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SERMONES SELECTOS DE C.H. SPURGEON, VOL.2 ISBN: 978-84-8267-488-9 Clasifíquese: 328 - HOMILÉTICA: Sermones colecciones CTC: 01-04-0328-17 Referencia: 224612
Impreso en Colombia / Printed in Colombia
Dios Padre, Jesucristo, Espíritu Santo
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Índice General Prólogo ............................................................................................................................... 7 CAPÍTULO I. DOCTRINA DE DIOS 1. Dios Padre .................................................................................................................. 15 2. Jesucristo .................................................................................................................... 57 3. Espíritu Santo ........................................................................................................... 159 CAPÍTULO II. DOCTRINA DEL HOMBRE 1. Estado pecador ......................................................................................................... 171 2. Libertad ...................................................................................................................... 206 CAPÍTULO III. SAGRADA ESCRITURA 1. Estudio de la Biblia .................................................................................................. 237 2. Parábolas ................................................................................................................... 263 3. Personajes ................................................................................................................. 278 4. Tipos y figuras .......................................................................................................... 331 CAPÍTULO IV. SOTERIOLOGÍA 1. Expiación ................................................................................................................... 2. Justificación ............................................................................................................... 3. Gracia ........................................................................................................................ 4. Arrepentimiento ......................................................................................................... 5. Fe .............................................................................................................................. 6. Salvación ................................................................................................................. 7. Regeneración ............................................................................................................
377 410 420 454 498 515 567
CAPÍTULO V. VIDA CRISTIANA 1. Seguimiento ............................................................................................................... 2. Discipulado ................................................................................................................ 3. Oración ...................................................................................................................... 4. Edificación ................................................................................................................. 5. Pecados ..................................................................................................................... 6. Educación familiar ..................................................................................................... 7. Avivamiento ............................................................................................................. 8. Santidad ....................................................................................................................
595 626 652 707 764 797 805 835
CAPÍTULO VI. ECLESIOLOGÍA 1. Ministerio ................................................................................................................... 869 2. Dones ........................................................................................................................ 926 3. Predicación ................................................................................................................ 934 4. Mayordomía ................................................................................................................ 997 5. Evangelismo ............................................................................................................ 1010 CAPÍTULO VII. ESCATOLOGÍA 1. Cielo ........................................................................................................................ 1087 2. Infierno ..................................................................................................................... 1093
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SERMONES SELECTOS
Índice Escritural ........................................................................................................... 1105 Índice de Títulos .......................................................................................................... 1107
Dios Padre, Jesucristo, Espíritu Santo
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Prólogo El secreto de Charles H. Spurgeon El día 7 de octubre de 1857 una enorme multitud de personas, 23.654 para ser exactos, se congregó en el Palacio de Cristal de Londres con el solo propósito de escuchar un sermón a Charles H. Spurgeon (1834-1892). Fue quizás el auditorio más grande al que se dirigió un predicador evangélico hasta esa fecha. ¿Dónde reside el secreto de Spurgeon para atraer tal cantidad de público, la clave de su éxito en una cuestión tan prosaica y, aparentemente, poco atractiva y nada espectacular como escuchar pura y llanamente un sermón religioso sin apoyo de recursos musicales ni visuales? La verdad es que no creo que se trate de ningún tipo de secreto ni de ninguna clave cuyo desciframiento abra las puertas del éxito en la actualidad. Primero, porque cada época tiene sus modos y preferencias, y la época victoriana que le tocó en suerte a Spurgeon, se caracteriza por el gusto y la afición de la gente por los temas evangélicos. Los temas de predicación dominical se convertían en objeto de conversación en la peluquería o el mercado durante toda la semana, tal como hoy ocurre con los asuntos relacionados con el deporte o las estrellas del cine o la televisión. La nuestra es una época secularizada que no responde a la invitación evangélica sino después de muchos esfuerzos. Dicho sea de paso, Spurgeon tuvo el privilegio de vivir la época dorada del cristianismo evangélico: la iglesias crecían numéricamente, los candidatos al pastorado abundaban, la misiones se extendían por todo el planeta y parecía cercano el día del triunfo universal del Evangelio. En contraste con nuestros días, cuando el islam parece un amenaza creciente, entonces permanecía como una religión sumida en el letargo y la decadencia: «Contemplad la religión de Mahoma –dice Spurgeon–. Durante más de cien años amenazó con subvertir los reinos y trastornar el mundo entero; mas, ¿dónde están las espadas que brillaron entonces?, ¿dónde están las manos que asolaron a sus enemigos? Su religión se ha convertido en algo viejo y gastado; nadie se preocupa de ella, y el turco, sentado en su diván con las piernas entrelazadas y fumando su pipa, es la mejor imagen de la religión de Mahoma: vieja, estéril y enferma. Pero la religión cristiana permanece tan lozana como cuando comenzara en su cuna de Jerusalén» (Un pueblo voluntario y un guía inmutable, II, 1).1 En segundo lugar, lo que se llama secreto o clave no es, en lo que se refiere a los temas cristianos, una cuestión oscura o inaccesible sólo disponible para algunos elegidos. Hay mucho de equívoco, y hasta de engaño, en la búsqueda del secreto de esto o de lo otro, que hace que algunos se encumbren con la fórmula que todo resuelve. La religión siempre está tentada por la magia, que es una forma sutil de idolatría. Hablando en términos espirituales, el secreto de la vida cristiana, de la paz, del gozo, del ministerio, es un secreto a voces. Consiste en algo tan sencillo como ser cristiano. Simplemente eso, dejar que Dios sea Dios y el Evangelio sea el Evangelio, no imponerle fórmulas ni cargarlo con misterios que 1 Lo mismo constató, algunos años después, la intrépida viajera británica Freda M. Stark (1893-1993), en su libro Los Valles de los Asesinos. Ed. Península, Barcelona 2001, ed. org. 1936.
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bajo la excusa de la sana doctrina impiden que el mensaje de Jesucristo se manifieste, desde la sencillez, en la pluriforme riqueza de su contenido que «hace nuevas todas las cosas» (2 Co. 5:17; Ap. 21:5), haciendo que cualquier manifestación del Espíritu pase por el tamiz de la tradición de los ancianos. Ahora bien, es del todo cierto, que es una época de gigantes del púlpito evangélico, Spurgeon los rebasa a todos en el tiempo, conservando sus sermones la frescura y el poder espiritual de antaño. Alexander Maclaren (1800-1910); Henry Melville (1800-1971), Josehp Parker (1830-1902); F.W. Robertson (1816-1853); F.B. Meyer (1847-1929); Phillips Brooks (1835-1889); A.T. Pierson (1837-1911); y muchos otros destacan en las páginas de la historia de la predicación cristiana por el contenido de sus mensajes y su poder de atracción. A su manera todos fueron grandes. Pero lo fueron en su día, mientras que Spurgeon sigue gozando de la estima de miles de creyentes en todas las partes del globo como si de un contemporáneo se tratase. Y esto es así por una razón muy sencilla, sus mensajes exhalan lo mejor del mensaje evangélico de todos los tiempos.
Evangélico de evangélicos En este punto reside no tanto el éxito como la perennidad del legado de Spurgeon. Encarna con nadie el espíritu evangélico heredero del avivamiento británico de Whitefield y Wesley, fuente y matriz del amplio y diversificado mundo evangélico moderno, que, pese a sus diferencias, y por encima de ellas, coincide en unos cuantos puntos básicos que identifican y distinguen el modo de ser evangélico de cualquier otra expresión del cristianismo habido y por haber. En principio el cristianismo evangélico va más allá de las fórmulas doctrinales, no importa lo correcta y ortodoxas que sean, para indagar en el estado del corazón, regenerado o irregenerado. Profesante de una fe o un credo, o «nacido de nuevo», según la fraseología del Evangelio de Juan. Evangélico es, ante todo, quien en el umbral del cristianismo coloca el llamamiento a nacer de nuevo, necesidad primera, sin la cual todo lo demás resulta vano y, al final, condenatorio. Esta enseñanza se halla primeramente en la Biblia misma, luego en Lutero,2 y después en George Whitefield, y así hasta nuestros días. De tal manera caló está necesidad en las iglesias de la Reforma, que desde entonces nada se considera más aborrecible que un ministro o pastor irregenerado, no importa lo instruido que esté en teología o la perfección con que efectúe los servicios sagrados. En segundo lugar, y siguiendo esta línea de pensar y proceder, evangélico es quien busca la salvación de los demás por el mismo sistema que a él le ha hecho salvo: el nacimiento de nuevo. La doctrina en un paso segundo en relación al primer paso de la experiencia de la conversión. Por ello, y en tercer lugar, el celo evangelístico es característico del evangélico, por el que busca que, tanto cristianos nominales como personas ajenas al cristianismo, lleguen a experimentar el nuevo nacimiento, consistente en comprender la gravedad del pecado en uno mismo, por un lado, y grandeza de la obra amorosa de Dios en la muerte de Cristo en favor del pecador, por otro. De tal modo que, en cuarto lugar, las llamadas doctrinas de la salvación ocupan el lugar central del mensaje evangélico, en especial las que tienen que ver con el arrepentimiento y la fe, por parte del hombre; y la muerte substitutoria de Cristo en la cruz, por parte de Dios, el cual es justo pero justifica al impío solamente por la fe, no por las obras. 2 Véase Martín Lutero, «Evangelio de Juan, cap. 3», en Comentarios de Martín Lutero, vol. VIII. CLIE, Terrassa 2002.
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En quinto, y ultimo lugar, el estudio de la Biblia para refrendar su mensaje y como un medio para alimentar la nueva criatura nacida como resultado del encuentro personal con Cristo y la iluminación del Espíritu Santo, que incorpora a cada nuevo creyente en una comunidad centrada en la predicación de la Palabra, la comunión unos con otros, el partimiento del pan y el testimonio personal. En Spurgeon, como en todo grand predicador evangélico, pero superándolos a todos en profundidad, extensión y convicción, laten, surgen, se manifiestan, cobran vida una y otra vez estos grandes temas o puntos que hemos mencionado. Hable de lo que hable, de Dios o del hombre, de la oración o de la teología, del estado de la Iglesia o del mundo, de la piedad o de las misiones, de los creyentes o los pastores, Spurgeon dirigirá siempre la atención de sus oyentes a los susodichos puntos que son como la carta de naturaleza del cristianismo evangélico y el mejor remedio de todos los males relativos a la hipocresía e inconsistencia de los cristianos. Pues solo cuando el corazón desconoce el «nacimiento de lo alto», u «olvida su primer amor«, asaltan los conflictos a las congregaciones, enemista a los pastores entre sí, produce tristeza y malestar, pues al Reino de Dios se entre y se vive por el nuevo nacimiento (Jn. 3:3). El corazón del Evangelio, dice Spurgeon, es que Cristo ha muerto por los pecadores, pero esto no significa nada si el pecador no puede añadir su pronombre personal y decir «por mí» y al decirlo, sentir como de su espalda se desprende el fardo del pecado y reconoce al instante que Jesús, y sólo Él es el único y suficiente Salvador, a partir de cuyo momento vivo por Él y para Él (Gá. 2:20). Conoce por experiencia que la gracia, no sus obras, incapaces de alzarse con el mérito o el derecho de la salvación, le abre la puerta del cielo y le da la completa seguridad de que pertenece al número de los elegidos, que nada ni nadie puede separarle de las manos del Padre. Todo esto, y poco más, es lo esencial el modo de ser y de vivir del cristiano evangélico. Lo demás es como una añadidura. La teología, las misiones, la asistencia social, el estudio, la iglesia, la ética, etc., existen como manifestación de una experiencia de gracia que, de parte del hombre, se vive como nuevo nacimiento, el paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz, de la condenación a la salvación. La moral evangélica es ética de respuesta y gratitud. Se ama porque se ha sido amado, sentido el amor inabarcable de Cristo Salvador; se perdona, porque se sabe perdona por Dios; se sirve a los demás porque ha sido servido por Dios mismo; se sacrifica porque alguien, el Hijo de Dios, se sacrificó primero. La doctrina cristiana, tal como es desarrollada en el mundo evangélico, crece y se desarrolla en torno a estos puntos, nunca alejándose demasiado de ellos.
El cristocentrismo de la gracia Spurgeon no fue, no es grande por el poder de su oratoria, por sus dotes naturales de retórica y oportuna ilustración de sus puntos de vista; tampoco por la apariencia de su persona o la modulación de su voz. De hecho, su apariencia personal no era atractiva, hasta donde podemos colegir por los informes que nos han llegado, no tenía magnetismo personal que algunos oradores poseen. Su voz era clara y poderosa, y podía oírsele muy bien en salón grande, pero carecía de la graduación de expresión de la que se han servido con ventaja muchos oradores. Spurgeon predicaba de un modo natural, sin ninguna afectación, y así enseñaba a hacerlo. Véase su sermón al respecto: «El don de hablar espontáneamente». Lo que distinguía realmente es la capacidad de concentrarse en Cristo sin dejarse aparte por cuestiones secundarias, y desde ahí cubrir todas las necesidades del corazón creyente y del pecador preocupado por su pecado.
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La gracia soberana era predicaba por muchos, en especial la versión hiper calvinista cuyas críticas hubo de enfrentar, particularmente en lo que se refiere a la oferta indiscriminada de la salvación.3 «Algunos de nuestros hermanos –dice– que están muy ansiosos de llevar a cabo los decretos de Dios en vez de creer que Dios puede llevarlos a cabo por sí mismo, siempre están tratando de hacer distinciones en su predicación. ¡Predican un Evangelio a un conjunto de pecadores y otro a otra clase diferente! Son muy diferentes a los viejos sembradores que, cuando salían a sembrar, sembraban entre espinas y en los pedregales y junto al camino. Estos hermanos, con profunda sabiduría, se esfuerzan por encontrar cuál es la buena tierra. Insisten mucho en que no se debe tirar ni siquiera un simple puñado de invitaciones si no es en el terreno preparado. Son demasiado sabios para predicar el Evangelio a los huesos secos que están en el valle, como Ezequiel lo hizo mientras todavía estaban muertos» (Grados de poder en el Evangelio, I). En Spurgeon el anuncio de la gracia salvífica brota espontáneamente no de un sistema de decretos o pactos, sino del costado de Cristo, cuya sangre derramada testifica su amor por los pecadores. Estaba completamente seguro que la sangre de Cristo, es decir, su muerte sacrificial en la cruz, clamaba elocuente y suficientemente a favor de la conciencia pecadora. Ahora bien, en este punto, él se mantuvo fiel a los que creen que la sangre de Cristo sólo fue derramada por aquellos a quienes eligió para salvación. «Ha sido siempre mi costumbre el dirigirme a vosotros con las verdades sencillas del Evangelio –dice en La redención limitada–, y raras veces he tratado de explorar en lo profundo de Dios», pero en aquello que Spurgeon considera suficientemente revelado en la Escritura, no duda en defenderlo y mantenerlo, aunque sea una cuestión impopular, todo ello en un espíritu pastoral, que busca el bien de sus oyentes: «La única pregunta que debe preocuparos es: ¿Murió Cristo por mí? Y la única respuesta que puedo daros: “Palabra fiel y digna de ser recibida de todos, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. ¿Podéis escribir vuestros nombres detrás de esta frase, entre los pecadores; no entre los pecadores de compromiso, sino entre los pecadores que se sienten como tales, entre los que lloran su culpa, entre los que la lamentan, entre los que buscan misericordia para la misma? ¿Eres pecador? Si así lo sientes, si así lo reconoces, si así lo confiesas, estás invitado a creer que Cristo murió por ti, porque tú eres pecador; y eres instado a caer sobre esta grande e inamovible roca, y a encontrar seguridad eterna en el Señor Jesucristo» (La redención limitada).
Un príncipe admirado, pero poco imitado Como ha ocurrido con todos los grandes iniciadores de movimientos religiosos, Spurgeon cuenta con más admiradores que con verdaderos seguidores de su ejemplo, no es un sentido de mera repetición o mímica, sino de continuidad creativa de sus principios, juicios y creencias. Unos se han quedado con el modelo calvinista del Spurgeon cuyo Evangelio está representado por las enseñanzas de Calvino y los puritanos al respecto. No hay duda que mucho de esto hay en Spurgeon: «Creo que Calvino –dice– sabia más del Evangelio que casi todos los hombres que han vivido, a excepción de los escritores inspirados» (La redención limitada, V, 1). Pero Spurgeon es el hombre que a la teología calvinista ha sabido sumar la calidez evangélica del metodismo primitivo: «Si lográramos predicar la
3 Véase Iain H. Murray, Spurgeon v. Hyper-Calvinism. The Battlle for Gospel Preaching. The Banner of Truth Trust, Edimburgo 1995.
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doctrina de los puritanos con el celo de los metodistas, veríamos un gran futuro. El fuego de Wesley y el combustible de Whitefield producirán un incendio que inflamará los bosques de error, y calentarán el alma misma de esa tierra fría» (Sermones, su importancia, IV, e). Para otros, Spurgeon es un modelo de improvisación y espontaneidad en la predicación, sin artificios de erudición o de teología. Cierto, pero sin olvidar que Spurgeon fue un apasionado de la lectura y un gran amante de los libros. Para él, la improvisación y espontaneidad no están reñidas con lo preparación y el estudio, antes al contrario, «solo un ministerio instructivo puede retener a una congregación; el mero hecho de emplear el tiempo en la oratoria, no bastará. En todas partes los hombres nos exigen que les demos alimentos, alimentos verdaderos. Los religiosos modernos cuyo culto público consiste en la palabrería de cualquier hermano que tenga a bien pararse y hablar, van ya disminuyendo, y acabarán por dejar de existir y esto, a pesar de los atractivos halagadores que presentan a los ignorantes y locuaces, porque aun los hombres más violentos y extravagantes en sus opiniones, y cuya idea de la intención del Espíritu es que cada miembro del cuerpo debe ser una boca, se fastidian muy pronto de oír los disparates de otros, por más que les guste mucho proferir los suyos. La mayoría de la gente buena se cansa pronto de una ignorancia tan insulsa, y vuelven a las iglesias de las cuales se separaron, o mejor dicho, volverían si pudieran hallar en ellas buena predicación» (El don de hablar espontáneamente, I). No hay excusas para la falta de preparación, por razones más altas que se invoquen: «El Espíritu Santo nunca ha prometido suministrar alimento espiritual a los santos por medio de ministros que improvisan. El nunca hará por nosotros lo que podemos hacer por nuestras propias fuerzas. Si podemos estudiar y no lo hacemos; si la iglesia puede tener ministros estudiosos y no los tiene, no nos asiste el derecho de esperar que un agente divino supla las faltas que dimanan de nuestra ociosidad o extravagancia» (El don de hablar espontáneamente, I). Por esta razón, si el pastor no puede disponer de libros por carecer de recursos suficientes para comprar el mayor número, la Iglesia deben esforzarse en ayudarle. De hecho, Spurgeon emprendió una campaña para que se estableciesen bibliotecas para los ministros, como cosa de primera necesidad. «Si se pudiera asegurar a los ministros pobres una pequeña cantidad anual para ser empleada en libros, sería esto una bendición de Dios así para ellos como para sus respectivas congregaciones. Las personas de buen juicio no esperan que un jardín les produzca buenas plantas de año en año, a menos que abonen el terreno; no esperan que una locomotora funcione sin combustible, ni que un buey o un asno trabajen sin alimento; pues que tampoco esperen recibir sermones instructivos de parte de hombres privados de adquirir buenos conocimientos por su imposibilidad de comprar libros» (Ministros con escasos recursos para trabajar, I,1). «Sed bien instruidos en teología –dice en otro lugar–, y no hagáis caso del desprecio de los que se burlan de ella porque la ignoran. Muchos predicadores no son teólogos, y de ello proceden los errores que cometen. En nada puede perjudicar al más dinámico evangelista el ser también un teólogo sano, y a menudo puede ser el medio que le salve de cometer enormes disparates. Actualmente oímos a los hombres arrancar de su contexto una frase aislada de la Biblia y clamar: “¡Eureka! ¡Eureka!” como si hubieran hallado una nueva verdad, y, sin embargo, no han descubierto un diamante, sino tan solo un pedazo de vidrio roto» (¡Adelante!, I, 2). Esperemos que la publicación de estos sermones atraiga la atención de pastores y creyentes por igual, de tal manera que su lectura y meditación con-
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tribuya a reparar ese mal que consiste en dar culto de labios y no poner por obra lo que se alaba. Imitando la fe de los buenos discípulos de Cristo (1 Co. 4:16; 11:1; Ef. 5:1; Fil. 3:17; 1 Ts.1:6), estaremos mejor preparados para imitar el único modelo digno de toda imitación, a saber, Jesucristo, Salvador del mundo. ALFONSO ROPERO
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Capítulo I DOCTRINA DE DIOS Dios Padre, Jesucristo, Espíritu Santo
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1. Dios Padre 1. MISERICORDIA, OMNIPOTENCIA, Y JUSTICIA «Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable» (Nahum 1:3). INTRODUCCIÓN: Luces y sombras en el carácter del Altísimo. I. TARDO PARA LA IRA 1. Nunca castiga sin advertencia. a) Muestra paciencia b) Instruye c) Amonesta 2. Lento en amenazas. 3. Lento en sentenciar. a) Le amonesta b) Le da tiempo a arrepentirse c) Retarda la condenación 4. El estado de nuestras ciudades. 5. Él es grandioso. II. GRANDE EN PODER III. JUSTICIERO 1. Nada quedará sin castigo. a) La escena del Calvario 2. Las maravillas de su venganza. a) El Edén arruinado b) El mundo ahogado c) Sodoma d) La tierra abriendose e) Las plagas de Egipto 4. Razones de su bondad CONCLUSIÓN: No dormirse, sino clamar misericordia.
MISERICORDIA, OMNIPOTENCIA, Y JUSTICIA INTRODUCCIÓN Se requiere cierta educación para poder apreciar las obras de arte en sus exquisitos detalles. La persona que no ha sido aún instruida al respecto, no puede percibir de forma instantánea las variadas excelencias
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de la pintura de alguna mano maestra. Tampoco imaginamos que las maravillas de las armonías del mejor cantante, capturen de un modo mágico a los oyentes ignorantes de la música. Debe de haber algo en el hombre mismo, antes de que pueda entender las excelencias del arte o la naturaleza. Ciertamente es una cuestión de carácter. Por causa de las faltas y fracasos en nuestra personalidad y nuestra vida misma, no somos capaces de entender cada belleza en particular y la perfección unida del carácter de Cristo, o de Dios el Padre. Nosotros mismos éramos puros como los ángeles del cielo. Nuestra raza en el jardín del Edén era inmaculada y perfecta. Deberíamos hacernos una idea mucho más acabada y noble del carácter de Dios, la cual no poseemos, como consecuencia de nuestra naturaleza caída. Sin embargo, no podemos dejar de ver que los hombres, debido a la alienación de su naturaleza, están malinterpretando de continuo a Dios. Son completamente incapaces de apreciar su perfección. ¿Os habéis preguntado alguna vez si Dios detuvo su mano antes de ejercer la ira? Mirad, hay quienes dicen que Dios ha cesado de juzgar al mundo, y adoptan una actitud apática e indiferente. ¿Castigó en otro tiempo Dios a los hombres por su pecado? Algunos dicen que es severo y cruel. Los hombres lo malinterpretan porque son imperfectos en sí mismos, y no tienen la capacidad de admirar auténticamente el carácter de Dios. Esto ocurre en lo que tiene que ver con ciertas luces y sombras en el carácter del Altísimo, que Él ha combinado sabiamente y a la perfección junto con su naturaleza. Aunque no podamos ver el punto de contacto donde se unen ambas características, somos impactados con la maravilla de la armonía sagrada. Al leer las Escrituras, y en particular la vida de Pablo, vemos que se destacó por su celo hacia la obra de Dios. Pedro será recordado por su valor y osadía. Juan es admirado por su capacidad de amar. ¿Habéis notado que cuando leemos la historia de nuestro Maestro, el Señor Jesucristo, no solemos decir que fue notable por alguna virtud en particular? ¿Por qué ocurre esto? ¿Es acaso porque la intrepidez
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y la osadía de Pedro crecieron de tal modo que echaron sombra sobre las virtudes de los demás? Cuando un hombre es notable en algunas áreas de su vida, casi siempre no lo es en otros campos. La absoluta y completa perfección de Jesucristo, hace que no podamos resaltar uno u otro de los rasgos de su carácter. No estamos acostumbrados a hablar de su celo, de su valor o de su amor. De Él decimos que tenía un carácter perfecto. Sin embargo, no somos capaces de percibir fácilmente donde se mezclaban las luces y las sombras de su personalidad. ¿En qué punto su mansedumbre se amalgamaba con su valor, y su amor se fundía con su resolución para denunciar el pecado? No podemos darnos cuenta de dónde convergían los distintos puntos de su carácter. Lo mismo ocurre con Dios el Padre. Permitidme hacer las observaciones y comentarios que he hecho en mis apuntes, a causa de dos cláusulas que parecen describir atributos contrarios. Notaréis que en mi texto hay dos cosas distintas: Él es «tardo para la ira», pero «no tendrá por inocente al culpable». (Nah. 1:3). Nuestro carácter es tan imperfecto que no podemos ver la congruencia de los dos atributos. Tal vez nos preguntamos y decimos: ¿cómo es que es «tardo para la ira», pero «no tendrá por inocente al culpable»? Es porque su carácter es perfecto, pero nosotros no podemos ver estas dos características unidas la una con la otra. Su justicia es infalible, y la severidad que corresponde al dueño absoluto del universo, se combina con su amor y su encanto, su paciencia y sus tiernas misericordias. La ausencia de cualquiera de estos rasgos del carácter de Dios lo habría hecho imperfecto. La presencia de todo ellos, sella el carácter de Dios con una perfección nunca vista. Ahora trataré de analizar y presentar estos dos atributos de Dios, y el vínculo que los conecta. El Señor es tardo para la ira y grande en poder. Tendré que demostraros como la expresión «grande en poder» se refiere a la cláusula anterior y a la que sigue, como un vínculo entre ambas. Pasaremos entonces, a considerar el próximo atributo: «No tendrá por inocente al culpable»; un atributo de justicia.
