ESCRITOS SOBRE HISTORIA
Fernand Braudel Fondo de Cultura Económica Mexico D.F. 1991 HISTORIA Y CIENCIAS SOCIALES La larga duración1 HAY crisis general de las ciencias del hombre; todas se ven agobiadas bajo sus propios progresos, aunque sólo fuera en razón de la acumulación de nuevos conocimientos, y de la necesidad de un trabajo colectivo, de cuya organización inteligente todavía no se ponen las bases; todas han sido tocadas, directa o indirectamente, quieran o no, por los progresos de las más ágiles de entre ellas, pero sin embargo, permanecen en querella con un humanismo retrógrado, insidioso, que ya no puede servirles como marco. Todas, con. más o menos lucidez, se preocupan por su lugar en el conjunto monstruoso de las investigaciones antiguas y nuevas, de las que se adivina hoy la convergencia necesaria. ¿Saldrán de esas dificultades las ciencias del hombre, por medio de un esfuerzo suplementario de definición, o por un incremento de mal humor ? Tal vez llevan en ellas la ilusión, pues (a riesgo de volver a viejas repeticiones trilladas o falsos problemas), están preocupadas, hoy más que ayer, por definir sus objetivos, sus métodos, sus superioridades. Están, con porfía, sumergidas en querellas sobre las fronteras que las separan, o no las separan, o las separan mal de las ciencias vecinas. Pues cada una sueña de hecho, en permanecer en ella o en regresar a ella... Algunos sabios aislados organizan acercamientos entre ellas: Claude Lévi-Strauss2 impele a la antropología "estructural" a los procedimientos de la lingüística, a los horizontes de la historia "inconsciente" y al imperialismo juvenil de las matemáticas "cualitativas". Tiende hacia una ciencia que uniría, bajo el nombre de ciencia de la comunicación a la antropología, la economía política, la lingüística... ¿Pero, quién está presto a esa liberación de fronteras ya esos reagrupamientos? ¡Por un sí, o un no, incluso la geografía se divorciaría de la historia! Pero no seamos injustos; existe interés en esas querellas y rechazos. El deseo de afirmarse contra los otros, se encuentra por fuerza en el origen de curiosidades nuevas: negar al prójimo, es ya conocerlo. Y hay más, sin quererlo explícitamente, las ciencias sociales se imponen unas a otras, cada una tiende a aprehender lo social por entero, en su "totalidad", cada una usurpa lo que es de sus vecinas creyendo permanecer en su casa. La economía descubre la sociología que la circunda, la historia -tal vez la menos estructurada de las ciencias del hombre- acepta todas las lecciones de su múltiple vecindad, y se esfuerza en repercutirlas. Así, a pesar de las reticencias, las oposiciones, las ignorancias tranquilas, se esboza la puesta en marcha de “mercado común” valdría la pena que se intentara en el curso le los años que vienen, aunque, más tarde, cada ciencia tomara ventaja por un tiempo, al retomar una ruta estrictamente más personal. 1
Annales E.S.C., núm. 4, octubre-diciembre 1958, "Debats el Combats", pp. 725-753. Anthropologie structurale, París, Plan, 1958, passim y particularmente, p. 329. Traducción estructural, Buenos Aires, EUDEBA, 1972. 2
española: Antropología
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Pero acercarse en primera instancia, es una operación urgente. En Estados Unidos, esa reunión ha tomado la forma de investigaciones colectivas sobre las áreas culturales del mundo actual, se trata de los area studies que antes que nada, son el estudio en equipos de social scientists, de esos monstruos políticos del tiempo presente: China, India, Rusia, América Latina, Estados Unidos. ¡Es cuestión vital conocerlos! Aunque, luego de poner en común técnicas y conocimientos, todavía haga falta que cada uno de los participantes deje de permanecer sumergido en su trabajo particular ¡ciego o sordo, como la víspera, a lo que dicen, escriben o piensan los otros! Se requiere, además, que la reunión de las ciencias sociales sea completa, que no dejen de tomarse en cuenta las más antiguas en beneficio de las más jóvenes, capaces de prometer tanto, aunque no siempre de cumplir. Por ejemplo, es prácticamente nulo el lugar dado a la geografía en esas tentativas americanas; extremadamente reducido el que se concede a la historia. ¿Y, por otra parte, de qué historia se trata? t rata? De la crisis que nuestra disciplina ha atravesado en el curso de estos veinte o treinta últimos años, las otras ciencias sociales están muy mal informadas, y su tendencia es desconocer, al mismo tiempo que los trabajos de los historiadores, un aspecto de la realidad social de la que es buena servidora la historia, si no siempre hábil vendedora: esta duración social, esos tiempos múltiples y contradictorios de la vida de los hombres, que no son solamente la sustancia del pasado, sino también el espesor de la vida social actual. Razón de más para señalar con fuerza, en el debate que se instaura entre todas las ciencias del hombre, la importancia, la utilidad de la historia, o más bien, de la dialéctica de la duración, tal como se desprende del oficio, de la observación repetida del historiador; nada siendo, según nosotros, más importante en el centro de la realidad social, que esta oposición viva, íntima, repetida indefinidamente, entre el instante y el tiempo lento a transcurrir. Que se trate del pasado o de la actualidad, una conciencia neta de tal pluralidad del tiempo social es indispensable para una metodología común de las ciencias del hombre. Hablaré pues ampliamente de la historia, del tiempo de la historia. Menos para los lectores de esta revista, especialistas de nuestros estudios, como para nuestros vecinos de las ciencias del hombre: economistas, etnógrafos, etnólogos (o antropólogos), sociólogos, psicólogos, lingüistas, demógrafos, geógrafos, incluso matemáticos sociales o estadísticos -todos vecinos nuestros a quienes desde hace muchos años hemos seguido en sus experiencias e investigaciones, porque nos parecía (y nos parece que remolcados por ellas, o a su contacto, la historia se esclarece con nueva luz. Tal vez, en nuestro turno, tenemos algo que darles. De las experiencias y tentativas recientes de la historia se desprende -consciente o no, aceptada o no- una noción cada vez más precisa de la multiplicidad del tiempo y del valor excepcional del tiempo largo. Esta última noción, más que la historia misma -la historia de cien caras-, debería interesarles a las ciencias sociales, nuestras vecinas. HISTORIA y DURACIONES Todo trabajo histórico descompone el tiempo pasado, elige entre sus realidades cronológicas, según preferencias y exclusividades más o menos conscientes. La historia tradicional muy atenta al tiempo breve, al individuo, al acontecimiento, desde hace mucho tiempo nos ha habituado a su
