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HÁBLAME DEL CIELO, IRENE Un viaje a la luz
Jorge Megías Carrión 2
ÍNDICE
Pág. PRÓLOGO ............................................................................................................ 4 PRESENTACIÓN ................................................................................................... 7 I. DOS CLICS Y UN FINGIMIENTO ........................................................................ 10 II. CONTACT ........................................................................................................ 30 III. IRENE OTRA VEZ, IRENE SIEMPRE ................................................................. 47 IV. LA QUE TRAE LA PAZ ..................................................................................... 53 V. PERDIDA Y HALLADA ...................................................................................... 70 VI. A CHRISTMAS PRESENT ................................................................................. 82 VII. HÁBLAME DEL CIELO, IRENE ......................................................................... 98 VIII. ABRAZO EN 2D ............................................................................................ 110 IX. LA BICI FELIZ .................................................................................................. 120 X. HOY CUMPLES 22 ........................................................................................... 137 XI. IRENE, ¿ME ESCUCHAS? ................................................................................ 141 XII. HAPPY BIRTHDAY, IRENE .............................................................................. 160 XIII.TUS ADORABLES HUESOS ............................................................................. 166 XIV. Y NO ESTABAS TÚ ........................................................................................ 174 XV. CARTA DEL CIELO ......................................................................................... 182 XVI. EL REGALO .................................................................................................. 191 XVII. CITA EN EL CAIRO ....................................................................................... 203 XVIII. LÁGRIMAS DE CIELO .................................................................................. 215 XIX. IRENE ENAMORADA .................................................................................... 221 XX. AL CIELO UN VERANO .................................................................................. 230 XXI. LOS OJOS DEL ALMA (POEMARIO) .............................................................. 240
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PRÓLOGO
“Subí al cielo..., pero aún permanezco en la tierra...
Allí estoy sentado a la derecha del Padre; aquí aún tengo hambre y sed, soy peregrino...” (San Agustín de Hipona)
El hombre, cada hombre, es un ser en camino, homo viator. Ésta es la experiencia fundamental de los hombres de todas las culturas y épocas históricas. Las grandes peregrinaciones de todas las tradiciones religiosas muestran cómo el camino físico, recorrido tantas veces con gran sufrimiento, es una metáfora de la misma vida. Pero ¿qué sería un camino sin su meta? El camino se hace al andar, de acuerdo, pero ¿y si no lleva a ningún lugar? El caminante se convierte en un vagabundo, quizás un feliz vagabundo, un “peregrino de la vida”, un amante de la vida pero, en el fondo, un vagabundo. Es cierto que muy pocos se atreven o tienen la oportunidad de mirar su vida cara a cara. Simplemente caminan. El paisaje a veces les encanta, otras les aburre. Pero se trata de caminar sin pararse. Sin embargo, a veces la vida se para de golpe. Como la cinta de una película maravillosa que de improviso se rompe. Sin haberlo decidido nosotros, todo cambia. De repente, todos los puntos de referencia desaparecen. Se manifiesta su inconsistencia, su levedad. Es cierto que, como le sucedió al autor del presente libro, esa circunstancia se puede convertir en la oportunidad para descubrir algo maravilloso. Pero me gustaría expresar desde el principio mi desacuerdo con el tópico: “Todo sucede por algo bueno”. No lo creo. Y quizás alguno de los lectores me comprenderá. La muerte de una criatura preciosa e inocente como Irene, en plena vida, es injusta y antinatural. Y, si queremos meter a Dios en esto –y no podemos dejar de hacerlo- nuestra mirada hacia El sólo puede ser de incomprensión: “¿Por qué a mí? ¿Por qué a ella? ¿Por qué tenía que suceder?” Seguramente una de las virtudes de la presente obra es que el autor no pretende edulcorar esa pregunta, quizás precisamente porque pasó a través de ella. Solamente la verdad nos da la paz. Nada más. Pero la verdad no se encuentra con tanta facilidad. Es más, es muy difícil encontrar a alguien que, sin engañarse, viva feliz. Saber vivir es la mayor sabiduría pero ¿quién encontrará quien comprenda el sentido de la vida? Un camino sin meta no tiene sentido. El sentido hace referencia a la meta. Uno podría encontrarse caminando –incluso corriendo- con gran seguridad… en sentido contrario. El espejismo de hacer nosotros nuestra propia carrera y nuestra propia meta se deshace ante la experiencia de la muerte del ser amado. ¿Ésa era tu meta? Ciertamente no. Y aunque muchos intenten anestesiar el dolor diciendo que lo importante es saber vivirlo, ¿qué hacer a partir de ahora?, ¿para qué te puede servir?… la verdad es que sin él/ella ya no sabes si tiene sentido seguir viviendo. Pero imaginemos por un momento que ese dolor tuviese sentido. Que el dolor –como la fiebre lo es del cuerpo- fuera un síntoma del alma. Una alarma que nos dice: “No es por aquí”. Una señal en el camino. Pero una señal ¿de quién? ¿No era la vida un 4
camino solitario, vagabundo, un selfmade? ¿Hay alguien más? El autor se atrevió a no ahogar en el licor de la autocompasión esta sorprendente intuición. Tuvo muchas oportunidades –como él mismo cuenta- para conformarse con mentiras piadosas, verdades confortadoras y confortables, espiritualidades new age o esotéricas. Pero algo –o alguien- en su corazón, en su mente y en su vida externa le decía otra cosa. Cuando las señales muestran la dirección contraria a lo que durante años llevas recorriendo, hay que ser muy valiente para vencer el orgullo del amor propio y empezar a deshacer el camino. Es necesario un gran amor a la verdad, pero este amor sólo se pone en marcha cuando la verdad tiene nombre de persona, si alguien te llama desde la meta que está justo en dirección opuesta, “más allá” del camino; desde el “más allá” de nuestras ideas preconcebidas que pretendemos científicas aunque nunca las hayamos comprobado. “Más allá” de nuestra propia moral –mores significa sólo “costumbre”- y nuestras opiniones sobre lo que es la vida, la religión o la razón. Lo que el autor cuenta es un conjunto de experiencias, no de ideas. No son irracionales sino bien razonables, pues la razón es nuestra capacidad para abrirnos a la realidad, a la verdad, que siempre supera nuestros pobres límites y conocimientos. Para muchos, será una garantía saber que el autor es un hombre de ciencia –un ingeniero, un hombre práctico – pero, en realidad, nadie se mide por sus estudios, sino por su conocimiento. Él afirma haber ampliado éste a partir de datos sorprendentes. ¿Es razonable descartar esas experiencias a priori? ¿No es esa la actitud más anticientífica que existe? El autor -como Galileo- afirmará al salir de la sala inquisitorial moderna: Aun así, se mueve. Invito a los lectores a acompañar al autor en su doloroso y sorprendente viaje. No teman si en un momento determinado descubren que es él el que les acompaña en su propio viaje. No duden en implicarse, indignarse, contradecirle, enfrentarse… Lo único que les prometo es que no les dejará indiferentes. Por último, una aclaración desde el comienzo: Jorge pertenece a ese grupo débil, imperfecto y entusiasta que en los orígenes llamaron “el nuevo camino” (Hechos de los Apóstoles 9,2). Pero, desde el principio, ellos –y nosotros- afirmamos que el Camino verdadero no es otro que Jesucristo. Afirmamos que está vivo porque lo hemos experimentado. Su presencia resucitada nos llena de la fuerza de su Espíritu con el pan del camino –viatico- y con la compañía de los que compartimos el mismo viaje. Un anciano servidor de estos hombres, que de alguna manera va por delante de nosotros pero que al mismo tiempo camina junto a nosotros, nos ha dicho: “Todos necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe 5
aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es « realmente » vida”. (Spe Salvi, 31) Es cierto. Hemos experimentado que la vida es vida de verdad cuando hemos encontrado el camino adecuado, el que de verdad lleva a la vida, a la vida que no se destruye con espejismos; es más, la que está más allá de la apariencia. La vida de verdad. El autor la ha conocido y da testimonio de ello. Este libro es una invitación. Como dos hombres que se encontraran en el Camino de Santiago y compartiesen sus experiencias de la vida. De la misma manera, tú te has encontrado con Jorge. Yo también me lo encontré hace unos años, y la luz de ese encuentro todavía dura ¿Qué será lo que tiene? Prepárate a descubrirlo. Que disfrutes. Nos vemos en la meta. ¡Buen camino, peregrino!
P. Carlos Ruiz Saiz Director Espiritual del Seminario de Cádiz y Ceuta Septiembre de 2012
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PRESENTACIÓN Ah… escribir un libro. Escribir… ¡qué emocionante es! Yo no era escritor antes de morir mi hija Irene. No escribía nada más allá de emails y cartas de negocios. Pero Irene murió, a sus diecisiete añitos, hace ahora siete. Y mi vida cambió radicalmente como resultado de su muerte, mejor dicho, como resultado del amor que le tengo a mi hija que, con ocasión del hecho de su muerte, se transformó en un amor mayor, más grande, un amor por Todo y por todos. Mi alma se llenó de amor al morir ella, y es ese amor que rebosa en mi corazón el que habla a través de las palabras que no puedo dejar de escribir. Pero la sensación que tengo al escribir es que son las palabras las que se escriben solas a sí mismas, y que yo sólo soy un instrumento para lograr que esas palabras lleguen a existir, se encarnen y sean. Cuando me pongo a escribir sólo hay en mi mente una vaga idea sobre lo que he de escribir pero, al ir escribiéndolo, aparecen unas primeras palabras y esas palabras llaman a la existencia a las siguientes, y así sucesivamente. Las siguientes palabras no habrían llegado a existir de no haberlo hecho las primeras, y las primeras no lo habrían hecho de no existir en mi mente esa vaga idea de la que hablo. Debe ser que la inspiración funciona así, a través de un proceso creativo que deja pasmado al propio creador, que es testigo de cómo se desenvuelve entre sus manos algo que no controla del todo, que más bien controla poco. Supongo que le pasará lo mismo a un pintor, a un músico o a cualquier otro artista. El proceso creativo siempre lleva aparejado un gozo enorme, por asistir en primera persona a un hecho humano por el cual, de una forma como mágica, se obtiene algo de la nada; se crea algo nuevo, que antes no existía, cobra vida un pensamiento que no era nada antes de pensarlo. Pero el caso es que yo solamente escribo sobre Dios y sobre el amor, que vienen a ser la misma cosa, puesto que “Dios es amor”. Y esta es otra maravilla: yo no era creyente antes de morir mi hija Irene. Sucedió que, mientras ella moría en el hospital, yo – un cristiano bautizado pero sin fe – realicé la pirueta interior de recurrir a Dios pidiendo por la salvación de Irene. Recé y recé pidiendo su salvación: me abrí a Dios por completo, me rendí a Él, rompí mi tibieza y mi soberbia y acudí al único que podía resolver bien aquella angustiosa situación: Dios. Dios me escuchó y la resolvió. Y lo hizo, como siempre, de la mejor manera posible a juicio de Dios: Salvó a Irene, la llevó al Cielo con Él. Nótese que, para Dios, la palabra “salvación” significa la salvación del alma, que es lo más importante de un ser humano, mucho más que su cuerpo. Desde entonces, quedé íntima y misteriosamente conectado a Dios, pasándole exactamente lo mismo un poco después a mi esposa. Mi esposa y yo también creamos una organización para ayudar a la gente a combatir la enfermedad que mató a nuestra hija Irene, la meningitis: la Fundación Irene Megías contra la Meningitis (www.contralameningitis.org). Está muy claro, para mí y para quien así lo sepa ver, que esto que nos ha pasado, el que nos hayamos convertido a Dios, el que hayamos montado esta organización de solidaridad, amor y ayuda que es la Fundación, y que yo me haya convertido en un escritor de Dios, no es un acto sólo humano; porque no es normal, 7
estadísticamente hablando, que pasen estas cosas. Lo más normal, lo que se ajusta más a lo que suele suceder con mayor frecuencia, es justamente todo lo contrario: que quien sufra una pérdida tan dolorosa como la de un hijo se enfade contra Dios y se aparte de Él, si es que antes estaba cerca de Él y, si no estaba cerca de Él, siga sin estar cerca tras esa pérdida. Esto que nos ha pasado a nosotros no es normal, no es natural. Es sobrenatural, es cosa de Dios; se ve la mano de Dios en todo este proceso; para quien, como digo, lo sepa ver. Escribo y escribo, cada día, y envío un email semanal con cada uno de mis escritos a cientos de personas de varios países de habla hispana. Escribo sobre Dios, sobre el amor, sobre la fe, sobre la moralidad, sobre la oración, sobre los sacramentos de la Iglesia… Escribo también, bastante, sobre mi hija Irene y el amor que nos une. Hay determinadas circunstancias en las que Irene me inspira más intensamente escribir sobre ella, como son algunos viajes de trabajo o los aniversarios de su nacimiento a la Tierra o de su nacimiento al Cielo (de su muerte). En realidad, yo sé que absolutamente todo lo que escribo, aunque no tenga que ver directamente con Irene, lo escribo en conexión con ella. Sé que es ella quien me va dictando al oído las palabras. No sé cómo lo sé, pero lo sé con certeza. Quizá por eso gozo tanto escribiendo, porque así estoy con ella, escribiendo los dos juntos, durante mucho tiempo. En este libro que hoy te presento, querido lector, he recopilado algunos de esos escritos semanales que envío por email a tanta gente. Son escritos, cada uno de los capítulos de este libro, independientes entre sí, pero con un nexo de unión: el amor que siento por mi hija Irene que, desde mi conversión, está traspasado de parte a parte por el amor de Dios. Te recomiendo que no leas más de un capítulo por día, para que así “rumies” su contenido y le saques todo su jugo antes de leer el siguiente. Verás que el capítulo titulado “Dos clics y un fingimiento” es el testimonio de mi conversión; el titulado “Contact” es una especie de inventario de las formas de comunicación con los del Cielo de los cuales tengo experiencia directa. El resto de capítulos de este libro son escritos que o bien hablan de Irene, o bien Irene me habla en ellos, o bien yo le hablo a ella o bien nos hablamos los dos, en forma de gozosos diálogos entre Irene y yo. El último capítulo del libro lo componen algunos poemas que espero sean de tu agrado, como todo este volumen. Sobre todo cuando le presto mis manos a Irene, para que sea ella quien hable directamente a través de ellas, aparecen cosas maravillosas ante mis ojos estupefactos, que se llenan de lágrimas de gozo con cierta frecuencia al ser testigos de esta maravilla que es que alguien del Cielo te hable como si tal cosa. Ahora tú también, querido lector, puedes ser testigo, al leer este libro, de lo que estoy tratando de decirte. Serás también testigo de cosas igual de extraordinarias al leer este libro, de comunicaciones indirectas que mi esposa y yo hemos recibido de nuestra Irene del Cielo a través de variados medios. Todo ello conforma un conjunto de gracias excepcionalmente intensas que nos han llovido del Cielo, gracias proporcionales en intensidad a la desgracia de perder la presencia física de nuestra hija. Creo que nuestro único mérito, el de mi esposa y mío, ha sido el de saber aceptar tales gracias, el de abrirnos a su recepción, lo cual sucedió al aceptar humilde e inconscientemente la muerte de nuestra querida hijita.
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Claro que habrá quien, al leer este libro, pensará que todo lo en él contenido no es más que una bella ficción, un deseo que brota del amor de un corazón vehemente, claro que sí. Ante eso yo diría, con el mayor de los respetos hacia esa postura, que no hay mayor ciego que el que no quiere ver y que, quien se obstine en no querer creer con su razón aquello por lo que su corazón clama a voces, no creerá ni aunque un muerto se le aparezca y le hable. Lo que sí puedo rotundamente afirmar, querido lector, es que todo lo aquí escrito es verdad. Es así como yo lo veo, esta es mi realidad, nada hay aquí inventado. Mis experiencias, mis sentimientos y mis pensamientos son exactamente los que aquí se describen y, por ello, todo lo aquí escrito es mi verdad, la verdad que mueve y sustenta ahora mi vida. Esa verdad es Dios. Espero que te guste la lectura de este libro, pero incluso espero mucho más de ti. Espero que te haga reflexionar sobre verdades que quizá nunca antes viste expuestas de esta manera y que, de esa reflexión, ojala se deriven cambios en tu vida; cambios importantes y maravillosos, como los que han sucedido en la mía. Y, si no, espero que, al menos, no tires este libro a la papelera tras haberlo leído, sino que acudas a leerlo una y otra vez en todas esas situaciones difíciles en las que necesitamos urgentemente que alguien nos hable del Cielo. Ojala así sea.
Jorge Megías Carrión Septiembre de 2012
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I. DOS CLICS Y UN FINGIMIENTO 1. Introducción Para el que no conozca mi historia, diré que mi nombre es Jorge Megías, nací en 1956 en Villamalea, un pequeño pueblo de la provincia de Albacete, España; soy ingeniero industrial, casado, y mi queridísima, maravillosa y especial hijita Irene, de 17 años de edad, murió en un hospital de Madrid el 5 de Agosto de 2005, a causa de una septicemia meningocócica, la forma más mortífera y brutal de la meningitis. Ella, mi Tesoro, mi Sol, desapareció de mi vida en 24 horas. Su cuerpo pasó del esplendor de la juventud a la más absoluta ruina física, en tan solo 24 horas desde la aparición de los síntomas de su enfermedad. A raíz de ese hecho dramático, mi vida se ha transformado radicalmente. Yo soy otra persona distinta de la que era antes de su muerte. He muerto a mi vida anterior al mismo tiempo que mi hija y he renacido a una nueva vida. La buena noticia es que mi nueva vida es más profunda, espiritual, mágica, intensamente cargada de amor, de lo que era mi vida anterior. No niego el dolor. No niego que anhelo la presencia física de mi hija; que lloro y lloraré su ausencia cada día de mi actual vida. No niego que hubiera preferido que mi vida no hubiese cambiado y así seguir teniendo a mi hija a mi lado. Pero tengo que reconocer que ese mismo dolor, el dolor por la pérdida de mi hija, ha obrado en mí un cambio maravilloso, me atrevería a decir que hasta milagroso. Un cambio que me ha convertido en un ser mucho mejor del que antes era, de una calidad humana superior a la anterior. Y quiero contar mi testimonio a quien lo quiera oír y entender, porque creo que puede ayudar a otros, como ejemplo de la capacidad intrínseca que tiene el dolor intenso para transformar a las personas y hacerles descubrir su verdadera esencia y el propio sentido de su existencia. Esa y no otra es mi intención. 2. Los hechos Relataré a continuación los hechos más intensos de mi vida en forma cronológica… Muerte de Irene El 5 de Agosto de 2005 muere mi hijita Irene, de la noche a la mañana, y nunca mejor dicho. Un viernes por la tarde se pone malita, con algo de fiebre, debilidad muscular, frío en las extremidades, malestar general. Es llevada al consultorio médico, donde le diagnostican una faringitis y le prescriben tratamiento con Ibuprofeno y, unas 10 horas más tarde, ya sin fiebre, su piel aparece plagada de derrames y hematomas por prácticamente todo su cuerpo. Entonces la llevamos urgentemente al hospital donde, después de un reconocimiento previo, la ingresaron en la unidad de cuidados intensivos, la durmieron para tratarla con antibióticos y ya jamás despertó, aunque estuvo cinco días más en el hospital, mantenida artificial y mecánicamente en una falsa apariencia de vida. La causa de su muerte: sepsis meningocócica; un envenenamiento de la sangre causado por la bacteria neisseria meningitidis. 10
Y ya está. Eso fue todo. Toda una vida de 17 años, cargada de sensibilidad, inteligencia, fuerte carisma, amor incondicional por todos, tirada a la basura. Todo un posible futuro de disfrute de la vida y de servicio a los demás perdido en el viento. Qué gran sinsentido, ¿no es cierto? La muerte, la más absurda muerte, como todas las muertes prematuras. La anulación de la vida en su apogeo, de la fe en el futuro; la negación del amor, la aniquilación de la hermosura en la primavera de la vida. Eso pasó en mi vida. Entonces yo morí con ella, al mismo tiempo que ella; morí de la mano de mi preciosa hijita Irene. En aquella misma sala de hospital, en aquella camita donde su cuerpo destrozado reposaba ya carente de vida. Allí quedo mi anterior yo y de allí salí yo como ella, convertido en un cadáver. En el tanatorio, donde incineraron su cuerpo, le di mi último adiós a mi preciosa niña. Dije un responso en su memoria, que reproduzco a continuación. Irene, In Memoriam Queridos familiares y amigos: Voy a intentar despedir a Irene leyendo esta nota que he preparado en su memoria, aunque no sé si voy a ser capaz de hacerlo, porque la emoción me embarga y mi garganta podría bloquearse involuntariamente. Si no pudiera hacerlo, mi primo Alejandro me sustituirá en su lectura. En primer lugar, queremos expresaros nuestro más profundo agradecimiento por compartir estos momentos de dolor. Vuestra presencia hoy aquí actúa como el mejor bálsamo para sanar nuestras almas heridas. Nuestra querida Irene ha muerto. La causa de su muerte ha sido la descomunal batalla que su joven cuerpo ha librado en contra de una bacteria asesina que, de forma fulminante y en unas pocas horas, llevó a nuestra Irene desde la vitalidad propia de su edad hasta la más completa destrucción orgánica. En mi mente atormentada solo puedo construir dos explicaciones a la muerte de Irene: La primera sería que esa imagen de un Dios bondadoso y misericordioso que nos inculcaron de pequeños es pura invención humana. Que ese Dios no existe porque, de existir, no permitiría que una persona de 17 años, en la flor de su vida, tenga que renunciar a disfrutar de esta apasionante aventura que es el vivir. La segunda explicación sería que Dios existe, pero que su plan para cada uno de nosotros es tan complejo que nunca seremos capaces de comprenderlo. ¿Os habéis dado cuenta de que las personas que sufren intensamente en esta vida alcanzan un nivel de bondad superior al de las personas que llevan una vida más placentera, más exenta de sufrimiento? Personas minusválidas, personas que sufren tragedias personales y familiares de todo tipo, son muchas veces extremadamente bondadosas, se desviven por ayudar a los demás, desprenden un halo de humanidad que ilumina a todos cuantos están a su alrededor, alcanzan un nivel superior en la intensidad de su espiritualidad. Quién sabe, igual Dios sí que existe y nos necesita para misiones superiores, para las que precisa capacitarnos a base de sufrimiento. No sé, me conforta pensarlo así. Lo que sí sé es que mi hijita Irene ha sido para todos nosotros, sus padres, hermano, familiares y amigos, un regalo del Cielo durante sus 17 años de vida en esta Tierra. 11
Irene siempre ha sido cariñosa, sensible, sociable, comunicativa, inteligente, dada a los demás, siempre pendiente de las necesidades de quienes están a su alrededor, siempre dispuesta a ayudar a los que sufren, incluso aunque no les conociera de nada. Irene ha sido un Ángel para todos cuantos la conocimos y quizá ya haya terminado su misión entre nosotros, iluminándonos con su Luz, y ahora haya sido llamada a confortar y a ayudar a otras personas más necesitadas, de una forma u otra. En su estancia en el hospital siempre la he visto guapa y serena, verdaderamente hermosa, con su carita todavía de niña y su larga y brillante cabellera rubia. Allí, en su camita, dormidita como cuando yo la arropaba por la noche de pequeña, le he susurrado al oído con frecuencia que todos la queremos mucho, que es nuestro Tesoro y que siempre lo será. Puede que no me haya escuchado con sus oídos, pero creo que sí lo ha hecho con su corazón. Su alegría, su luz, su recuerdo, nos llenará siempre de dulzura a todos cuantos la conocimos y nunca, nadie, podrá impedir que siga viviendo dentro de nosotros. Siempre la llevaremos en nuestro corazón, porque ella es parte de nosotros, así como nosotros somos parte de ella. El viernes 5 de agosto, a las 18:00 horas, cayó el telón del último acto de la corta vida de mi hija Irene. A esa hora, los médicos observaron nula actividad cerebral durante dos horas seguidas y certificaron su defunción. No se ha producido el milagro que todos hemos estado esperando a lo largo de una semana entera, volver a verla feliz y sonriente entre nosotros. Muchas personas de varios países de Europa, Asia y América han estado rezando sin éxito por su curación. Pero sus padres, hermano, familiares, amigas, amigos, profesores y todos cuantos la conocimos, hemos sido testigos de otro milagro, que ha sido el hecho de haber disfrutado de su maravillosa presencia durante 17 años. Lo que ahora deseo es que la amargura de esta hora oscura se torne pronto en ternura, que sus familiares y amigos volvamos a encontrar la alegría de vivir, manteniendo por siempre en nuestros corazones la frescura, la bondad, la chispa de nuestra querida Irene. En casa, su habitación siempre tiene la puerta abierta. No es un santuario, sino un lugar plagado de recuerdos hermosos. Sus fotos, con una Irene siempre sonriente y siempre rodeada de amigos. Sus muñecos de peluche. Los regalos que yo le traía cuando volvía de viaje. Sus libros. Su móvil, descansando ahora apagado sobre su escritorio. Su ropa. Los posters de su admirada reina del pop, Christina Aguilera. Entro varias veces al día en su habitación, lo miro todo a mi alrededor, toco los objetos que ella tocó, huelo su ropa y siento como, poco a poco, mi corazón se va inundando del dulce recuerdo de mi hija. Irene, hija mía. ¡Qué orgulloso me siento de haber sido tu padre durante estos 17 años! Siempre te querré como ahora te quiero, con toda la intensidad de que soy capaz. Eres irrepetible, mi Tesoro. Escapa del que hasta ahora fue tu cuerpo físico y cumple tu nueva misión de Amor en algún otro lugar del Universo, allá donde se precise tu Luz. No nos olvides nunca, mi Princesita. Recibe nuestro intenso Amor y llévalo contigo por siempre en tu nuevo caminar. Un enorme beso de tu papá, que te quiere, Papá.
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El primer “clic” Cada mañana, después de morir Irene, yo salía a pasear por el parque forestal de la localidad donde vivo, a las afueras de Madrid. Y, cada mañana, la misma pregunta se repetía en mi mente: “Irene, ¿por qué te has muerto?, ¿qué sentido tiene tu muerte? Al cuarto día desde su muerte, el 9 de agosto de 2005, me detuve en mi paseo, justo en frente de la puerta principal del centro de enseñanza donde Irene había cursado sus estudios hasta entonces, el Instituto de Educación Secundaria “Las Encinas". Reflexioné en aquel momento sobre la inutilidad que suponía el que Irene se hubiera esforzado durante tanto tiempo para ser una alumna modélica, como todo el mundo reconoce en ese centro, como para que, al final, todo ese esfuerzo resultase vano. Y volví a preguntar mentalmente, como cada mañana, “Irene, vida mía, ¿por qué te has muerto?”.No se había terminado de formular esa pregunta en mi mente cuando en ella surgió, súbitamente, la siguiente idea, como respuesta a mi pregunta: “Tienes que escribir un libro”. Así sucedió, tal como ahora os lo estoy contando. Fue un momento de inspiración, de sorpresa para mí, por el propio contenido de la idea. Fue una especie de “clic”. Algo hizo “clic” en mi mente, súbitamente. Una idea que al principio no tenía sentido para mí, pero que acabó teniéndolo en los siguientes diez minutos, rápidamente. Escribir un libro. ¿Por qué?, ¿para qué?, ¿soy yo acaso un escritor? No, no lo soy. Yo soy un ingeniero. Escribir un libro... Sí, quizá eso tuviera algo de sentido. Un libro para tratar de buscar sentido a la sinrazón de la muerte de Irene. Un libro para reunir información útil sobre la enfermedad que la mató en 24 horas y así alertar a otros padres e intentar salvar las vidas de sus hijos. Y, además, un libro para que, si generase algún tipo de beneficios económicos por su venta, se pudieran utilizar para costear obras de caridad. Sí, aquello podía funcionar. Escribir un libro. Aquel fue el primer “clic” que se produjo en mi mente. Diez minutos más tarde yo estaba escribiendo el índice del libro. Así, de corrido, en un santiamén. Veinte minutos más tarde me puse a buscar información médica en Internet, sobre la meningitis y sus infecciones asociadas. Diez días más tarde, después de vivir un frenético ritmo de escritura, mi libro estaba terminado en lo esencial. Algunos días después, ya en el mes de Septiembre de 2005, añadí algunos poemas más a mi libro y decidí que estaba terminado. Eso sería allá por el 20 de Septiembre de 2005. Puse por título a mi libro “Mi vida después de Irene”. Tuve claro el título desde el principio, y también que llevaría en su portada la imagen de mi querida niña, como último homenaje a su memoria. También decidí que los beneficios por su venta se donarían, al 50%, a la fundación Ayuda en Acción, que cuenta con un programa de ayuda a la AMANC (Asociación Mexicana de Ayuda a Niños con Cáncer) y a la fundación británica Meningitis Research Foundation (traducido, Fundación para la Investigación de la Meningitis). En aquel momento no le encontraba significado alguno a aquel “clic” que se había producido en mi mente. Simplemente sucedió y ya está. Más tarde le 13
encontraría todo su significado. Pero no adelantemos acontecimientos. Sigamos con el relato cronológico de los hechos. Ayudemos a salvar otras vidas Uno de los objetivos de mi libro “Mi vida después de Irene” siempre fue para mí el tratar de salvar otras vidas, el tratar de salvar de una muerte tan brutal y sin sentido a otros niños y adolescentes, que son las víctimas más frecuentes de esta enfermedad, la meningitis y sus infecciones asociadas. Pensaba yo en algún padre que, después de leer mi libro, pudiera tener el nivel de conciencia suficiente, de conocimiento de la enfermedad, de sus síntomas, evolución y tratamiento, que yo no tuve en su momento, a fin de poder reaccionar rápidamente y trasladar a su hijo a un hospital donde fuese atendido con urgencia. Acariciaba la idea de que algún padre, en algún momento, pudiera llamarme por teléfono y decirme: “¿Es Vd. Jorge Megías, el autor del libro MI VIDA DESPUÉS DE IRENE?, ¿sí? Pues déjeme darle mi más efusivo agradecimiento. Gracias a Vd., a su libro, yo he salvado la vida de mi hijo. Gracias, muchas gracias". y, si yo escuchase esas palabras, la muerte de Irene pudiera tener algún sentido, incluso para mí. Si yo pudiera trocar algo tan negativo como la muerte de mi querida hijita Irene en dar vida a otra persona, eso ya encerraría dentro de sí algún tipo de respuesta para mí. Esa podría ser la respuesta al porqué de su muerte. Irene habría muerto para salvar la vida de otras personas. Eso tiene sentido, ya que no es la primera vez en la historia de la humanidad en que alguien muere por los demás, ni será la última. Eso, el sacrificio por los demás, a nivel de especie humana, es algo noble y grandioso. Dejar de ser uno mismo, aniquilar la vida natural individual, con tal de que ello sirva para que otros seres humanos puedan vivir mejor o conservar sus vidas, tiene mucho sentido, siempre que sintamos que hay algo que nos une a todos nosotros y que no somos seres individuales esparcidos al azar por el espacio y el tiempo. Pero sólo escribir un libro no era suficiente para mí. Yo necesitaba algo más radical, que afectase positivamente a un mayor número de personas. Algún tipo de acción que fuera permanente en el tiempo, que supusiera una ayuda prolongada, que alguien pudiera continuar incluso después de mi muerte. Así, pensé que sería bueno constituir una organización permanente de ayuda, una fundación o una asociación o algo así, algo como la gran y eficaz organización que existe en el Reino Unido desde 1988, la Meningitis Research Foundation. Su sitio web es formidable, profesional, cargado de información veraz y actualizada sobre el mundo de la meningitis. Y esa es una organización que fue constituida por un matrimonio que perdió a su hijito de 14 meses por meningitis. Pensé que si ese matrimonio pudo lanzar una organización tan exitosa, ¿por qué motivo no podría hacer lo mismo yo? Así que decidí ir a visitar a esta organización al Reino Unido. Después de todo, Bristol está tan solo a dos horas de avión de Madrid. Dicho y hecho. Allí me presenté a mediados de Diciembre. Visité sus instalaciones, hablé con muchos de sus responsables y me di cuenta de la profesionalidad y del inmenso amor por el prójimo que aquellas gentes desprenden. Todos y cada uno de ellos están dedicados en cuerpo y alma al trabajo de ayudar a los demás a luchar contra la meningitis. Su lema es “por un mundo libre de meningitis y de septicemia”. No se puede negar que ese lema encierra toda una misión
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y una visión de un mundo futuro mejor que el actual, para todos, no solo para los habitantes del Reino Unido. En mi viaje de vuelta a Madrid, vi por la ventanilla del avión una luna que brillaba con una intensidad desconocida para mí. La noche era clara y parecía como si nuestro satélite me sonriera de una manera especial. Supe que aquello era una señal que me enviaba mi hijita Irene desde el Cielo, así como diciendo: “Papi, gracias por dedicarme por entero el día de hoy, por visitar a esas personas tan increíbles de la fundación británica. Ahí hay verdad, en ese lugar están pasando cosas de auténtico valor para la sociedad. Este es un día feliz para mí. Vas por buen camino”. Al llegar a casa le conté a mi esposa la experiencia tan positiva que había vivido en Bristol. También le dije que me daba un poco de miedo acometer una empresa de un calado tan importante. Me refiero a la de constituir una organización similar a la del Reino Unido pero en España. Le dije que no sabía si seríamos capaces de hacerlo tan bien como lo estaban haciendo en el Reino Unido pero que, por otra parte, dado que nunca puedes saber, en cada uno de los días de tu vida, si serás capaz de llegar a ver el ocaso de ese mismo día, ¿para qué esperar más para hacer algo que los dos sentíamos que debíamos hacer? Así, de esa manera, mi esposa y yo decidimos constituir una fundación para luchar contra la meningitis y sus infecciones asociadas en España, a la que llamaríamos “FUNDACIÓN IRENE MEGÍAS CONTRA LA MENINGITIS” (www.contralameningitis.org). La suerte estaba echada. Habría fundación en España. Lo sentíamos como una misión que nuestra hija Irene, desde el Cielo, nos encomendaba llevar a cabo. No seríamos nosotros quienes le llevásemos la contraria. El resto era solo cuestión de tiempo. Esa decisión nuestra de constituir la fundación fue tomada a mediados de Diciembre de 2005. El fingimiento El 20 de septiembre de 2005, nada más completar de escribir “MI VIDA DESPUÉS DE IRENE”, empecé a escribir un segundo libro. El libro era un diario, en el que escribía siempre que podía mis sentimientos, mis impresiones sobre lo que me estaba pasando, lo que cada día me preocupaba. Era una continuación de mi primer libro pero, en este caso, no se trataba ya de hablar sobre la meningitis como enfermedad, sino de algo más espiritual y profundo, íntimo y personal. Lo que es un diario, en definitiva. Pero en mi diario, ya desde el principio, yo hablaba con mi hija Irene. Le dirigía cartas, le contaba lo que sentía. Ello era como suponer que ella estuviera viva, porque no tiene sentido hablarle a un muerto, a alguien que no te va a escuchar. Así que yo asumí un fingimiento, el de que mi hija Irene estaba viva. En la primera parte del libro yo le dirijo una serie de cartas, en forma de monólogo pero, a partir de la segunda parte (el libro tiene tres), se me ocurrió escribir en forma de diálogo, entre Irene y yo. Pensé que sería maravilloso suponer que ella contestase a mis preguntas, como asumiendo yo su personalidad, desdoblándome en dos personalidades, la suya y la mía; como imaginando lo que ella diría si yo le preguntase, poniéndome en su lugar, yo que creo que conozco bien su forma de ser. Yo sabía que, al principio, esa forma de escribir encerraría un tanto de falsedad en la parte de Irene, que sería yo quien inventaría su parte, pero también intuía que, andando el tiempo, su parte llegaría a ser 15
cada vez más suya, que quizá fuese cada vez más ella la que escribiese su parte, a través de mí, guiando mi mano al escribir. Algo aparentemente delirante, rayano en la locura ¿verdad? Sí, lo sé, pero así pensaba yo en aquel momento. El fingimiento revistió incluso tintes más profundos. Me dije a mí mismo: “¿Y si fuera cierto que hay Dios?, ¿y si fuese verdad que Irene está viva cerca de Dios?”. Todo ello está íntimamente relacionado. Claro, para que Irene estuviera viva, Dios debía existir. No tendría sentido alguno que Irene viviese después de su muerte física sin que Dios existiese. Para que Irene viviera, debería existir el alma humana, algo fundamental del ser humano, su esencia pura, que sobreviviese a la muerte física. Si el alma humana existiera, sería porque alguien habría diseñado al ser humano de esa forma tan genial y sobrenatural, teniendo cuerpo y alma. Y ese alguien no podía ser otro que Dios. Luego el suponer que Irene estuviera viva llevaba consigo relacionado el suponer que Dios existía. Bien, pues eso hice yo. Necesitaba a Dios para poder hablar con Irene con propiedad. Así que fingí que creía en Dios, y en Irene. Una Irene viva, en el Cielo, junto a Dios. Recuerdo que, por aquel entonces, hablaba yo con mi esposa, en los siguientes términos: -
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“Voy a hacer como que creo en Dios, a simularlo, a fingirlo” – decía yo. “Pero eso no vale” – me replicaba ella. “No vale fingirlo. O existe o no existe. O es verdad su existencia o no lo es. A mí no me vale que tú creas en Dios porque te interesa creer, porque eso puede no ser verdad”. Y yo le decía “Te entiendo pero, aún así, yo voy a hacer como que es verdad que Dios existe, y veré a qué punto me conduce esa suposición”.
Y así hice. Fingí que Dios existía y, desde esa hipótesis, me relacionaba con mi hija en mis escritos, primero en forma de monólogo y luego en forma de diálogo, como antes decía. Seguramente os estaréis preguntando cuál fue el resultado de mi fingimiento; si tan solo me sirvió para poder escribir mi segundo libro cómodamente o si me pasó algo más importante, derivado de ese fingimiento. Sí, me pasaron muchas cosas, cosas realmente maravillosas. Pero sigamos el curso de esta historia. Todo a su tiempo. Aprender de otros Además de que el hábito y la necesidad de escribir se ha instalado en mi vida desde que mi hija murió (sigo y sigo escribiendo cada día), y de que encuentro en ella el mejor bálsamo para curar mi alma rota, otra costumbre también sanadora ha venido a ocupar gran parte de mi tiempo de ocio: la lectura de temas espirituales. Desde que mi hija murió, en agosto de 2005, hasta hoy, abril de 2006, he leído 46 libros de espiritualidad, y sigo sin parar de leerlos. Algunos, los más densos, los he leído más de una vez. Algunos son excepcionales, me han ayudado mucho. Otros son auténticas estafas editoriales, libros que están ocupando espacio en las estanterías de las librerías pero que darían mucho más servicio si se utilizaran para encender la chimenea. Lo bueno de los libros malos es que ponen de relevancia a los buenos, hacen que los buenos cobren más valor a nuestros ojos. Por eso son también importantes, siempre que la mayoría de los leídos sean buenos, claro, y no al 16
contrario. He leído libros de budismo, de espiritismo, de reencarnación, de médiums delirantes, de psiquiatras, de tanatólogos, de hippies pasados de moda, de doctores en medicina, de gurús espirituales, de lamas, de periodistas; de todo, en una palabra… Y también he leído libros de cristianismo, de un autor ahora de actualidad, por su autoría del libro en que se basó la película “Crónicas de Narnia”, recientemente llevada a la gran pantalla. Me refiero al autor británico C.S. Lewis, un catedrático de universidad que era previamente ateo y se convirtió al cristianismo posteriormente. Su estilo llano, abierto y divulgativo, su pensamiento afilado, me sedujeron desde el principio. He leído varios libros escritos por él, pero el que me tiene absolutamente enamorado es “Mero Cristianismo". No he leído jamás un libro más esclarecedor sobre la naturaleza de Dios, sobre lo que Dios, el Dios cristiano, nos ofrece a todos los seres humanos y sobre cómo conseguirlo a través de nuestras vidas. Es un libro altamente recomendable. El segundo “clic” El segundo “clic”, el segundo cambio súbito que me ha ocurrido recientemente, la segunda sensación que he experimentado en mi mente de repente, como una revelación que me muestra el camino a seguir, me sucedió cuando leía el libro “Mero Cristianismo”, de C.S. Lewis, por segunda vez. Es curioso que me pasara al leerlo por segunda vez y que no me pasara al leerlo la primera. Aunque C.S. Lewis es bastante transparente, a veces hay que leer lo que dice más de una vez y, con cada vez que se le lee, se entiende mejor una parte distinta de lo que él nos dice en sus libros. Eso también pasa con otras lecturas espirituales fuertemente inspiradas, como La Biblia. Pues bien, yo estaba leyendo, por segunda vez, la descripción que C.S. Lewis hace de la Santísima Trinidad, de ese misterio que nos revela el Cristianismo aludiendo a un ser, Dios, que, siendo Uno, es también Tres al mismo tiempo ¿Es eso lógica y racionalmente posible?, ¿el que un cierto ente sea uno pero contenga dentro de sí a más de uno de otro tipo de entes a la vez? Pues sí, lo es. En geometría, por ejemplo, la figura geométrica llamada cubo es un cubo pero, al mismo tiempo, contiene a seis cuadrados, cada una de sus seis caras, ¿no? Un concepto no del todo fácil de entender. Yo debo confesar que estudié durante seis años en un colegio religioso que se llamaba Santísima Trinidad, dirigido por sacerdotes, y, a lo largo de aquellos seis años, no conseguí enterarme de lo que era la Santísima Trinidad. Pero me he enterado ahora, al leer a C.S. Lewis. Más vale tarde que nunca… Dice C.S. Lewis que Dios es la figura de un Padre, que se complace en su hijo, también y de forma independiente la figura de un Hijo que venera, obedece ciegamente y confía absolutamente en su Padre y, como tercera entidad personal presente en Dios, la relación de amor que existe entre el Padre y el Hijo, el Espíritu de su unión, su esencia interior. Un Espíritu de amor que es inmensamente creativo. Tanto que creó el Universo en el que habitamos tan solo por amor, por amor a nosotros, para amarnos. Y no porque Dios necesitase de nuestra existencia, sino porque sí, como una expresión de su inmensa bondad, para amar a más seres. Simplemente por eso. Un Espíritu de amor que tiene la habilidad de capacitar a los seres humanos para que hagan cosas que no sabían que podían hacer, que puede transformar la vida de las personas, elevando sus capacidades, hasta límites insospechados. Un Espíritu de amor, o Espíritu Santo, que 17
puede residir dentro de cada uno de nosotros, en nuestro interior, convirtiéndonos en personas especiales. En ese momento, la segunda vez que leí esta descripción de C.S. Lewis, las lágrimas comenzaron a surcar mis mejillas, porque me di cuenta de que esa misma realidad de Padre, Hijo y Amor creativo entre Padre e Hijo se estaba produciendo en mi interior, estaba presente en mi vida: Yo soy un padre, que tiene una hija a la que ama con locura y devoción, y ese amor es capaz de crear cosas continuamente, con la fuerza desatada de un ciclón. Ese amor ha sido el responsable de que yo escribiera un libro, dos, un tercero que está en camino, que ha generado la iniciativa de constituir una fundación para ayudar a otras personas, que me mantiene en pie cada día, con una fuerza que asombra a cuantos me rodean… En fin, un amor que me está transformando en una persona distinta, más fuerte, más serena, más sabia, de mayor calidad humana, más amorosa. Un amor que, además, me ha transformado en cristiano, que me ha convertido al cristianismo. Que me ha hecho pasar de ser un católico bautizado no practicante, que tenía a Dios guardado en un cajón, que no utilizaba a Dios ni pensaba en Dios para nada en su vida, a un ser humano que siente a Dios dentro de sí como una fuerte emoción, como un sentimiento de verdad intensa, como una luz que alumbra mi vivir… Mi segundo “clic” ha supuesto mi conversión profunda y sincera al cristianismo y yo soy el primer maravillado por ello. Con ese segundo “clic” se acabó mi fingimiento. Ya no tengo que fingir más que creo en Dios, porque me he dado cuenta de que realmente creo en Dios, de que empiezo a conocer íntimamente la realidad de Dios y lo que Él me ofrece. ¿Que cómo sé que creo en Dios? Pues porque cada vez que voy a misa me emociono intensamente; siento que lo que dice el sacerdote es como si me lo estuviera diciendo especialmente a mí; porque cada vez que pienso en Cristo en la cruz, en su desvalimiento y en la realidad de su inmenso amor por mí, por todos nosotros, me deshago en lágrimas; porque me encanta leer lecturas religiosas, que tengan que ver con Dios. Hay quien me dice: “Claro, has elegido el camino fácil, el de pensar que Dios existe, de manera que así puedes pensar que tu hija está viva. Has elegido a Dios porque te conviene, a fin de mitigar tu dolor. Has elegido a Dios porque te estás aferrando a un clavo ardiendo”. Ellos no entienden lo que me ha pasado en realidad. Por supuesto que, al principio, yo fingí creer en Dios porque me interesaba, en un alarde de espíritu práctico. Pero la cosa ha ido después mucho más allá, después de mi segundo “clic”; ha trascendido aquella posición utilitaria que adopté después de mi primer “clic”. Ahora siento avidez por vivir la vida de Cristo, por ser como Él, por pensar como Él, por sentir como Él, porque Él viva en mí. Siento que quiero ser una persona distinta, el tipo de persona que él quiere que yo sea, el tipo de ser para el que Dios diseñó al ser humano. Y eso no es precisamente una opción fácil. Intentar ser bueno, seguir las enseñanzas de Cristo, no es nada fácil, dado lo imperfectos que somos todos, yo por lo menos. Intentar mantener nuestra fe no es nada fácil, dado que nuestros estados de ánimo son cambiantes y la duda sobre la verdad de Dios está siempre ahí, acechando en la oscuridad, alentada por nuestros demonios interiores, nuestra negatividad y nuestra debilidad de espíritu.
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No. Yo no siento que haya elegido la opción fácil, la de ser cristiano convencido, ni mucho menos. El Cristianismo es una religión activa, de luchadores, no de contempladores pasivos de la realidad. El Cristianismo nos propone luchar contra nosotros mismos, para que cada uno de nosotros intente ser de una calidad especial, como vía para que nuestro mundo acabe siendo también especial en su conjunto. Esa es la opción que he elegido. Es más, yo diría que ni siquiera la he elegido yo, sino que ella me ha elegido a mí. Dios me ha tocado con su mano, con su palabra, con su amor, y yo no hago más que intentar seguir el camino que él me propone. Y todo ello comenzó con un fingimiento. A veces, el fingimiento conduce a la cosa real. Ese ha sido mi caso. 3. Los descubrimientos El poso que mi viaje espiritual ha dejado en mí es un conjunto de creencias o, más bien, de certidumbres, que voy a exponeros a continuación. Y digo “certidumbres” porque yo he probado muchas explicaciones, muchas teorías. Me he posicionado mental y racionalmente de muchas formas distintas, y ninguna me ha producido una emoción tan fuerte como el Cristianismo, como el Dios de siempre, el Dios que mi madre me enseñó a conocer de pequeño a través de la oración. Cuando uno sufre intensamente su alma se afina y acaba por saber reconocer dónde hay verdad y dónde no la hay. Al menos yo sé ahora dónde se encuentra mi verdad, aquello que tiene un profundo significado para mí y para el momento actual de mi vida. Este conocimiento profundo de la verdad no se puede transportar a otra persona, ni a la misma persona en otro momento de su vida. El conocimiento llega cuando llega, a través del camino que llega. Pero contiene una inmensa verdad cuando se comprende dentro de uno mismo, cuando se vive con intensidad, en el centro del ser. En ese centro hay como una especie de brújula que te dice “eso no es verdad” o “eso sí que lo es”. Al menos eso es lo que me ha pasado a mí. Y lo que he aprendido en mi viaje es lo siguiente: Presencia de Dios en la vida de cada uno Lo primero que he sabido es que Dios no tiene favoritos. Dios no se manifiesta a unos seres humanos caprichosamente y a otros no sino que, si un ser humano no tiene el carácter y la mentalización adecuada, ni siquiera Él puede manifestársele. Dios se hace presente en la vida de una persona cuando esa persona Le busca, cuando le quiere buscar y, si Le busca, acabará encontrándole. Esa es mi experiencia. La existencia de Dios No me cabe duda alguna de que Dios es amor. Esa es una frase que todo el mundo ha escuchado alguna vez y muchos hemos usado también alguna vez, incluso hasta los que no creen en Dios. Bien, analicemos esa sencilla frase de “Dios es amor” y veremos cuánta profundidad hay en ella. Para empezar, al decir que Dios es algo (amor, en este caso) se supone que Dios existe o que es pero, ¿existe Dios?
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C.S. Lewis propone en sus libros las dos vías siguientes para “demostrar” la existencia de Dios (por supuesto, hay muchas más, y otras tantas vías para refutar a las anteriores): a) El Universo físico que percibimos es demasiado grande y demasiado complejo como para que se haya generado espontáneamente. Yo he visto que este sentimiento espontáneo e intuitivo, que todos tenemos de pequeños dentro de nosotros mismos, está refrendado por las investigaciones empíricas de algunos científicos, tales como el químico molecular alemán Bruno Vollmert, que dice y demuestra científicamente, en su libro “La molécula y la vida”, que es imposible que la macromolécula de ADN, soporte de la vida en la Tierra, se haya producido por generación espontánea. Este químico concluye, después de más de treinta años de experiencias con la naturaleza y funcionamiento de macromoléculas orgánicas, incluyendo infinidad de experimentos de mutación voluntaria de muchas macromoléculas en laboratorio, que la molécula de ADN sólo ha podido generarse por el concurso de una inteligencia de un gran nivel, absolutamente voluntaria, que diseñó una serie de procesos naturales que desembocaron, lenta pero certeramente, en la molécula de ADN. Y no es que las conclusiones del Sr. Vollmert echen por tierra el evolucionismo de Darwin, pero sí que lo modifican hasta hacerlo casi irreconocible. Según el Sr. Vollmert, el ser humano sí que es el producto de una larga cadena de lentos cambios evolutivos, pero de una cadena de cambios completamente dirigida y voluntaria, y no fruto del ciego azar, como propuso Charles Darwin. Claro, Darwin no conocía en su tiempo la molécula del ADN. Una cosa relevante, al respecto de las dos teorías básicas que el hombre se ha dado siempre para tratar de explicar la existencia del Universo, esto es, la explicación materialista (como resultado del ciego azar) y la explicación creacionista (el Universo ha sido creado por un ser inteligente y superior al hombre), es que estas dos explicaciones han coexistido desde que el hombre tiene conciencia de sí mismo. Es decir, no es que desde siempre el hombre haya sido mayoritariamente creacionista y en los últimos siglos se haya convertido en materialista, al compás de los avances de la ciencia, no. Esto no es así. En el Libro de la Sabiduría, que es uno de los que forman el Antiguo Testamento de La Biblia (escrito por tanto hace más de dos mil años), ya se habla de que había personas entonces que se explicaban el universo mediante alguna de las dos concepciones alternativas anteriores. Desconocemos el porcentaje de personas que han pensado de una u otra manera a través de los siglos. Probablemente ese porcentaje ha ido cambiando al evolucionar la conciencia colectiva, pero es un hecho cierto el que siempre han coexistido en el tiempo esas dos explicaciones básicas, con alguna que otra variante menor, sobre el origen del Universo físico. b) El ser humano es el único ser que tiene grabada dentro de sí una ley natural moral, la ley de su naturaleza humana, que le dice lo que está bien y lo que está mal, de una forma instintiva y, sin embargo, así como el resto de seres de la Naturaleza no son capaces de dejar de cumplir las leyes que rigen su conducta, el ser humano puede, aun conteniendo dentro de sí esa ley moral natural que le es propia, desobedecerla a su voluntad. 20
Por ejemplo, una piedra dejada en el vacío no tiene más remedio que caer, atraída hacia la Tierra por la fuerza de la gravedad. Un mamífero no humano, estimulado sexualmente en el momento oportuno, se apareará sin remedio, salvo que algo se lo impida. Pero una persona, sabiendo que lo moral, lo ético, lo que está bien, es arrojarse al agua para salvar la vida de un niño que se está ahogando en un lago, puede decidir no hacerlo; no está obligado a seguir la ley moral natural que le es propia. C.S. Lewis propone que el hecho de que todo ser humano lleve grabada esa ley natural en su conciencia pero pueda desobedecerla es una prueba de la existencia de Dios, que fue quien la grabó en todos y cada uno de nosotros. Al mismo tiempo, el libre albedrío de que está dotado el ser humano, esa capacidad de elegir hacer el mal o el bien en sus acciones, prueba la gran importancia que Dios concede al hecho de la libertad humana. Él no quiere seres humanos que se comporten como marionetas, moviéndose tan solo en la dirección del bien sin tener otra alternativa. Él sabe que la única manera en que tiene sentido para un ser humano unirse a Dios, llegar a ser como Él, es eligiéndolo libremente. La naturaleza de Dios Decíamos antes que “Dios es amor” pero, ¿qué es el amor? Pues bien, podemos decir que el amor es un sentimiento que un ser sensible A siente por otro ser B, que le mueve a desear el bien del ser B, a obrar para conseguirlo y a disfrutar intensamente con la sola presencia del ser B. Normalmente, el amor tiene un sentido de dádiva, del ser A hacia el B, y otro de necesidad: el ser A siente que su relación con B es tanto más placentera y positiva para él cuando B también siente amor por A, le devuelve su amor, de alguna manera. En este mundo visible de la Tierra, esa cualidad de amar queda reservada al ser humano. No hay ningún otro ser animal que sea capaz de amar, más que el ser humano. Quizá haya otros seres en otros planetas que sean capaces de amar, pero eso no lo sabemos los humanos a ciencia cierta a día de hoy. Bien, Dios es amor. Y cada vez que un ser humano ama, la fuerza creadora de Dios, el amor de Dios, se está manifestando a través de ese ser humano, porque el amor es la faceta más divina que tiene un ser humano. El ser humano es capaz de expresar algunas otras cualidades divinas, tales como ser consciente de sí mismo, pensar, crear, aprender, saber, sentir dolor y ser consciente de ello…¿Cómo es eso posible?. Pues porque Dios nos creó a imagen y semejanza suyas, y muchas de nuestras cualidades son reflejos medio apagados, como disminuidos, de esas mismas cualidades que existen en Dios. Así que el ser humano es como un pequeño Dios o, mejor dicho, una especie de proyecto de Dios, alguien que puede convertirse en Dios, en Hijo de Dios. Alguien que puede dejar de ser un ser creado por Dios y pasar a convertirse en un ser engendrado por Dios, esto es, de su misma naturaleza. Alguien que puede llegar a convertirse en un ser pleno de sabiduría, gloria, poder, belleza y vida eterna. Alguien que puede llegar a hacer lo que Dios hace, esto es, existir eternamente fuera del tiempo, del espacio y de la materia, y con la capacidad de moverse y habitar en múltiples dimensiones, tanto físicas como no físicas.
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Los efectos del dolor Pero ahí está el problema del dolor, delante de nosotros; ese inevitable sentimiento de disgusto, angustia, tristeza y desesperación que, antes o después, en mayor o menor medida, siempre nos visita; nunca nos falta su compañía a lo largo de nuestras vidas. Dejando para más adelante la cuestión del porqué del dolor, del porqué de su existencia en el mundo del ser humano, a mí me interesa mucho saber por qué las personas reaccionamos de tan diversa manera ante el dolor. Claro, podríamos pensar que no hay dos seres humanos que reaccionen de la misma manera ante cualquier estímulo, pero debe haber, y de hecho hay, algunas pautas humanas de comportamiento ante el dolor que se repiten, que aparecen en muchas personas a la vez, configurando una especie de reacciones tipo ante el dolor. El doctor en medicina R. Havard, en el libro “El problema del dolor”, de C.S. Lewis, describe a continuación los efectos observables del dolor, directamente extraídos de su experiencia clínica: El dolor es un hecho común y definido fácilmente reconocible. No es tan fácil, completa y exacta, sin embargo, la observación del carácter ni de la conducta, especialmente en la relación transitoria (aunque íntima) entre médico y enfermo. Pese a estas dificultades, en el curso de la práctica médica van tomando forma ciertas impresiones confirmadas posteriormente cuando se amplía la experiencia: a) Dolor físico breve Un breve ataque de dolor físico agudo es abrumador mientras dura: por lo general, el paciente no se queja ruidosamente; suplica alivio para su dolor, pero no desperdicia el aliento en explicar su aflicción. Es raro que pierda el control de sí mismo y se torne salvaje e irracional. En ese sentido, no es frecuente que el dolor físico más agudo se haga insoportable y, cuando pasa, no deja alteraciones visibles en la conducta. b) Dolor físico prolongado El dolor prolongado tiene efectos más perceptibles. La mayoría de las veces es aceptado con pocas o ninguna queja y permite desarrollar gran fuerza y resignación. El orgullo es humillado y, en ocasiones, viene a parar en la resolución de disimular el dolor. Algunas víctimas del dolor crónico degeneran. Se vuelven quejumbrosos y utilizan su privilegiada posición de enfermos para ejercer una tiranía doméstica. Mas el prodigio es que sean tan pocos los fracasados y tantos los héroes. El dolor físico representa un desafío que la mayoría es capaz de reconocer y afrontar. c) Enfermedad Terminal Por otro lado, la enfermedad prolongada y terminal, incluso sin dolor físico, debilita tanto la mente como el cuerpo. El enfermo renuncia a la lucha y se deja arrastrar hasta caer en un estado de desesperación autocompasivo. En un estado físico
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similar algunos conservarán la serenidad y generosidad hasta el fin. Presenciarlo es una experiencia rara pero conmovedora. d) Dolor psíquico El dolor psíquico es menos dramático que el físico, pero es más común y más difícil de soportar. El frecuente empeño en disimularlo contribuye a aumentarlo; es más fácil decir “me duele una muela” que “tengo el corazón roto”. Sin embargo, si se acepta y se afrontan las causas, el conflicto fortalece y purifica el carácter. Por lo general, suele remitir con el tiempo, pero a veces persiste y entonces el efecto es devastador. Si no se admiten las causas ni se les hace frente, produce un terrible estado de neurosis crónica. Hay quienes vencen heroicamente incluso el dolor psíquico crónico. Esas personas crean a menudo una obra excelente y fortalecen, templan y afilan su carácter hasta volverse como el acero templado. e) Locura En la locura verdadera el cuadro es más negro. Nada hay en toda la medicina más terrible que contemplar cómo se hunde un hombre en un estado de melancolía crónica. La mayoría de los dementes, no obstante, no son infelices ni conscientes de su estado. En ambos casos, si se restablecen, experimentan un sorprendente y profundo cambio y, con frecuencia, no recuerdan nada de su enfermedad. f) Conclusión El dolor proporciona una oportunidad para el heroísmo que es aprovechada con asombrosa frecuencia. El porqué del dolor Esta es una pregunta clave, que trataré de responder según lo que recientemente he aprendido, desde que soy cristiano convencido. Si aceptamos que Dios creó el Universo, lo debió hacer por amor, para que existieran seres como nosotros, con ciertas características divinas, que pudiéramos convertirnos en Él, en auténticos hijos de Él, porque eso es lo que Él es, un Padre y un Hijo que se aman intensamente desde toda la eternidad. Si Dios es amor, tiene que tratarse de un ser extremadamente bondadoso, misericordioso, noble y elevado, que no nos habría creado tan solo para divertirse viendo cómo vivimos unos cuantos años en la Tierra, siendo alternativamente felices e infelices, para después desaparecer sin dejar ni rastro. Eso sería más propio del concepto de los caprichosos dioses griegos del Olimpo, que revestían las mismas características negativas propias del alma humana (cólera, lujuria, gula, venganza, etc.). Luego Dios nos creó para la vida, y no para la muerte; para el gozo, y no para el dolor; para la salud, y no para la enfermedad. Entonces, ¿por qué existe el dolor? Bueno, para empezar, debemos reconocer que la mayor parte del dolor que sufre el ser humano se lo causa él a sí mismo, considerando al ser humano como especie. 23
¿Quién, si no, tiene la culpa de que 18.000 niños (sí, he dicho bien, 18.000) se mueran de hambre en el mundo cada día del año (esto es, 12 niños muertos de hambre a cada minuto que pasa)? ¿Quién tiene la culpa de los crímenes que se cometen en nuestras ciudades? ¿Quién tiene la culpa de las guerras, de los atentados terroristas, de la miseria, de la pobreza, sino el mismo ser humano, que no tiene el nivel de conciencia suficiente como para vivir en paz consigo mismo y como para compartir equitativamente las riquezas del increíble planeta en que todos vivimos? De todo eso tiene la culpa el propio hombre que, centrado en su egocentrismo, en su miedo, en su preocupación por el futuro, en esa loca búsqueda de la comodidad y de la seguridad que nunca puede conseguir a su satisfacción, se hace daño a sí mismo, unos individuos a otros. Pero queda todavía una parte de dolor humano que le sobreviene al hombre por causas naturales. ¿Por qué, por ejemplo, en un accidente de circulación, mueren dos personas de las cuatro que ocupaban el vehículo? ¿Por qué de dos soldados que van juntos en una batalla, uno recibe un impacto de bala y muere y el otro vuelve a su casa ileso? ¿Por qué hay personas más sensibles a contraer ciertas enfermedades que otras? ¿Por qué se mueren algunos de nuestros hijos, a temprana edad, y otros no? El caso es que el ser humano está sometido a las leyes naturales, es esclavo de ellas. Está sometido a las leyes físicas, químicas, biológicas, de la herencia genética, a un conjunto de causas demasiado complejo y extenso como para encontrarle una explicación. Pero, ¿fue siempre así para el hombre?, ¿fue éste siempre esclavo de las leyes de la naturaleza, sometido a su dominio? No, no fue siempre así. El cristianismo nos propone la doctrina de la caída, por la cual el hombre primigenio, el Adán en La Biblia, era dueño de su propia biología, dominaba sus instintos mediante el uso de su razón, no enfermaba, no padecía dolor alguno y hasta podía determinar a su voluntad la duración de su propia vida física. Era un ser puro, incontaminado, cuasi-divino, muy próximo a Dios, que mantenía una relación íntima, de adoración y de respeto con su Creador, el propio Dios, a quien tenía en el centro de su existencia. Su voluntad estaba perfectamente alineada con la de Dios. Hacía lo que a Dios le gustaba lo que, curiosamente, era lo que también le gustaba a él. Pero hubo algo o alguien que le propuso a aquel hombre primigenio el centrarse en sí mismo y dejar de tener a Dios en el centro de su vida. Algún tipo de influjo que atrajo la atención y el egoísmo del hombre. Alguna propuesta que le hizo descubrirse como alguien que se podía comparar con Dios, que podía suplantarle. Algo que le hizo concebir la idea de que podría llegar a ser como Dios, o superior a Él, en poder, en gloria, en grandeza. 24
Un sentimiento de orgullo le invadió y decidió apartarse de Dios. Aquel hombre, haciendo uso de la capacidad de elegir libremente entre el bien y el mal de que Dios le había dotado, eligió hacer el mal y lo hizo. Lo hizo una primera vez, y una segunda, y una tercera vez, y muchas veces más. Desobedeció a Dios, se salió de su amor, de su sombra, de su lado, con tal de querer ser como Él. Y aquel hombre cayó en la tiranía de las leyes de la naturaleza. A partir de entonces ya no dominaría su propio cuerpo, sus células ya no le obedecerían. A partir de entonces, el hombre fue un ser caído, venido a menos respecto de lo que Dios había diseñado para él. El hombre abusó de su libre albedrío para hacer el mal y acabó por hacérselo a sí mismo. A partir de ese momento, Dios podría haber corregido el mal en el hombre. Podría haber evitado que hiciera el mal a sí mismo. Pero lo tendría que haber hecho una y otra vez, continuamente, con todos los hombres. Por ejemplo, Dios podría impedir que un hombre le pegara a otro con una estaca de madera en la cabeza, de tal manera que la estaca se desvaneciera en el aire antes de asestar el golpe, evitando así el mal. Podría Dios también evitar que un pensamiento malvado se produjera en la corteza cerebral de un hombre, evitando así su formación y el mal subsiguiente. Podría hacer todo eso, continuamente, pero ello implicaría que el hombre existiera en un mundo en el que la elección entre el bien y el mal sería imposible de realizar, porque el mal no sería una opción posible. Pero Dios es tan sabio y grandioso que no le interesa contar con hombres que le elijan a Él porque no tienen más remedio, como una especie de robots programados para el bien. Dios quiere seres libres, que le prefieran a Él libremente, que se unan a Él y lleguen a ser hijos suyos por propia elección. Dios no es el responsable del dolor que padece el hombre, sino que lo es el propio hombre. 4. Mis respuestas Ahora lo veo todo mucho más claro que nada más morir mi maravillosa hija Irene. Ahora le encuentro explicación a los sucesos que han devenido en mi vida en los últimos meses, desde que murió Irene. Trataré de explicarlos a continuación. La muerte de Irene Por ejemplo, respecto de su muerte, la explicación que ahora cobra sentido para mí es la siguiente: Irene tenía un sistema inmunitario débil. Esa era una de las condiciones de su constitución natural. De recién nacida sufrió de intolerancia alimentaria a las proteínas del huevo y de la leche; a los tres años de edad sufrió de tuberculosis y sufría de fiebre del heno cada primavera. Su organismo entró en contacto con la bacteria que la mató en un momento en que se alimentaba francamente mal, a fin de estar más delgada de lo que su propia naturaleza le proponía. Así que lo que mató a mi hija fue una combinación de factores naturales. No me cabe duda de que Dios no tuvo voluntariamente nada que ver en que Irene contrajese la enfermedad que la mató. Fue producto de la naturaleza caída del ser humano. Una vez enferma, en la rápida crisis de salud previa a su muerte, yo le pedí mentalmente a Dios en mis oraciones de la manera siguiente: 25
“Dios, si es que existes, si es que gobiernas nuestras vidas allá desde los espacios infinitos, salva a mi hija, por compasión te lo pido” Pues bien, la opción en que se podría haber resuelto la crisis de salud de mi hija no podía ser más que una de las tres siguientes, a mi juicio: a) Curación definitiva y total de Irene b) Supervivencia de Irene con secuelas c) Muerte de Irene Si el resultado hubiera sido la opción a), Irene habría sobrevivido y habría recuperado su estado inicial de salud. Es decir, ella habría superado su crisis completamente. Pero yo se lo muy dañado que estaba su joven cuerpo. En unas pocas horas, la infección dejó tras su paso un organismo completamente arruinado. Las cuatro extremidades estaban necrosadas, así como la piel del abdomen y gran parte de la superficie de piel de su cuerpo. Sus riñones no funcionaban en absoluto. Su hígado, pulmones y corazón lo hacían con suma dificultad y su cerebro estaba destrozado, con una actividad cerebral que fue disminuyendo a pasos agigantados hasta desaparecer. En esas condiciones, el que Irene salvase completamente su vida física, sin que quedase secuela posterior alguna, habría supuesto un milagro absoluto, uno de esos hechos en los que Dios, directamente o por mediación de otros seres humanos, se permite contravenir el funcionamiento de las leyes naturales, modificando el comportamiento de la materia a su antojo. Dios podría haber realizado ese tremendo milagro, mucho mayor que curar a un ciego o sanar a un lisiado, porque habría supuesto reparar por obra de su mano la práctica totalidad de los tejidos de su completamente arruinado cuerpecito. Y ¿por qué motivo habría Dios de realizar ese gran milagro?, ¿es que acaso la vida de mi hija es de más valor que la de los 18.000 niños que mueren de hambre cada día, por ejemplo? Dios no puede estar realizando ese tipo de milagros continuamente, sino que debe reservarlos para ocasiones verdaderamente excepcionales. Si la norma de su intervención fuese el milagro, en lugar de dejar actuar a la Naturaleza, la vida humana sería completamente impredecible, caótica, fuera de control, imposible de ser vivida con un mínimo de cordura, ¿no es cierto? Y, por otra parte, después de todo morirse no es tan malo, porque yo sé que Irene ahora está llena de poder, luz, sabiduría, amor, belleza, felicidad… De una felicidad, muy cerca de Dios, solo comprensible por nosotros cuando se ha estado brevemente allí, en el Cielo. De esa felicidad hablan muchas personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte y han regresado posteriormente. Esas personas describen la Otra Vida del ser humano como un lugar de donde no se quiere volver. Como un lugar en donde, aunque se siguen manteniendo los afectos por las personas de la Tierra, no es posible ser otra cosa más que inmensamente feliz. Así vive mi hija actualmente. No está mal, ¿verdad? Ella ya sabe lo que es vivir de verdad. Yo soy el que solo lo puede imaginar, de momento. 26
Si el resultado de la crisis de mi hija hubiese sido la opción b), Irene habría sobrevivido, pero con unas secuelas tan enormes que su vida habría sido un auténtico infierno, y la del resto de su familia también ¿Alguien se puede imaginar el esfuerzo que Irene tendría que haber hecho por ser feliz en esta Tierra si se le hubiesen amputado las cuatro extremidades y hubiese tenido que vivir prácticamente atada a una cama de hospital? Pues esa habría sido la vida de Irene de haber sobrevivido con secuelas, según afirmaban todos y cada uno de los médicos que la atendieron en el hospital. No parece que esa fuese la opción más compasiva, ¿verdad que no? Hay que recordar que yo le pedí a Dios en mi oración improvisada que salvase a mi hija y que tuviera compasión por ella. Finalmente, la opción c) fue la que ocurrió en realidad. Irene pasó a mejor vida, sin sufrimiento, sedada como estaba, dormidita en su camita, como un angelito, con su carita preciosa y su cabellera larga y rubia. Yo entonces no lo comprendía, pero ahora me doy cuenta de que Dios sí que me escuchó. Salvó a mi hija y, de paso, salvó al resto de su familia, porque de esta forma, a través de nuestra búsqueda de respuestas, hemos llegado a Dios. Irene nos ha llevado a él de la mano, ha hecho de nuestra embajadora ante Él. Gracias, Dios mío, por haber escuchado mis oraciones. El primer “clic” ¿Por qué surgió en mi mente la idea de escribir mi primer libro, yo que no soy un escritor y nunca lo he sido?, ¿por qué se produjo aquel momento de lucidez, aquel “clic” en mi mente? No me cabe duda alguna de que Irene me inspiró directamente aquella idea. Ese tipo de influencias son las que los seres humanos no físicos ejercen sobre los que vivimos en la Tierra. Se trata de ideas suaves, percepciones, tendencias muy matizadas. No son órdenes, sino algo mucho más sutil. No pueden ser órdenes imperiosas, porque en ese caso estarían anulando nuestro libre albedrío y eso no sería permitido por Dios, ya que ni siquiera Él lo hace. Se trata de ese tipo de influencias que pueden ser tenidas en cuenta por nosotros, los de aquí, o no, dependiendo de nuestra libre voluntad. Pero, si se tiene la sensibilidad y el estado de apertura anímica suficiente, no cabe duda de que los de Allá se comunicarán con nosotros, a su sutil manera, siempre que sientan que lo deben hacer. Ese tipo de percepciones sutiles me suceden en gran número desde que murió Irene, en diversas formas, hasta el punto de que yo siento que lo realmente necio para mí sería el suponer que se trataba simplemente de casualidades. El fingimiento Y ¿qué podría decir de la decisión de hacer como que creía a pies juntillas en Dios, en su doctrina, en sus enseñanzas?, ¿por qué tomé esa aparentemente descabellada decisión de fingir ante Él?, ¿tiene eso algún sentido para alguien en su sano juicio? Creo que no y, sin embargo, ese fingimiento me condujo a la experiencia íntima y personal de Dios, sentido profundamente en mi interior.
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Y no es el único tipo de fingimiento relacionado con Dios. Si observamos la oración cristiana por excelencia, el Padre Nuestro, nada más empezar dice así: “Padre Nuestro, que estás en el Cielo…”. Curiosamente nos referimos a Dios como si fuese nuestro Padre, cuando no lo es en realidad. Nosotros no somos como Jesucristo, su Hijo, no estamos hechos de la misma naturaleza que el Padre, como Él. Nosotros hemos sido creados, no engendrados por Dios, a diferencia de Jesús. Y, sin embargo, esa oración es la que Jesús nos dijo que rezásemos. Él nos dijo que supusiéramos que éramos hijos de Dios, que nos imagináramos que ya habíamos muerto a nuestra vida natural y nos habíamos convertido en sus verdaderos hijos, al renacer a la vida espiritual que Él nos ofrece. Él nos aconsejó que fingiéramos ser Hijos de Dios, porque Él sabía que ese fingimiento es el primer paso para serlo de verdad. Yo me he dado cuenta de eso después de decidir asumir mi fingimiento respecto de Dios. ¿Por qué lo hice?, ¿fue una decisión enteramente mía o me fue inspirada por mi maravillosa hija Irene, ya conocedora, en su nueva vida, de los misterios de Diosa mí no me cabe duda de que Irene me guió en esa decisión. Cada cual que piense lo que prefiera. El segundo “clic” Y, en un momento de mi viaje espiritual, llegué a sentir en mi interior la experiencia intensa de Dios, la de conocer su naturaleza y lo que él quiere de mí, lo que él nos ofrece a todos los seres humanos, al leer por segunda vez aquel libro de C.S. Lewis. ¿Por qué leí dos veces aquel libro de C.S. Lewis?, ¿qué me impulsó a hacerlo, en lugar de haberlo leído una sola vez y haber seguido sin enterarme del misterio de la Santísima Trinidad?, ¿una casualidad? No, de eso nada. Otra vez Irene, mi fiel consejera, ahora doctora en las cosas de Dios, guiando a su padre de la Tierra, me indujo a que retomara de nuevo aquella lectura, a fin de que lo comprendiera todo, de que mis ojos y mi mente se abrieran a la luz y a la realidad de Dios. Por supuesto que soy un luchador, no lo niego. Desde el principio no quise renunciar a perder a mi hija, y no la he perdido. No quise admitir que la muerte es el final de nada. He buscado a Irene entre múltiples doctrinas y teorías, a través del dolor que aún hoy y por siempre me supondrá su ausencia, pero ella me ha ayudado de una forma inapreciable, maravillosa, sobrenatural. Ella, por el poder que Dios ha delegado en ella, me ha llevado de la mano hasta Él. Ella, mi querida hijita Irene, me ha presentado a Dios, así como diciendo: “Dios, este es mi Papá. Papá, este es Dios”. Nos ha puesto en comunicación a los dos, ha hecho de puente entre la Tierra y el Cielo, para que yo ya no me separe nunca más de Dios. Mi conversión al cristianismo ha estado jalonada por dos “clics” y un fingimiento, tres maravillosas cosas que me han pasado y de las que yo no me siento responsable, sino que siento haber sido guiado desde el Cielo… Irene, hija mía, Tesoro de mi vida: gracias por ayudar a tu padre a encontrarte y a encontrarse a sí mismo. Dios mío, Señor Todopoderoso y Eterno: gracias por recibirme de nuevo en tu amoroso abrazo, como el que aquel Padre dio a su hijo pródigo, largamente apartado de él, perdido en la vida del egoísmo y de la estupidez. Quiero ser hijo tuyo y haré todo lo posible por conseguirlo. Ten misericordia de mí y 28
perdona cuantas ofensas haya podido cometer y todavía cometeré contra Ti. Sé que no soy perfecto, pero también sé que Tú me harás perfecto. En Ti confío. Hágase en mí según Tu voluntad.
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II. CONTACT Ese, CONTACT (“Contacto”), es el título de una película dirigida en 1997 por Robert Zemeckis, basada en una novela de Carl Sagan, con Jodie Foster y Matthew McConaughey como protagonistas principales, que seguro que muchos de vosotros habréis visto. Esa película narra las vicisitudes de una valerosa y luchadora doctora en astrofísica, en su objetivo por contactar con vida inteligente extraterrestre. Las ganas por establecer tal contacto le vienen a la doctora desde pequeñita, porque se le murió su papá cuando ella todavía era una chiquilla y, desde entonces, ella lo que quiere en realidad, aunque no sea del todo consciente de ello, es contactar con algo que está más allá de este mundo físico visible terrenal; es contactar con lo sobrenatural; es contactar con el amor frustrado de su vida; es contactar con… su padre. No os voy a desvelar el argumento de la película, claro, sobre todo pensando en aquellos/as de vosotros/as que no la hayáis visto todavía; pero viene este tema a colación porque, en estos días, estoy tratando de que una madre no creyente, que perdió a su hijo de 11 años por meningitis hace 6 años, comprenda que su hijo está vivo, es híper-feliz en el Cielo y, lo que puede ser lo más consolador todavía para ella, puede comunicarse con él a placer, siempre que aprenda a usar las reglas de comunicación existentes con los del Cielo. Cuánto me gustaría que ella comprendiera todo esto; cuánto me gustaría… de verdad lo digo. Ella ha estado ingresada en un psiquiátrico tras la muerte de su hijo; ella ha tomado (y creo que todavía toma) infinidad de pastillas de todo tipo: para dormir, para no dormir demasiado; para relajarse, para excitarse; para engordar, para adelgazar; para abrir el apetito, para reducirlo; para la ansiedad, para la depresión, para la angustia, para la euforia. Cuánto me gustaría que lo comprendiera todo, todo ello en su conjunto… cuánto me gustaría que abandonase su todavía latente estado de rabia, de oscuridad, de queja, de pena por sí misma y por su mala suerte… cuánto me gustaría… Por eso hoy escribo lo que escribo, una especie de manual de sistemas de comunicación con los del Cielo, basado en mi experiencia, en la forma en que yo me comunico con mi hija muerta-pero-viva del Cielo y con otros seres celestiales. No, no os preocupéis, que no voy a hablar de la ouija, ni del espiritismo, ni de echar las cartas, ni… No, todas esas son supuestas formas de invocar a los espíritus de los muertos, con afán morboso, de curiosidad malsana, de superstición o hasta incluso de culto a las fuerzas de la oscuridad; esas formas de hablar con los muertos no son de Dios. Hay otras formas, muchas de ellas, que sí son de Dios, y lo son porque están basadas en el amor puro y profundo entre seres humanos, en la humildad, en la aceptación de la voluntad de Dios, en el ser pequeño y en extasiarse en la admiración del inmenso poder de Dios. Así pues, mi experiencia en la comunicación con los seres invisible del Cielo es la siguiente: 1. Condiciones previas Marco de creencias 30
Una condición necesaria previa al establecimiento de comunicaciones con los seres invisibles del Cielo, es creer en su existencia. Eso facilita mucho las cosas, aunque no es una condición esencial. Sin embargo, creer en la existencia de los seres con los que pretendes comunicarte es una gran ayuda a los efectos de establecer tal comunicación. Pero, ¿qué es lo que hay que creer de ellos?, ¿cuál es su realidad? Si ellos fueran algún tipo de energía difusa e impersonal, está claro que sería imposible establecer comunicación. No, lo que hay que creer, lo que hay que esforzarse en creer, es que ellos son seres personales, con su inteligencia y su voluntad, con su memoria, con su forma específica de ser que les hace únicos, especiales, distintos de los millones y millones de seres racionales que existen en los Universos material e inmaterial. Es decir, lo que hay que creer es que ellos, los seres humanos invisibles del Cielo, son exactamente igual a como eran antes de morir, esto es, seres individuales conscientes de sí mismos y de toda su historia anterior, tal como eran en la tierra, con la única circunstancia de que ahora su cuerpo, que lo siguen teniendo, no es material, sino espiritual. Muy diferente es el caso de los ángeles, que no tienen cuerpo ni jamás lo tuvieron, ya que son espíritus puros, incorpóreos. Cómo se manifiesta un ángel a un humano desencarnado del Cielo es cosa sobre la que sólo podemos especular, pero podemos suponer que, al igual que lo hacen cuando se aparecen a los humanos encarnados terrenales, se manifiestan a través de un cuerpo humano, o humanoide (similar al humano) al menos. Pero eso nos saca fuera de nuestro tema de hoy: la comunicación con los del Cielo. Sintonía Estábamos en que los humanos del Cielo siguen siendo eso: humanos, o sea, seres racionales cuerpo-alma; seres formados por dos elementos íntimamente unidos entre sí: un cuerpo y un alma; pero su cuerpo no nos es visible a los de la tierra, porque han perdido la carne, la materia de sus cuerpos. Así, al no ser sólidos, no pueden ser vistos por nuestros ojos terrenales, que están diseñados para captar la luz. Tampoco arrojan sombra al interponerse ante un foco de luz, precisamente porque para ello, tendrían que ser sólidos, cuando no lo son. No importa, ya recuperarán su carne – ya la recuperaremos todos – al final de los tiempos. No pueden ser escuchados por nosotros, porque sus cuerdas vocales no tienen carne y no pueden hacerlas vibrar al hacer pasar aire a través de ellas; en todo caso, tampoco pueden hacer pasar aire a través de sus cuerdas vocales, porque para eso hay que tener pulmones materiales, cuando los suyos son espirituales. Pero, eso sí, los del Cielo siguen siendo seres humanos; como tú, mi querido/a lector/a, y como yo, pero sin carne en sus cuerpos; eso es todo. Pero, como lo que sí tienen es una mente humana como la nuestra, pueden usarla como nosotros, proyectando sus pensamientos sobre las mentes de otras personas, expresándolos a otras personas. En la tierra eso lo hacemos a través de nuestro cuerpo de carne: a través de él hablamos, esto es, expresamos lo que pensamos, lo que hemos elaborado en el interior de nuestras mentes, exteriorizándolo, poniéndolo en común con otros seres humanos que captan nuestros 31
pensamientos a través de sus oídos (caso de pensamientos expresados por palabras verbales) o sus ojos (en el caso de pensamientos expresados a través de palabras escritas). Pero la manera en que los del Cielo proyectan sus pensamientos sobre otros hombres de la tierra es silenciosa, y consiste en que ellos elaboran su pensamiento en su mente y lo lanzan, lo proyectan, sobre la mente del destinatario elegido. Tal destinatario - cualquiera de nosotros en la tierra – puede captar esos pensamientos de los seres del Cielo, pero la nitidez y la potencia de tal comunicación dependen en gran medida de si el receptor terrenal de la misma está sintonizado en la misma longitud de onda que el ser desencarnado del Cielo que se desea comunicar con él. Y estar sintonizado en esa misma longitud de onda implica un estado terrenal anímico similar al que se vive en el Cielo, y allí se vive inundado de amor y de paz. Por eso, quien no tiene el suficiente nivel de amor y de paz en su alma no es capaz de captar los mensajes del Cielo: si un alma terrenal está completamente agitada, llena de oscuridad, de miedo, de dolor… eso encierra demasiado a ese alma dentro de sí, ya que vive muy hacia dentro, ensimismada en su propia preocupación por sí misma, impidiendo la comunicación con el exterior: si uno sólo piensa en sí mismo y en lo que le pasa, en sus cosas interiores, en su sufrimiento, en sus miedos interiores, es incapaz de abrirse a la comunicación con el exterior, eso está clarísimo. Dificultades “técnicas” Otra condición previa al establecimiento de comunicaciones con los del Cielo es el reconocimiento por nuestra parte de las dificultades técnicas intrínsecas a la comunicación entre la dimensión del tiempo y la de la eternidad. Me refiero a que el hecho de que los del Cielo no nos sean visibles ni audibles con nuestros sentidos físicos implica el que nosotros tengamos que hacer un esfuerzo adicional para poder captar sus mensajes y no estar en plan pasivo, a verlas venir. No, nosotros, los humanos encarnados, tenemos que estar dispuestos a adoptar una actitud activa en este tipo de comunicaciones; a salir hacia fuera de nosotros mismos; a tener muy abierta la antena de nuestra alma, con el máximo nivel de sensibilidad, de receptividad, de forma que las comunicaciones que nos vengan desde los del Cielo puedan ser transmitidas en una variada gama de formas, y no tan sólo en la forma en que estamos acostumbrados a comunicarnos los de la tierra entre nosotros mismos, que es fundamentalmente, aunque no solamente, mediante las palabras. A la hora de hablar de estas dificultades “técnicas”, hemos de considerar que, al igual que a nosotros nos resulta más fácil comunicarnos entre seres de la misma dimensión terrenal, y que nos es más difícil comunicarnos con los seres del Cielo, a ellos les pasa exactamente lo mismo: ellos, los del Cielo, se comunican perfectísimamente entre ellos – mucho más perfectamente que nosotros, los terrenales, entre nosotros – mientras que la comunicación desde ellos hacia nosotros no es todo lo plena que podría ser: sin ir más lejos, es bien frecuente que nuestro Ángel Custodio nos transmita un pensamiento directamente desde su mente a la nuestra y que nosotros no le hagamos ningún caso, sino que hagamos justamente lo contrario de lo que nuestro ángel nos ha transmitido, y eso que sabemos que lo que él nos ha dicho es siempre para nuestro bien; pero somos así de zoquetes los humanos encarnados, y eso es algo bien frustrante para los ángeles, ¿no os parece?
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Pues eso es lo que yo quería decir: que es muy bueno, a los efectos de la comunicación ínter dimensional, que tengamos esto en cuenta, de manera que estemos bien atentos a todo lo que los del Cielo nos quieran decir, y a “ver” sus comunicaciones de muy diversas maneras, y no tan sólo de la manera más usual en la tierra: mediante la transmisión de ideas a través de la expresión de palabras humanas. Vayamos ya, sin más dilación, a detallar las formas de comunicación más usuales de que los humanos terrenales disponemos para contactar con los maravillosos seres racionales invisibles del Cielo, que son las siguientes: 2. Formas de comunicación desde el cielo hacia la tierra Por medio de palabras Antes he dicho que los del Cielo, hacia nosotros, muchas veces no usan palabras, pero eso no significa que no las usen nunca. Cuando las usan, lo suelen hacer de la forma siguiente: Como aparición de una idea que se forma en nuestra mente Ejemplo nº 1: Una vez le pregunté a mi hija Irene, unos pocos días tras su muerte, justo a la puerta del centro escolar donde había estado cursando sus estudios hasta entonces (el I.E.S. Las Encinas), la razón de su muerte, el porqué de su muerte; inmediatamente, tras formularme esa pregunta en mi mente, apareció en ella la siguiente idea: “tú tendrías que escribir un libro”. Ejemplo nº 2: Un día de la Virgen del Carmen le pregunté a Jesucristo, mirando a un crucifijo de la catedral de Monterrey (México) que, si Él me demostraba su máximo amor por mí muriendo en la cruz, ¿cuándo le había yo demostrado a Él mi máximo amor por Él? Inmediatamente apareció en mi mente la idea siguiente: “cuando leíste la nota que escribiste para la despedida de Irene, en el tanatorio, justo antes de proceder a la cremación de su cuerpo”. Ejemplo nº 3: No siempre la comunicación de los del Cielo es una respuesta a una pregunta nuestra; a veces son ellos quienes llevan la iniciativa, sin que nosotros les hayamos preguntado nada. Una vez, cuando mi hija Irene estaba en la UCI del hospital donde murió, nada más ingresarla allí, cuando todavía no éramos plenamente conscientes de la gravedad de su enfermedad, el Espíritu Santo hizo aparecer en mi mente la idea siguiente: “tienes que comprar un perro y adoptar un niño”. Como palabras que aparecen escritas por nuestras manos de humanos terrenales, pero inspiradas por alguien del Cielo La fuerza de la inspiración que nos mueve a escribir algo sobre un papel, o sobre la pantalla de un ordenador, puede ser vista de dos maneras alternativas, las siguientes:
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a) Ver la inspiración exclusivamente como un movimiento de nuestra mente racional terrenal, si acaso movida por algún objeto inanimado exterior a ella, que llama su atención b) Ver la inspiración como un movimiento libre de nuestra mente terrenal pero siendo movida, influida, por la mente libre y consciente de algún sujeto racional vivo, aunque invisible Según la segunda explicación es como la Iglesia razona sobre el que la Biblia haya sido escrita, moviendo a los escritores terrenales a que escriban libremente, como verdaderos autores libres de sus obras, pero prestando su talento a Dios, al Espíritu Santo de Dios, que mueve sus capacidades intelectivas y volitivas según un triple movimiento:
Actuando sobre el poder intelectual del hombre terrenal, sobre sus capacidades intelectivas, a fin de que sea capaz de concebir las ideas que Dios quiere que conciba
Actuando sobre el querer del hombre, sobre su voluntad, de manera que quiera escribir todo lo que Dios quiere que escriba y sólo lo que Dios quiere que escriba
Actuando sobre el hacer del hombre, de forma que hasta las expresiones usadas en su escritura sean las más convenientes para transmitir las ideas que le han sido inspiradas sin error alguno y de la manera más eficaz posible al fin previsto
Así es como habla la Iglesia sobre esta especialísima cooperación que existe entre el hombre y Dios a la hora de producir escritos hechos por manos terrenales pero inspirados por los seres del Cielo. Pues bien, con ese mismo poder de Dios, que invade el alma de los humanos celestiales, cualquiera de ellos puede transmitirnos ideas a nosotros, los humanos de la tierra. Una manera de verificar que lo que nos digan los seres invisibles viene directamente desde alguien del Cielo es que lo que nos digan esté alineado con lo que nos dice Nuestra Santa Madre la Iglesia. Si es así, esas palabras vienen de alguien del Cielo. Si no, no. Por tanto, ninguna herejía – o separación conceptual de la doctrina de la Iglesia Católica Apostólica y Romana – puede venir inspirada por nadie del Cielo. Soy plenamente consciente de que mi hija Irene del Cielo es quien guía mis manos al escribir cosas de Dios; ella es el canal a través del cual llegan las palabras del Cielo hasta mí, como el último escalón de esa cadena de inspiración tras del cual estoy yo, está mi alma. Pero también sé que ella puede inspirar a otras personas. Así, cuando su muerte estaba todavía bien reciente y yo todavía no podía ser plenamente inspirado por ella, Irene utilizó las habilidades mediúmnicas improvisadas de su tía Amparo – hermana de mi esposa – habilidades adquiridas a través de una experiencia cercana a la muerte que Amparo sufrió antes de morir Irene. 34
Los maravillosos emails que nos llegaron de Amparo a mi esposa y a mí fueron una enorme gracia del Cielo; emails en los que se adivinaba claramente la firma de Irene tras todos ellos, al contener detalles familiares clave de información, que Amparo no conocía ni podía conocer pero sí Irene y nosotros. Aquella comunicación de palabras, a través de Amparo, que nos llegaron a lo largo de unos meses, aproximadamente justo hasta 1 año tras la muerte de Irene – y luego dejaron de llegar – han representado para nosotros, los padres de Irene, una de las mayores gracias que Dios nos ha concedido en todo este tiempo, una gracia especialmente diseñada para llevarnos a la luz de Dios, para darnos la certeza de que, efectivamente, la verdadera vida del ser humano no termina con la muerte, sino que… es entonces cuando empieza, en realidad. Como palabras que nos son dichas verbalmente por un humano terrenal, pero que también están inspiradas por el Cielo Los del Cielo se apoyan también, para transmitirnos sus palabras, en otras personas que nos rodean, que nos dicen lo que quieren los del Cielo a través de ellas. Tal sucede cuando alguien nos consuela en una desgracia, o cuando alguien nos trae la respuesta adecuada a una pregunta que hemos hecho previamente a los del Cielo. Esto es así porque, a veces, nuestra alma no está lo suficientemente abierta como para recibir estas inspiraciones directamente desde el Cielo; por eso desde allí se utiliza a otra persona que esté más en sintonía con el Cielo, como intermediario verbal entre el Cielo y nosotros. Una vez pedí ayuda mentalmente a mi hija Irene del Cielo, a fin de que mi esposa, su madre, no se sintiera tan triste por su muerte, y es que hacía poco que Irene había muerto. En unas horas llegó del Cielo la ayuda solicitada: Una amiga de Irene llamó por teléfono a mi esposa y le dijo que sabía que Irene estaba viva en el Cielo, y que era inmensamente feliz, porque en el Cielo no se puede ser sino eso: inmensamente feliz. Otra vez, también en el mismo entorno de fechas, al poco de morir Irene, pedí yo lo mismo a mi hija del Cielo: “Irene, por favor: ayuda a mamá, que lo está pasando muy mal, al acusar profundamente tu ausencia física”. Esa petición mental mía de ayuda fue lanzada a Irene a las 6 de la mañana, al despertarme, en las tranquilas y oscuras horas de la madrugada. Luego me fui a trabajar; al volver a casa – serían eso de las 8 de la tarde – me encontré en la cocina, con mi esposa, a la mamá de una amiga de Irene, amiga que había muerto dos años antes que Irene en un accidente de equitación; esa mamá traía en sus manos dos libros de esos que hablan de infinidad de casos de personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte; dos libros ya clásicos, escritos por reputados doctores tanatólogos: el doctor Raymond R. Moody y la doctora Elisabeth Kübler-Ross. En esos libros se decía que hay vida tras la muerte, y se apoyaba esa tesis en los testimonios de infinidad de casos de personas que han estado a punto de morir pero no lo han hecho (como el caso de mi cuñada Amparo), cuidadosamente compilados y documentados de la manera más científica posible. Palabras, los del Cielo nos hablan a través de palabras escritas o habladas; palabras que nos hacen llegar de múltiples formas, porque múltiples son los caminos por los que Dios nos envía Su Gracia.
