JOVENES EN ESPIRAL [SEMBLANZAS]
JOSÉ MUÑOZ COTA México, D.F., 2007
JOVENES EN ESPIRAL [SEMBLANZAS]
JOSÉ MUÑOZ COTA México, D.F., 2007
Jóvenes en espiral (semblanzas) José Jos é M uño z Cota, 2007
D.R. D. R. © 2007, José M uñoz Cota
Edición Edición post m ortem para distribución distribución gratuita gratuita
Prohibida la reprod ucc ión total o parcial parcial del libro libro sin sin la autorización por escrito escrito de los due ño s de los derechos.
E D I C IÓ I Ó N C O N M E M O R A T IV IV A D E L P R IM IM E R C E N T E N A R I O DEL NATALICI NATALICIO O DEL MAE STRO JOSÉ MU ÑO Z COTA
Siempre amigos
Fernando Córdoba Có rdoba Lobo Lobo Celso H. Delgado Isabel López
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NOTA PRELIMINAR
“Varón sencillo y bueno santo y sabio maestro, dueño del verbo de adem án austero. Te saludamos como Dante a Virgilio: ¡Salve Maestro, Guía, Amigo...!"
Este 21 de enero se cum plirán cien años de que el M aestro José M uñoz C ota vio la luz en Cd. Juá rez, Ch ih. * A los 19 años fue campeón nacional y subcampeón internacional de oratoria. La vida lo llevó a distintas ram as del aco ntecer hum ano : escritor, político, poeta , periodista, diplom ático, hasta que ancló en el M agis terio, dedicando su vida a la enseñanza. Discípulo de grandes maestros -Samuel Ramos, José Romano Muñoz, Ho racio Zúñ iga y Erasmo Castellanos Q uinto, entre otro s- creyó justo devolver a México, un poco de lo mucho recibido. M aestro en toda la extensión de la palabra, descubrió en sus alum nos la chispa de su talen to creador. A sí nació este libro en 1976 y hoy nuevam ente ve la luz, hac iendo posible
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En el tintero se quedaron m uchos nom bres que soñaron y sueñan, como los griegos, en la creación de una m ejor civilización hum ana. Y bien, José M uño z C ota no dejó alum nos; dejó discípulos. Son ellos que en homenaje al centenario del nacimiento del querido Maestro harán un festejo cada m es de este año y son ellos los que ed itarán y reed itarán algunos libros. Esta es la m anifestación cariñonsa de sus discípulos.
Enero 2007
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PÓRTICO
Detente, caminante
UN DÍA leí un libro de Pom peyo G ener: “A m igos y m aestros” . Fue lectura que germinó en la m em oria, que ha seguido creciendo co n el deseo, ya cano so, de em prend er un ensayo acerca de los jóven es que al través de los años, ocuparon las aulas, m ientras que yo iniciaba mi definición como apren diz de m aestro. En el espacio de la cultura, donde se conjugan las circunstancias, hay dos motivaciones constantes: los hombres y los libros que nos frecuentan. Henry M iller escribió una o bra trascendente: “L os libros en mi vida” , y uno no sabe, cuando habla cotidianam ente, de quién son las palabras que dice, si de uno m ismo o del autor preferido en algún mom ento. Otros varones, de gran sabiduría, han dibujado los retratos de sus héroes o de sus santos; pero yo sólo anhelo im prim ir el testim onio del cariño que profeso a quienes, una vez, m e honraron lla m ándom e m aestro. M aestro es un concepto con aristas cortantes. Q uizá, sólo ha habido un m aestro; los dem ás practicam os el bello deporte de escalar las m ontañas, para vem os despu és, las m anos llenas de vacío. Ed uca r supon e un diálogo en el río. Las lecciones, com o los ejem plos, escapan huidizos con el agua, a la sombra de Heráclito. Y no es el m aestro quien enseña y reparte su corazón como libro de texto; son los discípulos quienes, sin tener con ciencia de ello, están educando al maestro.
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N ietzsche, con cla m or de profeta, advertía: “Ay, del discípulo que no supera a su maestro”, y luego, delirantemente aconsejaba no levantar estatuas, porque hay demasiadas en el mundo. Por eso el oficio de maestro está empedrado con riesgos; el alumno está en la posibilidad de ser discípulo, mientras que el profesor, el que dona conocimientos, camina en campo limitado por muros que se suceden agónicamente. Este concep to de m aestro hay que observarlo con cuidado; tiene diversas connotaciones y una subconciencia laberíntica. Con todo esto, la diferencia radical entre maestro y discípulo está en que el maestro viene de regreso, ya cam inó m edia jom ad a, y el alum no, recio y v igoroso el espíritu, inicia apenas su destino. Ciertamente, se transmutan los temas y las preocupaciones; cambian de rostro las oraciones; se convocan pasiones diferentes y la cátedra oscila entre la mo ntaña y el abism o. P ero todo esto lo aprende uno cuand o y a encanecieron los remos de Odiseo. Del norte y del Sur llegó un grupo de hombres jóvenes; arribaron con la afilada voluntad de abrir sus ventanas. Este y aquél, trajeron el alma en los
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Del trato cotidiano p asam os a la am istad. C onv ivir con la juve ntud , y asistir a los balbuceos de su expresión, equivale a renacer la edad del alba. Los jóvenes son generosos aun en sus travesuras; a pesar de sus maldades. Siempre hay que adm irar su capacidad de amor; la extraña facultad de poner m úsica y color en el objeto que tocan. El día es pródiga espiga. C ada jov en , con los ojos absortos, en pos de la verdad, cobra apa riencia de tierra recién sembrada. Ahí principia el milagro de la creación, la magia de la obra de arte que ellos mismos están esculpiendo con su vida. N o sé cuántos siglos dura el encuentro de lo s viejos m aestros con los jóvenes discípulos; pero en cam bio no ignoro la profundidad de lo s m inutos cuando de las bocas juv eniles escapan figuras enigmáticas. Pues bien, evocar estas sombras con luz, es la voluntad de estas líneas. No pretendo relatar breves biografías, vidas reales o im agin arias, encarce lado por la lógica, fría, impostergable. N o anhelo, tam po co, disfrazarm e de espejo para reproducir, con m ayor o m enor fidelidad, una ga lería de cuadros. Estas páginas, que vas a leer, son virutas de la memoria. La memoria en el ser humano se solaza representando el papel de prestidigitadora. Su juego de m anos es m aravilloso. E scam otea la realid ad, con tal gracia, que pone a prueba la agilidad de las m iradas para evidenc iar la trampa. La memoria puede aparecer en el árbol genealógico de Ulises, maestro en ardides, en cuanto los sicólogos saben, entre mil y un acertijos, que olvidamos lo que nos molesta y lastima, para mantener lista y sonriente, en la sala de recepción, la añoranza que nos perfuma, todavía con la sonrisa de
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N o am biciono ser realista; aspiro a ser rom ántic o y, com o tal, preferir la em oción al encarcelam iento d uro de la dialéctica. N o im plica ju icio s de valor este libro, sin o salu dos cariñosos, con un dejo de ternura; algo parecido a la em oción que tuvo que expe rime ntar el padre de la parábola, cuan do llegó a la puerta, llam ando al destino, y a de regreso, el exiliado hijo pródigo. Las biog rafías se reservan para los héroes, los hom bres representativos, para los exponentes de lo s m om entos este lares de la hum anidad; pero M arcel Shwob nos aconsejó subrayar la semejanza en la diversidad. No sólo los personajes em inente s sin o cualquier in div iduo que se diferencie en alg o. Pen sando esto he huido de la vanidad del pintor de retratos, esquivando la austeridad del parecido. Estos retratos parec e que van a hab lar; son, m ás bien, bosquejo s para un futu ro cuadro . Po r último , hay que creer, sin averiguarlo, que el co lor del alm a se transparenta en la menor de las acciones y en el más modesto de los rasgos. La profundidad se logra en el menos esperado detalle, quizá en la forma como saludamos, o caminamos, o nos sentamos; es entonces, cuando el ritmo personal nos dela ta . A m igo lector y por lo m ismo cóm plice de este atentado: Q ued a entendido que estas líneas no andan en pos de un tratado sociológico; no engloban una generación; no es la presentación de mis simpatías y mis diferencias; está equidistante, de las vidas paralelas, porque mi curiosidad no llega a pretender encarcelar toda u na vida; tarea casi im posible porque no nos es dad o supon er la trayectoria de su futuro; reacio a las normas m orales, tam poco es una ex posición de vidas ejemp lares; y entonces, ¿qué cosa es? El oficio de clasificar géneros y ajustarme a ellos no satisface a mi espíritu libre. Estas hojas son, simplemente fragmentos de unas memorias ya
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Me aprovecho para agradecer a los jóvenes aquí aludidos quienes, con su existencia, me incitaron a esta escritura; agradezco la constante ayuda de Alicia Pérez Salazar, correctora de pruebas de mi temperamento; la presencia de Arturo Muñoz Cota Pérez; al cuidado gentil con que Ana Gloria Callejas, esp osa de A rturo, vig ila los relojes con su sonrisa, y, sobre todo , al clam oreo de albas con que la breve nietecita, anduvo rondand o en tom o a este imposible afán de detener al tiem po en la dan za de muy no bles y que ridos discípulos.
México, en septiembre de 1975.
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FIDEL LÓPEZ CARRASCO
AUNQUE suene un poco a retórica, lo cierto es que cada vez que está en mis posibilidades emprendo el viaje a la ciudad de Oaxaca y, como el héroe mitológico griego recupero fuerzas al contacto de la tierra morena, color del barro de C oyotepec. Hay que aceptar el viejo proloquio: los familiares me tocan; los amigos los escojo. Quizá pudiera decirse lo mismo de la tierra porque uno nace en determinado sitio porque sí, por obra y gracia de las circunstancias familiares; pero uno debiera sele ccionar el lu gar de nacim ie nto volunta rio , el Estado donde uno hubiera preferido ver la luz. N o hay hipérbole en decir que la lu z de O axaca es m ás lu m in osa; por el aire - y a lo expresé a n tes - anda la poesía. Todo parece revelarse en danza. En un v iaje reciente tuve la más em ocionante sorpresa: traté de cerca al profesor Fidel L ópez C arrasco. H om bre de eda d m adura, entre los setenta años, según su decir fue uno de los primeros discípulos que tuve en la N orm al del Estado en clase de L iteratura General y de O ratoria.
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-q u e no eran cátedras-, p orque, aunque no recuerdo nad a de esos ensayos, sí recono zco el estilo y el corte de las m etáforas. Por otro lado siempre aseguré que en Oaxaca la gente sabe detener los relojes y prestar atenc ión a los libros. Las investigac iones histórica s del profesor López Carrasco lo exhiben com o es: varón de gran cultura y un exqu isito amor a las letras. Invitados por él a com er en la casa solariega de sus sueg ros, en T lacolula, visitamos la iglesia de ornamentado estilo. Ahí se lucen forjas excepc ionales y cuadros pictóricos de gran co lorido y esculturas que tienen la peculiaridad de m ostrar a mártires, santos m ártires que, dram áticam ente, sostienen en la mano la cabeza cercenada. Todo sin perder la augusta compostura de la forma y sin tolerar algún detalle que hiera el justo medio del buen gusto. Después de eso hablamos largamente de la palabra. ¡Cuántos discursos pronuncié en lo s d istintos pueblo s q ue visitaba el licenciado G enaro V. V ázquez, a la sazón Gobernador del Estado! Tuvo Genaro una marcada sensibilidad artística. Tocaba la guitarra y cantaba sus propias canciones; fomentó la creación y bajo su patrocinio florecieron los genios musicales de Samuel Mondragón, de Guillermo Rosas Solaegu i, de A lavés, cuand o en m isión cultural y política, íbam os escudriñand o en las region es el alm a colorid a de los m ixtéeos, de los zapotec os, de los mijes, de los y alai tec o s... Genaro V. Vázquez estaba enamorado de su paisaje natal. Visitaba los pueblos y convivía con los indíg enas. El m ism o ostentaba orgullosam ente su tipo inconfundible de oaxaqueño puro. Como dominaba el mixteco y el zapoteco podía con facilidad arengar a los nativos en su propia lengua. No coexistía con ellos com o go bernante; convivía con ellos com o hermano.
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O axaca es cam po propicio para la oratoria. Los oaxaq ueño s se expresan con calor, con fuego, con elocuencia. El grupo que se formó brilló con luz propia. D estacó un m uchac ho bueno, lim pio e inteligente: B enjam ín Pereyra. El Ahora profesor Fidel López tenía cualidades por su talento, por su afición a los libros; pero su incurable timidez lo detenía. Ganó Benjamín. Marchó a México donde otros estudiantes con mayor experiencia y quizá más am plios con ocim ientos le impidieron la victoria. Para mí era cue stión de no cejar. Volvimos a bu scar otro valor. Esta vez fue el Instituto de Ciencias y Artes del Estado, ahí donde estudió Benito Juárez. Era un jovencito de baja estatura, tan delgado que le valió el mote de “Tripa”. Era alegre, chispeante, inteligente y poseía enormes facultades oratorias. Su presencia en México constituyó una sorpresa. Roberto Ortiz Gris ganó el primer lugar. Esto debió o cu rrir allá po r el año de 1929. Com o dato interesa nte de este certamen, cabe anotar que uno de los contendientes fue el estudiante Adolfo López M ateos. Revisando el libro de Guillermo Tardiff, crónica de los concursos de oratoria, puede leerse lo siguiente: “Roberto Ortiz Gris, representante de Oaxaca. Fue una verdadera revelación. Este muchacho moreno, de pequeña estatura, tenía empa que y m aneras de orador. Trató el tema : “¿D eben los pueblos latinoam ericanos substituir el Panam ericanis m o por un sistem a de intereses universales?”
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Y con gesto gallardo declaró ser la representación de su colegio y em puje de su raza zapoteca. Y esa declaración la rubricó con adem án rotundo, que arrancó u na salva estruend osa de aplausos. Eres un nito. L e gritan. O rtiz G ris, que se deb atía den tro de la tribuna, resolv ió salir del encierro y avanzó hasta el proscenio. El aud itorio se sintió subyug ado por este m ozo que era un orador indud ablem ente. F ácil, vigoroso, sabía dom inar a la m ultitud. D em ostró que las doctrinas de M onroe y W ilson son con trarias a la libertad de los países de Am érica y cóm o la doctrina M onroe se invo ca pa ra justificar la invasión a los pueblos dé biles, “ya se ha olvidado cuan do Inglaterra se apoderó de Belice, cuand o F rancia reclamó sus m illones a M éxico. Los gob iernos de Estados Unidos interpretan de mil maneras la doctrina Monroe...” N os hem os detenido con sim patía en la sem blanza de R oberto. En las giras del licenciado G enaro V. V ázqu ez fue uno de los acom paña ntes. También él hablaba en algu nos actos. La verdad es que, por entonces, no se pensaba en una clase de oratoria; pero la pequeña experiencia y mi am or al verbo nos llevaron a considerarlo como parte de nuestra responsabilidad como incipiente maestro... De esto y de más, hem os conversado c on el profesor Fidel Ló pez Carrasco. U no tras otro se han ido enhebrand o recuerdos. Los nom bres de los ausentes y la no stalgia de u na épo ca en que po díamo s aspirar a la con qu ista del tiempo. El pro fesor Fidel L ópez C arrasco tiene un a m anera especial de untar las palabras al sile ncio . L as revive con un sim ple cam bio de tono. Pero su voz se desdo bla unciosam ente, sobre todo si está glosando tem as de su tierra. Cada quien ama su paisaje. Sólo que el oaxaqueño es regionalista de altura, porqu e sin dejar de pen sar con el territorio íntegro, su eñ a con su cielo, sus
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AGRÍCOL LOZANO HERRERA
KL VIVAC es un pa réntesis que los soldad os le rob an a la m uerte. Es una pausa al quehacer del odio y del coraje. Es un silencio al ruido isócrono de la serpiente de cascabel que se esconde en las ametralladoras. Un hombre tuvo un vivac en vez de corazón. Era de regular estatura, ancho de tórax, buen o y generoso, con la m ano dispue sta a saludar a los amigos y a ofrece rse a los me nesterosos. A pen as ado lescente, en el Colegio M ilitar, tocóle en suerte acomp añar a Francisco I. Madero cuando emprendió su jomada del Colegio a Palacio, cuando y a los buitres vo laban en tom o al Palacio Nacion al y uno grand e y torvo, buitre con anteojos, arrastr ando la s alas, se afilaba las uñas para el asesinato . Años más tarde, aquel varón esforzado, musculoso de patriotismo, Miguel Henríquez Guzmán, nos convocó a ofrecer la existencia por México y para M éxico. Vino a su llam ado un grupo de estudiantes, apenas m ozalbetes. El joven de mayor edad, pequeño de estatura, moreno, recio, con la voluntad acabada de tajar, fue Agrícol Lozano.
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a conciencia. Vivía con los dientes apretados, el ánimo crispado, puesta su voluntad a prueba, cargando pacientemente sus carencias, como antaño había cargado sobre sus espaldas, los pesados sacos de cemento. Tenía el espíritu religioso. Era mormón. De aquí que su quehacer se distinguiera por el profundo sentido puritano manifestado en una conducta severa y quisquillosa; pero la bond ad se le escapab a del pecho. En el Partido Henriquista urgían los oradores. Había que adiestrarlos conjuntam ente con otros jóv en es y Ag rícol resultó, así, el prim er discípulo. Todo lo cumplía a golpes de carácter. La pujanza física escondida en el cuerpo diminuto andaba pareja con la energía y el coraje para cumplir las m isiones -p o r peligrosas que fue ran -, que se le conferían. Oriundo de la ciudad de Tula, Hidalgo, aquel muchacho era el resumen de la inquebrantable fe de su madre, troquelada con barro indígena. En un principio, los veteranos de cien camp añas, exp ertos en violencia, con el dedo índice doctorado en pistolas, veían con menosprecio, y hasta con piedad, al reducido A gríc ol; pero cuando lo s c onstantes p eligros d e la oposic ió n, lo enco ntraron tranqu ilo, decidido, tenaz, parado a m itad de las dificultades sin dar un paso atrás y dem and and o el prime r lugar en el com bate, los veteran os lo adm iraron co n lealtad y aprend ieron a quererlo. Ag rícol no decía que no a ningu na circunstancia difícil. Los veteranos, en las horas de prueba , volvían los ojos y lo enc on traban co n su seriedad, su actitud grave, pundonorosa, con la responsabilidad de cada uno de sus latidos. Era un m uchach o austero. A fuer de m ormó n, no beb ía alcohol; no probaba refrescos, ni té, ni café y tampoco fumaba. Cierto que no se le descubría lo místico. Simplemente se le apreciaba lo formal y lo juicioso. Su familia, unida con los lazos del alma, estaba presidida por padre y
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Para Agrícol, ser respetuoso y atento era tan natural, que la cortesía en él era como el legado de la raza cerem oniosa de Ne zahualcóy otl. Una mañana fue víctima de la opresión y de la barbarie. Se llevaba a cabo un mitin en el poblado de Tacuba. Agrícol era uno de los directores y el principal orador. Una multitud entusiasta, que alcanzaba a varios miles de personas, atronaba el aire con sus gritos. De pronto llegó una brigada del partido oficial. Llegaron como una bandada de halcones a desbaratar el acto. M enudearon las pedradas y los palo s. Sonaron varios tiros y un hum ilde cartero, un jov en qu e pisa ba los veinte años rodó muerto. Se hizo la confusión y los policías, consecuentemente, hicieron arrestos. No ob stante que el tiro salió de la brigada de choqu e, los apreh end idos fueron los amigos nuestros. En la redada cayó Agrícol y otros connotados dirigentes. Permaneció en la cárcel casi un mes. Todos los días se presentaba, seria, solemne, hierática, la madre. -L o único que quiero saber -d e c ía - es si mi hijo vive todavía. Si no le hacen falta alimentos. Un abogado del partido estaba constantemente atento a conseguir su libertad. Las hermanitas de Agrícol, siguieron militando como si no hubiera ocurrido nada. Organizamos varias manifestaciones. Una noche, al fin, lo soltaron. Corrió a las oficinas para informar y pasar lista de presente. Sucio, piojoso, barbón; pero con el ánim o entero, optim ista, corajudo y vibrante para seguir la lucha. De estas hazañas podríamos referir muchas. Así estudiaban heroísmo
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Al d ía siguiente, hab ía olvidado la dura experiencia. N o hizo com entarios. N o bla sonaba. C onsideraba aquello un incidente y nada m ás. Otro día descubrimos que el grupo de jóven es, Agrícol, C hucho , Payambé, Alicia, H um berto, proye ctaban en secreto provoca r un hecho insólito. -Si ponemos una bomba y estalla, precipitaremos la Revolución. Podríamos confesar que el general nos ordenó hacerlo y obligarlo, de esta m anera, a rem ontarse a la sierra y principiar la lucha. A fortunad am ente sólo quedó en proyecto. Cad a uno de estos m uchac hos vivía pobrem ente. Pero eran los guías del movimiento en la capital con sus millares de afiliados. Las pero racione s eran candentes, incendiarias. N acieron fuera de marco. Ag rícol y sus com pañ eros, eran los personajes de una nov ela revolucionaria. ¡Cuántas veces, viéndolos, no imaginamos a los jóvenes que andaban con Ricardo Flores M agón o con Práxedes G. Guerrero! Re alm ente, cuand o los tanque s m ilitares violaron las oficinas del P artido; cuan do se le neg ó el registro y se puso fuera de la ley al mo vim iento, cu and o el clarín tocó a dispersión, aquellos jóvenes, con la fe rota, no supieron qué hacer con sus vidas. Agrícol se refugió en su iglesia mormona. Tomó la religión como un medio de salvación. Ahí desplegó su ardor constructivo. Ahí nació su hogar casándose con una m uchacha dulce como Ruth. Después, la iglesia lo nombró director de la Escuela Preparatoria dependiente de la naciente Universidad Mormona. Ya abogado, ya maduro, Agrícol continuó su oratoria, si bien para ese entonces, era una oratoria sagrada.
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De cuando en vez nos encontramo s en su casa. Es u n hog ar santificado. Su fam ilia es feliz. Ocasiona lm ente, A grícol recu erda sus andan zas juv en iles y pronuncia el nom bre de Hen ríquez Guzm án, con respeto.
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JESÚS RODRÍGUEZ ORTIZ
ÍBAMOS caminando por las calles de la ciudad. Las sombras trataban de suspender los pasos inútilmente. -M aestro -m e dijo Chucho R odríguez- he decidido suspender mis estudios en la Facultad de Derecho. N o sirvo para corsario de las leyes... no es mi vocación patr ocin ar a los delincuentes ricos que son los únicos que necesitan de los abogados. N o tengo porvenir. Esto y pele ando contra mi vocació n. Yo soy ale gre y me em peño en ser hombre bueno. Me gusta ver cómo ríe la gente, sobre todo los niños. He resuelto dedicarm e a un queha cer poético y santo... quiero ser payaso. Me lo dijo seriamente, con una gravedad de varón m aduro. No me atreví a contradecirlo. ¿Q ué pod ía yo argüir? Ya desde entonces, Jesús R odríguez pertenecía a los conju rados del enig ma. N os acom pañó com o m ilitante activo en la cam paña dem ocrática a favor de Henríquez Guzmán. Ahí ganó el primer premio en el concurso de oratoria política que preparé, seleccionando jóvenes guías. Fue tan valiente como Agrícol, com o Alicia, com o Fe m ando Arenas, com o tantos m osqueteros, idealistas, bohe m ios del esp íritu. Posteriormente pasó una tem porada en que apenas lo veía. Estudiaba con el sabio ingeniero Espinosa.
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alguna travesura, emborronaba sonetos con un acento satírico no escaso de m alas palabras. E ra algo así com o una válvula de escape a su seriedad de prefecto en funciones. Estaba ca sado co n Elenita, una m ujer simpá tica, sonajera, cascabeleante, que era com o su arm onioso contraste. Tenía varios hijos y el m ayor, César, lucía com o un retrato en m iniatura del sabio maestro. C on él anduv o Jesús Ro dríguez y ahí, en las esquinas, a la luz del alumbrado público, oía las explicaciones y asimilaba las disertaciones del mentor. Ignoro cuál fue la circunstancia que determinó su vuelta a las aulas de Leyes. Pero estudiaba a fondo y sin prisa. Seguía leyendo sistemáticamente y consiguió una cátedra en alguna escuela de tipo técnico. Creo que explicaba aspectos del Derecho. Es común que se aleje de sus amigos. Se introduce en alguna aventura de tipo intelectual y pasan meses sin dejarse ver. Después, cierra esos libros y retoma a su vida habitual. Vive con su familia. Su madre, mujer salida de una fotografía antigua, de señoras con vo luntad de acero. Sin em bargo, a pesar de su carácter, qu e se ad ivinab a recio y tajante, huía por sus ojos un a dulce ternura provinciana. Jesús vivía consagrado a ella y a sus hermanos, a sus sobrinos, a sus palomas y a sus plantas. Tiene expresión beatífica; esto dio origen a una inocente broma. Una m añana, en el café K iko, donde solíamos reun im os con un grupo de ágiles e inteligentes periodistas, se nos ocurrió presentarlo -c u an d o llegó de im pro viso -, com o al padre Jesús. El siguió el jueg o y su cha rla estuvo salpicada con versícu los y aire eclesiástico. Al desp edirse, bendijo a los con curre ntes y perm itió que alguien le besara la m ano. No sabem os que haya tenido novia. Persiste en la soltería. Prim ero por
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Su casa, grande y espaciosa, tiene antolog ía de m acetas y de pájaros. Al fondo sus palom as. Su biblioteca es rica y variada. N o ha querido escribir, aunque últim am ente está entregado a preparar un texto de Derecho. Sé que en secreto reda cta un libro de epístolas. M e eno rgullece sa ber que son epístolas dirigidas a mí. Yo soy el pretexto para que vacíe sus múltiples preocupaciones intelectuales. Piensa raro; pero piensa con profundidad. Su teoría de las máscaras, por ejemplo. Cada qu ien cam ina su vida con una máscara. Bu eno, esto ya se ha dicho y no acusa originalidad; sólo que Jesús está conv encido de que el rostro que llevamos y que corresponde a una máscara, nos impide saber cuál es, efectivam ente, nu estro propio rostro. Es decir: nacem os ya con la máscara, que nos pres taron los pad res y los fam iliares. Pero el rostro autén tico, el verda dero, ¿Cuál es? ¿Podremos conocerlo alguna vez? ¿Ni siquiera cuando muramos? ¿Q uizá en el D ía del Juicio Final? Tratar de vemos la cara verdadera es el purgatorio que experimentamos. Los espíritus sup eriores, los filósofos, los artistas, los poetas, en alguna ocasión, vislumbran rasgos que contradicen la máscara habitual; casi se adivinan; pero, luego, v uelve n a caer en la somb ra y en la duda. Jesús es un sentim ental. Total: un rom ántico que se avergüenz a de serlo; su alegría radica en que supongan los extraños que es un díscolo, un huraño, un ser avinagrado . Y no. Sentim ental sem piterno que anda a filo de lágrimas, sangrando co n los dolores de los demás. A hora su oratoria se ha transform ado en d idáctica; el dictar cátedra reseca las i ágene s y espanta a la poesía. La lógi está contenta. Jesús
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N os hub iera gustado para sacerdote de pueblo . C on su aspecto tirando a lo gordo y la mansedumbre de sus ademanes, su voz pausada, hubiera caracterizado a un pastor de almas a la sombra de árboles gigantes. Esto es exacto. Cu ando Ag rícol lo ha invitado a hablar en el tem plo de los M ormones, Jesús ha conmovido a su auditorio. Adquiere un tono místico y al conjuro de sus palabras con unción bíblica, acaba uno po r no ver la triste desn ude z de las paredes de esos tem plos que, com o los evangélic os, está n vacíos com o una sala de conferencias. Schlegel tuvo razón cuando añoraba, a fuer de poeta, la pe nu m bra de las viejas iglesias, el conjuro de los vitrales, la solem nidad an gus tiada de las pin turas y el rictus dolorido de los C ristos crucificados. Los achaques religiosos son emocionales más que razonables... Jesús no practica -que se sepa- ninguna religión. ¿Es libre pensador? ¿Es agnóstico? Es varón con talento -qu e no es p o co - y con una biblioteca que no le cabe en el pecho. Ag rícol y Jesús, con ser diferentes, en cierto aspecto antagón icos, son íntimos am igos. No sólo se consu ltan problemas jurídico s, sino qu e conversan animadamente de temas del Libro del Mormón. Pero Jesús, aun queriendo tanto a Ag rícol, no aceptaría pertenecer a un culto ni a un dogm a. N o pareció interesarse por los quehaceres políticos. ¡Son tan negativos los políticos!, tan carentes de horizonte; pero, a últimas fechas, después de un ataque al corazón muy serio y peligroso, Jesús comienza a frecuentar su pueblo , Tizayuca, y a ponerse en conta cto con los jó v en e s del lugar. L a polític a para él tiene la dim ensión y el com prom is o de una cruzada. Es un asunto de orden religioso. Ganar una presidencia municipal o una diputación, es igual que ganar un millar de almas para el cielo. Jesús oficia la política, cumple un dogma, ejercita un ritual. Esto abre perspectivas que sus amigos ven con desconfianza. Tem en a los sayones. Jesús, dice cosas com o si leyera la palabra del Evangelio. L a política no es un jueg o, es una consagración , un sacrificio.
