Texto: "Filosofía del lenguaje" Aut.: W. P. P. Alston
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INTRODUCCION
La filosofía del lenguaje está incluso peor definida y menos en posesión de un principio claro de unidad que la mayoría de las restantes ramas de la filosofía. Los problemas relativos al lenguaje de los que habitualmente se ocupan los filósofos constituyen una colección casi sin trabazón, por lo cual resulta difícil encontrar un criterio claro que los separe de los problemas del lenguaje tratados por los gramáticos, los psicólogos y los antropólogos. Podemos darnos una primera idea de la amplitud de esta colección examinando los diversos puntos dentro de la filosofía en los que aparece una relación con el lenguaje.
Fuentes Fuentes de la preocupació n del filó sofo por el lenguaje: la metafísica. metafísica.
Consideremos, en primer lugar, los modos como se suscitan los problemas relativos al lenguaje en las diversas ramas de la filosofía. La metafísica es una parte de la filosofía que puede caracterizarse, grosso modo, como un intento de formular los hechos más profundos y generales acerca del mundo, incluida una enumeración de las categorías más básicas a las cuales pertenecen los entes, así como una descripción de sus interrelaciones. Ha habido siempre filósofos que han intentado descubrir algunos de esos hechos fundamentales por medio de la consideración de los rasgos más típicos del lenguaje que usamos para hablar acerca del mundo. En el libro X de La República se pregunta Platón, «¿No es cierto que a las cosas que tienen el mismo nombre les solemos asignar una única idea o forma?» (596). Al formular esta observación más bien críptica, Platón
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nos llama la atención acerca de un rasgo profundo del lenguaje, el de que un determinado nombre común o un adjetivo, por ejemplo, árbol' o agudo', se pueda aplicar exactamente con el mismo sentido a un conjunto extenso de cosas individuales diferentes. La posición de Platón es la de que esto es posible sólo si existe alguna entidad nombrada por el término general en cuestión —arboreidad, agudeza— a la cual pertenecen cada una de las entidades individuales. Si no ocurriese así, sería imposible que el término general se aplicara con el mismo sentido a varios individuos diferentes. '
'
Aristóteles, en su Metafísica, Metafísica, argumenta argumenta del del siguiente siguiente modo: De aquí que alguien pudiera plantearse la cuestión de si el 'andar', el 'estar sano' o el 'estar sentado' implican que cada una de esas cosas tiene existencia y lo mismo respecto de otros estados o circunstancias análogos. Porque ninguno de estos [modos] puede tener por sí mismo una existencia propia ni existir separado de la sustancia, más aún, si algo existe, es aquello que camina o se sienta o está sano, lo que será una cosa que existe. Estas cosas parecen más cargadas de la noción de ser, porque bajo ellas se oculta un sujeto determinado. Este sujeto es la sustancia, el ser particular que aparece debajo de los atributos. Pues el bien o bueno y el estar sentado no significan nada sin esta sustancia. (Libro VII, capítulo 1.) Aristóteles Aristóteles parte aquí del hecho de que no usamos verbos más que en conexión con sujetos, de que no decimos 'se sienta', 'camina', etc., sino más bien 'él se está sentando' o 'ella está caminando'. De aquí concluye Aristóteles Aristóteles que las sustancias, las «cosas», tienen un tipo independiente de existencia que las acciones no poseen, que las sustancias son ontológicamente más fundamentales que las acciones. Un ejemplo aún más osado lo encontramos en el filósofo alemán de finales
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del siglo XIX, Meinong, quien partió del supuesto de que toda expresión significativa en una oración [sentence] (al menos toda expresión que tenga la función de referirse a algo) debe tener un referente, de otro modo no tendría nada que significar. De ello se desprende que, cuando tenemos una expresión obviamente significativa pero que no se refiere a nada del mundo real, por ejemplo: 'La fuente de la juventud', en la oración 'De Soto estuvo buscando la fuente de la juventud', debemos suponer que la expresión se refiere a una entidad «subsistente» que no existe pero que tiene algún otro modo de ser. Esta doctrina, así como la posición platónica antes presentada, se basa en una confusa asimilación de significado y referencia que intentaremos esclarecer en el primer capítulo.
El supuesto que subyace a estos modelos de argumentación metafísica se ha hecho bastante explícito en el movimiento filosófico del siglo XX conocido como el atomismo lógico, movimiento cuyos representantes más distinguidos han sido Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein (en su primer período). Russell, en su serie de artículos «La filosofía del atomismo lógico», formula este principio bastante explícitamente: ... en un simbolismo lógicamente correcto habrá siempre una cierta identidad fundamental de estructura entre un hecho y el símbolo de este hecho, y ... la complejidad del símbolo se corresponde bastante estrictamente con la complejidad de los hechos por él simbolizados 1. Obsérvese que no se postula que haya una identidad de estructura entre cualquier lenguaje existente y la estructura metafísica básica del mundo, sino sólo entre un «lenguaje lógicamente perfecto» y la estructura metafísica. El supuesto es que cuando hayamos diseñado un lenguaje de este tipo o adquirido por lo menos una idea fragmentaria de cómo debería ser este lenguaje, entonces estaremos en condiciones de extraer diversas
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conclusiones relativas a los tipos de hechos que constituyen la realidad y a la estructura de cada uno de esos hechos. Averiguaríamos qué tipos diferentes de oraciones tenemos en ese lenguaje que permitan afirmar hechos, por ejemplo, oraciones simples con sujeto y predicado como 'Este libro es pesado' y oraciones existenciales como 'Hay un gato en el portal', y veríamos de qué manera están relacionados lógicamente esos diversos tipos de oraciones. Esto nos diría cuáles son los varios tipos de hechos que constituyen la realidad y cómo se relacionan entre sí.
La lógic a.
La otra rama de la filosofía en la cual el interés por el lenguaje ocupa un lugar destacado es la lógica. La lógica es el estudio de la inferencia, más exactamente, el intento de ingeniar criterios que separen las inferencias válidas de las no válidas. Puesto que el razonamiento se lleva a cabo por medio del lenguaje, el análisis de las inferencias depende del análisis de los enunciados que figuran como premisas y conclusiones. Un estudio de la lógica revela que la validez o no validez de una inferencia depende de la forma de los enunciados que constituyen las premisas y la conclusión, entendiendo por «forma» los tipos de términos que contiene el enunciado y la manera en que esos términos se combinan en él. Así pues, de dos inferencias que superficialmente parezcan muy similares, una puede ser válida y la otra no válida a causa de una diferencia en la forma de uno o más de los enunciados que contenga. Consideremos los siguientes pares de inferencias:
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1
Joe Carpenter vende pólizas de seguro en nuestra ciudad. Joe Carpenter pertenece a la Primera Iglesia Metodista. ►. Por tanto Joe Carpenter vende pólizas de seguro en nuestra ,/ciudad y pertenece a la Primera Iglesia Metodista.
2
Alguien vende pólizas de seguro en nuestra ciudad. Alguien pertenece a la Primera Iglesia Metodista. ► Por tanto, alguien vende pólizas de seguro en nuestra ciudad y pertenece a la Primera Iglesia Metodista.
Ahora bien, 1 es sin duda alguna un argumento válido y 2 es indudablemente no válido. Dados los hechos de que alguien vende seguros en esta ciudad y de que alguien pertenece a la Primera Iglesia Metodista, no puede concluirse en absoluto que hay alguien para el cual ambas cosas son verdaderas. Puesto que uno de estos argumentos es válido y el otro no válido, debe tratarse de que, a pesar de las similitudes gramaticales superficiales, una oración como a. 'Joe Carpenter vende pólizas de seguro en nuestra ciudad' es de una forma lógica muy diferente de la de una oración como b. 'Alguien vende pólizas de seguro en nuestra ciudad'. Hay otros indicios de que esto es así: la oración b es equivalente a 'Hay alguien que vende pólizas de seguro en 'nuestra ciudad' y a 'la clase de las personas que venden pólizas de seguro en nuestra ciudadano es una clase vacía', pero no pueden encontrarse tales equivalencias para la oración a. Cuando las premisas y la conclusión de la inferencia 2 se expresan en una de estas formas, la argumentación pierde su semejanza superficial con la inferencia 1 y ya no parece en absoluto válida: 3.
Hay alguien que vende pólizas de seguro en nuestra ciudad. Hay alguien que pertenece a la Primera Iglesia Metodista. ► Por tanto, hay alguien que vende pólizas de seguro en nuestra ciudad y pertenece a la Primera Iglesia Metodista.