I. TARDO PARA LA IRA Permitidme empezar con la primera característica de Dios. Él es tardo para la ira. Dejadme que os explique este atributo y luego llegaremos hasta su mismo origen. Dios es «tardo para la ira». Cuando Misericordia vino al mundo montaba en corceles alados y los ejes de su carruajes se encendían a medida que iba adquiriendo velocidad. Sin embargo, cuando llegó IRA, caminó con un paso lento y arrastrado; no tenía prisa para matar, ni era rápido para condenar. La vara de la misericordia de Dios, está siempre extendida en su mano. La espada de su justicia está guardada en su vaina. Puede sacarse con facilidad, pero hasta que llegue el momento, seguirá sujeta por su dueño, que tiene misericordia de los pecadores, y desea perdonar sus transgresiones. En el cielo Dios tiene muchos oradores, y algunos de ellos hablan con mucha rapidez. Cuando Gabriel descendió a la tierra para traer las buenas nuevas, habló rápidamente. Cuando las huestes angélicas descendieron de la gloria, volaron con alas de relámpago, mientras proclamaban: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!» (Lc. 2:14). Pero el Ángel de la Ira es un orador lento, que habla haciendo muchas pausas. Cuando está a punto de languidecer, Piedad une sus lánguidas notas, y continúa expresándose. A la mitad de su discurso, a menudo esconde su rostro, dando lugar para que Perdón y Misericordia continúen. El Señor de la ira se dirige a los hombres con el propósito de que sean llevados al arrepentimiento y reciban la paz y el amor de Dios. Hermanos, trataré ahora de enseñaros cómo Dios es «tardo para al ira». 1. En primer lugar, me propongo probar que Él realmente es «tardo para la ira»; porque nunca castiga sin antes advertir lo que está mal. Los hombres que son coléricos y rápidos para enojarse dan una palabra seguida de un resoplido. A veces viene primero el resoplido y luego la palabra. Los reyes, en algunas ocasiones en que sus siervos se rebelaban en contra de ellos, primero les castigaban y luego les hablaban. No hacían ninguna advertencia, ni daban
Dios Padre, Jesucristo, Espíritu Santo tiempo para el arrepentimiento. Tampoco les permitían permanecer dentro de la alianza del reino. Eran echados fuera para siempre. No sucede así con Dios. Él no cortará al árbol enfermo hasta que cave la tierra a su alrededor, la abone y vuelva a recuperarlo. No borrará de la faz de la tierra a aquel hombre que tiene un carácter vil, hasta que no le haya enviado sus advertencias por medio de los profetas. No ejecutará sus juicios hasta ver que no obedecen la palabra llevada por sus enviados, y les instruirá línea sobre línea y precepto sobre precepto. Dios no destruyó ninguna ciudad sin antes advertirles seriamente a sus habitantes, sobre las consecuencias de su condición de pecado y desobediencia. Mientras Lot estuviera dentro de Sodoma, la ciudad no perecería. El mundo no fue inundado con el diluvio, hasta que ocho profetas estuvieron predicando y Noé, el octavo, profetizó sobre la venida del Señor. Dios no destruyó a Nínive antes de haber mandado a Jonás. No aplastó a Babilonia hasta que los profetas llevaron su mensaje por las calles. No destruye inmediatamente al hombre, sino que primero le hace muchas advertencias. Dios advierte por medio muchas vías; por su Palabra, por una enfermedad, por métodos providenciales y por medio de las consecuencias funestas del pecado. Él no hiere de golpe y de una forma contundente, primero reprende y amonesta. En la gracia de Dios no sucede como en la naturaleza, que primero brillan los relámpagos y después viene el trueno y el rayo. Dios manda primero el trueno de su ley, seguido por el relámpago de la ejecución. El ejecutor de la justicia divina, lleva su hacha atada a un manojo de leña, porque no cortará a los hombres de la faz de la tierra, sino hasta que los haya amonestado y éstos puedan arrepentirse. Dios es “tardo para airarse”. 2. Además, nuestro Dios es también muy tardo en advertir. Si bien advierte antes de condenar, así y todo es lento en sus advertencias. Sus labios se mueven con ligereza cuando promete pero despacio cuando advierte o amenaza. El trueno retumba tardío, lento suenan los tambores del cielo cuando tocan la marcha fúnebre de los
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pecadores; pero la música que proclama la gracia, el amor y la misericordia, tiene notas dulces y ligeras. Dios es tardo para airarse. Él no envió a Jonás a Nínive hasta que la ciudad se había convertido en un antro de inmundicia. No dijo a Sodoma que sería pasada por fuego, hasta que llegó a ser un centro de corrupción, detestable para el cielo y la tierra. Dios no inundó el mundo con el diluvio, ni aún amenazó con hacerlo, hasta el momento en que los pecadores hicieron alianzas prohibidas, llenaron la tierra de pecado y violencia, y se apartaron de Él. El Señor ni siquiera amenaza al pecador por medio de su conciencia, hasta que no ha pecado reiteradamente. Le amonestará una y otra vez, apremiándole para que se arrepienta, pero no hará que le salte a la vista el infierno con su increíble terror. Esperará a que una multitud irrefrenable de pecados hagan manifestar su ira. Él es lento aun para advertir o amenazar al pecador. 3. Pero, lo que es mejor aún, cuando Dios hace una advertencia, ¡qué lento es en sentenciar al culpable! Una vez que le ha amonestado, diciéndole que a menos que se arrepienta recibirá el castigo, ¡cuánto tiempo le da para que se vuelva a Él! «Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres» (Lm. 3:33). ¿Habéis meditado alguna vez en la escena del Jardín del Edén cuando el hombre cayó? Dios ya le había advertido a Adán que si pecaba, moriría. Adán pecó. ¿Se precipitó Dios en cumplir la sentencia? Dice Génesis 3:8 que Jehová «se paseaba en el huerto, al aire del día». Tal vez la fruta fue tomada temprano en la mañana, o al atardecer; pero Dios no se dio prisa en condenar. Esperó casi hasta la puesta de sol, y llegó luego el fresco del día. Se presentó ante Adán, en aquellos gloriosos días en que Dios caminaba con el hombre. Le veo caminar entre los árboles muy lentamente, su pecho palpitante y con lágrimas en su rostro por tener que condenar al hombre. Por último oigo la doliente voz: «¿Dónde estás tú?» (Gn. 3:9). ¿Dónde has caído?, pobre Adán. Has caído de mi favor; te has arrojado a ti mismo a la desnudez y al temor, pues estabas escondiéndote. Adán, ¿dónde estabas tú? Me das mu-
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cha pena. Te creíste ser Dios. Antes de condenarte te daré una palabra de piedad. Adán, ¿dónde estás tú? Sí, el Señor fue lento en enojarse y en ejecutar la sentencia, aún cuando el mandamiento había sido quebrantado y la amenaza tuvo que ser pronunciada por necesidad. Algo similar sucedió con el diluvio. Amonestó a la tierra, pero no selló la sentencia hasta darle tiempo para el arrepentimiento. Durante ciento veinte años, Noé debía predicar la Palabra y testificar a la generación rebelde e impía. Noé tenía que construir el arca. Ésta sería como un sermón perpetuo. Debía de ponerse en lo alto de un monte, esperando la inundación para poder flotar, de manera que fuera vista en lo alto y constituyera una advertencia bien clara para los impíos. ¡Oh cielos!, ¿por qué no abristeis al instante tus fuentes de agua? Dios había dicho: «He aquí yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra». ¿Por qué las aguas no subieron de inmediato? «Porque», les oigo decir con un sonido de gorgoteo, «aunque Dios había hecho una advertencia, fue lento en ejecutarla, esperando que la gente se arrepintiera y se volviera de sus pecados». Lo mismo sucedió con Sodoma. Aún cuando la sentencia contra el pecador es firmada y sellada por el sello celestial de la condenación, Dios es lento en llevarla a cabo. La condena de Sodoma está sellada; Jehová ha declarado que será quemada con fuego. Pero Dios es lento en ejecutar el juicio. Se detiene. Los ángeles descienden a Sodoma, y ven la iniquidad que corre por las calles como un río. Sus habitantes, peores que las bestias, asechan detrás de las puertas. ¿Ha levantado ya Dios sus manos, diciendo: «infiernos, lloved desde lo alto?». No, la gente sigue con su alboroto toda la noche. Espera hasta el último momento, y entonces cuando el sol se está levantando, ordena que llueva fuego y azufre. Dios no se apresuró a ejecutar su condena. Una vez hecha la advertencia de que iba a desarraigar a los cananitas; declaró que las ciudades de los hijos de Amón serían juzgadas con fuego, y a Abraham le prometió que le daría la tierra a su simiente para siempre. Sin embargo, Él hizo permanecer a los hijos
de Israel durante cuatrocientos años en Egipto, permitiendo a los cananitas vivir en los días de los patriarcas. Aún después, cuando guió a su pueblo fuera de Egipto, lo hizo peregrinar cuarenta años por el desierto, demorando aún más el juicio sobre los cananitas. Sin embargo, «Les daré un espacio», dijo Él. «Aunque he sellado su condenación, a pesar de que su sentencia de muerte ha venido directamente del trono del Rey y debe ser ejecutada, les daré un respiro, hasta que la misericordia haya alcanzado su límite». Él esperaría hasta que las cenizas de Jericó y la destrucción de Hai indicaran que la espada debía salir de su vaina. Entonces Dios despertaría como un hombre poderoso y fuerte, lleno de ira. Jehová es lento en ejecutar la sentencia, aún cuando ésta ya haya sido firmada. 4. ¡Ah, mis amigos!, un pensamiento funesto ha atravesado mi mente. Hay algunos hombres que todavía están vivos, y permanecen ahora bajo sentencia. Creo que la Escritura me lleva a una temible reflexión a la que quiero hacer alusión. Hay algunos hombres que están condenados antes de ser finalmente inculpados. Hay personas cuyos pecados van a juicio primero que ellos y son entregados a una conciencia cauterizada, preocupando a aquellos de quienes se dice que el arrepentimiento y la salvación son imposibles. Algunos pocos individuos en el mundo, son como aquel personaje en la novela de John Bunyan, que estaba dentro de una jaula de hierro y nunca pudo salir. Se asemejan a Esaú; no hallan lugar para el arrepentimiento, a pesar de que, contrariamente a él, no lo buscan porque, si lo hicieran, lo encontrarían. Existen muchos que han cometido el «pecado de muerte», por quienes no se puede orar, como vemos en 1 Juan 5:16b: «Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida». Pero ¿por qué, por qué no están ya en las llamas del infierno? Si van a ser condenados, si la misericordia ha cerrado los ojos para siempre sobre ellos y nunca les extenderá su mano de ayuda, ¿por qué no son barridos y cortados de la tierra de una vez? Porque Dios ha establecido: «No tendré misericordia sobre ellos, pero les dejaré vivir un poco más
Dios Padre, Jesucristo, Espíritu Santo de tiempo, pues soy reacio a ejecutar la sentencia y los eximiré hasta que se cumplan los años que un hombre debe vivir. Les permitiré tener una larga vida aquí, pues tendrán una eternidad llena de ira y maldición para siempre». Sí, dejadles tener un poco de placer aquí, pues su fin será terrible». Pero que tengan cuidado, porque aunque Dios es lento para enojarse, cuando llega el momento lo hará. Si el Señor no fuera lento para la ira, ¿no habría ya fulminado nuestras ciudades, rompiéndolas en mil pedazos y barriéndolas de la faz de la tierra? Las iniquidades de estas ciudades son tan grandes, que si Dios las desarraigara y las tirara al mar, se lo merecerían. Por la noche, nuestras calles presentan un espectáculo de vicio que es difícil de igualar. Creo que no habrá sobre la tierra una nación que tenga una capital tan corrompida e inmoral como es nuestra ciudad de Londres. Señoras y señores; permitís que os digan ciertas cosas al oído, de las cuales vuestra modestia debería de avergonzarse. Hay espectáculos públicos vergonzosos. Ya es lo suficientemente malo que en La Traviata se oigan cosas acerca del sexo y diversas obscenidades; pero que las mujeres de las esferas de más alto refinamiento y mejor gusto, lo toleren y aprueben ya es intolerable. Caballeros de Inglaterra, dejáis que los pecados de los teatros de ambientes bajos de nuestro país escapen sin vuestra censura. La más baja bestialidad infernal de una casa de juegos y los teatros de la ópera, están casi al mismo nivel. Pensaba que con las pretensiones de piedad que tiene esta ciudad y las críticas que ha tenido de la prensa, (una prensa muy poco religiosa), no serían tan indulgentes con sus bajas pasiones. Pero, por haber dorado la píldora, ya habéis sorbido el veneno. ¡Vuestra conducta está llena de concupiscencias, es engañosa y abominable! Lleváis a vuestros hijos a escuchar lo que ni vosotros mismos deberíais haber escuchado. Os sentáis en medio de una compañía grande y alegre, a escuchar cosas de las cuales vuestra decencia debería revolverse. Aunque la marea de la impiedad os tenga por el momento engañados y engullidos, aún albergo un rayo de
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esperanza. ¡Ah! sólo Dios sabe de la maldad secreta de esta gran ciudad. Se necesitaría una voz fuerte como una trompeta; un profeta que grite a gran voz: «Haced sonar la alarma, hacerla sonar en esta ciudad, porque el enemigo se ha agigantado sobre nosotros». El poder del maligno es enorme, y a menos que Dios ponga su mano y haga dar marcha atrás el torrente de perdición que baja por nuestras calles, vamos rápidamente camino de la perdición. Pero Dios es lento para airarse, y todavía no ha desenvainado su espada. La ira ha dicho ayer: «¡desenváinate, espada!», y la espada se ha sacudido en su vaina. Pero la misericordia puso su mano sobre la vaina y dijo: «Quédate quieta espada, ¡atrás! La ira ha dado un golpe con el pie contra el suelo, diciendo: ¡Despierta, despierta espada!». Cuando casi había sacado a relucir su filo, Misericordia volvió a decirle: «¡atrás, atrás!», y la aseguró en su envoltura. Allí duerme todavía, pues el Señor es «… Lento para la ira, y grande en misericordia» (Sal. 145:8). 5. Ahora voy a explorar este atributo de Dios hasta su origen, ¿por qué Él es lento para la ira? Lo es porque Dios es infinitamente bueno. Su nombre es bueno. Su naturaleza también lo es, porque Él es lento para la ira. Repito, Dios es lento para la ira porque Él es grandioso. En general, los seres pequeños son rápidos para enojarse. El perrito malhumorado ladra a cada una de las persona que pasa frente a él. Pero el león y el búfalo están acostados, tranquilos en la hierba y son lentos para mostrar su fiereza. El Señor es lento para la ira, porque es grande en poder. II. GRANDE EN PODER Veamos ahora la relación del vínculo del que hablábamos anteriormente. Una poderosa razón por la cual Dios es lento para airarse es porque es grande en poder. Éste es un vínculo que conecta esta parte del tema y la última, por lo que ruego vuestra atención. Insisto: esta expresión, grande en poder, conecta la primera frase con la última, y lo hace de esta manera. El Señor es tardo para airarse, y lo es porque es grande en
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poder. «¿Cómo dice usted eso?», me diréis. Pues porque el que es grande en poder, tiene poder sobre sí mismo, y el que puede mantener su temperamento bajo control y someter a su propia persona, es más grande que el que gobierna una ciudad, o conquista una nación. Ya hemos visto cómo Dios despliega su poder en el trueno que nos alarma y en el relámpago, cuya luz nos sobrecoge. Él abre las puertas del cielo y vemos su brillo cegador; y luego las vuelve a cerrar en un momento sobre la tierra polvorienta. Lo que nos parece tan impresionante no es sino una muestra del enorme poder que Él tiene sobre sí mismo. Cuando el poder de Dios hace que se restrinja a sí mismo, es verdadero poder; porque es el poder que controla al mismo poder, el poder que ata a la omnipotencia. Es, sin duda, un poder excelente. Dios es grande en poder y por tanto, puede guardar el enojo. Un hombre con una mente fuerte puede soportar que lo insulten y cargar con varias ofensas, porque es fuerte. La mente débil salta y se enoja a la menor provocación. La mente fuerte lo sobrelleva todo como una roca; no se mueve aunque reciba mil golpes. Dios marca a sus enemigos y sin embargo no se mueve. Se queda quieto y deja que le maldigan sin montar en cólera. Si Dios fuera menos de lo que es y tuviera menos poder del que le conocemos, habría enviado todos sus rayos y truenos sobre la tierra hasta vaciar los depósitos de los cielos. Las potentes minas de energía y combustible que Él ha puesto dentro del subsuelo terrestre, harían explotar el planeta en miles de estallidos. Todos nosotros volaríamos por los aires; seríamos consumidos y al final destruidos. Bendecimos a Dios que la grandeza de su poder es justamente nuestra protección; él es tardo en airarse porque es grande en poder. Ahora no tendré dificultad en demostraros cómo este vínculo se une a sí mismo con la próxima parte del texto. «Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable» (Nah. 1:3). Esto no necesita ser demostrado por medio de palabras, no tengo más que tocar los sentimientos, y lo veréis. La grandeza de su poder es una seguridad, y una seguridad de
que Él no tendrá por inocente al culpable. ¿Quien de vosotros puede mirar una tormenta como la que tuvimos el viernes pasado sin que los pensamientos sobre vuestros pecados se revolvieran en vuestro seno? Cuando brilla el sol y el tiempo está bueno, los hombres no piensan en Dios como el sancionador, o en Jehová como el vengador. Sin embargo, en días de gran tempestad, ¿quién de nosotros no palidece de miedo? Sin embargo, ocurre que algunos creyentes muchas veces se regocijan en estas tormentas y dicen: «mi alma está en paz en medio de este espectáculo de la tierra y el cielo. Yo me regocijo en él. Es un gran día en la casa de mi Padre, un día en que hay gran fiesta en los cielos». «El Dios que reina en las alturas, y lanza los truenos cuando le place, que cabalga sobre los cielos tormentosos, y gobierna los mares, Este terrible Dios es nuestro, nuestro Padre y nuestro amor, Él hará descender sus poderes celestiales, para llevarnos a Él. Pero el hombre que no tiene una buena conciencia estará alarmado hasta cuando las maderas de su casa crujan. Los fundamentos de la tierra parecen gemir. ¡Ah!, ¿quién es el que no tiembla? Sus árboles están desgajados por el medio. Un rayo ha abierto sus troncos y allí yacen malditos para siempre, una muestra de lo que Dios puede hacer. ¿Quién estuvo allí y los vio? ¿Fue un blasfemo? ¿Blasfemó allí mismo? ¿Era alguien que quebrantó el día de reposo? ¿Era un arrogante? ¿Despreció a Dios? ¡Oh, cómo se sacudía entonces y temblaba! ¿No habéis visto sus pelos de punta? ¿No se palidecieron al instante sus mejillas? ¿No cerró sus ojos y caminó horrorizado hacia atrás al ver ese terrible espectáculo; temiendo que Dios hiciese lo mismo con él? Sí amigos, cuando se ve el poder de Dios en la tempestad, ya sea en la tierra o en el mar, en el terremoto y en el huracán, es una prueba de que Él no dejará escapar a los malvados. Yo no sé cómo explicar esta clase de sentimiento, pero sin embargo es la
Dios Padre, Jesucristo, Espíritu Santo verdad. Los majestuosos despliegues de la omnipotencia, tienen un efecto convincente aún en la mente más dura. Dios, que es tan poderoso, «no tendrá por inocente al culpable». Amigos, así os he tratado de explicar y simplificar la función de este vínculo. III. JUSTICIERO El último atributo, y el más terrible, es que «no tendrá por inocente al culpable» (Nah. 1:3). En primer lugar, permitidme que desdoble estas palabras para daros una explicación más clara; y luego trataré ir a su origen como hice con el primer atributo. Dios «no tendrá por inocente al culpable». ¿Cómo puedo probar ésto? Lo haré de la siguiente manera: El Señor nunca ha perdonado un pecado que quedara sin castigo. A través de todos los siglos de la historia, Dios nunca ha borrado un pecado sin que éste haya recibido primero su castigo. ¿Qué? preguntaréis vosotros, ¿las personas que están ya en el cielo no han sido perdonadas? ¿O no hay muchos transgresores perdonados, que han escapado sin castigo? Él ha dicho: «Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados» (Is. 44:22). 1. Sí, es muy cierto, y mi aseveración también lo es; ni uno solo de esos pecados que han sido perdonados quedaron sin castigo. ¿Me preguntáis cómo y por qué algo así puede ser verdad? Os señalo a la atroz escena del Calvario. El castigo que no cayó sobre el pecado perdonado, cayó allí. La nube de justicia fue cargada con fiero granizo. El pecador lo merecía; descendió sobre él, pero, por todas estas cosas, cayó y consumió su furia; cayó allí, en la gran reserva de miseria; y cayó en el corazón del Salvador. Las plagas, los azotes, que deberían caer sobre nuestra ingratitud, no cayeron sobre nosotros, sino en algún otro lugar, y ¿quién fue el que las recibió? Dime Getsemaní; ¡Oh dime cumbre del Calvario!, ¿quién fue azotado?. La doliente respuesta llega; “Eli, Eli, ¿lama sabactani?” (Mat. 27:46). “Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado?” Es Jesús, sufriendo todos los castigos del pecado. La transgresión es perdonada, Aunque el pecador es liberado.
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2. Pero, diréis vosotros, esta no es una prueba muy definitiva de que “no tendrá por inocente al culpable”. Yo sostengo que sí lo es, y de una forma muy clara. Pero, ¿queréis una prueba más convincente de que Dios no tendrá por inocente al culpable? Entonces, necesito guiaros a través de una larga lista de terribles maravillas que Dios ha escrito; las maravillas de su venganza. ¿Debo mostraros el Edén arruinado? ¿Queréis que os permita ver a un mundo ahogado y los monstruos marinos saltando en la inundación y metiéndose en los palacios de los reyes? ¿O tal vez deberíais escuchar el grito final del último hombre que se está ahogando en el diluvio, después de haber sido barrido por una enorme ola de un mar que no tiene orilla? ¿Queréis que os haga ver la muerte montando sobre la cresta de una ola, triunfando porque ha conseguido llevar a cabo su propósito. Todos los hombres han muerto, salvándose solamente aquellos que están en el arca? ¿Necesito mostraros a la ciudad de Sodoma, con sus habitantes aterrados, cuando el volcán de la poderosa ira derramó fuego y azufre sobre ella? ¿Queréis que os enseñe la tierra abriendo su boca y tragando a Coré, Datán y Abirán? ¿Necesito llevaros a las plagas de Egipto? ¿Debo de repetir el grito de muerte del Faraón, y cómo se ahogaban todas sus huestes? Seguramente, no necesitáis que os mencione las ciudades que están en ruinas o las naciones que han sido cortadas de la faz de la tierra en un día. Sabéis bien que Dios en su disgusto e ira, ha sacudido la tierra de un lado para el otro y ha derretido montañas. No, tenemos suficientes pruebas en la historia y en la Escritura, de que “Dios no tendrá por inocente al culpable”. Sin embargo, si queréis la mejor de las pruebas, deberíais montar en las negras alas de una miserable imaginación, y volar más allá del mundo, al oscuro terreno del caos; lejos, muy lejos, donde las batallas de fuego están centellando con una luz hórrida. Debéis ir con la seguridad del espíritu, volando hasta encontrar al gusano que nunca muere, el abismo que no tiene fin, para ver el fuego que nunca se apaga y los gritos y gemidos de los hombres que se han alejado de Dios
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para siempre. Si os fuera posible oír los gruñidos, los chillidos y quejidos de las almas allí torturadas, y luego volver a este mundo, petrificados de horror, entonces diríais, ciertamente «Dios no tendrá por inocente al culpable». ¿Sabéis una cosa? El infierno es el argumento del texto. Que nunca tengáis necesidad de probar el texto sintiendo en vosotros mismos el desdoblamiento de estas palabras: “Dios no tendrá por inocente al culpable”. 3. Ahora, llevaremos este terrible atributo a su origen. ¿Por qué lo hacemos? Repetimos; Dios no tendrá por inocente al culpable, porque Él sea bueno. ¿Qué? ¿Acaso la bondad de Dios demanda que los pecadores sean castigados? Así es. El Juez, porque ama a su nación, debe condenar al criminal. «No puedo dejarle ir libre y no debo hacerlo, porque si lo hiciera, usted saldría a matar a otras personas que pertenecen a este país. No puedo ni debo dejarle en libertad, he de de condenarle desde la parte más sensible de mi naturaleza». La bondad de un rey demanda el castigo de aquellos que son culpables. En la legislatura no es malicioso hacer leyes severas contra los grandes pecadores, se hacen por amor hacia el resto de los hombres, pues el pecado debe ser refrenado. Las grandes compuertas, que contienen el torrente del pecado, están pintadas de negro, y parecen las horribles paredes de un calabozo. Me hacen estremecer en mi espíritu. Pero, ¿son acaso pruebas de que Dios no es bueno? No señores, si se pudieran abrir de par en par esas compuertas y dejar que el diluvio del pecado nos cubra, entonces los hombres gritarían: «¡Oh Dios, oh Dios!», cierra las puertas del castigo con sus goznes. ¡Cierra esas puertas para que este mundo no pueda ser nuevamente destruido por personas que se han convertido en seres peores que las bestias. Por causa de la bondad, es necesario que el pecado sea castigado. Misericordia, con sus ojos llorosos, (pues ella ha llorado por los pecadores), cuando ve que no se van a arrepentir, parece más severa que la Justicia en toda su majestad. Deja caer de su mano la bandera blanca y dice: «No, yo les llamé y rehusaron venir. Extendí mi mano, y nadie
la consideró. Dejadles morir, dejadles morir». Y esa terrible palabra que pronuncia Misericordia es un trueno más potente que la misma maldición de Justicia. ¡Oh, sí! la bondad de Dios demanda que si pecan, los hombres deben morir eternamente. Además, la justicia de Dios lo demanda. Dios es infinitamente justo, y su justicia demanda que los hombres sean castigados, a menos que se vuelvan a Él con todo el propósito de su corazón. ¿Necesito pasar por todos los a tributos de Dios para probarlo? Creo que no será necesario. Todos nosotros debemos creer que el Dios que es tardo para la ira y grande en poder, está también seguro de que no considerará inocente al culpable. Y ahora un diálogo personal contigo, querido amigo.¿Cuál es tu estado en esta mañana? Hombre o mujer que estás aquí; ¿cuál es tu estado? ¿Puedes mirar al cielo y decir: «Aunque he pecado en gran manera, sé que Cristo ha sido castigado en mi lugar». «Mi fe mira atrás y ve La carga que Él soportó Cuando colgando de aquella cruz, Mis pecados y mi culpa Él cargó». ¿Puedes tú, con una fe humilde, mirar a Jesús y decir: «mi sustituto, mi refugio, mi escudo; tú eres mi roca, mi confianza, en ti yo confío?». Entonces amado, no tengo nada que decirte, salvo esto: nunca tengas miedo al ver el poder de Dios, pues ahora estás perdonado y aceptado. Por medio de la fe has volado a Cristo como tu refugio. El poder de Dios no necesita aterrarte ya más, así como el escudo y la espada del guerrero no aterran a su mujer e hijo. «No, dice su mujer, ¿Es él fuerte? Lo es para mí. ¿En su brazo musculoso, y sus nervios rápidos y fuertes? Son rápidos y fuertes para mí. Mientras él viva, los extenderá sobre mi cabeza. Por cuanto su espada puede vencer a los enemigos, también puede vencer a los que están contra mi, y rescatarme». Estad gozosos y no tengáis miedo de su poder. CONCLUSIÓN Pero, ¿has acudido alguna vez a Cristo como refugio? ¿No crees en el Redentor? ¿Le has confiado alguna vez tu alma en sus
Dios Padre, Jesucristo, Espíritu Santo manos? Entonces, amigos míos, oídme, en el nombre de Dios, oídme solo un momento. Amigo mío, no estaría en tu posición siquiera por una hora. ¿Por qué mantienes esa posición? Has pecado, y Dios no te tendrá por inocente; por el contrario, te castigará. Ahora te está dejando vivir, pero estás reservado para la condenación. ¡Pobre de aquel que está reservado sin tener el perdón! Tu reserva pronto se acabará; tu reloj de arena se está vaciando cada día. En algunos de vosotros la muerte ya ha puesto su fría mano, y ha emblanquecido vuestros cabellos. Necesitas de un apoyo, de tu bastón, él es ahora la única barrera entre tú y la tumba. Y todos vosotros, ancianos y jóvenes, estáis en un estrecho trozo de tierra, el istmo de la vida, estrechándose cada vez más; y tú, tú, y tú estáis sin perdonar. Hay una ciudad que será saqueada, y tú te hallas dentro de ella. Los soldados se encuentran a las puertas, se da la voz de mando para que cada hombre que está en la ciudad se salve de la muerte dando la contraseña. «Dormid, dormid, hoy no será el ataque». «Pero será mañana, señor». «¡Ay!, dormid, dormid; no será sino hasta mañana; retrasadlo, retrasadlo». «Puedo oír el tambor a las puertas de la ciudad. El ariete se está acercando. Las puertas se están sacudiendo.» «Dormid, dormid, los soldados no han llegado aún a las puertas; seguid durmiendo, todavía no pidáis misericordia.» «¡Ay!, pero oigo el sonido del clarín. ¡Qué horror! los gritos desesperados de los hombres y las mujeres! Los están matando; caen, caen al suelo». «Duerme, duerme, todavía no están a tu puerta; pero, ¡cielos!, están a las puertas, con pasos lentos pero fuertes, oigo a los soldados marchar escaleras arriba». «No, puedes seguir durmiendo, aún no han llegado a tu habitación». «¡Pero mirad, han abierto la puerta de pronto. Es la puerta que os separa de ellos, y allí están!» «No, duerme todavía, duerme; la espada no está aún en tu cuello, duerme, duerme». Ahora sí, está en tu garganta, y la miras horrorizado. Duerme, duerme. ¡Pero te has ido! «Demonio, ¿por qué me dijiste que me quedara quieto? Hubiera sido conveniente escapar de la ciudad cuando las puertas eran sacu-
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didas por primera vez. ¿Por qué no pedí la palabra de contraseña antes de que entraran las tropas? ¿Y por qué no salí corriendo por las calles, y grité la contraseña cuando los soldados estaban allí? ¿Por qué me quedé hasta que la espada estuvo en mi garganta?» «Ay, demonio que eres, maldito seas; ¡pero yo estaré maldito junto contigo para siempre!». Sabéis la aplicación de este drama. Es una parábola que todos vosotros podéis exponer. No necesitáis que yo os diga que la muerte os sigue los pasos, que la justicia quiere devoraros, y que Cristo crucificado es la única contraseña que os puede salvar, pero que todavía no habéis aprendido. Para alguno de vosotros, la muerte se está acercando, acercando cada vez más, y está cerca de todos vosotros. No necesito exponeros y explicaros que Satanás es el demonio. ¡Cómo le maldeciréis a él y a vosotros mismos en el infierno por habernos retrasado! ¿Cómo, viendo que Dios era tardo para la ira, habéis sido vosotros tan tardos para el arrepentimiento? Dios es grande en poder, y Él no daba de inmediato salida a su ira. Por eso retrasasteis vuestros pasos y no le buscasteis; y ¡he aquí que estáis donde estáis! Espíritu de Dios, ¡bendice estas palabras y hazlas llegar a las almas para que puedan ser salvas; que hoy mismo, algunos pecadores sean traídos a los pies del Salvador, y supliquen su misericordia! Te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén. 2. DIOS, QUIEN TODO LO VE «El Seol y el Abadón están delante de Jehová; ¡cuanto más los corazones de los hombres!» (Proverbios 15:11). INTRODUCCIÓN: La omnisciencia divina. I. UN GRAN HECHO DECLARADO 1. Infierno o muerte. a) Dios sabe donde yacen sus hijos b) Dios conoce el destino de cada cual 2. Destrucción o infierno. II. EL GRAN HECHO INFERIDO 1. ¿Por qué?
