerse sospechoso a Jim. Por el contrario, su gran pastón es un violento desprecio por lo que él llama 'encanallamiento'; un odio salvaje, insaciable.• Stanislaus Joyce, Joumal.
"J
oyce el síntoma·, dice Lacan en 1975. Es una tesis sobre Joyce que a su vez impUca otra sobre el síntoma. Yo la convierto en una pregunta que le formulo a quien él llamaba, en 1932, ·paranoico de genio": Jean..Jacques Rousseau. • En su tesis sobre la paranoia de autocastigo, Lacan convocaba a Rousseau en un paralelo con su paciente A.imée para introducir la cuestión de las afinidades entre la psicosis y la creación artística, especialmente la literaria. H.ólderlin, Nerval, Van Gogh, Rousseau, J oyce y tantos otros nombres están ahí para demostrar que la psicosis no es simple déficit o desorden. En cuanto a la tesis con que Michel Foucault concluía su Historia de la locura en la edad clásica. según Ja cual obra y locura se excluyen pues una echa fuera a la otra. se desembaraza del problema sin resolverlo. Por su parte, a la idea de la psicosis como simple carencia Lacan le contrapuso de entrada la idea inversa de la psicosis eventualmente generadora del ~sin par~. preñada por ejemplo de las cualidades de e.xcepc16n que marcaron la personalidad tanto como la obra de Jean.Jacques Rousseau. Aun hacía falta dar razón de la disparidad efectiva de los hechos psicótícos y advertir que lo que casi siempre se impone como fenómenos de anomalía o deficiencia puede desplegarse también en efectos de creación. La función causal de la forclusión del Nombre-del-Padre, una vez reconocida como fun• Salvo indicación en contrario, cito la edición de las (Euvres completes de J earhJacql.les H.ousseau en la colección de La PleJade. Lo mismo con JamesJoycc.
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damento de la psicosis, permite ordenar y unificar las manifestaciones diversas de esos fenómenos. Se puede concebir, en efecto, que la falla de lo simbólico señalada por la forclusión se traduzca por un lado en aquellos efectos desorgani7..adores subsumidos bajo el término de ·pérdida de la realidad". pero que funcione, por el otro, al modo de un starter para producciones inéditas. No siempre alcan2:an éstas lo supremo del arte, pero todas ellas Indican que la forclusión libera un efecto que bien podemos denominar ·empuje a la creación~. Lacan reconoce a Joyce como aquel que lo condujC? hasta su límite extremo identificable. hasta la función del s íntoma. en tanto que ésta da el salto de lo simbólico a lo reaL Joyce. artesano de si mismo, de s u nombre tanto como de su salud, se convierte con F'irulegans Wake en amo de la letra. en demiurgo, si se quiere. de un lenguaje sin Otro, de un arte enteramente neológico que brilla con la ocultación de un goce extranjero y ajeno al sentido. Ninguna duda cabe de que Rousseau ilustra un camino diferente: él, que fue causa de tanta pasión.
Joyce y Rousseau ¿Podrá haber algo más dis imil de J oyce que Rousseau? Todo parece contraponerlos, y en primer lugar la emergencia del inconsciente freudiano. por el cual, si Joyce escribe sin el psicoanálisis, no escribe sin Freud. Es verdad que el propio J oyce adjudica a su héroe Slephen una <"Xperiencta de ·comprensión instantánea· de quien él llama •filósofo peiVerso·; esto es. Jean,Jacques Rousseau. Si le creemos, es el mismo encuentro que en otra ocasión le provee "contacto con el espíritu de Jbsen· en una ·simultaneidad de 1rradiaci6n•.J ¿Será esto indicio del reconoc.imíento de u na oscura afinidad? Sin embargo, ¡qué contraste! Uno de ellos pregona la verdad y quiere decirlo todo hasta la transparencia. El otro organiza los equívocos de la lengua como misterios y los impulsa hasta lo ínintelígible. Este se sirve del hermetis mo que desconcierta. mientras que el apóstol de la verdad, condenado a la explicitación repetida cuyo fin es sitiar al malentendido. cautiva a su lector en una interlocución forzada. Con uno las reverberaciones del enigma. con el otro los espejismos de la confesión y la evidencia, que se traducen en efectos completamente distintos sobre el lector: J oyce, cuando no aburre, fascina: Rousseau, cuando no fatiga. encanta. Cuestión de gustos. También opondríamos sus personas. y sobre todo lo que fue punto de partida de rnl 1ndagación: la azotaina erotiza.da de Jean-
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Jacques y la paliza indiferente del pequeño James. La primera ~i ce Rousseau-. "recibida a la edad de ocho años por mano de una mujer de treinta, fue lo que decidió mis gustos, mis deseos y pasiones para el resto de mi vida·.2 La segunda se disipa sin emoción en cuanto terminan los golpes. pues Stephen -dice Joyce- "sintió que cierto poder lo despojaba de esa cólera súbitamente trenzada, con tanta facilidad como un fruto se despoja de su pellejo tierno y maduro".3 En esta falla de la vindicta es donde Lacan percibió el signo de un "desentenderse del cuerpo propio·, muy sospechoso de psicosis. En todo caso, es indudable que para cada uno de ellos lo Imaginario no ejerce la misma función. A la falla del ego joyceano que Lacan plantea como hipótesis, se le opone en Rousseau esa sensibilidad extremadamente puntillosa y siempre en alerta; en una palabra, ese ·enviscamiento en lo imaginario" propio de la paranoia. De aquí resulta un interrogante analógico. Si el arte de Joyce remedia el desfallecimiento de su ego. ¿qué es lo que suple el de Rousseau? Una inspiración estructurada como una réplica
Ya en el aspecto de la obra la palabra rousseauisla se opone a la letra joyceana, pues en ella la escritura dista mucho de sustraerse a la dialéctica de la relación con el Otro. La obra, tejida toda ella de interlocución, tuvo en sus contemporáneos efectos inmensos de resonancia y un influjo sin precedentes sobre el espíritu de la época. Es ta obra emociona, inflama y. forzando el consentimiento del lector. lo obliga a la réplica que adhiere o impugna. Así. cada libro promueve su cortejo de ponderaciones entusiastas o de polémicas indignadas. Por más que Rousseau afirme: MLa decisión de escribir y ocultarme era la que me convenía·. esta posición no es la del autismo y el silencio sino la de la palabra escrita. Una palabra que se hace crítica y reformadora, seductora y edificante, portadora del testimonio o de la confesión, según que la obra pretenda ser política. social, novelesca, pedagógica o autobiográfica. El ingreso de Rousseau en la carrera de las letras con el célebre Discurso sobre las dencias y las artes, que lo impulsó a la celebridad en forma tan estrepitosa, es ejemplar en este aspecto: manifiestamente, la inspiración se estructura como una réplica; Rousseau responde al Otro. ¡Y a qué Otro!: Muna de las más eruditas compañías de Europa·, la ·célebre Académie des Sciences et des BellesLeUres de Dijon. que para el premio de moral de 1750 establece como lema de concurso nada menos que la cuestión siguiente: ¡"Si el
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restablecimiento de las ciencias y las artes ha contribuido a depurar las costumbreswl El Otro del saber pone a precio la verdad y, lo que es más. la verdad ética. y esto galvaniza la elocuencia de Rousseau hasta el punto de que se arranca de pronto a "la feliz oscuridadM para convertirse en el hombre más famoso de Europa. Por lo demás, él mismo siempre dijo que su vocación le había venido de afuera. Rousseau hizo varios relatos del surgimiento de su primera inspiración: en Las confesiones, en el segundo Discurso, en el tercer Paseo: pero sobre todo y en primer lugar, en las Cartas a Malesherbes: "Iba a ver a Dlderot, prisionero entonces en Vincennes [... ] Me encuentro con la pregunta de la Academia de Dijon 1---1 Si algo se asemejó a una inspiración súbita fue el movimiento que esta lectura produjo en mi Interior; de pronto siento mi esplritu deslumbrado por mil luces; en él se presentaron a la vez muchedumbres de vivas ideas cuya fuerza y confusión me arrojaron en una perturbación ine.'Cpresable; siento sumida mi cabeza en un aturdimiento parecido a la ebriedad. Una Violenta palpitación me oprime, mi pecho se enardece; como al caminar me falta la respiración, me dejo caer bajo un árbol de la avenida y paso media hora en una agitación tan grande que, al incorporarme, me veo la parte delantera del saco completamente mojada por las lágrimas. sin haber adverlido que las derramaba [.,_]Todo cuanto pude retener de aquella aglomeración de grandes verdades que en quince minutos me Iluminaron bajo ese árbol, se diseminó muy débilmente por mis tres principales escritos, esto es: aquel primer discurso, el escrito sobre la desigualdad y el tratado de educación; obras inseparables las tres y que forman juntas una misma totalidadM.4 El escrito se confiesa aquí inspirado y, la inspiración, cautiva de la interlocución. Más aún, este escrito va trazando su estructura cuatriparllta, y el eje de la relación con el Otro, que la Academia presenHfica, se cruza con el eje de la relación imaginaria con el se· mejante, cuyo lugar ocupa Diderot, el amigo. Fuera de Ensoñaciones det paseante solitario, toda la obra de Rousseau está escrita para un Otro. La propia forma de sus trabajos lleva mayormente esta marca, y la sucesión de los títulos indica a las claras que en ellos prevalece la dimensión del destinatario: son discursos y su suplemento. cartas y luego confesiones, diálogos. De entrada se advierte el contraste con el puro escrito joyceano. De Stephen el héroe a Finnegans Wake, el work in progress de Joyce lo conduce del testimonio de la autobiografia literaria al hermetismo de los juegos de la letra. Si bien es dificil saber hasta qué punto este último fue deliberado, es indudable que rubrica la au-
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larcia de un goce que. al esperar tan poco del Otro, se plantea el porqué de su publicación. Ahí tenemos a la famoSa. •suficiencia" con la que Rousseau nunca dejó de soñar, fallándole siempre. Pues hasta tal punto él escribe para el Otro que, cuanto más escribe, más le apremia y atormenta el saber si su carta ha llegado a destino. El destinatario que causa su infortunio y al que durante mucho tiempo identificó con su desUno mismo. tiene vatios nombres: el siglo, los contemporáneos, la posteridad y. por último, Dios; pero éstos son los nombres múltiples de un Otro único. Rousseau cree en la existencia de este Otro de todas las esperanzas y de todas las amenazas, y lo sustenta con su gran obra locuaz Proveer la ficción conveniente
Pero el mensajero Rousseau, artesano de la escritura oratoria, no llegó a dominar menos el arte de forjar trampas de creencia. Si bien en su persona quedó sujeto a lo imaginario, como escritor se hiZo dueño de él y también su teórico. Es indudable que permaneció cautivo de este imaginario: lo atestiguan no sólo el delirio de interpretación manifestado en la madurez. sino también la nota de mitomanía de sus jóvenes años - por ejemplo. su inclinación a hacerse pasar por otro- , su cautivaclón por identificaciones inmediatas, tan lábiles como súbitas, su propensión de siempre a la ensofi aclón y a las fabulaciones, que permiten -dice- *abandonarse a los seres quiméricos". En este aspecto los textos son múltiples y concordantes. Rousseau fue un frecuentador de la imaginación, pero un frecuentador metódico que, por añadidura, se convirtió en teórico de s u e>.-periencia. Dice: "peligrosa Imaginación· que desposee e lrrealiza pues "el mundo imaginario es infUlilo" y "el objeto que parecía tenerse al principio en mano. huye más rápido de lo que es posible perseguirlo·. S A todas luces, la imaginación es aquí el nombre de la falta que el significante engendra y en la que se asienta la metonimia del objeto. Pero añade; 1Jienh echora imaginación~. pues es ella la que acomoda el complemento que esta falta reclama Ella pone a disposición del sujeto ·un objeto de perfección real o qulmértco";6 dicho de otra manera, ella adorna al objeto con sus encantos ideales. Ahí se la tiene, pues, susceptible de un buen uso que Rousseau, elevando su propensión al método controlado, procura definir. Es lo que hace con Emilio cuando su preceptor se dispone a protegerlo de los peligros del sexo: ~Pintándole la amante que yo le des-
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tino, imagínese usted si sabré hacerme escuchar por él; si sabré hacerle gratas y apreciadas las cualidades que debe amar [... ) Ahora bien, al proveer el objeto imaginarlo soy el amo de las comparaciones e impido fácilmente la ilusión de los objetos reales".7 Confrontado con la tarea imposible de educar, tropezando con el problema de todos los poderes -esto es, el dominio del fantasma-. Rousseau enuncia la solución Ideal: proveer la ficción conveniente. Aqui la imaginación ya no es el nombre de los efectos de negatlvlzaclón e irreallzación del lenguaje, sino el nombre de su.s recursos de mando o de orientación. La obra de Rousseau contiene varias de estas ficciones ideales, que se reparten con harta simpleza. Vienen primero las figuras anteriores al desorden. Son el buen salvaje y Emilio. el hombre de los míticos orlgenes y el hijo de la naturaleza. Después, habiendo sobrevenido el mal social. están, remedio para salir del paso, las figuras de la virtud. Julia y Saint-Preux. Emilio adulto y su preceptor. Por el momento dejo fuera de la serie al buen Jean.,Jacques. Ciertamente, estos productos de su lmagtnaeión "visionaria· -término que él aplica a su Emilio- están ahora fuera de uso para nosotros; quiero decir, fuera de uso de goce. Julia se nos presenta más bien como una princesa de Cleves fastidiosamente charlatana. y el preceptor como un Sócrates pervertido adoctrinando a un pánfilo. Pero hubo un tiempo en que sus imágenes supieron captar la libido hasta el atragantamiento. Con ellas Rousseau llegó a ser un verdadero ídolo, y su correspondencia lo confirma. Considérese por ejemplo la insólita superficción que configuró. tras la aparición de La nueva Eloísa, el Intercambio epistolar entre Marle-Anne de la Tour fingiendo ser una Julia, dirigiéndose a un Rousseau-SaintPreux que no desdeñó entrar en el juego y esto durante más de una década ... A este Rousseau-la-ficción, que no se opone menos a Joyce-elsíntoma que la palabra rousseauista a la letra joyceana, le pregunto cómo se foijan sus criaturas. Lo inverso del mito freudiano
Observemos a su buen salvaje. observemos a Emilio y veremos que en Rousseau la invención no juguetea y que la ficción procede de la lógica. El mito rousseauista de los origenes invierte rasgo por rasgo el del padre ptimitivo que Freud construye en Tótem y tabú. Para éste, e l hecho pr imero que es preciso explicar, porque la experiencia lo
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señala, es la existencia de una ley reguladora del goce. Para Rousseau, la evidencia primera. subjetiva y social, es totalmente la opuesta. Se enuncia en forma categórica: ·1os hombres son malos; una triste y continua experiencia dispensa de la prueba [... ]•.a Aquí poco importa de qué modo esa maldad se declina en las formas particulares del desorden social y doméstico. La convicción primera es la del mal. Ahora b ien, el mito sitúa en el origen el negativo de los datos inmediatos de la experiencia. Por eso, Freud ubicará en él lógicamente el goce no regulado del antepasado primitivo, sin límite y sin reparto, y Rousseau, no menos lógicamente, locali7.ará aquí la placidez de una naturaleza sacudida por las necesidades, pero que no conoce el artificio y la nocMdad de las pasiones humanas. Para el primero. el tiempo habrá generado al menos en parte la pacificación de la horda salvaje y el pacto que hace soportable el lazo social; para el otro, en cambio, la perversión de los impulsos naturales pone a cada cual en guerra consigo mismo y con el otro, y del hombre civilizado hace ... una fiera "que acabará por desollatlo todo hasta no ser el amo del universo·. Opuestamente: ·El hombre salvaje, cuando ha cenado, está en paz con toda la Naturaleza y es amigo de todos sus semejantes. ¿Se trata a veces de disputar sucomida? El jamás llega a los golpes sin antes haber comparado la dificuHad de vencer con la de hallar en otro sitio su subsistencia; y como el orgullo no se mezcla en el combate, éste acaba con unos pocos pui1ctazos; el vencedor come. el vencido va a buscar fortuna, y todo se pacifica~.9 Dicho aun de otra manera, "sus deseos no pa~an por sus necesidades fisicas",IO y como "su imaginación no le !pinta) nada, (... )su alma a la que nada agita se entrega al solo sentimiento de: su existencia actual~.10 Se ve aquí claramente cómo se genera la imagen mítica. Rousseau procede por sustracción. El encuentra al hombre civil. con su falla. las pasiones que se sustentan de esa falta y sus placeres artificiosos. Descuenta de ello todos esos avatares del goce y obtiene al buen salvaje -menos dlscurscante, por cierto, que el padre orangután de Freud- o a Emilio, el hijo de la naturaleza, que es su cloblele y al que se aplican repetitivamente las mismas expresiones. La Jorclusión meLódica
Es un procedimiento que yo denomino de forclusión metódica, por analogía con la duda metódica de Descartes. La "intención de rechazo" es aquí el instrumento del pensamiento. Encuentro su pa-
