¿Qué se entiende por “helenismo”? La idea general de los “posts” que iniciamos en estos días es preguntarse qué efectos tuvieron en la generación de los últimos estratos de la Biblia hebrea y en el Nuevo Testamento los acontecimientos, acontecimientos, la nueva mentalidad, la filosofía y la religión de la época helenística. Probablemente algunos de los lectores piense que el helenismo sólo influyó en la conformación de la teología cristiana en los siglos II y III. La helenización del cristianismo hay que investigarla –se dice muchas veces- en la teología cristiana de Clemente de Alejandría, Hipólito de Roma, Ireneo de Lyon, Orígenes, Eusebio de Cesarea, etc., gentes todas que se habían formado intelectualmente en la lengua y el espíritu helénicos. Pero opino que el núcleo de la cuestión está antes, en los momentos mismos de la generación del pensamiento cristiano: los años de composición del Nuevo Testamento y sus antecedentes inmediatos en la Biblia judía. Es decir ya antes del Nuevo Testamento, en el Antiguo, en sus últimos libros cronológicamente, cronológicamente, hay contactos con el pensamiento pensamiento del helenismo que son muy perceptibles en ellos, ellos, por lo que los puntos de vista teológicos teológicos de esos esos escritos bíblicos bíblicos en cuestiones esenciales cambian, y se acomodan a la nueva mentalidad. El Nuevo Testamento en su mismo nacimiento será sencillamente el heredero de un judaísmo previamente muy helenizado. helenizado. ¿Qué entendemos por "helenismo"?
El término fue acuñado por Johann Gustav Droysen en su obra de 1836 (Hamburgo) Geschichte des Hellenismus (Historia del Helenismo; reeditada por E. Bayer en tres vols., Tubinga 1952-1953). En la introducción al vol. I de su obra (el segundo sería publicado en 1843) 1843) consideraba consideraba Droysen que la época posterior posterior a la muerte de Alejandro Magno hasta el principado de Augusto se había caracterizado por un encuentro fructífero del Oriente con Occidente en el que la civilización y cultura griegas, transportado por la lengua, había sido el fermento y el alma de una nueva forma de civilización. Droysen pensaba que estos siglos eran "la época moderna del mundo antiguo", y que estaban destinados a desembocar felizmente en el nacimiento del cristianismo. De acuerdo con las líneas trazadas por este pionero historiador consideramos al "helenismo" en primer lugar como una época histórica que concluye propiamente con la instauración del Imperio Romano por Octavio Augusto como “príncipe de la República” (después de la batalla de Accio en el 33 a. C.), pero cuyos efectos políticos perduraron en el medio Oriente hasta la desaparición de diversas monarquías "helenísticas": la ruina del reino helenístico de Comagene, en Asia Menor, la caída del rey judío Agripa II en Judea, y la desaparición como poder político del reino de los nabateos en la actual Jordania. Estos acontecimientos nos sitúan en el reinado del emperador Trajano (primer cuarto del s. II d.C.). En el ámbito de la cultura, sin embargo, el helenismo continuó aún más adelante cronológicamente. cronológicamente.
El helenismo cultural no es fácil de definir. En primer lugar, consideramos "helenismo" a la expansión de la lengua griega, utilizada como lingua franca o idioma del comercio y comunicación entre no griegos fuera de los límites geográficos de la Hélade. Como tendremos ocasión de ver con más detalle, los vocablos hellenismós y hellenízein se referían al principio en griego casi exclusivamente al uso de la lengua y raramente conllevaban un contenido cultural o artístico. En segundo lugar, "helenismo" significa la aceptación por parte de gentes no griegas de modelos políticos, culturales y artísticos procedentes de Grecia. Esto incluye también maneras de gobernar y estructuras económicas y sociales al modo de los griegos. Significa sin duda la aceptación de un ideal de educación del hombre conforme a unos cánones determinados, lo que implica modelos literarios, conceptos religiosos, ideales filosóficos y artísticos. En tercer lugar helenismo significa fusión de conceptos (sobre todo en el ámbito de la religión) entre Occidente y el Oriente más próximo. El helenismo no fue el resultado de una mera política cultural de Alejandro Magno y sus sucesores, sino el producto de unos continuos contactos que se fueron haciendo progresivamente más más intensos entre entre el Mediterráneo Oriental Oriental y el Próximo Oriente. Representó ciertamente ciertamente la ruina del ideal antiguo de la ciudad - estado ( polis) griega, pero significó también también la sublimación de ella en la idea de un imperio universal universal en el que todos debían entenderse en la misma lengua y compartir modelos de pensamiento análogos. El helenismo, pues, fue un intento de compenetración de Oriente y Occidente para crear una cultura universal que valiera para todas las gentes de los ámbitos geográficos conocidos. Fue Alejandro Magno el impulsor de este movimiento, pero no su creador primero, ni fue el helenismo helenismo el mero resultado resultado de armas victoriosas. victoriosas. La expedición expedición de Alejandro resultó ser el comienzo de un proceso de helenización, pero no su inventor, porque también el Macedonio y su espíritu son un exponente exponente del helenismo. helenismo. Alejandro y sus sucesores, los denominados Diádocos, crearon el marco para una nueva configuración de la existencia humana, que como posibilidad no fue un hallazgo suyo, sino una herencia de tiempos y pensadores del inmediato pasado. Los nuevos ideales del hombre en la cultura, la filosofía, el arte y la religión que conllevaba esa expansión de lo griego y la mezcla con otras culturas hubo de influir también en Israel/Palestina y debió de conformar de algún modo su producto intelectual más imperecedero: la Biblia. Uno de los principales mensajes del Antiguo Testamento enseña que la revelación divina se hace palpable en la historia. Los acontecimientos de la época helenística fueron también determinantes en este sentido e influyeron en toda la conformación intelectual del pueblo hebreo… y consecuentemente en el cristianismo. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