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FERNANDO ARENAS
XO CH IM ILCO es una encrucijada de paisajes. Dos culturas - la antigua y la moderna- se hacen señas sobre las aguas mansas, oscuras, enfloradas de su lago. Las chinampas le adornan con jirones de magia. El verde adormece al vértigo y al ruido de la urbe. Arb oles ad elgaz ado s de estirarse para alcanz ar a las nubes. Las trajineras se deslizan al ritmo de los indígenas que hunden el remo para impulsar la pesada nave. Ahí crecieron, en músculo y en sueños, Femando y su hermano. El padre, acentuados lo s rasgos de indio , fibroso, tenaz, bondadoso, transportaba verdu ras y flores. Vivían con pobreza. La mad re, inclinad a com o un a hoz sobre el metate. Los otros hermanitos correteaban. El jacal de adobe, el santo adobe que le crece al campo como una flor oscura. Hicieron su primaria repartiendo el reloj entre el lago y la escueliia iserable. D és vino la secundaria, la N al, ya en la ciuda d y, por fin, l
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En tonces llegó la políti política. ca. Los discursos. Las reu niones de partidarios partidarios y las las voces con tra los viejos m ales: el ham bre, los caciqu es, los abu sos del poder. poder. Fue com o el viento. viento. Femando Arenas se afilió con nosotros. Llevábamos el nombre de Miguel Henríquez Guzmán como una bandera de renovación. Los indios de X ochim ilco ilco levantaron al aire aire sus andrajos. andrajos. Tamb ién los los harapo s son bandera. bandera. Femando formó parte del pequeño grupo de jóvenes que tuvieron que pr p r e p a r a r s e c o m o o r a d o r e s d e c o m b a te . E r a u n m u c h a c h o a r r e b a t a d o , e x tr e m o s o , vehemente. Ya para entonces era profesor normalista. Xochimilco es el vivero del magisterio. Aquellos niños de ojos oscuros, de mirada inquieta, de ágiles cuerpos rob ustecido s por el ejercici ejercicioo del remo, form aban p arte de la población magisterial. De ahí salían para todos los rincones de la República. Fernando tenía avidez por saber. Devoraba los libros que le propor cionábam os. Pe nsab a rápido, rápido, con claridad claridad y con fuego. Se exaltaba el comp rom iso de siglos siglos de olvido. olvido. Al través través de sus arengas asom aba una noch e incendiada y trágica trágica de 300 años de de C olonia. olonia. Pero Pero algo vegetal se se adivinaba en en sus palabras; algo encresp ado com o el el agua del del lago; lago; algo de los los sedosos crepúsculos en Xochim ilco. ilco. Cad a chinam pa era trinchera; trinchera; cada milpa un núcleo núcleo de gue rrill rrilleros. eros. Allá, Allá, en el pasado, fueron zapatistas. El padre de Fernando y el abuelo también, sostuv ieron el rif rifle le del general de los ojos tristes. tristes. E ra la sangre an ón im a de los héroes sin sin nom bre. Fernando hablaba con coraje. Sus conceptos golpeaban. Era un líder innato, innato, cond uctor de masas amo tinadas; tinadas; un verdadero “m ontonero ”.
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Las cano as de trabajo y tam bién las las ocupadas por turistas, turistas, nos saludaban saludaban con simpatí simpatía. a. Estábam os apostando apostando -com o en la l a vieja vieja m elo día - el corazón coraz ón en en un albur albur.. ¡Lo perdim os! L os list listos, os, los sabios, los m ercad eres, defra uda ron la la ju j u v e n t u d d e a q u e l l o s m u c h a c h o s y n o s q u e d ó el v a c ío. ío . Femando Arenas, abogado, se nos ha perdido; es padre de familia y aunq ue co ntinú a nerv ioso, diligente con prisa por llegar llegar a algún sitio, sitio, ya no se le ve el resplandor político en los ojos, está más en consonancia con su lago. A quí, en Xoc him ilco, ilco, se encontraron Em iliano iliano Zap ata y Francisco Vil Villa. D os estilos estilos diferentes. Dos pa isajes disím disím bolos. Villa Villa era el no rte encorajinado y fiero. Zapata, el sur, melancólico como las milpas en crecimiento. Aquí, en X ochim ilco, estam estam os e scribiendo scribiendo una página de justicia social. social. A lgo así decía decía Fernando Arenas. Y levantaba su puño puño preñado de am enazas. Un día, se refugió entre las chinampas un profesor en huelga. Los maestros se se encargaron de esconderlo. esconderlo. Lo cam biaban de chinam pa en chinam pa. p a. L a p o l i c í a y a u n m i e m b r o s d e l e jé r c ito it o n o lo e n c o n t r a r o n . A q u e l l o s in d ios io s , descend ientes de los los zapatistas eran estoicam estoicam entos valientes. valientes. N o abrían la boca, boca, ensim isma dos m irando a la tierra tierra parda y hermanable. N o s l le g a n r u m o r e s a c e r c a d e él. él . C o n t i n ú a s i e n d o m a e s t r o y, a d e m á s , liti litiga. ga. A nda p or los juzg ad os con su saco holgado, holgado, sus pantalon es ancho s y su su cabello lacio, revue lto, arisco. A nda de prisa. Hay un a cita que se le le escapa. escapa. N o r e c u e r d a a d ó n d e t ie n e qu que. e. ir. A u n q u e , e n s e c r e t o i m a g i n a m o s q u e a n d a pr p r e s u r o s o p o r l l e g a r a la c ita it a d e M é x ico ic o . E s h o m b r e q u e p u d o s e r g u e r r ille il le r o , pe p e r s o n a j e d e u n c o r r i d o , a lo E m ilia il ia n o Z a p a ta . Su hermano Felipe Felipe -tam bién casado, cas ado, tam tam bién con h ijos - se ha consagrado consagrado a la medicina. Cumple un deber. Es como si peleara por los pobres. Sólo el pa p a d r e s ig u e e t e r n iz a d o e n s u r e t r a t o d e r e m e r o . M á s b a jo d e e s t a t u r a , m á s fla fl a c o, más fibroso, más adusto. Y ella, la madrecita, callada, diligente, con su ojos
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vacacional, turístico. Xochimilco, da la impresión de irse despoblando no de sus habitantes, pero sí de sus crepúsculos. Femando vigila el paso de sus días. Han encanecido los remos. Enve je j e c e n .
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HELADIO RAMÍREZ LÓPEZ
AHÍ, EN la Preparatoria 4, inicié la experiencia más hermosa de la vida: ser maestro. Fue como emprender un viaje maravilloso recorriendo uno a uno a los alum nos transfigurados en islas. Enseñar es el oficio más bello. No se iguala a nada. Ni el servicio diplo m ático, ni la curul en la Cám ara de D iputados, ni la jefa tura de un departam ento en una Secretaría, nada es com parable. La palabra recobra su prestigio y la cond ucta se ilumina. Ahí estaba Heladio R am írez López. De baja estatura, m oreno de color; con el signo indígen a con que el Estado de Oa xac a señala a sus hijos. H e dicho ya que los oaxa queñ os nacen y crecen, por obra de sus paisajes, tangen tes a la m agia, es decir, a la poesía. La historia pesa sobre su corazón. U na sombra, m ás grande que su cuerpo, cam ina con ellos. P orque el oaxaqueñ o, quiéralo o no, vive colgado del nombre de Benito Juárez. La leyenda mixteca dice que los primeros hombres brotaron de las entrañas de un árbol. Con esto, probablemente se quiso subrayar que en el árbol genealógico de esta raza hay un principio de poesía que es tierna y épica
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Aquiles, el de los pies con alas; Odiseo, sabio en ardides de m ar y en albas de mujer; Eneas, conductor de horizontes; Dante, encantador de geografías de ensueño; Shakespeare, anima dor de estatuas; Go ethe, geóm etra del espíritu... Heladio R am írez se identificaba, con talento y sensibilidad, a los protagonistas de la com edia de la vida. Ca ptaba rápidam ente. Era much acho con imag inación creadora. Ex po nía con soltura y con vibrante vehe m encia. He aquí un orador natural -m e dije -, tiene la pasión de sus herm anos indígenas. Y evoqué, oyéndolo, aquellas tem blorosas jornadas en los pueblos calizos que llevan a Tlaxiaco, en cuyos caminos cruzan, como espectros, hombres que al caminar van tejiendo sombreros de palma. Sentí, escuchándolo, la enorme soledad con que se env uelve la luz por aque llas cuestas. H eladio R am írez se dedicó a leer y a prepararse. E jercitaba su voluntad, desde entonces, y era como si apretara los dientes del alma, para vencer las limitaciones de una existencia difícil por la pobreza, pero radiante por el quehacer continuo del carácter en acción. Cuando adquirió confianza, ya éramos amigos, principiaron las confi dencias. Su padre era el labriego. Pa dre y m adre de cuna hum ilde. El estudiab a en la capital gracias a un hermano que desempeñaba un modesto empleo en una casa de comercio. Pero Heladio supo, recién llegado a esta urbe, del hambre irrespetuo sa y de la banca de jard ín que no prop icia sueños placen teros. Q uizá por esto , H eladio se esforzaba por prepararse tan concienzudam ente, con tanto coraje. Después conocí a su padre. Era, efectivamente, hombre de maíz, curtido en el surco. Heladio tenía otros hermanos pequeños que permanecían en el pueblo. Cuando pronunció sus primeros discursos, frente a sus compañeros de clase, Heladio ya traía, como tatuaje en el espíritu, la imagen del Pipila. Hay oradores de fuego, cuyo verbo adopta el destino de las antorchas
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guerrero en batalla. De v uelta de la oratoria, era afable, cordial, excesivam ente educado, cuidadoso de las ceremonias. En México, los naturales son corteses y hospitalarios. Cuidan escrupu losamente el cerem onia l: se com portan com o si anduv ieran vestidos de etiqueta y ello sin exag eracion es, con m esura y distinción inigualables. Convivió en la Preparatoria con una generación brillante; pero Heladio se refugió en su soledad: vigilaba su tiempo con la intuición de llegar a ser alguien; ya desde entonces practicó la austeridad y un elegante mutismo, el mismo de su raza. Estudioso a conciencia, ganador de las más altas calificaciones, con su diploma de bac hiller bajo el brazo, se inscribió en la Facultad de D erecho. Ca m biaron los libros: pero no la graved ad de su rostro que. no obstante, era propicio al saludo, al gesto am able y a la franca am istad. Ese ncialm ente no hubo cam bio en su diario bregar, com o no fuera el hab er ganado , con un golpe de suerte, el boleto redon do para un viaje ha cia los países socialistas. N adie supone la s tr ibulaciones de u n jo v en oaxaqueño. sin din ero, dura nte su odisea: pero Heladio observó, analizó, estudió, escuchó a otros jóvenes y, así. cuando llegó la hora del retomo, volvió a México con un apretado bagaje de visiones y experiencias. Con todo, jamás ha negado su sencillez, es como una segunda piel. Ah ora m ism o, cuando desemp eña un puesto de importancia nacional, habita una pieza m ás que m odesta, como si desea ra prolon gar su rutina de esuidiante m enesteroso. A hora que se casó y tiene hijos, cuand o ay uda a sus familiares, y a sus amigo s, y m antiene la m ano tendid a a sus paisanos. Heladio Ram írez continúa e m u elto en el misterio con que se desplazan los campesinos de su tierra, sigue con la obstinación de no ocupar sino el sitio exacto, como lo hacen los mixtéeo s, que a pesar de preocup arse por 110 llamar la atención de los demás, con su p orte pleno de dignidad y de deco ro, se m antiene n erguidos dentro del m ilagro de un có dice. Heladio es rom ántico , soñador, enam orado de la música, de las canciones,
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idéntica pasión , pero con m ayor aplomo , uniendo la form a ígnea de su estilo con el fluir cadencioso y frío de sus razonamientos. Lo recuerdo en su primera salida por los campos de la Mancha. Era un públic o am otinado, tum ultuoso, desorbita do y él, crecid o desde su esta tura pequeña, vivió la m etam orfosis cabal. Fue el héroe D avid frente al m onstruo de los m il ojos. S u discurso lanzado desde la honda de su juv en tud presagió los futuros caminos. O axaca tiene m ar y tiene m ontañas. A veces, la m ontaña es tam bién m ar y las rocas se m uev en com o las olas del horizonte. H eladio R am írez llegará a ser. Cada momento de su historia lo aproxima a su destino telúrico. Ha preferido mantenerse fiel y en contacto con la sabiduría de la tierra. Ahora su Estado le está abriend o las ven tanas p ara que pued a convivir con el alba. L legará. Oaxaca es lugar de oradores. Heladio Ramírez es oaxaqueño desde el cielo has ta la tierra, o d esde la tierra hasta el cielo. El mae stro M iguel León Po rtilla transcribe un antiguo poe m a épico de origen m ixteco. En un a parte se dice: “Luego que aparecieron estos dos dioses visibles en el mundo y con figura humana, cuentan las historias de esta gente, que con su omnipotencia y sabiduría, hicieron y fundaron una gran peña, sobre la cual edificaron unos muy suntuosos palacios, hechos con grandísimo artificio, donde fu e su asiento y morada en la tierra. ”
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FERNANDO CÓRDOBA LOBO
VERACRUZ es un Estado con atmósfera frondosa. Jalapa es su remanso, la bie n plantada ciudad de las flores y los libros. Fernando Córdoba nació en Jalapa. Trae, como herencia, una vida con ritmo m esurado. La cortesía es su adem án natural. M ide su expre sión, su gesto, sus manos. A simp le vista se adivina su carácter, la voluntad tensa. Este es un hombre capaz de sujetarse a severas disciplinas y a métodos rigurosos. La madre, doña Teresa Lobo, es maestra. Viuda tempranamente, se con sagró a edu car a sus hijos; lo hizo con cariño enérgico, con m ano am orosa, pero firm e. Seguramente que fue ella quien sembró semillas de ternura; pero vigiló celosamente que la emoción no escapara del cuidado de la razón. Por eso es que la juven tud del profesor norm alista Fernando C órdoba L obo, se caracterizó por su suave ale gría, su in genio irónico, pero sin perder la línea, evitando que se arrugara la palabra, la sonrisa o la im pecable línea de los pantalones. Fernando, en general, ha sido un muchacho solitario. Una atmósfera
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Desde los años mozos denunció su vocación oratoria. Desde esa época se afilió a la cofradía de los libros. Lo tentó la blancura del papel y la trémula caligrafía de sus trémulos titubeos iniciales. Pronunció sus primeros discursos frente a sus compañeros de aula. Las callejas de la ciudad de Jalapa lo vieron deambular con silencios y poemas, soñando con la imagen de las sirenas, que es la forma habitual que toman las tribunas para sed ucir a los jóven es oradores. Paradójicamente, Fernando, con su facilidad de palabra, es un varón reservado, discreto, q uizá tímido. En la tribun a, com o suele suceder, se transfigura. La voz, un tanto m etálica, ondu la a su capricho y alcanza cam biantes sonoridades, en conso nanc ia con las pasio nes que la m ueven; el adem án es ele gante y el conjunto de la pieza revela sus preocupaciones geométricas. Desde su iniciación qu iso m atar al cisne de enga ñoso plum aje y se esm eró por depurar las form as en beneficio de las id eas, sin caer, ¡eso nunca!, en el abismo de la dicción aburrida y mortificante. Observándolo, oyéndolo con atención, acaba uno por preguntarse si Fernando no tiene frente a sí un invisible espejo que regula sus acciones con el ejercicio de una ascética disciplina. No obstante, no hay la lógica frialdad que podría derivarse de su esforzado comedimiento. El calor oratorio está en sus períodos, la elocuencia está presente y Fernando vibra y hace vibrar a sus auditorios. Pero no tolera que el incendio del verbo lo acometa y menos aún que lo propase . S ostiene el dom inio de su fuego, lo prem edita, lo calcula, de tal m odo que la voz que se inicia con un tono bajo, acariciante, va ascend iendo hasta alcanzar su lím ite - e l que él se ha fijado de an tem an o- y provo car el aplauso como signo de mutua complicidad anímica. Ni siquiera en este momento de euforia discursiva, Fe rnando suelta la rienda de su peroración. La em oción no
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con trincantes, iba a vencerse a sí m ismo. P ara ello se trazó un pro gra m a estricto de lecturas, de ejercicios de voz, de imp rovisaciones. Se enclau stró en su casa, dentro de su despacho, exhausto de volúmenes y ahí, desde tempranas horas, con el radio prend ido a todo volum en, leía, silabeaba, mo dulab a su acento, con la am bición, com o D em óstenes, de imponerse al ruido de ese m ar escandaloso atado al aparato. A veces, llegaban las hermanas, silenciosas, a escuchar sus ensayos; estaban fascinadas. A veces, la madre, com prensiva y seria, aprob aba con leves m ovim ientos de cabeza. F em ando se entrenaba para la gran carrera. Atesoraba entusiasmos, deseos, propósitos y sin treguas ni desmayos, se aprestaba para asaltar la coron a olím pica a m itad del estadio. El certamen, para la competencia nacional, se verificó en la ciudad de Toluca. El salón -e ra un tea tro - rebosaba de inquietos universitarios. Los grupos antagónicos- en favor o en contra- se ametrallaban con gritos, aplausos, silbidos, risas y cuchicheos. Un grupo, con señales inconvenientes, esperaba el minuto para agredir ruidosamente a Femando. Fuera de la tribuna, pálido, sereno, austero, inició su discurso. Pero irrumpieron los alborotados jóvenes en su contra. El m ar, disfrazado de tempestad, am enaz aba con a plastar su voz. Y, sin embargo, Fernando inmutable, fiero, decidido, prosiguió hablando. Ahora se dirigía especialmente a los escandalosos. Su acento era vigoroso y digno. E ntonces -co m o co nsta en la gra ba ció n- se realizó el m ilagro. Poco a poco fueron disminuyendo las violentas protestas y poco a poco se fueron distinguiendo los conceptos expuestos. Así ganó el primer lugar; así se cum plieron sus anhelos. Los oradores se forjan en la tragedia; se endurecen luchando contra la adversidad; quizá por esto los concursos promueven nuevos y vigorosos campeones.
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de sus intervenciones. Así, cuando llegó a la Cámara de Diputados, pensó, rom ánticamente, en las imág enes preferidas: Dantón, R obespierre, Mirabeau. El libro de Tim ón se co nvirtió en su Biblia. Sin embargo, por extrañas circunstancias, no brilló con luz propia en su gestión com o rep resentante popular; no tuvo opo rtunidad para que su verbo se m anifestara con su esplendor íntegro. No obstante, ha proseguido estudiando, anotando sus lecturas, escribiendo artículos y ensayos, hablando cada vez que lo invitan academias, seminarios o asociaciones culturales. D irem os que su estilo se ha depurado. M aduró su frase, cada m inuto más limpia y clara, más aguda y certera. Su conocimiento del Derecho le facilita una interpretación m ás jus ta y cabal de los problem as nacionales. Con tinúa siendo un hom bre soledoso. Dialoga con unos cuantos amigos íntimos, mientras su trabajo lo lleva a la masa menesterosa, como jefe de una im portante de pend encia oficial; con todo, va venciendo los mu ros que se levantan a su paso con la convicción de que ha de llegar a su propia meta. Va a golpes de ilusiones y desencantos. No tiene prisa. Da cuerda a su ensueño para que m arque la s horas a tie m po, sin vanas exaltaciones, sin zozobras, con la firme puntería de quien sabe que la más dura profesión es la de ser hombre, m adurar cabalm ente pa ra llegar a ser lo que esencialmen te se es. Córdoba Lobo es quien se ajusta más al sabio y venturoso consejo de Alfonso Reyes: h acer que cada discurso sea como una bella página escrita. Mientras tanto, a pesar de sus cargos oficiales, en los que trabaja intensamente, Femando, con la estatura de un auténtico intelectual, se ha dedicado al estudio del Derecho, en particular y de las ciencias sociales en lo general. Con la perseverancia y la tenacidad de un espíritu ascético, se ha adentrado, en las materias de la Facultad de Derecho y ha ido presentando, a título de suficiencia, una a una las que integran el programa ¡Ha vencido en su empeño!, más valioso por lo que significa como voluntad en arco listo para
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Asiste a cursos de adiestramiento físico, a la sombra de la disciplina marcial de los japoneses; lee con regularidad y método, como un estudiante alemán, y, se da tiem po , estirando su carácter, para escribir ens ay os que g uarda celosamente en los cajones de su escritorio. Con el paso de los años, cuidando su aspecto juvenil, ha depurado su vocación a la elegan cia y, así, no sólo se preo cupa por conserva r su apariencia, sino por mantener su conducta, en todos sus aspectos, dentro del cartabón helénico de una m esura rigurosa. Parece decirse a cada segundo: Nada en demasía. Y, también, parece que se ha comprometido, consigo mismo, para no manifestar su entusiasmo ruidosamente sino con la geométrica precisión con que lo hacen los medidos personajes en el texto de las Vidas Eje m plares, que pretenden ser parale las. Parco, con una parquedad que linda con la timidez, prefiere no publicar sus escarc eos literarios, no obstante de que lo conocido, al través de las páginas de algún periódico -hebdomadariamente-, lo señala como un buen escritor. Femando está reservándose para sorprender a sus amigos, con la aparición, en un fu turo no lejano, de su prim er libro. El último discurso, que le he oído, subraya su ánimo de superación. Sus tesis son más claras, más profundas, más luminosas. Su forma, sin grandes cambios, cumple su misión de encerrar un pensamiento. Sus ademanes, cada vez m ás estrictos, reca lcan su afición a la elegancia. Leer es simplem ente un medio para acrecentar el tesoro de cono cim ientos y de perspe ctivas. C ada libro entra a form ar parte viva del organ ism o hum ano. El orador usa de estas reservas, sobre todo en el momento de la improvisación. Femando, ni siquiera en estos trances, modifica su estilo de vida. Es fiel a un sistema para vivir. Tiene, a flor de piel, temblando en su palabra, una
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a una frase escueta, sin caer en lo vanal, y a una frase desnuda de ropajes; pala bra lim pia , clara, transparente , ¡suya para sie m pre!, com o la poesía lo fue para Juan R am ón Jim énez. F em and o se mu eve y actúa, a ritmo con su con duc ta integral, defendiendo una intención d isciplinad a de fidelidad a sus con vicciones y a sus afectos. Ha hecho, de la amistad un evangelio. Ha permanecido vigilante para no desviar su vida al golpe de .los acontecimientos. Este es un orador Joven excepcional. Cada uno de los muchachos alum nos se distingue p or una cualidad: el uno es im petuoso, co m o un a caída de agua, como un océano arengando al horizonte; el otro, es reflexivo como una biblioteca que abordara la tribuna; el de allá es líric o, religio so de poesía , com o una catedral que lanz a sus torres al espacio com o cláusulas e ncen didas de piedra ardiente; sí, cad a un a de estas juve ntud es en llam as, tiene su ritmo, su pasión, su vibración y su signo sideral; Femando es la palabra que se automodela, se autodisciplina, que se sujeta a experimen tos de ed ucación espiritual, recios, a veces dolorosos, pero certeros, en cuanto la palabra, como el músculo, como los reflejos, com o la tensión hu m ana, están en disposición pe rm anen te para el combate.
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LUIS MACÍAS CARDONE
DE REGULAR estatura, delgado, inquieto, nervioso, Luis Macías, respira inteligencia. Tiene ansias de llegar. U na preocupación p or ser algo -alguien-, lo mueve con ritmo acelerado. Es un hombre aguijoneado por el deseo, pero sin saber qué es lo que anhela precisamente. N o nació para regular la exis tencia con un m étodo o con un horario ; procede a im pulsos vigorosos, capaz de realizar grandes hazañas o de abandonarse a la abulia dejando correr las horas, no en reposo -el que no soporta- sino caminando a visitar a un amigo, entrando en un café, haciendo algo o leyendo a grandes zancadas, valga la expresión. Durante la etapa de la política estudiantil fue hábil para organizar grupos, encender rebeldías, dirigir movimientos. Entonces, se entregaba cabalmente, exponiéndolo todo sin medir consecuencias ni peligros. Hablaba fogosamente. Brotaba la pasión arrebatadora. Sus frases se amotinaban con un estilo cortado, a las veces frenético, abundante con citas que no eran, precisamente, muy ortodoxas. Leía mucho, pero uno sospechaba que estas lecturas eran como él, apresuradas y
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“de aba jo” . Y sus con ceptos, insurgentes a la m edida de la em oción, resonaban com o go lpes en el yunque. “ ¡Porque los perros de las casas del Pedreg al, comen m ejor que nu estros h ijos!” ... y con este estilo se suced ían las imprec acione s en busca de una tribuna ardiendo y frente a una m ultitud enardecida. Era el clásico estudiante a saltos de voluntad que capta las lecciones rápidamente, se apodera del texto de los libros y polemiza por costumbre con los profesores y, luego, a la hora de los exámenes, se desenvuelve con soltura, sep a o no se pa el tem a, y brilla por la fluidez de sus ex posiciones, por la originalidad de sus apreciaciones y la seguridad de sus respuestas. N o eran abundantes sus recursos, pero vestía sobriam ente , m uy cuid adoso de su arreglo personal. Era amable, comedido, atento y servicial. Se ganaba la estimación rápidamente. Autoridades y profesores lo distinguían con su aprecio. Era un muchacho brillante. En el curso de su vida, múltanime y diversa, tuvo la oportunidad para viajar a Europa. En Francia estudió y se divirtió a lo grande. Frecuentó los grupos de estudiantes y anduvo en sus asambleas y reuniones. ¡Qué lección de entereza, de entusiasmo, de valor y de organización de sus cuadros! Trató a líderes. E studiaba n y leían con fervor revoluc ionario. L os jóvene s no se improvisan. Ganan la dirección por su capacidad intelectual, pero también por su capacidad de trabajo. No se daban reposo. Conoció, también, a varios intelectuales. No eran gente pedante. Sentían la solidaridad y asistían a las reuniones confundidos con la masa. Cuando era necesario hablaban en público y decían m ensajes precisos, exactos, sin retóric a. Los obreros eran m ás cautos. D escon fiaban de los pensad ores y de los poetas. Sim patizaban con
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Luis Macías regresó a México cargado de ilusiones y de espejismos. A los pocos días se percató de que nada había camb iado. La s cosas estaban en su sitio; nad ie po día m overlas. Macías conservó su empleo. Días después, mejoró. Estaba cerca de importante funcionario, muy importante. Su vida se norm alizó en un ritm o intenso de labores oficiales y de lecturas. Siguió siendo el mismo, aunque ahora se hubiera atemperado su carácter. Seguramente que los sueños de sus primeros años juveniles lo vigilaban y lo inquietaban; seguramente que por su imaginación cruzaban los recuerdos de los jóvenes revolucionarios de París; pero el apremio de la realidad mexicana desvanecía sus zozobras. Habla en raras ocasiones. Mantiene su fogosidad innata, su ademán nervioso, su creatividad no ha disminuido, si bien, ahora, reve la una conc entrada preparación inte lectual que lo m adura. Siente tentaciones por escribir y, en la intimidad de su hogar -ya está casado-, emborrona páginas y páginas que luego guarda y no deja leer a nadie. Frecuenta a sus amigos. Toma café con ellos, charlan, hacen proyectos. Junto con Heladio Ramírez, en el pasado, crearon la Tribuna de la Juventud. Han pasado años y años. Ya estaba delgado, espigado, azogado. La Tribuna, en manos de amigos y compañeros, ha mantenido su tradición de libertad. Se reúnen una vez por semana y plantean temas palpitantes que luego ponen a discusión. C am pea un espíritu revolucionario. Cuando Luis Macías asiste y toma parte en el debate, el público lo escucha con cariño. Su cálida voz los conmueve, los agita, los electriza y él m ismo, transfigurado, cam biaría en ese minuto de fuego su ventajosa situación burocrática y correría a las barricadas, a las asam bleas, para repetir, com o entonces:
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AUGUSTO PONCE CORONADO
HAY INDIVIDUOS que nacieron con el signo de las tormentas. Atraen las tem pestade s. A nd an entre rem olinos y vientos amo tinados. Es su de stino luchar sin descanso. Es probable suponer que su niñez discurrió entre rocas ariscas y que su juventud se fortaleció con los gritos y arañazos de las tempestades. Augusto Ponce Co.onado, por culpa de la suerte, dio y recibió golpes desde estudiante. Tuvo la trágica oc urrenc ia (propia de corazone s valientes) de no estar de acuerdo con los pequeños tiranos de su pueblo natal, de no congeniar con los caciques. A ntipatía le produ jeron los abusos de los pod eroso s y no se conformó con guardar para sí su protesta sino que la externó en cuantas oportunidades tuvo de hablar o de escribir. Con esto, los dictadores, que viven frente a un espejo, se sintieron incómodos. El orden, pa ra el tirano , radica en el silencio y en la oprob iosa conform idad de quienes lo rodean. Quien se escapa de la disciplina y de la caravana, es un escandaloso, un picaro, un revoltoso y hasta un revolucionario o montonero. A ugu sto fue víctim a de estos m inúsculos señores feudales, de estos enanos
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espalda, practican el deporte de mandar matar a quienes desentonan con el coro de los malditos. Vino a la ciuda d a darse de go lpes con el hambre. A estudiar y trabajar al m ismo tiemp o, a arreba tarle a la carencia de todo una sonrisa de esperanza. Tuvo escasos amigos, reducidos compañeros, pero, en cambio, se dio cue nta de que ten ía que rob ustecer su cuerpo, su espíritu, su coraje y, tamb ién, su odio. Es el único joven (que yo conozco) que ha cultivado el odio por sistema. - E l am or es infecund o; debilita; siem bra el temo r; ensalza el miedo. A lguna noc he, en la Tribun a de M éxico (y esto ya lo he relatado en o tra ocasión), cuando finalizó una de sus sabias conferencias el maestro Miguel Giménez Igualada, sobre la preocupación de su vida, predicar el amor, la bondad y la belleza, en m edio de lo s apla usos, se levantó A ugusto y disertó acerca del odio, la rebelión de los explotados, el resentimiento de los pobres. Disertar no es el verbo. Augusto no diserta, ni dicta conferencias, ni ensortija discursos, A ugusto a rrem ete con la palabra. Sus adjetivos, sus verbos, sus sustantivos, se forman en orden de combate y se disparan como balas o hieren el aire como machetes. Oyéndolo hablar, erizada la atención de quien lo escucha, se recuerda aquella prosa panfletaria del poeta Alberto Hidalgo, el arbóreo poeta muerto en Bu enos Aires: “A sí como los soldados, en los com bates de cuerpo a cuerpo, ensartan a los enem igos en las bayon etas, yo atravieso de lado a lado a los canallas de este siglo con la lanza de m is m etáforas; los revo leo un instante en. el aire sorp rend ido y luego los arrojo, lejos de mí, al piso resign ad o qu e apen as quiere soportarlos” .
