NEOLIBERALISMO
UNA INTRODUCCIÓN MUY CORTA
MANFRED B. STEGER RAVI K. ROY
PREFACIO El mundo del siglo XXI es, fundamentalmente, un lugar interdependiente. La Globalización ha expandido, intensificado y acelerado las relaciones sociales a través del mundo-espacio y el mundo-tiempo. La revolución digital ha servido como un catalizador para la creación de extensas redes de comunicación e información en las que se enredan individuos, empresas y estados. Las células de terrorismo transnacionales capaces de actuar en cualquier lugar se han dirigido a los símbolos del poder secular que llevó a los líderes políticos occidentales a declarar una ‘guerra contra el terror global’. El cambio climático global y las pandemias globales se han vuelto una realidad terrorífica, forzando a los países a trabajar en una estrategia común dirigida a prevenir una catástrofe de proporciones planetarias. La explosión de la burbuja inmobiliaria estadounidense ha provocado una crisis financiera global que ha acabado con miles de millones de dólares en activos en todo el mundo y empujaron a la comunidad internacional al borde de la Gran Depresión. Las voces triunfalistas que una vez vieron el colapso del comunismo soviético como el ‘fin de la historia’ y el principio de un capitalismo al estilo del libre mercado estadounidense sin rival han sido silenciadas porque el nuevo siglo se ha mantenido como un campo de batalla ideológico donde todo tipo de competencias ideológicas compiten por el corazón y las mentes de la audiencia global. ‘Neoliberalismo’ es uno de los nuevos ‘ismos’. El término fue acuñado por primera vez en la era posbélica de la Primera Guerra Mundial alemana por un pequeño círculo de economistas y especialistas legales afiliados a la ‘Escuela de Friburgo’ para referirse a su programa moderado de revisar el liberalismo clásico. En los años 1970s un grupo de economistas latinoamericanos adoptaron neoliberalismo [en español en el original] para su modelo promercado. Pero a principio de los 1990s, izquierdistas críticos de la reforma del mercado en el sur Global habían imbuido la palabra ‘neoliberalismo’ con un significado peyorativo asociado al ‘Consenso de Washington’ – un conjunto de instituciones económicas que, supuestamente, han sido designadas por los Estados Unidos para globalizar el capitalismo estadounidense y su sistema cultural asociado. Otros críticos consideran el ‘neoliberalismo’ como un eslogan opaco inventado por académicos radicales o nacionalistas económicos reaccionarios con el propósito de degradar los logros intelectuales de economistas neoclásicos como los galardonados con el Premio Nobel Milton Friedman y Friederich von Hayek. Y otros lo ven
como una versión posmoderna pero desfasada del decimonónico de ‘laissez-faire’ glorificando el interés propio, la eficiencia económica y la competencia desenfrenada. Sin embargo, a pesar de estas críticas, el neoliberalismo ha quedado en la mente del público. Hoy a aparece casi a diario en los titulares de los principales periódicos del mundo. En el último cuarto de siglo, la palabra ‘neoliberalismo’ ha sido asociada con diferentes figuras políticas, como Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Bill Clinton, Toni Blair, Augusto Pinochet, Boris Yeltsin, Jiang Zemin, Manmohan Singh, Junichiro Koizumi, John Howard y George W. Bush. Pero ninguno de estos políticos se ha adherido públicamente a esta etiqueta antigua, aunque todos ellos comparten una cierta afinidad de ‘neoliberal’ por sus políticas dirigidas a desregular las economías nacionales, la liberalización nacional del comercio y la creación de un mercado mundial único. En su apogeo, durante los 1990s, el neoliberalismo cabalgaba sobre el mundo como un coloso. Se comió su camino hacia el corazón de la ex Unión Soviética. Confrontó países del sur Global con las nuevas reglas y condiciones para su desarrollo económico. Mostrándose como una criatura muy versátil, el neoliberalismo incluso encantó a los cuadros del Partido Comunista Chino, cuyo socialismo reformado ‘con características chinas’ se parece sospechosamente a su opuesto ideológico. Sin embargo, en los albores del nuevo siglo, el socialismo ha sido desacreditado cuando la economía global basada en sus principios, ha sido sacudida hasta sus cimientos por una calamidad financiera que no se veía desde la oscuridad de los años de la década de los años 1930s. ¿Está el neoliberalismo condenado o recuperará su antigua gloria? ¿Se embarcará el neoliberalismo en un nuevo curso genuino o tratará de arañar su camino de regreso a los días felices de los noventa? ¿Hay una alternativa al neoliberalismo? Culminando una breve reflexión sobre estas cuestiones cruciales, este libro ha sido diseñado para introducir a los lectores a los orígenes, evolución y las ideas centrales del neoliberalismo examinado sus manifestaciones concretas en varios países y regiones concretas de todo el mundo. Nuestra exploración nos mostrará que, aunque los neoliberales a lo largo y ancho de todo el mundo comparten una creencia común en el poder de los mercados de ‘autoregularse’ para crear un mundo mejor, su doctrina viene en diferentes y múltiples matices y variaciones. Reaganomics, por ejemplo, no es lo mismo que el tacherismo. La marca de globalización del mercado de Bill Clinton difiere en algunos aspectos de la tercera vía de Tony Blair. Y las elites políticas del sur Global (a menudo educadas en las universidades de elite del Norte) han aprendido a adaptarse a los dictados del Consenso de Washington para que coincidan con sus propios contextos y objetivos
locales. Por lo tanto, el neoliberalismo se ha adaptado a ambientes, problemas y oportunidades específicas. Por esta razón, tiene sentido pensar en nuestro tema en plural, los neoliberalismos, más que en una manifestación única y monolítica. Las ideas principales, políticas y modos de gobierno impulsan estos proyectos neoliberales y están en el corazón de este libro. Al llevar a cabo el deseo de nuestra editorial de escribir una introducción breve, nos vemos obligados a participar en una discusión selectiva y general. Su principal propósito es presentar un esbozo accesible e informativo – pero al desnudo – de un fenómeno rico y complejo. Aconsejo a aquellos lectores que hayan digerido los materiales que aquí se ofrecen y se sientan preparados para profundizar más en nuestro tema, se aconseja consultar la sección de referencia.
CAPÍTULO 1: ¿QUE ES ‘NEO’ ACERCA DEL LIBERALISMO? Liberalismo nuevo y viejo Al pronunciar su Discurso Inaugural de 2009 en medio de la peor crisis económica desde la Gran Depresión desde la década de los 1930s, Barack Obama no escatimó palabras al señalar con su dedo a lo que consideraba los principales culpables del desastre financiero mundial: la codicia y la irresponsabilidad de algunos, y la incapacidad colectiva de la gente de tomar decisiones difíciles y prepararse ellos mismos para una nueva era. Ampliando su argumento, el joven Presidente insistió en que la cuestión clave hoy no es más si el gobierno es demasiado grande o demasiado pequeño, sino como trabaja. Entonces, mirando directamente a la cámara que proyecta su imagen severa en incontables pantallas de ordenador alrededor del mundo, el líder estadounidense se opuso al paradigma económico imperante en los últimos treinta años: Tampoco es la cuestión que nos ocupa si el mercado es una fuerza benigna o maligna. Su poder para generar riqueza y expandir la libertad no tiene parangón. Pero esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo vigilante, el mercado puede salirse de control.
La reacción de los nuevos expertos fue rápida y sin ambigüedades. El discurso de Obama fue una clara indicación de que la era del 'neoliberalismo' puede haber llegado a su final. El objeto de la crítica del Presidente – la idea neoliberal de que los 'mercados autorregulados' es la máquina principal que impulsa la racional persecución de la riqueza individual - ha sido la norma central de los economistas desde finales del siglo XVIII. Opuesto al mercantilismo de los monarcas que ejercitaron un control casi total sobre la economía en sus esfuerzos por amasar enormes cantidades de oro, principalmente para propósitos bélicos, los 'liberales clásicos' como Adam Smith y David Ricardo predicaron las virtudes del 'libre mercado' y de la economía del 'laisezz-faire'. A Smith se le atribuye la creación de la imagen de la Ilustración escocesa del homo economicus – el punto de vista de que la gente son individuos aislados cuyas acciones reflejan principalmente sus propios intereses materiales. Según este punto de vista, los asuntos políticos y económicos son, en gran manera, separables, con los asuntos económicos reclamando un estatus superior porque opera mejor sin interferencia gubernamental bajo un sistema armonioso de las leyes naturales. Por ello, el estado debe refrenarse de 'intervenir' con las actividades económicas egoístas de los ciudadanos y en lugar de usar su poder para garantizar el intercambio económico abierto. La teoría de las 'ventajas comparativas' de Ricardo se convirtieron en la oración de los modernos comerciantes libres. Argumentó que el libre comercio equivalía a una situación ganadora para todas las partes involucradas, porque permitía que cada país se especializara en la producción de aquellas mercancías para las cuales tenía una ventaja comparativa. Por ejemplo, si Italia puede producir vino más barato que Inglaterra, e Inglaterra puede producir telas más económicas que Italia, entonces los dos países se beneficiarían de la especialización y el comercio. De hecho, incluso Ricardo fue más allá al sugerir que los beneficios de la especialización y el comercio se acumularían incluso si un país tiene una ventaja absoluta en producir todos los productos objetos de comercio. Políticamente, la teoría de Ricardo equivalía prácticamente a un argumento poderoso contra la interferencia gubernamental en el comercio y fue usada por los liberales del siglo XIX como Richard Cobden como un arma formidable en la lucha para derogar las proteccionistas Leyes sobre Granos en Inglaterra. Para los liberales clásicos, los productores eran los sirvientes de los consumidores, quienes perseguían cubrir sus necesidades materiales y deseos a su gusto. Dedicados a la protección de la propiedad privada y a la aplicación legal de los contratos, los liberales clásicos argumenta-ron que la 'mano invisible' del mercado garantizaba
la más eficiente y efectiva asignación de los recursos al tiempo que facilitaba las relaciones pacíficas y comerciales entre las naciones. Sus ideas mostraron ser una fuerza potente para fomentar las grandes revoluciones del siglo XVIII que superaron las dinastías reales, separaron la Iglesia del Estado e hicieron añicos los dogmas del mercantilismo. Durante la mayor parte del siglo XIX, los herederos del liberalismo clásico buscaron convencer a la gente que los malos tiempos económicos siempre reflejaron algún tipo de 'fallo gubernamental' – normalmente un exceso de intervención que resultaban en una distorsión de las señales de los precios. El liberalismo clásico y la Ilustración El liberalismo clásico nació en tándem con el movimiento de la ilustración de finales del siglo XVII y el siglo XVIII, que proclamaron la razón y los fundamentos de la libertad individual. Pensadores ilustrados como John Locke (1632-1704) argumentaron que, en el 'estado de la naturaleza', todos los hombres eran libres e iguales, y por lo tanto, poseían derechos inalienables independientemente de las leyes de cualquier gobierno o autoridad. Naturalmente dotado con el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, los seres humanos pueden establecer legítimamente sólo gobiernos limitados en los que las tareas de sus jefes consistían en asegurar y proteger esos derechos individuales, especialmente el de la propiedad privada.
¿Pero cómo puede haber una cosa semejante a los 'fallos de mercado', razonaban, si los mercados, correctamente protegidos del entrometido estado, eran por naturaleza incapaces de fallar? Pero el turbulento siglo XX pronto arrojó un nubarrón sobre esas 'verdades' del liberalismo clásico. No fue hasta los 1980s que los 'neoliberales' se las arreglaron para traer de vuelta esas anticuadas ideas – aunque vestidas de ropajes nuevos. ¿Pero que pasó en el período intermedio? La historia es bien conocida. La furia y la longevidad de la Gran Depresión convenció a los pensadores líderes de la economía como John Maynard Keynes y Karl Polani que el gobierno era mucho más que un mero 'vigilante' – el papel asignado al estado por los liberales clásicos. Keynes y su nueva camada de 'liberales igualitarios' se mostraron en desacuerdo con los marxistas, quienes veían en la persistencia de las crisis económicas una evidencia del inminente colapso del capitalismo y la victoria de un 'proletariado revolucionario' que habían sido vistos a través de las 'distorsiones ideológicas' de la
'burguesía gobernante': nunca antes los trabajadores cayeron en la inteligente trampa de aceptar su propia explotación en el nombre de unos altisonantes ideales liberales de 'libertad', 'oportunidad' y 'trabajo duro'. Buscando prevenir la revolución mediante las reformas económicas, los liberales igualitarios como el Primer Ministro Clement Atlee y el Presidente Franklin D. Roosevelt fueron defensores incondicionales de la autonomía individual y los derechos de la propiedad. Y aún más, criticaron el liberalismo clásico por su incapacidad de reconocer que el capitalismo moderno debe ser sometido a ciertas regulaciones y controles por un estado fuerte. Keynes, en particular, abogó por masivos gastos gubernamentales en tiempos de crisis económicas para crear nuevos puestos de trabajo y aumentar el gasto de los consumidores. Por lo tanto, él desafió las creencias de los liberales clásicos de que el mecanismo de mercado podría corregirse naturalmente a sí mismo en el caso de una crisis económica y volver al equilibrio de pleno empleo. Keynes enlazó desempleo con una escasez de inversión de capital privado y de gasto en la economía. Por esta escasez, echó la culpa a los inversores cortos de vista y avariciosos, cuyas inversiones especulativas habían desestabilizado el mercado. Comprometido con el principio del mercado pero opuesto al 'libre mercado', el 'keynesianismo' incluso reclamó por algunas propiedades estatales cruciales, como las compañías de ferrocarriles y las de energía. Keynes encabezó la delegación británica en la conferencia de Bretton Woods de 1944 en los Estados Unidos, que estableció el orden económico posbélico internacional y sus instituciones económicas internacionales. El Fondo Monetario Internacional (FMI) fue creado para administrar el sistema monetario internacional. El Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo, más tarde conocido como el Banco Mundial, fue inicialmente diseñado para proporcionar préstamos para la reconstrucción europea posbélica. Sin embargo, durante los años 1950s, su propósito fue expandido para financiar proyectos industriales en países en vías de desarrollo a lo largo y ancho del mundo. Por último, el Acuerdo sobre Tarifas y Comercio (GATT) fue establecido en 1947 como una organización de comercio global con la responsabilidad de crear y hacer cumplir los acuerdos multilaterales de comercio. En 1995, la Organización Mundial del Comercio (OMC) fue fundada como sucesora del GATT y, por lo tanto, se convirtió en el punto focal de una intensa controversia pública sobre su diseño neoliberal de los acuerdos sobre el libre comercio. Las aplicaciones políticas de las ideas keynesianas inspiraron lo que algunos economistas llamaron la 'edad dorada del capitalismo controlado', que duró, más o menos, desde 1945 hasta 1975. Los
programas estadounidenses del 'New Deal' y la 'Gran Sociedad' fueron la punta de lanza de Franklin Delano Roosevelt y Lyndon Johnson, el muy admirado programa socialdemócrata sueco y la versión británica del 'welfarismo' lanzado en 1945 reflejaron una amplia política de consenso entre las naciones occidentales que llevó a algunos expertos a proclamar el 'fin de la ideología'. Los gobiernos nacionales controlaban los flujos de dinero hacia dentro y hacia afuera de sus territorios. Impuestos altos sobre la riqueza individual y sobre los beneficios de las corporaciones llevaron a la expansión del estado del bienestar. Salarios crecientes y servicios sociales crecientes en los países ricos del Norte global ofrecían a los trabajadores entrada en las clases medias. La era dorada del capitalismo controlado en los Estados Unidos. La economía estaba basada en la producción masiva. La producción en masa era rentable porque una gran clase media tenía suficiente dinero para adquirir lo que podía ser producido masivamente. La clase media tenía suficiente dinero porque los beneficios de la producción en masa eran repartidos entre las corporaciones gigantes y sus suministradores, detallistas y empleados. El poder de negociación de este último grupo fue mejorado y reforzado por la acción gubernamental. Casi la tercera parte de la fuerza de trabajo pertenecía a un sindicato. Los beneficios económicos también estaban expandidos a lo largo y ancho de la nación – desde los granjeros, los veteranos, las pequeñas ciudades hasta los pequeños negocios – a través de la regulación (ferrocarriles, teléfonos, beneficios y pequeños negocios) y los subsidios (precios regulados, autopistas, préstamos federales). Fuente: Robert B. Reich, Supercapitalismo, la transformación de los negocios, la democracia y la vida diaria (Nueva York: Knopf, 2008, p. 17).
Incluso el Presidente Richard Nixon, un republicano conservador, proclamó al final de los años 1970s que “todos somos keynesianos ahora”. Fue la defensa keynesiana de un estado intervencionista y de mercados regulados lo que dio al 'liberalismo' su significado económico moderno: una doctrina favorable a un gobierno grande y activo, que regule la industria, impuestos altos para los ricos y programas de bienestar social extensivos y para todos.
Macroeconomía keynesiana La obra maestra literaria de Keynes, La teoría general del empleo, el interés y el dinero fue publicada en 1936 en el momento más álgido de la Gran Depresión. El libro ganó prominencia instantánea porque desafió con éxito a las ideas liberales clásicas acerca de cómo deben funcionar las economías modernas. Las ideas keynesianas han demostrado ser cruciales en el desarrollo del marco teórico de la 'macroeconomía'. Este nuevo campo proclamó que era posible que los gobiernos nacionales agregar datos y predecir las crisis económicas antes de que ocurrieran, y propuso el uso de varias políticas para intervenir y hacer los ajustes en la economía. Específicamente, los gobiernos debían aumentar el gasto público durante las crisis económicas para estimular el crecimiento, y reducir los gastos durante los períodos de boom para mantener la inflación baja. Las ideas keynesianas dominaron la macroeconomía hasta el auge de las doctrinas neoliberales a principios de los años 70. En las tres décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, los liberales igualitaristas modernos proporcionaron tasas de crecimiento económico espectaculares, salarios altos, baja inflación y niveles de riqueza material y seguridad social sin precedentes. Pero esta era dorada de capitalismo controlado llegó a un punto muerto con las severas crisis económicas de los años 1970s. En respuesta a semejantes calamidades sin precedentes como los 'shocks petrolíferos' que cuadruplicaron el precio de la gasolina del día a la noche, la ocurrencia simultánea de una inflación galopante y un desempleo creciente (estanflación) y beneficios corporativos en descenso, una generación totalmente nueva de liberales buscaron un camino a seguir para revivir la vieja doctrina del liberalismo clásico bajo las nuevas condiciones de la globalización. Estos neoliberales subscribieron un conjunto de principios políticos e ideológicos dedicados a expandir por todo el mundo un modelo económico enfatizando los mercados y el comercio libre. Y aún más, ellos enfatizaron diferentes partes de su teoría según su contexto social particular. Venerada por sus seguidores y detestada por los keynesianos, los neoliberales tuvieron éxito a principio de los 1980s al establecer una agenda política y económica para el siguiente cuarto de siglo. Como discutiremos en los capítulos 2 y 3, argumentaron que la paralizante regulación del gobierno, el gasto público exorbitante y las altas barreras arancelarias al comercio internacional habían sido
responsables de crear las condiciones que llevaron a la inflación elevada y al crecimiento económico pobre en todos los países industriales en los años 1970s. Una vez esta premisa fue ampliamente aceptada, el siguiente paso lógico fue clamar que esos factores fueron el mayor impedimento para el desarrollo económico con éxito en el Sur global. De este modo nació una agenda para el desarrollo neoliberal global en los así denominados 'programas de ajuste estructural' y acuerdos internacionales sobre el libre comercio. Como veremos en los capítulos 4 y 5, instituciones económicas poderosas como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial impusieron su agenda neoliberal en los países en vías de desarrollo muy endeudados en devolución de préstamos muy necesitados. El colapso en 1991 de la Unión Soviética y la aceleración de las reformas orientadas al mercado en la China comunista llevaron a una dominación sin precedentes del modelo neoliberal en los años 1990s. Sin embargo, durante la última década ha caído bajo una serie de críticas. La crisis económica global de 2008-9 es solo el último de una serie de desafíos para el paradigma todavía dominante del libre mercado. Pero antes de que podamos apreciar toda la magnitud de las amenazas que enfrentamos contra el neoliberalismo, debemos familiarizarnos con sus diversas dimensiones, sus variedades y sus aplicaciones políticas. Así que empecemos nuestro viaje con una breve consideración de sus ideas y principios básicos.
Las tres dimensiones del neoliberalismo. Neoliberalismo es un concepto bastante amplio y general que se refiere a un modelo económico o 'paradigma' que creció en prominencia en los 1980s. Construido sobre el ideal clásico liberal de los mercados autorregulados, el neoliberalismo se presenta en varias líneas y variaciones. Quizás, la mejor manera de conceptualizar es pensar sobre él como tres manifestaciones inter-relaciondas: (1) una ideología; (2) un modo de gobierno; (3) un paquete político. Desempaquemos cuidadosamente estas tres dimensiones fundamentales. Las ideologías son un sistema de ideas ampliamente compartidas y creencias modeladas que son aceptadas como una verdad por grupos sociales significativos. Estos 'ismos' sirven como mapas conceptuales indispensables porque guían a la gente a través de la complejidad de los mundos políticos. No solo ofrecen una imagen más o menos coherente tal como es, sino también como debería ser. Al hacerlo así, las ideologías organizan su núcleo de ideas en simples afirmaciones verdaderas que alienta a la gente a actuar en determinadas maneras.
Estas afirmaciones son ensambladas por codificadores de las ideologías para legitimar determinados intereses políticos y para defender o desafiar ciertas estructuras de poder. Los codificadores del neoliberalismo son elites globales de poder que incluyen gerentes y ejecutivos de grandes corporaciones transnacionales, lobistas corporativos, periodistas influ-yentes y especialistas en relaciones públicas, escritores intelectuales que tienen una gran audiencia pública, celebridades, animadores y artistas de grandes audiencias, burócratas estatales y políticos. Sirviendo como los principales defensores del neoliberalismo, estos defensores saturan el discurso público con imágenes idealizadas de un mundo de libre mercado y consumista. Interactuando hábilmente con los medios de comunicación para vender su versión preferida de un único mercado global para el público, presentan los mercados globalizados bajo una luz positiva como una herramienta indispensable para un mundo mejor. Tales visiones de la opinión pública del mercado de la globalización impregnan las decisiones políticas en muchas partes del mundo. De hecho, los tomadores de decisiones neoliberales funcionan como expertos diseñadores de un contenedor ideológico atractivo para su agenda política promercado. Sus afirmaciones ideológicas están entrelazadas con referencias a la interdependencia económica global y basadas en los principios del capitalismo de mercado libre: comercio global y mercados financieros, flujos de bienes, servicios y trabajo a lo largo y ancho del mundo, corporaciones transnacionales, centros financieros localizados en países extranjeros y no sujetos a las leyes impositivas nacionales entre otros. Por esta razón, tiene sentido pensar en el liberalismo más bien como una ideología económica, que, a diferencia de su achirrival el marxismo, pone la producción y el intercambio de bienes en el centro de la experiencia humana. La segunda dimensión del neoliberalismo se refiere a lo que el pensador social francés Michel Foucault llamó 'governmentalities' [govern = gobierno; mentality = mentalidad], ciertos modos de gobierno basados en premisas particulares, lógicas y relaciones de poder. Una gubernamentalidad neoliberal se basa en valores empresariales como la competitividad, el egoísmo y la descentralización. Se celebra la transferencia de poder legal y la devolución del poder central del estado a unidades localizadas más pequeñas. En vez de operar líneas más tradicionales para perseguir el bien público (más bien que los beneficios) por la sociedad civil y la mejora de la justicia social, los neoliberales exigen el empleo por el gobierno de tecnologías tomadas del mundo de los negocios y del comercio: el desarrollo obligatorio de 'planes estratégicos' y de 'gestión de riesgos'; análisis coste-beneficio y
otros cálculos de efi-ciencia; la disminución del gobierno político (llamado ‘las mejores prácticas de gobierno’; el establecimiento de objetivos cuantitativos; la estrecha vigilancia de resultados; la creación de planes de trabajo muy individualizados basados en el desempeño y la introducción de modelos de ‘elección racional’ que internalicen y normalicen el comportamiento orientado al mercado. Los modos de gobierno neoliberal alientan la transformación de las mentalidades burocráticas en identidades empresariales donde los trabajadores del gobierno no se vean a sí mismo más como servidores públicos y guardianes de un definido cualitativamente ‘bien público’, sino como, por su propio interés, actores responsables del mercado y contribuyentes al éxito de la política de adelgazar las ‘empresas estatales’. A principio de la década de los 1980s, un nuevo modelo de administración pública conocido como la ‘nueva gestión pública’ cautivó las burocracias estatales mundiales por completo. La puesta en práctica del modo neoliberal de gobierno para los servidores públicos, significó redefinir a los ciudadanos como ‘clientes’ y anima a los administradores a cultivar el ‘espíritu emprendedor’. Si las empresas privadas deben fomentar la innovación y mejorar la productividad con el fin de sobrevivir en el mercado competitivo, ¿por qué los trabajadores del gobierno no abrazan los ideales neoliberales de mejorar el sector público? Basada en esta gubernamentalidad neoliberal, el vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, utilizó con notoriedad los nuevos principios de la gestión pública en la década de 1990s para someter a varias agencias del gobierno a un ‘National Performance Review’, cuyo objetivo declarado era reducir ‘el despilfarro del gobierno’ y aumentar la eficiencia administrativa, la eficacia y la rendición de cuentas. En tercer lugar, el neoliberalismo se declara a sí mismo como un conjunto de políticas públicas concretas expresadas en lo que nos gusta llamar la ‘fórmula D-L-P’: (1) desregularización (de la economía); (2) liberación (del comercio y la industria); y (3) privatización (de las empresas propiedad del estado). Medidas políticas relacionadas incluyen: recortes masivos de impuestos (especialmente en el mundo de los negocios y los que más renta ganan; reducción de los servicios sociales y los programas del estado del bienestar; reemplazar el welfare por el ‘workfare’ [NOTA DEL TRADUCTOR: welfare significa, entre otras cosas, la asistencia que se da a los que la necesitan, especialmente por el estado (on welfare); work es trabajo y trabajar; welfare también significa riqueza, así que ‘workfare’ significaría la riqueza conseguida mediante el trabajo; esta frase significa reemplazar la ayuda social del gobierno a los necesitados por un puesto de trabajo]; el uso de las tasas
de interés por bancos centrales independientes para mantener la inflación baja (incluso a riesgo de aumentar el desempleo); la reducción del tamaño del gobierno; paraísos fiscales para las empresas nacionales y extranjeras que deseen invertir en zonas económicas designadas; nuevos espacios comerciales urbanos formados por los imperativos a necesidad de los imperativos de mercado; anti-sindicalización en el nombre de mejorar la productividad y la ‘flexibilidad laboral’; integración regional y global de las economías nacionales y la creación de nuevas instituciones políticas, think tanks y prácticas para reproducir el paradigma neoliberal. Como veremos en los capítulos siguientes, las llamadas iniciativas ‘neoconservadores’ cuentan a menudo con el apoyo de la agenda política neoliberal en la búsqueda de objetivos políticos comunes. A su vez, muchos neoliberales abrazaron los valores conservadores, especialmente los valores ‘familiares’, la aplicación de una ley dura y un ejército fuerte. La casi universal aprobación de, por lo menos de algunas partes de este conjunto de políticas en la década de 1990s refleja el poder real de las afirmaciones ideológicas del neoliberalismo. Como ya dijimos en el prefacio, los siguientes capítulos de este libro prestan especial conexión a la conexión entre lo ideológico y las dimensiones de la política del neoliberalismo mediante el examen de políticas concretas en diferentes escenarios de todo el mundo. Pero primero vamos a completar nuestra aclaración de cuestiones conceptuales con una breve revisión de las principales teorías económicas que impulsaron el crecimiento del neoliberalismo a finales de los años 1970s.
Los orígenes intelectuales del neoliberalismo. Aunque el neoliberalismo se presenta en diversas variedades, se puede encontrar la primera formulación sistemática de sus principios económicos en la Mont Pelerin Society. Fundada en 1947 por Friederich Auguste von Hayek, un miembro influyente de la Escuela Austríaca de Economía de principios del siglo XX. La sociedad atrajo a intelectuales afines comprometidos en fortalecer los principios y prácticas de una ‘sociedad libre’ mediante el estudio de las obras y virtudes de los sistemas económicos orientados al mercado. Comprometidos a detener lo que ellos veían como la marea del ‘aumento del colectivismo’ – sea este marxista o de otras formas menos radicales de planificación central estatal – Hayek y sus colegas trataron de resucitar el liberalismo clásico en su intento de desafiar el dominio de las ideas keynesianas. Un gran creyente en la capacidad espontánea del libre mercado para funcionar
de un modo autorregulado y como motor de la libertad humana, Hayek consideró a la mayoría de las intervenciones estatales en la economía hitos en el ominoso “camino de servidumbre” que lleva a nuevas formas de despotismo del gobierno [Camino de servidumbre es el título de uno de los libros más conocidos de este autor]. Su teoría económica se encontraba anclada en el concepto de “mecanismos de precios sin distorsiones’ que se decía que sirven para compartir y sincronizar el conocimiento local y personal que los miembros individuales de la sociedad consigan diversos fines sin la interferencia del estado. Para Hayek, la libertad económica nunca puede ser subordinada a la libertad política y confinada a la estrecha esfera de la producción material. Más bien la libertad económica era una fuerza política y moral que da forma a todos los demás aspectos de una sociedad abierta y libre. Sorprendentemente, los miembros de la sociedad Pelerin ocasionalmente se perdían en el terreno ideológico conservador y daban importancia a los, consagradas por el tiempo, valores y tradiciones en la constitución de las comunidades humanas. Los principios neoliberales defendidos por la Sociedad Monte Pelerin de Hayek influenciaron mucho al economista estadounidense Milton Friedman, ganador del Premio Nobel de 1976. El carismático líder de la Escuela de Economía de Chicago (con base en la Universidad de Chicago), Friedman tuvo una mano influyente al guiar al neoliberalismo de constituir un punto de vista meramente minoritario en los años 1950s para volverse la ortodoxia económica gobernante en los años 1990s. Enfocados en la inflación como el resultado económico más peligroso de la interferencia estatal – como los controles de precios impuestos por gobiernos keynesianos para garantizar a la gente de bajos ingresos el acceso de mercancías básicas – Friedman desarrolló su teoría del monetarismo. Él postula que solo la autorregulación del libre mercado que el número correcto de mercaderías a los precios correctos producidos por trabajadores pagados con salarios al nivel que determina el libre mercado. A principio de la década de 1980, monetaristas como Friedman en que matar al dragón de la inflación requería que los bancos centrales como la Reserva Federal siguiera políticas anti inflacionistas que mantuvieran la oferta y la demanda en equilibrio por el libre mercado. En resumen, la política monetaria debe tomar precedencia sobre la política fiscal (impuestos y políticas de redistribución) ideadas por el gran gobierno.
