Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado La gran depresión depresión de 1929 Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y docencia
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LA gran depresión de 1929 Notas y recursos didácticos para la clase de Historia
El presente documento forma parte del proyecto del Portal de Educación y Docencia Angarmegia, Ciencia, Cultura y Educación (http://angarmegia.com) (http://angarmegia.com).. Propone algo más que unos apuntes para orientar a nuestros alumnos de Educación Secundaria en sus estudios sobre el tema. Junto a un el texto muy simplificado y centrado en aspectos esenciales para completar, o diversificar, los contenidos recogidos en su libro base, base, incorpora: Algunas imágenes en tamaño y formato adecuado para ser utilizadas en presentaciones o exposiciones del profesor o el estudiante. Son originales y corresponden a fotogramas de vídeos confeccionados específicamente para ilustrar, aclarar o motivar esta Unidad Didáctica. Todas las imágenes, además, se encuentran, más dimensionadas, en el documento La gran depresión de 1929. Imágenes, descargable desde la sección de Imprimibles del Portal Angarmegia. Documentos complementarios de autores de reconocida solvencia para ampliar conocimientos o comprender mejor las circunstancias que determinan los hechos estudiados. El proyecto, además, dispone, como queda dicho, de vídeos relacionados y de actividades interactivas para mejorar y reforzar las adquisiciones. Los vídeos están localizables en la sección de vídeos del Portal o en el Canal Angarmegia de YouTube. Las direcciones son: Vídeos en el Portal: http://angarmegia.com/videos.htm Portal: http://angarmegia.com/videos.htm Angarmegia en YouTube: http://www.youtube.com/user/angarmegia Las actividades interactivas se encuentran en la l a sección Refuerzo al al estudio: Interactivos: http://angarmegia.com/refuerzoestudio.htm Interactivos: http://angarmegia.com/refuerzoestudio.htm El álbum con todas las imágenes en mayor tamaño es accesible Imprimibles: Imprimibles: http://angarmegia.com/apoyos_imprimibles.htm
Agradecemos cualquier crítica o sugerencia que tengan t engan a bien hacernos. Nuestra mayor satisfacción estriba en conocer que nuestro trabajo puede contribuir a mejorar el nivel educativo de las generaciones que habrán de sustituirnos.
Antonio García Megía Maestro, Diplomado en Geografía e Historia, Licenciado en Filosofía y Letras, Doctor en Filología Hispánica.
CONTENIDO
Síntesis teórica ___________________________________ ______________________________________________________________ ___________________________ 9 Documentos complementarios complementarios _________________________________ ________________________________________________ _______________ 17 L os catorce puntos de T. W. W . Wi lson ___________________________________ ___________________________________________ ________ 19 L a escena escena con temp tempor or án ea ___________________________________________________ __________________________________________________ 22 Tr atado de de Versall es ____________________________ _______________________________________________________ ___________________________ 25 L a pri ori dad es poner a la gent gente e a trabajar trabaj ar __________________________________ _____________________________________ ___ 34 " Ju ev eve es negr negro" o" ; el día en en que sucu sucumbi mbi ó Wal l Str ee eet t _____________________________ 37 Cuando Cu ando se hu ndi ó l a economí economía de E stados U ni dos dos:: 1929. El " j ueve uevess negr negro" o" __________ 40 L a Gran Gr an D epres presión ión Ame Am er ican. I nf l uencia en el el de dessarr oll o de l a fotogr afía social social ______
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La gran depresión de 1929 Síntesis teórica
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LA GRAN DEPRESIÓN DE 1929
Síntesis teórica
CONTEXTO Y ANTECEDENTES El fin de la primera gran guerra determina, a partir de 1918, una importante transformación político-social en el mundo mundo civilizado. El mapa de Europa sufre serios reajustes territoriales que contribuirán, pasados unos años, al estallido de la Segunda Guerra Mundial.
La formación de pequeños estados entre Rusia y Alemania provoca en ambas naciones el deseo de atraerlas a su área de influencia en un intento por adquirir nuevos territorios. Muchas naciones sufren las llamadas crisis de postguerra que se extienden hasta 1925. No todas viven los "felices años veinte".
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Los sistemas políticos liberal y comunista se ven obligados a convivir con los fascismos y comienzan las dificultades para los regímenes democráticos que, obligados por la guerra a subordinar aspectos esenciales del poder legislativo a la potestad del ejecutivo, concluyen, en determinados casos, sometiendo definitivamente, alcanzada la paz, la voluntad del parlamento a los dictámenes gubernamentales. Cambia el orden internacional y las relaciones entre las diferentes naciones. Los crecientes nacionalismos chocan contra una fuerte corriente internacional que aspira a debilitar los intereses particulares en aras a la consecución de un bien común más justo para todos. El presidente americano Wilson propone la creación de una organización de carácter universal, la Sociedad de Naciones, que comienza con dificultades su andadura en 1920. El idealismo de la política de Wilson se concreta en la propuesta de crear una especie de Parlamento Internacional en que debatirían todas las cuestiones surgidas entre Estados que pudieran poner en peligro la paz mundial. La asamblea tomó el nombre de Sociedad de Naciones, pero el país fundador, Estados Unidos, nunca formó parte de la misma. Y Europa deja de ser el centro de la historia. Los excombatientes, a su vuelta a la vida civil, esperan el agradecimiento de la sociedad a la que han defendido y por la que han sufrido daños y calamidades. Las mujeres, que han demostrado su capacidad para desarrollar desarrollar tareas tradicionalmente reservadas a los hombres ocupando sus puestos de trabajo cuando marcharon al frente manteniendo la producción durante la guerra, reclaman su derecho a participar plenamente en la vida laboral y pública. Se avanza, en suma, suma, hacia una sociedad más igualitaria. La reactivación económica, económica, especialmente acusada acusada a partir de 1924, basada en la necesidad de reconstruir los destrozos de la contienda y en el desarrollo de nuevos productos de consumo, también contribuye a mejorar el bienestar material de un gran número de personas,
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haciendo realidad algunas antiguas reivindicaciones como la jornada laboral de ocho horas o el seguro de desempleo.
BONANZA
Y EL PROGRESO
El periodo comprendido entre 1924 y 1929 es de enorme prosperidad con un gran volumen de comercio internacional, de construcción y de desarrollo de nuevas industrias. El automóvil se produce en serie y la generalización de su uso incrementa la demanda de petróleo, acero, caucho, componentes eléctricos…, origina nuevas profesiones, conductor de camión, mecánico, empleado de gasolinera…, y demanda el acondicionamiento y construcción de
muchos kilómetros de carretera. La radio y el cine también movilizan masas y, con ellas, nuevas posibilidades de negocio y empleo. El avance científico unido a la capacidad imaginativa y creadora de la inteligencia humana parece haber colocado definitivamente a la civilización en la senda correcta hacia la prosperidad y la opulencia.
UN DIFÍCIL EQUILIBRIO ECONÓMICO Pero este crecimiento presenta puntos débiles en su estructura. El sistema económico capitalista que lo posibilita se basa en la mutua confianza y el intercambio. Gracias a los préstamos se levantan industrias que transforman materias primas en manufacturas con el concurso de millares de obreros. La producción resultante podrá ser adquirida gracias a los ingresos procedentes de la venta de quienes proporcionaron la materia prima y de los salarios de la mano de obra que participó en su transformación. Si el trabajador percibe menos de lo que constituye una porción equilibrada sobre los dividendos empresariales o caen los precios de los productos básicos primeros debido a la ley de la oferta y la demandad o a la especulación, el equilibrio se rompe. No hay mercado que absorba los stock ni, en consecuencia, beneficios suficientes para responder a los créditos solicitados. La crisis está servida. Por otra parte, la guerra, redujo sustancialmente la extensión dedicada al cultivo del trigo en Europa. El valor del cereal subió y muchos agricultores, especialmente de Estados Unidos y Canadá incrementaron su producción adquiriendo mediante hipotecas nuevas extensiones de terreno cultivable. Finalizado el enfrentamiento, no solo se recupera la producción europea de grano, sino que la puesta en cultivo de muchos secanos gracias a los avances de la ciencia agronómica y la mecanización provocan una sobreproducción tal que en 1930 el precio del trigo es el más bajo de los últimos cuatrocientos años. Algo parecido acurre con otros productos tradicionales: algodón, cacao, café… Los compromisos hipotecarios
adquiridos no pueden cumplirse. Naturalmente se demandan otros productos agrícolas, pero el cambio productivo está supeditado a las condiciones climáticas, conocimiento del agricultor y nuevas inversiones de capital.
LA BANCARROTA DE 1929 El comienzo de la depresión se establece en octubre de 1929, aunque venía gestándose desde comienzos de ese mismo año, con la bancarrota de la Bolsa de Nueva York. En un mes los valores se deprecian en un 40%. En los tres años siguientes cierran cinco mil bancos americanos. El dinero estadounidense deja de fluir en Europa y tampoco adquiere productos extranjeros. La quiebra en 1931 de banco austriaco Creditanstalt inicia otro aluvión de calamidades. Empresas y particulares no pueden cobrar lo que se les adeuda ni disponer del efectivo su efectivo custodiado por los bancos. Nadie puede comprar, nadie puede vender. Las fábricas cierran. La producción mundial disminuye en un 38% y el comercio internacional en un Página 13
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66%. El desempleo se dispara. Muchas familias viven gracias a raciones de caridad y al socorro gubernamental. Se ve afectada la convertibilidad del dinero. Se prescinde del patrón oro. Muchas monedas son devaluadas. Se ponen trabas a las importaciones competitivas y elevadas tasas aduaneras. La internacionalización precedente evoluciona hacia feroces sistemas nacionalistas. La desesperación imperante favorece el advenimiento de nuevas y perturbadoras ideas políticas.
Sistema productivo en los felices años 20
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Anexo Documentos complementarios
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L os cator catorce ce pun tos de T . W. Wi l son
DISCURSO DE PRESENTACIÓN DEL PROGRAMA ANTE EL CONGRESO DE LOS EE.U.U. Thomas Woodrow Wilson Texto completo
―Nuestro programa es la paz mundial‖
8 de Enero de 1918 Señores del Congreso: Una vez más los portavoces de los imperios centrales han indicado su deseo de debatir los propósitos de la guerra y la posible base de una paz general. Se han llevado a cabo negociaciones en Brest-Litovsk entre representantes rusos y representantes de las potencias centrales a las que han sido invitados todos los beligerantes con el objeto de establecer si sería posible ampliar esas negociaciones a una una conferencia general sobre los términos de una paz. Los Los representantes rusos no sólo presentaron una declaración perfectamente definida de los principios de acuerdo según los cuales estarían dispuestos a firmar la paz, sino también un programa de aplicación concreta de esos principios. Los representantes de las potencias centrales presentaron un borrador de acuerdo que, aunque mucho menos definido, parecía susceptible de interpretación liberal hasta que se añadió su programa específico de términos prácticos. Dicho programa no proponía ninguna concesión ni a la soberanía de Rusia ni a las preferencias de la población cuyas fortunas afectaba, sino que significaba que los imperios centrales conservarían todo palmo de territorio ocupado por sus fuerzas armadas como añadido permanente a sus territorios. Cualesquiera que sean los resultados de las negociaciones de Brest-Litovsk, cualesquiera que sean las confusiones de parecer y propósito en las declaraciones de los portavoces de los imperios centrales, éstos han intentado una vez más informar al mundo de sus objetivos en la guerra y han desafiado una vez más a sus adversarios a decir cuáles son sus objetivos y qué clase de acuerdo considerarían justo y satisfactorio. No hay ninguna razón por la cual este desafío no deba ser respondido, y respondido con completa franqueza. Nosotros no hemos esperado. Una y otra vez hemos presentado con plenitud nuestro pensamiento y propósito al mundo. Hay, además, una voz que pide esas definiciones de principio y propósito que es, a mi entender, más conmovedora y apremiante que cualquiera de las muchas emotivas voces que llenan el perturbado aire del mundo. Es la voz del pueblo ruso. Están postrados y casi indefensos ante la siniestra potencia de Alemania, que hasta ahora no ha conocido aplacamiento ni piedad. Aparentemente, su poder está hecho añicos. Y, sin embargo, su alma no es servil. No cederán en el principio ni en la acción. Su concepción de lo que es justo o de lo que es humano y honorable para ser aceptado por ellos ha sido explicitado con una franqueza, una amplitud de miras, una generosidad de espíritu y una simpatía humana universal que debe estimular la admiración de cualquier amigo de la humanidad; y se han negado a amoldar sus ideales o abandonar otros con el fin de salvarse ellos mismos. Apelan a nosotros para preguntarnos qué es lo que deseamos, en qué difiere, si difiere en algo, nuestro propósito y nuestro espíritu de los suyos. Lo crean o no sus actuales dirigentes, nuestro más sentido deseo y nuestra más sentida
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esperanza es que pueda establecerse un medio mediante el cual tengamos el honor de ayudar al pueblo de Rusia a alcanzar su plena plena esperanza de libertad y paz ordenada. ordenada. Entramos en esta guerra porque se produjeron unas violaciones del Derecho que nos afectaron en lo más vivo y hacían imposible la vida de nuestro pueblo. Lo que pedimos es que el mundo sea un lugar apto y seguro para vivir, y, en particular, para todo país amante de la paz que, como el nuestro, desee vivir su propia vida, decidir sus instituciones, recibir garantías de justicia y tratos justos por parte de otros otros pueblos, así como como contra la fuerza y la agresión egoísta. egoísta. El programa de la paz mundial es nuestro programa; y este programa, el único programa posible, a nuestro entender es éste: éste: I. Deben alcanzarse acuerdos abiertos de paz, de acuerdo con los cuales no habrá decisiones ni acciones internacionales particulares de ningún tipo, sino que la diplomacia procederá siempre con franqueza y a la vista pública. II. Libertad absoluta de navegación por los mares, fuera de las aguas territoriales, tanto en la paz como en la guerra, excepto cuando los mares queden cerrados de forma total o parcial debido a una acción internacional para el cumplimiento de acuerdos internacionales. III. La supresión, en el mayor grado posible, de todas las barreras económicas y el establecimiento de una igualdad de condiciones comerciales entre todos los países que consienten en la paz y en asociarse entre ellos para mantenerla. IV. Se darán y aceptarán las garantías adecuadas para que los armamentos nacionales se reduzcan al nivel más bajo compatible con la seguridad interior. V. Una resolución libre, razonable y completamente imparcial de todas las reclamaciones coloniales, de acuerdo a una estricta observancia del principio según el cual en la determinación de todas esas cuestiones de soberanía los intereses de la población implicada deben tener igual peso que las reclamaciones justas del gobierno cuyo derecho deba determinarse. VI. La evacuación de todo el territorio ruso y un arreglo de todas las cuestiones referentes a Rusia de un modo que le asegure la mejor y más libre cooperación de los demás países del mundo en el acceso a una oportunidad sin trabas para la l a determinación independiente de su propio desarrollo político y su propia política nacional, y que le asegure una sincera bienvenida en la sociedad de las naciones libres bajo instituciones de su propia elección; y, más que una bienvenida, también la ayuda de todo tipo que pueda necesitar y desear. VII. Bélgica, según estará de acuerdo todo el mundo, debe ser evacuada y devuelta sin ningún intento de limitar la soberanía de que goza en común con todas las demás naciones libres. Sin este acto reparador, toda la estructura y validez de la legislación internacional queda menoscabada para siempre. VIII. Todo territorio francés debe ser liberado y las partes invadidas devueltas, y el daño hecho a Francia por Prusia en 1871 en la cuestión de Alsacia-Lorena, que ha perturbado la paz del mundo durante casi cincuenta años, deberá ser corregido con el fin de que la paz pueda estar de nuevo asegurada asegurada en beneficio de todos. IX. Debería efectuarse un reajuste de las fronteras de Italia siguiendo unas líneas claramente reconocibles de nacionalidad.