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Con estos ejemplos resulta claro que una parte importante de la lógica consiste en una clasificación de los enunciados en términos de su forma «lógica» (es decir, de los aspectos formales que son relevantes para la evaluación de la inferencia), clasificación que, a su vez, exige una clasificación de los tipos de términos que entran en los enunciados, puesto que la diferencia de forma a menudo depende de la diferencia en los tipos de términos utilizados. En los ejemplos anteriores, la diferente forma lógica de las oraciones a y b depende de la diferencia fundamental entre un nombre propio como «Joe Carpenter», que tiene la función de especificar a un individuo en particular, y una palabra como «alguien», que tiene una función bastante diferente.
La epist emología.
Varios son los lugares donde a la rama de la filosofía que se conoce como epistemología o teoría del conocimiento le conciernen los problemas del lenguaje. Esta concernencia llega a ser muy marcada cuando se trata el problema del conocimiento a priori. Tenemos conocimiento a priori cuando sabemos que algo es así sin que este conocimiento se base en la experiencia. Parece que tenemos este tipo de conocimiento en las matemáticas y quizá también en otras áreas; por otra parte, ha resultado a menudo enigmático para los filósofos el hecho de que seamos capaces de adquirir este tipo de conocimiento. ¿Cómo es que somos capaces de saber, con certeza, independientemente de la observación, medida, etc., que los ángulos de un triángulo euclideano suman 180° y que 8 más 7 es
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invariablemente siempre igual a 15? ¿Cómo podemos estar seguros de que la experiencia nunca va a falsar estas convicciones? Una respuesta que a menudo se ha dado es que en tales casos lo que afirmamos es verdadero por definición, o verdadero en virtud de los significados de los términos que contiene. Es decir, que el que 8 más 7 sea igual a 15 es parte de lo que queremos decir por medio de '8', '7', '15', 'más' e 'igual', y que negar formalmente este enunciado implicaría cambiar el significado de uno o más de esos términos. Es y ha sido objeto de considerable controversia la cuestión de si es o no adecuada esta interpretación del conocimiento a priori, pero se justifique o no esa posición resulta claro que incluso si la tomamos seriamente en cuenta nos vemos metidos sin remedio en cuestiones relativas a qué es que un término tenga un cierto significado y cómo un enunciado puede ser verdadero por el hecho de que ciertos términos tengan el significado que tienen.
La reform a del lenguaje.
Hay otras razones filosóficas para este interés por el lenguaje, que no tienen que ver con los problemas de una u otra rama de la filosofía sino con las formas que asume habitualmente la actividad del filósofo en muchos sectores de su campo. Uno de éstos es la reforma del lenguaje. Investigadores de muchas disciplinas suelen quejarse de las deficiencias del lenguaje, pero han sido los filósofos los que se han preocupado más que nadie por este tipo de problemas, y con justa razón. La filosofía es una actividad mucho más puramente verbal que una ciencia que coleccione hechos relativos a reacciones químicas, estructuras sociales o formaciones
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rocosas. La discusión verbal es el laboratorio del filósofo, en donde pone a prueba sus ideas. No sorprende, pues, el que sea el filósofo el más sensible a las imperfecciones de su principal instrumento. Las quejas filosóficas acerca del lenguaje han asumido variadas formas: están' los filósofos de la intuición mística, tales como Plotino y Bergson, quienes consideran que el lenguaje como tal es inadecuado para la formulación de la verdad fundamental. De acuerdo con este punto de vista la verdad sólo puede aprehenderse realmente a través de una unión sin palabras con la realidad; las formulaciones lingüísticas nos dan, en el mejor de los casos, sólo perspectivas más o menos distorsionadas. Pero, con mayor frecuencia, los filósofos no se han mostrado dispuestos a renunciar a hablar, ni siquiera en teoría. Las quejas se han dirigido casi siempre contra alguna situación o condición del lenguaje y, como corolario, se ha supuesto que se podían tomar medidas para poner remedio a esa situación. Estos filósofos pueden clasificarse convenientemente en dos grupos: en primer lugar tenemos a quienes sostienen que el «lenguaje ordinario», el lenguaje de todos los días, es perfectamente adecuado para los propósitos de la filosofía y que el mal proviene de desviarse del lenguaje ordinario sin proporcionar realmente ninguna manera de dar un sentido a esa desviación. Por todas partes en la historia de la filosofía encontramos ejemplos de este tipo de queja, como son las críticas de Locke contra la jerga escolástica; sin embargo, sólo en nuestros días este tipo de quejas ha llegado a constituir la base de un movimiento filosófico: la «filosofía del lenguaje ordinario». En su forma más radical, que se encuentra en los primeros trabajos de Ludwig Wittgenstein, afirma esta filosofía que todos, o por lo menos la mayor parte de los problemas de la filosofía, provienen de que los filósofos han usado impropiamente ciertos términos cruciales tales como 'conocer', 'ver', 'libre', 'verdadero' y 'razón'. Al abandonar los usos ordinarios de esos términos sin sustituirlos por nada inteligible, los filósofos han tropezado con rompecabezas insolubles en cuanto a si podemos conocer lo que otras personas piensan o sienten, si en realidad vemos alguna vez directamente
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un objeto físico, si alguien actúa en algún caso libremente y si, alguna vez, tenemos razones para suponer que en el futuro las cosas ocurrirán de una manera y no de otra. Según Wittgenstein, la tarea del filósofo que ha comprendido este problema es la misma que la del terapeuta: su misión consiste en suprimir los «calambres conceptuales» en los que hemos caído. En segundo lugar están quienes, por el contrario, sostienen que el problema nace de que el lenguaje ordinario, en sí mismo, es inadecuado para los propósitos filosóficos en razón de su vaguedad, inexplicitud, ambigüedad, dependencia del contexto y aspecto engañoso. Estos filósofos, tales como Leibniz, Russell y Carnap, pretenden que su tarea es la de construir un lenguaje artificial o, por lo menos, hacer un esbozo de este lenguaje, en el que se pondría remedio a esos defectos. Como señalábamos antes, esta empresa se ha visto a veces vivificada por la convicción de que a partir de la estructura de un lenguaje tal se podrían inferir los hechos básicos relativos a la estructura metafísica de la realidad. A nuestros efectos, el principal interés de todas estas críticas y esquemas de reforma está en las concepciones generales acerca del lenguaje y del significado que ellas suponen. Incluso la posición mística presupone alguna noción relativa a la naturaleza del lenguaje; de otro modo no se tendría ninguna base para afirmar que el lenguaje en cuanto tal es incapaz de servir como medio para una formulación adecuada de la verdad. Las otras posiciones suponen necesariamente concepciones más positivas de las condiciones dentro de las cuales el lenguaje es significativo y realiza adecuadamente sus funciones. Así, por ejemplo, el criterio de verificabilidad del significado, al que dedicaremos más de un capítulo, se origina en posiciones del tipo de las antes expuestas.
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La filosofía como análisis.