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Por medio de inspiraciones sobre opciones a tomar ante una elección, una dificultad o una pregunta A veces se nos plantean alternativas, situaciones ante las que tenemos que decidir, ante las que tenemos que posicionarnos y tomar consecuentemente una acción importante; o bien situaciones ante las que estamos buscando una explicación, la mejor de entre varias posibles, pero no sabemos muy bien cuál de ellas puede ser la verdadera. En estos casos, es muy útil que escribamos en un papel las diversas posibilidades que se nos ocurren y, acto seguido, vayamos repasando con la mano y con la mente cada una de ellas, como posicionándonos sobre cada una de ellas, para ver cuál de ellas nos produce una emoción más especial; cuál de ellas nos “dice” algo diferente a las demás, más intenso, más profundo, más especial. Cuando hallemos que una de esas opciones es la que más “energía” nos transmite, habremos encontrado la mejor opción entre todas ellas. Por supuesto, antes de iniciar este proceso de elección, hemos de haber pedido ayuda a alguien del Cielo (nuestro Ángel Custodio, un familiar querido nuestro del Cielo, la Virgen María, Jesucristo, Dios Padre, el Espíritu Santo, otro Santo del Cielo…), porque los del Cielo tienen una información mucho más panorámica que nosotros de la situación, y pueden aconsejarnos muy bien sobre la verdad de las cosas. ¿A qué me refiero con esto de que los del Cielo tienen una información mucho más panorámica que nosotros? Lo explicaré mejor con un ejemplo: Hace unos meses hubo un notorio accidente de tráfico en la carretera que une Villanueva del Pardillo con Villanueva de la Cañada, ambas localidades próximas de la provincia de Madrid. En el accidente chocaron frontalmente dos coches en un cambio de rasante, accidente en el que murieron cinco jóvenes veinteañeros de la zona, que además eran amigos todos, unos de otros. Y la cosa es la siguiente: Los conductores de cada uno de los coches, cada uno circulando en sentido contrario al otro y cada uno a cada lado del cambio de rasante, no podían ser capaces de ver al otro coche que se acercaba en dirección contraria, yendo ambos por el mismo carril de la carretera (uno antirreglamentariamente y el otro no, claro), porque el cambio de rasante se lo impedía. Para ellos, para cada uno de los dos conductores, la información sobre la situación era muy parcial, ya que sólo podían observar su propio lado del cambio de rasante y, por lo tanto, no podían ser capaces de prever las consecuencias de ir circulando ambos por el mismo carril de la calzada. Sin embargo, un observador que hubiera estado situado en vertical justo en el cambio de rasante, subido a un helicóptero, por ejemplo, sí que habría sido capaz de ver ambos lados del cambio de rasante y, por tanto, de prever que allí iba a darse un accidente si antes alguien no lo remediase. De manera que un aparente accidente, fruto de la casualidad, no es más que un suceso en el que los implicados no tienen toda la información necesaria para gobernar adecuadamente sus vidas y evitar el mal. Pues bien, eso mismo es lo que les pasa a los del Cielo respecto de nosotros: ellos disponen de una información mucho más panorámica de nuestra situación, tanto en el espacio - como en el caso del ejemplo del accidente de tráfico, puesto que pueden ver lo que pasa simultáneamente en muchos puntos físicos distintos de la 36
realidad - como en el tiempo, puesto que pueden ver lo que pasa simultáneamente en muchos momentos distintos del tiempo, de manera que saben lo que va a pasar con antelación, por el poder atemporal de Dios del que participan. En los Hechos de los Apóstoles, se puede leer que la forma en que los apóstoles eligieron al sucesor de Judas Iscariote en el colegio de los 12 fue la de pedir previamente al Espíritu Santo que les guiase en la elección y, después, lo echaron a suertes, como lanzando una moneda al aire o así, entre los dos candidatos de que disponían para el puesto. Así eligieron a San Matías; está escrito en la Biblia, que es la Palabra de Dios. Otras veces los del Cielo nos ayudan ante una situación difícil, cuando hemos llegado hasta un punto en el que nos hemos liado con algo querido por el Cielo pero de difícil resolución para nuestras capacidades, bien porque no estamos entrenados para ello, bien por las limitaciones personales del humano terrenal necesitado de ayuda, bien porque la tarea en cuestión es difícil de realizar, por su propia naturaleza intrínseca. Así es como los del Cielo inspiran a los científicos, o a los artistas: filtrándoles una idea nueva, que discurre por un camino distinto al explorado hasta la fecha, que no habrían podido encontrar por sí mismos, de no ser por la ayuda prestada por los del Cielo. Por medio de imágenes Imágenes interiores recibidas en estado de vigilia Los del Cielo son también capaces de inspirarnos imágenes directamente, desde sus mentes a la nuestra. En este modo de comunicación, ellos dibujan una imagen en su mente y después la proyectan sobre las nuestras. Es un modo de comunicación completamente intelectual, esto es, la imagen no es percibida por nuestros sentidos físicos, sino tan sólo por nuestra imaginación. De esta forma vi un día a mi hija Irene en el Cielo, como sobre un prado verde y fresco, de pie, mirándome y sonriendo, en medio de Jesucristo, que estaba a su derecha, y la Virgen María, que estaba a su izquierda, y los tres estaban unidos de la mano, los tres sonriendo felices. Fue una imagen que me dio mucho consuelo y felicidad, y lo curioso es que, comentando esa imagen con mi esposa, ella también la había captado exactamente de la misma manera, con una Irene sonriendo entre Jesús y María, también sonriendo los tres y mirando de frente, sobre un prado verde y fresco, y las posiciones de cada uno de los tres eran las mismas que yo había percibido ¿Casualidad? Que cada cual piense lo que quiera. Imágenes exteriores recibidas en estado de vigilia Son muchísimos los casos de revelaciones personales, normalmente de Jesús y de la Virgen María, pero también de otros santos humanos y de ángeles, en los que los seres del Cielo se manifiestan visiblemente a ciertos videntes de la tierra; los videntes los ven, o los oyen, o ambas cosas; a veces unos los ven y los oyen y otros justo al lado sólo los ven, o sólo los oyen. Estas revelaciones siempre tienen un propósito, no son ociosas, y su propósito viene siempre relacionado con exhortar al género humano de la
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manera más eficaz posible como para lograr que se salve el mayor número posible de almas. Una de estas revelaciones privadas, descrita en el Nuevo Testamento, es la que vivió Saulo de Tarso (más tarde San Pablo) camino de Damasco, que se puede leer hasta por tres veces, escrita por la fina mano de San Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero muchísimos santos de Dios, muchísimos de ellos, han tenido revelaciones de esta naturaleza a lo largo de la historia del Pueblo de Dios. El Antiguo Testamento abunda en este tipo de revelaciones o Teofanías (“teofanía” = visión de Dios), que se siguen dando aquí y allá, en la historia de la Iglesia, como testimonios que Dios va dejando de su amor por los hombres, a lo largo de toda la geografía del planeta y de todos los tiempos; para que nunca le falte a nadie un testimonio cercano, contemporáneo, que acredite la loca e inmerecida manera que tiene Dios de amarnos a los hombres. Imágenes recibidas en sueños Los sueños humanos siempre han sido un enigma, a lo largo de la historia de la Humanidad y, muchas veces, son usados por los seres invisibles del Cielo para transmitirnos ciertos mensajes, en forma de imágenes. Así, ya muerta mi hija del Cielo, una noche soñé con ella. Estaba acostada y no hablaba, pareciera como si estuviera enferma. Estaba destapada y vestía un camisón largo de color rosa y, curiosamente, lo tenía subido hasta la cintura, con lo que sus partes pudendas quedaban al descubierto. Yo, situado de pie al costado derecho de su cama, y de su cuerpo, le dije, en el sueño: “Irene, por favor, que se te ve todo, ¿por qué no te bajas el camisón?” Pero ella ni se inmutó (como si estuviera realmente enferma y no tuviera pudor). Así que el camisón se lo bajé yo, para ocultar sus partes a la vista. Ahí quedó todo; eso fue lo que recordé al despertar. Nada me pareció de relevancia hasta que, 9 días después de haber tenido aquel sueño, mi anciana madre se cayó por unas escaleras, se rompió un hueso de la cadera y hubo que llevarla a mi casa para que hiciera reposo absoluto. Al día siguiente de su llegada a casa, mi esposa y yo estábamos limpiándole sus partes pudendas lo mejor que podíamos, al no poder ella levantarse de la cama. Mi madre estaba tumbada y vestía un camisón largo de color rosa. Yo estaba situado al lado derecho de la cama y ella tenía sus partes al aire… En aquel momento no fui consciente de la situación, pero lo fui a la mañana siguiente, nada más despertar: me di cuenta de que mi hija Irene, 9 días antes de que sucediera, me había dicho, con aquella imagen de mi sueño, lo siguiente: “Papá, la abuela va a estar enferma, en cama, y tendréis que cuidarla lo mejor que podáis, como me habríais cuidado a mí si yo estuviera en su lugar”. Por medio de mensajes “escritos” en la realidad La realidad que nos circunda es utilizada profusamente por los seres del Cielo para transmitirnos mensajes a los humanos terrenales. Se trata de que ellos provocan situaciones que, al ser vividas por nosotros, nos transmiten un mensaje, siempre que sepamos leerlo, claro. Son mensajes encriptados, codificados, dirigidos exclusivamente al destinatario de los mismos, quien es capaz de leer el mensaje porque comparte una serie de claves de decodificación con el emisor del mismo; por eso este tipo de 38
mensajes no suelen ser captados por quienes no compartan el código necesario para decodificarlos e interpretarlos correctamente. Se trata, pues, de mensajes muy personalizados, muy a la medida del destinatario. En otros escritos ya os he contado algunos de estos mensajes que he recibido personalmente, pero reproduciré de nuevo alguno de ellos, para una mayor ilustración de lo que quiero decir. Ejemplo nº 1: Una vez iba yo paseando por la calle - pensando en mi hija Irene del Cielo y diciéndole mentalmente cuantísimo la quiero - cuando me detuve sobre la acera, para leer un cartel anunciador de las obras de construcción de un edificio. Justo en aquel momento, me atropelló una niña de unos 9 años con una bicicleta; la niña, vestida con un jersey de color morado (el color preferido de mi hija del Cielo) resultó llamarse Irene (como mi hija del Cielo), se salió de la carretera e impactó contra mi cuerpo. Ella se cayó al suelo, en medio de la carretera; yo fui a su encuentro, la levanté del suelo, vi que no tenía heridas o contusiones de importancia, le di un par de besos y nos despedimos. El mensaje que yo leí en aquella ocasión fue el siguiente: “Papá, yo también te quiero mucho a ti; tanto, que hasta uso el cuerpo físico de otra persona para abrazarte y besarte”. Ejemplo nº 2: Dos días más tarde del mensaje del ejemplo anterior, tratando yo de realizar una gestión urgente relacionada con la Fundación de Irene (www.contralameningitis.org), me vi “conducido” a aparcar mi coche en un cierto parking del centro de Madrid, después de haber intentado aparcarlo anteriormente, sin éxito, en otros 3 parkings de la zona. En una pared de la planta -1 de ese parking, sito en la Plaza Vázquez de Mella de Madrid, hay un gran letrero luminoso de neón de color rojo que dice así: “Amor, que amar obliga al que es amado, me ata a tus brazos con pasión tan fuerte que, como ves, ni aún muerto me abandona”. Creo que el mensaje de mi hija hacia mí es evidente en este caso, no necesita explicación, ¿no es cierto? Ejemplo nº 3: En Monterrey (México) iba yo en un taxi, charlando con un compañero de trabajo, cuando nos detuvimos en un semáforo. Justo al lado se detuvo un coche con el cristal trasero muy sucio, lleno de polvo. Alguien había escrito sobre él, con el dedo, la leyenda siguiente: “I love Dad” (quiero a papá). Tras unos segundos, el semáforo cambió a verde y, al poco, el coche con el cristal trasero sucio se detuvo junto a la acera izquierda, en la dirección de la marcha. Mi compañero de trabajo no pudo captar el mensaje, claro está; pero yo sí: mi hija Irene y yo, cuando ella tenía cuerpo físico terrenal, o sea, antes de morir, solíamos enviarnos frecuentemente mensajes por el móvil escritos en inglés, vaya usted a saber por qué: a ella le divertía mucho hacerlo así, en inglés, y a mí también. Ella siempre entonces me llamaba Dad o Daddy (papi) Yo supe que aquel mensaje, en Monterrey, iba destinado a mí: de nuevo, mi hija me decía cuánto me quiere, incluso después de muerta. Ejemplo nº 4: También en Monterrey (México), después de un rocambolesco proceso por el cual acabé alojándome de manera imprevista en un hotel nuevo para mí, descubrí en mi habitación del hotel un cuadro que, colgado justo en una pared, representaba claramente a mi hija Irene: una niña rubia, de pelo largo, ojos verdes y labios morados, vestida con blusa verde y falda morada (el morado es el color 39
preferido de Irene; el verde es el mío), que viene entrando en una casa desde un campo repleto de flores moradas entre abundante hierba verde y trae una paloma blanca en sus manos, ofreciéndola al espectador del cuadro. Es una niña que trae una paloma, que ofrece la paz, que la trae, al espectador del cuadro (la paloma es símbolo universal de la paz, y también del Espíritu Santo). El nombre Irene, de origen griego, significa “la que trae la paz”. El mensaje fue claro para mí en aquella ocasión, el siguiente: “Papá, quiero regalarte este cuadro, para que siempre que lo mires pienses en mí y en que yo he sido quien ha traído la paz - el Amor de Dios - a tu alma, tras mi muerte”. Ese cuadro está hoy colgado en una pared del salón de mi casa de Madrid, lo que significa que los del Cielo pueden incluso regalarnos objetos materiales a los de la tierra, si es que eso es lo que desean hacer. Ejemplo nº 5: Un día, no hace mucho, estaba yo buscando psicólogos/as para montar, a través de la Fundación de mi hija Irene del Cielo (www.contralameningitis.org), un servicio de asistencia psicológica gratuita para afectados por la meningitis y sus familiares. La noche anterior había tenido un primer contacto en principio infructuoso con una psicóloga pero, a la mañana siguiente, recibí imprevistamente una llamada telefónica de otra psicóloga que se ofrecía para prestar servicios a la Fundación, cuya referencia y número de teléfono había encontrado “casualmente” consultando las Páginas Amarillas. Resultó que esta psicóloga nació un día 17, que el 17 es su número favorito, que por ello puso el número 17 en su dirección de email y que su llamada se produjo el día 17 del mes. Bien, el número 17 simboliza, para mí, a mi hija Irene, porque esa edad tenía ella cuando murió (17 años), e Irene sabe perfectamente eso, esto es, que el número 17 representa en mi mente a ella misma, que mi mente asocia sin querer el número 17 a su persona. El mensaje que yo leí en esa situación fue el siguiente: “Papá, estoy de acuerdo con montar ese servicio de asistencia psicológica gratuita para afectados por la meningitis y sus familiares; tanto es así que te estoy ayudando a montarlo, inspirando a esta psicóloga a que llamara a la Fundación y os ofreciera sus servicios. Yo sabía que verías mi firma en todo ello: el número 17”. Ejemplo nº 6: Un día, en el aeropuerto de Madrid, me subí a un avión que iba a Ciudad de México. Por una serie de “imprevistas” circunstancias, acabé sentado junto a Laura, una mexicana que volaba de vuelta a casa. Para empezar, he de decir que el nombre de “Laura” es el nombre favorito de mi hija Irene del Cielo, o sea, el que ella le hubiera puesto a su hija de haberla tenido. También de forma imprevista, una azafata, antes de comenzar el vuelo, me llamó por mi nombre, Jorge. A Laura, la pasajera sentada de forma totalmente imprevista a mi lado, le atrajo el que yo me llamase Jorge, y entabló conversación conmigo; una conversación que, en muy pocos minutos tras su comienzo, desveló que Laura era viuda de otro Jorge, el amor de su vida, muerto en accidente de tráfico 5 años antes en Granada, España. Resultó que Laura estaba lejos de superar la muerte de su esposo y que yo traté de consolarla hablándole de mi firme conciencia de que su Jorge y mi Irene se habían conchavado en el Cielo para que yo tratase de ayudar anímicamente a Laura en la tierra. El mensaje, en esta ocasión, fue el siguiente: “Jorge, ayuda a Laura, que te necesita”. Los nombres de “Laura” y “Jorge” se me ofrecieron por los del Cielo para llamar mi atención, para que me sonasen familiares, para que supiera que el asunto iba conmigo, que el Cielo esperaba que yo hiciera algo al respecto; algo que, de no ser hecho, quedaría sin hacerse para siempre. 40
Hoy Laura y yo seguimos enviándonos emails; yo sigo tratando de ayudar a Laura, mi querida amiga mexicana. Ejemplo nº 7: Un domingo de hace unos años, asistiendo yo de pie por vez primera a misa en la Basílica de la Virgen de Guadalupe de Ciudad de México, en el momento de “darnos la paz” entre los asistentes, me sentí rodeado de mexicanos, que vinieron desde puntos bastante distantes a mi posición; muchos hermanos mexicanos que me dieron la paz, que me acogieron sin reparar en que yo soy un extranjero en su tierra, en que yo desciendo de aquellos españoles que mataron a muchos indios mexicanos antepasados suyos al llegar a aquellas tierras. Por mi cabeza desfilaron entonces imágenes de aquella cruenta conquista y, sin embargo, sentí cómo mis hermanos mexicanos me acogían como uno más en la verdadera y común fe del Hijo de Dios y de su Santa Madre, la Virgen María. Me emocioné mucho en aquel momento, como si algo interior, fuerte, intenso, profundo, sacudiera mi alma. Tiempo después leí, en una proclamación escrita del Obispo de México con motivo del 25 aniversario de la construcción de la Basílica de Guadalupe, que el objetivo de la aparición de la Virgen allí, en Ciudad de México, fue la unificación de mexicanos y españoles en la verdadera fe de Jesucristo. Pues bien, eso, lo que el obispo de México decía en aquel papel que leí, ya me lo había dicho a mí la Virgen María mucho antes sin palabras, sino directamente al corazón, aquel domingo en que me sentí tan próximo a mis hermanos mexicanos al asistir a misa en la Basílica de la Virgen de Guadalupe. Desde entonces, un cuadro con la imagen de mi amada Virgencita de Guadalupe pende de un clavo en la pared, justo sobre mi cabeza, en mi habitación de mi casa de Madrid. Por medio de emociones Una forma muy común de comunicación del Cielo hacia la tierra es el que los seres del Cielo provoquen emociones en nuestro interior, que suelen equivaler a momentos en los cuales algún ser del Cielo manifiesta su amor, bien su amor por nosotros o bien su amor por Dios. Puede pasar que, por ejemplo, en la celebración de una misa, algún gesto, palabra o cántico del sacerdote oficiante nos transmita un fuerte momento de emoción. Cuando así sucede, no dudéis de que lo que pasa es que algún ser del Cielo nos ha transmitido esa emoción, al tener una especial conexión con nosotros. Suele ser nuestro Ángel Custodio quien, siempre a nuestro lado y en adoración perpetua de la gloria de Dios, se emociona tanto en ciertos momentos que, sin querer, nos transmite su propia emoción, por el estrecho vínculo que, desde nuestra concepción, une nuestra alma a su persona. Otras veces es un santo humano del Cielo quien puede transmitirnos ese tipo de emociones. Yo siento muchas veces una profunda emoción cuando estoy pensando en alguna cosa relacionada con mi hija Irene del Cielo: de repente, siento que la respiración se me entrecorta y que las lágrimas inundan las cuencas de mis ojos y fluyen a sus anchas por mis mejillas abajo. Es en esos momentos cuando sé – no me digáis cómo lo sé, pero lo sé – que mi hija me ha dado un beso, que su alma y la mía se han unido por un momento, como en un estrecho abrazo. Esa es la emoción genuina del amor, la emoción del gozo que produce amar y ser amado.
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3. Formas de comunicación desde la tierra hacia el cielo Por medio de palabras También la palabra es usada como vehículo estándar de comunicación desde uno o varios humanos terrenales hacia los seres invisibles del Cielo, ya sean Dios, ángeles o seres humanos desencarnados. Eso es lo que hacemos precisamente cuando oramos: comunicarnos verbalmente con los del Cielo, ya sea en forma hablada audible ya sea mentalmente, porque, de la misma manera como hemos visto antes que los del Cielo pueden proyectar su pensamiento sobre nuestras mentes, para comunicarnos sus ideas, también nosotros lo podemos hacer en este sentido que ahora estamos estudiando, desde la tierra hacia el Cielo, puesto que unos y otros poseemos mentes racionales, esto es, dotadas de la capacidad de pensar y de emitir nuestros pensamientos sobre otras mentes, proyectándolos sin más, esto es, dirigiéndolos al destinatario elegido. Quizá os resulte más fácil creer en esta capacidad de proyección de pensamientos que tenemos los seres racionales si seguimos el esquema progresivo siguiente: Primero, consideremos que es obvio para los de la tierra que podemos hacer saber nuestros pensamientos a quienes nos rodean mediante el uso de nuestra voz, o de nuestra escritura. Si es mediante el uso de la voz, sólo tenemos que expresar verbalmente nuestro pensamiento a nuestro interlocutor quien, si está situado a la distancia adecuada (no tan lejos como para que no le llegue nuestra voz) y no está sordo, oirá la forma audible de nuestro pensamiento, esto es, oirá nuestra voz. Los humanos terrenales hemos ideado dispositivos que amplifican la potencia de nuestra voz (los altavoces y sistemas de sonido asociados), para poder así llegar a interlocutores situados lejos, que no captarían nuestra voz al estar situados lejos de nosotros. Incluso podemos usar las ondas hertzianas (radio, televisión…) para transmitir sonidos a distancia, a muchísimos kilómetros de distancia, incluso a años-luz de distancia. Si es mediante el uso de la escritura, podemos hacer llegar nuestros pensamientos también a seres muy distantes del emisor del pensamiento, e incluso podemos hacerlo llegar a seres que viven en otro tiempo distinto del emisor del pensamiento, incluso hasta cuando el emisor del pensamiento ya haya fallecido. Segundo: ya no es tan obvio para nosotros, los humanos terrenales, el que podamos comunicarnos pensamientos entre nosotros a no ser de forma hablada o escrita, esto es, hacerlo por el mero uso de nuestras capacidades mentales, produciendo un pensamiento en nuestra mente (no de forma audible ni escrita) y proyectándolo a continuación sobre el sujeto con el que nos queremos comunicar. Sin embargo, todos conocemos la existencia de experiencias de telepatía y de adivinación de lo que otra persona está pensando o visualizando, y las damos normalmente por ciertas, esto es, creemos en ellas, en su veracidad. Pensamos que, si cada hijo de vecino no es capaz de reproducir esas experiencias de transmisión del pensamiento es porque o bien no está dotado para ello (no todos tenemos las mismas capacidades mentales o físicas) o bien no ha contado con el entrenamiento necesario, o bien ocurren ambas cosas. Pero, por
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lo general, todo el mundo acepta la posibilidad de experiencias de transmisión del pensamiento entre humanos terrenales. Tercero: Llega una primera dificultad al tratar de creer que un humano terrenal pueda transmitir su pensamiento a un ser invisible del Cielo. Aquí ya entramos en el marco de la creencia, pero yo sólo os digo que hagáis la prueba, la prueba de preguntar a los del Cielo, con confianza, humildad y perseverancia, sobre aquello que os preocupe y, si la pregunta versa sobre cuestiones vitales (en realidad lo único vital es lo relacionado con la salvación de las almas), el Cielo os responderá, de una manera u otra, por una vía o por otra, antes o después; haced la prueba y saldréis de dudas, os lo garantizo. Eso, el obtener respuesta de los del Cielo a nuestra preguntas, es un signo evidente de que ellos las escuchan; luego así se demuestra la realidad de que un humano terrenal es capaz de proyectar su pensamiento sobre un ser racional invisible del Cielo. Corolario: Si los seres invisibles del Cielo responden a nuestras preguntas es porque ellos tienen la capacidad de escucharnos y la de, a su vez, emitir pensamientos desde sus mentes hacia las nuestras, lo cual significa que, para emitir un pensamiento y proyectarlo sobre otro ser, encarnado o no, no hace falta estar físicamente vivo. Luego la capacidad de pensar no está asociada a la existencia de un cerebro físico más que en la vida terrena; esa capacidad reside íntimamente en otro elemento más profundo, no físico, llamado… alma. La mente es mucho más que el cerebro. Por medio de imágenes También los humanos terrenales proyectamos imágenes mentales sobre los seres invisibles del Cielo. Lo hacemos cuando proyectamos un deseo en forma de imagen. Por ejemplo, supongamos que uno desease abrazarse a los pies de Jesucristo, postrado de rodillas ante Él; o que desease besar su costado abierto por la lanzada con la que le hirieron en la cruz; o hacerse niño y ser abrazado por los brazos de su Madre del Cielo, la Virgen María… Todos estos deseos en forma de imagen, que no expresados en forma de palabras, son también transmitidos por nuestras mentes a los seres correspondientes del Cielo; a sus mentes les llegan estas imágenes, y les agradan (si son imágenes agradables, claro; si no, no), igual que a nosotros nos llegan las imágenes producidas por sus mentes y proyectadas sobre las nuestras. Yo proyecto con frecuencia la imagen de abrazar a mi hija del Cielo, que será una de las primeras cosa que haga cuando llegue allí arriba (si el Señor me concede esa gracia). Y claro, se positivamente que eso le gusta mucho a ella porque, cuando lo hago, recibo a cambio un fuerte estremecimiento integral en mi cuerpo todo, que yo interpreto como un gran beso que mi hija me da a cambio, así como diciendo “ay, mi papi: cuánto te quiero por quererme tanto”. Por medio de nuestros actos De la misma forma en que los del Cielo nos hablan, nos envían mensajes a través de nuestra realidad, de las que cosas que nos pasan cada día; de la misma manera que ellos nos envían mensajes “escritos” en la realidad que nos circunda, de 43
esa misma manera nosotros les enviamos mensajes a ellos al hacer lo que hacemos todos los días, porque ellos están continuamente observándonos, rodeándonos, a nuestro lado. Es cierto que ellos juegan con una cierta ventaja respecto de nosotros: ellos nos ven y nos oyen no veladamente – como nosotros a ellos - sino plenamente, y lo hacen todo el rato, de manera continuada, ¡así cualquiera…! ¿A qué me refiero, con esto del envío de mensajes a través de nuestros actos? A que nuestros actos externos demuestran a las claras lo que pasa en nuestro interior, en nuestra mente, en nuestra alma. “Obras son amores, y no buenas razones”, reza el refrán popular, que viene a decir que el amor, esto es, el deseo del bien del otro, se demuestra a través de los hechos, de los actos, de lo que se hace, más bien que a través de lo que se dice. Los actos hablan por sí mismos de la calidad de un ser humano, porque los actos, sus actos, se derivan de cómo es su interior, de qué grado de proximidad a Dios ha alcanzado su alma. Se da aquí una especie de círculo vicioso (o virtuoso, depende) entre los actos de cada ser humano y la calidad de su alma. Por una parte, los actos influyen en el interior de ese ser humano, en su alma. Por ejemplo, alguien que matase por accidente a otro ser humano podría sentir que le gusta matar a un semejante, que ese acto le reporta algún tipo de salvaje, visceral y demoníaca gratificación personal. En ese caso, podría darse el que tal persona quisiera repetir esa primera experiencia de matar a otro ser humano, buscando la misma morbosa satisfacción que obtuvo al matar a su primera víctima. Si lo hace, si repite el acto de matar a otro ser humano una y otra vez, es claro que esa persona se convierte en un asesino de tomo y lomo. Pero, ¿por qué sintió algún tipo de placer la primera vez que mató, aunque fuera accidentalmente?, ¿no revela eso muy a las claras que esa persona ya tenía alma de asesino? Es posible que así sea, pero los cristianos creemos que, aun así, se puede luchar contra las tendencias naturales, siempre ayudados por el poder de la gracia de Dios. En cualquier caso, lo que es claro es que, cuanto más mate, en un mayor asesino se convertirá, su alma se volverá negra y renegra como el carbón; su alma será más y más la de un asesino, ¿no es cierto? Luego es evidente que nuestros actos influyen sobre nuestro ser interior, sobre lo que somos, al mismo tiempo que nuestro ser interior influye sobre nuestros actos; este es el círculo vicioso (o virtuoso) de que antes os hablaba: Nuestros actos nos convierten en lo que somos y lo que somos – cómo somos por dentro - se traduce a su vez en nuestros actos. Nuestros actos hablan por sí mismos de cómo es nuestro interior. Por eso, porque nuestros actos “hablan” por sí mismos, es por lo que los del Cielo “escuchan” claramente el significado de nuestros actos, el que les transmiten claramente los mensajes que van implícitos en tales actos nuestros. Un ejemplo de esto lo tenemos cuando aceptamos la voluntad de Dios en el dolor; cuando así hacemos, cuando decimos “sí” a la experiencia del dolor en nuestras vidas con resignación y amor, lo que Dios interpreta, lo que Él “escucha” a través del mensaje que le estamos escribiendo por la mera realidad de los hechos, es que le amamos por encima de todas las cosas, sobre todo cuando ese dolor implica la renuncia más elevada, esto es, el prescindir de tener aquello que más amamos en nuestra vida, a nosotros mismos o a algún ser muy querido nuestro (a un hijo, por ejemplo). Así nos sucedió a mi esposa y a mí cuando murió nuestra querida hija Irene del Cielo, a sus 17 añitos. Al morir Irene, mi esposa y yo no nos rebelamos contra nadie: ni 44
contra los médicos que atendieron a Irene, ni contra el sistema sanitario español en su conjunto, ni contra nuestra mala suerte, ni contra Dios; no sentimos ningún ánimo de revancha o venganza contra nada o contra nadie, sino que aceptamos esa pérdida, la pérdida de aquel ser a quien más queríamos, con amor, humillación y resignación. Ese acto fue visto por Dios como un acto de amor incondicional por Él ya que, al aceptar Su voluntad de que nuestra hija muriera, le enviamos el mensaje de que le ponemos a Él, a nuestro Creador, por encima de cualquier criatura terrenal, de la criatura a quien más quiere un padre: a su hijo ¿Acaso no ama un padre a su hijo o a su hija más que a sí mismo? La intensidad del amor se mide por la intensidad del sacrificio que uno está dispuesto a realizar, por la intensidad del dolor asociado a tal sacrificio. No hay sacrificio mayor que aceptar la muerte de un hijo, siempre que su vida se valore por encima de la propia. Como ese fue el caso para mi esposa y para mí, el mensaje que enviamos a Dios a la hora de la muerte de Irene fue el siguiente: “Señor, te amamos más que a lo que más amamos en la tierra; toma a nuestra hijita y llévatela contigo al Cielo, si esa es Tu voluntad”. * * * * * En fin, no he pretendido hacer un inventario exhaustivo de las formas de comunicación existentes entre la tierra y el Cielo, porque hay muchas más; pero estas son las más importantes, sobre las que yo tengo experiencia. En definitiva, esta comunicación entre la tierra y el Cielo es una comunicación de amor, esto es, de deseo del bien del otro y de acción sincera por conseguirlo. Si ese amor viene del Cielo a la tierra es llamado gracia, porque es gratis, porque es inmerecido, porque Dios nos lo da por el mismo motivo por el cual nos creó: porque le da la gana, por nada, a cambio de nada, porque nada necesita de nosotros los hombres. Cuando el amor va de vuelta, desde la tierra hacia el Cielo, podemos llamarlo gratitud, agradecimiento, amor segundo, que responde al primer amor recibido. Dios siempre ama primero, porque Él nos crea cuando nosotros todavía no somos, cuando somos nada, y nos da una vida eterna (eterna: ahí es nada), y eso es un grandísimo acto de amor por su parte. Y ese amor todavía se supera a sí mismo cuando Dios nos re-crea al darnos su misma vida divina, la vida de la gracia, la vida de la gloria de Dios, el ser de Dios, al hacernos hijos de Dios por la fe y el bautismo. Entonces es cuando Él nos da su misma naturaleza, la naturaleza divina, que no teníamos por nacimiento pero adquirimos por pura gracia. Esta es la mayor comunicación de Dios hacia el hombre: Él no sólo nos da una vida humana, natural, al nacer (antes, al ser concebidos por nuestros padres) sino que nos da su propia vida divina, que mantiene viva y operante en nosotros a través de los sacramentos de la Iglesia ¿Quién puede amar más que Dios, que es el inventor del amor, que es el Amor mismo? Que no nos falte, oh Señor, tu gracia; que no nos falte tu vida; que no nos falte tu Amor; que no nos faltes Tú. No dejes de comunicarte con nosotros, míseros humanos terrenales, que no somos nada sin Ti, que no somos absolutamente nada si olvidamos el vínculo que nos une a Ti: nuestra alma. Si dejases de pensar por un momento en cada uno de nosotros, dejaríamos al punto de existir. Tú nos conoces a cada uno de nosotros por nuestro propio nombre, y nos haces existir eternamente precisamente 45
porque no dejas de pronunciar en todo momento todos nuestros nombres; porque nos quieres vivos, vivos para servirte, vivos para amarte, vivos para amarnos los unos a los otros; vivos eternamente para tu mayor gloria, que es que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Así eres Tú, mi Señor Dios, Creador del Cielo y de la tierra: Puro y Todo Infinito Amor. Gracias por mi vida, por todas nuestras vidas; gracias por existir, mi Señor, y por ser como eres: Uno, Trino y eternamente fiel a Ti mismo. Gracias por ser Dios.
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III. IRENE OTRA VEZ, IRENE SIEMPRE Todo el mundo sabe que el amor se da entre seres humanos. Amar es una capacidad humana, quizá la que mejor caracteriza a nuestra especie. Amar es desear y buscar el bien del ser amado y amar es también gozar de su compañía, del mero hecho de estar en su presencia. Amar tiene por tanto dos facetas: la de la dádiva, el entregarse, el darse al ser amado, y la del disfrute que la presencia del ser amado provoca en el amante. El amor da y también espera recibir amor en reciprocidad. Amar es una relación entre dos, que precisa de dos extremos, los dos seres que se aman, que hacen de amante y amado a la vez cada uno de ellos. Todo el mundo sabe que los humanos nos amamos sobre la tierra. El esposo ama a la esposa, la madre ama al hijo, los amigos se aman, los compañeros se aman. Es normal, lo vemos todos los días. Unos pocos seres humanos, sin embargo, también creen que el amor es posible entre seres visibles, de los que podemos ver con nuestros ojos de la cara, y seres invisibles, que existen, que son, pero que no los podemos ver. Así es la relación entre Jesucristo y cada uno de nosotros, una relación personal de amor entre alguien invisible y alguien visible. Él me ama, te ama; por eso muere a su vida natural humana y resucita después: para que yo también pueda morir a mi vida natural, naturalmente egoísta, como la de todos los animales de la tierra, y renacer con Él a la Vida Eterna, para que yo me pueda apropiar de Su maravilloso tipo de vida. Eso es lo que creemos los cristianos. Y lo creemos desde el tiempo de los Apóstoles. Ellos vieron físicamente a Jesús, vivieron con Él, compartieron sus penas y alegrías sobre la tierra, vieron como moría, resucitaba, se les aparecía resucitado, con su cuerpo glorioso, y se elevaba después al cielo, delante de sus propias narices. Ellos fueron testigos privilegiados de Su amor, de ese enorme amor, gratuito y desmedido, que le llevo a sacrificar su vida humana por mí, por ti, por todos nosotros. Ellos, los Apóstoles, nos llevan algo de ventaja, porque pudieron ver, tocar, abrazar a Jesús antes de que subiera al cielo. Ellos saben que lo de Jesús es de verdad, de verdad de la buena. A ellos les costó creer en lo invisible menos que a nosotros. Lo mismo me pasaría a mí, si hubiera estado en su lugar. Es más fácil amar a alguien, aunque ahora sea invisible, si se le ha visto antes. Es más fácil saber que ese ser invisible te ama, si se le ha visto antes. Y es más fácil amar a Jesús y reconocer que Él también te ama, si eso mismo, el amar a alguien invisible que antes era visible, sucede en tu vida. Todo el mundo ama el recuerdo de sus seres queridos ya muertos. Todo el mundo se estremece de amor cuando recuerda todos aquellos momentos felices vividos en común. Eso es normal, a todo el mundo le pasa. Pero lo que no es tan normal, estadísticamente hablando, es el poder reconocer que el ser querido invisible también te ama a ti, el saber (y no solo creer) que existe, que es, y que sigue sintiendo por ti el mismo amor que te profesaba cuando era visible. ¿Puede romper el amor humano la barrera de la muerte y seguir existiendo, manifestándose, como si nada hubiera ocurrido, entre los dos amantes? Hummm, es un tema apasionante, tenéis que reconocerlo. Pero hoy, en lugar de pensar, de especular, prefiero relataros ciertos hechos absolutamente reales de mi vida reciente, para que vosotros mismos saquéis vuestras propias conclusiones. Vamos allá. 47
Hecho nº 1: “Impacto súbito” Fecha: domingo 15 de abril de 2007 Hora: 19:00 horas, aproximadamente Lugar: Villanueva de la Cañada (Madrid) El domingo 15 de abril de 2007 estaba yo paseando a mi perrita Nora, una labrador, por Villanueva de la Cañada. Serían como las siete de la tarde. A la vuelta de nuestro acostumbrado paseo venía yo caminando por la acera de la avenida que viene del parque acuático de Villanueva de la Cañada, el Aquópolis. A un lado de la calle hay chalets. Al otro, campo para dar y tomar. A lo lejos se ve la cuesta de Valdemorillo y, por encima y más allá, mirando hacia el Norte, la parte superior del Monte Abantos, junto al Escorial. Es un horizonte amplio, diáfano, despejado, natural, hermoso. El campo a lo lejos, las montañas, las nubes…Siempre que vuelvo de pasear a Nora, cuando camino por esta calle, pienso en Irene, mi hija fallecida. Esos grandes espacios naturales me inducen a contemplar con admiración el maravilloso poder creador de la mano de Dios. Admirar la naturaleza y pensar en Irene es todo uno para mí. El esquema mental de esos ensimismamientos míos es, más o menos, el siguiente: “Mira Jorge, qué maravilloso es Dios. Dios es maravilloso, como mi hija Irene, que ahora disfruta de la maravillosa vida de vivir en Dios”. Algo así. Y ese día, el domingo 15 de abril de 2007, domingo de la Divina Misericordia, iba yo por aquella calle diciéndole mentalmente a mi hija Irene: “Irene, cómo te quiero. Te quiero tanto…Te quiero con un amor loco, que no respeta ni a la misma muerte. Siento que cada día te quiero más, con un amor más profundo, más intenso, más grande, más total. Irene, te quiero mucho, hija mía”. Absorto en este pensamiento, asida con mi mano derecha la correa de Nora, me detuve sobre la acera, sin saber por qué, en la esquina con la avenida de la Dehesa, donde están construyendo un nuevo edificio para la policía local. Hay allí instalado un cartel que informa sobre la obra en curso: “Presupuesto de obra de tantos y tantos millones de Euros, plazo de finalización de no sé cuántos meses, empresa constructora: fulanita, etc., etc.” En esas estaba yo, leyendo con detalle el cartel informativo, cuando recibí un impacto súbito en mi espalda, acompañado de un golpe en mi pie derecho y un sonido de un objeto pesado que caía al suelo. Por suerte (o por exceso de masa corporal) no perdí mi verticalidad tras el impacto. Nora se asustó y tiró de la correa, pero mi mano no llegó a soltarla. Yo me giré inmediatamente, para poder observar qué o quién hubiera podido ser el causante de aquella súbita colisión con mi cuerpo, y al girarme sobre mí mismo pude ver a una niña de no más de 10 años sentada en el suelo de la carretera, con una bicicleta modelo mountain bike tirada sobre la carretera a sus pies. Ella fue quien colisionó conmigo, saliéndose de la carretera, invadiendo la acera donde
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yo me encontraba con Nora e impactando con mi cuerpo. Ella sí que se cayó al suelo, la pobre, y desde allí me miraba avergonzada. Pero lo mejor fue que sus amiguitos, otros tres o cuatro chiquillos con sus respectivas bicicletas, se reían de ella a mandíbula batiente, diciéndole: “Pero Irene, ¿qué te ha pasado?, ja, ja, ja; vaya porrazo que te has dado, ja, ja”. Irene, la niña de la bicicleta se llamaba Irene, como mi hija, como mi Irene del cielo. Era morena, pelo a media melena, de cara alargada y graciosa, con algunas pecas bajo los ojos, mirada dulce. Llevaba puesto unos jeans y un jersey de manga larga, color violeta. Si, el mismo color que siempre ha sido el favorito de mi Irene del cielo. ¿Una Irene niña en violeta que impacta súbitamente con mi cuerpo?, ¿Otra casualidad más de las muchas que llenan mi vida últimamente? Después de un primer momento de estupor, comprendí rápidamente la situación y tuve suficientes reflejos como para decirle a Irene: “Irene, ¿te has hecho daño, tesoro?” “No, no, qué va” – respondió ella. Cogí sus dos delicadas y pequeñas manitas entre las mías y le ayudé a levantarse del suelo; inspeccioné rápidamente la bicicleta, que no parecía tener daños visibles y le insistí: “¿Estás segura de estar bien, cielo?” “Sí, sí, estoy bien, no se preocupe” – dijo ella. Y añadió muy educadamente: “¿Y usted, está usted bien, señor?” Me dolía el pie derecho (de hecho, me ha quedado de recuerdo una pequeña heridita), pero no quise decírselo, por no abochornarla, que bastante vergüenza estaba ya pasando la pobre: “Sí, perfectamente; estoy perfectamente” - le dije yo. Y añadí: “Ven que te de dos besos, Irene”. Acercó su cara a la mía. Yo le di un beso en cada mejilla y ella me correspondió amablemente al mismo tiempo, dándome también dos besos a mí. Dos besos…que me supieron a gloria bendita. Acto seguido se subió a su bici y se alejó saludándome con la mano: “Adiós señor” – me dijo. “Adiós Irene” – repliqué yo. Pasó rápidamente nuestro pequeño momento de amor anónimo, pasó el encuentro súbito de nuestros cuerpos, una especie de abrazo loco, alborotado y travieso, muy propio de mi Irene adolescente. Desde ese momento hasta llegar caminando a mi casa con mi perrita, mi corazón iba flotando de emoción y de alegría; sentí como si me hubiese crecido y no pudiera contenerlo dentro de mi pecho. Lloré, lloré de amor, de amor hondo, profundo, de amor del de verdad. Para ti, que lees esto, puede que ese encuentro con la Irene de la bici no signifique nada más que una casualidad. Para mí, por el contrario, significa que Irene, mi Irene del cielo, respondía a mi soliloquio mental, a ese mi “Irene, siento que cada día te quiero más, aunque hayas muerto” con un “Sí, Papá, lo sé; yo también te quiero a ti; mucho, muchísimo”. Y es que, además de la posible casualidad de este encuentro del domingo pasado – que para mí, como digo, no fue casual en absoluto – están mis propios recuerdos, los de mi Irene, todos esos momentos felices vividos juntos que tengo archivados en mi memoria y en mi corazón, y que puedo revivir cuantas veces quiero, a mi voluntad. Uno de esos momentos fue una salida con mi hija Irene, por el parque de Polvoranca, cuando vivíamos en Leganés. Irene llevaba una bicicleta de paseo BH, tipo “señorita”, sin barra horizontal. Yo iba con mi mountain bike barata (10.000 pesetas en Continente). Circulábamos por un 49
camino de tierra paralelo al arroyo Culebro, que tiene una curva excesivamente arenosa en una pequeña cuesta abajo, por la que yo había pasado decenas de veces y conocía perfectamente. Yo pasé delante, conocía la curva de marras y no me caí. Irene pasó detrás de mí, no conocía la curva, era una niña pequeña (no mayor que la Irene del domingo pasado), con mucha menos experiencia en montar en bici que yo…y se cayó en la curva, tal como yo debería haber previsto pero no hice. Volví hacia donde estaba mi hija, la levanté del suelo, inspeccioné sus hermosas y redondas rodillitas y vi que en una de ellas había una pequeña erosión dérmica. Irene lloró un poquito, pero en seguida dejó de llorar (siempre ha sido una niña muy sufrida).Pero yo, que debería haber previsto su caída, me sentí tremendamente culpable y le pregunté varias veces aquella tarde, como a la Irene del domingo pasado: “Irene, de verdad, ¿estás bien, tesoro?”. Tanto le pregunté cómo estaba que, a la tercera o cuarta vez de hacerlo, Irene me dijo, en un arranque de madura profundidad impropia de su edad: “Vaya, Papá; parece que esta caída mía te ha dolido a ti más que a mí”. Así de amorosa es mi Irene del cielo. Así de enorme es su corazón. Así es como está ella dotada para el amor. Irene, con aquella espontánea expresión de amor filial, es como si me estuviera diciendo: “Papá, me siento tan querida por ti…Resulta que sientes tú más que yo el mal que a mí me pueda afectar. Cómo te quiero, Papá”. Ese fue uno de mis mejores momentos con Irene, uno de esos momentos en que padre e hija se encuentran compenetrados en el amor. Uno de esos momentos sencillos, pequeños, cotidianos, pero que llenan el alma de amor al recordarlos, y más cuando ya no se puede tener cerca al ser amado. Momentos…de puro amor. Hecho n 2: “El letrero de neón” Fecha: martes 17 de abril de 2007 Hora: 13:00 horas, aproximadamente Lugar: Parking subterráneo de la Plaza Vázquez de Mella, Madrid El martes 17 de abril de 2007 iba yo en mi coche a entregar una solicitud, en nombre de la Fundación Irene Megías contra la Meningitis (esa sentida obra de amor que Irene lidera desde el cielo) para pedir una subvención al Ministerio de Educación y Ciencia, sito en la calle Los Madrazo 15, en el centro de Madrid, cerca del Circulo de Bellas Artes. Queremos la subvención (90.000 Euros del ala) para poder realizar un estudio sociológico de percepción del ciudadano español sobre la meningitis. El centro de Madrid estaba imposible a esas horas. Primero intenté aparcar el coche en el parking de Sevilla, cerca de la puerta del Sol, pero el letrero de su entrada decía “Completo”, y había una cola de unos seis coches esperando a que saliera algún otro para poder entrar. Bien, entonces, con mucha dificultad, por la pesadez del tráfico, me dirigí al parking de la plaza de las Cortes, que también estaba completo y también con cola de varios coches a su entrada. Al ver esto, decidí dirigirme al parking de la Plaza de Santa Ana, pero vi un letrero en la acera diciendo que esa zona es solo hábil para la circulación de residentes y que los infractores serán sancionados. Así que volví a bajar por la carrera de San Jerónimo hacia el Paseo del Prado, nuevamente pasando por delante del edificio de las Cortes. Me dije: “Piensa, Jorge, piensa rápido donde podrías 50
aparcar; tienes que aparcar pronto, no vaya a ser que te cierren el Ministerio, hoy vence el plazo para la presentación de las solicitudes de subvención”. Decidí así llegarme hasta Cibeles y subir por la calle Alcalá hacia la Gran Vía, pensando en buscar aparcamiento en alguno de esos parkings de la calle Barquillo, calle Infantas o por ahí. Subiendo ya por la calle Alcalá, vi a la derecha una calle por la que podría haberme metido. Fui a hacerlo cuando, en el último momento, decidí no hacerlo, no sé por qué, sino que busqué alguna otra calle lateral más arriba. Y así llegué a la calle del Clavel, que desemboca en la Plaza Vázquez de Mella, donde hay un parking que, aunque estaba también completo, no tenia cola de coches a la entrada. Tuve que esperar un poco a que saliera alguien para poder entrar. Mientras estaba esperando vi encendido un gran letrero luminoso de neón rojo brillante, instalado en una de las paredes de la planta de entrada al parking, bastante grande, de unos 8 metros de largo y con dos filas de texto, una debajo de la otra. El letrero es tan largo que no lo podía ver completo desde donde yo estaba, porque varias columnas me impedían su visión, pero si pude adivinar que hablaba de amor. Una vez aparcado mi coche me acerque al letrero de neón; me puse en frente de él, para poder leerlo bien; lo leí y no podía dar crédito a mis ojos. Copie el texto del letrero en mi cuaderno de notas y me fui caminando hacia el Ministerio, llorando de emoción y con una inmensa alegría en mi corazón. El letrero luminoso de neón rojo del parking subterráneo de la Plaza Vázquez de Mella de Madrid, dice lo siguiente (allí está, para que pueda ir a comprobarlo quien quiera): “Amor, que a amar obliga al que es amado, me ata a tus brazos con placer tan fuerte que, como ves, ni aun muerto me abandona” Piensa lo que quieras, querido lector. Si quieres, puedes pensar que se trata de una casualidad mas, eres libre de hacerlo. Pero déjame que yo interprete este hecho a mi manera: Mi hija Irene me llevó a ese parking deliberadamente, hizo que yo fuera allí, porque quería que yo viera aquel cartel luminoso, porque ese era un mensaje suyo para mí. Eso significa, de momento, que Irene está viva, que es, que existe, y que tiene poder delegado de Dios para mover los corazones de los de aquí abajo, al menos los corazones de quienes le aman. Significa también que Irene sabía de la existencia de ese letrero, conocimiento que pudo haber adquirido bien antes de morir bien después de ello. Si lo sabía desde antes de morir es que lo recordaba, luego en el cielo se es consciente de quién es uno y de todos sus recuerdos de su vida en la tierra. Si ha adquirido ese conocimiento sobre la existencia del letrero después de morir, es que en el cielo se tiene absoluta libertad de movimientos, puede uno ir a donde quiera, viajar a donde quiera sin más que un movimiento de la voluntad, lo cual es también la pera limonera. Pero lo más importante es el fondo del mensaje: Mi hija Irene me está diciendo, desde el otro lado de la muerte, desde su maravillosa vida del cielo, que se siente tan amada por mí que ella no puede por menos que corresponderme, y que ese nuestro vínculo de amor le hace feliz, muy feliz (le causa un “placer fuerte”). Me dice también 51
que yo estoy verificando, comprobando en mi vida (“como ves”) la fuerza de nuestro amor y lo feliz que ello le hace. Tan fuerte es su sentimiento de amor gozoso que, ni aun habiendo muerto, puede dejar de sentirlo. Se ve, claro está para mi, que Irene me ama, nos ama, nos sigue amando, a su madre y a mí; con desmesura, con ese mismo loco amor con que nosotros le amamos a ella, con ese mismo loco amor que traspasa la barrera de la muerte como si tal cosa. Con ese amor, claramente inspirado por Dios, que nos ha permitido no rendirnos a la supuesta evidencia de su muerte, no renunciar jamás a seguir amando y teniendo con nosotros la presencia de nuestra hija. Con esa misma locura de amor con que nos ama Dios. Así ama Irene, así ama Dios, y así nos hacen amar los del cielo a los de aquí abajo, con esa misma fuerza sobrenatural e inagotable, con ese mismo deseo de eternidad, de bien, de Vida. Los del cielo, esos maravillosos seres invisibles a nuestros ojos, no conocen límite para expresar su amor, porque están bañados en el amor infinito e inabarcable de Dios.
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IV. LA QUE TRAE LA PAZ Tenía pensado escribir esta semana sobre un tema distinto de este que os envío, pero es que, a veces, me ocurren cosas tan destacables que no puedo por menos que contároslas. De paso, dejo descansar un poco vuestro cerebelo de mis acostumbradas reflexiones teológicas, cargadas de profundas referencias a los textos sagrados, que es seguro os aburren a muchos. Ya sabéis que yo me dejo llevar por lo que el Espíritu Santo me va dictando en cada momento. A veces pienso: ¿se me acabarán algún día los temas sobre los que escribir?, ¿me dirá el Espíritu algún día: “Jorge, se acabó; ya no tienes que escribir más”? Pues no lo sé, la verdad; yo ya no pregunto, sino tan sólo me dejo guiar por Él; Él sabrá… Y no cabe duda de que esto de los testimonios de vida es muy sabroso y llena de mucha unción de Dios. No cabe duda de que, cuando se ve la realidad con mirada sobrenatural, todo se ilumina alrededor de uno mismo; todo se llena de magia; todo adquiere sentido, hasta los detalles más pequeños; todo se entiende como formando parte del Plan de Dios para uno mismo y para todos nosotros, de su divina Providencia. Hoy os hablo de detalles de estos que se pueden vivir cada día, cualquier día; de esas señales que nos dicen que Dios nos ama y que jamás nos abandona. Y la cosa esta vez ha sido así: Acabo de llegar de Monterrey, México, donde he estado la última semana. Mi objetivo al ir para allá era firmar dos contratos de venta de electricidad eólica, de mi empresa a dos grandes grupos empresariales mexicanos. Los dos contratos sumados ascienden a un valor de ventas para mi empresa de unos 100 millones de Euros al año, y eso será así a lo largo de los 20 años de duración de los contratos; es decir, se trata de unas cantidades las cuales hay incluso semanas que yo no las llego a ganar. Llevo años negociando esos dos contratos (sí, he dicho años; no estoy de broma: 1,5 años para uno de ellos y algo más de 2 años para el otro), pero finalmente he podido firmar ambos contratos en esta semana en Monterrey. Un par de días antes de partir, tuve con Alicia, mi eficiente secretaria, el siguiente diálogo: -Yo: “Alicia, resérvame habitación por favor en el hotel Ancira, de Monterrey, donde suelo ir cuando estoy allí” - Alicia, después de un rato: “Jorge, que me dicen del hotel Ancira que no tienen habitación para todos los días que quieres estar allí” - Yo: “Bueno, vale; pues entonces…resérvame en el hotel Fiesta Americana, que está al lado del Ancira” - Alicia, al cabo de otro rato: “Jorge, que me dicen que en el Fiesta Americana que sí tienen disponibilidad para esos días, pero al precio de 1.478 pesos la noche; ¿eso no es mucho dinero?” - Yo: “Bueno, si lo divides por 16, para pasarlo a Euros, son unos…92 Euros, algo más de unas 15.000 pesetas, de las de antes, por noche. Pues no, no me parece mucho; resérvame ahí, por favor” - Alicia: “Vale, no problem” Llegué a Monterrey el viernes de la semana pasada a eso de las 9:30 horas y me fui a la sede de una de las dos empresas mexicanas, a firmar el primero de los dos 53
contratos. En la firma hubo periodistas, que nos hicieron fotos firmando, como si estuviéramos firmando el tratado de paz de la Segunda Guerra Mundial, o algo así; e incluso me hicieron una pequeña entrevista para los medios locales. Pues bueno, pues vale, pues me alegro; besos y abrazos y enhorabuena a los premiados… Más tarde fuimos todos a comer (carne norteña asada a la leña; hummm, qué rica) y, después seguimos profundizando en otras áreas de colaboración entre ambas empresas, la mexicana y la mía, que podrían significar nuevos y adicionales beneficios para todos. Cerca del fin de nuestras reuniones, el viernes por la tarde, el director de Ingeniería de la empresa mexicana, Víctor de nombre, y un servidor tuvimos el diálogo siguiente: - Víctor: “¿Dónde te vas a alojar, aquí en Monterrey, Jorge?” - Yo: “Pues en el Fiesta Americana, porque no encontré habitación en el Ancira” - Víctor: “Ah, pero no te preocupes, que eso te lo arreglo yo ahorita mismo. Le digo a mi secretaria que llame al Ancira y verás cómo te consigue habitación” - Yo: “No, Víctor; no te molestes, si me da igual el Ancira que el otro, ¿qué más da?” - Víctor: “Que no, que no, faltaría más; que esto te lo arreglo yo en seguida”. Víctor, que se empeñaba en que yo durmiera en el hotel Ancira, desapareció de la sala de reunión rápidamente, para hablar con su secretaria y encargarle que me buscase habitación en el Ancira. Al poco entró la secretaria en la sala de reunión, diciéndome así: - Secretaria: “Señor Megías, tengo al Ancira al teléfono y no hay problema en que se quede allí, ¿quiere entonces que le confirme la reservasión en el Ancira? Pero yo me empeñé, sin saber entonces muy bien por qué, en quedarme con la habitación del Fiesta Americana. - Yo: “Que no, que no, muchas gracias; si es que no me importa quedarme en el Fiesta Americana; así conoceré un hotel nuevo de Monterrey, que nunca he dormido allí. Muchas gracias, pero no es necesario que me cambie la reserva, de verdad.” Debido a mi tozudez, Víctor y su secretaria se rindieron finalmente, y acabé yéndome a dormir, al final de la tarde, al hotel Fiesta Americana. Cuando llegué a mi habitación del hotel, resultó que la habitación tenía como unos 80m2 de superficie; era una especie de suite enorme, que yo no me esperaba disfrutar por 92 Euros la noche, la verdad; pero así fue la cosa. Aparte de mi admiración por el tamaño de la habitación, pude comprobar nada más entrar que la moqueta del suelo, de ese suelo tan espectacularmente amplio, era de color morado, el color preferido de mi hija Irene del Cielo. Me dije entonces a mí mismo, mientras despedía al botones que me había acompañado a la habitación: “ya empezamos con las casualidades; esto me huele claramente a las cosas de mi hija Irene, que me ha preparado esta habitación como una especie de premio a mi tarea profesional en México, como si lo viera. Ya entonces le dije mentalmente a mi hija: “Gracias Cielo, muchas gracias por tu regalo”. El hotel Fiesta Americana tiene una planta casi cuadrada, pero una de las esquinas no es recta, sino redonda. Justo ahí estaba mi habitación, la 511, en el ángulo 54
superior derecho del plano de la planta, según se puede ver en el dibujo que incluyo aquí más abajo:
He de añadir que, cuando murió Irene, un amigo mexicano me dijo: “Jorge, estaría bien que ofrecieras tu trabajo en México a tu hija Irene; ya verás como así ella vela porque todo te salga bien aquí”. Y así hice entonces, hace casi tres años. Desde entonces, para mí, Irene es México y México es Irene: hay una identificación clara en mi mente entre este país, que tan bien me ha tratado siempre, y mi hija del Cielo, que siempre me ha tratado y me sigue tratando igual de bien cada día, no permitiendo ni por un momento que me olvide de su amor. Y bien, una vez solo en la habitación hice un pequeño reconocimiento: una sala de estar con un sofá, dos butacones, dos mesas bajas con sendas lámparas sobre ellas a cada lado del sofá, en frente de un televisor apoyado sobre una cómoda…una mesa para escribir, contra una pared, con su correspondiente lámpara, su silla, su conexión a Internet…un baño muy agradable con todas las cosas necesarias…una enorme cama llena de almohadones, con dos mesillas y sus lámparas, una a cada lado, en frente de otro televisor más grande todavía que el de la sala de estar, también éste apoyado sobre otra cómoda…otra cómoda adicional contra una pared, junto a un mini-bar bastante bien equipado…un galán para dejar el traje…otra mesa redonda con dos sillones de brazos y una lámpara de pie junto a ella…un gran ventanal curvo de tipo muro cortina (cristal de arriba abajo), de unos 17 metros de largo, tapizado interiormente por unos visillos blancos contra el cristal y, detrás de ellos, una pesada cortina para evitar el paso de luz…y algunos cuadros en las paredes, en los que, en ese momento, no me fijé en absoluto…Bien, esto es un palacio, no cabe duda - me dije a mí mismo -. Probablemente ésta sea la habitación más grande que yo haya ocupado nunca en mis viajes por lo ancho y largo de este mundo; pero así es la cosa, Jorge: relájate y disfruta de este pequeño palacio… Me acosté pronto el viernes, entre otras cosas porque quería levantarme pronto al día siguiente, sábado, e ir a misa de 7 de la mañana a la catedral de 55
Monterrey, que está muy cerca del hotel, para lo cual puse al despertador de forma que sonase a las 6 de la mañana…Sonó el despertador el sábado en la mañana; me levanté; me aseé y me fui hacia la catedral, pero estaba cerrada. Le pregunté a un señor que estaba arreglando los jardines junto a la catedral, por detrás de la verja que la rodea, y me dijo que no había misa el sábado a las 7 de la mañana, que sólo las había de lunes a viernes. Vaya, hombre - me dije a mí mismo - qué contrariedad. Bueno, allá a lo lejos se veía la torre de otra iglesia, con una cruz azul iluminada en lo alto; así que decidí acercarme a ver si allí hubiera misa de 7 o de 8…Recorrí a todo lo largo la macroplaza (así la llaman allí): un espacio rectangular de más de 1 km de longitud, limitado a todo lo largo por dos calles bastante transitadas por el tráfico rodado (no a esa hora de la mañana, claro), ajardinado y rodeado, más allá de las calles laterales, de los edificios públicos, catedral, museos, oficinas, etc., más emblemáticos de Monterrey. Me llegué hasta aquella otra iglesia al final de la macroplaza, que es la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, pero también estaba cerrada, así que me volví al hotel, a desayunar. Después me subí a mi habitación y me puse primero a rezar (un rosarito completo, con sus 20 misterios, dedicado a mi Madre del Cielo) y después a practicar mi vicio más gozoso: escribir. Pero, a eso de las 9:30 horas me entró un sueño de esos que no te puedes quitar de encima, y no me extrañó porque, con eso del jet lag, me suelo despertar a las 2 de la madrugada cada noche y, de repente, luego me puede entrar un terrible sueño a cualquier hora del día, contra el que tengo que luchar a brazo partido. Pero era sábado el otro día, ¿por qué luchar contra aquel sopor inoportuno, si podía hacer el gandul en la cama sin faltarle el respeto a nadie? Así que cerré las macrocortinas del macroventanal y me acosté en la macrocama de mi macrohabitación, dispuesto a echarme una macrosiesta. Sin embargo, me desperté sólo como una hora más tarde, a eso de las 10:30 horas. Encendí la lámpara de la mesilla de noche del lado derecho de la cama, abrí la sábana, me giré incorporándome hacia la derecha y me quedé sentado en el borde de la cama, con los pies en el suelo y mirando hacia la pared. Fue entonces cuando vi, justo en frente de mí, colgado en una pared, a no más de 1,5m de mis ojos, el cuadro que reproduzco a continuación:
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Ver aquel cuadro y romper a llorar fue todo uno. Lloré como un niño, de alegría, de dolor y de amor, y le dije a mi hija del Cielo: “Irene, cuánto te quiero hija mía; cuánto te quiero. Muchas gracias por todos los regalos que me haces; muchas gracias, tesoro mío”. Os preguntaréis por qué me eché a llorar al ver aquel cuadro, ¿verdad? Pues bien, os lo voy a explicar: Ese cuadro encerraba un gran mensaje para mí, compuesto de muchos mensajes más pequeños y detallados a la vez. Los mensajes tienen sentido para quien los sabe descifrar, claro; para quien conoce el mismo lenguaje de quien emite el mensaje: es imposible que se te entienda lo que dices si hablas en alemán (por ejemplo) si quien te escucha no sabe alemán. Es evidente: para entender un mensaje emitido por alguien, el receptor debe conocer el mismo lenguaje que el que usa el emisor. Y yo conozco perfectamente el lenguaje de mi hija del Cielo. Lo cierto es que, los del Cielo, suelen emplear en sus comunicaciones un lenguaje simbólico, compuesto de imágenes, y eso es una grandísima ventaja, porque así no necesitan usar un idioma compuesto de palabras humanas; por eso, en el Cielo, todos se entienden con todos, hayan nacido en el país que hayan nacido y hayan aprendido a hablar el idioma humano que sea. En el Cielo todos se entienden y, con ese mismo lenguaje simbólico, compuesto a base de imágenes - como el que se utiliza en la poesía o en la pintura, entre otras artes humanas – es con el que suelen comunicarse los del Cielo también con nosotros, los de la tierra. Y ¿cuál fue el mensaje que mi hija Irene me envió al contemplar yo aquel cuadro? Pues bien, lo que se ve en el cuadro es una joven de cabellos largos y rubios, con ojos verdes y labios color violeta que, vestida de blusa verde con soles estampados y falda violeta, pasa desde el exterior (una verde pradera repleta de flores color violeta) por una puerta y, entrando en una casa o recinto construido por el hombre, trae una paloma en sus manos. Predominan en el cuadro los colores verde y morado. Aquí he de aclarar que estos dos colores (verde y morado) son los colores corporativos de la Fundación que lleva el nombre de mi hija (www.contralameningitis.org), como se puede ver a continuación:
Y es muy casual que estos colores, verde y morado, fueran elegidos en su día por la empresa que nos propuso este logotipo, que nada sabía a priori de los gustos de Irene ni los míos, resultando que el morado es el color preferido de Irene y, el verde…el mío. Mi interpretación de aquel cuadro es la siguiente: - El campo que se aprecia en el fondo tras la joven es el Cielo: un campo predominantemente verde, lleno de flores moradas, de esas que aparecen en el 57
campo en primavera. De hecho, cuando voy conduciendo el coche o caminando por los campos alrededor de nuestra casa y veo flores de color morado, pienso automáticamente en Irene, y le digo: “Mira, hija: ahí están tus flores, por todas partes; como para que te recuerde; como para que tu papá no te olvide jamás; como diciéndome que estás ahí, a mi lado, envolviéndome con tu presencia sutil. Estoy seguro de que eres tú quien pinta los campos de flores moradas cada primavera, soplando adecuadamente sus semillas, eligiendo donde deben arraigar, para tapizarlos a mi paso y que no me falte tu presencia”. Sí, ese campo verde es el Cielo, como en el Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes prados me hace reposar…”. - La joven es rubia y de cabellos largos, como Irene - La joven va enfundada en una blusa verde, revestida de verde, revestida de mí, que soy el verde. Pero ese verde tiene soles en él; no es un verde a secas, sino que es un verde glorioso, pleno de luz, de la fuente de la luz, pleno de Dios, como en Apocalipsis 12,1:…”Un gran signo apareció en el cielo: una mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies…”. Su falda morada me dice que ella, aunque combinada con el verde, sigue siendo ella, le sigue gustando el morado, como así siempre fue en la tierra. - Sus ojos son verdes, como los de Irene (…carita de niña, sonrisa de cielo, ojos casi verdes, áureos cabellos…decía yo describiendo inspiradamente a Irene, en uno de los primeros poemas que le escribí justo tras su muerte). Sus ojos, en el cuadro, son verdes; sus ojos son yo: yo soy sus ojos, ella puede ver en la tierra a través de mí, como le decía también en otro de mis primeros poemas pensando en Irene: …de ahora en adelante yo seré tus sentidos; vivirás el mundo a través de mí… - Sus labios son morados, sus labios son ella, son Irene; es ella quien me habla, quien no ha parado de hablarme de las cosas del Cielo desde que murió. Esto también lo había percibido yo desde hace mucho tiempo: todo lo que escribo me viene a su través desde el Cielo. Todo lo que me dicen esos seres maravillosos e invisibles celestiales, me lo dicen a través de ella, de ese canal que es el amor que nos une desde la tierra al Cielo. - La joven del cuadro, una joven rubia de cabellos largos vestida de verde y morado, viene del Cielo y entra en mi casa terrenal, en mi corazón, en mi alma, en mi vida, trayéndome una paloma en sus manos, trayéndome la paz (la paloma es símbolo inequívoco de la paz): La joven del cuadro viene desde el Cielo y es la que trae la paz a la tierra. ¿Todavía no sabéis que ese es justamente el significado del nombre griego Irene, esto es, la que trae la paz? No me quedó duda alguna al ver aquel cuadro; lo supe en cuanto lo vi: aquel cuadro representaba a Irene, la que trae la paz; era un mensaje de mi Irene, diciéndome: “Sí, papi; he sido yo quien ha hecho que tú acabaras durmiendo en esta habitación, para que sepas que siempre estoy contigo, aunque tú no puedas verme. Esta habitación es un regalo mío para ti, y he querido que la consiguieras con esfuerzo, para que te quedase bien grabado en la mente que soy yo quien está detrás de todo 58
esto. Te felicito por tus éxitos profesionales en México, en los que yo he tenido mucho que ver y, sobre todo, sobre todo, papi, quiero que sepas que te amo mucho, como siempre, y que nunca jamás dejaré de amarte”… Sí, así es mi Irene, siempre dispuesta a sorprenderme y siempre consiguiendo hacerlo. Pero, si nos preguntásemos cómo hace Irene para enviarme estos mensajes, para hacer que muchas aparentes casualidades cobren vida para mí, tendríamos que pensar en lo siguiente: Para empezar, hemos de definir lo que es una casualidad (y su similar negativo: un accidente), que sería algo así como lo siguiente:
Casualidad: Dícese del suceso que es un resultado constructivo, positivo, de la acción concurrente de un conjunto de circunstancias razonablemente imprevisibles e inevitables.
Accidente: Dícese del suceso que es un resultado destructivo, negativo, de la acción concurrente de un conjunto de circunstancias razonablemente imprevisibles e inevitables.
¿Estáis de acuerdo en estas definiciones de casualidad y accidente?, ¿sí? Perfecto: vemos que la casualidad y el accidente sólo se diferencian en que uno es positivo, bueno, y el otro negativo, malo. Bien, pues ahora voy a pergeñar lo que podría haber sido la preparación del regalo de mi hija Irene para mí en Monterrey, de la manera en que ella ha podido apañárselas para conseguir hacerme ese regalo. Lo primero es saber cómo se enteró Irene de que en la habitación 511 del hotel Fiesta Americana de Monterrey estaba colgado ese cuadro que antes he reproducido. No podemos pensar que Irene - ahora alma sin carne material y por tanto con la posibilidad de viajar a cualquier lugar a la velocidad de su pensamiento - se dedique a inspeccionar todas y cada una de las estancias, habitaciones y lugares del planeta tierra, porque es seguro que tiene cosas más importantes que hacer, como de hecho así es. De manera que esa información, sobre el contenido de esa habitación del hotel, se la tiene que haber facilitado bien otro ser humano que haya estado antes en esa habitación bien un Ángel Custodio de un ser humano que haya estado en esa habitación. La escena, en el Cielo, ha podido ser así: - Irene: “Oídme un momento, por favor; que es que mi padre va a ir a Monterrey y me gustaría darle una sorpresa; vosotros ya sabéis quién soy y cuál es mi historia, así que ¿alguno de vosotros sabe de algo que haya en Monterrey que pudiera tener que ver conmigo y con mi padre?” Y un Ángel Custodio de algún otro ser humano pudo responder así: - El Ángel: “Sí, yo sí que conozco algo que podría ser interesante. Una vez estuve en el hotel Fiesta Americana de Monterrey, en la habitación 511, acompañando a mi encomendado, y vi colgado en una de sus habitaciones un cuadro que tiene que ver mucho contigo, de hecho, me recuerda mucho a ti” - Irene: “¿Y cómo es ese cuadro?”
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- El Ángel: “Bueno; mejor sería que lo vieras tú misma: ya sabes, habitación 511 del hotel Fiesta Americana de Monterrey” - Irene: “A ver, a ver (viajando allí instantáneamente con la imaginación a la velocidad del pensamiento). Oye, pues sí, me mola mucho ese cuadro; es que es tal como si fuera yo misma. Seguro que mi padre lo entenderá cuando lo vea; seguro segurola; fijo que sí. Oye, pues muchas gracias, de verdad” - El Ángel: “Nada, nada; a mandar, tesoro, que para eso estamos; hoy por ti mañana por mí” Así ha podido ser como Irene tuvo conocimiento de ese cuadro, lo cual implica que, en el Cielo, humanos y Ángeles están perfectamente interconectados, como así es de hecho. A partir de ese momento, Irene se las ha arreglado para conducirme a esa habitación de hotel, dando los pasos siguientes: 1. Haciendo que la persona del hotel Ancira que habló con mi secretaria le dijera que no había habitaciones disponibles, cuando quizá sí las hubiera: un susurro adecuado y a tiempo bien podría haber dado como resultado una equivocación de la empleada del hotel Ancira al consultar la pantalla de su ordenador 2. Haciendo que la idea de ir al hotel Fiesta Americana llegase a mi mente. De hecho fue así: al decirme Alicia que no había habitación disponible en el hotel Ancira, la imagen del hotel Fiesta Americana vino a mi mente, porque yo lo había visto al pasar por allí. Estoy seguro: Irene proyectó la imagen de ese hotel sobre mi mente, y yo la capté 3. Haciendo que la empleada correspondiente del hotel Fiesta Americana me asignase la habitación 511, a base de otro susurro adecuado 4. Haciendo que Víctor se empeñase en cambiarme de hotel a última hora y haciendo que yo me resistiese a ese cambio, empeñándome en ir al Fiesta Americana, todo a base de los correspondientes susurros (proyecciones de la mente de Irene sobre las nuestras, deseos de Irene que nosotros captamos) 5. Induciéndome aquel sueño inoportuno el sábado pasado por la mañana, para que al despertar, que es cuando tengo la mente más despejada, viera aquel cuadro ¿Os dais cuenta de cómo se puede explicar una aparente casualidad? Ese conjunto de circunstancias razonablemente imprevisibles e inevitables que integran la definición del término casualidad pueden no ser tan imprevisibles e inevitables; lo que ocurre es que pueden ser fruto de la acción de los seres invisibles del Cielo y, como no les vemos, pues no nos damos cuentas de sus acciones, pero es evidente para mí que ahí están ellos, interactuando con nosotros constantemente. Precisamente al ser consciente de esa ínter actuación entre el Cielo y la tierra, al pensar el otro día en ese cuadro y en cómo Irene no deja de enviarme sus mensajes,
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me puse a repasar otros muchos mensajes que Irene nos envió, a mi querida esposa y a mí, a través de emails que recibimos de mi cuñada Amparo, hermana de mi esposa. Sé que la historia de Amparo y lo que ella ha representado en mi vida y la de mi esposa tras la muerte de nuestra hija Irene, que os voy a contar a continuación, va a ser considerada por muchos de vosotros como algo rayano en lo esotérico, en lo estrambótico, en lo grotesco, en lo imaginario. Sin embargo, mi esposa y yo lo consideramos como una gracia especialísima del Cielo, conseguida por el mérito de la muerte santa de Irene (de una muerte en la rendida aceptación de la voluntad de Dios) y de la no menos santa aceptación nuestra, de sus padres, del hecho de su muerte. En efecto, tal como algunos sospechan, Dios es un padre misericordioso, si se sabe aceptar Su voluntad. Dios, desde el Cielo, nada puede negar a quien nada le niega en la tierra, particularmente a quien no le niega ni a sí mismo ni a sus mayores tesoros: sus hijos. Y sabemos que la gracia no es para uno sólo, para uno mismo; la gracia es para compartirla con los demás; es para la edificación de la Iglesia de Cristo; por eso creo que hoy debo compartir con vosotros el contenido de todos aquellos mensajes que Irene nos envió a través de su querida tía Amparo; seréis vosotros quienes debáis juzgar su autenticidad o su falsedad. Mi cuñada Amparo, hermana de mi esposa, sufrió un derrame cerebral en marzo de 2004 y estuvo tres días en coma en un hospital de Madrid. Afortunadamente sobrevivió (el 40% de estos casos acaban en fallecimiento) pero su cerebro retiene daños de aquel accidente vascular y le produce dolores intensos y pérdida de movilidad en la parte izquierda de su cuerpo. Amparo no recordaba lo experimentado en aquellos tres días en coma, hasta justo unos días después de morir Irene, en agosto de 2005. Fue entonces cuando Amparo recordó lo que había vivido en sus tres días en coma, y lo que recordó Amparo fue verse a ella misma, fuera de su propio cuerpo, desde el techo de la habitación del hospital; recordó también haber estado en una luz intensa y especialmente agradabilísima de la que ella no quería irse, por el bienestar que le producía estar allí. Allí vio Amparo a su padre, muerto años atrás, quien le acarició y le dijo que debía volver con los de la tierra; y Amparo volvió a su cuerpo de la tierra. Hasta ahí tenemos el relato de Amparo y su NDE (near death experience o experiencia cercana a la muerte), muy similar a muchos de las que se describen en bastantes libros serios, escritos por serios doctores con vasta experiencia clínica en atención hospitalaria (Dr. Raymond Moody, Dra. Elisabeth Kübler-Ross, etc.). Pero es que lo de Amparo fue mucho más allá: Amparo estuvo enviándonos emails, a mi esposa y a mí, desde la Nochebuena de 2005 (la primera navidad sin nuestra hija Irene) hasta el 31 de julio de 2006, aproximadamente en el momento en que se cumplía un año desde la muerte de Irene. Fue un año de gracia del Señor, un año de profundas bendiciones en forma de mensajes celestiales de Irene, que ha supuesto para nosotros un regalo del que todavía hoy no nos sentimos merecedores. Pero ha querido Dios que esto sea así, y así os lo quiero contar. Esto forma parte de nuestra realidad, así son las cosas. El otro día en Monterrey repasé cuidadosamente todos aquellos preciosos mensajes y ordené sus contenidos por temas, para su mejor comprensión. El resumen de aquellos mensajes es el siguiente:
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1. SOBRE CUÁNDO COMENZÓ LA ACTIVIDAD DE AMPARO COMO MESAJERA DE IRENE - El momento en el que Amparo recordó lo que había vivido al estar en coma en el hospital (ese coma de 3 días sucedió en marzo de 2004) fue en una calurosa tarde de la primera quincena de agosto de 2005 (Irene murió el 5 de agosto de 2005) 2. SOBRE EL AMOR QUE NOS TIENE A SUS PADRES - Irene nos quiere muchísimo - Ese corazón tan grande que ella tenía en la tierra se ha vuelto aún más grande en el Cielo - Nos quiere (a sus padres) con todo el amor posible - Irene dice que nos quiere con todo su corazón, que cada día es más grande por el amor que le irradiamos - Irene dice que, siempre que necesitemos su ayuda para cualquier cosa, sólo tenemos que decírselo. Su amor incondicional siempre será para nosotros. - Irene dice que nos quiere, que está muy orgullosa de nosotros y que siempre está con nosotros 3. SOBRE LA RELACIÓN CIELO – TIERRA - Irene está siempre cerca de nosotros de día, y de noche vela nuestro sueño - Cada sonrisa que le dediquemos es como un beso para ella - Cada momento de charla con ella es como un abrazo para ella - Irene está todo el tiempo junto a nosotros, aunque no la veamos - Seguro que en algún momento llegaremos a notarla; Irene vela nuestro sueño - Amparo dice que, últimamente, las visitas de Irene son más espaciadas y más cortas, porque siempre llega con prisa, para volver con nosotros pues, según le cuenta, siente un gran placer cuando vela vuestro sueño - Irene dice que, cada dos por tres, nos está dando besos a sus padres - Un día, Irene le comentó a Amparo que había estado sentada escuchándonos pero que, por aquellas fechas, aún no había aprendido a comunicarse con nosotros
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- Irene se presentó a ver a Amparo un día por la mañana, por primera vez a plena luz del día. Amparo dice que Irene irradiaba tal belleza que, al mirarla, “se le contrajo el corazón y se le cortó la respiración” - Irene se tiene que desdoblar cuando yo estoy de viaje, para poder estar con sus dos padres - Irene dirige mi mano al escribir 4. SOBRE SU ACTITUD ANTE EL DOLOR DE SUS PADRES - Irene quiere que desechemos (sus padres) de nuestra alma el dolor, pues eso a ella le baña de luz - Irene nos da ánimo y dice que no nos preocupemos, porque:
está bien y allí estará siempre esperándonos
cuando llegue el momento, nos volveremos a reunir, y ella tendrá la suerte de ser nuestra guía.
- Irene quiere que desechemos (sus padres) el dolor que nos produce la falta de contacto físico - Irene se pone muy contenta al vernos felices - Muchas veces, mientras dormimos, nos susurra cosas en el oído, para que nos sintamos felices cuando nos despertemos, pues ella es feliz si nosotros lo somos 5. SOBRE SU MUERTE - Irene dice que ella sabía que se estaba muriendo, pero en ningún momento sufrió o tuvo miedo, pues siempre supo que existía el Paraíso, donde está ahora; siempre creyó en Dios y en su misericordia; quienes no creíais éramos nosotros: por eso hemos sufrido tanto. Pero ahora hemos encontrado el camino y nos encontramos en paz, como se sentía ella. - Irene dice que se sentía tranquila porque estábamos con ella; que, aunque nos parecía que no nos escuchaba, no era así, y nuestra presencia le hacía feliz (se refiere a cuando estaba inconsciente en la UCI del hospital). La única pena que le quedó fue no poder acariciar la cara de su madre por última vez, y así llevarse ese maravilloso recuerdo. También le hubiera gustado darnos un beso muy fuerte, pero ahora tiene la ventaja de que nos da besos cuando quiere, y cree que lo notamos, porque a veces nos estremecemos - Irene dice que no podríamos haber hecho nada por frenar su destino, porque así estaba escrito 63
6. SOBRE NUESTRA BODA POR LA IGLESIA - Amparo también sueña a veces con Irene. En uno de esos sueños, Jorge y Puri se vuelven a casar pero, esta vez, es en una iglesia: -
Puri iba vestida con un traje blanco, como de Sissí, y Jorge parecía un príncipe Los padrinos de la boda eran Amparo e Irene No había en la iglesia nadie más que Jaime (nuestro hijo), sentado en un banco detrás Quien oficiaba la ceremonia era alguien muy espiritual que Amparo no conocía, pero Irene sí Irene estaba pletórica de felicidad: “¡por fin he estado en la boda de mis queridísimos padres!, ¿a que están guapísimos? Parecen dos actores de cine” – decía Irene en el sueño de Amparo.