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X. Los pueblos de Austria-Hungría, cuyo lugar entre las naciones deseamos ver salvaguardados y asegurados, deberían tener la oportunidad más libre de desarrollo autónomo. XI. Rumania, Serbia y Montenegro deberían ser evacuados; los territorios ocupados, devueltos; Serbia, obtener un acceso libre y seguro al mar, y las relaciones de los diversos estados balcánicos entre sí, regirse por el parecer amistoso siguiendo líneas históricamente establecidas de lealtad y nacionalidad; asimismo, deberían darse garantías internacionales de la independencia política y económica y de la integridad territorial de los diversos estados balcánicos. XII. Las partes turcas del actual Imperio Otomano deberían recibir garantías de una soberanía firme, pero habría que garantizar a las otras nacionalidades que se encuentran ahora bajo gobierno turco una indudable seguridad vital y una oportunidad de desarrollo autónomo no perturbada por interferencia alguna; y los Dardanelos deberían abrirse permanentemente como paso libre l ibre para los barcos y el comercio de todos los países de acuerdo con garantías internacionales. XIII. Debería crearse un Estado polaco que incluyera los territorios habitados por poblaciones indiscutiblemente polacas, con acceso libre y seguro al mar, y cuya independencia política y económica e integridad territorial quedaran garantizadas por un acuerdo internacional. XIV. Debe formarse una asociación general de naciones de acuerdo con convenios específicos con el propósito de conceder a los estados grandes y pequeños, sin distinción alguna, garantías mutuas de independencia política e integridad territorial. No cabe duda de que hemos hablado en términos demasiado concretos para admitir ninguna duda o pregunta. Un principio evidente recorre todo el programa que he esbozado. Es el principio de justicia para todos los pueblos y nacionalidades, y sus derechos a vivir en igualdad de condiciones de libertad y seguridad con los demás, ya sea fuertes o débiles. Si este principio no se convierte en parte de sus cimientos, no se sostendrá ninguna parte de la estructura de justicia internacional. WOODROW WILSON
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L a escena escena con contemp tempor or án ea
CAPÍTULO II: ―LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA‖ José Carlos Mariátegui
LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES Wilson fue el descubridor oficial de la idea i dea de la Sociedad de las Naciones. Pero Wilson la extrajo del ideario del liberalismo y de la democracia. El pensamiento liberal y democrático ha contenido siempre los gérmenes de una aspiración pacifista e internacionalista. La civilización burguesa ha internacionalizado la vida de la humanidad. El desarrollo del capitalismo ha exigido la circulación internacional de los productos. El capital se ha expandido, conectado y asociado por encima de las fronteras. Y, durante algún tiempo ha sido, por eso, libre-cambista y pacifista. El programa de Wilson no fue, en consecuencia, sino un retorno del pensamiento burgués a su inclinación inclinación internacionalista. Pero el programa wilsoniano encontraba, fatalmente, una resistencia invencible en los intereses y anhelos nacionalistas de las potencias vencedoras. Y, por ende, estas potencias lo sabotearon y frustraron en la conferencia de la paz. Wilson, constreñido a transigir por la habilidad y la agilidad de los estadistas aliados, pensó entonces que la fundación de la Sociedad de las Naciones compensaría el sacrificio de cualquiera de sus Catorce Puntos. Y esta obstinada idea suya fue descubierta y explotada por los perspicaces políticos de la Entente. El proyecto de Wilson resultó sagazmente deformado, mutilado y esterilizado. Nació en Versalles una Sociedad de las Naciones endeble, limitada, en la cual no tenían asiento los pueblos vencidos, Alemania, Austria, Bulgaria, etc., y en la cual faltaba, además, Rusia, un pueblo de ciento treinta millones de habitantes, cuya producción y cuyo consumo son indispensables al comercio y a la vida del resto de Europa. Más tarde, reemplazado Wilson por Harding, los Estados Unidos abandonaron el pacto de Versalles. La Sociedad de las Naciones, sin la intervención de los Estados Unidos, quedó reducida a las modestas proporciones de una liga de las potencias aliadas y de su clientela de pequeñas o inermes naciones europeas, europeas, asiáticas y americanas. Y, como la cohesión de la misma Entente se encontraba minada por una serie de intereses rivales, la Liga no pudo ser siquiera, dentro de sus reducidos confines, una alianza o una asociación solidaria y orgánica. La Sociedad de las Naciones ha tenido, por todas estas razones, una vida anémica y raquítica. Los problemas económicos y políticos de la paz no han sido discutidos en su seno, sino en el de conferencias y reuniones especiales. La Liga ha carecido de autoridad, de capacidad y de jurisdicción para tratarlos. Los gobiernos de la Entente no le han dejado sino asuntos de menor cuantía y han hecho de ella algo así como un juzgado de paz de la justicia internacional. Algunas cuestiones trascendentes — la la reducción de los armamentos, la reglamentación del trabajo, etc., — han sido entregadas a su dictamen y a su voto. Pero la función de la Liga en estos campos se ha circunscrito al allegamiento de materiales de estudio o a la emisión de recomendaciones que, a pesar de su prudencia y ponderación, casi ningún gobierno ha ejecutado ni oído. Un organismo dependiente de la Liga — la la Oficina Internacional del Trabajo — ha ha sancionado, por ejemplo, ciertos derechos del trabajo, la jornada de ocho horas entre otros; y, a renglón seguido, el capitalismo ha emprendido, en Alemania, en Francia y en
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otras naciones, una ardorosa campaña, ostensiblemente favorecida por el Estado, contra la jornada de ocho horas. Y la cuestión de la reducción de los armamentos, en cuyo debate la Sociedad de las Naciones no ha avanzado casi nada, fue en cambio, abordada en Washington, en una conferencia extraña e indiferente a su existencia. Con ocasión del conflicto ítalo-greco, la Sociedad de las Naciones sufrió un nuevo quebranto. Mussolini se rebeló altisonantemente contra su autoridad. Y la Liga no pudo reprimir ni moderar este ácido gesto de la política marcial e imperialista del líder de los camisas negras. Los fautores de la democracia no desesperan, sin embargo, de que la Sociedad de las Naciones adquiera la autoridad y la capacidad que le faltan. Funcionan actualmente en casi todo el mundo agrupaciones de propaganda de las finalidades de la Liga, encargadas de conseguir para ella ell a la adhesión y el respeto reales de todos los pueblos. Nitti propugna su reorganización sobre estas bases: adhesión de los Estados Unidos e incorporación de los países vencidos. Keynes mismo, que tiene ante la Sociedad de las Naciones una actitud agudamente escéptica y desconfiada, admite la posibilidad de que se transforme en un poderoso instrumento de paz. Ramsay Mac Donald, Herriot, Painlevé, Boncour, la colocan bajo su protección y su auspicio. Los corifeos de la democracia dicen que un organismo como la Liga no puede funcionar eficientemente sino después de un extenso período de experimento y a través de un lento proceso de desarrollo. Mas las razones sustantivas de la impotencia y la ineficacia actuales de la Sociedad de las Naciones no son su juventud ni su insipiencia. i nsipiencia. Proceden de la causa general de la decadencia y del desgastamiento del régimen individualista. La posición histórica de la Sociedad de las Naciones es, precisa y exactamente, la misma posición histórica de la democracia y del liberalismo. Los políticos de la democracia trabajan por una transacción, por un compromiso entre la idea conservadora y la idea revolucionaria. Y la Liga congruentemente con esta orientación, tiende a conciliar el nacionalismo del Estado burgués con el internacionalismo de la nueva humanidad. El conflicto entre nacionalismo e internacionalismo es la raíz de la decadencia del régimen individualista. La política de la burguesía es nacionalista; su economía es internacionalista. La tragedia de Europa consiste, justamente, en que renacen pasiones y estados de ánimo nacionalistas y guerreros, en los cuales encallan todos los proyectos de asistencia y de cooperación internacionales encaminados a la reconstrucción europea. Aunque adquiriese la adhesión de todos los pueblos de la civilización occidental la Sociedad de las Naciones no llenaría el rol que sus inventores y preconizadores le asignan. Dentro de ella se reproducirían los conflictos y las rivalidades inherentes a la estructura nacionalista de los Estados. La Sociedad de las Naciones juntaría a los delegados de los pueblos; pero no juntaría a los pueblos mismos. No eliminaría los contrastes y los antagonismos que los separan y los enemistan. Subsistirían, dentro de la Sociedad, las alianzas, y los pactos que agrupan a las naciones en bloques rivales. La extrema izquierda mira en la Sociedad de las Naciones una asociación de Estados burgueses, una organización internacional de la clase dominante. Mas los políticos de la democracia han logrado atraer a la Sociedad de las Naciones a los líderes del proletariado social-democrático. Alberto Thomas, el Secretario de la Oficina Internacional del Trabajo, procede de los rangos del socialismo francés. Es que la división del campo proletario en maximalismo y minimalismo tiene ante la Sociedad de las Naciones las mismas expresiones características que respecto a las otras formas e instituciones de la democracia. La ascensión del Labour Party al gobierno de Inglaterra, inyectó un poco de optimismo y de vigor en la democracia. Los adherentes de la ideología democrática, centrista, evolucionista, predijeron la bancarrota de la reacción y de las derechas. Constataron con
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entusiasmo la descomposición del Bloque Nacional francés, la crisis del fascismo italiano, la incapacidad del Directorio español y el desvanecimiento de los planes putschistas de los pangermanistas alemanes. Estos hechos pueden indicar, efectivamente, el fracaso de las derechas, el fracaso de la reacción. Y pueden anunciar un nuevo, retorno al sistema democrático y a la praxis evolucionista. Pero otros hechos más hondos, extensos y graves revelan, desde hace tiempo, que la crisis mundial es una crisis de la democracia, sus métodos y sus instituciones. Y que, a través de tanteos y de movimientos contradictorios, la organización de la sociedad se adapta lentamente a un nuevo ideal humano.