Libertarianismo (*)
A menudo asociado con las doctrinas económicas de Frederich von Hayek y Milton Friedman, el libertarianismo es una creencia política hostil a la intervención del gobierno. Aunque comparte los principios generales de la corriente liberal del neoliberalismo, la mayoría de los libertarianos se oponen se oponen estrictamente a otros valores liberales como la igualdad, la solidaridad y la responsabilidad social. Rechazan los gobiernos modernos como ilegítimos por su uso de las políticas ‘coercitivas’, muchos libertarianos se subscriben a la utopía de la ‘sociedad’ suelta de individuos autónomos enlazados entre sí en estrictas formas de intercambio voluntario. De hecho, algunos libertarianos van incluso más lejos como para exigir la abolición del estado. [(*) NOTA DEL TRADUCTOR: traduzco “libertarian” por “libertarianismo”, palabra que no existe en castellano, para no confundirlo con comunismo libertario, ideología que, según el diccionario RAE es la doctrina inspirada por “Bakunin y Kropotkin, que considera imprescindible la previa destrucción y desaparición del Estado para instaurar el comunismo”. Al contrario, en EEUU el “libertarianism” es la forma extrema del neoliberalismo y, por ende, de extrema derecha. En EEUU en la actualidad solo tiene este último significado. Pero a lo largo de la historia, la palabra libertario ha tenido varios significados, por lo que para evitar confusiones, he decidido adoptar el neologismo libertarianismo, que ya existe en Internet]. Como veremos en los siguientes capítulos, el neoliberalismo pronto se expandió por otras partes del mundo – a menudo de mano de las denominadas ‘terapias de shock’ ideadas por prominentes economistas neoliberales. Los ejemplos incluyen Chile después del golpe de estado del General Augusto Pinochet apoyado por la CIA, la transformación económica de los antiguos países comunistas de la Europa del este y la Sudáfrica post apartheid. En algunos casos, las elites modernas educadas en universidades de elite del extranjero, abrazan el neoliberalismo entusiásticamente. Otros lo adoptan a regañadientes porque sienten que no tienen otra opción, sino que deben tragar la píldora amarga de los ajustes estructurales que inevitablemente acompañan los muy necesitados préstamos del FMI y del Banco Mundial. Aunque a los economistas de la Escuela de Chicago como Friedman no les gusta el marco regulatorio keynesiano bajo el cual el FMI y el Banco Mundial habían sido originalmente ideados, sus descendientes ideológicos neoliberales en la década de los 1990 se las arreglaron para capturar las más altas esferas de poder en esas instituciones económicas internacionales. Con el apoyo del único super-
poder mundial que queda, los neoliberales exportaron ansiosamente el ‘Consenso de Washington’ al resto del mundo. Examinemos ahora con más detalle las manifestaciones políticas e ideológicas concretas del neoliberalismo a lo largo y ancho de países, regiones y países. Sus diversas corrientes a veces divergen en temas como el papel preciso y el tamaño apropiado del gobierno o las diferentes posiciones sobre las prioridades políticas y las prescripciones. Pero mucho neoliberales comparten ampliamente posiciones políticas similares considerando la superioridad de los mecanismos de autoregulación del mercado sobre la intervención del estado para producir un crecimiento económico sostenido. También se muestran de acuerdo en políticas que promocionan el crecimiento de los emprendedores y la productividad. Finalmente, los neoliberales están unidos en su visión de que mantener bajos niveles de inflación es más importante que conseguir el pleno empleo. Empezamos nuestro viaje por el panorama neoliberal explorando dos de sus primeras y más espectaculares ramas: Reaganomics y Thatcherismo.
El Consenso de Washington El consenso de Washington es a menudo visto como sinónimo de neoliberalismo. Acuñado en la década de los 80 por el economista del libre mercado John Williamson, el término se refiere al ‘más bajo común denominador del consejo político’ dirigido a la mayoría de los países de América Latina por el FMI, el Banco Mundial y otras instituciones económicas internacionales basadas en Washington y think tanks. En la década de los 90, el Consenso de Washington se convirtió en el marco global para el ‘correcto’ desarrollo económico. A cambio de los muy necesitados préstamos y los esquemas de reestructuración de deuda, los gobiernos en el Sur global fueron requeridos a adherirse al Consenso de Washington con el programa siguiente de diez puntos: 1. Una garantía de disciplina fiscal y un límite al déficit fiscal. 2. Una reducción del gasto público, particularmente en la administración pública y la militar. 3. Reforma impositiva, dirigida a la creación de un sistema con una base amplia y una aplicación efectiva. 4. Liberalización financiera, con tasas de interés determinadas por el mercado. 5. Tasas de cambio competitivas para asistir al crecimiento de las exportaciones. 6. Liberalización del comercio, acompañado de la abolición de
las licencias de importación y la reducción de las tarifas. 7. Promoción de las inversiones directas extranjeras. 8. Privatización de las empresas públicas, que serán dirigidas por una dirección eficiente y un rendimiento mejorado. 9. Desregularización de la economía. 10. Protección de los derechos de propiedad.
Capítulo 2. LA PRIMERA OLA DEL NEOLIBERALISMO EN LA DÉCADA DE LOS 80: REAGANOMICS y THATCHERISMO El nacimiento del neoliberalismo en los países de habla inglesa está en su mayor parte asociado con el Presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan (1981-88) y la Primera Ministra británica Magaret Thatcher (1979-90). Esta campaña ferviente para poner fin ‘gobierno grande’ de corte keynesiano fue compartida con el Primer Ministro australiano Malcom Fraser (1975-83) y el Primer Ministro canadiense Brian Mulroney (1984-93). Estos líderes políticos no solo articularon el corazón de las reclamaciones ideológicas del neoliberalismo, sino que también buscaron convertirlas en políticas públicas y programas. Sin embargo, lo que distinguió al Reagan y Thatcher de otros muchos neoliberales fue su notable determinación en aplicar sus principios, incluso cuando era políticamente arriesgado o inconveniente hacerlo. El Presidente Reagan, por ejemplo, consideró seriamente no presentarse a su reelección si al hacerlo significaba revertir sus profundos recortes de impuestos. De modo similar, cuando algunos miembros conservadores del propio Partido Tory de Thatcher afirmaron que no tolerarían más sus duras políticas anti inflacionistas, declaró con osadía: “Ustedes se pueden volver si quieren – esta dama no está para vueltas”. Más aún, la famosa ‘dama de acero’ fue famosa por acuñar otros eslóganes ideológicos como “No hay alternativa” (a su agenda neoliberal). Aunque la izquierda política en Gran Bretaña no perdió tiempo en asaltar tal determinismo económico, sin embargo fallaron en armar una visión política alternativa que probase que la Primer Ministro está equivocada. Sin duda, con estos ejemplos no se pretende sugerir que Reagan y Thatcher carecieran de pragmatismo o que no hicieran importantes compromisos políticos cuando lo consideraran necesario. Ni se debe asumir que los intentos de Mulroney y Fraser de una reforma neoliberal
no fueran genuinos a pesar de sus políticas genéricas relativamente vagas. Pero lo que distinguió las revoluciones de Reagan y Thatcher, como serían denominadas, fue su firme articulación de un conjunto muy particular de ideas y reclamos neoliberales y su traducción con éxito en las políticas y programas concretos. Además, ambos líderes instalaron en sus gabinetes con secretarios y consejeros leales que compartían sus puntos de vista. Finalmente, tanto Reagan como Thatcher, buscaron fundir su liberalismo económico con algunos programas más tradicionales y conservadores. Algunos comentaristas fueron aún mucho más lejos al sugerir que ‘neoliberalismo’ y ‘neoconservadurismo’ deberían usarse como términos intercambiables. Como veremos más tarde en este capítulo, semejante aserto parece algo exagerado, porque estas ideologías no son idénticas. Sin embargo, había importantes áreas en que se solapaban entre el neoliberalismo y el neoconservadurismo, especialmente en su aplicación a Reaganomics y el Thatcherismo. Neoliberalismo y neoconservadurismo El neoconservadurismo contemporáneo no es ‘conservador’ en el sentido clásico, tal como fue definido por los pensadores del siglo XVIII como Edmund Burke, quién expresó su inclinación fuerte por las virtudes aristocráticas, lamentó el cambio social radical, sintió aversión por los principios republicanos y desconfiaba del progreso y de la razón. Por el contrario, el neoconservadurismo de Reagan y Thatcher se asemeja a un liberalismo muscular que es a menudo asociado con figuras políticas como Theodore Roosevelt, Harry Truman o Wiston Churchill. En general, los neoconservadores se muestran de acuerdo con los neoliberales en la importancia del libre mercado, comercio libre, poder corporativo y la elite gobernante. Pero los neoconservadores están mucho más inclinados a unir su actitud de manos fuera hacia los grandes negocios con acción gubernamental intrusiva hacia la regulación de la ciudadanía normal en el nombre de la seguridad pública y la seguridad tradicional. Sus apelaciones a la ‘ley y orden’ a veces se ahogan en su preocupación por los derechos individuales, aunque no para el individuo como bloques en la construcción de la sociedad. En asuntos externos, los neoconservadores abogan por un uso enérgico y extenso, yanto de su poder económico como del militar, con el propósito aparente de promover la libertad, los libres mercados y la democracia en todo el mundo.
Al principio de la década de los 80, muchos de los miem-bros clave del Tesoro Británico que habían abrazado el neoliberalismo, se volvieron muy influyentes en la conformación de la agenda económica de Thatcher. Este grupo incluía tories prominentes como Alan Budd, Terry Burnes, David Laidler, Patrick Minford y Tim Congdon. Muchos de ellos estaban afiliados a poderosos think tanks conservadores como el Centro para los Estudios Políticos (Centre for Policy Studies) cofundado por Margaret Thatcher, el Instituto de Asunto Económicos (Institute of Economic Affairs), el Instituto Adam Smith (Adam Smith Institute) y el Institute of Directors (IoD). Periodistas influyentes que trabajaban para el Financial Times, The Times y el Sunday Times y que simpatizaban con la agenda neoliberal incluían a William ReesMogg, Samuel Brittan, Bernard Levin, Peter Jay y Ronald Butt. Todos estos escritores eran proponentes principales de la política monetarista económica de Thatcher. En los Estados Unidos, declarados neoconservadores como Irving Kristol movilizaron a altos ejecutivos de algunas de las corporaciones estadounidenses más ricas para apoyar los institutos neoliberales de investigación y think tanks, como el American Enterprise Institute, el Cato Institute, y la Heritage Foundation. Trabajaban en estrecha colaboración con Reagan y su personal para promover las políticas destinadas al sector privado para liderar el crecimiento económico. Un firme defensor de las políticas neoliberales del ‘lado de la oferta’ (*), el Presidente creía que los altos impuestos eran la primera causa de los malos resultados económicos. [NOTA DEL TRADUCTOR: En realidad, decir “políticas neoliberales del lado de la oferta” es una redundancia, ya que la segunda está incluida en la primera. La política del lado de la oferta trata de aumentar la producción quitando supuestos obstáculos, como los impuestos altos a los más ricos. La opuesta sería la política del lado de la demanda o keynesiana, de estimular la demanda mediante el aumento del gasto público, bajar los impuestos a los más pobres o bajar o quitar el IVA a los alimentos de primera necesidad, etc.]. La economía del lado de la oferta y la curva de Laffer Defendida por economistas liberales como Arthur Laffer y abrazada por el Presidente Reagan, la economía del lado de la oferta está basada en la suposición de que el crecimiento económico a largo plazo depende de liberar la cantidad de capital disponible para la inversión privada. Un componente económico crucial de la economía del lado de la oferta, la ‘Curva de Laffer’ es una representación básica de la tesis de que un aumento en las tasas impositivas no siempre
conducirá a un aumento en la recaudación impositiva. Una tasa impositiva de un 100%, como sugiere la curva, la recaudación caerá porque los ciudadanos no tendrán incentivos para trabajar más tiempo. Los economistas del lado de la oferta muestran como único objetivo reducir las tasas sobre los ingresos privados. Basándose en la curva de Laffer, argumentaron que el nuevo crecimiento económico producido por el aumento de la inversión, automáticamente generaría un gran y suficiente excedente de los ingresos fiscales. Estos, a su vez, podrían ser usados por los gobiernos para pagar sus deudas y balancear sus presupuestos. También conocida como la economía del goteo hacia abajo, los economistas del lado de la oferta apelaron a Reagan y a los legisladores del Partido Republicano en el Congreso, dispuestos a bajar los impuestos, pero sin embargo, cuidaron de preservar programas políticamente populares como la Seguridad Social y el Medicare. Por el contrario, Thatcher sostuvo que el crecimiento de la oferta de dinero fue el principal culpable de los malos resultados económicos. Aunque cortados por el mismo patrón neoliberal, el Presidente estadounidense y la Primer Ministro, inspirados en puntos de vista diferentes, inspiraron programas políticos diferentes. La tabla A ilustra esas variaciones sobre el tema neoliberal.
Reaganomics Inmediatamente después de alcanzar el poder en 1981, el Presidente anunció su Programa para la Recuperación Económica (Program for Economic Recovery) orientado del lado de la oferta, que estaba basado en principios neoliberales, y que fue ridiculizado por sus oponentes de su propio partido como la “economía vudú”. Proclamado para combatir la mezcla tóxica de estancamiento y alta inflación heredad de los años de Carter. Las Reaganomics se centró, primera y principalmente, en reducir las tasas marginales de interés. Pero el Presidente no estaba menos dispuesto a asumir el déficit fiscal y las existentes regulaciones gubernamentales. La única área en que Reagan empujó con fuerza para aumentar los gastos fue en defensa militar, que él insistía en que era necesario para librar la Guerra Fría contra el ‘diabólico imperio’ soviético y ‘otros agresores comunistas’ por todo el
mundo. Volveremos al asunto de la política exterior al final de este capítulo.
Líder ejecutivo
Creencias neoliberales principales
Creencias secundarias
Reagan (del lado de la demanda)
El Gobierno es ineficiente. La depredación de gobierno conduce a pobres resultados económicos.
La estabilidad monetaria y fiscal es necesaria para el crecimiento económico.
El Gobierno es ineficiente. La estabilidad monetaria y fiscal es necesaria para el crecimiento económico.
La depredación de gobierno conduce a pobres resultados económicos.
Thatcher (monetarista)
Principales medidas política neoliberal Restringir extensión de depredación del gobierno través de imposición mínima.
Medidas de política secundaria la la a la
Crear estabilidad económica a través de la reducción del déficit y la restricción del gasto.
Crear estabilidad económica a través de la reducción del déficit y la restricción del gasto. Restringir la extensión de la depredación del gobierno a través de la imposición mínima.
Aunque tanto Reagan como Thatcher vieron la inflación como un impedimento para el crecimiento económico, líderes políticos del lado de la oferta como el Presidente estaban interesados en retratar el monetarismo como la ‘política de la austeridad’. Creyendo que la oferta monetaria se ajustaría naturalmente a los imperativos del mercado, Reagan no compartió la preocupación monetarista de la Primer Ministro sobre el déficit fiscal. Bajas tasas impositivas, aseguró Reagan, promocionaría el crecimiento económico, que automáticamente generaría, a su vez, suficientes ingresos como para cubrir el déficit público [NOTA DEL TRADUCTOR: es la segunda vez que se alude a esta teoría expresada en la curva de Laffer, y no si el lector lego en materia económica lo entiende. A grosso modo, la recaudación impositiva depende de dos variables, primero, de las bases económicas sobre las que se aplican (la renta en el impuesto sobre la renta, las ventas en el IVA y los impuestos especiales que gravan algunos bienes, como las bebidas alcohólicas, el tabaco, los derivados del petróleo, el patrimonio en el impuesto sobre el patrimonio y las herencias, etc), y la tasa o tipo impositivo (en %) que se aplica sobre las primeras. Esta teoría supone que al bajar los impuestos (sobre los ricos), se liberan recursos económicos y que quedan ahora disponibles para la inversión, lo que alienta el crecimiento económico, aumentan las bases sobre las que se
calculan los tipos o tasas de los impuestos, aumenta la recaudación fiscal, y los ciudadanos son ahora más ricos por dos motivos, porque disponen de mayores ingresos brutos y porque pagan menos impuestos. Con el aumento de los ingresos públicos, se reduciría la deuda pública contraída en la primera fase]. Pero cuando Reaganomics luchaban por cumplir con su promesa de poner fin al déficit fiscal, el Director de la Oficina del Presupuesto de Reagan, David Stockman, desafió su estrategia económica. Stockman, un fiscal conservador tradicional advirtió públicamente que los recortes de impuestos tan profundos y el creciente gasto militar conducirían a grandes e inevitables déficits, las consecuencias de lo cual sería desastroso. Juzgado en el corto plazo, los recortes de impuestos de Reagan no pueden ser vistos como una revolución ‘neoliberal’. Sin embargo, desde una perspectiva más amplia, su efecto acumulado ascendía a nada menos que un verdadero asalto a la redistribución de la riqueza privada dirigida por el Estado. La Ley de la Reforma Fiscal (Tax Reform Act) de 1986, en concreto, la reducción del número de tramos mientras reducía la tasa media de cada impuesto sobre la renta un 6%. En un intento para hacer frente a los crecientes temores sobre el déficit presupuestario, la Ley de Reforma Fiscal aumentó los impuestos corporativos para compensar los recortes en impuestos sobre la renta y trató de que este último fuese un ‘ingreso neutral’. Pero los críticos se apresuraron a señalar que la reforma impositiva de Reagan dio lugar a un aumento dramático de la brecha de ingresos entre la clase media y los más ricos. El recorte de impuestos inicial de Reagan, implementada a principio de la década de los 1980, llevó a una reducción de los ingresos del Estado que eran necesarios para cubrir los compromisos de gasto en política social y el aumento espectacular de los gastos militares. Como resultado, el gobierno se vio obligado a recurrir a enormes niveles de gasto público deficitario para cubrir esos déficits de ingreso. Bajo la intensa presión de muchos conservadores tradicionales, Reagan finalmente se vio obligado a lidiar con lo que fue el mayor déficit presupuestario en la historia de los EEUU. Su largo resentimiento contra el crecimiento del gobierno allanó el camino a la promulgación histórica de lo que se conoce como la Iniciativa para la Reducción del Déficit Gramm-Rudman-Hollings. Patrocinada por los senadores republicanos Phil Gramm y Warren Rudman, la legislación alimentó un intenso debate público en los países del norte sobre los peligros potenciales del gasto deficitario para la región de América del Norte y la economía mundial.
La iniciativa Gramm-Rudman-Hollings (GRH) También conocida como Ley de Emergencia para el Control del Presupuesto equilibrado, la GRH fue introducida en 1985 como un método de control excesivo del gasto gubernamental por la administración Reagan. Esta ley detalla los objetivos del gasto que eliminarían el déficit en 1991, suscitando un debate público sobre los peligros de la creciente tendencia del gobierno a endeudarse y gastar. Un punto importante de contención fue la demanda de GRH de recortar los gastos sociales. Miembros progresistas del Partido Demócrata se indignaron porque el gasto militar no fue sometido a las mismas reglas restrictivas que los programas sociales. Aunque no todas las medidas contempladas en GRH se llevaron a cabo, el impulso neoliberal detrás de esta ley perduró. [NOTA DEL TRADUCTOR: traduzco este corto enlace: la ley Gramm-Rudman-Hollings, oficialmente Ley del Presupuesto Equilibrado y Control del Déficit, de 1985, tomaba la medida de reducción del déficit presupuestario de los EEUU. La ley proporcionaba recortes automáticos si el Presidente y el Congreso no llegaban a un acuerdo sobre los objetivos establecidos. El Controlador General de los EEUU tenía el derecho de ordenar otras reducciones del gasto. Como los recortes automáticos fueron declarados anticonstitucionales, una edición revisada de la ley fue aprobada en 1987. Falló en la reducción del déficit. Una reducción de la ley de 1990 cambió el foco de atención del déficit al control del gasto]. El Banco Federal de la Reserva de los Estados Unidos había disfrutado de una relativa independencia a la hora de establecer la política monetaria, particularmente con respecto a los tipos de interés. Aunque no estaba en la parte superior de su agenda neoliberal, el compromiso de Reagan con los objetivos monetarios se hizo evidente en su renovación del nombramiento de Paul Volcker como Presidente de la Reserva Federal en 1983, y su posterior nombramiento del conocido monetarista Alan Greespan en 1987 [NOTA DEL TRADUCTOR: Volcker fue nombrado para ese cargo por primera vez en agosto de 1979 por Carter y fue sustituido por Greespan en agosto de 1987]. Paul Volcker lanzó una agresiva campaña contra la inflación que, en 1980, había alcanzado los dos dígitos. Volcker presionó agresivamente para conseguir tasas de interés más altas. En 1986, sus medidas monetaristas habían bajado la inflación a casi el 50%. Pero su reducción se consiguió a costa de un gran precio que pagaron muchos estadounidenses, que se enfrentaron con una amarga medicina, tipos de interés exorbitantes sobre las hipotecas y los préstamos privados. La clase
media y la clase media-baja se encontraron con que era casi imposible financiar una casa o un automóvil. Millones de estadounidenses, que inicialmen-te estaban impacientes por cosechar los beneficios de la agenda neoliberal de su Presidente, dirigieron su frustración hacia Reagan. Como resultado, su índice de aprobación cayó a poco menos del 50% antes de que la economía repuntara hacia mediados y finales de la década de los 80. Además, reducir los impuestos y aumentar los gastos militares – mientras se trata de balancear el presupuesto – se volvieron objetivos inconsistentes. Esto fue particularmente evidente en el área de la política de impuestos, en donde los recortes en los impuestos sobre la renta condujo a un aumento en los impuestos sobre los ingresos de las corporaciones. Estas inconsistencias llevaron a unas tasas de cambio volátiles. El dólar norteamericano alcanzó su punto máximo en 1980, pero luego empezó a caer durante el año final del mandato de Reagan, en 1988. ¿Cuál fue la razón por esta volatilidad? Los recortes de impuestos iniciales de Reagan complementaron la política monetaria restrictiva y ayudaron a crear un dólar fuerte. Además, estos recortes iniciales de impuestos animaron a la inversión internacional e impulsó la demanda de bonos del Tesoro y otras inversiones estadounidenses. Sin embargo, los siguientes incrementos en los recortes impositivos, en especial cuando se grava la renta empresarial, redujeron las inversiones extranjeras y provocó la depreciación del dólar hacia el final del segundo mandatos de Reagan. Pero el Presidente no estaba particularmente alarmado porque un dólar débil hizo más caras las importaciones extranjeras y los bienes estadounidenses más deseables, tanto para los consumidores domésticos como para los foráneos. A pesar de que la política fiscal fue el principal foco de los Reaganomics, la reforma regulatoria pronto le siguió. Este esfuerzo se iba a llevar a cabo como parte del compromiso ideológico de Reagan con el ‘Nuevo Federalismo’. Basada en la teoría de la Escuela de Economía de la Elección Pública, el nuevo federalismo fue inspirado en los principios neoliberales de la descentralización y la elección individual. Se considera la política como una empresa racional destinada a obtener un máximo de votos en lugar de una estrategia desordenada de gobernar en nombre de el interés público. Operando bajo el supuesto de que los ciudadanos individuales ‘votan con sus pies’, los economistas de la elección pública argumentaron que los gobiernos locales estaban mucho mejor posicionados para responder las demandas de los ciudadanos individuales por su cercana proximidad a sus ‘clientes’. En otras palabras, los gobiernos más pequeños y descentralizados eran ‘mejores’ en términos de la eficiencia de mercado y la eficiencia económica. Más aún, los nuevos federalistas vieron que los gobiernos
pequeños son menos propensos a regular el mercado, y de ahí su lema neoliberal, ‘menos es más’. Reagan se entusiasmó con la visión de la elección pública/nuevo federalismo porque le proporcionó un atractivo racional para la restricción regulatoria. Creyendo en el valor de las estadísticas económicas rigurosas para evaluar las decisiones políticas, firmó la orden ejecutiva 12291, que requería a las agencias federales la utilización de métodos de análisis coste beneficio para evaluar las propuestas de regulación universal. A consecuencia de ello, un número sustancial de evaluacio-nes existentes fueron etiquetadas como de posible eliminación. Más aún, los poderes regulatorios de las organizaciones gubernamentales como la Agencia de Protección Medioambiental – Environmental Protection Agency (EPA) – fueron disminuidos significativamente. Como hemos visto en el capítulo 1, estas iniciativas demuestran la capacidad del neoliberalismo para funcionar, no solo como una ideología o como un conjunto de políticas, sino también como un modo distinto de gobernar consistente con los principios de la ‘nueva dirección pública’ y la teoría de la elección pública. Como parte de su Iniciativa Nuevo Federalismo - New Federalism Initiative – Reagan empezó a transferir poderes regulatorios federales a los Estados – aunque a menudo sin proveerles de los recursos para desarrollar sus nuevas funciones y mandatos. Además, las medidas de desregulación fueron aplicadas a sectores industriales claves, como comunicaciones, transportes y la banca. En un movimiento audaz para desregularizar la industria de las telecomunicaciones, el gobierno autorizó la liquidación de las interminables demandas presen-tadas por el Departamento (Ministerio) de Justicia contra American Telephone and Telegragraph (AT&T). Esta acción resultó en la ruptura del monopolio de Bell en los servicios de telefonía local en siete compa-ñías telefónicas separadas. En el marco del acuerdo de desregulación, las tasas se mantuvieron reguladas, pero los productos y servicios de las telecomunicaciones (incluyendo el arrendamiento de equipos y servicios de larga distancia) estaban sujetos a las fuerzas competitivas del mercado. Quizás la iniciativa más controvertida de las Reaganomics fue la desregularización de la industria Ahorros y Préstamos - Savings and Loans Industry (S&L). Anteriormente, S&L habían proporcionado cuentas de ahorro a los depositantes y transformaron esos fondos en préstamos en la forma de hipotecas de viviendas. Considerada como una industria relativamente segura y prudente, S&L estaban muy reguladas mientras las cuentas de ahorro de sus clientes estaban aseguradas por el gobierno federal. Afirmando que S&L debían tener la
oportunidad para competir más agresivamente con otros bancos comerciales y mercados de valores. Los esfuerzos desregulatorios del Presidente Reagan permitió a las S&L buscar nuevas formas de financiación en su búsqueda de mayores beneficios a corto plazo. Estas medidas neoliberales alimentaron una serie de fusiones, adquisiciones y leverage buyots (*) que involucraban a algunas de las mayores empresas del país [(*) NOTA DEL TRADUCTOR: el leverage buyout es una oferta pública de adquisición de acciones en la que una pequeña empresa hace uso de sus recursos limitados y financia el resto mediante préstamos, con el objetivo de comprar una empresa más grande]. Instrumentos financieros innovadores, incluyendo lo que vino a ser denominado como “bonos basura”, eran vendidos a los inversores para financiar muchas de estas adquisiciones. Compañías de bajo rendimientos pero con activos lucrativos, incluidas las pensiones de empleados fueron, a menudo atacadas por las ‘empresas Raiders’, que iniciaron compas hostiles y después vendieron sus activos con enormes beneficios, y que normalmente desembocaban en despidos importantes. Por lo tanto, el número de especuladores y accionistas creció durante la legendaria fase alcista de Wall Street, que se prolongó desde 1984 hasta el otoño de 1987. Atraídos con la promesa de ganancias rápidas y alta rentabilidad, los inversores a corto plazo a menudo pasan por alto los importantes riesgos involucrados en tales transacciones. Así, en octubre de 1987, la mayoría de los valores de las acciones estaban seriamente inflados. La desastrosa corrección se hizo esperar y llegó inesperadamente con el ‘crash’ del lunes negro de la Bolsa de Nueva York, que perdió un tercio de su valor de un día para el otro. A raíz de esta crisis, voces reclamando el restablecimiento de la supervisión reguladora se hicieron más fuertes. Una vez más, la administración Reagan hizo oídos sordos a estos ruegos, rechazando apoyar una legislación anti-takeover basándose en la premisa nuevo-federalista de que la regulación de las empresas era una prerrogativa estatal [NOTA DEL TRADUCTOR: takeover significa una oferta de compra de acciones; estatal se refiere aquí a los distintos estados que componen los EEUU]. Solo unos pocos años más tarde, los crecientes tipos de interés puso un drástico final a otro fenómeno especulativo: la burbuja inmobiliaria que se había estado expandiendo los ochenta, explotó finalmente en 1991, provocando el colapso de cientos de S&L [savings & loans - instituciones financieras de ahorro y préstamo]. El plan federal de rescate que siguió costó a los contribuyentes norteamericanos bien por arriba de los cien mil millones de dólares. Los efectos de esta crisis financiera se dejaron sentir durante años. Curiosamente, algunas de las mismas dinámicas – la desregulación del sector financiero y la posterior
creación de una burbuja financiera gi-gantesca construida sobre malas hipotecas subprime – condujeron a la crisis financiera global de 2008-9. Grandes Compras Empresariales y Fusiones de los 80 1984 Lincoln First Bank/Chase Manhattan Corporation 1986 Ronald O Pereman/Revlo General Electric Incorporated/RCA Loew’s, Incorporated/CBS Capital Cities, Incorporated/ABC Wells Fargo/Croker National 1987 British Petroleum/Standard Oil 1988 Ames Dept. Store/Zayre Phlilips Morris/Kraft 1989 Time-Warner/Bristol Myers Squibb Kohlberg Kravis Roberts/RJR Nabisco Expandiendo algunas de las políticas neoliberales de su predecesor Jimmy Carter, Reagan decidió añadir nuevas normas a la Ley de Desregulación de las Aerolíneas de 1978 [Airline Deregulation Act]. Destripando con efectividad el poder regulatorio del Panel de Aeronáutica Civil, la legislación promocionaría posteriormente la competencia por las rutas aéreas y los destinos. Los resultados fueron mixtos. De un lado, la ley expandió los servicios aeronáuticos, vía aumento de la competencia. De otro lado, aumentó dramáticamente el tráfico aéreo mientras recortaba los fondos federales para infraestructuras. Con los recursos existentes, los controladores aéreos se vieron sobrepasados y con exceso de trabajo. Cuando la Asociación Profesional de Controladores de Tráfico Aéreo [Professional Air Traffic Controllers Association] protestó por las deterioradas condiciones de trabajo y convocó a huelgas en gran escala, Reagan consideró que sus demandas eran ‘radicales’ y procedió a despedir a 11.000 empleados. La drástica medida presidencial tuvo el efecto buscado: asustó a muchos sindicatos, que aceptaron los imperativos del enfoque orientado a los negocios de la administración pública de la nueva era liberal. Una de las reformas neoliberales más liberales simbólicamente emprendida por la Administración Reagan fue el intento de privatizar grandes porciones de las tierras de propiedad federal. Es un hecho relativamente desconocido que alrededor del 50% de las tierras al oeste de las montañas rocosas eran propiedad del Gobierno Federal. El Presidente argumentó que esas tierras estaban ‘infrautilizadas’ y serían gestionadas más productivamente si fueran transferidas a manos
privadas. Consistente con el reclamo neoliberal de Thatcher de que la transferencia de recursos públicos a los inversores privados significaría mejor dirección, Reagan aseveró que los ingresos generados por la venta de tierras podían ser usados para el servicio de la deuda pública. Sin embargo, en 1983, el esquema privatizador tuvo un final inesperado y rápido cuando muchos legisladores federales, e incluso oficiales federales ejecutivos eran reacios a vender las propiedades bajo su control y dirección. Aún más, funcionarios dentro de la Administración que apo-yaban la privatización fallaron en identificar adecuadamente los distri-tos electorales claves para construir una legislación más amplia y un apoyo administrativo para la iniciativa privatizadora. A un nivel simbóli-co, la iniciativa propuesta de venta de tierras subrayó la alta valoración en que el neoliberalismo sitúa la propiedad privada. Es más, consistente con el modo liberal de gobernar de Reagan, las principales iniciativas de reforma se intentaron en el área de la política social. Los programas y las políticas que abarcan los dirigidos a los pobres – como Ayudas a las Familias con Hijos Dependientes, el Programa de Almuerzos en las Escuelas y Medicaid – fueron poco a poco recabando en las manos de los Estados. El uso de herramientas presupuestarias para proveer de fondos federales a los Estados, conocido como ‘block grants’, fue aumentado significativamen-te para facilitar la implementación discreta de estas ‘reformas’. Solo los principales programas como la Seguridad Social y Medicare continuarían siendo regentados y administrados por el Gobierno Federal. Sin embargo, la administración Reagan no dudó en someter incluso a estos programas populares de la era keynesiana a reformas neoliberales mediante, por ejemplo, la introducción de un mal sistema de comprobantes en el programa Medicare para aumentar la ‘competencia’ y la ‘eficiencia’ en el nombre de la reducción de gastos públicos. A pesar de que el experimento de los vales no produjo los resultados que el Presidente había esperado, sirvió como una fuerte señal neoliberal para la aplicación de los principios de mercado en el funcionamiento de los servicios sociales. Desde el punto de vista de una ardiente visión neoliberal del comercio libre, el record de Reagan de promocionar políticas comerciales fue bastante decepcionante. De hecho, parece que hay un amplio consenso entre los defensores del libre comercio de que Reagan fue uno de los presidentes modernos más proteccionistas, especialmente cuando es comparado con Bill Clinton o incluso George W. Bush. La política comercial de Reagan estaba a menudo caracterizada por varios intentos no sistemáticos de ajuste fino y puesta a punto de los tratados comerciales existentes, pertenecientes a áreas como los productos agrícolas básicos y más comunes, y los productos de alta tecnología.
