Las etapas de ocupación del territorio argentino, una rápida expansión con valoración parcial valoración parcial del del territorio. territorio. Por Lucía Por Lucía L. Bortagaray La eficacia paisajista de las civilizaciones prehispánicas
La historia de la acción del hombre sobre el medio en el territorio argentino comienza con sus primeros habitantes: las civilizaciones indígenas. Estos grupos, que fueron los únicos pobladores hasta el siglo XVI, cuando comienza la conquista y colonización hispánica tuvieron mayor "agresividad paisajistai" en el noroeste y oeste. En ese lugar se hallaban las culturas poseedoras de "técnicas de encuadramiento y de producción"ii más eficaces, lo que les permitió el dominio de un amplio territorio y un gran número de habitantes. Hacia fines del siglo XV, los incas habían logrado conformar su imperio incluyendo el oeste y noroeste del actual territorio argentino mediante un sistema político‐ administrativo y una infraestructura de comunicaciones eficientes. La práctica de la agricultura, con acondicionamientos para riego en un medio árido, que determinó su sedentarización y su pauta de poblamiento en aldeas, les permitió la concentración de mayor número y densidad de habitantes e iniciar el modelado del medio (Fig. Nº 1). El resto del territorio estaba habitado por tribus nómadas, de recolectores, cazadores y pescadores con gran aptitud para el desplazamiento, que trasladaban sus tolderías en función de sus necesidades alimenticias. Se encontraban en la primera etapa de la evolución socioeconómica de la humanidad, y tenían el dominio exclusivo en el "espacio inorganizado"iii, donde no se nota prácticamente la huella humana. La debilidad en sus técnicas de encuadramiento y producción se advierte en sus nucleamientos de pocos individuos dispersos en el territorio que, más que contribuir a su modelado, se hallaban sometidos a la naturaleza, dependiendo de la misma para su supervivencia. Tampoco sus técnicas les permitieron advertir las grandes potencialidades de algunas regiones, como la pampeana, posteriormente tan valoradas. No estaban en condiciones de percibirlas. La diferente capacidad de organización y producción de estos dos grandes grupos se pone de manifiesto también en los resultados de la colonización hispánica. En el encuentro de ambas culturas los primeros sobrevivieron, dejando los rastros de su cultura y etnia; los segundos desaparecieron. Al producirse la conquista y colonización españolas termina el dominio de los indígenas en estas tierras, y se inicia una etapa que culminaría a partir de las transformaciones operadas en la organización del territorio en la segunda mitad del siglo XIX.
Etapa del surgimiento de los ecúmenes regionales
Con el comienzo del período colonial se inicia la organización del territorio, a partir de decisiones determinadas por la estrategia de la corona española. Esta forma de colonización fue diferente a la empleada por los ingleses en América del Norte, donde la ocupación del espacio fue paulatina y continua. "El sistema español era predominantemente administrativo y fue confiado al soldado, asistido por el
sacerdote..."iv En la primera mitad del siglo XVI, el territorio estaba poblado por aproximadamente 340.000 indígenasv. Un espacio inmenso y prácticamente vacío, para ser colonizado por los reducidos núcleos españoles. "La fulminante rapidez de la conquista impuso una economía muy estricta de la población europea. Era imposible organizar un frente de colonización continuo. Se trató más bien de una serie de núcleos que formaban una red metódica, pero de mallas poco apretadas. El fin principal era la posesión de los puntos estratégicos y de las regiones de producción de los metales preciosos"vi. Las potencias coloniales europeas organizaron la colonización en base a la agricultura en otras partes del Nuevo Mundo, pero en la Argentina, dado sus climas templados y áridos predominantes la economía de plantación no encontró las condiciones favorables. El móvil fue entonces la explotación de otros bienes codiciados en la época, como los metales preciosos, cuyo gran valor justificaba el transporte, dada la precariedad de los medios. Esto hizo que el centro más dinámico se ubicara en el noroeste del actual territorio argentino, vinculado a la explotación metalífera del Perú, y que se desarrollaran economías regionales relacionadas con lo mismo para su abastecimiento. La consecuencia de este proceso fue la ocupación discontinua del espacio y su modelado en regiones poco extensas. El esquema regional de lo que luego sería el territorio argentino, comienza a configurarse a partir de las primeras fundaciones hispánicas. El avance de la conquista desde el Perú y desde Chile engendra una corriente colonizadora en el norte, que inicia el proceso fundacional en 1553 con la ciudad de Santiago del Estero, en un "lugar donde se dispone de corrientes fluviales, las cuales, con la construcción de acequias y gracias a la disponibilidad de mano de obra indígena, permitieron la expansión de los cultivos. El sistema de colonización urbana posibilitó que cada ciudad fuera organizando el territorio aledaño. Santiago se convirtió en el centro colonizador y de avance de la conquista del noroeste, y en proveedora de cereales, hortalizas y madera, gracias a la valorización de los recursos de la diagonal fluvial que conforman los ríos Salado y Dulce, nexo interregional para las comunicaciones entre Córdoba, el Noroeste y Santa Fe. En un poco más que un siglo se fundaron las primeras trece ciudades. A Santiago del Estero le siguieron Córdoba (1558), Mendoza (1561), San Juan (1562), Tucumán (1565), Santa Fe (1573), Buenos Aires (1580), Salta (1582), Corrientes (1588), La Rioja (1591), Jujuy (1593), San Luis (1594) y Catamarca (1683). De esta manera se constituyeron los asentamientos puntuales que conformaron la red urbana que caracterizó al período Colonial, el que se estructuró siguiendo en muchos casos los caminos indígenas y las nuevas rutas abiertas por las expediciones conquistadoras y exploradoras. Estas trece ciudades fueron denominadas "ciudades territoriales" por Razorivii en virtud de haber sido los núcleos generadores de las provincias homónimas cumpliendo la función de ser centros organizadores del espacio en torno de ellas, y haber atraído población. En cuanto a esto, cabe agregar la opinión de Canal Feijoo quien, en una investigación a la que califica como intuitiva por no estar documentada, consideró el problema de la decisión de la localización de las primeras ciudades y arribó a las siguientes conclusiones: [El español] "aceptó, reconoció y ponderó el nuevo ámbito por complaciente y despaisada analogía nostálgica; lo dicen bien a las claras sus primeras nominaciones: la Nueva Granada, Córdoba de la Nueva Andalucía, Santiago de la Nueva Extremadura, Todos los Santos de la Nueva Rioja..."viii Esta conciencia o