La escena contempor contemporánea ánea Editorial Minerva, Minerva, Lima – Perú Perú 1925
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T r atado de V er sal alll es FRAGMENTO 26 de junio de 1919
Los Estados Unidos de América, el Imperio Británico, Francia, Italia y el Japón, Potencias designadas en el presente Tratado como las principales Potencias aliadas y asociadas; Bélgica, Bolivia, el Brasil, China, Cuba, el Ecuador, Grecia, Guatemala, Haití, Hedjaz, Honduras, Liberia, Nicaragua, Panamá, el Perú, Polonia, Portugal, Rumania, el Estado Servio-CroataEsloveno, Siam, Checo-Eslovaquia y el Uruguay, que constituyen con las susodichas principales Potencias, las Potencias aliadas y asociadas, por una parte y Alemania, por otra parte; Considerando que a petición del Gobierno imperial alemán se concedió un armisticio a Alemania el II de noviembre de 1918 por las principales Potencias aliadas y asociadas, a fin de poder celebrar con ella un Tratado de Paz; Paz; Considerando que las Potencias aliadas y asociadas están igualmente deseosas de que la guerra a que sucesivamente fueron arrastradas, directa o indirectamente, y que tuvo su origen en la declaración de guerra dirigida e1 ,28 de julio de 1914 por Austria-Hungría a Servia, en las declaraciones de guerra dirigidas por Alemania el r de agosto de 1914 a Rusia y el 3 de agosto de 1914 a Francia, y en la invasión de Bélgica, sea reemplazada por una paz sólida, justa y duradera; Las altas Partes Contratantes han nombrado los representantes r epresentantes siguientes: [Relación de nombres] Los cuales habiendo cambiado entre si sus plenos poderes, y habiéndoles hallado en buena y debida forma, han convenido las disposiciones siguientes: A partir de la entrada en vigor del presente Tratado cesará el estado de guerra. Desde este momento, y a reserva de las disposiciones del presente Tratado, se reanudarán las relaciones oficiales de las Potencias aliadas y asociadas con Alemania o con cualesquiera de los Estados alemanes. LAS ALTAS PARTES CONTRATANTES, Considerando que para fomentar la cooperación entre las naciones y para garantirles la paz y la seguridad, importa: Aceptar ciertos compromisos de no recurrir a la l a guerra; Mantener a la luz del día relaciones internacionales, fundadas sobre la justicia y el honor; Observar rigurosamente las prescripciones del Derecho internacional, reconocidas de aquí en adelante como regla de conducta efectiva de los Gobiernos;
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Hacer que reine la justicia y respetar escrupulosamente todas las obligaciones de los tratados en las relaciones mutuas de los pueblos organizados; Adoptan el presente Pacto, que instituye i nstituye la Sociedad de las Naciones. ARTÍCULO 1° Serán miembros originarios de la Sociedad de las Naciones aquellos de los firmantes cuyos nombres figuren en el anexo al presente Pacto, así como los Estados, igualmente nombrados en el anexo, que se hayan adherido al presente Pacto sin ninguna reserva, por una declaración depositada en la Secretaría, dentro de los dos meses siguientes a la entrada en vigor del Pacto, y de la cual se hará la correspondiente notificación a los demás miembros de la Sociedad. Todo Estado, Dominio o Colonia que se gobierne libremente y que no esté designado en el anexo, podrá llegar a ser miembro de la Sociedad si se declaran en favor de su admisión dos terceras partes de la Asamblea, a condición de que de garantías efectivas de su intención sincera de observar sus compromisos internacionales y de que acepte el reglamento establecido por la Sociedad en lo que concierne a sus armamentos y fuerzas militares, navales y aéreas. Todo miembro de la Sociedad, mediante aviso dado con dos años de antelación, podrá retirarse de la Sociedad a condición de haber cumplido hasta el momento todas sus obligaciones internacionales, comprendidas las del presente Pacto. ARTÍCULO 2° La acción de la Sociedad, tal como queda definida en el presente Pacto, se ejercerá por una Asamblea y por un Consejo auxiliado por una Secretaría permanente. ARTÍCULO 3° La Asamblea se compondrá de representantes de los miembros de la Sociedad. Se reunirá en épocas fijas, y en cualquier otro momento si las circunstancias lo exigen, en el lugar de residencia de la Sociedad a cualquier otro lugar que se designe. La Asamblea entenderá de todas las cuestiones que entren en la esfera de actividad de la Sociedad o que afecten a la paz del mundo. Cada miembro de la Sociedad no podrá tener más de tres representantes en la Asamblea, y no dispondrá de más de un voto. ARTÍCULO 4° El Consejo se compondrá de representantes de los Estados Unidos de América, del Imperio Británico, de Francia, de Italia y del Japón, así como de representantes de otros cuatro miembros de la Sociedad. Estos cuatro miembros serán designados libremente por la Asamblea y en las épocas que estime convenientes. c onvenientes. Hasta la primera designación de la Asamblea, los representantes de Bélgica, del Brasil, de España y de Grecia serán miembros del Consejo. Con la aprobación de la mayoría de la Asamblea, el Consejo podrá designar otros miembros cuya representación, en lo sucesivo, sea permanente en el Consejo. Con la misma aprobación podrá aumentar el número de miembros de la Sociedad, que habrán de ser elegidos por la Asamblea para estar representados en el Consejo. El Consejo se reunirá cuando las circunstancias lo exijan, y por lo menos una vez al año, en el lugar de residencia de la Sociedad o en cualquier otro punto que se designe. El Consejo entenderá de todas las cuestiones que entren dentro de la esfera de actividad de la Sociedad o que -afecten a la paz del mundo. Todo miembro de la Sociedad que no esté representado en el Consejo, queda invitado a enviar al mismo un representante siempre que se discuta en el Consejo cualquier cuestión que le afecte particularmente.
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Cada miembro de la Sociedad representado en el Consejo dispondrá solamente de un voto y no tendrá más que un representante. ARTÍCULO 5° Salvo disposición expresa en contrario del presente pacto, las decisiones de la Asamblea o del Consejo se tomarán t omarán por unanimidad de los miembros representados en la reunión. Las cuestiones de procedimiento que se presenten en las reuniones de la Asamblea o del Consejo, inclusive la designación de las Comisiones encargadas de hacer informaciones acerca de puntos particulares, serán reguladas por la Asamblea o por el Consejo y resueltas por la mayoría de los miembros de la Sociedad representados en la reunión. La primera reunión de la Asamblea y la primera, reunión del Consejo tendrán lugar previa convocatoria del presidente de los Estados Unidos de America. America. ARTÍCULO 6° La Secretaria permanente estará establecida en el lugar de residencia de la Sociedad. Se compondrá de un secretario general y de los secretarios y personal que sean necesarios. El primer secretario general será designado en el anexo. En lo sucesivo, el secretario general será nombrado por el Consejo con la aprobación de la mayoría de la Asamblea. Los secretarios y el personal de la Secretaría serán nombrados por el secretario general con la aprobación del Consejo. El secretario general de la Sociedad es de derecho secretario general de la Asamblea y del Consejo. Los gastos de la Secretaría serán sufragados por los miembros de la Sociedad en la proporción establecida por la Oficina Oficina internacional de la Unión Postal universal. universal. ARTÍCULO 7° La residencia de la Sociedad se establecerá en Ginebra. El Consejo podrá acordar en cualquier momento establecerla en otro lugar. Los cargos de la Sociedad y de los servicios anejos a la misma, inclusive la Secretaría, serán accesibles a los hombres y a las mujeres por igual. Los representantes de los miembros de la Sociedad y sus agentes gozarán en el ejercicio de sus funciones de los privilegios e inmunidades diplomáticas. Los edificios y terrenos ocupados por la Sociedad, por sus servicios o por sus reuniones, serán inviolables. ARTÍCULO 8° Los miembros de la Sociedad reconocen que el mantenimiento de la paz exige la reducción de los armamentos nacionales al mínimum compatible con la seguridad nacional y con la ejecución de las obligaciones internacionales impuestas por una acción común. El Consejo, teniendo en cuenta la situación geográfica y las condiciones especiales de cada Estado, preparará los planes de esta reducción para su examen y decisión por los diversos Gobiernos. Estos planes deberán ser objeto de nuevo examen y revisión cada diez años, por lo menos. Una vez aceptados dichos planes por los diversos Gobiernos, no se podrá pasar del límite de los armamentos así fijado, sin el consentimiento del Consejo. Considerando que la fabricación privada de las municiones y del material de guerra presentan graves inconvenientes, los miembros de la Sociedad encargan al Consejo que adopte las medidas necesarios para evitar las lamentables consecuencias de dicha fabricación, teniendo en cuenta las necesidades de los miembros de la Sociedad, que no pueden fabricar las municiones ni el material material de guerra necesarios para su seguridad. seguridad.
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Los Miembros de la Sociedad se comprometen a cambiar entre si, de la manera más franca y más completa, toda clase de datos relativos a la escala de sus armamentos, a sus programas militares, y navales y aéreos, y a la condición de aquellas de sus industrias susceptibles de ser utilizadas para la guerra. ARTÍCULO 9° Se formará una Comisión permanente para dar su opinión al Consejo acerca de las disposiciones de los artículos 1° y 8° y, en general, respecto de las cuestiones militares, navales y aéreas. ARTÍCULO 10. Los miembros de la Sociedad se comprometen a respetar y a mantener contra toda agresión exterior la integridad territorial y la independencia política presente de todos los miembros de la Sociedad. En caso de agresión, de amenaza o de peligro de agresión, el Consejo determinará los medios para asegurar el cumplimiento de esta obligación. ARTÍCULO 11. Se declara expresamente que toda guerra o amenaza de guerra, afecte o no directamente a alguno de los miembros de la Sociedad, interesa a la Sociedad entera, la cual deberá tomar las medidas necesarias para garantizar eficazmente la paz de las naciones. En tales casos, el Secretario general convocará inmediatamente al Consejo, a petición de cualquier miembro de la Sociedad. Se declara además que todo miembro de la Sociedad tiene el derecho, a título amistoso, de llamar la atención de la Asamblea o del Consejo acerca de cualquier circunstancia que por su naturaleza pueda afectar a las relaciones internacionales y amenace, por consiguiente, turbar la paz o la buena inteligencia entre las naciones de quienes la paz depende. ARTÍCULO 12. Todos los miembros de la Sociedad convienen en que si surge entre ellos algún desacuerdo capaz de ocasionar una ruptura, lo someterán al procedimiento de arbitraje o al examen del Consejo. Convienen, además, en que en ningún caso deberán recurrir a la guerra antes de que haya transcurrido un plazo de tres meses después de la sentencia de los árbitros o del dictamen del Consejo. En todos los casos previstos en este artículo, la sentencia de los árbitros deberá ser dictada dentro de un plazo razonable, y el dictamen del Consejo deberá ser redactado dentro de los seis meses siguientes a la fecha en que se le haya encargado de resolver el desacuerdo. ARTÍCULO 13. Los miembros de la Sociedad convienen en que cada vez que surja entre ellos cualquier desacuerdo, susceptible, a su juicio, le ser resuelto por arbitraje, y que no pueda resolverse de manera satisfactoria por la vía diplomática, la cuestión será sometida íntegramente al arbitraje. Entre los desacuerdos susceptibles de ser resueltos por arbitraje se declaran comprendidos todos los relativos a la interpretación de un tratado, a cualquier punto de derecho internacional, a la realidad de cualquier hecho que, de ser comprobado, implicase la ruptura de un compromiso internacional, o a la extensión o naturaleza de la reparación debida por dicha ruptura.