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radigma en la relación con la muerte. Rousseau no vacila en decir de Emilio, corno del hombre primitivo: •puesto que las proximidades de la muerte no son la muerte, él apenas la sentirá como tal; no morirá, por decirlo así; estará vivo o muerto, nada más·. u Este es el milagro producido por la sustracción de la imaginación anticipante. ¿Qué quiere decir esto sino que, al sustraer el significante de la muerte, sin el cual no se la imagina, se la expulsa no de lo real, por derto, sino de la subjetividad? En este sentido el Emilio es un texto único. Como su ambición es traer al mundo un hombre acorde con la naturaleza, Rousseau despliega una vasta y sistemática meditación sobre los medios para hacer pasar esta forclusión metódica al acto educativo. En consecuencia, construye una ficción que despliega detalladamente la intención forcluslva. A lo cual provee primero la educación ·negativa", consistente, dice Rousseau, en *Impedir que se haga cualquier cosa".l2 La primera parte del texto, dedicada al período infantil que precede a la revelación del sexo. se encamina paso a paso, metódicamente, al problema de saber qué es lo que hay que quitar de su mundo para que Emilio no conozca otra cosa que las necesidades de la naturaleza. Rousseau hace Intervenir tres términos: deseo. demanda, necesidad. Notablemente, afirma que para reducir las aspiraciones a la necesidad verdadera hay que sustraer la demanda. y que para contener la del niño, primero hay que suprimir, al menos en apariencia, la del maestro. Es el célebre ..gobernar sin preceptos". ·No concedáis nada a sus deseos porque él lo pida. sino porque lo necesita [... ) En cuanto puede pedir, hablando. lo que desea y que, para obtenerlo más rápidamente o para vencer una repulsa, refuer7.a con llantos su demanda, ésta debe serie irrevocablemente rehusada. Si la necesidad le ha hecho hablar, vosotros debéis saberlo y hacer de inmediato lo que pide.·I3 Pero también: ~No deis a vuestro alumno ninguna clase de lección verbal [... ]No le ordenéis nunca nada. Ni siquiera lo dejéis imaginar que pretendéis tener una autoridad sobre él•.t4 El no debe percibir -más que el mundo flSico• y sólo Mla expeliencia y la impotencia deben hacerle las veces de ley·.ts Como vemos. se trata de concebir una constricción que excluiría los problemas de legitimidad, una regulación tan indiscutible que estaría a resguardo de los cuestionamientos de la rebeldía y que no dejaría nada a la eventualidad del consentimiento subjetivo. Entonces, para Emilio, existirán lo posible y lo imposible, lo agradable y lo penoso, pero ignorará el ·capricho de los hombres· y creerá
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afrontar tan sólo el silencio del mundo fislco. Será, por lo tanto. dócil, pues ·está en la naturaleza del hombre el soportar pacientemente la necesidad de las cosas, pero no la mala voluntad de otro&.l6 Habiendo suprimido la demanda, el preceptor habrá logrado elidir la "dicho-mansión" [dit·mension] del deseo del Otro. Desde ese momento lo prohibido estará forcluldo, siendo suplantado por la imposibiHdad y la necesidad de las cosas. Pero, ¿cómo lograrlo si el que habla ha salido ya de la naturaleza? Rousseau está lejos de ignorarlo. Por eso. lógico, llega a la conclusión de que Emilio no tendña que hablar. El preceptor se hará censor del vocabulario y apologista del silencio: ·Et peor daño de la precipitación con que se hace hablar a los niños antes de tiempo no es que los primeros discursos que se le dirigen y las primeras palabras que ellos dicen no tengan ningún sentido para ellos, sino que tengan otro diferente del nuestro, sin que sepamos adverUrlo (... )Por lo corriente, a parecidos equívocos se debe la sorpresa en la que a veces nos sumen sus palabras (... J esta desatención influye sobre su cariZ espiritual para el resto de s u vida (... ) Comprimid, pues, lo más posible el vocabulario del niño•.11 Con estas palabras, que una vez soltadas son Ingobernables y cuya polisemia segrega el equívoco indomeñable, es comprensible el embarazo de Rousseau cuando va a tratarse de las revelaciones del sexo. Rousseau da testimonio de no haber conseguido, a pesar de sus esfuerzos. construir un discurso de iniciación ejemplar. Pues dice que la lengua francesa, atiborrada de "giros indecentes· . no soporta ·¡a ingenuidad de las primeras instrucciones sobre ciertos temas•; en efecto. "pa.r a evitar {esos giros) es preciso pensar en ellos (...) El lector, siempre más hábil para encontrar sentidos obscenos que el autor para apartarlos. se escandaliza y se asusta de todo·.Is Además, al mismo paso y con la misma lógica, a Emilio habrta que rehusarle tener semejantes. Rousseau no retrocede ante esta conclusión. Por postulado. se ha procurado un preceptor a la altura de su tarea - yo no hablo de sus cualidades, dice. las s upongo- y un niño huérfano. Emilio quedará sustraído de todo otro lazo social. y será todo él del preceptor. Hasta se le negará el retiro de la intimidad. "No le dejéis ni de dia ni de noche; dormid por lo menos en su habitaciónft,I9 dice el preceptor, creyendo prevenir asilos peligros del sexo, pero también, sin duda, la primitiva simbolización de la ausencia que hace presente el deseo del Otro. ¿No es un pensanúento loco y bien paradójico para un escritor soñar simplemente con vaciar de sus sobrentendidos el intervalo significante? Pero, si hay aquí exceso. yo lo encuentro metódico y
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exploratorio. Admiremos más bien el rigor de un proceder que descubre que, para sustraer lo interdicto, en el sentido de la limitación, también habría que precaverse de los tnter-dlchos (inter-dits] de la palabra. donde justamente los que se insinúan son los temas del sexo. Así. la ficción pedagógica construye metOdlcamente una nueva criatura. Por sustracción de los diversos efectos de lenguaje. ella trata de alcan7.ar un real que no habña padecido de lo simbóllco. inventar un humano que no seria un sujeto. Sin demanda. estaría sln deseo; sin palabra. estaña en una pura presencJa, y por lo tanto sin objeto, especialmente sin objeto sexual. pues tal es la forclusión mayor de esta construcción: en ella el sexo no está representado. Esto no es más que una mitad de la quimera Nos lo sospechamos, pues de todos modos hay que hacer un hombre. y que hable y sea sociable. Esto no se da sin la revelación de los "peligrosos misterios". Emilio. que Ignoraba la diferencia de sexos tanto como la ley, deberá aprender al mismo tiempo que hay mujeres y que su uso no es libre. pue.s •el orden y la regla" deben regir "las pasiones nacientes•. En la etapa s1guiente Rousseau se aboca, pues, a la ardua yapasionante empresa de asegurar una operación inversa de la forclusión metódica, una suerte de retorno controlado de lo forcluido. Donde el ideal tapa a laforclusión
Con el Otro se.xo, el Otro del discurso -disimulado hasta entonces- hace su entrada. Desde ese momento el problema crucial es el de la sumisión a la autoridad. Hay que obtener de Emilio este grito: "Quiero obedecer vuestras leyes, lo quiero siempre·.20 Entonces el preceptor podrá decir: •Nunca estuvo más sometido, pues lo está porque quiere estarlo".21 Emilio, que siendo niño conoció, por virtud de la forclusión metOdica. la libertad del ser no alienado al Otro, en la adolescencia debe elevarse a la de la alienación aceptada. Primero fue dirigido a su. pesar, sin saberlo y sln normas. Al10ra son las directivas de la palabra las que deben orientarlo, y hace falta su consentimiento. La cuestión pedagógica pasa a ser: ¿cómo seducir a la voluntad misma? Rousseau enfrenta aqul el problema de los fundamentos subjetivos del orden y se Interroga sobre las condiciones de la sumisión interior al mandato. Lo que quiere eliminar aún es la regencia del capricho del Otro, pero ~sta vez por otros medios, no Jos del silt:uclo y el disimulo. Rousseau distingue dos resortes del consentimiento,
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uno que pertenece al orden de las razones y el otro al del sentimiento: la legit.imidad y el amor. El preceptor cuenta con las evidencias del corazón tanto como con las luces del pensamiento, pues -dice- hay que ·vestir a la razón con formas que la hagan amar·.22 Por un lado el preceptor intentará seducir. Para hacerlo, contando con el transitivismo del sentimiento, mostrará lo que primero había ocultado, a saber: su propio amor y su propia devoción. Pero por otra parte tendrá que justificar los preceptos fmalrnente introducidos. A lo cual sirve. me parece, la famosa Profe sión de fe del Vicario saboyano. Lejos de ser una incrustación en el sistema pedagógico, ella responde a la evidente necesidad de fundar la palabra del preceptor en un momento en que debe introducir las normas restrictivas de la educación. En el dúo del maes tro y el alumno, entre las exigencias del deseo sexual de uno y los imperativos del Otro apelando a la virtud. hace falta un tercero. Es te tercero será la voz de la Naturaleza. de quien el gobernador es mero ejecutor. El relevo de la verdad. escrita en el fondo de los corazones ·con caracteres indelebles•,23 es el garante de la exigen cia pedagógica. Ella cumple la función de Otro del Otro; asegura a l preceptor que no est:á fuera de la ley y lo absuelve de la sospecha de arbitrariedad. El teórico de la alienación. quien a s u vez fue tan rebelde a las constricciones y ataduras, tan proclive siempre a confundir influencia con servillsmo y obligación con abuso, se esfuerza aquí en imaginar una autoridad que no significarla tiranía y que. por lo tanto. podría seducir el consentimiento del sujeto. Duda tan poco de que éste se encuentre subordinado a la legitimidad - si no es al amor-. qu'e el preceptor, si quiere ser el verdadero padre de Emilio, debe estar exento de la sospecha de impos tura. Pues el Emilio es una tentativa - fallida- de acceso a la paternidad. Esto es al menos lo que procure establecer en 1976, en mi tesis sobre Rousseau y la pedagogía. Aqui Rousseau está sobre la pista de un discurso que se autofundaria. La exigencia de este diScurso inhallable apremia en proporción a la forclusión -esta vez. la que opera para el sujeto Rousseau-. pues la llamada a la legitimidad causa más estragos cuanto más se ha impuesto el rechazo de la excepción paterna. Rousseau no se embarcó impunemente en esta tarea imposible. En la realidad, le costó las inauditas persecuciones de las que fue víctima. Pero los efectos subjetivos no fueron menores si se piensa que la publicación del Emilio fue la causa de su ptimer episodio delirante caracterizado. No es casual que. a despedw de cualquier realis mo, fue de los j esuitas. ~los más honestos entre los intérpretes
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autorizados de las escrituras·, de quienes esperó la fal s!.ficación de su profesión de fe y el ultraje a s u memoria No sólo porque de dos intéiJ'retes y de dos textos -el de las escrituras y el de la naturaleza reencontrada- hay uno que sobra, sino también porque la Naturaleza en la que el preceptor se autoriza tendría la voz bien baja si Rousseau no le prestara la suya. Por más que su buen vicario maneja el vocabulario de la fe y diga "amén" a su creador, su decir es apofántico. No es el de un creyente sino el de un maestro de la fe . Y quizá suceda esto con toda profesión de fe. El es menos intérprete que artesano del texto, menos profeta que oráculo: en una palabra, menos fiel que fundador de religión. Es cierto que Rousseau no cayó en la locura mesiánica, pero aquí tenemos la estructura de un decir que intenta poner remedio a la inconsistencia del Otro y que procede al relevo de la 1mpostura del padre. ¿Cuál es su versión propia del orden subjetivo? Esta versión tiene un nombre: la virtud; un objetivo: r egular la insaciabilidad del sexo y de la voluntad de poder; unos medios: el miedo y la idealización, adecuados ambos para "refrenar los sentidos por la imaginación". Anti-Sade, el preceptor hace vibrar la fibra del espanto ante los infortunios del vicio. Hasta querría conducir a Emilio al hospital de sifiliticos, para s u edificadón. Pero al mismo tiempo es el cantor de la Virtud idealizada de la mujer. Para fabricar al hijo de la naturaleza Rousseau procedió a la sustracción del se.xo. Para fabricar al hombre social. es preciso que el discurso tenga dominio sobre él. Pero si el modelo paterno falta. qué otra cosa queda para suplantarlo sino los ideales del Otro. abstinencia, fidelidad, etcétera, cuya exaltación, así como la exigencia de legitimidad. se agranda en proporción a la falla de la ley inco~sciente. Esta suerte de paradójica virtud en los limites de la s imple razón, que Rousseau Intenta definir, reencuentra a veces los recursos del amor cortés que se guarda de la cosa mediante los obstáculos que le pone. Curiosamente. cuando la mujer entra en escena. Rousseau no es original: el artesano del discurso de la naturaleza vuelve aparentemente al carril de la tradición para exaltar la abstinencia y la monogamia. Recoge entonces los acentos de una retórica predicadora que se sirve de la intimidación y de los modelos ideales. Estos vienen de a dos, uniendo los sexos -Julla y Saint-Preux, Emilio y Sofía-, las generaciones -Emilio y el preceptor- e incluso, asintótlcamente, Dios y las criaturas. Cada uno de estos dos partenaires devuelve al otro la imagen amable que le asegura de su excelencia, y en ellos reconocemos fácilmente a la pareja del ideal del yo y el yo
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ideal. A todos se aplican las mismas expresiones, reiteradas como un leitmotiv: son ~corazones amantes y tiernos·, "almas sin hiel· "transparentes como el cristal·, animadas tanto por la "ternura del amor" como por "la indignación de la virtud", etcétera. Comprobamos además que esta serie léxica invierte en forma maniquea y término, por término los atributos que se apltcarán a los perseguidores de Jean.Jacques, a los "negros señores" amigos de las tinieblas. Con estas parejas de sueño, figuras anticuadas de la novela rosa que Rousseau erotizó hasta el entusiasmo, no podemos dudar de que sea la cosa lo que se trata de exorcizar. Pero estas figuras distan de ser figuras de la mera supresión {répression]. Con ellas Rousseau logra una operación sobre el goce que no sólo le da forma -y forma implica limite- sino que lo convierte en un goce del ideal. Sabemos por el propio Rousseau que todas estas figuras angélicas no eran fiores de retórica sino que, convocadas al libreto de su fantasma masoquista, ellas sostenían su goce masturbatorio. También sabemos que con su arte él supo contagiar sus placeres, y que sus ficciones no sólo sedujeron sino que modificaron la sensibilidad y los gustos de su tiempo. Sin embargo, esta operación de regulación y conversión no logra más que un éxito parcial. Cuando el ideal se limita a tapar a la forclusión, cuando no se instaura sobre la represión de un deseo, lo que él excluye no deja de retornar en lo real. Esta marca en el texto de Rousseau es más que notable. Rousseau escribe Los soHtarios inmedjai.amente después del Emilio, en 1762, al parecer justo antes de su crisis persecutoria. La problemática de este libro ,e s impresionante: suponiendo que en el corazón de Emilio la virtud haya tomado el relevo de la Inocencia Infantil, aun asi Emilio permanece a merced del otro, y Rousseau lo somete a la prueba crucial de la infidelidad de la mujer y de la voluntad de poder del hombre. Emilio salva entonces su felicidad y su virtud mediante una sustitución de ideal. A los ideales de la pareja -sexual y social- que fracasaron en la tarea de tapar o de convertir el goce del Otro, él prefiere en lo sucesivo la autosuficiencia. Cuando los ideales han demostrado ser impotentes para regular el lazo social, Emilio descubre los recursos del repliegue libidinal sobre el cuerpo propio, El Rousseau pedagogo ha querido parir al Hombre -;bastante habló de Emilio como de su hijo!-, pero sólo habrá logrado hacer un solitario, no un hombre social. El hecho de que la educación ideal desemboque en semejante fracaso -no el de Emilio sino el de su inserción en el discurso- indica claramente el fracaso de la suplencia que el texto persigue. El hijo de sus obras acaba como él mismo, en la soledad, perseguido por el destino pero
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dichoso y libre. Rousseau anticipa así en diez años tanto la problemática como las fórmulas de Las ensoñaciones. Este rasgo nos indica que el visionario, m~s que ver. deduce las consecuencias posibles de la repulsa primordial siguiendo las líneas atemporales de la estructura. Y aunque me haya referido a él como Rousseau-la-ficclón, hay que añadir que aquí su imaginario está regido por la lógica de los efectos de la. forclusíón. ¿Qué soy?
Esta hipótesis explica el lazo particularmente íntimo entre la persona de Rousseau y su obra, lazo tan estrecho que ésta daría la impresión de no ser otra cosa que un vasto book ofhim.self. La figura de Jean.Jacques, liada en sus embrollos con sus semejantes, se dibuja siempre tras el rostro del Rousseau filósofo, literato o pedagogo. El mismo no se engaña cuando af1rma: "He visto a muchos que filosofaban mucho más doctamente que yo, pero su filosofia les era. por asi decir. extraña",24 Para él. en efecto, el campo de la verdad no se compartimenta. Su biografia confirma ampliamente la intrincación de sus posiciones subjetivas y sus producciones arlísticas. Su pensamiento surge a ojos vistas de la emoción. y su obra recoge lo que sus sucesivas conversiones subjetivas van depositando. En este aspecto sus dos grandes "revoluciones~ no son sino los episodios extremos de un proceso constante. La primera, como sabemos, surge de la inspiración de Vinccnnes. De ésta nace el primer Discurso sobre las ciencias y las artes, así co.. mo el personaje del ciudadano. ·En ese instante vi otro universo y me convertí en otro hombre [...] No remedaba nada, me convertí efectivamente en lo que parecla·.25 Vino después. con su Segundo discurso, la gran "reforma personal" que modifica sin retorno el curso de su vida. El ciudadano que en su primera infancia. en los tiempos de las primeras lecturas, tendió un día la ~mano sobre un hornillo" a semejanza de uno de sus héroes romanos. y que durante cuatro años estuvo "embriagado de virtudw y fue ·audaz~. "orgulloso", "intrépido·, se arranca a los artificios de la ciudad "decidido a pasar en la independencia y la pobreza el escaso tiempo que [le} quedaba por vivir·.26 Desafiando a las costumbres y al sentido común -que en su lengua se llama: "romper las cadenas de la opiniónw-, Rousseau vende su reloj, se quita el frac. renuncia a los medios que se le brindan y deja la ciudad. Se convierte en el paseante no todavÍa enteramente solitario que, prendado de sueños de amor y educación ideal, brinda a su siglo La nueoa Eloisa y el Emilio.