“Helenización del cristianismo. El nacimiento de la teología cristiana y el pensamiento griego” (I) 23.02.08 @ 06:04:36. Archivado en CRISTIANISMO
Hoy escribe Antonio Piñero: Deseo plantear en esta nueva miniserie el nacimiento de la religión cristiana como un caso dentro de la antigua cuestión de la helenización del cristianismo, que se va planteando en la investigación media contemporánea cada vez más de una manera que no me parece correcta. En nuestra opinión -y aquí voy a adelantar el “leitmotiv” o motivo que impulsa y dirige todo lo que voy a exponer en esta miniserie-, la teología cristiana o está enraizada en el mundo del pensamiento griego o sencillamente no es, no existe. Y para explicar lo que pienso al respecto –que espero resulte interesante para nuestros lectores- voy a presentar un ejemplo: la doctrina de Pablo de Tarso sobre la salvación de los gentiles. Hay todavía muchos investigadores para los que la cuestión de la helenización del cristianismo se entiende del modo siguiente: primero existió, es decir, se generó o construyó la teología cristiana, pero luego ésta sufrió un proceso de “helenización”, es decir, de acomodación al poderoso pensamiento filosófico griego. La intención de este post es mostrar que la “helenización” del cristianismo no puede colocarse en el siglo II, o más tarde –como pretende esta teoría que acabamos de exponer- sino en su mismo, múltiple y complejo nacimiento, como una fusión indisoluble de judaísmo y helenismo. Ahora bien, esta tesis no significa en sí misma ninguna novedad, sino volver a ciertas posiciones defendidas hace un siglo por la Escuela de la “Historia de las Religiones”, injustamente olvidadas por algunos. La cuestión de la “helenización del cristianismo” es muy antigua, aunque comienza a debatirse en serio desde los inicios de la Reforma, cuando las nuevas confesiones enfrentadas ideológica y sociológicamente a Roma descubren que hay diversos niveles teológicos en el Nuevo Testamento y que no todas las obras en él contenidas corresponden a un mismo tenor ideológico primitivo que correspondería a Jesús y a Pablo fundamentalmente. La moderna discusión sobre el “protocatolicismo” –entendido este término en sentido peyorativo por los protestantes, es decir, la evolución cristiana que acabará generando la “terrible” Iglesia católica contra la que luchó Martín Lutero y los reformadores- dentro del Nuevo Testamento plantea la misma cuestión de la helenización, también en sentido peyorativo, de un ideal primitivo. El protocatolicismo sería ni más ni menos que la helenización de la primitiva teología cristiana (que no habría tenido eclesiología [= doctrina sobre la Iglesia], sin sacramentos, jerarquía, dogma…, etc.) de Jesús y de Pablo por obra de los seguidores de éste (los autores de Efesios, Colosenses, Pastorales y el de 2 Pedro). Aunque el famoso teólogo protestante de comienzos del siglo pasado, Adolf von Harnack sostuvo probablemente lo contrario (en el Nuevo Testamento no se dio tal protocatolicismo: What is Christianity, Nueva York 1957, 190; original alemán traducido al inglés), por influencia sobre todo de Ernest Käsemann ( Essays on New Testament Themes [SBT 41], Londres 1964, 95-107) dentro del ambiente de los estudiosos protestantes en general se admite sin más que la teología cristiana se helenizó notablemente –repito, en sentido peyorativo- en los escritos más tardíos del Nuevo Testamento.
Pero quienes de verdad plantearon la cuestión de la helenización del cristianismo de un modo esencial fue la Escuela de la Historia de las Religiones. Desde H. Usener en 1989 hasta Rudolf Bultmann y epígonos, pasando por Richard Reitzenstein y Wilhem Bousset (remito aquí al capítulo primero de la siguiente obra: A. Piñero-J. Peláez, El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos, Editorial El Almendro, Córdoba, 1995, pp.21ss; traducción inglesa, quizá más accesible desgraciadamente para algunos lectores de Ibero y Norteamérica, The Study of the New Testament , Deo Publishing, Leiden, 2003, 38ff) esta Escuela defendió el notable influjo de la religión popular helenística sobre los autores del Nuevo Testamento y de sus concepciones más notables. Entre los intérpretes católicos las posturas varían. Por clara influencia de la teología protestante, se opina hoy que los inicios de una cierta helenización pueden notarse levemente en Efesios, Colosenses y un tanto también, aunque menos, en Hebreos. En estas obras aparecen elementos helenistas al servicio de una teología creativa. La cuestión de la influencia de las religiones de los misterios, sobre todo en Ef y Col se admite con muchas dudas y se sostiene por lo general que no parece que pueda hablarse de una influencia masiva de estas religiones en la conformación de la teología tardía del NT. Pero no se excluye una influencia parcial, sobre todo en el lenguaje y en algunas imágenes. La verdadera helenización del cristianismo –se sigue opinando— comienza a darse de verdad con los Padres apologetas desde mediados del siglo II, con la gnosis y con la teología especulativa de Panteno, Clemente de Alejandría y Orígenes sobre todo. En esta breve aportación queremos defender que nos parece necesario un retorno claro a posiciones anteriores, aunque para algunos parezcan superadas, de la Escuela de la Historia de las Religiones acerca de la cuestión de la “helenización del cristianismo”. En algunos de sus presupuestos la discusión en torno al protocatolicismo se queda corta. Algunas reflexiones sobre el núcleo de la doctrina de Pablo de Tarso nos conducen a una posición más de acuerdo con el espíritu que guiaba a la Escuela de la Historia de las Religiones (“Religionsgeschichtliche Schule”). Valga esto a modo de introducción al tema. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
“Helenización del cristianismo. Comienzos de la teología cristiana y pensamiento griego” (II) 24.02.08 @ 07:05:56. Archivado en CRISTIANISMO
Hoy escribe Antonio Piñero: En esta segunda entrega voy a centrarme en la teología de Pablo de Tarso como indicativa de los primeros pasos de la teología cristiana en uno de sus grupos más significativos en aquellos momentos primeros.