El punto anterior se refiere a la noción de que la tarea primordial de la filosofía, si no la única, es el análisis conceptual. El análisis de los conceptos básicos ha recibido siempre una atención principal por parte de los filósofos. En los Diálogos de Platón, Sócrates aparece la mayor parte del tiempo formulando preguntas como: «¿Qué es la justicia?» y «¿Qué es el conocimiento?». Los trabajos de Aristóteles se ocupan, en gran medida, de obtener definiciones adecuadas de términos como 'causa', 'bien', 'movimiento' y 'conocer'. Tradicionalmente se suponía que, por importante que fuese esa actividad, constituía un preludio a la actividad última del filósofo —la de llegar a una concepción adecuada de la estructura básica del mundo y a un conjunto suficiente de patrones para la conducta humana y la organización social. Pero en nuestros días, ha ganado terreno la convicción de que el método usado en filosofía —que se puede definir brevemente como la reflexión cómoda del que ve los toros desde la barrera, no complementada con observaciones especiales o experimentación— no resulta verdaderamente suficiente para obtener conclusiones sustantivas relativas a la naturaleza del mundo o a las condiciones en las cuales se vive bien o mal, y que lo que la filosofía debería estar dispuesta a proporcionar es claridad y explicitud con respecto a los conceptos básicos con los cuales pensamos acerca del mundo y de la vida humana. Este cambio radial, por lo que respecta al centro de gravedad de la actividad filosófica, es particularmente relevante para la filosofía del lenguaje porque va acompañado a su vez de un cambio en la concepción misma del análisis conceptual. Encontraremos fundamentalmente tres maneras distintas de formular un problema en filosofía analítica, ya se traté de la causación, la verdad, el conocimiento o la obligación moral. Tomando como modelo el
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problema del conocimiento podremos, pues, decir que: 1, estamos investigando la naturaleza del conocimiento; 2, estamos analizando el concepto de conocimiento, o 3, estamos intentando hacer explícito lo que se intenta decir cuando alguien dice que sabe que algo es así. Es probable que 1 y 2 sean engañosos desde el punto de vista metodológico. 1 sugiere, falsamente, que la tarea es localizar e inspeccionar una cierta entidad llamada 'conocimiento', una entidad que existe y que es independiente de nuestro pensamiento y discurso. Desgraciadamente nadie ha suministrado nunca una técnica aceptable para localizar y examinar entidades de ese tipo. 2 puede también llegar a ser equívoca a menos que se admita que es simplemente una forma alternativa de 3, pues sugiere que la tarea consiste en analizar introspectivamente algo que se denomina un concepto y en descubrir las partes de que consta y la manera en que éstas se ensamblan. Una vez más, no parece posible desarrollar una técnica objetiva para hacer esto. Ha adquirido fuerza la convicción de que, aun cuando el filósofo que se ocupa del conocimiento formule su problema en las formas 1 o 2, lo que él realmente hace, en tanto en cuanto sus resultados tengan algún valor, es reflexionar sobre los varios rasgos del uso de 'conocer' y sus cognados. Así pues, en la medida en que la filosofía sea un análisis conceptual, estará siempre comprometida con el lenguaje; y si todo o la mayor parte de lo que compete al filósofo es poner de manifiesto rasgos del uso o del significado de diversas palabras y formas de los enunciados, es esencial que actúe sobre la base de alguna concepción general de la naturaleza del uso y el significado lingüísticos. Esto llega a ser especialmente importante cuando los filósofos analíticos se enzarzan en constantes disputas acerca de lo que significa una determinada palabra o de si dos expresiones o formas de expresión tienen el mismo o diferente significado. En filosofía analítica hay serios desacuerdos acerca de que 'yo sé que p' signifique lo mismo que 'yo creo que p, tengo bases precisas para esta creencia y es el caso que p'; que 'A es la causa de B' signifique simplemente que A y B, de hecho, aparecen
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juntos regularmente; que 'sentirse triste' signifique lo mismo que 'Yo me siento triste' y 'El se siente triste', y que cualquier enunciado teórico de la ciencia tenga el mismo significado que una combinación de informaciones observacionales. Cuando tales disputas no pueden dirimirse sobre la base de nuestra noción intuitiva de lo que significan las expresiones lingüísticas, el filósofo se ve forzado a desarrollar una teoría explícita de lo que quiere decir que una expresión lingüística tenga un cierto significado y de las condiciones bajo las cuales dos expresiones tendrían el mismo significado. Así pues, en tanto en cuanto se piense que la tarea primaria de la filosofía es el análisis conceptual, la filosofía del lenguaje ocupará un lugar central en la teoría del método filosófico.
Problemas de la filo sofía del lenguaje.
Una vez vistos algunos puntos de los sectores centrales de la filosofía cuyo tratamiento nos conduce naturalmente a una consideración explícita de problemas relativos al lenguaje, podemos dedicarnos a un breve examen preliminar de esos problemas. Como señalaba antes, sería poco realista esperar una compacta unidad dentro de este terreno, pero si estamos de acuerdo en que el análisis conceptual es el núcleo de la filosofía, podemos conceder un lugar de honor entre estos problemas a la tarea de proporcionar un análisis adecuado de los conceptos básicos que usamos cuando reflexionamos acerca del lenguaje. Aunque no hay ninguna razón que impida que el filósofo use sus instrumentos analíticos para analizar los conceptos básicos relativos al lenguaje, se ha desarrollado, no obstante, la tendencia a centrarse en conceptos semánticos, tales como, por ejemplo, el
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concepto de significado lingüístico y sus cognados, igualdad de significado, significatividad, etc. Esto se ha debido, en parte, a que muchos de los intereses filosóficos que se enumeran en la primera parte de esta Introducción conducen naturalmente a plantearse preguntas acerca de la naturaleza del significado y, en parte, a que el hecho de que una palabra dada tenga un cierto significado parece hasta cierto punto tan misterioso que a menudo ha dado origen a la reflexión filosófica. Gran parte de este libro se ocupará del análisis de conceptos semánticos. Sería equívoco sugerir que la filosofía del lenguaje, incluso cuando la practican los filósofos analíticos, se reduce al análisis conceptual, a la clarificación de los conceptos básicos del lenguaje. Hay otros tipos de tareas que, por lo común, se atribuyen los filósofos: está la clasificación de los actos lingüísticos, de los «usos» o «funciones» del lenguaje, de los tipos de vaguedad, de los tipos de términos, de las varias clases de metáforas. Están las discusiones sobre el papel de la metáfora en la ampliación de los lenguajes, sobre las interrelaciones del lenguaje, el pensamiento y la cultura; y sobre las peculiaridades del discurso poético, religioso y moral. Se han hecho propuestas para construir lenguajes artificiales con propósitos diversos. Están también las detalladas investigaciones acerca de las peculiaridades de tipos especiales de expresiones, tales como los nombres propios y las expresiones con referencia múltiple, y sobre formas gramaticales determinadas, tales como la forma sujeto-predicado. Algunos de estos problemas se encuentran en la frontera entre la filosofía y otras disciplinas más especializadas, y todos ellos podrían ser tratados por una u otra de esas disciplinas. Así, por ejemplo, la psicología podría dedicarse a distinguir entre distintos tipos de conducta lingüística, y podríamos esperar que la lingüística descriptiva proporcionara clasificaciones de los tipos de expresiones. Pero si estos problemas pertenecen, en principio, a disciplinas más especiales, pertenecen a sus fundamentos, y, tradicionalmente, la filosofía se ha ocupado de los problemas de alto nivel de las ciencias,
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especialmente cuando esas ciencias están en sus primeros estadios de construcción. Más adelante tocaremos algunos de estos problemas. Este libro está escrito desde una cierta orientación filosófica que puede caracterizarse, aproximadamente, con el término de «filosofía analítica». Gran parte del filosofar acerca del lenguaje se ha llevado a cabo desde muy diferentes puntos de vista y en ellos los problemas asumen formas bastante diferentes. No es ni posible ni deseable examinar en un volumen de este tamaño todas las aproximaciones filosóficas al lenguaje. A modo de compensación he incluido en la bibliografía algunas sugerencias para llevar a cabo lecturas relativas a los otros enfoques.
CITAS: 1. Logic and Knowledge, ed. R. C. Marsh (London, George Allen & Unwin, Ltd., 1956) [Trad. esp.: Ensayos sobre lógica y conocimiento, Madrid, Taurus, 1966].
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Capítulo 1 TEORIAS DEL SIGNIFICADO
El problema del significado.
Este capítulo se ocupa de la naturaleza del significado lingüístico. Este es un problema del análisis filosófico que puede formularse mejor de la manera siguiente: «¿qué decimos acerca de una expresión lingüística cuando especificamos su significado ?» 1. O sea, que intentaremos caracterizar adecuadamente aquí uno de los usos de «significar» [mean] y sus cognados. «Significar» tiene otros muchos usos, algunos de los cuales podrían confundirse con el sentido que nos interesa : 1. Este es un logro in-significante. (No importante.) 2. Su ayuda ha significado mucho para mi madre. (Representar.) 3. La aprobación de esta ley significará que vastas áreas de la población dejarán de ser ciudadanos de segunda categoría. (Dar como resultado.)
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4. La vida vuelve a tener significado para mí. (Sentido.) 5. ¿Cuál es el significado de esto? (Explicación.) 6. Acaba de perder su empleo, eso significa que tendrá que empezar de nuevo a escribir cartas para solicitar trabajo. (Implicar.) 7. Tu tío se significó mucho después de la guerra haciendo estraperlo. (Distinguirse)*. En todos estos casos hablamos de personas, acciones, acontecimientos o situaciones, y no de palabras, frases u oraciones. Son raros los casos en los que aplicamos, o parecemos aplicar, 'significar' a una expresión lingüística y en los que `significar' no tenga el sentido que aquí examinamos; pero son precisamente estos casos los que pueden resultar más confusos: 8. Salga del césped. Con esto me estoy refiriendo a Vd. [This means you.] Parece bastante plausible admitir que 'esto' [this] se refiere a la oración 'salga del césped', aunque también está claro que no decimos lo que significa la oración. En un diccionario de oraciones francés-inglés no aparecería seguramente la entrada: salga del césped —vous. Este es el uso en el cual 'significar' significa más o menos lo mismo que 'referir' y se usa, por lo común, en relación con gente, como en «¿A quién se refiere?» [«Who do you mean?»] —«Me refiero a Susana» [«I mean Susie»]. Pero, como en el caso de 8, `significar' puede también referirse a expresiones lingüísticas. Consideremos, por ejemplo: 9. Lucky Strike significa tabaco de calidad.