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En cuanto a estas verdades sucesivas, Rousseau las lmpregna a veces de una emoción que linda con el é>..'tasis, las vuelca en actos demostrativos y espectaculares, las impulsa hasta la certeza de esa "viva persuasión• sin la cual afirma no poder escribir. ¿Qué es lo que está en juego en estas invenciones, sino el ser mismo? Cuando Rousseau, hurgando en su desdicha. reconoce en ella a la naturaleza desvirtuada, cuando moldea al hombre salvaje y al niño a su imagen o, cantando sus wdulces goces~. cree ver en éstos la lozanla de la especie, ¿debemos decir que se toma por el Hombre? Sin duda, pero sí se le ocurren los mismos términos para el antepasado prehistórico, para Emilio y para sí mismo, ¿no es porque la cuestión filosófica se estructura como la cuestión intlma, alrededor del mismo agujero donde el significante falta? Rousseau supo expresar mejor que nadie esa falla interna. el ~cío inexplicable~ de su corazón, y su doble aspiración: a un ·suplemento" que le haga olvidar su hiancía insaciable, y a una respuesta que levante su opacidad. Dice: kHe intentado en todos los tiempos conocer la naturaleza y el destino de mi ser con más interés y esmero que cuantos he hallado en hombre alguno".24 Su pregunta es simple. y es la que abre Las ensoñaciones: "Pero yo, separado de eUos y de todos, ¿que soy?~7 ¿De dónde aguarda la respuesta. él, que rechaza los oripeles del Otro? Es verdad que no fue insensible. ni mucho menos, a la seducción de los modelos, pero se niega a reconocerse en la efervescencia de sus s úbitas identificaciones y se asombra de esos "cortos momentos de [su] vida en los que pasaba a ser otro y dejaba de ser [él)". No rechaza menos por ello el mensaje del Otro. Cuando dice: "Amaría a la sociedad tanto como cualquiera si no estuviese seguro de mostrarme en ella no SOlo en forma desventajosa, sino completamente distinto de lo que soy",28 ¿no es este mensaje lo que él recusa? ¿Se advierte la certeza extratransferencial que implica este "completamente distinto de lo que soy"? Y ¿quién sabe lo que el hombre y Rousseau mismo son, sino Jean..Jacques cuando interroga el fondo de s u corazón? ·¿De dónde puede haber sacado su modelo el pintor y el apologista de la naturaleza. hoy tan desfigurada y calunmiada, sino de su propio corazón? Ella desciibió como él mismo se sentia".29 Y cuando exclama: ·conciencia, conciencia, instinto divinow. lo divino no pesa mucho frente a lo que este grito postula. a saber: la relación inmediata de la criatura con la verdad. Aqul la jerarquía no se ha engañado: ha reconocido la disidencia de una enunciación fundadora.
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Un Otro que no sabe
Pues Rousseau no recibe su mensaje del Otro. Para aquel qtw Inaugura su SegWldo discurso con la impronta de esta sentencia: "El hombre nació libre y está encadenado por doquier~. para aquel que anunció solemnemente a Teresa que jamás se casarian y QUl' se estremece aún ante el pensamiento de hacerla madre de sus W jos, para aquel que no duda de ser otro y no el que se ve, las pala· bras paradigmáticas del mensaje invertido, 1ü eres mi amo, 1ü eres mi mujer. son palabras lmposibles. Esta misma imposibilidad funda su inmensa medilad6n sobre el lazo social, sea en el pla no de lo colectivo, de la pareja o de Jas generaciones. Impresiona comprobar además que al final del Emilio, que debe hacer del preceptor un verdadero padre -es decir, un padre al que se podría aceptar-, éste pretende obtener del alwnno este grito: ·¡oh, duefio mio!" Por negarse a aceptar al Otro, Rousseau debe ertgirse como suplemento, para tomar un término que le es caro. Es verdad que Rousseau dialoga y le habla al Otro, ya lo he dicho. Pero no piensa con el Otro y. cuando éste lo inspira, no es en el impulso de la aquiescencia sino, por el contrario. del rechazo. Sin forzar las cosas podrla pintarse a un Rousseau solo en su tiempo, excluido hasta de las luces. Se lo advierte ya en el Primer discurso, donde él se yergue para "atreverse a censurar a las ciencias" y "alabar la ignorancia" y el "despre-cio por el estudio". La verdad se hace aqul ofensiva, y Vindicativa la Inspiración. Poco nos importa saber hoy sl Diderot dice la verdad cuando pretende haber sido él quien sugirió esta temertdad, pues lo que siguió prueba con creces que en Rousseau la contradicción es mucho más que un simple apoyo retórico del pensamiento. Ya sea que denuncie, estigmatice, dé lecciones, ya sea que con el pretexto de decir la verdad diga al mundo sus cuatro verdades, o que estremezca con la pastoral musical, novelesca o educativa, en todos los casos está presente la intencionalidad pulslonal. Precisamente el genio de Rousseau fue haber llevado, mediante el trabajo de la obra -ese trabajo que él aftrma tan arduo una vez pasado el soplo de la ins piración-, el negativismo a la innovación conceptual o poética que lo trasciende. El Otro. que para Jean-Jacques va de los prejuicios de la sociedad a la Sagrada Escritura, pasando por la voz de los ftlósofos , es tan poco sujeto supuesto saber que necesita hacerse legislador. pedagogo, pastor, ncr vellsta; analista de sí mismo, por fin..
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Un Otro primordlal tntrinsecamente nodoo
En la hiancla del Otro que no sabe. Rousseau colocó su obra pero también sus pos tulados paranoicos. Sí bien no cree en el saber de este Otro, cree en su voluntad ... mala. No caben dudas cuando ee considera. según su orden, sus sufrimientos, sus malos encuentros, y sus sueños. Rousseau está enfermo de su prójimo. El desctibió extensamente el malestar, la tensión, la opresión que lo agobia cuando está acompañado; su cortedad, su torpeza. su lnhJbición, su sensación de ser "juguete" de cuanto le rodea, y siempre a merced de la más mínima mirada. Es evidente que sufre de la lnters.ubjetividad. Más exactamente, sufre de ser visto desde un lugar que se le escapa. Este hombre tiene mJedo, dicen los Diálogos. Miedo, en cualquier caso. del juicio. Pero su desconfianza no deja de suponer -una primordial repugnancia, pues él también es juez. Las Cartas a Malesherbes, Inspiradas ya por un ánimo de confesión, dan testimonio: 'Durante mucho tiempo me engañé a mi m lsmo acerca de la causa de esa repugnancia invencible que sentí siempre en el comercio con los hombres. La atribuí a la tristeza de no tener la mente lo bastante activa para mostrar en la conversación la poca que tengo y, por contragolpe, a la de no ocupar en el mundo el lugar que creia merecer [...) Pero cuando, tras haber emborronado papel [...]me vi buscado por todo el mundo [... 1 y cuando a pesar de esto sentí esa misma repugnancia más aumentada que disminuida, conclui que se debla a otra causa·.30 De esta repugnancia a la persecución, hay sin duda una distanda. No se trata aún de la obsesión de los últimos años. y la inminencia de ver surgir lmprevistamente el kakon del Olro. como en ese instante en que el velo de los fenómenos se desgarra y la alegría maligna se le aparece en la negra mirada del amigo Hume, o como en aquellos otros momentos en que, debiendo cruzar París para alcanzar el campo. escapa rara vez al ataque de un ojo malo que envenena su paseo. Pero de lo uno a lo otro, de la repugnancia a la persecución, se tiende un eje: los dos confirman un desarreglo patente del lazo social, y su reunión introduce para nosotros la cuestión de su fundamento libidinal. ¿Odlará Rousseau a su prójimo como se quiere a sí mismo? El. que dlce: "Me quiero demasiado a mi mismo para poder odiar a quien fuere".40 Los malos encuentros le vienen siempre de otro. Hay esencialmente dos, la injusticia y el sexo. El primero, el más decisivo, lnolvtdable. es el de la acusación injustificatla que re lata al comienzo de Las confesiones.
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Rousseau podrá permitir que se acuse en su lugar a una slrvien ~ ta. pero esta culpa no pesa casi al lado del recuerdo fatídico de la· peineta de Mlle Lambercler. El Rousseau envejecido que escribe varias décadas después Las confesiones. no puede recordarlo sin apasionarse: "Aún siento que me hierve la sangre al escribir esto; aquellos momentos. aunque viviese mil años. no se borrarían jamás de mi mente. Este primer sentimiento de la violencia y de la inJusticia quedó tan profundamente grabado en mi alma. que todas las ideas que se relacionan con él me recuerdan mi primera emoción".31 Como se advierte, aquí lo ·indestructible" no es el deseo reprimido que Freud descubre en la ralz de la neurosis. sino la memoria de la nocividad del otro primordial. El mal propiamente sexual le viene también del exterior. Primero, el descubrimiento de la homosexualidad. Siendo un joven adolescente Rousseau se encuentra en Italia, donde será instruido por los católicos. En su inocencia, no percibe los avances de que es objeto y ello hasta no descubrir en su cama a un hombre en estado inequívoco. Descubrimiento Inaudito que le hace clamar contra el horror y lo impuro. para gran fastidio de los buenos padres que lo conjuran a no hacer tanto ruido. Más en sordina. otra efracci6n se produce cuando Mme de Warens, mediante mil precauciones oratorias y una semana de plazo, le ofrece... ¡su propia persona! Rousseau jura que esta idea no "babia pasado nl una sola vez por su mente·. se persuade largan1ente de que sólo la devoción dicta la conduela de Mme de Warens, y expone su obsesión: "No sé cómo describir el estado en que me hallaba, inundado de cierto espanto en el que se mezclaba la impaciencia[ ... ) ¿Cómo pude ver acercarse la hora con más pena que place~ ¿Cómo, en lugar de las delici~s qu~ r!e:hí;!n t:mhriagarme, sentía casi repugnancia y temo~ Es indudable que si hubiese podido sustraerme a mi felicidad con decoro, lo hubiese hecho de todo corazón".32 Estos episodios tan disimiles coinciden sin embargo en un punto, pues todos evocan o presentifican el goce del Otro. Qué contraste de tono cuando Rousseau habla de sus propias culpas o de sus · sentidos depravados". Al horror inconmovible que el Otro le lnspira no responden ahora en absoluto los tormentos de la vergQenza y la culpabilidad. Sea el relato de s us primeras agitaciones masoquistas con MUe de Lambercier. de sus primeros amores con MUe Wotton. de sus exhibiciones o aun de la mentira que condena a una criada en su lugar, o. lo que es peor, del abandono de sus propios hijos, el punto de vista se torna comprensivo y el análisis, de tan admirable precisiOn. perspicacia y hasta encanto. alcanza el tono de la Indulgencia.
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Para Rousseau, el kakon de la cosa aparece siempre del lado del prójimo. La culpabilidadforcluid.a retorna en lo real
¿Es posible interpretar estas emergencias persecutorias?
René Laforgue lo intentó en un estudio publicado en 1927 en la
Revue fra11faise de psychanalyse. y volvió a hacerlo en 1944. en el capítulo IX de su Psicopatol.ogía delfracaso. Considera la culpabilidad y la necesidad de castigo, en una palabra la posición masoquista, como la clave de la persecución en Rousseau, opinión que tiene su costado plausible. Puesto que Jean.Jacques costó la vida a su madre. ese primordial •tú o yoR de la existencia que la palabra de su padre releva cuando dice, por lo menos lo cree él así: WDevuélvernela, consuélame de ella·, se le aparece como la causa traumática de una inextinguible culpabilidad, de una conciencia original de la culpa ele existir que todas las acusaciones que se le dirigen o que él imagina no harían más que reflejar en mil voces. y que él necesita expiar con el dolor y la persecución. En esta linea habría que pensar la persecución como el retomo de una represión, la de un primer juicio íntimo, la de una Bejahung de la culpa que le diría que él es culpable de s u vida y de su ser. Esta hipótesis lropie7..a con una objeción. ¿Cómo entender la culpa como el sentido oculto de la obra y la clave de la vida de Rousseau, cuando aparece por doquier a flor del texto y de las verbaBzaciones, explícita, invasora y. rasgo decisivo. totalmente localizada del lado del otro? El hecho de que efectivamente Rousseau haya sido, Ken su erección de viviente", la causa de la muerte de su madre y por Jo tanto del drama paterno. parece haberlo inclinado más bien a rechazar esa causalidad. demasiado objetiva sin duda para ser fácilmente subjetiv-able. Cuando proclama solemnemente a la faz del mundo que, contra todas las apariencias. él era inocente; cuando desafia a quien fuere a declararse mejor que él; cuando incluso acusándose, se absuelve, no intervienen ni el tono ni la forma de la denegación que. ella sí, confesalia negando. Son decires categóricos y sin dialécl.ic-..a. De manera más general, para él están el sí y el no, el iodo y nada, lo verdadero y lo falso, el inocente y el culpable, que n o podrían fluctuar según la linea de los Pirineos. El aunque, el quizás, el por una parle, el si-y-no le resultan insoportables, como le resultan insoportables todas las formas del medio-decir de la verdad. Lo vemos así -en forma más bien tragicómica- conminar a Saint-Lambert a
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pronunciarse por sí o no sobre su amistad, a reivindicar serlo todo para el otro salvo que concluya que no es nada, a eXigir ser todo suyo y dejarlo también todo a él núsmo; a pretender. por último. decirlo todo hasta alcanzar la famosa ·transparenciaw. Rousseau no acepta una verdad cercenada. por lo tanto necesita suponerla escrita en el fondo de los corazones como un sello Imborrable. sustraído a la división significante. Pero un corazón •transparente como el cristalft es un corazón maniqueo que nada ha reprimido; que absolutizando la binaridad significante. ha separado sin dialéctica el bien del mal y expulsado a éste a las reglones exteriores de la alteridad. A todas luces. esta partición de los contrarios, generadora de grandes polaridades conceptuales, habrá contribuido a la fuerza de su pensamiento tanto como al sello de su estilo, pero no tiene ningún parentesco con la denegación. Por lo tanto. no hay represión de la culpabilidad sino, claramente, un J)Ostulado, el de la inocencia de principio. que -al igual que en Schreber- pone al buen derecho de su lado. Pero hay más. El no sólo es inocente sino que toma a su cargo el orden y la norma contra los vicios del otro. Sus gustos y repugnancias más particulares -desde su amor por la naturaleza hasta sus reticencias para con la sociedad-. él los eleva al único valor cuyo curso admite: la conformidad con la naturaleza. De inocente, pasa a ser acusador de los supuestos vicios del prójimo. Se da sin embargo el caso de que sus hechos de conducta contradigan su postulado; situación propicia para demostrar el carácter transexperimental de éste. ¿Abandona a sus hijos en la asistencia pública, sin un apellido, sin siquiera una marca de reconoclmlento, salvo para el primero? En un primer tiempo esto no le preocupa: lo dice, hasta se lo confia atolondradamente a su buen amigo Diderot. Pero cuando se ha convertid!o en polemista de la virtud y en mensajero de la educación ideal, ¿cómo arregla él cosas que no se arreglan tan bien? Correrla el riesgo de que se lo hicieran saber. Su procedimiento, que va variando con el paso del tiempo y al hi· lo de los t'extos, no tiene desperdicio. Primero, se comportó con excesiva liviandad, es cierto. pero tenía excelentes razones. pues la sola idea de no poder sustraer a sus hijos a la influencia de Teresa y su familia aún lo estremece. Así que optó por lo peor, ¡pero aun así fue un acto de wciudadano y de padre! Segundo -y aqui la culpa se hace sentir más-, hizo mal, y esto es tan irreparable que Rousseau debe cortar las gestiones iniciadas por Mme de Luxembourg para tratar de hallar a sus hijos; pero eso que él hizo fue tan
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16lo un error de su pensamiento. no una falta de su buen corazón.