Esta teología paulina se muestra como un pensamiento más novedoso de lo que vemos – por ejemplo- en el primer discurso que el evangelista Lucas pone en boca de Pedro en el día de Pentecostés (Hch 2: donde Lucas intenta resumir, en mi opinión, la “primerísima teología cristiana” del grupo de seguidores de Jesúis en Jerusalén). Ahora bien, al haber sido Pablo el primero cronológicamente que presenta una teología compacta sobre Jesús -mejor: sobre su muerte y resurrección- me parece que es correcto concentrarse en su pensamiento para explicitar lo que me parece que ocurre acerca de la fusión de pensamiento griego y cristianismo primitivo. Este fenómeno se da en esta teología paulina, por dos motivos: por un lado porque Pablo es posterior al pensamiento de Pedro manifestado de algún modo en ese capítulo 2 de Hechos: tiene materia sobre reflexionar a patir de la teología del grupo de Jerusalén. Segunda: porque su procedencia ideológica es diversa: su judaísmo, acendrado sin duda, ha crecido en un ambiente helénico, en una Tarso donde las artes, letras, filosofía y religión de los griegos eran muy pujantes a decir de Estrabón, Geografía XIV 5,13: "Entre sus habitantes reina un tal amor por la filosofía y popr todo lo que sea cultura y educación, que superan a los ciudadanos de Alejandría, Atenas y cualquier otro lugar". Para explicar esta fusión, voy a explicitar ahora algunos conceptos que ciertos lectores conocen a partir del capítulo 11 de la Guía para entender el Nuevo Testamento . A estos les pido un poco de indulgencia por tener que volver a abordar algo sabido, aunque con otro sesgo. Me tranquilizo un tanto respecto a esta repetición: han pasado ya casi dos años desde que apareció la primera edición de la “Guía”. Durante ese tiempo, en dos cursos académicos en la Universidad, he mandado a mis alumnos la realización de resúmenes y trabajos de crítica o de expansión de algunas puntos de la “Guía” e incluso resúmenes de la obra completa. Mi deseo al respecto era que tuvieran un marco ideológico completo, una visión general del conjunto del Nuevo Testamento, puesto que yo en clase sólo explicaba pequeñas parcelas, o puntos muy concretos, de ese conjunto. Pues bien: nunca, en ningún momento, he tenido la sensación de que los alumnos hubiesen comprendido la importancia de la teología de Pablo de Tarso, superrevolucionaria para su tiempo, y que es la base principal del cristianismo de hoy. Cuando estudiaban la “Guía” en su conjunto, o bien omitían el largo capítulo dedicado a Pablo de Tarso, o bien hacían un brevísimo resumen. Creo que no habían caído en la cuenta de su importancia. Ello me indica que no está mal insistir. El núcleo de la doctrina de Pablo de Tarso:
En nuestra opinión, Pablo, como Jesús de Nazaret, sólo se entiende bien si se le enmarca en la teología de la restauración de Israel. Parece que ello se deduce del conjunto de sus cartas, así como de la percepción de que Pablo estaba convencido de un final del mundo inmediato en el que se habría de salvar Israel, y de la necesidad de la incorporación de los gentiles al Israel completo y verdadero, quien había de afrontar el definitivo juicio de Dios. Sabemos que el inicio del vigoroso pensamiento religioso paulino está marcado por el evento de su “llamada” (no hay “conversión” ninguna a una nueva religión; sólo hay el
paso por parte de Pablo -a partir de un contexto muy judío, fariseo en especial- de la “secta”, o mejor “partido religioso”, de estos fariseos al partido de los “nazarenos”, el que profesaba la fe en Jesús como mesías. Esta llamada es descrita tres veces en los Hechos de los apóstoles como una aparición divina en el camino de Damasco (9,1-19; 22,5-16; 26,12-18). En ella no se dibuja ninguna “caída del caballo” –pura fantasía popular posterior-, sino una revelación/iluminación personal. Esta revelación es sólo la primera de muchas otras (por ejemplo hay una respecto al sentido de la Última Cena de Jesús en 1 Corintios 11,23; ¡no se trata de una tradición comunitaria!) Así pues, la “llamada” tuvo que ver con algún tipo de trance extático y visionario (véase 2 Corintios 12,1-4: “No conviene gloriarse, pero vendré a las visiones y revelaciones del Señor”). Pablo consideró siempre que él había sido agraciado con una especial revelación divina (Gál 1,11-12: “No recibí ni aprendí [mi evangelio o “buena nueva”]de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo”). Esta revelación lo equiparaba en cierto modo con los profetas de Israel, que basaban sus oráculos en revelaciones: Gál 1,15-16: “Dios me aparto –como a Isaías- desde el vientre de mi madre”. Esta revelación lo hace tan apóstol como los que acompañaron a Jesús. Pablo se siente muy orgulloso de ello y defiende su condición de apóstol a capa y espada (p. ej., 2 Cor 2,14-7,4). Pablo entiende por “apóstol” –es decir, a sí mismo— al “enviado”, elegido por Dios para representar a Jesús, para predicar el Evangelio con autoridad absoluta y transmitir el mandato del Señor, porque está inspirado por él. Como apóstol, Pablo ha sido digno de la confianza de Dios y es un ejemplo a imitar por los cristianos. En lo que a nuestro interés presente respecta podemos afirmar que los rasgos esenciales del contenido de esa llamada, que se fue perfilando con el tiempo, fueron los siguientes: 1. A pesar de la cruz y el aparente fracaso, Jesús es el verdadero mesías. Tras su muerte, que ha de interpretarse como sacrificio expiatorio querido y aceptado por Dios, éste había hecho a Jesús señor y mesías. 2. Estos acontecimientos inauguran el tiempo mesiánico, preparatorio para la salvación final de la humanidad y para la instauración definitiva del poder de Dios sobre ella. 3. Hay un nuevo plan de Dios para la salvación; comienza una era de gracia; se va a cumplir la promesa a Abrahán. El mesías no es sólo el redentor de Israel tal como lo entiende la masa de los judíos, sino del Israel completo o restaurado. 4. El Israel restaurado –conforme a las predicciones de los profetas- acogerá en los últimos tiempos también en su seno a un cierto número de gentiles. Todo el “pueblo de Dios”, judíos ante todo, pero también gentiles, está siendo reunido por Dios en aquellos momentos finales del mundo gracias a la obra de Jesús. 5. Los elegidos para formar el verdadero Israel de los últimos días, eran antes pecadores pero ahora han sido declarados justos por su fe en Jesús mesías y en lo sucedido con él: su muerte y resurrección. Es decir, su paso de “pecadores” a “justos” se logra en el
tribunal de Dios cuando el ser humano acepta por un acto de fe el valor de salvación del sacrificio de la muerte –y resurrección consiguiente- de Jesús. 6. Los elegidos tenían que darse prisa para lograr dos objetivos del plan de Dios sobre los últimos tiempos: a) que todo Israel acepte el mesianismo de Jesús; b) que se complete cuanto antes el número de los gentiles predeterminado por la divinidad para integrar el verdadero pueblo de Dios. 7. Es preciso no perder el tiempo: el fin del mundo está muy cerca. El tiempo que resta es muy escaso. Pronto, muy pronto, habrá de venir Jesús como juez definitivo de vivos y muertos. En ese momento se instaurará la soberanía de Dios. Ello significará el final del mundo presente, y la inauguración de un reinado divino ultramundano y eterno. Esta llamada puede entenderse como un “evangelio”, una buena noticia de salvación. Este evangelio fue precisado y completado por Pablo durante años de maduración por medio de noticias y reflexiones sobre Jesús tanto propias como del grupo de cristianos que lo recibió tras su “conversión” en la comunidad de Damasco y sobre todo en la de Antioquía. De Hechos 9,28-29 (“Y entraba y salía de Jerusalén. Y hablaba denodadamente en nombre del Señor y disputaba con los griegos”) hay que deducir en limpio que Pablo puso en seguida manos a la obra tras su llamada y se lanzó con ardor a propagar intensamente su nueva visión de Jesús a cuyos seguidores hacía poco había perseguido con saña (Gál 1,13-14: “Yo perseguía sobremanera a la iglesia de Dios y la asolaba”). Pablo intentó en todo momento poner en práctica lo que creía el plan de Dios para los últimos tiempos. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Helenización del cristianismo. Comienzos de la teología cristiana y pensamiento griego (IV) 28.02.08 @ 06:49:15. Archivado en Biblia/Evangelios, Pablo de Tarso