Los que apoyaban a Reagan argumentaban que la posición del Presidente estaba ligada a algunos intereses de distritos electorales claves. Por ejemplo, su proteccionismo con respecto a los automóviles japoneses fue específica-mente adoptado para forzar a los países del oriente asiático para abrir sus economías a las exportaciones agrícolas estadounidenses. Cualquiera que sea la explicación de estas maniobras, hay pocas dudas de que la agenda sobre el comercio libre de la administración Reagan fue relativamente modesta. Proteccionismo y nacionalismo económico. A menudo retratado como la principal alternativa a la ideología del comercio libre expuesta por Adam Smith y David Ricardo, el proteccionismo está ligado a los objetivos del ‘nacionalismo económico’. Uno de los más influyentes nacionalistas económicos del siglo XIX, el historiador económico alemán Friederich List (1789-1846) afirmó que las na-ciónes, y no los mercados globales, estaban en el centro de la actividad comercial. Más tarde argumentó que las industrias infantiles en las economías que están en las primeras etapas de la industrialización eran relativamente frágiles y estarían amenazadas si fueran forzadas a competir bajo condiciones de libre mercado con las industrias de las economías más industrializadas que ya poseían métodos de producción intensivos en capital y una fuerza de trabajo bien adiestrada. Por ello List propuso que las economías que hace poco empezaron a industriali-zarse adoptaran el uso de tarifas arancelarias hasta que sus industrias infantiles estuvieran listas para competir en los mercados globales. En los Estados Unidos, el proteccionismo y el nacionalismo económico fueron, durante mucho tiempo, de la mano. Por ejemplo, el Secretario del Tesoro Alexander Hamilton fue un recalcitrante nacionalista econó-mico que apoyó el proteccionismo para las industrias de su país para protegerlas de la entonces dominante industria británica. En 1890, el Presidente Benjamin Harrison (188292) firmó la ley McKinley, que impuso tarifas aduaneras que dispararon los precios de los productos importados casi un 50%. En 1930, el Presidente Herbert Hoover (1928-32) firmó la ley Smoot-Hawley, que elevó las tarifas en un esfuerzo para proteger a los granjeros del país de la competencia extranjera. Más re-ciéntemente, el antiguo portavoz de Reagan, Patrick J. Buchanan y el presentador de CNN TV Lou Dobbs se han convertido en influyentes partidarios del nacionalismo económico en los Estados Unidos. Bucha-nan frecuentemente expresa la convicción de que existe en el corazón de la sociedad estadounidense contemporánea un conflicto irreprimible del nacionalismo
estadounidense y los imperativos neoliberales de la economía global. Temiendo la pérdida de la autodeterminación nació-nal y la destrucción de la cultura anglo-americana, los proteccionistas como Buchanan se ven a sí mismos como los líderes populistas de una lucha nacional contra las fuerzas de la globalización. Pero desde una perspectiva muy favorable al comercio libre, el legado de Reagan sobre el comercio fue en parte redimido a la luz de tres acciones cruciales. La primera fue la fuerte involucración de su administración en las negociaciones del GATT de 1982, que se centraron en la liberalización del comercio en los sectores de la agricultura y los servicios. Sin embargo, en última instancia, la recesión de 1982 empujó a Reagan a ceder a las demandas de los productores domésticos que exigían tener voz en las negociaciones. La segunda iniciativa a favor del libre comercio fue la involucración activa del Presidente en la fijación de una agenda para una nueva serie de negociaciones conocida como la ronda de Uruguay (1986-94). Cubriendo un rango de áreas des-de la agricultura y los servicios hasta los derechos de propiedad intelec-tual, las negociaciones entraron en vigor en los años noventa. Tercera, la administración Reagan negoció con éxito el Acuerdo de Libre Comercio (Free Trade Agreement - FTA) con Canadá, y que más tarde fue ampliado para incluir a Méjico. El Presidente Clinton completó este proceso en 1993 con la firma del Acuerdo de Libre Comercio de Nortea-mérica North American Free Trade Agreement (NAFTA).
Principales acuerdos y organizaciones de comercio. En los 80 y en los 90, el corazón del objetivo bilateral de establecer un único mercado global encontró su realización parcial en los principales acuerdos internacionales y regionales de liberación del comercio. Liderando el camino, estaban muchos de los países ricos del norte, buscando establecer un único mercado global. El GATT, por ejemplo, se expandió con éxito para incluir cerca de 120 países. Ocho rondas de negociación resultaron en cientos de miles de concesiones tarifarias que alimentaron decenas de miles de millones en transacciones internacionales. La Ronda de Uruguay estableció las bases para la creación de lo que más tarde sería conocido como la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 1995. Con sede central en Suiza, la OMC sería un foro permanente para ‘cumplir y hacer cumplir los acuerdos comerciales, la gestión de las disputas comerciales,
seguimiento de las políticas comerciales nacionales y prestar asesoramiento y capacitación para sus miembros’. Los presidentes George H. W. Bush (1989-93) y Bill Clinton (1993-2001) presionaron fuertemente por la adopción de la NAFTA. Firmado en 1994, la NAFTA constituye un grupo de acuerdos que eliminan tarifas y obligaciones en una variedad importante de productos, que van desde los automóviles hasta los textiles y productos agrícolas. Últimamente cubría protecciones sobre propiedad intelectual y también levantaron los controles sobre el capital financiero. Inmediatamente después empezaron negociaciones para expandir el NAFTA e incluir países de América Central, Latinoamérica y el Caribe. El Presidente Geoge W. Bush (2001-2009) en particular, abogó por el establecimiento de esta Área de Libre Comercio de las Américas [NOTA DEL TRADUCTOR: ALCA en español, FTAA en inglés]. Pero los líderes izquierdistas de América Latina, como el Presidente venezolano Hugo Chávez, el Presidente Boliviano Evo Morales y el Presidente argentino Nestor Kirchner realizaron agresivos esfuerzos para que el ALCA nunca se completara.
Thatcherismo Deplorando lo que ella vio como una clara relación entre el crecimiento del gobierno y el aumento del gasto público, la Primer Ministro británica Margaret Thatcher se opuso vehementemente al credo keynesiano de aumentar los impuestos sobre la riqueza privada para financiar las burocracias estatales. Sin embargo, lo que le disgustaba aún más era el efecto negativo del crecimiento monetario en la estabilidad económica global. Guiada por este imperativo monetario, Thatcher desató un amplio conjunto de reformas neoliberales orientadas a la reducción de impuestos, liberalización de los controles sobre los tipos de cambio, reducir las regulaciones, privatizar las industrias del Estado y disminuir drásticamente el poder de los sindicatos. Para pelear contra la inflación, el thatcherismo estableció objetivos de crecimiento monetario rigurosos, algunos dicen que draconianos. Antes que esto sucediera, la política monetaria se utilizó para cubrir cualquier déficit derivado de un creciente gasto gubernamental. La política monetaria se institucionalizó con la adopción de Estrategia
Financiera a Medio Plazo [Medium Term Financial Strategy (MTFS)], cuyo principal propósito era cambiar el enfoque de la política económica de un corto plazo basado en los impuestos y los gastos a la estrategia de un esquema monetario a largo plazo. El MTFS tomó un enfoque integral de la política económica vinculando el crecimiento de la oferta de dinero al aumento del déficit nacional. Por lo tanto, el MTFS estableció un vínculo directo entre el gasto deficitario y las altas tasas de interés. En contraste con las estrategias más laxas de Reagan de reducir el déficit del gasto público, el MTFS de Thatcher contenía un lenguaje específico sobre como estas reducciones podían ser seguidas. De hecho, la Primer Ministro se fijó unos objetivos monetaristas que, en última instancia, elevó incluso el Impuesto sobre el Valor Agregado e imponer nuevos impuestos sobre el petróleo del Mar del Norte para reducir el déficit público, al mismo tiempo que apoyó significativas reducciones de impuestos sobre los receptores de ingresos más elevados. Aunque el Thatcherismo compartió con la Reaganomics el desprecio por los grandes gobiernos y las enormes estructuras estatales, el thatcherismo mostró poca afición por la descentralización y las virtudes de los gobiernos locales. De hecho, a Thatcher le disgustaba las autoridades de gobierno locales, porque a menudo las veía como muy ineficientes y susceptibles de corrupción. Por ejemplo, ella tomo la decisión muy controvertida de abolir los impuestos locales y sustituirlos por el infamante ‘impuesto de capitación’ – o ‘cargo comunitario’ sobre la base per capita [NOTA DEL TRADUCTOR: un impuesto fijo por persona, independiente de sus ingresos y su situación personal]. Esto tuvo el problemático efecto de reducir los ingresos de los consejos locales. Este impuesto fue sujeto de severas críticas por parte del público y de miembros de su propio partido, y la Primer Ministro cambió de posición al final de su mandato. A pesar de ser una ardiente fan de las teorías económicas liberales de Milton Friedman, Thatcher no fue una proponente fuerte de las tasas de intercambio fijas. Pero en realidad adoptó objetivos de tasas de cambio que siguieron al marco alemán en la segunda mitad de los 80 para retirarlas más tarde cuando la esterlina empezó a perder valor. En 1990, Thatcher se unió a regañadientes al Mecanismo de la Tasa de Cambio de la Comunidad Europea [European Community’s Exchange Rate Mechanism (ERM)], que formalmente vinculó la libra al marco. Pero esta política falló cuando la reunificación alemana alimentó la inflación y elevó los tipos de interés. Ante la posibilidad de una recesión económica grave, el sucesor de Thatcher, John Major, se retiró del ERM en 1992. Esta decisión llenó las arcas de astutos especulado-res multimillonarios como George Soros, que había apostado enormes sumas contra la libra británica.
Otra característica defensiva del thatcherismo fue su ansia privatizadora neoliberal, que facilitó la venta de activos sustanciales estatales al sector privado. La privatización comenzó formalmente en la década de los ochenta con la venta de la Corporación Nacional de Cargas, British Aerospace, varios servicios de cable e inalámbricos, los Ferrocarriles Británicos y los puertos británicos. Continuó con la venta de Rolls-Royce Aircraft Engines, los aeropuertos británicos, British Petro-leum, British Steel y varias compañías de generación hidroeléctrica. Más aún, un número significativo de empresas de propiedad del Estado fueron vendidas a inversores privados y empresas a precios sustancial-mente reducidos con la esperanza de que los nuevos propietarios mejoraran sus instalaciones con el fin de competir a nivel mundial. Además, la venta de grandes cantidades de viviendas públicas conocidas como ‘viviendas sociales’ creó una nueva generación de propietarios de viviendas en Gran Bretaña, pero a un considerable coste social. Varios cientos de consejos locales de gobierno supervisaron en forma conjunta la construcción y gestión de varios millones de propiedades. A medida que estos consejos disfrutaban de una amplia autonomía en la administración de los recursos habitacionales con poca o ninguna líneas rectoras, legales, de procedimiento o de rendición de cuentas, Thatcher encontró a estos consejos como ‘ineficientes’ y que ‘no respondían a las necesidades de los inquilinos’. En una iniciativa política audaz, la Primer Ministro promulgó una legislación nacional que concedía el derecho a voto a los inquilinos, colocándoles directamente en el proceso de planificación. Promulgada como la Ley de Viviendas de 1980, la nueva legislación previó a largo plazo que los inquilinos existentes poseyeran una ‘opción de compra’, a la vez que les dota-ba de derechos legales específicos y vinculantes. Pero muchos inquilinos que no podían permitirse la compra de sus viviendas que alquilaban, fueron relegados a barrios menos deseables, exacerbando las disparidades existentes entre los grupos sociales y las clases. Cuando se enfrentó al desempleo estructural masivo resultante de la desindustrialización, Thatcher pidió al libre mercado que determinara que puestos de trabajo se deben salvar o cortar. Sin duda, ella debía ser consciente del hecho de que las pérdidas de empleo en el sector industrial directamente se traduciría en una mayor disminución del poder sindical. Thatcher pensaba que la ventaja competitiva británi-ca estribaba en el sector de servicios financieros, centrado específicamente en Londres. En un esfuerzo por acelerar el cambio estructural que llevó al renacer financiero de la ‘City’, la Primer Ministro cerró minas, especialmente las de carbón, plantas fabriles cuando no cumplían las normas de desempeño del sector privado.
El Big Bang de Londres Bajo la Primer Ministro Margaret Thatcher, el sistema financiero de Londres sufrió una transformación neoliberal masiva. Antes de finales de 1986, el sistema comercial de la City estaba tecnológicamente obsoleto y sujeto a estrictas reglas gubernamentales y regulaciones. Las altas comisiones impuestas a los inversores hacía difícil a Londres competir con Nueva York, donde las comisiones eran sustancialmente más bajas. Más significativamente, las firmas extranjeras, dispuestas a ofertar en mejores condiciones, no se les permitía participar en la bolsa de Londres y en el sistema de negociación de valores. La mayoría de estas reglas y exclusiones fueron retiradas de un día para el otro el 27 de octubre de 1986, un suceso conocido como el ‘Big Bang’ [NOTA DEL TRADUCTOR: enlace de Wikipedia en inglés: a consecuencia de la abolición de las normas anteriores, y al pase al mercado electrónico basado en pantallas de ordenador en vez de un panel central y corrillos de gente, creó un boom en el mercado de la City londinense y una clase de nuevos ricos que persistió durante dos décadas (hasta la actual crisis) y que convirtió a la Isla de los Perros, una antigua zona industrial, en un área de servicios financieros. Pero el éxito es parecido al efecto Wimbledon (enlace wikipedia en inglés). De modo similar al campeonato de Wimbledon (Wimbledon es un éxito mundial, pero hace muchos años que ningún jugador británico lo gana), Londres recuperó el éxito que Nueva York le robó, pero la mayorías de las compañías son estadounidenses (bancos de inversión USA)]. Radicalmente desregularizados por la Primer Ministro neoliberal, que fue una firme creyente en abolir las barreras para la competencia, Londres pronto volvió a ser un centro financiero global revitalizado. Ahora libre y cortejando a grandes inversores, la Bolsa de Londres se convirtió en uno de los más importantes mercados financieros del mundo. Sin embargo, en la parte negativa, la desregularización del mercado financiero británico coincidió con una masiva sobrevaloración de los valores bursátiles que contribuyó al crash mundial del ‘Black Monday’ (19 de octubre de 1987). Thatcher se dio cuenta de que la ventaja competitiva de Inglaterra en la cada vez más globalizada ‘new economy’ dependía de una fuerza de trabajo más flexible y cualificada. El existente sistema británico de formación del empleo, conocido como Active Labour Market Policy, había estado funcionando con fuerte apoyo de los sindicatos a través de una agencia estatal llamada Manpower Services Commission. Sin embargo,
la Primer Ministro imaginó un plan de formación más neoliberal que sería la respuesta al mercado en lugar de las necesidades de educación de los trabajadores sindicalizados. A tal fin, Thatcher trató de cambiar la responsabilidad del empleo del Estado al individuo, argumentando que los trabajadores bien entrenados y altamente cualificados serían más fácilmente empleados que aquellos con habilidades limitadas o anticuadas que se encontrarían detrás de la izquierda. En última instancia, el gobierno de Thatcher adoptó un plan de formación, un plan de enseñanza del empleo que disminuiría el papel de los sindicatos a favor de una red de formación, conocida como Training and Enterprise Councils. Este nuevo sistema sentaría las bases del famoso ‘workfare’ o programa tatcherista de ‘asistencia social al trabajo’ [el neologismo ‘workfare’ está formado de forma parecida a ‘wealthfare’, que significa riqueza, lo que da la imagen de ‘riqueza obtenida mediante el trabajo’]. Al considerar que la política del estado del bienestar está en el corazón de la ineficiencia económica, la Primer Ministro señaló como objetivos a una amplia variedad de objetivos y programas. Impulsada por su incesante búsqueda de medidas para reducir los gastos del estado, Thatcher trató de reformar la prestación del subsidio familiar que proporcionada asistencia a todas las madres que trabajaban, con independencia de sus medios. Creyendo que estos beneficios deberían de estar disponibles sólo para aquellos que ella clasificó como los ‘verdade-ramente necesitados’, intentó hacer el programa accesible sólo sobre las bases de las necesidades estrictamente comprobadas. Sin embargo, al final, Thatcher abandonó su agenda después de darse cuenta de que la seguridad social keynesiana y los programas de beneficio de los niños se habían incrustado tan profundamente en el tejido socio-político de la sociedad británica, que hacía de ellos políticamente intocables. Previendo la reforma de las pensiones públicas a través de la misma lente neoliberal que sirve para mirar el mercado del trabajo, la Primer Ministro demandó que los trabajadores fueran ‘flexibles’, esto es, que respondieran a las cambiantes situaciones del mercado. A tal fin, ella trató de hacer que las pensiones individuales de los trabajadores transferibles de un trabajo al otro. En su opinión, esto eliminaría los obstáculos impuestos por el Estado que impedían a las personas la búsqueda de empleos mejor remunerados. Con futuros más sólidos. El plan también ‘liberaría’ empleo de las estructuras de pensiones de los sindicatos tradicionales, poniendo los puestos de trabajo en las manos de los trabajadores individuales más que en las manos de los sindicatos. Una vez más se enfrentó con el electorado recalcitrante adherido todavía al legado keynesiano, y Thatcher tuvo que conformarse con reformas sociales más modestas. Por lo tanto, ella limitó la mayor parte
de su estrategia de reformas a racionalizar las normas y los procedimientos e instituir una mayor coherencia entre los departamentos en cuanto a los requisitos para recibir los beneficios sociales. Al mismo tiempo, estas reformas administrativas formaban parte de un intento para cambiar la lógica motivacional en la base de lo que ella consideró como inercia burocrática. En realidad, tanto el Tatcherismo con los Reaganomics intentaron aplicar al sector público técnicas de dirección neoliberales tomadas del sector privado. Fieles a los principios de la ‘nueva dirección pública’, ambos líderes insistieron en que los objetivos debían ser claramente definidos y los resultados medidos y evaluados estrictamente en relación a los costes. La lógica estratégica detrás de su pensamiento fue plantear como objetivo a aquellos programas gubernamentales que no demostra-ron beneficios inmediatos y medibles. Este modo de gobernar neoliberal vendría a ser fatal para muchos programas cuyos beneficios verdaderos solo eran observables a largo plazo, e incluso entonces, no eran fácilmente cuantificables. Los gastos en el British National Health Service (NHS) el Servicio Nacional de Salud británico habían crecido continuamente en los años 70. Thatcher rechazó la idea de que los problemas con el NHS derivaban de la escasez de fondos y, en su lugar, los atribuyó a la ineficiencia burocrática. Volviendo otra vez a las prácticas basadas en el mercado, Thatcher requirió al sector privado que realizaran ofertas competitivas para cubrir muchos servicios de los hospitales. El final de la década del thatcherismo vio la aprobación de la reforma neoliberal que dio a las autoridades sanitarias locales más poderes discrecionales y poderes administrativos sobre los servicios de la salud – incluido el poder para manejar los costes contratando los suministros de los servicios sanitarios con los doctores y los hospitales.
REAGANOMICS Y THATCHERISMO EN LOS TEMAS INTERNACIONALES Reagan y Thatcher compartieron un elevado neoconservadurismo en los asuntos internacionales que, a veces, entraron en conflicto con su visión neoliberal un único mercado libre y global. Unidos a un imaginario nacional que, de cuando en cuando, explotaba en hiperpatriotismo, ambos se vieron a sí mismos como los portadores de la antorcha de la civilización anglo-americana anclada en los ideales de
la li-bertad política, comercio libre y amor por el país. Esta tensión entre el imaginario nacional y el global se expresó claramente en la chauvinista guerra de las Malvinas de Thatcher en 1982 y la invasión de la pequeña isla caribeña de Granada por Reagan en 1983. Décadas de hostilidad en la guerra fría y desconfianza entre el oeste capitalista y el este comunis-ta, solo intensificaron los deseos de Reagan y Thatcher de enfrentar al ‘Imperio Diabólico’. A este respecto, ambos líderes mostraron una ansiedad ‘no-neoliberal’ notable para utilizar al Estado y a sus recursos financieros en su batalla contra la Unión Soviética y sus satélites y de-pendencias a lo largo y ancho de todo el mundo. En vez de enfrentar a la Unión Soviética con una acción militar directa – como temía la izquierda en los primeros días de la administración Reagan –, el Presi-dente estadounidense aumentó los gastos militares en un arriesgado in-tento de forzar a la Unión Soviética a competir en una intensa carrera armamentística que ellos apenas podrían afrontar. La guerra de las Malvinas de 1982 En 1982, Margaret Thatcher ir a la guerra contra Argentina por una disputa territorial que involucraba las Falklands (las Malvinas) ocupadas por Gran Bretaña. Es más, estos dos países habían estado involucrados sobre el control soberano de ese pequeño grupo de islas en el Atlántico sur. Cuando el gobierno militar argentino ordenó a varios miles de soldados ocupar las islas, Thatcher respondió lanzando un formidable asalto aeronaval para recuperarlas. La respuesta belicosa de la Primer Ministro sugirió que los impulsos neoconservadores habían sobrepasado a su posición neoliberal en la política. Después de todo, las prescripciones neoliberales habrían aconsejado una iniciativa diplomática coordinada y lanzada a través de canales interna-cionales antes de una acción militar directa. Después de dos meses de batallas, que acabaron con la vida de 600 militares argentinos y 200 británicos, Argentina fue derrotada militarmente que acabó con el régi-men militar. El Presidente neoliberal Carlos Menem (1989-99) normalizó las relaciones con Gran Bretaña en 1990, cuando ambos países se mostraron de acuerdo para aparcar el tema de la soberanía de las Malvinas y, en su lugar, centrar la atención en la agenda econó-mico neoliberal de Argentina. En 1991, estos esfuerzos contribuyeron a la formación del Mercosur (Mercado Común del Sur), un acuerdo de li-bre comercio regional sudamericano. [Nota del traductor: la guerra costó a Gran Bretaña, 255 hombres, seis barcos (otros 10 sufrieron daños variados), 34 aviones y £2.778 millones, incluyendo £1.500 millones el coste de las operaciones directas, y el
resto, el valor de reemplazar las pérdidas en equipamiento, lo que contradice la política tatcherista de recorte de gastos en otras áreas]. Quizás en respuesta a esta estrategia, el Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética eligió en 1985 a un reformador político que se había construido una reputación como un ‘hombre de ideas’ competente y dinámico. Irónicamente, Mihail Gorgachov también mostró algunas ideas neoliberales en sus esfuerzos para dirigir reformas orientadas al mercado ‘desde dentro’. Manteniendo un sano escepticismo en cuanto a los objetivos últimos del nuevo líder soviético, Reagan y Thatcher fueron gradualmente acogiendo al carismático Secretario Ge-neral. Respaldaron públicamente la revolución cultural de Gorbachov llamada glasnost (apertura de los asuntos públicos) y su política económica integral y su programa de reestructuración política llamado perestroika. Impresionados por la disposición del líder ruso a iniciar re-formas orientadas al mercado, sus contrapartes occidentales recono-cieron que podrían trabajar con él para construir unas nuevas relacio-nes basadas en grandes ideales neoliberales. Los primeros resultados de este acercamiento ideológico se hicieron evidentes en una serie de avances en los acuerdos de control de armas. Como todo el mundo sabe, las reformas de Gorbachov condujeron a la desintegración de la Unión Soviética y a la independencia de sus estados clientes de Europa oriental. Pero es difícil evaluar en qué medida el neoliberalismo alimentó impulsó la caída del comunismo. Después de todo, la Unión Soviética había sufrido durante mucho tiempo de severas deficiencias estructurales. En el momento en que Gobachov tomó las riendas del poder, el país estaba sobrepasado por un estancamiento económico difícil de tratar, la escasez perenne de bienes de consumo esenciales, la impresionante cantidad de residuos, la ineficiencia burocrática y el declive de la legitimidad política del Partido Comunista. La enérgica política exterior de Reagan, apoyada en el excesivo gasto militar, se limitó a añadir un problema más a los que ya tenía el Kremlin. Sin embargo, hay pocas dudas de que los pioneros liberales como Reagan y Thatcher reconocieran la oportunidad histórica del nuevo punto de vista ideológico de Gorbachov. El rápido declive y el asombroso colapso del Imperio Soviético sirvieron para confirmar sus pro-pias creencias sobre la superioridad del mercado libre y sus sistemas políticos liberal-democráticos. Como vimos en el capítulo I, la primera ola neoliberal fue entrelazada con el imperativo geopolítico de detener la difusión del comunismo y el desarrollo socialista en el Tercer Mundo. Reagan, como hicimos notar en el caso de Granada, intervino en los conflictos regionales, bien de manera abierta, bien bajo la cubierta de apoyo a
movimientos guerrilleros para expulsar a regímenes patrocinados por la Unión Soviética, con la excusa de ser una ‘amenaza ideológica’ para los EEUU y sus aliados. El Presidente pensó que los golpes más devastadores contra la Unión Soviética provenían de su apoyo a movimientos contrarevolucionarios que disfrutaban de la ayuda soviética en diferentes partes del mundo. Dos ejemplos más de esta estrategia fueron los esfuerzos de Reagan pa-ra derrocar al gobierno sandinista de Nicaragua y su respuesta a la invasión soviética de Afganistán. Aquí, en lugar de enfrentar frontal-mente a la Unión Soviética, Reagan ordenó un flujo constante de equipamiento armamentístico a Afganistán en apoyo a los oponentes de los invasores soviéticos, los ‘luchadores por la libertad’ islamistas (los mujaidin). Preocupados por los profundos problemas económicos en casa, el régimen soviético vio que era imposible continuar gastando el 40% de su presupuesto anual en la guerra de Afganistán. Los soviéticos se vieron obligados a retirarse y Reagan reclamó la victoria. Peleando por razones abiertamente ideológicas, estas guerras por poderes en el Sur global fueron cuidadosamente seleccionadas para demostrar al resto del mundo la superioridad del capitalismo de libre mercado.
CONCLUSIÓN La primera ola del neoliberalismo en los ochenta fue una exitosa cruzada ideológica contra el ‘gran gobierno’ de estilo keynesiano y la ‘interferencia estatal’ en el mercado. Anclados en principios comunes centrados en lanzar las energías emprendedoras del individuo, el Reaganomics y el Thatcherismo representan unas respuestas casi únicas a una economía y un contexto político cada vez más globalizado. Como hemos visto en este capítulo, estas dos variaciones sobre el tema neoliberal tomaron diferentes sendas de acercamiento a temas como la relativa importancia de los déficits presupuestarios y los impuestos. Aunque ambos defendieron una reducción del papel del gobierno, pero sus iniciativas económicas dependieron, paradójicamente, de la fuerza del estado neoliberal impuesto sobre las autoridades locales y regionales. Sin embargo, es importante reconocer que el crecimiento del neoliberalismo hubiera sido imposible sin una fuerte acción gubernamental. De modo similar, mientras exponían la necesidad de recortar los gastos públicos dedicados a los programas sociales, Reganomics y Thatcherismo apoyaron el crecimiento de los gastos sociales. Sin embargo, a pe-sar de sus tensiones ideológicas y sus contradicciones, sería estúpido no reconocer el gran atractivo de estas
dos variantes del neoliberalismo a finales de los 80. Tal fue el extraordinario ejemplo de poder de Reagan y Thatcher que las fuerzas de la izquierda democrática comenzaron a incorporar porciones de la agenda neoliberal en sus programas políticos.
CAPÍTULO 3. LA SEGUNDA OLA DE NEOLIBERALISMO DE LOS 90: EL
GOLBALISMO DE MERCADO DE CLINTON Y LA TERCERA VÍA DE BLAIR. Las posiciones ideológicas adoptadas por el Presidente Bill Clinton y el Primer Ministro Tony Blair en los 90, reflejaron un acerca-miento más centrista que el enfoque adoptado por las partes principales del neoliberalismo, al mismo tiempo que trataban de incorporar al mismo, partes de una agenda socialmente progresista tradicionalmente asociada con los partidos políticos de la izquierda democrática. Con la esperanza de ampliar el atractivo de sus ‘partidos reformados’ a todas las clases sociales, Blair aseguró que el ‘Nuevo Trabajo’ significaba el progreso social a través del logro individual. Este lema quiere transmitir la idea de que es compatible la búsqueda del crecimiento económico liderado por el sector privado con la responsabilidad gubernamental de proporcionar servicios sociales fiables a todos los ciudadanos. Por ejemplo, en 1998, en un seminario político en Washington DC, el enérgico Primer Ministro anunció su intención de crear una red global de partidos de ‘centro izquierda’ que desarrollarían un marco de política común capaz de responder a los desafíos del mundo de la post Guerra Fría. La clave para forjar una tercera vía más allá de las trilladas agendas de la vieja izquierda keynesiana y la nueva derecha tatcherista, Blair insistió, fue un compromiso del principio centro-izquierdista del fortalecimiento de la solidaridad social sin caer en el ideal neoliberal del espíritu empresarial orientado al mercado. De modo similar, cuando el Presidente Clinton se dirigió al Congreso y al pueblo estadounidense en su discurso del Estado de la Unión de 1996 diciendo que ‘la era del gran gobierno se acabó’, no tenía la intención de dar a entender que no había lugar en la era global para reducir el activismo del gobierno abrazando un modo de gobierno neoliberal. Como su contraparte británica, el Presidente estadounidense es-taba seguro de lo que algunos entusiastas neoliberales llamaron ‘supercapitalismo’ o ‘turbocapitalismo’ podía ser combinado con un bienestar social moderado y mayor responsabilidad corporativa. Aún más, ambos líderes se mostraron de acuerdo en la necesidad de liberarse de la primera ola neoliberal, sus adicciones neoconservadoras –hiperpatriotismo y militarismo, adhesión a los ‘valores familiares’, el desprecio por el multiculturalismo y el descuido de las nociones ecológicas. Esperaban que su producto purificado –un globalismo de mercado socialmente consciente- empujaría al mundo entero hacia una nueva era dorada de progreso tecnológico y prosperidad. Esta
‘modernizada’ segunda ola neoliberal tuvo un tremendo impacto en el panorama político del post-comunismo de los 90, porque representó un modelo atractivo para las fuerzas políticas progresistas hambrientas de volver al poder después de más de una década de Reaganomics y Tatcherismo. Hacia el cambio de siglo, los líderes de los tradicionales partidos socialdemócratas europeos –el Primer Ministro holandés Wim Kok, los Primeros Ministros italiano Romano Prodi y Massimo Dalema, los Primeros Ministros franceses Pierre Beregovoy y Lionel Jospin y el Canciller alemán Gerhard Schröder- habían abrazado la nueva agenda centroizquierdista. Unidos en su intento de liberalizar las relaciones comerciales e integrar las economías nacionales en un único mercado global, Clinton y Blair tomarían finalmente el crédito de “los locos años 90”, una década de auge económico.
