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Bushido, el código de honor Sus armas y técnicas de combate Los 47 ronin Vida cotidiana en Edo 8 samuráis de leyenda Occidentales en el País del Sol Naciente Los valores estéticos japoneses DOSSIER
ESPLENDOR Y CAÍDA DEL CABALLERO NIPÓN (1180-1877)
Samuráis LOS GUERREROS INVENCIBLES
O N E O F A K I N D.*
*Único.
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ENERO 2016 EN ESTE NÚMERO:
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El bushido, un estricto código de conducta que exigía lealtad y exaltaba el honor, regía el comportamiento de los samuráis hasta la muerte. Pág. 12
Presentación: El alma milenaria del Japón PÁG.
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El camino del samurái PÁG.
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Guardianes del Sol Naciente
Durante siete siglos, estos aristocráticos guerreros (debajo, ilustración de sus armas y defensas) gobernaron Japón, como relata nuestro dossier. Pág. 47
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Europeos y japoneses
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La venganza de los 47 ronin
ALAMY
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Visual: Retratos del período Edo PÁG.
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DOSSIER
Esplendor y caída del samurái Desde la Guerra Genpei, en el siglo XII, a su declive y desaparición en el siglo XIX, los caballeros nipones protagonizaron la Historia de Japón.
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Fortalezas niponas: el refugio del guerrero PÁG. AQUILE
El 21 de octubre de 1600, los samuráis lucharon en Sekigahara por la conquista del poder (simbolizado por castillos como el de Fushimi, arriba). Pág. 74
Vida cotidiana en la capital del shogunato PÁG.
Samuráis: entre el mito y la Historia
¿S
NINES MÍNGUEZ
abías que los integrantes de esta casta guerrera nipona portaban un abanico de hierro (o tessen) que manejaban como arma defensiva cuando se veían obligados a separarse de sus espadas? ¿Y que en este régimen feudal japonés, cuyos protagonistas absolutos fueron los varones, un 35% de los combatientes que participaban en las batallas eran mujeres (las llamadas onna bugeisha)? La figura del samurái, con su estricto código de honor, vistosas armas y armaduras, ritos y sentido de la belleza, nos ha resultado siempre exótica y atractiva. Pero, en realidad, es muy poco lo que sabemos de estos guerreros del Sol Naciente que gobernaron en el archipiélago nipón entre los siglos XII y XIX. MUY HISTORIA se adentra en la apasionante crónica de estos siglos en que los samuráis regían el destino de los japoneses entre tradiciones inquebrantables, heroicas batallas, conductas honrosas y gustos artísticos exquisitos. Y resulta fascinante la extraña mezcla de elegancia, austeridad y delicadeza que impregna desde la arquitectura de sus fortalezas hasta Palma Lagunilla la celebración de la ceremonia del té, pasando por la Directora (
[email protected]) caligrafía, la poesía y los ikebanas (arreglos florales), En Twitter: @_plagunilla e incluso su ritual de suicidio (o seppuku). ¡Ah! ¿Y sabías que kamikaze –la palabra que define a los pilotos japoneses suicidas de la II Guerra Mundial– significa “viento divino”?
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La batalla de Sekigahara PÁG.
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Ocho figuras de leyenda PÁG.
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Claves de una estética única PÁG.
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SECCIONES Entrevista: Thomas D. Conlan
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Curiosidades Guía de lugares Panorama Próximo número IMAGEN DE PORTADA: GETTY
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UNA CASTA DE GUERREROS INVENCIBLES
El alma milenaria
del Japón
EL AUTOR DEL LIBRO DE PRÓXIMA PUBLICACIÓN HISTORIA DE LOS SAMURÁIS, TAMBIÉN RESPONSABLE DEL BLOG HISTORIA JAPONESA Y LA REVISTA DIGITAL ASIADÉMICA, NOS INTRODUCE EN EL FASCINANTE UNIVERSO DE LOS MÍTICOS CABALLEROS NIPONES. Por Jonathan López-Vera, investigador en la Universitat Pompeu Fabra y escritor
s complicado glosar en un espacio tan breve como este los más de mil años de existencia de la clase guerrera japonesa, incluyendo siete siglos durante los que gobernaron el país, de finales del XII a finales del XIX, nada menos. Por eso no voy a intentarlo, y daremos aquí únicamente unas pinceladas que posteriormente los artículos que forman este número se encargarán de desarrollar. La historia de los samuráis no es en general algo tan excepcional –en el sentido literal– como podría parecer, si la comparamos con la
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de otras castas guerreras de otros lugares y momentos. Allá donde ha habido civilización, los diferentes grupos humanos han necesitado defenderse de otros, o atacar a otros que a su vez se han defendido, y los más aptos para estas tareas han acabado conformando un grupo definido y especializado que, al saberse poseedor del poder que le da la habilidad en el uso de la fuerza, ha terminado por darse cuenta de que podía utilizar ésta para gobernar sobre el resto. En la Historia de Japón y dentro de los ya mencionados siete siglos de dominio samurái se sucedieron tres gobiernos militares, conocidos como shogunatos o bakufu: el Kamakura, el Ashikaga y el Tokugawa, ca-
LOS SAMURÁIS GOBERNARON EL PAÍS DURANTE SIETE SIGLOS, DEL XII AL XIX, A TRAVÉS DE TRES SHOGUNATOS: EL KAMAKURA, EL ASHIKAGA Y EL TOKUGAWA
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época de los grandes descubrimientos, las nuevas rutas para hacerse con las especias y las sedas y el afán evangelizador de la Iglesia católica; y después, a mediados del siglo XIX, podríamos decir que fue todo Occidente el que llegó a Japón, representado por los cañones de la flotilla del comodoro estadounidense Matthew C. Perry, abriendo el país tras más de dos siglos de casi absoluto aislamiento voluntario para hacerlo participar casi por la fuerza del nuevo comercio industrial mundial. Ese nuevo mundo que llamaba a sus puertas –o amenazaba con echarlas abajo a cañonazos– conllevó entre muchos otros cambios el final de la clase samurái. Pero no es la Historia de los samuráis –así, con mayúscula– lo que ha llegado de ellos hasta la actualidad, aunque así lo podamos creer; lo que nos ha llegado son historias de samuráis, con minúscula. La épica, el mito, la leyenda, los cuentos, la ficción como tal, la ficción vestida de supuesta realidad, el fruto de la construcción identitaria artificial, todo ello es lo que ha acabado calando y lo que realmente conoce la gran mayoría de gente acerca del tema, tanto en el resto del mundo como incluso y hasta cierto punto en el propio Japón. Los samuráis que habían de vérselas con el enemigo en el campo de batalla tenían una única y muy básica ideología por la que regían sus actos: sobrevivir. Los códigos de honor suelen ser mucho más fáciles de seguir en tiempos de paz, y por eso fue en los más de dos siglos del período Edo (1603-1868) –que se corresponde con el tercero de los shogunatos antes citados–, quizá la etapa más pacífica y tranquila de la Historia de Japón, cuando se construyó el sistema ético que solemos atribuir a los samuráis.
da uno con sus propias características. En ellos hubo épocas de relativa o absoluta paz interrumpidas por conflictos más o menos locales en unas ocasiones, más o menos nacionales en otras, y total y generalizado en otra que duró más de un siglo. Y un único episodio de agresión del exterior –los dos intentos de invasión de Japón por parte de mongoles, chinos y coreanos a finales del siglo XIII– y un único episodio de agresión al exterior –el intento de invasión de Corea y China a finales del siglo XVI–, algo muy acorde con la tónica general de Asia Oriental, una región relativamente pacífica a lo largo de su Historia, sobre todo si la comparamos con la siempre turbulenta Europa.
REALIDADES Y FICCIONES. Una Europa que también apareció por costas japonesas en dos ocasiones muy distintas, cada una de ellas fruto de un contexto europeo muy diferente: primero, a mediados del siglo XV, fue el turno de portugueses principalmente, pero también de castellanos, seguidos poco después por sus enemigos holandeses e ingleses, dentro de la
NO ES PAÍS PARA SAMURÁIS. Esta fotografía coloreada, tomada hacia 1870, muestra a un grupo de samuráis y otros guerreros ataviados con sus armas y defensas tradicionales. Para entonces, Japón ya había comenzado su plena integración en el orden mundial decretado por las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, y poco a poco los herederos de esta casta guerrera nacida en el siglo X se fueron extinguiendo hasta desaparecer.
SUBLIMACIÓN DEL PASADO. En esa época se blindaron las distintas clases sociales y se hizo imposible llegar a ser samurái más que por nacimiento, algo que no había sido así hasta entonces; por supuesto que las élites guerreras eran hereditarias, pero la infantería estaba formada mayoritariamente por campesinos que se convertían temporalmente en soldados cuando así se requería, y era posible prosperar dentro del ejército y llegar a formar parte de la élite. El ejemplo más famoso es el de Toyotomi Hideyoshi, uno de los tres grandes unificadores de Japón, que pasó de ser hijo de humildes campesinos a conquistar y gobernar todo el país (curiosamente, de su gobierno surgió la política de impedir el movimiento entre diferentes estamentos). Así, durante más de dos siglos nos encontramos con toda una clase social formada por guerreros que no tienen guerra en la que pelear pero que cobran un estipendio que surge de las arcas públicas, ya sea del gobierno central o de uno provincial. Algunos de ellos son empleados en toda clase de trabajos burocráticos, y otros forman parte de cuerpos militares para tareas de defensa o ante problemas de orden público, pero por lo general hablamos de un estamento social dedicado casi por completo a la vida ociosa: a pintar, a cultivar la caligrafía, a escribir poemas, a celebrar la ceremonia del té, etc. Dentro de esta vida fácil y relajada, los samuráis sienten una especie de nostalgia de lo que ellos mismos, como grupo, habían sido en el pasado, cuando eran realmente una clase guerrera, y se produce una sublimación y un ensalzamiento de las gestas de sus antepasados, recuperando y reescribiendo las crónicas de antiguas guerras, representándolas en forma de teatro y canciones, además de escribirse novelas también protagonizadas por valerosos y no-
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AL ABRIRSE A OCCIDENTE, JAPÓN
AGE
QUISO DEMOSTRAR QUE ERA TAN CIVILIZADO Y MODERNO COMO LAS OTRAS POTENCIAS: FUE LA SENTENCIA DE MUERTE DEL SAMURÁI
bles guerreros. Tanto en unas obras como en otras, los samuráis se comportan movidos por un estricto sentido del honor y la decencia, demostrando siempre una inquebrantable lealtad hacia sus superiores. Lógicamente, parte de la sociedad de su tiempo no tardó en considerar a los samuráis como un lastre, como unos parásitos hereditarios que vivían de no hacer nada mientras que por ejemplo los campesinos, principal sustento de la economía, pagaban como impuestos la mitad de sus cosechas, y eso en el mejor de los casos.
PRESENCIA EXTRANJERA. Portugueses y españoles fueron los primeros en pisar suelo nipón, ya en el siglo XV, con intereses comerciales y evangelizadores. Arriba, una pintura muestra los intercambios entre un mercader japonés y otro luso, con varios jesuitas al fondo.
pusieron no correr la misma suerte. Si lo de China se había justificado considerándola un país atrasado y bárbaro, Japón tenía que demostrar que era un país tan civilizado como las potencias occidentales, y por ello emprendió una carrera contra reloj hacia la modernización de todas las esferas de su sociedad. Y en una sociedad moderna y civilizada no hay lugar para guerreros con espada, lanza, arco y flechas. Pero no sólo no había lugar para ellos en el presente: tampoco lo había en el pasado, por lo menos no de una forma que pudiese parecer salida de la oscuridad y la barbarie, por lo que se recuperaron textos éticos como el Hagakure o se escribió el famoso Bushidō, the soul of Japan (1899, redactado originalmente en inglés, lo que ya nos da una idea de a quién iba dirigido).
ALBUM
LA FORJA DE UN MITO. Además, esta nueva ideología, que bebía directamente del neoconfucianismo, de la propia Historia japonesa, de la figura de los también mitificados caballeros europeos y de una nueva versión del sintoísmo confeccionada a la medida del momento, sirvió para inculcar en la población un fuerte sentido de lealtad y obediencia hacia el emperador, cabeza visible del nuevo gobierno tras la caída del shogunato. Serviría de la misma forma a gobiernos posteriores, sobre todo a partir del auge del DEL INMOVILISMO A LA MODERNIDAD. Los militarismo japonés en los años 30, que buscó inculTokugawa adoptaron el neoconfucianismo como ideocar a los jóvenes soldados y a todos los japoneses los logía oficial, una doctrina que favorecía la estabilidad valores del legendario y honorable samurái, siempre política y social, estableciendo para la sociedad japodispuesto a dar la vida por su señor. nesa una serie de estamentos estancos Sin necesidad de recurrir al mito y sacados directamente de la clásica RECREACIONES DE UNA CLASE OCIOSA. Con la leyenda, hablando desde un punto división confuciana de la sociedad la paz de la era Edo (s. XVII-XIX), los samuráis se de vista historicista y objetivo, la de china –letrados > campesinos > arteentregaron a sublimar su pasado en crónicas, nolos samuráis es una historia apasiosanos > comerciantes–, con la única velas o teatro. Abajo, máscara teatral del período. nante por sí misma, que no requiere de diferencia de situar a los samuráis en más artificios y cuyo estudio nos pueel lugar de los letrados chinos. Además, de brindar muchas satisfacciones. No defendía que cada uno debía aceptar el deben tomarse tampoco estas palabras lugar que le correspondía en la sociedad como un ataque al mito –pocos son tan y, por tanto, obedecer a los superiores, atractivos como el de estos guerreros japotanto dentro de la misma clase como entre neses–; es sólo que en este breve texto he ellas; a cambio, las élites debían gobernar querido centrarme en este aspecto prinde forma adecuada y ser un ejemplo de cipalmente. Pero es que sería convenienvirtudes para el resto de la sociedad. Es te separar estos dos ámbitos, la Historia en esta época cuando empiezan a aparey el mito, distinguirlos, saber cuándo cer algunas obras de carácter filosófico se habla de uno y cuándo del otro, algo acerca de cómo ha de vivir y comportarse que dentro del mundo académico suele un samurái, siendo el ejemplo más claro hacerse, pero que debería ser también la Hagakure (1716), que no se publicó hasta tónica habitual en el mundo de la divulgabastante tiempo después. ción, tan a menudo transitado por supuesCuando, como explicábamos antes, Japón tos expertos que, por desconocimiento o se vio obligado a abrirse al resto del mundo, interés, promueven una visión exotizante y sus nuevos dirigentes sabían cómo de malparomantizada de este tema, disfrazándola de rada –por decirlo suavemente– había salido MH Historia –de nuevo, con mayúscula. China de su contacto con Occidente, y se pro-
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LOS HOMBRES COCINAN DIFERENTE Nº 2
YA A LA VENT A
LA PRIMERA REVISTA DE GASTRONOMÍA PARA HOMBRES CON GUSTO
THOMAS D. CONLAN “Las ideas que tenemos sobre los samuráis suelen ser equivocadas” PROFESOR DE HISTORIA Y ESTUDIOS ASIÁTICOS EN LA UNIVERSIDAD DE PRINCETON (EE UU) Y UNO DE LOS MEJORES CONOCEDORES DE LA ERA FEUDAL EN JAPÓN, ANALIZA PARA NOSOTROS LA FIGURA DEL SAMURÁI Y SU EVOLUCIÓN HISTÓRICA. Por Roberto Piorno, periodista e historiador
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¿Quiénes fueron los primeros samuráis? ¿Cómo y en qué momento aparecen en la Historia de Japón? Hasta los tiempos de Hideyoshi, el término samurái se refería exclusivamente a los seguidores y dependientes de los miembros del estamento guerrero. En cualquier caso, el vocablo se emplea comunmente para describir genéricamente a los guerreros de Japón. Yo mismo lo utilicé en este sentido en mi libro Armas y técnicas bélicas del samurái. Todos creemos saber quiénes eran los samuráis, pero la
PERFIL PROFESIONAL Uno de los grandes expertos internacionales en Historia del Japón medieval, Thomas D. Conlan se graduó en Historia y Japonés en la Universidad de Michigan, completando sus estudios, posteriormente, en la Universidad de Stanford y en la Universidad de Kioto, adonde regresó años después en calidad de investigador. Es profesor de Historia y Estudios Asiáticos en la prestigiosa Universidad de Princeton, donde presta atención muy especialmente a la influencia de la guerra y las prácticas rituales en las ideas, la política y la sociedad de Japón en el medievo. En la actualidad indaga a fondo en el binomio religión-política del período que abarca los siglos XV y XVI, combinando la labor docente con la investigación y la publicación de algunos de los títulos de referencia en el campo de los estudios históricos de Japón en el mundo anglosajón. de la época y tanto hombres como mujeres estaban acostumbrados a usarlo. Los soldados de a pie se retiraban a zonas inaccesibles donde la movilidad de estos jinetes era limitada y por tanto eran vulnerables, pero también ellos se valían fundamentalmente de arcos y flechas. La espada o tachi era más un arma de defensa personal, usada como protección contra ladrones, que un arma militar propiamente dicha. La célebre catana no surge hasta el siglo XV, pero ni siquiera entonces era un arma dominante en el campo de batalla.
por la prevalencia de las tácticas defensivas. La pica se convirtió en el arma de batalla por antonomasia desde mediados del siglo XV y durante todo el siglo XVI. ¿Cuál fue la evolución del estamento samurái en el caótico período de guerras civiles del siglo XVI? Técnicamente, el término samurái –en el sentido de estatus guerrero– no existió hasta los años 15881591, cuando el señor de la guerra Toyotomi Hideyoshi, unificador de Japón, aprobó dos nuevas leyes. La primera, de 1588, vetaba la posesión de armas a los campesinos; la segunda estipulaba que a los samuráis se les permitía portar armas, y en particular las dos famosas espadas (catana y wakizashi), pero no podían poseer tierras directamente o vivir en el campo. Por tanto, los primeros samuráis sólo aparecieron al final de las guerras civiles, bien entrado el siglo XVI. Antes de esa fecha, la sociedad japonesa estaba fuertemente militarizada, en el sentido de que mercaderes, nobles y terratenientes podían portar armas y desempeñar simultáneamente toda clase de funciones. Pero Hideyoshi reunió el poder suficiente para empujar a todos los terratenientes a tomar una decisión: o conserva-
do ya había perdido buena parte de sus ingresos, particularmente a partir del año 1350, la corte seguía siendo el vehículo principal de gobierno, y así fue hasta mediados del siglo XVI. No hay duda de que desde el punto de vista ritual e institucional el emperador era importante, aunque la persona que desempeñara el cargo individualmente tuviera muy poca influencia directa en las decisiones políticas. La noción comunmente aceptada de que, especialmente en los períodos Kamakura (1192-1333) y Muromachi (1333-1573), los shogunes eran todopoderosos es totalmente equivocada. En el período Kamakura, la mayoría de los shogunes eran nobles o príncipes imperiales que centraban todas sus energías en la ejecución de rituales o en formalizar la asignación de tierras a templos o particulares, pero con un papel político limitado. Hasta el período Tokugawa, en el que Japón cambió por completo, únicamente Minamoto Yoritomo, el primer shogún de Japón, y algunos otros shogunes Ashikaga como Takauji o Yoshimitsu fueron políticamente influyentes. ¿En qué medida era importante la religión en esta nueva sociedad tan militarizada? ¿Qué papel jugaron los templos y sectas budistas en este contexto belicista? La religión definía el modo en que la gente percibía el mundo que la rodeaba, y particularmente los ritos eran considerados como instrumentos esenciales para lograr que las cosas ocurrieran de una cierta manera. Los templos y santuarios ocupaban un espacio esencial en este contexto. Si alguien pretendía iniciar una rebelión, era vital acudir primero al templo para rezar. La religión estaba tan presente en todos los ámbitos de la vida que en realidad no se concebía como tal religión, sino como la causalidad de todas las cosas, en un papel muy semejante al que la ciencia asume en el mundo moderno. Esa es la razón por la que emperadores y shogunes daban tanta importancia a los rituales, porque pensaban que eran la esencia misma del poder.
DENISE APPLEWHITE
“Hideyoshi obligó a los terratenientes a elegir entre seguir siéndolo o renunciar a sus tierras por una vida castrense”
realidad es que las ideas que tenemos acerca de ellos son frecuentemente bastante equivocadas. ¿Eran las batallas de este período similares a las batallas campales con enormes ejércitos que serían la norma en el siglo XVI, en la edad dorada de los samuráis? ¿Cómo luchaban estos primeros samuráis? Los protagonistas de la guerra en Japón entre el siglo X y el siglo XIV eran grupos de arqueros a caballo muy móviles. El arco era el arma dominante en los campos de batalla
¿Cómo evoluciona el arte de la guerra en Japón en los siglos sucesivos? Hubo grandes cambios en el siglo XV a medida que los avances en el campo de la logística permitieron abastecer a un ejército indefinidamente, y en consecuencia adiestrar tropas y mantener ejércitos permanentes. Las tácticas defensivas se convirtieron en una prioridad, motivo por el cual los ejércitos cavaban profundas trincheras y empleaban artillería. En este período se difundió la pica, que se demostró decisiva para limitar el impacto de los jinetes. La situación en Japón durante la Guerra de Onin (1467-1477), de hecho, fue muy similar a la del Frente Occidental durante la I Guerra Mundial, otro período marcado
ban sus tierras y se convertían en campesinos o renunciaban a ellas a cambio de un sueldo, dos espadas y una vida castrense. Estos samuráis vivían en castillos y eran básicamente burócratas que escribían tratados acerca de la lealtad y sobre cómo afrontar la muerte, a la vez que estudiaban viejos documentos y practicaban artes marciales. ¿Qué papel jugaba el emperador en el Japón medieval? ¿Era una simple marioneta en manos del shogún o ejercía un poder político efectivo? Es cierto que el emperador habitualmente no dirigía ejércitos, pero la corte era un instrumento vital para la gobernabilidad. Incluso cuan-
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El Japón moderno emerge después de siglos de caos y guerra endémica. ¿Cómo logró Tokugawa Ieyasu, el unificador del país, crear un Estado central con bases tan sólidas, poniendo fin a décadas de rivalidades feudales enquistadas? Creo que, sin duda, el período de conflicto más intenso en Japón es el que va desde 1551 hasta 1600. Tokugawa Ieyasu logró deponer a Hideyori, sucesor de Toyotomi Hideyoshi, que se había hecho con el control de Japón, pero en realidad fue Hideyoshi quien eliminó los lazos de los guerreros con la tierra y prohibió a los samuráis recurrir a la violencia para defender sus derechos. Estas reformas significaron en la práctica el ocaso del estamento guerrero, pero es cierto que los Tokugawa, que restauraron el bakufu (o shogunato), recurrieron a ejecuciones masivas, de manera que la violencia cambió de forma y se desplazó definitivamente hacia el nuevo sistema legal represivo. ¿En qué medida cambió la llegada de los europeos en aquella época la Historia de Japón?
El cristianismo desestabilizó las bases de poder de algunos daimios (señores feudales). Por otro lado, los portugueses armaron a los daimios que se convirtieron al cristianismo, a la vez que escribieron fascinantes crónicas del Japón del período, así como el primer diccionario. Aunque el cristianismo fue prohibido por el régimen Tokugawa y perseguido sin contemplaciones, los europeos influyeron notablemente, por ejemplo, en la cultura culinaria del país. Con frecuencia se atribuye a los europeos la introducción de armas de fuego en Japón, pero en realidad éstas aparecieron por primera vez en 1466, y llegaron desde Okinawa. Las armas de fuego portuguesas eran mejores, pero aun así sólo desplazaron a los arcos paulatinamente. Hacia 1600 ya provocaban el 80% de las heridas por proyectil, pero hasta ese momento sólo representaron una mejora marginal con respecto al arco. Los cañones, sin embargo, eran conocidos como kunikuzushi (algo así como “destructor de provincias”) y eran muy apreciados. Su difusión provocó cambios sustanciales en la
Una obra centrada en la Historia nipona
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rmas y técnicas bélicas del samurái, publicado en España por la editorial Libsa, es uno de los volúmenes de cabecera de los aficionados a la Historia militar japonesa en un país en el que las publicaciones centradas en los entresijos del Japón feudal son escasísimas. Se trata sin duda del libro más divulgativo publicado hasta la fecha por el profesor Conlan, que ha tocado en su obra diversos aspectos de este fascinante período.
UN REFERENTE. Ha abordado muchos temas: desde la invasión mongola de Japón en su primer libro (In Lile Need of Divine Intervention), pasando por la Historia bélica y política del siglo XIV en State of War, basado en las conclusiones de su tesis, hasta, más recientemente, el pensamiento político en el Japón medieval en From
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Sovereign to Symbol: An Age of Ritual Determinism in Fourteenth Century Japan. Ninguno de ellos ha sido hasta la fecha publicado en nuestro país.
Portada del divulgativo Armas y técnicas bélicas del samurái, ya un clásico.
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“La idealización de la era Tokugawa y el Bushido de Nitobe Inazo forjaron la imagen mítica del samurái”
Conlan, toda una autoridad en el Japón medieval, ha contribuido con sus obras a desmitificar al samurái en favor de una visión histórica más rigurosa. arquitectura defensiva, y su impacto (físico y psicológico) en el campo de batalla está bien documentado. ¿Cuándo y cómo cuajó la imagen mítica y romántica del samurái? ¿Son el seppuku, el camino de la espada, el código de honor o la lealtad ciega al daimio elementos de la Historia o sólo del mito? Se forjó en varias fases. En primer lugar, los samuráis tenían todo el tiempo del mundo y se convirtieron en un grupo urbano de administradores dependiente, que necesitaba justificar de algún modo su privilegiada posición. Ideas como la lealtad ciega al líder del clan y el código de honor surgieron a partir del siglo XVII, en el período Tokugawa, cuando ya no luchaban. La siguiente fase tiene más que ver con la “exportación”, cuando Nitobe Inazo escribió el Bushido, concebido como un sistema de valores éticos alternativo a los valores del cristianismo. La idealización del período Tokugawa y el legado de Nitobe contribuyeron a forjar la imagen mítica del samurái. El caso del seppuku es algo diferente. Fue un procedimiento común de ejecución sin verdugo, para así evitar posibles reyertas. Estaba más extendido en el período Tokugawa, pero su práctica se documenta desde el siglo XIV.
Una cosa es cierta: en la mayoría de los casos, durante el combate, un guerrero siempre intentaba permanecer vivo para poder proteger su hogar y sus posesiones. Poco a poco, desde el comienzo del siglo XVII, los samuráis agonizan hasta desaparecer. ¿Cómo y cuándo se extinguen definitivamente? A partir del siglo XVI, muchos se reciclaron como eruditos de Historia japonesa y armas antiguas; otros ayudaron a recopilar y organizar viejos textos, y muchos otros se dedicaron a las artes marciales, que rememoraban vínculos imaginarios con el pasado, entrenando frecuentemente con armas que hacía tiempo que no se usaban en la guerra, como el arco, e ignorando la pica o las hachas, mucho más comunes en los campos de batalla del Japón premoderno. Los samuráis, como miembros de un estamento social, desaparecieron de Japón hacia 1870, a medida que su estatus, característico corte de pelo y espadas fueron prohibidos. Esta década fue testigo de un considerable número de revueltas, que culminaron con la rebelión de Saigo Takamori de 1877. Después de esa fecha, muchos samuráis se reciclaron, por ejemplo, como políticos o MH editores de periódicos.
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EL CAMINO DEL SAMURÁI
Otros caballeros andantes
RETRATO EN GRUPO. El bushido era un código ético estricto –al que muchos samuráis (o bushi, “caballero armado”) entregaban sus vidas– que exigía lealtad y honor hasta la muerte.
EN EL JAPÓN DEL SIGLO X SURGIÓ UNA NUEVA CASTA GUERRERA DE ESPECIALISTAS EN EL ARTE MILITAR: LOS SAMURÁIS. REGIDOS POR UN PARTICULAR CÓDIGO, EL BUSHIDO, ERAN LEALES CABALLEROS DE SU SEÑOR. Por Alberto Porlan, escritor y filólogo
oy en día una camisa de caballero puede cubrir el pecho de cualquier canalla, porque usamos el término “caballero” para referirnos a todo varón a partir de una cierta edad. Pero también distinguimos con esa palabra a aquél de quien no se esperan actitudes indignas. Y esa segunda acepción, mucho más noble, es fruto de la Historia. En los siglos X y XI apareció un fenómeno casi simultáneamente en el Islam, Europa y Japón: el de los guerreros especialistas. En las tierras musulmanas surgieron los fityan, jóvenes entrenados y versados en las técnicas militares que vagaban sin señor por Irak y por Persia en busca de una oportunidad para desarrollar las virtudes que les habían inculcado sus maestros. A su vez, en Europa, los caballeros fueron tomando cuerpo a partir de la preponderancia militar que demostraron los cuerpos de caballería, mucho más rápidos y poderosos en la batalla.
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GUERREROS MONTADOS. Esa eficacia los convirtió en una élite superior a la infantería, y más si tenemos en cuenta que el guerrero montado necesitaba realizar un notable desembolso para completar el equipo que requería su actividad. Sólo los miembros de familias pudientes, la nobleza y la pequeña nobleza, estaban en situación –gracias a los privilegios heredados– de entrenar a sus vástagos y dotarlos de la parafernalia propia de un guerrero montado, de tal modo que el dinero también fue un factor clave en la aparición de la caballería occidental. Muy contados individuos provenientes de las clases inferiores –los caballeros pardos– merecieron por su destreza y su valentía ser reconocidos oficialmente como caballeros. El poder siempre ha abierto los brazos a los especialistas militares. Hoy los llamamos mercenarios porque luchan por la paga. Pero en los siglos en que no se reconocía sino el
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CÓDIGOS CABALLERESCOS. El término bushido está formado por tres palabras japonesas enlazadas: guerrero, jinete y camino. Es innegable la analogía con nuestros caballeros andantes, quienes poseían asimismo su propio código, que nos transmite o resume en el siglo XIII el mallorquín Ramon Llull. Y también los caballeros musulmanes lo tenían: ellos lo llamaban futuwwa. A pesar de ser independientes y de que no se debieron nada en su origen unos a otros, los tres códigos coinciden notablemente en sus requerimientos morales básicos: honradez, veracidad, lealtad, valor, decencia y dignidad. Y esa coincidencia entre ámbitos sociales tan distintos es algo sobre lo que vale la pena meditar. Europeos y musulmanes añadían a estos valores la defensa de sus respectivas religiones, pero los samuráis no necesitaban ser paladines de su fe. El bushido, desde luego, estaba impregnado de confucianismo y sintoísmo, aunque no era imperativamente religioso como los otros dos. Digamos que había interio-
PARECE SER QUE SIGLOS ANTES DE QUE EXISTIERAN SAMURÁIS YA SE DESIGNABA CON ESE NOMBRE A CIERTOS SERVIDORES NO MILITARES DE LOS SEÑORES FEUDALES 14
INVASIÓN FALLIDA. La fuerzas militares medievales de Japón lograron detener los intentos de invasión realizados entre 1274 y 1281 por Kublai, Gran Khan del Imperio mongol. Arriba, la ilustración muestra una escena de esos enfrentamientos entre mongoles y japoneses.
rizado los principios morales de su religión, pero no precisaba luchar contra ninguna otra. Para sintetizar el bushido, un conocido samurái lo explicaba así: “Tomar la decisión de morir cuando es correcto morir y de matar cuando es correcto matar”. Sin embargo, también hay quien dice que en nombre del código de guerreros se cometieron bárbaros excesos. Una tradición japonesa refiere que un aldeano que avisó a un samurái de que una pulga le estaba recorriendo la espalda fue inmediatamente partido en dos por la espada del guerrero, que se ofendió por sentirse asimilado con una bestia. En el siglo XII, el poder feudal lo ostentaban los daimios, sobre los que se encontraba la autoridad del shogún, el jefe supremo del AISA
poder feudal, cuando los territorios eran islas rodeadas de otras islas acechantes, atentas a mejorar su estado a expensas de la nuestra, los señores feudales sobrevivían gracias a especialistas cuya condición más estimada era la fidelidad: el dinero no resultaba tan importante, y además el señor estaba moralmente obligado a ser generoso. Entre nosotros, el arquetipo pintiparado es el Cid, cuya epopeya no es sino la del vasallo que busca patéticamente un buen señor a quien servir. Esas fueron también las condiciones generales que alumbraron a los samuráis en el remoto Japón. La agitada Historia del medievo japonés sumió a las islas en un período feudal tan profundo como el que se vivía en Europa, aunque con sus particularidades específicas. Parece que siglos antes de que existieran samuráis ya se designaba con ese nombre a ciertos servidores no militares de los señores feudales, y que más tarde se reservó el término para aquellos vasallos que demostraban mejores capacidades en el empleo de las armas: guerreros especialistas al servicio del amo feudal. Como es natural, esa relación entre el poder y la fuerza ejecutiva exigía reglas muy estrictas por ambas partes. Del lado de los samuráis, fidelidad total; del lado de los señores, justicia en las órdenes, porque un samurái no era un sicario al que encargar asesinatos por capricho, ira o codicia. Para aquellos hombres había una sola manera de actuar en el mundo, y esa línea de conducta la trazaba el código moral llamado bushido.
PARADIGMA DE CABALLERO. El modelo creado por Miguel de Cervantes con el personaje de Don Quijote era el de un caballero andante, como también lo eran los samuráis.
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l suicidio ritual o seppuku es algo que los occidentales nunca hemos llegado a comprender. Abrirse el vientre por deshonor es algo que no entra en nuestras mentes, pero está lleno de sentido para el código samurái. En una sociedad como fue la japonesa, la vida sin honor no merecía la pena ser vivida. Era como afrontar
la existencia después de saber que se padece una enfermedad incurable. Y, al menos, la ceremonia estaba revestida de dignidad. Lord Redesdale nos ha dejado una terrible descripción del seppuku de Taki Zenzaburo, el oficial a cargo de las tropas que habían disparado contra los europeos en Kobe a mediados del siglo XIX. Los espectadores occidentales fueron conducidos a un salón imponente y tomaron asiento. A poco, entró Zenzaburo vestido con sus galas ceremoniales y acompañado por su kaishaku, un alumno escogido por su destreza con la espada. Ambos saludaron ceremoniosamente y subieron al estrado. Un oficial entregó a Zenzaburo la afiladísima daga wakizashi y éste la aceptó con una inclinación. Luego, se declaró culpable del cargo, se desnudó hasta la cintura y, según Mitford, se clavó la daga profundamente a la izquierda, debajo de la cintura, la llevó lentamente hacia la derecha, la hizo girar y la movió hacia arriba sin mover un músculo de la cara. Extrajo la daga, se inclinó hacia adelante y estiró el cuello para que el ayudante que lo acompañaba lo decapitara de un solo tajo. La cabeza rodó por el suelo. El kaishaku hizo una profunda reverencia, limpió la hoja de su espada con una hoja de papel y recogió solemnemente la daga manchada de sangre que usara Zenzaburo.
A la izq., un caballero nipón se dispone a realizar el seppuku, un ceremonioso suicidio por honor.
FRENO A LA EXPANSIÓN MONGOLA. Durante el shogunato Kamakura, el señor feudal Takezaki Suenaga (abajo, a caballo) luchó con su ejército de samuráis contra las tropas mongolas.
Kublai volvió a enviar embajadores en 1279, esta vez un grupo de cinco notables a los que el shogún Kamakura ordenó decapitar sin más preámbulos. En respuesta, el Gran Mongol reunió y adiestró a 160.000 hombres, los embarcó en una flota compuesta por 4.000 naves, la mayor conocida hasta entonces, y la expidió hacia Fukuoka. Aunque habían fortalecido con un sólido muro defensivo la bahía de Hataka, los samuráis de Kamakura no lograron reunir más de 40.000 hombres de armas, lo que los situaba en una proporción numérica de 1 a 4 frente a los invasores. Era una catástrofe segura, pero de nuevo llegaron en su ayuda los elementos: un tifón irresistible deshizo la escuadra enemiga y la temida derrota que habría puesto ASC
MONGOLIA ATACA. Los samuráis tuvieron ocasión de medirse por primera vez con tropas extranjeras cuando los mongoles desembarcaron en la isla de Kyushu, considerada como la cuna de la civilización nipona. Kublai había enviado toda una serie de embajadores sucesivos explicando que era el amo de toda Asia y que por tanto Japón debía entregarse a su imperio. Los japoneses dijeron no, y en 1274 Kublai preparó una flota de mil barcos y 30.000 guerreros que fondeó en el norte de Kyushu. Los samuráis que los estaban esperando en Fukuoka se encontraron frente a unas tácticas militares completamente distintas a las que conocían. El enemigo desembarcó máquinas infernales de guerra (catapultas) y masas de arqueros que cubrían el cielo con sus saetas. Pero se desencadenó una formidable tempestad que destrozó numerosos barcos mongoles, de forma que el ejército invasor volvió a los barcos que aún flotaban y se retiró. Sin embargo, la amenaza mongola continuaba.
La muerte por deshonor
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ejército que estaba teóricamente a las órdenes del emperador, pero que en la práctica era quien tomaba las decisiones. Los daimios, a su vez, controlaban fuerzas militares propias, cuyos elementos más efectivos eran los samuráis. En esas condiciones se entiende que se produjesen constantemente escaramuzas, batallas y matanzas a lo largo de una terrible época que se prolongó nada menos que medio milenio, desde el siglo XII al XVII. Durante ese tiempo, la supremacía de un shogún sobre todo el país nipón sólo se produjo dos veces: con el shogunato residente en la ciudad de Kamakura, que duró 40 años, y con el shogunato Ashikaga, establecido cerca de Kioto, que prevaleció dos siglos y medio. Pero durante esas épocas tampoco hubo estabilidad ni paz duradera, y esto sin contar con los dos intentos de invasión de las islas por parte de los temibles ejércitos mongoles durante el imperio de Kublai Khan.
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Tradición en torno al té
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a cortesía es el lenguaje de los caballeros, y Japón es el país de la cortesía. Esta arraigada tradición nipona es tan exquisita que se convirtió en una obra de arte. Una muestra de ello es la Cha-no-yu o ceremonia del té, que resulta fascinante por su elegancia y sofisticación. Asistir a este ritual por parte de un samurái significaba dejar a un lado toda la rudeza de las maneras militares y penetrar en un ámbito cortés concebido para inspirar calma, paz y orden espiritual.
No hay exhibición ni espectáculo en la ceremonia del té: se trata de un acto deliberado de respeto mutuo en el que unos seres humanos apaciguan sus mentes en común y disfrutan durante algún tiempo de una burbuja de tranquilidad y cordura. Sólo una civilización tan refinada y cuidadosa en el trato como la nipona pudo ser capaz de inventar semejante acto de convivencia.
La manifestación cultural japonesa de la ceremonia del té (en la ilustración) es una práctica influenciada por el budismo zen.