Hoy escribe Antonio Piñero:
Sigo mi camino para intentar aclarar –cuando llegue el momento en la secuencia de mis razonamientos- cómo el cristianismo que vivimos hoy, la primera teología cristiana, al menos la de la rama paulina, nace ya helenizada. Naturalmente, no intento exponer toda la teología de Pablo, se trata sólo de reflexionar sobre un punto de ella –central ciertamente-: su doctrina sobre la “salvación de los gentiles” y ver qué incidencia tiene sobre el candente tema de la “helenización –o no- del cristianismo” Según lo dicho en el post III, Pablo predicó y predicó para convencer a sus compatriotas judíos, y en lo que podía a los gentiles- de que Jesús era el mesías: así lo había recibido –según él- en una revelación y porque esta idea encajaba plenamente con su teología previa de la “restauración/salvación final de Israel”. Los Hechos de los apóstoles nos dicen que Pablo, cuando iba de nuevas a una ciudad, se dirigía primero a los judíos, visitaba sus sinagogas y les evangelizaba a Jesús. Sólo cuando no tenía éxito con éstos orientaba su vista hacia los gentiles. Se debe tener en cuenta esta insistencia del autor de los Hechos: Pablo intentaba siempre predicar en primer lugar a los judíos. Como dijimos también en III, el plan divino fracasaba desgraciadamente en su primera parte: no había manera de atraer al Israel oficial para que aceptara a Jesús como mesías. Entonces fue necesario revisar el plan. Y como dijimos también, Pablo cayó entonces en la cuenta de que el propósito de Dios era más complicado: primero habría de entrar cierto número de gentiles en el Reino, y después, como consecuencia de la misión a los paganos, Israel sentiría celos, aceptaría a Jesús y se salvaría (Rom 11,13-16; 11,26s [«así se salvará todo Israel»]). La revisión del plan en Romanos 8,28-11,36 confirma su existencia anterior y demuestra más allá de toda duda el contexto escatológico y de restauración de Israel –al igual que la obra de Jesús— del pensamiento de Pablo. Por una lógica ley del mínimo esfuerzo, para proceder del modo más rápido posible y
lograr la conversión del número de gentiles que había de formar parte del Israel completo al fin de los tiempos, Pablo se dirigió primero con su mensaje sobre Jesús a los paganos “temerosos de Dios”, que encontraba en buen número en torno de las sinagogas y que, al no haberse circuncidado, eran estrictamente gentiles. A la vez tenía también in mente –y suponemos que se dirigió a ellos, aunque no hay textos explícitos que lo prueben- a los afectos alas religiones de misterios y que tenían intención de hacerse iniciar en los misterios para conseguir la salvación / inmortalidad. Estos dos grupos -“temerosos de Dios” y futuros iniciados en alguna de las religiones mistéricas- eran a priori los gentiles más fáciles de convencer (estaban internamente preparados) de que había llegado la salvación por medio del mesías judío / salvador universal. Su esfuerzo por convencer a los gentiles miembros de estos dos grupos puede compararse al de un buen vendedor que intenta colocar su producto en un mercado nada fácil. Su mercancía era en síntesis que Jesús es el mesías, pero también el salvador universal; que Dios había revelado que al final de los tiempos los gentiles estaban en pie de igualdad con los judíos en el tema de la salvación. El mercado donde vender estas
ideas era el Mediterráneo oriental donde pululaban otros vendedores de ideas religiosas: seguidores de los Misterios, filósofos que buscaban adeptos para sus escuelas, predicadores ambulantes de religiones orientales, etc. A todos ellos opuso Pablo un mensaje denso pero simple a la vez: todo lo que aquellos prometían lo ofrecía Cristo mejor, más sencillo y… gratis. El judaísmo –y también los judeocristianos— del siglo I, y anterior, había pensado en dos sistemas para lograr que los paganos entraran en el verdadero Israel restaurado conforme al plan de Dios para los últimos tiempos: 1. El más tradicional y simple: los paganos debían convertirse sin más al judaísmo, es decir, debían todos hacerse prosélitos por medio de la circuncisión y la observancia entera de la Ley. Todos los salvados, gentiles y judíos, bajo la Ley. 2. Otro también tradicional, pero de mentalidad más amplia y que conectaba con ideas defendidas por el judaísmo desde tiempo atrás: los paganos podían salvarse de algún modo, con una salvación de segunda clase, sin que fuera necesario que se hicieran judíos totalmente: bastaba con cumplir las denominadas “leyes de Noé”, basadas en la alianza que Dios había hecho con este patriarca y su descendencia (Gn 9,3-13). Estos mandamientos eran siete: no blasfemar; no adorar a los falsos ídolos, no cometer pecados sexuales, no matar, no robar, no ingerir la carne con su alma, es decir, con su sangre. El capítulo 15 del libro de los Hechos es el documento que nos revela la existencia de este modo de pensar respecto a la admisión de los gentiles en el grupo judeocristiano que se consideraba el verdadero Israel. Es posible que esta postura estuviera bastante cerca de lo que pensaba Pedro tras el altercado de Antioquía (Gál 2: los judíos bajo la Ley; los paganos no circuncisos, sólo bajo la ley de los preceptos de Noé. Los salvados se dividen en dos comunidades distintas, pero al final de los tiempos se harán una sola. 3. Pero había un tercer sistema…, el de Pablo. Según Dios le había revelado, el nuevo plan divino era facilitar al máximo en los últimos momentos –la época mesiánica que transcurría entre el sacrificio de Jesús y su venida como juez universal— que los gentiles formaran parte del Israel renovado. Hasta que Jesús había aparecido sobre la tierra, la salvación había procedido de dos maneras: A) Para los judíos: por la observancia de la Ley de Moisés; B) Para los paganos: por el reconocimiento de la existencia de Dios y por el cumplimiento de los preceptos de la ley natural, que de hecho se equiparan al Decálogo. Pero después de la venida de Jesús a este mundo (la “plenitud de los tiempos”: Gál 4,4) y tras su sacrificio redentor, la revelación de Dios a Pablo afirmaba que había más fáciles condiciones para la salvación: 1. La observancia de ley de Moisés no era ya un requisito indispensable. Frente a las exigencias del judaísmo que defendía exactamente esta posición, Pablo presenta la revolucionaria idea de que Dios exige ahora el cumplimiento de una ley, no ritual, sino “la ley del amor” reforzada por Jesús. Por tanto, la ley de Moisés no tiene ya por sí misma ninguna eficacia salvadora. Nadie puede salvarse por el mero cumplimiento de la ley de Moisés, ni siquiera los judíos (Gálatas). Tampoco es necesario la observancia de las “leyes de Noé”.