sentimiento regional ha influido, según este autor, en la elección del sitio de las primeras ciudades, las cuales estaban separadas por distancias a las que denomina como "precisa distancia en que ya cambia la tonada". "Hoy podemos comprobarlo empírica y turísticamente: un cambio de tonada anuncia la proximidad de otra ciudad" [...], la tonada es "una localización cultivada en comunidad."ix El conquistador que atravesó el territorio fue recorriendo las distintas poblaciones indígenas, y de esa manera pudo percibir los cambios lingüísticos al pasar de una comarca a otra. Comparando el mapa de las principales poblaciones indígenas en el momento de la conquista con la actual división política, llega a la conclusión que "cada ciudad preside hoy una tonada provinciana, cada ciudad surgió presidiendo un núcleo etnográfico y lingüístico comarcal [...] el conquistador‐colonizador debió, necesitó, contar con lo más profundo del substrato aborigen de cada región para la fundación y fundamentación de las primeras ciudades".x Esta sería la base geográfica y etnológica de las futuras provincias argentinas, ya que la dispersión de las poblaciones indígenas coincide aproximadamente con los territorios provinciales; por este motivo, cada provincia posee su tonada característica, producto del mestizaje del idioma español y el aborigen. También esto sugiere que cada ciudad aglutinó, en torno suyo, un territorio en el cual ya existía una homogeneidad basal de carácter antrópico, lo cual contribuyó a establecer los límites de estas primeras regiones funcionales (Fig. Nº 1). La gran mayoría de estas ciudades que perduraron, contaron con la ayuda de los indígenas y de esa manera "pudieron cumplir con el doble objetivo de su instalación: el propósito misional y la utilización de los naturales para el trabajo"xi. Las ciudades tuvieron poder de atracción y de fijación de los indígenas. Este ha sido, según Canal Feijoo, un factor de la perdurabilidad de las mismas. Fundadas con escaso número de pobladores, la tentación a la deserción puede haber sido frecuente, debido a la angustia provocada por la soledad y la lejanía en un ambiente extraño. Si bien el abandono de la empresa no caracterizó al conquistador español, el haberlo intentado hubiera significado ingresar en otra comarca, en otra tonada, en otro grupo indígena rival, es decir, arriesgarse a mayores peligros. De esta manera concluye que el indio ha contribuido en forma activa en la historia de la ciudad argentina. La disponibilidad de mano de obra indígena fue un factor primordial, dadas las limitaciones tecnológicas en que se desenvolvían las actividades agrícolas. Cualquiera que haya sido la función fundacional asignada a cada ciudad ‐ya sea como puesto de avance de la conquista, ya como núcleo de consolidación del poblamiento o como nexo para las comunicaciones y el comercio‐, lo cierto es que su perdurabilidad estuvo asociada al hecho de no haber cesado nunca en el cumplimiento de sus funciones, por haber crecido como centros prestadores de servicios, y a la capacidad de organizar su área de influencia, lo cual sería la base económica que aseguraría su supervivencia. El territorio colonial se articulaba por una red troncal, de alcance continental, que, con centro en Córdoba, vinculaba los ecúmenes regionales, del Noroeste, en comunicación con el Alto Perú; Cuyo, prolongándose hacia Chile; Buenos Aires, y Asunción. Otros caminos secundarios completaban los enlaces. La precariedad de los medios de transporte hacía largos y azarosos los viajes e "insularizaron las poblaciones subordinadas como islotes en un inmenso desiertoxii". La necesidad de descanso y de alimentos para los viajeros y animales de tiro hizo que estas rutas estuvieran jalonadas por postas, que eran los centros de reunión, reaprovisionamiento y desarrollo de
actividades artesanales relacionadas con la reparación y fabricación de elementos necesarios para el transporte. Muchas de estas postas fueron el germen de futuros centros urbanos. En los primeros tiempos coloniales, los ecúmenes regionales comandados por las ciudades y las redes desarrolladas en lo que es hoy el territorio argentino, formaban parte del área de influencia del Alto Perú, polo de la extracción minera y principal mercado consumidor con centro en Potosí. El puerto de Lima era la boca de salida de su producción metalífera. Los núcleos regionales vinculados a él desarrollaron una economía a su servicio y gozaron de cierta prosperidad. Estas características se conservaron mientras Buenos Aires se mantuvo como una aldea marginal de las actividades mineras del norte. En el ecúmene regional del Noroeste se localizó, debido a su cercanía con Potosí, el área más dinámica del período colonial. La gran demanda de bienes que generaba el núcleo potosino era satisfecha desde las regiones cercanas, y en este esquema se inscribe el Noroeste. Se exportaban tejidos, cereales, legumbres, hortalizas, maderas, ganados y material de transporte construido aprovechando la foresta local. Especial importancia tuvo el comercio de muías para el trabajo en las minas, y el de bueyes como animales de tiro de las carretas. El hecho de estar en la principal ruta de tránsito, la que vinculaba el litoral con el Perú, benefició a la región. La región de Cuyo, por su dependencia administrativa de Chile, se hallaba muy vinculada al Pacífico. Le enviaba indígenas y comerciaba sus productos: vinos, frutas secas y aguardientes, que también vendía al litoral y otras regiones. La región Centro desarrolló una actividad agrícola de subsistencia, exceptuando su producción de harina y vinos. Su vinculación con el mercado altoperuano se debió a la exportación de mulas. También se caracterizó por su actividad artesanal textil, de cuero y del sebo. La ciudad de Córdoba se benefició en sus actividades comerciales por su posición de encrucijada de rutas. El Nordeste, favorecido por la vía fluvial, fue recorrido y poblado tempranamente por las expediciones que en el siglo XVI tenían como objetivo fundamental la búsqueda de riquezas. La pretensión de acceder a Potosí desde el este llevó a la fundación de Asunción en 1537, como base de futuras expediciones al núcleo metalífero. El Gran Chaco, por sus condiciones naturales (cálido, empantanado periódicamente y sin recursos), y las tribus hostiles que habitaban los valles de las sierras orientales bolivianasxiii, hicieron fracasar las sucesivas empresas. Pero a pesar de esto, la ciudad sobrevivió en el área de cultura guaraní, convirtiéndose en un núcleo irradiador de poblamiento. Desde Asunción partió la expedición que fundó Santa Fe en 1573 y Buenos Aires en 1580. La incorporación del indígena a la empresa colonizadora y evangelizadora tuvo su máxima expresión en las misiones jesuíticas. A diferencia "del ordenamiento territorial proveniente del Virreinato del Perú [...] que tendía a ordenar territorios en función de necesidades extracontinentales [...] esta tercera corriente de poblamiento plasmada en torno a los ríos más importantes de la Cuenca del Plata, tuvo necesariamente que organizarse desde sí misma y para sí misma [...] focalizada en Asunción del Paraguay, confluyeron los caracteres de aislamiento de la región, la falta de recursos valorados en aquella coyuntura, la carencia de población autóctona sedentaria como la existente en el Alto Perú [...] En las misiones jesuíticas podemos