EL GLOBALISMO DE MERCADO DE BILL CLINTON Desde muy el principio de su presidencia, Bill Clinton estaba convencido de que la economía estadounidense estaba inextricablemente vinculada a un conjunto de procesos que hacía del mundo un lugar cada vez más interconectado e interdependiente. Una ‘nueva economía’ de alcance global estaba evolucionando rápidamente, al parecer atraída por las irresistibles fuerzas del mercado. Emergiendo como la palabra de moda de la década de los 90s, ‘globalización’ fue usada para referirse principalmente a la extensión y la intensificación de las relaciones económicas a lo largo y ancho del planeta. Sin duda, la economía fue una parte de la historia de la globalización, mediante una gigantesca compresión del tiempo y del espacio, lo que hubiera sido imposible sin la expansión mundial de los mercados, el crecimiento de las corporaciones transnacionales (TNCs) y la intensificación de los flujos económicos. Más aún, estos desarrollos económicos fueron facilitados por la rápida transformación de la información, comunicación y el transporte de tecnología –una ‘revolución digital’ ejemplificada por la proliferación de ordenadores personales, Internet, TV por satélite, contenedores estandarizados, cables de fibra óptica, códigos de barra electrónicos y cadenas de oferta globales. Pero la globalización no solo se desarrolló en el plano material del comercio y la tecnología. También fue una consecuencia directa de la dominación mundial de la ideología neoliberal en los años siguientes al colapso del comunismo soviético en los años 1989-91. La interpretación pública de la globalización principalmente como un fenómeno económico impulsado por la
dinámica irreversible del mercado libre y la tecnología de vanguardia, que fue alentada por los ejecutivos de las grandes corporaciones transnacionales, lobistas corporativos, periodistas prominentes, especialistas en relaciones públicas, elites culturales y las celebridades del entretenimiento – y líderes políticos como Bill Clinton, quién articulo su agenda neoliberal en un marco ‘globalista’. Como hemos discutido en el capítulo 1, estas elites del poder global ‘imbuidas’ en la globalización con ideas neoliberales y que, por lo tanto, empujaron su influyente narrativa ideológica del ‘globalismo de mercado’ a través de las fronteras nacionales y culturales. Por ejemplo, uno de los reclamos neoliberales presenta la creación de un mercado global-mente integrado como un proceso racional que promueve la libertad individual y el progreso material del mundo. La presunción subyacente aquí es que los mercados y los principios consumistas son universal-mente aplicables porque apelan al egoísmo de todos los seres humanos sin importar el contexto social. Ni siquiera las profundas diferencias culturales deben ser vistas como obstáculos en el establecimiento de un único mercado libre global de bienes, servicios y capital. Una cuestión relacionada con los estados neoliberales afirma que la globalización del comercio y la integración global de los mercados beneficiarán material-mente, en última instancia, a todas las personas. Esta afirmación está diseñada para mejorar el atractivo del neoliberalismo, ya que busca asegurar a la gente que la creación de un solo mercado global elevará a regiones enteras por encima de la pobreza. Aún más, organizaciones económicas internacionales como el FMI y el Banco Mundial justificaron la imposición de programas de ajuste estructural sobre los países menos desarrollados en términos de ‘alivio de la pobreza’. Otra afirmación neoliberal asegura que la liberalización e integración mundiales de los mercados son inevitables e irreversibles, casi como algunas fuerzas naturales, como el tiempo atmosférico y la gravedad. Esta afirmación hace más fácil a los neoliberales convencer a la gente que deben adaptarse a las reglas inherentes del mercado libre si van a sobrevivir y prosperar. Todavía otra reivindicación relaciona la noción de la expansión global y de los mercados autorregulados con la idea de la democracia y de la elección individual, sugiriendo que las formas políticas y económicas de la libertad están inmensamente conectadas. Sin embargo y al mismo tiempo, los liberales insisten en la primacía de los mercados sobre la política, argumentando que el establecimiento de la democracia depende de la economía de los mercados libres, y no al revés.
Las cinco demandas de la globalización de los mercados. Demanda 1: Globalización se refiere a la liberalización e integración mundial de los mercados. Demanda 2: La globalización es inevitable e irresistible. Demanda 3: Nadie está a cargo de la globalización. Demanda 4: La globalización beneficia a todo el mundo (a largo plazo…). Demanda 5: La globalización promueve la expansión de la democracia y la libertad en el mundo. Un ‘globalista de mercado’ convencido, el Presidente Clinton creyó que una expansión sostenida de la economía estadounidense dependía de la vitalidad de la economía global. Al ver las enormes posibilidades de crecimiento mutuo que acompañaría al fomento de las relaciones comerciales con las que entonces se empezaban a llamar ‘economías emergentes’ del Sur global, el presidente vio el comercio como el primer vehículo enfoque económico. Esto no significa que Clinton operara completamente fuera del marco nacional. Los EEUU seguirían siendo los líderes mundiales, insistió, pero ejercería su influencia mediante el uso del ‘poder blando’, en lugar del ‘poder duro’. Por lo tanto, tuvo la visión de un mundo conectado a través de relaciones comerciales y diseñado para servir a los intereses de los EEUU, como complementar las viejas alianzas militares como la OTAN. Esta estrategia fue la visión de Clinton de la tradicional demanda liberal de que los países comercial-mente interdependientes tenían menos probabilidad de ir a la guerra. Poder blando y poder duro Acuñados por Joseph Nye Jr., un experto en relaciones internacionales y ex oficial de la administración Clinton, estos conceptos se convirtieron en unos términos muy usados en el discurso contemporáneo de las relaciones internacionales. Poder duro se refiere a las acciones militares y económicas sobre otras acciones o actores políticos para cambiar sus posiciones. Se basa en los incentivos (la zanahoria) y las amenazas (el palo). De otro lado, el poder blando se refiere al uso de los recursos culturales e ideológicos para llevar a cabo los resultados deseados sin lealtad al jefe [¿traición?]. Descansa más en la atracción y seducción [¿sobornos?] que en la fuerza bruta. Recientemente, en la política exterior estadounidense ha estado asociada con el multilateralismo del Presidente Bill Clinton, mientras
que el poder duro se ha aso-ciado al unilateralismo neoconservador del Presidente Geoge W. Bush. Como lo describió en su libro más vendido, Roaring Nineties [Los Felices 90], cuyo autor es Joseph Stiglitz, consejero económico en la administración Clinton y es economista jefe del Banco Mundial, el globalismo de mercado está basado en la tesis neoliberal de que el comer-cio libre traería una prosperidad sin precedente, tanto para el mundo desarrollado como para el mundo en desarrollo. Aunque el presidente siempre mantuvo que las políticas y los programas de gobierno tenían su lugar cuando los mercados libres desestabilizaran las redes sociales existentes, sin embargo, su administración trató de imponer sobre los países en desarrollo ‘programas estructurales de ajuste’ radicales y orientados al mercado a través de instituciones económicas internacionales como el FMI y el Banco Mundial. A pesar de las demandas estadounidenses de que semejantes políticas significarían un beneficio para la totalidad de la comunidad de naciones, el globalismo de mercado de Clinton no promocionó ‘acuerdos multilaterales genuinos o un foro para un diálogo abierto sobre puntos de vista alternativos’. Más bien, el globalismo de mercado fue diseñado para perpetuar la hegemonía estadounidense. Lo mismo se puede decir sobre la gran estrategia de Clinton de promocionar el NAFTA [North American Free Trade Agreement, o Tratado de Libre Comercio de América del Norte – TLCAN] y las negociaciones de la Ronda de Comercio de Uruguay del GATT, iniciadas por su predecesor republicano y firmada por él en Marraquech, Marruecos. El tratado permitía un endurecimiento de las reglas de gobierno neoliberales del sistema económico internacional y estableció a la poderosa WTO [World Trade Organization, Organización Mundial del Comercio – OMC] en reemplazo del viejo GATT. Redujo más aún las barreras comerciales sobre bienes, expandió la liberalización de los servicios, proporcionó clarificación sobre lo que era considerado como prácticas de ‘comercio injusto’ y promocionó los acuerdos internacionales sobre los derechos de propiedad intelectual (TRIPS). Clinton se aseguró de que estas nuevas disposiciones – especialmente la liberalización de la industria de los servicios y los derechos de propiedad intelectual (donde los EEUU disfrutaban de una ventaja comparativa mayor) se convirtieran en la piedra angular del Acuerdo de Marraquech. A pesar de ello, al mismo tiempo, Clinton se dio cuenta de que las políticas neo-liberales promocionando los mercados competitivos a través del comer-cio libre tenían que ser compensadas con las preocupaciones relativas a la justicia social y medioambiental. Para estos fines, Clinton buscó re-forzar su poder ejecutivo para negociar
modificaciones en cuestiones que atañen a las normativas medioambientales y laborales. Exploraremos con más detalle el impacto de la agenda de comercio neoliberal sobre el Sur global en los dos próximos capítulos. Pero en ninguna parte fueron los esfuerzos de Clinton más visibles para exportar el neoliberal Consenso de Washington que en su estrategia económica en relación a los estados sucesores de la ex Unión Soviética. Basándose en su fuerte relación con el cada vez más problemático Presidente Ruso Boris Yeltsin, Clinton se las arregló para introducir en el país docenas de ‘consejeros’ económicos estadounidenses para dirigir la transición económica de Rusia del comunismo al capitalismo. Además, el presidente estadounidense apoyó al G7 y al FMI en sus drásticas recomendaciones de imponer la clase de ‘terapia de choque’ en Rusia que había sido previamente empleada con resultados mixtos en Polonia con el consejo de expertos estadounidenses liderados por el economista de Harvard Jeffrey Sachs. A mediados de los 90, Jeffrey había emergido como asesor económico jefe de Yeltsin, urgiendo a él y a su bastante autocrático círculo político íntimo de perseverar con el ‘enfoque del big bang’ de la transición económica que exigió el levantamiento de casi 250.000 compañías de propiedad estatal, y la liberalización del comercio. La recompensa por aguantar hasta el final iba a ser la continuación de los enormes préstamos del FMI y de otras instituciones económicas internacionales. Hacia el final de los 90, las nefastas consecuencias de la terapia de choque en Rusia se volvieron tan obvias como una ampliación dramática de la desigualdad económica. Una pequeña elite en el poder conocida como los oligarcas cosecharon casi la totalidad de los beneficios. Pe-ro el Presidente Clinton estaba tan convencido de la méritos de sus re-formas neoliberales – y ciertamente de que el gobierno de Yeltsin era el más confiable agente para llevarlas a cabo – que estaba dispuesto a hacer la vista gorda al presidente ruso, que cada vez adoptaba acciones más autoritarias, incluyendo la disolución del Parlamento, la suspensión de la Corte Constitucional, instaurar la censura generalizada y la escalada del conflicto en Chechenia en una guerra a toda regla. Como resultado de la crisis financiera asiática de 1997-8, Rusia sufrió un agudo declive de sus ganancias procedentes del petróleo y otras exportaciones de recursos. Los inversores extranjeros rápidamente retiraron sus capitales de los mercados de Rusia, ocasionando una inflación seria y una crisis del sistema bancario del país. El gobierno de Yeltsin fue obligado a devaluar el rublo y a dejar de pagar 40 mil millones de bonos en rublos. Aunque la economía con el tiempo se recuperó de esta crisis, los golpes a la democracia rusa fueron permanentes, y el país continúa estando bajo el imperio de los
‘oligarcas’, como se refleja en los ocho años de presidencia de Vladimir Putin y su liderazgo permanente. En el frente doméstico, el globalismo de mercado de Clinton se centró en devolver a la economía de los Estados Unidos sus antiguas glorias. La recesión de 1991 que siguió a la crisis de las S&L discutida en el capítulo 2 [p. 25 de este mismo libro] había dejado caer la nación en una crisis fiscal severa. El déficit del presupuesto anual que era de 150 mil millones de dólares en los últimos años de la era Reagan, escaló hasta los casi 300 mil millones de dólares a principios de los 90. En un esfuerzo desesperado para revertir esta dinámica peligrosa, el Presidente George HW Bush tomó la controvertida medida en 1990 de elevar los impuestos a los receptores de ingresos más altos, violando con ello el corazón de los Reaganomics. Fue a raíz de esta decisión que el candidato presidencial Bill Clinton, comenzó a escuchar a sus asesores, y urgió que la reducción del déficit fiscal fuera movida al centro de su agenda económica. Un nivel excesivo de endeudamiento público, razonaron, disuadiría a los inversores privados. Los asesores económicos de Clinton también señalaron el efecto negativo de altas tasas de interés a largo plazo, argumentando que la mejor manera para bajarlas era reducir el déficit del déficit federal [recordemos que en los EEUU, federal significa “referido al país”, y estatal, “referido a un estado concreto: Alabama, California, Texas, etc.]. Cuando asumió en enero de 1993, el Presidente Clinton perdió poco tiempo en dirigir su gobierno hacia la estabilidad fiscal. De hecho, su enorme equipo económico fue dirigido por los ‘halcones del déficit’, con lazos muy fuertes con Wall Street, como Alice Rivlin, Lloyd Benstein, Robert Rubin, Lawrence Summers y Leon Panetta. Por otra parte, Clinton solicitó el asesoramiento del Presidente de la Reserva Federal (Fed), Alan Greenspan, que reforzó su convicción de que un plan de reducción del déficit federal masivo de 500 mil millones de dólares en cinco años era económicamente viable. Consciente de los efectos potenciales que los gastos del gobierno podían tener sobre la creciente inflación, el presidente no solo estableció límites de gasto draconianos coherentes con las recomendaciones de Greespan, sino que también estableció un objetivo de inflación ambicioso del 3 al 3,5%. En un esfuerzo calculado para proporcionar mayor comodidad a los inversionistas nerviosos, ofreció poderes incondicionales a Greespan y a la autoridad independiente del Banco de la Reserva Federal en materia de política monetaria y de fijación de las tasas de interés. Así, mientras muestra públicamente su rechazo a la influencia política de la Reserva Federal, el presidente de centro-izquierda rompió con las prácticas de su predecesor republicano, George H. W. Bush, quién, en lo más profundo
de la recesión de 1991, presionó a Greenspan para que bajara los tipos de interés e impulsar la economía justo antes de las elecciones de 1992. Pero a mitad de los 90, esta combinación de políticas monetaria y fiscal neoliberales empezaron a tener un efecto positivo. El déficit presupuestario bajó y los tipos de interés a largo plazo cayeron – sin debilitar al dólar o sobrecalentando la economía. Como resultado, los Estados Unidos atrajo nuevas inversiones internacionales del este de Asia, las acciones de las empresas estadounidenses de alta tecnología dieron un salto hacia arriba y Silicon Valley experimentó un boom sin precedentes. Durante ese período, un número de países de Asia y América latina adoptaron tipos de cambio fijos, cuyas monedas fueron vinculadas al dólar, haciéndolo más atractivo para aquellas naciones que compran bonos en dólares y otros activos. Con arcas llenas de efectivo, los esta-dounidenses consumieron como nunca antes, dirigiendo su gasto, sobre todo, a los grandes ítems, como ordenadores, automóviles, electrodomésticos y propiedades privadas. Al mismo tiempo, esta prosperidad nueva resultó en una presión política para reducir las tasas de interés, haciéndose eco de las voces de la Reaganomics. Pero en lugar de ofrecer desgravaciones fiscales a los receptores de altos ingresos como Reagan había hecho, los recortes de impuestos de Clinton estaban dirigidos a las ganancias de capital de las inversiones obtenidas por los propietarios inmobiliarios y de valores, acciones y valores mobiliarios, así como a los que invirtieron en investigación y en sectores de nuevas tecnologías. Consistente con los objetivos de la segunda ola neoliberal de mezclar iniciativas de mercado con temas sociales, la administración argumentó que las reducciones de impuestos para los capitalistas más aventureros y las compañías que empiezan animarían la inversión tecnológica y la investigación médica que al final beneficiaría a toda la comunidad global. Por ejemplo, el presupuesto federal de 1997 incluyó más de 10 mil millones de dólares en desgravaciones de impuestos sobre los negocios y las ganancias de capital durante cinco años. Un año más tarde, el presidente firmó un paquete de recorte masivo de impuestos que totalizaba 100 mil millones de impuestos, y que proporcionó mayores desgravaciones fiscales sobre las ganancias de capital y los bienes inmuebles, mientras que también proporcionaba desgravaciones fiscales limitadas a las familias trabajadoras que ganaban menos de 100.000 dólares anuales. Pero estos re-cortes de impuestos también beneficiaron a algunas poderosas corporaciones estadounidenses como Hewlett-Packard, Johnson & Johnson y Microsoft. Los paquetes de compensación de los directores ejecutivos estadounidenses se elevaron a nuevas alturas durante la década de los 90, mientras los salarios quedaron estancados o crecieron
marginal-mente. De hecho, los datos del Censo Nacional del año 2000 revelan un aumento dramático de las disparidades económicas en los EEUU. Pero quizás las medidas neoliberales más radicales de la administración Clinton estén relacionadas con una mayor desregulación de la economía. Argumentando que las ‘políticas regulatorias anticuadas’ estaban reduciendo las iniciativas empresariales con la ayuda de los avances tecnológicos en las telecomunicaciones y el desarrollo de nuevos instrumentos financieros internacionales, Clinton se comprometió a algunas de las reformas a algunas de las reformas desregulatorias más completas del siglo XX. Por ejemplo, la ley de modernización de los servicios de 1999 levantó la distinción entre bancos comerciales y de inversión, así como también entre compañías de seguro y casas de bolsa, y por lo tanto desguazando una de las principales regulaciones keynesianas del New Deal de Franklin Delano Roosevelt. Los peligros potenciales de estas desregulaciones profundas del sector financiero no se convierten en totalmente evidentes hasta la crisis financiera mundial de 2008-9. Otras medidas de desregulación allanaron el camino para una avalancha de fusiones en el sector de las telecomunicaciones, rivalizando con el desmembramiento de AT&T iniciada con la administración Reagan una década antes. Por ejemplo, la ley de telecomunicaciones de 1996 llevó a una serie de megafusiones, incluidas a aquellas que involucraron a SBC_Pacific Bell-Ameritech, Bell Atlantic-Nynex-GTE, Quest US West, AOL-Time Warner, AT&T-TCI y la ahora difunta World_MCI. Dando la vuelta a varias medidas regulatorias clave adoptadas antes por la ley de cable de 1992, la ley de 1996 permitió a las compañías telefónicas locales competir en los servicios de larga distancia y televisión por cable. La administración Clinton aseguró que estas desregulaciones estimularían una competencia vibrante y aumentarían las opciones al alcance de los consumidores y mejorarían las tarifas. Pero varios grupos de consumidores – e incluso varios economistas conservadores – argumentaron que el efecto total de la ley de telecomunicaciones resultaría en fuertes incrementos de las tarifas y en la tendencia hacia la formación de monopolios locales y regionales. Sin embargo, la Administración Clinton replicó a estas denuncias señalando su firme compromiso de cortar los monopolios mediante el fomento de la competencia rigurosa. En efecto, el Presidente apoyó vigorosamente campañas anti-trust, como la demanda del gobierno contra Microsoft, Intel Corporation y American Airlines. En el caso contra Microsoft, el Departamento de Justicia alegó que el gigante de software – que tenía un monopolio virtual sobre sistemas operativos de ordenadores – había atentado deliberadamente para silenciar la
competencia mediante la exigencia a los principales fabricantes de ordenadores de incluir su propio explorador de Internet, Microsoft Explorer, en todos sus sistemas operativos Windows 95. Bajo estas condiciones, compañías de software como Netscape, que producían sus propios exploradores web, eran incapaces de competir en el mismo nivel. En el caso de Intel Corporation, la Comisión de Comercio Federal alegó que la compañía había retenido propiedades intelectuales vitales, privando así a sus clientes de información vital sobre los microprocesadores de Intel. En el caso contra American Airlines, el Departamento de Justicia aseguró que la compañía había incurrido en ‘precios predatorios’ cuando redujo el coste de los vuelos desde y hacia uno de sus centros de vuelo en un intento deliberado de obstruir la competencia de otras aerolíneas que buscaban el uso de la misma facilidad. Aunque Microsoft e Intel perdieron sus casos, los críticos se quejaron de que las multas eran muy simbólicas y que fallaron en cambiar el clima de negocios sesgado a su favor. Sin embargo, desde la perspectiva neoliberal de Clinton, estos casos reflejan el fuerte compromiso de su administración en defender la libertad de mercado y fomentar la competencia.
Lawrence Coss, Green Tree Financial Andrew Grove, Intel Sanford Weil, Travellers Group Theodore Weitt, Gateway 2000 Anthony O’Reilly, H. J. Heinz Sterling Williams, Sterling Software John Reed, Citycorp Stefen Hilbert, Conseco Casey Cowell, U. S. Robotics James Moffet, Freeport McMoran C&G John Chambers, Cisco
Salario y Compensaciones Total bonos, a largo plazo pagado 1996 102.499.000 Ninguno 102.499.000 3.003.000 6.330.000
94.587.000 87.828.000
97.590.000 94.157.000
965.000
80.361.000
81.326.000
2.736.000
61.500.000
64.326.000
1.448.000
56.801.000
58.249.000
3.467.000 13.962.000
40.143.000 23.450.000
43.610.000 37.732.000
3.430.000
30.522.000
33.952.000
6.956.000
26.776.000
33.732.000
619.000
32.594.000
33.213.000
System Stefen Wiggins, Oxford Health Plans Eckhard Pfieffer, Compaq Computer Stephen Case, America Online John Welch, General Electric Richard Scrushy, Healthsouth Henry Silverman, HFS Norman Augustine, Lockheed Martin John Amerman, Mattel Drew Lewis, Union Pacific
1.738.000
27.270.000
29.008.000
4.250.000
23.546.000
27.796.000
200.000
27.439.000
27.639.000
6.300.000
21.321.000
27.621.000
11.380.000
16.197.000
27.577.000
3.752.000 2.781.000
19.990.000 20.324.000
23.742.000 23.105.000
3.732.000 3.131.000
18.923.000 18.320.000
22.655.000 21.452.000
Los directores ejecutivos mayor pagados en 1996. Fuente: Business Wekks, abril 1997. [NOTA DEL TRADUCTOR: la suma de 910.981.000, y su promedio, 45.544.550 dólares].
las
Los años de capitalismo controlado (regulado) 1950 5.34 1955 6.15 1960 6.79 1965 7.52 1970 8.03 1975 8.12 Promedio 1950-75 6.99 Los años de desregulación y turbocapitalismo 1980 7.78 1985 7.77 1990 7.52 1992 7.41 1994 7.41 1996 7.50 1997 7.76
remuneraciones
totales
da
Promedio 1980-97
7.59
Ganancias promedio por hora de empleados en categorías inferiores a supervisores, empleados no agrícolas 1950-97 (en dólares constantes de 1982) [NOTA DEL TRADUCTOR: esto significa que el efecto de la inflación ya está descontado. La diferencia entre el valor de 1975 (8.12) y el de 1950 (5.34) es de 2.78, que en porcentaje sobre el 2º valor da un 52.06% de aumento. El mismo cálculo sobre el período 1980-97 da un valor de -0.02 en dólares y -0.6%].
Cuotas de los hogares en los ingresos totales de los EEUU 1967-2003. Fuente: el segundo gráfico de Income Inequality in the United States (Wikipedia). Se puede ver ampliado en este enlace. [NOTA DEL TRADUCTOR: El gráfico está calculado en dólares constantes de 2003, por lo que ya está descontado el efecto de la inflación. La línea azul, la 4ª empezando por la superior, (percentil 50%) es la media de los ingresos. Se puede observar que la línea roja (percentil 10%) apenas varía, es prácticamente plana, y la línea verde (percentil 20%) aumenta un poco pero apenas nada, y ambas líneas aumentan menos que la línea azul del 50%. La líneas de los percentiles 80%, 90% y 95% aumentan claramente muy por encima de la línea azul del 50%. Esto significa claramente que la distribución del ingreso ha ido empeorando durante todo el período. Se puede observar que la desigualdad aumenta con fuerza y sin casi respiro entre 1983 y 1998 (solo hay una pausa a finales de los 80 y principios de los 90)].
Dadas las pronunciadas simpatías por el globalismo de mercado en las áreas de comercio y la política fiscal, quizás deberíamos volver nuestro foco hacia la política social para determinar si, en todo caso, quedaba algún resto de la agenda política de la izquierda tradicional. Vale la pena señalar que Clinton mantenía firmemente que sus políticas a favor de los negocios estaban intricadamente entrelazadas con sus programas sociales progresistas. Y sin embargo, sus críticos de la izquierda han señalado sus intentos de reemplazar ‘el bienestar tal como lo conocemos’ como evidencia de su extremismo neoliberal. De hecho es cierto que las raíces de la clintoniana filosofía ‘asistencia social al trabajo’ estaban plantados firmemente en la Support Act de Reagan de 1988. Entonces que era gobernador del estado de Arkansas, Clinton
apoyó firmemente un programa conocido como ‘workfare’ en su estado natal. [welfare significa, entre otras cosas, la asistencia que se da a los que la necesitan, especialmente por el estado (on welfare); work es trabajo y trabajar; welfare también significa riqueza, así que ‘workfare’ significaría la riqueza conseguida mediante el trabajo; esta frase significa reemplazar la ayuda del gobierno a los necesitados por un puesto de trabajo]. Presentándolo como un matrimonio con éxito entre el desarrollo de las habilidades laborales y la asistencia pública para los desempleados, Clinton argumentó que el programa daría apoyo a los pobres sin mantenerlos sujetos a la ‘dependencia de la caridad’. De hecho, las ideas neoliberales de Clinton sobre la política social deriva de su afiliación a una facción del partido en auge conocida como los ‘Nuevos Demócratas’. El grupo incluía otros centristas prominentes como Al Gore, Dave McCurdy, Ed Kilgore y Joseph Lieberman, los cuales conectaron con el recién formado Democratic Leadership Council, que abrazó los principios neoliberales de “responsabilidad individual” y la rendición de cuentas en lugar del credo de la vieja izquierda de la ‘riqueza colectiva’. El Democratic Leadership Council (DLC) Fundado en 1985, el DLC surgió como la organización fundacional de los Nuevos Demócratas en los Estados Unidos. Su misión declarada es promover el debate dentro del Partido Demócrata y el público en general sobre los temas políticos y económicos. Adoptando un ‘pragmatismo’ neoliberal en respuesta a los desafíos emergentes de la Nueva Economía, el DLC enfatiza tres principios principales: (1) Promover las oportunidades para todos; (2) Demandar responsabilidad para todos; (3) el fomento de un nuevo sentido de comunidad. Asociado muy de cerca con el DLC, Bill Clinton se las arregló para mover su partido al el centro político durante los ocho años de su presidencia. En 1996 el Presidente Clinton firmó el Welfare Reform Act, que reemplazó el programa federal Aid to Dependent Children, fundado en 1935 como parte del FDR Social Segurity Act. La versión de la ‘ayuda social’ requería trabajar a cambio de la asistencia. A los padres se les entregaba dos años de beneficio antes de que se vieran obligados a trabajar o participar en el trabajo de (re)formación. A ningún beneficiario se le permitía más de cinco de asistencia acumulada. Sin embargo, había un número especial de consideraciones que incluía disposiciones para el cuidado y el seguro médico a corto plazo para las madres desempleadas. La ley de 1996 instaló la obligatoriedad de una
reducción en las asignaciones y la limitación de la duración de los pagos de la asistencia social, lo que también hizo virtualmente imposible para las madres solteras asistir a la escuela a tiempo completo o a tiempo parcial con el fin de aumentar sus habilidades y sus cualificaciones para obtener un trabajo mejor. Como resultado, los beneficiarios de la asistencia social se vieron obligados a menudo a aceptar a corto plazo trabajos mal remunerados en el sector servicios. Consistente con el enfoque de Reagan de “reinventar el gobierno” mediante la adopción de una manera neoliberal de gobernar que mide el éxito en términos de eficiencia y rentabilidad, Clinton apoyó medidas para la contratación de empresas privadas para los servicios públicos administrados por las autoridades de los condados y los municipios. Los críticos aseguraron que esta medida complicaría severamente la prestación de servicios tales como el cuidado de los hijos de las madres solteras trabajadoras. Los críticos argumentaron que el presidente parecía pasar por alto el hecho de que la implementación exitosa de estas políticas requiere una coordinación compleja entre los distintos organismos dentro de diferentes niveles de gobierno y el sector privado que a menudo era difícil de alcanzar. Sin embargo, hay que señalar que la administración de Clinton apoyó varios programas importantes de centro izquierda, como el aumento del salario mínimo federal, así como un Crédito Tributario por Ingreso Obtenido, diseñado para proporcionar asistencia económica a los trabajadores estadounidenses pobres. Junto a su compañera Hillary Clinton, la actual Secretario de Estado de EEUU, el presidente hizo grandes esfuerzos en una iniciativa sin éxito de crear un sistema de salud universal que habría cubierto 40 millones de ciudadanos sin seguro médico. ¿Qué es de “izquierdas” en la agenda social de Clinton?
una Declaración de Derechos del Paciente que, entre otras cosas, permite a los trabajadores mantener su cobertura de salud (siempre y cuando puedan permitírselo) en la transición entre puestos de trabajo y que permite mantener a sus médicos cuando cambien de empleadores. una iniciativa de Licencia Médica Familiar que permite a los trabajadores tomarse algún tiempo libre para cuidar a un familiar enfermo o a un recién nacido sin temor a perder su puesto de trabajo. Reglas y requisitos ágiles y aumento de los límites de crédito para los préstamos a estudiantes [universitarios] con el fin de hacer la educación universitaria accesible a los trabaja-
dores que requieren nuevos conocimientos y habilidades laborales en una economía global cada vez más compleja.
