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El futuro de las relaciones entre Estados Unidos y China Henry A. Kissinger
Cita recomendada: Kissinger, Henry A., (2012) “El futuro de las relaciones entre Estados Unidos y China ”, Foreign Affairs Latinoamérica , Vol. 12 : Núm. 3, pp. 93-103. Disponible en: www www. .fal fal. . itam.mx
El futuro de las relaciones entre Estados Unidos y China El conflicto es una opción, no una necesidad Henry A. Kissinger c El 19 de enero de 2011 , el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el
Presidente de China, Hu Jintao, emitieron una declaración conjunta al final de la visita de Hu a Washington. Proclamaba su compromiso compartido con una “relación positiva, cooperativa e integral entre Estados Unidos y China”. Cada uno de ellos tranquilizó al otro sobre su principal preocupación, anunciando que “Estados Unidos reiteró que le da la bienvenida a una China fuerte, próspera y exitosa, que tiene un papel más importante en los asuntos mundiales. China le da la bienvenida a Estados Unidos como un país de la región de Asia Pacífico que contribuye a la paz, la estabilidad y la prosperidad de la región”. Desde entonces, los dos gobiernos se han empeñado en poner en práctica los objetivos fijados. Altos funcionarios estadounidenses y chinos han intercambiado visitas y han institucionalizado sus intercambios sobre importantes asuntos estratégicos y económicos. Los contactos entre militares se han reiniciado y han abierto un importante canal de comunicación. En el plano no oficial, los llamados grupos de dos vías han explorado la posible evolución de la relación entre Estados Unidos y China. Sin embargo, mientras la cooperación se ha incrementado, también ha crecido la controversia. En ambos países, grupos importantes afirman que una lucha por la supremacía entre China y Estados Unidos es inevitable, y quizá ya esté en marcha. Desde esta perspectiva, los llamamientos a la cooperación sinoestadounidense parecen pasados de moda, e incluso ingenuos. Henry A. Kissinger es Presidente de Kissinger Associates, fue Secre-
tario de Estado de Estados Unidos y asesor de Seguridad Nacional. Este ensayo es una adaptación del epílogo a la próxima edición de su libro más reciente, On China (Penguin, 2012).
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Las mutuas recriminaciones surgen de análisis distintos, aunque paralelos, en cada país. Algunos pensadores estratégicos estadounidenses sostienen que la política china persigue dos objetivos en el largo plazo: el desplazamiento de Estados Unidos como el poder preeminente en el Pacífico occidental y la consolidación de Asia en un bloque de exclusión que se somete a los intereses de la política económica y exterior de China. Desde este punto de vista, aunque la capacidad militar absoluta de China no es formalmente equivalente a la de Estados Unidos, Beijing puede implicar riesgos inaceptables en un conflicto con Washington y está desarrollando medios cada vez más sofisticados para anular las ventajas tradicionales de Estados Unidos. Su invulnerable capacidad para responder a un ataque nuclear se acompañará, a la larga, de un creciente rango de misiles balísticos antibuque y capacidades asimétricas en nuevos ámbitos, como el espacio y el ciberespacio. Algunos temen que China pudiera asegurarse una posición naval dominante a lo largo una serie de cadenas de islas en su periferia, y una vez que dicha pantalla exista, los vecinos de China, que tanto dependen del comercio chino y que dudan de la capacidad de Estados Unidos para reaccionar, podrían ajustar sus políticas a las preferencias chinas. A la larga, esto podría conducir a la creación de un bloque asiático sinocéntrico que domine el Pacífico occidental. El informe más reciente sobre la estrategia de defensa de Estados Unidos refleja, al menos implícitamente, algunos de estos temores. Ningún funcionario chino ha proclamado una estrategia semejante como una política real de China. De hecho, insisten en lo contrario. Sin embargo, existe suficiente material en la prensa semioficial de China y en los institutos de investigación como para darle sustento a la teoría de que las relaciones se encaminan a la confrontación y no a la cooperación. Los intereses estratégicos de Estados Unidos se magnifican por algunas predisposiciones ideológicas a luchar contra el mundo no democrático. Hay quienes argumentan que los regímenes autoritarios son inherentemente frágiles