Solucionario: “Don Quijote de la Mancha”
SOLUCIONARIO “DON QUIJOTE DE LA MANCHA” Este título también dispone de guía de lectura y ficha técnica
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Solucionario: “Don Quijote de la Mancha”
I.- PRIMERA PARTE 1.- La primera parte del Quijote está dedicado al duque de Béjar, personaje que no pareció interesarse mucho por la obra de Cervantes. En el prólogo se indica de manera explícita que, por decisión inequívoca del autor, el libro “todo él es una invectiva contra los libros de caballerías” (Prólogo, pág. 21), hecho que se confirma cuando inserta en el mismo prólogo una serie de poesías burlescas firmadas, supuestamente, por personajes de esos mismos libros que pretende satirizar —como Amadís de Gaula, por ejemplo—. Así pues, con la lectura del prólogo, el lector de la época sabía que se disponía a iniciar una obra literaria con clara intención paródica. 2.- Se trata de un hidalgo manchego pobre, de cierta edad y algo escuálido, de nombre dudoso y que malgasta sus escasos recursos en su afición favorita: los libros de caballerías. Y es ese gusto desmedido por la lectura de tales obras lo que le lleva en su demencia a intentar resucitar el mundo de los caballeros andantes: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. www.planetalector.com
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Solucionario: “Don Quijote de la Mancha”
I.- PRIMERA PARTE 1.- La primera parte del Quijote está dedicado al duque de Béjar, personaje que no pareció interesarse mucho por la obra de Cervantes. En el prólogo se indica de manera explícita que, por decisión inequívoca del autor, el libro “todo él es una invectiva contra los libros de caballerías” (Prólogo, pág. 21), hecho que se confirma cuando inserta en el mismo prólogo una serie de poesías burlescas firmadas, supuestamente, por personajes de esos mismos libros que pretende satirizar —como Amadís de Gaula, por ejemplo—. Así pues, con la lectura del prólogo, el lector de la época sabía que se disponía a iniciar una obra literaria con clara intención paródica. 2.- Se trata de un hidalgo manchego pobre, de cierta edad y algo escuálido, de nombre dudoso y que malgasta sus escasos recursos en su afición favorita: los libros de caballerías. Y es ese gusto desmedido por la lectura de tales obras lo que le lleva en su demencia a intentar resucitar el mundo de los caballeros andantes: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. www.planetalector.com
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Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro , gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba Quijana. [...] Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; [...] En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo” (I, 1, págs. 39-42).
3.- Nuestro protagonista se hace con unas viejas armas de sus antepasados que aún conserva, “compone” una especie de celada y discurre hasta poner nombre a su caballo (Rocinante), a sí mismo (don Quijote de la Mancha) y a la dama a la que se supone dedicará todos sus sacrificios y pensamientos. Claro está que desde su particular punto de vista.
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“Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. [...] Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que ‘tantum pellis et ossa fuit’, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque —según se decía él a sí mesmo— no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; [...] y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar ‘Rocinante’, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar ‘don Quijote’ [...] Pero acordándose que el valeroso Amadís no solo se había contentado con llamarse ‘Amadís’ a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó ‘Amadís de Gaula’, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse ‘don Quijote de la Mancha’, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della. Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. [...]
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Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla ‘Dulcinea del Toboso’ porque era natural del Toboso: nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto” (I, 1, págs. 44-48).
4.- Con el juicio trastornado por la insaciable lectura de libros de caballerías, don Quijote transmuta la realidad según su quimera y la adapta a los cánones y principios de los protagonistas de sus lecturas, tiñendo los escenarios reales con los colores de su propia imaginación. Esta visión se opone frontalmente a la del resto de los personajes que viven la realidad tal y como es. Es por ello que se sienten sorprendidos por las apreciaciones del hidalgo loco, incluso desde el punto de vista lingüístico, pues, en las más de las ocasiones, don Quijote acompaña su particularísima imagen del mundo que le rodea con un lenguaje anacrónico,
lo
que
provoca
distintas
reacciones
entre
sus
interlocutores. Esta dualidad permite que el lector se mueva entre la risa de la anacronía y la alucinación quijotesa, y la empatía para detectar la injusticia y la intolerancia que rodean al hidalgo.