LA TERCERA VÍA DE TONY BLAIR En la ola del decisivo triunfo electoral de Tony Blair de 1997, Anthony Giddens, entonces director de la London School of Economics y uno de los consejeros en que más confiaba Blair, sugirió que el gobierno debería ser sensible a una “tercera vía” a los desafíos que plantea la nueva economía en la era global que se dibujaba. Según Giddens explicaba, este nuevo enfoque no solo superaba los molestos dualismos del pasado, sino también reducía la brecha muy marcada entre la libre dinámica del mercado y las preocupaciones por el bien público. Anthony Guiddens en la Tercera Vía La Tercera Vía implica un equilibrio entre regulación y desregulación, tanto al nivel transnacional como al nivel nacional y local, y un equilibrio entre la vida económica y la no económica de la sociedad. El segundo de estos es, al menos, tan importante como el primero, pero de alguna manera llegó a través de él. Source: Anthony Giddens, The Third Way (Cambridge: Polity Press, 1998), p. 100
Al revelar su tercera vía, Tony Blair prometió al pueblo británico poner fin a la “guerra de clases”. Buscando conciliar las preocupaciones de la clase media con los intereses de los negocios, el carismático Primer Ministro procedió a utilizar su considerable habilidad política para forjar nuevas coaliciones y redes de ambos partidos que reunieron a personas de un amplio espectro político. El desplazamiento de Blair al centro fue una consecuencia directa del poco atractivo del Partido Laborista durante la década del tatcherismo. La larga ausencia del poder político despertó a una nueva generación de líderes laboristas inspirados por Tony Blair y Gordon Brown, quienes abrazaron el poder de las ideas neoliberales para cambiar las relaciones entre el gobierno y el mercado. Convencidos de que controlando el crecimiento del gobierno y sus gastos en lugar de redistribuir la riqueza nacional era la mejor manera de obtener prosperidad y promover el empleo, Blair y Brown firmaron el abandono de su partido de su herencia socialista para ampliar su base política bajo el “Nuevo Laborismo”.
Sin duda, este cambio hacia el neoliberalismo fue inspirado por el éxito electoral de Bill Clinton y los Nuevos Demócratas [Clinton asumió por primera vez en 1993 y Blair en 1997] para, en el otoño de 1997, representantes de alto nivel de la administración Clinton, dirigidos por el entonces subsecretario del Tesoro Larry Summers y la primera dama Hillary Clinton se reunieron con miembros del gobierno del recién elegido gobierno de Blair para discutir la política económica. Los “modernizadores” de la Tercera Vía de Blair, como se llamaban a sí mismos en aquellos tiempos, aceptaron fácilmente los principios del globalismo de mercado. Después de este encuentro, el gobierno neoliberal del “New Labour” buscó inmediatamente construirse la credibilidad en la comunidad de los negocios enfatizando los valores de la propiedad individual y el espíritu empresarial. Consistente con los valores neoliberales, el Primer Ministro argumentó que la inequidad social remanente podía ser abordada fundamentalmente cambiando las relaciones “paternalistas” entre el estado y la sociedad a otro basado en la alianza social entre individuos. Como el globalismo de mercado de Clinton, la tercera vía enfatizó la importancia de la cooperación global y el consenso construido sobre las instituciones internacionales. Blair sentía fuertes simpatías por el entonces en construcción, proceso de integración europeo, que contrastaba con los de sus predecesores conservadores. Inicialmente, Blair tenía grandes esperanzas en la participación británica en la Unión Monetaria Europea tal como fue prevista en el Tratado de Maastrich de 1992. De este modo, dirigió el Tesoro para crear varios “euro-foros” encabezados por los líderes de los negocios de renombre que ya habían estado trabajando para la convergencia a nivel nacional. Además, el gobierno promulgó las reformas aduaneras necesarias que permitió a las empresas británicas pagar impuestos, emitir acciones y recibir ciertas ayudas en la nueva moneda. Advirtiendo al país de que no podía ignorar que el euro existiera, Blair estaba convencido de que la pertenencia al euro significaría enormes oportunidades para las empresas británicas y para los mercados financieros, que de otro modo tendrían menos posibilidades dentro de la zona euro. Pero la actitud de Blair cambió dramáticamente cuando el rendimiento de la zona euro parecía no responder a sus expectativas. Mientras su gobierno del Nuevo Laborismo había limitado drásticamente el gasto público, un número de otros países, incluidos Alemania y Francia, habían excedido los límites de déficit público fijados en el Tratado de Maastricht. Desde las perspectivas de Blair, la estabilidad y la estrategia del crecimiento contenidas en el Tratado habrían perdido mucha credibilidad. Siendo cada vez más reacio a abandonar la estable libra esterlina por el euro, aparentemente más
débil y fluctuante, el Primer Ministro decidió permanecer fuera del euro. En el corto plazo, su decisión fue justificada por el hecho de que la inversión directa extranjera en Gran Bretaña creciera desde 20.000 millones anuales hacia la mitad de los 90 a más de 80.000 millones en 2001, mientras que Francia y Alemania disfrutaban solo de tasas moderadas de crecimiento. Los criterios de convergencia del Tratado de Maastricht Exponemos ahora los cinco criterios del Tratado que las economías nacionales tenían que cumplir para poder unirse a la eurozona: El déficit presupuestario anual debe ser inferior al 3% del PIB. La deuda pública nacional debe ser inferior al 60% del PIB (la deuda pública es el total acumulativo de los déficits fiscales anuales. La tasa de inflación debe estar dentro de un rango de un 1,5% de los tres países de la UE con la inflación más baja. Las tasas de interés a largo plazo deben estar dentro de un rango de un 2% de los tres países de la UE con tasas más bajas. Las tasas de cambio deben mantenerse dentro de los márgenes de fluctuación del mecanismo de tasas de cambio de la UE. Haciéndose eco de los principios del mercado globalista de Clinton, Blair argumentó que Gran Bretaña solo mejoraría su competitividad adoptando un marco macroeconómico coherente para la imposición y el gasto. En un esfuerzo deliberado para tranquilizar a los inversores, Blair aseguró que estaba comprometido con la gestión de las arcas del Estado según el modo de gobernar neoliberal. Para ello adoptó un Código para la Estabilidad Fiscal (Code for Fiscal Stability) que institucionalizó los cinco principios de la dirección fiscal prudente: transparencia, estabilidad, responsabilidad, justicia y eficiencia. Además, el Código requiere que el Primer Ministro y su gobierno se adhieran a objetivos claramente definidos y reglas que tenían que ser comunicadas y discutidas con la comunidad de negocios. Este enfoque basado en reglas para la política fiscal llevó a la publicación periódica de Análisis de Gasto Completo (Comprehensive Spending Reviews) que destacó los planes departamentales de gasto y los objetivos de acuerdo con estricto cálculo coste-beneficio. Desde que la filosofía de la tercera vía destacó la
integración y el consenso, Blair dirigió a los funcionarios del Tesoro a consultar con los departamentos de gasto, el Gabinete, comités y los grupos empresariales para ajustar su marco de política neoliberal. La formalización de estas relaciones requiere el establecimiento de más de 300 grupos de trabajo dedicados a facilitar una mayor coordinación, tanto dentro del gobierno como entre los departamentos ministeriales. Una vez más tomando las claves de Bill Clinton (quién había ganado el apoyo tanto de la comunidad empresarial y la clase media echando la culpa de la recesión de 1991-2 a las políticas fallidas de la era Reagan/Bush), Blair vinculó la volatilidad “auge-caída” de la era Thatcher/Major a su “inefectividad de su política fiscal y monetaria”. Por lo tanto, en un esfuerzo por fomentar la inversión y el crecimiento, la primera y mayor iniciativa económica del Primer Ministro después de su victoria electoral fue la concesión de total independencia operativa al Comité de Política Monetaria (Monetary Policy Committee) en el establecimiento de tasas a corto plazo, manteniendo la prerrogativa gubernamental de establecer la meta de inflación ambiciosa en el 2,5%. Tratando de ganar la confianza de los inversores, el canciller del Exchequer Gordon Brown finalmente concedería la independencia del Banco de Inglaterra, previa consulta con el Presidente de la Reserva Federal de EEUU Alan Greespan. Después de apoyar firmemente la decisión de Brown, tanto en la Confederación de la Industria Británica como en la Cámara Británica de Comercio, ambas instituciones se vieron aún más felices cuando Blair denunció agresivas prácticas sindicales en la negociación salarial que ponían supuestamente “en peligro el crecimiento económico”. Las estrategias fiscales del Nuevo Laborismo se diseñaron conscientemente para reducir el endeudamiento del gobierno mientras que se reforzaban las oportunidades para las empresas y las clases medias. Las simpatías empresariales de Blair estaban especialmente dirigidas a las personas y a las empresas capaces de generar nuevo capital de riesgo, invertir en nuevas tecnologías y alimentar la investigación y el desarrollo. Por lo tanto, las reformas neoliberales del gobierno lograron ampliar la base impositiva a la vez que recortaban los impuestos de las clases más altas y del mundo de los negocios con el fin de proporcionar incentivos para los inversores. Para evitar el “endeudamiento excesivo” a causa de los programas sociales, Blair adoptó lo que él llamó la “Regla de Oro” – una medida dirigida al Tesoro para mantener la deuda pública por debajo del 40%. Por otra parte, proclamó que no iba a aumentar el gasto en salud, educación y la seguridad social. Tras afirmar que la reforma de la seguridad social podría llevarse a cabo sin aumentar el gasto público o aumentar las tasas – a excepción de los “impuestos inesperados” aplicados por una
sola vez sobre los servicios públicos privatizados – el Primer Ministro aprobó un nuevo programa de welfare-to-work [bienestar social para trabajar] modelado al estilo de “workfare” de Clinton. Teniendo en cuenta el compromiso público de Blair con la “justicia social”, la agenda neoliberal de la justicia social fue un shock para muchos de sus seguidores de clase trabajadora. Y sin embargo, cuando aún estaban en la oposición, tanto Blair como Brown ya habían destacado que el gobierno daría garantías a las prestaciones sociales. También afirmaron que los que manejaban los recursos deberían tener responsabilidad y sensatez. Sobre todo, la política social del Nuevo Laborismo se centró en reconfigurar tres servicios básicos: asistencia a los desempleados, asistencia a los trabajadores pobres y reforma del Servicio Nacional de Salud. Irónicamente, al perseguir estos objetivos, Blair se inspiró en gran medida en las audaces, aunque infructuosos, intentos de reformar el estado de bienestar haciendo sus funciones administrativas y de procedimiento más eficientes. Aceptando el argumento de Thatcher de que “más dinero no era la respuesta”, el Primer Ministro buscaba transformar el “paternalista” Estado del Bienestar británico en un programa neoliberal al estilo estadounidense similar al “New Deal”. Pero en contraste con el programa al estilo keynesiano de Franklin Delano Roosevelt, el New Deal de Blair liberalizaría los esquemas de aprendizaje laboral mediante la sustitución del Training and Enterprise Council de Thatcher por un modelo aún más neoliberal. Al mismo tiempo, el modelo de Blair promocionó iniciativas claramente progresistas como el Working Family Tax Credit para ayudar a los trabajadores pobres o para la adopción de un salario mínimo nacional para asistir a los trabajadores de bajos ingresos. Estas estrategias, aparentemente opuestas de la política social exponen las dificultades de construir una Tercera Vía entre la Derecha y la Izquierda.
NEOLIBERALISMO Y ÉTICA EN LA POLÍTICA EXTERIOR Los líderes de la segunda ola neoliberal desarrollaron ciertas simpatías por las preferencias del “institucionalismo neoliberal” en política exterior, que enfatizaron la ética y el humanitarismo como bienes en sí mismos y rechazaron el modelo “realista” que vio a las políticas militar y diplomática como meras herramientas usadas para asegurar y avanzar el poder nacional. Esto no quiere decir que Clinton y Blair desecharon el interés nacional a favor de algún noble ideal del
cosmopolitismo. Pero para los globalistas del mercado que creían en la relación entre la expansión del comercio y un mundo más pacífico, los valores morales como la reciprocidad y los derechos humanos tenían que jugar un papel importante en las relaciones internacionales. Aún más, Clinton y Blair trabajaron juntos en redefinir el papel de las instituciones internacionales como la OTAN, que pasó de ser una alianza militar occidental creada para mantener al bloque soviético vigilado, a una organización global multipropósito dedicada a la mejora de la seguridad internacional, principalmente a través de la protección de los derechos humanos y la realización de misiones de mantenimiento de la paz. Institucionalismo neoliberal El institucionalismo neoliberal está íntimamente asociado con la idea del “la creación de instituciones” con el fin de mejorar el comercio mundial y la seguridad global. Se inspira en dos doctrinas liberales relacionadas con el internacionalismo liberal y el liberalismo económico. El internacionalismo liberal implica el uso de una variedad de instrumentos de política internacional como la ayuda humanitaria, la diplomacia y, solo cuando es absolutamente necesario, la intervención militar para defender o expandir valores liberales como la democracia y los derechos humanos. Dos ejemplos podrían ser el intento del Presidente estadounidense Woodrow Wilson de formar una liga de las Naciones para defender la “seguridad colectiva” y el imperio de la ley. Como hemos visto en el capítulo 1, el liberalismo económico está muy conectado con la idea de un régimen de comercio libre global construido sobre instituciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio, el FMI y el Banco Mundial. Un claro ejemplo de lo anterior puede encontrarse en las guerras de los Balcanes, que empezaron en 1991 con la secesión de Eslovenia de la República Federal Socialista de Yugoslavia y terminó con la intervención de la OTAN en el conflicto entre Serbia y el territorio dominado por Serbia de Kósovo. Durante las primeras etapas de las guerras de los Balcanes, el entonces candidato presidencial Bill Clinton argumentó que correspondía a la Unión Europea ejercer un liderazgo adecuado para llevar el conflicto a su fin usando todos los métodos intervencionistas y no intervencionistas a su alcance. Sin embargo, cuando la lucha entre serbios y croatas se intensificaron en Bosnia en 1993-4, Clinton lideró una iniciativa diplomática prolongada que finalmente dio sus frutos en el Acuerdo de Dayton de 1995, que acabó
con el conflicto en Bosnia. Sin embargo, cuando el continuo conflicto en la zona poblada por albanos de Kosovo pareció ser inmune a similares esfuerzos diplomáticos liderados por los EEUU, Clinton y Blair no vieron otra opción más que una opción militar de la OTAN. Justificando el bombardeo de Serbia como un esfuerzo para prevenir la ampliación de la “limpieza étnica” emprendida por el líder serbio de la línea dura Slobodan Milosevic, la decisión del Presidente estadounidense fue influenciada parcialmente por la percepción pública de que los actos previos de limpieza étnica y genocidio en Bosnia y Ruanda (1994) fueron posible por el dolorosamente lento proceso de negociaciones y el rechazo de los EEUU y la comunidad internacional de usar la fuerza militar mientras los esfuerzos diplomáticos estaban todavía en proceso. Y sin embargo, la justificación de la intervención de la OTAN en Kosovo fue expresado en el lenguaje liberal de “imperativo moral” en vez del lenguaje realista del “interés nacional”. En otras palabras, la campaña fue justificada explícitamente sobre bases humanitarias: para prever la limpieza étnica y proteger la mayoría albano-kosovar en la provincia gobernada por los serbios. En su célebre discurso en el Chicago Economic Club de abril de 1999 – poco después de finalizar con éxito la campaña de la OTAN contra Serbia – Tony Blair propuso una “doctrina de la comunidad internacional” basada en la tradición cristiana de las enseñanzas de la “guerra justa” que permitirían actos colectivos de violencia contra los agresores implacables para prevenir los desastres humanitarios. La doctrina Blair Al determinar si había un caso moral para la comunidad internacional que justifique una acción militar contra una nación, la doctrina Blair propuso las siguientes cinco preguntas que tenían que ser contestadas afirmativamente: 1. ¿Estamos seguros de nuestro caso? 2. ¿Hemos agotado todas las acciones diplomáticas? 3. ¿Se pueden iniciar las operaciones militares con sensatez y prudencia? 4. ¿Estamos preparados para el largo plazo? 5. ¿Tenemos intereses nacionales involucrados?
CONCLUSIÓN
Anclado en el imperativo estratégico del crecimiento de la economía sin caer en la división del antiguo estilo político partidista, la segunda ola del neoliberalismo de los 90 representó una mezcla innovadora de pensamiento orientado al mercado y políticas sociales moderadas. Buscando sintetizar el crecimiento económico orientado al mercado dentro de un marco ético de justicia social y derechos humanos, tanto el globalismo de mercado de Bill Clinton como la Tercera Vía de Tony Blair entendieron con claridad que la época en que las economías nacionales estaban relativamente protegidas había pasado, y que ningún país podía proteger, por más tiempo, su economía de la dinámica de la globalización lideradas por las empresas corporativas. Pero los críticos de la izquierda acusaron a la segunda ola neoliberal de participar en una retórica en gran parte simbólica usando el término “comunidad” cuando de hecho, continuaba el turbocapitalismo de las Reaganomics y el Thatcherismo. Estos críticos reconocieron, de mala gana, la vitalidad económica de los felices 90, y señalaron los extremos niveles de inequidad y desigualdad tanto en el Norte como en el Sur globales, como evidencia de la desigual prosperidad producida por las políticas de la segunda ola neoliberal. Por otro lado, los partidarios del globalismo de mercado elogiaron su capacidad para alimentar un crecimiento robusto y para proporcionar bienes baratos a los consumidores del mundo desarrollado procedentes del mundo en desarrollo que también ayudó a elevar el nivel de vida en esas regiones atrasadas. De hecho, ahora debemos continuar nuestra exploración y evaluación de las variedades del neoliberalismo que afectaron a los países del Sur global.
CAPÍTULO 4. EL NEOLIBERALISMO Y EL DESARROLLO ASIÁTICO. Liberalismo nuevo y viejo. Aunque el impacto de la primera y la segunda ola neoliberales en los países asiáticos en el último cuarto de siglo ha sido considerable, debemos hacer notar que estas ideas de liberalización orientadas al mercado, desregulación y privatización tuvieron que enfrentarse a una tradición de intervencionismo estatal y centralismo económico. Los vínculos entre el Estado y el sector privado fueron especialmente profundos en la región – una dinámica que ha estado especialmente bien documentada en los países del Est y del sudeste asiático.
Como el Banco Mundial enfatiza, “entre la mitad de los 60 y los 90, ocho países asiáticos – Japón, los cuatro tigres asiáticos (Hong Kong, Corea del Sur, Singapur y Taiwan) y las tres nuevas economías industrializadas de Indonesia, Malasia y Tailandia – disfrutaron tasas de crecimiento que doblaron las del resto de los países de la región, multiplicaron por tres las de América latina y el sur asiático y multiplicaron por diez las de África subsahariana”. El World Bank Report de 1993 caracterizó el asombroso éxito de estas economías como el “milagro asiático” y lo atribuyó a sus altas tasas de inversión privada que complementaron las “políticas de desarrollo sólidas” y la “gestión macroeconómica experta”. Aunque a veces controvertido, este próspero “Modelo de Desarrollo Asiático” parecía hacer hincapié en la cooperación con el gobierno del mundo de los negocios posicionados muy cerca del mismo, dentro del marco cultural propio, como el mejor camino para un rápido crecimiento económico en Asia. El Modelo de Desarrollo Asiático El Modelo de Desarrollo Asiático descansa en las relaciones de cooperación entre el gobierno, los negocios y el trabajo. A veces denominado “corporatismo”, este modelo tiene cuatro hechos asiáticos: 1. relativa autonomía del Estado político-burocrático suficientemente fuerte como para repeler las presiones de la elite de los grupos de interés en la dirección de adoptar políticas económicas a corto plazo sobre las estrategias de crecimiento a largo plazo; 2. Cooperación entre el sector público y el sector privado que dan como resultado “políticas industriales orientadas a la mejora de la industria y al aumento de las exportaciones (estas políticas son supervisadas por los organismos de planificación del Estado); 3. Inversión pública en educación para desarrollar mercados laborales competitivos;
4. protección
disciplinada de los mercados domésticos de las importaciones extranjeras (y control del mercado propio de capitales).
Dirigiendo los nuevos flujos de capital en inversiones de alto rendimiento, los gobiernos asiáticos intervinieron en sus mercados de capitales domésticos para canalizar el dinero a determinados sectores de industriales que tienen altos niveles de productividad como la industria pesada. Pero como vemos debajo, el Modelo de Desarrollo
Asiático experimentó serios desafíos en los 80. Muchos economistas acreditados de la región se volvieron, pues, hacia el neoliberalismo a causa de los altos niveles de crecimiento de principios de los 90, particularmente en el sureste asiático. El aligeramiento de las regulaciones financieras sobre el capital extranjero también creó una marea de inversiones especulativas extranjeras y la extrema volatilidad extranjera. Sin embargo, en 1997, los años del boom acabaron bruscamente con la Crisis Financiera Asiática, cuyo impacto devastador se sintió en la región durante años. La Crisis Financiera Asiática En los 90, los gobiernos de Tailandia, Indonesia, Malasia, Corea del Sur y Filipinas abandonaron gradualmente los controles sobre los movimientos de capital domésticos para atraer a las inversiones extranjeras directas. Intentando crear un ambiente monetario estable, elevaron las tasas de interés domésticas y enlazaron sus monedas nacionales con el valor del dólar de EEUU. La subsiguiente euforia irracional de los inversores internacionales trasladó el alza de los mercados de valores y bienes raíces a todo el sudeste asiático. Sin embargo, en 1997 estos inversores se dieron cuenta de que los precios estaban inflados mucho más allá de sus valores reales. Entraron en pánico y de repente retiraron un total de 105.000 millones de dólares de esos países, obligando a los gobiernos de la región a abandonar la paridad de dólar. Incapaces de detener la caída libre de sus monedas, los gobiernos usaron sus reservas de moneda extranjera. Como resultado, la producción económica se redujo, aumentó el desempleo y los salarios se desplomaron. Los bancos extranjeros y los acreedores internacionales reaccionaron rechazando la concesión de nuevos préstamos y la ampliación de los ya existentes. A finales de 1997, toda la región se encontraba en medio de una crisis financiera que amenazaba con empujar la economía global a una recesión. Se evitó que el resultado fuese desastroso por poco, por una combinación de rescates internacionales y la venta inmediata de activos comerciales de estos países del sudeste asiático a los inversionistas extranjeros a precios bajísimos. Todavía hoy, muchos ciudadanos ordinarios del sudeste asiático todavía sufren las devastadoras consecuencias políticas y sociales de aquella crisis económica. Veamos ahora por qué y cómo varios gobiernos asiáticos decidieron modificar sus modelos económicos en una dirección neoliberal. Como veremos, los líderes políticos, como los Primeros Ministros de Japón,
Ryutaro Hashimoto y Junichiro Koizumi, los Presidentes chinos, Jiang Zemin y Hu Jintao y el Primer Ministro de la India, Manmohan Singh abrazaron ciertos aspectos del neoliberalismo en un esfuerzo para mejorar el rendimiento económico de sus respectivos países. Aunque no gobernaron sus economías nacionales exclusivamente según los principios anglosajones del mercado libre, los citados reconocieron la importancia del sector privado como impulso del crecimiento económico en los mercados, cada vez más integrados a nivel global.
JAPÓN: EL DESARROLLISMO ESTATAL SE REÚNE CON EL NEOLIBERALISMO Centrándose sobre todo en la producción orientada a la exportación de bienes de consumo, los grandes grupos industriales conocidos como keiretsu forjaron después de la Segunda Guerra Mundial una alianza muy cercana al partido dominante en el país, el Partido Liberal Democrático (LDP). El Ministerio de Comercio Internacional e Industria (MITI) se convirtió en el departamento ministerial más poderoso, supervisando la política industrial, financiando la investigación y dirigiendo la inversión. Promocionando la industria doméstica protegiéndola de la competencia extranjera, el MITI dirigió el comercio japonés y la industria siguiendo las directrices de una economía centralmente planificada. En los 70, Japón no solo había alcanzado a Occidente en varios sectores industriales claves, como los automóviles y los productos electrónicos de consumo, sino que además habían sobrepasado la productividad de las economías más importantes del mundo. Los mercados financieros japoneses quedaron bajo control del Ministerio de Finanzas (MOF), quién dirigió tanto las tasas de interés como las de cambio exterior. Mientras los EEUU vieron como disminuían sus ahorros dramáticamente durante la década de los 70, la tasa de ahorro japonesa alcanzó un impresionante 20%, lo que quedaba cerca de lo que muchos economistas consideraban el nivel óptimo para un crecimiento económico autosostenido. Sin embargo, un poco más de una década después, la economía japonesa mostraba signos de una severa presión. ¿Qué había pasado? Actuando de acuerdo con las directivas del MITI y el MOF, el banco de Desarrollo de Japón había extendido durante décadas la financiación, a través de bancos privados, a determinadas industrias seleccionadas. Seleccionando los ganadores y los perdedores, el Estado había asumido la mayor parte de los riesgos empresariales y permitía al
sector privado recoger los beneficios. Pero este sistema de financiación estatal había aislado a las empresas privadas de los imperativos del mercado a corto plazo y de las fluctuaciones, que les permitía intervenir en la planificación económica a largo plazo, acordes con una política industrial rígida. Bajo estos acuerdos, las compañías japonesas podían permitirse tomar riesgos mayores, invirtiendo en productos innovadores sin tener que responder de los intereses a corto plazo de los accionistas, que demandaban beneficios inmediatos de sus inversiones (como ocurría en el caso de los competidores occidentales). Basado en unos principios tradicionales similares al nacionalismo económico, el sistema proporcionó un estado del bienestar parcialmente privatizado para los empleados de las grandes empresas japonesas. Muchos trabajadores y managers disfrutaban de un empleo para toda la vida – un acuerdo que promocionaba un fuerte sentido de la lealtad mutua a la vez que animaba a los directores a elaborar una estrategia a largo plazo. Sin embargo, un gran inconveniente de este sistema con conciencia social es que las empresas no se podían adaptar fácilmente a las condiciones variables del mercado. Cuando nos enfrentamos a unas ganancias cada vez menores y a una grave escasez de capital debido a la dinámica de la globalización incipiente, los negocios japoneses se enfrentaron a la extrema dificultad de adoptar medidas “neoliberales” puras y duras, como la reducción de los gastos de personal por “reducción” de la mano de obra. Pero cuando un mercado inmobiliario inflado y una bolsa de capitales sobrevaluada deslizaron la economía japonesa pendiente abajo, la presión al gobierno para que considere estas medidas aumentó considerablemente. Los posteriores shocks económicos y las persistentes demandas del Presidente Bush padre de abrir los protegidos mercados japoneses a las importaciones de los Estados Unidos, obligó al gobierno japonés a revaluar sus prácticas económicas convencionales.
El big bang de Tokio Bajo el liderato del primer ministro Hashimoto, el sistema financiero de Tokio sufrió una transformación neoliberal similar al big bang de Londres de una década antes. En la década previa, el volumen de las acciones comerciadas en la bolsa de Tokio había caído más del 50%, permitiendo a los mercados financieros de Hong Kong y Singapur recoger una enorme cantidad de transacciones de acciones de Japón. Pero el paquete de reformas de Hashimoto incluía una clausula de desregulación drástica dirigida a eliminar las barreras legales que
prohibían a los bancos la fusión con firmas de seguros o con empresas de valores. La ley de 1996 también eliminó las regulaciones que regían las comisiones de corretaje y el fomento de la inversión extranjera. Al igual que Thatcher, Hashimoto transformó el aislado mercado de capitales de Tokio en un vibrante centro financiero global. Un número de políticos reformistas liderados por el Primer Ministro Hashimoto empezó a experimentar con medidas neoliberales, en un proceso de alterar las relaciones entre el tradicional gobierno corporativista y el mundo de los negocios. Bajo una intensa presión política para responder a la situación de deterioro económico, Hashimoto anunció en 1996 un paquete de reformas integrales que contenía evidentes medidas neoliberales. Además, el gobierno japonés tomó soluciones monetaristas encaminadas a reducir las tasas de interés a cero. Después del colapso de varios bancos cargados con grandes cantidades de deudas morosas, el gobierno tomó otras medidas neoliberales, como el Quantitative Monetary Easing Policy (Política de Flexibilización Cuantitativa Monetaria) de 2001, que buscaba aumentar la oferta de dinero en el país. Si bien en cierta medida estas medidas aliviaron la situación económica, también contribuyeron a la deflación por no intentar levantar la confianza de los consumidores. El sucesor de Hashimoto, el enérgico Primer Ministro Junichiro Koizumi prometió tratar la anémica economía japonesa con una generosa dosis de kozo kaikaku – la reestructuración neoliberal de la “estructura nacional” japonesa. En 2005, en una arriesgada maniobra política, Koizumi buscó privatizar el sistema de la Caja de Ahorros Postal japonesa – el mayor banco del mundo, que poseía £1.75 billones en ahorros. Pero esa no fue una tarea fácil, dado que la Caja Postal de Ahorros japonesa estaba íntimamente ligada a las elites tradicionales del país, que se mostraron reacias a jugar con “una característica única nacional”. Acusado de capitular ante las fuerzas occidentales del globalismo de mercado, el Primer Ministro reformista se encontró con una fiera oposición. Después de una intensa batalla contra algunos miembros de su partido, Koizumi se vio obligado a adoptar un compromiso, prometiendo que tan enorme privatización no finalizaría antes de 2017– ¡y que incluso podría ser derogada por cualquier futuro Primer Ministro! Sin embargo, todavía el desinflado líder pudo anotarse alguna victoria neoliberal mediante la reforma de la corporación estatal de vivienda y la apertura del negocio de las hipotecas a empresas particulares no bancarias. Sin embargo, los logros de la iniciativa kozo kaikaku de Junichiro Koyzumi resultaron bastante modestos, especialmente si se les compara
con la segunda ola del neoliberalismo en Gran Bretaña y los Estados Unidos. A diferencia de Clinton, Koizumi falló en reducir el inmenso déficit fiscal, porque estos requerían recortes en los gastos que no fueron aprobados por poderosos sectores clave de su propio partido, el LDP y la burocracia estatal. Aún así, el impacto de sus reformas es evidente en su integración global. Aún más, nadie pone en duda que las reformas kozo kaikaku introdujeron nuevos enfoques y prácticas de mercado, que alteraron el modelo tradicional japonés administrado por el Estado.