y se ven obligados a conseguir apoyo interno mediante la retórica y la práctica nacionalistas y expansionistas. Según estas teorías —versiones de las cuales han adoptado segmentos de la izquierda y la derecha estadounidenses—, la tensión y el conflicto con China superan la estructura interna del país asiático. La paz universal vendrá, aseguran, del triunfo global de la democracia y no de los llamamientos a la cooperación. El politólogo Aaron Friedberg escribe, por ejemplo, que “una China liberal y democrática tendrá pocos motivos para temer a sus homólogos democráticos y aún menos para utilizar la fuerza contra ellos”. Por lo tanto, “despojada de las sutilezas diplomáticas, el objetivo último de la estrategia estadounidense [debe ser] acelerar una revolución, aunque sea pacífica, que barrerá con el Estado unipartidista autoritario de China para reemplazarlo con una democracia liberal”. En la parte china, las interpretaciones de confrontación siguen una lógica inversa. Ellos ven en Estados Unidos una superpotencia herida, decidida a impe94
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dir el surgimiento de cualquier rival, de los cuales China es el más plausible. No importa cuán intensamente busque China la cooperación, argumentan algunos autores chinos, el objetivo fijo de Washington será rodear a China con tratados y con un creciente despliegue militar, lo que le impedirá desempeñar su papel histórico como el Reino Medio. Desde esta perspectiva, cualquier colaboración duradera con Estados Unidos es contraproducente, ya que sólo servirá al objetivo primordial de Estados Unidos de neutralizar a China. Consideran que la hostilidad sistemática es inherente a las influencias culturales y tecnológicas estadounidenses que, en ocasiones, se presentan como una forma de presión deliberada diseñada para corroer el consenso interno y los valores tradicionales de China. Las voces más enérgicas argumentan que China ha sido demasiado pasiva frente a las tendencias hostiles y que (por ejemplo, en el caso de los problemas territoriales en el Mar del Sur de China) China debe confrontar a las de los vecinos con los que tiene alguna disputa y, a continuación, en las palabras del analist a de estrategia Long Tao, “razonar, pensar en el futuro y atacar primero antes de que las cosas se le salgan poco a poco de las manos… inicia[ndo] batallas a pequeña escala que puedan disuadir a los provocadores de seguir avanzando”. el pasado no tiene que ser el prólogo ¿ Tiene, pues, sentido buscar una relación de cooperación entre Estados
Unidos y China, así como las políticas destinadas a lograrla? Sin duda, históricamente, el surgimiento de una potencia ha provocado a menudo conflictos con países establecidos. Pero las condiciones han cambiado. Es poco probable que los líderes que tan alegremente entraron a una guerra mundial en 1914 Sería extraño que la lo habrían hecho si hubieran sabido cómo sería el mundo cuando ésta terminara. Los líderes contem- segunda economía poráneos no pueden hacerse ilusiones. Una gran más grande del guerra nuclear entre los países desarrollados pro vocaría muertes y trastornos que sería imposible mundo no tradujera relacionar con objetivos calculables. La prevención prácticamente ha quedado descartada, en especial su poder económico para una democracia plural como Estados Unidos. en una creciente Si tuviera que hacerlo, Estados Unidos haría lo necesario para preservar su seguridad. Sin embargo, capacidad militar. no debe adoptar la confrontación como estrategia preferida. En China, Estados Unidos encontraría un adversario que ha aprendido durante siglos a usar el conflicto prolongado como estrategia, y cuya doctrina hace hincapié en el agotamiento psicológico del oponente. En un conflicto real, ambas partes tienen la capacidad y el ingenio para causarse daños catastróficos entre sí. Cuando esa conflagración hipotética llegara foreign affairs latinoamérica