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a) Los corazones están abiertos ante Él 2. ¿Cómo conoce Dios el corazón? a) Dios pruebe y examina 3. ¿Qué? a) Dios ve el corazón del hombre 4. ¿Cuándo? a) En todo momento y lugar CONCLUSIÓN: Dios lo ve todo.
DIOS, QUIEN TODO LO VE INTRODUCCIÓN A menudo os habéis reído ante la ignorancia de los paganos que se inclinan delante de los dioses de madera y piedra. Tal vez citasteis las palabras de la Escritura: “Que tiene ojos y no ve, que tiene oídos y no oye” (Jer. 5:21). Por lo tanto, habéis testificado que no pueden ser dioses en absoluto, porque no ven ni oyen, ni hay en ellos una pizca de vida. No os imaginabais cómo esos hombres podían degradar su entendimiento haciendo de esas cosas objetos de adoración. ¿Puedo haceros solamente una pregunta? Vuestro Dios puede ver y oír, ¿sería vuestra conducta diferente en algún aspecto si tuvierais un Dios como los que adoran los paganos? Suponed por un minuto que Jehová, pudiera ser (aunque es casi blasfemo suponerlo) herido con ceguera, de modo que no viera las obras de los hombres ni conociera sus pensamientos. ¿No os volveríais más descuidados en vuestra conducta, de lo que sois ahora? En nueve de cada diez casos, y tal vez en una más grande y lamentable proporción, la doctrina de la Omnisciencia Divina, si bien es recibida y creída, no tiene efectos prácticos en nuestras vidas. La mayoría de la humanidad se olvida de Dios; hay naciones enteras que conocen su existencia y creen que Dios les ve, y sin embargo viven como si no lo tuvieran. Mercaderes, granjeros, dueños de tiendas, de campos, esposos con sus familias, esposas y amas de casa, viven como si Dios no existiera; como si no hubiera ningún ojo observándoles, ningún oído que oyera la voz de sus labios y ninguna mente eterna que atesorara la recolección de sus actos. ¡Ah,
somos ateos prácticos, pero aquellos de nosotros que nacimos de nuevo y hemos pasado de muerte a vida, no deberíamos serlo. Multitudes de hombres no serán nunca afectados por este cambio, seguirían viviendo de la misma manera que ahora con sus vidas tan vacías de Dios en sus caminos, que su ausencia no les afectará en ningún aspecto. Permitidme entonces, en esta mañana, con la ayuda de Dios, despertar vuestros corazones y que Él me asegure que mis palabras puedan quitar algún ateísmo práctico de entre vosotros. Trataré de presentaros a Dios como el que todo lo ve, y grabar en vuestras mentes el tremendo hecho de que siempre estamos siendo observados por el Todopoderoso. En nuestro texto tenemos, primero de todo, un gran hecho declarado “El Seol y el Abadón están delante de Jehová” (Pr. 15:11). En segundo lugar, tenemos un gran hecho inferido «¡Cuánto más los corazones de los hombres!» I. UN GRAN HECHO DECLARADO Comenzaremos con el gran hecho declarado un hecho que nos provee con las premisas de donde deducimos la conclusión práctica de la segunda frase «¡Cuánto más los corazones de los hombres!» La mejor interpretación que le podéis dar a esas dos palabras infierno y destrucción, creo que está comprendida en una frase como esta: «La muerte y el infierno están delante del Señor». El estado separado de los espíritus que han partido, y la destrucción, Abadón, como lo dice en hebreo, el lugar de tormento, son ambos solemnemente misteriosos para nosotros, pero suficientemente manifiestos para Dios. 1. Primero pues, la palabra que aquí se traduce como infierno puede ser también ser traducida como muerte, o el estado de los espíritus que han partido. Ahora bien, la muerte, con todas sus solemnes consecuencias, es visible ate el Señor. Entre nosotros y el más allá de los espíritus que han partido, hay una gran nube negra. Aquí y allá, el Espíritu Santo ha hecho como si fueran grietas en la pared de separación, por medio de la cual podemos ver por la fe, que
Biblia, Parábolas, Personajes, Tipos y figuras
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Capítulo III SAGRADA ESCRITURA Estudio de la Biblia, Parábolas, Personajes, Tipos y figuras
Biblia, Parábolas, Personajes, Tipos y figuras
1. Estudio de la Biblia 26. MANERAS DE ESPIRITUALIZAR «En estas cosas hay una alegoría, pues estas mujeres son dos pactos» (Gálatas 4:24). INTRODUCCIÓN I. NO HAY QUE FORZAR UN TEXTO AL ESPIRITUALIZARLO II. NO ESPIRITUALIZAR SOBRE ASUNTOS INDECENTES III. NO ESPIRITUALIZAR PARA IMPRESIONAR IV. DISTINGUIR CON CUIDADO HISTORIA Y PARÁBOLA V. PARÁBOLAS Y MILAGROS EN SU CONTENIDO SIMBÓLICO VI. ESPIRITUALIDAD E INGENIO
MANERAS DE ESPIRITUALIZAR INTRODUCCIÓN Muchos que escriben sobre la homilética, condenan en términos severos incluso el que accidentalmente se espiritualice un texto. Dice Adán Clarke: «La predicación alegórica vicia el gusto y encadena el entendimiento tanto del predicador como de los oyentes». La regla de Wesley es mejor: «Haced uso raras veces de la espiritualización, y alegorizad muy poco». «Escoged textos», dicen estos maestros, «de cuyo sentido claro y literal podáis tratar; nunca os permitáis hacer uso de otro significado que no sea el más obvio de un pasaje; nunca os permitáis acomodaros o adaptaros un texto; esto es un artificio propio de los hombres poco instruidos; una treta de los charlatanes; una manifestación miserable de mal gusto y de imprudencia». Quiero honrar a los que merecen la honra, pero no puedo menos que disentir de esta opinión tan ilustrada,
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creyendo que es más caprichosa que exacta, y más aparente que verdadera. Por ejemplo, ¿qué otra cosa, si no es un mero capricho o algo peor, pudo haber inducido al Sr. Athanase Coquerel a escribir criticas como éstas? «Para nosotros cristianos, el sacerdocio universal y supremo del Hijo de Dios, no se recomienda en lo más mínimo, cuando se asemeja al pontificado de Melquisedec; y nuestra peregrinación hacia el país celestial teniendo a Jesús de jefe, se parece muy poco a la de Israel hacia la tierra prometida, teniendo como tal a Josué, no obstante que los nombres se asemejan entre si. Muchos textos se prestan con una facilidad maravillosa a esta clase de interpretación que en realidad no lo es». Señor, sálvanos, que perecemos, «clamaron los apóstoles, cuando la tempestad en la mar de Galilea amenazaba la destrucción de su barca». «¿Quieres ser sano?», dijo Cristo al paralítico de Betsaida. Conocemos que sería muy fácil alegorizar estas palabras. Se ha hecho eso mil veces, y tal vez ningún predicador, especialmente cuando se encuentre desprovisto de textos estudiados y de esqueletos formados, se rehúsa a emplear este recurso tanto más seductor, cuanto que es fácil en extremo. Compuse un sermón extenso sobre la invitación de Moisés a su suegro Hobab o Jethro, (Nm. 10:29): «Nosotros nos dirigimos al lugar del cual Jehová ha dicho: Yo os lo daré. Ven con nosotros». La división era muy sencilla y fácil. Comencé con un exordio histórico: El lugar es el cielo; el Señor nos lo da como nuestro país. El verdadero creyente dice a cada uno de sus hermanos: «Ven con nosotros, etc., etc.». Nunca me he perdonado a mí mismo el haber escrito y aprendido de memoria 30 páginas relativas a este tema. Si el Sr. Coquerel no hubiera incurrido en mayor falta que esta, seria mucho mejor ministro de lo que es actualmente. Se puede hacer mucho bien eligiendo de vez en cuando textos olvidados, singulares, notables o raros; y estoy cierto de que si apeláramos a un jurado de predicadores prácticos que han tenido buen éxito en su vocación, y no han sido sólo teóricos, tendríamos la pluralidad de votos en nuestro favor. Tal vez los rabinos
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ilustrados de nuestra generación sean demasiado sublimes y celestiales para condescender en bajar hasta los hombres humildes; pero nosotros –que no tenemos ningún cultivo, ni ilustración profunda, ni elocuencia arrebatadora de qué gloriarnos– hemos creído conveniente hacer uso del mismo método que los ilustres han reprobado, porque es para nosotros el modo más eficaz de evitar la rutina de una formalidad fastidiosa, y también nos da una especie de sal con qué sazonar la verdad que sería de otro modo desabrida. Muchos de los que lograron el mejor éxito en ganar almas, tuvieron a bien dar un papirote a su ministerio, y fijar la atención de su congregación haciendo uso de vez en cuando de algún método original y desconocido. La experiencia no les ha enseñado que estuvieran en error, sino lo contrario. Hermanos, no temáis espiritualizar, ni escoger textos singulares; hacedlo solo prudentemente. Seguid buscando pasajes de la Biblia, no solo dándoles su sentido más palpable, como es vuestro deber, sino también sacando de ellos lecciones que no se puedan encontrar en la superficie. Recibid el consejo en lo que pueda valer; pero os recomiendo seriamente que pongáis de manifiesto a los críticos sutiles, que hay algunos que no adoran la imagen de oro que han levantado. Os aconsejo, y que no os entreguéis a continuas e indiscretas «imaginaciones», como Jorge Fox las llamaría. No os ahoguéis porque se os recomienda que os bañéis, ni os conviene que os ahorquéis porque se dice que el tannin es muy útil como astringente. Una cosa admisible, si llega a ser excesiva, es vicio, así como el fuego es buen amigo en el hogar, pero tirano temible cuando se encuentra en una casa incendiada. El exceso, aun de una cosa buena, ahíta y fastidia, y en ningún caso es esto más cierto que en el que estamos tratando. I. NO HAY QUE FORZAR UN TEXTO AL ESPIRITUALIZARLO El primer canon que observar es: «no forcéis un texto espiritualizándolo». Esto sería un pecado contra el sentido común. ¡Cuán terriblemente se ha maltratado y des-
pedazado la Palabra de Dios por determinada clase de predicadores que han dado tormento a ciertos textos para hacerlos revelar lo que de otro modo nunca habrían dicho! El Sr. Slopdash, de quien Rowland Hill nos habla en sus Diálogos de una Aldea, es el tipo perfecto de una clase numerosa de predicadores. Lo describe como haciendo un discurso sobre las palabras del panadero de Faraón que podemos ver en Génesis 40:16: «Tenía tres canastillos blancos sobre mi cabeza». Valiéndose de este texto, ese «necio, tres veces ungido», como diría cierto amigo mío, ¡discurrió sobre la doctrina de la Trinidad! Un ministro cristiano muy amado, hermano venerable y excelente, y uno de los mejores predicadores de su distrito, me dijo que un domingo, en el culto de su capilla se extrañó de no ver un labrador y a su esposa. Continuó extrañándolos en la congregación por espacio de muchas semanas, hasta que un lunes, encontrando por casualidad al marido en la calle, le dijo: –¡Qué milagro!, Juan, no le he visto a usted por mucho tiempo. –No señor –respondió aquel–, no nos hemos aprovechado del ministerio de usted tanto en estos últimos días como antes. –¿De veras, Juan? lo siento mucho. –Bien, hablando con toda franqueza, le diré a usted que nos gustan a mí y a mi mujer, las doctrinas de gracia y, por tanto, hemos asistido recientemente a los cultos del Sr. Bawler. –¡Ah! ¿se refiere usted al hermano que ministra el culto de los hiper calvinistas? –Sí, señor, y estamos muy contentos, recibimos muy buen alimento allí, dieciséis onzas en cada libra. Nos estábamos muriendo de hambre bajo el ministerio de usted, aunque le respetaré a usted siempre, señor, como hombre. –Muy bien, amigo; por supuesto que usted debe asistir donde pueda conseguir el mayor bien verdadero; pero ¿qué recibió usted el domingo pasado? –¡Oh, señor! tuvimos un culto muy precioso: en la mañana tuvimos… tal vez no deba decírselo a usted, pero realmente disfrutamos de un gran privilegio. –Si, pero ¿en qué consistió, Juan?
Biblia, Parábolas, Personajes, Tipos y figuras –Señor, el ministro nos explicó de un modo admirable y precioso, aquel pasaje que dice: «Si tienes gran apetito, pon cuchillo a tu garganta cuando te sentares a comer con algún señor». –Sí, y ¿qué dijo el predicador sobre aquel texto? –Bien, señor, le diré a usted lo que él dijo, pero quiero saber primero ¿qué hubiera usted dicho sobre este pasaje? –No sé, Juan, me parece que no lo hubiera escogido; pero si hubiera tenido que predicar sobre él, habría dicho que una persona muy afecta a comer y beber, debe estar muy encima de sí mientras se halle en presencia de los grandes, pues de lo contrario, se arruinará a sí mismo. La glotonería, aun en esta vida, es ruinosa». –¡Ah! –exclamó el hombre–, esa es la interpretación seca de usted. Como dije a mi mujer el otro día, desde que comenzamos a oír al Sr. Bawler, se nos ha abierto la Biblia de tal modo que podemos ver mucho más en ella que antes. –Sí, y ¿qué les dijo a ustedes el Sr. Bawler concerniente a su texto? –Bien, comenzó diciendo que un hombre que tenía gran apetito, era un joven converso, que siempre tenía muchas ganas de oír la predicación, y siempre quería alimento; pero que no estaba siempre bien informado en cuanto a la clase de comida que le convendría mejor. –Bien, y ¿qué más, Juan? –Dijo que si el joven converso se sentara con un señor, es decir, con un predicador de la ley, las consecuencias serían muy tristes para él. –Pero, ¿qué hubo del «cuchillo», Juan? –Señor, el Sr. Bawler nos dijo que era una cosa muy peligrosa la de oír a los predicadores de la ley, que, a no dudarlo, arruinarían al que lo hiciera; y que eso sería lo mismo que el que se cortaran la garganta. Supongo que el asunto fue llamar la atención sobre los efectos dañinos de permitir a los jóvenes cristianos que escuchen a otros ministros de los de la escuela hiper calvinista; y la lección sacada fue la de que este hermano bien podría poner un cuchillo a su garganta antes que asistir a un culto de
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su ministro anterior. Esto fue excederse en el modo de interpretar y aleccionar. Hemos oído hablar de otro sujeto que se ocupó de Proverbios 21:17: «Hombre necesitado será el que ama el deleite; y el que ama el vino y ungüentos no enriquecerá». Los Proverbios son un campo favorito para los que espiritualizan. Aquí ejercen su aptitud para alegorizar con toda libertad. Nuestro hombre dispuso del pasaje del modo siguiente: «El que ama el deleite», es decir, el cristiano que goza de los medios de la gracia «será hombre necesitado», a saber, será pobre en espíritu; y «el que ama el vino y el ungüento», es decir, el que disfruta de las provisiones de la alianza y goza del aceite y vino del Evangelio, no enriquecerá», o sea, no se estimará a sí mismo como rico: enseñando así la excelencia de los que son pobres en espíritu, y como deseen regocijarse de los deleites del Evangelio. Éste es un pensamiento muy bueno y propio, pero no lo encuentro en aquel texto. Todos habéis oído hablar de la interpretación famosa dada por el Sr. Guillermo Huntingdon, al pasaje de Isaías 11:8: «Y el niño de teta se entretendrá sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora». «El niño de teta», es decir, el nene en la gracia, «se entretendrá sobre la cueva del áspid», es decir, sobre la boca del arminiano. Entonces sigue una descripción de los juegos en que los cristianos sencillos sobrepujan en sabiduría a los arminianos. Los profesores de la otra escuela de teología, ordinariamente han tenido a bien no responder a sus opositores en el mismo espíritu, de otro modo, los antinomianos bien podrían haberse encontrado en el mismo rango que las víboras con sus opositores, desafiándolos jactanciosamente en la boca de sus cavernas. Esta clase de abuso perjudica solo a los que lo emplean. Las diferencias teológicas se explican y se esfuerzan mucho mejor, por medios enteramente distintos de estas bufonadas. Los efectos producidos por la pura estupidez unida al amor propio, son a veces muy cómicos. Basta que se refiera un ejemplo. Un buen ministro me dijo el otro día, que había estado predicando recientemente a su
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congregación sobre los veintinueve cuchillos de Esdras. Estoy cierto de que él sabrá manejar estos utensilios prudentemente, pero no pude menos de decirle que esperaba que él no hubiera imitado a aquel sabio intérprete que vio en el número impar de cuchillos, una referencia a los veinticuatro ancianos del Apocalipsis. Un pasaje de los Proverbios dice así: «Por tres cosas se alborota la tierra, y la cuarta no la puede sufrir; por el siervo cuando reinare, y por el necio cuando se hartare de pan; por la mujer aborrecida cuando se casare, y por la sierva cuando heredare a su señora» (Pr. 30:2123). Un ministro muy amigo a espiritualizar, dice que estas palabras son una representación figurada de la obra de la gracia en el alma, y que enseñan lo que perturba a los arminianos y los hace pensativos. «Un siervo cuando reine», es decir, pobres siervos tales como nosotros, cuando nos sea dado reinar juntamente con Cristo; «un necio cuando se harte de pan», es a saber, pobres hombres necios tales como nosotros, cuando nos sea dado comer del mejor trigo de la verdad del Evangelio; «una mujer aborrecida cuando se case, es decir, un pecador cuando se una a Cristo; «una sierva cuando herede a su señora», es a saber, cuando nosotros, que éramos pobres siervos o esclavos bajo la ley, lleguemos a disfrutar los privilegios de Sara, y a hacernos herederos de nuestra señora. Éstas son unas cuantas muestras de las curiosidades eclesiásticas, tan numerosas y apreciables como las reliquias que se recogen en gran número todos los días en el campo de batalla de Waterloo, y son recibidos por los pocos instruidos cual tesoros inapreciables. Pero os he cansado y no quiero malgastar más vuestro tiempo. Yo creo que no es necesario amonestaros que os apartéis de toda esta clase de extravagantes absurdos. Tales cosas deshonran la Biblia, insultan el sentido común de los oyentes, y humillan al ministro. No es esta la espiritualización que os recomendamos, así como el cardillo del Líbano no es el cedro de Líbano. Guardaos de aquella trivialidad pueril y tendencia atroz de torcer textos, que os hará sabios a vista de los necios, pero necios a vista de los sabios.
II. NO ESPIRITUALIZAR SOBRE ASUNTOS INDECENTES Nuestro segundo consejo es que nunca espiritualicéis sobre asuntos indecentes. Es necesario advertiros esto, porque la familia de predicadores poco juiciosos son muy afectos a hablar de cosas que tiñen de sonrojos las mejillas de la modestia. Hay cierta clase de escarabajos que se crían en la inmundicia, y estos animalejos tienen su prototipo entre los hombres. Recuerdo ahora a un teólogo raro que trataba con un gusto admirable y con una unción sensual, el pasaje de la concubina hecha diez pedazos. Greenacre mismo no hubiera podido haberlo hecho mejor. ¡Cuántas cosas abominables no se han dicho sobre algunos de los símiles más severos y horripilantes de Jeremías y de Ezequiel! Donde el Espíritu Santo se ha expresado valiéndose de un estilo velado y casto, estos hombres han quitado el velo, y hablado como tan solo las lenguas sueltas se atreverían a hacerlo. En verdad yo no soy escrupuloso: lejos de ahí; pero explicaciones del renacimiento que se basan en las analogías sugeridas por una partera; exposiciones minuciosas de la vida de los casados, me encolerizarían y me inclinarían a mandar a imitación de Jehú, que los que tal descaro tienen, fuesen arrojados del puesto elevado que osaran deshonrar por su impudencia desvergonzada. Creo que ningún espíritu puro debe estar sujeto al aliento más ligero de indecencia, ni mucho menos en el púlpito. La esposa de César debe estar fuera de toda sospecha, y los ministros de Jesucristo deben ser inmaculados en su vida y en sus palabras. Señores, los besos y abrazos en que se deleitan algunos predicadores, son detestables; seria mucho mejor no predicar sobre el Cantar de los Cantares de Salomón, que tratarlo, como lo han hecho muchos hermanos, con un estilo medio indecente. Los jóvenes deben tener empeño especial en ser escrupulosa y celosamente modestos y puros en sus palabras. A un anciano se le permite más libertad, quién sabe por qué; pero un joven no tendría pretexto alguno, si violara la más perfecta delicadeza.
Biblia, Parábolas, Personajes, Tipos y figuras III. NO ESPIRITUALIZAR PARA IMPRESIONAR En tercer lugar, nunca espiritualicéis a fin de llamar la atención sobre vuestro propio talento extraordinario. Tal objeto sería malo, y el método empleado seria necio. Únicamente un egregio simplón buscará que se le guarde consideración especial por haber hecho lo que casi todos los hombres hubieran podido hacer igualmente bien. Cierto aspirante predicó una vez sobre la palabra «pero», esperando así ganarse el favor de la congregación que, según su modo de pensar, no podía menos de entusiasmarse por el talento de un hermano que podía extenderse tanto al tratar de una simple conjunción. Su asunto parece que era éste: por mucho bueno que hubiera en el carácter de un hombre, o por admirable que fuera en sus circunstancias, siempre habría alguna dificultad, alguna prueba en conexión con esto. Por poner un ejemplo, «Naamán era un gran varón delante de su señor, pero leproso». Cuando el orador bajó del púlpito, los diáconos dijeron: «Bien, usted acaba de darnos un sermón muy raro; pero nos consta con toda claridad, que no es usted la persona ideal para esta congregación». ¡Ay de la agudeza, cuando llega a ser tan despreciable, y con todo, pone una arma en manos de sus propios enemigos! Recordad y tened presente que el espiritualizar no es algo admirable como manifestación de la destreza intelectual, aunque podáis hacerlo bien, y recordad también que sin discreción es el modo más fácil de revelar vuestra extrema necedad. Señores, si anheláis rivalizar con Orígenes, en sus interpretaciones extravagantes y originales, sería provechoso que leyerais su biografía y notareis atentamente las necedades en que cayó no obstante su ilustración, por permitir que una imaginación desenfrenada dominara totalmente su juicio; y si lleváis por mira exceder a los declamadores vulgares de la generación pasada, dejadme que os recuerde que la gorra y las campanitas no influyen tanto ahora en la gente, como hicieron hace algunos años.
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IV. DISTINGUIR CON CUIDADO HISTORIA Y PARÁBOLA Nuestra cuarta advertencia, es que nunca pervirtáis la Escritura con pretexto de darle un significado original y espiritual, no sea que os hagáis reos de aquella maldición solemne con que se guarda y se cierra el rollo de la inspiración. El Sr. Cook, de Maidenhead, se vio obligado a separarse de Guillermo Huntingdon, a causa de que éste interpretaba el 7º mandamiento como dirigido por Dios Padre a su Hijo, y teniendo este significado: «No codiciarás la mujer del diablo, a saber, de los reprobados». No podemos menos que exclamar al oírla: «¡horrible!». Quizá seria un insulto a vuestra razón y religión decir: detestad el pensamiento de tal profanación. Por instinto, la aborrecéis. Además, nunca permitáis que vuestra congregación se olvide de que las narraciones que espiritualizáis, son hechos y no meras fábulas o parábolas. Este significado palpable de un pasaje, nunca se debe anegar en la exuberancia de vuestra imaginación, sino debe ponerse de manifiesto con toda claridad, y ocupar el primer rango en la importancia. Vuestra interpretación acomodada, nunca debe hacer abstracción del sentido original y nativo del texto, ni aun menoscabarlo. La Biblia no es una compilación de alegorías interesantes, ni de tradiciones poéticas e instructivas, sino que enseña hechos literales, y revela realidades tremendas. Poned de manifiesto a todos los que os escuchen, vuestra persuasión plena de la verdad de esta declaración. Seria muy triste para la Iglesia, que el púlpito adoptara aun aparentemente, la teoría escéptica de que las Santas Escrituras no son sino una mitología pulida, consignada autoritativamente, en la cual glóbulos de verdad se encuentran en solución en un océano de detalles poéticos e imaginarios. Sin embargo, espiritualizar textos tiene un lugar legítimo, o más bien lo tiene el don particular que induce a los hombres a hacerlo. Los hombres desprovistos de imaginación y de ingenio niegan esto, así como las águilas pueden poner en duda la legalidad de cazar moscas; sin embargo, las golondrinas fueron creadas
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con este fin, así el fin principal de algunos hombres es el ejercicio de una imaginación piadosa. Por ejemplo, habéis visto frecuentemente que los tipos ofrecen un campo muy vasto para el ejercicio de una ingeniosidad santificada. ¿Qué necesidad tenéis de buscar una referencia en la Biblia a «mujeres detestables» de que tratar en vuestros sermones, mientras tengáis enfrente el Tabernáculo en el desierto, con todos sus utensilios sagrados, el holocausto, el sacrificio propiciatorio y todos los otros sacrificios que fueron ofrecidos a Dios? ¿Por qué buscáis novedades, cuando tenéis delante de vosotros el templo y todas sus glorias? El talento más capaz de interpretar los tipos, puede ocuparse casi sin límites, de los símbolos legítimos de la Palabra de Dios, y tendrá mayor satisfacción en este ejercicio, puesto que esta clase de símbolos se han instituido por Dios. Cuando hayáis tratado de todos los tipos del Antiguo Testamento, os restará todavía el tesoro de mil metáforas. Una explicación discreta de las alusiones poéticas de las Santas Escrituras, será muy aceptable a vuestras congregaciones, y con la bendición divina, muy provechosa. Pero dando por sentado que habéis explicado todos los tipos, ordinariamente reconocidos como tales, y que habéis arrojado vuestra luz sobre los emblemas y las expresiones figuradas de la Biblia, ¿deberán dormir después vuestra imaginación y aptitud para interpretar los símiles? De ningún modo. Cuando el apóstol Pablo encuentra un misterio en Melquisedec, y hablando de Agar y Sara, dice: «Las cuales cosas son dichas por alegoría», nos da un precedente para que descubramos alegorías Bíblicas en otros pasajes además de los referidos. A la verdad, los libros históricos nos ofrecen alegorías no solo aquí y allá, sino que parece que como un todo han sido escritas con el fin de darnos una enseñanza simbólica. Un pasaje del prefacio de la obra del Sr. Andreas Jukes sobre los tipos del Génesis, nos enseñará sin forzar la interpretación, puede muy bien una teoría bien elaborada, formarse por una inteligencia piadosa. Ved lo que dice ese autor llevado en alas de su imaginación: como base o razón de lo que
ha de seguir, se nos demuestra primero lo que se origina del hombre y de todas las distintas formas de vida que ya por naturaleza o ya por gracia, puede producir la raíz del viejo Adán. Esto se encuentra en el libro del Génesis. Enseguida vemos que no siendo bueno lo que ha procedido de Adán, es preciso que haya redención, por esto encontramos a un pueblo escogido, redimido por la sangre del Cordero y rescatado de Egipto. Esto es lo que se contiene en el Éxodo. Siendo conocida la redención, adquirimos la certeza de que los escogidos necesitan acceso a Dios, el Redentor, y que en el santuario aprenden el modo de conseguirlo. Esto se consigna en el Levítico. Después caminando como peregrinos por el desierto de este mundo, una vez salidos de Egipto, casa de esclavitud, país de maravillas y de la sabiduría humana para dirigirnos a la tierra prometida más allá del Jordán, tierra que fluye leche y miel, se aprenden las pruebas del camino. Esto se ve en el libro de los Números. A continuación viene el deseo de cambiar el desierto por la tierra prometida, en la cual los elegidos no quieren entrar por algún tiempo aun después de haber conocido la redención. Esto corresponde al deseo que tienen los escogidos de realizar su progreso, en cierto grado, de conocer la virtud de la resurrección, de vivir en suma, aun en este mundo, como si estuvieran en lugares celestiales. En este concepto siguen lógicamente las reglas y los preceptos que se deben obedecer para lograr el fin indicado. El Deuteronomio, segunda anunciación de la ley, segunda purificación, nos habla del camino de progreso. Después de todo esto, se llega a la tierra de Canaán. Atravesamos el Jordán; conocemos prácticamente la muerte de la carne, y lo que es ser circuncidado y quitar de nosotros el oprobio de Egipto. Ahora conocemos qué significa ser resucitado con Cristo, y tener lucha no contra sangre y carne, sino contra principados y malicias espirituales que habitan en los aires. Esto lo vemos en Josué. Enseguida viene la derrota de los escogidos en lugares celestiales, derrota que resulta de haber hecho pactos con los cananeos en vez de haberlos vencido. Esto nos consta en los
Biblia, Parábolas, Personajes, Tipos y figuras Jueces. Después de esto, las distintas formas de gobierno que la Iglesia ha de conocer, pasan sucesivamente en los libros de los Reyes. Éstas se extienden desde el establecimiento de la monarquía en Israel, hasta su extinción, época en que los escogidos son a consecuencia de sus pecados, entregados en poder de Babilonia. Siendo conocido esto, con toda su vergüenza, vemos que el resto de los escogidos, cada una según su fuerza, hacen lo que les es posible para restaurar a Israel. Algunos como Esdras, regresan a Canaán para reedificar el templo, es decir para restaurar el verdadero culto; y otros como Nehemías, suben para reconstruir el muro, es decir, para restablecer con licencia de los gentiles, una imitación débil de la política antigua, mientras que otro resto en Ester, se ve cautivo, pero fiel y providencialmente salvado, por más que el nombre de Dios no aparece ni una sola vez en todo ese relato. No os recomiendo que hagáis uso de la imaginación en un grado tan extravagante como el de este autor en algunos comentarios de sus escritos, en los cuales vemos su tendencia hacia el misticismo; pero sin embargo, leeréis la Palabra de Dios con un interés aumentado en extremo, si notáis la relación mutua de los libros de la Biblia y el desarrollo de sus tipos, siguiendo un orden sistemático. Bien podemos agregar que la aptitud para espiritualizar, se empleará con provecho generalizando los grandes principios universales que se ingieren de hechos minuciosos y distintos. Este uso es ingenioso, instructivo y legitimo. Tal vez no queráis predicar sobre el texto «Tómala por la cola» (Éx. 4:4); pero la observación sugerida por este pasaje, es muy interesante: «hay un modo especial con que debemos recibirlo todo». Moisés tomó la serpiente por la cola, y así podemos mirar nuestras aflicciones de tal modo que se volverán en vara que obre prodigios; también debemos tener mucho cuidado con respecto a nuestro modo de creer en las doctrinas de la gracia, de hacer frente a los impíos, etc., etc. De ese modo podréis inferir de centenares de sucesos bíblicos, grandes principios generales que no se expresan en ninguna parte con toda
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claridad. Considerad, por ejemplo, estas muestras sacadas de los escritos del Sr. Jay (Sal. 74:14): «Tú magullaste las cabezas del Leviatán y lo diste por comida al pueblo del desierto». Esto enseña la doctrina: que han de ser muertos los mayores enemigos del pueblo peregrino de Dios, y que el recuerdo de esta misericordia refrigerará a los santos. Leemos (Gn. 35:8): «Entonces murió Débora, nodriza de Rebeca, y fue sepultada a las raíces de Betel debajo de una encina; y llamó su nombre Alón-bacut». Sirviéndose de este texto, el Sr. Jay trata de los buenos siervos que dijeron al rey: «he aquí, tus siervos están prestos a todo lo que nuestro Señor el rey eligiere», y enseña que un lenguaje como éste puede ser dirigido por los cristianos a Cristo. Si acaso alguno no estuviera conforme con el modo de espiritualizar usado tan eficaz y juiciosamente por el Sr. Jay, tendrá que ser una persona cuya opinión bien podéis pasar inadvertida. Según mi aptitud, me he esforzado en hacer algo semejante, y los diseños de muchos sermones de esta clase pueden encontrarse en mi pequeña obra titulada Tarde por Tarde, incluyéndose otros pocos en el volumen que lleva por nombre Mañana por Mañana. Un ejemplo de buen sermón basado en una interpretación extravagante e imperdonable es el de Everardo que se halla en su Tesoro Evangélico. El discurso sobre Josué 15:16, 17, lo basa en las palabras: «Y dijo Caleb: al que hiriere a Quiriat-sefer y la tomare, yo le daré a mi hija Acsa por mujer. Y la tomó Otoniel, hijo de Cenez, hermano de Caleb; y él le dio por mujer a su hija Acsa». En este sermón las declaraciones del predicador se basan en la traducción de los nombres propios hebraicos, según la cual el pasaje dice: «Un buen corazón dijo: «Al que hiriere y tomare la ciudad de la letra, daré el rompimiento del velo; y Otoniel lo tuvo por el tiempo propio y oportuno de Dios, y se casó con Acsa, es decir, gozó del rompimiento del velo, y de este modo, recibió la bendición tanto de las fuentes de arriba, como de las de abajo». ¿No habrá modo mejor de enseñar que debemos buscar el sentido interior de la Biblia, y no descansar en las meras palabras o en la letra del Libro?