EN EL SIGLO XVII, CENTENARES DE SAMURÁIS SE HICIERON BANDIDOS Y OTROS MUCHOS SE QUEDARON SIN SEÑOR, PASANDO A SER RONIN
LA FORMACIÓN SAMURÁI. La educación del aspirante a samurái se desarrollaba en dos grandes planos: de una parte la técnica militar y, de otra, el espíritu del bushido, de manera que ambas se complementasen. Se trataba de formar hombres de acción lo más perfectos posible, sin hacer de ellos eruditos ni fanáticos embrutecidos por la sangre. La religión era algo accesorio y estaba reservada a la casta sacerdotal. Las ciencias sólo servían para mejorar el dominio de las armas. La literatura y la poesía constituían un entretenimiento, una afición. En cuanto al pensamiento y a la moral, giraban en torno a los tres conceptos fundamentales del bushido: la valentía (yu), la sabiduría (chi) y el altruismo compasivo (jin). En muchos aspectos, un samurái es un Don Quijote cuerdo para quien la conducta correcta es la única ley. Inazo Nitobe, uno de los más finos autores que han escrito modernamen-
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BUSHI DEL SIGLO XX. Aunque el fin de la clase guerrera samurái había llegado en el siglo XIX, resurgieron las actitudes recogidas en el código caballeresco en las tropas japonesas durante la II Guerra Mundial (abajo, foto de Pearl Harbor). ASC
a las islas bajo el dominio del Khan no llegó a producirse. Los japoneses interpretaron el acontecimiento como una prueba de la ayuda celestial a su causa y bautizaron a aquél tifón con el nombre de kamikaze o viento divino. Los portaviones estadounidenses volverían a recibir aquel viento en plena cara durante la batalla del Pacífico, siete siglos después. Tras aquellos dos intentos de invasión, las luchas intestinas proliferaron en las islas japonesas. Los samuráis recibían como pago por sus servicios tierras y posesiones, de manera que ellos mismos se convirtieron en daimios y el sistema feudal se fragmentó todavía más. Algunos samuráis asumieron el papel de jefes de ejércitos propios, capaces de decidir el resultado de las incesantes batallas entre familias de grandes señores feudales con aspiraciones de ocupar el trono imperial. En aquel feroz ambiente fue cuando se consolidaron las técnicas y las armas que harían de los samuráis uno de los grupos militares más eficaces y temidos del mundo.
te sobre el bushido, compara al Quijote con un samurái antes de afirmar que ambos “desprecian el dinero, el arte de ganarlo y de acumularlo. Para ellos, el lucro es algo sucio”. Y luego recuerda la magnífica y sucinta expresión japonesa con que se describen las señales de una era decadente: “Los civiles amaban el dinero y los militares temían a la muerte.”
FORJANDO HOMBRES DE ACCIÓN. En cuanto a la técnica militar, los aspirantes a samurái tenían que dominar el arco, la lanza, la espada, la hípica y el jiu-jitsu, además de adquirir nociones de Historia, táctica militar, ética, literatura y caligrafía. Los maestros eran objeto de veneración. Una frase samurái afirma: “Mi padre me engendró; mi maestro me hizo hombre”. Y sin duda eran personas sabias y venerables: escogían a sus discípulos en función de su carácter, no de su inteligencia. El propósito que los animaba, como se dijo antes, era forjar hombres de acción, de modo que preferían el autocon-
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trol en sus alumnos al arrebato furioso o al cálculo frío. En ese sentido su ideal se correspondía con el de la imperturbabilidad o ataraxia griega y era consecuente con la tradicional reserva japonesa a expresar sentimientos en público. Nitobe recuerda un lamentable dicho que se hizo popular en Japón después de la Segunda Guerra Mundial: “Los americanos besan a sus mujeres en público y las golpean en privado; los japoneses las golpeamos en público y las besamos en privado”. Cuando el futuro samurái cumplía cinco años era revestido con ropa militar, tal como en España se viste aún a los niños que hacen la primera comunión de marinero o de almirante; con la diferencia de que al niño japonés se le entregaba una daga auténtica, aunque sin filo, con la que debía vérselo siempre que saliera de la casa de su padre. Años después, el infante recibía permiso para afilar el arma, y a los 15 se le reconocía el estatus de adulto y se le permitía portar la espada larga (catana) y la corta (wakizashi). El estoque del samurái tenía connotaciones casi místicas para su dueño y también para los artesanos que los fabricaban. Es difícil encontrar un objeto no sagrado sobre el que se haya depositado a lo largo de los siglos más respeto que sobre una antigua espada japonesa. Sin embargo, los más grandes entre los samuráis sabían mantenerla en la vaina. El conde Katsu, samurái de una familia que vivió una época turbia y sanguinaria, declaró en su ancianidad que le desagradaba en extremo matar, y que había conseguido no matar a nadie en toda su vida. Cuenta también que los amigos que le aconsejaban comer guindillas y berenjenas para matar con más soltura habían muerto mucho tiempo antes que él.
TENAZ APRENDIZAJE. La trayectoria del aprendiz de samurái se iniciaba con una formación tanto técnica (manejo de armas) como espiritual (código ético, bushido). Arriba, fotograma de la película Ann (Shinichi Nishikawa, 2003).
ESENCIA CABALLERESCA. La casta samurái (dcha., un caballero armado) introdujo las tradiciones del bushi en la sociedad japonesa.
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MÁSCARAS TERRORÍFICAS. Tras adquirir el dominio de la espada, el arco y la lanza, el caballero necesitaba la protección de una armadura y de un casco. Las armaduras evolucionaron desde las primitivas de hierro a las clásicas, llamadas yoroi, más ligeras porque alternaban el metal con el cuero endurecido en las partes menos expuestas a las armas enemigas. También se usaban máscaras para la protección del rostro, que además daban al guerrero un aspecto tan inexpresivo como terrorífico. Cuando llegaron las armas de fuego, los samuráis supieron adaptarse al nuevo estilo de lucha. En 1575, la batalla del castillo de Nagashino entre el clan Takeda y Oda Nobunaga demostró lo que los samuráis arcabuceros podían hacer frente a la caballería tradicional. Protegidos detrás de fuertes parapetos, los tiradores de Nobunaga deshicieron las filas de la caballería enemiga y los samuráis de Takeda fueron exterminados y decapitados. En el siglo XVII, el shogunato Tokugawa desencadenó una batalla legal contra los samuráis que produjo el desmoronamiento de lo que hasta entonces había permanecido en relativo orden. Centenares de samuráis se hicieron bandidos o piratas, y otros muchos se quedaron sin señor
pasando a ser ronin, palabra japonesa que puede traducirse como hombre-ola. Su estatuto social era muy desairado: resultaban sospechosos, y ningún daimio quería aceptarlos.
SUBLEVACIÓN CONTRA EL EJÉRCITO IMPERIAL. La historia de los guerreros del bushido terminó cuando el famoso samurái Saigo Takamori, decepcionado por la penetración en las islas de la influencia occidental y la consiguiente pérdida de las tradiciones ancestrales, se retiró a su región natal de Satsuma y comenzó a abrir centros de preparación y enseñanza militar. Su iniciativa tuvo un enorme éxito, y en poco tiempo consiguió reclutar y formar a miles de adeptos. La región entera de Satsuma se sublevó contra las tropas imperiales, pero ya era demasiado tarde, históricamente hablando, para que las espadas vencieran a las ametralladoras y los cañones del moderno ejército japonés. En la batalla de Shiroyama, los 300.000 soldados imperiales exterminaron a los 40.000 samuráis rebeldes de Satsuma, entre los que apenas quedó en pie el uno por ciento. El propio Saigo, coherente hasta el final con su código de honor, se suicidó cometiendo seppuku o, como decimos en Occidente, haciéndose el hara-kiri, el 24 de septiembre de 1877. La era de los samuráis había durado más de 600 años, pero el código caballeresco, el bushido, seguiría alentando a los militares nipones durante el siglo XX. Aunque los excesos cometidos contra las poblaciones invadidas durante la Segunda Guerra Mundial en Corea, China y Filipinas no fueron precisamente caballerescos, ni lo fue la traidora acción de Pearl Harbor, la ciega resistencia que ofrecieron las tropas regulares japonesas a los estadounidenses en las islas del Pacífico aún estaba impregnada de aquel espíritu que había soplado sobre muchas generaciones de sus MH antepasados en las tierras del Sol Naciente.
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LA LUCHA COMO FORMA DE VIDA. El origen de los guerreros samuráis se data en torno al siglo X. Su prestigio se fortaleció cuando terminó la Guerra Genpei (1180-1185). En la imagen, un fotograma de la película El último samurái (Edward Zwick, 2003).
EL ARTE DE LA GUERRA SAMURÁI
Los guardianes del
Sol naciente EN EL ANTIGUO JAPÓN, LA SOCIEDAD ESTABA MILITARIZADA Y DIRIGIDA POR LA NOBLEZA, QUE EJERCÍA EL CONTROL DE LA CORTE IMPERIAL A TRAVÉS DE UN EJÉRCITO DE ÉLITE FORMADO POR GUERREROS SAMURÁIS. Por Juan Carlos Losada, historiador y escritor
a Historia de Japón es violenta desde sus inicios. Primero lucharon entre sí los aproximadamente cien clanes que dominaban las islas, luego contra los coreanos entre los siglos IV y VII y, más tarde, en el siglo VIII, contra los rebeldes habitantes del norte. Todo ello fue conformando una sociedad fuertemente militarizada en la que, obviamente, sólo los más ricos podían tener un buen equipo y tiempo para entrenarse, por lo que fue formándose una élite militar que acabaría siendo el núcleo de los ejércitos nipones y que sería la casta dominante durante ocho siglos: los samuráis.
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EL ORIGEN DE LOS GUERREROS. A principios del siglo IX, con la era Heian, los rebeldes del norte de Japón ya estaban sometidos, pero el fraccionamiento del mando, propio del feudalismo, alcanzó niveles muy altos. Los emperadores apenas tenían influencia real, en parte por el gran poder de la nobleza local, que se fue haciendo con el control de la corte, y también porque, influenciados por el budismo –religión introducida desde China y Corea–, se fueron enclaustrando (llegando, incluso, a tomar los votos). La competencia por el
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Ninja, guerreros emboscados
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os llamados ninja eran soldados expertos en tareas de sabotaje, infiltración, espionaje y asesinato, con cierto paralelismo respecto a lo que hoy son las fuerzas de operaciones especiales de los ejércitos. Al igual que los samuráis, tenían un entrenamiento exhaustivo en todas las armas y técnicas de combate pero, como su fin era muchas veces asesinar, también eran expertos en el disfraz, el camuflaje y la elaboración de venenos y otras artimañas mortales. Además, estaban preparados psicológicamente para aceptar las condiciones más duras, el dolor y la muerte, a la que debían entregarse antes que traicionar nunca a sus amos. Pero, a diferencia de los samuráis, su cuna no era elevada; además, sus métodos de lucha, aunque eficaces, no eran los aceptados por los estrictos códigos de conducta honorable de aquellos. Los ninja buscaban
conseguir los objetivos encargados por sus señores sin importarles los medios, mientras que los samuráis basaban todo su prestigio en acciones públicas y visibles. Los primeros, aunque muy necesarios y valiosos, eran despreciados por la clasista sociedad nipona, en contraste con la exaltación de los segundos. SERVICIOS SECRETOS. En el clima de las constantes guerras civiles de Japón fueron empleados por todos los daimios –jefes militares samuráis–, aunque siempre de forma discreta y negando su utilización para salvar las formas. Pero igual que sucedió con los samuráis, a medida que se fue instaurando el poder centralizado y, con él, la pacificación, sus actividades fueron cada vez menos necesarias, por lo que también entraron en lenta decadencia desde el final del siglo XVI.
poder de los diversos clanes y familias dio lugar a un clima de constantes guerras civiles. Por ello era necesario contar con guerreros de confianza y bien entrenados y comenzaron a proliferar esos soldados de élite que se llamarían samuráis (“los que sirven”), los cuales se fueron consolidando como fuerza en el mundo rural alejado de la corte; ligados a la defensa de la propiedad agraria, transmitían por herencia su condición. Dado su valor militar como guerreros profesionales, enseguida pasaron a ser los protagonistas de los conflictos bélicos que, durante dos siglos y medio, mantuvieron a varios clanes enfrentados, sobre todo a dos: los Minamoto y los Taira, que lucharon en la llamada Guerra Genpei.
CONTIENDAS HISTÓRICAS. Las batallas de Kawanakajima (1553-1565) fueron una serie de conflictos bélicos entre los legendarios rivales Takeda Shingen y Uesugi Kenshin. Estas luchas se escenifican cada año en un festival que se celebra en la ciudad nipona de Yonezawa. AGE
APOGEO DE UNA CASTA. Las guerras civiles no cesaron hasta fines del siglo XII, cuando uno de los grandes señores de la guerra, Yoritomo Minamoto, logró ser nombrado shogún y estableció una dictadura militar. Con ello se inauguraba la era Kamakura, en la que el feudalismo militar alcanzó su cénit; tanto es así que los intentos del emperador Go-Toba, durante los inicios del siglo XIII, de volver a hacerse con el poder fracasaron por completo. Con ello los samuráis desplazaron a la aristocracia civil imperial y se ennoblecieron. Los bienes de los derrotados fueron repartidos entre los nobles vencedores, los daimios, sometidos por lazos de vasallaje al shogún. Todos los señores ejercían la autoridad sobre sus respectivos samuráis que, a su vez, tenían bajo su dominio a los humildes campesinos, lo más bajo de la pirámide social. Los intentos de invasiones mongolas, en 1274 y 1281, fracasaron en parte por la decidida resistencia de los samuráis –aunque la razón fundamental fue el mal tiempo, que impidió el desembarco de invasores y suministros–, lo cual les otorgó aún más prestigio e hizo que aumentara su número, aunque no llegaron nunca a ser más del 10% de la población. Sin embargo, si hubiesen logrado desembarcar, los mongoles posiblemente habrían triunfado. Los arcos compuestos de los invasores eran más manejables, de mayor número y alcance que los nipones; además, utilizaban máquinas de guerra que eran letales ante los castillos japoneses, pobremente amurallados, y sus caballos eran asimismo mucho mejores.
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Los ninja no se regían por un código de conducta. El dibujo decimonónico de Kunisada recrea un asesinato con catana.
Durante el siglo XIV, con Japón de nuevo inmerso en guerras civiles, los samuráis –espina dorsal de los distintos ejércitos enfrentados– fueron creando y perfeccionando su código de vida y comportamiento. Se sabían el centro del poder y necesitaban, tanto frente a la sociedad como ante ellos mismos, creerse y demostrarse permanentemente diferentes y superiores al resto. Por ello desarrollaron una mística y un estricto código de comportamiento que se conocería como el bushido o “Camino del guerrero”.
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DADO SU VALOR MILITAR COMO GUERREROS PROFESIONALES, ENSEGUIDA PASARON A SER LOS PROTAGONISTAS DE LOS CONFLICTOS BÉLICOS Desde mediados del siglo XIV y durante las guerras civiles de los siglos XV y XVI, la casta militar samurái alcanzó su máximo apogeo. Distintos daimios al mando de sus ejércitos privados compitieron todos contra todos para hacerse con el poder absoluto y unificar el territorio. Fue la época de los grandes samuráis de leyenda que, tan sólo por su valor y sus habilidades militares, eran capaces de alcanzar las más altas cumbres del poder partiendo de los escalones más humildes de la sociedad y que acababan convirtiéndose en sus propios daimios. En este contexto se dieron las cinco batallas de Kawanakajima, desde 1553 hasta 1565, que enfrentaron a las fuerzas de dos grandes samuráis: Takeda Shingen y Uesugi Kenshin. En el cuarto de los choques llegaron a participar casi 40.000 hombres, alcanzando las bajas a las dos terceras partes de los mismos.
CONSOLIDACIÓN DE UN NUEVO ESTADO. Cuando ambos murieron le llegó el turno del poder a otro gran samurái, Oda Nobunaga, y luego a uno de sus generales, Toyotomi Hideyoshi, quien fue el que tomó medidas más drásticas para debilitar el poder de sus rivales vencidos, ordenando la demolición de cientos de castillos y prohibiendo portar armas, sobre todo espadas, a quienes no fuesen samuráis. Su poder fue tanto que incluso intentó invadir China y Corea, aunque fracasó en la empresa. Al empezar el siglo XVII, ya en el período de Tokugawa Ieyasu –también conocido como la era Edo–, comenzó el lento declinar de los samuráis. El nuevo shogunato centralizó y unificó definitivamente el país, imponiendo una dictadura que supuso, de hecho, su pacificación progresiva. Esta nueva situación
GRAN SEÑOR DE LA GUERRA. En el siglo XII, Yoritomo Minamoto (en la escultura) se convirtió en shogún y estableció una dictadura militar; sistema político que intentó derrocar, sin éxito, el emperador Go-Toba un siglo después.
PELÍCULA
El último samurai, Edward Zwick (2003). Protagonizada por Tom Cruise, esta película se basa en la revuelta de ex-samuráis de la provincia japonesa de Satsuma en contra del gobierno Meiji en 1877.
precisó de la anulación del poder de los samuráis, pues, si bien en siglos de guerras eran muy útiles, ahora suponían un peligro para la consolidación del nuevo Estado. Se les siguieron permitiendo sus privilegios de casta guerrera y su derecho a portar espada, pero se les fue impidiendo la posesión directa de tierras. Esto les supuso abandonar sus feudos y verse obligados a trasladarse a la ciudad, burocratizándose, y entrar al servicio de sus daimios como funcionarios, o bien convertirse en simples artesanos o campesinos. A mediados de ese siglo se les prohibieron, en una vuelta de tuerca más, los duelos personales, y a finales de la centuria, el entrenamiento de sus prácticas marciales. El período de paz más largo de Japón estaba acabando con su élite militar.
OCASO SAMURÁI. Muchos de ellos se resistieron de diversas formas a abandonar su forma de vida. Unos se aferraron al código de valores, el bushido, encerrándose en su mundo al margen de la sociedad; otros se proletarizaron dedicándose al campo o la pequeña industria y otros más se convirtieron en ronin, en samuráis sin señor, que podían actuar al margen de la ley o como simples mercenarios, lo que acrecentaba el recelo que las autoridades sentían hacia ellos. Sin embargo, el aislamiento de Japón respecto al extranjero hizo que sus estructuras sociales quedasen congeladas, por lo que los samuráis siguieron existiendo, aunque como una simple sombra de lo que habían sido siglos atrás. Durante el siglo XIX, las potencias occidentales fueron incrementando la presión sobre Japón para poder penetrar en su mercado de más de 30 millones de habitantes, y el país del Sol naciente demostró su incapacidad militar para hacer frente a las ambiciones imperialistas. En 1853, la famosa acción del comodoro norteamericano M. C. Perry forzando la entrada en la bahía de Edo rompió el equilibrio de la sociedad nipona. Los sectores tradicionales, con buena parte de los samuráis a la cabeza, vieron una humillación en esta acción. Como el shogún había sido incapaz de impedirla, volvieron sus ojos al emperador, estallando
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Los monjes guerreros sohei
Los templos mantenían ejércitos de guerreros llamados sohei. En la ilustración, abajo, un monje-soldado.
incursiones sobre las capitales como Kioto, exigiendo tributos a las autoridades civiles. Fueron combatientes temibles, pues el factor religioso añadía un fanatismo suicida a sus actividades. TROPAS DE FE. Su armamento y sus habilidades eran similares a los de los ejércitos civiles. Dada su importancia militar, los sohei eran codiciados como aliados por los respectivos bandos en las interminables guerras civiles, a cambio de donaciones a los templos, siendo el más poderoso y temido de todos el de Enryakuji. Pero como consecuencia de la consolidación del poder central a partir de la segunda mitad del siglo XVI, primero de la mano de Oda Nobunaga y luego con Hideyoshi y Tokugawa, se fue acabando su poder autónomo; los templos rebeldes fueron sometidos y sus milicias quedaron disueltas. ALBUM
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os sohei, o monjes budistas combatientes, aparecieron hacia el año 970, cuando los principales monasterios precisaron de ejércitos permanentes para defenderse tanto de asaltantes como de las ambiciones de otros monasterios, acrecentadas por las divisiones sectarias existentes en el budismo nipón. Eran como los cristianos de las órdenes religiosas de Tierra Santa, medio monjes y medio soldados, ya que habían jurado proteger su orden. Los templos más importantes mantenían ejércitos de varios miles de hombres, y sus principales jefes militares apenas se diferenciaban de los samuráis. Ya en el año 1081, por ejemplo, miembros del templo de la familia Fujiwara de Kofukuji atacaron otro en el monte Hiei y el Miidera, incendiando el último y saqueando sus tesoros. En otras ocasiones efectuaban
LIBRO
El libro de los cinco anillos, Miyamoto Musashi. Dojo Ediciones, 2010. El legendario guerrero Miyamoto Musashi esbozó esta obra singular para ser usada como guía por sus discípulos, así como por las futuras generaciones de samuráis.
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nuevas guerras civiles entre los partidarios de la apertura al exterior y los contrarios. Sin embargo, al estar ligados por sus juramentos de fidelidad a sus respectivos señores, hubo samuráis en los dos bandos. Además, parte de los más pudientes de entre ellos, que habían viajado al extranjero y se habían culturizado, comprendieron que sólo salvarían la identidad de su país y lo fortalecerían adoptando ciertos aspectos de modernización que les ofrecía Occidente, como en los planos militar e industrial, y no rechazando todo lo extranjero como había hecho China.
FIN DEL FEUDALISMO. Por fin, en 1867, el último shogún Tokugawa cedió el poder al emperador tras ser vencido; comenzaba la era Meiji, que iba a acabar con el feudalismo. Sabiendo lo inestable de la situación, y con ayuda extranjera, el emperador se lanzó a modernizar el ejército comprando armas y buques, reclutando un ejército nacional entre toda la población y abriendo el país al comercio con el exterior. Obviamente, parte de los samuráis que lo habían apoyado se sintieron traicionados. A diferencia de otros sectores que también habían apostado por el emperador, algunos clanes –sobre todo, los de las provincias de Satsuma y Choshu– no querían suicidarse como casta, lo que significaba que no estaban dispuestos a renunciar al sistema económico feudal y a todo su código cerrado de valores. Además, la modernización impuesta a marchas forzadas con el fin del régimen feudal había dejado
ramente curvada, de casi un metro de longitud y de apenas un kilo de peso. Proliferó desde el siglo X como arma preferentemente usada contra los caballos y en el XIII ya había alcanzado una gran perfección y era sumamente cara. Se usaba también a modo de escudo y se sostenía con ambas manos, y podía cortar limpiamente algunos huesos. Una segunda espada más corta servía para rematar al enemigo o suicidarse. A partir del siglo XV se fue extendiendo el uso de la lanza o yari, que utilizaban tanto los samuráis como los soldados de inferior categoría. El samurái, aparte de formarse desde niño como jinete, arquero, espadachín, nadador, buceador y, más tarde, tirador de armas de fuego, también adquiría habilidades en las artes marciales que le permitían matar al enemigo sólo con su cuerpo y sus manos desnudas. Llevaba siempre una armadura, combinación de hierro y cuero, cuyas piezas iban unidas por cordones de seda. Un yelmo más o menos cerrado completaba su protección. A sus órdenes combatían sus sirvientes, campesinos en su mayoría, que formaban la infantería ligera: los ashigaru, que con el paso de los siglos fueron cada vez más
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REBELDES COMBATIENTES. Después de la derrota en Kumamoto, el político y samurái Saigo dirigió a sus hombres en una marcha de siete días a Hitoyoshi. Pero las tropas enemigas desembarcaron al encuentro del ejército de Saigo, que fue apresado. La mayoría de los combatientes sobrevivientes se rindieron o cometieron seppuku. A la izquierda, una ilustración decimonónica de Daiso Honen.
CON EL FIN DEL RÉGIMEN FEUDAL, LA MODERNIZACIÓN –IMPUESTA A MARCHAS FORZADAS– DEJÓ A MUCHOS SAMURÁIS EN PRECARIAS CONDICIONES
REVUELTA MILITAR. Pero la revuelta más importante se produjo un año después, encabezada por el que está considerado como el último samurái, Takamori Saigo, quien consiguió reunir un ejército de 40.000 hombres al que equipó no sólo con armas blancas, sino con fusiles e incluso dos baterías de artillería. Sin embargo, fue derrotado en las dos batallas en las que se enfrentó al ejército imperial, que estaba mucho mejor armado y dotado –por ejemplo, de ametralladoras– y, tras resultar herido, se suicidó. Quedó demostrado que un ejército de reclutas campesinos, modernizado al estilo occidental, bien adiestrado y mandado paradójicamente por antiguos samuráis, podía ser más eficaz que la vieja casta militar aferrada a su viejo código de valores. En sus inicios los samuráis eran, sobre todo, jinetes equipados con arcos (yumi), que eran el arma principal y que fácilmente sobrepasaban los dos metros de longitud, hechos de bambú o boj y recubiertos de cuerda. Seguía en importancia la espada o catana, pero sólo se recurría a ella cuando se desmontaba para iniciar un combate cuerpo a cuerpo. Era de un solo filo y lige-
TARDO HEIAN. Las postrimerías del medievo coincidieron con el fin del período Heian, que transcurrió entre los años 989 y 1185; hasta el final de esta época el samurái cumplía las funciones militares de un arquero a caballo.
GIORGIO ALBERTINI
a muchos sin trabajo y en precarias condiciones económicas. La gota que colmó el vaso fue la prohibición de portar armas, ya que, a partir de entonces, sólo las podrían llevar los soldados reclutados, en su mayoría, entre los sectores más humildes de la población. Como reacción, en 1876 unos doscientos autodenominados kamikazes atacaron la guarnición del ejército imperial en Kumamoto; los que no murieron por el moderno fuego de los fusiles se suicidaron a modo de protesta.
numerosos. Todos ellos acudían a la llamada de sus señores cuando estallaba un conflicto, con todas sus armas y su equipo, que era muy pobre en comparación al de sus amos. En los primeros siglos, cuando acababa la guerra, solían volver a sus quehaceres de propietarios agrícolas, pero el fortalecimiento de los daimios y de sus recursos permitió avanzar hacia ejércitos más permanentes, tanto de samuráis como de infantería. Al principio, cuando el fraccionamiento del poder era muy elevado y había muchos clanes en guerra, los samuráis buscaban la sorpresa y la emboscada, por lo NOBLE INSIGNIA. En el siglo XVI, los samuráis añadieron a su armadura protecciones metálicas en la cara y empezaron a portar el estandarte (shashimono) del señor feudal al que servían en la espalda.
LIBRO
La mente del samurái: enseñanzas de los maestros guerreros del Japón, Christopher Hellman. Kairós, 2012. Recopilación de cinco textos seminales japoneses que juntos transmiten la verdadera esencia del ethos guerrero tradicional.
que eran los tiempos en que el disparo rápido de la flecha mientras se cabalgaba era decisivo, estando los combates más basados en escaramuzas que en choques de grandes dimensiones. Pero, a medida que se fueron reduciendo los bandos y concentrando el poder, las emboscadas y los combates por sorpresa fueron cada vez menos frecuentes y se evolucionó a los choques en grandes batallas campales que se iniciaban con gran pompa y ceremonia.
INDUSTRIA ARMAMENTÍSTICA. De esta manera, a partir de los siglos XII y XIII, los enfrentamientos parecían grandes duelos de esgrima en los que cada samurái luchaba en combate singular con otro, y la espada pasó paulatinamente a ser el arma más importante. Tras vencer al oponente en el duelo, el samurái lo decapitaba y entregaba a su señor la cabeza del vencido. La llegada de los portugueses en 1543 fue decisiva porque puso a Japón en contacto con los arcabuces. Rápidamente los adoptaron como arma común en sus ejércitos, desterrando progresivamente al arco, aunque durante siglos convivieron ambas armas. Fue el shogún Oda Nobunaga, el antecesor de Hideyoshi, quien desarrolló la industria local de armas de fuego,
ILUSTRACIONES GIORGIO ALBERTINI
ARMAS DE FUEGO. La unidad del ejército llamada Teppo era la encargada de disparar con el arcabuz, arma destinada sólo a los arqueros ashigaru que se introdujo en el siglo XVI.
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PERÍODO NANBOKUCHOU. A finales del siglo XIV, el kabuto –casco– se alarga y se le añade un elemento decorativo (Kuwagata) que representa los cuernos de un ciervo.
EN 1543, LA LLEGADA DE LOS PORTUGUESES FUE DECISIVA PORQUE PUSO A JAPÓN EN CONTACTO CON ARMAS DE FUEGO COMO LOS ARCABUCES equipando en su ejército a 500 arcabuceros que demostraron su efectividad en el campo de batalla ante la caballería enemiga. Lo mismo que en Europa, muchos samuráis mostraron su rechazo ante esta arma que, en manos de un simple campesino, podía matar a un honorable caballero; pero su desarrollo fue imparable y acabó siendo una constante en la guerra. Las batallas campales solían iniciarse tras el intercambio de flechas, seguido de diversos duelos simultáneos a muerte entre samuráis, de alto valor simbólico y cuyo resultado podía afectar a la moral de los bandos. Seguidamente se lanzaban las infanterías a la carga bajo el mando de samuráis a caballo, que también buscaban el combate singular. Poco antes de llegar al cuerpo a cuerpo se disparaban los arcabuces, tras lo cual sus portadores se retiraban a una segunda fila para tratar de recargarlos, dejando el peso de la lucha a los infanGUERRERO BUDISTA. Los sohei vestían una indumentaria tradicional: pantalones, kimono y vestido monacal. Como arma de ataque empleaban la lanza naginata.
PROTECCIÓN CORPORAL. Los guerreros samuráis protegían la parte delantera del cuerpo con el haraate, un chaleco de láminas de cuero que se comenzó a utilizar en el periodo Kamakura (s. XIII-XIV).
tes con sus lanzas. En ese momento ya se había trabado una confusa melé en la que los samuráis, generalmente ya a pie, podían explotar todas las ventajas de su armamento y habilidad. Con su poder destructivo, trataban de causar el mayor daño posible a sus oponentes. El final de las batallas también estaba cargado de rituales: ofrendas a los dioses, ceremonia del té y exposición de los trofeos y cabezas de los enemigos. Lo mismo que en la Europa medieval, los castillos jugaron un papel importante en las guerras. Casi todos eran de madera y sus defensas estaban más basadas en su posición geoestratégica y topográfica que en sus murallas o baluartes. Como la artillería apenas se desarrolló en Japón, no hubo la imperiosa necesidad de emplear la piedra que, a lo sumo, sólo se utilizaba para la base de las fortificaciones. En las tácticas bélicas se perseguía más tomar el castillo, tras rendir a los defensores por hambre, que no conquistarlo al asalto, por lo que sus estructuras defensivas no son comparables a las europeas. MH ROPAJE COMPLETO. A mediados del siglo VI se introdujo la protección laminada en la armadura de los samuráis –copia del modelo chino–, que resultaba más pesada pero más segura en la lucha cuerpo a cuerpo.
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RELACIONES CON OCCIDENTE EN LA ERA DE LOS SAMURÁIS
Europa y Japón, la atracción de lo distinto LA LLEGADA DE LOS EUROPEOS, EN EL SIGLO XVI, CAMBIÓ LA VISIÓN MUTUA ENTRE DOS MUNDOS QUE SE HABÍAN IGNORADO. LOS INTERESES COMERCIALES Y RELIGIOSOS PRODUJERON UN INTERCAMBIO DE MERCANCÍAS E IDEAS EN AMBAS DIRECCIONES. Por Laura Manzanera, periodista y escritora
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uando, en 1453, Constantinopla pasó a manos turcas, la Ruta de la Seda cayó en desuso y los comerciantes europeos hubieron de buscar otra forma de llegar a Asia para proveerse, entre otras cosas, de las preciadas especias. Por entonces, los países católicos veían aquellas lejanas tierras como un campo de reclutamiento de nuevos fieles, pues la Iglesia había perdido muchos desde la irrupción de la Reforma protestante. Con un doble objetivo, comercial y religioso, emprendieron la aventura de Oriente. Y fueron los portugueses, pioneros de aquella primera globalización en la que el Viejo Continente se lanzaba a conocer el resto del planeta, los primeros en pisar Asia. Tras bordear África e India, alcanzaron China y desembarcaron en Japón –entonces conocido como Cipango– en 1543. Hacía sólo tres años que se había creado la Compañía de Jesús y sus miembros –el más eficaz “ejército del papa”– serían durante largo tiempo los únicos occi-
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AVANZADILLA PORTUGUESA. Los comerciantes de esta nacionalidad fueron los primeros en establecerse en territorio nipón. Desembarcaron allí en el año 1543 y llevaron consigo a misioneros de la recién nacida Compañía de Jesús. Arriba vemos una pintura en gouache sobre papel, del siglo XVII, que ilustra el desembarco.
dentales en la zona. A los dos años de haber desembarcado en Tanegashima, al sur de Kyushu, ya tenían abiertas líneas comerciales estables. Los europeos hubieron de amoldarse a un territorio completamente distinto al suyo, incluso al americano que ya conocían. En él no se terciaba descubrir ni conquistar, sino aplicar el conocimiento mutuo. Por supuesto, había intereses en juego, espirituales y también materiales, pero aquel territorio hasta entonces incógnito era tan diametralmente opuesto al occidental que precisaba un considerable esfuerzo de adaptación.
PIONERO DE LA MULTICULTURALIDAD. Pese a la avanzadilla portuguesa, el pionero en llevar la religión católica a Japón fue un navarro: Francisco Javier, uno de los fundadores, junto con Ignacio de Loyola, de la Compañía de Jesús. Llegó seis años después que los portugueses, en 1549, y, atraído por el lugar y sus gentes, rechazó desde un principio cualquier imposición y aún menos invasión.
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Estaba convencido de que la razón, y con ella la fe, vencería sin el uso de la fuerza. Decidió que, ante una cultura tan diferente, necesitaría usar métodos distintos, que pasaban inevitablemente por aprender la lengua local. Tan seguro estaba de ello, que intentó dialogar con sus mayores enemigos, los bonzos (los monjes budistas). Pensaba que, al compartir sus diferencias, terminaría por emerger la verdad, que era por descontado la de la Iglesia católica. Esa forma de evangelizar a partir del conocimiento del otro era sumamente innovadora y lo llevó, a los dos años y medio de su llegada, hasta China: puesto que ésta era para los japoneses la cuna de la cultura y la sabiduría, creyó preciso convertirla primero para luego seguir la tarea en Japón. Aunque no alcanzó su objetivo, pues murió en 1552 a las puertas de China, su modo de actuar marcó el de la misión jesuítica en Asia.
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LA “JAPONIZACIÓN” JESUÍTICA. El discípulo aventajado de Francisco Javier en Japón fue el jesuita italiano Alessandro Valignano, que llevó al extremo la idea de éste sobre la necesidad de “japonizarse”. Dada la enorme diferencia con Europa, y puesto que era él quien estaba allí, debía ser él quien tomara las decisiones, así que exigió a Roma más libertad de acción. Llegó en 1579 y pasó su primer año aprendiendo cuanto podía sobre el lugar. Se atrevió incluso a man-
ASHIKAGA TAKAUJI (1305-1358). El fundador del shogunato Ashikaga (arriba, en una ilustración) fue el artífice de la restauración imperial del año 1333, tras tomar Kioto, y en 1338 se autoproclamó shogún. Se inició así un largo período de guerras entre daimios que todavía duraba cuando llegaron los europeos.
ACERCAMIENTO AL BUDISMO. El jesuita Francisco Javier, en su intento de integrarse en Japón y de lograr su evangelización, no sólo aprendió la lengua japonesa sino que incluso entabló relaciones dialogantes con los bonzos (monjes budistas, como el de la foto de la izquierda).
dar a Roma a cuatro jóvenes de las élites japonesas convertidos al cristianismo. Era la primera expedición nipona que pisaba Europa. Tardaron dos años en llegar a la península Ibérica y fueron recibidos en El Escorial por Felipe II, quien les obsequió con dos lujosas armaduras. Más tarde, serían recibidos por el papa. Con este viaje, Valignano intentaba probar a sus superiores que un país tan especial necesitaba una actuación especial. “Porque vivimos entre ellos es necesario que nos acomodemos”, escribió; una reflexión lógica en el siglo XXI, pero transgresora en el XVI. “Finalmente”, concluyó, “preciso crear una Iglesia japonesa en la que todos sus miembros, incluidos los superiores, sean japoneses”. Su argumento era que, de no ser así, junto con la fe se introducirían también las costumbres occidentales, que serían rechazadas por los japoneses, quienes rechazarían en consecuencia el cristianismo. Un pueblo tan apegado a sus tradiciones no iba a abandonarlas, así que debían ser los occidentales quienes cambiaran a su imagen y semejanza: debían vestir como ellos, hablar como ellos y hasta pensar como ellos. Y facilitaría mucho la labor empezar con la conversión de las élites que, una vez convencidas, propiciarían la del resto de la población.
UN PAÍS EN GUERRA. Para Valignano, el fin justificaba los medios, y merecía la pena aunque implicase intentar entender ideas tan radicalmente opuestas a las suyas como el suicidio o el aborto. Como era de esperar, su revolucionario pensamiento chocó de frente con el rechazo de la curia romana. Su método estaba en las antípodas de los del resto de las órdenes: franciscanos, dominicos y agustinos apostaban por imponer la evangelización sin tantas contemplaciones, empezando por el pueblo llano. Al llegar los europeos, Japón llevaba más de dos siglos sumido en constantes guerras civiles entre daimios (señores feudales), una época conocida como Sengoku
LOS JESUITAS PLANTEARON, YA EN EL SIGLO XVI, LA NECESIDAD DE QUE LOS EUROPEOS SE ADAPTARAN A LAS COSTUMBRES JAPONESAS
¿Arcabuces mejor que cruces?
(“período del país en guerra”). A excepción de Kioto y sus alrededores, controlados por el shogunato Ashikaga, el resto de territorios los dominaban distintos daimios, ansiosos por agrandar sus dominios pero débiles para controlar el país entero. Por ello las alianzas se forjaban y rompían constantemente, sin que nadie lograra imponerse definitivamente. Más que un solo país en una sola guerra, parecían muchos países enfrentados en diversas contiendas.
cho más sencillo que el de lanzas o arcos. Su demanda tenía que ver con la creciente importancia de la infantería. Los batallones que luchaban de forma grupal, formados por soldados de a pie (ashigaru), eran más efectivos que las cargas individuales de los tradicionales jinetes. ELEMENTO ESENCIAL EN LA UNIFICACIÓN DEL PAÍS. Daimios y samuráis no tardaron en hacerse con arcabuces. Los 500 que
Sobre estas líneas, arcabuces tradicionales de fabricación japonesa. Los primeros se los compraron los samuráis a los portugueses en el siglo XVI para sustituir sus viejos arcos y flechas.
EL INTERÉS BIEN VALE UNA MISA.
NAGASAKI. Situada en la isla de Kyushu, pasó de ser una modesta villa a un emporio comercial, en manos primero de Portugal y luego de Holanda. Abajo, mapa de Nagasaki con su distancia a Holanda, 1680.
con los misioneros la actitud tolerante de su antecesor: concedió al padre Gaspar Coelho permiso para que los sacerdotes residiesen en el país y hasta los eximió del pago de impuestos, privilegio que ni siquiera tenían los bonzos. Pero su actitud favorable empezó a cambiar tras conquistar la isla de Kyushu y constatar el enorme poder de los jesuitas. Empezó a recelar de los daimios conversos, que rendían pleitesía a la Iglesia católica en lugar de a su gobierno y a él mismo. Uno de ellos, Omura Sumitada (conocido tras su bautismo como Dom Bartolomeu), había cedido a los occidentales la modesta villa de Nagasaki, pronto convertida en un emporio comercial de primer orden. En 1580, el mismo año en que España y Portugal se unieron bajo la corona de Felipe II, la ciudad pasó a depender en exclusiva de los misioneros, casi todos ibéricos. Sumitada había mandado asimismo incendiar templos budistas y santuarios sintoístas, y obligado a convertirse a miles de súbditos.
MALOS TIEMPOS PARA EL CRISTIANISMO. Horrorizado ante aquel panorama, Hideyoshi convocó a Coelho, a quien no se le ocurrió otra cosa que acudir a la cita a bordo de un lujoso barco, construido en Nagasaki por portugueses y mucho mejor que las naves niponas. Su falta de tacto debió de ser la gota que colmó el vaso, pues esa misma noche Hideyoshi pidió al daimio Takayama Ukon que renunciase a su nueva fe o
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Ante aquella situación sin aparente salida, la esperanza de muchos daimios se puso en los extranjeros occidentales. Los veían como potenciales aliados y, aún más, veían los beneficios de comerciar con ellos. Como eran los jesuitas quienes decidían a qué puerto llegaban sus barcos repletos de mercancías, los daimios concluyeron que les interesaba llevarse bien con los sacerdotes. Ese fue el inicial motivo del éxito de la misión cristiana. A los daimios no les importaba que trajesen una nueva religión, y dieron permiso a los misioneros para pregonar su fe. Es más, algunos hasta se convirtieron al cristianismo. Esencial resultó el apoyo de Oda Nobunaga, que utilizó a los cristianos para quitarse de en medio a las sectas budistas que se le oponían. El viento parecía soplar a favor de los jesuitas, tanto que en 1582 ya había en Japón unos 150.000 cristianos. Para 1585, la unificación era prácticamente un hecho, y con ella acababa al período Sengoku. El artífice del cambio fue Toyotomi Hideyoshi, que tras la muerte de Nobunaga logró pacificar el país, forjando su primera unificación en más de una centuria. En un principio, Hideyoshi, que no obtuvo el cargo de shogún pero sí el de kanpaku (regente imperial), conservó
compró Oda Nobunaga en 1549 fueron decisivos en batallas cuyos triunfos lo llevaron a convertirse en el primer gran unificador de Japón. Para reducir el tiempo entre disparo y disparo (de unos 20 segundos), usó una innovadora táctica: dividió cada unidad de arcabuceros en tres grupos que disparaban por turnos. La unificación de Japón habría acabado llegando, pero probablemente hubiera tardado más sin los portugueses y sus arcabuces.