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a su fin, todos los participantes estarían exhaustos y débiles. Se verían obligados a encarar de nuevo la misma tarea que tienen que enfrentar hoy: la construcción de un orden internacional en el que ambos países sean componentes importantes. Los planos para la contención, extraídos de las estrategias utilizadas durante la Guerra Fría por ambas partes contra una Unión Soviética expansionista, no se pueden aplicar a las condiciones actuales. La economía de la Unión Soviética era débil (excepto en lo tocante a la producción militar) y no afectaba a la economía global. Una vez que China rompió relaciones y expulsó a los asesores soviéticos, pocos países, excepto los que habían sido absorbidos por la fuerza a la órbita soviética, tenían un interés importante en su relación económica con Moscú. La China contemporánea, en contraste, es un factor dinámico en la economía mundial. Es el principal socio comercial de todos sus vecinos y de la mayoría de las potencias industriales de Occidente, incluido Estados Unidos. Un prolongado enfrentamiento entre China y Estados Unidos podría alterar la economía mundial con consecuencias inquietantes para todos. China descubriría, también, que la estrategia que siguió durante su conflicto con la Unión Soviética no funcionaría en una confrontación con Estados Unidos. Sólo unos cuantos países —y ninguno de ellos es asiático— tratarían la presencia estadounidense en Asia como “dedos que hay que cortar” (utilizando la gráfica frase de Deng Xiaoping sobre las posiciones soviéticas avanzadas). Incluso los países asiáticos que no tienen alianzas con Washington buscan la tranquilidad de una presencia política estadounidense en la región y de las fuerzas estadounidenses en los mares cercanos como garantes del mundo al que se han acostumbrado. Su estrategia fue expresada por un alto funcionario de Indonesia a su homólogo estadounidense: “No nos dejen, pero no nos obliguen a elegir”. La reciente concentración militar china no es por sí sola un fenómeno excepcional: el resultado más inusual sería que la segunda economía más grande del mundo y el importador más grande de recursos naturales no tradujera su poder económico en una mayor capacidad militar. La cuestión es si esa concentración es abierta y qué uso se le dará. Si Estados Unidos trata cada avance de las capacidades militares chinas como un acto hostil, pronto se encontrará inmerso en una serie interminable de conflictos en nombre de objetivos esotéricos. Sin embargo, China debe tener presente, a partir de su propia historia, la tenue línea divisoria entre las capacidades defensivas y ofensivas, y las consecuencias de una carrera armamentista desenfrenada. Los líderes chinos tienen sus propias razones para rechazar las apelaciones internas de una estrategia de confrontación, como de hecho lo han proclamado públicamente. Históricamente, la expansión imperial de China se ha logrado por ósmosis, más que por conquista, o por la conversión a la cultura china de los conquistadores que luego sumaron sus propios territorios al dominio chino. Dominar a Asia en el ámbito militar sería una tarea formidable. La Unión Soviética, durante la Guerra Fría, se acercó a una serie de países débiles agotados por la guerra y por 96
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la ocupación, que dependían del compromiso de las tropas estadounidenses para su defensa. Hoy, China se enfrenta a Rusia en el norte; a Japón y Corea del Sur, con alianzas militares estadounidenses, en el este; a Vietnam y la India en el sur, y a Indonesia y Malasia un poco más cerca. Ésta no es una constelación favorable para la conquista. Es más probable que suscite temores de bloqueo. Cada uno de estos países tiene una larga tradición militar y representaría un obstáculo formidable si viera amenazado su territorio o su capacidad para llevar a cabo una política independiente. Una política exterior militante de China aumentaría la cooperación entre todos, o al menos entre algunos de estos países, lo que evocaría la pesadilla histórica de China, como sucedió entre 2009 y 2010. cómo lidiar con la nueva china Otra razón para la restricción de China, por lo menos en el mediano
plazo, es la adaptación interna que afronta el país. La brecha en la sociedad china entre las regiones costeras desarrolladas y las regiones occidentales subdesarrolladas ha hecho que el objetivo de una “sociedad armoniosa” de Hu sea atractivo y elusivo. Los cambios culturales complican el problema. Las próximas décadas atestiguarán, por primera vez, el impacto total de la política de un solo hijo sobre la sociedad adulta china. Esto modificará los patrones culturales en una sociedad en la que las familias numerosas tradicionalmente han asumido el cuidado de los ancianos y de los discapacitados. Cuando cuatro abuelos compiten por la atención de un hijo y le adjudican las aspiraciones que hasta entonces se repartían entre muchos hijos, puede surgir un