decir que se incorporó lo mejor del mundo del espíritu, de la ciencia, del arte, de la técnica de aquellos momentos, al crecimiento de dichas comunidades y no como en repetidas oportunidades ha mostrado la historia, la desarticulación social en función de un proceso unilateral, en muchos casos únicamente material. En un caso lo universal se ha incorporado y ha contribuido a fecundar toda una cultura, en otro, se ha producido una mutación histórica que puede significar la muerte, la pérdida de la identidad cultural..."xiv. Esto constituye lo peculiar de este, núcleo hispánico, empeñado en la formación integral del hombre, el cual alcanzó un alto nivel organizativo e integró a los hijos de estas tierras en la colonización. Las misiones constituyeron también una organización económica. Los jesuitas lograron la "domesticación" de la yerba mate, y su producción se comerciaba con las otras regiones a través del puerto de Santa Fe. La importancia que tenía la vía fluvial hizo que, muy tempranamente, se desarrollara la industria de las embarcaciones. En el litoral se había fundado Buenos Aires, por la necesidad de contar con una escala en la larga travesía desde Europa hacia Asunción. Las ventajosas condiciones naturales de estas tierras sólo habían servido, hasta el momento, para la proliferación de los ganados traídos por los colonizadores. Su no menos ventajosa posición frente al Atlántico no había sido percibida por la corona española, comprometida con intereses en el Pacífico. Rodeada por el "desierto", asediada por tribus nómadas, con muy primitivo nivel técnico en la actividad agrícola y prohibido el comercio, la "aldea tuvo una prolongada y angustiosa vida económica [...] Duras condiciones imperaron por mucho tiempo en la empresa de la colonización en la llanura pampeana hasta que la reproducción del ganado alejó el fantasma de la hambruna".xv La fundación del puerto de Buenos Aires obedeció a la necesidad de disponer de una escala y, sobre todo, controlar la entrada de la mejor vía de penetración hacia el interior, constituida por los ríos, y afirmar la presencia hispana ante el avance portugués. En los alrededores de la ciudad se realizaban cultivos que abastecían al mercado local y en la campaña se reprodujo libremente la hacienda cimarrona. El poblamiento rural se caracterizaba por su dispersión, producto de la actividad de cacería de vacunos y de la búsqueda de pasturas. A mediados del siglo XVII sé institucionalizó esta actividad desvastadora con el otorgamiento de licencias de vaquerías, dada la abundante existencia de animales y la demanda de cueros que incentivó la exportación, surgiendo así una economía orientada al exterior. Buenos Aires se convirtió en "capital de pastores y vaqueadores"xvi, sin mayores cambios hasta la creación del Virreinato del Río de la Plata, dada la pobreza técnica de las actividades de su región. La creación del Virreinato, en 1776, tiene grandes consecuencias en la organización del territorio. Buenos Aires se convierte en su sede administrativa y su hinterland, que coincide con los límites de la nueva entidad política, se articuló con las tres rutas principales: al Alto Perú; a Mendoza y Chile, y a Asunción. De esta manera Potosí quedó incluido en su área de influencia al igual que Cuyo, que se incorporó al Virreinato. La libertad de comercio otorgada a su puerto fue el factor vigorizante del mismo y la causa del nuevo dinamismo que se opera en su extensa área comercial. No sólo se liberó del control de Lima sino que en la competencia, se valorizó su posición geográfica favorable y atrajo la exportación de la plata potosina. A fines del siglo XVIII, el 80% de las exportaciones del puerto de Buenos Aires lo constituía la plataxvii. Las
exportaciones de cueros, sebo y carne salada repercuten en la estructuración del espacio; se organizó la zona ganadera con el surgimiento de la estancia colonial como una unidad de producción más racional. En el siglo XVIII comienzan a notarse los cambios que producirán el traslado del núcleo más dinámico hacia el litoral y provocarán la ruptura del equilibrio regional. Los beneficios del comercio en Buenos Aires produjeron una mayor demanda de bienes. Procedente de las economías regionales llegaba aguardiente; vinos y frutas secas de Cuyo; textiles de Córdoba; maderas y cueros de Tucumán, y del exterior, los productos manufacturados. Los flujos cambiaron de dirección; ya no se dirigían al mercado altoperuano. A partir de 1810, el área mercantil porteña pierde extensión por los sucesivos desmembramientos que sufrió el territorio del Virreinato. Cesan las exportaciones de plata al independizarse el Alto Perú, y son reemplazadas por los productos pecuarios, que pasan a ser el principal rubro y factor dinamizador de la economía. A pesar de ello, la ganadería todavía se mantiene con características muy rudimentarias, sin refinación y con escasas inversiones. La competencia de productos importados y la ruptura del eje Potosí ‐Buenos Aires debilitó a las economías regionales. La importancia de los vinos y aguardientes del Mediterráneo arruinó a la economía cuyana; la expulsión de los jesuitas a fines del XVIII provocó la decadencia de las misiones; el Noroeste perdió su mercado en el Alto Perú y su producción no podía competir con la extranjera. La organización del territorio durante el período colonial culmina con un período de transición hacia la nueva etapa que se insinúa. No hubo una valoración total del espacio. En 1857 la población apenas llegaba a 1.300.000 habitantesxviii. Las economías regionales autosuficientes habían mostrado sus vocaciones diversas, que generaron el intercambio interregional. La región pampeana, impulsada por un factor exógeno, organizó su territorio con función mono‐productora. La conquista, exploración y reconocimiento del territorio continuaba en la Patagonia, en las costas y en la región chaqueña. También las islas Malvinas participaron tempranamente de la colonización. La Corona española ejerció su dominio en ellas hasta 1811. La Argentina las heredó luego por natural sucesión y fueron colonizadas con grupos de familias a las que se les entregó tierras, hasta 1833, fecha en que el imperio inglés produjo su expulsión por la fuerza. Las ciudades fueron el soporte de la vida regional; dependían de las áreas rurales próximas para su abastecimiento y les proporcionaban servicios. La producción debía satisfacer las necesidades locales, por lo cual era diversa. Los cultivos destinados al mercado eran el producto de la originalidad del medio que ‐al ser diverso‐ provocó el intercambio de complementación, limitado por la precariedad de los transportes. Las actividades industriales tenían el carácter de tareas artesanalesxix. La dependencia del polo de atracción de Potosí había generado flujos centrífugos en el territorio; la creación del Virreinato los hizo converger a Buenos Aires. Tal era la estructura y dinámica del espacio en el periodo colonial (Fig. Nº 2).