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demás del cristianismo y de variados productos con los que comerciar, los europeos llevaron a Japón las armas de fuego. Los japoneses ya conocían por entonces la pólvora, pero no las armas que traían los portugueses. En cuanto el daimio de Tanegashima, primer lugar donde desembarcaron, vio los arcabuces, supo que sustituirían a espadas, lanzas y flechas. Los primeros que se vendieron alcanzaron precios astronómicos y los armeros japoneses no tardaron en copiarlos y mejorarlos. Aquellos arcabuces –llamados tanegashima– se ajustaban a las nuevas necesidades por una doble razón: sólo era preciso proporcionárselos a algunas unidades y su manejo resultaba mu-
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todas sus pertenencias serían confiscadas. Tras la negativa de éste, cumplió su amenaza. Aquella situación condujo a Hideyoshi a tomar medidas drásticas. La publicación del llamado Edicto cristiano supuso un antes y un después para el cristianismo en Japón. En él, acusaba a los practicantes de dicha religión de destruir templos japoneses y perturbar el orden religioso, y les daba un plazo de veinte días para abandonar el país. No obstante, ya que los comerciantes portugueses no venían a evangelizar, podían seguir haciendo negocios. Todas las propiedades de los jesuitas fueron confiscadas y Nagasaki pasó a estar bajo control de Hideyoshi, que se mostró sin embargo flexible al alargar la fecha límite de expulsión. Finalmente, los jesuitas le desobedecieron al fingir una partida en la que sólo dejaron el país unos pocos, mientras que el resto seguía trabajando de forma clandestina. Hideyoshi no tomó medidas contundentes al respecto, temeroso de que, si expulsaba a todos los sacerdotes, Felipe II prohibiese
VÍCTIMAS DE LA INTOLERANCIA. Los llamados “26 mártires de Nagasaki”, por la procedencia de la mayoría de ellos, fueron 20 japoneses y 6 misioneros franciscanos crucificados por orden del poderoso Hideyoshi. Arriba, un monumento que honra su memoria.
el comercio con Japón. Pero, fuera como fuera, eran malos tiempos para el cristianismo. En un intento de evitar a los portugueses, Hideyoshi buscó otra fuente de comercio y la halló en Filipinas, controlada por los castellanos. Fue con el establecimiento de relaciones entre Castilla y Japón cuando el país del Sol Naciente abrió las puertas a otras órdenes religiosas, sobre todo a los franciscanos, pero también a agustinos y dominicos. La idea que subyacía detrás de aquello era acabar con el monopolio jesuita. Hasta 1590, cuando Hideyoshi conquistó los últimos territorios, los países vecinos no temían a Japón, demasiado ocupado en sus guerras internas. Pero una vez pacificado y unificado, Filipinas vivía con miedo a una invasión, temor que empeoró la relación entre ambos.
RECELOS MUTUOS. Quienes sí supieron sacar partido de la situación fueron los franciscanos. En 1593, el sacerdote Pedro Bautista y un pequeño grupo se establecieron y empezaron su labor misionera, pese a haber entrado en calidad de embajadores. Y su presencia resultó muy útil a Filipinas, que recibía de
Samuráis en la Sevilla del siglo XVII
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arece una novela, pero es real: una exótica historia con la Sevilla del Siglo de Oro como escenario, protagonizada por un samurái y un franciscano. Todo empezó cuando Date Masamune, señor feudal de la ciudad de Sendai, encargó a Hasekura Tsunenaga pedir a Felipe III, en persona, que le abriera las puertas de su imperio para comerciar con Nueva España. Por otro lado, fray Luis Sotelo pretendía crear en Japón una nueva diócesis, de la que sería obispo. Para ello necesitaba el visto bueno del papa y, puesto que la expedición de Masamune pasaba por Roma, se unió a los japoneses. Bautizada como Embajada Keichō (la era japonesa en que se hallaban), partió el 28 de octubre de 1613 y, un año después, tras pasar por América, llegó a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Remontaron el Guadalquivir hasta el gran
A la izquierda, estatua dedicada al samurái Hasekura Tsunenaga en la población sevillana de Coria del Río.
puerto del momento, Sevilla, y tras entrevistarse en Madrid con Felipe III, fueron a Roma para ser recibidos por Pablo V. De ninguna de las dos audiencias obtuvieron una respuesta precisa, y volvieron a Sevilla. DE APELLIDO, JAPÓN. Durante su estancia en España, el gobierno japonés prohibió el cristianismo y el español les ordenó abandonar el país; lo hicieron, pero no todos. En 1620, llegaban de vuelta a Japón Tsunenaga y Sotelo, este último disfrazado de comerciante. Ocultarse no le sirvió, pues sería quemado vivo. Unos seis o siete samuráis católicos, asustados por lo que les esperaba en Japón, se instalaron en Coria del Río y tuvieron hijos con mujeres de la localidad sevillana, a los que se puso el apellido Japón. La primera expedición diplomática de Japón a España no pudo establecer una relación concreta pero, gracias a aquel puñado de samuráis católicos, dejó huellas imborrables. La principal, los 600 vecinos de Coria que, cuatro siglos después de aquella aventura, se apellidan Japón.
LOS “26 MÁRTIRES DE NAGASAKI”. Quisieron visitar a Hideyoshi para solicitarle lo necesario para reparar la nave y poder seguir hacia Nueva España, pero éste se negó. Los viajeros, que habían sido bien recibidos en principio, se vieron de repente tratados como criminales. Creyéndolos corsarios que venían a saquear cuanto podían, como habían hecho en América, soldados japoneses se llevaron la carga del San Felipe a Kioto, adonde se dirigieron Landecho y unos cuantos más para tratar de aclarar lo sucedido con Hideyoshi. No llegaron a su destino; fueron detenidos en Osaka, donde les advirtieron que no contactasen con los franciscanos de la capital, pues estos iban a ser crucificados de inmediato por orden de Hideyoshi. Diecisiete japoneses laicos, tres jesuitas de la misma nacionalidad y seis franciscanos europeos murieron en la cruz: la Iglesia los llamó los “26 mártires de Nagasaki”. Sus cuerpos permanecieron expuestos durante meses junto a un rótulo que aclaraba el motivo del castigo: haber predicado sabiendo que había sido expresamente prohibido por Hideyoshi. El 16 de mayo de 1597, los supervivientes del San Felipe volvieron a Manila. El siguiente giro en las relaciones entre Japón y España se produciría en septiembre de 1598 cuando, con sólo cinco días de diferencia, murieron Felipe II e Hideyoshi. El primero tenía un sustituto claro, Felipe III; el segundo no, con lo que hubo un parón que también afectó a las relaciones con Manila, donde seguían recelosos ante una posible invasión.
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ellos informes de cuanto sucedía en Japón. Algunos llegaron a recomendar una invasión de Japón por parte de los castellanos. En este contexto de desconfianza tuvo lugar el incidente del galeón San Felipe, que cubría la ruta Manila-Acapulco: levó anclas en la capital filipina el 12 de julio de 1596, con Matías de Landecho como capitán. Entre sus más de 200 pasajeros había cuatro frailes agustinos, dos franciscanos y uno dominico, y con ellos viajaba una valiosísima carga. Los terribles efectos de un huracán les obligaron a cambiar su rumbo y acercarse al puerto más cercano, que no era otro que el archipiélago japonés. Alcanzaron la provincia de Tosa, en la isla de Shikoku, el 17 de octubre.
COMERCIO Y CULTURA. Tras el portazo a Occidente de 16141643, que inició la era del sakoku o país cerrado, sólo se permitió quedarse a comerciar a los holandeses en la pequeña isla artificial de Dejima (arriba, cromolitografía del siglo XIX). Dejima se convirtió asimismo en foco de intercambio cultural.
LIBRO
Taiko. El hábil Cara de Mono, Eiji Yoshikawa. Quaterni, 2011. Primera parte de una saga novelesca basada en la vida de Toyotomi Hideyoshi (1537-1598), que sumerge al lector en un apasionante viaje por el Japón feudal.
EL SHOGUNATO TOKUGAWA SE INICIÓ CON TOLERANCIA HACIA PORTUGUESES Y ESPAÑOLES, PERO EN 1614 VIRÓ HACIA SU PERSECUCIÓN RELIGIOSA Y EXPULSIÓN
A la muerte de Hideyoshi, se hizo con el poder Tokugawa Ieyasu –éste sí como shogún– y el panorama se transformó radicalmente. Ansioso por reforzar las relaciones comerciales con Occidente, Ieyasu concedió beneficios a los sacerdotes portugueses y españoles. No obstante, cambió de tercio al ver a España exclusivamente interesada en su campaña evangelizadora, dejándola de lado para volver su mirada hacia dos enemigos de los ibéricos: Holanda e Inglaterra, cuya prioridad eran los negocios y no la expansión del protestantismo. En 1600 empezaron a llegar a Japón comerciantes de ambos países, acabando así con el largo monopolio hispanoluso.
EL MONOPOLIO HOLANDÉS. En 1614, el shogún Ieyasu promulgó un nuevo edicto por el cual se expulsaba a los cristianos y se prohibía su religión. Su política, que incluía una campaña sistemática de persecución religiosa, fue continuada por sus sucesores, produciéndose a lo largo de los años siguientes miles de ejecuciones. La fe cristiana era ahora un delito capital y los movimientos exteriores estaban estrictamente regulados, tras haber quedado vetados tanto los viajes al extranjero como los contactos con foráneos. Primero fueron expulsados los ingleses, a continuación los españoles y por último los portugueses. El cristianismo había sido oficialmente erradicado del país de los samuráis. El siglo de oro de las relaciones entre Europa y Japón (1543-1643), bautizado como Siglo cristiano, tocaba a su fin. A partir de entonces entró en vigor el sakoku (“país cerrado”) y Japón se blindó ante las “amenazas exteriores”. Los únicos representantes europeos que se quedaron fueron los holandeses, con autorización para comerciar, pero sólo en la pequeña isla artificial de Dejima (Nagasaki). Allí, sometidos a una estrecha vigilancia gubernamental, no podían recibir a mujeres occidentales, sino sólo a japonesas (en su mayor parte, concubinas o prostitutas), ni tener consigo libros religiosos. Aparte de centro comercial, Dejima fue un foco de divulgación del conocimiento, tanto el japonés en Europa como, especialmente, el europeo en Japón (al que los nipones bautizaron como rangaku y que incluía variadas disciplinas). La puerta a Occidente –más entornada que de par en par–, que había permitido que dos civilizaciones tan dispares compartieran experiencias, se cerró abruptamente. Los nanbanjin (“bárbaros del sur”) ya no tenían cabida en el país del Sol Naciente. Ambas culturas volvieron a ignorarse largo tiempo. Pero, para cuando finalizó el sakoku y Japón se abrió por fin al resto del mundo, en 1854, el poso de aquellos intercambios seguía presente tanto en Oriente como en Occidente. MH
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BELICISMO Los fieros guerreros del antiguo Imperio japonés fueron vencidos por la Armada española en el siglo XVI.
La victoria de la Armada española neses enviaron una flota de diez navíos para vengarse de los españoles. Sin embargo, tras varios combates, tanto en tierra como en el mar, las fuerzas españolas consiguieron vencer y expulsar de Filipinas a los japoneses. NO ERAN INVENCIBLES. La figura de los samuráis está envuelta en un halo de leyenda que los muestra como hombres a los que casi era imposible derrotar. Estas batallas suponen la única evidencia histórica de un enfrentamiento armado entre europeos y samuráis. De este episodio, la Historia japonesa cuenta que sus guerreros fueron derrotados por unos demonios, mitad peces mitad lagartos, llegados en unos grandes y extraños barcos negros. Estas criaturas salían como bárbaros del mar para atacarlos y enfrentarse a ellos era peligroso y casi suicida. Desde entonces, los samuráis llamaron a los infantes de marina españoles wo-cou (peces-lagarto), en reconocimiento a la audacia con la que habían luchado y vencido en los combates de Cagayán.
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DANIEL CABRERA
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finales del siglo XVI, la marina española se convirtió en la primera y única flota occidental en derrotar a estos fieros guerreros nipones. Este desconocido episodio de la Historia ocurrió hacia 1580, cuando –según narra el investigador Carlos Canales en su libro Tierra extraña– el gobernador español en las islas Filipinas, don Gonzalo de Ronquillo, tuvo noticias de la llegada de un fuerte contingente de piratas japoneses que estaban hostigando y saqueando a los indígenas filipinos en la provincia de Luzón, zona bajo la protección administrativa española. Ante esta situación, Ronquillo envió hasta Luzón al capitán de la Armada Juan Pablo Carrión al mando de una flotilla compuesta por siete embarcaciones y varias decenas de infantes de marina de los Tercios de Mar de la Armada española. El objetivo era expulsar a los fieros piratas japoneses, que resultaron ser temibles guerreros samuráis. Tras ganar una primera batalla frente a un barco nipón que navegaba por la zona, los japo-
ARTE FLORAL
El lado más delicado de los guerreros
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unque se muestren como hombres rudos, los samuráis reservaban parte de su tiempo al ikebana, el arte del arreglo floral nipón. Su origen se remonta al siglo VI y se convirtió en un símbolo del renacimiento artístico japonés después de la II Guerra Mundial. Los guerreros del antiguo Japón cortaban ramas, hojas y flores de sus jardines para alcanzar la ansiada tranquilidad y serenidad de sus almas tras los combates en la guerra. El ikebana se convirtió, en su propósito estético, en un acto de reflexión sobre el paso del tiempo y los ciclos de la vida (nacer, crecer, morir y renacer). En cada composición los samuráis reflejaban su estado de ánimo. El hecho de que las obras sean efímeras, debido al material de que están hechas, lo
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convierte en un acto de reflexión sobre el paso del tiempo. En la cultura japonesa surgió este arte que, desde Occidente, puede interpretarse como unas normas para realizar arreglos florales con una estética distinta a la occidental. Pero el ikebana es algo más: un antiguo saber que emerge de un respeto hacia la naturaleza profundamente arraigado en el alma japonesa como otras muchas formas de su arte, tales como la caligrafía, la ceremonia del té y la poesía haiku, que también practicaban los samuráis. El origen de este arte, de más de 500 años de Historia, fue religioso, pero actualmente se ha exportado a todo el mundo y se ha convertido en una afición también en Occidente.
El ikebana es una disciplina artística nipona basada en una forma de vivir en comunicación con la naturaleza.
María Fernández Rei ARMAS
Un abanico letal
CÓDIGO ÉTICO
Las siete normas del samurái
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GI: Justicia
Cuando los samuráis no podían, por protocolo, portar la catana, utilizaban como arma de defensa personal el tessen o “abanico de hierro”.
LITERATURA
Un Sherlock en Edo
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no de los personajes más queridos de la literatura popular japonesa, el detective Hanshichi –inspirado en Sherlock Holmes–, nos ofrece una visión fascinante de la vida feudal en Edo. Sus aventuras se desarrollan entre 1840 y 1860, una época en la que tradición y superstición van de la mano y son el verdadero enemigo del racional Hanshichi, que se cuela en las mansiones de los samuráis que sirven al shogún. Esta serie de relatos –publicados entre 1917 y 1937–, en la que se describe una colorista ciudad de Edo, introdujo a varias generaciones en la cultura samurái.
EJÉRCITO
Mujeres en combate
GIORGIO ALBERTINI
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ientras que samurái es un término estrictamente masculino, en la clase bushi también cuentan las mujeres que recibieron una formación similar en las artes marciales y la estrategia. Estas mujeres se llamaban onna-bugeisha y eran conocidas por participar en combate junto con sus homólogos masculinos. Su arma preferida era generalmente la naginata, una lanza con una hoja curva; como una espada, aunque más ligera. Dado que los textos históricos ofrecen escasos datos de estas mujeres guerreras –el papel tradicional de una mujer de la nobleza japonesa era más el de un ama de casa–, se supone que eran sólo una pequeña minoría. Sin embargo, investigaciones recientes indican que las mujeres japonesas participaron en batallas mucho más a menudo de lo que los libros de Historia cuentan. Cuando en el sitio de la batalla de Senbon Matsubaru, en 1580, se hicieron pruebas de ADN, 35 de los 105 cuerpos resultaron ser de mujeres. La investigación en otros sitios ha arrojado resultados similares. La luchadora más famosa de la Historia japonesa fue Tomoe Gozen, mencionada por su belleza y valor en los relatos épicos titulados Cuentos de Heike. Tomoe luchó en la batalla de Awazu en 1184 y, aunque fueron derrotados, destacó por su maestría con la espada.
Sé honrado en tus tratos con todo el mundo. Cree en la justicia, pero no en la que emana de los demás, sino en la tuya propia. Sólo existe lo correcto y lo incorrecto.
YUU: Valor Álzate sobre las masas de gente que temen actuar. Ocultarse como una tortuga en su caparazón no es vivir. El coraje heroico no es ciego, sino inteligente y fuerte. Reemplaza el miedo por el respeto y la precaución.
JIN: Compasión Actúa de forma benevolente y ayuda a tus compañeros en cualquier oportunidad. El bien debe ser usado a favor de todos.
REI: Respeto Sé cortés incluso con tus enemigos. Sin esta muestra directa de respeto no somos mejores que los animales. La auténtica fuerza interior se vuelve evidente en tiempos de apuros.
MAKOTO: Honestidad Cuando se dice que se hará algo, es como si ya estuviera hecho. Nada en esta tierra te detendrá en la realización de lo que has dicho que harás. No has de “dar tu palabra”, no has de “prometer”; el simple hecho de hablar ha puesto en movimiento el acto de hacer.
MEIYO: Honor Tienes que ser el juez de tu propio honor. Las decisiones que tomas y cómo las llevas a cabo son un reflejo de quién eres en realidad. No puedes ocultarte de ti.
CHUUGI: Lealtad Haber hecho o dicho algo significa que ese “algo” te pertenece. Eres responsable de ello y de todas las consecuencias que le sigan. Las palabras de un hombre son como sus huellas: puedes seguirlas donde quiera que él vaya.
JOSÉ ANTONIO PEÑAS
Tomoe Gozen (en la ilustración) pudo ser primer capitán, según narran los Cuentos de Heike, pues la samurái fue uno de los cinco supervivientes de su ejército.
El Bushido fue el código de honor y conducta que guiaba a los samuráis a través de siete cualidades que se requerían para ser el perfecto guerrero nipón. Pero los japoneses, a raíz de su apertura al comercio mundial en el siglo XIX, lo aplicaron también a las actividades económicas y, por supuesto, a su propia vida.
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l origen del abanico de combate se sitúa en Oriente y surge de la necesidad que tenían las personas de defenderse con objetos de uso cotidiano. El abanico formaba parte de la indumentaria habitual tanto de señores como de campesinos. En Japón, durante el período Edo (1603-1868), el tessen o “abanico de hierro” fue utilizado por los samuráis para poder defenderse en aquellas situaciones en las que tenían que separarse de sus espadas. Cuando un samurái era invitado a entrar en una casa, el protocolo exigía que debía dejar sus armas en la entrada como señal de confianza hacia el anfitrión. Cualquier negativa al respecto era considerada un insulto hacia el dueño de la casa. De esta forma, el samurái conservaba su abanico de hierro para poder defenderse en caso necesario. El tessen estaba formado por cuchillas de hierro afiladas que quedaban ocultas por tela o seda. Era un arma de defensa más que de ataque. Su peso era considerable (entre un kilo y kilo y medio), y ello obligaba a un manejo lento y con golpes secos.
NOCTURNIDAD, PREMEDITACIÓN, CATANAS Y LANZAS. El ataque por parte de los antiguos vasallos de Asano a la casa de su enemigo, el maestro de ceremonias Yoshihisa, sucedió en la madrugada del 30 de enero de 1703, tras casi dos años de preparación y con gran violencia: murieron 17 sirvientes. Pero la obra Chushingura –a la que pertenece esta ilustración de Utagawa Kuniyoshi– sublimó el episodio y lo transformó en heroico.
ENTRE LA HISTORIA Y EL MITO
La venganza de los 34
FUE UNO DE LOS SUCESOS MÁS SANGRIENTOS DE UNO DE LOS SIGLOS MÁS PACÍFICOS DE LA HISTORIA DE JAPÓN: EL XVIII, EN LA ETAPA EDO. QUIZÁ POR ELLO, SE CONVIRTIÓ EN LEYENDA DE LA MANO DE LA LITERATURA, EL TEATRO Y EL CINE. Por Roberto Piorno, periodista e historiador
a mañana del 30 de enero de 1703, Edo (actual Tokio) era un hervidero de rumores. Huérfanos de grandes acontecimientos, los habitantes de la capital reaccionaron con excitación ante las noticias, aún confusas en las primeras horas del día, de los disturbios de la madrugada anterior en el exclusivo distrito residencial a orillas del río Sumida. Un siglo de paz y orden extremos prácticamente ininterrumpido era lo que la noticia de una venganza samurái, de esas que ni los más viejos del lugar acertaban a recordar, necesitaba para cuajar en mito casi instantáneo y expandirse por la ciudad como la pólvora. Los culpables del sensacional revuelo eran un grupo de vasallos del clan Asano que habían asaltado con alevosía en medio de la noche la mansión de Kira Yoshihisa, maestro de ceremonias del shogún, dándole muerte y decapitándolo. Imposible no estar al corriente del episodio en las calles de Edo. No sólo por el revuelo causado durante el asalto, sino por la ruidosa y nada discreta marcha a pie protagonizada por los presuntos justicieros desde la mansión del enemigo muerto hasta el Sengakuji, el templo en el que descansaban los restos mortales de su señor, sobre cuya tumba depositaron la cabeza del enemigo muerto. Durante semanas nadie hablaba en Edo de otra cosa.
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UN EXTRAÑO INCIDENTE PREVIO. Es preciso remontarse al 17 de abril de dos años antes para dar con la raíz de la discordia. Ese día, altos dignatarios de la casa imperial, con sede en Kioto, se encontraban en Edo en una visita de cortesía correspondiendo al shogún que, a comienzos de año, había enviado una delegación a Kioto para transmitir al emperador sus felicitaciones de Año Nuevo. Para agasajarlos conforme al protocolo, y siguiendo al dedillo los rituales y las normas de etiqueta confucianas, Kira Yoshihisa, maestro de ceremonias del shogún y miembro de una ilustre familia samurái cuyo leal servicio a la casa Tokugawa se remontaba a los inicios del siglo anterior, preparó una acogida a la altura de las circunstancias. Como era costumbre, dos de entre los daimios (señores feudales) más prominentes eran escogidos para ejercer de anfitriones de las delegaciones del emperador y de el ex-emperador respectivamente, lo que se tenía entonces por un altísimo honor. Naganori, señor de la casa de Asano, un hombre de reputación dudosa, mujeriego y hedonista (características todas ellas maquilladas a posteriori por las obras de ficción que forjaron el mito), tenía el cometido de atender y agasajar al séquito del emperador Higashiyama. El 14 de abril, las dos delegaciones llegaron a Edo. Antes, Kira Yoshihisa había adiestrado a Asano en la intrincada complejidad del rígido ritual confuciano que decoraba la pomposa bienvenida. Todo transcurrió conforme a lo previsto hasta el 17 de abril, el último día de estancia del séquito imperial en Edo. Y en la meticulosa preparación del ritual de despedida es donde afloraron, presuntamente, las primeras fricciones entre Kira y Asano. Un cambio de planes de última hora precipitó el desencuentro; Asano, adaptándose al imprevisto, se dirigió al llamado Corredor de los Pinos. Allí encontró a Kira departiendo con un funciona-
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EL CASTILLO DE AKO. El feudo del clan Asano (debajo) fue expropiado a la muerte de Naganori por orden del shogunato. La medida supuso la caída en desgracia de los vasallos, lo que explica en parte la venganza perpetrada por los ronin.
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LOS RONIN, DIVIDIDOS. La rapidez de la sentencia y de la posterior ejecución obedecía a la incontestable gravedad del delito: Asano había agredido a un alto funcionario del shogún en la residencia de éste y, como agravante, había desenfundado su espada en presencia de delegados imperiales, vulnerando un ancestral principio sintoísta que consideraba la sangre como un agente altamente impuro, más aún en tan solemne escenario. Sin apenas margen para asumir la gravedad del crimen, Asano aún tuvo tiempo para enviar un mensaje de despedida a sus vasallos, a su feudo de Ako. En la misiva no había una sola referencia a las causas que habrían provocado y, eventualmente, justificado su airada reacción contra Kira. Asano, por ello, se iba a la tumba llevándose consigo las razones del agravio, sin que conste en lugar alguno la naturaleza de la ofensa que lo había empujado a atentar contra la vida del maestro de ceremonias del shogún. Lamentablemente, gran parte de las interpretaciones relativas al incidente son posteriores a la venganza de los vasallos de Asano, coincidiendo con un proceso de heroización que iba a cristalizar en un sinfín de obras teatrales, novelas y películas que contribuirían en gran manera a distorsionar la verdad y a mezclar arbitrariamente la realidad, el mito y el rumor callejero más infundado. El incidente comenzó a adquirir tintes de gran tragedia pocas horas después del seppuku. Las noticias del grave suceso no tardaron en llegar a Ako, para indignación del chambelán del clan, Oishi Kuranosuke, y de-
DE LA HISTORIA AL TEATRO. La conversión de estos samuráis en héroes nacionales derivó en gran medida del estreno en 1748 de Chushingura, a la que siguieron otras obras kabuki y más tarde películas sobre el asunto. A la derecha, una xilografía ukiyo-e del período Edo muestra a un actor de kabuki en el rol de uno de los 47 ronin.
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rio shogunal cuyo informe por escrito de los hechos es nuestra única fuente de información fidedigna. Según éste, y sin mediar aparentemente ofensa alguna, Asano desenfundó entonces su wakizashi (la espada corta de los samuráis) y atacó a Kira por la espalda pronunciando unas crípticas palabras: “¿Recuerdas mi resentimiento de estos últimos días?”. El maestro de ceremonias resultó ileso, pero en pocos minutos Asano era arrestado y puesto bajo custodia en la mansión del daimio Tomura Takeaki, en espera de que los hechos fueran esclarecidos y se estableciese el castigo oportuno. Apenas cuatro horas después de su arresto, se decretó su inmediata ejecución. Así, en la casa de Tomura y sin apenas tiempo para reaccionar, Asano Naganori procedió a abrirse el vientre con su wakizashi suicidándose mediante seppuku.
más leales vasallos de Asano. Muerto aquél, el bakufu ordenó a dos oficiales tomar posesión del castillo de Ako. Igualmente se dispuso el arresto de Asano Nagahiro, hermano menor de Naganori y por tanto heredero natural y cabeza visible del clan. En la práctica, estas dos medidas se traducían indirectamente en una terrible condena para los 270 vasallos de Asano repartidos entre Ako y Edo. Sin señor al que servir y sin castillo que custodiar, perdían su condición de samuráis para convertirse en ronin –estigmatizados por la caída en desgracia de su empleador– y, por tanto, en vasallos sin empleo, con espada potencialmente en venta al mejor postor. Los siguientes días fueron críticos en el interior del castillo de Ako. Mientras el veterano e inflexible Oribe Yahei, cabecilla de la facción dura, abogaba por la venganza inmediata, el chambelán Oishi, más templado y estratega, tras especular con la posibilidad de una estéril defensa del castillo hasta la última sangre, sostenía la necesidad de acatar la sentencia, abandonar Ako y esperar acontecimientos. Finalmente, venció la línea blanda. En el fondo, el chambelán Oishi confiaba en que la disposición de los
vasallos a acatar pacíficamente la sentencia ablandara la postura intransigente de las autoridades, propiciara el perdón del hermano de Asano y consintiera la restauración del clan y, en última instancia, la redención de los ronin y el mantenimiento de su estatus samurái. Naturalmente, el bakufu no dio marcha atrás; la suerte de los vasallos de Asano estaba echada. Fue entonces cuando, perdida toda esperanza, Oishi cedió al fin a las tesis duras de Oribe. Los ronin, finalmente, acabarían con la vida de Kira Yoshihisa aunque fuera lo último que hicieran.
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Debajo, un libro ehon (relatos ilustrados que son un antecedente remoto del manga) obra del gran Utagawa Kuniyoshi (1797-1861). El dibujo a tinta retrata a Asano (izda.) frente a Kira.
l heroísmo de los 47 ronin tiene, a la luz de los hechos, demasiados claroscuros. En realidad, obviaban interesadamente cuestiones esenciales, y de muy dudosa legalidad, que desacreditaban sus nobles principios. Para empezar, Asano había atacado a Kira por la espalda: una agresión nada admirable que, por si fuera poco, había puesto de relieve la torpeza de su señor en el manejo de las armas. Asano, después de todo, distaba mucho de ser un samurái ejemplar. Por otro lado, jamás existió una disputa como tal; fue una agresión en toda regla sin respuesta alguna por parte del agredido. Circunstancias, todas estas, que desacreditaban las demandas de los ronin. La supervivencia del clan, la conservación de sus bienes y, por ello, de su privilegiado estatus social, frente al abismo del desempleo, en un Japón en el que los samuráis sin dueño se veían empujados frecuentemente a la miseria y a un terrible horizonte de supervivencia marginal, coloca-
ron en realidad las “obligaciones” morales para con su señor en un segundo plano hasta que estuvo todo perdido. Por otro lado, ¿por qué los ronin no cometieron seppuku después de ejecutar su venganza en el Sengakuji, junto a la tumba de su señor? No son pocos los contemporáneos que se hicieron esta misma pregunta, incluido Yamamoto Tsunetomo, autor del célebre Hagakure. MOTIVOS NADA SÓLIDOS PARA LA VENGANZA. El debate confuciano en torno a la legalidad-moralidad de la acción de los 47 en los meses posteriores al suceso es, en sí, infinitamente más trascendental que el propio incidente. Lo cierto es que la renuncia al seppuku espontáneo y la espera, durante semanas, de una sentencia del bakufu invitan a pensar que, lejos de resignarse a su suerte, los ronin aún esperaban un perdón colectivo y, quizá, incluso recuperar el empleo perdido a raíz de la caída en desgracia del clan al que servían.
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LA HONRA DEL SAMURÁI. La versión oficial, condicionada por la admiración popular a la lealtad inquebrantable de los ronin, interpretó la venganza como una causa justa, pero ¿lo era realmente? Los ronin no acertaban a digerir una cosa: el protocolo samurái, una reliquia de tiempos pasados y un recuerdo anacrónico de una sociedad guerrera, extinta hacía más de un siglo, sugería que tras una disputa entre samuráis, si el agresor era condenado, el agredido, deshonrado, debía correr la misma suerte. Las autoridades judiciales en estos casos solían aplicar el mismo rasero dando por bueno el juicio moral que repudiaba la cobardía y la indignidad samurái del perdedor, aplicando idéntica condena a uno y a otro. Los ronin censuraban la cobardía de Kira, que renunció a defenderse de la agresión de Asano. Igualmente entendían como una obligación de lealtad hacia su señor eliminar al enemigo al que las circunstancias habían salvado de la ira y el acero de Asano. En un documento firmado por los vasallos horas antes de ejecutar la ansiada venganza, confesaban “la imposibilidad de seguir viviendo bajo el mismo cielo que el enemigo de nuestro señor”. Casi dos años transcurrieron entre la muerte de Asano y el día D elegido para la ejecución de la implacable venganza de los ronin. En ese intervalo de tiempo, planificaron el asesinato de Kira con una meticulosidad admirable. Lamentablemente, esos meses de transición son una nebulosa en las crónicas del período, y son sobre todo las múltiples ficciones teatrales las que han forjado la imagen, sin duda idealizada, del heroico comportamiento de los ronin en ese tiempo. Dice la leyenda que unos y otros urdieron una sofisticada mascarada en virtud de la cual exhibían una total renuncia a la dignidad y respetabilidad samurái para despistar al enemigo. Algu-
¿Héroes o villanos?
SEGÚN EL CÓDIGO SAMURÁI, TRAS UNA DISPUTA ENTRE DOS DE ELLOS, SI EL AGRESOR ERA CONDENADO A MUERTE EL AGREDIDO DEBÍA ACEPTAR EL MISMO DESTINO 37
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CONDENADOS PERO IDEALIZADOS. De los más de docientos cincuenta vasallos del clan, sólo 47 (o quizá 46 o 48, según diversas fuentes) tomaron parte en la conspiración, lo que de por sí denota importantes disensiones internas entre los propios feudatarios de Asano. Y, aunque los hechos sugieren que los 47 no estaban resignados a una sentencia de muerte cierta, las pocas cartas que se conservan redactadas por algunos de los ronin a modo de despedida de sus familiares denotan hasta qué punto eran conscientes de que difícilmente volverían a ver a los suyos. Eligieron la noche del 30 de enero de 1703 para ajustar cuentas de una vez por todas con Kira. Aparentemente, conocían al dedillo el plano de la mansión del maestro de ceremonias del shogún. Según la leyenda, uno de los ronin contrajo matrimonio con la hija del arquitecto de la morada de Kira con el único objetivo de hacerse con los planos. Así, a la orden de un golpe de tambor de Oishi Kuranosuke, armados con catanas, lanzas y naginatas, iniciaron el asalto nocturno. Los vasallos de Kira, samuráis o no, totalmente desprevenidos, lucharon valerosamente, pero hasta diecisiete de ellos perdieron la vida antes de que los ronin encontraran a Kira escondido en un pequeño almacén de carbón en el patio. Según Chushingura, la obra kabuki que inmortalizó la hazaña de los 47, Oishi le brindó la posibilidad de morir dignamente haciéndose seppuku. Ante su negativa, el chambelán de Asano lo decapitó con la misma espada con la que su señor
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nos llegaron tan lejos en la pantomima que incluso abandonaron a sus mujeres e hijos. Mientras, Oishi Kuranosuke, el chambelán, jugaba al despiste entregándose a una vida de desenfreno, alcohol y excesos. Pero, como siempre, la leyenda tiene un inevitable trasfondo verídico. Fuentes del período, en efecto, aluden a la rutina de moral distraída y dispendio de Oishi durante estos meses, pero en ningún lugar se menciona que esta actitud del chambelán fuese una estrategia de distracción. Es decir, que el mito interpretó como una actitud virtuosa y una demostración de extrema lealtad lo que bien pudo ser nada más que una afición un tanto aparatosa a la buena vida y al exceso.
EN EL PUENTE DE RYOGOKU. Allí, sobre el río Sumida, los atacantes de la casa de Kira Yoshihisa se enfrentaron a quienes les salieron al paso en su marcha hacia el templo de Sengakuji, como recoge este dibujo coloreado del s. XIX.
A la izda., Asano Naganori según una ilustración. Su muerte por seppuku descabezó a su clan y convirtió a sus samuráis en ronin. 47 de ellos decidieron vengarlo.
se había abierto el vientre dos años antes. Finalmente, los ronin habían satisfecho su sed de venganza. Sin perder un segundo, los vasallos de Asano emprendieron la marcha por las calles de Edo hasta el Sengakuji, el templo donde yacían los restos mortales de su señor. Una vez depositada la cabeza de Kira a modo de trofeo sobre la tumba de su señor, y con la satisfacción del deber cumplido, optaron por someterse a la voluntad de las autoridades. Oishi y los suyos fueron arrestados, dispersados y puestos bajo custodia de diversos daimios en espera de sentencia. Con Edo patas arriba a causa de los rumores, mientras se forjaba oral y espontáneamente la heroización de los 47, la corte suprema del shogún se reunió para determinar el destino de los ronin. La decisión se demoró varios días y finalmente, tras un acalorado debate, la corte sentenció a muerte a los 47 por conspiración y alteración del orden, no sin alabar, y esto es lo verdaderamente sorprendente, la actitud de heroica lealtad de los ronin. Se censuraba legalmente su acción pero a la vez, paradójicamente, se loaba desde el punto de vista moral. Edo se debatía entre la consternación y la admiración por el valor de los agresores, entre la fría lógica de la ley y la anacrónica apelación a una ética
Una intolerable afrenta
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ada más que especulaciones, mejor o peor fundadas, engrosan las crónicas contemporáneas acerca del incidente en el Corredor de los Pinos. La teoría más extendida, recogida por Muro Kyūsō, un erudito confuciano, dos años después de la agresión (y, por tanto, la más cercana a los hechos), apunta a la escasa “generosidad” de Asano para con el maestro de ceremonias del shogún, quien habría quedado muy contrariado ante la magra cuantía del preceptivo “regalo” en agradecimiento por las lecciones de etiqueta.
Esta clase de compensaciones y obsequios estaban a la orden del día en la corte nipona y, según la versión de Kyūsō, el clan Asano habría descuidado este trámite, desencadenando de esta manera la ira del maestro de ceremonias que, a modo de represalia, habría cuestionado públicamente la diligencia de Asano. Sea o no veraz esta versión de los hechos, lo indiscutiblemente cierto es que en 1703, cuando fue puesta por escrito, estaba en boca de todos en Edo y alrededores.
CHUSHINGURA, LA FORJA DEL MITO. Enterrados bajo el mismo suelo que su señor, en el cementerio del Sengakuji, los ronin rubricaron su implacable venganza desde el más allá. Siete años después de su muerte, Asano Nagahiro, hermano de Naganori, fue formalmente perdonado y, finalmente, los herederos adultos de los ronin obtuvieron permiso para abandonar el exilio. En medio de un clima de simpatía cercana a la devoción, Oishi Kuranosuke y demás vasallos de Asano cuajaron en el imaginario colectivo como héroes nacionales gracias, entre otras cosas, al estreno en 1748 de la legendaria obra de kabuki titulada Chushingura, la fuente de la que bebe la idílica y
UN GOLPE DE TAMBOR. Fue la señal para iniciar el asalto. Lo dio Oishi Kuranosuke, el chambelán del clan Asano, erigido en líder de los ronin vengadores. En esta ilustración lo vemos en primer término lanzando a los atacantes contra la casa.
CON LA RESTAURACIÓN MEIJI DEL S. XIX, LOS 47 FUERON CONVERTIDOS POR EL EMPERADOR EN SÍMBOLO DE INSUMISIÓN CONTRA LOS SHOGUNES
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samurái ya en desuso que, indudablemente, suscitaba aún notable entusiasmo y admiración en todos los estamentos de la sociedad nipona. La nostalgia de la edad dorada de una presunta ética del honor samurái, que en verdad era, en un altísimo porcentaje, una reinvención contemporánea, una idealización de los usos y costumbres de una casta guerrera que en tiempos de paz necesitaba inventar mitos para justificar su posición privilegiada, impulsó la canonización informal de Oishi y demás vasallos de Asano. Pero la ley es la ley, y en su defensa el 20 de marzo, dos largos meses después del asalto a la mansión de Kira, se ejecutó la sentencia de muerte. Los leales samuráis de Asano se sometieron al ritual del seppuku y, tras el rastro de sangre de unos y otros, se forjó el mito.
distorsionada lectura de la gesta de los 47, alimentada por la literatura y el cine. Oishi y Asano pasaron a la Historia como iconos, héroes trágicos del país y vestigio último de una filosofía del honor y la lealtad que la modernidad, en el siglo XVIII, estaba definitivamente barriendo. Al tiempo, Kira Yoshihisa cristalizó como villano de cabecera de Japón, quintaesencia de samurái cobarde, némesis de todo lo noble e irresistiblemente atávico que representaban los ronin. La realidad, naturalmente, choca frontalmente con el mito, pero ¿por qué los japoneses convirtieron la venganza y muerte de los 47 en uno de los episodios estelares de su memoria histórica? A comienzos del siglo XVIII, Japón vivía un proceso de transformación sociopolítica irreversible. El Estado central trataba de embridar y desarmar legal y definitivamente no ya el poder, muy mermado a estas alturas, de los señores feudales –cuyas ambiciones regionales, aplastadas por Ieyasu, el primer shogún Tokugawa, habían sumido a Japón en una sangrienta guerra civil un siglo antes–, sino la propia influencia moral de los valores que estos encarnaban. Frente al rígido esquema del legalismo confuciano, característico de un Estado que doblaba la esquina para dejar atrás el medievo y sumergirse en la modernidad, la insumisión de los ronin al imperativo legal encendía la nostalgia por el glorioso pasado samurái de un país atrapado en una contradicción acuciante.