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V. PARÁBOLAS Y MILAGROS EN SU CONTENIDO SIMBÓLICO Las parábolas de nuestro Señor prestan una oportunidad muy buena para el ejercicio de una imaginación madura y disciplinada al que quiera explicar e interpretar; y acabadas éstas, quedan todavía los milagros que son muy fecundos en sus enseñanzas simbólicas. A no dudarlo, los milagros son los sermones en acción de nuestro Señor Jesucristo. En sus enseñanzas sin par, tenéis sus «sermones orales;.y en sus incomparables actos», se encuentran sus sermones puestos en práctica. El libro de Trench sobre los milagros, a pesar de contener algunas herejías, puede ser muy útil en este estudio. Todas las maravillas de nuestro Señor se hallan llenas de enseñanzas. Considerad, por ejemplo, la historia de la curación del hombre sordo y mudo. Sus enfermedades nos sugieren a lo vivo el estado caído del hombre; y el modo de proceder de nuestro Señor, comprueba de un modo muy instructivo, el plan de la salvación: «Jesús le tomó aparte de la gente». Así es preciso que el alma llegue a sentir su propia personalidad e individualidad, y que sea conducida a la soledad. «Metió sus dedos en las orejas de él», es decir, en la fuente del mal indicado: de este modo se convencen los pecadores de su estado. «Y escupiendo, etc..», el Evangelio es un medio sencillo y menospreciado de lograr la salvación, y el pecador, para recibir ésta, debe humillarse a sí mismo bajo las condiciones de aquel. «Tocó su lengua...», indicando así con mayor claridad, el centro de la dificultad. Así se nos aumenta el sentimiento de nuestra necesidad. «Y mirando el cielo Jesús recordó a su paciente la verdad de que toda la fuerza debía llegarle de arriba;» lección es ésta que todo investigador espiritual debe aprender. «Gimió», enseñándonos así que los medios de nuestra salvación son los sufrimientos del Gran Médico. Y cuando él dijo Ephatha, que significa «se ha abierto...», vemos en estas palabras la expresión de la gracia eficaz que efectuó una curación inmediata, perfecta y permanente. Esta explicación puede serviros como ejemplo de muchas, y bien podéis creer que los milagros de Cristo son
una galería de cuadros que comprueban su trabajo entre los hombres. Sin embargo, esta muestra que acabamos de estudiar, debe prevenimos de la necesidad de ser discretos al tratar de las parábolas o de las metáforas de la Biblia. El Dr. Gill es un teólogo cuyo nombre debe ser mencionado siempre respetuosa y honorablemente en esta casa donde se encuentra todavía su púlpito; pero su explicación de la parábola del hijo pródigo, me parece absurda en extremo en algunas partes. El comentador erudito nos dice que «el becerro engordado» ¡era el Señor Jesucristo! A la verdad, uno no puede menos que estremecerse al ver tal extravagancia en un modo de espiritualizar como aquí se ve. Después notamos su exposición de la parábola del Buen Samaritano. Se nos dice que la cabalgadura sobre la cual se puso el herido es también nuestro Señor Jesucristo y los dos denarios que el Buen Samaritano dio al huésped, son el Antiguo y Nuevo Testamento o las ordenanzas del Bautismo y de la Cena del Señor. Pero pese a esta advertencia, podéis conceder mucha libertad en espiritualizar a hombres de un genio poético raro, como por ejemplo, a Juan Bunyan. Señores. ¿han leído ustedes alguna vez la espiritualización del templo de Salomón por Juan Bunyan? Es, sin duda, una obra muy notable, llena de un ingenio santificado. Por ejemplo, considerad como muestra, una de sus explicaciones extravagantes, y ved si se puede mejorar. Trata de las hojas de la puerta del Templo. «Las hojas de esta puerta, como os dije antes, se podían doblar, y así como os sugerí anteriormente, tienen un significado especial e interesante. Porque de este modo cualquier hombre, y especialmente un nuevo discípulo, bien podría equivocarse, creyendo que todo el pasaje se le había abierto, siendo así que no todo, sino sólo una cuarta parte de él se le había apenas descubierto. Porque, como dije antes, estas puertas nunca se han abierto hasta ahora enteramente, ni aun en el antitipo; pues nadie todavía ha llegado a ver en ningún tiempo todas las riquezas y toda la plenitud que se encuentran en Jesucristo. Por esto digo que un novicio, si juzgara por la vista actual, y
Biblia, Parábolas, Personajes, Tipos y figuras especialmente si viera solo un poco, bien podría equivocarse, por cuya razón esta clase de personas, por regla general, tienen mucho temor de no llegar nunca a entrar por las puertas preferidas. ¿Qué dices tú, oh discípulo nuevo, no se encuentra en este estado tu alma? ¿No te parece a ti que eres un pecador demasiado culpable para ser salvo? Pero tú, oh pecador, no temas, las puertas son de goznes, y de consiguiente pueden abrirse más y más si hubiere necesidad. Por tanto, cuando vengas a esta puerta y te figures que no hay lugar para que entres, toca y te será abierta más ampliamente y serás recibido» (Lc. 11:9; Jn. 6:37). Por esto, quien quiera que seas, vienes a la puerta cuyo tipo era la del templo; no fíes pues en tus primeras concepciones de las cosas, sino cree que hay gracia abundante. No sabes todavía lo que Cristo puede hacer; las puertas son de goznes. «Él es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (Ef. 3:20). Las bisagras que sostienen estas puertas, fueron hechas, así como os dije, de oro. Esto quiere decir por un lado que giraba sobre motivos de amor y a impulsos del amor; y por otro, que sus aberturas eran ricas. La puerta que nos conduce a Dios, gira sobre bisagras de oro. Los postes de que pendían estas puertas eran de olivo, ese árbol grueso y aceitoso, para enseñarnos que nunca se abren de mala gana ni lentamente, así como lo hacen aquellas cuyas bisagras carecen de aceite. Siempre están aceitadas, y así se abren fácil y prontamente a los que las tocan. Por esto leéis que el que habita en esta casa, da espontáneamente, ama espontáneamente, y nos hace bien de todo corazón. «Y me alegraré con ellos haciéndoles bien; y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma». (Jer. 32:41; Ap. 21:6; 22: 17). Por tanto, el aceite de gracia significado por ese árbol aceitoso, o esos postes de olivo de los cuales pendían estas puertas, las hacen abrir fácil y alegremente al alma. VI. ESPIRITUALIDAD E INGENIO Cuando Bunyan explica el hecho de que fueron hechas las puertas de madera de
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haya, ¿quién, excepto él, hubiera dicho: «La haya es también la casa de la cigüeña, esa ave inmunda, así como Cristo es el asilo, y amparo de los pecadores?». Dice el texto: «en las hayas hace su casa la cigüeña;» y Cristo dice a los pecadores que notan su falta de abrigo: «Venid a mí y os haré descansar». El sirve de refugio a los oprimidos, refugio en las tribulaciones. (Dt. 14:18; Lv. 11:19; Sal. 104:17; 74:2, 3; Mt. 11:27, 28; He. 6:17-20). En su «Casa del bosque del Líbano», encuentra más dificultad, pero sale del paso como ningún otro pudiera haberlo hecho. Las tres hileras de pilares, cada una compuesta de quince son para él un enigma muy difícil, y no puede descifrarlo, pero lo intenta valerosamente, y abandona la tarea sólo cuando todos sus esfuerzos fueron infructuosos. El Sr. Bunyan es jefe, cabeza y príncipe de todos los alegoristas, y no debemos seguirle en los profundos lugares de expresión típica y simbólica. El era nadador; nosotros no somos sino vadeadores, y no debemos salir de la esfera de nuestros alcances. Antes de concluir esta lectura quiero daros uno o dos ejemplos del modo de espiritualizar, que me fueron muy conocidos en mi juventud. Nunca podré olvidarme de un sermón predicado por un hombre poco instruido, pero notable, que era mi vecino en el campo. Recibí yo las notas del discurso de sus propios labios, y espero que queden como notas, y nunca sirvan otra vez de base para la predicación de un sermón. El texto fue éste: «El mochuelo, la lechuza y el cuclillo». Os parecerá probablemente que estas palabras no son muy fecundas en pensamientos; así me parecieron a mí, y por tanto le pregunté inocentemente: «¿Y cuáles son las divisiones del sermón?». Me contestó ingeniosamente: «¿Divisiones? tuerce los pescuezos de las aves, y luego tendrás tres divisiones, es decir, el mochuelo, la lechuza y el cuclillo». Se ocupó de enseñar que todas estas aves eran inmundas según la ley ceremonial, y que eran tipos evidentes de los pecadores inmundos. Los mochuelos eran las personas que robaban a hurtadillas, y aquellas que falsificaban sus mercaderías, y todas las que engañaban a sus semejantes clandestinamente, sin
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que se sospechase que eran pícaros. Las lechuzas eran un tipo de borrachos, los cuales están siempre despiertos en la noche, mientras en el día apenas pueden caminar sin lastimarse por tener tanto sueño. Agregó que había lechuzas también entre los cristianos profesos. La lechuza parece grande solo por las muchas plumas que tiene, pero es muy chica sin ellas, así muchos de los que se llaman cristianos no son más que plumas, y si pudiera quitárseles sus pretensiones arrogantes, se reducirían a muy poco. El cuclillo representaba al clero de la Iglesia Anglicana, cuyos miembros siempre al abrir la boca en el culto, proferían la misma nota. Y por decirlo así, vivían de los huevos de otras aves, exigiendo al pueblo los diezmos y otras contribuciones eclesiásticas. Los cuclillos eran también, si no estoy equivocado, los que insistían en el albedrío, diciendo siempre: «Haz, haz, haz, haz». ¿No es verdad que este sermón era absurdo? Sin embargo, teniendo presente el carácter de su autor, no parecía ni excepcional, ni singular. El mismo venerable hermano pronunció otro sermón igualmente peculiar, y mucho más original y útil, y todos los que le escucharon le recordarán hasta el día de su muerte. El texto era este pasaje: «El indolente no chamuscará su caza» (Pr. 12:27). El buen anciano reclinándose sobre el púlpito dijo: «Luego, hermanos míos, él era la verdad, un sujeto perezoso». Éste fue el exordio, y enseguida agregó: «El fue a cazar, y con mucho trabajo cogió una liebre; pero era tan desidioso, que no quiso asarla. ¡Por cierto que él era uno de los más perezosos!. El buen hombre nos hizo sentir cuán ridícula era tal pereza, y entonces dijo: «Pero probablemente sois tan culpables como aquel hombre, pues hacéis, en efecto, lo mismo oís decir que un ministro popular ha llegado de Londres, ensilláis el caballo y lo ponéis al carro, y camináis diez o veinte leguas para oírle; y después de haber escuchado el sermón, dejáis de aprovecharlo. Cogéis la liebre, pero no la asáis; vais a cazar la verdad, pero no la recibís». Entonces seguía enseñando que así como es necesario cocer la carne para que el cuerpo la asimile, (pero él no empleó esta palabra),
así es preciso que la verdad se prepare antes que se pueda recibir en el alma, de tal manera que nos alimentemos con ella y crezcamos. Agregó que iba a enseñarnos el modo de cocer un sermón, y lo hizo de una manera muy instructiva. Empezó, siguiendo el estilo de los libros que tratan del arte de cocina: «Primero, coged la liebre». «Así», dijo él, «primero, conseguid un sermón evangélico». En seguida dijo que muchos sermones no valían la pena de ir a cazarlos, y que había muy pocos sermones buenos; y que valdría la pena irse a cualquiera distancia para escuchar un discurso sólido y calvinista hecho a la antigua. Encontrado el sermón, bien podría suceder que algunos distintivos de él, originándose de la flaqueza del predicador, no fuesen provechosos, y por esta razón, se deberían desechar. Enseguida se ocupó del deber de discernir y de juzgar lo que se oyera, y de no dar crédito a todas las palabras de nadie. Después nos puso de manifiesto el modo de asar un sermón, diciendo que era necesario meter el asador de la memoria en él de un extremo al otro, voltearlo sobre el eje de la meditación, ante el fuego de un corazón verdaderamente ardiente y atento, y que de este modo se cocerla y serviría de nutrimento realmente espiritual. Os doy solamente el bosquejo, y aunque parezca algo ridículo, no causó esta impresión en los que lo escucharon. Abundó en alegorías, y cautivó la atención de todos desde el principio al fin. –Señor mío, ¿cómo está usted?», fue el saludo que le dirigí un día por la mañana. Me da gusto verle a usted en tan buena salud, considerando que ya es anciano. –Sí –me contestó–, estoy en buen estado a pesar de mi edad, y apenas puedo percibir la menor disminución en mi fuerza natural. –Espero –respondí que su buena salud continúe por muchos años, y que como Moisés, descenderá al sepulcro, no oscureciéndose sus ojos ni perdiéndose su vigor. –Todo esto suena muy bien –dijo el anciano–, pero en primer lugar, Moisés nunca descendió al sepulcro, sino que subió a él; y en segundo lugar, me gustaría saber qué das a entender con lo que acabas de
Biblia, Parábolas, Personajes, Tipos y figuras decirme: ¿Por qué no se oscurecieron los ojos de Moisés? –Me supongo –respondí avergonzado– que su modo natural de vivir, y su espíritu tranquilo le habían ayudado a conservar sus facultades, y convertirle en un anciano vigoroso. –Es muy probable –contestó él–, pero mi pregunta no se dirigía a esto: ¿qué quiere decir el pasaje citado?, ¿cuál es su enseñanza espiritual? ¿No es esto: Moisés es la ley, y ¡qué fin tan glorioso le puso Dios en el monte de su obra ya completa!? ¡Cuán dulcemente se adormecieron sus terrores al recibir un beso de la boca Divina!, y fíjate en que la razón de por qué la ley ya no nos condena, no es porque sus ojos se oscurecen de tal manera que no puede ver nuestros pecados, ni porque se perdió su vigor para maldecir y castigar, sino porque Jesucristo lo llevó al monte, y allá le puso fin de un modo glorioso. De esta naturaleza eran sus conversaciones usuales y su ministerio. Reposen en paz sus cenizas. Apacentó ovejas durante los años tiernos de su vida, y después se hizo pastor de hombres y solía decirme que «había encontrado a los hombres más ovejunos que las ovejas». Los conversos que hallaron el camino celestial por él como instrumento, eran tan numerosos, que al recordarlos, nos parecemos a los que vieron al cojo saltando por la palabra de Pedro y de Juan: estaban dispuestos a criticar, pero «viendo al hombre que había sanado, que estaba con ellos, no podían decir nada en contra». Con esto doy punto final a esta lectura, repitiendo la opinión de que guiados por la discreción y por un juicio sano, podemos a veces espiritualizar con el mayor provecho de nuestros oyentes: por lo menos excitaremos su interés y los mantendremos despiertos. 27. EL TEXTO DE ROBINSON CRUSOE «Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás» (Salmos 50:15). INTRODUCCIÓN: La desesperación del hombre y el consuelo para la angustia.
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I. EL REALISMO ES PREFERIDO AL RITUALISMO 1. Dios prefiere la alabanza y oración. 2. Al Señor le agrada el clamor del corazón quebrantado. 3. Dios se complace en que le pidamos. 4. En el clamor hay humildad. 5. En la súplica hay fe. II. LA ADVERSIDAD CONVERTIDA EN VENTAJA 1. Convirtiendo la angustia en ganancia. a) Dios manda que le invoquemos b) Apelamos a su carácter c) Creed en está promesa III. LA GRACIA SOBERANA PUESTA BAJO OBLIGACIÓN 1. Ha prometido ayudar y lo cumplirá. 2. El señor conoce el tiempo de nuestra liberación. 3. Dios mismo será el que nos libere. IV. LA PARTE DE DIOS Y DEL HOMBRE EN LA ORACIÓN 1. Dios merece toda la honra por lo hecho en nosotros. CONCLUSIÓN: Da a Dios gloria por cada parte de tu salvación.
EL TEXTO DE ROBINSON CRUSOE INTRODUCCIÓN Hay un libro que nos encantó en nuestros días de la juventud. ¿Acaso queda algún niño que no lo haya leído? Robinson Crusoe era una riqueza de maravillas para mí. Podría haberlo leído docenas de veces, y no me habría cansado. No me avergüenza decir que aún en el día de hoy puedo leerlo con nuevo deleite. Robinson y su hombre Viernes, aunque son sólo invenciones de la ficción, son maravillosamente reales para la mayoría de nosotros. Pero, ¿Por que estoy comenzando de esta manera este día del Señor? ¿No está esta charla completamente fuera de orden? Espero que no. Al leer mi texto viene a mi recuerdo un pasaje en forma muy vívida, y en ello encuentro algo más
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regla general no debéis hacerlo, y si hay excepciones deben ser muy pocas. Permitidme que os recuerde que no tenéis un taller a donde los marchantes puedan ir a dar sus órdenes. Cuando un amigo os sugiera un asunto, pensad en él, considerad si es a propósito y si podéis aceptarlo. Recibid la súplica cortésmente, como conviene a los caballeros y cristianos; pero, si el señor a quien servís, no arroja su luz sobre el texto, no prediquéis sobre él por mucho que alguno os persuada. Estoy enteramente cierto de que si esperamos en Dios por nuestros asuntos, y le pedimos ser guiados por la sabiduría divina, él nos guiará por el camino recto; pero si nos gloriamos de nuestra facultad para elegimos un texto, encontraremos que sin Cristo no podemos hacer nada, ni aun en la elección de un texto. Esperad en el Señor; escuchad lo que él quiera decir; recibid la palabra directamente de sus labios, y entonces salid como embajadores enviados del trono mismo de Dios. Repito: «Esperad en el Señor». 109. SOBRE LA VOZ DEL PREDICADOR «Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo» (Mateo 5:2). I. IMPORTANCIA DEL TONO DE LA VOZ II. EDUCAR LA VOZ Y EL TONO III. HABLAR PARA SER OÍDOS 1. No forzar las cuerdas vocales. 2. Hablar clara y distintamente la totalidad del sermón. 3. Modular los tonos sin forzar la garganta. 4. Usar la voz con la naturaleza del asusto. 5. Hacer uso de la voz natural de cada uno. 6. Esforzaos en educar la voz. 7. Cuidar la garganta.
SOBRE LA VOZ DEL PREDICADOR I. IMPORTANCIA DEL TONO DE LA VOZ Nuestra primera regla tocante a la voz es que no penséis demasiado en ella, sino recordad que la voz mas dulce no sirve de
nada cuando no se tiene que decir, y por bien que fuera manejada, sería como un carro vacío con buenos tiros, a no ser que ministréis por su medio a vuestros oyentes verdades interesantes y oportunas. Demóstenes tuvo razón, a no dudarlo, al asignar el lugar de primera, segunda y tercera importancia a una buena elocución; pero ¿de qué vale ésta si el hombre no tiene nada que decir? Un hombre dotado de la más excelente voz, y a quien le falten conocimientos y un corazón ardiente, será «una voz clamando en el desierto». O como Plutarco dice: «Voz y nada más». Semejante hombre bien podría lucirse en el coro, pero en el púlpito seria inútil. La voz de Whitfield, sin su fuerza de corazón, no afectaría más permanentemente a sus oyentes que el violín de Paganini. No sois cantores, sino predicadores; vuestra voz es de segunda importancia; no os parezcáis a muchos que se ocupan principalmente de ella, y la acarician de tal manera que llegan a considerarse enfermos al sentir la menor dificultad en su articulación. No hay necesidad que una trompeta sea de plata; bastará un cuerno de carnero, pero debe poder resistir un violento uso, porque las trompetas son para los conflictos de guerra y no para los salones de moda. Por otra parte, no dejéis de pensar debidamente en vuestra voz, porque su excelencia puede contribuir mucho a que logréis el objeto que esperáis conseguir. Platón hablando del poder de la elocuencia, hace mención especial del tono del orador. «Tan vivamente», dice él, «resuenan en mi oído las palabras y el tono del orador, que apenas en el tercero o cuarto día, recojo mis ideas, y percibo en qué parte de la tierra estoy; y por algún tiempo me hallo dispuesto a creer que vivo en las islas de los bienaventurados». Verdades preciosas en extremo, se pueden perder mucho de su mérito por ser expresadas en un tono monótono de voz. Una vez oí comparar a un ministro respetable que gruñía mucho a una abeja silvestre metida dentro de un jarro, metáfora bastante vulgar sin duda, pero que expresa con tanta exactitud el sonido monótono, que me lo reproduce al vivo en este momento, y me recuerda la parodia sobre la Elegía de
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … Gray, que dice: «Ahora se hace oscuro a la vista el asunto luminoso y todo el aire envuelve un silencio soporífero. Excepto donde el párroco zumba su discurso insulso, y cencerreos soñolientos arrullan los rediles dormidos». Qué lástima que un hombre que de corazón predicaba doctrinas tan preciosas, y en el lenguaje más a propósito, hubiera cometido suicidio ministerial haciendo uso de una sola cuerda, aunque el Señor le había dado un instrumento de muchas para que todas las tocase. ¡Ay! ¡ay! de aquella voz fastidiosa; zumbaba y zumbaba a semejanza de una piedra de molino, dando el mismo tono disonante tanto si su dueño hablaba del cielo, o del infierno; de la vida eterna, o de la ira sempiterna. Podría ser acaso un poco más alta o más baja según la extensión de la sentencia, pero su tono era siempre el mismo, es decir, una tierra yerma de sonido, una soledad horrible de habla en la cual no había alivio posible, ninguna variedad, ninguna música, nada que no fuera una monotonía penosa. Cuando el viento sopla por una arpa eólica, toca todas las cuerdas, pero el viento celestial, al pasar por algunos hombres hace uso de una sola cuerda, y ésta es por regla general, la más disonante de todas. Tan solo la gracia podría poner a los oyentes en estado de edificarse bajo el martilleo continuo de algunos predicadores. Estoy seguro que un jurado imparcial pronunciaría un veredicto de sueño justificable en muchos casos, teniendo en cuenta que el sonido que procede del ministro hace dormir por su monotonía fastidiosa. El Dr. Guthrie caritativamente atribuye los sueños de cierta congregación escocesa a la mala ventilación de su templo; esto sin duda explica en parte esa costumbre de los oyentes, pero la causa más poderosa bien podría ser el mal estado de las válvulas de la garganta del predicador. Hermanos, por todo lo sagrado, predicad con todas las campanas de vuestra torre, y no fastidiéis a vuestros oyentes con el ruido disonante de una pobre y cuarteada campana. Cuando fijáis la atención en la voz, tened cuidado de no caer en las afectaciones habituales y comunes del tiempo actual. Apenas hay un hombre entre doce que
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hable en el púlpito como hombre, y esta afectación no se limita a los protestantes, pues el abate Mullois, dice: «En cualquier otro lugar los hombres hablan; hablan en el foro y en el tribunal; pero ya no hablan en el púlpito, sino por el contrarío, allá encontramos un lenguaje ficticio y artificial, y un tono falso. Se tolera en la iglesia este modo de hablar, solo porque desgraciadamente es tan general allí; en otra parte no sería permitido». ¿Qué pensaríais de un hombre que conversara de un modo semejante en un salón? Por cierto que provocaría muchas risas. Hace algún tiempo había un guarda en el panteón, hombre de buena clase según sus ideas, el cual al enumerar las hermosuras del monumento adoptaba exactamente el tono de muchos de nuestros predicadores, y nunca dejó de hacer reír a los visitadores, que se divertían tanto con su modo de hablar como con los varios objetos de interés que les enseñaba. No se debe permitir ocupar el púlpito a un hombre que no tenga una elocución natural y libre; debemos desterrar sumariamente de dicho lugar, por lo menos, todo lo falso. En estos días de desconfianza, todo lo fingido se debe desechar, y el mejor modo de corregirse en este respecto, por lo que toca a la predicación, es el de escuchar con frecuencia a ciertos predicadores monótonos y vehementes, pues saldremos del templo tan disgustados, y con tanto horror de esta clase de elocución, que nos condenaríamos a un silencio absoluto antes que imitar a tales predicadores. Luego que abandonéis lo natural y lo real, perderéis el derecho de ser creídos, así como el de ser escuchados. Podéis ir a todas partes, a templos o a capillas, y encontraréis que casi todos nuestros predicadores tienen un tono santo para los domingos. Tienen una voz para la sala y el dormitorio y otra muy distinta para el púlpito, de suerte que si no se encuentran con dos lenguas para pecar, sí las tienen prácticamente. Muchos hombres al subir al púlpito, se despojan de toda su personalidad, y se hacen tan rutineros como el bedel de la parroquia. Casi pudieran jactarse como el fariseo, de no ser como los otros hombres, más seria una blasfemia darle gracias a Dios por esto.