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La nueva historia económica y social pone en el primer plano de su investigación la oscilación cíclica, y le apuesta a su duración: se ha dejado llevar por el espejismo, también por la realidad de las alzas y bajas cíclicas de los precios. Existe así, ahora, junto al relato (o "recitativo" tradicional), un recitativo de la coyuntura que se ocupa del pasado en amplias porciones: decenas, veintenas o cincuentenas de años. Más allá de ese segundo recitativo se sitúa una historia de aliento aún más sostenido, esta vez de amplitud secular: la historia de larga, incluso de muy larga duración. La fórmula, buena o mala, se me ha vuelto familiar para designar lo contrario de lo que François Simiand, uno de los primeros luego de Paul Lacombe, habrá bautizado como historia de los acontecimientos. Poco importan esas fórmulas; en todo caso, es de una a otra, de un polo al otro del tiempo, de lo instantáneo a la larga duración donde se ubicará nuestro debate. No que esas palabras sean de absoluta seguridad. Lo mismo sucede con la palabra acontecimiento. Por mi parte, quisiera circunscribirla, aprisionarla en la corta duración: el acontecimiento es explosivo, "novedad sonora", como se decía en el siglo XVI. Con su abusiva humadera, llena la conciencia de los contemporáneos, pero casi no dura, su flama apenas logra verse. Los filósofos sin duda dirían que eso es vaciar la palabra de una gran parte de su sentido. En rigor, un acontecimiento puede cargarse de una serie de significaciones o de contactos. A veces da testimonio de movimientos muy profundos, y por el juego ficticio o no de "causas" y "efectos" tan apreciado por los historiadores de ayer, se anexa un tiempo muy superior a su propia duración. Extensible al infinito, se liga, libremente o no, a toda una cadena de acontecimientos, de realidades subyacentes y, al parecer, imposibles de separarse a partir de entonces unas de otras. Por ese juego de adiciones, Benedetto Croce podía pretender que, en todo acontecimiento, la historia entera, el hombre entero se incorporan y luego se vuelven a descubrir a voluntad. Sin duda, a condición de añadir a ese fragmento lo que no contiene en primer término, y por lo tanto, de saber lo que es lícito --o no- añadirle. Es ese juego inteligente y peligroso el que proponen las recientes reflexiones de Jean Paul Sartre.3 Entonces, digámoslo más claramente, en lugar de acontecimiento, el tiempo corto, a la medida de los individuos, de la vida cotidiana, de nuestras ilusiones, de nuestras rápidas tomas de conciencia --el tiempo por excelencia del cronista, del periodista. Ahora bien, subrayémoslo, crónica y diario dan junto a los grandes acontecimientos llamados históricos, los mediocres accidentes de la vida ordinaria: un incendio, una catástrofe ferroviaria, el precio del trigo, un crimen, una representación teatral, una inundación. Cada uno comprenderá que hay así, un tiempo corto de todas las formas de la vida, económica, social, literaria, institucional, religiosa, incluso geográfica (una ventisca, una tempestad), tanto como política. En la primera aprehensión, el pasado es esta masa de hechos menudos, unos deslumbrantes, otros oscuros e indefinidamente repetidos, esos mismos con los que la microsociología o la sociometría hacen en la actualidad su botín cotidiano (también hay una microhistoria). Pero esta masa no constituye toda la realidad, todo el espesor de la historia en donde la reflexión crítica pudiera
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trabajar a su gusto. La ciencia social casi le tiene horror al acontecimiento. No sin razón; el tiempo corto es el más caprichoso, es la más engañosa de las duraciones. De allí que entre algunos de nosotros los historiadores, se dé una viva desconfianza frente a una historia tradicional, llamada de los acontecimientos, en la que se confunde la etiqueta con la de la historia política, no sin cierta inexactitud: la historia política no es por fuerza una historia de acontecimientos, ni está condenada a serlo. Sin embargo, salvo los cuadros artificiales casi sin espesor temporal con los que cortaba sus relatos, 4 salvo las explicaciones de larga duración con las que se tenía que adornar, es un hecho que, en su conjunto, la historia de los últimos cien años, casi siempre política, centrada en el drama de los "grandes acontecimientos", ha trabajado en y sobre el tiempo corto. Fue tal vez el precio que se tuvo que pagar por los progresos realizados durante ese mismo periodo, en la conquista científica de instrumentos de trabajo y métodos. rigurosos. El descubrimiento masivo del documento hizo creer al historiador que en la autenticidad documental estaba la verdad completa. "Es suficiente", escribía aún ayer Louis Halphen,5"dejarse llevar de alguna manera por los documentos, leídos uno tras otro, tal como se nos presentan, para ver la cadena de hechos reconstituirse casi automáticamente". Ese ideal, "la historia en estado naciente", desembocó hacia el fin del siglo XIX en una crónica de nuevo estilo que, en su ambición de exactitud, sigue paso a paso la historia de los acontecimientos, tal como se desprende de las correspondencias de los embajadores o de los debates parlamentarios. Los historiadores del siglo XVIII y principios del XIX habían puesto atención de otra manera a las perspectivas de la larga duración que, después, sólo grandes espíritus como un Michelet, un Ranke, un Jacob Burckhardt, un Fustel supieron redescubrir. Si se acepta que esa superación del tiempo corto ha sido el bien más precioso, por ser el más raro, de la historiografía de los últimos cien años, se comprenderá el papel eminente de la historia de las instituciones, de las religiones, de las civilizaciones y, gracias a la arqueología que requiere vastos espacios cronológicos, el papel de vanguardia de los estudios consagrados a la antigüedad clásica. Ayer, éstos salvaron nuestro oficio. La ruptura reciente con las formas tradicionales de la historia del siglo XIX no ha sido una ruptura total con el tiempo corto. Ha actuado, se sabe, en beneficio de la historia económica y social, en detrimento de la historia política. De allí un trastorno y una innegable renovación; de allí inevitablemente, cambios de método, desplazamientos de centros de interés, con la entrada en escena de una historia cuantitativa que, ciertamente, no ha dicho su última palabra. Pero sobre todo, ha habido alteración del tiempo histórico tradicional. Una jornada, un año, podían parecer ayer buenas medidas a un historiador político. El tiempo era una suma de jornadas. Pero una curva de precios, una progresión demográfica, el movimiento de los salarios, las variaciones de las tasas de interés, el estudio (más soñado que realizado) de la producción, un intenso análisis de la circulación, reclaman medidas mucho más amplias. Aparece un nuevo modo de relato histórico, llamémosle el "recitativo" de la coyuntura, del ciclo, incluso del "interciclo", que propone para que elijamos, una docena de años, un cuarto de siglo y, en el límite extremo, el clásico medio siglo de Kondratieff. Por ejemplo, sin tener en cuenta los accidentes breves y de superficie, los precios en Europa suben de 1791 a 1817; declinan de 1817