CHINA: “NEOLIBERALISMO CON CARACTERÍSTICAS CHINAS” Las reformas de mercado emprendidas por tres sucesivos gobiernos post-maoístas en China han sido aclamadas por los defensores neoliberales como los factores de éxito económico impresionantes del país, medido en su tasa media de crecimiento anual de 9,7% en las dos últimas décadas. La transformación del sistema económico chino fue un proceso gradual, pero la difusión de las ideas neoliberales occidentales, particularmente entre las elites urbanas, ha ocurrido con mucha mayor rapidez. China es en la actualidad, la tercera mayor economía mundial, y está estrechando rápidamente la distancia que le separa de Japón y los Estados Unidos. Algunas de las principales instituciones de educación superior del país, como la Universidad Tsinghua de Beijing o la Fudan University de Sanghai ofrecen cursos de negocios que son prácticamente idénticos a los de primer nivel de las universidades occidentales. De hecho, los escritores neoliberales iconos como Milton Friedman, Frederich Hayek y James Buchanan han sido traducidos al chino y disfrutan de un buen nivel de ventas. El giro de China hacia el neoliberalismo empezó hacia finales de los 70, después de 30 años de economía planificada y centralismo político presidido por Mao Zedong. En el momento de su muerte en 1976, millones de chinos ordinarios habían pagado el precio más alto por la visión totalitaria del Presidente. Hambrunas devastadoras habían
seguido a la industrialización forzosa en los 50, pomposamente llamado el “Gran Salto Adelante”. Las persecuciones políticas de la “Gran Revolución Cultural Proletaria” a finales de los 60 mataron o encarcelaron a millones. Con los crímenes del régimen proyectando todavía una sombra oscura en los 70, la reorientación pragmática de la economía china hacia los principios del mercado hubiera sido imposible sin una revisión ideológica fundamental del ortodoxo “pensamiento de Mao Zedong”. Esta tarea recayó sobre el envejecido líder Deng Xiaoping, que emergió como el improbable arquitecto de lo que el economista David Harvey llamó “neoliberalismo con características chinas”. Un político sobreviviente y resistente que había sido despojado en dos ocasiones de sus puestos en el partido durante la Revolución Cultural al ser acusado de ser un “seguidor del camino capitalista”, Deng diseñó su rehabilitación completa después de la muerte de Mao con el apoyo de la Vieja Guardia, que había perdido mucho de su poder durante la Revolución Cultural. Moviéndose con cautela pero con firmeza contra los maoístas de la línea dura de su partido, Deng encabezó una campaña a nivel nacional para “emancipar la mente, unir y mirar hacia adelante”. Envuelto en la retórica hipócrita de continuar la visión comunista del Gran Líder, el Dengismo representa una búsqueda genuina de un modelo alternativo – socialismo-estatal-más-mercado, para ser evaluado de acuerdo a los criterios neoliberales de eficiencia económica, la productividad y la competitividad. En 1978, el Partido Comunista Chino (PCC) apoyó el paquete de reformas económicas de Deng, que contenía el abandono de la doctrina de Mao de la “continua lucha de clases” a favor de la construcción económica y la modernización. Asimismo, instó a la devolución gradual del poder económico y político a los entes locales y regionales, pero sin comprometer el principio cardinal de la toma de decisiones centralizada. Finalmente, se encomendó un proceso gradual y controlado por el estado de “apertura a Occidente”, con el expreso propósito de “aprender dirección avanzada de empresas y nuevas tecnologías de los países extranjeros”. A pesar de su notable giro hacia el mercado, el dengismo dejó claro que el Estado seguía siendo la única institución dotada con el poder decisivo de autorizar nuevas empresas; fijar los precios y los salarios; supervisar las importaciones y las inversiones directas en el exterior, y permitir a las firmas nacionales exportar sus mercancías a cualquier destino internacional. La reestructuración económica bajo Deng está sobre todo asociada a la privatización de State-Owned Enterprises (SOEs) [Empresas Propiedad del Estado]. Durante tres décadas, estos colectivos industriales habían garantizado un empleo seguro y bienestar para sus
trabajadores. El sector agrario de la economía planificada fue organizado alrededor de granjas comunales ineficientes. Obligados a soportar las estrictas prácticas de segregación que limitaban sus movimientos, los trabajadores rurales recibieron menos prestaciones sociales que los trabajadores urbanos. Cuando las reformas de Deng a favor del mercado tomaron fuerza en la década de los 80, las empresas estatales comenzaron a contratar trabajadores temporales con contratos a corto plazo – especialmente provenientes de las áreas rurales – sin la necesidad de proporcionarles los mismos generosos beneficios sociales garantizados a los trabajadores permanentes. Se les ofreció a los directores de las empresas una mayor discrecionalidad operacional para dirigir su SOE más eficientemente e incluso, se les permitió guardar algunos bienes excedentes producidos por encima de sus cuotas fijadas por el Estado. Vendidas en el “mercado abierto”, los precios de estos bienes eran sustancialmente más altos que los precios oficiales establecidos por el Estado. Por lo tanto, los beneficios resultantes para los manager-empresarios en ciernes fueron, a menudo, considerables. Sin embargo, estas tácticas de fijación de precios divergentes, demostraron ser insostenibles, ya que los administradores trataron de aumentar su participación en la producción a costa de la cuota del Estado. La productividad de las SEO declinó sustancialmente, obligando a los bancos estatales a subsidiar estas empresas en decadencia, lo que agotó rápidamente las finanzas de China. Respondiendo a esos problemas en 1993, el liderazgo del PCC decidió permitir la transformación de un número pequeño de SOEs seleccionadas en compañías de acciones. Poco después, posteriores reformas privatizadoras convirtieron a otras empresas estatales en empresas por acciones. De hecho, la privatización de las empresas estatales continuó a un ritmo dramático a lo largo de las dos siguientes décadas. El próximo paso decisivo en el esquema privatizador de Beijing fue la decisión del PCC de abrir la propiedad de algunas SOEs a la inversión extranjera. La siguiente marea de inversión directa extranjera contribuyó mucho al surgimiento de China como una superpotencia estatal, sobre todo como centro mundial de la industria intensiva en mano de obra. Las “Zonas Económicas Especiales” (SEZs) [en el libro figura como Zonas Empresariales Especiales, pero es común denominarlas Zonas Económicas Especiales, como en la letras amarillas del mapa posterior] creadas por el gobierno, la mayoría en cuatro ciudades costeras chinas facilitó aún más la producción de bienes de consumo para la exportación mientras servían como centros de investigación y desarrollo para los jóvenes líderes empresariales chinos, los cuales absorbieron nuevas tecnologías y prácticas empresariales.
Las SEZs atrajeron inversión extranjera ofreciendo incentivos, incluidas reducciones de impuestos y acuerdos para asegurar el pago de los beneficios adelantándolos a las empresas extranjeras de antemano. Por otra parte, el gobierno chino invirtió grandes cantidades de dinero en mejorar las infraestructuras. La cervecería Tsingtao se volvió liberal La cervecería Tsingtao se remonta a casi un siglo atrás. Originalmente fue la idea de unos empresarios alemanes en 1903, la empresa fue incautada en 1949 por el gobierno local de Qingdao y dirigida de acuerdo a los imperativos de la economía planificada comunista. Altos costes de producción, baja producción y una burocracia creciente dio como resultado ventas limitadas y bajos beneficios en exportaciones. En 1993, Tsingtao fue reorganizada en una compañía por acciones. En unos pocos años, tanto la productividad como las ventas crecieron extraordinariamente. La compañía atrajo a inversores prominentes, tanto nacionales como extranjeros., incluidos bancos chinos y la Anheuser-Busch Corporation. Hoy en día, algo más de la mitad de las acciones de la cervecería Tsingtao están en manos privadas. Buscando estabilizar su moneda, el gobierno chino fijó tácitamente el yuan al dólar en 1995. Pero el Estado mantuvo un fuerte control sobre los flujos de capital afirmando que no estaba dispuesto a hacer el yuan completamente convertible. Varios economistas occidentales tienden a asegurar que China ha comprometido el tipo de cambio para aumentar la competitividad de sus exportaciones globales. Lamentando que el déficit comercial de su país con China se haya ampliado – 233 mil millones de dólares en 2007 – los oficiales del Tesoro estadounidense han estimado que el yuan podía estar infravalorado en más de un 40% [cuando una moneda se deprecia, se abaratan las exportaciones y, por lo tanto, aumentan, y cuando aumenta de valor la moneda, las importaciones se encarecen y disminuyen].
El aumento gradual de las reformas neoliberales en China durante más de dos décadas no siempre fueron suaves. Ya en 1989, la masacre de la Plaza de Tiananmen de cientos de chinos que protestaban a favor de la democracia había puesto de manifiesto la contradicción fundamental en el corazón de la ciudad china: ¿Cómo puede el régimen extender las reformas de mercado sin comprometer su control del poder político? Temeroso de que los levantamientos populares pudieran tener éxito en el futuro y socavar la autoridad del Estado – como previamente había pasado en la Unión Soviética y en la Europa del Este – el gobierno respondió al desafío de Tiananmen con una severa política de represión. Aunque se las arregló para evitar un colapso del sistema al estilo soviético, el PCC falló en quitar las contradicciones subyacentes entre la marketización realizada y sus tendencias autoritarias muy arraigadas. Cuando Deng Xiaoping falleció en 1997, el partido finalmente estableció un compromiso menos represivo: comprar la legitimidad popular mediante la integración económica global que elevaría el nivel de vida de muchos chinos. Pero queda por ver si este inestable “neoliberalismo con características chinas” puede continuar coexistiendo con un sistema centralizado de partido único.
El índice Big Mac y el infravalorado yuan. El Índice Big Mac del Economist proporciona una ilustración básica del Índice de Paridad del Poder Adquisitivo (PPA) [en inglés, Purchasing Power Price Parity (PPP)], que sugiere que los precios de los productos deberían ser comparables en todas las naciones. En este caso, los precios de las comidas Big Mac son regularmente comparados como una estimación para determinar si la moneda de un país dado está valuada apropiadamente. Después de ser convertidos en dólares, si el precio de una comida Big Mac es menor que $3,54 (la base cero de este índice particular) la moneda se le considera infravalorada. Ya que la comida Big Mac en China se vendía a tan solo $1,83, esto muestra que el yuan está infravalorado por más del 40%. Fuente: Extra Value Meal: 26 de enero de 2009, from Economist.com, “Britain and Jaoan inch closer to the benchmark”.
El sucesor de Deng, el Presidente Jiang Zemin, además cambió el discurso de los viejos valores socialistas de igualdad y redistribución a los nuevos objetivos neoliberales de crecimiento económico y maximización del beneficio. Sin embargo, sus esfuerzos se detuvieron considerablemente lejos del ideal de libre mercado previsto por el Consenso de Washington. A pesar de su pertenencia a la OMC y su apoyo a los empresarios jóvenes y a los administradores de empresas, la transición económica China permaneció firmemente en manos de unas facciones políticas poderosas que cada vez están más divididas entre los centralistas nacionalistas burocráticos de Beijing y los globalistas pro empresa locales de Guangzhou, Chongqing y otros centros urbanos grandes. Desde que asumió el poder en 2003, el Presidente Hu Jingtao ha presionado para avanzar en las reformas neoliberales en áreas tan críticas como ciencia y tecnología, derechos de propiedad intelectuales y la política comercial. A la vez, su gobierno ha mantenido su compromiso con una transición administrada por el Estado a un sistema de mercado. Por ejemplo, el PCC continúa detentando el control de los precios del agua y de la hidroelectricidad. También subsidia el ineficiente sector energético, que alimenta la enorme base industrial del país. Sin estos subsidios energéticos, la industria china se vería en apuros para competir en el mundo global. De hecho, uno de sus competidores más tenaces es la India, que, como China, transformó su economía socialista mixta con los principios neoliberales.
INDIA: ECONOMÍA MIXTA SE ENCUENTRA CON EL GLOBALISMO DE MERCADO Desde 2003, la India ha conseguido una impresionante tasa de crecimiento del PIB del 8,8% anual. Sin embargo, este logro económico vino de la mano de una ampliación de las disparidades del ingreso y del bienestar en la estela de un conjunto sin precedentes de reformas neoliberales lanzadas en los 90. Manmohan Singh, antiguo Ministro de Finanzas y en los 90 Primer Ministro, ha sido el arquitecto del mayor crecimiento económico jamás visto en su país. Hay poca duda de que el éxito indio se debe a la industria de ordenadores y de servicios de alto nivel, y que la productividad de ambas representa más del 50% del total del país. Pero también en la industria surgieron la productividad y la
innovación. Por ejemplo, el gigante del automóvil indio, Tata Motors, ha hecho que su modelo “Nano” ocupe los titulares internacionales por su bajo consumo – un pequeño coche del pueblo– y que se vendió en el país en 2009 por menos de $3.000. Pero este milagro indio debe ser enmarcado dentro del contexto del desarrollo económico del país, que ocurrió en tres etapas históricas: la era socialista (1947 – 84), el período de lo que el economista Arvind Panagariya ha llamado “liberalización a hurtadillas” (1984-91) y la etapa actual, que el economista Jagdish Bhagwati ha llamado “reformas mediante tormentas” (1991 hasta la actualidad). En el primer período, el rumbo económico de la India fue trazado por dos líderes dinámicos: Jawaharlal Nehru, y su hija, Indira Gandhi. El Primer Ministro de la India tras la independencia del poder británico en 1947, Nehru eligió un camino medio, el socialismo democrático, entre el occidente capitalista y el bloque comunista soviético, al rechazar tanto las ideas económicas occidentales liberales, tales como el comercio libre y el individualismo empresarial, como el colectivismo autoritario marxista leninista. Prometiendo salvaguardar la soberanía nacional india, el carismático Primer Ministro impulsó una “economía mixta”, que puso los principales medios de producción en manos del Estado con el expreso propósito de asegurar una distribución equitativa del producto nacional. Impresionado con las ideas del socialismo democrático fabiano, con el que se familiarizó durante sus años de estudios universitarios en Cambridge, Nehru previó una India donde la planificación económica estatal y la democracia se reconciliaran. Esta visión inspiró una serie de cinco planes quinquenales gubernamentales basados en una modelo de mando-ycontrol que centraba el desarrollo en la industria pesada y la ligera. El sector privado estaba subordinado al estatal y solo se concedían licencias para abrir negocios que casaran con los objetivos de la planificación estatal. Descansando sobre cientos de fábricas controladas por el Estado, el nacionalismo económico de Nehru fue realizado a costa de la productividad económica y el crecimiento. Básicamente ineficiente y con una producción que no cumplía las necesidades materiales de la gente, solo nueve de las firmas estatales obtenían beneficios. Más aún, el sector agrícola fue descuidado, aunque el 80% de la población vivía y trabajaba en las zonas rurales. Cuando Indira Gandhi llegó al poder en 1966, expandió el modelo heredado de su padre nacionalizando los mayores bancos y compañías de seguros, así como los sectores industriales. Desconfiando profundamente de la filosofía del libre mercado, nacionalizó una serie de filiales indias de poderosas empresas multinacionales, como CocaCola, en el proceso de frustrar la inversión extranjera directa durante los siguientes años. Sin embargo, la nacionalización de la banca tuvo el
efecto problemático de que los nuevos administradores bancarios concediesen préstamos sobre la base del clientelismo político en lugar de en base a consideraciones financieras. Como resultado, el número de créditos morosos aumentó de forma espectacular, poniendo a la economía india en peligro. Sucediendo a su madre tras su asesinato en 1984, el Primer Ministro Rajiv Gandhi abrió cautelosamente la puerta a suaves reformas neoliberales que suavizaron parcialmente las restricciones sobre determinadas industrias, bajando los requerimientos de algunas licencias y liberalizando algunas exportaciones. A través de los recortes de impuestos y la reducción de tarifas sobre bienes de capitales, Gandhi se las arregló para establecer la convertibilidad de la rupia que, poco a poco, aumentó significativamente el comercio exterior. Aunque limitada, tanto en su enfoque como en su alcance, las reformas neoliberales del Primer Ministro proporcionaron un período de crecimiento sin precedentes, aunque de corta duración. Pero las luchas entre facciones dentro del Partido del Congreso sobre las reformas neoliberales de Rajiv Gandhi, acompañado de un escándalo de corrupción que implicó al Primer Ministro, condujo al bloqueo de sus iniciativas. Pero a pesar de ello, el éxito de las reformas de mercado de Rajiv Gandhi, no importa lo limitadas que fueron, marcó el final de una era. Una vez que el genio neoliberal se ha escapado de la botella, se vio que era más difícil volverlo a meter dentro. De hecho, desencadenar la “reforma liberal por tormenta” parecía ser una opción real en un país que iba camino de una crisis fiscal en toda regla, derivada de un problema masivo que había ido aumentando en la década anterior. En 1991, la deuda nacional india se aproximaba al 50% del PBI. Pagar esos préstamos devoraba las valiosas reservas de moneda extranjera, que ya se habían reducido a niveles muy bajos. Para evitar un impago, el gobierno indio se volvió hacia el FMI en busca de un préstamo de 180 mil millones de dólares. En el medio de esta crisis, Narashima Rao sucedió al asesinado Rajiv Gandhi. El reformista Primer Ministro no perdió tiempo en nombrar al economista educado en Oxford Manmohan Sing como Ministro de Finanzas, apoderándole para lanzar un grupo de reformas neoliberales que iba a alterar dramáticamente el panorama económico del país. Viendo la crisis como una oportunidad histórica de “construir una nueva India”, Singh sostuvo que era esencial terminar con los compromisos “pasados de moda” de Nehru con el nacionalismo económico. Utilizando con gusto una frase del novelista francés Víctor Hugo, “ningún poder sobre la tierra puede detener una idea cuyo tiempo ha llegado”, el Nuevo Ministro de Finanzas prometió realizar su visión neoliberal construyendo en su país mercados laborales amplios y
baratos para los bien educados indios que carecían de empleo, y para sus considerables recursos naturales. Reformas neoliberales promulgadas en la India desde 1991
Rescindir los requerimientos de licencia estatal para muchas industrias Recortar las tarifas sobre las importaciones Liberalizar las tasas de cambio y aumentar la convertibilidad de la rupia. Animar las inversiones extranjeras disminuyendo las restricciones. Eliminar los límites a las grandes corporaciones para competir en sectores económicos nuevos. Privatización de las industrias estatales. Disminuir los requerimientos de caja de los bancos.
Convencido por los reclamos de los globalistas de mercado occidentales y decidido a poner a la India en el camino a convertirse en un poder económico global, Singh creía que la adopción de un paquete de austeridad fiscal y una estricta política monetaria – junto a los importantes programas de ajuste estructural del FMI – liberaría el potencial empresarial de la India. En la primera mitad de los 90, Singh recortó y simplificó los impuestos, prescindió de los requisitos estatales para la mayorías de las industrias, corrigió las irregularidades de la tasa de cambio, privatizó industrias estatales clave y animó a la inversión extranjera directa. Después de convertirse en Primer Ministro en mayo de 2004, Singh todavía expandió y aceleró más sus reformas neoliberales. Proclamando que el mayor obstáculo para el éxito de la India en la economía global era el mal estado de sus carreteras, puertos y centrales de energía, Sing presionó para la formación de sociedades público-privadas de reacondicionamiento de la infraestructura del país y un suministro barato y fiable de electricidad a los negocios y pueblos de la India.
Tasa de crecimiento del PIB de la India 2006-09. En 2007-08, el PIB de la India fue de tres billones de dólares (medidos en términos de Paridad de Poder Adquisitivo), lo que impulsó una tasa de crecimiento del 9,1%, la segunda de tras de la India. Sin embargo, el gráfico anterior sugiere que la recesión global está impactando en su crecimiento. Fuente.
Para cumplir con sus ambiciosos objetivos de infraestructura y energía, el Primer Ministro comprometió a su país en el desarrollo de energía nuclear. Reconociendo que la India no podía desarrollar dichas capacidades por sí misma, Singh debió buscar asistencia de la comunidad global. Revertiendo la postura crítica de Nehru hacia los Estados Unidos, Singh aceptó la invitación de los Estados Unidos para entrar en una auténtica asociación económica y política. Reconociendo al subcontinente una importancia estratégica como un potencial aliado frente a la China emergente y al terrorismo global, el Presidente estadounidense abogó por el suministro a India de tecnología nuclear. Tras una larga y dificultosa batalla contra los legisladores nacionales que rechazaban la idea de otorgar a la India una excepción en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, Bush jr. Obtuvo la aprobación del Congreso para el acuerdo entre Estados Unidos y la India, que se convirtió en ley en 2008 con el nombre de Autorización de Cooperación Nuclear Estados Unidos-India y Ley de Mejora de No Proliferación Nuclear. Su aprobación fue especialmente gratificante para Manmohan Singh, quién encabezó una campaña política igualmente difícil para la ratificación del tratado en su propio país. Los resultados positivos de las reformas neoliberales del Primer Ministro Singh son evidentes: crecimiento económico masivo, estabilidad de la tasa de cambio y, hasta hace poco, un aumento sustancial de la inversión extranjera directa. Y a pesar de sus logros, las reformas neoliberales han aumentado la brecha entre los ricos y los pobres. La privatización de la vivienda ha puesto la misma fuera del alcance de la mayoría de los indios corrientes. Más aún, el crecimiento económico ha significado un aumento de la demanda de petróleo, cuyo precio en alza ha puesto otra vez las
reservas de moneda extranjera en peligro. El déficit fiscal ha crecido hasta el 10% del PIB. Finalmente, el abrazo de Singh al globalismo de mercado ha expuesto al país al devastador impacto de la actual crisis financiera global.
CONCLUSIÓN Tanto si el cambio económico en Asia fue llevado a cabo por imperativos de las dinámicas de la globalización sobre las economías de los países asiáticos o fue adoptado deliberadamente por líderes orientados hacia el mercado porque casaban con sus propios objetivos políticos, ha habido un cambio notable hacia el neoliberalismo en la región en las dos últimas décadas. Esta transformación en curso no ha sido un proceso uniforme; diferentes naciones han encontrado una manera original de tomar parte en un mercado cada vez más global. Diferentes adaptaciones neoliberales se han desarrollado en sistemas político-económicos bien diferenciados, como se ilustra en los tres casos analizados en este capítulo. Por lo tanto, una comparación real de sus diversas manifestaciones en Asia hace añicos el mito de que el neoliberalismo viene necesariamente solo de una forma angloamericana. Vayamos ahora hacia América Latina y África para completar nuestro viaje alrededor del mundo.
CAPÍTULO 5: NEOLIBERALISMO EN AMÉRICA LATINA Y ÁFRICA
El Consenso de Washington ejerció una enorme influencia sobre el establecimiento de las políticas neoliberales en América Latina y África. Como hicimos notar en el capítulo 1, el FMI y el Banco Mundial empezaron a principios de los 80 a ligar la garantía de los préstamos para los países en desarrollo que estaban muy endeudados con “programas de ajuste estructural” [‘structural adjustment programmes’ (SAPs) en inglés], que obligaban a los gobiernos que recibían los préstamos a reestructurar sus economías según los principios neoliberales. Estos programas ponían el énfasis en la producción para la exportación que en satisfacer los mercados y las necesidades locales; recortes severos del gasto – especialmente en los programas sociales; radicales medidas de privatización; reducida regulación de las de las actividades de las corporaciones transnacionales; y en ciertos casos, una devaluación de la moneda nacional. Por otra parte, esos prestamistas internacionales se aseguraron que una parte de sus préstamos fueran destinados al servicio de la deuda externa que esos países habían acumulado por varios factores: profundos patrones de dominación social que dejó el colonialismo; estrategias equivocadas de desarrollo, a menudo ideadas por las agencias de ayuda del Primer Mundo; la espectacular alza del petróleo de la década de los 70; aumento de las tasas globales de interés a principios de los ochenta; disminución de la demanda mundial de productos del Tercer Mundo; disminución de la importancia de los mercados domésticos; proyectos de mega construcción irreflexivos e inútiles y un aumento de la corrupción entre las elites nacionales gobernantes. Empecemos examinando la difusión del modelo neoliberal en América Latina en los 80 y en los 90 centrándonos en tres países: Chile, Argentina y México. En los dos primeros casos, la imposición del Consenso de Washington fue precedida por los constantes ataques académicos sobre las prácticas económicas latinoamericanas. El “desarrollismo” (*) que dominaba la región en la década de los 50 y los 60, derivó en gran parte de los principios del nacionalismo económico, basado a su vez en el exitoso camino desarrollista emprendido por la mayoría de los países de Europa occidental y Norteamérica. Intelectuales desarrollistas como el economista argentino Raul Prebisch sugirieron que el progreso económico en la región dependía de la industrialización interna protegida por tarifas arancelarias altas y un comercio limitado en vez de la exportación de los recursos naturales a un mercado global cuyos precios eran controlados por las grandes corporaciones de los países europeos y estadounidenses. Los políticos desarrollistas trasladaron estas teorías en políticas económicas con la nacionalización de industrias clave como la minería y el transporte.
Cuando las empresas privadas tenían proyectos de desarrollo económico, contaban con apoyo estatal que les ofrecía subsidios públicos para levantar fábricas y contratar trabajadores. El Estado también puso en marcha controles estrictos de precios sobre los alimentos y otros productos básicos. La ejecución exitosa de estos objetivos económicos requería de un gobierno altamente centralizado e intervencionista, comprometido con la autonomía nacional y algunas de las disposiciones básicas del bienestar, tales como servicios sociales y educación pública. [(*) el desarrollismo o estructuralismo se opone tanto a la teoría de la ventaja absoluta, desarrollada por el economista escocés Adam Smith (1723-1790), como a la teoría de la ventaja comparativas, desarrolladas por el economistas inglés David Ricardo (1772-1823). Según ambas teorías, cada país debe especializarse en la producción de aquellos bienes en que posee algún tipo de ventaja; según el ejemplo de Ricardo, Portugal debe especializarse en la producción de vino, e Inglaterra en la producción textil (centro industrial vs. periferia agrícola y suministradora de recursos naturales). Este esquema centro vs. periferia se ha visto modificado en las últimas décadas por el auge industrial de China, Brasil y otros países emergentes y la desindustrialización de los países del centro. En materia industrial, se aplicó la política de industrialización por sustitución de importaciones, que tiene sus ventajas y sus inconvenientes].
CHILE Y ARGENTINA Tan pronto como en los años 50, miembros de la Escuela de Economía de Chicago estaban orgullos de ejercer su crítica pública a las prácticas macroeconómicas keynesianas desde las democracias occidentales hasta los países latinoamericanos. Fuertemente opuestos a su modelo desarrollista, Milton Friedman y su colega Arnold Harberger contaron con la ayuda de la Universidad de Chicago, el Departamento de Estado estadounidense, varias grandes empresas del país y la Fundación Ford para establecer programas en Sudamérica. Uno de estos, el denominado “Proyecto Chile” entrenó a cientos de estudiantes de economía chilenos – a partir de entonces conocidos en la región como “los Chicago Boys” – tanto en la Universidad de Chicago como en la Universidad Católica de Santiago, en los principios de la economía de mercado. Durante los 60, estos programas fueron expandidos significativamente por la región, y los estudiantes, poco a poco,
alcanzaron posiciones prominentes en las Universidades como en el gobierno de países como Argentina, Uruguay y Brasil. El 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet dio, con el apoyo de la CIA, un golpe de Estado que derrocó al Presidente chileno elegido democráticamente, Salvador Allende, un firme defensor de la Escuela Desarrollista. Inmediatamente después del golpe, varios Chicago boys domésticos presentaron al nuevo hombre fuerte un modelo económico para el país de 500 páginas. Conocido como “El Ladrillo”, este documento llamó a una amplia e inmediata desregulación y la aplicación de medidas de privatización, así como el recorte del gasto social, la reducción de aranceles y el levantamiento de los controles de precios – con el objetivo aparente de luchar contra la galopante inflación de Chile. Tras la aceptación de una gran parte de este programa, Pinochet procedió rápidamente a imponer estas políticas neoliberales a una velocidad vertiginosa, mientras que aplicaba medidas represivas contra sus oponentes políticos. Si bien concedían que los métodos brutales de represión del general no encajaban con sus ideales libertarios, sin embargo, Friedman y Hayek argumentaron que tales tratamientos neoliberales de choque proporcionarían una “buena oportunidad” para el rápido retorno de Chile a la democracia, la libertad y niveles de prosperidad sin precedentes. Sin embargo, Pinochet mantendría amplios poderes dictatoriales durante las dos siguientes décadas, que fueron marcadas durante frecuentes desapariciones de disidentes políticos, la tortura y otras violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Durante su autoritario mandato, la economía de Chile se estabilizó en términos de inflación y de tasa de crecimiento del PIB, pero las clases media y baja perdieron terreno en la desigualdad económica, que aumentó notablemente. El 10% más rico del país se beneficiaron de las reformas neoliberales cuando sus ingresos casi se doblaron durante los primeros años pinochetistas. Hasta la fecha, Chile se ha mantenido como una de las naciones más desiguales del mundo. Los resultados de la “revolución neoliberal” que azotó al país desde la década de los 70 hasta la de los 90 continúan generando acalorados debates entre partidarios y detractores de la Escuela de Chicago, sobre las virtudes de las reformas neoliberales impuestas desde el exterior para orientar las economías hacia el mercado libre. Colombia Chile Guatemala Panamá Bosnia Herzegovina
53,8 54,9 55,1 56,1 56,2
(2005) (2003) (2007) (2003) (2007)
Brasil Paraguay Haití Bolivia República Centroafricana Sierra Leona Bostwana Lesotho Sudáfrica Namibia
56,7 56,8 59,2 59,2 61,3
(2005) (2008) (2001) (2006) (1993)
62,9 (1989) 63 (1993) 63,2 (1995) 65 (2005) 70,7 (2003)
Las 15 naciones más desiguales del mundo. El coeficiente Gini es un método estadístico de distribución de la renta y de la riqueza de un país. Un dato comparativamente mayor significa una distribución más desigual, mientras que un dato menor indica una distribución mejor. Fuente: CIA Factbook 2007
Argentina se enfrentó a una situación similar en 1976, cuando una junta militar constituida por tres generales tomó el poder de la Presidente Isabel Perón, la viuda de Juan Domingo Perón, fundador del nacional-populista Partido Peronista y una de las figuras más dominantes del país. Manteniendo contacto con los Chicago Boys locales, los generales en el gobierno impulsaron varias reformas neoliberales, pero rechazaron ir tan lejos como privatizar algunas industrias claves, tal como había hecho Pinochet en Chile. Con respecto a la represión política, los militares argentinos siguieron de cerca la estrategia de los hombres fuertes de Chile de hacer desaparecer y torturar a miles de disidentes políticos, a los que habían calificado de forma indiscriminada como “subversivos”. Como el muy premiado periodista económico Naomi Klein ha sugerido, la junta argentina supuestamente dio un giro hacia el mercado durante sus siete años de gobierno dictatorial, pero su modelo económico se parecía más al corporativismo fascista basado en la complicidad forzosa entre el gobierno y las empresas y los sindicatos. Después del colapso de la dictadura militar que siguió a la desastrosa campaña militar de las Malvinas contra el Reino Unido, el recién elegido Presidente Raúl Alfonsín encontró que su país se tambaleaba al borde del colapso económico. Cargado con una enorme deuda nacional acumulada por el régimen anterior y amenazado por una inflación galopante, Alfonsín se enfrentó a masivas huelgas alimenticias en Buenos Aires y otras grandes ciudades. Aún más, Alfonsín fue presionado por los acreedores extranjeros, los cuales habían proporcionado a los gobernantes militares enormes préstamos
para devolver tan pronto como fuera posible. El presidente respondió firmando modestas medidas de desregulación dirigidas a promover el comercio y a ajustar la oferta monetaria para combatir la inflación. Calificado como muy moderado por los inversores y los acreedores internacionales, estas reformas hicieron muy poco para restaurar la salud económica del país. Forzado a dimitir en lo más profundo de la recesión económica, Alfonsín rindió el poder al Partido Peronista, liderado en aquel tiempo por el extravagante Carlos Saúl Menem. Juró su cargo como 48º presidente el 8 de julio de 1989, el ex presidente provincial prometió al electorado que nunca permitiría ni a los inversores extranjeros ni a los militares controlar el destino del país. Por lo tanto, la mayoría de los argentinos se sorprendieron cuando su presidente nacional-populista con fuertes vínculos sindicales se negó a revivir el desarrollismo sudamericano, y en su lugar, dio entrada a los ajustes estructurales para globalizar la economía del país mediante la promulgación de amplias reformas neoliberales. Menem procedió a privatizar las industrias que quedaban en manos del Estado, como la empresa petrolífera, Correos, teléfonos, electricidad y agua. Posteriores privatizaciones disminuyeron los programas de seguridad social. El gobierno Menem también hizo severos recortes en el gasto público y liberalizó los controles de capital, animando de este modo a inversiones especulativas extranjeras. Determinado a seguir su curso neoliberal, pese a una considerable resistencia incluso dentro de su propio partido, el presidente restringió el poder del nacional-populista Partido Peronista nombrando a varios “Chicago Boys” en importantes cargos gubernamentales. El más prominente de ellos fue el Ministro de Finanzas Domingo Cavallo, quién confió la estabilización de la moneda nacional a la Ley de Convertibilidad de 1991. Esta controvertida ley mandó que la nueva moneda nacional – el peso argentino – fuera vinculado al dólar. Esto se logró mediante una caja de conversión, que supervisaba la adquisición masiva de activos de reserva en forma de bonos de EEUU [se emitía tantos pesos argentinos como aumentaban las reservas del Banco Central argentino]. El régimen argentino de moneda dolarizada aseguró que los pesos podían ser cambiados por dólares en cualquier momento y en cualquier banco a una tasa fija. Reclamando que había exorcizado el demonio de la hiperinflación para bien, Cavallo se jactó de haber realizado el “milagro de Menem”. En su opinión, la adopción por el presidente de la “terapia de choque” del FMI llevaría al país a una etapa de prosperidad sin precedentes en la historia argentina. Las cajas de conversión
Usada por Argentina hasta 2002, una baja de conversión supervisa el sistema monetario de un país cuya moneda se cree inestable y, por lo tanto, vinculada a una moneda más estable y ampliamente utilizada, como el dólar, la libra esterlina o el euro. Las exigencias básicas y tareas de las cajas de conversión son:
El país subordinado debe adquirir suficientes reservas de moneda extranjera para asegurar a todos los tenedores de moneda propia que podrán convertirla en la moneda propia. La moneda subordinada debe ser totalmente convertible contra la moneda de reserva. El tesoro/banco central subordinado abdica de imprimir dinero discrecionalmente, aunque retiene su capacidad de prestar. Una caja de moneda no presta dinero a los bancos comerciales o manipula la tasa de interés para aumentar o disminuir la oferta de dinero (como hacen los bancos de reserva).