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“Fuese llegando a la venta que a él le parecía castillo, y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero como vio que se tardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se llegó a la puerta de la venta y vio a las dos destraídas mozas que allí estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos —que sin perdón así se llaman— tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida; y, así, con estraño contento llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo:
—Non fuyan las vuestras mercedes, ni teman desaguisado alguno, ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran . Mirábanle las mozas y andaban con los ojos buscándole el rostro, que la mala visera le encubría; mas como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa y fue de manera que don Quijote vino a correrse y a decirles: —Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante, que el mío non es de ál que de serviros” (I, 2, págs. 52-53).
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5.- Don Quijote toma al ventero por principal que le investirá caballero tras la veladura de armas en el patio de la venta, tomada por castillo, puesto que la capilla “estaba derribada para hacerla de nuevo” (I, 3, pág. 60). El ventero que vislumbra la locura del hidalgo le sigue la corriente y, tras abreviar el tiempo que don Quijote pasa velando armas, para evitar males mayores (empezaban a lloverle piedras a don Quijote de manos de unos arrieros que osaron acercarse al pozo y a los cuales atacó creyendo que buscaban las armas que velaba ) le inviste caballero mediante pescozada y espaldarazo. Por si la burla fuera poca, el ventero “trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, leyendo en su manual, como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su mesma espada, un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias...” (I, 3, pág. 64).
Finalmente, el ya investido caballero don Quijote, antes de salir de la venta en busca de aventuras, da tratamiento de “doña Tolosa” y “doña Molinera” a las mozas de partido que asisten a la farsa.
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6.•
A la salida de la venta, don Quijote encuentra a un vecino de Quintanar azotando a su criado porque perdía las ovejas de su rebaño. Lo detiene y le ordena que lo desate y le pague lo que el mozo dice que le debe. Creyendo de buena fe la palabra dada por el amo, Juan Halduno, como sucedía en los libros de caballerías, el hidalgo se marcha satisfecho y convencido de haber reparado una injusticia. Pero en cuanto se va, el amo sigue azotando a Andrés (asunto este que no se conoce hasta el capítulo I, 31). Así pues, don Quijote marcha ignorando el fracaso de su primera aventura.
•
Don Quijote imagina que un grupo de mercaderes toledanos con los que se encuentra en el camino son caballeros andantes. Los detiene y les exige que confiesen la hermosura inigualable de su dama, Dulcinea del Toboso, sin conocerla, pues, “la importancia está en que sin verlo lo habéis de creer, confesar, jurar y defender” (I, 4, pág. 72). Ante la petición de este acto de fe, los mercaderes advierten la locura del hidalgo y deciden burlarse de él, por lo que le piden un retrato de la tal señora para satisfacer su demanda, aunque “su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre” (I, 4, pág. 73). Don Quijote toma la respuesta como blasfemia, arremete contra los mercaderes, pero un tropiezo de Rocinante le hace caer al suelo, donde es apaleado por uno de los mozos de los mercaderes, y así queda, tirado, en e medio del camino.
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7. “trújole su locura a la memoria aquel de Valdovinos y del marqués de Mantua, cuando Carloto le dejó herido en la montaña, historia sabida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los viejos, y, con todo esto, no más verdadera que los milagros de Mahoma...” (I, 5, pág. 75). *** “Y desta manera fue prosiguiendo el romance, hasta aquellos versos que dicen: —¡Oh noble marqués de Mantua, mi tío y señor carnal” (I, 5, pág. 76). *** “le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaidía. De suerte que, cuando el labrador le volvió a preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mesmas palabras y razones que el cautivo Abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del mesmo modo que él había leído la historia en La Diana de Jorge de Montemayor...” (I, 5, pág. 77).