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Para cu m plir con su misión (la que le impo ne su espíritu), A ugusto se ha conden ado a un régim en de ex istencia tangente al ascetism o. A justa su horario estrictam ente a un entrenam iento atlético. D e pie desde tem pranas horas del día, corre va rios m iles de m etros; luego, concu rre a sus clases de karate, y, después, todavía va a jugar frontón. No fuma, no bebe, es sobrio en sus alimentos. Se m antiene en form a, igual que si fuera un atleta profesional en vísperas de una competencia. Es que se siente a punto de iniciar un enfrentam iento con sus enem igos y no desea ex pon erse a un fracaso. Para A ugusto vivir es m antener los músculos recios y ágiles; la mente brillante; la voluntad tensa como el arco que va a dispara r la flecha. En las m añan as pra ctica su voz y su oratoria. N o falta a sus comprom isos. D esea asistir al conc urso c ada m inuto. Po r lo dem ás, es famo so por los rasgos generosos de su amistad y por su cordialidad. Con él ha educado a un grupo de jóv en es que lo siguen y lo respaldan. D iríam os que tiende hac ia la justicia social y está identificado co n los ideales de los pobres. Cuando toma la palabra lo hace con furia, con cólera, azotando a los contrarios. -Es hora de destruir -dice-, hora de exterminar a los caciques y a los explotadores; de arrancar máscaras. Tenemos que consagrar un día para arrancar las caretas de los falsarios, de los hipócritas, de los simuladores. Si en ese instante se pudiera, Augusto se arrojaría a la calle, con sus jóv en es enardecid os a principiar la quem a de la B astilla. Se recibió de abogado y no ejerce. Desempeña una comisión, cerca de un funcionario, y goza de situación bonancible. Pero sigue siendo el mismo, frenético, alucinado, trae en las manos una chispa para encender, tarde o
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un movimiento revolucionario; pero, decidido a escribir notas sobre estos alumnos, no quiero, no puedo omitirlo). Las anécdotas se muliptican en tomo a su novela. Es dadivoso. Atento. Cu idadoso de atender a sus amigos. ¿Q ué es, positivam ente, lo que pretende com o finalidad? ¿T iene en mente un anhelo, una m eta por alcanzar? N o es dado a h acer confid encia s. C ontinúa su entr enam iento y así pasan las horas. Animoso, pujante, como quien va a presentarse en un campo de pelea, Augusto está encarnando, a lo mejor sin saberlo, ese personaje ideal de los poem as de W alt W hitm an. Cu ando ha bla en discurso, com o cuando habla en conversación, no puede dejar de incitar a la violencia. Está convencido de que llegará. Llegará a donde se lo ha propuesto, aunque nosotros ignoramos cuál es la finalidad de su conducta llameante. A estas fechas ha formado un hogar. Tiene hijos. Una esposa sencilla y cariñosa que lo aguarda siempre, pue sto que Au gusto vive solo, austeram ente com o los atletas próximos a un evento. C am ina mucho sin fatigarse y no u sa el automó vil que le ha sido proporcionado por la dependencia donde labora. Camina para m antene r las pier nas ágiles y sólidas. Va a ir a algún sitio. N o sabem os a dónde ; pero va a ir. Recordamos la educación de los espartanos. Sujetos a las privaciones, al duro ejercicio gimnástico, al aprendizaje, de la guerra, los jóvenes espartanos, lacónicos por disciplina, estaban en trance de marchar a la lid en cualquier instante. Desconocían la fatiga, no comulgaban con el miedo, el dolor les era familiar. Volvían vencedores o volvían sobre su escudo. Duros por fuera y
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Por culpa de la compasión se detiene el esfuerzo para llegar a ser. Lo señaló Nietzsche en su estudio acerca de la Genealogía de la moral: “¿De tal manera que fuese culpa de la moral el no haber llegado el tipo-hombre al más alto grado de poder y de esplendor?” Lo que interesa es llegar. Llegar al poder, gozar del poder, vivir en el poder. ¡Si tuviéram os que definir qué es el poder! Porque el hom bre no po dría conformarse con poseer riquezas, ni lujos, ni placeres, ni el don del mando sobre los demás. Poder es un concepto engañoso. Poseer y ser devienen fatalmente ideas antípodas. ¡Quién sabe si el auténtico poder no está en el descondicionamiento que logra el hombre renunciando a lo que no le es necesario, esencialmente necesario! Dudo que Augusto esté repitiendo, aunque sea subconcientemente, los textos del autor de Así hablaba Zaratustra. No da demasiada importancia a los libros. Entregado a sus ejercicios de personalidad integral, devora cuanto cae en sus manos; pero no ha dedicado sus esfuerzos a la gimnasia de las bibliotecas. E n esto se diferencia de los otros m uchachos. A ugusto ha vivid o su capítulo de am arguras y de ahí ha extraído su voluntad de ser. D espué s, en vez de mariposear por doctrinas y pensamientos, que conducen lógicamente a un eclecticismo , se inscribió en el aula de la co ndu cta coh erente co n su propó sito de triunfar en la vida. N o nos equivoquem os, em pero, confundiendo su sed de poder con el conformismo de placeres o de dinero. Augusto trata de cumplir metas más lejanas y, en cierto modo, más imaginativas que la realidad al alcance de la mano. Para ser lógico con él mismo, para no representar el papel de varón débil, remilgoso, perfumado, Augusto descuida intencionalmente su atuendo
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no gusta de trajes elegantes. Augusto está de prisa. No se estaciona sino lo indispensab le. Tiene su reloj co m prom etido. Citas con el karate, con el frontón, com o las pruebas de tiro al blanco, con una cam inata veloz, o sim plem ente cita para gritar sus eje rcicios de voz. Por lo com ún no se sabe su dom ic ilio. N o es que lo oculte premeditadamente; pero no da oportunidad para hablar de eso. Sigue ocultándose con discreción y con naturalidad como en la época en que huía, a salto de mata, de los caciques de su Estado natal. Hu bo u na etapa en su biografía en que resultaba impo sible saber a ciencia fija dónde había nacido. Para poder concursar en los certámenes de oratoria, conseguía la representación por varios Estados, y ganaba con facilidad el dinero del premio. De este modo sobrevivía a su miseria por algún tiempo. Eso fue antes. Pero ahora, ya madurecido en todo, ha definido su origen y ha deslindado su ambición de llegar a ser. Con todo, dos hombres, dos políticos totalmente diferentes lo han querido y estimado profundamente. Uno de ellos fue el malogrado profesor Caritino Maldonado, gobernador del Estado de Guerrero. El pro fesor M aldonado era inteligente, preparado y con una extraordinaria capacidad de trabajo. Vivía en su pueblo, por su pueblo y para su pueblo. Deambulaba sin guardias ni agentes por las calles y la gente lo iba deteniendo con afecto, bien para saludarlo o para pedirle algo. Sentía por A ug usto el cariño de padre. Estaba orgu lloso de él y lo elogiaba con entusiasmo. Augusto se entregó a su amigo y jefe. Otro, que yo sepa, ha sido el doctor Jim énez Cantú. No he trata do al docto r Jim énez C antú , ni siquiera de lejo s, pero im agin o su sicología porque es uno de los fundadores del Pentatlón. Su figura ostenta un aire marcial. Sé, además, que es un consumado atleta. A él ha entregado A ugusto su energía y su entusiasm o.
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El deportista tiene organizado su esfuerzo. Augusto no es un deportista porque su fin alid ad es diferente. Es el hom bre que trabaja p ara obtener alg o que él p iensa superior. N o jue ga por jugar. T rabaja furiosam ente p ara vencer obstácu los y resistencias. P ara alcanzar una victoria. ¿C uál?
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APOLONIO NÁJERAALVÍDREZ
APOLONIO Nájera nació en Chihuahua. Los paisajes del norte anidaron en su tórax. Es bronco y bravio, sentimental y fuerte, igual que las montañas en donde sueñan los tarahum aras. A pesar de haber vivido por largos años en la capital de la República, la voz de Apolonio conserva la entonación peculiar: es una voz a caballo y sus ademanes, co rtantes, como luciendo un mache te. El chihuahu ense concilia dentro de él. paisajes recios, montañosos y el triste desierto tendido como lagartija al sol. Endurecido su gesto como tallado a golpes de hacha. Y, sin embargo, cada chihua huen se trae escondido un río de can ciones y de tragedias para canta rse sacando el corazón del barranco de una guitarra. Apolonio consena la nerviosidad de los venados; pero educado en las rodillas de la sierra abuela, cuida su perfil silencioso, parco y decidido, cortante. Apolonio fue. en la vetusta Preparatoria de Puente de Alvarado. uno de los primeros discípulos en la clase de oratoria. Formó parte de un grupo heterogéneo y brillante. Desde en tonce s no gustab a de la frase coruscante; su exp resión es directa, ic d j S id till l d E h b d le
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Jinetea los conceptos, los doma, galopa la emoción como si apretara las ancas de un caballo de carreras. N ació polem is ta. Es duro y m ordaz, tie ne instin to m atador y no perdona al enemigo. No pierde tiempo en analizar, afirma, sobre las puntas de los pies, con entereza, com o quien m and a un recto al m entón del con trario. Por lo demás, A polonio es boxe ado r y posee el don m ilagroso del punch. M ás de uno de sus contrincantes ha rodad o po r tierra fulm inado por sus puños. Habitualmente, los hombres de Chihuahua hacen de la amistad una religión. Son los fanáticos de la lealtad. Cada norteño trae, muy adentro, una semilla de Pancho Villa. Con simpática sencillez, palabra franca, relata los difíciles días que pasó en esta urbe indiferente al dolor de sus habitantes. Se colaba -c om o ga vio ta- al comedor de un internado para pobres y ahí conseguía el alimento frugal. Pronto irrumpió en la política estudiantil. Ganó las elecciones para presid ente de la socie dad de alu m nos. Era el am igo de todos los com pañeros. Hablaba en los salones de clase y su verbo rectilíneo le ganó adeptos. Odia los términos medios y arremete contra quien se para enfrente. Fue tiem po de luch ar a brazo partido, a golpes con la suerte. A polo nio no se achica contra el destino. Se arroja de cabez a y sale avante. El norteño no anda preocupado por los modales finos, su sobria sencillez no tolera zalemas; da la mano confiado y aprieta recio con su abrazo; pero, disimulado está su romanticismo que se revela en las canciones. N aturalm ente am a a Villa. A llá, en su pueblo , escuchó anécdotas y oyó corridos populares acerca del Centauro. Lo admira. Apolonio, se piensa viéndolo, de hab er nacido a tiempo, hubiera sido un “ D orado de V illa”.
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que no reconocen a nadie y se extienden enormes como un desierto de color oscuro. La moral de A polonio -reflejad a en sus discu rsos - recorre el camino m ás corto: a la inteligencia, inteligencia; al corazón, corazón; y, si alguien no está conforme y se siente ofendido, el recurso legítimo es cambiar unos cuantos golpes y estrecha rse las manos. Trae el sello de Chihuahua, de la tierra guijarrosa y parda. Su existencia batalladora - h a tenido que luchar co n stan tem en te- cabe en un triángulo : de no haber sido abogado, hubiera sido cantante y, si no, hubiera apasionado al públic o en un ring boxeando. N o obsta nte , su tarjeta de visita es la am ista d sin alforzas. G usta de conversar. Se pasaría la noche, cerca de la fogata, envue lto en su sarape, liando un cigarrito de ho ja, charla y charla sobre acon tecim ientos de su v ida. “ U na oc asió n, en C h ih u a h u a.. “U n a vez, e n T a m a u lip a s.. sin dejar de rem ojar sus voces cordiales con sotol o con m ezcal. Posee un anecdotario rico y variado. Sabe hacer amigos que lo siguen y celebran sus canciones. Pero, por lo demás, es un trabajador incansable; tiene el sentido de la responsabilidad. Es leal y diligente. Lo vi, en cierta oportunidad, trabajando a las órdenes del profesor Caritino Maldonado. El gobernador del Estado de Guerrero lo estimaba con auténtico afecto. Apolonio se multiplicaba sirviéndolo. Era el primero en las tareas. Caritino Maldonado, amigo con doble corazón, murió dramáticamente. A polonio es co nstante en la m em oria. Venera a su amigo. Actualmente es el Delegado de la Subsecretaría de Mejoramiento del Ambiente en Monterrey, y, a pesar de que aquella ciudad es el centro vital de los capitalistas industriales, Apolonio ha sacado misteriosamente de su
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ceremonial es seco y breve, directo, una mezcla de cortesanía y de altivez individual que no tolera disminuir la propia estimación. Así es Apolonio y así es su oratoria. Va rectam ente al grano. Cuando Apolonio se lo propone habla a golpes; tiene el rasgo violento de los profetas. La franqueza estalla contra los adversarios; hiere y a veces despedaz a. Q uizá, por esto, no ha alcanzado los altos niveles de la política. Los puesto s que ha desem peñado, puesto s de responsabilidad, burocráticam ente limitados, lo han colocado en un ámbito de diligente, talentoso, emprendedor y leal; pero hay que suponer -y esperar- que un día le sonría la diosa fortuna en achaq ues p olíticos , que es lo que le apasiona. A polo nio nac ió señalado co n el signo de la agricultura. N ació en D elicias, la ciudad más joven del Estado. Esta ciudad conserva su candor provinciano, pero está m ovid a por un vigoroso im pulso progresista. La oratoria es una fo rm a de la agricultura. Ejercicio de sembrador. Se confunden en el quehacer de la creación, labriego y orador. Actúan en función de una semilla y esperan a que la sem illa, o la palabra, c um plan su ciclo n atural. Apolonio -igual que otros de mis amigos jóvenes- no ha encontrado una tribuna a la altura de su pasión. El orador está en espera de circun stancias propic ias; de un m om ento en la histo ria , tie rra fértil, para que se desenvuelv a con libertad y crezca de acuerdo con sus posibilidades. Hay que repetir, una y otra vez, que el orador es él y sus circunstancias y si éstas no son propicias, el orador se agota con sus discursos en semilla, potencialm ente sonoro s. También Emiliano Zapata es su “santo”. Vive en la comunión agrarista. Se pertenece a los cam pesino s, de aquí que su tesis profesional esté de acuerdo con la ese ncia ca m pe sina de su vivir. Es un orad or telúrico. Ahora, pasados algunos años, cuando escribo estos apuntes, Apolonio
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Cu ando M ónica nació, Ap olonio pidió al am igo doctor, que le permitiera cortar él m ismo el cordó n um bilical y así lo hizo. Se va fanatiza nd o con el amor a sus hijos. Su esposa, mujer del norte, dama agraciada y bella, ha dulcificado el bronco corazón chihuahuense. Los héroes antiguos colgaban en fastuosa sala sus armas empolvadas en leyendas; Apolonio, mantiene en su despacho, afilada la palabra, el discurso que pro nun ciará cuando el pueblo ne cesite de él.
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MANUEL DÍAZ CISNEROS
EN PINOTEPA Nacional se reúnen dos ríos de sangre ardorosa: Oaxaca y Guerrero; se cruzan dos paisajes. Hay indígenas, mestizos y, además, el viento negro colorea de oscuro los cuerpos de los niños. L a alegría and a suelta por las calles; un esp íritu bravio e m piton a las horas del día. M ujeres de and ar cadencioso y hom bres con el gesto retador. A hí, en Pinotepa nació M anuel D íaz Cisneros. Vino a M éxico a inscribirse, cuando llegó el tiempo , en la Preparatoria; pero ya antes había vag abundeado con su clara inteligencia y su carácter quisquilloso, por los rumbos de la necesidad económica. Coincidió con Apolonio Nájera en esta época de pobreza. Ambos se refugiaban en un internado pa ra conseguirse alimen tos y usab an con frecuencia los puños. Esto no era oficio fácil, pero M anue l tiene en su pasap orte visa de cólera costeña. No hay que olvidar que por Pinotepa anda la ira desnuda y la pisto la hace cosquilla s en las m anos. Desde adolescente fue aficionado a los libros. La lectura es una forma de vida. Se an da siem pre con un libro bajo el brazo, ho jeánd olo a la som bra de
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buen orador, flu id o, sereno, dialé ctic o. N o es buen conversador y, a m enudo, cae en el tono de la disertación aún entre amigos. Adusto, casi huraño, sonríe con ingenua franqu eza. Ser extraño, parece que temiera un ataque y siempre se m antiene a la defensiva. A veces, no p uede resistir a la tentación de fu stigar a los dem ás con agud as y certeras Ironías. Pero la gente lo escucha con atención debido a su cultura. L os com pañeros lo adm iran po r esto y, sin em barg o, nad ie ignora que la luch a po r la subsistenc ia ha sido dura y penosa, d ebido, sobre todo, a su man era de co m portarse. Se aísla de lo dem ás, lejos de los grupo s, y rehuye solicitar favores. Prefiere su soledad. El gozo perfecto está en encerrarse en su biblioteca -c o n m uchos v olúm en esy ahí olvidarse del m undan al ruido. Los muchachos se buscan, se juntan, discuten, analizan proyectos, se ayudan, sub en jun tos; pero M anuel es im puntual con las oportunidad es y entre hacer antesala y abismarse en un volum en, se queda con lo segundo. A ba se de estudiar ha educado sus instintos agresivos. Es cortés, fríamente cortés, y cuida esmeradamente sus actitudes para no herir; pero cuando se le sube el paisaje a la cabeza, entonces, estalla en cólera, en furia, y resurgen oleadas de de strucción y de aniquilam iento. En el hogar es buen esposo y magnífico padre que tolera que sus hijos hagan su voluntad, sin que la autoridad caiga sobre ellos. C uand o hab la en púb lico su estilo es su carácter; fiel ima gen de su temperamento, sólo que con sus palabras se libera de las inhibiciones y su acento es afirmativo, contundente, como si estuviera dictando una cátedra. Sus ademanes enérgicos le cierran el camino a toda posibilidad de duda. Ha disciplinado su oratoria con el rigor de una lógica implacable. A Manuel no le interesa conmover, sino convencer. anuel
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hui de su tim idez está
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Por las calles de Pinotepa Nacional pasa a galope tendido un brioso alazán jine tead o por un m ocetón. Es la im agen de una edad de pólvora y de polv o, en donde el corazón se apuesta a la vio le ncia . A hora, por esas m ism as calles cruza Manuel Díaz Cisneros, va con un libro bajo el brazo. A caba de disertar acerca de M éxico y de su Constitución. Se ha consagrado al Derech o C onstitucional. E stá en su papel de misionero de la justicia. Cuand o se tituló abogado selló su compromiso social. No litigaría porque no concibe defender las causas de los pudientes. Dedicaría sus esfuerzos a predicar la reivindicación de las clases menesterosas. Ha sido leal consigo mismo. Tras de su impasibilidad jurídica, ahora arde una llama de fe en la mutación de los valores. Paciente, devotamente, con entrega absoluta, cultiva la concienc ia juríd ica para servir mejor a los demás. Díaz Cisneros fue campeón nacional de oratoria, siendo estudiante, en la ciudad de Durango. Con ello remató una serie ininterrumpida de heroicos intentos. Tiene una voluntad acerada. Pienso que la voluntad es denominador com ún de los oaxaqueños. Hay algo en la sangre de O axaca que co nstantemente evoca el ejem plo, m ontañoso de B enito Juárez. U na terqued ad, un implacable fatalismo que los cond uce a la victoria final. M anuel no desm ayab a después de un tropiezo. Fue el último en ascender la montaña de la victoria; pero el hecho es que plantó su bandera en lo alto. Q uizá por esto es tan valioso su trofeo. He aquí una aleccionadora anécdota de su existencia: se presentó al conc urso del PRJ e n el D istrito Federal. S egún el juic io de am igos y com pañe ros hab ía ganad o. Sin em bargo, el prim er lugar fue para un m ilitante y el segundo para M anuel. El públic o lo apla udió y le gritó que no aceptara el prem io que era en metálico. Díaz Cisneros rehusó el galardón. Días después, se presentó en el certam en de O axaca y regresó a la capital com o represen tante de su tierra
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Así es Díaz Cisneros: voluntad en tensión, capaz de realizar hazañas imposibles. Pero hay algo en él que descubre una sombra de inconformidad con la vida y con él mismo. Algo que no sería capaz de confesar a nadie; pero que está ahí. ¿Será porque no ha ascendido la escalera del pode r? ¿Porqu e el golpe de dados y la magia, no le han sido propicios? Mientras tanto, prosigue su preparación como si mañana fuera a exam inarse, a competir, otra vez, en una g esta fabulosa. Cuando escribo estas líneas, Díaz Cisneros desempeña un cargo administrativo. Todavía no ha satisfecho sus anhelos; pero no nos sorprendería en otra ocasión, amanecer con la noticia de que ya figura en la lista de los conductores de México. En él todo es factible. Con su cuerpo m agro, su corazón mo reno, sus manos huesu das, sus ojos burlo nes y un ric tu s de cruel dete rm in ación en la boca, M anuel es capaz de llegar a donde se lo proponga. Su voluntad es tensa, como el arco que lució en sus manos la figura mítica del héroe oaxaqueño. Escribe y lee. Tiene la ventana abierta. Llegará lo que tenga que llegar. Su palabra está en el gimnasio; se mantiene en forma. Ese toque enigmático que lo distingue y lo deslinda, podrá en el porvenir definirse. C uando m enos así lo creem os sus am ig os. 56
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RAFAEL ALCÉRRECA
N E R V IO SO , vehem ente, sensitiv o, Rafael A lcérreca, vivía en alb oroto espiritual. Acababa de salir de algún poeta; como si estuviera húmedo de emociones. Leía a Verlaine, a Baudelaire y lloraba. De pronto irrumpía recitando fragmentos. En aquella época, en que fue alumno de la Preparatoria Cuatro, apenas andaba saltando la adolescencia. Era un joven delgado con desaliño. El pelo abundante y enmarañado, unos bigotes frondo sos, de esos que antes sólo se veían en las fotografías de los soldados franceses, pero que de pronto asaltaron a la ciudad de M éxico. Corrían leyendas acerca de Alcérreca: que si estuvo en un colegio católico; que si era de los afiliados católicos; pero la verdad fue que para su edad era un caso de erudito precoz no sólo en quehaceres literarios sino en cuestiones teológicas. Un muchacho precozmente apasionado. Interrumpía las lecciones de
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por el golpe de sus arrebatos oratorio s. C itaba un diluvio de auto res. R azonaba con sutileza. Era un e ntusiasta del verbo sin atenuantes. Ya cuando lo conocí amaba a Antonin Artaud. Temblaba al decir sus poem as. Su familia, atando cabitos de confidencias cortadas, gozaba de buena posic ión, con rib etes de aristocracia . Alcérreca no nació para las apariencias. Su vocación lo conducía a la libertad. Polemizaba con fiereza. Las palabras lucían filo. Las cláusulas, en formación, combatían ordenadamente. Las cargas de caballería de su ethos eran peligrosamente incontenibles. Poco a poco, Rafael, po r contagio con la corriente juv enil de la Preparatoria -ese aire sano y reconfortante que sopla en sus aulas-, fue aproximándose a la solidaridad con los pobres, pa rticularm ente con los indígenas. Segu ía siendo un católico m ilitante co n alm a de cruzado. Una anécdota: concurríamos la Tribuna de México. Asociación de Discusiones Libres. El lema de este grupo de debates, encerraba la cruel tendencia que lo animaba: “en la Tribuna, nadie sustenta una conferencia impunemente”. Cierto. La mecánica de sus sesiones era especial. El ponente preparaba su trabajo y lo escribía con anticipación. Principiaba su lectura que era escuchada con vigilante atención. Concluido el texto se abría un registro de orado res en dos tum os, en pro o en contra: pero hab itualm ente eran opositores; Ahora, como en el seno de la Tribuna había un grupo de hombres cultos, el conferencista en traba prácticam ente a un riguroso exam en. No eran preguntas sino auténticas pieza s oratorias desm ando el privilegio de l últi
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estudiantes solamente. Alcérreca y un joven de Jurisprudencia, catalogado como un experto en teorías marxistas. Alcérreca iba a sostener la doctrina cristiana y el otro jov en la marxista. Hubo positiva espectación. Los polem istas llegaban prece didos de fama por su tale nto , su cultura y su reconocid a capacidad orato ria . L a sala, en la Casa de Michoacán, estaba totalmente llena. Por una u otra razón, el marxista no llegó a la cita. Alcérreca dictó su conferencia y entonces, como era usual, hablaron en contra nueve oradores, entre ellos algunos maestros de diferentes escuelas y facultades. Alcérreca contestó a todos, uno por uno, y, puede decirse -como quedó en el ánim o del au ditor io-, venc ió en buen a lid a sus oponentes. Algún día, cuando se publique una crónica de la Tribuna de México, tendrá que hablarse de e sta reunión que resultó m em orable. Alcérreca era buen estudiante. No procedía metódicamente, su talento se desenvolvía a flamazos. Todo lleno de fuego. Salían sus voces ardiendo, encendidas, im petuosas y devoradoras. N unca m ás acertada la fra se del apósto l Santiago: “A sí tam bién la lengua es un m iemb ro peque ño, pero se jacta de g randes cosas. H e aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!” Aquella noche, Rafael Alcérreca cumplió el sino del fuego. Después, en lugar de ir a Jurisprudencia, se dedicó a leer; anduvo de misionero laico por tierras chamulas y regresó convertido al indigenismo, con ideas redentoras, casi revolucionarias y una gran barba que le prestaba una efigie rara. Rafael se ha casado con una francesita muy inteligente y muy culta;
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Me ha n dicho q ue trabaja en cuestiones de radio y de televisión; p ero yo estoy esp erando su prime r libro de poemas. N o sé si con tinúa hablando en público; tal vez no. Pero nadie podrá olvidar aquellos discurso s, flam ígeros, apasionados, abrup tos, con la raíz en la tierra, y las ramas al aire, rozando al infinito. La ú ltim a vez que llegó a la casa, entró súbitam ente, m ejor dicho asaltó la pieza, venía frenético de emoción estética. Nos dijo un poema en francés. Luego, leyó un fragm ento de un relato acerca de su abuela; una im agen con un realism o m ágico, era una visión aguda, estremecedora. Hab ló de libros y de proyectos. Se despidió como h abía entrado , casi una tormen ta, una irrupción de palabras y de ademanes. Tiene un aspecto de poeta romántico. Sigue igual que cuand o estudiante, en la Prepa ratoria, h ab la de religión y de filosofía.