- El día de nuestra boda, Amparo va a ser el medio de contacto de Irene, pues el brazo que me va a llevar hasta el altar es el de ella y, quien esté a mi lado, es ella. Ha sido ella la que quería que esto sucediera y lo promovió; Amparo es simplemente una mera trasmisora de los deseos de Irene - Irene nos manda la enhorabuena de nuestra familia celestial, y quiere que sepamos que todos ellos estuvieron presentes en nuestra boda y que Irene vio cumplido su sueño, pues siempre quiso que sucediera así; que nos quiere muchísimo y que se siente muy orgullosa de nosotros - Irene dice que tiene un padre maravilloso y que me insinuó algo al oído cuando estaba durmiendo, que le gustaría seguir con el plan adelante y disfrutar del viaje (a Roma) pues, aunque ella no esté en estado corpóreo, a través de nosotros disfruta de todo igual que si lo estuviera: somos sus ojos, sus manos, sus piernas… - Irene nos da las gracias por el viaje a Roma, pues era su ilusión y ha sido maravilloso ver esa maravillosa ciudad a través de nuestros ojos 7. SOBRE LA FUNDACIÓN IRENE MEGÍAS CONTRA LA MENINGITIS - Irene quiere que seamos su voz y sus representantes en el ámbito terrenal - Irene quiere que, en su nombre, ayudemos a otras personas - Cuando la necesitemos podemos llamarla, pues ella siempre está ahí con nosotros, dispuesta a ayudarnos - Irene está muy orgullosa del trabajo que estamos haciendo en su nombre (se refiere a la Fundación). Está trabajando con nosotros y sabe que, en un futuro, todo este trabajo
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que estamos haciendo en común servirá para algo muy importante, y ella quedará viva en la conciencia de las personas a las cuales pueda ayudar. - Irene dice que somos los mejores padres que ha podido tener; que le envidian todos los niños (del Cielo) por haber tenido tanta suerte - Irene me da un recado de parte de mi padre: " Hijo mío, estoy muy orgulloso de ti, del hombre en el que te has convertido; eres un luchador incansable, que no deja las cosas a medias, cueste lo que cueste. Todo lo llevas hasta el final, como se debe hacer; todo lo que se empieza se debe acabar. Hay que ser consecuente con las propias ideas, como tú eres. Creo que lo que te enseñé ha dado su fruto. Te quiero; no te preocupes por Irene, pues cuido de ella y es feliz con nosotros”. - Irene pide que sigamos luchando por la Fundación, que no nos rindamos nunca. Ella siempre estará ahí para echarnos una mano en los malos momentos 8. SOBRE LA AYUDA QUE IRENE PRESTA A LAS ALMAS HUMANAS DESENCARNADAS QUE SUFREN - Irene tiene mucho trabajo, pues ella sigue siendo igual de solidaria y no soporta ver a nadie triste, por lo que ha decidido consolar y ayudar a adaptarse a aquellas personas que no aceptan su nueva situación; ella se siente tan feliz que no comprende cómo otros no lo están; Irene espera que nos sintamos orgullosos de ella por dedicarse a este tipo de ayuda - Irene dice que Leticia Villaescusa (falleció a los 20 años y es hermana de una amiga mía) está muy bien, que pertenece al grupo de almas inadaptadas al que Irene le ha tocado ayudar y orientar. Irene dice que a Leticia le ha costado mucho adaptarse, pues añoraba mucho a su hermana pero, desde que se ha dado cuenta de que puede cuidar mejor de todos sus seres queridos desde el cielo, se siente muy feliz. 9. SOBRE QUE ADOPTÁSEMOS A UN NIÑO O A UNA NIÑA - Irene dice que estamos llenos de amor, que nos mana por todos los poros, pues sólo hay que mirarnos mientras dormimos para ver el halo de luz que emanamos - Irene dice que desde arriba nos piden que entreguemos amor a personas que están faltas de ese amor tan maravilloso que podemos ofrecer. - Irene dice, sobre el tema de la adopción, que, tanto ella como sus amigos los Ángeles, están de acuerdo y que le haría mucha ilusión; que siempre estará a nuestro lado para ayudarnos con cualquier problema o contratiempo que tengamos en nuestro día a día y en todo aquello que emprendamos; que no sólo ella vela por nosotros, ya que estamos muy protegidos por Dios y sus Ángeles, porque ella es muy querida y respetada donde reside ahora
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- Irene dice que nosotros ya hemos demostrado nuestro amor incondicional por Dios, aunque a ella le gustaría que ese amor que nos sobra lo pudiera recibir alguien a quien le falte. Si nos decidiéramos por la adopción, Irene quiere que sepamos que se sentiría muy feliz y que estaría aún más orgullosa de nosotros. También quiere que sepamos que en ningún momento se sentiría desplazada y tampoco piensa que nos podamos olvidar de ella, pues eso es del todo imposible, ya que nunca dejaría que eso sucediera: ella siempre estará con nosotros hasta que nos reunamos con ella en el Paraíso, donde nos está esperando * * * * *
¿Qué?, ¿cómo lo veis?, ¿qué pensáis de todo esto?, ¿alucinaciones?, ¿pura fantasía?, ¿poesía en el viento?, ¿deseos ficticios? Está bien, está bien, que cada cual piense lo que quiera; este es un país libre. Yo creo en estos mensajes, en todos los mensajes que mi hija Irene nos envía desde el Cielo. Para creer en lo invisible hace falta, para empezar, la fuerza del deseo, el deseo de la felicidad a la que todos estamos llamados; a una felicidad sin ocaso, perfecta, definitiva, al tipo de felicidad que sólo Dios nos puede dar… Pasó otra cosa el otro día, el sábado pasado, en Monterrey: pasó que, en cuanto recibí mi regalo de Irene al ver aquel cuadro, quise tenerlo conmigo, tenerlo en mi casa de Madrid. Así que bajé a Recepción y pregunté si acaso me pudieran vender una lámina como aquella del cuadro de mi habitación, de la niña rubia con la paloma en las manos. La chica con la que hablé me dijo que eso lo tendría que hablar con la Gerente, que no estaba ese día, pero que estaría el lunes. Así que el lunes, a primera hora de la mañana, volví a recepción y pregunté por la Gerente. Me dijeron que vendría a las 9:00 horas. Bajé a las 9:30 horas y pregunté por ella. Entonces pude hablarle; se llamaba Mónica Romero, y hablamos así: -Yo: “Mucho gusto, Mónica. Verá usted: me encanta uno de los cuadros de mi habitación, el de una niña rubia trayendo una paloma en sus manos, y me gustaría saber si usted pudiera facilitarme una lámina como esa, una reproducción de ese cuadro, o bien decirme quién es el autor, si es de Monterrey y si pudiera yo contactar con él. Yo se la pagaría, claro está. No crea que se trata de un capricho; es que es algo muy íntimo, personal y profundo mío, en relación con el motivo de ese cuadro ¿Cree usted que me la podría facilitar?” - Mónica: “Pues mire, lamentablemente, los cuadros del hotel formaban parte de la decoración inicial del mismo, desde que se abrió hace 13 años, y no creo que tengamos reproducciones de los mismos” -Yo: “Ah, claro, claro; pues, entonces, ¿qué le parece si me vende el cuadro completo, así con marco, cristal y todo? Yo le pagaría lo que usted me pidiera” (aquí Mónica se dio cuenta de que yo iba completamente en serio con el asunto del cuadro) - Mónica: “Bueno, verá…yo no estoy autorizada a eso; tendría que hablar con la dueña del hotel, porque mi empresa, Grupo Posadas, sólo opera el hotel, pero no somos los dueños del inmueble, y la decoración y mobiliario forman parte del inmueble, ¿sabe usted?” - Yo: “Sí, comprendo. Entonces, ¿podría usted darme los datos de contacto de la dueña del hotel?” 66
- Mónica: “Bueno, en realidad ella suele venir por aquí más tarde. Yo le puedo preguntar cuando venga, ¿va a quedarse usted más días con nosotros?” - Yo: “Sí, estaré aquí hasta el miércoles” - Mónica: “Ah, bien; pues no se preocupe que yo le hablaré a la dueña y le diré lo que me diga” - Yo: “Muy bien. Una cosa, Mónica: si quiere usted que yo hable con ella directamente dígamelo” (aquí Mónica se volvió a dar cuenta de que yo seguía yendo muy en serio con mi pretensión de tener aquel cuadro) - Mónica: “Bueno, si: no se preocupe, señor Megías, que ya se lo diré yo a ella” - Yo: “Muchas gracias, Mónica. Ya sabe: estoy en la habitación 511, ¿ok?” (Mónica tomó nota en un papel del número de mi habitación, y también le di mi número de teléfono móvil) Al volver de nuevo al hotel en la tarde-noche del lunes pasado, de reunirme con otra de las empresas con las que he firmado contrato de venta de electricidad eólica, le pregunté a Mónica sobre si había hablado con la dueña del hotel: - Yo: “¿Qué tal, Mónica?, ¿pudo usted hablar de lo del cuadro con la dueña del hotel?” - Mónica: “No todavía, señor Megías, pero acaba de llegar; tiene su oficina en la mezzanine (entreplanta) primera, así que subiré a hablarle ahorita mismo” - Yo: “Muy bien, ¿quiere que yo la acompañe?” - Mónica: “No, no hace falta; subiré yo” - Yo: “Está bien, aquí la espero” (y me senté en un sofá frente a Recepción) Vi subir a Mónica por la escalera del patio interior del hotel, cerrado en el techo, allá por el último piso, el piso 11, por una gran claraboya. Mientras esperaba, pensé: “tenía que haberme empeñado en subir con ella, no vaya a ser que no haga bien mi encargo ante la dueña del hotel”. Mónica bajó en no más de tres minutos y desapareció sin decirme nada, por una puerta en la pared junto al mostrador de la Recepción. Yo pensé entonces: “uy, qué pronto ha bajado Mónica, me huele que no me van a dejar que me lleve el cuadro; bueno, yo he hecho todo lo posible por conseguirlo, Irene, ¡qué le vamos a hacer!” En seguida salió Mónica, por la misma puerta por la que acababa de entrar, con una lámina enrollada bajo su brazo, atada con una goma elástica, y hablamos así: - Mónica: “Señor Megías, finalmente he podido encontrar una lámina como la que usted quería; aquí la tiene, y es un regalo para usted, de parte del hotel” Mi alma saltó entonces de alegría, porque había sido capaz de conseguir el regalo que mi hija Irene quería que yo tuviese, su regalo que viene directo del Cielo. Le hablé así a Mónica, recogiendo la lámina y abriéndola para comprobar su contenido: - Yo: “Mónica, muchísimas gracias; no sabe lo feliz que me hace usted con esto, de verdad, ¿puedo darle dos besos?” - Mónica (visiblemente ruborizada): “Ay, sí, claro, ¡cómo no!” Muuuá (en un lado de su cara), muuuá (en el otro) 67
- Yo: “Adiós, Mónica” - Mónica: “Adiós, señor Megías” * * * * *
¿Que si estoy loco? Yo os responderé claramente: Sí, estoy loco, completamente loco: loco de amor por mi hija muerta pero viva; loco de amor por Dios, por la Virgen María, por los Ángeles y por los Santos Bienaventurados del Cielo; loco por mis hermanos los hombres de la tierra, por todos ellos; loco por todo y por todos; loco de gratitud por estar vivo y por saber que Dios me dio (y a todos nosotros) una vida eterna. ¿Qué tiene de particular que nos podamos comunicar entre nosotros quienes vivimos en el Cielo? El Cielo no es un lugar físico, sino un estado del alma: el estar unida a Dios, que en la tierra se llama estado de Gracia y, después de muertos, se llama estado de Gloria. La única dificultad para comunicarse entre el Cielo y la tierra es que, en la tierra, la existencia del cuerpo físico impone ciertas limitaciones, pero todas ellas solucionables:
En la tierra, recibimos demasiada información sensorial dispersa, no seleccionada, a través del sentido de la vista, sobre todo, lo cual inunda la mente y ocupa mucho espacio en el cerebro y en nuestra atención. Solución: cerrar los ojos a la tierra, para así poder ver el Cielo
En la tierra, todo lo percibimos a través de los sentidos físicos, pero se pueden ejercitar otras cualidades interiores humanas (imaginación, deseo, voluntad, fe, esperanza…), a través de la oración y de la meditación
En la tierra, la imaginación (la loca de la casa) vaga sin rumbo, se pone a pensar en lo que le parece y resta capacidad de concentración en lo que a uno le interesa, pero se puede educar a través de ejercicios de control mental
En la tierra, tenemos cada uno muchas necesidades físicas que atender (dolor, malestar, hambre, cansancio, frío, calor…) que restan capacidad a la mente, que se tiene que ocupar de ellas. Solución: Comunicarse con el Cielo cuando la mente esté más en calma (por ejemplo, justo al despertar por la mañana) * * * * *
“Señor: estaré eternamente en deuda contigo por mi vida y por todo lo que sucede en ella y especialmente, entre otras cosas, por la inmensa gracia que me has concedido de poder percibir los mensajes que me llegan de mi hija Irene, muerta pero viva. Señor, ten misericordia de todos nosotros, mínimas criaturas humanas, y lleva todas nuestras almas al Cielo, como has llevado la de Irene y estás llevando las de sus 68
padres humanos. Irene ha sido Tu mensajera de amor; ella, su amor, ha sido quien ha conseguido hacer despertar a estos dos durmientes, sus padres humanos, a la riquísima vida de Tu gracia; ella ha sido para nosotros, después de su muerte, la que nos trae la paz, Tu paz. No podía ser de otra manera, porque así bien nos inspiraste cuando le pusimos su nombre: Irene, la que trae la paz” Esta mañana, ya en casa, he llevado la lámina a enmarcar. Me han dicho que me la tendrán para el viernes próximo. Mi esposa y yo hemos decidido colgarla en el salón, para poder hartarnos de verla a placer. “Misión cumplida, Irene: tu regalo estará siempre con nosotros, hasta cuando Dios tenga previsto que abandonemos esta tierra. Después, quiera Dios que ya te podamos ver en vivo y en directo, en el Cielo. Te mandamos un beso muy muy fuerte, tesoro, de parte de tus papás: muuuá”.
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V. PERDIDA Y HALLADA A ver, a ver: querrás decir “perdido y hallado”, en masculino, ¿no? Porque quien se perdió y fue hallado después, en el Templo de Jerusalén, fue Jesús de Nazaret, un niño de 12 años, y no una niña, ¿verdad? Sí, ya sé que fue Jesús quien se perdió; bueno, en realidad quienes se perdieron fueron sus padres humanos, María y José, en el sentido de que eran ellos quienes no sabían dónde estaba Jesús, pero Jesús sabía perfectamente dónde estaba y lo que hacía. La cosa fue así: 40El Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en Él. 41Sus padres iban cada año a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. 42Cuando era ya de doce años, al subir sus padres, según el rito festivo, 43y volverse ellos, acabados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo echasen de ver. 44Pensando que estaba en la caravana, anduvieron camino de un día. Buscárosle entre parientes y conocidos 45y, al no hallarle, se volvieron a Jerusalén en busca suya. 46Al cabo de tres días le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles. 47Cuantos le oían quedaban estupefactos de su inteligencia y de sus respuestas.48Cuando sus padres le vieron, quedaron sorprendidos, y le dijo su madre: “Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote”. 49Y Él les dijo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?”. 50Ellos no entendieron lo que les decía. 51Bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto, y su madre conservaba todo esto en su corazón. 52Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres (Lucas 2, 40 – 52) Para empezar, al leer este pasaje del Evangelio de Lucas, conviene sacarle todo su jugo, atendiendo a los comentarios siguientes (NT Nácar-Colunga, ed. BAC):
41 Ordenaba la Ley (Ex 23, 14 ss) que los israelitas se presentasen tres veces al año ante el Señor, en las tres grandes festividades de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, para dar gracias a Dios por los beneficios recibidos. Sin que la costumbre, “interpretación óptima de la Ley”, dispensara a los que vivían lejos de Jerusalén a no ir más que una vez al año y aún una cada varios años. Los padres, como pobres, harán el viaje a pie. Llegado a edad en que pudiera hacer otro tanto, el niño acompañaba a los padres
44 Para la vuelta, se dan cita los del mismo pueblo o familia; pero la costumbre impone que las mujeres vayan separadas de los hombres. Los niños pueden formar grupo aparte o agregarse a uno cualquiera de los mayores. Así se explica que el Niño pudiera quedarse en la ciudad sin que lo echaran de ver sus padres
46 “Al cabo de tres días” se entiende “al tercer día”. Jesús aparece en los atrios del templo, donde los doctores ponían cátedra y los oyentes, sentados en el suelo, escuchaban sus lecciones. Jesús está, como uno de tantos, escuchando y preguntando; pero, con sus preguntas, descubre su maravillosa sabiduría y 70
ciencia precoz, con que hace meditar a los doctores sobre los sentidos de las divinas Escrituras. Era un modo de enseñarles acomodado a la edad que tenía
49 La pérdida de Jesús no fue involuntaria de su parte. Teniendo plena conciencia de quién era y de la misión que traía, quiso empezar a cumplirla. Igual que hará después, ahora busca cumplir la voluntad de su Padre celestial, sin atender a la de sus padres terrenos. Fue esto para ellos, sobre todo para la Madre, una dolorosa prueba; pero también un rayo de luz, que les va descubriendo el misterio de la vida de Jesús. La respuesta es para nosotros oscura. Acaso no lo fue tanto para los padres. Lo que para todos es claro es la conciencia que tiene Jesús de su filiación divina. Las palabras “en las cosas de mi Padre”, gramaticalmente se podrían también traducir “en la casa de mi Padre”. Preferimos la del texto, como más natural
Me quedo, de estos comentarios de mi NT de bolsillo, con las tres frases siguientes:
Teniendo plena conciencia de quién era y de la misión que traía, quiso empezar a cumplirla
Igual que hará después, ahora busca cumplir la voluntad de su Padre celestial, sin atender a la de sus padres terrenos
Fue esto para ellos, sobre todo para la Madre, una dolorosa prueba; pero también un rayo de luz, que les va descubriendo el misterio de la vida de Jesús
¿Que por qué planteo hoy esta exégesis (“exégesis” = extracción del significado de un texto) y titulo este escrito “Perdida y hallada”, en lugar de “Perdido y hallado”?, ¿todavía no habéis adivinado el porqué? Es muy fácil: porque nosotros, mi esposa y yo, también perdimos a nuestro tesoro, a nuestra niña, a nuestra preciosa hija Irene, cuando murió; y también la hallamos a los tres días, después de haberla perdido. Y también nos la encontramos siendo plenamente consciente de quién era y de la misión que traía, cumpliendo la voluntad de su Padre y nuestro Padre celestial, sin atender a la nuestra, lo cual fue y sigue siendo para nosotros una dolorosa prueba; pero también, no un rayo, sino un inmenso chorro de luz que nos ilumina desde entonces y que nos ha hecho descubrir el misterio de la vida de Jesús, que es Dios, y de nuestras propias vidas, ya de paso. Nuestra inefable – porque inefable es la extremadamente elevada calidad de su alma, apenas descriptible con palabras - hijita Irene nos ha hecho comprender a Dios y comprender quiénes somos nosotros, sus padres; nos ha hecho también comprender muchos profundos misterios de Dios y su Iglesia, porque los hemos vivido y los seguimos viviendo en el centro del alma; no teóricamente, sino muy vívidamente en nuestra realidad cotidiana. Por eso este escrito se titula “Perdida y hallada”. Hoy os quiero contar cómo la perdimos, a Irene, y cómo la hemos encontrado; y cómo, de paso, hemos encontrado a Dios ¿Os apetece seguir leyendo?, ¿sí? Pues entonces...hacedlo, seguid leyendo; que el tema promete…
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Una voz desde el silencio Irene murió, a sus 17 abriles, literalmente de la noche a la mañana: la noche de aquel viernes, después de venir de la consulta del Centro de Salud, contábamos con un diagnóstico médico banal: faringitis; nada que temer, aparentemente. Al día siguiente, Irene estaba muriendo, por sepsis meningocócica, en el hospital más cercano. Una semana más tarde, lo que físicamente nos quedaba de Irene eran unos cuantos gramos de cenizas alojados en una urna, sobre el mueble del televisor del salón de nuestra casa. Pero ¿cómo era esto posible?, ¡qué despropósito tan enorme; perder la vida, en plena juventud, de una manera tan fulminante! Tras la muerte de Irene, yo salía cada mañana a pasear; me llegaba al pinar cercano a casa; subía a su punto más alto, me sentaba en el suelo y desde allí, mirando al cielo, preguntaba al aire por mi hija; preguntaba a mi hija muerta: “Irene, ¿dónde estás?; ¿acaso existes?; si existes, ¿estás bien?, ¿necesitas mi ayuda, Princesita mía? Irene, ¿qué sentido tiene tu muerte?, ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿para qué vivo?, ¿para qué vivimos todos? ¿Qué es esta locura?, ¿para qué tanto esfuerzo?, ¿para qué tanto afán?; no entiendo nada de nada”… Pero la única respuesta que recibía era el silencio; el silencio, una y otra vez. Nada parecía haber cambiado en el mundo tras el mayor cataclismo de mi vida: las nubes seguían siendo blancas, el cielo azul; los pajarillos seguían pasando, volando sobre mi cabeza; el viento movía perezosamente las ramas de los árboles, al tiempo que articulaba un suave susurro. Nada, la nada más absoluta como respuesta; tan sólo era el silencio quien contestaba a mis súplicas. Entonces no sabía yo lo reveladora que es la voz del silencio; entonces no sabía yo el porqué del silencio; pero hoy sí que lo sé. El silencio, siempre que la pregunta se formule con la intensidad suficiente, siempre que lo que se pregunte sea profundo, es decir, no se trate de un juego, ni de un capricho, ni de un entretenimiento, sino de algo de verdad, sincero, importante y dicho desde el fondo del alma… el silencio, digo, nos obliga a seguir preguntando una y otra vez. Y, cada vez que preguntamos sin obtener respuesta, bajamos un escalón más, profundizamos un escalón más, nuestras preguntas se hacen más y más profundas, más interiores, desde la consciencia del mundo de los sentidos físicos, desde nuestro “Yo consciente” hasta el centro de nuestra alma, que los psicoanalistas probablemente llamarán “Inconsciente”. Es como si, a cada pregunta, le correspondiera un escalón inferior en profundidad al de la anterior pregunta: En el escalón primero, en lo inmediato consciente, yo diría: “Irene, ¿por qué te has muerto?” Al preguntar de nuevo, tras no haber obtenido respuesta, volvería a preguntar “Irene, ¿por qué te has muerto?”, pero esta vez en un escalón inferior, más profundo, más lejos del “Yo consciente”, más cerca cada vez del fondo de mi alma. Voy a poner otro ejemplo más de lo que vengo queriendo decir: Hay una película de 2002 que me gusta mucho, porque presenta experiencias similares a las que yo he vivido; su título es “Dragonfly, la sombra de la libélula”, del cineasta norteamericano Tom Shadyac, con un Kevin Costner de protagonista, ya claramente alopécico (hay incluso una escena que se basa en su calva), que representa el papel de Joe Darrow, un médico cuya esposa, también médico, de nombre Emily, acaba de morir. Emily se comunica con Joe a través de niños hospitalizados, que han sufrido experiencias cercanas a la muerte. Hay una escena en la película en la que Joe está 72
preguntando a una monja, con un amplio conocimiento de muchas experiencias cercanas a la muerte - la hermana Madeleine - cómo funciona eso de comunicarse un muerto con los vivos, a través de quienes han tenido experiencias cercanas a la muerte. La hermana Madeleine le dice a Joe lo siguiente: “Hay 100 peldaños en la escalera de la consciencia, entre estar despierto y estar muerto. En una intervención quirúrgica, los anestesistas sólo hacen bajar al paciente los 10 primeros peldaños. Debajo de esos primeros 10 peldaños, hay una descendente escala de grises, como el fondo de un océano, jamás explorado. Es en ese lugar profundo donde Emily encuentra a los niños y les habla. Cuando parezcan estar muertos, al despertar, antes de que se les olviden los detalles, uno de ellos volverá y te traerá las respuestas a tus preguntas sobre Emily. Debes estar cerca de esos niños; así encontrarás tus respuestas”. Independientemente del toque peliculero hollywoodiense - que hay que vender para comer, y el que no se anuncia no vende – creo que hay algo de verdad en ese planteamiento, y coincide con mi enfoque de la voz del silencio: el silencio, la ausencia audible de respuesta a las preguntas más radicales y profundas de un ser humano, hace que se profundice en la pregunta, que se repita, que se persevere en hacerla, hasta que uno va bajando y bajando la escalera que conduce a lo profundo de sí, a su esencia, a su propia alma. En ese momento, en ese lugar profundo, uno acaba por encontrar las respuestas a sus preguntas. Es lo mismo que rezar perseverantemente: ¿Nunca os habéis preguntado por qué Jesucristo rezaba horas y hasta noches enteras, normalmente en o cerca de algún monte, repitiendo la misma oración una y otra vez, cada vez que se tenía que enfrentar a una dura prueba o a una difícil decisión?, ¿nunca os habéis preguntado por qué una de las condiciones necesarias para que una oración sea infalible es la perseverancia?: La oración perseverante muestra a Dios que la cosa va en serio, que no se trata de un caprichito de última hora del orante, sino que se trata de una petición muy seria; por eso es perseverante y por eso la escucha Dios. ¿Tampoco os habéis preguntado por qué un Rosario contiene tantas Avemarías? Un Rosario habitual, de cinco misterios, contiene 50 Avemarías, lo que implica que le pedimos a la Virgen María 50 veces que interceda por nuestras peticiones, que “ruegue por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Pero, si rezamos el Rosario completo, de 20 misterios, entonces le estaremos pidiendo a la Virgen 200 veces que ruegue por nosotros. Y la Virgen ruega, y la petición, si es según Dios, se cumple, una y otra vez. Probad a pedir cosas útiles para la salvación, y probad a pedirlas para vosotros mismos, con confianza, humildad y perseverancia; probad a preguntar al Cielo cualquier cosa, aún sobre problemas cotidianos, pero serios, profundos, de verdad; poneos a rezar un Rosario a continuación y… veréis lo que pasa: a las pocas Avemarías rezadas, vuestra mente se llenará de ideas nuevas, inesperadas, originales, que no habrían surgido en vuestra mente de no haber procedido a rezar así; vuestra mente se llenará de respuestas a vuestras preguntas. ¿No lo creéis? Probadlo y veréis, aquellos de vosotros que tengáis fe. Es el silencio el que nos conduce a orar más, a seguir orando, a seguir preguntando, a seguir pidiendo. El silencio nos conduce a lo profundo de nuestro ser y ¿qué encontramos allí?: nos encontramos con todas las respuestas, nos encontramos con Dios, que nos 73
habla desde ese lugar nuestro que es común con Él, que está unido a Él: nuestra alma. Por eso dice San Agustín lo siguiente: “¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían”. Así es, el lugar de nuestro ser desde donde Dios nos habla es nuestra alma, común a vivos y a muertos y dotada de vida eterna, porque así nos hizo Dios. Un alma desencarnada no tiene obstáculos para comunicarse con Dios; pero un humano terrenal, para hablar con Él, no tiene más remedio que salvar la distancia existente entre su alma y su “Yo Consciente”. Por eso Dios nos habla en el silencio, porque el silencio es necesario para bajar esos 100 peldaños existentes entre la consciencia del mundo físico y el alma, para ahí poder hablar con Dios. Lo curioso es que, al bajar cada peldaño hacia lo profundo del alma, en lugar de estar más oscuro, uno se acerca más a la luz, a la luz gloriosa de Dios. Otra forma de ver este proceso, que se realiza en la perseverancia de la oración y en el silencio como respuesta, es pensarlo al revés, como que es la información del alma la que asciende al “Yo Consciente”, en lugar de a la inversa. Al verlo así, diríamos que la información contenida en el alma, las locuciones divinas que Dios dirige al alma humana, los mensajes e inspiraciones divinos dirigidos a ella, aflorarían, en las debidas condiciones, al “Yo Consciente”. Es entones cuando uno es consciente, cuando se da cuenta, cuando se apercibe, cuando descubre cosas que siempre habían estado allí, pero jamás antes se había sido capaz de saber interpretar, de recibir, de comprender. Eso me ha pasado a mí al convertirme a Dios. No es que me haya adherido a ideas preconcebidas de la Iglesia, sino que lo que yo siento en mi interior es un descubrir, un ser consciente, un darme cuenta de realidades a las que antes no era sensible y que ahora me inundan, me apabullan, me sobrecogen, mi fascinan, me maravillan, me asombran. En efecto, yo no me he inventado a Dios; yo no he aceptado intelectualmente a un Dios que otros habían fabricado anteriormente y que a mí me venía bien ahora asumir, no; la cosa no es así. Lo que yo siento, al igual que todos los creyentes, es la experiencia de Dios, el actuar de Dios en mi vida, a mi alrededor; el notar cómo las virtudes teologales (fe, esperanza, caridad) y morales (justicia, templanza, fortaleza, prudencia) crecen en mi interior; cómo los dones del Espíritu Santo (entendimiento, ciencia, sabiduría, consejo, fortaleza, piedad, temor de Dios) acompañan y refuerzan el crecimiento de las virtudes y me hacen percibir la realidad de una manera completamente distinta. Ahora soy consciente de realidades que estaban ahí, desde siempre, pero que yo no era capaz de percibir. Ahora soy consciente de que Dios existe; de que me ama con un amor infinito e inigualable; de que me ha estado amando desde antes de la creación de la primera nebulosa; de que me pensó, me creó y me ama tal como soy, con todos mis defectos, porque Él me hizo así, como soy yo. Ahora soy consciente de todo ello; ahora toda esa información, que Dios revela y la Iglesia confirma e interpreta, ha pasado de residir como dormida en mi alma a vivir en mi “Yo Consciente”. He allanado el camino de bajada a mi alma, he anulado la distancia de los
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100 escalones; ahora soy consciente de que lo que Dios me decía y yo no escuchaba; ahora ya he aprendido a oír su voz en el centro de mi alma. En definitiva, lo que importa es que nuestra conciencia y nuestra alma se reúnan en un mismo lugar, y es entonces cuando lo que Dios le dice al alma es audible en nuestra mente. Por supuesto, cuanto más entrenado está alguien en la oración, menos escalones encuentra en el camino entre el alma y la consciencia; es como si se redujese el número de escalones, la distancia existente entre ambos “lugares” se reduce, y hasta llega a anularse por completo. Entonces, a ese ser humano viviendo en gracia y entrenado en la oración, le es cada vez más fácil oír la voz de Dios, hasta que la oye prácticamente sin esfuerzo, rodeándole con su dulce arrullo o con su voz de trueno, hablándole en casi cualquier situación diaria, a cada momento del día. Tú tendrías que escribir un libro Y me ocurrió que, tras tres días de preguntar perseverantemente por mi hija y a mi hija, me encontré en la puerta del centro escolar de Irene. Desde el exterior de la puerta que da acceso al patio, donde cientos de veces me había despedido de mi Irene al llevarla en el coche a clase, miré hacia el interior. Pensé entonces en lo absurdo del esfuerzo de Irene, en todos aquellos años atrás, siendo una de las alumnas más aplicadas y voluntariosas de aquel centro escolar ¿Para qué había estudiado Irene?, ¿para qué había invertido tanto tiempo y tanta energía en el estudio, si jamás aplicaría sus conocimientos en la tierra?, ¿qué sentido tenía mi propia vida?, ¿para qué esforzarme en seguir, en madrugar e ir a trabajar cada día?, ¿para qué?... yo sentía y me preguntaba algo muy en la línea de esas maravillosas reflexiones de desencanto con lo terrenal que podemos encontrar en el libro de Qohélet (el Eclesiastés), del Antiguo Testamento: “Vanidad de vanidades y todo vanidad; no hay nada nuevo bajo el sol, sino que todo es dar caza al viento”. En esos pensamientos de vacío interior estaba yo absorto cuando pregunté mentalmente, una vez más, a mi hija Irene: “Irene, ¿por qué te has muerto, amor mío?” No bien hube terminado de formularme esa pregunta en mi mente, surgió en ella la idea siguiente: “Tú tendrías que escribir un libro”. Y lo curioso es que esa frase me la había dirigido Ana, mi querida vecina del otro lado de la calle, en el tanatorio de El Escorial, unos días antes, al despedir el cuerpo de Irene, cuando leímos aquel corto e inspiradísimo escrito mío (inspiradísimo por Dios, claro está) titulado “Irene, in memoriam”, pleno de amor y de aceptación amorosa de la voluntad de Dios. Sí, al terminar de leer aquel escrito y despedir a familiares y amigos, Ana me dirigió aquella frase: “tú tendrías que escribir un libro” y la frase, a la que no di importancia alguna en aquel momento en el tanatorio, se ve que quedó registrada dentro de mi cabeza, sin que yo lo advirtiera. Esa frase surgió después en mi mente, en el momento oportuno, como extraña respuesta a mi pregunta perseverante por el significado de la muerte de mi hija. En principio, a primera vista, esa idea ni siquiera parecía la respuesta a mi pregunta: yo estaba preguntándole a mi hija sobre el porqué de su muerte, sobre su significado y, sin embargo, la “respuesta” que apareció en mi mente fue la de escribir un libro. Una cosa parecía no encajar con la otra pero, al final, esa respuesta, la de escribir un libro, era la mejor respuesta posible para mí; era la respuesta que yo necesitaba para ponerme en marcha; era mi vocación, una llamada personalizada, especial y única para 75
mí. A partir de aquella frase que surgió en mi mente, en el momento oportuno, yo no sólo escribí un libro, sino que jamás desde entonces he dejado de escribir y difundir lo que escribo; lo cual, al parecer, es de utilidad espiritual a muchos. Además, al ponerme a escribir aquel primer libro, al buscar las causas inmediatas de la muerte de mi hija, “Alguien” me inspiró crear la “Fundación Irene Megías contra la Meningitis” (www.contralameningitis.org), que es una obra de amor que transforma permanentemente la muerte en vida. Y, además, el ponerme a escribir aquel primer libro fue el primer paso hacia mi profunda conversión a Dios, y la de mi querida esposa Puri. Pero ¿cómo es posible que me pasen estas cosas?, me pregunto. Bien, esbocemos una explicación de todo esto: R. Garrigou-Lagrange escribió, en su maravilloso libro “Las tres edades de la vida interior” (ed. Palabra), que es un clásico leidísimo de espiritualidad cristiana, imprescindible para todo seminarista que se precie, lo siguiente (pág. 1183): “Las locuciones sobrenaturales son manifestaciones de la mente divina que se hacen oír, ya a los sentidos externos ya a los internos, o bien inmediatamente a la inteligencia. Dentro de este tipo de locuciones, las intelectuales son directamente percibidas por la inteligencia, sin que medien los sentidos o la imaginación, a la manera como los ángeles se comunican sus pensamientos. Suponen una luz divina y la coordinación de las ideas adquiridas preexistentes, y a veces ideas infusas. Como dice Santa Teresa, “es un hablar sin palabras, que es el lenguaje de la patria” (Vida, c. XXVII). Cuando yo leí este párrafo, hace ya bastante tiempo de ello, no pude evitar las lágrimas: aquel “tú tendrías que escribir un libro” era para mí, evidentemente, una idea preexistente en mi mente, pero coordinada por la mente de Dios para hacer luz en la mía, contestando de la mejor manera posible - como siempre contesta Dios, sin perder el tiempo en abstrusas explicaciones teóricas de difícil inteligencia, sino incitando directamente a la acción - a mi pregunta sobre el porqué de la muerte de Irene, sobre el sentido de mi propia vida, y hasta de toda vida humana ¿Casualidades de la vida?: Ja. Pero tú, mi querido/a lector/a, a tus añitos, ¿todavía crees en las casualidades? Perdida y hallada en el Templo De forma que yo, a los tres días de haber perdido a mi hija, de haber despedido su cuerpo, la volví a encontrar. Sí, era ella; no importa qué persona fuese la directamente responsable de aquella locución interior: podría haber sido Dios Padre directamente, pero también podría haber sido la Virgen María, o Jesucristo, o el Espíritu Santo, o mi Ángel Custodio, que tiene mucha experiencia en enviarme inspiraciones celestiales, o incluso la propia Irene, supuesto el caso de que en tres días hubiera sido capaz de aprender a proyectar sus pensamientos sobre los míos (siempre ha sido una chica muy lista, que lo coge todo al vuelo). Lo importante es que aquella locución, para mí, venía del Cielo y, en ese sentido, la mente de Dios fue la responsable, porque en el Cielo todos comparten la voluntad de Dios, piensan como Dios; y eso es precisamente lo que les hace inmensamente felices. Aquella primera locución, después seguida de muchas otras de muy diversas expresiones - también mentales, o escritas por mí mismo, o escritas por otras 76
personas, o dichas por otras personas, o leídas en determinadas situaciones, o transmitidas usando el cuerpo físico de otras personas, o transmitidas a través de situaciones que “hablaban” por sí mismas – fue mi primer contacto con mi hija Irene, mi primer rastro de su alma, la primera vez que Irene se me manifestó al preguntarle yo algo. Por eso digo que la encontré a los tres días. Y estaba viva, y viva sigue; pero ya no era la misma, en sus accidentes externos: no tenía entonces, ni tiene hoy, cuerpo material y, además, estaba en Dios, unida a Dios, ocupándose de las cosas de su Padre y de nuestro Padre; ocupándose en encargarme misiones de amor; en ponerme tareas a ser desarrolladas en la tierra, pero muy vinculadas con el Cielo. Sí, yo también, como María al encontrar a Jesús en el templo de Jerusalén, me extrañé al ver que mi hija ya no era la misma, que servía a alguien mucho más importante que yo, que servía a Dios. Pero mi extrañeza se volvió gozo al comprender que era ella, que no la había perdido, que ahora la seguía teniendo, pero de una forma distinta. Desde entonces voy a buscarla a ese mismo sitio siempre que puedo: el conjunto que forman su Instituto de Educación Secundaria, el Parque Acuático Aquópolis y el pinar, todo ello muy próximo entre sí. Esos lugares son mi Templo, nuestro Templo, Y allí, en el silencio, entre el trinar de los pájaros y el murmullo del viento moviendo los árboles, escucho a placer su voz, y la de Dios ¿Dolor por la pérdida? Sí, claro; no me quiero imaginar el dolor de María y de José al perder a Jesús, creyendo que lo habían perdido para siempre ¿Quién no siente dolor al perder a sus hijos, al separarse de ellos? Sin embargo, el gozo del reencuentro es total, magnífico, apoteósico. Y ese breve tiempo sin tus hijos, mientras les creías perdidos, te ha hecho valorar cuantísimo les amas, cuánto importan en tu vida, cómo estarías dispuesto a dar tu vida a cambio de la suya, llegado el caso. Ese amargo dolor de la ausencia se torna en pura miel en el abrazo del reencuentro. Desde entonces, desde que encontré viva a mi hija muerta, ya nunca jamás después he dejado de disfrutar de su compañía, de sus palabras, de sus caricias, de sus abrazos, de sus besos, de su amor. León, un viaje en el tiempo Hace poco tuve la oportunidad de viajar a León, la ciudad española donde, hace ahora 20 años, nació Irene (¡Ahí va!, eso quiere decir que Irene tiene ahora 20 años, porque hace 20 años que nació, aunque muriera con 17, ¿verdad?). Iba yo inicialmente a Palencia, a un asunto del trabajo, pero lo rematé antes de lo previsto y entonces me dije: ¡Qué diantre, me voy a comer a León, que está aquí cerquita! Ya por la carretera desde Palencia a León – por donde no había yo transitado desde hacía años – no pude evitar que mi mente se retrotrajese en el tiempo. Aquellos campos, aquellos ríos, aquellos parajes en torno a León, que me eran tan conocidos, dispararon mi conversación mental con Irene, y me puse a hablar así: “¿Te acuerdas, hija mía, cuando, siendo un bebé, agarraste a hurtadillas el paquete de tabaco de tu madre, en aquel bar, y casi te lo comiste entero?; ¿te acuerdas, hija, de cuándo estábamos tu madre y yo a las puertas del hospital provincial de León, en aquella fría y nevada noche de enero de 1988, justo antes de que nacieras tú? Ay, no, qué tonto soy, ¿cómo te vas a acordar de eso, si todavía no habías nacido? Borra eso, bórralo, como si no hubiera yo dicho nada, no”. Me llegué a León, entrando por la carretera de Benavente. Pasé por la puerta de la fábrica e Antibióticos S.A., donde estuve trabajando unos 5 años; luego tiré por la 77
Avenida de Fernández Ladreda hasta rebasar la plaza de toros, que también han cubierto, como la de Leganés. Giré a la izquierda y agarré la Corredera, dejando más a la izquierda el Paseo de Papalaguinda. Pasé junto al Parque de San Francisco (¡ay, cuantos buenos ratos pasé en ese parque, mi querida Irene, con tu hermano Jaime, cuando él era un chinorris!) y estacioné el coche en el, como siempre, cochambroso parking público de la Plaza de San Marcelo. Al salir andando desde el parking, vi el edificio del Ayuntamiento, la Iglesia de San Marcelo, la Casa Botines (obra del genial arquitecto Antonio Gaudí), el Palacio de los Guzmanes (hoy sede de la Diputación Provincial), la peatonal avenida del Generalísimo, antigua arteria comercial principal de la ciudad, hoy sustituida por la calle Ordoño II, y me acerqué hasta la preciosa catedral, la Pulchra Leonina, de inigualables vidrieras, representante del gótico español más puro. Quería haber entrado a orar, pero todas las puertas estaban cerradas. Los abundantes andamiajes adjuntos revelaban que estaba cerrada por obras. “Entonces llamé a Mamá desde el móvil y le dije que estaba en la plaza de la catedral de León, reviendo en mi imaginación cómo vivíamos allí nosotros cuatro, nuestra familia, años atrás, cuando tú viniste al mundo y nos colmaste de felicidad. Mamá se emocionó muchísimo, porque ni ella ni yo habíamos vuelto a León, tu querida ciudad natal, desde la última vez que estuvimos allí, contigo presente físicamente, a ver a nuestros amigos leoneses. Me dijo que ella no habría sido capaz de volver a pasear por León y me preguntó que cómo me sentía yo. Le contesté que extrañamente bien; que al sentimiento de nostalgia se superponía otro más intenso, como de maravilla por poder volver a pasear por aquellas queridas calles nuestras y ser casi capaz de vernos imaginariamente a nosotros mismos paseando por allí con nuestros dos queridos hijos cogidos de la mano ; que algo interior me había pedido volver a León, a recordar los viejos buenos tiempos; y yo, como siempre algo últimamente, me dejo llevar por ese tipo de inspiraciones y, sin pensarlo dos veces, voy a donde el Amor me lleva”. Me fui a comer a un Pans & Company de la avenida del Generalísimo, pero no debido a la crisis, sino a que en ese tipo de lugares suele haber adolescentes comiendo, y las había. No seáis mal pensados, caramba: mi caso no es el del señor madurito en busca de una lolita, sino el de un padre en busca de su hija. Al ver a aquellas quinceañeras a mi alrededor, riendo y pegándose empujones, la presencia de mi hija vino a mí: vi a Irene en ellas; la esencia de mi Irene adolescente se hizo presente ante mí. Eso es lo que se llama mirar con los ojos del alma. Después de comer, cogí de nuevo el coche, salí del aparcamiento subterráneo y seguí hablando mentalmente con Irene: “Verás, por si no te acuerdas - que no te acordarás, porque eras muy pequeñita - vamos a pasar por delante de la casa donde vivíamos ¿Ves?, justo ahí vivíamos los cuatro, en la Avenida de Asturias 14, 5º A ¿Ves qué balcones tan majos y qué soleada era nuestra casita, cogiendo todo el esquinazo del edificio y orientada hacia el sur y hacia el oeste? ¿Ves aquella ventana? Pues justo esa era tu habitación, ¿a que es una casa bien hermosa?” Luego la llevé a ver la guardería infantil donde iba su hermano Jaime, pasando con el coche por su puerta y, más tarde, la llevé a que viera el edificio del hospital provincial, y le dije: “¿Ves, Irene?, en este lugar viniste tú al mundo. Recuerdo aquella noche como si fuera ayer; sí, la noche en que te conocí, cuando aquella enfermera depositó con cariño en mis brazos aquel bebé rollizo y coloradote que eras tú. Ay, mi
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hija, ¡qué feliz me has hecho, y me sigues haciendo, al ser mi hija!, ¡cuánto te quiero, amor mío!” Esta es la cuestión: no tengo a Irene, pero sí la tengo. No la tengo físicamente, pero la tengo en espíritu, siempre conmigo, a mi lado, pendiente de mí. Puedo comunicarme espiritualmente con ella, porque ella es espíritu, pero yo también; solo que, en mi caso, mi espíritu, mi alma, está rodeada de carne, y en el suyo no. Pero eso sólo es un pequeño inconveniente, salvable cuando existe, entre quienes se aman, un intenso, radical y puro amor. Mi maestra de Dios Irene ha sido quien me ha llevado a Dios, eso es evidente. A través de su muerte yo he comprendido intensamente, profundamente, muchos misterios de Dios. Se ha dado un gran paralelismo - por supuesto, salvando todas las distancias - entre ella y Jesús; entre nosotros, los padres de Irene, y la Virgen María; hemos vivido unas circunstancias bien parecidas en ambos casos. Y eso identifica mucho, conforma entre sí, aúna, sin lugar a dudas. Para empezar, la muerte de mi hija se dio en unas condiciones de total aceptación por parte de ella, pero también por parte de nosotros, sus padres, del hecho de su muerte. Al intenso dolor físico y espiritual se unió en ambos casos (el de Jesús y el de Irene) una extraña luz, el sentimiento de una fuerte presencia divina, de que allí estaba Dios expresándose: a través del desarrollo de la realidad, era casi audible su voz. Parecía (tanto en el caso de Jesús como en el de Irene) como si Dios hubiera abandonado a sus amadas criaturas en el momento de la máxima tribulación; pero no, sólo era que estaba expresando su voluntad a través de su potente y silenciosa voz. Jesús sabía que iba al Cielo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, e Irene también: “Mamá, me estoy muriendo, y me tengo que ir”. Por eso, ¿cómo no voy a entender que la muerte pueda ser la prueba del mayor amor posible a Dios, de amarle claramente por encima del amor a uno mismo, al aceptar serena y amorosamente su voluntad, si eso precisamente es lo que yo viví cuando mi hija murió? Hay otro gran misterio de Dios, de naturaleza al mismo tiempo humana y divina, terrenal y eterna, que es la Iglesia. Nos dice San Pablo que la Iglesia es el Cuerpo Místico (o sea, misterioso) de Cristo y que Cristo es su cabeza. Con esto significamos que cada uno de los seres humanos que somos miembros de la Iglesia, tanto los que andamos todavía errantes por la tierra (la Iglesia peregrina, militante), como los que se purifican en el Purgatorio (la Iglesia purgante) como los que disfrutan ya de la vida en la patria celestial (la Iglesia gloriosa, triunfante) formamos parte del Cuerpo de Cristo. Somos miembros suyos, de su propiedad; todos pensando de una manera común, profesando una fe común, unidos a Cristo y entre nosotros en una manera común de concebir el mundo y a Dios; con una misma manera de experimentar la vida de relación con Dios; unidos por un mismo espíritu, que anima nuestras vidas: el mismo Espíritu de Dios, interior a Dios, el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor de Dios. Los miembros terrenales del Cuerpo Místico de Cristo hacemos cosas físicas en un mundo físico. Hacemos con nuestras manos, con nuestros pies, con nuestros 79
cuerpos, con nuestras mentes, lo necesario para hacer crecer el Reino de los Cielos en la tierra. Ese Reino es el conjunto de seres humanos que tienen a Dios en el alma. Nos esforzamos por construir el mundo de Dios, el que Dios quiere para los seres humanos, el que le es propio a la auténtica y real naturaleza humana: un mundo no de egoísmo, sino de solidaridad; no de diferencias económicas, sino de reparto igualitario de los bienes terrenales; no de guerra, sino de paz; no de dolor, sino de gozo; no de odio, sino de amor. Tenemos, nosotros los cristianos - seres humanos nuevos, reconstruidos por Dios para la Vida Eterna - muchas limitaciones, que nos hacen despistarnos del camino emprendido y apartarnos continuamente, cada día, de la luz de Dios. Nos sabemos santos, o sea, unidos esencialmente a Dios; pero también nos reconocemos pecadores, esto es, tendentes a separarnos de Dios, con una tendencia que está profundamente instalada en nuestro interior. Aún así, aún siendo seres a medio terminar, a medio hacer, nos sabemos herederos del Cielo, y luchamos denodadamente por conservar nuestra herencia, el lote de nuestra heredad: vivir en Dios y con Dios eternamente. Puede que la doctrina de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo sea abstrusa e ininteligible para muchos, pero no para mí ¿Por qué?, ¿es que alguien me la ha explicado con mucho lujo de detalles, con mucha paciencia?, ¿es que mi mente es un portento de la naturaleza? No, nada de eso, amigos/as míos/as. Lo que pasa es que yo fui inspirado por el Cielo a fin de crear la “Fundación Irene Megías contra la Meningitis”, que es un grupo de personas, cada vez más amplio, que tienen un mismo interés, que comparten un mismo ideal, unidas en un mismo espíritu: el espíritu del más puro amor posible; el del amor entre padres e hijos; el espíritu de la solidaridad para con aquellos que sufran el acoso de la meningitis en todas sus variantes; en definitiva, el espíritu del amor, el espíritu de Irene. ¿Os dais cuenta ahora del gran paralelismo existente entre la Iglesia de Cristo, universal y para todos los hombres, y nuestra Fundación, limitada a unos fines y a un determinado territorio?, ¿os parece una comparación delirante?; sí, ¿verdad? Puede pero, para mí, vivir la experiencia de la Fundación me ha hecho comprender muy vivamente la doctrina de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo. De la misma práctica y experimental manera, Cristo nos enseña, en la cruz, el valor redentor del dolor. Él nos salva a través del dolor; Él sufre para que nosotros no suframos; Él intercambia su vida física por nuestra vida eterna; Él da su vida humana física terrenal a cambio de millones y millones de vidas humanas eternas. Y lo hace a través del dolor y de la muerte ¿Cómo entonces podremos decir que el dolor y la muerte no son buenos? No, no son buenos, no lo son; son buenísimos, son recontrasupercalifragilisticobuenísmos del todo, para ser más exactos. Son lo necesario para nuestra salvación, para conseguir nuestra felicidad eterna, para lograr aquello para lo que fuimos diseñados por Dios: gozar del mayor bien imaginable, la posesión de Dios mismo, por toda la eternidad. Sí, Cristo nos salvó a todos por medio del dolor y de la muerte. Y Él aplica su salvación con la ayuda de su Gracia. Y su Gracia nos alcanza tanto directamente como por medio de la acción de otras criaturas. La Gracia, el Amor de Dios, no sólo nos llega a través de las manos de Nuestra Santa Madre del Cielo, la Virgen María, sino que, desde sus manos, se irradia a otras criaturas y, desde ellas, alcanza a sus destinatarios finales en cada caso. Así es Dios; Él ha querido salvar al hombre pero no sin el hombre,
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sino con su colaboración. Él salva a unos hombres por medio de otros, en una cadena de muchos eslabones, a veces difícil de rastrear, pero no imposible. En nuestro caso, el de mi esposa y mío, ha sido nuestra hija Irene quien ha actuado de último eslabón en la cadena de la Gracia de Dios, para salvarnos del Infierno a nosotros, sus padres. Ha sido ella, por el mérito adquirido por su amorosa y abandonada muerte, quien ha desencadenado un enorme chorro de Gracia viniendo directamente desde el Cielo, emanando de Dios, pasando por la Virgen María y alcanzando nuestras almas de lleno. Al mismo tiempo, ha sucedido también que nosotros, sus padres, hemos abierto nuestras almas a la acción de la Gracia divina, al llamar Dios a la puerta de nuestras almas con una tan gran intensidad. Ha sido el dolor y la muerte de Irene los que nos han salvado, como instrumento en manos del Altísimo, que quiere que todos los hombres sean salvos. Entonces, ¿cómo no voy yo a entender el valor salvífico del dolor y de la muerte si, gracias al dolor y a la muerte de mi hija, nos hemos convertido profundamente a Jesucristo y ahora sí que nos fiamos enteramente de Dios; si así Dios nos ha librado, a mi esposa y a mí, de las garras de Satanás? Esta es la cuestión: nosotros, como María y José, también perdimos a nuestra hija, al tesoro de nuestras almas. Creímos que había desaparecido de nuestras vidas para siempre. Fue entonces cuando el más profundo dolor nos embargó el alma, al creer que lo más valioso de nuestras vidas se había esfumado de repente. Pero no; resultó que aquella ausencia se resolvió también a los tres días, como cuando Jesús se perdió en el Templo. Mi hija fue perdida y felizmente hallada por nosotros, pero también sucedió que ella misma hizo el milagro de que nosotros, sus padres, que sí que estábamos perdidos de verdad, en la ignorancia de Dios, en la oscuridad del mundo, en la soberbia de la vida, nos encontráramos con nosotros mismos, en el fondo de nuestras almas. Ahora sabemos definitivamente quiénes somos: hijos amados de Dios, porque ella nos abrió los ojos y nos llevó de la mano hacia Dios. ¡Gracias, Señor mío Jesucristo, por el don de nuestra inefable hija Irene; por ese regalo que nos hiciste un día con su presencia, que no hemos dejado de experimentar y disfrutar desde entonces, de muy diversas formas! ¡Gracias, Jesús mío de mi alma, porque la muerte física de Irene ha supuesto nuestra vida eterna, como figura e imitación de lo que Tú mismo hiciste definitivamente un día por todos nosotros! Porque Tú, amor profundo mío, nos salvaste de una vez por todas; y ahora tu salvación se puede aplicar a cada uno de nosotros, a cada una de nuestras mínimas vidas humanas que, sin embargo, son tu deleite. No sin motivo decidiste dejar de ser sólo Dios para ser también uno de los nuestros, y eternamente. ¡Gracias, Jesús mío de mis entrañas, gracias, por tu siempre fiel y eterno amor a los hombres!
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VI. A CHRISTMAS PRESENT
No, si ya me estaba yo oliendo estos días atrás que Irene, mi preciosa hija del Cielo, me tenía preparado algún regalo para estas fechas navideñas. Con lo que le gusta a ella la Navidad, que siempre aquí, en su vida física terrenal, se volvía loca de contenta desde que regresábamos de nuestras vacaciones de verano… Era muy típico en ella el ponerse a cantar villancicos en el coche al volver de la playa, en pleno Agosto, ¡fijaos si le gusta la Navidad a Irene! Por eso sospechaba yo que esta Navidad también me iba a hacer algún regalazo de los suyos, que nunca me han faltado, ni siquiera desde que murió Y aquí está el regalo, en forma de un suculento diálogo que Irene me ha hecho escribir, para solaz y adelantamiento espiritual del personal viandante lector, empezando por este seguro servidor vuestro que suscribe este escrito, como primer destinatario de todos estos mensajes celestiales que se desgranan semana tras semana, invaden el ciberespacio y llegan hasta vuestros ojos, hasta vuestros cerebros, hasta vuestros corazones. Esto de los diálogos con mi hija, y con otros seres celestiales, es una manera de escribir que siempre me ha reportado maravillosos hallazgos espirituales que jamás encontraría de no escribir en este modo de diálogo. Cuando empecé a escribir así, al poco de morir mi querida hija Irene, pensé que era yo quien lideraba estos diálogos; que era yo quien promovía su existencia, movido por la fuerza de mi amor a Irene; pero, algo más tarde, comprendí que en realidad sucedía todo lo contrario, esto es, que era ella quien me ponía a escribir así, porque quería contarme sus cosas, cosas de ella, cosas del Cielo, y usaba mis manos para hacerlo, por supuesto con el permiso de Dios. Que Irene haya sido y siga siendo mi canal de comunicación con el Cielo es un hecho maravilloso que jamás podré dejar de agradecer a Dios. Es una gracia infinita, que me ha llevado a Dios. Y Él sigue haciendo que suceda esta forma de comunicación entre el Cielo y la tierra: Dios mío, ¡cómo te amo! Es este diálogo de hoy un gran Regalo de Navidad en sí mismo, que encierra otros regalos dentro de él, en forma de revelaciones celestiales y sucesos terrenales impulsados por el Amor, imbuidos de Amor, colmados de Dios, liderados por el Cielo. Y, como sé que es el Amor mismo quien guía mi mano, no tengo nada más que añadir como introducción a este escrito; sea entonces el Cielo quien hable a partir de ahora mismo… -Yo: Esto…Irene, ¿estás ahí? -Irene: Pues sí, aquí estoy, como siempre, ¿qué pasa, Papi? -Yo: Bueno, esto… nada; es que… -Irene: Es que… ¿qué?, ¿qué tripa se te ha roto? -Yo: No, nada; no se me ha roto ninguna tripa; es sólo que… -Irene: Que ¿qué?; estás hoy un poco espeso, o enigmático, no sé ¿Qué te pasa?; dímelo ya de una vez, alma de cántaro -Yo: Pues verás. Lo que me pasa es que está acabando el año y, bueno, tú ya sabes lo que pasa al acabar cada año: es inevitable hacer balance personal, echar la vista atrás, 82
pensar en los ausentes y echarles de menos con una mayor intensidad; ya sabes… todo eso y mucho más -Irene: Ah, bueno, ¡vaya cosa!, creí que se trataba de algo importante, qué susto me has dado -Yo: Pero ¡cómo! ¿No te parece eso importante? ¿Pero de qué pasta estás hecha tú, hija mía? Una cosa es que no tengas carne y otra que no tengas corazón -Irene: Eh, eh, un momento, un momento, para el carro, para el carro: ¿se puede saber de qué diantre me estás hablando? -Yo: ¿Que de qué te estoy hablando?, ¿pues no es evidente de qué te estoy hablando? Te estoy hablando de que te echo mucho de menos, mi hija la más pequeña; de eso precisamente te estoy hablando, rediez -Irene: ¿Cómo es eso de que me echas de menos? Digo yo que me echarías de menos si no me tuvieras, si yo estuviera ausente de tu vida, ¿no es cierto? -Yo: Claro, por eso… -Irene: ¿Y es que acaso estoy yo ausente de tu vida, por un casual? -Yo: Sí, claro que estás ausente -Irene: ¿Ah sí? Y ¿con quién estás hablando precisamente en este mismo momento, merlucín adobado?, ¿con la pared quizás? Porque, si es que acaso estás hablando con la pared en este momento, entonces lo que tú necesitas es ir a un loquero de los buenos, ¿me entiendes? -Yo: Sí, bueno… no, la verdad. Ya sé que no estoy hablando con la pared, sino contigo. Ya sé que estás aquí, conmigo; pero la cosa es que no te puedo ver, recórcholis; ese es el problema -Irene: ¿Cómo es que no me puedes ver?, ¿es que acaso estás ciego?, ¿es que has perdido la capacidad de percibir la realidad que te rodea? -Yo: Bueno, no es eso exactamente; quiero decir… sí, claro que lo percibo todo, y te percibo también a ti, pero no con mis ojos de la cara, sino con los del alma -Irene: Bueno, ¿y qué?, ¿qué más da eso? El caso es que me percibes; y date con un canto en los dientes, que otros muchos humanos encarnados no son capaces de percibir a los humanos desencarnados, mientras que tú sí que puedes; así que no te quejes ni un pelín, colega -Yo: No, si no me quejo; ya sé que soy un privilegiado y que, aunque no te tengo físicamente, en realidad sí que te tengo; ya sé que no tengo más que hablarte para que tú me contestes, y sé que me ha dado Dios esta maravillosa capacidad de la escritura, con la que disfruto de su gracia continuamente, con la que hablo contigo siempre que quiero, con la que tú me contestas, además de contar con las otras muchas maneras que tienes de contestarme -Irene: ¿Entonces?..., ¿de qué te quejas, orejas? -Yo: Pues no sé, caramba, es obvio de qué me quejo: me quejo de no tener tu presencia plenamente; de tenerte, sí, pero no de poder tenerte del todo; es de eso de lo que me quejo, ¿es eso tan difícil de comprender por una mente celestial e iluminada por la luz de Dios, como es la tuya ahora? -Irene: Sí, hombre sí, claro que sí, claro que te comprendo, ¿es que no ves que te estaba vacilando, tontolín tontolero? Pero tú siempre has sido un tipo recio en lo sentimental, siempre has aguantado los duros embates de la vida sin que se te descomponga el peinado, como le pasa a James Bond; así que no te me vayas ahora a volver un poco mariquita, a estas alturas de la película, porfis 83
-Yo: ¿Cómo dices? Oye, niña: un respeto a las canas de tu padre, por favor -Irene: Sí hombre, sí; quiero decir que no te me vayas a venir abajo ahora, ahora que ya has superado lo más duro, lo más difícil; ahora que ya has superado mi ausencia física imprevista, te has enfrentado al sinsentido de la muerte y has comprendido perfectamente que la muerte es sólo un accidente en la vida de una ser humano, pero no su final -Yo: No, si eso es cierto; eso que dices es tal como yo lo siento -Irene: Pues por eso te digo que no te me rajes, manito -Yo: Creo que tienes razón; lo que tengo que hacer es no parar de dar gracias a Dios por haberme hecho destinatario de tanto conocimiento de la esencia de la vida humana, de esta terrenal y de la de después -Irene: Pues claro que sí; así es -Yo: Sí, es cierto lo que dices. Esta vida nuestra, la vida humana, es alucinante, maravillosa. Estar vivo, existir, es una gracia de Dios que encierra un grandísimo valor. Existir, ser, incluso en el dolor, es lo máximo, es lo más. Jamás daré a Dios las gracias que se merece por haberme traído a la existencia, cosa que podría no haber hecho. Pero la hizo: Él me pensó desde toda la eternidad, antes de la creación de la primera galaxia material; entonces me amó en su mente eterna y después me creó, porque primero me había pensado, porque antes me había pensado, porque quiso Él que yo existiera; qué grande es mi vida, nuestra vida, nuestras vidas, ¡qué grande es vivir! -Irene: Ahora, ahora sí que estás razonando como un Megías de pro, y no como una señorita asustada -Yo: Sí, es cierto; la vida es alucinante, pero me gustaría preguntarte algo -Irene: Pues usted dirá, caballero -Yo: Es que no acabo de comprender por qué no viene ya Jesús de una vez a la tierra y termina con el dolor humano; por qué no llega ya a instaurar ese Reino de justicia, paz y amor que nos tiene prometido ¿A qué espera?, ¿por qué no viene ya a arreglar la vida humana, si es evidente que nosotros mismos vamos a ser incapaces de alcanzar la civilización del amor querida por Él?, ¿cuándo vendrá Jesús a inaugurar la tierra nueva y los cielos nuevos? -Irene: Bueno, ya sabes que el momento concreto de su segunda llegada física a la tierra no está determinado más que en la mente de Dios Padre, pero sí conocemos el criterio por el cual el Padre se regirá para enviar de nuevo físicamente a su Hijo a la tierra -Yo: ¿Ah sí? ¿Y cuál es ese misterioso criterio? -Irene: No es misterioso en absoluto, nada de eso, sino muy claro. Verás: supongo que sabrás decirme cuál es el destino de cada uno de los seres humanos, ¿no? -Yo: Sí, eso sí que me lo sé: el destino de cada uno de los seres humanos, aquello para lo cual Dios nos creó a todos y a cada uno de nosotros, es vivir unidos a Dios por toda la eternidad, disfrutando así de la misma maravillosa, feliz y eterna vida de Dios -Irene: Muy bien, veo que te has aprendido la lección. Entonces, lo que Dios quiere es que todos los seres humanos gocen de esa vida divina que citas, ¿verdad? -Yo: Sí, que todos nosotros, todos ya cada uno de los seres humanos, gocemos de la misma vida divina -Irene: Bien, pero resulta que Dios nos hizo libres, y que siempre habrá quienes, a pesar de la gracia que Dios nos envía, decidan no acoger el amor de Dios y perderse eternamente en su lejanía, ¿no es cierto? 84
-Yo: Sí, sé que eso es una tremenda realidad -Irene: Bien, ¿y tú no te has puesto a pensar por qué los seres humanos viven vidas de duración desigual en la tierra?, ¿por qué yo morí a los 17 años cuando hay ancianos que tienen 100 años y siguen vivos, por ejemplo? -Yo: Sí, claro que he pensado en ello, muchísimas veces -Irene: ¿Y…? -Yo: Que he llegado a la conclusión de que cada ser humano muere en el mejor momento posible para él. O sea, que cuando un humano ya ha cumplido su misión terrenal; cuando ya ha demostrado a Dios que sabe amar como Dios manda; cuando ya no tiene nada más que aprender, ese es el momento en que Dios le llama a su lado. Y, por el contrario, cuando un humano no es capaz de aprender a amar, Dios le da oportunidad tras oportunidad, prolonga su vida terrenal, le da años y años, para tratar de que aprenda a vivir, de que aprenda a amar, ¿no? -Irene: Eso es, eso mismo. Está claro: Dios es Bondad Infinita, así que todo lo que Él hace voluntariamente o permite que pase es siempre lo mejor para todos y cada uno de los hombres. Lo mismo pasa con la muerte de cada uno de nosotros: que es la mejor muerte posible para cada uno, y acaecida en el mejor momento posible de su vivir terrenal -Yo: Pero eso significaría que, si cada ser humano muere en el mejor momento posible para él, morir antes o morir después del momento real en el que ha sucedido su muerte habría sido peor para él, ¿no? -Irene: Pues sí, eso es, eso mismo -Yo: Eso quiere decir que, en tu caso, habría sido peor para ti morir después del momento en el que moriste, ¿verdad? -Irene: Claro que sí -Yo: Pues no lo puedo comprender bien, la verdad, porque ¿qué habría habido de malo para ti en que hubieras podido vivir más años en la tierra, y no morir prematuramente, tan joven, a tus 17 años? -Irene: Ah, yo no sé lo que habría podido pasar, pero tengo una absoluta confianza en Dios; de modo que, si Él así lo ha dispuesto, es porque eso era lo mejor para mí. Imagínate, por ejemplo, que yo, de haber vivido más años en la tierra, me hubiera enamorado locamente de un terrorista, o de un proxeneta, o de un camello de la heroína, ¿quién sabe? Imagínate que yo no hubiera podido controlar la pasión de un amor así de destructivo, y que hubiera terminado por corromper totalmente mi cuerpo y mi alma, imagínate eso. Así que viendo Dios ese mi probable futuro, de acuerdo a las características de mi alma que Él conoce mejor que nadie; viendo que, de permanecer yo en la tierra por más tiempo, podría haberme apartado de Él definitivamente sin posibilidad de remisión, hizo lo mejor para mí, para mi salvación eterna: sacarme de la tierra antes de que el mundo terrenal me corrompiera, una vez comprobado que yo, aún en sólo 17 años, ya le había demostrado a Él que he aprendido la lección de amor que venimos a aprender a la tierra: que sé amar según Dios. Vio Dios también entonces, en la hora de mi muerte - Él, que vive el futuro al mismo tiempo que el presente - que vosotros, mis padres, ibais a reaccionar positivamente ante el hecho de mi muerte, que ibais a convertiros a Dios y que ibais a ser un elemento tractor para llevar a otras muchas personas también a Dios; que ibais
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a desarrollar muchas iniciativas terrenales de amor, ayudando a la construcción del Reino de los Cielos en la tierra. Así, Dios decidió, en la hora de mi muerte, lo mejor no sólo para mí, que ya he cumplido mi destino al vivir unida a Él en el Cielo, sino también para vosotros, mis padres, y para muchas otras almas más. Por eso Él dejó que la carne de mi cuerpo desapareciera ante el ataque de la infección meningocócica, y lo hizo de la forma más rápida posible, de forma que me evitase cuanto más sufrimiento mejor. Podría Él haber contravenido las leyes naturales que rigen automáticamente el funcionamiento de nuestro cuerpo - como le pasa a cualquier otro organismo animal - claro que sí que podría haberlo hecho, que no hay nada imposible para Dios. Pero consideró Él, teniendo en cuenta absolutamente todos los factores posibles, que lo mejor para la salvación del mayor número de almas humanas, yo la primera, era que yo muriera, y por eso morí yo. -Yo: Sí, lo entiendo; es coherente y razonable lo que me dices, lo entiendo perfectamente; pero sigues sin contestarme la pregunta que te he hecho antes, la de por qué no viene Jesús ya a la tierra de una vez, y así nos evitaría tanto sufrimiento al género humano -Irene: Todo a su tiempo, Papito mío, todo a su tiempo. Si te he hablado antes de un caso individual, del mío, del caso de mi muerte, es porque esa es la mejor manera de que comprendas ahora, a continuación, el porqué de la tardanza de Jesús en venir a liberar definitivamente la existencia humana del pecado y de la muerte. Y la razón es que, de la misma manera que busca Dios lo mejor para cada uno de nosotros individualmente, como ha quedado en evidencia con el ejemplo de mi muerte; de la misma manera en que Él hace que cada ser humano muera en el mejor momento posible, también busca Él lo mejor para el conjunto de los seres humanos, también quiere Él que se salve el mayor número de almas posible o, mejor dicho todavía, que la proporción entre almas salvadas respecto de las condenadas sea la máxima posible. Es decir: sabemos que Él quiere que todas las almas humanas vayan al Cielo, pero también sabemos que eso es imposible, dada la libertad que Él mismo nos otorgó como una de las cualidades esenciales del ser humano, a fin de que seamos capaces de amarle a Él, de poderle amar (que eso mismo es el Cielo: amar a Dios y ser amado por Él), y el amor o es libre o no es amor en realidad. Por eso, su objetivo es que el porcentaje de almas salvadas sea abrumadoramente superior al de condenadas y, para conseguir esto, es preciso crear más y más almas humanas; es preciso que nazcan más y más seres humanos en la tierra; es preciso que pase más y más tiempo terrenal en la actual situación de un mundo humano sometido al pecado y a la muerte, para dar la oportunidad de que más y más hombres se salven. El tiempo actual, el que va desde la plenitud de los tiempos – cuando se cumplió la primera venida a la tierra de Nuestro Señor Jesucristo – hasta la segunda venida del Señor a la tierra o Parusía, es el final de los tiempos, es el final de la historia temporal humana. A partir de la Parusía del Señor se inaugurará una vida eterna y feliz carente de pecado, dolor y muerte, en una tierra nueva y en unos Cielos nuevos que el Señor nos tiene prometidos. Es por eso que a este tiempo, al final de la historia temporal humana que estamos viviendo ahora mismo, se le llama el tiempo de la misericordia; porque es amor misericordioso - o sea, el derivado de sentir la miseria humana en su corazón - lo 86
que Dios está derrochando sin parar. Por eso Él nos da más tiempo; por eso espera Él pacientemente a que los humanos seamos capaces de construir la civilización del amor en la tierra. Y, mientras espera, sigue sufriendo la ofensa de nuestros múltiples pecados, los de cada uno de nosotros y los de la humanidad entera en su conjunto. Y cada pecado, para alguien que nos ama infinitamente, es una herida infinita que Él estoicamente soporta por puro amor al género humano. Así es como nos ama Dios; Él, que es rico en clemencia y lento a la ira, espera pacientemente a que seamos capaces de conseguir que los salvados sean proporcionalmente muchísimos más que los condenados; porque Él, precisamente por ser Bondad infinita, no podría ser feliz si la mayoría de los humanos no lo fueran, ¿comprendes? -Yo: Sí, ahora lo veo claro. Y saco de ello una consecuencia -Irene: ¿Cuál? -Yo: Que, mientras menos almas se vayan salvando; mientras menos creyentes haya en el mundo; mientras más se pisotee el nombre de Dios en la tierra, más tardará Jesús en venir de nuevo a liberarnos, porque una situación adversa a Dios en la tierra supondrá que aumente el número de almas condenadas, con lo cual Dios tendrá que esperar más tiempo, a fin de compensar con un mayor número de nuevas almas salvadas, ¿verdad? -Irene: Pues sí; has estado sagaz ahí, Papi mío; pero no pienses que, simplemente porque el mundo sea mayoritariamente más incrédulo, se salvan menos almas. No olvides que Dios dispone de muchas herramientas para lograr que se salven las almas, y las emplea todas ellas continuamente, sin descanso -Yo: ¿A qué herramientas te refieres? -Irene: Me refiero a la Iglesia. La Iglesia es el más poderoso instrumento de salvación humana, no solamente para quienes forman parte de ella de una manera sana, ferviente y completa, sino para todos los hombres -Yo: ¿Ah, sí?, ¿y cómo es eso? -Irene: Pues sí, verás: por una parte, las oraciones de los fieles de la Iglesia en pro de todo el género humano son esenciales para la salvación del mundo. Dios nos ha dado en la oración, a los seres humanos, el mismo poder que Él mismo tiene. Él hace lo que dice, su Palabra es poderosísima; con ella, Él es capaz de crear seres de la nada; es capaz de mantener a todos los seres en la existencia; es capaz de dirigir el curso de los acontecimientos; es capaz de contravenir las leyes naturales; es capaz de producir el bien, un bien real, en aquellos a quienes bendice. Pues bien, ese mismo poder nos ha sido conferido por su mera gracia a los humanos, si bien en un grado menor que el suyo: Él puede crear la realidad de la nada, pero nosotros los humanos sólo podemos transformar realidades preexistentes, ya antes creadas por Él. Aún así, el poder de nuestra palabra, de nuestro deseo humano, es fabuloso y puede, por ejemplo, transformar la disposición interior del alma de un pecador, a fin de que se abra a la recepción de la gracia de Dios. Es el nuestro un poder delegado, por supuesto, y es operativo si y sólo si no contraviene la voluntad de Dios, porque para que este poder nuestro funcione, para que sea operativo, es preciso que se apoye en el propio poder de Dios. Por eso, nada de lo que podamos desear y pedir se materializará si es contrario a la voluntad de Dios, porque precisa al mismo Dios para que nuestro deseo se transforme en realidad. Ese poder delegado que Dios nos ha dado se llama poder de intercesión: nosotros podemos interceder ante Dios en bien de otros seres humanos, y Él siempre nos escucha y nos atiende, si lo que pedimos es según Dios. 87
Por otra parte, dispone Dios también del poder de nuestras buenas obras, de las obras terrenales de realización del amor, esto es, de deseo y persecución del bien de otros seres humanos en la tierra. Las buenas obras tienen un enorme efecto multiplicativo del bien humano: por una parte, ayudan a la construcción de la civilización del amor en la tierra, acelerando la deseada segunda venida de Jesús a la misma. El bien, al igual que el mal, se propaga en ondas concéntricas de radio creciente - como cuando tiras una piedra en un estanque – esto es, alcanzando cada vez a más y más seres humanos, lo cual consigue que los corazones de los pecadores cambien: un pecador se desorienta ante la percepción del bien, sus defensas desaparecen, lo que le hacía estar bloqueado, cerrado al bien, se difumina cuando ese pecador experimenta el bien, el amor de Dios llegando hasta él a través del amor de otro ser humano, por ejemplo. Pero es que, además de ello, las buenas obras son tan gratas a los ojos de Dios que Él mismo, al ver a sus hijos haciendo el bien en la tierra, ablanda su corazón de puro amor y envía su amor más intensamente a la tierra, con lo cual las puertas de los corazones de los pecadores son llamadas con una mayor intensidad, ante lo que les es mucho más difícil seguir manteniéndolas cerradas a cal y canto al amor de Dios. Y aún hay más: otra de las herramientas fenomenales de que dispone el Señor, quizá la que más, la más contundente, es el sufrimiento humano -Yo: ¿El sufrimiento humano?, ¿y cómo es eso? No creía yo que una cosa tan estéril, un sentimiento tan inútil, tan aprisionador del espíritu humano, como es el sufrimiento, sirviera para nada, para nada más que para sufrir -Irene: Sí, bueno, es que hay que matizar un poco el asunto. Verás: en efecto, el sufrimiento, el dolor, el mal, no vale para nada en sí mismo, por sí mismo. El mal es la negación del Bien, la separación del Bien y, cuanto más te apartas del Bien, más experimentas el mal. Y el Bien, el Bien infinito, es Dios, así que el mal es lo opuesto a Dios, lo que se aparta de Dios, lo que está lejos de Dios. Por eso el mal, el dolor, el sufrimiento, por sí mismo, no vale para nada, absolutamente para nada bueno. Sin embargo, si un ser humano consigue asumir el dolor, aceptarlo, atravesarlo doliéndose, tragarlo, deglutirlo, masticarlo, cargarlo sobre sí, y transformar este hecho, esta asunción del mal, en un acto de amor, esto es, de búsqueda del bien, entonces el mal, el dolor, el sufrimiento, tienen sentido, porque así se consigue trocar el mal en bien -Yo: Sí, eso estaría muy bien si hablásemos en teoría, como en una charla de café; pero dime tú cómo diantre se puede conseguir sacar bien del mal; anda dímelo si te atreves, listilla -Irene: De mil amores te lo diré, Papi. Sólo Dios sabe sacar bien del mal, porque Él es la Bondad infinita y personificada. El mal puede contigo, puede tumbarte, esterilizarte, dejarte K.O., pero no puede con Dios, ¿cómo iba cualquier mal a doblegar a quien es el Bien en grado infinito? Dios pulveriza cualquier mal, todo el mal posible, que poco puede hacer al enfrentarse con Dios. Por eso, cuando tú, como ser humano débil y pequeño, no sabes qué hacer con el mal, con tu mal, con tu dolor, con tu sufrimiento, lo que debes hacer es entregárselo a Dios, ponerlo en sus manos, que Él sabrá qué hacer con él y cómo transformarlo en Bien. Debes ofrecérselo a Dios, entregárselo, ponerlo a su disposición, dárselo. Y tu actitud, por otra parte, también debe ser la de aceptar tu mal con amor, amar tu dolor simplemente porque Dios está tolerando que el dolor te alcance; porque si Él deja que 88
suceda en tu vida, eso es, nuevamente, lo mejor que te podría pasar, de entre todas las cosas que te podrían pasar. Eso implica por tu parte tener confianza en Dios, una confianza plena en su Providencia, en el plan que Él ha diseñado para ti. Esa confianza supone fe, que crees en Dios, que crees en su Palabra, que si Él te dice - como de hecho nos dijo a través de San Pablo – que Él todo lo ordena para el bien de los que le aman, es que eso es verdad, verdad de la buena, verdad en todo momento y situación. Y Dios interpretará, si le das fe, si crees de esta manera en Él, que, aunque todas las evidencias parezcan estar en contra de la certeza de su amor por ti; aunque parezca que Él te ha abandonado a tu suerte y te ha dejado ahí, en medio de un dolor salvaje que tú no sabes controlar; precisamente ante una dura prueba de dolor que te hace morir a ti mismo, Él interpretará que tú le amas por encima de lo que te amas a ti mismo: si Él ve que aceptas el dolor que Él ha tolerado exista en tu vida, que lo aceptas con amor como venido de sus manos de Padre misericordioso, eso le derretirá de amor por ti, y te habrás ganado su corazón para toda la eternidad. Esa situación, la de la máxima prueba, la del dolor humano asumido con amor, le es tan grata a Dios que Él redobla la intensidad del envío de su gracia sobre las almas humanas, lo cual, siempre sin violentar nuestra libertad, nuestro libre albedrío, hace que los humanos se abran más a su Amor, hace que más almas humanas estén más cerca del Cielo. Es tal el poder salvífico del dolor aceptado con amor, que ese mismo mecanismo fue el utilizado por Dios para salvarnos a todos nosotros del dominio del enemigo, del ángel rebelde que declaró la guerra a Dios por envidia del hombre. Ya sabes: el hombre, la primera pareja humana terrenal, perdió su confianza en Dios, perdió su fe en Él y se separó de Él antes de ser plenamente divinizada, esto es, unida íntimamente a Dios, tal cual era el plan primigenio de Dios. Las consecuencias de aquella primera separación entre el hombre y Dios fueron el pecado y la muerte. Desde aquella primera separación entre el hombre y Dios, basada en el orgullo humano, en sentirse autónomo el hombre de Dios, independiente de Él, en quererse a sí mismo más que a Dios, en no poner primero y por encima de todo a Dios, una cascada interminable de nuevas separaciones de Dios acaeció en la historia humana, ya que la tendencia a la separación de Dios se propagó, y se sigue propagando de generación en generación por el semen humano. El hombre, herido en sus potencias físicas y espirituales por la separación de Dios, no podía escapar por sí solo de esta situación, era incapaz de reconstruir la relación de unión íntima con Dios que le correspondía según los planes originales de Dios. Sólo Dios tenía poder para reparar la relación rota entre el hombre y Dios, y la reparó, precisamente a través del dolor, a través del sufrimiento: Dios se hizo hombre, tomó el cuerpo de un hombre, la naturaleza de un hombre, y así pudo realizar, en un primer hombre, el milagro de unirlo completamente e íntimamente a Dios. Era preciso que el cuerpo físico de un hombre resultase divinizado, que el Espíritu de Dios invadiese no solamente un alma humana, sino un cuerpo material carnal humano, ya que un hombre, cada hombre, es un ser compuesto cuerpo-alma, esa es su naturaleza. Y esa reparación fue realizada en base al dolor, al sufrimiento de aquel hombre, llamado Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre al mismo tiempo. El dolor de Jesús fue tan definitivo, en su cuerpo y en su alma, que Él pagó en nuestro nombre el precio que debíamos haber pagado todos nosotros. Él expió nuestros pecados, los cargó sobre sí mismo y, con su dolor y su muerte, limpió la ofensa de Dios, quitó los 89
pecados del mundo, los ya habidos hasta la fecha de su muerte y los que habían de producirse posteriormente por toda la humanidad. Con su acto de humilde y amorosa aceptación de la voluntad del Padre, con su acto de asunción del dolor humano sobre sí mismo, Él limpió la ofensa infinita que nuestros pecados habían producido en el corazón de Dios. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Desde su hazaña, todos los pecados, todos nuestros pecados humanos, ya están perdonados por Dios. Desde entonces, ya sólo es necesario, para que cada ser humano sea salvo y tenga vida eterna y feliz, que ese mismo ser humano se duela de su separación de Dios y se acoja a su perdón. Desde la hazaña de nuestra redención, tan sólo es preciso que cada uno de nosotros, en algún momento de su existencia, aunque sea a las puertas de su muerte, crea en Jesucristo y le siga al Cielo. ¡Fíjate si es importante y valioso el sufrimiento humano! Si Dios, que es Bondad infinita y todo lo hace infinitamente bien, hubiera encontrado otro medio de salvar al género humano que no fuera a través del sufrimiento, ¿no crees tú que lo habría utilizado? -Yo: Sí, eso creo; porque no creo que Dios Padre haya disfrutado nada en absoluto viendo sufrir y morir a su Hijo Unigénito en forma humana, eso es evidente; que Dios no es un psicópata asesino, sino la Bondad infinita y personificada, claro está -Irene: Exacto. Lo mismo que te pasa a ti conmigo, tu hija querida, que no puedes ahora gozar plenamente de mi presencia en la tierra, eso mismo le pasó a Dios Padre con su Hijo Unigénito querido, el cual, durante 33 años terrestres, tuvo que ausentarse de la presencia estrecha de su Padre en el Cielo ¿Te imaginas lo que debió de sentir Dios Padre al tener que separarse de su Hijo, con el cual había estado íntimamente unido desde toda la eternidad? Está claro que Jesús, mientras permaneció en la tierra en forma humana, siguió unido espiritualmente al Padre, pero de una manera necesariamente diferente y no tan estrecha a la forma de su unión eterna en el seno de la Santísima Trinidad. Precisamente porque el cuerpo material supone una cierta barrera, un amortiguador de la sensibilidad del alma, Nuestro Señor Jesús, en su vida terrenal, no pudo gozar plenamente de la unión con su Padre, ni su Padre tampoco. Esa situación terminó cuando Jesús ascendió al Cielo; a partir de entonces la unión entre Padre e Hijo volvió a ser plena, íntima. A partir de entonces, precisamente por esa íntima unión existente en el seno de Dios, el Espíritu del Amor de Dios se derramó sobre las almas de los hombres. Desde entonces, el Hijo volvió a estar unido plenamente al Padre, pero con una diferencia: a partir de entonces, la humanidad asumida por el Hijo entró en el Cielo; un primer ser humano entró en la vida divina, en la vida íntima de Dios, compartió la vida de Dios. Él fue el primero de los hombres-Dios, y a Él le ha seguido una nube de otros hombres-Dios y mujeres-Dios, a quienes Él abrió las puertas del Cielo. -Yo: Sí, parece increíble, la verdad, que los humanos estemos llamados a compartir la vida íntima de Dios, a vivir la inefable experiencia de ser Dios, de estar dentro de Dios, viviendo dentro de esa especialísima comunidad de amor que es la Santísima Trinidad -Irene: Sí, es increíble, pero cierto. Y tú mismo, Papi mío, en tu vida terrenal, ya eres un hombre-Dios, ya estás divinizado -Yo: ¿Quién, yo? -Irene: Sí, tu; tú mismo, con tu propio organismo 90
-Yo: ¿Y cómo es eso, si yo no soy más que un mínimo ser humano que no hago una a derechas, que me separo continuamente de Dios en base a esta maldita tendencia interior que reside en mi alma y que me atrae hacia el mal? -Irene: Sí, todo eso que dices es bien cierto; es cierto que tienes la tendencia a separarte de Dios, porque la mancha del pecado original deja una honda cicatriz en el alma. Pero no es menos cierto que Jesús te ha redimido por su sangre en la cruz. Tú eres un pecador redimido, comprado por la sangre de Cristo, liberado de las garras del enemigo. Tu tendencia al pecado estará ahí siempre en tu alma, hasta el día en que mueras a tu vida física terrenal, pero también tú llevas el mismo Espíritu que el de Dios en tu alma, también tú estás espiritualmente unido a Dios, a través del Espíritu Santo, y de la Trinidad en pleno, que reside en ti. Tú ya eres un hombre divinizado, endiosado, unido íntimamente a Dios, todo lo íntimamente que puedes estar unido a Dios mientras vivas en la tierra. Estás tan unido a Dios como lo estaba Jesús cuando vivió físicamente en Palestina, en su primera venida a la tierra, con una sola diferencia -Yo: ¿Cuál es esa diferencia? -Irene: Que Él no pecó, y tú sí, y yo también, aunque hoy esté yo en el Cielo. Pero eso, lo de pecar, tiene fácil remedio: tú intenta no pecar, esfuérzate por no pecar, por todos los medios; pon todo tu empeño en no pecar, en no separarte de Dios y, si lo haces al final, si así y todo pecas, reconoce entonces tus pecados, duélete de ellos y pídele perdón a Jesús por haberle ofendido, que sabes perfectamente que Él siempre te va a perdonar, porque Él se goza en perdonar, siempre que Él vea tu corazón contrito y arrepentido por haber pecado. Obviando esa diferencia, por lo demás eres igual que Jesús, estás hecho a su imagen y semejanza, estás hecho para participar de la vida de Dios, para ser Dios y… ya lo eres, Papi mío. Jesús resucita a cada hombre en dos tiempos: primero resucita el alma, y después el cuerpo. Tú ya moriste al hombre viejo, al que vivía y se rebozaba en el pecado; tu alma ya resucitó de aquella vida vieja, y ahora estás revestido de la armadura de luz del Amor de Dios, del Espíritu Santo. Ahora haces las obras de la luz, y no las de las tinieblas; ahora ya estás sentado con Cristo en el Cielo, donde el Padre te reserva una estancia, la tuya, la que lleva tu nombre, el que el Padre te puso desde toda la eternidad. Eres su hijo amado, desde tu bautismo. Entonces Él dijo de ti a todos en el Cielo lo que un día también dijo de Jesús en la tierra, en el río Jordán: “Este es mi hijo amado, en quien me complazco”. Y eso es lo que tú eres, un hijo amado de Dios, lo mismo que yo. Luego, frisando el medio siglo de tu edad terrenal y en virtud de mi muerte, le encontraste, te encontraste con Dios, fuiste consciente de tu filiación divina, que ahora disfrutas en tu vida actual de gracia. Dios te recibió como el Padre del Hijo Pródigo: desde que te vio venir a los lejos salió en tu busca, para darte su más cálido abrazo, que estuvo esperando de ti desde tanto tiempo atrás… Entonces te lavó, te purificó, te perfumó con todo tipo de gracias y dones, potenció tus talentos naturales – aquellos que Él mismo un día te dio – te puso su mejor vestido y dio una fiesta en tu honor, una fiesta que, como muy bien sabes, no tiene término, es eterna: la fiesta de tu salvación. Hermoseó tu espíritu con el Suyo e iluminó tu entendimiento con su Palabra, para que seas luz para otros, para que seas en la tierra otro Cristo, el mismo Cristo; para que Cristo viva en ti y actúe en la tierra a través de ti.
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Te puso misiones de amor, muchas de ellas, que tú te esfuerzas por cumplir lo mejor que puedes, siempre atento a su Santa Voluntad, para que lleves a otras almas a Dios, para que lleves Dios a otras almas, lo mismo que hacen los ángeles. Ya sabes que la palabra ángel no designa una naturaleza, sino un oficio; significa: mensajero de Dios. Y eso eres tú, ni más ni menos, un mensajero de Dios, un ángel terrenal, lo mismo que cualquier otro cristiano, que no puede dejar de ser apóstol (enviado) de Dios a los otros. Hasta a los propios ángeles creó Dios para ti y para el resto de nosotros, los humanos; para que nos sirvieran como guardaespaldas de lujo, para que custodiaran nuestro cuerpo-alma hasta Dios en la medida de nuestra libertad, sin violentarla, siempre respetando nuestro libre albedrío. E incluso hasta el Cielo, con todas sus inefables maravillas, creó Dios para ti y el resto de los humanos, un Cielo adonde Él se trasladó a vivir posteriormente, para que eternamente podamos contemplar su santo y bellísimo rostro, el de la Trinidad beatísima; un Cielo donde todo deseo humano se ve superado por la realidad. Y Jesús, en el momento de su Parusía, te resucitará por segunda vez, le devolverá la carne material a tu cuerpo, pero será entonces una carne divinizada, gloriosa, inmortal, como la que Él mismo y Nuestra Santa Madre del Cielo hoy ya disfrutan, como primicia de lo que un día serán todos nuestros cuerpos humanos. Entre tu primera resurrección - que ya ha sucedido puesto que vives en gracia de Dios - y la segunda de que ahora te hablo, sufrirás el accidente de tu muerte, temible experiencia en la que tu carne se separará de ti, lo cual es doloroso, ciertamente, tanto física como espiritualmente; pero jamás te faltará la asistencia de Dios, su Amor, su gracia, en ese y en todos los lances que debas atravesar en tu camino ascendente de perfección hacia Dios. Después, lo más probable es que tengas que vivir la realidad del Purgatorio, donde se encuentran, según la infinita sabiduría de Dios, tanto su Justicia como su Misericordia. Allí van a parar la mayoría de las almas humanas; allí se sufre un dolor muy intenso de separación de Dios; pero también muy gozoso, al saberte ya salvado y a la expectante espera de unirte perfectamente a Dios. Y un día llegarás al Cielo, donde yo vivo, el objetivo querido por Dios para tu vida y tu último destino: vivir en Dios, dentro de Dios, en el gozo inefable de Tu Señor, en el seno de la Santísima Trinidad ¿No te parece digno del más loco amor por ti este destino que Dios tiene pensado para ti: compartir su misma vida divina, vivir en el Cielo? -Yo: Ya lo creo que sí, hija mía. Parece increíble que haya querido Dios que yo, y todos y cada uno de los seres humanos, seamos Él, vivamos de Él y en Él; es completamente alucinante cuando uno se mira a su miseria terrenal, a esta nada que somos cuando vivimos en la tierra. E incluso hay personas que, teniendo al Espíritu Santo dentro de ellas, viviendo la vida de la gracia de Dios, compartiendo la misma divina vida de Dios, ni siquiera así son conscientes de ello, de que estás divinizadas, de que ya están unidas, si bien no del todo perfectamente, a Dios. Y yo me pregunto ¿cómo podrían saber estas personas, ya en la tierra, si realmente están ya divinizadas o no? -Irene: Sí, es bastante fácil saberlo. Pueden servir las pistas siguientes, para ver si se tiene al Espíritu de Dios, al Espíritu Santo, plenamente dentro del alma o no:
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Quien no le tiene plenamente en el alma, piensa que Dios es un policía del que hay que escapar. Sin embargo, quien le tiene, sabe que Dios es su Padre, al que clama desde el corazón
Quien no le tiene en el alma, piensa que Jesucristo es una consigna del pasado mientras que, quien le posee, sabe que Jesucristo está vivo en él
Quien no le tiene, piensa que el Evangelio son palabras que ni entiende ni puede vivir, mientras que, quien le tiene en él, sabe que El Evangelio está lleno de poder y es fuerza transformadora
Quien no le tiene, percibe a la Iglesia simplemente como una organización humana mientras que, quien le tiene en su interior, sabe que la Iglesia es Cristo presente y que sus miembros humanos esparcen la Gracia de Dios por la tierra
Quien no le tiene, piensa que el sufrimiento es absurdo y sin sentido mientras que, quien le tiene, sabe que el sufrimiento tiene un inmenso valor, si se une al de Cristo
Quien no le tiene, piensa que el amor es un interés egoísta y temporal mientras que, quien le tiene, sabe que el amor es darse por el bien de los otros
Quien no le tiene, piensa que la autoridad es tiranía mientras que, quien le tiene, sabe que la autoridad es oportunidad para servir
Quien no le tiene, piensa que la muerte es un cruel final mientras que, quien le tiene, sabe que la muerte es comenzar la vida eterna
¿Responde esto a tu pregunta, Papuchi mío, mi pequeño saltamontes? -Yo: Pues sí; ya lo creo que la responde; son pistas sensacionales para saberse o no plenamente divinizado en la tierra; muchísimas gracias, hija mía. Ahora bien, también pasa aquí en la tierra - como tú muy bien sabes, ya que viviste aquí también en carne – que esto de la vida en la tierra es un combate sin fin contra las fuerzas del mal, que no cejan en su empeño de tratar de perder nuestras almas en el Infierno. Aquí nunca nos faltan las tribulaciones, la zozobra, las dudas, las tentaciones, todo ese elenco de mal que nos hace temblar de espanto e inseguridad ¿Cómo superar los embates del enemigo, dulce hija mía?, ¿qué consejos puedes darnos en este tema? -Irene: Bueno, para empezar, hay que saberse tiernamente amados por Dios; eso es lo más importante. Para seguir, hay que saber que el cristiano dispone de muchas y buenas armas sobrenaturales que le ayudan en la lucha espiritual, que son fuente eficaz de gracia, a saber: los Sagrados Sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia; la herramienta imprescindible de la oración, que es hablar con Dios y ponerlo todo en sus manos, que es aumentar día a día el amor entre dos que se aman: el alma humana y Dios; las obras de misericordia; el ayuno; los sacrificios voluntarios; el dolor ofrecido por la salvación de las almas… un sinnúmero de ayudas que Dios da a alma. Mira, por ejemplo, qué oración tan preciosa puedes utilizar para la restauración de los hogares y 93
las familias, que se hace en grupo y conjuntamente con el ayuno (como medio de mortificación y elevación del espíritu al Padre). Toma buena nota de ella: RESTAURACIÓN DEL HOGAR, DE LA MANO DE JESÚS Y MARÍA ORACIÓN PARA EL AYUNO Amado Jesús: Unimos nuestra voluntad a la tuya y que seas Tú quien ore en nosotros, quien viva en nosotros, quien more en nosotros y quien ayune en nosotros. A través de las manos de nuestra amada madre María queremos, los de este grupo, ofrecerte nuestros ayunos, sacrificios y oraciones en el día de hoy. Estamos en batalla, Señor, por nuestros hogares; ayúdanos y ten misericordia de nosotros y de todos los que están buscando la salud espiritual y la restauración de sus familias
Nos negamos a nosotros mismos para que fortalezcas nuestro espíritu Nos negamos a nosotros mismos para que salgan fuera de nosotros esos espíritus que sólo salen con ayuno y oración, y que deben salir de nuestros hogares, de nuestras familias, de nuestros hijos, de nuestros cónyuges y de nosotros mismos. Nos negamos a nosotros mismos para que nos reveles tu voluntad Nos negamos a nosotros mismos para decirte que te seguimos con amor, que eres nuestro buen pastor y que sabemos que nos llevarás a pastos delicados, aunque en este momento estemos en cañadas oscuras
Te pedimos, Oh Señor Dios uno y trino que, por medio de este ayuno, en nuestras familias, en nosotros y en nuestros cónyuges, el Santo Espíritu:
Riegue la tierra en sequía, Sane los corazones enfermos, Lave las manchas, Infunda calor de vida en el hielo, Dome los espíritus indómitos, Guíe al que tuerce el sendero.