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En este caso no nos referimos a una expresión lingüística, aunque a primera vista pudiera parecerlo. No estamos dando el significado de la frase 'Lucky Strike' y, probablemente, ningún diccionario incluiría esa entrada. (Si el diccionario Webster incluyera esta entrada, la American Tobacco Company estaría, sin duda, encantadísima.) 9 constituye un ejemplo del mismo uso que tenemos en: Esa expresión de su cara significa problemas. Cuando empieza a quejarse significa que se encuentra mejor. En todos estos casos afirmamos que una cosa o un acontecimiento son una indicación fidedigna de la existencia de otra cosa u otro acontecimiento. Hay un sentido frente al cual todos nos entendemos perfectamente, y es cuando decimos qué significa una palabra. No hay problemas en la comunicación con los demás cuando se dicen cosas como «'dilatar' significa posponer las cosas»2 o «no sabe lo que significa 'sospechoso '», etc. En general, sabemos cómo apoyar, refutar y contrastar enunciados de este tipo; sabemos cuándo esos enunciados son fiables y cuándo no lo son; sabemos qué implicaciones prácticas podría tener la aceptación de ese enunciado, etc. Sin embargo, previamente a la investigación filosófica carecemos de una explicación clara y coherente de esas posibilidades.
Tipos de teorías del significado .
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La literatura sobre este tema contiene una sorprendente diversidad de enfoques, concepciones y teorías; sin embargo, la mayor parte de esos trabajos se pueden agrupar dentro de tres tipos que denominaré 'referencial', 'ideacional' y 'compprtamental'. La teoría referencial identifica el significado de una expresión con aquello a lo que ésta se refiere o con la conexión referencial; la teoría ideacional, con las ideas con las que se la asocia, y la teoría comporta-mental, con los estímulos que suscita su emisión [utterance] y/o con las respuestas que esa emisión, a su vez, vuelve a suscitar. Aunque cada uno de estos tipos de teorías presenta más formas que las que he de considerar aquí, no obstante, intentaré escoger, de entre todas, aquellas que pongan más claramente de manifiesto las características básicas de estos tres tipos de teorías.
La teoría referencial.
Muchos teóricos se han sentido atraídos por la teoría referencial a causa de que parece proporcionar una respuesta simple y fácilmente asimilable a las reflexiones intuitivas acerca de los problemas del significado. Muchos han supuesto que, en una idealización, los nombres propios tienen una estructura semántica transparente: aquí está la palabra 'Fido', allí el perro de ese nombre. Todo parece estar al descubierto, no hay nada oculto ni misterioso; y el que esa palabra tenga el significado que tiene es
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simplemente una consecuencia del hecho de ser el nombre de ese perro 3. Resulta a la vez tentador y natural suponer que se podría dar una explicación similar a ésta para todas las expresiones significativas. Se ha pensado que toda expresión significativa nombra a algo o a alguien o, por lo menos, que está en lugar de [stand for] algo o de alguien, y tiene con ellos una relación del tipo de la de nombrar (designar, rotular, referirse a, etc.). Ese algo o alguien al que se hace referencia no tiene que ser una cosa particular concreta y observable como Fido, podría tratarse de una clase de cosas (por ejemplo de los «sustantivos comunes» corno 'perro'), de una cualidad ('perseverancia'), de una situación ('anarquía'), de una relación ('poseer'), etc. , En realidad lo que se supone es que, en relación con toda expresión significativa, podemos entender qué quiere decir que ésta tenga un cierto significado, sin más que observar que hay algo o alguien a los que se refiere: «Todas las palabras tienen significado, en el sentido simple de que son símbolos que están en lugar de algo distinto de ellas mismas» 4. Hay también una versión más elemental de la teoría referencial. Ambas versiones suscriben la afirmación de que para que una expresión tenga un significado debe referirse a algo distinto de ella misma, pero las dos versiones sitúan el significado en áreas diferentes de la situación referencia]. La versión más elemental considera que el significado de una expresión es aquello a lo que esa expresión se refiere 5; el punto de vista más sofisticado es el de que el significado de una expresión debe identificarse con la relación entre la expresión y su referente, esto es, que lo constitutivo del significado es la conexión referencial.
Signifi cado y referencia.
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Es fácil demostrar que la primera forma de esta teoría es inadecuada ya que dos expresiones pueden tener diferentes significados pero un mismo referente. El ejemplo clásico de Russell relativo a este punto habla de 'Sir Walter Scott' y 'el autor de Waverley'. Estas dos expresiones se refieren a un mismo individuo, puesto que Scott es el autor de Waverley, pero no tienen, sin embargo, el mismo significado. Si lo tuvieran, el enunciado que dice que Scott es el autor de Waverley se aceptaría como verdadero con sólo conocer el significado de los términos constituyentes. Un principio fundamental es el de que siempre que dos expresiones referenciales tienen el mismo significado, por ejemplo 'mi único tío' y 'el único hermano de mi padre o de mi madre', el enunciado de identidad compuesto por esos dos términos: 'mi único tío es el único hermano de mi padre o de mi madre','debe, necesariamente, ser verdadero sólo en virtud de los significados de esas expresiones. Sin embargo, esto no ocurre en el caso de 'Scótt es el autor de Waverley'. Este enunciado constituye un ejemplo particularmente interesante precisamente porque la identidad del autor de esa novela se mantuvo al principio en secreto, de modo que mucha gente podía entender la oración 'Scott es el autor de Waverley' (Scott era ya un poeta famoso) sin saber si era o no verdadera. Por lo general, a todo aquello a que se puede hacer referencia podemos referirnos por medio de expresiones que no tienen, en absoluto, el mismo significado. Por ejemplo, podemos referirnos a John F. Kennedy como 'el presidente de los EE.UU. en 1962', 'el presidente americano asesinado en Dallas'; ejemplos que muestran que no es simplemente el hecho de que esa expresión se refiera a un cierto objeto lo que le confiere un significado particular. Puede demostrarse que se da también el fenómeno inverso —igual significado pero distintos referentes— no ya en relación con expresiones diferentes, sino por respecto a emisiones diferentes de una misma expresión. Por ejemplo, tenemos una clase de términos, los que se denominan a veces «términos índice», como 'yo', 'tú', 'aquí', 'esto', que
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cambian sistemáticamente su referencia según los cambios en las condiciones de la emisión en la que aparezcan. Así, por ejemplo, si Gómez emite la palabra 'yo' ésta se refiere a Gómez, pero cuando la emite Pérez se refiere a Pérez. Esto no quiere decir que 'yo' tenga diferentes significados en correspondencia con esas diferencias. Si una palabra como 'yo' tuviera un significado distinto para cada persona a la que se hubiera referido en el uso sería la palabra más ambigua del idioma. Piénsese en la cantidad de significados diferentes que tendríamos que haber aprendido antes de poder decir que tenemos una cierta destreza en el manejo de esa palabra, y, de hecho, cada vez que un nuevo hablante del español aprendiera a usarla, la palabra adquiriría un nuevo significado. Pero todo esto es, en realidad, pura fantasía, puesto que la palabra tiene un único significado —el hablante—, y es precisamente porque tiene siempre este significado por lo que su referente varía sistemáticamente de acuerdo con las variaciones en las condiciones de emisión.
¿Todas las expresion es signif icativ as se refieren a algo?