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JESÚS AGU1LAR SÁNCHEZ
ESTAS son palabras de nuestro maestro Miguel Giménez Igualada:
“Nuestro hermano Beethoven debió de componer -compuso, y o lo sé - su Novena Sinfonía con palabras y sonidos mezclados, hablándose a sí mismo en tanto componía, porque sabía que el lenguaje era música
Esta ciencia, la ciencia de los pájaros, la dom ina, con n aturalidad , Jesús Aguilar Sánchez. Jesús A guilar Sánchez -C h u y - es un chico de breve estatura, moreno, ni delgado ni grueso, con ojos peque ños y tristes. H abla me ciendo las voces y sus adem anes de scub ren una absorta timidez indígena; el sello inconfund ible de su tierra natal, el Estado de Oaxaca. Diríamos que se le escapa la ternura, a pesar de él, y a pesar de su propósito de aparecer duro y enérgico. Todo en él es terso, m ullid o, calm oso. V oluntarioso, com o el tatarabu elo, Benito Juárez , se atorn illa a las lecturas para no sentir la tentación de respirar el aire libre. G uarda una severa regla de conducta. Viste con exactitud modesta y pulcra. Respira limpieza. Es afable
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En cierta ocasión los visitam os -m i com pañera y y o - en Aguascalientes, donde habían levantado su tienda. A flote la hospitalidad de la vieja Antequera, se cortaban en el aire las caricias. El padre, caballero por nacimiento, era una continua caravana, digna y elegan te; la madre, com o un salmo de Dav id; los herm ano s, cordiales. A lojados en la m ejor habitación de la casa, nos despertó u na alga zara de trinos. En el patio, en una e norm e jau la, cerca de cien, o más, ca narios y otro tanto de periquitos de A ustralia, daban lo s buenos días a la luz. Jesús A gu ilar S ánchez, furtivamente, trajo esco ndida en el pech o, tras de la alm idonada cam isa, la m em oria huidiza de los pájaros. El padre, abogado, el m ejor de la localidad, inculcó en Chuy el am or a la palabra. Creció en el tem or al verbo y en el am or a la oratoria. Todas las m añanas -im a g in o - se santiguaría, frente a la m irada afable del padre y la ternura m usical de la m adre, con un him no a los m ás célebres oradores. De año en año, siguiend o el m étodo de la educ ación, C huy fue creciendo en c iencia y en sa biduría. Así ha sta titularse ab ogado ; pero e n su fuero interno, no profesa ba cariño a las leyes y ciertam ente detestaba los códigos. C recía en él la libertad y el culto a la tribuna, com o m edio pa ra repartirla a los herm anos. Al padre se le planteó un prob lema sicológico en cuanto a la form ación de este hijo: el muchacho requería de una profesión, la de licenciado en derecho, como medio para subsistir; pero, en cambio, fomentó con vehemencia su afición litera ria y sus cop iosa s lecturas: Flaub ert, Ren án, los rusos, y un diluvio de poetas, de los cuatro corazon es, desde los clásicos, Lo pe de Vega, Góngo ra, Fray Luis de León, hasta Pablo Neruda y sus Veinte Poemas de Amor y una Canción Deseperada. En los días, el corazón de Chuy fue adquiriendo sonoridad; vibraba
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velardiana, incorporó a su sangre los ecos de la tarde del dulce boticario de Lagos, don Francisco G onzález León... H abía que ha blarle a Chuy a m edia voz, para que no se le espantaran los sueños; había que tratarlo con esmero, para que no rompieran su inmovilidad de dan za las figurillas de cristal am parad as en su cerebro. De los amigos y discípulos del maestro Giménez Igualada, era el más sencillo, el cariñoso, el filial San Juan. Sus primeros discursos en clase fueron, en realidad, largos poemas en prosa . Las cláu sulas se distendían en el aire con mo vim ientos felinos; los verbos danzaban con ritmo y hondura; el ademán, nervioso, simulaba sostener una batu ta. Era poesía pura y, sin em bargo, las tesis m adurecidas con su am plia cultura, eran duras como metal y translúcidas como vidrio al fuego. En clase los com pañeros lo distinguían, ocultando, disim uladam ente, un dejo de ironía por su v oc ación pacifista, la repulsión a la violenc ia, el constante latido de su poesía. Es probable que Chuy no escribiera versos -¡quién sabe si ahora!- pero cada discurso era un alarde lírico en donde las metáforas, los sentimientos, la profundidad, se daban cita en la frase cadenciosa y m usic al. Si despreciaba la dura necesidad de la ley, mayormente sentía repulsión por los vericuetos de la polític a. Los callejones só lo los am o en G uanajuato -ex clam ab a sin cera m en te-; sólo en el ir y venir coruscante de los versos; pero me enferm an los laberintos de la política. Era sincero. En O axaca la poe sía es aire tamizado; las melodías cam inan entre nubes y las nubes, translúcidas, transparentes, adoptan figuras caprichosas como imágenes de un poema largo.
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Lo proclam a la Ca nción Mixteca: "Oh tierra del sol, suspiro por verte... y al verme tan solo y triste, cual hoja al viento, quisiera llorar, quisiera morir, de sentimiento
Cada varón está enraizado en la tierra que lo miró nacer; pero mientras en otras entidades, el hijo se corta de la casa solariega, como quien se libera del cordón um bilical, en O axaca, no. Los oaxaqueñ os, andan exiliados entre el cielo y la tierra cuan do aba nd on an sus lares. Jesús Aguilar Sánchez salió muy pequeño de Oaxaca, donde su padre figuró en los achaques políticos; pero no se independizó, ni un instante, del reclam o a m oroso de la tierra. Ya he dicho, en otra parte, que los oaxaqueños son, excepcionalmente, en com paración con diferentes entidades federativas, oradores p or nacimiento, no por naturalización. Hablan elocuentemente. Sobre todos los grupos técnicos, tangentes a la civilización, donde en lengua nativa, mixteca o zapoteca, los indígenas pronuncian arengas m elo dio sas, con adem anes profétic os; de ta l m anera que, aún no entendiendo el significado de las voces, la emoción que transpira el cuerpo, los ojos, las manos, se comunica y estremece al auditorio. Oaxaca vive y se desvive en magia, en sutil brujería, donde los mitos y los tabús, se aparecen como almas en pena en las palabras y en las canciones. En cada Estado hay danzas. Son parte del folklore nacional; pero, ¿por qué la Zandunga, ese baile casi monótono, donde las mujeres apenas si se desplazan, moviendo sus amplias faldas a colores bordadas digo, por qué, la Zandunga alborota al espíritu y pone tintineos de emoción en el cuerpo de quienes no som os de ahí?
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grita, solloza, ama, en los ojos hieráticos y en los compases de entrega y de fuga que significa el baile. Todo esto, y m ás, hem os visto cruzar por los discursos po éticos de Jesús Aguilar Sánchez. N o creo -c o m o critican sus a m ig o s- que a sus piezas les falte un recio contenido, porque la idea y la form a se entrem ezclan tan estrecham ente que es difícil, cuando no imposible, desatarlos. Sí. Ya sabem os que los aném icos de im aginac ión reniegan de estas formas que califican de barrocas; ya sabemos que elogian la dialéctica desnuda, sin pájaros ni flo re s; pero nadie podrá probar que la verdad está reñida con la belleza y que p ara expresar la verdad hay que renunciar al concepto vivam ente bello, oloroso a aurora recién surgida de las som bras. -Si la creación hubiera preferido la verdad escueta, con su mundo de realidades prácticas, entonces, p ara qué m odeló la flor que es pájaro detenido, o para qué los pájaros que son flores con alas? El concepto de barroco ha degenerado, hay cierto desprecio, olvidando que lo barroco es la traducción m ágica del alma indígen a que nada tuvo que ver con lo clásico de las líneas griegas... Lo bello resulta, dialécticamente, superfluo. Hay que destruir el espacio de las flores; quemarlas por inútiles y dispendiosas. Hay que destruir las fuentes “que se volvieron locas de agua inútilmente” -como en el verso de Carlos Gutiérrez Cruz-; hay que maldecir a los jardines que son burgueses frente al “comunismo del sembrado”, y después, cuando despintemos al cielo, y recluyamos a las nubes, y a todas las cosas y a todas las figuras que son bellas, ponernos a llorar, de hinojo s, com o en el poem a invocado por el gran tribuno.
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Lo dijo -y para siempre- el divino Jesús Urueta; lo comenta el poeta Ló pez Velarde: “El gran Barbey decía que la imaginación es la más poderosa de las realidades humanas. En los manteles de Urueta, la imaginación es la dama de carne y hueso que ju nta las manos a la altura de la boca y configura con los brazos desnudos la Sublime Puerta de vocablos, emociones e ideas... ”
y conc luye com o el final de una obertura: “Erraría quien lo diputara, en conclusión, teatral. Cierto que los ojos, entre orgiásticos y curiales, abarcan la escena; que la voz remeda esquilas y campanas mayores; que en la mano, cirujana del aire, se jacta una simpatía huesosa; y que en los párrafos abundándoles tiembla una túnica o se arruga una bahía. Pero el personaje está dentro. Nuevo Arnaldo de Brescia, no se alimenta sino de la sangre de las almas ”.
¡Que no se equivoque quien sólo aprecia el discurso de frases frías, monótonas, cortantes, como fórmulas matemáticas; la verdad y la belleza van de la m ano, seg ún nos desc ubrió el abuelo Platón! Sin em bargo , con el tiem po, ya h uérfano, ya jefe de fam ilia, ya radicado, en Aguascalientes, Jesús Aguilar Sánchez ha hecho honor a su talento y a su capa cidad de estudio. Es, uno de los m ejores abogados. La paz de los pueblos -y nuestra provincia no es más que un pueblo
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que se hay a casado c on m ujer de A guascalientes ni que sus hijos hay an nacido ahí; sigue sien do ex tranjero. Todo esto no lo inquieta. Triun fa profes ionalm ente y las autoridades locales lo designan Magistrado. Es el sabor de la victoria. Luego, se solaza su espíritu dictando clases de literatura y sicología en la Preparatoria. Ser profeso r significa volver a ser estudiante. Hay qu e leer y prep arar cada lección cuidadosamente. Chuy toma su deber con celo religioso. Enriqueció su biblioteca, muy selecta, con los últimos volúmenes aparecidos sobre las m aterias que imparte. Un profesor en provincia es un enamorado romántico de la enseñanza. N o aspira a vivir de la s cáte dras porque los sueld os son sim bólicos; encuentra un m edio hostil y los jóv en es, m al preparados, adoptan una resistencia pasiva. Hay qu e iniciar la tarea desp ertando en los m uchach os, el interés por la materia. Inyectar entusiasmo, alegría de estudiar, espíritu deportivo hacia la cultura. Para esto le ha servido la oratoria. C ada clase es un discurso m editado, cribado, síntesis de innú m eras no ches de turbio en turbio. Chuy es muy feliz con esa mansa felicidad que impone la costumbre y la seguridad de hacer bien las cosas que hay que hacer. Los calendarios se suceden. Falta, quizá, la oportunidad de conv ersar con gente preparada, y no porque no exista sin o porque se encie rra en su to rre de m arfil pueble rin o. Así, comparte los trabajosos días entre el amor a su familia y sus ejercicios culturales en la biblioteca. Habla con sus libros; evoca las largas noches de la ciudad de México, en la casa de huéspedes, con las reuniones del grupo, cuando se congregaban, Apolonio Nájera, Manuel Díaz Cisneros, Luis M olina Piñeyro, R ené Palavicini, Celso H. Delgado. Las palabras iban y venían como copas llenas. Los temas, mondos y lirondos, quedaban sobre la mesa a medio concluir, abandonados, cuando ya una perspectiva nueva estaba sacudiéndolos.
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se identificaban sino en estas fugaces asociaciones, a la sombra de la palabra en flor. Cuando tuvo que presentar su tesis para titularse como Licenciado en Derecho, paradójicamente el tema giró sobre los cheques, con asombro general y con resignación del futuro profesionista. En esto intervino el celo profétic o de su padre; fue com o una advertencia a tiem po para que viviera la parábola de los molinos de viento, que casi han desaparecido en España y que desempeñaron en la epopeya cervantina, algo así como la presencia de un tío canoso de experiencias que aconseja al sobrino poeta, filósofo y loco. Esa noche, celebrando el acon tecimiento, Jesús A guilar Sánchez, pron unció uno de sus más bellos discursos. La em oción corrió pareja con la sensibilidad estética, la madurez de las reflexiones con el discreto alarde de sus metáforas. Ahí estaba, en carne p ropia, la justificación de aquel a poteg m a de B acon, cuando recom end aba pone r plomo a los pies del hom bre co n alas. Jesú s Aguil ar Sánchez es co frade de la orden rom ántica de los devotos de la poesía. N adie quiere hablar de poesía ; nadie lee versos; cualquier hijo de burgués lamenta el tiempo perdido en los renglones cortos y desprecia lo superfluo de lo lírico. El m undo practica la publicidad. E stamos co nvictos en u na sociedad de consumo. Mal preparados para el “shock del futuro”. Estrujados por la velocidad, por la inseguridad, por el torbellino y entre las ruinas calcinadas de la tabla de valores. Hablar de poesía, ahora, es un acto heroico; un gesto de valentía; tanto com o los cristianos de a yer escon didos de la ira de los rom ano s. Y. sin embarg o, la humanidad tendrá que volver a los poemas, antes de que se consume el suicidio colectivo, la contaminación moral que es peor que la contaminación del ambiente que trae a la tierra intoxicada. Por esto, la co frad ía de los dev otos del poe m a se reúne m isteriosam ente, se
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sucumbir, ahogado con las estadísticas, los cómputos, las contabilidades. En esta cena, dond e se reparte el versículo sagrado: no sólo de pan vive el homb re; también vive de poesía, se oye la voz de Jesús Aguilar Sánchez, haciendo la apología del evangelio que principia: "En el principio era el poema; Dios dijo: Hágase la metáfora y principió la luz. Aquel día separó la prosa de la poesía... Fue cuando el Maestro dijo: repartios versos y flores... ”
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JONÁS FLORES CARRILLO
LLE GÓ de Nayarit. M ontaña y mar lo educaron bronco, desm elenado, rebelde pero, contrastando, enam orado de la m úsica clásica, fino y m elodioso. H ablaba a golpes de horizonte. D ecía cosas enormes, de sorbitadas, como si de pronto se transp ortara a la sierra y tuviera que gritar su verdad a los riscos y a las águilas. Era franco, con franqueza ruda y primitiva. Sus confesiones en voz alta escandalizaban a sus compañeros. -Yo quiero prepararme para ser diputado, senador, y si es posible, presidente. -Te estás quemando -comentaban los compañeros; pero Jonás reía con una risa ancha, provinciana, elemental, y seguía expresando sus grandes ambiciones. Dividía sus relojes, casi matemáticamente, en tres gajos: tiempo para trabajar, estudiar sus materias, participar en la política estudiantil; tiempo para asistir a sus clases de oratoria, charlar con los am igos, j u g a r al arquitecto del mundo frente a una taza de café; y tiempo, ya en el hogar, para repasar sus discos y conversar devotamente con Bach, con Beethoven, con Chopin o
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negro; le asomaba la sangre indígena, lo definían sus ademanes toscos y libres. Era melómano por vocación. Leía poemas y novelas; no descuidaba su cultura literari?. Lo que se ignoraba era que estudiaba, bajo la esporádica dirección de un hermano, un método de solfeo del profesor Eslava y que practicaba sigilosam ente sus ejercicios en u na flauta rudimen taria. Era de origen hum ilde y era revoluciona rio po r nacimiento. Pa nait Istrati solía decir que hay tres caminos para llegar a la Revolución: uno es por el sendero de la emoción. Los que penetran por él están expuestos a que otra emoción los incite a salir; hay quienes advienen revolucionarios estudiando, razonando, analizando y enjuiciando; pero también éstos, por el atajo de la lógica pueden abandonar su revolucionarismo. Sólo los que desde niños sufrieron de c arenc ias y necesida des, que pad ecieron el do lor social; sólo éstos perduran en su trinchera. Jonás Flores traía con sigo u na niñez difícil po r la miseria de los padres. Las palabras hambre, trabajo, dinero, penurias, no fueron simples pala bras, sin o reclam os im perativos, urgencias hum anas. Es distinto leer por placer -el júbilo de hallar una frase bien construida, m usical y lum ino sa-, a la satisfacción vital de encon trar, al alcance de la mano, en los libros, verdades redondas que poner en la honda de David. Jon ás se pertrecha ba; acum ulaba parque, lim piaba sus arma s; disciplinaba su voluntad de com bate. Lo m alo es que an daba a tirones con su vocac ión y los un os días prefería la música, con impulsos para tirar por la ventana los libros de Derecho y las
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Jesús A guilar y él se frecuentaban; D om enzáin se les agrega ba a pesar de la diferencia de edades y entonces, jonás redactaba pequeños programas para conciertos, y sentados como podían en la estrecha pieza donde vivía Jonás, escuchaban religiosam ente la m úsica selecta. A veces, A guilar o D om enzáin leían poem as y eran Pablo N erud a o César Vallejo, los poetas preferidos. En otras ocasiones, movidos por improvisadas fiestas, cantaban a dúo A polonio y Jonás. A polonio con su bien tim brada voz de barítono y Jonás que, espontáneam ente, hacía una segu nda estupenda. A unque había en clase algunas m ujeres jóvene s, M artita, especialm ente, por su te m peram ento rom ántic o y dado a la literatu ra, lo s acom pañaba en algunos de estos momentos artísticos. Martita tenía el alma vibrátil; era una caja de resonancia; profesora normalista, gustaba decir y escuchar poemas. Su voz era susurrante, dulce y tierna. Daba espiritualidad a lo que decía; adelgazaba las palabras; era como ponerla s contra la lu z para descubrirle a cada voz el universo de colo res que trae escondido. Jonás le relataba sus utopías y sus quehaceres cotidianos. Cultivaban respetuosamente su amistad. Jesús Aguilar Sánchez, enamorado del ritmo, ebrio de imágenes y metáforas, se amoldaba a sus amigos; Carlitos era fiel y los aplaudía con cariño. M ientras los dem ás no preparab an sus clases, Jonás era asistente ob ligado y constante estudioso de sus materias. Aparentemente, digo, pasaba los días de la semana con un evidente desenfado; pero esto era sólo apariencia. Jonás sujetaba su conducta a un régimen estricto en donde, ordenadamente, se daba tiem po para vivir, oír mú sica, estudiar, y charlar largamen te con sus amigos.
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H ay m ás; frente a las dos puertas escogió la ango sta y alegrem ente desde entonces, se dispuso a vivir con penalidades, con limitaciones, con zozobras; pero salvando su derecho a oír m úsica y leer a sus poeta s. Hablar, sí; pero en beneficio de las causas justas. Por ello, la ambición suprema de Jonás fue ir al campo; volverse a su provincia . -N o es aquí donde po dem os ser útiles. Aquí los discursos no rebasan su destino de palabras hermosas; allá, entre los indios, mis hermanos, cada pala bra tiene el valor de un com prom iso. U n doble com prom iso. Para el que las dice y pa ra el que las escucha. Por eso, Jonás, se preparó p ara el retom o del hijo pródigo. Ya abogado y casado, preparado culturalmente, sabiendo que la cultura es un quehacer continuo, permanente, Jonás dirigió sus pasos a la tierra del Nayar. Al principio, la lucha presentó su aspecto desagradable. El hijo pródigo se enfrentará con la desconfianza de quienes lo reciben. Pasada la euforia del reencuentro, aparecerán las sospechas, los rozamientos inevitables. -Y a no es el mism o. A este lo cam biaron las costum bres de la gran ciudad. Viene transformado en un capitalino. Pero no es cierto, .Jonás, no dejó de ser un nayarita, con sus soles y sus lunas, su m ar y sus m ontañ as. Fue siem pre extranjero en la urbe. Se dio a la tarea de reconquistar el cariño de sus paisanos. Sólo hubo un medio, el de siempre: entregar el corazón, arderlo junto a sus hermanos de raza para que alimentaran con su sangre la nueva fe.
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Otra vez era un provinciano. Otra vez era un nayarita. Hombre de fe religiosa en los designios de su raza; hombre enamorado del mar; hombre familiar a las alturas, a los valles, a las cabañas, al aire. La política, en provincia, adquiere otra dimensión. Es un peligro; cosa de hom bres. No se jue ga con los conceptos. L a gente oye y retiene las palabras em peñadas. Lo que se dicc hay que cumplirlo. Los prestidigitado res pertenecen a las urbes; en la provincia hay que llamar al corazón corazón y al cerebro cerebro. Las m anos sirven para hacer cosas y para em puña r m achetes. El indio siembra como quien ama a su mujer y le hace un hijo; así de telúrico es su am or, así de sim ple com o un acto de creación con stante. Luego, en comunión con los paisajes, el hombre de provincia aprende a escuch ar la me lodía sinfónica de la naturaleza. Los turistas no ven sino árboles. Jonás descub re solistas ejecutando sus instrum entos en un gran concierto sinfónico. Cosa semejante acaece con el mar. El mar eternamente joven y rebelde, envejece a cada instante; se le ve envejecer con cada ola. Pero el mar no va ni viene. A hí se que da, com prob and o que la existen cia pasa; pero no el mar. La vida transcurre en la eternidad sin cambiar a pesar de su movilidad y sus transform aciones ininterrum pidas. El m ar es esencial y no ex istencial. Po r ello, los hombres tangentes al mar, o tangentes a la montaña, tangentes al cielo, viven en un triáng ulo p erfecto, en la geom etría sono ra de la creación sin fin. Jonás no disminuye su entusiasmo, lo acrecienta y lo encausa. Sabe que para lle gar hay que dar la m ano a quien va ju n to a uno; que la lucha no es patrim onio de solitarios sino verdad de solidaridad en acción. El hom bre es solidario; sólo así se concibe y se entiende. Jonás, desd e la provincia, su provincia, nos escribe. H a olvidado su breve
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La vida se desplaza a saltos; no sigue una línea cómoda evolutiva; la naturaleza sí da saltos, definitivamente. La ad olesc enc ia es un salto de la niñez a un conflicto; la juv en tud es un salto de la adolescencia a un enigma dramático; y así sucesivamente. Joná s ha d ado un salto en su existencia. Su vuelta a Tepic borra algunos aspectos de su primera juventud y lo coloca en el drama de las realidades políticas. Ahí está ahora, probando que su dialéctica es justa y que su praxis es correcta. Su discurso anda por la cuerda floja de los programas y los candidatos, enfrentándose a las leyendas y a las críticas que sobre cada hombre público proliferan. Como es varón sincero, como es auténtica su calidad moral, Jonás se angustia por darle a la palabra la medida pertinente. No quiere subir a la tribuna con intenciones pequ eñas; no quiere descender con el temo r de ser uno de los m ercaderes del templo. Se rebela, se autojuzg a, se valoriza y sólo en ese instante habla. Hu bo un día en que uno de los compañeros troqueló una frase llamativa: hay jóvenes que son incendiarios a los 20 años y bomberos a los 2 5 ... y Jonás, que conoce el pan amargo de la burocracia, no simpatiza con el triste oficio de apagar el incendio de los jóv en es. Sigue creyendo , con Prom eteo, que el fuego es el don sagrado que hay que robar a los dioses para darlo a los hum anos. El diario contacto con Nayarit lo agiganta. Hay que volver al paisaje nativo; buscar el cordón umbilical, quizá ya convertido en árbol con alas, y tratar de cu m plir el aug urado destino. JÓVENES EN ESPIRAL (SEMBLANZAS)
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CELSO H. DELGADO
TAN SER IO, tan formal, tan atento y sin embargo du rm iendo ha sta muy tarde, ya muy entrado el día. Por ello no asistía a clase con regularidad y era, com o tantos, un huésped ocasional en la Facu ltad de D erecho. Pulcramente vestido, bien peinado, sonriente, cordial, no faltaba a la clase de oratoria. Le ía libros -d e toda clas e- y escribía tím idam ente poem as y cuentos. Con este material, bien organizado, con un timbre de voz suave y ondulante, pero va ronil, Celso H. Delgado había ganado la estim ación del resto de la clase. Se expresab a con claridad y lógica, sin dejar que el discurso discurriera por los vericuetos del razonam iento puro; m atizaba sus cláusulas con im ágenes finas, de corte lírico, y empleaba con discreción y acierto sus adjetivos depurados. De regular estatura, más alto que bajo, delgado, blanco de color y con una expresión b ondad osa de am igo amable.