nuevo modelo de exigencias y grandes expectativas, que quizá sean imposibles de lograr. Todos estos acontecimientos complicarán aún más los retos de la transición gubernamental de China a partir de 2012 , cuando la Presidencia, la Vicepresidencia, una considerable mayoría de los puestos en el Politburó en el Consejo Estatal y en la Comisión Militar Central, y miles de puestos clave nacionales y provinciales sean ocupados por nuevos nombramientos. El nuevo grupo de liderazgo estará formado, en su mayor parte, por los miembros de la primera generación de chinos en 150 años que ha vivido toda su vida en un país en paz. Su principal desafío será encontrar una manera de lidiar con una sociedad revolucionada por las cambiantes condiciones económicas, por tecnologías de comunicación sin precedentes y en rápida expansión, por una economía mundial débil y por la migración de cientos de millones de personas de las zonas rurales de China a sus ciudades. El modelo de gobierno resultante será probablemente una síntesis de ideas modernas y conceptos políticos y culturales chinos tradicionales, y la búsqueda de esa síntesis exhibirá el drama actual de la evolución de China. Estas transformaciones sociales y políticas deben seguirse con interés y esperanza en Washington. La intervención estadounidense directa no sería prudente ni productiva. Estados Unidos continuará, como debe, dando a conocer sus opinioforeign affairs latinoamérica
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nes sobre cuestiones de derechos humanos y casos individuales. Su conducta diaria expresará su preferencia nacional por los principios democráticos. Sin embargo, un proyecto sistemático para transformar las instituciones de China mediante la presión diplomática y las sanciones económicas será probablemente contraproducente y aislará a los liberales que pretende ayudar. En China, sería interpretado por una gran mayoría a través del lente del nacionalismo, al recordar épocas anteriores de intervención extranjera. Esta situación no implica que se abandonen los valores estadounidenses, sino una distinción entre lo que se puede lograr y lo absoluto. La relación entre Estados Unidos y China no debe considerarse como un juego de suma cero, y el surgimiento de una China próspera y poderosa no debe asumirse por sí mismo como una derrota estratégica para Estados Unidos. Un enfoque de cooperación desafía las ideas preconcebidas en ambos lados. Estados Unidos tiene pocos precedentes en su experiencia nacional de relacionarse con un país de un tamaño, una confianza en sí mismo, unos logros económicos y un alcance internacional comparables, pero con una cultura y un sistema político tan diferentes. La historia de China tampoco tiene precedentes sobre cómo relacionarse con una gran potencia que tiene una presencia permanente en Asia, una visión de ideales universales que no está orientada hacia las concepciones chinas ni hacia las alianzas de Beijing con sus vecinos. Antes de Estados Unidos, todos los países que establecieron tal posición lo hicieron como un preludio a un intento de dominar a China. La aproximación más simple a la estrategia es insistir en la abrumadora cantidad de posibles adversarios con recursos y materiales superiores. Pero en el mundo contemporáneo, esto es posible en muy raras ocasiones. China y Estados Unidos seguirán inevitablemente como realidades duraderas para cada uno de ellos. Ninguno puede confiarle su seguridad al otro —ninguna gran potencia lo hace, durante mucho tiempo— y cada uno seguirá persiguiendo sus propios intereses, en ocasiones, a expensas del otro. Sin embargo, ambos tienen la responsabilidad de considerar las pesadillas del otro, y ambos harían bien en reconocer que su retórica, tanto como sus políticas actuales, pueden alimentar las sospechas del otro. El mayor temor estratégico de Beijing es que una potencia extranjera, o varias, establezca despliegues militares en la periferia de China que sean capaces de invadir su territorio o de inmiscuirse en sus instituciones internas. Cuando en el pasado China consideraba que se enfrentaba a esta amenaza, iniciaba una guerra en lugar de arriesgarse al resultado de lo que veía como tendencias crecientes: en Corea en 1950, contra la India en 1962, en la frontera norte con la Unión Soviética en 1969 y contra Vietnam en 1979. El temor de Estados Unidos, en ocasiones expresado sólo de manera indirecta, es ser expulsado de Asia por un bloque exclusionista. Estados Unidos sufrió una guerra mundial contra Alemania y Japón para evitar ese resultado, y ejerció parte de su diplomacia más contundente durante la Guerra Fría, bajo el gobierno de 98