MODERNIDAD O TRADICIÓN. La postura de la corte suprema del shogún a la hora de fijar una sentencia contra los ronin refleja perfectamente esta fascinante tensión: una cosa era la legalidad y otra la moralidad, dos conceptos que, en el Japón de principios del XVIII, aún no iban necesariamente de la mano. Los ronin habían vengado a su señor, culpable de un delito incontestable con escasos atenuantes, cometiendo otro aún mayor. Se habían tomado la justicia por su mano mediante una emboscada nocturna impropia de samuráis, asesinando a 17 personas inocentes, los vasallos de Kira, con tal de saciar su cuestionable sed de venganza. Una conspiración en toda regla coronada con una actitud, cuando menos, cuestionable. Lo que subyace detrás de la “canonización” de los 47 es el debate, muy vivo entonces, entre autoridad central y autoridad feudal, entre modernidad y tradición, entre legalidad colectiva y ética individual. Sea como fuere, la bola fue creciendo. Con la restauración Meiji, a finales del siglo XIX, los 47 se convirtieron en un símbolo, en una banda de valientes, insumisos frente a la ley shogunal en un momento en que el emperador había retomado el control y necesitaba un esfuerzo propagandístico para censurar el pasado inmediato. El Sengakuji de Tokio se convirtió así en centro de peregrinación, y los vasallos de Asano en un ejemplo de excelencia samurái que, incluso hoy, sólo se cuestiona en círculos académicos. Una vez más, la Historia suMH cumbió al irresistible empuje de la leyenda.
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ÁLBUM FOTOGRÁFICO DEL PERÍODO EDO
Retratando
Japón EL FOTÓGRAFO ITALOBRITÁNICO FELICE BEATO (1832-1909) CAPTURÓ A FINALES DEL S. XIX LA VIDA COTIDIANA DE LOS ÚLTIMOS SAMURÁIS DE JAPÓN DURANTE EL PERÍODO EDO. ESTAS IMÁGENES COLOREADAS MUESTRAN UN MUNDO FASCINANTE: EL DE UNA SOCIEDAD FEUDAL A PUNTO DE DESAPARECER. Por Iria Pena Presas, historiadora
TESTIGO DE UNA GUERRA Pionero de la fotografía de guerra, Beato consiguió entrar y retratar el cerrado mundo de los samuráis durante los años que residió en Japón. En esta escena, un grupo de samuráis del clan Satsuma consulta un mapa durante la Guerra Boshin (1868-1869), que enfrentó a los partidarios del gobierno del shogunato Tokugawa con la facción que pretendía devolver el poder político a la corte imperial. El fin de la guerra estableció un nuevo gobierno que suprimió paulatinamente el poder feudal y abolió la clase samurái. Los Satsuma, que habían tenido un papel clave en la victoria del bando imperial, pasaron a ostentar puestos clave en el nuevo gobierno Meiji.
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UNA CÁMARA EN EL LEJANO ORIENTE
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Felice Beato llegó hacia 1863 a Yokohama, el único lugar de Japón donde los occidentales tenían permiso para asentarse. En este pueblo de pescadores, Beato abrió junto a Charles Wirgman un estudio de fotografía, comenzando la etapa más comercial de su carrera. La cultura y sociedad japonesas sirvieron de inspiración para el italo-británico, que realizó numerosos retratos de la clase guerrera (1), pero también de los distintos artesanos del final del período Edo. Las instantáneas de diferentes profesionales trabajando, como el carpintero que moldea la madera en su taller (2) o la mujer que pinta a mano el panel de un biombo (3), nos permiten entrar en un universo desconocido a la par que fascinante para el mundo occidental. En el país nipón, Felice Beato llevó a cabo un prolífico trabajo. De hecho, después del incendio de su estudio en 1866 y de la destrucción de todo su archivo, el fotógrafo decidió recuperar su pérdida realizando en los dos años siguientes un gran número de tomas que recogería en dos libros: Native Types y Vistas de Japón.
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Ante la cámara de Beato posaron numerosos personajes del Japón ancestral: samuráis ataviados con la armadura tradicional (1), la catana y el kabuto se dejaron retratar por el fotógrafo con el fin de perpetuar su imagen. Además de retratos, en el estudio del artista también se representaron tradiciones intrínsecas a la casta de guerreros, como una ejecución (2). Del gran legado de imágenes que dejó Beato destacan las delicadas escenas del mundo de las geishas, que se convertirían en un icono de belleza (3 y 4) y en uno de los símbolos de Japón tras la desaparición de los samuráis. El aventurero veneciano trató de abarcar casi todos los ámbitos de la sociedad nipona, y ante su objetivo tenían la misma relevancia los samuráis que los vendedores ambulantes de verduras (5). Sus fotografías coloreadas, para las que contrató a expertos en ukiyo-e, tuvieron un éxito arrollador como souvenir entre los aventureros y como recuerdo para los propios retratados. Así, Beato pasó a ser uno de los nombres más importantes entre los precursores de la fotografía en Japón.
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ENTRE GEISHAS Y ESPADAS
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El personaje más influyente de la Historia
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Esplendor y caída del caballero nipón
SIETE SIGLOS DE DOMINIO. Guiado por un código ético – bushido –, se formó un grupo militar de élite en la Edad Media nipona: los samuráis, que sobrevivieron hasta la apertura de Japón a Occidente durante el siglo XIX.
DESDE EL SIGLO XII, LA HISTORIA DE JAPÓN ESTÁ PROTAGONIZADA POR LA FIGURA DEL SAMURÁI, PRIMERO COMO FUERZA MILITAR Y, MÁS TARDE, ALZÁNDOSE CON EL PODER DEL GOBIERNO NIPÓN. ESTA CLASE GUERRERA VIVIÓ SU DECLIVE EN EL SIGLO XIX. Por Roberto Piorno, periodista e historiador
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U La Guerra Genpei Pág. 48 U El gobierno del clan Minamoto Pág. 50 U Go-Daigo y la Restauración Kemmu Pág. 52 U El shogunato Ashikaga Pág. 54 U La Guerra Onin Pág. 56 U El período Sengoku Pág. 58 U La unificación de Japón Pág. 60 U El ocaso de la aristocracia guerrera Pág. 62 47
Enemigos ancestrales: Taira contra Minamoto LAS SEMILLAS DE UN NUEVO RÉGIMEN FEUDAL SE PLANTARON EN EL JAPÓN DEL SIGLO XII. LO QUE ESTABA EN JUEGO ERA QUIÉN DIRIGIRÍA ESE NUEVO SISTEMA DE GOBIERNO: ¿EL CLAN TAIRA O EL MINAMOTO? finales del siglo XII, Japón se preparaba para cruzar su particular Rubicón. El viejo orden del período Heian, vertebrado alrededor de un poder central hegemónico en lo político y lo militar, se estaba derrumbando a marchas forzadas. La tensión acumulada durante décadas de desencuentros entre el centro y la periferia, entre la corte y la nobleza tradicional de viejo cuño, por un lado, y la incontenible pujanza de una nueva élite provincial enriquecida gracias a los réditos de la tierra, por otro, estaba a punto de precipitar un estallido político y social que iba a forjar un orden completamente nuevo. Soplaban vientos de cambio, y la posición del emperador era cada vez más y más comprometida. Kioto, la capital, no lograba ya a comienzos del siglo X embridar las ambiciones, cada vez más expansivas, de los grandes terratenientes de las provincias.
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AUGE DE LOS SAMURÁIS. Se estaban plantando las semillas de un nuevo régimen feudal, del que el auge de los bushi (o samuráis), un estamento social de nuevo cuño cuyo poder se moldeaba alrededor de la tierra, era, sin duda, el elemento más característico. El sistema imperante de propiedad de la tierra estaba experimentando una transformación sustancial alentada, por conveniencia, por las autoridades de Kioto. Son los años de consolidación de los shōen, feudos libres de impuestos cedidos por el gobierno central en las provincias, y clave en un sistema inicialmente ideado para facilitar la gestión política y económica de los territorios periféricos desde la corte. Pero Kioto estaba creando un monstruo. Los tentáculos de la administración central, muy debilitada, no protegían los
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GUERRA CIVIL NIPONA. Entre los años 1180 y 1185, Japón vivió una serie de conflictos civiles conocidos como la Guerra Genpei. En la pintura (detalle de un biombo), una escena bélica.
intereses de estos nuevos propietarios que, en consecuencia, optaron por procurarse sus propios medios de defensa, cuajando como una nueva nobleza guerrera. Por lo tanto, la clase terrateniente comenzó a armar a sus propios ejércitos, velando por su seguridad, ampliando sus redes de influencia hacia pequeños propietarios más vulnerables y desarrollando leyes de vasallaje de tipo clientelar. Nacía así la nueva élite samurái, que se dotaba de mecanismos de organización cada vez más sofisticados, creando ligas y alianzas, fortalecidas por matrimonios y adopciones, que eran un formidable contrapeso a las interferencias de los representantes del gobier-
no y la corte. Y de entre todos los clanes surgidos en este proceso de consolidación de las nuevas aristocracias guerreras, serían los Taira y los Minamoto, enemigos ancestrales e irreconciliables, los que escribieran una de las páginas más épicas de la Historia del Japón premoderno. Ambos apelaban a un atávico linaje aristocrático; la facción más importante de los Minamoto se decía descendiente del emperador Seiwa, mientras los Taira contaban entre sus ilustres antepasados con el emperador Kanmu. Tanto los Taira como los Minamoto servían a los intereses de los Fujiwara, el clan más poderoso de Japón, que manejaba los hilos de la política impe-
Los Minamoto controlaban las provincias centrales, mientras los Taira las orientales
DOSSIER I
LA GUERRA GENPEI
Yoshitsune, un héroe trágico de guerra
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e entre todas las figuras del período de enfrentamiento entre los Minamoto y los Taira, ningún personaje ha generado tanta literatura como Minamoto Yoshitsune, héroe trágico del Japón medieval por antonomasia. Nacido durante la Rebelión Heiji de 1159, fue uno de los pocos Minamoto –junto a sus dos hermanos, Noriyori y Yoritomo– que sobrevivió a la purga acometida por los Taira contra los miembros de su clan. Fue criado bajo la protección de una rama de los Fujiwara hasta que en 1180 decidió unirse a su hermano Yoritomo, en defensa de la causa Minamoto en la Guerra Genpei.
CONTROL DEL PODER. El nuevo Gran Ministro del reino descabezó al clan Minamoto, perdonando la vida únicamente a Yoritomo, Noriyori y Yoshitsune, tres niños por aquel entonces, en un acto de compasión que los suyos acabarían pagando muy caro. Poco a poco, no obstante, los Minamoto lograron rehacerse, con la inestimable ayuda de los monasterios budistas, muy descontentos con las políticas del canciller Taira, que perdió la vida en 1181, fecha a partir de la cual la posición de los suyos comenzará a verse seriamente debilitada ante el ascenso imparable del joven halcón de los Minamoto, superviviente a la purga de 1159, el astuto Yoritomo, que poco a poco logró situar a los suyos en una posición de privilegio dentro de la política de la corte. Hacia el año 1180, los bushi ya controlaban todos los resortes del poder, pero quedaba por dilucidar cuál de los dos clanes predominantes ejercería esa hegemonía. Cinco años de guerra sin cuartel (hasta 1185), que comenzó como una disputa por el control de la región del Kanto y que acabó extendiéndose por el Japón central y occidental, donde la posición de los Taira era más fuerte, dictaron sentencia. Tras tres años de conflicto, los Minamoto habían arrinconado a sus enemigos en una
CRUEL EN BATALLA. Taira Kiyomori, líder del clan Taira, fue el primer miembro de la clase guerrera samurái de Japón. En la ilustración, rodeado de los espíritus de sus enemigos muertos.
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RELACIÓN FRATERNAL ROTA. Sucesivas victorias en las batallas más decisivas de la contienda lo convirtieron en héroe, en detrimento de su propio hermano, cada vez más celoso de sus éxitos. Al finalizar la guerra, la relación entre ambos se rompió definitivamente cuando Yoshitsune decidió unirse al emperador retirado Go-Shirakawa en contra de Yoritomo. Acorralado, recurrió a la protección de Fujiwara Hidehira, pero fue en vano. El 13 de junio de 1181 Yoshitsune cometió seppuku no sin antes matar a su esposa e hija, momentos antes de caer en manos de los seguidores de su hermano. Murió el hombre, pero nació el mito.
los que fueron ganando terreno en la corte gracias a la astucia y al ingenio de Taira Kiyomori (1118-1181), que supo ganarse el favor de Go-Shirakawa, el emperador retirado –una figura con mucho poder dentro del esquema de la jerarquía imperial–, muy necesitado de apoyos ante el ocaso de los otrora todopoderosos Fujiwara. Kiyomori maniobró, emparentándose con la familia imperial, para convertirse en el hombre más poderoso de Japón durante casi dos décadas, pero la arrogancia de los Taira y los abusos de poder del nuevo hombre fuerte del país del Sol naciente levantaron muchas suspicacias en la capital y en las provincias. En 1159, Kiyomori reprimió con enorme dureza un levantamiento liderado por sus enemigos tradicionales.
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rial en la capital y que extendía sus vínculos clientelares por las provincias. Los Fujiwara eran, de facto, la mano que mecía la cuna en la corte, y las dos grandes familias provinciales supieron ganarse su confianza. Pero la hegemonía Fujiwara había comenzado a resquebrajarse. Taira y Minamoto comenzaron a tomar posiciones en el siglo XII para aprovechar esa debilidad, haciéndose con el poder político –y con el control de la corte– en todo el imperio. Así, los Minamoto controlaban las provincias centrales, mientras los Taira hacían lo propio con las orientales. Poco a poco fueron los Taira, más hábiles políticamente,
En esta tablilla se representa el entrenamiento que recibe Yoshitsune en el arte de la espada.
franja costera del Mar Interior de Japón. El más valeroso de los generales al servicio de Yoritomo, su primo Yoshinaka, avanzó imparable hasta la capital, Kioto, provocando una creciente desconfianza en un Yoritomo cada vez más celoso de sus éxitos. Así las cosas, el líder de los Minamoto decidió aparcar temporalmente las hostilidades contra los debilitados Taira mandando un ejército al mando de sus dos hermanos, Yoshitsune y Norinori, contra las huestes de su propio general, que fue derrotado definitivamente en 1184. Yoshitsune retomó el mando de las operaciones y la iniciativa en el Kanto, empujando cada vez más a los Taira a sus precarias bases en la costa. Finalmente, en Dan-no-ura (1185), los Minamoto infligieron una decisiva derrota naval a sus viejos enemigos. Era, en la práctica, el final de los Taira. Pronto el conflicto de la Guerra Genpei cuajó en el imaginario colectivo como un episodio legendario, certificando la hegemonía ya incontestada de los Minamoto y la consolidación de Yoritomo, desde su base en la ciudad de Kamakura, como el hombre más poderoso de Japón. Finalmente, un samurái regía los destinos del país del Sol Naciente.
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El primer shogún CON EL FIN DE LA GUERRA GENPEI, EL PASO SIGUIENTE FUE ESTABLECER UN GOBIERNO. PARA LIDERARLO, EL EMPERADOR LEGITIMÓ A MINAMOTO YORITOMO, QUE A LA CABEZA DEL NUEVO RÉGIMEN BAKUFU INAUGURÓ LA ERA DE LOS SHOGUNATOS EN JAPÓN. os años de rivalidad entre los Taira y los Minamoto habían cambiado drásticamente la naturaleza política, institucional y militar de Japón a finales del siglo XII. La primera gran guerra civil de la Historia de Japón consolidó un orden completamente nuevo. El triunfo sin paliativos de Minamoto Yoritomo, el primer gran caudillo samurái de la Historia del país, se tradujo en la primera hegemonía militar que traspasaba las fronteras del ámbito local. Los Minamoto extendieron, gracias a sus éxitos militares, su influencia a casi todos los rincones del imperio. Los bushi se afianzaban así en el vértice de la jerarquía política completando un lento proceso de militarización del poder que se formalizó desde el cuartel general de Yoritomo, la ciudad de Kamakura, una modesta aldea de pescadores en el corazón del Kanto que había sido la guarida de los Minamoto durante la guerra y que posteriormente pasaría a convertirse en la ciudad más importante de Japón, desplazando a la capital, Kioto, con-
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vertida más en un símbolo que en una realidad política. La sede de la corte y de la casa imperial seguiría gozando de una posición esencial como capital religiosa del Japón en el período Kamakura, pero las estructuras de ejercicio efectivo del poder político fueron transferidas hacia este nuevo centro neurálgico del gobierno de Yoritomo. La nobleza cortesana era ya un mero actor secundario en los nuevos equilibrios de poder, impotente ante el empuje de la nueva aristocracia militar y la consolidación del régimen de Kamakura, bajo el liderazgo de un caudillo fuerte que había entendido mucho mejor que los Taira la situación extremadamente vulnerable del poder central.
En 1192, Yoritomo logró dar legitimidad a su incontestable poder al ser nombrado shogún
Yoritomo, de hecho, renunció a infiltrarse, como hiciera Taira Kiyomori, en la corte y a participar en las intrigas de la capital. Su estrategia consistía en poner a la casa imperial contra la espada y la pared, obligando al emperador a ceder cada vez más cuotas de poder en beneficio de Kamakura.
FUERZA DEL FEUDALISMO. La debilidad del emperador se tradujo a la larga en la cesión de competencias en la gestión de los shōen –antiguo sistema de propiedad privada– y en la recaudación de impuestos; por otro lado, el líder de los Minamoto cimentó su poder gracias a la lealtad de sus vasallos, que servían con ciega obediencia a la causa. En la práctica, se estaba institucionalizando un nuevo modelo de sociedad feudal muy semejante al de la Europa altomedieval. Yoritomo fue un estadista de gran talla, arquitecto de un entramado institucional y administrativo muy sólido, que perpetuó el sistema feudal a expensas de emperadores incapaces de hacer valer su autoridad duBUDISMO ZEN. Situado en Kamakura, el templo Kencho-ji (en la foto) es el más antiguo de los cinco que constituyen los grandes santuarios zen, fundados tras la llegada de un monje zen chino.
DOSSIER II
La fallida invasión mongola ses habían resistido el primer envite, pero el segundo era cuestión de tiempo. JAPÓN SE SALVA. La amenaza mongola se convirtió en una inmejorable coartada para el bakufu, que tomó las riendas de la defensa justificando así su supremacía frente al régimen imperial. En la segunda batalla de la bahía de Hakata, precedida de una serie de reveses en el mar, los mongoles volvieron a fracasar, perdiendo incontables naves y hombres por el empuje de un tifón que asoló Kyushu durante dos días, un viento divino (kamikaze) que salvó a Japón de la catástrofe.
rante siglos, y que supo sobrevivir a constantes guerras civiles y crisis dinásticas. En 1192, Yoritomo logró finalmente dar una legitimidad oficial a su incontestable poder persuadiendo al emperador para que lo nombrara shogún, en un gesto de institucionalización de un poder militar supremo que lo situaba como cabeza de un nuevo régimen, el bakufu, que sobreviviría hasta mediados del siglo XIX.
RÉGIMEN MILITAR. La autoridad civil cedía definitivamente el protagonismo a la casta militar, columna vertebral de un régimen mucho más efectivo que el gobierno imperial, que se sustentaba en tres instituciones fundamentales: el Samurái-dokoro (o departamento de los samuráis), encargado de la defensa; el Kumonjo (departamento de administración), que desempeñaba las funciones de gobierno y gestión en el ámbito político, y el Monchujo (departamento de investigación), una suerte de tribunal de apelaciones que ejercía de árbitro dentro de este nuevo régimen, a cuya cabeza se situaría, a partir de 1192, el shogún. Yoritomo supo asegurar los cimientos de su gobierno proponiéndose no como un enemigo de la casa imperial, sino como su protector. Así, el primer shogún se aseguró de que Kioto, que había dejado de ser el epicentro político de Japón, siguiera siendo un referente cultural y religioso. Y en ese AVEZADO LÍDER. Minamoto Yoritomo (en la ilustración) escogió a sus propios gobernadores y afianzó un nuevo sistema político militar en Japón.
equilibrio se sustentó el éxito del naciente bakufu. Otro de los elementos característicos del período es la exitosa penetración, en todos los estratos sociales, de las creencias budistas, formalizada a través de la proliferación de nuevas sectas que ponen en cuestión la indiscutida hegemonía doctrinal de las viejas escuelas Shingon y Tendai; la secta del Loto o los budismos de la Tierra Pura dibujan un panorama espiritual extraordinariamente dinámico, que se enriquece con la explosión del budismo zen que, a través de la secta Soto de Dōgen y la secta Rinzai de Eisai, aboga por la difusión de las enseñanzas entre las clases más humildes. La protección del shogunato a estas nuevas corrientes (que se tradujo en la construcción de numerosos templos zen
en Kamakura) fue el germen de las muy estrechas relaciones que en el futuro se establecerían entre los miembros del estamento samurái y el clero y los monasterios de este nuevo y pujante budismo.
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ras la conquista de China a mediados del siglo XIII, el caudillo mongol Kublai Khan comenzó a fijar su atención en las islas japonesas. Tras la ocupación de la península de Corea, y después de formalizar la amenaza al gobierno del bakufu mediante el envío de un emisario que exigía la sumisión nipona a los mongoles, Kublai dio el visto bueno a la invasión de Japón. El shogún movilizó todos los recursos humanos y materiales para hacer frente al desembarco, que habría de producirse en la isla de Kyushu, la más próxima a Corea. En 1274, finalmente los mongoles desembarcaron en la bahía de Hakata, donde les esperaba una feroz resistencia que, sumada a una inoportuna tormenta, aconsejó abortar la operación. Los japone-
En el siglo XIII, Japón sufrió un ataque invasor del imperio mongol. En la ilustración, un enemigo a caballo se enfrenta a soldados nipones.
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EL GOBIERNO DEL CLAN MINAMOTO
CRISIS POLÍTICA. La estabilidad del régimen no duró demasiado. Pese a haber exterminado a todos sus rivales, reales y potenciales, dentro de su familia, Yoritomo no había logrado aún cerrar la cuestión sucesoria cuando un incidente a caballo le costó la vida en 1198. A esas alturas el bakufu estaba ya consolidado, pero ni Yoriiye, de 17 años, ni menos aún Sanetomo, de 11, hijos y sucesores de Yoritomo, estaban a la altura del reto. Fue entonces cuando apareció en escena Hojo Tokimasa, exconsejero del shogún y padre de Masako, la intrigante esposa de Yoritomo, convertida en monja budista tras la muerte de aquél. La enfermedad y posterior asesinato de Yoriiye abrió una crisis política de envergadura, mientras Tokimasa se ponía a la cabeza de un gobierno provisional, venciendo las disensiones entre las filas de la nobleza guerrera. Todo quedaba en casa, porque a la muerte de Tokimasa fue Masako la que movió los hilos del poder desde la sombra. El shogunato Kamakura sobreviviría hasta 1333, pero si el emperador no era ya más que un títere del shogún, éste, a su vez, lo fue de los Hojo, que ejercieron el poder desde la regencia, manejando a su antojo los resortes políticos del bakufu durante un siglo en el que, pese a la debilitada posición de emperador y shogún, los regentes sentaron las bases de un gobierno fuerte en un horizonte institucional estable.
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El emperador rebelde TRAS UNA LUCHA DINÁSTICA EN LA CORTE DE KIOTO, GO-DAIGO OCUPÓ EL TRONO IMPERIAL, DESDE EL QUE SE REBELÓ CONTRA EL SHOGÚN PARA SITUARSE EN LA CÚSPIDE DE LA POLÍTICA JAPONESA. l viento divino había barrido de Japón la amenaza mongola, pero los colosales esfuerzos del bakufu para contener la invasión acabarían contribuyendo a la implosión y colapso del régimen de Kamakura. A comienzos del siglo XIV, el faccionalismo se extendía como una lacra en la corte imperial y en la estructura administrativa y militar del gobierno. La posición de los Hojo en Kamakura estaba cada vez más debilitada; el afán por controlar los resortes de poder en la capital del shogunato y, en consecuencia, la voluntad del shogún, un títere en manos de esta longeva dinastía de regentes, se extendió progresivamente hacia la periferia. Los Hojo trataban de atar en corto también a los gobiernos provinciales, que caían sistemáticamente en manos de miembros del clan o vasallos de la máxima confianza, generando un malestar creciente entre la aristocracia samurái, cada vez más descontenta con la escasa generosidad de los regentes en el reparto de cuotas de poder. Inevitablemente, ante este panorama de hostilidad hacia el gobierno de Kamakura, algunas de las
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familias más prominentes y con mayor pedigrí aristocrático comenzaron a contestar esa hegemonía generando sus propias redes clientelares y quebrando el precario statu quo imperante en el último siglo entre las diferentes facciones de la nobleza guerrera. El debilitamiento del sistema tenía mucho que ver con las secuelas del gravoso rechazo a la invasión mongola, que fue la semilla de una crisis económica que acabaría cuajando inevitablemente también como crisis social y política. Los ingentes gastos provistos para la defensa de las islas dejaron muy maltrechas las arcas del bakufu; por otro lado, por primera vez, tratándose de una invasión foránea, no había botín de guerra con el que recompensar a la nobleza guerrera por sus esfuerzos en defensa del régimen. El descontento resultante entre los señores feudales no hizo sino alimentar la desafección hacia los Hojo y el gobierno de Kamakura. Los mongoles, a la larga, habían propinado una estocada mortal a la privilegiada posición del clan dominante en Kamakura y, entre las familias que mejor supieron rentabilizar la pérdida de presti-
EL PERÍODO MUROMACHI. El segundo régimen feudal del Antiguo Japón fue el shogunato Ashikaga (1336-1573). En la ilustración, un concilio presidido por el shogún Takauji en el siglo XIV.
gio y de autoridad por parte de los Hojo, los Ashikaga brillaron con luz propia. Contemporáneamente, la situación política en la corte de Kioto era cada vez más y más precaria. En 1259 había tenido lugar un hecho insólito en la Historia de Japón: por vez primera, tras la muerte del emperador Go-Saga, no se había respetado el principio de primogenitura en la sucesión al trono, y en torno a los dos hijos del monarca se produjo una escisión de la línea imperial en dos ramas rivales, los sénior y los junior, que se alternaban en el poder gracias a un frágil compromiso forzado por los Hojo de Kamakura.
ENFRENTAMIENTO
DE
LINAJES.
Naturalmente, la rivalidad entre las dos facciones dinásticas no hizo sino debilitar una institución ya de por sí extremadamente frágil, añadiendo otro factor más de incertidumbre política potencialmente explosivo. Los Hojo trataron de desactivar esa bomba forzando el final de esta caótica dicotomía, en un intento de reunificar la línea sucesoria alrededor del emperador Go-Daigo (1288-1339), del linaje junior, pero la “marioneta” tenía otros planes y estaba dispuesta a exprimir la debilidad de los Hojo instrumentalizándola en su favor. Así, en 1331, el Emperador dio un paso que, en la práctica, fue la puntilla final no sólo para los Hojo sino para el propio régimen de Kamakura, completamente desbordado por los acontecimientos. Ese año Go-Daigo encabezó una abierta rebelión contra el shogunato poniendo la primera piedra de la
DOSSIER III
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GO-DAIGO Y LA RESTAURACIÓN KEMMU Go-Daigo maniobró para concitar en torno a sí el apoyo de poderosos clanes guerreros llamada Restauración Kemmu. Por primera vez desde hacía siglos, la casa imperial se declaraba en rebeldía, en un intento por desmontar el shogunato volviendo a situar al emperador en la cúspide de la jerarquía política japonesa.
NUEVO IMPULSO. Tras un primer intento fallido en 1331, que terminó con la derrota y posterior captura del díscolo emperador, recluido en la isla de Oki, GoDaigo maniobró para concitar en torno a sí el apoyo de poderosos agentes entre los clanes guerreros menos afines al régimen de Kamakura y entre los monasterios de Kioto. Las operaciones militares corrieron a cargo, fundamentalmente, de su hijo, el príncipe Moriyoshi, y del gran paladín de la causa imperial, ejemplo de samurái abnegado y leal al emperador, Kusunoki Masashige, uno de los grandes héroes de la Historia de Japón y uno de sus generales más admirados. Entre tanto, y ante la creciente dimensión de la sublevación, que reforzó enormemente la fuerza militar y política del bando lealista, Go-Daigo consiguió escapar de su cautiverio dando un nuevo impulso a la causa, a la que ya se
El castillo de Chihaya (en el panel pintado), construido por Kusunoki Masashige en 1332, fue conquistado por las fuerzas del shogunato Ashikaga.
El heroico final de Kusunoki
habían sumado dos de los clanes samuráis más prominentes, los Yoshisada y los Ashikaga, liderados por el ambicioso Takauji, que se unió a las huestes del emperador traicionando a los Hojo, haciéndose con el control militar de Kioto para ponerse después al servicio del emperador.
ras un primer intento fallido de tomar Kioto, los Ashikaga se dirigieron a la isla de Kyushu, donde recabaron nuevos apoyos y contingentes para reintentar el asedio una segunda vez. Kusunoki Masashige, leal hasta el final al emperador, le instó a negociar una paz sobre la base de un statu quo aún relativamente favorable a sus intereses. Go-Daigo se negó a escuchar e instó a Nia Yoshisada a liderar un ejército para enfrentarse en campo abierto con Takauji y derrotarlo de una vez por todas. La honestidad de Kusunoki le costó cara, y fue relevado del mando por el tozudo monarca.
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CONTRA EL GOBIERNO IMPERIAL. Entonces, Go-Daigo cometió un error estratégico decisivo y, tras la caída de Kamakura, y cuando todo parecía estar a su favor, otorgó a su hijo, el príncipe Morinaga, el título de shogún, despertando inmediatamente las suspicacias de Ashikaga Takauji, cuyo apoyo a la causa imperial no era, en ningún modo, desinteresado. El emperador maniobró con torpeza y acabó perdiendo el apoyo de muchos de sus seguidores, a los que no supo recompensar con tierras y privilegios. Así, Takauji se rebeló contra el nuevo gobierno imperial en 1335 y, tras un intento fallido, marchó con éxito contra Kioto, obligando al emperador a entregarle los tesoros imperiales, que legitimaban su poder, y proclamando al príncipe Yutahito (1322-1380), de la línea sénior, nuevo emperador, que a su vez concedió a Takauji el ansiado título de shogún. Go-Daigo y los suyos, desterrados de la capital, se hicieron fuertes en la provincia de Yoshino, protagonizando una resistencia heroica, según las crónicas, y estéril durante algún tiempo. La fallida Restauración PERSISTE EN SU EMPEÑO. El emperador Go-Daigo (a la izq.) reinó desde 1318 hasta 1332, año en el que fue depuesto por el shogunato Kamakura. En 1339, con el poder imperial en sus manos de nuevo, abdicó a favor de su hijo, Murakami.
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VALEROSO GENERAL. Con todo, el emperador, desbordado por el tamaño de la amenaza, tuvo que rectificar instando a Kusunoki a unirse a las fuerzas de Nia, que se preparaba para plantar batalla en Minatogawa (el río Minato), en las proximidades de la actual Kobe. Hasta el final, el valeroso general trató de imponer la cordura, pero sus sabios consejos fueron desoídos una vez más, y el leal Kusunoki, sabedor de lo desesperado de la situación y de que sus fuerzas iban a ser flanqueadas, se preparó el 4 de julio de 1336 para una muerte cierta vendiendo carísima su piel, leal a la causa imperial hasta la última sangre, cumpliendo con su obligación antes de cometer seppuku. La Historia lo recordaría como un símbolo y como un héroe.
Kemmu había llegado a su fin, con la causa de Go-Daigo perdida y un hombre fuerte de la clase samurái rigiendo los destinos del país. Ashigaka Takauji, el nuevo y todopoderoso shogún, abría el telón de una nueva dinastía shogunal y de una era próspera y relativamente pacífica que la historiografía bautizó como período Muromachi.
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DESARROLLO TEATRAL. En la época de gobierno Ashikaga, el apoyo a las artes fue fundamental. En la foto, una representación de teatro Nō, que tuvo su apogeo en el siglo XVI.
Entre dos cortes enfrentadas AUNQUE SE FORJÓ EN TORNO A LA RIVALIDAD DE DOS CASAS IMPERIALES, EL SHOGUNATO ASHIKAGA PACIFICÓ CONFLICTOS, AFIANZÓ EL BUDISMO Y APOYÓ EL ARTE HASTA SU FINAL EN EL SIGLO XVI. shikaga Takauji no pudo sellar la implantación del nuevo régimen con una contundente victoria militar que eliminara rotundamente cualquier sombra de duda sobre la hegemonía de la nueva dinastía. A diferencia de lo ocurrido a finales del siglo XII con la aplastante victoria de los Minamoto sobre los Taira, los Ashikaga obtuvieron una victoria incompleta. Go-Daigo y sus sucesores se
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acantonaron durante décadas en las colinas de Yoshino, erigiéndose en eterno recordatorio de la dudosa legitimidad del nuevo régimen. El nuevo shogún, que por primera vez en la Historia fijaba su residencia en la capital imperial, Kioto, hubo de conformarse con gestionar y administrar un equilibrio precario forjado alrededor de la rivalidad de dos casas imperiales, la dinastía del norte, apoyada por los Ashikaga, y la del sur –liderada por los su-
Muchos de los shugo eran parientes directos y vasallos de confianza del clan Ashik aga cesores de Go-Daigo–, que conformaron dos cortes antagónicas, enfrentadas durante seis largas décadas en un conflicto interminable que minó inevitablemente la estabilidad de las nuevas instituciones. Esa agria disputa por el trono japonés fue siempre un lastre para la nueva dinastía de shogunes, los sucesores de Takauji que, no obstante, lograron dar pasos muy firmes en la consolidación del poder de la nobleza guerrera, en detrimento de una nobleza de corte que definitivamente había perdido la batalla por la hegemonía. El nuevo régimen resultante del final de la fallida Restauración Kemmu y de la consolidación del shogunato Ashikaga fue consciente, desde el primer momento, de la imposibilidad material de hacer efectivo su dominio sobre todo Japón. El colapso del gobierno imperial, tras la caída de Go-Daigo, había precipitado la destrucción de un marco legal e institucional que rompía con las estructuras políticas y económicas del régimen de Kamakura, dañadas por el esfuerzo centralizador de Go-Daigo, que descansaba sobre la absorción de las competencias del shogunato de Kamakura.
ENTRE DOS CORTES. En consecuencia, Takauji y sus sucesores hubieron de adaptarse a ese nuevo escenario, y lo hicieron dando cada vez más protagonismo a las élites locales y a las autoridades feudales, en busca de aliados para hacer valer en la periferia la supremacía Ashikaga, en plena guerra entre las dos cortes. Así, el shogunato Ashikaga descansa sobre una frágil alianza con los shugo –gobernadores provinciales– más prominentes, que tienden a ocupar espacios cada vez más amplios en la administración, ejerciendo simultáneamente como altos funcionarios del gobierno central y como líderes militares locales, que movilizan sus propios ejércitos y clientelas y que poco a poco van usurpando al gobierno central la facultad de distribuir a su antojo las tierras ganadas por conquista en las provincias vecinas. Muchos de estos shugo eran parientes directos y vasallos de confianza de los Ashikaga, si bien algunos poderosos clanes no pertenecientes a ese estrecho círculo shogunal, como los Hosokawa, los Imagawa o los Hatekaya-
DOSSIER IV
ma, acumulaban cada vez más cuotas de poder; naturalmente esta entente entre los shugo y el shogún pendía de un hilo, y dependía fundamentalmente de la personalidad y capacidad del líder Ashikaga de turno para hacerse valer y respetar manteniendo a raya las ambiciones, cada vez más explícitas, de esta aristocracia militar cuya lealtad al shogún tenía precio. Ante este panorama, era inevitable que el bakufu acabase zozobrando ante la proliferación de facciones, incapaz de imponer una autoridad efectiva en las provincias más lejanas. A pesar de todo, y contem-
poráneamente, el shogún reforzó su posición dentro de las estructuras políticas del poder civil. En la práctica, la casa imperial había perdido ya toda capacidad de intervención en asuntos administrativos. Se había terminado de completar el proceso de desmantelamiento de la autoridad civil, iniciado por los Minamoto siglos atrás, en favor de la autoridad militar. La abolición en 1321 del departamento de los ex-emperadores, que hasta entonces había sido uno de los pilares del régimen imperial, escenificó este nuevo equilibrio shogún-emperador, en el que el segundo salía perdiendo estrepitosamente.
El heroico final de Kusunoki Masashige
FIN DE LA GUERRA CIVIL. La mayoría de los shogunes Ashikaga, con todo, fueron actores secundarios frente al empuje imparable de los samuráis de la periferia. Algunos, incluso, simples marionetas en manos de los ambiciosos shugo. Hubo períodos, no obstante, en los que la autoridad del shogún tuvo bases muy firmes y fundamentos muy sólidos. De entre todos ellos destaca la figura de Ashikaga Yoshimitsu, que en 1392 logró finiquitar de una vez por todas la guerra civil entre las dos cortes con el desmantelamiento definitivo de la dinastía del sur. A la vez, logró pacificar Kyushu, un permanente foco de insurrecciones y problemas, sellando la paz con algunos de los clanes más belicosos, como los Yamana, sentando los cimientos de una estabilidad política y militar que se prolongaría durante varias décadas. Yoshimitsu, que renunció al título de shogún en favor de su hijo para copar el poder civil como gran ministro del Estado, se afanó en intensificar los lazos comerciales con China y ejerció un patronazgo muy generoso con los templos zen más prominentes, poniendo los cimientos de un idilio entre el clero de esta rama del budismo –y muy especialmente el de la secta Rinzai– que se formaliza con la constante
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l excepcional desarrollo artístico acaecido durante el shogunato de Ashikaga Yoshimitsu es lo que se conoce como el período Kitayama, en referencia a las colinas del norte de la ciudad donde éste fijó su lugar de retiro en sus últimos años. Durante este breve lapso de esplendor cultural –que tendría continuidad en el período Higashiyama, bajo el auspicio del shogún Yoshimasa–, estimulado por la renovación de los contactos con la China Ming, que imprimió su influencia muy especialmente en la pintura, florecieron el teatro Nō, la poesía o la arquitectura.
TERCER SHOGÚN ASHIKAGA. Yoshimitsu (en la pintura) comenzó a gobernar con nueve años en 1368 y su abdicación llegó en 1394.
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MONUMENTO ESPECTACULAR. El legado más característico del período es el célebre Pabellón Dorado de Kioto, ubicado en el citado distrito de Kitayama, que sintetizó los ideales estéticos del período. Erigido en el año 1397 como una villa de descanso alejada del ruido de la capital, fue transformado por Yoshimochi, hijo y sucesor de Yoshimitsu, en un templo zen para la secta Rinzai. El edificio, cuyas dos plantas superiores están enteramente cubiertas de pan de oro, ardería varias veces años después durante la Guerra Onin, y hoy es el monumento más visitado de la antigua capital imperial.