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de nadie o en juiciar a sus com pañeros. Ya era proverbial su celo p ara no herir pr p r e m e d ita it a d a m e n t e a n a d ie . Cuando algunos de aquellos jóvenes de malicioso humor se ensañaban contra un compañero, por aquello de que hay que hablar mal de los amigos, aunque e stén ausen tes, Celso son reía y evitaba el el com entario. entario. - “No estaba ahí... ahí.. . No es cuch é... é.. . N o me di cue n ta...” ta.. .” y m ulti ulti plicaba plicaba las las excusas, pero no fraternizaba con los “borregos” que iban de un sitio a otro martirizando la reputación ajena. Como no era ni seco ni retobón, caía bien a las muchachas, sólo que su caballerosidad impedíale comentar o permitir que se comentaran sus escarceos. Pasaron años para que se supiera que Celso no rehuía la escuela por abulia o pereza, pereza, sino que dorm ir hasta muy tarde era una forma inteli inteligente gente de bu b u r la r el i m p e r a t i v o d e l h a m b r e . E l s u e ñ o h a c í a t r a m p a s al d e s a y u n o y a v e c e s a la comida. De tal modo que aquel joven, llegado de Tepic, sólo hacía una com ida al día. día. Los libros pasaban frente a sus ojos; su atención bien disciplinada, su memoria fiel, le permitían improvisar con facilidad con solo echar mano, por asociación de ideas, ideas, de la cuenta de cono cimientos que g uard aba en su banco interior. Era serio y meticuloso con sus ademanes. Un trasfondo de sentimientos cristianos, atesorados desde la infancia, evocaban sus lecturas v meditaciones de textos textos bíblicos. bíblicos. Pero rehu ía hablar de estos temas. En g eneral esqu ivaba las discusiones trascendentales y no abrigaba el deseo de presumir de su cultura, no obstante que ya era bastante sólida. N o b e b í a a l c o h o l e s p o r s iste is te m a ; d e e s ta m a n e r a a n d a b a e s c a p á n d o s e d e
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Celso se hizo estimar por su conducta, pero su rígida severidad lo m antenía equidistante equidistante de los los amigos m uy dados a la algarabí algarabía. a. Cu ando llegó llegó la hora hora de que com pitier pitieraa en un conc urso de o ratori rat oria, a, C elso el so se con sagró a la preparación. Devoró libros y redactó ficheros. Diariamente ensayaba su voz. Hacía ejercicios fonéticos. Se cuidaba con el empeño de un joven atleta que va a pr p r e s e n t a r s e p a r a l a c a r r e r a d e f o n d o e n u n b u l l i c i o s o e s t a d i o . El certamen tuvo como escenario la ciudad de Guadalajara. Aquella noche fue de lucha; no obstante, Celso llevaba en su favor los cien, los quinientos libros estudiados. Ganó visiblemente. Ganó con facilidad y aunque el escándalo se desbordó por la sala, Celso fue campeón nacional. La oratoria para C elso ha estado adherida a un a trayectoria trayectori a política. política. En este capítulo, Celso es un político frío, racional, reflexivo. No se deja arrastrar po p o r e m o c i o n e s v i o l e n t a s . P o n e e n j u e g o s u e n t u s i a s m o y s u c a p a c i d a d d e trabajo organizado; pero actúa como si, en verdad, no se apasionara por las tácticas tácticas ni ni and uviera tem t em blando por la ambición. ambición . U n dejo de fatalismo fatalismo - o de fe fe cristiana- lo impulsa a la serenidad. Mantiene los impulsos bajo control. Dice y hace lo que deb e y no se extrem a ni exagera. exagera. Primero llegó a la Confederación de Jóvenes Mexicanos. Manejó este organismo. Lo rehizo. Lo estructuró. Vino una campaña presidencial. Cobró fuerza. fuerza. El can didato simpa tizó tizó con a quel jo ve n serio y capaz. Qu izá dem asiado m aduro para su edad. edad. Llegó a la la Cám ara de Diputados. Diput ados. Su participación fue sobresaliente, pero no excesiva. Algo de Aristóteles, tal vez el “justo medio”, preside sus quehaceres políticos. Contestó el informe pr p r e s i d e n c i a l y s e g a s t ó el lu jo d e i m p r o v i s a r c o n é x ito it o . Entonc es, las fuerzas fuerzas oscuras que and an debajo de las olas, lo lo cond enaron
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en aras de un candidato n ebuloso y com plicado plicado en las las hazañ as fascistas fascistas de una carga de halcone s sobre u na m anifestación anifestación de estudiantes estudiantes.. Lo mandaron de embajador a Egipto. La cultura esotérica del oriente le penetró en el alma. Cuando el retomo, otra vez los amigos supieron que iría a un puesto de responsabilidad en la C.N.C.; tampoco. Se reiteraron las m aniobras. V olvió olvió al servicio. servicio. A rgen tina lo lo vio llegar con la suave sonrisa y su habitual habitual d iscreción; iscreción; cada año m ás acentuada. acentuada. Hizo amigos entre los escritores y los artistas. Muchos amigos. Poetas y ensayistas, ensayistas, no velistas velistas y p eriodistas, eriodistas, encontraron en C elso elso a un herm ano. Después, sobrevino la tragedia en Buenos Aires. Una ciudad delirante, ebria de sangre. El tango se entronizó con violencia inusitada. Salió Salió C elso. elso. C ada regreso a México enciende inquietudes. inquietudes. L os enem igos le temen, lo intrigan, lo combaten. El gobierno lo mandó, esta vez a Cuba. Hacia allá ha marchado. Se encontrará a gusto, en clima de jóvenes forjadores de un mundo nuevo. N a d ie (ni (n i s iq u i e r a q u i e n e s n o e s ta m o s d e a c u e r d o c o n la f ilo il o s o f í a d e l r é g im e n cubano ) po dría nega r el el espectáculo heroico de un pueblo que está escritura escri turando ndo horizontes inéditos. Y Celso va a enco ntrar amigos. Tiene ya el don de hacerlos. Su ge será fecunda. Alguna vez hablará de México en público. Su oratoria habrá de gustar. Es vehemente y centrada al mismo tiempo; elocuente y silogística; bella y severa simultáneamente. C uba es tierra de oradores. Ah í están los discursos de José M artí. artí. M artí tan m agnífico agnífico escritor, escritor, pensado r tan tan am plio plio y profundo.- Libertador. Libertador. Ho m bre con
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risas y hum or jugu etón y afición a la broma. Q uién sabe si el m ar -otro mar, diferente al s u y o - no le transform e el rostro y le robe la adustez y la seriedad. C ada uno de estos m ucha chos tiene su filosofía. C elso me h a expu esto la suya, precisam ente al margen de la camp aña para Nayarit. -E sto y tranquilo, m aestro, preparado pa ra la derrota y no pa ra el triunfo. Me he autoeducado para sufrir serenamente cualquier contingencia. Suceda lo que sea me encontrarán los acontecimientos no solamente impávido, sino alegre. La vida nos ha dado, a m i esposa y a mí, m ucho m ás de lo que yo tenía antes de estas aventuras. Todo m e es ganancia y alborozo. T engo un ho gar, una esposa dulce y buena, unos hijos adorables y, además, he llegado a puestos públic os que jam á s soñé en m is la rgos días de ayuno, com o a usted le consta . N o puedo quejarm e ni puedo desalenta rm e por un fracaso. Siem pre sald ré ganando en el balance. De este m odo , con esta singular manera de encarar los prob lem as, Celso está optim ista en m edio de lo que pudiera ser m otivo de zoz ob ra y angustia. N o hizo el m enor e sfuerzo por ganar la sele cción oficial. N o quis o hacerse propaganda y cuando le ofrecieron, en cie rta revista , pu blicar un elogio y hasta expo ner su retrato en la portada, Celso se negó am able, pero rotundam ente, alegando que e ra preferible esperar antes de com prom eter a sus am igos o a sus simpatizadores a tom ar partido. -N o deseo que ningún nayarita se sienta defraudado por mí. N o he dicho ni sí ni no. No he aceptado una candidatura que no me han ofrecido. Espero simplem ente los acon tecimientos. M i único queh acer político, ahora, es servir a m i país.
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La ún ica lección, la elem ental, en ma teria política, es esperar. Lo qu e oyes un grave con flicto, ya p ara m añana ha perdido su importancia. U na n oticia de prim era plan a no so po rta tres días seguidos. Esto es lo esenc ial en la estrategia del jov en orador Celso H. D elgado. -L o que se preocupa es cultivar la am istad. Cultiva la rosa blanca de que habló José M artí. L a am istad hay que cuidarla con fervor de jardinero. Por lo demás, y, a pesar de que ha ayudado a los otros muchachos del grupo, no p arece que ellos lo quieran y ni siquiera lo estim en. A pe sar de esto, Celso continúa celosame nte preocupándo se por m antener íntegro su grupo. Llevado a la diplomacia, conducido a ella por razones políticas -la voluntad del Presidente de la República-, Celso se ha impuesto la obligación de estudiar idiomas. Sin desatender sus obligaciones como embajador, se inscribió en una escuela de idiomas y ahí pasa la tarde, dividiendo su tiempo en estudiar inglés y francés. -M e he trazado un cuadro básico de lecturas. He com prado u na serie de libros y todos los días dedico algunas horas, haga lo que haga, para leerlos. Estoy redo ndean do una cultura. La verdad es que con Celso se abre u na interrogación. ¿L legará con el tiemp o a m adurar en político? ¿Este jov en que vem os ahora, de em bajador en Cuba , volverá a M éxico y cum plirá sus deseos de ser un po lítico de altura? Hace años que mi compañera, Alicia Pérez Salazar, escribió unas notas acerca de estos jóven es. Q uiero -n o s d ijo - gu ardar estas letras y leerlas dentro de unos diez años. Lo cierto es que ha transcurrido el plazo. N o con ozc o estos textos; no quiere mostrarlos. Pero sería interesante ver hasta dónde acertó en sus opiniones.
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Tendremos que aguardar a ver cómo se realiza su metamorfosis. Hasta dónde llega, hasta dónde asciende, cual es el color de su alma con la prueba del tiempo. Al escribir estas líneas, las circunstancias -a pesar de la em ba jad a- no le son totalm ente favorables. L leva dos tropiezos en su existencia; pero ha sabido sacar fuerzas de flaqu eza y prosigue e xactam ente su filosofía. Es hom bre feliz. En cierto m odo, sabe cómo descon dicionar sus aspira ciones -aunque esto parezca paradoja- y obtener una victoria de lo que aparentem ente es un descalabro. A Celso lo imagino recitando este pasaje bíblico. Ningún libro puede serle má s fam iliar y m ás consub stancial que el Libro de los Libros. “Así es que, yo de esta manera corro, no como a cosa incierta; de esta manera peleo, no como quien hiere al aire”. Y C elso nos da la im presión de un corredor, dentro del ruidoso est corriendo su carrera, los músculos ágiles, la mirada tranquila, sonriente la esperanza.
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RENÉ PALAVICINI
SE CE LE BR A B A un concurso interno en el Instituto de la Juve ntud M exicana. Fue la época de oro de este organismo, cuando el licenciado Arriaga Rivera, logró imprimirle un ritmo de alegre trabajo. En la lista de jurados figuraba Efraín Brito Rosado, quien en 1928 logró ganar el máximo galardón. Joven intelectual, orador profundo, político connotado, a Efraín le bastó ver a René Palavicini y e scuch ar su p rimera frase, para calificar entusiasta y vehem ente: -E st e m ucha cho es orador. No necesito más. Este es el vencedor. René , quizá el m ás jov en de los alum nos, delgado, bien parecido, con un gesto elegante que no le impide ser rotundo y categórico en sus ademanes. Tenía una manera especial, dominadora, categórica, de pararse y enfrentarse al auditorio. Su voz, bien modulada, con timbre acerado, exacto; sus frases cortas, contundentes, redondas, todo en él confirmaba el juicio tempranero de Brito. Y, efectivamente, Palavicini ganó en aquella noche de prueba. Irreprochablemente vestido, lucía su figura de joven cuidadoso de su presencia; era ameno y cordial en su conversación, ingenioso, irónico, suavemen te aprovec haba el m enor descuido de sus amigos para dejar caer con distinción un a nota burlona; pero tan discretam ente deslizada, que ningu no de
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René poseía una magnífica capacidad de captación y, de este modo, asimilaba con rapidez lo que escuchaba, comentarios de libros, citas casuales, o conversaciones en que salía a relucir la cultura. N o se p reocupaba p or leer. Y fue una pena, porque René tuvo posibilidades sin térm ino. René tenía prisa por hacer algo; le quemaba el tiempo las manos. Algo inconcluso lo preocupaba. Algo por hacer lo llenaba de ansias. No hubiera podid o perm anecer encerrado en su cuarto con un rim ero de libros o unas hojas de papel en blanco como una incitación a la literatura. N o era m al estu diante . Su don de capta ción lo colocaba autom áticam ente en los primeros lugares. No se angustiaba por preparar sus clases. En realidad, daba idea de no ocuparse seriamente de nada. Su inteligenc ia siem pre despierta, su simpatía, sus m oda les de gente bien educada, le facilitaban el paso y lo convertían, de inmediato, en el centro de las reunione s. ¡Quién sabe qué misteriosa razón, que impulso sicológico lo forzaba a no tomar nada solemnemente, a no prepararse con el rigor que la oratoria impone! Pero pasaban los días y aunque las pruebas eran magníficas, casi todos los amigos guardaban la duda de si René estaba, o no, tomando en serio su papel en la cla se. René sonreía con cariño y con m alic ia. Era un varón con tantas cualidades: su inteligencia, su magnífica prestancia, su bu ena ed ucac ión, su espíritu atento y servicial, su innegable facilidad para improvisar, que no lograba definirse. Prob ablem ente, en el árbol genealógico figure Félix Fu lgencio Palavicini, aquel orador de tipo cortesano, tan mesurado, tan sutil, tan distinguido, que
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Rene se casó, muy joven , con una hermosa m uchacha. Fue realm ente u na sorpresa. Los padres no estaban satisfechos. La novia era bonita y buena, educada y buena, educada y gentil; pero eran demasiado jóvenes. Ah ora, constituyen, ya con va rios hijos, una fam ilia cariñosa, guardiana de las más serias tradiciones. Hace tiempo que René no aborda la oratoria. Trabaja con inteligencia y acierto. Sigue siendo el m ismo jov en , irreprochablem ente ve stido, serio y formal, a pesar de su intem pestiva ironía, y m esurado y g alante con el mundo. Quiero imaginarlo durante los atormentados días de la Revolución Francesa. René Palavicini no hubiera asistido, seguramente, a las caldeadas asambleas donde Dantón rompía los silencios con sus arengas fulmíneas; no hubiera coincidido, tampoco, con la serena voluntad puritana de Robespierre; ni siquiera con la marcial brevedad tajante de Saint- Just, René se hubiera identificado, preferentemente, con alguno de los atildados girondinos, preocupados por la m edida de sus pasio nes, el orden geom étrico de sus discursos, y la importancia cortesana de sus intervenciones. Porque René Palavicini es, fundamentalmente, un hombre bien educado, con modales ceñidos, con elegancia, con voz a m edio tono, y con un pensa m iento amable, incisivo, penetrante, salpicado con un dejo de ironía casi imperceptible. Hay que aventurar una hipótesis, nada más que una hipótesis: Quizá René es un personaje, pleno de vida intelectual y de capacidad soñadora, que no ha encontrado, todavía, la novela adecuada a sus tendencias; quiza es el protagonista de una hazaña que no se ha realizado; no sabemos, si es un agonista - a la man era de U nam uno - que no ha hallado la cruzada precisa para encaminar su existencia con agudeza. De cualquier manera, observándolo, perdura la duda de si no hay en su interior algún resorte roto, una articulación espiritual inmóvil, que le han impedido realizarse con la luz total que anunció
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René Palavicini, con su prestancia única, provocara el juicio de otro Efraín Brito Rosado: -E ste m uchach o, R ené Palavicini, es orador. Un orador por nacimiento, no por na turalización . M e basta con ver cómo se para frente al auditorio, cómo habla sus primeras palabras, cómo impone su gesto con autoridad simpática.. En el coro de los alumnos -diferentes y multánimes-, cada uno ocupa su sitio y su tiempo. Cada uno conserva y modela su propia imagen. Cada uno lucha con su ademán original. Los hay con manos que dibujan en el aire la silueta de las ideas, como quien traza los esbozos de un paisaje; los hay con movimientos cortantes, con manos afiladas, que recortan los silencios del espacio para llenar los hue cos con trazos sinuosos. O tros, en cam bio, com o René P alavicini, dentro de su sob riedad elegante, apenas si roza n la atm ósfera insinuando las ideas centrales o bien, escultóricamente, con golpes de cincel, modelan el contorno de las tesis y de las doctrinas. Me gusta imaginar que René volverá al discurso, nuevo hijo pródigo, a relatamos las peripecias de su odisea intelectual; me gusta suponer que, mientras tanto, su figura se recorta en el hogar, rodeado de la bella esposa, los hijos traviesos, mientras que él, con un cigarrillo en una mano, sostiene con la otra un libro que lee pausadamente, en la recolección de pensamientos e imágenes luminosos.
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IGNACIO CARRILLO CARRILLO
LA GE NT E nac ida en el Estado de S inaloa, por regla general, es alegre, briosa, con el coraz ón sin puertas y los brazos abiertos. Ma nos con vo cac ión de saludo o con tendencia a la riña. Hay exceso de vida que se manifiesta en sus cantos, en sus sones, en sus bailes. La historia no ha desmentido esta afición a regalar la existencia, a prodigar la energía. L a R evolución M exicana m ultiplicó los corridos en donde héroes consag rados o anónim os, hicieron del valor y el desprecio a la muerte, una ex altación a la alegría de v ivir en el peligro. La gente de Sinaloa, por regla general, ama las fiestas; pero mantiene, en su interior, celosamente, una menuda lluvia de romanticismo, de culto a la luna, a las nubes viajeras, a los crepúsculos indomables, una emoción rica que les llega del mar y de la montaña. Hombres con vocación de aventura; predestinados a una guitarra o a un machete. Sarm iento nos reveló que debajo de un argentino está latente un gaucho; si arañam os la piel de un v arón de Sinaloa encontramos, de p ronto, a un jefe de m ontonera, sentim ental y valiente.
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Irreme diablem ente nació para conductor, para jefe de grupo , para llevar en alto su sangre como quien conduce en alto una banderola. Hay que pensar que nació retrasado a su temperamento. Hubiera marchado a caballo en una carga de corazones; hubiera asaltado trincheras; quizá hubiera sido el clarín de órdenes del jov en general Iturbe, o el ayuda nte de o peracion es del “ Granito de O ro”, el general B uelna; pero su prim era juv en tud transcurrió en los patios de la Preparatoria y en los corredores de Jurisprudencia. Y ahí, o en la plaza públic a, frente a estudiantes rebeldes que lo acla m aban, rom pió su lanza contra injusticias y privilegios, alargando su figura de caballero enflaquecido, el estudiante de la roja cólera. Ignoro si leyó la incitante frase de Baudealirc: hay que estar ebrios siemp re, de vino, de am or o de poesía; pero eb rios siemp re. Como picado por nervios apremiantes, Ignacio Carrillo Carrillo, tiene prisa por alc anzar una lu z, por conquistar una pala bra. Su euforia se desborda; se desborda su vitalidad. Viene de prosapia inquieta. Uno de sus herm anos, poeta, sentim ental e intuitivo, quedó frente a la tierra prometida, un accidente tronchó su escala de Jacob; otro herm ano, con méritos políticos, inteligencia activa, dinamismo ardiente, desempeñó importantes puestos administrativos, así, Ignacio, dueño desde adolescente de una elocuencia espontánea, llegó a la oratoria como al hogar, vencedor, triunfante, a disfrutar del banquete de manteles largos. Habla con calor, con pasión, con cláusulas de fuego. Las frases arden y las palabras, encendidas, muestran sus puños, retuercen los brazos, golpean a los oyentes los conm inan a vivir tam bién en incend io. Verdad que sus discursos no son constan tem ente lógicos, que la sensibilidad lo dom ina, que inv enta citas y forja palabras de su propiedad; pero hay un toque trágico en su actitud, un dramatismo en sus gestos, una vibración atormentada y contagiosa, que es lo que predispone a la m ultitud a seguirlo, con m ovida con la fuerza avasalladora
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Mañana, algún sabio sicoanalista nos revelará que en el fondo de este jo j o v e n t u m u l t u a r io , e s t á u n a r e m o t a lá g r i m a , la q u e s e le a s o m a p o r l a s m i r a d a s sem pitername nte trist tristes. es. Ya en las postrimerías de los concursos de oratoria, todavía Ignacio Carrillo alcanzó el título de Campeón Internacional, venciendo en noble justa a los representantes de otras naciones. Arrebató al público, pasó esa noche como un simún. simún. Después, ha ganado una curul en la Cámara de Diputados; pero nuestras legislaturas son piedra de sacrificios. ¡Qué lejos de aquella luminosa experiencia de la XXVI Legislatura, cuando engrandecían la tribuna con su pr p r e s t i g i o n a tu r a l, el d i v in o U r u e ta , L u is C a b r e r a , A l f o n s o C r a v io t o , J o s é M a ría rí a Lozano, O laguíbel, M oheno, Félix Fulgencio Palavicini. Palavicini... .. Da ntón, R obespierre, obespierre, M irabeau, irabeau, S aint-.Just aint-.Just,, no caben en las las actuales actuales Cá m aras de D iputados en donde la som bra de Fo uché, e nca m ada en el jefe de control políti político, co, jue ga a dirigir dirigir la la escena e im ped ir la libre libre em isión de la palabra libre. libre. Ignacio Carrillo hubiera sido, en otras circunstancias, bajo otro cielo con autonom ía, un Diódoro B atall atalla. a. Si no tenemos miedo a la palabra, Ignacio Carrillo es un muchacho esencialm ente rom ántico. Los rom rom ánticos no no están conform es con el presente; presente; sueñan. Su protesta- pues son rebeldes por nacimiento- puede encaminarse al pasad o, a los los territorios territorios exóticos, o, bien, al porv enir, com o los utopistas. Ser utopista es negar la angustiosa realidad para soñar un mundo ideal, el mundo feliz. Por las venas de los románticos circula la impaciencia, la prisa po p o r t o m a r u n tr e n , u n b a r c o o u n a v ió n ; p o r m u d a r s e d e s itio it io , d e i n te n t a r o t r o s horizontes. Tal vez po r esto, esto, no ha escrito escrito un libro, libro, no ha colab orad o sistem áticam ente en un periódico, no ha sido profesor profesor de una m ateria, ateria, que e stá capacitado p ara serlo. Está ardoroso por asistir a una cita trascendente. Esto va en merma
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Este enamorado del amor, de la poesía, del ritmo, casó con una hermosa m uch acha del norte. N o sé si de la Ba ja California o de Sonora. H an procreado una hija bella. bella. So n felices. felices. Pero ni siquiera el hogar ha atem perad o su violenc ia de horizontes. Ignacio es feliz, dichoso h asta la saciedad, saciedad, cuand o va de ejido en ejido, de de sindicato sindicato en sindicato; sindicato; nació pa ra pronunciar discursos, dis cursos, para m over m ultit ultitudes, udes, pa p a r a p e r s u a d i r a m u c h e d u m b r e s . En Méx ico hay un nefasto nefasto desperdicio desperdicio de talento. talento. Es un país -q u e se supone ric o - que pu ede perm itir itirse se el lujo l ujo de m algastar su s u inteligencia inteligencia y dejarla dejarla en propinas insubstanciales, mientras coloca en puestos de responsabilidad a auténticos mediocres, tartamudos del alma, del pensamiento y de la palabra. Ignacio C arrillo arrillo está preparado, tiene talento, talento, cultura, es varón de bu ena f e, honrado -n o tiene tiene a m bición de d e atesorar ates orar;; no le im im porta el or o - y su conducta ha dem ostrado su lealtad lealtad e inclusive su disciplina partidist partidista; a; pero, q uizá porque reúne todas estas cualidades, esté imposibilitado para escalar puestos de pr p r i m e r a l ín e a . A hora bien: es posible que estos apuntes y hasta estas est as sup osicione s, no se se ajusten a la estricta verdad y, m eno s aún, a la configuración configuración del futuro. futuro. Cada uno de mis jóvenes discípulos está creciendo, está siendo, llegando a ser y, no sería remoto, que en el porvenir transformen, con rápida metamorfosis, las líneas de la suerte que aparecen en su mano derecha; con todo, Ignacio Carrillo, amigo de la noche y sus maravillosos encuentros con lo im previsto, sigue colga do de la estrella estrella de sus discursos discursos iniciales, iniciales, corriendo tras del adjetivo preciso , tras tras del verbo d ecisivo, tras tras de la ad m iración a lo bello bello y a lo bueno. Cuando era más joven, todavía más romántico, solía decir aquel poema de R ubén D arí
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“Potro sin fren fr eno o se lanzó mi instin instinto, to, mi juven juv entud tud montó montó potro potro sin freno; iba embriagada y con puña pu ñall al cint cinto; o; si no cayó, cayó, fu e porque Dios fu e bueno bueno
Lo magnífico en la biografía de estos jóvenes oradores, es que no han ba b a j a d o d e la t r i b u n a t o d a v í a . S i e m p r e e s t á n a p u n t o d e p r i n c i p i a r s u a r e n g a libertaria. L a flecha flecha está en trance de em prend er su misión; hay flechas disponibles; dis ponibles; el aire aire es un a esperan za al alcance del hom bre; pue de b rillar rillar la flecha vigorosa y descubridora; la luz está con ellos. Y, otra vez, Rubén Darío: “Mas, Mas, po p o r grac gr acia ia de Dios, Dios, en mi conciencia, el bien supo elegir la mejor parte; y si hubo hub o áspera ásp era hiel hie l en mi existencia, melificó melificó toda acritud ac ritud el arte
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LUIS MOLINA PIÑEIRO
EST E jov en de rostro m oreno claro, de apariencia correcta, de hab lar mesurado, con actitud de profesor en cátedra, de ademanes sobrios, pero elocuentes; elegante en el vestir, con tiempo suficiente para no precipitar ni la palabra ni las manos, se llama L uis M olina Piñeiro, es abogado , pero vo caciona lme nte es maestro. Hijo de dos m édicos, hermano de profesionistas, su infancia y su prim era ju ventud las pasó en clim a inte le ctu al. Como el padre ocupó un puesto administrativo de importancia, en contacto directo con políticos de renom bre, Luis jug ó c on p alabras políticas y con preo cup aciones de índole social. H abitan una casa grande, en colonia elegante, con m uebles co stosos y de buen gusto . U san un auto m óvil para cada m ie m bro de la fam ilia . Perte necen a la clase acom odada. En Luis, la oratoria acusa dos perspectivas: una, ob edece a una vocación imp ostergable. D esde los prim eros años gustó de la m agia de la palabra. H ablar y escribir han sido impulsos tan vitales como la respiración. La otra, porque,
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Ama los quehaceres democráticos. Es tendencia familiar; cuestión de herencia. En la Universidad descubrió esta inclinación. Pero también, desde esos días, afianzó en su espíritu un afán de razonar su conducta, metodizarla, dirigirla con el más austero de los rigores. Desde entonces, con ahínco, se dio a buscar los mejores medios para alcanzar sus objetivos. Hacía amigos, discutía con unos, cuch icheaba con otros, estrechaba m anos am istosamente y se empeñaba en disimular la opulencia familiar para congeniar con los apuros de los compañeros. Estos lo veían con desconfianza y, ello, a pesar de que Luis los invitaba a cenar, les ofrecía copetines y les prestaba dinero; pero, con todo, Luis era poseedor de un autom óvil y vestía con refinam ie nto . Siendo buen estudiante, atento a sus clases, cumplido con sus tareas, gozó de estimación por parte de las autoridades. De esta manera, usufructuaba de manifiestas influencias oficiales en la Universidad. Quiso ocupar un puesto administrativo, no tanto por el sueldo sino por el rango. Lo mismo que magnífico escolar fue magnífico empleado. Apto, inteligente, cumplido y servicial. Pero no se sintió satisfecho. Sin vanidad, ni soberbia, atento con sus maestros, pronto ganó su elogio. Algunos de ellos lo distingu ieron realm ente con su afecto. Un día, desapareció del escenario metropolitano y nos escribió desde la Universidad de Münster, en Alemania. Sus cartas eran compactas, noticias, ob serva cion es y un inform e de sus lecturas y de sus conferen cias. Ahí aprendió el alem án. Ahí llevó, en la lengu a local, los m ás m od erno s textos d e sociolog ía y aun de econ om ía política. Ahí, enAlem ania, aprovechó la oportunidad y adqu irió, fundam entalmen te, el método como sistema de vida. Este es un frag ento de un a carta
tiem b re d
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alemán es mucho mayor que el mío. No me quedó sino el recurso de hablar en español y ahí no tuvo oportunidad de pronunciar una sola palabra, pues lo terminé totalmente con la tesis neo-capitalista que él mismo afirmaba pero no conocía”. A hora Luis M olina Piñeiro dom ina el idiom a alemá n y está en aptitud de ser profesor de Soc iología en Alemania. Luis tiene el instinto del orden. Quizá, en su fuero interno, piensa, como Goethe, según el decir de Eckerman, que es preferible perder un poco de libertad y jamás el orden. Es la influencia de la educación alemana, la forma de vivir de ese gran pueblo que, siendo tan romántico, no abandona nunca el sentido rea lista de su condu cta. Orden y libertad no son términos que se opongan. Más bien se complementan. Lo que es necesario es ubicar la palabra orden. Si con ella pretendem os sig nificar el orden de los pante ones, el orden de la disciplina m ilitar, la pa sivida d que es prod ucto del m iedo; todo lo cual, ciertam en te, no es orden sino sumisión. El orden es consecuencia de la convicción que mueve al hom bre a hace r algo m etódicam ente; es un estilo de vivir, la ubicación exacta, indispensable para ser auténtica. Luis Molina Piñeiro, viviendo ya aquí, con su esposa alemana y su pequeña hija , ha penetrado al m undo de la política con su habitual calm a, que no es sino un resultado de su adiestramiento interior. Quien lo ve, superficialmente, en atención al esmero con que viste, puede equivocarse en su juicio. E ste otro fragm ento de una carta de M ünste r, nos puede dar respuesta a la posible dud a acerca de su p ersonalidad “Q uisiera escribir mucho, pero el martes 12 pronuncio una conferencia en alemán, en Berlín, sobre el tema, “Las garantías individuales y los derechos sociales en Latinoamérica”. He trabajado mucho al respecto, cuatro horas diarias durante
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Luis M olina Piñeiro h a pulido su oratoria en los cauce s de la cátedra. El aula ha sido su clásico laboratorio. Su palab ra es directa, pero no seca; técnica, pero no fría y, adem ás, sabe em ocio narse a tiem po recordando sus épocas de líder estudiantil. A la cultura m exicana le hace falta el deslinde - d el que hablaba el m aestro A lfonso R ey es-; nos urge la m etodología y el sistema. N o es lo mismo estudiar en la lengua o riginal a usar traducciones. En la actualidad, tod avía no decide su porvenir. Se encu entra frente a un dilema: ocup ar un puesto c lave en la adm inistración pública de m añana, o, de otro m odo, e m igrar con dirección a Alemania y consagrarse a llá a la docencia, lo cual, prác ticam ente lo tiene arreglado. M ientras tanto, ayu da a su herm ano, el doctor M olina Piñeiro, Secretario de la Universidad, en su empeño en colaborar con el Rector doctor Soberón, para cam biar la im agen de una U niversidad caótica e im prim irle un sello de casa de estudios, la más rigurosa y m etódica que haya si d o .. Es una empresa cultural de anchos horizontes. La visión de Münster lo acompaña. En México hay maestros eminentes individualmente; sólo se requiere un programa sistemático que armonice el talento excepcional de la mayor parte de los catedráticos, con la vocación y el severo sistema de enseñanza y de aprovechamiento. Ello, constituye una cruzada auténtica. No faltan enem igos de la UNA M que confunde n los términos del hecho social -p o r ignorancia o por m ala fe - y piensan que el subsid io entr egado a la C asa de E stu dio s, bie n podría destinarse a resolve r pro blem as cam pesinos. ¡A este grado se co nfun den las circunstancias de la cultura y de la política! Lu is M olina Piñeiro es universitario con pasión. A m a su Escuela.