Y, por último, e n tercer lugar. ¿no es Indignante que encima se lo reprochen, des pués que él Jo confesó? Concluyo: si la dimensión de la culpa es capital en Rousseau, es como el inconsciente a cielo abierto que Fre ud percibe en Schreber. La culpabilidad. lejos de estar reprimida, está forclulda; ella retoma en lo real bajo la forma de la acusación delirante y, las más de las veces, inefable. Hay que invertir la tesis de Laforgue. No es que se lo ncuse porque él se sienta inconscienteme nte culpable; se lo acusa porque él se postula inocente. El no es <:ulpable pero. siendo hablante. de todos modos está s eparado de una verdad de la que la forclusión lo disocia. A falta de la represión, que le restltuiña en lo simbólico el hUo asociativo, la culpa le vuelve en lo real. La cosa sustraída de su corazón se le aparece entonces en el otro, para su Indignación y terror. Los hombres son malos: he aqui el reverso de su postulado. Cuando et Otro hace silencio... Sin embargo, Rousseau fue perseguido efectivamente y esto es lndls cutible. No sólo se condenaron sus obras: su propia persona fue vilipendiada, quemada en efigie, acosada. lapidada Inclusive. De este modo la realidad reenvia al · mejor de los hombres· s u imagen invertida. diabólica. "¿.Habrá llegado, pues, esa última edad predicha por el autor inspirado del apocalips is , donde veremos elevarse hombres impíos o más bien monstruos que levantarán tram pas a la fe? [...] Pues he aquí que se publica con a udacia la nueva producción de un autor inforlunado, semejante, en el campo de los nuevos illósofos, a como Jo son a veces en el campo de nues tros enemigos esos hombres bárbaros [... ] cuyo único propósito es el saqueo, [... J pa ra saciar su maldad y satisfacer su in clinación natural a destruir. Asi s e abre el discurso pronunciado en la facultad de teología para condenación del E milio. Pero estos retornos de realidad, estructurados por la simetría imaginaria, no deben ser confundidos con las respuestas de lo real que ellos encubren y que, mejor dicho, enmascaran. Con el Emilio, precisamente, s e tiene una verificación paradigmática. La edición del libro sufre clerta demora y él no percibe las razones: entonces la amenaza cobra consistencia. el complot de los jesuitas le parece probado y Rousseau delira. Pero cuando, publicado finalmen te el libro. es inminente su condena. cuando el duque y la duquesa de Lux.embourg, al igual que todos sus amigos, le instan a pensar en M
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su seguridad, Rousseau da muestras de una despreocupación y 1111 alborozo más que extraños. PronunCiada en efecto la condena, una noche se ve obligado;¡ huir precipitadamente pero, impávido y jubiloso a la vez., se abao dona a una bucólica inspiración. En el coche que lo lleva escribe El levita ele Efraím, asunto ciertamente atroz pero del que se congratu la por haberlo impregnado con colondos de una frescura, imágenc:·; de una inocencia y una delicadeza de costumbres, por fm. en verdad enternecedores... Es cierto que con el paso de los años, a medida que sus desdichas 'Se multipliquen, este tono de franco júbilo desaparecerá, pero será en provecho de un desapego cercano a la indiferencia y muy distante del agobio. En el punto culminante del delirio -Los diálogos lo registran- Jean.Jacques. no bien se ha alejado de sus enemigos, los olvida -lo que además confirman sus cartas y sus actividades - , pero lo que no olvida son las verdaderas respuestas de lo real de las que las persecuciones sufridas le alivian. Aquéllas aparecen precisamente cuando la realidad se calla, cuando se desgarra el tejido de significaciones que la constituyen. Si el semejante, a falta de expansionar un alma fraterna, alza el sable, Rousseau se recupe.r a. Pero si se abstiene, si hace silen cio, entonces surge la incertidumbre y se yergue la sombra d el Otro. Para Jean-Jacques, una buena persecución siempre vale más que una mala sospecha. No importa el m al que se le dice o se le hace, pues su horror es la opacidad, lo no dicho, los sobrentendidos. Si denuncia con tanto sentimiento el hiato del ser y el parecer. si detesta tanto la reserva y la discreción. si la ambigüedad le repele, es porque su obsesión es el kmisterio". Ello dice y lo demuestra. As!, cuando tras su lectura de Las confesiones cae sobre el público un silencio, seguramente azorado, él sabe que está perdido, pues cuando el Otro calla Rousseau se h ace interprete. y en la vacuola enigmática coloca el mal. que el postulado de inocencia ha arrojado de su subjetividad. El Otro silencioso es un Otro malvado y que condena También se aclara con ello su manía de confesar. Mientras que el neurótico habla para precaverse de la interpretación, Rousseau confiesa para atajar la condena. La confesión se impone en proporción a la falta en saber, en lugar de la cual la falta en merecer amenaza en todo momento con instalarse. Lo más grave -y Rousseau insiste en ello- seria no decirlo todo. El vacío de su corazón, la opacidad de su ser quedarán tapados al menos por la trama continua de sus recuerdos y confesiones. "En la empresa en que me he metido de mostrarme íntegramente al público, es preciso que no le quede oscuro u oculto nada
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rnio [... ) que no me pierda de vista ni un solo instante, temeroso de que, hallando en mi relato la menor laguna. el menor vacío, y preguntándose: ¿qué hizo durante ese tiempo?, me acuse de no haber querido decirlo todo. ~39 La confesión autoimpuesta conjura y tapona el lugar vacío de la cosa. Por lo demás, en torno d.e un vacío enigmáUco aparecido en su correspondencia. vacío en el que primero se negó a creer pero que sin embargo era "bien real", y que él imputó primero a un robo, se le cristaliza la convicción definitiva del complot universal. Su carta del 23 de septiembre de 1770 es bien precfsa: ante la evocación de un prisionero, el vacío surgido en estas huellas de él mismo que son sus cartas es conectado de golpe por el delirio a un "atentado execrable", no cualquiera: un regicidio. Desde entonces se Impone la convicción del complot. Rousseau, hojeando una copia de una colección de cartas, dice: "Di por azar con la laguna que mencioné y que siempre me pareció dificil de comprender. ¿Qué me pasó al observar que esta laguna caía precisamente en el tiempo cuyo recuerdo me había despertado el prisionero que acababa de pasar, y en el cual, sin este suceso, no habría pensado más que antes? Este descubrimiento me trastornó, hallé en él la clave de todos los misterios que me rodeaban. Comprendí que la supresión de esas carias tenía indudable reración con el tiempo en que hablan sido escritas y que, por inocentes que esas cartas fuesen. no era casual que se hubiesen apoderado de ellas. Saqué la conclusión de que mi pérdida estaba jurada desde hacía más de seis años [... t.33 Las ficciones de Housseau guardan una doble relación con la forclusión. Sus criaturas -las de la naturaleza y la novela social-, si bien son engendradas por forclusión metódica, encuentran también su sitio en el vacío de la "Verwerfung inaugural~. Ese vasto registro de su ser que son sus Confesiones viene a ocupar este mismo lugar. El analista de si mismo es aquí para él mismo su propia ficción. Para nuestro beneplácito. Pero, para su desgracia, esta ficción no consigue refrenar la amenaza persecutoria. Rousseau, sin embargo, tiene todavía un recurso: el del autismo cultivado. Un goce auiárcf.co
Bastarse a sí mismo fue un gran sueño de Rousseau. Tiende a él en proporción a otra aspiración inmensa, la del amor. El gran tema del "natural amante y tierno~ atraviesa toda la obra biográfica y gran parte de la correspondencia. No todo es alegato en su insistencia: es su experien cia misma. "Me repito. se sabe; es necesario. La
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primera de mis necesidades, la más grande. la más fuerte, la más inextinguible. se hallaba enteramente en mi corazón: era la necesl·· dad de una sociedad intima y tan íntima como pudiera serlo; sobre todo por eso me hacia falta una mujer antes que un hombre, una amiga antes que un amigo. Tan grande era esta necesidad singular, que la más estrecha unión de Jos cuerpos no le alcanzaba: me habrían hecho falta dos almas en el mismo cuerpo. sin esto .sentia siempre el vacío~.34 Conocemos de hecho sus sucesivos entusiasmos, sus amistades apasionadas que viran siempre al drama o a la catástrofe: 1729, M. Bale; 1730, M. Venture de Villeneuve; 1744, Ignacio Emanuel de Altuno, luego Diderot, Grimm. George Keith, el duque de Lu..'Cembourg, Hume ... Curiosa serie donde el charlatán se combina con los talentosos y grandes del siglo. La lista de mujeres es más corta y va trazando toda una paleta de figuras: Mme de Warens, el amor materno; Mlle d'Houdetot. el verdadero amor imposible; Mme de Larnage, meteoro del deseo: Mme d'Epinay. la amiga protectora; Mme. de Luxembourg. la gran dama tutelar. y por último Teresa... el fiel animal doméstico. único que atraviesa el tiempo. Otras tantas amistades. otros tantos amores. otros tantos estallidos. De ahí el sueño de Rousseau de embestir contra estas hemorragias del ser que son los lazos sociales y que exceden los limites del organismo. Ya en EmUlo, para que el alumno pudiese gozar incondicionalmente y sin relaciones, para que pudiese independizarse de la mala fortuna, la ficción había puesto en práctica todos los procedimientos de la desatadura, en provecho de un aquí y un ahora sin horizonte. de un ser-alú todo presencia. Ahora bien, para Rousseau, ésta será una ficción experimentada. El célebre pasaje dd Quinto paseo lo testimonia: aPero si hay un estado en que el alma encuentra un asiento lo bastante sólido para descansar entera en él y reunir todo su ser, sin necesidad de recordar el pasado ni de salvar el futuro; donde el tiempo no sea nada para ella, donde el presente dure siempre sin señalar no obstante su duración y sin huella alguna de sucesión, sin ningún otro sentimiento de privación ni de goce, de placer ni de pena, de deseo ni de temor que aquel único de nuestra existencia. y que este solo sentimiento pueda llenarla entera; mientras ese estado dure. quien en él se encuentra podrá llamarse dichoso [...] de una felicidad suficiente, perfecta y plena, que no deja en el alma ningún vacío que sien la ésta necesidad de colmar. Tal es el estado en que solía encontrarme en la isla de St.-Pierre durante mJs ensueños solitarios~.a5 Cuando habla de las virtudes ideales. Rousseau no es verdaderamente original. a lo sumo las hace centellar con el btillo de su fan-
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tasma. pero con el Paseante solitario, sin proyecto ni ocupación, dedicado por entero al ocio y a una voluptuosa ausencia mediante la cual se comunica con el gran todo de la naturaleza. inventa una nueva f¡gura de la felicidad. Ciertamente, su consistencia es proporcional a la amenaza persecutoria. y Rousseau alcanza a veces a au respecto Jos acentos y la técnica de la ataraxia estoica. Difiere mucho de ésta, sin embargo, pues no dice: hágase tu voluntad, sino más bien: tu voluntad es nula. Ella no acepta ni se agota en resistencia sino que se cierra sobre un goce autárcico. En la misma linea, la Segunda ensoñación aísla un Instante •stngutar•. Rousseau. caído accidentalmente. recobra la conciencia: "La noche avanzaba. VI el cielo, algunas estrellas y un poco de verdor. Esta primera sensación fue un momento delicioso. Sólo gracias a ella me sentí a mí mismo. Nacia en ese instante a la vida y me parecia estar llenando con mi ligera existencia todos los objetos que percibía. Todo entero en el momento presente. no me acordaba de nada; no tenía ninguna noción distinta de mi individuo, ni la menor Idea de lo que acababa de ocurrtrme; no sabia ni quién era, nl dónde estaba {... ) Veía correr mi sangre como habria viSto correr un arroyo. sin pensar que esta sangre me pertenecía en ninguna forma. Sentia en todo mi ser una calma arrebatadora[... ) necesité todo el trayecto desde ahí hasta el bulevar p ara recordar mf morada y mi nombre".•3G .
Esta desaparición de las coordenadas imaginarlas y slmbóUcas, esta desubjetivación, aquí accidental, y que además fue seguida -según el decir de Rousseau- por el anuncio de su muerte en un peliódico, es exactamente lo que cultiva el paseante solitarto en el casco de su barca de la isla St.-Pierre. En este espacio de un entredos muertes no trágico está. para Rousseau. la respuesta última a la cuestión del ser. y es una respuesta de separación del Otro. Cuando al evocar "el sentimiento de la existencia despojado de cualquier otro afecto", dice: "¿De qué se goza en semejante situación? De nada exterior a uno mismo, de nada sino de uno mismo y de su propia existencia; mientras dura este estado uno se basta a si mismo como Dios~;37 experimenta lo que Lacan enuncia en 1979, que el tener. el tener del cuerpo, priva sobre el ser. Así pues, la cuestión del ser. planteada como he d1cho desde el inicio de la Primera ensoñación en un tono sumamente schreberiano de evocación de fin del mundo, encuentra en la Quinta ensoñación la respuesta del tener. ¿Es casual que se enuncie desde el campo atrincherado de la Isla a la que Rousseau se ha ·deportado· tras • El subrayado es mío.
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la lapidación de Motiers? Poco después, cuando alucine la malignl dad de Hume. Rousseau oirá un: "Yo sostengo a Jean-Jacqw·:; Rousseau~: no su alma, por cierto, tampoco su memoria, sino s•• cuerpo. Y cómo no subrayar que entonces, dentro de la naturalc1~ • cuyos colores cambian para él, como se sabe, al capricho del sujeto, Rousseau no ve ya musas sino que se aplica a esa suerte de anato mía que es la botánica y cuyo mérito esencial es - él lo dice- ocu parlo e impedirle entretanto, sea pensar. sea hundirse en el letargo. Letrificación de un goce otro
¿Se puede decir mejor que la libido, desligada de la cadena de las así llamadas relaciones de objeto, libra al sujeto a una satisfacción cerrada sobre sí misma? Hay aquí mucho más, sin duda, que lo que Introdujo la teoria freudiana bajo el término de fyación narcisista. Incuestionablemente, Rousseau sabía, sin Freud, que el amor propio es la pasión primordial y lo dice de Jean-Jacques: ·él se ama y ellos lo odian·.3s Sin embargo, las prácticas de su soledad apuntan a otra cosa Desestiman explícitamente no sólo la división subjetiva sino también la unidad imaginaria del yo. y no dejan menos de lado lo que la lengua llama, precisamente, placeres solitarios. Rousseau fue ciertamente un gran masturbador, pero aquí es un Diógenes sin el órgano el que se separa, metódicamente, del campo del Otro. ¿Es ta forclusión la que por falta de castración le da acceso a un goce específico? s mn duda. En su barca Rousseau se identifica, si no con ·su ser de Viviente•, al menos con la sola conciencia de su existencia, es decir. con el ser-ahí del cuerpo animado por sensaciones. Lo que emerge en estos momentos es la virtud separadora de un goce de la existencia ajeno a lo simbólico, que no seria ni el goce-sentido [joui.s-se:ns] del entre-dos símbolos, ni el goce del uno fálico. De este modo se individualizan en la obra de Rousseau Las en· soñaciones del paseante solitario. Confestones. Diálogos eran títulos que sugerían un lazo social. Ensoñación sólo retiene del pensamiento su vertiente de placer. Hasta parece que Rousseau nunca pensó realmente en publicar estas Ensoñaciones. Pero. de la letra, él espera aquí que fije su ser de vida. Desde el fondo de su certeza delirante, él, que acaba de decir: "Todo lo que me es exterior me es en lo sucesivo ajeno... En este mundo ya no tengo ni prójimo, ni semejantes, ni hermanos". adara: ·Realizo la misma empresa que Montaigne pero con un fm total-
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mente opuesto al suyo: pues él escribía sus Ensayos sólo para los otros, y yo escribo mis ensoñaciones sólo para mí( ... ) su lectura me recordará la dulzura que saboreo al escribirlas, y (... } redoblará por así decir mi existencia·.39 El goce de la letra sigue estando subordinado al del ser. Es verdad que en s us ultimos textos Rousseau es muy a menudo más poeta que pensador. Olvidando la argumentación, abandona a veces el conocimiento paranoico en beneficio de la letra poética, pero no por eUo Rousseau es J oyce. Joyce, haciéndose representar para los siglos por su Finnegans Wake. no se identifica con su ser de viviente; más bien con su ser de muerte. o al menos con lo que habría que denominar su ser de letra, con el cual se hace un nombre sintomático. El Rousseau autor no puede hacer menos que dejar llevar su nombre por la escritura, pero su letra permanece enviScada de imaginario. Es menos goce de la letra que letJificación de un goce otro. entre imaginario y real, aquel que él llama de la pura existencia. Pero, excepto unos pocos momentos privilegiados que el verbo fija, este Rousseau-la existencia es menos realizado que convocado como un anhelo, a título de defensa con respecto a la captura persecutoria. Rousseau fracasó allí donde J oyce triunfó. El no elevó su saber hacer con la lengua a la fun ción del síntoma. Su arte es un arte de lo simbólico, y doblemente: porque procede por lo simbólico, y porque interroga a lo simbólico. En la primera vertiente. utili7.a la palabra y los recursos de la ficción, vehiculiza el goce-sentido hasta producir efectos de rectificación de los gustos. En la segunda, explora los efectos de lo simbólico pero, al cuestionar Jo simbólico por lo simbólico, reproduce el rechazo forclusivo sin adueilarse de los retornos en lo real; y, lejos de prevenir el desencadenamiento, condu ce a él Esto lo ilustra el Emilio al plantear la pregunta del ¿Qué es Wl padre? Aquí la letra no se ha emancipado de lo simbólico. que a s u vez depende de lo imaginarlo. Encuentro un último rasgo sintomáHco de esto en el hecho de que Rousseau, habiendo adqulrido un nombre, reivindica de Inmediato la prelación para el significante de su particularidad en el deseo del Otro. es decir, su nombre de pila. que él convierte en insignia de su ego. Efectivamente. babia pues que decir: Rousseau el símbolo. · NOTAS
L Steplletl le héros, pág. 354. 2. Les Confcssions, t. I, pág. 15.
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3. Portrait de l'artíste enjeune homme, pág. 611. 4. Lettres a Malesherbes, t. 1, pág. 1135. 5. Emile, t. IV, pág. 304. 6. lbíd., pág. 743. 7. Ibíd., pág. 656. 8. Discours sur l'origitte de l'inégctlUé, nota IX, pág. 202. 9. lbíd., pág. 203. 10. Ibíd., págs. 143-144. 11. Emile, t. IV, pág. 378. 12. !bid., pág. 251. 13. lbíd.• pág. 362. 14. !bid., pág. 312. 15. !bid.• pág. 311. 16. Ibid., pág. 320. 17. !bid., pág. 298. 18. lbid., pág. 649. 19. 1bid., pflg. 663. 20. lb id .• pág. 651. 21. !bid., pág. 661. 22. lbid., pág. 651. 23. lbtd., pllg. 594. 24. Les Reoor lt3s dupromeneursoW.aire, t. 1, pág. 1012. 2 5. I..cs Confesslons, pá.g. 416. 26. Jbid., pág. 362. 27. Les !Mueries ... , pág. 995.
28. /..es Corifessions. pág. 116. 29. lbld.• pág. 936. 30. Fragrnents autoblographiques, t. 1., pág. 1132. 31. Les Conjesslons, pág. 20. 32. lbíd., púgs. 194- 195. 33. Correspondance complete, cd. crtt1ca de R.A. Lelgh, t. 38, pág. 141. 34. Les Conjessions, pág. 414. 35. Les Reoorlt3s ... , pág. 1046. 36. Les Reoorles .. ., pág. 1005. 37. lbíd., pág. 1047. 38. Dew.wme Dialogue, t. 1, pág. 860. 39. Les Conjesslons, pág. 59.
FINALES DE ANALISIS
¿QUE FIN PARA EL ANALISTA?