A causa de estas dificultades tan obvias, las versiones más cuidadas de la teoría referencial se inclinan por la segunda alternativa. Aunque Russell, por ejemplo, habla a menudo como si el significado de una expresión fuese aquello en cuyo lugar está, nos encontramos también con que dice cosas tales como: «Cuando preguntamos qué es lo que constituye el significado..., no estamos averiguando quién es el individuo significado, sino cuál es la relación existente entre la palabra y el individuo, la que determina que una signifique el otro» 6. No es posible despachar esta versión señalando que la
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referencia y el significado no siempre varían juntos, puesto que podría darse el caso de que aunque Scott' y el 'autor de Waverley' se refiriesen a la misma persona no se relacionasen del mismo modo con el referente; no obstante, será difícil precisar cómo están relacionados hasta que no tengamos alguna explicación relativa a ese tipo de relación. Aquí, pues, se plantea una dificultad aún más fundamental: ninguna teoría referencial será suficiente para dar cuenta completa del significado a menos que sea verdad que todas las expresiones lingüísticas significativas se refieren a algo. Si analizamos cuidadosamente esta cuestión veremos que, en efecto, no siempre es así. En primer lugar, tenemos las conjunciones y otros componentes del lenguaje que desempeñan una función esencialmente conectiva. Las palabras como 'y', 'si', 'es', 'por cuanto', ¿se refieren a algo? Parecería que no. Los teóricos de la referencia responden a esta objeción, por lo general, negando que los términos «sincategoremáticos» 7 como los que hemos citado tengan significado «aisladamente», o que estos términos puedan tener significado en el sentido más tosco en que se afirma que los sustantivos, adjetivos y verbos lo tienen. Es posible, por supuesto, que a la larga tengamos que llegar a la conclusión de que no hay ningún sentido según el cual tengan significado todas las unidades lingüísticas a las que de ordinario les asignamos significado; pero admitir esto antes de haber hecho un serio esfuerzo por encontrar por lo menos un sentido sería una determinación desesperada. Ciertamente, parece que cuando decimos que «'dilatar' significa posponer las cosas» y que «'si' significa supuesto que», estamos diciendo dos cosas que, en un importante sentido, pertenecen a un mismo tipo o, por así decirlo, que hablamos con un mismo tono lógico de voz. No deberíamos, por tanto, descartar a la ligera el intento de especificar explícitamente qué es lo que tienen en común. Más aún, la idea de que toda expresión lingüística significativa se refiere a
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algo tropieza con dificultades incluso en aquellos sectores del lenguaje en los que los teóricos de la referencia se sienten más seguros. A quienes proponen esta teoría les resulta, por lo general, obvio que los sustantivos como 'lápiz', los adjetivos como 'valiente' y los verbos como 'correr' se refieren a algo o a alguien, pero no siempre se admite que es a veces difícil encontrar algo que sea un candidato plausible para tales referentes. ¿A qué se refiere 'lápiz'? Seguramente no se refiere a un lápiz en particular, puesto que la palabra 'lápiz' puede usarse para hablar de cualquier lápiz. 'Si decimos que cuando una palabra se refiere a algo revela aquello que le da estatuto semántico —lo que la capacita para funcionar como funciona—, entonces no podemos limitar su referencia a un lápiz en particular o a un grupo particular de lápices. Lo más plausible sería sugerir que la palabra se refiere a la clase de los lápices, es decir, a la suma completa de todos los objetos a los que es correcto denominar 'lápices'. Del mismo modo, podría decirse que 'valiente' se refiere a una cierta cualidad del carácter, a la cualidad de la valentía, y que 'correr' se refiere a la clase de todos los actos de correr. Debe observarse que para encontrar eso que pudiese ser un referente posible para las palabras de este tipo (que constituyen la mayor parte de nuestro vocabulario) hemos tenido que introducir entidades de un tipo bastante abstracto: clases y cualidades. Lo cual no debería preocuparnos a no ser que estemos adheridos a la idea infundada de que las palabras no pueden ser significativas a menos que se refieran a objetos físicos concretos y observables. No hay duda de que existe una relación importante entre la palabra 'lápiz' y la clase de los lápices, pero, ¿se refiere ella a esta clase? Una razón para negarlo es la siguiente: si pretendemos decir algo acerca de la clase de los lápices y escogemos para ello esa clase, la palabra 'lápiz' no nos servirá. Por ejemplo, si pretendo decir que la clase de los lápices es muy amplia, no conseguiré decirlo por medio de la oración «lápiz es muy amplio». La palabra 'lápiz' simplemente no se referirá a la clase de los lápices. La misma
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observación puede hacerse en relación con los adjetivos y los verbos: si quisiéramos señalar la cualidad de la valentía para decir algo sobre ella, por ejemplo: que es muy rara en estos tiempos, no podríamos usar para ello el adjetivo 'valiente'. No podríamos decir «Valiente es muy raro en estos tiempos»; del mismo modo, no podría afirmar que lo que acabo de hacer pertenece a la clase de los actos de correr por medio de la oración «Lo que acabo de hacer pertenecer a correr». Todo esto refleja el hecho de que referir es sólo una de las funciones que realizan las expresiones lingüísticas, una funcion que puede asignarse a algunos tipos de expresiones pero no a otros. Lo que distingue el referir de otras funciones es el hecho de que sirve para explicitar aquello de lo que trata un trozo de discurso. Así pues: P se refiere a x = df . P se puede usar en una oración, O, para explicitar que O trata de x.
Hay otros contextos en los cuales se usan expresiones para referirse a algo, por ejemplo, en listas o rótulos, pero podemos tomar la función de explicitar de qué trata una oración como la característica definitoria del referir. Entre los tipos de expresiones que normalmente desempeñan esta función se incluyen los sustantivos propios como 'Winston Churchill', los sustantivos abstractos como 'valentía', las frases que combinan un sustantivo concreto, o una frase nominal, con un artículo o un demostrativo, como 'el lápiz', 'este lápiz', 'el lápiz de mi bolsillo', y los sustantivos concretos en plural como 'lápices' y 'perros'. Referir es una función lingüística entre otras, y, en cuanto tal, puede asignarse sólo a algunos tipos de expresiones; por tanto, no será correcta ninguna explicación del significado que presuponga que todas las unidades significativas se refieren a algo. Más exactamente decir que palabra tiene un cierto significado no equivale a decir que se refiere a algo. Quizá se trate simplemente de que 'referir' sea un término poco afortunado para designar aquello en que realmente pensaron Vos teóricos de la
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referencia. En la exposición precedente usábamos, en un caso, el término 'está en lugar de', y hay otros términos que aparecen en las exposiciones relativas a este tipo de teoría, tales como 'designa', 'significa', 'denota'. Quizá haya una noción más genérica —tal como 'estar en fugar de'— de modo que toda unidad lingüística significativa está en lugar de algo. El referir sería entonces solamente una especie de este género, junto con denotar, connotar y cualesquiera otras que pudiera haber.
Denotación y connotación.
¿Se da el caso de que exista alguna relación semánticamente importante que ligue a toda unidad lingüística significativa con algo o con alguien? No hay duda de que expresiones como 'lápiz' y 'valiente', que en sentido estricto no se refieren a nada, mantienen relaciones que son cruciales para su significado. Así, 'lápiz', aunque no se refiere :ala clase de los lápices, si denota a esta clase, lo que quiere decir, sencillamente, que la clase de los lápices es la clase de todas aquellas cosas a las cuales es correcto aplicarles la palabra 'lápiz'; y, sin duda, para que esta palabra tenga significado es crucial que denote a esta clase y no a otra distinta, puesto que si denotara a una clase distinta, por ejemplo a la clase de las sillas, no tendría ya el mismo significado, y viceversa. Del mismo modo, aunque el adjetivo 'valiente' no se refiere a la disposición a permanecer inmutable de cara al peligro, connota ciertamente esta disposición, en el sentido lógico de 'connotar'; es decir, que una condición necesaria y suficiente para que el término «valiente» pueda aplicarse correctamente a una persona es que esa persona posea esa disposición. Así pues, parecería que muchas
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expresiones que no se refieren a nada, sin embargo denotan y/o connotan algo. Hagamos una pausa durante un momento para proponer definiciones explícitas de esos términos tal como se los está usando aquí. P denota la clase C = df . C es la clase de todas aquellas cosas de las cuales se puede afirmar, con verdad, P. P connota la propiedad, Q = df . Que algo posea Q es una condición necesaria y suficiente para que sea correcto afirmar P de ello (es decir, su pertenencia a la denotación de P) 8. No obstante, no es en absoluto claro que toda expresión no referencial tenga una denotación y una connotación. Consideremos preposiciones del tipo de 'en', 'a' y 'por'. No hay duda de que cada una tiene un significado y en muchos casos varios significados. Por ejemplo, uno de los de 'a' es en la dirección de; sin embargo, es casi imposible afirmar que 'a' se refiere, denota o connota. El mismo argumento que hemos desarrollado antes nos permite apreciar que 'a' no es referencial: no podemos usarla para señalar aquello de lo que vamos a hablar en una oración dada. Para advertir que 'a' tampoco connota ni denota recuérdese que 'denotar' y 'connotar' se definen en términos de que una expresión se aplica a o se afirma de algo; por lo tanto, sólo podremos hablar de que una expresión connota o denota cuando tenga sentido decir que se aplica a o se afirma de algo. Si Vd. intenta afirmar 'a' de algo, está Vd. haciendo agujeros en el aire, pues al decir que algo es a, Vd. no ha dicho nada. Para que eso tenga sentido debería completarlo por lo menos hasta que dijera, por ejemplo, que se arrojó algo a la pared, pero, entonces, lo que Vd. ha afirmado dé la cosa en cuestión no es 'a' sino más bien 'arrojar a la pared'. De esta frase sí podría decirse que denota o connota, pero no de la preposición por sí sola. Una vez más podría tratarse de que somos víctimas de la pobreza de la