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a 1852: ese doble y lento movimiento de alza y retroceso representa un interciclo completo en los tiempos europeos -y más o menos, en los del mundo entero. Sin duda, esos periodos cronológicos no tienen un valor absoluto. Para otros barómetros, el del crecimiento económico y el del rendimiento o del producto nacional, François Perroux6, nos ofrecería otros límites, más válidos tal vez. Pero ¡poco importan esas discusiones en curso! El historiador dispone de seguro de un tiempo nuevo, elevado a la altura de una explicación donde la historia puede tratar de inscribirse, recortándose según señales inéditas, según esas curvas, y su propia respiración. Es así como Ernest Labrousse y sus discípulos han puesto en marcha, luego de su manifiesto del último congreso histórico de Roma (1955), una amplia encuesta de historia social, bajo el signo de la cuantificación. No creo traicionar su propósito diciendo que esa encuesta desembocará por fuerza en la determinación de coyunturas (incluso de estructuras) sociales, sin que de antemano nada nos asegure que ese tipo de coyuntura tenga la misma velocidad o la misma lentitud que la económica. Por otra parte, esos dos grandes personajes, coyuntura económica y coyuntura social, no deben hacernos perder de vista a otros actores, cuya marcha será difícil de determinar, o tal vez sea indeterminable, a falta de medidas precisas. Las ciencias, las técnicas, las instituciones políticas, los útiles mentales, las civilizaciones (para emplear esa cómoda palabra), tienen igualmente su ritmo de vida y de crecimiento, y la nueva historia coyuntural estará a punto, solamente cuando haya completado su orquesta. De manera lógica, ese recitativo, por su mismo desbordamiento, debería haber conducido a la larga duración. Pero por mil razones la regla no ha sido la superación, y ante nuestra mirada se lleva a cabo un retorno al tiempo corto; tal vez porque parece más necesario (o más urgente) coser la historia "cíclica" con la historia corta tradicional, que ir hacia adelante, a lo desconocido. En términos militares, se trataría de consolidar posiciones adquiridas. El primer gran libro de Ernest Labrousse, en 1933, estudiaba de esa manera el movimiento general de los precios en Francia en el siglo XVIII,7 movimiento secular. En 1943, en el más grande libro de historia aparecido en Francia en el curso de estos últimos veinticinco años, el mismo Ernest Labrousse cedía a esa necesidad de retorno a un tiempo menos estorboso, cuando señalaba, en el repliegue mismo de la depresión de 1774 a 1791, una de las vigorosas fuentes de la Revolución francesa, una de sus rampas de lanzamiento. Aunque todavía se ocupaba de un medio interciclo, medida amplia. Su comunicación al congreso internacional de París, en 1948, intitulada Comment naissent les révolutions, se esfuerza por ligar, por esa vez, un patetismo económico de corta duración (nuevo estilo), con un patetismo político (muy viejo estilo), el de las jornadas revolucionarias. Henos de nuevo aquí en el tiempo corto, y hasta el cuello. Bien entendido, la operación es lícita, útil, pero ¡ cuán sintomática es! El historiador de buena gana se comporta como director de escena. ¿Cómo renunciaría al drama del tiempo breve, a los mejores trucos de un oficio muy viejo? Más allá de los ciclos y de los interciclos, existe lo que los economistas llaman, sin estudiada siempre, tendencia secular. Pero sólo le interesa a escasos economistas, y sus consideraciones sobre las crisis estructurales, al no haber pasado la prueba de las verificaciones históricas, se presentan como esbozos o hipótesis, apenas hundidas en el pasado reciente, hasta 1929, o cuando
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mucho en la de 1870.8 Sin embargo, ofrecen una introducción útil a la historia de larga duración. Forman la primera llave. La segunda, mucho más útil, es la palabra estructura. Buena o mala, domina los problemas de la larga duración. Por estructura, los observadores de lo social entienden una organización, una coherencia, relaciones bastante fijas entre realidades y masas sociales. Para nosotros los historiadores, una estructura es sin duda ensambladura, arquitectura, pero más que nada, una realidad que el tiempo usa mal y transporta ampliamente. Algunas estructuras, al vivir largo tiempo, se vuelven elementos estables de una infinidad de generaciones: abarrotan la historia, la obstruyen; por lo tanto, ordenan su transcurso. Otras son más rápidas en desmoronarse. Pero todas son a la vez sostenes y obstáculos. Como obstáculos, se marcan como límites (entornos en el sentido matemático), de los que el hombre y sus experiencias no pueden casi liberarse. Piensen en la dificultad de romper ciertos marcos geográficos, ciertas realidades biológicas, ciertos límites de la productividad, incluso tales o cuales constreñimientos espirituales: los marcos mentales también son prisiones de larga duración. El ejemplo más accesible parece ser todavía el del constreñimiento geográfico. El hombre continúa siendo prisionero, durante siglos, de climas, vegetaciones, poblaciones animales, cultivos, de un equilibrio construido muy lentamente, del que no puede apartarse sin arriesgarse a trastornarlo todo. Véase el lugar de la trashumancia en la vida montañesa, la permanencia en ciertos sectores de vida marítima, arraigados en algunos puntos privilegiados de las articulaciones litorales, vean la durable implantación de las ciudades, la persistencia de las rutas y de los tráficos, la sorprendente fijeza del marco geográfico de las civilizaciones. Iguales permanencias o sobré vivencias se observan en el inmenso dominio cultural. El magnífico libro de Ernst Robert Curtius,9 que finalmente se ha publicado en su traducción francesa, es el estudio de un sistema cultural que prolonga, deformándola con sus elecciones, la civilización latina del Bajo Imperio, agobiada ella misma bajo una pesada herencia: hasta los siglos XIII Y XIV, hasta el nacimiento de las literaturas nacionales, la civilización de las élites intelectuales vivió de los mismos temas, de las mismas comparaciones, de los mismos lugares comunes y cantilenas. En una línea análoga de pensamiento, el estudio de Lucien Febvre: Rabelais et le probleme de l'incroyance au XVIe siecle, 10 se ha dedicado a precisar los instrumentos mentales del pensamiento francés de la época de Rabelais, ese conjunto de concepciones que, mucho antes de Rabelais, y mucho tiempo después de él, dirigió las artes de vivir, pensar y creer, y de antemano limitó duramente la aventura intelectual de los espíritus más libres. El tema que trata Alphonse Dupront,11 también se presenta como una de las más nuevas investigaciones de la escuela histórica francesa. Allí se considera la idea de cruzada, en Occidente, más allá del siglo XIV, es decir, mucho más allá de la "verdadera" cruzada, en la continuidad de una actitud de larga duración que, repetida sin fin, atraviesa las sociedades, los mundos, los psiquismos más diversos, y toca con un último reflejo a los hombres del siglo XIX. En un dominio todavía vecino, el libro 8
Arreglo de René Clémens, Prolégomènes d'une théorie de la structure économique, París, Domat-Montchrestien, 1952; -ver también Johann Akerman, "Cycle et structure", Revue économique, núm. 1, 1952. 9 Ernst Robert Curtius, Europaïsche Literatur und lateinisches Mttelalter, Berna, 1948; traducción francesa: La littérature européenne et le Moyen Age latin, París, PUF, 1956; traducción española Literatura europea y Edad Media