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No son carnales ni hablan como hombres, sino que adoptan una especie de quejido o gruñido, o algún otro ruido desagradable, para evitar por completo la impresión de que son naturales, y están hablando de la abundancia del corazón. Una vez puesta el alba, parece que se convierte ésta en la mortaja de la personalidad natural del hombre, y se cambia en afeminado emblema de lo oficial. Hay dos o tres modos de hablar con los que estáis familiarizados sin duda. No vemos ahora con tanta frecuencia como antes el estilo severo, erudito, hinchado y pomposo que acabo de llamar el ore rotundo; pero se admira todavía por algunos. Cuando un ministro estaba una vez soplando al modo de una máquina que exhala vapor, un hombre que estaba en la nave dijo que le parecía que el predicador «se había tragado una bola de harina». «No, Juan», le respondió su compañero, «no se la ha tragado, pero la tiene en la boca dándole de vueltas». Puedo figurarme al Dr. Johnson hablando de esta manera en Bolt Court y de todos los hombres a quienes es natural este tono, procede con una grandeza olímpica, pero que no tenga lugar nunca en el púlpito ninguna imitación de él; si viene naturalmente, bien, pero remedarlo es traición a la decencia común; de igual modo toda clase de mímica en el púlpito me parece estrechamente aliada al pecado imperdonable. Hay otro estilo del cual os suplico no os riáis. Se describe este método de pronunciación como femenino, carantoñero, delicado, sandio… no sé cómo indicarlo con más exactitud. Casi todos nosotros hemos tenido la felicidad de oír estas varías clases de tonos, y tal vez otros más extravagantes todavía. He oído muchas especies distintas, desde la voz rotunda a semejanza de la del Dr. Johnson, hasta la tenuidad del suave y elegante susurro; desde el bramido de los toros de Basan, hasta la nota más dulce de un canario. He podido seguir las huellas de algunos hermanos que van tras sus antepasados, es decir, sus antepasados ministeriales, de quienes primero aprendieron estos celestiales, melodiosos, santificados, hermosos, pero –debo agregar con toda franqueza– detestables modos de hablar. El orden, no hay duda, de
su genealogía es el siguiente: Astilla que fue hijo de Ceceo, que lo fue de Sonrisa Afectada, que lo fue de Pisaverde, que lo fue de Afectación; o Vacilante que fue hijo de Grandioso, que lo fue de Pomposidad, el mismo que fue padre de muchos hijos. Recordad que cuando aun estos sonidos horribles son naturales, no los condeno; que cada criatura hable su propio idioma; pero el hecho es que de diez hombres que hablan estos dialectos sagrados, que espero serán pronto idiomas muertos, nueve usan un tono afectado y forzado. Estoy persuadido de que estos monótonos tonos y semitonos son babilónicos, y que no pertenecen al dialecto de Jerusalén porque éste tiene un distintivo especial, es decir: cada hombre tiene su propio modo de hablar, y habla de la misma manera fuera del púlpito y dentro de él. Nuestro amigo de la escuela de oratoria ampulosa, cuyo distintivo es la afectación, nunca habló fuera del púlpito del mismo modo que lo hace dentro de él, y nunca usa en la sala el mismo tono que utiliza en el púlpito. «Quiere usted hacerme el favor de darme otra taza de té con azúcar». Si lo hiciera así se pondría en ridículo, pero el púlpito tiene que sufrir lo peor de su voz que la sala no toleraría. Insisto en que las mejores notas, de que es capaz la voz de un hombre, se deben emplear en la predicación del Evangelio, y éstas son las que la naturaleza le enseña que use en la conversación animada. Ezequiel sirvió a su maestro con sus facultades más musicales y melodiosas, de suerte que el Señor le dijo: «Tú eres a ellos como cantor de amores, gracioso de voz y que canta bien» (Ez. 33:32). Aunque esto, por desgracia, no sirvió de nada al corazón endurecido de Israel, que solo el Espíritu de Dios pudo quebrantar, sin embargo, le convino al profeta anunciar la Palabra de Dios empleando el mejor estilo de voz y de modales. II. EDUCAR LA VOZ Y EL TONO Además, si tenéis algunas idiosincrasias de lenguaje, las cuales son desagradables al oído, corregidlas si os es posible. Dice Juan Wesley: «Tened cuidado de no retener nada torpe ni afectado, ni en vuestros gestos, ni en vuestro lenguaje, ni en vuestra
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … pronunciación». Se admite luego que el preceptor puede dar este consejo mucho más fácilmente que vosotros podéis ponerlo en práctica. Sin embargo, para jóvenes que están en la alborada de su ministerio, la dificultad no es insuperable. Los hermanos que vienen del campo retienen en sus bocas algo de su dialecto rústico, recordándonos irresistiblemente los becerros de Essex, los cerdos de Berkshire o los redrojos de Suffolk. ¿Quién puede equivocar los dialectos de Yorkshire o Somersetshire, los cuales no son meras pronunciaciones provinciales, sino también tonos? Seria difícil descubrir la causa del hecho que nos consta con toda claridad, de que en algunos distritos de Inglaterra las gargantas de los hombres parecen que se obstruyen, como teteras que se han usado por mucho tiempo, y en otros resuenan como un instrumento de música de bronce, con un sonido metálico y desagradable. Estas variaciones de la naturaleza bien pueden ser hermosas en su tiempo y lugar oportunos, pero yo nunca he podido apreciarlas. De todos modos, debemos quitarnos un alarido penetrante y disonante que se parece al sonido hecho por tijeras mohosas; así también no podemos tolerar una enunciación indistinta e inarticulada, en la cual ninguna palabra es completa, sino que los nombres, los adjetivos y los verbos se hacen en una especie de picadillo. Igualmente reprensible es aquella habla lúgubre en la cual un hombre no hace uso de sus labios, sino imita a un ventrílocuo. Los tonos sepulcrales pueden preparar a un hombre para que sirva de comisario de entierros, pero Lázaro no se resucita con gemidos roncos. Uno de los modos más eficaces de mataros es el de hablar con la garganta en vez de hacerlo con la boca. Este mal uso de la naturaleza será castigado de un modo terrible por ella; evitad la pena con no caer en la falta. Puede seros útil que insista aquí para que luego os detengáis con frecuencia en la pronunciación de las palabras, y os quitéis este hábito insinuante y pernicioso, lo más pronto posible. No hay necesidad ninguna de dicha costumbre, y aunque los que ya son victimas de ella nunca podrán romper sus cadenas, vosotros los que sois princi-
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piantes en la oratoria debéis rehusar llevar ese molesto yugo. Es necesario también deciros que abráis la boca al hablar, porque el inarticulado gruñido tan común entre nosotros, es el resultado, por regla general, de mantener la boca medio cerrada. Los evangelistas no escribieron en vano del Señor: «Y abriendo su boca, les enseñaba». Abrid cuanto sea necesario las puertas por las cuales la verdad tan hermosa ha de salir. Además, hermanos, evitad el uso de la nariz como órgano de la elocución, porque las mejores autoridades están de acuerdo que tiene por objeto el que con ella se huela. Hubo un tiempo en que el retintín nasal era una cosa de mérito, pero en esta época de retroceso haríais mejor en obedecer las sugestiones de la naturaleza, dejando que ejecute la obra que le está encomendada, sin la intervención del instrumento formado para el olfato. Si acaso está presente un estudiante americano me ha de disimular que le llame la atención especialmente sobre esta observación. Evitad la costumbre de muchos que no pronuncian con claridad la letra «i», pues esta falta no tiene excusa, y es muy ridícula en su efecto. A algunos hermanos pertenece la dicha de poseer un ceceo de la clase más atractiva y deliciosa. Esto tal vez es el menor de los males en caso de un hermano pequeño de estatura y encantador por naturaleza, pero arruinaría a alguien cuyo deseo fuera el de poseer la dignidad y la fuerza. Apenas puedo figurarme a Elías ceceando a Acab o a Pablo cortando lindamente sus palabras en medio del Areópago. Bien puede haber algo patético en tener los ojos débiles y llorosos y en detenerse en la pronunciación de las palabras; más todavía, admitimos que cuando estos distintivos resultan de una pasión ardiente, son sublimes; pero algunos los tienen por nacimiento y hacen uso de ellos con demasiada frecuencia, y puedo decir a lo menos, que no es necesario que los imitéis. Hablad así como vuestra naturaleza educada os sugiera, y lo haréis bien; pero tened cuidado de que ella sea cultivada y no ruda, grosera e inculta. Demóstenes como sabéis tenía mucho empeño en el cultivo de su voz y Cicerón, que era débil por naturaleza,
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caminó por muchos lugares de Grecia a fin de corregir su modo de hablar. Preocupándonos de asuntos mucho más sublimes no seamos menos ambiciosos de tener el mejor éxito. Dijo Gregorio Nacianceno: «Quitadme todo lo demás, menos la elocuencia; y nunca me pesará haber hecho muchos viajes para estudiarla». III. HABLAR PARA SER OÍDOS Hablad siempre de tal manera que podáis ser oídos. Conozco a un hombre que pesa noventa kilos y que podría ser oído a una distancia de media milla; pero es tan desidioso en su modo de hablar, que apenas se le puede oír enfrente del coro. ¿Para qué sirve un predicador cuyas palabras no pueden ser oídas? La modestia debe inducir a un hombre falto de voz, a ceder su lugar en favor de otro más apto para la tarea de pregonar los mensajes del rey. Hay hombres que hablan bastante alto, pero les falta la claridad en su pronunciación, sus palabras contienden entre si, se confunden y se estorban las unas a las otras. Pronunciar con claridad es cosa de mucha más importancia que la mera fuerza del aliento. Dad a una palabra la oportunidad de ser oída, no la destrocéis en vuestra vehemencia, ni la obscurezcáis en vuestra precipitación. Es detestable oír a un hombre robusto gruñir y hablar entre dientes, aunque sus pulmones tengan fuerza suficiente para dar las notas más altas; pero por otra parte, es necesario tener presente que por fuerte que sea la voz de un hombre, no se le oirá bien si no pronuncia cada palabra con claridad. Hablar con demasiada lentitud es cosa muy fastidiosa y que sujeta a los oyentes reflexivos a la enfermedad llamada «los horrores». Es imposible escuchar a un hombre que avanza solamente una milla en cada hora. Una palabra hoy y otra mañana, son como un fuego lento que solo los mártires pueden soportar. Tampoco se puede justificar la costumbre de hablar con una rapidez excesiva; la de dar de gritos, y la de enfurecerse a semejanza de un loco, este estilo no tiene influencia, ni la tendrá nunca si no es en los idiotas, porque cambia lo que debe ser un ejército de palabras, en una masa confusa
de silabas y del modo más eficaz inunda el sentido en diluvios de sonidos. A veces se oye a un orador enfurecido a quien le falta la claridad en su pronunciación, y cuya vehemencia le hace proferir sonidos de tal modo confusos, que haría recordar al que estuviera un poco retirado, estos dichos de Luciano: «Un hombre gruñidor hace que su lengua profiera sonidos que no se asemejan a los humanos; se parecen al ladrido de un perro o al aullido de un lobo; al chillido lúgubre del mochuelo a media noche; al silbo de las serpientes; al bramido del león voraz; al estruendo de las olas que se estrellan contra los arrecifes de la playa; al bramido de los vientos en el bosque; y al estallido del trueno que surge de las nubes electrizadas y todas estas cosas se parece a la vez». Es una molestia que no se debe sufrir más de una vez, oír a un hermano precipitarse al modo de un caballo bronco que lleva pegado un tábano en la oreja, hasta que se agota su aliento y se ve precisado a detenerse para llenar de nuevo de aire sus pulmones; es con todo muy común y muy penosa la repetición de esta inexcusable falta en el mismo sermón. Haced pues pausas en tiempo oportuno, y precaveos de aquella asfixia producida por el esfuerzo de tomar aliento, que más bien inspira lástima para el orador desfallecido, que interés por el asunto de que está tratando. Vuestro auditorio no debe notar que respiráis: el acto de tomar aliento debe pasar tan inadvertido, como la circulación de la sangre. Es indecente hacer que las meras funciones animales referentes a la respiración, causen hiatos o interrupciones en vuestro discurso. 1. Por regla general, no empleéis toda la voz en vuestra predicación. Dos o tres hombres enérgicos bien conocidos se hallan ahora sufriendo las consecuencias de su costumbre infundada de gritar a voz en cuello; se han irritado sus pobres pulmones e inflamándose su laringe, por sus gritos tan violentos de los que al parecer no pueden prescindir. No cabe duda en que es bueno a veces «clamar a gran voz y no detenerse», pero es preciso también tener presente como un consejo apostólico, las siguientes palabras: «No te hagas ningún mal». Cuan-
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … do los oyentes puedan oíros hablando vosotros a media voz, debéis economizar la fuerza superflua para cuando la hayáis de menester. «No malgastéis y no tendréis necesidad», es un adagio que bien pudiera aplicarse tratándose de este asunto. Evitad una cantidad exagerada de sonidos altos. No hagáis doler a vuestros oyentes la cabeza, cuando lo conveniente seria hacer que les doliera el corazón. Cierto es que debéis procurar conservarlos despiertos, pero recordad que para esto no es necesario romperles el tímpano del oído. «El Señor no está en el viento». El trueno no es relampagueo. El ruido no determina la facilidad con que oyen los hombres, al contrario, demasiado ruido ensordece el oído, produce reverberaciones y ecos, y así de un modo eficaz disminuirá la fuerza de vuestros sermones. Acomodad vuestra voz a vuestro auditorio. Cuando estén presentes 20.000 personas, sacad todos los registros y dejad emitir al instrumento toda su fuerza; pero tened cuidado de no hacer lo mismo en un cuarto en el cual no puedan hacer más de 30 o 40. Siempre que yo entro en un edificio con el fin de predicar, calculo en el acto mismo cuánta voz sea necesaria para llenarlo, y después de decir unas cuantas palabras, fácilmente determino la elevación de voz que preciso. Si podéis hacer que oiga una persona sentada al otro extremo de la capilla; si podéis ver que él entiende lo que estáis diciendo, podéis estar seguros de que las que estén sentadas más cerca os oyen, y no hay, por ello, necesidad de emplear más voz; quizá bastará menos, observad y decidid. ¿A qué conduciría hablar de modo que se os oyera en la calle, siendo así que no había ninguno que en ella os escuchara? Aseguraos de que los oyentes más distantes, sea que estén dentro o afuera, puedan oíros fácilmente, y esto bastará. Quiero de paso hacer la observación de que siendo un deber de los hermanos compadecerse de los débiles, tienen siempre la obligación de atender con mucho cuidado a la fuerza de su voz en los cuartos de los enfermos, y en las congregaciones donde se sabe que hay muchos que lo están. Es algo muy cruel sentarse al lado del lecho de un enfermo y
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decir a gritos: «El Señor es mi Pastor». Si obráis así, sin reflexión, el pobre paciente no podrá menos que decir luego que os despidáis de él: «¡Ay de mí!, cuando me duele la cabeza me alegro mucho de que ese buen hombre se haya marchado. El Salmo 23 que recitó es muy precioso y tranquilizador, pero él lo leyó asemejándose al trueno y al relámpago y casi me aturdió». Recordad, jóvenes y solteros, que susurros blandos le convienen más a un enfermo, que un zambombazo o el disparo de un cañón. 2. Observad cuidadosamente la costumbre de variar la fuerza de vuestra voz. Antes la regla era ésta: «Comenzad muy suavemente, subid poco a poco, y al fin emplead las notas más altas de vuestra voz». Que todas estas reglas u otras semejantes sean abolidas, porque son fútiles y engañosas. Hablad en voz alta o baja, según las exigencias del sentimiento de que estéis poseídos; no os sometáis a ningunas reglas artificiales o caprichosas. Estas son abominables. El Sr. de Cormorin dice satíricamente: «Sed apasionados, tronad, enfureceos, llorad, hasta la quinta palabra de la tercera sentencia del párrafo décimo de la décima página. ¡Cuán fácil no seria esto, y más que todo, cuán natural!». Cierto ministro queriendo imitar a un predicador popular que no podía evitar la costumbre de principiar su sermón en voz tan baja que a nadie le era posible escucharlo, hacia lo mismo. Todos sus oyentes se inclinaban temiendo dejar de escuchar algo provechoso, pero sus esfuerzos eran inútiles, pues apenas podían discernir otra cosa que un murmullo santo. Si a este hermano se le hubiera dificultado hablar en alta voz, nadie le habría criticado; pero parecía muy absurda la introducción, cuando al corto tiempo mostraba la fuerza de sus pulmones llenando todo el edificio de sentencias sonoras. Si la primera mitad de su discurso no tenía importancia, ¿por qué no la omitía? y si tenía algún valor, ¿por qué no la pronunciaba con claridad? «singularizarse», señores, era el objeto principal del predicador, él había sabido que uno que hablaba de ese estilo, había producido grandes efectos y tenía esperanzas de rivalizar con él. Si alguno de vosotros se atreviera a co-
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meter tal tontería con un objeto tan reprochable, desearía yo de todo corazón, que nunca hubiera entrado en este establecimiento. Os declaro con toda sinceridad, que la cosa llamada «singularización» es odiosa, porque es falsa, artificial, engañosa, y por tanto despreciable. Nunca hagáis nada con el fin de causar efecto, sino detestad las artimañas de las almas pequeñas que solo buscan la aprobación de los peritos en el arte de predicar. Esta clase de oradores es tan odiosa a un predicador sincero como lo son las langostas al agricultor oriental. Pero estoy apartándome del asunto: hablad clara y distintamente desde el principio de vuestros discursos. La introducción de un sermón es demasiado interesante para ser dicha entre dientes. Proferiría confiadamente, y llamad a vuestro auditorio la atención desde un principio, por vuestra voz varonil. Por regla general, no principiéis hablando en la voz más alta, porque en tal caso se os exija por el interés creciente del sermón; pero sin embargo, procurad como digo, hablar con toda claridad desde el principio del discurso. Bajad la voz aun hasta hablar callado, cuando sea conveniente, porque los tonos suaves, premeditados y solemnes, no solo dan descanso al oído, sino que son muy apropiadas también para influir en el corazón. No dejéis de hacer uso de los tonos bajos, porque si los usáis con fuerza, serán oídos también como si gritarais. No es necesario que habléis en voz muy alta para ser bien oído. Macaulay dice respecto de Guillermo Pitt: «Su voz, aun cuando bajaba a veces mucho, era oída hasta los bancos más distantes de la Cámara de los Comunes». Se ha dicho y con razón, que la escopeta más ruidosa no es la que lleva una bala a la mayor distancia; al contrario, la descarga de un rifle hace muy poco ruido. No es el tono elevado de vuestra voz el que la hace eficaz, sino la fuerza con que la empleáis. Estoy seguro de que podría yo hablar bajo y de modo que se me oyera por todos los ámbitos de nuestro gran Tabernáculo; y estoy igualmente cierto de que podría desgañitarme gritando de tal modo que nadie pudiera entenderme. Sería muy fácil hacer la prueba aquí, pero tal vez el ejemplo no sea nece-
sario, pues temo que algunos de vosotros seáis capaces de hacerlo con el mejor éxito. Olas de aire pueden estrellarse en el oído en una sucesión tan rápida que no produzcan ninguna impresión traducible en el nervio auditivo. La tinta es necesaria para escribir; pero si volteáis la botella de tinta sobre un pliego de papel, con esto no comunicáis ningún significado. Lo mismo sucede con el sonido; este es como la tinta, pero se necesita no una gran cantidad, sino un buen uso de él, para producir una impresión inteligible en el oído. Si vuestra única ambición es la de competir con «un hombre gigantesco dotado de pulmones de bronce, cuya garganta sobrepujaba la fuerza de 50 lenguas», vocead a vuestro gusto, y llegad al Eliseo tan pronto os sea posible; pero si queréis ser entendidos y útiles evitaos el reproche de ser «impotentes y ruidosos». Sabéis muy bien que los sonidos agudos son los más penetrantes: el grito singular usado por los que viajan en los desiertos de Australia, debe su fuerza especial a lo agudo de él. Una campana se puede oír a mucha mayor distancia que un tambor; y lo extraño es que cuanto más musical sea un sonido, tanto mas penetrante será. Lo que se necesita no es golpear el piano, sino tocar diestramente las debidas teclas. Estaréis por consiguiente en entera libertad para bajar la voz con frecuencia, y así daréis descanso tanto al oído de vuestro auditorio, como a vuestros propios pulmones. Probad toda clase de métodos, desde el golpe dado con el formidable mazo, hasta la simple caricia. Sed tan suaves como un céfiro, y tan vehementes como un torbellino. En una palabra, sed lo que cada persona de sentido común, es cuando habla naturalmente: aboga con vehemencia, cuchichea confidencialmente, apela con tristeza o pregona con claridad. 3. Después de haber tratado ya de la necesidad de moderar la fuerza de los pulmones, establecía yo esta regla: modulad vuestros tonos. Cambiad con frecuencia la elevación de la voz, y variad constantemente su tono. Dejad que se oigan en sus respectivos turnos, el bajo, el tiple y el tenor. Os suplico que hagáis esto teniendo compasión así de vosotros mismos como de vuestro
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … auditorio. Dios tiene misericordia de vosotros, y dispone todas las cosas de tal modo que quede satisfecha vuestra tendencia a buscar la diversidad. tengamos a nuestra vez piedad de nuestros semejantes, y no les fastidiemos con la monotonía de nuestros tonos. Es una cosa cruel sujetar el tímpano del oído de un semejante nuestro, a la pena de ser taladrado y barrenado con el mismo sonido por el espacio de media hora. ¿Qué modo más eficaz de volver a uno idiota o loco puede concebirse, que el zumbido constante de un escarabajo o de una mosca en el oído? ¿Qué facultad tenéis para cometer libremente semejante crueldad en las victimas desamparadas que asistan a vuestras monótonas predicaciones? La naturaleza bondadosamente libera con frecuencia a las desgraciadas víctimas del monótono predicador, del pleno efecto de los tormentos que éste causa, haciéndolas dormir. Pero como no es esto lo que deseáis, debéis evitarlo variando los tonos de vuestra voz. ¡Cuántos ministros se olvidan de que la monotonía hace dormir a sus auditorios. Me temo que el cargo hecho por un escritor en la Revista Imperial, sea literalmente verdadero en cuanto a muchos de mis hermanos en el ministerio. Dice así: «Todos sabemos que el ruido del agua corriente, o el murmullo de la mar, o el suspiro del viento meridional entre los pinos, o el arrullo de las palomas, produce una languidez deliciosa y soñolienta. Lejos de nosotros se asemeja mejor que la voz de un predicador moderno, ni aun en la cosa más mínima, a ninguno de estos sonidos; sin embargo, el resultado de una y otra cosa es el mismo, y hay pocos que puedan resistir a las influencias soporíferas de una disertación larga pronunciada sin la menor variación de tono o cambio de expresión». En verdad el uso muy excepcional de la frase «un discurso despertador», aun por los que están más familiarizados con esta clase de asuntos, implica que casi todas las arengas del púlpito tienden a hacer dormir. El caso es muy malo cuando el predicador deja a sus oyentes perplejos y comprimidos entre el texto que dice «velad y orad», y el sermón que dice «dejaos dormir». Por musical que fuera vuestra voz en
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si misma, si seguís tocando el mismo tono sin cesar, vuestros oyentes pronto percibirán que vuestras notas les agradan más de lejos que de cerca. Os exhorto en nombre de la humanidad, a que ceséis de entonar y empecéis a hablar de un modo natural. Si lo expuesto no es suficiente para convenceros, agregaré por estar tan profundamente interesado en este asunto, un argumento basado en vuestro propio bien. Si no queréis compadecer a vuestros oyentes, tened compasión al menos de vosotros mismos, recordando que así como le place a Dios en su sabiduría infinita, imponer siempre un castigo a todo pecado ya sea contra sus leyes naturales, ya contra las morales, así es castigada muchas veces la monotonía con aquella enfermedad peligrosa que se llama dysphonia clericorum, en otras palabras, dolor clerical de garganta. Si algunos hermanos disfrutan el amor de sus feligreses en tal grado que éstos no tengan inconveniente ninguna en pagar una cantidad considerable para que sus pastores hagan un viaje de recreo hasta Jerusalén en tal caso se toma en bien de ellos una ligera bronquitis, de tal manera que mi argumento actual no les turbará su serenidad de ánimo; pero semejante suerte no me toca a mí, puesto que para mi la bronquitis quiere decir una molestia insoportable; y por tanto, adoptaría yo cualquier consejo racional para evitarla. Si queréis arruinar por completo vuestras gargantas, podéis hacerlo muy pronto y con mucha facilidad, pero si por el contrario, queréis conservarlas, ateneos a lo expuesto. He comparado muchas veces en este lugar, la voz humana con un tambor. Si el que toca el tambor siempre diera golpes en el mismo lugar del parche, éste pronto se agujearía; pero cuánto tiempo no le habría servido si hubiera variado algo sus golpes, haciendo uso de toda la superficie de la piel. Lo mismo pasa con la voz de un hombre. Si hace uso siempre del mismo tono, gastará, digámoslo así, muy pronto esa parte de la garganta que se emplea en producir la monotonía y se apoderará de él la bronquitis. He oído decir a los cirujanos, que la bronquitis de los disidentes difiere de la que se encuentra en la Iglesia de Inglaterra. Hay un
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acento particular eclesiástico, por decirlo así, que agrada mucho a los que pertenecen a la Iglesia Anglicana. Consiste en una especie de grandeza que parece haberse producido por un campanario situado en la garganta del predicador. Este dar vueltas a las palabras en su boca, y después de haberlas volteado hacia abajo, las pronuncia de una manera muy aristocrática, teológica, clerical y sobrenatural. Bien, si un hombre que habla de este modo tan poco natural, no sufre con el tiempo de la bronquitis o de alguna otra enfermedad, es claro entonces que las enfermedades de la garganta se distribuyen de una manera enteramente arbitraria. Ya ni un golpe al modo de hablar que se encuentra entre los disidentes. No cabe duda en que a esta clase de defectos es debido el hecho de que tantos ministros se encuentren débiles de la laringe y del pulmón, y muchos de ellos desciendan pronto al sepulcro siendo todavía jóvenes. Si queréis conocer la autoridad sobre la cual se basa la amenaza que acabo de haceros, la encontraréis en la opinión del Sr. Macready, eminente actor trágico que merece nuestra atención más respetuosa, por considerar el asunto bajo un punto de vista enteramente imparcial y experimental. Dice: «Una garganta irritada es ordinariamente el efecto no de haber hecho un uso excesivo de aquel órgano, sino de haberlo usado mal, es decir, no se debe al hecho de haber hablado mucho tiempo, ni en alta voz, sino de haberlo hecho en voz fingida». No estoy seguro de que me entendáis en lo que voy a decir, pero es un hecho que no hay una persona entre 10. 000, que al dirigir la palabra a una concurrencia de personas, lo haga en voz natural; y se nota esto especialmente en el púlpito. Yo creo que la irritación de la garganta es el efecto de habérsele esforzado mucho en producir tonos afectados, y que como consecuencia de esto se encuentra muchas veces mas tarde una grave irritación y aun ulceración. El trabajo de un día en el púlpito es muy poco si se compara con el de uno de los personajes principales que figuran en la representación en uno de los dramas de Shakespeare; y ni tampoco puede compararse la predicación
de dos sermones, por lo que toca al trabajo, con el esfuerzo hecho por cualquier hombre de estado al pronunciar un discurso de importancia especial en las cámaras del Parlamento; y estoy seguro de que la enfermedad a que se le llama el dolor clerical de garganta, se puede atribuir generalmente al modo de hablar de los ministros, y no al tiempo empleado por ellos en predicar, ni a la violencia de los esfuerzos hechos por ellos. He sabido que varios de mis contemporáneos anteriores, sufren hoy dolor de garganta; pero en mi concepto, no se puede decir que esta enfermedad sea común entre los actores eminentes en su arte. Se les exige con frecuencia a los actores y a los abogados, que hagan uso de su voz por mucho tiempo y con mucha fuerza, y no existe sin embargo ninguna enfermedad a que se le llame dolor de garganta de abogado, o bronquitis de actor trágico y ¿por qué?, simplemente porque éstos no se atreven a servir al publico de una manera tan desaliñada, como algunos predicadores sirven a su Dios. El Dr. Samuel Fenwich, en un tratado popular sobre Enfermedades de garganta y de pulmón, ha dicho sabiamente: «Teniendo presente lo antedicho respecto de la fisiología de las cuerdas vocales, es claro que el hablar continuamente en el mismo tono, cansa a uno mucho mas pronto que cuando se varia con frecuencia la elevación de la voz, puesto que en aquel caso se usa un músculo, o cuando más una clase de músculos; pero en este último caso, se hace uso de varios músculos y así se ayudan mutuamente. De un modo semejante, un hombre que repite la acción de elevar su brazo en una dirección rectangular respecto de su cuerpo, se cansa a los pocos minutos, porque solo una serie de músculos soportan el peso; pero estos mismos músculos bien pueden obrar todo el día alternando su acción con la de otros sucesivamente. Por tanto, siempre que oímos a un ministro entonar la liturgia leyendo, orando y exhortando, con los mismos gestos y con el mismo tono de voz, podemos estar enteramente seguros de que está cansando sus cuerdas vocales diez veces más de lo que es absolutamente necesario».