8.•
De caballería: -
Amadís de Gaula:
“he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar” (I, 6, pág. 82);
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Palmerín de Inglaterra:
“Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por sí es muy bueno; y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla, con mucha propriedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que este y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan” (I, 6, pág. 86);
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Tirante el Blanco:
“Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen” (I, 6, pág. 87). •
De otros géneros encontramos pastoriles y de poesía épica: -
Pastoriles: 1. La Diana, de Montemayor: “soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele enhorabuena la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros” (I, 6, pág. 89);
2. Los diez libros de Fortuna de amor, de Antonio de Lofraso: “tan gracioso ni tan disparatado libro como ese no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo, y el que no le ha leído puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto”, I, 6, pág. 89).
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Poesía épica: 1. La Araucana, de don Alonso de Ercilla, La Austríada, de Juan Rufo, y El Monserrato, de Cristóbal de Virués: “Todos esos tres libros —dijo el cura— son los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España” (I, 6, pág. 91).
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“—Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro [ La Galatea] tiene algo de buena invención: propone algo, y no concluye nada; es menester esperar la segunda parte que promete: quizá con la emienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre” (I, 6, pág. 91).
Sin embargo, la segunda parte de La Galatea no llegó a aparecer nunca a pesar de que Cervantes prometió que la escribiría en varias ocasiones. 9.•
Don Quijote es alto y delgado, hidalgo loco, de formación literaria escrita, expresión refinada, y con una visión imaginativa del mundo que le proyecta con generosidad hacia la defensa de los desamparados. Viaja a lomos del escuálido Rocinante.
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Sancho Panza es bajo y grueso, labrador ignorante y cuerdo, de vocabulario popular y arrefranado, con una visión realista del mundo, basada en el sentido común, las necesidades más primarias y ciertas dosis de egoísmo. Monta su modesto asno.
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10.- A don Quijote le parecen gigantes enemigos, a pesar de que Sancho, desde su visión realista, trata de influir en su señor, advirtiéndole de que son molinos. Pero la mirada del caballero no admite dudas: “[...] yo pienso, y es así verdad” (I, 8, pág. 101). Y, después de arremeter contra los descomunales gigantes que le voltean con sus aspas, tendido en el suelo, no puede reconocer su derrota, ni la victoria del realista Sancho y busca una justificación que se acomode a su mundo caballeresco. Así, unos maléficos magos han transformado a los gigantes en molinos para impedir la consecución de su gloria. 11.- Unos benedictinos se cruzan en el camino de caballero y escudero. A su lado viaja una dama vizcaína, que en la mente de don Quijote ha sido raptada por unos encantadores. Los ataca y, tras presentar sus respeto a la dama, tiene lugar un enfrentamiento como uno de los mozos vizcaínos que sirven a la dama. En plena lucha, el relato queda en suspenso, con el pretexto de que así lo dejó el narrador de la historia. Cervantes, quien ya había fingido tomar distintas fuentes para la narración (recuérdense, por ejemplo, las dudas de los autores para confirmar el verdadero apellido de nuestro protagonista), remata este episodio convencido de que en los archivos de la Mancha se deben encontrar nuevos hechos de la historia de don Quijote.