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terminología semántica existente. Parece plausible suponer que cuando pronunciamos oraciones que contienen `a' deba haber en la situación de la que se habla algún aspecto diferenciado con el cual la palabra 'a' se relacione de manera no totalmente diferente a como los sustantivos y los adjetivos se relacionan con lo que connotan o denotan. Podríamos intentar formular este aspecto como dirección hacia algo e introducir luego un término que designara la relación existente entre la preposición y esos aspectos de las situaciones de las que se habla. Pero, aun cuando fuese posible hacer esto en relación con las preposiciones, parece, sin embargo, que otras partes del discurso tales como las conjunciones y los auxiliares modales del tipo de 'debe', 'tiene que' y 'puede' no resistirían un tratamiento de este tipo. No parece posible identificar con independencia ningún aspecto de la situación de que se habla con el que 'y', 'si' o 'debe' se relacionen de una manera equivalente a la relación referencial, denotativa o connotativa. No obstante, los que están hipnotizados por la teoría referencial insisten, negando las apariencias, en que esas expresiones pueden estar en lugar de algo. Se ha dicho, en este sentido, que 'y' está en lugar de una función conjuntiva, que 'o' está en lugar de una función disyuntiva, etc. Esta concepción tropieza con la dificultad de que no hay forma de explicar qué es una «función conjuntiva», a menos que se diga, por ejemplo, que es aquello que afirmamos que se establece entre el hecho de que llueve y el hecho de que brilla el sol cuando decimos «Llueve y brilla el sol». Esto quiere decir que no podemos identificar una «función conjuntiva» a menos que nos refiramos a cómo usamos 'y' y expresiones equivalentes. Así pues, no hemos podido caracterizar un referente que pueda especificarse con independencia para 'y' de la manera en que hemos podido caracterizarlo para 'Winston Churchill'; podemos decir en este caso que este nombre está en lugar del primer ministro de Gran Bretaña durante la última parte de la segunda guerra mundial, sin tener que entrar a especificar cómo se usa este nombre propio. Dicho de otro modo, afirmar que 'y' está en lugar de una «función conyuntiva» es simplemente hablar,
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aunque de una manera equívoca, acerca del tipo de función que 'y' tiene en las oraciones. No se ha mostrado que haya ninguna referencia real extralingüística y, por tanto, no podemos evitar la conclusión de que las expresiones del tipo de las conjunciones no mantienen ninguna relación semánticamente interesante con las entidades extralingüísticas. Habiendo observado que no todas las expresiones lingüísticas significativas están en lugar de algo en ninguno de los sentidos de este término, debemos plantearnos la cuestión de si los varios tipos de «estar en lugar de» que hemos considerado tienen algo importante en común. ¿Hay algo semánticamente interesante que sea común al referir, denotar y connotar? Si no lo hay, entonces no hay ningún sentido de «está en lugar de» según el cual todas las expresiones que se relacionan de esas varias maneras con el mundo extralingüístico estén en lugar de algo; y ciertamente parece que no lo hay. Podemos decir, por supuesto, que lo que todas ellas tienen en común es que son relaciones que 1) se establecen entre las expresiones y aquello de lo que hablan esas expresiones, y 2) son cruciales para el significado de las expresiones. (La segunda exigencia es necesaria porque, de otro modo, el hecho de que la palabra 'lápiz' sea muy diferente de la clase de los lápices sería una relación del tipo de las que estamos estudiando.) Pero al introducir la segunda exigencia convertimos nuestra explicación en un círculo vicioso: puesto que hemos introducido la noción genérica de 'estar en lugar de' para dar cuenta de la noción de significado, mal podemos introducir la noción de significado en una explicación de aquello y, a la vez, si no hacemos esto, parece imposible que encontremos algo Significativo que sea común a referir, denotar y connotar. Esto nos lleva a la conclusión de que (aun cuando nos olvidemos de elementos tales como las conjunciones) el principio de que «Decir que una palabra tiene un cierto significado es decir que está en lugar de algo distinto de ella misma» es o bien absolutamente falso o no emplea «estar en lugar de» en ningún sentido, y esto significa, a su vez, que no hemos conseguido explicitar ni un
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solo sentido del término «significado» según el cual todas las palabras tengan significado. El corolario de esta discusión es que no podemos proporcionar una idea aceptablemente adecuada de qué es que una expresión lingüística tenga un cierto significado si la explicamos en términos de referir o en términos de cualquier relación o conjunto de relaciones como la de referir. La teoría referencial se basa en una idea importante: que el lenguaje se usa para hablar de cosas que están fuera (así como dentro) del lenguaje y que el hecho de que una expresión sea apropiada para hablar de esas cosas es crucial para que esa expresión tenga el significado que tiene No obstante, que la teoría referencia) asta ida se viene abajo por el exceso de simplificación. La conexión esencial del lenguaje con «el mundo», con aquello de lo que se habla, se representa como una correlación fragmentaria entre unidades lingüísticas significativas y componentes diferenciados del mundo El análisis precedente ha mostrado que esa conexión no es así de simple, que hablar no consiste en producir una secuencia de rótulos cada uno de los cuales se pega a algo que está en «el mundo». Algunos de los componentes significativos de las oraciones que usamos para hablar sobre el mundo se pueden conectar de maneras semánticamente importantes con componentes diferenciados del mundo, pero otros no. Por tanto, debemos buscar en otra parte una explicación de lo que quiere decir que una expresión lingüística tenga significado, sin olvidar que esa explicación debe enmarcarse de tal manera que conceda la importancia debida al hecho de que el lenguaje está de algún modo conectado con el mundo.
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Los s ignificados en cuanto tipo de entidad.
Si la teoría referencial del significado se basa en la idea fundamental de que el lenguaje se usa para hablar sobre cosas, las teorías ideacional y comportamental se basan en una idea igualmente fundamental —la de que las palabras tienen el significado que tienen a causa de lo que hacen los seres humanos cuando usan el lenguaje. Estas teorías se centran en los aspectos del proceso de la comunicación, en un intento de conocer aquellos rasgos del uso del lenguaje que confieren a las unidades lingüísticas los significados que éstas tienen. Estas teorías pueden o no cargar con el supuesto que encontrábamos tan fatalmente incrustado en la teoría referencial —el de que toda unidad lingüística significativa está en lugar de algo, en alguno de los sentidos de 'está en lugar de'. En el caso en que supongan esto, como ocurre a menudo, se sirven de las asociaciones de idea o de las conexiones estímulo-respuesta para explicar la relación de estar en lugar de. Así, uno puede suponerse que una palabra está en lugar de x bien por estar asociada con una idea de x (teoría ideacional) o porque tiene el poder de dar origen a respuestas similares a aquéllas que origina x (teoría comportamental). Sin embargo, estas teorías no se fraguan siempre necesariamente en esta forma, y, dado que el supuesto que acabo de mencionar se ha criticado ya extensamente en relación con la teoría referencial, en mi exposición de las teorías ideacional y comportamental me centraré en problemas que existirían aunque no se adoptara este supuesto. Antes de examinar estas teorías vale la pena señalar una cierta deficiencia en la manera en que a menudo se formulan el problema del significado y las teorías del significado. Quienes intentan presentar el concepto de significado casi siempre lo hacen preguntando, ¿qué tipo de entidad es un significado y cómo tiene que relacionarse una entidad de este tipo con una expresión lingüística para poder ser el significado de esta expresión?». A
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menudo, las teorías del significado se expresan como respuestas a este tipo de pregunta. Por ejemplo, la teoría referencial toma la forma de una identificación del significado de E con aquello a lo que E se refiere, o, alternativamente, con la relación entre E y su referente. La teoría ideacional identifica el significado de E con las ideas que se originan a partir de E, y es característico de las teorías cómportamentale identificar el significado de una expresión con la situación en la que se emite, con las respuestas a esa emisión o con ambas. Esta manera de concebir el problema tiene algo fundamentalmente equívoco, cosa que se advierte con sólo observar cómo nos precipitamos en el absurdo en cuanto tomamos en serio la idea de identificar un significado con algo que esté especificado de alguna otra manera (es decir, especificado en términos que no incluyan 'significado' ni ninguno de sus sinónimos o casi sinónimos). Al margen de cuál sea la entidad con la que intentemos identificar los significados, encontraremos que muchas cosas que podrían decirse acerca de la entidad no podrían decirse acerca de un significado y viceversa. Dado que muchas de las cosas que son verdaderas de una no lo son del otro, ambos no pueden ser idénticos. Supongamos que, siguiendo la teoría comportamental, pretendemos identificar el significado de '¡Cuidado!' con actividades tales como zambullirse, caer postrado y resguardarse. Un hecho que muestra que el significado no es idéntico a esas actividades es el siguiente: si bien es cierto que a veces me veo envuelto en tales actividades, no lo es tanto que me vea envuelto en el significado de 'iCuidado!'; no tiene sentido hablar de verse envuelto én un significado. Por otra parte, puede ser cierto que yo haya olvidado el significado de '¡Cuidado!' sin que sea verdad que haya olvidado las actividades de zambullirse, caer postrado, y resguardarse. Ejemplos como ésto si muestran que los significados y las actividades pertenecen a categorias radicalmenté diferentes; algo puede ser verdad de una de esas categorías; sin que tenga ningún sentido suponer que eso debe ser verdad también de la otra. Esta misma observación valdrá para cualquier otra cosa que intentemos identificar con los significados. La teoría
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referencial en su forma más tosca (la que afirma que el significado es el referente) es la que evidentemente tiene más problemas en este sentido, pues cualquier cosa puede ser un referente, o, cuando menos, no podemos mencionar nada que no sea un referente puesto que nos habremos referido a eso en el acto mismo de mencionarlo. Esto significa que sólo podría aceptarse la identificación del significado de una expresión con su referente si algo que pudiese ser verdad de un significado pudiera ser también verdad de alguna otra cosa. Una muestra al azar bastará para mostrar que no es así: por ejemplo, la frase 'el padre del pragmatismo' se refiere a C. S. Peirce. Si el significado de esta frase fuese idéntico a su referente sería po sible afirmar, inteligible y verdaderamente, que el significado dé 'el padre del pragmatismo' se casó dos veces y que el significado escribió, a menudo, reseñas para Nation. Sin embargo, los significados no se casan ni escriben reseñas. La moraleja de todo esto es que constituye un error de base suponer que los «significados» son entidades de un tipo que pueda especificarse de algún modo diferente. Si pretendemos que los significados son, en algún sentido, una clase de entidades, tendremos que reconocer que son tan peculiares que no admiten una caracterización en términos distintos de ellas mismas. La tendencia casi universal a plantear el problema del significado en esa forma puede provenir de la suposición de que al especificar el significado de una palabra identificamos la entidad que se relaciona con esa palabra como su significado. Es decir, es muy natural admitir que: 1. El significado de 'dilatar' es posponer las cosas. Tiene la misma forma lógica que: 2. La capital de Francia es París.