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presencia de sacerdotes a la sombra del shogún en calidad de influyentes asesores espirituales. El período Muromachi –así denominado en referencia al barrio de Kioto en el que se ubicaban las dependencias gubernamentales desde 1378– registró además, y de manera muy singular durante el shogunato de Yoshimitsu, una explosión cultural sin precedentes. Los shogunes Ashikaga fueron grandes mecenas de las artes, en un período en el que la ascética zen y el ímpetu de esa sociedad militarizada copada por los bushi dieron frutos no sólo en la esfera política y religiosa, sino también en el arte, con el desarrollo de la ceremonia del té, el ikebana o el teatro Nō. La definición de una estética y de un ideal de belleza genuinamente japoneses poco a poco se iba apartando de las, hasta entonces, omnipresentes influencias del arte chino, explícitas en el ámbito de la arquitectura. Yoshimitsu falleció en 1408, y ninguno de sus sucesores tuvo el carácter y la determinación suficientes para proteger su legado político. A principios del siglo XV, se respiraba en Kioto esa calma engañosa que precede a la tempestad. La estabilidad del gobierno de Yoshimitsu era, solamente, un espejismo pasajero.
55 El Pabellón de Oro de Kioto fue construido en 1397 como villa de descanso del shogún Yoshimitsu.
Las semillas del caos TRAS DIEZ AÑOS DE CONTIENDA CIVIL Y CON VACÍO DE PODER EN EL GOBIERNO NIPÓN, NACIÓ UNA NUEVA FIGURA EN LA JERARQUÍA POLÍTICA: EL DAIMIO, INDEPENDIENTE SEÑOR FEUDAL DE LA GUERRA. shikaga Yoshimitsu fue un gran hombre de Estado; un político astuto que supo mantener a raya a los inquietos señores feudales en un tiempo en el que la debilidad institucional del régimen no podía permitirse shogunes apocados, manipulables y sin carácter. Y eso era exactamente lo que esperaba a Japón a la vuelta de la esquina con la muerte del tercer shogún Ashikaga en 1408. En efecto, ni su hijo Yoshimochi ni, posteriormente, su nieto Yoshikazu, tuvieron, ni de lejos, la talla política de Yoshimitsu. La figura del shogún había ido perdiendo progresivamente prestigio y autoridad en las primeras décadas del siglo XV. Las instituciones en Kioto, sencillamente, carecían ya de instrumentos efectivos para hacer valer una hegemonía cada vez
ARCAS VACÍAS. Pero una cosa era el exquisito gusto estético del shogún y otra la catastrófica realidad de las finanzas. El Pabellón de Plata de Yoshimasa quedó inacabado, erigiéndose en un remanso de paz en las colinas orientales de Kioto, símbolo del fin de una época que, paradójicamente, coincidió con uno de los períodos culturalmente más ricos de la Historia del país del Sol Naciente. Mientras, apenas a unos pocos kilómetros de aquel retiro espiritual del shogún, en Kioto, prendía la mecha que habría de provocar un colosal incendio. En 1464, Yoshimasa, ansiando retirarse de una vez por todas de la vida política, decidió delegar en su hermano Yoshimi, un monje budista sin ningún vínculo con las instituciones políticas, que habría de sucederle como shogún. Pero un año después, Tomiko, la esposa de Yoshimasa, dio a luz a un varón, Yoshihisa, precipitando
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más laxa y superficial en la periferia. A todo ello se sumaban agudas tensiones internas dentro del propio clan Ashikaga, que llegaron a un punto de máxima fricción a raíz del conflicto en la provincia de Kanto entre el clan Uesugi y una rama menor de la familia Ashikaga. El bakufu tomó partido entonces por Uesugi en detrimento de Ashikaga Mochiuji, el kanrei (una suerte de vice-shogún) de dicha región, lo que en la práctica supuso el exterminio de los Ashikaga de Kanto y, a la postre, un ulterior debilitamiento de la posición de los Ashikaga frente a sus vasallos, en las provincias y en la propia capital. El régimen vivía horas muy difíciles y sobrevivía haciendo gala de una fragilidad política alarmante. La gota que colmó el vaso fue la desmesurada afición del octavo shogún Ashikaga, Yoshimasa, por la poesía y la
ceremonia del té. En 1443 recogió el testigo del bakufu el hombre menos indicado para el puesto. Con el país sumido en el desgobierno, con los señores feudales usurpando en las provincias la autoridad del shogún y con Kioto a las puertas de una cruenta guerra civil, Yoshimasa emuló al gran Yoshimitsu alejándose del ruido de la alta política y escapando a un idílico refugio en el distrito de Higashiyama, donde mandó erigir un suntuoso edificio que rivalizara con el Pabellón Dorado de Yoshimitsu.
AMASIJO DE RUINAS. Kioto fue el foco urbano desde el que dio comienzo la Guerra Onin. En la ilustración se representa el caos de robos e incendios que asoló la ciudad.
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DOSSIER V
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LA GUERRA ONIN Dur ante diez años, las calles de Kioto fueron el principal campo de batalla de la Guerr a Onin
RECONSTRUCCIÓN ARQUITECTÓNICA. El templo Shinnyo-do (en la foto) fue destruido durante la Guerra Onin y reconstruido entre 1693 y 1717. Situado en el barrio más antiguo de Kioto, es uno de los vestigios arquitectónicos recuperados tras las duras batallas que sufrió la ciudad.
Así, en los meses sucesivos se desató una guerra feroz y sin cuartel en las calles de la capital: primero en la zona norte, que quedó en poco tiempo reducida a escombros, y más tarde se expandió hacia otros distritos de la ciudad, en la que ardieron viviendas, edificios públicos y monumentos. Kioto era un amasijo de ruinas y el conflicto se transformó, en este apocalíptico paisaje urbano, en una sangrienta guerra de trincheras. Katsumoto maniobró para lograr también el apoyo simbólico del shogún. Los Yamana fueron declarados rebeldes, pero esa falta de legitimidad y apoyo institucional no frenó la contienda. Los com-
Campesinos en armas: los Ikkō-ikki
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l caos y el descontento generalizado en los años finales del shogunato Ashikaga tuvieron también un importante reflejo en las clases populares, las más afectadas por el desgobierno resultante de la Guerra Onin. Bajo el liderazgo de samuráis de poco rango, campesinos y granjeros comenzaron a organizarse, uniéndose para defender sus intereses en un movimiento de resistencia al que pronto se sumaron monjes budistas, sacerdotes sintoístas y terratenientes venidos a menos, un colectivo heterogéneo que encontró un aglutinante ideológico en el budismo de la Tierra Pura, bajo el liderazgo de Rennyo, sacerdote del Hongan-Ji de Kioto. Las desorganizadas bandas de los primeros años dieron paso a
ejércitos en toda regla, los Ikkō-ikki, que se hicieron fuertes en la provincia de Kaga, derrocando al gobierno local y erigiéndose en dueños de su propio destino. REBELIÓN SOFOCADA. Rennyo falleció en 1499, pero la causa no murió con él. Los Ikkō-ikki continuaron siendo uno de los principales actores en el caótico mapa político-militar del período Sengoku hasta que fueron derrotados y finalmente desarticulados en 1564 por Oda Nobunaga.
En 1471, Rennyo (en la estatua) fue obligado a huir de Kioto.
bates se prolongaron hasta 1477, cuando Yoshimasa consiguió que uno a uno los diferentes shugo –implicados en la guerra– accedieran a deponer las armas y abandonar Kioto. El rastro de destrucción que dejaron tras de sí obligó a reconstruir la capital prácticamente desde cero.
DIRIGENTE AUSENTE. Pero la paz tardaría en llegar a la capital. Con Yoshimasa escondido en su Pabellón de Plata, el caos y la violencia camparon a sus anchas por Kioto mientras los disturbios se expandían hacia la periferia. La autoridad del shogún no tenía efecto más allá de la capital. Las provincias, en medio de un completo vacío de poder, habían caído en manos de los shugo. La autoridad central, tras la contienda, había quedado completamente desmantelada. A partir de la Guerra Onin los gobernadores militares, aún un reducto, siquiera nominal, de la proyección de la administración imperial en las provincias, fueron cediendo el testigo a una nueva figura que habría de situarse en el vértice de la autoridad local-feudal: los daimios, señores de la guerra independientes, surgidos de las tensiones internas en los clanes de los shugo y de otros vasallos de menor rango, que movilizaban ejércitos privados y que lideraban y gestionaban sus propios feudos, rivalizando entre ellos, sin interferencia alguna del shogún o el emperador, convertidos en figuras meramente decorativas. El caos reinaba en Japón, en los albores de la edad de oro de los ejércitos samuráis. El país era ya un conglomerado de territorios gobernados por clanes y señores de la guerra eternamente en pie de lucha por el poder y la hegemonía. Así arrancaba el período Sengoku (“de Estados combatientes”), y Japón caía en el abismo de la guerra civil endémica.
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un cambio de planes en el mecanismo de sucesión. El pequeño Yoshihisa fue finalmente designado heredero del shogún, despertando las iras del despechado Yoshimi y su círculo de confianza. La crisis sucesoria, para complicar aún más las cosas, coincidió con una imparable escalada en el conflicto entre los dos clanes más poderosos de Kioto, los Hosokawa y los Yamana. Deseosos de hallar una excusa para desatar las hostilidades, los Hosokawa apoyaron la causa de Yoshimi, mientras los Yamana hacían lo propio con el hijo de Yoshimasa, Yoshihisa. Así estalló en 1467 la Guerra Onin, cuyo principal campo de batalla durante diez interminables años fueron las calles de Kioto. El incendio, provocado por los Yamana, de una mansión Hosokawa fue el casus belli oficial de una guerra que enfrentó a dos ejércitos de unos ochenta mil efectivos por bando. Katsumoto, el enérgico líder de los Hosokawa, tomó la iniciativa ganándose el favor y el apoyo de la familia imperial, legitimando así su causa, pero los Yamana no se arrugaron.
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SÁLVESE QUIEN PUEDA. Los arqueros empleaban las flechas con fuego en sus ataques durante las batallas de clanes que se fueron sucediendo en el siglo XVI en Japón.
En el campo de batalla A FINALES DEL SIGLO XV, JAPÓN SE HALLA EN UN PERÍODO DE GUERRA ENDÉMICA –CLANES ENFRENTADOS ENTRE SÍ–, HASTA QUE ODA NOBUNAGA ASCIENDE A LA CIMA DEL PODER MILITAR NIPÓN. ras siglos de tensiones entre el centro y la periferia, finalmente Japón era pasto de los buitres. El tsunami no tardó en extenderse hacia las provincias, donde surgieron nuevas entidades político-territoriales resultantes del desmantelamiento de los dominios de los viejos shugo. Estas nuevas entidades se forjaron alrededor de la autoridad militar de un grupo de familias con bases de poder locales muy sólidas que liquidaron el entramado administrativo de los shugo y, en consecuencia, del régimen aristocrático que representaban.
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TODO BAJO CONTROL. Los daimios, nuevos soberanos feudales que aglutinaban en torno a sí a distintas familias samuráis, forjaron nuevos Estados sin ninguna relación con las viejas jurisdicciones administrativas. Fue la geografía y el aprovechamiento de las defensas naturales que ofrecía el terreno lo que delimitaba las fronteras de estos nacientes principados, cuya subsistencia y expansión dependía de la talla política y militar del daimio y de su capacidad para movilizar ejércitos y dominar los campos de batalla. Japón asistió a la feudalización total del país, en torno a estos daimios del perío-
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do Sengoku que aglutinaban a su alrededor a numerosos vasallos menores sobre cuyos feudos ejercían una suprema autoridad. Así, estos nuevos señores de la guerra tenían la facultad de movilizar grandes contingentes de infantería, y con estos nuevos ejércitos surgieron las grandes ciudades fortificadas, los imponentes castillos característicos del período, como cuarteles para el acomodo
y alojamiento de estas nuevas maquinarias bélicas formadas por decenas de miles de hombres. Los Date en el norte, los Uesugi, los Hojo y los Takeda en el centro-norte, los Mori en el extremo sur de la isla de Honshu o los Otomo y los Shimazu en la isla de Kyushu fueron algunos de los actores principales de un período de guerra endémica, de rivalidad feroz entre daimios por la ampliación
Samuráis con arcabuces en Nagashino
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l clan Takeda fue uno de los adversarios más formidables a los que tuvo que hacer frente Oda Nobunaga en su empresa de unificación de Japón. La muerte a causa de un disparo fortuito de Takeda Shingen dejó la suerte del clan en manos de su hijo Katsuyori. El nuevo daimio decidió jugárselo todo a una carta contra las fuerzas conjuntas de Nobunaga y su fiel aliado Tokugawa Ieyasu, archienemigo de su padre. Así, decidió poner bajo asedio el castillo de Nagashino en junio de 1575 para desbloquear las líneas de abastecimiento de su ejército. Nobunaga y Tokugawa respondieron enviando un contingente de auxilio formado por treinta y ocho mil hombres. Katsuyori presentó batalla con un ejér-
cito de veinte mil unidades, fiándolo todo a su caballería, célebre y temida en todo Japón. ESTRATEGIA BÉLICA. Sus enemigos, sin embargo, dispusieron sus tropas junto a un río, en suelo resbaladizo, que entorpecía mucho las maniobras de caballería. Por otro lado, situaron al contingente de arcabuceros bien protegidos de jinetes y piqueros detrás de barricadas protectoras de madera. Las cargas de los arcabuces decidieron la suerte de la batalla, la primera en la que las armas de fuego resultaron decisivas. Los Takeda quedaron irreversiblemente derrotados. Nobunaga ya podía centrar toda su atención en el sur.
DOSSIER VI
Los daimios tenían la facultad de movilizar ejércitos y en torno a ellos surgieron ciudades fortificadas de sus dominios y, en última instancia, por el control de Japón y la unificación del reino bajo un único clan. La llegada en 1543 al país del Sol Naciente de los europeos, que trajeron consigo el cristianismo, fue un factor importante, si bien no tan decisivo como durante mucho tiempo se defendió, en la alteración de los delicados equilibrios de poder, gracias a la introducción del arcabuz portugués, que jugó un papel relevante en los campos de batalla del período Sengoku. La dimensión de los ejércitos y la introducción de armas más o menos decisivas pusieron a algunos daimios en posición de quebrar el statu quo entre clanes y extender su hegemonía hasta la capital y, en última instancia, unificar Japón bajo un solo caudillo.
imperial, con la firme intención de forjar una hegemonía de magnitud nacional. Para llegar a Kioto tenía que atravesar el territorio de los Oda, que no veían con buenos ojos las ambiciones de sus belicosos vecinos. Tras una encerrona con un contingente de dos mil hombres frente a un ejército de unas treinta mil unidades, Oda Nobunaga derrotó a Imagawa Yoshimoto, presentando así su candidatura al papel de unificador de Japón.
PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD. En 1568 nutriría de argumentos dicha candidatura marchando sobre la capital y presentándose como el protector del emperador y nombrando shogún a un Ashikaga títere, Yoshiaki, además de venciendo la feroz oposición de los monjes guerreros del monte Heian –donde se ubicaban los principales templos de Kioto– y de las bandas de Ikkō-ikki, que entorpecían su avance hacia el mar desde su plaza fuerte en Ishima. Los Uesugi y, sobre todo, los Takeda eran una amenaza a corto plazo, que quedó desactivada gracias a la alianza de Nobunaga con Ieyasu Tokugawa, daimio de Mikawa, que ejerció de tapón en el Kanto, dejando vía libre al líder de los Oda en su avance hacia el sur. Los Takeda, bajo el liderazgo de Shingen, uno de los samuráis más célebres de la Historia japonesa, tras derrotar a los Uesugi en las batallas de Kawanakajima, fijaron su atención en Kioto, con la esperanza de derrotar a Nobunaga y ocupar su lugar como unificador de Japón. Para lograr ese objetivo necesitaban primero vencer al nuevo delfín de Nobunaga, el ambicioso Ieyasu Tokugawa, que desbarató los ambiciosos proyectos del
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EXTENSIÓN DE AUTORIDAD. A partir de 1560, la atomización, o lo que el historiador Stephen Turnbull ha dado en llamar el proceso de fusión, dio paso a un nuevo horizonte político y militar que cuajó alrededor de un proceso opuesto, de fusión. La razón es que varios de entre los daimios más prominentes, tales como Imagawa, Takeda, Uesugi u Oda, habían logrado extender su autoridad en territorios adyacentes, sometiendo a varios daimios menores, lo que, en consecuencia, llevaba aparejado el manejo de ingentes recursos militares y la capacidad de conformar ejércitos de coalición lo suficientemente numerosos como para conquistar todo el país. Fue en 1560 cuando Imagawa Yoshimoto protagonizó el primer intento de anexión de la capital, custodia aún de los instrumentos de legitimidad simbólica, el moribundo shogunato y la casa
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EL PERÍODO SENGOKU
El enfrentamiento bélico que tuvo lugar en 1575 en el castillo Nagashino enfrentó a las tropas de Oda Nobunaga y a las de Takeda Katsuyori. Estas últimas fueron derrotadas por los arcabuces enemigos.
CINCO ENCUENTROS. En las batallas de Kawanakajima se midieron las fuerzas de dos eternos rivales: Takeda Shingen y Uesugi Kenshin. En la pintura se representa la contienda.
clan en la batalla de Nagashino, en 1575. Oda Nobunaga tenía ya las manos libres para completar la unificación del país. Así, tras deshacerse del shogún títere Ashikaga, expulsado de Kioto en 1573, desmantelando de una vez por todas el bakufu, y después de dar cuenta de los monasterios rebeldes y de los Ikko-ikki, Nobunaga era, de facto, el dueño de Japón. Apenas quedaba una asignatura pendiente: acabar con la resistencia del clan Mori, en el sur de Honshu, tarea para la cual contó con su mejor general: Toyotomi Hideyoshi, que habría de jugar un papel decisivo en los años venideros. Pero la resistencia de los Mori se reveló un hueso duro de roer, y Nobunaga decidió desplazarse hacia el sur a la cabeza de los refuerzos. Nunca llegó a su destino: el 21 de junio de 1582, a su paso por Kioto, fue traicionado y asesinado por uno de sus generales. La obra de Oda Nobunaga había quedado incompleta, pero la rebelión duró un suspiro, toda vez que Hideyoshi interrumpió las operaciones contra los Mori dirigiéndose apresuradamente hacia Kioto, sofocando la revuelta y liquidando al asesino de su señor. Japón se preparaba ya para plegarse ante un nuevo líder.
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Recuperación del bakufu POR PRIMERA VEZ EN SIGLOS, SE ROMPE EL ORDEN FEUDAL JAPONÉS EN TORNO A UN SISTEMA DE CLASES CERRADO (CAMPESINOS Y ARISTOCRACIA GUERRERA), REGIDO DE NUEVO POR UN SHOGÚN. da Nobunaga no vivió lo suficiente para ver Japón unificado bajo su autoridad. Varios fueron los candidatos, respaldados por unos y otros daimios, para suceder al malogrado líder del clan, pero como era de esperar fue Toyotomi Hideyoshi, el vengador de Nobunaga, quien acabó saliéndose con la suya imponiendo a Hidenobu, nieto de Nobunaga, que acababa de cumplir dos años de edad.
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EL NAPOLEÓN JAPONÉS. El niño quedaba así bajo la tutela de un consejo de cuatro regentes, que pronto quedó silenciado por las maniobras de Hideyoshi, el heredero natural del gran Oda Nobunaga, rebautizado por la historiografía occidental como el Napoleón japonés. Tras desmantelar el consejo, y una vez consolidado su dominio sobre Kioto, Hideyoshi se apresuró a fijar su cuartel general en Osaka, donde erigió un imponente castillo, convertido en símbolo tangible de su poder y hegemonía. Hideyoshi era consciente de que necesitaba INTENTO FALLIDO. Hideyoshi preparó sus tropas y convocó a los distintos daimios para invadir Corea en 1592. Este conflicto terminó con la muerte del líder militar en 1598. La ilustración representa el cerco del ejército nipón a una fortificación coreana.
dar un aura de legalidad a su autoridad militar de facto, y por ello asumió el título de kampaku (regente imperial), toda vez que, por sus humildes orígenes, en ningún caso podía aspirar al título de shogún: el primer requisito para desempeñar tan alta dignidad era demostrar un creíble parentesco con la casa Minamoto. En esas circunstancias, Hideyoshi hubo de ingeniárselas para reclamar para sí la hegemonía militar del país manteniendo intacta, como era de rigor, la ficción de los protocolos. Desde esa nueva posición de privilegio, y con el inestimable apoyo de clanes tan poderosos como los Tokugawa, los Mori o los Uesugi, Hideyoshi centró todos sus esfuerzos en reducir y neutralizar la resistencia de los clanes rebeldes en el sur (los Chosokabe y los Shimazu en las islas de Shikoku y Kyus-
hu, respectivamente) y, finalmente, aplastó a los Hojo de Odawara, último gran foco de resistencia. Para entonces, la unificación militar del país era ya un hecho. Sin embargo, los cimientos políticos y administrativos del nuevo régimen eran muy frágiles; por ello, Hideyoshi se afanó en una reorganización territorial que buscaba fundamentalmente apartar a los daimios de lealtad más dudosa de sus bases de poder, alejándolos de la capital todo lo posible. Uno de estos reubicados fue Tokugawa Ieyasu, que hubo de abandonar su Mikawa natal para tomar posesión de los territorios Hojo recién conquistados por Hideyoshi y reorganizarlos.
USO DE ARMAS. En 1591, Hideyoshi decidió retirarse, delegando en su hijo Hidetsugu para seguir moviendo los hilos del poder desde bambalinas en calidad de taiko (regente retirado). Es este un período de reformas que certifica la separación efectiva y regulada entre campesinos y aristocracia guerrera. Los samuráis abandonan el vínculo con la tierra, trasladándose a las imponentes ciudades-castillo construidas por los grandes daimios. Por primera vez en siglos, se rompe el sostén tradicional del orden feudal en torno a un nuevo sistema de clases cerrado, en el que la movilidad ya no es posible. A partir de entonces, el uso de las armas será prerrogativa exclusiva de los bushi que, ya sin distracciones, dedican su tiempo exclusivamente a la guerra, conformando
Hideyoshi se afanó en una reorganización territorial que buscaba fundamentalmente apartar a los daimios de lealtad más dudosa
DOSSIER VII
LA UNIFICACIÓN DE JAPÓN
FRICCIONES
ENTRE
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así la imagen tradicional del samurái, que alimentará en siglos sucesivos toda clase de mitos y leyendas. Los últimos años de Hideyoshi en el poder están marcados por el sueño megalómano de conquistar China. La exitosa unificación de Japón exigía buscar a los daimios distracciones fuera del país. Una casta militar sin batallas que combatir es un elemento de potencial desestabilización, y Hideyoshi lo sabía. Con todo, las dos operaciones anfibias en Corea, pretendida antesala de un sometimiento militar de la China Ming, fueron un absoluto fracaso.
En la bahía de Nagasaki, la isla artificial Dejima (en la ilustración) fue el escenario de acuerdos comerciales entre extranjeros y japoneses de 1641 a 1853.
REGENTES.
Mientras muchos clanes se estrellaban en la fallida invasión continental, Tokugawa Ieyasu supo mantenerse al margen y en 1598, cuando el taiko estaba a punto de expirar su último aliento, era ya el daimio más poderoso de Japón. Antes de morir, Hideyoshi intentó sin éxito ocuparse de la cuestión sucesoria. El heredero, Toyotomi Hideyori, era nuevamente un niño, de apenas seis años, y el moribundo Hideyoshi optó por constituir un Consejo de Cinco Regentes, formado por Maeda Toshiie, Uesugi Kagejatsu, Mori Terumoto, Ukita Hideie y, naturalmente, Tokugawa Ieyasu. Como cabía esperar, no tardaron en emerger las fricciones entre los regentes, muy especialmente entre Maeda AISA
Toshiie y Tokugawa Ieyasu, que rivalizaban por la hegemonía en el consejo. La muerte del primero dejó vía libre a Tokugawa, que comenzó a dar pasos para hacerse con el poder, recogiendo el testigo de Hideyoshi. Así las cosas, Ishida Mitsunari, uno de los oficiales más leales a la causa de los Toyotomi, comenzó a movilizar a todos los clanes leales al kampaku, conformando una coalición, la alianza occidental, diseñada para frenar las ambiciones del líder Tokugawa. Pero Ieyasu, a su vez, contaba con numerosos apoyos entre los daimios de clanes influyentes, que cerraron filas en torno a él cuando en 1599 tomó posesión del castillo de Osaka, el gran bastión de los Toyotomi, desatando la caja de los truenos.
CHOQUE EQUILIBRADO. Así, el 21 de octubre de 1600 la alianza occidental, azotada por las divisiones internas, decidió presentar batalla en la llanura de Sekigahara, donde dos ejércitos de unas ochenta mil unidades por bando cambiaron el destino del país en la madre de todas las batallas. Fue un choque equilibrado hasta que Kobayakawa Hideaki, sobrino de Toyotomi Hideyoshi, traicionó a los suyos cambiando de bando y dando a Tokugawa la victoria decisiva que buscaba. Diez días después, el vencedor de Sekigahara entraba en Osaka, saludado como el nuevo dirigente militar del país. Sin perder tiempo, procedió a una nueva redistribución de feudos, repartiendo los dominios de los perdedores entre los daimios que habían defendido su causa en la gran batalla. La causa de los Toyotomi, con todo, no estaba a ú n del todo perdida. Hideyori contaba aún con muchos apoyos, y a Ieyasu no le quedó más alternativa que preservar su HEROICO SEÑOR FEUDAL. Toyotomi Hideyoshi fue uno de los principales protagonistas del período Sengoku, como promotor de la unificación de Japón.
Alianza entre clanes
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l restaurado bakufu era, en realidad, un régimen completamente nuevo. Tokugawa Ieyasu se esmeró especialmente en atar en corto a los daimios locales, desposeyéndolos de todo poder efectivo, y haciendo de ellos una figura meramente decorativa. El nuevo régimen fue rebautizado como bakuhan, una alianza del clan dominante, los Tokugawa, con los clanes vasallos, que implicaba sofisticados mecanismos de control como la entrega voluntaria de rehenes. LEALTAD DEL VASALLO. Los daimios estaban obligados a residir durante seis meses en Edo, la nueva capital, y en los otros seis sus familiares directos permanecían en la ciudad como garantía de la lealtad del vasallo. Los ingentes gastos que este procedimiento exigía mermaban notablemente la capacidad económica de los daimios. Los shogunes Tokugawa lograron la pacificación completa de un país que había estado en guerra durante siglos, pero además frenaron en seco la influencia occidental. Ya en 1606 se aprobaron los primeros decretos anticristianos, que serían refrendados en años sucesivos. Poco después se procedió a la expulsión de los misioneros y, en 1633, el shogún Tokugawa Iemitsu decretó el aislamiento total de Japón, prohibiendo los viajes interoceánicos, erradicando definitivamente el cristianismo y limitando el acceso de naves comerciales occidentales a Japón a un solo puerto: Nagasaki.
feudo, con sede en el castillo de Osaka. En 1603, el nuevo soberano de facto adoptó el título de shogún, restaurando el bakufu y consolidando su poder. Sólo quedaba una asignatura pendiente, y once años después Ieyasu encontró al fin un pretexto para atacar el castillo de Osaka. Tras un cruento asedio con decenas de miles de víctimas, Ieyasu era dueño y señor de Japón, completando así la obra que Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi dejaron inacabada.
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OSPREY PUBLISHING
LA REBELIÓN DE SHIMABARA. Este levantamiento armado de campesinos japoneses –en la ilustración– fue una de las pocas revueltas importantes durante el relativamente pacífico shogunato Tokugawa.
Los últimos samuráis EN TIEMPOS DE PAZ, LA FUNCIÓN DE LOS BUSHI SE DESVANECÍA, Y EL JAPÓN DEL SIGLO XVII SE VIO OBLIGADO A REUBICAR A ESA NOBLE CLASE GUERRERA QUE NO ENCONTRABA SU LUGAR SI NO ERA EN EL CAMPO DE BATALLA. LA AGONÍA DE LOS SAMURÁIS FUE LENTA Y SU FIN LLEGÓ EN 1877. hogados por los impuestos y condenados a una hambruna casi perpetua, los campesinos de la península de Shimabara habían llegado al límite de su paciencia contra las arbitrariedades del daimio local, Matsukura Shigeharu. Corría el año 1637, siendo shogún Tokugawa Iemitsu en un Japón en el que volvían a sonar tambores de guerra tras dos décadas de paz y estabilidad. Liderados por un puñado de ronin, los campesinos se armaron hasta los dientes para defender sus derechos, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia de los oprimidos. Matsukura era un tipo sin escrúpulos, un explotador, aficionado a vejar y humillar a sus campesinos, pero los granjeros de Shimabara habían dicho basta. Se hicieron fuertes en el castillo de Hara y encontraron combustible ideológico y espiritual en el cristianismo.
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Hasta 37.000 personas se sumaron a la rebelión de Shimabara, que se convirtió en un formidable dolor de cabeza para el shogunato, el cual hubo de sudar sangre para sofocar el levantamiento. Gracias fundamentalmente a los cañones portugueses, vencieron las últimas resistencias el 12 de abril de 1638.
SUPERÁVIT GUERRERO. Nadie se explicaba cómo esta masa de insurgentes sin adiestramiento previo había logrado poner en jaque a los entrenados samuráis del ejército del shogún. La rebelión de Shimabara dio la alerta. Tras siglos de endémicas guerras civiles, el país, bajo la férrea autoridad de los Tokugawa, había iniciado un lento pero irreversible proceso de desmilitarización. La decadencia de los samuráis había comenzado. En la primera mitad del siglo XVII imperaba ya un sistema de cla-
Los samuráis se transformaron en una clase culta y los daimios se convirtieron en mecenas del arte 62
ses extremadamente rígido, que dividía a la sociedad en tres estamentos fundamentales: los campesinos, los comerciantes y los samuráis. La vieja aristocracia guerrera no constituía más de un 7% de la población japonesa, pero aun así el número de samuráis era insostenible. El bakuhan Tokugawa era un gobierno de bases militares en tiempos de paz, y los samuráis no más que un anacronismo muy costoso que sobrepasaba las necesidades de la nueva administración. Japón había pasado de albergar un número ilimitado de ejércitos, tantos como señores de la guerra, a tener unas únicas fuerzas armadas, un ejército estatal, dependientes de un poder central hegemónico que se cuidaba mucho de dar alas a los viejos daimios. Mientras la amenaza militar fue un factor decisivo en las relaciones de poder del Japón feudal, los bushi fueron protagonistas absolutos de la vida política y social del país, pero en tiempos de paz era preciso idear mecanismos que siguieran justificando el estatus privilegiado de los bushi, cuyas funciones militares se vieron drásticamente reduci-
DOSSIER VIII
EL OCASO DE LA ARISTOCRACIA GUERRERA ASC
caída del shogunato y la restauración Meiji. Toda traza del Japón feudal fue barrida por el nuevo emperador Meiji, que decretó la abolición de la clase guerrera, ofreciendo una compensación económica a los bushi que les permitiera reciclarse en comerciantes o empresarios. En 1876 se estableció que sólo los miembros de las nuevas fuerzas armadas podían llevar espada. Fue la puntilla final, pero algunos se resistieron a aceptar la realidad y a renunciar a sus privilegios.
ESPECIE EXTINGUIDA. En 1877, Saigo Takamori, un samurái leal a la causa imperial que había colaborado activamente en la eliminación del shogunato, canalizó la indignación de los samuráis protagonizando una sonada revuelta (en la que se inspira muy libremente la película El último samurái) en su Satsuma natal, donde movilizó a un ejército de quince mil hombres, la mayoría jóvenes samuráis que no tenían hueco en el Japón que estaba emergiendo. Considerando humillantes e inaceptables las disposiciones del nuevo régimen con respecto a la clase samurái, Takamori se hizo fuerte en Kagoshima, derrotando al ejército imperial que acudió a sofocar la revuelta en Kumamoto. Pero la llegada de nuevos refuerzos, pertrechados con armas de fuego, convirtió la rebelión de Satsuma en una causa perdida. En inferioridad numérica, mermado por sucesivas derrotas, Takamori y los suyos presentaron batalla por última vez el 24 de septiembre de 1877 en Shiroyama. El ejército fue aplastado y Takamori, herido por el impacto de una bala, murió a manos de uno de sus leales seguidores, que le privó de la humillación de caer en manos del enemigo. Fue el final de una época. Los samuráis eran, definitivamente, una especie extinguida.
ACRIBILLADOS POR LA METRALLA. La batalla de Shiroyama (en la ilustración) fue la contienda final del conflicto generado por la rebelión Satsuma liderada por Saigo Takamori, herido de muerte en 1877.
ELIMINACIÓN DE PRIVILEGIOS. Con tanto tiempo libre, los samuráis se transformaron en una clase culta y los daimios se convirtieron en mecenas de las artes, promoviendo la instalación en sus castillos de preciosos jardines con casas de té y escenarios donde se representaban con frecuencia funciones de teatro Nō. Pero hacia finales del siglo XVII la situación financiera de muchos samuráis era muy apurada. Los nuevos ricos en el Japón Tokugawa eran los comer-
ciantes, y con frecuencia los empobrecidos samuráis acudían a ellos en busca de préstamos para hacer frente a sus necesidades más básicas. El daishō (las dos espadas características de la clase de los samuráis) era ya, de hecho, poco más que un símbolo en un tiempo en el que las habilidades marciales de esta aristocracia guerrera venida a menos estaban ya oxidadas. La sistematización del bushido (el camino del guerrero) en torno a todos esos valores neoconfucianos de abnegación, lealtad ciega, austeridad y disciplina corresponde a este período en el que los samuráis pasaban casi todo su tiempo desempeñando labores administrativas en el castillo del daimio o, en el mejor de los casos, en un dojo practicando artes marciales con espadas de madera. La agonía fue lenta, pero llegó al clímax en 1869 con la
El vigor del código samurái en el siglo XX
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a casta samurái fue desmantelada en los primeros años de la Restauración Meiji y, aunque algunos decidieron resistir hasta la última sangre, la mayoría de miembros del estamento bushi se recicló encontrando un hueco en la nueva sociedad como burócratas, profesores, periodistas, escritores y exitosos hombres de negocios. Muchos de ellos triunfaron en el mundo de la banca y de la empresa, fundando empresas tan icónicas como Mitsubishi.
VIGENTE EN TIEMPOS DE GUERRA. Los ideales del bushido permanecieron muy vivos, embellecidos por una relectura romántica de la ética del samurái que dio una coartada ideológica al agresivo militarismo nacionalista del nuevo régimen en la guerra Sino-Japonesa
(1894-1895) o en la guerra Ruso-Japonesa (1904-1905). El bushido se convirtió en elemento esencial de la propaganda imperial y en doctrina central del nuevo espíritu nacional, y siguió vivo hasta la II Guerra Mundial, inflamando el nacionalismo a ultranza y el belicismo expansivo de las fuerzas armadas. La catana siguió siendo un atributo habitual durante el conflicto entre los oficiales nipones y la filosofía del bushido fue una de las coartadas ideológicas tras las misiones suicidas de los kamikazes o tras la despiadada actitud de Japón hacia los prisioneros enemigos que se rendían.
NATIONAL ARCHIVES
das en favor de tareas burocráticas. Así, los samuráis se presentaron ante la sociedad, respaldados en las doctrinas neoconfucianas de Kumazawa Bazan o Yamaga Soko, como un referente social a través del ejercicio de un liderazgo moral que era, en realidad, una coartada para preservar sus prebendas.
En 1945 se efectuaron dos ataques suicidas (en la foto) por pilotos de una unidad de la Armada Imperial Japonesa contra la flota de los aliados.
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FORTALEZAS NIPONAS
El refugio del guerrero EN EL ANTIGUO JAPÓN, LA EDIFICACIÓN DE UN CASTILLO TENÍA UNA GRAN FUERZA SIMBÓLICA PUES, ADEMÁS DE CUMPLIR LABORES DEFENSIVAS, ERA UNA FIEL DEMOSTRACIÓN DEL PODER QUE OSTENTABA SU DUEÑO EN LA SOCIEDAD NIPONA. Por José Antonio Peñas, ilustrador y escritor
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TESORO NACIONAL DE JAPÓN. El castillo de Himeji (en la foto) o castillo de la Garza Blanca –debido al color blanco brillante de su exterior– es una de las construcciones más antiguas del Japón medieval que aún sobreviven en buenas condiciones.
n castillo, como cualquier construcción, es ante todo una idea, y como tal forma parte de una forma de pensar. Las construcciones japonesas tienen, lógicamente, puntos en común con las europeas o las de otras naciones asiáticas, pero su concepción presenta caracteres singulares, como único –por su aislamiento– fue el devenir de su nación y su cultura. Las fortificaciones occidentales heredaron los conceptos defensivos del Imperio Romano. Por una parte estaba el limes –frontera–, cuyo ejemplo físico más claro fue el Muro de Adriano, la frontera del norte. Esta muralla sin fin refleja una mentalidad de separación: más allá del Muro termina Roma y empieza la amenaza. La misma idea yace bajo las piedras de la Gran Muralla: la división del mundo entre nosotros y lo que hay fuera. Por otra parte, están las fortalezas singulares: ciudades amuralladas, campamentos fortificados y, posteriormente, castillos, que cumplieron funciones defensivas contra un invasor, bien canalizando su avance o bien frenándolo para proteger una ciudad. También sirvieron como almacenes, centros de operaciones, cuarteles… y como muestras simbólicas de poder.
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FRAGMENTACIÓN DEL PAISAJE. El mar era la Gran Muralla de Japón, como descubrieron, muy a su pesar, los ejércitos de Kublai Khan, el último gran khan del Imperio mongol. Las fortalezas, en las islas, no prevenían una invasión: eran consecuencia de la fragmentación del paisaje en cientos de pequeños territorios, nominalmente bajo la autoridad del emperador, en la práctica leales a su daimio. El único paralelismo real que podemos encontrar es con las construcciones de la baja Edad Media. En Japón, el castillo era una declaración de autoridad: su presencia aseguraba la posesión del suelo. Por ello, y por necesidades defensivas, la fortaleza se alzaba en los puntos más elevados desde donde fuera posible abarcar el horizonte. Antes del siglo XV, el yamashiro –castillo en la cumbre– se construía a base de madera y muros de tierra, estableciendo baluartes, torres y empalizadas en las laderas y, en ocasiones, desmontando parte del terreno para mejorar la protección. Fue a partir de entonces cuando Japón contactó con los europeos y empezó a usarse la piedra en la construcción de los castillos nipones. Las habilidades desarrolladas por los maestros albañiles de Anou, en la provincia de Omi, irían extendiéndose por todo el territorio a lo largo del siglo XVI y darían origen a un nuevo tipo de fortaleza que culminaría en lo que se conoce como el estilo Azuchi-Momoyama.
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SACHIHOKO (figuras marinas guardianas de la torre)
DE MANO EN MANO. Situado en el sureste de la costa japonesa, el castillo de Himeji (en la ilustración) estaba ubicado en un punto estratégico, por lo que el clan Kuroda y Toyotomi Hideyoshi lucharon por hacerse con este bastión y se convirtieron en los señores feudales de la zona. En el período Edo, durante el régimen de Ikeda Terumasa, se construyó la torre principal. Tanto Terumasa como sus descendientes fueron considerados como daimios emparentados con el shogunato Tokugawa y obtuvieron una posición hereditaria, gobernando el castillo y zonas aledañas. Posteriormente, el control del castillo pasó a los daimios rivales del shogunato Tokugawa, manteniéndose así hasta el final del período.