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de Pierre Francastel, Peinture et Sociéte,12 señala a partir de los inicios del Renacimiento florentino la permanencia de un espacio pictórico "geométrico" que nada alterará hasta el cubismo, y la pintura intelectual de principios de siglo. La historia de las ciencias también tiene conocimiento de universos construidos, que constituyen otras tantas explicaciones imperfectas, pero a las que se han ajustado regularmente siglos de duración. Se rechazan sólo después de haber servido por mucho tiempo. El universo aristotélico se mantiene sin oposición, o casi, hasta Galileo, Descartes y Newton; entonces se borra ante un universo profundamente geometrizado que, a su vez, se derrumbará, pero mucho más tarde, ante las revoluciones einsteinianas.13 La dificultad, por una paradoja sólo aparente, consiste en descubrir la larga duración en el dominio en el que la investigación histórica acaba de alcanzar innegables logros: el dominio económico. Ciclos, interciclos, crisis estructurales encubren aquí regularidades, permanencia de sistemas, algunos han dicho de civilizaciones14-es decir, de viejos hábitos de pensar y actuar, de marcos resistentes difíciles de morir, a veces contra toda lógica. Pero razonemos sobre un ejemplo, analizado rápidamente. Cerca de nosotros, en el marco europeo, encontramos un sistema económico que se inscribe en pocas líneas y reglas generales bastante claras: más o menos se mantiene estable del siglo XIV al XVIII; para mayor seguridad, digamos que hasta 1750. Durante siglos, la actividad económica depende de poblaciones demográficamente frágiles, como lo mostrarán los grandes reflujos de 1350-1450 y, sin duda, de 1630- 1730.15 Durante siglos, la circulación contempla el triunfo del agua y del navío, y cualquier espesor continental es sólo un obstáculo inferior. Los desarrollos europeos, salvo las excepciones que confirman la regla (ferias de Champagne ya en su ocaso al principio del periodo, o ferias de Leipzig en el siglo XVIII), se sitúan a lo largo de las franjas litorales. Otras características de ese sistema son: la primacía de los comerciantes; el papel eminente de los metales preciosos como el oro, la plata e incluso el cobre; ahora bien, sus incesantes choques sólo se amortiguarán por el desarrollo decisivo del crédito, y a pesar de eso, hasta el fin del siglo XVI; los daños continuos de las crisis agrícolas de cada estación; la fragilidad del nivel mínimo, diríamos, de la vida económica; en fin, el papel, desproporcionado, a primera vista, de uno o dos grandes tráficos exteriores: el comercio de Levante en los siglos XII al XVI, el comercio colonial en el siglo XVIII. También he definido, o más bien evocado a mi vez, luego de que otros lo hicieron, los rasgos mayores del capitalismo comerciante en Europa occidental, etapa de larga duración. A pesar de todos los cambios evidentes que los atraviesan, esos cuatro o cinco siglos de vida económica han tenido cierta coherencia, hasta el trastorno del siglo XVIII y de la revolución industrial, de la que
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que alrededor de ellos, entre otras continuidades, mil rupturas y trastornos renovaban la cara del mundo. Entre los tiempos diferentes de la historia, la larga duración se presenta así como un personaje estorboso, complicado, a menudo inédito. Admitirlo en el corazón de nuestro oficio no será un simple juego, la habitual ampliación de estudios y curiosidades. Tampoco se tratará de una elección de la que sería único beneficiario. Para el historiador, aceptarla equivale a prestarse a un cambio de estilo, de actitud, a un cambio radical de pensamiento, a una nueva concepción de lo social. Equivale a familiarizarse con un tiempo de marcha lenta, a veces casi en el límite del movimiento. En ese nivel, no en otro -volveré a ello-, es lícito desprenderse del tiempo exigente de la historia, salir de él, luego retornar, pero con otros ojos, cargados con otras inquietudes, otras preguntas. En todo caso, es en relación con esas capas de historia lenta, como la totalidad de la historia puede volver a pensarse a partir de una infraestructura. Todos los niveles, todos los miles de niveles, todos los miles de estallidos del tiempo de la historia, se comprenden a partir de esta profundidad, de esta semi inmovilidad; todo gravita en torno de ella. En las líneas precedentes, no pretendo haber definido el oficio de historiador, sino una concepción de ese oficio. Dichoso y muy ingenuo quien pensara, luego de las tormentas de los últimos años, que hemos encontrado los verdaderos principios, los límites claros, la buena escuela. De hecho, todos los oficios de las ciencias sociales no dejan de transformarse en razón de sus movimientos propios y del movimiento vivo del conjunto. La historia no es la excepción. Ninguna quietud está pues en la mira, y no ha sonado aún la hora de los discípulos. Hay gran distancia entre CharlesVictor Langlois y Charles Seignobos,y Marc Bloch. Pero después de Marc Bloch, la rueda no ha dejado de girar. En cuanto a mí, la historia es la suma de todas las historias posibles -una colección de oficios y de puntos de vista, de ayer, de hoy, de mañana. El único error, según yo, sería escoger una de esas historias con exclusión de otras. Ese fue, ese sería el error historizante. No será cómodo, sabemos, convencer a todos los historiadores, y menos aún, a las ciencias sociales, encarnizadas en conducirnos a la historia como era ayer. Nos hará falta mucho tiempo y trabajo para hacer admitir todos esos cambios y novedades, bajo el viejo nombre de historia. Y sin embargo, ha nacido una "ciencia" histórica nueva que continúa interrogándose y transformándose. Entre nosotros se anuncia a partir de 1900 con la Revue de Synthese Historique, y con los Annales a partir de 1929. El historiador ha querido volver su atención a todas las ciencias del hombre. Eso es lo que da a nuestro oficio extrañas fronteras y extrañas curiosidades. Además entre el historiador y el observador de las ciencias sociales no nos figuramos las barreras y diferencias de ayer. Todas las ciencias del hombre, comprendida la
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II LA QUERELLA DEL TIEMPO CORTO Ciertamente esas verdades son banales. Sin embargo, las ciencias sociales no se han visto tentadas por la investigación del tiempo perdido. No que pueda dirigirse contra ellas un firme reproche y que se las pueda declarar siempre culpables de no aceptar la historia o la duración como dimensiones necesarias de sus estudios. Incluso, nos acogen bien en apariencia; el examen "diacrónico" que reintroduce la historia, nunca estará ausente de sus preocupaciones teóricas. No obstante, poniendo de lado esos consentimientos, hay que convenir que las ciencias sociales, por gusto, por instinto profundo, tal vez por formación, tienden a escapar siempre a la explicación histórica; le escapan con dos procedimientos casi opuestos: uno, que "exagera los acontecimientos", o si se quiere "actualiza" al exceso los estudios sociales, gracias a una sociología empírica que desdeña toda historia, y se limita a los datos del tiempo corto, a la encuesta en carne viva; el otro, supera pura y simplemente el tiempo, al imaginar al término de una "ciencia de la comunicación" una formulación matemática de estructuras casi intemporales. Este último modo, el más nuevo de todos, evidentemente es el único que puede interesar nos profundamente. Pero como lo que versa sobre los acontecimientos tiene todavía bastantes partidarios, ambos aspectos de la cuestión valen la pena de volver a ser examinados alternativamente. Hemos hablado de nuestra desconfianza respecto a una historia que sólo se ocupe de los