Señor Jesús, Tú dijiste:
"Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” -- "Mt. 7, 7-11 "Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" -- Juan 14.13 "Esta clase de demonios de ningún modo puede irse sino mediante la oración y el ayuno" -- Marcos 9:28-29
Ea pues, Señor, que pedimos, buscamos, llamamos, oramos y ayunamos por nuestros hogares y en tu Nombre pedimos al Padre que liberes a nuestra familia, a nosotros mismos y a nuestros cónyuges de todo espíritu de Envidia, Rencor, Odio, 94
Resentimiento, Soberbia, Violencia, Endurecimiento de corazón, Impaciencia, Rechazo, Falta de perdón, Impiedad, Avaricia, Ruina Económica, Humillación, Confusión, Incomprensión, Tristeza, Desánimo, Depresión, Suicidio, Adulterio, Infidelidad, Divorcio, Separación, Lujuria, Vida sexual desordenada, Pornografía, Masturbación, Perversión, y todos aquellos que solo Tú sabes y conoces, amado Señor. Estos espíritus, en tu Nombre y con el poder de tu Sangre Preciosa, los enviamos atados, encadenados, amordazados y sin poder a los pies de tu cruz, para que Tú, en tu Santa Voluntad, dispongas de ellos. Cúbrenos y protégenos con tu preciosa sangre, a nosotros y a todos nuestros hogares, a nuestros cónyuges y a todos los hogares en crisis. Gracias, Jesús, por recibir nuestra humilde oración y ayuno. Te bendecimos, Te amamos y Te damos gracias por todo lo que has hecho y estás haciendo para la restauración de nuestras familias. Tú estás en control de nuestros hogares y nuestros problemas. Todo será a Tu tiempo JESÚS: EN TI CONFIAMOS; SANTA MARÍA: RUEGA POR NOSOTROS; SAN JOSÉ, PATRONO NUESTRO: RUEGA POR NOSOTROS. AMÉN. ¿Te das cuenta del poder que encierra esta oración, Papi? -Yo: Sí, ya lo creo que me doy cuenta de ello, hija: muchas gracias por habérmela soplado desde el Cielo; muchas gracias, tesoro. Pues… -Irene: ¿Pues qué? -Yo: Esto… -Irene: Jobar, ¡ya empezamos con tus despistes!, ¿pero te quieres centrar de una vez, que a veces te quedas como alelado? -Yo: Sí, hija; a veces me quedo como alelado, ¿sabes por qué? -Irene: Usted dirá -Yo: Pues porque no dejo de asombrarme de las gracias que recibo continuamente de Dios, y no podían faltar en una época como ésta, claro, en Navidad. Estoy recibiendo muchas de ellas, de verdad; y tú ya las conoces, cielo mío -Irene: Claro que las conozco, yo soy la responsable directa de algunas de ellas. Intuyo que quieres hablar de ello, ¿a que sí? -Yo: Sí, me conoces mejor de lo que yo mismo me conozco, ¡hay que ver! -Irene: Eso no tiene mucho mérito; es que en el Cielo se ve todo con una infalible perspectiva, en especial todo lo relativo a la vida espiritual de las almas humanas. A ver, ¿qué gracias son esas que quieres comentar a todo el mundo? -Yo: Y ¿no te vas a enfadar si las publico hoy aquí? -Irene: Anda, no me seas lelo, que no hay nada oculto que no deba desvelarse, y menos si es para adelantamiento espiritual de las almas -Yo: Bueno, vale, pues allá voy: Verás, no sé por dónde empezar, de tantas como he recibido este año 95
-Irene: Oye, no te pases, que luego me dices que tus lectores se quejan de que tus escritos son muy largos y no les da tiempo a leerlos semana tras semana, al ritmo que tú los escribes… -Yo: Sí, tienes razón. Bueno, entonces te contaré la gracia que más me ha gustado, que tiene que ver precisamente contigo -Irene: Pues adelante; yo ya la conozco, claro, pero no así tus lectores -Yo: Ya, claro. Bien, pues ha sido lo siguiente: El día 24 de diciembre, o sea, anteayer, estaba yo en la cocina charlando con mamá, que estaba preparando la comida; serían como las 13:00 horas de ese día. De repente, en un arrebato de cariño canino, me dio por ponerme a jugar con Nora, nuestra perrita de raza labrador; la achuché, peleé con ella, le hice un poco de rabiar y todo eso. Como resultado - siempre pasa lo mismo con Nora - mi jersey se llenó de un montón de sus pelos, y me dije: voy a cepillarme el jersey. Así que me llegué al mueble de la entrada, que tiene un cajoncito con un cepillo de ropa dentro y, al tirar del tirador del cajón, me pasó algo que nunca jamás antes me había pasado (y eso que abro y cierro ese cajón cada día, porque ahí guardo también mis llavero y mi billetera), y es que tiré con demasiada fuerza del tirador y el cajón se salió de sus guías y se cayó al suelo, esparciendo todo su contenido por el mismo. Allí estaba el cepillo que yo buscaba, pero había también un montón de papeles viejos, de forma que cambié súbitamente mi objetivo primero (cepillarme el jersey) por otro distinto y surgido de improviso: ordenar los papeles y tirar los inservibles. En esas estaba cuando encontré entre los papeles un folio tamaño A4 con la siguiente leyenda escrita a rotulador azul de trazo grueso: NO NOS ABANDONES; TE ECHAMOS DE MENOS; TE QUEREMOS MUCHO, IRENE Además, hay escritas en ese papel seis dedicatorias de otras tantas personas, que vienen así mismo firmadas debajo de cada una de ellas. Son las siguientes: “Ponte buena”. Firmada por un tal Jaime, pero que no es la firma de tu hermano “El Fili no te olvida”. Firma ilegible “Aguanta, niña; te quiero mucho”. Firma un tal Giorgio “No te olvidaré”. Firma un tal David “Te queremos mucho”. Firma un tal Jilwan, o algo así “Quédate aquí, porfi; te quiero”. Firma un tal Luismi Entonces me di cuenta de que seis de tus muchos amigos me habrían dado ese papel cuando estabas muriendo en el hospital, aunque yo no lo recordaba, o no plenamente. Por supuesto, le enseñé el papel a mamá, y los dos lloramos de amor profundo por ti (de amor gozoso, del mismo tipo de amor que el de las benditas almas del Purgatorio: de dolor por no tenerte y de gozo expectante por saber que te volveremos a tener). Ese papel evidencia una vez más el gran amor que has sembrado en muchos corazones humanos durante tu corta vida terrenal, hija mía, que no te olvidarán jamás. Ese amor que es de ida y vuelta: tú lo sembraste en ellos, en nosotros, y ellos y nosotros lo manifestamos por ti, de vuelta, en forma de deseos de tu bien. Muchas personas desearon tu curación y rezaron por ella en aquella hora oscura de tu enfermedad letal, pero Dios tenía otros planes para ti; te tenía reservada una elevada
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misión, y también a nosotros, tus padres, conjuntamente contigo: la de ser firmes y valientes testigos del amor de Dios por los hombres. El papel significó para nosotros algo más el otro día, el 24 de diciembre: encontrar ese papel de esa forma tan fortuita supuso para nosotros, tus padres, saber, volver a saber, una vez más, que tú estás siempre con nosotros, a nuestro lado, con tu familia, aunque no te podamos ver con los ojos de la cara. Tú nos dijiste el otro día, al hacer aparecer ese papel ante nosotros, que jamás te vas a perder el celebrar la Navidad con nosotros; que sepamos que estás presente con nosotros siempre en tu querida Navidad y, por extensión, el resto de los días, todos nuestros días, hasta el día de nuestras muertes; que, a partir de entonces, ya estaremos plenamente juntos, y celebraremos todas y cada una de las sucesivas Navidades gozosamente en el Cielo, con Jesús, con el Padre, con el Amor, con la Virgen María, con los Santos Ángeles del Cielo, con los Santos Humanos del Cielo, del Purgatorio y de la Tierra. Entonces ya no tendrás que hacernos más regalos, porque tendremos el mayor, único y definitivo regalo: la visión beatífica de Dios, a Dios mismo con nosotros. Pero, mientras eso llega, muchísimas gracias por tu regalo del día de Nochebuena de este año 2008, querida hija mía, ¡cuánto te quiero, mi amor! -Irene: Claro, Papi, ¿cómo iba yo a dejaros sin regalo de Navidad? ¡Hasta ahí podíamos llegar!… Me alegro mucho de que supierais recibir mi regalo, ya bien sabía yo que lo recibiríais. Muchos besos, desde el Cielo -Yo: Un beso y un abrazo para ti, desde la tierra. Saluda a todo el mundo por ahí; dales besos y abrazos a todos -Irene: Lo haré, Papuchito mío, lo haré en vuestro nombre -Yo. Te quiero, hija mía -Irene: Y yo a ti, Papá querido del alma -Yo: Adiós -Irene: Hasta luego. Ya, si eso, hablamos en otro momento, ¿ok? -Yo: Sí hija, sí, que yo no puedo estar ni un solo día sin hablarte -Irene: ¡Ay mírale, qué mono que es mi Papi! ** * * * -Yo: Este es el regalo de Navidad que más me ha gustado. Gracias, Jesús mío de mi alma, por tu infinito Amor.
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VII. HÁBLAME DEL CIELO, IRENE
Hotel Nikko, Ciudad de México, planta 30, habitación 3005, sábado 18 de abril de 2009, 7 PM: Miro a través del amplio ventanal de mi habitación. Desde la planta 30 del hotel, la calle se ve de una forma muy especial, desde el cielo hacia la tierra. Desde mi punto de vista, a unos 100m de altura sobre el nivel de las calles, las personas de allá abajo parecen hormiguitas. Allá a la izquierda hay un parque infantil, donde varios niños se columpian mientras sus padres les vigilan atentamente; más a la izquierda todavía está aterrizando un helicóptero en la azotea de un edificio de oficinas. Al mismo tiempo, casi enfrente de mí, en un edificio cercano, una familia celebra una fiesta con sus amigos, en la terraza superior de su vivienda. Los coches van y vienen por las calles muy arboladas de la Colonia de Polanco. A lo lejos se divisa la silueta de la iglesia de San Agustín, donde suelo ir a misa cada día mientras estoy en esta ciudad. A la izquierda de la iglesia se puede ver el edificio del Palacio de Hierro, con su centro comercial y su módulo de oficinas. A lo lejos diviso las montañas y volcanes extinguidos que rodean el valle de México. Por encima del edificio del hotel Presidente Intercontinental, justo a la izquierda del mío y pegado a él, no dejan de pasar aviones, todos ellos describiendo la misma trayectoria: despegan del aeropuerto Benito Juárez, allá al frente muy a lo lejos y, en riguroso orden e igual distancia entre ellos, van pasando por la misma ruta, siempre por sobre el hotel Presidente. Barak Obama, el actual Presidente de USA, está ahora alojado precisamente en el hotel Presidente, y las calles de los alrededores están tomadas por la policía. Muchos curiosos esperan ver salir al Presidente gringo en persona, y para ello aguantan horas y horas de pie frente a la puerta del hotel, sólo por ver si consiguen divisarle fugazmente por unos segundos: hay gente para todo, de verdad que sí. Ahí abajo hay calles por las que circulan personas que van y vienen; edificios con personas que se afanan por vivir; con sus preocupaciones, con sus amores, con sus deseos, con sus maldades, con sus bondades, con sus anhelos, con sus miedos… No sé, me parece que así, desde arriba, es como debe vernos Dios a los hombres. Por supuesto, no solamente desde arriba, desde esta panorámica general que yo puedo contemplar desde aquí, porque Dios no se conforma con este vistazo general, sino que baja hasta cada uno de nosotros; baja tanto que hasta nos penetra, porque Él está también dentro de nosotros, en nuestras almas, desde donde nos comunica su amor, su ley; desde donde tira con sutileza y amor de nosotros y nos guía hacia el Cielo. Lo que veo es un mundo material creado por Dios (de Dios son las montañas, las nubes, el cielo, los árboles, los seres humanos; Dios creó todo eso) y, sobre ese mundo natural creado por Dios, sobre ese escenario primigenio, los seres humanos hemos superpuesto otro, el de las calles de asfalto, las farolas de la luz, los coches y los edificios que salpican esta alucinante macro-urbe de más de 20 millones de habitantes que es Ciudad de México… Sí, de alguna forma, este modo de mirar mío de este momento creo yo que se parece a una de las formas de mirar de Dios; así desde arriba, en un plano general. Al mismo tiempo que veo este universo material visible, siento que el otro, el invisible, debe de tener muchas cosas en común con este visible, ya que ambos han 98
sido creados por el mismo ser: Dios; si el artesano que creó ambos mundos (Dios) es el mismo, ¿cómo no van a tener muchas cosas en común, si han salido de la misma mente? Pero tampoco acabo de comprender muy bien cómo es ese mundo invisible en cuya existencia creo; creo firmemente en él y así lo digo cada día, cuando rezo el Credo: “Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador del Cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible…”. Sí, mi curiosidad malsana no tiene límites: yo quiero saber más cosas sobre el Cielo; quiero saberlo todo, conocerlo todo porque, cuanto mejor lo conozca, más cerca de mí lo sentiré; será para mí un mundo más natural, más próximo. Pero ¿a quién preguntarle cosas sobre el Cielo? Tendría que ser a alguien que lo conozca muy bien, que viva allí, por ejemplo. Y, ¿a quién conozco yo que viva en el Cielo, con quien me pueda yo comunicar fácilmente? ¡Claro, mi hija Irene! Pero mira que soy tarugo, ¿cómo no se me había ocurrido antes? Bueno, el caso es que se me ha ocurrido; eso es lo importante. Así que se lo preguntaré a ella, a mi hija del Cielo, a Irene… -Yo: ¿Irene, me oyes, estás aquí conmigo, en esta habitación, tesoro mío? -Irene: Pues claro, papi; claro que estoy aquí; ya lo sabes: siempre a tu lado, aunque tú no me puedas ver -Yo: Vale, bueno, pues es que resulta que, ahora que estoy mirando por la ventana… a propósito, ¿has visto qué vista tan alucinante de México se tiene desde aquí?... -Irene: Pues sí, la verdad es que mola mucho mirar hacia abajo desde aquí, desde esta altura tan alta -Yo: Oye, mi niña, decir una altura alta suena como muy redundante, ¿no te parece? -Irene: Bueno, sí, quizá, ¿y qué? -Yo: No, nada, era sólo una observación gramatical; sólo eso -Irene: Joer, macho… ya salió Don Perfecto, ¿pero es que no puedes dejar de ser un ingeniero de las narices ni por un momento? -Yo: Pues ya lo ves, se ve que no; así me hizo Dios -Irene: Sí, hombre; con el rollo ese de que así me hizo Dios se han cometido muchos crímenes desde que el mundo es mundo, ¿no crees? -Yo: Esto… er… creo que nos estamos desviando el tema, ¿no? -Irene: Sí, así es -Yo: Bueno, pues centremos el asunto que, si no, nos perdemos -Irene: Vale; tú me decías que mirando por la ventana… -Yo: Sí, que mirando por la ventana desde aquí veo a vista de pájaro este mundo visible, pero me surgen muchas dudas sobre cómo será el invisible… -Irene: ¿A qué te refieres con eso de las dudas? -Yo: Pues a que, por ejemplo, sigo sin tener claro si el Cielo es un lugar físico o un estado de ser del alma, y por eso te pregunto, oh insigne oráculo de Delfos: ¿qué es el Cielo, lo uno o lo otro?, ¿un lugar físico o un estado de ser del alma humana? -Irene: Oye, menos coña con lo del insigne oráculo de Delfos, ¿eh? No te pases de listillo ni un pelín, ¿vale bien, papuchito? -Yo: Vale bien, era tan sólo un poco de sorna de la mía habitual -Irene: Bueno, vale; dejémoslo estar. Pues verás: no cabe duda de que el Cielo es un estado de ser del alma, ese estado en el que se vive cuando uno vive en gracia de Dios, cuando se tiene al Espíritu de Dios (y la Santísima Trinidad en pleno) residiendo en el alma. Como sabes, por la propiedad divina de la circuminsesión, cuando una de las tres 99
Personas de la Trinidad está en un determinado sitio, las otras dos también lo están. Dios es un solo ser y no puede estar jamás dividido, partido, ¿comprendes? -Yo: Sí, lo comprendo -Irene: Bien, pues eso: es evidente que el Cielo es un estado de ser del alma humana, así como el Reino de los Cielos es el conjunto de los seres humanos que viven en el estado Cielo, o sea, que llevan el Cielo en el alma porque son templo del Espíritu de Dios, del Espíritu Santo, ¿lo pillas? -Yo: Sí, lo pillo, pero ¿y lo del lugar físico? -Irene: Ah, eso no; el Cielo no es un lugar físico. Si lo fuera, tú, que hoy eres físico, lo podrías ver, percibir con tus sentidos físicos, cuando es evidente que no lo ves, que no lo puedes percibir así, ¿ok? -Yo: Sí, okey Mckey. Pero entonces, si el Cielo no es un lugar físico, ¿qué tipo de existencia tiene? No tiene entonces existencia por sí mismo, como un escenario general similar al de la tierra, al del Universo visible, ¿no es cierto? -Irene: No, ahí te equivocas -Yo: ¿En qué me equivoco? -Irene: Te equivocas porque sigues uniendo las palabras lugar y físico -Yo: Y ¿cómo es eso?, ¿qué quieres decir? -Irene: Quiero decir que el Cielo, además de ser un estado de ser del alma, un estado de vivir del alma humana, tiene además esta otra dimensión: la de ser un lugar, sí, pero un lugar no físico, que no es físico, sino espiritual -Yo: ¡Andá mi madre!; pues ahora sí que ya no entiendo nada de nada -Irene: ¿Por qué? -Yo: Pues porque yo no puedo concebir un lugar si no es un lugar físico, que esté en alguna parte -Irene: ¿Ah no? -Yo: Pues no; si es un lugar debe estar en alguna parte. Si contiene un escenario general, como el visible, como el natural de la tierra, con sus montañas, sus bosques, sus ríos, sus plantas, sus nubes y su cielo, debe estar en alguna parte; vamos, digo yo, ¿no? -Irene: No, verás; déjame que te explique, que estás hecho un lío. Vamos a ver, ¿qué es lo que estamos viendo tú y yo ahora mismo aquí, en la tierra, al mirar por la ventana de tu habitación de hotel?: estamos viendo un escenario general creado por Dios pero que después ha sido modificado libremente por el ser humano, que ha construido, sobre el escenario natural creado por Dios, edificios, calles, farolas, parques, etc., ¿no? -Yo: Sí, así es -Irene: Bien. Todas las obras hechas por el hombre sobre el escenario natural creado por Dios se derivan de proyectos que primero han tenido existencia en la mente del hombre, de los hombres que los han ideado y que, después de un tiempo, se han materializado en realidades. Tomemos por ejemplo ese edificio en el que acaba de aterrizar un helicóptero: ese edificio fue concebido en la mente de un arquitecto, ¿verdad? -Yo: Sí, supongo que sí -Irene: Y, después, tras un proceso de autorización administrativa del Ayuntamiento de la Ciudad de México, el edificio consiguió sus permisos de construcción. Después se dispusieron los recursos humanos y materiales necesarios para que el edificio se
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convirtiera en realidad, pasando de ser desde una idea en la mente del arquitecto hasta una realidad con existencia material, ¿no? -Yo: Sí -Irene: Bien, pues, de la misma manera a como ese edificio existe porque primero alguien lo concibió en su mente y, después de construido, las propiedades de sus materiales físicos, obedeciendo leyes física creadas por Dios, lo mantienen en pie, de la misma manera todo lo creado es mantenido en la existencia por la mente de Dios, que primero lo concibió, luego lo llamó a la existencia y después lo mantiene en ella. Tú mismo, por ejemplo: tú existes porque Dios te pensó antes de existir, después te creó y después te mantiene con su mente en la existencia. Si Dios dejase de pensar en ti por un solo momento, tú dejarías de existir, porque Dios no sólo crea con el Poder de su mente y de su palabra, sino que mantiene en la existencia todo lo creado con ese mismo poder. -Yo: Pero eso… pero eso… pero eso es flipante, ¿verdad? -Irene: ¿A qué te refieres? -Yo: Me refiero a que si yo sigo existiendo – y soy absolutamente consciente de que esa es una realidad, de que yo existo, digo - esa es la mejor prueba de que Dios me ama, ya que Él no deja de pensar en mí ni por un solo momento. Si no deja de pensar en mí es porque me ama, porque Él quiere que yo siga existiendo. Él desea mi bien, mi existencia; por eso sé que me ama y que no ha dejado de amarme desde que me llamó a la existencia, desde que nací, o sea, desde incluso antes, desde que me concibieron mis padres -Irene: Claro, eso es; y es mucho más que eso: Fíjate, Dios ama tanto, es tanta su bondad – Él es Bondad infinita – que hasta quienes reniegan de su amor, quienes se apartan de Él eternamente todo lo que pueden (quienes viven en el infierno) son mantenidos en la existencia por Dios, o sea que, hasta a esos los quiere Dios, ya que les mantiene vivos eternamente. Ellos no quieren a Dios, por eso se han apartado de Él voluntaria y libremente y, sin embargo, Él no deja de quererles a ellos, puesto que los mantiene en la existencia, ¿no te parece eso muy fuerte, papi? -Yo: Ya lo creo que sí, hija; es muy fuerte. Es inmenso el amor de Dios hacia todas sus criaturas, especialmente hacia las racionales, tales como los hombres y los ángeles. Es un amor inexplicable, para la medida humana de amar -Irene: Totalmente de acuerdo contigo, papi. Dios sólo sabe amar de una manera: infinitamente. Por eso, cuando nos da la vida a las criaturas racionales, nos da una vida como la que Él mismo tiene: eterna. No se anda con rebajas, sino que da a manos llenas, y nos da eso, una vida eterna, ni más ni menos ni menos ni más… Entonces, lo que te venía yo queriendo decir es que, todo lo que existe, existe porque Dios lo mantiene existiendo con el poder de su mente, de su fuerza, con su infinito poder creador. Así, de la misma manera, antes de crear el mundo visible creó el invisible, que es en cierto modo muy parecido al visible, ya que fue modelo de éste, aunque con sus lógicas diferencias -Yo: ¿En qué se parece el mundo invisible al visible, el Cielo a la tierra, si puede saberse? -Irene: Sí, claro que puede saberse: ambos mundos se parecen en que ambos consisten en un escenario general creado por Dios, con una serie de reglas o leyes que lo sustentan, sobre el cual las criaturas racionales ejercen un influjo real que modifica ese escenario general creado por Dios. Es decir, al igual que en la tierra el hombre 101
modifica la naturaleza creada por Dios, añadiendo e incorporando otros elementos artificiales, salidos del poder creador del hombre pero basados en los materiales naturales provistos por Dios, en el Cielo ocurre lo mismo: el escenario básico divino es transformado por el poder creador de ángeles y hombres -Yo: Pero, bueno, a ver si me aclaro: ¿quiere eso decir que en el Cielo también hay montes, y valles, y árboles y ríos, y mares, y estrellas y planetas…? -Irene: Pues claro, claro que hay todo eso; todo eso y mucho más, todo eso creado por Dios cuando Él creó el Cielo -Yo: Bueno, pero, entonces, ¿también hay otros elementos artificiales posteriormente incorporados por ángeles y hombres, tales como edificios, escuelas, universidades, auditorios, campos deportivos…? -Irene: Pues sí, eso es, de todo eso también tenemos en el Cielo. -Yo: Pero, ¿no me decías tú antes que el Cielo no es un lugar físico? Entonces, si no lo es, ¿dónde están todas esas cosas?, ¿dónde residen y cómo es que yo no las puedo ver desde la tierra? -Irene: Ay, ¡qué mendrugo que es mi papi!, ¡qué de pueblo eres, papuchi mío! El Cielo sí que es un lugar, pero no es un lugar físico, ¿es que no lo comprendes? -Yo: Pues no, francamente; si no es un lugar físico, ¿qué clase de lugar es ese? -Irene: Es un lugar espiritual, que no tiene materialidad física, eso es todo -Yo: Sí, vale, pero, ¿dónde está ese lugar no físico?, ¿cómo se mantiene en funcionamiento? -Irene: Se mantiene funcionando de la misma manera en que la tierra se mantiene funcionando: por el poder de la mente de Dios -Yo: Sí, pero ¿dónde está? -Irene: En el mismo sitio en que está el Universo material: en la mente de Dios, sostenido por la mente, la voluntad y el amor de Dios. Todo lo que existe está en la mente de Dios; lo creado, tanto lo visible como lo invisible, no es Dios, pero tiene un lugar en su mente y en su corazón, y es Él quien lo mantiene funcionando, vivo y operativo por toda la eternidad. Si lo quieres ver de otra manera, puedes pensar que la mente de Dios está en todo lo creado, sosteniéndolo todo, manteniéndolo todo con su voluntad del bien, con su amor. Decir que la mente de Dios está en todo lo creado equivale a decir que todo lo creado está en la mente de Dios; es como decir que tú estás en el Cielo: que tu alma esté en el Cielo, o sea, en Dios, es lo mismo que decir que el Cielo está en tu alma, que Dios está en ella, ¿no? -Yo: Sí pero, la verdad, yo sigo sin entenderlo bien del todo. Es que no me puedo imaginar un mundo no físico, ya que jamás lo he podido experimentar; no me cabe en la cabeza, ea -Irene: Ahí te me equivocas de pleno, papi -Yo: Que me equivoco ¿en qué? Si te digo que no me lo puedo imaginar es porque no me lo puedo imaginar; ahí no hay equivocación posible: no me lo puedo imaginar y punto y pelota -Irene: Nooo, berlorciete mío, taruguín de Groenlandia; me refiero a que te equivocas en lo de que jamás has podido experimentar un mundo así, porque sí lo has experimentado; de hecho, lo experimentas todos los días -Yo: ¡Vaya, hombre!; ahora sí que ya estoy hecho un lío total y monumental ¿Me estás queriendo decir que yo experimento todos los días el vivir en un mundo inmaterial? Pues ya me dirás cómo y cuándo, hija mía de mis entretelas 102
-Irene: Sí, te lo diré: cuando sueñas por las noches, cada noche de las de tu vida. Cuando sueñas, ¿acaso no experimentas un vivir en un mundo inmaterial, creado por tu mente, que no tiene existencia fuera de ti mismo? -Yo: Bueno, sí; eso sí, ahora que lo dices… -Irene: Pues ahí lo tienes. Y ¿acaso lo que vives en tus sueños no te parece tremendamente real? -Yo: Sí, vive Dios que sí: sí que me lo parece. De hecho, nada más despertar, cuando recuerdo lo soñado, me quedo unos segundos tratando de adivinar si el sueño era lo que acabo de experimentar o si el sueño es lo que estoy experimentando después de soñar, hasta que la luz se hace en mi mente y acabo por reconocer dónde estoy, si despierto o dormido -Irene: Pues ya está, eso es lo que te quería decir: el Cielo es un sueño que Dios sueña con su mente, y nosotros somos los personajes de ese sueño; pero con una enorme diferencia entre el Cielo y tus sueños: en el Cielo, cada uno de los personajes del sueño, tanto ángeles como hombres, es totalmente libre para hacer lo que quiera, para vivir lo que quiera y como quiera - dentro del escenario general creado por Dios y modificable por las criaturas celestiales - mientras que tú no dominas tus sueños de manera consciente, sino que es la parte inconsciente de tu mente quien los gobierna, haciéndote vivir muchas veces situaciones que te atormentan, que es lo que llamamos pesadillas. Tú a veces sueñas cosas agradables, pero otras no. Cuando sueñas que vives lo que deseas vivir, ese es el clima del Cielo: vivir lo que quieres vivir, lo que anhelas, lo que deseas. Y, cuando vives en una pesadilla, en esa situación en la que no consigues lo que deseas por más que te esfuerces, en la que la angustia por tu infinita impotencia invade tu ser, eso viene a ser la vivencia del infierno: un lugar en el que nada de lo que desees está jamás a tu alcance. El Cielo es todo lo contrario: un mundo real, completamente real y sólido para ti, que puedes tocar y sentir con tu cuerpo espiritual, en el que tú vives lo que desees vivir; un mundo en el que cualquier deseo se transforma en realidad, en una realidad que supera con creces a la intensidad de tu deseo, porque se manifiesta ante ti con una rotundidad, con un realismo, con una materialización que supera tus propias expectativas y te colma de gozo; eso es el Cielo. -Yo: A ver, a ver si te he entendido… Lo que tú me estás diciendo es que, al igual que yo creo sueños con mi mente, de la misma manera Dios crea con la suya un sueño que es el Cielo, ¿cierto? -Irene: Sí, más o menos -Yo: Pero también me dices que, así como yo no puedo controlar mis sueños terrenales y lo que le pasa a sus personajes y a mí mismo en ellos, Dios crea un contexto general en ese su sueño del Cielo y luego consigue que sus personajes, ángeles y hombres reales, vivan real y libremente dentro de su sueño, pudiendo ellos modificar el contexto general, el “escenario” del Cielo y, además, pudiendo vivir su parte, su papel dentro de ese sueño de Dios de una forma infinitamente libre, a la entera voluntad de cada uno, ¿no es eso cierto? -Irene: Sí, eso es -Yo: Joer, colega; pues ¡vaya si el Cielo es una pasada! -Irene: Anda éste, pues claro: el Cielo es lo más de lo más; no hay nada mejor que el Cielo. Fíjate si será molonguis el Cielo que Dios, después de crearlo, se fue a vivir a él (Así decimos al rezar: “Padre Nuestro, que estás en el Cielo…”) ¿Tú te crees que si el 103
Cielo no fuera lo más se habría ido Dios, que es Sabiduría infinita, a vivir al Cielo después de crearlo? -Yo: Pues sí, tienes mucha razón, pero… me asalta una duda -Irene: Dígame usted, caballero, ¿de qué se trata? -Yo: Pues que yo veo que tú no sólo vives en el Cielo, sino que también vives al mismo tiempo en la tierra; de lo contrario, yo no podría estar hablando contigo en este momento. Si te estás comunicando conmigo en este momento, es que participas también de la vida de la tierra -Irene: Pues sí; claro que sí, ¿y qué pasa porque yo viva en la tierra y en el Cielo al mismo tiempo?, ¿algún problema? -Yo: Pues hombre, sí; no se trata de un problema, sino de una amarga queja -Irene: ¿De qué queja me hablas, vamos a ver? -Yo: Pues de que yo no te puedo ver, mientras que tú a mí sí -Irene: Ah, bueno… acabáramos. Sí, eso sí. Yo puedo verte, y escucharte; puedo estar contigo todo el rato, a tu lado, aunque tú no me puedas ver a mí. Pero tú también puedes “verme” y “escucharme”, y estar todo el rato a mi lado, aunque no me puedas ver. Y, si no, ¿cómo es que adviertes mi presencia, y mi actuación, y los resultados de mis inspiraciones sobre ti y sobre otras muchas otras personas en tus días terrenales? Eso es precisamente “verme” y “escucharme”, en forma espiritual, ¿no te parece? -Yo: Bueno sí; eso sí -Irene: Y, por otra parte, ¿qué te impide “estar” conmigo siempre que quieras, lo cual suele ser, de hecho y en nuestro caso, “siempre”?, o sea, ¿qué te impide hablarme, consultarme cosas, dirigirme la palabra, contar conmigo, con mis opiniones, con mis consejos… ¿es que acaso no lo haces continuamente, hasta cuando eliges la corbata que te vas a poner cada mañana? -Yo: Sí, tienes razón -Irene: Pues entonces, ¿no ves que es evidente que tú también vives simultáneamente en las mismas dos dimensiones en las que vivo yo, en la tierra y en el Cielo? -Yo: Pues sí, tienes toda la razón; no me había parado a considerarlo de esa manera. La verdad es que cada vez que hablo contigo, o con mi Santa Madre del Cielo, o con mi Ángel Custodio, o con Jesús, o con Dios Padre, o con el Espíritu Santo, o con tantos otros Santos y Santas del Cielo, estoy de hecho en el Cielo, conectado con el Cielo, hablando con el Cielo, viviendo en el Cielo. Cuando rezo siento una calidez, una compañía, un calor, un confort… Sí, cuando rezo estoy en el Cielo… Lo mismo que cuando voy a Misa y me fundo en un abrazo amoroso con mi buen Jesús, mi Señor y mi Dios y, al hacerlo, estoy entrando en comunión no sólo con Él sino con toda la creación entera, que está en comunión con Él. Sí, eso es verdaderamente estar en el Cielo -Irene: ¿Lo ves? Si es lo que yo te venía diciendo. Además, míralo así: ¿dónde crees tú que estaba el Verbo divino, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, mientras Jesús experimentó su vida terrenal? -Yo: Pues, como en Jesús se da la unión hipostática del Verbo divino y de un ser humano, me imagino que mientras Jesús estaba en la tierra, el Verbo divino también estaría en la tierra, con Jesús, ¿no? -Irene: No señor, te equivocas. El Verbo divino siempre ha estado y estará en el Cielo, además de estar en el alma de los justos, claro. Ya te dije antes que donde está una de las Personas de Dios están siempre las otras dos. Por eso, Jesús, como hombre, tenía
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su cuerpo y su alma humanos en la tierra, pero, como Dios, jamás ha dejado de estar en el Cielo, ¿te das cuenta? -Yo: Bueno, sí; si tú lo dices… -Irene: Lo digo, lo digo. Pues, de la misma manera, igual que Jesús vivía entonces en dos dimensiones, en la tierra y en el Cielo, de la misma manera podemos decir que vives tú: tu cuerpo y tu alma están unidos, en la tierra; pero tu alma está simultáneamente también viviendo en el Cielo, porque el Espíritu Santo (la Santísima Trinidad al completo, de hecho) reside dentro de ti, luego tu alma está en el Cielo, aunque también está con tu cuerpo en la tierra, unida a él, dando vida a tu cuerpo material, ¿me comprendes, mi pequeño saltamontes? Lo único de ti que está plenamente y solamente en la tierra es tu cuerpo material, tu carne, pero tu alma, al ser espiritual, vive en la tierra - dando vida a tu cuerpo - pero también vive simultáneamente en el Cielo, viviendo la vida de Dios, viviendo con Dios -Yo: Sí, visto así… -Irene: Claro, es que no hay otra manera de verlo; es que esa es la realidad de la vida, de la vida cristiana, de la de cualquier cristiano. Por eso dice San Pablo que Dios nos ha sentado a los cristianos con Cristo en los Cielos, porque esa es la pura realidad: todos los cristianos tenemos una vida terrenal y otra celestial simultáneamente, la vida de la gracia de Dios, la participación en la vida divina, ¿te das cuenta? -Yo: Doyme cuenta de ello, hija mía; doyme cuenta. Es como si el Cielo y la tierra estuvieran entremezclados, como dos dimensiones que se viven al mismo tiempo, y ya me puedo imaginar que, si todos los cristianos terrenales de fe profunda estamos viviendo en el Cielo, además de vivir también en la tierra, de igual manera todos los seres celestiales, ángeles y hombres, estaréis viviendo simultáneamente en la tierra además de en el Cielo, a pesar de que no nos seáis físicamente visibles, ¿es ello cierto? -Irene: Pues claro, hombre; pues claro. Nosotros los seres celestiales, físicamente pero no espiritualmente invisibles a vosotros, estamos permanentemente con vosotros, a vuestro lado, a vuestro alrededor, experimentando vuestras penas y vuestras alegrías, si bien somos impasibles, esto es, no podemos sufrir, eso no es imposible. Por eso, hasta vuestras desgracias las vemos filtradas con las gafas del amor. Por ejemplo: cuando uno de vosotros se está muriendo, vosotros estáis muy tristes, pero nosotros no, sino todo lo contrario, porque sabemos que vamos a dar la bienvenida a otro ser humano a la gloria de Dios. Ahora bien, es cierto que, cuando un alma humana se pierde en el infierno, eso es una tremenda desgracia para todos, pero nosotros lo seguimos viendo filtrado todo con los ojos del amor: ese ser humano de destino abortado ha sido libre hasta el final, ha decidido libremente no acogerse al amor de Dios; por ello, la sensación de tristeza al ver un alma perderse eternamente se ve infinitamente compensada por la contemplación de la maravillosa magnitud del don de la libertad que Dios nos dio a todas las criaturas racionales, y ello viene a ser otro motivo para dar gloria a Dios, al reconocer precisamente esa grandeza, la del respeto de Dios por la libertad humana. Otro ejemplo: cuando uno de vosotros, humanos carnales, sufre sus desgracias en la tierra con aceptación amorosa de la voluntad de Dios, a nosotros se nos abre el corazón de amor gozoso, al veros tan pequeños, tan limitados, tan ínfimos, tan nada como se es cuando se vive en la tierra pero, al mismo tiempo, sacando fuerzas de flaqueza, de no se sabe dónde (de Dios, claro) y atravesando el dolor, el sufrimiento, con la grandeza, la nobleza que el alma humana encierra, como que cada una de ellas 105
está creada por el mismo Dios. Esos momentos son de derrame copioso de la gracia de Dios sobre el alma terrenal sufriente, y todos nosotros ayudamos a Dios todo lo que podemos, siempre respetando la libertad humana, para tratar de que esa alma supere su situación de postración y se una finalmente a Dios. Pero sí, estamos siempre con vosotros, a vuestro lado: yo, por ejemplo, estoy en la Fundación (www.contralameningitis.org), eso es más que evidente; alentando e inspirando a todos los que formáis la Fundación, y también a muchos otros, para que aumente el apoyo a la Fundación, porque la Fundación es una obra del amor de Dios en la tierra, y a mí se me ha encomendado su liderazgo directamente por Nuestro Señor Jesucristo. Pero también estoy contigo, siempre, para ayudarte en todos tus problemas terrenales, en tu trabajo, en todas tus relaciones con las demás personas, infundiéndote ánimo cuando pasas malos ratos, de esos que abundan en la tierra… ¿Es que no te has dado cuenta de que, desde hace ya mucho tiempo tras mi muerte, tu alma está en paz, en una paz persistente, duradera, inamovible, inasequible al desaliento, incapaz de venirse abajo? -Yo: Sí, sí que me he dado cuenta de ello. Es como que, me pase lo que me pase, sea ello bueno o malo, no afecta a mi paz interior, que está siempre en el mismo e imperturbable nivel; es algo así -Irene: Exactamente. Pues… ya sabes: la paz es un fruto del Espíritu Santo en el alma humana y ¿quién soy yo?, ¿qué significa mi nombre, el nombre de Irene? -Yo: Claro, ya sé: Irene significa “la que trae la paz” -Irene: ¿Comprendes ahora la ecuación, muñeco? -Yo: La comprendo, pero no me llames “muñeco”, por favor, que parece una expresión sacada de una novela mala de western -Irene: Está bien, está bien. Y ¿qué me dices si te llamo “mi pequeño saltamontes” -Yo: Bueno, eso sí te lo puedo pasar, no hay problema. Pero… oye, sí quisiera preguntarte algo que también me da vueltas en la cabeza -Irene: Pues pregunte usted, pregunte; no se me quede con las ganas -Yo: Pues es… esto… bueno, verás, a lo mejor te parece una pregunta tonta pero… en fin… -Irene: Venga, venga, no me seas remilgado y pregunta, que aquí estoy yo para contestarte -Yo: Sí, pues, verás, quería preguntarte si en el Cielo también se crece -Irene: ¿Cómo dices? -Yo: Sí, quiero decir que, cuando muere un niño pequeño aquí en la tierra; incluso un niño nonato, que no haya llegado a nacer o incluso tú misma, ahora que lo pienso, que moriste prematuramente, con 17 años, ¿qué pasa en el Cielo?, ¿se sigue creciendo ahí o se queda uno como era cuando murió en la tierra? -Irene: Pues claro que se crece, hombre, ¡cómo te vas a quedar canijo, sin poder desarrollarte!, no hombre, no; estaría bueno, y más en el caso de un bebé nonato o de un embrión… Si el desarrollo terrenal de un ser humano se ha visto truncado por la muerte, ese ser humano sigue desarrollándose en el Cielo, creciendo, hasta ser un ser humano maduro, como de unos 30 años, más o menos, edad en la que un ser humano, podemos decir, está en su desarrollo pleno; a partir de ese momento ya no se envejece jamás -Yo: Claro, ves, ahí está el problema -Irene: ¿Qué problema? 106
-Yo: Pues que, cuando yo llegue al Cielo – como es mi intención – no voy a poder reconocerte, porque habrás crecido -Irene: Vaya chorrada acabas de decir, papi mío -Yo: ¿Chorrada?, yo no lo veo así, ¿cómo voy a poder reconocerte cuando llegue al Cielo; a ver, listilla, contéstame eso ahora? -Irene: Pues muy fácil, mira: cuando tú llegues al Cielo, tú me verás como me viste la última vez que me viste en la tierra, con mi cuerpo de 17 años, ¿olvidas acaso que en el Cielo uno puede modificar su aspecto a voluntad? Una vez que me hayas reconocido, pasaré a mostrarte mi aspecto actual, y ya está: a partir de ahí tú mismo elegirás cómo quieres verme, y me verás como tú quieras, ¿ok? -Yo: Ah bueno, siendo así: problema resuelto, efectivamente. Pero… pero ahora me surge otra duda -Irene: ¿Cuál, pesado; que eres más pesado que una vaca en brazos? -Yo: ¿Qué pasa cuando un ser humano muere ya anciano?, ¿retiene su figura de anciano por siempre en el Cielo? -Irene: No, a no ser que así lo desee, pero casi nadie lo desea así, porque a todos nos gusta vernos y que nos vean con aspecto de joven. Cuando un anciano llega al Cielo su cuerpo se transforma en el que tenía en la tierra a sus 30 años pero, eso sí, sin tara alguna, física o psíquica, sin ningún tipo de defecto, de ninguna clase: su cuerpo espiritual se transforma en el que le habría correspondido de no haber existido pecado original en el mundo del ser humano, o sea, un cuerpo bello, fuerte, joven, atractivo a la vista, flexible, sano y capaz de todo, al estar unido plenamente al poder de Dios -Yo: Vaya, ¡cómo mola eso!, ¿que no? -Irene: Pues sí, ya lo creo que mola, mola mazo -Yo: Buah, oye, qué pasada; yo estaría preguntándote cosas todo el rato, una detrás de otra, pero no quiero hacer muy largo este escrito, que luego van mis lectores y me preguntan que por qué no hago mis escritos más cortos, que los tienen acumulados pendientes de leer pero que no les da tiempo a hacerlo e ir al día, y yo… yo… yo no sé qué contestarles, a no ser lo que les contesto de hecho: que me salen así de largos y que yo no puedo hacer nada por evitarlo; pero veo que esa respuesta no les satisface demasiado, ya que no les resuelve su problema, el de tener que leerlos siendo como son, así de largos. Así que esta va a ser mi última pregunta de hoy -Irene: Vale, así sea -Yo: Verás, ya sé que dice San Pablo en una de sus cartas que preguntar cómo será la resurrección es una necedad, que será por el poder de Dios y punto, pero a mí esa respuesta no me deja satisfecho del todo. Por eso te pregunto, para que yo lo pueda entender bien, lo siguiente: ¿cómo es posible que, al final de los tiempos, los cuerpos humanos resuciten si, en una gran mayoría de los casos, la materia física que los formó en la tierra estará dispersa por el Universo, transformada en otros seres, formando parte de otras criaturas de variada índole? Ya sé que el poder de Dios es omnímodo, pero ¿me podrías dar alguna pista, porfis? -Irene: Sí hombre, claro que sí, que para eso estamos. Mira, un alma humana es el elemento espiritual que, unido íntimamente a su cuerpo material terrenal, le da vida, ¿no es cierto? -Yo: Sí, eso creo; firmemente lo creo -Irene: Bien, pues, esa unión es tan íntima que el alma humana está unida a todas y cada una de los millones de células que conforman los tejidos de un cuerpo humano, 107
dando vida a cada una de ellas. Eso es así desde el momento de la concepción de un ser humano: desde que el espermatozoide masculino se une al óvulo femenino, Dios infunde el alma a ese ser humano, y el alma, al estar así de íntimamente unida al cuerpo, almacena en sí misma toda la información del cuerpo al que estuvo unida en la tierra: cada una de las células materiales de un cuerpo humano están “replicadas” espiritualmente, como si dijéramos, en su alma, como en un archivo de información, como en un almacén en el que la esencia de ese ser humano, toda la información de lo que es, está guardada a buen recaudo, guardada en su alma. Por eso, cuando llegue el fin de los días y recuperemos nuestro cuerpo material, Dios no tendrá que hacer por cada uno de nosotros más que “rellenar” de materia física, de carne, la información contenida eternamente en el alma. Como tú comprenderás, mi pequeño saltamontes, hacer eso, rellenar de carne material nuestras almas, es una fruslería para Dios, creador del Cielo y de la tierra que, con el solo poder de su palabra, hace que las cosas existan de la nada y se mantengan en la existencia, ¿no es cierto? Entonces ya no seremos almas vivientes, como cuando vivimos nuestra existencia terrenal anterior, sino que entonces seremos espíritus vivificantes, esto es, seres humanos espirituales pero que, por el poder del Espíritu de Dios, dan vida, vivifican un cuerpo material, material pero de propiedades distintas a los cuerpos terrenales, material pero glorioso y eterno, ¿a que te mola mi gramola? -Yo: Ay, hija, sí, sí que me mola todo lo que me dices; me mola mucho. Ojala fuera cierto -Irene: Ah, pero ¿acaso lo dudas? -Yo: No, yo no, de verdad que no; pero sí lo dudan muchos de mis lectores. Por eso he escrito esa expresión de “ojala fuera cierto”, precisamente para que ellos se reconozcan a sí mismos en ella y para que… para que… ¡para que crean, leñe! Eso es, para que crean. Para que sean atrevidos, para que osen desear con toda el alma, para que no limiten sus propias mentes, para que sus pensamientos no sean ramplones, apegados al suelo de la tierra; para que sus deseos vuelen como águilas que surcan el cielo, allá arriba, arribota, donde el aire ya se hace irrespirable de tan alto como se está; para que sepan mirar al Cielo, para que sus almas se eleven por encima de las miserias de la tierra, para que aprendan a desear, a desear lo infinito, lo sin límites, lo que nace de lo más profundo de nuestras almas, de esa necesidad de verdad, de belleza, de poder, de eternidad que constituye nuestra misma naturaleza humana; porque Dios nos hizo sólo un punto inferior a los ángeles en inteligencia, pero más grandes en dignidad, ya que sólo los seres humanos, que no los ángeles, somos hechos hijos adoptivos de Dios. No sé, hija, has conseguido elevar mi espíritu con esta charla de hoy sobre el Cielo. Hija mía, ¡cuánto te quiero!, ¡qué inmenso don me regaló Dios contigo! Tras tu muerte me has llevado al mismo Cielo y, siempre que quiero, me hablas del Cielo con tus propias palabras, ¡qué más podría yo desear, hija mía, sino verte cuando llegue (eso espero) al Cielo! -Irene: Me verás, me verás; no te preocupes. Sigue amando a Dios así y me verás. Cuando mueras, yo misma bajaré a la tierra a por ti, junto con David, tu Ángel Custodio, a llevar tu alma ante Jesucristo; así será, ya sabes que te lo tengo prometido, y un ser celestial no puede decir jamás mentira alguna, porque la sencilla razón de que está plenamente unido a la Verdad, que es Dios
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-Yo: Ay, hija mía, qué cosas más maravillosas me dices, ¡cómo te amo! Recibe un enorme beso y mi más cálido abrazo, tesoro mío. Te quiero; hasta la próxima cita, muuuáaa -Irene: Adiós papi, yo también te quiero mucho, muchísimo; más no se puede querer, muuuáaa
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VIII. ABRAZO EN 2D
A lo largo de las dos pasadas semanas, queridísima hija mía Irene del Cielo, he dado dos charlas divulgativas sobre la meningitis en centros de educación secundaria, a alumnos de 15 y 16 años de edad, casi la misma edad que la que tenías tú cuando moriste en agosto de 2005, a tus 17 abriles. La primera de ellas la impartí el jueves 21 de mayo, a las 15:30 horas, en el colegio privado San Estanislao de Kostka (SEK), de Villafranca del Castillo, esa hermosa y ajardinada urbanización donde tú tan bien te lo pasabas con tus amigos, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas que siempre estabas yendo y viniendo en autobús entre Villanueva y Villafranca, para estar con tu amiga Elizabeth, o con tu amiga Sandrita, o con otras y otros de tus muchos amigas y amigos? Siempre que voy en coche desde Madrid al pueblo, cuando bajo la cuesta desde Majadahonda a la estación de seguimiento de satélites de la ESA (European Space Agency) y veo a lo lejos Villafranca, siempre te digo, como tú bien sabes, “Mira, Irene, tu querida Villafranca”, ahí la tienes, ¿verdad que sí? Ese jueves me tocaba hablar de meningitis en el SEK; y fue porque la Concejalía de Sanidad del Ayuntamiento de Villanueva de la Cañada nos había invitado a los de la Fundación (www.contralameningitis.org) a dar esas charlas, ya que somos una ONG radicada en el municipio y que el público juvenil es uno de los grupos de mayor riesgo en relación con la meningitis, como así lo atestigua claramente el que tú hoy vivas en el Cielo, precisamente a causa da haber contraído esta enfermedad. Y bien, ¿Qué me encontré allí, en el SEK, me preguntas? Bueno, tú sabes de sobra lo que me encontré allí, porque tú siempre estás conmigo, a mi lado; no te alejas jamás de mí, no me dejas jamás solo, ni a sol ni a sombra ¿Qué te creías?, ¿que no me había dado yo cuenta de ello? Pues sí, hija, sí; claro que me he dado cuenta de que jamás te apartas de mi lado ¿Cómo, si no, podría yo salir airosamente de las difíciles misiones que me vas poniendo por delante? Ah, ¿que me dices que dar una charla sobre meningitis a unos adolescentes no tiene nada de difícil? Bueno, verás, eso es según se mire: dar la charla no tiene, en efecto, nada de difícil en sí mismo. Yo me conozco de memoria el contenido de la charla: que si qué son la meningitis y la sepsis; que si cuáles son sus síntomas; que si qué hay que hacer para prevenir el contraer estas enfermedades; que si tu caso fue de tal o cual manera; que si esto, que si lo otro… No, el problema no era el contenido de las charlas en sí mismo. Lo difícil de estas charlas era darlas para el auditorio ante el que las di: en cada caso más de 100 chicos y chicas de 15 y 16 años; chicos y chicas como tú, exactamente igual que tú, de tu misma edad, con tus mismas inquietudes, con tus mismos sueños, con tus mismas ilusiones, viviendo en el mismo mundo en el que tú vives… Bueno, perdón; quiero decir “en el mundo en que tú vivías cuando tenías esa edad, cuando moriste”. Sí, porque sé perfectamente – ya que tú así me lo has revelado - que en el Cielo se crece, como se crece en la tierra. Así, tú moriste con 17 años, pero ahora ya tienes 21. No es que alguien de 21 años sea muy diferente en su manera de ser y de pensar que alguien de 17; pero sí que hay diferencias, claro que las hay, y muchas. Tú ahora eres toda una señorita de 21 años, ya no eres una chiquilla de 17. Tú ahora vas a la Universidad del 110
Cielo, estudias Comunicación e Imagen (que es lo que siempre deseaste estudiar) y vives con otras tres amigas universitarias en un apartamento del centro de la ciudad, como siempre soñaste en la tierra; de la ciudad del Cielo en la que vives, que se llama New York, ¿me equivoco? ¿A que no? Claro, las ciudades del Cielo llevan los mismos nombres que las de la tierra ¿Cómo iba a ser de otra manera, si quienes les ponen los nombres a esas ciudades celestiales son los mismos seres humanos que les pusieron los nombres a sus equivalentes de la tierra? Vives en NYCC, donde la “C” final, detrás de New York City, significa: “celestial”. El tema es claro y meridiano para mí. Pues eso, que mi problema era dar esas charlas ante un público que, en mi mente y en mi corazón, es como si fueras tú; es una representación de ti, de la joven adolescente que eras cuando moriste. Problema simplemente por la emoción que me produce estar ante ti, porque eso es lo que yo sentí cuando di esas charlas: que estaba ante ti en realidad. Sí, ellos, esos chicos y chicas, eran tú para mí, te representaban a ti; pero es que yo… ¿quién fui yo para ellos? ¿Todavía no lo adivinas? Vale, te daré algunas pistas: Allí llegué yo con mi banner vertical, ese que se despliega hacia arriba y que muestra en grande tu preciosa carita, en ese primer plano que ya te ha hecho famosa en todo el mundo (tanto que, al desplegarlo sobre el escenario del salón de actos del SEK, hubo una chica de entre las asistentes que dijo: “mirad, Irene Megías; si es Irene Megías”, lo cual me llenó de inmenso gozo, porque me gusta que todo el mundo te reconozca en todas partes a las que voy). Además, en ese banner vertical que tú bien conoces, está escrito también tu nombre, en el logotipo de tu Fundación, que dice así: “Fundación Irene Megías contra la Meningitis”. Y, bueno, ya sabemos que el nombre de una persona equivale a su identidad, porque ese nombre es único y representa la unicidad de esa persona entre los millones y millones de seres humanos que han nacido hasta la fecha y todavía nacerán. En efecto, Irene Megías Roca sólo hay una, sólo existe una y sólo existirá una por los siglos de los siglos: tú.
En la foto, de izquierda a derecha: Elena Moya, Carlos Hernández, Eva Martín (Economista del Ayto. de Vva. de la Cañada), tú (con tu preciosa carita, hija mía), yo (que llevaba una corbata morada, yo siempre revestido de ti) y José Manuel Ávila (Concejal de Sanidad y Urbanismo del Ayto. de Vva. de la Cañada) 111
Cada uno de nosotros, cada ser humano, es irrepetible, jamás igual a otro ser humano. Cada ser humano posee una personalidad única, una mezcla de inteligencia, voluntad, libertad, cuerpo físico, capacidad de amar… que le hacen completa y absolutamente único. Como cada uno de nosotros, queridísima hija mía, tú eres única. No hay dos Irenes Megías Roca en el Universo material, ni en el inmaterial, y nunca jamás las habrá. Así que allí estabas tú – una representación de ti misma, si quieres – con tu cara y tu nombre. Allí estuvo también tu video “La historia de Irene”, contando tus últimas horas en la tierra y alertando a todo el mundo sobre los síntomas de meningitis y de la sepsis. Ya viste cómo aplaudieron a rabiar todos aquellos adolescentes al terminar el vídeo, ¿verdad? Y eso que yo no les animé a ello en absoluto, ¿recuerdas? Sí, así fue, ellos y ellas aplaudieron muchísimo al terminar la proyección de tu video ¿Por qué? Quizá porque se sentían reflejados en tu caso, porque eso les podría pasar a cualquiera de ellos, que son como tú eras. Y yo hablé, les hablé de la meningitis y de la sepsis. Mi voz sirvió para alertarles sobre estas enfermedades; para poner en sus manos una información vital, que puede salvar sus vidas o las de sus amigos o familiares en un momento dado. De manera que allí estaba tu nombre, tu imagen y mi voz, la voz de tu padre, de alguien que te conoce bien, muy próximo a ti, que se parece mucho psíquica y hasta físicamente (cada uno en su sexo, claro) a ti. Allí estaba mi presencia física y la tuya espiritual, la del ausente que está presente; la de quien no está físicamente por sí mismo pero sí que está representado físicamente por otro; como cuando un rey envía a uno de sus ministros a hablar a una corte extranjera; como cuando un embajador presenta sus respetos a un soberano de otro país, en nombre de su propio soberano… En todos estos casos, quien está físicamente es uno, pero en realidad representa a otro, habla en nombre de otro, hace las veces de otro que, por diversas circunstancias, no puede estar físicamente presente en el lugar en el que se desarrollan los hechos. Ya lo has comprendido, ¿verdad que sí? Claro, que ya sé que tú siempre has sido una chica muy lista. Pues sí: resultó que yo, para ellos, era tú, hacía las veces de ti. Yo era tú llevándoles a ellos toda esa información; hablando en nombre y representación de ti. Ellos eran tú para mí, pero es que yo era tú para ellos. Yo te veía a ti en ellos, y ellos te veían a ti en mí. Luego tú estabas espiritualmente en ellos, pero también estabas espiritualmente en mí; de forma que tú estabas, espiritualmente hablando, tanto en ellos como en mí. Pero ¿qué es lo que tú eres en este momento en que tu cuerpo no tiene carne material, sino un espíritu, sino un ser espiritual? Claro, así que deduzco que tú, que hoy sólo puedes estar donde sea como lo que eres, como un espíritu, estabas realmente en todos y cada uno de nosotros. Eso prueba muy a las claras que un espíritu puede estar en muchos sitios a la vez; en este caso, estabas, para empezar, en cada una de las personas que estábamos en aquella sala, puesto que tu espíritu, o sea, tú misma, estaba comunicando tu amor a todos y cada uno de ellos. Tu amor, tu deseo del bien, de su bien, les estaba llegando a todos ellos a través mío. Pero es que también a mí me alcanzó el amor en aquella charla porque, ¿qué, sino amor, es un aplauso, o un agradecimiento, el reconocimiento de que lo que hago por ellos - de que lo que tú haces por ellos? Yo conseguí su bien, el de ellos, movido por tu inspiración, por tu espíritu, y yo conseguí también llenarme de bien, al ver cómo la
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charla era fructífera para ellos. Así que el amor, tu amor, querida hija mía Irene del Cielo, nos envolvió a todos en un sutil, pero estrecho y verdadero, abrazo. Especialmente en mi caso, tu alma - o sea, hoy tú entera - y la mía se fundieron en un profundo abrazo de amor, un abrazo que padre e hija se dan cada vez que la Fundación, tu Fundación, nuestra Fundación (que eres tú hoy en la tierra), consigue producir algún bien para alguien. Eso es; eso es lo que siento al trabajar en tu Fundación para las demás personas: que tú me abrazas, que tu alma y la mía se unen, como cuando dos humanos carnales nos damos un abrazo: así de juntas, o incluso más, están nuestras dos almas, la tuya y la mía, cuando la Fundación entra en acción. Y tú, desde el Cielo, dimensión que corre en paralelo a la de la tierra, nos veías a todos nosotros allí reunidos, hablando de meningitis, hablando de ti, y eras feliz, ¿me equivoco? ¿A que no? ¿A que fue eso precisamente lo que sucedió? Pues claro, ya sé que lo que tú quieres es que yo, y todos los demás de la Fundación, demos tu amor a otros en nombre tuyo. Pues bien, eso es precisamente lo que hacemos continuamente en tu Fundación, eso y no otra cosa: dar tu amor a otros usándonos a nosotros mismos como medio para conseguirlo. Supongo que estarás contenta y orgullosa de nosotros todos, ¿verdad que sí? Claro, ya sé que sí, no hace falta que me lo digas una vez más; lo sé. Al final de la charla abrí un turno de preguntas y me sorprendió la alta participación de los chicos y chicas: hicieron muchas preguntas, y muy enfocadas e interesantes. Digo que me sorprendió porque suponía yo que, a esa edad, la enfermedad y la muerte es algo en lo que no se piensa ni por un segundo; de hecho, yo no pensaba en ello cuando tenía esa edad; edad que, aunque te parezca mentira, yo también tuve una vez ¿O acaso sí pensaba yo en esas cosas, en la muerte, cuando tenía 15 o 16 años? No lo sé, la verdad, ya no me acuerdo, y eso que suelo acordarme bastante bien de lo que sentía antes de tener la edad que hoy tengo… Pero, definitivamente, no me acuerdo de lo que pensaba yo entonces sobre la muerte, no me acuerdo de nada de eso. Da igual, agua pasada no muele molino. Al terminar mi charla, les dirigí unas palabras, digamos filosóficas, que también mucho aquellos chicos y chicas. Les dije lo siguiente: “Mirad, hoy hemos hablado de muerte, pero también hemos hablado de vida. De hecho, la muerte de Irene ha servido para que mi esposa y yo, los padres de Irene, hayamos creado la organización que lleva su nombre, el de Irene, y esa organización es la que hoy, a mi través, os está hablando de meningitis, para tratar de que lo que le pasó a Irene no os pase a vosotros. Es decir, si Irene no hubiera muerto, la Fundación Irene Megías no existiría, y hoy yo no estaría aquí, informándoos y alertándoos a vosotros sobre los síntomas de la meningitis. Luego la muerte de Irene ha supuesto vida para vosotros, ¿os dais cuenta? Pues tened también en cuenta lo siguiente: Hoy sois todavía muy jóvenes pero, en vuestras vidas, a todos vosotros os van a pasar con seguridad cosas que van desde las muy agradables, pasando por las sólo agradables, hasta las sólo desagradables e incluso llegando hasta las muy desagradables. Ante esas cosas desagradables y muy desagradables tendréis dos maneras opcionales de reaccionar: una, lamentaros de vuestra mala suerte, lameros vuestras heridas en un rincón y compadeceros de vosotros mismos; la otra, preguntaros qué podéis hacer con lo que os ha pasado, mirar al futuro y pensar si eso que os ha ocurrido, siendo ello desagradable o muy desagradable, puede llegar a tener algún sentido en vuestras vidas, puede serviros para algo, a vosotros y a otros. Si hacéis esto último, si os esforzáis por encontrarle sentido a todo lo que os pase, un sentido 113
positivo, útil para algo o para alguien, os garantizo que seréis mucho más felices que si reaccionáis de la otra manera. Yo reaccioné así, positivamente ante el dolor máximo; por eso sé lo que digo; no penséis que no es posible reaccionar así, porque yo lo hice”. Eso les gustó mucho a aquellos chicos y chicas, a juzgar por la acalorada forma en que aplaudieron. * * * * * Y luego otro día más tarde, vino el tener que dar la misma charla, dirigida al mismo tipo de público, chicos y chicas de 15 y 16 años, pero esta vez en tu Instituto. Sí, en el “Instituto de Educación Secundaria Las Encinas”, de Villanueva de la Cañada, Madrid; en ese para mí muy querido centro, ya que en él cursabas tú tus estudios hasta que moriste. En él, en su puerta, me dijiste mentalmente, unos tres días tras tu muerte, que yo debía escribir un libro. Entonces te hice caso, escribí aquel libro y, desde entonces, no he podido dejar de escribir; es en realidad todo el mismo libro, el libro de mi vida sin tu presencia física; todo es siempre una continuación de aquel primer libro que escribí; todo lleva siempre el mismo título: “Mi vida después de Irene”. Dar esa charla en tu Instituto llevó su preparación, no te vayas a creer. La charla estaba programada a las 10:20 horas del martes pasado, día 26 de mayo. Ese día no desayuné, por supuesto. Además, fui al baño tres veces antes de dar la charla; ya sabes que mi colon espástico (también llamado irritable) hace su vida por su cuenta, sin pedirme permiso en ningún caso, y le da por contraerse en cualquier circunstancia, cuando le apetece. Si esas contracciones van acompañadas de contenido orgánico alojado en su interior, la verbena (los sudores fríos, la necesidad imperiosa de salir echando mixtos buscando el aseo más próximo, etc.) está asegurada. Por eso fui preparado, para que no me amargara la mañana el bueno de mi señor colon. Sí hija, sí: mientras tenemos carne en el cuerpo no nos queda otra solución que aguantar toda una serie de variadas limitaciones en relación con ese nuestro cuerpo de carne. Somos seres cuerpo-alma, no cabe duda de ello, y nuestros cuerpos están estrechamente ligados a nuestras almas, mientras vivimos carnalmente en la tierra. Una vez llegué a tu Instituto me hicieron esperar un poquito, hasta que vino una persona a recogerme para llevarme a la sala en la que di la charla. Mientras esperaba curioseé por allí, por el interior de tu instituto, por su hall principal, frente a la recepción y a la secretaría. En un gran mural había decenas de fotografías de un curso de graduación. Los estudiantes lucían unas bandas verdes cruzadas sobre el pecho, muy al estilo universitario, con sus diplomas en la mano y sus familiares acompañándolos. En otro mural había otro montón de fotografías plagadas de jóvenes sonrientes - como esas que inundan toda esa superficie de corcho del mural de tu habitación - de un viaje de fin de curso a… Roma, ¡qué gracia! Precisamente Roma era nuestro destino previsto para las vacaciones familiares de aquel verano de 2005 en el que moriste. No pudimos ir a Roma aquel verano, tuvimos que cancelar los vuelos de avión y la estancia en el hotel de Roma, porque moriste antes de poder hacer aquel viaje (ya sabes: el hombre propone, pero es Dios quien dispone). Sin embargo, cuando tu madre y yo nos casamos por la Iglesia - porque tú así quisiste que hiciéramos - en junio de 2006, fuimos de luna de miel a Roma, para poder continuar nuestro proyecto de viaje a Roma allí donde lo habíamos dejado interrumpido. La cosa no fue lo mismo, claro. Tú 114
no estabas físicamente cuando tu madre y yo fuimos a Roma, pero nosotros dos - tu madre y yo - sabemos perfectamente que estabas con nosotros espiritualmente, y que aquel viaje a Roma te encantó. Después de todo, fuiste tú misma quien quiso que fuéramos a Roma, tanto la primera frustrada vez como la segunda, tesoro mío. Tu madre y yo sabemos que viste Roma con nosotros, a través de nosotros, dentro de nosotros y a nuestro lado, como siempre. Esas son tus varias presencias actuales: estás dentro de nosotros, en el Cielo y a nuestro lado, cada día, cada minuto, cada segundo de nuestras vidas. Y bueno, también vi el otro día, en tu Instituto, una serie de trabajos manuales que representaban las siete maravillas del mundo antiguo: al faro de Alejandría, el coloso de Rodas, la estatua de Zeus de Atenas, las pirámides de Egipto, etc… Sí, indudablemente aquel instituto era tu mundo, representaba tu mundo para mí, ese mundo juvenil que tanto te gustaba y en el que te encontrabas a tus anchas, como pez en el agua. Miraba yo el otro día a los pasillos, a los corredores exteriores, a la escalera que da a la planta superior, y es como si esperase encontrarme contigo de un momento a otro. Podría ser que salieras de un aula al pasillo porque fueras al baño; o que bajases desde la planta superior con el típico estruendo con el que los chicos de tu edad bajan las escaleras, así como al galope tendido; podría ser que me encontrase contigo al entrar a dar la charla divulgativa de la meningitis en la sala de usos múltiples; podría perfectamente pasar todo eso pero… no pasó. Claro, qué bobo soy; una vez superada aquella ensoñación, mi mente volvió a la realidad. Pero si estás muerta, ¡cómo vas a aparecer por un pasillo de tu instituto! No, tengo que rendirme a la evidencia, tengo que aceptar que tu presencia hoy no es física, sino espiritual, querida hija mía Irene del Cielo. Y así tiene pinta de que seguirá siendo la cosa hasta que yo muera, ¡qué le vamos a hacer! Bien, entré en la sala de usos múltiples; di la charla, que más o menos discurrió como la anterior en el SEK; también hubo aplausos y reconocimiento a mi tarea al terminar la charla, tanto por los profesores presentes como, más importante para mí, por los alumnos, que también era otro cargamento rayano en la centena de chicos y chicas de tu edad; quiero decir, perdóname otra vez, de la edad que tú tenías cuando moriste, hija mía. Al terminar la charla, el que era tu profesor de música me dijo que tenía un CD con canciones tuyas, cantando con alguna otra chica. Le dije al punto que, por favor, me hiciera una copia del mismo ¿Te puedes creer que no tengamos en casa ningún CD grabado con canciones tuyas, con lo que a ti siempre te ha gustado cantar? En realidad, yo nunca te oí cantar, fíjate lo que son las cosas, mientras que mucha otra gente sí. Bueno, no importa; el caso es que tu ex profesor de música me dijo que sí, que me iba a hacer una copia de ese CD que tiene con tus canciones; espero poder hincarle muy pronto el diente (o sea, el oído) con mucha emoción. Será un enorme regalo para tu madre y para mí, tesoro mío. También pedí otra cosa, antes de abandonar el otro día tu instituto: pedí a los profesores allí presentes si podía yo ir a ver tu imagen y la placa de alumna predilecta que pusieron en la biblioteca del centro. Claro, me dijeron que cómo no, que faltaría más… Así que entré en la biblioteca y efectivamente, allí está tu imagen, colgada al lado de una placa conmemorativa metálica, montada sobre un fondo de madera, que reza así: “Irene Megías Roca, Alumna Predilecta; I.E.S. Las Encinas”. Alumna predilecta, qué gran verdad dice esa placa. Y es que eres Alumna, porque siempre has sido humilde y siempre has estado dispuesta a aprender, a adquirir conocimiento; esa 115
apertura mental tuya siempre ha sido una de tus características más relevantes. La soberbia jamás ha oscurecido tu limpia y amorosa vida, hija mía de mi alma; siempre te has considerado dispuesta y abierta a aprender cosas nuevas, además de que siempre las has aprendido muy rápidamente, eso también es cierto. Y Predilecta, predilecta de todos, predilecta de mi corazón, del de tu madre, del de todos cuantos te conocen, predilecta de Dios. Predilecta por un amor de predilección que todo el que te trata siente hacia ti. No es pasión de padre, tú sabes que no es eso; estoy diciendo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad: tu alma es de una pasta especial, como que está hecha de pasta de amor, como que en tu corazón cabe un mundo de amor; como que, en tu corazón, cabe el que puedas amar a muchísimos seres, el que seas capaz de amar a todos ellos, de entregarte a todos ellos sin distinción, mi amor. Y la imagen; la imagen resultó ser una reproducción de la portada de mi libro, o sea, de nuestro libro, de aquel primer libro que escribimos tú y yo juntos, que escribimos tú y yo a medias, tú con tu inspiración y yo con mis manos. Esa portada es la que reproduzco aquí más abajo.
En la portada de nuestro libro sale tu color preferido, el morado; tu carita preciosa, tu nombre, el mío, nuestro apellido común - que muestra nuestro linaje – la 116
palabra ayuda, la palabra acción, un microscopio (símbolo de la investigación, de la búsqueda profunda del conocimiento) y, entre otras, la palabra meningitis, esa que representa la causa de tu muerte, la enfermedad que te mató; esa enfermedad que me quitó tu presencia física pero que me dio la compañía de Dios. En realidad, ese libro es un abrazo entre tú y yo, si lo piensas bien. Porque el motivo de ese libro es el amor que tú y yo nos tenemos; ese libro debe su existencia a ese amor y a tu muerte. De no haberse dado tu muerte, ese libro no existiría; de no haberse dado nuestro amor, ese libro tampoco existiría. El libro representa la unión entre tú y yo, la proximidad anímica entre padre e hija. Ese libro es, en sí mismo, todo un abrazo, todo un estrecharse nuestras almas en ese amor común del que los dos gozamos. El otro día, el de la charla en tu Instituto, estaba allí, en la biblioteca nuestro buen amigo Antonio, el que vive en Quijorna, que es profesor del Instituto. Se alegró mucho al verme. Él me dice que, cuando está en la biblioteca y, por lo que sea, necesita pensar en el Cielo, busca tu imagen allí en la pared, te busca a ti, te mira y siente que efectivamente, tú representas el Cielo para él. Así que dice Antonio que ti carita preciosa le transmite la idea del Cielo, la tranquilidad del Cielo, la paz del Cielo ¿No es eso hermoso?, ¿a que sí que lo es? También me saludó el otro día en la biblioteca una señora – creo que es la encargada de la biblioteca - que me dijo que conocía mucho a mamá, y que también me dijo que nuestro libro, del cual hay un ejemplar en la biblioteca, había sido leído en su día por todos tus compañeros y compañeras de curso, por todos cuantos te conocieron (también por los profesores) y que aún hoy se sigue leyendo en esa biblioteca ¡Qué mejor homenaje podrían hacerte todas esas personas que leer nuestro libro! Así, al leerlo, se darán cuenta no sólo de lo peligrosa que puede llegar a ser esta enfermedad, la meningitis, sino de lo mucho que nos queremos tú y yo, hija mía. Algunas personas han coincidido en decirme, sobre este libro nuestro, algo así como lo siguiente: “Es la mezcla más maravillosa que conozco de dolor y de amor; su hija Irene, esté donde esté, debe de estar muy orgullosa de usted”. Yo a eso siempre respondo lo siguiente: “Sí, mi hija está muy orgullosa de mí, soy plenamente consciente de ello, pero es que yo también estoy orgullosísimo de ella; ah, y sé perfectamente dónde está ella, no hay porqué especular: ella está en el Cielo”. Sí, orgullosísimo de ti estoy yo, esa es la verdad. Estar orgulloso de otra persona significa que el mero hecho de pensar en ella ya te produce un inmenso bienestar interior, y eso precisamente es lo que me pasa a mí cuando pienso en ti: que me inunda una sensación de bien, de bienestar, que no puedo ni quiero reprimir ¿Sabes por qué? Muy fácil: es porque te quiero a rabiar, hija mía. También será un maravilloso abrazo entre tú y yo el poder escuchar las canciones que tu ex profesor de música grabó un día ¡Quién sabe! Quizá ese CD se grabó precisamente para que yo ahora lo pueda tener, y así me recree escuchando la delicada y amada voz de mi querida hija; tu preciosa voz, que es otro de tus maravillosos atributos, otro de los dones que te caracterizan personalmente y con el que ahora debes estar haciendo disfrutar un montón a muchos Ángeles y Santos del Cielo. ¿Sabes qué? Sí, ya lo creo que lo sabes; lo sabes perfectísimamente: hace tiempo que venía yo diciéndote, en mis paseos matinales de sábados y domingos, cada vez que paso por delante de la puerta de tu Instituto, que tenía muchas ganas de ver tu placa y tu imagen instaladas en la biblioteca del centro. Yo sabía que estaban allí tu 117
placa y tu imagen, pero no sabía dónde. Tenía ganas de verlas, qué se yo por qué. Quería verlas con mis propios ojos, saber dónde estaban instaladas, saber cómo te mirarían los ocupantes de la biblioteca, hacia dónde deberían mirar; tenerte ubicada, en una palabra. Cuando pasaba por delante de tu instituto venía yo especulando sobre dónde podrían estar tu placa y tu imagen ¿Estará la biblioteca en ese edificio alto?, ¿estará por un casual en ese otro más bajito? ¿Estará en el ala norte del centro?, ¿estará por el contrario en el ala este? Pensaba yo el otro día que los estudiantes que te miren, los que no te hayan conocido personalmente, si reparan en algún momento en ver allí en la pared tu imagen y tu placa, seguro que se preguntan quién debe haber sido esa tal Irene Megías, y por qué está allí su placa y su imagen. Los más curiosos seguro que le preguntan a la profesora encargada de la biblioteca o a algún otro profesor, sobre ti. Y ya se lo que les van a contestar, claro: “Irene Megías fue una alumna muy querida en este centro; una persona muy inteligente, muy buena alumna, de las más brillantes entre las que han pasado por este centro pero, sobre todo, una gran persona, porque siempre estaba dispuesta a ayudar a cualquiera que necesitase ayuda. Ella siempre se olvidaba de sí misma y ayudaba a cualquiera en cualquier ocasión. Era una persona muy conciliadora, de esas que resuelven siempre los conflictos entre las otras personas a su alrededor. Era una persona que irradiaba una luz muy especial; una persona llena de paz y que transmitía siempre eso a los demás: su propia paz interior. Sí, tenía un nombre con un significado muy apropiado a lo que siempre ha sido su esencia interior: Irene, la que trae la paz”. Lo que muchos de ellos, tanto profesores como alumnos, no saben, es que Irene no era así, sino que Irene es así. Pero claro, querer que todos sepan eso, que tengan conciencia de eso, de que sigues viviendo, en el Cielo, tú misma vida pero ahora en su fase espiritual, eso ya es mucho pedir, ¿no crees, hija? Sí, creo que eso es demasiado pedir. Pues bien, ahora ya sé dónde estás, ya te tengo ubicada; sé exactamente por qué ventana del Instituto debería asomarme para, cuando la persiana esté levantada, ver tu placa y tu imagen. Pero claro, tú, como Dios cuya voluntad ahora compartes, siempre regalas amor desmedido, sobreabundante, en exceso. Por eso en esta ocasión, además de habértelas apañado para que pudiera yo ir a dar una charla sobre meningitis a tu Instituto - lo cual ya ha sido para mí una inmensa gracia del Cielo - no contenta sólo con eso me has regalado el poder ver tu placa y tu imagen pero, además, me has regalado el poder escuchar tu voz, lo cual ha sido un regalo completamente imprevisto y maravilloso para mí. Esto es siempre lo que pasa con el Amor de Dios; que no es que nos dé una sola gracia, un sólo regalo gratis e inmerecido, un solo don; sino que Dios siempre nos regala gracia sobre gracia, regalo tras regalo, una ristra de dones que no cesan de venir, de llegar a nuestras vidas. Así es siempre Dios; regala y no deja de regalar al alma humilde que se pone en sus manos, que se entrega y se anonada al amparo de su Misericordia. Sí, esa charla mía del orto día, en tu Instituto, ha sido una ocasión muy especial para sentir tu preciosa presencia cerca de mí, hija mía del Cielo. Tu alma y la mía, en esta ocasión, han estado bien juntitas, una muy cerca de la otra. Eso es lo que pasa cuando dos seres humanos se abrazan en la tierra: que sus almas – y sus cuerpos materiales, en caso de tratarse de almas encarnadas – están muy muy juntas, muy muy 118
unidas, tanto que ya no lo pueden estar más. En nuestro caso, y dado que tú no tienes cuerpo material en este particular momento, tu cuerpo no ha podido unirse al mío, pero tu alma sí ha estado muy unida a la mía. Ha sido un inmenso abrazo el que tú y yo nos hemos dado; nuestras dos almas no podrían haber estado más juntas, más unidas de lo que lo estuvieron el otro día y, como ahora tú vives en la dimensión de la eternidad, mientras que yo sigo viviendo en esta dimensión del tiempo, nuestro abrazo ha sido un abrazo entre dos dimensiones, entre dos seres humanos que viven cada uno en una dimensión distinta, uno en la tierra y otro en el Cielo; por eso yo a éste le llamo un abrazo en dos dimensiones, un abrazo en 2D.
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IX. LA BICI FELIZ
1. Sucedió como en 1993, hará unos 16 años. Tenía yo entonces 37 años, mientras que tú, mi querida hija Irene del Cielo, tenías sólo 5. Vivíamos entonces en la urbanización Entreparques, en el barrio de Valdepelayos, municipio de Leganés (Madrid), cerca del parque de Polvoranca, con su lago, sus patos y sus cisnes. Yo siempre había montado en bicicleta, desde que, a mis 9 años, mis padres nos compraron una bici, a mi hermana y a mí. Luego tuve otra mejor, y otra más; de manera que, en 1993, tenía dos: una de carretera y otra de montaña. Pero se me ocurrió comprar una tercera bicicleta, una de paseo, que tuviera un transportín trasero apto para poder acoplarle una sillita de niño, para así salir a pasear los dos juntos, tú y yo, padre e hija, por aquellos largos caminos del parque de Polvoranca. Dicho y hecho: compré aquella bici de paseo, marca BH (Beistegui Hermanos, de Vitoria, Álava) modelo plegable de color azul cielo, con una pegatina con el nombre “Happy!”(o sea, ¡feliz!)adherida a la barra principal, la que baja en sentido oblicuo hacia abajo y hacia atrás desde la columna de la dirección. La bici venía equipada con ruedas de pequeño radio; la cadena carenada, oculta tras una protección de color blanco, para no mancharse de grasa los pantalones o las piernas; unos guardabarros blancos; un gracioso farolillo blanco sobre el guardabarros delantero, conectado a una dinamo lateral como fuente de energía eléctrica, y un elemento reflectante rojo sobre el guardabarros trasero; en fin, una bici de paseo muy coquetona en su conjunto. En la misma tienda donde compré la bici, al mismo tiempo compré también la sillita para ti que, seguro que lo recuerdas, era de color naranja; tenía unas grandes orejeras, para que apoyases tu cabecita no sólo hacia atrás sino hacia cualquiera de los dos lados, a izquierda y a derecha; tenía también unos amplios reposapiés, para proteger bien tus piernas, y unos correajes de seguridad, para sujetar bien tu cuerpecito y que no te cayeras al suelo. Así que fijé la sillita al transportín trasero, la sitúe hacia atrás todo lo que pude, para que mis pies no chocasen contra los tuyos al pedalear y ¡equilicuá!, nuestra bici ya estaba preparada para darnos juntos todos los paseos que quisiéramos. Ese era el objeto de aquella bici, ni más ni menos: servir para ir los dos juntos en bici; yo pedaleando y tú, sencillamente, allí sentada en tu sillita, como una reina, tal como a ti te gustaba decir. Yo era el motor, la fuerza motriz, la fuerza bruta, el que hacía que las bielas se movieran a base de pisotear los pedales, imprimiendo rotación al plato que, unido al piñón de la rueda trasera por medio de la cadena de transmisión, conseguía que tú y yo nos desplazásemos en bici por aquellos caminos polvorientos del parque de Polvoranca. Y tú, como la reina Isabel de Inglaterra, te dedicabas a contemplar el paisaje al frente, a izquierda y a derecha sin hacer el más mínimo esfuerzo, sino disfrutando del aire, del sol, del aroma de las flores, del trino de los pájaros mientras yo, tu esclavo, iba gastando kilocalorías para desplazar a mi huésped – tú - cual esforzado conductor de rickshaw oriental pero, en este caso, sin cobrar nada por cada carrera. Pero mi recompensa eras tú, tenerte allí conmigo; disfrutar de tu compañía con el inmenso orgullo y placer de estar contigo, con mi hija querida del alma ¡Qué buenos 120
momentos pasamos juntos en aquella bici!, ¿te acuerdas? Claro que sí, que te acordarás, ¡cómo ibas a olvidarlo! Si me acuerdo yo, que soy mucho más viejo que tú, ¡cómo no te vas a acordar tú, mi niña querida del alma! Y allí íbamos los dos hablando, mientras yo pedaleaba y tú observabas, cosas más o menos como la que sigue: -Yo: Irene -Tú: ¿Qué, papi? -Yo: Ves ese árbol de ahí delante, a la derecha, ese con las ramas lánguidas, caídas hacia abajo -Tú: Sí -Yo: ¿Sabes cuál es su nombre? -Tú: No, ¿cuál es? -Yo: Ese es un sauce llorón porque ¿a que parece que está como llorando? -Tú: Sí, pobrecito, ¿por qué está llorando, papi? -Yo: No, hija; no es que esté llorando; sólo lo parece, por la forma de las ramas; pero los árboles no lloran, tesoro -Tú: Ah, ¿no? Y ¿por qué no lloran? -Yo: Porque no pueden hacerlo -Tú: Ah, ¿es que su mamá no les deja que lloren? -Yo: No, hija; es que ellos no necesitan llorar, porque no sienten pena como nosotros -Tú: Ah, qué bien, qué bueno sería ser árbol… Era para mí una inmensa ilusión salir en bici los dos juntos, cielo mío, y estaba yo deseando llegar del trabajo prontito, en aquellas tardes de verano, para poder salir contigo en bici, que tú siempre estabas dispuesta a venirte conmigo a pasear. Muchos kilómetros recorrimos juntos por aquellos caminos, ¿verdad?, y nunca tuvimos ninguna caída o percance. Mamá siempre me decía al salir: “Jorge, ten mucho cuidado con la niña, ¿de acuerdo?”, y yo siempre le respondía así: “Que síii, pesaaada, que no pasará naaada; que llevo yo ya muchos kilómetros de bici encima de estas pieeernas…”. Pero, por más veces que saliéramos en bici, ella nunca dejaba de pedirme que tuviera cuidado contigo, con su niña preciosa del alma; y lo tuve, vive Dios que lo tuve: jamás nos pasó nada, ¿te acuerdas? Y así continuamos saliendo los dos, año tras año, hasta que tú ya no cabías en la sillita, porque habías crecido hasta el punto de que tus pies y los míos se chocaban al pedalear yo, por mucho que apurases tú tratando de retraer los tuyos hacia atrás. De forma que, al final, tuve que desmontar la sillita posterior de la bici y ayudarte a que aprendieras tú solita a montar en bici, en aquella misma bici que, hasta aquel momento, había sido nuestra bici. No problem: metí hacia abajo el tubo de soporte del sillín, hasta la altura mínima, para que le viniera bien a tu estatura; también metí hacia abajo la tija del manillar y: ¡ya está!, tu bici estaba preparada para ser cabalgada por ti. Pero, claro, el problema fue entonces que tú no sabías montar en bicicleta, porque hasta entonces habías ido de pasajera, pero ahora te tocaba hacer de piloto; de forma que se imponía el que yo te enseñase a montar en bici. En tu caso, contrariamente al de tu hermano que usó rueditas laterales en los principios de su andadura ciclista – nos lanzamos directamente a aprender a montar en bici al natural, sin rueditas laterales. Eso significaba un esfuerzo adicional para mí, que tenía que ir corriendo a tu lado, 121
sujetándote del sillín para que no perdieras el equilibrio. Pero, ¡qué diantre!, entonces yo era joven, y no me iba a venir nada mal un poco de ejercicio extra. Así que allí andaba yo, echando el bofe al correr a tu lado, quedándome sin resuello mientras tú levantabas el vuelo a los mandos de tu BH Happy, ahora ya como protagonista absoluta de la cabalgada ¿Cuántos kilómetros nos hicimos corriendo así, tu de piloto y yo de corredor lateral?: ya no lo recuerdo; pero no me importaba en absoluto: habría hecho muchos más kilómetros así, corriendo a tu lado, todos los necesarios para que llegases a aprender a montar en bici, a ser independiente, a ser libre, a conducir tu propio destino. Si hermoso es ayudar a un hijo a que de sus primeros pasos en cualquier circunstancia vital, ¿no es mucho más hermoso observar que ya es independiente y que puede volar libre, por sí mismo? Afortunadamente, como siempre has sido una niña muy lista, no fueron demasiadas las carreras que me tuve que dar corriendo a tu lado, porque aprendiste bien pronto a ir tú solita en la bici guardando el equilibrio perfectamente, como una campeona, como si hubieras echado los dientes subida sobre una bici. De algo tenía que servirte el haber sido usuaria de bicicleta durante tanto tiempo, aunque sólo fuera subida en tu sillita de Reina de Inglaterra…
2. Una vez conseguido el objetivo de que aprendieras a montar en bici por ti misma, ya podíamos volver a salir los dos juntos en bici, a vivir nuestras aventuras por el parque de Polvoranca; con la única diferencia de que ahora tú irías en tu BH Happy y yo en mi Mountain Bike barata, aquella que había comprado en su día en el Carrefour por 20.000 pesetas (unos 120 Euros de los de ahora) y que, por cierto, funcionaba de maravilla. A veces rateaba un poco el cambio de marchas al ir la cadena en el piñón más grande pero, ¡qué ibas a pedirle a una bici de 20.000 pesetas, mujer, que nadie da duros a peseta! Y así lo hicimos. Pero, en una de nuestras primeras salidas así, cada uno con su bici, por el parque de Polvoranca, tú te caíste al suelo. Fue en esa curva a derechas, arenosa y en ligera cuesta abajo, que hay a la izquierda del camino que va desde Leganés hasta la antigua iglesia de Polvoranca. Y tú, como digo, te caíste al dar aquella curva. Yo debería haberlo previsto: pasé por ella aquella tarde antes que tú, con mi bici de montaña, y conocía esa curva al dedillo, por haber pasado por allí miles de veces; pero tú no: probablemente fuera aquella la primera vez que pasabas por allí, y acababas de aprender a montar en bicicleta… Yo debería haberlo previsto y haberte avisado de aquel peligro, pero no lo hice, ¡me cachis en la mar! Aquel día tu vestías una camiseta de punto azul cielo de manga corta y cuello redondo; también un pantalón corto de color blanco, que dejaba al aire tus preciosas piernecitas tan bien torneadas, con esas rodillitas tan macizotas que tienes, como las mías. Calzabas zapatillas deportivas también de color blanco, con unos calcetines blancos bajos, rematados en puntillas. Tu precioso pelo rubio a mechas y tu melenita corta completaban aquel maravilloso cuadro de tu estampa, que jamás se borrará de mi memoria, mientras Dios quiera que esta funcione. No me acuerdo en absoluto de cómo iba vestido yo, pero recuerdo con una extraordinaria nitidez cómo vestías tú. Es como en la película “Casablanca”, una de mis favoritas, cuando Humphrey Bogart se reencuentra con Ingrid Bergman en Casablanca y hace memoria de su pasado y agotado romance en París. Él dice así: “Lo recuerdo 122
como si fuera ayer; era el día en que los alemanes tomaron París; los alemanes vestían de gris; tú vestías de azul…” Pues sí, mi querida hija, tú vestías también de azul en aquella tarde de verano en que te caíste de tu bici azul, con un cielo también azul, sin nube alguna en el horizonte. Todo era felizmente azul entonces. Nuestro momento de felicidad ciclista vino a interrumpirse por aquella inoportuna y previsible caída, pero la verdad es que mereció la pena de verdad que te cayeras, por lo que pasó después: Yo tiré mi bici en el suelo y corrí desencajado a tu encuentro, para reconocer los daños. Mi niñita del alma, mi niña, mi amor, que confía plenamente en su papá y, mira tú por dónde, no debía confiar tanto en él, porque su papá va y le trae por andurriales infectos e intransitables para niños de tan tierna edad, ¡me cago en mi calavera!… Te hiciste unas pequeñas erosiones en la piel de tu pierna derecha y de tu codo derecho; lloraste un poquito, pero muy poco, que tú siempre has sido una niña muy sufrida, como demostraste cumplidamente años más tarde en el momento de tu muerte. Yo te dije tras tu caída, limpiándote las heridas con un pañuelo: “Nada, nada; no ha pasado nada; ¿te duele mucho, tesoro?”. Y tú me respondiste: “No; sólo un poco”. Como la cosa no había sido para mucho, seguimos con nuestro paseo ciclista por el parque aquella tarde pero yo, cada dos por tres, te volvía a preguntar, una y otra vez, lo mismo: “¿te sigue doliendo, tesoro?”. Eso fue así hasta que tú, en un derroche de madurez infantil y de sensibilidad amorosa, me dijiste: “¡Pero papá, si me parece que mi caída te ha dolido a ti mucho más que a mí!...” Ay, mi niña del alma: ¡cómo te quiero, mi amor; cómo te quiero! Sí, tú te diste cuenta de que aquella caída tuya me había dolido a mí más que a ti. A ti ya se te había olvidado, era parte del pasado, y eso ya al poco rato de caerte; pero, a mí, que me sentía culpable por tu caída, no dejaba de pesarme mi falta de previsión y mi estupidez ¿Por qué? Porque te quiero a morir, mi amor. Pero no menos me quieres tú, que quisiste liberarme de mi angustiosa culpabilidad por tu caída con aquella maravillosa frase: “¡Pero papá, si me parece que mi caída te ha dolido a ti mucho más que a mí!...”. Con aquella frase, mi niña, estabas reconociendo que te sentías muy querida por mí, que cualquier mal tuyo se transformaba amplificado en mío en virtud de… mi amor por ti, tesoro mío. Y yo, al darme cuenta de que me estabas agradeciendo cuánto te quiero, te quise yo así mismo a mi vez. Aquel fue uno de los momentos de amor más íntimos y hermosos entre tú y yo de cuantos recuerdo haber vivido a tu lado, en el que se manifestó el gran amor que nos profesamos, mi pequeño gran amor puro y limpio del Cielo.