2. La circuncisión tampoco era ya una exigencia necesaria. La tradición judía, que se retrotraía hasta Moisés (Ex 4,24-26), manifestaba la necesidad de circuncidarse como condición indispensable para entrar a formar parte del pacto con Dios y ser el pueblo elegido. Pablo afirma por el contrario que ha llegado el momento de la “circuncisión espiritual”, no física, que se ejecuta por un acto de fe. La defensa de este plan divino de salvación, sitúa a Pablo en el polo opuesto al judaísmo. En Gálatas y Romanos precisará los contornos de este plan, pensado en principio para la admisión de los paganos, pero que afecta a la esencia misma del judaísmo. El que pretenda que sus pecados sean perdonados –conseguir la salvación— por sus propias fuerzas humanas, es decir circuncidándose o cumpliendo voluntariosamente las “obras” prescritas por la ley de Moisés, obrará en vano. Ahora es Jesús quien elimina los pecados de la humanidad y reconcilia a ésta con Dios gracias al sacrificio expiatorio de su muerte. Para apropiarse los beneficios de esta reconciliación, todo ser humano ha de presentar a Dios el obsequio de un acto de fe en la valía y consecuencias de ese sacrificio. Este acto de fe tiene como ejemplo a Abrahán, el verdadero padre de Israel, a quien Dios hizo la promesa de que en su descendencia sería salvada toda la humanidad. Con ese acto de fe el ser humano hace realidad en sí mismo la promesa a Abrahán. Todo este planteamiento está presente, absolutamente activo en la argumentación, en la Carta a los gálatas.
Helenización del cristianismo. Comienzos de la teología cristiana y pensamiento griego (V) 01.03.08 @ 07:35:28. Archivado en Pablo de Tarso
Hoy escribe Antonio Piñero: El planteamiento paulino de la salvación según el novísimo plan de Dios a él revelado -y que hemos intentado explicar con más o menos fortuna en posts anteriores- puede sintetizarse en el siguiente esquema que tomo en sus líneas básicas de la “Guía para entender el Nuevo Testamento”:
Antes de Cristo: el que deseaba salvarse, siendo judío, tenía la necesidad de cumplir la • Circuncisión carnal propia de la ley mosaica • Ley carnal o ley de ritos y preceptos alimentarios • Insistencia en el aspecto de la “teología del Pacto”, ante todo cumplir las leyes del “Pacto” entre Abrahán y Dios. El que no cumpla tales normas, será castigado sin remedio Después de Cristo: incluso el judío que desea salvarse -y naturalmente el pagano- puede efectuar una sustitución liberadora del esquema anterior: • En vez de la circuncisión “carnal”, circuncisión espiritual o justificación por un acto de fe. • En vez de la ley “carnal” de Moisés, necesidad de cumplimiento de ley espiritual de Cristo, o ley del amor. • En vez de insistir en el aspecto del “pacto”, insistir más en el aspecto de la "promesa" de esa misma alianza de Dios con Abrahán: a pesar de los pecados, dios es siempre misericordioso con la descendencia del patriarca, que son los que creen en que Jesús es el mesías. Para los paganos que oían a Pablo, al principio casi todos ellos “temerosos de Dios” y que conocían bien el judaísmo, este nuevo plan de salvación de Dios revelado por éste en los últimos tiempos a través de Pablo era sensacional y conllevaba agradables consecuencias: • No era necesario circuncidarse. • No era necesario cumplir la ley de Moisés con toda la tremenda pesadez de las leyes sobre la pureza y los alimentos. La Misná consigna un total de 613 preceptos que debe observar el judío piadoso. • No era ni siquiera necesario cumplir las leyes de Noé por sí mismas, sino en cuanto coincidían con el Decálogo y las normas de la “moral natural”. Bastaba con “circuncidarse” espiritualmente, hacer un acto de fe, y observar la “ley del amor”, ciertamente con todas sus exigencias, tal como la había proclamado Jesús Es preciso observar en este momento que la contraposición entre “carnal” y “espiritual” no es judía propiamente, sino que corresponde ante todo a una mentalidad influenciada por el platonismo vulgarizado, propia del siglo I, y a una atmósfera propia también de lo que podríamos denominar “inicios de un pensamiento gnóstico”. Igualmente debe observarse que la doctrina paulina de la “justificación por la fe” es ante todo un acto intelectual, aunque impulsado por la gracia y el amor divinos. Para un judío normal del siglo I de nuestra era, para quien la salvación era ante todo una
cuestión de “ortopraxia” (es decir, de cumplir una serie de normas y leyes propias del pueblo elegido) y de ningún modo una cuestión de “ortodoxia” (es decir, no era un tema de mantener unas ideas o nociones teológicas determinadas… piénsese por ejemplo en la diferencia abismal de ideas teológicas de un esenio y de un saduceo, comparadas entre sí… ; son tan distantes como la noche y el día, y sin embargo, los dos se creían totalmente judíos), esta “salvación de tipo intelectual” era absolutamente extraña y novedosa: se trataba de una concepción profundamente griega, ¡no de la tradición judía! Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Helenización del cristianismo. Comienzos de la teología cristiana y pensamiento griego (VI) 02.03.08 @ 07:19:55. Archivado en Pablo de Tarso
Hoy escribe Antonio Piñero: La predicación de Pablo para los paganos era en esencia un nuevo minitratado sobre la salvación de toda la humanidad, y contenía todavía en su manga un as de grandísimo valor y que respondía plenamente a las ansias espirituales de buena parte de los espíritus religiosos en el Imperio Romano. Este triunfo era el siguiente, según Pablo: la salvación y la inmortalidad que ofertaban las llamadas Religiones de Misterios del mundo helénico las otorgaba el cristianismo exactamente igual, más fácil y barato. En primer lugar, bastaba la fe en el valor del sacrificio de Cristo; luego, las ceremonias del bautismo (sumergirse en la muerte de Cristo y emerger de las aguas participando de la vida eterna como él) y de la eucaristía (participar del cuerpo y de la sangre de Cristo bien real o simbólicamente) hacían exactamente las mismas funciones salvíficas que los costosos ritos de iniciación de las religiones de los misterios. Ahora, gracias a la revelación del plan divino del que era mensajero el apóstol Pablo, todo era sencillo, fácil… y además gratis. A la larga el éxito entre los paganos que componían el grupo de “temerosos de Dios” y los gentiles en general, ansiosos de tener “garantizada” su salvación e inmortalidad, estaba asegurado. Para destacar debidamente la importancia de la última “oferta” paulina basta pensar en el ideario –espero que bien conocido para muchos lectores- que movía a los simpatizantes de las "Religiones de misterio" en el Helenismo: los individuos más religiosos de entre los paganos, no satisfechos con los cultos y la religiosidad oficiales, que garantizaban cierta benevolecia de los dioses, y la plenitud de los derechos cívicos dentro de la ciudad y del estado, pero no la salvación plena y la inmortalidad, buscaban a todo trance algo que les asegurara con firmeza lo que toda religión que se precie debe prometer: precisamente la salvación futura, la inmortalidad.