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El tribunal de arbitraje, al cual habrá de someterse el asunto; será el tribunal designado por las partes o previsto en sus anteriores convenios. Los miembros de la Sociedad se comprometen a cumplir de buena fe las sentencias dictadas y a no recurrir a la guerra contra un miembro de la Sociedad que se somete a dichas sentencias. En caso de incumplimiento de la sentencia, el Consejo propondrá las medidas que hayan de asegurar el efecto de aquélla. ARTÍCULO 14. El Consejo queda encargado de preparar un proyecto de tribunal permanente de justicia internacional y de someterlo al examen de los miembros de la Sociedad. Este tribunal entenderá en todos los desacuerdos de carácter internacional que las partes sometan a su examen. Dará también informes consultivos acerca de todo desacuerdo o de todo punto cuyo examen le confíe la Asamblea o el Consejo. ARTÍCULO 15. Si surgiere entre los miembros de la Sociedad cualquier desacuerdo capaz de provocar una ruptura, y si este desacuerdo no fuere sometido al arbitraje previsto en el artículo 13, los miembros de la Sociedad convienen en someterlo al examen del Consejo. A este efecto bastará que uno de ellos de aviso al secretario general, el cual tomará las disposiciones necesarias para que se proceda a una información y a un examen completos. En el plazo más breve posible las partes deberán comunicar al secretario general la exposición de su causa con todos los hechos pertinentes y piezas justificativas. El Consejo podrá disponer la inmediata publicación de estos documentos. El Consejo se esforzará en asegurar la solución del desacuerdo, y, si lo logra, publicará, hasta donde lo crea conveniente, una exposición con el relato de los hechos, las explicaciones que éstos reclamen y los términos de la solución. Si el desacuerdo no hubiere podido ser resuelto, el Consejo redactará y publicará un dictamen, ya sea aprobado por unanimidad o por mayoría de votos, para dar a conocer las circunstancias de la cuestión y las soluciones que el Consejo recomienda como más equitativas y más apropiadas al caso. Todo miembro de la Sociedad representado en el Consejo podrá asimismo publicar una exposición de los hechos motivo del desacuerdo y sus propias conclusiones. Si el dictamen del Consejo fuere aceptado por unanimidad, sin contar para el cómputo de los votos el de los representantes de las partes, los miembros de la Sociedad se comprometen a no recurrir a la guerra contra ninguna parte que se conforme con las conclusiones del dictamen. En el caso en que el Consejo no logre que se acepte su dictamen por todos sus miembros, excepto los representantes de cualquier parte interesada en la cuestión, los miembros de la Sociedad se reservan el derecho de proceder como lo tengan por conveniente para el mantenimiento del derecho y de la justicia. Si alguna de las partes pretendiere, y el Consejo lo reconociere así, que el desacuerdo versa sobre alguna cuestión que el derecho internacional deja a la exclusiva competencia de dicha parte, el Consejo lo hará constar y no recomendará ninguna solución. El Consejo podrá en todos los casos previstos en el presente artículo llevar la cuestión ante la Asamblea. También podrá la Asamblea encargarse del examen de cualquier desacuerdo a requerimiento de cualquiera de las partes; este requerimiento deberá sea formulado dentro de los catorce días siguientes a la fecha en que la cuestión haya sido presentada al Consejo. En todo asunto sometido a la Asamblea; las disposiciones del presente artículo y del artículo 12, relativas a la acción y a los poderes del Consejo, serán igualmente aplicables a la acción y a los poderes de la Asamblea. Queda entendido que todo
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dictamen emitido por la Asamblea, con la aprobación de los representantes de los miembros de la Sociedad representados en el Consejo y de una mayoría de los demás miembros de la Sociedad, con exclusión en cada caso de llos os representantes de las partes, tendrá el mismo efecto que un dictamen del Consejo aprobado por la totalidad de sus miembros, salvo los representantes de las partes. ARTÍCULO 16. Si un miembro de la sociedad recurriere a la guerra, a pesar de los compromisos contraídos en los artículos 12, 13 o 15, se le considera ipso facto como si hubiese cometido un acto de guerra contra todos los demás miembros de la Sociedad. Estos se comprometen a romper inmediatamente toda relación comercial o financiera con los del Estado que haya quebrantado el Pacto y a hacer que cesen todas las comunicaciones financieras, comerciales o personales entre los nacionales de dicho Estado y los de cualquier otro Estado, sea no miembro de la Sociedad. En este caso, el Consejo tendrá el deber de recomendar a los diversos Gobiernos interesados los efectivos militares, navales o aéreos con que los miembros de la Sociedad han de contribuir respectivamente a las fuerzas armadas destinadas a hacer respetar los compromisos de la Sociedad. Los miembros de la Sociedad con vienen, además, en prestarse unos a otros mutuo apoyo en la aplicación de las medidas económicas y financieras que hayan de tomarse en virtud del presente articulo, para reducir al mínimum las pérdidas o los inconvenientes que puedan resultar. Se prestarán igualmente mutuo apoyo para resistir cualquier medida especial dirigida contra cualquiera de ellos por un Estado que haya infringido el pacto, y tomarán las disposiciones necesarias para facilitar el paso a través de su territorio de las fuerzas de cualquier miembro dula Sociedad que tome parte en una acción común para hacer respetar los compromisos de la Sociedad. Todo miembro que se haya hecho culpable c ulpable de haber violado alguno de los compromisos de la Sociedad podrá ser excluido de ésta. La exclusión será acordada por el voto de los demás, Miembros de la Sociedad representados en el Consejo. ARTÍCULO 17. En caso de desacuerdo entre dos Estados, ninguno de los cuales, o sólo uno de ellos, sea miembro de la Saciedad, el Estado o los Estados ajenos a la misma serán invitados a someterse a las obligaciones que se imponen a los miembros con el fin de resolver los desacuerdos en las condiciones que estime justas el Consejo. Si la invitación fuere aceptada, se aplicarán los artículos 12 al 16, inclusive, a reserva de introducir las modificaciones que el Consejo considere necesarias. Una vez hecha esta invitación, el Consejo abrirá una información; acerca de las circunstancias de la cuestión, y propondrá las medidas que estime mejores y más eficaces para el caso de que se traté. Si el Estado invitado, después denegarse aceptar las obligaciones de miembro de la Sociedad a los efectos de resolver el desacuerdo surgido, recurriere a la guerra contra un miembro de la Sociedad, le serán aplicables las disposiciones del artículo 16. Si las dos partes invitadas rehusaren aceptar las obligaciones de miembro de la Sociedad a los efectos de resolver el desacuerdo, el Consejo podrá tomar toda clase de medidas y formular cualquiera proposiciones encaminadas a evitar las hostilidades y conseguir la solución del conflicto. ARTÍCULO 18. Todo tratado o compromiso internacional que se celebre en lo sucesivo por cualquier miembro de la Sociedad, deberá ser inmediatamente registrado por la Secretaría y publicado por ella lo antes posible. Ninguno de estos tratados o compromisos internacionales será obligatorio antes de haber sido registrado.
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ARTÍCULO 19. La Asamblea podrá en cualquier tiempo invitar a los miembros de la Sociedad a que procedan a nuevo examen de los tratados que hayan dejado de ser aplicables, así como de las situaciones internacionales cuyo mantenimiento pudiera poner en peligro la paz del mundo. ARTÍCULO 20. Los miembros de la Sociedad reconocen, cada uno en lo que le atañe, que el presente Pacto deroga cualesquiera obligaciones o inteligencia inter se incompatible con sus términos, y se comprometen solemnemente a no contraer otros análogos en lo sucesivo. Si antes de su entrada en La Sociedad algún miembro hubiere asumido obligaciones incompatibles con el presente Pacto, deberá tomar inmediatamente las medidas necesarias para desligarse de tales obligaciones. ARTÍCULO 21. Los compromisos internacionales, tales como tratados de arbitraje, y las inteligencias regionales, tales como la doctrina de Monroe, que aseguran el mantenimiento de la paz, no se considerarán incompatibles con ninguna de las disposiciones del presente Pacto. ARTÍCULO 22. Los principios siguientes se aplicarán a las colonias y territorios que, a consecuencia de la guerra, hayan dejado de estar bajo la soberanía de los Estados que los gobernaban anteriormente y que estén habitados por pueblos aún no capacitados para dirigirse por sí mismos en las condiciones particularmente difíciles del mundo moderno. El bienestar y el desenvolvimiento de estos pueblos constituye una misión sagrada de civilización, y conviene incorporar al presente Pacto garantías para el cumplimiento de dicha misión. El mejor método para realizar prácticamente este principio será el de confiar la tutela de dichos pueblos a las naciones más adelantadas, que, por razón de sus recursos, de su experiencia o de su posición geográfica, se hallen en mejores condiciones de asumir a sumir esta responsabilidad y consientan en aceptarla. Estas naciones ejercerán la tutela en calidad de mandatarias y en nombre de la Sociedad. El carácter del mandato deberá diferir según el grado de desenvolvimiento del pueblo, la situación geográfica del territorio, sus condiciones económicas y demás circunstancias análogas. Ciertas comunidades que pertenecieron en otro tiempo al Imperio otomano han alcanzado un grado de desenvolvimiento tal, que su existencia como naciones independientes puede ser reconocida provisionalmente a condición de que la ayuda y los consejos de un mandatario guíen su administración hasta el momento en que sean capaces de dirigirse por si mismas. Para la elección de mandatario se tendrán en cuenta, en primer término, los deseos de dichas comodidades. El grado de desarrollo en que se hallan otros pueblos, especialmente en el África central, exige que el mandatario asuma en ellos la administración del territorio en condiciones que, juntamente con la prohibición de abusos tales como la trata de esclavos, el tráfico de armas y el alcohol, garanticen la libertad de conciencia y de religión, sin más limitaciones que las que pueda imponer el mantenimiento del orden público y de las buenas costumbres; la prohibición de instalar fortificaciones o bases militares o navales, y de dar a los indígenas instrucción militar salvo para policía y defensa del territorio, y que aseguren igualmente a los demás miembros de la Sociedad condiciones de igualdad para el intercambio y el comercio. Hay, por último, territorios, tales como el África del Sur y ciertas islas del Pacífico austral, que a consecuencia de la escasa densidad de población, de su superficie
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restringida, de su alejamiento de los centros de civilización y de su contigüidad geográfica al territorio del mandatario o por otras circunstancias, no podrían estar mejor administradas que bajo las leyes del mandatario como parte integrante de su territorio a reserva de las garantías previstas anteriormente en interés de la población indígena. En todos estos casos, el mandatario deberá enviar al Consejo una Memoria anual concerniente al territorio que tenga a su cargo. Si el grado de autoridad, de soberanía o de administración que haya de ejercer el mandatario no hubiere sido objeto de convenios anteriores entre los miembros de la Sociedad, el Consejo resolverá expresamente acerca de estos extremos. e xtremos. Una comisión permanente estará encargada de recibir y examinar las Memorias anuales de los mandatarios, y de dar al Consejo su opinión acerca de las cuestiones relativas al cumplimiento de los mandatos. ARTÍCULO 23. Con la reserva y de conformidad con las disposiciones de los convenios internacionales existentes en la actualidad o que celebren en lo sucesivo, los miembros dula Sociedad: a) Se esforzarán en asegurar y mantener condiciones de trabajo equitativas y humanitarias de los hombres, mujeres y niños, tanto en sus propios territorios, así como en todos los países a que se extiendan sus relaciones de comercio y de industria, y para este fin fundarán y conservarán las necesarias organizaciones internacionales; b) Se comprometerán a asegurar asegurar un trato equitativo de las poblaciones indígenas en los territorios sometidos a su administración c) Confiarán a la Sociedad la inspección general de la ejecución de los acuerdos relativos a la trata de mujeres y de niños, y al tráfico del opio y demás drogas perjudiciales; d) Confiarán a la Sociedad la inspección general para el comercio de armas y municiones en aquellos países en que dicha inspección sea indispensable en interés común; e) Tornarán las disposiciones necesarias para asegurar y mantener la libertad de las comunicaciones y del tránsito, así como el trato equitativo para el comercio de todos los miembros de la Sociedad, quedando entendido que deberán tomarse en cuenta las necesidades especiales de las regiones devastadas durante la guerra de 1914 a 1918; y f) Se esforzarán por adoptar medidas de orden internacional para evitar y combatir las enfermedades ARTÍCULO 24. Todas las oficinas internacionales anteriormente establecidas, quedarán colocadas, contando con el asentimiento de las partes bajo la autoridad de la Sociedad. De igual manera se procederá respecto de cualesquiera otras oficinas o comisiones que ulteriormente se creen para la resolución de asuntos de interés internacional. Para todas las cuestiones de interés internacional reguladas por convenios generales, pero no sometidas a la intervención de comisiones u oficinas internacionales, la Secretaría de la Sociedad, si las partes lo piden y el Consejo consiente en ello, deberá reunir y distribuir toda clase de datos útiles y prestar toda la ayuda que sea necesaria o conveniente. El Consejo podrá acordar que entren a formar parte de los gastos de la Secretaría los de cualquier oficina o comisión puesta bajo la autoridad de la Sociedad. ARTÍCULO 25. Los miembros de la Sociedad se comprometen a fomentar y favorecer el establecimiento y la cooperación de organizaciones voluntarias nacionales de la Cruz
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Roja debidamente autorizadas que tengan por objeto el mejoramiento de la salubridad, la defensa preventiva contra las enfermedades y el alivio de los sufrimientos del Mundo. ARTÍCULO 26. Las modificaciones del presente Pacto entrarán en vigor en cuanto sean ratificadas por los miembros de la Sociedad cuyos representantes componen el Consejo y por la mayoría de aquellos cuyos representantes forman la Asamblea. Todo miembro queda en libertad para no aceptar las modificaciones que se introduzcan en el Pacto, pero en tal caso cesará de pertenecer a la Sociedad.
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L a pri or orii dad es pone ponerr a la gente gente a tr aba abajj ar DISCURSO DE POSESIÓN COMO PRESIDENTE DE E.E.U.U. Franklin D. Roosevelt
4 de marzo de 1933
Presidente Hoover, presidente de la Corte Suprema, amigos: Hoy es un día de consagración nacional, y estoy seguro de que mis conciudadanos estadounidenses esperan que, en mi investidura a la Presidencia, me dirija a ellos con la sinceridad y la determinación que exige la actual situación de nuestro país. Este, en especial, es el momento de decir la verdad, toda la verdad, con franqueza y valor. No debemos rehuir, debemos hacer frente sin temor a la situación actual de nuestro país. Esta gran nación resistirá como lo ha hecho hasta ahora, resurgirá y prosperará. Por tanto, ante todo, permítanme asegurarles mi firme convicción de que a lo único que debemos temer es al temor mismo, a un terror indescriptible, sin causa ni justificación, que paralice los arrestos necesarios para convertir el retroceso en progreso. En toda situación adversa de la historia de nuestra nación, un gobierno franco y enérgico ha contado con la comprensión y el apoyo del pueblo, fundamentales para la victoria. Estoy convencido de que el gobierno volverá a contar con su apoyo en estos días críticos. Con dicho espíritu, por mi parte y por la de ustedes, nos enfrentamos a nuestras problemáticas comunes que, gracias a Dios, sólo entrañan cuestiones materiales. Los valores han caído hasta niveles inverosímiles, han subido los impuestos, los recursos económicos del pueblo han disminuido, el gobierno se enfrenta a una grave reducción de ingresos, los medios de pago de las corrientes mercantiles se han congelado, las hojas marchitas del sector industrial se esparcen por todas partes, los agricultores no hallan mercados para su producción, miles de familias han perdido sus ahorros de muchos años. Y lo más importante, gran cantidad de ciudadanos desempleados se enfrenta al triste problema de la subsistencia, y un número igual trabaja arduamente con escasos rendimientos. Únicamente un optimista ingenuo negaría la trágica realidad de la situación. Sin embargo, nuestras penurias no se derivan de una carencia de recursos. No sufrimos una plaga de langostas. En comparación con los peligros que nuestros antepasados vencieron gracias a su fe y a su coraje, aún tenemos mucho por lo que sentirnos agradecidos. La naturaleza continúa ofreciéndonos su exuberante abundancia, y los denuedos humanos la han multiplicado. A nuestros pies se extiende una gran riqueza; no obstante, su generosa distribución languidece a la vista de cómo se administra. Primordialmente, esto se debe a que quienes gestionan el intercambio de los bienes de la humanidad han fracasado a causa de su obstinación e incompetencia, han admitido dicho fracaso y han dimitido. Las prácticas de los cambistas poco escrupulosos comparecen en el banquillo de los acusados ante el tribunal de la opinión pública, repudiados por los corazones y por las mentes de los hombres. hombres.