·form-.'l.n E1 fineldeanalista un análisis es el fin de un a mor. Curiosa pareja la que y el anaHzante. Ayer por la mañana. justamente, una muchacha con la que me encontré en el hospital durante una presentación de enfermos y que había h echo un pmlongado análisis -se trataba ele un suj eto neurótico- me dijo, contestando a una pregunta: ~no veía de qué modo podía acabar eso ... asi que interrumpí". Exll-ai'ia fórmula . si se le quitan de encima las evidencias ele la comprensión, y que nos introduce en las paradojas del amor ele transferencia. Lacan lo observó tempranamente: se trata de un amor verdadero. No hay ninguna razón para considerarlo como un amor artificial con el pretexto de que el disposilivo analítico es un artificio. Por añadidura. se trata de un amor que acaba por decir la verdad sobre el amor -y eso es una rareza-, es decir que se despliega en un procedimiento de tal índole que al final produce una idea sobre lo que es el amor. En este sentido se trata ni más ni menos que de un nuevo amor. como en determinado momento dijo Lacan. ¿Cuál es entonces esa verdad sobre el amor que se revela en la transferencia y que, en otro sitio, sólo se sospecha? La siguiente: que el partenaire esconde a otro. No se trata sólo de que sea un sustituto -como Freud lo advirtió-, sino de que lo real -enliénda· se, el plus de gozar- miente al partenaire. En consecuencia. habría que decir: partenaire aparente. Tal es -ustedes lo saben- el drama del amor. De ahí la ingeniosa fórmula repetida a menudo por Lacan: ·no era ella. no era él• o. más radicalmente aún. el enunciado freudiano: "yo no lo amo", a él o a ella. ¿Podríamos llamar "ilumina-
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do· a este verdadero amor que dice la verdad sobre el amo!? El término sería tentador, ya que Lacan solía referirse a las Luces para Insertar a la experiencia analítica en la racionalidad. ¿Será el único no ciego, y que alcanza la lucidez que sólo el odio aproxima? Por el momento dejo la cuestión en suspenso. la retomaré más adelante. ObseiVen lo siguiente: se trata de un amor que Invierte las aspiraciones del amor corriente. Este, más allá de los rasgos programáticos que entraña. comienza por el encuentro - tyché- y aspira a lo necesario. Aspira a lo necesario bajo la forma del anhelo que habita el Impulso amoroso y que se dice: M para siempre·. Apunta al: ·no ceses·. Por el contrario, el amor de transferencia trastrueca absolutamente este reparto. Por un lado, muy lejos de estar a merced del e ncuentro, se desencadena casi automátlr.amente por el artificio del dispositivo. Es el hermano gemelo de la asociación libre. Además hace falta, me dirán ustedes, encontrarse con un psicoanalista. Seguro. y aquí hay sin duda un elemento de contingencia; pero aun siendo así, el amor de transferencia. cualesquiera que sean las variantes de su esUlo en cada caso -incluso es esto lo que dejaba pasmado a Freud- , está casi asegurado. Se trata, pues, de un amor que se produce no por encuentro, sino por necesidad. Por otro lado, muy lejos de aspirar al M para siempre·, aspira al ·que eso cese.. y se plantea la cuestión de su fin. Es un hecho clinico: desde la entrada. el analizan te tiene en mira la salida. a veces hasta la obsesión, y en proporción a aquello que lo cautiva ¿Cómo comprender las particularidades de este amo!? Es un amor -dice Lacan- que se dirige al saber; hay que agregar: al saber supuesto, y no confundir con el deseo de saber. Conocen ustedes la tesis final de Lacan: no hay ningún deseo de saber, y especialmente en el analista. Una vez p lanteado. se advierte que se impone casi a simple vista que la humanidad no tiene deseo de saber; a fin de cuentas en el analista esto podría ser más asombroso, y sin embargo precisamente a su respecto Lacan menciona. más que un no-deseo, un horror de saber. No hay deseo de saber, porque el sujeto sabe ya todo lo que tiene que saber. ¿Para qué? Para los fines de su goce. Sin embargo. el trabajo de la transferencia deja emerger algo que tiene un parecido con el deseo de saber. algo. digamos. que de él hace semblante, en el sentido corriente de la expresión. Esto se debe al hecho de que el sujeto que llega al análisis representado por su síntoma. representado por aquello que cojea para él, representado por un S 1, pues bien, este sujeto no puede sino dirigirse h acia ~ en razón de la estruclura significante. de la estructura misma del lenguaje. Por eso Lacan puede decir que la transferencia se motiva exclusivamente en el rasgo unario. Este es
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suficiente para que la operación analítica se dirija hacia s u complemento. y en primer lugar al saber. Sz. No a todo el saber, ciertamente - hay represión originaria- . pero si a una porción. Un sujeto representado por un significante que se dirige al saber -ésta es la estructura de la transferencia- : esto produce porciones de saber. Pero entonces. ¿cuál es la verdad de este amor que hace semblante del ·deseo de saber"? Para abreviar. es una demanda. una demanda de ser. El sujeto busca su ser por el sesgo forzoso de la elaboración de saber. pero no es que busque el saber. La persona de la que nos habló J ean-Guy Godin, con su ·no soy nadaw, lo ilustra en fonna absolutamente patente - me parece- , mostrando que el tiempo de la elaboración desemboca en una protesta que revela su demanda latente, que no quedó satisfecha. Por Jo tanto, seria un error hablar de amor Iluminado para el amor de transferencia. Al
igual que cualquier olro, no llega hasta el deseo de saber y, como todos, eslá ávido de ser. Si produce saber. es por forzamiento. porque la operación analítica obliga a la demanda de ser a pasar por la asociación libre. En u n psicoanálisis, por virtud no del Espíritu Santo, como se d ice, sino por virtud del deseo del analista se opera un forzamiento del "no quiero saber nada de esop. A la moneda del am~r. la interpretación le sustituye otra. En este sentido el analista es verdaderamente, en la historia. un partenaire inédito, totalmente nuevo, que "tiene posibilidad de responder". Cabe observar no obstante que por lo que se refiere al "no quiero saber nada de eso", aun siendo universal, tiene sus variantes individuales que en un psicoanálisis es preciso tener en cuenla. Se lo advierte además desde la entrada en análisis. Hay sujetos. por ejemplo, que se presentan in\'adidos por un sentimiento de miedo. Tienen miedo de lo que van a descubrir. Hay otros. opuestamente, que están a la expectativa, a veces incluso entusiasta, de lo que van a descubrir. Tal vez se los pueda llamar inocentes. o inconscientes, no es ésa la cuestión. Lo que aqui se indica es una diferencia de sujet? a sujeto en cuanto al saber. Ahora tenemos la pregunta: si el análisis permite un forzamiento del Mno quiero saber nada de eso~. ¿cuál es la medida de este forzamiento? Más precisamente, ¿cuál es su devenir al final del psicoanálisis? Nos preguntamos si hay un fin del análisis. Les diría que aquí yo no me lo pregunto - no es forzoso que uno se haga t odas las preguntas- , al menos por razones metodológicas. Yo parto de la tesis lacaniana: hay una finitud del proceso analítico y, desde ese momento, el término de un análisis puede ser eva-
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luado en función de su coincidencia o de su no coincidencia con e! punto de finitud del proceso. La castración no contradice este punto de finitud. En cuanto al tope freudiano, aquel que se menciona en el texto "Análisis finito y análisis infinito~, no es identificable con el hecho de la castración, con el hecho de que la castración no conoce "cese·. No es un tope sob re la castración sino un tope sobre una posición del sujeto respecto de la castración. Aquí hay que leer el texto. Además, concluye con la afirmación de que "se deja al sujeto" la decisión, e incluso la elección de su posición. Freud describe dos tipos de posición en impasse, pero no universaliza el impasse. Después de todo, en "La dirección de la cura" Lacan entiende que es F'reud quien da la "solución del análisis infinito", y esto en su último texto, Inconcluso, sobre la escisión del yo. Con esto quiero significar que, a mi juicio, la oposición entre el impasse freudlana y el pase lacaniano tiene sus matices. Hay, por lo tanto, un fin de análisis. Se puede considerar este fin desde mu chos ángulos. Por ejemplo, en su secuencia de salida. De qué modo se presenta la secuencia final. el momento que se extiende entTe lo que Lacan llama el momento del pase, como momento, como metamorfosis del sujeto, y el final. No es esto lo que voy a hacer. Se lo puede considerar según sus resultados. cuando se traza la raya d!e la suma, al final, la raya del balance. Se lo puede considerar según sus rendimientos terapéuticos, sus rendimientos de saber, por ejemplo. Tampoco me interrogaré sobre este aspecto. Me interrogaré, en cambio, por lo que el sujeto hace, al final. con Jo que adquirió .. Si el análisis le blinda la clave-llave de su división, ¿qué hace él cuando la toma en sus manos? ¿El sujeto se se1virá de la clave del enigma para abrir la puerta del acceso al s.aber o para cerrarla? Dicho de otro modo, ¿qué sucede con un deseo de saber del analista al final? ¿Qué significarla cerrar la puerta? Creo que es exactamente este fm el que Lacan evoca en su texto a los italianos! , del que querría comentar más en detalle un pasaje, si ustedes me lo permiten. Este texto a los italianos data de 1973, o sea siete anos después de la "Proposlciónw de 1967, o sea después de seis años de experiencia del dispositivo del pase. Veamos lo que dice Lacan: "Yo articulo ahora las cosas para personas que me entienden" -supongamos que estamos entre gente que entiende-. "Hay objeto a. E l ex-siste ahora, por haberlo yo construido. Supongo que se conocen sus cuatro substancias episódicas. que se sabe para qué sirve, al envolverse en la pulsión por lo cual cada uno se apunta al corazón y no lo alcanza sino de un tiro que lo marra. Esto hace de soporte para las realizaclones más efectivas; y también para las realidades mAs atractivas.
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Si es fruto del análisis, remitan a dicho sujeto a sus queridos estudios. El adornará con algunos postizos suplementarios el patrimonio que según se entiende suscita el buen humor de Dios. Nos guste creerlo o nos subleve, el valor es el mismo para el árbol genealógico del que subsiste el inconsciente. El chico o la chica en cuestión le hacen relevo congruente." En cualquier caso, he aquí un pasaje que nos describe un fin que es un fin, que no es un falso fin y que, sin embargo, a los ojos de Lacan, no constituye el fin tal como debe ser el del análisis. El texto no deja de presentar dificultades y me pareció oportuno explicármelo. ~Hay objeto." Evidentemente, este hay~ guarda resonancia con el Mno hay relación sexual"; es un balanceo, y también hace contrapunto con el "hay Uno~ formulado por Lacan un poco antes. Hay Uno que no tiene alma gemela; hay Uno que no tiene partenaire se· xual; hay Uno que no tiene a nadie a quien hablar salvo al intérprete, si es que lo encuentra. Pero para este Uno sin par, "hay el a". no obstante; que existe. ·supongo qUJe se conocen sus cuatro substancias episódicas. • Una substancia múltiple y en eclipse: el viejo concepto filosófico recibe así un golpe de novedad. No me pierdo en ello. En la substancia cuádruple, que no es una ni eterna, reconocen ustedes los cuatro modos de goce que la pulsión vehiculiza, según que el objeto se haga pecho, excremento, voz o mirada. Pero en sí mismo este objeto no se confunde con sus encarnaciones. tratadas en la teoria analitica como "pregenitales". Si no "existe" más que por haber sido Mconstruido", es por ser un topos, equivalente a la grieta en el Otro. Asilo formula explícitamente el Seminario "De un otro al Otro"; se trata de un objeto que se sitúa en el Otro como parte inconmensurable con el Uno del significante. En este sentido ocupa exactamente el lugar del -l, y la pulsión le permite llenarse, sustantillcarse con un "plus de goce". "Supongo que se sabe que existe" -como topos, pues-, ·que se conocen sus cuatro substancias episódicas" -como plus de goce-, ·que se sabe para qué sirve·. Es la cuestión de su función en la economía del sujeto. No sé si ya han pensado que el objeto a servía para algo. Es una fórmula fuerte. .. Continúo: "que se sabe para qué sirve cuando se envuelve en la pulsión por lo cual cada uno se apunta al corazón y no lo alcanza sino de un tiro que lo marra". Este es un uso, al menos un uso: apuntar al corazón. ¿Apuntar a qué cosa, sino al ser? Al ser que nos devuelve a la demanda transferencia! de la que partí. que, en efecto, pone en juego a la pulsión. No es una idea nueva en Lacan, en 1973, la de que la pulsión tenga r elación con la búsqued a del ser. La encuentran ya en "La dirección de la cura ... · , 2 donde señala M
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que la pulsión lleva la demanda hasta los linútes del ser. y en "Posición del inconsciente~. donde esa mira del ser define precisamente el uso separador de la pulslón con respecto a la alienación significante. Aquí reaparece esta doble vertiente: buscar su ser y ... marrarlo. "Retomar". o sea compensar su pérdida. y al mismo tiempo, •restaurarla". Pero si la pulslón en sí misma no recupera al objeto, contrariamente por ejemplo a las realizaciones del arte. constituye soporte "para las realizaciones más efectivas y para las realidades más atractivas·. "Las realizaciones más efectivas" son las "obras" en general, y no solamente las del arte. Los productos de una vida. Lo que en cierto momento se llamó las obras; y ustedes saben que en la historia hubo corrientes de pensamiento para las que "las obras" eran fuente del mal. Digamos, de un modo más trivial, los productos del trabajo. En cuanto a las Mrealidades más atractivas", pues bien, son las que atraen -lo entiendo con la mayor simpleza- en el sentido del amor y del interés. Lo cual abre, aliado del trabajo y de sus obras. el campo del amor y sus señuelos. Así pues. hay un fin de análisis que consiste en haber aprendido una suerte de saber arreglárselas con el plus de goce para hacerlo servir. ¿A qué? A lo que voy a llamar. utilizando una fórmula que hace pensar en la de la pulsión. ·hacerse ser". por medio de las propias obras y amores. Observen que I..acan habla de esto con un pequeño matiz de irrisión peyorativa. Los postizos ornamentales del patrimonio deben ser puestos en serte con su término de poubelH· catton.• No sólo hay libros en el cesto de la basura. Hay todo aquello mediante lo cual se sustenta el -árbol genealógico, a saber: todo aquello mediante lo cual uno realza el nombre que ha recibido. Todo aquello mediante lo cual, dando lustre al linaje, uno se hace un nombre que relega al padre. En ·posición del inconsciente" se decia: ·hacerse un estado civil"; en •Joyce el síntoma" se dirá: hacerse un escabel. En cuanto a este fin del ·hacerse ser", quisiera situarlo y aclararlo mediante dos expresiones cercanas: el ·más bien no ser" y el "hacerse a ser", que es algo muy distinto. ¿Cuál es el beneficio del fin por el ·hacerse ser"? Evidentemente, este fin toma de la falta en ser su sentido y su peso. El sujeto, que se ha experimentado como falta en ser y como división en la experiencia, vuelve a, o bien encuentra. una posición de ser que vela por su falta en ser. Con "Un" estado civil, él vela por su estado de ser siempre "dos" en la cadena slgnllicante. Pequeño paréntesis: a menudo se habla de la virulencia del narcisismo que reina en los gru• Conocido neologismo de Lacan, donde se condensanpoubel!e, "cesto de
la basura·, y pubUc.ation. ·publicación". IN. de T.)