Etapa de la formación del ecúmene estatal
Durante el siglo XVIII comienzan a manifestarse en Europa occidental las consecuencias dé la industrialización. Las actividades de intercambio se intensifican, al disminuir la influencia de las distancias por la mejora en los transportes, y desaparece la autarquía de las sociedades preindustriales. Los territorios de los países que se han industrializado se vuelcan hacia la monoproducción. "Los campos de Europa del noroeste o los del nordeste de Estados Unidos se inclinan hacia los cultivos intensivos o hacia la ganadería lechera, el este europeo o el medio oeste norteamericano hacia el suministro de cereales; el hemisferio sur se especializa en la ganadería extensivaxx". Tal era el destino reservado para la Argentina, que ingresa en los designios de la organización del territorio de las potencias industriales. Los cambios producidos en la estructura económica y demográfica de éstas las llevan a organizar la periferia, que de esta forma se incorpora al sistema internacional cumpliendo las funciones específicas asignadas. El modelo de la evolución demográfica de Europa occidental muestra, desde la segunda mitad del siglo XVIII, el distanciamiento de las curvas de natalidad y mortalidad por descenso de los valores de esta última, que conducen a un gran crecimiento de la poblaciónxxi.El mayor número de habitantes para alimentar y los requerimientos crecientes de materias primas para su industria en evolución hicieron ‐ como en otra época con las tierras tropicales donde organizaron sus plantaciones ‐ que estos países dirigieran sus intereses hacia las áreas templadas del mundo. La Argentina cuenta con un amplio territorio templado, que permaneció vacío hasta muy avanzado el siglo XIX; sus aptitudes naturales sólo habían sido apreciadas parcialmente, al comprobarse la facilidad con que se reprodujeron los primeros ganados dejados por los colonizadores. Sus pasturas naturales fueron entonces valorizadas en función de la actividad pecuaria con técnicas primitivas. Ante las nuevas necesidades de las potencias extracontinentales que, con el progreso técnico y los cambios en la productividad, estuvieron en condiciones de organizar territorios aun más allá de sus fronteras, quedan definidas en este período la organización y evolución de las estructuras territoriales por la estructura mundial de la economía. La Argentina entró en el área mercantil inglesa como productora de materias primas agropecuarias y, de esta manera, se produjo la integración de su economía en el mercado mundial. En 1900 4/5 de las inversiones eran inglesasxxii; tuvieron como destino la creación de la infraestructura básica para la incorporación de la pampa al sistema mundial: ferrocarriles, puertos, comercio, finanzas, etcétera. Dos elementos del sistema, el puerto y la pampa, ya habían comenzado a funcionar con la exportación de cueros; se integraron al esquema las provincias de Entre Ríos y Corrientes por su facilidad para la comunicación fluvial, generándose un polo de dinamismo en esta parte de la cuenca del Plata. Pero, hasta mediados del siglo XIX, las actividades se caracterizaron por su bajo nivel tecnológico y las comunicaciones eran rudimentarias. Buenos Aires era una aldea grande que albergaba una sociedad pastoril de trabajadores rurales y terratenientes, favorecidos éstos por los ingresos de una actividad que no demandaba ni inversiones ni mano de obraxxiii. Esta concentración de
beneficios en el litoral aumentó la demanda ‐que se satisfacía con la importación‐, lo cual influyó en las economías regionales que tenían allí su mercado. En la segunda mitad del siglo XIX se consolida el esquema de la "estructura agroportuaria". Las sucesivas campañas militares fueron alejando a los indios nómadas y permitieron extender la frontera ganadera, más por exigencia de los mercados externos que por presión de la población o de la agricultura por nuevas tierrasxxiv. Las necesidades de la industria textil inglesa favorecieron la expansión del ovino, hasta que el frigorífico valorizó nuevamente la producción de carnes. El más importante elemento de la conquista del territorio fue el ferrocarril, que actuó como nexo entre las unidades de producción y el puerto, llevó mano de obra a los campos y permitió la expansión de la agricultura en territorios más alejados. La mayor parte de la red ferroviaria se construyó en esta etapa. La técnica del frigorífico provocó un gran cambio tecnológico en la ganadería con sus nuevas exigencias: refinamientos, praderas de alfalfa, potrerización de los campos, molinos. La propiedad rural se consolida en la estructura de grandes propiedades, producto de una ganadería extensiva y en pocas manos. La agricultura, que no tuvo una gran expansión en la primera mitad del siglo XIX ‐se había mantenido como una actividad destinada a satisfacer los mercados locales, desarrollada en el área de influencia de los centros urbanos‐, comenzó su expansión. La colonización agrícola en la pampa norte se inició con pequeñas propiedades en Santa Fe y luego adquirió gran desarrollo en esa provincia y en Buenos Aires, Entre Ríos y Córdoba, colocando al país entre los principales exportadores mundiales de granos en el comienzo del siglo XX. El factor fundamental del poblamiento fue la gran inmigración de europeos, como consecuencia del exceso de habitantes en el viejo mundo, que alcanzó gran intensidad a fines del siglo XIX y principios del XX. La Capital Federal y la provincia de Buenos Aires fueron las mayores receptoras. Los extranjeros representaron la mano de obra idónea para la agricultura, aunque la gran mayoría se quedó en las ciudades, dada la escasa posibilidad de acceso a la tierra. Buenos Aires, boca de salida de la producción agropecuaria, y de entrada de productos manufacturados, creció en complejidad al concentrar todo el aparato financiero de comercialización, exportación e importación. Los beneficiarios de todo este crecimiento fueron contados y se circunscribieron, territorialmente, a una porción del país: la pampa y ciertas organizaciones económicas de tipo agroindustrial, en Tucumán y Cuyo, que constituyeron una excepción en el cuadro pastoril del momento. El auge de la civilización del cuero en el litoral y el cierre del mercado altoperuano ya habían afectado a las ‐en otra época‐ florecientes economías del noroeste y centro en la primera mitad del siglo XIX. El enriquecimiento de la pampa hizo disminuir la importancia relativa de las economías regionales. El paso de la carreta a la locomotora, la nueva técnica del transporte, acortó distancias y disminuyó fletes, permitiendo el ingreso de productos manufacturados a todo el interior, que no pudo soportar la competencia con sus artesanías. La industria textil local desapareció. "El ferrocarril cortó el antiguo, pero modesto, intercambio interregionalxxv".