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ambos partidos políticos con este fin contra la Unión Soviética. Vale la pena destacar que, en ambas iniciativas, se emprendieron importantes esfuerzos conjuntos de Estados Unidos y China contra la amenaza percibida de la hegemonía. Otros países de Asia insistirán en la prerrogativa de desarrollar sus capacidades por sus propios motivos nacionales, y no como parte de una competencia entre potencias extranjeras. No se someterán voluntariamente a un orden tributario restablecido. Tampoco se consideran elementos de una política de contención de Estados Unidos o un proyecto estadounidense para alterar las instituciones nacionales de China. Todos ellos aspiran a tener buenas relaciones con China y Estados Unidos y se resistirán a cualquier presión para elegir entre los dos. ¿Se podrá conciliar el temor a la hegemonía y la pesadilla del bloqueo militar? ¿Es posible encontrar un espacio en el que ambas partes puedan alcanzar sus objetivos supremos sin militarizar sus estrategias? Para las grandes naciones con capacidades globales y aspiraciones divergentes, e incluso opuestas, ¿cuál es el margen entre el conflicto y la renuncia? Que China tenga una gran influencia en las regiones que la rodean es inherente a su geografía, a sus valores y a su historia. Los límites de esa influencia, sin embargo, estarán determinados por las circunstancias y las decisiones de política interna. Estos determinarán si una búsqueda inevitable de influencia se convierte en el impulso para negar o excluir a otras fuentes independientes de poder. Durante casi dos generaciones, la estrategia de Washington se basó en la defensa regional local con fuerzas de tierra estadounidenses, en gran medida para evitar las consecuencias catastróficas de una guerra nuclear generalizada. En décadas recientes, el Congreso y la opinión pública han tratado de poner fin a tales compromisos en Vietnam, Iraq y Afganistán. Ahora, las consideraciones fiscales limitan aún más el rango de este tipo de aproximaciones. La estrategia estadounidense ha pasado de defender el territorio a amenazar con un castigo inaceptable a los agresores potenciales. Esto requiere fuerzas capaces de una rápida inter vención y alcance global, y no bases que rodeen las fronteras de China. Lo que Washington no debe hacer es combinar una política de defensa basada en restricciones presupuestarias con una diplomacia basada en un número ilimitado de objetivos ideológicos. Así como la influencia de China en los países vecinos puede estimular el temor a la dominación, los esfuerzos por perseguir los intereses nacionales tradicionales de Estados Unidos se pueden percibir como una forma de cerco militar. Ambas partes deben entender los matices por los que vías aparentemente tradicionales y razonables pueden evocar las más profundas inquietudes en el otro. Deben buscar juntos la manera de definir el ámbito en el que se circunscribe la competencia pacífica. Si se maneja con prudencia, tanto la confrontación como la dominación militar se pueden evitar; de no ser así, la escalada de tensión será inevitable. Es tarea de la diplomacia descubrir este espacio, ampliarlo de ser posible y evitar que la relación se vea abrumada por imperativos tácticos y nacionales. foreign affairs latinoamérica
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Henry A. Kissinger comunidad o conflicto El orden mundial actual se construyó, en gran parte, sin la participación
china, y por lo tanto, China, en ocasiones, se siente menos obligado que otros países por sus reglas. Ahí donde el orden no se ajusta a las preferencias chinas, Bei jing ha puesto en marcha medidas alternativas, como en el caso de los diferentes canales de divisas que se están estableciendo con Brasil, Japón y otros países. Si el modelo se convierte en rutina y se extiende a muchos ámbitos de actividad, los órdenes mundiales contrapuestos podrían evolucionar. A falta de objetivos comunes y reglas acordadas de limitación, es probable que la rivalidad institucionalizada se intensifique más allá de los cálculos y las intenciones de sus defensores. En una época en la que las capacidades ofensivas sin precedentes y las tecnologías intrusivas se multiplican, las penalizaciones de esta vía