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y, en consecuencia, pensar que así como en 2 especificamos la entidad que se relaciona con Francia como su capital, en 1 especificamos la entidad que se relaciona con 'dilatar' como su significado. La manera más simple de darse cuenta que no es eso lo que estamos haciendo es advertir que, por lo general, lo que sigue a 'es' en enunciados como 1 no es en absoluto la especificación de ninguna entidad. Lo cierto es que en 1, 'posponer las cosas' no es una frase que tenga la función de especificar alguna entidad de la que nosotros pudiéramos, a continuación, formular o responder ciertas preguntas. Esta generalización es mucho más obviamente verdadera en el caso de: 3. El significado de 'si' es supuesto que. En este caso es perfectamente claro que no hay una entidad tal corno 'supuesto que', y no porque tales cosas no existan, sino porque no tiene sentido suponer que existen, ya que frases como 'supuesto que' simplemente no tienen la función de designar ninguna entidad que pudiese o no existir. Entonces, ¿qué es lo que hacemos cuando decimos lo que una palabra significó? Lo que hacemos es mostrar otra expresión de la que sostenemos que tiene por lo menos aproximadamente el mismo uso que aquélla cuyo significado estamos especificando 9. La razón fundamental de expresar oraciones corno 1 y 3 es ayudar a que los demás aprendan a usar la expresión cuyo significado especificarnos. Cuando proporcionamos la especificación de un significado pretendemos cumplir con ese objetivo diciéndole a la otra persona 'que esta expresión se usa de la misma manera que otra que, suponemos, la persona ya sabe cómo usar. Por tanto, 1 es aproximadamente equivalente a «use 'dilatar' de la .misma, manera en que Vd. acostumbra a usar 'posponer las cosas' y no se equivocará». Nos habremos dejado engañar por las similitudes
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gramaticales superficiales si suponernos que lo que en efecto hacemos es seleccionar un ejemplo particular de un tipo especial de entidad llamada «significados» 10. Si nuestra explicación del significado de los enunciados es exacta, entonces el problema del significado debe formularse de la siguiente manera:«¿Cómo debe estar relacionada una cierta expresión con otra para que. Pueda mostrarse en una especificación del significado de la otra?»: Si acordamos usar el término 'tener el mismo usó' como rótulo para esta relación, sea lo que sea que ésta resulte ser en detalle, entonces la pregunta fundamental se debe formular de la manera siguiente: «¿Qué es que dos expresiones tengan el mismo uso?» Y como siempre que E 1 se pueda mostrar en una especificación del significado de E 2 podrá decirse que E1 y E2 tienen por lo menos aproximadamente el mismo significado, que son por lo menos aproximadamente sinónimos, podemos formular así lo que, en esencia, viene a ser la misma pregunta «¿Qué es que dos expresiones sean sinónimas?».
Esta cuestión, relativa a la manera correcta de plantearse el problema del significado, no tiene absolutamente ninguna implicación en cuanto a qué tipo de teoría es o no adecuada: cualquiera de los tipos reconocidos de teoría podría formularse como respuesta a esta pregunta. Por ejemplo, se podría establecer la teoría referencia) diciendo que dos expresiones tienen el mismo uso si y sólo si se refieren al mismo objeto (o quizá si se refieren al mismo objeto de la misma manera). La teoría ideacional afirmaría que dos expresiones tienen el mismo uso si y sólo si se asocian con la misma idea; y la teoría comportamental sostendría que dos expresiones tienen el mismo uso si y sólo si se asocian con las mismas conexiones de estímulorespuesta. De aquí en adelante, procederé como si esas teorías se hubiesen formulado de esta manera, a pesar de que explícitamente no haya
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sido así.
La teoría id eacional.