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pos analíticos. Desde el exterior. hay quienes se asombran de que •aJgunos· que han hecho un análisis no sean más sabios y si tan ávidos o tan vindicativos cuando se trata de ponerse ahi. Veo en ello una manifestación del fin por el ·hacerse ser·. por lo que podemos llamar el narcisismo del ser, que no es el único. Y después de todo, en efecto, un sujeto puede haberlo aprendicJ!o de un anallsJs. Es cierto que para el neurótico esta posición es un progreso, o en todo caso un cambio, a veces quizá se abuse de ella. pero no obstante es un progreso, porque la neurosis es una enfermedad de la falta y de la pregunta. Más exactamente, la neurosis eleva la falta al estado de enfermedad. Es una enfermedad de la falla en gozar tanto como de la falta en saber que el neurótico experimenta como su impotencia propia. Todo sujeto, Indudablemente, está sujeto a la falta y cae bajo el golpe de la castración, pero no todo sujeto es neurótico; no todo sujeto muestra la castración como enfermedad. Y precisamente por eso Lacan opone al neurótico el personaje de Alcibiades, el deseante por excelencia, qtúen de su falta hace plus de gozar, al máximo posible. El neurótico, por el contrario, padece de aquello con lo que Alcibíades hace uso de goce. Sin duda, este sentimiento de falta en ser del neurótico disimula algo. Disimula su correlato: la posición del sujeto respecto de la castración. Yo la formulo con la expresión del Seminario La ética: ·más bien no ser·. Más bien no ser antes que seiVir al goce del Otro. Esta es la posición del neurótico. En ese sentido. podemos decir que el sacrificio al que la apuesta de Pascal invita a los hombres, el neurótico ya lo ha hecho. ya ha elegido: más bien no vivir antes que servir al goce del Otro. Y precisamen te por eso le vemos cargar tan dolorosamente con el peso, con el sentimiento de que no existe verdaderamente o de que está ya muerto. Hay aqui sin duda un narcisismo, pero un narcisismo de la falta en ser. totalmente distinto del narcisismo del ser al que antes me refería Narcisismo de la falta en ser que explica. además, por qué la exigencia del amor está tan acentuada en el neurótico. No es que sea tan amante, tan capaz de amar, sino que no cesa de llamar al amor. Lo llama porque, precisamente. el amor, el verdadero amor. aporta un complemento de ser. Pero no de cualquier manera. El amor hace ser con falta en ser. Vía completamente opuesta a la del goce. En su narcistsmo de la falta en ser y en su demanda de amor, el neurótico resiste a la destitución subjetiva, y esto en la medida en que la destitución subjetiva es antinómica respecto del narcisismo de la falta en ser y de la llamada al Otro que él sustenta. Fíjense en los tres ejemplos que propuso Lacan de la. clínica de Ja destitución
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subjetiva. a saber: el hombre de la Belle Epoque retornando al mundo moderno, el guerrero aplicado de Paulhan y él mismo dando su seminario mientras otros se ocupaban de negociar su eyeccióu
de la IPA En estos tres ejemplos, el rasgo común -sin comentar cada punto en extensión- es que se trata precisamente de sujetos que sobre un fondo de catástrofe no deliberan ya sobre el Otro. a veces con una nota estoica y hasta un implícito alea jacta est. la fórmula de su posición seria en rigor el ·hacerse a ser·. con la nota de consentimiento que en ella resuena y que no tiene nada que ver con el matiz industrioso del ·hacerse ser·. Pues bien, sl la posición del neurótico es hacer narcisismo de la falta en ser, hacerlo pasar del "más bien no ser· antes que consentir en servir al Otro -puesto que él cree que el Otro quiere servirse de él- al "hacerse ser·. es un progreso. Es un progreso terapéutico de fin de análisis que el neurótíco llegue a salir de su "yo no soy· para concretizar su ser en algunas realizaciones. No es necesario que sean grandes obras. Uno de ellos decia: ahora me ocupo de ~mis cosas·. Por pedestre que sea, es un "hacerse ser·. Podemos decir que en este aspecto Joyce ha progresado sobre la maldición, sobre el J.Lll qn¡va~ de Sade y su negativa a acrecentar el patrimonio. Pues, en cuanto a Joyce, él está del lado del Mhacerse ser". ¿Quién más que él quiso adornar el patrimonio con postizos suplementarios, contribuir a sustentar el árbol genealógico y a ilustrar su nombre? Pero esto no es ni la destitución subjetiva ni el pase del analista. En este punto Lacan es categórico: el "hacerse ser" no es un fin para el analista. No es un fin para el analista, en el mejor de los casos es solamente un fm para la enfermedad de la neurosis. No es lo mejor de lo mejor del analista, lejos de eso. Y en este aspecto, Joyce no ha progresado sobre Sade. Si Lacan pudo tomar a Joyce como modelo de lo mejor que se puede obtener al final de un análisis. es porque Joyce ilustra una separación -rechazo- respecto del inconsciente. Si se trata del pase del analista, no se tratará de Joyce sino de Santo Tomás y ... del santo en general. De Santo Tomás y el escobazo asestado a las obras: sicut palea, "como basura·. El santo no se hace "no ser·, no se hace un nombre. Se le da un nombre, es cierto, pero generalmente cuando ha muerto. Por eso, en 1979, Lacan opone Joyce al Santo. Joyce que se hace "escabel" de su arte, y el Santo que cae. por el contrario, bajo el golpe de la "escabelastración", o sea lacastración del escabel. Para él, no hay levitación del nombre. Para el analista, si se dedica al "hacerse ser~. ·que no se haga analista·. dice tacan. ¿Por qué? Respuesta: no tendrá tiempo de contribuir al saber. Como el tiempo se cuenta por los esfuerzos, o lo uno o lo
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olro. Si se empeña en lo uno no se empeñará en Jo otro, fuera de que tener un nombre no es una ventaja para la tarea analítica. al contrario. ContribUir al saber -adviertan la modestia del término- no es escribir tratados. Se contribuye al saber. por poco que sea, no bien He abandona lo que Lacan llama la abundancia de la charla. Esta llene ciertamente su eficacia en el análisis, su eficacia, su seriedad, su efecto terapéutico, pero la invención del saber es otra cosa. Y el problema es sin duda saber si, cuando el analizantc ha recibido la clave-llave de su división, se siJVe de ella para cerrar la puerta del saber. En eso consiste el "hacerse ser·. Por supuesto, este fin por el "ha cerse ser" tiene cierto vínculo con el saber; supone que, en el análisis, ha habido adquisición de saber. La elaboración de saber se presenta, en el análisis. en la forma sencillísima de la construcción de la historia; así de simple. Y, al hacerlo, el anallzante verifica la causa de su deseo. Lo que quiere decir, primeramente, que hace la experiencia de una grieta estructural en el saber y que con ello ad quiere un saber de lo imposible, un saber de lo que, sean cuales fueren los significantes, las palabras producidas, su "enjambre· no reducirá nunca el ·menos uno· que les existe; cosa que Freud llamó "represión originaria" y de la que Lacan elaboró la estructura lógica: no hay "todos los significantes· sin uno en menos. Pero, en segundo lugar, este saber no es la última palabra del psicoanálisis, el cual no tiene uso Mdoclrinal". No es la última palabra, y si no hay todos los significantes, hay el objeto a. que viene al lugar en que el significante no responde. El saber adquirido es doble: saber de lo imposible, pero también saber de la singularidad. El analizante adquiere una vista general. toma una suerte de panorama sobre aquello que lo disting ue, sobre su manera propia de an·egiárselas con su falta y de compensarla. Es un saber separador, que despeja de la culpabilidad y la inhibición y afloja la impotencia neurótica. El sujeto será libre de servirse de él para sustentarse en el mundo, y en el árbol genealógico. El fin por Mhacerse ser" tiene, pues, una cabal relación con el saber elaborado en el análisis. Pero, ¿ irá el sujeto más lejos? ¿Hay un deseo de saber que puede nacer al final de un análisis? Digamos que Lacan clamaba por él en u na exhortación ... cabalmente necesaria. quizá desesperada. Es muy dificil insuflar un deseo de saber a los analistas, y ello por dos razones. No sólo porque la vía del ~hacerse ser" está abierta par¡¡ ellos, sino porque en su práctica el analista debe somckrse a 1111 "no pensar": el analista debe imponerse esta estricta ll del a nalista excluye la elabor ación d e saber y la chj n ;ll ••n.lli i'.. utl<'.
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Por eso tenemos a veces la sensación de que el analista se gana la vida sin hacer nada; pues la elaboración de saber y el acto analítico son antinómicos. si bien pueden alternarse. La interpretación misma, según lo que dicen de ella los analistas -aunque Freud hable de construcción y Lacan de cálculo del sujeto- pertenece más bien al orden del surgimiento oracular. En suma. la práctica analítica impone al analista el manejo de una suerte de inercia de pensamiento que no sigue el sentido de la pasión del saber, de la afición al saber. A mis ojos, estos obstáculos arrojan una luz sobre el dispositivo del pase y ofrecen una parte de su sentido_ Cuando Lacan menciona el deseo de saber se trata de una exhortación, pero indudablemente Lacan era demasiado realista para limitarse a eso, y yo creo que el pase es un dispositivo inventado para forzar el deseo de saber. En efecto, con este dispositivo, para ·hacerse ser~ en él bajo la forma de ·ser nombrado en ér, pues bien, hay que pasar por la elaboración de saber. Se trata de un ardid del dispositivo: servirse del anhelo de ser que habita a todo sujeto sin excepción -ser en la genealogía, y aquí en la lista de AE.-, para hacer elaborar saber. Hacer del saber, a falta de una causa, una condición. ¿Por qué no? El pasante da testimonio: así se expresa Lacan, que siempre mide sus términos. El testigo, en uno de los sentidos de la palabra. significa el mártir, es decir el que padece, tanto como el que recoge los hechos. Y hay que con servar estos dos componentes: el pasante da testimonio de la dificil prueba que fue su análisis. Un justo testimonio constituye el primer paso de una elaboración de saber y hay seguramente testimonios más o menos justos. Dar testimonio de la prueba supone una decantación, una separación del palhos y del saber que de él se precipita. En cuanto al pasador. su labor es bien dificil. pues no debe ser nl un magnetó· fono -que registra todo y no oye nada- ni una pantalla al testimonio. Esto supone efectivamente una posición particular; una posición, me parece, donde el vacío del sujeto no sea colmado por la consistencia de su singularidad. El pasador no tiene que estar demasiado lleno de su propia particularidad, esto es: habitado todo él por su propio fantasma; pero tampoco demasiado lleno de convicciones sobre lo que es el pase, y esto a fin de que pueda ofrecer un vacío, un espacio para que el testímonio se deposite. En cuanto a Jos cartels, se espera de ellos una elaboración y el dispositivo les suma una secreta incitación: Lacan, modificando el antiguo dispositivo, concibe dos cartels en lugar de un solo jurado. Dos cartels trabajando por separado, él lo aclara, quiere decir: emulación, pues en cuanto tienen ustedes ·dos", tienen emulación. No se trata de dos cartels compinches, sino más bien de dos cartels que elaboran --
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~amos- a cuál mejor. Por último, la duración limitada del titulo de A.E., Analista de la Escuela. por tres años. Es duro para lo que exi,.,ria el "hacerse ser". Esto disocia el "ser nombrado" y el nombre. el Ululo. Introduce además la función de la prisa. Se trata a mi juicio de artificios de funcionamiento dirigidos a un efecto de forzamiento del horror de saber. El "hacerse nombrar'", la emulación, la prisa. otro.<; tantos rP.fHt>:n.o..o:; al deseo de saber desfalleciente. Pero. ¿qué es lo que está en juego? ¿ Por qué ese matiz de desprecio respecto de las arealizaciones" efectivas, respecto del "hacerse ser". y la llamada a un deseo de saber? El comienzo de la ..Nota a los Italianos" lo indica: se trata de la supervivencia del psicoanálisis. Lacan pensó que el psicoanálisis no podría sobrevivir a menos que lograra seducir al mundo moderno. así como el amo antiguo se dejó seducir por el saber del esclavo has ta el punto de elaborar el EmO'nlllTl· Pero la época de la ciencia no es susceptible de ser seducida más q ue por la mera elaboración de un saber consistente. De a hí la idea de que ese discurso no podria mantenerse si no es habitado por un deseo que sea de la época de la ciencia. Las exhortaciones profe.r idas por Lacan en 1973 están a nuestra merced. Los hago Jueces de su suerte. En cuanto a mí, tengo la impresión de que el psicoanálisis no tiene hoy tantas posibilidades de seducir a l amo moderno - y a no hay el amo antiguo, p or supuesto-, solamente a las pocas fJguras que sustentan ideales de la ciencia. Por el contrario - y la historia, me parece, sigue más bien esta dirección- , el ps icoanálisis tiene quiZá una posibilidad de se· ducir a los esclavos modernos. A todas luces, son tan diferen tes de los esclavos antiguos como lo es el amo moderno del amo antiguo. Los esclavos modernos son todos los sujetos q ue la ciencia y sus productos d estituyen. Aquí, efectivamente, hay tal vez una posibilidad de seducir a estas víctimas, entre las que también nos contamos cada uno de nosotros. Pero estas víctimas de Ja pasión ciega del saber que habita a la ciencia, ¿no prefertran la religlón, y no harán incluso del psicoanálisis religión? Hasta aquí llegamos.
NOlAS
l. J . Lacan, "Note italienne·, Ornicar?, N" 25. Navarin, París, pág. 9. 2. J. Lacan, "La direction de la cure· , Ecrits. Scuil, Pañs, 1966, pág 638.
UNOPORUNO
Noviembre de 1989. Marco la escansión: seis años de funcionamiento del dispositivo del pase para la Escuela, dos años en lo que atañe a nú participación en uno de sus carteles. Los wresultados deben ser comunicados~. Este imperativo inequívoco, enunciado por Lacan en 1967, está más que nunca a la orden del día. pues, si se Jo sustrae. el pase retorna a la roistagogia en que la ex Escuela lo dejó. Yo le aporto mi consentimiento y hago, por Io tanto. la cuenta. Asumiendo el riesgo. No silenciaré la disposición con que la abordo. Está claro que me lo impongo, no sin sentirme empujada por el contexto del momento y por el necesario retorno a las finalidades primeras que éste reclama. En ese movimiento, no puedo desconocer que me es preciso forzar una suerte de reticencia. de ohstácukJ subjetivo, en el que reconozco, inmediatamente. el movürJento de retroceso que retiene tan a menudo al sujeto de este lado del umbral, precisamente en el instante en que da el paso de liquidar una indeterminación. Pues entonces, aunque este paso le prometa una ganancia de saber, se resuelve en una pérdida. A lo que se añade que, del grano de saber adquirido, nada permite esperar que sea agradable. No ignoro que poner fórmulas es reducir los prestigios de la e.xperiencia inarticulada, asi que asumo el riesgo de una prueba de verdad. La dificultad se dobla pues en esta prueba involucro a otros: ¿tengo derecho a hablar de pasantes que. sin dar en el clavo, se reconocerán, aunque no hayan podido lograrlo en el pase? ¿Pero no me autorizaron ya al prestarse al dispositivo, incumbiéndome a mí
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sus traer cuanto sea posible las coordenadas que identificarían al sujeto y le harían conocer más allá de lo que consintió al brindar-su testimonio? De este modo se pierde precisión, lo sé, y el toque de lo particular queda d ebilitado, pero t oda clínica tiene este precio, por no transmitirse con el puro materna. Tomo estos pases uno por uno. No pretendo glosar sobre los textos que I..acan dedicó a este pase, ni sobre la estructura que en él construyó. Los pres upongo, y abordo los "resultados· de marras a nivel del caso por caso, sin privilegiar ni siquiera el del único pasante nombrado por el cartel, pues de cada uno se puede aprender algo. Uno por uno, esto es lo que conviene desde el momento en que no hay pas~tipo y en que la estructura. válida ciertamente para todo sujeto ('v'x, por lo tanto universal). no excluye que en ella se inserte la singularidad de cada uno. Freud ya lo había advertido, puesto que sostenía conjuntamente el famoso precepto de tomar cada análisis como si fuese el primero, y la afirmación de que un solo caso bien explorado deberia, al menos en principio, enseñarnos todo. De hecho. declr que cada pase e s único no es cosa inútil. Yo lo sabía, pero aun así... me sacudió. .Aqui lo que resuena es ni más ni menos que la singularidad, siempre incomparable y sellando cada testimonio con un acen to propio. Cada uno es una "perla", como se dice, y que refulge con un destello n o semejante a ningún otro. Pero todo lo que brilla n os amenaza con la hipnosis, si un deseo d ecidido n o incita al despertar. Es así como nos he visto. a los miembros del cartel, empeñados en anotar las palabras transmili· das por Jos pasadores y en repasarlas luego incesantemente; obsesionarnos con ellas, escrutarlas con una minucia hasta excesiva, por escrúpulo y por honestidad, claro, pero no sin que nos devoMera a ellas cierta fascinación -lo sé por haberlo experimentado discre tamente-. busca ndo la prueba pero clavados al texto por la captura del agalma. Razón de más para pasar a la "colección" de la experiencia, y colección quiere decir colección ya elaborada, pues el cartel, no siendo el hipnotiZado, tan1poco debe ser el analis ta del pasante. He dicho "uno por uno", pero "no todos" y tampoco todo entero. De los ocho que se oyeron. sólo retengo los cinco en los que se podía divisar la perspectiva de conjunto del análisis con sus diferentes etapas, desde la entrada has ta la salida: pues, ¿cómo situar un momento sin la secuencia en la que se inserla, un hito sin sus puntos cardinales? Y en cada uno me sujeto a lo más específico, al punto de focalización propio, siempre que la lectura resulte suficientemente asegurada por el conjunto del testimon io. Puede ser que éste
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se mantenga insondable -lo que no ha de confundirse con la necesaria hiancla de todo discurso-. que se aporten enunciados erráticos imposibles de ordenar, dlchos contradictorios o inconsistentes en Jos que se pierda la huella del sujeto. ¿Inconsecuencia del pasante. obnubilación de los pasadores. er ror de entendimiento del cartel? Por mi parte, yo no especulo con lo indecidible: extrayendo, por el contrario. lo probado, y apuntando yo misma a la legibilidad, me atengo sólo a los testimonios que dejan aparecer, como en filigrana, la lógica del sujeto, sabiendo que en la mayoria de ellos el momento en que el testimonio los capturó queda abierto a reestructuraciones futuras de su posición o de su posibili<:lad de transmitir. W 1: Un styeto a destajo
Nos sorprende este sujeto que entra en el dispositlvo como sujeto de la asociación libre. Una asociación libre hasta tal extremo decidida que no acepta ser interrumpido, encauzado ni cuestionado. Aquí se impone ya nn comentario. Se admite comúnmente que el pasante es analizan te de su experiencia. Muy bien. Pero, ¿es lo mismo dar testimonio del recorrido, de lo que se juega en un análisis y de su salida, que estar metido en él? ¿Es lo mismo escalar la montaña con Jos ojos clavados en cada paso de su progresión, que descubrir la perspectiva al final del camino? O la asociación libre no es lo que pensamos, o el pasante no es sujeto de la asociación libre. Lo sospechábamos, además, desde que Lacan situó su Seminario en un "hacer el pase". Ahora bien, ¿quién reconocería aquí la asociación libre? Vuehro a nuestro pasante, sujeto de la asociación libre. En el dispositivo, el efecto sobre los pasadores es inmedia to: cada cual a su manera -voy a decir cuál- se ve estructuralmente impelido a presentificar el otro término de la estructura, el ..a .. heterogéneo. El cartel tiene así ocasión para ver aislarse. en forma purísima, las imposiciones de una estructura que prescinde del consentimiento de los sujetos, y para apreciar en forma directa que los efectos oc.asio·· nados por un pase en los pasadores van más allá de los va1iados afectos que pueden o no asediados. ·. El primer pasador responde con un pasaje al acto en él que ee opera algo asi como una separación salvaje. Sintiéndose, para IU 'fhorror" y su •agobiow -las comillas indican expresiones citada• . textuahnente-, aspirado en los deslizamlentos de una cadena que ·no conoce tregua, sale de la escena. deja ahi el análisis y emtgra D mUlares de kilómetros por varios meses (J.a).