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12.- En este capítulo, Cervantes aparece en su novela y se disculpa por no saber más de la historia de don Quijote. Pero, a continuación, usa del artificio del manuscrito encontrado —muy frecuente en los libros de caballerías a los que parodia— cuando relata su encuentro fortuito en Toledo con unos cartapacios escritos en árabe por un tal Cide Hamete Benengeli, historiador árabe, (nuevo guiño paródico, pues
la
traducción
literal
del
nombre
sería
“señor
Hamid
aberenjenado”) que trataban de la Historia de don Quijote. Para entenderlos debe recurrir a un traductor aljamiado, un morisco que la vierte al castellano. Se trata de un complicado juego de “autores” que permite a Cervantes una rica variedad de perspectivas: al autor árabe hay que añadir el —a veces poco fiable— y al tercer narrador, quien a veces duda, comenta, interpreta o corrige lo traducido. Ello propicia situaciones humorísticas e incluso servirá a Cervantes para poner de manifiesto la falsedad del Quijote apócrifo, porque no había sido su autor Cide Hamete (II, 59). 13.•
El bálsamo de Fierabrás “es un bálsamo —respondió don Quijote— de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna. Y ansí, cuando yo le haga y te le dé, no tienes más que hacer sino que, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo, como muchas veces suele acontecer, bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha sotileza, antes que la sangre se yele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo. Luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana” (I, 10, págs. 123-124).
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“Yo hago juramento al Criador de todas las cosas y a los santos cuatro Evangelios, donde más largamente están escritos, de hacer la vida que hizo el grande marqués de Mantua cuando juró de vengar la muerte de su sobrino Valdovinos, que fue de no comer pan a manteles, ni con su mujer folgar, y otras cosas que, aunque dellas no me acuerdo, las doy aquí por expresadas, hasta tomar entera venganza del que tal desaguisado me fizo. [...]”; “y, así, anulo el juramento en cuanto lo que toca a tomar dél nueva venganza; pero hágole y confírmole de nuevo de hacer la vida que he dicho hasta tanto que quite por fuerza otra celada tal y tan buena como esta a algún caballero. Y no pienses, Sancho, que así a humo de pajas hago esto, que bien tengo a quien imitar en ello: que esto mesmo pasó, al pie de la letra, sobre el yelmo de Mambrino , que tan caro le costó a Sacripante” (I, 10, págs. 124-125).
14.- Se trata del tópico aetas aurea o edad dorada. Alude a una época utópica en la que los seres humanos vivían en estrecha comunión con la naturaleza en una sociedad pacífica y de ideales éticos. Todo era paz, amistad y concordia. No existía lo tuyo ni lo mío, los bienes se compartían. El amor se declaraba sin artificios y la mujer podía andar sin temores de ser vejada. No había fraude, engaño ni malicia. La justicia se aplicaba sin favores ni intereses, no existía “la ley del encaje” (de la sentencia arbitraria). Ante el deterioro de las sanas costumbres propias de esta edad dorada, surge, según don Quijote, la orden de los caballeros andantes para defender a las doncellas, amparar a las viudas, socorrer a los huérfanos y menesterosos. La edad dorada es una especie de contrapunto a la sociedad de su momento.
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15.- Marcela, una pastora huérfana y muy hermosa, es perseguida por todo tipo de hombres, a los cuales desdeña. Asistimos al entierro de Crisóstomo, joven “pastor estudiante”, quien se ha quitado la vida al no poder soportar el desprecio de Marcela. Esta aparece sobre una peña y defiende su inocencia, pues “el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso”(I, 14, pág. 168). Además, habla de su intención de vivir sola: “Yo nací libre y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos” (I, 14, pág. 168). Trata así de quitarles la esperanza a todos sus enamorados y sus palabras, como lo hacía su hermosura, dejan a todos admirados. Don Quijote, por si acaso, no permite que nadie la siga. Se trata de una narración de tipo pastoril con final trágico. Se contraponen así dos visiones de la vida rústica: la de los cabreros, tomados de la realidad, que cometen errores idiomáticos. Y la de los pastores, como Crisóstomo, más literario que real. 16. “Mas yo me tengo la culpa de todo; que no había de poner mano a la espada contra hombres que no fuesen armados caballeros como yo; y así, creo que, en pena de haber pasado las leyes de la caballería, ha permitido el dios de las batallas que se me diese este castigo. Por lo cual, Sancho Panza, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, porque importa mucho a la salud de entrambos; y es que, cuando veas que semejante canalla nos hace algún agravio, no aguardes a que yo ponga mano al espada para ellos, porque no lo haré en ninguna manera, sino pon tú mano a tu espada y castígalos muy a tu sabor , que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo te sabré defender [...]” (I, 15, pág. 178).