El modo de asegurarse estos bienes era normalmente iniciarse en algunos de los “misterios”. Con el cumplimiento de unos ritos especiales en los que se oían palabras maravillosas que relataban la acción prodigiosa de la divinidad (su muerte y su resurrección de algún modo), el iniciado se unía de algún modo al misterioso trance del dios. Éste le prometía la protección del Destino en este mundo y la concesión la inmortalidad en el otro. Desde el siglo VII, o al menos en el VI a.C., los adeptos a los “misterios” (se discute el término) órficos estaban acostumbrados al esquema: “Si se cumplen debidamente los ritos, se consigue ante la divinidad el efecto deseado”. El iniciado participaba, pues, del trance divino por los ritos de la iniciación y se apropiaba de los beneficios deseados. Pero estas ceremonias de iniciación eran largas. En Eleusis, por ejemplo, constaban de dos actos, separados por unos seis meses, o necesitaban repetirse (los varios grados de las iniciaciones de Isis en El asno de oro / Las metamorfosis de Apuleyo), y sobre todo eran muy costosas: había que pasar mucho tiempo fuera del hogar en casas de huéspedes y había que pagar los gastos del santuario, de los sacerdotes y de los sacrificios. En realidad sólo los ricos tenían acceso a ellas. Por el contrario, la propuesta complementaria de Pablo era verdaderamente atractiva. Sinteticémosla en un esquema: · Los ritos de iniciación del paganismo son sustituidos por el Bautismo · Los ritos de comunión con la divinidad del paganismo son sustituidos por la Eucaristía
· Con ellos se consigue la misma finalidad: salvación e inmortalidad. · Y además todo fácil y gratis. En resumen: Pablo, en su predicación respecto a la salvación, mundo futuro e inmortalidad, ofrecía a los paganos (y también a los judíos, naturalmente) la siguiente panoplia de ideas. A. El Dios único de Israel, creador, legislador, providente, juez del universo ha enviado a su Hijo, Jesucristo al mundo. Con esta venida ha llegado la plenitud de los tiempos. Hasta ese momento el cumplimiento de la ley de Moisés, para los judíos, o el de la ley natural (el Decálogo) para los paganos eran las vías de salvación normales establecidas por la divinidad. B. Tras el sacrificio expiatorio de la cruz de Jesús, sacrifico vicario por toda la humanidad, Dios ha borrado el pecado de los seres humanos y los ha reconciliado consigo. C. Como muestra de ello Dios ha resucitado a Jesús y lo ha colocado a su diestra. D. Para apropiarse de los beneficios de ese sacrificio y de esa reconciliación es indispensable que el ser humano haga un acto de fe en lo que Dios ha obrado por medio de Cristo. Este acto de fe es una circuncisión espiritual y constituye al verdadero Israel, cuyo antepasado es Abrahán.
E. La ley carnal de Moisés ha sido sustituida por la ley espiritual de Cristo. La salvación e inmortalidad que ofrecían costosa, cara y laboriosamente los ritos de iniciación de las religiones de misterios del helenismo, las ofrece Cristo gratis, fácil y sencillamente con el bautismo y la eucaristía. F. El tiempo restante para que llegue el fin del mundo y el cumplimiento total de los designios de Dios sobre la humanidad es muy escaso. Esos momentos antes del juicio final han de emplearse en restaurar el Israel renovado. La divinidad ha decidido que al final de los tiempos se integren también los paganos en el pueblo de Dios. G. Así se cumple la Promesa hecha a Abrahán. Pero, al no pertenecer por nacimiento al pueblo judío, la circuncisión y la ley de Moisés son para los paganos convertidos absolutamente innecesarias. Seguiremos con una valoración de estas ideas paulinas sobre la salvación de los paganos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Valoración de la aportación paulina a las doctrinas de la salvación dentro del Imperio romano. Helenización del cristianismo (VII) 04.03.08 @ 06:50:16. Archivado en Pablo de Tarso
Hoy escribe Antonio Piñero: Antes de seguir, y en orden a la claridad, permítanse unas precisiones: 1. No estamos tratando de toda la teología paulina, sino sólo de la cuestión de la salvación de los gentiles. 2. Tratamos este punto como teología, es decir, como un fenómeno ideológico; no nos adentramos en otras posibles consideraciones. Así, por ejemplo, el "fácil y gratis" debe entenderse a un nivel ideológico y de costos materiales. Por supuesto que hacerse cristiano podría acarrear problemas. Pero eso es otra consideración. 3. Estamos enfocando todo nuestro tratamiento hacia un sólo punto: la cuestión de la "helenización del cristianismo": dilucidar en lo posible en qué grado la teología cristiana nace dentro de un ambiejnte greigo y conformada por él y hata qué punto. 4. Estamos tratando el tema de modo sintético. Por ejemplo en la cuestión de la "justificación por la fe": no abordamos explícitamente cómo la fe en Pablo lleva a las obras necesariamente. Pablo no concibe que aquél que se apropia los beneficios de la muerte y resurrección de Jesús no practique las obras de la ley de Cristo, que es la ley del amor y del Espíritu. Fe sin obras es inconcebible para Pablo.
5. Pablo mismo fue muy mal entendido en su tiempo:léanse detenidamente la Epístola de Santiago y Segunda Pedro. Y ahora seguimos con nuestro razonamiento: Con esta nueva oferta de salvación para todos los gentiles nos parece que Pablo aporta a la conformación del futuro cristianismo las bases teóricas para la transformación del mensaje de Jesús sobre la llegada inminente del reino de Dios (un reino de características mesiánicas netamente judías y pensado en principio sólo para los israelitas observantes de la Ley) en un mensaje de salvación universal. Lo que comenzó en Pablo siendo un anuncio de la restauración de Israel en el que se incluía la participación de un determinado número de gentiles se convierte pronto por casi necesaria lógica interna en “todos los gentiles que se convirtiesen al Israel final serán bienvenidos”. Este paso se dará aún más explícitamente en la escuela de Pablo, Colosenses y Efesios, cuando se reflexione sobre el concepto de Iglesia y se perciba que ésta tiene incluso una dimensión cósmica. Pero Pablo proclama ya que la salvación estaba abierta a todos y cada ser humano en particular, pues el convertido completaba el número de los salvados antes del fin. Parece claro que este cambio del “Reino judío” a la “salvación universal” se había dado ya inicialmente en la tensión misionera que mostró la comunidad helenística, pero es Pablo el que le otorga una forma más diferenciada, defini¬tiva y con recios fundamentos teológicos. El Apóstol no habla ya prácticamente del reino de Dios en sus cartas. La expresión aparece unas cuantas veces, pero no tiene ya el contenido de lo anunciado por Jesús tal como lo recogerán posteriormente los Evangelios sinópticos. De lo que Pablo habla en sus escritos es de un acto salvador de Dios, por medio de la muerte vicaria de su Hijo, válido para toda la humanidad: judíos y gentiles. Se trata ya de una posibilidad de salvación para todos sin excepción. Este cambio de perspectiva radical no deja de ser bastante natural por otro lado si lo contemplamos en el marco histórico de la expansión de una ideología religiosa –lo que luego será el cristianismo- dentro del Imperio Romano y en el de la confrontación más o menos explícita con la teología en torno a la divinización del Emperador y el mensaje de salvación de las religiones de misterio. En efecto, el anuncio de un mesianismo estrictamente judío, con sus afirmaciones de liberación y restauración del pueblo de Israel, la llegada inmediata del reino de Dios que implicaría una restauración de la teocracia israelita, un aplastamiento del yugo de los gentiles gracias a una intervención decisiva de Dios en los inminentes momentos fi¬na¬les de la historia, no tenía ningún atractivo ni posibilidad de éxito entre los posibles candidatos a la conversión fuera del estrecho marco de Judea, Samaría y Galilea. Sólo podría interesar a quien hubiera decidido de antemano que estaba dispuesto a convertirse en judío. Por el contrario, la transformación explícita del anuncio judío del Reino en una salva¬ción (“rehabilitación” o “ser declarado justo” = justificación) universal por la fe en Cristo hizo posible que la nueva forma de judaísmo representada por los cristianos