TORRE PRINCIPAL
NI NO MARU (segundo bastión)
KURUWA INTERIOR
ACCESO AL SEGUNDO BASTIÓN (puerta fortificada) KURUWA PRINCIPAL
SAN NO MARU (bastión exterior)
TRONERAS RECINTO EXTERIOR TORRES DEFENSIVAS
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KURUWA (basamento)
JOSÉ ANTONIO PEÑAS
HON MARU (bastión principal, con las dependencias, los almacenes y el acceso a la torre)
En un territorio extenso, el daimio ocupaba una gran fortaleza central, el honjô, mientras sus hijos y hombres de confianza fundaban fortalezas menores, shijô, en las zonas periféricas. De este modo se afirmaba la autoridad del Señor, además de disponer de bases logísticas. En caso de guerra, los castillos darían refugio y asegurarían el aprovisionamiento de las tropas; de ahí que las mayores batallas tuvieran como objetivo la conquista o destrucción de una fortaleza. Así, Takeda Katsuyori ganó su prestigio tras la conquista de la fortaleza de Takatenjin y, posteriormente, todo el clan Takeda fue aniquilado frente al castillo de Nagashino. También se construían castillos como bases de cara a una expansión: Toyotomi Hideyoshi ganó el aprecio de Oda Nobunaga levantando el castillo de Sunomata, desde el cual fue posible conquistar la gran fortaleza de Inabayama. El propio Nobunaga, como prueba de poder, dirigió la construcción del castillo de Azuchi, asegurando el dominio sobre Kioto. Su impresionante torre de siete plantas fue considerada como la mayor maravilla de su tiempo, hasta su destrucción en la noche en que Nobunaga fue asesinado. Hideyoshi, tras suceder a Nobunaga, levantaría a su vez el castillo de Osaka, con una torre de cinco plantas visibles y tres subterráneas. A la muerte de éste, y tras pacificar la nación y proclamarse shogún, Tokugawa Ieyasu restringió el número de fortalezas, que en la mayor parte de las provincias pasaron a ser una sola situada en la capital provincial. Los daimios locales pasaron a competir entre sí, haciendo de su castillo un reflejo de sus privilegios.
No hay grandes espacios despejados, sino áreas fácilmente aislables para facilitar la defensa. Aunque los japoneses conocían el empleo de máquinas de guerra (trabuquetes y catapultas de origen chino) y armas de fuego (arcabuces basados en las armas europeas), los asedios no solían resolverse demoliendo muros, así que estos se empleaban para dispersar y canalizar al atacante de modo que, si alguna sección de un recinto o el recinto mismo caía en su poder, los defensores pudieran hostigar a los invasores desde todas partes y, llegado el caso, reconquistar el recinto con un contraataque. De nuevo nos encontramos con una influencia de las antiguas fortificaciones de madera, que incorporaban líneas de defensa sucesivas en las laderas.
EL EPICENTRO DEL CASTILLO. La torre principal, el Tenshu Kaku, era el corazón de la fortaleza: albergaba las provisiones y constituía el último refugio. Se construían en madera sobre un kuruwa, lo que garantizaba su longevidad: Japón es azotado continuamente por terremotos y los artesanos japoneses aprendieron pronto cómo prevenir sus efectos. Las vigas no se sostenían entre sí mediante clavos, sino encajadas unas en otras, de forma que la estructura en su conjunto era ligera y flexible y absorbía la presión del temblor sin quebrarse. Además, los grandes aleros de las plantas actuaban como protección adicional, ya que generaban un movimiento de inercia que contrarrestaba la vibración e impidía que la torre sufriera un balanceo demasiado rápido. Así lo frágil, paradójicamente, se volvía duradero. Hoy las características de los castillos son difíciles de apreciar, ya que muy pocos han llegado completos hasta nuestros días. Generalmente, sólo han sobrevivido o se han restaurado los grandes muros del kuruwa y las torres principales. Durante la expansión urbana del período Edo y posteriormente la era Meiji, la mayor parte de los edificios secundarios de las fortalezas fueron demolidos y absorbidos por los nuevos barrios. El mayor complejo defensivo de Japón, el castillo de Tsuyama, es hoy un inmenso parque con más de 6.000 cerezos asentados sobre sus muros. Los últimos grandes castillos se erigieron durante la fase final de la unificación. Los construidos tras la victoria de Tokugawa en Sekigahara serían diseñados para la comodidad y la ostentación del poder: el final de las guerras marcó el fin de las fortalezas. Todavía volverían a usarse en el ocaso del período Edo, cuando la forzada apertura de Japón al comercio extranjero hizo pedazos el sistema social del shogunato y lanzó al país a una nueva guerra civil, pero la lucha, afortunadamente, fue breve. Los ejércitos de samuráis rebeldes fueron vencidos, el emperador recuperó el poder tras siglos de sometimiento a los shogunes y, con la modernización, samuráis y casMH tillos pasaron a ser reliquias del pasado.
TOKUGAWA IEYASU REDUJO EL NÚMERO DE FORTALEZAS: EN LA MAYOR PARTE DE LAS PROVINCIAS SE QUEDARON CON UNA SOLA
¿EDIFICACIONES VULNERABLES? La elegancia de los edificios que han llegado hasta nuestros días da una engañosa apariencia de vulnerabilidad y a veces se piensa, erróneamente, que su uso como fortaleza debió ser puramente simbólico. En realidad estas construcciones fueron extraordinariamente sólidas. El kuruwa (basamento) del castillo de Naha, en Okinawa, resistió, en 1945, el fuego del acorazado Missouri, que lo bombardeó con sus cañones durante tres días. El basamento era, precisamente, el elemento más notable de los castillos japoneses. Siguiendo la tradición del Yamashiro, el kuruwa no era un muro como tal, sino que se integraba en una ladera excavada para acomodar las gigantescas ne ishi (piedras raíz) que sostendrían toda la estructura. El kuruwa envuelve el conjunto de la misma, ya fueran pequeños castillos formados por una sola edificación o intrincados conjuntos de edificios formando varios recintos. Nada más atravesar las puertas, estaría el san no Maru (tercer bastión), después el ni no Maru (segundo bastión) y, finalmente, el bastión principal o hon Maru, con la gran torre principal, las dependencias del daimio, los almacenes y las estancias ceremoniales. La disposición del conjunto solía ser laberíntica.
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LA VIDA COTIDIANA EN LA CAPITAL DEL SHOGUNATO
El mundo flotante
PRISMA
de Edo
A PARTIR DE 1600, CON EL INICIO DE LA ERA DEL SHOGÚN TOKUGAWA IEYASU, LA ACTUAL TOKIO SE CONVIRTIÓ EN EL CENTRO NEURÁLGICO DE JAPÓN... Y EN LA SEDE DE UN MUNDO DE SEXO, ARTE Y REFINAMIENTO. Por Fernando Cohnen, periodista
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ras el fallecimiento del poderoso dictador militar Toyotomi Hideyoshi, los señores feudales japoneses se enfrentaron en una lucha sin cuartel para dominar el gobierno de la nación. En 1600, cada facción envió a sus mejores guerreros a la batalla de Sekigahara, cuyo desenlace iba a decidir el destino del país. Cerca de cien mil samuráis participaron en una lucha violentísima que duró tres interminables días. Los vencedores fueron los samuráis comandados por Tokugawa Ieyasu, que se hizo con el poder e inició el shogunato de Tokugawa.
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Para evitar posibles sublevaciones, el nuevo shogún impuso un sistema de servidumbre llamado sankin kotai, según el cual los señores feudales (daimios) tenían la obligación de residir un año en sus feudos y el siguiente en Edo (actual Tokio), dejando a algunos familiares como rehenes en la nueva sede del régimen militar. Esta medida debilitó a los daimios, que tuvieron que desembolsar enormes cantidades de dinero para sus desplazamientos a Edo y los de sus numerosos séquitos, que en algunos casos se componían de 3.000 y hasta 5.000 personas.
CAPITAL DEL PLACER. El grabado muestra el bullicio nocturno en Edo (la actual Tokio), en la era Tokugawa. El Shogún obligó a los señores feudales a residir en ella por temporadas, lo que la hizo florecer.
El sankin kotai tuvo también consecuencias económicas positivas. La medida del shogunato de mejorar los principales caminos que recorrían Japón para facilitar los traslados temporales de los señores feudales a la capital reactivó el intercambio de bienes y personas. El camino del Tokaido, que unía Edo con Kioto, se llenó de legiones humanas que lo recorrían a pie, a caballo o en palanquines. Aunque Kioto siguió siendo la sede de la corte imperial, Edo se convirtió en la ciudad de mayor tamaño
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artes de la música, la danza y la poesía para deleite de los clientes más refinados. Los samuráis menos favorecidos se conformaban con las prostitutas más baratas. Tras completar la unificación del país, Tokugawa Ieyasu organizó la pirámide social japonesa. La clase superior la constituían los samuráis que eran jefes de un daimio con posesiones feudales. Tras ellos se situaban los samuráis que tenían relación directa con el shogún, siendo los más ricos los que ocuparon puestos de consejeros o maestros de ceremonias. En un nivel inferior aparecían los samuráis que ejercían sus labores militares y que habían perdido sus tierras y las rentas que generaban.
El viaje por el Tokaido
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que pronto floreció una forma de turismo virtual a través de libros, guías y numerosos grabados ukiyo-e. Los lectores consumían con avidez los relatos del escritor Ikku Jippensha, que se editaron por entregas en 1802. El autor narra en ellos las aventuras de dos gamberros muy divertidos, Yajirobei y Kitahachi, en su enloquecido viaje a lo largo del Tokaido. Esta sátira fue un auténtico best seller tanto entre los lectores de su época como para los de las generaciones posteriores. Jippensha describe con meticulosidad el frívolo mundo de las posadas, de las chicas que trabajan en ellas, de los samuráis, de los músicos itinerantes y de los señores feudales, así como el ambiente disparatado de las compañías de teatro kabuki que viajaban por aquel legendario camino. ALBUM
sta ruta que conectaba las ciudades de Edo (la actual Tokio) y Kioto fue la más transitada de Japón durante el régimen Tokugawa y la que utilizaron muchos señores feudales y sus séquitos en sus obligados viajes bianuales a la capital política del shogunato. A lo largo del camino, se dispusieron 53 estaciones y diversos controles de policía, en los que los viajeros debían presentar sus permisos de tránsito. El famoso artista Utagawa Hiroshige, uno de los máximos representantes de los grabados en madera ukiyo-e, dibujó con maestría cada una de las 53 estaciones de descanso del Tokaido. Otros artistas, escritores y poetas de la época Edo viajaron por aquella carretera y narraron sus experiencias. El pueblo llano quedó tan fascinado con el camino del Tokaido
PIRÁMIDE SOCIAL DE CASTAS. La segunda clase social la componían los campesinos, que tenían prohibido abandonar sus tierras. A continuación se encontraban los artesanos y finalmente los mercaderes, quienes, según la tradicional interpretación confuciana, se encargaban de los “sucios negocios monetarios”. Por encima de aquella pirámide social se situaban los nobles y los miembros de la familia imperial, a los que a pesar de su alto rango les estaba vetado el poder ejecutivo. Pero este sistema de castas no se correspondía con el verdadero nivel adquisitivo de las distintas clases sociales. De hecho, los artesanos y los comerciantes cuyas empresas marchaban bien eran mucho más ricos que un samurái de bajo nivel. La separación de guerreros y campesinos en dos clases diferenciadas empobreció a los samuráis, que ya no tenían tierras de las que vivir. Los de mayor rango social, los señores feudales poseedores de grandes terrenos, debían mantener a sus vasallos y gastar fortunas en sus obligados viajes a Edo, lo que a la larga los arruinó.
Grabado en madera de Utagawa Hiroshige, el último de la serie Las 53 estaciones del Tokaido (1833-1834), que muestra la llegada a Kioto por un puente.
SAMURÁIS OCIOSOS. Sin enemigos a la vista, el shogún tuvo que buscar ocupación a cientos de miles de guerreros, cuyo mantenimiento supuso un gasto enorme para las arcas del régimen. Sin apenas oportunidad de mostrar su destreza con la espada, los samuráis de menor rango comenzaron a frecuentar los burdeles y las casas de té de Edo, Kioto y Osaka. Algunos intelectuales del siglo XVII criticaron la actitud de aquellos guerreros, muchos de los cuales mostraban evidentes síntomas de decadencia económica y moral. Los samuráis que podían permitírselo frecuentaban a las cortesanas más caras, llamadas oirán, o a las maikos, aprendices de geisha, mujeres que eran educadas en las
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EN LA CASA DE TÉ. Estos establecimientos eran más refinados que los burdeles y posadas, pero en ellos también se entablaban relaciones con cortesanas y doncellas. A la derecha, un grabado en madera del género ukiyo-e que lo ilustra, obra del artista del siglo XVIII Kitagawa Utamaro.
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y en el centro neurálgico del régimen militar o shogunato, también llamado Bakufu. En los dos siglos y medio que duró la etapa Tokugawa, Japón disfrutó de una estabilidad política sin precedentes que a la larga facilitó el progreso económico del país.
el denominado “mundo flotante” (ukiyo), un concepto que evocaba un universo imaginario de extravagancia, elegancia e ingenio en el que primaban la diversión, el hedonismo y la transgresión. Ese espacio imaginado, donde las distinciones de clase se diluían, quedó perfectamente reflejado en los grabados en madera ukiyo-e, cuya temática abordaba aspectos de la vida cotidiana japonesa, como paisajes famosos, actores, cortesanas, geishas y samuráis. El mundo flotante floreció en los barrios de placer de las ciudades y en los populares teatros de kabuki.
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EL CAMINO DEL GUERRERO. Eso significa bushido, el código de conducta de los samuráis, que se fue relajando en esta era. Aunque en fecha tan tardía como la de esta foto, 1880, se seguía practicando el seppuku o suicidio ritual.
EN LA PIRÁMIDE SOCIAL NIPONA, LA CASTA DE LOS SAMURÁIS ESTABA POR ENCIMA DE CAMPESINOS Y MERCADERES, AUNQUE MUCHOS DE ESTOS ERAN MÁS RICOS En sus momentos de mayor gloria, los samuráis habían encontrado en el budismo zen la expresión espiritual de su estricto código de conducta, el bushido (“el camino del guerrero”). Además de incluir el suicidio ritual (seppuku o harakiri) como prueba de honor, el bushido imprimía valores que hicieron de los samuráis autoridades no sólo militares, sino también morales y filosóficas.
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UN UNIVERSO DE PLACER. Cuando llegaron las apreturas económicas en 1600, aquellos rígidos guerreros comenzaron a comportarse de forma inapropiada. Como reacción a su declive, un samurái llamado Yamamoto Tsunetomo publicó en 1716 una obra titulada Hagakure, que trató de renovar el código del bushido resaltando los elementos marciales de unos guerreros cuyo mundo de luchas se había desvanecido con la paz impuesta por Tokugawa Ieyasu. Aquellas reglas quedaron en nada a mediados del siglo XVIII, cuando la crisis económica, la devaluación de la moneda y la disminución de la paga pusieron a los samuráis todavía más contra las cuerdas. Muchos de ellos prefirieron renunciar a su rango para poder trabajar como artesanos o ganarse la vida como comerciantes. La rígida política impuesta por el régimen dictatorial del shogún, influenciada por preceptos confucianos que legitimaban el estricto orden social, provocó la reacción de la gente, que buscó una vía de escape a la presión a la que se veía sometida. La progresiva implantación de la imprenta contribuyó a elevar la tasa de alfabetización en Japón, lo que posibilitó el surgimiento de una clase burguesa que quería disfrutar con la nueva narrativa, el teatro, la pintura, las luchas de sumo o la ceremonia del té. Al mismo tiempo, los comerciantes prosperaron tanto que fueron ellos los que financiaron las actividades que se llevaban a cabo en
KABUKI, DE LO POPULAR A LO EXQUISITO. Esta mezcla de danza y teatro (abajo, en un grabado de U. Hiroshige) empezó siendo procaz y escandalosa, pero tras prohibirse la participación en ella de las mujeres y de los hombres jóvenes se volvió un arte refinado.
ESCÁNDALO TEATRAL. El dramaturgo Chikamatsu popularizó este género teatral con 160 obras, muchas de las cuales relataban los conflictos entre el deber y el amor. Los orígenes del kabuki hay que buscarlos en 1603, cuando una maiko del santuario de Izumo ideó un nuevo estilo de danza en el que las bailarinas interpretaban los papeles masculinos y femeninos recreando situaciones cómicas de la vida cotidiana de la época. Las representaciones se hicieron tan populares que pronto surgieron otros grupos similares. Aquella conjunción de danzas y teatro dio lugar al kabuki, cuyas actrices también se dedicaban a la prostitución. Sus contenidos fueron virando hacia una vertiente cada vez más burlesca y escandalosa, lo que hizo reaccionar al shogunato, que en 1629 ordenó la expulsión de las mujeres de la escena teatral, obligando a los promotores de kabuki a contratar a actores jóvenes para representar tanto los papeles masculinos como los femeninos. Pero la prostitución y los escándalos asociados a este teatro no desaparecieron. A partir de entonces, fueron los actores los que ofrecieron servicios sexuales tras
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El poderoso influjo de las geishas
A la izquierda, una joven geisha fotografiada hacia el año 1880 en Tokio.
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n sus orígenes, las geishas eran en realidad hombres que bailaban y cantaban para entretener a los clientes que acudían a los burdeles. La primera mujer geisha documentada se remonta a 1750, cuando una cortesana llamada Kikuya se impuso ese distintivo. A partir de entonces, muchas otras cortesanas tayu se hicieron llamar geishas, aunque no lo eran. Con el tiempo, los clientes comenzaron a quejarse del alto precio que tenían estas meretrices y de los variados rituales que debían soportar antes de consumar el acto sexual. Aquel descontento hizo que la demanda fluyera hacia las prostitutas más baratas, quedando casi desierto el rango de cortesanas refinadas. Pero los clientes de mayor poder adquisitivo rechazaron a esas mujeres sin ingenio ni habilidades artísticas; fue el momento que aprovecharon las geishas para hacer su entrada triunfal en un mercado muy restringido. Su gran instrucción en música, caligrafía y oratoria colmaba los deseos de los hombres más sofisticados. Al poder trabajar fuera de los barrios de placer, los dueños de los burdeles exigieron que fueran sometidas a fuertes controles. Si alguna geisha era sorprendida manteniendo relaciones con un cliente, podía ser suspendida de empleo por un tiempo. Pero el intento de controlarlas fracasó por completo. Las geishas se pusieron de moda y evolucionaron hacia un modelo de mujer todavía más refinado. A finales del siglo XIX, las cortesanas tayu habían desaparecido y las geishas, tal y como se las conoce actualmente, se extendieron por todo Japón.
A TRAVÉS DE LAS REJAS. Las cortesanas de rango medio o bajo del barrio de Yoshiwara se exponían a las miradas lascivas de los clientes en cubículos enrejados, como puede verse en el grabado en madera de arriba, del siglo XIX, que muestra una escena nocturna cotidiana en el mundo flotante.
las representaciones. Dos décadas después de la expulsión de las mujeres, el Bakufu prohibió a los jóvenes subirse a los escenarios y ordenó que los actores fueran hombres maduros, y así este género teatral se volvió un espectáculo más sofisticado llamado yaro kabuki. El maestro de la ficción en prosa que mejor describió el mundo flotante fue Ihara Saikaku, que empezó su carrera como poeta y la culminó con una docena de novelas eróticas en tono de humor. En una de ellas, titulada El hombre que pasó su vida enamorado, el protagonista llega a los 60 años tras haber seducido a 3.743 mujeres.
CORTESANAS PARA TODOS LOS BOLSILLOS. En otro libro, Vida de una mujer amorosa, el escritor se pregunta: “¿En qué lugar, si no en la capital, hay mujeres de hermosura tan imponente como la montaña Jigashi cuando florecen los cerezos en ella? Para quien ha visto a las cortesanas de Shimabara [el barrio de placer de Kioto], observando cómo destacan entre mil, y ha gastado doscientos nyos en alguna de ellas, ni las hojas de arce, ni la Luna ni las mujeres de su tierra cuentan ya en lo sucesivo”. Uno de los barrios de placer más famosos fue el de Yoshiwara, creado en Edo por orden del shogunato en 1617. El objetivo del régimen era restringir la prostitución a áreas delimitadas para controlarla, pero estos planes se fueron al traste en poco tiempo. Los barrios de placer se pusieron de moda y dieron lugar a una cultura urbana llena de vida. El shogunato, que se distinguía por su carácter paternalista, intentó por todos los medios que la mujer quedara relegada al plano familiar y doméstico, tal y como proclamaba el confucianismo. Para desgracia del régimen militar, la vida en Yoshiwara comenzó a pivotar en torno a las mujeres, algunas de las cuales contribuyeron al florecimiento de los negocios relacionados con el sexo y el placer. Interminables legiones de clientes acudían a esos paraísos de disipación, deseosos de evadirse del estricto orden social que trataban de imponer las autoridades. El enorme distrito del placer de Edo llegó a contar con más de 3.000 prostitutas, que tenían prohibido salir fuera de los muros que lo delimitaban. Las cortesanas de rango medio debían exponerse en unos cubículos enrejados a la mirada lasciva de los potenciales clientes. Para evitar cualquier conato de violencia, los samuráis que accedían a Yoshiwara tenían que dejar sus armas en la entrada del recinto amurallado. En su interior, los clientes podían encontrar numerosos salones
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LA ERA DE LOS SAMURÁIS, Y CON ELLA EL CONCEPTO
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DEL MUNDO FLOTANTE O UKIYO, LLEGÓ A SU FIN COMO TAL EN 1868, TRAS LA APERTURA AL MUNDO OCCIDENTAL
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de té, tiendas, tabernas y más de un centenar de burdeles que ofrecían los servicios de distintos tipos de meretrices. Las de menor nivel estaban al alcance de los bolsillos menos acaudalados y se situaban en las plantas bajas de los establecimientos o junto a los fosos que rodeaban el distrito, pero hacía falta mucho dinero para acceder a las oirán, las cortesanas más instruidas. Las más refinadas, las más bellas y talentosas, eran las tayu, que sólo ofrecían sus favores a los señores feudales y a los comerciantes más acaudalados. Ni las tayu ni las oirán mostraban nunca sus estados de ánimo, manteniendo constantemente la misma expresión facial afable y discreta. Es probable que esa sea la razón por la que el erotismo japonés ha parecido siempre tan frío a los ojos de los occidentales.
ENTRE LO BUFO Y LO FANTÁSTICO.
MAESTRO DEL EROTISMO. Ihara Saikaku (1642-1693) empezó siendo poeta, pero su fama se debe a una docena de audaces novelas que publicó hacia el final de su carrera. A la derecha, su estatua.
COMO AUTÉNTICAS EMPERATRICES. También en la prostitución había clases: en lo más alto estaban las tayu y las oirán (arriba, una de ellas en 1905, con sus doncellas), instruidas en la música, la poesía y la caligrafía.
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El espíritu burlesco y transgresor de la sociedad japonesa en la era Tokugawa animó a un conocido poeta a gastar una broma pesada a sus familiares: dejó todo dispuesto para que a su muerte un amigo íntimo escondiera en su mortaja fuegos artificiales. Cuando quemaron su cuerpo, los asistentes al sepelio huyeron despavoridos ante el sorpresivo espectáculo pirotécnico. Ese ambiente pecador y grotesco quedó presente en algunos grabados de madera ukiyo-e, sobre todo en los del artista Tshusai Sharaku. La feroz sátira iba dirigida al budismo y al sistema confuciano heredado de China, cuya seriedad y gravedad eran un lastre para los japoneses de mediados del siglo XVIII y del XIX, tan rebosantes de vida y tan amantes de burdeles, teatros y tabernas. A través de lo bufo y lo ridículo, los japoneses se despojaron de la rigidez y el pesimismo que destilaban las tradiciones religiosas. Los grabados ukiyo-e, despreciados por la altanera aristocracia, fueron el engranaje a través del cual el arte llegó a la gente de la calle. Los admiradores de esos grabados reverenciaban a sus creadores, unos artistas superlativos cuyos dibujos reflejaban con precisión la vida sensual del mundo flotante. Algunos de esos artistas recogieron las leyendas que florecieron en los años dorados de la dinastía Tokugawa, como la creencia de que en Yoshiwara existían algunas meretrices de lujo que en realidad eran temibles criaturas felinas: se las llamaba bakendo. La leyenda tenía variantes, pero la historia fundamental giraba en torno a la experiencia amoro-
sa de un joven samurái y una meretriz que, en mitad de la noche, se convertía en una mujer con cabeza de gato. Otras variaciones más truculentas de la historia hacían referencia al canibalismo de las bakendo, que devoraban a sus clientes tras haber hecho el amor con ellos. Los más morbosos y crédulos estaban dispuestos a pagar verdaderas fortunas para pasar una noche loca con una supuesta mujer felina. Aquel interés dio lugar a que algunas cortesanas adoptaran un cierto estilo bakendo, adornando sus cubículos de placer con gatos y maquillándose el rostro con rasgos felinos.
EL FIN DE UNA LARGA ERA. Ajenos a la bulla y al desmadre que imperaban en los barrios de placer, la anquilosada corte del emperador japonés y el poderoso Bakufu se estremecieron en 1853, cuando el comodoro estadounidense Matthew Perry atracó en la bahía de Tokio con cuatro buques de guerra. Se negó a levar anclas si antes no entregaba al shogún una carta del presidente de EE UU en la que reivindicaba el derecho de su país a aprovisionarse y comerciar con Japón. Debilitado por tensiones internas, el shogún no tuvo más remedio que acceder. La inesperada visita de los buques estadounidenses no sólo fue el comienzo de la apertura de Japón a Occidente, sino también el principio del fin de un poder feudal incapaz de asumir la modernidad que precisaba el país. Tras más de doscientos cincuenta años de dictadura militar, el shogunato Tokugawa llegó a su fin en 1868. A partir de entonces, el joven emperador Meiji pasó a ser la figura principal y símbolo de unidad de Japón. Tras dos siglos y medio de reclusión en Kioto, el Mikado volvió a reinar en el país del Sol Naciente. Aunque la restauración imperial acabó con el estilo de vida de los samuráis, algunos se convirtieron en figuras relevantes del nuevo gobierno. Si en 1970 sus herederos ocupaban el 21% de los cargos directivos del país, su espíritu sigue vivo hoy día en los ámbitos financieros y políticos de Japón. MH
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SEKIGAHARA, 1600
La gran batalla de
los samuráis
Por Enrique F. Sicilia Cardona, escritor
a guerra por la supremacía era una costumbre en el Japón Sengoku (“clanes en guerra”). Desde finales del siglo XV, los más importantes señores feudales o daimios habían intentado imponer su voluntad al resto de sus compañeros de casta samurái. Tras innumerables campañas, asedios y combates, sólo los unificadores Oda Nobunaga y, en mayor medida, Toyotomi Hideyoshi (1537-1598) habían conseguido la estabilidad política en su persona. A la muerte de este último, la situación amenazaba con volverse otra vez peligrosa: su hijo Hideyori no
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podía gobernar por sí solo al tener cinco años de edad. Para ayudarlo, se designó a cinco regentes en el llamado Consejo de los Cinco Ancianos, entre los que se encontraba el prestigioso Tokugawa Ieyasu (1543-1616), el más poderoso de los samuráis y antiguo rival de Toyotomi.
DOS BANDOS. Fue en este tiempo cuando se perfilaron los dos bandos enfrentados entre los partidarios del joven heredero Hideyori y los de Tokugawa. Los clanes más importantes que apoyaban al primero estaban concentrados en la parte oeste u occidental del archipiélago AISA
FUE EL HECHO DE ARMAS QUE CAMBIÓ JAPÓN PARA SIEMPRE, POR LA MAGNITUD DEL COMBATE Y PORQUE EL VENCEDOR, IEYASU, CONCENTRÓ TODO EL PODER. SUCEDIÓ JUNTO A LA ALDEA DE SEKIGAHARA EL 21 DE OCTUBRE DE 1600.
UN NÚMERO DE TROPAS NUNCA VISTO ANTES. De 80.000 a 108.000 soldados de Ishida contra 70.000104.000 de Tokugawa: esa es la actual estimación de fuerzas en la batalla de Sekigahara, recreada en este biombo.
EL DESAFÍO DE UESUGI. A comienzos de 1600, la excelente red de espías de Tokugawa lo avisó de ciertos movimientos ofensivos en la región norteña de Tohoku de la isla de Honshu –la mayor del Japón y donde hoy se asientan sus principales ciudades– por parte de Uesugi Kagekatsu, otro de los cinco regentes. Su intención era construir un nuevo castillo muy cercano a los dominios personales de Tokugawa; ese desafío a su posición era algo que no podía permitir. En el mes de mayo le escribió una carta para que reconsiderase la decisión y un mes después le llegó la contestación de Uesugi diciéndole que seguiría adelante con su proyecto. A Tokugawa no le quedaba más remedio que imponer sus razones por la fuerza de las armas. Pidió la colaboración de todos
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japonés, mientras que los segundos estaban, la mayoría, situados en el este. Reuniones, cartas, sobornos y secretos se sucedían entre unos y otros, en un clima de inestabilidad general. En 1599 hubo varios complots para matar a Tokugawa, pero fueron descubiertos a tiempo. El instigador de los mismos, Ishida Mitsunari (1560-1600), era un san-bugyo o comisionado administrativo que había destacado como subordinado de Toyotomi y que ahora profesaba una lealtad absoluta hacia el pequeño Hideyori. Una vez descubierto, escapó vestido de mujer en un palanquín y se presentó ante el propio Tokugawa para pedirle clemencia, y con este increíble acto de valentía salvó su vida. Tokugawa no lo consideraba todavía tan peligroso y sabía que tampoco contaba con el beneplácito de otras prominentes figuras samuráis del oeste. Tiempo después, con el gran enfrentamiento civil ya comenzado, confesaría a sus allegados que al perdonarle la vida en ese momento quizás se había equivocado.
los clanes para su expedición punitiva contra Uesugi y, taimado como era, decidió encaminarse a su propio feudo en Edo –la actual Tokio– para controlar mejor las operaciones. Mientras se dirigía hacia allí, todavía tuvo tiempo de visitar en el castillo de Osaka a Hideyori y recibir de sus partidarios numerosos regalos. Tras su partida a finales de julio, Ishida tomó definitivamente las riendas del oeste y comenzó a preparar a sus fuerzas para el enfrentamiento decisivo contra los clanes del este.
LOS EJÉRCITOS SAMURÁIS. Los ejércitos japoneses de las décadas finales del siglo XVI estaban compuestos por dos tipos de combatientes: los samuráis y los ashigaru. Los primeros eran los amos de la estructura piramidal de la sociedad japonesa. Originariamente habían sido una clase de servidores y luego guerreros llamados mononofu. Su paso al frente se había producido durante la llamada DE LA DERROTA A Guerra Genpei (1180-1185) y, desde que repelieran las LA GRAN VICTORIA. invasiones mongolas de Kublai Khan en el siglo XIII, su ascendente no había hecho más que crecer. En el perioTokugawa Ieyasu es representado en este do que nos ocupa eran la clase dirigente y su vida estaba grabado tras su fraca- consagrada a la guerra. Ataviados con armaduras de plaso en la batalla de cas de metal lacado, portaban como armamento principal Mikatagahara (1573). dos espadas ligeramente curvadas, la catana y una más Se resarció en Sekiga- corta llamada wakizashi; cuando iban a caballo, solían hara, fue nombrado llevar una larga lanza (yari). En su marcial idiosincrasia shogún y su dinastía entraban en juego diferentes influencias que podríamos dominó Japón 2 siglos. rastrear en la divinizada Historia de Japón, en el budismo zen y en la defensa de un código moral sustentado en el ichibun (conducta destinada a mantener el honor). Si bien los samuráis eran la élite del ejército en campaña, la espina dorsal del mismo estaba configurada por los
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Novedosas armas de fuego
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n 1543, unos comerciantes portugueses llegaron arrastrados por una tormenta a la isla japonesa de Tanegashima y enseñaron unos arcabuces de probable influencia hindú al daimio local, el cual quedó asombrado por esos artefactos que manejaban aquellos nanbanjin o bárbaros del Sur (así los llamaban). Este encuentro propició que en las décadas siguientes hubiera una aceleración armamentística en todo el Japón: a finales del siglo XVI, el teppo o arcabuz japonés ya era, en manos de los ashigaru, la herramienta más letal en batallas y asedios. Era un arma larga y portátil de antecarga y llave de mecha, con caja de carrillera, doble mira para apuntar, una longitud aproximada de 90-135 cm y un peso estimado entre 2,7 y 3,5 kg, según las regiones donde se construyera. Su alcance máximo rondaba los 500 metros, aunque
En la foto, arcabuces del siglo XVI en la armería del castillo de Himeji. En manos de los ashigaru, se convirtieron en la herramienta más letal en batallas y asedios.
su precisión aumentaba mucho a 50 metros y era letal para cualquier armadura a 30 metros o menos. La bala esférica de plomo tenía normalmente un peso de 10 monme (1 monme equivalía a 3,75 gramos) y un diámetro de 18,3 mm, y solía estar dentro de los hayago o recipientes tubulares con taco y pólvora negra que facilitaban la carga rápida del arma. A TIROS EN SEKIGAHARA. El proceso de un disparo organizado por la voz de un oficial podía durar unos 45 segundos; en caso de actuar por sí solo, un tirador avezado podía cargar y disparar cada 30 segundos o menos. En Sekigahara hubo auténticas concentraciones de tiradores en ambos bandos (unos 25.000 en total) y el propio Ishida, como curiosidad, llegó a utilizar cinco pequeños cañones de campaña desde su puesto de mando.
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SI BIEN LOS SAMURÁIS ERAN LA ÉLITE DEL EJÉRCITO NIPÓN, SU ESPINA DORSAL LA FORMABAN LOS ASHIGARU, LA INFANTERÍA DE CLASE BAJA LAS ARMAS DEL SAMURÁI. Además de sus características armaduras de placas de metal lacado, estos guerreros portaban dos tipos de espada: la catana, larga (arriba), y la wakizashi, más corta (derecha).
en poblaciones y castillos cercanos al lago Biwa, el más grande de Japón, en la región central de Kinki. Para comprender mejor esta campaña, debemos fijarnos en las comunicaciones existentes entre las dos cardinales bases enemigas, ubicadas en la zona de Osaka-Kioto (las fuerzas de Ishida) y en Edo (las de Tokugawa).
OSAKA-KIOTO CONTRA EDO. Las fuerzas de Hideyori se concentraban entre las dos primeras ciudades, y las de Tokugawa en Edo, la actual Tokio. Aquí, una imagen del castillo de Osaka, en donde el segundo visitó al primero, entonces joven heredero, antes de enfrentarse a él.
LA CAMPAÑA DE 1600. Entre ambas discurrían dos vías de comunicación vitales, el Nakasendo y el Tokaido. El primero atravesaba el interior montañoso, mientras que el segundo recorría la costa bañada por el Pacífico. Ambos trayectos tenían más de 500 km de longitud y en ellos se habían construido algunos de los castillos más significativos del Japón, cuya posesión otorgaría ventaja al bando que los controlara. Con ese objetivo en mente, las fuerzas del oeste partieron el 27 de agosto para conquistar el castillo de Fushimi, cercano a Kioto. Un día después le llegó el turno al de Tanabe, alejado en la costa del Mar del Japón. Esa estrategia divergente, que desperdigaba tropas en varios asedios simultáneos, no era la más adecuada desde el punto de vista militar: fue seguida por creer que Tokugawa estaría entretenido contra Uesugi y así les dejaría el tiempo suficiente para asentar su influencia en esa disputada zona central. El principal ejército del este, efectivamente, se había encaminado hacia esa amenaza norteña, pero cuando a Tokugawa le llegaron las noticias de la caída de Fushimi, a principios de septiembre, reevaluó su estrategia para enfrentarse a la principal amenaza que emanaba desde Osaka-Kioto. El 10 de septiembre regresó a Edo y allí decidió que una fuerza de vanguardia, al mando del capaz Fukushima, partiría por el Tokaido para controlar los castillos de Okazaki y Kiyosu y sería seguida, poco después, por otra fuerza dirigida por Ikeda para asegurar mejor la ruta de la costa. A su hijo Hidetada le ordenó partir con decenas de miles de hombres por el Nakasendo para que avanzara y abriera el más complejo camino del interior. Por último, él mismo se movería más tarde por la costa con sus tropas personales hacia Kiyosu-Ogaki para, todos juntos, deciAHU
más numerosos ashigaru, versátil infantería de clase baja que dominaba los campos de batalla desde la aparición de las armas de fuego portátiles [ver recuadro 1]. Su importancia táctica estaba asentada desde la batalla de Nagashino (1575), en la que la elitista caballería samurái del clan Takeda sufrió una derrota decisiva a manos de las fuerzas combinadas de Oda y Tokugawa, propiciada en parte por las estacadas de bambú y los certeros disparos de sus ashigaru. Aparte de esas unidades especializadas de arcabuceros, solían estar organizados en grandes grupos de lanceros armados con yari y en otras pequeñas unidades de arqueros. Por último, no debemos olvidar que, acompañando a samuráis y ashigaru, iban los auxiliares no combatientes (portadores, mozos, cocineros, monjes, comerciantes, etc.), que a menudo superaban en número a los otros dos grupos juntos. Por ejemplo, en la expedición japonesa a Corea de 1592, una de las agrupaciones que participaron en la invasión contaba con 10.000 hombres, de los cuales sólo 600 eran samuráis, 3.600 eran ashigaru y 5.800, auxiliares. Durante el año 1600, el destino de los clanes samuráis se disputaría en varias zonas geográficas del archipiélago, aunque el foco de las operaciones estuvo situado
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Hideaki, el traidor
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obayakawa Hideaki nació en 1577 y era el quinto hijo de Kinoshita Iesada, cuñado de Toyotomi. Fue acogido luego por el daimio Kobayakawa Takakage, del cual tomó el nombre, sus tierras en la isla de Kyushu (obtenidas a su muerte en 1596 y cifradas en 336.000 koku, una unidad de volumen basada en el arroz y que expresaba el valor del suelo) y la influencia de pertenecer técnicamente al clan Mori. Toyotomi, que lo tenía en gran estima, lo envió luego como comandante samurái a la segunda campaña de Corea (1597-1598). Mientras servía en ese puesto, su conducta fue duramente criticada en algunos informes enviados por Ishida, el cual también se encontraba en Corea como inspector de las fuerzas.
ESTA GRAN BATALLA FUE EL HECHO MILITAR MÁS DECISIVO DEL PERÍODO SENGOKU Y EL VERDADERO COLOFÓN DE LOS CONFLICTOS INTERNOS ENTRE LOS SAMURÁIS
REHABILITADO POR TOKUGAWA. Eso hizo que cayera en desgracia y que Toyotomi le rebajara sus posesiones. Con el honor mancillado, Tokugawa intercedió por él y así pudo restaurar su anterior estatus de samurái. Estos hechos pueden explicar la decisiva traición a sus compañeros del oeste en Sekigahara. Ishida, conocedor del rencor que le tenía, quiso ganárselo al principio de la campaña de 1600 ofreciéndole el título de kanpaku (asistente directo del emperador) y la tutela de Hideyori. En el asedio de Fushimi, sus tropas participaron activamente por la causa del oeste y eso pareció convencer a Ishida de su lealtad. En realidad, seguía en tratos secretos con Tokugawa y por carta le aseguró que en la batalla se pondría de su lado. Así fue y, tras su actuación en Sekigahara, tomó por asalto el castillo de Ishida en Sawayama, dos días después. Murió en 1602 con el impopular estigma de traidor. ASC
LIBRO
La batalla de Sekigahara, 1600, Enrique F. Sicilia Cardona. HRM, 2014. En este libro, subtitulado Armas de fuego y apogeo de los samuráis, el autor de nuestro artículo despliega todos sus conocimientos sobre el Japón de la era Sengoku.
Kobayakawa Hideaki (a la izquierda, en un grabado coloreado) ha pasado a la Historia del Japón feudal como paradigma del traidor.
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dir la campaña. Esta estrategia con líneas de operaciones dobles tampoco fue la mejor, pues dejaba a su hijo con excesivas fuerzas, a cientos de kilómetros de la costa y con una completa autonomía. Su rival Ishida se encontraba el 15 de septiembre en su base avanzada del castillo de Ogaki y estaba en una inmejorable situación para tomar ventaja dirigiendo un ataque hacia Kiyosu. En lugar de eso, fueron las tropas rivales de Fukushima e Ikeda las que se adelantaron y conquistaron sucesivamente los castillos de Takegahana y Gifu, tras una serie de combates con superioridad de fuerzas entre el 28 y el 30 de septiembre. A continuación, empezaron también a construir en Akasaka un enorme campo fortificado o jinya, en frente de Ogaki. La actuación de estos mandos del este estaba siendo muy eficaz y permitió luego que Tokugawa pudiera llegar sin adversidades al teatro decisivo. En las primeras semanas de octubre, el oeste seguía atascado en algunos asedios (Tanabe y Otsu), y ese retardo fue aprovechado por Tokugawa para alcanzar Akasaka el 20 de dicho mes, ante la sorpresa de Ishida y de todos los mandos occidentales, que no se esperaban tan pronto su presencia. Para Tokugawa todo estaba funcionando a las mil maravillas, salvo que las tropas de su hijo Hidetada no habían llegado todavía. La pregunta obvia era: ¿dónde estaban?