El auge de la estructura agroportuaria a partir de 1870, condenó a la marginalidad a la población y regiones que no pudieron integrarse a esta organización económica. Debido a la estrechez del mercado local para colocar su producción y a las condiciones naturales, que no se adaptaban a los nuevos requerimientos, el Noroeste y las sierras pampeanas, que se habían favorecido con su anterior inserción en el esquema colonial español, no tuvieron esa oportunidad en la nueva coyuntura. Una excepción en el Noroeste la constituyó Tucumán: bajo un régimen aduanero proteccionista de su producción de azúcar, y gracias al tendido de las vías férreas, vio crecer su mercado consumidor, hecho que se reflejó en la organización de su territorio. Aumentaron las hectáreas cultivadas ‐a pesar de ser una zona marginal para la caña‐, generando una economía monoproductora que no tardaría en manifestar su vulnerabilidad. La población del Noroeste se concentró, en consecuencia, en las zonas de los ingenios en Tucumán y en el valle del San Francisco. La región de Cuyo también se benefició, al gozar de un mercado nacional para su producción de vino. La llegada del ferrocarril a estas comarcas tuvo un doble efecto: produjo el crecimiento poblacional con la incorporación de inmigrantes y le facilitó el acceso al gran mercado de Buenos Aires. La mayor demanda provocó el paso de una agricultura diversificada a una creciente especialización con el monocultivo de la vid. De 19.700 hectáreas sembradas en 1895, se expandió a 91.900 en 1937. Luego hubo una mayor intensificación en el uso del suelo. Ello fue acompañado por un rápido proceso de concentración urbana, sobre todo en Mendoza. Gracias a la Campaña al Desierto comienza a configurarse un área de expansión agrícola en San Rafael, el nuevo oasis del sur, también con gran dinamismo poblacional. La explotación de ciertos recursos, provocada por la necesidad de determinados elementos para llevar a cabo algunas innovaciones técnicas, no logró generar economías locales prósperas. Tal es el caso de la explotación del monte occidental chaqueño que suministró los postes que requirió el alambrado de los potreros, y del bosque de quebrachos del sector oriental de dicha región, con la fabricación de tanino y obtención de los durmientes que exigía el tendido de las vías férreas. Bajo el esquema de la economía de plantación, la región no logró capitalizar en beneficio propio la explotación forestal. Este ciclo de la economía, que duró hasta que entró en crisis en la segunda década del siglo actual, y las campañas militares de conquista que permitieron extender las vías férreas de penetración, fueron dos factores que permitieron insinuar el poblamiento. Paralelamente a la crisis del tanino, comenzó la expansión de los cultivos de algodón con la creación de colonias siguiendo el eje de las vías férreas, atrayendo inmigrantes de otras provincias y del exterior. El área de las Misiones, donde las reducciones jesuíticas habían logrado organizar pueblos de gran desarrollo con la integración de los indígenas, quedó prácticamente despoblada en las décadas siguientes a la expulsión de la orden y perdió todo su vigor y autonomía. Esta situación se mantuvo hasta fines del siglo pasado, cuando la provincia de Misiones comenzó su recuperación demográfica, con la participación de corrientes inmigratorias que extendieron la colonización en los territorios del sur y sobre el Paraná. La valorización de las tierras del nordeste tropical, por la colonización agrícola, significó el comienzo de su poblamiento. El desplazamiento del ganado ovino hacia tierras y pasturas de menor valor, generó la ocupación del territorio patagónico con una actividad extensiva cuyo destino era la
exportación de lanas y carnes. La unidad de producción característica de esta colonización pastoril es la estancia, que constituyó el único tipo de concentración humana, dado que la actividad no favorecía la atracción de población por sus escasos requerimientos de mano de obra. En esta región se reprodujo, en forma parcial y en pequeño, la estructura agroportuaria de la pampa, independiente de ésta y carente de su magnitud y centralización portuaria. Se pobló con extranjeros que estuvieron más vinculados con sus países de origen que con Buenos Airesxxvi. El resultado de esta etapa cuya conclusión se relaciona con la evolución del elemento dinamizador, que fue el comercio exterior, se manifestó en la alteración del esquema urbano regional anterior. El área de mayor dinamismo se concentró definitivamente en Buenos Aires y la región pampeana, quebrándose el equilibrio interregional. Buenos Aires ingresó en el sistema mundial de ciudades, y los núcleos urbanos con ella relacionados tuvieron un rápido aumento de población ya que se convirtieron en polos de atracción de los migrantes ‐tanto provenientes del exterior como internos‐, al generar fuentes de trabajo con la complejidad de sus servicios y el incipiente desarrollo industrial que significaron los frigoríficos y molinos harineros en las ciudades portuarias (Fig. Nº3). La agricultura fue el factor que provocó el poblamiento, más aun que la ganadería. Las mayores densidades de población rural distinguen a la zona cerealera de la pampa norte, cuyo frente fluvial se configura ya también como una franja altamente poblada. El primer censo nacional de 1869 registró un 39% de población urbana, lo cual confirma el carácter eminentemente rural de la economía anterior a 1930. La gran inmigración europea, que en gran parte se ubicó en la Capital Federal y otras ciudades de arribo, contribuyó a aumentar el porcentaje al 50% en la primera década del siglo actual. La valorización de nuevos recursos y regiones fue en función de la economía agroportuaria pampeana, convirtiendo las del interior en áreas dependientes del polo dinámico. Se incorporaron nuevas tierras a la producción ganadera y la superficie sembrada se expandió vertiginosamente. Se integró al territorio con el puerto mediante el tendido de la red ferroviaria con un diseño radial, cabal demostración de la preeminencia de la conexión de éste con el interior por sobre la integración interregional, carente de sentido con un comercio interno debilitado. Los beneficios de la economía agroportuaria no abarcaron a toda la población ni a todo el territorio. La estructura social quedó definida por la concentración de la riqueza y el poder en los propietarios rurales; la prosperidad se derramó en una porción del territorio cuya imagen se identificó con el paísxxvii en un acto de percepción no del todo coincidente con la realidad.
Etapa de la consolidación de las estructuras territoriales
El sistema territorial, surgido a causa del estímulo exterior que constituyó la demanda de materias primas agropecuarias, se consolidó a partir de la Segunda Guerra Mundial como consecuencia del cambio en la estructura económica del país. En la tercera década del siglo XX, la economía agroportuaria, dependiente de los mercados externos, demostró su vulnerabilidad al variar las condiciones de su entorno.