acontecimientos. Seamos justos: si hay pecado por exagerar los acontecimientos, la historia, acusada de optar, no es la única culpable. Todas las ciencias sociales participan en el error. Economistas, demógrafos, geógrafos están divididos entre ayer y hoy (pero se reparten mal); para ser sensatos, les haría falta mantener iguales ambos platillos de la balanza, eso es fácil y obligatorio para el demógrafo; es casi obvio para los geógrafos (particularmente los nuestros nutridos con la tradición vidaliana); y por el contrario, sucede raramente para los economistas, prisioneros de la actualidad más corta, entre un límite anterior no más allá de 1945, y un ahora, que los planes y previsiones prolongan en el porvenir inmediato de algunos meses, cuando mucho de algunos años. Afirmo que todo el pensamiento económico se ve acorralado por esta restricción temporal. A los historiadores, dicen los economistas, les toca ir más allá de 1945, en busca de las economías antiguas; pero, por pensar eso, se privan de un maravilloso campo de observación, que ellos mismos han abandonado sin, por otra parte, negar su valor. El economista ha tomado la costumbre de correr al servicio de lo actual, al servicio de los gobiernos. La posición de los etnógrafos y los etnólogos tampoco es' muy clara, pero tampoco es alarmante. Algunos han subrayado la imposibilidad (pero todo intelectual está obligado a lo imposible) y la
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entre sociología, psicología y economía. Pululan entre nosotros, como en el extranjero. A su manera conforman una apuesta repetida sobre el valor irremplazable del tiempo presente, sobre su "volcánico" calor, sobre su copiosa riqueza. ¿Para qué volverse hacia el tiempo de la historia: empobrecido, simplificado, devastado por el silencio, reconstruido -insistimos bien: reconstruido? ¿Está verdaderamente tan muerto, tan reconstruido como se quiere afirmar? Sin duda el historiador tiene demasiada facilidad para desprender de una época pasada lo esencial, o para hablar como Henri Pirenne, que sin pena alguna destaca los "acontecimientos importantes", entendiendo por ello "los que han tenido consecuencias". Evidente y peligrosa simplificación. Pero, ¿qué no daría el viajero de la actualidad por tener esa perspectiva (o ese avance en el tiempo) que desenmascararía y simplificaría la vida presente, confusa, poco legible porque está demasiado obstruida por gestos y signos menores? Claude Lévi-Strauss pretende que una hora de conversación con un contemporáneo de Platón, le informaría mucho más que nuestros discursos clásicos, sobre la coherencia o incoherencia de la civilización de la antigua Grecia.17 Estoy completamente de acuerdo. Pero, porque él, durante años, ha escuchado cien voces griegas salvadas del silencio. El historiador ha preparado el viaje. Una hora en la Grecia actual no le enseñaría nada, o casi nada, sobre las coherencias o incoherencias actuales. Más aún, el investigador del tiempo presente no llega hasta la "fina" trama de las estructuras sino a condición de que él también reconstruye, plantee hipótesis y explicaciones, rechace lo real tal como se percibe, lo troce, lo supere, operaciones todas que permiten escapar al dato para dominarlo mejor, pero que, son todas ellas reconstrucciones. Dudo que la fotografía sociológica del presente sea más "verdadera" que el cuadro histórico del pasado, y tanto menos en cuanto pretenda alejarse más de lo reconstruido. Philippe Aries18 ha insistido en la importancia del extrañamiento, de la sorpresa, en la explicación histórica: en el siglo XVI tropiezan con algo extraño, extraño para ustedes, hombres del siglo XX. ¿Por qué esta diferencia? El problema está planteado, aunque yo diría que la sorpresa, el extrañamiento, el alejamiento -esos grandes medios de conocimiento- no son menos necesarios para comprender lo que les rodea, y tan de cerca que ya no lo ven con nitidez. Vivan un año en Londres, y conocerán muy mal a Inglaterra. Pero en comparación, a la luz de sus asombros, bruscamente habrán comprendido algunos de los rasgos más profundos y originales de Francia, que no percibían a fuerza de conocerlos. Frente a lo actual, el pasado también es extrañamiento. Historiadores y social scientists podrían por lo tanto pasarse eternamente la pelota acerca del documento muerto y el testimonio demasiado vivo, el pasado lejano, la actualidad demasiado cercana. No considero que sea esencial dicho problema. Presente y pasado se esclarecen con luz
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¿Qué interés en realidad podemos tener nosotras, ciencias del hombre, en los desplazamientos, citados por una amplia y lograda encuesta sobre la región parisiense,19 de una muchacha, entre su domicilio, en el distrito XVI, su profesor de música y la Escuela de Ciencias Políticas? De ello puede sacarse un lindo mapa. ¿Qué hubiera cambiado en sus viajes triangulares aun cuando hubiera estudiado agronomía o practicado ski náutico? Me regocijo al ver en un mapa la distribución de los domicilios de los empleados de una gran empresa. Pero, si no poseo el mapa 'anterior de la repartición, si la distancia cronológica entre las listas no es suficiente para permitir inscribir todo en un verdadero movimiento, ¿dónde se sitúa el problema, sin el cual una encuesta es trabajo perdido? El interés de esas encuestas por la encuesta, cuando mucho consiste en acumular datos; además, no serán todos válidos ipso facto para futuros trabajos. Desconfiemos del arte por el arte. Dudo por igual que el estudio de una ciudad, sea la que sea, pueda ser objeto de una encuesta sociológica como se hizo en Auxerre,20 o Viena durante el Delfinado,21 sin inscribirla en la duración histórica. Toda ciudad, sociedad tensa con sus crisis, sus cortes, sus fallas, sus cálculos necesarios, debe ser situada en el complejo de los campos cercanos que la rodean, y también de los archipiélagos de ciudades vecinas, de lo cual, uno de los primeros en hablar fue el historiador Richard Hapke; por lo tanto, en el movimiento más o menos alejado en el tiempo, a menudo muy alejado, que anima ese complejo. ¿Es acaso indiferente, no es por el contrario esencial, al registrar tal intercambio campo-ciudad, tal rivalidad industrial o mercantil, saber que se trata de un movimiento joven en pleno impulso o del fin de una carrera, de un lejano resurgimiento o de un monótono recomienzo? Concluyamos con unas palabras que Lucien Febvre, durante los diez últimos años de su vida repetía: "La historia ciencia del pasado, ciencia del presente." ¿No es la historia, dialéctica de la duración, a su manera explicación de lo social en toda su realidad, y por lo tanto, de lo actual? Su lección vale en ese dominio como puesta en guardia contra el acontecimiento: no pensar sólo en el tiempo corto, no hay que creer que los únicos actores que hacen ruido sean los más auténticos; hay otros silenciosos -¿pero, quién no lo l o sabía ya? COMUNICACIÓN y MATEMÁTICAS SOCIALES Tal vez fue injusto detenemos en la frontera agitada del tiempo corto. Allí se desarrolla el debate en verdad, sin gran interés, al menos sin sorpresa útil. El debate esencial se encuentra en otra parte, entre nuestros vecinos que la experiencia más nueva de las ciencias sociales arrastra bajo el doble signo de la "comunicación" y la matemática.