podrían ser drásticas y, quizá, irrevocables. La gestión de crisis no será suficiente para mantener una relación tan global y aquejada por tantas presiones diferentes dentro y entre ambos países. Por eso, he defendido la idea de establecer una Comunidad del Pacífico y he expresado la esperanza de que China y Sermonear a un país con Estados Unidos puedan dar lugar a un común, al menos en algunas una historia milenaria sobre propósito cuestiones de interés general. Pero el de esa comunidad no se podrá su necesidad de “madurar” objetivo alcanzar si cualquiera de ellos concibe y comportarse “de manera la iniciativa, principalmente, como una forma más eficaz para derrotar o debiliresponsable” puede ser tar al otro. Ni China ni Estados Unidos innecesariamente irritante. pueden ser desafiados sistemáticamente sin que se den cuenta, y si tal desafío se nota, enfrentará resistencia. Ambos necesitan comprometerse a una cooperación genuina y a encontrar una manera de comunicarse y de identificar sus perspectivas con el otro y con el mundo. Algunos pasos tentativos en esta dirección ya se han iniciado. Por ejemplo, Estados Unidos se ha unido a otros países para iniciar las negociaciones sobre la Asociación Trans-Pacífico (tpp ), un pacto de libre comercio que une al continente Americano con Asia. Tal acuerdo podría ser un paso hacia una Comunidad del Pacífico, ya que reduciría las barreras comerciales entre las economías más productivas, dinámicas y ricas en recursos del mundo y uniría ambos lados del océano en proyectos compartidos. Obama ha invitado a China a unirse a la tpp . Sin embargo, las condiciones de incorporación que presentaron los informadores y comentaristas estadounidenses parecían, en ocasiones, exigir cambios fundamentales en la estructura interna de 100
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China. Si éste fuera el caso, la tpp podría ser considerada por Beijing como parte de una estrategia para aislar a China. Por su parte, China ha presentado acuerdos alternativos comparables. Ha negociado un acuerdo comercial con la Asociación de Naciones del Sureste Asiático ( ansea ) y ha planteado un acuerdo comercial para el noreste de Asia con Japón y Corea del Sur. Hay importantes consideraciones políticas internas para ambas partes. Pero si China y Estados Unidos llegan a considerar los acuerdos comerciales del otro como elementos de una estrategia de aislamiento, la región de Asia-Pacífico podría degenerar en bloques de poder enfrentados. Irónicamente, esto sería un reto particular si China atiende los frecuentes llamamientos estadounidenses de dejar de ser una economía orientada a las exportaciones para convertirse en una orientada al consumo, como lo contempla su más reciente plan quinquenal. Tal desarrollo podría reducir el interés de China en Estados Unidos como mercado de exportación, mientras alienta a otros países asiáticos a orientar aún más sus economías hacia China. La decisión clave que enfrentan Beijing y Washington es si deben avanzar hacia un esfuerzo de cooperación genuino o caer en una nueva versión de los patrones históricos de rivalidad internacional. Ambos países han adoptado la retórica de comunidad. Incluso han creado un foro de alto nivel para ello, el Diálogo Estratégico y Económico, que se reúne dos veces al año. Ha sido productivo en los problemas inmediatos, pero todavía se encuentra en las estribaciones de su asignación más reciente para producir un orden económico y político realmente mundial. Si no surge un orden mundial en el ámbito económico, las barreras para avanzar en temas más emotivos y menos de suma positiva, como el territorio y la seguridad, podrían aumentar hasta volverse insalvables. los riesgos de la retórica En el ejercicio de este proceso , ambas partes deben reconocer el impacto
de la retórica sobre las percepciones y los cálculos. En ocasiones, los líderes estadounidenses lanzan andanadas contra China, que incluyen, propuestas específicas de políticas de confrontación, como necesidades políticas internas. Esto ocurre incluso —quizá especialmente— cuando una política moderada es la última intención. El problema no es que existan quejas concretas, que deben ser abordadas en función de la importancia del problema, sino que se trata de ataques a las moti vaciones básicas de la política china, como declarar que China es un adversario estratégico. Sobre el objetivo de estos ataques debe preguntarse si los imperativos nacionales que requieren declaraciones de hostilidad requerirán tarde o temprano acciones hostiles. De la misma manera, las declaraciones amenazantes de China, incluidas las de la prensa semioficial, probablemente se interpretarán en los términos de las acciones que implican, sin importar cuáles sean las presiones internas o la intención con la que se generaron. foreign affairs latinoamérica