La crisis económica internacional frenó el dinamismo del comercio mundial. Los países industrializados, como consecuencia de su progreso técnico, consiguieron una mayor productividad que determinó una menor demanda de los productos agropecuarios de zonas templadas, lo cual condujo a una caída de los precios, limitando el poder de compra de nuestras exportaciones. El deterioro en los términos del intercambio cerró definitivamente el ciclo de la estructura agroportuaria. La crisis de los años treinta y las dos guerras mundiales fueron factores decisivos en el cambio de la estructura económica, presionando su evolución hacia una economía mixta al impulsar el desarrollo industrial, con la consiguiente pérdida de la hegemonía del sector agropecuario de la pampa y la consolidación de la tendencia en la distribución de la población y actividades productivas. El desarrollo industrial comenzó a insinuarse a raíz de la Primera Guerra Mundial y de la crisis económica internacional, pero, es durante el segundo conflicto bélico y con posterioridad, cuando surge una coyuntura más favorable, debido a la necesidad de autoabastecimiento y a las medidas proteccionistas que permitieron iniciar el proceso de sustitución de importaciones. El deseo de continuar con el desarrollo industrial surgido al amparo de la guerra se manifestó en la decisión genuina de llevar a cabo este proceso nacional ‐sin aporte de capital extranjero en el comienzo, y dentro de una estrategia redistributiva de ingresos que actuó provocando una expansión de la demanda interna‐, buscando lograr la independencia económicaxxviii. En un principio se expandieron las industrias livianas, destacándose la textil por su crecimiento sostenido en correspondencia con la extensión de los cultivos de algodón ‐ en la planicie chaqueña‐, que, junto con las lanas, constituían las principales materias primas. Luego, ante la falta de industrias básicas de bienes intermedios se trató de producir la integración del proceso con la colaboración de capitales extranjeros. Paulatinamente, la estructura industrial fue variando, aumentando la participación relativa de las industrias metálicas básicasxxix. Las actividades agropecuarias fueron perdiendo importancia relativa en la generación de ingresos. Hacia 1930 se había finalizado con la expansión de tierras, llegando hasta el límite ecológico de la pampa. Los 17 millones de hectáreas sembradas con cereales en aquel momento, nada han variado hasta el presente. El aumento en la producción pasó a depender de los rendimientos y no de la ocupación de los nuevos territorios. Este aspecto, unido a la mayor demanda interna por el aumento de población, limitó los excedentes de exportación. Este cambio en la estructura productiva tuvo un reflejo territorial que se ha mantenido hasta el presente. La expansión de actividades típicamente urbanas generó fuentes de trabajo, lo cual se tradujo en un gran incremento de habitantes en las ciudades. El proceso de urbanización, ya iniciado en la etapa anterior, evoluciona con más intensidad en el período posbélico. De un 62% de población urbana en 1947, se pasa al 72% en 1960. La redistribución de la población es el rasgo dominante de la dinámica demográfica que contribuyó a consolidar el esquema que venía insinuándose, de predominio de la región pampeana. Esta ‐ sin incluir la Capital Federal y el Gran Buenos Aires‐, albergaba en 1869 el 40% de la población, cifra que se fue elevando con la colonización agrícola hasta 1914, para luego disminuir en favor del área metropolitanaxxx. El gran mercado
que constituía la Capital Federal, la disponibilidad de servicios y el hecho de ser los puertos el punto de transbordo para las materias primas de transtierra y productos intermedios importados configuraron una particular coyuntura, que actuó como factor locacional de la gran concentración del desarrollo industrial en el frente fluvial del Plata y en el curso inferior del Paraná. Se acentuó entonces la tendencia de concentración demográfica. El proceso de urbanización alcanzó su más alto grado primero en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, y a partir de 1947 – especialmente‐ se generalizó, destacándose actualmente las provincias de Córdoba, Mendoza, San Juan, Tucumán y las que integran la región patagónica, además de las nombradas en primer términoxxxi. El área metropolitana ‐que ya había aumentado su participación relativa en la distribución de la población a causa de la inmigración europea‐ recibe los contingentes de la migración interna, que, en el período 1947‐60, supera a su crecimiento vegetativoxxxii. El desarrollo industrial concentrado en los alrededores de Buenos Aires provoca el crecimiento de los suburbios, consolidándose la conurbanización que atrae a la población, la cual percibe la diferencia de oportunidades generada por la nueva dinámica del sistema polarizado en el área metropolitana, la que llega a producir el 58,7% del producto bruto industrial, según el censo económico de 1964. Buenos Aires se convirtió en el núcleo central del sistema urbano nacional al "adquirir capacidad de organizar una familia de otras ciudades tributarias y no meramente áreas rurales primarias"xxxiii. El incremento de la población en Buenos Aires y región pampeana, y su desarrollo industrial, las convirtió en el mayor mercado consumidor de las materias primas regionales. El flujo de inmigrantes y el de producción primaria confluyen hacia este núcleo polarizador. La red ferroviaria ‐convergente en el puerto y trazada para cumplir los propósitos de la estructura agroportuaria‐ siente ahora la competencia del transporte automotor, confirmando esto ante el gran desarrollo de la red caminera paralela a las vías, la supremacía de los vínculos entre Buenos Aires y las regiones por sobre los interregionales y la vocación atlántica de nuestros intereses comerciales. En la transformación de la estructura económica, el sector agropecuario fue perdiendo participación relativa en la generación del producto bruto interno, pero nunca dejó de constituir el grueso de las exportaciones, y con ello la región pampeana continuó siendo la principal proveedora de granos y carnes. La demanda de cultivos especializados ‐que ya se había manifestado en |a etapa anterior en Cuyo y Tucumán y que en los comienzos de ésta provocó la gran expansión del cultivo del algodón en el Chaco ha generado economías agrícolas regionales escasamente diversificadas, pendientes de las fluctuaciones de su monoproducción. Las características de algunas de las materias primas agrícolas han posibilitado el surgimiento de ciertos enclaves agroindustriales, que se han integrado al esquema de esta etapa al permitir un desarrollo industrial basado en la elaboración de la producción primaria característica de cada uno, los cuales encontraron su mercado en la región pampeana y al misino tiempo tuvieron mayores posibilidades de adquirir productos manufacturados del núcleo central, las regiones que rio han podido participar de esta "exportación" a Buenos Aires registran menores niveles de dinamismo y condiciones sociales: son las que, ante la falta de actividades generadoras de fuentes de trabajo sufren el éxodo de su población con más intensidad.