Durante los siguientes años, la predicción del Ministro de Finanzas pareció acertada, ya que Argentina disfrutó de bajas tasas de desempleo, estabilidad monetaria y fuerte inversión extranjera. La productividad se disparó y las exportaciones alcanzaron nuevos hitos. Durante gran parte de los 90, la economía creció a una fuerte tasa anual del 6%, incluso sorteando una recesión suave y temporal causada por el peso mexicano en 1995. Pero hubo un serio revés para el peso, que tenía un valor alto y estable por su vinculación al dólar: se había vuelto bastante caro producir mercancías en el país, por lo que al abrir el mercado nacional a las importaciones extranjeras produjo una inundación de bienes baratos importados, que minaron las industrias locales y barrieron cientos de miles de puestos de trabajos. Más aún, a causa de la integración global promocionada por el FM, la economía argentina se había hecho más susceptible a los shocks externos como la crisis asiática de 1997-8, el crash de la economía rusa de 1998 y la crisis de la moneda que afectó a Brasil en 1999 [la mayoría de los economistas argentinos opina que la crisis que realmente afectó a la economía argentina y que desencadenó la crisis de 2001-2 fue la de Brasil, porque por su tamaño y proximidad, Brasil era el principal cliente de Argentina. El real también fue vinculado al dólar (para luchar contra la inflación) desde su creación en 1994 hasta que en enero de 1999 Brasil dejó flotar su moneda (se dejó que la cotización fuera determinada por el mercado
cambiario), y la moneda brasileña perdió las tres cuartas partes de su valor (pasó de 1 a 1, a 1 a 4). Desde ese mismo momento, Argentina era incapaz de competir con ningún país importante del mundo, y el país se llenó de mercancías brasileñas]. Como resultado del deterioro de la economía mundial, el acceso de Argentina a los mercados de capital se secó. Anteriormente celebrada por los oficiales del FMI y el Banco Mundial como un “modelo a imitar”, la orgullosa nación sudamericana estaba ahora al borde del colapso económico. En enero de 2002, después de meses violentas protestas callejeras en las principales ciudades, Argentina formalmente anunció que no iba a pagar su masiva deuda pública de 141 mil millones de dólares. Para evitar una ruptura social completa, Eduardo Duhalde, el quinto presidente en solo dos semanas, limitó el acceso del público a sus ahorros depositados en los bancos [corralito] y desvinculó el peso del dólar. En horas, la moneda perdió un tercio de su valor, robando a la gente común los frutos de su trabajo [a aquellos que tenían depósitos en dólares en los bancos]. “Argentina está rota, hundida”, admitió el Presidente, “y el modelo neoliberal se lo ha llevado todo con él”. El progreso económico ha tenido desde esos días oscuros, cosas buenas y malas. En la parte buena, el PIB del país ha crecido a una media de casi un 9% anual, gracias a una exitosa reestructuración de la deuda, una reducción de la carga de la deuda externa, excelentes condiciones financieras internacionales y una política monetaria y fiscal en expansión [y a un aumento de los precios de los productos que exporta (minería, productos agrícolas y algo de industria, sobre todo automovilística) y a un aumento de la producción de estos bienes]. De otro lado, la inflación alcanzó un nivel de dos dígitos en 2006. El Presidente Néstor Kirchner, un “peronista-centrista”, respondió a esta amenaza implementando acuerdo de precios con los empresarios. Pero estos acuerdos de precios han congelado las tarifas de electricidad y gas natural solo para los usuarios residenciales, lo que llevó a un aumento del consumo de ambos ítems, a una reducción de los beneficios de las empresas suministradoras y a una reducción de la inversión privada, y por lo tanto, a restricciones para el uso industrial y apagones en 2007. No hay duda de que Néstor Kirchner y su sucesora, su esposa Cristina, han reconvertido la economía neoliberal en una variante moderada del neoliberalismo. Por ejemplo, en 2008 Cristina Kirchner anunció el plan de su gobierno de nacionalizar los fondos de pensiones privados de 30.000 millones de dólares para proteger a los jubilados de la caída de valores y de los precios de los bonos [esa fue, sin duda, la explicación oficial, pero el motivo real fue obtener un aumento de los fondos públicos]. Una feroz crítica del Consenso de Washington, la Presidenta se ha visto obligada a lidiar con las consecuencias internas
de la crisis económica mundial en el marco internacional del grupo de los 20. El grupo de los 20 Los ministros de finanzas y los gobernadores de los Bancos centrales del grupo de los 20 (G-20) es un grupo de importantes líderes económicos de las 19 economías más grandes del mundo más la Unión Europea. Su propósito es promocionar el debate entre los líderes del G20 para abordar cuestiones políticas relativas a la promoción de la estabilidad financiera internacional. A raíz de la crisis financiera global ha reunido los jefes de gobierno de más del 60% de la población mundial, del 85% del PIB mundial y del 80% del comercio mundial.
MÉXICO Las condiciones bajo las cuales el neoliberalismo llegó a México a principios de los 80 fueron similares a aquellas existentes en la Argentina. En ambos casos, las reformas orientadas al mercado fueron precedidas por la re-evaluación de las estrategias de la industrialización desarrollista, que había creado barreras al comercio exterior para proteger las industrias nacionales de la competencia estratégica. Caracterizado por una fuerte intervención gubernamental a través del desarrollo y la intervención de las empresas estatales, la versión mejicana del desarrollismo consiguió reformas sociales y compromisos de clase al precio de una alta inflación y un bajo crecimiento económico. Al igual que países sudamericanos como Argentina y Brasil, México compensó su déficit fiscal y anual durante la mayor parte de los 70 y principios de los 89 pidiendo dinero prestado a los bancos comerciales extranjeros [la deuda externa argentina tiene, en general, un origen muy distinto]. En agosto de 1982, el Ministro de Finanzas de México, Jesús Siva Herzog, declaró que su país no sería capaz de servir más su deuda externa. El default de México provocó la crisis de la deuda externa de América Latina, durante la cual, la mayoría de los principales prestamistas internacionales, o redujeron, o paralizaron totalmente la concesión de nuevos préstamos a la región. Descansando en los prestamos masivos del FMI para evitar una catástrofe social, los distintos gobiernos mejicanos a finales de los 80 y durante los 90 fueron obligados a aceptar las SAP [programa de ajuste reestructural] que iban anexadas a las muy necesitadas infusiones de capital.
La transformación neoliberal de México ocurrió principalmente en dos etapas bajo dos líderes bastante diferentes: el Presidente Carlos salinas de Gortari (1988-94) y el Presidente Ernesto Cedillo Ponce de León (1994-2000). Las reformas orientadas al mercado de Salinas fueron acompañadas de medidas políticas autoritarias, aunque un poco menos severas que las impuestas por Pinochet en Chile. El punto culminante de las reformas neoliberales de Salinas fue, sin duda, la integración en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). Para implementar los acuerdos comerciales junto con los programas de ajuste temporal prescritos en el Consenso de Washington, el gobierno de Salinas trabajó conjuntamente con un grupo de economistas neoliberales de elite – la versión mejicana de los Chicago boys. Tras montar una poderosa alianza de economistas, expertos en política y líderes de negocios que representaban a las mayores corporaciones del país, el Presidente tenía la esperanza de atraer inversiones directas extranjeras, que él pensaba que eran esenciales para asegurar a México un futuro orientado a las exportaciones. Sin embargo, el 1 de enero de 1994 – el día anterior a que entrara el NAFTA en vigor – la elite gobernante de México encontró un desafío inesperado a su neoliberalismo económico: un levantamiento popular en el estado sureño de Chiapas. Una banda de izquierdistas luchadores por la “liberación nacional” que se llamaban a sí mismo como “zapatistas”, por un líder revolucionario agrarista, Emiliano Zapata, se enfrentaron con las tropas de gobierno en un intento, que finalmente resultó fallido, de iniciar una revolución nacional. Sin embargo, se las arreglaron para llamar la atención del mundo sobre el impacto que las políticas neoliberales ocasionaban sobre los pobres y las poblaciones indígenas en el Sur Global. A pesar de este fracaso, el levantamiento de Chiapas dio como resultado una serie de protestas por toda la nación dirigidas a lo más alto del gobierno de Salinas, que acabó deteriorando el poder del Partido Revolucionario Institucionalista (PRI), el cual se había atrincherado en el poder durante más de seis décadas. Los protestantes anticorrupción enseguida se unieron con grupos disidentes. La inestabilidad política y la incertidumbre económica crecieron en México con los secuestros de conocidos hombres de negocios y el asesinato del líder del PRI y candidato presidencial Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo de 1994. Alarmados con el deterioro de la situación política, los inversores empezaron a retirar sus fondos a una velocidad alarmante, iniciando con ello una crisis económica. Asumiendo el poder en esos días difíciles, el sucesor de Salinas, Ernesto Zedillo trató de vincular la economía recientemente liberalizada a un programa más amplio de política democrática inclusiva de varios grupos de intereses. Una de las
primeras decisiones que el nuevo presidente tuvo que tomar fue la desvinculación del peso al dólar, con lo que la divisa estadounidense se revalorizó en algo más de un 50% en solo unos pocos días [según Wikipedia, de $3,40 a $8,70]. Esto hizo que los mejicanos no pudieran pagar las deudas contraídas en dólares. En un esfuerzo a la desesperada de cimentar las relaciones del gobierno con el mundo de los negocios y restaurar la confianza de los inversores extranjeros, Zedillo aceptó el paquete de rescate del FMI por valor de casi 40.000 millones de dólares a cambio de implementar un severo plan de austeridad que incluyó recortes en el gasto público y una elevación de las tasas de interés. Posteriormente, Clinton concedió un préstamo de 50 mil millones de dólares a México. La implementación de estas medidas neoliberales trajeron a la economía mejicana un alivio a corto plazo pero al coste de un aumento de la inequidad social [el aumento de los tipos de interés, según Krugman, aumentó los costes de financiación, tanto de las empresas como de los particulares (muchas empresas y particulares se arruinaron), y retrajo la demanda de nuevos créditos, miles de mejicanos se quedaron sin empleo o perdieron sus casas, con la consiguiente migración a las grandes ciudades, especialmente México DF, pasando así de clase media a lumpen proletarios. La crisis del Tequila, como se la denominó, acabó afectando a otros países, principalmente a Argentina]. Zedillo demostró su compromiso con una gobernabilidad más abierta al iniciar discusiones con los zapatistas y consiguió un acuerdo de introducir cambios en la Constitución mejicana para extender la representación política en la legislatura a los indígenas mexicanos. Tras prometer mayor transparencia política, Zedillo nombró a varios miembros de la oposición en puestos clave del gobierno, y nombró a jueces relativamente independientes que, a veces, dictaban sentencias contra el gobierno. Finalmente, el Presidente se enzarzó en una serie de discusiones con políticos regionales y locales a los que señaló su disposición a transferir parte de la autoridad central del gobierno. Esta nueva tendencia de combinar reformas económicas con una mayor apertura política continuó bajo la presidencia de Vicente Fox Quesada (cuya elección acabó con siete décadas de gobierno del PRI) y Felipe Calderón. Aunque este último está bien cercano a los círculos a favor del libre mercado de los EEUU, los ajustados resultados de las elecciones de 2006, que casi resultó en la elección de un candidato antiNAFTA, López Obrador, sugiere el creciente desencanto del electorado con el neoliberalismo. De hecho, el débil mandato popular para el programa neoliberal de Calderón, ha sido reducido aún más por la actual crisis económica mundial.
GHANA Tras investigar el impacto del consenso de Washington en Latinoamérica, no debemos sorprendernos por encontrar los mismos patrones en África. Los desarrollistas nacionalistas que dirigieron sus gobiernos en la década de los 50 y los 60 tenían un programa económico y social muy ambicioso, que iba más allá de la capacidad financiera de muchos países subsaharianos. Durante la siguiente década, estos gobiernos volvieron su mirada hacia los bancos comerciales internacionales inundados por petrodólares árabes y prestamistas públicos, triplicando su deuda hasta los 235 mil millones de dólares en el momento en que la Tercera Crisis Mundial de Deuda golpeaba el mundo en 1982. Como respuesta a esa calamidad, los estrictos programas de ajuste estructural diseñados por el FMI y el Banco Mundial obligaron a 29 de esos países a adoptar el modelo neoliberal antes de que terminara la década. Durante los felices noventa, la familiar dinámica de las medidas de desregulación, liberalización y privatización obligaron a orientar la producción a la exportación (especialmente en los monocultivos y la explotación de recursos naturales) a expensas de la producción de alimentos domésticos, exponiendo a muchos países africanos a hambrunas, epidemias y la consiguiente inestabilidad política. A pesar de la adopción de los imperativos del libre mercado generados en el norte global, el comercio de mercancías en el continente cayó del 7% del comercio mundial en los 70 a menos del 0,5% en los 90. En vez de recuperación económica y pago de todas las deudas externas, el último cuarto de siglo de neoliberalismo ha visto las más bajas tasas de crecimiento económico nunca vistas antes en África, junto al más rápido crecimiento de las desigualdades en riqueza y bienestar. En el discurso dominante del globalismo de mercado, la posición de África en la economía global es, a menudo descrita, en términos de exclusión y marginalización. Las principales cuentas ofrecidas por el Banco Mundial y otras instituciones gubernamentales caracterizan el desarrollo político y económico de África como “débil”, “disfuncional”, “pobre”, “violento”, “plagado de enfermedades como el SIDA y la malaria”, “desintegrado en estados fallidos” y más cosas de este estilo. Sería una exageración decir que en África se ha escrito la historia de la globalización neoliberal por su presunta capacidad de atraer la inversión privada por “las prácticas de mal gobierno”, “desorden” y “la guerra civil endémica”. Pero lo que queda fuera de los adjetivos
anteriores es tan importante como lo que enfatizamos. Como veremos en el caso de Ghana, algunos países africanos han sido capaces de atraer cantidades sustanciales de capital externo, especialmente para sus industrias extractivas de minerales. Según un informe de la Comisión de las Naciones Unidas del Comercio y Desarrollo, la inversión directa extranjera en África saltó desde los 2 mil millones de dólares en 1986 a 15 mil millones en 2003. Mientras esta última cantidad es todavía muy pequeña medida en patrones mundiales, esto proporciona bastante evidencia para desafiar el estereotipo de un África invisible. De hecho, parece que la imagen dominante de un “continente negro” irredimible política y económicamente se basa en profundas imágenes coloniales que en realidad, facilitan la extracción de los beneficios por las poderosas corporaciones transnacionales en connivencia con las poderosas elites nacionales. Nuestro breve examen de Ghana nos permitirá ejemplificar estos grandes cambios socioeconómicos que han dado forma al sur del Sahara en las os últimas décadas. Empecemos recordando el tejido social de la Ghana postcolonial formado por el Presidente Kwame Nkrumah y su populista Partido de la Convención del Pueblo. Como campeón del nacionalismo económico y del desarrollismo, Nkrumah se las arregló para movilizar grupos marginados como los trabajadores y las mujeres, tras su visión social de una “nueva Ghana”. Muy sospechosos por el capitalismo occidental, Nkrumah eligió el camino de la industrialización protegiendo la industria naciente de su país de la competencia extranjera. Pero su fuerte apoyo a los principales proyectos de infraestructuras como la presa hidroeléctrica de Akosombo le obligó a dirigir los escasos recursos financieros de su país desde la agricultura al sector industrial. Ligado a un estilo político más bien autoritario que no le cayó nada bien, tanto a las elites rurales tradicionales como a los modernistas capitalistas, el presidente fue desplazado del poder por un golpe militar en 1966. Dos años más tarde, el gobierno liderado por Kofi Busia flirteó con algunas reformas suaves dirigidas al mercado que apoyaban la acumulación de capital y los mecanismos del precio de mercado en ciertos bienes. Sin embargo, la economía ghanesa dio un giro a peor en los 70, cuando el precio del cacao – el principal producto de exportación del país – se derrumbó. Tras una serie de golpe de estados en pocos años, se instaló en el poder el teniente de la fuerza aérea, Jerry Rawlings, que como su contraparte argentino, Carlos Menem, renunció a su posición nacionalpopulista cuando se dio cuenta del estado de agotamiento de las reservas de moneda extranjera del país. Tras aceptar las condiciones impuestas por el FMI – recorte de gastos estatales, promover el desarrollo del sector privado, atraer las inversiones extranjeras, reducir
los controles de los movimientos de capital y las barreras al comercio y el apoyo a la creación de emprendimientos conjuntos entre empresas extranjeras e inversores locales – a cambio de los préstamos que les eran tan necesarios, Rawlings embarcó al país en su neoliberal Programa de Recuperación Económica. Después de encontrar una seria resistencia de los sindicatos y varios movimientos estudiantiles, el hombre fuerte de Ghana aumentó su presión autoritaria sobre la izquierda política para llevar a cabo sus reformas de libre mercado. Esencial en la visión económica de Rawlings era la idea neoliberal que la transformación del sector público en dinámicas compañías privadas crearía miles de nuevos puestos de trabajo, elevaría los ingresos y aumentaría el flujo de inversiones extranjeras al privatizar empresas estatales como cebo. Además de recortar severamente los programas de bienestar social y reducir los subsidios alimenticios, Rawlings disminuyó las tarifas sobre las importaciones y desreguló el sistema bancario de su país. Como en los países de América Latina que hemos examinado, los resultados fueron mixtos. La inflación se redujo desde el más del 100% anual a principios de los 80 a alrededor del 30% al final de la década. Al mismo tiempo, el desempleo y el número de personas que vivían bajo el umbral de la pobreza aumentaron significativamente. Los principales beneficiarios de la devaluación de la moneda fueron los grandes terratenientes y los inversores extranjeros involucrados en los cultivos de cacao, la extracción de maderas y productos mineros como el oro. Como contraste, los trabajadores urbanos sufrieron el aumento de los precios de los bienes importados mientras sus salarios crecían mucho más despacio. El gobierno eliminó los controles de capital, lo que permitió a los inversores globales, acreedores extranjeros y las corporaciones transnacionales, que ahora eran libres de repatriar los beneficios tras pagar unas tasas mínimas. La liberalización del comercio elevó tanto las importaciones como las exportaciones, especialmente aquellas con fuertes lazos con las inversiones de capital extranjero. La privatización de las industrias estatales sirvió a los intereses de los inversores extranjeros y nacionales que estaban en posición de adquirir estas industrias a precio vil. Los mayores precios de las semillas de cacao y de otros productos agrícolas se tradujeron en beneficios mayores para los grandes terratenientes mientras los pequeños granjeros y los trabajadores agrícolas se arruinaron. La minería del oro en Ghana y la era del neoliberalismo A primera vista, la privatización de las minas de oro en Ghana en
los 80 y en los 90 parece haber alcanzado lo que los economistas neoliberales habían predicho. Este sector atrajo cantidades muy grandes de inversión extranjera directa y llevó la producción a niveles muy altos desde las 300.000 onzas en 1985 hasta las 2.336.000 onzas en 2001. Pero a mitad de la primera década del siglo XXI, el oro reemplazó al cacao como principal exportación ghanesa. Sin embargo, un informe del Banco Mundial también pone de manifiesto los efectos negativos de la privatización. En primer lugar, la minería intensiva de capital requieren importaciones caras de material y maquinaria importados y eso produce solo aumentos modestos en la balanza exterior de Ghana. Segundo, los ingresos fiscales son escasos, debidos a los incentivos fiscales ofrecidos a las empresas extranjeras. En tercer lugar, las modernas técnicas en las minas a cielo abierto redujeron drásticamente el número de trabajadores necesarios para extraer el oro, creando apenas unos pocos puestos para la fuerza de trabajo ghanesa. En cuarto lugar, la minería a gran escala compite con la agricultura por la tierra arable, impactando negativamente en la viabilidad de las economías locales. Por último, la minería de oro ha estado implicada en casos serios de degradación medioambiental. Source: James Ferguson, Global Shadow: Africa in the Neoliberal World Order (Durham and London: Duke University Press, 2006), pp. 36–7
Durante la mayor parte de los 90, Ghana disfrutó de un enorme aumento de la inversión extranjera que daba un promedio de 133 millones de dólares anuales mientras que la producción de oro creció cerca de un 40%. Durante ese período, los mercados financieros del país se desenvolvieron bien, aunque muchos ghaneses no se pudieron permitir comprar acciones o bonos. Pero la economía ghanesa cayó en una crisis en 1999-2000 cuando el precio del cacao y el del oro se hundieron mientras el precio del petróleo importado se incrementó dramáticamente. Una vez más el gobierno se vio obligado a depender de préstamos externos a exorbitantes tasas de interés, la inflación aumentó al 40% y la moneda nacional se devaluó un 30%. Más recientemente, el Presidente elegido democráticamente, John Kufuor, buscó inversiones extranjeras con poco éxito, se enfrentó a una inflación rampante y al colapso económico, y en febrero de 2008, aceptó un acuerdo con el FMI y el Banco Mundial que colocó a Ghana bajo la protección del programa Países Pobres Altamente Endeudados (PPAE). El presidente explicó su decisión al pueblo ghanés afirmando que el acuerdo proporcionaría al país la cancelación parcial de los 5.800 millones de dólares de la deuda que tanto necesitaban. Kufuor argumentó que esas medidas, combinado con los ingresos esperados
procedentes de los recientes descubrimientos de petróleo en el país pondrían a la economía de Ghana otra vez en marcha. Por otra parte, aseguró que el alivio ofrecido por el programa PPAE permitiría a su gobierno invertir lo ahorrado en bienestar social. Pase lo que pase a Ghana en el futuro, parece claro que su economía no ha cumplido con las expectativas y los estándares establecidos para ello por el FMI y el Banco Mundial hace varias décadas. Países Pobres Altamente Endeudados (PPAE) PPAE comprende alrededor de 40 países pobres muy endeudados con altos niveles de pobreza y deuda externa. Son elegidos para una asistencia especial del FMI y del Banco Mundial, que les proporciona un alivio de la deuda y préstamos a bajo interés para reducir los pagos de la deuda externa hasta unos niveles sostenibles. Pero esta forma de asistencia depende de la habilidad del gobierno nacional para ejercitar un gerenciamiento económico claro.
Índice de desarrollo humano (IDH) de Ghana 2005 Valor IDH
Esperanza de vida al nacer (años)
1. Islandia (0,968) 133. Bután (0,579) 134. Comores (0,561)
1. Japón (82,3)
135. Ghana (0,553) 136. Pakistán (0,551)
137. Ghana (59,1) 138. Gambia (58,8)
137. Mauri-
139. Madagas-
135. Timor Oriental (59,7) 136. Haití (59,5)
Tasa de alfabetización de adultos (% edad > 15 años) 1. Georgia (100’0) 115. Sudán (60,9) 116. Burundi (59,3)
Tasa bruta de matriculación primaria, secundaria y terciaria 1. Australia (113,0) 144. Congo (51,4) 145. Ruanda (50,9)
PIB per cápita (Paridad Poder Adquisitivo u$s)
117. Ghana (57,9) 118. Papua Nueva Guinea (57,3) 119. Yemen
146. Ghana (50,7) 147. Benín ((50,7)
1. Luxemburgo (60.228) 124. Camboya (2.727) 125. Papua Nueva Guinea (2.563) 126. Ghana (2.480) 127. Pakistán (2.370)
148. Tanzania
128. Angola
tania (0,550) car (58,4) (54,1) (50,4) (2.335) 177. Sierra 177 Zambia 139 Burkina 172. Níger 174. Malawi Leona (0.336) (40,5) Faso (23,6) (22,7) (667) Índice de Desarrollo Humano de Ghana 2005. El Índice de Desarrollo Humano es usado por el Programa de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Está dirigido a proporcionar una medida más completa de la condición humana y la experiencia de la gente viviendo en el país que la típicamente ofrecida por las estadísticas estándar como el PIB per cápita solamente. Designado según la proposición de que “la gente es la riqueza real de la naciones”, indicadores como la esperanza de vida, el alfabetismo de adultos y el PIB (medido en términos de poder adquisitivo), se clasifican y se comparan entre las naciones.
OBSERVACIONES FINALES Nuestro examen sobre el impacto que causó el Consenso de Washington sobre América Latina y África revela la existencia de patrones y resultados similares. Desde la perspectiva del FMI y del Banco Mundial, las reformas orientadas al mercado en la región fueron necesarias para producir un crecimiento económico sostenido y sacar a millones de personas de la pobreza. Para conseguir este fin, estas dos instituciones económicas internacionales enlazaron su asistencia financiera a la adopción de programas de ajuste estructural anclados en un modelo de prescripciones de una-talla-única. Incluso si pusiéramos a un lado las objeciones a la doctrina liberal misma, sería bastante obvio que la búsqueda de reformas neoliberales “para hacer que los mercados funcionen” debería considerar que no todos los mercados “funcionan” exactamente del mismo modo y de acuerdo a las mismas reglas. Y también está el problema de aplicar las mismas formulas rígidas en diferentes contextos sociales. Los remedios neoliberales aplicados en América Latina y África son estrategias microeconómicas basadas en supuestos sociales, culturales y políticos específicos. Los principios neoliberales de la “iniciativa empresarial” y la “maximización del beneficio” no son necesariamente normas universales que pueden ir goteando en el “mundo en desarrollo”. De hecho, no tiene mucho sentido pensar que las recetas políticas del Consenso de Washington podían ser implementadas por decreto en el curso de tan solo una o dos décadas. Sin embargo, y a favor de estas instituciones, ambas han pensado en replantear sus estrategias desgastadas por el tiempo. Además, la actual crisis financiera mundial ha obligado a los líderes políticos, tanto del Norte como del Sur, a cuestionarse el diseño y las prácticas neoliberales en la arquitectura económica mundial.
CAPÍTULO 6: CRISIS DEL NEOLIBERALISMO DE 2006 EN ADELANTE.