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En un segundo tiempo, este forzamien to de un gesto separador se invierte en un llamativo efecto de espejo subjetivo. El pasador, horrorizado en un primer momento y que respondió con un a cto a la indeterminación del sujeto, se convierte luego en un pasador más bien identificado y escribe una parle de su testimonio en el mÍSmo estilo con el que su pasante lo había desconcertado al principio. El segundo pasador no queda menos capturado por la posición de este pasante que él considera "ahogado" en la arborescencia de s us verbalizaciones. En un comlenzo lo aborda como un momento de urgencia subjetiva. hecho que lo impulsa a asumir la posición del analista (a----+~} . Así pues, presenta el curso del testimonio corno una secuencia de análisjs, lo maneja como lal y permite calibrar su efecto de producción: en él se denunciarán dos identificaciones, mientras que se aislará un significante por el cual el sujeto s e identH1ca en el Otro materno con el que no ha acabado de reñi.r. Este efecto no deja de reactuali7.ar, cada vez más renaciente y aguda, Ja pregunta que el sujeto dirige al Otro en los libretos de la vida coUdia.na o en el marco analítico, mediante una búsqueda del ser e n Ja que la depresión rivaliza con la protesta. El duelo separador sigue pendiente. N° 2: Unfantasma reacondidonado Al comienzo, comienzo sintomático, hay un sujeto que d ice estar ·en guerra con el Otro• y a quien la angustia petrifica. Fascinado y aterrado por la demanda oscura de ese Otro - femenino-, se parali· za en la inhibición 9 vaga enlre el dormir y el aburrimiento. Un primer análisis le deja la fórmula de una «solución": "hacer de niño"; que debe leerse: dispensado del deber sexual. Sale de él instalado. como se dice, a título de analista, pero siempre petrificado: piensa en el grito. pero está sin voz. como la boca abierta del esqueleto que invade su imaginación. amurallado en ei silencio impuesto por el espanto y por la impotencia de decir. Un segundo análisis opera una modificación. El sujeto encuentra la salida de la alternativa: ser, o bien el niño. o bien el hombre proveedor y por lo tanto amenv..ado. El sujelo comunica el libreto que ínscribc el paradigma de su nueva posición. Es ésta -dice- la que lo funda como analista. y él la pone en acto en su práctica Consiste en dejar demandar... en vano. lo que él ilustra como la boca del Otro abierta sobre su grllo. Dicho de otra manera: tener en vilo. La locali:r.ación de la castración en eJ fantasma fue alcanzada. sin duda. Clinicamcnte, el sujdo pasó de la petrificación a una estrate·
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gta de evasión asumida. El sujeto trocó la cadave:rtzación obsesiva por el modo hi.sté.rico, en un movlmlento que. menos que atravesar el fantasma. lo acondiciona. Este efecto de hlsterizaclón tardío deja sus beneficios terapéuUcos: la Inhibición y la angusua dismlm.uyen, el sujeto recupera la palabra, para asegurarse del descompletamiento del Otro -con un toqueclto de entusiasmo-. UUliza e.'Ctrañas fórmulas: •mantener abierta la pregunta•, o incluso "abierto el diván" y esto... hasta la muerte. Tales son las palabras de su solución, y lo tranquiliza el que la muerte del analista. y muy especialmente la desaparición de Lacan, garantice contra todo surglmlento sorpresiVo de una respuesta. La posición del sujeto con respecto al goce regula su mira en el acto, al menos si le damos crédito: lejos de apllcarse a restituir al anali7.ante "la clave de su dMs!lón". su disciplina ~lícita y asumida- es sustraérsela y eternizar la indeterminación del sujeto. "Es un trabajo". dice. Sin duda. pero también una invers.i ón de los objetivos del pase. N" 3: Pasión
Tres análisis sucesivos no redujeron la pasión de este sujeto por la castración, la hicieron prosperar. Después del Otro primordial. después de la mujer, el psicoanalista es en lo sucesivo su partenaire. Mediante una transposición que no se modlfica, la matriz de la lucha mortal que se jugó para ,este sujeto en tomo de la demanda anal vuelve a ponerse en juego con el pslcoanalJsta (en singular). El sujeto se vive aqui como "el humillado", a semejanza del Otro materno. Su repulsa, s u odio y también su terror al sacrillclo sfempre tantallzanle. se organiZa en la convicción de ser "vic.tl.ma". pero rebelde. El fantasma es aquí legible. está al desnudo: pero no es atravesado. El sujeto no reconoce en él su apuesta, y la ·muestra· que él pone en juego dentro del propio dispositivo. Lo que experimenta como atolladero de su vida y de su análisis. él pretende hacerlo testigo de cargo de la falla del acto analiti.co, volcando desde entonces todas sus desgracias - bien reames. lamentablemente- al expedien te de su juicio a un Otro -analista. especialmente- que. siempre Incapaz para relevarlo de su castración y de una degradación que se le vuelve insoportable, es supuestamente su agente. De hecho. el sujeto no ha obten ido del pslcoanállsls el único beneficio que de él se puede esperar y que Lacan denomina ·benellclo pasional· . Los pocos efectos terapéuticos que se obtuvieron en un primer análisis fueron barridos n\pldamente (¿reacción terapéutica
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negativa?) por su d ebate de vida y muerte con el Otro. Alegando un dema~ía", hace de ello una causa y se coagula en una pose de defensa de los derechos de s u subjetividad mortificada. ¿Identificació n con el síntoma, o. síntoma que el análisis habria alimentado? Una cesión s igue pendiente. "ya pagado en
NR 4: Un duelo a verificar
Para este sujeto, el analista entró como un astro en su Vida desierta. En el final, se testifica un auténtico efecto de desatad ura. El sujeto despierta de ese amor con un sentimiento de extrañeza y depres ión; dice: · se terminó y n o puedo decir nada sobre aquello". Frase que no seria íncompaUble con un fin verdadero, pues éste no implica el saberlo todo. El cartel demanda entonces que el testimonio le diga o al menos le permita ubicar de qué apuesta s ubjetiva esta ba hecho ese objeto. Aquí se queda con s u pregu nta. El tes timonio deja determinados Jos puntos siguientes: 12) El analista fue el sustituto de un prtmer partenaire perdido: tiene alg unos de sus rasgos y reprodujo, sin saberlo, el gesto del primer encuentro. Se lo elige en el camino de un duelo que ya data de varios ru1os, pero que h abía quedado en suspenso, como forcluido; se lo experiment ó, cierta mente, pero el sujcil.o no puede confirmarlo con un enunciado y s e sorprende de convertirlo en el disparador de su demanda, siendo incluso que no deja de tener otros síntomas, diversos, pero que siguen el sentido -digamos- de un cierto permiso. 2 °) Se lo elige fuera del análisis. "El enamoramiento primario" precede aquí a la demanda. Es una transferen cia de amor antes de ser una transferencia de saber y. a la entrada, el cierre del inconsciente es ma nifiesto, obturado como está por un objeto a ver y escuchar. 3g) Una oportuna maniobra del a nalista opera un desplazamiento y logra indu cir la puesta en juego de la palabra de asociación libre. 4 9 ) Aparte de un efecto terapéutico, en el final resulta de esto una cartogt·afia genealógica, y sueños. muchos sueños. Queda sin precisar: la pr enda singular de la demanda hecha al Otro. Los enunciados del pasante, muy pulverulentos, no imponen la mayor de una enunciación. No es por ello un sujeto amo del lenguaje, y el efecto terapéutico lo prueba, pero no está construida la perspectiva e n la que se dejarla percibir la causa ¿Falla de efectuación o falta a transmitir? A fin de cuentas, el propio sujeto califica a
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lG!)
su palabra analizante de "maniaca" o "sin valorM. y entra en el dispositivo del pase con un anhelo: "hablar de su vida por primera vez", y tal vez llorar por ella. El duelo del analista está testificado, pero no verificado. Por otra parte, el sujeto salió del análisis después de un viaje de reencuentro con sus orígenes: una historia de dolores y miserias demasiado reales en la que quizás se enraiza todavia cierta idealización de su diferencia. ~5:
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Este sujeto habrá necesitado tres análisis y más de dos decenios para resolver -si el cartel al menos lo entendió bien- lo que le suscitaba pasión. A la salida, el testimonio pone al descubierto la perspectiva del análisis, sus tiempos, sus virajes, los síntomas que encubrían su apuesta y que en él se modifican -de la neurosis infantil a lo que de ella queda más allá de lo terapéutico-, el Otro del que el sujeto se hacía partenalre, los deseos cruzados cuya marca él lleva. las fórmulas fantasmáticas de su ser alienado, de donde se infiere su causa última. No me permito animar ni siquiera un poco los términos de la estructura; pues la nominación de este sujeto al titulo de AE. lo señala a un público demasiado vasto. Pero diré primero algo sobre el estilo de la transmisión. La certeza afirmada y perceptible para el oyente no se viste empero de serenidad_ Parece más bien afin a la precipitación, y la suya es una prisa que puede ir de febrilidad a angustia. Tampoco adopta el tono de una confianza de saber. Guarda algo de la búsqueda que tantea hacia su resolución, sin excluir las sinuosidades y los rodeos, algo de una afirmación que se impone atando cabos y por retoques, más que por punteria directa El hecho de que la posición de certeza del sujeto -innegable a la salida del trayecto- no se confunda con el tono declarativo siempre un tanto impersonal. sino que lleve la marca del estilo propio -aquí, más bien turbado- por donde la verdad procede para un sujeto. se manifestó más bien como una garantía. En cuanto al momento de salida. el momento del ·en conclusióna, deja percibir al sujeto casi con asombro las pocas palabras -casi irrisorias- a las que se reduce su larga travesía y sus angustias. Rasgo singular, el duelo se efectúa entre arrancamiento y desatadura. En un sobresalto - casi defensivo- sostenido por el: •es o basta•, el sujeto se ve arrancado del diván y luego del consultorio
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del analista, y en el moVimiento de reaprehender por última vez, en la urgencia de terminar. el hilo secreto que encadena las fórmulas sucesivamente elaboradas de su ser alienado, movimiento en el que las viejas angustias y los viejos demonios chisporrotean por última vez, se instala la desatadura. en una temporalidad que no es de agotamiento progresivo, sino de caída discontinua, en un momento de percatarse. como se dice, momento que además no careció de precursor y en el que de golpe se confirma la deflación del Otro. al que el sujeto ha dejado de hacer consistir. El sujeto abre los ojos respecto de aquel tiempo en que obsesiones que atravesaron décadas se desprenden de él como viejos oripeles. y este efecto lo deja casi incredulo, aliviado y volviendo ya la espalda. Queda la mirada de la muerte, siempre ahí. acuciándolo. Ahor-a, algunos comentarios
Como puede verse, la variedad de la experiencia no está aleatoriamente dispersa. Se puede comprender entonces que casos muy diversos puedan ser puestos en serie, como lo evocaba Lacan, y por poco que el cúmulo de la experiencia no se demuestre imposible. Ya entre estos cinco aparece una gradación: -N2 l, un sujeto Mdesaificadoft. todavía a destajo($). -N2 2 y N11 3, la seguridad redoblada del fantasma C$ O a). La astucia defensiva del sujeto se reafirma en el primero; 1en cuanto al segundo, el atolladero estructural del sujeto se confirma en la densificación del fantasma. - NQ 4 y N2 5, son dos duelos de salida. Uno no brindó su clave, y el sujeto sigue siendo enigma ($ =?). El otro se asegura de una. destitución que vale como certeza (:;>=a). Así, desgarramiento, pasiones y duelos dibujan una paleta de posiciones subjetivas que tienen, por supuesto, su correlato de afecto. Son, también por orden, el afecto del suspenso de la respuesta (espera, abatimiento. obsesión, etcétera); un discreto júbilo; el peso del dolor y del odio; por último, dos modos de desatadura, matizado uno por un asombro cuestionador y cargado el otro de conclusión. Estos pases cuyos sujetos son todos analistas -ellos se declaran así y funcionan como tales-, estos pases, ¿nos dicen algo sobre la juntura entre el análisis del sujeto y el acto analítico? Se ha observado frecuentemente que los pasantes casi no hablan de la decisión -puesto que Jo es- que los lleva a ocupar el lugar del analista. No hay que asombrarse, pues ella es en todos los casos una solución de continuidad. Lacan lo apuntaba, me parece: es un
Urwporuno
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salto. &>te salto cambia algo en lo real, pero no tiene razones. No hay razones buenas o malas para ser analista. Es un acto causal, pero no causado. De ahí que cuando el paciente quiere hablar ·de eso·. o bien retorna a analizarse a si núsmo, o bien describe la fenomenología de un momento; como aquel sujeto que. nombrado pasador. no está seguro de querer asumir la tarea y concluye finalmente con un: "yo soy anaUsta· que él profiere por primera vez y que tal vez no será una declaración inútil si el acto le sigue. pero que no dice nada del deseo que para él se requiere. Pues está excluido analizar el deseo del analista. Lo que no Impide que sea más o menos condicJonado y hecho posible por el análisis, y s usceptible. por tanto. de una "corrección·. Este es el término de Lacan. De esta juntura, el dispositivo del pase pennlte recoger a veces signos muy convincentes. Tomo un ejemplo. Un sujeto se ha embarcado en la experiencia antes de tiempo. El mismo tiene la honesUdad de reconocerlo, sien do que hasta aht su análisis no hizo mucho más que aliviarlo de s u narcisismo herido. al acondicionar el lazo con el personaje idealiZado en el que el s ujeto sosUene s u yo-ideal. Las necesidades de la estructura pueden hacer suponer casi a priori que sólo la seguridad del fantasma podrá s uplir en este caso la certeza del acto. y que los pacientes no dejarán de inscribirse en ello de alguna manera. Pero son los hechos los que dan la prueba, y conflrman. Un objeto nuevo aparece en la vida de una paciente -está embara7..ada-, este ~jeto del Otro reactiva de inmediato la pregunta del s ujeto anal ista: •¿soy yo ese niño?", y lo lleva de nuevo al análisis. Mc\s sorprendente aún: cuando u na mujer que importa entra en la vida de este analista. sus pacientes salen. El los suelta. Así pues. una redistribución de la libido, u n ·suma y sigue- sobre otro objeto habrá bastado para eyectarlos. Esto permite advertir qué puesto ocupaban. De manera mb general, la experiencia de l.Gs primeros analistas
en tomo de Freud, de aquellos que comenzaron con unas semanas, unos meaes o unos pocos añ!tos, tiene que hacernos suponer que fueron analistas sin pase. En cuanto a estos pioneros, tampoco bastaba con ~ponder que se autoriZaban en Freud. pues· nms ollll del acuerdo o el sos~n de !ste, lo que está. en cueslfón es la nulortzacl6n en acto en el instante de responder a la demanda y n la investidura de la transferencia. De ahlla pregunta: ¿en q~ ac autort· za el analista, cuando no es en su pase? Aqul m.e sirvo de una pista de Lacan. En 1974, cwuulo fUI craa e1l Departamento de Pslcoanfillsls, habla del "nnnl!Jodn mmllu t(lln no" autoriza sino en su extravio" (Orntcar?, N9 1, pl'\1(. fi).
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La fórmula es elocuente e inmedia tamente sentimos su conexión con la experiencia; pero, ¿qué significa exactamente autoriZarse en el extravío? El extraviado, claro está, es siempre el sujeto. No saber dónde está en la estructura del lenguaje: esto es lo que experimenta en el cur so de su análisis. pues el artificio del procedimiento desidentlfica. Habiéndose librado en el análisis al infinito de la metonimia asociativa S 1 ---+ ~ ... , se habrá separado de las identificaciones que lo orientaban según un signillcante amo (S 1) y quizá se habrá aliviado, al menos en parte. de aquello que lo abrumaba -efecto terapéutico de la fuga- . Insistiendo, habrá apreciado sin duda que la metonimia gira en redondo, sin decir jamás lo que circunda con sus rodeos, esto es. el objeto locali7.ador (a), al que el analista presta su presencia... sin saberlo. Pues el ser de este objeto no está hecho de saber, Incluso cuando se verifica, y el analista puede también no saber que éste es su lugar. Por más que lo aprenda de la topología, no por ello recuperará el saber ... imposible. Ahora bien: una cosa es el no-saber y otra autorizarse en el nosaber. ¿No es acaso contentarse con él, es decir, a la vez parar ahl y encontrarse a gusto? El equivoco indica a las claras que renunciar, asi fuese sobre la seguridad d e una impotencia, en efecto garantizada, es una elección del sujeto. Por lo tanto, siempre habrá al menos dos usos del no saber: uno que desalienta el deseo, otro que lo sustenta; uno que tapa, otro que causa. Más fundamentalmente, los no saberes no son equivalentes. Cada uno vale sólo lo que vale el saber con el que se asegura. ¿Quién pensará, por ejemplo, que el no saber de Jacques Lacan equivale al de la señora X o al del señor Y? Esto es valido para la doctrina del analista, y no lo es menos en la cura. Si el amor. que se desvive siempre por hablar, dice, al proferlr su última palabra: ~No puedo decir qué eres tú para nú", el analista lleva las de ganar cuando se basta con un: "Dlmelo", con el que estimula al analizante sin buscar, a veces inclusive - como se vio- sin querer la respuesta, esperando simplemente que el sujeto reCiba lo suyo, como se dice. También el extravlo puede ser decidido. Cuando ese "él mismo" por el que el analista se a utori7..a n o es el extraviado, o sea el propio sujeto barrado, ¿qué ocurrirá, si no es aún aquel que finalmente se ha "hecho a ser" (a)? Bien podrá ser el asegurado del fantas ma ($O a). Decirlo no es cometer Insulto contra el analista; es tomar en cuenta algunos hechos del tJpo de los que el dispositivo permite recoger. No es una novedad, al fin y a l cabo. Ya en el Seminarto XI subrayaba Lacan la incidencia en el pslcoanállsis de lo que el analista -quiere que hagan de él". Señalaba incluso el efecto de su producción de saber,
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habiendo hecho cada uno -dice- su aporte a la teotia de la transferencia, a gusto de su fantasma. ¿Creeremos acaso que la gran Melanie K.lein, por ejemplo, hubiese sacado a luz las angustias infantiles ügadas a los fantasmas de fragmentación del cuerpo de la madre, de no haber estado ella misma, todavía y siempre, enfrentada con la figura de un Otro materno terrori.fico? (Véase su biografia.) ¿Podemos pensar que habla culminado el atravesamiento de su fantasma cuando en 1919 publicó su primer caso -el de su hijo- después de un corto psicoanfillsis con Ferenczi? ¿No es también de ah!, es decir del postulado por el que acondiciona su castración, de donde surge el aplomo con que ofrece un saber nuevo sobre los fantasmas infantiles? En cuanto a Ferenczl, he podido mostrar (véase Omlcar?, N2 35) que su viraje de los años treinta se descifra entero en su relación transferencia! con Freud, donde arde la pura pasión de la castración y recordándonos con ello que la autenticidad siempre tiene su precio. En todos estos casos no se trata del ~lapsus del acto". o sea del acto mal dicho o dicho al costado, con el que Lacan estigmatiza a Winnicott, sino más bien del acto fallldo; fallido e inmediatamente reparado por el actlng-out del fa ntasma, que acude en ayuda del puro deseo del analista todavia no advenido. La práctica no resultará por ello inoperante, sólo parclallzada. Demasiado determinado en su acto por su postulado, el analista se encontrará sin duda con casos de incompatibUtdad, a la particularidad de los cuales, los rechace o no, permanecerá cerrado. Dicho de otra manera: no podrá ·obrar bien en todos los casos de la demanda~ (Scíllcet. N!l 2/3, pág. 14). Para conclu.lr
Vienen ahora unas respuestas a algunas preguntas planteadas recientemente en la Escuela. - ¿Es prematuro el pase? Respuesta: si lo es hoy. lo será siempre. De ahl que lo "esperado no se tiene que dejar para mañana". - ¿Es ya un fracaso este pa~? La cuestión es más delicada y hay varias repuestas. Primeramente: no, el pase no es un fracaso. No puede serlo, pues ya ha sido exitoso. Quizá. no se lo advierta todavía, pero ya ha sido exitoso - en parte por sus malogros- en cuanto a cuestionar a Jos psicoanalistas tal cual son, muy a menudo casados con su infatuación y con su pereza mental Habrá bastado que Lacan deduzca de la construcción de la estructura el punto de finitud del anAlisis, pa-
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raque los analistas ya no puedan ni desembarazarse de este zumbido molesto, ni contentarse solamente con existir. Aun si sólo fuese un punto ideal -no es el caso-, ya habría llenado su función de voz inoportuna que conmina a los psicoanalistas a no instalarse en todas las cosas sobre su -yo no pienso\ a fin de que piensen el psicoanálisis, el suyo en prtmer lugar, y a veces para saber sJ eventualmente deben proseguirlo. Cabía esperar, por supuesto, que reaccionaran las comodidades de Jo patológico -el de l{ant- y que apareciesen portavoces del confort amenatado. Durante diez años se hizo oír en la Ecole freudienne de París (EFP), en el propio seno del dispositivo, un silencio plomizo que, protegiendo el corazón agalmático del misterio, desviaba el pase. En la Ecole de la Cause freudienne (ECF), donde la cautela del silencio está proscripta, se hace oír desde el mismo lugar un anuncio que promete el saber nuevo de los AE. Otra desviación: toda tentativa de localizar institucionalmente el saber nos retrotrae a antes de la Escuela de Lacan. Este "todos los A. E.~ no hace más que designar el o los portavoces que los quieren constituir como conjunto, al revés de lo que el pase implica. Agrego, pues, una segunda respuesta: el pase tendrá éxito o no segun que sepamos llevar hacia él. .. el espíritu de la razón. Cuántos lo querrán. eso se verá en el debate que se abre para la Escuela. Supone, como mínimo, que se consienta en medir el análisis por el saber de la eslTuctura, y que se lo soporte. Por todo esto me permili evocar lo que Lacan habría llamado casos felices. donde -pase fallido~ deja esperanzas. También ésos cuentan, y por poco que de ellos se pueda sacar alguna enseñanza. habrán pagado su tributo a la Escuela y a su elaboración de saber. Ya es bastante para que merezcan nuestro respeto.