tuviera un éxito bastante notable. La salvación debía ser abierta, para todos, porque por ese tiempo era doctrina ética muy difundida por los estoicos la substancial unidad e igualdad del género humano. Esta acomodación al entorno explica también que en las cartas de Pablo se suprima el título mesiánico de “Hijo del hombre”, incomprensible para los que no fueran arameoparlantes. Para designar a Jesús el Apóstol utilizará preferentemente otro títulos como “Hijo de Dios”, y sobre todo “el Señor” en sentido absoluto. Por táctica, Pablo no repite a menudo en sus cartas la afirmación de que Jesús es el mesías según la fe de Israel (así, por ejemplo, en Romanos 1,1-6; su auditorio tiene gran parte de judíos), sino que disfraza la palabra “mesías”, ungido, cristo, haciendo que parezca a veces un nombre propio, Jesucristo, que conserva las connotaciones de “mesías” (en contra, G. Agamben, Il tempo que resta, Torino 2002, 22-24: traducido en Trotta, Madrid, El tiempo que resta, 2005). Al igual que ocurría con los “ritos de entrada” cristianos -el bautismo y la eucaristía cristianos- que sustituyen a otros “ritos de entrada” paganos, al efectuar este cambio de acento (o mejor la transmutación de Jesús de “mesías judío” a “redentor universal”) Pablo hacía competir la imagen de Jesús con las representaciones de las “divinidadeshijo” que recibían culto en las religiones de misterios y que tenían para los hombres del Imperio una gran atractivo por sus promesas de salvación. Una vez más, el intento de Pablo consistía en proclamar ante sus oyentes a Jesús como el verdadero redentor que debía desbancar a las otras divinidades salvadoras del Imperio. El entorno helenístico de Pablo aclara igualmente que éste, que conoce del Jesús histórico más de lo que parece a primera vista, desradicalice la ética “interina” o propia de la espera del Reino. Pongamos tan sólo algún que otro ejemplo para no alargarnos: • Así el Apóstol acepta el divorcio en el caso de un matrimonio mixto (1 Corintios 7,15); • No pone en solfa expresamente como Jesús los lazos familiares si entorpecen la predicación o la espera del Reino (véase Mc 1,16: vocación de los primeros discípulos; Pablo es más bien indiferente a la familia); • Tampoco encontramos discursos o sentencias vitriólicas, como en Jesús, contra los ricos (cf. p. ej., Mc 10,25); manda pagar los impuestos y anima a ser obedientes con la autoridad civil (Romanos 13); • Exhorta al trabajo en todo momento (1 Tesalonicenses 4,11-12) y permite que los misioneros vivan del la predicación del Evangelio (contrastar Lc 10,3s con 1 Corintios 9,4s). La eliminación del valor salvífico de la ley de Moisés sufre una evolución parecida. Al principio, en la teología paulina, la no necesidad de observar la Ley debió de ser una simple eliminación de barreras ordenada por Dios para facilitar el flujo de gentiles que debían convertirse al Israel final. En la plenitud del pensamiento de Romanos, sin embargo, la supresión de la Ley (7,1-25) se transforma en una maravillosa realidad de
libertad, absolutamente del gusto de sus lectores helenísticos, sobre todo estoicos. La “justicia de Dios” produce los siguientes efectos en la existencia del ser humano: • El creyente está libre del pecado, cap. 5; • El creyente está libre de la muerte: cap. 6; • La vida del cristiano está marcada por la libertad de ser hijo de Dios, por una vida en el Espíritu cuyo destino final es la gloria: cap. 8. El hombre que parecía estar hundido en la nada del pecado es encumbrado por la acción de Cristo hasta recuperar su dignidad. Y aún más: es elevado a ser hijo de Dios y a reinar con Él (Romanos 5,17). Saludos cordiales de Antonio Piñero.
La helenización del cristianismo. El lugar histórico del cristianismo de Pablo (IX) 07.03.08 @ 07:10:51. Archivado en Pablo de Tarso
Hoy escribe Antonio Piñero: El “lugar histórico” del pensamiento religioso de Pablo puede deducirse de su teología de la salvación por y en Cristo, sobre todo respecto a los gentiles –que ha sido el tema de esta serie- y de la expresión clara por vez primera en el cristianismo naciente de la noción teológica de la preexistencia de Jesús y de su status divino (ema que no hemos tocado directamente en esta miniserie). Si se contrasta la "doctrina de la salvación" que tuvo Jesús de Nazaret y la doctrina de la salvación en Pablo no parece exagerado decir que la predicación de este último supone un corte radical con el "evangelio" o "buena nueva" de Jesús, pues A. Pablo interpreta la figura del Jesús histórico de una manera distinta al modo como él se consideraba a sí mismo. Jesús se veía a sí mismo como un ser humano normal, aunque con una relación especialísima con Dios; Pablo, por el contrario, hace de Jesús un ser divino, preexistente. B. Pablo modifica las ideas sobre un mesías judío con su liberación religiosa, social y política reservada fundamentalmente a Israel, proclamando un salvador universal, de todos sin excepción. C. Pablo afirma que el acto de reconciliación con Dios no será cosa del futuro, sino que ocurrió ya en el pasado, en la cruz. D. Anuncia que ha cambiado el sistema, condiciones y requisitos para la salvación, que son muy distintos de los del Jesús histórico. El punto más llamativo es la justificación/salvación por la fe y la consecuente negación de que la ley de Moisés sea
el camino obligatorio para salvarse. Ahora todos los gentiles pueden salvarse sin necesidad de cumplir la ley mosaica y sin tener que circuncidarse. Por lo que podemos reconstruir del Jesús histórico, éste jamás habría defendido esta tesis. De acuerdo con estos puntos, el "lugar histórico" del pensamiento teológico de Pablo es un judaísmo muy helenizado caracterizado por la aceptación de dos categorías (divinidad de Jesucristo; nuevo concepto de la salvación) que constituyen su diferencia específica respecto al judaísmo. Tales categorías se adecuan muy bien con el pensamiento filosófico-religioso helenístico (la proclamación de Jesús como Dios al estilo de una hipóstasis divina) y con la religiosidad helenística difusa del ambiente en el que se desarrollaban las religiones de salvación o mistéricas (Cristo como salvador universal; ritos de iniciación que sustituyen a los de las religones de misterio). Esta afirmación pregnante no significa que Pablo y sus predecesores se dedicaran burdamente a copiar de la religiosidad helenística todo lo que les interesara, ni que se dedicaran a incorporar sistemáticamente la religión pagana dentro de los esquemas judíos o juedo-cristianos. No fue así, sino que aplicaron conscientemente a Jesús (pues se creían con todo el derecho) los títulos que en su entorno se otorgaban a las divinidades salvadoras, sosteniendo que la única divinidad salvadora en el ámbito del Imperio romano y de la humanidad era Jesús. Pero esta visión supone una profunda transformación de lo que fue el Jesús de la historia y de lo que él pensó de sí mismo. A partir de esta reinterpretación global de la doctrina y misión de Jesús -que Pablo debe a una visión/llamada/"conversión" casi instantánea (según los Hechos de los apóstoles), el Tarsiota se constituye en el creador y organizador consciente de un nuevo Israel, que tiene su base no ya en la Ley y en la alianza antigua, sino en una nueva alianza fundamentada en el misterio de la cruz, de lo ocurrido en Cristo. El “nuevo Israel” se transformará pronto en una nueva iglesia. Pablo pone los cimientos ideológicos de una teología cristiana que resultará novedosa respecto al judaísmo, un nuevo sistema religioso que es, a la vez, distinto del judaísmo y del paganismo, aunque el Apóstol lo considere un judaísmo renovado. El próximo día terminaremos esta miniserie deduciendo las consecuencias de lo dicho para la cuestión tan debatida de la “helenización del cristianismo”. Saludos cordiales, Antonio Piñero.