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En todo caso, en esta discusión el lector, si quiere seguirnos (para aprobarnos o separarse de nuestro punto de vista), hará bien en pesar a su vez, y uno por uno, los términos de un vocabulario no completamente nuevo, es cierto, pero retornado, rejuvenecido en discusiones nuevas que se efectúan ante nuestros ojos. Evidentemente, nada que decir de nuevo respecto al acontecimiento o la larga duración. No gran cosa respecto a las estructuras, a pesar de que la palabra -y la cosa- no esté al abrigo de incertidumbres y discusiones.22 Inútil también insistir demasiado en las palabras sincronía y diacronía; se definen por sí mismas, a pesar de que su papel en un estudio concreto de lo social, sea menos fácil de circunscribir de lo que parece. En efecto, en el lenguaje de la historia (tal como lo imagino), no puede haber sincronía perfecta: un paro instantáneo que suspenda todas las duraciones, es casi absurdo de por sí o, lo que equivale a lo mismo, muy artificial; asimismo un descenso segÚn la pendiente del tiempo, sólo se puede pensar bajo la forma de una multiplicación de descensos, según los diversos e innumerables ríos del tiempo. Bastarán por el momento estos breves recordatorios y alertas. Pero hay que ser más explícito en lo que concierne a la historia inconsciente, los modelos, las matemáticas matemáticas sociales. Por otra parte, esos comentarios necesarios se conjugan o -espero- no tardarán en conjugarse, en una problemática común a las ciencias sociales. La historia inconsciente, por supuesto, se trata de la historia de las formas inconscientes de lo social. "Los hombres hacen la historia, pero ignoran que la hacen."23 La fórmula de Marx esclarece el problema pero no lo explica. De hecho, con un nombre nuevo, una vez más, todo el problema del tiempo corto, del "microtiempo", el de los acontecimientos, se nos vuelve a plantear. Al vivir su tiempo los hombres, siempre han tenido la impresión de asir su transcurso al día. ¿Es acaso abusiva esta historia, como están de acuerdo en creerlo muchos historiadores desde hace tiempo? La lingüística creía ayer sacar todo de las palabras. La historia ha tenido la ilusión
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abordar de frente esta semi oscuridad, en darle su lugar cada vez más amplio, aliado de o incluso en detrimento de lo que se refiere a los acontecimientos. En esta prospección, en que la historia no es la única (por el contrario, no ha hecho sino seguir en ese dominio y adaptar a su uso los puntos de vista de las nuevas ciencias sociales), han sido construidos instrumentos nuevos de conocimiento y de investigación, así como modelos más o menos perfeccionados, a veces todavía artesanales. Los modelos sólo son hipótesis, sistemas de explicaciones sólidamente unidos bajo la forma de la ecuación o la función: esto igual a esto, o determina esto. Tal realidad no aparece sin que tal otra deje de acompañarla, y de ésta a aquélla se revelan estrechas y constantes relaciones. Ya establecido el modelo con todo cuidado, permitirá entonces fuera del medio social observado -a partir del cual en suma ha sido creadoocuparse de otros medios sociales de igual naturaleza, a través de tiempo y espacio. Se trata de su valor recurrente. Esos sistemas de explicación varían al infinito según el temperamento, el cálculo o la finalidad de los usuarios: simples o complejos, cualitativos o cuantitativos, estáticos o dinámicos, mecánicos o estadísticos. Tomo esta última distinción de Claude Lévi-Strauss. Al ser mecánico el modelo estará en la dimensión misma de la realidad directamente observada, la realidad de pequeñas dimensiones sólo concierne a grupos minúsculos de hombres (así proceden los etnólogos a propósito de las sociedades primitivas). Para las sociedades vastas, donde intervienen grandes números, se impone el cálculo de medias: conducen a los modelos estadísticos. ¡Aunque poco importan esas definiciones, a veces discutibles! Por mi parte considero que lo esencial consiste en establecer antes un programa común de las ciencias sociales, precisar el papel y los límites del modelo, que algunas iniciativas corren el riesgo de engrandecer abusivamente. De allí la necesidad de confrontar los modelos, también ellos,
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aquélla, extensible en la duración y en el espacio. Registra un fenómeno (algunos dirían una estructura dinámica, pero todas las estructuras de la historia son al menos elementalmente dinámicas) apto a reproducirse en un número de circunstancias fáciles de volver a encontrar. Tal vez sucedería lo mismo con el modelo, esbozado por Frank Spooner y por mí mismo26 en cuanto a la historia de los metales preciosos, antes, durante y después del siglo XVI: oro, plata, cobre -y crédito, ese ágil sustituto del metal-, son jugadores también ellos; la "estrategia" de uno pesa sobre la "estrategia" del otro. No será difícil transponer ese modelo fuera del privilegiado y particularmente movido siglo XVI, que elegimos para nuestra observación. ¿No han tratado los economistas de verificar, en el caso particular de los países subdesarrollados de hoy, la vieja teoría cuantitativa de la moneda, también modelo a su manera?27 Pero las posibilidades de duración de todos esos modelos son breves aún, comparadas con las del modelo imaginado por un joven historiador sociólogo americano, Sigmund Diamond.28 Impresionado por el. doble lenguaje de la clase dominante de los grandes financieros americanos contemporáneos de Pierpont Morgan, lenguaje interno a la clase y lenguaje externo (este último, en verdad, defensa frente a la opinión pública a la que se le presenta el éxito del financiero como típico triunfo del self-made man, condición de la fortuna de la nación misma); impresionado por ese doble lenguaje, ve en ella habitual reacción de toda clase dominante que siente su prestigio lesionado y amenazados sus privilegios; para enmascararse, necesita confundir su suerte con la de la Ciudad o la Nación, su interés particular con el interés público. Sigmund Diamond explicará de la misma manera y con toda naturalidad, la evolución de la idea de dinastía o de imperio, dinastía inglesa, imperio romano. El modelo concebido de este modo, evidentemente es capaz de recorrer los siglos. Supone ciertas condiciones sociales precisas, pero de las que ha sido pródiga la historia: es válido por lo consiguiente, para una duración más larga que los modelos precedentes, pero al mismo tiempo, se ocupa ocup a de realidades más precisas, más estrechas.