El diseño de la red de comunicaciones convergente en Buenos Aires, trazada para cumplir con los objetivos de un modelo ya concluido, pareciera obedecer a la dirección impuesta por la naturaleza. Los relieves elevados periféricos van perdiendo altura hacia el este, y los ríos navegables de la cuenca del Plata fluyen hacia el punto de menor altura, precisamente en el estuario donde está el puerto. La buena cohesión interna, es decir, la falta de obstáculos naturales importantes en el interior del territorio, ha permitido que desde la pampa se pueda acceder hacia cualquier punto del país sin mayores dificultadesxxxiv. Desde la región nuclear es posible alcanzar los distintos subsistemas regionales, que constituyen coágulos de concentración de población y actividades separados por áreas donde estas densidades se reducen, en algunos casos, a mínimas expresiones. La región del Nordeste ‐correspondiente al sector argentino de la cuenca del Plata‐ se halla polarizada por la conurbación de Resistencia‐Corrientes, vinculadas por el puente General Belgrano. La margen derecha de los ríos Paraguay‐Paraná y hasta donde se extiende el área de mayor densidad de población y de vías de comunicación. Constituye un espacio funcional con una red urbana jerarquizada. Hacia el oeste, el Chaco occidental conserva todavía sus características de "frontera" y de frente pionero. El proceso económico, desarrollado en ciclos de prosperidad y decadencia, ejerció influencias de diferente intensidad en la organización de su territorio. El "ciclo del tanino", iniciado a fines del siglo pasado, tuvo débiles consecuencias en su poblamiento. La colonización agrícola, que alcanzó su apogeo en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, atrajo inmigrantes y permitió valorizar sus tierras, pero la decadencia por el agotamiento de suelos intensamente cultivados, alentó la emigración. Hoy, las dos actividades tradicionales, la agricultura y ganadería tropicales constituyen los factores de organización del espacio. Hacia el este, la ciudad de Corrientes ejerce su influencia en el área tropical fronteriza, que conoció su período floreciente durante la acción misional jesuítica. Los núcleos principales de poblamiento y las rutas son periféricos siguiendo el recorrido de los ríos o, en el interior, esquivando la selva por el norte. Es el territorio de la tierra colorada, productora de cultivos y ganadería tropicales y con recursos forestales, cuyo manejo racional ha permitido la instalación de importantes plantas de elaboración de papel. Las grandes potencialidades hidroeléctricas han sido escasamente aprovechadas aún. La región del Noroeste, el antiguo núcleo dinámico del período colonial impulsó su monoproducción de caña de azúcar al facilitarse por el ferrocarril su comunicación con el mercado del litoral. La excesiva dependencia de la demanda no tardó en demostrar la fragilidad de la economía, especialmente en Tucumán. Otros cultivos, como el tabaco y la vid, se han desarrollado en los valles de las provincias de Salta y Jujuy y se han construido además importantes obras de infraestructura para riego y energía. El cuadro de la economía regional se completa con la explotación de combustibles en el norte de Salta y en Jujuy, y minera en la Puna y la Sierra de Zapla: esta última ha actuado como factor de localización de los altos hornos en Jujuy. Tucumán, el nudo colonial de las comunicaciones, se ha convertido en la metrópoli regional. Esta situación geográfico‐económica no evita, empero, el éxodo de su población. En la región Central, una vez más, se confirma la evolución seguida por las fundaciones española. Las primeras ciudades coloniales continúan ejerciendo sus funciones de engranaje central de los sistemas urbanos. La ciudad de Córdoba, que había logrado
organizar áreas agrícolas y ganaderas en torno suyo, se encuentra inmersa en el proceso de industrialización del país. El temprano aprovechamiento de los recursos hídricos locales convirtió a la energía en un factor importante de localización de industrias, en especial de las mecánicas. El espacio sierripampeano se caracteriza por su poblamiento puntual, producto del aprovechamiento de los magros caudales en los pequeños oasis. Estos, con escasas posibilidades de expansión, generan reducidos volúmenes comercializables. La ganadería rústica extensiva es característica de la economía de subsistencia, que los identifica en su mayoría. El gran contraste entre desierto y núcleos de altas densidades es el rasgo del poblamiento en la región de los ricos oasis cuyanos, a causa de la agricultura intensiva bajo riego. La misma se halla integrada con agroindustrias. Los oasis se ubican siguiendo el valle de los ríos, en el contacto entre la montaña y a planicie. La antigua dependencia de Chile encontró un amplio mercado en el litoral, estrechando su vinculación a partir de la llegada del ferrocarril. El sistema de cultivo se caracteriza por el predominio de la vid, que se complementa con hortalizas, frutas y olivo, cuyo laboreo e industrialización amplía las posibilidades locales de generación de empleos. La explotación de combustibles, con su consiguiente procesamiento, y la de uranio, más otras industrias, han asegurado una base de sustentación más sólida a su economía. Los tres oasis mayores son los de Mendoza, San Juan y San Rafael, correspondiendo a la primera ciudad las funciones de mayor jerarquía. Mendoza se halla en la encrucijada de vías terrestres entre Buenos Aires y Chile, y entre el oasis del norte y el del sur. La Patagonia es la región con menores densidades de población. En ella se distinguen tres subespacios de homogeneidad: •La cordillera: con clima húmedo, boscosa; con actividad turística y valles dispersos poblados, destinados a la ganadería y agricultura intensiva; explotación minera y forestal. •La meseta central: árida y con ríos alóctonos: dedicada a la ganadería ovina extensiva, que origina un poblamiento disperso, y con valles fluviales densamente poblados debido a la agricultura intensiva bajo riego. •La costa: acantilada y con grandes amplitudes de mareas; con núcleos urbanos dispersos; actividad pesquera, minera, industrial y turística. Estas franjas longitudinales no constituyen espacios funcionales. Las vinculaciones se dan en sentido transversal; este es precisamente el rumbo que sigue la hidrografía, la cual no es ajena a este hecho. Los ríos, que nacen en las montañas gracias a las copiosas precipitaciones, drenan hacia el Atlántico, estableciendo la complementariedad entre las dos grandes unidades físicas. De esta manera, las áridas mesetas disponen de agua gracias a las montañas. A su vez, el hombre ha aprovechado los valles fluviales para establecer las vías de circulación en el mismo sentido, configurando subespacios que constituyen áreas funcionales que integran la montaña y las mesetas, no existiendo polarización a nivel regional. De esta manera quedó consolidado el esquema espacial de la Argentina, como consecuencia de la ocupación espontánea de su territorio. El ecúmene estatal quedó
configurado en la región pampeana, ya que es la parte del Estado que concentra la mayor densidad y volumen de habitantes, la mayor producción y densidad de vías de comunicación. Los ecúmenes regionales como núcleos de dinamismo secundario, proveedores del ecúmene estatal, separados por áreas de menor intensidad en la presencia humana corresponden a las regiones históricas en unos casos, y a nuevas áreas de poblamiento en otros. La red urbana está altamente desequilibrada en sus jerarquías superiores, donde el Gran Buenos Aires, que concentra más de diez millones de habitantes, tiene como ciudades de segundo orden a Córdoba y Rosario, con un millón cada una. El desarrollo agrícola y el posterior crecimiento industrial hicieron de estas tres las ciudades más populosas del país. El desarrollo industrial confirmó la tendencia que se inició en la etapa anterior. La organización espontánea y vertiginosa del territorio ‐sin una concepción espacial que orientara el desarrollo socioeconómico nacional en un esquema de integración territorial y de proyección hacia la complementación económica continentalxxxv‐ ha culminado en una falta de homogeneidad en la distribución de la población, actividades y oportunidades territoriales; en una estructura donde las disparidades regionales constituyen el rasgo característico. Sin esperar nuevas coyunturas históricas, económicas y sociales ‐independientes de la situación local‐, se hace necesario revalorizar las condiciones naturales a fin de lograr el desarrollo armónico del territorio y el bienestar generalizado.