HACIA LA GRAN BATALLA FINAL. Hidetada, en su marcha personal por el Nakasendo, se había entretenido innecesariamente en tomar el castillo de Ueda, una acción en la que ya había fracasado su padre en el pasado. Los cuatro días que perdió en el infructuoso asedio –del 12 al 16 de octubre– eran la respuesta para esa tardanza. De todas formas, Tokugawa se encontraba bastante confiado ante la inminente batalla, pues conocía las disensiones que existían en el bando contrario con el mando único de Ishida y, lo más importante, contaba con las ganadas lealtades de algunos de los principales jefes del oeste: durante meses había enviado cientos de cartas a algunos de ellos para asegurarse de que, llegado el caso de un enfrentamiento armado, pondrían sus fuerzas de su lado para derrotar a Ishida y obtener recompensas posteriores en forma de feudos y castillos. Con Tokugawa levantando sus nobori (estandartes) a sus puertas, los líderes del oeste tuvieron un consejo de guerra para planear sus siguientes pasos. Era el 20 de octubre y corría el rumor de un posible ataque enemigo hacia Sawayama, el castillo personal de Ishida. Tras unos tensos momentos con opiniones encontradas, decidieron al final hacer una salida hacia el campamento enemigo de Akasaka para levantar la moral de las tropas. Este movimiento ofensivo pro-
SIETE HORAS DE COMBATE. Al amanecer del 21 de octubre de 1600, las tropas del este, que habían seguido de madrugada a sus rivales, llegaron a Sekigahara y todavía pudieron ver entre la niebla las innumerables fogatas de sus enemigos: secaban sus armaduras y preparaban el desayuno con el habitual arroz cocido. Los estudios sobre la batalla estiman que las tropas reunidas por Ishida estarían entre los 80.000 y los 108.000 hombres, y las de Tokugawa, entre los 70.000 y los 104.000; unos números impresionantes que en Europa no se alcanzarían en las batallas campales hasta finales del siglo XVII. Los primeros embates frontales empezaron alrededor de las ocho de la mañana y continuaron sin interrupción hasta las tres de la tarde, aproximadamente. En esas siete horas de porfiado combate hubo más de 30.000 bajas –muchas provocadas por la gran cantidad de armas de fuego presentes–, la mayoría de ellas en el derrotado bando de Ishida. La clave de la batalla se produjo alrededor del mediodía cuando las tropas de Hideaki [ver recuadro 2] tomaron finalmente partido por un alterado Tokugawa y atacaron por el flanco derecho a sus, hasta ese momento, compañeros de armas. Esta decisiva felo-
25.000 TIRADORES. La de Sekigahara fue la primera gran contienda nipona en la que las armas de fuego fueron decisivas, como ilustra este biombo decorado. Entre ambos bandos se emplearon 25.000 teppo, los arcabuces que habían llegado a Japón desde Portugal.
DE CASTILLO EN CASTILLO. En la lucha entre el bando de Hideyori y el de Tokugawa que culminó en la batalla de Sekigahara, la conquista y posesión de los castillos resultó esencial. El de Fushimi (abajo, en la foto) cayó en manos de Hideyori en agosto de 1600. ALAMY
vocó horas después un combate en las riberas del río Kuisegawa –que dividía en dos a los ejércitos enfrentados–, en el que la victoria fue para las tropas del oeste. Al atardecer de ese mismo día, Ishida ordenó salir a casi todas sus tropas hacia Sekigahara, una pequeña aldea cruzada por el Nakasendo que se encontraba en un cuello de botella natural, a unos 14 km de Ogaki. Perdida la iniciativa estratégica desde hacía días, Ishida esperaba al menos sorprender tácticamente a su rival. Un fuerte aguacero acompañó al ejército del oeste hacia las posiciones convenidas; una vez en el paso, comenzaron a mejorar las defensas –con zanjas y estacadas y desbrozando sus posiciones– y a desplegar sus tropas para la inminente batalla.
nía decidió el igualado choque y acabó con los sueños de Ishida. A eso hay que sumar la inacción del clan Mori, el más numeroso del oeste en Sekigahara, cuyo líder, Terumoto, estaba ausente; los otros cabecillas del clan, con una marcada antipatía o indiferencia hacia Ishida, decidieron no intervenir. Una vez finalizada la lid, Tokugawa asistió en su jinmaku (puesto de mando) a la habitual ceremonia samurái en la que le mostraron las cabezas cortadas de sus principales adversarios. En ese momento, apareció su hijo Hidetada junto a unas tropas que no habían intervenido en la gran batalla. Por esta causa, no quiso recibirlo en un principio, aunque luego suavizaría su postura. A fin de cuentas, su triunfo en Sekigahara era absoluto y sólo quedaba encontrar al escurridizo Ishida, que había huido en el último instante. Éste vagó errante por la zona hasta que fue capturado, días más tarde, con principio de disentería. El 6 de noviembre sería decapitado en Kioto junto a otros dos ilustres jefes del oeste, el samurái convertido al cristianismo Konishi Yukinaga y Ekei el Monje.
JAPÓN EN SUS MANOS. Sekigahara fue el hecho militar más decisivo del periodo Sengoku y el verdadero colofón de los conflictos internos entre samuráis, y eso fue debido a varios factores como la magnitud numérica del encuentro, el enconamiento de los bandos enfrentados, la participación de los principales líderes samuráis y la posterior reordenación territorial practicada por Tokugawa. Aunque, en realidad, fue una batalla más bien política, pues se ganó ciertamente mucho antes del sangriento choque disputado ese 21 de octubre. En los meses previos, Tokugawa consiguió atraer hacia su causa, desde su prestigiosa posición, a algunas de las figuras fundamentales del oeste: esa captación de voluntades fue lo que determinó verdaderamente quién sería el ganador en esta campaña. En 1603, Tokugawa fue nombrado shogún por el divinizado emperador; con esa nueva respetabilidad marcial, todos esperaban que pudiera mantener la paz conseguida tras décadas de luchas intestinas. Con mucha inteligencia, delegó ese título dos años después en su hijo Hidetada para instaurar un patrón dinástico familiar que perpetuaría la anterior realidad obtenida por las armas. Ahora Japón estaba en sus manos y sólo le quedaba acabar con el otro clan que podía todavía disputarle la supremacía obtenida en Sekigahara: los Toyotomi, con el joven Hideyori a la cabeza. Algo que conseguiría diez años después, tras la victoriosa campaña de verano del sitio de Osaka (1615). Desde ese momento, concentró todo el poder para su familia, y así persistiría sin cambios hasta la restauración Meiji, en pleno siglo XIX. MH
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LOS LÍDERES MÁS DESTACADOS
Ocho samuráis de leyenda Kusunoki Masashige, leal hasta la tumba
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ste inteligente guerrero de la primera mitad del siglo XIV es un modelo de lealtad samurái hacia su emperador, una cualidad que no todos sus pares mostraron. Tan admirado resultó por ello que, cinco siglos después de su muerte, el gobierno Meiji que renovó la sociedad japonesa le dio honores de héroe. En 1900 se levantó una enorme
estatua ecuestre suya en bronce frente al palacio imperial de Tokio, en una localización privilegiada. Ideal de samurái, Kusunoki (1294-1336) nació en la provincia medieval de Kawachi, al este de Osaka. Su familia remontaba su influencia en el gobierno de Japón hasta el siglo VIII, pero en la época no era más que un clan de la nobleza provincial sin personajes significativos. Sería Kusunoki el primero en volver a sobresalir, como héroe samurái decisivo en el retorno al trono del emperador Go-Daigo, exiliado tras intentar acabar con el poder del clan Kamakura. Esta familia acaparaba el rango de shogún, el máximo mando militar del país, que llevó aparejado durante muchos siglos ser el verdadero hombre fuerte del gobierno gracias a su control del ejército. CONSPIRACIÓN Y EXILIO. El emperador Go-Daigo había experimentado lo que era estar metido dentro de una jaula de oro, y conspiró dos veces contra el shogún Kamakura Morikuni. Sus reiterados intentos, fracasados, lo llevaron al exilio, pero contó con lealtades como la de Kusunoki, quien plantó batalla al dictador desde su zona de influencia en Osaka. A pesar de su inferioridad numérica, resistió bravamente el asedio de las fuerzas oficiales en la fortaleza de montaña de Akasaka, que él había erigido y convertido en una pesadilla llena de trucos para los sitiadores. Siempre ingenioso, cuando se le cortó el aprovisionamiento de agua y parecía que la resistencia tocaba a su fin, Kusunoki tuvo una ingeniosa idea para evadirse: erigió una gran pira con los muertos mientras
Frente al palacio imperial de Tokio, Kusunoki Masashige está representado en una estatua ecuestre de bronce que fue un regalo al emperador en 1900.
los que quedaban vivos se fueron marchando en pequeños grupos. Dejó a un único superviviente, que informó a los atacantes de que el líder samurái y sus hombres habían cometido un suicidio colectivo. Cuando descubrieron la verdad, ya era tarde. PERSISTENCIA EN SUS OBJETIVOS. Kusunoki construyó una segunda fortificación en la montaña vecina, a la que llamó Chihaya. Levantada en madera, la dotó de varios sistemas defensivos que hicieron de ella un lugar infranqueable. Quienes la asaltaban eran recibidos por troncos y rocas que, situados en gran número por todo el perímetro, se lanzaban rodando contra los atacantes. Después, se encontraban con puentes móviles, que la defensa retiraba a voluntad. Por último, las posiciones internas estaban organizadas en forma de terrazas que dificultaban el acceso de una a otra. Chihaya se mantuvo invicta frente a todos los asaltos del shogún. Kusunoki fue elevado a gobernador de Kawachi, su provincia natal. Otros samuráis que ayudaron al retorno de Go-Daigo no se mantuvieron fieles, en particular Ashikaga Takauji, que había tomado Kioto. El enfrentamiento entre ambos guerreros resultó inevitable y en 1336 lucharon en una gran batalla, en la que Kusunoki se encontró en inferioridad numérica decisiva y teniendo que cumplir las órdenes del emperador: dar batalla abierta en la desembocadura de un río, en lugar de hacerlo en la montaña como él prefería, para dificultar el acceso al enemigo con sus ingeniosos ardides. Viéndose perdido, Kusunoki le preguntó a su hermano, que lo acompañaba, cómo querría reencarnarse: “Mi deseo es nacer siete veces como el mismo ser humano para aniquilar al enemigo del emperador”, le contestó. Entusiasmado, Kusunoki gritó: “¡Siete vidas para la patria!”, y ambos se suicidaron. Fue el culmen de la lealtad.
EL IDEAL DEL SAMURÁI SE BASABA EN ACTITUDES Y DESTREZAS QUE ESTOS OCHO GUERREROS REUNÍAN CON CRECES. DE LOS ACTOS DE ESTOS HÉROES EN EL CAMPO DE BATALLA DEPENDIÓ EL DEVENIR DE LA HISTORIA DEL PAÍS NIPÓN. Por José Ángel Martos, periodista y escritor
entro de las cortes feudales japonesas, donde las conspiraciones y las luchas de poder estaban a la orden del día, era primordial hacer uso de la agudeza que a los ocho guerreros nipones que se presentan en este artículo les valió el triunfo y el reconocimiento dentro de la Historia de Japón. Pero, además, por lo que destacaron estos héroes samuráis fue porque cada uno poseía una cualidad –o más de una– en la que sobresalió de manera especial. En el caso del guerrero Kusunoki Masashige, será recordado siempre por su lealtad, un valor recogido en el código ético samurái, el Bushido. El shogún Takeda Shingen representa
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la inteligencia y la verdad. El popular señor de la guerra Oda Nobunaga acertó con su visión comercial y bélica cuando entró en el mercado de las armas de fuego. El regente imperial, Toyotomi Hideyoshi, se centró en la conquista de nuevos territorios para ampliar el poder japonés, y ordenó la invasión de Corea. Ya en el siglo XVI, el shogún Tokugawa Ieyasu creó un Estado militarizado y su clan lo gobernaría durante 250 años. Otros enfocaron su ambición no tanto a la política como al perfeccionamiento de la lucha cuerpo a cuerpo. Así, con grandes dotes en las artes de la guerra, son significativos los samuráis Kato Kiyomasha, Date Masamune y Miyamoto Musashi, que crearon leyenda y escuela en el mundo samurái. MH
Takeda Shingen, un samurái de cine
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n la obra maestra del cineasta Akira Kurosawa, el film Kagemusha, vemos cómo un ladronzuelo es reclutado para ejercer como doble de un señor de la guerra. Este último no es otro que Takeda Shingen, uno de los caudillos más relevantes de los inicios de la época de guerras intestinas entre los grandes líderes samuráis que fue el siglo XVI, tras la descomposición del poder imperial y el incendio de Kioto. Nacido en el noble clan de los Takeda, en la provincia de Kai –al oeste de Tokio– en 1521, Shingen fue un joven que destacó pronto por su inteligencia pero también por su ambición. Tanta era ésta que derrocó a su padre prematuramente, lo hizo exiliarse y tomó el control de su clan a la corta edad de veintiún años. Muy rápidamente, se forjó una reputación como gran guerrero al derrotar a nobles rivales que le disputaban su expansión en la batalla de Sezawa. A pesar de contar con unas fuerzas muy inferiores (3.000 guerreros contra 12.000), Shingen sorprendió a sus enemigos con un ataque relámpago antes de lo esperado y destrozó a su ejército. GANANDO FUERZAS. A partir de esta victoria, Shingen fue ganando terreno en la importante provincia de Shinano, en el centro de Japón. Allí logró varios éxitos, como la toma del castillo de Kuwabara, y se convirtió en uno de los grandes caudillos. A medida que iba ganando fuerzas, quedaban pocos rivales que le pu-
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Shingen luchó por el control de Japón en el período Sengoku (1467-1568). A la dcha., representado por Kuniyoshi.
dieran disputar la supremacía, pero encontró uno formidable en los límites provinciales: Uesugi Kenshin, señor de la guerra que dominaba la vecina provincia de Echigo. Ambos se convertirían en grandes enemigos –se los conocía como “tigre y dragón”–. Sus fuerzas eran prácticamente equivalentes y se vieron abocados a épicas batallas, repetidas a lo largo de un período de once años, entre 1553 y 1564. Cinco veces se enfrentaron y las cinco en el mismo lugar, Kawanakajima, una fértil planicie donde confluyen dos ríos. Se trataba de batallas hono-
rables, disputadas entre samuráis con un código guerrero lleno de rituales y de rasgos de honor. Se cuenta que en una de las ocasiones, cuando Takeda se quedó sin sal porque otro clan había interceptado un suministro, fue su propio rival quien se la envió de sus almacenes, explicándole que él combatía con espadas y no con alimentos. FRENTE A FRENTE. Estas batallas de igual a igual solían acabar sin un ganador claro. En la cuarta, sucedida en 1561, se produjo un hecho excepcional cuando Uesugi comandó personalmente una carga de caballería que pilló desprevenido al ejército rival. La penetración de Uesugi en el campo enemigo fue fulgurante, tanto que se encontró de repente delante del propio Takeda. Los dos míticos samuráis se hallaban frente a frente sin interposición y Takeda estaba prácticamente desarmado. La tradición cuenta que se defendió frente a su poderoso enemigo tan sólo utilizando su abanico de metal –que se usaba para dar órdenes–. Con el precario artilugio consiguió desviar los golpes de la espada de Uesugi hasta que un lancero acuchilló al caballo de éste, que cayó al suelo. En ese momento irrumpieron varios guerreros de ambos bandos, interponiéndose. Los dos caudillos ya no volvieron a verse y la batalla continuó su curso. Takeda expandió su poder en la década de 1560, tomando entre otras la provincia de Suruga. Su siguiente reto fue enfrentarse a la alianza de dos poderosos samuráis, uno de ellos Oda Nobunaga, que sería su talón de Aquiles, como veremos en la biografía de éste. Takeda Shingen murió en 1573.
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Oda Nobunaga, un loco muy inteligente
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Oda Nobunaga fue un impulsor de la unificación de Japón en el siglo XVI (retrato del pintor jesuita Giovanni Niccolo.)
ada hacía presagiar que el joven Nobunaga, nacido en 1534, fuera a ser uno de los grandes unificadores de su país. En sus años de iniciación mantuvo un comportamiento arrogante y excéntrico, que lo llevó a ser conocido como el loco de Owari. Se cuentan anécdotas como la de que le gustaba vestir hakamas (los pantalones largos anchos tradicionales) con colores de rayas de piel de tigre, o que tuvo un acceso de rabia en el entierro de su padre al coger el quemador de incienso que se utilizaba en la ceremonia y que lo arrojó contra el altar. Rehusó posicionarse en la sucesión de su progenitor y esto provocó que
uno de sus servidores cometiera suicidio (seppuku) para llamar la atención del joven sobre su falta de interés por los asuntos importantes. Parece que la radical medida surtió efecto y, ya como caudillo, corrigió su vena lunática. Nobunaga dedicaría después un templo al abnegado servidor que le había hecho abrir los ojos. Pronto comprobaría las dificultades del liderazgo en aquella convulsa época, pues hubo de imponerse a sangre y fuego dentro de su propio clan: uno de los episodios más duros fue tener que matar a su hermano menor, que a su vez había planeado asesinarlo. Su meteórico ascenso al poder se fundamentó en su éxito contra pro-
El plebeyo que unificó Japón: Toyotomi Hideyoshi
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no de los guerreros más expansionistas y con mayor poder de la Historia del Japón feudal tuvo unos orígenes modestos. Provenía de una familia de campesinos, en la que el
único que había ido a la guerra había sido su padre, como soldado raso. Además, no había tenido una carrera plagada de honores: herido en batalla, quedó impedido y hubo de volver a la agricultura. Este linaje poco belicoso no impidió que Hideyoshi tuviera querencia por el mundo guerrero de los samuráis. Y lo que no sabía por estudios –era prácticamente analfabeto– lo adquirió con la práctica. Sus méritos en batalla le propiciaron el ascenso en el escalafón de los ejércitos de Oda Nobunaga. Se esforzó por llamar la atención y se cuenta que en una ocasión escaló las murallas de un castillo enemigo y, al llegar a lo alto, levantó una calabaza, por lo que adoptó esta cucurbitácea como su emblema, una demostración más de su pasado plebeyo. Pero, aunque esto pueda parecer gracioso, Hideyoshi era feroz. Cuando llegó a general, decidió añadir una calabaza pequeña al emblema por cada victoria. Pronto había tantas que su enseña se conoció como “el árbol de las mil calabazas”.
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REPARADOR DE INJUSTICIAS. A pesar de que Nobunaga había sido su mentor, en el momento en que fue traicionado y asesinado, él, como algún otro general, estaba sospechosamente ausente. Eso no impediría, sin embargo, que luego aprovechase la situación para caer sobre el traidor Akechi con todas sus fuerzas y presentarse como el reparador de la injusticia cometida contra el gran caudillo samurái. Hideyoshi no se quedó ahí: se movió con rapidez para plantar cara al clan Mori, el principal rival en aquel momento del clan Oda del que él formaba parte.
nóstico en la batalla de Okehazama (1560). Se enfrentaba al mucho más poderoso ejército de Imagawa Yoshimoto, el líder más poderoso del momento (sólo al nivel de Takeda Shingen). En lugar de dejarse sitiar, como era habitual, simuló mantenerse en su fortaleza mientras se dirigía contra el enemigo para lanzarse contra él por sorpresa. Resultó que los hombres de Yoshimoto celebraban con bebida y bailes sus imparables progresos. Empezó a llover y trasladaron la fiesta a un recinto cubierto. Los hombres de Nobunaga aprovecharon la confusión para acercarse todavía más y, cuando amainó, lanzaron un ataque tan rápido y cercano que Imagawa y sus
Conseguiría transformarlos en vasallos y aliados. Y entre los diferentes candidatos a la sucesión de Nobunaga, se posicionó en favor del hijo de éste, al que luego manejaría como un títere. NO TENÍA SANGRE AZUL... Con el dominio de las provincias centrales, Hideyoshi iría sumando posesiones territoriales significativas, como la isla de Shikoku, y derrotando a enemigos internos. También levantó el castillo de Osaka, germen de la gran ciudad actual. Todo esto lo convirtió en el verdadero unificador de Japón y le puso en posición de reclamar el puesto de shogún, pero como no tenía sangre azul estaba inhabilitado para tal posición. Buscó otro cargo y consiguió ser nombrado kanpaku, regente imperial. Convertido por fin en el hombre fuerte del Japón, decidió seguir su agresiva política expansionista más allá de las propias fronteras del país. Así, ordenó la invasión de Corea en 1592, que en realidad para él no era sino el paso previo a la conquista de China, concebida como una venganza frente a la invasión mongola de Japón en el siglo XIII. Fue una empresa a gran escala, que movió a centenares de miles de hombres con su característica rapidez y habilidad. Su plan consistía en que los propios coreanos conquistados y sometidos a vasallaje fueran luego el grueso del ejército que invadiese China, reservándoles así a esos nuevos súbditos el duro rol de ser carne de cañón. Durante seis años los mejores generales japoneses lucharon en Corea, pero la tarea resultó compleja para sus fuerzas. La habilidad de los coreanos en el combate naval –modalidad en que infligieron derrotas decisivas a los nipones– y la participación de enormes contingentes chinos imposibilitaron los megalómanos proyectos de Hideyoshi, que falleció en 1598 en pleno segundo intento de invasión de Corea.
Las conquistas militares de Hideyoshi (a la izq., réplica de su armadura) iniciaron un proceso de unificación de Japón en el siglo XVI.
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PROMOTOR DE ARMAS. A partir de entonces Nobunaga se convertiría en el nuevo caudillo en alza y llegó a aliarse con el gran Takeda Shingen, con quien años después rompería. Participó en los principales acontecimientos militares y, en particular, protagonizó la entrada en Kioto en 1568, en apoyo del candidato a shogún Yoshiaki, cuyo nombramiento inauguró un nuevo período de la Historia de Japón. Uno de sus más notables aciertos fue adoptar con entusiasmo las nuevas armas tanegashima, que no eran sino los arcabuces, introducidos por el contacto con los portugueses en 1543, en la isla japonesa del mismo nombre. Enseguida, los arcabuces se hicieron muy
populares entre los señores de la guerra. En tan sólo diez años ya había 300.000 en Japón. Nobunaga los utilizaría decisivamente para derrotar a la caballería de Takeda Shingen en la batalla de Nagashino (1575), la más famosa de la Historia de Japón. El uso de las armas con pólvora fue todo un signo de hacia dónde se movían los tiempos. Nobunaga también construyó una gran fortaleza, Azuchi, en las afueras de Kioto, preparada para resistir asaltos con cañones y otras armas de fuego. Era un auténtico castillo, algo poco habitual y prueba de su clarividencia militar. El final de Nobunaga vino propiciado por la traición de uno de sus generales, Akechi, al que había tratado cruelmente y ofendido en diversas ocasiones. Sitiado por éste en un templo de Kioto y herido, Nobunaga se quitó la vida suicidándose entre edificios en llamas. Su cuerpo jamás fue recuperado.
Tokugawa Ieyasu, el artífice del Estado samurái
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l contrario que Hideyoshi, Tokugawa Ieyasu provenía de una familia de larga tradición guerrera, que había estado involucrada en las luchas de clanes en la primera parte del siglo XVI. Aunque el suyo nunca había llegado a ser el más poderoso, Ieyasu supo situarse en una posición de cada vez mayor influencia participando en luchas de eliminación, que fueron dejando a Japón con un número progresivamente reducido de grandes clanes. Llegó incluso a plantar cara a Hideyoshi en 1584, aunque acabarían por firmar la paz, de forma que Ieyasu quedó sometido a éste pero situado como el segundo señor de la guerra más importante de la época. LUCHA POR EL PODER. Se mantuvo ajeno a la invasión de Corea y siempre cercano a la corte de Hideyoshi, aceptando formar parte del consejo de cinco regentes previsto para el momento en que falleciese el gran líder. Éste quería que su hijo Hideyori le sucediera pero, cuando murió, el pequeño sólo tenía cinco años de edad y pronto se desató una guerra civil entre Ieyasu y otros rivales por hacerse con el poder. El destino de la sucesión se decidiría en la batalla de Sekigahara, el 21 de octubre de 1600. Este gran encuentro bélico disputado en una estratégica encrucijada
En 1603, Tokugawa Ieyasu recibió el título oficial de shogún de manos del emperador Go-Yōzei a los 60 años de edad.
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soldados se vieron totalmente sorprendidos y muchos murieron sin ni siquiera saber qué estaba pasando. Uno fue el propio Imagawa. Un samurái le cortó la cabeza.
En esta ilustración está representado el daimio Nobunaga del clan Oda armado con una catana.
concitó a los principales señores de la guerra: a un lado Ieyasu y al otro Ishida Mitsunari, un líder con más talento político que militar. Su problema fue que sus aliados eran demasiado diversos, no del todo convencidos de estar en el bando correcto y propensos al cambio. Las traiciones o la desvinculación en el último momento inclinaron la balanza en favor de Ieyasu. En esta batalla se distinguió el escuadrón de caballería de los Diablos rojos de Ii Naomasa, un general unido al clan Tokugawa. Se los conocía así por su inconfundible armadura de color rojo escarlata. El propio Naomasa añadía a ella un casco con un par de cuernos gigantescos que le conferían un aspecto temible. Los Diablos rojos fueron los primeros en entrar en combate, porque su líder desobedeció las órdenes. Lo hizo con el fin de obtener la gloria de ser él quien iniciase la batalla. Resultó una acción exitosa además de heroica. CAMBIO DE COSTUMBRES. Tokugawa Ieyasu parecía haber superado todos los obstáculos, pero se encontró con la inesperada resistencia de Hideyori, que duraría prácticamente una década. El enfrentamiento clave entre ambos llegaría en 1615, año en que tuvo lugar la batalla de Tennoji, un lugar cercano al castillo de Osaka, que Hideyori pretendía tomar. Fue una batalla que certificó el cambio de estrategia en las costumbres guerreras samuráis, propiciado por las armas de fuego: Ieyasu recomendó a sus caballeros que no montaran y la lucha transcurrió mayoritariamente entre apretadas infanterías de esforzados arcabuceros, ajenos a los gloriosos enfrentamientos a espada de los samuráis más corajudos en otras batallas, o incluso a los rituales lanzamientos de flechas con que solían arrancarlas. Ieyasu sólo viviría un año más pero su familia, los Tokugawa, detentó el shogunato durante 250 años. Lo hicieron creando un Estado militarizado imbuido de tradicionalismo en el que los samuráis, acabadas sus guerras intestinas, impusieron su forma de ver la vida y la política a todo un país.
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El héroe Kato Kiyomasha
DEPORTISTA NATO. Era un obseso de las artes marciales, a las que dedicaba todo su tiempo. Se levantaba cada mañana a las cuatro de la madrugada para practicar con el caballo, la espada y el arco sin fallar ni un solo día y sus únicas aficiones eran las relacionadas con la vida militar. Abominaba de pasatiempos tales como el teatro y la danza. Sobre esta última opinaba que si algún samurái la practicaba, debería obligársele a suicidarse. Era un tipo duro, aunque reservaba tiempo para el budismo, del cual era seguidor convencido. Aunque para entonces ya se había configurado como una pieza clave de las fuerzas de Hideyoshi, su fama se propagaría aun más en la batalla de Shizugatake (1583), en la que las tropas de Hideyoshi sufrieron un duro asedio, y para librarse fue necesario el esfuerzo coordinado de sus mejores hombres. A Kiyomasha se le reconoció como una de las “Siete Lanzas de Shizugatake”, un título que designaba a los oficiales que habían resultado más decisivos. El hiperactivo Hideyoshi pronto encontró una misión complicada en la que emplear el talento militar de Kiyomasha: la invasión de Corea. Éste participaría en todo su desarrollo, desde los preparativos en la isla septentrional japonesa de Kyushu. Allí se encargó de emplear a miles de trabajadores forzados en la construcción de un enorme recinto amurallado que protegía el puerto de Karatsu, a tan sólo seis horas de Corea. Kyushu había sido escogido por Hideyoshi y sus generales como
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el principal punto de embarque desde el que zarparía un contingente enorme, cifrado en más de 150.000 soldados. Por tanto, la necesidad de que el lugar gozase de buena protección era esencial para toda la logística de la invasión. MÉRITOS EN BATALLA. Kiyomasha dirigió uno de los tres ejércitos en que se subdividió la fuerza expedicionaria japonesa. Lo cierto es que con los otros dos generales la relación era más bien mala, entre otras cosas porque ambos eran cristianos, y la invasión se convirtió en una carrera por ver quién de los tres desembarcaba primero, conquistaba Seúl en primer lugar y, en definitiva, hacía más méritos. Su propia competitividad los llevó a protagonizar una exitosa guerra relámpago, que en un primer momento les glorificó pero a la larga resultaría infructuosa por la aguda resistencia de los coreanos y la presencia de enormes contingentes chinos, que los invasores no podían llegar a igualar. Kiyomasha, curiosamente, encontraría la muerte en una travesía marítima en 1611.
El disciplinado carácter de Kiyomasha (en la estatua) le proporcionó importantes cualidades para la batalla.
Miyamoto Musashi, el samurái invicto
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on catorce años y debido al fallecimiento de su padre, había entrado al servicio de Hideyoshi. De esta forma, Kiyomasha se educó en las artes guerreras a las que iba a consagrar su vida. Ascendió con rapidez y en 1580, con dieciocho años, ya lo encontramos convertido en señor de un castillo, el de Kumamoto, y mandando una cohorte de samuráis formada por casi un millar de hombres. Pronto se hizo famoso por su fiereza, que en parte se incrementaba a causa de su excentricidad: utilizaba un casco de batalla de casi un metro de altura, que en su forma imitaba a una aleta de tiburón, y llevaba una desarreglada barba que le cubría la cara, algo muy inhabitual entre los japoneses. Se decía que su aspecto era el de un pirata.
ecir el nombre de Miyamoto Musashi es hablar de una auténtica leyenda para aquellos que más veneran el arte de la espada y la técnica samurái. Aunque fue un personaje de nula relevancia política –nunca dominó ningún feudo–, es considerado el ejemplo más depurado de luchador. Su técnica y su filosofía de la lucha las transmitió a las generaciones posteriores en su famosa obra El libro de los cinco anillos. De su vida se desconoce su año de nacimiento (quizás 1584), y sólo se sabe con certeza lo que él quiso explicar en su libro, que son sobre todo los datos propiamente relacionados con su actividad como duelista. Y su currículum habla a las claras de un personaje realmente letal desde una temprana edad ya que, como él mismo escribe, “he dedicado mi espíritu a la ciencia de las artes marciales desde que era joven”. GUERRERO PRECOZ. Con tan sólo trece años, mató a su primer enemigo, y a los dieciséis derrotó a “un poderoso maestro de artes marciales de la provincia de Tajima”. Con veintiún años se fue a la capital, Kioto por entonces, donde conoció a los
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ue y sigue siendo uno de los guerreros más icónicos de la era samurái. Su inconfundible casco coronado por una enorme Luna en cuarto creciente se convirtió en uno de los más espectaculares símbolos guerreros nipones y aún hoy sus admiradores lo siguen utilizando en las recreaciones y exhibiciones de la época. Ese atuendo no era ninguna bravata, sino que respondía plenamente a la fiereza del personaje, que completaba su temible aspecto con un ojo tuerto; lo perdió en la infancia, parece que a causa de una epidemia de viruela. Cuando su padre se retiró de la jefatura del clan Date, establecido en la región Tohoku, al norte de la isla de Honshu (la mayor de Japón), y le cedió el mando a Masamune, sus enemigos iban a tener la ocasión de comprobar que estaban ante alguien decidido a resolver los conflictos de la forma más expeditiva posible. Diversos conflictos con clanes vecinos en torno a la propiedad de las tie-
Excelente en tácticas militares, Date Masamune era identificado porque le faltaba un ojo, y era conocido con el sobrenombre de “Dragón de un solo ojo”.
principales maestros de artes marciales del país, con los que trabajó en depurar su técnica. Muy interesado en el aprendizaje, viajó luego por las provincias, donde siempre procuró consultar con los diferentes maestros que fue encontrando. Por supuesto, en todo este tiempo también se dedicó a los duelos. Según su propia contabilidad, hasta los veintinueve años participó en más de sesenta duelos: “Nunca perdí”. Posiblemente haya que dar por buena la afirmación, pues si hubiese sido derrotado difícilmente habría habido ocasión de que su libro viera la luz. Se considera que Musashi debió ser un ronin, nombre con el que se conoce a los guerreros errantes que se quedaron sin empleo cuando Tokugawa Ieyasu empezó a ejercer un control más directo sobre los ejércitos de los señores de la guerra y sobre las armas en circulación. Los ronin, en realidad acorralados por la pobreza, se convirtieron en mercenarios dispuestos a realizar cualquier trabajo violento que les pudiese garantizar el sustento ejerciendo la única actividad que conocían, la guerra. A los treinta años, Musashi tomó una decisión radical: abandonar los duelos y empezar a reflexionar sobre los principios de las artes marciales. Llegó a la conclusión de que había triunfado por una capacidad innata y por haber seguido lo que llama “principios naturales”
rras de la zona fueron sustanciados por Masamune con la fuerza de las armas, lo que llevó a sus vecinos a intentar forzarlo a negociar secuestrando a su padre. Cuando el samurái y sus hombres cercaron a los captores, estos amenazaron con matar al progenitor, pero Masamune les gritó que atacasen sin importar su suerte. Y así sucedió: el padre murió en el asalto. Las relaciones con su familia se estropearían a raíz de estos hechos. Su madre quería que su segundo hijo tomase el control del clan en su lugar, e intentó envenenarlo. El atentado fue fallido, pero Masamune una vez más no tuvo piedad: mató a su hermano y obligó a su madre a exiliarse. PREMIADO POR SUS TRIUNFOS. En las guerras de unificación de la época, recibió la petición de Toyotomi Hideyoshi de unirse a sus fuerzas. En un acto de independencia, Masamune no dio respuesta, lo que enfureció al gran caudillo. Ambos se reunieron en un tenso encuentro en el que Masamune, lejos de acobardarse, se presentó ataviado con su más feroz traje guerrero. Parecía que ese podía ser su final, pero Hideyoshi decidió perdonarlo con una frase que ha pasado a la posteridad: “Puede ser de utilidad más adelante”.
En efecto, lo fue. Él y sus hombres participaron en las invasiones de Corea, la gran misión emprendida por Hideyoshi. Tras ese encargo, Masamune recibió como compensación un castillo en el Norte, Iwadeyama. Luego, por sus servicios al siguiente shogún, Tokugawa Ieyasu, recibiría el dominio sobre el área de Sendai, donde fundaría la ciudad del mismo nombre, en la que se instaló, ya que estaba mejor comunicada que el castillo. Ésta es hoy una urbe de más de un millón de habitantes. COMERCIANTE MARÍTIMO. Desde Sendai, Masamune se dedicó a promover el comercio y estableció lazos con el extranjero. Organizó una importante misión hacia los dominios españoles, que por vía marítima encabezó uno de sus samuráis, Hasekura Tsunenaga, a través del Pacífico. Éste fue recibido en la corte española y, en Roma, por el papa Pablo V. De esta forma, su señor Masamune intentaba crear lazos comerciales con el Imperio español. Se conserva una carta suya al papa, redactada en latín, posiblemente por Luis Sotelo, un monje franciscano de Sevilla que había llegado hasta Japón y al que Masamune salvó de ser ejecutado.
de estas disciplinas, e incluso por los fallos de quienes enseñaban en las escuelas. En definitiva, no se consideraba preparado. Así que se propuso ahondar en aquello necesario para ser un buen guerrero, de forma que con los años llegó a lo que él llama “ciencia de las artes marciales”, declarando que “los guerreros no pueden dispensarse de aprender esta ciencia”. VOCACIÓN ESPIRITUAL. Todo lo que explica en el libro nos habla de alguien que se dedica a la lucha y a los duelos como una auténtica vocación. Por ello, hoy es visto como un asceta de la guerra, una suerte de monje guerrero. En el libro trata cuestiones como “la actitud del espíritu en las artes marciales”, de corte filosófico y con recomendaciones tales como que “es esencial pulir diligentemente el intelecto y el espíritu”. Tenía cincuenta años cuando, según él mismo, alcanzó este conocimiento científico y sabemos que su libro lo empezó a escribir en 1643, cuando debía estar a punto de cumplir los sesenta. Dos años después, tras haber acabado su texto, falleció de muerte natural.
Musashi se mantuvo relativamente alejado de la sociedad, dedicándose a la búsqueda de iluminación a través del arte de la espada. ASC
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Date Masamune, guerrero de la Luna creciente
EL PABELLÓN DE PLATA. Este fascinante edificio, hoy templo budista, fue erigido por orden del shogún Yoshimasa (14351490) en su villa de recreo de Higashiyama (Kioto). En sus jardines, arquitectura y obras de arte se plasmó una nueva estética que sería la típica del Japón posterior.
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EL ARTE JAPONÉS MÁS EMBLEMÁTICO
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inmutable CASI TODOS LOS ELEMENTOS ICONOGRÁFICOS Y ARTÍSTICOS QUE ASOCIAMOS CON LO JAPONÉS NACIERON A FINALES DEL SIGLO XV, EN LA CULTURA DE HIGASHIYAMA. Por Daniel Sastre, profesor de Arte Japonés en la UAM (Madrid)
l período conocido popularmente como Higashiyama (Montañas orientales de Kioto) se estima que abarca los años 1467-1490. Es una denominación con resonancias románticas y ampliamente utilizada por los historiadores del arte japonés pero que, sin embargo, se enmarca dentro del período Muromachi, que es el término más comúnmente usado por los historiadores, una etapa que engloba desde el año 1336 hasta 1573. La denominación de Higashiyama deriva de la residencia que el octavo shogún de la familia Ashikaga, Ashikaga Yoshimasa (1435-1490), ordenó construir en dicha zona de la capital. Esta residencia plasmó en los jardines, arquitectura y obras de arte que la adornaban el culmen de los ideales estéticos de su creador. La villa de retiro nunca llegó a terminarse según el ambicioso plan original de Yoshimasa y, a su muerte, se transformó en el templo Jishō-ji (Templo de la Misericordia Resplandeciente).
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EN TIEMPOS DE LOS ASHIKAGA. El período Muromachi se articula en torno a la regencia de los shogunes de la familia Ashikaga, comenzando con el fundador de la misma, Ashikaga Takauji (1305-1358), y terminando con su último shogún, Ashikaga Yoshiaki (1537-1597). De un modo más claro, se puede dividir entre una primera mitad de shogunato con control efectivo del poder político, que incluiría a los seis primeros shogunes, y una segunda parte de decadencia política (la de los nueve shogunes restantes). Sin embargo, en términos artísticos, será precisamente esta segunda parte –y, en concreto, la que abarca el gobierno de Yoshimasa– la que resultará más fructífera para el arte japonés. El shogunato Ashikaga buscó instaurarse como un gobierno heredero del de Kamakura (1192-1333), tras la breve interrupción política del emperador Go-Daigo (1333-1336) y su ambición de restauración del poder imperial. Los shogunes Ashikaga querían, simbólicamente, legitimarse frente a la sociedad aristocrática, por lo que protegieron enérgicamente a las sectas zen que el shogunato de Kamakura había fomentado y asumieron a estas colectividades religiosas como una parte fundamental del sistema de gobierno. El budismo zen ejerció una gran influencia sobre el carácter del arte del período. Así, la cultura desarrollada bajo el gobierno de los shogunes Ashikaga resultó de la mezcla de dos aspectos: por un lado, el mecenazgo aristocrático que patrocinaba un mundo decorativo
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Un pabellón de enorme influencia
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colectivo, con sus dos plantas alzándose majestuosas mientras se multiplican en altura al reflejarse en el estanque situado frente a él, el edificio denominado Tōgu-dō (Pabellón de la Búsqueda del Este), construido en 1486, se antoja anodino y cotidiano. En él, Yoshimasa guardaba estatuas budistas para realizar un culto privado. Dividido en cuatro habitaciones, alberga en uno de sus laterales una sala conocida como Dōjin-sai que es el ejemplo más antiguo y perfecto del estilo conocido posteriormente como shoin-zukuri, o estilo de la habitación de estudio. GETTY
e los edificios que han sobrevivido del complejo original de la residencia de Yoshimasa en las colinas de Kioto, el que posee una importancia vital para la estética japonesa posterior es el menos icónico. Frente a la poderosa presencia del Pabellón de Plata en el imaginario
Sobre estas líneas, el edificio llamado Tōgu-dō, hoy un templo, que formó parte del complejo residencial de Yoshimasa.