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Las matemáticas sociales,29 constituyen al menos lenguajes que además pueden mezclarse y no excluyen una sucesión. Los matemáticos no carecen "de imaginación. De cualquier manera no hay una matemática, la matemática (o en ese caso, se trata de una reivindicación). "No se debe decir el álgebra, la geometría, sino un álgebra, una geometría" (Th. Guilbaud), lo que no simplifica nuestros problemas, ni los suyos. Tres lenguajes pues: el de los hechos de necesidad (uno es dado, el otro sigue), es dominio de las matemáticas tradicionales; el lenguaje de los hechos aleatorios desde Pascal, es el dominio del cálculo de probabilidades; finalmente, el lenguaje de los hechos condicionados, ni determinados, ni aleatorios, sino sometidos a ciertos constreñimientos, a reglas de juegos, en el eje de la "estrategia" de juegos de Von Neumann y Morgenstern,30 esta triunfante estrategia que no se ha quedado en los solos principios y osadías de sus fundadores. La estrategia de juegos, por la utilización de conjuntos, de grupos, del cálculo mismo de probabilidades, abre el camino a las matemáticas "cuantitativas". Desde ese momento, el paso de la observación a la formulación matemática no se hace ya obligatoriamente por la difícil vía de medidas y largos cálculos estadísticos. Del análisis de lo social, se puede pasar directamente a una formulación matemática, ala máquina de calcular, diríamos: Evidentemente, hay que preparar la tarea de esta máquina que no digiere ni tritura todos los alimentos. Por otra parte, es en función de verdadera máquina, de sus reglas de funcionamiento, para comunicaciones en el sentido más material de la palabra, que se ha esbozado y desarrollado una ciencia de la información. El autor de este artículo no es para nada especialista en esos difíciles dominios. Las investigaciones con miras a la fabricación de una máquina de traducir, que ha seguido de lejos, pero cuando menos ha seguido, lo lanza, como a tantos otros, a un abismo de reflexiones. Sin embargo, queda un hecho doble: 1) existen tales máquinas de tales posibilidades matemáticas; 2) hay que preparar lo social a las matemáticas de lo social, que ya no son solamente nuestras viejas matemáticas habituales: curvas de precios, de salarios, de nacimientos.
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"En toda sociedad", escribe Lévi-Strauss,32 "la comunicación se efectúa en tres niveles cuando menos: comunicación de mujeres; comunicación de bienes y servicios; comunicación de mensajes". Admitamos que esos sean, a diferentes niveles, lenguajes diferentes, pero lenguajes. ¿Tendremos a partir de entonces el derecho de tratarlos como lenguajes, o incluso como e/lenguaje, y asociarlos, de manera directa o indirecta, a los progresos sensacionales de la lingüística o, más aún, de la fonología que no "puede dejar de jugar, frente a las ciencias sociales, el mismo papel renovador que, por ejemplo, ha jugado la física nuclear para el conjunto de las ciencias exactas"?33 Eso es mucho decir, pero algunas veces, hay que decir mucho. Como la historia presa en la trampa del acontecimiento, la lingüística presa en la trampa de las palabras (relación de las palabras al objeto, evolución histórica de las palabras), se ha liberado con la revolución fonológica. Más allá de la palabra, se ha apegado al esquema del sonido que es el fonema, indiferente a partir de entonces a su sentido, pero atenta al lugar que ocupa, a los sonidos que lo acompañan, a las agrupaciones de sonidos, a las estructuras infrafonémicas, a toda la realidad subyacente, inconsciente de la lengua. En algunas decenas de fonemas, que además se encuentran en todas las lenguas del mundo, el nuevo trabajo matemático se ha establecido, y entonces la lingüística, al menos una parte de la lingüística, en el transcurso de los últimos veinte años, se escapa del mundo de las ciencias sociales para franquear el "paso de las ciencias exactas". Extender el sentido del lenguaje a las estructuras elementales de parentesco, a los mitos, al ceremonial, a los intercambios económicos, consiste en buscar esa ruta de paso difícil pero saludable, y ésa es la proeza que ha realizado Claude Lévi-Strauss, al principio en cuanto al intercambio matrimonial, ese lenguaje primero, esencial para las comunicaciones humanas, al grado que no hay sociedad, primitiva o no, donde el incesto, matrimonio al interior de la estrecha célula familiar, deje de estar prohibido. Es, por lo tanto, un lenguaje. Bajo ese lenguaje ha
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que ver a Lévi-Strauss luchando, esta vez con los mitos y, materia para reír, con la cocina (este otro lenguaje): reducirá los mitos a una serie de células elementales, los mitemas; reducirá (sin creer demasiado en ello) el lenguaje de los libros de cocina en gustemas. Cada vez va en busca de niveles de profundidad, subconscientes; al hablar, no me preocupo de los fonemas de mi discurso; en la mesa, salvo excepción, tampoco me preocupo culinariamente de los "gustemas", si es que los hay. Sin embargo, el juego de relaciones sutiles y precisas me acompaña cada vez. ¿Se podría asir a esas relaciones simples y misteriosas, última palabra de la investigación sociológica, bajo todos los lenguajes, para traducirlos al alfabeto Morse, quiero decir al universal lenguaje matemático? Ésa es la ambición de las nuevas matemáticas sociales ¿Pero, puedo decir sin sonreír que esa es otra historia? h istoria? Reintroduzcamos realmente la duración. Dije que los modelos eran de duración variable: valen el tiempo que vale la realidad que registran. Y para el observador de lo social, ese tiempo es primordial, pues mucho más significativo aún que las estructuras profundas de la vida son sus puntos de ruptura, su brusco y lento deterioro bajo el efecto de d e presiones contradictorias. A veces he comparado los modelos con navíos. Una vez que el navío está construido, mi interés