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Sancho defiende su pacifismo y dice estar dispuesto a olvidar cualquier agravio proceda del tipo de gente que proceda. 17.•
Maritornes acude de noche a hacer compañía a un arriero, pero la oscuridad la conduce a don Quijote, que la imagina como la enamorada hija del alcaide del castillo. Aquí Cervantes parodia una escena típica de los libros de caballerías (en este caso, concretamente, una entrevista entre la infanta Elisena y el rey Perión, que aparece en el Amadís de Gaula). Toda la secuencia se relata con tonos caricaturescos. Así, don Quijote confunde el mal aliento de Maritornes con un olor suave y aromático; su camisa de arpillera con una de seda; sus cabellos ásperos con unos cabellos parecidos a hilos de oro.
•
Primero el arriero va contra don Quijote. Entonces se rompe la cama y hay un gran estruendo, con lo que el ventero se despierta y va a buscar a Maritornes. Esta, temerosa de su amo, se mete en la cama de Sancho, que se despierta asustado, y empiezan a pegarse. Entonces el arriero va a socorrer a su dama y el ventero a castigar a la moza. Sancho y don Quijote terminan molidos a palos. Para don Quijote todo lo sucedido es obra de encantadores.
•
La leyenda del bálsamo de Fierabrás procede de un cantar de gesta francés, según la cual con dicho bálsamo se embalsamó el cuerpo de Jesús, de ahí que tuviera el poder de curar las heridas a quien lo bebía. Don Quijote pretende preparar dicho bálsamo para sanar sus males. El ventero le proporciona aceite, vino, sal y romero, y el caballero mediante rezos lo transforma en la ansiada pócima.
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Cuando lo bebe, resulta ser un vomitivo, lo que, junto con unas horas de sueño, alivia al caballero. Sancho pretende alcanzar el mismo resultado pero el resultado no es el mismo “y así, primero que vomitase, le dieron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos, que él pensó bien y verdaderamente que era llegada su última hora; y viéndose tan afligido y congojado, maldecía el bálsamo y al ladrón que se lo había dado” (I, 17, pág. 198).
Según don Quijote, el bálsamo no podía sentarle bien porque no estaba armado caballero. •
Porque dice que los caballeros andantes nunca pagan posada. Al final lo paga Sancho, pero no con dinero, sino soportando que otros huéspedes se divirtieran con él manteándolo. Dicho suceso será recordado a menudo por el escudero con grave enojo e indignación. Además, el ventero se queda las alforjas del asno de Sancho.
18.- Bastantes de las aventuras que viven caballero y escudero siguen un desarrollo parecido: algo o alguien se cruza en su camino; don Quijote transforma la realidad en fantasía, siguiendo los patrones de las novelas de caballerías; contraste entre la visión del caballero y la del escudero, quien recuerda la realidad que se halla ante sus ojos; desafío e intervención de don Quijote; desenlace, que cuando resulta negativo es justificado por el caballero como fruto de algún encantamiento.