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Ahora debemos devolver a ese templo sus antiguos valores. La magnitud de la recuperación depende de la medida en que apliquemos valores sociales más nobles que el mero beneficio económico. La felicidad no radica en la mera posesión de dinero; radica en la satisfacción del logro, en la emoción del esfuerzo creativo. La satisfacción y el estímulo moral del trabajo no deben volverse a olvidar en la irreflexiva persecución de beneficios fugaces. La recuperación no sólo reclama cambios en la ética. Este país exige acción, y una acción inmediata. Nuestro mayor y primordial empeño es el de poner a la gente a trabajar. No es un problema insoluble si nos enfrentamos a él con juicio y arrojo. Como política personal práctica, soy partidario de solucionar primero los problemas más acuciantes. No escatimaré esfuerzos en recomponer el mercado mundial mediante un reajuste económico internacional. No obstante, la situación de emergencia nacional no puede esperar a que esto se vea cumplido. La idea fundamental en la que se basan estas medidas específicas para la recuperación de nuestro país no se restringe sólo al ámbito nacional. Es la insistencia, como primer factor para tener en cuenta, en la interdependencia de los diferentes elementos y territorios de los Estados Unidos; el reconocimiento de la vieja, y siempre importante, manifestación del espíritu estadounidense del pionero. Es el camino hacia la l a recuperación. Es el camino inmediato. Es la l a profunda convicción de que la recuperación será perdurable. En el ámbito de la política internacional, consagraría este país a la política del buen vecino; del vecino que se respeta a sí mismo con resolución porque, al hacerlo, respeta los derechos del resto; del vecino que respeta sus compromisos y la inviolabilidad de sus acuerdos con una comunidad de vecinos mundial de la que forma parte. Si interpreto bien el ánimo de nuestro pueblo, es ahora cuando comprendemos, como nunca antes lo habíamos hecho, nuestra interdependencia; que no podemos limitarnos a tomar, t omar, sino que también debemos ofrecer. Sé que estamos preparados y dispuestos a someter nuestras vidas y nuestros bienes a dicha disciplina porque es la que hace posible un gobierno con miras a un bien mayor. Esto es lo que me propongo ofrecerles, con la promesa de que estos propósitos supremos nos hermanarán a todos, como si se tratara de un compromiso sagrado, en una unidad en el deber sólo promovida hasta la fecha en tiempos tiempos de conflictos armados. Al amparo de mi deber constitucional, estoy dispuesto a recomendar las medidas que requiera una nación abatida en medio de un mundo abatido. Con el poder que me otorga la autoridad constitucional, trataré de llevar a una rápida adopción estas medidas o aquellas otras que el Congreso elabore a partir par tir de su experiencia y su sabiduría. No obstante, en el caso de que el Congreso fracase en la adopción de uno de estos dos caminos, y en el caso de que la emergencia nacional siga siendo crítica, no eludiré el claro cumplimiento del deber al que habré de enfrentarme. Pediré al Congreso el único instrumento que queda para enfrentarse a la crisis: un amplio poder ejecutivo para librar una batalla contra la emergencia, equivalente al que se me concedería si estuviéramos siendo invadidos por un enemigo. A cambio de la confianza en mí depositada, devolveré el coraje y la entrega que requieren estos tiempos. Es lo mínimo que puedo hacer. Nos enfrentamos a los arduos días que nos depara el futuro con la cálida resolución de la unidad nacional, con la conciencia tranquila del que busca viejos e inestimables valores morales, con la clara satisfacción que produce el cumplimiento del deber por parte de ancianos y jóvenes por igual. Aspiramos a la seguridad de una vida nacional equilibrada y perdurable. No desconfiamos del futuro de la democracia fundamental. El pueblo de los Estados Unidos no ha fracasado. En su momento de necesidad nos ha transmitido el mandato de que desea una acción directa y enérgica. Ha exigido al gobierno disciplina y dirección. Me ha convertido en el actual instrumento de sus deseos. Lo acepto como si fuera un regalo. En este día inaugural, pedimos
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con humildad la bendición de Dios. ¡Que nos proteja a todos y a cada uno de nosotros! ¡Que me guíe en los días venideros!
FRANKLIN DELANO ROSSEVELT
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" Ju eve vess negro" ; el día en en que sucu sucu mbi mbió ó Wal Walll Str eet TEXTO COMPLETO Alberto Valverde
Era la época del vuelo en solitario de Lindbergh, de las ejecuciones de Sacco y Vanzetti, de los dirigibles, de la estabilidad y prosperidad de los republicanos norteamericanos. Eran también, en Europa, los tiempos de Mussolini, del nacimiento creciente de los nazis y Adolfo Hitler, o del colapso de la dictablanda de Primo de Rivera. Era, quizá, el período intermedio entre dos grandes guerras, cuando el mundo, recuperado de la primera, caminaba inevitablemente hacia la segunda con un exceso de producción industrial y agrícola, un notable aumento del comercio mundial y una lucha larvada por abrir no sólo mercados, sino fuentes de aprovisionamiento de materias primas. Pero si hay algo que recordar en estas fechas de pesimismo sobre el estado de la economía mundial ese algo es el crash o crac, del año 1929 en la bolsa de Wall Street y de la economía norteamericana, que, quizá demasiado bruscamente, acabó con el mito de la prosperidad perpetua, con la confianza en el crecimiento sin límites ni barreras y con la firme creencia de que la ciencia era capaz de solventar por sí sola cualquier obstáculo que surgiera en las metas y fines humanos. Por eso, muchos recuerdan aquellos años con temor; otros, con terror, y los restantes, si es que queda alguno, con nostalgia. Porque no hay que olvidar que si bien algunos, los menos, se suicidaron aquel jueves negro, o el martes siguiente, otros consiguieron acumular en sus manos, gracias a la bancarrota de los menos decididos o menos avispados, las enormes sumas y reservas que dieron pie a los imperios posteriores. Fue la época, en este sentido, de los Rockefeller, los Kennedy, los Morgan. Ellos, gracias a lo l o que quizá a otros faltó, falt ó, supieron evitar la imagen y triste experiencia de aquellos, los más, que no tuvieron más remedio que entonar, por las calles de Chicago, de New York o de Pretoria, el Brother, could you spare a dime? (Hermano, ¿puedes darme una perra gorda?) o bailar el Danzad, danzad, malditos. Hoy, incluso cincuenta años después, y con la perspectiva de la historia, es difícil situar donde comenzó el principio del fin. Pero hubo algunos que, sin esa perspectiva, decían ya el 5 de septiembre de 1929, dos días después de que el índice del Dow Jones alcanzara su cota máxima, que un crac terrible era inminente. Pero nadie hizo caso a Roger W. Babson, el asesor financiero de una de las firmas inversoras en el mercado, que alertó entonces del futuro inmediato. Prácticamente, el inicio del gran crac había comenzado meses antes. Alentados por la fácil obtención de crédito a precios ridículos, el mecanismo de las compras a plazo y una legislación poco clara y coherente, prácticamente todo ahorrador que se consideraba inteligente invirtió su dinero, y el que no tenía, en la Bolsa. «Todo el mundo tenía a él mismo y a su hermano metido en el mercado», recuerda hoy, con una temerosa nostalgia, Edson Gould, que a sus 79 años dirige hoy todavía una empresa norteamericana. Así se explica que, entre 1926 y finales de 1928, el industrial del Dow Jones se doblara y en sólo tres meses, los del verano de 1929, este índice subiera otro 25%. Para el 3 de septiembre, cuando alcanzó su cota máxima, estaba ya en 381 puntos. Curiosamente, la fiebre por el mercado llegó a tal extremo (bastaba desembolsar tan sólo un 10% del precio de la acción con un dinero que costaba únicamente un 10% al inversor y Página 37
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un 5% al banco que acudía al Federal Reserve Board) que muy pocos prestaron atención a las noticias sobre los indicadores económicos. Así, John Galbraight recuerda cómo, en medio del verano de 1929, los síntomas de la crisis eran alarmantes. La construcción había descendido notablemente; la inversión en nuevas viviendas se había dirigido hacía otros objetivos; los inventarios industriales continuaban creciendo, hasta llegar a triplicarse de 1928 a 1929; el consumo, consecuentemente, se reducía y pasaba de un 7,4% de incremento, entre el 27 y el 28, a un modesto 1,5%, entre el 28 y 29. A mediados de 1929, los índices públicos sobre precios y producción mostraban datos más que evidentes. La producción industrial alcanzó un récord histórico en el mes de junio y comenzó a bajar, disparada, durante julio. El empleo se incrementó en julio, pero comenzó a descender estrepitosamente semana tras semanas. Los precios al consumidor también bajaban y ya metidos en agosto, el Fed no tuvo más remedio que reforzar la tendencia deflacionista con un incremento en el tipo de interés básico (discount rate) del 5% al 6%. Pero Wall Street hizo caso omiso de las señales de alerta. El 3 de septiembre, el índice del DJ tocaba techo ignorando las medidas del Banco Central. General Electric, ATT, US Steel, etcétera, continuaban aumentando el valor de sus acciones, en un ascenso ininterrumpido de doce años seguidos, y las declaraciones de banqueros y agentes alentaban aún más a seguir esta tendencia, muchas veces creyéndose su propia jerga de que la vuelta atrás era imposible. Y llegó el día del pánico Hasta el 24 de octubre, el llamado jueves negro. Ese día, tras un mes casi entero de pequeños reajustes, el Dow Jones perdió en una sola jornada un 12% de su valor. El día anterior, el mercado había conocido momentos de ansiedad y temor, pero el hecho de que fuera una jornada en medio de tantas buenas, apenas tuvo impacto ese mismo día. A la jornada siguiente, sin embargo, todo cambió. Las órdenes de ventas inundaron las oficinas de los brokers, el pánico invadió el edificio y sus autoridades incluso llegaron a cerrar la galería de visitantes, la misma que horas antes había sido visitada por Winston Churchill, el secretario del Exchequer británico, que añes más tarde llegaría a ser primer ministro de su majestad. Durante el mediodía, una reunión de urgencia fue convocada en la oficina de Thomas W. Lamont, de Morgan & Co. Cinco banqueros asistieron, entre ellos Charles Mitchell, del National City Bank; Albert H. Wiggin, del Chase National Bank, y Seward Prosser, del Bankkers. Entre ellos totalizaban unos recursos de 6.000 millones de dólares. Horas más tarde, hacía las 4.30 de la tarde, y cuando la fiebre del mercado parecía ya incontenible, los reunidos se trasladaron a la sede central del Federal Reserve Board, de Nueva York, una de las siete filiales del banco central norteamericano. Cada uno de los asistentes, en representación de su institución, acordó inyectar cuarenta millones de dólares en el mercado para rescatar las cotizaciones e impedir la repetición del colapso que parecía amenazar a todos ellos y a la propia estabilidad del mercado. El anuncio fue hecho por Richard Whitney, uno de los vicepresidentes del Morgan, que llegó hasta la misma sala de la Bolsa y pujó por la compra de 25.000 acciones de US Steel. El mercado pegó un estirón hacia arriba, pero insuficiente para compensar unas cifras como estas: un récord histórico de 12.894.650 acciones intercambiadas, pérdidas por valor de hasta un 12%, en términos globales, Y varias oficinas de agentes arruinados, lo mismo que sus clientes. El New York Times, en un esfuerzo de imaginación o presión, recortaba la noticia a cuatro de las ocho columnas de su primera página, pero aún todavía podría informar: «El descenso más desastroso en la historia del mayor y amplio mercado de valores azotó ayer el distrito financiero (de Wall Street). En la mitad del colapso, cinco de los banqueros más influyentes se precipitaron a las oficinas del J. P. Morgan & Co. y después de una breve conferencia entre ellos filtraron que, en su opinión, la base del mercado es sólida, que el fallo del mismo se debe más a consideraciones técnicas que fundamentales y que muchas acciones se están vendiendo a precios demasiado bajos. ( ... ) La caída fue una de las más amplias de la historia del mercado ( ... ) y fue llevada a cabo por especuladores alrededor de todos los lugares del país. ( ... ) Las pérdidas
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totales son imposibles de calcular adecuadamente. No obstante, se estima que han podido totalizar totali zar miles de millones de dólares. El temor se apoderó de todos, grandes y pequeños inversores. Muchos de ellos tiraban el papel en la mitad del mercado para recoger el poco dinero que se les ofrecía...» Al día siguiente, sin embargo, aquello parecía una conspiración. El Sistema Federal de la Reserva, los cinco bancos más importantes, las firmas de agentes y pequeños inversores, funcionarios del Departamento del Tesoro, todos insistían en que la salud del mercado era buena, que nada había pasado. Hasta el propio presidente Hoover se comprometió: «La base fundamental del país, es decir, la producción y la distribución de mercancías, se encuentra en e n un estado sólido y próspero.» Las fuerzas se apaciguaron, la tranquilidad volvió al mercado y los precios incluso se recuperaron. Pero sólo durante el fin de semana. Después del jueves, el martes El lunes, la situación volvió a las mismas que el jueves. Los bancos, temerosos de una nueva repetición, comenzaron a protegerse de los agentes. Estos, de sus clientes, y éstos, de sí mismos. Ese día, la General Motors perdió casi 2.000 millones de dólares en el valor de su capital efectivo. A la jornada siguiente, el famoso martes negro, día 29 de octubre, festividad de los santos Narciso y Feliciano, el mercado estaba ya sin ningún tipo de control. A las tres horas, ocho millones de acciones habían cambiado de manos. Al cierre, el número se elevó a 16,4 millones. Esta cifra llegó a ser tan significativa que tendría que llegar la guerra de Vietnam y la inflación subsiguiente para que, cuarenta años más tarde, se sobrepasara la cantidad. Alguien quiso cerrar la Bolsa, pero los directores decidieron, de mutuo acuerdo, mantenerla abierta al costo de unas pérdidas, en sólo dos días, de 69 puntos en un Dow Jones que quedó a 230. En sólo cinco días, los pequeños inversores, los bancos y los agentes perdieron la ganancia de más de año y medio de paciente acumulación. De las consecuencias, discusiones y causas técnicas aparte, Estados Unidos y el mundo tardarían casi cinco años en recuperarse. La gran depresión había comenzado, y a qué costo. En 1933, el producto nacional neto norteamericano era, a precios constantes, un 50% inferior al de 1929, el desempleo afectaba a un 25% de la población activa y la renta per cápita era, ese mismo año, la misma que en 1908. En resumen: un salto atrás de un cuarto de siglo y un golpe psicológico cuyo recuerdo hoy todavía levanta heridas en el mundo occidental.