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EDUARDO VÁZQUEZ CARRILLO
UN A M AÑ AN A, después del examen profesional, Eduardo V ázquez Carrillo, vestido de gala con su título de abogado, marchó a enterrar, en una misma tumba, a dos poetas, árabe el uno y el otro italiano. Eddy, único asistente, pronunció la oración fúnebre con su tro nante voz, sus adem anes cuid adosos y su elegante atuen do de jo ve n v estido a la moda. Eddy resolvió matar a Eddy Giovano Braco, poeta italiano y a Edgar Baran Karim, poeta descendiente de Mutanabi. Fueron tres personas distintas, en la novela existencialista, y un solo hombre verdadero, Eduardo Vázquez Carrillo. Eduardo es, temperamentalmente, por vocación, un orador nato. Podía improv isar con soltura. Po nía en sus palabras, adem ás, una d iscreta sensibilidad poética, de tal m anera que su verb o ardoroso y valiente para enju iciar los acontecimientos históricos, no podía ocultar su tendencia hacia la poesía. Es que Eduardo es un inveterado lector de poemas. Se habla de tú con N eruda; se sabe de m em oria a Vallejo; relee a Elu ard; y no pasa sem ana sin que converse con las obras de Octavio Paz. El mismo escribe esos huidizos renglones cortos, que llaman versos, y en los que escond e, com o bajo la arena, em ociones tristes disim uladas con imág enes surrealistas; pero Eddy no se toma, en este aspec to, muy solem nem ente que digam os y así, la may or parte de estos
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encuen tre, los aprecie y se los adjudique pub licándolos co m o algo suyo. Eddy -nos dice- gozaría una alegría y una euforia inimaginables, porque el arte fuera anónim o, com o son anó nim os los corridos y las letras de las canciones. Un día dijimos que la cultura es un bien natural, además de universal, como lo es el agua, el aire, la luz, y que, de la misma manera que no se embotella la luz, ni se marca con una etiqueta al aire ni al agua, sino que todos los consideramos como bien común, así la cultura no tiene dueño. Un poem a es el fruto de quién sabe cuánto s abuelos, cuántas experiencias, cuánta s bibliotecas, y clim as, y ríos, y bosques, y m ontañas. L uego, no hay razón para que alguien se apropie una pintura -aunque la haya hecho él- y le ponga su nombre, es decir, su propiedad. ¡La propiedad hasta en esto! ¡Sólo nos falta que mañana deslindemos la propiedad de las miradas! Eddy regala su talento; lo regaló hasta que, gan ado su título de abogado, determinó suicidar a sus hermanos gemelos, Eddy Giovano, y Edgar Baram, para perm itirle a V ázquez C arrillo entrar a su cuarto sin m ie do a que ya estuviera ocupado por los gemelos. La azarosa biografía de Vázquez Carrillo ha sido escrita ya y algún libro, firmado o no, la dará a conocer. En sus páginas se cuentan las mil y una aventuras de este inquieto, multánime, contradictorio, bélico y pacifista, poeta que ha sido y no quiere ser. Un año. al estrenar su alba del primero de en ero, ju ró vivir plenamente su vida y trató de cumplir su promesa. Desde luego decretó la guerra a la solemn idad y de este m odo, se empeñó en transform ar su con du cta en una obra de arte alegre y optimista. C om o am a entrañablem ente a la música, de canción en canción, de sinfonía en sinfonía, de concierto en conc ierto o de disco a disco, Eddy redondeaba los minutos hasta lograr la perfección del círculo, redondo com o la O del silabario. Su enigm ática intención era asom arse po r el hueco de la O para atisbar lo que se encuentra en el más allá si es que hay algo.
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prudencia y la discreción com o esos escolares en A lem ania, que al concluir el ciclo escolar imp rovisan piras con las obras de texto y da nzan en tom o al fuego libertador. Eddy no gusta de coleccionar libros. Las bibliotecas privadas son testimonio del culto a la posesión de las cosas. ¿Qué hacen tantos volúmenes atados en los libreros? ¿P or qué, mejor, no circulan como vagab und os sabios, compartiendo su sino con lectores anónimos, ávidos de letras e incapacitados para tenerlas a su la do por ausencia de m onedas? Eddy compra una novela, un poemario, un tratado, los lee y repite su hazaña, los abandona en un sitio público, tal vez en una banca de un jardín o hasta de una iglesia, para que alguien se encuentre el tesoro y lo disfrute. En ocasiones lo he sorprendido d edicando estos regalos al desconocido Colón que los descubra. Ha leído mucho y muchos libros. Está demasiado joven para llegar a la triste filosofía que hay que leer -m á s b ie n - pocos libros y leerlos mucho. N o ha llegado a la edad de Salomón ni a la de sus hijos. Enamorado del amor, Eddy anduvo poniendo anuncios en todas las prim averas solicitando una novia, capaz de com partir con él el dulce hogar de las esquinas y de tener am istad con los prim eros pájaros que se despiertan en la residencia de los árboles matutinos. Cuando fue estudiante de Preparatoria -decía discursos incendiariosconoció a sus clásicos y los leyó detenidamente, con ojo clínico; después, en Leyes, entró receloso al contacto estrecho con códigos, negándose a aceptar la conciencia jurídica que justifica la labor de los licenciados, en espera de hallar la oportunidad de servir a sus hermanos. Porque Eddy, de origen casi burgués, está identif icado, solidariam ente, con lo s hom bres que sufren. Q uiz á hub iera sido co ntertulio de la pólvora en épocas de revolución; pero ahora, es un inconforme intelectual. Siendo orador, no pretende hablar en público. No da razones. Hay que
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Es ho m bre recto, lim pio, incapaz de anda r con relojes falsos y de “sentarse en sillas de bu rlado res” . A m a la claridad y la luz. Lee a Go ethe p orqu e le gusta que el esteta alem án h aya m uerto pidiendo: luz, luz, luz y luz... Quizá por ello no gustó de litigar; pero sí está de acuerdo, ahora, en desem peñ ar un queha cer que le perm ite ayudar al prójimo. A sí es de es pecial E duard o, Eddy o Edgar. Así es. Tengamos paciencia. Lo veremos cumplir su destino. Tiene voluntad, tiene carácter, tiene decisión y entereza. Está escribiendo, ahora, la novela de un jo v en r evo lucion ario q ue enc ontró, al fin, su sitio en la defen sa de las nobles causas. N adie m ás cum plido que él, m ás exacto . Trae, en vez de fragm entos de poem as, o de papele s am orosos, varios relojes que dis cretam ente le recuerdan sus variados compromisos. Cada uno suena distinto y es como si le sacudiera de la manga del saco para conducirlo a la entrevista con un funcionario o al escritorio para firmar uno s docum entos. En ocasion es hab la en público. Su discurso es coherente, lógico, hermoso. Es una oratoria de funcionario que camina sin titubeos, ganándole tiempo a la atención de los públicos im pacientes; m arcando rumbos p recisos, igual que los m apas que reg ala la dirección d e turismo . Puede ser que en la intimidad, sigilosamente, rodeado de sus figuras de ranas que colecciona, lea furtivamente a sus poetas, Neruda, Vallejo, Paz, y puede ser que escriba alg unas pala bras pequeñas acom odadas en renglones cortos. Pero a nadie habla de estas debilidades de sus neuronas telúricas, a nadie, ni siquiera a su jo v en espo sa ni a su severo padre que le abrió las puertas, regocijadamente, al hijo pródigo. Habla de asuntos oficiales, de expedientes, de trámites, de resoluciones,
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¿Stendhal leía la Constitución, previamente, antes de principiar algún capítulo de u na de sus no velas? Pue s Eddy lee los exped ientes de su oficina. Tiene talento y preparación. Es sensible al sufrimiento de los demás y m antiene la m ano tendida; su corazón es tierno y su creatividad húm eda; Eddy vive su vida y la vida de los otros semejantes. Mantiene contacto con los compañeros de oratoria; su amistad es firme; pero no gusta de com plicarse en la s m inúscula s m aniobras de la política, seducido por el título de una obra de Paul Valery: La política del espíritu. Si Eddy quisiera publicar en un tomo los discursos pronu nciados -siend o tan buen o ra d o r- sería apenas un folleto. E sto es así, porq ue, repetim os, rehuye todo compromiso con la tribuna. Podría hacerlo; lo hará seguramente; pero se mantiene a la expectativa, vigilante, con el oído pegado a la tierra por donde cruzan los campesinos y su mano señalando el rumbo de las fábricas; sus ojos están en el alma de la U niversidad. Es, ade m ás, un estilo poético. Eddy, ex istencialista. Su metamorfosis ha sido total: es hoy un funcionario austero. Afiliado a los horarios y a los calendarios. Ya no se desvela. Ha olvidado su compromiso con el alba. Duerme bien. El camino que conduce a su despacho lo saluda sin equivocarse de n ombre. -Buenos días, señor Eddy... ni por asomo supone que es árabe o italiano.
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JORGE MONTÚFAR ARAUJO
LA G EN TE de G uerrero, habitualmente, trae el espíritu en dos gajos: son en el fondo románticos, enamorados de la canción, de los poemas, con sus paisajes al hombro, y, por el otro aspecto de la vida, tienen voluntad de machete desnudo. Por los caminos del sur vaga la guitarra de Agustín Ramírez en busca de una estrella. En la historia, se agiganta la sombra guerrillera de Vicente Guerrero. Jorge M ontúfa r es un jov en abo gado que respira la rebeldía guerrerense. Vive en función de su tierra natal; trae las cualidades y los defectos de su patria chica. Cu ando habla, ha logrado la síntesis de dos estilos, la em oción y la lógica; su discurso es un a pieza razonad a no exen ta de pasión vibrante. Fue campeón internacional. Ganó el título en estremecido concurso, com pitiendo, inteligentem ente, contra expo nentes m uy va liosos de la juv entu d americana. Jorge M ontúfar entró a la adm inistración pública desem peñan do puestos
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M ontúfar ocupó, de spués, otros puestos de significación. S ólo que no ha sido favorecido por el destino político y no ha culminado su ensueño p ertinaz de servir a su Estado en forma directa. A Jorge le gusta su profesión y litiga con éxito. Es, por lo demás, un hombre serio, grave, casi adusto. No obstante su capacidad amistosa, parece rehuir grupos y reuniones. Prefiere su vida hogareña. Ahí, en medio de su familia, con la esposa gentil y franca, también guerrerense, y sus hijos, Jorge pasa las horas acom pañado de un buen libro. Tie ne la vocación del trabajo . Prefiere las duras jom ad as al ocio. Es líder por temp eram ento. N ació para conducir. Pienso que, por razones que escapan a mi saber, no ha gozado todavía de su opo rtunidad, la suya propia, la que le permita desenvolverse y alcanzar la plenitud de sus sueños. Improvisa con facilidad y soltura. Disciplinó su estilo y, como ya se apuntó, domeñó lo bronco y lo imaginativo de su carácter sureño, para usar asiduamente de una manera suave, persuasiva, coloquial, hasta que el tema lo cond uce p or los riscos de la crítica social y entonc es rena ce e n él el viejo fuego que destruye y construye simultáneamente. Lo recuerdo, muy al principio, dirigiendo una arenga a los jóvenes conscriptos. Seguro de sí, firme, la voz directa, metálica, el ademán sobrio y contundente, la emoción dosificada sabiamente, su verbo viajó en torno a los conceptos trascend entales de la Patria, de la juve ntud , del porv enir del m undo. Fue un discurso en dond e la form a y el fondo se fundieron e xcepcionalm ente. Después, lo he oído en otras circunstancias. Su técnica no ha variado. Principia su intervención como si conversara con un amigo y concluye dictando imperativamente sus puntos de vista en donde fustiga injusticias y señala rum bos.
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Es, fundamentalmente, orador. Un orador con cultura jurídica, un orador para cátedra y conferencias, sin que ello lo destierre de las asambleas tumultuosas. Jorge - h e d ich o - es un rom ántico em peñado en no serlo. Le gustaría ser un realista cortante y seco; pero trae a flor de piel su Estado y, cuando menos lo espera le salta la provincia y lo lleva por los caminos del sur. N adie puede adivinar cuál va a ser el giro de su exis tencia . Sólo que Montúfar siempre está a la vuelta de una tribuna y siempre está en trance de abordarla. Así es este abogad o c uya juven tud no ha maltratado sus alas y las conserva a punto de e m pren der el vuelo. Por su m an era de ser o por sus ocupacion es, pasan años sin que lo veamos; algo estará haciend o, algú n proyecto se estará gestando en su cerebro n ervioso; pero, a pesar del espacio y del tie m po, sus am ig os confían en él, en el apretón de manos leal, guerrerense. Estas ausencias voluntarias, exilios aparentes, este parapetarse detrás de los silencios, son movimientos de su juego espiritual. Después de estas vacaciones, Jorge reaparece en el estadio sosteniendo su carrera de fondo y de velocidad. Todo lo puede hacer o todo puede dejarlo de hacer. Su voluntad está, en virtud de esto, en tensión permanente. Como una flecha colocada ya en el arco tenso, su vida está en el instante en que puede emprender el camino con dirección a un objetivo lejano. No hay desmayo ni tregua. Ha sabido de quebrantos y de carencias; pero no conoce la palabra derrota. Supongo que ha leído con frecuencia a Walt Whitman. Supongo que adorna sus días con un verso del fiero poeta rebelde; listo para la caminata, en
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que frecuente la amistad con ellos y, sin dejar de estimarlos, de quererlos, de preocuparlo s con su afecto , se conserva equid istante al propio grupo. Es, ¡quién lo dijera!, un solitario siendo, como es, un hombre sociable, ágil en el diálogo y am eno en la conversación. Así son los guerrerenses. Se dan y se niegan. No por falta de franqueza, sino por am or a la soledad en m edio de su paisaje frondoso.
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ARTURO ROMO GUTIÉRREZ
N O S LO presentó A ntonio M erino, un obrero intelectual, con id eas ácrata s. M erino, en aquella época, era varón de unos cincue nta años, con un a inteligencia aguda y una decidida vocación a la cultura. Tenía el espíritu libertario. Era salvadoreño. Su acento, típicam ente extraño, ham acab a a veces las palabras. Buen conversador, ágil, simpático, había leído a sus clásicos y los citaba a menudo. Bakunin, Kropotkin, Proudhon, eran sus apóstoles. Merino militaba en las filas de la C.T.M.; no era una militancia ciega; no era “como el bordón en las manos del ciego”, sino que su espíritu crítico subrayaba sus inconformidades y precisaba sus anhelos. Había publicado un pequeño folleto con pensamientos libertarios. Era hombre auténtico, pobre, trabajador, inquieto por las ideas y los nobles propósitos. A él le debe m os dos am istades perdurables, en dos n iveles diferentes: el maestro M iguel G imén ez Igualada, maestro y am igo incom parable, y un joven estudiante obrero, Arturo Rom o, que ayudaba en la C.T.M. a las arduas labores de la organización y la educación y que, al mismo tiempo, sin extraviar su inquietud social, estudiaba co n ahínco y vivía pegado a la palabra del m aestro
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(Después he escrito un libro: Imagen de un hombre libre; pero sie nto -ya pasados los años- que no supe, que no pude, que fui impotente, para captar el retrato de aquel fuego excepcional que puso en su palabra; de aquel porta rse com o hom bre que respiraba bondad y cuya m ano estaba conform ada para gotear generosidades. M erino nos llevó al café para que lo tratá ram os; después, lo amamos. Todo el clan Muñoz Cota lo ama. Su muerte ha dejado una cicatriz de ausen cias incurables.) Merino murió trágicamente. Al cerrarse las puertas automáticas de un tranvía, golpearon la cabeza de nuestro compañero. Cuando llegó a su casa perdió el conocim iento. N o lo recuperó nunca. M urió en las tinieblas. Junto s, con el maestro Giménez Igualada, lo llevamos al cementerio. Arturo Romo frecuentaba al maestro Giménez Igualada. Ahí, cada dom ingo, conve rsábam os con él. Era un m uchac ho fresco, ingenuo, sencillo. Daba la imp resión de uno de esos provinc ianos, ed itado a la rústica, que dice las cosas con franque za y que no ha perdido el don m aravilloso de asombrarse. Frecuentó la clase de oratoria. Hablaba con fuego revolucionario. Se oponía a la violencia, era amable, cordial, solidario. Procuraba leer, aprove chan do sus escasas horas libres y, mientras tanto, trabajaba en la C.T.M., hablaba, y escribía algun as notas im portantes. Cu ando pa rtió el M aestro y nos dejó, con su hueco, un vacío en el alma, Arturo nos acompañó, ¡éramos tan pocos!, a depositar sus restos en tierra mexicana. De pronto, por los caminos de la C.T.M. a la que ha servido con lealtad y aprem io, A rturo se asom ó a la política. -N o me interesa ser diputado -n o s dijo - por la curul ni m enos por los
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Desde fuera no puedo más que hablar; desde adentro puedo fácilmente ayuda r a quienes m e lo pidan... N o tiene la vanidad de lo s conocim ientos y m enos aún la del verbo. Hubo oportunidad en que compitiera en un certamen de la palabra. Ganó el prim er lu gar. G anó con la energía de sus conviccio nes, con las em ociones de su obrerism o sincero. Aquí está, frente a mí, el modesto símbolo de su victoria en las lides oratorias. Es una sencilla figura que representa a un atleta portando la tea olím pica. U na inscripción subraya su triunfo. Arturo quiso ob sequiárm ela. Le rogué que la con servara para donarla a sus hijos cuand o se casara -ah o ra ya lo hizo -; pero él insistió en que quedara en nuestras manos. Todos los días lo recordamos al verla. Esta figura entraña un viejo y querido anhelo: el compromiso que tienen los intelectuales para unirse a los trabajadores en su lucha por la libertad. En la Cámara de Diputados no ha tratado de sobresalir. Ello le parecería demasiado burgués. La cultura no es un traje de luces con el que se hace el “paseíllo” para recog er aplausos v dianas en la plaza pública: la cultura es una sum a de con ocim ientos, de em ociones, de sensibilidad, de sueños, de realidades, de circunstancias, todo lo que se va sumando en el individuo, como m edios para un fin, y que sirven para que el hom bre se manifieste cabalm ente; nada más y nada menos que como un ho m b re.. V iéndolo vivir com o obrero, sabiendo que su hog ar es m odesto y florido de bondades y de sacrificios, pienso en las enseñanzas del maestro Giménez Igualada. La vida vale por la form a en que la vivim os. El hom bre es su conducta. N o es el pensam iento, no es el conocim iento y ni siquiera la erudició n; lo que significa en la vida es la conducta hum ana. Y entonces, el M aestro citaba aquella enigmática frase de Max Stimer, cuando comparaba su biografía -tan
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Brillar en el sitio donde se está. Brillar con la luz propia de la conducta cotidiana. Arturo Romo ha sido fiel a sus ideas. Iguala la existencia con su pensam iento . Se m antiene honrado. Santifica su hogar la pobreza y cuando uno se da a la fácil teor ía de que los líderes de los traba jado res so n ricos, A rturo se empe cina en co nservar su áurea pobreza. Hace poco lo oí hablar. Pronunciaba una oración fúnebre en memoria de un obrero recién m uerto. Exa ltó su virtud, cuand o es pecado hablar de virtude s; rindió hom enaje a su lealtad, cuand o es pre sea la política de la zancadilla; despe taló elogios para su fe en las clases humildes, cuando es táctica de lucha usar al proletariado como tema para vestirse los domingos y fiestas de guardar... Había calor en sus concep tos; se escond ía la pena, con sus lágrimas de contrab and o, al evocar la presencia del compañero ido. Los obreros son factor de cambio social. No serán los únicos mesías; no. Pero en las filas de los pobres, de los frustrados, de los m utilados, de los hambrientos, estarán ellos con sus banderas de harapos en lo alto. (Siento que estas palabras han confund ido mi intención claridosa; se han vuelto discursivas; pero es que cuando se encuentra uno a líderes honestos y pobres, se lle na el espíritu de fiesta, com o si fuera un D om in go de Ram os.) A rturo R om o no siente pasión por la política en sí. H a llegado a ella y continúa, como quien utiliza un medio eficaz para alcanzar fines humanos. El poder, sólo el poder, puede vendar heridas. Hasta ahora -piensa como Jules Renard- sólo los malos, los picaros, los maquiavélicos, han usado de la política. La política es mala; pues, ¡hagámosla buena!, como recalca Jules Renard, cuando los soñadores hagan política vencerán a los perversos y el mundo será bueno, con esperanzas, como lo sueñan los hombres buenos.
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m ás formal, sin dejar de ser amable. Es un p rovinciano cord ial, atento a lo que acaece en la m etrópoli; pero no dañ ado po r ella. N o nos sorprendería encontrarlo en una e squina im provisando una arenga en favo r de las clases oprimidas. Tiene m adera de revolucionario. Es homb re de m ontonera. La revolución le late en el costado izquierdo. A veces, sus palabras salen al aire con el puño en alto. Es tribunicio. N aturalm ente que su vida está por hacerse; se está haciendo. Vive el proceso de la m etam orfosis. N o intenta lucirse; no se acelera ; conserva su ritm o y su paso. ¿Llegará o no llegará? Esto es cuestión del destino que no lo angustia. A costum bra vestirse con un traje de serenidad inteligente y activa. Como si hubiera leído a los orientales y asimilado la filosofía de LaoTsé, no se enc oleriza, no se im pacienta, espera reposad am ente; sin que ello le impida el m ovim iento; pero com o el agua, no se estrella contra la roca sino que la rodea y la va venciend o poco a poco. Me pregunto si sabe a dónde quiere ir. Y, seguramente que no lo ignora y que, por ello, sus acciones son com o flechas disparadas a tiem po y sobre un blanco determ inado.
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ALTO, delgado, con buena presencia y vestido con esmero, Francisco Berlín Valenzuela, tuvo empeño para llegar a ser orador. Amaba el encanto de la pala bra. V ivía seducido por la incita ción de las tribunas, soñando tal vez, en el resplandor de una asamblea en donde el verbo incendiara las conciencias y arrebatara los ánim os. Francisco Berlín Valenzuela estaba agobiado por problemas con su voz; ello, no lo detenía en su empeño. Practicaba sus ejercicios con voluntad briosa, con un coraje tenso, con una determ inación heroica. Alicia, en nuestro hogar, lo ponía a leer en voz alta durante una o dos horas diarias, hasta qu e B erlín logró, ¡victoria de su carácter!, mo du lar su voz sin tropiezos y sin ruidos inoportunos y molestos. Fortaleció su volumen y logró, de este modo, un timbre agradable y elocuente. Berlín era disciplinado y constante. Su adem án tendía a ser arm onioso. Por aqu ellos d ías and aba enardecido con los quehaceres de la po lítica estudiantil y figuraba como candidato a la Presidencia de la Sociedad de Alumnos de la
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vez, un jov en del bando contrario q ue lo denostara injuriosam ente. Francisco, en esta ocasión, recog ió de inm ediato el guan te y replicó con p restancia, vigor, y entereza no ayuna de cólera. Era categórico en sus expresiones y cáustico en sus ataques y contraataques. Para ganar adeptos proyectó un sistema original. Conoció en nuestra casa a don Nicolás T. Bernal, el viejo compañero de Ricardo Flores Magón. Don N ico, no m ilitó en las filas activas del Partido Liberal, pero sí se acercó a Ricardo, le prestó servicios como compañero de enlace y, posteriormente, con ayuda de Adolfo de la Huerta y creo que con la protección de Vasconcelos, editó las obras de Flores Magón, las principales: Tribuna Roja, Sembrando Ideas, El Epistolario, etc. Con objeto de que hicieran ejercicios de voz, los alumnos leían los discursos libertarios de Ricardo. Particularm ente aquel pasaje frenético y avasallador que decia: “La libertad no se conquista de rodillas, sino de pie. Devolviendo golpe por golpe, infirie ndo herida por herida, m uerte por m uerte, hum illación por hum illación, castigo p or castigo. ¡Que corra la sangre a torrentes, ya que ella es el precio de la libertad!” o bien, aquella magnífica síntesis de nuestra historia nacional que principia: “C on ozc o al mex icano. L a historia nos dice lo pued e ha cer el mexicano. Abrid las páginas de ese gran libro que se llama historia de México y en ellas encontraréis los grandes hechos de nuestros h o m b re s.. . ” A Francisco Berlín lo enardecían estas arengas. Tuvo una idea especial. Una tarde llegó a la casa de don Nicolás y cargó su automóvil, hasta el tope, con todos los libros que encon tró de Ricardo. Lueg o, en su casa, los marcó con un sello con un lema de propaganda y su nombre y se dedicó a repartirlos a todos los estudiantes. A qu ella generación leyó a Ricardo F lores Magón. Ahora lo conoce.
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Valenzuela surgió de un paréntesis de silencio, nombrado Secretario General de Go bierno en el E stado de Veracruz. No corresponde a la intención de estos apuntes enjuiciar su gestión en su tierra. Berlín Valenzuela tuvo éxitos y reveses. Se ganó odios y querencias; pero él piensa que cumplió su deber y, desde su puesto ad m inistrativo, habló con frecuencia a nú cleos cam pesinos y a grupos obreros, tratando de orientarlos en la lucha histórica. Concluida su misión, Francisco ha retomado a la capital. No ha habido oportunidad de conversar con él, dedicado seguramente, a cualquier otra com isión; pero sé que continúa practicando , com o cuando era estudiante, sus ejercicios oratorios. Ahora está casado. Vive con comodidad. No olvida la política; pero tampoco la oratoria. Berlín Valenzuela es buen abogado. Ama su profesión. Fue estudiante asiduo y consciente de sus deberes. Lee sistemáticamente, sobre todo, Derecho. Está pendiente del mapa político y no deja de estar en contacto con las fuerzas conc urrentes qu e intervienen en el proceso histórico. La realidad del gobierno en un a entidad es com pleja. N o es tarea sencilla salvar la tram a de los intereses en jue go . Pero su G obe rnado r qued ó satisfecho con su colaboración y él, Francisco, como ya saboreó el poder, vive soñando en el retomo de las lides populares. El orador no puede permitirse el lujo de tener solución de continuidad en su vocación. H a de m anten er la edad estudiantil, con m ejores armas, com o si al día sigu iente fuera a presen tarse a un con curso o fuera a sub ir a la tribu na movido por el compromiso con el pueblo. Francisco Berlín Valenzuela no ha cam biado de fisonom ía. A lto, delgado,
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Mantiene idéntico entusiasmo, persistente fe, entusiasmo similar al de aquellos años en q ue leía a Ricardo y repartía los breves volú m ene s a guisa de propaganda para su lucha electo ral.