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … Tal vez aquí deba reiterar una opinión expresada muchas veces en este lugar, y la cual me recuerda al autor que acabo de citar. Es ésta: si los ministros hablaran con más frecuencia, no se enfermarían tan fácilmente de la garganta y el pulmón. Estoy bien seguro de esto, se basa tal opinión en mi propia experiencia y en una observación algo extensa, y tengo la confianza de no estar equivoco. Señores, predicar 2 veces por semana no es muy peligroso; para mí, hacerlo 5 o 6 veces es cosa saludable, y aun predicar 12 o 14 no me es perjudicial. Un vendedor ambulante al comenzar a pregonar sus coliflores y papas un día en la semana, se cansaría mucho; pero después de haber llenado las calles, las callejuelas y callejones con sus sonoros gritos por seis días consecutivos, no sufrirá ninguna enfermedad de garganta que lo prive de proseguir su humilde trabajo. Mucho me agradó el encontrar que mi opinión de que el predicar rara vez es la causa de muchas enfermedades, fuese una cosa declarada así terminantemente, por el Dr. Fenwick diciendo: «En mi concepto todas las direcciones prescritas serán enteramente inútiles, sin el ejercicio diario y regular de la voz. Parece que nada tiende tanto a causar esta enfermedad, como el hablar rara vez y extensamente, alternando de ese modo el mucho trabajo con un largo descanso, como suelen hacerlo especialmente los ministros. Cualquiera que se fije este asunto por ligeramente que sea, entenderá pronto la razón de lo expuesto. Si un hombre u otro animal está destinado a hacer algún extraordinario esfuerzo muscular, se le sujeta a un ejercicio sistemático día tras día, con el fin de prepararlo debidamente para sufrir tal prueba, y así se le hace fácil la tarea que de otro modo le seria casi imposible ejecutar. Pero la generalidad de los ministros no hablan mucho, sino sólo un día de la semana; en los otros seis, casi nunca hacen uso de su voz en un tono más alto que el de conversación. Si un herrador o un carpintero se impusiera sólo ocasionalmente la fatiga propia del ejercicio de su arte, le faltaría muy pronto la fuerza necesaria para seguir trabajando, y perdería también su aptitud para ello. El ejemplo de los
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más célebres oradores del mundo, prueba las ventajas que resultan de hablar regularmente y con mucha frecuencia. Por esto aconsejaría yo a cuantos propenden a sufrir la enfermedad antedicha, que leyeran en voz alta una o dos veces en el día, haciendo uso de la misma elevación de voz que en el púlpito, y entendiendo especialmente a la postura del pecho y de la garganta, y a la articulación clara y propia de las palabras». El Rev. Sr. H. W. Beecher es de la misma opinión, puesto que dice: «Los muchachos que venden periódicos nos ponen de manifiesto lo que el ejercicio en el aire libre puede hacer por el pulmón. Si un ministro pálido y débil de voz, que con dificultad puede ser escuchado por doscientos oyentes, tuviera que gritar en alta voz todo el día como lo hacen los muchachos referidos, ¿qué haría? Éstos se paran en un extremo de la calle y hacen que su voz la recorra toda, a semejanza de un atleta que hace que la bola que arroja recorra toda la mesa de un boliche. Aconsejaríamos a los hombres que se están preparando para alguna profesión que requiera hablar, que vendieran mercaderías en las calles durante algún tiempo. Bien pudieran los ministros jóvenes asociarse por algunos meses a los muchachos que venden periódicos, para que así se acostumbraran a abrir la boca y para que robustecieran su laringe». 4. Señores, otra regla muy necesaria es ésta: Acomodad siempre la voz a la naturaleza de vuestro asunto. No os mostréis alegres al tratar de un asunto triste, ni por otra parte, hagáis uso de un tono doloroso cuando el asunto os exija una voz alegre como si estuvierais bailando al son de una música angélica. No me detengo sobre esta regla, pero estad seguros de que es de la mayor importancia y de que si se observa fielmente, siempre conseguirá el predicador que se le preste atención, con tal por supuesto que el asunto lo merezca. Acomodad siempre pues, vuestra voz a la naturaleza de vuestro asunto, y sobre todo, obrad con naturalidad en cuanto hagáis. Cuando se le preguntó a Johnson si Burke se parecía a Tulio Cicerón, contestó: «No, señor, se parece sólo a Edmundo Burke». Abandonad para siempre
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toda sujeción servil a reglas o a modelos. No imitéis las voces de otros oradores, o si obedeciendo una propensión invencible, debéis imitar a alguno, tened cuidado de no ser émulos sino de las excelencias que en ellos sean notorias, y ningún mal resultará. Yo mismo confieso que me encuentro por una influencia irresistible, impulsado a imitar lo que oigo de tal modo, que un viaje que haga yo por la Escocia o por Gales, de dos o tres semanas, siempre afecta materialmente mi pronunciación y mi tono. Por mucho que me opusiera a esta tendencia, no me seria posible vencerla; y el único remedio, por lo que yo sé, es dejarla que acabe por una muerte natural. 5. Señores, vuelvo a repetir mi regla: haced uso de vuestra voz natural. No seáis monos, sino hombres; no seáis loros, sino hombres originsales en todas las cosas. Se dice que el mejor estilo de usar la barba es aquel según el cual crece ésta por naturaleza, puesto que solo así convendrá a la cara de uno, en color y en forma. Vuestro propio modo de hablar será el que esté en armonía con vuestro modo de pensar y con vuestra personalidad. El comediante es para el teatro: el hombre cultivado en su personalidad santificada, es para el santuario. Si creyera yo que pudierais olvidar esta regla, la repetiría hasta el cansancio: sed naturales, sed naturales, sed naturales antes de todo y para todo. Os arruinaría inevitablemente cualquiera afectación de voz o cualquiera imitación del estilo del Dr. Pico de oro el teólogo eminente, o aun del de cualquier profesor o presidente de colegio. Os exhorto a que abandonéis por completo toda esclavitud de imitación, y a que os levantéis a la nobleza de la originalidad. 6. Debo añadir otra regla: esforzaos en educar vuestra voz. No rehuséis hacer todo lo posible por lograr este fin, teniendo presente lo que se ha dicho y con razón: «Por prodigiosos que sean los dones que la naturaleza prodiga a sus escogidos, no pueden desarrollarse ni perfeccionarse sino por medio de mucho trabajo y de mucho estudio». Recordad a Miguel Ángel que trabajaba toda la semana sin desnudarse, y a Handel que gastaba todas las teclas de su
clavicordio hasta ponerlas como cucharas, por su práctica incesante. Señores, después de esto, no hagáis mención de dificultades, ni de cansancio. Es casi imposible ver la utilidad de la costumbre de Demóstenes de hablar llevando piedrecillas en la boca; pero cualquiera puede entender que útil le fue arengar ante las olas tempestuosas de la mar, porque así aprendió el modo de conseguir la atención de un auditorio, por tumultuoso que fuera; y es claro también el por qué hablaba aquel mientras corría por una subida, pues así se robustecieron sus pulmones en extremo. La razón de esto es tan palpable, como lo es recomendable la abnegación así manifestada. Debemos hacer uso de todos los medios que estén a nuestro alcance para perfeccionar la voz, puesto que con ella hemos de difundir el Evangelio glorioso del Dios bendito. Tened mucho cuidado en pronunciar cada una de las consonantes con la mayor claridad, porque son las facciones y la expresión, digámoslo así, de las palabras. Seguid practicando hasta que podáis articular cada una de las consonantes con la mayor distinción; las vocales tienen su propio sonido, y así pueden expresarse por si mismas. En todo lo demás perteneciente a este asunto, poned en práctica una disciplina muy severa, hasta que venzáis vuestra voz y la tengáis domesticada como sí fuera un caballo perfectamente bien educado a la rienda. A los hombres de pecho angosto se les aconseja que hagan uso todos los días por la mañana, de los aparatos gimnásticos provistos por el colegio. Necesitáis pechos bien desarrollados, y debéis hacer todo lo posible por adquirirlos. No habléis con las manos en los bolsillos de los chalecos, debilitando así vuestro pulmón, sino enderezaos como lo hacen los cantores públicos. No os inclinéis sobre el púlpito, ni bajéis la cabeza sobre el pecho mientras estéis predicando. Que se inclinen vuestros cuerpos hacia atrás, más bien que hacia adelante. Aflojaos las corbatas y los chalecos, si es que os oprimen algo; dejad que los fuelles y los tubos tengan lugar amplío para obrar. Notad bien las estatuas de los oradores romanos o griegos. Observad el retrato de Pablo por Rafael, e imitad
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … sin afectación ninguna, las posturas graciosas y a propósito allí representadas, porque ellas son las mejores para la voz. Buscad a un amigo que pueda deciros cuáles son vuestras faltas, o lo que seria mejor aun, dad la bienvenida a cualquier amigo que os vigile rigurosamente y os hiera sin piedad. ¡Qué grande bendición no sería tal crítico para un hombre sabio, y qué incomodidad tan insoportable para un necio! Corregíos diligente y frecuentemente, o de otro modo caeréis en muchos errores sin saberlo; se multiplicarán los falsos tonos, y se formarán insensiblemente muchas costumbres desaliñadas. Por tanto, criticaos severamente y sin cesar. No tengáis en poco nada de lo que contribuya a haceros un poco más útiles. Pero no por esto, señores, degeneréis nunca haciéndolo todo para convertiros en pisaverdes del púlpito, pensando que los gestos y la voz son el todo. Me causa náuseas oír decir que hay hombres que emplean toda la semana en preparar un sermón cuya preparación principal consiste en repetir ante un espejo sus preciosas producciones. ¡Ay de este siglo, si los corazones destituidos de gracia tienen que ser perdonados en atención sólo a sus graciosos modales! Mejor sería que prevalecieran todas las vulgaridades del hombre más inculto, que las bellezas perfumadas de una cortesía afeminada. No os aconsejaría yo que fueseis fastidiosos en cuanto a vuestra voz, así como no os recomendaría que imitarais a aquel carácter ficticio de Rowland Hill con su anillo de diamante, con su pañuelo perfumado de esencias y con sus anteojos. Los hombres exquisitos no deben funcionar en el púlpito, sino en el mostrador de una sastrería, llevando ellos esta etiqueta: «Este estilo completo, incluyendo la hechura, 52,50$». Tal vez aquí estaría bien hacer la observación de que los padres deben atender más a los dientes de sus niños, puesto que defectuosos dientes bien pueden impedir eficazmente a un hombre que hable con buen éxito. Algunos hombres cuya dentición es defectuosa, deben ponerse en manos de un dentista científico y de mucha experiencia, puesto que unos cuantos dientes artificiales, o tal vez alguna operación muy sencilla, seria para ellos una
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bendición permanente. Dice bien mi propio dentista en una circular: «Cuando se han perdido todos los dientes o aun algunos de ellos, resulta una contracción de los músculos de la cara y de la garganta; también se perjudican y se trastornan los otros órganos de la voz que dependen en gran parte de los dientes por su eficacia, y así se produce una rotura, una languidez o una depresión en el modo de hablar, como si la voz fuera un instrumento de música falto de una nota. Es en vano esperar que la sinfonía sea perfecta, y que el acento sea bien proporcionado y consistente por lo que atañe al tono y a la elevación de la voz, si hay en ella defectos físicos. En tal caso el hablar no puede menos de ser más o menos difícil, y ordinariamente el resultado será un hábito de cecear, o de bajar la voz demasiado rápida o repentinamente; y cuando los defectos sean muy graves, se encontrará una especie de murmullo o de gruñido». Cuando tales obstáculos existen y el remedio está a nuestro alcance, se nos exige valernos de él para hacernos así más útiles. Bien puede suceder que parezcan los dientes poco importantes, pero nunca debemos olvidarnos de que no hay cosa pequeña en una vocación tan elevada como lo es la nuestra. En lo que falta para concluir estas lecturas, haré mención de asuntos aun más insignificantes todavía, puesto que tengo la convicción profunda de que tales sugestiones sobre cosas pequeñas al parecer, pueden seros muy útiles evitándoos graves defectos en modo de hablar. Finalmente, quisiera deciros algo sobre vuestras gargantas: Cuidadlas bien. Tened cuidado siempre en limpiarlas antes de comenzar a hablar, pero nunca lo hagáis mientras estéis predicando. Cierto hermano muy estimado, siempre habla por este estilo: «Queridos amigos –ejem, ejem–, este asunto –ejem, ejem– que vamos a tratar –ejem, ejem– es muy interesante, y –ejem, ejem– les suplico –ejem, ejem– me prestéis vuestra –ejem, ejem– más fiel atención». Un joven predicador deseoso de mejorar su modo de hablar, escribió a Jacob Gruber pidiéndole consejo. Había adoptado la costumbre de prolongar sus palabras, en espe-
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cial cuando estaba excitado. El anciano le mandó esta lacónica contestación: «Querido –¡ah!– hermano –¡ah!– cuando –¡ah!– estés –¡ah!– para predicar –¡ah!–, ten muchísimo –¡ah!– cuidado –¡ah!– de no decir –¡ah! ¡ah! ¡ah! Soy –¡ah!, ¡ah!– Jacob –¡ah!– Gruber –¡ah!–». Tened gran empeño en evitar defectos como éstos. Otros, dejando de limpiar su garganta, hablan como si estuvieran medio sofocados y quisieran expectorar, sería mejor hacerlo de una vez y no fastidiar a los oyentes repitiendo ruidos tan desagradables. El resollar y el resoplar apenas son cosas permitidas cuando el predicador tiene catarro, pero son desagradables en extremo, y si llegan a ser habituales, deben considerarse molestas. Vosotros me disimularéis el haber hecho mención de estos actos tan vulgares; pero es muy fácil que llamándoos ahora la atención sobre estos asuntos, de un modo tan claro y libre, pueda yo conseguir que os evitéis de muchas mortificaciones en lo sucesivo, y de muchos errores en cuanto al arte de hablar. Acabando de predicar, cuidad vuestras gargantas no envolviéndolas nunca estrechamente. Con bastante desconfianza me atrevo a daros este consejo como fruto de mi propia experiencia. Si algunos de vosotros tenéis bufandas de lana que os traigan tiernos recuerdos de vuestras madres o hermanas, conservadlas en el fondo de vuestros baúles, pero nunca hagáis uso de ellas llevándolas siempre envueltas alrededor de vuestras gargantas. 7. Si alguien quiere morir de catarro pulmonar, que utilice una bufanda grande en el cuello y se olvide de ella alguna noche en que haga mucho frío. El resultado será un catarro que le dure de por vida. Muy rara vez se ve a un marinero con el cuello envuelto. No, casi siempre lo tiene desnudo y expuesto a la intemperie. Usa un doblado, y si es que tiene corbata, es ésta muy chica y la usa casi suelta para que sople libremente el viento alrededor de su cuello. Creo firmemente en lo saludable de esta costumbre, y durante catorce años la he practicado. Antes sufría yo muy a menudo catarros, pero durante este tiempo me han caldo muy rara vez. Si sentís la necesidad de alguna cosa
más de lo que tenéis, dejad crecer vuestra barba, ésta es una costumbre muy bíblica, natural, varonil y benéfica. Uno de nuestros hermanos, aquí presente, ha tenido esta precaución durante cuatro años, y dice que le ha servido de mucho. Se vio obligado a salir de Inglaterra por haber perdido su voz, pero se ha puesto tan robusto como lo era Sansón, sólo por dejar crecer su barba. Si alguna vez os encontráis enfermos de la garganta, consultad a un buen médico; o si no podéis hacerlo, atended según vuestro gusto a las sugerencias siguientes: Nunca compréis «confites de Malvavisco», «ni pastilla de Brown», ni «obleas para el pulmón», ni «ajenjo», ni «Ipecacuana», ni ningún otro de los diez mil emolientes. Puede que os sirvan de algo por algún tiempo. Si queréis mejorar el estado de vuestra garganta, tomad sustancias astringentes tanto cuanto pueda soportar vuestro estómago. Tened cuidado de no traspasar este limite, porque debéis tener presente el que es vuestro deber cuidar tanto el estómago como la garganta; y si el aparato de la digestión no está en corriente, ningún órgano del cuerpo puede estarlo. El sentido común os enseña que los astringentes deben ser útiles. ¿Habéis oído decir alguna vez que un curtidor haya cambiado una piel en cuero sólo por variarla en agua de azúcar? Tampoco le habría servido tolú, o ipecacuana, o melado. De ninguna manera; al revés, su efecto habría sido el contrario al que buscaba. Cuando el curtidor quiere endurecer y hacer fuerte una piel, la mete en una solución de corteza de encina o de otra sustancia astringente, la cual da solidez al material y lo fortalece. Cuando empecé yo a predicar en el Salón de Exeter, mi voz era muy débil para aquel local, tan débil como lo son las voces en general, y muchas veces se me acabó por completo cuando predicaba en las calles. Las cualidades acústicas del salón eran sumamente malas por ser excesivo lo ancho de él en comparación con lo largo, y tenía yo siempre a mano una copa de vinagre fuerte mezclado con agua, un trago del cual parecía darle a mi garganta nueva fuerza siempre que se cansaba y que la voz tendía a acabarse. Cuando se me
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … irrita la garganta, suelo pedir a la cocinera que me prepare una taza de caldo de res, tan cargado de pimienta cuanto pueda yo soportarla, y hasta la fecha éste ha sido mi remedio eficaz. Ahora bien, teniendo presente que no estoy habilitado para funcionar como médico, no me hagáis caso más que a cualquier otro curandero. Tengo la confianza de que la mayor parte de las dificultades que pertenecen a la voz en los primeros años de nuestro ministerio, desaparecerán más tarde, y el propio uso de ella llegará a ser tan natural como lo es un instinto. Quisiera yo animar a los que tengan empeño a que perseveraran. Si sienten la Palabra de Dios como si fuera un fuego en sus huesos, aun el defecto de tartamudear se puede vencer, y también la timidez cuyo efecto nos paraliza tanto. Cobra ánimo, hermano, persevera, y Dios, la naturaleza y aun la práctica, te ayudarán. No quiero deteneros por más tiempo, sólo os expresaré el deseo de que vuestro pecho, pulmón, traquea, laringe y todos vuestros órganos vocales, duren hasta que no tengáis más que decir.
4. Mayordomía 110. LA MAYORDOMÍA «Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel» (1 Corintios 4:1, 2). INTRODUCCIÓN: El pastorado como siervos y mayordomos de Cristo. I. ¿QUÉ ES UN MAYORDOMO? 1. Es un siervo de Cristo. 2. El mayordomo en un supervisor. a) La gracia debe abundar en el siervo b) El ministro será abnegado 3. Recibe ordenes directas del Amo. 4. Ha de rendir cuentas al Señor. 5. Hace suyas las posesiones de su Amo. 6. Distribuye los bienes que da el Evangelio. 7. Cuida la familia que tiene su Amo. 8. Es representante de su amo.
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II. ¿QUÉ SE REQUIERE DEL MAYORDOMO? 1. No se de demasiada importancia a si mismo. 2. Fidelidad a su Señor. 3. Ejemplo de laboriosidad en casa del Rey. 4. Lealtad al Evangelio de Cristo. 5. Atención personal a las almas. a) Se les ha «confiado» el Evangelio b) Han de «defender» el Evangelio 6. Guardarse puro. 7. Estar listo para la venida de su Amo. CONCLUSIÓN: El buen mayordomo será galardonado con honores por el Señor.
LA MAYORDOMÍA INTRODUCCIÓN Amados hermanos podría incluso decir con Pablo: «Hermanos míos amados y deseados» me produce un intenso deleite mirar de nuevo vuestros rostros; y al mismo tiempo siento la carga de una solemne responsabilidad al tener que orientar vuestros pensamientos en esta hora, para dar la pauta de nuestra solemne conferencia. Pido vuestras continuas oraciones para que pueda hablar como debo, diciendo lo más apropiado de la manera más acertada. Hay una considerable ventaja en la libertad que se disfruta en el mensaje inaugural. Puede adoptar la forma metódica de un sermón, o puede revestirse de modo más cómodo y presentarse en la forma familiar del discurso. Ciertas libertades que no se conceden a un sermón, se me permiten en esta plática discursiva. Poned a mi charla el nombre que queráis cuando haya terminado, pero será un sermón, pues tengo en mente un texto definido y claro, y me atendré a él con bastante regularidad. No estará de más que lo anuncie, pues así dispondréis de una clave para ver lo que pretendo deciros. Hallaréis el pasaje en la primera epístola a los Corintios (4:1, 2): «Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel».
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El apóstol anhelaba ser tenido por lo que era, y hacía bien; pues los ministros no suelen ser correctamente apreciados; por regla general, los demás se glorían en ellos, o los desprecian. Al principio de nuestro ministerio, cuando lo que decimos es nuevo y nuestras energías rebosan; cuando ardemos y lanzamos destellos, y pasamos mucho tiempo en preparar fuegos artificiales, las personas son propensas a tenernos por seres maravillosos; y entonces se necesita la palabra del apóstol: «Así que, ninguno se gloríe en los hombres» (1 Co. 3:21). No es cierto, como insinúan los aduladores, que en nuestro caso los dioses hayan descendido en la semejanza de hombres; y seremos idiotas si lo pensamos. A su debido tiempo, las ilusiones estúpidas serán curadas por los desengaños y entonces oiremos la desagradable verdad, mezclada con censuras injustas. El ídolo de ayer es hoy el blanco de las pullas. Sean nueve días, nueve semanas, nueve meses, o nueve años; tarde o temprano, el tiempo produce el desencanto, y cambia nuestra posición en el aprecio del mundo. Pasó el día de las primaveras, y han venido los meses de las ortigas. Cuando ha pasado el tiempo de que las aves canten, nos aproximamos a la estación de los frutos; pero los niños no están tan contentos con nosotros como cuando paseaban por nuestros exuberantes prados, y hacían coronas y guirnaldas con nuestras flores. En nuestros años maduros, la congregación echa de menos las flores y el verdor. Quizá nos estamos dando cuenta de ello. El hombre maduro es sólido y lento; mientras que el joven cabalga en alas del viento. Es evidente que algunos tienen una idea exagerada de lo que somos; otros la tienen demasiado mezquina; sería mucho mejor si todos ellos pensaran sobriamente que somos «ministros de Cristo». La Iglesia saldría ganando, nosotros seríamos beneficiados, y Dios sería glorificado, si nos pusieran en el lugar que nos corresponde, y nos mantuvieran allí, sin apreciarnos en demasía, ni censurarnos injustamente, sino considerándonos en relación con el Señor, y no en nuestras propias personalidades. «Téngannos los hombres por ministros de Cristo».