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Así, en este episodio, don Quijote y Sancho ven venir, uno hacia el otro, dos rebaños de ovejas, que el caballero “transforma” en dos ejércitos prontos a enfrentarse y decide tomar parte por uno, a pesar de los reiterados avisos de Sancho, que le advierte de que se trata de ovejas y carneros. Finalmente, don Quijote acomete a las ovejas y es apedreado por los pastores. Ante el desengaño que le lleva a perder algunos dientes, atribuye la triste realidad a la intervención de encantadores envidiosos de su gloria. 19.•
Se burla llamando a don Quijote Caballero de la Triste Figura. Don Quijote dice que Sancho no lo ha llamado así porque tenga mala figura, sino porque el escritor de sus hazañas le ha dictado ese nombre,
mientras
recuerda
otros
sobrenombres
de
los
protagonistas de algunas de las lecturas que perturbaron su mente: “como lo tomaban todos los caballeros pasados: cuál se llamaba el de la Ardiente Espada; cuál, el del Unicornio; aquel, de las Doncellas; aqueste, el del Ave Fénix; el otro, el caballero del Grifo; estotro, el de la Muerte; y por estos nombres e insignias eran conocidos por toda la redondez de la tierra. Y así, digo que el sabio ya dicho te habrá puesto en la lengua y en el pensamiento ahora que me llamases el Caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme desde hoy en adelante; y para que mejor me cuadre tal nombre, determino de hacer pintar, cuando haya lugar, en mi escudo una muy triste figura” (I, 19, pág. 224).
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Solucionario: “Don Quijote de la Mancha”
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Es ya noche cerrada y, a la búsqueda de agua, se oyen unos golpes que causan espanto. Don Quijote toma sus armas dispuesto a intervenir en una nueva aventura y Sancho intenta disuadirle por miedo a quedar solo. Como no logra convencerlo, ata las patas de Rocinante para retenerlo y, ante la inmovilidad del caballo, entretiene a su amo con el relato del pastor Lope y la Torralba. Al llegar la mañana y desatado el rocín por Sancho, don Quijote decide ir al encuentro del origen del ruido y realiza una especie de testamento ante un Sancho que llora y promete acompañarle fielmente hasta el final. Cuando descubren a los mazos del batán como causantes del ruido, ambos se ríen, Sancho se burla de su amo imitando su discurso anterior y Este lo apalea. Finalmente, hacen las paces, aunque don Quijote le pide a su escudero que no hable tanto.
20.- Bajo la lluvia divisan a un hombre que lleva, para no mojarse el sombrero, una bacía puesta en la cabeza y que con la lluvia refulge como el oro. Don Quijote lo cree el yelmo de Mambrino y, sin escuchar las razones de Sancho, acomete al hombre, un pobre barbero que echa a correr, se hace con la bacía y se la acomoda en la cabeza ante la risa de Sancho. 21.- Ante el comentario de Sancho de que buscando aventuras se obtienen pocos beneficios y que mejor sería servir a algún emperador, don Quijote le explica que primero es necesario ganar fama para que el emperador le conozca, previamente, por sus obras. Para ejemplificar el concepto, cuenta el argumento de una novela caballeresca, la del Caballero del Sol.
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Solucionario: “Don Quijote de la Mancha”
Al final de su historia, repara don Quijote en que, al no ser él de linaje de reyes, el emperador no querría darle a su hija. Y con este motivo explica las dos clases de linaje que hay en el mundo: “Porque te hago saber, Sancho, que hay dos maneras de linajes en el mundo: unos que traen y derriban su decendencia de príncipes y monarcas a quien poco a poco el tiempo ha deshecho, y han acabado en punta, como pirámide puesta al revés; otros tuvieron principio de gente baja y van subiendo de grado en grado hasta llegar a ser grandes señores. De manera, que está la diferencia en que unos fueron, que ya no son, y otros son, que ya no fueron” (I, 21, pág. 254)
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El espíritu que anima a don Quijote es el que le lleva a interpretar literalmente alguno de los fines de la caballería andante: deshacer injusticias y ayudar a los más débiles. La liberación de los doce delincuentes condenados a las galeras reales es una oportunidad para reflexionar sobre este tema, planteándose la paradoja de que los hombres hagan esclavos “a los que Dios y naturaleza hizo libres”.
Esa
idea de libertad explica la conducta del personaje y el siguiente diálogo: “—Esta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras. —¿Cómo gente forzada? —preguntó don Quijote—. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente? —No digo eso —respondió Sancho—, sino que es gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras, de por fuerza.
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