3. El otro día tuve oportunidad de ir a ver de nuevo la curva donde te caíste con la bici aquella tarde en el parque de Polvoranca, mi amor: me dijo mamá que la llevase en coche al centro comercial Hipercor de San José de Valderas, que quería ella hacer unas compras de ropa; pero ella sola, sin que yo la agobiase (ya sabes que los hombres somos muy malos acompañantes de las mujeres a la hora de hacer las compras). Bien, como yo tenía que esperar un par de horas antes de ir a recoger a mamá al Hipercor, pensé que estaría bien llegarme al parque de Polvoranca a pasar allí un rato en soledad, sobre todo pensando en ir a ver aquella curva en la que te caíste, hará hoy la friolera de unos 12 años, aproximadamente.
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Y sí, allí estaba la curva de marras, en el mismo sitio de siempre, tal como era cuando te caíste. Me senté en el suelo a la sombra de un árbol cercano, pues era un mediodía de agosto, y hacía mucho calor. Me quedé mirando fijamente a la curva y saqué del archivo de mi memoria las imágenes de tu caída, que tantas y tantas veces he repasado en mi mente: allí estabas tú de nuevo, con tu camiseta azul y tu pantalón blanco… Miré la curva un rato bien largo, hasta que me quedé bien satisfecho de ti y de mis recuerdos. No lloré, sino que sentí una serena y profunda dulzura en mi alma. Viajé hacia atrás en el tiempo con mi imaginación y te vi allí, nos vi a los dos, ¡qué maravilloso es el poder de nuestra memoria, vive Dios! Podré rebobinar y ver de nuevo en mi mente aquella escena cuantas veces quiera, como cuando veo una y mil veces el DVD de Casablanca ¡Ay, que maravillosa es la vida humana!, ¡y qué maravilloso es el amor! Luego cambié de escenario y me senté en un banco a la sombra, junto al camino principal, ese que termina en el lago del parque, junto al quiosco de bocadillos y bebidas. Estaba allí sentado, contestando emails de asuntos del trabajo con mi Blackberry, cuando vi llegar por el camino a dos niñas como de unos 10 o 12 años; una de ellas iba haciendo recuento de nombres de amigas, como si estuvieran planeando a quién invitar a un cumpleaños o algo así. Y, al pasar junto a mí, dijo algo así como lo siguiente: “pues mira, yo creo que llamaré a Mireia, a Luisa, a Marta, a Irene…”. ¡A Irene!… Escuchar tu nombre llamó mi atención, como siempre que lo escucho, ¡me gusta tanto escucharlo, leerlo o escribirlo!... Así que levanté la vista y pude ver de cerca a las dos chicas que iban hablando y caminando en animada charla, una más alta que la otra. Volví a escuchar tu nombre en sus labios, me volvió a gustar oírlo y, después, seguí manipulando mi Blackberry. Pero, en seguida, una señora que venía con las niñas, aunque algo rezagada respecto de ellas, llegó hasta donde yo estaba, y la señora resultó ser Rosa, nuestra vecina de la puerta de al lado, de cuando vivíamos en Entreparques. Allí mantuvimos el siguiente diálogo: -Rosa: ¿Jorge?, ¿tú eres Jorge? -Yo (levantando la vista de la Blackberry y levantándome después del banco): ¡Rosa!, ¿qué tal estás?, ¡qué alegría! -Rosa: ¡Qué alegría verte!, ¡cuánto tiempo! Muáaa, muáaa (dos besos que nos dimos, en sendas mejillas), ¿qué haces tú por aquí? -Yo: Pues nada; que he llevado a Puri al Hipercor de San José de Valderas, que tenía ella que hacer unas compras allí, y se me ha ocurrido llegarme hasta aquí un rato, a recordar los viejos buenos tiempos -Rosa: ¡Qué bien; qué bien, oye! Y ¿qué tal?, ¿cómo estáis todos en casa, Puri y tu hijo? -Yo: Bien, todos bien, gracias; ¿y vosotros? -Rosa: Muy bien también. Mira, ¿te acuerdas de Paula? -Yo: ¿Paula?, ¿tu niña, la pequeña? -Rosa: Sí, claro; mírala: esa es Paula Rosa señaló entonces, con el dedo índice de su mano izquierda, a la más alta de las dos niñas que iban con ella, que se habían detenido algo más allá del lugar donde Rosa y yo charlábamos.
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-Yo: Vaya torre de hija que tienes, caray; no la habría reconocido si tú no me dices que es Paula; de hecho, no la he reconocido antes al verla pasar -Rosa: Claro, es que el tiempo vuela y era muy pequeña la última vez que la viste... Pero tú estás muy bien; te veo muy bien, Jorge, como siempre -Yo: Gracias, yo también te veo muy bien a ti -Rosa (inflando de aire graciosamente los mofletes de su cara): Quiá, estoy mucho más gorda que antes, ¿no me ves? -Yo: Buah, y ¡qué importa eso! Oye, ¿y esta perrita labrador que tienes? (la perrita iba atada, a través de su correa, a la mano derecha de Rosa); porque es una perrita, y no un perrito, ¿verdad? -Rosa: Sí, es una perrita; se llama Planka. La compramos cuando se nos murió Elsa; no sabemos vivir sin tener un perro en casa -Yo: Fíjate, yo tengo una igual, otra labrador; se llama Nora -Rosa: Ah, ¡qué bien!, ¿comprasteis perro al final? -Yo: Sí, son tan cariñosos… las perritas labrador especialmente -Rosa: Y que lo digas; son un amor, y muy caseras. Porque los perros macho son… como los hombres, que van a su bola y son unos gamberros; pero con las perritas es otra cosa -Yo: Sí, sí. Bueno, pues… un placer verte, ¿eh? Muáaa, muáaa (otros dos besos que nos dimos). Dale recuerdos a tu señor esposo, ¿eh? -Rosa: Sí, claro; de tu parte. Se va a alegrar mucho cuando le diga que te he visto. Bueno, pues eso… que sigáis bien -Yo: Lo mismo digo; un gusto verte. Que estéis bien; adiós Rosa -Rosa: Adiós Jorge, adiós. Al alejarse Rosa con su hija Paula ya crecidita, y teniendo como tiene además a sus otros dos hijos, Juan Ramón y Esther, pensé en aquel momento – bueno, tú, hija mía ya sabes lo que pensé, puesto que vives conectada a mí y ni un solo pensamiento mío se te escapa; pero, aún así, me gusta decírtelo –; pensé cuán distinta es mi vida (y tu vida) de la de la mayoría de la gente. La mayoría de la gente no pierde la presencia física de sus hijos de forma prematura, sino que los disfruta muchos años, y disfruta también del amor de los hijos de sus hijos, de sus nietos. La mayoría de la gente saca su familia adelante, vive los éxitos y fracasos de sus hijos a lo largo de toda su vida, prolongando de alguna manera su propia vida terrenal, ampliándola en la de sus descendientes, viviendo por ellos y a través de ellos… La mayoría de la gente es capaz de sentar a sus nietecitos sobre sus rodillas y contarles batallitas de cuando eran jóvenes; la mayoría de la gente disfruta muchos años de esos pequeños pero grandes placeres de la vida familiar, esos que a ti y a mí nos han sido vedados, mi amor. Y pensé entonces – tú ya lo sabes – que, como toda vida humana tiene un sentido, el que Dios le imprimió al crearla, una vida poco frecuente responde a una llamada también poco frecuente de Dios; una vida especial supone que Dios ha diseñado un plan también especial para esa vida, dotándola de un sentido oculto que podemos y debemos desvelar. Y tiene que ser un sentido que supone un cierto privilegio, ya que Dios nos ha distinguido con ese plan especial suyo, en relación con su plan más estándar para la mayoría de la gente.
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Vi entonces que no podemos comparar unas vidas con otras, que eso es un tremendo error. Vi que no debemos envidiar nada de nadie, sino encontrar el auténtico sentido de nuestras vidas, porque todas ellas lo tienen: La vida de un enfermo permanente; la de un obeso mórbido; la de un enano; la de un deficiente psíquico o físico; la de un homosexual; la de un contrahecho; la de alguien muy feo; la de alguien muy hermoso; la de alguien muy listo; la de alguien muy tonto; la de alguien que se muere muy pronto; la de alguien que se muere muy tarde; la de alguien que sufre por encima de lo normal… todas esas vidas tienen un sentido, se diseñaron por Dios para lograr algo, y debemos encontrar qué es ese algo que Dios quiere de nosotros; qué es aquello que debemos hacer y que nadie, absolutamente nadie, podría hacer por nosotros, ya que cada uno de nosotros es único y es imposible que lo haga exactamente igual que nosotros. Esta visión me reconfortó mucho interiormente y, tras ella, seguí manipulando la Blackberry, hasta que mamá me llamó por teléfono para que fuera a recogerla al Hipercor.
4. Con todo y este flash-back de viaje en el tiempo con mi imaginación, el otro día, de repente, se me cruzó una vena y me dije: salgamos a dar un paseo con nuestra bicicleta, con tu bicicleta BH Happy azul cielo, mi amor. Hacía años que no usaba tu bicicleta; desde luego, no la he usado desde tu muerte, como muchas otras cosas que no he hecho aún de nuevo desde tu muerte. De manera que me llegué hasta el hueco bajo la escalera, en el patio inglés de junto a casa; abrí la puerta y allí estaba la bicicleta de tus tiempos infantiles, cubierta de polvo y de telarañas. Al verla, vino automáticamente a mi mente aquel clásico poema del insigne Gustavo Adolfo Bécquer, que dice así: DEL SALÓN EN EL ÁNGULO OSCURO Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas! ¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, y una voz como Lázaro espera que le diga «Levántate y anda»! Si, ¡qué diantre!, le había llegado a tu bici la hora de levantarse y andar… Me costó algún trabajo sacar la bici de su alojamiento, pues estaba en la parte del hueco donde el techo es más bajo, al fondo del mismo, y el manillar chocaba con el techo y se
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atoraba por todas partes. Pero conseguí sacarla de allí finalmente, de entre la compañía de un azadón, una pala, dos sacos de cemento y unas tejas que la rodeaban. Una vez a plena luz del día, la observé atentamente: Llantas medio-oxidadas, ruedas deshinchadas, sillín y puños del manillar sucísimos, cadena de transmisión polvorienta, telarañas en los pedales y entre los radios de las ruedas, con alguno que otro de ellos otro, en la rueda trasera. Aún así, fui a por la bomba de la bicicleta de carretera, la conecté a la válvula de la rueda trasera de tu bici y me puse a inflarla. Rueda trasera: fusss, fusss, fusss, fusss, fusss… así unas cuantas decenas de veces bombeando, hasta que la rueda se infló del todo ¡Qué bien, está cámara no está rota! Probemos con la rueda delantera: fusss, fusss, fusss, fusss, fusss… otras decenas de veces hasta que quedó también inflada por completo ¡Eureka!, esto funciona. Estos hermanos Beistegui son la repanocha, de verdad: mira qué bicis tan buenas hacen, oye, que aguantan el paso del tiempo como si nada. Bueno, pues si las ruedas aguantan esto es pan comido, ¿no? Fui a por un trapo húmedo, limpié el sillín y los puños y quité las telarañas de aquí y de allá. Y ya está: esto está listo para el combate. Así que me puse un pantalón corto, unas zapatillas deportivas, una gorra tipo béisbol con el logotipo de tu Fundación - que voy así yo más que orgulloso de ti, mi niña - y me lancé a la calle. Serían las 11 de la mañana de un día de agosto, y hacía calor. Pero no me importaba en absoluto, porque tenía unas ganas enormes de montar en tu bicicleta. Y ocurrió algo excepcional: nada más subirme a tu bici me puse a hablar contigo con una alegría, un desparpajo y una intimidad excepcionales: ¿será, por un casual, que tú misma has encantado tu bici para que me sirva de teléfono móvil contigo? Ya sabes que, desde hace mucho tiempo, desde poco después de tu muerte, tuve la percepción de que, de alguna forma, te conectas conmigo y percibes la realidad terrenal a través de mi cuerpo. Si lo piensas bien, han pasado bastantes cosas que apuntan en esa dirección. Por una parte, mis manos escribieron el día 5 de septiembre de 2005, tan sólo un mes después de tu muerte, aquel poema que recordarás reza así: YA NO TENGO TU SONRISA Ya no tengo tu sonrisa, ni tu mirada. Ya no tengo tus abrazos, ni tus besos. Ya no puedo deleitarme imaginando tu futuro, porque nunca llegará; ya no. Y nunca más tendré tu presencia. Pero tu alma sigue viva dentro de mí; la siento con más fuerza que nunca, en mi corazón y en mi memoria. De ahora en adelante yo seré tus sentidos; 127
vivirás el mundo a través de mí. Seguirás viendo el sol, la lluvia, los campos y los árboles; los pájaros y las nubes, la luna y las estrellas y el color morado, tu preferido. Oirás el llanto de los niños, el claxon de los coches, la llamada de Mamá cuando la mesa esté puesta y el restallar de los cohetes en las fiestas del pueblo. Sabrás cuándo estoy triste o contento; cuándo he obrado bien o mal. Serás mi consejera y mi conciencia; e iremos comentando, los dos, cuanto nos vaya sucediendo. Así nunca te irás de mí. Algo más tarde, en Junio de 2006, cuando tu querida tía Amparo me llevaba del brazo como madrina que fue de mi boda eclesial, antes de entrar en la iglesia me dijo así: “Jorge, no pienses que soy yo quien te lleva del brazo, porque es tu hija Irene quien va a tu lado; yo sólo le presto mi cuerpo”. También unos días más tarde de aquella boda eclesial, cuando volvimos Mamá y yo de Roma, la tía Amparo nos dijo que a ti te había gustado mucho el viaje, porque nosotros - Mamá y yo - habíamos sido tus ojos, tus brazos y tus piernas en Roma. Y, últimamente, hace bien poco tiempo, encontré ese maravilloso artículo titulado “El pensamiento de Ratzinger (Benedicto XVI)”, en el que afirma lo siguiente: “Después de todo, los santos del cielo no están del todo desprovistos de corporalidad, puesto que están en Jesucristo resucitado…”. Y, como ahora yo sé que Jesucristo resucitado es ni más ni menos que Él mismo en el Cielo, como cabeza rectora de Su Cuerpo Místico en la tierra, que es la Iglesia (todos los fieles de la Iglesia), pues entonces fácilmente corroboré, por la autoridad indiscutible de nuestro Santo Padre, lo que desde tanto tiempo atrás sentía y percibía: que tú, como todos los santos del Cielo, tienes la capacidad de conectar tu alma a la mía, a través de esa maravilla de vida compartida que es la Comunión de los Santos, y de percibir de la tierra lo mismo que yo percibo a través de mi cuerpo, con sus cinco sentidos. De manera que el otro día, sobre tu BH Happy color azul cielo, me puse a hablarte más o menos así: -
¿Has visto, hija?, resulta que tu bici funciona y todo, después de tantos años, ¡qué guay!
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Mira, siente cómo duelen las piernas al subir esta cuesta, justo por encima de las rodillas. Ahora mi cuerpo es tu cuerpo, nuestro cuerpo; así tú sigues teniendo un cuerpo terrenal, por si te interesa usarlo para lo que te apetezca, 128
hija; que a mí me encanta hacerte este servicio de que puedas seguir teniendo un cuerpo de carne y seguir sintiendo lo que sentías en la tierra cuando tú también tenías uno -
Sí, mi cuerpo funciona todavía. Es un cuerpo viejo, como tu bici, pero aún funciona. Es un cuerpo ya casi de anciano, a mis 52 años, pero todavía está operativo. No como cuando era más joven, claro. Ahora peso mucho más, tengo mucha más grasa acumulada; mis músculos son menos potentes y todo él está mucho más oxidado, como tu bici; pero aquí lo tienes funcionando, como tu bici, ¿lo ves?
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Mira ahora cómo se acelera el ritmo del corazón y el número de veces que tenemos que respirar, al subir esta pequeña cuesta, ¿a que mola mucho verificar lo sabio que es un cuerpo humano, que adapta automáticamente el funcionamiento de todos sus sistemas a las necesidades energéticas de cada momento?
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Ay hija, qué a gusto estamos los dos juntos, ¿a que sí? ¿No notas este vientecillo tan agradable en la cara?, ¿y su zumbido en los oídos?, ¿y el calor del sol en la piel de la cara, de los brazos y de las piernas?
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¿Quieres que recorramos todo el carril bici del pueblo, que yo no lo conozco todavía?, ¿sí? Vale, pues vamos para allá; pero primero vámonos al río Aulencia, bordeando el campo de golf, ¿hace?, ok
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Joer tú; esta cuesta de bajada es muy empinada, colega, y además muy arenosa. Voy a meter los frenos a tope que, si no, nos vamos a dar la torrija del siglo, fijo que sí
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Ay, hija mía, cómo me gusta estar así, a solas contigo, paseando por el pueblo. Esto sí que es vida; ahora es cuando acaban de empezar mis vacaciones, nuestras vacaciones juntos, ¿que no?…
5. Sí, ya sé que la mayoría de la gente no comprende cómo es posible amar así a un ser invisible, como tú lo eres ahora. Mucha gente piensa que se me ha ido la pinza, que estoy majareta, que estoy loco de atar y… no les falta razón, hija, ya que estoy completamente loco de amor… por ti. Pero ¿acaso es menos loco el amor que Dios tiene por todos nosotros; Él, que se rebajó a hacerse hombre y sufrir y morir como hombre, tan sólo porque nos ama locamente?, ¿Él, que hizo nuevas todas las cosas por amor al hombre? Yo todavía no me he encarnado en una hormiga para salvar a las hormigas; tan sólo te amo a rabiar, eso es todo, hija mía. Además, dice uno que no tiene ninguna pinta de estar loco, el cardenal Tomás Spidlík, jesuita, en un artículo titulado “La Comunión de los Santos (II)”, que se puede leer en el número de agosto 2009 del Magníficat, lo siguiente: “…la muerte (de un ser querido) interrumpe el contacto corporal, pero perfecciona la relación espiritual, sobre todo la caridad sobrenatural…”. Y es que precisamente eso es lo que nos pasa a ti y a 129
mí, mi querida hija: que nuestra relación espiritual actual es más perfecta que lo era nuestra relación corporal anterior, cuando tú tenías cuerpo de carne. Y es más perfecta sobre todo en lo relacionado con la caridad sobrenatural, con un amor que no es de este mundo, sino que es similar al modo de amar que tiene Dios. Es más perfecta nuestra relación actual por cuanto que:
Ahora nuestra relación me ocupa mucho más tiempo que antes: yo hablo contigo ahora un número de horas mucho mayor que antes; porque antes te veía más bien poco, yo siempre trabajando (también muchos fines de semana) y viajando por ahí por el mundo y tú con tus clases, tus amigas y demás
Ahora nuestra relación tiene mucho más que ver con el amor, con un amor efectivamente sobrenatural, el amor que tú derramas en la Fundación, ese amor con el que me haces amar a otros en tu nombre y que, además de que me hace gozar mucho de ti - porque te veo en todos los rostros de aquellos a los que ayudamos - yo se que eleva tu grado de gloria, de felicidad, en el Cielo
Ahora yo ya estoy en el Cielo, como tú: A nuestro buen Jesús le sobró un año, tras tu muerte, para llevarnos a tu madre y a mí a la Iglesia, que es el Cielo en la tierra. Tu muerte es mi cruz, pero también es mi nueva vida; tu muerte física fue mi muerte espiritual, pero también supuso mi subida a los Cielos; cosas que pasan, hija mía, qué te voy a contar yo que tú ya no sepas
He de reconocerlo, hija mía: el Cardenal Spidlík tiene toda la razón: tu muerte ha roto nuestro contacto corporal, pero ha perfeccionado nuestra relación espiritual, la relación que existe entre tu alma y la mía; una relación que es ahora mucho más perfecta que antes; mucho más perfecta en el amor, nuestro amor, y en el amor de Dios, que ahora nos invade a ambos, a ti y a mí. Hay mucha gente que no es capaz de entender la relación que se establece entre los padres vivos y los hijos muertos. De hecho, creo que no hay nadie que no haya perdido la presencia física de un hijo que sea capaz de entenderlo. Por una parte, están quienes hablan de pasar página, que la vida sigue y el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Otros, incluso supuestos profesionales del conocimiento de los intrincados vericuetos de la mente humana, te dicen que el proceso de duelo por la pérdida de un ser querido dura un año, salvo que se trate de un caso de duelo patológico, esto es, enfermizo. Pero, aún así, aún tratándose de sesudos profesionales que han estudiado en universidades de mucho prestigio, uno se da cuenta perfectamente de que no tienen ni la más remota idea de lo que están hablando: para hablar propiamente sobre lo que siente quien ha perdido un hijo, hace falta haber perdido uno; de lo contrario, es imposible saber lo que siente un padre huérfano, por muchos manuales o libros de psicología que se puedan leer. Y es que no se trata de mantener un amor enfermizo o irreal, pero tampoco se trata de olvidar que uno ha tenido un hijo o una hija, porque eso es imposible: Se trata de que, quien ha tenido un hijo, lo ha tenido y lo sigue teniendo para toda la eternidad, y eso nadie lo puede cambiar. Se trata de que tu hijo es parte de ti, una parte muy íntima, muy interior. Se trata de que un hijo, aún siendo un ser completamente independiente de ti, forma parte de ti mismo, al igual que cada uno de 130
nosotros, en cierto sentido, formamos parte del ser que es nuestro origen: Dios, y esa relación no se rompe con la muerte, no puede hacerlo, porque todos seguimos vivos tras la muerte física. Con ello no estoy reclamando para estos casos el primer puesto de grandeza y dignidad de la tragedia griega, que cada cual siente las cosas a su manera y es bien frecuente el caso de quienes agarran la depresión más profunda de su vida cuando se les muere el perro. No, no es eso. Lo que estoy diciendo es que la relación entre padres e hijos es muy especial y diferente de la que se establece entre otras personas cualesquiera. Estoy diciendo que los hijos te roban completamente el corazón al nacer, y se lo llevan con ellos al Cielo si se mueren antes que tú. Por eso un padre o una madre, que haya perdido la presencia física de un hijo o una hija, cuando supera el primer dolor intenso por haberse quedado sin su corazón, acaba estando también en el Cielo, porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón(Mt 6,21). Forma parte de la ley del amor el que el amante se transforme en aquello que ama, en el objeto de su amor. Así, si a alguien le gusta mucho el baloncesto, quiere parecerse a Pau Gasol, o a Ricky Rubio; si a alguien le gusta mucho Christina Aguilera, quiere imitarla en todas sus formas de expresión, puesto que la tiene como modelo de referencia; si al chico de una chica le gusta mucho asistir a las carreras de motos, a la chica le acabará gustando también asistir a ellas, por amor a su chico. De igual modo, los cristianos queremos parecernos a Jesucristo, nuestro modelo acabado de perfección y virtud y, a base de amarle, llegar a tener sus mismos sentimientos en todo porque así nos transformaremos en Él, que es Dios además de hombre. Un padre o una madre humanos, por fuerza, aman a sus hijos o hijas muertos con un amor sobrenatural, al no habitar estos ya más en el mundo natural de la tierra, sino en el espiritual del Cielo y, así, a ese padre o a esa madre, si quiere seguir amando a su hijo/a, no le queda más remedio que profundizar en ese modo de amor: un amor que vive y se expresa en un plano superior al natural de la tierra, en el plano sobrenatural del Cielo, tal y como acertadamente así lo refiere el Cardenal Spidlík en su artículo. Por eso Dios nos ama así como nos ama, porque no hay amor más grande y puro que el de un padre por su hijo; y, dado que el sentido de nuestra vida en la tierra no es ni más ni menos que el aprender a amar como Dios ama – para así hacernos semejantes a Él -, la principal misión que Dios confiere al hijo muerto, si los padres tienen las debidas disposiciones interiores, es la de enseñar a amar así, al divino modo, a sus padres vivos y, con ello, asegurarles todo lo posible el Cielo. Con razón Dios es eso por dentro de sí mismo: un Padre y un Hijo que se aman con un Amor infinito, hiper-creativo y tremendamente vital desde toda la eternidad. Y a imagen y semejanza de ese ser, de Dios, estamos hechos los hombres. Así que, por favor, si alguien quiere saber cómo es el amor entre un padre/madre vivo/a y su hijo/a muerto/a, que mire a Dios y vea cómo nos ama Él, y así sabrá un poquito de qué estamos hablando.
6. Y, bueno, ya sabes lo que pasó el otro día, hija mía, cuando salimos tú y yo por primera vez con tu bici feliz, después de años y años de ni tocarla: En aquel cruce, donde se interrumpía el carril bici a ambos lados de una calle, la que va a la urbanización Canto Blanco, había un par de coches parados y unas máquinas asfaltando la carretera de la Avenida de la Dehesa, con un montón de operarios pululando por allí, afanados todos en diversas tareas. Tuve que reducir la marcha para 131
negociar convenientemente todos aquellos obstáculos y, una vez cruzada la calle, al haber un pequeño repecho del carril bici hacia arriba y haber perdido velocidad, se me ocurrió ponerme de pie sobre los pedales, para recuperar el ritmo perdido. A la primera pedalada en esas circunstancias ya oí un pequeño “crac” en la zona de la cadena de transmisión, pero no le di mayor importancia: una bici vieja y una cadena sin engrasar suelen hacer muchos ruiditos. Fue un aviso de David, mi ángel custodio, que siempre está al tanto cuando de proteger mi integridad física (y espiritual) se trata; pero, como en muchas otras ocasiones, no le hice caso, lamentándolo más tarde. A la tercera o cuarta pedalada estando yo de pie sobre los pedales, no encontré resistencia en los mismos, al abrirse la cadena de transmisión y perderla en el suelo y, al caer todo el peso de mi cuerpo violentamente hacia abajo sobre el pedal derecho ya sin resistencia, noté como, tras unas cuantas dislocadas eses de tu bicicleta - tratando yo aún de mantener el equilibrio sobre ella - la superficie del planeta tierra se aproximó rapidísimamente a mis ojos, hasta acabar situada a muy pocos centímetros de los mismos, tras un sonoro batacazo del lado izquierdo de mi cuerpo juncal contra el duro suelo del carril bici. Mi cuerpo actual, mi querida hija, es mucho más pesado que el que tú tenías cuando vivías encarnada, con lo cual la fuerza con la que el planeta tierra le atrae es también mayor, a lo que corresponde una mayor liberación de energía (y, por tanto, un mayor dolor) al dejarlo caer de golpe contra el suelo. Siento muchísimo que te dieras tal porrazo el otro día; me queda el consuelo de que, como no tienes un pelo de tonta, estoy seguro de que tu alma se desconectó de la mía (y, por tanto, de mi cuerpo) justo antes de caerme, para así no sufrir conmigo las consecuencias dolorosas de aquel impacto contra el suelo. En todo caso, el hecho de que mis casi 100 kilos de humanidad se estampasen contra el suelo tras la rotura de la cadena de transmisión de la bicicleta, produjeron una serie de daños, a saber:
Plano del manillar girado 90 grados sobre la tija de la dirección, acabando paralelo a la rueda delantera, en lugar de perpendicular a ella, que es lo suyo
Pequeñas erosiones dérmicas varias en la cara exterior de mi pierna izquierda, por debajo de la rodilla
Erosión dérmica de forma elíptica, de unos dos centímetros de largo en el eje mayor de la elipse, junto a mi codo izquierdo
Hematoma en la zona del trocánter (articulación de la cabeza del fémur con el hueso de la cadera) izquierdo
Mancha verde de césped en la camisa, en la zona del hombro izquierdo, que fue a caer fuera del carril bici, sobre un jardín: tu madre me riñó luego (y con razón) por ello, ya que la camisa que llevaba ese día no era sport, sino de vestir
Hematoma en la cara izquierda de la rodilla derecha, que también fue a dar contra el suelo del carril bici
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Creo que eso fue todo. Pero lo mejor fue que, en seguida, en no más de un segundo tras mi caída, acudió a socorrerme un operario de los que estaban asfaltando la carretera, que resultó ser sudamericano. Recogió la cadena de la bicicleta, que había quedado unos metros atrás del lugar de la caída, buscó y encontró el eslabón roto y se acercó a mí, preguntando si me encontraba bien. Le dije que sí, recogí la cadena de sus manos y le agradecí mucho su ayuda. Me di cuenta perfectamente, hija mía, de lo que estaba pasando allí; en seguida advertí la enorme similitud que guardaba esta caída con aquella que tú sufriste cuando eras niña, en el Parque de Polvoranca, con la misma bicicleta en ambos casos: En esta nueva caída, mi ángel David, sujetando y disponiendo mi cuerpo convenientemente en la caída, consiguió que los daños se minimizaran; después de todo, no se me rompió el reloj, ni las gafas, ni el móvil que llevaba enganchado, dentro de su funda, en el cinturón del pantalón, y los daños sobre mi cuerpo fueron de lo más razonable. Y tú misma, estoy seguro, inspiraste rápidamente a aquel operario sudamericano para que acudiera en mi ayuda, igual que yo acudí en la tuya cuando te caíste de pequeña. En ambos casos se desató una dinámica de amor: yo te pregunté entonces si estabas bien; ahora, en esta nueva caída, tú, a través del cuerpo del operario, me preguntaste si yo me encontraba bien. Amor… con amor se paga. Amor entre padre e hija, un amor que la muerte no es capaz de vencer, ¿es que acaso no es tremendamente maravilloso este amor nuestro? Esa caída, en verdad, fue lo mejor de nuestra salida en bici del otro día; porque, en esa caída, nuestro amor y el amor que Dios me tiene se pusieron en acción. La caída me sirvió también para apreciar los maravillosos mecanismos de auto-curación del cuerpo humano. Sí, ese cuerpo de anciano que ya voy teniendo todavía es capaz de auto-repararse: Los hematomas, después de pasar por todos los colores del arco-iris, dejaron de ser visibles y hasta de dolerme. Las erosiones difusas de la piel de la pierna izquierda acabaron también por desaparecer, después de dejar tras de sí una nube de pequeñas costritas. La costra elíptica más grande, de junto al codo izquierdo, también desapareció en su momento, dejando bajo ella una piel renovada, limpia, suave, como de culito de niño pequeño. Pude sentir e imaginar la actuación de los sistemas reparadores de mi cuerpo, en esta zona del codo, así:
Primero, las plaquetas de la sangre tendieron una cubierta, un toldo sobre la herida, a fin de taponar la abertura al exterior y evitar una mayor infección
En paralelo, los glóbulos blancos de mi sangre lucharon contra las bacterias del suelo del carril bici que hubieran quedado adheridas a mi piel, fagocitándolas (rodeándolas y comiéndolas), por lo cual sentía yo calor y escozor en la zona, al inflamarse como consecuencia de esta lucha microscópica despiadada entre las fuerzas del bien y sus oponentes
Una vez contenida la infección, mi tejido epitelial produjo nuevas células que, tejiendo una nueva piel – chis, chis, chis, chis, como una abuelita en su mecedora haciendo calceta sin parar – acabó por hacer inservible la primitiva costra de plaquetas, que se desprendió limpiamente de mi piel, a su debido tiempo 133
Qué sabio es el cuerpo humano, qué bien hecho está; como que salió de las manos creadoras de Dios, y todo lo que Dios hizo y hace no es bueno, sino muy bueno, ¡qué caramba!
7. Dice San Juan de la Cruz, en la Declaración de la Canción 27 de su Cántico Espiritual, lo siguiente: “…De lo dicho queda entendido claro que el alma que ha llegado a este estado de desposorio espiritual no sabe otra cosa sino amar y andar siempre en deleites de amor con el Esposo; porque, como en esto ha llegado a la perfección, cuya forma y ser, como dice San Pablo (Cl 3,14), es el amor - pues cuanto un alma más ama, tanto es más perfecta en aquello que ama - de aquí es que esta alma, que ya está perfecta, todo es amor, si así se puede decir, y todas sus acciones son amor, y todas sus potencias y caudal de su alma emplea en amar; dando todas sus cosas, como el sabio mercader (Mt 13,46), por este tesoro de amor que halló escondido en Dios, el cual es de tanto precio delante de él que, como el alma ve que su Amado nada precia ni de nada se sirve sino del amor, de aquí es que, deseando ella servirle perfectamente, todo lo emplea en amor puro de Dios. Y no sólo porque él lo quiere así, sino porque también el amor en el que está unida, en todas las cosas y por todas ellas la mueve en amor de Dios. Porque, así como la abeja saca de todas las hierbas la miel que allí hay y no se sirve de ellas más que para esto, así también de todas las cosas que pasan por el alma, con grande facilidad saca ella la dulzura de amor que hay. Que amar a Dios en ellas, ahora sea sabroso ahora desabrido, estando ella informada y amparada con el amor como lo está, ni lo siente ni lo gusta ni lo sabe; porque, como habemos dicho, el alma no sabe sino amor. Y su gusto en todas las cosas y tratos siempre, como habemos dicho, es deleite de amor de Dios…” ¿Será que algo así me está empezando a pasar a mí, mi hija querida?, ¿será que ya me pasa un poco a mí, como te pasa perfectísimamente a ti – dado que ya estás plenamente en Dios – que ya sólo vivo de amor y para el amor, y que encuentro amor en todo lo que me sucede, aunque sea desagradable? Vivir de amor es encontrar amor en todo lo que te pasa en tu vida diaria; es encontrar el amor detrás de todos los acontecimientos ordinarios, es decir, la voluntad del Bien; o sea, darse cuenta de que hay alguien que desea tu bien detrás de todos los acontecimientos, aunque estos sean desagradables o muy desagradables; es, en definitiva, vivir permanentemente en presencia de Dios, que transforma en bien todo mal. Y vivir para el amor es vivir en estado de misión; es vivir haciendo todas las cosas por amor de Dios y del prójimo, o sea, es tratar de que todo lo que uno hace suponga un bien para alguien distinto de uno mismo; es, en definitiva, tratar de que cualquier cosa que hagamos en nuestro devenir cotidiano sea agradable a los ojos de Dios. Es ofrecer la vida entera a Dios, por amor a Dios. Es tratar de tener los mismos sentimientos de Cristo; es tratar de ser Cristo, de vivir como lo haría Cristo si estuviera
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en nuestro lugar, ante cada circunstancia, ante cada acto, ante cada decisión de hacer o dejar de hacer algo en nuestra vida. En todo suceso o circunstancia, aún en el dolor, se puede hallar la dulzura del amor, que es una golosina para el paladar del alma. Claro que la caída del otro día le dolió a mi cuerpo; claro que se resintió por varios días mi oronda humanidad de aquella contundente caída. Pero ¿y la dulzura de haberme caído y haberme sentido atendido, ayudado por ti?, ¿es que eso no es valioso? ¿Es que no es inmensamente gozoso sentirse así de mimado por el Cielo, por Dios, por ti? Es como cuando yo caía enfermo de pequeño y mi madre, solícita y pendiente de mí, me metía en la cama, me cuidaba, me mimaba, estaba pendiente de mí hasta que se me pasara la fiebre, o el dolor de garganta, o el dolor de muelas, o lo que fuese. Claro que estaba averiado y molesto por la enfermedad, pero ¿no valía la pena estar así, enfermo de vez en cuando, tan sólo para poder saborear a placer los mimos extra de mi mamá? Es como cuando tú te caíste de pequeña con tu bici feliz, en el parque de Polvoranca, y yo fui corriendo a ver qué te pasaba y ayudarte. Es como cuando yo me caí el otro día con tu bici feliz, en el carril bici del pueblo, y tú viniste corriendo, a través del cuerpo del operario sudamericano, a ver qué me pasaba y ayudarme. Es como cuando moriste, hija mía: fueron cientos y cientos las manifestaciones de afecto y consuelo que me llegaron de muchas personas de varios países del planeta, incluso hasta desde alguno de mis supuestos “enemigos”. Esa es la palabra clave: consuelo. El consuelo no busca eliminar el mal del que sufre, sino ayudarle a atravesarlo; como cuando el Padre envió un ángel a Jesús mientras oraba en Getsemaní, horas antes de su pasión y muerte:“Entonces se le apareció un ángel bajado del Cielo, que le confortaba” (Lc. 22, 43). Ahí está siempre el consuelo de Dios, siempre. Siempre llega ese consuelo en las horas oscuras, por múltiples canales que el mismo Dios habilita para ayudar y confortar al que sufre. Ahí está el Amor de Dios, el deseo del bien de Dios hacia nosotros, detrás de todas esas acciones de ayuda; y Amor de Dios es otro nombre que le damos al Espíritu Santo (también llamado Espíritu Consolador), que es el mismo Dios, una de las tres personas de Dios Santísima Trinidad. Bien nos lo dice Dios por boca de San Pablo (2 Cor 1,3-4): “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios”. Por eso, en todo mal se puede encontrar el Bien, se puede encontrar a Dios, si se tiene la suficiente sensibilidad como para saberlo apreciar. Es el Espíritu Santo quien mueve los corazones de muchas personas para que ayuden a otras cuando es llegada la hora del sufrimiento. Ahí tenemos la prueba de que el mal humano no es ni obra ni responsabilidad de Dios, ya que Él se deshace en consuelos hacia nosotros cuando nos toca sufrir.
8. El otro día, tras la caída, recogí la cadena abierta de la bicicleta y volví a casa sentado en ella, aunque avanzando a base de impulsarme con los pies, directamente pateando el suelo de las calles de nuestro pueblo, hasta llegar a casa. Sentía cómo me ardían las erosiones en la piel de la pierna y del codo; me dolían muchos huesos del 135
cuerpo. Al llegar a casa me eché algo de agua de colonia en las heridas abiertas de pierna y codo izquierdos: ¡Ouch, cómo escocía aquello! Me gustó mucho sentir aquel intenso escozor, que era prueba de que mi cuerpo reconoció el alcohol de la colonia como elemento desinfectante, y que éste había comenzado ya a ejercer su misión limpiadora. Otro día, más tarde, llevé la bici a arreglar; ahora tiene un buen eslabón de cierre en la cadena, perfectamente equipado con su clip de seguridad; seguro que ya no se vuelve a abrir; al menos, no por el mismo sitio. También me arreglaron la rueda trasera, que estaba algo descentrada. Ahora la bici está de nuevo en orden de combate, y ya nos hemos dado algunos otros paseos juntos tras su reparación. Siempre es igual; siempre me pongo a hablar contigo, hija mía, nada más subirme a la bici. Es algo automático que yo no controlo, sino que es una dinámica que se desarrolla por sí misma. Yo te hablo, te pregunto, tú “me contestas” (o sea, yo me contesto asumiendo tu personalidad), y así nos damos unos paseos muy gozosos, al aire y al sol de nuestro pueblo, recorriendo sus calles, sus caminos, sus carreteras; unos paseos en los que padre e hija están y cabalgan juntos, compartiendo un mismo cuerpo de carne, el mío, que también es tuyo ahora. ¡Qué quieres que te diga! Yo soy muy feliz contigo y con esa bicicleta vieja, hija mía. Tú me has enseñado a amar así, con el pensamiento, con el deseo, con el corazón. Yo antes no era capaz de amar así, de esta espiritual y profunda manera y con esta enorme intensidad; pero ahora compruebo cómo ello es perfectamente posible. De la misma forma amo a mi hermano y Señor Jesucristo, aunque no le veo; y a mi Madre adorable del Cielo, la Virgen María; y a mi Padre bueno, Creador de todo; y al Espíritu Santo, Señor y Dador de vida; y a los ángeles de Dios y a los santos del Cielo y del Purgatorio; y también amo a todos los hombres y mujeres en general, ya que todos ellos son hijos del mismo Padre: Dios; así que todos ellos son mis queridos hermanos del alma. Bien sabían los Hermanos Beistegui, de Vitoria, que los poseedores de esta bicicleta serían felices con ella; no que la propia bici fuera feliz en sí misma, ya que una bici ni siente ni padece, que no es más que un conjunto de hierro, goma, plástico y pintura hecho por la mano del hombre. No, pero ellos sabían, no sé cómo, que tú y yo seríamos muy felices con ella, como lo somos hoy. Por eso le pusieron la pegatina con la palabra Happy! (¡feliz!) adherida a su barra principal ¡Qué cosa tan maravillosa!, ¿verdad, hija mía?
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X. HOY CUMPLES 22 Pues sí, hija mía: hoy cumples 22 años. Naciste a la tierra hace 22 años, el 27 de enero de 1988. Siempre has sido muy amada, mi niña, desde antes de que nacieses. Tu madre y yo queríamos tener una niña, y llegaste tú a nuestras vidas. Oh, qué alegría, qué gozo, qué felicidad… Echo la vista atrás y comprendo que tu llegada a nuestras vidas fue quizá el momento de mi vida en el que me he sentido más feliz, hija mía. Yo entonces lo tenía todo: Además de trabajo, salud y juventud (a mis 32 años), tenía yo una preciosa esposa, mi compañerita de prácticamente toda la vida (nos conocimos cuando yo tenía 15 años y ella 16); un hijo de casi 5 años, tu hermano Jaime y, finalmente, tú, mi amor. Familia feliz, con la parejita y todo eso: un niño y una niña. Ya podría yo saber lo que es ser padre no solamente de un niño, sino de una niña. Ya sabes lo que pasa entre los papás y las niñas, la especialísima relación que se establece entre un hombre y su hija durante algunos años de la vida de ambos. Freud sabrá por qué, qué sé yo, pero está claro que una hija representa para su padre la dulzura, la sensibilidad, la inocencia, el amor, el bien; que una hija sabe sacar de su padre lo mejor de sí mismo, y le hace más humano, más amoroso, más auténtico, más padre… Quizá pase también que los hombres, en nuestra habitual psicología de pavos reales, necesitemos que alguien del sexo opuesto nos adore rendidamente: no sé, no soy un psicólogo, ni un psiquiatra; sólo soy un padre enamorado de su hija. Yo estaba de pie, al lado de la cama de tu mami en aquella habitación del hospital de León, cuando la enfermera entró y depositó tu cuerpecito de bebé recién nacido en mis brazos, diciéndome: “Toma, esta es tu hija”. Mi hija, mi hija, mi hija… sí, mi hija; alguien que ha salido de mí, alguien de quien yo formo parte, alguien que brotó de mi semilla, de células producidas por mi propio cuerpo. Alguien que es ella misma pero que también lleva consigo una parte de mí; alguien que no es yo, pero en quien yo me prolongo de alguna manera. Alguien como tú, tan parecida a mí en tantas cosas, en tu parte física y en tu parte espiritual… Tú eres mi hija, dulce amor mío, y yo soy tu padre, y eso jamás nadie lo podrá cambiar. Yo soy parte de ti, pero tú eres parte de mí; mi vida no habría sido la misma sin ti, y tú influyes muy notablemente en ella; de hecho, la has cambiado radicalmente para siempre; mi vida no habrá sido igual de no haberte conocido. Sí, yo estoy en ti, y tú estás en mí, no cabe duda. ¿Qué me diste en tu vida en la tierra, me preguntas? Me diste los momentos de mayor intimidad, unión, emoción y dulzura que he llegado yo a poder vivir. Me diste tu amor incondicional; me diste tu maravillosa forma de ser, siempre tan generosa, tan amorosa, tan sensible. Me diste a ti misma, porque tú siempre has vivido así, no sabes vivir de otra manera: tú siempre has vivido hacia fuera de ti, dándote a los demás; no solamente a mí, sino a todo el mundo, mi niña preciosa. Si me pides ejemplos de momentos felices entre los dos, te los daré con mucho gusto: pasearte en tu cochecito de bebé; o jugar en la piscina contigo, tirándote al aire desde mis brazos y recogiéndote al caer de nuevo en ellos; o montarte los juguetes el día de Reyes, tú atentísima a mis manos y yo al folleto de las instrucciones de montaje; pasear contigo en la bicicleta, llevándote yo cómodamente sentadita en la sillita que te compré al efecto, sobre el transportín de la bici; ir al cine contigo, o a comer un helado 137
de chocolate, ¿te acuerdas que siempre te manchabas de arriba abajo, de tanto como te gusta el chocolate?; o aquella vez que te construí un móvil con un sistema de canales y una canica, usando la tapa de cartón de una caja de pizza: siempre recordaré con qué satisfacción mirabas alucinada aquella maravillosa creación salida de las manos de tu papá, que a ti te parecía el súmmum de la ingeniería; o aquella otra ocasión en la que te escribí un poema que luego tú leíste por el sistema de megafonía de tu colegio; o aquella otra ocasión en la que recibiste un premio en unos grandes almacenes y, cuando te pidieron que dijeras unas palabras al recogerlo, dijiste así: “lo que más feliz me hace es que mi papá, que siempre está trabajando fuera de casa hasta bien tarde, haya podido venir a verme recoger este premio”; o cuando me mostrabas orgullosa tu boletín de notas escolares; o cuando me dijiste con temor que habías fallado en no sé qué asignatura y yo te contesté: “bueno, hija: no te preocupes; será que no llevabas bien preparada la asignatura, ya la aprobarás más adelante, qué más da”, y tú te fuiste a llorar de emoción y alegría a tu habitación. Verte crecer, reír, llorar, oler tu pelo; abrazarte, besarte, auparte en mis brazos y elevarte hacia el cielo… ¿Quieres que siga? Tengo miles y miles de momentos maravillosos de nuestra vida común almacenados en mi memoria. Los tengo ahí preparados, listos, a mi disposición; puedo recuperarlos a mi voluntad y revivir todos aquellos momentos con la misma frescura con que los viví contigo la primera vez. No los vivo físicamente, claro, pero ¿acaso no me emociona con la misma intensidad que antaño el revivirlos con los ojos de mi mente? Sí, qué maravilloso es el poder de la memoria. Ojala Dios me la conserve intacta hasta que muera: así podré revivir mi vida física contigo cuantas veces lo desee. Un día, de forma completamente imprevista, acaeció tu muerte. Íbamos a viajar a Roma toda la familia, a los pocos días después del día en que caíste enferma, pero tuve que anular la estancia en el hotel romano, y creo que perdimos el importe de los billetes de avión. Cuando hablé con el gerente del hotel de Roma, me preguntó: “¿Pero por qué ha decidido usted cancelar la estancia en nuestro hotel?, ¿es que no le gusta dónde está ubicado?, ¡si es una zona de las más bonitas de Roma!, ¿no ha visto usted las fotos?”… “No” – le respondí – “no se trata de eso; es que mi hija de 17 años acaba de morir”. Todo sucedió tan rápido, y de forma tan galopante… Sí, moriste, hija mía. Pero ya en la hora de tu muerte empezaron a pasar cosas muy maravillosas en nuestras vidas; muchas, muchas de ellas. Tantas, que tendría que extenderme demasiado en estas líneas para detallarlas convenientemente. Además, tú ya las conoces, perfectamente, luego es ocioso volverlas a repetir aquí. Sólo te diré una cosa: yo noté muy desde el principio que allí estaba presente alguien invisible que había tomado las riendas de mi vida: ni mis pensamientos, ni mis palabras ni mis actos eran completamente míos. Yo noté cómo no era dueño de mí mismo; pero no en el sentido de que me volviera loco y no supiera lo que hacía. No, no es eso, todo lo contrario: yo estaba increíblemente sereno, en paz, y con una conciencia extremadamente clara de la realidad. Roto de dolor por dentro, eso sí, pero en paz. Recuerdo que nuestros familiares, en el tanatorio, eran ellos quienes lloraban, y era yo quien les consolaba. Alguno se dio cuenta y exclamó: “¿pero cómo es esto posible, cómo es posible que estés tan sereno?” ¿Que cómo es posible? La única explicación posible es que la fuerza de la Vida estaba allí presente, con nosotros, consolándonos, inspirándonos buenos sentimientos: sentimientos de templanza, de amor, de dulzura, de conformidad, de no
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rebeldía… Más tarde supe que esa fuerza es llamada, y lo es en realidad, el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo. Claro que no es concebible que Dios ayude a unos más que a otros, claro que no. Es para mí evidente que la muerte no es querida por Dios, puesto que se esfuerza tanto por consolar a quienes la tienen que sufrir; y que Dios envía su gracia, su amor, sobre quienes tienen que sufrir la muerte. Pero hay un misterio profundo en la libertad del hombre y en la forma en cómo se abre o se cierra a la recepción de esa gracia. Las disposiciones interiores de cada ser humano son distintas en todo momento, y en particular en los momentos fuertes de su existencia. La actitud ante la muerte es tan diversa… Por supuesto que ninguno de nosotros la acepta así como así, porque morir es completamente antinatural y aberrante para cualquier ser humano. Sin embargo, yo creo que la acepté antes incluso de que tu cuerpo saliera del hospital donde murió: Aquel viernes 5 de agosto de 2005, bien de mañana, me había despertado yo deseando que murieras, hija mía. Sí, que murieras, no te ofendas; porque había yo entendido que, si hubieras quedado con vida, tu vivir habría sido tan limitado que sería muy difícil que hubieras podido ser feliz, como yo siempre he deseado, ¿o es que no es eso lo que un padre desea para sus hijos, su felicidad? Aquella mañana deseé tu muerte, y los médicos la certificaron aquel mismo día; es como si Dios hubiera estado esperando durante varios días a que yo aceptase tu muerte y, una vez aceptada, me dijera: “No te preocupes, Jorge. Ya pasó lo peor, hijo mío. Sí, tu hija iba a morir, tenía que morir, estaba previsto que así fuera, desde toda la eternidad; veo que ahora ya lo has entendido”. Y sí, moriste, no le demos más vueltas: moriste bien muerta. Pero, ¿qué pasó después, mi vida?: pasó que muy pronto supe que, sin ningún género de dudas, tú estabas viva. Y lo curioso es que no lo supe por la fe, como muchos creen. Muchos creen que, como me convertí, desde entonces puedo pensar que estás viva, porque eso es lo que dice nuestra fe: que se sigue vivo después de morir. Pero es que la cosa, mi cosa, no fue así: lo que a mí me pasó es que sentí dentro de mí que tú estabas viva, porque no podía yo concebir que este amor tan colosal viviendo dentro de mi pecho fuera compatible con que tú estuvieras muerta, ¿cómo podía vivir mi amor por ti tan fuerte dentro de mí si el otro extremo de ese amor, si el otro amante, tú, no existiera? El amor es cosa de dos, se mantiene entre dos, entre los dos extremos de la relación amorosa, y no puede vivir ese amor mientras uno de los dos amantes no tenga existencia. Así supe que estabas viva, y después vi que la única explicación posible es la que nos da la fe: se sigue viviendo al morir. Eso es lo importante, mi amor: estás viva y eres feliz. Estás en el Cielo, rodeada de maravillosos seres buenos: Dios-Nuestro Señor Jesucristo, la Virgen María, los ángeles buenos, los seres humanos santos del Cielo. Y vives también en la tierra, en este universo paralelo al eterno, porque yo alcanzo a adivinar tu mano, tu acción, tu voluntad, en muchas de las cosas que me pasan: Sí, ahí estás tú, detrás de ellas, moviendo los hilos, dejándote ver por mí, mostrándote ante mí. Son tantas y tantas las ocasiones en las que he visto tu mano detrás de la realidad que yo sería un completo necio si no reconociera que eres tú, tú misma, mi niña del alma, quien se está manifestando ante mí en todas esas situaciones. Y lo haces bien aposta, para que yo lo vea, para que no me pasen desapercibidos todos esos regalos de amor que me haces, continuamente.
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Hoy, creo que por inspiración tuya, he comprendido perfectamente que sólo el amor salva, y que sólo salva Jesucristo, que sólo nos salva el amor de Jesucristo. He comprendido profundamente, leyendo en un libro los mensajes que Nuestra Madre la Virgen María viene transmitiéndonos en Medjugorje desde 1984 hasta la actualidad, que hay una voluntad personal empeñada, y mucho, en que seamos infelices, en que veamos sólo la realidad aparente de nuestra vida, en que veamos sólo la realidad material, y no la espiritual que hay detrás de aquella. Hay una persona muy fuerte, y muy inteligente, empeñada en que vivamos deprimidos, angustiados, a oscuras, solitarios, odiando, tristes, vencidos, siendo capaces de ver solamente la parte sórdida de la realidad, la parte material, lo evidente. La Virgen María lo dice claramente con todas sus letras: “Satanás es muy fuerte y quiere desbaratar el plan de Dios para salvar a las almas”. Ese es el origen del mal, de todos nuestros males: un ángel que se pervirtió y, habiendo sido creado bueno por Dios, se volvió malo. Él es el inspirador de todos nuestros males, y nosotros hemos colaborado y seguimos colaborando inconscientemente con él. Creemos que él no existe, pero nos equivocamos: él existe, y nos tiene declarada la guerra total, a los hombres y a Dios. Sólo Jesús salva, y salva las almas; a eso vino a la tierra: a salvar nuestras almas. No le importan nuestros cuerpos de momento, porque los recreará de nuevo al final de los tiempos. Le importan nuestras almas. Pero salva las almas ya aquí, en la tierra, antes de morir. Y, cuando un alma está salvada, ve la vida con los ojos de Dios, con los ojos del Cielo. Un alma salvada ya no ve solamente lo material, sino lo espiritual. Un alma salvada ya no está sometida a la visión del mundo que Satanás nos quiere imponer, sino que se ha liberado de esa nefasta influencia. Un alma salvada está fuera del poder de Satanás, aunque siga pecando, porque conoce la Misericordia de Dios y acude a ella cada vez que cae en el pecado, además de que se esfuerza sinceramente siempre por no caer, claro está. Un alma salvada ya no razona en términos de muerte, sino de vida; un alma salvada ya no ve el odio, sino que ve el amor; un alma salvada ya no conoce la venganza, sino que participa de la misericordia de Dios; un alma salvada soporta mejor el dolor porque, a imitación de su Maestro Cristo Jesús, sabe transformarlo en amor; un alma salvada ya no despotrica contra Dios, porque ha aprendido a vivir según Su voluntad; un alma salvada ya no ve el mal alrededor, sino que es solamente sensible al bien. Un alma salvada… ya está salvada, de ahora en adelante, desde el tiempo y hasta la eternidad. Eso es lo que vino a hacer Jesucristo a la tierra; así vive un alma salvada, desde ahora y eternamente. Así me siento yo, dulce hija mía; me siento salvado ya y, sin querer por todo ello pecar de presunción, me siento además muy amado por Dios. Tú me has salvado, amor mío, es decir, me ha salvado Jesús a través de ti. Él te ha usado a ti y a nuestro amor para salvarme, para salvarnos a tu madre y a mí, y nos ha llevado a los dos con Él y contigo al Cielo en la tierra. Sólo el amor salva, sólo su amor salva, el de Jesús, con nuestra libre colaboración. Tú no has dejado de ser una maravilla en mi vida, tesoro mío, desde que naciste hasta hoy, tanto viva como muerta. Hoy celebro de nuevo tu vida, como cada día de los de la mía. Pero hoy quizá de una forma algo más especial, porque hoy hace 22 años que naciste en la tierra, porque hoy, amor mío de mi alma…, cumples 22. Un millón de besos de tu Papá, que te ama locamente, como siempre. 140
XI. IRENE, ¿ME ESCUCHAS?
Dióme Dios una enorme gracia: la capacidad de ponerme a escribir como si tal cosa, en forma de diálogo, con seres invisibles; uno de mis favoritos es mi hija Irene del Cielo. Cuando siento la necesidad de comunicarme así con ella, en forma de diálogo, cojo, agarro, pillo, voy y… me pongo a escribir sin más. Ya sé que habrá quien piense que esto no es más que una manera de hablar conmigo mismo, ya lo sé. Pero se da la circunstancia de que, cuando escribo así, en forma de diálogo, surgen en el escrito ideas que no surgirían si no escribiera de esta manera, y esto lo he comprobado en infinidad de ocasiones. Puede ser que esta forma de escribir estimule en mi interior la búsqueda de las respuestas a las preguntas más profundas que yo me pueda hacer a mí mismo; puede que sí. Pero también podría pasar que realmente yo esté hablando con mi hija, que sea ella quien me inspira su parte del diálogo, que sale de mis manos dirigida por ella, dirigiendo ella mis manos a fin de que escriban lo que ella quiere que escriban, ¿verdad? Lo que sí os puedo decir es que, con esta forma de escritura, he recibido las iluminaciones más profundas, las informaciones más extrañas, las emociones más intensas; han sido y son unos momentos muy verdaderos, muy de Dios. Que cada cual elija la explicación que prefiera, bien la natural bien la sobrenatural. Yo elijo la sobrenatural porque, a base de elegir ese tipo de explicación sobre mi realidad, he entrado en contacto con esa misma realidad sobrenatural. No es que uno se engañe a sí mismo deseando lo imposible. No, es que, precisamente al atreverse a desear lo imposible, lo aparentemente imposible, resulta que eso no es imposible, sino eral, y lo imposible toma cuerpo en tu vida y se manifiesta en todo su esplendor; esa es mi experiencia. Y, bueno, hoy es uno de esos días en los que necesitaba hablar tranquilamente con mi hija Irene del Cielo; por eso me he puesto a hablar con ella. El resultado es el diálogo que reproduzco a continuación: -Yo: Irene, tesoro mío, ¿estás aquí en esta habitación?, ¿me escuchas? -Irene: Sí, papi, aquí estoy; atenta a tus llamadas, como siempre -Yo: Ah, qué bien; qué bueno es saber que siempre me escuchas -Irene: Pues claro, faltaría más… -Yo: Oye -Irene: ¿Qué? -Yo: ¿Qué haces? -Irene: ¿Cómo que qué hago? Pues nada, aquí, en el Cielo, como siempre… -Yo: Ya mujer, eso ya lo sé; me refiero a que qué haces en este momento, específicamente ahora mismo mismamente -Irene: Ah, eso… Pues, ahora mismo me estoy comiendo un tomate -Yo: ¡Atiza! -Irene: ¿Qué pasa?, ¿qué he dicho que sea tan extraordinario? -Yo: Pues no sé, si te parece… ¿Es que no es suficientemente extraordinario el comerse un tomate en el Cielo? 141
-Irene: Pues a mí no me lo parece, ¿por qué habría de serlo? -Yo: Pero bueno, ¿es que se pueden comer tomates en el Cielo? -Irene: Ay, qué melón que eres, ¿pues no te digo que me estoy comiendo uno de ellos? Si te digo que me lo estoy comiendo es porque me lo estoy comiendo; vamos, digo yo -Yo: O sea, que entonces se pueden comer tomates en el Cielo -Irene: Pues claro, tomates y de todo lo que gustes también. Y no veas qué tomates. Ríete tú de los tomates Raf de la Tierra. Estos de aquí sí que son tomates, chaval: sabrosos en extremo, cultivados sin pesticidas, disponibles todos los que quieras hasta hartarte; es la monda, vamos -Yo: Pero, vamos a ver si yo me aclaro, aunque sólo sea un poquito, ¿ok? Pero ¿no quedamos en que ya no tienes carne en tu cuerpo; que no eres material, sino espiritual? -Irene: Sí, ¿y qué? -Yo: Pues que, entonces, si tu cuerpo es espiritual no debe tener necesidad de comer, ¿o sí? -Irene: Y no la tiene, efectivamente -Yo: Pues entonces… -Irene: Pues entonces… ¿qué? -Yo: Que ¿para qué comes entonces, en el Cielo, si no tienes necesidad de hacerlo? -Irene: ¡Vaya pregunta! Pues por puro placer, ¿por qué va a ser si no? -Yo: Ah, bueno; eso ya me encaja mejor. Pero, ¿de dónde salen los tomates del Cielo? -Irene: ¿De dónde va a ser? De una huerta que hay por aquí cerca. Yo, nada más llegar al Cielo, vi a una chica disfrutar de lo lindo comiéndose un tomate con una pinta magnífica y le pregunté de dónde lo había sacado. Me dijo que de una huerta cercana y me señaló donde estaba. Así que fui a la huerta y, efectivamente, en esa huerta se dan unos tomates que alucinas, entre otras frutas, verduras y hortalizas que crecen por allí. Y… hasta la fecha, hartándome de tomates siempre que me apetece -Yo: Pero, bueno, y ¿agarras lo que quieres de la huerta así sin más, sin pagar por ello? -Irene: Pues claro; aquí en el Cielo no hay dinero. Eso aquí no sirve para nada. Tú ves lo que te apetece y lo coges, y ya está. Nadie te dice que pagues por nada -Yo: Jobar, pues vaya chollo que tenéis ahí montado, ¿que no? -Irene: Ya te digo… Esto es el Cielo, chaval; el Paraíso, lo más de lo más -Yo: Sí, sí, ya veo, jopeles con el Cielo… Pues resulta que… -Irene: ¿Qué? -Yo: Resulta que… -Irene: Jo, ya empezamos con el señor misterioso. Pero ¿te quieres arrancar ya de una vez, alma de cántaro? -Yo: Pues es que… es que resulta que… estoy pelín depre -Irene: ¿Y eso?, ¿tú depre? Eso sí que es una novedad; pero si tú eres más de pueblo que las amapolas y no sueles gastar de ese tipo de sentimientos tan delicados, tan… urbanos… -Yo: Pues ya ves, hija, ya ves. Aún así estoy depre -Irene: Vaya por Dios. Y eso ¿por qué? -Yo: Pues… -Irene: ¿Por qué? Venga, vamos, no te hagas de rogar otra vez, hombre -Yo: Pues por las fechas -Irene: ¿Qué fechas? 142
-Yo: Las fechas por las que nos andamos: últimos de julio – primeros de agosto -Irene: Ah, bueno… acabáramos. Así que es por eso… Vaya hombre. Ya, o sea, te refieres a que por estas fechas morí yo hace 5 años, ¿no es eso? -Yo: Sí, eso es; precisamente eso -Irene: Bueno, claro, sí; ahora ya lo entiendo. Pero hombre, si hace ya 5 años de eso -Yo: Sí, pero no importa el paso del tiempo. Para mí siempre será como si hubiera sido ayer, en cierto modo -Irene: Sí, claro, lo comprendo. Las imágenes de mi muerte vuelven a tu mente, todos aquellos momentos tan intensos, tan tristes; nuestras miradas, nuestras palabras, nuestros gestos, todos aquellos sentimientos tan confusos, tan vertiginosos, tan extraños… Todo aquello vuelve a cobrar realidad en tu mente, en tu vida, ¿no es eso? -Yo: Pues sí, es algo así -Irene: Ay, mi papi querido, pobrecito. Lo comprendo, claro que lo comprendo. Lo comprendo perfectamente porque soy humana, como tú… Pero debes tratar de combatir esos sentimientos tristes usando tu cabecita, tu razón, que ahora además anda potenciada, iluminada por tu fe. Esa es la única manera de contrarrestar los sentimientos negativos: tamizándolos a través de la razón y de la fe. Así, por ejemplo, es cierto que yo morí, que padecí dolor físico y espiritual; sí, todo eso es cierto. Pero considera que mi muerte fue bastante rápida, en comparación con otras muchas muertes. Hay gente que se pasa años muriendo, como el abuelo Marino, por ejemplo, que pasaron tres años desde que apareció su primer tumor hasta que la metástasis en su sistema óseo llevó su cuerpo a una situación incompatible con la vida física. Él estuvo viviendo dolores físicos y espirituales durante tres años, mientras que yo sólo los sufrí durante algunas horas, ¿te das cuenta, papi? -Yo: Sí, eso es bien cierto -Irene: Claro que es cierto. Y también es cierto que yo, ahora, vivo en la irremediable felicidad que se vive en el Cielo. Que yo, ahora, vivo de amor y para el amor, no sé si me explico -Yo: Bueno, no estaría mal que me aclararas esas expresiones un poquito más, mi cielo -Irene: Vale, bien, lo haré. Vamos a ver cómo te lo podría yo explicar… Er… estooo… Sí, ya lo tengo. Verás: ¿Tú qué tipo de fluido respiras en la Tierra? -Yo: ¿Yo? Pues… aire; eso es lo que respiro aquí en la Tierra -Irene: Bien, y ¿qué pasaría si dejases de respirar aire durante unos cuantos minutos? -Yo: ¿Si dejase de respirar aire durante unos minutos? -Irene: Sí, eso mismo pregunto -Yo: Pues que me moriría -Irene: Exacto, ahí lo tienes. El aire de la tierra es absolutamente preciso para tu vida ya que, si dejases de respirarlo, morirías prácticamente en el acto. El aire es una criatura, pensada y creada por Dios, útil para que tú y otros muchos millones más de seres podáis vivir en la Tierra, ¿no es cierto? -Yo: Sí, así es -Irene: Pues bien, lo que yo respiro en el Cielo es Amor, Amor de Dios, Espíritu Santo, ¿me comprendes? -Yo: No muy bien, la verdad -Irene: Sí, lo que yo respiro; el medio fluido en el que vivo y me muevo no es sino el Amor de Dios, que está aquí por todas partes, envolviéndote, como el aire en la Tierra. Ese Amor de Dios, esa preciosa luz en la que todos nos movemos aquí, no sólo me 143
rodea, sino que entra por mi boca y me llena por dentro, me da confort, me alimenta, sostiene mi vida. En esa luz va todo el alimento y todo el sustento que yo necesito. Eso sí que lo necesito para vivir, para ser, mientras que el tomate sólo me lo como por puro placer. Y esa luz, ese Amor de Dios, el Espíritu Santo de Dios, produce dentro de mí, y de todos nosotros los del Cielo, una sensación de felicidad que es imposible de describir con palabras. Es la Vida misma viviendo dentro de mí; es el Amor de Dios, es el deseo infinito de mi bien que Dios realiza en mí. Es la energía del universo actuando dentro de mí; la misma energía que mueve las estrellas y los planetas; la misma que provoca que nazca cada nuevo ser humano en la tierra, y cada nuevo perro, y cada nueva rana, y cada nueva mosca. Esa energía vital que da su existencia a cada ser del universo, sacándolo de la nada; esa energía es la que reside dentro de mí. Es… es… es Dios mismo, papi, quien está dentro de mí, quien me alimenta, quien me sostiene. Lo que yo siento al vivir en el Cielo es tener a Dios viviendo dentro de mí, de una forma física, tangible para mí. Tengo dentro de mí la energía que creó los dos universos, tanto el visible como el invisible. Tengo el Ser mismo dentro de mí, tengo el Alfa y la Omega, el principio y el fin de toda la Creación; tengo a Dios en mí. No sé si me explico, ¿comprendes ahora que, en el Cielo, nadie puede ser infeliz ni aunque, por alguna extraña razón, así se lo propusiera? Lo que se siente en el Cielo es que uno está vivo, vivo por siempre, poseyendo la misma fuerza de la vida, la Vida misma dentro de uno mismo, ¿me comprendes? -Yo: Sí, hija, creo que sí; ahora sí te comprendo. Lo que sucede es que no tengo tu presencia física aquí conmigo, cerca de mí, y no puedo disfrutar de ella -Irene: Ya lo sé, papi; ya lo sé. Pero tú sabes que tú y yo nos comunicamos a la perfección siempre que queremos, ¿o no? -Yo: Sí, eso sí que es cierto. Es cierto que ninguna de las preguntas que te hago queda jamás sin contestación. O bien aparecen las respuestas en mi mente, o bien vivo una situación que es la respuesta a mi pregunta, o bien tus respuestas me llegan a través de las palabras de otras personas, o de algún libro… Sí, es cierto, tengo que reconocerlo: Nos comunicamos muy bien entre nosotros dos. Y también recibo tus mensajes no solamente como respuesta a mis preguntas sino que, cuando tú tienes algo que decirme por tu cuenta, sin que se trate de una respuesta a una pregunta mía, siempre encuentras la manera de decírmelo; eso también es cierto -Irene: ¿Lo ves? Es como si yo me hubiera ido a estudiar al extranjero, a hacer un Master a Estados Unidos, o algo así. Si así fuera, tú sabrías que yo estaba viva, que estaba bien, y nos comunicaríamos siempre que quisiéramos. Entonces, la cosa no estaría tan mal, ¿no? -Yo: Sí, mirándolo así… -Irene: Es que es así como hay que mirarlo, papi. Pues bien, tú sabes que estoy bien, buenísimamente bien; que no puedo estar mejor, de hecho. Y nos comunicamos siempre que queremos como si tal cosa, atendiendo a las formas que ahora tenemos de comunicarnos, claro… Así que la situación es bien parecida a la que viviríamos si yo estuviera haciendo ese Master en USA, ¿ok? -Yo: Sí, tienes, razón. Pero… -Irene: Pero ¿qué? -Yo: Que… sigo sin tenerte físicamente
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-Irene: Y dale, bolita… Que ya, que ya lo sé, que ya lo sabes tú también. Que sabes que no me tienes físicamente pero que me tienes espiritualmente, ¿o no? Me tienes aún sin tenerme, ¿cierto? -Yo: Sí, así es -Irene: Pues entonces, hombre, no te quejes tanto ya, que me estás resultando pelín quejica -Yo: Sí, creo que tienes toda la razón, porque es evidentísimo que yo… te tengo aún sin tenerte, cielo mío: te tengo de muchas maneras. Te tengo en la Fundación, que no eres sino tú misma actuando en la tierra a través de nuestras manos, de quienes la integramos y luchamos por un mundo libre de meningitis y de sepsis. Te tengo dentro de mí: en mi corazón, en mi memoria y en mi propio cuerpo, en el que te reconozco sin más que mirarme al espejo. Te tengo fuera de mí, en infinidad de símbolos que nos unen, trayendo tu presencia ante mí: tu habitación, tus fotos, tus cosas, tu color preferido, tus canciones favoritas, tus amigas, los adolescentes, los jóvenes… Y, ahora que lo pienso, tengo un montón de hijas que me van surgiendo por ahí, de jóvenes que se parecen a ti y con las que acabo estableciendo una curiosa relación de padre-hija, aunque sea de mentirijillas. Yo hago de padre de ellas - preocupándome por ellas, por cualquiera de sus cosas; aconsejándolas, ayudándolas en lo que me necesiten – y ellas hacen de hijas mías de mentiras, dejándose aconsejar y ayudar por mí. Y estoy seguro de que tú tienes mucho que ver con ello, ¿verdad que sí? Yo percibo que tú te has propuesto desde el Cielo que no me falte cerca la presencia de muchas “hijas”, que suplan de algún modo tu presencia física y así me permitan seguir haciendo de padre de una joven, de muchas jóvenes a la vez, ¿me equivoco? -Irene: Jo, papi, es que no se te escapa ni una. Así no vale, así no hay quien juegue, jolineees… Claro, claro que yo tengo mucho que ver con eso; tengo todo que ver, de hecho. Soy yo quien inspira a todas esas jóvenes a que crucen sus vidas contigo, ¿qué te creías?: Un soplo al oído aquí, una inspiración durante un sueño allá y… ¡chas, ya está!, mi papi queda conectado con todas esas jóvenes, para que jamás pueda decir que le falta una hija; para que, entre todas las oportunidades de hacer de padre que te presentan todas esas nuevas hijas, tú sigas sintiendo que eres lo que eres; eso que eres y jamás dejarás de ser desde que lo empezaste a ser: un papá que tiene una hija, sí señor -Yo: Ay, hija, lo sabía; sabía que tú estabas detrás de todo esto de las hijas que me nacen por aquí y por allá. Sólo tú podías ser la responsable de todo esto, claro, y ¿sabes qué? -Irene: ¿Qué? -Yo: Pues que te lo agradezco muchísimo, cielo mío. Porque es cierto que gozo mucho haciendo de padre de todas ellas, hoy con esta mañana con la otra, hoy con esta cuestión y mañana con aquella otra, y percibo que a ellas tampoco les parece mal del todo mi paternidad de mentiras -Irene: Claro, papi; ellas están encantadas, te lo digo yo. Además, ellas mismas te lo dicen, ¿no es cierto? -Yo: Pues sí, ellas mismas también me lo dicen cuando tienen ocasión de hacerlo -Irene: Pues ahí lo tienes; eso es el amor en acción: mediante este mecanismo de paternidad de mentirijillas, tú recibes un bien y ellas también lo reciben; todos contentos. Y yo, que os veo a todos desde el Cielo, la más contenta de todos
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-Yo: Sí, hija. La verdad es que eres la pera limonera; cuando se te mete una cosa entre ceja y ceja no paras hasta que te sales con la tuya -Irene: Bueno, tengo a quien parecerme, ¿verdad? -Yo: Sí, creo que sé de quién hablas… Sí, tienes toda la razón: No puedo quejarme, no debo quejarme, no tengo por qué quejarme, es injusto que me queje. Porque… si miras bien las consecuencias de tu muerte en mi vida, es que es para empezar a tomar nota y no acabar: Por una parte, tu muerte me ha convertido en un escritor, en alguien que se comunica con muchos otros mediante el uso de las palabras escritas. Es cierto que no soy un escritor famoso, de éxito, como Stephen King, Arturo Pérez Reverte o J.K. Rowling, la escritora de tu amado Harry Potter, pero es indudable que soy un escritor. Un escritor es alguien que dedica una notable y regular cantidad de tiempo a escribir, y ese soy yo. Me ha convertido tu muerte también en un Presidente. No en un Presidente de Gobierno, ni en uno de una empresa, ni de un equipo de fútbol, ni siquiera en uno de una Comunidad de Propietarios. No, tu muerte me ha convertido en Presidente de una Fundación que lucha contra la meningitis y la sepsis en España. Esta presidencia es para mí mucho más valiosa que cualquiera de las que acabo de citar; porque esta es una presidencia que sirve para ayudar a otras personas, para ayudarlas a vivir, a tener una salud mejor, una vida mejor. Amo yo esta presidencia mucho más que lo que amaría cualquiera de las que antes he citado, de verdad te lo digo. Y tu muerte también me ha convertido en un creyente, en un firme creyente de Dios; de que Dios existe, de que Jesucristo es su Hijo eterno y de que todos nosotros hemos sido creados por Dios para compartir su misma vida, que es lo que tú me dices que ya te pasa en el Cielo. Pero lo curioso es que mi fe no es una fe cualquiera, no. Es una fe muy arraigada, muy profunda, muy cierta. Es muy extraño, pero encuentro a mi alrededor muchas personas que afirman no creer como yo creo. Te pongo un ejemplo: hace poco me decía una querida amiga funcionaria que, con esto de la crisis económica, le han reducido sus ingresos en un no sé cuántos por ciento, y que está muy preocupada por su futuro y el de su familia. Yo le dije así: “Pero, hermosa mía, ¿de qué me estás hablando? Tú tienes un Padre en el Cielo, que es Dios. Y, hasta cuando un cabello de tu cabeza cae al suelo, Él, tu Padre, da su beneplácito ¿No alimenta Él todos los días a todos los pajarillos, que no tienen ni que sembrar ni que cosechar ni que guardar grano en el granero?, ¿no viste Él a los lirios del campo, que hoy son hermosos, con unas galas mejores que las del Rey Salomón en todo su esplendor, y mañana se marchitan y dejan de ser? Y ¿no vales tú, una de sus hijas amadas, mucho más que un pájaro o que un lirio? Entonces, ¿por qué te preocupas? No te preocupes, mujer, no te preocupes, que Dios te dará de comer y de vestir; que Dios se ocupará de ti para que no te falte nada de lo esencial y, de lo que te falte, será porque Él consentirá que te falte, porque eso será lo mejor para ti, para tu alma. Ocúpate de tus cosas, del día a día, pero no te preocupes de nada, que tu Padre velará siempre por ti”. Y ¿sabes lo que ella, mi amiga funcionaria, me dijo entonces? -Irene: ¿Qué te dijo, papi? -Yo: Me dijo: “Uf, Jorge; es que yo no tengo tanta fe”. O, también - te pongo otro ejemplo – me dice mi madre, ya anciana, que le duele todo su cuerpo por todas partes, que no oye bien, que no ve bien, que tiene un cuerpo feo y grotesco que no le gusta, 146
que teme caerse porque ya se le han roto varios huesos en varias caídas, que siempre está en el médico (a quien tiene ya completamente aburrido de verla cada día) y que, sin embargo, no desea morir. Y yo le digo: “pero ¿no dices que eres creyente, que crees en Dios, en la Virgen María, en los santos y en los ángeles del Cielo, que rezas a Dios todos los días como una desesperada? Entonces, ¿no sabes que Jesucristo nos dijo que no debemos tener miedo a la muerte del cuerpo, que a lo que hay que tener miedo es a la muerte del alma, al infierno?”. Y va ella entonces y me contesta así: “Bueno, sí, he oído que hay un Cielo tras esta vida, pero no lo he visto; vaya usted a saber si eso es verdad?”. O sea que, con ello, mi madre me está diciendo más o menos lo mismo que mi amiga funcionaria; me está diciendo algo así como: “Uf, Jorge; es que yo no tengo tanta fe”. Y lo mismo me pasa, no te vayas a creer, con otros cristianos de toda la vida, de los de Misa dominical que, a la hora de la verdad, afirman tener muchas dudas en su fe; que es como si nuevamente también me dijeran: “Uf, Jorge; es que yo no tengo tanta fe”. ¿Me comprendes, hija? -Irene: Sí, claro que te comprendo; el asunto es que tú tienes una fe firme, segura, sin dudas. Tú no sólo tienes fe – que es una virtud teologal infundida por Dios en el alma – sino que, además, tú tienes lo que se llama “la certeza de la fe”, que es un fruto del Espíritu Santo obrando en el alma del creyente. Y ¿sabes por qué? -Yo: ¿El por qué de qué? -Irene: El por qué de que tengas esa firmeza de fe, esa fe robusta que no duda de nada, esa fe “de cinco estrellas”, como si dijéramos… -Yo: No, ¿por qué? -Irene: Verás, tú sabes que, dependiendo del precio que pagas por algo, ese algo es de una u otra calidad, de mayor o menor calidad, ¿verdad? -Yo: Sí, lo entiendo, pero no sé a dónde quieres ir a parar -Irene: Tú tranquilo, que todo llegará a su tiempo. Entiendes que no es lo mismo comprar un anillo para una dama que lleve engarzada una piedra de cuarzo o que la leve de diamante de 18 quilates, ¿verdad? -Yo: Sí, claro que lo entiendo -Irene: Es decir, anillos son los dos; tan anillo es el uno como el otro y, sin embargo, el anillo con la piedra de diamante de 18 quilates es de mucha mayor calidad que el otro, es mucho mejor que el otro, ¿sí? -Yo: Sí, claro -Irene: Pues eso; que, dependiendo del precio que pagues por algo, ese algo es de mayor calidad -Yo: Sí, cierto -Irene: Pues ahí lo tienes, papi: El hecho de que tú te hayas convertido a raíz de mi muerte significa que has obtenido tu fe pagando un precio muy alto: el precio de la presencia física de tu hijita del alma. Por eso tu fe es de muy buena calidad, ¿lo comprendes? -Yo: Pues sí, hija; lo comprendo perfectamente. Es extraño, raro, poco frecuente el convertirse al perder la presencia física de un hijo o de una hija pero, si eso es lo que sucede; si uno se convierte de esa manera, la fe a la que se accede no es una fe cualquiera, sino que es una fe “de cinco estrellas”, como tú dices, ¿es eso lo que me quieres decir? 147
-Irene: Sí, exactamente eso, papi. Y eso es así porque las vivencias que rodearon mi muerte fueron muy profundas para ti; los sentimientos que viviste fueron muy radicales, muy totales. No fue cualquier cosa lo que viviste, sino probablemente las horas más oscuras y extrañas de tu vida, ¿no es cierto? -Yo: Pues sí -Irene: Por eso te digo que, habiendo vivido lo que viviste, si ello te llevó a Dios, como así fue, la forma de llegar a Dios no pudo haber sido como si hubieras vivido cualquier otro conjunto de emociones menos intenso. Podrías no haberte convertido; de hecho, hay mucha gente que sigue justo el recorrido inverso: se alejan de Dios al morir sus hijos. Pero tú te uniste a Dios y, al hacerlo, al pagar un tan alto precio por tu fe, adquiriste una fe a prueba de bombas. Lo comprendes, ¿verdad? -Yo: Sí, claro que sí; tienes toda la razón. Pero es que tu muerte ha traído otras muchas gracias a mi vida; tantas que no hay suficientes palabras en el mundo como para describirlas. Ha traído otra que es la de ser catequista del Catecumenado de adultos -Irene: ¿Catequé de qué? -Yo: Anda, no te hagas la sueca, que sabes perfectamente de qué te estoy hablando -Irene: Claro, papi; sólo estaba bromeando contigo -Yo: Vale, ok. Ser catequista de adultos es hablarle a la gente de Dios, de Jesús, de la Iglesia, a personas adultas que no han recibido todavía alguno de los sacramentos de la Iniciación Cristiana (Bautismo, Confirmación, Eucaristía). Ser catequista de adultos es cooperar con Cristo y su Iglesia a llevar almas al Cielo. Ser catequista de adultos es tener que prepararse cada catequesis antes de impartirla a los alumnos y, al hacerlo, gozar profundizando en los Misterios de Dios como no lo harías de no ser por ser catequista. Ser catequista de adultos es… una gracia de las gordas, hija mía; otro regalo más que Dios nos ha hecho, a tu madre y a mí, tras tu muerte, ¿no ves cómo no me puedo quejar de cómo me trata el Señor? -Irene: Así me gusta; ese es mi papi: optimista, valiente, humilde, agradecido… Sí, ese es mi papi de verdad, olé que sí -Yo: Hasta entiendo el por qué del sufrimiento, hija mía; y de la muerte -Irene: Y es seguro que amenazas con contármelo ahora mismito, ¿me equivoco? -Yo: Sí, quisiera compartirlo contigo. Bueno, a no ser que andes mal de tiempo -Irene: ¿Quién, yo?, ¿andar mal de tiempo… yo? Pues sí, hombre; hasta ahí podíamos llegar. Si hay algo de lo que no te tienes que preocupar en el Cielo es del tiempo; esa preocupación se acabó en la tierra. Tú cuenta, cuenta, no te cortes, que yo soy todo orejas. A ver, a ver, dígame usted: ¿cuál es el sentido del sufrimiento y de la muerte, si puede saberse? -Yo: Pues todo tiene que ver con el pecado original, con esa separación primigenia habida entre el hombre y Dios. Como el hombre se separó de Dios por un movimiento de soberbia, de desobediencia a Dios, de falta de confianza en Él, Dios tuvo que imponer unas sanciones medicinales al hombre, a fin de contener los daños de aquella separación en la medida de lo posible. Lo contrario de la soberbia - de ese creerse independientes y autónomos de Dios - es la humildad, esto es, el saberse dependientes para absolutamente todo de Dios. Pues bien, Dios instauró el sufrimiento y la muerte en la vida del hombre, como consecuencias medicinales del pecado original, como se puede apreciar perfectamente en el libro del Génesis (Gen 3,16-19):
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A la mujer le dijo: "Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará”. Al hombre le dijo: "Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás." Si Dios no nos hubiera dejado ni el sufrimiento ni la muerte, tras la separación original habida entre el hombre y Dios, el hombre habría quedado separado eternamente de Dios; eternamente porque no moriría, como era el estado primigenio de nuestros Primeros Padres en el paraíso terrenal: ellos eran inmortales. Y, de no haber experimentado el sufrimiento, el hombre jamás habría podido ser humilde. Todo lo contrario: su soberbia crecería y crecería, y cada vez se separaría más de Dios, como los demonios del infierno. En resumidas cuentas, habría llegado a ser un demonio más infernal que el propio Satanás, ya que habría pecado eternamente eternamente separado de Dios - no solamente con el espíritu, sino con el cuerpo, ya que el hombre es material, físico, además de espiritual. Por otra parte, si el hombre hubiera experimentado solamente el sufrimiento, pero no la muerte, su vida en la tierra habría sido un infierno eterno, siempre sufriendo pero sin la posibilidad de dejar de sufrir, al no poder morir. Y, si el hombre hubiera experimentado la muerte, pero no el sufrimiento, no habría podido ser nada humilde, al vivir sin sufrimiento alguno en la tierra; entonces habría muerto y, al morir, habría vivido el infierno eterno, al haber sido incapaz de convertirse a Dios en su vida terrenal. Así que, ya ves: tanto el sufrimiento como la muerte nos son extremadamente necesarios para nuestra salvación eterna. Por eso Dios, en su sabiduría infinita, nos los dejó a los hombres, como medicina para nuestras almas -Irene: Muy sagaz, papi; muy sagaz. Está claro: Todo lo que hace Dios es lo mejor que se puede hacer dadas las circunstancias. Y eso es así porque Él es la Bondad infinita y, al serlo, todo lo que Él hace está infinitamente bien hecho; es decir, es imposible hacerlo mejor. Por eso, todo lo que Él decrete o tolere que pase en tu vida - al igual que en la vida de cada ser humano - es lo mejor que te podría pasar; lo mejor desde el punto de vista de tu salvación eterna, que es precisamente lo único que le importa a Dios: que vivamos eternamente felices con Él y en Él, como ya vivo yo hoy -Yo: Claro; lo veo claro. Por eso no hay que preocuparse por nada de los sucesos que ocurran en tu vida, ya que eso que pasa es lo mejor que podría pasar y, según el mismo Dios nos ha dicho, “Dios todo lo ordena para el bien de los que le aman”. Así que, si yo le amo, ¿de qué me voy a tener que preocupar? Mis sufrimientos siempre serán los mejores para mí, los mejores al objeto de llevarme al Cielo. Y mi muerte siempre será mi mejor muerte, la mejor para mí porque, si esa no fuera la mejor, Dios me la cambiaría por otra. De manera que, Señor mío y Dios mío: “Lo que Tú quieras, como Tú quieras, cuando Tú quieras; que aquí estoy yo, tu siervo, para hacer Tu voluntad” -Irene: Ahí, ahí, ahí está mi papi, sí señor. Eso es ser un buen cristiano: vivir para amar, adorar, servir y dar gloria a Dios ¡Bravo, papi!; así me gusta, mi pequeño saltamontes
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-Yo: Sí, gracias, hija, gracias: lo digo como lo siento. La religión, las cosas de Dios, impregnan ahora toda mi vida. Siento que la religión no es algo al margen de la vida, no es sólo una parte de la vida. No veo yo que, por una parte, esté la vida, la vida normal y corriente de cada día y, por otra, esté la religión, o las prácticas religiosas, los ritos, el ir a Misa los domingos. No, siento más bien que Dios lo impregna todo, como no podía ser de otra manera, ya que respiramos, nos movemos y existimos en Él. Después de todo no hay tanta diferencia entre lo que tú me comentas del Cielo, que respiras el mismo Dios, y lo que yo respiro en la Tierra: el aire. Cierto que el aire no es Dios, sino una criatura hecha por Dios pero, ¿acaso no representa esa criatura el amor de Dios, que la ha puesto ahí para que yo pueda vivir? Claro que sí: el aire, el agua, el sol, las plantas, los animales… todo está ahí para que yo pueda vivir, para que los seres humanos podamos vivir en la tierra. Por lo tanto, todo lo que somos o tenemos, de la mañana a la noche, está impregnado de Dios. Mi cuerpo me lo dio Dios, mi alma me la dio Dios, mi familia me la dio Dios, los alimentos me los da Dios… Igual que Dios me creó con un acto de su mente, de su amor y de su poder, sacándome de la nada; de la misma manera es Él quien me mantiene en la existencia, con un acto de amor continuo, con un movimiento de Su pensamiento que, si faltase por un segundo, daría como resultado el que yo volviera a la nada de la que Él un día me sacó. Entonces, cuando hablamos de religión estamos hablando de la vida, del amor, de la existencia, de la felicidad. Estamos hablando de la felicidad cuando hablamos de religión. Estamos hablando de Dios todo el rato, porque todo es Dios y todo tiene su origen y su fin en el mismo Dios. Él lo que quiere es que todos participemos de su vida infinita, perfecta y feliz. Él lo que quiere es que tengamos la vida que tú hoy ya tienes, que más tarde se verá todavía aún más perfeccionada por la resurrección de la carne gloriosa de tu cuerpo Eso es lo que Él quiere: nuestra felicidad eterna. Entonces, ¿cómo no hablar de Dios continuamente, a todas horas, si todo, absolutamente todo, es Dios? -Irene: Claro, papi; muy bien dicho -Yo: Sí, no digo yo que estemos todo el día rezando sin hacer otra cosa más que rezar, como tampoco tú estás todo el rato rezando en el Cielo. Lo que digo es que, hagamos lo que hagamos, rezar, trabajar, jugar, descansar, divertirnos, hacer el amor, lo que sea, todo debe ser hecho en Dios y con Dios; todo debe ser hecho para Dios. Hagamos lo que hagamos, todo debe ser hecho de tal forma que le agrade a Dios, que sea hecho según Su voluntad. Debemos hacerlo todo, cada una de nuestras acciones, para que nuestro Padre del Cielo se sienta orgulloso de nosotros, para que seamos su orgullo y su ilusión. Si así hacemos, si lo hacemos todo para Dios, a su gusto, estaremos ofreciéndole todas y cada una de nuestras jornadas, de nuestros días; estaremos convirtiendo nuestras vidas en un sacrificio agradable a los ojos de nuestro Padre del Cielo; estaremos convirtiendo cada uno de los segundos del tiempo de nuestras vidas en un diálogo permanente de amor con Dios -Irene: Sí, no estaremos orando todo el día, como las monjas de clausura, pero habremos convertido todo el día en una continua oración -Yo: Exacto; yo no lo habría dicho mejor, hija mía. Te pasa como a San Agustín, que tienes la virtud de saber sintetizar muy bien en una frase redonda todo un profundo pensamiento -Irene: Ejem, ejem, no tiene importancia, nací así…je je 150
-Yo: Sí hija, sí. Ahora voy comprendiendo, cada vez mejor, el sentido de la vida, de mi vida, de nuestra vida. Antes no comprendía nada de lo que tiene que ver con la Iglesia, sino que sus celebraciones me parecían ritos sociales totalmente carentes de contenido. Sin embargo, ahora comprendo profundamente la interconexión existente entre la vida y Dios, y Dios y Cristo, y Cristo y la Iglesia. Es todo – la vida, Dios, Cristo, la Iglesia - un maravilloso misterio, profundo y auténtico, todo él interrelacionado entre sí. ¿Quieres que te cuente algunas de las últimas manifestaciones de ese misterio en mi vida?, ¿concretamente algunas cosillas muy sabrosas que viví el otro día, el domingo 18 de julio? -Irene: Sí, papi; claro que quiero que me las cuentes. Adelante… -Yo: Bien, pues, para empezar, salí a dar un paseo con tu bicicleta; perdón, con nuestra bicicleta, esa en la que yo te llevaba de pequeña, sentada en tu sillita trasera. Como sabes, esa bici es mágica para mí: es tal la asociación de ideas que esa bici opera en mi mente que, en cuanto me monto en ella y comienzo a dar las primeras pedaladas, automáticamente me pongo a hablar contigo: que si mira esos pájaros de ahí a la derecha, que si hay que ver cuánto cuesta subir esta cuesta, que si qué fresco hace por este paraje, que si quieres que bajemos por aquella pendiente, que si qué te parece que nos vayamos por ese otro camino bordeando el río… En fin, que esa bici es como un teléfono móvil mío contigo, qué le vamos a hacer. Y el caso es que, el domingo pasado, te dije: “Oye, hija, vamos a parar un momento a dar gracias a Dios por nuestras vidas”. Y “se me ocurrió” parar a sentarme en un banco junto a la carretera de circunvalación del pueblo. Y me paré en aquel banco en concreto; podría haberme parado en cualquier otro banco, pero lo hice precisamente en aquel. Así que paré, me bajé de la bici, la aparqué junto a la acera, bajando un pedal hasta ajustarlo firmemente contra el bordillo, me senté en el banco y, mirando en dirección al sol de la mañana, recé ese salmo que sabes que me gusta, mi favorito: “Oh, Dios; Tú eres mi Dios, por Ti madrugo; mi alma está sedienta de Ti, mi carne tiene ansia de Ti; como tierra reseca, agostada, sin agua…”. En aquel momento de mi recitación del salmo miré hacia mi izquierda - quién sabe por qué lo hice - para descubrir allí, a mi lado, una mata de flores silvestres de color morado, de esas que yo llamo “tus flores”. Al verlas no pude dejar de sonreír, porque comprendí que tú me habías inspirado para que me sentara en aquel banco, precisamente en aquel y no en ningún otro, para que viera tus flores y así tú te hicieras presente ante mí. Así me decías que tú estabas allí, conmigo, también adorando a Dios, junto a tu padre, ¿me equivoco? -Irene: Claro que no, papi. Claro que no te equivocas. Lo hice tal como tú lo relatas, premeditadamente, para que comprendieras que allí estaba yo también, contigo. Dado que ahora soy un espíritu para la Tierra, mi presencia es así: espiritual -Yo: Sí, hija. Tú estás aquí espiritualmente, en la tierra, con nosotros, con todos nosotros los que te amamos, y es que el amor es más fuerte que la muerte. Yo sigo manteniendo mi relación de amor contigo, y sé que jamás te irás de mi lado -Irene: Claro, papi, ¿por qué iba yo a irme del lado de alguien a quien amo?, ¿por qué extraña razón dejaría yo de mantener mi relación de amor con todas las personas de la tierra que me aman y a quienes amo? Yo soy yo, sigo siendo yo, y sigo amando a mis amores de siempre, ¿por qué no hacerlo?, hasta ahí podíamos llegar…
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-Yo: Sí, cielo mío. Y sonreí más todavía el otro día, el domingo 18 de julio, cuando, tras reanudar la marcha con la bici, fui fijándome en todos y cada uno del resto de los nada menos que 84 bancos más que, como aquel en el que me senté, dan a la carretera de circunvalación y… ¿te puedes creer que en ningún otro había una mata de “tus” flores? -Irene: Ay, ja ja ja; claro, está claro que aquel en el que te sentase era el único que tenía al lado una mata de “mis” flores; por eso fuiste a parar allí -Yo: Sí, hija, eres la monda lironda; capto inmediatamente tus mensajes. Me he acostumbrado a este sistema de comunicación entre tú y yo y… ya ves, no se me escapa ni uno sólo de tus mensajes -Irene: Afortunadamente, papi -Yo: Sí, afortunadamente… Más tarde ese mismo día pasó, cuando me despedía de mi madre en la visita que le hice a su residencia de ancianos, que una de las responsables del centro me saludó con un par de besos y me dijo así: “Jorge, ¿sabes que mi hija te ha descubierto?”. “¿Cómo es eso?” – le contesté yo. “Sí, resulta que el otro día, en la biblioteca de su Instituto, se interesó por el retrato de tu hija, colgado en una de las paredes, y por la placa adjunta que la cita como alumna predilecta. Entonces le hablaron de tu hija, de su muerte, y del libro que tú escribiste sobre ella, uno de cuyos ejemplares está en esa biblioteca. Así que agarró mi hija el libro y se lo leyó de un tirón. Al venir a casa me habló del libro y de vuestra historia, y yo le dije que conocía muy bien al autor de ese libro”. -Irene: Sí, ya sé; qué lindo, ¿verdad? -Yo: Sí, pero no sólo es lindo, creo yo. No sólo es precioso que nuestro amor esté ahí, vivo, perenne, fresco, sobreviviendo al paso del tiempo, inmortalizado por ese libro a disposición de cualquiera, para que cualquiera pueda comprender de qué pasta está hecho el amor entre padres e hijos. Es que, además, no sé si recordarás que, en otro de estos escritos, uno titulado “Abrazo en 2D”, que salió de mis manos el 5 de junio de 2009, yo escribí lo siguiente: Pensaba yo el otro día que los estudiantes que te miren, los que no te hayan conocido personalmente, si reparan en algún momento en ver allí en la pared tu imagen y tu placa, seguro que se preguntan quién debe haber sido esa tal Irene Megías, y por qué está allí su placa y su imagen. Los más curiosos seguro que le preguntan a la profesora encargada de la biblioteca o a algún otro profesor, sobre ti. ¿Te das cuenta, hija mía, de lo que te quiero decir? Eso sobre lo que yo especulaba el 5 de junio de 2009, en aquel escrito titulado “Abrazo en 2D”, ha pasado el otro día, hace poco. Era aquel un escrito profético, que revelaba algo que pasaría después. Eso, el que otras chicas y chicos se interesen por ti y por nuestra historia, ya está pasando hoy en día, habrá pasado y seguramente seguirá pasando. Y así, el otro día, al reparar en esa historia de esta chica estudiante de tu Instituto, tú te hiciste de nuevo presente ante mí. Fue otro de nuestros momentos: fue un nuevo “momento Irene”. -Irene: Sí, papi; eso ha pasado y seguirá pasando, y todos los que así lo deseen podrán revivir nuestra historia y saber cómo de intenso y profundo es el amor existente entre un padre y su hija, entre tú y yo -Yo: Sí, mi amor, pero todavía hay más -Irene: ¿Más? 152
-Yo: Sí, como si no lo supieras… -Irene: Está bien, ¿qué más te pasó el domingo 18 de julio? -Yo: Lo siguiente a destacar me pasó en Misa, a las 8 de la tarde. Llegué, me senté en mi banco de siempre – no, ahora recuerdo que fue en el banco posterior al de siempre – y estaba esperando a que empezara la ceremonia. Mamá se había ido a confesar y yo le guardaba el sitio en el banco, a mi lado. En esas estaba cuando llegó a mí un intenso olor a flores que iba y venía, sin conocer yo su procedencia. No es la primera vez que me pasa eso en Misa, sino que ya me ha pasado en muchas ocasiones anteriormente. Dicen por ahí que eso es porque un ser querido invisible está a tu lado, o tu ángel que mira por encima de tu hombro, o la Virgen María que pasa cerca de ti… Bien pudo haber sido una de estas tres personas la causante de tan delicioso aroma: o tú misma; o David, mi ángel custodio; o la propia Virgen María, mi Madre del Cielo, o cualquier otro ser celestial. El caso es que lo olí perfectamente y, desde ese momento, quedé un poco tocado para el resto de la celebración, viviéndola muy intensamente de forma sensible, con emoción, lágrimas, etc. Tras unos segundos de haber empezado a percibir tal melifluo olor, una de mis nuevas hijas, una de esas maravillosas hijas que Dios y tú me habéis dado, se sentó en el banco de justo delante del mío. Pude verificar posteriormente, en el precioso gesto de darnos la paz entre los asistentes al oficio, que tal olor no procedía de mi nueva hija, ni de ningún otro circunstante. Sin embargo, no pude por menos de relacionar el olor a flores con la aparición en escena de aquella nueva hija mía, puesto que ambos sucesos se dieron casi simultáneamente. Así que supe que aquello era una señal y que debía hacer algo con mi nueva hija; que yo tenía algo para ella, un mensaje de ayuda, algo, aunque todavía no sabía por entonces de qué se trataba, cuál era el contenido de mi mensaje para ella. La ocasión de averiguarlo se presentó al terminar la Misa: fuera en la plaza, en la puerta de la iglesia, trabé conversación con mi nueva hija y héteme aquí que sí, que ella necesitaba claramente mi ayuda, ya que rompió a llorar enseguida; ayuda que le presté con muy buenos resultados, aconsejándola en un tema muy importante para ella y que le ha llevado, tras el concurso de un asesor externo especializado, a conocerse mucho mejor a sí misma y orientar así su vida de manera más adecuada -Irene: ¡Qué guay, papi! qué bien que hubieras estado atento y comprendieras que, efectivamente, tu nueva hija te necesitaba -Yo: Irene -Irene: ¿Qué? -Yo: ¿Fuiste tú la del olor a flores? -Irene: Esto… yo… -Yo: Venga, venga, no te me hagas ahora tú la remolona; ¿fuiste tú o no fuiste tú la del olor? -Irene: Jopéee, es que eso no se diceee; es que es secretooo… -Yo: ¿Por qué secreto? -Irene: Pues para que quede en el aire ese halo de misterio tan bonito de no saber muy bien qué pasa; de dónde viene el olor; si es un olor externo o sólo está en la mente del que lo huele… En fin, todo eso, todo lo que forma parte de la magia de lo sobrenatural. Si se explicase todo, se acabó la magia, ¿no crees? -Yo: Está bien, tomaré esa explicación como un “sí”
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-Irene: Ah, es usted muy libre de interpretar mis palabras según su libre albedrío le dé a entender, señor mío -Yo: Ay, hija mía... El caso es que esta vida mía, tan extraña, me parece alucinantemente hermosa -Irene: ¿Quieres decir que te parece alucinantemente hermosa incluyendo en ella la experiencia del dolor? -Yo: Sí, dolor incluido, claro que sí. Desde que aprendí que el dolor de un cristiano, si se ofrece a Dios, es útil a Cristo para salvar almas; que el dolor es una herramienta poderosísima en manos de Dios para llevar seres humanos al Cielo, ¿qué me importa ya el dolor, mi amor? Venga a mí cuanto dolor Dios quiera y necesite de mí, ya sea dolor físico o espiritual, que aquí estoy yo, para hacer Su voluntad y ayudarle a llevar almas humanas al Cielo ¿Cómo no sentirme honrado por haber sido elegido para tan elevada misión: ayudar a Cristo a transformar mi dolor en gracia divina, útil para salvar almas? Sí, dolor incluido, mi amor ¿O es que acaso no es un auténtico gozo esta vida? Está la belleza, que te estremece en una canción, en un amanecer, en la sonrisa de un niño, en la piel húmeda del cuerpo del ser amado... Está el gozo de los sentidos, el agua caliente cayéndote en la ducha por la espalda, ese tomate tan delicioso, ese aroma de flores surgido de no sabes dónde, como en la Misa el otro día... Está, está el amor, saberse amado y amar; está el maravilloso poder del deseo, está el mágico efecto de las palabras. Está la literatura, y el cine; está el consuelo del arte. Está esta alucinante aventura que es ser humano, libre, infinito, eterno. Está todo por descubrir, todo por hacer, todo por vivir una y mil veces. Todo vivido y todo nuevo; cada beso como si fuera el primero, cada caricia como si fuera la única, cada día como si fuera el último por vivir. Y, por encima de todo, está Dios, alguien que te ama como nadie jamás te amará... Gozo, belleza, regalo, amor… Todo eso y mucho más es nuestra vida humana, ¿verdad? -Irene: Jo, papi, qué bonito es eso que acabas de decir; se me ha puesto la carne de gallina al escucharte -Yo: Anda, no me seas trolera ¿Cómo se te va a poner la carne de gallina, si ahora mismo no tienes carne? ¿O es que lo has dicho en un sentido figurado? -Irene: No, ni soy trolera ni lo he dicho en sentido figurado, guapito de cara. Lo que pasa es que desde la Tierra no tenéis ni idea de cómo es la vida del Cielo; por eso estáis tan perdidos y no entendéis nuestro lenguaje cuando os hablamos los del Cielo -Yo: Bueno, pues, dímelo tú; cuéntame cómo se vive en el Cielo, que no me vendría nada mal saberlo porque, como comprenderás, muchos en la Tierra ardemos en deseos de saber muchas cosas sobre el Cielo -Irene: Bueno, vale. Te diré algunas cosillas. No todas, para que te sigas quedando con las ganas -Yo: Bueno, algo es algo. Venga, cuéntame cosas del Cielo -Irene: Bueno, vale. Empezaré por decirte que, en el Cielo, todos somos sólidos, no etéreos, como se piensa desde la Tierra. En el Cielo tenemos el mismo cuerpo que teníamos en la tierra, el mismo aspecto. Es un cuerpo espiritual no visible desde la tierra, pero sí visible y sólido en el Cielo.