Texto localizable en: Diario El País. 24 de octubre de 1979
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Cu ando Cuan do se se h u n di dió ó l a econom economí ía de E stados Uni Un i dos dos:: 1929. El El " ju eve vess ne negro" gro" TEXTO COMPLETO Luis Granovsky
La década del veinte era para Estados Unidos una cierta prolongación de' la prosperidad que se había vivido desde finales del siglo XIX, época de consolidación de los grandes consorcios industriales y financieros y de la expansión político-económica de Estados Unidos en el mundo. La Primera Guerra Mundial marcó, también, la transformación del país en nación hegemónica, y la posguerra encontró a las potencias europeas dependiendo cada vez más de la buena marcha de la economía norteamericana. norteamericana. Pero también el período de la posguerra mostraba a un capitalismo necesitado de un reacomodamiento, en un equilibrio inestable en el que coadyuvaban las crisis locales de los países europeos, la presencia de la Rusia soviética, la nueva posición de Estados Unidos en el mundo y las variantes introducidas en la explotación y producción capitalista por las nuevas técnicas industriales. En 1921, en el III Congreso de la Internacional, Lenin señalaba que: «no hay razón para hablar de un restablecimiento del equilibrio después de la guerra. El mercado mundial está desorganizado. Europa tiene necesidad de los productos norteamericanos pero no puede dar a los Estados Unidos ningún equivalente. Europa está anémica. Estados Unidos, atrofiado. El cambio oro está suprimido. Las continuas e imprevistas fluctuaciones del cambio transforman la producción capitalista en una especulación desenfrenada. El mercado mundial ya no tiene equivalente general. El restablecimiento del curso oro en Europa sólo podría ser obtenido mediante el aumento de las exportaciones y la disminución de las importaciones, pero la Europa arruinada es incapaz de esta transformación. Estados Unidos se defiende a su vez de las importaciones europeas elevando las tarifas aduaneras». Agudo observador de la realidad, anticipaba algunos de los elementos que influirían decisivamente en el crack del 29. LA ECONOMIA USA EN LA DECADA DEL VEINTE Desde principios de siglo y mucho más en la posguerra, se producía una renovación tecnológica que modificaba los sistemas de trabajo y de producción, con un desarrollo incesante de las fuerzas productivas que conducía a un agudo proceso de concentración monopólica. En 1914 ya el 30 por 100 de la industria funcionaba con energía eléctrica y en 1929 lo hacía el 70 por 100; es la época del «taylorismo» en las fábricas, con crecimientos de la producción del orden del 12 por 100. 100.
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Es también el momento de la standarización, de la electrificación agraria y de la introducción de modernas maquinarias para la explotación agrícola, la organización de las oficinas administrativas, la creación de Escuelas especializadas con formación de técnicos también standarizados y los nuevos métodos de organización del trabajo. Ejemplificado por Chaplin en Tiempos Modernos, se impone un sistema basado en la rigidez que lleva, por ejemplo, a la supresión del almuerzo y la imposición del horario corrido en los talleres. Es, además, una época de paro: entre 1920 y 1929 éste oscilaba entre 1,5 Y 4 millones de norteamericanos. Pero así como los signos de la transformación económica de fines del siglo XIX habían sido la revolución agraria y la aparición de los monopolios, la década del veinte se caracteriza por la l a consolidación de los trusts y el dominio de la economía norteamericana por las famosas Doscientas Corporaciones, que a tal punto dominaban el mercado que estaban ya bloqueando su capacidad compradora. En un estudio realizado por Adolph Serie se señala que: «si comparamos los activos combinados de las 200 corporaciones no bancarias más importantes con el activo de todas las corporaciones no bancarias, su papel dominante adquiere mayor relieve. Estas compañías, 42 de ellas ferroviarias, 52 de servicios públicos y 106 industriales, cada una de ellas con un activo de más de 90 millones de dólares, tenían en conjunto, a principios de 1930, un activo de 81.074 millones de dólares. Según un cálculo cálculo basado en las cifras de impuesto impuesto sobre la renta, el activo total de todas las corporaciones no bancarias ascendía ese año a 165.000 millones de dólares. Así pues, 200 grandes compañías controlaban e1 49,2 %, o sea casi la mitad de la riqueza de todas las corporaciones no bancarias, en tanto que la otra mitad era pro piedad de más de 300.000 compañías compañías más pequeñas». Este mismo fenómeno se observa si se consideran las empresas industriales. En 1914 existían 273.000 establecimientos que agrupaban a 7 millones de obreros, y en 1929 su número Se había reducido a 207.000, aunque ocupaban a 8,2 millones de trabajadores. Pero para que este proceso de concentración sea visto en su conjunto, es inevitable referirse a la concentración de la renta: si 200 empresas controlan la mitad de la renta, 2.000 personas, sobre una población de 125.000.000, tenían posibilidad de controlar y dirigir la mitad de la industria. Alrededor de seis millones de familias (más del 21 % recibían rentas inferiores a los 1.000 dólares anuales y otras seis millones inferiores a los 1,500 dólares, es decir, que el 42,5 % del total de familias recibían sólo el 13% de la renta nacional. Inversamente, unas 36.000 familias, el 0,1%, también recibían el 13% de la renta. Finalmente se desprende que en 1929, uno de los años más ricos de Estados Unidos, el 60 por 100 de la población percibía un promedio de 2,000 dólares anuales que no era lo suficiente para satisfacer las necesidades imprescindibles de vida. En estas condiciones, se explican las grandes luchas obreras que sacudieron a Estados Unidos en esa década. Siderurgia, minería, ferrocarriles, transportes, puertos habían sido sacudidos por huelgas en demanda de mejores condiciones de trabajo. Frente a este movimiento, las grandes empresas ejecutaron una estrategia consistente en la creación de sindicatos patronales -los Company Unions, que ganaron fama organizando grupos de esquiroles durante las huelgas-; el hostigamiento violento contra los sindicatos obreros – como como la firma de una garantía por parte del trabajador, al ser contratado, de que no se afiliaría-; afiliaría -; y una elevación de los salarios como medida política, ya que éstos podían ser tirados en función de la política económica de la empresa. Esta actividad llevó a un permanente debilitamiento del sindicalismo, ayudado por la posición reformista de la A.F .L. (Federación Norteamericana del Trabajo), que había participado, junto a la burguesía, en la «gran alianza nacional» en la época de la guerra. En 1920 la A.F.L. nucleaba a casi cuatro millones de trabajadores, mientras que los sindicatos patronales apenas superaban los 350.000; nueve años más tarde éstos sumaban 184 organizaciones, con 1,2 millones de afiliados, mientras la A.F.L. no llegaba a los 2,5 millones. El crack del 29
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encontrará a los trabajadores norteamericanos con una constante caída del nivel de vida, bajos salarios y desocupación y con sus organizaciones sindicales debilitadas o incluso casi desaparecidas, como la legendaria I.W.W. A su vez, la economía norteamericana se ligaba cada vez más a la europea, que, en una crisis permanente desde la posguerra, se debatía en cada vez mayores convulsiones políticas, sociales y monetarias. La miseria, el paro, la inflación eran la característica de la Europa de los años veinte, enmarcadas en un capitalismo que, como señalábamos, no terminaba de reacomodarse. La transformación de Estados Unidos en país hegemónico en todos los aspectos tuvo dos efectos dramáticos para Europa: por un lado, al cerrar sus aduanas, Estados Unidos no permitía a sus deudores europeos lograr los dólares necesarios para pagar préstamos y relanzar sus economías; y por otro, la Banca privada y el Gobierno norteamericano no cesaban de emitir préstamos -ocho mil millones de dólares entre 1921 y 1927- e invertir en Europa, pero con una rápida repatriación de capitales, Ambos elementos, más la crisis propia del capitalismo en Europa, confluirán para promover las devaluaciones y las convulsiones monetarias, que a su vez significaban inflaciones galopantes. A partir de 1927, el patrón-oro y las devaluaciones lograron estabilizar la situación, pero así como el .dólar-gap» se hace crónico, también lo empiezan a ser enormes masas de capitales que se invierten en operaciones financieras y bursátiles con beneficios a cono plazo y que obviamente se invierten en países seguros. ¿País seguro? En esa situación sólo Estados Unidos 10 era. Su producción alcanzaba el 45% de la mundial y sus inversiones el 12,5% del total en el mundo. La inversión en Estados Unidos comenzó a ser la meta de gran parte de los capitales europeos: la Bolsa de Nueva York, Wall Street, los acogía con beneplácito, con el mismo beneplácito con que se acogían los millones de dólares provenientes de pequeños y medianos ahorristas que pretendían, tras la especulación bursátil, salir de la crisis en que los estaba sumiendo la economía norteamericana. LA GRAN SACUDIDA DE OCTUBRE La euforia por el crecimiento económico norteamericano se trasladó también a capas medias de la población, que, educadas en el individualismo del self-made-man, tenían, sin embargo, cada vez menos posibilidades de prosperidad. La crisis estructural del sistema se ocultaba tras la existencia de grandes cantidades de dinero: di nero: gran parte de él, a partir de 1927, iba a parar a la Bolsa. Según estudios realizados posteriormente, más de un millón y medio de personas participaban en las especulaciones bursátiles, bursátiles, aun cuando comenzó a notarse que el precio precio de los papeles no tenía ya ninguna relación con su valor real. La fiebre competitiva por descubrir primero cuáles acciones había que comprar ayudó a producir algunas de las páginas más brillantes de la literatura norteamericana: aparentemente, todo el mundo participaba de esa fiebre --comerciantes, profesionales, pequeños industriales y aun empleados- dedicados a comprar acciones y a esperar que subiesen de precio. Pocos, muy pocos, se mostraban preocupados por algunos síntomas de desajuste que aparecían en la economía norteamericana: caía la producción (particularmente la metal-siderúrgica). La construcción estaba en crisis, las cosechas habían sido malas; mientras que en todo el mundo aumentaban considerablemente los precios de las materias primas. primas. Wall Street, en cambio, se había transformado en una calle popular. Para comprar acciones, los créditos se obtenían fácilmente, aunque provocando otro tipo de especulación y mercado negro de capitales: el agente tomaba los títulos comprados como prenda; obtenía dinero de los bancos que lo prestaban al 12% de interés; y éstos a su vez lo obtenían de la Reserva Federal que a la Banca se lo cedía a sólo el 5%. Hasta que a principios de octubre de 1929 las acciones comenzaron a declinar y ya el día 15 caían a un promedio de entre el 15 y 49% por acción. La retracción comenzó a acentuarse