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CARLOS DOMENZÁIN DE LA CONCHA
UNA TARDE, en el amplio salón de clase de oratoria, en el Instituto de la Juventud, irrumpió un joven y breve estudiante de secundaria: Garlitos Domenzáin. Todavía traía los cuadernos escolares con la copia de poemas y apuntes de matemáticas. Era vivaz, inquieto, móvil y ruidoso. Hablaba con una voz vibrante, de barítono, casi de bajo , cuyo registro acentuaba prem editadam ente, para darse ínfulas de pe rsona ad ulta; pero era un chiquillo q ue, a lo mejor, todavía escondía en la bolsa de su saco, esos microcosmos de vidrio a colores, con los que se despierta la fantasía infantil. Sufría impaciencia por saberlo todo. Me bombardeaba a preguntas; pero algunas de ellas no llevaban la boleta de aprobado de sus clases de primaria. Esto nos desconcertaba. De pronto cuestionaba el nombre de Carlos Marx y luego, casi inmediatamente, levantaba la mano, como se hace en las aulas escolares, para ave riguar qué q uería decir: suavo. La historia de su prese ncia era sencilla. Se presentó al m aestro G uerra, jefe inm ediato de ac tividad es cu lturales, y le pidió lo inscribiera en declam ación . El
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H ablaba con vehem encia, con fuego. Traía el chispazo de elocuen cia que conm ueve a los que escuchan. Persuadido de que tenía que leer “con obstinado rigor”, se dedicó a descubrir sus clásicos y a escribir notas y comentarios. Aquel rapaz de baja estatura, delgado, con nariz prominente y ojos inquisitivos, “pajare ro” , nervioso, no guardaba ningú n respeto po r los m ayores de la clase, m ayores en e dad y en gobierno. Carlitos era uno de los hijos de la familia Domenzáin, probablemente de ascende ncia francesa. Pertenecía a la clase m edia acom oda da y mientras el padre -e d u c a d o com o un g en tlem an - desem peñaba un trabajo en una com pañía priv ada, la m adre, m ujer tierna y bondadosa, regenteaba un saló n de belleza de su propiedad. Los hermanos, mayores y menores que él, cursaban diferentes carreras. En la casa de Carlitos, tradicionalmente, rige una cortesía estricta extraída de los textos de Carreño. Se guardan celosam ente las convencionales fórm ulas de la bue na educ ación. A sí, aquel niño ve stido de jov en o aquel jove n disfrazado de niño, era pronunciadamente ceremonioso. Ello no impedía que se desbord ara su alegría de vivir y una corriente de simp atía y de ca lor humano que le ganaba el cariño de quienes lo trataban. Por eso nos conjuramos para llamarlo Carlitos; Carlos le quedaba holgado y Carlitos, en cambio, ajustaba con su talla desmedrada. En medio de muchachos como Celso, Fernando, A polonio, Jesús, M anuel, se perdía su figura desdibujada de niño precoz. R ecitaba a men udo y aunqu e el género de sus preferencias de entonces no escapa ba del an gustiado repertorio clásico, C arlitos era aplaudido y celebrado por su voz cálida y fle xible , sus adem anes ele gantes no exento s de teatralism o, su vibrante emoción y sus indiscutibles facultades escénicas. Una innata vis cómica lo llevaba a interpretar versos de corte humorístico; pero Carlitos padecía de ham bre de saber; andaba inquir ie ndo nom bres de auto res cele bres y devorand o sus obras. Lucía una m em oria privilegiada y, de este modo, se fue ganando a pulso de inteligencia, un lugar en medio de aquellos jóvenes
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pie l, com o u na segunda naturaleza. C arlitos era ale gre y decidor, conversador entusiasta, compañero cordial y sin embargo, comprometido para parecer hom bre adulto, no se perm itía confianzas ni, m eno s aún, expresione s vulgares. Aun en sus ratos de euforia -q u e eran los m ás - mantenían la distancia adecuada con la vigilancia que h ubiera gastado su padre con su edu cación inglesa. Se expresab a correctamen te, cuidadoso de su gram ática, y con seguridad, armado de lógica y de imaginación, lo que fortaleció la sospecha de que ya había ensayado en la Secundaria; pero no, Carlitos estuvo, verdaderamente, guiado y vigilado por un profesor de quien hablaba a menudo con devoción; pero no había ascendido a la tribuna. E ra un verbo-m oto r innato. C on él entraba en tela de juic io el viejo apo tegm a: el poeta nace; el orador se hace. N o siem pre es así. Los orado res tam bién na cen y, en cuanto a los poetas, se van haciendo agónicamente, como lo confiesa Rainer María Rilke en una de las páginas de su libro Los Cuadernos de Malta. La cosa es que cuando C arlitos pronunció su primera disertación lo hizo no sólo con acierto ideológico -sus lecturas-, sino con elegancia -s u po esía - y con elocuencia -s u tem peramento. Los aplau sos lo armaron c aballero andante. Ya no ne cesitaría emb orronar versos a hurtadillas. El poem a and aba entre líneas en las cláusu las de sus piezas oratorias. Cu ando llegó a la Prepa ratoria escogió la Cuatro pa ra segu ir con nosotros. Era estudioso, atento, cumplido. Por lo demás, creo que siempre perteneció a la ma sonería de los rom ánticos. El verso de Francisco G onz ález León , el poeta de Lagos de M oreno, pud o ha ber sido su divisa: “F ue m i libro de texto un am or escolar...” A band onó la dec lam ación y se dedicó exclusivam ente a sus clases y a la oratoria. Compartió la hora con los mayores de la escuela y del Instituto de la Juventud y jam ás q uedó mal. Era elegante sin buscarlo. M odu laba sus frases y exponía con v igoro sa lógica sus argum entaciones. Ya ha blaba d e tú con los
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del Distrito Federal y, ya campeón, se preparó para el encuentro nacional que iba a celebrarse en la ciudad de Puebla. Repasó lecturas y resúmenes, ensayó la lectura en voz alta, se puso en form a atlética. Yo estaba enfermo seriam ente; pero lo acom pañam os a Puebla. De entrada, la impresión fue desesperante. Grupos de vándalos, que no seres civilizados, gritaban injurias para todos los participantes de los Estados y particularmente en contra del Distrito Federal. A leguas se veía el efecto del alcohol; se lucían, ostensiblemente, pistolas, y los rostros congestionados eran una constante am enaza. C arlitos tenía que hablar. No era dable esp erar que la eloc ue ncia realizara el milagro de ap acigu ar a las fieras. A quello ob ede cía a un plan que se cum plía literalmente. Mientras el representante de Puebla -de cuyo nombre no quiero aco rdarm e- era escuchado con devoto silencio, ninguno de los campeon es de los Estados, incluyendo a Carlitos, pudo ser oído en medio de una terrible, de una feroz, de una bárbara algarabía, matizada con injurias soeces. N o lo deja ron hablar. G anó el de Puebla. Tuvim os que regresar con la derrota a cuestas, pesada como una maldición, angustiosa como una carga de sombras sin estrellas. Ca rlitos a paren tó has ta el últim o instante un espíritu dep ortivo y festival. Por fuerza eran comentarios regocijados y hasta frívolos; pero Alicia y yo com prendim os, en silencio, que estábamo s asistiendo a la m uerte de un pequeño gran camp eón. A partir de esa encrucijada de maleantes, Carlitos cambió de carácter. Desistió, com o principio, de ser abogado. Sin perder la edu cació n, ni sus finos
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Alguien le dijo que en la ciudad de Guanajuato, única en su belleza, dictaba cátedra un famoso maestro de los refugiados españoles, quien era filósofo y ahí podría arquitecturar una carrera brillante de filosofía. Fue a Guanajuato. Algo le disgustó porque, al fin, no hizo el cambio. Entonces, no sé cómo se orientó hacia el estudio de las computadoras IBM, y a eso se dedicó definitivamente. Ahora, ya con su propia familia, su esposa, clásico ejemplo de esposa m exicana, sus dos hijas encantad oras y el último, varón que recoge la antorcha del nombre del abuelo, Carlitos es feliz. Lee mucho. Ha triunfado en su especialidad y gana dinero. Es jefe. Físicamente no ha cambiado mucho, aunque luzca un bigote con audacias de gente mayor. Sigue siendo cortés y educado, alegre y decidor, sigue teniendo sus ojos animados con asombros y exclamaciones súbitas, sus preguntas, sus inquietudes, se le ha despertado afición a la música y escucha, en el fervor del hogar, su colección de discos. Cuando llega a vernos, muy frecuentemente, no hablamos de esos días, ni men cionam os la palab ra Puebla. Es un paréntesis. N os relata sus incidentes profesionales, sus ascensos, sus pla nes. A veces, sus lectu ras. Su fam ilia sig ue, más o meno s, lo mismo . Se han ido casando los hermanos, m ujeres y hombres; su madre, tierna y cariñosa, su padre, inglés hasta en sus enfermedades que soporta con altiva serenidad, y él, Carlitos, con su talento excepcional y su em oción a flor de piel. Carlitos, jacarandoso, optimista, bonachón, ya no recita aquellas enormes tragedias, “¿Por qué me quité del vicio?”, ni tampoco “El brindis del bohemio”; ya no pronuncia discursos con sus ademanes largos, sinuosos, su voz aba ritona da con registros bajos; pero continúa siendo un niño que a .la mitad de una conversación la interrumpe para preguntar ingenuamente qué quiere decir una palabra y, luego, ríe, con risa traviesa, recobra sus modales y escucha atento y perplejo, caballero educado y cortés, salido del Manual de Carreño.
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ÓSCAR MOGUEL BALLADO
DE BA JA estatura, delgado, m oreno, con sus anteojos oscuros, así aparece el jo v en invidente O scar M oguel. Tiene, como todos los ciegos, inseguridad en sus movimientos; algo de espectro que se desliza con desconfianza, con timidez o con torpeza. El jov en estudiante ciego es un enigm a para nosotros. Jamás penetrarem os a su mundo. Es un universo especial el que nos insinúan, puesto que los invidentes no se atreven o no saben describirnos el paisaje que los circunda. El invidente sufre la natural discriminación que padece; discriminación a la que lo condenan o a la que se condenan; pero es otra atmósfera la que lo envuelve y lo condiciona. La voz m isma no parece ser natural. Es una vo z indeterminada, oscurecida y, al mismo tiempo, iluminada por una serie de relámpagos propios. Como si intuyéram os que un invide nte vive dos niveles de símbo los. U n nivel a la altura de nosotros, los que vemos; pero que somos incapaces de definir las cosas que aun enfren te se nos huye n, y otro nivel que por ser tan distinto se enc uen tra más allá de una posible connotación. No nos dirán nada. C ontinuarem os ignorando de qué co lor im aginan nu estras voces; qué son, para ellos, los paisajes y la luz,
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secundaria. secundaria. C onoc ía varios varios libros, libros, leídos leídos fatigosamente, fatigosamente, por sus com pañe ros y amigos. E scuch aba m úsica, se se fascinaba con la poe sía y se se com portab a cordial cordial y amistosamente con todo el mundo. Sólo sus adema nes eran torpes. torpes. B uscaba algo algo en el el vacío; quizá m ovía los br b r a z o s c o m o si e s t u v i e r a n a d a n d o . S u v o z , p r o p e n s a a l g r ito it o , n o e n c o n t r a b a la ju j u s t a u b ic a c ió n ; p e r o s u s p e n s a m i e n t o s e r a n b r i l la n t e s y s u s i m á g e n e s , c u a n d o las empleaba, eran bonitas. Es verdad que los ciegos ciegos desarrollan, en compe nsación, sus otros sentidos; sentidos; que afinan afinan su m em oria; que su poder de retención retención es sorprendente. Pero hay algo más maravilloso: es el quinto sentido que los ayuda. Como si presintieran los cuerpos, los bultos, los volúmenes, así esquivan los encuentros que pued en dañarlos. dañarlos. O scar se se m aneja con seguridad. Recuerda un plano invisible y va derecho a sus objetivos como si una visión interior le dibujara los mapas de las cosas y de la gente. Al estrechar la mano ya sabe con quién habla. A veces las siente, las pr p r e s i e n te y l la m a p o r s u n o m b r e a q u ie n e s tá e n f r e n te . D i c e la h i s t o r i a q u e M ilton ilton era ciego; igual lim lim itación itación afectaba a Hom ero. En nu estro med io hum ilde ilde algunos cantantes son invidentes. Tienen una emoción fresca, una sensibilidad estremecida los precede. Uno se pregunta ¿cuál será el paisaje que miran por dentro? Porqu e a lgo tienen tienen q ué ver, ver, qué soñar, soñar, qué imaginar. Y lo grav e es que no lo dirán, dirán, quizá porque ni ellos ellos mismos han apren dido cóm o decirlo. decirlo. Alicia Pérez Salazar y yo, hemos tenido algunos amigos invidentes. Solíamos frecuentar la amistad de uno también inteligente. Tenía alma de artista. Al través de sus tinieblas lo guiaba un perro educado especialmente; pe p e r o u n a n o c h e v i m o s c ó m o lo g o lp e a b a , el n o b l e a n im a l s o p o r t a b a el c a s tig ti g o sin encolerizarse. Esto nos alejó de su contacto. Pudimos entender su rabia;
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La inteligencia brillante de Oscar nos entusiasmó de inmediato. N o s d e d i c a m o s , a m b o s , a p r e p a r a r lo . A l i c i a le ía p a r a é l i m p o r t a n t e s lib li b ro s . Tres, cuatro horas de lectura y, luego, otras horas de obligarlo a hablar, de hacer ejercicios con la voz, hasta que le quitamos un sonsonete falso que lo caracterizaba y los ademanes rígidos. Llegó a hablar con naturalidad, con acento lim pio, el suyo, sin falsear falsear las tonalidad es de su acen to propio. Una y otra vez improvisando discursos. Improvisar es tan simple como el usar de lo que ya sabemos. En cierto modo no se improvisa, se dice lo que uno trae gu arda do en la caja fuerte fuerte del cerebro y de la m em oria. Es un juego divertido que a lgun os llam an asociació n de ideas. Este es el el secreto y no otro. otro. Al hab lar no inventam os cosas, expresam os lo que hem os pensado desde antes, desde quién sabe cuándo. Oscar se comunicaba con su auditorio invisible, tal vez imaginándolo, con llane llane za y con fluidez. fluidez. Su m em oria, digo, es prodigiosa. prodigiosa. U na vez, tenía que presentarse a examen de D erecho P enal.. Sus am igos, frente frente a un a grabad ora, leye ron el texto. Oscar los escuchó. escuchó. Lue go, puso a funcionar la m áquina y v olvió olvió a escu char lo que el el libro libro decía. Fu e suficiente. suficiente. El exam en fue brillante, brillante, m uy brillante. brillante. Oyendo leer aprendió historia de México; conoció algunos libros, libros literarios; tuvo temas para meditar en tomo a cuestiones de sociología y de filosofía, también de arte y de poesía. Cuando llegó al concurso fue invencible. El público, ya impresionado po p o r el a s p e c to d e a q u e l h o m b r e c ito it o d e s m e d r a d o y c ie g o , se d e ja b a a rre rr e b a ta r po p o r la e m o c i ó n q u e e s c u r r í a d e c a d a u n a d e s u s p a la b r a s . L o a p la u d ía n arrebatadam ente. O scar los em ocionaba, los los enardecía, enardecía, los desquiciaba. desquicia ba. El certamen nacional se celebró en La Paz, Baja California Sur. Era dramático escucharlo ponderar el paisaje, tal y como lo veía con su
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El mar se tiende de horizonte a horizonte como raptado por una red de oro. El m ar está en todas partes. Todas las cosa s se llenan de mar. Ha y m ar en la voz, en los ojos, en el silencio. O scar hab ló lleno de mar. El m ar y el cielo. Fue una noche m ilagrosa. Si milagro es el encuentro con valores superiores del espíritu, aquella contienda noble y gene rosa de la palabra, fue, realme realme nte, un alarde alarde de m ilagrerí ilagrería. a. Ga nó O scar. scar. M ientras ientras se dictaba el fall fallo, o, nosotros nosotros son reíam os y él, como si estuv iera viend o al púb lico de pie, pie, generoso , entusiasm ado , vibran te, sonreía también. Y era una sonrisa de misterio. Porque todo sonreía menos sus ojos abism áticos, m isteriosos, isteriosos, insonda bles, cubiertos cubiertos por sus lentes oscuros. De cuando en vez lo escuchamos en diferentes escenarios. Le gusta la política. El verbo lo llevó a la presidencia de la Sociedad de Alumnos de Jurisprudencia. De pronto andaba en cuerda de peligros. Pero salía indemne. De pronto temblaba en la cercanía del amor. Pero esta prueba era terrible, dramática, desgajante. Invitaba a la joven al cine, al ballet, a los espectáculos interesantes. Y gozaba con los comentarios, como si cada palabra oída le introdujera un trozo trozo de la visión que todo s gozaban. Entonces él, dueño de su prop ia visi visión, ón, seguram ente m ás sutil y herm osa, la recreaba recreaba gozán dola infinit infinitam am ente. O scar estaba en am orado del amor. amor. A m aba en el am or a la luz y al contorno de las formas. Cuando se recibió de abogado, el examen fue excepcional. Rápido, erudito, elocuente, ganó el elogio de los miembros del Jurado.
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Una ocasión nos trajo a su esposa. Una chica del norte de la República. Joven, esbelta, con la ternura en los ojos. Lo amaba con admiración. No es posible definir sus em ociones; pero la unción con que lo trata perm ite el juicio aproximado. O scar continúa visitándonos. No tan frecuentemen te com o antes, porque ahora trabaja como secretario privado de un funcionario; pero sí llega y no olvida sus pasos. Penetra a la sala y va directamente a su sillón, sin titubeos, con firmeza. Su charla es como antaño, fluida e inteligente. Relata sus experiencias. Intuye el color de la gente con quien habla. Intuye certeramente los rasgos generales. Saluda con fuerza, como si quisiera probamos que es un hombre vigoroso que no necesita de la compasión de nadie. Sus padres están orgullosos; tam bién sus herm anos. quieren, lo cuidan , lo acom pañ an y lo admiran.
Sus am igos lo
O scar M ogu el no g usta de encerrarse dentro de la tribun a; se sale de ella. Tampoco gusta de los micrófonos. Los aleja. Es como si rehuyendo de estos artificios recobrara espacio para sus alas y estuviera gozoso de emprender el vuelo. Vuela cuando habla; aumenta la estatura; de su cuerpo menudo y enflaqu ecido, sa len llam as; todo él arde, arde, y es un incend io total su discurso, el discurso de un jo v en invidente.
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GILBERTO FERNÁNDEZ ARVIZU
ALTO, flaco, distraído, como signo de admiración en papel blanco, como Quijote moderno, con un rostro esfuminado, entre absorto y triste, fuera de lugar, caído de quién sabe dónde, así se presentó Gilberto Fernández Arvizu. Co n inteligenc ia brillante es cond ida tras de su tim idez y lo desg ajado de sus ademanes; estudioso metódico, con ansias de saber, vocación de sabio, de m atem ático, de profe sor de física y, sin em bargo, sen sible al arte. Rara vez reía, cierto; pero cuando reía su risa era aniñada, ruidosa, pueble rin a. N o cam inaba, a pesar de sus largas zancadas, sino que daba la id ea de alguien que se desplaza súbitamente, fantasmal. Había que conversar con él profundamente, sacarle la confianza y, entonces, se enco ntraba uno con la lucha interna -e n tre dos ag u as - de un futuro economista, plagado de doctrinas y de marxismo, y su secreto corazón de artista vergonz ante. Seguro que había leído a Platón, antes de que leyera a Lenin; sólo que ya no tenía tiempo para polemizar con él mismo. Se respetaba tal y como era,
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Vivía solo en un departamento que le pagaba la familia. No podía estar con su m adre, que viajaba m ucho, y no se detenía más que tem poradas al lado de su abuela. Es hijo único. Ex trem adam ente pudoroso con sus emociones. U na em oción lim pia, de niño precoz, enam orado de poem as y de pájaros, en conflicto con los imperativos de una razón qu e disciplinab a los sentimientos y le exigía un a piel du ra y resistente. Esto lo llevó a la oratoria. Su discurso vigilado co n du reza, ex pu lsaba de su Re pú blica a los artistas y a los poetas. E ra adicto a la razó n pu ra. Vestía con dialécticas su pensamiento. Lo ex traordinario era su afición a la m úsica y, particularme nte, a la batería como instrumento, que practicaba con asiduidad y discreción. Llegué a oírle un concierto de batería, un ritmo africano, contundente, extrem oso, q ue sa cud ía los nervios y erizaba las pasiones; e ra un artista rotundo, vigoroso, emotivo. Cuando acababa de tocar su instrumento, que le servía, digo yo, de catarsis, Gilberto recuperaba su aire de ausente de este mundo, cofrade de los aparecidos y los encantamientos, como Garizurieta, como Efrén Hernández, los desclasad os de la realidad, ciuda dano s de la magia. De pronto se recibió de licenciado en economía. No pareció muy satisfecho. Las objeciones de sus sinodales, su fiereza para interrogarlo, le arañaron la sensibilidad; no era lo que ambicionaba, seguro de lucirse dadas las horas y horas consumidas en un aprendizaje con los puños cerrados. Pocos meses después, emprendió un nuevo viaje hacia Europa. Fue a doctorarse a París. Ahí en París -creo- sentíase más a gusto; podía deslizarse como el perfecto desconocido por las calles de su literatura y su arquitectura de sueños. Es posible que en su vida hayan cruzado algunas mujeres, es posible;
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A hora está en Alem ania. El rigor teutónico ajustará las piezas sueltas de su carácter. No se ha definido. Sufre el conflic to de su auténtica vocación; el choque dialéctico de su convicción. N o sería im posible que nos resulta ra, a tiem po, consagrado a la literatura. Para nosotros -q uie ne s lo qu erem os- está armado para escribir; quizá si se lo pro pu siera fue ra filósofo; pod ría llega r a ser nov elista. D ibuja con so ltura; sus dibujos movidos en atmósfera mágica, se burlan del realismo. Hay poesía atormentada en las líneas, la subconciencia le hace trampas; pero Gilberto saldrá a la luz, madurará y dará su fruto a tiempo, como dice el salmista. Una vieja tim idez lo acom pañ a vestida de incógnita, luciendo su máscara. El mismo negará que es tímido, pero lo delatan sus manos inciertas, sus ojos, su voz que titubea y a nda a tum bos de pasión y de miedo. ¡Quién sabe a qué le teme; pero Gilberto tiene miedo a vivir! Quizá por ello v iaja con tanta frecuencia, porque no ha ad quirido la segu ridad de plantar su tienda, de anclar su barco y anda con su cielo sin ancla. A m a la am istad; es rom ántico de la am istad; caballero sin tacha; esconde su cariño, no lo prodiga; pero están humedecidos sus ojos y estremecidas sus m anos, para recibir a los amigos. Este niño estirado, enflaquecido, como un Q uijote sin arreos de ca ballería, con un libro bajo el brazo, con sus lecturas rojas de solidaridad humana, con su voz hecha para las barricadas y condenada a cuidar expediente sobre el escritorio de un despacho. Todo, hasta que suelte la voluntad y arroje timidez y complejos por la ventana.
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Tiene un talento ocupado en diferentes atenciones; cuando suene su aurora, no antes ni después, Gilberto adquirirá su imagen cabal y exacta. A no ser que los mares que cruza con tanto afán y anhelo, lo devoren com o dev ora la selva a los viajeros. Ha y q ue esp erarlo. El tam bién se espera, vigilante, alerta, porque tiene la certeza que frente a su casa va a pasar, buscándolo, un alba especial, con dedicatoria, exclusiva, el alba que le corresponde.
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MANUEL CASTRO DELGADO
UN JOVEN médico, el pelo largo y a la moda; la cara redonda, los anteojos intelectuales que le provocan más edad y una seriedad prematura; bajo de estatura y entrado en carnes. Así, el doctor M anuel C astro atiende su consultorio en la ciudad de Ca borca, en el Estado de Sonora. Llegó a esta población ya casado y con un hijito. Llegó a de sem peñ ar su servicio social. En contró, por supuesto, la hostilidad p rofesional, ad em ás de un calor desesperante. Pero se fueron aclimatando. Ahora están enamorados del severo paisaje y enamorados del carácter bronco, pero franco, de estos varones dedicados a sus labores agrícolas y com erciales, pero que llegan con fe a buscarlo para que los alivie de sus enferm edad es. Y com o M anuel es un fanático de su profesión, nació para eso, poco a poco se ha ido ganando una numerosa, clientela que lo ama y le respeta. Estudió en la misma Preparatoria. Es de la generación de Domenzáin, de Gilberto, de Arturo, de Juan, era, probablemente, el que más visible temperamento estético tenía. Le gustaba cantar. Poseed or de una bon ita voz, con un tim bre a tenorado
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La cirugía, solía decir, es una de las bellas artes. No concibo una intervención quirúrgica si no se hace con la emoción de un poeta que está escribiendo una trage dia esquiliana. Se casó pronto con una muchacha sencilla, dulce, tierna. Son felices. M anuel tiene un ca rácter violento; tangente al pleito y a los golpes, cuan do era estudiante gustaba de liarse en problemas de esa índole. N o sé cóm o llegó a la clase de orato ria . Lo tom ó en serio , se puso a hacer ejercicios de voz, a cuidar sus ademanes, a ensayar sus cláusulas. Cuando llegó la época del concurso preparatoriano, Manuel Castro se inscribió con gran sorpresa de sus compañeros. Habló bien. Un discurso ambivalente, entre lírico y científico. Lo artista y lo sabio le salieron a flote. Ga nó un tercer lugar, precisam ente cuando C arlitos D om enzáin era el vencedor. Manuelito Castro no perdió su buen humor. Cantó la noche del triunfo de su amigo y se prometió seguir adelante para mejorar su capacidad recién descubierta. Luego, lo absorvió la Facultad de Medicina. El internado, las escapadas a hurtadillas a las salas de operaciones para ver a los maestros. Ya estaba definida su vocación. Cantó, pero con menos frecuencia. Todo el se consagró a la med icina. Manuelito proviene de una familia modesta. Su padre trabaja en el Rastro de la Ciudad y ahí entró, él también cuando estudiante para ganar unos centavos y ayudarse. Era un trabajo rudo. sus hazañas en el Rastro; m edicina -co m en tab a - es oficio satisface los íntimo s
Pero Manuelito no se quejaba. Pocos supieron de estaba contento. Fue un estudiante cumplido. La apasionante. Es una lucha con tra la muerte y este pro pósitos de ay udar a los demás.
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Cuando se exam inó -y a exam en últim o-n o estaba nervioso ni intranquilo porque tenía la conciencia de sus conocim ie ntos. Se tiene fe. Sabe que cada enfermo le ense ña un a lección suprema. Estudia siemp re, estudia. Tal vez hu biera llegado a ser buen orador o buen can tante; pero hab ríamos perdido un m agnífico gale no. Los médicos, en México, tienen cierta inclinación para la literatura y el arte y tam bién p ara la política. Es un capítulo interesante estudiar su presencia en el campo de la cultura. Enrique G onzález M artínez, poeta maestro de las m odernas generaciones; M ariano Azuela, creado r de la novela con temas revolucionarios, autor de “L os de aba jo”, “L a m alhora ”, y, sobre todo, iniciador de este género qu e luego iba a florecer con Rafael F. Mu ñoz, con M artín Luis Gu zm án, con Nelly Cam pobello y tantos otros. Enrique G onzález M artínez y M ariano Azuela fueron m édicos y ejercieron su profesión. E stán, el doc tor Dublán, el doctor M arín, en las artes plásticas y en cuanto a la política son num erosos. Manuelito Castro se dedicó sólo a la medicina, pero, en el fondo, sigue siendo un rom ántico y un sentimental, que gusta de la m úsica y no se olvida de las em ocion es oratorias, del placer de ab ordar una tribuna. ¡Quién sabe! Allá está, en Caborca, en diálogo con paisajes broncos y creadores. Los hom bres son recios, de una pieza, pero son emotivos y sinceros. El sonorense es activo, em prend edo r, pujante; varón de carácter. Son ora es tierra de prom isión. Carece de agua en determinados sitios; pero ahora que principia la era de la energía solar, aplicada a las zonas desérticas, S onora ab rirá su futuro h acia el infinito. Manuelito Castro se ha aclimatado espiritualmente allá. Es difícil que
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Manuel Castro así lo siente. Es un placer inexplicable cuando se hunde el bisturí en la carne del enfermo y una luz interior nos asegura que vamos a ven cer a la m uerte. A sí lo cree y así lo dice.