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En el Cielo nos abrazamos con nuestros brazos sólidos, como se hace en la Tierra; aquí todo es denso, muy denso, e incluso como más real que lo que todo es en la tierra -Yo: ¿Qué quieres decir con eso de “más real”? -Irene: Sí, quiero decir que aquí todo es más intenso. No sé, los colores son más bonitos, más profundos, más vivos; los sabores son también más intensos; al tacto todo se palpa mejor, se captan mejor los detalles de todas las superficies… En fin, no sé, es como si todo lo de aquí fuese más real que como se experimenta la realidad en la tierra; como si tus sentidos estuvieran potenciados; como Superman, por poner un ejemplo, que todo lo hace a lo súper: súper aliento, súper visión de rayos x, súper fuerza, y así todo. Puede que sea porque estamos llenos del Amor de Dios y por eso lo experimentamos todo más intensamente; sí, seguro que es por eso, porque nos pasa lo mismo cuando estamos en la Tierra -Yo: ¿Qué quieres decir con eso de “cuando estamos en la tierra”?, no te comprendo bien -Irene: Sí, quiero decir que cuando estamos ahí en la Tierra, con vosotros, todo nos parece más bello de lo que nos parecía cuando vivíamos con cuerpo de carne terrenal: el cielo, las nubes, el campo, los bosques, las playas, los animales, los seres humanos… Todo es más bonito que antes, y es porque estamos llenos de Dios y lo vemos todo con otros ojos -Yo: Pero, entonces, ¿estáis en la tierra y el Cielo simultáneamente? -Irene: Pues sí. Normalmente estamos en el Cielo; aquí con nuestras cosas, disfrutando de las cosas de aquí pero, en cuanto nos llamáis, acudimos a vuestra llamada, aunque al mismo tiempo sin dejar de estar aquí. Quiero decir que, en esos momentos, cuando estamos en la Tierra, seguimos estando en el estado anímico Cielo, conectados íntimamente a Dios, sin dejar de ver a Dios, pero pasamos a estar en el escenario Tierra, aunque no os seamos físicamente visibles. Estamos a vuestro lado, con vosotros, en el mismo lugar en el que vosotros estéis, aunque no nos veáis. Es difícil de explicar, pero es así. Es como en la película “El Señor de los Anillos”, en la que en lo alto de la torre del ser malvado, Sauron, hay un ojo suyo, que ve a distancia y se enfoca sobre aquello que le haya llamado la atención, aunque esté muy lejos. En esos momentos, Sauron no deja de estar donde está, en lo alto de su torre pero, al mismo tiempo, está también en el lugar donde esté el suceso que haya captado su atención. Está en dos lugares al mismo tiempo: está en otro lugar, lejos de sí mismo, sin dejar de estar en el lugar que le corresponde, es algo así -Yo: Aaahhh, ya; no me entero de nada, qué quieres que te diga -Irene: Pues yo no me sé expresar mejor, qué le voy a hacer; lo siento, papi -Yo: Vale, vale, menos da una piedra. Y, oye… -Irene: ¿Qué? -Yo: Es que tengo una duda: ¿cómo os comunicáis en el Cielo? -Irene: ¿Que cómo? Pues hablando, como todo el mundo -Yo: ¿Hablando con palabras? -Irene: Pues claro, ¿cómo iba a ser si no? -Yo: No, quiero decir, ¿con palabras audibles?, ¿que unos pronuncian y otros escuchan? -Irene: Pues sí, así es
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-Yo: Vale, pero ¿cómo os aclaráis para hablar entre personas que no hablen el mismo idioma?, ¿entre unas que hablen alemán y otras tailandés, por ejemplo? -Irene: Ah, ¿te refieres as eso? -Yo: Pues sí, a eso me refiero -Irene: Pero, hombre, ¿es que no recuerdas ese pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito por San Lucas, en el que, una vez son llenos los discípulos del Señor del Espíritu Santo, en aquel famoso domingo de Pentecostés, se ponen a hablar todos sobre las maravillas de Dios y cada uno de los oyentes, venidos de lugares distintos del planeta, les oía en su propia lengua? -Yo: Sí, lo recuerdo muy bien ¿Te refieres a que, aunque cada uno de vosotros, los bienaventurados del Cielo, se exprese en su propio idioma materno, el resto de los circunstantes le oye cada uno en su propia lengua? -Irene: Sí, exactamente eso es lo que pasa cuando uno tiene al Espíritu plenamente dentro de sí, y no olvides que eso es precisamente lo que nos pasa a todos los bienaventurados del Cielo, ya hombres ya ángeles: que estamos respirando continuamente el Espíritu del Amor de Dios, el Espíritu Santo -Yo: Jo, pues, qué chulada, ¿no? -Irene: Pues sí, así de chuli es la cosa de la comunicación en el Cielo -Yo: Y oye, Irene… -Irene: ¿Qué? -Yo: ¿Cómo son las casas en el Cielo? -Irene: ¿Las casas? -Yo: Sí, las casas donde vive la gente, porque en el Cielo hay casas, ¿no? -Irene: Sí, claro que las hay. Las casas aquí son muy acogedoras, con un profuso uso de materiales cálidos, como la madera; y muy integradas en la naturaleza, como la de Frodo Bolsón y todas las de La Comarca, de la película de El Señor de los Anillos (vaya, hoy me ha dado por El Señor de los Anillos). Son casas muy humanas, preciosas; te gustarán mucho, ya lo verás -Yo: Oye, y, otra cosa: ¿cómo se hace para viajar? -Irene: ¿Para viajar? -Yo: Sí, para viajar -Irene: Pues es muy fácil; se viaja con el pensamiento: piensas en ir a un sitio y ¡zas!, al instante siguiente ya estás en ese sitio, no importa cuán lejos esté del punto de partida. Así puedes viajar a cualquier punto del Cielo, que es un universo tan alucinantemente infinito como el universo material, y que apenas se conoce desde la tierra. Pero es que también puedes viajar a cualquier punto del universo material o del planeta Tierra, y visitar así cualquier lugar a tu antojo. Y, si quieres, también puedes moverte lentamente de un lugar a otro, pasando por todos los lugares intermedios, como se viaja habitualmente en la tierra cuando se tiene cuerpo material -Yo: Oye, y… -Irene: ¿Y qué? -Yo: ¿Puedes volar por ti misma, quiero decir: sin necesidad de usar una máquina, como un globo o un avión? -Irene: Pues claro que sí; puedes hacer con tu cuerpo espiritual lo que quieras, ¿no recuerdas a Nuestro Señor Jesucristo cómo se elevó hacia el Cielo en su Ascensión, hasta que lo cubrió una nube? -Yo: Sí, recuerdo haberlo leído en el evangelio y en los Hechos de los Apóstoles 156
-Irene: Pues ahí lo tienes: si es que en La Biblia hay muchísima información sobre cómo se vive en el Cielo; lo que pasa es que mucha gente no la lee en profundidad -Yo: Sí, qué razón tienes, hija, en eso de que no leemos La Biblia en profundidad. Es que aquí, en la Tierra, estamos un poco en las berzas, como muy ocupados en nuestra vida de aquí, en nuestras propias preocupaciones, en nuestros propios miedos, y eso nos hace estar tan centrados en nosotros mismos que no nos damos cuenta, muchas veces, del mundo de Dios -Irene: Sí, eso es muy cierto -Yo: Irene -Irene: ¿Qué? -Yo: No, que pensaba yo si en el Cielo se estudia -Irene: ¿Que si se estudia? -Yo: Sí, que si se estudia; que si se va a las Universidades, a los Colegios, a los Centros de Enseñanza, al igual que se hace en la tierra. Que me da a mí por pensar que en el Cielo se conoce todo así como por ciencia infusa, sin necesidad de tener que pasar por un largo y penoso proceso de aprendizaje, a fin de aprender sobre una cierta disciplina ¿Cómo va ese tema por ahí? -Irene: Pues hombre, verás: en lo que se refiere a las cosas esenciales, en eso no nos hace falta estudiar, porque esas sí se aprenden por ciencia infusa -Yo: ¿A qué te refieres con eso de las cosas “esenciales”? -Irene: Sí, me refiero a todo lo relacionado con el mundo de la vida, del amor, de la solidaridad, de la ayuda, del bien, de las verdades esenciales relacionadas con el sentido profundo de la existencia, con la esencia de Dios. En cuanto a eso, todo el mundo de aquí las conoce; se les infunden nada más llegar aquí. Se las infunde el mero hecho de respirar el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Ahora bien, el resto de conocimientos no esenciales, como los relacionados con las ciencias físicas, químicas, biológicas, las artes, la música, el conocimiento del universo en toda su dimensión, el conocimiento de la materia y de sus leyes, las ciencias sociales y del comportamiento… todo eso es objeto de estudio pormenorizado al igual que lo es en la Tierra. Todo eso no es esencial saberlo, pero el que quiere aprender sobre ello puede hacerlo, por el mismo procedimiento que el seguido en la Tierra, quiero decir, el ir a aprenderlo y a practicarlo a centros de enseñanza; lo mismo que en la Tierra, vamos -Yo: ¿Quieres decir, con profesores, alumnos, exámenes, etc.? -Irene: Pues sí, así es. Lo que pasa es que, en el Cielo, la razón humana está iluminada por Dios, potenciada, elevada a su máxima capacidad. No es que todo el mundo sea igual de listo, ni que a todo el mundo le guste estudiar y aprender sobre las mismas cosas. No, es que la aventura del conocimiento es un mundo tan excitante, tan retador y tan estimulante - por lo que supone de gozo espiritual al descubrir cosas nuevas que está ahí, a disposición de todo aquel que lo quiera practicar, simplemente por el mero placer de conocer. De conocerlo todo sin límites, sin reparos, sin ningún tipo de zonas oscuras. Se trata de conocerlo todo y en su mayor profundidad -Yo: Jo, qué panorama tan hermoso me pintas -Irene: Es que es así verdaderamente como son las cosas aquí en el Cielo, ¿por qué te las iba a deformar yo con mis descripciones? Considera que el Cielo es lo más de lo más. Es el lugar donde todos tus deseos se ven superados por la realidad. El Cielo es Dios, es estar con Dios y en Dios, respirando el mismo Dios. Por eso, si respiras el 157
mismo Dios; si te rodea y además Dios te llena por dentro, ¿cómo sería posible que un ser humano en estas condiciones no encontrase su máxima felicidad, tanto la que le reporta su relación con Dios (su gloria esencial) como la que le reporta su relación con el resto de las criaturas del Universo (su gloria accidental)? No hay un modo de vida más adecuado o mejor para un ser humano que la bienaventuranza del Cielo. Hay muchas personas que no lo quieren reconocer, que no son capaces de desear o de imaginar un mundo así, tan total y completo. Pero los seres humanos estamos hechos para esto, para vivir la misma vida de Dios; así nos hizo Dios, y eso es lo que Él quiere que nos pase a todos y cada uno de nosotros: que vivamos eternamente con Él y en Él. Sólo tenemos que colaborar con Él un poquito, poniendo de nuestra parte lo necesario para poder ir al Cielo. Si lo hacemos, el Cielo es nuestro destino natural, nuestra Patria, nuestra Casa, a donde pertenecemos ¡Qué pena que no todo el mundo lo comprenda! -Yo: Sí, hija; es una pena, pero Dios nos hizo libres, y libres nos quiere, porque la libertad es quizá el mayor don humano -Irene: Sí, así es, papi * * * * * -Yo: Irene -Irene: ¿Qué, papi? -Yo: ¿Sabes qué? -Irene: Dime -Yo: ¿Sabes que te quiero un montón? -Irene: Sí, lo sé. Y yo también a ti otro montonal de los grandes -Yo: Sí, y ¿sabes otra cosita? -Irene: ¿Qué cosita? -Yo: Que creo que nuestro amor va a seguir así de robusto, de vivo, por siempre jamás, por toda la eternidad -Irene: Claro, ¿qué sentido tendría que nuestros actuales sentimientos mutuos cambiaran? Ningún sentido, ¿verdad? No pueden cambiar por motivo alguno, ¿o no? -Yo: Pues, sí; tienes mucha razón, Por ningún motivo nuestro amor puede cambiar; por eso no cambiará. Nos veremos en el Cielo – eso espero, quiéralo Dios – y, desde entonces, ya nada ni nadie nos podrá separar, ¿verdad? -Irene: Verdad de la buena, papi; nada ni nadie. Prometido, así será -Yo: Dios te oiga, hija mía; Dios te oiga… -Irene: Me está oyendo, de hecho; y a ti también, porque Dios está dentro de mí, sí; pero es que también está dentro de ti, en tu alma, inhabitándola como su casa, porque lo es: es su casa, Él la hizo para habitarla -Yo: Lo sé, hija; lo sé. Lo siento aquí dentro; siento a Dios dentro de mí, igual que te siento a ti. Estáis aquí, en mi alma -Irene: Sí, papi; ahí estamos, en tu alma -Yo: Irene -Irene: ¿Qué? -Yo: Eres la princesita de mi alma. Te mando un beso de los gordos, ¿vale? Muáaa -Irene: Y otro más gordo para ti, papi: Muáaa, muáaa y requetemuáaa. Adiós, nos vemos 158
-Yo: Nos vemos, hija; nos vemos. Ojala sea prontito. Cuando Dios quiera, por supuesto, pero ojala no sea muy tarde, ¿eh? -Irene: Amen Jesus
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XII. HAPPY BIRTHDAY, IRENE Hola, querida hija mía, ¿Te lo puedes creer, Irene?, pero si resulta que cumples ya 23 castañas, mi adorada hijita... Han pasado ya 23 años, hoy 27 de enero, desde que naciste a la vida de la Tierra. De ellos, 17,5 los viviste con cuerpo de carne, y el resto con tu cuerpo espiritual, en el Cielo. Qué morro tienes, hija mía; has sido mucho más lista que yo: naciste más tarde que yo y te has ido al Cielo mucho antes que yo; qué envidia me das. Bueno, no es que hayas sido tú quien haya decidido cuándo nacer a la Tierra y cuándo nacer al Cielo, claro está, que ya sabemos que eso lo decide Dios. Sí, resulta que Dios decide la duración de la vida de cada ser humano antes de nacer a la Tierra, y jamás cambia esa decisión. Pero, como Él quiere que todos vayamos al Cielo, hace todo lo posible para lograrlo, enviándonos a cada uno de nosotros grandes cantidades de Su Amor, a lo largo de toda nuestra vida terrenal. Si respondemos bien al envío de ese Amor – que no es sino el Espíritu Santo de Dios – Dios nos envía más Amor cada vez, hasta lograr que nos asemejemos todo lo posible a Él ¿Para qué?: Pues para que, al ser semejantes a Él, podamos vivir unidos a Él por toda la eternidad. Para eso nos creó Dios, para eso y para nada más: para vivir eternamente felices de Él y con Él, y con todos los seres buenos, con todos aquellos que aprendieron a amar según Dios, con todos aquellos que han sido y serán. Tú siempre respondiste muy bien al Amor de Dios, mi vida. El otro día, sin ir más lejos, pude verte en esas cintas antiguas de vídeo que tu hermano nos ha regalado a tu madre y a mí por Reyes. Pude ver no solamente lo bello que es tu cuerpo, sino que pude ver también cómo es tu alma, esa maravillosa alma que Dios te dio. Tu alma posee unas características tales que te ayudaron mucho a responder positivamente al envío del Amor de Dios desde el Cielo. Claro, es que Dios, que sabía que tu vida en la Tierra sería corta, dotó a tu alma de dones especiales, para que aprovechases en muy poco tiempo el envío de Su Amor y así fueras al Cielo. Y es que tu alma, mi querida hija, es así: 1. ALEGRÍA: Eres alegre y feliz, te ríes mucho (gran signo de inteligencia) y te gusta ponerte a saltar sin ton ni son, o a bailar; disfrutas mucho por el mero hecho de estar viva. Te encanta la música, tienes muy buen oído musical y te gusta mucho cantar, sin darte vergüenza alguna hacerlo delante de un auditorio lleno de gente. 2. COMUNICACIÓN: Te comunicas de una forma muy fluida con los demás. Cuando alguien te habla, dejas lo que estés haciendo y te pones a escuchar con atención. Escuchas atentamente y reaccionas proactivamente ante las preguntas que te dirija quien te hable. No es que no tengas tus propios intereses, sino que los supeditas a los de los demás. Tienes gusto por nuevas formas de comunicación, tanto por otros idiomas distintos a tu lengua materna como por formas de comunicación basadas en la imagen. 160
Tienes gran facilidad para expresar ideas y sentimientos, tanto oralmente como por escrito. 3. HABILIDADES SOCIALES: Tienes marcadas habilidades sociales, basadas en una pasmosa facilidad para establecer contacto con otras personas, hacer buenos amigos rápidamente y forjar lazos de profunda y sincera amistad. Para ti todas las personas a tu alrededor son valiosas; las miras a todas ellas como a regalos, como a seres por los que dar gracias por estar en tu vida. 4. INTELIGENCIA: Eres muy inteligente, tienes gran facilidad para aprender conceptos nuevos rápidamente y reaccionar con mucha curiosidad y gozo ante nuevos retos que se enfrenten a tu inteligencia. 5. SENSIBILIDAD AL AMOR: Eres muy sensible al amor, al bien; te sientes muy amada y tus ojos captan fácilmente el bien a tu alrededor, aunque éste sea mínimo. Eres muy familiar, muy enamorada de tu familia y de tus amigos. Eres optimista y muy sufrida, muy poco quejica. 6. SENSIBILIDAD AL DOLOR AJENO: Tienes una gran conciencia del sufrimiento a tu alrededor. Eres muy sensible al dolor ajeno y sientes compasión por cualquiera que sufra a tu alrededor, especialmente cuando de mujeres se trata. Te ponen enferma situaciones como la violencia de género o el papel secundario de la mujer en ciertas culturas. 7. VIAJE: Estás muy interesada en viajar, en conocer nuevos lugares, nueva gente y nuevas culturas. Te fascinan las grandes ciudades cosmopolitas y multiétnicas, tales como Londres o Nueva York. 8. VOLUNTAD: Eres muy aplicada y esforzada en tus empeños; te tomas cada nueva tarea muy en serio, demostrando tener una gran fuerza de voluntad Es decir, que tú eres, hija mía de mi amor, alegre, comunicativa, sociable, inteligente, sensible al amor y al dolor ajeno, viajera y voluntariosa. Con un alma así, ¡cómo no habrías de ir al Cielo en tan poco tiempo de vida terrenal! Sí, claro, no poder tener tu presencia física a mi lado es una verdadera lata. Esa es mi cruz: tu ausencia física. Así dice el Señor: “El que quiera venir en pos de mí, muera a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mateo 16,24). Eso es precisamente lo que yo hago cada día con mi cruz, con tu ausencia física: muero a mí mismo por ella cada día, la tomo sobre mis hombros, como Jesús tomó la suya, y le sigo, mi amor, voy tras Él, tras Su Amor. Pero tu ausencia es una cruz gloriosa para mí, puesto que precisamente esa es la cruz que me ha llevado a Dios. No es posible vivir una nueva vida sin morir a la anterior; si no se muriese a la anterior, la nueva no sería nueva. Mi cruz, tu ausencia, hizo morir mi alma al mismo tiempo que murió tu cuerpo. Y, al igual que tú ahora vives tu nueva vida con Dios en el Cielo, tras morir a tu vida anterior, lo mismo me pasa a mí: tras morir – espiritualmente, en mi caso – a mi vida vieja de pecado ahora también yo
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vivo, como tú, una nueva vida con Dios. Mi alma ahora, como la tuya, está en el Cielo, aunque mi cuerpo esté todavía en la Tierra. Ya entendí que hay dos escenarios o dimensiones: el tiempo (donde yo vivo ahora) y la eternidad (donde vives ahora tú) y que, en cada uno de esos dos distintos escenarios, un alma humana puede vivir en el estado Cielo, en el estado de tener su alma íntimamente unida a Dios. Claro que el Cielo de la eternidad es infinitamente más gozoso que el Cielo del tiempo, pero no por ello deja de ser gozoso el estar unido a Dios, ya en el tiempo ya en la eternidad. Ambos Cielos suponen vivir la vida divina en un alma humana, o sea, tener al Espíritu Santo de Dios residiendo en ella. No te tengo físicamente a mi lado, eso es cierto, pero lo más importante para un padre es saber que su hijo/a está bien, que es feliz, aunque no pueda verle temporalmente. Lo que sí debe ser absolutamente insufrible y descorazonador para cualquier padre es la perspectiva de creer que ya no volverá a ver a su hijo/a nunca más, porque su hijo/a no existe. Ese dolor no se lo desearía yo ni a mi peor enemigo Pero, afortunadamente, esa no es la realidad de quienes creemos que Jesús es el Hijo de Dios porque, quienes así creemos, tenemos vida eterna, ya que el mismo Jesús, que es Dios, así nos lo ha dicho (Juan 6,47), y Él es la Verdad absoluta y, por ello, a Él le es completamente imposible engañarse o engañarnos, ya que ningún ser – ni siquiera Dios - puede ser una cosa (la Verdad) y simultáneamente su contraria (la Mentira). De modo que sí, que es cierto que no tengo tu presencia física, pero también es cierto que sé con absoluta certeza que eres inmensa y totalmente feliz, todo lo feliz que tú podrías haber soñado haber sido y mucho más, ya que esa es la única manera en que se puede vivir con Dios en el Cielo. Sé que estás viva, mucho más viva que yo, al estar vinculada íntimamente y ya sin limitaciones a la fuente de la vida, que es Dios. Y sé que sigues siendo tú misma, la misma Irene de siempre solo que ahora plena en tu alma de poder de Dios. Y, si eres la misma, distinta de cualquier otro ser humano e igual sólo a ti misma, tu personalidad se seguirá expresando como siempre, y no hay que ir a estudiar a Salamanca para comprender cómo vives actualmente, en un entorno tan maravilloso como es la eternidad-Cielo. Así, repasando las notas que definen tu personalidad, no es descabellado visualizar tu vida actual en los términos siguientes: 1. ALEGRÍA: Si ya disfrutabas de lo lindo en la Tierra por el mero hecho de estar viva, ¿cómo no disfrutarás ahora por la misma razón, cuando ahora estás en contacto íntimo y directo con la Vida? Sé que en el Cielo de la eternidad lo que se respira es el Amor de Dios en vivo y en directo, esto es, el Espíritu Santo, el deseo del Bien que tiene Dios sobre toda criatura, y sé que ese Amor de Dios produce un gozo inefable en toda alma del Cielo. Es alegría profunda en estado puro lo que sientes ¿Que cómo sé lo que sientes tú? Muy fácil: ¿no ves que yo siento lo mismo, aún a escala reducida? Por eso, si yo siento lo que siento, aún estando limitado como estoy por mi cuerpo de carne… ¡ay, ya me puedo imaginar la alegría de vivir que sientes tú! 2. COMUNICACIÓN: La práctica continua de esta capacidad tuya te produce un gran gozo adicional en el Cielo de la eternidad. Como siempre has manejado magistralmente el arte de la comunicación interpersonal, ahora vives esa experiencia 162
sin los límites que impone la carne corporal. Ahora puedes comunicarte directamente de alma a alma, de mente a mente, y lograr una transmisión de ideas mucho más plena que cuando vivías encarnada en la Tierra. Te comunicas con los millones de seres buenos que viven en la eternidad-Cielo, ya hombres ya ángeles. La lista de personas excepcionales e interesantísimas que pueblan el Cielo es casi infinita, y su relación con ellas supone para tu alma una fuente inagotable de contentamiento espiritual. Sé también que te comunicas por decisión propia, precisamente debido a tu alta sensibilidad al dolor ajeno, con las miríadas de almas humanas que habitan la eternidad-Purgatorio; que las confortas y las consuelas, siendo tus palabras un lenitivo para su purificador dolor de amor, y que esta tarea de ayuda tuya le es muy agradable a la Virgen María. Sé que también te comunicas con la gente de la Tierra, donde hay tanto dolor, inspirándoles para que contacten con la Fundación (www.contralameningitis.org) para su propio beneficio; eso lo veo a diario, como también veo que nos inspiras y nos guías a quienes trabajamos directamente en la Fundación. Y no solamente en relación con la Fundación, porque yo te he preguntado infinidad de cosas en muchas ocasiones, y es hoy el día en el que tengo que reconocer que jamás me han faltado tus respuestas, aparte de que, cuando tienes algo que decirme, es indudable que, de una u otra forma, me lo dices. Está claro, hija mía la más pequeña: eres la pera limonera en lo que a comunicación se refiere. 3. HABILIDADES SOCIALES: La eternidad-Cielo, plagada de seres buenos, es el mejor campo de operaciones para esta capacidad tuya. Hablas con unos y con otros, con humanos y con ángeles, socializas permanentemente en fiestas, compartes opiniones apasionadas sobre esto o sobre lo otro, bailas, cantas, te reúnes con almas jóvenes para pasarlo bien, vas de excursión a las verdes praderas del Cielo, junto a las fuentes tranquilas a las que el Señor os lleva por el amor de Su nombre… En fin, si hay un lugar perfecto para desarrollar esa necesidad imperiosa que tienes de estar compartiendo tu vida con los demás, ese lugar es la eternidad-Cielo. 4. INTELIGENCIA: En la eternidad-Cielo, cualquier verdad está desnuda, sin velo; cualquier tema que te interese explorar, conocer, comprender, está ahí, a tu disposición, disponible para ser comprendido por completo, porque ahora estás asistida por el inmenso poder de Dios. Ya sea un asunto relacionado con el mundo material ya lo sea con el espiritual, no tienes barrera alguna para penetrar en él y poderlo asimilar. La Verdad simple y perfecta está ahí, a tu alcance, y el reto intelectual que supone el conocimiento de nuevos asuntos te produce otro gozo adicional. 5. SENSIBILIDAD AL AMOR: Si en la Tierra ya gozabas enormemente al detectar el bien a tu alrededor, ahora que vives el Bien infinito, que es Dios, no solamente en la atmósfera de Amor que te rodea, sino entrando por tu boca y produciéndote un inefable bienestar desde el interior de tu cuerpo espiritual, tu gozo está elevado a un nivel imposible de describir con palabras; sólo es posible sentirlo, no tanto hablar de él.
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6. SENSIBILIDAD AL DOLOR AJENO: Como antes te decía, hija mía, esa sensibilidad tuya se refleja en que no te puedes estar quieta sin ayudar a los que sabes que sufren. Y los que sufren están en la Tierra y en el Purgatorio, ya que la eternidad-Infierno es una realidad completamente apartada de Dios y, quienes allí viven, no pueden recibir ayuda alguna (“Además, entre vosotros y nosotros se abre un gran abismo, de manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí", Lucas 16,26). Por eso dedicas gran parte de tu energía a ayudar, a ayudarnos a muchos. Yo lo noto; ya lo creo que lo noto, vida mía. 7. VIAJE: El viajar en la eternidad-Cielo goza así mismo de características ilimitadas. En la Tierra, para transportar un alma humana de un lugar a otro, no hay más remedio que transportar el cuerpo al que esa alma esté unido. Hay que gastar enormes cantidades de recursos en el transporte de almas de un sitio al otro: coches, camiones, trenes, aviones, barcos, carreteras, ferrocarriles, puertos, aeropuertos, gasolinas de todo tipo… Sin embargo, dada la agilidad de las almas desencarnadas, viajar es tan fácil como decidir a dónde se quiere ir y, sin más que un movimiento del pensamiento, estar ya en el lugar elegido, de cualquier punto del universo material o del espiritual, aunque también se puede pasar por todos los lugares intermedios entre el origen y del destino del viaje, como pasa en el viajar de la Tierra, si así se desease. Así que, con lo que a ti te gusta viajar, ya puedo ver que no debe de quedar rincón alguno del planeta Tierra, ni planeta alguno, galaxia alguna, estrella alguna que ya no hayas visitado, acompañada de tus amigos ángeles y hombres, como si lo viera, y lo mismo pasará con el universo espiritual: todos sus rincones te son ya conocidos. Que viajas a tutiplén lo tengo meridianamente claro, porque me has inspirado el ir a muchos sitios que tú no habías visitado más que tras tu muerte, a fin de que, en ellos, descubriera determinados mensajes que querías transmitirme ¿Qué te creías?, ¿que la policía es tonta? 8.VOLUNTAD: Ahora tienes, lógicamente, no la misma fuerza de voluntad de antes, de cuando vivías en la Tierra, sino mucha más, ya que ahora cuentas con el propio poder de Dios, al ser como una extensión de Él. Por eso has sido capaz de inspirarnos, a tu madre y a mí, la creación de la Fundación. Por eso, porque sé lo obstinada que puedes llegar a ser – que para eso soy tu padre y te conozco – no has parado de darle la tabarra a Nuestro Señor Jesucristo hasta que has conseguido que nos llevase al Cielo con Él, precisamente porque querías que no nos perdiéramos por el camino, para así poder estar todos juntos por toda la eternidad. Como bien dice tu madre, hija mía, tú estás hecha de pasta de amor y, siendo de esa pasta, es claro que tu sitio era el Cielo; que tu reino no era de este mundo, que tu destino era morir pronto a la Tierra para vivir muy pronto en la eternidad, ser inmensamente feliz junto a Dios y desarrollar tus misiones de amor desde allí. Yo, mi niña, no tengo palabras para agradecer a Dios el maravilloso e inmerecido regalo que nos hizo a tu madre y a mí cuando tú naciste. No solamente has llenado de dicha nuestras vidas mientras viviste en la Tierra con nosotros, tus padres y tu hermano, sino que, después de muerta, has sido el instrumento usado por Jesús para darnos su divina vida, su Espíritu Santo. 164
Tu madre y yo hemos sido los instrumentos usados por Dios para transmitirte la vida natural humana, pero tú has sido el instrumento usado por Dios para darnos su propia vida sobrenatural divina. Por eso no tengo más remedio que celebrar hoy con gozo tu vida, mi amor: HAPPY BIRTHDAY TO YOU (TE DESEO FELIZ CUMPLEAÑOS), mi pequeña grande hijita Irene de mi amor. Te quiero mucho, mi vida. Tu Papá.
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XIII. TUS ADORABLES HUESOS
Apreciados lectores: En esta ocasión me comunico con vosotros también en relación con el cumpleaños de mi niña, mi amada hija Irene del Cielo - que celebramos el pasado 27 de enero – y con esa felicitación a ella que salió de mis manos en ese día, titulada “HAPPY BIRTHDAY, IRENE”. Y es que, si consideramos mi felicitación a Irene como un regalo mío hacia ella; ella, mi hija, que es única en su especie, también me hizo muchos otros regalos a mí. Ya sé – no digo que lo imagine, sino que lo sé con absoluta certeza - que hay quien piensa que yo, yo mismo con mi propio organismo, he sido quien le ha dado a mi hija su nueva vida sobre esta Tierra; que, en base al gran amor que le tengo a su memoria, me he inventado la manera de sentir que, de alguna forma, mi hija sigue viviendo a mi lado en esta Tierra. Que me he inventado la Fundación que lleva su nombre; que me he inventado mi nueva fe en Dios, para así poder creer que mi hija sigue viva y le hablo y me habla; que me he inventado, gracias a un supuesto talento mío, un espacio en el que especular, o imaginar que mi hija sigue viva: la literatura, ese lugar donde las palabras cobran vida, aunque sean sólo eso: nada más que palabras, pensamientos, reflexiones, deseos, y… poco más. Sé que por eso, por el gran amor que es evidente le tengo a mi hija muerta, muchos me miran con la misma indulgencia con la que se mira a un pobre desgraciado, a un demente, a un loco, consintiendo mis desvaríos mentales y musitando un “pobrecillo, déjalo estar, lo único que pasa es que está trastornado de amor por su hija”. Y es cierto, es cierto que estoy loco de amor por ella, pero también es cierto todo lo demás, lo de la Fundación, lo de la fe y lo de la literatura. Eso es todo ello auténtico, aunque sé que hay quien no lo entiende y posiblemente no lo entienda jamás. Aún así, siempre hay quien sí lo entiende. Frédèric de Martini, por ejemplo, que es un querido hermano francés de nuestro grupo de Acción Católica de Villanueva de la Cañada, sí que lo entiende. Por eso, nada más recibir mi email de felicitación a Irene, el 27 de enero pasado, me contestó él lo siguiente: Jorge, Desde el aeropuerto de Dakar te mando este mensajito. Qué amor os tenéis los 2! Me habría encantado conocer a Irene-terrenal! Pero no me preocupo, porque un día llegará en que conoceré a Irene-cuerpo espiritual (Bueno, si Dios me lo permite!) Os admiro mucho a los 2, Tu Amigo, Fred Y resultó que, nada más leer yo el mensaje de Fred en la pantalla de mi Blackberry, ya dispuesto a dormir en mi cama, una honda emoción rodeada de 166
copiosas lágrimas me embargó, por espacio de unos 10 minutos, hasta que se me pasó el soponcio y pude conciliar finalmente el sueño. Tal fue mi emoción que le contesté a Fred por email, el 30 de enero, lo siguiente: Hola, mi querido hermano Fred, Necesito compartir algo contigo, ahora mismo sabrás por qué: Verás, este mensaje que me he enviaste el otro día desde el aeropuerto de Dakar, me produjo una intensa emoción nada más recibirlo. Estaba yo en la cama, antes de dormir, y nada más leerlo estuve varios minutos inflamado de emoción, de lágrimas de amor por mi hija Irene, de hondos e interminables sollozos de gozo por ella, siendo tu email el que desató esa profunda emoción en mí. Desde entonces he estado meditando en varias ocasiones sobre tu email, y ahora mismo acabo de comprender del todo por qué me causó esa emoción tan honda. Es por lo siguiente: Tú dices: "Que amor os tenéis los 2!" Es decir, no dices "qué amor le tengo yo a Irene" sino "qué amor nos tenemos los dos". O sea, que reconoces, en el escrito mío dirigido a Irene, que ella me ama a mí tanto como yo la amo a ella; eres consciente de que ella me ama, de que no es sólo que yo la ame a ella, o a su memoria en mí, sino que ella también me ama, en tiempo presente, a mí. Por otra parte, tú dices: "Me habría encantado conocer a Irene-terrenal!", o sea, que dices que te habría gustado tener la experiencia de Irene, tener contacto directo y personal con ella e interactuar con ella, e incluso dices que "un día llegará en que conoceré a Irene-cuerpo espiritual", luego deseas e intuyes que eso sucederá en el futuro. Tu alma muestra, con esas palabras tuyas, apertura a la experiencia del contacto con Irene. Pues bien, encuentro que la explicación al porqué de la gran emoción y amor por Irene que me produjo la lectura de tu email es ésta: Realmente tú ya has tenido experiencia de Irene, ya la has conocido. La has conocido a través de mis escritos; tu alma se ha abierto a ella y, como consecuencia de eso, ella ha podido usar tu cuerpo; directamente te ha inspirado el texto de tu email, en el que has escrito que ella también me ama a mí. Mi lectura profunda de tu email, escrito como reacción tuya a haber leído el mío a Irene, es ésta, poniendo tus palabras en labios de la propia Irene: "Muchas gracias por tu escrito, papá; por tu felicitación de cumpleaños. Yo también te quiero mucho a ti". Ahora, mi hermano Fred, con esta explicación que te doy, sí que puedo comprender por qué tu email me inflamó de amor por mi hija: es porque ella estaba hablando conmigo a través de ti, lo cual te agradezco infinitamente. Un fuerte abrazo de este loco, loco de amor por su hija del Cielo, Jorge, tu hermano en Cristo. * * * * *
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Más tarde vi personalmente a Fred, el martes en nuestra reunión del grupo de Acción Católica, quien me dijo que lo que él leyó en mi felicitación de cumpleaños a Irene no es una pieza de literatura bien escrita, que eso es aparte; sino que lo que él entendió es que hay una relación fortísima de amor entre mi hija muerta y yo, algo muy fuerte que se expresa como un torrente de amor en ambas direcciones, de mí hacia ella y de ella hacia mí. Tras estas palabras de Fred, acudí a releer mi felicitación a Irene, para tratar de comprender en qué palabras vio Fred que Irene me ama a mí de una forma real, efectiva, actual, que da como resultado acciones lideradas desde el Cielo, por Irene, hacia la Tierra. Y vi las frases siguientes:
Sé que también te comunicas con la gente de la Tierra, donde hay tanto dolor, inspirándoles para que contacten con la Fundación
Veo que nos inspiras y nos guías a quienes trabajamos directamente en la Fundación.
Yo te he preguntado infinidad de cosas en muchas ocasiones, y es hoy el día en el que tengo que reconocer que jamás me han faltado tus respuestas; aparte de que, cuando tienes algo que decirme, es indudable que, de una u otra forma, me lo dices.
Dedicas gran parte de tu energía a ayudar, a ayudarnos a muchos. Yo lo noto; ya lo creo que lo noto, vida mía.
Que viajas a tutiplén lo tengo meridianamente claro, porque me has inspirado el ir a muchos sitios que tú no habías visitado más que tras tu muerte, a fin de que, en ellos, descubriera determinados mensajes que querías transmitirme
Has sido capaz de inspirarnos, a tu madre y a mí, la creación de la Fundación
No has parado de darle la tabarra a Nuestro Señor Jesucristo hasta que has conseguido que nos llevase al Cielo con Él, precisamente porque querías que no nos perdiéramos por el camino, para así poder estar todos juntos por toda la eternidad.
No solamente has llenado de dicha nuestras vidas mientras viviste en la Tierra con nosotros, tus padres y tu hermano, sino que, después de muerta, has sido el instrumento usado por Jesús para darnos su divina vida, su Espíritu Santo.
Entonces reflexioné, lleno de satisfacción y agradecimiento a Dios, sobre la enorme gracia que Dios me ha concedido, la de poder seguir teniendo una vida con mi hija muerta, una relación de amor real entre un vivo y una muerta, que produce actos reales en ambas direcciones, desde la Tierra al Cielo y desde el Cielo a la Tierra. 168
Yo, acostumbrado como estoy a esta relación tan total con mi hija, ya ni le doy importancia a hechos como los señalados en esos puntos que acabo de destacar de mi felicitación a Irene, sino que los veo como naturales, normales, cotidianos. Pero, claro, quien no esté acostumbrado a que le pasen ese tipo de cosas, es normal que se admire al comprender que pasan de verdad, que hay a quienes les pasan. Pero no acaban ahí los regalos que mi hija me ha hecho en el día de su cumpleaños (debería ser al revés, regalarle yo cosas a ella, pero ella es así de generosa). No, sino que también me hizo otro gran regalo: poder ver, en el avión de vuelta de México del otro día, la película “Desde mi Cielo” (el título en inglés es: “The lovely bones”). ¿Por qué digo que el que yo viera esa película es un regalo de Irene?: Porque yo no tenía que volver en ese avión de Aeroméxico, que salió de México D.F. el día 26 de enero, para llegar a Madrid el 27, el día del cumpleaños de Irene. No, yo tenía que haber vuelto unos cuantos días más tarde, a primeros de febrero pero, “aparentemente” por cosas del trabajo, adelanté mi regreso a Madrid, y me encontré con esa película entre las varias disponibles para ver en el avión (en cuanto leí la breve reseña sobre su argumento, corrí a verla). Y, si no hubiera adelantado mi regreso, no podría haber visto esa película, porque en Aeroméxico cambian el pack de películas mensualmente… ¿Casualidad o maniobra deliberada de Irene, desde el Cielo, para que yo pudiera ver esa película, precisamente esa? Ah, que cada cual piense lo que quiera; ya sabéis lo que pienso yo, ¿verdad que sí? Y bien, la película trata sobre una chica de 14 años que es violada, asesinada y descuartizada por un desalmado, quien hace desaparecer sus restos para no ser encontrados jamás. Seguro que pensaréis que cómo es posible que yo considere el visionado de una película así de “tétrica” como un regalo, pero lo entenderéis mejor si os digo que la protagonista de la película, Susie Salmon, narra su historia desde el Cielo y, desde allí, evoluciona desde su primer estado anímico, nada más morir - de desesperación y odio hacia su asesino, por haberle privado de su vida terrenal – hasta un nuevo estado de felicidad plena, en el que se da cuenta de que puede vivir su maravillosa vida en el Cielo pero, además, de que puede seguir viviendo en paralelo también una nueva y maravillosa vida en la Tierra. Lo que muestra Susie – o sea, lo que muestra la escritora de la novela en que está basada la película, Alice Sebold – es lo siguiente:
Los muertos siguen vivos tras la muerte, bien en un estado atribulado, por no haber muerto del todo a su vida anterior, bien en un estado de felicidad completa y total. Es, pues, posible su evolución anímica, hasta encontrar la felicidad plena
Los muertos se comunican con los vivos a través de momentos especiales, mensajes encriptados que sólo el destinatario sabe captar, inspiraciones, pensamientos, etc.
El estado anímico de los muertos influye sobre el de sus seres queridos vivos, y viceversa.
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Los muertos ven y oyen a sus seres queridos terrenales, están alrededor de ellos, junto a ellos
Los muertos viven en sí mismos las alegrías (y también las tristezas, aunque tamizadas por una mirada de amor) de sus seres queridos vivos; viven las mismas emociones que sus seres queridos vivos
Los muertos – aquí viene lo más increíble, pero también coincidente con mis intuiciones y mi experiencia – pueden conectarse con los vivos para así vivir en sí mismos las mismas experiencias físicas que ellos y sentir las mismas sensaciones físicas que sienten ellos
Claro, ya sé: habrá quien piense que lo que escribió Alice Sebold en su novela vuelve a ser pura literatura, pura ficción, puro deseo. Sí, pero, qué curioso es que las intuiciones, inspiraciones o revelaciones que haya tenido Alice Sebold coincidan tanto con las mías. Es que se da la circunstancia de que lo que piensa y cree Alice Sebold sobre el mundo sobrenatural es exactamente lo mismo que pienso y creo yo, ¿cómo es eso posible? Tratando de encontrar una explicación a esta “casualidad”, busqué en Internet la biografía de Alice Sebold, la escritora de la novela, y hallé lo siguiente: Sebold was born in Madison, Wisconsin, in 1963. She grew up in the suburbs of Philadelphia and graduated from Great Valley High School in Malvern, Pennsylvania in 1980. She then enrolled in Syracuse University. She was raped while walking home through a park off campus. She reported the crime to the police, who remarked that a young woman had once been murdered in the same location. (Traducción: Sebold nació en Madison, Wisconsin, en 1963. Creció a las afueras de Filadelfia y se graduó en el Instituto Gran Valle, en Malvern, Pensilvania, en 1980 (tenía 17 años entonces). Entonces se matriculó en la Universidad de Siracusa. Fue violada mientras volvía a casa a través de un parque, saliendo del campus. Denunció el crimen a la Policía, donde le remarcaron que una joven había sido asesinada anteriormente en el mismo sitio). Entonces comprendí que la amarga experiencia de Alice Sebold, el haber sido violada a sus 17 años, marcó su vida pero no necesariamente para mal, sino que ese gran dolor que vivió, al haber tenido aquella horrible experiencia, hizo que profundizase en el sentido de lo ocurrido, que se hiciera las preguntas correctas en lo más hondo de su alma – que es donde nos habla Dios – hasta encontrar las mejores respuestas, las más profundas sobre la verdad del ser humano tras la muerte. Pero este regalo de Irene todavía contenía más emociones bellas para mí: Casi al final de la película, Susie Salmon dice, observando las vidas de sus familiares y seres queridos de la tierra, tras pasados varios años desde su muerte, lo siguiente: “Llegó un momento en el que empecé a ver mi vida de otra manera. Vi que, en mi ausencia, habían crecido nuevas conexiones entre las personas que me importaban. Conexiones débiles en un principio, forjadas con mucho dolor y sacrificio en algunos 170
casos pero, aún así, eran unas magníficas conexiones. Eran mis queridos huesos, que me permitían abrazar al mundo sin estar en él”. Esas frases pasaron desapercibidas para mí la primera vez que vi la película; porque sí, la vi una segunda vez después en casa con mi esposa, en DVD. Al verla esa segunda vez, las frases quedaron como dando vueltas en mi cabeza, pero todavía sin quedar su significado plenamente trasparente para mí. Fue al despertarme la mañana siguiente, el domingo pasado, cuando comprendí su sentido: Como Susie estaba vinculada por amor a su familia terrenal, todo lo que ellos vivían, todas las relaciones de amor que ellos experimentaban en la Tierra, pasaban a ser experimentadas al mismo tiempo por Susie en el Cielo, en el centro de su alma. Esas conexiones de amor entre unas y otras personas le permitían a Susie enviar amor a sus seres queridos, y recibir amor de regreso de ellos. Esas relaciones eran ahora sus huesos, la estructura de su cuerpo en la Tierra. Los huesos físicos humanos son la estructura necesaria de un cuerpo físico, lo que lo sostiene, y permiten elevar los brazos y rodear otro cuerpo, el del ser amado, dándole amor y recibiéndolo de él. Pero, para un muerto del Cielo, sus huesos han pasado a ser las relaciones de amor terrenales que tienen que ver con él, que están conectadas con él. Así es como un muerto del Cielo puede estar en la Tierra, seguir participando de la vida de la Tierra, además de vivir en paralelo su maravillosa vida del Cielo. ¿Y qué?, ¿qué tiene esto que ver conmigo y con mi Irene?: Sí, tiene mucho que ver, porque hace mucho tiempo que mi esposa y yo venimos comentando que nuestra nueva vida, la de mi esposa y mía tras la muerte de nuestra hijita Irene, es la vida de Irene, esto es, sentimos como si ahora viviéramos la vida que a ella le hubiera gustado vivir en la Tierra:
Tenemos una vida social intensísima, gracias a la propia vida de la Fundación y a la presencia de cientos de nuevos hermanos de la Iglesia en nuestras vidas
Nos vemos de repente inmersos en todo tipo de actos públicos, nos relacionamos con gente famosa, hacemos de buhoneros poniendo puestos en mercadillos ambulantes
Tenemos que viajar a muchos lugares, de la mano de los eventos de la Fundación
Nos relacionamos con muchísimas personas a las que damos amor y de las que recibimos amor
Sí, tal parece que Irene desde el Cielo, de acuerdo a la voluntad de Dios, ha estructurado un cuerpo de relaciones para sus padres – que es también su propio cuerpo terrenal - que le permite a ella misma vivir aquí, en la Tierra, a través de nosotros. Nosotros no vivíamos así, en absoluto, antes de morir Irene, sino que vivíamos más bien hacia dentro de nosotros mismos, centrados en sacar adelante a nuestra pequeña familia y con un marco de relaciones personales bastante reducido. 171
Pero todo esto ha cambiado radicalmente, y eso sólo se puede deber a la acción de Irene, y de Dios, en nuestras vidas. En resumen, mi esposa y yo nos relacionamos ahora con un enorme número de personas terrenales, muchísimas más que antes y, además, nos dedicamos a dar mucho amor y a recibir mucho amor a través de todas esas relaciones: en la Fundación, en muchos grupos cristianos, etc. Y, como Irene está vinculada por amor a nosotros, sus padres, es indudable que la atmósfera de amor que nosotros ahora vivimos es también vivida por ella en el Cielo, por Irene, al mismo tiempo. Es así como Irene puede abrazar al mundo sin estar físicamente en él, igual que Susie Salmon. Eso lo intuí ya hace bastante tiempo, tras morir Irene, cuando le escribí: “Tú eres, hija mía, el preciosísimo tesoro de nuestras almas, que nos envuelves cada día con tu presencia sutil, pero tremendamente real, en un cálido abrazo de amor”. Yo, eso es evidente, estoy enamorado de mi hija Irene del Cielo, y ella está enamorada de mí, como debe ser en toda familia como Dios manda ¿Pero por qué yo gozo de esta relación tan especial con ella, que otros muchos no gozan con sus seres queridos muertos, cuando también ellos les aman a rabiar?, ¿cómo es que yo sigo hablando con ella, y ella sigue “hablando”, a su manera, conmigo? Yo creo que es por lo siguiente:
Porque su alma y la mía son muy parecidas, están en gran sintonía, lo cual nos permite comunicarnos mejor
Porque yo jamás la he dado por muerta, jamás he renunciado a ella; siempre he creído que estaba viva, antes incluso de convertirme a la fe de Cristo
Porque he hecho, desde el principio, el esfuerzo de buscarla; mi alma no se ha encerrado en la evidencia de su ausencia física, sino que ha persistido en busca de su precioso amor del Cielo
Porque no he dejado de hablarle desde el primer momento nada más morir; nunca he dejado de comunicarme con ella, ni un solo día, esperando contra toda esperanza
De modo que, ¿qué hacer en casos similares al mío, al nuestro, para poder seguir manteniendo una relación de amor en toda regla con nuestros seres queridos del Cielo, aparentemente rota tras la separación física que impone la muerte? Sólo se me ocurre una respuesta: amar y seguir amando, esperar contra toda esperanza, y tener fe en lo invisible, en lo que no se ve pero se puede experimentar no con nuestros cinco sentidos externos (vista, oído, olfato, gusto y tacto), sino con nuestros cuatro sentidos internos (imaginación, capacidad estimativa, memoria sensitiva y sentido común); no dejar de amar al ser querido físicamente ausente, tal como dice esta preciosa oración de San Anselmo: Amándote, te desearé; deseándote, te buscaré; buscándote, te hallaré, y hallándote, te amaré. 172
Gracias, querida hija mía, por estos nuevos huesos tuyos, por estas nuevas relaciones de amor que nos rodean y nos abrazan. Ya sé que, en realidad, eres tú quien nos está abrazando a través de ellas, a nosotros y al mundo entero hasta donde tus brazos alcanzan. Yo adoro estos tus huesos, tus adorables huesos; te adoro a ti, mi niña preciosa, mi Irene del Cielo. Con mi amor puro y eterno de padre, desde la Tierra, Tu Papá.
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XIV. Y NO ESTABAS TÚ
Dice así la letra del clásico bolero de Armando Manzanero: Esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú. La otra noche vi brillar un lucero azul y no estabas tú. La otra tarde vi que un ave, enamorada, daba besos a su amor, ilusionada y no estabas tú. El otoño vi llegar, al mar oí cantar y no estabas tú. Yo no sé cuánto me quieres, si me extrañas o me engañas; sólo se que vi llover, vi gente correr y no estabas tú. Ah, la ausencia física del amado… La ausencia física del amado duele en el alma del amante ¿Por qué? Porque el amor tiende a la unión del amante con el amado; y esa unión es más perfecta cuando ambos están juntos, esto es, cuando experimentan la mayor cercanía posible el uno del otro. En las canciones de amor se habla mucho de esa sensación de ausencia entre los amantes, cuando no pueden experimentar la máxima cercanía entre ellos. Echar de menos, extrañar, echar en falta, son expresiones que vienen a significar que, cuando dos se aman pero tienen que vivir forzosamente separados por el motivo que sea, sufren mucho por esa separación que ninguno de ellos quisiera vivir pero las circunstancias de la vida les obliga a experimentar. Pensemos, por ejemplo, en la gran ausencia que experimentó la Virgen María por su hijo Jesús. Claro que ella tenía el consuelo de sus otros hijos espirituales de la naciente Iglesia, nada más morir Jesús; claro que ella aceptó ser la Madre de todos los hombres cuando su Hijo se lo pidió mientras agonizaba en la cruz; claro que especialmente San Juan Evangelista aceptó el cuidar de la Virgen María como de su propia Madre. Sin embargo ahí estaba María, viuda y sin su único Hijo, viviendo un largo exilio en la Tierra sin su santo Esposo y sin su Hijo, desde que murió Jesús hasta que Ella 174
misma murió; viviendo años y años aquí abajo hasta completar su misión, la que Dios le había dado: la de ser la Madre de la Iglesia de su Hijo Jesucristo, para fortalecerla en su nacimiento, mientras que sus grandes amores ya estaban ahí arriba, esperándola en el Cielo. Puedo imaginar cuán cuesta arriba se le hizo a la Virgen María esa espera teniendo su mirada puesta en el Cielo; deseando llegar al Cielo; pensando día y noche en el Cielo, pero teniendo que aguantar todavía más y más en la Tierra. Un día más, otro día más que era otro día menos, otro día más cerca del Cielo pero… todavía otro día más, y otro, y otro, sin siquiera saber cuál sería el último, sin saber cuándo acabaría para ella aquella su larga… ¿condena? Sí, claro que la vida en la Tierra es maravillosa pero… cuando todos tus amores están ya en el Cielo… ¿qué te retiene aquí abajo?, ¿qué puede ser más poderoso que esas voces que te llaman desde arriba a su lado?, ¿qué puedes desear más que reunirte con tus amores de nuevo, y esta vez por toda la eternidad? Puedo imaginar cuán larga se le hizo aquella espera a la Virgen María. Puedo imaginarla porque yo, en cierto modo, vivo esa misma espera en relación contigo, mi amada hijita del Cielo, mi Irene de mi alma y de mi amor. Tú estás ahí arriba, esperándome, mientras que yo sigo aquí abajo sin poderte ver… Esa es la cuestión: la vista es la puerta por la que entra en nosotros la mayor parte de la información que nos llega a diario. Es una ingente cantidad de información, de estímulos atropellados que acceden a nuestro ser cada día a través del sentido de la vista. Y resulta que la muerte de nuestros seres queridos nos impone esa separación física forzosa que genera tanta nostalgia, tanto echar de menos, tanto amor que no puede manifestarse plenamente mediante la reunión física del amante con su amado… Claro que mantengo una relación en toda regla contigo, hija mía del Cielo, claro que sí. Yo hablo contigo continuamente y tú, a tu manera, también “me hablas” a mí, y también continuamente. Sin embargo, dado que somos físicos mientras vivimos en la Tierra, nuestro cuerpo sigue echando de menos el cuerpo del ser amado, sigue deseando experimentar físicamente su presencia. Yo no soy una excepción a esa regla, que es una de las reglas del amor. Aun así me voy apañando como buenamente puedo; me explico: 1. Te veo en mi mente Recuerdo que una noche hace unos meses, en mi habitación de un hotel de México, sentí una tremenda nostalgia de ti, cariño mío. El silencio y la oscuridad me rodeaban, en esas horas nocturnas en las que me siento con total libertad para poder hablar contigo; para exponerte mis cuitas, mis pesares, mis lamentos, mis ausencias… tu ausencia. Te dije aquella noche que me gustaría tanto verte, aunque sólo fuera por un momento, que hasta daría mi vida por ello. Y pasó: no que perdiera mi vida física a cambio de verte; sino que tú, como siempre haces, me escuchaste. Tu respuesta fue verte en mi mente: de repente todas las imágenes de nuestra vida juntos en la Tierra pasaron ante mí y pude recrearme en ellas todo el tiempo que quise: desde que naciste hasta que moriste pasaron por mi mente, con una frescura y un lujo de detalles inusitado, todos esos momentos tan maravillosos que hemos vivido juntos en la Tierra, empezando por aquel momento en que te vi por vez primera, cuando la enfermera del hospital provincial de León te 175
depositó en mis brazos al poco de nacer tú, y terminando por aquella última mirada que nos intercambiamos cuando entrabas en la UCI del hospital de Madrid donde moriste; aquella última mirada que valió un mundo y que motivó el que mis manos escribieran, algo más tarde, querida hija mía, el siguiente poema: EN AQUELLOS DOS SEGUNDOS En aquellos dos segundos en que atrapé tu mirada, vivió nuestro mundo de amor; en silencio, sin palabras. Los relojes se pararon y lo demás ya no estaba. El espacio se plegó, nos transportó a otra galaxia. Solos tú y yo frente a frente, en la más perfecta nada. Tú me dijiste te quiero, yo te dije no te vayas. Tú me dijiste me muero, yo te dije no lo hagas. Tú me dijiste es mi hora, que de arriba ya me llaman. Yo te dije esto no es justo, que por ti yo me cambiara. Tú me dijiste hasta pronto, yo te dije que te amaba. Y quedamos luego en vernos; no muy tarde, tal vez mañana. En aquellos dos segundos, que quizá fueran dos siglos, nuestro amor, puro y eterno, habló por nuestra mirada. Fue una experiencia muy gozosa la de aquella noche en mi hotel de México, cuando reviví en mi mente todos nuestros momentos. Anegados mis ojos en lágrimas de amor, gocé; sí, gocé, de la visión de toda nuestra vida juntos, nuestra maravillosa vida en común a lo largo de tus 17,5 años de vida terrenal, mi niña, mi amor. Es curioso cómo los recuerdos de nuestra vida juntos se mantienen vivos, frescos en mi memoria, tan frescos como cuando sucedieron; como aquel día, o aquel otro, en que pasó esto o lo otro con nosotros dos, como mínimo, en medio de la 176
escena. Es maravillosa la capacidad humana de traer los recuerdos al presente. Están ahí todos ellos, dentro de uno mismo, como en una videoteca. Sólo tienes que seleccionar el recuerdo deseado para visualizarlo de nuevo en tu mente y, oh maravilla, vuelves a vivir lo que viviste aquella primera vez en que tal o cual escena tuvo lugar realmente, físicamente. Y es que no solamente visualizas la escena, sino que revives interiormente todos los accidentes de la misma: los olores, los sabores, los colores, el frescor del viento o del agua y, lo más importante: los sentimientos, lo que sentiste entonces y que ahora traes a tu presente. Claro es que los humanos, en la Tierra, vivimos nuestras vidas secuencialmente, momento tras momento; mientras que Dios vive su vida, la posee, en un eterno presente, toda al mismo tiempo. Pero también es verdad que los humanos podemos traer el pasado al presente, para así vivirlo de nuevo. No es lo mismo, ya lo sé, pero es muy parecido a vivir realmente de nuevo lo ya vivido. Los recuerdos son un grandísimo consuelo para los humanos; creo que precisamente por eso los humanos tenemos memoria, por eso nos la dio Dios: para que nos consolemos con los momentos felices pasados. Eso fue lo que me sucedió aquella noche, querida hija mía, en la que volví a vivir mi vida terrenal contigo, cuando tú tenías cuerpo físico. Y gocé entre lágrimas de amor, ya lo creo que gocé, y gocé más todavía cuando comprendí que habías sido tú quien lo había hecho posible; quien había traído a mi memoria todos aquellos recuerdos tan vívidos, tan actuales, tan reales. Supe que la responsable de aquella maravilla habías sido tú porque te acababa de decir que quería verte, que tenía una enorme necesidad de verte. Tu respuesta fue precisamente esa: “¿dices que quieres verme?, muy bien: veme entonces, aquí me tienes”. Y todas aquellas imágenes aparecieron en mi mente al instante. Gracias, tesoro mío; gracias por consolar así a tu padre. 2. Te veo en el televisor Sé que fuiste tú también quien inspiró a tu hermano el que nos regalase en la Navidad pasada, por Reyes, todas esas cintas antiguas de vídeo en las que sales tú. Fue tu hermano, las recuperó no me digas cómo, porque yo ya ni me acordaba de su existencia, y mucho menos de su ignoto paradero en casa. Y allí se presentó tu hermano Jaime el día de Reyes, con una caja envuelta en papel de regalo con un lazo rodeándola, ofreciéndonos la caja a tu madre y a mí. Dentro estaban todas esas cintas cuyo visionado ha supuesto para mí un gozo tan grande. Una de las que más me gusta es la de tu Primera Comunión, donde sales así tan guapa, con tu traje blanco, vestida de princesa. Tú siempre serás mi princesita, hija mía, hay que ver qué hermosa eres. Tu madre y yo íbamos de progres por entonces (ay, ignorantes) y no te habíamos bautizado, ni a tu hermano ni a ti. Pero tú, menos mal, inspirada por la Gracia de Dios, quisiste bautizarte y hacer la Primera Comunión, lo cual sucedió a tus 10 años (y otro tanto decidió tu hermano en su momento, antes que tú). Afortunadamente, los cenutrios de tus padres, mamá y yo, no nos opusimos a que lo hicieras, porque la cosa podría haber sido mucho peor; como en esos frecuentes casos de padres que son tan progres tan progres tan progres que no dejan a sus hijos ser 177
católicos. Menos mal, no llegó hasta ese punto nuestra supina estupidez, gracias a Dios. Ya me puedo imaginar a Nuestro Señor Jesucristo, Hermano mayor y Dios Nuestro, viendo desde el Cielo nuestros desmanes sobre la fe, nuestra “gran liberalidad de progres de tres al cuarto” al no haberos bautizado ni a tu hermano ni a ti. Seguro que entonces pensaba Él para sus adentros: “Ay, pobres hermanos míos, qué ignorancia tan atrevida la suya; no saben que han impedido por muchos años que sus hijos fueran hijos de Dios”. Hijos de Dios. Eso fue lo que impedimos que fuerais tu hermano y tú durante muchos años: hijos de Dios. Hoy sé y valoro lo que ello significa: participar de la naturaleza divina, tener la misma vida de Dios viviendo dentro del alma, estar divinizado por voluntad expresa del mismo Dios. Pero entonces tu madre y yo éramos ignorantes de ello. Menos mal que Dios tomó las riendas de vuestras vidas y os inspiró el que vosotros mismos llegaseis a ser hijos de Dios, y que os bautizarais y recibierais a Cristo en la Primera Comunión, menos mal. Así que allí estabas tú tras el altar, con tu vestido de princesa de cuento de hadas, blanco, puro, inmaculado; del todo puro, tanto como tu alma, mi amor, en uno de los momentos más especiales de ese vídeo; ese en el que sales a leer un pasaje de la Sagrada Escritura ante la asamblea reunida en la iglesia, y vas y lees lo siguiente (1 Cor 11, 23-26): “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez os he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la bebáis, hacedlo en memora mía». Y así, siempre que comáis este pan y bebáis esta copa, proclamaréis la muerte del Señor hasta que él vuelva”. Sí, mi amor lindo del Cielo: ese pasaje es uno de los cuatro, junto con los contenidos en los tres evangelios sinópticos, en los que se narra la institución de la Eucaristía por Nuestro Señor Jesucristo, usando sus mismas palabras. Tú estabas allí, detrás del altar, haciendo de sacerdote, haciendo de Cristo, diciendo las mismas palabras que las que Cristo dijo cuando instituyó este Sagrado Misterio, este inmenso Milagro del Amor de Dios que es la Eucaristía. ¿Qué es la Eucaristía sino el acto de amor que Dios hace con nosotros cada día, ese en el que Jesús nos entrega su vida de humano resucitado a cambio de nuestra pobre y mísera vida? Allí estabas tú también, mi niña, entregando tu propia vida a Cristo en tu Primera Comunión, como imagen profética de lo que harías no mucho más tarde, siete años más tarde en concreto: entregarla definitivamente en el momento de tu muerte. Tu vida, la de Cristo; tu sacrificio, el de Él; mi sacrificio y el de tu madre por no tenerte físicamente a nuestro lado… ¿No ves en todo ello encerrado un gran misterio, un enorme Misterio Eucarístico en el que todos, Cristo, tú y nosotros, tus padres, estamos implicados e interconectados? Sí, yo también lo veo, mi amor; lo veo clara y meridianamente. Otro momento álgido de la celebración de tu Primera Comunión, hija mía, fue cuando diste gracias a Dios por tener un hermano, por tener en tu vida a tu hermano 178
Jaime. Por aquellas fechas, Jaime con sus 15 años, en plena “edad del pavo”, no hacía más que torturarte, molestarte, ignorarte… y todo ese cortejo de lindezas con las que algunos hermanos y hermanas prodigan a sus otros hermanos y hermanas. Recuerdo que una de las cosas que hacía tu hermano para fastidiarte era decirte que tú eras adoptada, que no eras hija biológica nuestra. Más de una vez nos lo preguntaste a mamá y a mí, hasta que entendiste que no lo eras. No había más que verte, hija mía; no había más que ver tu cuerpo y compararlo con el mío o con el de tu madre para advertir claramente que tú eres hija biológica nuestra, de mamá y mía. Pero hubo un tiempo en el que, cuando eras más pequeña, estabas preocupada por este asunto, por esta delicadeza con la que tu hermano te trataba. Pues bien, aún así, aún teniendo un hermano así de plasta, fuiste tú el día de tu Primera Comunión y diste gracias a Dios, delante de todo el mundo, por tener a tu hermano en tu vida. Supongo que, si tu hermano te oyó, eso le haría sentir dentro de él que tenía una hermana que no se merecía, ¿verdad que sí? Y, por supuesto, el momento más importante de la celebración de tu Primera Comunión fue cuando comulgaste con el Cuerpo y la Sangre del Señor. Ay, qué maravilla; a pesar de la ignorancia de tus padres progres; a pesar de que ellos habían decidido no bautizarte cuando eras un bebé, llegó Dios ye te llevó con Él, te hizo hija de Dios de pleno derecho; te cambió de criatura de Dios a hija de Dios, nada menos. Fuiste de Dios antes de morir, hija mía, y recibiste a Cristo en tu ser. Eso conforta mi alma muchísimo, de verdad. Así es el Señor: corrige nuestros muchos desvaríos con la fuerza de Su poder. Menos mal que Dios existe…y actúa en nuestras vidas. En definitiva, ahora puedo verte en el televisor a placer, desde que tu hermano nos regaló tus cintas de vídeo. Sí, ya sé que son siempre las mismas imágenes, sólo las contenidas en esas cintas, pero eso no me importa: tengo tantas ganas de verte que todo lo tuyo me interesa, y mucho. Así que visiono una y otra vez, y otra vez más, esas cintas, que hemos pasado a DVD para que no se estropeen y, cada nueva vez que las veo, siempre me quedo prendado de ti, mi amor, como si fuera la primera vez que las viera. Ay, cómo es el amor, que hace que el amante quiera ver a su amado como sea; aunque sea así, en foto, en vídeo o como sea ¡Cuántas ancianitas y ancianitos no hacen eso la mayor parte de su tiempo: vivir de sus recuerdos! Sí, que hermoso es recordar los viejos buenos tiempos, traerlos al presente con la ayuda de la fotografía o el vídeo. No es lo mismo que tenerte físicamente en persona a mi lado, pero se le parece…y eso es todo lo que hay, todo lo que hoy puedo hacer por verte, ¿o no? 3. La otra tarde… qué susto me diste La otra tarde, hace no mucho, me quedé dormido en el sillón verde de casa, ese que se reclina hacia atrás; estaba agotado y caí rendido sobre él al llegar a casa después del trabajo. No es un sillón muy bueno y, si te quedas un rato largo allí dormido, luego te duele todo el cuerpo. Pero ese no fue el caso: la otra tarde me quedé dormido no más de media hora, creo yo. Pero, al despertar, te vi mirándome de frente, junto a mi pierna izquierda. Tú estabas allí de pie, mirándome y, claro, al verte me pegué un susto de muerte. No porque fueras tú, sino porque el hecho me pilló de manera imprevista. Bueno, ya te acordarás del respingo que pegué: pegué un bote en el sillón y el corazón me dio un vuelco. 179
Cerré los ojos y los volví a abrir de nuevo, pero tú ya no estabas allí. Se ve que te pillé un poco por sorpresa, que no habías previsto que abriera mis ojos en aquel momento y te viera, en esa zona difusa y mágica que existe siempre entre el sueño y la vigilia. Y, la verdad, no me extraña que no te prodigues más en esas apariciones súbitas ante mis ojos, porque en otra de esas me da un infarto y ahí me quedo… lo cual, por otra parte, tampoco estaría nada mal, ahora que lo pienso… Pero es evidente que no quieres que te pille como la otra tarde; que no quieres que te vea así, en vivo y en directo, puesto que desapareciste así de súbitamente la otra tarde ¿Por qué? Aventuro que porque, si eso de verte así como tal cosa me sucediera día sí y día también, como yo soy un bocas y soy incapaz de guardarme un secreto para mí solito, sino que siempre voy y lo cuento todo a todo el mundo a los cuatro vientos, ya entiendo yo que el personal me tildaría de lunático y, entonces, lo que yo les dijera a partir de ese momento ya no tendría valor alguno para ellos; sería solamente el discurso de un loco de la colina más, como otro cualquiera. Sí, creo que esa es la explicación más lógica y plausible del por qué no te prodigas más en esas apariciones físicas tuyas ante mí. Bueno, soy consciente de que no me diste demasiado tiempo como para reconocer tus rasgos, porque el verte y no verte fue cosa de una fracción de segundo. Pero ¿quién del Cielo sino tú se dedicaría a estar ahí, a mi lado, mirándome, velando mi sueño? Lo digo también por aquel poema que me escribiste un día ya desde el Cielo a través de mis manos; ese que dice así: YO VELARÉ TU SUEÑO Duerme así, Papá; duerme tranquilo; olvídate del ruido incesante de tu mente. Descansa en paz, sereno, que yo velaré tu sueño. No pienses en nada; sólo siente. Que tu sueño sea bonito, que trate del Cielo, que trate de mí. Que tú y yo caminemos, cogidos de la mano, por campos frescos y verdes, oyendo el trinar de los mirlos, el zumbar de las abejas, el cantar del arroyo, el murmullo del viento. Que tú y yo nos miremos a la cara y nos sobren las palabras. Ahora mismo, así dormido, estás en mis dominios, en el reino de lo Absoluto. Ahora eres mío y, si lo deseo, puedo entrar en tus sueños y decirte cuánto te quiero.