Somos ministros. Esta palabra tiene un sonido muy respetable. Ser ministro es la aspiración de muchos jóvenes. Tal vez si la palabra del original se hubiera traducido de otro modo, se enfriaría su ambición. Los ministros son siervos; no son invitados, sino criados; no son amos, sino servidores. La misma palabra ha sido traducida «remeros», y exactamente los que mueven los remos del banco inferior. Remar en una galera era trabajo duro, aquellos rápidos movimientos consumían las fuerzas vitales de los esclavos. Había tres hileras de remeros: los del banco superior tenían la ventaja del aire fresco; los que estaban debajo de ellos se hallaban más encerrados; pero supongo que los remeros del banco inferior desmayarían de calor, además de quedar agotados por el penoso trabajo. Hermanos, contentémonos con gastar nuestras vidas aun en la peor de las posiciones, con tal de que con nuestra labor podamos ser instrumentos para que nuestro gran César acelere su venida, y que podamos ayudar al avance del trirreme de la Iglesia en que el ha embarcado. Estamos dispuestos a ser encadenados al remo, y a trabajar durante toda la vida para que su nave hienda las olas. No somos capitanes, ni propietarios de la galera, sino tan sólo remeros de Cristo. Recordemos que somos siervos en la casa del Señor. «El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo». Hemos de estar, pues, dispuestos a ser la alfombra a la puerta de la entrada de nuestro Maestro. No busquemos honra para nosotros, sino pongamos honra en los vasos más débiles mediante nuestros cuidados. En toda casa bien arreglada, como ya he recordado, es un hecho que el «bebé es el rey», a causa de su debilidad. Que en la Iglesia de nuestro Señor los pobres, los débiles, los afligidos tengan el lugar de honor, y los que estamos fuertes llevemos sus flaquezas. El que se humilla es ensalzado; el que se hace menos que el más inferior, es el más grande. «¿Quién enferma, y yo no enfermo?», decía el gran apóstol. Si hay algún escándalo que soportar, mejor sufrirlo que permitir que aflija a la Iglesia de Dios. Ya que somos, por nuestras funciones, siervos en un sentido
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … especial, llevemos con alegría la parte principal de la abnegación y las labores penosas de los santos. Sin embargo, el texto no nos llama simplemente ministros o siervos, sino que añade «de Cristo». No somos siervos de los hombres, sino del Señor Jesús. Amigo, si crees que porque contribuyes a mi sostenimiento, estoy obligado a seguir tus indicaciones, te equivocas. Es cierto que somos «vuestros siervos por Jesús;» pero, en el sentido más elevado posible, nuestra única responsabilidad es ante aquel a quien llamamos Maestro y Señor. Obedecemos órdenes superiores; pero no podemos ceder a los dictados de nuestros compañeros de servicio, por más influyentes que sean. Nuestro servicio es glorioso, porque es el servicio de Cristo: nos sentimos honrados al permitírsenos servir a aquel cuyos zapatos no somos dignos de desatar. Se nos dice también que somos mayordomos. ¿Qué es el mayordomo? Ésa es nuestra función. ¿Qué se requiere del mayordomo? Éste es nuestro deber. No estamos hablando ahora de nadie de los que están fuera, sino de vosotros, hermanos, y de mi mismo; por lo tanto, hagamos una aplicación personal de todo lo que se dice. I. ¿QUÉ ES UN MAYORDOMO? 1. Primeramente, un mayordomo es tan solo un siervo. Quizá no siempre se acuerda; y es cosa lamentable que el siervo empiece a pensar que es el amo. Es una lástima que los siervos, cuando son honrados por su amo, sean tan propensos a tener ínfulas. ¡Qué ridículo puede llegar a ser el mayordomo! No me refiero a los mayordomos y lacayos, sino a nosotros mismos. Si nos engrandecemos a nosotros mismos, llegaremos a ser despreciables; y no engrandeceremos ni a nuestra función ni al Señor. Somos siervos de Cristo, y no señores sobre su heredad. Los ministros son para las iglesias, y no las iglesias para los ministros. Trabajando entre las iglesias, no podemos osar considerarlas como fincas a explotar en beneficio propio, ni jardines para cultivar según nues-
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tro propio gusto. Algunos hombres hablan de una forma de gobierno liberal en su iglesia. Que sean liberales con lo que es suyo; pero que un mayordomo de Cristo se jacte de ser liberal con los bienes de su Maestro es cosa muy distinta. Como mayordomos, somos tan sólo siervos de categoría; ¡ojalá que el Señor mantenga en nosotros un espíritu de cordial obediencia! Si no tenemos cuidado en mantenernos en nuestro debido lugar, el Maestro no dejará de amonestarnos y de humillar nuestro orgullo. ¡Cuántas de nuestras aflicciones, fracasos y depresiones, proceden de que nos sentimos demasiado orgullosos! Estoy seguro de que ninguno de los que han sido honrados por Dios públicamente es del todo extraño a los castigos administrados a puerta cerrada, que impiden que la carne soberbia se exalte indebidamente. ¡Cuántas veces he orado: «No me apartes de tu servicio, Señor!», pues un mayordomo despedido es objeto de conmiseración entre los siervos de su Señor. En otros tiempos era grande y poderoso, y cabalgaba en el mejor caballo; pero cuando está despedido, cuenta menos que el más insignificante de los vaqueros. ¡Ved qué contento está de ser recibido, como agradecido huésped, en las humildes casitas de aquellos que en otros tiempos le miraban con especial respeto, cuando representaba a su Señor! Cuidad de no ser exaltados sobremanera, no sea que seáis aniquilados. 2. El mayordomo es un siervo de tipo especial, pues tiene que supervisar a los demás siervos, lo cual es difícil. Un antiguo amigo mío, que está ahora con Dios, dijo en una ocasión: «Siempre he sido pastor. Durante cuarenta años fui pastor de ovejas, y durante otros cuarenta fui pastor de hombres, y el segundo rebaño era mucho más pusilánime que el primero». Este testimonio es verdadero. Creo haber oído decir que la oveja tiene tantas enfermedades como días hay en el año; pero estoy seguro de que el otro tipo de oveja es capaz de tener diez veces más enfermedades. El trabajo del pastor es agobiador. Nuestros compañeros de servicio son asediados por toda clase de dificultades; y es lástima tener que decir que los mayordomos poco sabios causan mu-
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chas más de las que serían necesarias, debido a que esperan la perfección en los demás, aunque ellos no la poseen. Después de todo, nuestros compañeros de servicio han sido sabiamente seleccionados; pues aquel que los puso en su casa sabía lo que hacía; de todos modos son escogidos por Dios, y no por nosotros. No es a nosotros a quienes corresponde hallar defectos en lo que el Señor ha escogido. Es cosa muy común en algunos injuriar a la Iglesia; pero dado que la Iglesia es la esposa de Cristo, es bastante peligroso criticar a la amada del Señor. Me siento, con respecto a la Iglesia, un poco como David respecto a Saúl; no me atrevo a levantar la mano contra el ungido del Señor. Mucho mejor será que encontremos los defectos que hay en nosotros en vez de hacerlo en nuestra congregación, si hay algo malo en ella. a) Aun así, los miembros de nuestra iglesia son seres humanos, y el mejor de ellos es tan solo humano, aún en el mejor sentido; dirigir, instruir, consolar y ayudar a tantos espíritus diferentes, no es tarea fácil. El que gobierna entre los hombres en el nombre de Dios, debe ser hombre; y lo que es más, debe ser hombre de Dios. Debe estar dotado de la gracia, debe ser de estirpe real, y debe sobrepasar a sus compañeros por la cabeza y los hombros. Los hombres acatarán la verdadera superioridad, pero no las pretensiones oficiales. La posición superior ha de estar sostenida por aptitudes superiores. El mayordomo ha de saber más que el labrador y el peón. Debe tener inteligencia. superior a la del guardabosques y el carretero, y un carácter más eficiente que María y Juan, que han de recibir órdenes de él como mayordomos, es preciso que tengamos gracia abundante, pues de lo contrario no cumpliremos nuestros deberes, ni alcanzaremos una buena graduación. b) Los demás siervos se regirán por lo que hagamos. El mayordomo apático, inerte y lento, tendrá a su alrededor un equipo de siervos lentos, y los negocios de su amo irán bastante mal. Los que viajan deben haber notado que los criados de un hotel se parecen mucho al propietario del mismo; cuando el amo es animoso, atento y cortés, todas
las doncellas y camareros participan de su carácter; pero si os mira agriamente y os trata con indiferencia, descubriréis que el establecimiento entero tiene un aire desdeñoso. Un ministro pronto se ve rodeado de personas como él: «A tal cura, tales feligreses». ¡Ojalá que siempre estemos despiertos y seamos fervorosos en el servicio del Señor Jesús, para que nuestra congregación sea también despierta! He leído de un teólogo puritano que estaba tan rebosante de vida que su congregación decía que vivía como si se alimentara de cosas vivas. ¡Ojalá que nuestra vida sea sustentada por el pan vivo! A menos que nosotros mismos seamos llenos de la gracia de Dios, no seremos buenos mayordomos en la dirección de nuestros compañeras de servicio. Debemos ser para ellos un ejemplo de celo y ternura, constancia, esperanza, energía y obediencia. Es preciso que practiquemos personalmente la constante abnegación, y seleccionemos como parte nuestra del trabajo lo más difícil y lo más humillante. Hemos de elevarnos por encima de nuestros compañeros mediante un desinterés superior. Encarguémonos de ir a la cabeza de las empresas peligrosas, y de llevar las cargas más pesadas. El archidiácono Haer daba una conferencia en el Trinity College cuando se oyó el grito de «¡Fuego!», sus alumnos salieron corriendo, y formaron cadena para pasarse los cubos de agua desde el río hasta el edificio en llamas. El catedrático vio a un estudiante tísico metido en el agua hasta la cintura, y le gritó: «¡Cómo! ¿Tú en el agua, Sterling?», la respuesta fue: «Alguien debe estar en ella, ¿y por qué no yo, tanto como otro?». Digámonos a nosotros mismos: «Es preciso que algunos hagan las labores penosas de la Iglesia, y trabajen en los lagares más duros, ¿y por qué no hemos de ser nosotros los que ocupemos tal puesto?». El Señor ascenderá a los que no escogen por sí mismos, sino que están dispuestos a cualquier cosa y a todas las cosas. El que ha vencido su miedo en la hora del peligro tendrá como recompensa el privilegio de poder demostrar aún mayor valor. El que es fiel sobre poco, será escogido para un pues-
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … to de trabajo más difícil y prueba más severa; éste es el ascenso a que aspiran los siervos leales de nuestro Rey. 3. A continuación, recordemos que los mayordomos son siervos bajo las órdenes más inmediatas del gran Maestro. Hemos de ser como el mayordomo que va todos los días a las habitaciones privadas de su señor para recibir órdenes. Juan Labrador nunca estuvo en el salón del patrono, pero el mayordomo suele ir allí. Si dejara de consultar al patrono, pronto cometería errores, y se vería envuelto en graves responsabilidades. Cuán a menudo deberíamos decir: «Señor, muéstrame lo que quieres que haga!» Dejar de mirar a Dios para aprender y practicar su voluntad, sería abandonar nuestra verdadera posición. ¿Qué se hará a un mayordomo que nunca comunica con su amo? Darle su salario y que se vaya. El que hace su propia voluntad y no la de su señor, no tiene valor alguno como mayordomo. Hermanos, es preciso estar continuamente esperando órdenes de Dios. Es preciso cultivar el hábito de ir a Él en busca de órdenes. ¡Qué agradecidos debiéramos estar de que nuestro Amo esté siempre al alcance de nuestra voz! él guía a sus siervos con sus ojos; y junto con su dirección, da también el poder necesario. Él hará que nuestros rostros brillen ante los ojos de nuestros compañeros si tenemos comunión con él. Nuestro ejemplo ha de alentar a otros a estar a las órdenes del Señor continuamente. Ya que nuestra ocupación es comunicarles el pensamiento de Dios, estudiemos muy cuidadosamente ese pensamiento. Confío en que no estoy hablando a un solo hombre que haya caído en el descuidado hábito de salir a su trabajo sin haber tenido antes comunión con su Señor; pues persona tan desdichada, al estar sin contacto con su Señor, ejercerá una influencia perniciosa sobre el resto de la casa, haciéndola ociosa, indiferente o insatisfecha, cuando no carente de espíritu. Si el mayordomo no siente interés por los asuntos de su amo, o si es obstinado y quisiese alterar o invertir las órdenes de su amo si se atreviera; o si de alguna manera se entremete en cosas que no debe, como hizo el mayordomo in-
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justo de la parábola, entonces los siervos que están a sus órdenes aprenderán a ser desleales. Podría señalar cuánto se hace en esta tendencia en ciertas iglesias, pero me abstengo. El Maestro vendrá pronto, y ¡ay del mayordomo que al rendir cuentas sea hallado falto! 4. Asimismo, los mayordomos están constantemente dando cuenta. Sus cuentas se dan sobre la marcha. Un propietario eficiente exige la cuenta de salidas y entradas cada día. Hay mucha verdad en el antiguo proverbio que dice que «las cuentas cortas hacen amistades largas». Si tenemos cuentas cortas con Dios, tendremos larga amistad con Él. Me pregunto si alguno de vosotros lleva la cuenta de sus faltas y defectos. Quizá entonces emplearéis mejor el tiempo en esfuerzos constantes para servir a vuestro Amo y aumentar su finca. Cada uno debe preguntarse a sí mismo: «¿Qué consigo con mi predicación? ¿Es lo que conviene que sea? ¿Estoy dando prominencia a aquellas doctrinas que mi Señor quiere que presente ante todo? ¿Tengo por las almas el interés que Él desea que yo tenga?». Es buena cosa repasar así toda la propia vida, y preguntarse: «¿Concedo tiempo suficiente a la oración privada? ¿Estudio las Escrituras tan intensamente como debo? Voy corriendo a muchas reuniones; pero, ¿estoy cumpliendo en todo las órdenes de mi Maestro? ¿No es posible que me esté dando satisfacción a mí mismo con la apariencia de hacer mucho, mientras que en realidad haría más si fuera más cuidadoso en la calidad del trabajo que en su cantidad?», ¡Ojalá vayamos a menudo al Señor, y tengamos siempre correctas y claras nuestras cuentas con él! 5. Viniendo al punto principal: El mayordomo es depositario y administrador de los bienes de su amo. Todo lo que tiene pertenece a su amo, y es custodio de tesoros especiales no para que haga con ellos lo que guste, sino para cuidar de ellos. El Señor nos ha confiado a cada uno determinados talentos, los cuales no nos pertenecen. Los dones del conocimiento, el pensamiento, el habla y la influencia, no son nuestros para que nos gloriemos en ellos, sino que los tenemos en depósito para adminis-
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trarlos para el Señor. La libra que gana cinco libras es Suya. Deberíamos aumentar nuestro capital. ¿Hacen esto todos los jóvenes hermanos? ¿Estáis creciendo en dones y capacidad? Hermanos, cuidad de vosotros mismos. Observo que algunos hermanos crecen, y otros están estancados y se convierten en enanos sin desarrollo. Los hombres, a semejanza de los caballos, causan muchos desengaños; los buenos potros se vuelven cojos de repente, o adquieren un vicio que nadie les había sospechado. Lástima que haya tantos jóvenes que destruyen nuestras esperanzas: son extravagantes en sus gastos; se casan desatinadamente, caen presa del malhumor, buscan opiniones novedosas, ceden a la pereza v a la relajación, o dejan de progresar de alguna otra manera. Pero la labor más necesaria y provechosa es precisamente la que dedicamos a mejorar mental y espiritualmente. Hagáis lo que hagáis cuidad de vosotros, y de vuestra doctrina. Los que descuidan el pensar para poder estar continuamente charlando, son muy necios; se parecen al mayordomo que no hace nada en la granja, pero habla extensamente de lo que tendría que hacerse. Los perros mudos no pueden ladrar, pero los perros prudentes no están siempre ladrando. Estar siempre dando, y nunca recibiendo, tiende a la vacuidad. a) Hermanos, somos «mayordomos de los misterios de Dios;» se nos ha «confiado el Evangelio». Pablo habla del glorioso Evangelio del Dios bendito que fue confiado a su cuidado. Espero que ninguno de vosotros haya tenido jamás la desgracia de ser hecho fideicomisario. Es una función ingrata. Al desempeñarla, hay poco margen para la originalidad; nos vemos obligados a administrar nuestro depósito con exactitud rigurosa. Uno desea recibir más dinero, el otro desea alterar una cláusula en la escritura; pero el fiel administrador se atiene al documento, y lo obedece. Cuando le atosigan, le oigo decir: «Lo siento, yo no redacté el documento; no soy más que administrador de un depósito, y estoy obligado a cumplir las cláusulas». El Evangelio de la gracia de Dios necesita grandes reformas, es lo
que me dicen; pero sé muy bien que no tengo por qué reformarlo; lo que tengo que hacer es obrar conforme a lo que dice. Sin duda muchos quisieran reformar a Dios mismo borrándolo de la faz de la tierra, si pudieran. Reformarían la expiación hasta que no existiera. Se nos pide efectuar grandes cambios, en nombre del «espíritu del siglo». Desde luego, se nos advierte que el mismo concepto del castigo del pecado es una reliquia bárbara de la edad media, y es preciso abandonarlo, y con él la doctrina de la sustitución, y muchos otros dogmas pasados de moda. Nosotros no tenemos nada que ver con esas exigencias, tenemos que predicar el Evangelio tal como lo encontramos. Cómo depositario, si se disputa mi proceder, me atengo a la letra de la escritura; y si algunos están en desacuerdo, tienen que llevar sus reclamaciones al tribunal correspondiente, pues yo no tengo poderes para alterar el texto. Somos simples administradores; y si no se nos permite actuar, llevaremos el asunto entero a la Cancillería celestial. La disputa no es entre nosotros y el pensamiento moderno, sino entre Dios y la sabiduría de los hombres. Dicen ellos: «Es que es absurdo seguir machacando esta antiquísima historia». No nos importa lo antigua que sea; puesto que vino de Dios, la repetimos en su Nombre. Llamadla como queráis, está en el Libro del que nosotros sacamos nuestra autoridad». Pero, ¿es que no tenéis juicio propio? Tal vez lo tenemos, y tanto como los que se nos oponen; pero nuestro juicio no se inventa nada, nos guía simplemente a administrar lo que nos ha sido confiado. Los mayordomos tienen que atenerse a las órdenes recibidas, y los administradores tienen que cumplir las condiciones que les han sido impuestas. b) Hermanos, en esta hora presente «somos puestos para la defensa del Evangelio». Si hay hombres que han sido llamados a este cargo, somos nosotros. Estamos en tiempos de inseguridad: los hombres han levado anclas y están siendo llevados por vientos y corrientes de tipo diverso. En cuanto a mí, en esta hora de peligro, no solamente he echado el ancla grande de proa, sino que además he echado cuatro anclas en
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … popa. Quizás esto no sea lo acostumbrado; pero en nuestros tiempos es necesario estar bien anclado. Los razonamientos escépticos quizá me hayan movido en otros tiempos, pero no ahora. ¿Nos piden nuestros enemigos que guardemos las espadas y dejemos de luchar por la fe antigua? Nosotros contestamos como los griegos dijeron a Jerjes: «Venid y tomadlas». Hace poco tiempo, los pensadores avanzados iban a barrer a los ortodoxos para echarlos al limbo; pero hasta ahora, hemos sobrevivido a sus asaltos. Son unos jactanciosos que no conocen la vitalidad de las verdades evangélicas. No, el glorioso Evangelio no perecerá jamás. Si hemos de morir, moriremos luchando. Si hemos de desaparecer personalmente, nuevos evangelistas predicarán sobre nuestras tumbas. Las verdades evangélicas son como los dientes del dragón que Cadmo sembraba; producen hombres completamente armados para la batalla. El Evangelio vive por la muerte. Sea como fuere, en esta lid, si no somos victoriosos, seremos por lo menos fieles. 6. El trabajo del mayordomo consiste en distribuir los bienes de su amo según el objeto a que están destinados. Ha de sacar cosas nuevas y viejas, ha de ofrecer leche a los niños y carne sólida a los hombres, dando a cada uno su porción oportunamente. Me temo que en algunas mesas los hombres fuertes han estado esperando mucho tiempo la carne. y hay pocas esperanzas de que aparezca; lo que abunda más es la leche con agua. El domingo pasado alguien fue a oír a cierto predicador, se quejó de que no predicaba a Cristo. Otro contestó que quizá no era el momento adecuado; pero el momento adecuado para predicar a Cristo es cada vez que se predica. Los hijos de Dios están siempre hambrientos, y no hay pan que los satisfaga, excepto el que viene del cielo. El mayordomo prudente ha de mantener la proporción verdadera. Sacará cosas nuevas y viejas; no siempre doctrina, no siempre práctica, y no siempre experiencia. No siempre predicará el conflicto, ni siempre la victoria; no presentando un solo aspecto de la verdad, sino una especie de vista este-
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reoscópica que hará que la verdad «destaque por su evidencia». Gran parte de la preparación de los alimentos espirituales consiste en la correcta proporción de los ingredientes. Uno usaba la palabra que no debía al decir que en sus sermones ponía tres partes de calvinismo y dos de arminianismo; queriendo decir, según después me enteré, que predicaba un Evangelio completo y al mismo tiempo gratuito; en sus intenciones, estoy de acuerdo con él. Demos una buena porción de experiencia, sin olvidar aquella vida superior que consiste en una creciente humildad espiritual. Demostrar a fondo nuestro ministerio exigirá mucha discriminación; pues la falta de proporción en lo que se predica ha causado graves daños a muchas iglesias La senda de la sabiduría es tan estrecha como el filo de la navaja, y para seguirla necesitaremos la sabiduría divina. No se toca el arpa usando una sola cuerda. Los siervos de nuestro Amo murmurarán si no les damos más que «conejo caliente y conejo frío». De la despensa del Maestro hemos de sacar una gran variedad de alimentos, adecuada para el desarrollo de la virilidad espiritual. El exceso en una dirección, y el defecto en otra, pueden producir mucho mal; por lo tanto, usemos el peso y la medida, y busquemos dirección. Hermanos, cuidad de usar vuestros talentos para vuestro Amo, y solo para Él. Desear ser pescadores de almas para que piensen que lo somos, es deslealtad al Señor. Es infidelidad al Señor aun predicar doctrina sana si es con objeto de que se nos tenga por sanos, u orar fervientemente con el deseo de ser conocidos como hombres de oración. Hemos de buscar la gloria del Señor con ojo sencillo, y de todo corazón. Es preciso que usemos el Evangelio del Señor, la congregación del Señor, y los talentos del Señor, para Él y para nadie más. 7. El mayordomo debe ser también el guarda de la familia de su amo. Cuidad de los intereses de todos los que están en Cristo Jesús, y que todos sean tan caros para vosotros como vuestros propios hijos. En tiempos antiguos, los criados solían estar tan unidos a la familia, y tan interesados en los asuntos de sus amos, que hablaban de
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nuestra casa, nuestras tierras, nuestro coche, nuestros caballos, y nuestros hijos. Así es como el Señor quiere que nos identifiquemos con sus negocios santos; y especialmente quiere que amemos a sus escogidos. Nosotros, más que nadie, debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Debido a que pertenecen a Cristo, los amamos por causa de Él. Confío que cada uno de nosotros pueda decir de todo corazón: «No hay cordero en tu rebaño que desdeñe apacentar». Hermanos, amemos de corazón a todos aquellos a quienes Jesús ama. Especialmente a los probados Y a los sufridos. Visitad a los huérfanos y a las viudas. Cuidad de los débiles y desmayados Soportad los melancólicos y desesperados. Tened presentes a todos los de la casa, y así seréis buenos mayordomos. 8. Terminaré con este cuadro cuando os haya dicho que el mayordomo representa a su amo. Cuando el amo está lejos, todos vienen al mayordomo para recibir órdenes. El que representa a un Señor como el nuestro necesita portarse bien. El mayordomo debe hablar mucho más cuidadosa y prudentemente cuando habla por su señor que cuando lo hace por su cuenta. A menos que sea precavido en lo que dice, su señor puede verse obligado a decirle: «Harías mejor en hablar por tu cuenta: no puedo permitirte que me representes de manera tan falsa». Amados hermanos y compañeros de servicio, el Señor Jesús es mal representado por nosotros si no guardamos su camino, declaramos su verdad, y manifestamos su espíritu. Por el criado, lo gente deduce quien será el amo; ¿no es justificado que así lo hagan? ¿No debe actuar el mayordomo a la manera de su maestro? No podéis separarlos, ni al amo de su mayordomo, ni al Señor de su representante. A un puritano le dijeron que era demasiado cuidadoso; pero él replicó: «Sirvo a un Dios cuidadoso». Hemos de ser bondadosos, pues representamos al bondadoso Jesús. Hemos de ser celosos, pues representamos a Alguien que se envolvía en el celo como en una capa. Nuestro mejor guía, cuando no estemos seguros de lo que hemos de hacer, se hallará en la
respuesta a la pregunta «¿Qué haría Jesús?». Al deliberar sobre si ir a un lugar de esparcimiento, podéis poner fin a las dudas diciendo: «Voy a ir si sé que mi Amo hubiera ido». Si os sentís movidos a hablar acaloradamente, cuidad que sea solo con el calor que habría mostrado vuestro Señor. Si quieren que habléis de vuestros propios pensamientos más que de la verdad revelada, seguid a Jesús, que no hablaba de sus propios pensamientos, sino de los del Padre. De este modo actuaréis como debe hacerlo un mayordomo. En esto estriba vuestra sabiduría, vuestro consuelo y vuestro poder. Cuando alguien acusó a un mayordomo de locura, fue para él suficiente poder replicar: «Decid lo que queráis de lo que hice, pues yo estaba siguiendo las órdenes de mi señor». Quisquillosos, no censuréis al mayordomo. Ha hecho conforme a lo mandado por su superior; ¿qué otra cosa queríais que hiciese? Nuestra conciencia está limpia, y nuestro corazón en reposo, cuando nos damos cuenta de que hemos tomado la cruz, y hemos seguido las huellas del Crucificado. La sabiduría es justificada por sus hijos. Si no hoy, a la larga se verá que la obediencia es mejor que la originalidad, y la capacidad para ser enseñado más de desear que el genio. La revelación de Jesucristo vivirá más que las especulaciones humanas. Nos damos por satisfechos, más aún, sentimos anhelo por no ser considerados como pensadores originales y hombres de inventiva; deseamos dar a conocer los pensamientos de Dios, y terminar la obra que Él está obrando en nosotros poderosamente. II. ¿QUE SE REQUIERE DEL MAYORDOMO? La segunda parte de mi mensaje tratará de nuestras obligaciones como mayordomos. «Se requiere de los mayordomos, que cada uno sea hallado fiel». No se requiere que cada uno sea hallado ingenioso, o agradable a sus asociados, ni siquiera que sea hallado eficiente. Todo lo que se requiere es que sea hallado fiel, y en verdad que no es cosa de poca importancia. Será necesario que el Señor mismo sea nuestra sabiduría
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … y nuestro poder, pues de lo contrario fracasaremos. Muchas son las maneras en que podemos fallar en este punto, por muy sencillo que parezca ser. 1. Podemos dejar de ser fieles actuando como si fuéramos jefes en vez de subordinados. Surge en nuestra iglesia una dificultad que podría arreglarse fácilmente con indulgencia y amor, pero nos «plantamos en nuestra dignidad»; y entonces al criado le queda pequeña la librea. Podemos ser muy elevados y poderosos si queremos; y cuanto más pequeños somos, tanto más fácilmente nos hinchamos. No hay gallo más imponente en la pelea que el enano; y no hay ministro más dispuesto a contender por su «dignidad» que el hombre que no tiene dignidad. ¡Qué aspecto tan necio el nuestro cuando nos hacemos «grandes»! El mayordomo cree que no ha sido tratado con el debido respeto, y va a hacer «que los criados se enteren de quién es». El otro día, su amo fue insultado por un inquilino enojado y no hizo caso, pues tenía demasiado sentido común para molestarse por asunto tan insignificante; pero su mayordomo no pasa nada por alto, y se inflama por todo: ¿debiera ser así? Me parece ver al bondadoso amo poner la mano sobre el hombro del furioso criado y oírle decir: «¿No puedes soportarlo? Yo he soportado mucho más». Hermanos, el Señor «sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo», ¿y nos cansaremos y desmayaremos en nuestros espíritus? ¿Cómo podemos ser mayordomos del bondadoso Jesús si nos portamos altivamente? No nos arroguemos demasiada importancia, ni tratemos de señorear sobre la heredad de Dios; pues Él no lo quiere así, y no podemos ser fieles si cedemos al orgullo. También fracasaremos en nuestros deberes como mayordomos si empezamos a especular con el dinero del Señor. Quizá podemos disponer de lo nuestro, pero no del dinero del Señor. No se nos ha dicho que especulemos, sino que nos «ocupemos» hasta que venga. Comerciar honradamente con sus mercaderías es una cosa; pero lanzarse a jugar y correr riesgos ilícitos es muy diferente. No pienso especular con el
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Evangelio de mi, Señor, soñando que puedo mejorarlo por medio de mis propios y profundos pensamientos, o echando a volar en compañía de los filósofos. Aun tratándose de salvar almas, no vamos a hablar de otra cosa que del Evangelio. Aunque pudiese crear una gran conmoción enseñando doctrinas novedosas, aborrecería tal pensamiento. Provocar un avivamiento suprimiendo la verdad es obrar falsamente; es un fraude piadoso, y el Señor no desea ningún beneficio que pueda venir por medio de semejantes transacciones. Nuestra parte consiste en usar simple y honradamente las libras del Señor, y entregarle el beneficio obtenido en los negocios justos. Somos mayordomos y no señores, y por ello es preciso que negociemos en nombre de nuestro Amo y no en el nuestro propio. No corresponde a nosotros el fabricar una religión, sino proclamarla; y aun esta proclamación ha de hacerse, no por nuestra autoridad propia, sino que ha de estar siempre basada en la de nuestro Señor. Somos «coadjutores juntamente con él». Si un hermano se establece por su cuenta, lo estropeará todo, y en breve tiempo quebrará espiritualmente. Su crédito pronto se agotará cuando desaparezca el nombre de su Señor. Nada podemos hacer en nuestra mercadería espiritual sin el Señor. No tratemos de actuar por nuestra propia cuenta, sino conservemos nuestro puesto cerca del Jefe en toda humildad espiritual. 2. Es posible que lleguemos a ser desleales a lo que se nos ha encomendado si actuamos para agradar a los hombres. Cuando el mayordomo estudia el modo de agradar al labrador o de satisfacer los caprichos de la sirvienta, las cosas han de ir necesariamente mal, pues todo está desplazado. Influimos unos sobre otros, y somos influidos también recíprocamente. Los más grandes son afectados inconscientemente en cierto grado por los más insignificantes. El ministro ha de ser influido de modo abrumador por el Señor su Dios, de forma que las demás influencias no le aparten de la fidelidad. Tenemos que recurrir continuamente al cuartel general, y recibir la Palabra de la boca del Señor mismo, para poder ser
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continuamente guardados en la rectitud y la verdad; de lo contrario, pronto seremos parciales, aunque no nos demos cuenta de ello. No ha de haber reservas que tengan por objeto agradar a otra persona, ni carreras apresuradas para satisfacer a algunos, ni el más mínimo desplazamiento para satisfacer incluso a la comunidad entera. No hemos de tocar cierta nota para obtener la aprobación de tal partido, ni tampoco silenciar una doctrina importante para evitar ofender a determinado grupo. ¿Qué tenemos que ver con los ídolos, sean muertos o vivos? ¡Si os proponéis complacer a todo el mundo, menudo trabajo os espera! Las labores de Sísifo y los trabajos de Hércules no son nada en comparación con esto. Es preciso que no adulemos a los hombres. Si agradamos a los hombres, desagradaremos a nuestro Dios; de modo que el éxito en la tarea que nos hemos impuesto sería fatal para nuestros intereses eternos. Tratando de agradar a los hombres, no conseguiremos ni siquiera agradarnos a nosotros mismos. Agradar al Señor, aunque parezca muy difícil, es tarea más fácil que agradar a los hombres. Mayordomo, ¡mira sólo a tu Amo! 3. No seremos hallados mayordomos fieles si somos ociosos y malgastamos el tiempo. ¿Conocéis ministros perezosos?. He oído hablar de ellos; pero cuando los veo con mis ojos, mi corazón los aborrece. Si os mostráis perezosos, hay muchos campos en que no os querrán; pero por encima de todo no se os quiere en el ministerio cristiano. El hombre que halla en el ministerio una vida fácil, encontrará también que va a traerle una muerte difícil. Si no somos laboriosos no somos verdaderos mayordomos; pues hemos de ser ejemplos de diligencia para la casa del Rey. Me gusta el precepto de Adán Clarke: «Mataos trabajando y luego resucitad a fuerza de oraciones». Si somos holgazanes, nunca cumpliremos con nuestro deber para con Dios o los hombres. Con todo, algunos que siempre están ocupados pueden, a pesar de ello, ser infieles, si todo lo que hacen es hecho de manera deslavazada y perdiendo el tiempo. Si jugamos a predicar, hemos escogido un juego terrible. Echar los textos como quien
echa naipes y hacer ensayos literarios con temas que mueven cielo y tierra es vergonzoso. Tenemos que ser serios como la muerte en trabajo tan solemne. Hay chicos y chicas que siempre están en risoteos pero nunca ríen de veras; son la imagen misma de ciertos predicadores que siempre están bromeando. Me gusta reír de veras; el verdadero humor puede ser santificado, y los que pueden mover a los demás a sonreír también pueden moverlos a llorar. Pero aun este poder tiene límites que el necio puede sobrepasar. Emoero, no hablo ahora del excéntrico convencido. Los hombres en los que pienso son sardónicos y sarcásticos. Un hermano fervoroso comete un error en gramática, y lo observan con desprecio; otro devoto creyente yerra en una cita clásica, y esto también les proporciona un gran placer. El fervor y la devoción no cuentan; o mejor dicho, son la razón secreta del desprecio en estos críticos superfinos y superficiales. Para ellos el Evangelio no es nada; su ídolo es la inteligencia. En cuanto a sí mismos, su preocupación principal es descubrir lo que más les honrará dentro de la escuela filosófica a que pertenecen. No tienen ni convicciones ni creencias, sino tan solo gustos y opiniones, y todo ello es un juego del principio al fin. Os ruego que, sobre todo, no os acerquéis a la silla de los escarnecedores ni al asiento de los que pierden el tiempo. Sed seriamente fervorosos. Vivid como hombres que tienen algo por lo cual vivir; y predicad como hombres para quienes la predicación es la más sublime actividad de su ser. Nuestro trabajo es el más importante que existe debajo del cielo o, de lo contrario, es pura falsedad. Si no sois fervorosos en obedecer las instrucciones de vuestro Señor, Él dará su viña a otro; pues no tolerará a los que convierten su servicio en algo sin importancia. 4. Cuando hacemos mal uso de lo que pertenece a nuestro Amo, somos desleales a lo que se nos ha confiado. Se nos ha confiado cierto grado de talento, fortaleza e influencia y hemos de usar este depósito con un sólo propósito. Nuestro objetivo es fomentar la honra y la gloria del Maestro y Señor. Hemos de buscar la gloria de Dios,
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … y nada más. Sea como sea, que todos usen la máxima influencia en el bando justo en política; pero ningún ministro tiene libertad para usar su posición en la iglesia para favorecer los fines de un partido. No censuro a los que trabajan en pro de la templanza; pero aun este admirable movimiento no ha de ocupar el lugar del Evangelio; espero que nunca lo haga. Sostengo que ningún ministro tiene derecho a usar su capacidad o su cargo para ofrecer meras diversiones a la multitud. El Maestro nos ha enviado a pescar almas; todo lo que tienda a ese fin está dentro del campo de lo que se nos ha encomendado; pero lo que lleva directa y claramente a dicho fin es nuestro trabajo principal. El peligro estriba actualmente, en usar el teatro, el semiteatro, los conciertos, etcétera. Hasta que yo vea que el Señor Jesús ha usado un teatro o preparado un auto sacramental, no pensaré en emular a la escena o competir con las sala, de conciertos. Si me ocupo en mis negocios, predicando el Evangelio, tendré bastante que hacer. Para la mayoría de los hombres basta un objetivo: uno como el nuestro es suficiente para cualquier ministro, por muchos que sean sus talentos y por muy polifacético que sea su espíritu. No uséis los bienes de vuestro Amo de forma indebida, no sea que seáis culpados de abuso de confianza. Si vuestra consagración es verdadera, todos vuestros dones son del Señor, y sería una especie de desfalco usarlos para otra cosa que para ti. No tenéis que hacer fortuna para vosotros mismos; no creo probable que la hagáis en el ministerio bautista. No habéis de tener un segundo fin u objeto. «Sólo Jesús» ha de ser el motivo y lema de vuestra carrera vitalicia. El deber del mayordomo es estar consagrado a los intereses de su patrono; y si olvida esto a causa de algún otro objeto, por muy laudable que el tal pueda ser, no es fiel. No podemos permitir que nuestras vidas vayan por dos canales; no tenemos suficiente fuerza vital para dos objetivos. Es preciso que seamos e corazón sencillo. Hemos de aprender a decir: «Una cosa hago». En todos los departamentos y detalles de la vida, ha de verse la señal de la consagra-
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ción, y no debemos permitir que sea ilegible. Vendrá día en que todos los detalles serán examinados en la audiencia final; y a nosotros corresponde como mayordomos tener en cuenta el escrutinio del Señor en todos los aspectos de nuestra vida. 5. Si deseamos ser fieles como mayordomos, es preciso que no descuidemos a ninguno de la familia, ni ninguna parte de la finca Me pregunto si practicamos la observación personal de nuestros oyentes. Nuestro amado amigo, el señor Archibald Brown, tiene razón cuando dice que Londres necesita, no sólo las visitas casa por casa, sino habitación por habitación. En el caso de nuestra congregación tenemos que ir más lejos y practicar las visitas alma por alma. Ciertas personas sólo pueden ser alcanzadas por el contacto personal. Si tuviese ante mí cierto número de botellas, y tuviese que llenarlas en una manguera, mucha agua se perdería; si quiero estar seguro de llenarlas, debo tomarlas una por una y echar dentro el líquido cuidadosamente. Tenemos que velar por nuestras ovejas una por una. Esto ha de hacerse no sólo mediante la conversación personal, sino por medio de la oración personal. El doctor Guthrie relata que visitó a un enfermo que fue de gran consuelo para su alma, pues le dijo que tenía la costumbre de acompañar a su ministro en sus visitas. «Mientras estoy acostado, le seguiré a usted en sus visitas Recuerdo sin interrupción casa tras casa en mis oraciones, y oro por el marido, su esposa y sus hijos, y todos los que viven con él». Así, sin dar un paso, el santo enfermo visitaba a Macfarlane, a Douglas y a Duncan, y a todos cuantos su pastor iba a ver. Así deberíamos recorrer nuestro campo y visitar las congregaciones, sin olvidar a nadie, sin desesperar de ninguno, llevándolos a todos en el corazón ante el Señor. Pensemos especialmente en los pobres, los extravagantes, los desesperados. Que nuestros cuidados, como las vayas de un redil, rodeen todo el rebaño. Vayamos a la caza de localidades descuidadas, y procuremos que ninguna comarca quede sin los medios de la gracia. Esto no sólo se aplica a Londres, sino también a
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SERMONES SELECTOS
los pueblos, aldeas, y pequeños grupos de casas en el campo. El paganismo se esconde en los lugares solitarios tanto como en las barriadas superpobladas de las grandes ciudades. ¡Qué todos los terrenos reciban la lluvia de la influencia del Evangelio!. 6. Hay otra cosa que conviene no pasar por alto; para ser fieles, es preciso que nunca tengamos connivencia con el mal. Esta recomendación será bien acogida por ciertos hermanos cuyo único concepto de lo que es podar un árbol es cortarlo. Hay jardineros que cuando se les dice que los arbustos están un poco crecidos contestan: «Me ocuparé de ellos». A los pocos días, paseando por el jardín, veis la especie de venganza que han llevado a cabo. Algunos no pueden aprender lo que es el equilibrio de las virtudes; no saben matar un ratón sin prenderle fuego al granero. ¿Has dicho: «Fui fiel, jamás tuve connivencia con el mal?». Bien está; pero ¿no ocurrirá que, por un arrebato, hayas producido peor mal que el que has destruido? «Haga callar al niño», dice la madre a la enfermera, y ésta al instante lo arroja por la ventana. Ha obedecido a su señora, haciendo callar eficazmente al niño; pero no será muy alabada. De modo que cedéis a un arrebato, y «le dais su merecido» a la congregación por el hecho de que no son lo que debieran ser: ¿Sois vosotros todo lo que debierais ser? ¿Decís: «Van a enterarse de que aquí el amo soy yo?» ¿Es así? ¿Eres el amo? Pero quizás os sintáis movidos a decirme: ¿No es cierto que usted ocupa una posición elevada en su propia iglesia?, Así es; pero, ¿cómo la he alcanzado? No tengo otro poder que el que la afabilidad y el amor me han dado. ¿Cómo he usado mi influencia? ¿He buscado la preeminencia? Preguntad a los que me rodean. Mas dejémoslo y volvamos a lo que estaba diciendo: no debemos permitir que el pecado quede sin reproche. Ceded en todos los asuntos personales, pero estad firmes en lo que toca a la verdad y la santidad. Hemos de ser fieles a fin de no incurrir en el pecado y el castigo de Elí. Sed honrados para con los ricos y los influyentes; sed firmes para con los vacilantes; pues su sangre os será demandada.