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VIRGILIO MORLÁN CONTRERAS
ALTO, delgad o, m oreno, duro y atlético, Virgilio M orlán no ac aba de ubicarse en la urbe. Vive exiliado del surco don de sus anc estros han fructificado . S erio, grave y silencioso, lee y repasa a sus clásicos. Venera a Cicerón y a menudo lo dice en voz alta frente a su jov en esposa, toda curiosidad y a m bición de saber. Hizo sus estudios para abogado, mientras trabajaba en un despacho litigando. C oncu rría a clases. Paradójicamente no habla, escucha; pero siente la alegría creadora de la tribuna. Ya dentro de ella, despierta un fuego en sus ojos, habitualmente en duermevela y cobra vigor su acento. Trata de ser otro hombre, vencer su timidez espinosa , transform ar su calm a en ejercicios de tensión nerviosa. Sin embargo, siempre tuvimos la idea de que algo detenía la libre expresión de Virgilio; no acaba de entregarse; una oculta fuerza lo alejaba de su discurso. Por razones estrictamente telúricas, Virgilio es revolucionario. ¿Podría
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Hubo época en que reunió a un grupo de jóvenes de su generación. Ibanse a campo descubierto para hacer ejercicio. Corrían, escalaban montes. Emprendían marchas forzadas. Esto, más que saberlo lo intuimos, porque el sigilo era una especie de norm a vigente. Cuando se trataba algo relativo a las hazañas revolucionarias en otros países, V irgilio sonreía con una sonrisa apenas esbozada, un tanto triste y no profería p alabra alg una. Se desp osó pronto con una m uch acha estudiante. E lla es dulce y buena. A cep ta todo lo de él. No h a proferido ni que ja ni protesta. Tienen do s hijos. El día de su exa m en profesional, pasó un trago am argo. L a tesis versaba sobre el paso de la sociedad capitalista a la sociedad socialista, o algo por el estilo. Los maestros, miembros del Jurado, fueron crueles. Lo asediaron, lo acosaron sin piedad , se adivina ba el deseo recónd ito de destrozarlo. Y no pudo venc er su tim idez. Todos sufrimos. Los exám enes son, adem ás de superfluos y falsos, despiadad os. C ada uno de los sinod ales se ha propuesto lucirse a co sta del desventurado alum no, y, luego, felicitarlo com o un don que se reparte misericordiosam ente. Virgilio, con su rostro impasible, solemne, lejano, soportó aquella lluvia casi sin pestañear. D e cuand o en ve z lim piaba el sudor con discreción. Terminado el acto, no se quejó ni comentó acremente. En casa de la familia hub o un a gasajo. Virgilio, satisfecho , com o quien se ha despo jado de un m artirio, aceptaba con buen talante hab er sido golpead o con justicia.
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Creo que no ha vu elto a hab lar en público, cuando m enos en esta ciudad. Probablem ente en su pueblo - é l es de Cuautitlán, Estado de M éx ico - frente a grupos de cam pesinos. N o sé si ha leído a Thoreau. Pero es partidario de la vida en el cam po. Siem pre ha soña do con una casita de m adera, sembrar su ped azo de tierra y vivir con su trabajo. Después, el tiempo libre, dedicarlo totalmente a la lectura. N o obstante es difícil la lucha diaria . L itigar no garantiza, sin influencias, un a entrad a regular. Y su esp osa y él han pa sado ho ras duras, de estricto espíritu estoico. N o sé qué proyectos tengan para el futu ro. N o sé si todavía hoy continúa haciendo ejercicio; si sus amigos se reúnen y practican y sueñan con una transformación de estructuras. Pero sigue siendo el muchacho serio, formal, reconcentrado, intro vertido. Se supo ne q ue ha de ser violento. ¡Qué c ontrol tiene sobre s i! N o m anifiesta cólera y ni siqu iera imp acien cia. S u tem ple natural, su raíz indígena , le dan una seguridad interior que no co rresponde a la timidez que lo caracteriza. El enigma de Virgilio Morlán es posible que no lo hayan notado sus com pañe ros que sólo advirtieron sus dificultades técnicas para hablar; pero no sería nada extraño que llegara a ser un vocero de sus ideales de reformad or, de rebelde, de inconforme constante. La rebeld ía ma du ra dentro. Com o raíces ansiosas de libertad, crecen los días y las noch es en un constante entrenamiento espiritual. Mientras lee, lee con furia, como quien se entrena para un evento deportivo.
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Oscilan en su existir altas y bajas económicas; pero ni en uno ni en otro caso, se altera su apariencia fría, equidistante, de hombre solemnemente triste. Lo evo co cuan do ha blaba en clase. Escapab a de Jurisprudenc ia y llegaba corriendo a la Preparatoria. Doblaba ligeramente su cuerpo alargado, agitaba sus brazos y con buena v oz arrem etía -e s te es el v e rb o - contr a abusos y tr opelías del siste m a. Hablaba a favor de los humildes. Hablaba; pero nadie hubiera sospechado en él a un inquieto soñador, a un incendio oculto que iba creciendo y creciendo interminablemente.
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JOSÉ MONROY ZORRIVAS
ER A UN ado lescente, casi niño, cuand o llegó a la Prep aratoria. Alto, delgado, atlético, rubio con ojos azules, el pelo largo y atuendo moderno, alegre, desenfadado y retozón. Sin embargo, tras de esta eufórica apariencia atisbaba al porvenir un hombrecito serio, responsable, ávido de cultura. Gustaba de decir poemas. Su voz, bien timbrada, potente, maleable; su porte erg uid o, con distinción, con firmeza; sus adem anes severos y discreto s, presta ban al poem a, con la exacta dim ensió n, una natu raleza recia y a tono con las exigencias de la estética mo derna, lejos ya, por fortuna, de los declamad ores de pasión a gritos. José M onroy, trataba de c onc iliar su afición a la educac ión física, deportes, caminatas, cuidando de sus músculos alargados, con su vocación definida de intelectual en ciernes. Era un estudiante especial que no faltaba a clases, que preparaba sus temas, que cuidaba de sus modales y de sus atenciones. Después, era un ágil jugador de fútb ol y un consta nte asistente al gim nasio . En aquel período se
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E xistía una co rriente de interés por el teatro, así que, frente a un próxim o concurso, José multiplicó los ensayos. El dirigía, actuaba, diseñaba las decoraciones. Estaba en todo. Además, memorizaba un poema escrito por su m adre para com petir con él en el capítulo de la declama ción. Se entusiasmó po r el certam en de oratoria. D ecididam ente era polifacético. Su dinam ism o no p are cía contar con los relojes. A largab a las ho ras y, lo mejor, alargaba también la sonrisa, el brillo travieso de sus ojos y el cuidado severo de sus m úsculos. Ganó el primer lugar en declamación. Lo ganó fácilmente. Su voz y su emoción escénica lo coronaron con la victoria; quedaron en segundo lugar en la comp etencia teatral; pero su victoria fue arrolladora en la jus ta del verbo. José tiene prestancia, una y a firme cultura preparatoriana, voz impostada, ademanes exactos, y, evidente emoción que cautiva al auditorio. Habíamos cuidado de aconsejarle lecturas; pero, él por su parte, además, había escuchado los secretos consejos de su tía, una profesora que ama los libros tanto como a los niños. Ella, tras de las bambalinas, apuntó sabiamente la presentación de aquel jove n, casi un adolescente. Hay que verlo en la tribuna. Su porte se transforma radicalmente. Crece en edad, com o crece en sabiduría y en fuerza m agnética. H ay un hilo conductor entre el público y el m ozo que se agiga nta para soltar las palab ras desd e arriba. Se equivocará quien juzg ue que recita una pieza -c o n los recursos técnicos de su afición teatral, cálida y hasta orgiástica-, porque ya en su responsabilidad sostiene la dura actitud de quien deslinda caminos y rumbos adecuados para que los otros, sus hermanos, los hombres, localicen la verdad, la belleza y la justicia. Es obvio que Monroy ha educado su personalidad, reciamente forjada, con la férrea disciplina de un asceta. Viéndolo entrenarse tan corajudamente, con tanto ahínco, es que com prendim os la escuela de voluntad que desarrollaban
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suma impo rtancia. El p ueblo entero se apasiona por la prueba. Los p rem ios son fastuosos y, como es concurso abierto, llegan a Milpa Alta, representantes de casi todas las Facultades de la Universidad. Hay un grupo de heroicos profesores de Primaria y de Secundaria que organizan los concursos anualmente. Un p úblico sagaz, ca librador ecuánime de méritos y de errores, estimu laba con su aplauso oportuno los aciertos de los noveles tribunos. Aquella noche estuvieron en la epop eya del cerebro, alumnos de L eyes, de Ciencias Políticas, de la Normal, de otras Preparatorias. Pepe Monroy, sobre los coturnos de la inspiración, tronó sus cláusulas, relam pagueó su emoción y, ya en la prueba de improvisación, crecido, fulgurante, provocó una tempestad de aclamaciones en el auditorio, integrado por profesores, clase media y un compacto número de campesinos. Fue su bautismo de fuego. Ahí se consagró su verbo. Y, a partir de esa fecha, varios concursos fueron sencillas banderas que ganó limpiamente. Ahora, ya en Leyes, José Monroy conserva la propia estimación como norma moral. Entendió la filosofía de la dignidad humana y ha pasado por encima de las tenaces llamadas de la política estudiantil y no es que la política sea un quehacer inferior necesariamente, es que lo han manchado y confundido con un queh acer bajo y terriblem ente peligroso. Se ha ganado un empleo, modesto y decente, en el Departamento del Distrito Federal. Es el maestro de ceremonias cívicas organizadas por esa depen dencia y, en algunas ocasiones, aparece com o orador oficial. Hace poco tiem po lo escuché durante una ceremonia conm ovedora para mí. Me tributaro n un hom ena je en el An fiteatro Bolívar. H ubo cuatro oradores: José Monroy Zorrivas, Oscar Moguel, Jorge Montúfar y Augusto Ponce Coronado. José M onroy ha madurado.
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florecen y dan fruto a su tiem po y su hoja no cae. El m aestro e nseña, es cierto; pero tam bién recibe una constante cáte dra de los alu m nos. La orato ria no es una profes ión en sí. N o se estudia para ser orador. N o se aprende la elocuencia. La oratoria es un m edio, el m ás bello, de com unicam os con el prój imo y de transm itirle la buena n ueva o lo que j uzgam os, sinceramente, como la verdad. El o rador es un misionero. Y el quehacer que imp lica una m isión es llevar a los otros, la esencia de un evangelio reconocidamente prometedor. José M onroy Zo rrivas levanta hoy en sus manos la antorcha que ilumina, la que recibió de otros oradores, mayores en edad, en saber y en experiencia. Con su paso gimnástico, seguro, corre su carrera. Nadie podrá vaticinar su destino, pero de antemano intuimos que este joven atleta de la palabra, podrá repetir mañana -un mañana cualquiera- la hermosa sentencia de Pablo, el Tarso: “H e p eleado la bue na batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.” Todavía hoy, conserv a su apariencia de m uchacho sano, con apariencia de jo ven m oderno, inquieto , ale gre, dinám ic o, con ánim o creativo, y todavía hoy, sigue enam orado de los versos, del teatro, del verbo; continúa esforzándose por reconc iliar su edu cación física, con su educación moral y su vocación artística. M adura dentro de un m arco de sencillez y de vigilante y austera conducta. Hay que esp erar a que llegue, puntual a la cita, con su d estino.
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VE O JU G A R a mi nieta A licia Muñoz Co ta Callejas, Oigo su extraño lenguaje; la formación de pequeños sonidos ininteligibles que revelan, ya su vocación musical por las palabras. La veo mover su año y medio, como una pelotita a colores, como un sueño con alas. Y pienso suscintamente en mi existencia. Tengo tres hijos. Po r orden cronológico: B lanca Esther, C ristina y Arturo. Las mujeres han crecido y se han formado lejos de mí. Son los azares de la vida. Arturo, ha sido mi ángel guardián. En él, necesariamente se han cifrado ilusiones y esperanzas. Mi vocación como maestro, mi cariño, mi ternura. Josué Mirlo, el poeta, entrañable amigo, en su poema al Hijo: “Antes de que llegaras a mí, fuiste un gorjeo de la misma garganta que produce la magna sinfonía de la estrellas. ”
Un hijo es el tránsito con que la naturaleza perdura. El hijo es ancla del tiempo en el espacio. Continuidad del ansia de llegar a ser. Un hijo es la victoria frente a la Tierra Prom etida, cuando la voz sup rem a nos an unc ia que no pasarem os a ella. De otro m odo: el hijo augura la prom esa de que triunfarem os,
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fue que creciera rodeado con una atmó sfera de libros. Su madre, m i com pañera, A licia Pérez Salazar, con su sensibilidad, su inteligencia, sus lecturas, m odeló su temperam ento. Con el tiemp o, la casa se transformó en una au la sin relojes. Entraban y salían alum nos. D ialogaban, leían en voz alta poem as y discursos, im provisaban y pulían, con alfarero celo, sus esfuerzos juven iles. Arturo, niño aún, fue amigo de Heladio Ramírez, de Apolonio Nájera, de Fernando Córdoba Lobo... con ellos, comentó títulos de obras famosas, cuando y a se preocup aba por el mundo de las letras. E ra un rapazue lo tím ido, introvertido, casi huraño, que refugiábase en su recámara para leer poemas y recitar areng as a un pú blico im aginario. Ya en la Se cunda ria núm ero 17, bajo la dirección de H um berto Vega, un sabio conductor de la juven tud, Arturo compitió -p o r única v e z - en un certamen oratorio. Fue en esa justa que triunfó Oscar Moguel. Arturo no permitió que nadie lo ayuda ra y, peor aún, no toleró que asistiéramos al con curso. En Preparatoria aconteció algo inaudito: se negó a participar en los concursos y llegar a la clase. Alegaba: “Si llego a ganar, te atribuirán a ti, mi padre, la pieza oratoria y si pierdo, dirán que ni por ser hijo tuyo he sido capaz .” Las razon es nos conv encieron y no insistim os, para que com pitiera. N o obsta nte ha continuado sus prácticas priv adas y, fundam entalm ente, ha acrecentado su cultura. A hora es profesor de Sociología en nuestra am ada P reparatoria C uatro, y profesor de D erecho C onstitucio nal en la E scuela de D erecho. Arturo es, por escrúp ulos m orales, un orador sin tribun a pública, que ha preferido pronunciar sus m ás elo cuente s discursos a la soledad de su habitación, con el público espec ial, silenciosam ente pro fundo, de sus libreros.
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Un día, sin embrago, abordará la tribuna. Renacerá mi pasión con él, caballero con mejores armas, proseguirá la cruzada laica a favor de la hum anidad. Será discreto y auténtico. Estarán con él mis maestros, los suyos, los sueños comunes del Clan M uñoz Cota. Y para entonces, quizá la pequeña Alicia -aso m ad a al país de las maravillas- ya esté ensayando su inicial discurso por el amor, la bondad y la belleza. Entonces, este apunte, apenas esbozo, para un futuro ensayo de valoración, tiene un doble propósito. Uno, obedece al impulso afectivo; a él, como a su madre, debo la colaboración sentimental indispensable en la vida, además de su juicio crítico; y por otro lado, estas líneas son la bienvenida para un discípulo quien no asistiendo a mi clase, trae consigo en su almario, los sueños, las ilusiones, los desencantos, el cariño y la ingratitud, que forman el equipaje de un sencillo profesor, aprendiz de maestro. Por lo dem ás, escribo casi un epílogo a este libro, difícil en sí, po rqu e no podría ju ra r que satisfaga en p articular a nadie y porque lo escribo exactam ente cuando se han cumplido cincuenta años en que, desmelenado, frenético, encendido de luz y de inquietudes creadoras, salté a la tribuna que levantó el periódico “El U n iversal” el año de 1926.
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A LA SOMBRA DE LAS MUCHACHAS EN FLOR
EN LA clase no sólo ha bía varones, tam bién muchachas. C on ellas, la tarea era más difícil. Cada una sacaba, quién sabe de dónde, una timidez irreductible. Las traicionaban los nervios. Se les enredaba el miedo a la lengua y ellas, tan locuaces, tan vivarachas, tan conversadoras, de pronto se volvían mudas, temblaban, y no era raro que concluyeran con llanto. N o eran m uchas alu m nas: E dm unda Toquia ntzin , M argarita A lv are z, M aría Eug enia Spriu, M inerva Cruz Yepes, A raceli Ju ra d o ...
Edmunda Toquiantzin era una buena moza con marcados rasgos autóctonos; alta y fornida, discreta y silenciosa. Estudiaba corte y confección en la Escuela Corregidora. Quién sabe cómo y por qué llegó a la clase de oratoria. Creo que daba una clase en la misma escuela y, tal vez por esto, deseaba aprender a expresarse con claridad y sin tropiezos para hacer sus lecciones amables y comprensivas. Tenía carácter. Esto se adivina ba en sus rasgos faciales. E ra una m ucha cha modesta, hija de un trabajador. Atendía con denuedo las explicaciones y leía todo lo que le recomendábamos. Una noche llegó la hora de la prueba. Se le dio un tema histórico, que
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pronunció con seguridad. H ubo una pausa la rga, angusti osa, volvió a m irar a sus compañeros estupefactos, como desorientada y se soltó a llorar. Larga, pacientemente, la consolamos mi esposa y yo. Era cuestión de tener calma. Ella sí podía hacerlo. Lo demostró con las primeras frases. Esto le sucedía a cualquiera. Duró una hora la inquietud. Lego, se repuso y nos prom etió intentarlo otra vez. Después de un plazo prudencial, Edm unda volvió a la prueba. Sucedió lo mismo. Ahora la duración había sido mayor, pero no faltaron las lágrimas. Ed m und a se repuso m ás pronto. Volvió a prometer. Y esta escena se repitió unas dos o tres vec es más. No aceptó de nuevo hab lar frente a sus com pañeros. Pero continuó estudiando y practicando con un más fuerte coraje. Se preparaba en su casa; venía a la nuestra y, así, cuando llegó la oportunidad de un concu rso en M ilpa Alta, E dm unda nos m anifestó su decisión de competir. La aplaudim os. Iba a ser una sorpresa, inclusive para su fam ilia y para sus am igos. Aquella noche causó júbilo su presencia en la lista de aspirantes. El públic o la recibió con sim patía. H abía en ella una m ajesta d evidente en el porte , seguridad, volunta d te nsa. H abló con fuego, con elocuencia auté ntic a. Cerraban sus períodos aplausos prolongados, estableció la comunicación m agnética. Era ya una triunfadora. Algunos com pañeros com pitieron tam bién, con su experiencia y su cultura. Ella ganó un premio. Se llevó un trofeo. No asistió ningú n fam iliar, pero al llega r a su casa el trofeo fue caus a de alegría s y de lágrimas. Habló en otras ocasiones. Luego se enamoró y se casó. Seguramente que ha de seguir en la Escuela Corregidora de Querétaro impartiendo sus clases. Pudo haber llegado a ser una mujer oradora, como no la ha habido en México.
Margarita Alvarez, estudiante de Preparatoria y luego de Leyes, era una muchacha de rostro agraciado, con un carácter alegre, sonoro, cordial, se
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H ablaba con ímp etu, vibrante, categórica. Voz tonan te y adem án sólido. Concursó en la Preparatoria y, no obstante que los varones tenían ya horas de discursos, ganó el segundo lugar. Un año más tarde compitió contra Moguel, obtuvo el tercero. Al escribir estas notas ya debe haberse recibido com o abog ada. Abandonó la oratoria. Se la comió la selva de los estudios profesionales y el tiempo dedicado al em pleo en un bufete. No hem os vuelto a sab er de ella. A la mejor ya es una venerable señora de hogar y quién sabe si con uno o dos hijos. Margarita pudo haber llegado. No hubo oportunidad.
María Eugenia Spriu. Jovencita, delicada, frágil, con aire de fresca sencillez y natural simpatía. Casi no habló en público. Muy sensitiva, aficionada a la guitarra y al canto, su voz era pequeñita, pero dulce y tuvo un estilo agradable y suave para entonar las canciones populares románticas. Su padre , al fin y al cabo, fue com positor, autor de varias canciones populares. Ahí se conocieron Celso H. Delgado y ella. Se casaron. Ahora son em bajadores y tienen cu atro hijos: Jordán, Alica, A frica y M alinalli. Hubo otras alumnas: Minerva Cruz Yepes se distinguió por su calidad oratoria y por su extraordinaria fuerza de voluntad. Es una miijercita joven, débil, sutil, que padeció de una hemiplejía. Estudió medicina con brillantez y abordó la tribuna con fantástica elocuencia a media voz, con los ojos brillantes, la voz suave pero emotiva y enérgica, cuando llegaba al clímax de la emoción, Minerva, tremendamente emocional, arrebataba a sus oyentes. Hizo sus estudios de m edicina con ahínco. Se interesa por los problem as sociales y por la dedicación profesional a aliviar las carencias de los
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Ya recibida com o doctora emp lea su tiempo y su palabra -ha b la cuando es m en ester-, d e acuerd o a su vocación, de servir a su prójimo.» La adm iramos entonces, seguim os admirándola. La fam ilia G uerrero es fam ilia de oradores. Hab laba el papá, el abogado Guerrero; hablaban las hijitas y hasta la menor, pronunciaba discursos. El licenciado Guerrero, hombre eufórico, decente, atento, sentía pasión por el arte de la palabra. Las dos hijas mayores, sin ventaja de una hacia la otra, hablaban muy bien. Eran brillantes, preparadas, y tenían una soltura excepcional. Las dos obtuvieron galardones m erecidos. El de stino las llevó, a una, a Estados U nidos, a otra a Ecuado r, casada s con varones inteligentes. Las dos continúan ejerciendo sus facultades en diversas actividades culturales. S ocorro y M ara Guerrero. En los certám en es, de pron to, fulgu raba alguna alum na. 1 al fue el caso de Rosa de los A ng eles R uiz de la Flor. Tabasqueña de origen -se g ú n nos dije ro ntenia el fuego del terruño. Era no sólo impetuosa al hablar sino agresiva. Fue un incendio de conceptos. Infortunadamente para ella sucumbió frente a la calidad de Apolonio y de Manuel Díaz Cisneros. Se encolerizó. No volvimos a escucharla. No fue mi alumna sino, probablemente, una oradora forjada por sí misma. U na m enc ión esp ecial merece Araceli Jurado. U na niña de escasa estatura y complexión muy delgada. Su voz es débil; pero su ánimo es poderoso. Sus ademanes tan contundentes impresionan desde el primer momento. Cuando Araceli pronuncia las frases iniciales, el auditorio se da cuenta, subyugado, de que está frente a una co ndu ctora original de m asas. Cuando Teresa Minero incendió la tribuna con su entusiamo, con su ardor, con su emoción oratoria, se experimentó la idea de la mujer elocuente.
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Los jóv en es estudiantes, y futuros abogad os, eran im petuo sos y terribles. N adie se presentab a frente a ellos im punem ente. L as m uestras de su in genio y aun de su descortesía eran amenazantes. Y, sin embrago, aquella profesora norm alista, Teresa M inero, silenció a la fiera y la obligó a escucharla. Con más experiencia, con la costumbre de dirigirse a sus alumnos, con su preparación, su voz vigorosa, Teresa obtuvo un premio ante el asombro de la muchedumbre que, por sistema, hacía rodar a los candidatos. De cuando en vez surge en clase alguna muchacha; pero no persiste, hay algo que inhibe a las mujeres, no obstante que nosotros segu imo s creyend o que ellas deb ieran ten er m ás facilidad en el estudio de la palabra. Muchas más llegaron: Nelly Calvo, Marta Orozco, Lilia Ramírez, Sand ra Ro sas, cam peo na de la nocturna; M ercedes de la Peña, que dio la pelea en el Sindicato de Cinematografistas y tantas que se nos esfuman en la niebla del recuerdo.
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EXCUSA FINAL
ESTE LIBRO -reunión de ensayos- obedece a una necesidad espiritual. Es el tiempo exacto, para un aprendiz de maestro, evocar libros, paisajes y alumnos. Siempre envidié la figura de Próspero, evocada por José E nrique R odó, cuando reparte entre los discípulos, el alma en forma de saludo. Por eso, ahora , huyen do de la tram pa de la m em oria, me di a reunir estos apuntes, esbo zos, diseños, qu e no retratos, para con servar la imag en del amplio espacio donde dialogáramos en torno a la palabra. N o se m e oculta que esta caligrafía llega a filo de rie sgos y peligros. Es posible que ninguno de los personajes de esta galería quede satisfecho al no descubrir su exacto parecido; pero no son biografías. Estos palotes de apreciación volandera equivalen a los signos de un a taquigrafía em ocional. A la sombra de Heráclito y de su filosofía en ñor, no puedo detener la visión del personaje que huye. Esto lo captó brillantemente el poeta Barba Jacob, cuando pro logó el bello cuento de Rafael A révalo M artínez: “El hom bre que parecía un caballo.” El señor de Aretal argüyó correctamente: es posible que esto le pareciera al poeta guatemalteco; pero yo soy eso y mil personas
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"¿El reloj marca la hora? mas ¿qué es lo que marca la [eternidad? Hasta ahora hemos agotado trillones de inviernos y de [veranos. A ún nos quedan trillones para agotar, y después de esos, [trillones y trillones más
El biógrafo tiene la mano triste. Con ella escribe fechas, datos, escenas, situaciones; pero no se atreve a bucear en el espíritu del protagonista y, peor aún, no se atreve a inventar, a crear y recrear su alma. El genio de Marcel Schwob aplicó un título cabal para un libro lleno de sugerencias: Retratos reales e imaginarios. Y, en último término, esto es lo que distingue a cualquier pintor retratista. N o hay que buscar la ubicació n m ate m átic a de los adje tiv os. E valuar es ejercicio ingrato. Yo, como aquel pozo tuerto, en el poema de Josué Mirlo, no sé contar las estrellas. C ada uno de estos jóve ne s, he les a su esencia, son hoy hom bres diferentes a como eran entonces. Han madurado. Unos triunfaron, de acuerdo con sus anhelos y las circuns tancias que los cercaron; otros, en cam bio, siguen peleando con el ángel en la esca la de Jacob. Los que hab laban com o ad olesc entes hablan como varones maduros. André Maurois expresó categórico una verdad impostergable: “Y, sin embrago, yo sé que pese a todo, el héroe es mucho más grande que toda idealización... sin duda alguna. Lo mismo que todo hombre es mayor que su retrato, un paisaje que el cuadro que lo representa y los hechos mucho más grandes que cualquier relato que hayamos podido conocer.” ¿Es indispensable que insista en que estos manchones no aspiran a la
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Convivir con estudiantes es mantener vivo el verso de Li Tai Po y transform arlo en re gla de oro para vivir. “Puesto que soy m ortal, sólo pretendo vivir en juve ntu d” . A ningún maestro se le debe juzgar por los frutos. Porque el árbol es hijo del viento, de la lluvia, del sol, de su paisaje. Cada quien vive y tiene el compromiso de modelar su estatua. No podemos empezar, desde hoy, la traza de la ciudad del hom bre futuro. El creará su arquitectura. Premeditadamente seleccioné esta fecha para publicar este capítulo de amistad. A cincuen ta años de habe r abordado la tribuna para recibir el comprom iso del verbo, al mencionar a mis discípulos me siento recompensado en mis afanes, mis desen cantos y m is afectos. ¿Omití nombres? Seguramente que hay lagunas en este borrador, no en el hog ar en dond e, tantas veces, com partimos el pan y los libros. Eurípides puso en labios de Tiresias esta sentencia en su obra “Las
bacantes”. Quizá dirá alguien que no sienta bien a mis años danzar coronado de hiedra. El Dios no ha establecido si ha de ser jove n o viejo el que guíe los coros
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ÍNDICE
N ota p re lim in a r................................................................................................................3 Pórtico.................................................................................................................................5 f Fidel López C a rra sc o ............................................................................................... 10 + A grícol L ozano H e rre ra ..........................................................................................14 t Jesú s R odríg uez O r tiz ..............................................................................................19 Fem ando A r e n a s ...........................................................................................................23 H ela dio R am írez L ó p e z ..............................................................................................27 F em ando C órdoba L o b o .............................................................................................31 Luis M acía s C a rd o n e ...................................................................................................37 A ugusto P once C o ro n a d o .......................................................................................... 40
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Jesús A guilar S án ch ez................................................................................................. 60 Jonás Flo res C a rrillo ....................................................................................................69 Celso H. D e lg a d o ..........................................................................................................75 René P a la v ic in i............................................................................................................82 Ignacio Ca rrillo C arrillo ............................................................................................. 86 L uis M o li na P iñ e ir o ....................................................................................................91 t E du ar do V áz q u e z C a rr il lo .................................... ..................................................95
t Jorg e M ontú far A ra u jo ..........................................................................................100 A rturo R om o G u tiérre z ............................................................................................ 104 Fra ncisco B erlín V alen zu ela ...................................................................................109 Carlos Domenzáin de la Concha............................................................................113 Oscar Moguel B ailado ............................................................................................. 118 G ilber to F ernández A rv iz u ...................................................................................... 123 M anuel C astro D e lg a d o ........................................................................................... 127 t V irgilio M o rl án C o n tr e ra s....................................................................................131 José M onro y Zo rrivas ..............................................................................................135 A rturo M uñoz C ota P é r e z ....................................................................................... 139 A la so m bra de las m uchachas en flo r..................................................................142
Compañía Editorial Impresora y Distribuidora, S.A., Medellín # 119 Col. Roma, Tel. 5264 6692 México, D.F., terminó la edición de esta obra el día 18 de enero de 20 07 en tiro de 1,000 ejemp lares.