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Pero no, que eso ya lo sabes; prefiero contemplarte desde fuera. Me gusta verte así, con tus ojos cerrados y tu respirar profundo. Me gusta ver cómo tu pecho se eleva y desciende pausadamente, al ritmo que le dicta tu cerebro. Doy gracias a Dios por no tener ya que dormir, porque así puedo estar siempre pendiente de ti. Quiero que seas feliz en tu vida, quiero apartarte del mal y quiero que no te olvides nunca de tu hija Irene, la que te ama, la que te habla desde el Cielo. Cómo me gusta verte dormir. Podría pasarme así toda la Eternidad, contemplándote en el silencio de la noche. Tu tranquilidad es la mía, tu bienestar mi alegría. Descansa en paz, Padre mío; descansa sereno, que yo velaré tu sueño. Por eso me reafirmo en que fuiste tú, la otra tarde, quien me dio aquel susto de muerte. Pero, bromas aparte, ¿sabes qué te digo, hija mía?: Dame ese tipo de sustos, aunque sean de muerte, todas las veces que lo desees o te dejen los de ahí arriba porque, como comprenderás, me da mucha vida el verte; el verte así, físicamente con mis propios ojos. Sí, nos amamos tanto que no podemos estar sin vernos durante mucho tiempo, ya lo sé. Yo deseo mucho verte; quizá precisamente por ello es por lo que te veo. Así, físicamente, con los ojos de mi cara. Fue una fracción de segundo y tengo la certeza de que no fue un sueño, sino algo completamente real. No me dijiste nada; no hacía falta, porque entre tú y yo ya está todo dicho: está dicho que te amo, y que me amas. Está dicho que nos amamos y, como todas las personas que se aman, desean estar juntas, y verse. Sólo verse, contemplarse, sin necesidad de hablar, como tú bien dices en tu poema de más arriba: “Que tú y yo nos miremos a la cara y nos sobren las palabras”. Fue sólo por espacio de una fracción de segundo, de una gozosa fracción de segundo en la que el tiempo se detuvo y pudimos contemplarnos directamente, el uno al otro. Después volví a abrir mis ojos, después de aquel respingo que pegué… y no estabas tú. Te manda muchos besos, mi amor, desde la Tierra al Cielo… Tu papá. 181
XV. CARTA DEL CIELO El Cielo, hoy. Queridísimo papi mío: Te escribo ahora porque, la otra noche, cuando volviste de adorar al Señor (serían las 3 de la madrugada), te vi leer otra vez algunos pasajes de nuestro libro, aquel que escribimos juntos tú y yo nada más morir yo, ese al que titulamos “Mi vida después de Irene”. Te vi leer aquellos bellos poemas de amor que me dedicaste; te vi mirar mi cara, que viene en la portada del libro; te vi besarla, te vi estrechar el libro con ambas manos contra tu pecho, y vi cómo unas preciosas y furtivas lagrimitas, una desde cada ojo, surcaron tus mejillas hacia abajo. Vi, en suma, que la otra noche sentiste la necesidad de estar muy cerca de mí; por eso quisiste leer de nuevo nuestro libro, porque nuestro libro es el homenaje que tú y yo hemos dedicado a nuestro amor. Sí, tu y yo; siempre tú y yo. Todo lo que escriben tus manos – tú ya lo sabes – lo escribimos siempre juntos, tú y yo. Todas las palabras que pones por escrito, todas esas hermosas palabras que salen de tus manos, soy yo quien las pone en tu mente. Por eso hay quien dice que, cuando hablas de Dios en tus escritos, lo haces con gran precisión teológica. Claro, es que tus palabras son las mías, soy yo quien te las inspira. Y yo vivo en el Cielo, total, completa e íntimamente vinculada a Dios; por eso tengo en mí el conocimiento inmediato de Dios, como todos los bienaventurados del Cielo. Y no es que yo invente las palabras que te transmito. No son mis palabras, sino las de Dios. Él las pone en mí y yo las pongo en ti; yo sólo soy el canal a través del cual te habla Dios. Pues eso, que como vi que querías estar cerca de mí y por eso te pusiste a leer nuestro libro de nuevo – ¡cuántas veces no lo habrás leído y releído! – por eso precisamente te escribo esta carta, para que sepas con certeza que ya estás tan cerca de mí como es humanamente posible, dadas las circunstancias. Tú en mí y yo en ti Ya estás cerca de mí; tanto que ya no lo puedes estar más: tú estás en mí, y yo estoy en ti. Yo estoy en tu pensamiento, y tú en el mío; yo estoy en tu corazón, y tú en el mío; yo estoy en tu alma, y tú en la mía; yo estoy en Dios, y tú también. Es el vínculo del amor que nos tenemos el que nos mantiene así de unidos, siendo uno los dos, siendo el uno en el otro y el otro en el uno. Yo estoy realmente dentro de ti, y tú dentro de mí. Somos seres independientes el uno del otro; sí, pero estamos tan unidos que vivimos el uno dentro del otro, y el otro dentro del uno. Pero nuestra unión es todavía más profunda; me explico: también tu cuerpo está en el mío, porque yo nací de tus células reproductoras. Pero es que mi cuerpo también está en el tuyo: no andabas descaminado cuando, nada más morir yo, intuiste que yo me podía conectar contigo para vivir las mismas experiencias físicas que tú vives en la Tierra, a través de tu cuerpo, porque esa es la pura realidad. Cuando tú
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comes chocolate, por ejemplo, yo conecto mi alma contigo y siento en mí el sabor del chocolate, de la misma física manera con que lo estás sintiendo tú. Lo mismo hago cuando te duchas. Yo siento el calorcito del agua cayendo por mi espalda lo mismo que lo sientes tú. Todas las caricias que tu piel recibe las siento yo en la piel de mi cuerpo espiritual, sin más que conectar mi alma con la tuya; así de fácil. Y tal sucede también con los olores: cuando tú hueles esos ricos aromas de las flores de la Tierra, al salir al campo en tu paseo matutino de fin de semana, yo los estoy oliendo contigo, justo al mismo tiempo que tú. Todo esto es así porque los bienaventurados del Cielo no estamos del todo desprovistos de corporalidad, sino que estamos en Cristo Resucitado; en Él, conectados a Él por el vínculo del Amor; y tú también lo estás, papi mío. Por eso no tengo nada más que hacer que cerrar los ojos, desear conectarme a ti y… equilicuá: acabo sintiendo lo mismo que lo que estás sintiendo tú en la Tierra. Es fácil, es rápido, es inmediato, todos lo hacemos aquí en el Cielo: podemos conectarnos, y lo hacemos, con todos aquellos seres humanos de la Tierra que también estén vitalmente conectados a Cristo, que es Dios. Ver y oír todo lo que sucede en la Tierra lo puedo hacer por mí misma; soy capaz de ver y de oír todo lo que pasa ahí sin tener que conectarme con nadie. Pero para sentir los otros tres sentidos humanos terrenales - tacto, olfato y gusto - tengo que conectarme con alguien encarnado de la Tierra. Y lo hago, vaya si lo hago, continuamente. No sólo contigo, pero contigo lo hago mucho; es porque te quiero mucho y quiero sentir lo mismo que lo que tú sientes. Pero no solamente siento lo percibido por tus sentidos, sino lo que tú mismo sientes profundamente, tus sentimiento más íntimos, dentro de tu ser. Cierto es que nos separa una barrera física. Pero tú estás en el mismo sitio en el que estoy yo, si acaso separados por un delgado velo, el velo que tu carne supone. Sí, verás: tú eres un ser humano cuerpo-alma, como yo. Yo no puedo dejar de tener cuerpo porque, si dejase de tenerlo, dejaría de ser humana. Lo único que pasa es que yo no tengo carne (materia) en mi cuerpo, y tú sí. Pero sigo teniendo un cuerpo, un cuerpo espiritual, que es una copia del cuerpo carnal que tenía en la Tierra; es… mi cuerpo. ¿Dónde estás? Pues bien, ¿dónde están cada uno de los dos elementos que componen tu naturaleza humana, en este momento preciso de tu vida?: Tu alma está en Dios, que es lo mismo que decir que Dios está en tu alma; eso sólo depende del punto de vista: desde el punto de vista de Dios tú estás en Él y, desde tu punto de vista, Dios está en ti. Sí, Dios está en tu alma, por esa presencia de Dios en el alma del justo llamada inhabitación trinitaria. La inhabitación trinitaria en el alma del justo es una presencia real y sustancial de toda la Trinidad en el alma justificada por la fe y el bautismo y que esté en gracia de Dios, o sea, que no esté en pecado mortal. Tú, ahora mismo, no estás en pecado mortal, luego estás en gracia de Dios y, por ello, Dios mora en tu alma. Dios está en tu alma, y en ella es objeto de conocimiento y de amor para ti. De conocimiento porque Dios se da al alma, se deja conocer por ella. Por eso, cada vez mejor, comprendes los misterios de Dios: porque Él mismo quiere revelártelos y 183
porque tú quieres conocerlos. Ese conocimiento, esa experiencia intelectual de Dios en el alma en gracia no sería posible si Dios no residiera en tu alma, papá mío. De modo que ten por seguro que Dios está en ti, con una manera de estar con la que sólo puede estar en las criaturas racionales, que son las únicas que pueden experimentar ese conocimiento de Dios y ese amor a Dios. Pero conocer a Dios no es simplemente una operación de tu intelecto, sino que también es tener una íntima experiencia de Dios, gozando de su contacto en tu alma. Conocer y amar a Dios, por medio de las dos facultades del alma humana – inteligencia y voluntad - son los motivos últimos de toda vida humana, aquellos por los cuales Dios la creó: Dios te creó para que le conocieras y le amaras, y eso precisamente es lo que estás haciendo, papá: conocerle y amarle; gracias a que Él se da a ti y tú te has dado consciente y voluntariamente a Él. Tu vida biológica Hay otra presencia de Dios en un ser humano terrenal: la presencia de inmensidad. Pero esta presencia no es exclusiva de los seres humanos, sino de todos los seres que son, que existen; ya sean minerales, vegetales, animales o racionales. Sí, para que todos los seres existan, Dios tiene que darles el ser; no serían, no existirían si Dios no los hubiera creado y los mantuviera en la existencia. Para mantenerlos en la existencia precisa comunicarles de alguna forma su poder, su Ser; Él, que es el Único ser que tiene existencia por sí mismo y no se la debe a nadie. Esta presencia de inmensidad de Dios en ellos es inconsciente para los seres, incluso para la mayoría de aquellos que tienen conciencia de sí mismos. Es una cierta vida, es la existencia, es el ser; pero no es la vida propiamente completa de los seres racionales, los humanos y los ángeles. La vida propia de los racionales es estar conectados íntimamente con Dios mediante una relación de amor mutuo; es tener a Dios residiendo en su interior. Tener a Dios presente solamente con presencia de inmensidad es algo común a todos los seres. Pero, a los racionales, Dios no los creó sólo para ser, sino para ser en Él, y Él en ellos, a través de la relación propia, de la vida propia de un ser racional, que es el amor. Tú vives ahora esa vida, papi mío, que es en esencia la misma vida que la que vivo yo: en la Tierra, esa vida se llama la gracia de Dios; en el Cielo, esa vida se llama la gloria de Dios. Por supuesto que yo estoy también en la Tierra, al igual que tú también estás en el Cielo, precisamente porque tienes a Dios residiendo en tu alma. Hasta tu cuerpo está en Dios, precisamente por esa presencia de inmensidad de Dios en ti sin la cual tú no serías, no existirías. De modo que, ya ves, tanto tu alma (por la inhabitación de Dios en ella mientras estés en gracia de Dios) como tu cuerpo (por la presencia de inmensidad de Dios en ti), están en Dios, y Dios está en el Cielo. Luego tú enterito, como yo, estás en el Cielo. La única diferencia es que yo no tengo materia en mi cuerpo, y tú sí. Mi vida actual en la Tierra Sí, papá, yo estoy en la Tierra siempre que quiero. Voy a veros a casa, la recorro de arriba abajo. Entro en mi habitación a ver mis cosas, mis CDs, mis fotos, mis libros,
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mis peluches, mis posters... Me tumbo en mi cama, recuerdo cuando vivía en la Tierra con cuerpo de carne y eso me llena de una gran felicidad. Me paseo por las habitaciones, os veo y os oigo comiendo, o leyendo, o charlando, o viendo la tele, o durmiendo (eso de veros dormir plácidamente es de lo que más me gusta). Veo todas las fotos y cuadros míos que hay por toda la casa (prácticamente en todas las habitaciones hay fotos o imágenes mías). Eso me chifla; es porque siempre me han gustado mucho las fotos, pero también porque veo que mi amor sigue vivo en vosotros; que mi presencia sigue llenando nuestra casa; que habláis de mí con mucha frecuencia, cada día. Es muy hermoso sentirse así, tan amada por tu familia, aún cuando no estés físicamente presente. ¿Nostalgia? No, eso no, nostalgia no siento en absoluto, de verdad. Es porque, en el Cielo, todos somos impasibles, o sea, somos totalmente incapaces de padecer, de sufrir. Hasta los recuerdos más dolorosos se han transformado para nosotros en puro amor del bueno. Por ejemplo, todos los recuerdos que guardo de cuando mi cuerpo moría en la Tierra son recuerdos de intenso y precioso amor. Recuerdo cómo mamá y tú os preocupasteis por mi salud, por mi bien, llevándome de un lado a otro buscando mi sanación, hablando con médicos y enfermeras sin descanso sobre mi caso; llevándome al centro de salud, al hospital, ocupándoos de mí en casa… Recuerdo con cuánto amor todo el personal sanitario trató mi crisis de salud; prodigándome todo tipo de cuidados, atenciones y desvelos. Recuerdo cómo toda nuestra familia estaba allí, en vilo, en la puerta de la UCI del hospital, para ver si me recuperaba. Recuerdo las oraciones – incluidas las tuyas - de tantas y tantas personas de muchos continentes (tienes tantos amigos por todo el mundo, papi…) que rezaron sinceramente por mi recuperación, para que se produjese pronto el milagro de mi curación… Mi muerte estuvo sazonada de intensa oración, no fue oración, precisamente, lo que me faltó; oración que fue llevada por mi Ángel Custodio ante el altar de Dios en el Cielo. Recuerdo a mi querido Ángel cuando, la noche antes de salir para el hospital, vino a mi lado y me dijo que yo iba a morir. Me lo dijo con tanto amor; con tanta delicadeza; con tanta certeza de que yo iba a ir al Cielo que eso me consoló sobremanera en aquella hora oscura y me hizo encarar el resto de mi crisis de salud con una calma inmensa, con una grandísima paz, aunque los dolores de mi cuerpo y de mi alma fueran inevitables e intensos. Por eso, como te digo, cuando recuerdo mi muerte sólo siento paz, certeza, consuelo, dulzura, amor, amor del bueno, amor del grande; de ese que se manifiesta, que se expresa en las ocasiones en las que Dios está más claramente presente entre nosotros, como son el nacimiento y la muerte de cada ser humano. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no produce fruto ¿Qué pasó después de mi muerte? Bueno, enseguida empezamos a comunicarnos, ¿lo recuerdas? Mi primera respuesta a tus preguntas fue aquella frase que inspiré en tu mente: “Tú tendrías que escribir un libro”. Y me hiciste caso, fíjate tú. Fue arriesgado por mi parte comunicarme contigo a sólo cuatro días de mi muerte, porque lo más normal hubiera sido que no me escucharas, al estar todavía sumido en el dolor por mi marcha física.
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Sin embargo reaccionaste bien, me escuchaste y, a partir de ese momento, no hemos dejado de hablar tú y yo ni un solo día, ¿verdad, papuchito mío? Tú me hablas cada día: para empezar, me dices que me quieres, varias veces al día. Ni un sólo día desde que morí has dejado de decirme que me quieres; y de contarme cosas, muchas cosas, prácticamente todas las cosas de tu vida; hasta elegimos juntos la corbata que te pones a diario… con eso ya te digo todo. Luego te inspiré crear la Fundación y, ya sabes, hasta lleva mi nombre; lo cual surgió así, de forma “imprevista”, como muchas otras hermosas cosas que han surgido de la misma manera. Así pasó con el logo de la Fundación, que es verde y morado; verde, tu color favorito; y morado, el mío. Mi nombre está en morado, que soy yo; y el verde, que eres tú, rodea mi nombre, por arriba y por abajo del mismo. El verde, que eres tú, me abraza, papá… Ya sé que comprendes que nada de eso ha sido casual, sólo lo ha parecido. No, no ha sido casual, lo he inspirado yo. La Fundación… ay, la Fundación… Qué grande y maravillosa gracia es la Fundación. El otro día, cuando releíste por enésima vez nuestro libro, te fijaste en su prólogo, en esa frase que el bueno del Dr. Schnitman escribió en el mismo, esa que dice: “La despedida de Irene, intento de comenzar una nueva etapa que suceda a la que ya no está, será posible si esta nueva etapa llega a tener un valor cercano a lo perdido”. Y, en los últimos párrafos del libro, se lee así: “Mi esposa y yo hemos decidido constituir una fundación para la erradicación de la meningitis *…+ Si tú, querido lector, deseas sumarte a esta iniciativa de lucha contra la meningitis, envía un email a… *…+ Toda ayuda es poca, pero valiosa”. ¿Te das cuenta, mi querido papá, de lo que esto significa?: Tu vida después de Irene es, claramente, la Fundación; eso es lo más cercano a mí misma; es una obra de amor de enorme envergadura y belleza, que transforma la muerte de uno en vida para muchos, a imitación de la misión terrenal de Nuestro Señor Jesucristo. Yo vivo en la Fundación, vivo en todos vosotros quienes formáis la Fundación; os inspiro, os aliento, os guío cada día, por el poder que el Señor ha delegado en mí para realizar esta preciosa obra de amor. Tu vida después de la Irene material es la Fundación, que es una expresión de amor de la Irene espiritual que ahora soy. Mi nueva vida en la Tierra es la Fundación. Es una obra pequeña, pero grande. Pequeña hoy en recursos, pero grande en su objetivo: ayudar a conseguir que mueran menos personas por la enfermedad que a mí me mató, ayudar a que haya menos supervivientes con secuelas severas que los que hoy deja esta enfermedad a su paso por España y por el mundo. Es una maravillosa obra de amor que alegra el corazón del Señor y que, ya hoy, produce resultados eficaces y muy desproporcionados en relación con el nivel de recursos empleados ¿Por qué?: Porque es una obra del Cielo, porque es una obra de Dios. Estoy muy orgullosa de vosotros, papi, de todos cuantos formáis la Fundación: de los socios, de los voluntarios, de los simpatizantes, del equipo de gestión, de los patronos, de los patronos honoríficos, del comité científico… De todos en general, porque todos habéis entendido que la verdadera naturaleza del ser humano no es el egoísmo, sino el amor. Al otro lado Sí, vivo en la Tierra de variadas maneras, de maneras distintas a aquellas por las cuales vivía antes ahí; pero sigo viviendo en la Tierra, igual que tú. Y, como tú, también 186
vivo en el Cielo, pero de manera distinta a la manera en que tú vives la realidad celestial: Mi vida es ahora ilimitada, papi. Al no tener la barrera física que el cuerpo implica, esa que impide que uno sea plena e íntimamente en el interior del otro, yo ahora puedo residir en muchas almas, al igual que hago residiendo en la tuya. Puedo comunicarme por entero, darme a otros seres racionales; así es como opero cuando me conecto con tu alma, como más arriba te explicaba: no es que yo deje de ser yo misma cuando así hago, pero la comunicación con otras almas es íntima, interior. Es como hacerse uno aún siendo diversos; es entrar en comunión profunda con el otro, como haces tú en cada Eucaristía: en cada Eucaristía tú te unes anímicamente con Jesús, centro del Universo y, a través de Él, con Dios Padre en el mismo vínculo de Amor del Espíritu de Dios. Al mismo tiempo, así te unes con toda la Creación, que está unida a Cristo a través de su palabra creadora. Esa unión es menos evidente cuando tienes carne en tu cuerpo; pero es total, limpia y profunda, cuando no la tienes. Así es como yo me puedo unir ahora a cualquier ser racional que esté plenamente unido a Cristo: me doy al otro hasta hacerme uno con el otro, sin dejar de ser yo misma. Al estar así de unida puedo sentir lo mismo que siente ese otro ser y eso es… eso es… eso es… radicalmente hermoso, papi. Es así de hermoso ser capaz de comprender íntimamente lo que el otro piensa, lo que el otro siente, lo que el otro es. Es hermosísimo y potencia tu vida hasta el infinito. Está claro: la vida es relación, comunicación, comunión con los otros. Y, si no existe esa comunión, no existe la vida. Por eso Dios es como es; Él, que es el amor mismo en su esencia interior: Dios no es un ser solitario, sino tres Personas vinculadas a través de una relación de amor eterna, que las hace eterna e infinitamente felices. En mi actual vida celestial dos felicidades me inundan continuamente, papá mío de mis entretelas: una es la gloria esencial, que es el disfrute producido por la posesión del Bien de los bienes, el más inmenso de todos ellos, el infinito Bien: Dios. La otra felicidad que experimento es el disfrute de la relación con el resto de las criaturas, o sea, la gloria accidental. En cuanto a mi gloria esencial, ¿cómo podré explicártelo? Bueno, lo intentaré: Como antes te decía, Dios es un Misterio que se da, que se comunica al alma humana. En la Tierra, por la inhabitación trinitaria en el alma del justo, ya se puede disfrutar de un anticipo de este disfrute de Dios que se vive en el Cielo: las dos potencias del alma humana, inteligencia y voluntad, gozan de Dios. Y Dios pone en el alma, a Su contacto con ella, las virtudes y los dones de Dios, lo cual da como resultado innumerables frutos, en forma de hábitos permanentes de hacer el bien y gozos del disfrute del modo divino de ser y de comportarse. A la inteligencia se presenta Dios como un objeto inagotable de gozoso conocimiento. El reto intelectual de que goza un ser humano está relacionado con conocer cada vez más aspectos de la realidad. El reto es, en sí mismo, conocer, aprehender nuevos conceptos, incorporar al acervo personal de cada uno nuevos conocimientos que se añaden a los ya dominados, a los ya conocidos. El hombre tiene una inmensa sed de conocimiento, porque su alma está hecha a imagen de Dios, que es conocimiento puro y esencial. Y, como Dios es infinito, conocer a Dios, conocer intelectualmente todo lo que Dios conoce y encierra dentro de Sí mismo, es de una profundidad igualmente infinita. Conocer a Dios en su infinitud siempre encierra un gozo permanente y renovado, precisamente porque Dios es infinito. Jamás se le termina de comprender, 187
cuanto más se abisma uno en Su conocimiento más se quiere conocer de Él. Dios es siempre nuevo, siempre ofrece una nueva faceta a la comprensión del ser humano. Jamás se aburre un alma humana, jamás tiene bastante con el conocimiento que ya tiene de Dios. Siempre quiere más y, cuanto mejor le conoce, más avidez tiene de seguir conociéndole y más disfruta de Su conocimiento. Imagínate cómo conoce Dios y qué ingente sabiduría cabe en Él: Dios creó el Universo visible y el invisible. Dios sabe de astronomía, y de física cuántica, y de electricidad, y de biología, y de botánica, y de matemáticas, y de energía nuclear, y de literatura, y de cine, y de pintura, y de música, y de derecho, y de ciencias naturales… Dios es capaz de crear seres en número infinito, y de mantenerlos a todos ellos eternamente en la existencia. Imagínate lo que sabe Dios y cómo sabe Dios: de una manera perfecta, infinita, con su todopoderosa mente divina. Conocer intelectualmente a Dios es un gozo muy difícil de describir con palabras; pero Él se da a tu alma y te abre sus secretos, para que bebas de la fuente de su infinita sabiduría y para que tu curiosidad natural humana jamás tenga un límite en el que tenerse que detener, jamás de los jamases por toda la eternidad. Y, si conocer intelectualmente a Dios es gozoso e ilimitado, imagínate lo que es amarle y sentir su Amor; eso es más gozoso aún si cabe. Así como la sabiduría de Dios es su Palabra creadora - el Verbo divino (Dios Hijo) siempre hablando, que eternamente sostiene en la existencia todo lo creado - el Amor de Dios, el Espíritu de Dios, es Dios siempre actuando, es Dios haciendo, realizando, convirtiendo en realidad todo lo que su Palabra dice. Dios Espíritu es la energía de la Vida que, por pura bondad, derrama su Amor y saca seres de la misma nada. Así fue como tú y yo fuimos creados, siendo nada antes de ser criaturas humanas. El Amor de Dios, en el Cielo, es una energía que está por todas partes; una atmósfera de bienestar que te envuelve y te llena por dentro de tu ser. Al contacto con el Amor de Dios, ningún ser es capaz de sentirse infeliz; eso es imposible en el Cielo. El Amor de Dios es la forma en que se aman Dios Padre y Dios Hijo desde toda la eternidad, y se expresa en un gozo interior imposible de describir con palabras. En el Cielo se vive ese mismo Amor que existe y vive en el interior de Dios desde toda la eternidad. Lo que se siente en el Cielo es un gozo exhilarante, unas irreprimibles ganas de cantar, de bailar, de bendecir y alabar a Dios, que nacen del contacto con ese Amor que te envuelve y te prodiga delicadas caricias interiores, ante las que sólo cabe la reacción de gozar de la mayor de las alegrías, de la alegría de vivir. En el Cielo se ve a Dios tal cual es. Se comprende cuál es la esencia interior de Dios, que no es sino el amor y, al comprenderlo; al ver a Dios y sentir en tu alma Su infinito Amor; al sentir cómo te ama Dios; con qué grandeza, nobleza y pureza te ama Él, sólo por pura bondad hacia ti; no puedes por menos de abrir tu alma de par en par a Su Amor y, simplemente, gozar, y gozar, y gozar, y… gozar… amándole todo cuanto la fuerza de tu alma te permite. Sobre la felicidad que me produce la experiencia del resto de las criaturas en el alma, describir con palabras el escenario del Cielo es también bastante difícil: al disfrute de las criaturas de la Tierra y del resto del Cosmos material, se une el disfrute de lo que Dios ha creado en esta otra dimensión que es la Eternidad. El infinito poder de Dios ha creado un marco digno de Él, digno de darle alojamiento a Él - que no vivía en dimensión alguna, más que en la más perfecta y absoluta Nada, ensimismado en su propia felicidad interior - antes de crear el Cielo. 188
Imagínate el Cielo, papi. Trata de imaginar los colores del Cielo; las vistas del Cielo; los escenarios del Cielo; la luz del Cielo, esa luz que jamás cede a la tiniebla y que es la misma luz que emana de la felicidad interior de Dios, una luz que nos permite verlo todo con claridad hasta en la oscuridad de la Tierra, cuando ahí es de noche. Aquí jamás anochece, y todo es luz y disfrute de la vida, papi mío. Imagínate lo más hermoso de la vida en la Tierra que seas capaz de imaginar con tu mente; luego, elimina de esa visión terrenal todo lo malo, todo lo negativo, todo lo feo… Y después, lo que te quede, multiplícalo por mil en belleza, en bondad, en bienestar interior, en alegría, en paz: eso mismo es el Cielo. Y, aunque los del Cielo no tenemos carne terrenal, sí la tenemos celestial. Somos sólidos en el Cielo, y con nuestros cinco sentidos plenamente operativos. En el Cielo todos somos bellos, todos. Tenemos una copia de nuestro cuerpo terrenal, pero totalmente perfecto, física y mentalmente. Todos nuestros pasados defectos terrenales desaparecen en el Cielo, donde no existe la fealdad, ni la vejez, ni la enfermedad, ni la muerte. Vivo en la compañía de nuestra familia celestial. Todos ellos están aquí conmigo, en el Cielo: mis abuelitos, tu hermanita, tus abuelitos, tus tíos y tías, los míos… tantas y tantas almas buenas que disfrutan aquí de Dios. También estoy con las almas jóvenes, con quienes me divierto un montón asistiendo a fiestas, yendo a excursiones a la playa, a la montaña, a ver representaciones teatrales… y también estoy con quienes murieron de la misma enfermedad que yo; con quienes tengo, lógicamente, muchísimo en común… Y no olvidemos a los Ángeles de Dios, tan puros, tan llenos de amor, tan inteligentes, tan ocurrentes, tan buenos conversadores... Y tantos y tantos seres humanos tan interesantes, tan brillantes, tan especiales como la historia de la humanidad ha dado a través de los siglos… Bueno, en realidad aquí todos son especiales, porque están traspasados todos por el Amor de Dios. No hay alma pequeña, no hay alma insignificante. Somos todos tan distintos, estamos todos llenos de dones tan únicos... Así es Dios en su infinita sabiduría, que supo crear diferentes a todos los seres racionales. No hay dos humanos iguales, lo mismo que no hay dos ángeles iguales. Así nos hizo Dios, diferentes a todos nosotros entre sí; así como queriendo significar, ya que nos hizo a Su imagen, que Él mismo es Único, y es que lo es realmente. Mucho gozo me causa también la tarea de ayudar a las almas que suben a la Eternidad pero no han muerto todavía del todo a su vida anterior de la Tierra. Ayudo a estas almas a entender la felicidad que aquí les espera, en cuanto asuman su situación y completen su purificación, antes de poder gozar plenamente de Dios. Al final todas las almas son felicísimas, lo mismo que soy feliz yo y todos y cada uno de los bienaventurados del Cielo. Esta tarea de ayuda a las almas le es de mucho agrado a la Santísima Virgen María, Madre celestial Nuestra y de todos los hombres. Le complace mucho que haya almas aquí que, como yo, por propia voluntad, nos dediquemos a ayudar a otras almas a ser felices, a subir cuanto antes al estado Cielo. Dice Ella que es una gran tarea de misericordia y me suele cubrir de besos y abrazos cada vez que me la cruzo por aquí por el Cielo, de lo feliz que le hace que me dedique a esto.
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Feliz y sólo feliz Así que, mi papi querido, como ves, yo ya no puedo ser más feliz de lo que ya lo soy. Eso es imposible aquí en el Cielo, donde se vive la máxima felicidad posible. Y, cuando veo que necesitáis un empujoncito por ahí abajo; cuando veo que me echáis de menos algo más de lo normal, ya sabes que voy y me manifiesto de alguna manera, ¿verdad? Hace poco me viste brevemente, al despertar de una pequeña siesta en el sillón verde de casa. Y la otra tarde, mamá me oyó cómo la llamaba desde mi habitación, con ese “mamá” perfectamente audible para ella. Tanto, que hizo ademán de levantarse del sofá del salón e ir a mi cuarto, hasta que cayó en la cuenta de que yo hoy no vivo físicamente en la Tierra, sino que donde vivo físicamente es en el Cielo ¿Que cómo me las apañé tanto para que tú me vieses como para que mamá me oyera? Ah, eso ya es secreto del sumario, mi pequeño saltamontes, que ningún mago revela sus trucos a su audiencia. Sólo te diré que no se trató de ningún truco, sino que tú me viste realmente, y que mamá realmente me oyó. Es el amor que nos tenemos el que hace posible esos momentos de éxtasis; momentos en los que os salís plenamente del tiempo y os zambullís en la Eternidad, aunque sólo sea por un instante ¿Qué es lo que sentís en esos momentos tan especiales de mágica conexión conmigo?, ¿qué sino la maravilla de ser hijos de Dios y de sentir que la Tierra y el Cielo son dimensiones paralelas y totalmente interconectadas? Es el Amor de Dios quien hace posible estos pequeños milagros. Es porque el amor, el Amor, es mucho más fuerte que la muerte; a los hechos me remito. Ya me voy despidiendo, papuchito mío. Dale muchos besos a mamá y a mi hermanín Jaime; bueno, y también a Rocío, la novia de Jaime, por supuesto. Y a las abuelas y a toda la familia en general. Os quiero tanto a todos… Es que en el Cielo sólo podemos hacer eso: amar, y sólo queremos hacer eso: amar ¿Qué hay más grande y maravilloso que el amor? Papá, te quiero mucho. Estoy siempre a tu lado, aunque tú no me puedas ver; y también estoy dentro de ti, en tu alma, en tu mente y en tu corazón. Aquí te espero a que vengas, pero no tengas prisa y culmina lo mejor posible todas las misiones terrenales que te mande el Señor, que Él ya sabe cuándo nos vamos a reencontrar y eso siempre será en el mejor momento posible. Cuida mucho de mamá y de toda la familia; aquí me tienes siempre atenta, siempre protegiéndote, siempre pidiendo a Dios por ti; siempre velando por tu vida, siempre a tu lado aunque tú no me puedas ver. Besos y abrazos de tu hija del Cielo, que te quiere… Irene.
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XVI. EL REGALO
En cada palabra que escribo busco tu nombre; es que lo llevo grabado a fuego, con letras de oro, sobre mi corazón. (A mi hija Irene, en su sexto cumpleaños del Cielo).
Tengo un problema: este próximo viernes, 5 de agosto, mi hija Irene tiene cumpleaños del Cielo, porque ese día hace exactamente seis años que murió, y la cosa es que no sé qué regalarle. Habitualmente, desde que murió, es ella quien me regala cosas en sus cumpleaños, tanto en los de la Tierra (27 de enero) como en los del Cielo (5 de agosto), pero ya le he dicho en varias ocasiones que esto no puede seguir así, que esto no es normal, que soy yo quien tengo que regalarle cosas a ella en sus cumpleaños, que es ella la homenajeada en esas ocasiones, y que me sabe muy mal no regalarle cosas en sus cumpleaños. Bien, pero la verdad es que no sé qué regalarle en este cumpleaños celestial. Y la cosa no es fácil, no os vayáis a creer porque, como ella ahora es espiritual, no física, no le puedo hacer regalos físicos, sino espirituales. Bueno, no es que no pueda hacerle regalos físicos, que se los hago con mucha frecuencia siempre que vuelvo de viaje; hasta el punto en el que Puri, mi querida esposa, ya no sabe dónde ponerlos. Compró una vitrina al efecto y la puso en la habitación de Irene, pero la vitrina también se está quedando pequeña (ver foto de más abajo). No obstante, me parece a mí que Irene disfruta más de los regalos espirituales que de los físicos, aunque los físicos también lleven una intención espiritual al hacerlos, claro está.
El caso es que no sé qué regalarle y, aunque sé que no es muy ortodoxo y nada galante - bueno, ya sabéis cómo somos los hombres, mucho más prácticos que las 191
mujeres - le voy a preguntar a la propia Irene qué regalo quiere por su cumple del Cielo y asunto arreglado, ea: -Yo: Irene -Irene: ¿Qué? -Yo: ¿Estás ahí, escuchándome? -Irene: Pues claro, ¿es que no has visto que te he contestado? -Yo: Pues sí -Irene: Pues entonces… -Yo: Vale, vale, ¿estás ocupada? -Irene: Sí, estoy en el rodaje de un vídeo musical de Christina Aguilera. Pero ahora podemos hablar, que estamos en un descanso -Yo: ¡Atiza! -Irene: Atiza ¿por qué? -Yo: No, nada, pues tú me dirás… Ahora me entero de que en el Cielo se ruedan vídeos musicales… -Irene: No, el rodaje no es en el Cielo -Yo: Pero ¿cómo?, ¿es que no estás en el Cielo? -Irene: Sí, sí; en el “estado anímico Cielo” estoy siempre; igual que tú, que ahora estás en gracia de Dios. Pero ahora mismo no estoy en el “escenario Cielo”, sino que estoy en la Tierra. En Hollywood, para ser más exactos -Yo: ¿En Hollywood?, ¡andá mi madre! Pero ¿qué haces tú ahí?, ¿cómo puedes participar en el rodaje de un vídeo en la Tierra si tú no tienes materia física en tu cuerpo? -Irene: Pues muy fácil: inspirando al director del vídeo. Ya le inspiré la idea del vídeo hace unos meses, pero ahora estoy controlando su ejecución. Si veo que se me despista y que no lo realiza como yo le sugerí, le doy un nuevo toque sobre la marcha, para que lo modifique -Yo: Pero bueno, qué morro tienes ¿no? -Irene: ¿Por qué? -Yo: Porque entonces anulas la creatividad y la libertad del realizador del vídeo, si resulta que lo que él está haciendo es lo que tú quieres que haga -Irene: No, hombre; tampoco es eso -Yo: No, ¿qué va?, ya me dirás… -Irene: No, verás: este señor coopera con mis inspiraciones aportando su propia creatividad; no es que yo no le deje ningún grado de libertad. Son solamente unos toquecitos aquí y allá, unas inspiraciones a su debido tiempo, y él va y realiza las cosas de acuerdo a mi QUÉ pero con su CÓMO ¿Cómo crees que se escribieron los libros de la Biblia, por ejemplo, sino mediante la inspiración de Dios sugerida a autores humanos? Este sistema es el habitual en relación con gran parte de las obras artísticas: la mayoría de ellas están realizadas en la Tierra bajo la inspiración del Cielo. Y digo la mayoría porque también hay otras inspiradas por los demonios, no te vayas a creer -Yo: Sí, pues, ya que sacas este tema, a ver si en este vídeo de la Srta. Aguilera sale decentita de ropa; porque tiene alguno de ellos en los que parece una profesional del sexo, la pobrecilla… -Irene: No, en este vídeo mío la Aguilera no va ligerita de ropa, que eso ya lo controlo yo; no te preocupes 192
-Yo: Bueno, bueno; tú hazlo lo mejor que puedas, y a ver qué sale al final… El caso es que yo te llamaba por otra cosa -Irene: ¿Por cuál? -Yo: Pues… verás… es que… es que este viernes es tu cumpleaños del Cielo -Irene: Ah, claro; muchas gracias por acordarte de mí en mi día, papi -Yo: Claro, mujer; hasta ahí podíamos llegar, ¡cómo no iba yo a acordarme de ti en esta fecha tan señalada, princesita mía! Pero lo que pasa es que… -Irene: ¿Qué es lo que paaasa…? -Yo: Pues que… -Irene: ¡Venga, hombre, arráncate ya; no me seas cebollón! -Yo: Pues que no sé qué regalarte; ea, ya lo he dicho. Que no tengo ni idea de qué regalo hacerte, hija mía -Irene: ¡Ah, bueno; así que era eso! No hombre, no; tampoco tienes por qué regalarme nada, que… -Yo: Sí, ya; eso mismo me dice tu madre siempre: que no tengo por qué regalarle nada en su cumpleaños pero, cuando se lo regalo, bien contenta que se pone -Irene: Hombre, claro; a nadie le amarga un dulce -Yo: ¿Lo ves? Tú misma me estás confirmando que las mujeres, habitualmente, cuando decís una cosa, queréis decir justamente lo contrario. Así no hay quien se aclare, oiga -Irene: Nooo, no me seas melón, papi. A ver si me explico: yo no necesito nada, porque estoy en el Cielo y lo tengo todo, ya que tengo a Dios. Pero, si me regalas algo, no le voy a hacer ascos, claro -Yo: Ahí está, ahí está, ¿lo ves como tengo razón con esto de los regalos a las chicas? -Irene: Bueno, no te preocupes por eso, de verdad. Más vale que me cuentes cosas tuyas, anécdotas de tus días en la Tierra, que eso me gusta mucho, ¿vale? No es que no conozca todo lo que te pasa, porque estoy siempre a tu lado aunque tú no me puedas ver, pero me gusta mucho que me cuentes tú tus cosas con tus propias palabras -Yo: Bueeeno, vaaale, lo intentaréee… -Irene: Venga; soy toda oídos, pues -Yo: Vale, podría empezar por decirte cuánto me gusta dar esos paseos en soledad por el pinar, en las mañanas de los sábados y los domingos a primera hora. Digo en soledad pero tú sabes bien que no estoy sólo, sino contigo y con los otros seres del Cielo -Irene: Claro, papi; lo sé; yo siempre estoy a tu lado -Yo: Sí, tesoro. En esos paseos voy hablando contigo, voy hablando con Dios, me extasío en la contemplación de la belleza de las criaturas creadas por Dios, tan patente en la Naturaleza. El silencio es fundamental en esos paseos míos, porque así os escucho mejor a vosotros, mis amados seres celestiales, especialmente a ti. A veces siento la necesidad de fotografiar lo que veo; es tan hermoso… Por ejemplo, aquí más abajo te pongo una foto del pinar, que pareciera estar ardiendo. Pero no, es solamente que el agua del rocío matutino, depositada sobre árboles y arbustos, se evapora con los primeros rayos del sol ¿A que es una imagen bien hermosa?
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-Irene: Pues sí, sí que lo es -Yo: Otras veces, en pleno invierno, la charca del parque de La Baltasara, esa que tiene un chorro vertical tipo geiser en el centro, presenta este aspecto de naturaleza gélida y dormida…
La vida de la charca se detiene en el invierno. No se ven alevines de peces bullir bajo la superficie del agua; no se ve el movimiento de sus papás, las carpas y ciprinos dorados adultos; no se oye el croar de las ranas; se forma una espesa capa de hielo sobre el agua, en las noches más frías. Todo parece muerto y, sin embargo, el milagro de la vida retorna a la charca cada primavera; es todo un espectáculo… -Irene: Sí, papi; así es -Yo: A veces, lo bello en mis paseos viene de la mano de las cosas fabricadas por el hombre, como es el caso de los globos aerostáticos cuya presencia es tan frecuente en la zona. Aquí más abajo tienes una foto de tres que parecieran planetas en alineación. Pero no, sólo son globos tripulados movidos por el viento, cuyo único ruido es el de la llama de gas que sus pilotos encienden de vez en cuando, para calentar el aire interior del globo y así no perder altura. Ese ruido es algo así como “fooosss, fooosss, fooosss”…
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-Irene: Sí, mola mucho ver esos globos ahí, suspendidos en el aire -Yo: Sí, las imágenes que captan mis retinas en esos paseos me dicen que este mundo de la Tierra, aunque jamás exento de dolor y de sufrimiento, es muy bello. Por eso tiemblo al pensar que, si este mundo imperfecto terrenal es así de bello, como no lo será el celestial… -Irene: Ya lo verás, papi, ya lo verás cuando mueras -Yo: Eso espero hija mía, si Dios quiere -Irene: Dios claro que quiere, Él quiere que todos los seres humanos vayan al Cielo; el que tienes que quererlo también eres tú y, como tú también lo quieres… -Yo: Sí, hija, claro que lo quiero; ¡cómo no habría de querer ir al Cielo si ahí está Dios, la Virgen María, los Ángeles y los Santos, toda mi familia celestial y… tú, mi amor! -Irene: Así será, papi; así será. Tú sólo ten paciencia y perseverancia en el bien, e irás al Cielo Yo: Sí, mi amor, en esas estamos, deseando ir al Cielo cuando Dios así lo tenga previsto. Pero más que la contemplación de la Naturaleza de las criaturas salidas de las manos de Dios (del Hijo y del Espíritu), lo que más me gusta es hablar contigo, mi amor. Capto tu “voz” cada vez con mayor nitidez; claro, como cada vez estoy más cerca de Dios, cada vez estoy más cerca de ti. Por eso te escucho cada vez mejor. Y no sólo la capto en mis paseos matutinos de fin de semana, sino también en otras circunstancias. El otro día, sin ir más lejos, venía yo de Zaragoza en tren con una compañera de la Fundación y ella me dijo que CoMO, la Confederación Mundial de Organizaciones de Meningitis (www.comoonline.org), cuyo lema es “Join Hands Against Meningitis” (une tus manos contra la meningitis) ha lanzado un concurso entre sus organizaciones miembro, como nuestra Fundación (www.contralameningitis.org), consistente en organizar un evento en el que la gente una sus manos como gesto de ayuda en la lucha contra la meningitis de forma que, la organización ganadora, conseguirá 2.000 Euros como premio. Cuando me lo contó mi compañera yo me quedé callado, porque la verdad es que el esfuerzo de realizar este evento me pareció desproporcionado en relación con el “exiguo” premio de 2.000 Euros, es decir, mi primera reacción mental fue, instintivamente, contraria a que perdiéramos el tiempo de esa manera en nuestra Fundación. En mi mente se situó un claro “no” a esa iniciativa. 195
Pero tú tenías otra idea, y me lo hiciste saber de la siguiente manera: Esa misma noche en la cama, en el silencio y la oscuridad, sentí la urgente e imperiosa necesidad de ponerme a rezar, y así hice. Mentalmente desgrané ristras de Padrenuestro-Avemaría-Gloria durante varias horas seguidas hasta que el sueño acabó por vencerme. Al despertarme fui a la ducha y, estando ya enjabonado dentro de la bañera, llegó a mi mente la siguiente imagen: “Unos presidiarios dándose la mano, como gesto por la lucha contra la meningitis, en el patio de la prisión donde salen a esparcirse al aire libre cada día”. Cuando aquella idea llegó a mi mente las lágrimas desbordaron mis ojos, porque comprendí el gran valor moral de ese gesto en los presidiarios: Ellos, que son presos precisamente por ser personas insolidarias, todavía pueden tener dentro de sí mismos la dignidad de todo ser humano; todavía pueden demostrar a los demás que, aun siendo presos, pueden ser solidarios prestándose a ayudarnos a conseguir 2.000 Euros para invertirlos en la lucha contra la meningitis en este país. En resumidas cuentas, me di cuenta de que lo que tú quieres – que ahora coincide totalmente con la voluntad de Dios – es tratar de convocar ese evento y hacer esa foto de los presos dándose la mano para luchar así contra la meningitis y que, para que yo lo comprendiera, era necesario que yo elevara mi alma al Cielo rezando; que pusiera mi alma, por así decirlo, en la misma longitud de onda del Cielo. Por eso el Cielo me puso a rezar, hasta que ya estaba yo en la posición adecuada para transmitirme el mensaje, un mensaje claramente contrario a mi posición inicial sobre el tema. Cuando tenemos que adaptar nuestra voluntad a la voluntad de Dios, el proceso más habitual suele conllevar los pasos siguientes: 1. Se presenta ante nosotros, en una circunstancia concreta, una voluntad de Dios contraria a la nuestra 2. Uno se pone a rezar, movido por la situación, normalmente con rezos que empiezan por tratar de negociar con Dios (“Padre, si es posible aparta de mí este cáliz…”) 3. Y uno acaba por aceptar la voluntad de Dios (“… pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”) Pero es que, en este caso que ahora te comento, el proceso fue el siguiente: 1. Mi posición mental era contraria a la voluntad de Dios, pero no se había presentado ante mí una situación real, sino sólo una idea, un proyecto 2. Me puse a rezar, pero sin saber yo por qué (el Espíritu Santo rezó en mí) 3. Se me transmitió finalmente la voluntad de Dios, que yo acepté gustosamente, entre lágrimas de gozo Ahora, eso sí, lo común a ambos casos es que hay que rezar para adaptar la voluntad humana a la voluntad del Cielo, a la voluntad de Dios; lo cual habla muy a las claras de que la oración es el medio por el cual un alma humana se eleva a Dios y comprende su voluntad. 196
Lo del otro día fue un diálogo, un verdadero diálogo entre tú y yo; un diálogo entre el Cielo y la Tierra; un diálogo, digo, que no un monólogo, puesto que la comunicación partió de dos posiciones distintas, la tuya y la mía. Pero, al final, tuve que rendirme a la gran fuerza de esa idea que me transmitiste, hija mía, y ya estamos haciendo gestiones para tratar de llevarla a efecto. Nunca dejes de guiarme así, mi cielo; nunca dejes de decirme lo que deseas hagamos en la Fundación, ¿sí? -Irene: Pues claro, papi; nunca dejaré de guiarte. Tú bien sabes que la Fundación es una obra de Dios, del Amor del Cielo, y también sabes que yo siempre estaré con vosotros, siempre, dándoos guía y consejo en la Fundación. -Yo: Pero hay más; hay otro diálogo reciente más contigo, que quisiera contarte -Irene: ¿A cuál te refieres? -Yo: A que el otro día fui a Villaviciosa de Odón a ver a una dietista, para tratar de perder peso -Irene: Ah, sí, ya recuerdo; pero cuenta, cuenta… -Yo: Sí, fui allí, me senté frente a la dietista y, a medida que me iba diciendo cómo iba a ser la dieta, a medida que yo lo iba comprendiendo, se instaló en mi mente un rechazo total por aquella dieta -Irene: ¿Por qué sentiste eso? -Yo: Jobar, pues porque lo de estar a dieta es un rollazo monumental: que si no puedes tomar alcohol; que si no puedes tomar pan, ni arroz ni pasta; que si no puedes tomar carne de cerdo; que si no puedes mezclar más de una verdura en la ensalada; que si esto, que si lo otro… un rollazo, te lo digo yo -Irene: Ya, pero es que al que algo quiereee… algo le cuesta -Yo: Ya lo sé, pero en aquel momento pensé que el precio a pagar por adelgazar era demasiado alto. Así que me despedí de la dietista pensando para mis adentros: “pues sí señor, a esta buena señora le va a hacer caso mi tía la del pueblo; en cuanto llegue a casa me voy a tomar una cervecita con mamá en la terraza, que me gustan mucho esos momentos de charla con ella al amor de una cerveza, y que le ondulen a la dieta esa, por favor” Sin embargo, cuando llevaba ya recorridos con el coche unos 7 km desde Villaviciosa de Odón, te sentí muy fuertemente, sentí tu presencia. La sentí como una imperiosa necesidad de decir tu nombre, de decirte que te quiero. Dije algo así como lo siguiente: “Irene, Irene, Irene; mi princesita, mi amor; cuánto te quiero, hija mía; eres mi amor…” En fin, que noté claramente, porque ya lo he notado muchas otras veces antes, que tú estabas dándome uno de tus acostumbrados besos, que yo percibo como un fuerte sentimiento de ti, de tu amor, dentro de mi pecho. Y lo curioso es que, nada más sentir tu amor en mí, cambié radicalmente mi posición mental sobre la dieta, pasando de no querer saber nada de ella a un nuevo pensamiento que se instaló en mi mente, más o menos el siguiente: “Es bueno que haga esa dieta, que cuide mi cuerpo un poco, que lo tengo bastante abandonado; además, me lo tomaré como una mortificación cristiana, como un conseguir que mi alma domine mejor a mi cuerpo y sus inclinaciones. Sí, voy a hacer esa dieta”. Yo mismo me sorprendí de haber cambiado de opinión tan repentinamente y, como un segundo antes te había notado en mí, tuve la certeza de que habías sido tú quien me había hecho cambiar de opinión. Noté, en resumen, que tú me habías dicho: “Papá, tienes que hacer esa dieta; tienes que cuidarte. Llevo mucho tiempo tratando de que lo hagas y no voy a ceder ahora que te has medio decidido a ponerte a dieta”. Eso 197
fue lo que sentí, en conclusión. Fue un nuevo diálogo entre tú y yo, que empieza por una determinada posición mental mía y, tras tu intervención sobre mí, se cambia por la opuesta. Es como lo de los presos dándose la mano, ¿me equivoco, hija mía? -Irene: En absoluto, papi; así fue, tal como tú lo cuentas. Ya sabes que yo no puedo hacer vibrar mis cuerdas vocales para comunicarme contigo, puesto que mi cuerpo no es físico. Pero lo que sí puedo hacer, y hago, es enviarte pensamientos con toda la fuerza de mi mente, que eso sí que tengo: la misma mente, la mía, que cuando vivía en la Tierra, ahora potenciada por el poder de Dios. Así es como envío pensamientos, imágenes e inspiraciones al director del vídeo de la Aguilera, así es como hacemos todos los del Cielo con los de la Tierra, creando un pensamiento y proyectándolo sobre la mente de otro; es muy fácil hacer esto una vez que le coges el truco. Me encanta que seas capaz de recibir tan nítidamente mis mensajes, papi. Ahora ya nos comunicamos muy bien, dadas las circunstancias. Es porque, efectivamente, estás en el mismo estado anímico que yo: en el “estado Cielo”, es decir, tienes, al igual que yo, a Dios en el alma. Eso simplifica mucho las cosas. -Yo: Sí, claro; a mí también me gusta darme cuenta de tus mensajes. Es un diálogo en toda forma el que mantenemos tú y yo, de eso no hay duda. Un diálogo en el que siempre sueles salirte con la tuya, que eres una aprovechada con eso del poder de Dios -Irene: Bueno, no creas; no siempre me haces caso. Hay muchas veces que haces justamente lo contrario de lo que yo te inspiro. Yo te “digo” una cosa y vas tú y pasas de mí totalmente, haciendo la contraria. O sea que… -Yo: Sí, es verdad; somos seres libres los humanos. No debería hacer lo contrario de lo que me dices, porque yo deseo hacer la voluntad de Dios en mi vida y sé perfectamente que tu voluntad es ahora la mismita que la de Dios, como les pasa a todos los bienaventurados del Cielo. Pero, ya sabes, hija, disto mucho de ser perfecto, aunque en ello estoy… -Irene: Vaaale, vaaale, no te preocupes, pero trata de no pasar de mí cuando te hablo, ¿sí? -Yo: Sí, hija; lo intentaré… Todavía quería contarte otra de mis cosas de la Tierra -Irene: ¿Ah, sí?, ¿cuál? -Yo: Pues verás: tiene que ver con tu nombre -Irene: ¿Con mi nombre? -Yo: Sí, ya sabes cuánto me gusta tu nombre. No sólo me gusta por sí mismo, por la musicalidad de su fonética y por su significado (“la que trae al paz”), sino que me gusta porque te representa a ti, mi niña. Tu nombre eres tú, en cierto modo; es un símbolo que me une a ti con mucha fuerza. Por eso me gusta verlo; leerlo en voz alta cuando lo veo escrito; decirlo en voz alta, en voz baja, en susurros y mentalmente; escribirlo, escucharlo de boca de otras personas… Tu nombre eres tú, me une a ti. Por eso me chifla tantísimo tu nombre, mi amor. -Irene: Ay, qué lindo es esto que me dices, papuchito mío -Yo: Sí, no lo puedo evitar: tu nombre me hace temblar; debe ser por el amor que te tengo -Irene: Claro, papi; es por eso, no lo dudes -Yo: Pues, por eso, resulta que un día, en mis paseos matutinos de fin de semana, en septiembre de 2009, encontré en la puerta de tu instituto - el I.E.S. Las Encinas, de Villanueva de la Cañada - un árbol con una inscripción hecha a tinta de lápiz o
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rotulador. La inscripción decía “Irene y Alex, 1- 9-09”, como se puede ver casi completa aquí más abajo...
En ese árbol estaban grabados los nombres de dos adolescentes enamorados, una tal Irene y un tal Alex, y una fecha en la que supuestamente se realizó tal inscripción, el 1 de septiembre de 2009. Por supuesto que la Irene de esa inscripción no eres tú, ya que moriste en 2005, mucho antes de que se grabara esa inscripción; pero eso a mí me da igual, porque me gusta mucho – como te decía – ver tu nombre, aunque no se refiera estrictamente a tu persona; pero me gusta verlo porque es tu nombre. Bien, tú sabes cuán importante es ese lugar – la puerta de tu instituto - para mí. Es porque, justo en ese mismo lugar, te comunicaste conmigo por primera vez después de tu muerte, unos tres o cuatro días después de la misma. Fue entonces cuando, a mi pregunta por el sentido de tu muerte, tú me dijiste: “Tú tendrías que escribir un libro”. Por eso ese lugar es tan importante para mí, porque fue tu primera palabra tras tu muerte y el inicio de mi viaje espiritual hacia donde hoy está mi alma, hacia donde hoy está la tuya: hacia el Cielo. De modo que, en ese lugar, “coincidí” otra vez contigo al ver tu nombre escrito en el tronco de ese árbol y, desde entonces, cada vez que pasaba por allí volvía a repasar tu nombre con un bolígrafo, para que no se borrase con las inclemencias del tiempo. Sólo repasaba el tuyo, no el de Alex. No es que tenga yo nada contra ese muchacho, pero el nombre que me interesaba ver era el tuyo, así que no hacía caso de nada más. Y así he estado haciendo, repasando tu nombre con el bolígrafo desde hace años cada vez que, en mi paseo matinal de los fines de semana, paso por allí. Sí, a la vuelta de mi paseo siempre paso por allí, para rememorar que fue allí donde encontré la primera respuesta al sinsentido de tu muerte, mi amor grande del Cielo. Pero resulta que, últimamente, el árbol empezó a cambiar su corteza, se le empezó a caer a pedazos al suelo, y tu nombre corría grave riesgo de dejar de poder leerse. De forma que un día me llevé una navaja de casa y me puse a herir al árbol para grabar tu nombre en profundidad en su carne, de manera que sea indeleble. “Lo siento, hermano árbol, pero yo sé que a ti eso no te importa demasiado, aunque te duela un poco la herida de la punta de mi navaja; muchos árboles del mundo 199
tienen grabados en su piel nombres de enamorados, lo cual no les impide seguir viviendo su arbórea vida. Así que, hermano árbol, serás cómplice de mi amor por mi hija, llevando sobre tu piel, como un tatuaje indeleble, su nombre”. La cosa ha quedado así:
Sí, ya sé que el nombre me ha quedado un poco rarito, con la última sílaba separada del resto más de lo normal. Pero es que no ha sido nada fácil su grabación: Por una parte, lo grabé sobre una corteza que después se desprendió, y esto es lo que quedó grabado debajo, en la nueva corteza del árbol; y, por otra, cada vez que me ponía a grabar tu nombre iba y pasaba un coche de policía, o de la guardia civil, o… Sí, comprendo que ver a un señor que peina canas, como yo, grabando algo sobre la superficie del tronco de un árbol, en frente de la puerta principal de un instituto de educación secundaria, a las 7 de la mañana de un domingo cualquiera, puede resultar un tanto sospechoso. De hecho, cuando veía acercarse a uno de estos coches me hacía el disimulado, detenía la grabación de tu nombre, miraba la hora en mi reloj, me pasaba la mano por el pelo… en fin, hacía cosas que indujeran a pensar que estaba esperando a alguien, o algo así. Para mis adentros me decía a mí mismo: “ahí va; a ver si la vamos a liar y acabo en el calabozo por destrozo de enseres municipales en la vía pública, o por delito ecologista, o vaya usted a saber por qué”. Bien, el caso es que no llegó la sangre al río, y pude rematar la grabación de tu nombre. Ay, cuánto me gusta admirar mi obra cada vez que paso por allí. -Irene: Te ha quedado muy mono mi nombre, papi, de verdad. Lo importante no es que esté bien hecho, sino lo que revela sobre tu amor por mí. He observado a algún estudiante del instituto leer mi nombre, y sé que se ha preguntado qué hace allí, y qué ha pasado con el otro nombre, el de Alex. Eres muy divertido, papi; te quiero más… -Yo: Y yo a ti, hija; y yo a ti. Y, además, hay otro sitio en el que veo tu nombre cada día -Irene: ¿Sí?, ¿dónde? -Yo: ¿No lo adivinas?, en un sitio en el que yo mismo también lo coloqué -Irene: Ah, bueno; sí, claro: en la puerta de casa, que es la misma que la puerta de la Fundación, ya que la sede de Fundación está en el sótano de nuestra casa, ji ji ji… -Yo: Oye, que lo del Microsoft de Bill Gates empezó también en el sótano de su casa, no te vayas a creer… -Irene: Claro, papi, claro. La Fundación es todavía más valiosa cuando miras el gran bien que está haciendo en España y miras al mismo tiempo la escasez de sus recursos 200
-Yo: Sí, eso es algo que me tiene maravillado, y que apunta claramente a que la razón de esa realidad es que… -Irene: Es que es una obra del Amor del Cielo -Yo: Sí, yo no lo habría dicho mejor… Pero ¿quieres ver cómo ha quedado tu nombre, en la puerta de la Fundación/nuestra casa? -Irene: Ay, qué bobo eres; pues no lo habré visto ya cientos de veces… Pero sí, enséñanoslo a todos, que sé que estás deseando hacerlo -Yo: Bien, pues aquí está:
-Irene: Qué chulo ha quedado, ¿verdad? -Yo: Sí, sí que ha quedado chulo. Como soy un poco muñón en lo de la habilidad manual, rompí un par de brocas al ponerlo; pero ahí está, más guapo que un San Luis. Modesto, humilde, pequeño… pero es tu nombre, eso es lo que importa. Lo miro con mucho placer cada vez que entro y salgo de casa, sí señor. Pero, hija mía, no sé si recuerdas que el motivo de este diálogo nuestro era, por mi parte, el preguntarte qué te podía yo regalar en el aniversario de tu cumple del Cielo. Con toda esta parrafada que nos hemos echado, todavía no me has dicho qué te gustaría que te regalase; es que no tengo ni idea esta vez, de verdad -Irene: Papi… -Yo: ¿Qué? -Irene: ¿No te das cuenta de que ya me has hecho tu regalo? -Yo: ¿Quién?, ¿yo? -Irene: Sí, tú -Yo: Pues no, no te he hecho ningún regalo, que yo sepa -Irene: Ay, qué bobín que es mi querido papi -Yo: Vaya, ya estamos faltando el respeto al personal viandante -Irene: Bobín, sí; bobín, bobote y bobalicón. No te hagas el sueco, que sabes perfectamente de qué te estoy hablando -Yo: ¿Yooo? Yo no, dímelo tú, ya que eres tan lisssta desde que estás ahí, en el Cielo -Irene: Está bien, ya veo que estás deseando que te regale los oídos… El regalo que me has hecho hoy, mi papi querido, es tu amor por mí; ese amor que se desprende de todo lo que haces, de todo lo que dices, de todo lo que piensas. Tu amor por mí es mi mayor regalo, y yo no podría haber deseado otro mayor, porque no lo hay ¿Qué mayor 201
regalo podría yo esperar de mi padre que el que me siga amando con esa tremenda fuerza con la que me amas aún ya seis años después de mi muerte? Hace ya seis años que no me ves y, sin embargo, me amas como siempre, como si yo no hubiese dejado físicamente la Tierra. Yo diría que incluso me amas más que antes, cuando tenía carne en mi cuerpo. Ahora me amas con un amor más profundo, más interior, más desde las tripas y desde el corazón, más desde el centro de tu alma. Me amas ahora con un amor espiritual, que no olvides es la naturaleza del verdadero amor. No olvides que el Amor, con “A” mayúscula, es un espíritu, el Espíritu Santo. Tú has aprendido a amarme con un amor espiritual y profundo. Ahora sabes, ahora conoces cuál es la esencia interior del amor. Ahora sabes que los humanos somos espíritus; encarnados en cuerpos de carne, pero espíritus al fin y a la postre. Ahora sabes que no podemos morir, porque lo espiritual es inmortal por su propia naturaleza. Tú eres, papi mío, el mejor padre que yo podría haber tenido, el mejor padre que Dios me podría haber dado; mi querido padre a quien amo con todo mi ser, igual que amo de la misma manera a mi mami querida y a mi hermanito de la Tierra, con toda la fuerza de mi corazón. No necesitas quebrarte los cascos para averiguar qué regalo deseo este año, mi papi, porque ya me lo has regalado: mi mejor regalo eres tú. -Yo: Jobar, hija, has hecho… has hecho que se me salten las lágrimas, de verdad te lo digo. Qué hermosa eres y cuánto te quiero, mi amor. Bueno, esteee… ejem… mejor será que sigas con el rodaje de tu vídeo, que es que me estoy poniendo tierno. Además, a ver si por escaquearte del trabajo te van a quitar el puesto… Ay, qué tonto soy, ahora que lo pienso, ¿cómo te van a quitar el puesto, si lo tienes a perpetuidad?... -Irene: Papá… -Yo: ¿Qué? -Irene: Que te quiero mucho; pero mucho muchísimo muchisimísimo -Yo: Y yo a ti, hija mía, y yo a ti -Irene: Te dejo ya, hasta otro rato -Yo: Adiós, tesoro; adiós. Ay, cómo es esta Irene; esta niña vale un potosí. Es la repera: ni siquiera muerta me deja de amar… ni yo a ella. Claro, es que la muerte, en realidad… no existe.
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XVII. CITA EN EL CAIRO
-ONEEl comienzo de esta historia se remonta a hace un par de meses. El Consejero Delegado de una empresa egipcia nos visitó en Madrid, en la sede de la empresa para la que trabajo, el medio que Dios ha dispuesto en mi vida a fin de que yo pueda subsistir, junto con mi familia, y desarrollar mis capacidades laborales. Con este señor hubo un buen feeling desde el principio; abiertamente exploramos posibilidades de cooperación, en interés mutuo de ambas empresas, la suya y la nuestra. Posteriormente nos intercambiamos información y quedamos para una próxima reunión. Inicialmente estaba previsto que dicha reunión fuera de nuevo en Madrid, pero él insistió en que tal nueva reunión se desarrollase en El Cairo, donde esta empresa tiene su sede, a fin de que en mi empresa pudiéramos comprender y valorar mejor, directamente in situ, las capacidades de esa empresa. Yo pensé que visitarles en El Cairo podía estar bien, ¿por qué no?; además de que, desde el punto de vista de la cortesía empresarial, parecía obvio que la segunda reunión debía mantenerse en el territorio de la otra empresa, ya que la primera lo había sido en Madrid. Así que, ni corto ni perezoso, acepté la propuesta de viajar a El Cairo, viaje que ha sucedido la semana pasada, entre el 23 y el 25 de noviembre. Pero, claro, en cuanto comenté con amigos y compañeros de trabajo que me iba a ir a El Cairo, todo el mundo empezó a tildarme de imprudente, que sabida es por todos la situación de tensión política e inseguridad que se vive actualmente en esa ciudad, con ya unos cuantos fiambres y heridos a tutiplén de por medio en las últimas semanas. De manera que, a base de advertirme mis conocidos de que esa ciudad es ahora muy peligrosa, consiguieron meterme el miedo en el cuerpo; así, empecé a pensar si no sería mejor posponer la visita a la tierra de los faraones para algo más adelante. En esas estaba cuando reaccioné ante la situación y me dije a mí mismo: “Esto no puede ser, Jorge: ¿ahora resulta que te me vas a arrugar por viajar a El Cairo? Tú, que voceas a los cuatro vientos que estás en las manos de Dios; que Él sabe perfectamente cómo y cuándo llegará el momento de tu muerte y que eso no te importa lo más mínimo; Tú, que piensas y dices eso, ¿ahora te me vas a arrugar?”. De modo que acabé por pensar así: “¿A quién iré?, ¿a quién puedo yo consultar sobre este delicado asunto?” La respuesta era obvia: a Dios. Así que una noche, hará unos diez días, me puse a rezar en la cama, en la oscuridad y el silencio nocturnos. No le pregunté nada al Señor, sino que solamente me puse a rezar mis acostumbradas ristras de Padrenuestros-Avemarías-Glorias durante horas, que Él ya me aconsejaría qué hacer. Y, oh maravilla, noté perfectamente cómo el miedo a morir se iba esfumando poco a poco de mi mente, paulatinamente, igual que la bruma de la mañana desaparece poco a poco y deja paso a un deslumbrante sol. Cuando me levanté de la cama por la mañana, mi miedo había desaparecido por completo de mí, dando paso a una tremenda tranquilidad. Fui consciente de ello, de que ya no tenía miedo alguno a viajar a El Cairo, lo cual agradecí inmensamente a Dios, y me dispuse a acometer el 203
viaje en la certeza de que, sin ser consciente de si debería atravesar algún peligro o no, lo cierto es que ello me traía completamente sin cuidado ¡Qué maravilloso poder el de la oración!, ¡qué consuelo!, ¡qué fuerza da al alma del ser humano!, ¡qué alucinantemente grande es Dios Nuestro Señor que confiere al alma su propia luz, su propia fuerza, su propia vida. Así de genial es Dios, Señor y Creador de los mundos.
-TWOMe planté en El Cairo el miércoles pasado, 23 de noviembre, llegando allí a eso de las 20:30 horas cairotas y volando con la compañía aérea Egypt Air. En el mapita dinámico de vuelo que sale en las pantallas de TV del avión, vi cómo dejamos la Península Ibérica por Valencia; sobrevolamos más tarde las Islas Baleares, para más adelante pasar sobre la isla de Malta, donde pensé que sería difícil aterrizar, porque toda la isla no era más que un puntito en el mapa; nada en comparación con la gran Sicilia, la isla más próxima a Malta, situada a su Norte. Y así, directamente sobrevolando el Mediterráneo casi todo el rato, llegamos a El Cairo en algo más de 4 horas. Amr, el chófer que habían dispuesto para mí, estaba esperándome en la sala de llegadas del Aeropuerto de El Cairo, con un letrerito que rezaba “Jorge Megías”. Tras saludarle me llevó en coche a mi hotel, situado en New Cairo (El nuevo Cairo), una zona nueva, de expansión de El Cairo, con aires de querer ser un área residencial de cierto nivel y que además contiene edificios de oficinas, edificios públicos y algún centro comercial a la usanza occidental. Lo cierto es que esta zona de la ciudad es un poco una “ciudad fantasma”, a pesar del enorme esfuerzo hecho por urbanizarla, pues tiene cientos de edificios en construcción o en construcción detenida, todos ellos de color arena del desierto y construidos con aires de grandeza; con fachadas como las de las casas americanas sureñas donde vivía la Señorita Escarlata – la de “Lo que el viento se llevó” - con altas columnas y amplias terrazas. Más tarde me enteré de que esa es una zona fantasma porque el Ayuntamiento de El Cairo sacó una ordenanza para que las parcelas a construir por los promotores interesados se edificaran, al menos en la estructura del edificio, en un tiempo máximo determinado, como medida pensada para que la zona se desarrollara rápidamente. Una casa típica de New Cairo tiene el aspecto siguiente:
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Y así, entre casas y más casas fantasma en construcción, llegamos a mi hotel, el Dusit Thani Lakeview. Lo del Lakeview (vista al lago) significa que por la parte trasera del hotel hay un pequeño estanque artificial rodeado de palmeras y jardines, así mantenidos con mucho esfuerzo y mucha agua de riego. Pero, más allá de la valla que delimita el recinto del hotel, el desierto impone su ley: arena y más arena, la nada más absoluta. En el Dusit Thani encontré un botones larguirucho muy simpático, llamado Ahmed, que me acompañó a mi habitación. Me dijo que sabía algunas palabras en muchos idiomas, incluido el japonés. Cuando se enteró de que yo era español me dijo sonriendo: “Hola, hola, Pepsicola”. Bien, si sólo esas palabras son las que sabe Ahmed de Español, y si sabe lo mismo de todos los otros idiomas que afirma conocer, el caso de Ahmed es el de un políglota de vocación aún no desarrollada. Mi consejo para él sería que hiciera un serio esfuerzo por centrarse en el aprendizaje profundo de los idiomas que quiera dominar, aunque dudo de que su trabajo de botones en el Dusit Thani le deje tiempo para esos menesteres. En todo caso, me pareció un tipo bien simpático, de modo que le di 10 Libras Egipcias de propina (el señor de la recepción me dijo que una propina usual de botones cairota puede ir desde las 5 hasta las 20 libras, así que pensé que ni calvo ni con tres pelucas). Amr me llevó más tarde a cenar, con mis anfitriones de la empresa egipcia, a The Katameya Heights (los altos de Katameya), que es una urbanización efectivamente en alto, también en New Cairo, con campo de golf y club deportivo todo pero que muy guapo y de alto standing, donde al parecer recala la crême de la crême de la sociedad cairota para celebrar sus saraos y sus cosas; estaba claro que mis anfitriones me querían impresionar. Y lo consiguieron, vive Dios. La cena fue muy agradable; allí hablamos de lo divino y de lo humano y hasta hicimos chistes a los postres, las cuatro personas que me acompañaban, de la empresa egipcia, y este humilde servidor que suscribe. El jefe de todos ellos me enseñó la foto de sus dos hijas gemelas, de 21 años de edad, y un SMS en inglés que una de ellas le acababa de enviar desde la plaza Tahrir de El Cairo, que es donde se viene montando todo el tomate últimamente y que suele tener el aspecto siguiente:
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Al parecer, los militares egipcios consiguieron echar al Presidente anterior, el señor Hosni Mubarak, por absolutista y abusón. Pero, ahora, los militares no sueltan el poder así como así (¿qué tendrán las poltronas donde se sienta la gente que manda, que tanto se adhieren al trasero de quienes las ocupan?), y la población civil se les enfrenta porque lo que quieren en realidad es esa cosa que tenemos en el occidente cristiano desde hace mucho tiempo, llamada democracia. Yo le pregunté al padre de las criaturas cómo es que les dejaba ir a esa plaza así sin más; esa plaza en la que podría muy bien pasar que fueran a pie pero volvieran tumbadas, inmóviles y metiditas en preciosas cajitas de madera de pino, y me contestó que ellas son jóvenes y rebeldes, que necesitan hacer esas cosas, que son cosas propias de la edad. Admirable y sabia respuesta, ¿no os parece? Se aprende mucho viajando, sí señor. Y así, tras esa agradable cena, Amr, mi chófer particular, me devolvió sano y salvo a mi Dusit Thani Lakeview del alma, donde nada más dejar caer mi cuerpo serrano sobre la cama, a eso de las 00:30 horas del jueves 24 de noviembre, me quedé más pegado a la misma que un sello a un sobre; sin moverme de posición hasta la mañana siguiente, vamos.
-THREEA la mañana siguiente Amr, mi chófer particular, me recogió en la puerta del hotel. Es muy agradable esto de tener chófer; creo que podría acostumbrarme muy fácilmente a ser millonario y tener un chófer que me llevase de acá para allá. Si fuera millonario y viviera en el Cairo, podría decirle a mi chófer, que por supuesto se llamaría Amr, cosas más o menos del siguiente tenor: “Amr, por favor: acérqueme hasta el club de campo, que voy a hacerme unos hoyos al golf hasta la hora del almuerzo”, o bien: “Amr, por caridad: no sea tan brusco en las curvas, que no puedo leer bien mi ejemplar de hoy de The Cairo Times”, o quizá tal vez también: “Amr: hoy no tengo ninguna gana de hacer absolutamente nada, así que me voy a quedar en casa viendo cómo el jardinero planta flores en el jardín. Vaya a limpiar el coche por dentro y por fuera y que 206
quede reluciente, por favor; puede tomarse el resto del día libre. Muchas gracias”. Sí, tener chófer mola, ya lo creo que sí; mola un montón. Amr me llevó al edificio de la empresa que fui a visitar y, una vez allí, me condujo hasta una sala de reunión en cuyo interior me esperaban mis anfitriones, los mismos de la cena de la noche anterior. Tras los saludos de rigor, nos pusimos a hablar cada uno de su empresa y de las posibilidades de cooperación que veíamos y, a medida que la reunión avanzaba, yo me iba dando cuenta, cada vez más nítidamente, que va a ser muy difícil que encontremos áreas de colaboración mutuamente satisfactorias, porque los intereses de esa empresa y los de la mía están muy alejados actualmente. Empecé entonces a vislumbrar que el verdadero propósito de mi viaje a Egipto no era el llegar a un acuerdo con esa empresa, pero todavía no sabía cuál era tal propósito (todo tiene un propósito en esta vida); lo sabría unas horas más tarde. Bien, no importa, hice mi trabajo lo mejor que pude en aquella sala de reunión y, tras la reunión, que duró en total unas 4 horas, mi anfitrión-jefe, además de invitarme a tomar un piscolabis en la terraza exterior de un restaurante cercano estilo occidental muy cool, se empeñó en montarme un tour para que visitara las famosas tres pirámides de El Cairo, esas que llaman de Keops, Kefren y Micerinos, más la esfinge desnarigada de Gizeh, que les cae por allí cerca. Yo le dije que, por favor, no se tomase tal molestia, que ya tendría yo ocasión de visitar las pirámides más adelante. Pero él me insistió vivamente en lo contrario, de forma que no tuve más opción que rendirme a su hospitalidad, pensando también en no desairar a mi anfitrión en algo que los egipcios tienen tan a gala, de lo que están tan orgullosos como es sus pirámides, una de las siete maravillas del mundo antiguo. Total, que nada más volver de tomar el refrigerio en el restaurante cool, allí estaba el bueno de Amr, mi chófer de siempre, con su coche, a la puerta de la sede de la empresa egipcia, más una simpática joven de pañuelo en la cabeza, al estilo ortodoxo musulmán, tapando su pelo pero dejando al aire su alegre y jovial rostro, joven que lleva Erana por nombre. Erana, hablando con su perfecto inglés de ligero acento gringo, fue mi acompañante en la visita a las pirámides. Sentados los dos en el asiento trasero del coche, Erana me fue contando sus cositas: que tenía 21 años, que había estudiado Administración de Empresas en una universidad privada de El Cairo, que tenía una hermana de 26 años que trabajaba como programadora de informática, que le gustaban muchos los idiomas y la comunicación en general, que estaba deseando viajar y descubrir el mundo, que disfrutaba mucho con su trabajo actual desde hacía 4 meses, en el departamento de Marketing de la empresa, y que no tenía novio ni ganas de tenerlo, de momento. Noté claramente cómo la personalidad de Erana era parecidísima a la de mi hija Irene del Cielo, como también su edad (Erana tiene 21 años; Irene tiene ahora 23, es decir, han pasado 23 años desde que Irene nació a la vida de la Tierra). Erana me preguntó por mi familia. Le dije que estoy casado, con un hijo en la Tierra y una hija en el Cielo. Le dije también que a lo mejor me tomaba por loco, pero que yo seguía manteniendo una estrecha relación con mi hija Irene, a quien hablo a diario, con quien comparto muchos preciosos momentos y de quien veo su actuación en mi vida de múltiples maneras a cada paso que doy. Erana me dijo que no me preocupara, que no me tomaba por un demente; que un amigo suyo acababa de perder la presencia física de su madre y, sin embargo, manifestaba notar su presencia espiritual a su lado en infinidad de situaciones. Erana me dijo saber que la vida humana 207
no termina con la muerte, sino que se prolonga eternamente. Me dijo Erana también que ella estaba completamente preparada para dejar esta maravillosa vida de la Tierra en cualquier momento, cuando Dios así lo dispusiera. Me maravilló encontrar tanta sabiduría de la vida en una persona tan joven; me maravilló y me deleitó. La religiosidad de los musulmanes es mayor, creo yo, que la de los europeos; mayor tanto en calidad, en intensidad, como en cantidad, en número de fieles practicantes. El ser consciente de esa religiosidad musulmana tan intensa fue un elemento clave en el proceso de conversión de un santo muy amigo mío, el Beato Charles de Foucauld, que lo notó en uno de sus viajes de exploración geográfica al Norte de África. Y así fuimos, charla que te charla, hasta que llegamos al poblado situado al pie de las pirámides. En la calle de acceso al mismo, con carretera a ambos lados de un arroyo central, pude ver que, en el curso del arroyo, la gente tira la basura como si aquello fuese el basurero municipal. “Mal empezamos, me dije yo a mí mismo mentalmente; qué sucio está esto”. Pero la suciedad y la basura también estaban presentes en las calles del poblado. Como los camellos y los caballos circulan por doquier por entre las calles del poblado, dispuestos para el uso de los turistas, un fuerte aroma de excremento de cuadrúpedo flota graciosamente en el ambiente. Ahora bien, es perfectamente distinguible el olor de cada uno de esos dos tipos de excrementos, que la pituitaria humana es bien sensible y perfecta: la materia prima que ambos animalitos degluten no debe ser la misma, y tampoco es igual el organismo que la metaboliza, que un caballo es un caballo y un camello es un camello. Por tanto, el olor que caracteriza a ambos tipos de excremento no es el mismo; ahora bien, sí que tienen algo en común: los dos huelen asquerosamente mal, como era de esperar. Pero hombre, por Dios, almas de cántaro musulmán, ¿cómo es que no tenéis más limpio ese poblado, por los clavos de Cristo, que es que da pena verlo y olerlo? En fin, que le vamos a hacer: El Cairo es así. Hasta me invitó Erana a entrar en el recinto del templo de Gizeh, donde está la famosa esfinge. Fui a pagar las entradas yo, pero ella me lo impidió; está claro que su jefe le había dicho que hiciera lo posible porque yo quedara satisfecho con el tour. Ay, qué chiquilla más adorable es esta Erana, de verdad os lo digo. Antes de entrar al recinto del templo nos hicimos con un guía, de nombre Faisal Mohamed III, de 27 años de edad y que lleva 15 trabajando como guía de las pirámides. Faisal Mohamed II, su padre, siempre fue también guía de las pirámides, lo mismo que Faisal Mohamed I, su abuelo, antes que su padre. Faisal también me dijo, al enterarse de que soy español, lo mismo que me había dicho Ahmed, el simpático botones del hotel Dusit Thani Lakeview, el día anterior: “Hola, hola Pepsicola”. Deduje entonces que la compañía Pepsicola debió impartir en su día unos cursillos acelerados de español a toda la población egipcia; entiendo que no precisamente con un objetivo de expansión cultural del idioma español, sino más bien para así venderles más fácilmente botellas de Pepsicola en su propio idioma a cuantos turistas de habla española se dejaran caer por Egipto; vamos, digo yo porque, si no, no me explico esta fijación egipcia por mencionar el nombre de esa bebida refrescante al personal. Faisal vestía chilaba caqui hasta los pies, gorra de béisbol azul marino de los Yankees y gafas de sol Rayban de montura dorada. En un inglés oscuro, de difícil inteligencia, me dijo que tenía dos mujeres, viviendo en dos casas separadas, para que no se pelearan entre sí; con una de ellas tiene 3 hijos, y 1 más con la otra. Le pregunté 208
que cómo se las apaña para mantener dos familias con su sueldo de guía turístico, y me contestó que el dinero viene y va, que a veces hay más y otras veces menos en su vida; pero que lo importante no es tanto el dinero como el tener en casa, esperándote, comida, bebida y una mujer (o dos, en su caso). Me preguntó Faisal que cuántas mujeres tenía yo, y le dije que sólo una; que si con una yo ya no llegaba a dar la talla, en todos los órdenes de mi vida, apañado estaría yo si tuviera más de una. Un héroe, el tal Faisal, un héroe de la vida conyugal, de verdad. Nos dijo Faisal no sé qué sobre los distintos materiales de que están hechas las 3 pirámides entre sí, y no sé cuánto sobre sus dimensiones respectivas, pero mi mente no retuvo absolutamente nada de aquellos curiosos detalles. Vi la esfinge, que es tal como se puede ver en las fotos que circulan por ahí o en las películas de Indiana Jones, y vi las pirámides sólo de lejos, porque era algo tarde y estaban a punto de cerrar el chiringuito (son los inconvenientes de ser un turista accidental como yo). Erana me señaló una explanada por allí, dispuesta con muchas filas de sillas de plástico, desde la que se puede contemplar un espectáculo de luz y sonido una vez ya se haya hecho de noche: eso de imágenes que se proyectan sobre la pared de las pirámides con una musiquilla ad hoc de fondo, seguramente de melodía moruna, que es lo suyo. Pero faltaban dos horas para que comenzara el espectáculo; así que le dije a Erana que no, que yo no tenía paciencia para esperar tanto rato; que, mejor, fuéramos a uno de los miles de bazares del poblado, a comprar algún souvenir. Resultó que Faisal Mohamed III también tiene un bazar, o suyo o en sociedad con otros cairotas espabilaos; así que allí fuimos, al bazar de Faisal. El bazar tiene dos plantas y está abarrotado de cosas por vender, de todo tipo. Me fijé en una cabeza policromada de la reina Nefertiti pero, al punto, el dependiente del bazar me puso sobre una mesa otras dos Nefertitis en paralelo con la que a mí me gustaba, hechas de diferentes materiales. La que más ilusión le hacía a él venderme era una esculpida en alabastro que, según él, era la mejor, la más preciosa (o sea, la más cara). Pero le dije al dependiente que aquella Nefertiti debía haber sido esculpida por un descendiente de Cyrano de Bergerac, porque tenía unas napias descomunales, y que quizá sometiéndola a un tratamiento similar al de la esfinge de Gizeh (es decir, quitándole la nariz) pudiera ser que quedase algo aceptable; pero yo no tenía tanto tiempo disponible, porque me tenía que ir más tarde al aeropuerto. Inmediatamente, sin más discusión, el dependiente volvió a poner a Nefertiti nariguda en el estante de donde la había sacado previamente, y no me volvió a insistir más sobre el asunto. Me quedé por fin con la Nefertiti policromada que me dejaron, después de regatear, en 30 Euros. Yo supe ya entonces que no valía más de 5, pero opté por ayudar un poco a esa gente cairota, a ver si así dejan de tirar basura al curso de los arroyos y limpian un poco el poblado de las pirámides, que da asco verlo y olerlo. Acto seguido apareció en escena otro nuevo cairota, una especie de showman con chilaba que parecía ser el jefe del cotarro, por el desparpajo que usaba y por cómo se dirigía al resto del personal del bazar. Le echó la bronca a los otros dependientes por no habernos ofrecido algo de tomar, a Erana, a Amr el chófer y a mí, y nos condujo muy amablemente a una salita muy coqueta, donde nos sirvieron un té. Tanta amabilidad ya me estaba desbordando, al tiempo que empezaba yo a sospechar que aquello era una especie de encerrona, como así fue: el showman con chilaba, cuyo nombre no recuerdo, me hizo una demostración de cuánto mola su perfume de rosas del Nilo, a la par que me contó 209
cómo se las ingenia el ser humano del desierto para lograr tamaña maravilla; la cosa es más o menos así:
Primero, recójanse unos manojos de rosas del Nilo e introdúzcanse en una pequeña ánfora de arcilla dispuesta de tapa, de unos 30 cm de altura en total, un ejemplar de la cual nos mostró el showman Séllese a continuación la tapa del ánfora e introdúzcase ésta bien hondo, a unos 3 metros de profundidad, en un hoyo practicado en la arena del desierto, donde le pegue bien el Lorenzo (o sea, el sol) Déjese allí el ánfora durante unos 4 meses y… ¡equilicuá!: el untuoso aceite de rosas del Nilo estará ya fabricado él solito, libre de alcohol, por un medio estrictamente natural, sin conservantes ni odorantes artificiales, puesto que el desierto, ávido de agua, se encarga de “robársela” al ungüento a través de la pared del ánfora que hace de filtro, dejando el producto listo para su consumo y sin pizca de agua
El showman nos puso, a Erana y a mí, algo de aquel ungüento de rosas en el envés de una de nuestras manos, para que oliéramos a placer aquel tremendo logro de la cultura egipcia. No olía mal la pócima, pero tenía un olor demasiado dulce para mi gusto; un olor bueno para ser usado por una dama o por un mariconchi, pero desde luego nada apto para mí. El showman, cuando se dirigía a Erana, le ponía ojos tunos y le llamaba todo el rato Princesa Egipcia. Para mí que él creía que Erana era un conocimiento mío, así sin más; una dama de compañía de un occidental madurito en búsqueda de juventud y aventura. Y, en cierto modo, así era: Erana fue en efecto mi dama de compañía la tarde del jueves pasado, pero de un tipo de compañía noble, limpio, trasparente, el tipo de compañía que una joven puede hacerle a su padre; el tipo de compañía que Irene podría estarme haciendo; si viviera físicamente en la Tierra, claro está. Bien, muy bien: el té moruno en el saloncito coqueto, el dulce olor del ungüento de rosas del Nilo… Hasta ahí la cosa iba bien, pero se torció a continuación: El showman me ofreció sacarme todo el catálogo de perfumes en su haber, para pasearlo por delante de mi nariz, sin duda pensando en que le comprase alguno a mi señorita de compañía. No sólo el de rosas, ya olido, sino el de lavanda, el de violeta, el de margaritas, el de jacintos, el de… Bien, en ese momento, le dije al showman: “Mire, caballero; no se moleste, que no tengo intención de adquirir perfume alguno; ni siquiera los uso”. El showman, visiblemente cabreado, me dijo que él no estaba intentando venderme nada, sino que sólo quería mostrarme su arte perfumístico. A lo cual le repliqué así: “Verá; no sé cómo decirle lo que le voy a decir a continuación sin que usted se ofenda: no estoy interesado en absoluto en ningún otro artículo aparte del que ya he adquirido. Por eso le digo que prefiero que no pierda su tiempo conmigo”. Ahí ya sí que reaccionó el showman, y me dejó en paz: cejó en su empeño vendedor, me hizo el paquete de Nefertiti, me cobró el importe antes pactado con el dependiente (bueno, quiso cobrarme 3 Euros de más, pero no le dejé salirse con la suya) y pude librarme finalmente de aquel tan molesto acoso. No, si yo lo comprendo: comprendo que, cuando ven aparecer por allí a uno del Oeste, y además vestido con 210
traje de Príncipe de Gales, como iba yo, más bonito que un San Luis, se le tiren encima a tratar de sacarle el parné. Pero es que uno ya está muy baqueteado, que son ya 55 tacos del ala rulando por la superficie de este planeta, y a mí me gusta comprar lo que yo quiero y a mi aire, y no que me vendan lo que ellos quieran y agresivamente, qué le vamos a hacer. Acto seguido, Erana me preguntó si quería ir a ver alguna otra cosa por el poblado, o montar en camello, o montar en coche de caballos, al estilo de Sevilla, pero yo le contesté que no, que lo que yo quería era irme al aeropuerto; que, aunque todavía me quedaran unas horas libres, las aprovecharía en el aeropuerto leyendo o contestando emails con la BlackBerry. Erana, algo contrariada por mi desgana turística, me preguntó si es que no me habían gustado las pirámides y la esfinge. “No, no es eso, por supuesto” – le contesté yo – “sino que todo esto me resulta muy familiar. Es por tanta información como uno tiene hoy en día sobre todo el mundo. Me pasó lo mismo cuando viajé a Nueva York: He visto tantas y tantas películas ambientadas en esa ciudad que me pareció que estaba en casa, como si ya hubiera estado allí antes; ahora, aquí, me pasa lo mismo. De hecho, voy a decirte un secreto: me ha hecho mucha más ilusión conocerte y compartir estas horas contigo que ver las pirámides; así mismo te lo digo, como lo siento”. Erana se ruborizó notablemente con mi explicación, pero quedó más que satisfecha con la misma y consintió en acercarme al aeropuerto con Amr, nuestro buen chófer (no sólo bueno sino excelente, vive Dios, teniendo en cuenta que nos encontramos con coches circulando ¡en contra-dirección por la autopista!, otros marcha atrás, otros más parados en el carril de la derecha, que no en el arcén, y familias enteras cruzando a pie la autopista de parte a parte; El Cairo es así de caótico en su circulación vial). Me hice unas foticos de recuerdo, con Erana y con Amr, usando mi BlackBerry. A ver cómo salen. En la foto a continuación, salimos Amr y un servidor (obsérvese qué cara tan de egipcio tiene Amr, el muy egipcio de él):
Y, en esta otra foto que viene a continuación, salimos Erana y yo (yo soy el que no lleva pañuelo en la cabeza) y, de fondo, la esfinge de Gizeh y las pirámides de Keops (derecha) y de Kefren (izquierda); el resto es sólo gente y arena:
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Y, bueno, poco más a resaltar de la jornada del jueves pasado. Tras el tour piramidal y el rifi rafe del bazar con el showman cabreado, Amr y Erana me llevaron al aeropuerto de El Cairo. Allí, tras despedirme de ellos dos, estuve un rato entretenido contestando emails con mi BlackBerry (jo, qué máquina más pelotuda es la BlackBerry; y no me llevo comisión, ¿eh?) y luego tomé el avión de regreso a Madrid. Ya dentro del avión, una señora colombiana, mayorcita ella, me pidió si podía cambiarle mi asiento de pasillo, cosa a la que accedí; con lo cual me tocó chuparme las 5 horitas del vuelo (hacia el Oeste los vuelos siempre duran más, por los vientos de frente) en el asiento de en medio de una fila de tres, el más horroroso de todos los asientos del mundo mundial y con un espacio entre filas al mejor estilo Iberia, esto es, calculado para los habitantes de Liliput (para más información sobre el tamaño habitual de los ciudadanos liliputienses, léase el libro “Los Viajes de Gulliver”). En verdad en verdad os digo que, cuando en Iberia le llaman “Económica” a la clase Turista, lo hacen dando pleno sentido a esa palabra: la clase Económica de Iberia es de lo más económica que existe. Pero no por el precio del billete, no; sino porque el espacio disponible para el viajero está economizado al máximo. Eso sí, los asientos son de diseño: de Ruggiero. Se ve que en Iberia prima más lo fashion que lo cómodo, qué le vamos a hacer. Pero, en fin, como la necesidad física se acaba imponiendo, descabecé un sueñecito tras la cena a bordo. Bueno, digo cena por llamarlo de alguna manera; más bien, en estos casos, se trata de un divertido ejercicio de contorsionismo, que viene consistiendo en meterle el codo por la boca al pasajero sentado al lado tuyo, al tratar de cortar el filete de pechuga de pollo, a agarrar la bandejita de los macarrones con chorizo con una mano y llevarla cerca de la boca para atacarla con la otra y que no se desparrame su contenido sobre tu barriga, y otras maniobras por el estilo, dignas todas ellas del mejor escapismo, propias de un Mr. Houdini encadenado de pies y manos tratando de salir con vida de un tanque lleno de agua en el que su cuerpo se hallase sumergido.