Necesitaréis toda la sabiduría y la gracia que podáis alcanzar para cumplir vuestros deberes como pastores. Parece que ciertos predicadores carecen de aptitud para gobernar a los hombres, aptitud reemplazada por la capacidad de pegarle fuego a una casa, pues esparcen las brasas y los carbones encendidos dondequiera que van. No seáis como ellos. No combatáis contra carne y sangre; empero no hagáis muecas amistosas al pecado. 7. Algunos descuidan sus obligaciones como mayordomos de Cristo olvidando que el Señor viene. «Aún no», susurran algunos; «hay muchas profecías que cumplir; e incluso es posible que ni siquiera venga, en el sentido corriente del término. No hay prisa especial». ¡Ah, hermanos! es el siervo infiel, quien dice: «Mi señor tarda en venir». Esta creencia le permite aplazar las tareas y labores. El criado no limpiará la habitación como deber diario, porque el Señor está lejos; y el siervo de Cristo piensa que puede tener una buena limpieza, en forma de avivamiento, antes que llegue su Señor. Si cada uno de nosotros se diese cuenta de que cada día puede ser nuestro último día, seríamos más intensos en nuestra labor. Mientras predicamos el Evangelio, cualquier día podemos ser interrumpidos por el son de la trompeta y el clamor: «He aquí viene el Esposo; salid a recibirle». Esta esperanza contribuirá a acelerar nuestros pasos. Los días son cortos; el Señor está a la puerta; es preciso que trabajemos con todas nuestras fuerzas. No hemos de servir al ojo, excepto en el sentido de que trabajamos en la presencia del Señor, dado que ya está tan cerca. Estoy impresionado por la rapidez con que huye el tiempo, la veloz aproximación de la gran audiencia final. Estas Conferencias Anuales vuelven muy aprisa: a algunos de nosotros nos parece que sólo ha pasado un día o dos desde la reunión del año pasado y la que será la última de ellas se acerca apresuradamente. Pronto estaré dando cuentas de mi mayordomía; o bien, de sobrevivir aún cierto tiempo, otros de entre vosotros podéis ser llamados a reuniros con vuestro Señor; pronto iréis a la casa del Señor si Él no viene
Ministerio, Dones, Predicación, Mayordomía … pronto a vosotros. Es preciso que sigamos trabajando hora tras hora con la mirada puesta en la audiencia a que nos dirigimos, para que no seamos avergonzados de lo que estará registrado de nosotros en el volumen del libro. CONCLUSIÓN Deberíamos orar mucho acerca de esta fidelidad en la mayordomía, porque el castigo de la infidelidad es terrible. En el palacio de los Dogos de Venecia hemos visto los retratos de aquellos potentados, alineados en prolongada fila en torno a una gran sala, donde uno de los espacios cuadrados destaca por no haber nada en él. Aunque no mires atento ninguno de los retratos, inevitablemente fijas la vista en aquel espacio y preguntas: «¿Qué significa esto?». Allí están los Dogos en todo su esplendor, y allí se ve el espacio vacío. Marino Faliero deshonró su cargo y el gran Consejo de la ciudad ordenó que su efigie se pintara de negro. ¿Será ésta la porción de alguno de los mayordomos presentes? ¿Seremos inmortales en la desgracia? ¿Se nos medirá eterna vergüenza y desprecio como traidores a nuestro Redentor? Recordad las palabras de Jesús cuando dice del siervo infiel que su Señor «le cortará por medio, y pondrá su parte con los hipócritas: allí será el lloro y el crujir de dientes». ¿Acaso alguno de vosotros puede sondear ese abismo de horror? La recompensa de todos los mayordomos fieles es sobremanera grande, aspiremos a ella. El Señor hará que el hombre que fue fiel en pocas cosas sea puesto sobre muchas cosas. Es extraordinario el pasaje en que nuestro Salvador dice: «Bienaventurados aquellos siervos, a los cuales cuando el Señor viniere, hallare velando: de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y pasando les servirá». Es maravilloso que el Señor ya nos haya servido; pero, ¿cómo podemos comprender que va a servirnos de nuevo? ¡Pensad en Jesús levantándose de su trono para servirnos! «¡Mirad!», exclama Él, «aquí viene uno que me sirvió fielmente en la tierra; abridle camino, vosotros los ángeles, dominios y potestades. Éste es el hombre a quien el Rey
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se deleita en honrar». Y con sorpresa por nuestra parte, el Rey se ciñe y nos sirve. Nos disponemos a clamar: «No sea así, Señor». Pero Él debe y quiere cumplir su palabra. Este honor inefable lo concederá a sus verdaderos siervos. ¡Feliz aquel que, después de haber sido el más pobre y despreciado de los ministros, es ahora servido por el Rey de reyes! ¡Ojalá seamos del número de los que siguen al Cordero dondequiera que va! Hermanos, ¿podéis perseverar en vuestra firmeza? ¿Podéis beber de su copa, y ser bautizados con su bautismo? Recordad: la carne es débil. Las pruebas de la época actual son en especial sutiles y graves. Clamad al Fuerte pidiendo fortaleza, y poneos en manos de su amor todopoderoso. Es preciso que vayamos adelante, cueste lo que cueste, pues no podemos retroceder; no tenemos armadura que cubra nuestras espaldas Creemos haber sido llamados a este ministerio, y no podemos ser desleales al llamamiento. A veces se nos acusa de decir cosas terribles acerca del infierno. No vamos a justificar todas las expresiones que hemos usado, pero todavía no hemos descrito una desdicha tan profunda como la que esperará al ministro infiel. ¡El futuro de los perdidos sobrepasa toda idea, si se considera a la luz de las expresiones usadas por el Señor Jesucristo mismo! Las figuras casi grotescas que dibujó el Dante, y los horrores descritos por los predicadores medievales, no exceden a la verdad enseñada por el Señor cuando hablaba del gusano que nunca muere, y el fuego que jamás se apaga. Ser echado a las tinieblas de afuera, anhelar en vano una gota de agua fría, o ser cortado por medio, son horrores sin igual. ¡Y la gente corre ese riesgo! Sí, y mil veces; lástima que cualquier ministro se arriesgue así; que cualquier ser mortal suba al pináculo del templo y desde allí se eche al infierno! Si he de ser un alma perdida que lo sea como ladrón, blasfemo o asesino, y no como mayordomo infiel al Señor Jesucristo. Esto es ser un Judas, un hijo de perdición. Recordad que si alguno de vosotros es infiel, gana una condenación superflua. No fuisteis forzados a ser ministros. No fuisteis obligados a entrar en tan sagrado oficio.
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SERMONES SELECTOS
Estáis aquí por vuestra propia elección. En vuestra juventud aspirasteis a tan santo servicio, y os considerasteis felices alcanzando vuestro deseo. Si nos proponíamos ser infieles a Jesús, no había necesidad de trepar a esta sagrada roca con objeto de multiplicar los horrores de nuestra caída final. Podríamos haber perecido suficientemente en los caminos ordinarios del pecado. ¿Qué necesidad había de ganar una mayor condenación? Terrible será el resultado si esto es todo lo que sacamos de nuestros estudios en el Colegio Teológico, y nuestras velas de medianoche adquiriendo conocimientos. Mi corazón y mi carne tiemblan mientras considero la posibilidad de que alguno de nosotros sea hallado culpable de traición a lo que nos ha sido encomendado, y de deslealtad a nuestro Rey. Que nuestro buen Señor esté de tal manera con nosotros que, finalmente, seamos limpios de la sangre de todos. Será glorioso oír al Maestro decir: «Bien, buen siervo y fiel».
5. Evangelismo 111. EL SERMÓN DE PABLO ANTE FÉLIX «Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré» (Hechos 24:25). INTRODUCCIÓN: El corazón testifica del poder. I. UN SERMÓN APROPIADO 1. La historia de Félix y Drusila. 2. Pablo sorprende a Félix. 3. Agradar a los hombres. II. UNA REACCIÓN DE ESPANTO 1. El evangelio es predicado. 2. Las rodillas tiemblan. II. UNA DECEPCIÓN 1. El poder del pecado. a) El cuidado del alma b) Todavía hay tiempo
2. Todavía hay tiempo. 3. Tal vez sea la última vez. CONCLUSIÓN: Algunos que no escuchan
EL SERMÓN DE PABLO ANTE FÉLIX INTRODUCCIÓN El poder del Evangelio muestra su maravillosa grandiosidad, cuando se mantiene asido de los corazones devotos a él o sujeto a dificultades, persecución o penas. ¡Qué poderoso debe ser este Evangelio, el cual, cuando encontró entrada en el corazón de Pablo, nunca salió de él! Al Apóstol no le importaba la pérdida de todas las cosas, a las que tenía por escoria, con tal de ganar a Cristo. Al querer esparcir la verdad, se enfrentó a muchas y diversas dificultades: naufragios, peligros en la tierra y en el mar, pero ninguna de estas cosas le sacó de su propósito, ni valoró su vida como preciosa para él, con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él. Las persecuciones se sucedieron una tras otra; fue azotado con vara por los judíos, fue llevado de un tribunal a otro. En las ciudades le esperaban cadenas y persecuciones. Atacado en su propio país es acusado en Jerusalén, y luego citado en Cesárea. Notad, sin embargo, cómo siempre mantuvo la prominente pasión de su alma. Ponedle donde queráis: es semejante a John Bunyan, quien dijo: «Si hoy me soltáis de la prisión, predicaré mañana otra vez el Evangelio, por la gracia de Dios». Y mucho más que eso, predicó el Evangelio en las prisiones y ante los jueces. Puesto ante el Sanedrín, exclamó: «Acerca de la resurrección de los muertos soy juzgado hoy por vosotros» (Hch. 24:21). Cuando se le trajo para comparecer ante Agripa, contó su conversión, y habló tan dulcemente de la gracia de Dios que el mismo rey dijo: «Por poco me persuades a ser cristiano» (Hch. 26:28). Y en nuestro texto, cuando comparece ante el procurador romano, para vida o para muerte, en vez de hacer una defensa de sí mismo, disertó acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, hasta que su mismo juez tembló, y aquel que se sentaba
Cielo, Infierno
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Índices Índice Escritural Índice de Títulos
Cielo, Infierno
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Índice Escritural Génesis 7:15
Sermón nº 38, 337
Éxodo 9:27 21:5, 6 14:15
Sermón nº 52, 463 Sermón nº 41, 365 Sermón nº 99, 877
Números 35:11 Sermón nº 47, 420 Deuteronomio 1:25 Sermón nº 119, 1087 30:11-14 Sermón nº 118, 1073 33:25 Sermón nº 82, 733 1Reyes 18:21
Sermón nº 31, 278
2 Crónicas 33:13 Sermón nº 33, 294 Nehemías 2:4 Sermón nº 78, 699 Job 23:3 23:3, 4 Salmos 19:12 19:13 23:1 32:1 37:4 45:2 50:15 62:2 70:5 102:6 104:34 106:8 110:3 142:1 147:9
Sermón nº 51, 454 Sermón nº 73, 652
Sermón nº 86, 764 Sermón nº 87, 773 Sermón nº 8, 74 Sermón nº 46, 410 Sermón nº 68, 606 Sermón nº 9, 81 Sermón nº 27, 247 Sermón nº 5, 49 Sermón nº 84, 749 Sermón nº 100, 888 Sermón nº 80, 716 Sermón nº 59, 524 Sermón nº 15, 130 Sermón nº 34, 304 Sermón nº 49, 438
Proverbios 15:11 Sermón nº 2, 23 31:6, 7 Sermón nº 85, 758 4:23 Sermón nº 95, 843 Isaías 9:6 9:6 35:5, 6 40:31 41:14 41:14 53:10 63:1
Sermón nº 13, 112 Sermón nº 14, 121 Sermón nº 48, 427 Sermón nº 93, 821 Sermón nº 11, 99 Sermón nº 81, 725 Sermón nº 43, 383 Sermón nº 7, 65
Jeremías 8:6 Sermón nº 54, 480 33:3 Sermón nº 77, 691 Ezequiel 34:16 36:27 33:5 36:26
Sermón nº 39, 347 Sermón nº 18, 159 Sermón nº 53, 471 Sermón nº 66, 585
Oseas 12:10
Sermón nº 4, 40
Jonás 2:9
Sermón nº 58, 515
Nahum 1:3
Sermón nº 1, 15
Zacarías 14:7 Sermón nº 91, 805 Malaquías 3:10 Sermón nº 79, 707 Mateo 5:2 6:9 11:5 11:28
Sermón nº 109, 984 Sermón nº 3, 32 Sermón nº 104, 934 Sermón nº 116, 1055
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SERMONES SELECTOS
11:29 15:27 19:19 20:15 20:28 25:22, 23
Sermón nº 67, 595 Sermón nº 83, 741 Sermón nº 97, 858 Sermón nº 103, 926 Sermón nº 44, 391 Sermón nº 29, 263
Marcos 2:12 2:17 5:19 12:30
Sermón nº 45, 400 Sermón nº 22, 196 Sermón nº 90, 797 Sermón nº 94, 835
Lucas 6:45 11:9, 10 15:2 15:17 15:20 21:33 23:42, 43 24:32
Sermón nº 105, 942 Sermón nº 76, 683 Sermón nº 55, 489 Sermón nº 16, 139 Sermón nº 30, 271 Sermón nº 72, 644 Sermón nº 36, 321 Sermón nº 102, 910
Juan 3:3 3:18 14:23 5:40 6:44 15:22
Sermón nº 64, 567 Sermón nº 120, 1093 Sermón nº 69, 617 Sermón nº 23, 206 Sermón nº 19, 171 Sermón nº 24, 216
Hechos 24:25
Sermón nº 111, 1010
Romanos 5:6 5:6 5:6, 18 8:7 10:13
Sermón nº 63, 559 Sermón nº 114, 1036 Sermón nº 22, 196 Sermón nº 20, 179 Sermón nº 62, 550
1 Corintios 1:24 Sermón nº 6, 57 2:2 Sermón nº 35, 311 4:1, 2 Sermón nº 110, 997 9:16 Sermón nº 106, 954 14:15 Sermón nº 74, 661 2 Corintios 2:15, 16 Sermón nº 112, 1018 4:3 Sermón nº 21, 188 4:3, 4 Sermón nº 115, 1045
4:4 5:20, 21 8:9
Sermón nº 17, 149 Sermón nº 113, 1026 Sermón nº 12, 104
Gálatas 4:24
Sermón nº 26, 237
Efesios 2:1
Sermón nº 65, 576
Filipenses 4:7 Sermón nº 96, 851 1 Tesalonicenses 1:5 Sermón nº 71, 637 1:5 Sermón nº 117, 1063 5:6 Sermón nº 88, 781 2 Tesalonicenses 1:3 Sermón nº 57, 505 1 Timoteo 1:11 1:15 1:15 1:15 4:13 4:16
Sermón nº 70, 626 Sermón nº 22, 196 Sermón nº 28, 255 Sermón nº 60, 532 Sermón nº 98, 869 Sermón nº 101, 898
2 Timoteo 2:15 Sermón nº 108, 971 Hebreos 2:16 4:16 7:25 8:10 9:22 11:6 11:31 12:24 13:8
Sermón nº 25, 225 Sermón nº 50, 446 Sermón nº 61, 541 Sermón nº 107, 963 Sermón nº 42, 377 Sermón nº 56, 498 Sermón nº 32, 287 Sermón nº 40, 357 Sermón nº 10, 91
Santiago 4:2, 3 Sermón nº 75, 674 Apocalipsis 2:4 Sermón nº 92, 813 3:19 Sermón nº 89, 789 15:3 Sermón nº 37, 331
Cielo, Infierno
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Índice de títulos
¡Adelante! Sermón nº 99, 877 Advertencia desoída, Una Sermón nº 53, 471 Alegación, no contradicción Sermón nº 83, 741 Ama a tu prójimo Sermón nº 97, 858 Amados castigados, Los Sermón nº 89, 789 Bendita cadena en el evangelio, Una Sermón nº 69, 617 Buen pastor, El Sermón nº 8, 74 Buscando la oveja perdida Sermón nº 39, 347 Certificado de éxito de la oración Sermón nº 76, 683 Clamor del cuervo, El Sermón nº 49, 438 Cómo guadar el corazón Sermón nº 96, 851 Cómo suplicar Sermón nº 84, 749 Como tus días serán tus fuerzas Sermón nº 82, 733 Condescendencia de Cristo, La Sermón nº 12, 104 Confesión del pecado, La Sermón nº 52, 463 Corazón del evangelio, El Sermón nº 113, 1026 Cosa inesperada, La Sermón nº 45, 400 Cristo, el poder y la sabiduría de Dios Sermón nº 6, 57 Decadencia del primer amor Sermón nº 92, 813
Decaimiento de ánimo del ministro Sermón nº 100, 888 Derramamiento de sangre, El Sermón nº 42, 377 Despierta, despierta Sermón nº 88, 781 Dios, quien todo lo ve Sermón nº 2, 23 Don de hablar espontáneamente, El Sermón nº 105, 942 Dos efectos del evangelio, Los Sermón nº 112, 1018 Dos talentos, Los Sermón nº 29, 263 Evangelio de la gloria de Cristo, El Sermón nº 17, 149 Evangelio glorioso del Dios bendito, El Sermón nº 70, 626 Evangelio nos llegó en poder, El Sermón nº 71, 637 Evangelio que no muere para el año que muere, El Sermón nº 114, 1036 Evangelio sencillo para gente sencilla, Un Sermón nº 118, 1073 Fe de Rahab, La Sermón nº 32, 287 Fe, La Sermón nº 56, 498 Glorioso evangelio, El Sermón nº 60, 532 Grados de poder presentes en el evangelio Sermón nº 117, 1063 Gran depósito, El Sermón nº 95, 843 Hombre de un solo tema: Pablo, El Sermón nº 35, 311
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SERMONES SELECTOS
Hombres, elegidos. Los ángeles caídos, rechazados, Los Sermón nº 25, 225 Indagador ansioso, El Sermón nº 51, 454 Inhabilidad humana Sermón nº 19, 171 Inmutabilidad de Cristo, La Sermón nº 10, 91 Israel en Egipto Sermón nº 37, 331 Labios llenos de gracia de Jesús, Los Sermón nº 9, 81 Ladrón que creyó, El Sermón nº 36, 321 Libre albedrío: un esclavo, El Sermón nº 23, 206 Licor del evangelio, El Sermón nº 85, 758 Llamamiento a los pecadores, Un Sermón nº 55, 489 Llamamiento de Elías a los indecisos, El Sermón nº 31, 278 Llave de oro de la oración, La Sermón nº 77, 691 Luz al atardecer Sermón nº 91, 805 Luz de gozo en el corazón Sermón nº 68, 606 Luz, fuego, fe, vida, amor Sermón nº 102, 910 Manasés Sermón nº 33, 294 Maneras de espiritualizar Sermón nº 26, 237 Maneras que Dios tiene de comunicarse Sermón nº 4, 40 Mayordomía, La Sermón nº 110, 997 Meditando en Dios Sermón nº 80, 716 Mensaje para los de poca fe, Un Sermón nº 57, 505
Mente carnal es enemistad contra Dios, La Sermón nº 20, 179 Ministros con escasos recursos para trabajar Sermón nº 98, 869 Misericordia, omnipotencia y justicia Sermón nº 1, 15 Muerte de Cristo, La Sermón nº 43, 383 Mundos cantarán, Los Sermón nº 48, 427 No temas Sermón nº 81, 725 Nuestra oración pública Sermón nº 74, 661 Nuevo comienzo, Un Sermón nº 93, 821 Nuevo corazón, El Sermón nº 66, 585 Oración de David en la cueva, La Sermón nº 34, 304 Oración espontánea, La Sermón nº 78, 699 Orden y argumento en la oración Sermón nº 73, 652 Oreja horadada con lezna, La Sermón nº 41, 365 Paladeos de la vida celestial Sermón nº 119, 1087 Parábola del Arca, La Sermón nº 38, 337 Paternidad de Dios, La Sermón nº 3, 32 Pecados de soberbia Sermón nº 87, 773 Pecados secretos Sermón nº 86, 764 Pedir y tener Sermón nº 75, 674 Perdón y justificación Sermón nº 46, 410 Perpetuidad del evangelio Sermón nº 72, 644 Poder sanador de Cristo, El Sermón nº 16, 139
Cielo, Infierno Poderoso salvador, Un Sermón nº 7, 65 ¿Por qué el evangelio está encubierto? Sermón nº 21, 188 ¿Por qué los hombres son salvos? Sermón nº 59, 524 Predicación a los pobres Sermón nº 104, 934 Predicad el evangelio Sermón nº 106, 954 Primer y gran mandamiento, El Sermón nº 94, 835 Probando a Dios Sermón nº 79, 707 Promesa del espíritu, La Sermón nº 18, 159 Pueblo voluntario y un guía inmutable, Un Sermón nº 15, 130 ¿Qué he hecho? Sermón nº 54, 480 ¿Quiénes necesitan el evangelio? Sermón nº 22, 196 Rechazo y condenación Sermón nº 120, 1093 Redención limitada, La Sermón nº 44, 391 Refugio del pecador, El Sermón nº 47, 420 Regeneración, La Sermón nº 64, 567 Responsabilidad humana, La Sermón nº 24, 216 Resurrección espiritual, La Sermón nº 65, 576 Retorno del hijo pródigo, El Sermón nº 30, 271 Salvación es del Señor, La Sermón nº 58, 515 Salvación hasta lo sumo Sermón nº 61, 541 Sermón de Pablo ante Félix, El Sermón nº 111, 1010
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Sermón sencillo para las almas que buscan, Un Sermón nº 62, 550 Sermones, su importancia Sermón nº 107, 963 Soberanía divina en sus dádivas, La Sermón nº 103, 926 Sobre la elección de un texto Sermón nº 108, 971 Sobre la voz del predicador Sermón nº 109, 984 Solamente Dios es la salvación de su pueblo Sermón nº 5, 49 Su nombre, admirable Sermón nº 13, 112 Su nombre, consejero Sermón nº 14, 121 Tal maestro, tales discípulos Sermón nº 67, 595 Texto de Robinson Crusoe, El Sermón nº 27, 247 Todo el evangelio en un solo versículo Sermón nº 28, 255 Trono de la gracia, El Sermón nº 50, 446 Tu redentor Sermón nº 11, 99 Verdadero evangelio no es un evangelio encubierto, El Sermón nº 115, 1045 Vieja, vieja historia, La Sermón nº 63, 559 Viejo evangelio para el nuevo siglo, El Sermón nº 116, 1055 Vigilancia que de sí mismo debe tener el ministro, La Sermón nº 101, 898 Voz de la sangre de Abel y de Cristo, La Sermón nº 40, 357 Yendo a casa; un sermón de Navidad Sermón nº 90, 797