La formulación clásica de la teoría ideacional arranca del filósofo inglés del siglo XVII John Locke, quien, en su Ensayo sobre el entendimiento humano, sección 1, capítulo 2, libro III, dice: «Resulta, pues, que el uso de las palabras consiste en que sean las señales sensibles de las ideas; y las ideas que se significan con las palabras son su propia e inmediata significación.» Este es el tipo de teoría que, implícitamente, conciben quienes piensan que el lenguaje es un «medio o instrumento para la comunicación del pensamiento», o una «representación física exterior de un estado interno», o la propia de quienes definen la oración como una «cadena de palabras que expresan un pensamiento completo». En el pasaje que precede inmediatamente a la oración que acabamos de citar, Locke expone con gran claridad la noción de comunicación que involucra esta teoría: Aun cuando el hombre tiene una gran variedad de pensamientos, y tales que de ellos otros hombres, así como él mismo, pueden recibir provecho y gusto, sin embargo esos pensamientos están alojados dentro de su pecho, invisibles y escondidos de la mirada de los otros hombres, y, por otra parte, no pueden manifestarse por sí solos. Y como el consuelo y el beneficio de la sociedad no podía obtenerse sin comunicación de ideas, fue necesario que el hombre encontrara unos signos externos sensibles, por los cuales esas ideas invisibles de que
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están hechos sus pensamientos pudieran darse a conocer a otros hombres ... Es así como podemos llegar a concebir de qué manera las palabras, por naturaleza tan bien adaptadas a aquel fin, vinieron a ser empleadas por los hombres para que sirvieran de signos de sus ideas; no, sin embargo, porque hubiera alguna natural conexión entre sonidos particulares y articulados y ciertas ideas, pues en ese caso no habría sino un solo lenguaje entre los hombres, sino por una voluntaria imposición, por la cual un nombre dado se convierte arbitrariamente en marca de una idea determinada. Según esta teoría, lo que hace que una expresión lingüística adquiera significado es el hecho deque se la use regularmente en la comunicación como «marca» de una cierta idean pero las ideas con las que construimos nuestros pensamientos tienen una existencia, y una función independientes del lenguaje. Si cada uno de nosotros se contentara con guardarse sus pensamientos para sí mismo, sería posible que prescindiésemos del lenguaje; sólo porque sentimos la necesidad de transmitir a los demás nuestros pensamientos tenemos que hacer uso de indicaciones observables por todos de las ideas puramente privadas que se deslizan a través de nuestras mentes. Una expresión lingüística adquiere su significado a través de ser usada como tal indicación. Veamos cómo tendrían que ser las cosas para que esta teoría funcionara: a cada expresión lingüística, o, mejor dicho, a cada sentido distinguible de una expresión lingüística, debería corresponder una idea, de modo tal que cuando se usara una expresión lingüística con ese sentido, se usara como una indicación de la presencia de esa idea. Esto viene a querer decir, probablemente, que siempre que se use una expresión lingüística con un sentido dado 1) la idea de estar presente en la mente del hablante, y 2) el hablante debe producir esa expresión para conseguir que el oyente se de cuenta de que esa idea está en ese momento en su cabeza 11 Por último, 3)
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en tanto en cuanto la comunicación tuviera éxito, la expresión debería suscitar la misma idea en la mente del oyente. Las mismas condiciones deberían cumplirse en el caso de la captación «impensada» de lo que se dice, que podría darse en algunas ocasiones, aunque no en todas. Pero en realidad estas condiciones no se satisfacen. Tome el lector una oración al azar, por ejemplo, «cuando en el curso de los acontecimientos humanos llega a ser necesario para una persona...» y dígala con la mente fija en lo que está diciendo; luego pregúntese a sí mismo si en su cabeza había una idea distinta correspondiente a cada una de las unidades lingüísticas significativas de la oración. ¿Podría diferenciar la idea de '`cuando', 'en', 'curso', 'llegar a ser', etc., si se sumerge en sus conocimientos cada vez que pronuncia una de esas palabras? En el supuesto improbable de que eso fuera posible, ¿podría reconocer la idea que acompaña a 'cuando' como la misma idea que aparece cada vez que se emite la palabra 'cuando' con ese sentido? ¿Tiene el lector esa idea tan firmemente asida que puede evocarla, o; por lo menos, sabe cómo debería hacer para evocarla sin que la palabra estuviera presente? En otras palabras ¿se trata de algo que se puede identificar y producir con independencia de la palabra? ¿Alguna vez aprehende Vd. la idea de 'cuando' al emitir otras palabras como 'hasta', 'reostato' o 'epigrafía'? Lo que más perturba de estas cuestiones no es que tengan una u otra respuesta sino que no sepamos cómo proceder para contestarlas. ¿Qué es lo que se supone que buscamos cuando buscamos la idea de `cuando'? ¿Cómo podemos decir si está o no en nuestra mente? ¿Qué es lo que se supone exactamente que intento cuando intento evocar una idea fuera de contexto? La verdadera dificultad consiste en que no somos capaces de localizar 'ideas', como sería necesario para probar la teoría ideacional. Sin duda alguna, hay un sentido de 'idea' en el cual es posible afirmar que
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todo trozo inteligible de habla implica algunas ideas. Se trata del sentido que 'idea' tiene en expresiones tales como «entendí la idea», «no tengo idea de lo que Vd. dice», y «él no logra expresar sus ideas». Según este sentido del término, no es posible entender lo que alguien dice a menos que aprehendamos la idea. Pero esto se debe a que la frase 'entender la idea' debe explicarse como equivalente a 'apreciar lo que el hablante quiere decir con su locución' o 'saber lo que el hablante está diciendo'. 'Idea' es, en este sentido, una noción derivada de otras tales como 'significado' y 'comprensión' y, por lo tanto, no puede proporcionar ninguna base para la explicación del significado. Si queremos tener una explicación del significado en términos de ideas, deberemos usar 'idea' de modo tal cine la presencia o ausencia de una idea pueda fijarse con independencia de la determinación de los sentidos en que se usan las palabras. Las ideas vendrían a ser elementos de la conciencia que se pueden discriminar por medió de la introspección. Locke finten taba satisfacer esta exigencia cuando consideraba que 'idea' significaba algo como 'sensación o imagen mental'. No obstante, cuanto más cerca estamos de identificar aquello que llamamos ideas, más claro resulta que las palabras no se relacionan con las ideas de la manera que pretende esta teoría. La teoría ideacional no funciona ni siquiera en el caso de las palabras que tienen una conexión obvia con imágenes mentales, por ejemplo, 'perro', 'estufa' y 'libro'. Un poco de introspección bastará para convencer al lector de que, caso de que la palabra 'perro' se use acompañada de imágenes mentales, esa imagen mental no sería ni mucho menos la misma cada vez que la palabra se usara con el mismo sentido. A veces se trataría de la imagen de un perro pastor, otras de la de un sabueso, en una ocasión aparecería la imagen de un perro sentado, en otra levantado, etc. Por supuesto, un decidido defensor de esta teoría sostendría que basta este hecho para mostrar que la palabra no se usa siempre exactamente con el mismo sentido; no obstante, si se adopta esta salida, se pierde simplemente
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contacto con el concepto de significado que se pretendía explicar, puesto que es perfectamente claro que esas diferencias en las imágenes mentales no necesitan reflejarse, y sin duda no se reflejarán, en ninguna diferencia en lo que uno esté diciendo. Por el contrario, podemos tener imágenes mentales idénticas acompañando palabras diferentes con significados bastante distintos. Por ejemplo, la imagen de un sabueso dormido podría acompañar la emisión de las palabras 'sabueso', 'podenco', 'perro', 'mamífero', 'animal', 'organismo', 'deportes', 'cacería', etc. Sin duda alguna, este ejemplo no muestra que todas esas palabras se utilicen en el mismo sentido.
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Citas
* En el original se presentan 7 oraciones que constituyen ejemplos de siete de las acepciones de «mean» en inglés. De ellas hemos suprimido las dos siguientes puesto que no parecen traducibles por «significar» en castellano: 2. He was so mean to me [Fue muy desconsiderado conmigo] y 3. I mean to help him [Intento ayudarlo]. En su lugar hemos introducido las oraciones 2 y 7, en las que aparecen otras acepciones del término correspondiente en castellano. [N. del T.]
1. Aunque ésta sea la forma canónica no dudaré en emplear las otras formas: «¿Qué es el significado lingüístico?» y «¿Cómo debe analizarse el concepto de significado lingüístico?», como variantes estilísticas. (Véase p. 21.) 2 Una palabra sobre la notación. Escribiremos siempre en cursiva lo que sigue a 'significa' en 'E significa...' (o lo que sigue a 'es' en 'El significado de E es...'). Esto trata de reflejar el hecho de que cuando se colocan expresiones en ese lugar vacío éstas tienen un único tipo de aparición, para el que usaremos el término 'muestra'.(Véase p. 40.) 3 Una explicación más profunda de los nombres propios mostraría que este modelo es especialmente desafortunado para explicar el significado. Es dudoso que pueda decirse correctamente que los nombres propios tienen significado; de hecho en los diccionarios no se les asigna significado. Una persona que no sabe de qué es nombre 'Fido', no tiene por ello un conocimiento deficiente del español, lo que sí ocurriría, en cambio, si no supiera qué significa 'perro'. Y el hecho de que 'Fido'
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Texto: "Filosofía del lenguaje" Aut.: W. P. Alston
sea utilizado en diferentes círculos como nombre para muchos perros distintos no muestra que tenga muchos significados diferentes o que sea una palabra considerablemente ambigua. 4. Bertrand Russell, Principles of Mathematics (London, Cambridge University Press, 1903), p. 47. [Trad. esp.: Los principios de la matemática, Buenos Aires, EspasaCalpe, 1948, p. 82.] 5 Es difícil encontrar una presentación completa de esta versión en las obras de filósofos reputados, pero, dado que ejerce una enorme influencia en las ideas corrientes sobre el lenguaje, vale la nena mostrar sus defectos. 6 Analysis of Mind (London, George Allen & Unwin, 1921), p. 191. [Trad. esp.: Análisis de! espíritu, Buenos Aires, Paidós, 3. a ed. 1962, p. 211.] 7. Este término fue introducido por los lógicos medievales para aplicarlo a palabras como la conjunción, que se consideraba que no estaban en lugar de nada y que, por tanto, carecían de significado 'estando aisladas'. Estas eran las unidades lingüísticas que quedaban después de haber separado todo lo que podía colocarse en las diez «categorías» aristotélicas, una clasificación de los términos realizada por Aristóteles. Por tanto, lo que quedaba eran términos que se usaban sólo con (sin-categoremáticos) las categorías. 8 Obsérvese que este uso de 'denotación' y 'connotación' (algunos lógicos los sustituyen por 'extensión' e 'intensión') es muy distinto del uso literario, en el, cual denotación es algo así como el significado corriente de una palabra, mientras que connotación comprende las asociaciones —que bien pueden cambiar de una persona a otra— a las cuales da lugar ese significado.
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