TÍPICAMENTE NIPÓN. Esta habitación nos resulta familiar ya que está compuesta de los elementos que asociamos a la arquitectura tradicional japonesa, tales como los tatamis en el suelo, las puertas correderas (fusuma) y las ventanas protegidas por papel de arroz sujetado por un entramado de rejilla en madera (shōji). Presenta también un espacio magnificado por diferentes elementos, privilegiado, donde reconocemos la alcoba decorativa
UNA ÉPOCA DE EXUBERANCIA. La primera parte del shogunato Ashikaga destaca en el ámbito cultural en los años en torno al gobierno del tercer shogún Yoshimitsu (1358-1408), quien es conocido por ser el creador de la villa de recreo de Kitayama (Montañas del norte de Kioto), que incluirá el famoso Pabellón de Oro (Kinkakuji). En este momento es cuando comienza la llegada de gran cantidad de objetos artísticos chinos y se va perfilando el fenómeno de los encuentros estéticos entre gente de similar nivel cultural en los que se muestran estos objetos. Estas demostraciones requerían de una pompa y ornato específicos que fueron regulando lo que se conoce como “la decoración de las salas de recepción de invitados” (zashiki kazari). Es una época de exuberancia y cierto descaro en la necesidad de demostrar la posesión de bienes materiales y mercancías exóticas: en estas reuniones era normal encontrar un exquisito jarrón de cerámica china expuesto sobre pieles de tigres y acompañado de cajas lacadas en un rojo chillón; de ahí que muchos autores posteriores desdeñasen el carácter exagerado y desbordante del Pabellón de Oro y su reflejo excesivo. Sin embargo, es en estos encuentros donde poco a poco comienza a darse un proceso de refinamiento que posteriormente florecerá en la cultura del octavo shogún Yoshimasa.
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En el año 1401 se reanudaron los intercambios comerciales con la China Ming, de modo que se piensa que muchas de las obras maestras chinas que estaban en las colecciones shogunales entraron tras esa fecha, aunque sabemos que ya en la época anterior de Kamakura hay templos como el Enkaku-ji, que presentaba en el registro de su colección de objetos chinos al menos cuatro obras de grandes maestros de la dinastía Song. Es decir, la tendencia a adquirir obras artísticas del continente existía ya, pero sería a partir de ese año cuando empezara una nueva ola de importaciones. Frente a un cierto componente de novedad ante la llegada de las producciones ASC
elegante desde la época Heian (794-1185) y, por otro, la cultura guerrera de la clase samurái, que apoyaba un arte zen maravillado con los karamono u objetos chinos importados del continente y producidos bajo las dinastías Song (960-1279), Yuan (1279-1368) y Ming (1368-1644). A esto lo podemos llamar perfectamente la unión de un arte nativo japonés, denominado wa, con un nuevo arte chino, denominado kan, que conformaron el compuesto que mejor define el arte de este período: wakantōgō, la idea de la fusión entre un estilo de carácter japonés con las novedades importadas del continente. No obstante, al mismo tiempo también tuvo cabida un tipo de arte popular producido por las clases sociales más bajas: fundamentalmente, los comerciantes urbanos.
(toko), un escalón profundo y ancho (oshi-ita) y unas estanterías rotas o a diferentes niveles conocidas como chigai-dana. Son elementos que servían para realzar la apreciación de obras de arte de origen cerámico, pictórico, metálico o incluso natural (la colocación de flores estacionales). Era un espacio dedicado a la contemplación estética y a la apreciación artística, y a compartir la experiencia espiritual derivada de estos objetos con personas entendidas y refinadas. Este tipo de decoración se definió a partir de este cuarto y se depuraría de ahí en adelante, adquiriendo más o menos su lenguaje estilístico claro a principios del siglo XVII. Esta habitación, además, es el ejemplo conocido más antiguo de un recinto para la ceremonia del té del tamaño de cuatro tatamis y medio. Hemos de tener en cuenta que este tipo de habitación habría supuesto un espacio culturalmente ilegible para los habitantes de períodos anteriores tales como los de la época Nara (711-794) o Heian (794-1185), acostumbrados a habitaciones con suelo de madera, cortinajes sobre bastidores individuales portátiles compartimentando las estancias y ventanas que se abatían para abrirse al exterior. Yoshimasa contribuyó con su patronazgo a codificar un espacio interior que marcaría la iconografía de la arquitectura japonesa durante los siglos posteriores.
LA PRIMERA PARTE DEL SHOGUNATO ASHIKAGA FUE LA ERA DE LOS EXCESOS ESTÉTICOS Y LA MODA DE LOS OBJETOS CHINOS DE DECORACIÓN
LO CHINO EN JAPÓN. Este documento debe ser considerado como un manual de comisariado creado para la posteridad por Nōami y Sōami. Ambos habían adquirido un prestigio adicional como administradores de objetos chinos (karamono bugyō) y la mayor parte de este documento está dedicado a sus comentarios sobre las obras de arte importadas desde el continente. Consiste en tres partes: evaluaciones de las pinturas chinas –la mayoría de las dinastías Song y Yuan–, dibujos de los diseños de decoración en las salas de recepción y comentarios sobre cerámica china, bronce y utensilios de escritura susceptibles de ser expuestos. La versión original de Sōami de 1522 no se conserva, pero varias copias tempranas sobreviven. Uno de los aspectos más interesantes es que clasifica las obras en tres categorías, superior, media y baja, convirtiéndose así en el primer tratado de arte que establece jerarquías. Como era de esperar, siempre favoreciendo las producciones chinas frente a las nativas. Este conocimiento de la pintura continental china a la tinta, que provocó un auge de este medio pictórico entre los artistas de Japón, explica que Yoshima-
CON TINTA CHINA. La influencia de la pintura continental a la tinta provocó un auge de este medio pictórico entre los artistas de Japón en la era Yoshimasa, que fue mecenas, por ejemplo, de Kanō Masanobu (dcha., Zhou Maoshu contemplando lotos).
LIBRO
El crisantemo y la espada, Ruth Benedict. Alianza, 2011. Subtitulado Patrones de la cultura japonesa, fue un encargo del gobierno de EE UU a esta antropóloga, en 1944, para “comprender al enemigo”, y hoy es todo un clásico.
EL ARTISTA MÁS EMBLEMÁTICO DE LA ÉPOCA. Fue Sesshū Tōyō (a la izquierda, Vista de Amano Hashidate, pintura a la tinta), que había viajado a China para instruirse en este arte e incluso había llegado a decorar una de las paredes del palacio imperial en Pekín.
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continentales bajo los años de Yoshimitsu, Yoshimasa se educa acostumbrado a este tipo de producciones y a contemplar una colección que ya amasaba obras maestras indiscutibles de los mejores pinceles del arte chino. Asimismo, ya se ha asimilado en los círculos del shogún la presencia de lo que podríamos denominar como los primeros comisarios y críticos de arte, los llamados dōbōshū (acompañantes) que, también estructurados en dinastías familiares, habían comenzando la tarea de documentar el patrimonio de los Ashikaga. A diferencia de su abuelo, Yoshimasa demostró tener una auténtica devoción por las empresas artísticas y fue en su mandato cuando los dōbōshū Nōami (1379-1471) y su nieto Sōami compilaron hasta tres registros de las obras de arte que se conservaban en las colecciones. El más famoso es “Registros de los Arreglos de las Salas de Invitados” (Kundaikan Sō Chōki).
sa fuese un gran mecenas de pintores en este estilo como Kanō Masanobu, al que encargó la decoración de las puertas correderas del Tōgu-dō en su villa de Higashiyama, o que buscase la participación del gran pintor a la tinta japonés de la época, Sesshū Tōyō , quien había viajado a China e incluso llegado a decorar una pared del palacio imperial en Pekín.
BIOMBOS Y ROLLOS PINTADOS. En este período ya se había dado un hallazgo pictórico de gran importancia: la creación de los biombos, cuya superficie pictórica no se interrumpía con los paneles individuales sino que ofrecía un área continuada en la que pintar; innovación japonesa que adquiriría su mayor desarrollo en siglos posteriores, pero que los artistas ya explotaron en este período. Aunque solamente se asocia a Yoshimasa con su villa y la ceremonia del té, lo cierto es que continuó algunos de los proyectos artísticos simbólicos comenzados y perpetuados por sus antecesores. Quizá uno de los mejores ejemplos es el patrocinio y reproducción de los rollos horizontales pintados (e-makimono) que ilustraban el Yuzu Nenbutsu Engi Emaki. Esta obra narraba, en su primera parte, los méritos del monje Ryōnin (1073-1132), desgranando los detalles de su biografía.
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LA CULTURA DE HIGASHIYAMA VIO
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l jardín seco es sin duda una de las imágenes más reconocibles de las manifestaciones culturales japonesas. Se define como un jardín hecho a base de piedras y rocas de un modo natural y nada artificioso, aunque estén dispuestas de acuerdo a unas reglas estipuladas y simbolizando espacios naturales. Su estética se ha relacionado con el auge de la pintura a la tinta patrocinada por las diferentes sectas del budismo zen que desembarcaron en Japón desde el período Kamakura (1195-1333), ya que parece evocar en elementos pétreos los contrastes de masa que la tinta china y el vacío a su alrededor establecen en la superficie pictórica: enérgicas y oscuras rocas verticales que sustituyen a los trazos gruesos del pincel y arenilla blanca que asimila el vacío que fluye en las composiciones pictóricas. EL MAESTRO ZEN’AMI. Yoshimasa fue un gran entusiasta de los jardines y en las tres residencias que habitó a lo largo de su vida siempre contó con este elemento de integración arquitectónica y reflexión espiritual. Sabemos de hecho el nombre de su diseñador de jardines favorito, Zen’ami; aunque deberíamos quizá denominarlo mejor “ejecutor”, ya que pertenecía a los kawaramono. Este grupo era considerado el estrato más bajo de la sociedad por la gente de su tiempo, pues lo formaban las personas dedicadas a las labores más desagradables, tal como la matanza de animales (actividad que las autoridades budistas detestaban por ir en contra de uno de sus preceptos básicos: no eliminar
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ninguna forma de vida). Una de las actividades que acabaron dominando fue la alteración de los terrenos para conseguir la creación de jardines, habilidad que, bajo la dirección de monjes zen especializados, los convertiría en verdaderos especialistas como Zen’ami. Tristemente para Yoshimasa, Zen’ami falleció a la avanzada edad de 97 años cuando se iniciaba la construcción de su residencia en Higashiyama. Afortunadamente, su hijo y su nieto colaboraron con Yoshimasa en el proyecto. ORIGEN DISCUTIDO. El jardín seco, que se considera hoy uno de los pináculos del arte japonés, podría tener origen extranjero. Según el especialista Haga Kōshirō, el término para denominarlo, karesansui, no es más que la deformación de su pronunciación original, que era karasansui, y el carácter chino kara al principio de la expresión significa China y englobaba también a sus producciones culturales. Es decir, que el nombre que definía a estos jardines los incluía claramente en la categoría de un arte ajeno a Japón, asociado con China y su cultura. La transformación hacia el kare actual, que se escribe con el carácter chino que indica “seco” o “marchito”, derivaría de una observación objetiva de estos jardines donde no existe ningún tipo de vegetación. La proximidad fonética entre los dos términos facilitó la progresiva transformación. Esta teoría nos plantea de nuevo la dificultad de definir en clasificaciones esencialistas las características únicas de una producción cultural.
DESPUNTAR LAS PRIMERAS MANIFESTACIONES DE ARTES COMO EL IKEBANA, EL TEATRO NÔ, LA PINTURA A LA TINTA... Nos cuenta que era un monje cuyas creencias estaban ampliamente expandidas entre el pueblo llano gracias a su mensaje de fácil comprensión, lejos de complicadas teorías esotéricas budistas que la gente iletrada no podía entender. En su segunda parte, narra los méritos de recitar estas oraciones entre gente de todo estrato social y los beneficios que de ello se derivan. El proyecto de copiar los varios rollos que componen esta obra probablemente fue iniciado por su abuelo Yoshimitsu para honrar la muerte de su padre Yoshiakira. Su tío Yoshimochi ampliaría el número de rollos hasta su composición actual, y su padre Yoshinori volvería a ordenar otra copia de esta obra. Tras la muerte del propio Yoshimasa, su hijo Yoshihisa también se encargará de ordenar una nueva versión de estos e-makimono. Como ha afirmado el especialista Akira Takagishi, estas obras “generaban mérito póstumo a sus antecesores y apelaban a la participación de los hombres más influyentes de cada época”.
ARTE SIN BARRERAS. Esto se debe a que nobles, monjes y guerreros contribuían con partes escritas de su puño y letra a cada copia, escenificando su apoyo a los Ashikaga a la vez que generaban buen karma. Fue, pues, un proyecto en el que los shogunes Ashikaga agruparon bajo un mismo objetivo a gentes de las élites sociales con las voluntades y creencias del pueblo llano; quizá uno de los pocos proyectos en los que se resaltaba la continuidad del gobierno de la familia en el poder frente a una gran cantidad de iniciativas privadas de disfrute estético, como se entiende el proyecto de Higashiyama. Yoshimasa favoreció a aquellas personas que destacaban en las artes sin importarle su origen social, siempre que contribuyesen a sus metas estéticas. Esta idea también se favorecía en las reuniones donde se comenzaba a establecer la etiqueta de la ceremonia del té (chanoyu), una actividad social en la que progresivamente se fue abandonando el aspecto excesivo de décadas anteriores en favor de un entorno más sobrio, simplificado y estático, que ayudó a configurar un espacio arquitectónico acorde. En ese entorno se apreciaban las obras de arte por sí mismas, realzadas por elementos como las chigai-dana (“estanterías rotas”) o la alcoba decorativa, que encontrarían su primera manifestación en Dōjin-sai [ver recuadro 1]. Este espacio también AGE
El jardín seco zen de la fotografía está en el templo de Komyozenji, en Dazaifu, y data del año 1275, durante el período Kamakura.
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¿Jardín japonés o chino?
TODO UN RITUAL. La ceremonia del té o chanoyu es una actividad social tradicional en Japón que sigue unos patrones estéticos muy definidos. Estos empezaron a fraguarse también en la era de Yoshimasa. En la imagen de la derecha, varias mujeres niponas participan del ritual en Cyu-o-Kouminkan.
CLEVELAND MUSEUM OF ART
ayudó al proceso de fusión que superaba las barreras artísticas de cada medio favoreciendo un entorno de presentación global: pintura, escultura y caligrafía se mostraban juntas en coexistencia estética.
EN BUSCA DE LA ARMONÍA. Y no se limitaba a esto: también las flores que adornaban algunas de estas piezas comenzaron a ser simplificadas en su presentación, siendo la génesis del ikebana o arte floral japonés. Diversiones asociadas, como las competiciones de aromas de incienso (Kōdō), también disfrutaron del apoyo de Yoshimasa, que llegó a tomarse la molestia de ir hasta la ciudad de Nara y abrir el famoso repositorio de tesoros imperiales Shōsō-in para usar un incienso empleado por los emperadores de setecientos años atrás. Asimismo, el teatro Nō siempre había sido apoyado por la familia Ashikaga y Yoshimasa fue su gran mecenas: no dudó en instar a aristócratas y guerreros a correr con los gastos de subsistencia de artistas como Kanze On’ami (1399-1467) cuando él no pudo encargarse de su manutención. La estética de máxima contención expresiva para favorecer momentos de sutiles evocaciones simbólicas se había articulado ya por estas fechas en el discurso artístico del gran
YUZU NENBUTSU ENGI EMAKI. Arriba, uno de los e-makimono (rollos horizontales pintados) que ilustran esta obra narrativa del siglo XIV, dedicada a contar la vida y los méritos de un monje budista con intenciones claramente proselitistas.
LIBRO
Historia y arte del jardín japonés, Javier Vives. Satori, 2014. Esta obra da cuenta de la milenaria historia de esta expresión artística, describiendo sus características y revelando sus significados más profundos.
actor Zeami (1363-1443), que ensalzaba la potencia de una habilidad o destreza como el momento de mayor disfrute. No un momento de gloria, sino el atisbo de la que será la belleza plena: se encierra más promesa de perfección en un capullo que en una flor abierta. Una idea que traspasó los escenarios para imbricarse en el discurso de las otras artes que se practicaban en la villa de Higashiyama. Vemos entonces cómo Yoshimasa impulsa toda una serie de manifestaciones artísticas que pivotan alrededor de una concepción de la belleza más restringida, refinada y sobria que en los tiempos de su abuelo Yoshimitsu; un nuevo concepto en el que el exceso no se aprecia y es la armonía de los materiales, así como las cualidades de los mismos (tacto, apariencia, olor), lo que se valora. Y donde prima un sentido de temporalidad, ya sea por su evocación del ciclo natural inevitable de vida y muerte o por su asociación con antiguos personajes de la Historia que aportan un tinte nostálgico a los objetos (a la vez que crean una genealogía simbólica).
MAL POLÍTICO, GRAN MECENAS. Todas estas actividades culturales se produjeron en un entorno políticamente muy inestable. Yoshimasa está considerado como uno de los peores políticos de la Historia japonesa por su escasa iniciativa política y falta de deseo de gobernar. Bajo su mandato se produjo el hecho más traumático de la Historia de la ciudad de Kioto: la Guerra Ōnin (1467-1477), que causó la total destrucción del paisaje monumental urbano y que llevó en ocasiones el fragor de la batalla a las puertas mismas de su residencia. La construcción de la villa de Higashiyama al final del conflicto, junto con el costo que ello implicaba, no ayudó a mejorar la imagen de un shogún percibido como absolutamente desinteresado por las penurias de su pueblo. Que en todos estos años de inestabilidad, hambrunas y revueltas se produjese paralelamente una inagotable actividad cultural no deja de sorprendernos, visto en retrospectiva. La cultura de Higashiyama vio despuntar las primeras manifestaciones claras de distintas artes, tales como la ceremonia del té, el ikebana, los jardines secos, la pintura a la tinta o el teatro Nō, que más tarde madurarían y se instalarían en la Historia cultural de Japón como típicamente japonesas pero que, sin embargo, se fraguaron en su tipología básica bajo los años de patrocinio de Ashikaga Yoshimasa. Asimismo, la tipología de habitación japonesa definida por elementos como las puertas correderas, los tatamis y las alcobas decorativas se perfiló gracias a las necesidades estéticas de apreciación artística. El historiador Naitō Konan (1866-1934) decía que estudiar el Japón anterior a la Guerra Ōnin era como estudiar un país extranjero, debido a su gran disparidad con los japoneses de principios del siglo XX. Sin embargo, podemos decir sin temor a equivocarnos que estudiar el Japón posterior ya no supone ningún problema, puesto que no hay grandes rupturas con las tradiciones MH herederas en el tiempo de la cultura de Higashiyama.
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Pasaporte samurái AL HACER UN REPASO A LA GEOGRAFÍA DE JAPÓN, NOS TOPAMOS CON EL RASTRO DE LA LEGENDARIA CASTA GUERRERA QUE DURANTE SIETE SIGLOS FUE ESENCIAL PARA LA SOCIEDAD NIPONA. ASÍ LO ATESTIGUAN LOS HERMOSOS ENCLAVES QUE AQUÍ PRESENTAMOS.
1 El barrio ancestral de Kanazawa E
tejados tradicionales y un estado de conservación admirable. Uno de los lugares más célebres del barrio es la residencia samurái Nomura, hoy convertida en museo, con un cuidado jardín y ornamentos de samurái. El edificio es asombroso tanto por dentro como por fuera. Podemos completar la visita al mundo samurái en el museo Maeda Tosanokami-ke Shiryokan dedicado al clan Maeda, donde conservan armaduras de los guerreros nipones. En un tercer museo, Ashigaru Shiryokan, aprenderemos más de los ashigaru o soldados de a pie, el rango más bajo del ejército, en dos casas que muestran la austeridad en los hábitos de vida de estos caballeros.
Las tradicionales calles de antiguas casas de samuráis son el atractivo más turístico del barrio de Nagamachi. ASC
l distrito de Nagamachi, en Kanazawa, también es conocido por ser uno de los lugares donde habitaron los primeros samuráis. Esta ciudad, que a la vez es capital de la prefectura de Ishikawa, ha sabido conservar muy bien los principales atractivos de su pasado para convertirlos en reclamos turísticos. De hecho, el Nagamachi es uno de los barrios más concurridos de Kanazawa. No obstante, dentro de Japón, Kanazawa no es una de las ciudades más visitadas, a pesar de encontrarse allí uno de los seis parques-jardín más hermosos de Japón, el Kenrokuen. El Nagamachi es una maravilla para pasear: callejuelas empedradas, casas con
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NAGAMACHI
2 En un rincón de los Alpes japoneses TAKAYAMA
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a ciudad de Takayama, a cinco horas de Tokio en tren, es un popular centro turístico que conserva varios edificios antiguos. En las afueras se construyó la “Aldea típica de Hida” (Hida no Sato), donde se han reproducido edificios de las aldeas montañosas del valle de Shirakawa, de los siglos XVII, XVIII y XIX, llamados gassho-zukuri o “construcción con las palmas de las manos unidas para rezar”. Los techos de estas ca-
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sas tienen un tejado muy inclinado para poder soportar las precipitaciones de nieve, muy abundantes en esta región montañosa. Hida no Sato es uno de los lugares más curiosos y de mayor interés de Takayama y su encanto radica en mostrarnos cómo era la vida tradicional de una aldea nipona en las montañas –conocidas como Alpes japoneses– desde la época medieval hasta tiempos más cercanos. Se trata de un museo al
aire libre que exhibe 30 casas de granjeros y otros edificios tradicionales de la región de Hida, el distrito montañoso de la prefectura de Gifu. Los sólidos edificios con techos de paja se han conservado cuidadosamente –muestran los utensilios de origen medieval que usan sus habitantes– y están abiertos al público. Las chimeneas de cada una de las viviendas se encienden todos los días para recibir al visitante.
María Fernández Rei TEMPLO EIHEI-JI
3 Celebrando el Hanami TSUYAMA
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Una leyenda cuenta que, en un principio, las sakuras sólo eran blancas. Pero el seppuku que un samurái o un miembro de su familia cometía solía realizarse delante de un cerezo. Por ello, según esta historia, las flores del cerezo comenzaron a tornarse rosadas debido a la sangre que absorbía el árbol. Para disfrutar de esta celebración, proponemos hacerlo en el entorno del castillo de la ciudad de Tsuyama – perteneciente a la prefectura de Okayama–, pues lo rodea un parque de cerezos que está considerado como uno de los lugares más populares de Japón para celebrar el Hanami, ya que en su interior hay plantados alrededor de mil ejemplares de este hermoso árbol.
Eihei-ji es un monasterio destinado al aprendizaje de la disciplina zen, donde los monjes reciben dos años de formación.
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l Hanami es la festividad en la que la sociedad japonesa venera la naturaleza y observa su fragilidad, así como también da la bienvenida a la primavera. Esta tradición nipona, que se mantiene desde la época Nara (siglo VII), consiste en la contemplación de los cerezos cuando florecen. Una fiesta popular respetada y esperada. En Japón, la flor del cerezo –y, en menor medida, la del ciruelo– tiene un significado importante. Para los samuráis, era su ideal: los guerreros esperaban morir mientras mantenían su esplendor, en la batalla, y no envejecer, igual que la flor del cerezo (llamada sakura en japonés) cae del árbol antes de marchitarse, empujada por el viento.
Construido durante el periodo Muromachi (1441-1444) y ampliado en el periodo Edo (1603), el castillo de Tsuyama fue un complejo de hasta 77 edificios.
ituado 10 km al este de la ciudad de Fukui, el templo Eihei-ji fue fundado en 1244 con el elevado ideal de servir como lugar fundamental para aprender la disciplina budista zen. En el nombre del templo, los caracteres ei (eterno) y hei (apacible) simbolizan la paz y felicidad eterna que brinda el budismo. El pueblo de Eihei-ji, a 6 horas en tren desde Tokio y 4 desde Osaka, está rodeado por las aguas del río Kuzuryugawa, que proporcionan la tranquilidad a este asentamiento rural repleto de antiguos cedros japoneses. El monasterio se enorgullece de su tradición de más de 750 años, y en él incluso hoy
4 La ciudad “Luz del Sol” se viste de samurái NIKKO
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i viajas en mayo a Japón, puedes disfrutar del Gran Festival Tosho-gu en el que desfilan mil hombres vestidos de samuráis transportando reliquias a lo largo de la ciudad sagrada de Nikko (“Luz del Sol”) –prefectura de Tochigi–. Se trata de una procesión espectacular por las calles de la localidad, en la que los miembros del desfile van escoltando los tres santuarios portátiles que defendieron siglos atrás los caballeros nipones. De gran atractivo monumental e histórico en esta ciudad es el mausoleo de Tosho-gu, en cuya construcción trabajaron más de quince mil artesanos y carpinteros de todo el país durante dos años. En este edificio sagrado del siglo XVII
se veneran las cenizas del gran shogún Tokugawa Ieyasu, fundador de la dinastía que gobernó durante más de 200 años en Japón. En los alrededores de esta población montañosa, podemos disfrutar de los baños de Ganmanga-fuchi entre la lava seca del monte sagrado Nantai. En el sendero se pueden contemplar más de setenta pequeñas estatuas de piedra llamadas jizo (muy comunes en todo el Japón como indicadores de lugares sagrados). Los más aventureros pueden ascender hasta el Nantai, pasando por la gran cascada Kegon, y los aficionados a las aguas termales pueden acercarse hasta Yumoto, donde encontrarán los onsen (balnearios).
más de 200 monjes se esfuerzan en la práctica del zen día y noche, tal como hacían siglos atrás los samuráis con sesiones de meditación intensiva –zazen– durante cuatro días sin descanso. El zen fue promovido por los primeros shogunes con el objetivo de fortalecer el prestigio y la legitimidad de los guerreros; por eso, llegó a considerarse “la religión de los samuráis”. Además, el hecho de que el caballero nipón jamás llevase escudo demuestra que el samurái apreciaba la práctica de este tipo de budismo, en el que destaca la idea de “ir directamente hacia delante”, inclinándose siempre al atacar.
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El descanso del guerrero
Los mil hombres que desfilan en el Gran Festival Tosho-gu portan emblemas samuráis.
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ACTUALIDAD
AGENDA CULTURAL
○ “MOSTRA ESPANHA” Varias ciudades portuguesas albergan la cuarta edición de este evento, que tiene como objetivo promocionar a los creadores españoles en el país luso.
hermética de la que no debían salir. Estas características se han visto reflejadas en el arte, y las fotografías de esta exposición son un claro ejemplo de ello. Una selección de imágenes nos ofrece una detallada visión de los roles sociales que se han ido relacionando con lo masculino y lo femenino en el último siglo, como el origen de los estereotipos que han determinado el comportamiento de ambos sexos o la forma de mostrarse ante el mundo. En resumidas cuentas, tenemos una buena oportunidad de conocer de primera mano una exposición de estas características, que es poco habitual en nuestro país.
○ LA PROSTITUCIÓN EN EL MUNDO DEL ARTE Alrededor de este tema gira la muestra del Museo de Orsay de París. Refleja una época, entre 1850 y 1910, en la que los lupanares fueron fuente de inspiración de los artistas. ○ FOTOGRAFÍA BRASILEÑA (1940-1964) Centra su mirada en la transformación que vivió este país a mediados del siglo XX. En el Círculo de Bellas Artes de Madrid, 160 imágenes de fotógrafos de distintos orígenes inmortalizan ese período en Brasil. ○ “ESSENTIALS. DAVID CHIPPERFIELD” El museo madrileño de la fundación ICO presenta un recorrido por la trayectoria del arquitecto británico. Se exponen más de 30 proyectos para diferentes ciudades del mundo que nos acercan a aspectos característicos, como su concepto de espacio.
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BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA
rte y antropología se dan la mano en la nueva muestra de la Fundación Canal, que quiere explorar el desarrollo de los conceptos de masculinidad y feminidad a través de grandes maestros de la fotografía. Percepciones. Hombre y mujer en la Historia de la Fotografía nos propone un viaje de más de una centuria, compuesto por 130 imágenes que ilustran la transformación de los géneros masculino y femenino, sus roles sociales, su apariencia estética y también su complementariedad. A hombres y mujeres se les han asignado un papel y unas funciones determinadas, una imagen a menudo
Esta disciplina influyó decisivamente en el desarrollo de la pedagogía.
ARTE Y LITERATURA
El rico patrimonio de la caligrafía
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Una imagen vale más que mil palabras, como nos confirma esta foto que forma parte de la muestra de la Fundación Canal.
as últimas décadas han sido testigos de cómo el interés nacional e internacional por el arte de la caligrafía no ha parado de crecer. Ámbitos tan distintos como el diseño, la lingüística, la bibliofilia o el arte están valorando cada vez más esta disciplina e investigando sobre aspectos tan significativos como su propia estructura o su formalización. La Biblioteca Nacional de España quiere dar un reconocimiento al arte de la escritura en nuestro país con la exposición Caligrafía española. El arte de escribir, una selección de las obras más significativas que repasa el desarrollo de las artes de escribir en la Península, que se convirtió en un auténtico centro de calígrafos de gran nivel. El otro aspecto destacado es el análisis del discurso identitario gráfico y tipográfico que se fue desarrollando en nuestro país, con la caligrafía como protagonista a través del encargo de una “letra nacional”, la conocida como “bastarda española”.
PREHISTORIA
El arte rupestre a través de calcos
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l Museo Nacional de Ciencias Naturales y Acción Cultural Española organizan conjuntamente la exposición Arte y Naturaleza en la Prehistoria. La colección de calcos del MNCN, en la que se puede ver más de un centenar de calcos, láminas y dibujos de arte rupestre procedentes de distintas zonas de nuestra geografía. Se ha reunido gran parte de la colección documental e iconográfica del Museo de Ciencias Naturales, que representa tanto pinturas paleolíticas como de arte levantino y esquemático. En 1912 se creó la Comi-
sión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, uno de cuyos trabajos más significativos fue la reproducción sistemática en copias en papel de pinturas rupestres. Gracias a este trabajo y a su posterior conservación en el Museo se ha podido salvaguardar un patrimonio muy importante para conocer mejor el arte prehistórico, ya que muchas de las obras ubicadas en abrigos y cuevas no han sobrevivido al paso del tiempo.
Los miles de ejemplares que alberga el Museo resultan de gran valor para conocer el pasado prehistórico de España.
BEGOÑA SÁNCHEZ CHILLÓN / IPCE
Se exhibe la obra de El Greco La Sagrada Familia con Santa Ana.
La evolución de los roles del hombre y la mujer A
VINCENT CIANNI
MUSEO SANTA CRUZ, TOLEDO
FOTOGRAFÍA
Alfredo Sepúlveda
HISTORIA
ESCULTURA
Los orígenes y el desarrollo de la escritura
El arte transparente del Renacimiento
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a nueva exposición del Museo del Prado nos ofrece una temática bastante inusual y poco conocida por el gran público; estamos hablando de la talla de cristal de roca o cuarzo hialino. Esta expresión artística se desarrolló notablemente en la ciudad de Milán durante el siglo XVI. El excepcional valor artístico y material de este tipo de obras llevó consigo que acabaran en colecciones que sólo los soberanos y los miembros de la alta nobleza europea se podían permitir. Arte transparente. La talla del cristal en el Renacimiento milanés cuenta con 20 obras talladas
en cristal, 14 de ellas pertenecientes al conjunto del Tesoro del Delfín, mientras que el resto procede de las colecciones florentinas de los Médici y de la parisina de Luis XIV, abuelo de Felipe V.
MUSEO NACIONAL DEL PRADO
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Las piezas proceden de los talleres de las familias Miseroni y Sarachi.
ecientemente inaugurado, el Museo de Culturas del Mundo presenta su primera exposición de carácter temporal, centrada en explicar la evolución de la escritura desde sus orígenes hasta el día de hoy. Escrituras. Símbolos, palabras, poderes reúne 43 piezas procedentes de diversos museos e instituciones de todo el mundo. La muestra quiere responder a varios interrogantes, tales como la identificación de las sociedades con su escritura o las diferencias entre grafismo y escritura comple-
ta, así como los secretos que hay tras las composiciones más antiguas y su importancia en el mundo contemporáneo. Entre las piezas expuestas brillan varios ejemplares únicos como el Glosario tangutchino, chino-tangut, que permitió descifrar una escritura creada en el siglo XI para fijar una lengua birmano-tibetana que se hablaba en el reino de Xixia (China) y que estaba representada en un alfabeto formado por 6.000 caracteres, considerado el más complejo jamás inventado por el ser humano.
MUSEU D’ARQUEOLOGIA DE CATALUNYA
EDITORIAL EDAF
BIOGRAFÍAS E HISTORIA
XIII Premio Algaba
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La orden de los jesuitas está ligada por obediencia directa al papa.
l galardón de este año ha recaído de forma conjunta en las obras Carlos V. Emperador y hombre, del historiador Juan Antonio Vilar, e Ignacio y la Compañía. Del castillo a la misión, de las también historiadoras María y Laura Lara. Este certamen literario internacional está dotado con 20.000 euros y cuenta con el apoyo de la Editorial Edaf y del Ámbito Cultural de El Corte Inglés. Como en cada edición, el jurado quiere premiar las mejores obras de Biografía, Autobiografía, Memorias e Investigaciones Históricas. La primera de ellas hace un relato pormenorizado de la peripecia vital del monarca Carlos V, mientras que la segunda analiza la trayectoria de más de cinco siglos de la Compañía de Jesús.
Nació como medio de conservación, pero la escritura se ha convertido en un referente simbólico y cultural.
BREVES apuntan a un atraco altamente organizado en el que tenían muy claro el botín. ○ SE EXPONE LA “ARQUETA AMATORIA” Es una pieza procedente del monasterio de Bellpuig de les Avellanes (Lleida) que guardaba la “Santa Sandalia”. Después de un proceso de restauración, esta obra se exhibe ahora en el Museu de Lleida. La arqueta es de madera policromada y está datada en el siglo XV. Su función era cubrir esta
reliquia sagrada, una de las más importantes de la zona catalana. Este tipo de obras corresponde al trabajo de un taller barcelonés especializado en arquetas amatorias (la que el novio regalaba a la novia durante la boda).
MUSEU DE LLEIDA
○ GRAN ROBO DE OBRAS DE ARTE EN ITALIA El Museo Cívico de Castelvecchio (Verona) sufrió el pasado mes de noviembre un robo de grandes dimensiones. Diecisiete obras de arte fueron sustraídas de la pinacoteca, entre ellas seis del pintor veneciano Tintore o, una de Pedro Pablo Rubens y otra del cuatrocentista Andrea Mantegna. El valor de los cuadros perdidos se calcula entre 10 y 15 millones de euros. Las primeras investigaciones
Se ha datado a principios del siglo XV (1400-1425).
○ 22 BARCOS NAUFRAGADOS DEL 700 a.C. El archipiélago de Fourni (situado entre las islas griegas de Icaria y Samos) ha sido escenario de este gran hallazgo subacuático. Este enclave se sitúa en medio de dos rutas antiguas del Mar Egeo oriental (una de este a oeste, y otra de norte a sur). Además, el cargamento transportado está compuesto por una gran variedad de mercancías, lo que indica el importante papel de estas redes comerciales.
○ UN TESORO MUY BIEN CONSERVADO Más de 4.000 monedas de época romana han sido encontradas en una zona rural del norte de Suiza. Las monedas son de plata y bronce y están excepcionalmente bien conservadas, ya que se enterraron al poco de acuñarlas. Esta fortuna ha permanecido sepultada en el mismo lugar unos 1.700 años. Las más antiguas corresponden al emperador Aureliano (270275) y las más modernas a Maximiano (286-305).
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LECTORES INTERACTIVOS
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EFEMÉRIDES DURANTE ESTE MES RECORDAREMOS EN NUESTRA WEB (WWW.MUYHISTORIA.ES) ALGUNOS HITOS:
3 de enero de
1521 El monje agustino alemán Martín Lutero fue excomulgado por el papa León X mediante la bula Decet Romanum Pontificem. El Pontífice instó a Lutero a que se retractase de 41 puntos de sus escritos, al considerarlos fuera de la doctrina de la Iglesia, pero éste se mantuvo fiel a sus principios.
La Historia a debate ¿Tenemos mitificada la imagen de los samuráis?
5 de enero de
1936
SÍ NO hido
En realidad, son semejantes a otras élites militares.
Han pasado ochenta años desde el fallecimiento de Ramón María del Valle-Inclán. Novelista, dramaturgo y poeta, fue un integrante de la corriente literaria del modernismo, aunque sus últimas obras se suelen asociar a la Generación del 98.
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Miriam Martínez.
H
ace unas semanas llegó a la redacción una carta que creemos merece tener una repercusión pública. Martín Ruiz López, un lector de nuestra revista y apasionado de la arqueología, nos ha narrado un hallazgo de lo más interesante. En sus frecuentes paseos por algunos yacimientos de la Edad del Bronce situados en la provincia de Alicante, Martín encontró una serie de antiguas tumbas circulares alineadas en la cumbre de una pequeña colina. Cuál no
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sería su sorpresa cuando divisó unas construcciones que le llamaron mucho la atención, unos muros semicirculares que ascendían por el valle de la montaña. Al acercarse a ellos, pudo percatarse de que eran una serie de colosales rocas de aspecto antropomórfico a modo de cabezas. Estas majes-
tuosas formas estaban colocadas tanto de frente como de perfil y, como si fueran estatuas, se ubicaban al final de la ladera, en lo que podría ser una especie de santuario. Después de asimilar este fortuito encuentro, Martín nos ha hecho llegar una serie de fotografías de las intrigantes ¿esculturas?, con el objetivo de que algún experto en la materia pueda proporcionar algo de luz a lo que puede esconder este yacimiento arqueológico. Desde MUY HISTORIA no podemos hacer más que dar visibilidad al supuesto descubrimiento. MARTÍN RUIZ LÓPEZ
Cartas de los lectores
Lo que a simple vista parecen rocas pueden ser unas majestuosas cabezas talladas en la piedra.
18 de enero de
1871 Se culminó el proceso de unificación de Alemania con la proclamación del Imperio alemán. El rey de Prusia Guillermo I se convertía así en el káiser, después de su victoria sobre Francia. El acto tuvo lugar en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles.
23 de enero de
1516 Se cumple el quinto centenario de la muerte de Fernando II de Aragón (el Católico). Fue rey de Aragón, Sicilia y Nápoles. Su matrimonio con Isabel I de Castilla propició la unión dinástica entre ambas Coronas. AHU
Su código de honor (Bus) los hace diferentes a otras castas de guerreros.
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LA VIDA A CABALLO. Profundizamos en el mundo de la caballería, cuyos integrantes vivían en los castillos al amparo de los príncipes a los que prestaban servicio. El estatus social de esta clase militar fue en aumento y sólo era posible acceder a la categoría de caballero por dos vías: investidura de armas o transmisión hereditaria. En el cuadro: Joven caballero en un paisaje, de Vi ore Carpaccio.
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