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una cierta tasa de consanguinidad; a un pequeño grupo de hombres le hace falta, para vivir, que se abra al mundo exterior: la prohibición del incesto es una realidad de larga duración. Los mitos, lentos en desarrollarse, corresponden, también ellos, a estructuras de una extrema longevidad. Puede uno, sin ocuparse en elegir la más antigua, coleccionar las versiones del mito de Edipo: el problema consiste en ordenar las diversas variaciones y esclarecer, bajo ellas, una articulación profunda que las dirija. Pero supongamos que nuestro colega se interesa no en un mito, sino en las imágenes, en las interpretaciones sucesivas del "maquiavelismo", que busca los elementos de base de una doctrina muy simple y muy extendida, a partir de su lanzamiento real hacia mediados del siglo XVI. Aquí, a cada momento, cuántas rupturas, cuántos trastocamientos, hasta en la estructura misma del maquiavelismo, pues ese sistema no tiene la solidez teatral, casi eterna del mito; es sensible a las incidencias y rebotes, a las intemperies múltiples de la historia. En una palabra, no está solamente en las rutas tranquilas y monótonas de la larga duración. Así el procedimiento que recomienda Lévi Strauss en la búsqueda de estructuras matematizables, no se sitúa solamente en el nivel microsociológico, sino en el encuentro de lo infinitamente pequeño y la muy larga duración. ¿Están, en resumidas cuentas, las revolucionarias matemáticas cualitativas condenadas a seguir
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nuestros sociólogos matemáticos; apostemos también, que provocará una revisión obligatoria de los métodos observados hasta aquí por las matemáticas nuevas, pues éstas no pueden confinarse en lo que esta vez yo llamaría la muy larga duración: deben volver a encontrar el juego múltiple de la vida, todos sus movimientos, todas sus duraciones, todas sus rupturas, todas sus variaciones. IV TIEMPO DEL HISTORIADOR. TIEMPO DEL SOCIÓLOGO SOC IÓLOGO Al finalizar una incursión en el país de las intemporales matemáticas sociales, estoy de regreso en el tiempo, en la duración. Y, en tanto historiador incorregible, me asombro una vez más de que los sociólogos hayan podido escaparse. Pero eso se debe a que su tiempo no es el nuestro; el otro es mucho menos imperioso, menos concreto también, y nunca se encuentra en el centro de sus problemas y sus reflexiones. De hecho, el historiador nunca sale del tiempo de la historia; ese tiempo está pegado a su pensamiento, como la tierra a la azada del jardinero. Sueña por supuesto con escapársele. La angustia de 1940 contribuyó a que Gaston Roupne 37 hubiera escrito al respecto palabras que hacen sufrir a todo historiador sincero. Es igual el sentido de una antigua reflexión de Paul
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economistas, que los empuja, los constriñe, arrastra a sus tiempos particulares de colores diversos: sí, el tiempo imperioso del mundo. Por supuesto, los sociólogos no aceptan esta noción tan simple. Están mucho más cerca de la Dialectique de la durée, tal como la presenta Gaston Bachelard.40 El tiempo social es simplemente una dimensión particular de la realidad social que contemplo. El interior de esa realidad, como puede serlo para un individuo, es uno de los signos -entre otros- a que se destina, una de las propiedades que la marcan como un ser particular. El sociólogo no se siente impedido por ese tiempo complaciente que puede cortar a voluntad, poner en esclusas, volver a poner en movimiento. El tiempo de la historia se prestaría menos, lo repito, al ágil doble juego de sincronía y diacronía: casi no permite imaginar la vida como mecanismo del cual pueda detenerse el movimiento, para presentar, a placer, una imagen inmóvil. Ese desacuerdo es más profundo de lo que parece: el tiempo de los sociólogos no puede ser el nuestro; a la estructura profunda de nuestro oficio le es desagradable. Nuestro tiempo es medida, como el de los economistas.
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irregular, el tiempo cíclico o de danza en el mismo lugar, el tiempo en retardo de sí mismo, el tiempo de alternancia entre retardo y adelanto, el tiempo en adelanto de sí mismo, el tiempo explosivo...43 ¿Cómo podría el historiador dejarse convencer? Con esta gama de colores, le sería imposible reconstituir la luz blanca unitaria que le es indispensable. También se da pronto cuenta de que ese tiempo camaleón marca sin más, con un signo suplementario, con un toque de color, las categorías anteriormente distinguidas. En la ciudad de nuestro amigo el tiempo, último en llegar, se aloja muy naturalmente entre los otros; se pone en la dimensión de esos domicilios y de sus exigencias según los "niveles", las sociabilidades, los grupos, las sociedades globales. Ésa es una manera diferente de volver a escribir las mismas ecuaciones sin modificarlas. Cada realidad social secreta su tiempo o sus gradaciones de tiempo, como vulgares conchas marinas. Pero, ¿qué ganamos nosotros los historiadores? La inmensa arquitectura de esta ciudad ideal permanece inmóvil. La historia está ausente de ella. El tiempo del mundo, el tiempo histórico sí se encuentra, pero como el viento de Eolo, encerrado en una piel de macho cabrío. No es a la historia a lo que final e inconscientemente se atienen los sociólogos, sino al tiempo de la historia --esta realidad que permanece siendo violenta, aun si se trata de disponerla ordenadamente, diversificarla. De este constreñimiento del que el historiador nunca escapa, los sociólogos por su parte lo hacen casi siempre: se evaden, sea en el instante siempre actual, como suspendido por encima del tiempo,
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El marxismo abunda en modelos. Sartre protesta contra la rigidez, el esquematismo, la insuficiencia del modelo, en nombre de lo particular y lo individual. Yo como él protestaría (con ciertos matices de más o de menos) no contra el modelo, sino contra la utilización que se hace de él, o que algunos se han creído autorizados a hacer. El genio de Marx, el secreto de su prolongado poder, se debe a que él fue el primero en fabricar verdaderos modelos sociales, a partir de la larga duración histórica. A esos modelos se les ha inmovilizado en su simplicidad al darles valor de ley, de explicación previa, automática, aplicable a todos los lugares, a todas las sociedades.
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y lecciones. Es preciso que todas las ciencias sociales den lugar, por su parte, a una "concepción [cada vez más] geográfica de la humanidad",46 como ya en 190310 requería Vidal de La Blache. Prácticamente -pues este artículo tiene una finalidad práctica-, desearía que las ciencias sociales dejaran provisionalmente de discutir tanto sobre sus fronteras recíprocas, como sobre lo que es o no ciencia social, lo que es o no estructura... Más bien que traten de trazar, a través de nuestras investigaciones, las líneas, si es que las hay, que orientarían una investigación colectiva, también los temas que permitirían alcanzar una primera convergencia. A esas líneas yo personalmente las