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y sólo había oferta de acciones, pero no de dinero; hasta que el jueves 24 afloraron las causas estructurales del sistema, y Wall Street y, sobre todo, los pequeños ahorristas, comenzaron a pagarla. Comenzaron, porque la crisis la pagaría todo el mundo. Ya en la tarde de ese día las escenas de pánico y de histeria comenzaron a ser frecuentes entre las casi treinta mil personas que se apiñaban en Wall Street. Algunas grandes corporaciones -Rockefeller, United States Steel, Ford, General Motors, Banca Morgan- tratarán de detener la caída infundiendo confianza en el mercado, comprando acciones por encima de su valor mientras anunciaban un descenso en el precio de sus productos para estimular las ventas. Pero ya era tarde y lo único que consiguieron fue que algunos pequeños ahorristas salvaran parte de su dinero y que, como los grandes financistas seguían comprando, agudizar el proceso de concentración de la riqueza. En el término de días, Nueva York, y todo Estados Unidos -Europa pretendía mantenerse al margen de lo que ocurría-, sufrieron sufrieron una ola de suicidios, suicidios, cierre de bancos, bancos, descubrimiento de fraudes fraudes de todo tipo, venta (o casi regalo) de empresas quebradas, cierre de comercios: y era sólo el comienzo. Algunas de las causas de la crisis -ya que poco importa el momento de su desencadenamiento- han sido vistas. Como, por ejemplo, la mala distribución del ingreso, con una pauperización disimulada por la abundancia de circulante y una rápida acumulación monetaria en la cúspide de la burguesía norteamericana, mientras el sistema no poseía respuestas para mantener el nivel de vida de las capas medias. A su vez, la deficiente estructura de las grandes empresas norteamericanas, que, como se indicaba más arriba, frenaban la economía de competencia para un sistema que aún dependía de ella; hecho que en los primeros meses de 1929 produjo una retracción en las inversiones que llevó a un rápido proceso deflacionario, del cual la Bolsa fue un reflejo inmediato y fiel. Otra de las causas, y que sería una de las que más directamente afectaría a Europa, fue la anormal situación en que estaba el comercio exterior norteamericano y, más ampliamente, el papel de la economía norteamericana en el resto del mundo. Por un lado, Estados Unidos había ido asumiendo el papel de principal fuente de créditos a nivel ni vel internacional y de principal inversor directo. Sólo en 1928 el superávit de la balanza comercial norteamericana había sido de 1.000 millones de dólares, y éste era el segundo factor: de resultas de ambos, ser el principal vendedor y el primer acreedor, se llegó a un punto en el que las ventas norteamericanas cayeron en todo el mundo, justo cuando al mismo tiempo el mercado interno se sobresaturaba y perdía capacidad adquisitiva. Esta era una tendencia que se manifestaba desde hacía años, pero que adquirió gravedad en gran medida gracias a los restantes factores vistos, incluso merced al avance tecnológico en el que Estados Unidos aventajaba ya bastante al resto del mundo. Finalmente, cabe destacar una responsabilidad directa en la crisis – y en particular a su espectacularidad- a la caótica, aunque floreciente, situación de la Banca norteamericana. Floreciente en cuanto albergaba esas ingentes sumas monetarias provenientes de los mercados interno y externo, pero caótica porque, además de ser uno de los pocos sectores que aún resistía el proceso de concentración monopólica, cada entidad funcionaba autónomamente sin ningún tipo de vinculación de servicios, lo que ocasionaba, entre otras cosas, una desenfrenada puja y un permanente traspaso de capitales en función de las ofertas. El crack de la organización bancaria fue anterior y determinante del crack bolsístico; en los primeros seis meses de 1929, declararon iliquidez de pago 346 bancos banc os en todo el país, afectando a más de 115 millones de dólares en depósito. Después de octubre de ese año, y sobre todo con la posterior depresión, los cierres de bancos fueron habituales y las corporaciones bancarias terminaron dominando el mercado e imponiendo en él sus condiciones. Pero también jugó un papel determinante el hecho de que el capitalismo había agotado una etapa de crecimiento y no tenía aún una opción ideológica para su reemplazo, como no la tenía para enfrentar la crisis. El laissez-faire y el típico liberalismo de entonces cayeron tan violentamente como las acciones de Wall Street, dejando a la gran burguesía norteamericana carente de óptica, como no la había tenido durante los años del optimismo y la euforia para articular sus propios mecanismos de defensa. Ni esa burguesía ni el Estado tenían preparación para enfrentar la crisis; y aún más, ésta fue inicialmente tomada como una depresión coyuntural: haría falta el costo social de la crisis y la aparición de una alternativa política-económica para
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que aquélla fuese considerada como tal. Ya nunca más la vida en Estados Unidos sería como antes del crack; desaparecerán las posibilidades de ascenso individual de granjeros, comerciantes o industriales y la pequeña burguesía se transformará en asalariada con un muy alto poder adquisitivo. Y por sobre todo, quedaría claro la necesidad del intervencionismo del Estado como organizador, corrector y moderador del sistema capitalista, justamente en la etapa en que éste asume un carácter monopólico de tal magnitud que necesita, al mismo tiempo, el dominio y la utilización del Estado en su conjunto. Durante casi una década Estados Unidos – su su pueblo trabajador, especialmente – pagarían las consecuencias de la crisis, de la que se comenzaría a salir a través del New Dea1 y gracias a la carrera armamentista y la Segunda Guerra Mundial. También Europa saldrá adelante finalmente, aunque su coste se exprese en la multiplicación de las autocracias (Portugal, Alemania, Italia, etcétera) y en la radicalización de los conflictos socio-políticos. El NEW DEAL EN MARCHA A partir de 1929, a medida que la depresión avanzaba, y pese a los discursos en contra de republicanos y demócratas, el Estado fue paulatinamente tomando intervención en la economía norteamericana, que se instaurarla legalmente con el New Deal. La contracción que siguió al crack de octubre nunca había sido registrada en Estados Unidos. En 1932 la renta nacional era de 40.000 millones de dólares contra los 81.000 millones a que ascendía en 1929. Todos los precios y acciones habían bajado estrepitosamente y el paro superaba los 10 millones de desempleados mientras que los salarios habían perdido, en sólo cuatro años, el 43% de su poder adquisitivo. En 1932, también, la venta total agrícola había descendido a 5.500 millones de dólares contra los 15.500 que significaba en 1929 y el algodón se vendía a 0,06 dólares la libra contra los 0,16 de cuatro años antes. Ya pocos meses después de la iniciación de la crisis comenzaron a aparecer dos tendencias en Estados Unidos: por un lado quienes sostenían que el Estado debía asumir la responsabilidad ante la incapacidad de los capitalistas para resolver la crisis; y quienes se oponían a la intervención, confundiendo la delimitación ideológica de lo político y lo económico con la no-intervención. En las elecciones de 1932 se mostró como el más ferviente defensor del liberalismo el hombre que menos lo aplicó: el candidato demócrata, Franklin Delano Rooseveh, que obtuvo 22.800.000 votos contra 15.700.000 del republicano Hoover. En esencia, el New Deal consistió en establecer vigilancia sobre los bancos y mercados financieros, otorgar ayuda a los agricultores, ejercer la regulación de la prodUCción y promulgar una nueva legislación de seguridad social, haciendo que el Estado desencadene una ola de inversiones no productivas – es es decir, aquéllas que no competían con el capital monopolista- que permitían mitigar la desocupación y aumentar la demanda global. Desde el punto de vista práctico, las medidas tomadas por Roosevelt fueron controlar bajo supervisión federal a los bancos; créditos para reequiparlos; declaración de la moneda inconvertible y traspaso del oro al Estado que lo abolió como patrón a favor de la moneda emitida por el Gobierno federal; a través de la Comisión de Valores e Intercambio comenzaron a ejercerse ciertos controles sobre las transacciones; se extendió el crédito a empresas y sociedades en peligro de quiebra y a particulares que estaban a punto de perder sus viviendas por las hipotecas; se promulgó la Ley de Ajustes Agrícolas y se establecieron subsidios a agricultor.es para controlar la producción; se creó el Cuerpo Civil de Conservación, que pretendía dar trabajo a 250.000 personas; se promulgó la l a Ley de Seguro Social que establecía seguros contra el desempleo, la vejez y la invalidez; y se estimuló a los Estados a tomar medidas contra la desocupación. Además, y esta fue la más demostrativa del New Deal, se promulgó la Ley Nacional de Recuperación Industrial, que autorizó aut orizó al Gobierno a invertir más de 3.000 millones de dólares en obras públicas, a fin de disminuir la desocupación. Pero esa Ley mencionada originó la más fuerte de las reacciones de los monopolios contra Roosevelt. No sólo para imponer que el Estado interviniese en inversiones no
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productivas, es decir, que no compitiese con ello, sino porque en su cláusula 7ª reconocía a los obreros el derecho a sindicarse y negociar colectivamente los convenios laborales. Esto dio un nuevo impulso al sindicalismo, expresado en masivas afiliaciones a los sindicatos, pero sin que estos dejasen de estar dirigidos por burócratas ligados a las empresas y al Estado. La intransigencia de las empresas y el intervencionismo del Gobierno impidió cualquier transformación de los sindicatos norteamericanos en organismos reivindicativos y condujo, finalmente, a que el New Deal tuviese que ser aceptado como inevitable por el conjunto de los trabajadores, que poco ganaban con él. Roosevelt continuaba produciendo su reforma social del capitalismo liberal cuando Keynes, en su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero , publicada en 1936, le da contenio teórico: «El Estado tendrá que ejercer una Influencia orientadora sobre la propensión a consumir, a través del sistema impositivo, fijando la tasa de Interés y, quizá, por otros medios. Por otra parte no parece probable que la influencia de la política bancaria sobre la tasa de interés sea suficiente por sí misma para determinar otra tasa de inversión óptima. Creo, por lo tanto, que una socialización bastante completa de las inversiones será el único medio de aproximarse a la plena ocupación; aunque esto no necesita excluir forma, transacción o medio por los cuales la autoridad pública coopere con la iniciativa privada. Pero, fuera de esto, no se aboga francamente por un sistema de socialismo de Estado que abarque la mayor parte de la vida económica de la sociedad. No es la propiedad de los medios de producción la que conviene que el Estado asuma. Si éste es capaz de determinar el monto global de los recursos destinados a aumentar esos medios y la tasa básica de remuneración de quienes lo poseen, habrá realizado todo t odo lo que le corresponde. Además, las medidas indispensables de socialización pueden Introducirse gradualmente sin necesidad de romper con las tradiciones generales de la sociedad». El New Deal era la aplicación de las teorías keynesianas casi al pie de la letra. Como hemos descrito, una copiosa legislación normalizaba las actividades económicas norteamericanas, regulándolas, orientándolas y refiriéndolas al interés superior de los monopolios bajo la batuta del Estado. También significó un avance desde el punto de vista de las libertades individuales y los derechos sociales: salarios mínimos, jornadas máximas de trabajo, seguro de desempleo, préstamos para viviendas, mayores libertades sindicales; combinando un Estado permisivo con los altos costes de la crisis que ese mismo Estado había provocado y tolerado. La brutal pauperización que siguió al crack del 29 originó también respuestas obreras esporádicas y aisladas, ya que la l a A.F.L. seguía dominada por dirigentes ligados al Gobierno. Las huelgas «salvajes» se multiplicaban por todo el país, junto con los cierres de empresas y una creciente desocupación -treinta millones de personas en el mundo occidental en 1932, según la Oficina Internacional del trabajo-, combinada con la degradación económica. En el período 1929-1932 la producción industrial había caído en un 36,2% y Estado Unidos redujo su participación en la producción industrial mundial del 44,8% al 34,4%. Largas colas de desocupados en busca de un plato de comida comenzaron a caracterizar a una sociedad que hasta pocos meses antes vivía la euforia de la abundancia, con el agravante de que se debieron campear tres años de pésimas cosechas debido a graves sequías. Todavía en 1937, al asumir su segunda Presidencia, Roosevelt debía declarar: « ... Pero he aquí el desafío a nuestra democracia: en esta nación veo a millones de sus ciudadanos, una parte considerable de su población, que en este momento han sido privados de gran parte de lo que los ínfimos niveles actuales consideran los requisitos de vida... ».