..ANTICIPACIONES DEL FIN"
Para empezar un an~sls. pues bien, hay que elegir un analista. Hay que elegir uno entre aquellos que se proponen como posibles. Como sabemos, esta elección es una cosa grave y sus consecuencias son Incalculables. Todo el mundo lo sabe, no sólo los psicoanalistas y no sólo los psicoanallzantes. Todo el mundo lo sabe, empezando por las parejas del anallzante en potencia. Alguno puede decirles que no cree en el anállsis, pero si es el amante o el marido, si es la amante o la esposa o hasta el padre o la madre del anallz.ante potencial, no bien se plantea que este analizanle entre en análisis, el partenafre da muestras de saber que el analista es rival, rival como objeto. Lo muestra ciertamente de maneras diversas, bien sea por un afecto de desamparo, abandono o traición, bien sea con sus protestas, pero el responde en todos los casos a la entrada de su partenaire en an~sis. Encuentro aqul una prueba de que la ·conciencia común· sabe que el análisis cambia algo en el amor, o, para dedrlo más freudianamente, en la Ubido. Voy a ocuparme hoy. para concluir estas Jornadas, de la elección de ese nuevo objeto, y me preguntaré con ustedes en qué forma prepara esta elección el decaer final. Señalo primeramente que el decaer final no se ve desde la entrada. SI la cura en anamorfosis en el momento de la salida -de la que habló ayer Jacques-Alafn Mlller- deja aparecer la calavera en el cuadro, el final visto desde la entrada es un espejismo. Por una fluslón ópUca, la geometrla de la entrada produce un final de espejismo que, cuando el duelo está por venir, hace espejear una promesa. Esta adopta para cada cual la forma singular de sus esperanzas,
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pero. cualquiera que sea la variedad de las expectativas y aspiraciones de la entrada, podemos decir que todas son esperanzas de recu peración; tal vez podñamos decir tambl~n de restauración. A decir verdad, esta recuperacion se desdobla según las dos vertientes en que el síntoma se despliega. Este oscila -para decirlo en forma condensada- de la impotencia al forzamiento. d e un "no puedo lograrlo" a un "no puedo eVitarlo·. Es perceptible que el fin de espejismo que se levanta a la entrada del psicoanálisis s ueña con Invertir es ta impotencia y con reducir este forzamiento. En este a specto, cuando se da lo que llaman alianza terapéutica, no veo cómo podria ser otra cosa que una alianza contra el inconsciente. Aquí debemos tener en cuenta la ambigüedad de la demanda de a11álisis. El que d emanda no e s el sín toma. Digamos que el paciente demanda contra s u síntoma. No olvidemos que este paciente es un sujeto dividido, lo cual significa que está cons tituido de dos partes. Una de sus partes, la que sufre. recun·e al analista y al análisis contra la otra parle. aquella que hace suflir. Esta formulación, en su simplicidad, d a cuenta a mi JUicio de la llegada al analis ta. En efecto, es indudable que el analizante se d irige a ustedes a partir de aquello que lo atormenta. a partir de lo que Lacan lla maba en determinado momen to sus ·ctefectos· {Lrauers/ o sea lo que se le atraViesa en sus miras y. por qué no decir, en las miras de s u yo. Podemos aquí -aunque no voy a desarrollar este pun to. lo menciono sólo al pasar- preguntarnos de qué partido es el analista. El de la alianza terapéutica nos lo dice: del partido del yo. ¿Quiere decir que quien es freudiano o autén ticamen te lacaniano es del partído del slntoma? No es tan sencillo; por postura asumida. por axioma de disposJHvo. el analista es del partido de un tercero que es el decir, el cual elimina la elección forzosa: o el yo o el sinloma. ¿En qué forma la diVIsión Inicial de la demanda marca la elección del analista? Detengámonos primero en la fabricación del obje~ to analitlco. Es un objeto nuevo. No sólo es una elección nueva de objeto sino que ademlls es la elección de un objeto nuevo. Yo parto de algo evidente: el objeto anallsla es aquel o aquella a quien uno se dirige. De Inmedia to advierten ustedes que no puedo decir - como dice Lacan acerca del estilo- que el objeto analista es el hombre a quien uno se dirige. Estoy obligada a Introducir Inmediatamente la distinción del sexo: aquel o aquella. Esto es ya una complica ción. Es aquel o aquella a quien uno se dltige, pero nQ para cualquier cosa. y tampoco simplemen te para conversar. El sujeto se dirige a l analista para *decirse· . Pues bien, lo que da la consistencia del analista-objeto' es la transferencia del se del ~decirse", en su d oble componente. significante y 11bidlnal. Primer punto. pues. el
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objeto analista es constituido por la operación del dispositivo, que Freud situaba en la pareja asociación libre e interpretación; podríamos traducirla por palabra y silencio o, como lo mencionaba ayer Jacques-Alain Miller. en términos de decir: decir todo, decir nada. Si el objeto analista es constituido por la operación del dispositivo, esto signlfica que se hace objeto a merced de la revelación analítica, que su es tatuto de objeto se subordina al hecho de que él es ·er hombre de paja del sujeto supuesto saber". De lo contrario, no se adverliria la diferencia entre una pasión de transferencia y una pasión corriente. y el hecho de que el analista se venda como objeto lo cambia todo. Observen a este respecto que el analista es el único objeto que no demanda ser amado por sí mismo. El que se autoriza por sí mismo no busca que se lo ame por sí mismo. No sólo no lo busca, sino que además consiente en que se lo ame como a un otro, y especialmente para su uso en el dispositivo. Esto es tan cierto, que cuando al analista se lo elige como objeto fuera del dispositivo, y antes de la demanda de análisis -cosa que sucede-, esto no deja de resultar problemático para la cura. Mencionaré asimismo las observaciones que dirigía Freud a los médicos jóvenes y en las que subrayaba la distinción que debían hacer entre el amor dirigido a su persona y el objelo que ellos son en la transferencia. Mientras que el amor de trnnsferencla es un amor común y corriente -es el amor- , en cambio el objeto ele la transferencia no es para nada un objeto común y conientc: pues precisamente es solidario del sujeto su puesto saber. Lo ilustra además el hecho de que al analista no le interesa que se con temple su rostro, contrariamente a la Madona de Dora y de algunas otras, la cual está ahl efectivamente para eso. Acostar al pacien te k"lmblén tiene este sentido. En primer lugar, el objeto analiUco no es sino el soporte de lo que se transfiere hacia él, y está hecho de esla transferencia. En el caso del Hombre de las Hatas, por ejemplo. cuando en la segunda y tercera sesión de su encuentro con Freud habla de su obsesión, el analista pasa a ser "mi capitá n", expresión que el Hombre de las Ratas deja salir en su confusión y tras la cual se perfila el signWcante del padre. Pero, a causa de esto, tildado con este primer nombre de objeto, Freud. el analista, pasa a ser tan caro al Hombre de las Ratas como lo que le costó confesar su obsesión. SI ahora trajese el ejemplo de Dora, se· ria una prueba a contrario. Freud cometió la falta de hablar desmedidamente -es él quien lo dice- y el acting-out de Dora contemplando a Ja Madona lo reconviene: error sobre el objeto. Por eso, Freud queda esta vez deslnveslldo y Dora se va. Podria mencionar también el caso que Hervé Castanet nos propon1a en el fnlclo de
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estas Jornadas, donde el flechazo lateral por una mujer desestima al analista. El analista es el único objeto del que no se puede decir: ~Porque era él, porque era yo". De él habría que decir: "El" no es sino por la transferencia de lo que es "yo" (moí]. o está en mí. Evidentemente, el analista hace Mpapel de alguien" en el lugar del objeto; y este alguien debe ser tomado no sólo en el sentido de alg-un analista. sino también en el sentido fuerte con que se dice: "¡Ese es alguien!", para evocar el peso de su s ingularidad, el peso de su ser. Pero s i el onallsta es ciertamente a lguien. e incluso alguien único para el paciente, el peso de este alguien es un peso prestado. Préstamo doble: primero, si presta su rostro, es un ser de mil rostros en función. de la transferencia como repetición: y segundo, más profundamente, sl él presentifica el sin rostro de la libido, es el del plus-de-goce a nallzante. Segundo punto: ¿qué Incidencia Uene el ser del analista en la conslituclón de este objeto nuevo? ¿Qué incidencia Uene su persona en el ser prestado que va a recibir de la transferencia? ¿Qué peso debemos dar, en la elección, a los rasgos que lo distinguen? Hay aqul dos problemas posibles. Uno concierne al Impacto de las singularidades del analista sobre su acto y sobre su capacidad para presta rse a la transferencia. Hay en la enseñanza de Lacan ciertas Indicaciones, discretas, sobre esta cuestión. Lacan menciona por ejemplo, al pasar, su carácter de semblante del objeto a: no es del todo fácil. hay que estar d otado para eso; y Lacan sitúa aqul una diferencia entre los sexos, apuntando que, contrariamente a lo que se podlia imaginar, para las mujeres es más dificil. Hoy no me ocuparé de este aspecto de la cuestión, sólo tratare de la elección del analista. Observen que el analista es primero objeto-des tinatario antes de ser Investido como objeto de la transfez-encla. SI puedo decir que el analista cualquiera se torna objeto único porque el analizan te se dirige a él en el decir transferenclal, debo añadir también que no puedo dirigirme a quienquiera a la entrada. No puedo dirigirme a cualquier analista. Y aqul, de hecho - la experiencia más simple Lo demuestra- , el rostro propio, y no el rostro prestado del analista, aquel que no es un producto del dispositivo, cuenta. Se lo verifica en las firmes ideas que el analizan te potencial tiene a veces con respecto a su analista virtual. SI piensa en él, lo quen'á más bien hombre o más bien mujer -gran diferencia. ¿verdad?-, eventualmente casado, formal, con hijos o, por el contrario, menos realista y más marginal. Lo querrá veterano o novato, notorio u oscuro, erudito o no. Como condiciones de la con!ldencla se requleren una serie de
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rasgos. A estos rasgos se los califica con cierto apresuramiento de imaginarios. Sea como fuere, no hay nada que objetar a estos requisitos. Pero se da el caso de que el analizante, en forma sorpresiva, por el azar de los encuentros -tyché-, elija a su analista precisamente contrariando estos requisitos. Esta elección imprevista, aun cuando no sea la más frecuente, introduce un interrogante: ¿cuál es, en cada caso, el "anzuelo" de la transferencia, como se dice "el anzuelo del corazón"? Aquí está presente una alternativa. ¿Elige el analizante por el lado de lo mismo, por el lado del narcisismo, o bien por el lado del Otro, del extraño, del indigesto? Sin coincidir del todo. estas fórmulas hacen pensar en los términos utiliZados por Freud con respecto a la elección de objeto: elección narcisista o elección por apuntalan1iento. Para decirlo aun de otro modo, ¿la elección está regida por la I mayúscula del Ideal o -misteriosamente, sin duda, de manera siempre un tanto enigmática y opaca- por lo que llamamos el Otro barrado? A fin de cuentas, Freud hace una indicación muy precisa que podríamos traer aquí a colación y que está en sus textos sobre la transferencia. Se trata de su distingo entre lo que él denomina transferencia erótica y la transferencia tierna, donde ésta favorece el análisis y aquélla lo contraría. Lo que quiero destacar es esto: la elección del analista -ése y no otro- ¿está al servicio de la represión o al senicio de lo que se satisface en el síntoma? Esta cuestión tiene su importancia, pues con ella se decide eventualmente la parte que permanecerá sustraída a las elaboraciones de la transferencia; se Introduce así una limitación potencial respecto de la cual el acto no lo puede todo. ¿Qué es el trabajo del análisis? Se dice que es la asociación de significantes, pero esta asociación no deja de acarrear un gasto de libido. El gasto que se necesita para vaciarse de los pensamientos de inconsciente. Hasta se podria decir: dé-pense.• Gasto, pues, de los pensamientos producidos. Casto también del tiempo que se
necesita. Gasto implicado además en los afectos resultantes y también en el dinero que esto cuesta. El analista, en efecto, es un objeto que cuenta. Hasta podemos decir: exactamente lo que vale. Vale para su analizante exactamente tanto como éste ha gastado de libido. Se adVierte entonces que a veces el analista es elegido de tal manera que no se gastará todo; lo que en primer lugar significa: no decir todo. ¡Ciertas elecciones de analista se hacen por un principio de economía! Se adVierte entonces al final -en algún momento La• "Gasto" traduce a dépense. Separado voeálieamente, dé·pense significaría "des-pienso". [N. de T.)
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Colette Soler
can lo menciona- que lo esencial, o una parte. no ha comparecido. Hay otro caso interesante, el del sujeto que gastó mucho. El analista resulta así un objeto tan caro - con el equivoco que resuena en este término-, tan caro en libido y tan caro en apego - lo que no significa que el sujeto quiera a su analista, tal vez signifique que le causa horror- , el analista resulta así un objeto tan caro, que el sujeto ya no quiere deshacerse de él, es decir que, del objeto transformado en capital, él pretende hacerse un capital. Por una inversión de valor. la Mde-aificaclón" que el acto preside se invierte. Es un caso Ilus tra tivo del análisis interminable, más bien imprevisible, pues no es incompa tible con una investidura verdadera y autentica del trabajo ana nttco, y se decide solamente a termino en esa negatfva a renunciar a la libido, que sin embargo ya ha sido gastada. Sl el ana lizante consiente en su quiebra, es decir s i hace el duelo de su aportación de fondos, que viene a ser lo mismo que soltar ese objeto que tan caro le resultó, ¿qué sucederá con él? Es una cuestión Importante, que se pla nteó ayer. Pues bien, yo señalo que la libido nunca es tá fal ta de empleo: no hay desempleo para ella. Más aún, una vez disipado el espejismo de La entrada -y ésta es una de las maravillas del análisis-, contrariamente a lo que sucede con los verdaderos espejismos, no se desemboca en la agonía de la sed sino más bien, curiosamente, en nuevos oasis. La libido perdedora sale, paradójicamente, gananciosa. El término del momento eventualmente depresivo de la fase final hace promesa de una satisfacción. El fin del análisis no es el duelo perpetuo. Este señalatia más bien una pasión continuada de la castración. Entonces. al final, ¿qué le sucederá a este sujeto? Helo aqui aliviado de lo que le molestaba y. por añadidura, edificado -ha aprendido algo-; una vez cumplido el duelo podrá sacudirse y decir, como al final de Tintin y Milou: •¡En marcha hacia nuevas aventuras!* Alegre manera de indicar algo muy serio: ala potencia de la pura pérdida*.
Impreso en novlembi"C de 1003 t'n Cnlor ICa., Pasa 102.1\vcllrmedn. AI'JAr.nllnll
¿Qué lugar para el analista? El trabajo de la psicosis Rectificar al otro Pérdida y culpa en la melancolía
El sujeto psicótico en el psicoanálisis La manía: pecado mortal Dos vocaciones, dos escrituras Constelación familiar de un ¡paranoico de genio Inocencia paranoica e indignidad melancólica Jean:Jacques Rousscau y las mt.Yeres Rousseau el símbolo ¿Qué fin para el analista?
Uno por uno "Anticipaciones del fin n