La helenización del cristianismo. Conclusiones finales (y X) 08.03.08 @ 06:56:47. Archivado en Pablo de Tarso
Hoy escribe Antonio Piñero:
Hoy quiero extraer las consecuencias de todo lo dicho en los posts anteriores sobre la doctrina de la salvación de los gentiles en el pensamiento de Pablo de Tarso y enfocarlas hacia el punto de vista de la helenización del cristianismo o mejor de la teología cristiana. De las líneas anteriores y de la idea implícita en ellas de que la religión de Jesús es muy distinta de la religión de Pablo, creo que puede deducirse con claridad: 1. La religión de Pablo, su presentación de Jesús ante los paganos como el salvador universal sólo se explica bien en el marco de un judaísmo mucho más helenizado aún que el postulado por Martin Hengel en sus obras clásicas - Judentum und Hellenismus, Tubinga 1969 y sobre todo The ‘Hellenisation’ of Judaea in the First Century after Christ , Londres 1989- que condicionan el pensamiento de muchos estudiosos del cristianismo primitivo. La utilización por parte de Pablo de un vocabulario y de unos conceptos afines a la gnosis y a las religiones de misterio ha mudado profundamente su pensamiento. El medio en el que se expresa ha modificado el mensaje. La interpretación paulina de Jesús, de la que expusimos los puntos principales en el posts de ayer- será inaceptable para el judeocristianismo más estricto. Así fue durante toda su vida -oposición de los judaizantes en Gálatas y Filipenses- y lo será después de su muerte: la denigración de la figura de Pablo como el falso profeta en las obras que componen la literatura Pseudo Clementina. Pablo aparece en estos escritos como el “Falso profeta”, el individuo más dañino y perverso para le fe judeocristiana que imaginarse pueda. 2. Lo que el Apóstol predica en realidad, cuando se extraen sus consecuencias, no es ya un judeocristianismo helenizado, sino una concepción religiosa esencialmente helenística aunque a la vez profundamente judía: la doctrina de Pablo sobre la “salvación de los gentiles puede caracterizarse como un sistema religioso esencialmente helenístico, pero a la vez profundamente judío. He aquí la clave. Si el ambiente de pecado universal encaja de maravilla, por ejemplo con los Himnos del Maestro de Justicia de Qumrán, el modo de salir de esa situación de pecado abrumadora, la “salvación por medio de una acto de fe”, es un acto intelectual. En esto tal oncepto esencial de la salvación no es judío. 3. Si el pensamiento de Pablo constituye el primer paso de la teología cristiana y del cristianismo, la cuestión de la “helenización del cristianismo” está mal planteada en sí misma, siempre y cuando se entienda que primero existió el cristianismo y luego se “helenizó”. No fue ni pudo ser así. En su mismo nacimiento la teología cristiana es profundamente judía y profundamente helénica. O es helénica también o no es cristiana. El cristianismo nace ya helenizado en el pensamiento de Pablo de Tarso. 4. La teología cristiana de la rama principal que ha llegado hasta nosotros, la paulina, se caracteriza desde su mismo nacimiento por ser una relectura o reinterpretación de Jesús, de sus acciones y dichos –a la luz de la firme creencia en su resurrección, sin duda— en un ambiente de profunda helenización que no corresponde a la primitiva comunidad de Jerusalén tal como la dibujan los Hechos de los apóstoles.
Esa relectura se efectúa con criterios y mentalidad diferentes según sean los grupos que repiensan a Jesús dentro del paganocristiano. El nacimiento del cristianismo, o de la teología cristiana, es por tanto un fenómeno exegético o interpretativo de Jesús. Este acto de reinterpretación se efectúa con categorías no sólo judías, sino griegas. 5. Los discípulos de Pablo, los autores de Colosenses, Efesios, 2 Tesalonicenses, Pastorales, son fieles al impulso decisivo de su maestro y continúan su línea profundizando en ámbitos esenciales como la cristología, la eclesiología, la vida comunitaria a partir sobre todo de concepciones helenísticas griegas, más que judías. Este ámbito de los seguidores inmediatos de Pablo está mucho más helenizado aún que el del maestro. 6. Las reflexiones presentadas sintéticamente en todos estos posts no representan en absoluto ninguna novedad, sino una vuelta –quizás cíclica y pendular— a posiciones defendidas hace mucho tiempo por la "Escuela de la Historia de las Religiones", posiciones que han sido quizá un tanto olvidadas. Así lo planteamos en el post primero, y volvemos a repetirlo. No pretendo en modo alguno en estos posts ofrecer el menor atisbo de originalidad, sino rescatar posiciones un tanto olvidadas o no debidamente resaltadas. 7. Es necesario, por tanto, eliminar las connotaciones negativas que tiene la frase “la Helenización del cristianismo”. El cristianismo no nace como un fenómeno puramente intrajudío, y luego se heleniza, sino que lo que hoy es teología cristiana en su inmensa mayoría, la paulina, nace ya helenizada. Repito mi fórmula: “La teología cristiana o es griega o no es”. Y esta teología, que es una mezcla indisoluble de pensamiento griego y judío, pertenece a la esencia misma de la doctrina del Nuevo Testamento. Saludos cordiales de Antonio Piñero.