FIGURAS
Fig. 1. Área de dispersión de los principales pueblos indígenas y géneros de vida (según Canal Feijoó y Academia Nacional de Historia, en Randle, P. H.: “Atlas del desarrollo territorial de la Argentina”. Instituto Geográfico Militar, Madrid, 1981).
Fig. 2. La organización del territorio a fines del siglo XVIII.
Configuración territorial:
1) Núcleo densamente poblado en los valles del Noroeste, productor de minerales, agricultura diversificada con excedentes, ganadería, artesanías y desarrollo urbano lineal, con importantes funciones de apoyo al comercio y comunicaciones. 2) Área de las Misiones, densamente poblada, con producción tropical. 3) Región del Plata, con grandes recursos ganaderos y alto valor estratégico. Ciudades‐ puerto, comerciales y de apoyo al tránsito. 4) Región de Cuyo: producción agrícola diversificada, fabricación de vinos, aguardientes y frutas secas y ganadería. Apoyo al tránsito hacia Chile. 5) Región Centro: actividad agropecuaria y comercial. Apoyo al tránsito entre el Alto Perú y el Río de la Plata. 6) Región de frontera del Chaco‐Gualamba. 7) Región de frontera de la Pampa‐Patagonia.
Fig. 3. La organización territorial a comienzos del siglo XX (1914). Fuentes: Randle, P. H. "Atlas del desarrollo territorial argentino ", Instituto Geográfico Militar, Madrid, 1981. Bruniard, E.: "El Gran Chaco argentino", en Geográfica, Instituto de Geografía, Universidad Nacional del Nordeste, n° 4, Resistencia, 1975‐1978.
Fig. 4. La organización actual del territorio
1) 2) 3) 4)
Metrópolis regionales Centros regionales Centros secundarios Centros terciarios
Ejes de mayor movimiento
5) Ferrocarriles 6) Rutas Densidad de población
7) Más de 15,5 hab/km2 8) De 3 a 15,4 hab/km2 9) Menos de 2,9 hab/km2
10) 11) 12) 13) 14) 15) 16) 17) 18) 19)
Predominio de la ganadería Predominio de la agricultura Agricultura y ganadería asociadas Área lechera Oasis de regadío Explotación forestal Combustibles ‐ Minerales Industrias Pesquerías Turismo
NOTAS i
GOUROU, Pierre. Introducción a la geografía humana, Alianza Editorial, Madrid, 1979. Ob. cit. iii GEORGE, Pierre, La acción del hombre y el medio geográfico. Editorial Península. Barcelona, 1976. iv GOTTMANN, Jean, América. Editorial Labor, Barcelona, 1966. v INDEC, La población argentina. Serie Investigaciones Demográficas, 1. Buenos Aires, 1975. vi GOTTMANN, Jean, ob. cit. vii RAZORI, Amílcar, Historia de la ciudad argentina. Imprenta López, Buenos Aires, 1945. viii CANAL FEIJOO, Bernardo, Teoría de la ciudad argentina. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1951. ix CANAL FEIJOO, ob. cit. x CANAL FEIJOO, ob. cit. xi ZORRAQUIN BECU, Ricardo, La organización política argentina en el período hispánico. Buenos Aires, Editorial Emecé, 1959, citado por Comadrán Ruiz, Jorge, Evolución demográfica argentina en el período hispánico (1535‐1810), EUDEBA, Buenos Aires, 1969. xii DIFRIERI, Horacio. Buenos Aires, geohistoria de una metrópoli . Universidad de Buenos Aires, Colección IV Centenario de Buenos Aires, 1981. xiii DIFRIERI, Horacio, ob. cit. xiv LEMOINE, Graciela, Integración de la cuenca del Plata. Signos universitarios", Revista de la Universidad del Salvador, Año 1. № 2, Septiembre‐octubre, 1979. xv DIFRIERI, Horacio, ob. cit. xvi DIFRIERI, Horacio, ob. cit. xvii ROFMAN, Alejandro y ROMERO, Luis A., Sistema económico y estructura regional en la Argentina, Amorrortu Ediciones, Buenos Aires, 1973. xviii INDEC, ob. cit. xix CLAVAL, Paul, Geografía económica. Editorial Oikos‐Tau, Barcelona, 1980. xx CLAVAL, Paul, ob. cit. xxi TREWARTHA, Glen, Geografía de la población. Ediciones Marymar, Buenos Aires, 1973. xxii ROFMAN, Alejandro y ROMERO, Luis A., ob. cit. xxiii DIFRIERI, Horacio, ob. cit. xxiv CORTES CONDE, Roberto, El progreso argentino 1880‐1914. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1979. xxv FERRER, Aldo, La economía argentina. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1975. xxvi DAUS, Federico, El desarrollo argentino. EUDEBA, Buenos Aires, 1969. xxvii DAUS, Federico, ob. cit. xxviii FERRARO, Roque, El desarrollo regional argentino. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1973. xxix INDEC, Anuario estadístico de la República Argentina 1981‐1982. xxx INDEC, Censo nacional de población y vivienda 1980, Serie E, Reseña de características generales. xxxi RECCHINI DE LATTES, Zulma, "Urbanización”, en INDEC, La población argentina, Serie Investigaciones Demográficas, 1, Buenos Aires, 1975. xxxii RECCHINI DE LATTES, Zulma, ob. cit. xxxiii DIFRIERI, Horacio, ob. cit. xxxiv DAUS, Federico, Geografía y unidad argentina. Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1978. xxxv FERRARO, Roque, ob. cit. ii