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Recién en 19381a producción norteamericana alcanzará los niveles de 1929, pero ya para entonces se está en los umbrales de una economía de guerra, ya desde entonces la industria armamentística tendría una importancia determinante en la economía norteamericana que sigue teniendo aún hoy. Fenómeno que era patente también en Europa, en la que el desarrollo y desenlace de la crisis tuvo algunas características distintas, pero igual nivel de contundencia. EUROPA EN CRISIS Si bien las repercusiones de la crisis se hicieron sentir en toda Europa --con la sola excepción de la URSS, que gracias a su marginamiento del mundo capitalista podía evitar que las convulsiones del mercado mundial afectaran su aparato productivo-, sus efectos fueron disimiles para cada país, dependiendo entre otras cosas de su grado de desarrollo. Si hay coincidencia en señalar que el punto máximo de la crisis lo vivió Europa en 1932: España, como veremos, sería un año más tarde. Junto a Estados Unidos, Alemania fue el país al que más afectó la depresión económica mundial. Tenía en 1932 tenía un índice de producción de153,8 en relación al 100 de 1929; y ya para entonces «disfrutaba» de seis millones de parados. Alemania tenía una profunda dependencia de los créditos extranjeros, particularmente norteamericanos, y su corte precipitó una crisis financiera sin precedentes, con hundimiento de los valores de la Bolsa, desaparición de las reservas, cierre de bancos que incluyen, en 1931 , el quiebra miento del Darmstadter und Nationalbank. Junto a estos indicadores, el caso alemán representa también el que más acusó la quiebra de sus estructuras políticas, comenzando por el fin de la República de Weimar y el ascenso del nazismo, que en las elecciones de julio de 1932 había alcanzado más de 13 millones de votos. Probadas ya algunas medidas clásicas antes de la subida de Hitler al poder (proceso deflacionario, congelamiento de las inversiones públicas, etc.), este logra resolver algunas de las expresiones de la crisis mediante el desarrollo de la industria armamentística y la expansión militar. Similar remedio empleó el gobierno japonés cuya economía, aunque también muy dependiente de la norteamericana, había sufrido en menor proporción el sacudón de octubre: las devaluaciones, la contención del gasto y la potenciación de la economía de guerra lograron que hacia 1936 se recuperaran los índices í ndices de 1929. En Francia e Inglaterra, en cambio, los efectos fueron menores y, en el país galo, demoraron aún más en hacerse sentir. En el caso inglés, la principal afectación correspondió al comercio internacional, piedra angular de la economía británica, ya que las exportaciones se redujeron a casi la mitad, en función de la crisis que afectaba al resto de los l os mercados. Hubo también una retracción en la actividad industrial, con un agravamiento del paro – tres millones en 1933- y una menor demanda de consumo, pero eran sólo un agravamiento de tendencias ya manifestadas antes de 1929. El remedio inglés consistió en un abandono del librecambio, un fuerte intervencionismo del Estado -siguiendo los moldes de Keynes- y una brusca devaluación de la libra para mitigar los efectos de la debacle en las exportaciones, junto al abandono del patrón oro, También en Inglaterra la derecha ganaba posiciones, y en las elecciones de 1931 los conservadores conservadores literalmente barrieron a los laboristas: laboristas: 472 escaños contra contra sólo 46. También en Francia las exportaciones sufrieron un gran deterioro, pero su economía nunca llegó a alcanzar los niveles de descenso de la actividad industrial y de paro de los otros países desarrollados. Recién en 1935 los efectos se hacen notorios y se expresan en la victoria del Frente Popular en las elecciones del año siguiente. En este caso, el intervencionismo del Estado respondió a las tendencias socialistas del Frente y la ley imponiendo la semana laboral de 40 horas, además de acallar buena parte de las protestas obreras, permitió disminuir la cifra de parados. Los otros dos países europeos seriamente afectados por la depresión fueron Austria y Checoslovaquia, este último el único industrializado de la zona oriental. En el primero hubo
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cierta similitud con el caso alemán, con la quiebra de bancos y entidades financieras y un profundo agravamiento del paro y la inflación. Checoslovaquia llegó a perder casi todos sus mercados externos y a tener un 20% de su población activa en paro, a lo cual debió sumar la brutal caída de los precios agrícolas, lo cual incidía en una menor demanda campesina y la retracción del mercado interno: el descenso de la producción industrial alcanzó así los bajos niveles de los países industrializados. A partir de las distintas realidades sobre las cuales actuó la crisis, también distintas fueron las respuestas de los Gobiernos, pero entre los elementos comunes es necesario señalar las devaluaciones el abandono del patrón oro y un cada vez mayor intervencionismo del Estado en la regulación económica del país. De la misma manera, aunque los avances nacionalistas fueron comunes, los historiadores coinciden en señalar que si la crisis no fue la única causa del crecimiento de los regímenes autocráticos, si sirvió como desencadenante y catalizador y que en algunos casos, el nazismo en particular, fue utilizada y aprovechados sus efectos, dando respuesta a una clase obrera sin alternativa y sumida en la miseria por los regímenes liberales clásicos. ESPAÑA, UN CASO APARTE Tampoco en el caso español hay unanimidad en los estudiosos del tema sobre el real alcance de los efectos de la depresión mundial en la economía española, aunque todos afirman que 1933 fue el año cumbre de la crisis en nuestro país. La República había heredado serios problemas de la dictadura di ctadura primorriverista, entre los que figuraban una Deuda pública de más de 20.000 millones de pesetas, la devaluación natural de la peseta en los mercados internacionales y la suspensión de numerosas obras públicas en un intento de relanzar una política deflacionista, que lo único que consiguió fue aumentar las cifras de parados. En todo caso, a los problemas estructurales de la economía española, la República debió enfrentarse a la crisis mundial devenida después de 1929. Uno de los sectores que más sufrió la crisis fue el del comercio exterior, ya que aumentaron las importaciones de materias primas, productos químicos, manufacturas y maquinarias, mientras decaían las exportaciones, particularmente las de productos agrícolas. También en el plano bursátil los valores habían tenido franco retroceso entre 1930 y 1932, comenzando su recuperación a partir de 1933. En cambio, España no atravesó con igual intensidad que otros países europeos la crisis: las caídas de precios fueron leves; las entonces claves industriales textil y metalúrgica lograron mantener sus cuotas de producción; y los depósitos bancarios y de ahorro sólo sufren una merma en 1933. Comenzada en 1931, la depresión de la industria española también alcanza su cota máxima en 1933. Sin embargo, y ahí reside una de las diferencias con el resto de los países afectados por la crisis, ya en 1935 España había logrado recuperar el nivel de producción de 1929, sin aplicar el New Deal norteamericano. Entre el cúmulo de medidas tomadas por los Gobiernos republicanos para enfrentar la situación, conviene recordar la ley de ordenación bancaria, de 1931, que otorgaba al Estado intervención directa en el Banco de España y le permitía regular el tipo de descuento; y la ley de impuestos sobre la renta, en 1932, que daba a la Administración una nueva fuente de ingresos provenientes de los impuestos sobre las personas físicas, físicas, establecidos progresivamente. Pero a pesar de esta menor influencia de la crisis -ayudada por años consecutivos de buenas cosechas- ésta repercutió permanentemente en el plano político y las elecciones de 1933 y 1936 son un buen ejemplo de ello. Cincuenta años después de aquellas jornadas de octubre de 1929, aún subsisten polémicas sobre el porqué del desencadenamiento de la crisis y el porqué ésta afectó tan brutalmente a casi todos los países desarrollados y aun a los principales productores de materias primas.
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El agotamiento del modelo desarrollado por el capitalismo norteamericano implicaba su reemplazo en base a nuevas fórmulas de dominio del Estado por los monopolios y de participación de ambos en la economía mundial y la caída de aquel modelo arrastró a las economías más débiles o a las más dependientes de la norteamericana. Con un coste alto. Parte de ese coste fue permitir el ascenso del nazismo en Alemania y prepararse para solucionar la crisis a través de la guerra. Guerra que fue la última consecuencia lejana del crack, que más allá de la Bolsa de Nueva York, afectó a toda la estructura del capitalismo mundial.
Texto completo localizable en: http://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/25040/3/THV~N59~P78-89.pdf
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L a Gran De Depre pressi ón A me merr i ca can. n. I nf l ue uencia ncia en en el de dessarr oll o de l a f oto otogr graf af ía soci social al FRAGMENTO Iñigo Sarriugarte Gómez
Generalmente, se señala como inicio de la Gran Depresión el 24 de octubre de 1929 (Jueves Negro), con el desplome de la bolsa de Nueva York y la pérdida vertiginosa del valor de las acciones allí cotizadas. Este crack bursátil motivó una fatídica reacción en cadena en el sistema financiero, con numerosos bancos que empezaron a tener problemas de solvencia y de liquidez, acentuándose la desconfianza hacia estos a la hora de rembolsar a los depositantes. Para 1932, miles de bancos y más de 100.000 sociedades mercantiles habían quebrado. La producción industrial se redujo a la mitad, el ingreso agrícola decayó en más de un 50%, los salarios bajaron un 60%, la inversión nueva se redujo un 90%, y uno de cada cuatro trabajadores quedó desempleado. Este colapso económico económico supuso el inicio de una gran depresión a escala escala mundial, que llevó a la bancarrota a los productores de materias primas, provocó el estallido de guerras comerciales y la desintegración del sistema bancario. Las medidas puestas en marcha por el presidente republicano Herbert Hoover todavía incentivaron más la crisis al establecer un intervencionismo agresivo para controlar los precios, especialmente en el campo de la agricultura, impidiendo la recuperación de la economía. El control de precios conllevó la reducción del beneficio empresarial, produciendo la quiebra de muchos negocios y el aumento del desempleo. La población norteamericana empezó a perder la confianza en Hoover, por este motivo, en las elecciones de 1932, sufrió una severa derrota frente al demócrata Franklin Delano Roosevelt, quien prometió un Nuevo Trato para el pueblo estadounidense. El paquete de medidas económicas y sociales de la Administración de Roosevelt, conocido como el New Deal, a menudo considerado como la solución ante la Gran Depresión, tampoco reactivó la economía, que volvió a entrar en una profunda crisis en 1937, aunque llegó a gozar de una gran popularidad. El New Deal tuvo dos dos objetivos principales: 1. la reactivación de la economía por vía del consumo y la inversión 2. el establecimiento de controles bancarios más estrictos para evitar que se pudiera provocar otro crack bursátil bursátil en el futuro. Algunas de las principales propuestas del New Deal4 fueron las l as siguientes: 1. Agricultural Adjustment Act (AAA): marca un nuevo impuesto a la actividad agrícola y entre otras cosas establece que el gobierno pague a los granjeros para que quemen sus cosechas y eliminen el ganado que no podían vender. El gobierno llegó a pagar a los agricultores para que no trabajaran, con la idea de que no aumentara la oferta de productos agrícolas y que, de esta manera, los precios pudieran empezar a subir. subir. 2. Tennesee Valley Authority (TVA): construcción de una red de represas en el área del Río Tennessee, en la región suroriental de los Estados Unidos, con la
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intención de generar electricidad, controlar las inundaciones y producir fertilizante. 3. National Industrial Recovery Act (NIRA): obliga a la mayoría de las industrias manufactureras a formar cárteles dirigidos por el gobierno, tomando la economía americana un sesgo nacional-corporativista. Se acortaron las jornadas de trabajo con la intención de emplear a más personas, se elevaron los salarios y se impusieron nuevos costos a los empresarios. 4. Civil Works Administration (CWA): pretende acabar con el desempleo, para ello se contrató a toda clase de trabajadores para realizar tareas como ofrecer espectáculos públicos, organizar archivos, etc. Si bien su labor en actividades como la limpieza de bosques o la reparación de carreteras fue extraordinaria, la CWA no sirvió para reintegrar a los trabajadores en el sector privado ni para estimular la economía. 5. Otras medidas: Civilian Conservation Corps (CCC) pone a hombres jóvenes a trabajar en programas de reforestación y control de inundaciones. Por otra parte, la Ley Wagner de Relaciones Laborales proscribió las prácticas patronales injustas y protegió el derecho de los trabajadores a la negociación colectiva. También, destaca Works Progress Administration (WPA), realizando medidas más efectivas. Fue financiada por impuestos reunidos por el gobierno federal, creándose millones de empleos al emprender la construcción de carreteras, puentes, aeropuertos, hospitales, hospitales, parques y edificios públicos. públicos. Entre los años 1932 y 1938, gran parte de la agricultura estadounidense del sur y medio oeste fue asolada por una extrema sequía. Todo esto conllevó que la comunidad rural se viera en unas condiciones de extrema pobreza y miseria. La emigración hacia zonas más prosperas fue la única posibilidad de supervivencia, por eso, en 1935, como parte del New Deal, el Presidente Roosevelt aprobó un programa propuesto por Rexford Guy Tugwell que con el nombre de "Ressetlement Administration" se proponía reasentar a la población de las zonas afectadas. La responsabilidad básica de esta Agencia Federal incluía préstamos de bajo interés para granjeros pobres, que les posibilitara dejar sus pequeños o marginales terrenos y volverse propietarios de tierras más productivas. Se trasladó a familias de las ciudades donde la economía no las podía mantener y se las instaló en granjas comunales y villas rurales bien ordenadas, donde pudieran sostenerse por sí mismas. También, se ocupó de la renovación del suelo a través de la reforestación y de otorgar subvenciones para trabajadores de granjas. A finales de los años 30, el movimiento migratorio abarcó a un millón de personas. El Departamento de Agricultura absorbió esta administración a principios de 1937 y le dio otro estatus legal y un nuevo nombre: "Farm Security Administration" (FSA). Este organismo contrató a una serie de fotógrafos con el propósito de documentar aquellas zonas del país más castigadas por la crisis económica. Esta trágica situación nacional, que vivió los Estados Unidos, permitió un importante desarrollo de la fotografía de tipo social, de la mano de profesionales como Walker Evans, Dorothea Lange, Russell Lee, Ben Shahn y Arthur Rothstein, entre otros. Los programas del Nuevo Trato de Roosevelt no pusieron fin a la Depresión. Aunque la economía mejoró como resulta- do de este programa de intervención gubernamental, la recuperación total finalmente llegó cuando Estados Unidos reforzó sus sistemas de defensa antes de entrar en la Segunda Guerra Mundial. Este reforza- miento, emprendido para ayudar a los exiliados de la nación en su batalla contra la agresión, absorbió el excedente de mano de obra, incorporándolo a las industrias de guerra y a las fuerzas armadas. Texto completo localizable en: De Arte, 9, 2010, pp. 171-174 ISSN: 1696-0319
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Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado La gran depresión depresión de 1929 Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y docencia
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