Como hemos visto en los capítulos previos, a finales de los felices 90, el neoliberalismo, en varias de sus permutaciones y modificaciones, se había expandido por muchas partes del mundo. Sus poderosos abogados en occidente habían empleado la narración convincente de la inevitabilidad de la globalización de mercado para convencer a la gente de que la globalización del comercio y la regulación mínima de los mercados darían como resultado un crecimiento económico alto y una mejora de las condiciones de vida mundiales. Y sin embargo, además de confiar en este potente arsenal de representación ideológica, la difusión del neoliberalismo requiere, a veces, la cooptación de las élites locales, a menudo a través de la coerción indirecta a través de las instituciones económicas internacionales como el FMI y el Banco Mundial, los cuales insistieron en la adopción de programas de ajuste estructural a cambio de los tan necesitados préstamos. A pesar de sus innegables logros en, por ejemplo, la superación de la estanflación de los años 70, el neoliberalismo creó tanto vencedores como vencidos en la economía que se iba globalizando. Su distribución desigual de los beneficios materiales diseminó desafíos serios y crisis como la rebelión del Ejército de Liberación Nacional Zapatista de 1994 contra el Consenso de Washington y la Crisis Financiera Asiática de 1997-8, que fue pronto seguida por los colapsos económicos de Rusia y Brasil. Un año más tarde, millones de gente ordinaria en todo el mundo tomaron las calles en Seattle Washington, Washington DC, Davos, Salzburgo, Melbourne, Manila, Praga, Gotemburgo y otras ciudades del mundo para protestar contra la ampliación de las inequidades sociales y explotación de las condiciones de trabajo que las multitudes atribuían al comercio mundial y al programa de desarrollo designado por el FMI y la Organización Mundial del Comercio. Las protestas masivas de agosto de 2001 en la cumbre del G-8 en Génova, Italia, dio una indicación clara de que millones de gente de todo el mundo rechazó el sueño neoliberal de un único mercado global alimentado por el sueño consumista incesante. Enfrentándose al gigante mercado de la globalización, estos manifestantes antiglobalización se fusionaron con éxito a un “movimiento de justicia global” de tamaño considerable. Establecieron el Foro Social Mundial de Brasil como su lugar de reunión anual, en el cual escribieron su Carta de Principios anti-neoliberales anclados en su convicción de que “otro mundo” era posible. Las fuerzas nacionalistas de la derecha política reaccionaron ante las tensiones culturales y étnicas en un mundo cada vez más globalizado, castigando al globalismo de mercado por la ruptura de la comunidad y los modos de vida tradicionales, por los niveles cada vez
mayores de inmigración en sus países y por el empobrecimiento de los pequeños agricultores. Líderes políticos populistas, como Patrich Buchanan en los Estados Unidos, Jörg Haider en Austria, Jean-Marie Le Pen en Francia, Christoph Blocher en Suiza, Gianfranco Fini en Italia, Pauline Hanson en Australia y Wiston Peters en Nueva Zelanda al neoliberal “fundamentalismo de mercado”. También denunciaron el comercio libre, el aumento del poder de los inversores globales, la “externalización” de los puestos de trabajo de las manufacturas y fabricaciones nacionales como prácticas “antipatrióticas” que han contribuido a la caída del nivel de vida y del declive moral. En el Sur global, voces similares de nacional-populismo culparon a globalización neoliberal de la expansión del poder estadounidense. Por ejemplo, el Presidente de Venezuela Hugo Chávez se comprometió a defender su país por semejante “internacionalismo neoliberal”. Ridiculizando a lo que consideraban como “proteccionismo obsoleto” y estrechez de miras de sus críticos de la derecha, los neoliberales de la segunda ola reaccionaron especialmente fuerte contra sus desafiantes de la izquierda. Afirmando que pretendían actuar de una manera puramente defensiva, los líderes políticos en el poder comenzaron de descansar en los poderes coercitivos del Estado para mantener a esos antiglobalizadores en jaque. Además, los principales medios de comunicación crearon y difundieron el estereotipo del joven anarquista varón con la cara tapada con un pañuelo palestino arrojando un coctel Molotov, imagen ampliamente difundida por las audiencias televisivas. Estos intentos de estabilizar el modelo neoliberal mediante la generación de miedo eran cada vez más reflejados en los discursos públicos. Por ejemplo, los mercados globalizados se retratan ahora como necesitados de una protección contra los manifestantes violentos e irracionales. Parecía que la supuestamente “inevitable” evolución de la globalización de los mercados ahora necesita ser ayudada por fuertes medidas de aplicación de la ley para derrotar a los “enemigos de la democracia y del libre mercado”. Pero el factor del miedo no entró totalmente en juego hasta los sucesos traumáticos del 11 de septiembre de 2001, cuando fuerzas radicales del jihadismo global atacaron lo que ellos consideraron como los símbolos “materialistas” y “ateos” de la sociedad más neoliberal del mundo. En aquel día en que Al Qaeda lanzó sus ataques atroces, el lazo entre la violencia política y los manifestantes anti-globalización estaban ya tan firmemente anclados en la mente del público, que un número relevante de comentaristas políticos denominaron “elementos radicales” a los principales sospechosos. Cuando quedó claro que la red terrorista liderada por Osama Bin Laden y Aiman al-Zawahiri estaba detrás de estas tremendas atrocidades, el estereotipo negativo del caótico
movimiento de justicia social fue rápidamente eclipsado por la imagen amenazadora de los extremistas islámicos organizados en células clandestinas por todo el mundo. El Presidente George Bush y el Primer Ministro Tony Blair vieron la oportunidad de aprovechar la crisis de la seguridad mundial para extender la hegemonía del neoliberalismo sobre nuevos términos. Por ello, en los primeros años del siglo XXI, el lenguaje neoliberal se fusionó con un esquema de seguridad neoconservador. A los gobiernos de los distintos países se les dijo, en términos inequívocos, que debían permaneces con el líder del neoliberalismo global – los Estados Unidos de América – en el lado de la “civilización” contra las fuerzas del terrorismo global o afrontar las consecuencias de su errónea decisión. Ser “civilizado” significa no solo abrazar el estilo de democracia estadounidense y los mercados libres, sino también abstenerse de criticar la política exterior estadounidense. Países como Francia, Alemania y Rusia, que se opusieron a la invasión de Irak de 2003, pagaron un alto precio por su insubordinación: el gobierno vengativo de Bush simplemente les eliminó del lucrativo negocio de la reconstrucción de un país devastado. Inicialmente confinada a Afganistán e Irak, la así llamada “Guerra Global contra el Terror” pronto se expandió a otras partes del mundo, como Somalia e Indonesia, y más recientemente, a Pakistán y de vuelta a Afganistán. Al mismo tiempo, las células terroristas de Al Qaeda continuaron su campaña yihadista. Su imperativo ideológico era muy simple – reconstruir una umma unificada global (una comunidad unificada de creyentes) enfrentada a los “no creyentes” – resonó con la dinámica del mundo en proceso de globalización. La yihad fue mantenida por el atractivo especial que era para los jóvenes musulmanes alienados entre las edades de 15 a 25 años, muchos de ellos vivieron durante períodos prolongados de tiempo en occidente, especialmente en Europa. Responsables de los más espectaculares ataques terroristas realizados entre el 11 de septiembre de 2001 y los ataques con bombas del 7 de julio de 2005, los terroristas reclutados compartían la convicción de que la “economía destructiva y usuraria mundial” constituye un arma deliberada en las manos de occidente para “imponer el ateísmo y la humillación” sobre el mundo islámico. Escalofriante análisis coste-beneficio de los ataques del 11/9 de Osama Bin Laden Al Qaeda gastó medio millón de dólares en los ataques del 11/9, mientras que los Estados Unidos perdieron más de perdieron más de 500 mil millones de dólares, según la estimación más baja. Esto hace 1
millón de dólares por cada dólar gastado. A esto habría que añadir la enorme cantidad de puestos de trabajo perdidos y el déficit federal que ocasionó, estimado en más de un billón de dólares. Todavía más serio para los Estados Unidos fue el hecho de que los muyahidines obligaron a Bush a realizar un presupuesto de emergencia para continuar la guerra en Irak y Afganistán. Esto muestra el éxito de nuestro plan para sangrar a los Estados Unidos hasta el punto de la bancarrota, con la ayuda de Dios. Fuente: Osama Bin Laden, “Las torres de Líbano” (29 de octubre de 2004) en Mensaje para el Mundo: las afirmaciones de Osama Bin Laden, editado por Bruce Lawrence y traducido por James Howarth (Londres: Verso, 2005) p. 242.
En su mensaje entregado en un video en septiembre de 2007, Bin Laden desató la andanada más feroz contra el neoliberalismo y la “corrupción del sistema político de los EEUU”. Unió la participación de la administración de Bush en Irak a los intereses de las corporaciones transnacionales que tenían al mundo entero por rehén por la pelea de obtener sus beneficios relacionados con la guerra. Adjudicando al “sistema capitalista” la intención de “convertir al mundo entero en un feudo de las grandes corporaciones bajo la etiqueta de la globalización”, Bin Laden articuló una crítica contra la globalización neoliberal de mercado que fue compartida por los opositores al neoliberalismo, a través de la división ideológica izquierda/derecha – aunque los principios y métodos horribles de al Qaeda han sido inequívocamente denunciados por los dirigentes del movimiento de justicia global. Por lo tanto, cuando el colapso del mercado estadounidense de bienes raíces a finales de 2007 provocó lo que se conoce como la “crisis financiera global”, el neoliberalismo ya había sido sometido a las fuerzas de la izquierda y la derecha radicales durante casi una década.
LA CRISIS FINANCIERA GLOBAL: CAUSAS Y CONSECUENCIAS Durante los 80 y los 90, el mercado de hipotecas estadounidense fue estimulado por tres gobiernos neoliberales sucesivos que elevaron los límites de las hipotecas y redujeron los límites mínimos de activos requeridos para los préstamos. Empezando con la administración Reagan, esos gobiernos contribuyeron a la desregulación de la industria financiera de los Estados Unidos. Quizás la iniciativa más importante en este sentido fue el asalto a la ley Glass-Steagall, que fue firmada por
el Presidente Roosevelt en 1933, y que prohibía a los bancos comerciales realizar actividades de inversión en Wall Street. Después de todo, el crash de 1929 y la Gran Depresión que le siguió habían expuesto los peligros de la industria de ahorros y préstamos al participar en el frenesí especulativo de Wall Street, y que había conducido a la bancarrota de muchos bancos comerciales y la pérdida de los ahorros de sus clientes. En la primavera de 1987, la Junta de la Reserva Federal votó a favor de aliviar algunas de las regulaciones de la Glass-Steagall, argumentando que tres de los controles efectivos sobre la especulación corporativa habían sido adoptados en los días oscuros de la Gran Depresión, y que era muy poco probable la vuelta a otra crisis económica a gran escala debido a: (1) una Comisión del Mercado de Valores [Securities Exchange Commission (SEC)] muy “efectiva”; (2) el mayor nivel de sofisticación de muchos inversores; (3) agencias de calificación de crédito como Moodys Investors que entrega una información veraz y fiable a los inversores. A principios de los 90, grandes bancos comerciales como J. P. Morgan, Citicorp y Chase Manhattan habían recibido permiso de la Reserva Federal para subscribir títulos valores. En 1996, bajo la presidencia de Alan Greespan, la Junta Directiva de la Reserva Federal permitió a las compañías propietarias de los bancos invertir hasta un máximo de 25% de su volumen de negocios en sus propios bancos afiliados en el negocio de la suscripción de valores. En 1999, el Congreso votó derogar la ley Glass-Steagall y el Presidente Bill Clinton firmó la nueva ley que permitía a los bancos comerciales poseer bancos de inversión sin restricciones [Los bancos comerciales son los bancos que todos conocemos. Los que captan ahorros y conceden préstamos, hipotecas, tarjetas de crédito, etc. Los bancos de inversión manejan las carteras de inversión de los grandes clientes, intervienen en fusiones y adquisiciones de empresas, buscan inversores en todo el mundo para la emisión de un bono de una empresa privada o de un Estado, etc.] Esta serie de desregulaciones neoliberales dieron como resultado un frenesí de fusiones del que nacieron los grandes conglomerados de servicios financieros, deseosos de sumergirse en áreas que no eran parte de su negocio tradicional. Derivados, futuros financieros, credit default swaps (CDS) [una posible traducción sería seguro de impago de créditos, o como Bernardo Recamán Santos, traductor del libro De vuelta a la economía de la Gran Depresión y la crisis de 2008, de Paul Krugman, tradujo por fondos de cubrimiento de riego] y otros instrumentos similares se volvieron muy populares cuando nuevos modelos matemáticos computerizados sugirieron modos más seguros de manejar el riesgo involucrado en la compra de un activo en el futuro a
un precio acordado en el presente [mercado de futuros]. Confiando mucho menos en los depósitos de ahorro, las instituciones financieras pidieron prestado al público y vendieron estos préstamos como si fuesen valores, traspasando el riesgo a los inversores que compraron estos valores. Otros instrumentos financieros “innovadores” como los “hedge funds” se apalancaron con fondos prestados alimentados por una serie de actividades especulativas, incluidas la especulación contra monedas nacionales [en realidad se refiere a apalancamiento financiero. Además de leer el apartado del enlace de Wikipedia anterior, hay que tener en cuenta una cosa que dicho enlace no dice, y que es crucial para explicar la crisis financiera de 2008: si la tasa de beneficios obtenidos son menores que los intereses pagados (en el caso del ejemplo de wikipedia, si la vivienda se revaloriza menos que los intereses a pagar por la hipoteca), el apalancamiento financiero multiplica las pérdidas con respecto a la situación en que la inversión se hubiese financiado con capitales propios en lugar de una hipoteca (Fuente: De vuelta a la economía de la Gran Depresión y la crisis de 2008, de Paul Krugman]. Miles de millones de dólares de inversión fluyeron en “residencias respaldadas por hipotecas” complejas que prometían hasta un 25% de rentabilidad sobre el capital. Garantizados por las políticas monetaristas de Greenspan de mantener bajos los tipos de interés y el crédito continuamente fluyendo, los bancos de inversión aumentaron su búsqueda de capital comprando arriesgadas hipotecas “subprime” a bancos comerciales y otras entidades financieras, que atraídos por las promesas de grandes comisiones, aceptaban hipotecas de viviendas sin un pago inicial o con uno muy pequeño y sin verificación de la capacidad de crédito del deudor. Cada vez más populares en los Estados Unidos, muchos de estos préstamos eran hipotecas vinculadas a las tasas de interés a corto plazo. Los bancos de inversión, sabiendo que ya no podrían revender estos activos, hicieron agrupaciones que ya no estaban sujetas a regulación gubernamental. De hecho, uno de estos complejos e innovadores instrumentos de titulación – los llamados “obligaciones de deuda colaterizada” [‘collateralized debt obligations’ (CDOs)] – a menudo escondían los créditos problemáticos agrupándolos junto a activos de menor riesgo y revendiéndolos a inversionistas desprevenidos. ¿Por qué, dada la escasa calidad de la garantía, los inversores institucionales y personales seguían comprando estos valores respaldados por hipotecas? Uno puede pensar en tres principales razones. Primero, como dijimos más arriba, formas esotéricas de valores ocultan, a menudo, el grado de riesgo involucrado y los inversores no se dieron cuenta de la complejidad de estos nuevos fondos de inversión. Segundo, los inversores se basaron en la excelente reputación de los
gigantes financieros, como Bank Of America o Citicorp. En tercer lugar, confiaron en la valoración positiva que los informes de las agencias de calificación, como Standard and Poor’s y Moody’s, que fallaron al no ver como esas firmas estaban involucradas ellas mismas en la expansión de la burbuja especulativa. Buscando maximizar sus beneficios. Estas agencias gigantes de valoración de créditos tenían un gran interés en el crecimiento del mercado de valores y, por lo tanto, tuvieron una visión extramadamente optimista de los riesgos inherentes. La caja de herramientas de Wall Street de los “inversores innovadores: definiciones Derivados [derivatives]: un activo financiero cuyo valor se deriva del de otros activos. Valores o títulos [securities]: activos como acciones o bonos para ser negociados en el mercado secundario. Valores derivados incluye contratos futuros, opciones y fondos mutuos. Securitization: la unión de miles de préstamos o hipotecas en enormes carteras que son reempaquetados y revaluados para ser divididos y vendidos a los inversores. Credit Default Swaps [CDS]: derivados que permiten a los compradores a recibir un pago por única vez en el caso en que se produzca un impago de la deuda de un tercero con otra cuarta persona, que eventualmente, puede ser el mismo que compra el CDS. Hedge Funds: grandes fondos de inversión si regular abiertos a un número limitado de profesionales o inversores que se dedican a una amplia gama de inversiones, incluidas acciones, deudas y materias primas. Cubrir riesgos [to hedge]: intento de evitar la pérdida de una inversión mediante el uso de técnicas tales como las ventas al descubierto. Venta en corto: alquiler de unos valores por un tiempo determinado a un inversor que paga un interés por ello y que se compromete a recomprarlos en la fecha indicada pagando el precio que fije el mercado en esa fecha. La venta en corto exige que el inversor venda primero los papeles que alquiló, y si baja el precio, los recompra más baratos y los revende al que le alquiló. Si el precio del título baja, las ganancias del vendedor son debidas a la diferencia entre el precio de las acciones vendidas y el precio de las acciones adquiridas para devolver los títulos prestados. Apalancamiento: el uso de créditos para mejorar la capacidad de compra especulativa de los inversores y, si la inversión tiene una tasa
de rentabilidad superior al tipo de interés, aumentar la rentabilidad de los fondos propios. Arbitraje: la compra y venta simultánea de valores en diferentes mercados para beneficiarse con la diferencia de precios en estos mercados. Los elevados rendimientos de estos fondos de valores nuevos atrajeron más y más inversores de todo el mundo, lo que totaliza rápidamente más de un billón de dólares, lo que luego serán conocidos como “activos tóxicos”. Sin embargo, a mitad de 2007, la apisonadora financiera se quedó finalmente sin combustible cuando el sobrevalorado mercado inmobiliario estadounidense comenzó a caer y las ejecuciones de hipotecas se dispararon de forma espectacular. Finalmente los inversores se dieron cuenta de los riesgos serios de invertir en el mercado de valores y perdieron la confianza en él. Por ello, el valor de los fondos de hipotecas securitizadas cayó y los bancos trataron desesperadamente, pero en vano, eliminar las deudas de su balance. Algunas de las mayores y más venerables instituciones financieras, compañías de seguros y suscriptores de hipotecas patrocinados por el gobierno, como Lehman Brothers, Bear Sterns, Merrril Lynch, Goldman Sachs, AIG, Citycorp, J. P. Morgan Chase, IndyMac Bank, Morgan Stanley, Fannie Mae y Freddie Mac – para nombra solo algunos – o se declararon en bancarrota, o tuvieron que ser rescatados por la “nacionalización” más espectacular en los Estados Unidos desde la Gran Depresión. Irónicamente, el gobierno conservador de Bush se destacó por adquirir más de 700.000 millones de dólares en valores hipotecarios en dificultades a cambio de una participación estatal en las empresas involucradas. Gran Bretaña y la mayoría de los países industrializados siguieron su ejemplo con sus propios paquetes de rescate de miles de millones, con la esperanza que estas inyecciones masivas de capital a los enfermos de los mercados financieros ayudaría a apuntalar las instituciones financieras considerada “demasiado grandes como para permitir que fracasen”. Pero estos generosos paquetes de rescate permitieron a los grandes conglomerados financieros perder incluso más dinero sin tener que declarar la bancarrota. El costo pasado a los contribuyentes del mundo es verdaderamente asombroso: las generaciones futuras tendrán que pagar miles de millones de dólares usados en la financiación de estos paquetes de rescate. Jefe Ejecutivo
Empresa
Paquete compensación 2008 mill. Dólares
Compensación diaria (aprox.)
Sanjay K. Jha Motorola $104,4 $285.000 Lawrence J. Ellison Oracle $84,6 $233.000 Robert A. Iger Walt Disney $51,1 $140.000 Kenneth I. American Espress $42,8 $118.000 Chenault Vikram S. Pandit Citigroup $38,2 $105.000 Mark V. Hurd Hewlett-Packard $34,0 $93.000 Jack A. Fusco Calpine $32,7 $90.000 Rupert K. Murdoch News. Corp. $30,1 $82.000 David M. Cote Honeywell Int’l $28,7 $80.000 Alan G. Lafley Procter & Gamble $25,6 $71.000 Paquetes de compensación (salarios, bonos y stocks options) de los diez mayores CEOs de los Estados Unidos Fuente: New York Times, 5 abril de 2009
La gran debacle de Islandia A principios de los 2000, el gobierno de esta pequeña nación de Irlanda liberalizó a sus tres mayores bancos, permitiéndoles adquirir capital masivo de los mercados de crédito globales. Al ofrecer intereses extremadamente altos sobre cuentas de ahorro normales, los bancos islandeses atrajeron depósitos atrajeron depósitos por valor de casi 2 mil millones de dólares de inversores europeos. Sin embargo, cuando la crisis financiera global puso fin al crédito fácil y forzó la devaluación de la corona islandesa, los bancos del país se encontraron incapaces de financiar sus deudas, muchas de las cuales estaban nominadas en moneda extrajera. Los depositantes trataron de acceder a su dinero, pero los bancos tenían insuficientes reservas para cubrir todos los retiros de dinero y procedieron a congelar muchas cuentas bancarias. Sin otra opción más que nacionalizar los bancos, como hizo en octubre de 2008, el gobierno islandés pidió un préstamo de 10 mil millones de dólares al FMI para evitar el colapso económico. Sin embargo, una de las mayores consecuencias del fallo del sistema financiero fue que los bancos trataron de reconstruir su capital base mientras difícilmente podían permitirse mantener en préstamo grandes cantidades de dinero. El flujo del dinero se congeló a un simple goteo y las personas y empresas que dependían del crédito encontraron que era mucho más difícil de obtenerlo. Esta escasez de crédito impactó en la rentabilidad de muchos negocios, forzándolos a disminuir la producción y despedir trabajadores. El desempleo crecía mientras las bolsas caían dramáticamente. El índice Nikkey de Japón cayó desde los 18.000 en julio de 2007 hasta alrededor de los 8.000 a principios de 2008. La media del Dow Jones Industrial cayó desde los 14.000 en
octubre de 2007 hasta por debajo de los 7.000 a principios de 2009. El CAC de París cayó desde los 6.00o en octubre de 2007 hasta alrededor de los 3.000 a principios de 2009. A principios de 2009, 14.300 millones de dólares o el 33% del valor de las compañías mundiales habían sido barridos.
Crisis financiera global: pérdidas y rescates de EEUU y países europeos en contexto (en miles de millones de dólares, ajustados por inflación). Fuente: http://www.globalissues.org/ Traducción: Línea 1: valor pérdidas compañías mundiales en bolsa – 14,5 Línea 2: PIB de los EEUU – 13,8 Línea 3: total hipotecas EEUU – 10,5 Línea 4: rescate EEUU – 9,7 Línea 5: ayuda prometida a los países pobres aún pendiente desde 1970 – 3,3 Línea 6: ayuda a los países pobres desde 1970 – 2,6 Línea 7: PIB del Reino Unido – 2,5
Línea Línea Línea Línea Línea Línea
8: rescate europeo – 1,4 9: gasto militar mundial en 2007 – 1,3 10: rescate Reino Unido – 0,9 11: coste de la guerra en Irak y Afganistán desde 2001 – 0,7 12: deuda de los países más pobres – 0,5 13: Plan Marshall para reconstruir Europa – 0,1
La producción mundial en 2008 cayó un 33% en Japón, 26% en Corea, 16% en Rusia, 15% en Brasil, 14% en Italia y 12% en Alemania. Unas con otras, las economías de los países de todo el mundo [p. 150] cayeron en recesión. El Banco Mundial previó en marzo de 2009 que tanto la economía global como el volumen del comercio exterior por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. El reportaje aseguró que el mundo en desarrollo sería especialmente golpeado y que se tenía que enfrentar a un déficit financiero de 700 mil millones de dólares hacia el final de 2010. La Organización Internacional del Trabajo predijo que la crisis podría acabar con al menos 20 millones de puestos de trabajo a finales de 2009, llevando el desempleo a un número sin precedentes de al menos 200 millones a finales de 2009. Una investigación de Zagats Hotels, Reports and Spas sugiere que los viajes de negocios podrían caer un 30%. Resumiendo, la crisis financiera global se ha convertido en una crisis económica global.
¿El fin del neoliberalismo? A principios de 2009, los expertos económicos de todo el mundo se mostraron de acuerdo en que la economía global estaba en medio de una recesión que amenazaba convertirse en una Gran Depresión. Aunque algunos de estos comentaristas resaltaron el papel de los “banqueros egoístas de Wall Street” en el desencadenamiento de la crisis, pero muchos culparon a las élites financieras globales por su adhesión a los dogmatismos neoliberales. Los líderes políticos, tanto de la derecha como de la izquierda, no solo cuestionaron abiertamente los principios del neoliberalismo, sino que también argumentaron a favor de una mayor regulación y supervisión por parte de las instituciones nacionales e internacionales. El ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greespan, admitió ante el Comité del Congreso sobre Supervisión y Reforma Gubernamental que su ideología neoliberal ya no funcionaba. Incluso conservadores prominentes que escriben para grandes audiencias como el Columnista del New York Times David Brooks concedieron que los mercados libres no se autor regulaban y no eran perfectamente eficientes t que la gente no era siempre el mejor guardián
de sus intereses. Pero quizás, la crítica más completa y sofisticada del modelo neoliberal se produjo en marzo de 2009 en la forma de un informe de 65 páginas de la Conferencia sobre Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas (UNCTAD) titulado: “La Crisis Económica Global: Fallos sistemáticos y Soluciones Multilaterales”.
El colapso del comercio mundial. Fuente: www.imf.org/external/pubs/ft/weo/2009/update/01/index.htm
El colapso del comercio mundial. Variación del comercio mundial (trade) y del PIB (GDP). Fuente: The Economist, print edition, 26 March, 2009.
Los líderes mundiales critican el neoliberalismo en respuesta a la crisis económica global “Laissez-faire está acabado”. Presidente francés Nicolás Sarkozy, enero de 2009 “La crisis financiera global es una crisis que es simultáneamente individual, nacional y global. Es una crisis tanto del mundo desarrollado como del mundo en desarrollo. Es una crisis que es al mismo tiempo institucional, intelectual e ideológica. Ha puesto en cuestión la prevaleciente ortodoxia económica neoliberal de los últimos 30 años – la ortodoxia que ha sostenido el marco regulatorio nacional y global que ha fallado espectacularmente en prevenir el caos económico que nos ha visitado”. Primer Ministro australiano Kevi Rudd, Febrero de 2009 “El viejo mundo del Consenso de Washington está acabado”.
Primer Ministro británico Gordon Brown, abril de 2009
El informe de la UNCTAD contiene cuatro mensajes clave. Primero, se enfatiza en que el “fundamentalismo de mercado de laissez-faire” de las dos últimas décadas había fallado en la prueba de la aplicación al mundo real. La desregulación financiera había creado el edificio del enorme riesgo financiero, cuya relajación había empujado a la economía mundial hacia la deflación de la deuda, que sólo podía ser contrarrestada por la inflación de la deuda pública. Segundo, “la fe ciega en la eficiencia de los mercados financieros desregulados y la ausencia de un sistema de cooperación financiera y monetaria había creado una ilusión de unos beneficios libres de riesgo y había autorizado el libertinaje a través de las finanzas especulativas. Tercero, el papel creciente de los conglomerados financieros sobre las materias primas y sus derivados había conducido a la extrema volatilidad y a la aparición de “burbujas” especulativas sobre las materias primas, al igual que antes había pasado con la burbuja inmobiliaria estadounidense. Finalmente, al igual que pasó en la crisis asiática de 1997-8, la ausencia de un sistema de cooperación internacional para manejar la tasa de cambio facilitó la especulación rampante sobre las monedas y aumentó los desequilibrios globales, con una serie de países al borde de la quiebra. Aparte de sonar como el obituario del neoliberalismo, el informe de la UNCTAD también sugirió tres soluciones constructivas: (1) volver a una re-regulación del sistema financiero global con los gobiernos del mundo trabajando al unísono para logar este objetivo; (2) cooperación gobierno–sector privado para estimular el crecimiento económico y (3) los países en desarrollo no deben estar sujetos durante más tiempo a esa clase de lógica neoliberal que causó la actual crisis. De hecho, menos de un mes después de la publicación del informe de la UNCTAD, los jefes de Estado y gobierno de la cumbre del G-20 se reunieron en Londres para llegar a una estrategia económica común. Como el Primer Ministro británico señaló, ese encuentro en respuesta a la crisis financiera global creó una “oportunidad histórica” para establecer un “nuevo orden mundial”. Después de unas tensiones iniciales entre una facción liderada por el Presidente Nicolás Sarkozy y la Canciller Angela Merkel, quienes se mostraban a favor de controles regulatorios mayores, y otra facción encabezada por el Presidente Obama, el Primer Ministro Brown y el Primer Ministro Japonés Taro Aso, quienes enfatizaron la importancia de los paquetes de estímulo, los líderes mundiales emitieron un comunicado conjunto publicado el 2 de abril de 2009.
Seis puntos clave de los acuerdos del G-20
Reforma del sistema bancario global, con controles sobre los hegde-funds (*), mejores normas de contabilidad, reglas más estrechas para las agencias de valoración de créditos, límites a la excesiva remuneración de los ejecutivos y el nombramiento para vergüenza de los paraísos fiscales que no comparten financiación. Se creará un nuevo Consejo de Estabilidad Financiera para trabajar con el FMI para asegurar la cooperación a través de las fronteras y proporcionar un mecanismo de alerta temprana al sistema financiero. Sus miembros incluirán ministros de finanzas, reguladores y los bancos centrales de los países del G-20. Un paquete de 1,1 billones para complementar los estímulos de 5 billones a la economía global por los países individuales. La mayor parte de los 1,1 billones – 750.000 millones – irán a parar al FMI y el resto al Banco Mundial y otras instituciones para restaurar el crédito, el empleo y aumentar los préstamos a los países en problemas. Más poder para los países en desarrollo como China e India para determinar las políticas del FMI y el banco Mundial. 200.000 millones de dólares para financiar el comercio en 2009-10 para ayudar a revertir el declive del comercio mundial. Un compromiso de que parte de los estímulos fiscales, incluyendo la venta de oro por el Banco Mundial hasta alcanzar los 600.000 millones de dólares, será usado para ayudar a las naciones más pobres a crear puestos de trabajo “verdes”.
El acuerdo fue elogiado por los líderes de los negocios como un paso crucial en la reparación de la infraestructura financiera mundial, mientras los críticos de la izquierda criticaban el carácter moderado de las reformas, la falta de detalles y la ausencia de medidas concretas para combatir el cambio climático global. Además, el comunicado del G20 dejó “las necesarias reformas del sistema bancario en manos de cada gobierno nacional para actuar sobre la base de caso por caso”. Como era de esperar, muchos ejecutivos de la banca nacional se resistieron inmediatamente a la aplicación de tales medidas con el argumento de que el péndulo de la regulación se volvería contra esas medidas. Además, no se le dio poder de ejecución obligatoria al nuevo Consejo de Estabilidad Financiera. Más bien al contrario, sus
principales actividades estaban limitadas a asesorar a los miembros, vigilar las regulaciones y colaborar con el FMI en crear los mecanismos de alerta temprana dirigidos a prevenir la `próxima crisis financiera. Finalmente, aunque fue obvio que los acuerdos del G20 dieron al FMI un papel crucial en el proceso de las deseadas reformas, no estaba totalmente claro como el FMI sería capaz de desembarazarse de su vieja lógica neoliberal, si rápida y totalmente, o no. Por lo tanto, podríamos finalizar diciendo que sería prematuro pronunciar que el neoliberalismo está muerto, sería igualmente absurdo negar que la crisis que, con la crisis, se ha empezado a coquetear de nuevo con los principios keynesianos.
CONCLUSIÓN Habiendo llegado al final de nuestro viaje por los distintos panoramas del neoliberalismo, resumamos brevemente nuestros descubrimientos. Tras argumentar que el neoliberalismo funciona como una ideología, como una modo de gobierno o como un paquete de políticas que hacen hincapié en el papel fundamental de los mercados y la empresa privada, hemos observado que barrió el mundo en dos oleadas sucesivas a partir de la década de los 80, tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos. Los neoliberales pusieron, con audacia, en práctica, las ideas de Hayek y Friedman. En el proceso, Reagan y Thatcher lograron romper el paradigma keynesiano que había dominado la teoría económica y la práctica desde los años oscuros de la Gran Depresión. Aunque estas dos variantes de la primera ola desarrollaron su propio conjunto de políticas, compartieron un deseo común de rediseñar sus respectivas sociedades según la fórmula neoliberal D(esregulación)-L(iberalización)-P(rivatización). Durante los Felices Noventa, la segunda ola del neoliberalismo adoptada por políticos de “centro-izquierda” como Bill Clinton y Toni Blair buscaron balancear su pensamiento pro mercado libre con algún tipo de responsabilidad social y comunitaria. Sin embargo, simultáneamente, utilizaron el “poder blando” del FMI y el Banco Mundial para exportar el “Consenso de Washington” al resto del mundo. Su firme compromiso con una economía mundial impulsada por el comercio transnacional dio lugar a una serie de acuerdos regionales de libre comercio. Además, la recién creada OMC se convirtió en el poderoso medio de supervisión y ejecutor de la agenda de liberalización del globalismo de mercado. Sin embargo, después del cambio de siglo, una serie de desafíos a la hegemonía del neoliberalismo consiguieron
alguna notoriedad, pero fallaron en conseguir algún cambio fundamental. Se dejó que la crisis económica mundial de 2008-09 (que quizás continúe más allá de estos dos años) desestabilizara el reino sin rival del neoliberalismo, precisamente 30 años después de la ascensión de Margaret Thatcher al cargo de Primer Ministro. Si bien está claro que la primera y la segunda ola tuvieron su buena época, está lejos de ser cierto que el neoliberalismo como tal haya salido del escenario mundial para siempre. Como hemos enfatizado a lo largo de este libro, el neoliberalismo viene de muchas variedades que han demostrado ser muy adaptables a contextos sociales específicos. Por otra parte, los acuerdos preliminares acordados entre los líderes del G20 en la cumbre de Londres de 2009 incluían algunos remedios keynesianos para aplicar a la economía global en crisis, pero podrían ser insostenibles a largo plazo. Aunque parece que el fundamentalismo del libre mercado ha sido relegado a la papelera de la historia, el segundo pilar del neoliberalismo – el comercio libre – no solo permanece en pie, sino que además ha sido reafirmado como indispensable por las elites económicas y políticas mundiales. Es totalmente concebible que una posible recuperación económica en 2010 o 2011 podría volver a envalentonar esas voces neoliberales que, por el momento, han sido silenciadas por la actual calamidad. De otro lado, si la crisis económica continúa, o incluso se profundiza, las llamadas a una cirugía más radical se volverán más insistentes, posiblemente creando la suficiente presión como para dar paso a una nueva era de capitalismo controlado globalmente. Por lo tanto, tanto una tercera ola de neoliberalismo (más moderada que en las dos precedentes) y un New Deal global (construido sobre principios keynesianos) son distintas posibilidades para la segunda década del siglo XXI.