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-AND FOURMe desperté de mi sueñecito aéreo algo antes de que nuestro avión aterrizara en el aeropuerto de Madrid-Barajas. Nada más despertar es cuando mi mente está más lúcida; cuando se me presentan en ella las mejores ideas; cuando me llegan las más nítidas inspiraciones, muchas de ellas directamente desde el Cielo hasta mí. Lo primero que ocupó mi mente al despertar fue el nombre de Erana: << Erana, Erana, Erana… Pero leñe, ahora que caigo: si Erana suena casi lo mismo que Irene, ¿no es cierto? Tiene las mismas dos consonantes, la “erre” y la “ene”, y dos vocales que se repiten: la “a” en el caso de Erana y la “e” en el caso de Irene. La primera vocal de Erana, la “e”, viene seguida, en el grupo de las vocales (a, e, i, o, u), de la “i”, como en “Irene”, y las otras dos vocales de Erana son la letra “a”, que viene seguida en el grupo de las vocales de la letra “e”, como en “Irene” >>. Sí, no hay duda: Erana es un nombre que se parece mucho al de Irene y que suena bastante parecido, igual hasta puede que signifique lo mismo. Pero no sólo el nombre, sino que Erana, como persona joven que es, tiene una edad y una personalidad muy parecida a la de mi hija Irene, como ya había detectado yo al poco de conocerla. Pero entonces, entonces, entonces… Claro, claro que sí: entonces es que esta visita a las pirámides ha sido el gran regalazo de cumpleaños que me ha hecho mi hija Irene del Cielo, ni más ni menos ni menos ni más. Ella se las ha apañado para organizarme un viaje a El Cairo y para “estar” conmigo, es decir, para que, en su nombre, estuviera conmigo una persona lo más parecida posible a ella, casi como si fuese ella misma. El resultado de toda esta maniobra, que Irene se ha venido currando al máximo desde hace meses, es que ella, mi Irene, y yo, hemos celebrado mi cumpleaños viendo juntos las pirámides, no me queda duda alguna de ello. El verdadero objetivo de mi viaje a El Cairo no era alcanzar un acuerdo comercial con esa empresa egipcia, no señor: era que yo viera las pirámides junto a mi hija del Cielo. A ella le apetecía hacerme ese regalo y, ni corta ni perezosa, lo ha hecho; como hace tantas veces cuando algo se le mete entre ceja y ceja. Todo tiene sentido en la vida, porque la vida está gobernada por Dios y por quienes tienen su voluntad perfectamente alineada con la de Dios: los santos del Cielo, ya ángeles ya hombres. Sólo hay que tener bien abiertos los ojos del alma para ser capaces de ver lo que hay más allá de la realidad visible: la realidad invisible del Amor, que es la que mueve el Universo. Consideré todas estas cosas al despertarme de mi sueño en el avión a Madrid. Al ser consciente de la preciosa maniobra de Irene y reconocer, una vez más, cuantísimo me ama, dos lágrimas surcaron mis mejillas, una desde cada ojo; tras secarlas con ambas manos, una dulce sonrisa apareció en mi rostro. Fue entonces cuando le dije mentalmente a Irene: “Muchas gracias, tesoro mío, por este regalo de cumpleaños tan especial que me acabas de hacer; la verdad es que lo estaba esperando. Me has hecho también otros regalos en este cumpleaños mío de 2011, pero algo dentro de mí me decía que el regalo definitivo estaba por llegar; ahora ya lo he recibido. He deshecho el lazo y he abierto la caja de tu regalo, y era un regalo maravilloso. Estás subiendo tanto el listón en tus regalos que el próximo va a tener que ser la repanocha, ¿verdad? Pero no te preocupes, que lo importante no es que tus regalos sean apoteósicos, sino que yo los siga recibiendo, es decir, que mi alma 213
mantenga su estado de espera; de apertura a lo sobrenatural, a la sorpresa, a la maravilla que puede llegar cualquier día desde el Cielo y que, de hecho, llega cotidianamente, en cualquier momento y en cualquier lugar. Ojala sea yo capaz de mantener mi alma así de abierta cada día; abierta a lo sobrenatural, para así seguir disfrutando de esta hermosísima comunicación con Dios; con vosotros los del Cielo; contigo, amor mío, mi hijita preciosa del alma, mi tesoro, corazón mío, Princesita preciosa de tu papá. Muchas gracias por esta cita nuestra en El Cairo”. Aquel “momento Irene” llegó a su fin abruptamente, al tomar tierra el avión. El piloto, en esta ocasión, es de esos que parecieran haber comprado su título en un estanco: le pegó un cacharrazo al tren de aterrizaje contra la pista que debió de dejar las ruedas cuadradas; todavía se me mueven los entresijos al recordarlo, como se me movieron en aquel aterrizaje. Pero todo está bien si bien acaba: a eso de las 5 de la madrugada del viernes pasado, 25 de noviembre, este servidor de Dios y usted introducía su cansado cuerpo en la cama, en casita, ya a salvo tanto de egipcios revoltosos como de pilotos bruscos y revenidos. Sí, mi cuerpo estaba entonces para el arrastre pero mi alma… ay, mi alma. Mi alma todavía se mantenía allá arriba ¿A la altitud de crucero del avión de Iberia? No, mucho más arriba: mi alma seguía estando junto a mi hija Irene; no en el cielo de la biosfera terrestre, sino en el Cielo de Dios.
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XVIII. LÁGRIMAS DE CIELO
Hoy os quiero relatar un diálogo reciente mío con mi hija Irene del Cielo; es de la semana pasada. Yo hablo mucho con ella, cada día: que si qué te parece esto, que si fíjate qué atardecer tan hermoso, que si crees que esto lo debo hacer así o no, que si échame una manita porque no soy capaz de llegar a aquello otro… El caso es que un día de la semana pasada, al hilo del nacimiento de la mamá de mi esposa a la vida del Cielo, hablé con Irene en los siguientes términos; lo recuerdo perfectamente: -Yo: Irene… -Yo: Irene, ¿me oyes?... -Yo: Ireeeneee, yuhuuu, Ireeeneee, ¿estás ahíii?... -Yo: Irene, leñe, un poquito de por favor, ¿me escuchas o no me escuchas?, jopeles ya -Irene: Ahhh, huuummm, oaaahhh... Sí, sí, ¿qué pasa?, ¿qué pasa?, aquí estoy, ¿a qué viene tanto escándalo?, ¿hay fuego en alguna parte? -Yo: Pues no sé, si te parece… ¿por qué has tardado tanto en contestarme? -Irene: Ay, papi, qué pesado te pones a veces… Pues porque estaba descabezando una siestecita; es que he estado de excursión en el campo, con unos amigos, y estaba rota de cansancio -Yo: Pero ¿cómo?, no entiendo ¿No hemos quedado en que ahora tienes un cuerpo espiritual, no material? -Irene: Sí, así es, ¿y qué? -Yo: Pues que en un cuerpo así no cabe el cansancio, ¿no? ¿Cómo es que estás cansada si, al no tener materia en tu cuerpo espiritual, no te puedes cansar? -Irene: Bueno, aquí no te cansas a menos que desees hacerlo, que ese es precisamente el caso -Yo: O sea, que te has cansado no por debilidad sino porque te apetecía hacerlo, ¿es eso lo que me quieres decir? -Irene: Exactamente eso mismo -Yo: Pues eso, que no entiendo nada de nada, monada -Irene: ¿Qué es lo que no entiendes, meloncete mío? -Yo: No entiendo que te canses por capricho, con lo molesto que es cansarse -Irene: Bueno, eso es según lo mires. Cansarse mola mucho, si lo piensas bien -Yo: ¿Que mola mucho? Pues yo no le encuentro la gracia a estar cansado -Irene: Eso es porque eres un soso -Yo: Vaya hombre; ya estamos faltando al respeto a los progenitores -Irene: No, en serio: cansarse mola mucho, precisamente para así luego poder disfrutar del placer de descansar -Yo: ¿El placer de descansar?, ¿qué placer es ese? -Irene: Sí, hombre, sí; el placer de caer rendida en la cama, como un plomo, con todo el cuerpo dolorido, especialmente las piernas. Y sentir cómo el sueño te va venciendo, cómo vas cayendo rápidamente en brazos de Morfeo y, al despertar, compruebas con estupor que tu cuerpo se ha recuperado totalmente del cansancio anterior y está otra vez como nuevo ¡No me digas que todo eso no mola mazo! 215
-Yo: Ay, de verdad, qué raros sois los del Cielo; quien os entienda que os compre -Irene: Oye, tú me has preguntado y yo te he contestado. Cada loco con su tema, cada uno en su casa y Dios en la de todos, ¿o no? -Yo: Sí, sí, tienes razón; no discutamos por eso, que es una tontería… En realidad te llamaba porque quería charlar un ratito contigo, hija mía, ¿tienes algo de tiempo? -Irene: Sí, claro; aquí en el Cielo tiempo, lo que se dice tiempo, tenemos todo el tiempo del mundo, ¿no ves que esto es la eternidad y aquí el tiempo no cuenta? -Yo: Ah, sí, claro, es verdad; no había reparado en ello. Perdón por el despiste -Irene: Nada, nada, a mandar. Y ¿de qué me querías hablar hoy, papi mío? -Yo: Pues de la abuela Milagros, que murió hace unos días, el 23 de enero -Irene: Ya; y ¿qué pasa con la abuela Milagros? -Yo: Pues, para empezar… quería yo saber si está por ahí, contigo -Irene: Pues sí, aquí está, en el Cielo, ¿por qué lo preguntas? -Yo: Sólo por curiosidad, por saber si había tenido que pasar por el Purgatorio un ratillo o no -Irene: No, no estuvo ni siquiera un momento en estado purgante. En cuanto llegó aquí a la eternidad empezó a disfrutar de la presencia de Dios en vivo y en directo; ¿no ves que pasó muchas penas en la Tierra, la pobre? Eso ya le sirvió de Purgatorio, y ahora es radical y totalmente feliz -Yo: Qué bien, cómo me gusta oír eso… Y fíjate, le pasó a mamá una cosa muy curiosa con la abuela, al poco de morir, en el tanatorio de Pozuelo, algo antes de que incineraran su cuerpo -Irene: ¿No estabas tú con mamá entonces? -Yo: No, yo estaba en la cama con Itu -Irene: ¡Atiza, con Itu!, y ¿quién es esa tal Itu?, ¿no me estarás diciendo que te has vuelto un marido infiel a tus años, así de repente, ¿no? -Yo: ¡Ca, mujer; quita p´allá! No, tú sabes perfectamente que yo soy hombre de una sola mujer y que esa mujer es tu madre. Tu madre es la mujer de mi vida; no hay otra para mí, jamás la hubo y jamás la habrá; ni ahora en el Tiempo ni después en la Eternidad. No, Itu es el acrónimo de “Infección del tracto urinario”. Ya sabes, las bacterias se estaban dando un festín en mis partes bajas, estaban celebrando un party y habían invitado a todo el vecindario. Y yo, con fiebre y con escalofríos aguantando el follón de la fiesta de esos bichitos, estaba postrado en el lecho del dolor -Irene: Ah, bueno, qué susto me habías dado. Vale, entonces, ¿qué es lo que le pasó a mamá con la abuela? -Yo: Pues que, en el tanatorio, entró mamá donde estaba el cuerpo muerto de la abuela, en un cuartito tras un cristal, y se puso rezar la Coronilla de la Misericordia cogiendo a la abuela de una mano y ¿sabes qué sucedió? -Irene: ¿Qué? -Yo: Pues que una lágrima salió del rabillo de un ojo de la abuela y resbaló por su mejilla abajo. Mamá se la secó con una mano y vio que tenía ambos ojos muy húmedos, como anegados en lágrimas, y eso que había pasado ya casi un día desde el momento de su fallecimiento. Así que pensó mamá que eso se debería seguramente a que la abuela murió llena de emoción en su postrer momento en la Tierra; y una emoción capaz de producir tantas lágrimas, tanta agua en sus ojos, podría deberse a
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que, en sus últimos momentos aquí, vio algo o a alguien que le produjo esa tan intensa emoción justo antes de morir, ¿cómo ves esta teoría de mamá? -Irene: Pues muy bien, la veo muy bien porque así pasó en realidad. Mamá es muy sagaz; ya piensa y siente casi como si estuviera aquí, en el Cielo, mientras que todavía está ahí en la Tierra… Sí, eso mismo fue lo que pasó: Antes de morir la abuela, fuimos a buscar su alma su Ángel Custodio, el abuelo Jesús (su marido) y yo misma. Allí nos presentamos los tres, sonriendo, junto a los pies de su cama en la enfermería de la residencia de ancianos. Ella nos vio y, entonces, su rostro de iluminó de gozo y sus ojos se inundaron efectivamente de lágrimas. De hecho, levantó las manos hacia nosotros, como queriéndonos tocar, y sólo dijo antes de morir, en voz muy alta: “Espíritu Santo”, nada más; incluso hizo ademán de incorporarse desde su posición tumbada en la cama. En ese mismo instante fue cuando su cuerpo dejó de funcionar definitivamente y falleció, exhalando su último aliento -Yo: Ay, qué preciosidad de momento, ¿verdad? Verás cómo se va a alegrar mamá cuando le diga que su intuición era cierta; que la abuela lloró de gozo, y no de tristeza, al morir. Ya verás qué contenta su va a poner… Oye, por cierto, supongo que ahora la abuela ya está en sus cabales, que le funciona bien la cabeza y todo lo demás, ¿no es cierto? -Irene: Pues claro, hombre, ¿qué clase de Cielo sería el Cielo si aquí no se fuera totalmente feliz, si uno estuviera mermado de algún modo en las capacidades de su ser? La abuela aquí ha vuelto a ser bella, como era de joven en la Tierra ¿Recuerdas esa foto que tiene mamá sobre el zapatero de casa, en la que se ve a la abuela Milagros y al abuelo Jesús, jóvenes y sonrientes, nada más casarse? -Yo: Sí, claro que la recuerdo; están ahí los dos tan guapos que parecen unos príncipes -Irene: Pues así; así mismo está ahora la abuela Milagros -Yo: Ya pero, ¿le funciona bien la cabeza?; porque, cuando estaba aquí en la Tierra, últimamente ya no sabía ni quién era ella misma, la pobrecilla -Irene: Y dale, pesao; que eres un pesao… Que sí, que está perfectamente. Mira, para que te convenzas de ello, mejor será que hables con ella en persona; a ver si así te quedas tranquilo, ¿vale? -Yo: Bueno, vale -Irene: Abuelaaa, abuelaaa, ven un momento, por favor; sí, conéctate con mi padre, que quiere hablar contigo. Espera, papi, que ya se conecta… -Abuela Milagros: Hola neno; que me dice la niña que quieres hablar conmigo, ¿qué tal estás? -Yo: Hola abuela; yo muy bien, ¿y usted? -Abuela Milagros: ¿Yo? Divinamente, filliño -Yo: ¡Divinamente!, y nunca mejor dicho, ¿verdad? -Abuela Milagros: Eso, así es; porque aquí Dios está por todas partes. Lo respiras todo el tiempo y te llena desde dentro de paz y de alegría -Yo: Qué bien, qué envidia me da usted, abuela. Ya me gustaría a mí estar por ahí, ya me gustaría… -Abuela Milagros: Ya lo estarás, neno, ya lo estarás; todo a su debido tiempo. Y Purita, ¿está bien mi hija?
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-Yo: Sí, abuela, no se preocupe. Bueno, ya sabe usted: ella ahí va adelante, con sus dolores y sus pastillas, lo de siempre. Pero aquí en la Tierra eso es el pan nuestro de cada día. -Abuela Milagros: Sí, hijo, sí; pero eso se acaba al llegar al Cielo. Aquí se está en la Gloria; aquí todos tus deseos se convierten en realidad y esa realidad supera hasta tus más altos deseos. Hubo un tiempo en mi vida de la Tierra en que yo llegué a dudar del Cielo, de si existía o no este mundo maravilloso de aquí. Y sin embargo ahora, ya lo ves, lo estoy viviendo en directo, con mi propio ser ¡Qué grande y qué bueno es Dios, que nos creó por amor y nos mantiene vivos eternamente por el mismo motivo: porque nos ama locamente! -Yo: Sí, abuela, ahora usted ya está viviendo esas maravillas que ni ojo humano alguno vio, ni oído humano alguno oyó, ni mente humana alguna puede imaginar mientras viva confinada en la Tierra… Aunque, ahora que lo pienso, la vida de la Tierra también tiene su puntito, ¿verdad? -Abuela Milagros: Claro que sí, hijo; lo tiene. La vida de la Tierra es maravillosa, aunque incluya el sufrimiento y la muerte -Yo: Yo, le digo la verdad, echo mucho de menos sus filloas; su caldo gallego, con sus grelos y sus cachelos; sus croquetas – que tanto le gustan a Irene - y su pulpo a feira, abuela. No he comido filloas desde hace una eternidad; no como las que hacía usted, ni siquiera en los mejores restaurantes gallegos. Las hacía usted taaan ricas… Recuerdo, cuando íbamos a su casa a verla, que me decía usted: “Tengo aquí en la cocina una cosiña que sé que te gusta mucho, ¿qué será?”. Y yo le contestaba: “¿Filloas?” Usted siempre me decía lo mismo y yo siempre le contestaba lo mismo. Era como un ritual entre usted y yo que servía para que mis glándulas salivares rompieran a trabajar intensamente y para que usted se sintiera compensada por haber pasado un largo rato en la cocina haciéndolas, al ver mi alegría por saber que había filloas de postre -Abuela Milagros: Sí, cierto; veo que te acuerdas de aquello. Bien, no te preocupes; cuando vengas por aquí ya te las volveré a hacer; tú tranquilo, que todo llega -Yo: Abuela… -Abuela Milagros: Dime, hijo -Yo: ¿Ha visto ya por ahí a sus santos preferidos, San Antonio de Padua y San Nicolás de Bari? -Abuela Milagros: Sí, claro, filliño; claro que los he visto. Ahora hablo con ellos a cada rato. Siempre les tuve mucha devoción en la Tierra y ahora comparto su compañía, su luz y su amor en el Cielo. Es maravilloso… -Yo: ¿Y ha visto a Jesús y a la Virgen María también? -Abuela Milagros: Pues claro, hijo, claro. Son guapísimos y muy buenos; tienen un corazón muy grande, me aman mucho y les amo mucho -Yo: Aaayyy… qué gusto estar en el Cielo, ¿verdad? -Abuela Milagros: Sí, de verdad que sí… Mira, Irene quiere decirte algo otra vez; te dejo con ella, ¿te parece? -Yo: Vale, un beso muy grande para usted y otro para el abuelo Jesús; no se olvide de dárselo de mi parte, ¿eh? -Abuela Milagros: Claro, así lo haré; cuídate mucho -Yo: Y usted abuela, y usted… Pero, qué tontería acabo de decir; si en el Cielo ya no hay que cuidarse de nada ni preocuparse por nada… Ay, qué cabeza la mía… 218
-Irene: Papi, soy yo otra vez -Yo: Dime, hija -Irene: ¿Qué?, ¿has visto cómo la abuela está perfectamente, feliz para siempre aquí en el Cielo? -Yo: Sí, ya veo; ahora ya me quedo mucho más tranquilo -Irene: Vale, pues te dejo, que es que he quedado con unos amigos para ir a bailar, a la disco -Yo: Ah, pero ¿también tenéis discotecas en el Cielo? -Irene: Pues claro, ¿por qué no las íbamos a tener? ¿Es que bailar no es bueno acaso? -Yo: No, si no digo yo que bailar no sea bueno, sino que me extraña que haya discotecas ahí -Irene: ¿Y eso por qué? -Yo: No sé, porque no asocio yo en mi mente el Cielo con una discoteca; no sé cómo decirte -Irene: Bueno, pues, para que lo sepas, aquí hay de todo; de todo lo que uno quiera que haya. Si eso no fuera así, ¿qué clase de Cielo sería el Cielo, si uno no pudiera hacer realidad cualquier deseo? -Yo: No; si… visto así, tienes toda la razón -Irene: Pues claro; es que así es la cosa, mariposa -Yo: Vale; pues ya, si eso, hablamos en otra ocasión -Irene: Cuando tú quieras, papi; tú llámame que ya sabes que yo siempre acudo rauda y veloz a cualquier cita para hablar contigo -Yo: Bueno, eso si no te estás echando la siesta, claro; por lo de “rauda y veloz”, me refiero -Irene: Vaya, hombre; para un perro que maté, mataperros me llamaron -Yo: Que sí, boba, que sí, ¿no ves que estoy de guasa? -Irene: Vaaale, bueeeno; por hoy te lo paso, pero que no sirva de precedente, ¿eh?… -Yo: Anda, vete ya con tus amigos, que te estarán esperando -Irene: Adiós, papi, hasta otro rato; te mando un beso muy grande -Yo: Adiós hija, y otro igual de grande de mí para ti * * * * * Ya está todo aclarado, me he quedado bien tranquilo: La abuela Milagros, la mamá de mi esposa, murió con muchas lágrimas en los ojos. A primera vista, para un observador de la Tierra que estuviera junto a su cuerpo muerto, podría pensarse que esas lágrimas se debían al hecho de haber experimentado la tristeza de quien deja este mundo y se apena por ello. Pero la realidad ha sido muy otra en este caso. En el caso de la abuela Milagros, sus últimas lágrimas terrenales no fueron de pena, sino de amor. No fueron lágrimas de disgusto, no; sino de la muy intensa emoción del reencuentro con los seres queridos antes ausentes por largo tiempo. No fueron lágrimas de tristeza, sino lágrimas de maravilla; podríamos decir que se trató de unas preciosas, lindas y maravillosas lágrimas de Cielo, de advertir que estaba empezando a “subir” al Cielo ya de una vez por todas.
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La otra posible explicación podría ser que, al rezar mi esposa su Coronilla de la Misericordia junto al cadáver de su mamá el otro día, en el tanatorio de Pozuelo, el alma de la abuela, revoloteando todavía por encima de su cuerpo ya muerto, hubiera “tocado” su cuerpo a propósito, a fin de producir aquella furtiva lágrima de amor; una lágrima que habría significado, entonces, una señal de agradecimiento hacia mi esposa, por dedicarle un rezo al alma de su mamá ya en camino al Cielo. Bien pensado, las dos cosas han podido suceder simultáneamente, por qué no. Qué hermosas fueron, en cualquier caso, esas lágrimas de Cielo, ¿verdad que sí?
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XIX. IRENE ENAMORADA Ah, los hijos, siempre dando preocupaciones a sus padres… y también hondas satisfacciones, todo sea dicho. Ahí está mi hija Irene del Cielo, sin ir más lejos: ahora que ya vive en el Cielo; ahora que ella ya alcanzó en un tiempo récord - siempre fue la más lista de la familia - el destino natural de todo ser humano; para el que todo ser humano fue creado, ahora ya no nos da, a su madre y a mí, ni una sola preocupación, ni un solo disgusto; lo cual es una gran ventaja si uno lo mira bien. ¡Cuántas cosas malas no le podrían haber pasado de haber seguido viviendo en la Tierra!, porque en la Tierra el bien y el mal están mezclados todo el rato. Cuántos disgustos y sinsabores se ha ahorrado y nos ha ahorrado a sus padres con eso de irse al Cielo. Hasta podría haber pasado que su naturaleza cuasi angelical se hubiera torcido, se hubiera contaminado y pervertido por el contacto con la suciedad de esta vida terrenal, ¿no es cierto? Ya nos lo dice el mismo Dios por medio del Libro de la Sabiduría: “Porque se hizo agradable a Dios, el justo fue amado por Él, y como vivía entre los pecadores, fue trasladado de este mundo. Fue arrebatado para que la maldad no pervirtiera su inteligencia ni el engaño sedujera su alma. Porque el atractivo del mal oscurece el bien y el torbellino de la pasión altera una mente sin malicia. Llegado a la perfección en poco tiempo, alcanzó la plenitud de una larga vida. Su alma era agradable al Señor; por eso Él se apresuró a sacarlo de en medio de la maldad. La gente ve esto y no lo comprende; ni siquiera se les pasa por la mente que los elegidos del Señor encuentran gracia y misericordia, y que Él interviene en favor de sus santos. El justo que muere condena a los impíos que viven, y una juventud que alcanza pronto la perfección reprueba la larga vejez del injusto. Ellos, los impíos, verán el fin del sabio, pero no comprenderán los designios del Señor sobre él ni por qué lo ha puesto en lugar seguro” (Sab 4, 10-17). Pues sí, mi Irenita del alma ya está en lugar seguro, en el más seguro. En ningún otro lugar del universo podría estar ella más segura que en el Cielo; con Dios, los ángeles y los santos. En el Cielo nada malo le puede suceder, porque en el Cielo no existe el mal, sino sólo el bien. En ningún otro lugar puede ella ser más feliz que en el Cielo, porque el Cielo es el lugar donde todos los sueños se convierten en realidad, y tal realidad incluso supera el nivel de lo previamente soñado. De modo que ahora, en el Cielo, Irene ya no puede dar disgusto alguno a sus padres de la Tierra. Y, sin embargo, en cierto modo hasta echo de menos que me diera algún disgusto de vez en cuando, si os soy sincero. Qué hermoso es que tus hijos te den algún disgusto, ¿verdad que sí? No continuamente, claro; no como cuando un hijo es drogadicto, delincuente habitual o cosas así, que eso duele mucho a los padres. No, no digo eso, pero sí está bien que te den algún que otro disgustillo de cuando en vez, ¿que no? ¿Acaso no es hermoso preocuparse por los hijos, por sus problemas, por sus miedos, por sus angustias, y tratar de ayudarles a superar todo ello? Sí, esas cosas tan preciosas forman parte del amor de los padres por los hijos; entran en el paquete de lo que has comprado al ser padre. Preocuparte por tu hijo o 221
por tu hija, incluso sufrir por ellos, ¿acaso eso no forma parte del amor de un padre o de una madre por sus hijos?, ¿es que acaso no es amor el sufrir por causa del ser amado? Cuando padeces por causa del ser amado, tu vida es más amplia, mayor; ya no sólo padeces por tus propios problemas, sino por los problemas de aquel a quien amas; ya no solamente vives tu vida, sino también la del ser amado. Incluso hasta te llegas a olvidar de tus problemas y pasas a centrarte en los del amado, ¿verdad? Si, amar es morir un poco a uno mismo, es vivir por y para el otro; eso es amor. Y, bueno, pues ahora resulta que ha llegado Irene y me acaba de plantear, justo el otro día, algo que no me esperaba en absoluto, la verdad; es que ni se me había pasado por la imaginación lo que me acaba de decir. Y no es que sea algo de lo que preocuparse en realidad, porque no es algo malo ni nada de eso. Pero no deja de tener para mí su puntito de sorpresa y de un cierto sabor agridulce, para qué nos vamos a engañar. No es que el asunto me disguste, no; porque lo que me ha dicho me parece de lo más normal en un ser humano. Es simplemente que un padre siempre es un padre, y mi niña siempre es y seguirá siendo para mí mi Princesita, la niña de mis ojos, mi tesoro, lo mismo que le pasa a cualquier padre en relación con su hija. Es algo humano, lógico, natural y hasta freudiano, diría yo. Es muy especial lo que un padre siente por su hija, como también lo es lo que una hija siente por su padre. Tiene que ver con las diferencias sexuales, forma parte de la naturaleza humana. La cosa es como es y no hay que darle más vueltas, pero hoy quería yo mostraros al detalle de qué os estoy hablando. No sé, quería compartir esto con vosotros; creo que porque así me desahogo un poco con vosotros que me entendéis, sobre todo con quienes seáis padres de hijas jóvenes, como es mi caso. Y bien, lo que hablamos Irene y yo el otro día fue lo siguiente: -Irene: ¡Papi! -Yo: Ngaaaggg… (roncando) -Irene: ¡Papi, papi, papi! -Yo: Ngaaaggg… -Irene: ¡Papá, lechugas, que te despiertes ya, que tengo que hablarte! -Yo: ¿Qué pasa?, ¿qué pasa?; que estaba yo muy ricamente, soñando con mi hija… -Irene: Papá, que soy yo; que llevo un buen rato tratando de despertarte desde dentro de tu sueño -Yo: Ah, bueno, pues vuelve mañana, que ahora me estoy echando una siestecita muy rica; y, además, estoy soñando contigo, que me gusta mucho verte y poder recordarlo después -Irene: Papá, pero no me seas tan marmotoide, por favor; que llevas más de dos horas durmiendo la siesta, jopeles -Yo: ¿Y qué tiene eso de particular? Es que estoy muy trabajado por la vida y necesito dormir mucho, y ya está -Irene: ¿Trabajado por la vida tú? Sí, naranjas de la china; ni que estuvieras con un pico y una pala abriendo zanjas por las calles, no te digo… -Yo: Jobar, ea, ya me has despertado del todo con tanto parlamento. Pero ¿se puede saber qué demonios sea eso tan importante que te pasa, hija mía, como para que no puedas esperar a decírmelo hasta después de haberme despertado de mi sagrada siesta sabatina? 222
-Irene: Bueno, pues… a lo mejor a ti no te parece tan importante; pero para mí sí que lo es, y mucho; y quiero contártelo antes de que te enteres por los periódicos -Yo: Vale, bien, te compro la idea. Si es tan importante para ti, también lo será para mí; ¿de qué se trata, tesoro mío? -Irene: Pues de que… -Yo: ¿De qué? -Irene: Pues de que… -Yo: Bueno, venga, dilo ya -Irene: Es que… -Yo: OK, yo me vuelvo a dormir; ya me lo dirás otro día -Irene: Que no, que no, que tengo que decírtelo ahora -Yo: Pues entonces dilo ya de una vez -Irene: Es que a lo mejor te enfadas si te lo digo -Yo: ¿Quién?, ¿yo?, no sé por qué -Irene: Porque a lo mejor no te gusta lo que te voy a decir -Yo: Andá mi madre, pero ¿cómo no me va a gustar lo que me quieres decir?, ¿por qué motivo no habría de gustarme? -Irene: Pues porque no -Yo: Ah, ya veo; lo dicho: que yo me vuelvo a dormir. Adiós, mundo cruel, vuelva usted otro día, señorita mía -Irene: Que no, que no; que es que… ¡¡me he enamorado!! -Yo: ¿Cómo dices?, ¿que te has qué? -Irene: Sí, hombre, sí; que me he enamorado -Yo: ¿Qué te has enamorado? -Irene: Pues sí, eso mismo; que me he enamorado -Yo: Arrea, ¿pero eso cómo puede ser? -Irene: Pues siendo, y ya está; ¿qué tiene de particular que me enamore?, ¿no lo hace todo el mundo acaso? -Yo: Esto… errr… Pues no… bueno, es decir, sí. Pero… pero no cuando uno está en el Cielo -Irene: ¿Ah, no? ¡Esta sí que es buena! A ver si ahora resulta que vas a saber tú más del Cielo que yo, que vivo aquí; no te fastidia… -Yo: No, eso no; yo no digo que sepa más que tú del Cielo. Eso, evidentemente, no es posible. Pero, si resulta que tú no tienes cuerpo de carne material, no sé cómo diantre te vas a enamorar en el Cielo -Irene: Pero, vamos a ver, taruguete de papi mío: claro que no tengo cuerpo material, pero sí lo tengo espiritual y, además, para enamorarse no hace falta tener cuerpo. Mira, si no, a los ángeles: ellos no tienen cuerpo y, en cambio, experimentan en sí mismos el amor: aman y son amados, por muchas otras personas y por Dios -Yo: Bien, sí; eso sí lo puedo entender. Que en el Cielo, que es el Reino del Amor, todo el mundo ame a todo el mundo y todo el mundo ame y sea amado por Dios lo entiendo. Pero lo que no me cabe en la cabeza es que una persona se pueda enamorar de otra, así en singular, lo mismo que nos enamoramos en la Tierra -Irene: ¿Ah no? Y ¿por qué no? -Yo: Pues porque Jesús, cuando le plantean esa trampa sobre de quién será en el Cielo una mujer que en la Tierra se hubiese casado consecutivamente con siete hermanos de una misma familia, que hubieran fallecido uno detrás de otro, Jesús contesta así: 223
“En la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como los ángeles de Dios en el Cielo” (Mateo 22,30) -Irene: Ah, vaya, acabáramos; ¿así que era eso? -Yo: Pues sí -Irene: Ya, pero eso que dijo Nuestro Señor Jesucristo en la Tierra no significa que la gente no se enamore en el Cielo o no siga manteniendo sus amores adquiridos en la Tierra; sino que, efectivamente, uno de los fines propios del matrimonio, que es la procreación de los hijos, no será necesario en el Cielo. La procreación es la manera de continuar la especie y hacerla crecer en número, pero ya no será necesaria cuando todos tengamos cuerpo glorioso, una vez resucitados -Yo: Ah, bueno, gracias por la aclaración. Pero tengo otra duda -Irene: ¿Cuál? -Yo: Pues que no entiendo cómo es posible que, en el Cielo, se pueda amar a una persona más que a otra, cuando tu corazón está lleno del mismo amor por Dios y por todos -Irene: No, no es que ames más a una persona que a las otras, sino que la amas de forma diferente; eso es todo. En este caso, me he enamorado perdidamente de un chico. Eso, enamorarse, es de lo más natural para un ser humano como soy yo, ¿no te parece? -Yo: Sí, sí, claro; lo veo normal, lo veo bien. Pero… -Irene: Pero ¿qué?, ¿qué pero le vas a poner a que me haya enamorado? -Yo: No, no, ninguno; sólo que me gustaría saber algunas cosas sobre mi futuro yerno; o ¿no le puedo llamar yerno en este caso, ya que no te vas a casar con él? Mira que, si no te vas a casar con él, a ver si esto vuestro no le vaya a gustar mucho a Dios Nuestro Señor, ¿eh? -Irene: Ay, papi, qué chorradas dices de vez en cuando, de verdad… No sé si le puedes llamar yerno o no a mi enamorado, pero lo que sí te aseguro es que el que me haya enamorado de un chico es completamente del agrado de Dios. Si así no lo fuera, Él no habría consentido que yo me enamorase. En el Cielo es imposible pecar; es imposible separarse espiritualmente de Dios, no sé si me entiendes -Yo: Sí, sí, bueno, más o menos. Entonces lo que me dices es que Dios aprueba vuestro amor, ¿es eso? -Irene: Pues claro, hombre, pues claro ¿Cómo no va Dios a aprobar que la gente se ame? -Yo: Claro, claro. Bien, pues… si Dios ve bien lo vuestro no seré yo quien lo vea mal -Irene: ¡Bieeennn papi, bien! Eso es lo que yo quería oír. Eso equivale a haber obtenido tu bendición sobre mi amor, ¿no es cierto? -Yo: Eh, un momentito, un momentito, espérame un momentito; no corras tanto, que yo no he dicho eso -Irene: Ah ¿no?, ¿cómo que no? A ver si lo vas a fastidiar ahora -Yo: No, yo no quiero fastidiar nada. Pero, si lo que quieres es mi bendición, antes tengo que informarme un poco sobre quién es él -Irene: Sí, hombre, y ¿por qué no saber también a qué dedica el tiempo libre, como en la canción de José Luis Perales? -Yo: Sí, tú ríete, ríete lo que gustes de tu padre. Pero comprenderás que necesite saber algo más de tu chico, ¿no?
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-Irene: Brrr… No, si ya sabía yo que me vendrías con alguna cosa de estas tan anticuadas ¿ves ahora por qué temía que no te gustasen las noticias que tenía que contarte? -Yo: No, a ver si nos entendemos. Yo no digo que no me guste esta noticia; lo que digo es que quiero tener más información sobre tu enamorado, eso es todo -Irene: Pero ¿por qué quieres tener más información sobre él?, ¿por qué? -Yo: Ah, pero ¿cómo que por qué? Vamos a ver señorita: Porque soy tu padre, por eso, ¿no te parece eso ya un motivo suficiente? ¿No te parece bien que yo quiera conocer mejor a aquel por quien late el corazón de mi Princesita, de la niña de mis ojos, de mi tesoro del alma, que eres tú? -Irene: Sí, bueno; ya que me lo pones así, puedo entender lo que me pides, sí. También tú eres mi papi querido del alma, y siempre lo serás, aunque me enamore de quien sea por ahí -Yo: Ah, bueno; veo que ya nos vamos entendiendo. Bien, pues, entonces… allá va mi batería de preguntas, ¿estás preparada? -Irene: Sí hombre, sí; lo estoy. Dispara… ay, qué dolor de papi tiene una servidora… -Yo: Bien, pues, para empezar, empecemos por lo más básico: ¿Cómo se llama tu amor? -Irene: Erik, se llama Erik -Yo: ¿Erik? -Irene: Sí -Yo: O sea, que no es español, ¿me equivoco? -Irene: Pues no, nació en USA -Yo: Ah, en USA. Entonces es lo que me figuraba -Irene: Y ¿qué te figurabas? -Yo: Que es negro, de piel negra, ¿a que sí? -Irene: Pues sí, ¿cómo lo sabías? -Yo: Porque te conozco mejor que si te hubiera parido, aunque te haya parido tu madre. Recuerdo cómo te gustaban los chicos negros cuando tenías cuerpo de carne. Recuerdo aquella vez cuando viviste unas semanas con una familia americana en Tallahassee, Florida, y viniste prendada de la belleza de los chicos negros que conociste en el instituto de enseñanza secundaria (High School le llaman allí) al que estuviste asistiendo a clase. Recuerdo también muy bien aquella película que te gustaba tanto, de una chica rubia y un chico negro que bailaban y se enamoran… ¿cómo se titulaba?... Espera… -Irene: “Espera al último baile”. Sí, ya veo que me tienes muy fichada. Pero, oye, no lo dirás por… por algún prejuicio tuyo de tipo racista, ¿verdad? -Yo: No mujer, no. Como si no me conocieras ¿Qué importará el color de la piel de un ser humano? Claro que no me importa, lo que me importa es que tú seas feliz, eso es lo que le importa a cualquier padre: la felicidad de sus hijos… Imagino que será bien guapo, ¿sí? -Irene: Uuuyyy, sí, vaya si es guapo; Erik es guapisimisimísimo. Tiene unos ojos, y una sonrisa, y una cara, y unas manos - es tan hermoso ver sus manos entrelazadas con las mías, con unos colores tan diferentes de piel entre ambos -, y una manera de moverse, y un cuerpo, y… -Yo: Bueno, bueno, para ya, por favor, que no hace falta que me detalles tanto su fisonomía, jopeles 225
-Irene: Pero ¿no decías que quería conocer todos los detalles de mi enamorado? -Yo: Sí, claro, pero no hace falta que me pongas por las nubes lo guapo que es tu Erik -Irene: Ay, ay, ay, ay, ay, que me parece qué ya entiendo lo que está pasando aquí -Yo: ¿Qué está pasando dónde? -Irene: Lo que está pasando contigo -Yo: Y ¿qué es supuestamente lo que está pasando conmigo, a ver? -Irene: Que me parece que mi papi está algo celosillooo… -Yo: ¿Quién, yo?, ¿celoso yo? -Irene: Sí, eso mismo, celoso -Yo: Qué tontería, ¿celoso yo? Qué ocurrencias tienes, qué bobadas… -Irene: No, si hasta me gusta que estés algo celoso de Erik, de verdad -Yo: Que yo no estoy celoso de Urik, caramba -Irene: Erik, se llama Erik -Yo: Pues eso, Erik, lo que yo decía. No, no estoy celoso en absoluto -Irene: ¿Ni siquiera un poquito? -Yo: No. Bueno, sí; un poco… sí. Es que tú eres mi niña y siempre lo serás, compréndelo -Irene: No, si lo comprendo, de verdad; y ya te digo que hasta me gusta que estés algo celoso. Pero es una tontería que lo estés. Verás: Erik es un chico majísimo, muy bueno, muy divertido y que me trata como a una reina. Me quiere mucho, y yo a él. No tienes de qué preocuparte, que tu Princesita estará siempre en buenas manos, ¿vale? -Yo: Sí, hija mía, claro. Yo sé que Erik será un chico excelente y que te hará muy feliz. Si tú le amas es porque él merece ser amado por ti. Eso a mí me basta, de verdad. -Irene: Ay, mi papi querido; cuánto te quiero, mi papá -Yo: Estooo, ejem… es que… -Irene: Es que ¿qué? -Yo: No, nada; que es que se me ha puesto un nudo en la garganta cuando me has dicho que me quieres, nada más -Irene: Claro, papi mío; es que esa es la verdad: te quiero tanto… -Yo: Ay, y yo a ti, hija mía; y yo a ti… Pero dime, ¿cuántos años tiene Erik? -Irene: 26, nació hace 26 años en Memphis, Tennessee -Yo: Y ¿cuándo murió? -Irene: Murió hace dos años, en un accidente de moto -Yo: Vaya, qué rollo con eso de los accidentes de tráfico, de verdad -Irene: Sí, es un rollo auténtico; pero, por otra parte, si Erik no hubiera muerto yo no le habría conocido aquí en el Cielo -Yo: Claro, no hay mal que por bien no venga, ¿cierto? -Irene: Así es. Desde que Erik llegó aquí nos caímos muy bien, hubo mucha química entre nosotros desde que nos conocimos. Pasábamos mucho tiempo juntos, íbamos a todas partes juntos y siempre nos ha gustado mucho estar el uno junto al otro. Un día Erik me pidió si quería salir con él, y yo acepté. Desde entonces nos hemos vuelto inseparables y… aquí estamos -Yo: Qué bien. Oye y… ¿es de buena familia? -Irene: De la mejor, de la misma que tú, de la familia de Dios, ¿te parece que haya una familia mejor que esa? -Yo: Claro, claro, entiendo. No, no hay una familia mejor que esa; eso es cierto. Pero ¿de qué vais a vivir? Es a eso a lo que me refería
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-Irene: ¿Que de qué vamos a vivir? Pues de lo mismo de lo que vives tú: de Dios ¿O es que acaso piensas que tú vives de otro modo?, ¿acaso es otro quien te da todo lo necesario para vivir? -Yo: Pues sí, tienes toda la razón; claro que sí. Todos vivimos de la Providencia de Dios. Y… ¿os vais a ir a vivir juntos? -Irene: Sí, viviremos en una casita pequeña por aquí cerca. Nosotros no necesitamos más; sólo queremos tener nuestro nidito de amor, nuestra intimidad para compartirla entre nosotros dos -Yo: Normal, eso es lo lógico y normal. Y, óyeme, ¿está difícil conseguir vivienda en el Cielo? Porque aquí, en la Tierra, eso no está nada fácil -Irene: No, aquí eso no representa problema alguno. De hecho, sólo hemos tenido que desear tener la casa de nuestros sueños et voilá: esa es la casa que vamos a tener. Ya sabes que aquí todo deseo se convierte en realidad -Yo: Jobar, pues eso sí que mola, ¿que no? -Irene: Ya lo creo, el Cielo mola mazo -Yo: Oye, Irene, y ¿a qué se dedica Erik? -Irene: Pues él canta, como yo. Cantamos los dos juntos en reuniones de amigos, fiestas y cosas así. Y lo pasamos genial -Yo: Ah, sí. Ahora ya me imagino lo bien que lo pasaréis compartiendo esa afición tan hermosa ¿Sabes?, tengo unas ganas tremendas de oírte cantar ¿Te puedes creer que jamás te oí cantar mientras viviste en la Tierra, y eso que todos te conocían como “la chica rubia que canta”?, ¿te lo puedes creer? -Irene: Sí, papi, lo sé -Yo: Sí, estaba por ahí trabajando, incluso en fines de semana, o viajando por otros países. Andaba con los valores algo cambiados entonces, creo yo. Pensaba que lo que tenía que hacer era eso, andar perdido por esos mundos para ganarme la vida. Ahora me doy cuenta de que debería haber dedicado más tiempo a estar contigo, mi pequeña; que debería haber estado más pendiente de ti, que debería haber disfrutado más de tu presencia. Ahora, sin embargo, no puedo estrecharte entre mis brazos y no veo llegado el día en que lo pueda hacer de nuevo -Irene: Bah, no te preocupes por eso, papi mío. Yo sé perfectamente que, si estabas por ahí trabajando mucho, era para proveer a tu familia de lo necesario, para que no nos faltase de nada. Dios nos ha provisto de todo a través de ti; tú has sido su instrumento para que nosotros, tu familia, pudiéramos vivir en la Tierra. Y lo has hecho siempre muy bien; no puedo quejarme de nada, de verdad. Además, jamás me ha faltado tu amor, jamás. Yo siempre me he sentido muy amada por ti y por mamá; siempre he sido consciente de que ahí estabas tú, detrás, pendiente de todo. Siempre he sentido tu fuerte y firme presencia, la del padre protector que se desvive por su familia, aún cuando no estuvieras físicamente presente. Y eso me ha dado siempre mucha seguridad y mucho amor, de verdad te lo digo. Tú siempre has sabido hacer muy bien aquello para lo que Dios te llamó: tú siempre has sido un padre ejemplar, el mejor padre, mi padre, el que Dios me dio, mi papi querido del alma, mi amor de padre, mi amor… -Yo: Ay, hija. Ahora el nudo de mi garganta ya es como si me hubiera tragado una tuerca, y mis lágrimas ya se han liberado mejillas abajo a sus anchas. Es mágico lo que pasa cuando escribimos estos diálogos entre tú y yo. De repente me viene una idea sobre la que escribir, una idea para escribir sobre ti, una idea que sé perfectamente 227
que viene de ti. Me pongo entonces a escribir pero, cuando empiezo, sólo una vaga idea, un tema, es lo que ocupa mi mente, pero nada más. Y, a medida que tus palabras y las mías van apareciendo en la pantalla del ordenador, nuevas palabras vienen a mi mente y salen de mis manos; palabras que crean párrafos como este tuyo anterior, tan llenas de amor y de vida que me es imposible no sentir la emoción con la que tú me las inspiras en cada renglón que escribo. Palabras vivas, que cobran vida unas tras otras y se escriben a sí mismas, apareciendo nuevos pensamientos ocultos hace tan sólo unas líneas; que no se habrían revelado, que no habrían existido de no haberme puesto a escribir… Hija mía, ¿sabes qué? -Irene: ¿Qué, papi mío? -Yo: Que me parece muy bien que te hayas enamorado y que seas muy feliz en el Cielo, claro que sí. Y que no estoy celoso de Erik, porque acabo de ver en tus palabras cuánto me quieres y que tú, lo mismo que cuando vivías en la tierra, tienes un corazón tan grande que puedes amar a muchas personas al mismo tiempo y amar a cada una de ellas con un amor único, exclusivo y especial; hacer que cada una de ellas se sienta amada como si fuese la única a la que amas. Así me siento yo, hija mía, amado por ti de una manera especial, como nadie me podrá amar jamás; como una hija debe amar a su padre. Claro que te doy mi bendición por tu amor con Erik, claro que sí: Yo bendigo este amor de mi niñita del Cielo, el que ella misma ha elegido fiándose de su gran corazón; y, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, pido a Dios que conserve eternamente vuestro amor y os haga tan felices como podáis serlo. Y que este amor vuestro sea para la mayor gloria de Dios; este Dios Nuestro Omnipotente que gobierna la Tierra y el Cielo con mano firme, pero dulce y amorosa, y se goza en todas sus criaturas y en su providente Amor por ellas. Un Amor propio de lo que Él es: un Padre. Yo me hago una idea de cómo nos ama Dios, Nuestro Padre, al haberme dado Él la inmensa gracia de amarte a ti, mi hija querida del alma. Esta es mi identidad, esto es lo que yo soy: un padre, tu padre, el padre de Irene. Bendita seas por siempre, hija mía; porque, si Dios me usó para darte la vida natural y sostenerla hasta que Él así lo tuvo previsto, también te usó a ti, a través de tu muerte, para darme a mí la vida sobrenatural de Cristo. Así es el amor entre los miembros de una familia: unos buscamos el mayor bien de los otros y, al hacerlo, no estamos sino haciendo realidad la voluntad de Dios. Te mando un gran beso, hija mía. Y, bromas aparte, despiértame cuando quieras de cualquiera de mis sueños; que, si gozoso es para mí verte en mis sueños, también lo es hablarte y que me hables en nuestros diálogos, que me dan mucha vida y mucho amor, el que tú siempre me trasmites. Hasta nuestra próxima cita, mi pequeño grande amor del Cielo. -Irene: Sí, papi; hasta entonces. Recibe tú mi más cálido abrazo y dale muchos besos a Mamá y a Jaime, y también un achuchoncillo a nuestra perrita Nora, ¿vale? -Yo: Claro, hija; lo haré de tu parte. Hasta pronto -Irene: Adiós, papi mío -Yo: Adiós, mi amor * * * * *
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Siempre me pasa lo mismo con mi niña del Cielo. Puede que sea yo quien la llame para hablar con ella; o puede que sea ella quien me llame a mí, de quien parta la iniciativa de hablarnos. Pero, al final, lo que siempre sucede es que se revela nuestro amor a través de nuestras palabras y que ambos gozamos mucho juntos, al amarnos como nos amamos; lo cual no deja de sorprenderme a mí mismo, si consideramos que ella está supuestamente muerta y yo no. Pero, ¿quién está muerto y quién está vivo? Se está muerto cuando no se ama ni se es amado, y se está vivo en caso contrario. Lo de tener o no carne material en el cuerpo es sólo un ligero accidente sin demasiada importancia; Dios mismo así nos lo ha dicho por San Lucas: “Porque Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; todos, en efecto, están vivos para Él" (Lucas 20,38).
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XX. AL CIELO UN VERANO Los que, no habiendo muerto todavía, creemos que un ser humano sigue vivo tras su muerte, en un gesto de la máxima coherencia seguimos hablando con quienes ya han muerto; puesto que, si están vivos, aunque hayan muerto, ¿por qué no íbamos a seguir comunicándonos con ellos? Si están vivos es que siguen siendo ellos mismos, ya que estar vivo sin seguir siendo uno mismo ya no sería estar vivo. Quiero decir que el pleno sentido de la expresión “estar vivo” se da cuando quien ha muerto sigue siendo lo mismo que era antes de morir, o sea, sigue siendo una persona. Y los atributos esenciales que definen a una persona son los siguientes: Tener “memoria del pasado”, tener “inteligencia racional” y tener “libertad de elección”. Tener carne en el cuerpo no es un atributo esencial para un ser humano, puesto que se sigue siendo un ser humano tras la muerte, aun habiendo perdido la carne del cuerpo. Millones de seres humanos aún no muertos hablan a diario con otros seres humanos ya muertos. Por ejemplo, Jesucristo, ¿quién es sino, además de ser Dios, un ser humano ya muerto? Y, sin embargo, muchos hablamos con Él cada día, le hacemos peticiones, le contamos nuestras cuitas, le pedimos perdón, le decimos que le amamos… Y otro tanto pasa con la Virgen María, y con todos los Santos y bienaventurados del Cielo. E incluso hablamos a diario con los Ángeles, que también son personas como nosotros. Pues eso mismo es lo que hago yo con mi hija Irene del Cielo: hablar con ella todos los días. No publico todos nuestros diálogos, claro, porque entonces no tendría ni tiempo ni espacio suficientes como para contaros lo que hablamos entre los dos, simplemente por eso. Pero, de vez en cuando, me gusta haceros partícipes de nuestros diálogos. Siento gran gozo al compartir algunos de estos diálogos con vosotros, mis queridos lectores. Y, además, puede que ello os anime a entablar, vosotros también, una relación así, abierta y amorosa, con alguno de vuestros seres queridos físicamente ausentes, ¿por qué no? No debemos tenerle miedo al amor por nuestros seres queridos ya muertos, a expresar ese amor de las más variadas maneras. Cuando nos abrimos a la comunicación con los del Cielo, el dolor por su ausencia física se tiñe de consuelo, se dulcifica, se vuelve cálido, se torna en una gozosa experiencia de amor que nos llena de vida. Esa es, al menos, mi experiencia, que ya supongo no será válida para todo el mundo, pero sí lo es para mí. En estas fechas, concretamente el próximo 5 de agosto, se cumple el séptimo aniversario de la muerte de mi hija Irene, y he pensado que sería un buen regalo para ella el que todos vosotros vierais cómo nos seguimos amando ella y yo; cómo sigue funcionando nuestro amor, tan vivo como cuando ella tenía carne en su cuerpo, entre un vivo y una muerta-pero-viva. En la Divina Comedia, del gran Dante Alighieri, cuando el propio Dante vaga por el infierno, se encuentra con una pareja de amantes a quienes conocía, que en su vida terrenal habían mantenido un tórrido romance prohibido. El marido engañado, en un arrebato de ira, dio muerte a los dos amantes que acabaron juntos, pero en el infierno. Sin embargo, el galán le dice a Dante lo siguiente: “El amor, que a amar obliga al que es amado, me ató a sus brazos con placer tan fuerte que, como ves, ni aun muerto me 230
abandona”. Así es el amor. Nada hay que se anteponga al amor, nada hay que se interponga entre quienes se aman. El amor es mucho más fuerte que la muerte. Yo hoy deseo dar testimonio de ello al poner en vuestro conocimiento uno de los últimos diálogos entre Irene y yo, de justo el otro día; es el siguiente: -Yo: Irene… -Yo: Irene, ¿estás ahí?... -Yo: Irene, ¿me oyes?... -Yo: ¡¡IRENE!! -Irene: Ssshhh, calla, loco, ¿a qué tanto grito? -Yo: Hombre, claro, a ver, como no me contestabas… -Irene: Es que estoy viendo una peli, que ya está acabando: ahora te llamo -Yo: Vale, pero no tardes mucho -Irene: No, en un momento te llamo -Yo (pensando para mis adentros): ¿Qué peli estará viendo? Debe de ser muy interesante. Si no, habría dejado de verla de inmediato, que Irene siempre me atiende a la primera y siempre deja de hacer lo que esté haciendo para atenderme… -Irene (tras unos minutos): Papi -Yo: Sí, aquí estoy, ¿ya terminó la peli? -Irene: Sí -Yo: Y ¿qué?, ¿era interesante? -Irene: Sss, mucho; estaba viendo Ghost -Yo: ¿Ghost?, ¿la misma Ghost de Patrick Swayze, Demi Moore y Whoopi Goldberg?, ¿la Ghost de siempre? -Irene: Sí, esa misma -Yo: Jobar, Irene, ¡pero si la debes haber visto ya unas cuatrocientas veces! -Irene: Hala, exagerao, ni que fueras andaluz. La he visto unas cuantas veces sí, pero no tantas. Es que me gusta mucho -Yo: Sí, ya se ve… -Irene: Bueno, ¿y qué? -Yo: ¿Qué de qué? -Irene: ¿No me has llamado tú primero? -Yo: Ah, sí, claro. Es que quería hablarte de algo -Irene: ¿De qué? -Yo: Pues de que este próximo domingo, 5 de agosto, es tu cumple del Cielo, el séptimo aniversario de tu muerte -Irene: ¿Ya han pasado siete años desde que morí? -Yo: Pues sí, siete añitos del ala han pasado ya -Irene: Vaya, cómo pasa el tiempo… Claro, como aquí en el Cielo no hay tiempo, ni me había dado cuenta de que ya han pasado siete años terrestres desde mi muerte -Yo: Ya, qué suerte; aquí en la Tierra sí que pasa el tiempo, pero la verdad es que pasa muy deprisa. Bueno, la percepción del paso del tiempo es muy subjetiva; depende de cada cual, como bien sabemos todos. Yo a veces pienso que este tiempo, desde que moriste, se me hace eterno. Es porque tengo muchas ganas de verte de nuevo y, para ello, debo morir primero. A veces me pregunto, como San Pablo: “¿Hasta cuándo arrastraré este cuerpo de muerte?”
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-Irene: Sí, pero no olvides que la vida en la Tierra también es hermosísima, y muy valiosa, puesto que tiene por objeto aprender a amar lo suficiente como para poder vivir en la presencia de Dios por toda la eternidad -Yo: Sí, claro; lo sé. Y tengo muy buenas razones para querer seguir viviendo aquí. Hay muchos amores que me atan a la Tierra; empezando por el primero de ellos, el de tu madre, mi amadísima esposa. Pero, si un día falleciera ella antes que yo, ese mismo día ya no me quedaría ningún motivo de peso para seguir viviendo aquí, y me gustaría mucho morir tras ella, al día siguiente si me fuera posible -Irene: Sí, pero deberás estar en la carne de la Tierra hasta que Dios así lo tenga previsto; estarás ahí hasta que hayas realizado tu misión, hasta donde el Señor haya dispuesto. Y debes saber que morirás siempre en el mejor momento para ti, previsto así por Dios desde toda la eternidad -Yo: Lo sé, lo sé, pero a veces esto se me hace muy cuesta arriba; como a todo el mundo, supongo… Oye, por cierto, tú por un casual no sabrás cuándo vaya a ser el día de mi muerte, ¿verdad? -Irene: ¿Quién, yo? -Yo: Sí, tú -Irene: Y ¿por qué habría de saberlo yo? -Yo: Ah, pues, no sé; como ahí estás tan cerca de Dios, digo yo que deberías saber eso, ¿no? -Irene: Pues no, no tengo ni la más remota idea de cuándo vaya a ser. Ni siquiera tu ángel custodio lo sabe. Eso sólo lo sabe Dios y a quien Dios se lo quiera revelar. Lo sabré cuando vaya a ser inminente, como también tú lo sabrás entonces -Yo: Ya, me lo temía… -Irene: Bueno, como te veo un poco pocho – quizá sea por lo del aniversario de mi muerte - a lo mejor te viene bien contarme tus cosas, las cosas que te pasan últimamente por ahí. Igual así te desahogas y te relajas un poco, ¿no crees? -Yo: Sí, puede que tengas razón… Pues mira, sí: te diré que el viernes pasado estuve en Valladolid, asistiendo a una reunión con el Presidente del Consejo de Colegios de Farmacéuticos de Castilla y León. La reunión fue muy provechosa y vamos a firmar un convenio de colaboración, entre esa institución y nuestra Fundación, para así ayudar juntos en la lucha contra la meningitis en esa comunidad autónoma -Irene: Qué bien, ¿no? -Yo: Sí. Conmigo estuvo también Alicia, la Directora de nuestra Fundación en Castilla y León. Y, fíjate, el día anterior por la tarde cayó un rayo en su antena de televisión, sobre el tejado de su casa, que dejó frito su televisor, su lector de DVDs y algún otro cacharro eléctrico de por allí, ¿qué te parece? -Irene: Pues sí; eso son cosas que pasan, pero nada pasa si Dios no lo quiere -Yo: Lo sé, hija; lo sé muy bien. La casualidad no existe, tal como afirma mi querido San Agustín -Irene: Así es -Yo: Por eso sé que no fue casual que esa misma madrugada del viernes pasado, mientras la ventana de nuestra habitación estaba abierta de par en par, un pajarillo entrase por la venta, se diera una vuelta por el aire de nuestro cuarto y saliera después en silencio, sin decir ni pío (nunca mejor dicho), tal como había entrado. Mamá no lo vio, porque estaba todavía dormida; pero yo sí lo vi, ya que estaba echado en la cama del lado izquierdo, mirando hacia la ventana. Recuerdo haberlo visto como a cámara 232
lenta; como esas imágenes de los documentales de la televisión, cuando enfocan a un colibrí suspendido en el aire libando el néctar de una flor; algo así. Fue un momento mágico, precioso, de tan sólo unos segundos de duración, pero que me hizo entender que esa visita a Valladolid de ese mismo día sería muy provechosa. Fuiste tú quien empujaste al pajarillo a entrar en nuestro cuarto, ¿verdad? -Irene: Sí, fui yo. Vi que estabas despierto, que había ya suficiente luz y, al ver pasar un gorrión cerca de la ventana, le empujé para que entrase en vuestra habitación. Fue como un saludo matinal mío hacia ti, ¿te gustó? -Yo: Mucho, hija; me gustó mucho. Muchas gracias. En seguida pensé, de forma automática, en aquel otro momento que viví en esa misma habitación la noche de tu muerte, la noche del 5 de agosto al 6 de agosto de 2005. -Irene: ¿A qué momento te refieres? -Yo: Sí, aquel día fue cuando los médicos nos dijeron que tu cerebro ya no funcionaba, que estabas clínica e irreversiblemente muerta. Después de una semana de tensión en el hospital, viendo si tenías alguna posibilidad de curación o no, aquella noche, triste y paradójicamente, descansamos algo tu madre y yo. No mucho, claro, y ni siquiera sé de dónde sacamos la fuerza necesaria para no morir de pena al morir tú. Bueno, es decir, entonces no lo sabía pero ahora sí lo sé: quien nos mantuvo en pie fue el Espíritu Santo de Dios, de quien se dice ser el “Gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”. El caso es que, a eso de las tres de la madrugada, me desperté y vi una extraña sombra reflejada en la pared derecha de la habitación, proyectada por las luces de las farolas de la calle. La ventana también estaba abierta de par en par en aquella ocasión, para combatir el calor de agosto y, al mirar hacia ella para tratar de entender el significado de aquella sombra, vi un gato descansando tranquilamente en el alfeizar de la ventana. Allí estaba él tan a gusto, como si se tratase de su propia casa. Me levanté de la cama y me dio por espantar al gato, para que se fuera de nuestra ventana, y eso hizo él deslizándose silencioso por el tejadillo de debajo de nuestra ventana. Por la mañana, al levantarnos, vimos que se había hecho caca en el piso de abajo, en mitad del suelo de la cocina; lo cual significaba que se había paseado a placer por la casa y hasta nos había dejado un regalito de despedida, algo suyo como recuerdo de su estancia entre nosotros. Cuando valoré el episodio en su conjunto, recuerdo que le dije a mamá: “Ha sido Irene. Irene ha sido quien ha hecho que entrara ese gato en casa y que yo lo viera, así como queriéndonos decir que ella sigue aquí con nosotros, en nuestra casa, en su casa; que esta casa será para siempre la suya, porque Irene forma parte de nosotros lo mismo que nosotros formamos parte de Irene; estoy seguro de que ha sido Irene quien ha hecho que ese gato nos acompañe y se pasee por nuestra casa, seguro al cien por cien”. Fuiste tú quien empujó al gato a entrar en casa, ¿verdad que sí? -Irene: Sí, como en Ghost -Yo: ¿Como en Ghost? -Irene: Sí, ¿no recuerdas que, en Ghost, el chico muerto, Patrick Swayze, impulsa a un gato para que salte sobre la cara de un asesino y así evita que éste le haga daño a su novia viva, Demi Moore? -Yo: Ah, sí; ahora lo recuerdo. El gato araña al asesino en la cara y éste se marcha de la casa sin hacerle daño a Demi Moore, ¿es esa la escena a la que te refieres? 233
-Irene: Sí, esa misma. Me inspiré en esa escena para hacer que aquel gato entrara en casa la noche de mi muerte. Es que los gatos son sensibles a la presencia de los espíritus; ellos son así -Yo: Sí, sí, ya veo; qué cosas ¿no? -Irene: Pues sí, así son estas cosas gatunas -Yo: Oye, y cambiando de tema, que no te he preguntado por Erik, tu enamorado, ¿seguís saliendo juntos ahí en el Cielo? -Irene: Pues claro que seguimos saliendo; qué cosas tienes, papi, ¿por qué no habríamos de seguir saliendo juntos? -Yo: ¡Andá mi madre, vaya pregunta! Como si fuera novedad el que las parejas se unan muy enamoradas para romperse algún tiempo después; eso está a la orden del día, no te fastidia… -Irene: Sí, pero eso pasa en la Tierra; no en el Cielo -Yo: Ah ¿no? Y ¿por qué no pasa eso en el Cielo? -Irene: Pues porque en el Cielo, una vez tomas una decisión, ya no te puedes echar atrás -Yo: Pues vaya rollo. Entonces, ¿es que no te puedes equivocar al tomar una decisión en el Cielo, para poder rectificarla después? -Irene: No, no puedes rectificar porque no te puedes equivocar -Yo: ¿Y eso por qué? -Irene: No te puedes equivocar porque al tomar una decisión conoces perfectamente sus consecuencias, ya que estás unido al poder y a la sabiduría de Dios, que son infinitos. Aquí tienes una clara conciencia de tus actos y de sus consecuencias, de manera que tus decisiones son eternas y siempre son buenas, según el Bien infinito, que es Dios. Por eso aquí es imposible pecar, es imposible separarse de Dios; porque siempre decides según Dios, ya que estás íntimamente unido a Dios. Aquí todos somos impecables (no nos es posible pecar) lo mismo que somos todos impasibles (no nos es posible padecer) -Yo: Ah, bueno. Visto así ya no me parece un rollo, sino una grandísima ventaja -Irene: Es una maravilla de las gordas el ya no poder separarse de Dios, por toda la eternidad; y pensarlo y hacerlo todo según Dios, como Dios quiere -Yo: Desde luego, hija; desde luego. Ya me gustaría a mí vivir así -Irene: Lo harás, papi; lo harás. Pero todo a su debido tiempo -Yo: Sí, hija. Ahora quiero contarte otra cosa muy hermosa -Irene: Adelante, pues -Yo: Es sobre la cena que tuvimos mamá y yo en Leganés con tus amigas, el viernes 13 de julio -Irene: Ah, claro, la cena… Lo pasasteis bien, ¿a que sí? -Yo: Sí, claro que sí. Supe que estabas allí, con todos nosotros -Irene: Hombre, claro; no me iba yo a perder “mi” cena. Allí estaba yo, con vosotros, en aquel restaurante italiano de la Plaza Mayor de Leganés, “L´Accento Italiano”, viéndoos y oyéndoos y muriéndome de gozoso amor por todos vosotros -Yo: Natural… Como sabes, vinieron Elena, Laura, María y Susana, además de mamá y yo. Elena me dijo que se va a ir a vivir con su novio dentro de poco tiempo, y Susana me dijo que acababa de dejar una relación con un chico con el que había estado saliendo varios años. A Susana la vi muy seria, la verdad
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-Irene: Bah, no te preocupes; es que Susana es así. Parece como si estuviera triste, pero no es así en realidad. Es que le gusta hacerse la distante, así como si fuera una dama misteriosa y elegante que guardase un secreto en su corazón. Pero eso es sólo una pose; Susana es muy divertida y yo me lo he pasado y me lo sigo pasando muy bien con ella -Yo: ¿Te lo sigues pasando muy bien con ella?, ¿cómo es eso posible? -Irene: Sí, quiero decir que estoy con ella, la observo, le inspiro pensamientos sin que ella se dé cuenta y veo si los capta o no, veo cómo reacciona... En fin, que me río mucho con ella, esa es la verdad. Pero eso mismo lo hago también con muchas otras personas a las que amo y me aman; contigo también, por ejemplo -Yo: Ah, ya entiendo. Pues mira, por otra parte, le dije a Laura que “Laura” es el nombre de chica que más te gusta, el que le habrías puesto a tu hija de haberla tenido, y ella me contestó que, cuando se enteró de que habías muerto, le dijo a su madre: <>. Hay que ver cuánto amor te tienen todas tus amigas, ¿eh? -Irene: Sí, todas ellas son un amor; las amo mucho y velo mucho por ellas, de noche y de día -Yo: Y no sólo velas por ellas, sino también por tu abuela Adela, mi madre -Irene: Sí, claro; pero… ¿por qué lo dices? -Yo: Hombre, pues porque María, que es enfermera, resulta que trabaja en el turno de noche en la residencia de ancianos donde vive la abuela -Irene: Ah, ¿es por eso? -Yo: Claro, por eso te lo digo; no me irás a decir que eso es una casualidad, ¿verdad? -Irene: No, tienes razón; como tú dices, nada es casualidad. Resultó que, tiempo atrás, vi que María se dedicó a enviar su curriculum vitae a diestro y siniestro para trabajar como enfermera, y se me ocurrió inspirarle que enviase uno a la residencia de la abuela, como así hizo. También inspiré al director de recursos humanos de la residencia el que viera con buenos ojos el curriculum de María y la contratase, sabiendo que su candidatura era de las mejores, si no la mejor, por supuesto, que María es muy inteligente y muy buena profesional. Y así ¡equilicuá!... María fue contratada, je je je… Lo hice pensando en las dos: en María, para que tuviera un trabajo de lo suyo, de enfermera; y en la abuela, para que tuviera un buena enfermera por la noche, que ya sabes cuánto miedo pasa por las noches cuando le da por pensar que se va a morir de noche y no tendrá a nadie que la asista; esas cosas obsesivas que tiene la abuela, ¿sabes a qué me refiero? -Yo: Jobar si lo sé; ya lo creo que lo sé, a mí me lo vas a contar... La abuela tiene unas neuras muy suyas que no se le quitan con la edad, sino que se incrementan con ella, ¡vive Dios! En fin, qué le vamos a hacer, así con las cosas... El caso es que, volviendo a lo de la cena con tus amigas, hay mucho amor por ti en ellas; tú has dejado mucho amor en sus corazones. Han pasado ya siete años desde tu muerte y ellas son ya verdaderas mujeres de su tiempo, con sus problemas y sus gozos; ya todas trabajando, con sus amoríos por delante… Pero ninguna de ellas te ha olvidado, ninguna de ellas se ha olvidado de amarte, ninguna de ellas se ha olvidado de tu amor. Esos 10 años que pasasteis juntas asistiendo a clase en el Colegio Francisco de Quevedo de Leganés, desde los 3 hasta los 13 años, os han unido muy firmemente y, ya ves, cuando se trata de reunirse en torno a ti, ahí han estado todas ellas, fieles a tu amor. 235
María es quien lo ha montado todo, haciendo gala de esas enormes dotes organizativas que posee como entrenadora de baloncesto, su gran pasión. Ha tenido una tenacidad increíble, porque desde que se le metió entre ceja y ceja que había que hacer una cena de amigas tuyas no ha parado hasta que lo ha conseguido; que le ha llevado meses y meses perseguirnos a mamá y a mí, y al resto de tus amigas, hasta que ha conseguido cuadrar una fecha para irnos de cena todos juntos. Y allí nos presentamos mamá y yo, en tu nombre, representándote, representando a Irene, la amiga del alma de todas ellas. Si lo piensas bien, para ellas esa cena era un evento difícil de sobrellevar a priori -Irene: ¿Sí?, ¿por qué lo dices? -Yo: Pues porque ellas no sabían qué se iban a encontrar, qué iban a encontrar en nosotros ¿Se iban a encontrar a unos padres plañideros, llorando la memoria de su hijita y haciéndoles llorar y pasar un mal rato a todas ellas? Si te das cuenta, le echaron mucho coraje a la hora de ir a esa cena, y lo hicieron por amor a ti -Irene: Es cierto. Pero, afortunadamente, no fue ese el clima de la cena, sino todo lo contrario. Lo que vieron mis amigas es a unos padres de Irene fuertes, que no tienen problema alguno en hablar de Irene, en hablar de mí; pero que lo hacen con gozo, con alegría, con orgullo de mí por ser su hija. Y ¿sabes cuál es el secreto de que eso sea así, de que viváis mi ausencia física como lo estás haciendo? -Yo: Sí, claro que lo sé. El secreto de nuestra alegría es saber que estás viva, y que vamos a estar contigo en cuanto muramos; esa es nuestra esperanza y ese es nuestro secreto: nuestra fe -Irene: Así es; estoy muy orgullosa de vosotros, papi -Yo: Y nosotros de ti, hija mía; y nosotros de ti… Cuando nos despedimos de las chicas tras la cena… ¿sabes qué? -Irene: ¿Qué? -Yo: Que miré a María con tanto amor que supe que eras tú quien la estabas mirando a través de mis ojos. Porque yo no conozco tanto a María como la conoces tú, y me extrañó el que yo fuera capaz de mirarla con tanta intensidad amorosa. Por eso intuí que eras tú quien la estabas mirando a través de mí, ¿fue así en realidad? -Irene: Claro, papi; claro que fue así. Ya sabes que los del Cielo tenemos la capacidad de conectarnos con aquellos a quienes amamos de la Tierra y poder experimentar la Tierra a través de sus sentidos. Eso hice yo contigo aquella noche. Miré a María desde dentro de ti, y tú notaste cómo yo la miraba. Así fue, y me gusta mucho que te dieras cuenta de ello -Yo: Sí, hija mía. Tu muerte ha supuesto muchas cosas para mamá y para mí, y una de ellas ha sido la de elevar a la enésima potencia nuestra sensibilidad espiritual. Ahora somos capaces no sólo de usar nuestros clásicos cinco sentidos externos, sino de usar con gran intensidad nuestros cuatro sentidos internos: la imaginación, la memoria sensitiva, la capacidad estimativa y el sentido común. Ahora nuestra realidad es mucho más rica, gracias a Dios y gracias a ti, que al morir abriste nuestras almas al Cielo… Qué cosas, ¿te das cuenta de que para vivir primero hay que morir? Quiero decir que, para vivir la vida del Espíritu, primero hay que morir a uno mismo, a la vida natural animal humana de cada uno de nosotros -Irene: Sí, el Señor dijo; “Quien quiera venir en pos de mí, muera a sí mismo, tome su cruz de cada día y me siga”. Morir a uno mismo es dejar de pensar y sentir que somos algo sin Dios. La verdad es que no somos nada sin Él y todo lo que somos y tenemos es 236
de Él. Él sí que es, pero nosotros no somos. Somos porque Él ha querido que seamos, y así nos mantiene en la existencia por el poder de su ser, al estar todos conectados a Él. Él nos mantiene en la vida, estamos unidos a Él, tanto en lo físico como en lo espiritual. Pero esa unión no es físicamente visible mientras vivimos en la Tierra, y por eso en la Tierra muchos pensamos que somos autónomos de Dios, independientes de Él. Pero eso es una falacia, una falsedad. Eso es evidente aquí en el Cielo: en el Cielo todos sabemos que estamos unidos a Dios porque le vemos tal cual Él es, le sentimos, le experimentamos con una extrema nitidez, directamente, inmediatamente, íntimamente -Yo: Y, entonces, ¿por qué en la Tierra Dios permite que no nos sea evidente a todos que todo ser humano depende de Dios y está unido a Él? -Irene: Pues porque la vida de la Tierra tiene como objeto aprender a amar, a Dios y a todos los hombres, para después seguir amando así eternamente en el Cielo; y el amor debe ser libre para ser tal amor. Alguien que amase a Dios pero no tuviera la opción de no amarle, no estaría amándole en realidad. Y no tendría la opción de no amarle y de no creer en Él si le viera directamente. En el Cielo no tenemos la opción de dejar de amar a Dios porque le vemos, pero en la Tierra es preciso tomar una opción: la de amar, o no amar, a Dios y a todos los hombres por amor a Dios -Yo: ¡Cuánta sabiduría hay encerrada en tus palabras, hija mía! En esto, como en tantas otras cosas, he de reconocer que tú eres la maestra y yo el alumno… Sí, tu muerte física trajo Vida Eterna para ti, pero también nos la trajo a mamá y a mí. Tu muerte ha supuesto nuestra Vida. Está claro: para Vivir primero hay que morir, o en cuerpo o en espíritu; qué cosa más maravillosa, elevada y oculta a los ojos de muchos… En fin, ya me voy despidiendo por hoy, tesoro mío. Pero te digo una última cosa: ya sabes que este 5 de agosto, como todos los años, celebraremos tu cumpleaños del Cielo dedicándote una Misa en la Parroquia de Santiago Apóstol, de Villanueva de la Cañada, el templo en el que mamá y yo volvimos a la Iglesia después de 40 años de alejamiento (nunca es tarde si la dicha es buena). Este año, el 5 de agosto cae en domingo, el día del Señor, así que celebraremos tu cumple del Cielo con una Misa dominical en esa parroquia, que se oficiará a las 20:00 horas, Dios mediante, a la que invito desde aquí a cuantos quieran asistir a la fiesta de tu cumple ¡Qué mejor regalo de cumpleaños podríamos hacerte que dedicarte una Misa, que es de valor infinito porque infinito es quien se sacrifica en ella: Cristo, que es Dios! Además, tú sabes que cuentas siempre, mi tesoro, con este otro regalo mío: con mi corazón de padre amantísimo que jamás te ha dejado de amar, ni lo hará, por toda la eternidad. Y tú, que siempre regalas a manos llenas incluso hasta en las fiestas de tu cumpleaños, sé que nos regalarás a tu madre y a mí una Misa emocionante, gozosa en abundantes lágrimas, pero en lágrimas de puro amor. Tú siempre has regalado amor a todos, a manos llenas, y lo sigues haciendo desde el Cielo -Irene: ¡Ay, mi papi querido; cuánto me quieres, y cuánto te quiero!... Pues mira, eso que dices de que regalo amor a todos me ha inspirado lo siguiente: Voy a regalar gracias muy especiales a cuantos acudan a mi fiesta de cumpleaños del Cielo, fíjate tú -Yo: ¿Cómo dices? -Irene: Sí, que este 5 de agosto, el próximo domingo, quienes acudan a esa Misa, ya en cuerpo ya en espíritu, recibirán la gracia que más les convenga, y olé -Yo: Pero qué chulita eres tú cuando te pones, ¿no? 237
-Irene: ¿Por qué dices eso? -Yo: Pues hombre… porque, que yo sepa, sólo la Virgen María es la Medianera de todas las gracias, o sea, que todas las gracias pasan por sus manos y se derraman sobre los seres humanos de la Tierra, ¿o no es así? -Irene: Sí, claro que es así. Pero los bienaventurados del Cielo, en base a nuestros méritos adquiridos en la Tierra, también intercedemos ante Dios y conseguimos gracias para los mortales terrenales. Verás, esto funciona así: yo le pido la gracia que deseo a la Virgen María, que me quiere muchísimo y siempre me hace caso, para tal o cual persona; Ella se la pide a Jesús Nuestro Señor, que jamás le niega nada; y el Señor se la pide a Dios Padre, que tampoco es capaz jamás de negarle nada a su Hijo. La única condición es que la gracia solicitada sea acorde a la voluntad de Dios y, como en el Cielo es imposible que la voluntad de cualquiera de nosotros discrepe ni un átomo de la de Dios, esa gracia siempre será entregada a su destinatario. Luego la cosa está en que tal destinatario la sepa recibir, se abra a su recepción, pero eso ya es harina de otro costal. Yo lo que puedo prometer y prometo (como decía Adolfo Suárez), con el permiso de la Virgen María, es que todo aquel que acuda a mi fiesta de cumpleaños del Cielo de este próximo domingo recibirá la gracia que más le sea necesaria en ese momento -Yo: Vaya, pues eso sí que es un regalo de los gordos -Irene: Sí, es un regalo del Cielo, un “don du Ciel”, ¿qué te parece? -Yo: ¿Que qué me parece? Pues eso: una passsada de las gordas, ya lo creo que sí… En fin, ¿sabes en qué estoy pensando en este preciso instante, hija mía? -Irene: ¿En qué? -Yo: En que, en verano, el cielo atmosférico está muy especial y bello aquí en el hemisferio norte. En agosto se dan las “lágrimas de San Lorenzo”, esa lluvia tan preciosa de estrellas fugaces que hermosea las noches más calurosas. En verano el cielo está como más activo, y se pueden ver mejor algunas conjunciones de astros imposibles de ver en invierno. También pasa que en verano miramos más al cielo, entre otras cosas porque está más despejado y se ven muchas estrellas, y tenemos algo más de tiempo para soñar al tomarnos unos días de vacaciones. En verano este lado de la Tierra está más cerca del Sol, el astro rey, así como si estuviera más cerca de Dios, y quizá así sea más fácil llegar directito a Dios al morir, como te pasó a ti. Por eso pienso que, algún día, me iré contigo al Cielo en verano -Irene: Sea cuando sea, aquí siempre serás bien recibido, mi papi querido. Te quiero mucho. Hasta mañana… Bye -Yo: Adiós, hija mía, hasta mañana. Yo también te quiero mucho a ti, muáaa… ***** Ay… así es el amor; imposible de clasificar, de encerrar, de constreñir, de limitar en el espacio de la Tierra. El amor es eterno y lo abarca y lo llena todo, tanto el Universo visible como el invisible. Por eso la muerte no es más que un ligero accidente incapaz de matar el amor. Al contrario, la muerte es la puerta que da acceso a la Vida verdadera, a la Vida Eterna. Quien piense que estoy loco por hablar así con mi hija a diario, que piense lo que quiera, ¡a mí qué más me da! Yo, desde luego, jamás voy a renunciar a ella y a su 238
amor. Ya la amaba desde antes de que naciera, y la sigo amando después de haber muerto… “Morir cada día un poco más a mí mismo y, así viviendo, un día morir de amor. Ir al Cielo un verano, eso quiero; ojala así también lo quiera Dios.”
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XXI. LOS OJOS DEL ALMA (POEMARIO) He escrito muchos poemas desde que Irene se fue al Cielo. Algunos de ellos ya los habéis leído entremezclados en los capítulos anteriores. Pero aquí traigo a colación aquellos que más me gustan o, por mejor decir, que más le gustan a Irene, que más le gustan a Dios. Ah, el Amor… ¡qué maravillas produce en las almas de los que aman! Es el Amor lo que salva, sin duda alguna. Desde mi alma, he rebuscado en lo más profundo de ella, en una especie de striptease espiritual, para ofrecéroslo a vosotros…
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EN AQUELLOS DOS SEGUNDOS Himno profundo de mi amor por ti, hija mía; despedida visual y silenciosa que realmente aconteció en el hospital donde moriste ¿Quién dijo que el amor precisa de la materia, el tiempo o el espacio para expresarse?...
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EN AQUELLOS DOS SEGUNDOS En aquellos dos segundos en que atrapé tu mirada, vivió nuestro mundo de amor; en silencio, sin palabras. Los relojes se pararon y lo demás ya no estaba. El espacio se plegó, nos transportó a otra galaxia. Solos tú y yo frente a frente, en la más perfecta nada. Tú me dijiste te quiero, yo te dije no te vayas. Tú me dijiste me muero, yo te dije no lo hagas. Tú me dijiste es mi hora, que de arriba ya me llaman. Yo te dije esto no es justo, que por ti yo me cambiara. Tú me dijiste hasta pronto, yo te dije que te amaba. Y quedamos luego en vernos; no muy tarde, tal vez mañana. En aquellos dos segundos, que quizá fueran dos siglos, nuestro amor, puro y eterno, habló por nuestra mirada.
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POR TI MORIRÉ CADA DÍA ¿No es mi vida el mayor don que poseo? Entonces, ¿cómo podré amarte máximamente sino muriendo por ti, entregándote mi vida cada día?...
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POR TI MORIRÉ CADA DÍA Por ti moriré cada día al despuntar el alba. En esa hora fría en que despierta el cuerpo y se adormece el alma. Allí bajaré al infierno de mi desconsuelo, por ese abrazo imposible que intensamente anhelo. Pisaré mil cristales de dolor y mis pies, desnudos, romperán en sangre. Beberé la cicuta de tu ausencia hasta morir por tu amor una muerte sádica, lenta. Y por ti renaceré cada día, después de morir por ti. Volveré a la vida del conocer, recobraré la conciencia de lo que antes fui. Y mi muerte no será ya muerte sino vida gloriosa en ti. Y mi vida no será ya vida sino espera expectante por ti. Allí será la alegría de saberte viva, consciente de ti, entera, allí la certeza de tu luminosa presencia. Allí el esplendor de la vida que aguarda, atemporal, gozosa, a que florezca de nuevo la primavera.
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LOS OJOS DEL ALMA Los ojos del alma perciben la luz, los del alma están diseñados para captar el amor…
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LOS OJOS DEL ALMA Aprende a verme con los ojos del alma, en una canción, en una caricia, en un pensamiento, en una sonrisa, en un te quiero, en una flor, en una mirada. Un día seré sol, otro día seré agua, a veces seré una ola que se eleva y te abraza y otras veces seré el viento que te arrulla en la mañana. No dudes más si estoy viva, ¿es que acaso no me hablas? ¿Cómo vas a hablar a un muerto?, ¿no ves que los muertos no hablan? Solo los vivos contestan, como te contesto yo. Y si no contesto yo, ¿quién supones que te habla? ¿Quién te conoce cual yo?, ¿quién sabe cómo es tu alma?, ¿quién podría, sino yo, hablarte de madrugada? Me gusta ser nube violeta y saludarte al alba. Me gusta verte reír, esa música encantada. Me gusta verte feliz y me gusta… el mirar de tu alma santa.
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YO VELARÉ TU SUEÑO Claro que sé que me cuidas. Claro que sé que me abrazas y me besas. Claro que sé que me das tu amor para superar tu pérdida. Claro que sé que me susurras al oído las respuestas a mis preguntas. Lo haces cada noche, cuando mi mente sueña y mi alma vuela a tu lado…
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YO VELARÉ TU SUEÑO Duerme así, papá, duerme tranquilo; olvídate del ruido incesante de tu mente. Descansa en paz, sereno, que yo velaré tu sueño. No pienses en nada, sólo siente. Que tu sueño sea bonito, que trate del Cielo, que trate de mí. Que tú y yo caminemos, cogidos de la mano, por campos frescos y verdes, oyendo el trinar de los mirlos, el zumbar de las abejas, el cantar del arroyo, el murmullo del viento. Que tú y yo nos miremos a la cara y nos sobren las palabras. Ahora mismo, así dormido, estás en mis dominios, en el reino de lo Absoluto. Ahora eres mío y, si lo deseo, puedo entrar en tus sueños y decirte cuánto te quiero. Pero no, que eso ya lo sabes; prefiero contemplarte desde fuera. Me gusta verte así, con tus ojos cerrados y tu respirar profundo. Me gusta ver cómo tu pecho se eleva y desciende pausadamente, al ritmo que le dicta tu cerebro. Doy gracias a Dios por no tener ya que dormir, porque así puedo estar siempre pendiente de ti. Quiero que seas feliz en tu vida, quiero apartarte del mal y quiero que no te olvides nunca de tu hija Irene, la que te ama, la que te habla desde el Cielo. Cómo me gusta verte dormir. Podría pasarme así toda la Eternidad, contemplándote en el silencio de la noche. Tu tranquilidad es la mía, tu bienestar mi alegría. Descansa en paz, padre mío, descansa sereno, que yo velaré tu sueño.
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DOS ALMAS AL VIENTO Tu presencia es continua a mi lado. He aprendido a tenerte aun sin tenerte; tanto, que hasta el viento me habla de ti…
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DOS ALMAS AL VIENTO ¿Qué tiene el viento que me hace estremecer? ¿Por qué su ulular en mis oídos, con esas notas de timbre e intensidad cambiantes, trae a mi mente tu dulce nombre? ¿Por qué el fragor de las ramas de los árboles, en ese loco vaivén, te hace presente ante mí y es casi como si oyera tu propia voz? Miro a mi alrededor y sólo veo viento, sólo siento viento y, sin embargo, yo sé que tú estás en él, que vienes con él; que te levantas en el otro extremo del mundo y recorres miles de millas de distancia tan sólo para acariciar mis mejillas y decirme: “¡Oh, mi papá, cuánto te quiero!” Yo también, como tú, soy un alma al viento; tomo tu mano de aire y me lanzo hacia delante, contigo, subido en el viento. Voy a no sé dónde, sin importarme conocer mi destino con tal de cabalgar los dos juntos. ¿Dónde, cómo y cuándo terminará mi viaje sobre esta tierra? ¡Qué más me da no saberlo! Iré donde me lleve el viento, hoy aquí, mañana allí, pero siempre asido de tu mano, dos almas al viento.
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LA ISLA DEL TESORO Encontré mi tesoro más valioso; pagué un alto precio por él. Pero ahora lo poseo y jamás lo perderé, jamás…
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LA ISLA DEL TESORO Oí de un tesoro de inmenso valor; Algunos lo creen, hay muchos que no. Loco me llamaron al partir tras él, mas siente mi alma que el cuerdo soy yo. Solo por el mapa hube de empeñar mi hogar y mi hacienda, y me hice a la mar. Olas de tormento tuve que sufrir, batallas dolientes en las que perdí padres, hijos, hermanos, amigos, muchos cuantos en mi vida fueron que cayeron ante mí. Pero seguí mi camino sin volver la vista atrás. Siempre mirando al frente, loco obsesivo, en pos de la tan ansiada felicidad. Hubo también ternura, calor y amistad. Ayudé siempre a quien pude, pobre o rico, chico o grande, y hasta quizá alguno de mis enemigos hoy no podrá decir que dejé de amarle. Al fin mis desvelos obtuvieron recompensa. Fue rentable invertir toda mi vida en busca de mi gran tesoro, porque acabé por hallarlo y era mucho más precioso de lo que nunca antes pudiera haber soñado. Sé de tu curiosidad y te desvelaré el misterio: La isla donde lo hallé era dentro de mí mismo; el mapa era la fe, el amor era el camino y el Tesoro era el Cielo, desde donde hoy te escribo.
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