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El debate estadounidense, en ambos lados de la división política, a menudo describe a China como una “potencia emergente” que tendrá que “madurar” y aprender a ejercer la responsabilidad en el escenario mundial. China, sin embargo, no se ve como una potencia emergente, sino como una que regresa, predominante en su región desde hace 2 milenios y temporalmente desplazada por los explotadores coloniales que se aprovecharon de su lucha intestina y su deterioro. Por el contrario, ve la perspectiva de una China fuerte que ejerce influencia en los asuntos económicos, culturales, políticos y militares no como un desafío antinatural para el orden mundial, sino como un retorno a la normalidad. Los estadounidenses no necesitan estar de acuerdo con todos los aspectos del análisis chino para entender que si sermonean a un país con una historia milenaria sobre su necesidad de “madurar” y comportarse de manera “responsable” puede ser innecesariamente irritante. En el lado chino, las proclamaciones en el ámbito gubernamental y en el informal de que China tiene la intención de “revivir la nación china” a su preeminencia tradicional tiene consecuencias diferentes dentro de China y en el extranjero. China está orgullosa, con razón, de sus recientes avances en el restablecimiento de su sentido de propósito nacional como consecuencia de lo que ve como un siglo de humillaciones. Sin embargo, muy pocos países de Asia tienen nostalgia de una época en la que estaban sometidos a la soberanía china. Como veteranos recientes de luchas anticoloniales, la mayoría de los países asiáticos son extremadamente sensibles a mantener su independencia y libertad de acción frente a cualquier poder externo, ya sea occidental o asiático. Tratan de participar en tantas esferas superpuestas de la actividad económica y política como les es posible; piden la participación estadounidense en la región, pero buscan equilibrio, no una cruzada ni la confrontación. El ascenso de China es menos el resultado de su creciente fuerza militar que de la menguante posición competitiva de Estados Unidos, impulsada por factores como la infraestructura obsolescente, la falta de atención a la investigación y desarrollo, y un proceso gubernamental aparentemente disfuncional. Estados Unidos debe abordar estos temas con ingenio y determinación, en vez de culpar a un adversario putativo. Debe tener cuidado de no repetir en su política hacia China el patrón de conflictos introducido con un amplio apoyo del público y con grandes metas, pero que terminó cuando el proceso político estadounidense insistió en una estrategia de liberación que implicó un abandono, o incluso un cambio total, de los objetivos proclamados del país. China puede encontrar consuelo en su propio récord de resistencia y en el hecho de que ningún gobierno estadounidense ha tratado de alterar la realidad de China como uno de los Estados, economías y civilizaciones más importantes del mundo. Los estadounidenses harían bien en recordar que incluso cuando el pib de China es igual al de Estados Unidos, tendría que distribuirse entre una población que es cuatro veces más grande, que está envejeciendo y participa en complejas transformaciones internas ocasionadas por el crecimiento y la urbanización de China. 102
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La consecuencia práctica es que una gran cantidad de energía de China se dedicará a las necesidades nacionales. Ambas partes deben estar abiertas a concebir las actividades del otro como algo normal de la vida internacional y no como una causa de alarma por sí misma. La inevitable tendencia a chocar entre sí no debe equipararse con un impulso consciente para contener o dominar, siempre y cuando ambos puedan reconocer la diferencia y calibrar sus acciones en consecuencia. China y Estados Unidos no trascenderán necesariamente la operación normal de la rivalidad entre grandes potencias, pero le deben al mundo, y a sí mismos, el esfuerzo para lograrlo. c
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